Subido por camila villafañez

Foco de deseo - Kim Baldwin

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Table of Contents
Inicio
CAPITULO UNO
CAPITULO DOS
CAPITULO TRES
CAPITULO CUATRO
CAPITULO CINCO
CAPITULO SEIS
CAPITULO SIETE
CAPITULO OCHO
CAPITULO NUEVE
CAPITULO DIEZ
CAPITULO ONCE
CAPITULO DOCE
CAPITULO TRECE
CAPITULO CATORCE
CAPITULO QUINCE
CAPITULO DIECISEIS
CAPITULO DIECISIETE
CAPITULO DIECIOCHO
CAPITULO DIECINUEVE
CAPITULO VEINTE
CAPITULO VEINTIUNO
CAPITULO VEINTIDOS
Foco de deseo
KIM BALDWIN
Hay momentos en los que una imagen no solamente lo dice todo, sino
que también puede cambiarlo todo.
Isabel Sterling ni siquiera sabía que la habían inscrito en el concurso
«Haz tus sueños realidad», de la revista Sophisticated Women, de modo que
para ella es toda una sorpresa enterarse de que ha ganado un cambio de
imagen que ni desea ni necesita, además de la oportunidad de aparecer en la
portada de una revista de ámbito nacional que nunca ha leído, junto con un
viaje con todos los gastos pagados para dos personas a ciudades muy lejanas.
La fotógrafa Natasha Kashnikova es una cínica y famosa
rompecorazones que está cayendo a toda velocidad en la crisis de la mediana
edad cuando acepta ocuparse de las sesiones fotográficas para Sophisticated
Women como favor personal a una amiga. Kash está convencida de que todas
las mujeres que se interesan por ella tienen motivos ocultos, de modo que el
amor no está entre sus planes. Y mucho menos, desde luego, con una ingenua
romántica y durante una misión infernal.
Bold Stroke Books, y por tus maravillosas aportaciones y por los ánimos
que me infundiste durante la lectura del borrador. También quiero agradecer a
Sharon Lloyd, copropietaria de Epilogue Books, su cuidadosa lectura del
borrador, capaz de detectar cada error tipográfico y otras omisiones producto
del descuido.
Tengo un maravilloso ramillete de amigas que me proporcionan un
inquebrantable apoyo durante mis batallas con la escritura: Linda y Vicki,
Kat y Ed, Felicity, Marsha y Ellen, y Claudia y Esther. Sois mi familia y,
estéis cerca o lejos, os llevo siempre en mi corazón.
Y, muy en especial, a todas las lectoras que animan mis esfuerzos
literarios comprando mis libros, acudiendo a mis apariciones en público y
molestándose en escribirme correos electrónicos: muchísimas gracias.
Kim Baldwin 2007
CAPITULO UNO
Nueva York Octubre
Normalmente, Natasha Kashnikova no hubiera prestado ni la más
mínima atención a aquella modelo. Tenía debilidad por las rubias, y en aquel
momento había tres deliciosos especímenes que estaban siendo maquillados
allí mismo, en su estudio de Manhattan, para la sesión de fotos del anuncio de
cosméticos, de modo que las probabilidades de que pudiera conseguir a una o
dos de ellas más tarde eran excelentes. Sin embargo, fue la morena de pelo
corto la que atrajo su atención, al llegar ataviada con un sexy minivestido
negro que se parecía mucho a los que llevaría una dominatrix. «¡Vaya, vaya,
estás para comerte!»
—Hola, Kash. Me llamo Fawn, y estoy encantadísima de conocerte.
La recién llegada estrechó la mano que la fotógrafa le ofrecía,
prolongando el contacto lo máximo posible. Era joven, de unos diecinueve o
veinte años, y bajita para ser modelo, menos de uno setenta; era obvio que
habían sido su rostro, de hermosas líneas clásicas, y su inmaculada piel los
que le habían proporcionado aquella oportunidad. «¡Y esa sonrisa! Apuesto a
que la has ensayado frente al espejo más de una vez.» Su sonrisa exudaba una
traviesa sensualidad, a la vez que servía para destacar sus gruesos labios
sonrosados y su perfecta dentadura; sin duda serviría para vender un montón
de pintalabios.
Fawn soltó por fin su mano, aunque mantuvo la sonrisa y la mirada
directa, al tiempo que daba un felino paso hacia delante.
—No sabría explicarte lo ilusionada y emocionada que estoy ante esta
oportunidad de trabajar a tus órdenes.
Kash había hecho ya su elección, pero decidió dejar que aquella chica
sudase un rato más antes de reconocer que la había escogido.
—Encantada de conocerte, Fawn. Colócate junto a las demás —le dijo,
señalando a las rubias que estaban en una esquina de su espacioso loft— y
empezaremos enseguida.
En el rostro de la morena apareció un fugaz gesto de decepción, apenas
el tiempo suficiente para que Kash se diera cuenta de ello, pero no tanto
como para parecer poco profesional.
—Por supuesto —replicó enseguida.
La tarea que le habían encomendado era pan comido: dos o tres horas de
trabajo con cuatro hermosas mujeres. En aquella época prácticamente sólo
aceptaba ese tipo de encargos, porque estaban bien pagados, invertía en ellos
muy poco tiempo y además disfrutaba de un inacabable suministro de
hermosas compañeras de lecho.
Primero realizó las fotografías de grupo y después fotografió a las rubias
de una en una, dejando a la morena para el final. Mantuvo una actitud
profesional incluso cuando se quedaron a solas, no por ningún tipo de ética
laboral, sino porque la distancia destacaría más el momento en que anunciase
a la modelo que iba a conseguir lo que deseaba.
Cuando acabaron la sesión, ya estaba anocheciendo y el ventanal del
suelo al techo que daba a Central Park se convirtió en un gran espejo en el
que Kash pudo atisbar su propio reflejo, con los vaqueros negros de cintura
baja y la camiseta negra ajustada, su atuendo favorito la mayoría de los días.
Últimamente había comenzado a evitar su imagen, porque ya no podía dejar
de notar las delgadas líneas que enmarcaban sus ojos y sus boca, y también su
entrecejo. Sin embargo, el reflejo de la ventana era más amable, pues borraba
la última década de excesos y hacía que volviera a aparentar treinta años.
El corte en capas del cabello castaño, que apenas le llegaba hasta los
hombros, completaba su imagen andrógina. Su rostro era de rasgos marcados,
casi masculinos, pero los gruesos y femeninos labios y las largas pestañas que
enmarcaban unos dulces ojos color avellana contrarrestaban la mandíbula
cuadrada y las líneas angulosas. Su envidiable metabolismo le permitía
mantener con casi cuarenta años el mismo cuerpo firme y esbelto de veinte
años atrás.
—Creo que ya está —anunció. No le sorprendió que Fawn no se
moviera de su taburete, ni siquiera cuando comenzó a apagar los focos que la
iluminaban desde tres ángulos distintos.
—Antes de marcharme, me gustaría asegurarme de que te he
impresionado lo suficiente como para volver a trabajar contigo —dijo la
joven.
—Bueno, he visto que sabes obedecer muy bien mis indicaciones —
replicó Kash, arrodillándose para guardar cuidadosamente cámaras y lentes
en sus estuches—. Eso es muy importante.
La modelo se deslizó del taburete y se acercó lentamente a Kash. Se
detuvo tan sólo a un par de pasos de ella.
—Oh, sí. No tienes más que decirme qué tengo que hacer y yo lo hago.
—Y he de decir que tu vestido me ha impresionado favorablemente —
añadió Kash, al tiempo que se ponía de pie y, por primera vez, obsequiaba a
Fawn con una descarada y apreciativa mirada de los pies a la cabeza—. ¿Te
lo has puesto para decirme algo?
—Digamos que la idea era atraer tu atención —contestó ella, con aquella
sonrisa tan traviesa y descaradamente sensual.
Kash caminó lentamente alrededor de la modelo, para contemplar el
vestido desde todos los ángulos.
—¿Atención o reacción?
—Ambas.
—Entonces está claro que ha conseguido su objetivo.
Kash dejó que su mirada se detuviese en aquel culito duro y respingón.
El fino y adaptable tejido dejaba claro que Fawn no llevaba nada debajo.
«Lindo, muy lindo.» La fotógrafa sintió un agudo pinchazo en el bajo vientre.
—Cualquiera diría que el diseño de este vestido... —comenzó,
acariciando suavemente la gran equis que creaban las tiras del vestido sobre
la sedosa espalda de la modelo.
—¿... Está pensado para que sepas que me gusta jugar? —sugirió Fawn,
volviéndose lentamente hacia ella.
Kash dio un paso adelante, de modo que sus cuerpos casi se tocaban.
—¿Y cuál es tu juego?
La modelo no contestó inmediatamente. En su lugar intentó acariciar el
rostro de la fotógrafa, pero ésta se lo impidió sujetándola firmemente por la
muñeca. A continuación le inmovilizó ambas manos contra la espalda y le
susurró al oído:
—¿Es éste tu juego?
Kash sintió que se estremecía al asentir.
—Nada que sea demasiado duro —rogó la joven en un susurro.
El pinchazo que había sentido Kash se convirtió en un latido regular.
—Mantén ahí las manos.
Entonces soltó el largo pañuelo de seda que Fawn llevaba al cuello y se
lo anudó sobre los ojos, sonriendo al ver que la modelo respiraba hondo. A
continuación volvió a sujetarle las muñecas a la espalda, mientras le besaba el
cuello, los hombros y la desnuda piel de la espalda, muy suavemente al
principio, para hacer que lo desease más. Pronto los besos se convirtieron en
mordiscos. No eran muy fuertes, nada que dejase marcas cerca de aquel
valioso rostro, pero sí lo suficiente como para hacer brotar los primeros
quejidos de excitación.
Kash echó un rápido vistazo al loft, escasamente amueblado, y descartó
el sofá y la media docena de cómodos asientos. La mesita de café, sobre la
que había un ordenado montón de revistas recién publicadas, tampoco
serviría. El otro lado del enorme loft estaba ocupado con los telones de fondo
para las fotos, el equipo de iluminación y un par de robustos taburetes. Detrás
estaba su mesa de trabajo, de cristal y metal cromado, atestada de fotografías
y papeles colocados en cuidadosos montones. Ninguno de aquellos lugares
era apropiado. Pensó incluso en el lavabo del baño que había a la izquierda, o
el otro, el del cuarto oscuro que había al lado. No obstante, la última vez que
había intentado utilizar un lavabo para algo semejante, éste se había
desprendido de la pared en cuanto la mujer con la que estaba follando se
subió a él, y ambas habían quedado completamente empapadas.
No. En esta ocasión sería mejor escoger el enorme sillón color hueso,
decidió, comparando de un vistazo la altura de Fawn con la del mueble.
Condujo a la modelo hacia allí y se detuvo junto al mullido respaldo del
asiento, que le llegaba a la altura de la cintura. «Perfecto.»
—Pon ahí las manos. Eso es.
En cuanto Fawn se afianzó sobre el sillón, Kash la empujó hacia abajo
hasta doblarla sobre él, dejándola tentadoramente suspendida.
Sus manos se deslizaron sobre los costados de la modelo, bajando hasta
las caderas y los muslos. Kash se vio recompensada con nuevos suspiros
jadeantes. Cuando alcanzó el borde inferior del minivestido y lo alzó para
dejar al aire el firme y redondo culito, Fawn dejó escapar un gemido y
contuvo la respiración.
Kash introdujo una pierna entre las de la muchacha y la utilizó para
separarle más los muslos, abriéndola por completo.
—No te muevas.
La modelo volvió a estremecerse, y sus caderas comenzaron a moverse
de un lado a otro, suplicando una forma más directa de estimulación.
Mientras daba un paso atrás para admirar las vistas, Kash se bajó la
cremallera de los vaqueros, hundió la mano en su interior y comenzó a
acariciarse rápidamente el clítoris.
No sabía si era por su propia excitación o por el aroma que se
desprendía de la modelo, pero daba igual. Se arrodilló, colocándose bajo la
parte posterior de la joven, y comenzó a paladear sus jugos, mientras
envolvía con sus manos los muslos de Fawn, controlando totalmente la
distancia y la profundidad del contacto.
Los gemidos de la modelo se acentuaron, entremezclados con roncos
gruñidos y suspiros. Kash aumentó el ritmo mientras la chica se retorcía.
—Joder, qué maravilla —consiguió decir ésta con voz entrecortada—.
Como sigas así vas a hacer que me corra.
Kash sabía que era cierto: la joven estaba increíblemente mojada y su
clítoris, hinchado y dispuesto. La atormentó con unas cuantas pasadas más de
lengua, pero se detuvo antes de llegar a más. Cuando apartó la boca y se puso
en pie, Fawn dejó escapar un largo y entrecortado jadeo de decepción, pero
no dijo nada.
De repente, Kash embistió con la pelvis contra el culo de la modelo, y
apresó un puñado de sus cortos cabellos. Fawn dejó escapar un grito y
empujó a su vez contra su compañera, fuertemente, pidiendo más.
—Te mueres de ganas —dijo Kash.
A continuación introdujo la mano entre ambos cuerpos y la penetró
hondamente, con fuerza, estableciendo un ritmo implacable que se adaptaba
al urgente bombeo de las caderas de Fawn.
El estridente timbre del teléfono las sobresaltó, aunque Kash apenas se
detuvo. Después de tres tonos saltó el contestador y, tras el saludo grabado
por Kash, se oyó una voz femenina:
—Kash, sé que estás ahí.
«¡Mierda, es Miranda!» No se detuvo, pero la distracción hizo que sus
caricias fueran más lentas.
—Estoy esperando. Y pienso seguir hablando hasta que cojas el
teléfono. Dime, ¿es rubia? ¿Debería ponerme celosa?
Al oír aquello la modelo se puso tensa y volvió la cabeza hacia Kash,
aunque sin quitarse la venda de los ojos.
—Oh, mierda. Quédate ahí y no le hagas ni caso —le dijo ésta, mientras
se apartaba de ella para ir hacia el teléfono, que se hallaba sobre una mesita,
dos pasos más allá.
La voz siguió diciendo:
—¡Y en nuestro aniversario! ¿Estás jodiendo con otra mientras yo te
espero, en el día de nuestro aniversario?
Kash descolgó bruscamente el auricular, mirando de reojo a Fawn. Esta
se había incorporado, pero seguía sin quitarse la venda, aunque su postura y
la expresión desconcertada de su rostro dejaban claro que estaba
considerando la idea.
—¡Maldita sea, Miranda, no tiene gracia!
La respuesta fue una carcajada.
—¡Eres tan predecible, Kash...!
—Si quieres te llamo más tarde. —Kash cubrió el receptor con la mano
e intentó evitar un final prematuro de aquella velada festiva—. Lo siento,
Fawn, enseguida estoy contigo.
La modelo asintió, pero Kash supo por sus inquietos e incesantes
movimientos que estaba a punto de largarse de allí.
—Eh, fuiste tú la que me dijo que ésta era una buena hora para
telefonearte. Además, lo que tengo que decirte no me llevará más que un par
de minutos —dijo Miranda—. Estoy a punto de tomar un vuelo hacia Los
Ángeles, de modo que no puedo volver a llamarte.
—Está bien —suspiró Kash—. ¿Qué pasa?
—Quiero pedirte un favor. Y, antes de que te niegues, permíteme que te
recuerde que todavía me debes una por lo de Stef. Considéralo un pago
obligado.
—¿Otra vez con eso? ¡Ni sabía que estabais juntas! —argumentó Kash,
aunque sabía que era inútil.
Hacía ya meses que había intentado ligar con la novia de Miranda en
una fiesta navideña, pero su amiga no dejaba de recordárselo.
—Lo habrías sabido de haberle preguntado su nombre, o si estaba
disponible, antes de empezar a describirle con todo detalle lo que deseabas
hacerle —replicó Miranda—. Eso es lo que consigue una al portarse como la
pendona que ambas sabemos que eres.
—¿Y qué es lo que he conseguido?
Kash se preparó para lo peor: Miranda había aguardado durante mucho
tiempo para vengarse de aquella metedura de pata, de modo que iba a ser
tremendo.
—En Sophisticated Women vamos a organizar un concurso y quiero que
seas tú la que fotografíe a la ganadora para nuestra portada de octubre.
Miranda Claridge era la editora de Sophisticated Women, una revista
ilustrada que, según ella, hacía que Vogue pareciera apenas un superficial
reclamo publicitario con lindas fotos. Miranda se tomaba muy en serio su
publicación. Sophisticated Women cubría todos los temas básicos: maquillaje,
relaciones y consejos laborales, pero además daba por supuesto que las
urbanitas chic tenían cerebro y deseaban artículos serios y bien elaborados.
Incluso sus extensos reportajes sobre la moda internacional incluían lo que
Kash llamaba «la cuota de conciencia», columnas sobre organizaciones
locales que trabajaban en favor de los niños discapacitados, o cualquier otra
cosa que conmoviera el corazón de Miranda, normalmente imperturbable.
—¿Dónde está la trampa? —atajó Kash, deseosa de volver con Fawn;
sabía que, si aquello fuera un encargo rutinario, Miranda no estaría
exigiéndole el pago de su deuda.
—Bueno... También vas a fotografiarla mientras disfruta de las
vacaciones de ensueño que le han tocado.
—¿Vacaciones? —repitió Kash, mirando de soslayo a Fawn, que se
había vuelto a subir el vestido. «¡Mierda!» Tenía que acabar cuanto antes con
aquella conversación—. Eso suena a viajes y a bastante tiempo. ¿Cuánto
tiempo y adonde?
—Considéralo como unas vacaciones para ti también —sugirió Miranda
—. Todos los viajes en primera clase, y los hoteles de cinco estrellas,
naturalmente.
—No me racanees los detalles, Miranda. Cuéntalo de una vez; estoy
ocupada —dijo Kash, al ver que Fawn se quitaba la venda de los ojos.
«Mierda.» Su rostro proclamaba: «¿Qué pinto yo aquí?»
—Tres semanas, de finales de junio a principios de julio. Te estoy
avisando con casi nueve meses de antelación, así que no finjas que tienes la
agenda llena.
—¡¿Tres semanas?\
—Es un viaje verdaderamente de ensueño, Kash. Cuatro días en París,
otros tantos en Roma y El Cairo, y después una semana en las Bahamas,
lugares todos muy fotogénicos. Y tendrás un montón de tiempo libre para
explorar la vida nocturna. ¡Por favor! Tu nombre unido a todo esto será un
magnífico incentivo.
En circunstancias normales, Kash nunca habría aceptado un encargo que
implicase una dedicación tan prolongada. Pero era cierto que se lo debía, y
ahora sería Miranda la que le debiese un favor. Además, el itinerario
resultaba ciertamente tentador. La verdad era que estaba deseando un cambio
de escenario, algo que echase por tierra la rutina actual. Aquella monótona
dieta a base de cabecitas huecas, ambiciosas y narcisistas, estaba empezando
a saturarla.
Acabó de decidirse al ver que Fawn se encogía de hombros e iniciaba un
gesto de despedida.
—Está bien, Miranda. Negociaremos la letra pequeña cuando vuelvas de
Los Ángeles. Y ahora, si me disculpas...
No aguardó su respuesta: colgó bruscamente el auricular y atrapó a la
modelo cuando ya se dirigía hacia la puerta.
—¿Te vas tan pronto? Sabes que te compensaré con algo muy especial
por la paciencia que has tenido, ¿verdad, Fawn?
Madison, Wisconsin
Cinco meses más tarde
Isabel Sterling formó una trenza suelta con sus largos cabellos color
miel y después la escondió bajo el sombrerito rosa de punto. Poseía
sombreros, bufandas y mitones de todas las formas y colores, demasiados
para poder lucirlos todos, de modo que sólo se ponía los que le había
regalado por Navidad su actual cosecha de alumnas de natación. El rosa no
era su color favorito, pero el sombrero que llevaba aquel día y los accesorios
a juego habían sido tejidos por la señora Eldrid, que nunca había faltado a
clase ni había dejado de quejarse de la artritis que la obligaba a tejer
incansablemente en los últimos tiempos.
El centro comunitario poseía una piscina olímpica, pero los vestuarios
eran más bien propios de una escuela infantil, pues estaba a rebosar con sus
quince alumnas. Casi todas eran viudas, y la más joven tenía cincuenta y
cinco años. En sus clases de natación para adultos de los jueves había más de
lo mismo.
Sus cabellos seguían estando empapados, pero no quería detenerse a
secarlos, porque seguramente Gillian estaría esperándola fuera, y aquella
tarde de primeros de marzo seguía con temperaturas bajo cero. Se colocó la
bufanda rosa alrededor del cuello y se enfundó los rosados guantes, casi dos
tallas más grandes que sus manos. En cuanto se metiese en la camioneta, los
cambiaría por sus favoritos, de pura lana.
Casi todos los guantes y mitones que le tejían sus alumnas eran
demasiado grandes. A pesar de que su altura y su peso eran de lo más
corriente, un metro sesenta y ocho y cincuenta y cuatro kilos
respectivamente, el cuerpo de Isabel, modelado por miles de brazadas en la
piscina más cercana a su casa durante más años de los que podía recordar, era
cualquier cosa excepto corriente. Estaba íntimamente orgullosa de sus curvas
tan femeninas, realzadas por la suave musculatura conseguida gracias a sus
esfuerzos atléticos.
Junto a ella apareció una mujer corpulenta, vestida con un bañador
naranja chillón, una toalla de los Chicago Bulls y un floreado gorro de
natación.
—Isabel, cariño, qué guapísima que estás. ¿Vendrás con nosotras al
Country Kitchen? Esta noche hay bufé libre de bacalao y abadejo.
—Invitamos nosotras —canturreó otra de sus alumnas—. ¡Anda, Isabel,
di que sí!
—En cualquier otra ocasión aceptaría encantada, señoras —contestó
gentilmente la aludida—, pero he quedado con una amiga y ya llego tarde.
¿Podríamos dejarlo para otro día? Buenas noches.
Un coro de adioses y de peticiones de que condujese con cuidado
anunció su marcha.
Por enésima vez constató que su maltratada camioneta roja, regalo de
graduación de sus padres, pedía a gritos unos neumáticos nuevos. Y la puerta
del conductor volvía a estar bloqueada por el frío, de modo que tuvo que
entrar por la del copiloto. «Al llegar a casa tengo que echarle un poco de
lubricante.» Llegó a la tienda de música donde trabajaba Gillian diez minutos
después del cierre. Su vecina de arriba y mejor amiga estaba afuera, sentada
en un banco.
—Lo siento. He venido tan pronto como he podido —dijo cuando
Gillian subió al auto—. ¿Mucho frío?
Gillian Menard, cabellos color caoba, alta, esbelta y muy chic, iba
adecuadamente vestida para aquellas temperaturas, con un largo abrigo de
lana y guantes, pero tenía la nariz de un color rojo brillante y le lagrimeaban
los ojos.
—No es difícil de intuir, a menos que estuviésemos entre mayo y
septiembre —replicó ésta, girando las rejillas de ventilación más cercanas
para dirigir el aire caliente hacia su rostro—. ¿Te apetece comida china en mi
casa? Podemos ver una película.
—Suena estupendo.
La camioneta derrapó cuando Isabel giró a la derecha, un pequeño
desvío en su ruta habitual de vuelta a casa, para detenerse junto a su
establecimiento favorito de comidas para llevar.
Veinte minutos más tarde, armadas con una bolsa llena de aromáticos
envoltorios de cartón, estaban ya comprobando los buzones situados en el
vestíbulo de su edificio. Isabel había recibido dos facturas, un folleto
publicitario y un sobre que la proclamaba ganadora del Primer Premio de
algún concurso.
No parecía el típico reclamo de colores chillones. «Cada vez los hacen
más convincentes», pensó. El sobre era de primera calidad, e incluso con
sello de urgencia, no de correo ordinario. Al examinarlo con más
detenimiento, vio que el remitente era la revista Sophisticated Women. Había
oído hablar de ella, y la había visto en los quioscos. La curiosidad le picó lo
suficiente como para abrirlo.
La notificación que había en su interior parecía incluso más auténtica
que el sobre. Escrita en un papel de carta con el membrete de Sophisticated
Women destacado en relieve, iba dirigida a ella en persona y estaba firmada
supuestamente por la propia editora de la revista, Miranda Claridge. De
hecho, habría jurado que estaba recién firmada. Leyó:
¡Felicidades, señora Isabel Sterling!
Me complace informarla de que ha ganado usted el primer premio de
nuestro concurso Haz tus sueños realidad. Sus datos han sido seleccionados
entre los más de cuatro millones trescientos mil enviados por correo y a
través de nuestra web. De modo que ya puede hacer las maletas, porque usted
y su acompañante están a punto de embarcarse en una aventura única en su
vida: tres semanas, con todos los gastos pagados, en algunos de los destinos
más atractivos de tres continentes. La reconocida fotógrafa Kash la
acompañará a usted para documentar su viaje para Sophisticated Women, y
una de las fotos que tome de usted aparecerá en la portada de nuestro número
de octubre.
Sí, la carta parecía auténtica, pero Isabel seguía sin creer que aquello
fuese real.
—¿Vienes?
Gillian estaba sujetando la puerta del ascensor, de modo que Isabel cerró
de golpe el buzón y se apresuró a reunirse con ella. Una vez dentro, continuó
leyendo la carta.
Y eso no es todo.
También ha ganado usted diez mil dólares en efectivo..., un completo
cambio de imagen realizado por Clifton, estilista de las estrellas..., y todo un
nuevo vestuario de diseño, seleccionado por las editoras de la sección de
moda de Sophisticated Women.
—¿Qué tienes ahí? —quiso saber Gillian, mirando por encima de su
hombro.
—He ganado un viaje, diez mil dólares y un cambio de imagen —
anunció Isabel sin el menor entusiasmo—. Además del portátil que
supuestamente gané la semana pasada por ser la visitante número diez
millones de no sé qué página web en la que entré.
—Pues la verdad es que parece tener más... estilo, digamos, que la
mayoría de estas cartas —comentó Gillian, apreciando el peso y la suavidad
del papel—. ¿Me dejas que le eche un vistazo?
—Claro —replicó Isabel, entregándole la carta justo cuando llegaban a
su piso—. Ya casi había acabado de leerla, de todas formas..., aunque todavía
no había llegado a la parte donde lo niegan todo.
Salió del ascensor y añadió:
—Subo enseguida.
Después de ponerse rápidamente un chándal, cogió un par de bolsas de
palomitas para microondas y subió por las escaleras hasta el apartamento que
estaba justo encima del suyo. Al entrar vio que Gillian estaba sentada sobre el
sofá, tiesa como una estatua y todavía con el abrigo puesto, mirando
incrédula la carta del concurso que aferraba en la mano.
—Gilí, ¿qué ocurre?
—No vas a creerlo, Izzy. ¡Es cierto! —exclamó su amiga, poniéndose en
pie y yendo hacia ella—. ¡Es todo de verdad, has ganado el viaje! Bueno,
espero que lo hayamos ganado, porque ya puedes llevarme contigo, dado que
fui yo quien envió tus datos. ¡Tres continentes... y diez de los grandes!
Aunque, bueno, eso no tienes por qué compartirlo conmigo...
—Un momento, un momento —la interrumpió Isabel, arrebatándole la
carta—. ¿De qué demonios estás hablando? ¿Enviaste mis datos?
Gillian asintió tan vigorosamente que pareció que su cabeza iba a salir
volando.
Isabel sabía que a su amiga la volvían loca los concursos y que
participaba en cada rifa, oferta y sorteo que se encontraba. Pero aquella era la
primera vez que oía que Gillian había estado anotando su nombre en algunos
de los formularios.
—Pongo los nombres de las dos en los concursos que sólo admiten una
participación por persona, si el premio es un viaje para dos. Como siempre
estás diciendo que quieres viajar, doy por hecho que de ese modo se doblan
mis posibilidades de ganar, porque sé que me llevarás contigo —explicó su
amiga, pestañeando repetidamente en un divertido gesto de súplica.
—¿Es de verdad? ¿Estás segura? —preguntó Isabel, alzando la carta
para leerla de nuevo.
—Completamente —aseveró Gillian entusiasmada, al tiempo que se
quitaba por fin el abrigo—. Recuerdo este viaje porque decía que los destinos
se mantendrían en secreto hasta el momento en que se anunciase el ganador.
—¡Alucino! —exclamó Isabel, dejándose caer sobre el asiento más
cercano al comprender por fin que no era un sueño.
«¡Un viaje con todos los gastos pagados por tres continentes!» Su
cabeza era un remolino donde daban vueltas los posibles destinos.
Prácticamente todos podrían hacerla feliz. «Seguro que incluye algún país
europeo. ¡Oh, qué maravilla!»
—¡Y también diez mil dólares, Gilí!
—Y no olvides el nuevo guardarropa —señaló Gillian—. Caray, espero
que consigas alguna pieza en la que yo pueda caber, porque apuesto a que
incluirá un montón de prendas de diseñadores famosos.
—Bueno, esto es más cosa tuya que mía y, además, ¿en qué ocasiones
iba a ponerme yo ese tipo de cosas?
Isabel volvió a revisar la carta, buscando detalles sobre la fecha en que
recogería sus premios, mientras una ola de entusiasmo la recorría. Fue
entonces cuando descubrió qué otras cosas había ganado.
—Vale, sí, el viaje y el dinero son increíblemente guays, pero el resto...
—dijo—. ¿Un cambio de imagen y aparecer en la portada de Sophisticated
Women? Es que... vamos, hombre, eso no me pega nada. Me gusta cómo soy.
Y ni siquiera he hojeado nunca esa revista.
—Bueno..., conseguirás un nuevo y magnífico corte de pelo, lo cual te
hacía buena falta, y una célebre fotógrafa te tomará unas fotos. No me parece
tan horroroso, Izzy. Estoy segura de que podrás soportarlo. Y ahora, venga,
coge tu abrigo. Tenemos que ir a celebrarlo por todo lo alto.
Nueva York
Tres meses y medio después
Kash no tenía ni las más mínimas ganas de emprender la sesión de fotos
de aquel día, fuese la que fuese. La tremenda resaca que tenía ya era un buen
motivo, pero lo que más odiaba era haber despertado en el lecho de una
desconocida y tener que afrontar aquel incómodo escenario del día después
sin tiempo para ir a casa a darse una buena ducha y cambiarse de ropa.
Cuando por fin apareció en el estudio, algo tambaleante y bostezando
sin poder evitarlo, se encaminó directamente a la cafetera exprés. Su
ayudante y chica para todo, Ramona Dean, estaba preparando ya la
iluminación.
Ramona, un esqueleto de metro setenta y ocho, con el pelo teñido de
morado y piercings repartidos por casi todo el cuerpo, alzó la vista de lo que
estaba haciendo y observó a Kash durante unos segundos, antes de
preguntarle:
—¿Has pensado alguna vez en dejar aquí una muda de ropa para
imprevistos?
En el exterior hacía un día perfecto y sin nubes, y el espacioso estudio
estaba tan inundado de luz que Kash seguía con las gafas de sol puestas. Bajó
la vista para mirarse y frunció el entrecejo. Bueno, sí, su otrora impoluta
camisa blanca tenía unas cuantas arrugas, lo cual hacía que su espíritu
extremadamente puntilloso se revelase en buena medida; pero también era
consciente de que la mayor parte de la gente ni se habría dado cuenta ni le
habría dado mayor importancia.
—¿Qué problema hay?
Ramona sonrió con suficiencia, haciendo que los dos piercings que
adornaban sus labios se alzaran hacia lados opuestos.
—Estoy intentando imaginarme cómo demonios has hecho para
mancharte la espalda, y también de qué será la mancha.
—¿Una mancha?
Kash se desabotonó la camisa a toda velocidad y se la quitó para poder
examinar la grasienta mancha, del tamaño de un puño, que lucía en medio de
la espalda. La olisqueó. Olía a cerezas, el aroma del lubricante que su
compañera de lecho había sacado del cajón de la mesilla de noche.
«¡Magnífico!» No recordaba exactamente cómo había llegado hasta allí, pero
sabía que la camisa había ido a parar sobre la cama porque allí la había
encontrado por la mañana. Y habían utilizado una buena cantidad de
lubricante sobre aquella misma cama, de modo que no era sorprendente que
se hubiese manchado.
—¡Joder! Venga, yo acabaré de prepararlo todo. Ve a buscarme algo de
ropa, ¿quieres? Una camiseta negra, lisa, o algo así —pidió, sacando un
billete de cincuenta dólares de su cartera—. Ya conoces mis gustos. Por
cierto, ¿qué demonios toca hoy? No he podido ver mi agenda.
—Esta mañana la agencia Montrose nos envía modelos para una sesión
de fotos publicitarias. Estarán aquí dentro de nada —dijo Ramona, echando
un vistazo a su reloj—. Las típicas fotos para books. Y después no tienes
nada hasta las cuatro, cuando vendrá Ellen Degeneres para las fotos de la
próxima portada de la revista Animal Advocates.
—¿Eso era para hoy? —preguntó Kash, notando que su humor
experimentaba una considerable mejoría, aunque todavía le dolía la cabeza
por el exceso de vodka—. Entonces vete ya y regresa cuanto antes. Quiero
acabar con la sesión publicitaria para tener tiempo de ir a casa, darme una
ducha y cambiarme entre una cosa y otra.
—Está bien, me voy.
Entre el estudio de Kash y los ascensores había un despacho exterior y
un área de recepción, que incluía el escritorio de Ramona y unos cómodos
asientos con capacidad para una docena de personas. Sobre las paredes se
exhibían varios ejemplos del trabajo de Kash, y su nombre lucía sobre la
mesa de trabajo, con un artístico logotipo mundialmente famoso.
Cuando Ramona salió, atravesando el despacho, se encontró a tres
mujeres, todas ellas de altas y delgadas siluetas, luciendo las expertas poses
de las aspirantes a la pasarela.
—Hola, chicas. ¿Os envía Montrose? Adelante, Kash os está esperando
—añadió, cuando ellas asintieron, señalando con un gesto la puerta del
estudio.
Cuatro mujeres más salieron del ascensor cuando éste se abrió. Lo más
seguro era que hubiesen venido por la misma razón, dado que era sábado y
las demás oficinas del piso veintinueve estaban cerradas.
—Si habéis venido para ver a Kash, es por ahí —señaló al pasar junto a
ellas—. Cruzad directamente la recepción; ella está en el estudio.
Pulsó el botón y, mientras esperaba a que se cerrasen las puertas,
observó al último grupo de mujeres. Tres de ellas eran claramente carne de
pasarela, esqueléticas y de expresión impasible, pero la cuarta destacaba entre
ellas. Era como mínimo ocho o diez centímetros más baja que las demás, y
tenía un cuerpo bonito, pero nada adecuado para una modelo de pasarela:
demasiado atlético. Además, era obvio que esperaba que la tratasen como a
una estrella, porque ni siquiera se había maquillado todavía y su ropa era
demasiado informal para una sesión de fotos publicitarias. ¿Acaso no la
habían puesto al tanto en la agencia? «A Kash no le va a hacer ninguna
gracia.»
Isabel siguió a las demás mujeres hasta la zona de recepción y se detuvo,
maravillada, ante la obra de Kash que cubría las paredes de la sala. La
mayoría eran retratos de celebridades tomados para ilustrar reportajes,
portadas de revistas, cubiertas de libros o carteles publicitarios. Se trataba de
un tipo de fotografías que solían ser bastante rutinarias, pero las de Kash
destacaban entre las de su clase, y a eso se debía el que fuesen tan
demandadas. Gracias a sus novedosos escenarios y a la precisa atención que
dedicaba al ambiente, la luz, el encuadre, la pose y la expresión, Kash no sólo
conseguía favorecer a cualquiera de sus modelos, sino que permitía que el
espectador percibiese algunos aspectos de la vida y la personalidad del
retratado.
Kash era más conocida por aquel tipo de fotografías, y su buena
reputación se basaba en ellas, pero también se mostraban allí algunas de sus
campañas publicitarias, todas perfectamente reconocibles. Además, aquí y
allá había fotos hechas durante sus viajes, espectaculares imágenes de un
safari en Kenia, en lo alto del Himalaya y en un mercado callejero de Brasil.
Isabel estaba deseando conocer a la mujer capaz de crear tales imágenes.
«Debe de ser una persona muy perspicaz. ¡Qué maravillosa sensibilidad y
maestría demuestran sus obras!»
Su mirada se posó en las demás mujeres, que también se habían detenido
para admirar las fotos. Se fijó en que todas le sacaban al menos media cabeza.
Estaba claro que habían invertido varias horas en peinarse y maquillarse,
algunas con un resultado extravagantemente llamativo. El complicado y
erizado peinado de una de ellas le recordó a la Estatua de la Libertad. Otra se
había aplicado tanto delineador de ojos y tanto carmín que parecía escapada
del Cirque du Soleil.
Era bastante alucinante, como si hubiese ido a parar a un episodio
actualizado de Las mujeres perfectas. Ni siquiera había llegado a comprender
por qué a la mayoría de las mujeres les gustaban tanto los cosméticos. Ella no
los utilizaba nunca, salvo algún ocasional brillo de labios.
El grupo se dirigió hacia el estudio e Isabel fue tras ellas. El espacioso
loft rectangular, con su pulido suelo de madera, los enormes ventanales y las
paredes de ladrillo cocido, parecía limpio y ordenado, excepto por un ligero
desorden sobre el escritorio que había justo a su derecha. A un lado, en una
desenfadada sala de estar, había tres mujeres de un aspecto muy parecido a
las de su grupo, esbeltas adolescentes de expresión ausente, todas con la
misma obsesión por conseguir un look que hiciera que la gente se volviese al
verlas pasar.
Al otro lado del estudio, en una zona preparada para la sesión de fotos,
en la que se veía una tela de fondo y varios focos, había una mujer arrodillada
junto a una enorme maleta plateada, cuyo almohadillado interior presentaba
varios huecos para acomodar una enorme cantidad de lentes y complementos
para la cámara que sostenía en la mano.
Kash. El solo nombre bastaba, como con Madonna, Cher o Beyoncé.
Isabel la reconoció al momento. Los programas televisivos sobre
celebridades no hacían más que hablar de ella y su imagen aparecía como
mínimo una vez al mes en la portada de los periodicuchos de supermercado,
porque, además de por su talento como fotógrafa, se había ganado una
enorme fama por su festivo estilo de vida y por las mujeres que
supuestamente se llevaba a la cama.
Isabel no creía que las noticias que aparecían en aquel tipo de
publicaciones mereciesen el menor crédito. Aun así le quedaba la duda,
puesto que Kash aparecía muy a menudo fotografiada en uno u otro local de
moda, con una copa en una mano y la otra sobre la cintura o el culo de alguna
espectacular actriz o modelo.
La famosa fotógrafa se puso en pie y miró al grupo, que se dirigía hacia
donde estaban las demás modelos. Era difícil saber en qué se estaba fijando
exactamente, pues llevaba gafas oscuras, pero al pasar la vista sobre Isabel su
mirada se detuvo un momento, observándola atentamente. Su expresión seria
no cambió, pero en su rostro aparecieron pliegues de asombro, o de
confusión.
La fotógrafa tenía un aspecto muy... distinto de lo que Isabel esperaba.
Su rostro era atractivo, sí, mucho más en persona que en las fotografías, pues
poseía una dulzura que las cámaras no habían conseguido captar. Supuso que
sería un reflejo de la artista que llevaba dentro.
Además, Kash era más menuda de lo que se había imaginado, tan sólo
unos centímetros más alta que ella. Y, desde luego, las tres dimensiones
permitían apreciar un lindo cuerpo de estrechas caderas, culo respingón,
pechos pequeños y figura esbelta. En otras palabras, exactamente el tipo que
le gustaba a Isabel. «No me molestará tener que frecuentarla durante las tres
próximas semanas, eso seguro.»
Sí, desde luego estaba deseando conocer mejor a Kash. Ojalá se quitase
las gafas de sol. Con ellas era imposible saber hacia dónde estaba mirando, ni
tampoco lo que estaba pensando.
Isabel había llegado a Nueva York un par de días antes de lo previsto
para hacer turismo. Se había dejado caer por el estudio de Kash siguiendo un
impulso: deseaba darse a conocer lejos del brillo y la atención de los medios
de comunicación, que según temía acompañarían su presentación oficial, el
lunes siguiente, en la rueda de prensa organizada en las oficinas de
Sophisticated Women. Vio su oportunidad cuando Kash comenzó a atornillar
la cámara sobre el trípode, de modo que se acercó a ella.
—Hola, Kash —empezó—. Quiero decirte lo mucho que admiro tu
trabajo. Me parece impresionante el ojo que tienes para la composición, y tu
gran talento para capturar la esencia de tus modelos.
—Muy amable —replicó Kash conteniendo una sonrisa, al tiempo que
cortaba el intento de presentación de Isabel al añadir—, pero hoy tengo una
agenda muy apretada y tenemos que comenzar ya. No hay tiempo para estar
de charla.
—Ah..., claro, claro.
Kash señaló a la pelirroja del pelo en punta.
—Tú primero. Siéntate ahí, en el taburete —ordenó, y mientras la
modelo obedecía se dirigió a las demás—. Procurad hablar lo menos posible
y atended bien, para poder acabar cuanto antes. Tenéis diez minutos cada
una. Si seguís mis indicaciones y me ofrecéis algo con lo que trabajar, estas
fotos harán de vosotras unas estrellas, pero, si os quedáis tiesas como un palo
o preferís perder el tiempo con charlas, no esperéis un resultado artístico. Los
primeros ocho minutos tomaré primeros planos, rostro y cuello solamente, y
ahí cuentan exclusivamente los ojos: hermosas miradas, expresiones dulces.
Después dispondréis de dos minutos, ya sin taburete, para moveros y posar.
Sed vosotras mismas y mostradme de lo que sois capaces. ¿Ha quedado
claro?
Nadie le había pedido que saliera de allí, de modo que Isabel disfrutó
observando a Kash en pleno trabajo. Eso le vendría bien para hacerse una
idea de lo que le esperaba cuando comenzasen sus propias sesiones de fotos
para la revista. No le había costado demasiado conseguir unos días libres.
Trabajaba por su cuenta como decoradora de pasteles, dividiendo su tiempo
entre tres pastelerías de Madison, de modo que disponía de una amplia
libertad para organizar su agenda. Sin embargo, Gillian no podía conseguir
más de tres semanas de vacaciones en su trabajo, por lo que no se reuniría
con ella hasta dos días después, justo antes de la rueda de prensa. De allí
saldrían directamente hacia el aeropuerto para dar comienzo a su aventura,
cuyo itinerario seguía siendo un misterio.
Aquélla era otra razón más para estar allí. Estaba deseando descubrir
adonde la llevaría su viaje de ensueño y esperaba que Kash pudiese
anticiparle algo. Aunque de momento la fotógrafa parecía estar muy atareada,
Isabel contaba con que podría disponer de un par de minutos para hablar con
ella al término de la sesión.
De modo que se acomodó en el sofá, entre las mujeres perfectas, y se
pasó la siguiente hora observándolas mientras eran fotografiadas. Al
principio lo único que se oía en el loft era los clics de las cámaras de Kash y
sus breves instrucciones: «Levanta el mentón» o «Gira un poco el cuerpo a la
derecha». En cuanto acababa con cada modelo la hacía salir de allí y señalaba
a la siguiente, esquivando siempre a Isabel.
Cuando Kash comenzó a fotografiar a la última modelo, la joven se dio
cuenta de que había una gran parte de verdad en las historias que contaban
los periódicos sensacionalistas. Con aquélla, una esbelta pelirroja, Kash se
comportaba, de pronto, de una manera mucho menos profesional. Sus
instrucciones se convirtieron en una especie de cortejo indirecto: «Ofréceme
algo sexy» o «Levántate un poco el vestido y enséñame el muslo». Además,
buscaba cualquier excusa para tocarla: el brazo, la espalda, la cintura..., en
teoría para recolocarla para el siguiente disparo, pero siempre con una
inconfundible mirada lasciva.
Al acabar la sesión, la modelo le dio a Kash su número de teléfono y
ésta se lo guardó en el bolsillo con una sonrisa de satisfacción.
Tal comportamiento no debería haberle chocado: las historias que se
contaban sobre Kash eran demasiadas para no contener algo de verdad. Sin
embargo, la descarada forma en que la fotógrafa se estaba aprovechando de
su cliente la asqueó un poco, y también —y esto sí que la sorprendió— se
sintió algo celosa por toda la atención que estaba dedicando a la modelo.
Kash aguardó hasta que sólo quedaron las dos para darse por enterada de
la existencia de aquella rubia que tan mal parecía encajar allí. La menuda
mujer tenía un rostro precioso y un cuerpo muy lindo, aunque no era el típico
físico de las pasarelas. Y la forma en que parecía apreciar su trabajo era
menos aduladora y más perspicaz de lo que una modelo era capaz. Tal vez
fuese una actriz.
Sin embargo, la mediocre elección de su vestuario para una sesión de
fotos tan importante la desconcertaba: vaqueros, zapatillas de deporte y una
camiseta blanca de manga larga. «¡Blanca, por Dios! Tendré que cambiar la
iluminación.» Para aumentar todavía más su confusión, la mujer no llevaba ni
gota de maquillaje, y parecía no importarle si su peinado sería fotogénico o
no. «Una aficionada. La agencia debería haberse asegurado de que tuviese
claros al menos los principios básicos.»
Kash sabía que las fotografías se verían perjudicadas por todo aquello.
Intentó convencerse de que le daba igual, porque ella acabaría cobrando de
todas formas. Pero era demasiado perfeccionista para no sentirse irritada por
aquella desdeñosa despreocupación por lo esencial.
—Te he dejado para el final deliberadamente, para darte tiempo a
ponerte mínimamente presentable, pero al parecer no ha servido para nada.
No sé qué look crees tener, pero desde luego a mí no me vale.
La rubia se quedó rígida.
—Me parece que no has comprendido...
Antes de que pudiese acabar su explicación, Ramona entró a toda prisa,
cargada con bolsas de compra y con gesto de enfado.
—Siento haber tardado tanto. En Lord y Taylor había unas colas
tremendas —explicó, dirigiéndole una breve mirada a Isabel mientras cruzaba
el loft para entregar las compras a Kash—. Te he traído un par de camisetas
para que puedas elegir.
—Estaba empezando a preguntarme dónde te habías metido. —Kash
dejó de atender a Isabel para sacar una camiseta negra de una bolsa y quitarle
las etiquetas, antes de desprenderse de su propia camisa para cambiarse de
ropa.
Desde luego, Isabel había visto a otras mujeres desvistiéndose, dado que
se había pasado una buena parte de su vida en los vestuarios de las piscinas.
Y, sin embargo, al ver cómo Kash se quitaba la camisa, dejando al aire un
sostén de seda y encaje que parecía casi demasiado femenino para sus formas
andróginas y suavemente musculadas, sintió que la invadía cierta
incomodidad.
—Como te estaba diciendo —intentó continuar, al tiempo que se
levantaba de su asiento y se acercaba hacia donde estaban las otras dos—, al
parecer me has confundido...
Tampoco consiguió esta vez acabar su explicación, porque no vio el
alargador que iba hacia uno de los enormes focos dispuestos para la sesión
fotográfica. Tropezó con él y cayó hacia delante, provocando un efecto
dominó que derribó dos focos más e hizo que los tres se estrellasen contra el
suelo con gran estrépito. Los cristales rotos se esparcieron por todas partes.
—¡Joder! —exclamó Kash, alzando la vista con desesperación, mientras
tarareaba por lo bajo unos cuantos compases de una melodía difícil de
identificar, al tiempo que Ramona se acercaba a toda prisa a Isabel para
asegurarse de que se encontraba bien—. Esto era lo último que necesitaba.
¿Intentas arruinarme el día?
Isabel se sacudió un poco la ropa, el rostro llameante de vergüenza, e
inmediatamente intentó ayudar a limpiar todo aquel desastre.
—¡Oh, Dios, cuánto lo siento...! No había visto...
Kash interrumpió sus disculpas con un gesto desdeñoso y replicó:
—Escucha, tú sólita has acabado con la última oportunidad que tenías de
conseguir que te hiciese unas fotos geniales en este día. Alégrate de que no te
cobre los daños y lárgate ahora mismo de aquí, ¿vale?
Isabel frunció el entrecejo y se puso en pie.
—Claro, desde luego que sí. Lo... lo lamento muchísimo —dijo,
saliendo de allí a toda prisa.
—¿Quién era ésa? —preguntó Ramona, al oír que la puerta de la
recepción se cerraba con un estrépito.
—¿Quién sabe? —contestó Kash—. No llegué a oír su nombre. Busca
su ficha y haz que los de Montrose se enteren de que tendrán que sustituirla
por otra.
—Qué raro, no recuerdo haberla visto...
Ramona se dirigió hacia el escritorio de Kash y recogió la carpeta que
contenía las fotos que la agencia había enviado.
—Oye, Kash..., no está aquí. Está claro que no era de la agencia.
—¿Que no era dé la agencia? —repitió Kash mientras enderezaba el
último foco—. Entonces, ¿quién demonios era y qué quería? Llegó junto con
las demás y estuvo ahí sentada durante toda la sesión.
—Ni idea —contestó Ramona, encogiéndose de hombros.
Kash miró hacia la puerta por la que Isabel acababa de desaparecer.
—Qué extraño... En fin, supongo que da lo mismo, siempre que no
vuelva por aquí
CAPITULO DOS
—Entonces, ¿la has visto? ¿Qué tal es? ¿Por qué no me llamaste? —
preguntó Gillian sin más preámbulos, cuando Isabel le abrió la puerta de su
habitación del hotel. A continuación pasó junto a ella como una exhalación,
arrastrando sus maletas, sin esperar respuesta—. ¿Te dijo a dónde nos
vamos?
—No tuve oportunidad de preguntárselo —contestó Isabel, atravesando
tras ella la espaciosa suite que Sophisticated Women les había reservado—. Y
me guardo la opinión sobre ella. Estaba en pleno trabajo y me temo que la
primera impresión que tuvo de mí no fue estelar, precisamente.
—Eso no suena nada bien —dijo Gillian, dejando caer las maletas justo
al lado de la puerta—. ¿Qué fue lo que sucedió?
Isabel se sentó en el sofá antes de responder:
—Me pasé por allí sin previo aviso y ella estaba ocupada con una
sesión, de modo que aguardé a que acabase. Estaba haciéndoles fotos a unas
cuantas modelos.
—¿Y? —insistió Gillian, hundiéndose en los cojines que había a su lado.
—Obviamente creyó que yo era una de ellas o algo así, y cuando por fin
estaba intentando explicarle quién era yo... En fin, ocurrió un accidente —
explicó Isabel, removiéndose incómoda—. Tropecé con un alargador o algo
parecido, y derribé unas cuantas luces de su estudio, ese tipo de focos que
probablemente cuestan una pequeña fortuna.
Gillian parpadeó, atónita.
—Apuesto a que la cosa no acabó demasiado bien.
—Entonces fue cuando me dijo que me marchase —prosiguió Isabel—.
La verdad es que a mí me había sorprendido un poco que me dejase
quedarme a mirar, pero, como te he dicho..., me tomó por una modelo más.
—¿Estás segura? —preguntó Gillian en tono dubitativo—. Bueno, no te
ofendas, Izzy, pero yo no te confundiría nunca con una modelo neoyorquina.
—No me ofendo —sonrió Isabel.
—Tu atractivo es más bien el de una vecinita de al lado, más de andar
por casa —explicó Gillian, ladeando la cabeza para valorarla mejor—. Eres
una linda pilluela, no una chica glamurosa.
—Gracias, supongo.
—Por eso creo que este viaje es una gran oportunidad para que te sueltes
y vivas un poco, Iz.
—No empieces de nuevo —protestó Isabel, poniendo los ojos en blanco
—. No soy ninguna ermitaña, Gilí, salgo de vez en cuando.
—Una vez al mes, como mucho, cuando te arrastro conmigo a una
discoteca —replicó Gillian—. Y puede que tú llames pasárselo bien a bailar
un par de canciones y dejar que alguien te invite a una copa, para acabar
volviendo sola a casa, pero a mí no me lo parece. ¿Cuál fue la última vez que
permitiste que alguien te calentase la cama? ¿No lo echas de menos?
—Si quieres que te diga la verdad, sí. Admito que hace ya bastante
tiempo, y soy humana. Pero ya me conoces, no me van los rollitos de una
noche. Y, de todas formas, no voy a encontrar a mi mujer ideal en un bar.
Créeme, cuando llegue el momento adecuado encontraré a alguien y
empezaré a salir de nuevo. El destino nos unirá, y lo reconoceré cuando
suceda. O al menos eso espero.
—¡Oh, eres tan romántica! —exclamó Gillian, dándole unas palmaditas
en el hombro—. Te mereces un final feliz. Silvia se portó como un bicho al
tratarte así.
—Parecía que hacíamos una buena pareja —contestó Isabel,
encogiéndose de hombros—. Teníamos tantas cosas en común...
—Sólo en la superficie. Puede que os gustasen las mismas cosas, pero
ella no es más que una víbora manipuladora y astuta, y tú eres la dulzura en
persona.
Isabel se echó a reír.
—¿Te he dicho últimamente lo mucho que te quiero?
—Sólo pienso en lo mejor para ti, amiga mía. Por eso te pido
francamente que pienses en lo que te he dicho. Estamos a punto de vivir la
que puede ser la mejor oportunidad de tu vida para relajarte y pasártelo bien
con una o dos hermosas mujeres —dijo Gillian, cruzando los brazos tras la
cabeza y tendiéndose sobre el respaldo del sofá—. O tres, o cuatro. Te
sentaría muy bien. Espero que nos envíen a algún lugar de animada vida
nocturna, o tal vez a una cálida playa con unos cuantos cuerpos en bikini que
admirar.
—Yo espero que podamos ver cosas como la Gran Muralla China o el
Valle de los Reyes... La Torre de Londres, tal vez.
—Veo que nuestros itinerarios ideales son muy diferentes —rió Gillian
—. Me pregunto de cuánto tiempo libre dispondremos y cuánto tendrás que
pasarte posando para la revista. ¿Crees que Kash nos irá siguiendo a todas
partes?
—Ni idea.
Isabel se encogió al recordar de pronto el gesto de dolor que hizo Kash
cuando ella derribó todos los focos.
—Supongo que nos enteraremos de todo eso durante la rueda de prensa
—añadió.
—Y bien, todavía no me has dicho... ¿qué impresión tuviste al
conocerla? ¿Le hacen justicia las fotografías? —preguntó Gillian, mirándola
con gran interés.
Isabel sabía que Gillian estaba deseando tener la oportunidad de pasar
una noche con Kash. Mucho antes de todo aquel asunto del concurso, Gillian
había mencionado un par de veces lo sexy que le parecía la fotógrafa. En
cuanto supieron que iban a conocerla, ambas se sumergieron en Internet,
buscando información y entrevistas sobre ella, y estuvieron especulando
sobre cómo se comportaría durante el viaje.
Después de la hora que se había pasado observando a Kash, Isabel tenía
que darle la razón a su amiga: aquella mujer poseía un claro atractivo sexual.
Y, cuando estaba trabajando, su rostro irradiaba una sosegada y misteriosa
intensidad. Habría deseado poder ver qué era exactamente lo que capturaba
Kash cada vez que apretaba el disparador.
«Apuesto a que Gillian y ella acabarán juntas. A Gillian no le molestan
los ligues rápidos y sin complicaciones, y desde luego parece que a Kash
tampoco.» Cuando salían juntas por la noche, Gillian solía acabar
enredándose con alguna mujer, bien en los oscuros pasillos del bar, bien
después, en el apartamento de la desconocida, de modo que Isabel siempre
llevaba su propio coche.
La posibilidad de que Gillian y Kash acabasen juntas la incomodaba
vagamente, aunque no deseaba ahondar demasiado en los motivos de aquel
sentimiento. Se dijo a sí misma que no quería que Gillian se convirtiese en
una muesca más en el cinturón de una celebridad, aunque, después de todo,
¿quién era ella para juzgarla? «Si es eso lo que quiere, y está claro que sí,
¿por qué tendría que suponerme un problema? Soy su amiga y debo apoyar
cualquier cosa que la haga feliz, de modo que eso es lo que haré.»
—Te va a encantar, de verdad —contestó Isabel por fin—. Es así en
realidad, y mejor aún. Tiene un cuerpo magnífico y unos rasgos realmente
bellos. No pude verle los ojos, eso sí; llevaba gafas oscuras. Pero, sin duda,
tal como decías, seguramente puede conseguir a cualquier mujer que le
apetezca. Es más callada de lo que esperaba... y algo brusca, incluso antes de
que yo le arruinase el día. No era la alegría de la huerta, desde luego...
Parecía como si estuviese rumiando algo.
—Tal vez necesite algo especial que la ponga de mejor humor —sugirió
Gillian, entrecerrando los ojos como si ya estuviese imaginándose qué podría
ser.
—No puedo creer que te haya permitido enredarme en esto —refunfuñó
Kash, mientras dejaba el maletín con la cámara en el suelo del impecable
despacho de Miranda Claridge, decorado a la última—. Obligarme a estar
lejos de todo durante tres semanas es pedir demasiado. ¿No podría volar
simplemente a París por un día, y tal vez a Roma? ¿No sería eso
suficientemente representativo del viaje?
—No, sabes que eso no puede ser. Tú eres parte del gran premio, Kash.
Tu fama ayudó a darle publicidad.
Miranda rodeó el escritorio hasta colocarse frente a Kash, que iba
vestida con unos vaqueros de talle bajo, botas y camiseta de un famoso
diseñador. Miranda llevaba un traje de Armani color azul marino que
destacaba sus piernas, las cuales seguían siendo el mayor motivo de orgullo
para su propietaria, a los cuarenta y cuatro años.
—Y, tal como te conté —siguió diciendo—, nos interesa mucho que
acompañes a esta mujer durante un tiempo y que le hagas unas fotos que no
sean las típicas poses ante la Torre Eiffel y las pirámides.
Kash escrutó el decidido gesto de Miranda. Lo conocía demasiado bien:
por culpa de aquella mirada, ella había acabado por colaborar en media
docena de actos benéficos y había hecho varias sesiones de fotografía,
también benéficas.
—No tengo escapatoria, ¿verdad?
—Vamos, será divertido —dijo Miranda, al tiempo que recogía un sobre
con unos pasajes de avión que estaba sobre la mesa—. Aquí tienes los pasajes
y el itinerario, y los nombres y números de teléfono de los chóferes locales
que hemos contratado para que te ayuden a cargar tus cosas y montarlas
donde haga falta. Mi móvil ya lo tienes. Si necesitas algo más, házmelo saber.
—No lo dudes —prometió Kash—. Entonces, ¿cuándo conoceré a la
ganadora del concurso? Repíteme el nombre.
—La rueda de prensa comienza dentro de veinte minutos —dijo
Miranda, tras echar un vistazo al valioso reloj de anticuario que había en el
aparador—. Y se llama Isabel Sterling. Es una decoradora de pasteles de
Madison, Wisconsin.
—¿Decoradora de pasteles? ¡Estás de broma! ¿Eso es un trabajo?
—Claro que sí. En Nueva York, Los Angeles y unos cuantos sitios más
se puede ganar mucho dinero si eres buena en eso. Especialmente si haces
pasteles de boda.
—Si tú lo dices...
—Lo apreciarías mejor si hubieses puesto alguna vez el pie en una
cocina, Kash.
Ambas se echaron a reír. Kash vivía a base de comidas a domicilio,
menús de restaurante y ocasionales invitaciones a cenar de amigas como
Miranda y su pareja. Las mujeres con las que se acostaba también la
invitaban a menudo, para poder volver a verla. Sin embargo, a pesar de que le
encantaba la comida casera, solía evitar tales ocasiones: le parecían
demasiado familiares y siempre despertaban demasiadas expectativas.
Prefería atenerse a una relación meramente sexual, sin más complicaciones.
—Así que una decoradora de pasteles de Wisconsin. Parece la candidata
perfecta a tu cambio de imagen. ¿Es bonita? ¿Lesbiana?
Miranda dejó escapar una risita.
—¿Desde cuándo te ha preocupado que una chica sea lesbiana o no,
siempre que sea bonita?
—Eso es cierto —reconoció Kash, devolviéndole la sonrisa—. ¿Y bien?
—Es linda, sí. Y rubia, de modo que es tu tipo. Veintinueve años, y un
cuerpo precioso de verdad —detalló Miranda, enarcando significativamente
las cejas—. Es linda en conjunto, lo cual es magnífico para lo del cambio de
imagen. No costará demasiado prepararla para la foto de portada. Quiero
decir que es un magnífico lienzo sobre el que trabajar, pero, aun así, habrá
una enorme diferencia entre las fotos del antes y del después, lo cual nos
encanta. Antes: vaqueros y camiseta, nada de maquillaje, un cabello que
necesita un nuevo corte. Después... Bueno, ya sabes a qué me refiero.
—Ajá. Suena estupendo —dijo Kash—. Así que es linda. ¿Y qué hay de
lo de si es o no bollera?
—¡Eres incorregible! —exclamó Miranda, dándole un suave golpe en el
brazo—. Y sí, creo que debe de serlo. No lo han dicho, pero tanto ella como
la chica que trajo consigo para el viaje me lo parecieron. Las conocí hace
unos días. De hecho, aunque me presentó a su compañera como a una vecina
y amiga, no me sorprendería que fuesen pareja. Parecen muy íntimas. La
amiga se llama Gillian.
Kash echó un vistazo a su reloj.
—Quiero verme en un espejo antes de la rueda de prensa. ¿Nos vemos
allí?
—Diez minutos, Kash. No me dejes colgada.
—No te preocupes, Miranda, allí estaré.
Fiel a su palabra, Kash salió del ascensor que había frente a la sala de
conferencias de Sophisticated Women con tiempo de sobra, y se encontró
cara a cara con una docena de fotógrafos de la prensa seria y menos seria, a
muchos de los cuales reconoció.
Uno de ellos, un panzudo reportero autónomo llamado Joe Dix, la cegó
con media docena de flashes antes de que pudiese siquiera dar dos pasos. Dix
era uno de los más despiadados paparazzi que la acechaban, una creciente
legión de fotógrafos que se pasaban los días siguiendo los pasos de los
famosos, esperando pillarlos haciendo algo inmoral o ilegal. Sus fotografías
de Kash habían salpicado las portadas de un buen número de periódicos
sensacionalistas, tanto en Norteamérica como en el extranjero.
—Hola, Kash. ¿Qué me dices?
—¿Que qué te digo? —replicó ésta con los ojos entornados, intentando
borrar los brillantes puntitos que danzaban ante sus ojos—. ¿Qué tal
«pesado»? ¿O «metomentodo»? Ah, no, espera, ¿qué te parece «alimaña»?
Sí, ésa me gusta.
—Muy simpática —replicó Dix sin dejar de disparar—. Como si tu
mierda no apestase. Tú utilizas tu cámara para enriquecerte y acostarte con
todas. ¿Por qué demonios te crees mejor que yo?
—Los celos no te sientan bien, Dix. Claro que no hay nada que te siente
bien. Aunque la mona se vista de seda...
Kash sorteó ágilmente a los fotógrafos y empujó la puerta de la sala de
conferencias. En ella había unos veinte reporteros y un puñado de
camarógrafos, dando vueltas por allí o charlando entre ellos, sentados en las
hileras de sillas que se habían dispuesto para la rueda de prensa. Miranda
estaba de pie junto al estrado, hablando con una atractiva mujer de cabellos
color caoba, elegantemente vestida con una camisa de seda gris y falda negra.
Un caballete sostenía un enorme cartel, cubierto con una tela.
Cuando intentó ocupar su lugar junto a Miranda, unos cuantos reporteros
la interceptaron para hacerle preguntas, pero se libró de ellos con una forzada
sonrisa en los labios.
—Ahí está —anunció Miranda, sonriendo complacida, y enseguida le
presentó a la mujer con la que estaba charlando—. Kash, quiero que conozcas
a Gillian Menard, amiga, vecina y compañera de viaje de la ganadora de
nuestro concurso.
Gillian le tendió la mano.
—Hola, Kash. Estoy deseando poder conocerte mejor.
Kash se sintió algo sorprendida por el inconfundible coqueteo que
expresaban los ojos y la voz de la pelirroja. «Lesbiana, desde luego. Pero o
bien Miranda se equivocó al tomarlas por una pareja o bien no es una
relación exclusiva, de eso no hay duda.» Las pelirrojas no solían gustarle,
aunque siempre había alguna excepción a la regla. Esta, en concreto, era una
delicia para la vista, y además parecía muy dispuesta. Si Miranda estaba en lo
cierto al considerar a la otra como una guapa rubia de lindo cuerpo, tal vez
hubiese un trío en el horizonte.
Estrechó firmemente la mano de Gillian, prolongando el contacto. Los
flashes se multiplicaron, recordándole que todos sus movimientos estaban
siendo vigilados.
—Encantada de conocerte, Gillian. Creo que este va a ser un magnífico
viaje.
Por fin soltó su mano y se volvió hacia Miranda para añadir:
—Y bien... ¿Dónde está la gran vencedora?
—Tuvo un fuerte ataque de nervios al ver a tantos fotógrafos —explicó
Gillian—. Ha tenido que salir para tranquilizarse. Estará aquí dentro de unos
minutos.
En ese mismo momento se produjo una súbita conmoción en la puerta
de entrada de la sala de conferencias, y todo el mundo se volvió para intentar
descubrir lo que estaba sucediendo.
Isabel salió del baño procurando hacer caso omiso del ensordecedor
latido de su corazón desbocado. Cuando Gillian y ella salían del ascensor, se
encontraron con una cegadora aglomeración de fotógrafos, todos pendientes
de ella, que les cerraban el paso a la sala de conferencias; el baño de señoras
se convirtió en el refugio más cercano. Pero la rueda de prensa estaba a punto
de comenzar y no podía seguir escondiéndose.
Intentó convencerse de que los fotógrafos serían más amables en esta
ocasión, porque no se volvieron locos al verla doblar la última esquina. Tan
sólo hicieron unos cuantos disparos hasta que ella se acercó, pero de repente
volvió a encontrarse en medio de un maremágnum de luces cegadoras.
Se abrió paso a empujones hasta la puerta de la sala de conferencias,
pestañeando para intentar borrar los puntos de luz que bailaban ante ella. El
último pensamiento que recordaba haber tenido era: «¡Pero si la puerta estaba
ahí mismo!».
Sin embargo, no estaba allí, porque uno de los reporteros del otro lado la
había abierto de golpe, de modo que no encontró más que aire donde
esperaba hallar roble macizo. Cayó de cabeza al suelo.
Kash vislumbró a la rubia un momento antes de que cayese, aunque
enseguida la rodeó un muro de fotógrafos. La consiguiente batería de flashes
iluminó la sala entera.
Miranda y Gillian llegaron corriendo, al mismo tiempo, junto a la
ganadora del gran premio. Kash se quedó atrás, sin el menor deseo de estar
en el centro de aquel torbellino.
La voz de Miranda se elevó sobre el alboroto formado por las preguntas
de los reporteros:
—Dejadle un poco de espacio, ¿puede ser, por favor?
—¿Es ésa la ganadora?
—¿Qué ha pasado?
—¿Está borracha o qué?
La curiosidad hizo que Kash se acercase un poco más.
Se abrió paso entre la multitud y se quedó horrorizada al descubrir que...
«¡Dios, no puede ser! ¡Es ella!»
Era la misteriosa rubia del otro día, «la Chica Terremoto», como había
empezado a llamarla.
La mujer parecía algo aturdida. Tenía la cabeza recostada sobre el
regazo de Gillian.
—Vamos, Izzy —le decía su amiga—. Recupérate, por favor. Ahora no
es el momento.
Kash dirigió una mirada de odio a Miranda.
—¡No puede ser que te deba un favor tan enorme!
El comentario hizo que todas las cámaras se volviesen hacia Kash, quien
quedó cegada al instante.
—¿Qué significa eso? —quiso saber uno de los reporteros.
—Sí, explíquelo —coreó otro—. ¿Por qué le debe un favor y qué tiene
eso que ver con...?
La rubia dejó escapar un gemido y las cámaras volvieron a girarse para
fotografiar su reacción.
—¿Qué... qué está sucediendo? —preguntó Isabel con voz pastosa.
—Estás en la rueda de prensa —la orientó Gillian—. Creo que has
tropezado.
«Desde luego que sí —pensó Kash—. Conque Izzy, ¿eh? Juanita
Calamidad, más bien. ¿Qué demonios he hecho yo para merecer esto?»
Recordó los miles de dólares que costaba el equipo fotográfico que había
preparado para aquella aventura y, de pronto, se alegró mucho de haberlo
asegurado.
—Venga, chicos, dadle un respiro, ¿vale?
La voz de Miranda revelaba la irritación que sentía ante el modo en que
se estaba desarrollando aquella rueda de prensa tan largamente esperada. Se
inclinó hacia la ganadora de su gran premio y añadió:
—¿Se encuentra bien, señorita Sterling? ¿Quiere que llame a una
ambulancia?
Isabel tardó todavía unos minutos más en comprender plenamente que
aquélla era la encarnación de sus peores pesadillas. Sí, era cierto que estaba
tumbada en el suelo de la sala de conferencias de la revista Sophisticaed
Women. Y sí, aquellas luces eran los flashes de las cámaras que estaban
inmortalizando cada segundo de su total humillación. Menos mal que, a Dios
gracias, se había puesto los pantalones negros estilo sastre con la camiseta
color lavanda, y no la minifalda que Gillian había insistido en que se pusiera.
«¿Por qué demonios se me habrá ocurrido aceptar este premio?»
Y justo cuando creía que ya nada podía ser peor, Isabel la descubrió...
\Ella\
Kash la miraba desde lo alto como si estuviese contemplando un
monstruo de dos cabezas. ¡Oh, cómo deseó poder desaparecer con sólo
pensarlo! Notó que las mejillas le ardían de vergüenza.
—Estoy bien —dijo, rechazando bruscamente el reconfortante abrazo de
Gillian para intentar ponerse en pie.
Una fuerte mano la tomó del hombro y la ayudó a levantarse, y de
pronto se vio con el rostro casi pegado al de Kash.
Sorprendida ante aquel inesperado gesto de amabilidad, se quedó
mirando fijamente a la fotógrafa, hasta que Miranda las tomó a ambas del
brazo y las condujo hasta el estrado.
De camino, Miranda las presentó rápidamente:
—Kash, ésta es Isabel Sterling. Isabel, ésta es Kash.
—Encantada, desde luego —replicó Kash con un levísimo deje de
sarcasmo.
Sin embargo, a Isabel no le pasó inadvertido, y tampoco la manera en
que elevaba los ojos al cielo al decirlo. «¡Vaya, lo que me faltaba!, pensó.»
—Siento mucho lo del otro día, Kash. Por favor, permíteme que pague
los desperfectos.
Llegaron al estrado antes de que Kash pudiese responder, pero Isabel se
fijó en que la expresión de la fotógrafa se había dulcificado. Tal vez se
hallaba algo arrepentida.
Miranda las miró de hito en hito mientras le acercaba una silla a Isabel.
—¿Te sientes dispuesta a comenzar ahora o prefieres que lo cancele
todo? —preguntó en voz baja; los periodistas comenzaban ya a tomar asiento.
—¿Seguro que no te has hecho daño? —preguntó Gillian, casi al mismo
tiempo.
—He dicho que estoy bien.
«¡Dios, nunca conseguiré que se olviden de lo que acaba de suceder!»
Isabel respiró hondo un par de veces para tranquilizarse y comenzó a quitarse
los hilillos de moqueta que habían quedado prendidos en sus pantalones.
—Y sí, por favor —añadió, dirigiéndose a Miranda—, continuemos con
la rueda de prensa. Ojalá les parezca más merecedora de su atención que... en
fin, quiero decir... ¡no ha sido más que un accidenté. ¿Cómo puede una ver
dónde pisa con todos esos flashes a un palmo de la cara?
—No ha sido para tanto, Izzy —intentó consolarla Gillian—. Tal vez no
lleguen a utilizar esas fotos.
—Desgraciadamente, lo más seguro es que estén en las portadas de al
menos un par de periódicos sensacionalistas hacia finales de la semana —dijo
Kash—. Y colgados en mil sitios de Internet mucho antes. Para la prensa
sensacionalista, los despistados son tan populares como los desnudos, los
tramposos pillados in fraganti y los borrachos.
—Vaya, gracias. Eso me hace sentir mucho mejor —suspiró Isabel,
completamente abatida.
—Señoras —las interrumpió Miranda—, ¿he de recordarles que esas
personas de ahí disponen de micrófonos de alta resolución?
—Siempre es posible que algún famoso se estrelle y te arrebate las
portadas —susurró Kash—, pero yo no contaría con ello.
Isabel sonrió, y el cambio en su expresión hizo aparecer la artista que
Kash llevaba dentro. «Un perfecto desequilibrio, eso es lo que le otorga
personalidad a tu rostro.» Isabel poseía una sonrisa casi perfecta, de estrella
de cine, deslucida solamente por un diente torcido en el lado izquierdo. La
sonrisa hacía aparecer un hoyuelo en la mejilla del mismo lado y el efecto
combinado de ambos rasgos dotaba a su rostro de una atractiva asimetría.
Miranda subió al estrado. Habló del concurso, de los participantes y de
los premios, y por fin desveló el itinerario.
—Desde aquí, una limusina llevará a la señorita Sterling hasta el estudio
de Kash, aquí en Manhattan, para tomar unas cuantas fotografías del «antes»
con las que comenzar la historia de su cambio de imagen al estilo
Sophisticated Women.
El súbito enrojecimiento del rostro de Isabel hizo saber a Kash que
acababa de recordar su primera visita al estudio, dos días antes. «¡Menudo
desastre! Me pregunto qué estaría haciendo allí.»
—A continuación tendrá lugar la salida hacia el aeropuerto, para
comenzar sus vacaciones de ensueño de tres semanas de duración. Primera
parada: ¡París! —anunció Miranda, retirando parte de la tela que ocultaba el
cartel colocado frente a la sala: en él pudo verse un montaje
con varios atractivos parisinos—. Tras cuatro días en la Ciudad de la
Luz, continuará hacia... ¡Roma, la Ciudad Eterna!
Al momento descubrió un nuevo montaje fotográfico.
La incomodidad que Isabel sentía se fue desvaneciendo a medida que se
iban revelando sus destinos, reemplazada, al menos hasta el momento, por el
entusiasmo. Había deseado viajar desde que era niña, aunque nunca había
dispuesto de suficiente dinero para viajar mucho por Norteamérica, y mucho
menos por Europa.
—¡Caray, Izzy, París y Roma! —susurró Gillian.
—¡Sí! —respondió ésta, también en voz baja—. Ambas están en la lista
de mis diez destinos favoritos, eso desde luego. ¡La Torre Eiffel, Gilí! ¡El
Louvre! ¡El Vaticano!
—Desde Roma, la afortunada ganadora volará a El Cairo, en Egipto —
estaba diciendo Miranda—, Tierra de Faraones.
—¡Egipto! —exclamó Gillian, encantada.
—¡Oh, Gilí, qué hermosura! —consiguió articular Isabel al ver las fotos.
«¡Es para morirse de gusto!»
—¡Y, finalmente —concluyó Miranda, desvelando con una floritura la
última parte del cartel—, en dirección oeste, hacia el Caribe, para disfrutar
durante toda una semana de las cálidas playas y de las exuberantes reservas
naturales de la isla de Gran Bahama!
—¡Bikinis! —gritó Gillian encantada, dando saltos en su asiento—. ¡Oh,
te lo dije! ¡Vamos a disfrutar como enanas!
El entusiasmo de Gillian era contagioso y, por un momento, Isabel
olvidó su lamentable incidente con Kash, e incluso las fotografías que le
habían hecho tirada por el suelo. Estaba a punto de visitar algunas de las
ciudades con las que siempre había soñado —¡y a lo grande, nada menos!—,
acompañada además de su mejor amiga. «Sí, señor. Gillian tiene razón.
Vamos a disfrutar como enanas.»
Sin embargo, sus optimistas pensamientos se enfriaron un poco cuando
Miranda pidió que Kash subiese al estrado.
—Estoy encantada de formar parte de esta aventura junto con la
afortunada ganadora del sorteo. Estoy segura de que nos divertiremos mucho
—comenzó Kash, y su gesto complacido le pareció sincero incluso a Isabel,
que sabía la verdad. «Está claro que es capaz de mentir sin inmutarse.»
A continuación, varios reporteros comenzaron a hacer preguntas a Kash,
la mayoría de las cuales se referían a su vida privada y no al concurso. Isabel
se quedó atónita ante la audacia de algunas de ellas.
—¿Con quién estás saliendo últimamente, Kash?
—Más bien, ¿con quién te acuestas?
—¿Te importaría explicar el comentario de antes sobre el favor que le
debes a la señora Claridge?
—¿Es cierto que en Malibú te pilló la policía conduciendo bebida?
—¿Tienes algo que opinar sobre esa noticia de Internet en la que se dice
que el marido de cierta actriz te ha demandado, acusándote de arruinar su
matrimonio?
Kash hizo caso omiso a aquellas preguntas, manteniendo una leve
sonrisa en el rostro mientras bajaba del estrado y Miranda volvía a dirigirse a
los medios de comunicación.
—Por favor, recordemos por qué estamos aquí, ¿de acuerdo? Y ahora
me gustaría presentarles a la afortunada ganadora de nuestro concurso Haz
tus sueños realidad. Procedente de Madison, Wisconsin..., ¡Isabel Sterling!
Después de ver la forma en que los periodistas habían tratado a Kash, a
Isabel le temblaban un poco las piernas cuando subió al estrado. Si ya estaba
muy nerviosa antes de tropezar, ahora estaba aterrorizada. Habitualmente se
sentía cómoda al hablar ante pequeños grupos, pero nunca se había
enfrentado a buitres como aquéllos, que se alimentaban de intimidades
ajenas. Eso era lo que le parecían: buitres volando en círculos, al acecho del
menor signo de fragilidad.
Abrieron fuego antes incluso de que ella pudiese abrir la boca.
—¿Qué le ocurrió al entrar? ¿Se desmayó?
—¿Está usted embarazada?
—¿Ha estado bebiendo?
—¿Qué relación existe entre usted y la mujer que la acompaña en el
viaje? ¿Es esa de ahí?
—Eso, diga, ¿es usted lesbiana?
—No, no he estado bebiendo... Esto..., bueno, es que tantos flashes... —
tartamudeó Isabel, sintiéndose como un insecto al que un niño cruel hubiese
decidido achicharrar al sol del mediodía, ayudándose de una lupa.
Miranda apartó suavemente a Isabel del micrófono, para interceder por
ella:
—Por favor... Si no se atienen a un mínimo de corrección, me llevaré de
aquí a la señorita Sterling.
Los reporteros desistieron por fin e Isabel sólo tuvo que sufrir unas
cuantas preguntas básicas, como qué hacía para ganarse la vida y cómo había
conseguido ganar el concurso. A esta última contestó Gillian en su lugar.
Después siguieron las inevitables preguntas sobre su estado civil, edad y
procedencia.
Miranda intervenía cada vez que las preguntas se volvían demasiado
personales. Unos minutos después se adelantó para anunciar el final de la
rueda de prensa.
Dijo a los reporteros que tendrían que adquirir el número de octubre de
su revista para enterarse del resto de los detalles.
Los representantes de los medios de comunicación abandonaron la sala,
dejándolas a solas.
—En fin, ha sido un comienzo muy poco halagüeño para tu aventura —
comentó Miranda, con un gesto de disculpa—. Me temo que, son como
tiburones cuando las cosas no salen conforme a lo previsto.
—Por desgracia, los cotilleos venden —convino Kash—. Especialmente
las fotos en las que te muestras perdiendo los estribos o haciendo algo
estúpido.
—Apenas puedo creer el descaro de algunas de sus preguntas —dijo
Gillian.
—De todos modos, lo peor ya ha pasado —anunció Miranda, sonriendo
animosamente a las dos ganadoras—, y es hora de que comience la diversión.
La limusina espera abajo, junto con vuestro itinerario y los pasajes de avión.
Disponéis de dos horas para la sesión de fotos con Kash, antes de partir las
tres hacia el aeropuerto.
Isabel miró de reojo a Kash, quien la miraba con gesto neutro. Por
primera vez se fijó en los ojos color avellana de la fotógrafa. «Dios, tiene
unas pestañas increíblemente largas. ¡Si hasta podrían ser postizas! Claro que
no parece ser el tipo de persona que se pondría unas pestañas postizas.»
Isabel no sabía qué pensar de Kash. Acababa de hacerse una idea
bastante exacta de la forma en que los periodistas podían llegar a inventar
cosas sobre cualquiera, lo que fuese, para alimentar las hambrientas máquinas
de cotilleo que eran sus publicaciones. «Tal vez no se merezca esa
escandalosa reputación que arrastra. Debo mantener la mente abierta.»
Kash aguardó hasta que estuvieron solas en el despacho de Miranda para
relatarle a ésta la visita de Isabel a su estudio. Para cuando acabó de describir
las consecuencias del desastroso encuentro de ambas, a Miranda le corrían las
lágrimas por las mejillas.
—¡Qué gracioso! —exclamó—. Me parece que te aguardan tres
semanas muy interesantes con esa chica. Cuando os estaba presentando, me
preguntaba qué era lo que había entre vosotras.
—He de decirte, Miranda, que sabré cumplir mi parte del trato —le
aseguró Kash, recogiendo la bolsa de las cámaras del suelo para colgársela al
hombro—. Te traeré una linda variedad de fotos para el desplegable. Pero no
esperes que cargue con la Chica Terremoto veinticuatro horas al día y siete
días a la semana. Eso no va a suceder.
—Estoy segura de que te las arreglarás para encontrar tiempo de sobra
para tus cosas y, a la vez, para darme lo que te pido —dijo Miranda cuando
ya se dirigían hacia los ascensores—. Pero sé buena, ¿eh? Te aseguro que,
aunque sólo he podido charlar con ella durante unos minutos, me pareció una
dulzura de mujer, Kash. Tal vez deberías concederle otra oportunidad.
—Si conseguimos que la próxima hora transcurra sin que destroce todos
mis focos de repuesto, me lo pensaré —replicó Kash—. Pero no te garantizo
nada.
—Desde luego, la rueda de prensa no podría haber ido peor —dijo
Isabel, bebiendo un gran trago del champán que las aguardaba en la limusina,
metido en hielo.
—¡Oh, vamos, mañana se habrán olvidado de ti! —replicó Gillian—.
¿Dónde se ha metido esa eterna optimista a la que quiero tanto? Aquí estamos
las dos, a punto de embarcarnos en un viaje fabuloso, dentro de una limusina
y bebiendo champán. Tienes un cheque por valor de diez de los grandes en el
bolsillo, ¿y aún protestas?
Isabel meditó aquellas palabras.
—Tienes toda la razón —declaró, alzando su copa y aguardando a que
Gillian la imitase—. Brindemos por una fabulosa y memorable aventura, y
por que nada nos impida disfrutarla, segundo a segundo.
—Brindo por eso: sí, señora.
Hicieron chocar sus copas justo cuando se abría la puerta de la limusina.
Kash se deslizó en el asiento que había frente a ellas y el chófer arrancó,
apartándose del arcén.
Kash e Isabel se escrutaron la una a la otra durante varios segundos, sin
decir nada. El rostro de Kash lucía una expresión de divertimento que Isabel
interpretó como chulería.
—¿Cuánto tiempo crees que os llevará eso de las fotos? —quiso saber
Gillian.
Kash dejó escapar una risita.
—Eso depende de si mi equipo sobrevive a la etapa preparatoria. Si
Isabel es capaz de mantenerse en pie, no más de una hora.
Gillian comenzó a reír a carcajadas. Cuando Isabel la miró con odio
intentó controlarse, cubriéndose la boca con la mano, sin el menor éxito.
—Eres un desmadre total, Kash —declaró Isabel, bebiendo un nuevo
trago de champán—. ¿Piensas seguir utilizando el sarcasmo durante todo el
viaje?
Kash se sirvió una copa y bebió un sorbo.
—Es lo más probable —contestó por fin—. Pero sólo contigo.
Gillian estuvo a punto de rociarlas con el champán que acababa de
beber.
—Ya veo que tendré que hacer de árbitro —dijo, enjugándose la barbilla
—. Lo cual es guay, porque se me da bien. Lo haré, cueste lo que cueste,
porque las tres vamos a pasar mucho tiempo juntas, eso seguro.
Estaba claro que aquella perspectiva no le desagradaba en lo más
mínimo. En cambio, tanto Isabel como Kash recibieron aquel pronóstico
vaciando de un trago el contenido de sus copas. Ambas tendieron el brazo
hacia la botella, con la intención de volver a llenar las copas, aunque fue la
mano de Kash la que la alcanzó primero.
—Permíteme —dijo entre dientes, ofreciéndose a servir a Isabel.
—Encantada, desde luego —repuso Isabel con voz cantarina, repitiendo
el saludo con que Kash la había recibido aquel día, con un tono burlón que no
había vuelto a utilizar desde la escuela elemental; a continuación alzó la copa
para permitir que Kash la llenase.
Cuando quiso llevársela a los labios, la limusina se detuvo sin previo
aviso y el contenido de la copa empapó la parte delantera de su blusa de
punto, color lavanda, transformándola instantáneamente en una exitosa
participante en un concurso de camisetas mojadas.
—¡Joder, qué frío!
Kash soltó la gran risotada y Gillian no se quedó atrás, disfrutando de la
humillación de su amiga.
—Menos mal que llevas el equipaje en el coche, así podrás cambiarte —
comentó Kash, indicando con una inclinación de cabeza el enorme bolso de
cuero de Isabel—. ¿O sueles llevar una camisa extra, para estas ocasiones?
Gillian se rió, encantada.
Isabel notó perfectamente cómo le ardían las orejas mientras sacaba del
bolso una blusa color burdeos, similar a la que llevaba puesta.
—Con el debido respeto, que os jodan a las dos.
Las carcajadas de Gillian y Kash se multiplicaron, mientras se miraban
de reojo.
Hubo algo en aquel mudo intercambio de miradas que hizo que Isabel
sintiese un escalofrío de inquietud, aunque no quiso detenerse a analizar el
motivo.
Agradeciendo el hecho de que el vehículo dispusiese de lunas tintadas,
se inclinó para proceder a quitarse la empapada camiseta. Habitualmente ni se
hubiese parado a pensar lo que estaba a punto de hacer, pero de pronto
descubrió que Kash estaba mirándole los pechos, detalladamente delineados
bajo el fino tejido, erectos pezones incluidos. «¡Habráse visto, qué descaro!»
Tendría que haberse sentido anonadada por la abierta lascivia de Kash y, sin
embargo, le sorprendió descubrir que en cierto modo... le gustaba. La
limusina se estaba deteniendo ya frente al estudio de Kash, de modo que
decidió esperar a cambiarse allí.
—¿Vamos?
Kash las guió hacia los ascensores, mientras Isabel, manteniendo el
bolso contra su pecho, intentaba hacer caso omiso de las miradas de asombro
que le dirigía la gente al cruzar el vestíbulo. Subieron sin apenas hablar.
Gillian y Kash intentaban sin mucho éxito borrar la sonrisa de sus rostros,
para mayor vergüenza de Isabel.
—¿Hay algún sitio donde pueda cambiarme? —preguntó en cuanto
entraron en el estudio.
—Claro, allí —dijo Kash, señalando el baño, antes de comenzar a
preparar los focos para la sesión.
Gillian permanecía cerca de ella, observándola atentamente.
—¿Llevarás a alguien contigo durante el viaje? ¿Una ayudante..., amiga,
o algo así? —preguntó. .
—No, señora, sólo yo.
Kash se detuvo para mirarla, sin molestarse en disimular su lenta y
perspicaz forma de examinarla. La fotógrafa le calculó unos veinticinco o
veintiséis años, algo más joven que Isabel. Sabía llevar la ropa con gran
soltura y tenía un gusto soberbio para telas y cortes. Utilizaba un maquillaje
discreto y sabía bien qué tipos y colores le iban mejor a su piel. «La idea del
trío se ha ido al garete, pero tal vez sería divertido pasar un rato con ésta.»
—¿Lo preguntas por alguna razón en particular? —quiso saber, mirando
fijamente los pechos de Gillian, pequeños pero bien formados, mientras lo
decía, para dejar claras sus intenciones.
Gillian aguardó a que la mirase de nuevo a los ojos para responder:
—Había pensado que tal vez podríamos divertirnos juntas —dijo, con
una sonrisa algo tímida.
A menudo las mujeres que no eran famosas le decían cosas así.
Seguramente pensaban que no tendrían ninguna oportunidad con ella, pero,
qué demonios, ¿por qué no intentarlo? Kash admiraba aquella actitud.
—Sin ataduras, sólo para pasarlo bien —aclaró Gillian.
Antes de que Kash pudiese responderle, la puerta del baño se abrió y
apareció Isabel.
Cuando ésta vio la forma en que Kash y Gillian se estaban sonriendo la
una a la otra volvió a sentir aquella inquietud que la había asaltado poco
antes. «Déjalo ya. De todas formas eso no tiene nada que ver contigo.»
—Puedes verlo todo desde ahí —dijo Kash, señalándole a Gillian el
mismo sofá que Isabel había ocupado dos días antes. A continuación se
dirigió a su modelo—: ¿Lista?
Isabel se había cambiado de blusa y se había pasado un cepillo por el
pelo. Sin embargo, seguía sin llevar ni gota de maquillaje, ni lápiz de labios
siquiera. Su rostro se iba a ver demasiado pálido bajo los focos del estudio.
Kash lo sabía bien, pero se resistía a pedirle que utilizase unos cosméticos
que no solía llevar a diario. Además, cuanto más pálida apareciese la joven en
las fotos «previas» al cambio de imagen, más drástico se vería el cambio en
las fotos que le hiciese una vez que hubiese pasado por las manos de
peluqueros, maquilladores y estilistas profesionales. A Miranda le encantaban
los contrastes radicales entre el antes y el después. «Tendré que ajustar la
iluminación.»
—Sí. ¿Dónde quieres que me ponga? —quiso saber Isabel.
—Aquí, sobre el taburete. Para empezar, mírame de frente, girando el
cuerpo en diagonal.
Mientras Isabel se colocaba en posición, Kash puso las lentes adecuadas
en su Hasselblad. Contuvo la carcajada al darse cuenta de que Isabel ponía
los cinco sentidos en cada paso que daba.
—Muy bien, Isabel, ahora intenta relajarte. Disfruta de la sesión. Piensa
en cosas agradables e intenta ofrecerme diferentes poses y expresiones —
sugirió Kash, mientras movía un par de focos para minimizar la falta de
relieve que ofrecía el pálido cutis de Isabel—. Piensa en lo mucho que te
divertirás durante el viaje y en todos los lugares estupendos que vas a visitar.
Al mirar por el visor de su cámara fue cuando Kash apreció por vez
primera los matices de la belleza natural de Isabel. Su rostro no era del tipo
que habitualmente hacía que todas las cabezas se volviesen, como al ver a las
estrellas de Hollywood en la pantalla. Tampoco poseía el atractivo que
proporcionan la cirugía, las inyecciones de botox o los cosméticos, y que
tanto solía contribuir a la popularidad de las modelos y las actrices.
La mayoría de las mujeres que Kash fotografiaba acudían a su estudio
después de pasarse horas frente al espejo, disimulando sus imperfecciones y
acentuando sus rasgos más atractivos, hasta lograr un efecto general que las
hacía parecer dotadas de una perfección obtenida sin el menor esfuerzo.
Sin embargo, aquella mujer había venido tal cual era, y Kash podía ver
que, en realidad, no necesitaba de ayuda alguna para ser atractiva. Isabel
había sido bendecida con un agradable rostro oval, y su cutis, ligeramente
pecoso, era perfecto. Tenía una nariz moderadamente respingona, pómulos
altos y unos labios naturalmente rosados, que ocultaban aquella memorable
sonrisa imperfecta. Las rubias cejas y las largas y claras pestañas que
enmarcaban sus ojos, de color azul oscuro, podían parecer anodinas a unos
metros de distancia, pero desde más cerca Kash pudo apreciar su pureza, casi
traslúcida.
No, no se parecía en lo más mínimo a las mujeres que Kash solía
fotografiar y llevarse a la cama. Aquella mujer estaba cómoda en su propia
piel, sin obsesionarse por si saldría bien o no en las fotos. Ni tampoco se
preocupaba por flirtear cuanto antes con Kash ni por obtener su atención.
Cuando movió el zoom para tomar fotos de cuerpo entero, Kash pudo
apreciar también por vez primera lo muy en forma que estaba. Y muy
nerviosa, además, aunque lo disimulaba bastante bien. Kash estaba
acostumbrada a los obvios signos delatores que exhibían la mayor parte de
sus modelos: tamborileo de los dedos, tics, manos temblorosas, charla
intrascendente... Algunas modelos novatas se humedecían constantemente los
labios o se mordían el interior de las mejillas, completamente inconscientes
de lo que hacían.
Isabel intentaba parecer cómoda. Se sujetaba a los bordes del taburete en
el que estaba sentada con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, pero eso
evitaba que sus manos y su cuerpo temblasen. Sin embargo, su sonrisa era
forzada y la respiración, jadeante. Además, evitaba mirar directamente a la
cámara.
Su vulnerabilidad hizo que Kash lamentase por un momento haberse
burlado tanto de su primer encuentro. Había algo muy atractivo en su
inocencia, y en los esfuerzos apenas disimulados que hacía para parecer más
despreocupada ante todo lo que la rodeaba de lo que en realidad se sentía.
«No obstante, apuesto a que esta mujer exige más compromisos de los que yo
puedo manejar. Llevo demasiado tiempo siendo como soy para ser capaz de
dar a alguien como ella lo que necesita.»
—Relájate, Isabel —le dijo—. Parece como si te estuvieses jugando la
vida.
A Miranda no le complacerían unas fotos del «antes» en las que
pareciese que la ganadora del concurso odiaba cada minuto de aquella
experiencia.
—¡Estoy sonriendo! —protestó Isabel sin gran entusiasmo.
Siempre había odiado que le hiciesen fotos y, desde luego, aquélla no
era ninguna excepción. Se preguntaba cómo podía ser que siempre la pillasen
con los ojos cerrados o la boca abierta, o con cualquier otro defecto de
posado que la hacía parecer horrorosamente fea.
—Esa es la sonrisa que pones cada vez que te para la poli —observó
Gillian desde el gallinero.
—¿Y por qué suelen pararla? —quiso saber Kash, disparando media
docena de veces mientras se movía alrededor de Isabel.
—Por correr demasiado, en la mayoría de los casos —cotilleó Gillian—.
Y, de vez en cuando, por problemas con su camioneta, a la que le suelen
faltar luces delanteras o traseras.
Isabel frunció el entrecejo y, para su disgusto, Kash tomó rápidamente
varias fotos más en veloz sucesión, muy cerca de su rostro.
—Así que conduces una camioneta y te gusta pisarle bien, ¿eh? —dijo
Kash, que por fin se había detenido y apartado del visor lo suficiente como
para poder mirar a los oíos a Isabel—. Quién lo hubiera dicho. Tal vez
todavía exista esperanza para ti.
Aquella observación convirtió el entrecejo fruncido en una sonrisa
durante el tiempo suficiente como para poder tomar unas cuantas fotos que
valiesen la pena.
CAPITULO TRES
—¿Cómo vamos a poder verlo todo en cuatro días?
Isabel había escrito ya en la libretita que tenía delante una impresionante
lista de monumentos, museos y otros atractivos de visita obligatoria, y eso
que ni siquiera iba por la mitad de la guía turística de París.
—¿Falta mucho para que aterricemos? —añadió.
—Diez minutos menos que la última vez que lo preguntaste —susurró
Gillian, pues en primera clase todo el mundo estaba intentando dormir—. Y
como vuelvas a preguntármelo acabaré por narcotizarte.
Habían comprado varias guías de viaje en una librería del aeropuerto.
Gillian estaba muy ocupada con ellas, marcando afanosamente páginas en las
que se detallaban los bares y las discotecas para lesbianas.
—Por cierto —añadió—, no olvides que me has prometido que seré yo
quien planee lo que podemos hacer por la noche.
—A menos que Kash desee hacer sesiones de fotos nocturnas —le
recordó Isabel—. Supongo que querrá fotografiar la Torre Eiffel iluminada y
los Campos Elíseos, ¿no te parece?
—Supongo que sí. ¿Te ha dado alguna pista sobre cómo va a funcionar
esto? Quiero decir, ¿piensa seguirnos a todas partes y hacernos fotos? —
quiso saber Gillian, dejando a un lado la guía de Roma para comenzar a
hojear la de El Cairo—. Desde luego, a mí no me importaría que fuese a
todas partes con nosotras. Me daría la oportunidad de conocerla mejor.
Isabel volvió a sentirse invadida por aquella extraña sensación de
incomodidad. «No tengo derecho a protestar si ambas acaban juntas. ¿Por qué
me molesta tanto?»
—¿O crees más bien que será al contrario? ¿Que dispondremos de un
montón de tiempo para nosotras y solamente nos encontraremos con ella
donde y cuando desee tomar las fotos? —se preguntó Gillian.
Isabel se encogió de hombros.
—No tengo ni idea, pero seguramente tiene mejores cosas que hacer que
pegarse a nosotras cuando no tiene ninguna obligación de hacerlo —dijo,
poniéndose en pie para echar un vistazo al otro extremo de la cabina, donde
se había trasladado Kash; las luces de aquella zona estaban apagadas—.
Ahora no puedo preguntárselo. Seguro que está dormida.
—No me extraña, teniendo en cuenta que la has estado atosigando
durante la mitad del vuelo, comentando cada obra de arte de todos los museos
parisinos que piensas visitar. Eres de esas personas a las que les gusta tener
planeado cada minuto, de las que odian las sorpresas.
—¡Eh, también puedo ser espontánea!
Gillian se echó a reír.
—¿Desde cuándo?
—Desde siempre. ¡Lo dices como si fuese una pesada!
—Oh, sabes que eso no es verdad —objetó Gillian—. Si no fueses un
verdadero encanto no me pasaría la mayor parte de mi tiempo libre contigo.
Lo único que digo es que lo planificas todo demasiado.
—Necesitamos planificar un poco este viaje. De otro modo, no
podremos ver todo lo que deseamos.
—Equilibrio, Izzy, equilibrio —bostezó Gillian, apagando su luz—.
Tienes que mostrarte más abierta ante lo inesperado: esa linda bollo francesa
que te saca a bailar o la sexy italianita que te llama la atención. Hazte el favor
de permitir que la noche te lleve donde quiera, al menos de vez en cuando.
—Sólo porque vayamos a cruzar el Atlántico no significa que de repente
tenga que comportarme como una ninfómana.
—Lo único que digo es que tal vez te estés perdiendo más cosas de las
que te imaginas —dijo Gillian, mientras bajaba el respaldo de su asiento y se
cubría con una manta—. Hay muchas cosas positivas en el hecho de permitir
que tu cuerpo obtenga lo que desea y necesita, sin tener que complicarlo todo
con un pesado bagaje sentimental. Piensa en ello.
Isabel lo estuvo pensando hasta mucho después de que Gillian se
quedase dormida. Era cierto que una parte de ella se sentía tentada de dejar a
un lado, durante aquel viaje, sus habituales reservas sobre el sexo sin
ataduras. La idea de divertirse, simplemente, dejando que su cuerpo llevara el
control le parecía muy liberadora, sobre todo porque estaba padeciendo una
sequía sexual bastante larga, y la masturbación no reSultaba igual de
satisfactoria.
«¿Qué tiene de malo, en realidad? Otras mujeres lo hacen todo el tiempo
sin pensárselo dos veces, como Kash y Gillian.» Se preguntó si sus opiniones
sobre el sexo y los sentimientos, largo tiempo defendidas, serían demasiado
poco realistas y pasadas de moda. «Una espera a conocerlas primero, porque
siempre ha deseado que se tratase de algo más que una mera y rápida
gratificación física... A pesar de que, al final, es lo único a lo que se reduce
todo. Una siempre desea que se trate de algo más, pero raramente lo es. O al
menos no durante demasiado tiempo.»
Cerró los ojos y se imaginó siguiendo el consejo de Gillian, sentada en
una oscura discoteca parisina y permitiendo que una desconocida la
acariciase y la besase. O, aún mejor, imaginándose que era Kash la que lo
hacía. El corazón se le aceleró y notó una oleada de calidez que se extendía
por todo su cuerpo. «Tal vez ella tenga razón y me esté perdiendo algo
bueno.»
—El chófer nos espera en la puerta —anunció Kash, mientras las tres
esperaban el equipaje, en Orly.
El sol apenas había clareado el horizonte; tan sólo coloreaba el
cuadrante oriental con un resplandor anaranjado.
—He pensado daros el día de hoy para explorar. Podemos dejar las fotos
para mañana —añadió.
—¿No vienes con nosotras? —preguntó Gillian con el entrecejo
fruncido—. Vaya, seguramente lo pasaríamos mucho mejor con alguien que
conoce la ciudad. Porque tú has estado aquí muchas veces, ¿no?
Kash no pudo evitar sonreír ante la diplomacia de Gillian. Si sabía algo
sobre su familiaridad con París tenía que haberlo leído en los numerosos
relatos que proporcionaban los periódicos sensacionalistas y que enumeraban
sus anteriores tropiezos en aquella ciudad.
—Muchas veces —respondió—. París no tiene secretos para mí, pero
tengo cosas que hacer. Será mejor que vosotras vayáis a vuestro aire.
Tras recoger sus maletas se dirigieron a la aduana, colocándose en la
cola para sellar los pasaportes.
—Así que... has dicho que mañana harás una sesión de fotos... —Isabel
sacó la lista de lugares de interés en París que había preparado durante el
vuelo—. ¿Tienes idea de cuánto tiempo nos llevará? Es que me gustaría
poder planificar mis horarios...
—Eso es decir poco —intervino Gillian, alzando la vista al cielo con
burlona desesperación.
—Cállate, tú. —Isabel le dio un cariñoso golpe en el brazo.
—Bueno, disponemos de tres días en cada ciudad —dijo Kash—. El
primer día casi seguro que puedes contar con tenerlo libre, porque yo estaré
buscando localizaciones. Generalmente haremos las fotos para la revista
durante el segundo o el tercer día. Pero el tiempo meteorológico será un
factor que deberemos tener muy en cuenta, dado que casi todas las fotos
serán en exteriores, de modo que debemos ser flexibles. Dependiendo de la
cantidad de escenarios, probablemente nos llevará entre seis y ocho horas en
cada ciudad. Ah, y tu cambio de imagen está previsto para el segundo día de
estancia en Roma. Eso llevará como mínimo seis horas: peluquería,
maquillaje, pruebas de ropa...
—De modo que, junto con las sesiones fotográficas..., eso me deja tan
sólo dos días libres allí.
Isabel frunció el entrecejo mientras rebuscaba en su bolso, tratando de
encontrar su lista de lugares imprescindibles en Roma. Era casi tan larga
como la de París.
Kash echó un vistazo a ambas listas, mirando por encima del hombro de
la joven.
—Eso es demasiado abarcar. Tal vez deberías reducirlo a los lugares que
más deseas visitar o, de lo contrario, te deprimirás antes de llegar a la mitad
del viaje.
—Oh, dispongo de unas enormes reservas de energía —replicó Isabel.
Habitualmente, cuando una mujer le decía algo así, Kash se lo tomaba
como una magnífica noticia. Sin embargo, en labios de Isabel sonaba
vagamente amenazador.
—Señoras, la siguiente, por favor —dijo un corpulento agente de
aduanas, haciéndole un impaciente gesto a Isabel para que se adelantase.
Su chófer era un achaparrado parisino con barba de varios días, llamado
Alain, un joven muy formal que estudiaba en Speos, el Instituto Fotográfico
de París. Kash no sabría cómo se las habría arreglado Miranda para
seleccionarlo, pero hablaba un inglés perfecto, parecía muy competente y
comenzó a adularla desde el primer momento: sería ideal para el trabajo.
Kash deseó fervientemente que Miranda fuese tan eficaz en todos los demás
destinos.
Apenas iniciado el recorrido, Isabel comenzó a asaltar a Alain con mil
preguntas.
Sacó el itinerario parisino que había preparado y, le preguntó cuánto
tiempo debería reservar para cada una de las visitas y la duración de los
traslados entre unas y otras, interrumpiéndose a sí misma para preguntar por
los edificios que veía al pasar. También le pidió consejo sobre lugares donde
comer y platos que probar, y lo anotó todo en su lista.
Mientras atravesaban la ciudad camino de su hotel, en plena hora punta
matutina, y mientras Isabel hablaba prácticamente sin parar, Kash se fijó en
que Gillian tenía un ojo en el paisaje y el otro fijo en ella. Era obvio que
estaba aguardando una respuesta a sus proposiciones sexuales, aunque no
pensaba forzarla.
«¿Por qué no?», meditó la fotógrafa. En primer lugar, podría ser
problemático si Gillian se hacía ilusiones y pensaba obtener algo más que un
polvo de una noche. Después no habría forma de librarse de ella. Y, además,
todavía no sabía qué relación existía entre Isabel y Gillian. No había
problema alguno en que una mujer bonita se le ofreciese, pero iba a tener que
pasar mucho tiempo junto a Isabel, y las cosas podían ponerse difíciles si
aquellas dos estaban liadas. «No. Mejor esperar.»
— Voilà —anunció Alain, con una ligera inclinación de cabeza, al
detenerse frente al histórico Hotel Napoleón, un edificio de finales del XIX a
un suspiro de distancia de los Campos Elíseos.
—¿Vamos a alojarnos aquí?
Isabel contempló la elegante fachada, con sus toldos color burdeos, sus
adornados balcones de hierro y sus ventanales llenos de geranios rojos. Las
enormes puertas de cristal de la entrada estaban flanqueadas por una docena
de piceas, meticulosamente podadas hasta darles la forma de unos perfectos
conos, cada uno en su propia maceta.
—Preparaos para dejar que os mimen —anunció Kash—. Alain,
¿podrías ocuparte del equipaje y estar pendiente después de las damas, por
favor? Yo no te necesitaré hasta mañana.
—Sí, por supuesto, a su servicio —contestó él.
—¿Estás segura? —preguntó Isabel—. Muchas gracias.
Una vez en el interior Isabel intentó no parecer la típica turista
embobada, pero era difícil no quedarse mirando con ojos como platos la
opulencia de aquel hotel, de estilo art-déco. Era como haber retrocedido en el
tiempo hasta la mansión de algún aristócrata francés. El pulido mármol de la
entrada daba paso a unas excepcionales alfombras antiguas y las paredes
estaban adornadas con ilustraciones de la época napoleónica en elaborados
marcos dorados. Los muebles, de estilo Directorio —sillones de orejas y
sofás con formas que databan de dos siglos atrás—, estaban estratégicamente
colocados en pequeños grupos, repartidos por el enorme vestíbulo y por la
zona de recepción.
—Desde luego, le da cien mil vueltas a cualquier otro lugar en el que yo
me haya alojado —murmuró Gillian.
—Estoy deseando ver nuestra habitación —convino Isabel.
—Bienvenidas al Hotel Napoleón, señoras —dijo el conserje,
abordándolas antes de que pudiesen llegar hasta el mostrador de recepción.
Aunque se había dirigido a las tres, era Kash el centro de sus atenciones—.
Es un verdadero placer volver a recibirla, señorita Kashnikova.
—Me alegro de volver a verte, Claude —respondió Kash.
—Le hemos mejorado la reserva alojándola en la Suite Errol Flynn, por
supuesto, y sus amigas están en la Suite Josephine. Si tienen la amabilidad de
seguirme...
Cuando ya se encaminaban hacia los ascensores, dos jóvenes botones se
acercaron para hacerse cargo de su equipaje de mano, mientras un tercero
hacía rodar un carrito de latón dorado para las maletas grandes.
—Reservarme la Suite Flynn ha sido todo un detalle, Claude —dijo
Kash cuando ya subían—, pero me gustaría cambiar el arreglo, si no te
importa, y cedérsela a estas damas.
—Será un placer, señorita Kashnikova. Como usted desee.
Kash notó una mano sobre el hombro. Era la de Isabel. Se giró
levemente hacia ella, sin decir nada.
—Eres muy amable al ofrecernos tu habitación.
Kash se encogió de hombros y volvió a mirar hacia el frente, algo
incómoda. Su impulsivo gesto la había sorprendido incluso a ella misma. No
era de personalidad especialmente magnánima, y la Flynn tenía las mejores
vistas. La última vez que se había alojado allí se pasó horas en su balcón. Sin
embargo, se estaba cansando ya de tanta opulencia y prefería contemplar la
atónita expresión que había descubierto en el rostro de Isabel cuando
atravesaban el vestíbulo de entrada. Sabía que el lujo de la Suite Flynn la
maravillaría de una forma que ella no experimentaba ya desde hacía mucho
tiempo.
«Me estoy volviendo blanda al envejecer.» Kash echó un vistazo a su
reloj para ver la fecha. Le faltaba un mes y un día para cumplir los cuarenta.
«¡Cuarenta!» Todavía no se hacía a la idea. Todos los que trataban con
modelos pensaban que tener treinta años era ser viejo. Para ellos, alguien de
cuarenta era un anciano.
—A última hora te daré el itinerario para mañana, Isabel, pero, en
principio, pienso salir de aquí hacia la Torre Eiffel a las diez —dijo Kash
cuando ya el ascensor se detenía; acto seguido se volvió hacia el conserje.
Claude, desde aquí ya me las arreglo sola.
—Por supuesto que sí, señorita —contestó, entregando al botones la
tarjeta que abría la Suite Josephine.
—¿Qué ropa quieres que lleve? —preguntó Isabel.
—Esta vez la escoges tú —dijo Kash—. Elige algo que te defina, que te
haga sentir bien. Hasta mañana. Pasadlo bien.
Claude llevó a Isabel y a Gillian hasta la Suite Presidencial Errol Flynn,
una espaciosa y soleada estancia de dos dormitorios, dos baños, tres
televisores, una cómoda zona de estar y, lo mejor de todo, un balcón privado
con vistas a la Torre Eiffel y al cercano Arco de Triunfo.
Las esperaba un jarrón de flores recién cortadas, junto con los habituales
detalles de cortesía de los hoteles de lujo. Había también una tarjeta del Hotel
Napoleón dando la bienvenida una vez más a Natasha Kashnikova, colocada
frente a una cubitera de plata de ley en la que se refrescaba una botella
cuadrada de vodka Jewel of Russia.
—Espero que no les moleste que cambie esta botella por la de champán
que estaba pensada para darles la bienvenida —dijo Claude, tomando la
cubitera de la mesa.
—¡Por supuesto que no! —replicó Isabel.
—¿Hay algo más que pueda hacer por ustedes en este momento? —
quiso saber Claude.
—Sí: contestar a una pregunta, si puede ser —dijo Isabel, de pie junto a
la puerta del balcón.
—Claro que sí, señorita.
—¿En qué se diferencia esta suite de la otra?
Claude sonrió.
—Nuestra Suite Josephine es un poco más pequeña: Un dormitorio en
lugar de dos, con un solo baño. Y su balcón da al patio interior. Por lo demás,
el equipamiento de ambas es muy similar.
—Comprendo. Gracias, Claude.
—A su servicio, señoras —replicó éste, con una ligera inclinación de
cabeza.
Cuando se hubo marchado, Gillian e Isabel salieron al balcón.
—¡Dios, qué vistas! Desde luego, Kash ha sido muy amable al cambiar
las habitaciones —dijo Gillian, asomándose para ver pasar a los viandantes
por la Avenue de Friedland, a sus pies.
—Desde luego que sí —convino Isabel, mientras pensaba: «No tenía
que hacerlo. Me pregunto por qué lo habrá hecho. ¿Renunciaría yo a esto por
unas desconocidas?».
—Quiero desayunar aquí fuera todas las mañanas —añadió.
—Apuesto a que aquí el servicio de habitaciones cuesta una fortuna —
dijo Gillian—. ¿Lo pagará todo la revista?
—Sí. Tres comidas diarias. Está todo explicado en esos papeles que me
entregaron. Existen límites en las comidas, espectáculos y gastos de viajes
adicionales, pero son bastante generosos. No creo que debamos preocuparnos
por si estamos gastando de más.
—¡Guay!
—Y bien..., ¿dispuesta a recorrer las calles de París? —preguntó Isabel,
tan ansiosa por ponerse en marcha que no dejaba de rebotar sobre los talones.
—¡Hay que ver! ¡Esa lista tuya te está quemando en el bolsillo —rió
Gillian, pasando un brazo por los hombros de su amiga—. Claro que sí, Izzy.
Lo que tú quieras.
—En realidad, lo que quiero es tiempo para poder detenerme, o al
menos para ir más despacio de ahora en adelante —suspiró Isabel, posando la
cabeza en el hombro de Gillian—. Me temo que esto se acabará demasiado
pronto.
—Como te he estado diciendo, hay que disfrutar el momento. —Gillian
la abrazó—. No pienses en el último día hasta que llegue o te perderás el aquí
y ahora.
—Buen consejo. Vamos, pues. Coge tu cámara ¡y que comience la
fiesta! —contestó Isabel, empujándola hacia la puerta de la suite.
Como había cedido su chófer a Isabel y Gillian, Kash tomó un taxi para
toda la mañana e hizo que el taxista la llevase a los lugares en los que
pensaba fotografiar a Isabel al día siguiente. Los conocía de memoria, pero
deseaba asegurarse de que no hubiese andamios, zonas en construcción ni
cosas así.
A primera hora de la tarde estaba ya en su balcón, tendida sobre una
tumbona, con hielo renovado para enfriar su vodka. Claude siempre
recordaba su marca favorita, por lo que, consecuentemente, se veía
recompensado. «El secreto está en los detalles.» Las vistas eran distintas a lo
esperado, aunque agradablemente serenas. El patio interior del Hotel
Napoleón era un oasis en pleno corazón de París, lleno de flores y de verdor.
Aun así, echó de menos sus antiguas vistas. «Estoy demasiado acostumbrada
a que me mimen.»
Seleccionó la lista de canciones titulada Relax en su reproductor MP3 y
cerró los ojos; de vez en cuando tomaba un sorbo del pesado vaso de cristal.
Coltrane. «Eso está mejor.»
Habitualmente solía evitar pensar demasiado en su vida y en si ésta era
tal y como ella deseaba, pero, de un tiempo a esta parte, al ir pasando
inexorablemente las hojas del calendario hacia la fecha que señalaba una
nueva década, no podía evitar cierta autoevaluación.
«¡Jodidos cumpleaños!» Le parecía imposible estar a punto de cumplir
los cuarenta. Tenía la sensación de que su último cumpleaños había sido el
día anterior, y no hacía tanto desde que cumplió los treinta. El tiempo había
comenzado a acelerarse en los últimos años.
Hasta ahora su cuerpo se había portado bastante bien con ella, excepto
por aquellas líneas que le habían aparecido en el rostro. «Tengo que pensar
en hacer algo con ellas.» Las inyecciones de botox no la atraían, tal vez
porque había visto a demasiadas mujeres que habían acabado pareciéndose a
unas macabras e hinchadas gemelas de sí mismas. «Me pregunto si servirán
de algo todas esas mierdas de cremas antiarrugas.»
Una de las cosas que más temía del envejecimiento eran los inevitables
cambios que experimenta el cuerpo. «¡Y los periódicos sensacionalistas
airearán cada defecto!» Intentaba consolarse con la certeza de que seguiría
poseyendo todas las demás virtudes que atraían a las mujeres. «El dinero, la
fama, la posibilidad de convertirlas en estrellas gracias a mi cámara...» No
tendría problemas para echar un polvo, siempre que siguiese estando entre las
mejores.
No obstante, aquella certeza no sirvió para aliviar su descontento.
Cuando decidió dedicarse a la fotografía, media vida antes, no la
motivaban la fama, el dinero ni el sexo. Deseaba dedicarse al arte y compartir
su punto de vista, ofreciéndole a la gente una nueva forma de reflejar el
mundo, y a sí mismos.
Sin embargo, en algún momento las cosas cambiaron. No de un día para
otro, y tampoco de una manera que ella hubiese reconocido como peligrosa.
Los cambios fueron insidiosos, enmascarados como estímulos y
oportunidades. La gente la reconocía cada vez más por la calle y le pedía
autógrafos. Poco después le ofrecían las mejores mesas en los restaurantes,
las suites más lujosas en los hoteles. Todo el mundo deseaba entrevistarla, y
comenzaron a lloverle invitaciones para fiestas y recepciones de renombre,
demasiadas para poder aceptarlas todas. Lo había disfrutado a tope.
«Una parte de ti lo deseaba, pero ¿adónde te ha llevado todo esto? A un
punto en el que ya ni te reconoces a ti misma, en el que ya nada te satisface
plenamente. Nada. Haces las fotos que tienes que hacer, te comportas tal y
como esperan de ti y, por fin, al final del día, regresas a una casa vacía y
duermes sola.» Recordó lo que le había dicho Dix, el paparazzi: «Tú utilizas
tu cámara para enriquecerte y acostarte con todas. ¿Por qué demonios te crees
mejor que yo?».
Aunque despreciaba a aquellos fotógrafos que trabajaban para
periodicuchos y se creía muy por encima de ellos, había algo de verdad en su
acusación. Si no estaba atenta, la línea que los separaba se volvería aún más
borrosa con el transcurso del los años. «¿Cuánto tiempo ha pasado desde la
última vez que hiciste una foto realmente significativa?»
Lo más irónico de todo, meditó, era la enorme diferencia que había entre
el personaje de chica adicta a las fiestas que había creado la prensa
sensacionalista y la realidad. No era que llevase una vida muy casta..., más
bien al contrario. Disfrutaba del sexo y solía estar dispuesta a un polvo
rápido, si la mujer era atractiva. Sin embargo, cuando salía por ahí y los
periódicos sensacionalistas la cazaban era casi siempre durante el
cumplimiento de alguna obligación. La mayor parte de las noches las pasaba
en soledad, viendo una película, leyendo un libro o trabajando en sus
fotografías. Y aquella existencia tan solitaria se le estaba haciendo cada vez
más difícil de sobrellevar.
Se sirvió un nuevo vaso de vodka. Cuando comenzó a permitir que la
fama la sedujese, en realidad no tenía ni la menor idea del precio que iba a
tener que pagar por ello. «Antes de que pudieras darte cuenta, estabas
viviendo una vida que ni siquiera reconocías.» Una vida en la que cada mujer
a la que conocía deseaba algo de ella. La mayoría no dudaban en confesarle
sus motivos, porque conocían su reputación y no esperaban tener una
segunda oportunidad. Unas cuantas, creyéndose más listas que las demás,
intentaban conseguir de ella un polvo más, una segunda cita, con la esperanza
de que una mayor intimidad mejorase sus posibilidades de conseguir lo que
en realidad deseaban. «Te has creado un mundo propio, en el cual puedes
follar siempre que te apetezca, pero sin la menor posibilidad de confiar en
nadie. ¿Cómo será ese mundo cuando cumplas los cincuenta?»
Había sido un error aceptar aquel trabajo. Iba a disponer de demasiado
tiempo para pensar en todo aquello. Y había calculado fatal la época pues
todo aquello ocurría demasiado cerca de la fecha de su aniversario. ¿Por qué
no había sido capaz de preverlo? «Porque has sabido evitar demasiado bien
estos momentos de introspección.»
«Tal vez deberías salir con Gillian e Isabel, al menos parte del tiempo.
Te vendría bien recordar cómo es el mundo real, fuera de Nueva York y de
Hollywood, cómo es la gente de verdad. Al menos eso te distraería.» Desde
luego, cualquier distracción sería bienvenida en aquellos momentos. Podría
tomar unas cuantas fotos informales de Isabel, y tal vez algunas también para
sí misma, para comprobar si la artista que había en ella estaba muerta o
solamente en hibernación.
La primera parada en el largo itinerario de Isabel era el Louvre del cual
sólo pudo visitar una fracción durante las tres horas y media que le dedicó.
Aun así se las arreglaron para contemplar las obras de arte más importantes y
conocidas, pues había marcado la ruta para llegar hasta ellas en el plano que
incluía su guía.
—Creí que habías decidido ser más espontánea —se quejó Gillian
cuando Isabel insistió en que ya se habían detenido lo suficiente ante la Mona
Lisa y que era hora ya de ir a ver la Venus de Milo. De camino hacia la
famosa escultura, Gillian rodeó la cintura de Isabel con el brazo y añadió: —
Cariño, estás empezando a parecerme un sargento en plena instrucción, y no
hace ni un par de horas que hemos empezado.
—¡Es que hay tantas cosas que quiero ver! —exclamó Isabel
desconcertada, sin aminorar el paso—. Y date cuenta de que, cuanto antes
acabemos con mis paradas, antes podremos llegar a las tuyas.
—¡Ay, tienes razón! —Gillian se tapó la boca con la mano. Olvida lo
que he dicho y adelante, mi sargento.
—Por cierto, mañana puedes irte por ahí a tu aire mientras yo estoy liada
con esas sesiones fotográficas, si hay algo que quieras ver. Kash ha dicho que
tardaríamos unas seis horas... No tengo ni idea de cuántas paradas incluye
eso, pero tal vez te aburras mucho.
—No importa, me quedo con vosotras. Ninguna discoteca abre antes de
la madrugada, y vosotras habréis acabado mucho antes. E incluso si Kash
está todo el tiempo ocupadísima trabajando, así tendré la oportunidad de
conocerla mejor —respondió Gillian—. No toma mucho la iniciativa,
¿verdad? No era lo que yo esperaba.
—Sí, yo he pensado lo mismo —comentó Isabel, aminorando el paso
para admirar brevemente una escultura de tamaño natural que representaba a
tres mujeres desnudas. Me la imaginaba más extrovertida y sociable. Claro
que nosotras somos dos desconocidas, y para ella esto no es más que un
trabajo. Tal vez sea más habladora con sus amigas.
—Probablemente tengas razón —convino Gillian—. ¡Desde luego, da la
impresión de que conoce a todo el mundo! No hace más que salir en el
programa de Ophra, el de Ellen y en el de Letterman. Seguramente estoy
pidiendo demasiado al imaginar que podría interesarse por mí.
—Eh, no te minusvalores —protestó Isabel—. Estás buenísima y eres
muy simpática. Y dispones de tres semanas para conseguir que te conozca
mejor.
Por fin llegaron junto a la Venus de Milo, e Isabel se detuvo a admirar la
escultura desde todos los ángulos.
—¿Sabes, Izzy...? —Comenzó Gillian, acercándose por detrás a ella
para rodearle los hombros con el brazo—. Es interesante que desees pasarte
todo el día admirando cuadros y esculturas que representan mujeres, en lugar
de preferirlas de carne y hueso. ¿No te gustaría más tener a las que son
cálidas y respiran, en lugar del frío y duro mármol?
—Estas son algunas de las obras de arte más importantes del mundo,
Gilí —contestó la aludida, a la defensiva—. El arte enriquece el espíritu e
inspira a la mente creadora. Estas cosas me llenan de la misma forma en que
a ti te conmueve la música.
—De acuerdo, lo acepto hasta cierto punto —replicó Gillian—. Pero,
¿de verdad crees que ése es el único motivo?
La pregunta hizo meditar un momento a su amiga.
—Bueno, tal vez tengas algo de razón —concedió—. No he tenido más
que decepciones con las mujeres de carne y hueso, mientras que éstas
siempre me hacen eliz, garantizado. No parecen ser una cosa un día para
resultar lo contrario al siguiente. Lo que ves es lo que hay.
—Eso también ocurre con algunas mujeres de carne y hueso, pero antes
tienes que darles una oportunidad —replicó Gillian, apretándole
cariñosamente el hombro.
—Me lo pensaré. Y ahora toca la zona de arte egipcio —anunció Isabel,
tomándola del brazo para conducirla hasta su última parada en el museo—.
Después comeremos algo y esta tarde... Veamos: Notre Dame y un paseo por
el Barrio Latino... Y me gustaría ir al cementerio de Pére Lachaise antes de
cenar.
—¿Vamos a ir a un cementerio? ¡Estarás de broma!
—¡Oh, Gilí, será magnífico! Está lleno de tumbas increíbles, y
esculturas, y monumentos a las víctimas de los campos de concentración. Y
allí están enterrados un montón de famosos: Chopin, Jim Morrison, Oscar
Wilde, Gertrude Stein...
—Tienes una idea muy peculiar de lo que significa divertirse en París,
Izzy —contestó Gillian, moviendo la cabeza de un lado a otro.
CAPITULO CUATRO
—¡Eh, hola! Hace una mañana magnífica, ¿no te parece? ¿Te importa si
me siento contigo?
La voz era desagradablemente alegre, muy elevada y definitivamente
demasiado cercana a su pobre cráneo martilleado por el vodka. Kash se
esforzó por abrir los ojos. «Deberían fabricar gafas de sol completamente
opacas para las mañanas de resaca.» Su intención era tomarse el café en el
restaurante del hotel, en una esquina tranquila y oscura, pero el lugar estaba
atestado y era muy ruidoso. Pensó que el aire fresco la ayudaría a sentirse
mejor, de modo que se llevó su café exprés triple hasta un solitario banco en
el parque más cercano, en la Rué Balzac.
Isabel la contempló, divertida. Tenía el rostro arrebolado por el jogging.
Sus largos cabellos rubios estaban recogidos en una cola de caballo y llevaba
puestos unos pantalones de chándal color azul oscuro, camiseta azul claro y
deportivas.
—Iba a preguntarte si querrías correr un rato conmigo, pero me parece
que ni un terremoto lograría hacerte levantar de ese banco.
—Vaya, el típico número cómico —replicó Kash, protegiéndose los ojos
con la mano—. Deberías llevártelo de gira, Mary Poppins. Y pronto. Cuanto
antes.
Sin hacer caso de aquella sugerencia, Isabel se sentó resueltamente a su
lado.
—¿Siempre estás tan gruñona por las mañanas?
—¿Y tú siempre estás así de animada? —preguntó Kash a su vez,
dirigiéndole una mirada asesina.
El tono de su voz decía claramente «Vete al infierno y déjame en paz»,
pero Isabel decidió pasarlo por alto. «Debe de estar resacosa.» En
circunstancias normales hubiera mostrado algo más de compasión por una
persona en aquel estado, pero el día era magnífico..., estaba en París...
—«¡París...!»— y se sentía demasiado exultante como para dejar que el agrio
humor de Kash la afectase.
—Pues sí, supongo que sí. La mayoría de las veces salgo de la cama de
un salto. Para mí, dormir es una pérdida de tiempo.
Kash suspiró y cerró los ojos con fuerza. «¿Sería posible que los del
hotel me trajesen un café hasta aquí?»
—¿Te importaría que pospusiéramos la sesión de fotos para después del
mediodía? ¿A las dos en punto, por ejemplo?
—Como quieras. A mí tampoco me importaría saltarme lo de las fotos.
«¿Cómo? ¿Saltarse lo de las fotos?» Kash entreabrió los ojos, aunque la
cegadora luz volvía más dolorosa su resaca. Recordó la rígida actitud de
Isabel durante su primera sesión de fotos, en su estudio.
—Si lo que te preocupa es el resultado de las sesiones, no tienes por qué.
Soy capaz de convertir en una estrella a cualquiera.
«Eso es lo que todas deseáis, de modo que eso hago», añadió
amargamente para sus adentros.
—No es eso. Es decir..., no pretendo ofenderos, ni a ti ni a la revista.
Como ya te dije aquel primer día, opino que haces unas fotografías
magníficas, y estoy verdaderamente agradecida por este viaje y todo eso...
—¿Pero?
—Pero eso del cambio de imagen y lo de aparecer en la revista es la
parte que menos me gusta del concurso —dijo Isabel, inclinándose para
anudarse cuidadosamente los cordones de las deportivas.
Era una de las decenas de tácticas que utilizaban las mujeres para
despertar el interés de Kash por ellas: buscar una excusa para dejar al
descubierto una parte de su cuerpo y comprobar así si se fijaba en ellas. Unas
eran más sutiles que otras. Kash solía compararlo con los elaborados rituales
de las aves exóticas durante la época de apareamiento. Reaccionó como solía
hacerlo, más por hábito que por otra cosa. Dejó que su mirada se recrease en
la suave y pálida piel de la parte baja de la espalda que quedó al descubierto.
«Lindo culito.»
—Es que... ya oíste en la rueda de prensa cómo ocurrió todo. Gillian me
metió en este...
El relato se interrumpió bruscamente cuando Isabel se fijó en dónde
tenía Kash clavada la vista. Se enderezó de pronto, notando que la vergüenza
le enrojecía las mejillas.
—Yo..., esto...
Isabel estaba tan sorprendida por la lasciva y descarada mirada de Kash,
la misma que le había dirigido en la limusina, que por un momento no pudo
seguir hablando. Su propia reacción era igualmente desconcertante. Le estaba
gustando, y mucho. Tal vez demasiado.
—Yo... —«¿Qué estaba diciendo? Ah, sí»—. Nunca... nunca fue mi
intención salir en ninguna portada. Ni siquiera había hojeado nunca la revista,
hasta que recibí la carta en la que me anunciaban que había ganado.
—Aun así, resulta que tú eres la ganadora.
Kash frunció el entrecejo al ver que su taza de café estaba vacía.
Mientras pensaba que ojalá pudiese tomar otra, reconoció a regañadientes,
para sí misma, que Isabel no había intentado coquetear con ella.
—Nada me haría más feliz que dejar que otra se llevase mis quince
minutos de fama, gracias —replicó Isabel.
De pronto le cogió la taza de la mano y se puso en pie de un salto.
—No te muevas de aquí; te traeré otra. He visto un sitio, un poco más
abajo. ¿Solo?
Kash la miró, entrecerrando los ojos.
—Muy amable. Un exprés triple, por favor.
—¡Vuelvo enseguida! —gritó Isabel por encima del hombro, mientras
se alejaba a toda prisa.
«¿De qué va todo esto?», pensó Isabelle, alegrándose de que el
momentáneo alejamiento le permitiese recuperar la compostura.
Kash se recostó sobre el banco, con la cabeza hacia atrás y los ojos
cerrados. Le irritaba pensar que alguien, y mucho más una pueblerina
bobalicona, pudiese declinar aquella magnífica oportunidad de dejarse
capturar por su cámara. «Un noventa y nueve por ciento de las mujeres darían
saltos de alegría ante tal posibilidad. O más incluso. No puede estar hablando
en serio. Tiene que tratarse de una extraña y retorcida forma de atraer mi
atención.»
Todavía estaba intentando adivinar los motivos que tenía Isabel para
actuar de aquella manera cuando el objeto de sus meditaciones reapareció con
su café triple, más un zumo de naranja para ella misma.
—Gracias —dijo Kash, con la cabeza latiendo dolorosamente aún; tal
vez la cafeína no fuese suficiente—. ¿Hay alguna farmacia cerca?
Isabel sonrió y dejó a un lado su zumo.
—Siempre a tu disposición. Hay una a dos manzanas. ¿Qué necesitas,
aspirinas?
—Y uno de esos parches fríos instantáneos —respondió Kash, buscando
la cartera, pero Isabel ya se había vuelto a alejar corriendo.
—¡Muy bien! —gritó mientras se iba.
«¿De qué vas, Isabel Sterling?». Todo el mundo tenía un motivo, todo el
mundo. Y más pronto o más tarde acababa saliendo a relucir. Tan sólo tenía
que esperar.
No pasó mucho tiempo hasta que Isabel volvió a materializarse con una
caja de aspirinas y un parche frío.
—¿Quieres que te deje sola ahora para que puedas combatir en paz tu
dolor de cabeza? —preguntó, al tiempo que le entregaba las compras y
recogía su zumo.
—Gracias, pero no es necesario. Siéntate —indicó Kash mientras sacaba
tres aspirinas de la caja—. Entonces, ¿por qué no quieres ser una chica de
portada?
Isabel se sentó en el banco.
—No va conmigo —respondió, encogiéndose de hombros.
—No me pareces de las tímidas.
Kash activó el parche frío y lo sostuvo contra la nuca.
Era difícil relajarse de verdad y mantenerlo allí al mismo tiempo, pero
sabía que eso le aliviaría la resaca.
—Dame, déjame a mí —se ofreció Isabel.
Apoyó la mano sobre la de Kash y esta apartó la suya, aceptando la
ayuda. Con los codos apoyados sobre las rodillas, dejó que el frío penetrase
en ella.
—Oh, sí, mucho mejor.
Isabel fue plenamente consciente del breve roce de sus manos, al igual
que lo era ahora de la gran proximidad que existía entre los cuerpos de
ambas. La fotógrafa llevaba puestos unos vaqueros de color negro y una
ceñida camiseta del mismo color, que permitía intuir la esbelta musculatura
de la espalda, los hombros y los bíceps. «Dios, Kash, tienes un cuerpo
verdaderamente precioso. No me extraña que todas las mujeres se arrojen a
tus brazos.»
—Espero que te divirtieses tanto poniéndote en este estado que haya
merecido la pena —dijo, en un tono más humorístico que de reproche.
—¿Qué tiene que ver la diversión con eso? No cambies de tema —
replicó Kash—. Entonces, si no eres tímida, ¿por qué no quieres salir en la
revista? La mayoría de las mujeres lo considerarían su gran oportunidad de
ser famosas.
—Supongo que no soy como la mayoría de las mujeres. O tal vez no
como la mayoría de las mujeres que tú conoces.
Kash ya había oído antes aquella frase. Las mujeres siempre deseaban
ser diferentes, especiales. Creían que así podrían pedir lo que fuese. Tal vez
el modo de abordarla de Isabel no fuese tan especial, después de todo. «¿Qué
buscas en realidad?»
—¿Qué es lo que te molesta de la fama? —insistió.
Isabel meditó un momento su respuesta.
—Sencillamente, no tengo ningún deseo de ser reconocida por
dondequiera que vaya. Nunca he ansiado ser famosa, y desde la rueda de
prensa todavía me atrae menos. No puedo ni imaginarme llevando la vida que
tú llevas.
—Sí, los paparazzi pueden ser toda una pesadez —convino Kash,
deteniéndose un instante antes de añadir—: Eso debe de sonar raro, viniendo
de mí...
—No, en absoluto. Lo único que tienes en común con ellos son las
herramientas de trabajo.
Viniendo de Isabel, la observación parecía sincera, y Kash se lo
agradeció para sus adentros. Tal vez antes también había sido sincera. Pero
entonces recordó de nuevo la frase de Dix y lo mucho que se había alejado
ella de sus ideales de trabajo, tan nobles en un principio. Quizás tenía más en
común con los paparazzi de lo que estaba dispuesta a admitir.
—No creo que vuelvas a pasarlo mal de ahora en adelante —aseguró
Kash.
Después se enderezó y tomó el parche frío que sostenía Isabel. Su
cabeza estaba ya mucho mejor.
—Gracias —añadió—. La rueda de prensa fue mucho peor de lo que
debería haber ido debido a mi presencia. Los tipos que trabajan para la prensa
sensacionalista pueden sacar veinte de los grandes o más si me pillan
haciendo algo realmente estúpido, y yo no suelo aparecer en lugares así, en
los que me pueden asaltar libremente con preguntas. Aunque, por supuesto,
su interés por ti aumentó cuando les ofreciste un titular.
El rostro de Isabel se contrajo en una mueca.
—No obstante, siempre que no vuelvas a hacer nada parecido, apenas
tendrás que soportar unos cuantos meses en los que te reconocerán por las
calles, en cuanto salga publicada la revista —prosiguió Kash—. Y
probablemente te ofrecerán unas cuantas entrevistas. Ten mucho cuidado con
cuáles aceptas. Y recuerda: cuanto más dinero te ofrezcan, peor te lo harán
pasar... Al menos así suele suceder.
—No pienso hacer nada que no sea lo absolutamente necesario para
cumplir con mis obligaciones hacia la revista —declaró Isabel.
«Eso ya lo veremos. Incluso las rara avis que proclaman no desear un
estatus de celebridad sucumben cuando éste les cae del cielo», pensó Kash.
—La fama tiene sus ventajas, a veces —observó.
—Ya supongo que sí. Como que te adjudiquen la Suite Errol Flynn cada
vez que visitas París.
—Sí, eso entre otras cosas —contestó Kash, frotándose los ojos.
Isabel se recostó en el banco y cruzó las piernas.
—¿Por qué nos cediste tu suite? Tengo curiosidad por saberlo.
—Eh, tampoco es para tanto. —Kash gesticuló para quitarle importancia
—. Ya he disfrutado otras veces de sus vistas, y pensé que seguramente os
vendría bien la habitación extra.
Kash esperaba que la mención de la segunda habitación de la suite
provocase en Isabel una respuesta aclaratoria por lo que respectaba a su
relación con Gillian, pero la joven no mordió el anzuelo.
—En fin, fue un detalle muy tierno. Gracias.
«¿Tierno? Eso es nuevo», pensó Kash, divertida. Ni por un minuto se
hubiera creído tal cosa de ella misma. Sabía que probablemente no era más
que una forma de hablar, aunque hubo de admitir que le gustaba que alguien
pudiese llegar a pensar algo así sobre ella.
—«Tierno» es un adjetivo que la gente no suele asociar conmigo.
—¿No?
—No.
Isabel bebió un sorbo de su zumo y preguntó:
—¿Cómo te describen tus amistades, entonces?
La cuestión demandaba un nivel de sincera introspección mucho mayor
del que Kash estaba dispuesta a ofrecer a alguien a quien apenas conocía.
Demasiado a menudo le ocurría que, cuando facilitaba cualquier tipo de
información personal a una mujer, las frases pronunciadas aparecían citadas
palabra por palabra más tarde, en algún periódico sensacionalista o algún
blog, frecuentemente fuera de contexto.
—Eso tendrían que decirlo ellas.
Sabía cómo la describiría probablemente Miranda, dado que su amiga
nunca se había mostrado tímida a la hora de ofrecerle sus rotundos consejos,
cada vez que Kash necesitaba un buen manotazo. Recelosa y controladora.
Había oído muchas veces aquellos dos adjetivos, pronunciados por su amiga
y por otras personas. Distante, también, porque no iba con el corazón en la
mano ni explicaba demasiado lo que le preocupaba.
Arrogante era otro adjetivo cada vez más popular, y debía reconocer que
era válido. No siempre había sido así. Sin embargo, una vez que comenzó a
obtener lo que deseaba con apenas chasquear los dedos, nunca tuvo la menor
reticencia a exponer claramente sus deseos. Su arrogancia era la cicatriz
producida por la facilidad y la frecuencia con que todos se doblegaban ante
ella.
—Perdóname si estoy siendo impertinente. Te dejaré en paz para que
puedas recuperarte de la resaca —dijo Isabel, poniéndose en pie—. Todavía
me queda mucho que ver de París. ¿Nos encontramos a las dos en el hotel,
entonces?
—Sí, a las dos —contestó Kash—. Y gracias.
—No hay de qué.
Mientras veía alejarse a Isabel, corriendo ágilmente en dirección al
hotel, Kash lamentó un poco su brusquedad habitual. En principio Isabel no
había hecho más que mostrarse afable y preocuparse por ella, y su falta de
interés por la fama parecía sincera. ¿Lo sería realmente? Mucho tiempo atrás,
Kash se había atrevido a confiar en que alguien pudiese mostrarse amable e
interesado por ella movido sencillamente por su atracción personal. Sin
embargo, ya hacía mucho que no se permitía el lujo de abrigar vanas
ilusiones.
—Así que esa ropa es la que mejor te retrata, ¿eh?
Kash observó el conjunto elegido por Isabel para su primera sesión de
fotos. Tendría que haberlo esperado, pues aquella indumentaria iba bien con
la imagen natural y sin complicaciones de la joven: vaqueros desteñidos de
cintura baja, sandalias y una blusa suelta de color amarillo pálido. La blusa
no era especialmente elegante... De hecho, se veía un poco usada, lo que
sugería que era una de sus prendas favoritas desde por lo menos unos cuantos
años atrás. Sin embargo, servía para destacar el fulgor de los largos cabellos
de Isabel, rubios como la miel, que resplandecían como un campo de trigo al
sol del verano.
—Es mi blusa de la suerte —explicó Isabel al ver su mirada—, y estos
vaqueros me los pongo casi todos los días. ¿Está bien así?
—Perfectamente —replicó Kash—. Te retrataré vestida con tu propio
estilo antes del cambio de imagen, y después aparecerás con tu nuevo
guardarropa. La mayoría de las fotos serán de cuerpo entero, aunque también
haré algunos primeros planos. Procura pasártelo bien: muévete por aquí,
cambia de expresiones y no temas hacer un poco el tonto.
—¿Hacer el tonto? ¿Isabel? —preguntó Gillian, intentando contener la
carcajada—. Para eso necesita como mínimo un par de copas. Lo máximo
que puedes esperar de ella es que aparezca relajada.
—¡Pues sí que eres de gran ayuda! —protestó la aludida, dándole un
golpe en el brazo.
Dado que Miranda la había retado a conseguir algo más que las típicas
instantáneas de la Torre Eiffel, Kash desestimó la fotografía más predecible:
la de un sonriente turista posando sobre la terraza del Palais de Chaillot, con
la torre como espectacular fondo.
En lugar de eso, hizo que Alain colocase su equipo en el primer piso de
la torre, a cincuenta y ocho metros de altura, y fotografió a Isabel desde
ángulos que aprovechaban las oscuras vigas de la grandiosa estructura y el
paisaje que había a sus pies para proporcionar el debido contexto.
Sin embargo, su plan tenía un inconveniente: en aquella soleada tarde de
julio, una creciente legión de turistas decidió que era mucho más divertido
observarlas a ellas que a las espectaculares vistas.
—Lo siento, nada de autógrafos —hubo de repetir hasta la saciedad
cuando los más atrevidos de entre la multitud la asaltaron con bolígrafos y las
más variadas superficies sobre las que escribir: folletos sobre la torre,
resguardos de entradas, guías de París, trozos de papel...
Con los más persistentes hubo de añadir, en tono algo enfadado, un
«Oiga, un poco de respeto, por favor: estoy intentando trabajar», que no solía
tener mucho efecto. Gillian y Alain hacían lo que podían, actuando como
improvisadas barricadas para mantener una zona libre de gente alrededor de
la fotógrafa y su modelo, pero aquella era una tarea imposible.
Isabel pudo ver cómo un inagotable río de gente se aproximaba a Kash,
algunos tímidamente y otros con increíble osadía, e incluso algunos se
colocaban frente a su cámara, de manera que ella no pudiese ignorarlos. No
podía oír todo lo que hablaban, pero los gestos de Kash y el tono cortante de
su voz decían bien a las claras que deseaba que la dejasen en paz. «Yo no
soportaría llevar ese tipo de vida, no poder aparecer en público sin que la
gente me observase todo el tiempo e interrumpiera lo que estuviese
haciendo.»
—Muy bien, Isabel —dijo Kash, cuya exasperación era cada vez más
evidente—, intentemos acabar con esto, ¿podría ser? Necesito que me
ofrezcas algo con lo que trabajar. Muévete un poco: tengo ya cincuenta
encuadres con la misma sonrisa forzada e idéntica pose rígida. Demonios,
incluso me valdría el humor tan animado que tenías esta mañana.
Para sorpresa de Kash, Isabel sonrió y reaccionó con una imaginativa
serie de poses y expresiones faciales que enseguida provocaron las risas y
ovaciones de la mayoría de los curiosos. Además de obtener unas cuantas
fotos de calidad, Kash consiguió también acabar su trabajo, pues, al distraerse
con Isabel, los cazadores de autógrafos la dejaron relativamente en paz.
—Para ser alguien a quien no le gustan ni las cámaras ni atraer la
atención, has superado la prueba con mucha rapidez —observó Kash cuando
ya iban de camino a su siguiente parada—. Fue como si alguien hubiese
apretado un interruptor.
—Por favor, no utilices ninguna foto en la que salga con pinta de
bobalicona —rogó Isabel—. Sé que en algunas exageré bastante.
—¿Que exageraste, dices? —intervino Gillian—. Si no te conociera
habría dicho que estabas más que puesta de algo. Tengo que felicitarte, Izzy.
¡Qué manera de soltarte! ¿Qué demonios ha pasado?
Isabel se pasó la mano por los cabellos. No estaba muy segura de lo que
le había sucedido.
—Bueno..., tú siempre me estás diciendo que disfrute el momento
presente —dijo, dirigiéndose a Gillian, para pasar después a explicárselo a la
fotógrafa—. Y pude ver lo histérica que te estaba poniendo toda esa gente, así
que pensé que tal vez te vendría bien algo que los distrajera.
Además, cuanto más hacía el tonto más se ampliaba la sonrisa de Kash,
y eso le había gustado mucho..., aunque no pensaba admitirlo en voz alta.
«¿De veras?», se preguntó la fotógrafa para sus adentros, notando que su
cínica naturaleza comenzaba a resquebrajarse. Cada vez estaba más
convencida de que Isabel era sincera, lo cual constituía una estimulante
novedad.
—Como ya te dije, cuanto más observo la fama menos deseo aparecer
en esa portada. ¿Estás segura de que no hay escapatoria?
—Me temo que no existe ni la más mínima posibilidad. Precisamente
para eso estamos las tres aquí.
—En fin, había que intentarlo —suspiró Isabel, mirando por la
ventanilla.
Kash escrutó su perfil, buscando sutiles señales que indicasen engaño o
fingimiento. No las halló. «Estás llena de sorpresas, Isabel. De sorpresas muy
agradables.»
Aquel día tenían tres escenarios más para la revista: Notre Dame, el
Louvre y, por fin el Arco de Triunfo al anochecer.
Mientras Alain y Kash desempaquetaban y colocaban el equipo, Isabel y
Gillian disfrutaron de las espectaculares vistas desde la parte superior del
famoso arco. Era como estar en el centro de una brillante estrella, pues de ella
partían doce avenidas radiales recorridas por un flujo continuo de luces
blancas y rojas. Ellas se hallaban frente al más brillante y concurrido de
aquellos ríos de luz, los famosos Campos Elíseos, cuyos amplios paseos
estaban densamente poblados en aquella cálida noche de verano.
—Sé que nos esperan otros magníficos lugares, pero va a ser difícil
abandonar París —dijo Isabel, abrazándose a sí misma con gesto
autoprotector—. He soñado tantas veces con poder contemplar todo esto, y
resulta que es muchísimo más hermoso de lo que yo había imaginado. No te
ofendas, Gilí, pero, ¿no es una pena no poder compartir la ciudad más
romántica del mundo con alguien muy especial? Ya sabes a lo que me
refiero.
—Tal vez tú no puedas compartirlo con ese alguien especial —replicó la
aludida—, aunque esta noche pienso incrementar radicalmente tus
posibilidades de disfrutar de un idilio parisino.
El día anterior Isabel había ajustado férreamente la actividad de ambas a
una apretada agenda que incluía visitas turísticas durante todo el día, seguidas
de una cena y compras en el distrito del Marais, y por fin un viaje en barco
por el Sena. Ahora le tocaba a Gillian elegir la forma en que pasarían la
velada.
—No sé yo si habrá idilio o no, pero estoy dispuesta a seguirte en todo
lo que desees hacer.
—¡Guay! —exclamó Gillian—. Entonces, prepara el estómago para una
comida griega. Alain me ha hablado de un lugar estupendo, cerca del club al
que quiero ir. ¿Te parece que le pregunte a Kash si le apetece acompañarnos?
—Como quieras, aunque seguro que se niega. Está claro que sabe
buscarse sus propias diversiones, por lo que vi esta mañana.
—¿Qué ocurrió?
-Cuando salí a correr me la encontré en un parque, cerca del hotel.
Estaba tirada sobre un banco, con el mismo aspecto que tenías tú el día
después de la fiesta de compromiso de Connie y Shelley. ¿Cuánto tardaste en
recuperarte de aquella orgía de sexo y alcohol que duró toda la noche?
—¡Huy...! —exclamó Gillian, con un gesto de dolor—. Oye, tal vez
deberíamos preguntarle a Kash adonde podemos ir después de comer.
«No, eso sí que no», pensó Isabel al momento, aunque no lo dijo en voz
alta. Era una reacción puramente visceral y sabía bien que estaba relacionada
con la forma lasciva con que Kash la había mirado en el parque. Era cierto
que otras mujeres la habían mirado así antes, apreciando su físico y
mostrándose sexualmente interesadas por ella, pero pocas veces aquella
atracción era mutua.
Sin embargo, esta vez sí que lo había sido. El estremecimiento de
excitación que sintió ante la forma en que la fotógrafa se la comía con los
ojos y su deseo de que aquella no fuese la última vez que sucediese la habían
dejado atónita. Aunque no volvió a ocurrir en toda la tarde, lamentablemente.
«Supongo que no fue más que un momento fugaz. Y, de todas formas,
no es probable que eso pueda llevar a algo más, porque ella puede conseguir
a quien quiera. Además, Gillian va a por ella. Será mejor que deje de pensar
en Kash de esa forma.»
Por mucho que intentase convencerse a sí misma de que no se sentía
atraída por Kash, hasta el momento estaba perdiendo la batalla. «Por eso
quiero evitar sus clubs nocturnos favoritos», admitió para sí misma. Tal vez
fuera una tontería, pero no deseaba ir a parte alguna donde pudiese ver a la
fotógrafa con otra mujer. Ese plan no sonaba divertido, ni mucho menos.
—Ya casi han acabado —dijo, apartándose de la barandilla para
encaminarse hacia el lugar donde Kash había colocado su cámara.
Isabel se dio cuenta de que la fotógrafa pensaba utilizar como fondo la
distante torre Eiffel, que ahora no era más que un hilo de luces recortándose
en la oscuridad. «¡Menuda ironía!», pensó. Las sesiones de fotos de aquel día
no habían sido nada desagradables, al contrario de lo que ella esperaba tras su
experiencia en el estudio de Kash, allá en Manhattan. Más bien al contrario.
Dado que la fotógrafa había avivado aquella mañana la atracción que
sentía por ella, Isabel había agradecido mucho la oportunidad de no hacer
otra cosa que observar su trabajo, y desde luego no podía pedir mejor asiento
en primera fila que siendo su modelo.
—¿Lista, Isabel? —preguntó Kash, indicándole con un gesto el lugar
donde deseaba que se situase.
—Lista, sí —contestó, colocándose en posición.
—Lo has hecho estupendamente toda esta tarde —la animó la fotógrafa,
al tiempo que alzaba su cámara—. Sigue así y acabaremos enseguida.
«Y así podrás volver a dondequiera que estuvieses anoche.» Por un
instante, Isabel estuvo tentada de posar algo peor, para así prolongar la
sesión. «Sí, muy maduro de tu parte. ¡Reacciona!»
Kash apuntó con su cámara hacia el rostro de Isabel, enfocando a
continuación la imagen. En los años que llevaba fotografiando a la gente
desde primerísimos planos de gran detalle se había aficionado a interpretar
sus expresiones. De vez en cuando descubría algo que la intrigaba, en los ojos
o en la sonrisa de algunas personas: una chispa, un destello de malicia que no
conseguía descifrar. No solía pensar mucho en ello.
Sin embargo, aquel día pilló a Isabel con una enigmática sonrisa, que
lucía en aquel mismo momento, y se preguntó qué habría tras ella. «¿Qué es
lo que quieres? —pensó—. ¿Qué es lo que temes que la cámara pueda revelar
de ti?» También le provocaba curiosidad el cambio que Isabel había
experimentado. Durante la primera sesión en Manhattan había estado rígida y
nerviosa, pero, ahora, algo había hecho que se relajase e incluso disfrutase de
sus sesiones.
—¿Puedo hacerte una pregunta sin interrumpir lo que estás haciendo?
—preguntó Gillian, y su voz sonó tan cerca que Kash supo que la tenía justo
detrás.
—Claro —contestó sin dejar de disparar.
«Mierda —pensó Isabel—. Ahí va.»
—Esta noche vamos a cenar a un restaurante griego de Pigalle —explicó
Gillian—, y después saldremos para explorar la noche parisina. He pensado
que tal vez podrías sugerirnos algún sitio adonde ir.
—Depende de lo que os apetezca —replicó Kash.
Clic. Clic.
—Veamos...: mujeres preciosas, buena música, baile, copas y diversión.
Kash se detuvo apenas el tiempo suficiente para mirarla.
—Y serías bienvenida entre nosotras, naturalmente —susurró Gillian
seductoramente—. ¿Dejarías que te sacara a bailar?
Kash sonrió. Pasar la velada con Gillian e Isabel era un plan mucho más
atractivo que otra noche más emborrachándose en el balcón. Sabía que sería
bastante estúpido ir a un club: seguramente alguien la reconocería, y lo más
probable era que intentasen fotografiarla en alguna situación comprometida,
en cuanto se hubiese tomado una o dos copas. Acabaría apareciendo de nuevo
en la portada de algún periódico sensacionalista.
Sin embargo, cada vez que intentaba mantenerse alejada de lugares así,
su soledad la hacía caer de nuevo en la tentación. «Que le den al tal Dix. No
pienso permitir que ni él ni nadie me digan adonde debo ir ni lo que he de
hacer.»
CAPITULO CINCO
—¡Kash! ¡Bienvenida! —exclamó el portero de Vive la Vie,
reconociéndola al instante—. Eres muy amable al honrarnos con tu visita.
Habla con Vanessa, la de la barra del fondo: ella se asegurará de que te traten
bien.
El hombre se hizo a un lado para dejarlas pasar, entre un coro de quejas
procedente de la larga cola de mujeres que aguardaban fuera.
Era medianoche, el local estaba atestado de gente y el resonante y
pegadizo ritmo de la música golpeó el pecho de Isabel como un segundo
latido, mientras Kash las guiaba por entre la multitud de cuerpos apiñados.
La discoteca era inmensa, seguramente cuatro o cinco veces mayor que
cualquiera de los bares y clubs para lesbianas que conocía en su país.
Decenas de hermosas mujeres, vestidas para seducir y excitar, se atusaban los
perfectos peinados y maquillajes, o giraban en la pista de baile en una
exhibición increíblemente explícita.
No, desde luego; aquello no se parecía en nada a los bares de Wisconsin.
Vive la Vie era un local sobrio, decorado a la última moda. Los pilares
forrados de acero que rodeaban la pista central creaban, entre uno y otro, unas
zonas de asientos a media luz, muy íntimas, provistas de sofás bajos de
formas cuadradas y taburetes a juego. La iluminación era tenue, excepto por
los focos de colores que daban vueltas sobre las mujeres que bailaban, de
modo que la balaustrada fucsia que rodeaba la larga barra del fondo destacaba
como un faro. Una barra de neón del mismo color conducía hasta la parte alta
del club, donde había más sofás bajos, que proporcionaban a sus ocupantes
una perspectiva a vista de pájaro sobre la pista de baile.
Gillian, una veterana en aquellos ambientes, había suplicado que se
pasasen un momento por el hotel después de la sesión de fotos, para poder
ponerse la escotada y ceñida camiseta y la minifalda que acababa de comprar
en una boutique del Marais.
—¡Qué lugar tan guay, Iz! ¡Caray, caray, caray!
Kash también encajaba perfectamente con la clientela del local. Llevaba
unos pantalones negros de talle bajo, con cinturón de hebilla ancha, botas de
cuero negras y camisa blanca de corte impecable y perfectamente planchada.
«¡Está buenísima!», pensó Isabel al verla salir del ascensor.
Ella no se había cambiado de ropa: seguía con sus vaqueros y su blusa
de la suerte. Nunca se sentía fuera de lugar y estaba cómoda, lo cual le
bastaba, habitualmente. No juzgaba a la gente por su apariencia, y confiaba
en que tampoco los demás lo hiciesen.
Sin embargo, mientras sorteaban a las mujeres que bailaban, apreció la
enorme diferencia con que éstas reaccionaban ante cada una de ellas. Todos
los ojos se clavaron en Kash, que iba la primera: algunas la reconocieron y
otras no, pero todas mostraron un gran interés. Algunas, sin ningún tipo de
timidez, se lamían los labios provocativamente, o le guiñaban un ojo, o
tendían la mano hacia ella para invitarla a bailar.
Como Kash iba abriendo la marcha, Isabel no podía verle la cara para
poder captar su reacción, lo cual le molestó bastante.
Gillian, que seguía a Kash, también recibió muchas miradas de
admiración, y sonrisas que parecían aprobar su minifalda. Además, Isabel
pudo ver que al menos un par de mujeres la rozaban o le hacían un gesto con
la cabeza, como diciendo: «Ven conmigo dentro de un rato.»
Cuando aquellas mujeres se encontraban con ella y se fijaban en lo que
llevaba puesto, sus rostros expresaban algo... distinto, sorpresa en la mayor
parte de los casos. Algunas la desaprobaban abiertamente, con un gesto que
casi decía a gritos: «¿Quién eres tú para estar con Kash?». Otras,
simplemente, la veían pasar, sin apenas fijarse en ella, antes de volverse hacia
alguien más interesante. Nadie intentó convencerla para que se quedara a
bailar.
Eran unos juicios superficiales, emitidos por mujeres que no le
importaban un comino, de modo que no tendrían que haberle molestado, pero
hubo de admitir que sí se sentía molesta. Al menos un poco. «Ni caso. No
pienso dejar que eso me afecte.»
Mientras tanto, Kash se apropió de un hueco que había junto a la larga
barra. Sin embargo, antes de que pudiese llamar la atención de la camarera
más cercana, una atractiva morena, de cabellos cortos y de punta y medidas
propias de una Barbie, le dio un toquecito en el hombro.
—Bienvenida, Kash. Estamos encantadas de tenerte aquí esta noche —
dijo, tendiéndole la mano; hablaba su idioma como una nativa, apenas con un
pequeño deje de acento francés—. Soy Vanessa, la gerente. —Se estrecharon
la mano—. ¿Puedo ofreceros a ti y a tus amigas un asiento en la zona
superior, donde disfrutaréis de algo más de intimidad?
Kash se volvió hacia sus acompañantes.
—¿A vosotras os parece bien?
—¡Claro! —contestó Gillian antes de que Isabel pudiese siquiera abrir la
boca.
—Encantadas, Vanessa —aceptó Kash.
—¿Qué puedo ofreceros de beber? —preguntó la encargada, mientras
hacía una seña a la camarera más próxima.
—Vodka con hielo, Jewel of Russia, si tenéis —contestó Kash.
—Claro que sí —sonrió Vanessa—. ¿Y las damas?
—Un destornillador, por favor —dijo Isabel.
—Un bourbon con hielo. ¿Tienes Jim Beam? —quiso saber Gillian.
—Naturalmente —dijo Vanessa—. Seguidme, por favor.
La gerente las condujo hacia una pequeña zona de estar, la más
escondida de la parte superior del local, separada del resto por un biombo y
acotada con un cordón de terciopelo. Se trataba claramente de la zona VIP, e
incluía tres cómodos sofás de cuero y las mejores vistas sobre la pista de
baile.
—Excelente —dijo Kash, volviéndose hacia Vanessa, al tiempo que la
camarera subía con sus bebidas—. Gracias, señoras. No olvidaré la
hospitalidad que nos habéis mostrado esta noche.
—Ha sido un placer. Haré que una de mis chicas venga por aquí de vez
en cuando, para asegurarse de que tengáis todo lo que necesitéis.
Apenas se había marchado Vanessa cuando una mujer de escultural
figura, larga cabellera rubia y ojos verdes traspasó la barrera del biombo y fue
directamente hacia Kash, sin darle tiempo siquiera a tomar asiento.
«Tiene que tratarse de una modelo», pensó Isabel, pues tenía mucho en
común con las mujeres que habían acudido al estudio de Kash: la misma
figura, alta y delgada, hermoso rostro, peinado y maquillaje perfectos y ropas
que indicaban bien a las claras la ayuda de un profesional. Los tacones y la
minifalda destacaban sus largas y esbeltas piernas. Era una mujer
impresionante.
La sorpresa que reflejó el rostro de Kash al aproximarse la rubia se
transmutó en un vago gesto de reconocimiento, justo antes de que la recién
llegada plantase un largo beso de bienvenida en sus labios.
—Mierda —susurró Gillian por lo bajo.
Isabel y ella ya se habían dejado caer sobre uno de los sofás, y
observaban la escena con interés.
«Mierda, sí», convino Isabel para sus adentros.
—¡Qué sorpresa! —exclamó la desconocida, exultante.
Ella también tenía acento, aunque Isabel no estaba segura de su
procedencia. Alemán, tal vez.
Isabel se fijó en que Kash entrecerraba los ojos, como intentando situar a
la recién llegada.
No tardó mucho... En su rostro se abrió paso una lenta y sensual sonrisa,
justo antes de declarar el lugar donde se habían conocido:
—¡Amsterdam!
—Sí —contestó la mujer, devolviéndole la sonrisa con la misma
expresión seductora—. Soy Hilde.
—Hilde —repitió Kash, mirándola de arriba abajo—. ¿Qué tal estás?
—Muy bien, gracias. Acabo de interpretar un papel destacado en una
película de Tarantino que se rodaba aquí.
La rubia llevaba una escotada blusa, que dejaba ver el profundo canal
entre ambos pechos.
—¡Felicidades! —dijo Kash.
—Gracias. ¿Qué te trae por París, negocios o placer?
Kash miró de reojo a Gillian e Isabel, y de nuevo a la recién llegada.
—Negocios —contestó—. Hilde, permíteme presentarte a Gillian e
Isabel. Señoras, Hilde es una actriz holandesa con la que... hice amistad el
año pasado.
—Encantada de conoceros —saludó educadamente la mujer en
respuesta a los saludos de ambas, aunque apenas les dedicó una mirada antes
de volver a concentrar toda su atención en Kash—. Entonces, ¿esta noche
tienes compromisos laborales?
—Nooo —contestó Kash, arrastrando la vocal con voz ronca, como si
supiese perfectamente qué era lo que venía después.
—Así que puedes hacer lo que te apetezca —insistió la rubia, cuya
sonrisa era cada vez más amplia.
Kash asintió.
—¿Ya has hecho planes?
Kash negó con un gesto y la mujer se humedeció los labios, al tiempo
que la agarraba del brazo.
—Permíteme entonces que te saque a bailar.
—Si me disculpan, señoras... —dijo Kash, dejándose llevar.
—Vaya, no ha tardado mucho —protestó Gillian en cuanto se alejaron
lo bastante para no oírla.
A continuación tomó un buen trago de bourbon y se quedó mirándolas,
mientras descendían las escaleras para unirse a la multitud de la zona baja.
«¡Pues no!», convino Isabel para sus adentros, vaciando de un trago
media copa. Tenía que soportar que Gillian fuese tras ella, pero desde luego
no le hacía ni la menor gracia contemplar cómo Kash se ponía a la altura de
su sórdida reputación. Claro que no había tenido mucha elección.
Desde los sofás de la zona VIP ambas podían ver cómodamente a todas
las que bailaban a sus pies. Kash y su amiga se movían la una muy cerca de
la otra. Isabel no conseguía apartar la vista de ellas. Primero comenzaron a
balancearse una frente a otra, sin dejar de mirarse a los ojos. Hilde, unos
centímetros más alta, había colocado los brazos alrededor del cuello de Kash,
mientras que ésta apoyaba ligeramente las manos en las caderas de su
acompañante.
Poco después, Kash hizo girar a Hilde sobre sí misma y la abrazó desde
atrás, y ambas giraron con las caderas pegadas, con un roce tan sensual entre
sus cuerpos que hipnotizaba contemplarlas.
—Vaya, así que se ha encontrado a una antigua conocida —dijo Isabel,
intentando adoptar un tono frívolo, aunque no logró ni convencerse a sí
misma.
«Una antigua conocida que está para caerse de espaldas —pensó—.
Juraría que están a punto de montárselo aquí mismo, delante de nosotras.»
—Tal vez puedas bailar con ella más tarde —siguió diciendo—. U otra
noche, en otra discoteca.
—Sí, tienes razón —se animó Gillian—. Tengo tiempo de sobra.
Ambas pudieron ver cómo las mujeres que bailaban cerca de Kash
comenzaban a reconocerla; muchas empezaron a dar vueltas en torno a ella,
intentando llamar su atención. De vez en cuando alguna bailaba lo bastante
cerca como para frotar seductoramente una cadera contra ella, o para rozarle
el brazo o la espalda al pasar.
—Caray, todas las bellezas están a sus pies, ¿verdad? —suspiró Gillian,
bebiendo otro largo trago de bourbon.
—Verdad, sí —convino Isabel, frunciendo el entrecejo.
Kash parecía estar en su elemento, disfrutando de las atenciones de
todas aquellas mujeres que revoloteaban a su alrededor. A algunas les
guiñaba un ojo y de vez en cuando soltaba un rato a Hilde para bailar con
otras, sonriendo constantemente con aquella expresión que parecía estar
diciendo «Oh, sí, nena, enséñame lo que sabes hacer» y apreciando
impúdicamente sus cuerpos, exactamente de la misma forma en que había
mirado a Isabel aquella misma mañana.
Isabel se sobresaltó al darse cuenta de lo mucho que las envidiaba.
—Venga, Gilí. Siempre me estás diciendo que deje de quedarme al
margen de todo. Es hora de participar en el juego. ¡A bailar!
El rostro de Gillian reflejó la sorpresa que sentía, pero se repuso de
inmediato.
—De acuerdo, Izzy. ¡Esta es mi chica!
Ambas se unieron a la multitud cuando sonaba una canción muy
conocida, remix de un antiguo tema que solían pinchar a menudo en la
discoteca de su ciudad. Se echaron a reír y comenzaron a ponerse en onda de
inmediato, agradeciendo el dulce recuerdo del hogar en un lugar, por lo
demás, extraño para ellas. A su alrededor, los comentarios en voz baja y los
gritos de ánimo sonaban en francés en su mayor parte, pero la letra de todas
las canciones trataba sobre tías buenas, lo cual era un lenguaje universal.
Isabel estaba decidida a intentar olvidarse de Kash, de su creciente harén
y del hecho de que todas las mujeres del lugar actuaban como si ella fuese
invisible. «Nada de eso importa. Tengo la increíble suerte de estar en Europa
y pienso disfrutar de cada minuto.»
Además, bailar con Gillian siempre era divertido. La gente solía tomar la
coqueta confianza que se establecía entre ambas por mucho más que la alegre
frivolidad entre amigas que era realmente. Especialmente aquella noche, ya
que la abierta sexualidad que flotaba en el ambiente creaba un espíritu
contagioso, y ambas se infectaron de aquella fiebre.
Así, Isabel posó ambas manos alrededor del cuello de su amiga, Gillian
la enlazó por las caderas y, pelvis contra pelvis, se dejaron llevar por un ritmo
sensual, exactamente igual de sexy y ardiente que el de todas las parejas que
había a su alrededor.
Sus cuerpos bailaban tan pegados el uno al otro que Gillian no tuvo más
que acercarse unos centímetros para hablar al oído de su amiga. Estaban muy
cerca de uno de los altavoces, de modo que aquélla era la única forma de
hacerse oír por encima de la música.
—¿Te he dicho ya lo orgullosa que me siento de lo irreconocible que
estás?
Isabel echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una carcajada. A ella
también le costaba reconocerse a sí misma. Algo le estaba sucediendo en
aquel viaje. No sabía bien qué era, ni por qué le sucedía precisamente ahora,
pero algo la estaba empujando fuera de la precisa y estructurada rutina en que
se había convertido su vida. Y, aunque el cambio la asustaba un poco, a la
vez resultaba increíblemente liberador. Era casi como despertar de un largo
sueño para encontrarse con un mundo más vivido y brillante.
Cuando Kash se fijó casualmente en ellas, entre la multitud, Gillian
había incrustado el muslo entre las piernas de Isabel y sus manos reposaban
sobre el culo de su amiga. Kash no estaba muy segura de lo que sucedía, pero
el lenguaje corporal de ambas y la forma en que estaban bailando
proclamaban bien a las claras que ambas eran lesbianas, que su relación era
muy íntima y que, comprendió entonces, no eran ni tan ingenuas ni tan
conservadoras como ella se había imaginado.
Gillian se fijó en ella y sonrió provocativamente. Su ceja enarcada
parecía preguntarle: «Entonces, ¿qué dices de mi oferta?».
E Isabel..., en fin, estaba claro que aquella mujer sabía cómo moverse
sobre la pista de baile. «Lindo culo», pensó. Ni rastro de inhibición alguna.
«Tal vez aquello del trío no fuese tan mala idea, después de todo.»
—Humm, qué gusto —susurró Hilde junto a su oído, con voz seductora.
Estaban bailando muy pegadas, la una frente a la otra. Comenzó a
masajear el culo de Hilde, sin dejar de mirar cómo movía Isabel el suyo. La
combinación entre lo que estaba viendo y lo que estaba haciendo la aceleró, y
comenzó a sentirse muy excitada. En aquel momento, una rubia con mucho
pecho, que se parecía bastante a Isabel, empezó a bailar contra la espalda de
Kash, apretujándola contra su pareja y clavando rítmicamente la ingle contra
su culo. «¡Oh, sí, joder!»
Hilde la besó y ella reaccionó con avidez, hundiendo la lengua en su
boca. Sin embargo, al perder de vista el espectáculo que tenía delante se
apartó enseguida y volvió a concentrar su atención en Gillian e Isabel. Se dio
cuenta de que Isabel la miraba fijamente con expresión interesada pero
enigmática.
Kash dejó que la atracción y el deseo que sentía se reflejasen
abiertamente en su rostro, reaccionando a la intensa mirada de Isabel con una
seductora media sonrisa y un pequeño gesto de asentimiento.
De repente Hilde le presionó firmemente la ingle, lo cual estuvo a punto
de dejarla sin respiración. La tela de sus pantalones era fina como el papel, y
tenía el clítoris tan sensible que aquel contacto la sacudió de arriba abajo.
Kash apartó aquella mano sin dejar de bailar. No pensaba permitirlo, por
muy excitada que estuviese. Su afición por follar en plena pista de baile era
demasiado conocida para dejarse llevar, habiendo tantos móviles con cámara
en la sala.
Isabel no había apartado los ojos de ella mientras bailaba sensualmente
con Gillian. La fotógrafa deseó poder interpretar mejor los pensamientos de
aquella mujer. «¡Cómo se mueve la condenada!»
—Kash —la llamó Hilde, tirándole de la camisa.
Cuando volvió el rostro hacia ella para responder, Hilde la besó con
gesto posesivo y tomó la mano de la fotógrafa para posarla sobre su propio
pecho, pero ésta volvió a reaccionar a tiempo para impedirlo: varias de las
mujeres que había junto a ellas la habían reconocido. Sin embargo, sentía
gran debilidad por aquella parte del cuerpo en particular, y pudo notar el duro
pezón de Hilde por debajo del fino tejido, de modo que no pudo evitar
mantener el contacto durante unos segundos.
Su cerebro registró confusamente el disparo de un flash, aunque no tenía
ni la menor idea de su procedencia. «Tú lo has querido.» Por mucho que le
apeteciese denunciar a aquellos que la fotografiaban en tales actitudes, sabía
perfectamente que en realidad no podía: hacerlo sería una hipocresía. Ella
misma era también una voyeur de profesión, y estaba convencida de que era
justo fotografiar todo lo que su lente podía captar. «Lo que odias es no ser tú
la que tiene el control, eso es todo. Pero no puedes aceptar sólo los
privilegios de la celebridad, sin apechugar con sus gajes, cuando insistes en
frecuentar las discotecas y meter mano a las mujeres a la menor ocasión.»
Echó un vistazo a su alrededor, pero no consiguió distinguir a nadie que
tuviese una cámara o un móvil en la mano. Su mirada se encontró con la de
Isabel, y ésta señaló a una mujer morena, de apenas veinte años, que estaba a
unos pasos de ella. Cuando Kash la miró sin pestañear, la joven admiradora
desvió la vista, enrojeció e intentó ocultar el móvil con su cuerpo.
Kash sacó unos billetes de su cartera.
—Necesito ese teléfono —le dijo, en un tono amistoso pero firme, al
tiempo que tendía hacia ella cinco billetes de cincuenta dólares. Tras un breve
instante de duda, la jovencita le vendió su móvil.
—Lo siento, no fue con mala intención.
«Sí, eso ya lo he oído otras veces.»
De pronto apareció Vanessa junto a ella.
—¿Hay algún problema, Kash? ¿Te está molestando?
—No, estamos siendo buenas —contestó Kash, guardándose el móvil en
un bolsillo.
Una mano la agarró del codo.
—Vayamos arriba —dijo Hilde, tirando resueltamente de ella hacia las
escaleras.
Kash se dejó llevar, mirando hacia Gillian e Isabel mientras Hilde y ella
abandonaban la pista de baile. Otras parejas las ocultaron de su vista. No
había podido agradecerle a Isabel el favor, como tenía pensado, aunque se
figuró que tendría tiempo de sobra para hacerlo.
Cuando llegó a la zona superior volvió a localizarlas entre la multitud.
Se sorprendió al ver que una tercera mujer se había unido al sensual baile de
ambas. Era una atractiva morena con aspecto un poco butch, que se había
deslizado tras Gillian y la acariciaba desde atrás. Aquél era un delicioso
aperitivo visual del trío que esperaba poder disfrutar más adelante.
—Aquí no hay cámaras —susurró Hilde junto a su oído, al tiempo que
tiraba de Kash hasta hacerla caer sobre uno de los sofás.
Lo siguiente que supo fue que Hilde estaba sentada a horcajadas sobre
ella, apretándose contra su cuerpo. Sus caderas reaccionaron por cuenta
propia, comenzando a moverse con lentas y rítmicas embestidas. El corto y
ceñido traje de Hilde se había alzado, dejando al descubierto la suave piel
marfileña de sus interminables muslos. Kash le acarició suavemente aquella
zona tan sensible, trazando un juguetón sendero que buscaba aumentar la
excitación de la muchacha. Los gemidos que oía le confirmaron que estaba
logrando el efecto deseado.
—Me estás volviendo loca —jadeó Hilde, meneando las caderas para
apretarse más contra sus manos—. ¡Por favor! Acaríciame como tú sabes.
Kash nunca se negaba a tales peticiones, de modo que deslizó las manos
por debajo de la falda de su compañera y abarcó con ellas su trasero,
descubriendo complacida que ninguna prenda interior estorbaba sus
movimientos.
Hilde dejó escapar un ronco gemido al notar aquella caricia. Empujó
más, alzando el cuerpo para permitir que Kash accediese a la zona
crecientemente húmeda que había entre sus piernas.
En aquel momento Kash notó un tirón en la cintura.
Bajó la vista y descubrió que le habían soltado el cinturón y tenía la
bragueta abierta. Era un escenario en el que Kash había actuado más veces de
las que podía recordar, de modo que no debería haberse sorprendido cuando
Hilde escogió aquel momento para revelarle lo que deseaba en realidad.
—Espero que esta vez me des tu teléfono —dijo, en un tono juguetón, a
modo de reproche, al tiempo que se quitaba la blusa, dejando ver un sujetador
de encaje color crema—. Deja que pueda conocerte mejor y tal vez
descubramos que podemos trabajar juntas igual de bien que jugamos juntas.
Normalmente, aquel descarado mercadeo de sexo a cambio de favores
no solía molestarla. En aquellos últimos años se había convertido en el curso
habitual de su vida. Sin embargo, tal vez debido a su cercano y significativo
cumpleaños, al inoportuno momento que Hilde había escogido, haciéndola
pensar cuando lo único que ella deseaba era sentir, o al hecho de que aquello
ya le había sucedido demasiadas veces, su interés se esfumó. Apartó a Hilde a
un lado y se puso en pie.
—Necesito otra copa.
Isabel intentó controlar el torbellino de emociones que sintió al ver que
Kash subía las escaleras junto a Hilde. Haberlas visto bailar, contemplar
cómo besaba y acariciaba Kash a la actriz de aquella forma... «Sin dejar de
mirarme, como si fuese a mí a quien desea, y sé que no me engaño al creerlo
así.» El deseo que leyó en los ojos de Kash había despertado algo en su
interior, haciéndola sentir deliciosamente cachonda y poderosa, de una
manera tan intensa que la sorprendió, aunque también le hizo sentir
frustración.
Porque, ¿cómo se le ocurría pensar de aquella forma de una fotógrafa
tan ligona que tenía a todas las mujeres a sus pies? «Son tantas que, al
parecer, se le hace difícil reconocer a una hermosa actriz con la que se acostó
hace un año. Por otro lado, incluso si le intereso y me decido a hacer por una
vez algo que va completamente en contra de mi forma de ser, he de tener en
cuenta a Gillian.»
—Me parece que esas historias que cuenta la prensa sensacionalista
sobre ella son ciertas —dijo Gillian, al ver que Isabel miraba hacia la zona
VIP.
—Sí, yo diría que lo son.
—En realidad es bueno. Quiero decir que eso aumenta mis posibilidades
de acostarme con ella, ¿no crees?
Isabel siguió bailando, intentando parecer despreocupada.
—Tú lo sabrás mejor que yo. Los polvos de una noche no son
precisamente mi especialidad.
—No lo rechaces hasta haberlo probado, Izzy. Y, hablando de eso, ya
que Kash está ocupada, creo que es hora de empezar a pensar en otras
posibilidades de disfrutar de la velada. Esa de ahí me ha estado guiñando el
ojo —dijo, señalando con un gesto a la linda mujer que bailaba junto a ellas
—. Es hora de devolverle los guiños.
Gillian cambió de posición, para poder coquetear con la morena sin
dejar de bailar con Isabel, y añadió:
—¿Has visto a alguien por aquí que te guste?
«La que me gusta es Kash, maldita sea. En cuanto a las demás...» Isabel
recorrió con la mirada toda la sala, sin dejar de sorprenderse de lo hermosas
que eran todas y de lo modernas que vestían. Comprobó de nuevo que ni una
sola de aquellas mujeres le prestaba la menor atención, a pesar de que había
coqueteos y caricias por doquier. Bajó la vista hacia su propia ropa. «No me
extraña. Este conjunto es el menos sexy de la sala. Una cosa es no querer
juzgar por el aspecto y otra, dar la impresión de que me he esforzado por
evitar que alguien se fije en mí. ¿Por qué? ¿Lo hago aposta?»
—No te preocupes por mí —susurró al ver que la morena en la que se
había fijado Gillian se unía a su baile—. Parece que tienes compañía. Ten
cuidado, ¿vale?
—Tranquila, Iz.
Gillian se alejó de sus brazos para dar la bienvenida a la linda
desconocida que se contoneaba contra su trasero. Las tres bailaron juntas el
tiempo suficiente para que Isabel se enterase del nombre de la mujer —
Verónique— y decidiese que, definitivamente, tres eran multitud en aquella
ecuación.
—Nos vemos en el hotel —le dijo a Gillian, dándole un beso en la
mejilla—. Buena suerte, y diviértete.
Zigzagueando entre las bailarinas, se dirigió hacia la barra de la zona de
atrás, sin la menor prisa por interrumpir lo que casi con seguridad estaba
sucediendo en la parte superior. Pero allí había muchísima gente y las
camareras estaban todas ocupadas, de modo que se desvió hacia los baños.
Había visto el pequeño letrero de neón que anunciaba Toilettes sobre una
puerta que había a la izquierda. Al atravesarla, se encontró en un oscuro
pasillo, ocupado por una decena de parejas apasionadamente abrazadas y con
la ropa desarreglada. En el ambiente flotaba el embriagador aroma del sexo.
Al estar tan lejos de los altavoces, cuando pasó junto a ellas pudo oír
claramente los gemidos y sonidos guturales que emitían las mujeres al follar.
Isabel nunca se había visto en una situación semejante, en la que las
mujeres se lo montaran en público, y la experiencia le resultó tremendamente
turbadora.
Desde luego, en Madison no había nada parecido a aquello.
Estaba pensando en que era una lástima estar tan excitada y no disponer
de ninguna forma de desahogar su deseo sexual... cuando se encontró de
cabeza con alguien que doblaba la oscura esquina, de regreso del baño.
Y fue de cabeza, desde luego. Cuando ambas chocaron, ella perdió el
equilibrio y estuvo a punto de caer de espaldas, de modo que extendió el
brazo buscando algo a lo que agarrarse. Encontró la pechera de una
inmaculada camisa femenina, a la que arrancó todos los botones. Su mano
siguió deslizándose por su cuerpo hasta alcanzar la enorme hebilla de su
cinturón, que se escurrió de las trabillas del pantalón con un sonido silbante,
como un latigazo.
La desconocida se las había arreglado para sujetar a Isabel de la nuca
con una mano y de la cintura con la otra cuando chocaron, de modo que en
ese momento cayeron juntas contra la pared que había a espaldas de Isabel,
con un golpe seco que aplastó sus cuerpos el uno contra el otro.
Ambas se quedaron inmóviles durante unos segundos eternos, y
entonces fue cuando Isabel descubrió que aquella no era ninguna
desconocida: había tropezado con Kash. También se fijó en lo fuertemente
que se apretaban sus cuerpos. Ambas respiraban con dificultad. Mientras
tanto, lo único que oían, veían y olían a su alrededor eran mujeres haciendo el
amor.
Era plenamente consciente de las esbeltas y enjutas formas del cuerpo de
Kash, apretado contra el suyo. El muslo derecho de la fotógrafa se insinuaba
entre sus piernas. También se dio cuenta de que tenía el cinturón de Kash en
una mano, y de que la otra se hallaba plantada sobre el magnífico trasero de
la mujer. «¡Oh, Dios! ¿Cómo ha podido suceder?»
El brazo izquierdo de Kash le rodeaba la cintura con gesto posesivo,
mientras que el derecho seguía sujetándole la nuca con delicadeza. En aquel
momento comprendió lo cerca que había estado de herirse gravemente.
Deseaba darle las gracias, pero no estaba muy segura de encontrar las
palabras justas. En lo único que conseguía pensar era en lo tremendamente
sexy que era a aquella distancia y en lo mucho que deseaba que la besasen.
«¡Dios, tiene los labios más perfectos que he visto en mi vida!»
Kash reconoció lo que había en la mirada de Isabel: avidez, deseo. Lo
mismo que corría por sus propias venas, de una forma que no había
experimentado con Hilde. Apretó con más fuerza a Isabel contra sí, y ésta
jadeó. Le gustó aquel sonido, le gustó mucho. Se inclinó lentamente hacia
ella para besarla, disfrutando al ver la expresión de su rostro.
Cuando sus labios estaban a apenas unos milímetros de distancia,
percibió confusamente el parpadeo de un flash. Isabel debió notarlo también,
porque murmuró «¡Maldita sea!», se separó de Kash con un empujón y huyó.
Kash buscó con la mirada a la culpable, pero todas las parejas que las
rodeaban seguían muy ocupadas. En aquel instante un nuevo flash iluminó el
pasillo, y entonces comprendió que procedía de la zona de los baños, a la
vuelta de la esquina. Tres chicas estaban jugando a fotografiarse mientras se
besaban y se quitaban la ropa.
«¡Mierda!» Bajó la vista y vio su blusa completamente abierta, dejando
al aire su sujetador, inmaculadamente blanco. No pudo evitar una sonrisa.
«¿Por qué no me sorprende?» Se remetió la camisa, cubriéndose lo mejor que
pudo mientras pensaba que debería haberse abrochado el cinturón tras su
frustrada escena con Hilde. A continuación se abrió paso hacia la pista de
baile y empezó a buscar a Isabel entre la multitud. Distinguió a Gillian en uno
de los discretos reservados, en el regazo de la linda morena con la que habían
estado bailando Isabel y ella. «Vaya, está claro que mantienen una relación
muy abierta.» Ambas estaban totalmente concentradas la una en la otra, y a
Gillian parecía no importarle que alguien pudiese verla descamisada y sin
sujetador. «Tiene unas lindas tetitas.»
Isabel no estaba en el piso inferior, de modo que Kash regresó al
reservado.
Hilde se le echó encima en cuanto la vio.
—Vuelve al sofá para que podamos divertirnos un poco —dijo, alzando
la mano hacia la camisa de Kash, aunque se detuvo al ver que estaba
desabrochada—. Eh, ¿qué te ha pasado? ¿Te has ido de fiesta sin mí?
A continuación toqueteó el cierre de los pantalones de la fotógrafa y
añadió:
—Veo que también has perdido el cinturón. Jo, ¿no podías haberme
esperado?
Kash se preguntó si Hilde había sido tan directa y tan irritantemente
posesiva la primera vez. No lo recordaba en absoluto.
—La fiesta se acabó, Hilde. Gracias.
—Déjame darte mi número.
Hilde buscó su bolso, pero Kash se lo impidió.
—No te molestes. Estoy segura de que podré localizarte si quiero
ponerme en contacto contigo.
Mucho después de que Hilde se fuese, ella seguía en el reservado,
observando a la multitud que había a sus pies. Por alguna extraña razón, antes
de regresar al hotel quería asegurarse de que Isabel se había ido.
«¿Para qué? —se preguntó a sí misma—. Lo sabes perfectamente. Tú no
quieres un trío, ¿verdad? Sólo la quieres a ella.»
CAPITULO SEIS
Cuando Isabel llegó al hotel, pidió al servicio de habitaciones que le
trajesen un coñac y se fue con él al balcón, para intentar analizar con cierta
perspectiva el sorprendente giro que habían tomado los acontecimientos de
aquella velada. Se sentía muy inquieta, y estaba hecha un manojo de nervios
y de sentimientos encontrados desde su inesperado tropiezo con Kash en
aquel pasillo.
Cerró los ojos y dejó que el recuerdo del cuerpo de la fotógrafa apretado
contra el suyo le inundase los sentidos. «Es una locura pensar en ella de este
modo. ¿Adónde me va a llevar esto?» Y, sin embargo, no podía evitarlo. Su
cuerpo tenía muy claro lo que deseaba y su mente no quería dejar escapar la
deliciosa sensación que la había atravesado de arriba abajo cuando
comprendió que Kash estaba a punto de besarla.
«¿Qué demonios me está pasando?» Era como si su cuerpo se hubiese
intercambiado con el de otra persona, y el ser en el que ahora habitaba
poseyese más capacidad para sentir que aquel en el que la había habitado
durante toda su vida. Estaba completamente excitada, hasta tal punto que
cada centímetro de su cuerpo clamaba por sentir a Kash sobre ella. «¿Por qué
ella? ¿Y por qué ahora? Cómo puede una pasarse treinta años creyendo tener
una idea bastante precisa de lo que es esto y cómo funciona, y de la noche a
la mañana descubrir que es posible mucho más de lo que había imaginado?»
Nunca se había considerado rígida en cuestiones de sexo. Se había
sentido atraída por las mujeres con las que había estado, por supuesto, y había
creído saber lo que significaba querer y desear. Pero aquello no se parecía en
nada a esto. Aquella necesidad que sentía por Kash, aquella desesperación,
comenzaba a invadir todos y cada uno de sus pensamientos, y su cuerpo se
negaba a renunciar a aquel sordo zumbido de excitación.
«¿Y ahora qué? Salí de allí como una exhalación, sin dar la menor
explicación. ¡Qué oportunidad perdida! Seguro que piensa que soy una
especie de... ¡Quién sabe lo que estará pensando!»
Imaginar que tal vez nunca llegase a besar a Kash la turbaba, pero la
posibilidad de que tal vez sí lo hiciese la preocupaba todavía más. «¿Y si de
verdad quiere besarme... y algo más? ¿Qué ocurrirá entonces?»
El coñac, las espectaculares vistas nocturnas de París, la cálida brisa
sobre su piel y el recuerdo del penetrante perfume almizclado de Kash y de
sus fuertes brazos rodeándola estaban erosionando las fuertes objeciones de
Isabel, sólidamente construidas, frente a las relaciones de una sola noche. «Si
ella estuviese aquí ahora mismo... Oh, si estuviese aquí...»
El coñac le sugirió todo un ensueño de posibilidades. Dejó que su
imaginación se desbocase. Cuando empezó a dormirse estaba ya paladeando
el sabor de la boca de Kash sobre la suya, una idea tan fascinante que ni
siquiera oyó que alguien llamaba a la puerta de la suite.
Una vez más Kash golpeó suavemente la puerta de la Errol Flynn, pero
tampoco hubo respuesta. O Isabel no había regresado al hotel, o se había ido
directamente a la cama. «¡Mierda!» No le sería posible acabar lo que habían
estado a punto de comenzar.
Sabía perfectamente que, si regresaba a la discoteca, no tardaría más que
unos minutos en encontrar a alguien que aliviase el urgente deseo que le
retorcía las entrañas desde aquella breve y erótica escena del pasillo con
Isabel. Sin embargo, aquella alternativa no acababa de satisfacerla.
Regresó a su suite de mala gana, lamentando no haber podido asegurarse
de que Isabel hubiese vuelto sin novedad. «¿Desde cuándo te preocupan esas
cosas?»
Su cuerpo estaba tenso como un tambor, ni mucho menos dispuesto al
descanso, de modo que le alegró comprobar que Claude se había ocupado de
reponer su provisión de vodka.
A la mañana siguiente, no muy temprano, Gillian descubrió a Kash en el
restaurante del hotel. Estaba sola, bebiendo café. Sobre la mesa había una
cestita de bollería recién horneada, al parecer intacta.
—Buenos días —saludó Gillian—. ¿Molesto?
—Por supuesto que no. Siéntate, por favor.
Kash se quitó las gafas de sol y las dejó sobre la mesa, parpadeando ante
la luz. Bajo sus ojos había unas tenues ojeras.
—Humm, parece que tú también te acostaste tarde, ¿eh? —preguntó
Gillian con sonrisa cómplice.
Kash tomó un sorbo de café y se encogió de hombros, sin más
explicaciones.
—Ya vi que te lo estabas pasando muy bien. Linda chica.
—Muy linda, sí —suspiró Gillian—. Oye, cuando regresé al hotel, esta
mañana, Izzy ya se había ido. ¿No la habrás visto por casualidad?
Kash se enderezó en su asiento.
—No la he visto, no.
—Bueno, suele levantarse pronto —comentó Gillian, mientras hacía una
seña al camarero para que le trajese café—. Dejó una nota diciendo que salía
para ver la ciudad y que se encontrará conmigo para la cena, si no tengo otros
planes.
—¿No tendrás una copia de ese itinerario suyo?
—Claro que no. ¿Estás de broma? —preguntó Gillian con gesto de
fingido horror—. Nunca lo pierde de vista. Además, lo cambia cada cinco
minutos.
—Bueno..., pensaba acercarme dentro de un rato a Montmartre, para
tomar unas fotos. Hay unas magníficas vistas de la ciudad, si quieres
acompañarme.
Kash no estaba muy segura del motivo por el que había hecho aquella
oferta. Era un gesto totalmente espontáneo, debido sobre todo a que no
deseaba estar sola. También pensó que tal vez así podría enterarse mejor de la
relación que existía entre Gillian e Isabel.
—¡Vaya, eso sería estupendo! —exclamó Gillian, sonriendo de oreja a
oreja.
***
Isabel siguió su itinerario durante todo el día, incluso sin contar con
Alain como chófer. Había comenzado mucho más temprano de lo que
planeaba, y no tardó en moverse con soltura por el metro de París.
Su jornada comenzó a las cuatro de la madrugada, cuando despertó,
rígida y dolorida, en la tumbona del balcón. Incapaz de dormirse de nuevo, se
acabó el ron, se duchó y salió a desayunar sobre las seis, de modo que a las
cuatro y media de la tarde ya había visitado todos los puntos de su lista, con
tiempo de sobra para tomarse un largo descanso, beber un café y ver a la
gente pasar desde un café del Boulevard Saint-Germain.
Era la primera pausa propiamente dicha que se había permitido en todo
el día, y también su primera oportunidad para pensar detenidamente en lo
sucedido la noche anterior. En cuanto se acomodó y se quedó inmóvil, su
mente la transportó de vuelta al pasillo del bar y a los brazos de Kash.
Algo en su interior la advirtió de que debía preparar alguna reacción
para la próxima vez que viese a Kash. De otro modo, lo más probable sería
que se quedase sin palabras, comenzase a tartamudear o algo peor.
Lo que más le preocupaba era cómo reaccionaría Kash cuando se viesen.
«Si no hace ninguna alusión a que estuvo a punto de besarme, tendré que
entender que desea olvidar lo sucedido. ¡Y tendremos que trabajar juntas
durante otras dos semanas y media!» La posibilidad de que Kash se
comportase como si nada hubiese pasado la deprimió por completo.
«Claro que también puede suceder lo contrario —pensó, pues estaba
segura de haber sabido interpretar la expresión de su rostro—. Si sigue
mirándome así cuando la vea, me derretiré y me dejaré llevar, y a la porra las
consecuencias. Sé que lo haré. Dios, casi estoy dispuesta a suplicárselo si es
necesario. ¿Por qué demonios me importa un bledo con cuántas mujeres haya
estado, ni tampoco que el hecho de estar con ella me convierta en una más de
las muchas a las que no reconocerá un año después? ¿Por qué?»
«Vive como si el mañana no existiese —le decía siempre Gillian—. Por
una vez, deja que el presente te lleve adonde quiera. A veces esas
experiencias casuales y efímeras dejan un recuerdo imborrable.» Parecía un
plan tan bueno como otro cualquiera.
Tal vez debería decirle a Gillian que pensaba competir amigablemente
con ella por las atenciones de Kash. «¿Por qué no? No le importará, lo sé. Lo
comprenderá sin ningún problema. Tal vez incluso pueda explicarme cómo es
que puede una sentirse tan tremendamente atraída por alguien que ya ni
piensa en otra cosa que no sea en lo mucho que desea estar desnuda junto a
ella.»
Sin embargo, mientras lo meditaba, sospechó que existía una enorme
diferencia en la forma en que Gillian y ella deseaban a Kash. Gillian se
contentaría con una sola noche, pero Isabel sabía que ella aspiraba a más. A
mucho, muchísimo más. Una noche con Kash nunca sería suficiente. Miró la
hora en su reloj. «Ha llegado el momento de afrontar las consecuencias —
pensó, llena de excitación—. ¡Por favor, que Kash vuelva a mirarme así!»
La estación de metro más cercana estaba en la siguiente esquina, de
modo que cinco minutos después se hallaba ya dentro de un vagón, camino
del hotel. De repente, no estaba más que a medio camino cuando un corte de
corriente detuvo un tercio del enorme sistema de transporte subterráneo,
incluida la línea en la que ella viajaba.
Tres horas más tarde llegó por fin al hotel, malhumorada, sudorosa y
muerta de hambre. En la suite, Gillian le había dejado una nota que decía:
¿Dónde estás?
Espero que te lo estés pasando tan bien que hayas perdido la noción del
tiempo. Te hemos esperado durante cuarenta minutos, hasta que decidimos
irnos a cenar porque ya teníamos la reserva hecha.
«¿Hemos? —se preguntó—. ¿Hemos, quiénes?»
Si encuentras esto antes de las ocho, vístete y reúnete con nosotras en...
La nota detallaba el nombre y la dirección de un restaurante de Pigalle,
pero Isabel pasó rápidamente por alto aquella parte, pues eran ya las nueve
menos diez.
Si regresas más tarde, estaremos en Vive la Vie. Kash le dirá al portero
que te esperamos.
Bueno, eso explicaba el «hemos». Se le cayó el alma a los pies. De
modo que Kash y Gillian habían cenado juntas. Gillian había conseguido su
oportunidad de estar a solas con Kash para averiguar si la fotógrafa estaba
interesada en algo más.
Isabel debía ir al club, no había más remedio. Lo más probable era que
Gillian se preocupase si no tenía noticias de ella cuanto antes. Sin embargo,
verlas juntas no le apetecía lo más mínimo. «La quiero para mí sola, Gilí,
tanto que toda noción sobre ayudarte a conseguirla se ha evaporado. Espero
que lo comprendas. Después de todo, no hago más que seguir tus consejos.
Estoy dejando que mi cuerpo me lleve adonde desea ir. Y va directamente a
por ella, de eso no cabe la menor duda.»
Tras darse una ducha y tomarse el Boeuf Bourguignon que había
encargado al servicio de habitaciones, comenzó a arreglarse para volver al
club. «Hoy me he recorrido medio París. ¿Por qué no me habré comprado
algo que ponerme?» La ropa que se había traído no se parecía en nada a la
que llevaban las mujeres en el Vive la Vie. Ella no había metido en la maleta
más que unas cuantas prendas cómodas, pues le habían dicho que le
entregarían su nuevo vestuario durante la primera semana del viaje.
Gillian estaba siempre ofreciéndole que se pusiese sus cosas, y ambas
estaban tan acostumbradas a prestarse prendas de ropa que no dudó en revisar
el armario de su amiga al no encontrar en el suyo nada adecuado. Escogió
una faldita corta, que, en circunstancias normales, la habría hecho sentirse
algo azorada.
Sin embargo, aquella noche estaba decidida a no ser invisible.
Finalmente se puso su propia blusa, una blanca y muy sencilla, pero
atada delante para dejar al aire parte del vientre. Añadió unos zapatos de
tacón, también de Gillian, que le quedaban algo grandes, y un poco de
maquillaje.
Se pasó otros veinte minutos muy atareada con su peinado, para
arreglárselo con un estilo parecido a lo que había visto en el local.
La mujer que la contemplaba al otro lado del espejo era casi
irreconocible. Estaba sexy, con un punto pícaro, lista para divertirse y
totalmente en armonía con aquel nuevo e hipersensible cuerpo que habitaba
ahora. «Esta noche no seré Izzy. Esta noche soy Isa. E Isa es una chica muy
salvaje, por lo que parece. ¡Quién hubiera dicho que la llevaba dentro!»
Para cuando se sentó a cenar con Gillian, Kash sabía ya un montón de
cosas sobre ella y sobre Isabel. La había dejado hablar mientras exploraban
las calles de Montmartre: gustos y manías, colegios en los que había
estudiado, empleos e intereses. Y mientras se lo contaba todo, Gillian iba
añadiendo un montón de información sobre Isabel. De hecho, se lo había
contado casi todo, excepto la verdadera naturaleza de la relación que existía
entre ambas.
Kash sacó el tema a la hora del postre, intentando aclarar las cosas.
—Así que hace mucho que os conocéis... —dijo, de manera casual,
repitiendo una información que Gillian ya le había proporcionado.
—Nos conocimos en la facultad —confirmó ésta—. De hecho, fue ella
quien me enseñó a nadar.
Eso era nuevo.
—¿Ah, sí?
—Yo siempre le había tenido miedo al agua —comenzó Gillian—. De
pequeña no había podido aprender, porque donde yo vivía no había ni lagos
ni piscinas. Total, que fui a la piscina de la universidad porque me habían
dicho que daban clases para principiantes. En dos palabras: el primer día
resbalé y caí al agua, y ella saltó para rescatarme.
Kash estaba impresionada.
—Isabel es una persona muy entregada a los demás, aunque tiende a
dejarse llevar demasiado por la rutina.
—Nunca lo hubiera dicho, viendo ese itinerario que se ha diseñado —
observó Kash en tono burlón.
Gillian soltó una carcajada.
—Oh, eso no es nada.
—¿Ah, no? ¿Qué quieres decir?
—Veamos: se levanta a las seis; se va a correr o a nadar hasta las siete.
Desayuna, normalmente muesli, fruta o algo saludable. Después se va a
decorar pasteles. Es muy buena en eso, por cierto: sus pasteles son verdaderas
obras de arte comestibles. En fin, después del trabajo, o bien da clases de
natación o bien se queda en casa leyendo. Se acuesta a las once. Los fines de
semana sale en bicicleta en lugar de ir a correr. Planea detalladamente sus
vacaciones, con meses de adelanto, y recuerda los cumpleaños de todos sus
amigos y compañeros de trabajo.
—Ya me voy haciendo a la idea —dijo Kash—. Es la personificación
del animal de costumbres.
—Eso es. Y también un ser de otra época. Una romántica empedernida
de las que ya quedan pocas —explicó Gillian, acabándose su crème brülée
con un gemido de satisfacción.
—¿Qué significa eso exactamente?
—Oh, de esas que salen en los cuentos de hadas —replicó Gillian—. De
esas chicas que creen que el destino les traerá a su alma gemela. Caerá un
rayo o algo así cuando se encuentre con «su amada», se casarán, serán felices
y comerán perdices. Fin de la historia.
Kash no pudo reprimir una carcajada.
—Lo siento, no pretendía burlarme —aclaró, pues no quería que Gillian
creyese que estaba ridiculizando a Isabel—. Es que me imaginé el rayo, y a
Isabel, y me pareció extrañamente coherente...
Gillian rió también.
—En su defensa he de decir que no es una persona torpe, Kash, ni suele
ser tan propensa a los accidentes. Sospecho que todo se debe a que
últimamente la han sacado tanto de sus rígidas rutinas que está algo
desorientada.
—De modo que vosotras dos... no sois... —sugirió Kash, dejando la
pregunta en el aire.
—¡Oh, no, sólo somos amigas! —exclamó Gillian—. Amigas íntimas,
prácticamente hermanas. Y vecinas, además.
—Por la forma en que bailabais anoche, me pareció...
—Ah... Bueno, nos estábamos divirtiendo, eso es todo. Intento hacer que
se suelte un poco, siempre que puedo —explicó Gillian—. No suele
frecuentar las discotecas, a menos que yo la arrastre hasta ellas.
«Quién lo diría, por la forma en que bailaba esta noche», pensó Kash.
—Entonces, ¿no había ido allí a ligar?
Gillian rió a carcajadas.
—Me quedaría con la boca abierta si me enterase de que lo ha hecho
alguna vez. Izzy sale en plan formal, a veces durante semanas, antes de
acostarse con una mujer.
Consciente de con quién se encontraba, Kash no frunció el entrecejo, a
pesar de que aquella revelación le resultaba bastante enojosa. La idea de
pasar una noche con Isabel le había parecido muy atractiva. De hecho había
pensado que aquella mujer se merecía una agradable noche en el hotel, y no
un mero polvo rápido sobre un sofá. Pero no parecía muy probable que
aquello fuese a suceder. «Sí, es tal como yo había pensado: de las que exigen
demasiado compromiso. Una pena. En fin, hay más peces en el mar, como
suele decirse.»
—Y bien, ¿lista para irnos al club?
—Desde luego que sí —replicó Gillian, con los ojos brillantes y una
sonrisa coqueta en el rostro.
—¿Qué ocurre?
—Oh, estoy pensando cómo hacer para conseguir bailar contigo una vez
estemos allí.
Gillian había sido una agradable compañía, interesada pero no insistente,
y Kash aceptó complacida.
—Claro, eso está hecho.
¿Sucedería algo más? Bueno, eso ya se decidiría más tarde.
El portero del club no reconoció a Isabel de inmediato, pero cuando ésta
mencionó el nombre de Kash la dejó pasar sin problemas. El local estaba tan
concurrido como la noche anterior. Mientras se abría paso en aquel mar de
mujeres, sintió una punzada de satisfacción, al darse cuenta de que atraía el
mismo tipo de miradas interesadas que había obtenido Gillian la noche
anterior.
«Soy Isa, no Izzy —se recordó a sí misma—. Una chica amiga de fiestas
que no piensa en el mañana. Tengo que estar abierta a todo y descubrir
adonde me lleva la noche.» No estaba muy segura de lo que intentaba
demostrar. En realidad, la opinión de aquellas mujeres la traía sin cuidado,
aunque tenía que admitir que su ego se había sentido algo herido la noche
anterior. «Pero lo que deseo, sobre todo, es que Kash se fije en mí. Por eso he
tardado una hora en vestirme, cuando habitualmente eso no me ocupa más de
diez minutos.»
Lo primero que hizo fue echar un vistazo a la parte superior del local,
pero desde donde estaba no podía ver la zona VIP. Después recorrió con la
mirada la planta baja, mientras iba bailando hacia la barra. De vez en cuando,
alguna mujer se apartaba de su acompañante y bailaba unos pasos con ella,
siguiéndola un rato; Isabel disfrutaba con aquellos coqueteos.
Cuando las vio se hallaba ya en el extremo más alejado de la pista de
baile, justo debajo de una luz roja intermitente. Kash y Gillian estaban a dos
o tres metros de ella, en una zona en sombras; al parecer, Kash había
aprendido la lección, después del incidente del móvil con cámara de la noche
anterior.
Isabel había previsto aquella posibilidad pero, aun así, la cruel realidad
la trastornó: Kash y Gillian estaban pegadas la una a la otra, rozándose las
caderas con un provocativo contoneo; las manos de Kash estaban extendidas
sobre el trasero de Gillian. La fotógrafa tenía el rostro vuelto hacia Isabel,
pero sus ojos estaban cerrados, y Gillian miraba hacia el otro lado, de modo
que Isabel se quedó parada observándolas, sin ser consciente de nada más.
Se le cayó el alma a los pies. «He llegado demasiado tarde.» Sus deseos
de unirse a la fiesta se evaporaron tan rápidamente como habían surgido. Sin
embargo, antes de que pudiese dar ni un paso hacia la salida, Kash abrió los
ojos y la miró directamente. El tiempo se congeló durante unos segundos,
antes de que Isabel se diese la vuelta para huir.
Sus primeras y apresuradas zancadas sobre los zapatos de tacón alto que
había cogido prestados fueron tan inestables que decidió detenerse para
quitárselos. Sólo la horrorosa posibilidad de caerse de nuevo podía hacerla
dudar, ya que tenía tal nudo en el estómago que creyó que iba a vomitar.
«¿Cómo puedo ser tan estúpida? —se preguntó, avergonzada por
haberse dejado llevar hasta tal punto por la reacción de sus hormonas ante
Kash—. Estaba tan obsesionada con la idea de acostarme con ella que he
perdido el sentido. ¡Acicalarme para atraer su atención! Estaba dispuesta a
echarme en sus brazos, aunque sólo fuese por una noche. Y ahora, al verla
bailando con Gillian, actúo como una adolescente cegada por los celos.
¡Compórtate! ¿Y todo por qué? ¿Qué demonios me ha hecho pensar que
estaba interesada por mí?»
Kash tardó varios segundos en asimilar la transformación y reconocer
que la espectacular rubia que tenía delante era Isabel.
Tardó unos segundos más en comprender que la expresión que había en
el rostro de Isabel justo antes de que se diese la vuelta y se fuese era de
sorpresa y... ¿decepción?
De repente todo encajó. Era cierto que Isabel estaba interesada en ella y,
aunque al principio le había dado la impresión de ser difícil de conseguir y de
que exigía demasiado de sus parejas, la joven había cambiado durante su
estancia en París. La ciudad era un maravilloso afrodisíaco, y había
conseguido relajarla en gran medida. Y Kash pensaba aprovecharse de aquel
cambio.
La fotógrafa había decidido ya que no iba a haber nada más entre Gillian
y ella. No había sido más que un baile. No deseaba ninguna complicación,
porque quien le interesaba era Isabel, no su amiga.
Era hora de decírselo a Gillian. «Así ella se lo contará a Isabel.»
—Mira, Gillian, allí está Isabel —le dijo, apartándose un poco de ella.
Gillian miró a su alrededor.
—¿Ha podido venir? ¡Estupendo! ¿Dónde está?
—La he visto ir hacia la entrada —dijo, soltándola del todo y retirándose
—. Gracias por el baile.
Gillian captó el tono y el mensaje, y se lo tomó de buen humor.
—¿No hay posibilidad de otro baile o algo así más tarde?
Kash le acarició suavemente la mejilla.
—Eres una mujer encantadora: preciosa, sexy y muy divertida. Tal vez
podamos dar algún paseo juntas durante este viaje. Eso me gustaría, pero
nada más.
—Está bien, no pasa nada. Lo comprendo. Me ha encantado bailar
contigo.
—Ha sido un placer.
—En fin, supongo que debo ir en busca de Izzy.
Kash se quedó mirando cómo desaparecía Gillian entre la multitud y,
seguidamente, se dirigió a la barra para pedir otro vodka.
Llegó a tomar un tercero, y aceptó que la sacasen a bailar un par de
veces, pero ninguna de las mujeres del club atrajo su interés, ya fuera por su
conversación o por sus intenciones. Su mente no hacía más que recordar a
Isabel, mucho después de que no existiese la menor duda de que se había ido
y no pensaba volver. Kash no solía desperdiciar ni una neurona en
preocuparse por nadie y, sin embargo, aquella sorprendida e infeliz expresión
de Isabel no dejaba de incomodarla. Pero tenía la intención de hacerla
desaparecer de su rostro, sustituyéndola por una sonrisa de satisfacción.
Kash nunca se había disculpado por su forma de tratar a las mujeres, y
no pensaba hacerlo ahora tampoco. Siempre había dejado bien claras sus
intenciones. Todas las mujeres con las que se acostaba eran conscientes de
que no debían esperar nada más de ella, y ninguna quedaba descontenta
cuando se separaban. Al parecer, Isabel era ahora más receptiva a su estilo de
vida.
Cuando ya abandonaba el local, descubrió que Gillian estaba con una
rubia, alta y larguirucha, vestida de cuero. En cualquier otra ocasión habría
aguardado a que Gillian estuviese menos ocupada, pero llevaban ya varios
minutos besándose y la cosa se iba poniendo cada vez más ardiente.
De modo que la agarró del hombro y esperó a que la reconociese. No
sería más que un segundo. Le había parecido que Isabel se había quedado
muy alterada al ver cómo Gillian y ella se acariciaban. «Dormiré mejor
sabiendo que Gillian se lo ha aclarado todo.»
—Ah, hola, Kash.
Gillian jadeaba con fuerza, el rostro arrebolado.
Ambas tenían que hablar muy alto para poder oírse por encima de la
música.
—Perdona que te interrumpa. Vuelvo ya al hotel. ¿Has encontrado a
Isabel?
—No. Supongo que se habrá ido —replicó Gillian. No parecía
preocupada en lo más mínimo—. Ya te dije que no le gustan demasiado las
discotecas. Ha estado fuera todo el día; seguro que se encontró cansada y
regresó al hotel.
Kash sacó su móvil, marcó el número y le ofreció el teléfono a Gillian:
—¿Quieres asegurarte de que ha llegado sin novedad?
Después de una larga espera, Gillian saludó:
—Hola, Izzy, soy Gilí. ¿Todo va bien?
Kash se moría de ganas por saber qué estaría diciendo Isabel.
—Sí, eso me pareció —sonrió Gillian, para después soltar una carcajada
—. Bueno, hago lo que puedo.
Hizo una pausa mientras escuchaba y después alzó la vista hacia Kash.
—Está aquí mismo —dijo, haciendo de nuevo una larga pausa—. No,
maldita sea.
Kash se tranquilizó un poco. «Al menos ya sabe que no estamos juntas.»
—Bueno, esta noche te quedas sola. Yo dormiré fuera —añadió Gillian,
quedando de nuevo a la escucha—. Parece un plan estupendo. Que duermas
bien.
Cerró el teléfono y se lo devolvió a Kash, mientras le decía:
—Tal y como yo me figuraba: ha estado por ahí dando vueltas como una
loca y le ha sobrevenido el cansancio, de modo que ha vuelto al hotel. Dice
que no hay que preocuparse por ella. Ah..., y también que, como el vuelo no
sale hasta mediodía, hará las maletas esta noche para poder salir otra vez de
turismo mañana, bien temprano. Yo le he dicho que dormiré fuera.
—Muy bien. Me parece que yo también volveré al hotel —repuso Kash
—. Pásalo bien.
—Caramba, sois unas aguafiestas de mucho cuidado.
Isabel no solía beber en exceso, pero, en cuanto estuvo de vuelta en la
suite, encargó una botella de vino y, para cuando Gillian la telefoneó, ya se
había bebido una buena parte. Había previsto aquella llamada, de modo que
tenía ya ensayadas las respuestas. Procuró explicarse con el mismo tono
risueño y despreocupado que solía usar, a pesar de que se sentía de todo
menos risueña.
—¿Diga?
—Hola, Izzy, soy Gilí. ¿Todo va bien?
—Hola, Gilí. Sí, perfectamente, aunque estoy agotada. Llevo desde esta
mañana de aquí para allá, y de pronto me ha sobrevenido todo el cansancio.
—Sí, eso me pareció.
—Me habría quedado a hablar contigo, pero estabas bailando con Kash
y parecías tan feliz que no quise interrumpirte. ¿Te lo estás pasando bien,
entonces? —preguntó, y al momento oyó que Gillian soltaba una carcajada.
—Bueno, hago lo que puedo.
Isabel se las imaginó a las dos estrechamente abrazadas sobre uno de los
sofás de la zona VIP. Conociendo a Gillian, no le sorprendería que a su
amiga le faltasen algunas piezas de ropa a esas alturas.
—¿Está Kash por ahí? —preguntó.
—Está aquí mismo.
—Bien, pues no tenéis por qué perder el tiempo preocupándoos por mí,
ninguna de las dos. Te dejo ya.
Isabel se preguntó si ambas acabarían en su habitación o en la de Kash.
«Seguro que en la de Kash.» ¿Seguro? «¿Y si no es así?» No le haría ninguna
gracia encontrárselas a ambas, recién levantadas de la cama y frente a su
primera taza de café.
—Oye, por cierto, ¿has pensado ya dónde vas a dormir esta noche?
—No, maldita sea.
—Bueno, es que estaba pensando que, como nuestro vuelo no sale hasta
mediodía, voy a hacer las maletas esta noche, para levantarme temprano y
visitar unos cuantos lugares más.
—Bueno, esta noche te quedas sola. Yo dormiré fuera.
—Ya me lo imaginaba. Si no estoy de vuelta a la hora en que estés lista
para salir hacia el aeropuerto, llévate también mi maleta y nos encontramos
allí, ¿vale?
—Parece un plan estupendo. Que duermas bien.
—Gracias, Gilí. Diviértete. Hasta cuando nos veamos.
Isabel colgó el teléfono. Deseaba borrar de su cerebro la imagen de Kash
y su amiga bailando juntas. «Por favor, no volváis aquí esta noche.»
CAPITULO SIETE
Isabel salió de su dormitorio a las cinco y media de la mañana siguiente,
haciendo el menor ruido posible. Estaba agotada por la falta de sueño y tenía
un dolor de cabeza de escala Richter. No había oído entrar a nadie en la suite,
pero había conseguido dormitar algún que otro rato, de modo que era posible
que Gillian y Kash se hubiesen colado en el dormitorio anexo.
La puerta estaba abierta de par en par, tal y como la había dejado ella la
noche anterior tras andar revolviendo en el armario de Gillian. Contuvo la
respiración antes de echar un vistazo por la abertura. En cuanto pudo
confirmar que nadie había dormido en aquella cama, exhaló
entrecortadamente el aire contenido.
Se sentía aliviada y decepcionada a la vez. «Menos mal. Así no tendré
que soportar sus escenitas, tal vez con Kash semidesnuda por ahí.» Evocó la
perfección escultural del suave torso de la fotógrafa, que había podido
entrever en su primer encuentro, cuando ésta se cambió de camisa. «No creo
que pudiese soportarlo, verla desfilar por ahí con apenas nada encima,
oliendo a sexo... Y eso sin tener en cuenta la posibilidad de que le guste andar
por ahí desnuda..., y yo sin poder tocarla ni abrazarla. Eso sería una tortura,
una total y absoluta tortura.»
Isabel no creía probable que Gillian regresase tan temprano, pero aun así
se apresuró a abandonar la suite, ansiosa por respirar aire puro y tomarse un
café solo. No quería pensar demasiado en si le sería posible actuar como si
nada cuando las viese juntas en el aeropuerto. Eso era lo máximo que podría
dilatar lo inevitable. Al menos, verlas juntas allí le resultaría menos penoso
que contemplarlas con el brillo en los ojos que proporciona el sexo reciente.
Y si era cierto que Kash merecía la peor parte de su fama, meditó Isabel,
tal vez para cuando las viese su aventurilla ya habría terminado.
«En principio no es mi tipo de mujer. Coquetea con todas y, por lo que
se ve, se baja las bragas ante la mínima provocación. ¿Quién sabe con
cuántas se habrá acostado ya? Ni siquiera ella lo sabe, diría yo. No, está claro
que no hubiese podido escoger a nadie más inadecuado, al menos para el tipo
de vida que siempre he proclamado desear, o para el tipo de persona que
siempre he proclamado ser. Entonces, ¿por qué me atrae tanto que no puedo
quitármela de la cabeza? ¿Será que Isa no posee ni una pizca de sentido
común?»
Kash estaba sentada exactamente en el mismo asiento, e incluso volvía a
tener puestas las gafas de sol, aunque el día estaba tan nublado que el
restaurante del hotel estaba mucho más oscuro que el día anterior.
El café y la cestita de bollería eran también idénticos, y era obvio que
los bollos seguían intactos. Gillian comprendió, por fin, que aquella cestita
era un detalle en honor de la celebridad de Kash.
—Pareces tan hecha polvo como yo me siento —murmuró Gillian con
voz rasposa.
Su sonrisa proclamaba que la velada había merecido la pena, por mucho
que ahora se estuviese cobrando su peaje.
—Siéntate —dijo Kash, haciendo una señal al camarero para pedirle
más café—. ¿La rubia del traje de cuero?
Gillian sonrió de oreja a oreja, asintiendo lentamente varias veces.
—Françoise. Una deliciosa copa de Perrier, por si quieres saberlo.
Kash dejó escapar una carcajada.
—Las mujeres son las criaturas más maravillosas del mundo.
—Desde luego que sí —convino Gillian, dejando escapar un hondo
suspiro de satisfacción—. Echaré de menos París, sin duda.
—Espera a llegar a Roma —la advirtió Kash—. Las mediterráneas son
una especie aparte, fogosas y apasionadas.
—¿Sabes de buenos locales allí?
—Conozco locales en todo el mundo, Gillian, públicos y privados.
Suelen invitarme a las inauguraciones, aniversarios y eventos especiales.
Gillian se dio una palmada en la frente, como diciendo «¡Seré tonta!», y
sonrió:
—Claro, claro, por supuesto que sí.
—Así que, cuando quieras salir por la noche, no tienes más que
decírmelo.
A continuación Kash posó la mano sobre la de Gillian y añadió:
—Me alegro de que entiendas lo de..., bueno, lo de que no podamos ser
más que amigas. Me he sentido muy tentada, quería que lo supieses.
Isabel no tenía intención de regresar al hotel. Sin embargo, aunque el
cielo estaba completamente despejado cuando salió, a primera hora, mientras
estaba pasendo por los jardines de las Tullerías se desencadenó
inesperadamente una tormenta. Para cuando pudo encontrar refugio ya estaba
empapada, de modo que se apresuró a regresar al Napoleón, rezando para no
encontrarse allí nada que no desease ver.
Entró en la suite haciendo el mínimo ruido posible y, a continuación, se
quedó inmóvil un momento, escuchando. Aliviada al no oír nada más que el
silencio, se encaminó hacia su dormitorio para cambiarse, deteniéndose
brevemente ante la puerta abierta del de Gillian para echar un vistazo. La
ropa que su amiga había llevado puesta la noche anterior estaba tirada sobre
la cama. «De modo que ha estado aquí. ¿Y qué habrá hecho después? ¿De
vuelta a la suite de Kash?»
Lo único que sabía era que pensaba aprovechar la ocasión. Se cambió en
tiempo récord y salió de la suite, agradeciendo la breve tregua.
Cruzó el vestíbulo, con todos los sentidos alerta ante lo que sucedía a su
alrededor, pues contaba con que tal vez vería a Kash, a Gillian o a ambas a la
vez. En cualquier otra ocasión ni las habría visto, pues apenas fue un fugaz
atisbo al pasar ante la puerta del restaurante, pero se detuvo en seco.
Estaban sentadas en una mesa, la una frente a la otra, en plena
conversación. Justo en ese momento, Kash tomó la mano de Gillian.
«¿Por qué me estoy haciendo esto?» Isabel se obligó a seguir avanzando
hasta salir del hotel, jurándose que no permitiría que lo que acababa de ver la
preocupase ni arruinara su última mañana en París. Pero ya no estaba de
humor para el arte, la arquitectura ni nada de lo que la ciudad podía ofrecerle.
Caminó sin rumbo por las calles hasta que, por fin, reconoció lo que estaba
reconcomiéndola por dentro.
Ante aquella revelación, se dejó caer sobre el banco más cercano,
completamente atónita. «¡Estoy celosa! —comprendió—. ¡Celosa, yo! ¡Y no
sólo un poquito, sino locamente, increíblemente celosa!» Nunca se habría
creído capaz. Era un sentimiento completamente nuevo para ella y, aunque no
le gustaba ni lo más mínimo, era algo poderoso, avasallador, que la hacía
sentir increíblemente viva. «¿Por qué ahora sí, y no con Sylvia? ¿Qué
significa todo esto?»
En sus relaciones anteriores nunca había experimentado ni el menor
rastro de celos, a pesar de haber tenido numerosas oportunidades para ello: ni
cuando la mujer con la que salía coqueteaba con una camarera, o miraba con
deseo a alguna joven que pasaba junto a ella, ni siquiera cuando bailaba con
alguien de una forma demasiado provocativa para ser del todo inocente.
Cuando eso sucedía, Isabel se limitaba a reconocer que su novia estaba
perdiendo el interés por ella y que el final de su relación estaba cerca.
Tampoco se había sentido celosa con Sylvia, su pareja más reciente y la
que parecía tener más posibilidades de Kash también buscaba a Isabel entre la
gente, aunque procuraba disimularlo. No conseguía borrar de la mente el
gesto de clara decepción que había visto en el rostro de la joven. No le
gustaba herir innecesariamente a ninguna mujer. Esperaba que Gillian le
contase a Isabel cuanto antes que no se habían acostado juntas, porque, desde
luego, ella no podía decírselo.
—Ahí viene —anunció Gillian, agitando la mano para llamar la atención
de Isabel, que se acercaba hasta donde ellas estaban.
«Algo le ha pasado», pensó Kash. Isabel parecía muy seria y
preocupada, sin rastro del característico entusiasmo que solía emanar. Tenía
los hombros caídos y parecía que le costaba avanzar.
Kash notó también que Isabel apenas miraba en su dirección. «Estaba en
lo cierto, le ha dado fuerte por mí. Lo único que queda por saber es dónde y
cuándo.»
—Hola, Isabel —saludó.
—Hola, chicas.
Isabel se dejó caer en un asiento vacío junto a Gillian, intentando con
todas sus fuerzas comportarse como siempre con Kash. «¿Qué demonios me
pasa? No hace más que unos días que la conozco pero, después de que
tropezámos en aquel pasillo, en cuanto estoy a un metro de ella mi cuerpo
experimenta una loca reacción visceral.» Tenía el corazón desbocado y la piel
ardiendo. «¡Dios, tengo tantas ganas de que me toque que ni siquiera soy
capaz de pensar!»
—¿Qué tal? ¿has conseguido ver todo lo que querías? —preguntó
Gillian.
«Y también unas cuantas cosas que no quería ver», pensó la aludida.
—Supongo que sí. Ya estoy lista para ir a Roma. Ah, gracias por traer
mi maleta. Estoy estupendamente, excepto por un dolor de cabeza que no se
me va —concluyó Isabel, mientras se masajeaba las sienes.
—Unete al club —la invitó Gillian con una risita—. Kash y yo
estábamos hace poco comparando nuestras respectivas resacas. Pero no me
quejo, tranquila. Una pequeña molestia después de una magnífica noche en
París no es un precio excesivo que digamos.
«Conque magnífica, ¿eh? Restriégamelo por las narices, sí.»
—Si tú lo dices...
No era que Isabel le estuviese reprochando a Gillian que pasara la noche
con Kash: tan sólo quería disfrutarla ella también.
Mientras observaba a Isabel, Kash se sintió algo decepcionada. Por muy
molesto que fuese en algunas ocasiones el incansable optimismo que se había
acostumbrado a esperar de aquella mujer, lo echaba de menos. Era como si le
faltase su chispa. «¡Para que luego hablen de las señales contradictorias!
Aclárate de una vez, Isabel.» Tal vez lo mejor sería pasar de ella, después de
todo. «Demasiadas complicaciones, si se pone así solomente por habernos
visto bailar juntas.»
Comenzó el embarque para su vuelo, lo que acabó momentáneamente
con la conversación. Cuando la jefa de las azafatas reconoció a Kash, le
ofreció un asiento en la espaciosa primera fila del Airbus, a varios metros de
Gillian e Isabel. Kash aceptó. Ya no era tan divertido estar con las dos
amigas. Gillian sabía cuidar perfectamente de sí misma, e Isabel..., en fin,
Isabel tenía que madurar. Podrían pasárselo bien juntas si la joven se dejase
llevar, pero Kash no tenía ni tiempo ni ganas de hacer de niñera.
Tal vez sería mejor dejarlas ir por su cuenta, excepto en lo
imprescindible para las sesiones de fotos. Y, por supuesto, mantendría su
promesa de mostrarle a Gillian algunos locales, si surgía la ocasión, aunque
sería más por contribuir a la diversión de la joven que por la suya propia. Las
discotecas y sus efímeras amistades y encuentros sexuales la satisfacían cada
vez menos. «Es otra vez ese rollo de la edad, nada más; deja de darle vueltas.
Ya es suficiente con que tu cumpleaños esté cada vez más cerca.»
Un apuesto italiano llamado Massimo las esperaba en el aeropuerto de
Fiumicino con un letrero en el que estaban los nombres de las tres, pero
estaba claro que no lo necesitaba. Comenzó a gritar «¡Kash! ¡Kash!» y a
saludarlas con la mano en cuanto reconoció a la fotógrafa.
Era el equivalente romano de Alain en todos los aspectos, con la misma
rendida admiración por el talento de Kash y el exagerado celo por atenderla
hasta en el menor detalle.
Su entusiasta saludo hizo que todos los que estaban a su alrededor
comprendiesen de inmediato que había una celebridad entre ellos y, en un
instante, Kash se vio rodeada por cazadores de autógrafos y flashes de
cámaras y teléfonos móviles, que se incrementaron exponencialmente
mientras se dirigían hacia la salida. Para cuando llegaron hasta su automóvil,
la multitud se estaba volviendo ya muy molesta. La gente empujaba para
acercarse a ella y alzaba la voz para atraer su atención, de modo que tanto
Isabel como las demás se alegraron cuando por fin pudieron ponerse en
camino.
—Ha resultado casi intimidante —dijo Gillian, moviendo la cabeza en
un gesto de incredulidad—. ¡Menuda muchedumbre!
—No sé muy bien por qué, pero en Italia soy especialmente famosa —
comentó Kash en tono irónico.
Gillian dejó escapar una risita, pero a Isabel no le pareció nada gracioso
el comentario. Era una razón más para no sentirse tan absurdamente atraída
por la fotógrafa.
Kash había desencadenado un escándalo a escala internacional un año
antes, cuando la fotografiaron en una fiesta posterior a los Oscar besando a la
joven belleza italiana que había recibido el Premio de la Academia a la mejor
actriz secundaria. Seguramente la noticia no habría destacado tanto de no
haber tenido Kash la mano posada sobre el pecho de la mujer... y si no se
hubiese visto en la televisión cómo la actriz besaba a su marido, productor,
con un entusiasmo considerablemente menor cuando su nombre fue
anunciado.
El automóvil se abrió paso entre un tráfico alarmantemente
congestionado, mientras Massimo señalaba de vez en cuando algún edificio o
lugar destacable. Isabel hizo unas cuantas preguntas sobre algunos de los
principales atractivos de la ciudad, pero no se parecía en nada a la cotorra que
había atosigado a Alain durante sus primeras horas en París.
Los paisajes y los sonidos de la Ciudad Eterna cautivaron a Isabel tanto
como París. En aquel cálido cuatro de julio, Roma se mostraba bulliciosa y
llena de vida. Las calles de la ciudad, tostadas por el sol, estaban atestadas de
gente y de vehículos. La mezcla entre lo antiguo y lo moderno la maravilló.
Sin embargo, su deliciosa proximidad a Kash también la distraía.
Estaban sentadas prácticamente hombro con hombro en la parte trasera del
pequeño Fiat, de modo que podía percibir el penetrante perfume de la
fotógrafa y atisbar a hurtadillas el suave movimiento de su pecho al respirar.
Kash se pasó todo el viaje hasta el hotel mirando por la ventanilla,
mientras tarareaba algo por lo bajo. Isabel ya se había fijado en que lo hacía
de vez en cuando, normalmente en voz tan baja que apenas era audible.
Esta vez, la melodía le resultó conocida. Isabel intentó identificarla: era
una vieja canción de los Beach Boys, / Get Around. Algo así como «He
estado ya con muchas.» Era tan patéticamente adecuada que casi le dio la
risa. Pero la intención de Kash no era hacer ningún chiste. Su gesto distante y
distraído lo dejaba bien claro. «Creo que ni siquiera es consciente de estar
cantándola.»
Sus habitaciones eran tan lujosas como las suites parisinas. El
prestigioso hotel Aldrovandi Palace era un oasis en pleno corazón de Roma,
adyacente a los exuberantes y serenos jardines de Villa Borghese y muy
cercano a la Via Veneto y a la escalinata de la Plaza de España. El refinado
interior del hotel estaba en perfecta armonía con la elegancia de su fachada,
del siglo XIX. Las más ricas telas adornaban sus clásicos sofás, elaborados
cortinajes del más fino lino enmarcaban los lechos y las pinturas de las
paredes recordaban a los maestros italianos.
—Desde luego, la gente de la revista ha acertado de lleno al escoger
nuestros hoteles —dijo Gillian, admirando las vistas sobre los jardines desde
la ventana, mientras Isabel deshacía su maleta.
—Es magnífico, sí —contestó ésta automáticamente.
En aquel momento encontró el cinturón de Kash, que había enrollado
cuidadosamente y había metido entre su equipaje, aguardando el momento de
devolvérselo. La imagen de la ocasión en la que había llegado a sus manos
apareció en su mente como un relámpago: Kash, a la tenue luz del pasillo del
club, con la camisa abierta y su propio cuerpo clavándola contra la pared.
Había huido de aquel lugar a tal velocidad que no se dio cuenta de que seguía
teniendo el cinturón en la mano hasta que estaba ya a medio camino de
regreso al hotel.
—Está bien, ya basta —dijo Gillian, apartándose de la ventana para
tenderse cuan larga era en la enorme cama, mientras dirigía toda su atención a
Isabel—. Venga, suéltalo ya. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Dónde se ha metido la
eterna optimista que yo conocía y a la que tanto quiero?
—No me pasa nada.
Isabel había intentado decirlo con algo de convicción, pero era muy
mala mintiendo y Gillian sabía detectar cualquier intento de evasiva.
—Venga ya, Izzy. Acabarás por decírmelo, siempre lo haces, así que
vamos a quitárnoslo de encima cuanto antes, ¿vale? Tal vez yo pueda
ayudarte en algo.
—Algunas veces desearía que no pudieras leerme la mente con tanta
facilidad.
Isabel se quitó los zapatos de un golpe y se tendió sobre la cama que
había junto a la de Gillian, con la espalda apoyada en el tallado cabezal y las
piernas estiradas.
—Deja que antes te pregunte una cosa. —Se mordió nerviosamente el
labio—. Eso que hay entre tú y Kash... ¿crees que tiene algún futuro?
Gillian alzó la vista hasta su amiga.
—¿Eh? ¿Lo que hay entre Kash y yo...? ¿De qué me hablas?
—Ya sabes... ¿Vas a volver a acostarte con ella?
Gillian frunció el entrecejo, completamente confusa.
—¿Volver? Nunca me he acostado con ella, Izzy. Y no por falta de
ganas. Pero ella declinó mi oferta. ¿Qué te hace pensar que lo hicimos?
—¿Ah, no? ¿De veras? —preguntó Isabel, sin poder ocultar la alegría
que sentía.
—Claro; esta noche la pasé con una maravillosa rubia, vestida de cuero,
llamada Françoise —explicó Gillian, ahogando un bostezo—, quien, por
cierto, es una de las mujeres más insaciables con las que he tenido el placer
de acostarme.
La sonrisa que iluminaba el rostro de su amiga hizo saber a Isabel que
ésta no se sentía nada descontenta con la forma en que había acabado la
velada, fuese o no con Kash.
—Bueno, es que os vi bailando juntas anoche —explicó—, y después en
el restaurante, esta mañana..., así que creí que...
—Tan sólo bailamos una vez. Se marchó, después de preguntarme por
ti, por cierto, y hoy me la encontré cuando bajaba a por un café. Eso es todo
—aclaró Gillian, escrutando atentamente el rostro de su amiga—. Oye...,
estás muy contenta de que no nos hayamos... ¿A que sí?
Isabel asintió, sólo una vez, lenta y deliberadamente.
—¡Oh! ¿Seré gilipollas? —exclamó Gillian, dándose una alegre
palmada en la frente—. ¿Tú? ¿Y por Kash?
Isabel asintió de nuevo, y su sonrisa se hizo más amplia.
—¿Lo sabe ella? —preguntó Gillian—. ¿Le has dicho algo?
—Quién sabe —replicó Isabel, encogiéndose de hombros—. La he
pillado mirándome como si estuviese interesada. Pero no, no le he dicho
nada.
—Ya sabes lo que suele decirse. —Gillian se puso en pie bruscamente
para empujar a Isabel fuera de la cama—. Cuanto antes mejor. Quien da
primero, da dos veces. Ponte a la labor. En fin, ya no se me ocurren más
frases hechas y necesito una siesta, así que ¡en marcha!
Isabel sabía que si se paraba a pensárselo demasiado nunca lo haría.
Agarró el cinturón de Kash y tomó el ascensor para subir al ático, aunque
comenzó a arrepentirse en cuanto el aparato empezó a ascender. «¿Qué
demonios estoy haciendo?»
A Kash le habían cedido la Suite Real, que disfrutaba de unas vistas
tanto de los jardines como del parque privado y la piscina del hotel,
mejorando su reserva. La fotógrafa estaba mirando la piscina, decidiendo si
se daba un chapuzón, cuando oyó que alguien llamaba discretamente a su
puerta.
—Hola.
Se quedó estupefacta al ver a Isabel ante ella, con una tímida sonrisa en
los labios y las mejillas ligeramente coloreadas, como si hubiese venido a la
carrera.
—Hola.
—Espero no molestar. Quería devolverte esto —explicó, mostrándole el
cinturón—. Y... ofrecerme a comprarte una camisa nueva.
«¡No te quedes mirándola embobada, idiota, no lo hagas!», pensó, pero
era difícil no hacerlo: debido al calor del sol mediterráneo de aquella tarde,
Kash se había quitado la camisa y no llevaba puesta más que una ceñida
camiseta negra sin mangas. «¡Dios, qué pechos tan preciosos!»
Kash no pudo evitar una sonrisa al recordar el momento en que los
botones habían salido volando y ambas quedaron aplastadas la una contra la
otra.
—Oh, sólo fue un accidente. No te molestes, tengo un montón de
camisas.
—De acuedo, muy bien.
Isabel vaciló un momento, como si estuviese buscando una razón para
seguir allí.
—Ah, también quería decirte que... gracias. Por... sujetarme.
Kash se quedó atónita al ver la forma en que Isabel la miraba. Era difícil
de describir. Ansiosa, tal vez. O quizás apasionada. Una mirada de las que
suelen reservarse para aquellas ocasiones en las que una mujer está ya muy
excitada y lo necesita desesperadamente.
La referencia de Isabel al momento en el que los cuerpos de ambas
habían estado aplastados el uno contra el otro, los corazones latiendo
descontrolados y rodeadas por cuerpos que se retorcían, gemidos jadeantes y
el embriagador aroma del sexo dispararon el deseo de Kash hasta niveles
estratosféricos. Dedicó a Isabel una lenta y detenida mirada de lasciva
apreciación, de los pies a la cabeza y vuelta a empezar, insistiendo en los
pechos, las caderas y las piernas, para despertar más su apetito y darse por
enterada a la vez de su invitación.
—Tengo gratos recuerdos de esa experiencia..., aunque fuese tan breve.
Tendió la mano para recibir el cinturón y, cuando Isabel se lo entregó, la
sujetó de la muñeca y tiró de ella hacia el interior de la suite.
—¿Seguro que no deberíamos...? ¿Prefieres...? —balbuceó Isabel con la
respiración agitada y las pupilas dilatadas por la excitación.
—¿Quieres analizarlo o prefieres follar? —le dijo Kash, al tiempo que
cerraba la puerta de golpe y giraba a Isabel frente a ella.
Le hizo clavar las manos sobre la lisa superficie, a la altura de los
hombros, para que se sujetase a ella. Su pregunta había sido puramente
retórica, pero lo siguiente que dijo no lo era.
Se apretó contra su cuerpo, presionando la entrepierna contra el culo de
Isabel; le rodeó la cintura con ambos brazos y pegó la boca a su oído.
—Dime que lo deseas —exigió.
—Muchísimo, Kash, muchísimo.
La voz de Isabel era ronca y jadeante, y al expresar su deseo la recorrió
un estremecimiento. Kash notó una leve ondulación contra su pecho, y dejó
escapar un gemido.
Pasó suavemente las manos sobre los pechos de Isabel. A la tercera
pasada ya había conseguido que sus pezones estuviesen erectos. Cuando
introdujo el muslo entre las piernas de la joven para hacer que las separase
más, pudo oír su primer gemido de placer, suave como un murmullo. Fueron
muchos los que siguieron a éste cuando dejó que su mano se pasease a
voluntad desde los pechos de Isabel hacia su vientre y sus caderas, con una
presión más firme y decidida al pasar bajo la ceñida camiseta de algodón de
Isabel, y se sumergiese por debajo de la cinturilla de sus pantalones cortos, de
color caqui. Al momento, el trasero de Isabel comenzó a empujar contra su
entrepierna.
Kash le quitó la camiseta, le desabrochó el sujetador y se lo quitó
también, sonriendo para sí al ver que Isabel volvía a colocar las manos sobre
la puerta, obediente. Ahora sus dedos no encontraban otra cosa que piel
desnuda, y las pasadas sobre los pechos y el vientre de la joven arrancaban
jadeantes suspiros y gemidos, bastante más fuertes.
No tardó mucho, como ya suponía. Sin embargo, aguardó a oír su
súplica antes de seguir adelante.
—Por favor... ¡Oh, por favor, Kash!
Urgente. Insistente. Justo como le gustaba.
Por fin soltó el broche de los pantalones de Isabel y los deslizó piernas
abajo, junto con las sencillas bragas blancas que llevaba, hasta quitárselos.
Isabel intentó girarse, pero Kash reaccionó al instante, volviendo a
apretar firmemente las manos contra la puerta.
—No.
Sólo una palabra, pero el mensaje estaba bien claro: «Si vuelves a
moverte, no sigo.»
Isabel hizo un leve gesto de asentimiento, y Kash la recompensó
volviendo a presionar bruscamente la entrepierna contra el culo de su
compañera, al tiempo que bajaba la mano y deslizaba los dedos por los
sedosos y húmedos pliegues de entre sus piernas.
—¡Oh!
El gemido de placer que lanzó Isabel traspasó a Kash, instalándose en lo
más hondo de su vientre. Notó que su excitación crecía velozmente, a medida
que ambos cuerpos se balanceaban el uno contra el otro. Tuvo que reprimirse
para no comenzar a acariciarse a sí misma. Pero Isabel la excitaba más de lo
que había conseguido excitarla ninguna otra mujer en mucho tiempo, y le
costaba concentrarse en lo que estaba haciendo, acariciarla más arriba,
juguetear suavemente con su clítoris, todo muy despacio.
Entonces, con un gesto sencillo y natural, se apartó de Isabel y se quitó
rápidamente la camiseta sin mangas, de modo que, cuando volvió a colocarse
en posición, su pecho desnudo se apretó contra la espalda de Isabel, cálida
piel contra cálida piel.
El roce de sus pezones contra la espalda de Isabel hizo que su ingle se
contrajese de placer. Tuvo que morderse los labios para contener un gemido
antes de ir a por ella, una mano por delante de Isabel y otra por detrás, para
continuar con sus caricias más íntimas
Se tomó su tiempo, haciendo que la joven quedase deliciosamente
húmeda y abierta antes de abrirse paso en su interior. A continuación dejó
que Isabel marcase el ritmo de sus entradas, guiándose por el balanceo de sus
caderas, en una vigorosa cadencia que pronto la hizo estar fuera de control.
Isabel gritó al llegar al orgasmo y se derrumbó sobre Kash, jadeando con
fuerza, los ojos cerrados. Sus manos abandonaron por fin la puerta, cayendo a
los costados, y Kash la abrazó, soportando el peso de su cuerpo mientras la
joven recuperaba el aliento.
Después de un largo rato, Isabel volvió a apoyar la cabeza sobre el
hombro de Kash, y ésta percibió la fragancia floral que desprendía su pelo.
Aquello la despertó de su letargo, como si alguien la hubiese sacudido.
Lentamente, dio un paso atrás para recuperar su camiseta, volvió a
ponérsela y se permitió contemplar brevemente la perfecta desnudez de Isabel
antes de hablar.
—Me parece que ya es hora de que te vistas y empieces a tachar unos
cuantos puntos de ese itinerario tuyo —dijo, en voz baja—. Tengo unas
cuantas cosas que hacer, para preparar las sesiones de fotos de aquí.
Isabel la contempló con los ojos entrecerrados, tan ida después del
orgasmo que tardó unos segundos en comprender lo que Kash le estaba
diciendo. Entonces, su rostro reflejó confusión y cierto desencanto.
—Oh, claro, por supuesto.
Buscó sus ropas, se vistió rápidamente y después se quedó unos
segundos de pie junto a la puerta, como si esperara que Kash la abrazase, la
besase o reconociese de alguna otra forma lo que acababa de suceder.
Al ver que Kash no se movía, impávida, Isabel le dedicó una tímida
sonrisa y posó la mano sobre el pomo de la puerta.
—Bueno..., supongo que hasta mañana, entonces.
Poco después no quedó de ella más que su persistente aroma, y Kash se
sintió sorprendentemente insatisfecha y vacía.
CAPITULO OCHO
—¡Alto! Exijo un descanso para tomarnos un espresso o algo así. Los
pies me están matando —gruñó Gillian—, tengo que hacer pis y mi estómago
lleva al menos una hora rugiendo como un león.
—Está bien, ahora mismo.
Isabel echó un vistazo al mapa que llevaba en la mano para orientarse.
Se había atenido a un estricto horario durante todo el día. Primero visitaron la
Plaza de España, después el Foro Romano y por último el Panteón. Todavía
no acababa de creerse lo sucedido el día anterior con Kash, de modo que se
mantenía constantemente en movimiento para no devanarse los sesos
intentando sacar alguna conclusión. Su encuentro sexual con Kash la había
dejado sin aliento, pero también en un estado casi de shock. Lo sucedido no
se parecía en nada a lo que ella se había imaginado.
La forma en que Kash la había tomado, porque así se había sentido ella,
sin mediar palabra ni el más mínimo preliminar, sin los tiernos jugueteos a
los que estaba acostumbrada... y sin la reciprocidad que solía marcar sus
encuentros sexuales...: todo aquello la había sorprendido, muy especialmente
su propia reacción.
«¿Quieres analizarlo o prefieres follar?»
Aquella situación había sido tan increíblemente excitante que el mero
recuerdo despertaba su libido. Kash la había conmovido y le había hecho
sentir más cosas en aquellos breves minutos que cualquier otra mujer que
pudiese recordar, incluidas algunas a las que había conocido bien, mujeres de
las que creía haber estado enamorada. Y, sin embargo, por mucho que se
hubiese sentido maravillada con aquella experiencia, estaba también
insatisfecha, como si fuese un asunto que hubiera quedado por finalizar.
«Pero ella no piensa lo mismo, al parecer. Su rechazo hacia mí no puede
estar más claro.»
—¿Izzy? ¡Aquí la Tierra llamando a Izzy! ¿Piensas pasarte todo el día
mirando ese plano, o vas a decidirte, por fin? —protestó Gillian, sacándola de
sus meditaciones—. ¿Te ocurre algo? Has estado increíblemente callada todo
el rato... Desde que fuiste a hablar con Kash, por cierto. ¿Ocurrió algo?
«Muchísimo más que algo, desde luego.»
—Todo va bien, Gilí, no te preocupes.
No era habitual en ella tener secretos con Gillian. Normalmente, ninguna
de ellas dudaba en hacer comentarios sobre las mujeres que les gustaban. No
obstante, esta vez Isabel prefirió guardarse para sí lo sucedido con Kash. Al
menos de momento, hasta que pudiera abordarlo con cierta perspectiva. Era
demasiado reciente todavía, demasiado doloroso.
—-Tiene que haber un baño por algún lado. Nos detendremos en el
primer lugar de aspecto prometedor.
—Buon pomeriggio, signori. ¿Puedo guiarlas hasta algún sitio?
La oferta, pronunciada con fuerte acento italiano, precedía de uno de los
dos jóvenes que habían aparecido a su lado como por arte de magia. Durante
todo el día, cada vez que se detenían para estudiar el mapa o parecían no
saber muy bien dónde se encontraban, aparecían junto a ellas uno o dos
atractivos y morenos sementales, amables y encantadores, ofreciéndoles su
ayuda y algunas veces algo más: una cena, una copa, sus servicios como guía
durante toda la tarde. La minifalda de Gillian llamaba mucho la atención, así
como la larga cabellera rubia de Isabel y su piel tan clara.
Aprendieron bastante rápidamente a declinar con firmeza aquellas
ofertas si querían atenerse al itinerario marcado por Isabel, dado que muchos
de los aspirantes a buenos samaritanos eran bastante persistentes.
—No, gracias —respondió educadamente Isabel.
—Ya nos las arreglamos, gracias —replicó Gillian con voz cantarina.
—Prego, come desideri —contestó uno de ellos, suspirando
teatralmente antes de que ambos se diesen por vencidos y se alejasen de allí.
—Es una lástima que las mujeres italianas no estén tan deseosas de
abordarnos como los hombres —se lamentó Gillian—. He visto a algunas que
quitan la respiración.
—Cierto —convino Isabel.
«Aunque no son nada comparadas con la mujer con la que hemos venido
hasta aquí.»
Por fin se encontraron un agradable café con terraza, donde pudieron
sentarse y ver pasar a la gente. Cuando ya les habían servido un espresso y
algunos biscotti, Isabel examinó su lista:
—Ojalá no tuviese que pasar por eso del cambio de imagen. Seguro que
me ocupará un montón de horas que podríamos aprovechar para ver la
ciudad.
—Kash piensa hacer sesiones de fotos en el Coliseo y en la Fontana de
Trevi. ¿No te lo ha contado? —la informó Gillian—. Procuré sonsacarle lo
que nos esperaba cuando salimos a cenar.
—No, no hemos hablado de eso.
«¡Apenas hablamos de nada!» Isabel pidió un par de botellas de agua
para llevarlas consigo. En cuanto se sentaron, se dio cuenta de lo mucho que
habían caminado aquel día: tenía las piernas y la espalda completamente
doloridas. «Y todo por evitar pensar demasiado en Kash. Aunque, haga lo
que haga, tampoco consigo alejarla demasiado de mis pensamientos.»
—¿Te contó algo más sobre lo que vamos a hacer? —añadió.
—No, sólo conseguí arrancarle eso. Sabe mantener la boca bien cerrada.
«¡No menciones la boca de Kash! —deseó decirle Isabel—. No necesito
ayuda alguna para obsesionarme con ella.» Había deseado con toda su alma
que Kash la besase de la misma manera en que habían estado a punto de
besarse en aquel pasillo. Todavía lo deseaba, y se preguntaba por qué no
había sucedido. «Besó a aquella actriz, pero a mí...» Nunca habría creído que
el sexo pudiera llegar a ser tan íntimo e impersonal al mismo tiempo. Era una
mezcla muy turbadora.
—Está claro que las mujeres de aquí saben cómo vestirse. ¿Te has
fijado? —dijo Gillian—. Incluso mejor que en París. Por ejemplo, ¿has visto
a esa chica de la falda roja? Increíblemente sexy... Esa forma de vestir apenas
está empezando a verse en Estados Unidos.
A continuación señaló a otra elegante jovencita local con un leve gesto y
añadió:
—Y fíjate en esa, perfectamente arreglada, desde las joyas hasta los
zapatos. Y allí... La pelirroja. Tiene un estilo tremendo.
Su último comentario iba dirigido a una belleza de grandes pechos,
meticulosamente arreglada, desde el maquillaje y el peinado hasta los tacones
de marca que llevaba con experta soltura.
—Tú sabes juzgar esas cosas mucho mejor que yo —dijo Isabel—. Es
preciosa, en eso estoy completamente de acuerdo, pero ya sabes que no tengo
ni la menor idea de lo que está de última moda.
—Me pregunto qué tipo de prendas te darán para el guardarropa de tu
cambio de imagen. Dado que te las entregarán aquí, seguro que serán de
Versace o de Dolce y Gabbana. Tal vez un bolso de Fendi, y unos cuantos
pares de zapatos de Ferragamo o Sergio Rossi. ¡Ah, quizá de Armani! ¿A qué
sería la bomba?
—Sí, Gilí, puedes tomar prestado lo que quieras, del diseñador que
quieras y siempre que te apetezca. —Isabel le dio unas palmaditas en el
hombro para acabar de convencerla.
Gillian se echo a reír.
—Me alegro de que no entiendas tanto de ropa como yo. Eso me deja
más dónde elegir.
—Bueno, ya está bien de descansar. Todavía queda mucho por ver —
replicó Isabel, echando un vistazo a su itinerario al tiempo que se ponía en
pie.
Gillian la siguió de mala gana.
—Sí, sargento instructor Sterling —replicó, saludando militarmente—.
¿Crees que podríamos incluir una visita a algún club esta noche?
Isabel meditó su respuesta. Sabía perfectamente que Gillian estaría
encantada de pasar una noche más bebiendo y bailando, pero a ella no le
atraía nada aquella idea. Sus pensamientos volvían una y otra vez a Kash, a
pesar de los arduos esfuerzos que hacía para distraer su mente con otras
cosas. «Te estás obsesionando con ella.» Si le hubiesen dado a elegir entre
pasar la velada con Gilí, pasear sola por Roma o tener otro encuentro con la
fotógrafa, no tendría la menor duda. Tal vez Kash la rechazaría, o tal vez no,
pero Isa la salvaje quería regresar a su habitación y comprobar si Kash era
capaz de concluir lo que ambas habían comenzado, algo a lo que ella no
pensaba oponerse.
—Sé que quieres salir esta noche —respondió—, pero la verdad es que a
mí no me apetece demasiado. ¿Qué tal si visitamos uno o dos lugares más y
después nos volvemos al hotel? Mientras te cambias puedo ir a ver si Kash
está dispuesta a mostrarme algo de la noche romana.
Gillian asintió con una sonrisa picara en los labios.
—Me parece una gran idea... para ambas. Por cierto, cariño, me encanta
esta nueva Isabel, mucho más espontánea. Te sienta bien.
Isabel le dio un cariñoso golpe en el hombro.
—He de admitir que me has abierto los ojos a nuevas posibilidades.
Kash se pasó la mayor parte del día estudiando localizaciones con
Massimo. El joven era el ayudante perfecto, a pesar de que su manera de
conducir la tenía con el corazón en vilo mientras serpenteaban entre el tráfico
y él maldecía a gritos en italiano y esquivaba cada obstáculo por apenas unos
centímetros. Comprobaron varias posibles localizaciones y prepararon todo lo
necesario para la sesión de fotos.
Kash era reconocida prácticamente en todas partes y Massimo hizo un
admirable trabajo impidiendo que la gente se le acercase demasiado. Sin
embargo, una de sus mayores cualidades era lo bien que sabía percibir sus
cambios de humor. En cuanto la recogió, notó de inmediato que algo la
preocupaba, de modo que evitó toda charla intrascendente, dejándola a solas
con sus pensamientos.
Y esos pensamientos giraban casi exclusivamente en torno a Isabel.
Kash sabía perfectamente que su estatus de celebridad la había
convertido en una niña mimada. Estaba habituada a conseguir todo lo que
desease al momento, fuese un Jaguar nuevo o alguna muñequita de lindo
rostro y cuerpo de escándalo.
Y, si lo pensaba fríamente, sabía lo fácil que era desarrollar una
obsesión por aquello que nunca podría tener, sino sólo desear. El tentador
atractivo de la fruta prohibida. Algunos de los correos electrónicos que le
habían enviado sus seguidoras y admiradoras eran fiel ejemplo de aquel tipo
de fijación.
Durante cierto tiempo había creído que esa dinámica era la responsable
de la atracción que sentía por Isabel, que su deseo por ella había crecido
porque, al principio, aquella joven no parecía estar disponible.
Sin embargo, si así hubiese sido, ahora tendría que haber superado ya
aquella fascinación. La había poseído. Y, en el pasado, acostarse con una
mujer era siempre la mejor manera de exorcizarla de sus pensamientos. Pero
no esta vez.
Follarse a Isabel sólo había servido para hacerla más deseable. Ahora ya
no podía sacársela del pensamiento, de ningún modo. También le había
sorprendido cuán rápida y fácilmente había descartado lo que para ella se
había convertido en una sólida frontera en materia sexual: se había quitado la
camisa y había abrazado a Isabel, permitiendo el contacto de sus cuerpos
desnudos, y disfrutándolo.
Lo más inquietante era que se había pasado todo el día preguntándose
qué opinión le había merecido a Isabel aquel encuentro. «No deberías de
haberla despedido de esa forma. A ella no.» Aquel interés... «No, no es
solamente interés. ¡Estoy muy preocupada, por Dios Santo! Me preocupa
mucho que todo lo sucedido le haya parecido bien. ¿Qué has hecho conmigo?
Ni yo misma me reconozco.»
Se sentía tan descolocada que optó por pasar una tranquila velada en su
habitación, haciéndose traer algo de comida y con un libro en las manos para
distraerse. Sin embargo, el conserje se presentó con una nueva opción cuando
ya atravesaba el vestíbulo, de camino hacia los ascensores.
El mensaje que le entregó era de Isabel, simple y directo:
Me gustaría verte esta noche.
Si te apetece, estoy en mi suite.
Isabel
Deslizó la nota en un bolsillo y siguió caminando hacia los ascensores,
valorando si debía aceptar o no la invitación. Una parte de ella deseaba echar
a correr en dirección opuesta, pero no le costó demasiado contener tal
impulso. Tenía que averiguar por qué aquella mujer era diferente, más
irresistible que la mayoría, y también, tal vez, remediar lo fría y brusca que
había sido con ella. Después de todo, iban a tener que pasarse otras dos
semanas juntas... De modo que acabó encaminándose hacia la habitación de
Isabel.
CAPITULO NUEVE
Cuando Kash llamó a la puerta, la recibió con una sonrisa perfectamente
imperfecta. Se sintió extrañamente incómoda... —no, no era incomodidad
aquello... «¿Timidez? ¿Yo?»... — al ver la forma en que Isabel la estaba
desnudando con aquella penetrante mirada.
—Hola, Kash. Entra. Tenía la esperanza de que aceptases mi invitación.
Isabel se hizo a un lado para dejarla pasar, sin dejar de mirarla con la
misma expectante ansiedad que había desencadenado lo sucedido la tarde
anterior.
Aquella mirada hizo que Kash se sintiera descolocada, completamente
desconcertada, como si ahora estuviese jugando en campo ajeno y fuese
Isabel la que marcaba las reglas. Aquella pérdida de control la molestó. «Tal
vez no ha sido tan buena idea.» Cruzó el umbral, pero una vez dentro se
detuvo.
—Sólo quería comprobar que estabas bien —mintió—. Tengo otros
planes y no puedo quedarme mucho tiempo.
—Ah..., entiendo.
Isabel frunció el entrecejo, y el brillo de entusiasmo que había en sus
ojos se desvaneció.
Kash sintió que estaba actuando ruinmente, pero refrenó el impulso de
minimizar los daños.
—Pues sí, Kash, estoy bien. He de admitir que tenía la esperanza de que
pudiésemos..., bueno, en fin..., continuar donde lo interrumpimos ayer.
Habitualmente, cuando las mujeres deseaban algo más de ella, más de lo
que ella podía darles, Kash se limitaba a decir que no, sin explicar ni
justificar sus actos. Sin embargo, sin saber bien por qué, esta vez deseaba que
Isabel lo comprendiese.
—No fue ninguna interrupción, Isabel. Tú conseguiste lo que querías y
yo también. Y a mí me basta con eso.
Isabel se quedó mirándola largo rato con una indescifrable expresión en
el rostro, antes de replicar:
—Está bien, creo que lo he entendido. No te gusta que te acaricien, ¿no
es así?
—No. Ahí, no.
Isabel inclinó la cabeza hacia un lado con gesto de sorpresa.
—¿Nunca?
—Nunca.
De nuevo un largo silencio.
—¿Has tomado a alguna mujer más de una vez? —quiso saber Isabel.
Kash nunca respondía a preguntas tan personales, porque su respuesta
acababa publicada inevitablemente en algún lado. No obstante, decidió
arriesgarse con Isabel.
—Sí, de vez en cuando. Si me divierto y no me crea complicaciones.
Tan sólo unos segundos antes Isabel estaba claramente irritada con
Kash, pero ahora parecía dejarse llevar, sobre todo por la curiosidad:
—Entonces... ¿qué? ¿No fue divertido tocarme? ¿O te pareció que te
creaba complicaciones? ¿Cuál de las dos razones?
Kash recordó al momento lo que había sentido al hacer que Isabel
alcanzase el orgasmo. «Divertido» no era la palabra justa. Tal vez «increíble»
podría servir, pero eso nunca lo admitiría ante Isabel.
—La última. Oye, mira, eso era lo que querías, y lo has tenido. Fue
divertido. Punto y final. ¿Por qué seguir insistiendo? ¿Tan importante es para
ti conseguir una noche más?
Los ojos de Isabel se llenaron de lágrimas mientras meditaba su
respuesta.
—Sí —murmuró—. Supongo que sí.
La mayoría de las mujeres aceptaban al momento cuando Kash les decía
que aquello era una aventura de una sola noche. Si pedían más solía ser
porque todavía no habían conseguido lo que en realidad buscaban de ella.
Pero esta vez no le pareció que fuera ése el motivo.
No sabía bien qué era lo que más temía: si que Isabel acabase siendo
como las demás, después de todo, o que fuese un caso excepcional de mujer,
que pudiese estar interesada por ella como persona, sin motivos ocultos. Por
ella, la verdadera Kash, la echada a perder, no la celebridad. Aquella que se
sentía mal preparada para mantener cualquier tipo de relación auténtica.
—¿De qué va todo esto? ¿Qué es lo que quieres de mí?
—Tan sólo lo que tú quieras darme, Kash —contestó Isabel—. Si tienes
unos límites marcados, los respetaré.
Quiero pasar más tiempo contigo, eso es todo. ¿Tanto te sorprende?
—¿Por qué, Isabel? —insistió Kash.
La joven fue a sentarse en el sofá que había unos pasos más allá y,
después de unos segundos dijo, sencillamente:
—Me siento atraída por ti. Quiero estar cerca de ti mientras pueda,
porque cuando lo estoy... me siento completamente feliz, feliz de verdad,
¿entiendes? Quiero saborear el presente, dejando de vivir en ese futuro
indeterminado para el que suelo diseñar planes frenéticamente, concentrando
en él todas mis energías.
Kash había tenido que oír las historias más extravagantes e increíbles en
boca de aquellas que intentaban conquistarla o coquetear con ella. Era capaz
de detectar su falsedad incluso mucho antes de que se las contasen. Pero, esta
vez, su instinto le aseguró que aquellas palabras provenían de una mujer
sensible, a la que ella le importaba de verdad.
—Sé que tus historias son efímeras, y no pido más que lo que sea
posible —continuó Isabel—. Sencillamente, disfruto estando a tu lado y
deseo conocerte mejor, Kash. Deseo pasar más tiempo contigo, tanto como
desees concederme, porque quiero poder recordarte hasta mucho tiempo
después de que nos vayamos cada una por su lado.
—Isabel, yo suelo tener muchas... historias. Historias en las que me
acuesto con una mujer, no intimo con ella, como tú haces. No soy de esa
clase de mujer.
«¡Dios, qué calor hace aquí!»
—¿Puedo preguntar por qué?
De nuevo, Kash no percibió más que simple curiosidad por parte de
Isabel, no el agudo interés de una mujer que busca información para poder
venderla.
A Kash le resultaba muy difícil confiar en alguien. Miranda se la había
ganado a lo largo de muchos años de inquebrantable amistad, por aguantar
sus malos humores y sus ocasionales arranques de cólera y salidas de tono.
Aunque sólo hacía unos días que conocía a Isabel, Kash deseaba confiar
en ella. El instinto le decía que podía hacerlo.
—No es fácil responder a eso.
Kash se apoyó pesadamente contra la puerta, pues de repente notaba que
las piernas le aflojaban. Había conseguido evitar aquel tipo de autoexámenes
durante mucho tiempo, aunque últimamente tendía a ser más introspectiva de
lo habitual.
—No intimo con demasiada gente —confesó por fin, mientras pensaba
«Eso sí que es quedarse más que corta»—, porque hay muchas mujeres que
intentan conocerme solamente porque pretenden algo de mí.
—Supongo que la fama puede hacer que una se vuelva bastante cauta —
observó Isabel—. Especialmente si los detalles íntimos que has compartido
con alguien acaban siendo publicados en una revista.
—Sí, me ha sucedido alguna que otra vez —replicó Kash en tono
irónico.
—Comprendo que hace muy poco tiempo que me conoces, Kash —dijo
Isabel—, pero espero que me creas si te digo que yo nunca revelaría nada que
pudieses compartir conmigo en privado.
Kash la observó con gesto pensativo.
—No creo que fueses capaz de hacerlo —admitió.
«¿Por qué siento el impulso de contarte cosas, de confiar en ti de una
forma tan ajena a mí que ni sé por dónde empezar?» Hundió las manos en los
bolsillos, porque le habían comenzado a temblar.
—Soy un poco maniática del control —empezó, mientras por dentro
exclamaba «¿Un poco? ¡Miranda diría que tengo la medalla de oro olímpica
en esa especialidad!»—. Cuando me acuesto con alguien necesito saber que
soy yo la que controla.
Isabel la miró, impávida.
—Eso no sería problema conmigo, Kash. Como ya he dicho, respetaré
todo límite que quieras establecer. Y tampoco me importará que seas tú la
que... esté al mando.
La aceptación por parte de Isabel de todo lo que Kash pudiese desear
hacía que a ésta le costase todavía más rechazar de plano otro posible
contacto entre ambas. «Ella desea esto, a pesar de saber lo que significa, o lo
que ella cree que significa. Pero no conoce toda la historia.»
—Ha habido un par de mujeres que han... en fin, que han significado
algo para mí. Con las que llegué a intimar. La primera fue mi compañera de
habitación en la universidad, en primer curso —explicó Kash, asombrándose
al darse cuenta de que había pasado ya más de media vida desde que conoció
a Christine Shaw—. Chris era preciosa e intrépida, y me resultaba
increíblemente fácil confiarle todos mis secretos. Fue la primera chica que me
atrajo, y por fin acabé diciéndoselo, justo antes de las vacaciones de
primavera, a pesar de que sabía que era hetero.
Kash cerró los ojos y, de pronto, volvió a sentirse como a los diecinueve
años.
—No esperaba que se volviese lesbiana de repente, ni nada de eso.
Supongo que quería que lo supiese porque estaba harta de ocultar la atracción
que sentía por ella —suspiró al recordar la atónita expresión de Chris—. Ella
siempre había sido una de las personas más abiertas que yo conocía, y éramos
amigas íntimas, de modo que pensé que se lo tomaría bien. Sin embargo, se
puso histérica y rompió totalmente conmigo. Se mudó de nuestro dormitorio
para irse con un tipo al que apenas conocía, y dejó de contestar a mis
llamadas. A día de hoy, todavía sigo sin saber si de verdad era tan
fanáticamente homófoba o... En fin, más tarde me pregunté si no sería que
ella también sentía algo por mí, pero no fue capaz de admitirlo cuando yo
saqué el tema sin más rodeos. Fuera como fuese, eso acabó con la única
amistad significativa que he tenido. Siempre he sido bastante... solitaria, y
ella fue la primera persona en la que llegué a confiar de verdad.
—No quiero ni pensar en lo duro que debió de ser para ti.
—Después de aquello me fue difícil volver a confiar en nadie —
confirmó Kash—. Hasta que conocí a Lainie, unos cuatro años más tarde.
Después de lo de Christine, yo había mantenido todas mis relaciones con
otras mujeres en plan informal y muy breve, sin ataduras.
—Al no esperar nada no te llevabas ninguna decepción —intuyó Isabel.
—Eso es.
Recordar a Lainie era mucho más duro. La herida seguía estando
dolorosamente abierta, a pesar del tiempo transcurrido. «¿Por qué cuando la
recuerdo no la veo nunca en sus momentos más crueles, hacia el final? ¿Por
qué insisto en imaginarla tal y como era el día en que la conocí?»
—Me dejó sin aliento en el mismo momento en que la vi, en uno de mis
primeros trabajos al acabar los estudios. Lainie estaba empezando su carrera
de modelo, y acudió al estudio de Nueva York en el que yo trabajaba para
hacerse las fotos de su book —explicó Kash, recordando el aroma de pachulí
que desprendía el perfume de la muchacha cuando pasó junto a ella, muy
segura de sí misma—. Yo no era más que una ayudante por entonces, recién
contratada, y ella apenas se fijó en mí.
La voz de Kash se volvió más grave de lo habitual. Notaba la garganta
contraída y deseó tener un vaso de agua a mano.
—Nuestros caminos volvieron a cruzarse un par de veces más después
de aquello, en alguna sesión de fotos, pero yo seguía sin atraer su atención,
hasta el día en que la revista People hizo un reportaje sobre mí. La siguiente
vez que nos vimos, entre bambalinas, durante una entrega de premios, se
presentó a sí misma, como si no nos conociésemos de nada. Pero a mí no me
importó, porque de repente parecía ansiosa por estar conmigo.
—Estabas como en una nube —aventuró Isabel.
—Sí.
Era fácil hablar con Isabel, tal vez demasiado, pero ya no podía
detenerse.
—Hacía tan poco tiempo que era famosa que aún no sabía que existen
mujeres que se arrojan a tus brazos a cambio de cierto número de teléfono,
invitación o presentación. Durante seis meses, me hizo creer que me amaba,
que teníamos un futuro en común. Hasta que consiguió todo lo que deseaba
de mí y atrapó a alguien que podía darle más. Ah, y como regalo de
despedida vendió todo lo que yo le había confiado en la intimidad, en la cama
sobre todo, a la prensa sensacionalista, un capítulo cada vez.
—Oh, Kash... —murmuró Isabel con voz apenas audible.
—Ocurrió hace mucho tiempo.
Sin embargo eso la había hecho cambiar, la había endurecido por
completo. Nunca volvió a ser la misma, bien lo sabía.
—Después de aquello, muy pocas veces dejé que una mujer intimase
demasiado conmigo. Las pocas que lo consiguieron... En fin, siempre querían
algo de mí, igual que ella. De modo que empecé a dejar las cosas bien claras
desde el primer momento. Un polvo a cambio de un favor, sin hacerme
ilusiones de nada más.
—¿Siempre? —preguntó Isabel, asombrada—. Pero tuvo que haber
alguna que estuviese sinceramente interesada por ti...
—No, nunca —insistió Kash.
—No pretendo faltarte al respeto, Kash, pero tal vez te muevas en los
círculos equivocados. ¿Cuándo fue la última vez que le diste a alguien una
oportunidad, o que dejaste abierta la posibilidad?
En la voz de Isabel no había ni rastro de malicia ni de desafío, tan sólo
una discreta curiosidad.
—No la hubo con Gillian —continuó la joven—, quien no tenía el
menor interés en pedirte favores ni ninguna otra cosa más. Y a mí me estás
apartando de ti, cuando no quiero más que tu compañía, todo el tiempo que
pueda tenerla. No deseo las fotos, ni la portada, ni la revista... Nada de eso,
de verdad que no. Me someto a las sesiones de fotos tan sólo porque estoy
obligada a ello, y también porque es una forma de estar cerca de ti.
—Gillian es tu amiga, y una mujer encantadora. No pretendo criticarla
injustamente, pero apostaría algo a que no me habría abordado de no ser
quien soy.
Isabel no refutó aquella afirmación, porque no estaba muy segura de que
anduviese desencaminada.
—En lo que a mí se refiere, tu fama no es ningún punto a favor, Kash.
Respeto tu talento, por supuesto, pero no me interesas por lo que puedas
hacer por mí —argumentó, recostándose de nuevo sobre el sofá—. Sé que lo
más probable es que nada de lo que pueda decirte consiga convencerte, pero
es la verdad.
—Si no te creyese, Isabel, no te habría contado todo esto —replicó
Kash, dando unos pasos hacia ella—. Creo de verdad que eres una de las
pocas mujeres que dicen lo que piensan y piensan lo que dicen, y que no
tienes ninguna intención oculta. Es una grata novedad, y no negaré que me
siento tremendamente atraída por ti. Creo que está bastante claro. Sin
embargo, supongo que, precisamente porque eres distinta al tipo de mujer
con el que suelo estar, mi habitual... En fin, digamos que la forma en que
suelo comportarme con las mujeres... no me parece correcta contigo. No sé si
puedo explicarlo mejor.
—Ojalá pudieses, Kash. Quisiera comprenderlo, porque yo no veo que
nada se interponga entre nosotras.
Kash se pasó la mano por el pelo. «¡Dios, cómo me cuesta explicarlo!»
—Isabel, desde que ocurrió lo de Lainie, no soy capaz de estar con una
mujer a menos que pueda controlar absolutamente todo lo que sucede. No
conozco otra manera de actuar.
—Está bien, creo que lo comprendo.
—A mí no me lo parece —insistió Kash, exasperada—. En dos palabras,
lo que quiero decir es que no consigo correrme a menos que domine por
completo a la mujer con la que estoy follando. En cierto modo, se convierte
en un mero objeto para mí.
Isabel la miró fija, pero no la interrumpió.
—No quiero pararme a pensar en lo que ellas puedan desear. Sólo
importa lo que yo quiero. Forma parte del trato: si yo las jodo a ellas, ya no
me importa tanto que ellas me jodan a mí.
«¡Dios, ojalá tuviese una copa a mano!»
—Oh, sí, me aseguro de que se vayan contentas; sé que, si no es así, eso
acabará apareciendo también en la prensa sensacionalista —continuó Kash,
sin poder evitar un tono de amargura en su voz—. Pero ninguna de ellas
tendrá la satisfacción de hacerme llegar al orgasmo. La mayoría de las veces
ni siquiera están presentes cuando eso ocurre. Espero a estar sola.
Las siguientes confesiones eran las más difíciles:
—Puedo ser muy... exigente y arrolladora en la cama, Isabel. Y muy
brusca, sobre todo si la mujer intenta engañarme descaradamente para que
crea que no espera nada más de mí. Siempre es con su consentimiento, pero...
—Kash hizo una pausa—. Para mí, el sexo se ha convertido en una manera
de hacer negocios.
Sabía bien que, probablemente, algunas veces sus parejas aceptaban
hacer con ella cosas que no solían practicar, tan sólo porque deseaban
desesperadamente un favor a cambio.
—¿Comprendes? ¿Lo entiendes ahora? —preguntó Kash, cansada de
intentar explicarse y de intentar entenderlo ella misma—. No puedo
comportarme así contigo. No me parece justo. Eres demasiado distinta a las
demás.
«Creo que esperas demasiado de mí. Y yo no siento la misma necesidad
de dominarte a ti que a las demás, pero, si no es eso..., ¿qué?»
—¿Hay algo que pueda hacer... o decir... para hacerte cambiar de
opinión?
—No. Nada. No puedo. Pertenecemos a mundos muy diferentes.
A Kash no se le escapó la ironía de la situación. «Las aventuras de una o
dos noches van completamente en contra de su forma de ser, pero está
dispuesta a hacer una excepción conmigo. Podría ser una de las pocas
mujeres con las que no sería capaz de limitarme a echar un polvo y olvidarla
después. Eso desde luego.»
—Lo siento, Isabel. De ahora en adelante, tendremos que mantener una
relación estrictamente profesional. Será mejor así.
Kash dio media vuelta para alejarse, intentando borrar de su mente el
gesto de desolación que apareció en el rostro de Isabel.
Cuando Gillian e Isabel salieron del hotel a la mañana siguiente para el
cambio de imagen de esta última, Kash las esperaba ya en el coche, junto a
Massimo. Isabel, que iba delante, se sentó en el asiento del copiloto y dejó
que Gillian se sentase en el asiento de atrás, junto a la fotógrafa.
Kash y ella intercambiaron apenas unas palabras, aparte de un breve
saludo, procurando no mirarse a los ojos. Isabel temía que la fotógrafa
pudiese notar de alguna manera la forma en que había amanecido y, en
cuanto a ésta, se imaginó que estaba intentando mantener las distancias.
Aquella mañana, Isabel se había despertado en medio de un sueño de lo
más ardiente, en el cual Kash la estaba haciendo llegar al orgasmo mientras
sonaba de fondo la canción I Get Around. Era mucho más realista que la
mayoría de sus sueños. De hecho, todavía estaba intentando convencer a sus
alteradas hormonas de que todo había sido producto de su imaginación y de
que no iba a haber ninguna oportunidad más de sentir las caricias de Kash en
la realidad. «Es como si diese igual que ella no quiera nada más de mí.» Ni
siquiera la detenían las particulares «costumbres» que Kash le había
confesado. De hecho, la tendencia de la fotógrafa a tener el control en la
cama le parecía increíblemente tentadora.
El tráfico era una pesadilla en plena hora punta de la mañana. Massimo
estaba demostrando una increíble habilidad como conductor kamikaze y un
gran dominio del repertorio de insultos en italiano. Sin embargo,
consiguieron llegar intactos al salón de belleza y con sólo unos minutos de
retraso respecto a la hora de la cita.
Clifton Mengam se había ganado el mismo tipo de reconocimiento por
sus peinados que Kash por sus fotografías, por lo cual hacía ya mucho tiempo
que en sus tarjetas de visita no aparecía el apellido. Había creado una cadena
de salones de belleza en Roma, Milán, Nueva York y Los Ángeles, y muy a
menudo era él el creador de los vanguardistas y favorecedores peinados que
lucían las actrices cuando pisaban las más selectas alfombras rojas.
Uno de sus ayudantes acomodó a Isabel en un sillón, bajo una capa color
berenjena adornada con una enorme y curvada C, la marca de fábrica de
Clifton. Él en persona se ocupó de traerle un cappuccino.
El famoso estilista era un atractivo hombre negro, cuyo rostro lucía una
ancha sonrisa de bienvenida. Hablaba en voz muy baja, lo que contrastaba
con su imponente estatura, de más de un metro noventa. Su aspecto era
pretendidamente desenfadado. Vestía con unos vaqueros desteñidos y una
camisa blanca de lino, pero Isabel se fijó en que la camisa era de buen corte y
los zapatos parecían ser de marca. Era un hombre joven, de treinta y pocos
años, y llevaba el cabello muy corto, cuidadosamente perfilado en las puntas.
—Buon giorno, señoras —saludó con voz cálida. Luego le ofreció un
café a Isabel, en una taza que llevaba impresa su característica C, al igual que
el plato—. Benvenuta, señorita Sterling. Bienvenida. ¿Puedo tutearla?
Su voz tenía un ligero acento extranjero, tanto en italiano como en
inglés, que delataba su procedencia surinamesa.
—Por supuesto.
—Grazie, Isabel. Estoy encantado de haber sido elegido para tu cambio
de imagen.
—Encantada de conocerte.
—¡Kash! —saludó Clifton, sonriendo cálidamente a la fotógrafa, que
estaba colocando su equipo—. ¡Qué alegría volver a verte! ¿Come va?
—Non ce male, Clifton —replicó ésta—. ¿Cómo te las arreglas para no
parecer ni un día mayor?
Ambos se abrazaron, intercambiaron los dos besos en la mejilla
habituales y Clifton se presentó a sí mismo a Gillian antes de colocarse de
nuevo tras Isabel.
Le pasó las manos por los cabellos, calibrando su peso y textura, al
tiempo que examinaba su rostro en el espejo, durante uno o dos minutos.
—Un pelo precioso —dictaminó por fin, desplegando los largos rizos
dorados sobre sus hombros—. Y hace muchos años que no te lo cortas.
—Humm..., doce o catorce, sí —contestó Isabel, impresionada por la
suavidad con que la tocaba y por el tiempo que se había tomado para
estudiarla.
—¿Y bien? ¿Estás deseando este cambio de imagen o te sientes más
bien inquieta? —preguntó Clifton, y sus ojos centellearon, como si pudiese
ver más allá del aparente entusiasmo de Isabel.
La joven no pudo contener una sonrisa.
—Sé que soy muy afortunada al poder beneficiarme de tu talento y,
créeme, lo aprecio de verdad. Sin embargo, he de admitir, y espero que no te
ofendas, por favor, que me gusto tal y como soy. Verás, yo no participé
directamente en el concurso en el que gané este cambio de imagen, sino que
fue mi amiga quien lo hizo —explicó, señalando a Gillian—. De modo que,
aunque estoy segura de que me gustará el resultado, porque sé que eres un
genio en esto..., tampoco es que me esté muriendo de ganas de someterme a
un cambio.
Clifton asintió, comprensivo.
—Es maravilloso que te sientas satisfecha de cómo eres, como tiene que
ser, pues eres una mujer muy hermosa, realmente preciosa —dijo, sin dejar
de pasarle las manos por el pelo mientras sopesaba las distintas posibilidades
—. No obstante, estoy seguro de que, si confías plenamente en mí, saldrás de
aquí no solamente contenta con el resultado, sino verdaderamente encantada.
—Encantada, ¿eh?
«No creo. Me contentaré con no salir de aquí con una cresta azul. En fin,
volverá a crecer.»
—Encantada y asombrada —prometió Clifton con un guiño y una
sonrisa.
—Eso habrá que verlo —suspiró Isabel, resignada.
Clifton comenzó a dar instrucciones en italiano a toda velocidad a uno
de sus ayudantes, quien comenzó al momento a mezclar tinte de dos colores.
—Primero añadiré mechas más claras y más oscuras a tu cabello, que
acentuarán el brillo y la profundidad de tu hermoso color natural. Después lo
cortaré unos centímetros por debajo de los hombros —explicó a Isabel,
indicando la altura con la mano—, dejándote un poco de flequillo por aquí...
Clifton le pasó los dedos por la frente, indicando el camino que seguiría
la cuchilla, y concluyó:
—Eso te enmarcará mejor el rostro, destacando esos pómulos tan altos
que tienes, y también los ojos. Ya verás.
Mientras el estilista mezclaba los colores, Kash comenzó a disparar su
cámara, moviéndose en círculos alrededor de ambos. Le alegraba tener la
posibilidad de observar el rostro de Isabel a través del visor, mientras ella
habría bajado la guardia y estaba distraída. «Clifton tiene razón: es preciosa
tal y como es.»
Cuando se concentraba en su trabajo, la cámara era su caballete de
pintor, su método para conectar con el mundo. Pero, además, las lentes de
largo alcance la convertían en toda una voyeur, pues le permitían observar
detenidamente rostros y cuerpos desde una cercanía casi íntima, a la vez que
mantenía las distancias y un aparente desinterés.
«Sus ojos son de un azul increíble, profundo e infinito, como el cielo en
un día totalmente despejado; un azul tranquilizador.» Disfrutaba cada vez que
Clifton decía algo que provocaba la risa de Isabel, o simplemente aquella
maravillosa sonrisa imperfecta suya.
El también era todo un maestro en lo suyo. Kash lo había visto a
menudo en acción, tras las bambalinas, en alguna entrega de premios o en un
desfile, atendiendo a las más bellas de entre las bellas. Al igual que
camareros, psicólogos y sacerdotes, los estilistas escuchaban todo tipo de
historias y de confesiones. Sin dejar de mantener una total discreción, Clifton
sabía contar unas anécdotas de lo más entretenido sobre su clientela. Entre las
cosas de las que se enteraba en su trabajo y lo que descubría como el voraz
lector que era, podría hablar con cualquier persona y sobre cualquier tema.
Kash estaba disfrutando, tanto de lo que veía a través de su lente como
de los retazos de información sobre Isabel que el muy sociable estilista iba
reuniendo.
—¡Pasteles! Qué maravilla. Mi vocación es el cabello, la tuya es el
caramelo. En realidad no son tan distintos —razonó Clifton, al tiempo que
hacía un gesto a su ayudante para que le trajese otro cappuccino a Isabel—.
En ambos casos, se trata de hacer realidad algo que es producto de la
imaginación y conseguir que el rostro del cliente refleje placer cuando lo ve
por vez primera.
—Exacto —convino Isabel.
—Venga, cuéntame cuál es tu mayor desafío, lo que te da más
satisfacciones dentro de ese campo —pidió Clifton—. Tus obras más
memorables.
—Humm... —meditó Isabel, frunciendo los labios.
Kash acercó el zoom hasta ellos y los enfocó. Clic, clic. Lo acercó un
poco más. «Qué labios tan gruesos y preciosos. Y suaves, Dios, muy suaves.
¿Por qué demonios no la besé cuando tuve la oportunidad?»
—Bueno, soy bastante conocida por mis pasteles infantiles, ya sabes,
sobre todo para cumpleaños. Intento hacer algo que se adecúe a los gustos del
niño. Por ejemplo, un pastel con forma de pelota de rugby...: eso sí que fue
un reto. Tridimensional, por supuesto, y a escala, con la cobertura del color y
la textura adecuada, puntadas incluidas. Lo único diferente es que, en lugar
de la marca, lleva el nombre del niño.
—Parece magnífico.
Clifton acabó de repartir el color por sus cabellos. Mientras aguardaba a
que se asentase el tinte, compartió un café con ella.
—También estoy muy orgullosa de un pastel que hice en forma de
castillo de Disney. ¿Sabes a cuál me refiero? Ese que está copiado de un
castillo alemán.
—El castillo de Neuschwanstein —la informó Clifton—. Del rey
Ludwig II.
—¡Caray, estoy impresionada! Ese mismo es.
—Izzy, aquí tienen un ordenador —apuntó Gillian con voz cantarina—.
Podrías abrir tu página web y mostrarle las fotos.
—¿Tienes página web? —se admiró Clifton, dejando a un lado su café
para ir a por su portátil, que estaba encendido y mostraba las citas pendientes
para ese día.
—Sí: tartasizzy punto com —contestó Isabel—. Soy autónoma, y trabajo
sobre todo para pastelerías.
—Sus obras son tan increíbles que la gente siempre le dice que no se
atreve siquiera a cortarlas —explicó Gillian, entusiasmada.
Clifton tecleó la dirección y al momento sonrió de oreja a oreja:
—¡Braval Es un trabajo increíble, Isabel. No tenía ni idea de que se
pudiese hacer algo así sólo con harina y azúcar. El castillo debe de haberte
llevado un montón de tiempo. Está tan acabado que casi parece una
fotografía.
El comentario hizo que Kash volviese su atención hacia la pantalla.
Clifton no exageraba: las tartas de Isabel eran asombrosamente
complejas y revelaban una meticulosa atención al detalle. Las ventanas del
castillo eran finas láminas de azúcar coloreado, tan traslúcido como el de las
vidrieras. Las rosas y las hojas de sus pasteles nupciales eran tan realistas que
Kash habría jurado que acababan de ser cortadas aquella misma mañana.
—¿Todo está hecho a mano? —preguntó—. ¿Y se puede comer de
verdad?
—Hasta el menor detalle —contestó Isabel—. No quiero que el cliente
pueda morder algo que le haga atragantarse. No sería bueno para el negocio,
¿verdad?
El tono humorístico de su frase ayudó a calmar la tensión que había
entre ambas.
Kash la miró directamente a los ojos.
—Tengo que pedirte disculpas, Isabel —le dijo—. Cuando Miranda me
contó que decorabas tartas, llegué a burlarme un poco de lo que hacías. Me
imaginaba esos enormes pasteles planos, con un «Feliz cumpleaños, Júnior»
escrito encima, y unos cuantos jugadores de rugby, de plástico, clavados en el
glaseado. Pero esto es realmente impresionante. Eres más una artista que una
pastelera.
—Estás perdonada.
Kash se preguntó en qué otras cosas habría subestimado a Isabel. Era
obvio que en ella había mucho más de lo que se apreciaba a primera vista.
—Tus pasteles infantiles son una maravilla, desde luego. No me extraña
que seas conocida por ellos —dijo Clifton—. Y... está claro que te gustan los
niños. ¿Tienes hijos?
—No, todavía no —contestó Isabel—. Tal vez algún día.
—Y no llevas anillo de casada —observó el estilista—. ¿Una mujer tan
hermosa como tú sigue soltera? ¿Cómo es posible?
A Kash le pareció que el rubor que tiñó las mejillas de Isabel era más
atractivo que el que podía conseguirse mediante un simple cosmético.
—Todavía no ha aparecido la mujer de mis sueños —dijo Isabel,
sonriendo tímidamente—. Pero ya llegará.
—Por supuesto que sí. Eres una joven encantadora y llena de vida.
Clifton comprobó el estado del tinte. A continuación posó las manos
sobre los hombros de Isabel y le sonrió a través del espejo.
—Esta noche tienes que salir y dejar que el mundo contemple lo
hermosa que eres. Roma es la ciudad del amor.
El estilista hizo descender el sillón que ocupaba Isabel y añadió:
—Acompáñame, por favor.
Después de un aclarado y un masaje de cuero cabelludo absolutamente
divino, que estuvo a punto de hacerla dormir, Isabel volvió a sentarse en el
sillón, aunque esta vez de espaldas al espejo.
—¿Me permitirás que no te deje mirarte hasta haber acabado contigo?
—pidió Clifton con su mejor mirada de perrito faldero, fruto de una larga
práctica.
Isabel se echó a reír.
—Claro, ¿por qué no?
—De modo que, por lo que creo entender, aparecerás en Sophisticated
Wornen.
Clifton escogió una de sus navajas y miró de reojo a Kash, que estaba
cambiando de lentes.
—¿Cuándo le harás las fotos para la portada? —le preguntó.
—Dispongo de un estudio aquí, para hacer algunas dentro de unas horas
—contestó Kash—, y puedo hacer unas cuantas fotos adicionales ya de vuelta
en Nueva York, si fuese necesario.
—Oh, no hará falta. Te encantarán las que saques hoy —replicó Clifton,
mientras comenzaba a cortar, utilizando la navaja con delicada precisión,
como si fuese la herramienta de un escultor, a base de pequeños toques—.
Con Kash estás en excelentes manos, Isabel.
La fotógrafa y ella se miraron. Isabel sonrió primero, aunque Kash no
tardó en imitarla. Lo que más sorprendió al estilista, que estaba al quite, fue
que su comentario las hiciera sonrojar profusamente a ambas.
—Kash te capturará de tal manera que hará que todo el que te vea en esa
portada desee saber mucho más sobre ti —continuó Clifton, pero al momento
comprendió que había metido la pata.
La mayoría de las mujeres adoraban ser el centro de atención, pero
Isabel se encogió al oír sus palabras. ¿Y Kash? La fotógrafa no podía apartar
la vista de Isabel.
«Me parece que ni se ha dado cuenta de que ha dejado de hacer
fotografías y la está mirando embobada», pensó el estilista, al tiempo que
preguntaba:
—¿He dicho algo malo?
Isabel negó con un gesto.
—No, no, en absoluto, sólo que... eso no va conmigo. No pretendo
ofender a Kash: es una fotógrafa increíble.
—¡Pero si va a ser magnífico! —exclamó Clifton, deteniéndose para
examinar lo que había cortado hasta entonces—. Una portada es una muestra
de aprecio, eso es todo. Unos mimos siempre sientan bien.
—¡Eso es, eso es! —exclamó Gillian—. Da gusto cuando las cosas
buenas les ocurren a quien se las merece, Izzy. Nadie se merecía ganar este
concurso y que la mimasen así más que tú.
—De eso nada —protestó Isabel.
—Bueno, puede que lo de nadie sea un poco exagerado —aceptó Gillian
—, pero te lo mereces más que cualquier otra persona que yo conozca.
¡Todas esas semanas que estuviste en Louisiana, ayudando después del
Katrina, y la labor que llevas a cabo todos los años con el grupo de
concienciación sobre el sida y el HIV!
—Cierra el pico, Gillian —la riñó Isabel.
—Y las clases de natación para mayores —continuó Gillian—. Y las
muchas veces que has cocinado para personas que...
—¡Basta! —exclamó Isabel en tono firme.
Kash había fotografiado toda la secuencia que mostraba a Isabel cada
vez más ruborizada de vergüenza. «Es cierto que no desea esa portada. Y
también es muy humilde en lo que se refiere a su altruismo.» Eran tan escasas
las ocasiones en las que se había encontrado con una persona verdaderamente
generosa que la experiencia le pareció maravillosamente grata. «Esta mujer sí
que vale realmente la pena.»
—Debes tener fe en la capacidad de Kash para retratarte fielmente, bella
—le dijo Clifton a Isabel—. Sabe capturar la esencia de las personas de tal
manera que uno tiene la sensación de que las comprende..., que sabe lo que
piensan y lo que sienten, que intuye la clase de personas que son en esencia.
—Me parece que no te pago lo suficiente, Clifton —se burló Kash con
gesto imperturbable.
—Bueno, ¿y ya habéis disfrutado de alguna divertida sesión de fotos? —
quiso saber el estilista.
La fotógrafa hizo un gesto de horror y se interpuso entre su trípode e
Isabel, protectora, lo que hizo que Gillian estallase en carcajadas.
—¡Payasas! —se quejó Isabel, de buen humor.
Clifton también soltó una risita.
—¿Así que eres de las que tienen dos pies izquierdos?
—En la pista de baile, no —le informó Kash.
Las mejillas de Isabel comenzaron a arder. Miró hacia Kash de reojo.
Clic. La fotógrafa fue desplazándose a su alrededor, haciendo varios disparos
en rápida sucesión. «Ojalá bajase esa cámara más a menudo, para poder verle
la cara y saber qué es lo que está pensando.»
Kash estaba completamente fascinada por lo mucho que podía cambiar
la apariencia de Isabel un simple corte de pelo. Clic. Clifton era
perfeccionista, de modo que seguía cortando pequeños mechones aquí y allá,
estudiando su cabello desde todos los ángulos, despeinándoselo con bruscos
gestos para darle un aspecto sexy y juguetón. Clic. Era una verdadera obra de
arte: las mechas rubias y de color caramelo añadían un maravilloso brillo y
profundidad al cabello de Isabel, complementando a la perfección el color de
su tez. El corte era chic y moderno, pero casaba bien con su personalidad y
hacía destacar muchísimo sus ojos azul oscuro. Ahora era más una mujer que
una chica. Clic.
Kash aplicó el zoom para enfocar desde más cerca el rostro de Isabel.
«Ya vuelves a tener esa expresión de deseo en los ojos, como si estuvieses
imaginándome desnuda.» Aquello la hizo sentirse excitada, y también algo
así como... ¿nerviosa? «¡Pero si a mí las mujeres nunca me ponen nerviosa!.»
—¿Va todo bien, Kash?
El tono divertido que empleó Clifton la arrancó de sus pensamientos.
Aquella simple cuestión contenía implicaciones del tipo: «Oh, no, a mí no me
engañas. Esta chica te gusta de verdad, ¿a que sí?».
En aquel momento Kash se dio cuenta de que no había hecho ninguna
fotografía desde hacía largo rato.
—Sí, perfectamente —contestó, apretando el disparador para poder
esconderse tras la cámara.
Clic. Lo que ya no le resultó tan fácil fue recuperar el equilibrio, con
Isabel mirándola de aquella manera. «Mierda. ¿Cómo voy a poder soportar
otras dos semanas junto a ella?»
Gillian había estado tan entretenida observando la transformación de
Isabel que no advirtió de inmediato las chispas que saltaban entre Kash y su
amiga. Sin embargo, el tono de voz de Clifton la alertó, y al momento sintió
ganas de abofetearse. «No hay duda de que algo ha sucedido entre estas dos.
Algo muy gordo, me parece, por la forma en que se miran fijamente sin poder
evitarlo. Pero veo que también existe algún problema. Por eso Izzy ha estado
actuando de una forma tan extraña. Tal vez necesiten un poco de ayuda para
superar lo que quiera que las esté distanciando.»
—Mi parte ha concluido. Ahora te dejo en manos de Cosma —dijo
Clifton, posando ambas manos en los hombros de Isabel—. Pero no debes
verte..., ni ellas tampoco..., hasta que acaben de arreglarte las cejas y de
maquillarte. Me he ocupado también de que te enviasen aquí uno de tus
nuevos conjuntos. Así la sorpresa será total.
—¿De verdad es necesario? —se quejó Kash.
—¡Eso digo yo! —convino Gillian—. ¡Con lo divertido que es
contemplar toda la transformación!
—Llamadlo mi vena dramática. Vamos, señoras, concededme mi único
deseo —insistió Clifton, sin dejarse convencer.
—Vas a flipar, Izzy —declaró Gillian, maravillada, moviendo la cabeza
de un lado a otro—. Es increíble, alucinante. ¿A que sí, Kash?
—Clifton, como siempre..., eres el mejor.
Gillian se fijó en que Kash parecía no haberse dado cuenta del matiz con
el que le sugería que estaba al tanto de la atracción que sentían Isabel y ella.
—Vaya, estáis haciendo que me muera de ganas de verlo —protestó
Isabel mientras Clifton hacía descender su sillón—. Vamos, déjame echarle
un vistacito...
—Paciencia. Te prometí que quedarías encantada, y así será. Confía en
mí.
CAPITULO DIEZ
Isabel supo que estaba a punto de contemplar un drástico cambio por las
expresiones de los rostros que la rodeaban. Clifton estaba tremendamente
satisfecho de sí mismo. Gillian dejó escapar un silbido de admiración, y Kash
estaba... Kash la miraba fijamente, de una forma que le aceleró el pulso.
—No sé si te habría reconocido por la calle, Izzy —dijo Gillian por fin
—. Estás imponente. ¡Molal
Kash todavía no había dicho nada, pero Isabel disfrutó al ver la
expresión de su rostro. «Yo diría que mi aspecto merece por fin su
aprobación. Tal vez exista alguna posibilidad de continuar lo nuestro,
después de todo. Sus ojos brillan con la misma intensidad que tenían justo
antes de hacerme entrar en su habitación, o más todavía. Oh, sí. Me parece
que acaba de abrirse una puerta.»
—¿Lista? —preguntó Clifton.
—Más que nunca.
Isabel se enfrentó al espejo, con el corazón vibrante de expectación.
Sabía que la ropa, por sí misma, podía crear una enorme diferencia. Había
llegado allí vestida con zapatillas deportivas, vaqueros y un polo, mientras
que ahora llevaba zapatos negros de tacón y un sencillo vestido del mismo
color, que llegaba hasta medio muslo, con un profundo escote en la espalda y
otro en el frente. Este último dejaba a la vista el valle que había entre sus
pechos. Era mucho más provocativo que cualquier prenda que se hubiese
puesto hasta entonces, por lo que atribuyó al vestido los ojos vidriosos con
los que Kash la contemplaba.
Sin embargo, cuando miró al espejo se quedó boquiabierta al ver la
imagen que éste le devolvía. «¡Dios Santo, creo que yo tampoco me habría
reconocido por la calle!» El efecto del conjunto era asombroso. El maquillaje,
suave y elegante, era perfecto para su tono de piel, y los tonos color humo
resultaban muy adecuados para una noche en la ciudad. Sus labios brillaban
con un resplandor color bronce, y le habían perfilado y teñido las cejas a
juego con las nuevas mechas color miel. El corte era moderno y con estilo, y
contribuía en gran medida a crear un efecto general de sensual sofisticación.
—Encantada, ¿verdad? —preguntó Clifton, con desenfadada
complacencia.
—Mucho más que eso —consiguió decir Isabel—. Es completamente
alucinante.
Kash intentó dominarse para dejar de mirarla con la boca abierta y decir
algo. Sabía que estaba tan embobada como un adolescente frente a su primer
ejemplar de Playboy, pero que la matasen si podía hacer algo más que
embeberse del sensualísimo esplendor que desprendía la nueva Isabel.
«¡Dios, antes ya me volvía loca, pero ahora...!»
Su mirada se encontró con la de Isabel, y ésta le guiñó un ojo. «¡Oh,
magnífico: sabe perfectamente el efecto que me está causando!» Sus ingles se
contrajeron de excitación.
Isabel abrazó a Clifton.
—La palabra «gracias» se queda cortísima en este caso. Has hecho algo
completamente increíble. ¡Menuda diferencia!
«Y eso por no mencionar el hecho de que parece ser exactamente lo que
necesitaba para atraer de nuevo la atención de Kash hacia mí.»
—No he hecho más que resaltar lo que ya estaba ahí —protestó
cariñosamente Clifton, devolviéndole el abrazo—. Como ya te dije, Isabel,
eres una mujer muy hermosa. Lo único que hemos hecho es mostrarte un
poco mejor.
A continuación el estilista se dirigió a Kash:
—¿Ves por qué sabía que hoy podrías hacer unas fotografías
maravillosas?
—Sin duda —consiguió decir Kash.
«Eso si consigo que mis manos dejen de temblar el tiempo suficiente
para disparar mi cámara. ¡Dios, Isabel! ¿Cómo voy a conseguir mantener mi
promesa de no volver a tocarte?»
Mientras Isabel salía un momento para recoger la ropa con la que había
venido y Gillian salía al encuentro de su chófer, Kash comenzó a guardar sus
cámaras y el resto del equipo bajo la vigilante mirada de Clifton.
—Kash, te he podido observar en compañía de modelos, actrices,
muchas de las mujeres más hermosas del mundo —comentó el estilista—.
Sin embargo, creo que nunca te he visto tan colgada por alguien como sin
duda lo estás por esta joven.
La fotógrafa se enderezó y le dirigió una mirada helada.
—¿Cómo? ¿De qué estás hablando? Eso es una tontería.
—No puede estar más claro, amiga mía. La rendición que había en tus
ojos cuando la mirabas... Impagable. ¿No me digas que alguien ha
conseguido por fin conquistar a la rompecorazones más famosa del mundo?
—¿Conquistarme? —rió burlonamente Kash—. Hablas como en esas
aburridas noveluchas románticas, Clifton. Está bien, admito que Isabel está
realmente despampanante con ese vestido y, desde luego, sé apreciar a una
mujer hermosa y sensual, pero eso es todo.
—Lo que tú digas, Kash, lo que tú digas.
Massimo estaba charlando con Gillian para matar el tiempo cuando
Kash e Isabel salieron del salón de belleza y se deslizaron en el asiento de
atrás del Fiat. Cuando vio a Isabel, el joven dejó la frase a medio acabar y
murmuró algo que parecía una oración.
—Sembrate incredibili —concluyó, sin dejar de mirarla por el retrovisor
—. Estás muy, muy hermosa, Isabel.
—Gracias, Massimo.
Aunque Isabel había basado su vida entera en el principio de no juzgar a
la gente por su aspecto, las reacciones que despertaba su nueva apariencia
ilusionaban más incluso que el propio cambio de imagen. Especialmente la
de Kash. La fotógrafa seguía dirigiéndole frecuentes miraditas, sobre todo a
los pechos y a las piernas. Los muslos de ambas casi se rozaban. «No hay
duda de que le gusta lo que ve, pero no me ha dicho ni una palabra, quién
sabe por qué. ¿Seguirá decidida a resistirse a la atracción que existe entre
nosotras?»
Gillian se volvió hacia ellas desde su asiento de copiloto:
—He de decir que ahora me siento horrorosamente mal vestida, a
vuestro lado. ¿Qué tal si me dejáis en el hotel para que pueda cambiarme y
me recogéis cuando hayáis acabado con la sesión de fotos? Después
podríamos salir a cenar y buscar algún lugar donde exhibirte.
—Claro, por mí estupendo —contestó Isabel.
Sin embargo, no le parecía que fuese necesario. Gillian iba siempre más
que presentable: sus pantalones de lino color beige y la chaqueta entallada a
juego eran tan perfectamente elegantes como los pantalones negros de corte
clásico y la camisa de seda del mismo color que llevaba Kash. Claro que
Isabel estaba comenzando a entender que la ropa adecuada podía cambiarlo
todo.
Después de desviarse para dejar a Gillian, se dirigieron al estudio
fotográfico en el que Kash había alquilado un espacio para ese día. Isabel se
sorprendió un poco al ver que Kash despedía a Massimo en cuanto llegaron,
diciéndole que las recogiese hora y media después para ir a cenar.
En el automóvil habían intercambiado algunos comentarios
intrascendentes, pero Kash seguía evitando toda alusión directa a la
transformación de Isabel, lo cual la estaba volviendo loca. «¿Por qué
demonios no dice nada?»
Kash no podía decir nada sobre aquella transformación porque todo lo
que se le ocurría le sonaba demasiado adulador. Estaba acostumbrada a
escuchar todo tipo de exageraciones, pero, ahora que había encontrado a una
mujer realmente merecedora de unos cuantos superlativos, todos le parecían
huecos y demasiado trillados. «Y, además, ¿de qué serviría? Ella sabe
perfectamente el efecto que te está causando. Decirle un cumplido la haría
pensar que puede haber algo entre ella y tú, y no debes permitir que eso
suceda: no sólo porque tienes que trabajar junto a ella durante los próximos
quince días, sino también porque eso hará que todo se complique demasiado.
Ella no es como tú. Debes tenerlo bien presente.»
Sin embargo, a Kash le era imposible dejar de percibir el encanto y la
increíble sensualidad de la nueva Isabel, con aquel vestidito negro. Menos
mal que era capaz de hacer su trabajo incluso dormida, porque estaba
demasiado distraída para llevar a cabo tarea alguna que requiriese mucha
concentración. «Ese vestido debería llevar una de esas advertencias que dicen
“No conducir maquinaria pesada cuando Isabel está apenas vestida con esta
ropa”.»
—Acomódate a tus anchas mientras lo preparo todo —le dijo a Isabel en
un tono más profesional de lo que pretendía, indicando con un gesto los dos
sofás que había en una esquina.
La fotógrafa agradeció la familiaridad de las rutinas del estudio, porque
Isabel estaba haciendo que se sintiese demasiado cohibida. Cada vez que las
miradas de ambas se encontraban, Kash notaba que una oleada de deseo la
invadía, arrasando su vientre, y no tenía más remedio que desviar la vista,
porque, de lo contrario, tal vez tendría que reconocer y dar respuesta a la
súplica que podía leer en los ojos de la joven.
Isabel tomó asiento en uno de los sofás y cruzó las piernas.
—Estás muy callada —dijo—. ¿Va todo bien, Kash?
«Oh, oh. Ese tonillo no me gusta. Ni un pelo. Está intentando
provocarme, y con todo éxito, desde luego.»
—Perfectamente —respondió, intentando calmar los latidos desbocados
de su corazón con respiraciones lentas y profundas.
La estrategia no funcionó demasiado bien; sus manos temblaban al
colocar el trípode y las luces. «Pero, bueno, ¿qué pasa? ¡Las mujeres nunca
me han causado este tipo de efecto!»
—¿Estás segura? —insistió Isabel, en un tono que traicionaba su
diversión; se puso en pie y se acercó lentamente a ella—. Pareces algo...
distraída.
«Sí, señor: sabe perfectamente lo que hace.» Kash se esforzó por
concentrarse en su trabajo, pero cada vez le era más difícil. Podía sentir a
Isabel detrás de ella. Turbada, buscó a tientas uno de los focos, pero erró la
trayectoria y el foco cayó al suelo con un estruendo.
—¡Cuidado!
Instintivamente, Kash alargó el brazo para proteger a Isabel de la lluvia
de cristales rotos. Cuando volvió a hacerse el silencio, miró hacia la joven,
azorada, para confirmar lo que ya sabía. Sí, efectivamente, había posado la
mano justo encima del pecho izquierdo de Isabel.
La retiró de allí con tanta rapidez como si se hubiese quemado, no sin
antes memorizar el tacto de aquel pezón, un poco erecto, bajo los dedos.
—Lo... lo siento.
Isabel se echó a reír.
—¿Por qué? ¿Por ser patosa... o por haberme sobado?
—Esto... por... —tartamudeó Kash. Estaba completamente confusa, y
aquella sensación no le hizo la menor gracia—. Bueno, pongámonos a
trabajar, ¿vale? ¿Te importaría tomar asiento, por favor?
La fotógrafa señaló con la cabeza un taburete que había colocado ante
un fondo neutro, al tiempo que preparaba la cámara.
—Claro, claro —contestó Isabel con suficiencia; se encaramó al taburete
y se inclinó hacia delante, de modo que Kash podía ver toda la profundidad
de su escote—. Me siento, me pongo de pie, lo que tú quieras. Haz conmigo
lo que desees.
«¡Jo... der!» La invitación y la provocativa pose conjuraron el vivido
recuerdo de la piel de satén de la joven, y sus gemidos al llegar al orgasmo.
«Sé muy bien lo que haría yo contigo y con ese vestido. ¡Y sin ese vestido!»
Alzó la cámara, dando gracias por poder ocultarse tras el visor durante un
rato. Clic. Clic.
De una cosa estaba completamente segura. Clic. Clic. Una de aquellas
fotos haría que saltasen chispas de la portada de Sophisticated Women. Isabel
tendría sus quince minutos de fama, y bastantes más, lo quisiera o no.
—¿Podrías colocarte en un perfil de tres cuartos, por favor? —preguntó,
muy profesional.
Sin embargo, no lo hacía para obtener la mejor perspectiva fotográfica.
Tenía que obligar a Isabel a que dejase de provocarla con aquel escote,
porque ya no conseguía concentrarse en nada más. Clic.
—Dalo por hecho.
Isabel cruzó las piernas, de tal modo que la falda del vestido se alzó
hasta una altura casi obscena.
«¡Eso no ayuda!» Kash siguió disparando la cámara mientras tarareaba
distraídamente una melodía. Su cuerpo ardía de deseo. «Si esta noche baila
con ese vestido tal y como lo hizo la otra vez..., moviendo el culo de aquella
manera... Joder..., joder...»
Isabel estaba ya bastante segura del efecto que estaba causando en Kash
y, cuando ésta comenzó a tararear por lo bajo, sus sospechas se vieron
confirmadas. El comportamiento de Kash y su lenguaje corporal sugerían que
la fotógrafa no era consciente en absoluto de lo que tarareaba, pero la melodía
elegida podía ser una pista de lo que estaba sucediendo bajo su fachada de
aparente calma.
La joven bulló de excitación al reconocer la canción que Kash había
elegido: /Ve Got You under My Skin, es decir, Te llevo bajo la piel.
Cuando aquel mismo día Clifton le había presentado a la desconocida
del espejo, todos los cambios que habían estado sucediéndose en ella durante
aquel viaje brotaron de golpe. Era Isa la salvaje, comprendió por fin. Más
sensual e impulsiva, y muchísimo más cachonda de lo que la antigua Isabel
recordaba haber sido nunca. No cabía duda de que una parte de ella,
intensamente sensual, había estado pacientemente dormida durante todos
aquellos años, pero, ahora que Kash la había despertado, estaba pidiendo a
gritos ser atendida.
—¿Qué tal...?
Se puso de pie frente al taburete dándole la espalda a Kash. «Veamos
qué efecto tiene esta pose.» Apoyó los codos sobre el asiento, lo cual ofrecía
a la fotógrafa el mejor plano posible de su culo, y la miró por encima del
hombro, mientras añadía:
—¿... así? ¿Qué te parece esto?
Kash se quedó inmóvil en el acto. «¡Oh, sí, joder!» Al momento recordó
las ardientes escenas que habían tenido lugar en su habitación.
—Separa las piernas.
Ni siquiera se dio cuenta de que había pronunciado aquellas palabras en
voz alta. No era su intención, pero supo que así había sido cuando Isabel
obedeció, luciendo aquella perfecta sonrisa imperfecta y tentadora. «¡Oh,
mierda, ¿qué demonios haces? No puedes permitir que vuelva a suceder!» Y,
desde luego, una pose como aquélla no podía utilizarse en la revista. Al
menos no en Sophisticated Women. En las revistas para hombres no la
dejarían escapar, eso seguro, aunque a ella nunca se le ocurriría ofrecérsela.
«Claro que puedes hacerle unas cuantas fotos para ti misma. Eso no le haría
daño a nadie.» Clic. Clic. Clic.
El corazón de Isabel latía desbocado. «No puedo creer que esté haciendo
esto.» Su cuerpo ardía. Sentía los ojos de Kash clavados en ella. El ronco
tono de su voz cuando le dijo que separase las piernas fue como una caricia
verbal, urgiendo su aquiescencia. Se notaba húmeda de excitación. «Ojalá
soltases la cámara de una vez y te acercases para volver a acariciarme. Sé que
eso es lo que deseas.»
Durante unos instantes, lo único que pudo oírse en la estancia fueron los
disparos de la cámara de Kash a intervalos regulares y la respiración de
Isabel, bastante agitada.
Kash se acercaba más a cada disparo, sin poder evitarlo, atraída por los
jadeos de Isabel. Cada entrecortada inspiración y espiración tiraba de ella,
acercándola más y más. No tardó mucho en estar demasiado cerca para el tipo
de lente que estaba utilizando. Por fin bajó la cámara y miró a Isabel
directamente a los ojos. Apenas había un metro de distancia entre ellas.
Isabel no dijo nada, pero la súplica de aquellos ojos azul oscuro no podía
ser más evidente: «Follame. Tómame. Deséame.» Y Kash así lo hizo. No
recordaba haber estado nunca tan excitada.
La persistente vocecilla interior que no hacía más que decirle que
aquélla no era una buena idea enmudeció bajo el rugido de la sangre que se
agolpaba en el cerebro, y sus pensamientos se volvieron confusos. No estaba
acostumbrada a negarse ninguno de sus deseos, y desde luego no pensaba
empezar ahora. Las posibles consecuencias y las complicaciones dejaron de
tener importancia. Lo único que sabía era que su cuerpo le pedía que
acariciase a Isabel.
La fotógrafa atravesó la distancia que las separaba. Estaba segura de que
las pupilas de Isabel se habían contraído, previendo lo que estaba a punto de
suceder.
Pasó suavemente la mano por la sedosa piel de la espalda de Isabel,
mientras acomodaba la pelvis contra su culo.
Al notar aquel exquisito contacto Isabel gimió, cerró los ojos y se apretó
contra ella.
—Isabel...
La había llamado con voz muy dulce, pero su cuerpo reaccionó
instantáneamente al estímulo de la joven. Hundió la ingle en su trasero y al
momento su clítoris se endureció. Tenía el brazo izquierdo caído, todavía con
la cámara en la mano, y el derecho enlazando la cintura de Isabel, listo para
atraerla hacia sí con todas sus fuerzas. Con el corazón palpitante comenzó a
embestirla suavemente, y el cuerpo de Isabel respondió de la misma manera,
acompasándose a su ritmo, golpe a golpe.
—¡Oh, Dios, Kash, qué maravilla! —exclamó Isabel, sujetándose con
fuerza al taburete.
Los músculos de su liso estómago se tensaron al sentir cómo Kash la
recorría con los dedos; el tejido del vestido era tan fino que casi parecía
inexistente. Tenía la mano a escasos centímetros de los pechos de Isabel, y
sabía sin necesidad de mirarlos que sus pezones estaban erectos. Sin
embargo, antes de poder confirmar sus sospechas, que era lo único en lo que
podía pensar, alguien llamó suavemente a la puerta del estudio.
—¿Kash?
Era Massimo. Un poco temprano, aunque no mucho.
—Mierda —protestó Kash entre dientes, al tiempo que soltaba a Isabel y
se apartaba de ella, para decir después en voz alta—: ¡Saldremos en unos
minutos!
Isabel se enderezó y la miró de frente, apoyándose con una mano en el
taburete. Sus ojos eran penetrantes. Tenía el labio inferior hinchado y oscuro,
justo en el punto donde ella la había mordido.
—¡Oh, Dios, Kash, lo que me haces sentir...!
—Isabel...
Kash se esforzó por controlar el increíble torrente de excitación que la
hacía desear cerrar la puerta con llave y tirar a Isabel sobre el sofá.
«¡No puedes hacer eso! No puedes! Contrólate de una jodida vez y deja
de permitir que sea tu clítoris el que te gobierne!» La conciencia a la que tan
pocas veces atendía se hizo oír, insistiendo en que no podía esperar que
aquello no le trajese complicaciones, graves complicaciones. No quiso
detenerse a pensar por qué le importaba tanto, por qué no deseaba hacer daño
a Isabel, cosa que probablemente sucedería si volvía a sucumbir al fuego que
las dominaba.
Una parte de su subconsciente le decía que tal vez estaba intentando
protegerse a sí misma, porque Isabel estaba empezando a hacerle sentir cosas
que ella nunca, nunca antes había sentido. Sin embargo, consiguió apartar a
un lado todas aquellas voces interiores, al tiempo que recuperaba el ritmo
habitual de su respiración. Desgraciadamente, su excitación persistiría si
Isabel seguía mirándola de aquella manera.
—Esto no debería haber sucedido...
Le tembló la voz y agradeció la distracción que le proporcionaba el
hecho de tener que guardar todo su equipo.
—Yo... debo pedirte disculpas —añadió, aunque no lo sentía en
absoluto.
—No —la interrumpió Isabel con voz entrecortada. Era obvio que
seguía estando muy excitada—. Quería que lo hicieses. Quiero que lo hagas.
Por favor, Kash, déjate llevar. No te reprimas.
Kash se enderezó y miró a Isabel, pero manteniendo las distancias.
—No fingiré que no lo deseo yo también, Isabel. Ese vestido..., tu forma
de posar..., el tacto de tu cuerpo... Estoy tan cachonda que desearía...
desearía...
«Quiero besarte hasta quedarme sin respiración. Quiero pasar toda la
noche contigo, hacer de todo contigo, no solamente follarte como a una
desconocida anónima y marcharme después. Sin embargo, lo máximo que yo
puedo ofrecerte sigue sin ser suficiente para una mujer como tú.»
—Pero es una mala idea —continuó por fin, respirando hondo. Su
clítoris seguía latiendo y era difícil mirar a los ojos a Isabel y seguir diciendo
lo que tenía que decirle—. Lo que quiero decir es que tendremos que trabajar
juntas durante un par de semanas más. No quiero que todo se vuelva todavía
más confuso y complicado de lo que ya es.
—Y no será así —intentó convencerla Isabel—. Tengo claro que esto no
es más que un poco de diversión, Kash. No espero nada más, si es eso lo que
te preocupa.
—Agradezco tus palabras, Isabel —replicó Kash, volviendo a la tarea de
guardar su equipo—, pero tú no eres de ésas a las que les gusta el sexo sin
complicaciones, de modo que es mejor así. No debería haber sucedido ni la
primera vez.
—¿Qué quieres decir con eso de que no soy de las que les gusta el sexo
sin complicaciones?
—Bueno, Gillian me dijo que tú... que tú... —tartamudeó Kash,
pasándose nerviosamente las manos por el pelo—. Que tú sales con tus
parejas antes de acostarte con ellas. Que no habías ido a la discoteca para
ligar con nadie. Sé que lo que ocurrió entre nosotras no es algo que suelas
hacer normalmente.
—Tal vez no entre dentro de mis costumbres el buscar un... polvo rápido
o una aventurilla de una noche, ni nada parecido. Eso es cierto —declaró
Isabel, alzando el pie hasta el reposapiés del taburete—. Pero tú me haces
desear cualquier cosa que pueda compartir contigo: una noche más..., una
hora más.
Kash notó que el sexo se le contraía. Sabía que podría hacer buen uso de
una noche entera con Isabel. «Me estás poniendo muy difícil el rechazarte.
Pero he de hacerlo, o alguien acabará herido. No sé muy bien por qué estoy
tan segura, pero así es.»
—Lo siento, Isabel —dijo, mientras añadía interiormente: «No sabes
hasta qué punto»—, pero es mejor que no repitamos lo del otro día. Creo que
ambas sabemos que fue un error.
Isabel frunció el entrecejo, sin hacer esfuerzo alguno por ocultar su
decepción. «Tal vez para ti fue un error, pero a mí nunca conseguirás
convencerme de ello, Kash. Yo me alegro muchísimo de que haya sucedido.»
Gillian supo de inmediato que su plan de dejarlas solas no había
producido el resultado deseado. Saltaban chispas entre ambas, eso seguro. La
tensión sexual era tan palpable que parecía que hubiera una persona más en la
estancia. Pero ambas estaban sospechosamente calladas, y no se las veía
felices en absoluto. Para cuando acabaron con los aperitivos, Gillian había
decidido ya que ambas necesitaban un empujón algo más decidido que las
encaminase en la dirección correcta. «Un poco de música insinuante, una
pista de baile y un par de copas para desinhibirlas sería un buen comienzo.»
—Entonces, Kash —dijo—, ¿conoces alguna discoteca a la que
podamos ir a lucir el nuevo e increíble look de Isabel?
Kash apretó los labios. La perspectiva de salir con las dos amigas y de
contemplar a Isabel sobre la pista de baile, con aquel vestido, la atraía y la
frustraba a la vez. No podía negarse. Después de todo, se lo había prometido
a Gillian. Además, por muy frustrante que fuese, siempre sería mejor que
beber en soledad.
—Sí, se me ocurre uno que no está mal.
CAPITULO ONCE
Kash conocía tres locales de lesbianas en Roma: dos enormes, no muy
distintos al que habían visitado en París, y uno más íntimo y reducido, cuyo
acceso estaba restringido a unas cuantas elegidas.
Gillian quiso probar primero uno de los locales mayores, pero en él
Kash se vio acosada por la multitud casi de inmediato, de modo que acabaron
optando por el SoHo, un club privado cuya decoración recordaba el estilo de
los locales de última moda que habían dado fama al barrio de Manhattan del
mismo nombre. Las paredes de ladrillo lucían carteles de obras teatrales de
Broadway, y varios detalles neoyorquinos más consiguieron que las tres se
sintiesen transportadas de regreso a su país.
Allí también reconocieron a Kash enseguida pero, en aquel local, fama y
dinero eran cosa corriente, de modo que la mayor parte de la clientela se
comportó de manera más respetuosa, manteniendo las distancias. Al igual
que en París, la encargada del SoHo ofreció de inmediato a Kash y compañía
su zona VÍP, un reservado parcialmente rodeado por cortinas, con un sofá de
esquina y mínima iluminación.
Mientras la encargada las guiaba entre la multitud, Gillian se fijó en que
Isabel estaba causando verdadera sensación: las mujeres coqueteaban con ella
al pasar, casi tanto como con Kash. También pudo notar que Kash parecía
mucho más concentrada en Isabel que en ninguna de las sirenas italianas que
intentaban atraer su atención. «Sí, señor, eso. Es bueno. ¡Muy bueno!»
Gillian apenas esperó a que les sirviesen sus bebidas para tomar a Isabel
de la mano y arrastrarla de nuevo hacia la multitud.
—Venga, ya es hora de mostrar a la nueva Izzy.
Ya en la pista de baile se aseguró de escoger un lugar donde Kash
pudiese contemplar sin estorbos a Isabel, de espaldas.
—Estás fenomenal, Izzy, de verdad que sí —le dijo, y comenzó a bailar
con ella como en París de aquella forma tan sensual.
Apenas había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando dos
mujeres se unieron a ellas. La más alta de aquellas bellezas mediterráneas se
acercó por un lado, rodeando los hombros de Isabel con un brazo y los de
Gillian con el otro. Su amiga enlazó la cintura de Isabel y se apretó contra
ella desde atrás.
La música tenía un ritmo insistente, erótico y provocador; las cuatro se
rindieron a él, rozándose las unas contra las otras y dejando que sus manos
vagasen por muslos y cinturas, hombros y brazos. Gillian estaba disfrutando
intensamente de aquella experiencia, aunque no perdía de vista a Kash, que
las contemplaba desde el borde de la pista con el rostro oculto entre las
sombras. «Vamos, Kash, sabes que la deseas. ¡No me digas que vas a
quedarte ahí sentada y vas a dejar que otra se la lleve a su casa!»
Kash bebió un trago de vodka. Estaba pensando que ojalá hubiese
escogido otro par de pantalones aquella mañana. Los que llevaba puestos le
apretaban mucho de las costuras cuando estaba excitada y, además, eran
demasiado finos. Cada vez que se movía podía notar perfectamente lo
húmeda que estaba. No era una sensación desagradable, en absoluto, pero sí
desconcertante, porque esta vez no podía satisfacer sus necesidades de la
forma en que más lo habría deseado.
Sabía que podría poseer prácticamente a cualquier mujer de las que la
rodeaban. Pero era a Isabel a quien quería, y sólo a ella.
Verla bailar era una tortura. Cada vez que las caderas de la joven se
mecían contra las de Gillian, Kash notaba que su propia pelvis se elevaba al
mismo compás. Y cuando las dos italianas se unieron a ellas y comenzaron a
recorrer con sus manos la suave superficie que aquel breve vestido dejaba al
descubierto, apenas pudo controlarse: no estaba acostumbrada a contemplar
cómo otras se apoderaban de lo que ella deseaba.
Isabel bullía en un estado de semiexcitación desde la sesión de fotos y,
además, había acompañado la cena con un par de copas de vino, de forma
que su cuerpo agradeció las atenciones de aquellas desconocidas, sus
ardientes y provocativas caricias y la insistente presión de sus caderas.
Cuando Gillian se apartó para emparejarse con una de las italianas, ella se
deslizó enseguida en brazos de la otra, aunque cerró los ojos para imaginar
que eran las manos de Kash las que le acariciaban el culo, y el muslo de Kash
el que se insinuaba entre sus piernas.
Notó un cálido aliento rozándole la mejilla y, al momento, unos
húmedos labios se posaron sobre su delicada piel, para después comenzar a
bajar por el cuello. Se rindió a aquellos suaves gemidos, imaginando que eran
de Kash, y echó la cabeza hacia atrás, permitiendo que su pareja accediese a
la expuesta piel del cuello y el pecho.
Los húmedos besos aumentaron de intensidad a medida que descendían
lentamente hacia el escote, y las manos posadas sobre su culo la apretaron
bruscamente contra la desconocida. El muslo encajado entre sus piernas se
frotaba incansable contra su sexo y aquella frición estaba provocando que
todo su cuerpo se estremeciese.
Podría haber alcanzado el orgasmo así, medio convencida de que era
Kash quien estaba intentando calmar su fiebre, pero de pronto la música
cambió y su pareja de baile murmuró una súplica en italiano, que, a juzgar
por su tono, solicitaba algo inequívocamente sexual.
Se rompió el hechizo. Isabel se enderezó, abrió los ojos y se apartó de la
desconocida de pelo oscuro, conmocionada al darse cuenta de que había
estado a punto de rendirse a alguien de quien desconocía incluso el nombre.
—Lo siento —consiguió decir, avergonzada.
Buscó a Gillian con la mirada y la localizó cerca de la barra, besando a
la otra belleza italiana que había interrumpido el baile de ambas. A
continuación buscó a Kash, pero la zona VÍP estaba vacía. «No puede
haberse ido ya. ¿O sí?»
—Disculpa —dijo a la mujer, quien la agarró del brazo cuando ya se iba.
—Non andare. Balliamo un po’dì più —respondió ésta, aunque al ver la
expresión confundida de Isabel sonrió y añadió, con fuerte acento—:
Quédate. Baila.
—No puedo. Lo siento.
«Es a Kash a quien quiero. Sólo a Kash.»
No tardó más que unos minutos en comprobar que la fotografa no estaba
allí. Su ausencia cayó como un jarro de agua fría sobre las sobreexcitadas
hormonas de Isabel.
Para cuando volvió a localizar a su amiga, ésta se había trasladado a la
zona VIP con su capricho italiano.
Gillian se soltó de los brazos de la mujer al ver que Isabel se
aproximaba.
—¿Ya te vas? ¿Dónde está Kash?
—Creo que se ha ido. ¿La has visto marchar? —preguntó Isabel.
—No, lo siento.
A pesar de que Gillian había decidido hacer de celestina aquella noche,
dejó de prestar atención a lo que estaba sucediendo entre Kash e Isabel en
cuanto su apasionada pareja de baile, Ambra, comenzó a describirle con
delicioso detalle lo que deseaba hacer con ella más tarde.
—Me pregunto si habrá regresado al hotel —comentó Isabel.
«Llevaba aquí demasiado poco tiempo para haberse ligado a alguna.
Aunque supongo que no se tarda mucho si es algo que se suele hacer
habitualmente: una invita, la otra acepta. Y si una de ellas es Kash, preferiría
hacerlo lejos de aquí, por todas las veces que han estado a punto de
fotografiarla en las discotecas últimamente.»
La idea de que Kash pudiese estar montándoselo con alguien en aquel
mismo momento la hundió en la desesperación.
—En fin, me vuelvo a mi suite —le dijo a Gillian—.
Ha sido un día muy largo. Pásalo bien. Si mañana no te veo antes de que
nos vayamos, te dejaré una copia de las localizaciones que tiene previstas
Kash. Comenzaremos en el Foro Romano.
—De acuerdo, Izzy. Que duermas bien.
«Eso es poco probable, dado que al parecer estoy condenada a seguir
obsesionándome por cierta fotógrafa muy sexy y frustrante.»
Mientras Isabel regresaba en taxi a su hotel, el romanticismo de aquella
cálida noche romana de verano, con sus puentes y monumentos iluminados
con una luz anaranjada, le infundió una renovada determinación para seguir
su instinto.
En aquel mismo momento, sus tripas le pedían que fuese hacia Kash, a
pesar de que lo mínimo que esperaba de ella era que volviese a rechazarla.
Era muy posible que la fotógrafa se hubiese llevado a alguna chica del
club a la suite y, desde luego, no le apetecía nada interrumpirlas. Pero Isabel
sabía que aquella noche no conseguiría conciliar el sueño hasta haberlo
intentado una vez más. Pasó un momento por su cuarto, tan sólo para
comprobar el estado de su peinado y del maquillaje. El reflejo que la
contemplaba en el espejo seguía siendo el de una perfecta desconocida,
aunque constituía una sorpresa muy agradable.
Se pasó más de dos minutos ante la puerta de Kash, reuniendo fuerzas
para llamar.
La fotógrafa tardó todavía más en abrir. Cuando lo hizo, sostenía un
gran vaso en la mano, lleno de vodka hasta la mitad. Todavía vestida con la
ropa con la que había abandonado el club, pareció sorprendida al encontrarse
a Isabel ante ella.
—¿Qué haces aquí?
Pronunció aquellas palabras de una forma tan arrastrada que sonó más
bien como «cacesaquí», y le costaba tanto mantener el equilibro que tuvo que
apoyarse en el marco de la puerta con la mano libre.
—¿Estás borracha, Kash?
La fotógrafa clavó una melancólica mirada en su vaso. Había bebido una
copa tras otra, intentando borrar el recuerdo del cuerpo de Isabel contra el
suyo, intentando olvidar la imagen de la joven en brazos de otra mujer,
intentando negar lo mucho que la deseaba..., sin el menor éxito. No había en
el mundo vodka suficiente para conseguirlo.
—Tal vez.
—¿Estás sola? —preguntó Isabel, conteniendo la respiración mientras
aguardaba su respuesta.
Kash la miró a los ojos y asintió.
¿Y tú?
Isabel se acercó a ella, le quitó la copa de la mano y se colgó el brazo de
Kash sobre sus propios hombros.
—Venga, vamos a llevarte a la cama.
Cerró la puerta y dejó el vodka a un lado para poder rodear la cintura de
Kash con su brazo. Estaba claro que llevarla hasta el dormitorio iba a ser todo
un reto.
En cuanto la atrajo hacia sí para sujetarla mejor, la fotógrafa suspiró y se
dejó caer sobre ella.
—Izzzabel... —murmuró con voz espesa—. Me muero por besarte.
Isabel comenzó a conducirla hacia el dormitorio.
—Yo también, Kash. Sigue pensando así cuando estés sobria y te
aseguro que te tomaré la palabra.
—¡Ahora! —protestó Kash, frunciendo los labios con gesto tentador.
—De eso nada. Quiero que puedas recordarlo después.
—¡Oh, vamos, lo recordaré! —insistió Kash, al tiempo que Isabel la
depositaba sobre el lecho.
Sin embargo, su cuerpo apenas le respondía: los miembros colgaban,
yertos, y los ojos se le cerraron en cuanto se encontró tendida sobre la cama.
Isabel consiguió quitarle los zapatos y el cinturón, y la cubrió con una
manta. Cuando se inclinó para apagar el interruptor que había junto a la
cama, Kash se giró y la miró con los ojos casi cerrados.
—La próxima vez quiero bailar contigo —murmuró, y se quedó dormida
en el acto.
Isabel la besó suavemente en los labios, rozándola apenas.
—Espero que así sea, Kash —musitó—. De todo corazón.
CAPITULO DOCE
Kash soñó con Isabel y se despertó temprano, en un estado muy
parecido al que presentaba cuando se fue a dormir: con un calentón que no la
abandonaba y con el cerebro confuso a causa del vodka. Disponía de un
remedio para ambas cosas. Dos aspirinas, una buena ducha con el agua muy
caliente y un tazón de café ayudarían a aclararle la cabeza. Para acabar con su
frustración sexual necesitaba el gimnasio del hotel. Llamó al conserje para
asegurarse de que contaría con el equipo necesario para ello.
Dar puñetazos a un pesado saco formaba parte de su rutina habitual
desde hacía más de una decena de años: una manera perfecta de conservarse
fuerte y en forma y, a menudo, un excelente remedio para acabar con la ira, la
frustración y otras emociones negativas. Se alegró al ver que la sala estaba
vacía y que la aguardaba un par de guantes sin estrenar.
El esfuerzo por reconstruir lo sucedido la noche anterior la estaba
volviendo loca. Oh, sí, recordaba bien el club: cada detalle de aquella parte de
la velada estaba grabado en su memoria. Isabel bailando con aquel vestido
negro, tremendamente revelador, haciendo que al verla recordase lo que había
sentido al acariciarla. Había estado demasiado tiempo dándole vueltas a
aquellos recuerdos, y eso la había obligado a salir de allí. ¡Blaml Dirigió toda
una serie de puñetazos al saco, dejando escapar un gruñido con cada uno.
Sin embargo, apenas recordaba vagamente lo sucedido más tarde, en su
habitación, y ni siquiera estaba completamente segura de que Isabel hubiese
estado allí. Tenía un recuerdo borroso de la joven inclinándose hacia ella, que
estaba tendida en la cama, pero apenas difería del sueño que tanto la había
excitado y en el cual sus posiciones estaban cambiadas: era ella la que estaba
encima de Isabel, penetrándola y a punto de alcanzar el orgasmo.
Dado que se había despertado vestida, dedujo que lo más probable era
que la parte del polvo fuese pura fantasía. Pero, en su lamentable estado, no
podría haber alineado tan cuidadosamente los zapatos junto a la cama, de
modo que sospechó que Isabel la había visitado en algún momento de la
noche. ¡Blaml Ojalá pudiese recordar algo, lo que fuese, de lo sucedido.
¡Blaml
—Eres la última persona a quien esperaba encontrarme aquí esta
mañana.
La voz de Isabel la sobresaltó tanto que Kash perdió la concentración
cuando estaba soltando un gancho y, al dudar en pleno impulso, perdió el
equilibrio. Se agarró como pudo al saco y consiguió no caer al suelo.
Tras ella oyó la sofocada risita de Isabel.
Kash se esforzó por recuperar la dignidad, se enderezó y se volvió para
responder. Pero las palabras se le quedaron atravesadas en la garganta. «¡Oh,
Dios Santo!» Isabel llevaba unos cortísimos pantalones de chándal y una
camiseta a juego, que dejaba al descubierto su bronceado vientre de nadadora
y destacaba a la perfección los pechos. La maliciosa sonrisa de la joven hizo
que Kash desease más que nunca poder recordar lo que había sucedido en la
suite.
—No debería meterme contigo —dijo Isabel, esforzándose sin mucho
éxito para no soltar una carcajada—. Seguro que has amanecido bastante
hecha polvo..., aunque, después de todo, tú misma has sido la causante.
«De modo que sí estuviste», pensó Kash, todavía jadeante por el
esfuerzo.
—Supongo que debería darte las gracias por haber despertado en una
cama, y no en el suelo o en el balcón.
—No hay de qué.
Isabel se subió a la cinta de correr y la puso en marcha, ajustándola a
una buena velocidad, para calentar. Se encontraba a unos tres metros de
Kash, desde donde podía verla perfectamente mientras ésta golpeaba el saco.
«Podría pasarme todo el día corriendo sobre esta cinta, con tal de poder
mirarte.»
Kash llevaba una ceñida camiseta negra y pantalones cortos de color
gris; en el rostro, una expresión concentrada, con los ojos entrecerrados. La
fuerza bruta que sugería su pose le pareció increíblemente sexy. Los
músculos de brazos, hombros y muslos estaban tensos y relucían de sudor, y
el rápido movimiento de su pecho, intentando recobrar el aliento, la hacía
parecer muy excitada.
—Me alegro de ver que haces algo positivo por cuidarte —dijo Isabel,
cautivada—. Estaba empezando a pensar que lo único que hacías era beber un
montón y salir hasta la madrugada.
—Eh, menos recochineo —gruñó Kash, de buen humor. Aunque
continuó golpeando el saco, había perdido el fervor que exhibiera cuando se
creía sola.
—Aguafiestas... No se te puede decir nada.
Isabel aumentó la velocidad para correr a buen ritmo y se esforzó por
dejar de mirar a Kash. No era fácil, porque disfrutaba de lo lindo
contemplando cómo se flexionaban y contraían los músculos de sus brazos y
hombros al golpear el saco. Kash le lanzaba frecuentes miradas, pero casi
siempre desviaba la vista en cuanto se veía cazada.
«¿Sigues queriendo besarme, Kash? ¿Y bailar conmigo? ¿Y más cosas?
¿Te fuiste del club porque yo estaba bailando con otra, como tuve que hacer
yo cuando te vi con Gillian?» La confesión de la fotógrafa cuando estaba
borracha y la forma en que sus cuerpos se apretaron el uno contra el otro
durante la sesión de fotos que siguió al cambio de imagen la hacían concebir
esperanzas. Oh, sí: sin duda había algo muy fuerte entre ambas, y todavía
disponían de dos semanas más. Podía ocurrir cualquier cosa.
El fragor de un súbito aguacero hizo que ambas mirasen hacia los
enormes ventanales que daban al jardín privado.
Kash interrumpió el entrenamiento y se fue a observar el cielo. Había
estado intentando descubrir alguna forma de interponer cierta distancia entre
Isabel y ella para así conseguir controlar su desbocada libido, y la naturaleza
le había proporcionado una respuesta:
—Me parece que vamos a tener que posponer la sesión de fotos hasta
mañana. Probablemente tardará en escampar, y todas las sesiones que quiero
hacer aquí son exteriores.
Isabel frunció el entrecejo.
—Está bien. Puedo visitar el Vaticano: la mayoría de lo que hay que ver
está a cubierto.
—Estupendo.
Kash se quitó los guantes. Su corazón seguía latiendo con fuerza, pero la
causa no era tanto su entrenamiento con el saco como la proximidad de una
Isabel muy escasamente vestida.
—Entonces, hasta mañana por la mañana, supongo —añadió.
Mientras se secaba el rostro y el cuello con una toalla, preparándose para
salir, alzó la vista hacia Isabel. El gesto de decepción pintado en su rostro era
inconfundible, a pesar de que ella intentó enmascararlo con una tímida
sonrisa.
Kash sintió que su pecho se encogía bajo el peso de la culpabilidad. «Es
por su bien. Sal de aquí y procura no pensar en ella, sea como sea.»
—Muy bien, hasta luego entonces —dijo Isabel, pasando de correr a
andar—. Que pases un buen día, Kash.
—Lo mismo digo.
Mientras regresaba a la suite, Kash trató de convencerse de que olvidaría
a Isabel en cuanto acabase aquel viaje. Sin embargo, sus argumentos sonaban
a falsos.
Le preocupaba que no hubiese nada que pudiese atemperar el deseo que
sentía por ella, y que parecía hacerse más y más fuerte. Cuando estaba con
Isabel procuraba memorizar todos los detalles de cada encuentro. No sabía en
qué momento la voz de la joven se había convertido en música y su sonrisa,
en algo vivificante. El recuerdo de su breve historia no dejaba de rondarla.
Ahora, cada vez que ambas se encontraban en una misma estancia, ya no
podía concentrarse en ninguna otra cosa.
«Otro par de semanas, eso es todo. Conseguirás superarlo. Le dirás adiós
y todo volverá a la normalidad. Ella regresará a su vida, tú a la tuya, y lo
llevarás bien.»
Sabía que todos aquellos lugares comunes eran mentira en el mismo
momento en que se los decía a sí misma. Sí, tal vez no volviesen a verse
nunca más, pero pasaría mucho tiempo antes de que pudiese olvidar a Isabel
Sterling. Y cuando regresase a casa tendría que reevaluar todo lo que había
sido «normal» para ella antes de aquel viaje. Su vida despreocupada, sin
ataduras, ya no la llenaba.
En realidad, nunca la había hecho verdaderamente feliz, pero al menos
durante un tiempo se había convertido en una rutina placentera la mayoría de
las veces, y no se sentía motivada a desear nada más. Sin embargo, ahora se
había vuelto cada vez más insatisfactoria, e Isabel no había hecho más que
aumentar su descontento con la situación. Deseaba algo más, sólo que no
sabía el qué.
Para cuando se hubo duchado y cambiado de ropa, Gillian todavía no
había vuelto a la suite que compartian, de modo que Isabel le dejó una larga
nota detallando lo que tenía planeado para ese día y partió hacia la Santa
Sede.
Hacía mucho tiempo que soñaba con ver la Capilla Sixtina, San Pedro y
todos los tesoros y obras de arte del enorme complejo que constituía el
Museo Vaticano. No obstante, no hacía más que pensar en Kash y lamentar
que no pudiesen pasar el día juntas. «Dios Santo, estoy completamente
colgada de ella. ¿Cómo he podido permitir que esto sucediese?»
Era obvio que la fotógrafa no sentía lo mismo por ella, a pesar de su
forma de actuar justo antes de perder el conocimiento. Había aprovechado
rápidamente la oportunidad para posponer la sesión de fotos e irse por su
cuenta. «Me pregunto qué piensa hacer hoy. ¿Quedar con alguna amiga, tal
vez? Conoce a todos los famosos. Probablemente puede elegir cualquier tipo
de compañía, mucho más interesante que yo.»
Había algo que sí estaba claro: Gillian había pasado la noche fuera.
Isabel esperaba encontrarse con ella para la cena, pero en lugar de eso se
encontró una nota esperándola:
¡Hola, Izzy!
¡Espero que te lo estés pasando bien! Yo sigo con Ambra, aquella mujer
tan increíblemente sexy que interrumpió nuestro baile la noche pasada. Más
detalles cuando nos veamos, que tal vez no será hasta el vuelo de partida.
¡Disfruta de la sesión de fotos!
De modo que Isabel comió sola en un pintoresco café que encontró nada
más doblar la esquina de su hotel. El camarero le ofreció la mejor mesa, junto
a la ventana, y coqueteó incesantemente con ella, pero no era su compañía la
que ella deseaba. «¡Qué triste estar sola en estos lugares tan tremendamente
románticos! ¡Qué maravilloso sería compartir este viaje con la persona de la
que me estoy enamorando!»
Se imaginó a Kash junto a ella, posando la mano sobre la suya en
aquella mesa iluminada por la luz de las velas. Pero aquello era una
insensatez. «Kash no es de las que intentan conocerte mejor, ni tampoco le
gustan las relaciones formales. Lo dejó bien claro.» Sin embargo, fuese o no
realista, ella deseaba mucho más que acostarse de nuevo con la fotógrafa.
Todo había comenzado como una tremenda atracción física, sí, pero lo que
sentía por ella era cada vez más profundo. «Será mejor que mantengas tus
fantasías dentro del campo de lo posible, Isa. Lo máximo que puedes esperar
de ella es sexo, e incluso eso tampoco te va a ser fácil.»
Regresó a su suite y se acostó temprano. «Es increíble lo mucho que
odiaba la idea de someterme a esas sesiones de fotos al principio, mientras
que ahora estoy deseando que empiecen, porque es la única posibilidad que
tengo de estar con ella.»
Massimo estaba junto a dos desconocidos cuando Isabel se lo encontró a
la mañana siguiente, esperándola frente al hotel. En lugar del pequeño Fiat,
había traído una pequeña furgoneta, cuya parte trasera estaba cargada con
grandes cajas negras que contenían el equipo de fotografía y el de
iluminación. Massimo le presentó al coloso que se hallaba sentado junto a él.
Era Ecco, un colega que también estudiaba fotografía, y la glamurosa mujer
de veintitantos años que iba en la parte trasera era Francesca, la peluquera y
maquilladora de Isabel.
«Vaya, parece que hoy no vamos a estar sólo las dos. Lástima.» Las
sesiones iban a tener lugar en exteriores y no a solas en un estudio, como la
otra vez, pero Isabel había contado con disfrutar de la oportunidad de hablar
con Kash sin que hubiese un montón de gente a la escucha.
La fotógrafa se unió a ellos minutos después. Se deslizó en el asiento
que había junto a Isabel sin mirarla.
—Buenos días a todos.
—Hola, Kash.
Isabel notó que se le alegraba el día con sólo estar junto a ella, pero la
fotógrafa siguió comportándose con una actitud fría y profesional, evitando
mirarla a los ojos demasiado rato mientras explicaba sus planes para aquel
día.
—Nos detendremos en un par de tiendas de diseño para recoger unas
cuantas piezas de tu nuevo guardarropa. El resto te los enviarán al hotel.
Como supongo que ya sabrás, las sesiones de hoy serán más elaboradas que
las que hemos hecho hasta ahora. Las fotos anteriores al cambio de imagen se
utilizarán como suplementos dentro del reportaje sobre ti. Las fotografías que
hagamos de ahora en adelante formarán parte del reportaje mismo... y lo más
seguro es que al menos un par de ellas se publiquen a página completa. Así
que utilizaremos diferentes ropas y maquillajes para cada localización.
Para la primera sesión de fotos, en el Foro Romano, Kash le hizo llevar
un fino vestido de gasa blanca y sandalias, un atuendo tan clásico como el
lugar en el que estaban. El pálido maquillaje y el peinado estructurado
acentuaban su parecido con una escultura de Miguel Ángel.
—Ya te imaginarás la idea —explicó Kash, mientras la colocaba frente a
una columna antigua—. Eres una estatua en el jardín. Me gustaría que me
ofrecieses algo que evoque esa imagen. Piensa en algo sereno y tranquilo.
Isabel había podido admirar recientemente las estatuas del Louvre y del
Vaticano, de modo que disponía de mucho material para inspirarse. Hizo lo
posible por complacer a Kash, recreando todas las poses que pudo recordar.
Y debía de estar haciéndolo bien, porque la fotógrafa disparaba
incesantemente su cámara, sin apenas darle otras indicaciones.
Isabel deseaba por encima de todo acabar con aquella actitud tan
profesional y arrancarle una carcajada, o al menos una sonrisa. Cualquier
cosa, \lo que fuese!, con tal de que sirviese para reconocer lo que ambas
habían compartido y le mostrase que a Kash también le estaba siendo
imposible dejar de pensar en sus cuerpos meciéndose al mismo compás.
Sin embargo, nada parecía quebrar el educado distanciamiento de la
fotógrafa. Isabel se sintió frustrada. «Debió de ser el alcohol quien hablaba
cuando me dijo que deseaba besarme.»
Después del Foro se trasladaron hasta la Fontana di Trevi. Massimo y
Ecco instalaron el equipo, mientras las mujeres se retiraron a los baños de un
café cercano para que Isabel pudiese cambiarse. De la enorme maleta
portatrajes, Kash seleccionó un elegante conjunto azul de seda y una blusa de
escote redondo.
—En esta sesión nos decantaremos por un estilo profesional, urbano y
sofisticado.
Kash le entregó un traje y unos zapatos a juego, mientras indicaba a
Francesca:
—Maquillaje de día, no muy acentuado.
—Sí, ya entiendo.
—Procuraré acabar enseguida —dijo Isabel, mientras descolgaba las
prendas de sus perchas.
—-Te veré afuera, en cuanto estés lista.
Kash salió sin esperar más. Tener que mirarla durante todo el día ya era
bastante tortura, pero estar tan cerca de ella, aspirando su perfume y..., Dios
Santo..., ver cómo se cambiaba de ropa... Sólo pensarlo era ya intolerable.
Kash se había pasado todo el día anterior intentando apartar a Isabel de
sus pensamientos. Recorrió las calles de Roma vestida con vaqueros y
camiseta, gafas de sol y gorra de visera para pasar inadvertida. Llevaba una
pequeña bolsa con equipo y una cámara; por primera vez en mucho tiempo,
las fotos que hizo eran sólo para sí misma.
Fueron en su mayoría imágenes de personas captadas en su propio
ambiente, de manera que daban a entender su historia personal, muchas de
ellas en blanco y negro: el panadero sacando del horno doradas barras de
filónciño, una joven de ojos de gacela asomada al balcón con su gato, un
arrugado anciano que entretenía a los turistas con su acordeón, tan viejo
como él... Fue un día relajante, y uno de los más creativos desde hacía
semanas. Sin embargo, nada conseguía alejar a Isabel de sus pensamientos.
La enorme cantidad de detalles que había memorizado sobre Isabel era
muy turbadora: desde los cambios de ánimo que hacían surgir aquel hoyuelo
en su mejilla hasta aquella expresión suya, tímida y provocativa al mismo
tiempo, o la atractiva definición de los músculos de sus pantorrillas al bailar.
Había descubierto ya muchos pormenores sobre la joven..., demasiados.
Y aquel día, protegida por su cámara, no pudo evitar la oportunidad, mejor
dicho, la responsabilidad de capturar la esencia de la belleza de Isabel, de
admirarla a través de su lente, mostrando a sodos su lado más dulce, su lado
más sensual, su lado más chispeante y rebosante de vitalidad.
Estar tan cerca de Isabel, de aquella manera, la estaba matando. En el
buen sentido, pero la estaba matando. Y lo peor era que no podía
demostrarlo. Las palabras de la ven resonaban en su cabeza: «Deseo
cualquier cosa que pueda compartir contigo: una noche más..., una hora
más.»
Las posibilidades que encerraba aquella frase se desplegaron en su
imaginación como en un pase de dia positivas sobre desnudos. En ellas
aparecían ambas, haciéndose toda clase de cosas la una a la otra. «Una hora
no sería suficiente, ni mucho menos. Y tampoco estoy muy segura de que una
noche bastase para conseguir apartarte de mi mente.»
El objeto de sus meditaciones reapareció luciendo el conjunto azul, que
le daba un aire más enérgico y seguro de lo que Kash había visto en ella hasta
entonces, aunque sin perder su aura de sensualidad. El color acentuaba el azul
de sus ojos, y la fotógrafa se vio arrastrada hacia ellos, sumergiéndose en
aquellas infinitas profundidades.
«Oh..., joder. Contrólate. Tienes un trabajo que hacer», se regañó a sí
misma, intentando actuar como toda una profesional:
—Perfecto. Pon la mano.
Isabel obedeció, con un gesto de complacida curiosidad en el rostro.
Kash le dio unas monedas.
—Tenemos que fotografiar la tradicional escena en la que se arroja una
moneda a la fuente, por supuesto. Seguramente harán falta unas cuantas
repeticiones hasta conseguir un buen disparo. Después haremos unos cuantos
posados más.
La fotógrafa empezó a girarse hacia su trípode. Nada la obligaba a
detallar todo el rito, a dar más explicaciones. Era innecesario y perdería un
tiempo muy valioso. Sin embargo, lo hizo, de todos modos, porque Isabel era
de esas mujeres a las que le gustaban aquel tipo de cosas tan sentimentales.
—¿Conoces la tradición? —añadió.
—Humm... Bueno, sé que se supone que una consigue algo estupendo,
pero no sé muy bien de qué se trata exactamente —explicó Isabel en un tono
alegre—.
¿Buena suerte? Ah, no, espera, ya sé: un deseo que se hace realidad. ¿Es
así?
La provocativa expresión del rostro de Isabel hizo saber a Kash que
cualquier deseo que se formulase en aquel día y en aquel lugar incluiría una
escena en la que ambas estaban juntas y desnudas. «Vuelve a concentrarte en
el trabajo que tienes entre manos. No dejes que vea que te está afectando.»
—No es eso exactamente. Se te garantiza que volverás a Roma —
replicó Kash, esforzándose en adoptar un roño desenfadado. A continuación
regresó junto a su trípode y preparó el primer disparo—. Debes colocarte de
espaldas a la fuente y arrojar la moneda por encima del hombro.
—Ah, sí, eso lo leí en la guía turística —contestó Isabel—. Es una pena
que no se pueda lograr que se cumplan tus deseos.
«Kash está pasando por alto todos mis intentos de coquetear, todas mis
indirectas. Ya no le intereso, ni una pizca. Pero pienso seguir intentándolo.»
Desde luego, no debería haberse permitido a sí misma obsesionarse tanto con
Kash, sacar tantas conclusiones de un breve encuentro sexual y de unas
cuantas frases pronunciadas bajo la influencia del alcohol. «He estado
posando de una manera que prácticamente era como estar echándome en sus
brazos, por Dios. Pero, por lo que parece, ella está decidida a no permitir que
haya algo más entre nosotras.»
No podía evitarlo. Por muy estúpido que pudiese parecer, se sentía
herida al ver que Kash no reconocía la química que había entre ellas, ni lo
que había sucedido en la suite. «No sólo eso, sino que incluso está
comportándose de una forma muy... fría. Y no tendría por qué hacerlo
—pensó, sonriendo amargamente—Eres dura, Kash, eres un témpano. Me
pregunto a cuántas mujeres se lo habrás oído decir.»
Sin embargo, la fotógrafa no podía hacer nada por evitar la fascinación
que le causaba. «¿Por qué sigo deseándote con locura, a pesar de que estás
empezando a frustrarme e irritarme hasta un punto inconcebible?»
—Isabel, por favor, ¿podríamos prestar un poco más de atención?
¡Muévete! No me estás ofreciendo nada con lo que trabajar.
«Éste es un buen ejemplo —pensó la aludida—. ¡Podrías ser algo más
agradable!» Cierto que había estado un poco en las nubes, pero sólo por un
momento. No se merecía aquello. «¿Estará otra vez con resaca, por haber
salido anoche?» No lo parecía, pero desde luego algo estaba sucediendo:
Kash se movía de una forma envarada y cautelosa, y sus modales eran
distantes y fríos.
—Lo siento. Tal vez si me explicas con más detalle lo que quieres que
haga... —Isabel había intentado mostrarse alegre y colaboradora, pero incluso
su dulce carácter tenía sus límites, de modo que permitió que su voz
trasluciese el enfado que sentía—. Ya sabes que yo no soy ninguna mujer de
negocios de la ciudad, de modo que no tengo ni idea de lo que esperas de mí.
Kash salió de detrás de la cámara y frunció el entrecejo. Se había
arrepentido al momento de haberla reprendido, y más cuando comprobó que
había agriado el humor de Isabel, hasta entonces alegre y optimista. «Muy
bonito. ¿Serás capaz de dejar de joderla de una vez, sin convertirte en una
completa estúpida?»
No obstante, toda posible expresión de arrepentimiento murió en sus
labios cuando se acercó para colocar mejor a Isabel. De cualquier forma, ella
no era de las que se disculpaban, y la única actitud que se le ocurría en
aquellos momentos era la de reserva, porque de otra manera no sería capaz de
soportar el hecho de estar tan cerca de Isabel y tener que tocarla, aunque no
de la forma en que más deseaba hacerlo.
Obligándose a parecer más calmada y arrogante de lo que se sentía,
Kash posó una mano sobre el hombro de Isabel y la otra en la espalda,
colocándola suavemente en posición.
—Haremos unas cuantas desde este ángulo —dijo—. Pon los brazos en
jarras. Muy bien. Eres una mujer que se ha hecho a sí misma, dueña de una
empresa que está entre las quinientas más importantes de la revista Fortune.
Imagínate poderosa y muy segura.
La fotógrafa tocó levemente el mentón de Isabel, para alzarlo un poco en
gesto desafiante. «¡Joder, qué piel tan suave tiene!» No pudo evitar una fugaz
mirada a los labios de Isabel, realzados por un lápiz de labios color canela
que complementaba los tonos tierra de la sombra de ojos y el colorete. «¡Me
muero por besarla!» Tenía tantas ganas que a punto estuvo de decírselo, y por
un breve segundo llegó a creer que así lo había hecho.
Tuvo una especie de extraño déjà vu, como si de verdad la hubiese
besado. Claro que había estado bebiendo. ..
Le costaba horrores recordar lo que había sucedido exactamente. Apenas
podía evocar una confusa imagen de Isabel llevándola hasta su dormitorio.
«¿Lo hice? ¿Le dije que deseaba besarla?»
De pronto se quedó sin respiración. «¿O acaso la besé de verdad? ¿Es
posible que lo haya hecho y que no lo recuerde en absoluto?» No creía que
eso fuera posible, y sin embargo había un enorme espacio vacío en lo
referente a aquella noche, un montón de horas en las que no había nada
registrado. «¡Oh, Dios! ¿Y si ya la he besado y se me ha borrado por
completo de la mente? ¡Eso sí que sería una injusticia suprema!»
Tras la sesión de fotos en la Fontana di Trevi, hicieron un breve
descanso para comer en la Taverna del Lupo, un tranquilo restaurante
especializado en pescado de Sicilia y platos de pasta. La comida era fabulosa,
y Kash se sintió francamente aliviada cuando Massimo y Ecco comenzaron a
bombardearla con preguntas sobre fotografía, ya que así podía concentrarse
en algo que no fuese lo mucho que Isabel la estaba obsesionando. No quería
pensar en los días que todavía tendrían que pasar juntas y en lo difícil que le
iba a ser soportarlos. Y, sobre todo, no deseaba pensar en el momento en que
tendría que despedirse de la joven y reanudar su solitaria vida.
—Nos quedan dos localizaciones más, ¿verdad? —-preguntó Francesca
cuando Kash estaba ya pidiendo la cuenta al camarero.
—Sí —confirmó la fotógrafa—. Para la escalinata de la plaza de España
utilizaremos un conjunto informal y poco maquillaje. Esa será la siguiente
localización.
Echó un vistazo al reloj e hizo unos breves cálculos antes de añadir:
—Quiero acabar esa sesión hacia las seis y media o las siete como
máximo, para que nos dé tiempo a hacer unas cuantas fotos más en el
Coliseo. El sol se pone poco antes de las diez.
Allí tendría que afrontar el enorme desafío de mantenerse concentrada
en su tarea, debido al vestido que había escogido para Isabel.
CAPITULO TRECE
—Estás de broma, ¿no?
Isabel alzó el vestido e intentó imaginar qué porción de su cuerpo podría
cubrir con él. «¡Apenas nada!» Era de color rojo bombero y llegaba hasta el
suelo, el tipo de vestido que puede verse en una pasarela parisina o sobre una
alfombra roja hollywoodiense. Pero la portadora de tal vestimenta tendría que
tomar precauciones para evitar todo comprometedor problema de vestuario.
Calculó que el profundísimo escote le llegaría justo por encima del culo.
La abertura del costado, increíblemente audaz, no sólo dejaría al
descubierto sus piernas, sino mucho más, si no se andaba con cuidado. Y en
cuanto al frente... En fin, el frente era totalmente obsceno, lo mirase por
donde lo mirase.
—Y esto también —dijo Kash, haciendo caso omiso de su protesta, al
tiempo que le entregaba unos altísimos zapatos de salón a juego, con los que
probablemente sería muy difícil caminar.
Estaban en lo más alto del Coliseo. Por suerte, pasaban completamente
inadvertidos a la miríada de turistas que exploraban los niveles inferiores del
gigantesco anfiteatro.
—¿Y dónde esperas que me ponga este escaso remedo de vestido? —
quiso saber Isabel—. No pienso subir de nuevo hasta aquí calzada con esos
tacones. Eso es como pedirme que me rompa una pierna.
—No será necesario —replicó Kash, dirigiendo una mirada a Massimo y
Ecco, que acababan de llegar con la segunda carga de material procedente de
la furgoneta—. Traigo un biombo portátil en una de esas cajas. Los chicos lo
montarán mientras Francesca te maquilla.
—De modo que he pasado de estatua de jardín a mujer de negocios,
después a turista pudiente y ahora a... ¿qué? Esta ropa podría llevarla una
prostituta de lujo.
Kash no pudo evitar sonreír.
—Quiero que te veas como una diva, Isabel. Sofisticada y con clase,
segura de tu atractivo sexual y de tu encanto. Vas de camino a una gran gala
donde serás el centro de todas las miradas, como no puede ser menos.
—Ah, sí, ese papel me va como un guante —comentó Isabel, que no
tenía muchas esperanzas de poder interpretar con éxito lo que Kash le estaba
pidiendo.
—Confía en mí, Isabel. Lo conseguiremos. Venga, debemos prepararte
ya... La luz es casi perfecta para lo que tengo pensado.
Sobre sus cabezas, el cielo era de un brillante color azul, aunque hacia el
oeste un ramillete de delgadas nubes estaba ya comenzando a teñirse de un
color entre rosado y violeta. La suave brisa las refrescaba, y su resguardada
situación, muy por encima de la ciudad, aminoraba el habitual estruendo del
tráfico.
Francesca la maquilló con fuertes tonos de fiesta, los ojos en color humo
y los labios del mismo rojo que el vestido. Al elegante pero desenfadado
estilo de su peinado se le añadieron unos cuantos rizos sueltos, que le
proporcionaban un pícaro encanto.
El biombo para cambiarse consistía en un panel cubierto por una fina
muselina, de un tamaño que apenas conseguía ocultarla. Aun así, le pareció
una opción mucho mejor que tener que bajar el escarpado graderío para
encontrar un lugar más adecuado.
Kash acabó de preparar su equipo fotográfico justo cuando Isabel pasaba
tras el panel para comenzar a desvestirse. Sólo entonces se fijó en que los
hombres habían colocado la pantalla justo delante del sol, por lo que se
recortaba sobre la tela la silueta de Isabel con vivida claridad. «¡Oh, no!» La
fotógrafa había estado en cientos de camerinos mientras las modelos se
desvestían, por lo cual Isabel debería salir perdiendo en la comparación.
Sin embargo, no fue así. Cuando la joven comenzó a desvestirse,
primero la camiseta, después el sujetador, el corazón de Kash se desbocó.
Hubiera jurado que hasta podía distinguir el bulto de sus pezones contra la
tela. «Joder!»
—Mamma mía, che sexy. Mi raccomando una notte —le dijo Ecco a
Massimo desde algún lugar a espaldas de la fotógrafa.
Aunque no sabría traducirlo exactamente, el tono y las palabras que sí
pudo entender —«sexy» y «una noche»— le hicieron comprender lo que
había dicho, sin ningún género de dudas.
—Neanche per sogno —replicó Massimo, con una risita burlona.
«¡Esto es el colmo!»
Rash nunca había sentido ni mostrado la menor actitud protectora hacia
nadie con quien estuviese trabajando. La desnudez era tan corriente en la
industria de la moda que no se le prestaba la menor atención. Pero Isabel no
era ninguna modelo veterana. Kash se enfureció al comprender que los dos
hombres habían colocado el biombo deliberadamente a contraluz, para poder
espiarla. Giró sobre sí misma y taladró con la mirada a Ecco y Massimo.
—No voy a necesitaros durante al menos una hora —les dijo, con voz
helada—. Esfumaos.
En los rostros de ambos hombres se reflejó la decepción, aunque
Massimo, al menos, parecía también algo arrepentido.
—Mi dispíace —susurró, bajando la cabeza, antes de tirar de Ecco para
sacarlo de allí.
Cuando ya se iban, Isabel se asomó por detrás del biombo. Su silueta
mostraba a las claras que estaba ya completamente desnuda.
—¿Algún problema?
—No, no, ninguno —contestó Kash, aunque su tono dejó traslucir un
rastro de la incomodidad que sentía—. Date prisa, por favor. Se nos está
yendo la luz.
«¡Y me estás poniendo tan cachonda con tu estriptís que estoy a punto
de hacerme una paja!»
—Claro, enseguida.
Isabel siguió con lo que estaba haciendo y Kash, a su pesar, disfrutó
cada segundo de aquel espectáculo.
Tras el biombo, el cielo se embellecía cada vez más, a medida que el sol
se hundía tras el horizonte. Sin embargo, en cuanto Isabel salió de detrás del
panel, Kash no pudo fijarse en nada más.
El vestidito negro de la otra vez era muy llamativo, sin duda. Pero ver a
Isabel con aquel sensual vestido rojo quitaba la respiración. De repente se
quedó muda e inmóvil, sin poder hacer otra cosa que dejarse absorber
completamente por la visión que tenía ante sí.
El vestido se adaptaba como un guante a cada curva v a cada saliente del
cuerpo de Isabel, como si hubiese sido cortado y cosido expresamente para
ella. La joven giró lentamente sobre sí misma, para ofrecer a la fotógrafa una
vista de todo el conjunto. El profundo escote trasero permitía contemplar sin
obstáculo alguno la marfileña piel de su espalda, de una belleza inmaculada.
El largo corte lateral dejaba ver la pierna hasta la parte superior del muslo.
Los altos tacones de aguja acentuaban su firme musculatura, desarrollada por
la natación.
Pero fue la parte frontal la que hizo que Kash se tambaleara. Un
estremecimiento le recorrió el cuerpo.
No era simplemente revelador: aquel vestido haría que los censores de
las emisiones televisivas en directo comenzasen a sudar a chorros, mientras
sus manos se clavaban en el interruptor que retrasa la emisión.
El escote en uve le llegaba casi al ombligo y dejaba al aire una buena
porción de los pechos. Apenas llegaba a cubrir los pezones, que parecían
listos para dejarse ver a la más mínima provocación. El peinado y el
maquillaje acentuaban el efecto general: era la sensualidad y el encanto
personificados.
«Que Dios me ampare!» Kash sabía que no debía quedarse mirándola
embobada, pero estaba completamente cautivada y apenas era consciente de
que, mientras la contemplaba, atónita y sin el menor disimulo, el tiempo
seguía transcurriendo y, con él, la luz que había estado aguardando durante
todo el día.
Podría haber continuado así hasta el anochecer, si no fuera porque
Francesca la trajo de nuevo a la realidad, posándole la mano en el hombro
con gesto indeciso.
—¿Va todo bien, Kash? ¿No era esto lo que querías?
—¿Eh? ¡No! Es decir..., sí. Sí, está muy bien. Estupendo.
«Perfecto. Demasiado perfecto. ¿Cómo va a trabajar una con semejante
distracción?» Sólo entonces se dio cuenta de lo rápido que iba menguando la
luz.
—¿Dónde quieres que me ponga? —preguntó Isabel. Su sonrisa
mostraba a las claras que sabía perfectamente la forma en que le gustaría a
Kash poder responder a aquella cuestión.
«Debajo de mí, ahí es donde quiero que te pongas. Quiero montarme
sobre ti, lo deseo tanto que estoy necesitando toda mi fuerza de voluntad para
no tocarte ahora mismo. Porque, como lo haga, no podré detenerme.» Se
sentía como si acabasen de exprimirle hasta la última bocanada de aire de los
pulmones, y temió que le fallasen las piernas. Sin embargo, se dirigió
automáticamente hacia su trípode, decidida a acabar aquella sesión. Así
podría apartar a Isabel de sus pensamientos, volver al hotel y hacer algo con
aquella excitación que estaba a punto de volverla loca.
—Ahí mismo está bien —dijo, señalando desde la distancia, porque
acercarse a Isabel vestida así era como una invitación al desastre—.
Entonces..., tal como te había dicho..., quiero que te veas como una diva. —
Carraspeó, preguntándose por qué su voz sonaba como si acabara de
levantarse de la cama—. Confianza en ti misma. Misterio. Sex appeal.
«Aunque para esto último no necesitas ayuda alguna... Un poco más de
sex appeal y tendrían que darme oxígeno.» Se ocultó tras el visor,
agradeciendo el breve respiro que la permitiera mantener un gesto frío y
profesional. Clic.
Isabel se había sentido tan incómoda al tener que ponerse aquel vestido
que no estaba muy segura de soportar que la fotografiasen para que todo el
mundo la viese después. El corte del vestido y la ceñida tela impedían que
pudiese llevar nada debajo, de modo que se sentía en un constante riesgo de
quedar desnuda y expuesta. No obstante, tan pronto como salió de detrás del
biombo y contempló la reacción de Kash, sus recelos se evaporaron.
Aquel exterior cuidadosamente controlado, aquel maldito y frustrante
distanciamiento que ella había estado intentando romper durante todo el día,
saltó en mil pedazos ante sus narices. Pudo ver cómo los ojos de Kash se
dilataban, oyó cómo jadeaba débilmente a medida que su mirada la recorría
de los pies a la cabeza, deteniéndose en sus pechos, casi al desnudo. Durante
unos minutos, los sentimientos de Kash quedaron al descubierto, y su deseo
era evidente.
La admirada atención de la fotógrafa recorrió el cuerpo de Isabel como
una cálida caricia, y sintió que su ego herido y su ánimo hundido se elevaban.
«No hay duda: es deseo lo que hay en sus ojos. No tengo más que encontrar
la forma de sortear aquello que le impide dar rienda suelta a que suceda algo
más entre nosotras. Tal vez sea este vestido la munición que necesito.»
No se había sentido particularmente sexy ni segura de si misma hasta
que vio la reacción de Kash. Aquello le dio el coraje para mostrarse como
una diva. Procurando no revelar demasiado su anatomía, emuló algunas de
poses más sensuales y atrevidas que habían utilizado las modelos durante su
primera visita al estudio de Kash, en Manhattan.
Kash no dijo nada, excepto alguna breve indicación, como «Inclina la
cabeza» o «Gírate un poco más hacia mí.» Hacía fotos casi sin parar, de
modo que Isabel supuso que estaba haciéndolo bien. Sin embargo, aquella
frustrante coraza de reserva había vuelto a su sitio rápida y firmemente, y al
parecer era inconmovible, por muy seductoras que fuesen sus poses. «Pude
leerlo en tus ojos. ¿Qué tengo que hacer para que admitas que me deseas
tanto como yo a ti?»
Massimo y Ecco regresaron junto a ellas justo antes de que el sol se
ocultase tras el horizonte. Kash se detuvo un momento para dirigirles una
mirada de reproche, pero nadie dijo nada, lo que hizo que Isabel se
preguntase qué era lo que había creado aquella atmósfera tan tensa.
—Esto es todo lo que podemos hacer. Ya no queda luz —dijo Kash,
desperezándose al notar la tensión que se había ido concentrando durante
todo el día entre los omóplatos. A continuación añadió, dirigiéndose a Isabel
—: Te sugiero que te pongas algo más cómodo. No deberías bajar con esos
tacones. Yo que tú guardaría esa pieza de diseño para alguna ocasión
especial.
El consejo era, en realidad, por su propio beneficio: no quería
imaginarse sentada junto a una Isabel vestida con aquel traje durante todo el
trayecto de regreso al hotel.
—Bueno, la verdad es que ya estaba bastante preocupada, porque casi se
me ve todo —contestó Isabel.
La joven fue a por sus ropas de diario, mientras la oscuridad se iba
adueñando paulatinamente de todo. Se encendieron los focos que iluminaban
el Coliseo, lo que les permitió ver algo más, aunque las sombras seguían
creciendo a su alrededor.
—Podéis comenzar a bajar el equipo —les dijo Kash a Massimo y Ecco
—. Y, Francesca, si no te importa, ve con ellos en este primer viaje y
espéralos con la furgoneta mientras regresan a por el resto.
Los hombres recogieron el material para el primer viaje en tan sólo unos
minutos. Mientras ellos trabajaban, Kash se alejó unos pasos y se sentó en un
muro bajo. Tenía el cuerpo tan tenso que le daban como pequeños espasmos,
y necesitaba algo de tiempo para recobrar la calma. «¿Qué demonios me está
pasando?»
Los sensuales posados de Isabel le habían cortocircuitado el cerebro y
electrificado el cuerpo. «¿Por qué he de negarme a disfrutar de lo que ambas
queremos?» Muy pocas veces se permitía el lujo de preocuparse por la ética o
por las repercusiones que podían tener sus actos sobre los sentimientos de los
demás. Y no quería especular demasiado sobre las razones por las que ahora,
con Isabel, sí parecía importarle. Lo único que deseaba era convencerse a sí
misma de que debía abandonar toda reserva. «Ella es una persona adulta.
Puede tomar sus propias decisiones, y no hay duda de que le pareció bien lo
del otro día. No debería preocuparme si se arrepiente o no más tarde, o si esto
puede llegar a herirla.»
Kash deseaba desesperadamente convencerse a sí misma de que debía
ceder a la seducción de Isabel, porque empezaba a creer que tal vez no fuese
capaz de arrancársela de la mente, y tampoco del cuerpo, de ninguna otra
forma más que volviendo a poseerla.
Mientras estuvo fotografiándola, se había ido excitando cada vez más,
imaginando sus labios posados sobre aquellos pechos..., su mano,
deslizándose por aquella abertura de la falda, hasta encontrar el sexo de
Isabel, hinchado, húmedo y dispuesto.
Su propio clítoris había acabado completamente dilatado a causa de
aquellas fantasías y ahora estaba tenso como la piel de un tambor. Sabía que,
de regreso al hotel, bastarían apenas unas cuantas caricias para llegar al
orgasmo. La espera hasta llegar allí la estaba matando.
La fotógrafa oyó un ruido tras ella. Se giró y vio a Isabel, que seguía con
aquel maldito vestido puesto. Apenas pudo respirar, como si acabasen de
aplastarle el pecho. «¡Dios Santo, qué preciosa que estás!» Los hombres
acababan de bajar, y había un buen trecho hasta la furgoneta y otro tanto de
regreso. Les quedaban bastantes minutos por delante, y a solas.
Isabel caminó lentamente hacia ella, con aquella irresistible sonrisa suya
en los labios, preñados del mismo ardiente deseo que había acabado con toda
su resistencia unas noches antes, en la suite. La fotógrafa temió no poder
resistirse a aquella súplica, tampoco esta vez. Sin embargo, debía intentarlo.
Se puso en pie.
—Isabel...
La voz le temblaba tanto como las manos. Tan cerca de ella —apenas la
longitud de un brazo—, la necesidad que sentía de tocarla de nuevo era como
un incendio desatado en su interior, un calor cegador que amenazaba con
consumirla. Todo su cuerpo se lo pedía a gritos.
—No creo que sea buena... —intentó añadir.
Isabel le tomó la mano. Se la llevó a los labios, le besó dulcemente la
palma y después la colocó en el valle de su escote, entre ambos pechos, y la
mantuvo allí.
—¿Puedes sentir cómo me late el corazón, Kash, lo mucho que te
deseo? Tanto que me duele.
Aquella frase, el vestido, aquellos labios y lo que sentía bajo la palma de
la mano —porque era cierto que podía notar el rápido martilleo del corazón
de la joven— acabaron con toda su resolución. No podía pasarse toda la vida
arrepintiéndose por no haber probado los labios de Isabel.
Kash le enlazó la cintura con la mano libre, al tiempo que cruzaba la
distancia que las separaba para besarla. El estruendo de la sangre en sus oídos
casaba bien con el rápido pulso que latía bajo su palma. Cuando sus cuerpos
se unieron, tanto Isabel como ella dejaron escapar un gemido entrecortado.
El tiempo pareció detenerse cuando sus labios se fundieron. El primer
roce fue tan leve que apenas podía distinguirse, pero el contacto hizo estallar
un ardiente relámpago que la atravesó de arriba abajo, aguzando rodos sus
sentidos. El almizclado perfume de Isabel era embriagador. La suave piel de
su espalda pedía a gritos que la acariciasen. La agitada respiración de la joven
era como un reflejo de la suya propia.
Cuando sus labios se rozaron de nuevo, Isabel gimió e intentó estrechar
el contacto, pero Kash se apartó hasta quedar justo fuera de su alcance. En
respuesta al suspiro decepcionado de la joven, en la siguiente pasada le lamió
los labios con la punta de la lengua, en una caricia ligera y provocativa.
—jOh, Dios, Kash, me haces sentir tantas cosasl —musitó Isabel con
voz entrecortada.
La fotógrafa respondió con un contacto más profundo y prolongado,
sacando un poco más la lengua para explorar con ella los suaves y rendidos
labios de Isabel. .Los brazos de la joven se enroscaron en su cuello y sus
dedos se posaron en la nuca de Kash, acariciándole suavemente la base del
cráneo.
Cuando Isabel volvió a gemir, un sonido hondo y sostenido, con los
labios abiertos, Kash penetró entre ellos ? halló la lengua de la joven, ávida y
dispuesta. El beso se hizo más profundo, y su corazón comenzó a latirle en el
pecho con tal fuerza y rapidez que sintió que se le iba la cabeza. Las rodillas
empezaron a fallarle, de modo que se abrazó con más fuerza a Isabel para no
perder el equilibrio.
Lo único que podía oír era la rápida respiración de ambas y los gemidos
de Isabel. Pasó las yemas de los dedos por la columna de la joven,
atravesando lentamente la débil barrera del vestido para masajearle el culo
con rudeza.
Cuando Isabel lo notó, comenzó a chupetearle la lengua. Kash percibió
aquella presión como un latido desbocado entre sus piernas, con una mezcla
de placer y dolor insoportablemente excitante.
Comenzó a mecer suavemente el muslo derecho contra el sexo de Isabel,
al tiempo que clavaba los dedos sobre sus nalgas. El beso de ambas terminó
abruptamente cuando Isabel comenzó a apoderarse de la sensible piel del
cuello de su compañera con húmedas pasadas y pequeños mordiscos. El
latido de su clítoris se intensificó. La fotógrafa echó la cabeza hacia atrás y
cerró los ojos, dejándose invadir por la maravillosa sensación de tener la boca
de Isabel sobre la suya. «¡Oh, sí, joder, justo ahí!»
De pronto notó que su muslo resbalaba hasta quedar encajado entre las
piernas de Isabel. Bajó la vista y con la mirada turbia descubrió que la joven
se había apartado el vestido. La larga abertura de la falda era toda una
ventaja, pues proporcionaba a su muslo la oportunidad de tomar contacto
directamente con el sexo de Isabel.
Se apretó con más fuerza, decididamente, en el cálido hueco que había
entre sus piernas, y sintió que la húmeda excitación de su compañera
traspasaba la fina tela de sus pantalones. Comenzó a mover las caderas hacia
delante, lenta y deliberadamente. Al mirar hacia abajo pudo ver fugazmente
el pequeño triángulo de vello bajo el vestido.
La aceleración de los jadeos de Isabel le hizo saber que probablemente
la joven no tardaría más de un par de minutos en llegar al orgasmo.
Kash estaba tan ida, tan rendida ante Isabel que no oyó que los dos
hombres se aproximaban hasta que ambos estuvieron prácticamente a su lado.
—Isabel..., creo... —balbuceó mientras se enderezaba, soltando muy a
su pesar el culo de su compañera.
Isabel apenas se había dado cuenta de que Massimo y Ecco se
aproximaban. Lo único que le importaba en aquel momento era la creciente
presión que sentía, una insaciable e urgente necesidad de llegar al orgasmo,
mucho mayor que ninguna otra vez y mucho más poderosa de lo que ella
esperaba. Deseaba a Kash con una intensidad que le asustaba, pues la hacía
sentir maravillosamente, pero también peligrosamente fuera de control.
Cuando Kash se separó bruscamente de ella, lo único que notó fue la
aguda punzada de la pérdida, el dolor de la separación. Se había dejado llevar
completamente entre sus brazos, y el súbito regreso a la realidad la hizo
tambalearse. No muy segura de poder andar, se apoyó contra el muro bajo en
el que había estado sentada la fotógrafa.
—Tenemos que irnos, Isabel.
Kash se obligó a sí misma a interponer unos pasos de distancia entre
ambas. No era el momento, ni el lugar. Era su clítoris el que estaba al mando
en aquellos instantes, lo cual nunca era buena idea, pero además no estaban
solas. Había tenido que aprender a aceptar el hecho de que sus errores fuesen
aireados por la prensa sensacionalista, pero nunca se perdonaría que
apareciese en aquellos periodicuchos una foto de Isabel en una situación
comprometida, sólo porque ella no había sabido controlarse.
Massimo y Ecco comenzaron a recoger el resto del equipo,
aparentemente sin prestarles atención. Las dos estaban a la sombra del muro,
aunque Kash sabía que los hombres podían verlas con claridad gracias a la
luz reverberada por los focos del Coliseo y a la luna llena.
—¿Quieres cambiarte? —le preguntó a Isabel.
Intentó no quedarse mirando fijamente su escote, su boca o sus ojos,
porque sabía que, si lo hacía, acabaría poseyéndola allí mismo, y al demonio
las consecuencias. Su cuerpo ardía después de tantos besos y caricias, y
todavía podía sentir los jugos de Isabel sobre su muslo.
—Sabes perfectamente lo que yo quiero —murmuró Isabel en un tono
ardiente, pero tan bajo que era imposible que los hombres la oyesen.
—¡No podemos! —replicó Kash, intentando sosegar el latido de su
corazón—. ¿Quieres cambiarte o no?
Isabel suspiró, aceptando que Kash no cedería..., al menos de momento.
—Supongo que me será más sencillo salir de aquí vestida con la ropa
con la que vine. —Dio unos vacilantes pasos hacia el biombo, pero, al pasar
junto a la fotógrafa, la sujetó del hombro y añadió: Más te vale que acabes lo
que has empezado.
Al imaginar todas las posibilidades que encerraba aquella frase, Kash
sintió una nueva punzada de excitación.
CAPITULO CATORCE
Mientras regresaban a la furgoneta, en la cabeza de Kash se libraba una
encarnizada batalla, aunque nada en su exterior lo dejase traslucir. La voz
más fuerte le ordenaba que tratase a Isabel igual que había tratado a la
mayoría de las mujeres que había conocido: «Fóllala bien follada, elimínala
de tu vida de una vez por todas y sigue adelante». La sorda frustración
provocada por su interrumpido encuentro, el recuerdo de su anterior
emparejamiento y una creciente necesidad de continuar con su predecible
estilo de vida dieron alas a aquella voz.
Pero, entonces, en sus oídos resonaron las palabras de Isabel: «Deseo
cualquier cosa que pueda compartir contigo».
Isabel era tan dulce, tan honesta y tan sincera que merecía algo mejor.
«Tal vez debería concederle algo más que los habituales veinte minutos
o media hora: llevarla antes a cenar fuera, y después pasar toda la noche con
ella en la suite. Unas velas y champán, para cumplir con esa responsabilidad
que pareces sentir, y después podrás tener lo que deseas y dejarás de sentirte
culpable, con lo que por fin podrás sacártela de la cabeza.»
Apenas hubo conversación dentro de la furgoneta mientras subían la Via
del Corso hacia el hotel. Isabel estaba sentada a su lado, y Kash podía notar
que la joven tenía los ojos clavados en ella, pero la fotógrafa evitaba mirarla
dirigiendo la vista hacia la ventanilla. Seguía sintiéndose como una mecha
encendida y sabía que, si se permitía el lujo de contemplar el deseo y la
excitación que reflejaban los ojos de Isabel, no podría contenerse y acabaría
tomándola a la primera oportunidad.
Cuando se detuvieron para dejar a Francesca, ambas se quedaron solas
en el asiento trasero. Isabel le acarició suavemente el brazo.
Kash siempre había notado que su sentido del tacto se acentuaba cuando
estaba excitada, pero no lo recordaba tan agudizado como ahora. La
sensación que recorrió su brazo reverberó por todo su cuerpo y la encendió
hasta el borde mismo de una peligrosa pérdida de control.
—Déjanos aquí mismo —ordenó bruscamente a Massimo, y éste frenó
junto a la enorme Piazza del Popolo, a poca distancia del hotel. La plaza
estaba llena de gente: romanos que disfrutaban de aquella cálida noche de
verano y turistas que admiraban el obelisco egipcio de Ramsés II, las fuentes
del centro y las históricas iglesias que la rodeaban.
Una vez que sus acompañantes se hubieron alejado, Kash miró a Isabel,
que la observaba con gesto expectante. «¡Oh, Isabel! Has penetrado en lo más
hondo de mi ser, despertando algo que no sé bien lo que es.»
—¿Qué tal si vamos a cenar algo? —preguntó, sorprendiéndose al oír lo
natural que sonaba su frase—. Conozco un local muy tranquilo cerca de aquí.
—¡Muy bien! —contestó Isabel, encantada, tomándola del brazo—. Soy
toda tuya. Vamos.
Kash se sintió alarmada ante la deliciosa sensación, completamente
ajena a ella y muy turbadora, de tener la mano de Isabel suavemente posada
sobre su antebrazo. Era un gesto demasiado íntimo, algo que ella nunca
iniciaría ni toleraría en circunstancias normales. Se envaró al momento, pero
Isabel ni siquiera se dio cuenta.
—¡Oh, hace una noche verdaderamente preciosa! La luna llena, la cálida
brisa mediterránea... —comentó Isabel mientras paseaban—. La verdad es
que no se podría pedir nada más perfecto.
Kash no dijo nada, procurando no dejar traslucir el torbellino que bullía
en su interior. «Tal vez sea perfecto para ti, pero ¿y para mí? ¡Ésta no soy yo!
¡Nunca me dejo llevar por el romanticismo, o por lo menos no hasta ahora!
¿Por qué me haces desear, sentir y ser de un modo que es tan contrario a todo
lo que me era reconocible?» Isabel volvió a acariciarle el brazo, y Kash se
preguntó cómo podía ser que un gesto tan simple fuese tan maravilloso y tan
aterrador al mismo tiempo. A pesar de que todos sus instintos le indicaban
que se apartase de ella, decidió dejarse llevar, al menos de momento.
—Todavía es temprano, y es tan agradable pasear así contigo... —dijo
Isabel—. La verdad es que aún no tengo mucha hambre. ¿Podríamos disfrutar
un poco de las vistas antes de ir al restaurante?
—Si quieres...
Kash lo dijo como si no le importase ni lo más mínimo, como si fuese
algo habitual para ella. Sin embargo, en realidad, cada día que pasaba con
Isabel se sentía más fuera de lugar. Aquella mujer, tan sensible y cariñosa,
estaba envolviéndola en una especie de hechizo, y el increíble atractivo de la
noche romana no hacía más que acentuarlo. La fotógrafa se sintió incapaz de
resistirse a tan poderosa combinación.
—¡Llevaba años soñando con visitar Roma y París! —estaba diciéndole
Isabel, aunque era difícil concentrarse en sus palabras porque, además de
aquella mano sobre su brazo, también tenía un cálido cuerpo apretado contra
su costado mientras paseaban—. Pero es mucho mejor compartirlo contigo
que disfrutarlo a solas.
«Sin duda la idea de salir a cenar ha sido de lo más estúpido que se me
haya podido ocurrir. Era una distracción pensada para que Isabel dejase de
creer que de esta atracción se puede sacar algo más que un polvo rápido, pero
ahora se está poniendo completamente romántica y sentimental. ¿En qué
estaría yo pensando? Esto se me está yendo de las manos.»
Kash estaba enfadada consigo misma por aquel tremendo error de juicio,
por estar dejando que Isabel nublase su probada habilidad para distanciarse
de los demás. «¡Ni siquiera soy capaz de decidirme a retirar el brazo, por
Dios Santo!»
Sin embargo, tenía que hacer algo. No deseaba herir a Isabel, pero ésta
estaba sacando demasiadas conclusiones de un simple paseo. Y, por si fuera
poco, estaba completamente desconcertada por lo mucho que ella misma
estaba disfrutando de aquel estúpido sentimentalismo.
Estaban caminando por la orilla del Tíber cuando Kash se detuvo
bruscamente junto a un banco e hizo que Isabel se sentase en él. Tenía que
liberarse de su maravilloso y turbador contacto para poder pensar con
claridad. Isabel pareció momentáneamente sorprendida por aquella
inesperada interrupción de su paseo bajo la luz de la luna, pero no le importó
dejar que fuese Kash quien marcase el desarrollo de la velada.
—Escucha, Isabel —dijo Kash, al tiempo que comenzaba a pasear de un
lado a otro frente al banco, con la joven como público entregado—. Esto de
compartir la visita a Roma... Ya te dije que yo no comparto nada. No me va
el romanticismo, ni las citas, ni nada de lo que tú te estés creyendo que va
todo esto. Creí que ya te lo había dejado claro, pero por lo que veo no has
pillado el mensaje.
Sabía que su voz sonaba enfadada, y sí, lo estaba, aunque sólo consigo
misma y con su propia incapacidad para dar salida a la avalancha de
sentimientos que Isabel había despertado en ella.
—Yo... no quería..., no pensaba... —tartamudeó Isabel, confusa. Su
expresión era sombría.
Aquella reacción no sirvió más que para reforzar la decisión de Kash:
debía regresar a sus cómodas rutinas, obligar a Isabel a entrar en la inofensiva
categoría de «usar y tirar» en la que había conseguido incluir a la mayoría de
las mujeres que había conocido. Ya era demasiado tarde para hacerlo, pero
estaba desesperada por encontrar una forma de sacar a Isabel de su vida.
—No sé qué pensabas, qué querías decir ni qué deseabas —continuó la
fotógrafa, sin dejar de caminar de un lado a otro—, pero para mí todo esto va
de sexo, siempre va de sexo y sólo de sexo: o eso, o nada. Quiero que quede
claro. La decisión es tuya, pero no debes esperar nada más allá de eso, Isabel.
Hubo un largo silencio, hasta que ésta contestó:
—Perdona si he hecho o dicho algo que te hiciera pensar que espero
algo más de ti que esta velada —susurró Isabel en tono de disculpa, aunque a
Kash no se le escapó el matiz de dolor que transmitía su voz—. Disfruto
mucho cuando estoy contigo y me he dejado llevar por el entusiasmo. Lo que
te dije días atrás iba en serio, Kash: no te pediré más de lo que tú quieras
darme. Supongo que, como me has invitado a cenar, he creído que íbamos a
tener una especie de cita romántica.
—Pues te has equivocado. Eso no va conmigo.
Isabel la miró con gesto muy serio.
—Ahora lo sé, me ha quedado clarísimo. Pero fuiste tú quien sugirió ir a
cenar, Kash, no yo, así que no sé por qué te estás alterando tanto. Lo único
que quiero es sexo. ¿Era eso lo que necesitabas oír? ¿Son tus palabras
mágicas? —concluyó, con una insolencia casi infantil.
—No me acuesto con ninguna mujer sólo porque ella lo desee. Si así lo
hiciese, no podría terminar ningún encargo. Ni dormir siquiera, ya que
estamos.
Kash sabía que su respuesta era arrogante, pero se sentía irritada y
frustrada, y, por si fuera poco, Isabel era completamente irresistible cuando se
ponía insolente a la luz de la luna.
—No quería decir que lo hicieses —replicó Isabel—. Si te hubieras
acostado con todas las mujeres que se echaban en tus brazos en París, allí
seguirías.
—¿Celosa? —preguntó Kash, exasperada.
«¿Por qué le estoy diciendo eso? ¿Desde cuándo me preocupa que esté o
no celosa?»
—No te des tanta importancia —replicó Isabel, igualmente fuera de sí.
Se puso en pie, mientras se preguntaba cómo había acabado descontrolándose
tanto aquella maravillosa velada—. Sí, Kash, eres una mujer muy hermosa, y
no hay duda de que eres consciente de ello.
Pero también puedes ser un verdadero coñazo. Te he dicho que lo único
que deseaba era sexo, pero no pienso suplicártelo. —Acto seguido, Isabel se
alejó de allí hecha una furia.
Su brusca partida calmó la ira de la fotógrafa, aunque no sirvió para
disminuir la fuerte excitación que sentía desde los ardientes besos que habían
compartido en el Coliseo. «¡Pues sí que la has hecho buena, gilipollas!» Se
sentó en el banco durante más de medio minuto, contemplando la figura de
Isabel, que se alejaba rápidamente, mientras debatía interiormente si debía
seguirla o no. «Déjalo ya. Que se vaya: es mejor así», decía la voz que
siempre le aconsejaba que se distanciase, por puro instinto de conservación.
Aquel método siempre le había ayudado a escapar de cualquier situación que
amenazase con hacerle perder el control.
Sin embargo, aquella voz no podía competir con el deseo que inundaba
su cuerpo, ni con la persistente y súbita conciencia que estaba
desarrollándose en ella y que no soportaba herir a Isabel.
Alcanzó a la joven cuando ésta se abría paso entre la multitud que
cruzaba el puente más cercano, Ponte Cavour, un precioso arco que se
extendía sobre el Tíber, iluminado por una hilera de luces ambarinas.
—¡Aguarda, Isabel! —exclamó Kash, agarrándola del brazo para
intentar detenerla, pero la aludida se la quitó de encima y siguió caminando
—. ¡Venga, mujer, maldita sea!
La fotógrafa tuvo que dar largas zancadas para contrarrestar la rápida
aceleración de Isabel. Ya habían cruzado el puente y se dirigían hacia el
hotel, cuando Isabel se detuvo y giró sobre sí misma. Echaba fuego por los
ojos. Respiraba agitadamente debido a su veloz retirada, y también Kash, por
el esfuerzo de intentar atraparla.
—¿Qué demonios quieres de mí?
La gente las empujaba al pasar. Kash distinguió un estrecho callejón, un
poco más adelante, apenas iluminado y desierto. Agarró a Isabel del brazo y
tiró de ella con rudeza hacia allí.
Una vez en el callejón, ambas mujeres se miraron como dos púgiles en
pleno combate, la guardia en alto y ríos de adrenalina corriendo por sus
venas, esperando a ver quién encajaba el siguiente directo.
—Quiero... —empezó Kash, pero las palabras murieron en sus labios
cuando se fijó en los ojos de Isabel.
Había creído que el fuego que había en ellos se debía a la ira, pero ahora
pudo ver que no era furia ni mucho menos, sino una mezcla de frustración y
deseo. Aquella mirada derribó la última y frágil resistencia que era capaz de
oponer.
Empujó a Isabel contra las viejas paredes de ladrillo que enmarcaban el
estrecho pasaje, mientras sus pensamientos se volvían cada vez más difusos.
Isabel dejó escapar un gritito sobresaltado, pero no protestó ni opuso
resistencia cuando la fotógrafa aferró sus muñecas y las clavó firmemente
contra la pared, por encima de su cabeza, con una mano, mientras que dirigía
la otra bruscamente a su sexo.
—Sabes bien lo que quiero —murmuró Kash con voz ronca,
apretándose contra ella, mientras sus labios comenzaban a recorrer el cuello
de la joven.
La airada exasperación de Isabel desapareció y su pulso se aceleró ante
el brusco cambio de actitud de Kash. «¿Aquí? ¿Ahora?» Su primera
experiencia con la fotógrafa ya había sido tremendamente chocante. «Pero...
¿esto?»
Isabel nunca había sido aventurera en cuestiones de sexo. Para ella, era
algo que tenía lugar en la cama, incluía como mucho media docena de
posiciones y muy pocas veces llegaba a durar una hora. Era algo tierno,
generalmente predecible, y siempre se trataba de un acto que tenía lugar entre
dos personas y en privado.
Su ingenuidad en aquel terreno no la había preparado, ciertamente, para
la inmensa excitación que podía provocarle tener las manos sujetas mientras
gozaba de un polvo rápido y brusco en un callejón público de Roma, donde
podía aparecer cualquiera.
El cálido aliento de Kash junto a su cuello y las ardientes caricias de su
lengua aceleraron hasta el límite los latidos de su corazón, mientras que la
presión de aquella mano entre sus piernas hacía que se le doblasen las
rodillas. Sin importarle ya que alguien las viese, la joven deseó
desesperadamente apartar la ropa que se Interponía entre ambas.
Asaltada por un torbellino de sensaciones —el áspero ladrillo contra sus
manos, el fragor de las bocinas de los automóviles tan cerca de ellas, el
almizclado perfume de Kash, el furioso batir de su corazón contra las paredes
del pecho—, Isabel se sintió más viva, completa y totalmente viva, de lo que
nunca se había sentido.
Cuando Kash le hizo abrir las piernas utilizando un muslo firmemente
insistente y comenzó a buscar a tientas el broche de sus vaqueros, Isabel dejó
escapar un gemido anhelante. Su cuerpo estaba preparado y deseoso de que la
mano de Kash la llevase al orgasmo.
Nada de aquella situación le resultaba familiar. Se moría por volver a los
mordiscos y pellizcos casi frenéticos que la iban poniendo más y más
cachonda. Deseaba poder atraer a Kash más hacia sí, aunque esto pareciese
imposible, dado lo apretados que estaban ya sus cuerpos uno contra el otro...
Y el hecho de no poder hacer ninguna de las dos cosas la estaba volviendo
loca. Flotando en un delirio de deseo, se rindió por completo al control de su
compañera.
—Kash..., por favor... —suplicó, aunque le costaba hablar, le costaba
respirar, le costaba razonar. Por fin añadió, con un gemido desesperado—:
¡Por favor!
Totalmente concentrada en la urgencia que sentía por llegar al orgasmo,
Isabel no oyó ni sintió el tirón de su camisa, ni percibió inmediatamente
después el fresco soplo de aire que alivió la ardiente piel de su pecho y
estómago. Fueron la ávida boca de Kash sobre su seno y la presión de sus
dientes sobre el hipersensibilizado pezón los que la hicieron percibir, por fin,
que estaba expuesta en medio de la noche.
El fuerte golpe de una ventana que se abrió de repente, muy cerca de
ellas, la advirtió de que tal vez alguien las estaba mirando. Fue toda una
conmoción descubrir que aquella posibilidad tan sólo le causaba una
excitación todavía mayor.
—Tómame. Ahora, ¡por favor! ¡Fóllame! —rogó, lo bastante alto como
para que la oyeran, lo cual también la dejó atónita.
Kash había desatado una parte de ella que ni siquiera sabía que existía,
una Isabel licenciosa y desatada... No: era Isa la que sentía, deseaba y
reclamaba con muchísima más intensidad de lo que su antigua personalidad
se hubiese atrevido nunca a soñar.
Kash emitió un gruñido desde lo más profundo de su garganta, más
animal que humano.
—¡Por favor, por favor! —gritó Isabel, temiendo estallar en pedazos
durante la espera.
Cuando por fin la mano de Kash la alcanzó, sus primeras caricias
exploratorias fueron tan delicadas como ruda había sido la boca sobre su
pecho. El contraste le hizo dar un respingo. Las frías yemas de sus dedos
recorrieron suavemente su vientre, erizándole la piel, y se deslizaron por fin
bajo la seda de sus braguitas, para detenerse brevemente allí, con el fin de
llevarla hasta el límite de sí misma.
Cuando la mano de Kash se deslizó entre los hinchados y anhelantes
pliegues de su sexo, Isabel empujó hacia delante con las caderas y exhaló
ruidosamente el aire que había estado conteniendo.
—¡Tan mojada, por mí! —susurró entrecortadamente la fotógrafa,
admirada, e Isabel pudo notar sus propios jugos a medida que aquella mano
extendía la prueba de su inmensa excitación sobre su clítoris con unos pases
enloquecedoramente livianos—-. Igual que la otra vez. Me vuelve loca lo
mojada que te pones en mi honor.
—¡Dios! —jadeó ella en respuesta—. \Más fuerte, Kash, más\
Comenzó a agitar las caderas y luchó para intentar liberar las muñecas,
pero la fotógrafa la sujetó con más fuerza todavía, de modo que el áspero
ladrillo comenzó a arañarle el dorso de las manos. Y, sin embargo, sus
caricias seguían siendo insoportablemente ligeras, cuando ella más lo
necesitaba.
Sus ruegos se convirtieron en mudos gruñidos, suspiros y
contorsiones..., hasta que Kash penetró en ella de golpe, deslizándose entre
sus jugos hasta llenarla por ¡completo, levantándola casi en el aire. Al mismo
tiempo, la fotógrafa posó el pulgar justo sobre su clítoris y lo mantuvo allí,
mientras la embestía con firmeza, con impulsos cortos y rápidos. Isabel
explotó entonces en una orgía de sensaciones, procedentes de dentro y de
fuera de su cuerpo, un orgasmo tan intenso y poderoso que todo su cuerpo
vibró con él.
Se derrumbó sobre Kash, intentando a duras penas recuperar el aliento.
Su pulso acelerado la ensordecía y el clítoris le latía en fuertes espasmos. De
repente notó que volvía a tener las muñecas libres, de modo que rodeó el
cuello de Kash con ambos brazos, agradeciendo su apoyo, porque las piernas
le temblaban y tenía todo el cuerpo desmadejado.
Poco a poco fue recuperándose. Entonces se dio cuenta de que el cuerpo
sobre el que se apoyaba estaba rígido y apenas toleraba su abrazo. El rostro
de Kash era impenetrable. Al igual que en la anterior ocasión, una vez
conseguido lo que buscaba, Kash se volvía fría y distante, como si no le
afectase en absoluto lo que acababa de suceder.
—Será... esto... será mejor que te... —dijo la fotógrafa mientras se
soltaba de los brazos de Isabel, señalándole con un movimiento del mentón la
blusa abierta antes de volverse hacia el lugar por donde habían venido.
Isabel miró hacia abajo y vio que tenía los pechos al aire, con los
pezones todavía sonrosados y prominentes. Llevaba también los pantalones
abiertos y las bragas un poco bajadas, lo que permitía ver un trocito de vello
color miel.
Para cuando acabó de arreglarse, Kash ya había dado dos pasos hacia la
calle principal.
«¿Qué esperabas?», se preguntó a sí misma mientras la seguía entre la
multitud. No sabía bien qué era lo que se había imaginado, pero, desde luego,
aquello no. Incluso más que la primera vez, aquella nueva experiencia con
Kash la había dejado totalmente satisfecha y, al mismo tiempo,
profundamente descontenta.
Durante el corto paseo de regreso al hotel, Isabel suplicó para sus
adentros que Kash la invitase a su habitación. A pesar de lo que la fotógrafa
le había contado sobre sí misma, se moría de ganas de hacer que ésta sintiese
lo mismo que ella acababa de experimentar. Sin embargo, a cada paso se
convencía más de que el encuentro en el callejón había sido el último. Kash
estaba más distante que nunca: no hablaba y no le prestaba ninguna atención.
«Has conseguido exactamente lo que pedías —se dijo—. Y no puedes
quejarte en absoluto, después de todo lo que te ha hecho sentir.» No obstante,
en lugar de sentirse saciada, Isabel comprendió más que nunca que tenía
necesidades largamente ocultas y todavía insatisfechas, de las que antes ni
siquiera conocía su existencia.
CAPITULO QUINCE
A pesar de haberse masturbado enérgicamente y de haberse bebido
después una considerable cantidad de vodka, Kash seguía necesitando a
Isabel desesperadamente. Se sentía culpable por la forma en que se habían
desarrollado los acontecimientos. Ambas cosas la desconcertaban: nunca se
había sentido culpable por el modo en que trataba a las mujeres, ni tampoco
había seguido sintiéndose atraída por ninguna a la que ya se hubiese follado.
Y lo más alarmante de todo era que había empezado a desear que Isabel
la tocase.
Seguía sintiendo la mano de la joven sobre su brazo, v oyendo su dulce
y melancólico tono. Además, podría jurar que, con ella del brazo, había
empezado a notar el famoso romanticismo que irradiaba aquella ciudad.
Aquél fue el motivo de que todo acabase de forma rápida y sucia en un
callejón, y no en la suite.
Isabel le había hecho desear cosas para las que se creía incapaz,
imaginar posibilidades que sabía que nunca se harían realidad. Se sentía
arrastrada en una dirección que iba completamente en contra de su naturaleza.
Cuanto más dulce y romántica se volvía la joven, más aumentaba la
frustración de la fotógrafa, hasta que por fin había reaccionado de la única
forma que conocía. No podía seguir escuchándola, porque sabía que se estaba
dejando llevar, de modo que la había poseído, de la misma manera en la que
poseía, siempre a las mujeres, para demostrarse a sí misma que en realidad
nada había cambiado y para demostrarle a Isabel que ninguna mujer tenía
derecho a sacudir su mundo y todo lo que en él había.
En el mismo momento en que la penetraba, una parte de ella sabía que
todos y cada uno de sus encuentros con Isabel eran diferentes, pero no pudo
detenerse. Necesitaba desesperadamente volver a situar su mundo sobre su
propio eje, porque la excitación de la joven lo había barrido por completo.
Sin embargo, al mirarlo retrospectivamente lamentaba su modo de
actuar.
Isabel merecía más, merecía algo mejor. «Tendría que haber hecho que
fuese algo bonito para ella, tal y como había planeado. Algo tierno e íntimo, a
la altura de Isabel.» Kash sentía vergüenza por no haber podido controlarse,
pero es que la joven la había hecho sentir algo genuino, algo demasiado
intenso.
Sabía que Isabel lamentaba lo sucedido. De modo que bebió, recorrió la
estancia de un lado a otro, bebió un poco más y se preguntó cómo demonios
podría soportar pasarse otras dos semanas con la joven sin enloquecer.
Eran las dos de la madrugada cuando salió al balcón con el último resto
de vodka, deseando poder dormirse o encontrar algo que la distrajera de la
idea de acariciar de nuevo a Isabel.
Aunque la famosa piscina del hotel estaba a oscuras y cerrada a los
huéspedes desde hacía horas, las luces bajo el agua la convertían en un
tranquilo oasis azul. Entonces se dio cuenta de que una solitaria nadadora se
había colado por la verja y estaba haciendo largos.
Era Isabel. «¡Joder! Hay días en los que una no debería levantarse de la
cama.»
Un largo, y otro, y otro más, y seguía sin poder apartar a Kash de su
pensamiento. Una vez de regreso en el hotel, Isabel había intentado dormir,
pero el recuerdo de todo lo que la fotógrafa le había hecho sentir era
demasiado reciente. Por mucho que ella intentase colocar aquella experiencia
en su debido lugar —«Nada más que un polvo pasajero, yo ya lo sabía»—, su
corazón, su mente y su cuerpo pedían más.
Apenas podía reconocerse. «¡Para que luego hablen del cambio de
imagen! ¡Qué ridiculez!» Ella estaba cambiando en muchas cosas más que el
corte de pelo, el maquillaje y el vestuario. Nunca hubiese creído que podría
ocurrírsele siquiera desear un breve y solitario acto sexual con otra persona, y
mucho menos que pudiese recordar dos cortísimos e imprevistos episodios,
uno de ellos en público, con tal deleite y añoranza.
«¿Cómo es posible que con casi treinta años esté descubriendo facetas
de mi propia personalidad que nunca soñé que existieran?» Aquel repentino y
voraz apetito por el tipo de pasión que Kash había desencadenado en ella era
algo muy primario y salvaje.
«¿De dónde ha salido todo esto? ¿Cómo he podido pasarme tantos años
creyendo que era de cierta manera, creyéndome cómoda en mi propia piel, y
acabar descubriendo que he estado..., cómo decirlo..., engañándome a mí
misma?» Así era como se sentía. Siempre se había creído relativamente feliz
con su existencia y con su forma de disfrutarla, sin darse cuenta de que su
vida sexual era tan escasa como demasiado predecible.
«Siempre había pensado que el sexo fuera de una relación es algo
completamente desaconsejable y que las personas que lo practican deberían
ser censuradas y reprendidas. Creía firmemente que, si antes de acostarme
con una mujer procuraba conocerla bien, eso me hacía más madura, más
noble, de alguna manera.» No sabía a ciencia cierta por qué lo creía así.
Seguramente había influido mucho la forma de ser de sus padres, que la
habían criado de una manera bastante conservadora, al igual que el hecho de
que ninguna de sus parejas la hubieran animado ni desafiado a ser de otra
forma.
«Y cuando las mujeres que me parecían interesantes pasaban de largo y
se fijaban en alguna otra más guapa que yo, esa filosofía me hacía más
llevadero el rechazo.» ¡Cuántas veces había procurado consolarse, cuando
eso sucedía, diciéndose: «Bueno, de todos modos ella no es el tipo de mujer
que yo deseo, dado que está dispuesta a acostarse con cualquiera sólo por su
aspecto»!
«Bastante hipócrita por mi parte, considerando la facilidad con que me
he convertido en Isa, y teniendo en cuenta que estoy haciendo todo lo que
está en mi mano por acertar con el maquillaje y el vestuario adecuados para
atraer la atención de Kash.»
Oh, sí, sabía identificar los potenciales problemas que acarreaba el
hecho de adoptar un estilo de vida sin ninguna clase de ataduras, en el que
sólo interesa el sexo ocasional. A ella no le atraía en absoluto evitar por
completo las relaciones que incluyesen compromiso, como hacía Kash, al
parecer. Isabel seguía necesitando conectar de alguna manera con la mujer
hacia la que se sentía atraída. Sin embargo, se había equivocado al no
permitir que el sexo fuese algo espontáneo y divertido, T al no permitirse a sí
misma llegar a descubrir lo excitante que podía ser ponerse un vestido
provocativo y dejar que eso crease un poco de magia. «Portarse mal puede
ser increíblemente atractivo, de eso no hay la menor duda.»
A Isabel le sorprendió que ninguna otra mujer hubiese sabido sacar a la
luz aquella faceta suya tan apasionada y se preguntó qué iba a hacer con
aquella nueva personalidad, tan sobrecargada de sensualidad, mía vez que
Kash y ella continuasen con sus vidas normales. Sabía perfectamente que no
era tanto una cuestión de dónde, cuándo y cómo había nacido la nueva Isa,
sino más bien de quién había estado implicada en aquel .¿cimiento. «Sabes
que tendrás que dejarla marchar. .Cómo podrás soportarlo cuando eso
suceda? ¿Volverá Isa a desvanecerse entre la niebla, para no regresar nunca
más? ¿Podría suceder?»
Isabel no deseaba renunciar a su nueva y sensual faceta, pero sabía que
el placer meramente físico no la hacía feliz. «Kash es buena prueba de ello:
tiene todo el sexo que desea, por lo que parece, pero, ¿la ha hecho eso feliz?»
El que hubiese sido Kash la desencadenante de todo aquel cambio la
confundía tanto como la propia existencia de aquella cara oculta de sí misma.
«¿Por qué ella?» Desde luego, la fotógrafa no era el tipo de mujer que solía
atraerle. De hecho era justo el contrario. Podía ser brusca, desagradable y
demasiado pagada de sí misma.
Era una mujer que obviamente huía de toda relación... «Qué demonios,
no sólo de las relaciones, sino incluso de una agradable velada juntas como
prolegómeno del sexo. Todo es un venga, dale que te pego, gracias y adiós
muy buenas... ¡Y yo pensando si será la mujer de mi vida!»
De vuelta al hotel, Kash apenas le había dirigido la palabra. Una vez allí
sólo había musitado un educado «Buenas noches» al subir ambas en el
ascensor, para asegurarse de que Isabel supiera que la velada había
terminado.
«¡Esta mujer me pone de los nervios!» Isabel nadó otro largo,
cambiando automáticamente de braza a espalda. «En un momento pasó de
estar paseando conmigo del brazo por la orilla del Tíber, camino a una
agradable cena, a comportarse al minuto siguiente como una gilipollas.»
Sin embargo, no conseguía seguir enfadada con ella. Tenía demasiado
fresco, en su cuerpo y en su mente el recuerdo de la forma en que la fotógrafa
la había encendido, y todo lo que le había hecho sentir. Había sido
completamente increíble. «Fue como salir de pronto de una fotografía en
blanco y negro, y entrar en una en un maravilloso technicolor.» No obstante,
y aunque ahora, con Kash, el sexo era la estrella del escenario, Isabel sabía
que entre ellas estaban sucediendo muchas más cosas, al menos por su parte.
Había empezado a sentir algo por la fotógrafa, algo muy profundo, aunque al
parecer no iba a ninguna parte con aquellos sentimientos. Desde luego, ni se
atrevía a admitirlos ante Kash.
«No. Si quiero tener una mínima posibilidad de compartir algún
momento de intimidad con ella, tengo que procurar que todo sea informal y
despreocupado.»
Los incontables largos no le sirvieron para calmar el hervor de su
sangre, de modo que salió de la piscina y caminó con cuidado hacia la cubeta
de hidromasaje que se hallaba empotrada en el suelo. Se deslizó con un
gemido en la pequeña piscina de agua caliente, envuelta en sombras, y se
dejó flotar, descansando la cabeza sobre el pulido borde, pero no consiguió
relajarse. El recuerdo de la mano de Kash seguía siendo demasiado vivido.
Miró a su alrededor y escuchó con atención para asegurarse de que no había
nadie en los alrededores.
Su cuerpo estaba tan excitado y los chorros intermitentes de hidromasaje
eran tan tentadores... Se colocó de cara al más cercano, sujetándose al borde
del receptáculo. Abrió las piernas, arqueó la espalda y se inclinó hacia
delante, para que la fuerza del agua fuese directamente contra su clítoris.
«jAaah!»
«¡Dios Santo! No puede estar...» Kash intentó aclarar su borrosa visión
para distinguir mejor la figura que se ocultaba en las sombrías profundidades
de la piscina de hidromasaje. Cuando estuvo lo bastante segura de lo que veía
como para arriesgarse a dar unos tambaleantes pasos, entró de nuevo en la
suite, soltó por fin el vaso de vodka al que se agarraba tan desesperadamente
y cogió su cámara y el mayor de los teleobjetivos.
La lente le descubrió a Isabel con vivida claridad, mientras se quitaba el
traje de baño. «¡Joder, qué fuerte!» Las manos le temblaban tanto, debido al
alcohol y al acelerado latido de su corazón, que cuando Isabel echó la cabeza
hacia atrás, en pleno éxtasis, la lente perdió brevemente de vista a su objetivo.
Kash soltó un juramento por lo bajo, pues no quería perderse ni una milésima
de segundo de aquel espectáculo.
Se esforzó por localizarla de nuevo con su visor. Por fín reapareció en él
los desnudos pechos de Isabel, los pechos alzados, pues se había colocado en
la posición que más aprovechaba el efecto de los chorros. Kash no podía
arriesgarse a utilizar el flash. Por suerte, la luz ambiental de la piscina era
suficiente para permitir que su cámara capturase aquella imagen. Clic, clic.
Isabel tenía la boca abierta y su cuerpo se balanceaba con fuerza contra
los lados de la pequeña piscina. Clic, clic. Kash se moría por poder oír sus
gemidos ante el inminente orgasmo. «¡Sí, sí, joder!» ¡Lo que ella daría por un
poco más de luz! Clic.
Con la izquierda seguía sujetando el largo teleobjetivo, pero la mano
derecha perdió interés en seguir haciendo fotos. Las yemas de sus dedos
todavía estaban algo frías por el hielo cuando las deslizó por debajo de los
pantalones, pero la confusión de su cerebro aceptó mejor la impresión que si
hubiese estado sobria.
«No tengas prisa, Isabel, no tengas prisa», rogó para sus adentros
mientras se acariciaba.
Cuando al día siguiente todas se reunieron en el aeropuerto para su
vuelo a El Cairo, Kash hubiera deseado ceder a su fascinación por Isabel y
contemplarla descaradamente, pero no se atrevió. Se sentía culpable por
haberla espiado en la piscina de hidromasaje y por haber utilizado aquella
experiencia para masturbarse. Echó de menos la distancia que le
proporcionaba su cámara.
Además, Isabel no se comportaba como si lamentase lo sucedido, tal y
como ella esperaba. No, Isabel era la alegre y dicharachera joven de siempre,
toda sonrisas. Saludó a la fotógrafa con sincera calidez, y tuvo la discreción
de no hacer ninguna referencia a su afíaire ni expresar esperanza alguna.
«Tiene clase.» Sin embargo, la forma en que la miraba directamente a los
ojos y su cálido tono de voz dejaban claro que había disfrutado enormemente
de lo sucedido en aquel callejón.
Kash notó que se le aceleraba el pulso, aunque mantuvo una expresión
neutra e intentó no pensar en la invitación que podía leerse en aquellos ojos
azul oscuro v en todo lo que había imaginado hacer con Isabel mientras la
veía llegar al orgasmo en la piscina de hidromasaje. Aquella mujer estaba
haciéndole desear cosas que estaban fuera de su alcance, como el
romanticismo, el amor, la confianza y el conectar de verdad con otra persona.
Todavía faltaban cuarenta minutos para el embarque, de modo que aún
eran pocos los congregados ante la muerta. Se sentó enfrente de Isabel, pero
algo hacia un lado, lo bastante cerca para no parecer grosera y poder
contemplarla a su gusto, pero, a la vez, lo bastante lejos para no tener que
darle conversación. Estaban al lado de un enorme ventanal por el que
penetraba a raudales la luz del sol, de modo que se puso las gafas oscuras,
agradeciendo la posibilidad de ocultar hacia dónde se dirigía su atención.
«Es por el cumpleaños tan cercano, nada más. Estás pasando por una de
esas crisis propias de la mediana edad, la niña mimada que teme acabar más
sola que la una.» Aunque era una preocupación bastante fundada, en realidad
no era esa la razón por la que no conseguía dejar de pensar en Isabel. «Hay
algo en ella que me hace desear darle más..., tratarla de otra manera..., ser
mejor persona, incluso.»
A Kash le impresionaba mucho la manera en que Isabel abría las puertas
a los demás, aunque fuesen desconocidos, u ofrecía el brazo para ayudar a
alguien frágil con problemas de equilibrio. También le encantaba el tono de
voz, amable y atento, que utilizaba para dirigirse a taquilleras, vendedores,
azafatas y demás personal de atención al público. La mayoría de la gente ni
los miraba y apenas reconocía su presencia, pero Isabel se relacionaba de
verdad prácticamente con cualquier persona que conociese, aunque fuera
brevemente, de tal manera que siempre quedaban con una sonrisa en los
labios.
«Auténtica, eso es lo que eres. Una persona verdaderamente dulce y
generosa. Y tremendamente sexy, además. Una combinación muy poderosa.
¿Y por qué tienes que estar tan seductora con cualquier cosa que te pongas?»
Isabel llevaba un traje de lino color hueso, de su nuevo guardarropa, y una
camiseta beige ceñida, con escote en uve. Estaba elegante, sexy y
prácticamente irresistible.
«¿Podría yo llegar a ser monógama?» Ninguna mujer le había hecho
preguntarse cosas así. «Basta, deja de pensar gilipolleces. No tienes nada que
ofrecer a una persona como Isabel, de modo que deja de animarla a que crea
que puede haber algo más. No serviría más que para hacerle daño.»
—Aquí tienes tu cappucino.
La voz de Gillian sacó a Isabel de sus ensoñaciones. Se moría de ganas
de mirar a la fotógrafa, pero aquellas gafas de sol no permitían saber adónde
estaba mirando, y tampoco quería que la pillasen observándola fijamente.
Sería una grosería. Aceptó el vaso de papel, y Gillian se dejó caer en el
asiento vacío que había a su lado.
—Gracias. ¿Y tu amiga?
Isabel estaba bastante sorprendida, porque no supo nada de Gillian hasta
que apareció por el aeropuerto, todavía con Ambra, la ardiente italiana con la
que se había alejado bailando en el club, tres noches antes.
—Está haciendo unas llamadas -—contestó Gillian, cruzando las
piernas.
—Entonces, ¿se viene a El Cairo?
Algunas veces, su amiga alargaba sus aventuras de una noche durante
unos días, o incluso una semana, pero no era normal que se llevase a una de
ellas a otro continente.
—¿Acaso esta es especial? —añadió Isabel.
Gillian se encogió de hombros. En sus ojos había un nuevo matiz
soñador, como si sus pensamientos estuviesen muy lejos de allí.
—Bueno, no es que vaya a salir nada serio de aquí, pero esta chica es
especial, eso seguro —admitió, claramente deslumbrada—. Es la mujer más
encantadora que he conocido en toda mi vida, sin excepciones. Totalmente
irresistible. Modales exquisitos, entregada y romántica. Y en la cama es todo
un volcán.
—Ella también debe de estar muy colgada de ti, para venir con nosotras.
—Bueno..., desde que nos conocimos hemos sido prácticamente
inseparables —explicó Gillian, sonriendo de oreja a oreja—. En fin, dejemos
de hablar de mí. ¿Cuándo acabasteis liándoos, vosotras dos?
Isabel enrojeció al recordar la noche anterior, pero no pudo evitar una
sonrisa.
—¡Ajá, veo que lo vuestro también ha sido algo grande! —exclamó su
amiga, dándole un amistoso puñetazo en el muslo—. Pero, entonces..., ¿por
qué se ha sentado tan lejos?
—No ha sido... como yo esperaba —confesó Isabel en voz baja,
apresurándose a añadir—: Fantástico, eso sí, es decir..., increíblemente
excitante. Sólo que me habría gustado que pudiese haber... algo más.
Gillian sonrió resignadamente.
—Bueno, Izzy, este tipo de asuntos... Sólo se trata de divertirse un poco,
sin soñar con que haya nada más, sea lo que sea. Es lo que hay. O lo que
hubo.
—Lo sé —replicó Isabel—. Pero... ¿tú nunca quedas con ganas de más?
¿Has conocido a alguien a quien no querrías dejar marchar?
—Claro que sí —admitió su amiga—. Alguna que otra vez he sentido
una chispa, algo más aparte de lo de: «¿Apetece un polvito?» Cuando eso
sucede, si tienes suerte, tal vez ambas decidáis que queréis volver a veros.
Gillian buscó con la mirada por toda la terminal, pero su nueva chica no
estaba a la vista.
—Estoy segura de que me costará despedirme de Ambra —suspiró,
mirando a Isabel con gesto compungido—, pero, cuando empecé con ella,
igual que tú con Kash, sabía que esto no sería más que una aventura. No hay
más que ver cómo es su vida... y cómo es la nuestra. Deseamos cosas muy
diferentes y llevamos unas vidas completamente distintas.
«Eso no te lo discuto», pensó Isabel, asintiendo para mostrar su acuerdo.
—Tienes que conformarte con lo que hayas conseguido hasta ahora —
concluyó Gillian—, dure lo que dure. Tal vez no sea todo lo que deseas, o tal
vez no por mucho tiempo.
La joven volvió a mirar por la terminal, en busca de Ambra, antes de
añadir:
—Pero algunas veces es maravilloso, verdaderamente memorable.
Quizás no sea más que un breve instante en el tiempo, pero, si revive a
menudo en tu mente gracias a lo increíblemente que te hizo sentir..., si se
convierte en uno de tus recuerdos más frecuentes y queridos..., entonces no
hay duda de que vale la pena, a pesar de la agridulce decepción que se
experimenta al saber que no pudo llegar a más. ¿No te parece?
Isabel tomó la mano de su amiga y dijo:
—Siempre me has preocupado un poco, porque sueles ser tan frívola
cuando cuentas tus aventuras nocturnas y te burlas tanto cada vez que te
sugiero que vayas pensando en salir con alguien en serio, que creí que eras
contraría a mantener una relación de verdad. Sin embargo, ahora veo que
estás perfectamente dispuesta a ello.
Se detuvo un momento para mirar a Kash. Por la inclinación de su
cabeza parecía estar mirando hacia el empleado que se hallaba tras el
mostrador, muy ocupado con el embarque de los pasajeros, pero, con aquellas
gafas tan oscuras, la fotógrafa podría estar mirándola directamente a ella.
«¡Ojalá te las quitases de una vez!»
—Y tengo que admitir —dijo, reanudando su conversación con Gillian
que me alegro de que me hayas convencido de que me suelte un poco y esté
más abierta a las novedades. Estoy segura de que el tiempo que pase con
Kash, por muy breve que sea, se convertirá en un recuerdo muy frecuente y
querido —concluyó, notando que su piel comenzaba a arder de nuevo al
recordar las escenas del callejón.
—Me alegro de que te lo hayas pasado bien. Y, oye, si te sirve de
consuelo, te diré que yo creo que le gustas he verdad. Cuando estábamos
bailando en el club, Kash no te quitaba la vista de encima. Y también otras
veces. Quiero decir que te mira con verdadero interés.
Al ver la mueca de asombro de Isabel, añadió:
—Y, por cierto, yo prácticamente me eché en sus brazos y, sin embargo,
me rechazó. Me dijo, básicamente, que no era buena idea que hubiese sexo
entre nosotras, considerando las circunstancias.
Isabel volvió a mirar a Kash de reojo. La fotógrafa no se había movido y
su rostro seguía siendo impenetrable, lo cual la estaba poniendo furiosa.
—Perdonarás que te lo diga —prosiguió Gillian—, pero esa excusa no la
detuvo cuando se trataba de ti, y tal vez eso quiera decir algo. ¿Te resultará
muy incómodo tenerla cerca el resto del viaje?
—No, no, no habrá problema —contestó Isabel.
Ella no tenía el menor problema en estar junto a Kash, incluso aunque
no llegara a suceder nada más. Cualquier oportunidad de estar cerca de ella
un rato más sería una bendición. Y tampoco parecía que fuese a resultarle
incómodo a la fotógrafa. «Educada pero distante, y actúa como si no le
afectase lo más mínimo. Si estuvo interesada por mí, parece que fue tan sólo
hasta que pudo sacarme las bragas un par de veces.»
—Me pregunto qué retiene a Ambra —dijo Gillian, sin dejar de observar
la creciente aglomeración de pasajeros.
—Estás muy colgada por ella, ¿verdad?
Gillian sonrió.
—A ésta es difícil resistírsele: el acento, el cuerpazo, los modales... La
he invitado a visitarme. No es que crea que vaya a hacerlo, pero, quién sabe,
¿no? Tú eres la que siempre me estás diciendo que todo es posible.
—¡Guau! ¿Qué es lo que oigo? ¿Estás diciéndome que por fin has
conectado con tu parte romántica? ¡Ya era hora, caramba! —exclamó Isabel,
frotando cariñosamente la espalda de su amiga—. Espero que te tome la
palabra, Gilí, si es tan especial para ti. De todo corazón.
Al volver a mirar hacia Kash se fijó en que el cielo estaba ahora
nublado, por lo que se había oscurecido notablemente la zona de embarque,
pero Kash no se había molestado en quitarse las gafas de sol.
El empleado de la puerta anunció que se abría el preembarque de su
vuelo, para viajeros con niños o con necesidades especiales. Gillian miró su
reloj.
—Vaya, espero que no haya cambiado de idea, o se lo esté pensando
demasiado. Ya no queda mucho tiempo.
—¿Tiene móvil?
—No creo que me dé tiempo a conseguir una tarjeta telefónica —replicó
Gillian, frunciendo el entrecejo cuando el empleado anunció que el embarque
se abría a todos los pasajeros—-. Oye, id vosotras dos por delante. Yo
esperaré hasta el último anuncio de embarque.
—¿Seguro?
Isabel miró a Kash, que ya estaba de pie, con el equipaje de cabina sobre
el hombro y con la tarjeta de embarque y el pasaporte en la mano. Estaba
mirándola. Esperándola. Como si hubiese estado escuchándolas todo el
tiempo.
—Sí. Ve —insistió Gillian—. Yo voy enseguida.
Kash dejó que Isabel la precediese de camino a la pasarela, no por
educación, sino, egoístamente, para poder mirarle el culo y aspirar una ráfaga
de su perfume.
Los pasajeros se amontonaron a la entrada del avión, naciendo que Kash
e Isabel tuviesen que acercarse más ta una a la otra. Cuando las hicieron
detenerse brevemente ante la puerta, Isabel se giró un poco, ofreciendo a la
fotógrafa, que apenas estaba unos centímetros detrás, un primer plano del
profundo escote revelado por su camiseta de pico.
Contemplar cómo subían y bajaban los pechos de Isabel al compás de su
respiración era una deliciosa tortura, especialmente cuando avistó brevemente
parte de su sujetador blanco de encaje.
—¿Qué asiento tienes? —preguntó la joven.
Kash volvió a perderse en el azul oscuro de aquellos ojos tan tentadores.
Temiendo que su voz la traicionase, se limitó a mostrar su tarjeta de
embarque.
—Una fila detrás de la mía, pero del otro lado —anunció Isabel—. Si
quieres compañía durante el vuelo, dímelo: tal vez nuestros compañeros de
asiento nos permitan cambiarnos. Gillian ha cambiado el suyo para sentarse
con su nueva amiga.
Kash asintió con un gesto. Hizo un esfuerzo para no quedarse mirando
embobada el pecho de la joven. La cola comenzó a moverse de nuevo y,
cuando ambas llegaron a la fila de Isabel, ésta se colocó de lado para dejar
que la fotógrafa pasase hacia su asiento. Los pechos de ambas se rozaron un
instante y, entonces, las dos mujeres se miraron a los ojos. Isabel le dedicó
aquella sonrisa suya, imperfectamente perfecta. Kash se derritió y, sin
detenerse a pensarlo, sonrió también. Rápidamente intentó corregir su desliz
apartando la vista y exhibiendo una expresión neutra, pero el daño ya estaba
hecho. Cuando se deslizó en su asiento y la miró a hurtadillas, Isabel le
sonrió con un gesto cómplice, como diciendo: «¡Te pillé! Tú tampoco
consigues dejar de pensar en lo de anoche, ¿verdad?».
Gillian y su amiga italiana lograron embarcar justo antes de que las
puertas se cerrasen, y se acomodaron varias filas por delante de ambas.
Kash no intentó cambiar de asiento ni hablar con Isabel durante las más
de tres horas que duró el vuelo, y siguió distante cuando fueron a recuperar su
equipaje y a encontrarse con su chófer egipcio, un joven entusiasta, aunque
serio, llamado Nazim. El automóvil tenía grandes abolladuras, tanto en el
morro como en la parte de atrás, y apenas era lo bastante grande para
acomodarlos a los cinco. Isabel acabó apretujada entre Kash y Gillian, en el
asiento trasero, mientras que Ambra compartía el del copiloto con el equipaje
de cabina de las cuatro.
El paisaje que pudieron contemplar en los cuarenta minutos en los que
trataron de abrirse paso hasta el hotel, sorteando el caótico tráfico, era
abrumadoramente diferente. No cabía la menor duda de que se encontraban
en otro continente y en una cultura muy distinta.
Isabel nunca había visto nada comparable al suburbio que atravesaba la
autopista, con su desesperada pobreza. El hedor a orines y basura era
penetrante. Sólo los tendales de humildes coladas que salpicaban las
destartaladas construcciones, y algún que otro demacrado vecino asomado a
una ventana, la convencieron de que realmente había quien llamaba hogar a
aquellas espantosas y mugrientas estructuras.
La mayoría de las mujeres locales que podía ver por la calle vestían con
gran recato, a pesar del calor veraniego, con el cuerpo completamente
cubierto y velos que lo ocultaban todo excepto sus rostros. Los bordillos de
las aceras estaban repletos de vendedores callejeros, encorvados bajo
paraguas o toldos improvisados y con la mercancía expuesta sobre mantas o
lonas.
Todo estaba cubierto por una capa de arena: calles, edificios,
monumentos y personas. Cualquier ligera brisa o un vehículo de paso la
levantaba, creando en las calles diminutas tormentas de arena que estorbaban
momentáneamente la visión. Vallas de colores brillantes y estridentes, y
anchos caracteres árabes anunciaban películas marcas de refrescos.
—¿Habías estado aquí alguna vez? —preguntó Ambra a Kash.
—Muchas —contestó ésta, al tiempo que asentía.
—¿Y conoces el hotel? —intervino Gillian con voz cantarína.
—Sí, es el Nile Hilton. Está junto al río, de modo que volveremos a
disfrutar de unas espectaculares vistas desde el balcón. Podréis ver las
pirámides a lo lejos.
La fotógrafa hizo una larga pausa antes de añadir:
—Y tiene una buena piscina.
Isabel la miró de reojo. Kash contemplaba el paisaje con un gesto que
bien podría describirse como de culpabilidad. La joven tardó varios segundos
en asociar la mención a la piscina... y las vistas desde el balcón... con su
sesión de placeres privados en la piscina de hidromasaje. «Bah, no puede ser.
Coincidencia, eso es todo.»
Sin embargo, la mera posibilidad de que Kash la hubiese estado
espiando le aceleró el pulso. «Una sorpresa más. Desde luego, nunca se me
habría ocurrido considerarme una exhibicionista.»
—Tendrás la cama y el balcón para ti sola, de nuevo —le dijo Gillian—.
Ambra va a reservar una habitación, y yo pienso quedarme con ella.
—Ahora hay mucho lío —las interrumpió el chófer, al tiempo que hacía
sonar el claxon para sortear un carro arrastrado por un asno y lleno a rebosar
de periódicos y basura—. No quedan habitaciones.
Ambra miró a Gillian con gesto consternado y, seguidamente, se volvió
hacia el conductor:
—¿No quedan habitaciones en el Hilton? ¿Está seguro?
—Todos los hoteles de turistas —aclaró Nazim—. Americanos,
japoneses, europeos, todos están aquí. Todos llenos.
—Merda —exclamó Ambra, frunciendo el entrecejo, y a continuación le
preguntó a Gillian—: ¿Y ahora?
Isabel miró un momento hacia Kash, pero ésta seguía contemplando el
paisaje.
—Ya nos preocuparemos cuando llegue el momento —contestó Gillian
en tono vacilante, mientras dirigía una muda petición de auxilio a su amiga.
Nazim dejó escapar una maldición e hizo sonar el claxon al tiempo que
giraba bruscamente hacia la izquierda para evitar una colisión. Isabel fue
arrojada contra el costado de Kash, mientras se preguntaba por qué, al
parecer, en Egipto no acababa de calar la idea de pintar las rayas de las
carreteras.
Kash mostró unos reflejos sorprendentemente rápidos. Consiguió sujetar
parcialmente a Isabel y ambas acabaron medio abrazadas: Isabel con la
cabeza sobre el hombro de la fotógrafo y ésta con el brazo a su alrededor.
—Lo siento —musitó Isabel, apartándose cuando el vehículo corrigió la
dirección.
El contacto había sido muy breve, pero notó un cosquilleo en la zona en
la que sus cuerpos se habían apretado repentina y cálidamente el uno contra
el otro.
—No ha sido nada.
Kash se preguntó si la joven habría notado, durante aquel breve
contacto, lo rápido y fuerte que le latía el corazón.
Antes de que se dieran cuenta ya estaban en el Hilton. Se dirigieron al
vestíbulo principal mientras Nazim se ocupaba de sus maletas. El conserje
fue a su encuentro antes de que pudiesen acercarse siquiera al mostrador de
recepción.
—-Señorita Kash! ¡Qué generosidad por su parte al alojarse en nuestro
hotel!
Era un caballero de mediana edad, bastante bajo pero con un atractivo
que recordaba a Omar Sharif, con su cuidado bigote y un elegante toque
grisáceo en las sienes. El traje gris oscuro que llevaba le quedaba como un
guante.
—Me llamo Rasui -—continuó—. Bienvenidas al Hilton -¿Me permite
que las guíe a usted y a sus acompañantes hasta las suites?
Kash le estrechó la mano al tiempo que contestaba: —Encantada de
conocerlo, Rasui. Sí, gracias, muy amable, pero antes debo advertirle que
tenemos una persona más con nosotras. Me preguntaba si podría
proporcionarnos una suite extra.
Al ver que la sonrisa de Rasui se crispaba ligeramente, Gillian añadió:
—No tiene por qué ser una suite. Nos vale cualquier habitación.
El conserje no rechazó de inmediato su petición, pero Kash sabía que el
hombre estaba adiestrado para agotar mentalmente todas las posibilidades,
por remotas que fuesen, antes de negarle cualquier petición a una celebridad.
Sin embargo, su expresión y el envaramiento de su cuerpo le confirmaron que
el chófer sabía bien lo que decía.
—Siento decir que en estos momentos no puedo proporcionarles otra
habitación —dijo por fin, con un efusivo tono de disculpa—. Naturalmente,
si hubiese alguna cancelación... No obstante, me temo que el hotel está
completo durante toda su estancia entre nosotros. Por supuesto, podemos
colocar una cama adicional en cualquiera de las dos suites.
-—¡Pues vaya! —musitó Gillian, añadiendo después, en un tono más
alto—: ¿Te importaría, Izzy?
—No, no, claro que no —replicó Isabel.
Kash no dijo ni una palabra.
«La verdad es que he sido bastante grosera.» Kash contempló la sala de
estar de la suite y el espacioso dormitorio que había al fondo. Podría haberle
ofrecido aquella estancia a Isabel y haberse quedado ella con el dormitorio.
Habría sido lo más educado, porque hacer que las tres compartiesen la suite
más pequeña no iba a permitir que Gillian y Ambra disfrutasen de intimidad
alguna.
Sin embargo, en aquellos momentos le era imposible compartir con
Isabel un espacio tan reducido como aquél. Verla con lo que quiera que
llevase puesto para dormir... o con lo que no llevase. Cruzarse con ella al ir o
venir de la ducha. «¡Ni hablar, de ninguna manera!» Ahora ya no podía
quitársela del pensamiento. Si tuviesen que convivir tan estrechamente podría
suceder de todo.
CAPITULO DIECISEIS
A las siete de la mañana siguiente, Kash descubrió el ¡sobre que alguien
había deslizado bajo su puerta. Lo primero que pensó —no, más bien lo
deseó, si había de ser sincera— fue que era una nota de Isabel. Ni siquiera le
importaba mucho lo que dijese: le valdría prácticamente cualquier cosa,
porque se había pasado la mitad de la noche despierta, echándola de menos,
deseando con todas sus fuerzas estar con ella, aunque al mismo tiempo
también lo temiese.
«Pero habría sido mucho peor si ella hubiese estado aquí. Como
mínimo, tampoco habrías podido dormir, y encima no hubieras podido pasear
de un lado a otro por toda la suite. Y sólo con pensar en la tentación que sería
tenerla todo el tiempo al otro lado de una puerta sin llave, vestida con....» Se
había pasado la mayor parte de su vigilia de la noche anterior especulando
con la ropa que se pondría Isabel para dormir. Llegó a evocar toda la gama de
posibilidades, aunque siempre volvía a la imagen de un salto de cama de
seda, en negro o en rojo. Seguramente no tenía nada que ver lo que Isabel
utilizaba para ir a dormir —parecía ser más de las que prefieren una camiseta
sin mangas combinada con pantalones de pijama—, pero la imaginación de
Kash no quería renunciar al salto de cama.
En realidad, el sobre no contenía ninguna misiva de Isabel, sino una nota
de su chófer egipcio, quien se suponía que iba a recogerla a las diez para
explorar distintas localizaciones.
Señorita Kash:
Los hombres del tiempo han anunciado fuertes vientos, empezando esta
noche. Mañana grandes tormentas de arena. Diga qué hacer7 por favor.
Nazim
Aquélla era una verdadera complicación. Las tormentas de arena podían
cancelarlo todo. Impedían los desplazamientos y obligaban a la gente a
quedarse en lugares cerrados, a menudo durante varias horas e incluso días.
Una llamada al conserje confirmó la previsión. Kash salió al balcón con
una taza de café en la mano para meditar las distintas posibilidades. El cielo
estaba despejado, sin una nube ni la menor señal de lo que acechaba. Decidió
que lo mejor que podía hacer era aprovechar el buen tiempo mientras durase.
Nazim contestó en cuanto sonó el teléfono. Kash consultó con él las
distintas opciones, le dijo qué equipo necesitaría y concertó un itinerario
provisional para ese día, que daría comienzo a las ocho y media.
Después, la fotógrafa llamó a Isabel. Tuvo que respirar profundamente
varias veces antes de marcar el número de su cuarto. Isabel descolgó casi de
inmediato; parecía completamente despierta.
“¿Diga? ¿Sí?
Kash notó que el vientre se le encogía al oír la voz de Isabel. «Oh, oh,
esto es malo..., muy malo.»
—Isabel, soy Kash.
—¡Ah, hola!
Con aquellas dos palabras Kash pudo notar la alegría que experimentó la
joven ante aquella inesperada llamada.
—Sé que la sesión de fotos tenía que ser mañana, pero se prevé una
fuerte tormenta de arena —explicó Kash, intentando mantener un tono
tranquilo y profesional—. Me gustaría cambiarla para hoy. ¿Podrías estar
lista dentro de una hora?
—Claro, por supuesto.
La chispeante alegría de Isabel hacía que a la fotógrafa le fuese muy
difícil no dejarse contagiar.
—Muy bien. Ponte algo cómodo. Me pasaré por tu suite, escogeré unos
cuantos modelos para que te pongas hoy y saldremos desde ahí.
—Estaré lista.
Y desde luego que lo estaba. Cuando Isabel le abrió la puerta llevaba
unos sensuales vaqueros de cintura baja y otra camisa, color lavanda esta vez,
aunque el corte era muy parecido a la que llevaba puesta en el callejón.
Se quedaron mirándose la una a la otra durante unos incómodos y largos
instantes.
Kash apenas podía creer la forma en que se estaba arrastrando el tiempo.
¿De verdad habían transcurrido menos de cuarenta y ocho horas desde que
había acariciado a Isabel, desde que había besado aquellos labios? Parecían
muchas más. Demasiadas, desde luego. Y lo más desconcertante fue cuando
se dio cuenta de que no hacía ni dos semanas que la conocía. Era increíble lo
rápido que la joven se había convertido en el eje de todos sus pensamientos.
«Y saldrá de tu vida con la misma rapidez. No lo olvides.»
Por fin, Isabel acabó con aquella tensión.
—Vamos, entra.
Se apartó a un lado para que Kash pudiese pasar a la salita, donde había
varios ejemplos de su nuevo vestuario de diseño, tendidos sobre el sofá y la
cama de una plaza.
—Todavía no se han levantado —añadió en voz baja, aludiendo a
Gillian y Ambra. Señaló con un gesto la puerta del dormitorio, que
permanecía cerrada—. Estuvieron despiertas hasta muy tarde.
Kash se imaginó al momento a Isabel, despierta y escuchando los
sonidos del coito que salían del cuarto de al lado, y de nuevo se sintió como
una verdadera canalla por no haberse ofrecido a compartir la suite.
—Acabaremos enseguida —contestó, también en un murmullo.
Cruzó la estancia hacia el lecho, para empezar a seleccionar el vestuario
de Isabel para aquel día. Escogió cuatro conjuntos, los metió en una funda y
en un par de minutos estaban listas para salir.
La incómoda tensión que existía entre ambas continuó mientras bajaban
al vestíbulo en el ascensor. Allí las esperaba Nazim. De camino a su primera
parada, Isabel intentó un par de veces iniciar una conversación desenfadada,
pero al ver que Kash apenas decía nada acabó rindiéndose y concentrándose
en el paisaje.
Hicieron las fotos de rigor junto a las pirámides. En algunas, Isabel
aparecía a lomos de uno de los muchos camellos que se alquilaban. Después
se dirigieron a la cercana Esfinge. Durante todo ese tiempo, Kash tan sólo
habló cuando era necesario dar instrucciones a Nazim o cambiar los posados
de Isabel con pequeñas correcciones, del tipo: «Alza un poco la cabeza» o
«Gírate un poco más hacia aquí».
A esas alturas Isabel sabía ya bastante bien cómo debía posar y qué
expresiones parecían gustarle más a la fotógrafa, de modo que ensayó la
coqueta y salvaje, la seductora y sexy, y todas las que Kash le había enseñado
a fingir. Sin embargo, por dentro estaba empezando a impacientarse, aunque
tenía que admitir que Kash estaba realmente preciosa con aquel desierto
infinito detrás, el pelo castaño en lindo contraste con los finos pantalones
caqui y la camisa estilo safari.
A pesar de que el disparador no hacía más que sonar, el gesto de Kash
permanecía inalterable, incluso cuando Isabel probaba deliberadamente
provocativas poses. «Kash la fría, Kash la dura. Sí, seguro que ya has oído
antes esas palabras, si tratas a todas las mujeres con las que follas de la
misma manera que me estás tratando a mí.»
Isabel intentó convencerse de que no tenía motivos para estar enfadada.
«Conseguí exactamente lo que quería, y fue increíble.» No obstante, aquel
comportamiento de Kash, asquerosamente..., en fin, digamos que
innecesariamente distante, estaba empezando a herirla. De vez en cuando le
entraban ganas de zarandearla. «¿Cómo es que yo no puedo sacarme de la
cabeza lo ocurrido en aquel callejón y tú, sin embargo, no quieres ni
reconocer que haya sucedido?»
Cuando hicieron un alto para almorzar, y aprovechando la reticencia de
ambas a iniciar una conversación, Nazim asaltó a Kash con mil preguntas
sobre fotografía, celebridades que ella había conocido y viajes que había
realizado, mientras las dos mujeres intentaban sin éxito alguno dejar de
mirarse constantemente.
La tercera sesión de fotos del día se desarrolló en una faluca alquilada,
una de las omnipresentes embarcaciones tradicionales que surcaban el Nilo.
Kash esperaba que ocurriese un desastre en cualquier momento. No faltaba
ningún ingrediente para ello: una barca ligeramente inestable, gran cantidad
de agua, un equipo de fotografía carísimo y una distracción muy sexy y con
cierta tendencia a sufrir accidentes. A pesar de todo, consiguieron salir ilesos
de aquella experiencia, y se trasladaron al escenario final: una aldea junto al
Nilo, a aproximadamente una hora en coche de El Cairo.
Mientras paseaban por el pueblo, mezclándose con los nativos, Kash
hizo gran cantidad de fotos al natural A su alrededor correteaban muchos
pequeñuelos, curiosos y sonrientes, vestidos con ropas limpias pero muy
gastadas. Varios ancianos las observaban con gesto serio desde los umbrales
de sus hogares, construidos con ladrillos de adobe.
—Una parada más y habremos acabado —explicó Kash, abriendo la
marcha hacia el destartalado automóvil de Nazim—. Haremos unas cuantas
fotos en el desierto. La luz es realmente maravillosa.
Recorrieron varios kilómetros hasta que Kash encontró el escenario
perfecto para aquel atardecer: un vasto paisaje desértico, con una aldea a lo
lejos. No había nadie más a la vista cuando Nazim estacionó al borde de la
carretera.
—¿Quieres que me ponga otra ropa?
Isabel sabía lo que se avecinaba y pensó que, si algo podía arrancar una
reacción de Kash aquel día, sería aquello. Procuraría dejar a un lado su
irritación y hacer un esfuerzo más para empujarla a actuar.
—Sí, por favor.
Tal y como esperaba, Kash le entregó el último conjunto. Aquella
mañana, cuando la vio escogerlo, Isabel estuvo a punto de protestar. Tenía
miedo de ponérselo en público, porque era demasiado atrevido para aquel
lugar y podría causarles problemas. Por eso sintió un gran alivio al ver que
Kash lo había reservado para una localización donde nadie podría verla.
Nazim y la fotógrafa se volvieron de espaldas mientras ella se cambiaba
rápidamente.
Era un minivestido de un fino tejido, de color amarillo pálido, que
dejaba al descubierto la máxima cantidad de partes atractivas del cuerpo, sin
llegar a hacer que la que lo llevase puesto acabase arrestada por indecencia...,
al menos en Occidente. En aquel lugar del mundo, desde luego, sí podría
causarle problemas.
En circunstancias normales, aquel tipo de ropa le habría causado una
extrema incomodidad, pero Nazim se había comportado hasta entonces con
gran respeto y educación. Además, en aquellos momentos la personalidad de
Isa corría por sus venas, y estaba disfrutando de lo lindo la recién descubierta
emoción de correr riesgos, ser atrevida e irradiar sensualidad.
—Muy bien, ya estoy lista —les dijo, tras asegurarse de que sus pechos
estaban cubiertos por los retazos de tela.
Las pupilas de Nazim se dilataron y todo su cuerpo se envaró.
Momentos después, apartó la vista hacia el desierto y no volvió a mirarla.
Aquel fue el único indicio de que tal vez el aspecto de Isabel le resultase muy
turbador.
Kash, sin embargo, tuvo una reacción completamente opuesta: tenía los
ojos clavados en su modelo.
—¿Cómo me quieres? —preguntó Isabel, en un tono descaradamente
insinuante.
«Vuelta y vuelta.» Kash respiró hondo antes de hablar. Era difícil no
mostrar exteriormente lo excitada que empezaba a estar.
—Quiero que te fundas con el lugar, que lo hagas uno contigo. Quiero
que muestres lo que te hace sentir el hecho de estar aquí.
Isabel se humedeció los labios y probó con un posado sensual e
impactante, el rostro vuelto hacia la cámara, la mirada ardiente y lujuriosa,
como diciendo: «En lugar de eso voy a mostrarte cómo me siento al estar
contigo, Kash».
La fotógrafa acercó el encuadre todo lo posible con uno de sus
teleobjetivos, desde unos cinco metros de distancia. El pulso ya se le había
acelerado al ver aquel vestido, pero al enfocar los ojos de Isabel en un primerísimo plano se le desbocó todavía más.
Era como si estuviesen mirándose cara a cara. La mirada de Isabel le
decía: «Sé muy bien que me deseas, y yo también te deseo a ti».
Si realmente hubieran estado tan cerca la una de la otra, Kash la habría
besado. En lugar de eso apretó el disparador, disfrutando de la dolorosa
contracción de su vientre. Clic, clic, clic. Era poco probable que aquellas
fotos llegasen a aparecer en la revista, pero seguro que ella las revisaría a
menudo.
La fotógrafa comenzó a sudar, a pesar de que el sol iba descendiendo
rápidamente sobre el horizonte. Ella atribuyó aquella reacción al calor que
emanaba Isabel. Clic, clic.
La siguiente pose que escogió Isabel era juguetonamente sensual,
ofreciendo la espalda a la cámara y mirando por encima del hombro con un
gesto sugerente y tentador. Clic, clic, clic. «Joder, qué culo tan precioso
tiene.»
Kash volvió a enfocar sus ojos. Ahora decían: «Quieres follarme, ¿a que
sí?».
Comenzaron a temblarle las manos, de modo que agarró con más fuerza
la cámara, para que Isabel no pudiese notarlo. Clic7 clic.
A continuación su modelo se puso a gatas y ensayó una pose más propia
de Penthouse que de Sophisticated Women, pero Kash no corrigió aquel
error. Clic, clic, clic, clic, clic. Otra pose, todavía más provocativa. Clic, clic.
El sudor le manaba a raudales, bajando por su espalda en gruesas gotas que
corrían paralelas a la columna vertebral. El calor siempre la ponía un poco
cachonda, pero ahora Isabel estaba haciendo que su vientre se retorciese en la
agonía de la más intensa excitación.
Kash oyó que alguien tosía discretamente a su espalda. Miró a su
alrededor. Nazim se había apartado unos pasos de ellas y les daba la espalda.
Era obvio que no deseaba ser testigo de lo que estaba sucediendo.
Se quedó mirándolo unos segundos y, cuando se dio la vuelta, descubrió
que Isabel había vuelto a cambiar de postura. Ahora estaba de pie, y era
obvio que su pose no estaba pensada para la cámara. «¡Dios! ¿Quién sería
capaz de resistirse a eso?» Sin pensarlo siquiera se apartó del trípode para
poder contemplarla sin obstáculos, en lugar de hacerlo a través del visor.
En realidad, Isabel no estaba posando. Estaba... aguardando, expectante.
La invitación que había en sus ojos era inconfundible, incluso a aquella
distancia. Ahora decían: «Vamo a algún sitio, ¿vale? Ya basta de tonterías».
«¡Joder!» Kash no conseguía apartar la vista. Una gruesa gota de sudor
se deslizó entre sus pechos y siguió por el vientre, hasta llegar al vértice de
sus muslos. Era como una lengua, la lengua de Isabel, abriéndose camino
hasta su clítoris.
—Isabel, necesito que... —«... me dejes quitarte la ropa», concluyó Kash
mentalmente, y tuvo que carraspear para poder seguir hablando—. Esto...,
que hagas algo. Posa. Todavía no hemos acabado.
Muy a su pesar regresó junto al trípode y enfocó la imagen del visor.
Isabel ni se había movido. Kash alzó la vista por encima de la cámara.
—¿Isabel?
—Dime, Kash —contestó ésta, con un tono seductor y espeso como la
miel—. ¿Por qué te comportas como si no estuviésemos excitadísimas,
cuando es tan obvio que sí lo estamos?
Kash notó que se le secaba la boca. Le costó tragar saliva. Echó de
menos la distancia que le proporcionaba el hecho de estar detrás de su
cámara, porque ahora se sentía abierta y vulnerable, segura de que Isabel
podría ver, a pesar de lo mucho que se esforzaba por ocultarlo, lo excitada
que estaba.
—Isabel, ya te he dicho que hubo lo que hubo, y se acabó. Estoy aquí
para hacerte fotos, no para satisfacer tus necesidades. Y ahora, ¿podemos
volver al trabajo?
Le costó pronunciar aquellas palabras, porque no las sentía, pero estaba
tan fuera de lugar, tan loca de deseo y a la vez tan muerta de miedo, que lo
único que quería era conseguir que Isabel dejase de mirarla de aquella
manera. Lo antes posible.
—Eso es una gilipollez, Kash —replicó Isabel, moviendo la cabeza, al
tiempo que suspiraba—. Podríamos pasárnoslo en grande las dos en los pocos
días que quedan, pero estás empeñada en negar esta... esta química que hay
entre nosotras. Y no sólo la niegas, sino que actúas de una manera
completamente..., en fin, mucho más que fría... Le falta muy poco para ser
incluso grosera. ¿Por qué?
La fotógrafa buscó una respuesta convincente, pero se sentía como si
estuviese sobre arenas movedizas. Ninguna de sus respuestas automáticas,
que tan a menudo utilizaba cada vez que una mujer quería algo más de ella,
funcionaría con Isabel.
Hasta entonces había ido soplando una leve brisa, pero de pronto se
abrió paso un fuerte viento, que alzó la arena y la arrojó contra ellos,
hiriéndoles las zonas del cuerpo que quedaban expuestas y haciendo que los
tres apartaran el rostro. Cuando la larga y tenaz ráfaga pasó, eras varios
segundos, comenzaron a sacudirse la arena del rostro, el cuellos y los brazos.
La tenían metida en los oídos e incrustada en los ojos, y había conseguido
introducirse hasta en los más pequeños huecos de sus ropas.
—¡Ha sido horroroso!
Isabel se pasó la mano por debajo del vestido para sacudirse la arena de
los pechos, un detalle que Kash no consiguió pasar por alto; por eso no se
había acordado inmediatamente de su cámara.
—¡Dios!
Al menos el resto del equipo seguía en sus fundas, pero la Hasselblad
que tenía en la mano iba a ser dificilísima de limpiar, y seguramente el
objetivo ya no tenía remedio.
Se dio la vuelta al oír un rechinante ruido a su espalda. Nazim intentaba
sin éxito arrancar el coche, que había quedado con el morro apuntando
directamente a la zona de la que provenía el viento. «¡Oh, mierda!»
Volvió a soplar una nueva ráfaga, no tan larga. Isabel y ella se
encogieron, asustadas, mientras Nazim intentaba nuevamente arrancar el
vehículo.
—¡Sube! —gritó Kash a Isabel en cuanto cesó el viento.
Rápidamente, desatornilló la cámara, desmontó el trípode y entró en el
coche unos pasos por detrás de Isabel. Ambas subieron a toda prisa a los
asientos traseros.
Les fue sencillo interpretar como maldiciones las breves exclamaciones
de Nazim. Éstas sonaban cada vez más fuertes, a medida que los esfuerzos
del vehículo por ponerse en marcha fueron debilitándose. Una nueva y
poderosa ráfaga de viento volvió a levantar la arena y les impidió ver nada
durante varios segundos. Ninguno de los tres habló hasta que Nazim golpeó
con las palmas el volante, con tal fuerza que el pequeño vehículo se
estremeció. El chófer volvió a maldecir en árabe. Por fin respiró hondo para
calmarse y las miró.
—Iré andando hasta la aldea para pedir ayuda —anunció—. Quedaos
aquí.
—Deberíamos ir todos —dijo Kash, e Isabel abrió la boca para
corroborarlo.
—Por favor —las interrumpió Nazim, alzando una mano—. Las
tormentas pueden empeorar en muy poco tiempo. Será mejor que os quedéis
aquí, resguardadas. Podríamos acabar perdiéndonos, y yo avanzaré más
rápido si voy solo.
El chofer deshizo en parte el turbante que llevaba en la cabeza para
cubrirse el rostro con la tela de algodón. Desde luego, su ropa era mucho más
adecuada para abrirse camino hasta la aldea: iba cubierto de la cabeza a los
pies con la tradicional túnica o galabiya, y pantalones a juego.
—Ya he hecho esto muchas otras veces. Volveré tan pronto como
pueda.
—Está bien —aceptó Kash.
Nazim salió del coche y comenzó a caminar a paso ligero en dirección a
la aldea. No había andado más de veinte pasos cuando una nueva ráfaga de
viento lo ocultó Temporalmente de su vista. Cuando volvió a aparecer, estaba
ya bastante más lejos. La arena lo obligaba a caminar más lentamente por el
centro de la carretera, aunque no lo detenía.
—Debería cambiarme de ropa —dijo Isabel.
—Es cierto, sí —convino Kash.
La fotógrafa la miró brevemente y se dio cuenta de que el vestido de la
joven estaba abierto de tal manera que le permitía ver todo el escote y una
buena porción de sus pechos. «¡No lleva sujetador!» Sacó las llaves del
contacto para poder coger la bolsa de Isabel del maletero. Nazim avanzaba a
buen ritmo, pero la aldea estaba a bastante distancia, y pudo ver que se
formaban pequeñas tormentas de arena por todo el vasto desierto que las
rodeaba.
Abrió la puerta del lado de Isabel y le entregó la bolsa, pero se quedó
fuera del vehículo, observando a Nazim. Se sentía inquieta y descontrolada,
al imaginarse a Isabel allí dentro, desnudándose. A lo lejos comenzó una
nueva tormenta de arena, que fue ganando fuerza a medida que se dirigía
hacia ella, oscureciendo el sol y pintando el cielo de amarillo. Se quedó
mirando hasta que estuvo a pocos metros y, finalmente, se metió de golpe en
el asiento del conductor, justo antes de que la alcanzase. Sabía que Isabel no
habría tenido tiempo de cambiarse del todo.
Kash consiguió resistirse al tremendo deseo que sentía de volverse, pero,
aunque sabía que no debía hacerlo, no pudo evitar echar un vistazo por el
retrovisor. El estrecho espejo sólo le permitió vislumbrar el rostro de Isabel:
sus ojos azul oscuro la miraban directamente y, por su expresión, Kash supo
que la joven estaba desnuda.
Ninguna de las dos se movió, ni pestañeó siquiera. En el silencio que
siguió, Kash fue consciente de lo agitado de su respiración. La de Isabel
también estaba acelerada.
Agarró el volante con tal fuerza que le dolían los antebrazos.
Isabel se inclinó hacia el asiento de Kash, sin dejar de mirarla por el
retrovisor. La fotógrafa notaba levemente su cálido aliento contra la nuca.
«Oh, no hagas eso. ¡Eres cruel!»
Una nueva y poderosa ráfaga de viento oscureció el paisaje y sacudió el
vehículo, recordándoles lo aisladas que estaban.
Lo único que Kash podía ver en el retrovisor eran los ojos de Isabel...:
las pupilas dilatadas de deseo, la expresión de inapelable necesidad.
«Esto no puede estar sucediendo.» La fotógrafa contempló horrorizada
cómo la joven se inclinaba más todavía, hasta posar los labios sobre su oído.
Isabel se detuvo allí, respirando rápida y entrecortadamente. Y entonces le
lamió la parte posterior de la oreja, y Kash estuvo a punto de atravesar el
techo.
Su cuerpo se quedó rígido al notar el efecto de aquella lengua
directamente entre las piernas, y se retorció en su asiento, intentando
inconscientemente friccionar de alguna manera la parte de su cuerpo que
tanto lo necesitaba. De forma completamente ajena a su voluntad, cuando
Isabel volvió a lamerla se dejó llevar por aquella húmeda caricia, mientras las
contracciones de su sexo se volvían dolorosamente insistentes La lengua de
Isabel aceptó de inmediato su ofrecimiento, trazando un lento y sensual
sendero desde el cuello de la fotógrafa hasta el borde de su mentón. Kash
notó unos cálidos y continuos jadeos contra la mejilla cuando los labios de la
joven buscaron su boca.
Se moría de ganas de introducir la mano entre las piernas, de gritar «Que
os jodan» a todas las voces de su cabeza que le decían que aquélla no era una
buena idea. Estaba en una encrucijada, y no disponía más que de unos
segundos para decidir qué hacer, antes de que la boca de Isabel se apoderase
de la suya. Sabía que, si eso sucedía, estaría perdida, arrastrada de cabeza
hacia un destino desconocido.
El terror se sobrepuso al deseo y apartó a Isabel.
—Vístete —le dijo con voz ronca—. Nazim regresará enseguida.
Por fortuna, el viento había concedido una tregua; salió del vehículo,
con el corazón latiéndole furiosamente. Estaba tan excitada que no podía
pensar más que en lo mucho que necesitaba alcanzar el orgasmo y en lo
frustrante que era no poder hacer nada por conseguirlo. También estaba
enfadada consigo misma, por haber perdido el control y por no haber sabido
afrontar lo que le estaba sucediendo.
Isabel se puso los vaqueros, sin dejar de mirar a Kash, intentando
deducir qué le pasaba. Ella no podía detener lo que parecía estar sucediendo
entre ambas. Sencillamente, su cuerpo se moría por el de la fotógrafa, de tal
manera que se veía completamente incapaz de combatir.
Una parte de ella empezaba a sentirse algo estúpida, dado que Kash la
había rechazado ya tantas veces. Sin embargo, en el fondo sabía, por la forma
en que Kash la miraba y por cómo la había besado, que entre ellas había algo
muy concreto, y al rojo vivo. «Cuantas más cosas sientes por ella, peor se
pone todo. Pero, ¿cuánto tiempo más vas a seguir arrojándote en sus brazos?»
Kash procuró quedarse en el exterior todo el tiempo posible y, cuando el
viento la obligaba a entrar en el coche, se sentaba en el asiento del copiloto,
mirando hacia delante y sin decir ni una palabra.
Isabel, frustrada ante el nuevo rechazo, estaba ya casi decidida a no
volver a intentar nada con Kash, pero cambió de idea la tercera vez que la
fotógrafa entró en el vehículo. Porque para entonces ya lo había comprendido
todo.
Era obvio que Kash no se daba cuenta de que estaba tarareando una
melodía, y mucho menos de que las canciones que escogía reflejaban parte de
lo que estaba pasándole por la cabeza. La primera vez que entró en el coche
tarareaba el tema de Louis Armstrong A Kiss to Build a Dream On, es decir,
«Un beso sobre el que construir un sueño».
Cuando regresó la segunda vez, había pasado a entonar otro clásico,
Something's Gotta Give, de Ella Fitzgerald, es decir, «Algo va a ocurrir».
Para Isabel, la tercera canción fue la prueba definitiva de que Kash
estaba mucho más afectada por lo que estaba sucediendo de lo que dejaba
ver. Era una canción de los ochenta, del grupo Foreigner: I Want to Know
What Lo ve Is, «Deseo saber lo que es el amor».
Isabel no dijo nada mientras Kash iba y venía, agradeciendo aquellas
pequeñas pistas sobre la enigmática mujer y sobre lo que ocurría realmente
tras su distante apariencia. Las canciones también le hablaban de sus gustos
musicales, que al parecer eran bastante variados. Nunca había oído a Kash
apurar tantas canciones en un período de tiempo tan corto. Se preguntó si
aquel ritmo se debería a la tensión y a la ansiedad que sentía, o más bien a
otro tipo de sentimiento.
Para cuando llegó el socorro, Isabel había oído también retazos de She
Drives Me Crazy, «Me vuelve loca», de los Fine Young Cannibals, y de dos
canciones más que no pudo identificar. ¡Oh, cómo le gustaría poder
identificar aquellos dos misteriosos temas! Era una necesidad casi física.
Incluso estuvo a punto de preguntarle a Kash qué era lo que estaba
tarareando, pero sabía que ante tales cuestiones enmudecería al instante, al
ser consciente de lo que hacía.
Había oscurecido ya cuando el chófer regresó con otro hombre en un
destartalado coche que llevaba una especie de babero de tela en la parrilla
delantera, para evitar que le entrase arena. Metieron en él sus bolsas y
partieron hacia la aldea.
—La carretera de El Cairo está cerrada —les informó Nazim—.
Tendremos que quedarnos en la aldea. Este hombre sabe dónde podemos ir.
A Kash le había sorprendido mucho que su chófer hubiese conseguido
encontrar un coche en la aldea para venir a buscarlas. Sabía que el lugar era
demasiado pequeño para disponer de hotel ni ningún otro tipo de acomodo
para los forasteros.
—Gracias por su ayuda —le dijo al conductor, un hombre menudo, de
unos treinta años, ojos oscuros y dientes amarillentos. Cuando Nazim repitió
en árabe lo que le había dicho, el hombre sonrió y asintió con un gesto.
Tuvieron que detenerse cinco veces en el camino de vuelta a la aldea, en
algunas ocasiones durante varios minutos, debido a las rachas de viento
cargado de arena. La situación estaba empeorando a marchas forzadas. El
conductor los llevó a una casita baja, de adobe, a poca distancia de la zona
que habían explorado a pie. Les dijo algo en árabe, que según les tradujeron
quería decir: «Bienvenidos a mi hogar. ¿Les importaría quitarse los zapatos
antes de entrar, por favor?»
—¡Su casa! —exclamó Isabel, al tiempo que se inclinaba para quitarse
las sandalias—. ¡Es un gesto tremendamente generoso!
Aunque humilde, la vivienda de tres habitaciones estaba limpia y bien
cuidada. Había alfombras orientales por todas partes, y mesitas bajas con
cojines en los que sentarse. Les presentaron a la esposa de aquel hombre.
Kash tenía la certeza de que llevaba sus mejores galas. También les
mostraron su cuarto, una pequeña estancia con un colchón no mucho mayor
que una cama de una plaza. Era, sin duda, la propia cama del matrimonio,
recién hecha para sus invitadas.
—¡No podemos quedarnos con su cama! —protestó Kash ante Nazim.
Sin embargo, sus reparos no se debían tanto a la molestia que aquello
suponía para sus anfitriones como a la perspectiva de compartir aquel
pequeño lecho con Isabel. Aunque los dueños de la casa no hablaban su
idioma, el tono de Kash mostraba a las claras el disgusto que sentía, lo cual
hizo que de inmediato ambos fruncieran el entrecejo.
—Rechazar su hospitalidad es un insulto para ellos —replicó Nazim con
calma.
—Entonces no debemos rechazarla —dijo Isabel, de pie junto a ella,
posando la mano sobre el brazo de la fotógrafa—. No debemos hacerlo.
Kash sabía que la joven estaba en lo cierto. Si rechazaban su oferta, la
pareja lo vería como un deshonor. De modo que dijo, dirigiéndose al dueño
de la casa:
—Le estamos muy agradecidas por su generoso ofrecimiento.
Nazim lo tradujo, y los rostros de la pareja resplandecieron. El hombre
hizo una ligera reverencia y la mujer empezó a decirle algo a Nazim a toda
velocidad. Este asintió.
—Dice que ha estado cocinando para nosotros y que espera que
vengamos con buen apetito.
—Apuesta lo que quieras a que sí —contestó Kash.
Era cierto que estaba hambrienta, pero también agradecida ante todo lo
que aplazase el momento de acostarse junto a Isabel.
CAPITULO DIECISIETE
—¿Cuánto tiempo piensas seguir esquivándolo?
Kash sabía que iba a haber una confrontación. Lo había leído en los ojos
de Isabel durante la larga velada, mientras degustaban el tentador surtido de
platos, y también mientras saboreaban el fuerte café, tendidos sobre los
enormes cojines. Sus anfitriones, al principio bastante reservados, fueron
relajándose a medida que se alargaba la visita, y acabaron haciéndoles mil
preguntas sobre su modo de vida, su trabajo y sus familias. Isabel contestaba
con franqueza y con un inesperado sentido del humor. Sin embargo, Kash
apenas les contó nada de sí misma, aparte de lo que ya conocían todos gracias
a los medios de comunicación.
Isabel y ella casi no habían intercambiado palabra.
Isabel se había colocado enfrente de la fotógrafa y a menudo le dirigía
una descarada mirada, como diciendo: «Tengo algo planeado contigo para
más tarde», lo que tenía a Kash con los nervios al límite.
Y ahora allí estaban, solas las dos en una habitación de dos metros y
medio por tres, apenas iluminada por unas cuantas velas.
—Déjalo ya, Isabel.
Kash se acercó a la única ventana que había y se quedó allí de pie,
mirando hacia fuera, de espaldas a la joven. Hacía mucho calor con la
ventana cerrada y no se veía nada: la arena arrastrada por el viento oscurecía
cualquier luz que pudiera verse de las casas vecinas. Su corazón latía a toda
velocidad, pero se esforzó por parecer impávida. Intentó adoptar una postura
relajada, con una mano en el bolsillo. «Vete a dormir, Isabel. Acuéstate,
duérmete y deja ya de tentarme.»
La joven se sintió descorazonada ante la respuesta de Kash, pero no
tardó mucho en animarse de nuevo. «¡Ya vuelve a hacerlo!» Isabel tuvo que
hacer un gran esfuerzo para poder oír la melodía; identificarla era imposible.
Dio unos pasos hacia ella, cautelosamente, para distinguir qué era lo que
tarareaba Kash esta vez.
The Nearness oí You, «Tenerte tan cerca».
Aquello le infundió valor. Se acercó más, sin hacer ruido, respiró hondo
y deslizó los brazos por la cintura de Kash, que seguía de espaldas. El tarareo
cesó.
La fotógrafa se enderezó y todos los músculos y nervios de su cuerpo se
tensaron, pero no se apartó de ella. Isabel tomó aquello como una tácita
aceptación, de modo que se apretó contra su espalda. La altura de ambas era
similar, por lo que pudo apoyar la cabeza sobre el hombro de Kash.
En aquel momento Isabel comenzó a cantar en voz baja el tema que
Kash había estado tarareando. Tenía una hermosa voz de contralto y cantaba
con gran sentimiento. Al mismo tiempo, iba pasando las yemas de los dedos
por el vientre de Kash; poco después notó que la fotógrafa comenzaba a
relajarse.
—Ven a la cama —susurró Isabel.
—No va a suceder nada más entre nosotras —replicó Kash con voz
insegura—. Métete tú primero. Yo iré dentro de un momento.
—Deja de negarlo, ¿quieres?
Isabel aflojó un poco su abrazo e hizo girar a Kash hasta tenerla cara a
cara. Antes de que la fotógrafa pudiese responder, deslizó una mano sobre su
nuca, atrajo su rostro hacia sí y la besó.
Los labios de Isabel eran suaves como la pluma cuando rozaron los de
Kash, porque apenas fue un roce. Isabel tembló, un estremecimiento de
serena expectación. Un segundo después, su boca se apoderó de los labios de
la fotógrafa, firme e insistente. Su lengua exigió entrar, con húmedas caricias
sobre los labios de Kash, empujando para abrirse paso, y a ésta se le nubló la
mente mientras se rendía al torrente de sensaciones que se expandía por todo
su cuerpo. Cuando Isabel la besó, fue como si estuviese besando su cuerpo de
arriba abajo.
La fotógrafa respondió a la pasión de su modelo con labios, dientes y
lengua, y el beso se volvió tan ardiente que tardó unos instantes en advertir
que Isabel se las había arreglado para desabrocharle el pantalón y bajarle la
cremallera.
Se dio cuenta cuando los dedos de Isabel se colaron entre su camisa y
sus bragas, y tocaron la piel desnuda de su vientre. Al momento la sujetó con
firmeza de la muñeca.
-—No, Isabel, ya te lo he dicho.
Los músculos del abdomen de la fotógrafa se habían quedado rígidos
bajo su mano, pero no la apartó, pues vio que Kash le permitía seguir allí.
—Sí, me lo has dicho —convino ésta—. Pero también me has dicho que
la forma en que sueles comportarte con otras mujeres no te parece adecuada
conmigo. Así que, deja que sea diferente, Kash. Permíteme que te acaricie.
A continuación depositó varios húmedos y lentos besos sobre la nuca de
la fotógrafa. Isabel no solía estar cómoda tomando la iniciativa en cuestiones
de sexo, pero sabía que tendría que hacerlo con Kash.
—Puedes negarlo todo lo que quieras —continuó—, pero yo lo sé, por
lo que me dicen tus miradas, por el modo en que se mueve tu cuerpo contra el
mío y, especialmente, por tu forma de besar. Sé que deseas que lo haga, y que
lo deseas muchísimo. ¿Tengo razón?
Kash no contestó verbalmente, pero soltó la muñeca de Isabel. Entonces
ésta comenzó a pasar suavemente las yemas de los dedos por todo el vientre
de su compañera, trazando senderos circulares que iban bajando a cada
rotación. Los músculos que había bajo su mano comenzaron a relajarse.
—¿Te gusta? ¿Es agradable?
Sus labios seguían acariciando el cuello de Kash, de modo que, más que
ver, sintió su asentimiento.
—Me muero por hacerlo, Kash. Me muero por tocarte, por excitarte de
la misma manera que tú me excitas a mí.
—Y lo consigues, Isabel.
La voz de Kash sonaba ahogada. Sus manos, que ahora estaban posadas
sobre las nalgas de su pareja, la agarraron con más fuerza, pero no se
movieron. Isabel se dio cuenta de que debía de estar debatiendo interiormente
si aceptar o no lo que estaba ocurriendo.
—Por favor, Kash, deja que suceda. Lo deseo tanto, tanto...
Isabel subrayó cada palabra con más besos y pequeños mordiscos sobre
el cuello de la fotógrafa. «Deja que te haga el amor.» No se atrevía a decirlo
en voz alta, por miedo a que huyera, pero en el fondo de su corazón sabía que
aquellas palabras eran completamente sinceras. Por muy improbable o
imposible que fuese, se estaba enamorando, rápida y profundamente, y
aquello era para ella hacer el amor, no un simple polvo.
Kash sentía los latidos de su corazón y tenía la boca reseca. Hacía
mucho calor en aquella estancia, con la ventana cerrada, y notaba que las
gotas de sudor se deslizaban por su pecho, entre los senos, como si quisiesen
empujar la mano de Isabel hacia abajo, hacia la hinchada, dispuesta y
dolorida carne que había entre sus piernas. Sin embargo, no podía pedirle que
lo hiciese. De hecho, estaba haciendo lo posible por ser capaz siquiera de
permitírselo.
Masajeó rudamente el culo de Isabel mientras daba un pequeño paso
hacia atrás para utilizar la pared como apoyo. Al tocar el fresco adobe, la
cabeza le dio vueltas; cerró los ojos y notó que las piernas le flaqueaban
cuando las separó para franquear el acceso a Isabel. Aquello era todo lo que
podía hacer para animarla a seguir.
La mano de Isabel tomó un desvío en su exploración del bajo vientre de
la fotógrafa, tan dulcemente torturante, y se deslizó hacia la cinturilla de sus
pantalones. Se los bajó y se los quitó, dejando al aire la ardiente piel.
—Dios Santo, Kash. Esto es tremendamente sexy.
La aludida abrió los ojos y descubrió que Isabel tenía la vista clavada en
su tanga negro; el rostro de la joven era la viva imagen de la lujuria. La
excitación de Kash creció. La necesidad de llegar al orgasmo se le hizo
insoportable. «Por favor, Isabel, tócame, por favor. Me moriré si no lo
haces.»
Como en respuesta a su mudo ruego, Isabel deslizó las manos por debajo
de la tira del tanga, se lo bajó hasta los muslos y se lo quitó. El clítoris de la
fotógrafa se endureció todavía más y tuvo que morderse el labio inferior para
no expresar a gritos su deseo.
Isabel se puso lentamente de pie ante ella y, mientras lo hacía, sus
manos recorrieron las piernas de Kash, los tobillos, las pantorrillas y los
muslos, con las palmas abiertas para explorarla mejor, haciendo que se
acostumbrase de nuevo a las caricias de otra mujer sobre su piel, después de
tantísimo tiempo. «Tantísimo tiempo, sí. ¿Será que te estaba esperando a ti,
Isabel? Desde luego, así lo parece. Contigo todo es casi... sencillo.»
Cerró los ojos cuando Isabel, moviéndose hacia arriba, volvió a
acariciarle el vientre, esta vez para desabrocharle los botones de la camisa.
Sin mirar, Kash posó las manos sobre ella, pero Isabel la detuvo, tomó sus
manos y las colocó de nuevo a ambos costados del cuerpo, las palmas contra
la pared.
Kash apretó los dientes al comprender que estaba perdiendo el control,
pero lo permitió, porque, sorprendentemente, eso no hacía más que aumentar
el latido que sentía entre las piernas.
—Isabel...
Era más un gemido que una palabra, pero tuvo el efecto deseado. Al
momento, Isabel le abrió la camisa y posó los labios sobre su seno. «¡Sí,
joder, sí!» La fotógrafa separó más las piernas y se preparó para el momento
final.
Isabel la fue excitando lentamente, y cada una de sus maravillosas
caricias, desde aquel ligerísimo y enloquecedor roce de sus dedos hasta las
vigorosas embestidas que la sacudían por entero, parecía merecer, de alguna
manera, la larga espera, el exilio de soledad sexual autoimpuesta en que su
vida se había convertido. Cuando por fin llegó al orgasmo, estaba débil y sin
aliento, y cayó de rodillas, arañándose la espalda contra el basto adobe.
—¿Estás bien? —le preguntó Isabel con voz dulce, muy cerca de su
oído.
Kash no podía moverse, ni hablar. Ni siquiera se atrevía a abrir los ojos,
temerosa de que su compañera pudiese ver lo vulnerable que era. La
fotógrafa se sentía expuesta y frágil, y de repente temió haber dejado que las
cosas llegasen demasiado lejos.
Con aquella mujer, Kash había sentido que perdía todo el control casi
desde el principio. «Todo este tiempo he estado intentando convencerme a mí
misma de que Isabel no podría acostarse conmigo sin complicarse la vida y
sin esperar demasiado. Pero no se trata en absoluto de ella: se trata de mí. De
alguna manera, yo sabía que, si permitía que me tocase, estaría perdida.»
«Y ahora, ¿qué? ¿Qué es lo que he hecho? La he dejado entrar en mí,
hasta el fondo, cuando voy a tener que decirle adiós dentro de poco más de
una semana.» Kash empezaba a comprender y aceptar lo importante que
Isabel se había vuelto para ella.
—Isabel —le dijo, cuando por fin pudo hablar—. Es tarde. ¿Qué tal si te
preparas para irte a dormir?
A continuación le indicó el lecho con un gesto, sintiéndose demasiado
frágil para mirarla a los ojos.
—Pero, Kash...
Pudo notar la preocupación que encerraba la suave protesta de Isabel,
pero en aquellos momentos no podía hacer nada por evitarla.
—Por favor, Isabel.
—Está bien, Kash.
La fotógrafa oyó un leve suspiro, y después los silenciosos pasos de la
joven alejándose hacia el lecho, el rumor de su ropa al desvestirse y un
tranquilo silencio cuando Isabel se hubo deslizado bajo la colcha.
Sólo entonces volvió ella a vestirse y apagó todas las velas, excepto una,
cerca de la cabecera de la cama. Se quedó de pie junto a la joven, que la
miraba con la misma incertidumbre y confusión que ella estaba sintiendo en
lo más profundo de su ser. A pesar de que estaba deseando asegurarle que era
cierto, que algo acababa de cambiar entre ellas, no pudo hacerlo. Era como si
hubiese entrado en una zona de arenas movedizas y no se resignara a ello.
—Duérmete. Que tengas dulces sueños.
—¿No te acuestas tú también?
Era más una súplica que una pregunta.
—Isabel, yo... no me sentiría muy cómoda durmiendo contigo —admitió
Kash—. Especialmente en una cama tan pequeña. Siempre duermo sola,
excepto cuando me quedo dormida sin querer.
—Tendré mucho cuidado, Kash —contestó Isabel—. Quiero decir que
no intentaré tocarte, si tú no lo deseas. Claro que es una cama muy pequeña,
y puede que te rodee con el brazo sin querer, o que me acurruque contra ti
mientras dormimos. Eso no podré evitarlo.
Kash notó que la piel le ardía al pensar en Isabel perezosamente
acurrucada contra su espalda, medio dormida. «Seguro que me despertaría al
momento. ¿Sería capaz de contenerme y no tocarla? ¿Lograría evitar
perderme todavía más irremediablemente entre sus brazos? No estoy muy
segura.»
—Gracias por el aviso. Por favor, no te lo tomes como algo personal si
te despiertas y estoy en el suelo, acurrucada sobre un almohadón.
—Está bien, eso intentaré —contestó Isabel.
Sin embargo, aquello la había herido, aunque intensaba ocultarlo.
«Te estás esforzando mucho en complacerme y animarme a seguir, a
pesar de que algunas veces te he tratado bastante rudamente, apartándote de
mí una y otra vez. No puedo seguir hiriéndote. Y tampoco dejar que tú me
hieras a mí.» Kash se sentó en el borde de la cama y k dijo:
—Yo... ahora mismo estoy en un lugar que no me es familiar, Isabel.
Necesito estar un rato a solas.
—No pretendía que te sintieras incómoda, Kash, y mucho menos
aumentar la distancia que tú deseas que haya entre nosotras. Pero es que...
¡me haces sentir tantas cosas\ Lo único que quería..., que sigo queriendo...,
es compartir esto que siento, todo lo que pueda, durante todo el tiempo que
me sea posible. Yo... he llegado a apreciarte muchísimo.
Isabel hablaba en voz muy baja y extraordinariamente tranquilizadora,
como si, con sólo escucharla, Kash pudiese sanar de las heridas que le habían
causado todas las mujeres que la habían utilizado.
—No lamento lo que acaba de suceder, Isabel, ni por un momento.
Deseaba con toda el alma que me acariciases —dijo Kash, porque, por muy
poco tiempo que fuesen a estar juntas, deseaba que la joven supiese que ella
también sentía algo muy profundo; al menos aquello se lo debía—. Eres una
mujer extraordinaria, y yo también he llegado a apreciarte mucho.
Isabel sonrió y Kash notó que se derretía. Echaría mucho de menos,
muchísimo, aquella asimétrica sonrisa.
Y también muchas otras cosas más.
—Y ahora duérmete. Es muy tarde. Yo me quedaré levantada un rato
más.
«... Intentando descubrir cómo demonios me las arreglaré sin tenerte a
mi lado.»
CAPITULO DIECIOCHO
Kash bostezó y se masajeó el nudo que se le había formado en el cuello
por haberse quedado dormida, lo cual le parecía imposible, dada su postura y
el torbellino que agitaba su mente y sus sentimientos. Se sentó bajo la
ventana, apoyando la espalda en la pared y con las piernas estiradas ante ella.
La tormenta de arena seguía a plena potencia; había sido el continuo
tamborileo de los diminutos granos contra el cristal lo que la había acunado,
como si fuese la suave cadencia de un cepillo metálico sobre los platillos en
un buen tema de jazz.
El hecho de saber que Isabel estaba al otro lado del cuarto, medio
desnuda en la cama, la estaba volviendo loca. «¿Qué has hecho de mí, Isabel,
para que de repente la mayor parte de mi vida me parezca un... error? ¿Cómo
podré regresar a Manhattan y actuar como si nada de esto hubiese sucedido?»
Se frotó los ojos e intentó ver la hora en su reloj. Todavía faltaba otra media
hora para que amaneciese.
«La tormenta de arena parece encajar de alguna manera en todo esto. Es
como Isabel, una combinación de detalles, tan pequeños que al principio una
ni se siente amenazada... No la ves venir y, sin embargo, de repente
desaparece el mundo tal y como lo conocías, y ya nada tiene pies ni cabeza.»
En las escasas dos semanas que habían transcurrido desde que se conocieron,
aquellos sencillos rasgos que caracterizaban a Isabel, su sinceridad, su
carácter dulce y abierto, su incombustible optimismo, su obstinada tozudez,
tan sensual, se combinaron para nublar la visión de Kash sobre su propio
futuro.
Lo único que sabía con certeza era que sus viejos hábitos ya no
encajaban tan bien como antes. Tenía la impresión de que ya no le satisfaría
tanto beber a solas durante toda la noche, acudir a ciertas fiestas y follarse a
una modelo de vez en cuando. «Ni tampoco hacer fotografías mediocres, tan
sólo porque es fácil y porque eso te proporciona un montón de mujeres con
las que acostarte.»
Aquel pensamiento le dio la respuesta sobre lo que debía hacer en el
futuro: intentaría recuperar la pasión por lo que hacía, perdida largo tiempo
atrás. Se concentraría de nuevo en su trabajo. La fotografía era lo único que
tal vez podría lograr que dejase de pensar en Isabel y encaminase su vida en
una nueva dirección, más positiva.
En cuanto oyó que se había levantado la gente en el otro cuarto, Kash
salió silenciosamente de la habitación, alejándose de la joven.
Isabel supo al momento que la fotógrafa no había llegado a acostarse a
su lado. El otro extremo de la fina colcha no tenía ni la menor arruga, y la
almohada estaba intacta. Frunció el entrecejo, decepcionada. «Seguro que ni
siquiera ha llegado a dormirse.» A ella le había costado bastante también:
había estado pensando en lo que podía decir o hacer para que Kash bajase la
guardia y se abriese a la posibilidad de que algo verdadero..., algo
profundo..., pudiese llegar a ocurrir entre las dos.
La confesión de la fotógrafa de que ella también había llegado a
apreciarla había sido una maravillosa sorpresa, pero Isabel no se permitió
considerarla como un signo positivo para el futuro. Porque eso era lo que ella
deseaba para ambas, ahora lo sabía: un futuro o, al menos, algo más de
tiempo. Más tiempo, para que Kash aprendiese a confiar de nuevo. Más
tiempo, para que ambas pudiesen conocerse mejor. Más tiempo, para
descubrir si de la innegable atracción que ambas sentían y de los incipientes
lazos que las unían podía salir algo más que una breve aventura.
Recordó lo que Kash le había contado sobre sus anteriores relaciones.
Aunque la fotógrafa llevaba un tiempo evitando todo compromiso
sentimental, era indudable que tenía capacidad de amar. Había amado una
vez, intensamente..., sólo que la habían herido tan profundamente que tenía
demasiado miedo de volver a abrirse, por si aquello sucedía nuevamente.
«Bueno..., todavía nos quedan diez días. Y parece que esto va
evolucionando de forma positiva: me ha dejado tocarla, y se ha abierto un
poquito a mí.»
Lo que estaba claro era que tardarían un tiempo en moverse de allí:
Según su reloj eran las ocho de la mañana, pero era algo difícil de creer,
porque la tormenta de arena ocultaba completamente la luz del sol. Isabel se
vistió rápidamente, salió a reunirse con los demás y se los encontró sentados
muy juntos sobre los almohadones de la otra estancia, muy concentrados en
el portátil de Kash.
Todos alzaron la vista cuando Isabel entró. Le dieron los buenos días,
saludándola con una sonrisa, pero sólo Kash mantuvo la mirada: Nazim y sus
anfitriones egipcios volvieron inmediatamente su atención a lo que Kash les
estaba mostrando.
—Por lo que veo, me estaba perdiendo algo fascinante —observó Isabel,
colocándose detrás de Kash para poder ver la pantalla.
—Oh, sí, verdaderamente magnífico —contestó Nazim, sin apartar los
ojos del ordenador, en el que se veía una fotografía a toda pantalla, en blanco
y negro.
Era un adolescente en el bazar Jan el Jalili de El Cairo, apilando carbón
para un soplador de vidrio. El muchacho era delgado como una escoba, y su
camisa estaba manchada y oscurecida por el sudor, pero su mirada no
reflejaba ira, ni desánimo por su desgraciada suerte, sino sólo una plácida
aceptación.
Unos segundos después apareció otra foto en la pantalla, llena de
colorido esta vez. Era una anciana mujer asiática con un vestido de flores,
tejiendo un cesto de verdes palmas en un exuberante paraíso tropical. De
nuevo, Kash la había fotografiado en el preciso instante en el que su rostro
expresaba mejor la historia de su vida. Su sonrisa satisfecha parecía decir que
llevaba toda la vida haciendo aquel trabajo y que seguía en ello porque le
gustaba, no porque tuviese que hacerlo.
—Es preciosa —comentó Isabel—. ¿Dónde la hiciste?
—En Tailandia —contestó Kash.
La tercera fotografía mostraba a un cuidador de elefantes, en la India,
que sonreía mientras el animal que tenía a su cargo le frotaba la espalda con
la trompa. La cuarta era un adusto guardia ruso, con los ojos inyectados en
sangre y el bigote cuajado de hielo.
Había muchas más imágenes del mismo estilo y en todas ellas los
modelos habían sido captados de tal forma que expresaban muchas más cosas
de las que solían verse en una simple fotografía.
—¿Están publicadas en un libro, o algo así?
Isabel siempre había respetado el talento de Kash como fotógrafa y
pensaba que su fama era bien merecida. Sus retratos de personas célebres
captaban a sus modelos de una manera única, auténtica, profunda. Sin
embargo, mientras las imágenes de aquellas estrellas solían tener algún toque
de inesperado humor, estos retratos mostraban una conmovedora instantánea
del hombre común en pleno trabajo. A Isabel le pareció impresionante la
capacidad de Kash para expresar en ellas si sus modelos disfrutaban de su
trabajo o más bien lo odiaban.
—No, son fotografías tomadas durante mis viajes, hace muchos años.
—Tienes un gran talento, Kash —afirmó Nazim, y sus anfitriones
egipcios mostraron también su entusiasmo.
Mientras examinaba las fotos, Isabel tuvo la sensación de que Kash
había intentado conocer un poco a sus modelos, para asegurarse de que las
poses y las expresiones que escogía para representarlos reflejaban su
verdadero carácter, al igual que hacía con las fotografías de celebridades.
Aquella certeza le proporcionó una gran Tranquilidad acerca de la forma en
que ella misma iba a ser retratada en la revista Sophisticated Women. Aunque
seguía aborreciendo la atención de los medios de comunicación que
seguramente generaría su aparición en portada, al menos pudo confiar en que
la imagen elegida no le disgustaría. «Kash me mostrará de una forma
positiva, estoy segura.»
—Deberías permitir que las vea todo el mundo —la exhortó, cuando
Kash estaba ya cerrando el programa—. Son extraordinarias.
Sus anfitriones se habían ido a la cocina, para preparar el desayuno, y
Nazim estaba ayudándoles, de modo que dispusieron de unos minutos de
intimidad. Ambas estaban sobre los almohadones, la una al lado de la otra:
Kash sentada, con el portátil colocado enfrente, sobre una mesita baja, e
Isabel tendida de costado, apoyándose sobre un codo.
Kash la miró. Estaba acostumbrada a que la gente elogiase sus
fotografías, pero normalmente eran las de algún popular anuncio o las de
sensuales modelos las que más llamaban la atención.
—A la mayoría le gusta más el resto de mi trabajo.
—Oh, yo creo que todas tus fotografías son de gran calidad, Kash —
replicó la joven—. Tienes un ojo maravilloso. Pero éstas son las que más me
gustan. Estas..., en fin, éstas son arte con mayúsculas. Dicen algo, te hacen
pensar.
Isabel enrojeció, súbitamente avergonzada.
—Oh, lo siento. No quería sugerir que tus portadas de revista y el resto
de tus trabajos no tengan importancia.
Kash sonrió.
-—Entiendo lo que has querido decir, Isabel, y no me ofendes. De
hecho, me alegra que sepas apreciar lo que intentaba mostrar en esas
fotografías.
—Entonces..., si era eso lo que querías, ¿por qué no las has publicado?
Kash meditó un momento su respuesta.
—Hice todas esas fotografías antes de hacerme famosa. Me tomé tres
meses libres y viajé por todo el mundo. Siempre quise que formasen parte de
un proyecto más grande, pero poco después de regresar me hicieron desistir
de esa idea.
—¿Te hicieron desistir?
—Conseguí mi primera portada de revista —explicó Kash— y, después
de eso, todo se salió de madre: me llovieron las ofertas, conocí a Lainie...
Isabel asintió, comprensiva.
—Es una pena que no hayas seguido con aquel proyecto. Esas
fotografías podrían ayudar a cambiar las cosas.
Kash estuvo a punto de contestarle que, de hecho, llevaba un tiempo
pensando en retomar su idea, largamente aplazada, y por eso precisamente
estaba revisando las fotos. Pero la detuvo el súbito cambio de expresión de
Isabel.
La joven había mirado por casualidad hacia la pantalla del portátil. De
pronto se enderezó bruscamente, y en su rostro se sucedió toda una gama de
reacciones: confusión, reconocimiento y, por fin, horror.
Cuando Kash echó un vistazo a la pantalla, la fotografía que podía verse
era la de una sonriente Isabel en la Torre Eiffel.
«Obviamente no es ésa la que la ha alterado.» Mientras cerraba
rápidamente la tapa del portátil, la fotógrafa se reprochó a sí misma por no
haber recordado lo que tenía puesto en el salvapantallas. Lo había
programado para mostrar aleatoriamente su creciente carpeta de fotografías
sobre el concurso y el viaje subsiguiente, de modo que estaba lleno de
imágenes de Isabel. Entre ellas estaban las que había captado con teleobjetivo
mientras Isabel se masturbaba en la piscina de hidromasaje. Aquéllas debían
de ser las que acababa de ver. «¡Mierda!»
—¿Qué demonios era eso? —preguntó Isabel, en voz tan alta que Nazim
asomó la cabeza por la puerta de la cocina.
—¿Va todo bien?
—Sí, sí —contestó la fotógrafa, haciéndole un gesto para que se fuese.
El chófer lo comprendió y regresó a lo que estaba haciendo.
—Te he preguntado algo, Kash —insistió la joven, ahora en voz baja,
pero sin ocultar lo más mínimo su indignación.
Isabel sabía perfectamente lo que acababa de ver, a pesar de haber
echado apenas un breve vistazo: entre otras cosas, Kash la había fotografiado
a escondidas, mediante un teleobjetivo, mientras se masturbaba, captándola
con toda claridad en el instante mismo del clímax.
La fotógrafa no se atrevió a mirarla a los ojos.
—Lo siento mucho, Isabel. Borraré esas fotos, te lo prometo. No debería
haberlas tomado.
—Eso es decir muy poco. ¡Para que luego hablen de la invasión de la
intimidad! ¿Por qué lo hiciste?
Kash se encogió de hombros, removiéndose incómoda en su almohadón.
—Había bebido mucho.
Ni la disculpa ni la explicación fueron suficientes.
—Eso no sirve de excusa. Lo que hiciste demuestra una crueldad
increíble. ¡Y además la tremenda indiscreción de tenerlo así en tu portátil,
donde cualquiera puede verlo! ¿Qué ibas a hacer con ellas? ¿Sueles hacer
fotos de las mujeres a las que te follas, como si fuesen trofeos?
—No, Isabel, por supuesto que no. Nadie las habría visto, nadie.
Isabel se puso en pie.
—No me parece un argumento de mucho peso, Kash. Ha sido una
tremenda falta de respeto hacia mí y una muestra de absoluto desprecio por lo
que yo pueda sentir.
—Tienes todo el derecho a enfadarte.
—¡No jodas! ¿Sabes una cosa, Kash? No eres nadie para ir por ahí
hablando de la forma en que te han utilizado las mujeres y de cómo se han
aprovechado de ti. Mírate bien. ¿Cómo me has tratado tú a mí?
Al ver que Kash clavaba la vista en el suelo y no respondía, Isabel la
dejó sola, para que meditase sobre lo que acababa de decirle. Ella también
necesitaba algo de tiempo. Aquélla era una faceta de la fotógrafa totalmente
nueva para ella y no le gustaba ni un pelo. Ni siquiera recordaba la última vez
que se había sentido tan furiosa.
CAPITULO DIECINUEVE
Kash lo pasó muy mal durante todo el día. A cada minuto que pasaba,
sentía más y más claustrofobia, atrapada en aquella casa, entre la furia
silenciosa de Isabel y su propia culpabilidad. Ambas hablaron muy poco. La
joven pasó todo el tiempo con sus anfitriones egipcios, mientras Kash fingía
estar concentrada en su portátil Por fin, a media tarde cesó la tormenta de
arena, y poco después Nazim reapareció tras una larga ausencia. Les explicó
que uno de los habitantes de la aldea y él habían conseguido limpiar el motor
de su coche, lo suficiente para que volviese a funcionar. Se las arreglaron
para sortear los montones de arena que cubrían la carretera de vuelta a El
Cairo, y llegaron al hotel cuando ya se estaba poniendo el sol —Seguramente
ya no te necesitaré hasta el viernes, Nazim, cuando salgamos hacia el
aeropuerto —le dijo Kash, cuando detuvo el vehículo para que pudiesen
apearse—. Por favor, ponte a disposición de Isabel hasta entonces y llévala
donde ella desee. Si cambio de planes me pondré en contacto contigo.
—Muy bien, Kash.
Isabel salió del vehículo y se apresuró a entrar en el hotel, sin darse por
enterada de lo que la fotógrafa acababa de decir.
«No te culpo, desde luego. Aquello fue una cabronada. E incluso antes
de eso ya te traté bastante mal.» La decepción y la ira que embargaban a
Isabel hicieron que a Kash se le encogiese el corazón. No soportaba herirla;
lo odiaba. «Sin embargo, tal vez sea lo mejor. Te irá mucho mejor sin mí.
Ahora ya lo sabes. Sí, es lo mejor para las dos.»
Sabía que aquello era mentira en el mismo momento en que lo pensaba.
Al menos en lo que a ella se refería. Nunca podía llegar a creerse que le iría
mucho mejor sin Isabel. Claro que, ¿cómo creer que su relación podría tener
futuro? Eso seguía resultándole demasiado aterrador para pensarlo siquiera.
Rasui, el conserje, la interceptó antes de que pudiese llegar a los
ascensores.
—¡Señorita Kash’ ¿Ha revisado usted sus mensajes?
—¿Mis mensajes?
—Sí. Durante la pasada noche y esta mañana ha recibido varías
llamadas urgentes. Los mensajes la esperan en su habitación.
—Gracias por el aviso.
Kash descubrió que habían colado bajo su puerta más de una docena de
notas. Ocho de ellas eran de agencias de noticias; una era de Ramona, su
ayudante; tres, de Miranda y dos, de Stella England, la actriz revelación más
sensual de Hollywood y actual chica de portada favorita de la prensa
sensación alista de todo el mundo. Todas ellas le pedían que los llamase lo
antes posible. Miranda, que la había telefoneado tres veces, recibió la primera
llamada.
—Soy Kash. ¿Qué sucede? —preguntó en cuanto la editora contestó al
teléfono.
—¡Kash! ¿Dónde demonios te habías metido? ¿Se ha puesto en contacto
contigo Stella England?
Kash buscó las notas en las que aparecía el nombre de Stella. Una de las
llamadas era de la tarde anterior y la otra, de aquella misma mañana.
—Tengo aquí dos recados de ella, sí, pero todavía no la he llamado.
Acabo de llegar. ¿De qué va todo esto, Miranda?
—La agente de Stella sacó anoche un comunicado de prensa. Mañana se
casa, en algún lugar de Europa, aunque no especifica ni con quién, ni dónde,
ni nada más.
—Ni siquiera sabía que estuviese saliendo con alguien —dijo Kash,
pensando en voz alta.
—Nadie lo sabía, y nadie tiene la menor idea sobre quién puede ser. Y
ahí está el misterio, Kash: dice que sólo te permitirá a ti fotografiar esa boda
secreta.
—¿A mí? ¿Ha dicho por qué?
Kash sabía la razón: apenas seis meses atrás había compartido con la
actriz una noche memorable, aunque dudaba que Stella se lo hubiese
confesado a nadie.
—La verdad es que no. Lo único que dijo fue que estaba segura de que
harías un gran trabajo, sin ser nada agobiante.
—¡De ahí vienen todos estos mensajes de varias agencias de noticias! —
comprendió Kash, revisando el resto de las notas.
—No son más que los primeros. Vendrán muchos más, estoy segura. Si
hasta ahora no has recibido demasiados es sólo porque la mayoría de las
agencias no saben dónde localizarte. Sé que tendrás que hacerlo, Kash...,
pero, dado que vas a dejar un trabajo que estabas haciendo para mí, ¿qué tal
si concedes la primicia de esas fotos a Sophisticated Women, si Stella accede?
Todavía estamos a tiempo de sacarla en la portada del próximo mes.
Kash guardó silencio, mientras su mente era un torbellino. Por supuesto
que tenía que hacer aquel trabajo: profesionalmente sería todo un puntazo, y
los derechos de las fotografías le reportarían un montón de dinero.
Y, además, era la oportunidad perfecta para alejarse de Isabel por unos
días y aclarar un poco las ideas. «Incluso puede que no sea solamente por
unos días. Tal vez sea la oportunidad de acabar con esto rápida y
limpiamente. De esta forma será mejor, y más sencillo. Y, probablemente,
teniendo en cuenta lo que Isabel siente por mí ahora mismo, ni siquiera
lamentará verme partir.»
—¿Kash? Kash, ¿estás ahí? —repitió Miranda.
—Sigo aquí. Tal vez podamos arreglarlo, Miranda. Te explicaré lo que
se me acaba de ocurrir...
Isabel también regresó a una suite vacía. Gillian le había dejado una nota
en la que le decía que Ambra y ella habían salido a hacer turismo, de modo
que se duchó y se cambió, con la intención de salir ella también. Entonces
empezó a pasear de un lado a otro de la suite. Seguía furiosa con Kash y no
conseguía quitarse de la cabeza las fotografías que había visto en el portátil.
Cuando descubrió que quien llamaba a la puerta era el objeto de sus
meditaciones, se preparó para lanzarse de nuevo contra ella..., hasta que se
fijó en la pequeña maleta que Kash tenía a sus pies.
—Hola —saludó la fotógrafa.
—Veo que te vas a algún lado.
—Sí —confirmó Kash—. Sé que sigues enfadada, y con toda la razón.
Sin embargo, me gustaría hablar contigo unos minutos. ¿Puedo pasar?
—Está bien.
Isabel se hizo a un lado para dejarla entrar. La fotógrafa dejó la maleta
junto a la puerta y se dirigió a la sala de estar.
—Stella England se casa —explicó, mientras se acomodaba en una
esquina del sofá— mañana por la mañana, en una isla griega. Me ha ofrecido
la exclusiva sobre las fotos de la ceremonia.
—¿Stella England? —repitió Isabel—. ¿Con quién se casa?
Kash no contestó inmediatamente. Aquel detalle valía mucho dinero, y
sabía que Stella confiaba en que ella no haría nada que diese pistas a la
prensa antes de tiempo. Pero también sabía que podía fiarse de Isabel.
—No puedes decírselo a nadie, y nadie quiere decir nadie, ni siquiera a
Gillian.
—No lo haré.
—La verdad es que apenas puedo creer que haya conseguido mantenerlo
en secreto hasta ahora. Se casa con Joshua Greenbriar.
—¿Con Joshua Greenbriar, el director? Pero, ¿no tiene unos..., qué diría
yo..., unos treinta años más que ella?
—Algo así. ¿Y sabes qué? No creo que sea un gran truco publicitario.
Parecía sinceramente enamorada de ese tipo.
—Bueno, pues entonces mejor para ella. Estoy completamente a favor
de seguir los dictados del corazón, dondequiera que éste te lleve.
A pesar de lo enfadada y decepcionada que estaba con la fotógrafa, a
Isabel no le hizo ninguna gracia enterarse de que Kash se marchaba. Lo de
hacerle aquellas fotos en la piscina de hidromasaje demostraba una tremenda
insensibilidad, pero después se había disculpado, y ella deseaba creer que su
arrepentimiento era sincero. Tan sólo necesitaba algo de tiempo para
calmarse y perdonarla. Y también quería que Kash recapacitase sobre lo que
había hecho. «Puede que no sea tan malo pasar unos días separadas. Nos
proporcionará tiempo para superarlo. Claro que también nos robará parte de
los preciosos nueve días que nos quedan juntas.»
—Tenía el presentimiento de que opinarías así —contestó Kash.
«Tú siempre tan romántica, Isabel. Convencida de que el amor no tiene
límites, y todo eso. Ojalá no cambies nunca. Al mundo le iría mucho mejor
con más personas ciegamente optimistas, como tú, y menos cínicas, como
yo.»
—Entonces, ¿cuánto tiempo estarás fuera? ¿Volverás antes de que
partamos hacia las Bahamas?
—Esa es la cuestión... —comenzó Kash, evitando su mirada.
La pausa que siguió fue tan larga que Isabel comprendió lo que faltaba
por decir:
—¿No vas a... volver?
—La feliz pareja desaparecerá de la vista de todos durante la luna de
miel, así que todo el frenesí de los medios de comunicación se concentrará en
mí, me temo —repuso Kash—. Los únicos invitados serán sus familiares, y
ésos no hablarán. De modo que me pasaré unos cuantos días muy ocupada,
concediendo entrevistas y decidiendo a quién y qué fotos vender.
—¿Y no podrás venir ni un solo día a las Bahamas?
«No voy a volver a verte nunca más, ¿verdad?» Al darse cuenta, Isabel
se sintió como si acabasen de darle un puñetazo en pleno estómago.
—No, me temo que no. Como sabes, Miranda va a enviar un
corresponsal a Nassau para que se encuentre contigo y te haga una entrevista
sobre el viaje. Le he pedido que contrate a un fotógrafo local para que te
acompañe, y así tendremos fotografías de todas las etapas para el reportaje.
Isabel frunció el entrecejo.
—No me preocupa la revista, Kash. Ya te lo he dicho varias veces. Lo
que no soporto es que, por lo que parece, me estés diciendo que no
volveremos a vernos nunca más. Puedo estar cabreadísima contigo ahora
mismo, pero... no estoy lista para decirte adiós.
«Sé perfectamente lo que sientes.» Aunque estaba firmemente decidida a
darle la noticia y partir, todo muy claro, educado y formal, Kash se vio
incapaz de hacerlo. Sabía que era así como debía actuar, pero su cabeza, su
corazón y su cuerpo no deseaban otra cosa que estrechar a Isabel entre sus
brazos, rogarle que la perdonase y decirle que «adiós» era una palabra que
ella nunca habría deseado que se pronunciase entre ambas. «¡Dios Santo! ¿Te
estás oyendo? Tienes que tener algo muy poderoso, Isabel, si tu romanticismo
es capaz de contagiarme incluso a mí.»
La fotógrafa se obligó a ponerse en pie.
—Lista o no, como suele decirse, tengo que coger un avión.
Isabel también se puso en pie, y ambas se miraron sin decir nada durante
varios segundos, hasta que Kash se acercó a ella para darle un beso de
despedida. Sabía que la joven podía rechazarla, pero tenía que arriesgarse. No
podía resistirse a besar aquellos labios una vez más antes de separarse de ella.
La fotógrafa rozó tímidamente con los labios la boca de Isabel y notó
que el corazón se le encogía en el pecho: el dolor de la pérdida era ya muy
agudo.
La joven se echó atrás, pero sólo unos centímetros. Y, cuando habló, su
voz era tan dulce como lo había sido el beso de Kash.
—Sigo enfadada contigo.
—Lo sé.
Kash la besó de nuevo y, cuando Isabel respondió pasando la lengua por
el contorno de su boca y mordisqueándole el labio inferior, el autocontrol de
la fotógrafa se desvaneció por completo. Abrió los labios y sus lenguas se
encontraron. Al tiempo que el beso se hacía más profundo, sus cuerpos se
fundieron el uno contra el otro.
Isabel la enlazó del cuello, y así continuaron, estrechamente unidas y
vertiendo en aquel beso toda la pasión largamente contenida, hasta que
tuvieron que separarse para tomar aliento. Sus cuerpos se estremecían sin
control y los corazones de ambas galopaban al compás.
—Sigo enfadada contigo —repitió Isabel, mientras se colgaba de su
cuello, jadeando pesadamente contra él—. Pero ya sabes que acabaré
perdonándote.
—Nunca te olvidaré.
Lo más inesperado de todo, en aquel mundo completamente extraño en
el que estaba habitando desde que Isabel entró en su vida, fueron las lágrimas
que Kash tuvo que esforzarse por contener. Siempre había considerado el
llanto como una debilidad, de modo que aquello le proporcionó el coraje
necesario para liberarse suavemente de los brazos de la joven. Nadie la vería
llorar, ni siquiera Isabel.
Recogió su maleta y salió de allí antes de que Isabel pudiese decir nada
más, y no volvió la vista atrás. Ni una sola vez. No necesitaba hacerlo: el
rostro de la joven quedaría vívidamente impreso en su mente para siempre, al
igual que el sabor de sus labios.
CAPITULO VEINTE
—¿Hay algo ya?
Era la tercera vez que la llamaba Gillian. Estaba casi tan ansiosa como
Isabel por ver el número de octubre de Sophisticated Wornen.
—No, nada. Por fin llegó el correo, pero no estaba allí. Claro que los de
UPS no suelen pasar por aquí hasta dentro de una o dos horas, así que sigue
siendo posible. No conozco los horarios de FedEx y las demás empresas de
mensajería.
—Ojalá le hubieses preguntado a Miranda por qué medio lo iba a enviar
—se quejó Gillian.
—No llegué a hablar con ella. Sólo recibí un correo electrónico en el
que me anunciaba que iba a enviarme un ejemplar por adelantado. No decía
cómo.
—¿Qué te vas a poner para ese rollo de la semana próxima? ¿Crees que
irá Kash?
—Llevaré uno de mis nuevos vestidos de cóctel, aunque todavía no he
decidido cuál. Y sobre lo otro no tengo ni idea. Ya sabes que no he tenido
noticias de ella.
«Ni una triste palabra en dos meses y medio, ni una sola. Como si no me
debieses siquiera la cortesía de una explicación. Supongo que no oíste ni una
palabra de lo que te dije.»
—Huuy.uncliente. Tengo que largarme corriendo. Te llamaré más tarde
para hablar sobre la cena.
—Muy bien, Gill.
Isabel colgó el teléfono y se quedó mirando la pantalla de su ordenador.
En ella iban apareciendo sucesivamente las fotos de Kash que Gillian y ella
habían tomado, además de otras que había conseguido en Internet. «Menuda
masoquista te has vuelto. Necesitas un nuevo salvapantallas. Y también salir
más.» La joven estaba casi tan enfadada consigo misma como con Kash.
El hecho de que la fotógrafa no la hubiera llamado ni escrito desde lo de
El Cairo debería haber sido razón suficiente para dejarla marchar y seguir
adelante, sin preocuparse más por las fotos de la piscina de hidromasaje ni
por la fría distancia que mostraba tras cada uno de sus encuentros sexuales.
«Más pruebas todavía de que yo no significaba nada para ella. Es una
aventurera, y eso es lo que siempre será —se recordó a sí misma—. No se
permitirá implicarse demasiado con nadie.»
Sin embargo, por más que intentaba quitarse a Kash de la cabeza, no
había sido capaz de lograrlo. Había conseguido atisbar a la mujer vulnerable
que se escondía tras aquel frío exterior y, en lo más profundo de su corazón,
estaba convencida de que entre ellas había surgido algo muy real, profundo y
mutuo. Y nada, ni siquiera el silencio de la fotógrafa tras el episodio de El
Cairo, había conseguido quebrar aquella convicción.
«¿Dónde estás, Kash? ¿Por qué no me has llamado? ¿Es posible que me
haya equivocado contigo hasta ese punto?» Isabel investigaba en Internet casi
a diario, buscando cualquier pista sobre lo que Kash estaba haciendo, pero no
había encontrado absolutamente nada sobre ella, ni en las noticias ni en la
prensa sensacionalista, después que provocaron el alboroto sus fotos de la
boda.
La única oportunidad que le quedaba de encontrarla de nuevo sería en la
gala a la que la había invitado Miranda, la semana siguiente. Era una fiesta
que tendría lugar en un elegante restaurante de Manhattan, para celebrar la
salida del número en el que aparecería su foto en la portada.
«Y sigo sin saber de qué iba aquella llamada telefónica.» Miranda la
había telefoneado poco después de que hubieran regresado de las Bahamas,
teóricamente para darles la bienvenida tras su viaje. Habían charlado
agradablemente y, a petición de Miranda, ella le había contado unas cuantas
anécdotas sobre lo que había visto y vivido, evitando cuidadosamente
mencionar todo lo que no deseaba ver publicado en la revista.
Miranda estaba ya despidiéndose cuando le formuló una última
pregunta, como sí acabara de ocurrírsele:
—Oye, Isabel, no me ofenderé si respondes a esto como ya imagino que
harás, pero... Kash me comentó que no deseabas aparecer en la portada. Dijo
que no te atraía nada todo esto del reportaje. ¿Es eso cierto?
—Por Dios, Miranda, ojalá no te lo hubiera mencionado. No quiero
parecerte una ingrata, después de todas las cosas maravillosas que me han
pasado gracias a haber ganado vuestro concurso.
—De modo que es cierto —dijo la editora. El cálido tono de su voz daba
a entender que no le parecía mal en absoluto.
—Sí, es cierto. No tengo el menor deseo de ser famosa, pero sé que tú lo
has anunciado así y que has invertido un montón de dinero en ello, y todo
eso. Kash me lo explicó.
—Isabel, voy a enviarte por fax una renuncia formal para que la firmes —contestó Miranda—. Esencialmente dirá que estás de acuerdo en que no
cumplamos nuestra promesa de sacarte en exclusiva en nuestra portada y de
que seas la protagonista de nuestro reportaje principal. Intentaré recortar el
artículo en lo posible. No puedo prometerte nada. Pero la renuncia servirá
para asegurarme de que después no puedas venir a quejarte de que no habías
obtenido todo lo que habías ganado en el premio. ¿De acuerdo?
—Claro. Envíamela. Agradeceré cualquier cosa que puedas hacer. ¡Sería
magnífico!
—No puedo prometerte nada —repitió Miranda.
Había enviado el escrito aquel mismo día, e Isabel se lo devolvió
firmado en menos de una hora.
«Tal vez no sea para tanto.» Temía mucho la atención que seguramente
le dedicarían los medios de comunicación en cuanto apareciese la revista en
los quioscos. Recordó al momento las groseras e impertinentes preguntas que
le habían planteado a gritos los reporteros de la prensa sensacionalista a Kash
durante la rueda de prensa inicial. Y lo peor de todo había sido aquella
pesadilla de tropiezo que había tenido. Sin embargo, a pesar de su enfado y
de lo que le aconsejaba el sentido común, sabía que volvería a pasar por todo
aquello si cabía la posibilidad de ver a Kash. Porque ni el tiempo, ni la
distancia, ni la vuelta a sus rutinas habituales habían conseguido disminuir el
tiempo que se pasaba pensando en la fotógrafa. De día y de noche, dormida y
despierta. Ni siquiera el silencio de Kash podía impedirlo.
No sabía cuándo había ocurrido exactamente, en qué momento su
fascinación por Kash había pasado del deseo al amor. Pero así había sido.
Probablemente bastante al principio, pensó. Tal vez la primera vez que la
fotógrafa se sinceró con ella sobre su pasado y sobre lo mucho que la habían
herido. O tal vez cuando Kash despertó en ella a Isa. «Aunque desde entonces
no es que haya vuelto a aparecer demasiado.» La nueva y sensual
personalidad que había descubierto en Europa había desaparecido por
completo. Disfrutaba de la atención que despertaba su nueva imagen, de la
ropa nueva y de su actitud más segura de sí misma. Pero no había tenido
interés por salir con otras mujeres desde su vuelta. Seguía echando de menos
a Kash.
Gillian la llamaba «romántica sin remedio», y ella no podía negar la
verdad que había en aquella declaración. «Una vez que te enamoras es para
siempre, haya o no esperanzas.» Conocer a Kash había dejado dolorosamente
claro este hecho.
Sabía que se estaba comportando de una manera completamente ridicula
al seguir soñando despierta de aquella manera. Seguro que Kash no había
pensado en ella ni dos minutos. Porque, si lo hubiera hecho, habría llamado.
«Pero, entonces, ¿por qué me dijo aquello? Podría haberse limitado a decir
adiós. Pero no, sus últimas palabras tuvieron que ser ese “No te olvidare’. Yo
tampoco puedo olvidarte a ti, Kash.»
El timbre de la puerta la sobresaltó de tal manera que dio un respingo.
Su corazón ya estaba latiendo a buen ritmo, pero éste se incrementó
exponencialmente al abrir el gran sobre de correo exprés que acababa de
traerle un chófer de UPS.
Ella no aparecía en la portada.
Era Kash la que estaba allí.
Una hermosa y relajada Kash, con gesto despreocupado, sonriendo a la
cámara desde un escenario tropical, mecido por la brisa. Tenía la piel
bronceada y llevaba puesta una camisa blanca de lino, de manga corta.
«Guapa, muy guapa.»
El titular de la portada decía: «¡Fue Kash quien consiguió el cambio de
imagen, y no la ganadora de nuestro concurso!».
Bajo el titular, Miranda había pegado un gran Post-it en el que le decía:
¡Hola, Isabel!
Lee primero la página 6 y después pasa a la 23.
Miranda
La primera referencia era un mensaje de la propia Miranda, desde el
editorial de la revista. Incluía una fotografía suya en el despacho, con Kash
de pie tras ella. El artículo decía:
«Queridas lectoras:
»En el número de este mes estaba previsto que apareciera Isabel
Sterling, la ganadora de nuestro concurso Haz tus sueños realidad, como
chica de portada, junto con una entrevista en profundidad y un reportaje
gráfico que ilustrase las fabulosas vacaciones de ensueño y el cambio de
imagen que había ganado.
»Podréis encontrar la exclusiva sobre el viaje de Isabel en el interior (ver
página 23), pero el mayor efecto de esta experiencia no se ha producido sobre
la ganadora del concurso, sino sobre Kash, quien se suponía que la
acompañaba para hacer unas cuantas fotos y pasárselo bien.
»Da la casualidad de que Kash es amiga mía, y ésa fue la única razón
por la cual aceptó fotografiar la aventura de Isabel. Sin embargo, nunca antes
ninguna súplica, halago o adulación había conseguido convencerla para que
aceptase ser entrevistada por Sophisticated Women, y mucho menos aparecer
en la portada.
»Por eso me sorprendió bastante, por decirlo de algún modo, que se
ofreciese para ambas cosas. Kash sostiene que todo depende del momento
escogido... y que ahora tiene algo que decir. Cuando leáis su historia, que va
justo después de la de Isabel, creo que estaréis de acuerdo.
»Miranda»
Isabel pasó a la página 23 y encontró un collage de imágenes suyas
tomadas durante su viaje. La mayoría eran los posados que ella esperaba,
pero Kash había incluido también tomas al natural, incluidas dos con Gillian.
Se sorprendió bastante de lo bien que habían salido. Nunca se había
considerado demasiado fotogénica, y sin embargo... «He de admitirlo, en
estas fotos estoy estupenda.» Al reportaje fotográfico le seguían unas
transcripciones parciales de la entrevista que había mantenido con ella en
Nassau el reportero de Sophisticated Women.
Lo cierto era que, en general, estaba contenta: el artículo estaba escrito
con buen gusto y no era demasiado indiscreto. Pasó a la siguiente página y se
encontró la historia de Kash, escrita con sus propias palabras.
«Si he de ser sincera, tengo que admitir que cuando llegó el momento de
partir para llevar a cabo el trabajo con Sophisticated Women intenté
quitármelo de encima. Habían pasado varios meses desde que le prometiera a
mi amiga Miranda (en un momento de debilidad) acompañar a la ganadora
del concurso Haz tus sueños realidad en su viaje y fotografiarla para la
revista. Y aunque la idea de pasarme unos días en París, Roma, El Cairo y las
Bahamas era muy atractiva, me preocupaba el hecho de tener que pasarme
tanto tiempo lejos de mi oficina.
»Sin embargo, Miranda me obligó a cumplir mi promesa, aunque
ninguna de nosotras sabía entonces que mi participación en este proyecto
conduciría a algo más que un breve alejamiento de la clientela y del tipo de
negocio al que me había estado dedicando durante dos décadas. Ella esperaba
que su concurso y el cambio de imagen se convirtiesen en una excitante
aventura, y tal vez en un nuevo futuro, para alguna lectora afortunada. Pero
fue mi vida la que acabó sufriendo un drástico cambio de imagen.
»Supongo que debería empezar por el principio, ¿verdad? Bueno, la
primera vez que Isabel Sterling me dijo que no tenía el menor interés en
aparecer en esta revista ni en la oportunidad que se le brindaba de ser su chica
de portada, no la creí. Por entonces ya sabía que ella no se había anotado
directamente en el concurso Nota de la editora: véase la historia de Isabel en
la página 23, pero he de decir que, según mi experiencia, pocas mujeres
rechazarían la oportunidad de disfrutar de sus quince minutos de fama.
»También me costaba creer que una mujer no esperase con ilusión el
cambio de imagen que venía incluido en el premio, aunque Isabel insistía en
que estaba satisfecha con su estilo.
»Sin embargo, llegué a conocerla mejor y, ¿sabéis qué? Ella tenía razón.
Aunque acabó encantada con la nueva imagen que Clifton le proporcionó, lo
cierto es que Isabel no necesitaba ningún programa de embellecimiento, eso
desde luego. Es una mujer increíble tal y como es, tanto por dentro como por
fuera. El tipo de mujer, en mi opinión, que todas deberíamos aspirar a ser.
»Seguro que sabéis a lo que me refiero: ese tipo de mujer dulce y
cariñosa, esencial como la sal de la tierra, que es la primera en traerte un poco
de sopa cuando estás enferma, o que se ofrece a escucharte cuando estás en
una mala racha, pero que a la vez tampoco teme decirte francamente que
estás haciendo el idiota o tomando la decisión equivocada, si le parece que
saber eso te puede ayudar. Y, por encima de todo, es la persona optimista que
todos necesitamos en nuestras vidas, alguien que correrá a asegurarnos que
todo va a salir bien, que nunca es tarde para hacer realidad nuestros sueños,
que nunca somos demasiado viejos para cambiar.
»No, no era Isabel la que necesitaba el gran cambio de imagen..., aunque
el premio del concurso no podría haber ido a parar a nadie más agradable ni
más merecedor de él. Resultó que era mi vida la que necesitaba una pequeña
sacudida, e Isabel me ayudó a comprenderlo.»
Isabel tenía los ojos tan llorosos que apenas podía distinguir las letras.
Pestañeó varias veces y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano antes
de seguir leyendo.
«Hace mucho tiempo, cuando empecé a hacer fotografías, mi intención
era que todas y cada una de ellas dijesen algo importante. Quería que mi
trabajo en conjunto fuese algo en lo que pudiese reflejarme, por haber
conseguido plasmar en él mi punto de vista, llegando tal vez, al mismo
tiempo, a abrir unas cuantas mentes, a cambiar unas cuantas opiniones o a
ampliar unos cuantas perspectivas.
»Sin embargo, en algún punto del camino sufrí una emboscada, como
les pasa a muchos: me asaltaron el dinero, la fama y la omnipresente
invitación a la siguiente fiesta de celebridades, repleta de gente rica, poderosa
y hermosa.
»¡Y todavía tenía la insolencia de enfadarme si algún periódico
sensacionalista o cualquier otro medio relataba mis problemas con el alcohol
y las mujeres para que el mundo entero fuese testigo!
»Pues bien, me alegro de poder informaros de que ya no se me podrá ver
con tanta frecuencia en las noticias sobre celebridades. Es hora de que me
aparte de la vida pública, me organice y comience a responsabilizarme un
poco de mis actos. Además, estoy demasiado ocupada con un proyecto que
había estado aplazando durante demasiados años: la oportunidad de hacer el
tipo de fotografías que más me apasiona, y que expondré en Nueva York a
principios del próximo año. En la página siguiente podréis ver unos cuantos
ejemplos de lo que estoy diciendo.»
Isabel pasó la página y se encontró con varias imágenes que había visto
en el portátil de Kash, además de unos cuantos retratos más hechos con el
mismo espíritu. «Bien por ti, Kash, bien por ti.» Volvió atrás para seguir
leyendo los últimos párrafos de la historia de la fotógrafa.
«A continuación resumiré algunas de las lecciones que me enseñó Isabel
Sterling. Las expongo a vuestra consideración.
»Seguid a vuestro corazón, dondequiera que éste os lleve; arriesgaos a
intentar cumplir vuestros sueños; mantened el sentido del humor en todas las
situaciones, y no dejéis que nadie os convenza de que existen cosas
imposibles.
»Kash»
Isabel pasó suavemente los dedos sobre las palabras impresas. «Oh,
Kash, ¿por qué no me habrás dicho a mí estas cosas?» Entonces descubrió el
apéndice que Miranda había añadido al final de la página, y el corazón se le
encogió.
«Nota de la editora: la última vez que contacté con ella, Kash estaba en
algún lugar del Himalaya, de camino a la base del Everest, para fotografiar
sherpas.»
Por un momento Isabel contempló la posibilidad de no asistir a la fiesta
organizada por Sophisticated Women, dado que al parecer Kash no estaría
allí, después de todo. Pero Miranda había enviado invitaciones para Gillian y
ella, y su amiga estaba deseando asistir. Además, a la vista del artículo de
Kash, tal vez Miranda estuviese dispuesta a ponerla en contacto con la
fotógrafa.
CAPITULO VEINTIUNO
—¡ Vamos, Isabel, ya! Juro por Dios que, si no estás lista para salir en
dos minutos, me marcho sin ti.
Gillian estaba resplandeciente, vestida con uno de los trajes de diseño de
Isabel, un modernísimo vestido de noche de color berenjena, con un corte tan
atrevido a un lado que Isabel no había osado ponérselo, por miedo a dejar al
descubierto más de lo que deseaba en un evento en el que seguramente habría
fotógrafos presentes.
—Paciencia y buena letra —respondió Isabel de buen humor, saliendo
del cuarto de baño de la suite para reunirse con su amiga en la sala de estar—.
¿Qué te parece?
A continuación giró sobre sus talones, para que Gillian pudiese apreciar
el aspecto general, y se vio recompensada con un suave silbido de
aprobación.
—Estás guapísima, Izzy, y con eso quiero decir deslumbrante. Qué
lástima que Kash no vaya a estar.
—Gracias, Gilí.
Isabel se miró una última vez en el gran espejo de pared. No se acababa
de acostumbrar a verse tan peripuesta, con aquel traje exclusivo que costaba
más de lo que ella podía ganar en todo un mes. Era un vestido de cóctel de
color humo, entre azul y gris, el color de un cielo de tormenta, con una
brillante capa inferior de tejido que atrapaba la luz a cada movimiento,
llamando la atención hacia las curvas de sus caderas, nalgas y pechos,
suavemente redondeados. «No está nada mal, si se me permite opinar.»
Miranda había tenido el detalle de reservarles una suite en el Four
Seasons. Como la velada ofrecida por la revista iba a tener lugar en el famoso
restaurante del hotel, L’Atelier de Joél Robuchon, no tenían más que bajar en
ascensor cuarenta y nueve pisos para unirse a la fiesta.
—¡Oh, Dios mío, Ambra! —gritó Gillian cuando salían del ascensor,
lanzándose en los brazos de su novia italiana, que al parecer las estaba
esperando.
—¿Ambra? —repitió Isabel al acercarse a ella. Ambra tenía una
misteriosa expresión en el rostro, como si estuviese guardando un secreto—.
¿Qué estás haciendo aquí?
—¡Es cierto! —dijo Gillian, separándose un poco de Ambra para
interrogarla también—. ¿Qué está pasando? Tu correo electrónico de esta
mañana decía que estabas en Nápoles.
—Está aquí para hacer compañía a Gillian. Así podré tenerte toda para
mí. No me gustaría tener que pedirte perdón delante de testigos.
Al oír la voz de Kash, justo detrás de ella, Isabel se sorprendió tanto que
temió desmayarse.
Giró sobre los talones, tambaleante, y se quedó sin respiración al ver a
una sonriente Kash, más delgada y bronceada, irresistiblemente atractiva, con
un traje panTalón negro y una camisa blanca almidonada, su propia y clásica
versión de un esmoquin.
—¿Qué...? ¿Cómo...? —tartamudeó.
—La revista no ofrece ninguna fiesta —le explicó la fotógrafa—. Me
temo que todo era una treta para hacer que vinieras.
—Una treta! —repitió Isabel, aturdida, mientras pensaba: «¿Está
sucediendo de verdad? ¿Es posible que estés aquí realmente?».
—Sí, señora —contestó Kash, y a continuación se volvió hacia Gillian y
Ambra—: Vosotras dos tenéis una reserva en el restaurante, a nombre de
Gillian. Por favor, pedid lo que os apetezca, y que paséis una buena velada.
Yo invito. Sé que me perdonaréis si no voy con vosotras ...
Gillian soltó a Ambra el tiempo justo para plantar un beso en la mejilla
de la fotógrafa.
—Parece que te he subestimado, Kash, y me alegra poder decirlo. Sé
buena con ella. Y muchas gracias.
A continuación susurró al oído de Isabel:
—En cuanto te descuides, conseguirás que hasta yo acabe creyendo que
los sueños pueden hacerse realidad. ¡Me alegro tantísimo por ti, Izzy! ¡Y
detalles, quiero detalles!
—Ya puedes esperar sentada —replicó una sonriente Isabel, al tiempo
que Gillian volvía a reunirse con Ambra. Ambas se dirigieron hacia el
restaurante, cogidas del brazo.
Se encontraban en el vestíbulo de uno de los hoteles más famosos de
Manhattan, pero Isabel tuvo la repentina sensación de que Kash y ella eran
las únicas habitantes del planeta.
—¿De modo que habías planeado todo esto... —comenzó a decir,
mientras pensaba: «¡Dios, estás impresionante! ¡Debería ser ilegal estar tan
guapa! ¿Cómo puedo mostrarme enfadada cuando tienes un aspecto tan
irresistible?»—... tan sólo para pedirme que te perdone?
—Es que hay mucho que perdonarme —replicó Kash, mirándola a los
ojos con una nueva y vulnerable franqueza que a Isabel le pareció entrañable
—. Y tenía la esperanza de que, si aceptabas mis disculpas, tal vez podríamos
también... hablar. Hablar de verdad, sobre nosotras y sobre lo que sentimos la
una por la otra.
—¿Hablar? —repitió Isabel como una tonta—. Hablar es bueno, sí.
—Y si la charla va bien —añadió la fotógrafa con descaro—, tal vez
podamos añadir además alguna caricia...
La forma en que Kash pronunció la palabra «caricia»..., lenta y
deliberadamente, mientras clavaba la vista en ella con indisimulado deseo...,
hizo que Isabel se sintiera como si la fotógrafa estuviese ya desnudándola.
—Su... supongo que podría arreglarse, sí —contestó, intentando no
tartamudear. «Se supone que estás furiosa con ella», se recordó a sí misma.
—Claro que... con ese vestido que llevas puesto, voy a tener muy crudo
lo de charlar antes de acariciarte. Estás maravillosa, Isabel.
La joven notó que le ardían las mejillas ante el halago.
—Todavía no acabo de creer que estés aquí.
—Pues ve acostumbrándote —murmuró Kash, y su apariencia altanera
se vino abajo en cuanto cruzó la distancia que las separaba y tomó a Isabel
entre sus brazos—. ¡Dios, cuánto te he echado de menos!
—Yo también a ti, Kash —susurró Isabel a su vez, encantada al sentir
cómo se presionaban sus cuerpos, uno contra el otro; se preguntó si la
fotógrafa podría sentir los fuertes latidos de su corazón—. Estaba
tremendamente enfadada contigo, sí, pero nunca he dejado de echarte de
menos, de desearte, muchísimo. Creí que nunca volvería a verte.
—Pues yo me he sentido muy aliviada al comprobar que te alegrabas de
verme —replicó Kash—. Porque, desde luego, hice todo lo posible por
alejarte de mi lado.
—Sí que lo hiciste. Espero que hayas aprendido algo desde entonces.
Kash oyó pronunciar su nombre. Alzó la vista y vio que un grupo de
turistas japoneses las observaba con curiosidad.
—Ejem..., Isabel, ¿te importa si continuamos con esto en privado?
Isabel se giró para ver qué era lo que estaba mirando la fotógrafa, justo
cuando uno de los curiosos Ies estaba haciendo una foto. El flash la cegó.
—Me parece un buen plan.
Kash la tomó de la mano y la condujo hasta un ascensor privado, y poco
después estaban ya de camino a los pisos superiores.
—Espero que no te importe —empezó Kash, balanceándose
alternativamente sobre ambos pies; había ensayado aquello una docena de
veces, pero eso no servía para calmar sus nervios—. Decidí imaginar el mejor
de los casos, de modo que lo preparé todo para que nos subiesen la cena a mi
suite.
—¿Tu suite? ¿Te alojas aquí?
Kash se echó a reír.
—Dos pisos por encima de ti. Aún no te has hecho a la idea, ¿verdad?
—No. Es como un sueño... —suspiró Isabel, al tiempo que la enlazaba
del brazo—. Me estás poniendo muy difícil seguir furiosa contigo.
—Eso espero, desde luego.
El ascensor se detuvo en el piso cincuenta y uno, y Kash la guió hasta
una de las dos suites presidenciales del hotel, una lujosa estancia de
quinientos metros cuadrados que exhibía pinturas al óleo originales, con un
baño recubierto de mármol, chimenea de gas, biblioteca y unos ventanales
que ocupaban toda la pared, con unas espectaculares vistas de Central Park y
el centro de Manhattan.
La mesa para la cena estaba dispuesta con mantelería y porcelana de la
mejor calidad. Había champán en una cubitera, y flores frescas que
adornaban casi cualquier superficie libre.
—¿Te parece bien? —preguntó Kash en tono de duda, hundiendo las
manos en los bolsillos, para que Isabel no pudiese ver que temblaba como
una hoja. «Cada vez que te veo pierdo totalmente el control. ¡Y yo que
pensaba que era imposible sentirme nerviosa junto a una mujer!»
—Es maravilloso —dijo Isabel, admirándolo todo mientras se paseaba
por la estancia.
Se quedaron en silencio durante un largo instante, de pie a unos tres
metros de distancia la una de la otra, mirándose inmóviles, hasta que por fin
Isabel habló de nuevo:
—O tal vez debería decir... que es maravilloso si esto es el comienzo de
algo, Kash, y no solamente una muestra de arrepentimiento... O una forma
elegante de llevarme a la cama, para después volver a alejarte sin más
explicaciones.
—Me lo merezco. Eso y más —contestó Kash, pasándose una mano por
el pelo—. He sido una estúpida, Isabel, y me he portado fatal desde el
principio hasta el final. Debería haberte llamado, enviado flores, escrito,
jAlgol Lo sé. Pero tenía miedo. Tenía miedo de que no me perdonases, de que
hubieras pasado página. Y yo necesitaba hacer primero algunos cambios.
Quería asegurarme de que era capaz de ser la clase de persona que te
mereces.
—¿Y ahora?
—Ahora estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para formar parte
de tu vida, tanto como tú me lo permitas —contestó la fotógrafa—. He
cambiado, Isabel, y sigo cambiando. Cambiando para mucho mejor, gracias a
ti.
—Te creo. Claro que, en parte, es porque deseo creerlo —dijo Isabel—.
Pero también porque leí el artículo. Me conmovió muchísimo.
—Lo único que no pude decir en ese artículo es lo mucho que te quiero
—replicó Kash, dando un vacilante paso hacia Isabel—. Pero, de todos
modos, prefería decírtelo en persona.
Isabel cerró los ojos y dejó que su mente absorbiese el significado de
aquellas palabras. «¡Me quiere!»
Notó que el dolor y la decepción que había sentido durante tantas
semanas comenzaban a desvanecerse.
—¿Isabel?
Cuando volvió a abrir los ojos, Kash la miraba con tal ilusión, temor y
nerviosismo que supo al momento que todo iría bien. «¡Me quiere de
verdad!» En ese momento la perdonó del todo y lo que quedaba de su ira se
esfumó.
—Bueno, pues entonces parece que tienes la suerte de cara, porque el
sentimiento es mutuo.
—¿Mutuo?
El rostro de Kash se relajó, y una sonrisa de alivio le alzó las comisuras
de los labios. Seguía con las manos irmemente hundidas en los bolsillos,
como si no supiera qué hacer con ellas.
—Completamente. Yo también te quiero, Kash.
La sonrisa se hizo más amplia y la fotógrafa comenzó a rebotar sobre los
talones.
—-¡Estupendo, eso es estupendo!
«Resultaba adorable la forma en que aquella mundana aventurera había
acabado comportándose, de pronto, como una quinceañera que se enamora
por primera vez.»
—Por cierto, estás realmente guapísima —dijo Isabel a continuación.
Nunca había visto a Kash tan... «elegante como una estrella de cine»
parecía la descripción más adecuada. Su bronceada piel contrastaba con la
inmaculada camisa, y además estaban el favorecedor corte de su traje y las
mechas color castaño claro que tantas horas de sol habían dejado en su pelo.
El rostro de la fotógrafa reflejó un gesto de desarmante desenvoltura, a
lo Cary Grant, que casaba bien con la elegancia de su traje.
—Esto..., ¿tienes hambre? —preguntó, pasándose la mano por el pelo—.
Enviarán la cena en cuanto los llame por teléfono.
En realidad, comer era lo último en lo que pensaba la fotógrafa. Tenía
un nudo en el estómago —«¡Me quiere!»— y sólo podía pensar en que se
moría de ganas de acariciar a Isabel. Toda aquella piel tan suave y deliciosa, a
apenas unos centímetros de distancia, deseando ser besada y acariciada...
Estaba nerviosa, excitada y aterrorizada, de un modo que nunca habría
podido imaginar. Creía haber experimentado prácticamente todo lo posible en
cuestiones de sexo y, sin embargo, aquello le parecía totalmente diferente.
«Como debe ser: ésta será la primera vez que haga realmente el amor.»
Lo había imaginado cientos de veces, durante las anteriores semanas.
Deseaba que sucediera, rogaba por que su estupidez no hubiese acabado con
toda oportunidad de disfrutar de un futuro junto a Isabel. «Recuerda:
Despacio, con ternura...» Aunque lo que quería era arrancarle el vestido.
«¡Llevo tanto tiempo deseándote! Es más, desde que te conocí no he deseado
a ninguna otra mujer.»
«¿Y ahora qué?» Aquél era un terreno inexplorado para ella: se sentía
tan excitada que estaba a punto de explotar, pero lo que más le importaba
ahora eran los deseos y las necesidades de Isabel, toda una novedad en ella.
«¡Deseo tanto complacerte, Isabel!»
La joven tragó saliva. Kash la estaba mirando de una manera..., como si
su vestido fuese transparente. «Tienes hambre, sí, pero no de lo que puede
ofrecerte el servicio de habitaciones. Entonces, ¿por qué te reprimes?»
Le parecía conocer la respuesta. «Estás esperando a que yo tome la
iniciativa, ¿verdad?»
—No me digas que estás pensando en comer en un momento como éste
—dijo, sonriendo para animarla, al tiempo que daba unos pasos hacia ella,
lentamente. Se sintió aliviada al ver que el ritmo de la respiración de Kash se
incrementaba a medida que ella avanzaba.
«¡Oh, Isabel! ¿Qué haces conmigo! ¿Quién podría resistirse? ¿Quién?»
—Lo único que puedo pensar ahora es en lo mucho que te deseo.
En cuanto la tuvo a su alcance, Kash la atrajo hacia sí y la besó
apasionadamente. Posó la mano abierta sobre la espalda desnuda de la joven,
y su corazón se aceleró al notar la tibia piel bajo las yemas de los dedos. Dejó
que su otra mano resbalase hasta el trasero de Isabel y lo acarició con
firmeza, mientras su lengua se apoderaba de la boca de su compañera.
Isabel se rindió de buena gana, adaptando al instante su cuerpo al de
Kash y rodeándole el cuello con ambos brazos. Chupeteó suavemente la
lengua de Kash y dejó escapar un largo y ansioso gemido desde el fondo de la
garganta.
«¡Oh, Dios, Isabel, cuando haces eso...!» Kash sintió que la mayoría de
sus resoluciones se desvanecían al besar a Isabel. Intentar prolongar aquel
momento le pareció una empresa casi imposible. Sabía que estaba ya
empapada. Se había reservado durante tanto tiempo que para entonces estaba
ya tan excitada por lo que iba a suceder que apenas podía contener las ganas
de masturbarse para llegar por fin al orgasmo.
La lengua de Isabel intentó explorar a su vez, y ella se lo permitió,
facilitándole el acceso a la calidez de su boca. Ambas lenguas comenzaron a
acariciarse lentamente, húmedas y apasionadas. Isabel le mordisqueó el labio
inferior y la fotógrafa respondió con otro mordisco, marca de la casa. Sus
besos se decían sin palabras lo mucho que ambas habían deseado y esperado
aquel momento.
Por fin sus bocas se separaron, apenas un poco. Los cuerpos seguían
pegados el uno al otro, cada centímetro de piel apretado contra la parte
correspondiente del otro miembro de la pareja: muslos, pelvis, vientre,
pechos. Incluso las frentes seguían en contacto. Ambas jadeaban con fuerza,
pero eran reacias a soltarse, ni un trocito.
—Dios, Isabel..., tanto...
Kash notaba que todos los músculos de su cuerpo estaban tensos como
la cuerda de un arco. Estaba preparada, dispuesta. El instinto no hacía más
que decirle: «Poséela, llévatela a la cama y tiéndela en ella. ¡Basta ya de
esperar!».
Pero una voz interior intentaba imponerse, la que había nacido durante
el tiempo que habían estado separadas. La que se había pasado días
interminables meditando sobre lo que sería su vida con Isabel, y también su
vida sin ella. Quería hacerlo todo bien, y se había jurado a sí misma que haría
que aquella velada fuese inolvidable para la joven. «¡La mejor de su vida!»
—Dime qué es lo que deseas —consiguió decir por fin, aunque tenía la
garganta tan tensa que pronunció la petición con una voz extraña, como un
jadeo entrecortado.
—Deseo lo que tú deseas, Kash —contestó Isabel, abrazándose más a
ella. A continuación depositó un húmedo beso en su mejilla y le dijo al oído
—: Quiero que tus manos me acaricien toda, y también tu boca.
Después le chupeteó el lóbulo de la oreja, y Kash notó directamente en
el clítoris cada movimiento de aquella boca.
—Quiero que nos quitemos de una vez estas malditas ropas, para poder
sentir tu cuerpo contra el mío —continuó la joven, susurrando
provocativamente—, sobre el mío y, por encima de todo, dentro del mío...,
penetrándome y haciendo que me corra.
Kash dejó escapar un gemido y sujetó con más fuerza el culo de Isabel.
—Así que, como no me tiendas sobre una cama en menos de diez
segundos, voy a tener que tomar el control de la situación y arrastrarte yo
misma hasta allí.
Apenas acababa de pronunciar aquellas palabras cuando Kash estaba ya
tirando de ella, sujetándola firmemente por la cintura, en dirección al enorme
lecho de la suite.
Cuando estaban ya de pie junto a la cama, Kash la soltó por fin, posó
suavemente las manos sobre sus hombros y deslizó los dedos bajo las tiras de
su vestido, deteniéndose un momento, hasta que Isabel la miró a los ojos.
Sólo entonces, al ver el claro deseo que había en ellos, una necesidad tan
urgente como la suya, bajó las tiras y dejó al aire los pechos de la joven.
Contuvo el aliento al ver aquellos suaves volúmenes, la piel de marfil,
los rosados y erectos pezones. Los senos eran altos y redondos, un poco más
grandes que los suyos propios. Cuando iniciaba la ardua tarea de decidir cuál
de ellos probar primero..., se dio cuenta de que Isabel había posado la mano
en el broche de sus pantalones. La costumbre, y sólo la costumbre, hizo que
intentase detenerla.
—Por favor, Kash, necesito sentir lo húmeda que te he puesto —pidió
Isabel, mientras continuaba como si nada, porque, aunque la mano de Kash
seguía rodeándole el antebrazo, la enlazaba sin fuerza, sin acabar de
decidirse.
Para cuando soltó el broche y bajó la cremallera, Kash se había rendido
ya del todo. No podía negarle nada a Isabel. Por primera vez en muchos años,
deseaba tan apasionadamente tocar a una persona que se volvería loca si no lo
hacía. Y tampoco podía negárselo a sí misma: deseaba y necesitaba las
caricias de Isabel.
Cuando la joven le desabrochó los botones inferiores de la camisa y le
acarició suavemente el abdomen, el fuerte latido de su corazón estuvo a punto
de acabar con ella. Le costaba respirar.
—¡Dios Santo, Isabel!
—¿Te gusta? —preguntó Isabel, posando los labios sobre su cuello,
mientras la mano ampliaba las caricias hacia el pubis de Kash.
—Sí, mucho —musitó. Le seguía costando respirar—. Pero... todavía
no. En cuanto me toques ahí, me... No duraré mucho.
—Claro, tranquila.
La delicada exploración de Isabel se desvió hacia la cintura de la
fotógrafa, sensibilizando la piel por donde pasaba. Su lengua fue perfilando el
mentón de Kash con la misma delicadeza.
—¿Qué tal si acabas de quitarme el vestido? —propuso—. Eso retrasará
un poco las cosas.
—No necesariamente —confesó Kash, sonriente, y al momento notó la
risita de satisfacción de Isabel, como una vibración sobre su cuello—. Pero sí,
hagamos eso, por favor.
Isabel se dio la vuelta para que Kash pudiese acceder al broche que le
cerraba el vestido, en la parte baja de la espalda. Kash lo soltó con manos
temblorosas y dejó que la prenda cayese al suelo, mientras la besaba entre los
omóplatos. Isabel dejó escapar un gemido de aprobación, sacó los pies del
traje y se giró. Tan sólo llevaba los zapatos de tacón y unas braguitas de seda,
un tono más claras que su vestido.
CAPITULO VEINTIDOS
—Eres... todo un festín para los ojos, Isabel.
Kash se recreó en las bien proporcionadas curvas y llanuras del cuerpo
de la joven, deteniéndose un poco más en las sombras, maravillosamente
sutiles, creadas por los pechos, los huesos de las caderas, el ombligo y la uve
entre ambas piernas, fotografiando mentalmente aquel paisaje único que iba a
poder explorar durante horas. Se notaba más y más húmeda a cada minuto, y
se imaginó cómo se la encontraría Isabel cuando por fin la acariciase allí.
La ansiedad por que llegase aquel momento era atroz. Estaba borracha
de deseo, al borde ya del dolor.
—Me alegro de que lo pienses. Ahora te toca a ti.
Isabel volvió a acercarse a ella y alzó las manos para desabrochar los
restantes botones de la camisa de Kash. Hundió los dedos en el hueco entre
ambos pechos y soltó el primer botón.—Me encanta tu cuerpo, de verdad que
sí —añadió.
Era el turno del segundo botón. El levísimo roce de sus dedos, indirecto
y provocador, era toda una tortura.
—Tan sólo pude verlo un momento, aquel primer día, en tu estudio,
cuando te cambiaste de camisa —continuó.
El tercer botón cedió y la camisa quedó abierta, dejando al descubierto
un sujetador blanco de encaje, resplandeciente sobre el bronceado cuerpo de
Kash.
—¡Qué hermosura! —exclamó Isabel con reverencia y adoración.
A continuación le quitó la chaqueta del traje y la camisa, y buscó el
cierre frontal del sujetador. Cuando también quedó desabrochado se quedó
mirando abiertamente los pechos de Kash, con una expresión de admiración
al tiempo que se relamía. «¡Qué cuerpo tan magnífico!»
—Esta noche pienso probar cada centímetro de tu piel —prometió. Isa
había vuelto en todo su esplendor, y tenía ganas de jugar.
Posó la palma de la mano sobre el pecho de la fotografa, entre los senos,
y la empujó suavemente hasta hacerla sentar al borde del lecho.
—Dime, Kash..., ¿quieres... mirar?
Mientras aguardaba su respuesta, se inclinó y se quitó uno de los zapatos
de tacón, lenta y provocativa; después lo tiró descuidadamente a un lado.
Kash sonrió, asintiendo a la vez.
—Ya lo suponía.
Isabel se quitó poco a poco el otro zapato e hizo lo mismo. Después
colocó las manos sobre las caderas y deslizó los dedos por debajo de las
braguitas, lista para quitárselas, pero antes se detuvo para recrearse en la
forma en que Kash la estaba mirando. Uno de los músculos de la mandíbula
de la fotógrafa saltó, tenso, mientras ésta esperaba a que retirase la única
barrera que quedaba y poder contemplarla sin más estorbos.
—Me gusta que me mires. Siempre que no estés haciéndome fotografías
indebidas, por supuesto... —Isabel no pudo evitar hacer aquella referencia a
las fotos de la piscina, aunque la frase apenas incluía un leve deje de
reproche.
—Nunca más. Lo siento tantísimo, Isabel... —se lamentó Kash en un
tono sincero.
—Disculpas aceptadas. Tal vez encuentre la forma de que puedas
resarcirme —bromeó Isabel.
Los ojos de Kash estaban clavados en sus braguitas.
—Cualquier cosa. Lo que sea. Y ahora, por favor, quítatelas. ¡Por favor!
Quítatelas y ven aquí...
«... O tendré que arrancártelas. Te juro que lo haré.»
Isabel se apiadó de la desesperación que expresaba la voz de Kash, o tal
vez era que ella tampoco podía esperar más. Deslizó rápidamente la prenda
muslos abajo y se incorporó ante Kash, desnuda, las piernas ligeramente
abiertas. Tenía el rostro arrebolado y Kash notó que su respiración se había
agitado. Pero sus ojos mostraban la profundidad de su deseo, y fue eso, el
apetito indisimulado, la implacable urgencia, tan intensa como la suya propia,
lo que hizo que su clítoris comenzase a latir cuando Isabel se acercó a ella.
Kash percibió su aroma justo antes de llegar a tocarla, una mezcla de
perfume y jugos íntimos que le hizo hervir la sangre en las venas, acelerada
de tal forma que le ensordecía los oídos. Posó las manos sobre las caderas de
Isabel y la mantuvo así, a la distancia de sus brazos, durante unos instantes,
para poder apreciar bien sus pechos, que estaban más o menos al nivel de sus
ojos desde donde estaba sentada, y también, tan cerca de ella, el fino y sedoso
vello del triángulo de su sexo. Se le hizo la boca agua. «¡Dios, tengo que
probar tu sabor, joder! Tengo tantísimas ganas que me va a dar algo si no lo
hago.»
Isabel se mesaba los cabellos con furia. Kash comprendió que la joven
estaba tan desesperada como ella. Aquello era demasiado. «¡Demasiado!»
Estaba volviéndose loca. «¡Ya es suficiente!»
Hizo que Isabel se diese la vuelta y posó decididamente las manos sobre
su culo, acariciándola con firmeza, encantada al notar la suave piel y la
ansiosa respuesta de su cuerpo, que se apretaba contra ella. La provocó,
introduciendo por un segundo la punta del dedo entre sus muslos. Isabel dejó
escapar un gemido y abrió las piernas, invitándola a más.
«Sí, Isabel, muy pronto. Lo sé, te entiendo.»
Kash le pasó las manos por toda la espalda. Luego se puso en pie y le
rodeó la cintura. Intercambiaron sus posiciones, de manera que Isabel acabó
de cara al lecho. La rápida respiración de la joven le hizo saber lo excitada
que estaba, y en su mente no hubo ya otro pensamiento, razón ni necesidad
más que el ansia primaria de paladear el deseo de Isabel, descubrir por sí
misma el efecto que estaba causando en la persona que había conquistado su
corazón.
Se apretó contra ella. Tenía los pezones tan duros y sensibles que al
momento la recorrió una oleada de placer cada vez que se frotaba contra
aquella espalda ligeramente pecosa. Empujó con más fuerza, curvando el
cuerpo sobre el de Isabel, hasta que la joven acabó inclinada sobre la cama,
apoyando el peso en los brazos estirados.
Las piernas de la joven se estremecían, expectantes, y su aroma se hizo
más penetrante, como un embriagador canto de sirena. Kash comenzó a
cambiar de posición, besando el cuerpo de Isabel a medida que descendía,
mientras sus manos creaban un sendero que cruzaba su espalda, caderas y
piernas hasta llegar a las rodillas.
Sin hacer el menor caso a las demandas de atención de su propio clítoris,
separó las piernas de su compañera con delicadeza y sus dedos se abrieron
paso por entre el suave triángulo de vello, mientras saboreaba las vistas y el
olor de aquel instante, un momento que había imaginado muy a menudo
durante el tiempo de su separación.
Sin embargo, sus ensoñaciones ni tan siquiera se habían aproximado a lo
que sentía ahora que sus deseos estaban a punto de hacerse realidad.
«¡Completamente empapada! ¡Y todo por mí, sólo para mí!»
Su lengua recorrió todo el sexo de Isabel, saboreándolo, explorando y
memorizando la forma en que respondía su cuerpo. Le encantaba cómo
gemía, retorciéndose y suspirando.
Pero, de pronto, Isabel se detuvo y se retiró inesperadamente. Jadeante,
se sentó en el borde de la cama. Sus pupilas estaban tan dilatadas que el iris
no era más que un fino borde azul.
—No..., todavía no —consiguió decir con voz ronca y vacilante—.
Todavía no.
—Joder, Isabel —gruñó Kash—. Sabes tan bien... Es difícil parar...
Kash apretó los puños para no ceder al implacable deseo de recuperar el
control de la situación. Se moría de ganas por hacer que Isabel se corriese en
aquel mismo momento, y la negación de aquel deseo, por muy breve que
fuese, la frustraba y la excitaba a la vez.
—Será muy pronto —prometió Isabel, hundiendo la mano entre los
cabellos de la fotógrafa mientras explicaba, jadeante—: Es que es tan...
intenso. Quiero que dure un poco más.
—Isabel...
Kash se puso en pie e intentó calmar su agitado corazón, pero era una
tarea inútil. Había sobrepasado el punto límite y estaba mucho más allá, en la
zona de peligro, de hecho..., arriesgándose a sufrir una inminente combustión
espontánea, de eso estaba segura.
No podía hacer otra cosa. Tomó la mano de Isabel y la posó sobre la
cremallera de sus pantalones.
—Quítamelos.
Al momento, Isabel la asió de las caderas, le bajó los pantalones y se los
quitó, dejándola tan sólo con un tanga negro.
—¡Oh, Dios, me encanta, Kash! —exclamó, paseando las manos por los
musculosos muslos de Kash en dirección a su culo, mientras las puntas de los
dedos seguían la erótica y liviana estructura de la prenda.
Kash se estremeció involuntariamente y apretó las piernas al notar que
un chorro de líquido se abría paso entre ellas. El deseo de llegar al orgasmo
era tan agudo que temió correrse al primer roce de los labios de Isabel, pero
ya no podía soportar más dilaciones.
—¡Ya! —rogó con ronca voz.
Isabel retiró la última barrera que había entre ambas y se deslizó fuera
de la cama hasta arrodillarse frente a ella, mientras Kash separaba las piernas.
La fotógrafa tomó la cabeza de su compañera entre ambas manos y la guió
hacia delante, mientras notaba su cálido aliento sobre el vientre.
Los brazos de Isabel le rodearon los muslos, atrapándola, mientras
aquella maravillosa boca iba descendiendo lentamente. El latido de su clítoris
se intensificaba con cada bocanada de aire, caricia de su lengua o suave
mordisco de sus dientes, de tal modo que las sensaciones llegaron a hacerse
insoportables.
Sus manos guiaron con decisión el rostro de Isabel hacia donde más lo
necesitaba, los dedos crispados; el deseo de su cuerpo de llegar al orgasmo
era casi terrorífico.
Cuando por fin notó la caricia de aquella lengua sobre su clítoris, el más
delicado de los roces sobre el núcleo de su cuerpo, todo su ser lanzó un grito
de alegría. Por un instante se sintió volar, como si su cuerpo se hubiese
alzado del suelo, hasta que la siguiente pasada la estrelló de nuevo contra la
tierra, con todas sus células pidiendo más. Necesitaba muchísimo más... Pero
no encontraba las palabras para decirlo.
Sus manos presionaron decididas la nuca de Isabel, mientras su pelvis
empujaba hacia delante, en un ritmo lento y pausado, contra la boca de su
compañera. Esta la sujetó de las nalgas y comenzó a acariciarla, ajustándose
al ritmo de sus embestidas, y pronto su lengua la recorrió también a la vez,
firmemente. La sensación era exquisita, torturantemente exquisita. Kash se
dejó llevar, dejó que el deseo creciese y se la llevase con él, cada vez más
alto, hasta que ya no pudo soportarlo más.
De su boca escaparon mil sonidos: gruñidos, gemidos, gritos de
angustia... Por fin, Isabel la penetró, hincando tres dedos en ella y
embistiéndola; después chupeteó con fuerza, haciéndola temblar de arriba
abajo, hundiéndola en un torbellino de sensaciones que la recorrió por entero
y la hizo pedazos, dejándola exhausta y jadeante.
Kash se derrumbó de espaldas sobre la cama, abrió los brazos e Isabel se
deslizó sobre ellos. Dejó descansar medio cuerpo sobre ella, la cabeza
refugiada en el hueco e su hombro y una pierna caída descuidadamente sobre
su muslo.
—Joder, Isabel, me has dejado para el arrastre en el primer asalto —
protestó, risueña, asombrándose todavía de lo fácil que había sido con Isabel
dejarse llevar por completo, mucho más fácil de lo que ella imaginaba. Claro
que nada que tuviese que ver con aquella mujer había sido como ella
esperaba, desde su primer encuentro hasta ese mismo momento.
«¡A Dios gracias!» De alguna manera, Isabel había sabido esquivar todo
el cinismo de la fotógrafa, todas las defensas cuidadosamente levantadas,
consiguiendo que volviese a confiar en alguien y, tal vez lo más importante,
que volviese a soñar. Ella le había mostrado que en el mundo había algo más
que el estilo de vida tan indulgente en el que había caído, aparentemente
envidiable pero a la postre insatisfactorio.
En las últimas semanas, Kash se había permitido el lujo de imaginarse
las posibilidades que tenía por delante, y se sorprendió al descubrir que le
hacía ilusión la oportunidad de compartir con Isabel las cosas más sencillas,
cosas que la gente normal daba por hecho: un café por las mañanas..., un
atardecer en la playa... Sobre todo se había preguntado cómo sería despertarse
con Isabel entre sus brazos, tal vez como estaban ahora mismo. La postura no
le resultaba familiar, pero sí maravillosa. «Sí, no me costaría acostumbrarme.
Tan sencillo como respirar.»
Los labios de Isabel rozándole el cuello, sus primeros jadeos, ahora
húmedos besos, reavivaron el latido de su entrepierna antes de que acabase de
desaparecer del todo, ayudados por los círculos que trazaban las yemas de los
dedos de la joven sobre su estómago y abdomen.
—¡Bueno, puede que no esté tan para el arrastre todavía!
La fotógrafa agarró la mano de Isabel, tiró y rodaron hasta que quedó
encima de ella, con una pierna entre sus muslos, apoyando el peso del cuerpo
en los codos. Y al momento comenzó a besarla, utilizando cada gota del
torrente de pasión que Isabel había despertado en ella.
Isabel le devolvió el beso con idéntica pasión, retorciéndose bajo su
cuerpo. Sus uñas recorrieron la espalda de Kash; llegó a dejar pequeñas lunas
crecientes sobre sus nalgas al tirar de ella para que empujase con más firmeza
contra su sexo. De sus unidas bocas escapaban gemidos ahogados y, al ver la
inesperada intensidad de su deseo, Kash gimió a su vez.
La fotógrafa volvió a cambiar de posición, hasta acabar tendida entre las
piernas de su compañera.
—Tengo que entrar en ti —dijo, y el tono fue más de demanda que de
petición, pero el rostro de Isabel no reflejó otra cosa que un indudable y
ansioso entusiasmo.
—Sí, tienes que hacerlo —contestó, alzando las caderas y abriendo más
las piernas para facilitar su acceso—. Estoy completamente lista para ti.
Kash se colocó de costado, para pasar la mano por todo el cuerpo de
Isabel, del cuello al pecho —donde se detuvo, para deleitarse con el peso del
seno sobre su palma y provocar al pezón, rozándolo con la uña—, después
siguió con más firmeza por las costillas, estómago, abdomen, hasta llegar al
suave vello de más abajo. Mientras redescubría los abundantes jugos que allí
había, se encontró con el otro seno de Isabel. Era como volver a casa.
Isabel dejó escapar un entrecortado «¡Oh!» de placer, y arqueó el cuerpo
sobre el lecho cuando Kash comenzó a acariciarle el clítoris.
—¡Oh, Kash, te necesito terriblemente! ¡Por favor!
—Aquí me tienes —contestó ésta, mordisqueándole el pezón con más
firmeza, mientras sus dedos jugueteaban con su sexo y se abrían paso hacia
su interior.
Isabel estaba abierta y dispuesta, y la aceptó con un empujón de caderas
hacia arriba.
—Humm..., sí, qué gusto.
Kash la fue preparando con lentas y firmes penetraciones, variando la
profundidad y disfrutando de la forma en que respondía el cuerpo de Isabel,
dándole la bienvenida con un contoneo de caderas, animándola a continuar
con satisfechos gemidos de placer.
Había penetrado a tantas mujeres que sabía qué hacer, dónde y cuándo
con una precisión casi quirúrgica. Era capaz de interpretar incluso los indicios
más sutiles, ajustando su técnica para asegurar la máxima gratificación. Kash
mantuvo a Isabel al borde del orgasmo hasta que ella suplicó piedad, y
entonces la hizo ascender a las nubes, y estuvo a punto de correrse ella
también, encantada al sentir aquellas fuertes y rápidas contracciones
alrededor de su mano.
Isabel se relajó por fin, agotada y jadeante, pero sin dejar de abrazarse a
Kash, mientras iban amainando los últimos estremecimientos del clímax.
—Oh... Ojalá pudiese explicarte cómo me haces sentir. Nadie me ha
hecho sentir así. Nunca me había pasado.
—Me alegro —respondió Kash, besando suavemente la fina capa de
sudor que cubría el cuello de Isabel. Después lo lamió poco a poco, hasta
llegar al lóbulo de la oreja.
No podía recordar cuándo se había sentido así de satisfecha, total y
absolutamente saciada.
—A mí me ocurre lo mismo —confesó—. Nadie me ha hecho sentir así.
Nunca me había pasado.
—¿Que tú P ¿Lo dices de veras?
El tono de duda de aquella pregunta, tan inesperado en aquellos
momentos, sacudió a Kash, despertándola de su saciado sopor. Se incorporó a
medias, apoyándose en los codos, para mirar a Isabel mientras respondía:
—¡Por supuesto! —y el tono de su voz parecía decir: «¿Cómo puedes
preguntarme algo así? ¡No seas ridicula!».
Isabel pareció sentirse aliviada y avergonzada a la vez.
—Sé que has tenido un montón de... experiencias con otras mujeres...,
por decirlo de algún modo —explicó, sonriendo, al tiempo que ponía los ojos
en blanco. Kash soltó una risita, y ella continuó, con gesto más serio—. Y sé
que normalmente..., en fin, que no suele ser así. Me alegro de que haya sido...
diferente en sentido positivo, y no más bien extraño... No sé si me explico.
—No sólo ha sido positivo. Ha sido maravillosamente diferente —
convino Kash. La besó en los labios con ternura, sorprendida y agradecida
por su enorme sensibilidad—. Claro que tal vez no pienses lo mismo cuando
te despiertes atrapada en una esquina de la cama, porque no estoy
acostumbrada a dormir con nadie...
—Eso no sucederá —prometió Isabel, abrazándola estrechamente—.
Quiero que sepas, Kash, que... conmigo puedes seguir siendo tú misma... Es
decir..., no es que no lo seas ahora, pero si...
Se detuvo un instante y sus mejillas se colorearon; Kash pensó que
aquella súbita timidez era completamente adorable.
—Lo que intento decirte —continuó por fin— es que no quiero que te
sientas obligada a... a reprimir tu apasionada naturaleza conmigo.
—Así que crees que me estoy reprimiendo, ¿eh?
—bromeó Kash, antes de apoderarse de los labios de Isabel para
depositar en ellos un apasionado beso.
A continuación se cambió de postura hasta volver a colocarse vientre
contra vientre, de tal forma que incluso el menor balanceo de sus cuerpos
crearía una fricción placentera para ambas.
Sin embargo, justo cuando comenzaba a avivar de nuevo el fuego, notó
que Isabel se tensaba ligeramente bajo su cuerpo y apartaba el rostro,
intentando obviamente acabar su razonamiento. Kash volvió a apoyarse en
los codos y la miró con curiosidad.
—Cuando me besas así no puedo pensar, y mucho menos acabar una
frase.
Era cierto que el rostro de Isabel en aquellos instantes podría describirse
como totalmente ciego de amor.
—¿Y eso es malo? —preguntó Kash, besándola de nuevo. Le encantaba
aquella reacción.
—Humm, es estupendo —suspiró Isabel mucho después, cuando ambas
tuvieron necesidad de respirar—. ¿Qué estaba diciendo?
—Algo sobre la pasión —respondió Kash, mordisqueándole el cuello.
—Ah, sí —recordó Isabel, abrazándola más estrechamente—. Supongo
que lo que quería decirte es que... Me gusta mucho cuando tú..., bueno, ya
sabes, cuando tomas el control. Cuando hiciste que me corriera en aquel
callejón de Roma... ¡Dios, fué tan excitante!
Había vuelto a darle un ataque de timidez, y su voz se convirtió en un
susurro.
—Tampoco es que quiera salir corriendo a la calle y follar en público
todas las semanas..., pero sí quiero animarte a expresar más tus... impulsos
más enérgicos y espontáneos.
—Conque fue excitante, ¿eh? —preguntó la fotógrafa, mbistiéndola con
las caderas; le encantó oír el gemido de placer que dejó escapar Isabel en
respuesta—. Temía que te arrepintieses más tarde, por la forma en que
sucedió.
—Oh, no! —contestó Isabel, moviendo la cabeza de un lado a otro para
reforzar la negativa, y a continuación repitió su definición anterior, sonriente
—: Fue algo muy diferente para mí, sí, pero maravillosamente diferente.
Al acabar de hablar alzó las caderas, lo que hizo que Kash notase una
punzada en su sensible clítoris que mezclaba el placer con el dolor.
Kash se había imaginado haciendo un montón de cosas con Isabel, y a
Isabel. Al asegurarle ésta que no habría ningún límite para el placer de
ambas, pensó inmediatamente en cuál elegiría primero.
—Me alegra saberlo, Isabel, de verdad. Sabes que yo nunca te haría
daño.
—Claro que no —replicó ésta al momento, mirándola directamente a los
ojos—. Confío en ti, Kash, de todo corazón. Ha sido así desde el principio, no
sé muy bien por qué. Supongo que ha sido algo instintivo, más que otra cosa.
—Le acarició la espalda con gran delicadeza antes de añadir—: Para
amarte sólo tardé un poquito más.
Lo dijo de una forma tan espontánea que Kash respondió de la misma
manera, aunque la intensidad de la mirada entre ambas desmentía la
pretendida insignificancia de aquellas palabras. No estaba acostumbrada a
hablar de amor:
—A mí me ocurrió lo mismo. Creo que me enamoré de ti muchísimo
antes de atreverme a admitirlo ante mí misma.
—¡Tenía tanto miedo de no volver a verte! —exclamó Isabel,
recordando lo deprimente que le había parecido un futuro sin Kash-—. Supe
que te había dejado huella cuando leí el artículo, que por cierto era
tremendamente dulce y maravilloso, pero allí decía que estabas al otro
extremo del mundo.
—Y lo estaba —confirmó Kash—. Pero vale la pena interrumpir mi
viaje por ti.
Isabel intentó que no se notara el súbito dolor que aquellas palabras
habían despertado en ella.
—Eso quiere decir que te irás de nuevo...
—Bueno, claro que sí —respondió al momento Kash, sin pararse a
pensarlo—. Fuiste tú quien me convenció para continuar con mi proyecto
fotográfico, así que no debería sorprenderte.
—Oh, no me sorprende —contestó Isabel, intentando sonreír, aunque
tuvo que fingir una alegría que no sentía—. Es maravilloso que estés
haciendo eso, Kash. Sé que es algo con lo que llevas soñando muchos años.
Aunque era sincera, a Isabel no le entusiasmaba nada la idea de volver a
separarse de Kash, quién sabe durante cuánto tiempo. Al parecer, los deseos
de ambas no eran compatibles.
—Claro que no tengo ninguna prisa —añadió Kash
despreocupadamente, pasando un dedo bajo el mentón de su compañera—.
Puedo esperar a que tú puedas venirte también.
«¡¿Cómo dices?!» Isabel apartó a Kash de encima, se colocó de costado
y la miró con ojos entrecerrados, mientras ésta comenzaba a reír a carcajadas:
—¿Qué acabas de decir? ¿Que yo puedo ir también?
—Pues claro que sí. No pienso irme a ninguna parte sin ti —contestó
Kash.
A continuación la enlazó de la cintura y la atrajo de nuevo hacia sí,
aunque esta vez era Isabel la que estaba con medio cuerpo sobre el suyo.
—¿Crees que las tartas, tus nadadores y Gillian podrán apañárselas sin ti
unos cuantos meses, mientras viajamos y arreglamos nuestros asuntos? Te
dije que quería hablar sobre nosotras. Verás, tú dijiste que había un montón
de lugares que siempre habías soñado visitar. Podemos comenzar por el
primero, el que tú prefieras. Siempre que os tenga a mis cámaras y a ti, por
mí perfecto.
El rostro de Isabel resplandecía.
—¡Oh, Kash, suena maravilloso! Pero... no puedo. No puedo dejar que
tú...
—Chitón.
Kash atrajo a Isabel hacia sí y acalló sus objeciones con un largo beso.
Para cuando se separaron por fin, Isabel tenía una expresión soñadora en el
rostro, los labios hinchados y el pelo completamente revuelto.
—No dejes que algo tan irrelevante como el dinero nos impida estar
juntas. Estoy forrada, de modo que a disfrutarlo, ¿eh?
Isabel se mordió el labio y asintió con ojos brillantes.
—Entonces..., ¿eso significa que estás de acuerdo en irte conmigo? —
preguntó Kash, notando que se le aceleraba el corazón.
—¿Irme contigo? ¡Claro que sí! Me encanta cómo suena eso —
respondió Isabel provocativamente.
Se incorporó, colocándose a cuatro patas, y lentamente giró el cuerpo
ciento ochenta grados, hasta alcanzar una posición en la que ambas podían
saborearse la una a la otra.
—Quiero irme contigo, Kash. Cuando sea, adonde sea y como sea.
Desde ahora mismo.
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