Los personajes antitéticos y su semántica en El Zarco1 Alejandro Ríos Andrade 14 de noviembre de 2020 Introducción ¿Qué es lo que hace atractiva y llamativa una obra? Esta cuestión puede tener muchas respuestas, como una buena historia o el mismo genero, su narrativa o hasta el mismo autor. Sin embargo, es indudable que los personajes juegan un papel de gran relevancia en cualquier relato y son estos los que terminan por atrapar al lector y sumergirlo en la historia. El hecho de poder identificarnos con este o aquel personaje, palpar a través de sus manos, mirar con sus ojos y sentir sus emociones hacen más amena una lectura, más emocionante e interesante. Un buen personaje permite hasta acercarnos a nosotros mismos y a esa naturaleza cambiante y perpetua del ser humano. Por que hay que decirlo, somos cambiantes: hoy podemos ser buenos y honrados, mañana seres despreciables y malvados. Las circunstancias pueden llevarnos a dejar de ser esto para convertirnos en aquello. El bien y el mal son condiciones propias de las personas que coexisten en todos y es decisión de cada uno elegir por cual de esos senderos caminar. Por esto hablo de cambio y perpetuidad. Ignacio Manuel Altamirano rescata lo dicho, pues plantea de gran forma esta dualidad existente en los seres humanos. A través de un indio honrado y un bandolera despiadado, una mujer noble y otra interesada , nos acerca a las virtudes y defectos inherentes a los hombres. En este documento pretendo ahondar en tales cuestiones y desdoblar a los principales 1 Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco (Episodios de la vida mexicana en 1861-63) (prol. Francisco Sosa). Establecimiento editorial de J. Ballesca, México, 1901, 286 pp. participantes de la famosa novela El Zarco y así, exponer la relación antitética que presente entre ellos. Pero, ¿en qué consiste el antítesis? De acuerdo con Helena Beristain es una “figura de pensamiento […] que consiste en contraponer unas ideas a otras (cualidades, objetos, afectos, situaciones )…”.2 Teniendo en cuenta esto, podemos adentrarnos en los aspectos que se apegan a esta cualidad y a los personajes. Aquí vamos. Desarrollo En esta novela posromántica nos encontramos con cuatro personajes centrales, en torno a los cuales ha de ocurrir la acción. Sin embargo, este documento poco a esto ha de referir, pues el enfoque primordial se dirige hacia la misma esencia de los personajes y lo que estos representan. Primero hablemos de aquel al que lleva por nombre el título de la novel: El Zarco. Bandolero perteneciente a los plateados, es descrito como un hombre bien parecido, blanco y ojiazul: “Él era joven, no tenia mala figura: su color blanco impuro, sus ojos de ese color azul claro que el vulgo llama zarco, sus cabellos de un rubio pálido y su cuerpo esbelto y vigoroso, le daban una apariencia ventajosa…”.3Antes de continuar hay que introducir una cuestión en torno al simbolismo del México de la época postguerra de Reforma, pues de acuerdo con Doris Sommer , “La militancia de Altamirano en esta novela cuyos avatares, en otros países son mayormente pacíficos, se transfiere sin duda de su posición dura frente a las propuestas legislativas de amnistía para los “bandidos” y para los conservadores que harían cualquier cosa, incluso vender el país a los franceses, para obtener nuevamente el poder”.4 Dicho esto podemos continuar. El Zarco puede considerarse entonces como el extranjero que Helena Beristáin, “Antítesis”, en Diccionario de retórica y poética. Porrúa, Mexico, 7a ed., 1995, pp. 67–68. I. M. Altamirano, op cit., p. 83. 4 Doris Sommer, Ficciones fundacionales: Las novelas nacionales de América Latina (trads. José Leandro Urbina y Ángela Pérez). Fonde de Cultura Económica, Bogotá, 2004, p. 288. [Continente Americano]. 2 3 puede llegar a trastornar la ligera estabilidad que comienza a lograrse. Sommer introduce una idea en torno a ello: “… el color del Zarco lo delata como peligrosamente atractivo, un cuerpo extranjero (francés o estadounidense?) cegador e incoloro, que amenaza los tonos cálidos de México”.5 Junto a la apariencia física de El Zarco, transita su carácter y forma de vida: este es un bandolero, desprecia el trabajo y la vida honrada. Desde joven se da cuenta que para tener lo que desea (bienes materiales), no basta con trabajar y esforzarse, o por lo menos es lo que él considera. Desprecia a las clases altas, a los señores y jefes de las haciendas. Es tal el rencor que profesa contra estos que comienza por robarles, después plagiarles para exigir rescate y por último asesinarles. Junto con otros malvivientes forma un grupo numeroso (Los plateados), dedicado a extorsionar robar y matar para conseguir riquezas. Se vuelve despiadado y vengativo contra aquellos para los que trabajó: Entre tanto, sus crímenes aumentaban de día en día; sus venganzas sobre sus antiguos enemigos de las haciendas eran espantosas y el pavor que inspiraba su nombre había acobardado a todos. Los mismos hacendados, sus antiguos amos, habían venido temblando a su presencia a implorar su protección y se habían constituido en sus humildes y abyectos servidores, y no pocas veces, él, antiguo mozo de estribo, había visto tener la brida de su caballo al arrogante señorón de la hacienda a quien antes había servido humilde y despreciado.6 Más allá del delincuente que es en sí el Zarco, representa junto a su grupo un peligro latente para el bienestar del país: “El retrato de el Zarco, caracterizado en la novela como un 5 6 D. Sommer, op. cit., p. 286. I. M. Altamirano, op cit., p.87. ladrón holgazán y vicioso, corresponde a una visión del bandido como parásito social que, junto con sus cómplices entre los políticos corruptos, despoja al pueblo de sus riquezas y debilita a la patria”.7 Representa eso que tiene aletargado al país, como es el crimen organizado e impune, la corrupción política y la cleptocracia. Por su parte Nicolás, en cuestiones físicas: “era un joven trigueño, con el tipo indígena bien marcado, pero de cuerpo alto y esbelto, de formas hercúleas, […]. Los ojos negros y dulces, su nariz aguileña, su boca grande, provista de una dentadura blanca y brillante, sus labios gruesos, que sombreaba apenas una barba naciente y escasa daban a su aspecto algo de melancólico, pero de fuerte y varonil al mismo tiempo”.8 Este que ha de convertirse en el héroe de la historia, es todo lo contrario a el Zarco, tanto físicamente (evidentemente), como de carácter, valores y moral: “ Se conocía que era un indio, pero no un indio abyecto y servil, sino un hombre culto, ennoblecido por el trabajo y que tenía la conciencia de su fuerza y de su valer. […] Se conocía en fin, que de propósito intentaba diferenciarse, en el modo de arreglar su traje, de los bandidos que hacían ostentación exagerada de adornos de plata en sus vestidos…”. Contrario al platero, Nicolás se ha formado a base del trabajo, en su oficio de herrero ha logrado salir adelante a pesar de ser huérfano. El hombre que se impuesto a las circunstancias adversas y a base de ímpetu y perseverancias, de labor honrada y esfuerzo, eso es lo que representa Nicolás pero además el nuevo modelo que se buscaba del país: A través de Nicolás, Altamirano aboga en favor de la dignidad del trabajo y de la redención del indio por esta vía, ideas que, es preciso recordar, eran innovadoras en aquella época. Nicolás, en suma, es el prototipo del nuevo pueblo que debe surgir Robert Herr, “De bandidos a trabajadores: el proyecto econónico liberal en El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano”. Literatura Mexicana, 2, 18 (2007), pp. 121–139. 8 I. M. Altamirano, op cit., p. 44. 7 de las cenizas de pasado colonial, un pueblo hecho de individuos libres, racionales, y moralmente virtuosos, que asume su ciudadanía tanto en términos jurídicos de derechos y deberes, como también culturales (normas de conducta).9 Altamirano pretende el desapego de las cuestiones referentes a la colonia, pues a través de este personaje plantea una nueva mentalidad condensadora de todo el pueblo en un individuo y, de esta forma alinearla con el nacimiento de una incipiente sociedad moderna.10 Manuela, la bella mujer, enamorada de el Zarco, en un inicio desdeña al honorable Nicolás, a cambio de un amor fatuo. De ella se dice que era una joven “como de veinte años, blanca, con esa blancura un poco pálida de las tierras calientes, de ojos oscuros y vivaces y de boca encarnada y risueña, tenía algo de soberbio y desdeñoso que le venía seguramente del corte ligeramente aguileño de su nariz, del movimiento frecuente de sus cejas aterciopeladas, de lo erguido de su cuello robusto y bellísimo o de su sonrisa más bien burlona que benévola.”11 Ante esta descripción de mujer criolla, Sommer plantea una cuestión “(¿Simboliza Manuela a los monárquicos criollos que añoran un príncipe europeo y vistoso cuando tienen a un príncipe indígena de presidente?)”.12 Además de ello, Manuela representa la avaricia y la corrupción y es tan culpable, como el mismo Zarco, de robos y asesinatos: “… violencia del Zarco deriva de sus pasiones desordenadas. Pero esas pasiones desordenadas se alimentan de las pasiones desordenadas de otro personaje: Manuela, el verdadero origen de todos los riesgos de la novela. El Zarco no roba nada para sí Max Parra, “‘Pueblo’, bandidos, y Estado en el siglo XIX mexicano. Notas a partir de El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano”. The colorado review of hispanic studies, 4 (2006), pp. 65–76. 10 Cfr. Ibid. p.69. 11 I. M. Altamirano, op cit., p. 28. 12 D. Sommer, op cit., p. 286. 9 (más allá de la exhibición de plata en su atuendo y su apero). Cuando roba, mata y tortura, es para obtener joyas, monedas, vestidos para su amante, Manuela. El deseo de Manuela define las acciones del Zarco…”13 Para enfatizar aún más estas cualidades negativas, Altamirano habla de como Nicolás reconoce este carácter desmoralizado y pobre en Manuela: “Después, este desprecio fue tornándose, al considerar la perversión de carácter de Manuela, en un sentimiento de otro género. Era la repugnancia, pero la repugnancia que inspira la fealdad del alma; y después una viva alegría inundó su corazón. Él, Nicolás, el pobre herrero de Atlihuayan, se había escapado de aquel monstruo. Había estado amando a un demonio creyéndolo un ángel”.14 La joven Pilar, de corazón noble, contraparte del Manuela, es descrita físicamente así: “La otra joven tendría diez y ocho años; era morena; con ese tono suave y delicado de las criollas que se alejan del tipo español, sin confundirse con el indio, […]. Pero en sus ojos grandes, y también oscuros, en su boca, que dibujaba una sonrisa triste […], en su cuello inclinado, en su cuerpo frágil y que parecía enfermizo, en el conjunto todo de su aspecto, había tal melancolía….”.15 Conjugado con esta imagen delicada, aparece su carácter noble y tímido, que a fuerza de las adversas circunstancias terminará por detonar y exponer a una mujer distinta de la mostrada en un comienzo. Al ver que su amado está por ser enjuiciado y pasado por las armas decide actuar: “Tal vez la identidad de género de Pilar sea menos obvia; su intrépido valor se combina con una naturaleza idealmente dulce y sumisa. Ella es quien Juan Pablo Dabove y Susan Hallstead, “Pasiones fatales: consumo, bandidaje y género en El Zarco”. , 1, 7 (2009), pp. 168–187. 14 I. M. Altamirano, op cit., p. 158. 15 Ibid., p. 28. 13 organiza la resistencia popular ante el ejército que apresó a su hombre, y quien consigue el apoyo político y luego el paramilitar”.16 Por último he de introducir un elemento más que no corresponde a los personajes sino a algo, que podría parecer insospechado: el paisaje. Y es que la antítesis también queda en evidencia cuando se describen los dos poblados principales de la novela: Yautepec (la hacienda de Atlihuayan) y Xochimancas. El primer poblado puede representar la idea de ese México rico en materia y riquezas, pero como es bien sabido, mal aprovechado: “ El pueblo de Yautepec se caracteriza en la novela como un espacio de producción casi idílico, constituido de una tierra fecunda y poblado por gente trabajadora. […], el énfasis que se pone en los árboles frutales, en el río sustentador y en la población laboriosa sirve para demostrar el potencial económico de Yautepec, lo que el narrador mismo describe como sus bienes materiales: “El río y los árboles frutales son su tesoro; así es que los facciosos, los partidarios y los bandidos, han podido arrebatarle frecuentemente sus rentas, pero no han logrado mermar ni destruir su capital”17 Contrario al mencionado poblado, la hacienda de Xochimancas aparece como símbolo de la decadencia social. Un territorio mal aprovechado que “representa el desperdicio del capital natural de la zona azucarera, desperdicio que se atribuye por lo menos en parte a “apatía y negligencia””18. Es en este lugar que Manuela reconoce su error, es aquí donde enfrenta la realidad y consecuencias de sus terribles errores. Ahora lejos del pueblo 16 D. Sommer, op cit., p. 287. R. Herr, op cit. 18 idem. 17 que despreciaba desea regresar a este. Es pues esta hacienda representación del atraso y los resabios de los malos gobiernos y el mal aprovechamiento de las tierras. Las leyes son nulas en el lugar, pues no existen jerarquías, no hay jefes ni subordinados, y la economía funciona gracias a los botines obtenidos de los robos, asaltos y extorciones: “Si en Atlihuayán regía una estructura jerárquica, en Xochimancas operaban los bandidos de manera colectiva, pero con una colectividad perversa. Dentro de la hacienda, Manuela encuentra una sociedad donde los rangos sociales se han derribado y otras mujeres “decentes” del pueblo ahora conviven con los bandidos en una existencia difícil”19 Conclusión En una primera lectura, pude destacar las figuras antitéticas que representan el Zarco y Nicolás, Manuela y Pilar. Junto con ello también parece evidente que lo que buscaba Altamirano era exponer su pensar respecto a las leyes de Reforma y el proceso de cambio al que se enfrentaba México. Sin embargo la relectura y el apoyo en las lecturas críticas en torno a esta novela me ofrecieron un panorama más amplio. Pude percatarme de la cantidad de simbolismos que plagan a la historia. El Zarco no sólo representa lo peor de la naturaleza humana, sino también el estado corrupto en que se encontraba el país y a su vez, un lastre ideológico que había impedido el avance social en nuestra lacerada República Mexicana. Opuesto a ello, Nicolás, además de el ejemplo ideal de ciudadano, refleja el animo de avanzar, de extirpar a los malos políticos e ideologías. El país sólo puede salir adelante a través de esfuerzo y trabajo honesto, no existen atajaos para ello. Así mismo Manuela representa la avaricia de estratos de la clase alta y política, que son capaces de hacerse de la 19 Ibid., p. 136. vista gorda ante el crimen mientras reciban una incentivos monetarios. Pilar podría decir representa al amor verdadero a la patria, capaza de luchar contra la tiranía sin miramientos, capaz de ofrecer su vida por la justicia y los verdaderos valores. Aunque la novela presenta los arquetipos arquetipos del bien y el mal, y pueden llegar a considerarse predecibles, para nada demerita la buen historia y los entrañables personajes. El Zarco sin duda es una bellísima novela llena de matices, que ofrece nuevos aspectos con la relectura. Bibliografía Altamirano, Ignacio Manuel. El Zarco (Episodios de la vida mexicana en 1861-63). Editado por Francisco Sosa. México: Establecimiento editorial de J. Ballesca, 1901. Beristáin, Helena. «Antítesis». En Diccionario de retórica y poética, 7a ed., 67-68. Mexico: Porrúa, 1995. Dabove, Juan Pablo, y Susan Hallstead. «Pasiones fatales: consumo, bandidaje y género en El Zarco» 7, n.o 1 (2009): 168-87. Herr, Robert. «De bandidos a trabajadores: el proyecto econónico liberal en El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano». Literatura Mexicana 18, n.o 2 (2007): 121-39. Parra, Max. «“Pueblo”, bandidos, y Estado en el siglo XIX mexicano. Notas a partir de El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano». The colorado review of hispanic studies 4 (2006): 65-76. Ruíz, José Salvador. «El laberinto de la aculturación: ciudadanía y nación mestiza en El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano». Revista de Critica Literaria Latinoamericana 31, n.o 61 (2005): 23-36. Sommer, Doris. Ficciones fundacionales: Las novelas nacionales de América Latina. Traducido por José Leandro Urbina y Ángela Pérez. Continente Americano. Bogotá: Fonde de Cultura Económica, 2004.