La personalidad de Jesús Los rasgos fundamentales de su personalidad humana, tal como fueron percibidos por sus discípulos e incluso por sus enemigos: a) Un hombre libre Ya desde su adolescencia (cf. Lc 2,41-52) Jesús se manifiesta como un hombre libre frente a todo y frente a todos los que puedan obstaculizar su misión. Libre frente a su familia (cf. Mc 3,21) y a sus amigos (cf. Mc 8,31-33). Libre frente al poder político de los romanos (cf. Lc 13,31-33). Y libre, sobre todo, frente a los ritos, las prescripciones y las costumbres del judaísmo de su tiempo, cuando él creía que se convertían en obstáculos para cumplir la auténtica voluntad de Dios y servir al bien del hombre. Fue precisamente esta libertad la que irritó a todos los poderes constituidos, que decidieron acabar con él. b) Un hombre con una experiencia religiosa profunda y original Hay un elemento fundamental en la vida de Jesús: su obediencia radical y su confianza total en Dios, a quien le llamaba «Abba» («papá»). Lo que alimentaba su vida y daba sentido a toda su actuación era hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34). Y ésta era también la motivación y la fuerza que hacía posible su libertad: necesitaba ser libre para amar y obedecer al Padre. No es de extrañar, pues, que fuera un gran orante: dedicaba largas horas todos los días a dialogar con el Padre (cf. Lc 6,12), y nos ha dejado oraciones de una profundidad y belleza inigualables (cf. Mt 11,25-26; Lc 11,1-3; Jn 17; Mc 14,36). Y fue precisamente su rica y original experiencia de Dios lo que quiso transmitirnos. El objetivo último de toda su vida fue manifestarnos a un Dios cercano, amigo de los hombres, liberador, que se preocupa de los últimos, que sabe acoger y perdonar y que nos convoca a todos a la gran fiesta de su Reino. En una palabra, a un Dios que es «Buena Noticia» para el hombre. c) Un hombre con una gran sensibilidad La fortaleza de su carácter se armonizaba con una gran riqueza de sentimientos. Era sumamente sensible para apreciar las maravillas de la naturaleza: le gustaban los montes y el mar, y se fijaba en la belleza de las flores y de los pájaros (cf. Mt 6,26-30). Pero sus sentimientos se manifiestan sobre todo en las relaciones humanas. Siente una compasión espontánea ante todo tipo de necesidad o desgracia (cf. Mc 1,41; Lc 7,11-17; Mc 6,32-33); ama profundamente a sus amigos y llora ante su muerte (cf. Jn 11,35-38; 18,8); se indigna ante la injusticia o la adulteración de la religión (cf. Mc 3,5; 10,14; Jn 2,13-22); se angustia profundamente ante la perspectiva de su muerte (cf. Mc 14,33). d) Un hombre para los demás Jesús dijo que «no había venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). En efecto, nunca buscó su propio interés, no se preocupó de su propia fama (cf. Mt 8,20), no buscó dinero ni seguridad alguna (cf. Lc 16,3), tampoco buscó el poder (cf. Jn 6,15), no vivió para una esposa ni una familia y supo renunciar a sus proyectos para servir a los demás (cf. Mc 6,32-37). Fue siempre un hombre disponible para los otros. Además, sabía acoger a cada persona en su originalidad y en su problemática irrepetible. No pensaba en la humanidad, sino en cada hombre y en todo hombre que se cruzaba en su camino, como Zaqueo (cf. Lc 19,1-10), la samaritana (cf. Jn 4), la adúltera (cf. Jn 8,2-11)… Y, sobre todo, estuvo siempre de parte de los que necesitaban ayuda para ser libres y encontrar la verdad de su vida: el pueblo humilde (cf. Mc 6,34), la gente inculta (cf. Jn 9,34), las personas de mala reputación (cf. Lc 7,36.50), los enfermos (cf. Mc 1,23-28), las mujeres (cf. Lc 8,2-3) y los niños (cf. Mc 10,13- 16). 3. El misterio de Jesús a) Nacido de María, virgen Los evangelistas Mateo y Lucas, dos fuentes independientes entre sí, afirman explícitamente un hecho desconcertante: Jesús nació sin intervención de varón (cf. Mt 1,18-20; Lc 1,34-35). No hay precedentes de una afirmación similar ni en el mundo bíblico ni en el extrabíblico. Y concretamente en el ambiente judío la virginidad no tenía ningún sentido. Los cristianos, en cambio, hemos mantenido siempre este dato que choca con las leyes de la naturaleza y que se prestó, ya en la antigüedad, a bromas de mal gusto: Orígenes, en el siglo II, se tuvo que enfrentar con la leyenda malévola de que Jesús era hijo de María y de un centurión romano que la había violado. ¿Qué significado pudo tener este acontecimiento? Desde luego no tuvo una significación moral: no era nada indigno que Jesús naciera del amor de un hombre y una mujer, como nacemos todos por disposición del Creador. La solución hay que buscarla en la explicación que da el ángel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,35). Es decir, Dios ha querido manifestar con la intervención del Espíritu creador que con Jesús comienza algo nuevo; ha pegado un corte en la continuidad de la creación para indicar un nuevo inicio, una nueva creación. Y, sobre todo, ha querido subrayar que a Jesús no lo hemos producido nosotros, que viene desde arriba, que nos es regalado. Jesús no tiene más padre que Dios. b) Superior a Moisés Jesús se presentó como el único que podía interpretar legítimamente la Ley de Moisés (cf. Mt 19,7-9). Más aún, tuvo la osadía de corregir esa Ley que, para el pueblo judío, era la manifestación suprema de la voluntad de Dios. En el Sermón de la Montaña afirma varias veces: «Se dijo a los antepasados… pero yo os digo» (cf. Mt 5,21-48), cambiando así el alcance y la significación de varios preceptos de esa Ley. Con ello se colocaba por encima de Moisés y se presentaba como el único que conoce la voluntad verdadera de Dios (cf. Mt 11,27). ¿De dónde le viene esta autoridad y libertad para adoptar actitud tan inaudita? c) Portador de la salvación Jesús ofrece el perdón de los pecados a hombres y a mujeres (cf. Mt 9,1-8; Lc 7,36-50). Y lo hace de manera gratuita, sin exigirles una penitencia previa. Ante el escándalo de los judíos, que estaban convencidos de que esa autoridad sólo la tenía Dios, Jesús explica que el Dios verdadero es amor y perdón (cf. Lc 15). Y, además, afirma que ese Dios perdona a través de él. ¿Con qué derecho identifica su obrar con el de Dios? Pero la oferta del perdón es sólo parte de una pretensión más inaudita: la suerte final de los hombres depende de la postura que adopten ante él (cf. Lc 12,8; Mc 8,35). Y esto es así porque está convencido de que, en su actuación y mensaje, Dios libera y salva definitivamente al hombre. ¿Cómo se puede colocar en un lugar tan decisivo entre Dios y la humanidad? d) Hijo de Dios Ya hemos visto que Jesús se dirigió a Dios con la misma confianza y familiaridad con que un niño judío se dirigía a su padre. Ningún judío se había atrevido nunca a llamar a Dios «Abba». Pero con este nombre, Jesús no sólo manifiesta una confianza inusitada en Dios, sino también la conciencia de estar en una relación única con él, distinta de la que pueden tener otros hombres: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). Y esta conciencia la mantendrá hasta el final, jugándose la vida por ella (cf. Lc 22,69-71). Sí, Jesús se proclamó Hijo de Dios y explicó la afirmación diciendo: «El Padre y yo somos una misma cosa» (Jn 10,30). Ante esta pretensión, que explica todas las demás, caben cuatro reacciones, que son otras tantas respuestas a la pregunta que hemos formulado al principio: 1. Se trata de un loco. Algunos contemporáneos, incluso familiares, lo llegaron a pensar así. Pero esta explicación no satisface: Jesús aparece como un hombre muy equilibrado. Y así lo ven incluso sus enemigos, a quienes les parece más peligroso que un loco. 2. Es un embaucador ambicioso. Tampoco esta interpretación casa: nunca quiso aparecer como un milagrero y siempre rehuyó la tentación política. Además, el hecho de que diera su vida por mantener su pretensión da autenticidad a sus palabras. 3. Fue una persona bienintencionada, pero que se equivocó. Quizás pensaron esto sus discípulos después de su muerte. Pero los acontecimientos inmediatos desmontaron también esta hipótesis. 4. Jesús es el Hijo de Dios vivo. Esta fue la gran confesión de Pedro hacia la mitad de la vida pública (cf. Mt 16,16). Posteriormente creyó haberse equivocado. Pero, al tercer día después de la muerte de Jesús, tuvo que reconocer, junto con los demás apóstoles, que, en Jesús, se había encontrado con Dios mismo. Y esto es lo que predicaron por todo el mundo hasta dar la vida por ello. Lo que pasa es que, para dar esta respuesta, hace falta algo más que nuestra inteligencia y nuestro conocimiento de la historia: «Bienaventurado tú… porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16,17). «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no le atrae» (Jn 6,44). http://www.franciscanos.org/temas/discipuloscap1.html