Las culpas de un general: Antonio López de Santa Anna visto por la historia y por la novela histórica. Iván de Jesús Guzmán Ríos Antonio López de Santa Anna es el traidor por excelencia en la historia mexicana, superado incluso por personajes tan vilipendiados como Hernán Cortés y Victoriano Huerta. Su delito: vender, supuestamente, más de la mitad del territorio nacional a Estados Unidos. Esto es lo que dice la historia oficial y lo que millones de mexicanos piensan. ¿De verdad es un traidor? La historia no oficial (la que no repite los mitos y creencias populares y presenta los hechos de una manera más apegada a como sucedieron, además de no ser muy conocida ni divulgada) sostiene que no, aunque en últimas fechas han surgido varias novelas que recrean ese periodo en el que se presenta otra visión de Santa Anna. Las novelas históricas han permitido a muchos acercarse más al pasado y ahora tienen una concepción distinta de él. Pero ¿qué tan apegadas a la historia son esas novelas? Para saberlo es necesario confrontarla con libros de historiadores, para así determinar si lo que les ofrecen los novelistas a los lectores es más o menos verosímil o un retrato fiel de la historia. En el caso de Santa Anna, se pretende saber si traicionó a México o no. Mucha tinta se ha usado para probar su responsabilidad o refutarla. Lo cierto es que realmente no vendió a su país ni entregó el territorio a los invasores, tal como lo sostienen varios estudiosos del tema; pero hay que comparar lo que dicen los historiadores con lo que dicen los novelistas. La historia cuenta que desde el momento en el que el general llegó a Veracruz había la sospecha de la traición, pues se conocía el pacto que había realizado con James Knox Polk, presidente de Estados Unidos, para 1 que le permitiera romper el bloqueo marítimo que los barcos estadounidenses habían impuesto a los puertos mexicanos y entrar al país. Conforme se desarrollaron los acontecimientos de la guerra, la sospecha fue creciendo más, ya que su actitud, según sus detractores, favorecía a la victoria de Estados Unidos y perjudicaba a México. Entre ellos se encuentran el diputado Ramón Gamboa, quien acusó abiertamente a Santa Anna de ser un traidor; otro más lo fue Carlos María de Bustamante, autor de El nuevo Bernal, libro en el que también lanza una serie de fuertes acusaciones contra el general veracruzano. Sin embargo, ellos nunca estuvieron donde se dieron los hechos (los campos de batalla), así que no tenían un pleno conocimiento de los acontecimientos. Los constantes triunfos de los invasores y las supuestas malas decisiones de Santa Anna sirvieron a sus contrarios para denostarlo ante los ojos de los mexicanos de entonces. Desde el momento en el que acabó el conflicto bélico empezó a escribirse su historia. El primer libro en español sobre él fue Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos, realizada por Ramón Alcaraz, Alejo Barreiro y trece autores más, entre ellos el afamado Guillermo Prieto. Otra obra de gran importancia lo fue Recuerdos de la invasión norteamericana, de José María Roa Bárcena. En el siglo XX surgieron varias más en México, como El dictador resplandeciente, de Rafael F. Muñoz, y Las balas del invasor, de Manuel Villalpando, entre otras tantas de mayor o menor calidad. Sin embargo, los novelistas se han ocupado también de plasmar en sus páginas esa época. Entre ellos están Enrique Serna, con El seductor de la patria; Guillermo Zambrano y su novela México por asalto; Francisco Martín Moreno, autor de México 2 mutilado, y Hesiquio Aguilar de la Parra, quien escribió Santa Anna, El Lencero y yo.1 Huelga decir que la lista es más larga. Cada autor aborda al personaje de una manera diferente: Alcaraz, Barreiro y los otros se limitan a contar los hechos y a dar juicios imparciales sobre la conducta del general. No lo acusan de traidor, pero sí reconocen que tuvo muchos yerros. Bárcena ahonda más en la historia y relata otros aspectos que no se habían tocado, con lo que se aclaran muchos misterios y se explica el porqué de tales o cuales decisiones. Dice de Santa Anna que luchó incansablemente por defender a México. Rafael F. Muñoz se enfoca en la vida de Santa Anna, al que ve de manera un tanto objetiva en su libro, pero en la parte que se refiere a la guerra (desde lo de Padierna y hasta el final) ya no es tan patente esa objetividad, pues le da calificativos peyorativos y lo acusa de negligente e incompetente: “Vencido Santa Anna, más por su propia torpeza que por la habilidad del enemigo, el pueblo pelea cuando ya no es tiempo”. (Muñoz, 2006: 234). Villalpando se limita a dar la información y no forma juicios. Por su parte, los novelistas Moreno y Zambrano sí tachan de traidor a Santa Anna, aunque el segundo no se apasiona tanto como el primero: Zambrano narra; Moreno despotrica contra todos los supuestos culpables del fracaso de México y le lanza improperios al general cada vez que puede. Al contrario de los mencionados, Serna y Aguilar dejan que Santa Anna hable y se defienda de los que lo acusan. Todos ellos conocen el periodo histórico y cada uno lo interpreta a su manera. Los actos realizados por Santa Anna y que lo hacen ver como un traidor son los que se dieron en el conflicto, antes de que asumiera el mando del ejército y mientras lo tuvo en 1847. El primero fue el de mandar al coronel Alejandro Atocha a Washington a entrevistarse con el presidente 1 Todas las obras mencionadas son las que se han utilizado en este ensayo. 3 Polk para proponerle que le permitiera regresar a México, y a cambio él, Santa Anna, se comprometía a que una vez en territorio nacional haría todo lo posible para satisfacer las ambiciones expansionistas de Estados Unidos. Ya como general, los siguientes fueron 1) ordenar la retirada de La Angostura cuando el ejército mexicano iba ganando la batalla; 2) implementar una mala estrategia en Cerro Gordo, lo que le significó la derrota; 3) no ayudar al general Gabriel Valencia en Padierna; 4) mandar balas de otro tamaño a los combatientes de Churubusco; 5) romper su línea de defensa en Molino del Rey, y 6) no reforzar a los que se batían en Chapultepec. Roa Bárcena reconoce que a pesar de que el plan (el pacto con Polk) del general funcionó, las negociaciones y pláticas secretas eran indignas del jefe de una nación, aun cuando fueran en beneficio de ella, pues nunca “debemos apartarnos de la rectitud y honradez en los negocios […] sean privados ó (sic) públicos”. (Bárcena: 2003, 367). Muñoz, citando a un autor de su bibliografía, dice que no hubo un contrato sórdido, ya que para Santa Anna aceptar el pasaporte de Polk no lo comprometía a nada, además de que era la única forma de volver a México. Sus manos no se mancharon con el oro extranjero. Martín Moreno, siempre buscando atacar a Santa Anna, afirma que él sí deseaba entregar los territorios a cambio de dinero, lo que asegura sin dudarlo. Es más, lee la mente de don Antonio, quien, supuestamente, dice que gracias a él se salvó lo más importante del país antes de que los yanquis lo abarcaran todo. Para Aguilar, Santa Anna sí pactó, pero en defensa del general sostiene que Estados Unidos había cometido un grave error al permitirle regresar a México y que sería incapaz de traicionar a su patria. La verdad es que Santa Anna no cumplió con su palabra, pues fue quien más combatió a los invasores en los principales frentes de ataque: el norte (Coahuila), Veracruz y México. 4 Un grave cargo a Santa Anna fue la retirada de La Angostura, esto el 23 de febrero de 1847, tras dos días de lucha. Bárcena se basa en el propio parte del general, quien argumenta que no se podía seguir peleando por falta de víveres y se necesitaba atender a los heridos. Villalpando sólo se limita a mencionar el hecho y el desaliento de las tropas. Serna sostiene lo de la falta de víveres. Una vez que los hombres hubieran comido volverían al combate, sin embargo, un correo llegado de México le hizo saber a don Antonio que había estallado una revolución en la capital y se requería su presencia allá. Moreno presenta a un Santa Anna autoritario que quiere retirarse a toda costa, pese a lo que le dicen los otros oficiales, pues, según el autor, la retirada produciría el miedo necesario en la capital para firmar los tratados de cesión territorial. Arguye que el general prefiere el dinero a la gloria, ya que “el éxito militar es remoto. Imposible”. (Moreno, 2005: 455). El éxito no era imposible de conseguir, pero sí difícil, sobre todo por las condiciones tan precarias del ejército y por la falta de recursos para seguir combatiendo. Como se pudo ganar también se pudo perder, aunque tal vez esto no se logre saber a ciencia cierta. Una vez que se tranquilizaron las cosas en la ciudad de México, Santa Anna y su ejército marcharon hacia Veracruz, donde sufrió una gran derrota en Cerro Gordo el 18 de abril, supuestamente por la mala estrategia que implementó. Villalpando refiere la opinión de un teniente coronel e ingeniero militar, Manuel Robles Pezuela, que le aconsejó al general que el mejor punto de defensa sería Corral Falso, cerca de donde estaban, ya que ahí se podría emplear a la caballería. Aquel no estuvo de acuerdo y se empeñó en fortificar Cerro Gordo. Muñoz habla de las sugerencias dadas al general y de su obstinación. Moreno narra todo esto, aunque muestra a un Santa Anna déspota y altanero que ya ve la derrota, que la quiere para que la ciudadanía y el Congreso se asusten y así poder firmar la paz. Serna 5 defiende a Santa Anna y asegura que el general conocía la región, ya que era de su propiedad y que por eso se empeñó en defender esa posición. Atribuye la derrota a los demás generales y al poco valor de los soldados. Esto último tiene mucho de cierto, pues de los nueve mil soldados del ejército mexicano, muchos de ellos reclutas, más de tres mil huyeron sin presentar combate. Se puede creer que Santa Anna era vanidoso y se sentía muy confiado, pero es indudable que él quería ganar, porque le gustaba la gloria y la prefería al dinero. La campaña del Valle de México fue muy sangrienta. Los días 19 y 20 de agosto se dio la batalla de Padierna, en la que el general Gabriel Valencia perdió porque Santa Anna no lo ayudó. Según Alcaraz y Barreiro, el general llegó con refuerzos listos para atacar, pero se tocó la retirada a las tropas de apoyo y él se quedó inmóvil viendo cómo derrotaban a Valencia. Ya por la noche se retiró a San Ángel y en el camino él y otros “en coro se jactaban de que con su presencia habia (sic) libertado al insubordinado Valencia de la derrota”. (Alcaraz y Barreiro, 2008: 239). Para Muñoz, Santa Anna no dio la orden de ataque, y que si lo hubiera hecho habrían derrotado al enemigo hasta hacerlo retroceder hasta Veracruz. Sin embargo, Santa Anna no hizo nada porque Valencia se había insubordinado y lo quería ver vencido. Moreno es más parco y se limita a referir algunos acontecimientos. Habla de la orden que debe darse: “¡Al ataque! ¡Al ataque! ¡Al ataque! Se entiende que esa debe ser la instrucción, pero Santa Anna no la da. No la dio. No la dará nunca”. (Moreno, 2005: 499). Aguilar refuta a los tres autores anteriores al decir que la orden de ataque sí se dio y que le mandaron refuerzos a Valencia, sólo que la artillería yanqui les impidió llegar a muchos soldados, y los que sí pudieron cayeron víctimas del fuego de los propios mexicanos al confundirlos con enemigos. Lo último no lo menciona otra fuente más que ésta. Lo que dicen otros autores es que sí 6 hubo una orden de ataque, pero el terreno les impidió llegar al lugar de la contienda. Después de que Santa Anna se fue, le ordenó a Valencia más de una vez que se retirara para evitar la derrota, que se consumó la mañana del 20 debido a que Valencia no obedeció la orden de su superior. Ese mismo día, Churubusco fue el escenario de una cruenta batalla, la cual perdieron los mexicanos por falta de parque, puesto que el que envió Santa Anna era de un tamaño diferente y no entraba en sus fusiles. Una culpa más. Alcaraz y Barreiro no niegan que sucedió esa equivocación con las balas, pero defienden a Santa Anna y dicen que la acusación es absurda: “como si el general en gefe (sic) hubiera de descender a desempeñar los deberes de un guardaparque”. (Alcaraz y Barreiro, 2008: 255). Un dato interesante que aportan es que los soldados del batallón de San Patricio sí pudieron usar esas balas. Moreno se limita a hablar de esa equivocación y no brinda otro dato. Zambrano afirma lo dicho por Alcaraz y Barreiro, esto es, que las balas sí pudieron usarlas los soldados de dicho batallón. Lo de enviar balas de otro tamaño pudo deberse a la confusión del momento, porque los combates se dieron en otros sitios, cercanos a Churubusco, y Santa Anna andaba de un lugar a otro dando órdenes, además de que su labor era la de comandar al ejército, no verificar cómo era el parque. Luego de una tregua, los dos ejércitos volvieron a encontrarse el 8 de septiembre en Molino del Rey, donde Santa Anna había armado una excelente línea de defensa, la cual que rompió la noche del 7. Alcaraz y Barreiro así lo aseveran, y también refieren que el general ordenó que varios cuerpos pernoctasen en diversos puntos. Esto desbarató la línea. Según Bárcena, Santa Anna la desbarató por el temor de no saber cuáles eran las intenciones del enemigo. También se debió a las falsas alarmas acerca de los movimientos de los yanquis. Para Serna esto fue lo que pasó: 7 Santa Anna rompió las líneas por los falsos informes de otros oficiales. Moreno sostiene lo siguiente: Santa Anna, otra vez Santa Anna, ordenó la desarticulación de la defensa al enviar a varios regimientos a defender La Candelaria, porque él sentía, presentía o adivinaba, sin justificar sus presentimientos, que el ataque norteamericano se produciría por ahí. (Moreno, 2005: 508). Santa Anna no tuvo presentimientos, sino que hizo caso a lo que los demás le decían, por eso se retiró de Molino del Rey. Cuando llegó al campo de batalla era tarde, aunque todavía logró que sus fuerzas hicieran que los estadounidenses se retiraran, o al menos eso creyó él. La victoria les costó mucho a los invasores. El 12 del mismo mes empezó el bombardeo a Chapultepec, y el 13 fue el asalto al castillo, a donde Santa Anna, supuestamente, no envió refuerzos, pese a las peticiones del general Nicolás Bravo. Así lo dicen Alcaraz y Barreiro, aunque declaran que Santa Anna mandaría tropas de apoyo cuando fuera la hora del asalto. Esas tropas sí se enviaron, conforme lo que expresa Villalpando: el batallón Activo de San Blas llegó al mando del teniente coronel Felipe Santiago Xicoténcatl a ayudar a los que estaban en el castillo, sólo que era ya demasiado tarde. Serna vuelve a la defensa y manifiesta que los refuerzos se enviaron pero fueron despedazados, y que no se mandarían más porque había habido muchas deserciones. No se olvida del batallón de San Blas. Moreno cambia un poco los hechos y culpa a Santa Anna por no combatir en el castillo y por no reforzar a los demás combatientes arguyendo que no necesitarían ayuda. Si Santa Anna no combatió en el castillo fue porque los ataques no se concentraron únicamente ahí, sino en otros sitios en los que él anduvo al frente de su ejército arriesgando la vida. Tuvo razón respecto a las deserciones, pues hubo muchas, así que prefirió no enviar tropas para que no fueran víctimas 8 de las bombas del enemigo y para que los soldados no salieran huyendo por el miedo. El 13 cayeron el castillo y las garitas de Belén y San Cosme. En la noche Santa Anna y otros oficiales decidieron abandonar la ciudad de México e irse a la villa de Guadalupe. El 16, don Antonio renunció a la presidencia. Siguió combatiendo en Puebla, pero esa última campaña también fue un fracaso. El gobierno lo destituyó de su cargo y le entregó las tropas a otro general. Ahí acabó la participación de Santa Anna en la guerra contra Estados Unidos. El 9 de abril de 1848 partió al exilio. Ya habían pasado más de dos meses desde que los representantes mexicanos José Bernardo Couto, Luis Gonzaga Cuevas y Miguel Atristáin, y el de Estados Unidos, Nicholas P. Trist, habían firmado la paz, esto el 2 de febrero. En ese entonces era presidente Manuel de la Peña y Peña. Cada autor ve a Santa Anna de manera muy diferente a como lo ven los otros. Para algunos es un traidor, y para el resto un hombre que peleó por su patria y que no se vendió al enemigo. La historia se muestra más indulgente, aunque algunos novelistas tratan de hacer ver que el general no es tan culpable como se cree. La visión de Santa Anna resulta más favorable cuando es él mismo el que habla (El seductor de la patria y Santa Anna, El Lencero y yo), contrario a lo que sucede si es otro el que narra los hechos (México por asalto y México mutilado). Aun cuando la bibliografía de las novelas es muy rica, hay ciertos errores históricos que saltan a la vista y en unas se altera la información. La historia no es perfecta y también llega a cometer errores, pero no hay apasionamientos ni se siente un dejo de rencor en las palabras de los historiadores, contrario a lo que ocurre con los novelistas. Es importante recalcar que la literatura tiene una peculiaridad y es la de presentarnos a los personajes como seres más humanos que tienen las mismas necesidades y defectos que tienen los demás. El poner 9 palabras soeces en las bocas de esos personajes los vuelve más reales, aunque tal vez resulta un poco difícil creer que usaran ese tipo de vocabulario. Esta confrontación entre literatura e historia ha pretendido demostrar que Santa Anna no es un traidor. Aunque algunos escritores sostengan que sí, la mayoría se inclina por lo contrario y reconoce que el general tenía muchos defectos, pero también virtudes, y que si se perdieron la guerra y los territorios no fue por la culpa de un solo hombre, sino de la de todo un país. Muchos de los grandes héroes de ese conflicto bélico cometieron fallos, pero se les ha exonerado. ¿Por qué? Posiblemente porque ninguno de ellos era Santa Anna. A él le ha tocado cargar con toda la responsabilidad del fracaso, pese a que siempre luchó por México. Con el tratado de Guadalupe Hidalgo (en el que se cedían los territorios a cambio de una indemnización de 15 millones de pesos) no tuvo nada que ver, pero la desinformación ha llevado a creer a muchos mexicanos que él lo firmó. Ni la historia ni la literatura han dado el veredicto respecto a su culpabilidad o a su inocencia. 10 Bibliografía AGUILAR DE LA PARRA, Hesiquio (2010): Santa Anna, El Lencero y yo. México: Edimpro, 317 pp. ALCARAZ, Ramón y BARREIRO, Alejo y otros (2008): Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos. México: Siglo Veintiuno Editores, 403 pp. MORENO, Francisco Martín (2005): México mutilado. México: Alfaguara, 567 pp. MUÑOZ, Rafael F. (2006): Santa Anna. El dictador resplandeciente. México: Fondo de Cultura Económica, 274 pp. ROA BÁRCENA, José María (2003): Recuerdos de la invasión norteamericana (1846-1848). Por un joven de entonces, vol. 1. México: Conaculta, 367 pp. ROA BÁRCENA, José María (2003): Recuerdos de la invasión norteamericana (1846-1848). Por un joven de entonces, vol. 2. México: Conaculta, 833 pp. SERNA, Enrique (2011): El seductor de la patria. México: Booket, 518 pp. VILLALPANDO CÉSAR, José Manuel (2009): Las balas del invasor. México: Miguel Ángel Porrúa, 182 pp. ZAMBRANO, Guillermo (2009): México por asalto. México: Debolsillo, 299 pp. 11