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La Impostura Psicologista

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LA IMPOSTURA DEL PSICOLOGISMO
Frithjof Schuon
Este interesante artículo pertenece a la tercera parte del libro titulado,
“Résumé de Metaphysique Integrale”, dedicado al Mundo del alma, y cuyo
autor, siendo una de las figuras más destacables del mundo “tradicional”,
no ha asomado todavía por este blog. Se trata de Frithjof Schuon, cuyos
escritos, según Nasr, están caracterizados por la “esencialidad,
universalidad y amplitud”. Añade además que “Schuon posee el don de
llegar al corazón mismo del tema tratado, de ir, más allá de las formas, al
Centro aformal de éstas, ya sean religiosas, artísticas o ligadas a
determinados aspectos o elementos de los órdenes humanos o cósmicos”.
Autor, en mi opinión, con una gran intuición, merece sin duda ser leído por
su claridad expositiva y su gran capacidad para separa el grano de la paja.
Aquí tenéis este breve pero contundente texto sobre uno de los prejuicios
más extendidos en el mundo moderno: la tendencia a hacer tabla rasa por
abajo de todo fenómeno del alma, a reducirla a sus aspectos más
“sensibles”. Vamos con el texto.
Entendemos por el término “psicologismo” aquel prejuicio
de reducirlo todo a factores psicológicos y de poner en
duda, no sólo lo intelectual y lo espiritual, en el sentido
tradicional de los términos, refiriéndose el primero a la
verdad y lo segundo a la vida en ella y por ella, sino
también al espíritu humano, como tal, luego su capacidad
de adecuación y, con toda evidencia, su ilimitación interna
o su trascendencia. Esta tendencia empequeñecedora y
propiamente subversiva hace estragos por todos los
campos que el cientificismo pretende abarcar, pero su más
aguda expresión es sin posible discusión la psicología*;
éste es a su vez resultado y causa, como es siempre el
caso de las ideologías profanas, como el materialismo y el
evolucionismo, de los que la psicología es, en el fondo, una
ramificación lógica y fatal y un aliado natural.
La psicología merece doblemente el calificativo de
impostura, primero porque pretende haber descubierto
hechos que eran conocidos en todos los tiempos y que no
podían no serlo, y, en segundo lugar, y sobre todo, porque
se atribuye funciones de hecho espirituales y se erige así
prácticamente en religión. Lo que se llama “examen de
conciencia” o, entre los musulmanes, “ciencia de los
pensamientos” (ilm al-khawâtir), investigación (vishara)
entre los hindúes, con pequeños matices, no es más que
un análisis objetivo de las causas próximas y lejanas de
nuestras maneras de actuar o reaccionar que se repiten
automáticamente sin que conozcamos los motivos reales
de ello, o sin que discernamos el carácter real de tales
motivos. Ocurre que el hombre comete habitual y
ciegamente los mismos errores en las mismas
circunstancias, y lo hace porque lleva en sí mismo, en su
subconsciente, errores basados en el amor propio o
traumatismos; ahora bien, para curarse, al hombre, debe
detectar estos complejos y traducirlos en fórmulas claras,
por lo tanto debe hacerse consciente de los errores
subconscientes y neutralizarlos por medio de afirmaciones
opuestas[...]. En este sentido Lao Tzé dijo: “Sentir una
enfermedad es no tenerla ya”, y la Ley de Manu: “No hay
agua lustral comparable al conocimiento”, es decir, a la
objetivación por la inteligencia.
Lo que es nuevo en la psicología y le da su siniestra
originalidad, es el prejuicio de reducir todo reflejo o toda
disposición del alma a causas mezquinas y excluir los
factores espirituales y, de ahí, la tendencia bien notoria a
ver salud en lo que es vulgar, y neurosis en lo que es noble
y profundo. El hombre no puede escapar aquí debajo de las
pruebas y las tentaciones; su alma está, por lo tanto,
forzosamente marcada por una cierta tormenta, a menos
de ser de una serenidad angélica, lo que ocurre en medios
muy religiosos, o, por el contrario, de una inercia a toda
prueba, lo que ocurre en todas partes; pero la psicología
en vez de permitir al hombre sacar el mejor partido de su
desequilibrio natural, y en cierto sentido providencial, y el
mejor partido es el que aprovecha para nuestros fines
últimos, tiende por el contrario a reducir al hombre a un
equilibrio amorfo, un poco como si se quisiera evitar a un
pájaro joven las angustias del aprendizaje cortándole las
alas. Analógicamente hablando, cuando un hombre se
inquieta por una inundación y busca el medio de escapar
de ella, la psicología suprimirá la inquietud y dejará ahogar
al paciente; o todavía más: en lugar de abolir el pecado,
abolirá la mala conciencia, lo que le permite ir
serenamente al infierno. Esto no significa que no ocurra
nunca que un psicólogo descubra y suprima un complejo
peligroso sin por ello desbaratar al paciente; pero de lo que
aquí se trata es del principio, cuyos peligros y errores
superar infinitamente la aleatorias ventajas y las
fragmentarias verdades.
De todo esto resulta que para el psicólogo medio un
complejo es malo porque es un complejo; no se quiere dar
cuenta de que hay complejos que honran al hombre o que
le son naturales en virtud de su deiformidad y que hay por
consiguiente, desequilibrios necesarios y destinados a
encontrar su solución por encima de nosotros mismos y no
por debajo. Otro error, que en el fondo es el mismo: se
admite que un equilibrio es un bien porque es un equilibrio,
como si no hubiese equilibrios hechos de insensibilidad o
perversión. Nuestro propio estado humano es un
desequilibrio, puesto que estamos existencialmente
suspendidos entre las contingencias terrestres y la llamada
innata de lo Absoluto; no todo consiste en desembarazarse
de él. No somos substancias amorfas, sino movimientos en
principio ascensionales; nuestro bienestar debe estar
proporcionado a nuestra naturaleza total, so pena de
reducirlos a la animalidad, lo que precisamente el hombre
no soporta sin perderse. Por ello un médico del alma ha de
ser un pontifex, luego maestro espiritual en el sentido
propio y tradicional de la palabra; un profesional profano
no tiene ni la capacidad ni, por consiguiente, el derecho de
tocar el alma más allá de dificultades elementales para
cuya resolución basta el sentido común.
El crimen espiritual y social de la psicología es, por lo
tanto, el usurpar el lugar de la religión o la sabiduría, que
es el de Dios, y eliminar de sus procedimientos toda
consideración de nuestros fines últimos; es como si, no
pudiendo combatir a Dios, la tomara con el alma humana
que le pertenece y le está destinada, envileciendo la
imagen divina a falta del Prototipo. Como toda solución que
esquive lo sobrenatural, la psicología reemplaza a su
manera lo que se ha abolido: el vacío que produce por sus
destrucciones voluntarias o involuntarias lo dilata y lo
condena a un falso infinito o a la función de pseudoreligión.
La psicología, a fin de poder salir a la luz, tenía necesidad
de un terreno apropiado, no solo desde el punto de vista
de las ideas, sino también del de los fenómenos
psicológicos; queremos decir que el europeo, que siempre
ha sido cerebral, se ha vuelto mucho más cerebral desde
hace dos siglos; ahora bien, esta concentración de toda la
inteligencia en la cabeza tiene algo de excesivo y anormal,
y las hipertrofias que de ello resultan no constituyen una
superioridad, a pesar de su eficacia en ciertos campos.
Normalmente, la inteligencia debe asentarse no sólo en la
mente sino también en el corazón, y debe repartirse por
todo el cuerpo, como es el caso de los llamados hombres
“primitivos” (pero muy superiores en ciertos aspectos); sea
como sea, a lo que queremos llegar es a que la psicología,
en gran parte, está en función de un desequilibrio mental
más o menos generalizado en un mundo donde la máquina
dicta al hombre su ritmo de vida e incluso, lo que es más
grave, su alma y su espíritu.
La psicología ha hecho su entrada más o menos oficial en
el mundo de los “creyentes”, lo que constituye
verdaderamente un signo de los tiempos; resulta de ello la
introducción, en la supuesta “espiritualidad”, de un método
que es contrario a la dignidad humana, y que se encuentra
en contradicción con la pretensión de ser “adulto” o
“emancipado”. Se juega a ser semidioses y al mismo
tiempo uno se trata a sí mismo como irresponsable; a
causa de la menor depresión causada, ya sea por un
ambiente demasiado trepidante, ya sea por un género de
vida demasiado contrario al buen sentido, se corre al
psiquiatra, cuyo trabajo consistirá en inspirarle a uno algún
falso optimismo o en aconsejarle algún pecado liberador.
No parece sospecharse ni por un momento que sólo hay un
equilibrio, el que nos fija en nuestro centro real y en Dios.
Uno de los efectos más odiosos de la adopción dla
psicología por los “creyentes” es el desaire al culto de la
Santa Virgen; este culto no puede menos que molestar a
una mentalidad bárbara que se pretende “adulta” a toda
costa y se recrea en lo trivial. Al reproche de “ginecolatría”
o de “complejo de Edipo” respondemos que, como
cualquier otro argumento psicoanalítico, no ve el problema,
puesto que la cuestión que se plantea no es saber cuál
puede ser el condicionamiento psicológico de una actitud,
sino al contrario, cuál es el resultado. Cuando nos dicen,
por ejemplo, que alguien escoge la metafísica a título de
“evasión” o “sublimación” y a causa de un “complejo de
inferioridad” o de una “represión”, esto no tiene ninguna
importancia, ya que ¡bendito sea el “complejo” que
constituye la causa ocasional de la aceptación de lo
verdadero y del bien! Pero hay esto, además: los
modernos, por lo fatigados que están de las dulzuras
artificiales que arrastran su cultura y su religiosidad desde
la época barroca, trasladan (según su costumbre) su
aversión a la noción misma de dulzura y se cierran así, ya
sea a toda una dimensión espiritual si son “creyentes”, ya
sea incluso a toda humanidad verdadera, como lo
demuestras cierto culto infantil a la grosería y al estrépito.
Por lo demás, no basta con preguntar lo que vale
determinada devoción en determinadas conciencias, hay
que preguntar también por qué cosa se la reemplaza,
puesto que el lugar de una devoción suprimida jamás
queda vacío.
“Conócete
a ti mismo” (Helenismo), dice la Tradición, y
también, “quien conoce su alma, conoce a su Señor”
(Islam). El modelo tradicional de lo que debería ser, o
pretende ser, la psicología, es la ciencia de las virtudes y
los vicios, la virtud fundamental es la sinceridad, que
coincide con la humildad: aquél que sumerge en el alma la
sonda de la verdad y la rectitud, llega a detectar los nudos
más sutiles del inconsciente. Es inútil querer curar al alma
sin curar el espíritu; lo que importa, pues, en primer lugar,
es desembarazar la inteligencia de los errores que la
pervierten, y crear así una base en vistas al retorno del
alma al equilibrio; no a cualquier equilibrio, sino a aquél
del que lleva el principio en sí misma.
Para San Bernardo, el alma pasional es “cosa despreciable”
y Meister Eckhart nos conmina a “odiarla”. Lo que significa
que el gran remedio a todas nuestras miserias interiores es
la objetividad para con nosotros mismos; ahora bien, la
fuente o el punto de partida de esta objetividad se sitúa
más allá de nosotros mismos, en Dios. Lo que está en Dios
se refleja en nuestro centro transpersonal, que es el puro
Intelecto; es decir que la Verdad que nos salva forma parte
de nuestra substancia más íntima y más real. El error o la
impiedad es la negativa a ser lo que se es.
*Fundamentalmente el Psicoanálisis, aunque puede ser
extensivo a toda la Psicología Moderna y demás terapias
new age (N.del T.)
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