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¿Qué debemos pensar de los sedevacantistas - Distrito de México

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9/11/2020
¿Qué debemos pensar de los sedevacantistas? - Distrito de México
¿Qué debemos pensar de los sedevacantistas?
Ante el escándalo que supone que un Papa pueda firmar la Dignitatis
Humanae, cambiar radicalmente la liturgia de la Misa, codificar una nueva
eclesiología, o convertirse a sí mismo en protagonista de un aberrante
ecumenismo, algunos han llegado a la conclusión de que los últimos
Papas no pueden haber sido verdaderos Papas, o incluso que perdieron su
Pontificado a causa de dichos escándalos. Se remiten a las discusiones de
los grandes teólogos de la Contrarreforma sobre la pérdida del
pontificado (por abdicación, incapacidad, herejía, etc.) y argumentan de la
siguiente manera: quien no es miembro de la Iglesia, no puede ser su
cabeza; pero un hereje no es miembro de la Iglesia; ahora bien, Juan XXIII,
Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II son herejes; luego no son ni
miembros ni cabezas de la Iglesia, y por tanto todos sus actos deben ser
completamente ignorados
Pero a su vez, siguiendo el argumento, los mismos escándalos son verdad de
todos los obispos diocesanos del mundo, que en consecuencia tampoco son
miembros y carecen de autoridad; y la Iglesia Católica debe identificarse sólo
con aquellos que no han transigido en su fe y rechazan la comunión con
esos “Papas” y “obispos”. Una minoría de éstos elegirá su propio “Papa”.
La fuerza del argumento reside en el escándalo real del ímpetu dado por las
autoridades conciliares a la “nueva dirección” de la Iglesia; su debilidad, en
que no es capaz de probar que ninguna de esas autoridades es formalmente
herética.
En efecto, se es hereje “material” si se contradice objetivamente lo que Dios
ha dicho; se es hereje “formal” si se hace eso pertinazmente, es decir,
sabiendo que se está negando la palabra o la voluntad de Dios. Ahora bien,
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la vía ordinaria con que la Iglesia averigua la pertinacia (y con ella las
consecuencias sociales de la herejía profesada: excomunión, pérdida del
cargo, etc.) es por medio de admoniciones autorizadas al delincuente y
despreciadas por éste (CIC [1917], can. 2314.1).
Pero nadie puede amonestar al Papa con autoridad (can. 1556) (y los obispos
sólo pueden serlo por su superior, el Papa [can. 1557], que no lo ha hecho).
Por lo tanto, la pertinacia, y en consecuencia la herejía formal, no puede
probarse.
¿Pero no podría presumirse la pertinacia por la insistencia de estos Papas en
los nuevos caminos, contra toda la Tradición y sus testigos actuales?
Respuesta: tal vez; pero no socialmente, esto es, en lo que concierne a la
pérdida del cargo, la cual, si no queremos que las sociedades se colapsen,
debe ser no sólo presumida, sino también demostrada.
El argumento no prueba su objeto, y resulta todavía menos probable si se
considera que no es la única explicación de que “el hereje material siga
siendo Papa” (a) y se hace muy improbable si se consideran sus peligros (b) o
consecuencias (c).
a) La mentalidad liberal de Pablo VI o Juan Pablo II puede explicar su
pretensión de ser católicos y simultáneamente su traición, en la práctica, al
catolicismo. Ellos aceptan las contradicciones; es lo que cabe esperar de una
mentalidad subjetivista y evolutiva. Pero esa estructura mental sólo puede
ser convencida de herejía por vía de autoridad…
b) La Iglesia es indefectible no sólo en su fe y deseo de santificación, sino
también en su constitución monárquica, lo cual incluye el poder de gobernar,
es decir, la jurisdicción, y de ahí la proclamación del Concilio Vaticano I de
que Pedro tendrá sucesores a perpetuidad. Ahora bien, podemos
comprender una brecha en la línea de los Papas desde la muerte de uno a la
elección del siguiente, y que pueda prolongarse (la más larga que conocemos
fue la del 304, San Marcelino, al 307, San Marcelo I). Pero ¿estaría preservada
la indefectibilidad si no hubiese Papa desde 1962 ó 1958 (ó 1955, si nos
referimos a la legislación litúrgica), o si no hubiese nadie con jurisdicción
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ordinaria? ¿A quién podrían señalar los sedevacantistas que la tuviese? La
Iglesia es visible, y no sólo una sociedad compuesta por quienes se han
unido a ella mediante vínculos internos (estado de gracia, misma fe, etc.). Y
en cualquier sociedad, y también en la Iglesia (cfr. León XIII, Satis Cognitum),
la autoridad es un punto focal necesario para la unidad de dirección y
propósitos de la sociedad.
c) Si la Iglesia no tiene Papa desde los días del Vaticano II, entonces ya no
hay cardenales legítimamente creados. Pero entonces, ¿cómo volverá la
Iglesia a tener Papa, si la disciplina habitual sólo otorga a los cardenales el
poder de elegir Papa? La Iglesia podría haber ordenado que hubiese
“electores del Papa” no-cardenales capaces de hacerlo, pero no podemos ir
por una vía distinta a la que establece la disciplina ordinaria, que establece
que sean los cardenales quienes lo elijan. Sedevacantistas “menos serios”
sostienen que ha sido o será designado directamente por revelación celestial
privada.
El sedevacantismo también tiene consecuencias espirituales: el
sedevacantismo es una opinión teológica, no una certeza, y tratarlo como
una certeza lleva a condenar con aspereza a quienes no lo comparten
(quienes de “tal vez equivocados” se convierten en “herejes”); e
invariablemente conduce a no reconocer ningún superior espiritual sobre la
tierra, convirtiéndose cada cual, en la práctica, en su propio “papa”, regla de
la fe y de la ortodoxia, juez de la validez de los sacramentos, etc.
Siendo esto así, ¿podemos asociarnos con ellos? Con aquellos que aceptan el
sedevacantismo sólo como una opinión teológica, sí; con aquellos que lo
consideran una certeza teológica, y si no hay más remedio y puede hacerse
sin ser presionados a pensar como ellos, sí (si no, no); con quienes sostienen
que es una verdad de fe, no; con quienes han nombrado su propio “papa”,
definitivamente no.
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