Subido por Camilo Aguilar

El niño

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El niño
Camilo Aguilar
@lagrimasuniversales
Entonces salió corriendo por el pasillo, gritando sin voz y con un sudor frío que le corría por
la frente, con gotas que competían con ver cuál llegaba primero al piso, cuál primera a los
ojos, cuál iba a salar la boca ahogada. Llegó a la puerta y la abrió torpemente, como si quisiera
romperla, como si fuera un pedazo de papel que no le permitiese ver lo que hay al otro lado
de la ventana. Sus manos adrenalínicas, frías y habilosas por el tejido, desenmarañan los hilos
nerviosos de una incertidumbre venidera, de lo que hay al otro lado de la puerta.
Un aire cálido de verano le golpea la cara, el cuerpo y la mente. La ahoga con imágenes
atroces de temores fundados, de habladurías vecineras, del cagüin de la vecina, de las mala
madre, cómo lo perdiste, si estaba durmiendo y lo descuidó. Un aire cálido de verano le
golpea la cara, mas no penetra en sus pulmones y siente morir, siente ahogarse entre tanto
aire que no puede respirar, siente su corazón latir en sus pies y ver las venas y arterias
enredados en su cuello y colgando del cielo y ve como el suelo se empieza a desvanecer y
siente la presión y su cara se pone roja y siente presión y la calidez y siente como cada vez
esos pensamientos aprietan más y más fuerte ese pobre cuello moribundo que pide un respiro,
que se vaya la angustia, que se vaya la pena y que mueva los pies y que grite, que grite muy
fuerte y lo llame por su nombre, que la va a oír, que diga su nombre que le va a responder
con esa vocecita tan adorable que tiene, tan cálida y calmada y que vendrá corriendo y le va
a abrazar las piernas y le dirá te amo, te amo mami, te amo mucho, te amo, te amo.
Entonces esas manos tejedoras y fuertes por los lavados de platos, y quitar la mugre de las
paredes, se focalizan en desenredar ese nudo lanístico de pena en la garganta. Lo sopla tres
veces: uno, dos, tres. Y con esas manos fuertes de madre que cría sola porque ese padre no
era el padre, que abrió las piernas y que ese no era su hijo, desenreda rápidamente ese nudo
que la ahogaba y grita, grita su nombre y le pide al viento que lleve su grito a los oídos de su
niño, que debe estar asustado con tanto calor sofocante, que era muy frágil para estar bajo
este sol que quema los rostros de los trabajadores precarizados, ese sol que mata más que la
lluvia porque te quema por dentro y hierve tu sangre y quedas tirado en la acera como charqui
que se comen los perros callejeros.
Un aire cálido le golpea el cuerpo con un sonido vacío lleno de llantos y ladridos que nadie
sabe de quién son, de autos corriendo en la autopista de al lado, de los bocinazos por la hora
peack. Solo un aire caliente con los sonidos habituales de ese pedazo de tierra que algunos
llaman hogar. Entonces siente nuevamente las venas y las arterias posarse en ese cuello rojizo
y antes que logren enrollarse y ahogarla corre por el block gritando su nombre y las vecinas
salen a mirar con sus escobas, y solo miran, ninguna grita, ninguna sale de esas tres baldosas
que tienen de patio, solo se miran entre ellas como pájaros buscando semillas para
alimentarse, y se tocan el pelo y juzgan silenciosas. La madre corre sin importar esas miradas,
sus venas la siguen y su niñito lindo la necesita, cómo no va a estar por acá, si nunca sale de
la casa, si nadie entró, si dormía conmigo, le sentía la respiración en el cuello.
Entonces las arterias le agarran los pies y cae al suelo, y ese polvo asqueroso con pelos de
perro y escupos de ebrios le entra en la boca y siente allí como su corazón intenta escapar de
ella y con una arcada un líquido morado sale con espuma y de forma violenta de esa boca
que tiene tatuada el nombre de su hijo. Sale un vómito ácido que quema el suelo y sus ropas,
con restos de carnes, de gritos, de amor, de miedo, de desesperación. Y allí ve algo palpitar,
un pequeño grano rojo que pide ayuda y ser recogido, que pide volver a su lugar, que lo tome
y lo deposite en su pecho nuevamente, que no puede respirar. Pero ella corre, sus ojos no
pueden creer que ese ácido haya salido de su cuerpo, que todo esto estaba pasando, que solo
estaban durmiendo una siesta, que qué miran viejas de mierda, éntrense con sus escobas,
dejen de mirarme, no se alimenten de mi tragedia, dejen de gritar mi nombre, dejen de reírse,
dejen de apuntarme.
Un aire cálido la empuja y toma fuerzas, sentía correr por arena cristalina y sus piernas
temblaban y le costaba correr por aquellos montes dorados que se alzaron en medio de un
cajón de arena que solo mugre tenía. Las viejas desaparecieron, las calles se fueron, los
sonidos se silenciaron y el sol se puso en lo más alto de ese cielo, y las nubes se evaporaron
y dejaron un árido escenario en el cual la madre corría sin destino, esperando llegar a alguna
parte, llegar a su casa y cerrar la puerta, cerrar los ojos y pedir ayuda, llamar a alguien, a su
hermana, a la vecina amiga que no estaba, a la Lucy, a la Marta.
Entonces cierra los ojos y respira. Respira con la guata. Siente el aire penetrar en su cuerpo
y este se lo agradece. Siente como su cuerpo se eleva un poco del suelo y se siente más ligera.
Más calmada. Más clara. Y esas arenas se caen. Y ese sol desaparece. Y allí aparecen nubes.
Y un aire frío. Y respira. Se concentra en eso. Y aparece su casa. Y la puerta abierta. Y se
acerca, Pero cruzando esas tres baldosas de patio su respiración se corta y las venas caen
sobre sus hombros y siente el peso de la desesperación y lo que alguna vez en su pecho estuvo
tranquilo ahora grita y pide ayuda, y vuelve a enredarse sobre si misma, y se prende fuego el
pecho y el aire cálido vuelve y la ahoga.
Un aire cálido llega a su cuerpo muerto que pide agua de alivio. Llega con los sonidos de
bocinas, perros, gatos, llantos y niños. Niños, y se rompe a llorar por su niño, que dónde está,
que nadie la ayuda, que su corazón yace en el suelo y es pisoteado por los perros que allí
juegan y ladran. Y siente el sudor en su frente, en su pecho, en su espalda, en sus axilas. Y
siente como el espacio se llena de él, como sus pies están cubiertos por ese líquido salado,
como sube hasta las rodillas, hasta las caderas, y nada hasta la puerta y la cierra. La cierra y
espera que todo se quede afuera, que no se inunde la casa, que algo le dejara este día, que ese
cuerpo acuoso le traiga a su niño, que lo deje en sus brazos mojados y la abrace, y se abracen
y él le diga te amo y ella también y lo bese en la frente y ese cuerpo se desase en polvo y el
viento que se cuela por la ventana rompe el cuerpo particular de su hijo ido y llora y se tira
en el piso y se hace ovillo, como los que ella armó tantas veces con los restitos de lana que
ocupó para hacerle un chalequito a su niño, y lo extraña y siente su pérdida y siente que no
lo va a volver a ver nunca.
Entonces entra un aire cálido con una vocecita de niño dulce, con ese cantar y esas palabras
inventadas que crearon para escapar de esa realidad sofocante que consumía sus pieles poco
a poco, dejándolas rasposas y callosas. Entra esa voz bailarina y da vueltas en su cuerpo y la
recorre de pies a cabeza, le sacude la ropa y la despeina. Entra por sus poros y sale por sus
ojos en líquidos salados que esperan no llegar al suelo, sino que a la frente de su hijito
querido. Y con sus manos cansadas intenta agarrar esa voz, y la persigue por dentro de la
casa y la voz baile alrededor de los objetos, de la camita y de los peluches, y ella intenta
encerrarla en esa pieza para que se guarde, se quede allí y se acueste y que esto sea un sueño
y que al otro día aparezca su hijo con ese enterito amarillo y le pida el desayuno. Pero la
ventana quedó abierta y la vocecita se aleja y ella se asoma y extiende su cuerpo, sus brazos,
sus manos e intenta desesperadamente agarrar a su hijo, a esa voz que tanto extraña y que
tanto quiere de vuelta.
Un aire cálido le llega por su espalda cansada en la ventana, y por un efímero momento siente
sus brazos apretar sus piernas. Un aire cálido le llega al cuerpo penoso que yace pidiendo
misericordia en la ventana de una habitación llena de recuerdos. Un aire con una voz infantil,
que parecía moverse por los pilares de esa casa vieja sostenida por recuerdos.
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