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La «nazificación» del Partido Republicano – Rebelion

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La «nazificación» del Partido Republicano – Rebelion
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La «nazificación» del Partido
Republicano
Por L o r e t t a J . R o s s | 30/01/2021 | Opinión
Fuentes: CounterpunchI [lustración: Nathaniel St. Clair]
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Tras la Segunda Guerra Mundial, los nazis que ayudaron a Hitler a conseguir el poder y asesinaron a
millones de personas, incluyendo al menos a 6 millones de judíos, fueron enjuiciados para enviar un
aviso al mundo.
Aunque no todos tuvieron que enfrentarse a un proceso judicial, bastantes de ellos no estaban
protegidos por su estatus elevado, alto cargo oficial o afirmaciones de “inocencia” o “patriotismo”. El
único lenguaje que conocían era el del poder a través de la violencia –no el de la justicia ni el de la
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libertad– y tuvieron que rendir cuentas. Estos criminales se sometieron en Núremberg ante un tribunal
tan trascendental que la palabra “nazi” quedó estigmatizada y se asociará por siempre a quienes
participaron en esos horribles crímenes y posibilitaron que ocurrieran.
Después la guerra, Alemania prohibió las banderas nazis y a los neonazis. De hecho, la única manera en
que la parafernalia nazi podía llegar a Alemania era de contrabando desde otros países como Estados
Unidos. Una de las personas que hicieron esto posible fue el propagandista nazi Gerhard Lauck, de
Nebraska, el hombre a quien llamaban “el Führer del Granero del Noroeste”, que paso cuatro años en una
prisión alemana por distribuir simbología nazi prohibida por toda Europa.
Conozco el tema porque organizo un curso sobre supremacía blanca en el Smith College, centrado en el
antisemitismo, el racismo contra los negros y otros componentes entrecruzados de la ideología
supremacista blanca. Después de más de 30 años dando clases sobre fascismo como académica y de
activista feminista negra, conozco la in"uencia destructiva de esas ideas nocivas y enseño a los jóvenes
a interpretarlas y resistir a su in"ujo.
En Estados Unidos debería aprender el desprecio que suscita hoy en día en todo el mundo la palabra
“nazi”, especialmente tras el intento criminal de golpe de Estado que tuvo lugar con el asalto al Capitolio
del 6 de enero. Cualquiera que simpatice, apoye o financie estos actos sediciosos que pretenden impedir
la transferencia pacífica de poder en nuestro país debería ser tratado con el mismo desprecio y la
misma condena pública que los nazis recibieron tras la Segunda Guerra Mundial. En este apartado
incluyo a las personas nazificadas en el Congreso, en los medios de comunicación, en las universidades,
en los lugares de trabajo y en toda la sociedad, porque el fascismo no es el sueño enfebrecido de un
hombre alucinado. Trump es un supremacista blanco; que también sea un narcisista perturbado es algo
incidental.
El Republicano es un partido político moralmente en bancarrota que apoyó a un presidente perturbado
que ha llevado a esta frágil democracia en evolución al borde de la extinción, simplemente porque no
puede soportar el glacialmente lento y justificado empoderamiento de la gente de color ni cualquier
límite a su poder para amasar una cantidad inmoral de riqueza. Parafraseando al destacado educador
negro Vincent Harding, somos ciudadanos de un país que todavía está por formarse.
La marca “Republicano” como legítimo partido político quedará por siempre asociada a las ideologías de
extrema derecha, incluyendo a los neonazis y a los neoconfederados. Estos líderes supuestamente
“respetables” consintieron y azuzaron una insurrección supremacista blanca alentada por Trump los
últimos cuatro años. Su oportunismo transaccional permitió que las banderas confederadas desfilaran
desafiantes frente al Capitolio de EE.UU., un acto vergonzoso que ni siquiera se produjo durante la
Guerra Civil. Allí demostraron que no desean compartir una democracia pluralista con otros intereses y
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partidos políticos.
Los Republicanos han demostrado que, si no pueden dominar permanentemente este país porque la
demografía muestra que cada vez va a haber menos blancos enojados, están preparados para hacerlo
volar en pedazos, en sentido figurado y literal. Ahora quieren que nos apresuremos a perdonarles y
reconciliarnos, ignorando que para lograr la sanación, primero debe imponerse la verdad y la rendición
de cuentas.
Hitler capitaneó una insurrección contra el gobierno alemán en 1923 y fue sentenciado a cinco años de
prisión, de los cuales solo cumplió uno, y utilizó esa indulgencia para llevar a cabo el Holocausto. Nunca
hay que olvidar lo peligroso de otorgar un perdón prematuro antes de exigir responsabilidades. Los
fascistas son violentos por ser quienes son, y no por lo que hagamos nosotros –como los alemanes
comunes que subestimaron a los nazis y pensaron que se trataba tan solo de otro partido político de
derechas. Los alemanes que no se consideraban nazis continuaron pasivamente con su vida normal y
negaron lo que estaba ocurriendo con sus vecinos judíos en aras de la “unidad”.
Los Republicanos ya no tienen derecho a existir como partido político legítimo porque este retroceso
autoritario se lleva gestando desde la aprobación de las nuevas leyes de Derechos Civiles en 1964 y 1965,
en respuesta a la violencia racista captada por las cámaras de televisión que tuvo que sofocar la Guardia
Nacional. Luego el presidente Lyndon Johnson predijo que la mayor parte de los blancos abandonaría el
Partido Demócrata para unirse al movimiento político revanchista, segregacionista, antifeminista y
homófobo de George Wallace, Richard Nixon y Ronald Reagan. Ninguno de los presidentes republicanos
elegidos de forma no democrática desde la década de los 60 (por un colegio electoral diseñado para
privar del derecho al voto) ha conseguido repudiar a esta ala neofascista de su partido.
Estoy harta de conceder a los Republicanos el beneficio de la duda después de 50 años.
El término nazi no es lo bastante duro para expresar el oprobio y la indignación que sienten los
activistas de derechos humanos por aquellos que afirman con toda desvergüenza ser simples patriotas
que opinan diferente. Desde la Casa Blanca, desde el Congreso y desde las calles, han declarado la
guerra a la democracia. Son sedicionistas, co-conspiradores y neonazis ocultos a plena vista que optan
por utilizar cualquier poder, plataforma o micrófono a su alcance para derribar este sistema de
gobierno. Su objetivo aparente es instaurar un sistema de tipo apartheid en el que una minoría
fortificada de personas gobierna sobre millones de personas que se les oponen. Es nuestro deber enviar
una señal inconfundible de que no toleraremos algo así cuando otro neofascista más competente
intente obtener poder permanente en el Congreso o en la Casa Blanca en el futuro.
Estoy llamándoles nazis porque han adaptado el guión del Tercer Reich a EE.UU. Trump se habrá ido,
pero el trumpismo sigue ahí. Como dijo la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi,
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ellos “priorizan su blanquitud sobre la democracia”, como queda de manifiesto en su implacable ataque
al derecho al voto. Los Republicanos que promovieron esta peligrosa resurrección del fascismo andan
ya intentando borrar lo que pasó o considerarlo como una “simple protesta enmarcada en la Primera
Enmienda”. A estos apologistas empeñados en limpiar su reputación destrozada se les deberían negar
los empleos, la participación en los medios de comunicación, los contratos editoriales y cualquier otra
oportunidad de difundir su desprecio por la democracia. Como observó el filósofo Karl Popper en 1945,
“Para mantener una sociedad tolerante, la sociedad debe ser intolerante con la intolerancia”.
Debemos defender una sociedad abierta y democrática frente a estas fuerzas del fascismo disimuladas
en un respetable Partido Republicano, que alentaron una insurrección supremacista con el fin de
gobernar por encima de la ley, como los reyes. Para ellos, como para todos los fascistas, las llamadas a la
unidad y al civismo son muestra de debilidad. Se aprovechan de vivir en una sociedad abierta para
debilitar el progreso gradual conseguido en el siglo XX en cuestiones de género, raza, ciudadanía y
relaciones nacionales e internacionales. Durante más de un siglo han demostrado que no son de fiar.
Han derribado otras democracias y promovido guerras y con"ictos de baja intensidad por todo el
mundo que han causado millones de muertos. Son incapaces de aceptar la complejidad de un mundo
globalizado multicultural y multirracial, así que se cuecen en su propio resentimiento y combaten todas
las iniciativas para democratizar los privilegios y beneficios de nuestro mundo. Se encuentran ante la
muerte natural de un partido político que pretendía agarrarse al poder mediante una red de mentiras
tejida sobre sus seguidores para enriquecer a una pequeña camarilla de personas.
La maltrecha reputación global de Estados Unidos está en juego en esta interminable Guerra Civil. En
lugar de denunciar a los traidores en 1865, nos permitimos rehabilitarles y levantarles monumentos en
todo el país. Cuando nuestros descendientes echen la vista atrás, ¿verán que otra vez volvimos a
"aquear en el momento de exigir responsabilidades a los insurrectos? Si no lo hacemos, la historia se
repetirá antes de lo que podamos imaginar.
Los autoritarios pretenden socavar nuestro compromiso con los derechos humanos, las leyes justas, las
prestaciones sociales y la paz global, abusando del concepto de libertad. Deberíamos llamarles nazis a
todos ellos e impedir que se oculten tras palabras evasivas porque ya nos han demostrado quienes son.
Ahora debemos creerles.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/01/20/the-nazification-of-the-republican-party/
El presente ar tículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se
nombre a su autora, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.
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