Subido por Yehoshua Gutnav

2. David, After. Política comparada lo nuevo y lo viejo

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15. Política comparada: lo viejo y lo nuevo
DAVlD E. APTER
l. Introducción
Desde el comienzo, comparar ha constituido una ?1ane�� par­
ticular de conectar ideas derivadas desde 1� filosofí� política "!
,
la teoría a los hechos y fenómenos empmcos. �l enfa�1s p�1mario se refiere al poder. El propósito es determmar que vana­
ciones implica la diferencia entre las maneras en que puede des­
_
plegarse el poder -no el po?er en gene:�' desde luego, smo e
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cuanto que organizado en sistemas políticos y �en�rado a mve
les nacionales y subnacionales-. Interpretar el s1g1úficad? de las
diferencias en los usos y distribuciones del poder por s1ste�as
políticos diferentes es la empresa c�1:1ún subyacente en vanas
aproximaciones alternativas a la políttc� comparada.
,_
Antes de examinar cómo ha evoluc10nado la polít1�a com­
parada, parecen preceptivas algunas de��ciones clarificad�­
ras. Cuando hablamos de «sistema» político, queren:1os declf
que sus componentes son interde?endientes, ;1n camb10 en �n o
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implica cambios en otros. :i, os s1st�ma� polític?s, en el rrum­
_
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mo, tienen como responsabilidad pnmana (podría denommru.:se
su función original) el mantenimiento del orden sobre JUns535
dicciones defüúdas, para lo cual poseen el monopolio sobre
la fuerza coactiva. Llamamos Estado a las jurisdicciones sobe­
ranas (Poggi, 1990). «Gobierno» es el medio principal a través
del cual los sistemas políticos funcionan. «Sociedad civil» se
refiere a aquellas redes de la sociedad (como las organizacio­
nes del _v�luntariado, las ONG, servicios de educación priva­
da o religiosa, etc.) que están fuera del control del gobierno 0
del Estado aunque realizan funciones públicas (escuelas, etc.).
Cómo interviene, y la manera en que se delimita su poder defi­
ne el tipo o carácter del Estado (democrático, autoritario, etc.).
«Democracia», de acuerdo con Scbumpeter (1947, p. 269),
puede definirse como «aquella disposición institucional para
llegar a decisiones políticas en la que los individuos adquieren
el poder para decidir, por medio de la lucha competitiva por
el voto de la gente». En el grado en el que el gobierno inter­
venga en la sociedad civil hablamos del «Estado fuerte» (Birn­
b�um, 1982), esto es, aquel en que el gobierno acepta un alto
ruvel de responsabilidades por el bienestar de sus ciudadanos.
Donde tales responsabilidades son cumplimentadas por cuer­
pos fuera del Estado hablamos de una «sociedad civil fuerte»
(Badie y Birnbaum, 1983). Sin embargo, no existe una corres­
pondencia clara o incluso necesaria entre la intervención del
gobierno y el beneficio social.
Fuertes o débiles, democráticos o autoritarios, los siste­
mas políticos son importantes en la medida en que sean «con­
figurantes», esto es, en la medida que establezcan leyes y órde­
nes que efectivamente gobiernen la conducta política. Sin
e�bargo, la adaptación entre el comportamiento político pres­
ento _ y el real varía extensivamente en tiempo y lugar. Según
los cmdadanos del Estado o los individuos y grupos en la socie­
dad civil cambian y eluden el comportamiento prescrito, a
través de medios legales o legislativos o por medio de accio­
nes de confrontación (reflejando una variedad de circunstan­
cias), el resultado es cambio en valores y creencias, alteracio­
nes e1� principios de justicia, o modificaciones en la búsqueda
_
de obJet1vos altamente valorados. Por lo tanto, incluidos entre
las preocupaciones críticas de la política comparada están lo
bien que los diferentes tipos de sistema político resultan «con536
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figurantes» en realidad, cómo pueden_ estab
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1 El vínculo entre ellas puede así ser difícilmente separado de los méto­
dos comparativos, los cuales, sin embargo, requerirían un 1ratamiento mayor
del espacio del que disponemos aquí.
537
civil y el Estado (si en términos de parentesco, cuerpos ecle­
siásticos, movimientos políticos, partidos políticos o sistemas
electorales).
Entre la variedad de enfoques comparativos, se destacarán
tres para su examen: institucionalismo, desarrollismo y neoins­
titucionalismo. El primer enfoque tiende a centrarse sobre los
funcionamientos específicos de ]os sistemas políticos per se:
presidencial y parlamentario, unitario y federal, partidos y vota­
ciones, comités y elecciones. El segundo enfoque incorpora
teorías amplias del cambio social. El tercer enfoque combina
ambas. El institucionalismo constituye la base de la política
comparada. Continúa siendo fundacional2. Incluso los textos
más recientes siguen siendo «institucionalistas»3 • Esto es, des­
criben cómo funciona el sistema político de un Estado deta­
llando Ja estructura y funcionamiento del gobierno y sus prác­
ticas. Lo que acabó por llamarse la «nueva» política comparada
-desarrollismo (político y económico)-ponía más énfasis sobre
el cambio social antes que en las técnicas de gobernación, y
al hacerlo así se aprovechaba de manera considerable de otras
disciplinas de la ciencia social. En cambio, el «neoinstitucio­
nalismo» no sólo volvió al Estado sino que modificó las preo­
cupaciones de los desarrollistas hacia una dirección de mayor
operacionaJismo, más ajustada al modo en que funcionan los
sistemas políticos y los Estados.
II. Institucionalismo
El institucionalismo fue el enfoque más o menos exclusivo
en la política comparada, hasta, y también bastante después, de
la Segunda Guerra Mundial. Su énfasis original se situaba en
Ja ley y Ja constitución, sobre cómo evolucionaron en sus dife-
rentes formas e] Estado, la soberanía, las jurisdicciones, y los
insuumentos legales y legislativos. Eran significativas las varian­
tes distribuciones de poder y cómo se manifestaban en las rela­
ciones entre la nación y el Estado, el gobierno central y local,
la administración y la burocracia, las prácticas y principios lega­
les y constitucionales. Semejante evolución comenzó en la
Antigüedad cuando las ideas del sistema político se articula­
ron primeramente (Bryce, 1921), con la democracia como un
resultado teleológico. Sin embargo, aunque el institucionalis­
mo recalcó especialmente el carácter occidental de la demo­
cracia, proclamó también su universalidad. Democracia signi4ficaba gobierno civil diferenciado, legislativos y cortes, poderes
ejecutivos y gobierno local, municipalidades. La política com­
parada implicaba el examen detallado de cómo trabajaban esos
medios, incluyendo un fuerte énfasis en la reforma (expandiendo
el sufragio, el problema de La oligarquía, reduciendo los peligros
para el orden establecido por doctrinas tales como el anarquis­
mo, el socialismo y el comunismo), un contexto de creciente
revuelta social, guerras mundiales, depresión y totalitarismo4 •
En estos términos, la política comparada es virtualmente con­
temporánea con los orígenes de la ciencia política. Podría decir­
se que la relación entre la filosofía política y la política compa­
rada ha sido recíproca. Cada una ha contribuido a la otra en
ténninos del análisis del poder así como de los ideales perfecti­
bles de justicia. Las preocupaciones clásicas se referían a] mejor
Estado en cuanto encarnación de razón, sabiduría y racionalidad,
y a cómo de bien nutría la virtud cívica de los ciudadanos5.
2 Para buenos ejemplos de textos comparados estándar siguiendo la 1ra­
dición del institucionalismo. véanse Friedrich (1968) y Finer (1949).
3
Compárese, por ejemplo, las categorías en un «viejo» texto institucio
nalista como la TheOI)' ami Pmcrice ofModem Govem111e111 de I Jerman Fine,
(I 949) con la última edición de la obra Fre11c/1 Poli/y de William Safran ( I 99�)
En ambos las categorías son en buena medida las mismas.
• Fuera país por país, función por función o medio por medio, su preocu­
pación primaria se refería a los Estados y los gobiernos, las constituciones y
MIS enmiendas, los derechos y sus garantías. los sistemas federales y unitarios,
centralización y descentralización, regionalismo y localismo, cuestiones de
representación mayoritaria y minoritaria, gobierno de gabinete o dictadura de
gabinete. sistemas multipartidistas versus bipanidistas, mandatos, electora­
dos, primera y segunda cámaras, comités legislativos y electorales, procedi­
mientos, las audiencias de gastos y su debate, votaciones y cien-e, el papel de
los comités y, de manera creciente, el papel de la opinión pública y la prensa.
' Como se ha destacado en otra parle en este volumen (Almoncl: s11pm,
rnp. 2) las 1ipologías originales del sistema político e11 Lo Re¡11íhlica o lm
538
539
Del institucionalismo, derivando sus ejemplos originales de
la Roma republicana y la imperial, podría decirse que ha evo­
luciol)ado desde las preocupaciones antiguas hasta las doctri­
nas ilustradas de la ley natural y positiva. La ley representaba
una relación orgánica entre magistrados y jurisdicciones supe­
rordi nadas y subordinadas. Los estudiosos de las institucio­
nes comparadas eran priJ1cipalmenle juristas. Examinaban por
ejemplo las Instituciones de Justiniano, las contribuciones de
los comentaristas y glosadores (por no hablar del Código de
Hammurabi, las Instituciones de Gaio, la ley sálica y germá­
nica, etc.). Para algunos el Derecho romano fue una fuente de
inspiración. Otros recibieron influencia de teorías del pacto
social que centraban su atención sobre la legitimidad en tér­
minos de representación, la relación entre el individuo y la
comunidad; el ciudadano y el Estado definían la naturaleza del
constitucionalismo. En esos términos la filosofía política y el
derecho se convirtieron en fundamentos para el estudio insti­
tucional de la política comparada (Strauss, 1959).
Un tercer ingrediente, según implica la discusión previa,
fue la historia. En este caso el énfasis era también sobre la
evolución del Estado más alla de las polis y de los orígenes
del conciliarismo, pero en términos de eventos de referencia
específicos, luchas entre el Estado y la Iglesia, entre la autoLeyes de Platón, o en ú, Polftica deA1istóteles, extrajeron su inspiración de
comparaciones concretas entre Esparta, /\tenas, Persia y otros Estados, y ads­
criben diferencias entre la gente (clases o «razas»). Así, por ejemplo, se dis­
tinguía a las polis bárbaras de las griegas, los esclavos de los ciudadanos, los
aristócratas de los plebeyos -con tales distinciones validando prescriptiva­
mente la concentración y dispersión del poder de acuerdo con las tipologías
de sistemas políticos basadas en el uno, los pocos y los muchos-. Estos tipos
de sistema político eran mejores o peores de acuerdo con la fonna en que pro­
movieran la virtud, la prudencia, la moderación, el coraje en la guerra. la
disciplina individual y la cívica dentro del buen Estado, así como, según espc
cificaban las circunstancias bajo las cuales el buen gobierno podría decat'I.
desde luego, la mejora moral y la prevención de la decadencia fue una pre11
cupación principal desde Platón y Aristóteles en adelante, y de acuerdo con
ella pueden compararse tipologías no sólo para los «mejores» sis temas sano
para las altemativas más posibles, incluyendo aquella en que el Estado p111
porciona la mejur educación para sus ciudadanos.
540
ridad eclesiástica y secular, sobre reino y señores feudales,
y las guerras civiles y revoluciones que transformaron el con­
tenido de las teorías de autoridad, de individualismo y pacto
social de principios abstractos en cuestiones de vida o muer­
te (Gough, 1957)6.
Estas conexiones íntimas e intrincadas entre la filosofía polí­
tica, el derecho y la historia adoptaron la forma de dos tradi­
ciones diferentes aunque solapadas, la continental y la anglo­
sajona. Para la disciplina de la política comparada, fue la última
la que se volvió más importante. Con un pedigrí que puede ras­
trearse hasta Bracton en el siglo XlII, incluye figuras tales como
""Blackstone, Anson, Stubbs, Dicey, Vinogradoff y Maitland. Por
lo tanto, el institucionalismo posee una historia de constitucio­
nalismo marcada por la transferencia de poderes generales Y
específicos de los monarcac; a las asambleas, por medio de dere­
chos representados en fueros, con la democracia como fun­
ción de la supremacía parlamentaria. El institucionalismo incluía
el examen de los procedimientos e instrumentos por medio de
los cuales podía hacerse funcionar a la libertad como precon­
dición para la obligación7. En resumen, si la política compara6 El paradigma institucional tomó realmente forma durante el período ele
_
la Tiustración. El énfasis primero sobre categorías de personas y sus diferentes
«naturalezas» fue transfonnado en un universo de individuos cuyas diferencias
eran relalivamente menores; desde luego, importaba si la visión del hombre en
un estado de naturaleza en cuanto comparada con la comunidad civil era o no
benigna. Para Hobbes, que no lo era, no se trata �a de una cuestión d� demo­
cracia. Aunque la mayoría de los restantes teóricos resaltaron propiedades
más benignas como la propensión al trato, el trueque y el intercambio deAdam
Smith (es decir, identificando un universo de intereses), siendo �I p�oblema
cómo reconciliar mejor la libertad individual con las reglas comumtanas. Para
Rousseau, era la voluntad general; para Locke, el ejercicio de la responsabili­
dad civil. una cuestión de representación parlamentaria y soberanía.
.
7 La tradición continental del institucionalismo se interesó también
por
1 11 teoría del contrato social. Retenía una conexión más sólida con la tradición
dt: los derechos naturales como se encarnó en el Derecho romano, el conci­
lt,11 ismo eclesiástico, en un contexto de nacionalismo en desarrollo. El últi1110 adoptó la fonna de un historicismo evolutista, una teleologí�, esto es, :1
, 111ngcr inevitable de las instituciones democráticas fuera de coníl�ctos espect­
lil'<lh, como aquellos entre el conciliarismo papal y la mo narquta, la corpo1,1111'111 medieval y el Estado secular (Gierke, 1950).
541
da versaba sobre la evolución de la democracia, ésta se consi­
deraba un instrumento para la perfección moral del hombre
«hacia la que mueve su propia naturaleza» (Barker, 1946), cons­
tituyendo la evidencia del tal «movimiento» las grandes revo­
luciones democráticas: la inglesa, la norteamericana, la francesa,
la cual muestra dos alternativas poderosas y en competencia, el
constitucionalismo liberal de 1789 y el jacobinismo radical de
1792 (Furet y Ozouf, 1989).
Cómo comprender las ideas de estas revoluciones consti­
tucionalmente fue una forma en que la Historia-como-even­
tos llegó a incorporar principios de gobierno modernos. Si cada
revolución se representa como un sistema de gobierno ajustado
de la mejor manera a la naturaleza del hombre ¿Qué arreglo
institucional era más apropiado para cada una? ¿Qué maximi­
zaría, en cada caso, el poder configurador de las constituciones
democráticas y libertarias?
Por encima de todo, el institucionalismo se preocupaba por
la democracia como un sistema de orden con fines abiertos. Eso
resaltaba la centralidad de la opción. Si el orden era una priori­
dad, la opción era otra. Ambas se convirtieron en estándares para
evaluar los gobiernos. Comparando en estos términos los gobier­
nos de Inglaterra, los EE.UU. y Francia tras sus revoluciones;
el parlamentarismo británico se representó como el sistema par­
lamentario modelo por causa de su estabilidad superior, el nor­
teamericano fue el sistema presidencial modelo por causa de
su capacidad de opción (y su localismo), mientras el francés era
la versión inestable del primero. En este sentido, gobiernos y
Estados pueden juzgarse por su distancia desde los dos prime­
ros, siendo preferido en general el primero frente al segundo8 •
En estos términos, el institucionalismo se preocupó por defi­
nir aquellos arreglos políticos más capaces de cuadrar el círcu­
lo: entre orden y opción, individuo y comunidad, derechos ciu­
dadanos y obligaciones, de acuerdo con la responsabilidad
• Inglaterra fue el pro1otipo de la democracia parlamemaria, estable y
unitaria; Francia, de la inestable; y EE.UU. un ejemplo de las vii1udes del
federalismo y el localismo. No pocos estudiosos norteamericanos, incluyen­
do a Woodrow Wilson, apoyaron un sistema parlamentario para los Estados
Unidos.
542
pública y el consenso, autoridad legislativa y ejecuti�a, solu­
ciones electorales, la jurisdicción de tribunales y magistrados,
y las virtudes relativas de las constituciones no escritas frente
_
a las escritas (un debate aún vivo en Inglaterra), las virtudes de
los sistemas unitarios frente a los federales, sistemas presi­
denciales frente a parlamentarios, el funcionamiento de los
gobiernos de gabinete (Jennings, 1 1936, 1947), el papel del
consejo privado del monarca y el significado de su falta, l a
_
transformación de las casas de la familia imperial en orgaru­
zaciones administrativas (Robson, 1956), la evolución del gobier­
no
local, las reglas procedimentales del comportamiento parla""
mentario (Campion, 1950), revisión judicial, el papel de los
magistrados, comités y sistemas de comités (Wheare, 1955), sis­
temas electorales (Mackenzie, 1958; Lakeman y Lambert, 1959)
y, por encima de todo, partidos políticos (Ostrogorski, 1964;
Michels, 1 1915, 1958; Duverger, 1954).
Un formidable conjunto de figuras personifica tales preo­
cupaciones, incluyendo a Car! Schmitt en Alemania, Ivor Je�­
nings, Emest Barker y Harold Laski en Inglaterra, Leon !}egu1t
y Andre Siegfried en Francia, Car! Friedich y Herman Fmer en
los Estados Unidos, por nombrar sólo a unos pocos. Lo que
tenían en común era no sólo un extraordinario conocimiento
empírico de cómo funcionaban tales instituciones, incluyen­
do instrumentos especializados como partidos políticos o
comités parlamentarios, sino un conocimiento común d� la his­
toria y derecho clásicos, medievales y del contrato social.
Los institucionalistas no sólo estudiaron los funciona­
mientos de la democracia o las alternativas autoritarias en tér­
minos configurales. Reconocieron que las instituciones «fun­
cionan» sólo en cuanto que encaman los valores, normas y
principios de la democracia en sí mismas. Puesto que �l ins­
titucionalismo nunca versó simplemente sobre mecamsmos
<le gobierno sino también sobre cómo se «institucionalizaban»
los principios democráticos. Eso sugería que s�lo a� gunas
sociedades estaban «adaptadas» para la democracia, mientras
que otras lo estarían cuando hubieran evolucionado de mane­
ra acorde. De ahí, por ejemplo, el colonialismo tutelar como
una vía apropiada para nutrir y animar la democracia por medio
543
de la devolución legislativa, recapitulando la experiencia de
la metrópoli en los territorios coloniales (Hancock, 1940;
Wight, 1957).
Podría decirse que el institucionalismo fue y sigue siendo la
pieza central de la política comparada. Reformista y prescrip­
tivo, evolucionó primero en una era de nacionalismo europeo cuan­
do el problema central era cómo asegurar y hacer viables las
conexiones entre naciones divididas por idioma, cultura, reli­
gión y nacionalismos locales9 • Entraron en juego factores econó­
micos con una importancia creciente según lo queArendt (1963)
.llamó la «cuestión social», se convirtió en algo cada vez más
preocupante, los sindicatos comenzaron a organizarse mejor y,
junto con movimientos políticos de diversas variedades, pre­
sionaron por una participación política mayor, mayor equidad,
una redefinición de la igualdad y desafiaron los principios libe­
rales con los socialistas u otras alternativas ideológicas. El ins­
tilucionalismo tuvo que afrontar la cuestión de cómo podía el
gobierno tratar con el desempleo, el ciclo económico, las con­
diciones sociales negativas, el emerger de la política de clases,
los movimientos políticos y los movimientos de protesta
cxtrainstitucionales en sus m6todos, cuando no en sus princi­
pios. Y cuanto más llegaban a preocuparse los institucionalis­
tas por la economía política, mayor atención se prestaba a las
instituciones y políticas fiscales y monetarias en un contexto de
keynesianismo, especialmente como protección frente a la polí­
tica de partido radicalizada. Los desafíos al principio de la
propiedad privada desde los partidos de izquierda empleando
teorías socialistas o marxistas, por no hablar de la expansión de
los partidos socialistas y comunistas en Europa con sus deman­
das de derechos civiles y sociales, plantearon la cuestión no sólo
de las alternativas totalitarias como el fascismo o el comunismo,
si.no también si el socialismo parlamentario era un paso siguien­
te probable en la evolución de la democracia (Schumpeter,
1947), llegando a verse al Estado del Bienestar social y la demo­
cracia «industrial» o social (Clegg, 1951; Panitch, 1976) como
una alternativa al totalitarismo, y un medio para prevenir que
los ciudadanos voten por el totalitarismo y contra la democra­
cia'º· Eso desde luego atrajo la atención tanto hacia los parti­
dos políticos y pautas de votación, como a los atractivos p�ten­
_
ciales de un partido burocrático único y el poder autontano en
diferentes sistemas totalitarios (Friedrich y Brzezinski, 1962).
Acaso los institucionalistas tenían demasiada confianza en
el poder configurador de los sistemas políticos democráticos.
Fueron incapaces de tratar «teóricamente» con las indisputables
y marcadas discrepancias entre la teoría institucionalista y la
� práctica, cuando se establecieron constituciones ?emocráticas
en países recién independizados después de la Primera y de la
Segunda Guerra Mundial (Huntington, 199 2) 11 . Los institucio­
nalistas contemplaron el emerger mayoritariamente inesperado
de los gobiernos totalitarios en Rusia e Italia, y el fracaso de la
Constitución de Weimar y la ascensión del nazismo como for­
mas desviadas de comportamiento político. Más aún, según
crecían en fuerza los partidos comunistas marxistas radicales y
otros grupos extremistas, especialmente en Europa, y comen­
zaron a desafiar no sólo la manera en que funcionaba la demo­
cracia sino la democracia en sí misma, se hizo obvio que debía
prestarse más atención a los factores psicológicos, económicos,
sociales y organizativos, de maneras al margen de las conven­
ciones del análisis institucional. Si incluso la mejor constitución
democrática (Weimar) no podía garantizar que la democracia
funcionase, había también una pléyade de ejemplos de países
con buenas constituciones y malos gobiernos (la constitución
9
Los estudiosos alemanes, en particular. estaban preocupados por cómo
consolidar jurisdicción y ciudadanía comunes y compartidas.
10 «El Estado del Bienestar es el resultado institucional de la asunción por
una sociedad de responsabilidad e."(plfcita y legal y, por tanto, formal por el bie­
nestar bá�ico de sus miembros» (Girvetz, 1968, p. 512). Los ejemplos inclu­
yen el New Deal en los EE.UU., Beveridge en <? ran Bretaña, el Frente Po�u­
lar en Francia, y el emerger de los Estados soc1aldem6cratas, como Suecia.
11 Con la excepción de aquellos casos donde los territorios coloniales
evolucionaron hacia sta/1/s de dominio bajo el Estatuto de Wesuninster de
I 93 J y en el seno de la Commonwealth británica, Canadá, Nueva �el anda,
Australia, Sudáfrica, y, en parte sorprendente, la India, la mayona de los
csfuerz:os para establecer instituciones democráticas empleando un sistema
de invernadero han fracasado.
544
545
'.' Los prim�ro� esfuerz?s extendid�s para llegar a la democracia por
med10 de «mgen1ena social 111st1tuc1onahsta» tuvieron lugar en países que
_
emerg1an de la ruptura de los imperios ruso, austro-húngaro y turco. Con
_
pocas excepcmnes, como Checoslovaquia y Finlandia, tales esfuerzos fraca­
saron_(Headlam-Morley, J 929). Los segundos, incluyendo el proceso de des­
colonizac1ón tras la Segunda Guerra Mundial, han tenido éxito a duras penas.
f:ºY los _esfuerzos_ para establecer la democracia en Europa del Este y Rusia
siguen siendo mas una esperanza que una realidad.
13 Ello pennitió a futuros dictadores acusar de representar una herencia
ne �colornal a aquellas constituciones democráticas que marcaron la transi­
cion a la independencia en muchos países antiguamente colonias.
ambigüedad incluso mayor caracterizó el desa1T01lismo practica­
do por los EE.UU. en América Latina, bajo la Alianza para el Pro­
greso, que para muchos era simplemente <<neoimperialismo» -con
mucho del «Tercer Mundo», con una autoprocJa.mada pero ambi­
guamente practicada «neutralidad» entre el «Primer» Mundo
(Occidente) y el «Segundo» (URSS y otros países socialistas),
rechazando la democracia en favor de Estados de partido único y
el poder personal, con más o menos genuflexiones explícitas ante
el socialismo (vagamente definido)-. En realidad, la política del
desanollo estaba moralmente tan nublada que los principales paí­
ses metropolitanos se permitían ser casi tan manipuladores como
manipulados.
En efecto, el problema político era cómo combinar demo­
cráticamente descolonización con devolución de poderes, redi­
rigiendo el nacionalismo -esto es, cambiando jurisdicción des­
de lejos del Estado hacia él- dentro de un contexto de «nuevas
naciones». El colonialismo se convirtió de este modo en tute­
lar más que en hegemónico. Haciéndolo así, se esperaba, las
instituciones democráticas se convertirían en instrumentos
del Estado en ciernes, un Estado desarrollista, positivo. Por la
misma vía, esto impediría el «salto de etapas» -la alternativa
comunista al Estado de partido único, «saltando» la «fase bur­
guesa» y procediendo directamente al socialismo. Lo que esta­
ba en juego en este caso eran dos concepciones muy diferen­
tes de «realidad subyacente». Para la primera, el mercado más
la democracia (un mercado doble, económico y político), cons­
tituiría un equilibrio en movimiento dada la experiencia y la
ayuda exterior. Para la otra, semejante etapa era por su propia
naturaleza neoimperialista, hegemónica, sustituyente del control
económico por el político. En este sentido, para uno la devo­
lución era el sustitutivo para l a revolución mientras que la revo­
lución era para el otro la alternativa a la devolución (convir­
tiéndose Argelia en uno de los ejemplos de lo último para
Francia, Vietnam para los EE.UU., etcétera).
Las atracciones en competencia entre la izquierda y la dere­
cha tuvieron también consecuencias en los países occidenta­
les. En Europa el equivalente de la devolución era el bienestar
social y la socialdemocracia, no uno menor (como en Francia
546
547
soviética de_ 1936)12• El institucionalismo era inadecuado para
la prueba impuesta por la ingeniería constitucional. Asumía
que los ?aíses sin democracia eran democracias frustradas espe­
rando solo a ser liberadas. El resultado no mejoró cuando se hizo
d� la democracia una condición de transición a la independen­
cia tras la Segunda Guerra Mundial (Huntington, 1992).
111. La «nueva» política comparada
La «nueva» política comparada, con su énfasis sobre el cre­
cimien�o y el desarrollo, fue parte de un optimismo más general
del penodo tras la Segunda Guena Mw1dial. Pero si la premisa
Y la pr�mesa del desarrollo representaba al bien, el mal eran el
comumsmo y la Guena Fría. En eJ oeste, lodo movimiento hacia
la izquierda era una ganancia para la Unión Soviética. Tocio movi­
mient? hacia la democracia era una ganancia para los EE.UU. y
�us aliados. El resultado de semejante maniqueísmo fue que, sin
llTiportar cu� virtuosas fueran las políticas adoptadas para pro­
mover lo pnmero, eran en cierta medida moralmente diluidas
(si no contaminadas) por la persuasividad del segundo. Eso dio
al desarrollisrno una cierta ambigüedad, rápida.mente explotada
_
por los paises l��1ados del «Tercer Mundo». Semejailte ainbigüe­
dad se extend10 a los esfuerzos al nivel de la conslrucción de
instituciones,
_ no tanto en términos de Europa (en el período de
recuperación de posguerra incluyendo el Plan Marshall), sino
en la «descolonización» de los territorios coloniales 13• Una
o Italia) donde existían grandes part
idos comunistas legales y
bien organizados y financiados. Ello
dio como fruto una vas­
ta literatura sobre la participación
de los trabajadores (el
«modelo yugoslavo»), democracia
participativa (Pateman,
1970). Dosis modestas de socialismo
se convirtieron en modi­
ficadoras apropiadas del capitalismo
liberal. Una gran canti­
dad del análisis comparado se dedicó
a la evolución y los pro­
blemas del Estado del Bienestar soc
ial (Offe, 1984).
Tales diferencias se manifestaron en
dos aproximaciones
alternativas al desarrollismo: las teor
ías de la modernización y
las teorías de la dependencia. Los teór
icos de la moderniza­
ción abarcaban un muy diverso y déb
ilmente ensamblado gru­
po de especialistas en estudios com
parados como Gabriel
Almond, Samuel Huntington, David
E. Apter, Lucían Pye,
Myron Weiner, Leonard Binder, Edward
ShiJs y Talcott Parsons,
así como una variedad de otros, algunos
de quienes combinaban
materiales de caso con libros sobre
desarrollo comparado
ampliamente analíticos. Si compartían
una figura ancestral, ésta
era Max Weber. La teoría de la dep
endencia -cuyo ancestro
putativo era Marx- era incluso más
diversa, incluyendo eco­
nomistas como Paul Baran y André Gun
der Frank, historiadores
como Perry Anderson y Eric Hobsbaw
m y politólogos como
Ga'(in Kitching, Colin Leys y Benedic
t Anderson.
Para una buena parte del primer grup
o, «descolonización
más crecimiento más democratización
» parecía ser una fór­
mula legitimada para la independencia,
especialmente bajo el
patronazgo del colonialismo tutelar (Shi
ls, 1962). Para miem­
bros del segundo grupo, esa era una
estrategia de hegemonía
y dominación, y había que atacar semejan
te fórmula en el prin­
cipio así como en la práctica. Como
resultado, estudiosos que
usaban mucho del mismo material y
datos extraídos del mis­
mo país o de la misma muestra podían
llegar a conclusiones
completamente opuestas, siendo Ken
ia un buen ejemplo (véa­
se Leys, 1974; Kitching, 1980; y Bie
nen, 1974).
Cualesquiera fueran los efectos de tal poli
tización en la polí­
tica comparada corno campo, el resu
ltado fue hacerla menos
centrada en Europa y más interesada
en cómo construir la
democracia en países en los cuales no
era indígena. Había
548
..
menos fe en los poderes configuradores de la const�tución
el gobierno, y más en la necesidad ?e n proceso s_1mul�­
�
_
�eo y mutuo de construcción de las rnst1tuc10ne
� de abaJo ha�i_a
responsabili­
asurrur
que
tuvo
desarrollista
Estado
El
arriba.
dades para apoyar y estimular el desarrollo y, en efecto, co�­
trolar las consecuencias (Apter, 1965). Dentro del amplio
esquema de trabajo de la teoría del desarrollo, estaba la asun­
ción explícita de que, más pronto o más tarde, el desarrollo
_
valo es
resultaría eventualmente en una copia de los rrusmos
�
sociales y culturales e instituciones clave que los de las soc1e
_
�
dades industriales -especialmente dado que �e asumia q e co
�
el crecimiento vendría una división del trabajo, la evolu�ión de
_ y asi �u�e­
la clase media, empresa privada así com� pú?hca
sivamente-. El éxito del desarrollo barrena leJos parroquiabs­
mos «tradicionales» y «primordialismos» (Ge�rtz, 1963) Y_ esta­
blecería precondiciones para la democracia. A cambio, l�
democracia optimizaría las condiciones para el desarr�llo. Asi,
, el Estado estaba me1·or preparado para beneficiarse de,
segun
• ·
mediar y controlar las consecuencias del crecimiento,
el c�ecimiento generaría nuevas o�o�unidades dentro de las socie­
dades, favoreciendo las trans1c10nes estables ..
Todo ello requería una mejor �ompre?sión de cultu as
�
y prácticas poco conocidas. Donde mst1tucionalist�s anteno­
res se ocupaban de la economía política en �onex.i�n �on el
desempleo la política fiscal, el control del ciclo y similares,
el nuevo é�fasis se situaba en las co�tinuid�des entre la «�ran
_
transformación» de sociedades premdustnales a mdustnales
en Occidente y su recapitulación dentro de lo que era den�­
minado crecientemente como el «Tercer Mundo» (Polany1,
1944) 14 _ El énfasis analítico se desplazaba d�sde el �stad� a
las estructuras sociales -al igual que a cómo mtrodu�lf meJor
los valores y principios culturales de la d�mocrac1a, cómo
socializar y motivar a la población en térrrun?s de es?s valo­
res, cómo interiorizarlos mejor-. En estos térrrunos pod1an e�a­
minarse problemas referidos a cómo asegurar que los nac10., Resultada difícil sobreestimar el impacto de es1i:, rrnhajo snhrn nn�
generación completa de comparativistas.
549
nalismos_, la fuerza movilizadora y conductora para la inde­
pendenc1� y la autonomía, vendrían a incorporar normas
democráticas y valores políticos.
Et� general, por lo tanto, el desarrollismo condujo a com­
_
paraciones de sociedades con instituciones políticas y prácti­
cas culturales ampliamente diferentes. La hipótesis central fue
extraída de cómo evolucionaron las instituciones «modernas»
en el oeste: el cambio desde lo teocrático a lo secular; desde
el status � l contrato; precapitalismo al capitalismo; de las nocio­
nes estáticas del cambio social a las evolutivas· solidaridad
orgánica y mecánica, de la autoridad tradicion�l a la legal;
�esellschaft _Y Gemeinschaft; y para aquellos de una persua­
sión más :ad1cal, transformación desde el precapilalismo a la
democracia burguesa y las perspectivas del socialismo. Estas
distinciones a gran escala, refinadas en los estudios de cam­
po, formaron las bases para comparaciones centrándose en
los problemas del cambio social y cómo favorecía o socavaba
las poten�ialidades democráticas. Controlar y rectificar las
deformaciones sociales incurridas en el proceso vino a definir
el papel �rimario del Estado, siendo vista la política como
u?� cuestión de mantenimiento del equilibrio político, la esta­
bilidad y la viabilidad. Donde tales deformaciones no pudie­
r� atenderse y los gobiernos fallasen en llegar a instituciona­
lizarse, crecen las posibilidades para los regímenes autoritarios
y el «pretorianismo» (Huntington, 1968).
Sería erróneo afirmar que cuanto más enfatizaba el cam­
bio social �a «?ue�a política comparada», menos preocupada
estaba con wstttuc1ones políticas específicas. Pero en sus inten­
tos de aplicar, en forma de hipótesis, lo que se había aprendi­
d� de la transición desde la sociedad preindustrial a la indus­
tnal en el oeste, atribuyó tanta importancia al Estado como a
la sociedad, con el poder siendo generado por diversas fuen­
tes, no todas ellas políticamente convencionales 15• En realidad,
,s R ecalcando métodos cualitativos antes que cuantitativos y esquemas
_
de u-abaJO funcionales, los teóricos del cambio social se orientaron hacia el
proble1:ia d� c?mo «equilibrar» normas apropiadns al desarrollo y la demo­
_
cracia, 111teno1:izarlas en la forma de un componamiento apropiado. sociali­
zarlas en térm111os de papeles y redes, lo cual a cambio reforzaría e institu-
550
lo que vino a ser llamado la distinción «tradición versus moder­
nidad» intentaba derivar valores y nonnas destacados que, inte­
riorizados y socializados, favorecerían transiciones ex.itosas
tanto a la modernidad como a la democracia (al igual que iden­
tificar aquellos que fueran menos receptivos o más resisten­
tes). Para ello, los teóricos comparativistas pudieron inspirar­
se en un panteón virtual de historiadores sociales, sociólogos
históricos y antropólogos -Max Weber, Emile Durkheim, Fer­
dinad Toennies, George Simmel, Vilfredo Pareto, George Ostro­
gorski, Roberto Michels, Robert Redfield, B. Malinowski, A. R.
Radcliffe-Brown, E. E. Evans-Pritchard, Claude Levi-Strauss,
y así sucesivamente- planteando cuestiones sobre la conex.ión
entre creencias y prácticas sociales 16•
El énfasis sobre la institucionalización, la interiorización
y la socialización de las normas se inspiró particularmente en
la teoría del aprendizaje importada de la psicología social y
en la teoría del valor importada de la antropología política.
Cómo respondían a la innovación culturas y grupos étnicos
diferentes fue otro interés central, incorporando teorías de Erik
H. Erikson (1968) sobre identidad, de David McClellend (1961)
sobre «motivaciones del logro» y de John Dollard (1939) sobre
la teoría de la frustración-agresión; este foco estaba represen­
tado por una amplia variedad de materiales de casos, desde
las verdaderas comparaciones entre «tradicionalismo» versus
«modernidad» (Eisenstadt, 1973; Rudolph y Rudolph, 1967)
hasta teorías de la violencia política (Gurr, 1971), condicio­
nes de la integración política (Geertz, 1963) y análisis del con­
flicto étnico (Horowitz, 1985) 17 •
Un buen número de estudios de modernización estaban
fuertemente influenciados por los sociólogos, siendo tal vez el
más influyente Talcott Parsons. Pero la comparación sistemácionalizaría las nonnas. Es la falta de «ajuste» enU'e eso lo que produce «defor­
maciones», cuya rectificación constituye el problema «político».
16 Puede decirse que el interés político en las culturas comienza con los
estudios del carácter nacional. Véase, por ejemplo, Inkeles (1972).
17 Podría anotarse también la impo11ancia de los énfasis «psicológicos»
aplicados al análisis de la violencia política (Gurr) y aproximaciones más psi­
coanalíticas por parte de Ivo K. Feierabend y Rosalind L. Fcicrabend.
551
tica de sociedades así como de sistemas de Estado, y en tér­
minos de resultados políticos, se reflejó en el trabajo de muchos
otros, incluyendo a Seymour Martín Lipset, Philip Selznick,
Daniel Bell, Artbur Kornhauser, Philip Converse, Ralf Dah­
rendorf, Morris Janowitz, Edward Shils y Alain Touraine. Entre
sus preocupaciones estaban problemas de etnicidad, primor­
dialismo, y la necesidad de comprender los «valores centrales»
de una sociedad y las respuestas variables de las culturas polí­
ticas ante el cambio (Apter, 1 1963, 197J)t 8•
La econonúa política, que para los institucionalistas fue una
materia de instituciones financieras, el papel del Tesoro y los
bancos centrales y desde luego los problemas del ciclo econó­
mico o el significado del desempleo para la evolución de la
democracia (Schumpeter, 1947, p. 47), se deslizó hacia el
«desarrollo». Figuras principales del pensamiento liberal e
influyentes en la política comparada usaron la teoría del mer­
cado, incluyendo a W. W. Rostow, W. Arthur Lewis (1957) y
Albert Hirscbman, el primero, interesado por lo que podría­
mos denominar el «siglo americano», el segundo, con África
y el Caribe, y el último con Latinoamérica.
Fue en términos de teorías «alternativas» de economía polí­
tica cómo los comparativistas empleando la teoría de la «moder­
nización» llegaron a separarse de aquellos que se convirtieron
en teóricos de la «dependencia». Los últimos representaban
teorías críticas del capitalismo y el imperialismo, y ofrecían
prescripciones alternativas para realizar el socialismo desde
arriba, a través del Estado de partido único, por tanto «saltan­
do» la fase de democracia burguesa. La mejor representación
de tales preocupaciones es la obra The Political Economy of
Crowth (La economía política del crecimiento) de Paul Baran
(1962), la cual influyó sobre diversas generaciones de depen­
distas en LatiJ1oamérica y contribuyó fuertemente a lo que se
convirtió en un corpus de comparaciones desarrollistas radi18 En este caso la preocupación se refería al «tránsito institucional polí­
tico», por ejemplo, cómo y hasta qué punto sería posible «institucionalizar»
las estructuras parlamentarias occidentales en el escenario africano. Véase
Apter ( 1 1963, 1971 h).
552
cales, desde los materiales de caso (Leys, 1974) hasta los estu­
dios más comparativos de Frank, Cardoso, Suret Canale y
Amín, inspirándose no en menor medida en los trabajos de Alt­
husser, E. P. Thompson y Poulantzas, pero mcorporando tam­
bién el trabajo de muchos otros.
Si la teoría del desarrollo, sea en la forma de los estudios
de modernización o la teoría de la dependencia, se vio cogida
por los conflictos de la Guerra Fría según éstos se manifesta­
ban en el Tercer Mundo, tales conflictos se reflejaron también
en las diferencias entre metodologías comparativistas, como el
funcionalismo versus el análisis dialéctico t 9 • La primera favoreció la teoría del equilibrio en un contexto de capitalismo libe­
ral como fundamento para la democracia. La otra favoreció la
teoría del conflicto en camino hacia el socialismo.
Dependiendo de la perspectiva que se adopte, el naciona­
lismo podía tomar varias formas: absolutista (Anderson, 1986);
como vehículo para la mtegración (Apter, t 1963, 197 lb; Cole­
man, 1958); pretorianismo (Huntington, 1968); movilizador de
apoyo creando un discurso nacional (Anderson, �991); u�ª
,
fuerza para la transformación, empleando los parl.ldos pohtl­
cos y el Estado de partidos como instrumento (Gellner, 1983;
Hobsbawm, 1990); una fuerza desintegradora (Migdal, 1988);
o en sus diferentes contextos, virtualmente todas estas cosas
(Álmond, Flanagan y Mundt, 1973).
Tales asuntos fueron mcorporados tanto en comparaciones
amplias como en estudios de caso que examinaban en profw119 La teoría de la modernización y la de la dependencia se convirtieron
en adversarias mutuas. La primera re.�altaba la construcción de las instituciones
en un contexto de crecimiento económico. La otra resaltaba las contradicciones
del crecimiento bajo el capitalismo, con su pasado neocolonialista, Y ponía
de relieve las consecuencias políticas «necesarias» del neoimperialismo. Cada
una constituyó una «teoría críúca» de la otra. Cada una favoreció un progra­
ma extensivo de materiales de caso y comparativos. Ambas han sido aplica­
das a los principios desarrollistas de la economía política y ambas en el seno
_
de los países industriales (metrópolis) y los países del Tercer Mundo (peri­
ferias). A posteriori, los estudios de modernización dieron demasiada poca
relevancia al Estado como un actor en sí mismo mientras que la teoría de
la dependencia lo trató como una agencia de los poderes y clases he11cmc'l
uicas.
didad los grandes temas del cambio, el desarrollo, la hege monía,
el pod e r20. Fuera d e e stos componentes y p ersuasion es muy
diversas apareció una amplia vari edad de comparacion es amplias
y etnografías políticas. Trataban con comparaciones entre y den­
tro de los países del Tercer Mundo, por lo gen eral Estados de
partido único, autoritarismo y los problemas planteados por el
reforzamiento de las division es sociales por el poder democrá­
tico estable. Virtualmente todos los aspectos de la sociedad fue­
ron examinados por las implicacion es para la vida po lítica,
incluyendo los efectos y cons e cu encias de la educación y los
sistemas educativos, el papel y lugar de las elit es, la cultura cívi­
ca y su socialización en comunidades cívicas (Al.mond y Cole­
man, 1960; Coleman, 1965; Almond y Verba, 1963)21• Un énfa­
sis crucial en todas las partes fue la importancia de la ideología,
particularment e el nacionalismo como wrn alternativa a o en
conjunción con la radicalización. El nacionalismo se convirtió
en la bas e para el examen de la legitimidad, la movilización par­
tidista, los movimi entos de masas, el populismo y el lide razgo,
e n particular s e gún s e relacio naban con el autoritarismo y eJ
rechazo de la democracia (Ionescu y GeJlner, 1969; Linz y Ste­
pan, 1978; O'Donn ell, 1973).
Una d e las críticas más extendidas hacia ambas, teorías de
la depend encia y la modernización, (esto es, hacia el desarro­
llismo en general) fue que la política parecía reducirs e a refl e­
j os de los procesos sociales o económicos. Si los desarrollis­
tas criticaron a Jos instirucionalistas por su incapacidad para
tratar de manera t eóricamente satisfactoria con las discrepan­
cias entre el poder configurado r del Estado y las complejida­
des de la vida social que confundieron a las constitucion es
10
Dentro de los confines de un único caso, la comparación tendía a ser
diacrónica, es decir, mostrando cambios internos a través del tiempo. Las
comparaciones más amplia� tienden a ser sincrónicas.
11 En realidad, apareció un co11Jus de materiales genuinos -incluyendo
el trabajo de LaPalombara, Weiner, Pye, Coleman y Binder sobre burocracia,
la penetración de las instituciones occidentales en escenarios no occidenta­
les, y un conjunto de asuntos semejantes- principalmente bajo los auspicios
del Comité sobre Política Comparada del Consejo de Investigación de la Cien­
cia Social.
554
mejor llevadas, pecaron también en la dirección contraria con
sus amplias t eo rías (Tilly, 1984).
IV. Neoinstitucionalismo
Lo que denominamos «ne oinstitucio nalisi:n?» combi11a las
preocupacion es de los institu�ionalistas � ás v1eJoS con el desa­
rrollismo . Devo lviendo al «sistema político» a una etapa c en­
tral, combina un interés en lo que ahora se llama «países menos
desarrollado s» con el interés por Euro pa. Pu ed e d ectrs e del
n e oinstitucio nalismo que se ha desarrollado más allá de una
preocupación general por la democracia pluralista (?ahl, 1982;
_
_
Dogan, 1988). Incorp ora el comportami e�t� político, mc lu­
yendo el compo rtamiento del voto y el aná�s1s_ de las fortunas
cambiantes de los partidos políticos y e l s1gmficado de esos
cambios para el Estado (Lipset y Ro kkan, 1?67; Rokk an, 1970)
_
_
y los problemas de las elit es y la democratizac1ó� (Lmz Y S�e­
pan, 1978). Particularmente preocupados por el b1�ne�tar social
y las alt ernativas sociald em ocráticas al autor�t�nsmo , los
n eoinstitucionalistas se desplazaron desde las v1eJa� preoc�­
paciones de los institucionalistas P?r la Gran � epres1ón hacia
la gen e ralización de l Estado del Bien estar �oc1al, del c�al lo�
experimentos sueco y holandés con la socialdemocr�cia, asi
como el Partido Labo rista británico, re pr es entaro n eJ emplos
significativos 22. P or to das partes en Europa, a� emás, ha?ía
movimientos político s en favor de una may o r mterven c1ón
_
de l Estado en defensa de sus ciudadano s más desfavorecidos.
El énfasis comparativo se po nía sobr e los pa�tidos políti­
_
cos, cómo funcionan, cómo s e forman las coali� iones, cómo
cambian las actitudes públicas y el papel de las elites, las buro­
cracias y los políticos dentro de los diferenl� tipos de reg�e�es.
Donde e.l desarrollismo resaltaba la necesidad del crecimien­
to como una vía de contiibuir a la democracia, los neoinstitu� El último, como resultado de un sentido general de obligación por par­
te de un gobierno agradecido a sus ciudadanos y veteranos de regreso tras la
Segunda Guerra Mundial.
555
cionalistas exarrúnan la manera en la que los gobiernos afron­
tan las consecuencias negativas del crecirrúento, incluyendo
los problemas ambientaJes y de polución y la absorción de los
emigrantes, donde la marginaJización ele los trabajadores indus­
triales y la polarización entre una elite funcional y una cre­
ciente infraclase formada por los funcionalmente superfluos
exacerba las tensiones y promueve el extremismo. Incluye, tam­
bién, explicaciones para la inversión del Estado del Bienestar
social y socialdemócrata y una vuelta al Estado liberal que
fue la principal preocupación de los institucionalistas, no menos
en términos de cuestiones de gobernabilidad bajo condiciones
en las que las políticas más eficaces no son políticamente posi­
bles, y las políticas más posibles políticamente no son efica­
ces (Leca y Papini, 1985). Finalmente, tales materias están sien­
do evaluadas contra el telón de fondo y las consecuencias de
la ruptura ele la Unión Soviética. Si el fin de la Guerra Fría ha
proporcionado una tercera ronda de oportunidad democrática,
así mismo existen también nuevas oportunidades para el sec­
tarismo étnico y el fundamentalismo religioso, ninguno de los
cuales fuera anticipado o descrito con las teorías del «cambio
social»23 •
Donde los desarrollistas y los neoinstitucionalistas más se
aproximan es en lo referente a su interés por las «transiciones»
a la democracia. Los últimos emplean estrategias algo dife­
rentes para analizar ese problema. La más convencional es la
comparación amplia basada sobre casos históricos, usando
las clases y la formación del Estado dentro de lo que podría
llamarse un marco «posweberiano». Los primeros ejemplos
incluyen los trabajos de Reinhard Bendix ( 1964) y Barring­
ton Moore (1966). Ejemplos más recientes incluyen a Skocpol
(1979) y O'Donnell, Schrnitter y Whitehead (1986), donde los
tres primeros usan comparaciones entre Francia e Inglaterra,
la India y Japón, Rusia y China, tanto en términos de clases
23 Europa del Este ha reemplazado hasta cierto pun10 al Tercer Mundo
como foco para la «ingeniería constitucional» así como la transfo rmación
de los antiguos sistemas socialistas al capitalismo. Por la misma razón había
un interés creciente por el colapso de los regímenes democráticos. Véase Linz
y Stepan ( 1978).
556
como en términos del papel de la burocracia y el Estado, y, el
último, ejemplos latinoamericanos. Todos extraen inferencias
generales sobre la formación del Estado en términos de demo­
cracia y totalitarismo.
Otros analistas han resaltado el vínculo entre el capitalis­
mo industrial y la democracia parlamentaria, el papel históri­
co crítico del trabajo (Rueschemeyer, Stephens y Stephens,
1992), y el significado de la protesta social y el activismo
antiestatal en general (Tilly, 1978; Tarrow, 1994)24. En este caso
puede argumentarse que si bien el capitalismo parece ser con­
dición necesaria para la democracia, ciertamente no resulta
suficiente (Lipset, 1994).
Se ha producido también un énfasis renovado sobre los
estudios estadísticos comparando factores tales como educa­
ción, tasas de crecimiento y urbanización. La obra de Inkel�s
y Smith, Becoming Modem (1974) -empleando una multi­
plicidad de variables para medir jerarquía, estratificación,
estabilidad y así sucesivamente, en seis países-, fue quizás
una inciadora. Y, en una dirección contraria, la economía polí­
tica se está aplicando ahora a casos particulares como Fran­
cia. Entre las preocupaciones crecientes más allá de tales estu­
dios están la concentración y dispersión del poder en los
regímenes parlamentarios, y la centralidad ele los sistemas
electorales y el comportarrúento del voto. Variaciones sobre
tales temas incluyen las posibilidades del «consociacionalis­
mo» -con su énfasis sobre cómo establecer instituciones
democráticas viables frente a divisiones sociales profunda­
mente asentadas-, desarrollado originalmente en el estudio de
caso sobre divisiones políticas en Uganda (Apter, 1961), se
extendió primero a los Países Bajos y luego por parte de Lijp­
hart (1977, 1984) y otros, a una variedad de otros contextos,
desde Austria hasta Sudáfrica, usando teorías sobre la «gran
coalición» y mecanismos de veto mutuo para establecer ten­
dencias a favor o en contra de la democracia. Todavía otro de
24 El último, un campo en crecimiento, incluye trabajo comparativ:> sobre
movimientos sociales en Polonia, Chile, Francia y en 01ros lugares por par­
te ele Alain Touraine, Charles Tilly y Siclney Tarrow.
557
l?s énfasis se sitúa sobre el juego entre los subsistemas polí­
ticos, cómo se crean las oportunidades para «acuerdos nego­
ciados» (Di Palma, 1990).
Otra tendencia importante en el neoinstitucionalismo es
el uso de la teoría de la elección racional, que está siendo apli­
cada de manera más y más frecuente a la cuestión de la demo­
cracia en términos de lo que podría denominarse el «merca­
do doble», la intersección entre el mercado económico y el
político -una aproximación de la que fueron pioneros Downs
(1957) y Olson (1965; 1982) y fue desarrollada en una varie­
dad de contextos por Hechter, Bates, Laintin, Rosenbluth y
otros-. Para Przeworski (1991), el elemento crucial en la
supervivencia de los regímenes democráticos reside en su
capacidad para generar incentivos tales que los grupos polí­
tico� que pierdan tienen todavía más que ganar de la compe­
tencia dentro del marco democrático que de lo que ganarían
subvirtiéndolo. En contraste con ambos, los viejos institu­
cionalistas y los teóricos de la modernidad (como Hunting­
ton, por ejemplo), asumirían que no es necesario creer en el
orden democrático para apoyarlo. Lo que cuenta más para
Przeworski es si se están cubriendo las necesidades econó­
micas, y el grado en que las reformas resultan en desempleo,
pobreza y reducción de la desigualdad. Con estas preocupa­
ciones, no sólo han vuelto a resultar centrales las instituciones
de gobierno, sino que también lo han hecho los problemas en
los Estados del Bienestar social y socialdemócratas occidenta­
les, incluyendo cómo pagar programas compensatorios y otor­
gador�s de prestaciones, planteando preguntas sobre el papel
apropiado y el alcance del gobierno y los límites ele la inter­
vención estatal.
No se olvida a la cultura política. Usando Italia como estu­
dio ele caso en un contexto de política regional, Putnam (1993)
argumenta ele manera bastante convincente que es la presencia
o la ausencia de las tradiciones cívicas, la comunidad cívica,
lo que constituye la variable clave. Su enfoque combina una
parte del trabajo de los teóricos de la modernización con una
preo�upación con los arreglos institucionales particulares,
apoyandose tanto en las formas cuantitativas como cualitati-
vas de análisis, dentro de la tradición configurativa del insti­
tucionalismo.
Finalmente, la economía política ha combinado con las com­
paraciones institucionales en Europa, incluyendo respuestas por
parte de los partidos políticos a los cambios en la economía, la
integración europea, y por supuesto la desaparición del socia­
lismo no sólo en Europa del Este y Rusia, sino también el decli­
ve del socialismo y la socialdemocracia en el oeste. Entre los
intereses presentes se encuentran cómo sostener el Estado de
Bienestar social y el socialdemócrata, el impacto del declive
de la izquierda en general sobre los alineamientos partidistas,
y preocupaciones tan específicas como la transformación del
Partido Laborista británico hacia la aceptación de los principios
del mercado y contra la nacionalización, la fase desnacionali­
zadora del miterranismo y la fraccionalización del Partido Socia­
lista en Fra11cia, y así sucesivamente. Hay debate acerca de en
qué medida la democracia es una función de sus procedimien­
tos y su eficacia, y en qué medida ele tradiciones culturales pre­
vias o transformaciones culturales (véase, por ejemplo, Ingle­
hart, 1990; Abramson e Inglehart, 1995).
Estas preocupaciones más específicas encajan en compa­
raciones más amplias entre, por ejemplo, países escandinavos
u otros países socialdemócratas como los Países Bajos o Fran­
cia, Estados «fuertes» o intervencionistas que tienen altos cos­
tes sociales per cápita y elaborados programas de bienestar.
Entre algunos tratamientos recientes y significativos de tales
materias pueden incluirse los trabajos de Peter Hall (1986),
John Zysman (1983) y Peter Katzenstein (1978)25 .
El neoinstitucionalismo, por tanto, es menos constitucional
que el viejo, y más dependiente del análisis económico en cuan­
to que trata con la política monetaria o fiscal, los bancos, los
mercados y la globalización. Pero se preocupa también con la
localización de cambios en el proceso legislativo, giros en la
política de partidos largamente establecidos (como el impac­
to de miterranismo, el tatcherismo o el reaganismo sobre los
principios y prácticas del gobierno), por no hablar de las nue-
558
559
2; Véase también Sen (1984), Lipton (1980) y Lindblom (1977).
vas formaciones sociales, coaliciones y similares según afec­
tan al Estado. Como el viejo, está relacionado con el Estado
como una instrumentalidad por propio derecho, con sus ten­
dencias y necesidades propias, y, en cuanto que poder confi­
gurador, con cómo determina la naturaleza de la sociedad civil.
En general puede decirse que el neoinstitucionalismo está más
conectado con la teoría po.lítica y social, y menos con la filo­
sofía política, que su predecesor, y también más comprometi­
do con la economía política.
Se presta atención renovada a la importancia ele las estruc­
turas legales, el significado de su presencia o ausencia en, diga­
mos, Rusia o Clúna -por no hablar de las instrumentalidades
específicas por medio de las cuales instituciones representati­
vas derivan su legitimidad del consentimiento de los goberna­
dos-. Por encima de todo, el neoinstitucionalismo nos devuel­
ve a la eterna cuestión del significado de la proporcionalidad
en los sistemas políticos, la pregunta original de Platón así
como de Rousseau, quien fue explícito acerca de la necesidad
del gobierno como un sistema de proporcionalidades mutuas
entre riqueza y poder, gobernantes y gobernados26•
V. Una evaluación
Este repaso muy breve de algunas de las tendencias más
nuevas en el análisis comparado no puede, por supuesto, hacer
justicia a las variedades que se están emprendiendo hoy en
día en la política comparada. Lo que debería entenderse tam­
bién es que con cada cambio en el foco analítico de compara­
ción, se invocan distintos ascendentes intelectuales; y con cada
vuelta de tuerca analítica viene un giro en los métodos com­
parativos y las estrategias operativas (cuantitativa y estadísti­
ca, procesos estocásticos, análisis de sendas, análisis de redes,
así como funcionalismo, estructuralismo, análisis de coalicio­
nes y vectores, ecología social, y así sucesivamente) (Golem­
biewski, Welsh, y Crotty, 1 1968, 1969). Ha habido también bue'
6
Véase la discusión de la proporcionalidad en Masters ( 1968, pp. 340-350).
560
nas colecciones sobre estas materias: los primeros de Eckstein
y Apter y su Comparative Politics (1963) y esfuerzos ciclópe­
os para cubrir el alcance del campo como el Traité de Science
Politique de Grawitz y Leca (1985), así como esfuerzos más
modestos como Le Développement Politique de Badie (1980),
How to Compare Nations de Dogan y PeJassy (1984), New
Directions in Comparative Politics de Wiarda (1985), y Com­
parative Political Systems de Andrain (1994). Como se sugi­
rió originariamente, estos estilos diferentes de análisis han sido
acompañados por un interés constante en el uso de métodos,
las unidades apropiadas para la comparación, qué principios
teóricos e ideas usar para las hipótesis, qué técnicas propor­
cionarán covarianza, y qué constituye las bases de una expli­
cación válida. Los asuntos van desde el «problema de N» ver­
sus el estudio de caso hasta las virtudes y deficiencias de las
grandes teorías (Skinner, 1985), y lo que Tilly (1984), atacan­
do a las teorías de este último tenor, ha llamado «grandes
estructuras, grandes procesos y vastas comparaciones». Cual­
quiera que sea el énfasis, el análisis de política comparada más
nuevo ha tendido a emplear una variedad de métodos empíri­
cos, funcional, analítico, cuantitativo, estadístico, en contra de
las comparaciones descriptivas (país por país, institución por
institución).
Existe siempre un problema con cómo incorporar de la mejor
manera preguntas teóricas e hipótesis en los materiales de caso,
de modo que no ilustren simplemente lo que ya se sabe (un efec­
to de reforzamiento), o simplemente añadan detalles sin un
incremento sustantivo del conocimiento general (un problema
de trivialización). La ventaja de los estudios de caso es su pro­
fundidad, su preocupación con las características internas de
la vida social y política. El problema es cómo lograr el equili­
brio correcto. Pocos estudios de caso que contengan una des­
cripción detallada de la política han tenido mucho impacto sobre
la política comparada, excepto para fines ejemplificativos. Aque­
llos que hacen trabajo de campo a menudo están parroquiali­
zados por estudios de área o de país y antiteóricos, pues el cono­
cimiento detallado tiende a volver difícil la generalización. No
siempre es éste el caso, los estudios de campo como los de
561
Geertz, Coleman, Apter, Ashford, LeRoy Ladurie, Furet, Lewin,
Tucker, Scalapino, en contextos tan variados como Indonesia
Y Man-uecos, África, Japón, China, Francia, Rusia (por tomar
algu�os más o menos aleatoriamente), todos aportan una teoría
amplia que sostiene situaciones específicas. Temas mayores se
enc�rnan_ en estudios de casos como Nigeria, Background to
Natzona!ism, de Coleman (1958), Ghana in Transition, de Apter
('1963, 1971b), o Political Kingdom in Uganda ( 1 1961, 1996),
C/ass and Ec�nomic Change in Kenya, de Kitching (1980), The
State and Soci�ty, de Stepan (1977), The Tramfonnation of Poli­
_
f/ca! Culture tn CL�ba, de Fagen (1969), lnterest Confiict and
_
Pollflcal Change m Brazil, de Schmitter (1971), y Chinesse
Village, S�cialist State, de Friedman, Pickowicz y Selden (1991),
por menc10nar sólo unos pocos. Ninguno de estos estudios es
sim �lemente un ejercicio en el conocimiento detallado, ni apli­
ca simplemente lo que ya se sabe teóricamente a países parti­
culares. Todos han contribuido al cuerpo de conocimiento teó­
rico para prop�rcionar tanto riqueza a la política comparada
como, en ocas10nes, una comprensión más fenomenológica
�orno el énfasis de Geertz (1973) sobre la «lectura» de la polí­
ltca �� tanto que te�to social. Más aún, una significativa pro­
por;�on de los estudJOs que han tenido mayor impacto sobre la
pohllca comparada por medio de los materiales de caso están
hechos no por especialistas de área sino por personas ajenas al
asunto causando algunas veces gran debate entre comparati­
vistas y especialistas de estudios de área27•
Sin embargo, no hay nada como un buen estudio de caso
para revelar los defectos de las teorías comparativistas sobre­
generalizadas, pues trata con las conexiones entre subsistemas
intr�duce valencias y variables que una perspectiva desde eÍ
gobierno central o nacional pueden oscurecer. Puede servir
como un antídoto también para las teorías de la elección racio1�al que elevan �I nivel de racionalidad al nivel del sistema polí­
llco como un sistema completo, cuando pueden estar implica­
das una gran variedad de otras racionalidades en subsistemas
27 Sólo ha de pensarse en las controversias levantadas por la ob ra Swres
011{/ Social Revoh11iom ele Thetla Skocpol ( 1979).
562
y subconjuntos que perjudican al centro pero tienen razón de
ser para los implicados.
Desde luego, la necesidad de análisis más próximos al caso
varía de acuerdo con las cuestiones que estén siendo plantea­
das. Mucho depende de los requerimientos de conocimiento
en profundidad donde tal conocimiento esté disponible, como
con China, o como con Japón, donde resulta difícil trabajar sin
conocimientos del idioma, historia, cultura, arte, y así sucesi­
vament�. Semejante conocimiento puede faltar en países como
los de Africa, donde había pocos materiales escritos anterio­
res al colonialismo, con la excepción quizá de los países ára­
bes, y donde la recuperación del pasado puede requerir del
empleo de la tradición oral. Pero una de las mejores razones
para el trabajo de caso, además de estos requerimientos más
obvios, es que un buen caso puede temperar teorías amplia­
mente comparativas que tienden a volverse obvias y sobrecar­
gadas antes que agudas. Más aún, las teoáas comparativas se
ven demasiado a menudo «sorprendidas» por eventos que sus
teorías no sólo no pudieron predecir sino ni aislarlas contra
ellos, siendo la explosión de la URSS un buen ejemplo.
Si se aplica un estándar difícil como la prcdictibilidad al
estudio de la política comparada resulta claro que no es mejor
o peor que cualquiera de los otros subcampos de la Ciencia Polí­
tica, o más generalmente de las ciencias sociales. ¿Simplemente
hay demasiadas variables y resulta difícil saber cuáles son las
más destacadas? ¿Cuánto depende la democracia de «prerre­
quisitos» de cultura o educación, o elites cívicas específicas?
¿Cuánto dependerá de experiencias percibidas como negativas
con el poder autoritario? Ninguna de estas preguntas puede res­
ponderse de manera decisiva. Tampoco pueden establecerse
algunos niveles mínimos de condiciones sociales. Concluyen­
do su repaso del análisis comparado de la democracia, Lipset
(1994) argumenta que, aunque resulta posible extraer conclu­
siones desde las experiencias y características de países en
vías de democratización por conelaciones entre democracia y
crecimiento económico y cambios en estratificación, hay dema­
siadas relaciones significativas para que éstas sean concluyen­
Lcs. Más generah11ente podemos estar de acuerdo en que «ciada
563
la n_aturale�a multivariable de cualquier nexo causal que se
_
sugiera, es mev1table que cualquier variable o política dadas
sean asociadas con resultados contradictorios».
Si así es, ¿qué puede decirse en favor del análisis político
comparado? En algún caso, sensibiliza a los observadores fren­
te a las diferencias entre sus propias sociedades y otras, y fren­
te a algunas de las consecuencias de la diferencia. Hace cons­
ciente de las complejidades y multiplicidades de la interacción
entre normas, valores, instituciones y estructuras sociales, y
_
las variadas formas de comportamiento político que, incluso
cuando parecen semejantes a las propias, pueden significar no
obstante cosas completamente diferentes para aquellos impli­
cados en ellas.
Para las grandes cuestiones -cambio relativo al desarrollo
noc��ne� cambiantes de equidad y justicia, las proporciones ;
equilibrios entre equidad y distribución, opción y orden- pue­
den hacerse proyecciones, anticipar, llegar a ser conscientes de
las consecuencias (Apter, 1996). Puede distinguirse cómo el
mismo comportamiento en un escenario lleva a resultados dife­
rentes en otro. Por ejemplo, la asunción del riesgo, que es esen­
cial para la innovación emprendedora, puede también produ­
cir y alimentar violencia (Apter, 1996). Pueden también
anticiparse problemas significativos (problemas de políticas
concretas, formas parroquiales de nacionalismo localismo
sec�arismo, y el resurgimiento de barreras étnica;, religiosas:
raciales o de otro tipo) conducentes a menor tolerancia antes
que a mayor, y con sus peligros de un pluralismo negativo más
que positivo. En estos términos, el declive de la izquierda ha
dejado un «espacio» para el renacimiento primordialista en el
que se entiende Ja democracia no como primera consideración
sino como última. Otra cuestión crftica es cómo los sistemas
políticos democráticos tratarán con las conexiones entre inno­
vación y crecimiento, por un lado, y marginalidades (econó­
micas, sociales, étnicas, religiosas), por otro. Finalmente, puede
preguntarse si puede o no haber un «exceso» de democracia, que
sobrecargará sus capacidades y resultará en un ajuste demasiado
fino de sensibilidades morales. En nombre de la democracia
los intereses pueden llegar a elevarse al 1�ivel de derechos, redu�
564
ciendo las perspectivas de soluciones negociables y generando
hostilidad y antagonismo mutuo, menor antes que mayor tole­
rancia, y escasas antes que muchas opciones políticas.
Desde luego, incluso si la democracia es un sistema uni­
versal, sigue abierta la cuestión de cómo adaptarla a las varia­
ciones de las circunstancias, viejas y nuevas, que tendrá que
confrontar, sin olvidar asociaciones extraterritoriales, regiona­
lismo, globalismo, y una variedad de asociaciones políticas y
funcionales, privadas y públicas, que pueden alterar el carác­
ter de soberanía y arrojar dudas sobre la sacralidad de los lími­
tes territoriales. Pese a la necesidad de variación adaptativa,
lo que realmente sugiere en sí misma, tentativamente, es una
conclusión controvertida. Examinando estas diferentes apro­
ximaciones -institucional, desarrollista, neoinstitucional- sus
énfasis diferentes y estrategias de investigación y el vasto cor­
pus de estudios empíricos, uno se ve forzado a concluir que
parece existir un conjunto de instituciones especffico y relati­
vamente reducido que permite funcionar a la democracia en
cualquier sentido significativo. A pesar de «experimentos» a
favor de lo contrario, existe sólo un número limitado de posi­
bilidades estructurales para el Estado democrático. Ninguna
fórmula democrática alternativa dramáticamente nueva ha
reemplazado lo que los socialistas una vez motejaron como
democracia «burguesa». Ninguna fórmula de diseño democrá­
tico culturalmente específico, ajustada de manera única a las
particularidades de un solo país, ha emergido en ninguno de
los sentidos fuertes del término. Puede que la democracia ten­
ga formas «vernáculas», pero por el momento, y por mucho, su
forma de tratar con los problemas de la vida política contem­
poránea no resulta muy satisfactoria.
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