Subido por ivonne902912

Emiliano Zapata

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Emiliano Zapata
Para algunos Emiliano Zapata fue simplemente un revolucionario sangriento. Pero para mí es
un personaje interesante, una figura histórica de proporciones míticas. Fue uno de esos líderes
mesiánicos que se convirtió en encarnación de sentimientos colectivos y que por corto tiempo
arrasó la faz de la tierra transformándola.
La guerra de Emiliano Zapata fue una guerra de reivindicación agraria cuyas raíces estaban en
antiguos arquetipos de la "madre tierra". En unos pocos meses, luego de haber sido llamado
por los líderes de su pueblo porque necesitaban a alguien "que se pusiera los pantalones" para
luchar contra la inescrupulosa usurpación de las tierras de labranza de la comunidad (que
necesitaban para sobrevivir) por parte de los grandes hacendados, el joven de 31 años se había
convertido en el "General Zapata", en el símbolo de una utopía de orden religioso a quien todos
seguían con fervor.
Nació en Anenecuilco, en el estado de Morelos, el 8 de agosto de 1879. Zapata creó comisiones
agrarias para distribuir la tierra; pasó mucho tiempo supervisando su trabajo para asegurarse
de que no se mostrara ningún favoritismo y de que los propietarios de la tierra no corrompieran
a sus miembros. Estableció un Banco de Crédito Rural, la primera organización crediticia agraria
del país, también trató de reorganizar la industria azucarera.
Don Emiliano era un hombre de estatura regular tirando a alto, de complexión también regular,
tez morena clara, frente amplia y despejada, ojos grandes y negros de mirada muy vivaz, ceja
y bigote poblado, pelo negro y lacio.
Acostumbraba vestir con la propiedad que la actividad a realizar requería, cuando trabajaba en
el campo vestía de manta blanca, sombrero de palma y huarache de correa, pero cuando iba a
Cuautla o a Cuernavaca a tratar algún asunto o de visita con sus amistades, se vestía de charro
con sus pantalones de raya ancha, a veces colorada o a veces blanca, con su botonadura de
plata, su sombrero galoneado u otro al que él llamaba "de pelo", su blusa de tela de Holanda
cruda con la pechera alforzada y almidonada, atada a la cintura con un nudo en las puntas, su
pañuelo paliacate en el bolsillo y un gazné de tacto sedoso al cuello de color negro o blanco,
sus botines de piel de una pieza y un cinturón hueco de cuero de vaca llamado "víbora", dentro
del cual se usaba guardar el dinero.
En esas ocasiones partía de su casa fumándose un puro y sobre su caballo colorado ensillado
con una montura nueva que tenía bordadas con hilo de pita (es decir "piteada") sus iniciales.
Zapata no peleaba por "las tierritas" como decía Villa sino por la Madre Tierra. Su lucha fue
arraigo. De allí que ninguna de sus alianzas perduro. Zapata no quiso llegar a ningún lado, quiso
permanecer. Su propósito no fue abrir las puertas del progreso (por eso Palafox le reclamó
haber caído a partir de 1915 en un "letargo de inactividad") sino cerrarlas, reconstruir el mapa
mítico de un sistema ecológico humano en donde cada árbol y cada monte estaban allí con un
propósito, mundo ajeno a otro dinamismo que no fuera el del diálogo vital con la tierra.
Zapata no salió de su tierra porque desconocía y temía a “lo otro”, el poder central lo percibía
siempre como un intruso, como un acechante nido de "ambiciosos" y traidores. Su visión no fue
activa y voluntarista, como la de todas las religiosidades marcadas por el padre, sino pasiva y
animista, marcada por la madre. Su guerra de resistencia se agotó en sí misma. Durante la
tregua de 1915, en lugar de fortalecerse hacia afuera se aíslo más, se adentro más en la
búsqueda del orden perdido hasta el límite de querer reconstruirlo con la memoria de los
ancianos. No fe un mapa productivo lo que buscó, es un lugar mítico, fue el seno de la Madre
Tierra y su constelación de símbolos.
A decir de quienes combatieron a su lado, el caudillo del sur vivió. Logró escapar, dicen, gracias
a su amigo Salomón, comerciante árabe que supuestamente se lo llevó al Medio Oriente.
Entre los que sostuvieron esta hipótesis figura doña Candelaria quien, con sus 119 años,
contribuyó con sus testimonios en el documental Los últimos zapatistas, héroes olvidados que
filmó Francesco Taboada Tabone (Cuernavaca, 1973) y que presenta 17 narraciones de
sobrevivientes centenarios de la Revolución.
Las voces reunidas por Taboada y Tabone pretendieron rescatar ''la otra historia, la de los
perdedores, la que no se cuenta en los libros" para los jóvenes de fin de milenio que sólo
sabemos reconocer que ''el del paliacate es Morelos, el del bigote con sombrero es Zapata, y el
pelón... Hidalgo".
Figura emblemática de la justicia, Emiliano Zapata ha sido personaje, símbolo y alegoría para
pintores, grabadores y muralistas que, con un lenguaje plástico formal y solemne, o
cuestionador y con leves toques de juego (lamentablemente los menos), han recreado la silueta
del revolucionario, el rostro del héroe, el gesto del rebelde.
Amparados en el realismo que les ofrecían las fotografías de época, los artistas mexicanos
construyeron a Zapata en muros y cuadros de caballete, en pinturas transportables y
en collages. Lo mismo David Alfaro Siqueiros que Diego Rivera y Adolfo Best Maugard, o
Alberto Gironella y Arnold Belkin, retrataron a su manera el rostro moreno, el bigote profuso y
la mirada penetrante del caudillo de la Revolución mexicana.
Sin duda los muralistas y muchos grabadores del Taller de la Gráfica Popular fueron de los
protagonistas fundamentales en la tarea de enaltecer a lo que de suyo es un mito.
Diego Rivera, “un zapatista místico'' como lo definió David Alfaro Siqueiros en Me llamaban el
Coronelazo, pintó a Zapata como “santo'' en los corredores altos de la Secretaría de Educación
Pública (SEP). Pero también Rivera produjo un Paisaje zapatista muy festejado por los
historiadores y críticos, pero que el escritor Luis Cardoza y Aragón dijo que “no sería bueno ni
como portada de revista de publicidad. Nunca he entendido el folclor cubista de Rivera (y) el
cubismo y el folclor no tienen nada qué ver entre sí''.
En tanto, Siqueiros hizo lo propio en México y en Chile. Por una parte, en la Sala Revolución
del Museo Nacional de Historia de nuestro país rescribió la historia de La revolución contra la
dictadura porfirista en la que varios segmentos de pintura subrayan la participación de los
precursores e ideólogos que hicieron posible el movimiento. Entre 1957 y 1967 (un periodo largo
por la inconstancia en el trabajo dada la actividad política de Siqueiros y su encarcelamiento
acusado de “disolución social''), en la vasta superficie mural Siqueiros ubicó a los campesinos
anónimos que encabezaron la lucha agraria y retrató luego a Francisco Villa, a Álvaro Obregón
y a Zapata, entre muchos otros, pero los situó en segundo plano, modificando así la concepción
esquemática de que la historia la escriben los grandes hombres.
Años antes, en 1942 y hasta Chillán, Chile, el Coronelazo había montado una pieza muralística
en la que ofreció su historia de México, con la presencia de personajes como Cárdenas y Juárez,
Hidalgo, Morelos y, por supuesto, Zapata.
Con otros rasgos en la paleta pictórica, alejándose un poco del realismo aunque sin salvarse
completamente de él, con su búsqueda en torno de la figura humana, Arnold Belkin retomó la
imagen del caudillo de la Revolución. Con su obra, caracterizada por fragmentaciones en trazos
longitudinales y horizontales, realizó en 1978 una amplia serie de acrílicos en torno de un Zapata
en primerísimo primer plano geometrizado, dividido en trazos, o que muestra el esqueleto de un
cuerpo radiografiado.
La llegada de los generales Zapata y Villa al Palacio Nacional el 6 de diciembre de 1914 es otro
cuadro en el que Belkin ofrece su homenaje al insurgente. Basado en la foto histórica en la que
los guerrilleros comparten la silla presidencial, el extinto pintor ofreció en 1979 un montaje teatral
sobre el acontecimiento, con la presencia del ejército zapatista y sus impulsores, en un
escenario en el que resalta una transposición de planos. Más tarde, en los años ochenta,
construyó el mural portátil Traición y muerte de Zapata, donde recurre a la yuxtaposición de
situaciones del pasado y del presente para hermanar a dos espíritus rebeldes: el del oriundo de
Anenecuilco y el de Rubén Jaramillo.
Empapada de realismo, la pieza de 1982 fue concebida como díptico junto con el acrílico acerca
del asesinato de Jaramillo y su familia. La parte que rememora la traición del coronel Jesús
Guajardo a Zapata ofrece la imagen del líder que se desdobla hasta desplomarse muerto, en
una composición con elementos cinematográficos.
Otro pintor atraído por el símbolo revolucionario es Alberto Gironella. En su obra que mezcla lo
mexicano con lo español, unió la leyenda del morelense con la del conde de Orgaz (como
paráfrasis del célebre cuadro de El Greco) y creó un conjunto de obras que intituló El entierro
de Zapata y otros enterramientos, una exposición en el Palacio de Bellas Artes realizada en
1972 en la que integró su visión de la historia mexicana con su herencia iconográfica española.
En Zapata, cuadro de 1958, la historiadora del arte Rita Eder observa la efigie idealizada del
guerrillero que retomaría Gironella 14 años después, pero como una reflexión más a fondo sobre
la revolución traicionada. Es así que en El entierro de Zapata, cuadro central de la muestra ya
mencionada, el artista emprende la metamorfosis de la leyenda del entierro del conde en la
leyenda de la muerte de Zapata. En el libro Gironella (Instituto de Investigaciones Estéticas,
UNAM, 1981) Rita Eder escribe que el pintor mexicano da una versión profana de la historia y
reordena los documentos visuales de la narración oficial de la Revolución mexicana, al tiempo
que la crítica de arte Raquel Tibol analiza en Excélsior (noviembre de 1972) el cuestionamiento
menos solemne que hace Gironella de valores y de criterios consagrados en la historia oficial.
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