15. Política comparada: lo viejo y lo nuevo DAVlD E. APTER l. Introducción Desde el comienzo, comparar ha constituido una ?1ane�� par­ ticular de conectar ideas derivadas desde 1� filosofí� política "! , la teoría a los hechos y fenómenos empmcos. �l enfa�1s p�1mario se refiere al poder. El propósito es determmar que vana­ ciones implica la diferencia entre las maneras en que puede des­ _ plegarse el poder -no el po?er en gene:�' desde luego, smo e � cuanto que organizado en sistemas políticos y �en�rado a mve les nacionales y subnacionales-. Interpretar el s1g1úficad? de las diferencias en los usos y distribuciones del poder por s1ste�as políticos diferentes es la empresa c�1:1ún subyacente en vanas aproximaciones alternativas a la políttc� comparada. ,_ Antes de examinar cómo ha evoluc10nado la polít1�a com­ parada, parecen preceptivas algunas de��ciones clarificad�­ ras. Cuando hablamos de «sistema» político, queren:1os declf que sus componentes son interde?endientes, ;1n camb10 en �n o _ implica cambios en otros. :i, os s1st�ma� polític?s, en el rrum­ _ _ mo, tienen como responsabilidad pnmana (podría denommru.:se su función original) el mantenimiento del orden sobre JUns535 dicciones defüúdas, para lo cual poseen el monopolio sobre la fuerza coactiva. Llamamos Estado a las jurisdicciones sobe­ ranas (Poggi, 1990). «Gobierno» es el medio principal a través del cual los sistemas políticos funcionan. «Sociedad civil» se refiere a aquellas redes de la sociedad (como las organizacio­ nes del _v�luntariado, las ONG, servicios de educación priva­ da o religiosa, etc.) que están fuera del control del gobierno 0 del Estado aunque realizan funciones públicas (escuelas, etc.). Cómo interviene, y la manera en que se delimita su poder defi­ ne el tipo o carácter del Estado (democrático, autoritario, etc.). «Democracia», de acuerdo con Scbumpeter (1947, p. 269), puede definirse como «aquella disposición institucional para llegar a decisiones políticas en la que los individuos adquieren el poder para decidir, por medio de la lucha competitiva por el voto de la gente». En el grado en el que el gobierno inter­ venga en la sociedad civil hablamos del «Estado fuerte» (Birn­ b�um, 1982), esto es, aquel en que el gobierno acepta un alto ruvel de responsabilidades por el bienestar de sus ciudadanos. Donde tales responsabilidades son cumplimentadas por cuer­ pos fuera del Estado hablamos de una «sociedad civil fuerte» (Badie y Birnbaum, 1983). Sin embargo, no existe una corres­ pondencia clara o incluso necesaria entre la intervención del gobierno y el beneficio social. Fuertes o débiles, democráticos o autoritarios, los siste­ mas políticos son importantes en la medida en que sean «con­ figurantes», esto es, en la medida que establezcan leyes y órde­ nes que efectivamente gobiernen la conducta política. Sin e�bargo, la adaptación entre el comportamiento político pres­ ento _ y el real varía extensivamente en tiempo y lugar. Según los cmdadanos del Estado o los individuos y grupos en la socie­ dad civil cambian y eluden el comportamiento prescrito, a través de medios legales o legislativos o por medio de accio­ nes de confrontación (reflejando una variedad de circunstan­ cias), el resultado es cambio en valores y creencias, alteracio­ nes e1� principios de justicia, o modificaciones en la búsqueda _ de obJet1vos altamente valorados. Por lo tanto, incluidos entre las preocupaciones críticas de la política comparada están lo bien que los diferentes tipos de sistema político resultan «con536 lece�se y man�e­ figurantes» en realidad, cómo pueden_ estab discrepancias las iarse nerse tales tipos, y cómo pueden med Y real. D �firito presc ico polít to percibidas entre comportamien adecuación a buen una urar aseg y ico 1úr el buen sistema polít cuestión una s es entre tal sistema y los procesos políticos reale de la eses inter los central dentro del alcance más amplio de e sobr sens co li amp e � ? � política comparada. En cuanto exist la , ruble d1spo ico polít ma siste r mejo que la democracia es el stra una preo­ mayoría de la investigación comparada mue nerla, adap­ soste , cupación por la democracia: cómo realizarla tanto desde azas, amen tarla y mejorarla, y cómo tratar con las . ncia rvive supe su -'dentro como desde fuera, para y cómo fun­ Las comparaciones de los sistemas políticos Estados que son cionan tienden a hacerse sobre la base de los paración de los com la sus vicarios concretos. La mayoría de es en su seno ucion instit s, paíse sistemas políticos se hace por de estrate-. dad varie una de ne dispo Se . (subsistemas), y caso sucesiva­ así y ica gias: funcional, multivariable, fenomenológ nderá depe da elegi ión mente. Cualquier estrategia de investigac untas preg las de a ralez natu la del enfoque general seguido, pu cto respe este A r. :de roba comp a tesis planteadas o las hipó de alla más va to afirmarse que la política comparada, en cuan la de o ofía filos la de rica la mera descripción, es la cara empí 1• Entre los asuntos más caract�rísticos han �sta­ _ teoría políticas sistemas pohllc�s do la exploración de las diferencias entre r y responsabi­ en relación al conflicto o el compromiso, pode retos de siste­ conc os» lidad pública, eficacia y justicia. «Tip mativas, des�e alt de dad varie ia ampl � ma<; poüticos incluyen una y republi­ icos árqu mon os, Estad los a , polis las «tribus» a la y parla­ iales canos democráticos y autoritarios, presidenc varie­ lia amp una ién tamb menta�ios. Dentro de cada cual, hay an Y form se es cion coali las y dad en cómo las facciones truc­ e las de do ndien depe y, eses, � inter reforman, se persiguen dad socie la entre turas constitucionales, se sostienen vínculos 1 El vínculo entre ellas puede así ser difícilmente separado de los méto­ dos comparativos, los cuales, sin embargo, requerirían un 1ratamiento mayor del espacio del que disponemos aquí. 537 civil y el Estado (si en términos de parentesco, cuerpos ecle­ siásticos, movimientos políticos, partidos políticos o sistemas electorales). Entre la variedad de enfoques comparativos, se destacarán tres para su examen: institucionalismo, desarrollismo y neoins­ titucionalismo. El primer enfoque tiende a centrarse sobre los funcionamientos específicos de ]os sistemas políticos per se: presidencial y parlamentario, unitario y federal, partidos y vota­ ciones, comités y elecciones. El segundo enfoque incorpora teorías amplias del cambio social. El tercer enfoque combina ambas. El institucionalismo constituye la base de la política comparada. Continúa siendo fundacional2. Incluso los textos más recientes siguen siendo «institucionalistas»3 • Esto es, des­ criben cómo funciona el sistema político de un Estado deta­ llando Ja estructura y funcionamiento del gobierno y sus prác­ ticas. Lo que acabó por llamarse la «nueva» política comparada -desarrollismo (político y económico)-ponía más énfasis sobre el cambio social antes que en las técnicas de gobernación, y al hacerlo así se aprovechaba de manera considerable de otras disciplinas de la ciencia social. En cambio, el «neoinstitucio­ nalismo» no sólo volvió al Estado sino que modificó las preo­ cupaciones de los desarrollistas hacia una dirección de mayor operacionaJismo, más ajustada al modo en que funcionan los sistemas políticos y los Estados. II. Institucionalismo El institucionalismo fue el enfoque más o menos exclusivo en la política comparada, hasta, y también bastante después, de la Segunda Guerra Mundial. Su énfasis original se situaba en Ja ley y Ja constitución, sobre cómo evolucionaron en sus dife- rentes formas e] Estado, la soberanía, las jurisdicciones, y los insuumentos legales y legislativos. Eran significativas las varian­ tes distribuciones de poder y cómo se manifestaban en las rela­ ciones entre la nación y el Estado, el gobierno central y local, la administración y la burocracia, las prácticas y principios lega­ les y constitucionales. Semejante evolución comenzó en la Antigüedad cuando las ideas del sistema político se articula­ ron primeramente (Bryce, 1921), con la democracia como un resultado teleológico. Sin embargo, aunque el institucionalis­ mo recalcó especialmente el carácter occidental de la demo­ cracia, proclamó también su universalidad. Democracia signi4ficaba gobierno civil diferenciado, legislativos y cortes, poderes ejecutivos y gobierno local, municipalidades. La política com­ parada implicaba el examen detallado de cómo trabajaban esos medios, incluyendo un fuerte énfasis en la reforma (expandiendo el sufragio, el problema de La oligarquía, reduciendo los peligros para el orden establecido por doctrinas tales como el anarquis­ mo, el socialismo y el comunismo), un contexto de creciente revuelta social, guerras mundiales, depresión y totalitarismo4 • En estos términos, la política comparada es virtualmente con­ temporánea con los orígenes de la ciencia política. Podría decir­ se que la relación entre la filosofía política y la política compa­ rada ha sido recíproca. Cada una ha contribuido a la otra en ténninos del análisis del poder así como de los ideales perfecti­ bles de justicia. Las preocupaciones clásicas se referían a] mejor Estado en cuanto encarnación de razón, sabiduría y racionalidad, y a cómo de bien nutría la virtud cívica de los ciudadanos5. 2 Para buenos ejemplos de textos comparados estándar siguiendo la 1ra­ dición del institucionalismo. véanse Friedrich (1968) y Finer (1949). 3 Compárese, por ejemplo, las categorías en un «viejo» texto institucio nalista como la TheOI)' ami Pmcrice ofModem Govem111e111 de I Jerman Fine, (I 949) con la última edición de la obra Fre11c/1 Poli/y de William Safran ( I 99�) En ambos las categorías son en buena medida las mismas. • Fuera país por país, función por función o medio por medio, su preocu­ pación primaria se refería a los Estados y los gobiernos, las constituciones y MIS enmiendas, los derechos y sus garantías. los sistemas federales y unitarios, centralización y descentralización, regionalismo y localismo, cuestiones de representación mayoritaria y minoritaria, gobierno de gabinete o dictadura de gabinete. sistemas multipartidistas versus bipanidistas, mandatos, electora­ dos, primera y segunda cámaras, comités legislativos y electorales, procedi­ mientos, las audiencias de gastos y su debate, votaciones y cien-e, el papel de los comités y, de manera creciente, el papel de la opinión pública y la prensa. ' Como se ha destacado en otra parle en este volumen (Almoncl: s11pm, rnp. 2) las 1ipologías originales del sistema político e11 Lo Re¡11íhlica o lm 538 539 Del institucionalismo, derivando sus ejemplos originales de la Roma republicana y la imperial, podría decirse que ha evo­ luciol)ado desde las preocupaciones antiguas hasta las doctri­ nas ilustradas de la ley natural y positiva. La ley representaba una relación orgánica entre magistrados y jurisdicciones supe­ rordi nadas y subordinadas. Los estudiosos de las institucio­ nes comparadas eran priJ1cipalmenle juristas. Examinaban por ejemplo las Instituciones de Justiniano, las contribuciones de los comentaristas y glosadores (por no hablar del Código de Hammurabi, las Instituciones de Gaio, la ley sálica y germá­ nica, etc.). Para algunos el Derecho romano fue una fuente de inspiración. Otros recibieron influencia de teorías del pacto social que centraban su atención sobre la legitimidad en tér­ minos de representación, la relación entre el individuo y la comunidad; el ciudadano y el Estado definían la naturaleza del constitucionalismo. En esos términos la filosofía política y el derecho se convirtieron en fundamentos para el estudio insti­ tucional de la política comparada (Strauss, 1959). Un tercer ingrediente, según implica la discusión previa, fue la historia. En este caso el énfasis era también sobre la evolución del Estado más alla de las polis y de los orígenes del conciliarismo, pero en términos de eventos de referencia específicos, luchas entre el Estado y la Iglesia, entre la autoLeyes de Platón, o en ú, Polftica deA1istóteles, extrajeron su inspiración de comparaciones concretas entre Esparta, /\tenas, Persia y otros Estados, y ads­ criben diferencias entre la gente (clases o «razas»). Así, por ejemplo, se dis­ tinguía a las polis bárbaras de las griegas, los esclavos de los ciudadanos, los aristócratas de los plebeyos -con tales distinciones validando prescriptiva­ mente la concentración y dispersión del poder de acuerdo con las tipologías de sistemas políticos basadas en el uno, los pocos y los muchos-. Estos tipos de sistema político eran mejores o peores de acuerdo con la fonna en que pro­ movieran la virtud, la prudencia, la moderación, el coraje en la guerra. la disciplina individual y la cívica dentro del buen Estado, así como, según espc cificaban las circunstancias bajo las cuales el buen gobierno podría decat'I. desde luego, la mejora moral y la prevención de la decadencia fue una pre11 cupación principal desde Platón y Aristóteles en adelante, y de acuerdo con ella pueden compararse tipologías no sólo para los «mejores» sis temas sano para las altemativas más posibles, incluyendo aquella en que el Estado p111 porciona la mejur educación para sus ciudadanos. 540 ridad eclesiástica y secular, sobre reino y señores feudales, y las guerras civiles y revoluciones que transformaron el con­ tenido de las teorías de autoridad, de individualismo y pacto social de principios abstractos en cuestiones de vida o muer­ te (Gough, 1957)6. Estas conexiones íntimas e intrincadas entre la filosofía polí­ tica, el derecho y la historia adoptaron la forma de dos tradi­ ciones diferentes aunque solapadas, la continental y la anglo­ sajona. Para la disciplina de la política comparada, fue la última la que se volvió más importante. Con un pedigrí que puede ras­ trearse hasta Bracton en el siglo XlII, incluye figuras tales como ""Blackstone, Anson, Stubbs, Dicey, Vinogradoff y Maitland. Por lo tanto, el institucionalismo posee una historia de constitucio­ nalismo marcada por la transferencia de poderes generales Y específicos de los monarcac; a las asambleas, por medio de dere­ chos representados en fueros, con la democracia como fun­ ción de la supremacía parlamentaria. El institucionalismo incluía el examen de los procedimientos e instrumentos por medio de los cuales podía hacerse funcionar a la libertad como precon­ dición para la obligación7. En resumen, si la política compara6 El paradigma institucional tomó realmente forma durante el período ele _ la Tiustración. El énfasis primero sobre categorías de personas y sus diferentes «naturalezas» fue transfonnado en un universo de individuos cuyas diferencias eran relalivamente menores; desde luego, importaba si la visión del hombre en un estado de naturaleza en cuanto comparada con la comunidad civil era o no benigna. Para Hobbes, que no lo era, no se trata �a de una cuestión d� demo­ cracia. Aunque la mayoría de los restantes teóricos resaltaron propiedades más benignas como la propensión al trato, el trueque y el intercambio deAdam Smith (es decir, identificando un universo de intereses), siendo �I p�oblema cómo reconciliar mejor la libertad individual con las reglas comumtanas. Para Rousseau, era la voluntad general; para Locke, el ejercicio de la responsabili­ dad civil. una cuestión de representación parlamentaria y soberanía. . 7 La tradición continental del institucionalismo se interesó también por 1 11 teoría del contrato social. Retenía una conexión más sólida con la tradición dt: los derechos naturales como se encarnó en el Derecho romano, el conci­ lt,11 ismo eclesiástico, en un contexto de nacionalismo en desarrollo. El últi1110 adoptó la fonna de un historicismo evolutista, una teleologí�, esto es, :1 , 111ngcr inevitable de las instituciones democráticas fuera de coníl�ctos espect­ lil'<lh, como aquellos entre el conciliarismo papal y la mo narquta, la corpo1,1111'111 medieval y el Estado secular (Gierke, 1950). 541 da versaba sobre la evolución de la democracia, ésta se consi­ deraba un instrumento para la perfección moral del hombre «hacia la que mueve su propia naturaleza» (Barker, 1946), cons­ tituyendo la evidencia del tal «movimiento» las grandes revo­ luciones democráticas: la inglesa, la norteamericana, la francesa, la cual muestra dos alternativas poderosas y en competencia, el constitucionalismo liberal de 1789 y el jacobinismo radical de 1792 (Furet y Ozouf, 1989). Cómo comprender las ideas de estas revoluciones consti­ tucionalmente fue una forma en que la Historia-como-even­ tos llegó a incorporar principios de gobierno modernos. Si cada revolución se representa como un sistema de gobierno ajustado de la mejor manera a la naturaleza del hombre ¿Qué arreglo institucional era más apropiado para cada una? ¿Qué maximi­ zaría, en cada caso, el poder configurador de las constituciones democráticas y libertarias? Por encima de todo, el institucionalismo se preocupaba por la democracia como un sistema de orden con fines abiertos. Eso resaltaba la centralidad de la opción. Si el orden era una priori­ dad, la opción era otra. Ambas se convirtieron en estándares para evaluar los gobiernos. Comparando en estos términos los gobier­ nos de Inglaterra, los EE.UU. y Francia tras sus revoluciones; el parlamentarismo británico se representó como el sistema par­ lamentario modelo por causa de su estabilidad superior, el nor­ teamericano fue el sistema presidencial modelo por causa de su capacidad de opción (y su localismo), mientras el francés era la versión inestable del primero. En este sentido, gobiernos y Estados pueden juzgarse por su distancia desde los dos prime­ ros, siendo preferido en general el primero frente al segundo8 • En estos términos, el institucionalismo se preocupó por defi­ nir aquellos arreglos políticos más capaces de cuadrar el círcu­ lo: entre orden y opción, individuo y comunidad, derechos ciu­ dadanos y obligaciones, de acuerdo con la responsabilidad • Inglaterra fue el pro1otipo de la democracia parlamemaria, estable y unitaria; Francia, de la inestable; y EE.UU. un ejemplo de las vii1udes del federalismo y el localismo. No pocos estudiosos norteamericanos, incluyen­ do a Woodrow Wilson, apoyaron un sistema parlamentario para los Estados Unidos. 542 pública y el consenso, autoridad legislativa y ejecuti�a, solu­ ciones electorales, la jurisdicción de tribunales y magistrados, y las virtudes relativas de las constituciones no escritas frente _ a las escritas (un debate aún vivo en Inglaterra), las virtudes de los sistemas unitarios frente a los federales, sistemas presi­ denciales frente a parlamentarios, el funcionamiento de los gobiernos de gabinete (Jennings, 1 1936, 1947), el papel del consejo privado del monarca y el significado de su falta, l a _ transformación de las casas de la familia imperial en orgaru­ zaciones administrativas (Robson, 1956), la evolución del gobier­ no local, las reglas procedimentales del comportamiento parla"" mentario (Campion, 1950), revisión judicial, el papel de los magistrados, comités y sistemas de comités (Wheare, 1955), sis­ temas electorales (Mackenzie, 1958; Lakeman y Lambert, 1959) y, por encima de todo, partidos políticos (Ostrogorski, 1964; Michels, 1 1915, 1958; Duverger, 1954). Un formidable conjunto de figuras personifica tales preo­ cupaciones, incluyendo a Car! Schmitt en Alemania, Ivor Je�­ nings, Emest Barker y Harold Laski en Inglaterra, Leon !}egu1t y Andre Siegfried en Francia, Car! Friedich y Herman Fmer en los Estados Unidos, por nombrar sólo a unos pocos. Lo que tenían en común era no sólo un extraordinario conocimiento empírico de cómo funcionaban tales instituciones, incluyen­ do instrumentos especializados como partidos políticos o comités parlamentarios, sino un conocimiento común d� la his­ toria y derecho clásicos, medievales y del contrato social. Los institucionalistas no sólo estudiaron los funciona­ mientos de la democracia o las alternativas autoritarias en tér­ minos configurales. Reconocieron que las instituciones «fun­ cionan» sólo en cuanto que encaman los valores, normas y principios de la democracia en sí mismas. Puesto que �l ins­ titucionalismo nunca versó simplemente sobre mecamsmos <le gobierno sino también sobre cómo se «institucionalizaban» los principios democráticos. Eso sugería que s�lo a� gunas sociedades estaban «adaptadas» para la democracia, mientras que otras lo estarían cuando hubieran evolucionado de mane­ ra acorde. De ahí, por ejemplo, el colonialismo tutelar como una vía apropiada para nutrir y animar la democracia por medio 543 de la devolución legislativa, recapitulando la experiencia de la metrópoli en los territorios coloniales (Hancock, 1940; Wight, 1957). Podría decirse que el institucionalismo fue y sigue siendo la pieza central de la política comparada. Reformista y prescrip­ tivo, evolucionó primero en una era de nacionalismo europeo cuan­ do el problema central era cómo asegurar y hacer viables las conexiones entre naciones divididas por idioma, cultura, reli­ gión y nacionalismos locales9 • Entraron en juego factores econó­ micos con una importancia creciente según lo queArendt (1963) .llamó la «cuestión social», se convirtió en algo cada vez más preocupante, los sindicatos comenzaron a organizarse mejor y, junto con movimientos políticos de diversas variedades, pre­ sionaron por una participación política mayor, mayor equidad, una redefinición de la igualdad y desafiaron los principios libe­ rales con los socialistas u otras alternativas ideológicas. El ins­ tilucionalismo tuvo que afrontar la cuestión de cómo podía el gobierno tratar con el desempleo, el ciclo económico, las con­ diciones sociales negativas, el emerger de la política de clases, los movimientos políticos y los movimientos de protesta cxtrainstitucionales en sus m6todos, cuando no en sus princi­ pios. Y cuanto más llegaban a preocuparse los institucionalis­ tas por la economía política, mayor atención se prestaba a las instituciones y políticas fiscales y monetarias en un contexto de keynesianismo, especialmente como protección frente a la polí­ tica de partido radicalizada. Los desafíos al principio de la propiedad privada desde los partidos de izquierda empleando teorías socialistas o marxistas, por no hablar de la expansión de los partidos socialistas y comunistas en Europa con sus deman­ das de derechos civiles y sociales, plantearon la cuestión no sólo de las alternativas totalitarias como el fascismo o el comunismo, si.no también si el socialismo parlamentario era un paso siguien­ te probable en la evolución de la democracia (Schumpeter, 1947), llegando a verse al Estado del Bienestar social y la demo­ cracia «industrial» o social (Clegg, 1951; Panitch, 1976) como una alternativa al totalitarismo, y un medio para prevenir que los ciudadanos voten por el totalitarismo y contra la democra­ cia'º· Eso desde luego atrajo la atención tanto hacia los parti­ dos políticos y pautas de votación, como a los atractivos p�ten­ _ ciales de un partido burocrático único y el poder autontano en diferentes sistemas totalitarios (Friedrich y Brzezinski, 1962). Acaso los institucionalistas tenían demasiada confianza en el poder configurador de los sistemas políticos democráticos. Fueron incapaces de tratar «teóricamente» con las indisputables y marcadas discrepancias entre la teoría institucionalista y la � práctica, cuando se establecieron constituciones ?emocráticas en países recién independizados después de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial (Huntington, 199 2) 11 . Los institucio­ nalistas contemplaron el emerger mayoritariamente inesperado de los gobiernos totalitarios en Rusia e Italia, y el fracaso de la Constitución de Weimar y la ascensión del nazismo como for­ mas desviadas de comportamiento político. Más aún, según crecían en fuerza los partidos comunistas marxistas radicales y otros grupos extremistas, especialmente en Europa, y comen­ zaron a desafiar no sólo la manera en que funcionaba la demo­ cracia sino la democracia en sí misma, se hizo obvio que debía prestarse más atención a los factores psicológicos, económicos, sociales y organizativos, de maneras al margen de las conven­ ciones del análisis institucional. Si incluso la mejor constitución democrática (Weimar) no podía garantizar que la democracia funcionase, había también una pléyade de ejemplos de países con buenas constituciones y malos gobiernos (la constitución 9 Los estudiosos alemanes, en particular. estaban preocupados por cómo consolidar jurisdicción y ciudadanía comunes y compartidas. 10 «El Estado del Bienestar es el resultado institucional de la asunción por una sociedad de responsabilidad e."(plfcita y legal y, por tanto, formal por el bie­ nestar bá�ico de sus miembros» (Girvetz, 1968, p. 512). Los ejemplos inclu­ yen el New Deal en los EE.UU., Beveridge en <? ran Bretaña, el Frente Po�u­ lar en Francia, y el emerger de los Estados soc1aldem6cratas, como Suecia. 11 Con la excepción de aquellos casos donde los territorios coloniales evolucionaron hacia sta/1/s de dominio bajo el Estatuto de Wesuninster de I 93 J y en el seno de la Commonwealth británica, Canadá, Nueva �el anda, Australia, Sudáfrica, y, en parte sorprendente, la India, la mayona de los csfuerz:os para establecer instituciones democráticas empleando un sistema de invernadero han fracasado. 544 545 '.' Los prim�ro� esfuerz?s extendid�s para llegar a la democracia por med10 de «mgen1ena social 111st1tuc1onahsta» tuvieron lugar en países que _ emerg1an de la ruptura de los imperios ruso, austro-húngaro y turco. Con _ pocas excepcmnes, como Checoslovaquia y Finlandia, tales esfuerzos fraca­ saron_(Headlam-Morley, J 929). Los segundos, incluyendo el proceso de des­ colonizac1ón tras la Segunda Guerra Mundial, han tenido éxito a duras penas. f:ºY los _esfuerzos_ para establecer la democracia en Europa del Este y Rusia siguen siendo mas una esperanza que una realidad. 13 Ello pennitió a futuros dictadores acusar de representar una herencia ne �colornal a aquellas constituciones democráticas que marcaron la transi­ cion a la independencia en muchos países antiguamente colonias. ambigüedad incluso mayor caracterizó el desa1T01lismo practica­ do por los EE.UU. en América Latina, bajo la Alianza para el Pro­ greso, que para muchos era simplemente <<neoimperialismo» -con mucho del «Tercer Mundo», con una autoprocJa.mada pero ambi­ guamente practicada «neutralidad» entre el «Primer» Mundo (Occidente) y el «Segundo» (URSS y otros países socialistas), rechazando la democracia en favor de Estados de partido único y el poder personal, con más o menos genuflexiones explícitas ante el socialismo (vagamente definido)-. En realidad, la política del desanollo estaba moralmente tan nublada que los principales paí­ ses metropolitanos se permitían ser casi tan manipuladores como manipulados. En efecto, el problema político era cómo combinar demo­ cráticamente descolonización con devolución de poderes, redi­ rigiendo el nacionalismo -esto es, cambiando jurisdicción des­ de lejos del Estado hacia él- dentro de un contexto de «nuevas naciones». El colonialismo se convirtió de este modo en tute­ lar más que en hegemónico. Haciéndolo así, se esperaba, las instituciones democráticas se convertirían en instrumentos del Estado en ciernes, un Estado desarrollista, positivo. Por la misma vía, esto impediría el «salto de etapas» -la alternativa comunista al Estado de partido único, «saltando» la «fase bur­ guesa» y procediendo directamente al socialismo. Lo que esta­ ba en juego en este caso eran dos concepciones muy diferen­ tes de «realidad subyacente». Para la primera, el mercado más la democracia (un mercado doble, económico y político), cons­ tituiría un equilibrio en movimiento dada la experiencia y la ayuda exterior. Para la otra, semejante etapa era por su propia naturaleza neoimperialista, hegemónica, sustituyente del control económico por el político. En este sentido, para uno la devo­ lución era el sustitutivo para l a revolución mientras que la revo­ lución era para el otro la alternativa a la devolución (convir­ tiéndose Argelia en uno de los ejemplos de lo último para Francia, Vietnam para los EE.UU., etcétera). Las atracciones en competencia entre la izquierda y la dere­ cha tuvieron también consecuencias en los países occidenta­ les. En Europa el equivalente de la devolución era el bienestar social y la socialdemocracia, no uno menor (como en Francia 546 547 soviética de_ 1936)12• El institucionalismo era inadecuado para la prueba impuesta por la ingeniería constitucional. Asumía que los ?aíses sin democracia eran democracias frustradas espe­ rando solo a ser liberadas. El resultado no mejoró cuando se hizo d� la democracia una condición de transición a la independen­ cia tras la Segunda Guerra Mundial (Huntington, 1992). 111. La «nueva» política comparada La «nueva» política comparada, con su énfasis sobre el cre­ cimien�o y el desarrollo, fue parte de un optimismo más general del penodo tras la Segunda Guena Mw1dial. Pero si la premisa Y la pr�mesa del desarrollo representaba al bien, el mal eran el comumsmo y la Guena Fría. En eJ oeste, lodo movimiento hacia la izquierda era una ganancia para la Unión Soviética. Tocio movi­ mient? hacia la democracia era una ganancia para los EE.UU. y �us aliados. El resultado de semejante maniqueísmo fue que, sin llTiportar cu� virtuosas fueran las políticas adoptadas para pro­ mover lo pnmero, eran en cierta medida moralmente diluidas (si no contaminadas) por la persuasividad del segundo. Eso dio al desarrollisrno una cierta ambigüedad, rápida.mente explotada _ por los paises l��1ados del «Tercer Mundo». Semejailte ainbigüe­ dad se extend10 a los esfuerzos al nivel de la conslrucción de instituciones, _ no tanto en términos de Europa (en el período de recuperación de posguerra incluyendo el Plan Marshall), sino en la «descolonización» de los territorios coloniales 13• Una o Italia) donde existían grandes part idos comunistas legales y bien organizados y financiados. Ello dio como fruto una vas­ ta literatura sobre la participación de los trabajadores (el «modelo yugoslavo»), democracia participativa (Pateman, 1970). Dosis modestas de socialismo se convirtieron en modi­ ficadoras apropiadas del capitalismo liberal. Una gran canti­ dad del análisis comparado se dedicó a la evolución y los pro­ blemas del Estado del Bienestar soc ial (Offe, 1984). Tales diferencias se manifestaron en dos aproximaciones alternativas al desarrollismo: las teor ías de la modernización y las teorías de la dependencia. Los teór icos de la moderniza­ ción abarcaban un muy diverso y déb ilmente ensamblado gru­ po de especialistas en estudios com parados como Gabriel Almond, Samuel Huntington, David E. Apter, Lucían Pye, Myron Weiner, Leonard Binder, Edward ShiJs y Talcott Parsons, así como una variedad de otros, algunos de quienes combinaban materiales de caso con libros sobre desarrollo comparado ampliamente analíticos. Si compartían una figura ancestral, ésta era Max Weber. La teoría de la dep endencia -cuyo ancestro putativo era Marx- era incluso más diversa, incluyendo eco­ nomistas como Paul Baran y André Gun der Frank, historiadores como Perry Anderson y Eric Hobsbaw m y politólogos como Ga'(in Kitching, Colin Leys y Benedic t Anderson. Para una buena parte del primer grup o, «descolonización más crecimiento más democratización » parecía ser una fór­ mula legitimada para la independencia, especialmente bajo el patronazgo del colonialismo tutelar (Shi ls, 1962). Para miem­ bros del segundo grupo, esa era una estrategia de hegemonía y dominación, y había que atacar semejan te fórmula en el prin­ cipio así como en la práctica. Como resultado, estudiosos que usaban mucho del mismo material y datos extraídos del mis­ mo país o de la misma muestra podían llegar a conclusiones completamente opuestas, siendo Ken ia un buen ejemplo (véa­ se Leys, 1974; Kitching, 1980; y Bie nen, 1974). Cualesquiera fueran los efectos de tal poli tización en la polí­ tica comparada corno campo, el resu ltado fue hacerla menos centrada en Europa y más interesada en cómo construir la democracia en países en los cuales no era indígena. Había 548 .. menos fe en los poderes configuradores de la const�tución el gobierno, y más en la necesidad ?e n proceso s_1mul�­ � _ �eo y mutuo de construcción de las rnst1tuc10ne � de abaJo ha�i_a responsabili­ asurrur que tuvo desarrollista Estado El arriba. dades para apoyar y estimular el desarrollo y, en efecto, co�­ trolar las consecuencias (Apter, 1965). Dentro del amplio esquema de trabajo de la teoría del desarrollo, estaba la asun­ ción explícita de que, más pronto o más tarde, el desarrollo _ valo es resultaría eventualmente en una copia de los rrusmos � sociales y culturales e instituciones clave que los de las soc1e _ � dades industriales -especialmente dado que �e asumia q e co � el crecimiento vendría una división del trabajo, la evolu�ión de _ y asi �u�e­ la clase media, empresa privada así com� pú?hca sivamente-. El éxito del desarrollo barrena leJos parroquiabs­ mos «tradicionales» y «primordialismos» (Ge�rtz, 1963) Y_ esta­ blecería precondiciones para la democracia. A cambio, l� democracia optimizaría las condiciones para el desarr�llo. Asi, , el Estado estaba me1·or preparado para beneficiarse de, segun • · mediar y controlar las consecuencias del crecimiento, el c�ecimiento generaría nuevas o�o�unidades dentro de las socie­ dades, favoreciendo las trans1c10nes estables .. Todo ello requería una mejor �ompre?sión de cultu as � y prácticas poco conocidas. Donde mst1tucionalist�s anteno­ res se ocupaban de la economía política en �onex.i�n �on el desempleo la política fiscal, el control del ciclo y similares, el nuevo é�fasis se situaba en las co�tinuid�des entre la «�ran _ transformación» de sociedades premdustnales a mdustnales en Occidente y su recapitulación dentro de lo que era den�­ minado crecientemente como el «Tercer Mundo» (Polany1, 1944) 14 _ El énfasis analítico se desplazaba d�sde el �stad� a las estructuras sociales -al igual que a cómo mtrodu�lf meJor los valores y principios culturales de la d�mocrac1a, cómo socializar y motivar a la población en térrrun?s de es?s valo­ res, cómo interiorizarlos mejor-. En estos térrrunos pod1an e�a­ minarse problemas referidos a cómo asegurar que los nac10., Resultada difícil sobreestimar el impacto de es1i:, rrnhajo snhrn nn� generación completa de comparativistas. 549 nalismos_, la fuerza movilizadora y conductora para la inde­ pendenc1� y la autonomía, vendrían a incorporar normas democráticas y valores políticos. Et� general, por lo tanto, el desarrollismo condujo a com­ _ paraciones de sociedades con instituciones políticas y prácti­ cas culturales ampliamente diferentes. La hipótesis central fue extraída de cómo evolucionaron las instituciones «modernas» en el oeste: el cambio desde lo teocrático a lo secular; desde el status � l contrato; precapitalismo al capitalismo; de las nocio­ nes estáticas del cambio social a las evolutivas· solidaridad orgánica y mecánica, de la autoridad tradicion�l a la legal; �esellschaft _Y Gemeinschaft; y para aquellos de una persua­ sión más :ad1cal, transformación desde el precapilalismo a la democracia burguesa y las perspectivas del socialismo. Estas distinciones a gran escala, refinadas en los estudios de cam­ po, formaron las bases para comparaciones centrándose en los problemas del cambio social y cómo favorecía o socavaba las poten�ialidades democráticas. Controlar y rectificar las deformaciones sociales incurridas en el proceso vino a definir el papel �rimario del Estado, siendo vista la política como u?� cuestión de mantenimiento del equilibrio político, la esta­ bilidad y la viabilidad. Donde tales deformaciones no pudie­ r� atenderse y los gobiernos fallasen en llegar a instituciona­ lizarse, crecen las posibilidades para los regímenes autoritarios y el «pretorianismo» (Huntington, 1968). Sería erróneo afirmar que cuanto más enfatizaba el cam­ bio social �a «?ue�a política comparada», menos preocupada estaba con wstttuc1ones políticas específicas. Pero en sus inten­ tos de aplicar, en forma de hipótesis, lo que se había aprendi­ d� de la transición desde la sociedad preindustrial a la indus­ tnal en el oeste, atribuyó tanta importancia al Estado como a la sociedad, con el poder siendo generado por diversas fuen­ tes, no todas ellas políticamente convencionales 15• En realidad, ,s R ecalcando métodos cualitativos antes que cuantitativos y esquemas _ de u-abaJO funcionales, los teóricos del cambio social se orientaron hacia el proble1:ia d� c?mo «equilibrar» normas apropiadns al desarrollo y la demo­ _ cracia, 111teno1:izarlas en la forma de un componamiento apropiado. sociali­ zarlas en térm111os de papeles y redes, lo cual a cambio reforzaría e institu- 550 lo que vino a ser llamado la distinción «tradición versus moder­ nidad» intentaba derivar valores y nonnas destacados que, inte­ riorizados y socializados, favorecerían transiciones ex.itosas tanto a la modernidad como a la democracia (al igual que iden­ tificar aquellos que fueran menos receptivos o más resisten­ tes). Para ello, los teóricos comparativistas pudieron inspirar­ se en un panteón virtual de historiadores sociales, sociólogos históricos y antropólogos -Max Weber, Emile Durkheim, Fer­ dinad Toennies, George Simmel, Vilfredo Pareto, George Ostro­ gorski, Roberto Michels, Robert Redfield, B. Malinowski, A. R. Radcliffe-Brown, E. E. Evans-Pritchard, Claude Levi-Strauss, y así sucesivamente- planteando cuestiones sobre la conex.ión entre creencias y prácticas sociales 16• El énfasis sobre la institucionalización, la interiorización y la socialización de las normas se inspiró particularmente en la teoría del aprendizaje importada de la psicología social y en la teoría del valor importada de la antropología política. Cómo respondían a la innovación culturas y grupos étnicos diferentes fue otro interés central, incorporando teorías de Erik H. Erikson (1968) sobre identidad, de David McClellend (1961) sobre «motivaciones del logro» y de John Dollard (1939) sobre la teoría de la frustración-agresión; este foco estaba represen­ tado por una amplia variedad de materiales de casos, desde las verdaderas comparaciones entre «tradicionalismo» versus «modernidad» (Eisenstadt, 1973; Rudolph y Rudolph, 1967) hasta teorías de la violencia política (Gurr, 1971), condicio­ nes de la integración política (Geertz, 1963) y análisis del con­ flicto étnico (Horowitz, 1985) 17 • Un buen número de estudios de modernización estaban fuertemente influenciados por los sociólogos, siendo tal vez el más influyente Talcott Parsons. Pero la comparación sistemácionalizaría las nonnas. Es la falta de «ajuste» enU'e eso lo que produce «defor­ maciones», cuya rectificación constituye el problema «político». 16 Puede decirse que el interés político en las culturas comienza con los estudios del carácter nacional. Véase, por ejemplo, Inkeles (1972). 17 Podría anotarse también la impo11ancia de los énfasis «psicológicos» aplicados al análisis de la violencia política (Gurr) y aproximaciones más psi­ coanalíticas por parte de Ivo K. Feierabend y Rosalind L. Fcicrabend. 551 tica de sociedades así como de sistemas de Estado, y en tér­ minos de resultados políticos, se reflejó en el trabajo de muchos otros, incluyendo a Seymour Martín Lipset, Philip Selznick, Daniel Bell, Artbur Kornhauser, Philip Converse, Ralf Dah­ rendorf, Morris Janowitz, Edward Shils y Alain Touraine. Entre sus preocupaciones estaban problemas de etnicidad, primor­ dialismo, y la necesidad de comprender los «valores centrales» de una sociedad y las respuestas variables de las culturas polí­ ticas ante el cambio (Apter, 1 1963, 197J)t 8• La econonúa política, que para los institucionalistas fue una materia de instituciones financieras, el papel del Tesoro y los bancos centrales y desde luego los problemas del ciclo econó­ mico o el significado del desempleo para la evolución de la democracia (Schumpeter, 1947, p. 47), se deslizó hacia el «desarrollo». Figuras principales del pensamiento liberal e influyentes en la política comparada usaron la teoría del mer­ cado, incluyendo a W. W. Rostow, W. Arthur Lewis (1957) y Albert Hirscbman, el primero, interesado por lo que podría­ mos denominar el «siglo americano», el segundo, con África y el Caribe, y el último con Latinoamérica. Fue en términos de teorías «alternativas» de economía polí­ tica cómo los comparativistas empleando la teoría de la «moder­ nización» llegaron a separarse de aquellos que se convirtieron en teóricos de la «dependencia». Los últimos representaban teorías críticas del capitalismo y el imperialismo, y ofrecían prescripciones alternativas para realizar el socialismo desde arriba, a través del Estado de partido único, por tanto «saltan­ do» la fase de democracia burguesa. La mejor representación de tales preocupaciones es la obra The Political Economy of Crowth (La economía política del crecimiento) de Paul Baran (1962), la cual influyó sobre diversas generaciones de depen­ distas en LatiJ1oamérica y contribuyó fuertemente a lo que se convirtió en un corpus de comparaciones desarrollistas radi18 En este caso la preocupación se refería al «tránsito institucional polí­ tico», por ejemplo, cómo y hasta qué punto sería posible «institucionalizar» las estructuras parlamentarias occidentales en el escenario africano. Véase Apter ( 1 1963, 1971 h). 552 cales, desde los materiales de caso (Leys, 1974) hasta los estu­ dios más comparativos de Frank, Cardoso, Suret Canale y Amín, inspirándose no en menor medida en los trabajos de Alt­ husser, E. P. Thompson y Poulantzas, pero mcorporando tam­ bién el trabajo de muchos otros. Si la teoría del desarrollo, sea en la forma de los estudios de modernización o la teoría de la dependencia, se vio cogida por los conflictos de la Guerra Fría según éstos se manifesta­ ban en el Tercer Mundo, tales conflictos se reflejaron también en las diferencias entre metodologías comparativistas, como el funcionalismo versus el análisis dialéctico t 9 • La primera favoreció la teoría del equilibrio en un contexto de capitalismo libe­ ral como fundamento para la democracia. La otra favoreció la teoría del conflicto en camino hacia el socialismo. Dependiendo de la perspectiva que se adopte, el naciona­ lismo podía tomar varias formas: absolutista (Anderson, 1986); como vehículo para la mtegración (Apter, t 1963, 197 lb; Cole­ man, 1958); pretorianismo (Huntington, 1968); movilizador de apoyo creando un discurso nacional (Anderson, �991); u�ª , fuerza para la transformación, empleando los parl.ldos pohtl­ cos y el Estado de partidos como instrumento (Gellner, 1983; Hobsbawm, 1990); una fuerza desintegradora (Migdal, 1988); o en sus diferentes contextos, virtualmente todas estas cosas (Álmond, Flanagan y Mundt, 1973). Tales asuntos fueron mcorporados tanto en comparaciones amplias como en estudios de caso que examinaban en profw119 La teoría de la modernización y la de la dependencia se convirtieron en adversarias mutuas. La primera re.�altaba la construcción de las instituciones en un contexto de crecimiento económico. La otra resaltaba las contradicciones del crecimiento bajo el capitalismo, con su pasado neocolonialista, Y ponía de relieve las consecuencias políticas «necesarias» del neoimperialismo. Cada una constituyó una «teoría críúca» de la otra. Cada una favoreció un progra­ ma extensivo de materiales de caso y comparativos. Ambas han sido aplica­ das a los principios desarrollistas de la economía política y ambas en el seno _ de los países industriales (metrópolis) y los países del Tercer Mundo (peri­ ferias). A posteriori, los estudios de modernización dieron demasiada poca relevancia al Estado como un actor en sí mismo mientras que la teoría de la dependencia lo trató como una agencia de los poderes y clases he11cmc'l uicas. didad los grandes temas del cambio, el desarrollo, la hege monía, el pod e r20. Fuera d e e stos componentes y p ersuasion es muy diversas apareció una amplia vari edad de comparacion es amplias y etnografías políticas. Trataban con comparaciones entre y den­ tro de los países del Tercer Mundo, por lo gen eral Estados de partido único, autoritarismo y los problemas planteados por el reforzamiento de las division es sociales por el poder democrá­ tico estable. Virtualmente todos los aspectos de la sociedad fue­ ron examinados por las implicacion es para la vida po lítica, incluyendo los efectos y cons e cu encias de la educación y los sistemas educativos, el papel y lugar de las elit es, la cultura cívi­ ca y su socialización en comunidades cívicas (Al.mond y Cole­ man, 1960; Coleman, 1965; Almond y Verba, 1963)21• Un énfa­ sis crucial en todas las partes fue la importancia de la ideología, particularment e el nacionalismo como wrn alternativa a o en conjunción con la radicalización. El nacionalismo se convirtió en la bas e para el examen de la legitimidad, la movilización par­ tidista, los movimi entos de masas, el populismo y el lide razgo, e n particular s e gún s e relacio naban con el autoritarismo y eJ rechazo de la democracia (Ionescu y GeJlner, 1969; Linz y Ste­ pan, 1978; O'Donn ell, 1973). Una d e las críticas más extendidas hacia ambas, teorías de la depend encia y la modernización, (esto es, hacia el desarro­ llismo en general) fue que la política parecía reducirs e a refl e­ j os de los procesos sociales o económicos. Si los desarrollis­ tas criticaron a Jos instirucionalistas por su incapacidad para tratar de manera t eóricamente satisfactoria con las discrepan­ cias entre el poder configurado r del Estado y las complejida­ des de la vida social que confundieron a las constitucion es 10 Dentro de los confines de un único caso, la comparación tendía a ser diacrónica, es decir, mostrando cambios internos a través del tiempo. Las comparaciones más amplia� tienden a ser sincrónicas. 11 En realidad, apareció un co11Jus de materiales genuinos -incluyendo el trabajo de LaPalombara, Weiner, Pye, Coleman y Binder sobre burocracia, la penetración de las instituciones occidentales en escenarios no occidenta­ les, y un conjunto de asuntos semejantes- principalmente bajo los auspicios del Comité sobre Política Comparada del Consejo de Investigación de la Cien­ cia Social. 554 mejor llevadas, pecaron también en la dirección contraria con sus amplias t eo rías (Tilly, 1984). IV. Neoinstitucionalismo Lo que denominamos «ne oinstitucio nalisi:n?» combi11a las preocupacion es de los institu�ionalistas � ás v1eJoS con el desa­ rrollismo . Devo lviendo al «sistema político» a una etapa c en­ tral, combina un interés en lo que ahora se llama «países menos desarrollado s» con el interés por Euro pa. Pu ed e d ectrs e del n e oinstitucio nalismo que se ha desarrollado más allá de una preocupación general por la democracia pluralista (?ahl, 1982; _ _ Dogan, 1988). Incorp ora el comportami e�t� político, mc lu­ yendo el compo rtamiento del voto y el aná�s1s_ de las fortunas cambiantes de los partidos políticos y e l s1gmficado de esos cambios para el Estado (Lipset y Ro kkan, 1?67; Rokk an, 1970) _ _ y los problemas de las elit es y la democratizac1ó� (Lmz Y S�e­ pan, 1978). Particularmente preocupados por el b1�ne�tar social y las alt ernativas sociald em ocráticas al autor�t�nsmo , los n eoinstitucionalistas se desplazaron desde las v1eJa� preoc�­ paciones de los institucionalistas P?r la Gran � epres1ón hacia la gen e ralización de l Estado del Bien estar �oc1al, del c�al lo� experimentos sueco y holandés con la socialdemocr�cia, asi como el Partido Labo rista británico, re pr es entaro n eJ emplos significativos 22. P or to das partes en Europa, a� emás, ha?ía movimientos político s en favor de una may o r mterven c1ón _ de l Estado en defensa de sus ciudadano s más desfavorecidos. El énfasis comparativo se po nía sobr e los pa�tidos políti­ _ cos, cómo funcionan, cómo s e forman las coali� iones, cómo cambian las actitudes públicas y el papel de las elites, las buro­ cracias y los políticos dentro de los diferenl� tipos de reg�e�es. Donde e.l desarrollismo resaltaba la necesidad del crecimien­ to como una vía de contiibuir a la democracia, los neoinstitu� El último, como resultado de un sentido general de obligación por par­ te de un gobierno agradecido a sus ciudadanos y veteranos de regreso tras la Segunda Guerra Mundial. 555 cionalistas exarrúnan la manera en la que los gobiernos afron­ tan las consecuencias negativas del crecirrúento, incluyendo los problemas ambientaJes y de polución y la absorción de los emigrantes, donde la marginaJización ele los trabajadores indus­ triales y la polarización entre una elite funcional y una cre­ ciente infraclase formada por los funcionalmente superfluos exacerba las tensiones y promueve el extremismo. Incluye, tam­ bién, explicaciones para la inversión del Estado del Bienestar social y socialdemócrata y una vuelta al Estado liberal que fue la principal preocupación de los institucionalistas, no menos en términos de cuestiones de gobernabilidad bajo condiciones en las que las políticas más eficaces no son políticamente posi­ bles, y las políticas más posibles políticamente no son efica­ ces (Leca y Papini, 1985). Finalmente, tales materias están sien­ do evaluadas contra el telón de fondo y las consecuencias de la ruptura ele la Unión Soviética. Si el fin de la Guerra Fría ha proporcionado una tercera ronda de oportunidad democrática, así mismo existen también nuevas oportunidades para el sec­ tarismo étnico y el fundamentalismo religioso, ninguno de los cuales fuera anticipado o descrito con las teorías del «cambio social»23 • Donde los desarrollistas y los neoinstitucionalistas más se aproximan es en lo referente a su interés por las «transiciones» a la democracia. Los últimos emplean estrategias algo dife­ rentes para analizar ese problema. La más convencional es la comparación amplia basada sobre casos históricos, usando las clases y la formación del Estado dentro de lo que podría llamarse un marco «posweberiano». Los primeros ejemplos incluyen los trabajos de Reinhard Bendix ( 1964) y Barring­ ton Moore (1966). Ejemplos más recientes incluyen a Skocpol (1979) y O'Donnell, Schrnitter y Whitehead (1986), donde los tres primeros usan comparaciones entre Francia e Inglaterra, la India y Japón, Rusia y China, tanto en términos de clases 23 Europa del Este ha reemplazado hasta cierto pun10 al Tercer Mundo como foco para la «ingeniería constitucional» así como la transfo rmación de los antiguos sistemas socialistas al capitalismo. Por la misma razón había un interés creciente por el colapso de los regímenes democráticos. Véase Linz y Stepan ( 1978). 556 como en términos del papel de la burocracia y el Estado, y, el último, ejemplos latinoamericanos. Todos extraen inferencias generales sobre la formación del Estado en términos de demo­ cracia y totalitarismo. Otros analistas han resaltado el vínculo entre el capitalis­ mo industrial y la democracia parlamentaria, el papel históri­ co crítico del trabajo (Rueschemeyer, Stephens y Stephens, 1992), y el significado de la protesta social y el activismo antiestatal en general (Tilly, 1978; Tarrow, 1994)24. En este caso puede argumentarse que si bien el capitalismo parece ser con­ dición necesaria para la democracia, ciertamente no resulta suficiente (Lipset, 1994). Se ha producido también un énfasis renovado sobre los estudios estadísticos comparando factores tales como educa­ ción, tasas de crecimiento y urbanización. La obra de Inkel�s y Smith, Becoming Modem (1974) -empleando una multi­ plicidad de variables para medir jerarquía, estratificación, estabilidad y así sucesivamente, en seis países-, fue quizás una inciadora. Y, en una dirección contraria, la economía polí­ tica se está aplicando ahora a casos particulares como Fran­ cia. Entre las preocupaciones crecientes más allá de tales estu­ dios están la concentración y dispersión del poder en los regímenes parlamentarios, y la centralidad ele los sistemas electorales y el comportarrúento del voto. Variaciones sobre tales temas incluyen las posibilidades del «consociacionalis­ mo» -con su énfasis sobre cómo establecer instituciones democráticas viables frente a divisiones sociales profunda­ mente asentadas-, desarrollado originalmente en el estudio de caso sobre divisiones políticas en Uganda (Apter, 1961), se extendió primero a los Países Bajos y luego por parte de Lijp­ hart (1977, 1984) y otros, a una variedad de otros contextos, desde Austria hasta Sudáfrica, usando teorías sobre la «gran coalición» y mecanismos de veto mutuo para establecer ten­ dencias a favor o en contra de la democracia. Todavía otro de 24 El último, un campo en crecimiento, incluye trabajo comparativ:> sobre movimientos sociales en Polonia, Chile, Francia y en 01ros lugares por par­ te ele Alain Touraine, Charles Tilly y Siclney Tarrow. 557 l?s énfasis se sitúa sobre el juego entre los subsistemas polí­ ticos, cómo se crean las oportunidades para «acuerdos nego­ ciados» (Di Palma, 1990). Otra tendencia importante en el neoinstitucionalismo es el uso de la teoría de la elección racional, que está siendo apli­ cada de manera más y más frecuente a la cuestión de la demo­ cracia en términos de lo que podría denominarse el «merca­ do doble», la intersección entre el mercado económico y el político -una aproximación de la que fueron pioneros Downs (1957) y Olson (1965; 1982) y fue desarrollada en una varie­ dad de contextos por Hechter, Bates, Laintin, Rosenbluth y otros-. Para Przeworski (1991), el elemento crucial en la supervivencia de los regímenes democráticos reside en su capacidad para generar incentivos tales que los grupos polí­ tico� que pierdan tienen todavía más que ganar de la compe­ tencia dentro del marco democrático que de lo que ganarían subvirtiéndolo. En contraste con ambos, los viejos institu­ cionalistas y los teóricos de la modernidad (como Hunting­ ton, por ejemplo), asumirían que no es necesario creer en el orden democrático para apoyarlo. Lo que cuenta más para Przeworski es si se están cubriendo las necesidades econó­ micas, y el grado en que las reformas resultan en desempleo, pobreza y reducción de la desigualdad. Con estas preocupa­ ciones, no sólo han vuelto a resultar centrales las instituciones de gobierno, sino que también lo han hecho los problemas en los Estados del Bienestar social y socialdemócratas occidenta­ les, incluyendo cómo pagar programas compensatorios y otor­ gador�s de prestaciones, planteando preguntas sobre el papel apropiado y el alcance del gobierno y los límites ele la inter­ vención estatal. No se olvida a la cultura política. Usando Italia como estu­ dio ele caso en un contexto de política regional, Putnam (1993) argumenta ele manera bastante convincente que es la presencia o la ausencia de las tradiciones cívicas, la comunidad cívica, lo que constituye la variable clave. Su enfoque combina una parte del trabajo de los teóricos de la modernización con una preo�upación con los arreglos institucionales particulares, apoyandose tanto en las formas cuantitativas como cualitati- vas de análisis, dentro de la tradición configurativa del insti­ tucionalismo. Finalmente, la economía política ha combinado con las com­ paraciones institucionales en Europa, incluyendo respuestas por parte de los partidos políticos a los cambios en la economía, la integración europea, y por supuesto la desaparición del socia­ lismo no sólo en Europa del Este y Rusia, sino también el decli­ ve del socialismo y la socialdemocracia en el oeste. Entre los intereses presentes se encuentran cómo sostener el Estado de Bienestar social y el socialdemócrata, el impacto del declive de la izquierda en general sobre los alineamientos partidistas, y preocupaciones tan específicas como la transformación del Partido Laborista británico hacia la aceptación de los principios del mercado y contra la nacionalización, la fase desnacionali­ zadora del miterranismo y la fraccionalización del Partido Socia­ lista en Fra11cia, y así sucesivamente. Hay debate acerca de en qué medida la democracia es una función de sus procedimien­ tos y su eficacia, y en qué medida ele tradiciones culturales pre­ vias o transformaciones culturales (véase, por ejemplo, Ingle­ hart, 1990; Abramson e Inglehart, 1995). Estas preocupaciones más específicas encajan en compa­ raciones más amplias entre, por ejemplo, países escandinavos u otros países socialdemócratas como los Países Bajos o Fran­ cia, Estados «fuertes» o intervencionistas que tienen altos cos­ tes sociales per cápita y elaborados programas de bienestar. Entre algunos tratamientos recientes y significativos de tales materias pueden incluirse los trabajos de Peter Hall (1986), John Zysman (1983) y Peter Katzenstein (1978)25 . El neoinstitucionalismo, por tanto, es menos constitucional que el viejo, y más dependiente del análisis económico en cuan­ to que trata con la política monetaria o fiscal, los bancos, los mercados y la globalización. Pero se preocupa también con la localización de cambios en el proceso legislativo, giros en la política de partidos largamente establecidos (como el impac­ to de miterranismo, el tatcherismo o el reaganismo sobre los principios y prácticas del gobierno), por no hablar de las nue- 558 559 2; Véase también Sen (1984), Lipton (1980) y Lindblom (1977). vas formaciones sociales, coaliciones y similares según afec­ tan al Estado. Como el viejo, está relacionado con el Estado como una instrumentalidad por propio derecho, con sus ten­ dencias y necesidades propias, y, en cuanto que poder confi­ gurador, con cómo determina la naturaleza de la sociedad civil. En general puede decirse que el neoinstitucionalismo está más conectado con la teoría po.lítica y social, y menos con la filo­ sofía política, que su predecesor, y también más comprometi­ do con la economía política. Se presta atención renovada a la importancia ele las estruc­ turas legales, el significado de su presencia o ausencia en, diga­ mos, Rusia o Clúna -por no hablar de las instrumentalidades específicas por medio de las cuales instituciones representati­ vas derivan su legitimidad del consentimiento de los goberna­ dos-. Por encima de todo, el neoinstitucionalismo nos devuel­ ve a la eterna cuestión del significado de la proporcionalidad en los sistemas políticos, la pregunta original de Platón así como de Rousseau, quien fue explícito acerca de la necesidad del gobierno como un sistema de proporcionalidades mutuas entre riqueza y poder, gobernantes y gobernados26• V. Una evaluación Este repaso muy breve de algunas de las tendencias más nuevas en el análisis comparado no puede, por supuesto, hacer justicia a las variedades que se están emprendiendo hoy en día en la política comparada. Lo que debería entenderse tam­ bién es que con cada cambio en el foco analítico de compara­ ción, se invocan distintos ascendentes intelectuales; y con cada vuelta de tuerca analítica viene un giro en los métodos com­ parativos y las estrategias operativas (cuantitativa y estadísti­ ca, procesos estocásticos, análisis de sendas, análisis de redes, así como funcionalismo, estructuralismo, análisis de coalicio­ nes y vectores, ecología social, y así sucesivamente) (Golem­ biewski, Welsh, y Crotty, 1 1968, 1969). Ha habido también bue' 6 Véase la discusión de la proporcionalidad en Masters ( 1968, pp. 340-350). 560 nas colecciones sobre estas materias: los primeros de Eckstein y Apter y su Comparative Politics (1963) y esfuerzos ciclópe­ os para cubrir el alcance del campo como el Traité de Science Politique de Grawitz y Leca (1985), así como esfuerzos más modestos como Le Développement Politique de Badie (1980), How to Compare Nations de Dogan y PeJassy (1984), New Directions in Comparative Politics de Wiarda (1985), y Com­ parative Political Systems de Andrain (1994). Como se sugi­ rió originariamente, estos estilos diferentes de análisis han sido acompañados por un interés constante en el uso de métodos, las unidades apropiadas para la comparación, qué principios teóricos e ideas usar para las hipótesis, qué técnicas propor­ cionarán covarianza, y qué constituye las bases de una expli­ cación válida. Los asuntos van desde el «problema de N» ver­ sus el estudio de caso hasta las virtudes y deficiencias de las grandes teorías (Skinner, 1985), y lo que Tilly (1984), atacan­ do a las teorías de este último tenor, ha llamado «grandes estructuras, grandes procesos y vastas comparaciones». Cual­ quiera que sea el énfasis, el análisis de política comparada más nuevo ha tendido a emplear una variedad de métodos empíri­ cos, funcional, analítico, cuantitativo, estadístico, en contra de las comparaciones descriptivas (país por país, institución por institución). Existe siempre un problema con cómo incorporar de la mejor manera preguntas teóricas e hipótesis en los materiales de caso, de modo que no ilustren simplemente lo que ya se sabe (un efec­ to de reforzamiento), o simplemente añadan detalles sin un incremento sustantivo del conocimiento general (un problema de trivialización). La ventaja de los estudios de caso es su pro­ fundidad, su preocupación con las características internas de la vida social y política. El problema es cómo lograr el equili­ brio correcto. Pocos estudios de caso que contengan una des­ cripción detallada de la política han tenido mucho impacto sobre la política comparada, excepto para fines ejemplificativos. Aque­ llos que hacen trabajo de campo a menudo están parroquiali­ zados por estudios de área o de país y antiteóricos, pues el cono­ cimiento detallado tiende a volver difícil la generalización. No siempre es éste el caso, los estudios de campo como los de 561 Geertz, Coleman, Apter, Ashford, LeRoy Ladurie, Furet, Lewin, Tucker, Scalapino, en contextos tan variados como Indonesia Y Man-uecos, África, Japón, China, Francia, Rusia (por tomar algu�os más o menos aleatoriamente), todos aportan una teoría amplia que sostiene situaciones específicas. Temas mayores se enc�rnan_ en estudios de casos como Nigeria, Background to Natzona!ism, de Coleman (1958), Ghana in Transition, de Apter ('1963, 1971b), o Political Kingdom in Uganda ( 1 1961, 1996), C/ass and Ec�nomic Change in Kenya, de Kitching (1980), The State and Soci�ty, de Stepan (1977), The Tramfonnation of Poli­ _ f/ca! Culture tn CL�ba, de Fagen (1969), lnterest Confiict and _ Pollflcal Change m Brazil, de Schmitter (1971), y Chinesse Village, S�cialist State, de Friedman, Pickowicz y Selden (1991), por menc10nar sólo unos pocos. Ninguno de estos estudios es sim �lemente un ejercicio en el conocimiento detallado, ni apli­ ca simplemente lo que ya se sabe teóricamente a países parti­ culares. Todos han contribuido al cuerpo de conocimiento teó­ rico para prop�rcionar tanto riqueza a la política comparada como, en ocas10nes, una comprensión más fenomenológica �orno el énfasis de Geertz (1973) sobre la «lectura» de la polí­ ltca �� tanto que te�to social. Más aún, una significativa pro­ por;�on de los estudJOs que han tenido mayor impacto sobre la pohllca comparada por medio de los materiales de caso están hechos no por especialistas de área sino por personas ajenas al asunto causando algunas veces gran debate entre comparati­ vistas y especialistas de estudios de área27• Sin embargo, no hay nada como un buen estudio de caso para revelar los defectos de las teorías comparativistas sobre­ generalizadas, pues trata con las conexiones entre subsistemas intr�duce valencias y variables que una perspectiva desde eÍ gobierno central o nacional pueden oscurecer. Puede servir como un antídoto también para las teorías de la elección racio1�al que elevan �I nivel de racionalidad al nivel del sistema polí­ llco como un sistema completo, cuando pueden estar implica­ das una gran variedad de otras racionalidades en subsistemas 27 Sólo ha de pensarse en las controversias levantadas por la ob ra Swres 011{/ Social Revoh11iom ele Thetla Skocpol ( 1979). 562 y subconjuntos que perjudican al centro pero tienen razón de ser para los implicados. Desde luego, la necesidad de análisis más próximos al caso varía de acuerdo con las cuestiones que estén siendo plantea­ das. Mucho depende de los requerimientos de conocimiento en profundidad donde tal conocimiento esté disponible, como con China, o como con Japón, donde resulta difícil trabajar sin conocimientos del idioma, historia, cultura, arte, y así sucesi­ vament�. Semejante conocimiento puede faltar en países como los de Africa, donde había pocos materiales escritos anterio­ res al colonialismo, con la excepción quizá de los países ára­ bes, y donde la recuperación del pasado puede requerir del empleo de la tradición oral. Pero una de las mejores razones para el trabajo de caso, además de estos requerimientos más obvios, es que un buen caso puede temperar teorías amplia­ mente comparativas que tienden a volverse obvias y sobrecar­ gadas antes que agudas. Más aún, las teoáas comparativas se ven demasiado a menudo «sorprendidas» por eventos que sus teorías no sólo no pudieron predecir sino ni aislarlas contra ellos, siendo la explosión de la URSS un buen ejemplo. Si se aplica un estándar difícil como la prcdictibilidad al estudio de la política comparada resulta claro que no es mejor o peor que cualquiera de los otros subcampos de la Ciencia Polí­ tica, o más generalmente de las ciencias sociales. ¿Simplemente hay demasiadas variables y resulta difícil saber cuáles son las más destacadas? ¿Cuánto depende la democracia de «prerre­ quisitos» de cultura o educación, o elites cívicas específicas? ¿Cuánto dependerá de experiencias percibidas como negativas con el poder autoritario? Ninguna de estas preguntas puede res­ ponderse de manera decisiva. Tampoco pueden establecerse algunos niveles mínimos de condiciones sociales. Concluyen­ do su repaso del análisis comparado de la democracia, Lipset (1994) argumenta que, aunque resulta posible extraer conclu­ siones desde las experiencias y características de países en vías de democratización por conelaciones entre democracia y crecimiento económico y cambios en estratificación, hay dema­ siadas relaciones significativas para que éstas sean concluyen­ Lcs. Más generah11ente podemos estar de acuerdo en que «ciada 563 la n_aturale�a multivariable de cualquier nexo causal que se _ sugiera, es mev1table que cualquier variable o política dadas sean asociadas con resultados contradictorios». Si así es, ¿qué puede decirse en favor del análisis político comparado? En algún caso, sensibiliza a los observadores fren­ te a las diferencias entre sus propias sociedades y otras, y fren­ te a algunas de las consecuencias de la diferencia. Hace cons­ ciente de las complejidades y multiplicidades de la interacción entre normas, valores, instituciones y estructuras sociales, y _ las variadas formas de comportamiento político que, incluso cuando parecen semejantes a las propias, pueden significar no obstante cosas completamente diferentes para aquellos impli­ cados en ellas. Para las grandes cuestiones -cambio relativo al desarrollo noc��ne� cambiantes de equidad y justicia, las proporciones ; equilibrios entre equidad y distribución, opción y orden- pue­ den hacerse proyecciones, anticipar, llegar a ser conscientes de las consecuencias (Apter, 1996). Puede distinguirse cómo el mismo comportamiento en un escenario lleva a resultados dife­ rentes en otro. Por ejemplo, la asunción del riesgo, que es esen­ cial para la innovación emprendedora, puede también produ­ cir y alimentar violencia (Apter, 1996). Pueden también anticiparse problemas significativos (problemas de políticas concretas, formas parroquiales de nacionalismo localismo sec�arismo, y el resurgimiento de barreras étnica;, religiosas: raciales o de otro tipo) conducentes a menor tolerancia antes que a mayor, y con sus peligros de un pluralismo negativo más que positivo. En estos términos, el declive de la izquierda ha dejado un «espacio» para el renacimiento primordialista en el que se entiende Ja democracia no como primera consideración sino como última. Otra cuestión crftica es cómo los sistemas políticos democráticos tratarán con las conexiones entre inno­ vación y crecimiento, por un lado, y marginalidades (econó­ micas, sociales, étnicas, religiosas), por otro. Finalmente, puede preguntarse si puede o no haber un «exceso» de democracia, que sobrecargará sus capacidades y resultará en un ajuste demasiado fino de sensibilidades morales. En nombre de la democracia los intereses pueden llegar a elevarse al 1�ivel de derechos, redu� 564 ciendo las perspectivas de soluciones negociables y generando hostilidad y antagonismo mutuo, menor antes que mayor tole­ rancia, y escasas antes que muchas opciones políticas. Desde luego, incluso si la democracia es un sistema uni­ versal, sigue abierta la cuestión de cómo adaptarla a las varia­ ciones de las circunstancias, viejas y nuevas, que tendrá que confrontar, sin olvidar asociaciones extraterritoriales, regiona­ lismo, globalismo, y una variedad de asociaciones políticas y funcionales, privadas y públicas, que pueden alterar el carác­ ter de soberanía y arrojar dudas sobre la sacralidad de los lími­ tes territoriales. Pese a la necesidad de variación adaptativa, lo que realmente sugiere en sí misma, tentativamente, es una conclusión controvertida. Examinando estas diferentes apro­ ximaciones -institucional, desarrollista, neoinstitucional- sus énfasis diferentes y estrategias de investigación y el vasto cor­ pus de estudios empíricos, uno se ve forzado a concluir que parece existir un conjunto de instituciones especffico y relati­ vamente reducido que permite funcionar a la democracia en cualquier sentido significativo. A pesar de «experimentos» a favor de lo contrario, existe sólo un número limitado de posi­ bilidades estructurales para el Estado democrático. Ninguna fórmula democrática alternativa dramáticamente nueva ha reemplazado lo que los socialistas una vez motejaron como democracia «burguesa». Ninguna fórmula de diseño democrá­ tico culturalmente específico, ajustada de manera única a las particularidades de un solo país, ha emergido en ninguno de los sentidos fuertes del término. Puede que la democracia ten­ ga formas «vernáculas», pero por el momento, y por mucho, su forma de tratar con los problemas de la vida política contem­ poránea no resulta muy satisfactoria. Bibliografía P. R. y lNGLEHART, R., Value Change in Global Pers­ pective, Ann Arbor, Universíty of Michigan Press, 1995. ALMOND, G. y COLEMAN, J. S., The Politics of the Developi11g A reas, ABRAMSON, Princeton (N. J.), Prínceton University Prcss, 1960. 565 - Y V ERBA, S., The Civic Culture, Princeton(N. J.), Princeton Uni­ versity Prcss, 1963. - FLANAGAN, S. C. Y MUNDT, R.(eds.), Crisis, Choice and Chan­ ge, Boston, Little, Brown, 1973. ALTIIUSSER, L., For Marx, Londres, Penguin, 1969. AMIN, S., Class and Nation, Historically and in the Current Crisis, Nueva York, Monthly Review Press, 1980. ANDERS0N, B., fmagined Communities, Londres, Verso, 1991. ANDERS0N, P., Lineages of the Absolurist State, Londres, Verso, 1986. ANDRAIN, C. F., Comparative Po/itical System, Armonk (N. Y), M. E. Sharpe, 1994. 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