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Abril 2001 • Año I • Número 1
#1
Abril
2001
SUMARIO
La orientación lacaniana
Una nueva modalidad del síntoma
Por Jacques-Alain Miller
La eficacia del psicoanálisis
Por Ricardo Seldes
Plata quemada o los nombres
impropios
Por Germán García
El médico, las tecnociencias
y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
Coloquio Jacques Lacan 2001
en Buenos Aires
Entrevista a Flory Kruger, organizadora del Coloquio
Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Las pruebas de la interpretación
Por Graciela Brodsky
La transferencia:
vía de una transmisióna
Por Gabriela D’Argenton
Actualidad de la AMP
La orientación lacaniana en USA
Reportaje a Alicia Arenas
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Abril - 2001
Editorial
Esta nueva modalidad de publicación, la primera revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana, llega en un momento en que Internet ya forma parte de la comunidad analítica. Ha permitido un intercambio inédito, increíble hasta hace sólo
unos años, cuando sólo se usaba el fax o el correo. Internet ha sido formidable; diariamente circulan publicaciones por las listas
electrónicas; sabemos qué se hace aquí o allá, ya sea sobre el próximo Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
(AMP), el Encuentro del Campo Freudiano, las Jornadas, los Coloquios, o la más pequeña reunión local.
Se han acortado las distancias y se han consolidados lazos de transferencia de trabajo a través de la red, antes impensables.
Ante todo, cabe recordar las palabras del filósofo: “Todas las distancias, en el tiempo y en el espacio, se encogen.
Aquellos lugares para llegar a los cuales el hombre se pasaba semanas o meses viajando se llega ahora en avión en una noche.
Aquello de lo que el hombre no se enteraba más que pasados unos años, o no se enteraba nunca, lo sabe ahora, todas las
horas..., en un abrir y cerrar de ojos.
...Ahora bien, esta apresurada supresión de las distancias no trae ninguna cercanía, porque la cercanía no consiste en la
pequeña distancia”...
Martín Heidegger en 1954 nos advertía en su artículo “La cosa”, acerca de la pérdida de la cercanía que traían los nuevos tiempos. Es nuestra apuesta, sostener en un nuevo campo virtual saturado de información, la cercanía de la causa analítica; poder
hacer uso del alcance que este medio nos brinda, mucho mayor que las publicaciones en papel, y así llegar a quien quiera saber
qué se piensa desde la orientación lacaniana, esté donde esté.
En este sentido, esta nueva interfaz es un recurso que hemos encontrado para tomar la responsabilidad de “reinventar el psicoanálisis en estos tiempos de desamparo”, como ha dicho Jacques-Alain Miller en el cierre de las Jornadas de la ECF del año
pasado. Los textos reunidos en este primer número, de autores que comparten nuestro entusiasmo, dan cuenta de cuestiones
cruciales del debate del psicoanálisis.
En esta ocasión contamos con los textos de Jacques-Alain Miller sobre el síntoma lacaniano, como conexión real entre significante y cuerpo; un reportaje a Flory Kruger sobre el Coloquio Jacques Lacan a realizarse en Buenos Aires en el mes de abril
del presente año; otro reportaje a Alicia Arenas, psicoanalista residente en Miami, que se refiere a la orientación lacaniana en
USA; Graciela Brodsky escribe acerca de la interpretación mutativa de Strachey; Gabriela D’Argenton, sobre el destino de la
transferencia analítica en el fin de la cura; Germán García, sobre la novela de Ricardo Piglia y lo impropio del nombre; Ricardo
Nepomiachi tomó a su cargo el tema del acto médico y el psicoanálisis; y Ricardo Seldes se refiere a la eficacia de la práctica en
nuestros tiempos. Además, hemos agregado uns sección para comentarios de libros, revistas y sitios en la web.
Cabe destacar que la presente publicación no hubiera sido posible sin el impulso del Director de la EOL, Ricardo Seldes, así
como de la incansable labor que compartimos con Diana Wolodarsky, subdirectora editorial, Alejandra Glaze, coordinadora, y
el comité de redacción integrado por Paula Kalfus, Mónica Prandi y Patricia Schnaidman, con quienes asombrosamente nos
encontramos cumpliendo los plazos trazados en el pasado año, para la aparición de esta revista.
De Virtualia esperemos que conserve el virtus, la fuerza vital del deseo; y justamente Jacques Lacan dice que “En el espacio
virtual entre el requerimiento de la satisfacción y la demanda de amor es donde el deseo ha de ocupar su lugar...”*.
Mario Goldenberg
Director
* Jacques Lacan, El Seminario, Libro 5, “Las formaciones del inconsciente”, clase 24 del 21 de mayo de 1958, Ed. Paidós.
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Abril 2001 • Año I • Número 1
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SUMARIO
La orientación lacaniana
Una nueva modalidad del síntoma
Por Jacques-Alain Miller
La eficacia del psicoanálisis
Por Ricardo Seldes
Plata quemada o los nombres
impropios
Por Germán García
El médico, las tecnociencias
y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
Coloquio Jacques Lacan 2001
en Buenos Aires
Entrevista a Flory Kruger, organizadora del Coloquio
Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Las pruebas de la interpretación
Por Graciela Brodsky
La transferencia:
vía de una transmisióna
Por Gabriela D’Argenton
Actualidad de la AMP
La orientación lacaniana en USA
Reportaje a Alicia Arenas
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Abril - 2001
Reportaje a Flory Kruger
Coloquio Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Por Patricia Schnaidman
Flory Kruger es psicoanalista, AME de la Escuela de la Orientación Lacaniana y Secretaria de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
En Buenos Aires, el Coloquio Jacques Lacan 2001 se va a realizar los días 21 y 22 de abril en el hotel Plaza Marriott, y
vendrán para esa ocasión Judith Miller y Jacques-Alain Miller.
A 100 años del nacimiento de Jacques Lacan las diferentes escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) preparan
su homenaje. F. Kruger, organizadora en Buenos Aires, dice: “No se trata de hacer un elogio de su obra ni de su persona, porque
eso es una forma de desconocer su producción. Se trata, por el contrario, de estudiarlo, de conocerlo y de extender su enseñanza, cada vez un poco más allá, en el sentido de extraer las consecuencias lógicas de su pensamiento en el campo de nuestra
clínica, de nuestra cultura”.
Patricia Schnaidman: ¿Cómo está pensado el homenaje a Lacan en las distintas Escuelas de la AMP?
Está pensado bajo la forma de la realización de los Coloquios Jacques Lacan 2001. Este año se cumplen 100 años del nacimiento de Jacques Lacan y los coloquios son una forma de hacerlo presente. En este sentido, no se trata de un automaton como
podrían ser los Encuentros Internacionales del Campo Freudiano, que se realizan ininterrumpidamente cada 2 años desde el año
1980, sino que sale de esta serie para constituirse en un homenaje a su nacimiento.
Cada Escuela de la Asociación Mundial de Psicoanálisis ha elegido su modo particular para llevar a cabo este homenaje, de
acuerdo a su momento, a su organización y a su modo de inserción en el mundo. Pero no son sólo las Escuelas las que están
organizando estos coloquios, sino que en distintas ciudades donde aún no hay Escuela en marcha, pero existe la presencia de
colegas de la orientación lacaniana, se disponen a rendirle homenaje al centenario de su nacimiento.
Por ejemplo, en Roma, donde la Escuela está en formación, la realización del Coloquio es un modo de ir generando un lugar
para el futuro. En Barcelona, en cambio, con la Escuela recientemente fundada, es un modo de afianzar lazos de trabajo
alrededor de un objetivo común. En Londres, será la ocasión de retomar el punto de debate con los anglosajones. En Niza, el
Coloquio girará alrededor de la segunda clínica de Lacan; en octubre está previsto un coloquio en Moscú y luego otro en San
Petersburgo. Hacer conocer el pensamiento de Lacan en los países del Este es una iniciativa que lleva ya varios años; en ese
sentido se trata de invitar a la gente de todas las disciplinas a leer a Lacan, a conocer su pensamiento, a promover la traducción
de su obra. Hay que tener en cuenta que acaba de salir la traducción al ruso de Televisión y esto se logra no sólo con el esfuerzo
de muchos colegas que están viajando hace mucho tiempo a los países del Este, sino también y centralmente, con el apoyo
que les brinda el Campo Freudiano, fundamentalmente, al facilitarles la posibilidad de la presencia de muchos de ellos en los
Encuentros Internacionales.
En noviembre están previstos coloquios en Sofía y en Cuba, también en Israel y en muchos otros lugares, pero no es mi intención hacer una enumeración de ellos, sino dar un panorama de la amplitud que abarca el Campo Freudiano en el mundo.
Dentro de esta diversidad, todos tienen un objetivo en común que es el de dar un paso más en el desarrollo de la orientación
lacaniana.
¿Cómo va a llevarse a cabo en la Argentina?
Organizar un Coloquio no es una obligación, lo hace quien siente la necesidad de hacerlo; sólo así se entiende un homenaje.
Quien tiene esa iniciativa la puede llevar adelante. Por ejemplo, durante el mes de enero, la sección Santa Fe de la Escuela de
la Orientación Lacaniana organizó junto con la secretaría de extensión de la UNL y la Alianza Francesa un Coloquio con el
título “Jacques Lacan en el siglo” en la sede misma de la Alianza Francesa y, según pude leer en El Litoral, el evento contó con
una gran concurrencia y tuvo muy buena repercusión. Esto demuestra que se trata de la iniciativa en cada lugar. En esa línea, la
sección Córdoba ha organizado un Coloquio para el viernes 16 de marzo, aprovechando la presencia de muchos colegas de dis-
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tintas provincias, que se juntarán en Córdoba para asistir al seminario organizado por el CIEC y dictado por Alexandre Stevens,
que es el director del próximo Encuentro Internacional del Campo Freudiano y del III Congreso de la AMP. En el marco de ese
trabajo ubicaron la realización del Coloquio Jacques Lacan con una mesa redonda bajo el título “Lacan en la cultura” en el que
participarán personas de diversas disciplinas, como modo de ofrecer una mirada amplia del pensamiento de Lacan. Tendré la
satisfacción de compartir con ellos ese momento ya que me han invitado a presidir la mesa.
En Buenos Aires, el Coloquio Jacques Lacan 2001 se va a realizar los días 21 y 22 de abril en el hotel Plaza Marriott y vendrán
para esa ocasión Judith Miller y Jacques-Alain Miller.
¿Van a participar otras instituciones psicoanalíticas?
Tenemos previsto invitaciones diversas, más que a instituciones psicoanalíticas, a psicoanalistas de otras orientaciones y a gente
de la cultura en general de modo de contar con un abanico de miradas tanto del campo científico como del filosófico, literario,
periodístico, artístico, etc. La idea es compartir un espacio donde cada cual pueda decir algo de su encuentro con Lacan, algo
que lo haya conmovido, enseñado, cambiado; y supongo que desde otras disciplinas esto también es posible, ya que Lacan,
además del psicoanálisis, abarcó un universo muy amplio en su producción. No se trata de hacer un elogio de su obra ni de
su persona, porque eso es una forma de desconocer su producción. Se trata, por el contrario, de estudiarlo, de conocerlo y de
extender su enseñanza, cada vez un poco más allá, en el sentido de extraer las consecuencias lógicas de su pensamiento en el
campo de nuestra clínica, de nuestra cultura, apuntando a estar a la altura de nuestro tiempo.
Tendremos la ocasión de contar una vez más con la presencia de Horacio Etchegoyen quien, junto a J.-A. Miller, dialogarán
acerca de Lacan.
Esto representa un paso más en el debate, en la “crítica asidua”, tal como lo indica Lacan en el Acto de Fundación del ‘64, la
crítica entre nosotros, pero también fuera de nuestro campo, en el camino de extender el psicoanálisis, de reinventarlo cada día,
de mantenerlo vivo, de lograr que el psicoanálisis no desaparezca. Ese es nuestro objetivo y estamos trabajando para eso.
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Abril 2001 • Año I • Número 1
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Una nueva modalidad del síntoma
Por Jacques-Alain Miller
La eficacia del psicoanálisis
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El médico, las tecnociencias
y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
Coloquio Jacques Lacan 2001
en Buenos Aires
Entrevista a Flory Kruger, organizadora del Coloquio
Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Las pruebas de la interpretación
Por Graciela Brodsky
La transferencia:
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Reportaje a Alicia Arenas
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La transferencia: vía de una transmisión
Por Gabriela D’Argenton
Gabriela D’Argenton es psicoanalista, psicomotricista, AE de la Escuela de la Orientación Lacaniana, y Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
El destino de la transferencia analítica es el eje que releva la autora al tomar algunas formulaciones freudianas y lacanianas sobre el amor, para proponer el pase y la Escuela como un destino posible del amor de transferencia.
Hace algún tiempo asistimos como miembros de la Asociación Mundial de Psicoanálisis a lo que dio en llamarse “la guerra de
los carteles”, que se instaló a partir del desacuerdo abierto en los carteles del pase de la Ecole de la Cause Freudienne sobre si
en el fin de análisis habría o no liquidación de la transferencia1. Ya el término “liquidación” indica a mi juicio un desplazamiento de las coordenadas de Lacan sobre la estructura del dispositivo analítico, y son diversos los momentos de su enseñanza en
los que expresa su oposición a este pensamiento. Les transmito tres en los que Lacan se refiere a esto. En el Seminario 11 dice:
“¿Qué se querrá decir con esto? ¿A qué contabilidad se referirá la palabra liquidación? (...) Si la transferencia es la puesta en
acción del inconsciente, ¿querrán decir que la transferencia podría ser liquidar al inconsciente? ¿Acaso ya no tenemos inconsciente después de un análisis?”2. Lacan hace allí un sustitución: donde los otros piensan la liquidación, él ubica un encuentro, un
descubrimiento, lo dice así: “(...) justo en ese punto de convergencia hacia el cual es empujado por la faz engañosa que encierra
la transferencia, se produce un encuentro que es una paradoja -el descubrimiento del analista.”3.
En la proposición del 67, tres años más tarde, nos dice que en la “futilidad” del término liquidación, no ve sino la negación del
deseo del analista, siendo que a ese lugar viene “el agujero donde únicamente se resuelve la transferencia”4. Aquí entonces es
interesante notar cómo en ese momento de torsión que implica el fin del análisis, en ese momento en que se revela para el sujeto
lo que él es como ser de goce a partir de saber sobre lo que lo causa, Lacan no ubica una vuelta a cero de la transferencia, sino
un “renacer”. Dice: “Así el ser del deseo alcanza el ser del saber para renacer en su anudamiento en una banda de borde único
donde se sostiene una sola falta, la que sostiene el agalma”5.
Mucho más tarde, en su Seminario del ‘74, “Les non dupes errent”, tras definir a la transferencia como “la verdad del amor”6,
recuerda que nunca se supo bien qué hacer con ella salvo decir “que era preciso reducirla, liquidarla”7. Lacan critica así lo que
del analista se pone en juego como rechazo de la verdad que a él, al analista, lo toca. Entonces, nos recuerda que en “la experiencia analítica, la transferencia es lo que ella no puede soportar, sino padeciendo por su causa fuertes dolores de estómago”8.
Voy a tomar la vía del amor de transferencia interrogando sus meandros durante la cura; su estado al fin del recorrido analítico
y su posible destino.
1. El amor freudiano
Sabemos que Freud ubica en el principio de la transferencia al amor diciendo que los episodios amorosos son inconmensurables
y se ubican -dice- “en una página especial que no admite ninguna otra escritura”9. Así, nos indica la paradoja que presenta la
transferencia al ser al mismo tiempo el único motor posible de la cura, palanca del tratamiento, y su más difícil escollo. Despeja
Freud, inmediatamente, que no se puede cargar a la cuenta del psicoanálisis esta cuestión, sino a la neurosis que, a través de la
acción conjugada de disposición y azar, produce en el ser humano una respuesta tal que “adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará”10. Así
define Freud de entrada la transferencia. Notemos que articula aquí al amor con la pulsión a partir de lo que llama “condiciones”, es decir que anudará el sujeto al analista la investidura libidinal singular con las que tendrá que vérselas el psicoanalista
hasta el fin. Es, entonces, una articulación entre el amor y el goce, ya que hace valer su carácter “necesario” para la elección
del objeto, es decir su sometimiento a reglas, que es lo que Jacques-Alain Miller aclara diciendo que en la expresión alemana
“condición de amor” se encuentra bien formalizado que se trata de condiciones de goce que determinan la elección de objeto de
amor11.
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Freud indica a los psicoanalistas prudencia, pero alerta sobre la importancia de dejar subsistir en el paciente esta fuerza del
trabajo, sin apaciguarla, ya que consentir al amor es tan funesto como ahuyentarlo.
Pero no todo es color de rosa, porque al revelarse el amor en su vertiente real, el goce al que está enchufado, Freud descubre la
condición de síntoma que el psicoanálisis tiene para el sujeto, es decir la satisfacción intrínseca a la cura misma. De allí que en
1919 nos diga que “el enfermo busca la satisfacción sustitutiva sobre todo en la cura misma, dentro de la relación de la transferencia con el médico, y hasta puede querer resarcirse por este camino de todas las renuncias que se le imponen en los demás
campos”12.
De allí que el legado freudiano sobre el fin de la cura analítica pueda traducirse en la pregunta: ¿qué hacer con el resto pulsional?, ese “quantum libidinal”, el factor cuantitativo que atraviesa los últimos capítulos de “Análisis terminable e interminable”.
La roca freudiana de la castración localiza un resto incurable, imposible de analizar tanto en el hombre como en la mujer que
son consecuencia del muro del padre y llevan a Freud a plantear un retorno al análisis cada cinco años.
2. Tres puntuaciones de Lacan sobre el amor
Voy a referirme a tres momentos de la enseñanza de Lacan sobre el amor para proponerles que ellos en su articulación dan
cuenta de su estado en el sujeto durante la cura y en su conclusión. Ellos son: El amor como pasión del ser; el amor en su vertiente de engaño; el amor, una significación vacía.
El amor como pasión, lo plantea Lacan en “La dirección de la cura”. Allí señala la relación estricta entre lo más íntimo de la
experiencia analítica y el campo del despliegue de la pasión neurótica. El ser del sujeto lo es aquí del lenguaje, por lo tanto al
mismo tiempo en que su fundamento es la carencia de ser, se dirige al Otro, dice Lacan, queriendo justificar esa existencia para
encontrar allí su estatuto. La pasión amorosa encuentra allí una doble dirección: por un lado, notemos su fundamento de afectación, de pérdida producida por el lenguaje sobre el cuerpo; y por el otro, su ubicación de respuesta a esto mismo. Es allí que
se articula a la ignorancia, como ignorancia del deseo que la anima y también al odio en tanto que rechazo del ser.
Al comienzo de la experiencia analítica la pasión amorosa inscribe un lleno en el sujeto, pero que esta vez va a vincularse con
un partenaire nuevo, el psicoanalista, quien, por ubicarse en el lugar del semblante, hará posible la producción de la dimensión más esencial del amor: la dimensión del encuentro. Un encuentro con quien “hará reinar allí al objeto a” a partir del cual
“podrá interrogar como saber lo tocante a la verdad”13. Se anuda allí el amor al saber, abriéndose al mismo tiempo, la vertiente
engañosa del amor, su costado imaginario. El sujeto se presenta como amable de modo que resplandezca para él, el punto de
perspectiva desde el que quiere ser visto, y de este modo se hace el analista objeto de la demanda de amor por contener esa
piedra preciosa, absolutamente evanescente: el agalma, es decir, la idealización del objeto.
Así, el sujeto se apalabra en la experiencia, apuntando su amor al ser al mismo tiempo que ignorando su condición, esto es, su
naturaleza de semblante, sus vestiduras. Y cuanto más y más se trenza, más el amor segrega lo que comporta: el goce. De este
modo el análisis traza en una sola dirección, su dirección hacia lo real, la huella de sus dos líneas de fuerza: la del saber -que la
suposición ha hecho pivotear- a partir de la repetición por la demanda hasta reducirla a su marca memorable, el trazo unario; y
la otra, la invariante del modo singular de goce que es éxtimo al sujeto y que lo lleva, más allá del padre, a habitar la pulsión.
Para esto sin embargo es preciso que el psicoanalista, habiendo permitido reducir la idealización del padre separando siempre
las emboscadas del Ideal de las del resto que envuelve y encarna, empuje el análisis más allá, lo cual hará posible su finitud. Es
posible que una contingencia, un encuentro, se escriba a partir del cual un trozo de real se pone en juego, ya que como lo dice
Lacan en su seminario del 74: “el amor no es otra cosa que un decir en tanto que acontecimiento”14.
La destitución subjetiva que se opera al fin de la cura en el vector del saber, se anuda y se soporta en este encuentro, cuya consecuencia es el descubrimiento de la imposibilidad, de ese real que Lacan enuncia “no hay relación sexual”. Es decir, el modo
en que se conserva la marca de la imposibilidad que el lenguaje y no el padre dejó como agujero.
Aquí entonces ubico la tercer puntuación sobre el amor que he tomado del Seminario del 15/03/77, “L’insu que sait...”, donde
dice: “El amor es una significación (y esto es) un término vacío. El deseo tiene un sentido (...) pero el amor es vacío”15. Estamos en la otra costa del lleno del principio. La desuposición de saber y la inconsistencia del Otro deducida de la contingencia,
hacen del vínculo amoroso con el partenaire la real-ización del amor como vacío. Vacío no es liquidado, sino descubierto en
su más radical vertiente, lo real que lo funda. Así entiendo lo que J.-A. Miller nos dice en El hueso de un análisis, refiriéndose
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al segundo momento posible de reducción de goce propiamente dicho. Cito: “...allí se inscribe el acto analítico y se juega su
destino. Exactamente, en el margen, entre la reducción significante y la reducción cuantitativa. Allí se inscribe el pase a título
de posibilidad”16.
3. Conclusiones: al fin... la Escuela y un estilo
Si la transferencia ha sido definida por Lacan como la verdad del amor y éste ha sido la investidura de la suposición de saber
que resta vacía -como lo señalé más arriba- les propongo pensar que es este mismo vacío del que toma su fuerza la posibilidad
de transferir a la Escuela, ese saber que la travesía analítica ordenó. La Escuela hace su oferta de vacío a través del dispositivo
del pase, para que cada quien, que así lo quiera, tenga la oportunidad de verificar por la demostración, lo que presidió aquel
acontecimiento. Es así que pienso que el pase es un destino posible del amor de transferencia en tanto que vacío, sin Otro, que
al mismo tiempo enlaza al sujeto al nuevo partenaire: la Escuela. Es decir que el Otro que la Escuela constituye entra en el
circuito del sujeto, permitiendo contarlo al nivel -no ya del espejismo narcisista- sino de la causa del deseo, lo que entiendo que
J.-A. Miller nos enseña cuando nos habla de una ética de las consecuencias 17.
Del lado del sujeto pienso que lo irreductible, lo ineliminable de la pasión amorosa, es lo que llamamos estilo, eso que Lacan
define como el objeto a, por lo tanto resto de un análisis y trazo, huella de una diferencia, marca singular e indeleble que se
inscribe a partir de la escritura de cada sujeto por la experiencia analítica, en las vías de una transmisión que se llama transferencia.
Notas:
1- Este problema se encuentra desplegado en el apunte realizado por el directorio de la Escuela de las Orientación Lacaniana, sobre “Noches de la Escuela
Una”, convocadas por el comité consultivo de la Escuela Una.
2- Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 4, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 1987, pág. 275.
3- Ibid. pág. 276.
4- Lacan, Jacques, “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela”, en Momentos cruciales de la experiencia analítica. Buenos
Aires, Manantial, 1987, pág. 19.
5- Ibid.
6- Lacan, Jacques, “Los desengañados se engañan o los nombres del padre”. Ficha inédita, clase del 19/03/74.
7- Ibid.
8- Ibid.
9- Freud, Sigmund, Obras completas, Vol. XII (2da.; edición). Buenos Aires, Amorrortu, 1986, pág. 163.
10- Ibid.
11- Miller, Jacques-Alain, “Una charla al simposio (sobre el amor)”. Buenos Aires, 20/07/88.
12- Freud, Sigmund, Op. Cit., Vol. XVII, pág. 159.
13- Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 11, Aún. Buenos Aires, Paidós (2ª reimpresión) 1992, págs. 115-116.
14- Lacan, Jacques, “Los desengañados se engañan o los nombre del padre”. Ficha inédita, clase del 19/03/74.
15- Lacan, Jacques, “L’ insu que sait (...)”, ficha inédita. Clase del 15/03/77.
16- Miller, Jacques-Alain, El hueso de un análisis. Buenos Aires, Tres Haches, 1998, pág. 46.
17- Miller, Jacques-Alain, Política lacaniana. Buenos Aires, Colección Diva, 1998.
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Una nueva modalidad del síntoma
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La eficacia del psicoanálisis
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y el psicoanálisis
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Las pruebas de la interpretación
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Plata quemada o los nombres propios
Por Germán García
Germán García es escritor, psicoanalista, AME de la Escuela de la Orientación Lacaniana y Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Presidente de la Fundación Descartes.
Luego de la pretensión de punir a la novela Plata quemada y a su autor, Ricardo Piglia, por el uso de nombres propios, aún
cuando esos nombres se hicieron públicos por los hechos que protagonizaron, Germán García retoma desde el argumento
mismo de la novela de Piglia, el valor de acontecimiento, para terminar sosteniendo que es una dimensión de la verdad de
un discurso -no de la exactitud de unos hechos- que se opone al mal del simulacro, la traición y el desastre.
Plata quemada, mediante un epílogo sin firma, aclara: “Esta novela cuenta una historia real. Se trata de un caso menor y ya olvidado de la crónica policial que adquirió sin embargo para mí, a medida que investigaba, la luz y el pathos de una leyenda” (p.
245). El narrador de este epílogo de Renzi, el joven periodista que intenta encontrar la dimensión trágica de los acontecimientos: “He tratado de tener presente en todo el libro el registro estilístico y ‘el gesto metafórico’ (como lo llamaba Brecht), de los
relatos sociales cuyo tema es la violencia ilegal”.
Los hechos ocurrieron en Buenos Aires y Montevideo entre el 27 de septiembre y el 6 de noviembre de 1965. Han pasado,
hasta el momento en que se firma este epílogo, más de treinta años. El epílogo nombra los diarios consultados, diarios de la
época publicados en Buenos Aires y en Montevideo. Se habla también de la consulta de legajos judiciales y de la consulta de
otras fuentes. Pero se aclara: “El conjunto del material documental ha sido usado según las exigencias de la trama...” (p. 246).
Es decir, existen inferencias exigidas por la trama. Por eso el epílogo advierte: “He respetado la continuidad de la acción y (en
lo posible) el lenguaje de los protagonistas y los testigos de la historia. No siempre los diálogos o las opiniones transcriptas se
corresponden con exactitud al lugar donde se enuncian...” (p. 245).
Se trata de lo posible, como en Aristóteles, no de la exactitud: “... he reconstruido con materiales verdaderos los dichos y las
acciones de los personajes” (p. 245). Como lo demostró Jacques Lacan, la verdad no es la exactitud, la verdad es una dimensión
que supone un sujeto que no siempre puedo inferir de la exactitud de los hechos. Por eso se trata de “reconstruir” con materiales “verdaderos”, de realizar un bricolage (para usar el término de Lévi-Strauss) que muestre la lógica sensible, el pathos de una
leyenda, referido a la “violencia ilegal”.
¿Cómo explicar la pretensión de punir a Plata quemada por el uso de nombres propios, cuando esos nombres se hicieron públicos por los hechos que protagonizaron?
El señor Poubelle, prefecto de policía de París, impuso el uso de recipientes higiénicos en la ciudad. Esos recipientes se llaman
ahora poubelle, lo que demuestra la gratitud de los habitantes de París. Pero poubelle es también la basura que contienen los
recipientes. Es decir, que el señor Poubelle se ha convertido en el nombre común de la basura, por haber realizado la acción
meritoria de regular la higiene de la ciudad.
¿El nombre propio, cuando realiza una acción que lo convierte en nombre común, no se demuestra como siendo impropio?
Leemos en Plata quemada: “En Devoto había conocido a un cana que se llamaba Verdugo, eso es peor. Llamarse Verdugo,
llamarse Esclavo, había uno que llamaba Battilana, con esos apellidos mejor llamarse Malito” (pp. 14?5).
“Se trata de un caso menor”, dice el epílogo. No se trata del Mal, tan sólo de Malito, decimos. ¿No intenta el narrador Renzi
elevar una “sórdida leyenda policial”, no intenta darle la dimensión de la tragedia?
“Hybris”, buscó en el diccionario el chico que hacía policiales en El Mundo: “la arrogancia de quien desafía a los dioses y
busca su propia ruina”. Decidió preguntar si podía ponerle este título a la crónica y empezó a escribir”(p. 91).
El chico de El Mundo es Emilio Renzi, que aparece en otros libros de Ricardo Piglia. Su versión de los hechos, como veremos,
choca con las versiones de múltiples narradores: “De todos modos el destino había empezado a armar su trama, a tejer su
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intriga, a anudar en un punto (y esto lo escribió el chico que hacía policiales en El Mundo) los hilos sueltos de aquello que los
antiguos griegos han llamado el muthos” (p. 106).
Cuando el comisario Silva dice “Son enfermos mentales”, Renzi le replica: “-Matar enfermos mentales no está bien visto por el
periodismo. -Ironizó el cronista. -Hay que llevarlos al manicomio, no ejecutarlos... Silva miró a Renzi con expresión cansada;
otra vez ese pendejo irrespetuoso, de anteojitos y pelo enrulado, con cara de ganso, ajeno al ambiente real y al peligro de la
situación, que parecía un paracaidista, el abogado de oficio o el hermano más chico de un convicto que se queja por el trato que
los criminales sufren en las comisarías” (p. 197).
Renzi entiende que el lenguaje de Silva, como el de los delincuentes, tiene una potencia real que sobrepasa sus elucubraciones:
“Hablaban así, eran más sucios y más despiadados para hablar que esos canas curtidos en inventar insultos que rebajaban a los
presos hasta convertirlos en muñecos sin forma. Tipos pesados, de la pesada pesada, que se quebraban en la parrilla, que se
entregaban al final, después de oír a Silva insultarlos y darles máquina durante horas para hacerlos hablar. Los restos muertos
de las palabras que las mujeres y los hombres usan en el dormitorio y en los negocios y en los baños, porque la policía y los
malandras (pensaba Renzi) son los únicos que saben hacer de las palabras objetos vivos, agujas que se entierran en la carne y te
destruyen el alma como un huevo que se parte en el filo de la sartén” (p. 186).
Los nombres propios de los personajes, vueltos impropios en el espacio social de la delincuencia, están sujetos a un cruce de
lenguajes que les dará un nuevo sentido: ¿Esos nombres designan el cúmulo de negatividades que propone el comisario Silva
o los sujetos trágicos que supone Renzi? Depende del valor del acontecimiento que, como dice Alain Badiou, siempre está
situado y es suplementario de una situación. El acontecimiento es una dimensión de la verdad de un discurso -no de la exactitud
de unos hechos- que se opone al mal del simulacro, la traición y el desastre. ¿Malito es sólo un malito, para eso fue nombrado,
a eso lo reduce su apellido?
Renzi no acepta esta transformación del nombre propio en nombre común: “La esencia táctica de la banda de Malito, su brillo
trágico (escribiría más tarde Renzi en su crónica de los hechos para la página policial del diario El Mundo) se alimenta con
la certidumbre de que cada victoria lograda en estas condiciones imposibles aumenta la capacidad de resistencia, los vuelve
más veloces y más fuertes. Por eso siguió lo que siguió, la ceremonia trágica que cualquiera que haya estado ahí esa noche no
olvidará jamás” (p. 189).
El tema del nombre impropio, del nombre que el otro social sanciona, cambiará de sentido por esta ceremonia. Quemar la plata
es refutar, por ese acontecimiento mismo, la significación del asalto al banco. Por este acto la versión de Renzi cobra un nuevo
relieve contra las exclamaciones desconcertadas de quienes nunca habían dudado de que se trata de conseguir el máximo con el
mínimo esfuerzo. Aparece, entonces, un filósofo uruguayo que recuerda la noción de potlatch: “...un gesto de puro gasto y de
puro derroche que en otras sociedades ha sido considerado un sacrificio que se ofrece a los dioses porque sólo lo más valioso
merece ser sacrificado y no hay nada más valioso entre nosotros que el dinero, dijo el profesor Andrada y de inmediato fue
citado por el juez” (p. 193).
A pesar de la ironía, la interpretación por el sacrificio se le aparece a Renzi cuando ve el cadáver de Dorda: “Un Cristo, anotó el
chico de El Mundo, el chivo expiatorio, el idiota que sufre el dolor de todos” (p.240)
Plata quemada es, me parece, una doble sorpresa. Una sorpresa en relación con los anteriores libros de Piglia. Y una sorpresa
dentro de nuestra literatura. Y cuando digo “nuestra” es para localizar una serie de resonancias que es posible que se pierdan
para un lector de la misma lengua que habite otras referencias literarias.
La sorpresa fue amortiguada, para los comentaristas, por el revuelo creado en torno al premio otorgado a Plata quemada por
Editorial Planeta. Como en Macedonio Fernández, el tema del libro parecía continuar fuera del mismo. Porque la plata, en el
libro, es la causa que ordena las subjetividades -tanto de quienes la custodian, como de quienes la roban- y que resulta ser inocente, según la opinión de algunos periodistas y del coro que comenta los pormenores del tiroteo final.
Al comienzo, ya en la página 31, el tesorero compara el depósito del banco con “una tumba bajo tierra, una cárcel llena de
dinero”. Y un narrador, en la página siguiente, comenta que “varias veces había pensado que era posible robar el dinero que le
entregaban todos los meses”. Ya en manos de la banda, la plata “...pesaba como si estuviera hecha de piedra (…) Bloques de
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cemento laminado, hojas finas, todos los billetes...” (p.44). “Lo más divertido era que la plata estaba amontonada en una especie
de bargueño con un espejo que la duplicaba, una parva de guita sobre un hule blanco repetida, como una ilusión, en el agua
pura de un espejo” (p. 6 l).
El dinero disuelve unos lazos sociales, pero también establece otros. La banda cruza la frontera, escapa de un territorio donde
son agentes del crimen, el parricidio, el incesto, etc. Un territorio donde quienes los persiguen, otros agentes sociales, están
inmersos en la misma disolución de esos lazos sociales. Una comunidad cínica -el cinismo conoce el precio de todas las cosas,
pero no conoce el valor de ninguna- donde la violencia se mueve en una ambigua ausencia de categorías.
La pregunta de Brecht (”¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”) obtiene como respuesta la novela, la trama del
relato sobre el equívoco de los acontecimientos. En el epílogo vuelve el nombre de Brecht, para hablar del ‘gesto metafórico’ de
los relatos sociales cuyo tema es la violencia ilegal. También se habla en ese epílogo de un lenguaje que suena hostil, “corno
suele sonar el lenguaje cuando se lo usa para contar una derrota” (p. 250).
El narrador del epílogo, como dijimos, adopta la interpretación de Renzi y comenta -en relación al relato de una mujer que ha
participado en los acontecimientos- “…yo la escuché como si me encontrara frente a una versión argentina de una tragedia
griega. Los héroes deciden enfrentar lo imposible y resistir y eligen la muerte como destino” (p. 250).
Frente a la versión policial de Silva, la interpretación ideal de Renzi es matizada por el “coro” de otras voces y por el periodismo. También por un narrador que habla el lenguaje violento de la banda y de los policías y por la aparición del delincuente
uruguayo que abandona a un herido: “Eran unos reventados, dijo Yamandú, eran unos tipos que vivían en una delirata total,
querían llegar a Nueva York en auto por la Panamericana, asaltando bancos en el camino y robando farmacias para proveerse de
drogas. Se daban manija con eso, estudiaban los mapas, los caminos secundarios, y calculaban cuánto tiempo iban a tardar en
llegar a Norteamérica. Estaban piantados, deliraban por trabajar para la mafia portorriqueña de Nueva York, meterse en el barrio, en el ghetto latino y empezar de nuevo ahí, donde nadie los conoce” (p. 126).
Marcos Dorda, el gaucho rubio como se le llama, es narrado por sus voces (de las que es receptor), por algunos vagos recuerdos
que al final adquieren la precisión de una invocación a sus padres, por el Dr. Bunge -en estilo indirecto-, por el periodista que
cuenta sus acciones, por Brignone, etc. Dorda forma un nudo con Brignone (en nada parecido a la clásica pareja de duplicaciones complementarias de la literatura), una díada donde no son uno y tampoco dos: “Porque el gaucho y el Nene, eran, para el
Gaucho, uno solo. Hermanos mellizos, gemelos, los hermanos corsos, es decir (trataba de explicar Dorda) se entendían a ciegas,
actuaban de memoria. Le parecía así, a él, que sentía lo mismo que el Nene Brignone. Dorda dejaba entonces que la rutina diaria la armara el Nene. La plata y las decisiones significaban poco para él. Su interés exclusivo eran las drogas, ‘su oscura mente
patológica’ (decía el informe psiquiátrico del Dr. Bunge) pensaba rara vez en otra cosa que no fueran las drogas y las voces que
escuchaba en secreto” (p.69).
Dorda, que es sacado de la ratonera agonizando, sigue sus voces hasta el final, mientras los personajes que lo acompañaban
-Mereles, Brignone- se mueven en una lógica elástica donde los acontecimientos no encuentran sus categorías sociales. En
el capítulo tres se comienza con el asalto al Policlínico Bancario, se habla de José Luis Nell y Joe Baxter, del nacionalismo
peronista. El comisario Silva dice que todos los crímenes tienen un signo político, pero después habla de que sólo se trata de
criminales y por último los califica de enfermos mentales.
Hernando Heguilein es un ex-integrante de la Alianza Libertadora Nacionalista y Malito es el hombre invisible, el cerebro
mágico, “el jefe y había hecho los planes y había armado los contactos con los políticos y los canas que le habían pasado los
datos, los planes, los detalles...” (p. 14). Mereles era un hacendado de la provincia de Buenos Aires.
Aquí la precisión de las fechas adquiere valor: entre el 27 de septiembre y el 6 de noviembre de 1965. Es un momento en que la
violencia política aparece enmascarada, camuflada de diversas maneras. Es el momento donde no existen categorías capaces de
diferenciar las zonas de exclusión de las ideologías. Las luchas por establecer estas categorías es la lucha por un lenguaje en el
cual se define la identidad de los actores.
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La dimensión trágica de Dorda es que está excluido por la imposición de las voces de esta lucha por un lenguaje y una identidad: “Cosidas, las palabras, a su cuerpo, con hilo engrasado, un tatuaje llevaba adentro, con las palabras de su finada madre
grabadas como en un árbol...” (p.230).
Basta dejar hablar al personaje, para descubrir que la aparición sorpresiva de Dorda en nuestra literatura no ha sido aún registrada. Dorda, el gaucho rubio, obedece una voz y mata a una mujer extranjera a la que llama la cautiva.
Brignone, el otro elemento de la díada, cuenta su experiencia de la cárcel (p. 63 en adelante) en términos que recuerdan a
los del hijo de Martín Fierro. Y no se trata de parodia, tampoco de cita, sino de un traslado radical; de una aufhebung de esa
tradición literaria que Piglia conoce muy bien.
La disparidad social atraviesa la procedencia de cada uno. Malito es hijo de un médico (de quien hereda la costumbre de lavarse
las manos con alcohol puro), ha hecho cuarto año de Ingeniería y tiene un Dios aparte: “Un halo de perfección que hacía que
todos quisieran trabajar con él” (P. 20). Hernando Heguilein “...era de otro palo, parecía un cana con el bigotito recortado y
los ojos muertos, pero no era un cana, había sido una especie de cana, informante de la Alianza, digamos un político, fichó el
Nene, un gil como todos los giles que se hacían matar por el Viejo, los más envenenados al final se empezaron a juntar con los
comunes (según decían) para reventar armerías y asaltar bancos con el pretexto de juntar plata para la vuelta de Perón” (p. 6l).
El Dr. Bunge le aconseja a Dorda que se case y tenga hijos: “Porque desde siempre, al Gaucho, que era un matrero, un retobao,
un asesino, hombre de agallas y de temer en la provincia de Santa Fé, en los almacenes de la frontera, al Gaucho siempre le
habían gustado los hombres, los peones, los arrieros viejos que cruzaban a la madrugada por el arroyo, al otro lado del María
Juana. Lo llevaban bajo los puentes y lo sodomizaban (esa era la palabra que usaba el Dr. Bunge), lo sodomizaban y lo disolvían en una niebla de humillación y de placer, de la que salía a la vez avergonzado y libre”.
“Siempre suelto, siempre furioso y sin poder decir lo que sentía, con esas voces que sonaban adentro, las mujeres que le daban
consejos y le murmuraban porquerías, le daban órdenes contradictorias, lo maldecían, sólo de mujeres las voces del cerebro de
Dorda” (p. 224).
Dorda muestra las propiedades lógicas de sus estados mentales, la certeza de los mensajes que recibe, lo que lo diferencia de
los otros que reciben mensajes sin saber de dónde vienen: “pero también las voces llegaban de otro lado que no puede detectar.
Desde el pasado, pensó el radiotelegrafista” (P. 207). Roque Pérez, el radiotelegrafista, escucha para la policía las voces relativas y confusas de sus semejantes, mientras que Dorda escucha las voces absolutas que surgen de ese agujero en su memoria
que es su pasado.
La disparidad subjetiva de los integrantes de la banda es coordinada por el dinero que, al poder cambiar cualquier cosa por
cualquier cosa, adquiere un valor diferente para cada uno: drogas, mujeres, negocios futuros en ciudades mitificadas por el cine
y por diversos relatos.
Las mujeres forman una constelación difusa que va de la chica de familia que se deja llevar, porque de alguna manera obedece a
su madre, a Margarita, la uruguaya capaz de mantener un secreto en un mundo donde la piedad y el temor tienen que excluirse,
pero donde la lealtad es un valor. Margarita, encontrada en la Plaza Zavala de Montevideo, despierta en Brignone la nostalgia
de algo tan perdido que ni siquiera pertenece al recuerdo, algo que aparece como un vago anhelo: “siempre había querido tener
una hermana, una mujer joven y hermosa, en la que pudiera confiar y a la que estuviera obligado a mantener lejos de su cuerpo”
(p. 103).
Los personajes masculinos de Plata quemada se constituyen como hombres por lo que enfrentan, sin relación alguna con la alteridad de las mujeres, alteridad reducida a una equivalencia de placer comparable a la droga por las transmutaciones que logra
el dinero.
El nombre es del otro. Nunca es propio. Es un nombre impropio, en tanto cada uno se llama como lo llamaron. Cambiar de
vida, como se dice, es cambiar el valor del nombre. Algunas veces ocurre, entonces el sujeto ya no depende del valor que su
padre dio a ese apellido, más bien será quién termina por nominar a los suyos. Como el prefecto Poubelle, pero también como
James Joyce (cuyo padre interesa por eso, porque es su padre). La tragedia, según la versión Renzi, es que los nombres no
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salgan más de la crónica policial, que la “selva de voces” pierda la singularidad de cada uno, que las voces que constituyen la
absoluta soledad de Dorda jamás sean escuchadas por ningún otro, que no se pueda atravesar el oráculo materno: “Mi madre
siempre supo que yo estaba destinado a no ser entendido y nadie me entendió nunca pero a veces he logrado que algunos me
quisieran. Oh, padre dijo como un eco lejano, el caballo tobiano me va a sacar de aquí” (p. 243).
Plata quemada hizo posible que los nombres de la crónica policial, borrados por el silencio de la vergüenza y el desprecio, se
conviertan en un signo de interrogación sobre acontecimientos que, a partir de una línea de bifurcación imperceptible, trazan
vórtices que consumen vidas disueltas en “la banalidad del mal”.
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Abril 2001 • Año I • Número 1
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Abril
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SUMARIO
La orientación lacaniana
Una nueva modalidad del síntoma
Por Jacques-Alain Miller
La eficacia del psicoanálisis
Por Ricardo Seldes
Plata quemada o los nombres
impropios
Por Germán García
El médico, las tecnociencias
y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
Coloquio Jacques Lacan 2001
en Buenos Aires
Entrevista a Flory Kruger, organizadora del Coloquio
Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Las pruebas de la interpretación
Por Graciela Brodsky
La transferencia:
vía de una transmisióna
Por Gabriela D’Argenton
Actualidad de la AMP
La orientación lacaniana en USA
Reportaje a Alicia Arenas
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Las pruebas de la interpretación
Por Graciela Brodsky
Graciela Brodsky es psicoanalista, AME de la Escuela de la Orientación Lacaniana y Miembro del Consejo de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis.
A partir del concepto de interpretación mutativa acuñado por Strachey, Graciela Brodsky analiza la pertinencia de la interpretación como una temporalidad del instante, de lo inmediato, en el intento de modificar el círculo vicioso del neurótico,
que va siempre por más de lo mismo. Finalmente, apela a la psicosis como una de las pruebas más firmes que tenemos los
analistas de la eficacia del efecto de la palabra sobre un sujeto, de la potencialidad mutativa de la interpretación.
El círculo vicioso
El punto de partida de Strachey cuando acuña el término de interpretación mutativa mantiene su pertinencia 67 años más tarde.
Podemos no seguirlo en todas sus respuestas, pero su pregunta conserva su acuciante actualidad: cómo romper el círculo vicioso del neurótico, cómo lograr que la interpretación impida que la asociación libre gire en redondo, que el neurótico termine
siempre mordiéndose la cola.
Strachey es sagaz, porque no considera que la acción terapéutica del psicoanálisis dependa del conjunto de la cura, no supone
que la mutación pueda provenir de la insistencia, de la repetición, de cierto machacar sobre el mismo punto. No se trata para él
de cualquier interpretación, por ejemplo, la que relanza la asociación libre, sino de una interpretación que marque un antes y
un después. Mas allá de las críticas que podamos hacer -y que Lacan no se privó de hacer en su Seminario 1 cuando demuestra
que el intento de terminar con el círculo vicioso del neurótico recurriendo al círculo vicioso del superyó deja la cuestión en un
callejón sin salida- la idea de Strachey de no pensar la interpretación en una lógica continuista, sino en una temporalidad del
instante, de lo inmediato, resuena en lo más actual de nuestros debates y permite reconocer en él a un psicoanalista que tropieza
con los problemas con los que tropezamos diariamente en nuestra práctica.
La interpretación se mide por sus efectos
Dicho esto, el paso siguiente parece caer de maduro. Si la interpretación es mutativa o no, eso sólo se mide por sus efectos, es
decir, ni por su forma ni por su contenido, que como lo indica Horacio Etchegoyen en su artículo del 83: Fifty years after the
mutative interpretation, son sólo eufemismos para expresar si una interpretación fue adecuada o no. En efecto, hace rato que no
ponemos en primer plano si la interpretación es completa, inexacta, profunda, si incluye la defensa y la pulsión, ni siquiera si va
acompañada o no del asentimiento de nuestro paciente: sólo nos guiamos por sus efectos, o, como dice Lacan, por las olas que
produce.
Evidentemente, no esperamos de cada interpretación esta capacidad de producir un antes y un después, pero todos sabemos por
nuestra experiencia como analizantes, por nuestra experiencia como analistas, que hay interpretaciones imborrables, verdaderos
acontecimientos en el curso de un análisis, que dividieron las aguas. Normalmente no son muchas, a veces pueden contarse con
los dedos de una mano, y es como si todo el dispositivo hubiera estado montado para dar cabida a ese instante.
Lacan siempre tuvo la ambición de que un análisis subvierta a un sujeto. En el ‘67, por ejemplo, habla de la interpretación con
la que se opera la mutación analítica. Cada uno de sus esquemas, con flechas y vectores, escribe un circuito que impide que se
vuelva al punto de partida. Y esa misma ambición es posible trasladarla a cada sesión, y dentro de cada sesión a esa intervención privilegiada que es la interpretación del analista.
Quién interpreta
Digo la interpretación del analista... No es seguro que sea así de simple. El analista interpreta y el analizante interpreta la interpretación del analista. Y no vale de mucho ponerse a discutir si fuimos entendidos según nuestra intención o nuestro cálculo. Si
el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida, no veo que excepción, que privilegio tendrían las palabras
cuando salen de boca de un analista. Por eso, es mejor aprovechar esta ley de la comunicación en nuestro favor y ser lo suficientemente escuetos, ambiguos, oraculares, enigmáticos para obligar al analizante a interpretar nuestra interpretación con los
recursos de su inconsciente y no con los de su entendimiento.
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Quién evalúa
Si aceptamos que el efecto mutativo de la interpretación se mide por sus consecuencias, hay que dar entonces el tercer paso, y
preguntarse quién evalúa los efectos. Normalmente cuando un paciente va a ver al médico, este la indica una medicación, evalúa
los resultados, y concluye usted está sano. Sabemos que no siempre es así, y que a veces los pacientes insisten en que se sienten
mal cuando todas las pruebas confirman su buena salud. En una época, llegado ese momento el médico hacía una interconsulta
y derivaba al servicio de psicopatología (pienso en mis años de hospital). Ahora receta Rivotril.
Para nosotros la cosa es más complicada. Probar la eficacia de la interpretación nos coloca en un terreno delicado. Ahí la interpretación es un poco como el chiste, no importa cuan bueno sea. Quien decide su eficacia no es quien lo cuenta sino quien lo
escucha.
Todo analista conoce esta peculiaridad de la interpretación, que consiste en que ella pierde su fuerza de convicción cada vez
que sale del contexto, de la coyuntura de la sesión. Es lo que se verifica cuando los analistas cuentan sus interpretaciones en los
Congresos de psicoanálisis, o en el control mismo.
El analista
Reconozcamos que éste es un flanco débil para el psicoanálisis en su debate tanto con la ciencia (Popper se entretuvo bastante
con esto) como con el Estado, demostrando que una ciencia que no puede ser refutada no es una ciencia, y cuando se ocupó
del psicoanálisis tomó precisamente la cuestión de la interpretación: si -según Freud- vale lo mismo que el paciente la acepte
o la rechace, entonces el psicoanálisis no es una ciencia. ¡Por supuesto! Que aspiremos a la ciencia no quiere decir que nos
igualemos a ella, pero sobre todo es un tema candente para los propios psicoanalistas, que no nos conformamos con escuchar
los rotundos éxitos de nuestros colegas sino que aspiramos a obtener alguna prueba un poco más confiable que la autosatisfacción.
El analizante
Si Freud indicó el análisis de los analistas no fue en primera instancia para que sean más sanos que sus pacientes, cosa que desmintió con todas las letras. Fue para que creyeran en el inconsciente, es decir para que hicieran la prueba. Aun si ejercían como
analistas, la prueba de la eficacia mutativa de la interpretación había que buscarla en el propio análisis.
Finalmente, no es otra cosa lo que Lacan buscó con el pase: pruebas, pruebas de la eficacia del psicoanálisis, pruebas de la
eficacia de la interpretación, que provengan de boca del analizado y no del analista.
Es un hecho: a medida que el analista consagrado se va olvidando de su propio análisis, su propia convicción en los efectos
mutativos de la interpretación en las curas que dirige, se va apagando.
Voy a tomar ahora las cosas desde otra perspectiva, ya no quién evalúa, sino cómo se prueba.
La eficacia mutativa de la interpretación no se mide solamente por los éxitos terapéuticos. Al contrario, los éxitos terapéuticos
dejan siempre más indeterminado el poder mutativo de la interpretación.
La eficacia mutativa de la interpretación, el asombroso poder de la palabra, se pone más de manifiesto cuando desencadena un
efecto no buscado por el analista.
Si un paciente interrumpe la cura, o si se produce en el transcurso del análisis un acting-out, o un pasaje al acto, la pregunta
del analista es inmediatamente, qué hice mal, qué debería haber dicho y no dije, qué podría haber interpretado y no interpreté.
Por exceso o por defecto, normalmente se sospecha que fue la interpretación la que desencadenó la repuesta inesperada que
sorprende al analista. No forma parte de nuestra clínica que el analista crea que no tiene nada que ver con eso.
En esta misma dirección diré que nada prueba más nítidamente el poder de la interpretación para transformar al sujeto que la
psicosis.
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Siempre me llamó la atención el interés de Lacan por la psicosis, puesto que Freud la consideraba una estructura inanalizable,
y Lacan mismo, si bien recomendó no retroceder frente a la psicosis -puesto que hay psicóticos que se dirigen al analista- fue
muy cauto con los resultados esperables, especialmente con su estabilidad. Creo que podría demostrarse que así como Freud
buscó la estructura de la neurosis en el sueño, para Lacan la psicosis ilumina la estructura de la neurosis porque revela el estatuto del inconsciente, de lo que llamamos el gran Otro y también la del objeto a, y pone de manifiesto no sólo la verdadera naturaleza del síntoma, sino también la del sujeto analizado. Es apasionante, y llevar adelante esa investigación desde la perspectiva
que nos brinda Lacan podría incluso demostrar el punto de real que Melanie Klein intuye cuando se refiere al núcleo psicótico.
Nuestra investigación clínica de hoy me permite agregar una razón más: la psicosis es una de las pruebas más firmes que tenemos de la eficacia del efecto de la palabra sobre un sujeto, de la potencialidad mutativa de la interpretación.
Psicosis e interpretación
Que existe una estrecha relación entre la psicosis y la interpretación no es nada nuevo, porque existe un cuadro clínico exhaustivamente descripto que es el delirio de interpretación. Delirio de la calle, del palier, de la oficina, como dijo en su momento
Lacan. Que ese vínculo es lógico, quizás requiera un pequeño comentario.
En realidad no sólo la psicosis está enlazada con la interpretación. La neurosis también. Más aún, podemos considerar a la
neurosis misma como una interpretación: la interpretación en términos edípicos del significado opaco, enigmático del deseo
del Otro. La escritura de la famosa metáfora paterna no hace más que indicar que si el significante Nombre del Padre está a
disposición del sujeto, ese significado opaco será interpretado en términos edípicos. Respecto de esta primera interpretación,
constitutiva de la neurosis, todas las interpretaciones de un análisis se ubican en un segundo tiempo, y a decir verdad, van contra esta interpretación edípica del neurótico.
Del mismo modo, consideramos que la psicosis es la consecuencia de no interpretar el significado opaco del deseo del Otro en
términos edípicos porque el operador de esta interpretación, el Nombre del Padre, no está a disposición del sujeto. Lo que se
produce entonces es: o bien tenemos la perplejidad ante un enigma sin solución, o bien lo que se conoce como significación
personal, es decir, delirante, sin común medida con la significación edípica. Es lo que llamamos psicosis.
Eso permite ver en qué una psicosis no es una neurosis... irremediablemente, y que la interpretación -que por ser enigmática
favorece en la neurosis la puesta en forma del síntoma y la construcción del fantasma- en la psicosis es ocasión frecuente de
desencadenamiento.
Susana
Puedo dar un ejemplo, a partir de un caso que hemos visto en una presentación de enfermos hace ya algunos años: Susana, a
quien encontramos en el servicio del hospital donde acudía como enferma ambulatoria tras una larga internación.
No es la primera. Sabemos que antes de su primera internación ya había cosas que le molestaban, sobre todo sus compañeras
de oficina, siempre leyendo esas revistas que hablan de actores y de cosas de la televisión. Nos dice que eso no era para ella,
amante de la buena literatura. No le gustaba participar de esas conversaciones tontas, de esos cuchicheos y esas risas. Vivía
con su madre, con quien se llevaba muy mal; no le gustaba la comida que la preparaba, a veces prefería no comer, porque tenía
gusto raro. Nada de eso le impidió seguir una vida soportable.
Es en el subte que le parece escuchar por la radio unas voces poco claras que interpreta inequívocamente y la deciden a presentar una denuncia de inmediato. En plena agitación se baja, va a la comisaría más cercana y denuncia lo que escuchó: desde unos
aviones se están arrojando personas al río.
Así llega a su primera internación. Sale un tiempo después, medicada y decidida a dedicarse a las cosas que son para ella,
es decir, a la literatura. Ya no vuelve a trabajar, pero visita regularmente a su psiquiatra. Su vida se ha limitado a un circuito
entre su madre y el hospital. Un circuito mínimo, pero se la ve bastante tranquila, siempre con un libro bajo el brazo. Eso dura
algunos años y entonces la psiquiatra considera que debería ampliar un poco su lazo con el otro, alentándola a salir: un cine, un
café. ¿Qué hace siempre con ese libro de un lado para el otro? Hay otras cosas para leer, no siempre lo mismo. La invita a dejar
el libro en el consultorio, que traiga otro en su próxima visita.
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Debe haber leído a Lacan la psiquiatra... debía recordar algo de ceder el objeto al campo del Otro... No sabemos, lo cierto es
que interviene en esta dirección, y la paciente deja el libro: “era un libro de Pío Baroja, que se llamaba igual que yo: Susana”.
La encontramos después del desencadenamiento que siguió a este momento donde no sólo dejo el libro, sino que se separó de
esa pequeña suplencia que llevaba bajo el brazo, gracias a la cual, a falta de Nombre del padre, había conseguido unir su nombre a un autor.
Tengo que confesar que cada vez que debatimos la eficacia mutativa de la interpretación, no puedo dejar de pensar en Susana.
En la eficacia que tuvo para ella ese objeto que se inventó para interpretar el enigma de la filiación sin el recurso del Nombre
del Padre, y en la eficacia que tuvo la intervención bienintencionada de la psiquiatra para desencadenar el segundo brote.
La prueba por el absurdo
Normalmente tendemos a imaginar que la eficacia de la interpretación reside en sus efectos terapéuticos y eso esta muy bien,
pero es mejor estar atentos también a la eficacia de la interpretación para desencadenar una psicosis, si es que queremos ser
prudentes en nuestra clínica y rigurosos en nuestra demostración. Se trata, por cierto, de una prueba que los lógicos llamarían
por el absurdo, pero eso no le quita dignidad, aunque incomode nuestro confort intelectual.
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Abril 2001 • Año I • Número 1
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Abril
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SUMARIO
La orientación lacaniana
Una nueva modalidad del síntoma
Por Jacques-Alain Miller
La eficacia del psicoanálisis
Por Ricardo Seldes
Plata quemada o los nombres
impropios
Por Germán García
El médico, las tecnociencias
y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
Coloquio Jacques Lacan 2001
en Buenos Aires
Entrevista a Flory Kruger, organizadora del Coloquio
Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Las pruebas de la interpretación
Por Graciela Brodsky
La transferencia:
vía de una transmisióna
Por Gabriela D’Argenton
Actualidad de la AMP
La orientación lacaniana en USA
Reportaje a Alicia Arenas
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La orientación lacaniana
Una nueva modalidad del síntoma
Por Jacques-Alain Miller
Jacques-Alain Miller es psicoanalista, Director del Dpto. de París VIII, Delegado General de la AMP.
Partiendo de la articulación significante lacaniana y la investidura libidinal freudiana, Jacques-Alain Miller efectúa un
recorrido que ubica la mortificación del cuerpo en el fantasma en contrapunto con la conexión del síntoma y la pulsión.
I. La relación entre la articulación y la investidura
La última vez opuse articulación significante e investidura libidinal (*).
Un binario
La articulación en tanto tal está impregnada de formalismo. Permite dar cuenta de la operación-reducción, de los fenómenos de
repetición, de convergencia, de evitación y se desarrolla en la dimensión de lo necesario y de lo imposible.
A la articulación le opuse la investidura, tomando prestado para componer este binario, un término de Lacan y éste último de
Freud.
Ciertamente, la investidura misma está articulada, si puedo decirlo, con la articulación y hay lugar para hablar de los fenómenos
de repetición libidinal, de convergencia libidinal, de evitación libidinal; pero queda un rasgo diferencial. En la dimensión de la
investidura encontramos necesariamente, en psicoanálisis, el tope de la contingencia. Toda salida de la investidura, toda desinvestidura y por esa misma vía toda salida de la experiencia analítica de una manera conforme a su lógica, permanece marcada
únicamente por lo posible.
Escribo aquí contingente y posible. Dije particularmente que el pase nunca es más que posible.
La oposición de lo necesario con lo imposible por un lado y de lo contingente y lo posible por el otro, es evidentemente de orden lógico. Es una oposición construida sobre el fondo más clásico de la lógica, incluso si la formalización de estas categorías
siempre planteó problemas específicos a los lógicos. No me interno en esa vía, al menos por hoy.
Es una lógica. Y considero que si Lacan recurrió a esta lógica de las modalidades, como la llama en un momento de su enseñanza, es precisamente porque respecto de las modalidades brota la oposición entre articulación e investidura. Si no trajo al
psicoanálisis esta lógica de las modalidades antes de los años ‘70, es precisamente -al menos, es lo que sostengo a partir de
mi construcción- porque permite captar perfectamente, desde el punto de vista lógico, la oposición entre la articulación y la
investidura.
Aquí tienen resumido, de alguna manera, lo que expliqué la última vez.
Su declinación
Al partir de esta ubicación, pude indicar las tres formas principales bajo las cuales Lacan pensó la relación entre la articulación
y la investidura.
La primera forma es la separación, la oposición entre articulación e investidura. Repercute la oposición entre lo simbólico y lo
imaginario, que al comienzo de su enseñanza es una no-relación; el acento estaba puesto en la distinción entre las formas de la
articulación y de la investidura y de alguna manera su incompatibilidad, la enojosa interferencia de la investidura en los asuntos
de articulación. Al punto de invitar al analista a dejar de lado los asuntos de investidura, para reconocer en la articulación significante el resorte mismo de la cura.
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La segunda gran solución de Lacan fue pensar una forma de relación entre la articulación y la investidura esencialmente a partir
de la identificación y más especialmente aún, a partir de la identificación fálica, que dio una forma de solución a la relación
articulación-investidura.
Allí vemos en particular las expresiones que desentonan en los Escritos de Lacan y que durante muchos años me suscitaron
dificultades para situar en su lugar; en particular, cuando evoca el falo como significante imaginario en su escrito sobre la psicosis. La expresión misma de significante imaginario desentona, porque leído sobre el fondo de la primera enseñanza de Lacan,
no se comprende -en una lectura rápida- cómo se comunican de ese modo estas dos dimensiones. Pero la expresión de significante imaginario muestra bien que Lacan construye el falo como un intermediario, un ser mixto entre articulación e investidura,
entre el orden simbólico y el orden imaginario.
Entonces, para simplificar, el falo encarna esta relación y el falo como significante identificatorio, en tanto la identificación
misma concentra la cuestión del factor cuantitativo -como dice Freud- investido en los significantes, ya que los significantes
identificatorios son significantes que capturan al sujeto, lo atraen -no desfilan simplemente-.
La tercera solución -también una forma de la relación articulación-investidura- es el fantasma, el famoso $ a. Reúne, bajo una
forma elemental, un elemento dado deducible de lo simbólico -el $ del significante- con algo que es la versión lacaniana del
factor cuantitativo freudiano, a saber, el objeto a.
Aquí tienen entonces resumida una declinación, a través de la enseñanza de Lacan, de la relación entre articulación e investidura.
Articulación e investidura
El predominio de la articulación significante
La última vez tomé, para hacerme comprender, algunas palabras extraídas del primer Lacan. Lo llamé Jacquot. Enseguida me
corregí al marcar que estamos verdaderamente, en un primer nivel, en la ruptura lacaniana. Si consideramos precisamente la
coyuntura de partida de la enseñanza de Lacan, llegó con la espada, llegó con la guadaña. Primero tuvo que segar la maleza -y
su guadaña era la guadaña del significante. De ese modo liberó el campo. Precisamente el campo del lenguaje.
Una vez operada esta ruptura, con sus paradojas, con su costado unilateral, por supuesto, enseguida emprendió la elaboración
del problema que esta ruptura misma acababa de hacer surgir: el problema de la relación entre el significante y sus articulaciones, por un lado, y lo que es del orden de la investidura libidinal. Su enseñanza -que yo había reconstruido hace ya dos o tres
años- no cesó de retomar este problema.
Pero de golpe, por cierto, su enseñanza está marcada por la predominancia de la articulación significante.
Sucesivamente, Lacan puso en relieve el carácter significante de los principales conceptos freudianos. El fantasma es significante. El objeto es significante. La pulsión es una cadena significante. La libido se traduce, se encarna en significantes;
son otras tantas traducciones del concepto freudiano de libido en un campo regido por el predominio del significante. El
concepto mismo de objeto a, que como sabemos, no es un significante, pertenece sin embargo a este régimen de predominio
del significante y traduce la captura de la libido en el sistema significante. La diferencia es que, en lugar de intentar traducir la
libido en términos de significante, con el objeto a Lacan traduce la libido en términos de significado.
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El sentido gozado
Justifica la escritura que propuse la última vez.
Quiere decir que las diferentes tentativas de traducir la libido en términos significantes, al manipular el significante fálico, ceden
en definitiva al intento de escribir la libido del lado del significado. Exactamente aquí, a este nivel, se inscribe esta fórmula que
figura una vez en Lacan, en su Televisión -a la que desde hace tiempo había echado mano y me entrenaba en manejar-, la del
sentido gozado.
El sentido gozado es también una figura de la relación entre articulación e investidura. El gozado indica la dimensión de la
investidura. La palabra sentido está del lado de la articulación significante, considerado a partir del significado. Pero, desde el
punto de vista sintáctico, sentido gozado -que Lacan escribe en Televisión en 1973-, es exactamente lo mismo que lo que escribe en la “Una cuestión preliminar...” en 1958 como significante imaginario. Desde el punto de vista sintáctico, es un acercamiento de la puesta en continuidad de dos términos que pertenecen a estas dos dimensiones. También se trata de lo mismo en la
fórmula del fantasma, $ a. Todas estas fórmulas obedecen estrictamente a la misma lógica. Y Lacan ya había tenido, en verdad,
la idea de inscribir la dimensión de la investidura del lado del significado cuando recreó el concepto del deseo para traducir la
libido en términos de significado.
Si toman el gran grafo de Lacan con sus dos pisos, la pulsión está aquí como cadena significante y llama el deseo a este vector
que se presenta como un vector significado retrógrado, sobre el cual inscribe d y el fantasma. La noción que está presente en el
sentido gozado, es decir, la de transcribir nuevamente la libido del lado del significado, es de hecho la misma idea que anima su
concepto del deseo.
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Esto para resumir y, si era necesario, clarificar lo que aporté la última vez.
II. La significación de menos-uno
Prosigamos ahora, e intentemos animar un poquito el valor a darle a esta fórmula: a es equivalente a s. Intentemos representarnos la investidura libidinal de una significación, que ciertas significaciones tengan un valor excepcional, determinante para un
sujeto.
¿Qué significación podríamos elegir? me pregunté. Una de las más comunes, por ejemplo: ser excluido. ¡Ah! es lo más común,
precisamente porque la exclusión es el estatuto original del sujeto. Cuando escribimos el matema del $, lo escribimos como excluido de la cadena significante que se inscribe en significantes positivos. Sólo encontramos este sujeto entre los significantes,
donde no emerge más que para desaparecer al instante. Su estatuto lógico es de exclusión.
Lacan lo demuestra de diversas maneras. El sujeto se produce como un menos-uno y podemos decir que la libido inviste de
manera electiva este menos-uno.
Dos versiones clínicas
La histeria, ¡ah! Ahí verdaderamente habría que ser sordo y ciego para no constatar -ni siquiera se necesita la experiencia
analítica para esto; a decir verdad, me mantengo aquí a un nivel de la percepción común, esclarecida evidentemente por el
análisis- la presencia, el exceso de presencia del sentimiento, del afecto de no estar nunca en su lugar, el gusto de no estar en
su lugar y el dolor de no estar en su lugar. A nosotros no nos molesta que haya gusto y dolor. Cuando decimos goce, esto vale
tanto para una como para la otra de estas vertientes, el no estar en su lugar. En lo simbólico, el sujeto histérico se desvela por
verificar, de todas las formas posibles, que de cierta manera, es rechazado, que se lo separa de su lugar. Su lugar le fue sustraído, por no se sabe qué demonio: el dém-on. Ahí está, el on (**) es el demonio. Por otra parte esta exclusión pude encarnarse
clínicamente en el vértigo, en el desvanecimiento, que es una realización de esta investidura del menos-uno. En verdad es: no
estoy más para nadie.
Obsesión. La obsesión también inviste a su manera la significación de menos-uno, la exclusión. Esta vez bajo la forma de la supresión “voluntaria” del sujeto, su sustracción respecto de todos los otros, que por esta misma vía constituye un todos los otros,
salvo yo. Y por este hecho, una sobreinvestidura de su lugar, su auto-encierro en un lugar que construye como una fortaleza,
un fuerte, dice Lacan, que lo protege de la intrusión del Otro. Pero lo hace al precio de apresarse él mismo. Es la paradoja de la
posición del obsesivo -parece el título de una novela de los años treinta, Prisionero de sí mismo-. Y en este fuerte, parapetado en
su Fuerte Chabrol, goza sólo de su soledad, bajo una forma que puede comportar el goce masturbatorio o, también, la atracción
a este dominio de partenaires momificados, que tendrán que mantenerse en su lugar.
Aquí tienen, de la manera más simple, dos versiones del menos-uno: la versión histérica y la versión obsesiva típicas; son dos
versiones de la investidura de la significación de exclusión. La primera se realiza bajo el modo de la evanescencia, la segunda
bajo el modo de la densidad.
Se siguen dos conductas típicas. Del lado de la histeria, la intriga por todos lados, y del lado obsesivo, la obstinación malévola.
Incluso podemos incluir aquí la psicosis paranoica, en la que la significación del menos-uno está igualmente investida como
la del ser-a-parte, el ser excepcional, blanco de la hostilidad universal, incluso de una persecución divina, ser excepcional
prometido, sin embargo, a un destino incomparable. Precisamente en este punto observamos clínicamente, llegado el caso, las
afinidades entre la obsesión y la paranoia o las afinidades entre la histeria y la paranoia. Hay casos en los que uno permanece
mucho tiempo, o en todo caso un cierto tiempo, intentado captar el rasgo diferencial. Tuvimos ejemplos de ello en algunas de
las discusiones clínicas durante la Conversación de Arcachon el año pasado y esto fue publicado en un volumen que tiene todo
su interés.
Sólo propongo éste como otro de los tantos ejemplos de la investidura libidinal de una significación.
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¿Cuál es la idea de Lacan al respecto? Su idea fue pensar la investidura de la significación, pensar la significación libidinalmente investida, pensar el sentido gozado, pensar a equivalente a s sobre el modelo del cálculo del significado.
¿De qué se trata? Lacan admitió y enseñó que el efecto de significado era deducible de una articulación del significante, e
incluso fue cuando introdujo este cálculo del significado que todo el mundo verdaderamente tuvo el sentimiento de que había
nacido el lacanismo.
Lo realiza en “La instancia de la letra...”, sobre la cual por otra parte se ejerció la ingeniosidad de los filósofos que reconocieron
en ella, en efecto, un cierto pasaje al límite y el nacimiento de un nuevo enfoque. Ahora bien, La instancia de la letra presenta
un cálculo del significado y explica que el efecto de significado es engendrado por las relaciones internas al significante de dos
maneras diferentes. Como recuerdan, es la fórmula de la metáfora, que indica que es función de una sustitución significante
respecto de un contexto que significa la emergencia de un significado bajo la forma metafórica y que, a partir de la conexión
significante, en un contexto significante, se obtiene otro tipo de efecto significado, un efecto retenido, llamado metonímico.
¿Qué son estas fórmulas? Son las fórmulas de un cálculo del significado a partir del significante. Si el significante está en una
cierta organización, el significado que resulta responde a ciertos criterios. Llamo a esto un cálculo del significado.
El efecto-sujeto, un efecto neutro
Así voy a presentar las cosas ahora. Voy a decir que estas dos fórmulas se resumen en definitiva en una -que encontramos en
Lacan si nos servimos de algunas modificaciones-, que consiste en decir que es función de toda relación significante S1-S2, un
cierto efecto significado que Lacan escribe $. Escribe el efecto-sujeto.
Son innumerables las circunstancias en que Lacan explica que el primer efecto de la relación del significante como tal -sea
metafórico o metonímico-, es la emergencia del sujeto barrado. Y llegado el caso expresa simplemente que a partir de que hay
una cadena significante y que hay dos significantes, hay un intervalo y el sujeto es ese intervalo mismo, por ejemplo. El sujeto
es, entonces, el efecto principal, mayor, de la articulación significante.
Pero lo que agrego, lo que les invito a advertir aquí, es que se trata de un efecto, si se quiere, neutro, en tanto no está investido
libidinalmente. Este $, como Lacan mismo lo subraya, es un sujeto mortificado, un sujeto, si podemos decirlo así, sin el cuerpo.
Es el puro sujeto del significante que permanece allí, incluso mucho tiempo después de que ustedes hayan desaparecido, bajo
las especies de sus nombres y así continúan siendo transmitidos. Por otra parte, este sujeto del significante está allí antes que
ustedes -para imaginarlo: cuando los padres ya están allí hablando del niño por nacer-. Y hoy, lo más importante de la existencia
de alguien se pone en cuestión antes de su nacimiento: ¿Vamos a dejarlo vivir?, como dicen algunos. Su estatuto de sujeto del
significante está claramente allí, y hasta qué punto, antes que llegue a la existencia. Este $ está allí antes del nacimiento, incluso
antes de la concepción y permanece después de ustedes. Entonces, es casi indiferente a la existencia física. Este significante es
el que Lacan ve emerger, por ejemplo, en el sueño del padre que vela a su hijo; ese sujeto que si estuviese muerto ni siquiera lo
sabría, porque ya lo está. Este $ es entonces un efecto neutro del significante -digo neutro desde el punto de vista de la libido-;
es un efecto de libido cero. Este concepto de $ es un pivote de la enseñanza de Lacan.
Un efecto de significado investido
Respecto de este efecto neutro debe ser pensado esta vez, un efecto cargado, un efecto investido. Lacan lo intenta, a saber,
escribir en función de la relación entre los significantes otro tipo de efecto significado, que es precisamente a, el efecto de significado investido. Este es un nuevo cálculo, diferente del cálculo de metáfora y metonimia. Un cálculo que está hecho desde el
punto de vista de la libido y que distingue dos efectos. No la metáfora y la metonimia, sino el efecto-sujeto y el efecto-a, que
distingue el efecto de mortificación y este efecto que es, por el contrario, un efecto del plus-de-gozar.
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Se trata aquí de dos efectos significados del significante que están precisamente reunidos en el matema llamado por Lacan
del discurso del amo, pero que es también llamado por Lacan el discurso del inconsciente. Podemos decir que representa la
articulación significante en el inconsciente con sus dos efectos principales y opuestos, el efecto $ y el efecto a, es decir el lado
desinvestido y el lado investido.
En la línea superior encontramos la articulación significante mínima, S1-S2 y en la línea inferior, los dos efectos contradictorios
o antinómicos del significante: el efecto muerto del lado de $ y del otro lado el producto, el goce, que por el contrario, supone
la vida.
Advertimos una vez más la necesidad de la fórmula del fantasma, que reúne $ y a y la razón por la cual pudo atravesar la enseñanza de Lacan casi en su conjunto.
III. El lugar de efectuación del pase
En la enseñanza de Lacan -cuando leemos a Lacan, cuando con esta lectura intentamos guiar nuestros pasos en la experiencia
analítica y en la teoría-, siempre es en el fantasma donde la libido aparece conjugada por excelencia con el efecto del significante. En la vía romana de la enseñanza de Lacan, el fantasma es el lugar por excelencia de la investidura -estoy simplificando-,
y de cierta manera es allí que está el hueso de la cura, la piedra del camino analítico de la palabra. Allí, entonces, se juega en
el análisis el destino de la desinvestidura, del que depende el fin del análisis como pase y esta desinvestidura Lacan la llama el
atravesamiento del fantasma.
Propongo ahora señalar lo que esta solución puede tener de coja, de insatisfactoria, lo que tuvo de insatisfactorio para Lacan
mismo. Lo hago con mucha prudencia. Tengo interés en ello.
El momento de la desinvestidura libidinal
No es cualquier cosa formular un concepto como el pase. Con este concepto Lacan tomó la responsabilidad de intervenir en el
curso mismo de los análisis, de innumerables análisis.
Por otra parte introdujo ese concepto en medio de sus alumnos, para quienes no era un desconocido. Era Lacan. Vean quien es.
Ellos lo frecuentaban, algunos hacían su análisis con él.
Lo habían conocido, brillante personaje de la Sociedad de París, le habían solicitado que les explicara un poco de Freud. Se
ocupó de ello, primero en su casa y luego, como había más gente, encontró un anfiteatro de cien personas como máximo.
De este modo les llevó, a lo largo de los años “Los escritos técnicos de Freud”, “El yo...”, “Las psicosis”. Había escrito para
ellos un cierto número de textos que luego fueron leídos en todo el mundo. Luego trajo “Los conceptos fundamentales del
psicoanálisis” y lo que siguió.
Entonces, en el ‘67, propuso el concepto del pase, que hoy es para nosotros algo precioso. Hay que representarse cómo fue recibido cuando trajo su “Proposición del pase”.
En primer lugar, no obtuvo la mayoría. Era una proposición, la puso a votación, pidió que se pronunciaran con fórmulas latinas,
que decían más bien a favor, más bien en contra o no me pronuncio.
El resultado no fue extraordinario, pero el debate fue más sabroso: se dijo que era verdaderamente una fórmula sadiana. Este
debate -que tuvo lugar en noviembre, un mes después de la Proposición- dejó a los A.M.E. y a los A.E. tiempo para captar bien
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el jugo de lo que les traía y Lacan respondió con su Discurso a la EFP publicado en Scilicet 2/3 -donde se lo ve muy enojado; este debate nunca fue publicado. Es una lástima porque se hubiese visto cómo se recibe una verdad en el medio analítico,
incluso y sobre todo cuando era dicha por Lacan. Había cajones de tomates así de altos.
De todos modos recuerdo haber leído una estenografía de ese debate -me digo que Lacan debe haberme pasado en algún momento la estenografía de ese debate, ya que hay fórmulas que recuerdo-. Tengo que encontrar esos papeles, para devolverles la
medida de cómo esto que está tan bien establecido hoy entre nosotros, entró en el mundo, abrió su camino. También hay gente
para imaginarse que, en los tiempos de Lacan, las cosas eran absolutamente sweet. Apelo entonces, no a todas las madres, sino a
todos los viejos que todavía se acuerdan -quedan algunos que se pueden acordar- de lo que era la vida de la institución analítica.
En efecto, no había tantos medios en la institución -salvo ocasiones como ésta- para expresarse largamente, para atestar un
golpe a las instancias, etc. Era especial. Hay que leer el Discurso a la EFP de Lacan dándole el tono. No es irónico, es un tono
de combate. La resistencia de sus auditores dio constantemente el ritmo a la enseñanza de Lacan. También lo estimuló. En esa
época no era el momento de hacer críticas sobre el pase. Por otra parte, tampoco voy a hacerlas hoy.
Simplemente quiero recordar, indicar que el pase fue formulado en primer lugar por Lacan a partir del fantasma. En “La
proposición del ‘67” el pase designa el momento de la desinvestidura libidinal, e incluso de una desinvestidura libidinal “total”,
en tanto que el fantasma sería el lugar de su efectuación.
Cambiar “la ortodoxia” lacaniana
Me dirijo con precaución, con astucias de Sioux, hacia la noción que conviene cambiar en nuestra concepción -toco mi frente,
pero no es seguro que la concepción se haga allí, en todo caso Lacan consideraba que pensaba con los pies, lo escribió-, el lugar
de la efectuación del pase, y también del pensamiento. Este lugar no es por excelencia el fantasma. Al mismo tiempo, el término de atravesamiento, que Lacan no utilizó más que una o dos veces, no es forzosamente el más adecuado para aquello de lo
que se trata, ni siquiera el concepto de desinvestidura cuyo uso soporta. Preciso que sólo me aventuro en esta dirección porque
la leo en la elaboración de Lacan mismo.
Plantea dificultades que, llegado el caso, se me oponga lo que dije. Lo que dije hace quince años me es reenviado ahora como
constituyendo la ortodoxia lacaniana y entonces se me mira de costado, encontrándome quizás un poco desviado respecto de la
ortodoxia de Lacan. Y estoy aquí para decir: Pero soy yo quien hizo esta ortodoxia, en fin, con algo. Pero hay cosas que a veces
Lacan dijo sólo una vez, y nosotros empezamos a decirlas diez veces, cien veces, mil veces, diez mil veces. Hubo, entonces, un
peso de la ortodoxia, pero no debemos dejarnos impresionar por nosotros mismos. Lo que pusimos a punto nos vuelve bajo la
forma de la ortodoxia: es el efecto boomerang de haber explicado tan bien las cosas, tan claramente.
¡Qué claro es, señor Miller!
Calma. Por empezar, no es tan claro. Si fuese tan claro diría las cosas más rápido, haría algunas fórmulas y no daría vueltas
todo el tiempo alrededor de las mismas cosas, siguiendo a Lacan, husmeando la pista, dándose contra la pared más de la cuenta.
El aporte de Lacan no está hecho para tomar la forma de una ortodoxia. Entonces, no nos dejemos impresionar por los enunciados, incluso los más asegurados. Sí, sí, asegurados. Somos los alumnos de un ser que iba por su camino, que fue por su camino
hasta el final, que ni siquiera nos dio el descanso de tomarse él mismo un descanso.
Una vez que hizo “Función y campo de la palabra y del lenguaje...”, hubiera podido detenerse allí. Francamente, bastaba para
toda una vida. Cuando dio a luz los Escritos, cuando se pone semejante huevo, todo el mundo, particularmente sus alumnos,
esperaba que pare un poco -era el turno de ellos para hablar-, y, sin desanimarse, recomenzaba.
Fue el comentador de Freud. Mientras era el comentador de Freud, estaban los otros que también daban vuelta las páginas de
Freud, viciosamente, para encontrar adónde Lacan se había equivocado en la página tal: Freud no dijo exactamente eso. En su
enseñanza se lo ve batallar con uno, con otro, simpáticamente.
Luego de un cierto tiempo, evidentemente, Lacan se puso a hablar, no sólo de Freud, sino de sí mismo, de lo que había dicho
antes, para decir eventualmente lo contrario o desplazarlo. En ese momento algunos se fueron, para seguir leyendo solos a
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Freud. No tenían necesidad de Lacan para embrollarlos con todo ese asunto: ya tenían para pensar la metáfora y la metonimia. Esto nos valió eminentes producciones universitarias. Mi excelente colega, hoy retirado, Jean Laplanche, se propulsó en
todo esto, como dijo Chateaubriand, evocando a Talleyrand y Fouché que se iban, con el crimen apoyado en la corrupción.
Laplanche se fue del brazo con la metáfora y la metonimia -de moralidad muy superior a Talleyrand y Fouché, por supuesto-.
IV. Introducción del cuerpo
Cuerpo y goce
En la exploración que propongo, el primer jalón, el primer punto de referencia, es que el goce no es pensable sin referencia al
cuerpo. Hace falta un cuerpo para gozar y sólo un cuerpo puede gozar.
Esta observación, que no es más que un eco de lo que profiere Lacan en su seminario Aún, toma aquí su valor del hecho de que
la articulación significante es en tanto tal independiente de toda referencia al cuerpo. Por ejemplo, la articulación de los alpha,
beta, gamma, delta, no se sostiene en ninguna referencia al cuerpo. Es un hecho de lógica significante pura.
Segunda observación. El primer Lacan, indexado de un modo un tanto desenvuelto por mi parte como Jacquot, creyó poder prescindir de la referencia al cuerpo, dejando el cuerpo como exterior a lo simbólico. El mismo sentido se revela aquí a partir de su
distinción clásica entre lo imaginario y lo simbólico. Al comienzo situó el cuerpo en su reflexión en el orden imaginario, como
saben. El cuerpo lacaniano fue esencialmente el cuerpo especular, el del Estadio del espejo, y justamente por ello, lugar electivo
de la libido freudiana concebida a partir del narcisismo, circulando entre a y a’. Cuando Lacan despejó el orden simbólico, lo
corporal sólo intervino en tanto que simbolizado. Pero, intervenir en tanto que simbolizado comporta precisamente la mortificación del cuerpo. Al mismo tiempo señalé ya aquí que la construcción que descansa sobre la oposición entre lo simbólico y lo
imaginario no podía prescindir de situar una satisfacción interna a lo simbólico.
Lacan dejaba la libido y el cuerpo para lo imaginario, pero su construcción no podía sostenerse sin que en lo simbólico mismo
hubiese una satisfacción a la que apunta el sujeto. Le hacía falta necesariamente una satisfacción puramente significante, es
decir, precisamente un goce sin el cuerpo -un goce sin el cuerpo no existe en esta definición, por supuesto-, le hacía falta una
satisfacción que no sea un goce del cuerpo.
Ya indiqué que la llamaba el reconocimiento en el sentido hegeliano, de la que volví a hablar aquí con frecuencia. Así la situamos exactamente. Mantuvo este lugar en la primera enseñanza de Lacan, porque el reconocimiento era en el fondo algo a lo
que apuntaba el sujeto, que le aportaba una satisfacción, pero una satisfacción de orden puramente simbólico. Así, Lacan podía
decir: en el psicoanálisis, se paga con palabras. Apuntaba allí a una satisfacción puramente simbólica, distinta de la satisfacción
libidinal física. Incluso de ese modo, reconocer el deseo que estaba presente y en espera, a falta de reconocimiento, para él era
susceptible de levantar el síntoma.
Todo lo que explica el primer Lacan, es la enfermedad del reconocimiento, es decir, que hay una satisfacción que no es la satisfacción libidinal, que es una satisfacción bien propia, una satisfacción de orden simbólico.
Así, por ejemplo, en su Seminario de “Las Formaciones del inconsciente”, a lo largo de las siete primeras lecciones que comentan el libro de Freud sobre el Witz, vemos que Lacan contornea todo lo que Freud enuncia acerca de la satisfacción relativa al
lenguaje del niño -un contorneo de una elegancia extrema, que de todos modos es muy visible-, para elaborar de algún modo
otra satisfacción, una satisfacción que consiste para el sujeto en ser escuchado más allá de lo que dice, que se reconozca su
deseo más allá de los enunciados que pueda traer. Es la noción de una satisfacción puramente interna a lo simbólico, si ustedes
quieren, y que proviene del reconocimiento del Otro. En ese Seminario, estamos justo en el borde donde Lacan, al final del año,
va a liquidar el concepto de reconocimiento. Comienza el año con eso, luego eso bascula, y finalmente él mismo lo criticará en
su informe de “La dirección de la cura...” -hace tiempo lo indiqué con mucha precisión-.
Subjetivación y mortificación
¿Cómo es introducido el cuerpo en la enseñanza de Lacan? Debe serlo, en la medida en que la libido exige la referencia al
cuerpo.
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¿Qué responde a esta exigencia en Freud, allí donde el aparato psíquico es por excelencia capaz de Lust? El punto de vista
económico en Freud ya está presente en su obra sobre el Witz, como lo mostré hace dos años. El aparato psíquico para Freud
produce gastos, economiza y cuando economiza, puede haber un Lustgewinn, una ganancia de placer, de la que Lacan hará el
plus-de-gozar.
¿Qué responde a esta exigencia en Freud de la referencia al cuerpo? El concepto de la pulsión, en tanto interesa a zonas particulares del cuerpo, las llamadas zonas erógenas; en tanto interesa objetos del cuerpo, en particular aquellos que pierde -el objeto
oral, donde interviene el destete, el objeto anal- que pierde por naturaleza. El concepto de castración mismo exige la referencia
al cuerpo, mientras que, en la vena principal de la enseñanza de Lacan, el cuerpo sólo es introducido con la condición de ser
significantizado, simbolizado, es decir, mortificado.
El primer cuerpo, el que ya está presente en “Función y campo de la palabra y del lenguaje...”, es un cuerpo de algún modo
subjetivizado, y hace tiempo señalé muchas veces este pasaje. Los estadios instintivos, decía, están ya, cuando son vividos, organizados en subjetividad. Lacan evoca la subjetividad del niño que registra como victorias y derrotas el gesto de la educación
de sus esfínteres, gozando allí de la sexualización imaginaria de sus orificios cloacales, haciendo agresión de sus expulsiones
excrementicias, seducción de sus retenciones, y símbolos de su relajación. Este es el cuerpo tal como Lacan lo presenta en los
primeros momentos de su enseñanza. Es un cuerpo subjetivizado, un cuerpo cuyos orificios, cuyos objetos, cuyos avatares del
desarrollo son retomados como subjetividad y reciben sentido. Entonces, es un cuerpo significantizado y subjetivizado que, de
algún modo, tal como es presentado aquí, es el lugar de la epopeya del sujeto.
El cuerpo es aún introducido por Lacan en tanto que falo, es decir en tanto que parte significantizada, es decir, mortificada. El
cuerpo es introducido profundamente del lado de $.
El cuerpo es introducido en tanto pulsión, sin duda, en Lacan; pero la pulsión está hecha al comienzo equivalente a una demanda donde el sujeto se desvanece y la pulsión está hecha equivalente a una articulación significante.
El cuerpo es también introducido por el lado de sus objetos parciales, pero en la época justamente de “La dirección de la
cura...” y del Seminario “Las formaciones del inconsciente”, los objetos son objetos significantes de la demanda: el objeto oral,
el objeto anal. Los objetos pulsionales son introducidos como objetos significantes de la demanda.
Un poco más tarde, el cuerpo es introducido siempre en tanto mortificado por el significante, con la excepción de los restos. Ahí
Lacan puede poner su objeto a. Pero el mismo objeto a, es el objeto en tanto resto que escapa a la mortificación del conjunto.
La mortificación -la subjetivización y la mortificación- domina el enfoque de Lacan. E incluso cuando nos habla del objeto a,
en los últimos años de su enseñanza, es como de un plus-de-gozar, es decir, como el suplemento que escapa a la mortificación.
El goce es pensado sobre el fondo de la mortificación.
Así, encuentran enunciada en Radiofonía la equivalencia entre el Otro y el cuerpo. Nada puede indicar mejor que el cuerpo
es aquí cuerpo mortificado. Como dice Lacan, es el corpse, el cadáver. Y este cadáver, es una manera de representarnos la
anulación de la libido y del goce. El horror es pensar que el cadáver tenga aún necesidad de gozar. Se nos representa bajo las
especies de los vampiros: muertos, quieren seguir gozando. Es un punto de vista a examinar, iría demasiado rápido si lo repeliera. Hay muchos testimonios que muestran, efectivamente, de qué manera los muertos viven de nosotros, de qué manera los
muertos nos chupan la sangre.
Es seguro, por ejemplo que nosotros vivimos de Lacan, nos alimentamos de la bestia. Pero desde otro punto de vista, podríamos decir -hay personas a las que esto les inquieta- que, justamente, es también por nosotros que la enseñanza de Lacan, su
palabra, su articulación significante, mantiene presencia y fuerza. Para que viva es necesario que nosotros mismos aportemos
nuestro plus-de-gozar. Es necesario que nos dediquemos, o que nos consagremos a ello. Sin esto, desde el momento en que nos
detengamos, veremos la diferencia. Apenas nos detengamos vendrán los empresarios de la Universidad. Harán la lista: tomemos esto y comencemos a recortarlo en pedazos. Como hicieron con Racine o con Gide. Un patrón de la Universidad dirá a uno
de sus alumnos: usted tome la juventud de Lacan y luego tome al Lacan de tal año a tal año. Y si a uno de estos sinvergüenzas
se le ocurre tomar el año del otro, habrá alguien para hacerlo volver a su casillero ... Esto ocurrirá algún día, pero es cierto
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que nosotros ponemos de lo nuestro para continuar, si puedo decirlo, haciendo gozar al muerto. Dejo esto de lado; es un tema
demasiado delicado para entregarme aquí a improvisaciones. Volveré a pensar en ello reposadamente.
El corpse, el cuerpo, es el equivalente del Otro, del significante. Lo formula Lacan en Radiofonía.
A él también se le hace presente que pasa, efectivamente, un cadáver por su obra. Pasa un cuerpo de significante. Afortunadamente está el plus-de-gozar, el resto de goce que permanece afuera de la mortificación, pero que conserva la huella del significante. El objeto a conserva la huella del significante, aunque más no fuera porque es un objeto.
Siempre hubo algo que compensaba esto. Estaba lo imaginario y cuando no fue más lo imaginario, fue el objeto a, ese resto que
es una excepción. Son las excepciones libidinales a la mortificación.
La fórmula del fantasma, central en la teoría de la cura, se inscribe al comienzo en este orden. Esta fórmula resume lo que acabo de decir: al cuerpo mortificado del sujeto debe responder de todos modos, como una compensación, como un complemento
o como un suplemento, un cierto factor cuantitativo de libido. Es decir que el substrato del fantasma, es el cuerpo mortificado.
Esta es la referencia.
Una conversión de perspectiva
En Bahía presenté el siguiente ordenamiento, que pone en orden dos dimensiones siempre presentes en Lacan: aquí la del Otro,
aquí la de la cosa; aquí la articulación, aquí la investidura. El deseo es del Otro, según una célebre fórmula, mientras que el
goce se refiere a la Cosa. Escribo aquí $, aquí a. Ubico aquí el cuerpo mortificado y aquí el plus-de-gozar; aquí el objeto perdido de Freud, para volver a decirlo en términos freudianos y aquí la pulsión freudiana y su felicidad, para decirlo como Lacan.
Coloco aquí el menos phi de la castración y aquí el phi mayúscula no negativizable introducido por Lacan. Podría, por otra
parte, continuar esta puesta en serie de términos.
Allí se hace necesaria una conversión de perspectiva. El $ quiere decir el cuerpo mortificado. Ahora bien, hay goce, incluso si
es el goce residual del plus-de-gozar y para que haya plus-de-gozar, es necesario el cuerpo, el cuerpo viviente. Si hay un efecto
del significante sobre el cuerpo que es la mortificación, hay otro efecto que es la producción del plus-de-gozar. A todo lo que,
en la enseñanza de Lacan, hace repercutir que el significante mata al goce, hay que oponerle que el significante produce el goce
bajo las especies del plus-de-gozar.
Incluso agregaré que esta bipartición permite ver claramente el rol mediador de la fórmula del fantasma, que une estas dos
dimensiones e incluso, permite ver en qué sentido hay entre los dos lados de la banda una especie de relación moebiana, una
relación de banda de Moebius, que es necesario poner de algún modo en continuidad como sobre una banda de Moebius. También está presente en los comentarios que Lacan pudo dar de su fórmula del fantasma.
Justamente por esto Lacan pudo hacer del objeto a la causa del deseo y pudo hacer del significante del Otro una causa del goce.
Estas son relaciones que indican que es necesario considerar estos dos lados en relación moebiana uno con el otro.
¿Cuál es la conversión de la perspectiva a la que llamo, no haciendo más que redoblar el llamado de Lacan mismo? Es considerar que el significante no tiene en primer lugar un efecto de mortificación sobre el cuerpo, que lo esencial es que es causa
de goce y que se trata entonces de pensar la unión del significante y del goce, que el significante tiene una incidencia de goce
sobre el cuerpo. Lacan lo elabora en sus Seminarios cercanos al Seminario 20. Privilegia el efecto de goce del significante, no
su efecto de mortificación.
sinthome y pulsión
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Lacan llama el sinthome, digámoslo exactamente, a esta incidencia de goce sobre el cuerpo que tiene el significante. Y crea
el concepto de sinthome precisamente porque está más allá del fantasma. El fantasma está esencialmente ligado al cuerpo
mortificado y a ese residuo de goce que es el a en esta configuración; mientras el sinthome se refiere al cuerpo vivificado por el
significante, el cuerpo en tanto goza intensamente por el hecho del significante.
Esto se juega en los mismos textos. Podemos tomar “Pegan a un niño”, tomar ese gesto augusto del que pega, y decir: allí está,
es el cuerpo en tanto está mortificado y marcado por el significante. Podemos ver allí la representación, abyecta quizás, de la
mortificación; pero podemos, por el contrario, leer en esta misma imagen la producción del goce por el significante. Estropear
el cuerpo, golpearlo, tropezarlo, incluso destruirlo, son también las vías de su goce. Aquí es revelado por Lacan -que demuestra por otra parte una curiosa simpatía por las palabras que expresan ruidos secos, golpes- que lo marcó un cierto sadismo del
significante; pero la mortificación tiene como reverso la intensificación del goce.
Esta es la conversión de perspectiva que opera Lacan. ¿Vamos a pensar de algún modo, a a partir de $, dándole el dominio a $,
o vamos a pensar al $ mismo a partir de a, es decir, a privilegiar el significante como causa de goce más bien que al significante
mortificante?
Por ello Lacan pasa del síntoma al sinthome. El síntoma, como lo escribimos habitualmente, es precisamente captado por Freud
-al menos antes de “Inhibición, síntoma y angustia”- antes que nada como un fenómeno de verdad pensada en el significante.
Por otra parte, cuando decimos esto hace síntoma, nos referimos a esta noción del síntoma-verdad. Mientras que, si Lacan
modifica la palabra para hablar del sinthome, es porque pone en primer lugar el efecto de goce, el síntoma-goce, que nos fue
presentado por Freud ya en “Inhibición, síntoma y angustia”.
De donde surge una nueva definición del significante. El significante se refiere al cuerpo bajo la modalidad del sinthome.
A partir de ahora, no esperen de mí que respete la diferencia fonética. Hablo del síntoma para designar también al nuevo sinthome de Lacan.
¿Cuál es a partir de entonces el lugar teórico del síntoma en Lacan? El síntoma viene precisamente al mismo lugar en que Freud
inscribe la pulsión. Es el concepto mismo de la relación del inconsciente con el cuerpo. Por ello Lacan es conducido a decir que
el sinthome es real -y lo repetimos como loros-. Pero hay que captar que esta fórmula toma todo su sentido cuando la oponemos
a la fórmula de Freud: Las pulsiones son nuestros mitos. Dicho de otro modo, la fórmula de Lacan el síntoma es del orden de lo
real sólo toma su verdadero sentido si hacemos surgir la fórmula freudiana a la cual responde, a saber las pulsiones son nuestros
mitos.
Para pensar la relación entre el inconsciente y el cuerpo, Freud recurrió a un concepto-mito. Con el síntoma, Lacan intenta elaborar un concepto operatorio. Evidentemente el mito es una manera de aproximar lo real, como lo subraya Lacan. Justamente
cuando desfallecen los medios operatorios de lo simbólico recurrimos al mito para designar el punto de real.
Dicho de otro modo, detrás de la pulsión de Freud está el sinthome de Lacan. La pulsión freudiana es la interfaz todavía mítica
entre lo psíquico y lo somático, mientras que el síntoma lacaniano es la conexión real entre significante y cuerpo.
13 de mayo de 1998
Traducción: Nieves Soria.
Revisión: Patricia Schnaidman.
(*) Lección n°17 del curso de J.-A. Miller del año 1997-98, La orientación lacaniana II, 15, pronunciado en el marco del Departamento de Psicoanálisis de la
Universidad de París VIII. Texto establecido por Catherine Bonningue. Publicado con la amable autorización de J.-A. Miller.
(**) (N. de la T.) pronombre personal aproximado al se español.v
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Abril 2001 • Año I • Número 1
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Abril
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SUMARIO
La orientación lacaniana
Una nueva modalidad del síntoma
Por Jacques-Alain Miller
La eficacia del psicoanálisis
Por Ricardo Seldes
Plata quemada o los nombres
impropios
Por Germán García
El médico, las tecnociencias
y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
Coloquio Jacques Lacan 2001
en Buenos Aires
Entrevista a Flory Kruger, organizadora del Coloquio
Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Las pruebas de la interpretación
Por Graciela Brodsky
La transferencia:
vía de una transmisióna
Por Gabriela D’Argenton
Actualidad de la AMP
La orientación lacaniana en USA
Reportaje a Alicia Arenas
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Abril - 2001
El médico, las tecnociencias y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
Ricardo Nepomiachi es médico, psicoanalista, AME de la Escuela de la Orientación Lacaniana y Miembro de del Consejo de
la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
¿Cuáles son las consecuencias que el discurso de la ciencia, despojado de subjetividad, tiene en el lazo social? Una reseña
histórica señala la paradoja que se instala a partir del avance de la tecnociencia. La subversión de la función y de la imagen
del médico dan lugar al surgimiento del psicoanálisis que, con Freud, inaugura un lazo social capaz de acoger la demanda
del paciente que el médico de la época no puede atender.
Tanto Karl Jaspers1 como Lacan2 cuatro décadas atras llamaron la atención sobre una evidencia que tiene hoy toda su actualidad: se estaba produciendo una profunda subversión, un cambio vertiginoso en la función del médico y en su personaje -que es
también un elemento importante de dicha función. Tanto la función como el personaje, mantuvieron una gran constancia hasta
una época reciente.
Si se considera la historia de la medicina, el gran médico, el prototipo, solía ser un hombre cuyo prestigio y autoridad no eran
en absoluto comparables con la validez de sus posibilidades terapéuticas. El médico de tipo sacerdotal de los orígenes, el
médico hipocrático, que con mirada imparcial trata al hombre en su totalidad, junto con su situación, y el médico medieval, que
sostiene autoritarios conceptos especulativos, fueron relevados en la era de las tecnociencias. Es que su poder se circunscribía a
cuidar y consolar al enfermo y al moribundo, y estaba limitado tanto por lo que no sabía como por la ineficacia de las terapéuticas.
Según la razón occidental la medicina no tiene más de dos siglos de existencia, si se parte de la posibilidad de comprender la
patología, ya que en términos de eficacia terapéutica tiene poco más de cincuenta años. Durante estos dos siglos se enfrentan la
medicina como arte y la medicina científica.
A partir de 1800 se desarrolla la medicina como arte que construye una clínica anatomopatológica con el gran recurso de la
práctica sistemática de las autopsias; el hallazgo de lesiones y su correlación con una semiología clínica posibilitaron el surgimiento de la medicina moderna.
A mediados del siglo XIX se produjo la apertura de un nuevo espíritu en la medicina. Claude Bernard introdujo la fisiopatología, que trata como objeto de la ciencia, la dinámica del organismo y su enfermedad en forma comparable a los métodos
de investigación de la física y la química. Las mismas leyes de la naturaleza gobiernan la vida y la materia, y se establece un
determinismo absoluto según el cual cada fenómeno se halla necesariamente encadenado a condiciones físico-químicas.
Esta perspectiva se impone en el campo de la medicina y la introduce en un nuevo tiempo, que se destaca por haber llegado
a comprender lo esencial de la enfermedad. La físico-química se erige entonces como la base de la vida que, según la visión
racionalista del mundo físico, obedece a reglas inmutables. Luego, no debe sorprender que el enorme avance que suponen las
investigaciones y descubrimientos de Louis Pasteur provenga de un químico y no de un médico.
Un verdadero paradigma de esta perspectiva es la bacteriología, para la cual la enfermedad posee una causa, la cual desencadena una fisiopatología, abriendo la posibilidad de explicar lesiones y síntomas. La entrada decisiva de la medicina en la época de
la ciencia, la conduce hacia un dominio hasta entonces desconocido. Fuera de todo programa natural surge una nueva voluntad:
la medicina se ocupa de mantener vivo al enfermo a cualquier precio, intenta prolongar su vida, de ser posible, indefinidamente.
Conforme a esta nueva intención, se construye el hospital, especialmente en torno a la sala de cuidados intensivos, donde toda
la utilería de la ingeniería médica está al servicio de la prolongación de la vida. Todo tratamiento médico mide su efectividad a
escala epidemiológica, por un incremento en la expectativa de vida.
Aquí hay que señalar una nueva paradoja: los poderes reales de los avances científicos y tecnológicos subvirtieron profundamente la posición del médico, a quien le restaron prestigio y autoridad. El poder de la ciencia “exterior a su campo” le hace
perder su privilegio y lo lleva a tener que enfrentar problemas nuevos. En la actualidad, el médico es sólo un hombre que, como
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funcionario, debe servir a las condiciones del mundo de la ciencia, sin ningún privilegio en la jerarquía del equipo de científicos.
La colaboración médica es considerada bienvenida en tanto científico-fisiologista. El médico debe mantener el funcionamiento
de los aparatos del organismo humano y además sufre el llamado de lo que se vuelca en sus manos. Se trata de nuevos agentes
terapéuticos que la organización industrial coloca a disposición del público y le pide al médico, cual si fuera un distribuidor,
que los ponga a prueba.
Los avances tecnológicos desplazaron la medicina del enfermo a la enfermedad y este movimiento, que deja de lado la relación
y el contacto con el paciente, sustituye el acto médico por el acto técnico.
He aquí los efectos del discurso de la ciencia, que hay que distinguir de la ciencia misma. Conviene, pues, precisar que llamamos discurso de la ciencia al discurso que organiza el lazo social una vez que la ciencia adquiere tal desarrollo que modifica
la legitimidad de toda figura de autoridad, y que no hay que confundir la ciencia como proceso con los conocimientos que se
elaboran según su método.
Se trata entonces de los efectos de la ciencia en el lazo social inaugurado por la existencia de este tipo de conocimiento. El
discurso pasa a formar parte de la actualidad compartida bajo una forma de infiltración difusa que va subvirtiendo el conjunto
del tejido social.
¿Qué ambicionaba el pensamiento griego que dio origen a la ciencia? Pretendía dar cuenta racionalmente de los hechos y liberarse de toda referencia a lo irracional. Este anhelo apuntaba a una epistéme en cuyo discurso hubiera desaparecido toda huella
de interlocución. Como consecuencia, el lenguaje no cumple más que una función utilitaria que sirve para la comunicación
tomada en su carácter informativo y deja de lado, excluye lo que hablar quiere decir.
Evacuando la interlocutividad, el discurso no está contaminado por lo subjetivo, y entonces, es posible recurrir al discurso de la
ciencia del cual su objetividad se presenta despojada de toda dimensión de interlocución.
Se entiende así que el psicoanálisis surja con Freud, quien inaugura una nueva racionalidad con aquellas pacientes que con
sus parálisis no entraban en las categorías del pensamiento científico, para el cual el cuerpo no es más que la sede de la vida
biológica.
A partir de este cuerpo libidinal afectado por el lenguaje, Freud inaugura un nuevo lazo social en el que es posible un modo de
respuesta particular a la demanda del paciente, que el médico de la época de la ciencia no podía atender.
Acoger una demanda definió el eje de la práctica médica, claramente desplazado cuando se promovió el derecho a la salud, el
cual no aloja la demanda del enfermo. (Han hecho más por la salud las cloacas y los desagües que toda la práctica médica.)
La función del médico debería tener como límite esa referencia a la demanda, que es la posibilidad de supervivencia del acto
médico. El médico en su práctica puede volver a encontrar su lugar teniendo en cuenta esa dimensión clínica evidente que
reconoció el campo freudiano: el lenguaje y la palabra. Ésta le permitirá saber que lo que el enfermo pide no se confunde con
lo que desea ya que el paciente, sobre todo, entabla un desafío para ser sacado de su condición de enfermo, posición que puede
querer conservar más allá de la demanda de cura que realiza. Es lo que permite reconocer que una enfermedad es siempre
enfermedad de un sujeto.
Esta cuestión despertará del sueño según el cual la comunicación-información clara y adecuada es posible en un diálogo donde
cada uno de los interlocutores es capaz de entender perfectamente lo que se dice. Habrá que tener en cuenta que el diálogo
humano está sometido a la estructura del malentendido y que no se reduce a la racionalidad, lo que no implica remitirlo a lo
irracional.
¿Cómo plantearnos el problema del diálogo en la relación médico-paciente? En la época precientífica, el médico siempre
aceptó acoger la demanda y esto hizo de su función un lugar sagrado, efecto placebo, que Balint intentó recuperar en el saber y
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la autoridad que el paciente atribuye a la figura del médico. Es lo que Freud reconoció como fenómeno transferencial y Lacan
conceptualizó como lugar del sujeto supuesto saber.
Pero hoy además, como resultado de la ciencia, el médico realmente sabe, tiene un conocimiento cada vez más efectivo a su
disposición y ya no es sólo suposición de saber.
El problema fue olvidar esta doble dimensión como coordenada que estructura el diálogo médico-paciente, haciendo desaparecer, poniendo entre paréntesis, la singularidad del sujeto enfermo. Esta medicina desconoce la transferencia.
El médico podrá reelaborar la posición en su práctica a partir del reconocimiento de esas dos lógicas -la del sujeto y la de las
tecnociencias-, de esas dos racionalidades diferentes, a partir del descubrimiento de Freud.
Para concluir, citemos a François Jacob, premio Nobel, quien cuenta su experiencia de vida en un texto autobiográfico La
estatua interior que nos permite leer el malestar de un médico: “Esta noche me he despertado obsesionado por el recuerdo de un
amigo desaparecido, Jean S., viejo camarada de guerra. Todas las campañas de Francia libre, hasta aquel bosque de Normandía
donde una ráfaga de ametralladora en el muslo lo derribó. Amputado. Dolores terribles en la pierna ausente. Meses y meses
de hospital. Todos los tratamientos posibles, todos los medicamentos, todas las drogas. Bajo narcosis, le hicieron revivir el día
de la herida. Se puso a contar: la entrada en el bosque, la progresión paso a paso, de árbol en árbol, la dureza del contraataque
alemán. Y de repente, la violencia del golpe en el muslo. Bajo el choque del recuerdo, cuando gritó, lo despertaron. Le aseguraron que el dolor había desaparecido. Por supuesto, el dolor persistía, igual de imperioso, de apremiante. Y desde entonces se lo
veía rengueando con su pierna artificial, con una leve expresión de desengaño en la sonrisa, una expresión afectuosa, endurecida a menudo por una mueca de sufrimiento sin remisión. Lo más conmovedor en él era su vitalidad, su capacidad de fabricarse
esperanza. Sin embargo, cuando vino a verme al instituto Pasteur la última vez, enseguida noté que había cambiado: el habla
más voluble, el gesto más febril, la mirada más inquieta. Quería las señas de un médico especialista: riesgo de parálisis de la
pelvis, de la vejiga y del recto que amenazaba con sumarse a lo demás. Pero a medida que iba hablando, empecé a percibir un
contenido distinto, iba adivinando la angustia de una pregunta oculta. Tras el chorro de palabras, afloraba otro ruego. Le oía pedir socorro. Lo que venía a buscar en mí era una garantía contra mayores catástrofes. Era la promesa de aliviarlo, de detener la
masacre, de ayudarlo a desaparecer cuando fuera necesario. Pero hice oídos sordos a esta súplica secreta. Con cobardía, ignoré
su pregunta”.
Notas:
1- K. Jaspers, La práctica médica en la era tecnológica, Buenos Aires, Gedisa, 1988.
2- J. Lacan, “Psicoanálisis y medicina” (1966), en Intervenciones y textos I, Buenos Aires, Manantial, 1985.
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SUMARIO
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Una nueva modalidad del síntoma
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La eficacia del psicoanálisis
Por Ricardo Seldes
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El médico, las tecnociencias
y el psicoanálisis
Por Ricardo Nepomiachi
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en Buenos Aires
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Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Las pruebas de la interpretación
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La eficacia del psicoanálisis
Por Ricardo Seldes
Ricardo Seldes es psicoanalista, AME y Director de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Los analistas también somos producto de los cambios en el discurso del amo en que estamos inmersos, pero cómo esto
influye en la eficacia del psicoanálisis y en el modo de acoger la diversidad del síntoma, comprendiendo allí de qué goce se
trata, es el eje sobre el que se ubica la cuestión de la práctica del analista hoy.
La comunidad que compone la Escuela de la Orientación Lacaniana vuelve hoy a encontrarse hoy para dialogar sobre los problemas del psicoanálisis, en la vastedad de las significaciones que de esta expresión se quiera deducir. El mismo título de las II
Jornadas apunta a interrogar por la eficacia del psicoanálisis, no desde siempre, sino en la actualidad. ¿Es tan eficaz como lo era
antes? El inconsciente, después de haber sido forzado por nosotros, no va a tardar en volver a cerrarse, anticipó Freud sin que
Lacan lo desmintiera. Y Freud quiso decir con esto algo totalmente preciso, que constituyó toda la inquietud de los analistas
llamados postfreudianos. “Lo inconsciente no se entrega ya como en los tiempos de Freud, y allí reside el gran cambio decisivo, la revisión desgarradora a la que, en la década de 1930, tuvo que constreñirse su técnica”, patentiza Lacan para referirse a
un principio que atraviesa a los psicoanalistas: no existe ningún pretexto para volver a dormirse. Que hoy en día los pacientes
lleguen al consultorio del analista con sus interpretaciones bajo el brazo, con la pauta preformada de regulación de horarios y
honorarios, señala la caída del antiguo bastión del encuadre standarizado, emplazamiento del atalaya desde donde el analista
encontraba cierta comodidad en denunciar las resistencias. Problema crucial, ya que se trataba de un modo articulado de presentificarse lo real, cuando en esta experiencia del decir, se pide al sujeto que se libere de las referencias habituales. Ese sujeto,
el del inconsciente, cuya inconsistencia lógica lo hace más liviano que cualquier ser que habita en esta tierra.
El mundo ha cambiado en las últimas décadas del siglo XX, así nos dicen los organizadores de las II Jornadas, y el psicoanálisis ha cambiado también, para no divorciarse de la subjetividad de su época. ¿Cuál es la actualidad del inconsciente? ¿Cual es
el estatuto del sujeto allí donde eso piensa sin saber, no solamente lo que eso piensa, sino incluso que eso piensa? El inconsciente está estructurado como un lenguaje, se apronta en cualquier tiempo para concentrar el hecho de que todos los lenguajes
están centrados en un imposible de decir, y, lo afirmamos con la certeza de la locura, no hay sistema lenguagero que no tenga
un poco de lo imposible, es decir un inconsciente estructurado como un lenguaje que apunte a nombrar lo imposible de decir de
lo sexual.
Se habla con toda justeza de los nuevos modos de gozar “que responden a la conmoción de nuestra cultura en el tiempo de la
inexistencia del Otro”, nuevos modos de sufrimiento al cual la ciencia responde con su clásico imperativo ¡forcluyan al sujeto
que se acabó la rabia!
Y el retorno desde lo real es siempre más espectacular, en la época en que el reality-show quiere chuparse al tipo que pretende
ser escuchado.
Pero he ahí que nosotros nos volvemos a reunir, y nos alegramos en esta comunidad que se reencuentra para debatir por el porvenir, aunque nuestro ánimo esté sacudido por las ausencias que no se comprenden ni se descifran.
***
Es verdad que lo que atraviesa la época es que el cambio de discurso en la modernidad ha producido una modificación en el
discurso del amo, el discurso de la ciencia instalado en el lugar del discurso del amo. Su consecuencia inmediata es la llamada
tiranía del saber, es que el saber no es como en el saber antiguo un saber hacer, sino la producción de S1 dispersos, sin que la
verdad pretenda se interrogada como tal, como verdad de la vida, la que puede dar lugar a las charlas de café más apasionantes,
si es que se tiene el tiempo de encontrarse con los amigos.
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Porque el amigo funciona en el café como aquel que puede preguntar sobre el saber que cada uno guarda sobre lo insondable de
la relación sexual, sobre la vida y sobre la muerte, y en las II Jornadas les preguntamos a nuestros amigos colegas que es lo que
han entendido sobre la eficacia del psicoanálisis en la actualidad y sus incidencias en la época.
Ya el hecho de que nos disponemos a interpretar la sociedad moderna como un efecto del discurso de la ciencia permite pensar
que contamos con los medios para dar la cara a la sociedad sobre este problema. Y acá es donde nos encontramos reunidos.
Para ubicar esos problemas y para determinar la responsabilidad que nos cabe ante ese discurso homogeneizante.
Como plantea Lacan en la época de La tercera la primera regla a aplicar a nuestra posición es la de enfrentar lo real, y eso lo
hacemos más que los científicos, y en tanto lo real es lo que no anda, además estamos obligados a resistir, a poner el hombro.
Y esto lo subrayo, para lograrlo hay que estar acorazados contra la angustia que es una manera fuerte de decir que hay que
poder aguantar. Y ante lo que llama chismes de consumo como a la TV devoradora, o los cohetes a la luna, Lacan declara que
su posición no se encuentra ni entre los alarmistas ni entre los angustiados ante la pasión devoradora de los pequeños y grandes
gadgets y sus consecuencias.
Por eso ubicarnos en ese cambio del discurso del amo, quiere decir no sólo que estamos inmersos y que por eso tenemos que
responder, sino, como bien ha planteado Marie-Hélène Brousse, es que también somos productos de eso, estamos determinados por el cambio en el discurso del amo. ¿Qué hacemos? En principio el mismo dispositivo analítico tiene una acción sobre
el discurso histérico generalizado, ese productor de S1 dispersos, porque los aloja, los organiza, y los pone en relación con un
goce. La operación del discurso analítico es poner en relación los S1 de la libre asociación con el objeto de goce. Y no sólo eso,
sino que cualquier analista que escucha, puede armar una pequeña enciclopedia de la vida cotidiana sólo con lo que recoje cada
día en su consultorio.
¿Estamos preparados para acoger esa diversidad de síntomas? Digámoslo de otra manera, ¿está cada uno listo para comprender
de que goce se trata? Me permito recurrir a Eric Laurent para responder a estas “simples” preguntas, y considerar que la eficacia de la que se trata, es la de permitir al mayor número de sujetos tener acceso a lo que el psicoanálisis les puede ofrecer. Y
entonces nuestra apuesta más importante es la de formar analistas que puedan responder a una nueva función, un psicoanalista
abierto en sus indicaciones, uno que sabe que no se le habla de la misma manera a un sujeto neurótico, perverso, psicótico o un
inclasificable, es decir un sujeto que no logra ubicarse por sí mismo en sus referencias. Y no olvidarnos que lo que está en juego
en las personas que vienen a consultarnos es su satisfacción. Si no encuentran ninguna satisfacción en el análisis no volverán,
de allí esa famosa apreciación de Lacan en la conferencia en Yale, ese fenómeno, prácticamente impensable, de que tantas personas lleguen al análisis, releva un real problema. “¡No sólo llegan a nosotros sino que retornan! ¿Que es lo que puede inducirlos a encontrar una satisfacción tal en el análisis, cuando pasar por el análisis es una experiencia tan poco confortable?...No
todos son capaces de hacerlo. Es necesario tener una cierta dosis de eso, haber escuchado suficientemente sobre él para saber
que puede tener ciertos efectos —esos efectos sobre los cuales cuentan realmente las personas que emprenden un análisis,
aquellos que yo llamo los analizantes. Ellos cuentan sobre esos efectos, particularmente, teniendo a la vista las cosas que traban
su camino...”
Hablar sobre los efectos de un psicoanálisis es un modo de decir que hablaremos sobre la satisfacción antes, durante y después
del análisis, sobre la vigencia del psicoanálisis también, sobre las categorías clínicas, sobre su lugar en las ciencias, en la
cultura, en la ciudad. El tema “La eficacia del psicoanálisis” pone nuevamente a prueba la Escuela como una herramienta cuyo
principal uso es que favorezca el discurso analítico. Contamos con una nueva ocasión para que la Escuela de la Orientación
Lacaniana se prodigue en la comunidad, invite al debate y sostenga la innegable disposición a la invención que nos proporciona
este particular modo de lazo social.
Mayo de 2000
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Julio 2001 • Año I • Número 2
#2
Julio
2001
SUMARIO
Encuentros con Lacan
El padre, lo femenino y el obstáculo en
la elaboración freudiana
La disparidad en el amor
Kryptonita: tu nombre es mujers
Coloquio Jacques Lacan 2001 en Buenos Aires
Por Alejandra Glaze
Por Osvaldo Delgado
Por Eric Laurent
Por Marcela Antelo
El déspota ideal...
El niño y la adopción
Por Luis Erneta
Por Adela Fryd
La introducción a la antifilosofía
Two to tango
Por Jorge Alemán
Por Graciela Musachi
De la identificación al síntoma y retorno
La elaboración del testimonio
Por Mónica Torres
Por Aníbal Leserre
Usos del diagnóstico y el lugar del
síntoma en la diferencia psicoanálisis
aplicado-psicoanálisis puro
Un lazo social inédito
Por Samuel Basz
Por Mauricio Tarrab
Un santo letrado
Por Graciela Kait
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