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INVESTIGACIONES PSICOLÓGICAS EN LA PREVENCIÓN Y
ATENCIÓN A LA DEPENDENCIA
// fecha de publicación 23/10/2007 5:45:00
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ISSN 1886-1385 © INFOCOP ONLINE
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Ignacio Montorio Cerrato
Universidad Autónoma de Madrid
La autonomía personal consiste en el
control sobre la toma y ejecución
cotidiana de decisiones, cuya pérdida
afecta gravemente tanto al individuo
como al entorno. En este sentido, el
mantenimiento del "estilo de vida
propio" es la meta más valorada por las
personas mayores, siendo su miedo más
frecuente llegar a tener que depender de
los demás.
La visión tradicional de la dependencia y la pérdida de autonomía personal
se contempla como un problema físico ligado al padecimiento de
problemas de salud, fragilidad, lesiones y enfermedades
neurodegenerativas, que impiden actuar de una forma similar a como se
hacía antes de la aparición de la enfermedad. Serían, por tanto, sinónimos
"dependencia" e "incapacidad funcional en relación a las actividades de la
vida diaria". Menos intuitivo y socialmente aceptado es el reconocimiento
de cómo determinados aspectos psicológicos o el entorno social de las
personas afecta a la dependencia.
Una visión moderna de la dependencia la presenta como un fenómeno
multicausal, donde los factores biológicos, psicológicos y sociales son
todos ellos antecedentes que inducen dependencia. Así, junto a la
fragilidad física, las enfermedades crónicas o los efectos secundarios del
consumo de fármacos, circunstancias prevalentes en este grupo de edad,
nos encontramos que la presencia de problemas de salud mental, como la
depresión o la ansiedad, clínica o subclínica, también contribuyen a la
dependencia. Recordemos que la primera causa de discapacidad en el
mundo es la depresión, ya que es en sí misma discapacitante (p.ej.,
desnutrición, retardo psicomotor que limita la actividad, etc.) e
incrementa el riesgo de diferentes enfermedades.
Otras circunstancias, como los estilos de vida, el dolor, las caídas y el
miedo a las mismas o algunos patrones de personalidad, que se han
moldeado a lo largo de la vida y que llevan a que las personas difieran
notablemente en cuanto a sus demandas y aceptación de ayuda, son
también antecedentes de la dependencia. Asimismo, es conocido que los
problemas de conducta asociados a distintos problemas de salud
frecuentes en este grupo de edad, como son las demencias, no sólo son el
elemento más disruptivo y emocionalmente intenso en la vida de los
cuidadores, sino que son exacerbadores de la dependencia.
A estos factores hemos de sumar el ambiente físico, ya que cuando es
estimularmente rico, con suficientes ayudas protésicas, que conjuguen
adecuadamente la autonomía con la seguridad, contribuye a que las
personas mayores funcionen en unos niveles de ejecución óptimos.
También ha de considerarse el ambiente social en dos de sus vertientes.
Por una parte, las contingencias ambientales, ya que las conductas
dependientes de las personas mayores pueden entenderse y explicarse
como conductas instrumentales, es decir, por el trato que el entorno
próximo les dispensa, sobreprotegiendo o estimulando su autonomía.
Por otra parte, hay que tener en cuenta las expectativas sociales
predominantes en una sociedad acerca de las personas mayores. En este
sentido, cuando son de conformidad con los estereotipos hacia este grupo
de edad pueden actuar guiando el comportamiento de los ciudadanos
hacia la sobreprotección, amparando así un cierto nihilismo terapéutico.
Por último, no podemos olvidar cómo la aparición de
algunos eventos de mayor frecuencia entre las
personas mayores generan y/o exacerban la
dependencia: la viudedad y la disminución del apoyo
social, que aumentan el mantenimiento de hábitos
insanos, suponen un fuerte impacto emocional y
aumentan la probabilidad de aparición de
enfermedades. Todos estos antecedentes de la
dependencia mencionados son susceptibles de
intervención.
La vigente y relevante Ley de la Promoción de la Autonomía Personal y
Atención a las personas en situación de Dependencia se mueve muy bien
en un nivel de análisis de generalidad intermedio de la dependencia, que
se refleja en sus disposiciones para la creación de servicios y ofrecer
prestaciones a las personas mayores dependientes y sus familiares. Sin
embargo, exceptuado el instrumento de valoración de la dependencia, la
ley es imprecisa cuando se mueve en un micronivel de análisis de la
dependencia, persona a persona, que sería aquél que permite caracterizar
y determinar los factores determinantes de la conducta dependiente del
individuo interactuando con su ambiente social inmediato. Es en este nivel
de análisis donde tienen cabida, principalmente, los programas e
intervenciones psicosociales de prevención y atención de la dependencia.
Dado que los procesos que conducen a la dependencia son multivariados
en sus trayectorias, un buen número de intervenciones psicosociales
pueden convertirse en pequeños ingredientes que retrasan, palian o
evitan los procesos que conducen a la dependencia. Cuando una persona
mayor padece un problema físico de fragilidad o una enfermedad crónica
no debería convertirse en un sinónimo de dependencia. En este sentido,
un adecuado control médico, junto con intervenciones que procuren la
realización de actividad física, programas de prevención de la depresión,
programas multidisciplinares de tratamiento del dolor, de prevención de
las caídas y del miedo a las mismas y un entorno social que participe y
colabore activamente en el mantenimiento de la autonomía son vías
reales y contrastadas para la prevención de la dependencia.
Aunque con diferente grado de relevancia, la mayor parte de las
actividades de intervención psicosocial, que ya se hacen con personas
mayores desde muchos ayuntamientos, son adecuadas para la atención a
la dependencia: entrenamiento en capacidades cognitivas, programas de
educación para la salud, sean éstos de carácter generalista o enfocados a
enfermedades concretas, de promoción del envejecimiento activo con
especial incidencia en la actividad física, modificaciones ambientales en el
hogar, programas para el fomento de las relaciones sociales, programas
dirigidos a cuidadores para mejorar tanto las habilidades de cuidado como
de autocuidado, etc.. Se trataría, por una parte, de integrar las acciones
interventivas dentro de un plan general de actuación, generalizar y hacer
disponibles estos u otros programas para todas las personas mayores y
reorientarlos hacia la prevención y atención a la dependencia. A ello
habría que sumar nuevas iniciativas de intervención, ya que algunas
circunstancias antecedentes de la prevención o exacerbación de la
dependencia están aún insuficientemente tratadas, especialmente, la
depresión y la ansiedad, el control y adaptación ante las enfermedades
crónicas a través de la educación para salud de enfermedades, el control
del dolor crónico, las caídas y el miedo a las mismas modificables
mediante programas multidisciplinares, los problemas de conducta
asociados a enfermedades neurodegenerativas y la atención a los
colectivos especialmente vulnerables, tanto de cuidadores, viudas y
personas en situaciones de aislamiento social.
Para todo ello, la Psicología Clínica y de la Salud, así como los
profesionales de la Intervención Social tienen respuestas apropiadas.
Además, desde la Psicología puede contribuirse a generar e inducir en
esta sociedad una cultura de la dependencia equilibrada, que sin caer en
el simplismo, la ridiculez o la "noñería", nos aleje de la visión tan negativa
reinante en la sociedad del fenómeno de la dependencia. No debemos
olvidar que la dependencia es un fenómeno socialmente construido.
El libro blanco sobre los Postgrados en Psicología resume muy bien esta
noticia: El fenómeno de la dependencia tiene un claro componente
psicológico, por lo que el psicólogo puede contribuir a la evaluación y
modificación del contexto personal, familiar y social, que permita la
protección de las personas mayores en situación de dependencia y la
promoción de su autonomía.
El artículo original en el que se basa este trabajo puede
encontrarse en la revista Intervención Psicosocial: Montorio, I.
(2007). Intervenciones psicológicas en la prevención y atención a la
dependencia. Intervención Psicosocial, 16 (1), 43-54.
Sobre el autor:
Ignacio Montorio Cerrato, es Doctor en Psicología y ejerce su trabajo
como docente e investigador en la Facultad de Psicología de la
Universidad Autónoma de Madrid.
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