Subido por Hamilton Rodríguez González

Análisis de las Políticas Públicas para la Economía solidaria y el sector cooperativo en Colombia

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Maestría en Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión Social
Área de Estado y Políticas Públicas
El cooperativismo en Colombia: Una aproximación al análisis de políticas públicas
para la economía solidaria
Teoría de Políticas Públicas
María Laura Pagani
Primer trimestre 2020
Hamilton Alexis Rodriguez Gonzalez
2020-2021
08 de julio de 2020
Introducción
Antes de iniciar la cursada de la Maestría de Políticas Públicas, mi visión sobre el
cooperativismo se limitaba por las ciencias administrativas y económicas. Desde un enfoque
monolítico del término, consideré a las cooperativas simplemente cómo un modelo
económico más de organización y no tenía certeza frente al trascendental papel que cumple
este pensamiento, movimiento y modelo socioeconómico al desarrollo local que a la postre
contribuye a un desarrollo social inclusivo. Gracias al seminario de Teorías de Políticas
Públicas, empecé a esbozar la complejidad del término y el marco común definido por el
campo de estudios de las políticas públicas para su análisis. Una aproximación a la definición
de cooperativismo, para entender su relación con las políticas públicas, puede ser desde la
categoría de movimiento social:
“El movimiento cooperativo, desde su fundamento doctrinal, se orienta en un marco de
justicia y solidaridad al buscar beneficios económicos y sociales, según el concepto de
distribución de los resultados. Tiende a hacer práctica la igualdad y la equidad; ello
enmarcado en un criterio de responsabilidad social como principio que obliga a las
cooperativas para con sus dueños (asociados), familias, empleados y comunidad, en el cual
se entrelazan el aspecto económico como base y el aspecto social como finalidad” (PardoMartínez & Huertas de Mora, 2014: 50).
Es importante destacar que el estudio y análisis de las políticas públicas es un hecho
académico reciente. Existen varias razones históricas y teóricas que explican este olvido en
general, y de aquellas orientadas hacia la economía solidaria, en particular (Villanueva, 1993;
Martinez, 2015). Por ejemplo, el proceso de gobierno y, más singularmente, el proceso de
decisión y puesta en práctica de las políticas nunca tuvo una relevancia para la ciencia política
estándar. Las políticas públicas eran estudiadas más desde afuera que desde adentro, El
gobierno carecía de iniciativa propia, no tenía la capacidad de elegir sus propósitos y
acciones. Era gobernado más que gobierno, fue entonces lógico estudiar la política más que
las políticas (Villanueva, 1993). Además, debido a la orientación que tomó la sociología
política1, junto con la administración pública2, y que terminó siendo dominante, se configuró
en la academia el paradigma positivista de la ciencia (Mazzola, 2016). En consecuencia, el
modelo global de racionalidad científica que se impuso se convirtió en un modelo totalitario,
en la medida en que niega el carácter racional a todas las formas de conocimiento que no se
orientaran por sus principios epistemológicos y sus reglas metodológicas” (Martinez, 2015:
4).
Según la orientación de la sociología política: El secreto de la decisión y su efectuación radicaba en fuerzas y estructuras sociales,
exteriores y superiores, que determinaban exhaustivamente la materia y la forma de la decisión (Villanueva, 1993).
2
En la perspectiva administrativa: las teorías aceptadas de la administración pública, cuando fueron más allá de consideraciones jurídicas,
se construyeron desde la premisa de la dicotomía política-administración o, más recientemente, desde la radicalización revolucionaria: la
administración pública del capital privado. En otras palabras, el campo teórico propio de la administración pública se ocupó de cómo
realizar lo decidido, no cómo y porqué se llegó a la decisión (Villanueva, 1993). La administración no es otra cosa que la dirección
racional de las actividades de una organización, con o sin fines de lucro. Ella implica planeación, organización (estructura), dirección y
control de las actividades realizadas en una organización, diferenciadas por la división del trabajo (Chiavenato, 2004).
1
Años después, en el contexto del bloque histórico de la guerra fría, inició su estudio
sistemático y suele atribuírsele a Harol Lasswell (1951) quien consideró necesario avanzar
en la averiguación científica del proceso de producción y ejecución de las políticas públicas.
Posteriormente, Dror (1970) propuso una nueva aproximación analítica, considerando que el
análisis de las políticas requería de una metodología diferente a la metodología científica
normal, ya que era necesario reconocer el importante papel que juega en los procesos de
política los elementos extra-racionales (la creatividad, la intuición, el carisma etc.) o
irracionales (las motivaciones profundas) (Martinez, 2015: 4). Para el caso colombiano, este
retraso se explica, probablemente, también, por la constitución tardía de la ciencia política
como disciplina autónoma en los programas de formación universitaria (Roth, 2009 citado
por Martinez, 2015).
Actualmente, en la literatura académica se encuentran diversos estudios sobre aspectos,
problemáticas e historia de la economía solidaria y el cooperativismo (Martinez, 2015). Sin
embargo, existen pocos análisis de políticas públicas para el sector solidario en Colombia.
Por lo tanto, el propósito de este trabajo es estudiar el cooperativismo, su historicidad cómo
cuestión, y a su vez, como actor en el campo de las políticas públicas en Colombia.
Ahora bien, con el propósito de construir un marco teórico-analítico, se realizan algunas
consideraciones conceptuales desde la perspectiva del análisis de políticas públicas: 1) la
cuestión socialmente problematizada (Oszlak & O'Donnell, 1979), 2) desde un enfoque
relacional (Chiara & Di Virgilio, 2009), el papel de los actores involucrados y sus posiciones
(Oszlak & O'Donnell, 1979; Villanueva, 1993; Díaz, Curti, Monti, & Miguez, 2015) y 3) el
proceso de las políticas públicas (Diaz, 2017; Mazzola, 2016; Tamayo Sáez, 1997). En un
siguiente apartado, se realiza un bosquejo de análisis con base en las anteriores
consideraciones y profundizando en el cooperativismo, su recorrido histórico como cuestión
socialmente problematizada. También, como actor económico y social en el campo de las
políticas públicas en Colombia.
¿Que son las Políticas Públicas?
Las políticas públicas desde un enfoque empírico e inductivo, son entendidas como: el
conjunto de las tomas de posición del Estado frente a una “cuestión” que concita la atención,
interés o movilización de otros actores de la sociedad civil (Oszlak & O'Donnell, 1979). Ellas
manifiestan las orientaciones ideológicas y políticas del Estado e impactan las condiciones
de vida de las personas. En otra definición, “Una política es en un doble sentido un curso de
acción: es el curso de acción deliberadamente diseñado y el curso de acción efectivamente
seguido. No sólo lo que el gobierno dice y quiere hacer. También lo que realmente hace y
logra, por sí mismo o en interacción con actores políticos y sociales, más allá de sus
intenciones” (Aguilar Villanueva, 1993: 25). En síntesis, se entiende “la política pública
como un proceso social complejo, a lo largo del cual es posible ver desagregados en su
accionar a los sectores de los aparatos estatales y también a sectores de la sociedad, que bajo
formas institucionalizadas y en torno a una cuestión, configuran campos de relaciones
sociales (relaciones de poder, que implican relaciones de fuerza en la producción
instrumental y simbólica) al adoptar sucesivas tomas de posición y actuar en consecuencia,
transformando la realidad” (Diaz, 1998: 50).
Desde el marco del análisis de las políticas públicas, el primer concepto clave a abordar es la
“cuestión” socialmente problematizada3. Se llaman cuestiones a estos asuntos (necesidades,
demandas) socialmente problematizados. (Oszlak & O'Donnell, 1979: 110). Ésta cuestión
tiene un surgimiento histórico que debe ser abordado. Aquí lo que interesa saber es: “¿Quién
y cómo problematiza un asunto? ¿Quién, cómo y cuándo logra convertirlo en cuestión?
¿Sobre la base de qué recursos y alianzas?, ¿con qué oposición? ¿Cuál es la definición inicial
de la cuestión?” (Oszlak & O'Donnell, 1979: 111). “Estas preguntas delimitan dimensiones
claves en el analisis de las politicas publicas como la capacidad de iniciación autónoma por
el Estado, las variadas posibilidades de diferentes sectores sociales para iniciar cuestiones,
los recursos y alianzas que pueden movilizar, la estructura de arenas que resulta conformada
según quiénes fueren los iniciadores o las cuestiones suscitadas” (Oszlak & O'Donnell, 1979:
112).
En segundo lugar, el Estado, definido desde una perspectiva histórica y contextual y como
una relación social (Oszlak, 2007), se expresa en un modelo de acumulación , un sistema
político legítimo (Weber, 1940) y una forma específica de inserción internacional (García
Delgado, 1994). A su vez, el Estado establece una relación con la sociedad civil y una forma
específica de atender a sus demandas, lo que termina dando cuenta el tipo de sociedad a la
cual se aspira, los valores que promulga y el camino que se quiere tomar como comunidad
(García Delgado, 1994). En otras palabras, el Estado, es entendido como una relación de
dominación, atravesada por las luchas y contradicciones sociales, e históricamente variable
(Thwaites Rey, 2005). Por lo tanto, la toma de posición del Estado se hace relevante en el
análisis de las políticas públicas:
“Una política estatal es esa toma de posición que intenta o, más precisamente, dice intentar
alguna forma de resolución de la cuestión. Por lo general, incluye decisiones de una o más
organizaciones estatales, simultáneas o sucesivas a lo largo del tiempo, que constituyen el
modo de intervención del estado frente a la cuestión. De aquí que la toma de posición no
tiene por qué ser unívoca, homogénea ni permanente. Sin embargo, el analisis de la posición
del Estado no sólo se trata de detectar y establecer la naturaleza y rangos de variación de los
impactos, estableciendo sus conexiones causales con una determinada política, sino además
de especificar a qué unidades estatales y a cuáles de sus tomas de posición son atribuibles los
efectos identificados” (Oszlak & O'Donnell, 1979: 112,113).
En tercera medida, desde un enfoque relacional, se deben tener en cuenta las políticas o tomas
de posición de otros actores sociales. Las cuestiones socialmente problematizadas,
involucran a actores que pueden hallarse objetiva y/o subjetivamente afectados por las
mismas. Sin embargo, no todos los actores estan en la capacidad de movilizarse o defender
dicha cuestión. Esto puede ocurrir sea porque el actor no percibe debidamente su condición
Sólo algunas cuestiones son problematizadas, en el sentido de que ciertas clases, fracciones de clase, organizaciones, grupos o incluso
individuos estratégicamente situados creen que puede y debe hacerse algo al respecto y están en condiciones de promover su
incorporación a la agenda de problemas socialmente vigentes (Oszlak & O'Donnell, 1979).
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actual, o la considera natural, o porque no puede movilizarse para modificarla por falta de
recursos o amenaza de ser reprimido. Es por ello que a menudo son otros actores (por
ejemplo, una unidad estatal, un partido político), no directamente afectados por la cuestión,
quienes deciden iniciarla o reivindicarla por interpretar que su resolución en un determinado
sentido será más congruente con sus intereses y preferencias, mejorará sus bases de apoyo
político o disolverá tensiones previsibles que pueden amenazar su poder relativo. (Oszlak &
O'Donnell, 1979).
En este marco, es necesario también desagregar las políticas en un proceso que puede iniciar
cuando uno o varios actores detecta la cuestión y puede concluir con la evaluación de los
resultados de las acciones emprendidas (Tamayo Sáez, 1997). En sus diversas etapas, la
cuestión atraviesa un proceso social y político que configura un campo en disputa entre estos
actores: ciudadanos, agentes estatales que ocupan diferentes roles, los sindicatos,
proveedores, etc. La principal razón de que ello sea así, es que todas las fases del proceso de
las políticas públicas están íntimamente vinculadas con un nexo de dependencia, de tal forma
que un replanteamiento en cualquiera de las fases del proceso afecta a las posteriores y,
eventualmente, a las anteriores (Tamayo Sáez, 1997). Este proceso social complejo, no
transcurre en forma lineal, sino que emerge del entrecruzamiento de diferentes posiciones de
los actores, que se fundamentan en valores y racionalidades distintas. El proceso o ciclo de
construcción de las políticas públicas comprende las siguientes fases: 1. Identificación y
definición del problema, 2. Formulación de las alternativas de solución, 3. Adopción de una
alternativa 4. Implantación de la alternativa seleccionada y 5. Evaluación de los resultados
obtenidos (Tamayo Sáez, 1997). Sin embargo, es necesario aclarar que la noción de “Proceso
de Política” es un dispositivo analítico, intelectualmente construido para ordenar, explicar y
prescribir una política. Las etapas del proceso, denotan sólo los componentes lógicamente
necesarios e interdependientes de toda política, integrados a la manera de proceso, y de
ninguna manera eventos sucesivos y realmente separables (Díaz, Curti, Monti, & Miguez,
2015).
La identificación y definición del problema es la primera fase del proceso de políticas
públicas. Aquí se identifican actores, los cuales pueden tener la cuestión planteada de una
manera diferente, reflejando sus propios intereses y valores (Tamayo Sáez, 1997). En esta
etapa es posible identificar dos tipos de agenda: primero, una agenda sistémica que se
compone de las cuestiones socialmente problematizadas y segundo, una agenda institucional
o política, en la cual, es el gobierno de turno el que decide que cuestiones tiene intensión de
resolver (Villanueva, 1993; Tamayo Sáez, 1997).
En la segunda etapa o de formulación de alternativas lo que interesa analizar es: el
establecimiento de las metas y objetivos a alcanzar, la detección y generación de las posibles
alternativas para lograr los objetivos, la valoración y comparación de los impactos de esas
alternativas y, finalmente, la selección de una opción o combinación de ellas (Tamayo Sáez,
1997). En esta etapa, los tomadores de decisión4 tienen en cuenta la opinión de los técnicos,
funcionarios y expertos sobre la cuestión, sin embargo, es sobre los decisores que recae toda
4
Actores públicos de un gobierno transnacional/nacional/regional/local (Tamayo Sáez, 1997).
responsabilidad de la decisión final para la adopción de una alternativa. En la formulación
existen dos corrientes principales para su análisis: el racionalismo y el incrementalismo. La
primera, se da en términos de resultados cuantitativos y de eficiencia económica. Las
decisiones se toman maximizando la utilización de los recursos asignados en pos de optimizar
los beneficios. El segundo modelo, llamado incremental, es más descriptivo que prescriptivo
y se basa, en buena medida, en la observación del comportamiento cotidiano de los policy
makers (Villanueva, 1993; Tamayo Sáez, 1997).
Una vez formuladas las alternativas, se elige una, esta es la tercera fase de toma de decisión
o adopción de una alternativa. El análisis de la toma de decisión puede basarse en un tercer
enfoque denominado mixed scanning, el cual toma distancia de los dos modelos y los reúne
proponiendo efectuar una exploración mixta de la elaboración de las políticas (Etzioni, 1967,
en Aguilar, 1992 citado por Tamayo Sáez, 1997). Desde este enfoque, se utiliza la
racionalidad para analizar las grandes decisiones de las políticas. Además, permite
determinar la orientación estratégica que el incrementalismo no, y, la adaptación y el ajuste,
para adecuar la decisión a las capacidades organizativas reales y los factores políticos
(Tamayo Sáez, 1997).
La siguiente etapa de análisis es la implementación. Los primeros estudios sobre la
implementación son atribuidos a Pressman y Wildavsky en la década del setenta, los cuales
destacan la complejidad de la ejecución y la puesta en marcha de las políticas públicas.
Además, reconocen la dificultad de la acción conjunta, otorgando una función central a los
ejecutores de las políticas (Díaz, Curti, Monti, & Miguez, 2015). En esta etapa, se encuentran
dos modelos para analizar la implementación: top-down y bottom up. El modelo top-down
concibe las políticas públicas como una estructura jerarquica, donde lo que interesa es que la
decisión se cumpla tal cual los terminos en los que se tramitó la etapa de diseño (Tamayo
Sáez, 1997). En otras palabras, se concibe al Estado como una institución burocratica donde
la esfera política toma las decisiones y la esfera administrativa-técnica las implementa. El
modelo buttom-up, por el contrario, pasa el énfasis a la oficina local, al burócrata de calle a
la capacidad para solucionar los casos singulares. El problema de la implementación para
este modelo no es el ajuste fiel a la decisión inicial, tal y como fue formulada, sino la
adaptación de la decisión inicial a las características locales y al contexto en el que se produce
(Tamayo Sáez, 1997; Diaz, 2017). Posterior a esto, se desarrolló un tercer enfoque llamado
“régimen de implementación” que busca incorporar ambas perspectivas. Este régimen de
implementación puede ser considerado como un arreglo entre los participantes de la
implementación, que identifica los valores que deben acatarse durante ese proceso y un
marco organizativo para la promoción de esos valores” (Stoker, 1989:375 citado por Chiara
& Di Virgilio, 2009)
El momento de la evaluación se presenta como la etapa última, no por eso clausurando el
proceso. Es una de las fases más polémicas en su discusión y de las más dinámicas en su
desarrollo (Mazzola, 2016). A la fecha, se pueden identificar cuatro generaciones de modelos
para la evaluación de políticas publicas: La primera5 se centró en recolectar datos relativos a
los individuos; la segunda6 amplió la evaluación a objetos como los programas, los insumos,
las estrategias pedagógicas, el diseño institucional, etc. La tercera7 introdujo en la evaluación
el juicio a los objetivos a partir de criterios o estándares tanto intrínsecos como extrínsecos
(Guba y Lincoln, 1989 citado por Mazzola, 2016). En la evaluación de cuarta generación,
denominada también constructivista y/o pluralista, se pretende suplir debilidades que
permanecen en las prácticas evaluativas de las tres generaciones anteriores (Mazzola, 2016).
Así, la legitimación de una política, la consecución de los objetivos preestablecidos y los
impactos que la misma ha producido son algunos de los puntos que se cuestionan al momento
de analizar evaluativamente con las modalidades ex post y ex ante (Díaz y Curti, 2014:40
citado por Díaz, Curti, Monti, & Miguez, 2015).
En este amplio marco teórico-analítico, “el estudio de las políticas públicas, permite ver el
“Estado en acción”, desagregado en sus despliegues estratégicos y operativos, en sus
decisiones, pero también en las reacciones de los distintos actores que se ven influenciados
por las mismas en términos de reacomodamientos y recontextualizaciones” (Díaz, Curti,
Monti, & Miguez, 2015: 2).
Ahora bien, despues de este recorrido conceptual y para configurar el amplio campo de
estudio y analisis de las póliticas publicas, en un siguiente apartado, se estructura una
aproximación de análisis del cooperativismo en Colombia. Su constitución y desarrollo como
cuestión, y a su vez, el sector cooperativo en Colombia como actor influyente de políticas
públicas para la economía solidaria.
Cooperativismo en Colombia: Cuestión a resolver y actor socioeconómico influyente de
Políticas Públicas para la economía solidaria
Aproximación histórica de las políticas públicas para el sector solidario colombiano
El cooperativismo tiene un largo recorrido histórico en Colombia. Desde principios del siglo
XX, se han desarrollado políticas tendientes al fomento y regulación del cooperativismo. Sin
embargo, las experiencias de las cooperativas en los primeros treinta años del siglo XX son
promovidas por la sociedad civil. Principalmente, actores sociales e intelectuales de la época
entre los que se destacan pensadores de tendencia política liberal, presbíteros de la iglesia
católica y sindicatos de la naciente clase obrera. A diferencia de otras experiencias
latinoamericanas, los migrantes europeos poca presencia tuvieron en este periodo (Martinez,
2015).
En la primera generación, la cual se encontraba bajo la influencia de las ciencias naturales, se origina la conformación del paradigma
“positivista” o de la “medición” (Mazzola, 2016).
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La segunda generación busca superar algunas críticas realizadas al paradigma positivista. Con el postpositivismo se destaca que la
realidad no puede ser enteramente comprendida o explicada, hay multiplicidad de causas efectos. Si bien se mantiene el papel técnico del
evaluador, también ahora se resalta que la objetividad es un ideal a alcanzar, que requiere de una comunidad critica para garantizarla.
Otro cambio importante es la introducción de la evaluación centrada en objetivos (Mazzola, 2016).
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En la tercera generación, el evaluador asume no sólo el papel de medidor y descriptor, sino de juez, diferenciándose del rol de
“objetivo” y “técnico” planteado por los paradigmas positivistas y postpositivista. Así con la introducción del juicio en la evaluación se
marca el nacimiento de la teoría critica en evaluación (Mazzola, 2016).
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Una de las primeras referencias al cooperativismo, de las que se tenga registro, son
expresadas por Rafael Uribe Uribe, (1859-1914) un pensador de corriente liberal muy
influyente en Colombia a finales del siglo XIX y principios del XX. En su artículo publicado
en el Periódico el Liberal número 1. abril de 1911, manifestaba:
“porque en lugar de la producción de tipo monárquico y patronal, vendrá un día la de tipo
cooperativo, más eficaz y justa, por cuanto entrega a los obreros mismos, esto es, a los que
ejecutan el trabajo y crean el producto, la parte proporcional que les corresponde…; creemos
en las virtudes del cooperativismo, de las cooperativas, de los sindicatos y de todas las formas
nuevas de agremiación, nacidas del contacto permanente de los trabajadores (pág. 191)
(Martinez, 2015:7).
Además, la iglesia católica ha tenido una fuerte influencia en las experiencias de cooperativas
y mutuales en Colombia. El jesuita José María Campoamor en 1911 constituyó la “Caja de
Ahorros del Círculo de Obreros de San Francisco Javier”. El padre José María tuvo gran
influencia sobre la clase obrera a través de la formación de círculos obreros, cajas de ahorro
y la construcción de barrios obreros (Martinez, 2015).
“Comenta Carlos Uribe Garzón (1987), que, en el año 1915, otro presbítero, Jesús María
Fernández, escribió la obra titulada “la acción social católica en Colombia; manual de
sociología practica” en la que dedica todo un capitulo a las cooperativas, haciendo referencia
a las Cajas Rurales o Cajas Raiffeisen de Alemania, a los Bancos Populares promovidos por
Schulze-Delitzsch en el mismo país. Con frecuencia, también se hace mención a las
actividades de fomento al cooperativismo realizadas por el padre Adán Puerto (1921), quien,
desde la diócesis de Tunja, publica un diario donde promueve las cooperativas” (Martinez,
2015:7).
El Estado ya reconocía las organizaciones cooperativas y su papel económico. La primera
postura del Estado donde se hace referencia al cooperativismo, es la Ley 0037 del 17 de
octubre de 1916, “sobre fomento de ahorro”. El Gobierno Nacional orientaba constituir una
Junta Ad Honorem, que se denominaría Comité del Ahorro en Colombia, el cual elaboraría
un plan general de organización (Martinez, 2015).
En el marco analítico de las Políticas Públicas, se puede ubicar este primer periodo del siglo
XX como la fase de identificación del sector y el fomento al ahorro como una cuestión
socialmente problematizada a resolver. Sin embargo, algunos historiadores sitúan al
cooperativismo como sector económico y/o actor socioeconómico en cinco periodos
históricos posteriores (Pardo, Serrano Uribe, & Jaramillo Morales, 2006). En el primero
surge el mutualismo y el cooperativismo (1930-1945), el segundo es de promoción y
expansión del cooperativismo (1946-1964), un tercer periodo de consolidación del
cooperativismo (1965-1976), el cuarto de crecimiento como sector y movimiento social
(1977-1990) y un Quinto periodo de crisis y economía solidaria o de la solidaridad (19912010) (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014). A continuación, el análisis se continúa
desarrollando con base en estos periodos históricos.
surgimiento del mutualismo y el cooperativismo (1930-1945)
En este periodo se consolida el pensamiento y la praxis del cooperativismo en Colombia.
Algunos autores8 académicos y promotores sociales del cooperativismo desarrollaron un
fuerte trabajo de producción técnica y literaria sobre varios temas de interés para este
momento histórico, principalmente temas doctrinales y legales (Pardo-Martínez & Huertas
de Mora, 2014). Aquí se destaca el gran interés por parte de estos actores sociales por incidir
en la difusión axiológica y doctrinal de conjunto y construir un movimiento social. Además,
existe un interés adicional de influenciar al Estado con recomendaciones en institucionalidad,
herramientas normativas y de buenas prácticas, importantes para la constitución y en la vida
inicial de las organizaciones cooperativas (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
Durante este periodo, la dirección política en el país sufrió cambios. El Partido Conservador
que había gobernado desde 1886, pierde el poder y accede nuevamente el liberalismo,
después de 44 años. Así, se alternan los gobiernos liberales de Enrique Olaya Herrera (19301934), Alfonso López Pumarejo (1934 -1938), Eduardo Santos (1938- 1942), nuevamente
López Pumarejo (1942-1946), es el periodo de la llamada “Segunda República Liberal”
(Martinez, 2015).
La “primera” ley cooperativa en el país, fue la Ley 134 del 7 de diciembre de 1931 “sobre
sociedades cooperativas”. Esta ley creó estímulos, exenciones tributarias y reglamentación
para el modelo cooperativo. La llamada ley cooperativa estableció algunas disposiciones
generales sobre su forma de creación, beneficios y derechos, permitiéndoles participar en
licitaciones públicas y beneficiarse de exenciones tributarias. Estableció un régimen jurídico
sobre su constitución y funcionamiento. También se definió la naturaleza, los distintos tipos
de cooperativas de consumo, compras, producción, crédito, de artesanos y obreros,
habitacionales, prestación de servicios especiales. todas estas tenían la obligación de
participar en la lucha anti-alcoholismo. Reglamentó aspectos como su constitución, capital,
fondos, administración, disolución y liquidación, número de asociados (Martinez, 2015).
Este periodo se encuentra inmerso en un contexto internacional de crisis económica y
entreguerras. Las discusiones políticas giraban en torno a los debates de los partidos
socialistas y comunistas. Aquí se podría categorizar el Estado Colombiano como un Estado
Social (Garcia Delgado, 1994). Existe un gran interés del Estado por promover a las
organizaciones populares y laborales. Con los referentes de modernización e
industrialización de Estados Unidos y Europa, se hizo “evidente” que como los países
latinoamericanos o de la “periferia” habían basado su economía en la exportación de
productos hacia el “centro”, se requería ampliar el mercado interno y avanzar en la
industrialización. Es un momento en el cual se busca el desarrollo del país por medio de obras
públicas y la industrialización. Así, el modelo de sustitución de importaciones –MSIpromovido por la CEPAL (1947) y economistas como Raúl Prebisch, entre otros llega a la
escena colombiana (Martinez, 2015).
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Entre muchos otros, Pardo, Serrano Uribe, & Jaramillo Morales, 2006 destacan a: Antonio Fabra, George Fouquet, Luis Nazario y
Margaret Digby Francisco Luis Jiménez, Antonio García Nossa, el sacerdote Jesuita Francisco Javier Mejia, Marco Naranjo López,
Samuel Ruiz Lujan, José Vásquez, Estanislao Rojas, Jorge Manostoque Valero, Narses Salazar Cuartas y Carlos Uribe Garzón
Las organizaciones cooperativas en Colombia son actores socioeconómicos muy influyentes
en el transcurrir del periodo. A partir de 1930 hasta 1946 se expiden normas, planes, ajustes
institucionales tendientes a promover el cooperativismo en Colombia, más de sesenta
decretos y leyes fueron sancionados en este periodo (Martinez, 2015). Estas reciben un
primer “reconocimiento como operadores privilegiados del ahorro” (Congreso de la
República de Colombia, 1932) en Colombia, junto con las cajas laborales (sindicales), las
cajas de ahorro de las asociaciones sociales (Caja Social de Ahorros), desde la naciente, pero
importante política de ahorros del momento y su operador estatal, la Caja de Crédito Agrario,
Industrial y Minero, transformada hoy en banco comercial luego de sus varias
reestructuraciones (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
En síntesis, en este periodo el sector cooperativo se considera un actor socioeconómico no
solo en el desarrollo de políticas de fomento y promoción del cooperativismo, sino como
actor clave de influencia en políticas públicas para el consumo y la producción del País.
Desde la perspectiva del proceso de políticas públicas, se puede ubicar el fomento y
promoción al cooperativismo como cuestión socialmente problematizada en fase de
implementación. Por su parte, otras formas solidarias e históricas existentes9 se convierten
en dependientes, son invisibles o continúan operando por supervivencia. Entre las razones
podemos identificar 1) la inexistencia de un reconocimiento social y legal de estos pueblos y
comunidades étnicas, 2) la centralidad del Estado Colombiano y 3) los beneficios dados a las
cooperativas (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014). Además, Es evidente que el
surgimiento del sindicalismo y el cooperativismo en Colombia contienen una historia en
común. Ambos surgen en un contexto de crisis social y económica, en la cual se busca una
respuesta por parte del Estado en pro del bienestar de los menos favorecidos y son
promovidos en el seno de un actor social específico, los trabajadores (Martinez, 2015).
Promoción y expansión del cooperativismo (1946-1964)
En este periodo, el cooperativismo se debate entre sus avances y retrocesos, sus crisis y
aciertos, propios de un movimiento en construcción que buscaba labrar su propio camino,
pero que cuenta con una fuerte intervención e injerencia del Estado. Las políticas públicas
para el cooperativismo procuran la búsqueda de la pacificación, después de los trágicos
acontecimientos del 9 de abril de 1949, donde es asesinado el líder liberal Jorge Eliecer
Gaitán. Simultáneamente, a partir de este trágico acontecimiento para los sectores populares,
inicia el periodo de violencia en Colombia (Martinez, 2015). Una de las consecuencias más
notorias de la violencia fue un proceso sin precedentes de desintegración del campesinado,
que queda ahora atomizado y presionado a migrar a las cabeceras municipales (González,
2003). En estas décadas se presentan políticas públicas tendientes al fomento del
cooperativismo y a su regulación, especialmente del cooperativismo agrario, promovido en
los años sesenta, tras la reforma agraria que intento pacificar diversos territorios (Martínez,
2015).
Es en este periodo, debido a las tensiones internas y divisiones de los partidos tradicionales,
el General Rojas Pinilla se hará al poder por medio de un golpe militar. Sin embargo, no pudo
9
Comunidades de pueblos indígenas, Negras o afrocolombianos, ROM o Gitanos
completar los cuatro años de gobierno, ya que los partidos tradicionales liberal y conservador
lo neutralizaron con la imposición de un gobierno de coalición entre ellos, este pacto es
conocido como el Frente Nacional (González, 2003).
Entre el año 1953 y hasta el año de 1962, el sector cooperativo mantiene una compleja y
fuerete relación con el Estado. Sus políticas públicas continúan el camino de los privilegios
y ventajas, incluidas aquellas de tipo fiscal. Las estadísticas reportadas por sus organismos
de representación registran, para 1960, 425 cooperativas con 234 392 asociados, siendo las
más numerosas las de consumo, vivienda, comercialización agrícola, transporte y servicios
especiales (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014). Sin embargo, algunos subsectores
cooperativos10 no estaban de acuerdo con la intervención del Estado al no considerar
necesario su apoyo para el crecimiento de la economía del país (González, 2003).
Asimismo, se crean organismos de grado superior11 que integran a las cooperativas de crédito
y ahorro, multiactivas y de consumo, agropecuarias de la reforma agraria, agrícolas de
producción y mercadeo y las de caficultores. Las organizaciones influyen de manera directa
en las actividades de la Superintendencia Nacional de Cooperativas y logran la actualización
de la legislación cooperativa vigente desde los años 1930 con la expedición del Decreto ley
1598 de 1963, que orienta el control estatal del sector por 25 años (Pardo-Martínez & Huertas
de Mora, 2014).
La actividad de ahorro y crédito toma la delantera en este periodo. No solo por el impulso de
su ente integrador, sino por las circunstancias de financiarización de la economía a nivel
mundial. Entre 1960 y 1965, se presenta un periodo de expansión debido a la labor
promocional de cooperativas de ahorro y crédito realizada por la Unión Cooperativa
Nacional12. En solo tres años, organizó en casi todos los municipios, parroquias, empresas
económicas y en los barrios de las ciudades más importantes del país, cerca de 517
cooperativas13 (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
Consolidación del cooperativismo (1965-1976)
Este periodo presenta cambios y evoluciones para el sector cooperativo y su relación con el
Estado. Por un lado, el subsector de consumo pierde su relevancia. Estas experimentan
bastantes problemas operativos y financieros para su funcionamiento. Además, están
montadas como sección de este tipo de cooperativa que a su vez se propone multiactivas y
de vínculo cerrado (al círculo laboral). Aquellas de consumo abiertas a públicos de residencia
vecina, igualmente, salvo muy contadas excepciones, sucumben ante los embates de la
competencia (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
Además, en este periodo surgen las Cajas de compensación familiar14 y el Instituto de
Mercado Agropecuario (IDEMA), competencia directa de las cooperativas de productos de
10
Cooperativas cafeteras e industriales.
Uconal, Ascoop, Cecora, Ucopan y Cencoa, respectivamente.
12
Uconal: Entidad de educación, asesoría y asistencia técnica
13
Todas siguen el modelo de las credit unions norteamericanas y canadienses (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
14
Empresas privadas sin ánimo de lucro que ofrece servicios de Bienestar social por medio de los aportes a la seguridad social que hacen
los empleadores y empleados (Salud, Educación, Recreación, Cultura, Turismo, Deportes, Vivienda, Crédito, Microcrédito).
11
consumo. A su vez, el Instituto Idema, gracias a la nueva política agropecuaria, ayuda a la
constitución de las cooperativas agropecuarias e impulsan aquella forma empresarial de
cooperativa agroindustrial (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
Otra evolución para el sector se da en 1965 con la iniciación de un tipo novedoso de
cooperativa15. Se trata de los colegios cooperativos que constituyen una nueva modalidad de
empresa cooperativa. Estos colegios surgieron como actores sociales que ayudaron a
solucionar el déficit educacional del país, especialmente en las zonas rurales y en los barrios
marginados de las grandes ciudades. Entre las tendencias nacientes, están las cooperativas de
vivienda, en sus tres formas: para construcción comunitaria, para administración y para
viviendas de propiedad cooperativa; tendencia que no presenta un desarrollo masivo, pero
que muestra experiencias que incluso hoy siguen activas (Pardo-Martínez & Huertas de
Mora, 2014).
También es en este periodo que se constituye el Instituto de Financiamiento Cooperativo
Financiacoop16con aportes del Estado y bajo vigilancia de la entonces Superintendencia
Bancaria. Este hecho coincide con la proliferación de obras, institucionales y de autores, o
como la Liga de Cooperativas de Estados Unidos, en 1965, con su “Programa Interamericano
de Desarrollo de Bancos para Cooperativas”, que insisten en la necesidad de crear este tipo
de entidades y toda una estructura financiera propia a las cooperativas (Pardo-Martínez &
Huertas de Mora, 2014). Es así que, la financiarización de la economía colombiana se termina
de consolidar en este periodo e incide directamente al sector cooperativo con una gran
influencia de los Estados Unidos.
A pesar de las nuevas formas de organización cooperativa nacientes en este periodo, el sector
cooperativo presenta dificultades para adaptarse a los nuevos modelos de negocio que se
importan de otras latitudes, principalmente Estados Unidos y Europa. Sin embargo, a pesar
de las grietas y debilidades, el sector continúa siendo de mucha influencia sobre las Políticas
públicas para el desarrollo de la economía en el país, asimismo, las leyes de fomento y
promoción continúan su vigencia.
Crecimiento como sector y movimiento social (1977-1990)
En este periodo, por un lado, se continúa cristalizando la política pública de fomento al
cooperativismo. A finales de los años setenta y principios de los ochenta, nuevamente se
generaron instituciones, se promulgaron leyes, decretos y se implementaron planes que
dieron un impulso a diversas formas asociativas de la economía solidaria (Martinez, 2015).
El consejo cooperativo colombiano (1975) considera esta etapa como de “tránsito de la
simple noción de movimiento cooperativo hacia la configuración de un Sector Cooperativo
de la economía” (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
Dentro de los hechos más relevantes del sector podemos destacar el fortalecimiento y
desarrollo de las cooperativas y de las organizaciones integrativas de grado superior; la
15
Producto del trabajo de un grupo de estudiantes de Indesco (actualmente es la Universidad Cooperativa de Colombia) para optar al
grado en Economía Social y Cooperativismo.
16
Figura financiera mixta que se propone como integrativa del sector cooperativo, pero a la vez con y por normatividad especial,
reconocido como entidad de crédito.
creación de la Confederación Colombiana de Cooperativas17, como organismo nacional de
integración de todos los subsectores del movimiento cooperativo del país, y la expedición de
la Ley 79 de 1988, como nuevo estatuto legal del sector cooperativo colombiano. El número
de cooperativas a diciembre de 1990 era de 3984; el de las pre-cooperativas, de 704; de los
organismos de grado superior, de 115, para un total de 4803 entidades, que agrupan un total
de 1 534 000 personas asociadas. El total de activos es de $515 837 millones de la época. Las
principales instituciones auxiliares del cooperativismo en esa fecha eran la Universidad
Cooperativa de Colombia, antiguo Indesco, y la Aseguradora Solidaria. Sin embargo, el
sector continúa recibiendo toda la influencia de las tendencias preponderantes de
financiarización de la economía.
La vigilancia y el control, así como el fomento del cooperativismo, se ponen al cuidado del
Departamento Administrativo Nacional de Cooperativas18, creado mediante la Ley 24 de
1981, que sustituye a la Superintendencia Nacional de Cooperativas, erigida en 1933
mediante el Decreto 1339 de ese año, como una instancia con nivel homologado a instancia
ministerial (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014). Una vez constituido el Dancoop, con
el apoyo de PNUD y la OIT, se traza el denominado Plan Nacional de Desarrollo
Cooperativo, el cual manifestaba: “independiente al régimen político y económico vigente
en los diversos países, los gobiernos han reconocido el importante papel de las cooperativas
y otras formas asociativas de economía solidaria para llevar a delante políticas que tiendan
al desarrollo de los sectores más débiles de la comunidad” (pág. 30) (Martinez, 2015).
A mediados de los años setenta, a partir de la crisis del modelo económico keynesiano, las
críticas al Welfare State en los países centrales y el agotamiento del proceso de
industrialización por sustitución de importaciones en la periferia, se gestó un nuevo ciclo,
que se ha convenido llamar Neoliberal (Delgado, 1994). En este nuevo ciclo, la relación del
Estado Neoliberal con la sociedad se caracteriza por hacer prevalecer lo privado sobre lo
público, lo individual sobre lo colectivo, la riqueza de uno o de un grupo sobre el de todos
por igual (Delgado, 1994). El cambio de ciclo o modernización de ruptura en la periferia, se
sintetiza en las diez recomendaciones de política económica que fueron formuladas en 1989
por el economista inglés John Williamson, bien conocido como el Consenso de
Washington19.
Es importante resaltar que a partir de los años ochenta en Colombia se empieza a utilizar el
término Economía Solidaria en un lenguaje oficial. Además, solo a partir de esta etapa se
reconoce la existencia de diversas formas asociativas que pertenecen al sector solidario. En
1988 se expide la Ley 079 “por la cual se actualiza la legislación cooperativa”. En esta ley
se incluyó el Capítulo IV sobre otras formas asociativas, lo cual va a permitir expedir los
decretos reglamentarios de diversos tipos de organización consideradas pertenecientes al
17 Confecoop
18
Dancoop
19 En términos generales, las recomendaciones sugerían: disciplina fiscal, reordenación de las prioridades del gasto público, reforma
tributaria, liberalización de las tasas de interés, tipo de cambio, liberalización del comercio, liberalización de la inversión extranjera
directa, privatización, desregulación y derechos de propiedad
sector de la economía solidaria, vigentes aun: Decretos Numero 1333, 1480, 1481,1482 todos
de 1989.
En este sentido, se puede afirmar que los años ochenta fueron muy dinámicos en la
constitución de políticas públicas para la promoción y regulación por parte del Estado frente
al creciente sector cooperativo y el naciente concepto de economía solidaria (Martinez,
2015). Sin embargo, estas legislaciones no fueron suficientes para su autocontrol y la
supervisión estatal fue muy deficiente frente a la financiarización de la economía. En
consecuencia, como se verá en el siguiente periodo, los años 90´s inician con un crecimiento
que no se sostiene y el subsector de ahorro y crédito atravesará la más profunda crisis que
desembocará en una crisis del sector financiero (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
Este periodo finaliza con varias situaciones particularmente especiales. Por un lado, distintos
grupos guerrilleros adelantan diálogos con el Gobierno Nacional y firman acuerdos de paz.
Por otro lado, en agosto de 1989 el candidato favorito para la presidencia, Luis Carlos Galán,
fue asesinado. Posteriormente, un Movimiento Estudiantil en Bogotá impulsó la séptima
papeleta20 para las elecciones del 11 de marzo de 1990. Como resultado, el presidente,
Virgilio Barco, decretó un estado de sitio para que se organizara un plebiscito constitucional
en las presidenciales del 27 de mayo de 1990. Así nace la Asamblea Nacional Constituye
para reformar la Constitución Nacional. En sus debates el tema de la economía solidaria,
estuvo presente (Martinez, 2015).
Crisis y economía solidaria o de la solidaridad (1991-2010)
En este periodo, se propone la economía solidaria, en general, y el cooperativismo, en
particular. Sin embargo, el periodo se caracteriza por dos situaciones aparentemente
contrapuestas: una expansión notable y una crisis profunda en el subsector más dinámico, el
de ahorro y crédito y financiero (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
“La Constitución Nacional de 1991, introdujo desde su primer artículo la participación y la
solidaridad como componentes fundamentales del Estado-Nación. El concepto de
solidaridad, se extiende por toda la norma constitucional. En síntesis, las formas asociativas
y solidarias de propiedad, encuentran pleno respaldo constitucional, como se desprende de
lo dispuesto en el Preámbulo y los artículos 1, 38, 51, 57, 58, 60, 64, 103, 189-24, 333. Por
tanto, la Constitución reconoció derechos fundamentales y le asignó al Estado funciones
específicas en esta materia” (Martinez, 2015: 11). Es de resaltar que “en la legislación previa
a la nueva constitución no existía mayor precisión acerca de las expresiones formas
asociativas y organizaciones solidarias” (Uribe, 1998, citado por Pardo-Martínez & Huertas
de Mora, 2014: 54).
Además, se gestaron las directrices en los Planes Nacionales de Desarrollo, la promulgación
de documentos de política económica y social21, la expedición de la Ley marco de la
economía solidaria22 y la creación de una nueva unidad estatal para el fomento,
la conocida como "séptima papeleta" fue sumada a los seis tarjetones tradicionales de esas votaciones (Senado, Cámara de
Representantes, Alcaldía, Asamblea, Consejo y consulta interna del Partido Liberal para definir candidato presidencial)
21
CONPES 2823 del 15 de noviembre de 1995
22
Ley 454 de 1998
20
fortalecimiento, protección, supervisión y control de este sector. Los organismos de segundo
grado del sector cooperativo tenían la responsabilidad económica, social y política como
actores para incidir en temas de reestructuración y modernización de la unidad estatal de
inspección, control y vigilancia para el sector. Es decir, una política pública que respondiera
a las nuevas realidades que atravesaba el país con su actualización constitucional (PardoMartínez & Huertas de Mora, 2014).
Las formas asociativas solidarias y cooperativas inician la década del 90 con una gran
relevancia y desarrollo. Este sector presenta importantes cifras de cobertura y profundización
en la economía colombiana que se traduce en el desarrollo social de 3 millones de personas:
“A 1993 las entidades del sector solidario eran 8.872, de las cuales 5.630 eran cooperativas,
138 organismos de grado superior, 828 precooperativas, 1.868 fondos de empleados y 40
asociaciones mutualistas que prestan servicios a 2`853.000 asociados y a sus familias. A
diciembre de ese mismo año las entidades de economía solidaria manejaban activos sociales
por el orden de $2.061 billones de pesos” (Pineda, Castillo, Pardo y Palacios, 2006, citado
por Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014: 54).
Sin embargo, los cambios propuestos con la nueva constitución no fueron suficientes para
detener la agitación de violencia desatada por los grupos guerrilleros que no llegaron a un
acuerdo con el Gobierno. Además, los sectores de la sociedad civil23 que fueron visibilizados
solo hasta esta constitución, demandan el cumplimento de los derechos consagrados en la
nueva carga magna.
Entre tanto, el planteamiento de una economía neoliberal se impulsó desde el Estado y
permeó todas las esferas sociales, políticas y económicas de la sociedad civil. Las políticas
públicas de corte neoliberal transformaron completamente la relación del Estado con la
sociedad civil (García Delgado, 1994). Según esta perspectiva, solo era posible un tipo de
economía (de mercado, competitiva y globalizada), lo que finalmente concluyó con la
privatización de la salud, la educación, las represas hidroeléctricas, explotación de recursos
naturales, el transporte público, los servicios públicos e incluso las basuras del territorio
colombiano (Martinez, 2015). Además, por medio del avance de la revolución tecnológica y
la financiarización de la economía, se fue consolidando una sociedad de servicios, de
consumo y de la comunicación, que profundizó las características individualistas y
despolitizadas en una sociedad que, al mismo tiempo, se desindustrializaba y extranjerizaba
su propiedad (Garcia Delgado & Gradin, 2017).
A finales de los 90, la economía social y el sector cooperativo empiezan a perder legitimidad
en la sociedad colombiana. Los valores y principios de la economía solidaria se contraponen
a los de corte neoliberal. La legitimidad social de las cooperativas (multiactivas con sección
de ahorro y crédito y financieras) se desvanece por el incumplimiento de su función
productiva, económica y de desarrollo social. En este sentido, algunas de las cooperativas
que en sus inicios surgieron como de ahorro y crédito, se dieron a la tarea de múltiples
transformaciones. Primero, en cooperativas multiactivas, pero a su vez, con desmutualización
de sus operaciones luego de un fraccionamiento por escisión de sus secciones y operaciones,
23
Comunidades de pueblos indígenas, Negras o afrocolombianos, ROM o Gitanos y LGTBQ
para acabar en una nueva figura, la de cooperativas financieras (Pardo-Martínez & Huertas
de Mora, 2014).
A partir del nuevo marco normativo24, la regulación de los diversos servicios de apoyo que
las cooperativas ofrecen a sus asociados se hace desde una óptica general de servicios
financieros. Esto desconoce y anula las teorías de no intermediación que maneja la
concepción cooperativa25. Por ejemplo, la de ahorro y crédito ya no es una actividad que
pueda ser organizada desde la iniciativa de los asociados y como iniciativa privada autónoma;
ahora es la ley la que dictamina cuándo las cooperativas multiactivas y las de ahorro y crédito
podrán ejercer dicha actividad, enmarcada como “financiera”. Al iniciar, de acuerdo con la
normatividad de los años 90 y siguientes, las restringe a prestar servicios de ahorro, no
pueden recibirlos ni de sus asociados ni de terceros y mucho menos adelantar actividad
crediticia con terceros no asociados. Para avanzar a cooperativa de “ahorro y crédito”, deben
acreditar numerosos años de experiencia en manejo de aportes, como recursos en custodia,
una operación exitosa de crédito con sus asociados y correcto manejo de los riesgos
crediticios y de cartera (Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014). En otras palabras, se
evidencia una concepción restrictiva y formalista de la economía solidaria, profundizada por
un Estado tecnocrático que no consideran las particularidades del sector cooperativo.
También es evidente que el sector solidario pierde su poder de influencia frente al Estado y
en consecuencia se empieza a desmotar paulatinamente toda la institucionalidad creada para
el mismo (Martinez, 2015).
La Superintendencia Bancaria asumió la vigilancia y control de las entidades a junio de 1998 por mandato del Decreto 1688 de 1997.
Solo será posible prestar este servicio “financiero” siempre y cuando sea autorizado por la Superintendencia de la economía Solidaria,
SES. Podrá ejercerse dicha actividad financiera cuando la cooperativa, además del cumplimiento minucioso de su acreditación legal, se
vincule al seguro que le brinda el Fondo de Garantías de Entidades Cooperativas, Fogacoop, figura homóloga al Fogafin, y cuente con
una estructura tecnológica adecuada (Pardo, Serrano Uribe, & Jaramillo Morales, 2006).
24
25
La crisis del 98 tuvo terribles efectos económicos, sociales y políticos para el sector
cooperativo colombiano. Las cuantiosas pérdidas económicas de algunas cooperativas
impactaron directamente en los ahorros y aportes de sus asociados y el sector solidario perdió
confianza y credibilidad. Algunos de los bancos cooperativos existentes entran en situación
de quiebra, lo cual es una oportunidad para el creciente sector financiero26 (Pardo-Martínez
& Huertas de Mora, 2014).
Las cooperativas son empresas no capitalistas, sin ánimo de lucro y se diferencian de un
banco privado por su forma de propiedad, de gestión y de reparto de sus beneficios y
resultados, que no son utilidades. Sin embargo, algunas cooperativas decidieron acreditar a
los socios los excedentes en proporcionalidad distinta a la base de las actividades o servicios
tomados en su cooperativa, e incluso, en algunos casos fueron distribuidos a terceros no
asociados, como práctica soportada en una titularidad ficticia y mercantil de vinculación
como usuario. Estas prácticas están en contraposición a uno de los más importantes principios
del movimiento cooperativista, el de distribución de excedentes en proporción de las
operaciones. El modelo cooperativista contempla que se deben reintegrar a sus asociados
parte de los mismos en proporción del uso de los servicios. De haberse cumplido este
principio, probablemente el debilitamiento económico del sector se habría dado en menor
medida, y, por el contrario, las habría puesto en posición fortalecida, en la medida que sus
asociados, adicional a apreciar la justeza en la retribución a su vínculo, hubieran destinado
estos recursos a engrosarlos aportes sociales, tal como lo explica el principio en mención
(Pardo-Martínez & Huertas de Mora, 2014).
último periodo y perspectivas futuras
En síntesis, se puede afirmar que “el gran desacierto del Estado en una nueva etapa de
formulación de política pública para el sector solidario radica en catalogar la actividad de
este tipo de entidades cooperativas como “financiera”, en tanto ello implica la connotación
de intermediación, concepto que contradice la naturaleza del acto cooperativo que se adelanta
entre un asociado y su cooperativa, y deriva en otros elementos normativos que anulan la
diferenciación y riqueza de dicho concepto y acto cooperativos” (Pardo-Martínez & Huertas
de Mora, 2014: 56). Es así que, sin una adecuada estructura de aseguramiento y control por
parte del sector cooperativo para distinguir a las CAC27solventes de las insolventes, el Estado
restringe la actividad financiera del sector cooperativo y los niveles de exigencia para la
supervisión y otras disposiciones, son equiparables a las del sistema financiero colombiano.
Por otro lado, definir la economía solidaria solo a través de las organizaciones jurídicamente
reconocidas que la ejercen, y no por los actos económicos que la constituye, implica, en
esencia, reconocer un solo tipo de economía. Por lo tanto, se evade el cuestionamiento al
modelo económico hegemónico y distorsiona la responsabilidad de un Estado democrático
de dar garantías a las diversas economías existentes en la sociedad. Es evidente que existe
Este es el origen del Banco de Bogotá el cual tiene un origen cooperativo (Megabanco). Estas experiencias se replicaron en varias
regiones del país.
27
Cooperativas de ahorro y crédito,
26
otras formas económicas que, motivada por valores éticos, como la solidaridad, la
cooperación, la justicia actúa en la vida real. No son un discurso o una simple forma de
organización, son un hecho social, una vivencia practica que encuentra expresión en miles
de experiencias y millones de personas (Martinez, 2015).
En los últimos años, países como Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, han tenido
importantes transformaciones estructurales que dieron paso a un nuevo cambio de ciclo. Este
cambio pasa del modelo neoliberal de desarrollo a uno productivo e inclusivo. A su vez,
Colombia, al igual que otro grupo de países latinoamericanos28, no ha experimentado esa
transición. por el contrario, se ha afianzado y profundizado el modelo neoliberal aumentando
la desigualdad, la pobreza, la indigencia y otros problemas sociales muy inquietantes (Garcia
Delgado & Gradin, 2017).
Esta continuidad del modelo neoliberal y enfoque economicista del desarrollo ha llevado a
desconocer la importancia del capital social, de la solidaridad y la economía solidaria para
las sociedades. “Su desconocimiento lleva a ver y medir la economía solidaria y las
organizaciones que la ejercen, con los mismos parámetros del modelo económico y
empresarial privado lucrativo. Se asimila las políticas para la economía solidaria con las
definidas para las micro, pequeñas y medianas empresas –mipymes-, lo que ha llevado a
considerar que si la política pública, los instrumentos de fomento y de regulación para el
sector empresarial de –mipymes- están definidos, no tiene sentido una política especial de
fomento, fortalecimiento y protección para el sector de economía solidaria. “Las políticas
públicas para la economía solidaria fueron reducidas a un raquítico fomento de la
asociatividad y la exacerbación del control y supervisión que busca imponerle normas y
modelos de control propias del sector privado lucrativo” (Martinez, 2015: 13).
A partir de la reestructuración del Departamento Nacional de Cooperativas29 y su conversión
en el Departamento Nacional de la Economía Solidaria30 en 1998, la unidad estatal creada
para este sector sufrió los embates de la reestructuración propias del Estado neoliberal. La
primera reestructuración del Dansocial se da en 200331 con recorte de personal, desmonte de
oficinas regionales, reducción presupuestal. El Dansocial pasó a ser una entidad con poca
incidencia pública, a pesar del rango de departamento administrativo que mantuvo por más
de una década (Martinez, 2015).
En el primer periodo de gobierno del Presidente Juan Manuel Santos32, se dio un proceso de
reestructuración del Estado separando Ministerios, constituyendo o liquidando
Departamentos Administrativos y creando unidades especiales. Es así que, el Gobierno
Nacional, expidió el Decreto33 por el cual se transforma el Departamento Administrativo
Nacional de la Economía Solidaria en una Unidad Administrativa Especial de
Organizaciones Solidarias, adscrita al nuevo Ministerio de Trabajo. Esta reestructuración ha
Chile, Perú, México
DANCOOP
30
DANSOCIAL
31
Decreto 1799 de 2003
32
2011-2014
33
4122 del 2 de noviembre de 2011
28
29
demostrado que la institución perdió capacidad de definición de políticas. Además, el
Ministerio de Trabajo34, todavía no asume esta tarea y la economía solidaria sigue siendo un
elemento marginal en sus políticas públicas. Se han perdido logros institucionales,
normativos y sociales que el sector de la economía solidaria había logrado en décadas
anteriores (Martinez, 2015).
La nueva coyuntura de pandemia debe permitirnos como sociedad superar la mentalidad
restrictiva que tenemos de creer que la economía solidaria se reduce a unas cuantas formas
organizativas35. Si bien estos modelos asociativos y empresariales son fundamentales, pues
vivencian nuevas relaciones socio-económicas al establecer valores y principios frente a la
propiedad, la participación de los asociados, la distribución de excedentes, la gestión
administrativa etc., lo cierto es que las relaciones socio-económicas de solidaridad adquieren
nuevas prácticas, diversas formas de organización, se extienden por distintos sectores de la
sociedad y deberían influir en las políticas públicas del Estado en cuestiones como el
comercio justo, el consumo responsable y las finanzas éticas (Martinez, 2015).
34
35
responsable hoy del direccionamiento de las políticas públicas para el sector solidario
(cooperativas, fondos y mutuales).
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