Subido por Fabiola Andrea Núñez Rojas

El Enseñar A Nuestros Hijos A Amar Las Escrituras

Anuncio
El Enseñar A Nuestros Hijos A Amar Las
Escrituras
“Mediante la guía de padres amorosos y de maestros dedicados, los niños
pequeños se familiarizarán con las Escrituras y con el espíritu que las acompaña”.
Mientras enseñaba a los nefitas, el Salvador confirmó las palabras del
profeta Isaías, que profetizó del Israel de los últimos días: “Por un breve
momento te dejé, mas con grandes misericordias te recogeré …
“Porque los montes desaparecerán y los collados serán quitados, pero mi
bondad no se apartará de ti, ni será quitado el convenio de mi paz, dice
el Señor …” (3 Nefi 22:7, 10) .
Entonces el Salvador reveló una de las formas en las que Su convenio
de paz sería conservado para los justos en los últimos días: “Y todos tus
hijos serán instruidos por el Señor; y grande será la paz de tus hijos” (3
Nefi 22:13).
Esas palabras del Salvador constituyen el lema de la Primaria y se
cumplen en la definición de la finalidad de la Primaria: enseñar a los
niños el Evangelio de Jesucristo y ayudarles a aprender a vivirlo.
Al presenciar los sucesos de los últimos días, no dudamos de que en ese
pasaje el Señor nos habla directamente a nosotros. Nosotros somos el
Israel de los últimos días. Somos los que debemos enseñar a nuestros
hijos acerca del Señor. La paz que perdura no depende de fuerzas
externas ajenas a nuestro control. “Aprende de mí y escucha mis
palabras; camina en la mansedumbre de mi Espíritu, y en mí tendrás
paz” (D. y C. 19:23).
Las palabras que el Señor pronunció hace siglos son palabras de
esperanza y de seguridad que infunden consuelo a los padres justos que
enseñan a sus hijos acerca del Señor; nos hablan en una época en la
que la paz en el corazón de los niños da la impresión de no ser más que
un sueño fugaz, pero el Salvador nos ha reafirmado que puede ser
realidad, si enseñamos a nuestros hijos. La Primaria apoya a los padres
en esta importante responsabilidad.
Mientras me encontraba en una asignación de capacitación de líderes en
Brasil, tuve la oportunidad de
visitar una clase de la guardería de la Primaria. Había unos ocho niños
sentados alrededor de una mesa con su maestra. Contemplé admirada a
esos pequeñitos, de dos y tres años, que durante unos breves momentos
observaron embelesados una lámina del Salvador rodeado de niños que
les mostraba la maestra. Oí que ella les decía que Él quiere mucho a los
niños y que quiere a cada uno de ellos, y les enseñó que nuestro Padre
Celestial también los quiere mucho. Al ver el modo como escuchaban,
percibí que comprendían mucho más de lo que yo hubiera creído posible.
Oían las palabras de ella y sentían su amor. En la belleza y sencillez de
aquellos momentos, a esos pequeños se les enseñaba la respuesta a la
pregunta más importante de la vida: “¿Quién soy yo?”. Con su fe pura de
niños, sus espíritus estaban dispuestos a recibir las verdades que se les
enseñaban. Esa experiencia se repetirá para ellos en su clase de la
guardería domingo tras domingo. Esos son importantes momentos para
la enseñanza en la vida de los niños pequeños en esa etapa en la que
están listos para aprender.
La investigación que se ha realizado en los últimos tiempos sobre el
desarrollo del cerebro del niño ha revelado nuevos conocimientos sobre
cómo y cuándo éste aprende. Citaré parte de un estudio reciente: “Desde
el nacimiento, las células cerebrales del niño proliferan profusamente,
haciendo conexiones entre sí que darán forma a toda una vida de
experiencias. Los tres primeros años de la vida son de importancia
fundamental” (]. Madeleine Nash, “Fertile Minds”, Time, 3 de feb. de
1997, pág. 49).
¿Sorprende acaso que nuestro Padre Celestial haya creado la mente de
los niños muy pequeños de modo tal que sean tan capaces de aprender
en una época en la que necesitan que se les enseñe quiénes son y lo
que deben hacer? Los diez primeros años de la vida son los más
propicios para la adquisición del lenguaje que constituirá el fundamento
para comprender futuros conocimientos y verdad. Ese fundamento se
forma por medio de las palabras que oyen y de las impresiones que
reciben en el mundo que los rodea. Es la etapa ideal para que los padres
lean las Escrituras a sus hijos, pues éstos comenzarán a aprender el
lenguaje de ellas.
Tal vez se hayan fijado en que los niños llevan las Escrituras a la
Primaria. Este año, a los niños de la Primaria se les está enseñando de
las Escrituras y están aprendiendo a utilizarlas. Nuestro tema para el
tiempo para compartir es “Yo sé que las Escrituras son verdaderas”. Un
domingo por la mañana visité una Primaria durante el tiempo para
compartir y advertí que los niños tenían abiertos sus ejemplares de las
Escrituras. La presidencia de la Primaria y los maestros les ayudaban a
buscar en ellas relatos de los Profetas. Se me pidió que compartiera con
los niños uno de mis pasajes predilectos. Cuando terminé, una niñita de
cuatro años que estaba en la fila delantera sostuvo en alto sus libros de
las Escrituras y dijo: “Ese pasaje también está en mis Escrituras”.
Mediante la guía de padres amorosos y de maestros dedicados, los niños
pequeños se familiarizarán con las Escrituras y con el espíritu que las
acompaña.
Una hermana líder de la Primaria contó lo agradecida que se siente por
este énfasis en la Primaria; dijo que ella y su marido leen las Escrituras a
sus hijos, de dos, tres y cuatro años, todas las noches antes de
acostarlos. Le pedí que me contara más al respecto. Debo admitir que
puse en duda el que niños tan pequeños entendieran el lenguaje de las
Escrituras. La hermana me dijo que ella y SU marido habían tenido las
mismas dudas cuando comenzaron a leérselas a sus hijos, pero que
después de la primera semana el lenguaje no constituía ya ninguna
dificultad. A los niños les encanta leer juntos y sentir el Espíritu, y es
asombroso lo mucho que entienden.
El potencial de un niño pequeñito de aprender y de comprender es
mucho más grande de lo que nos inclinamos a creer. Lo asombroso es
que, al paso que los niños van aprendiendo palabras nuevas a diario,
pueden aprender el lenguaje de las Escrituras. Andado el tiempo, gracias
a la guía de padres y de maestros, aumentará el entendimiento de ellos
de que nuestro Padre Celestial les habla por medio de las Escrituras y de
que las Escrituras les ayudarán a encontrar la respuesta a sus
problemas.
Una amiga me contó una experiencia que había tenido con su hijo Álex
cuando la familia se mudó a otro lugar. La mudanza no fue fácil para
Álex; le resultaba difícil ir a una nueva escuela; tanto le preocupaba el
estar lejos de su casa y de su familia que no quería ir a la escuela. Un
día, la madre le leyó el pasaje que se encuentra en 2 Timoteo 1:7:
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de
amor y de dominio propio”.
Mi amiga añadió: “Le dije a Alex lo mucho que ese versículo me había
servido en diversas ocasiones cuando yo había sentido miedo”. Su cariño
y el haberle contado al niño su experiencia personal con ese pasaje
ayudó a Álex a superar el temor, pero más importante aún fue el haberle
brindado al hijo la posibilidad de acudir a las Escrituras y de comprender
que éstas pueden ser una fuente de fortaleza para él.
Nefi dijo: “Porque mi alma se deleita en las Escrituras, y mi corazón las
medita, y las escribo para la instrucción y el beneficio de mis hijos” (2
Nefi 4:15).
¿Cómo podemos hacer participar a nuestros hijos en el aprendizaje de
las Escrituras a fin de que los testimonios de los profetas ejerzan
influencia en ellos ? Se nos ha aconsejado leer las Escrituras en familia.
Si la lectura de las Escrituras y el compartirlas es una tradición en
nuestra familia, será más probable que nuestros hijos hagan un hábito de
ello en su vida personal.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, mi marido y yo consideramos
importante establecer esta tradición en nuestra familia. Resolvimos leer
el Libro de Mormón con la meta de terminar de leerlo
hacia fines del año escolar. Todas las mañanas, antes del desayuno,
leíamos un capítulo y sí alcanzamos nuestra meta. Si bien no deseo
restar importancia alguna a las cosas buenas que de esa lectura
derivaron para todos nosotros, al final concluimos que quizá nos
habíamos concentrado más en nuestra meta que en lo que íbamos
aprendiendo al leer. En la temprana y apresurada hora de la mañana que
culminaba alrededor de la mesa del desayuno, casi no teníamos tiempo
de intercambiar ideas ni de meditar en el significado que la palabra de
Dios tenía para nosotros. Cuando el Salvador enseñó a los nefitas, dijo:
“Por tanto, id a vuestras casas, y meditad las cosas que os he dicho, y
pedid al Padre en mi nombre que podáis entender; y preparad vuestras
mentes para mañana, y vendré a vosotros otra vez” (3 Nefi 17:3).
El Salvador nos ha dado un modelo que seguir al estudiar las Escrituras.
Oímos la palabra, meditamos en su significado, pedimos a nuestro Padre
Celestial que nos ayude a comprender y entonces nuestra mente y
nuestro corazón están preparados para recibir las bendiciones
prometidas. Meditar es más que leer palabras: es buscar significados que
nos ayuden al relacionarnos unos con otros y al escoger lo que hemos de
hacer en nuestra vida. Es permitir que la palabra se traslade de nuestra
mente a nuestro corazón. El Espíritu da testimonio a nuestro corazón
cuando con oración buscamos saber las cosas de nuestro Padre
Celestial. Cuando tenemos ese testimonio y conocimiento, pensamos y
vivimos y nos relacionamos los unos con los otros de una manera más
parecida a la de Cristo.
Nuestros hijos esperan que nosotros, los padres, les demos el ejemplo y
los guiemos. Si vivimos constantemente lo que las Escrituras enseñan,
les proporcionaremos un fundamento seguro que los guiará para
discernir la verdad en un mundo de valores contradictorios. Con las
Escrituras como punto de referencia, podemos ayudarles a enfrentar lo
que les presente la vida, así como las consecuencias de lo que escojan
hacer. Si hacemos eso, les ayudaremos a conservar siempre la
perspectiva eterna claramente definida, de manera que nunca olviden lo
que son ni hacia dónde van.
El profeta José estaba preparado para la obra que iba a realizar gracias a
padres abnegados y sabios que
amaban al Señor. Ellos leían las Escrituras y enseñaron a sus hijos
basándose en ellas. Por eso, cuando el joven José se sintió
desconcertado y necesitó orientación, fue natural que se dirigiera a las
Escrituras. Él dijo: “Alrededor de los doce años de edad, se suscitó en mi
mente con mucha fuerza un interés profundo por el bienestar de mi alma
inmortal, lo cual me llevó a escudriñar las Escrituras porque creía, como
se me había enseñado, que contenían la palabra de Dios” (The Personal
Writings of Joseph Smith, comp. por Dean C. Jessee [l984], págs. 4-5,
ortografía modernizada).
El presidente Hinckley ha aconsejado a los padres: “Lean a sus hijos.
Léanles el relato del Hijo de Dios. Léanles el Nuevo Testamento. Léanles
el Libro de Mormón. Les llevará tiempo, y ustedes están muy ocupados,
pero verán que será una gran bendición tanto para ustedes como para
sus hijos. Y crecerá en cl corazón de ellos un gran amor por el Salvador
del mundo, el único Hombre perfecto que ha andado sobre la tierra. Él
llegará a ser para ellos un Ser viviente muy real y el gran sacrificio
expiatorio que Él llevó a cabo adquirirá un nuevo y más glorioso
significado para ellos a medida que se vayan acercando a la edad adulta
(citado en Church News, 6 de diciembre de 1997, pág. 2). Hermanos y
hermanas, esa espléndida promesa de nuestro Profeta puede ser
nuestra si leemos las Escrituras a nuestros hijos.
No hay mayor regocijo que el de saber que nuestros hijos aman al Señor,
no hay mayor paz que la que experimentamos cuando sentimos Su amor
y comprendemos el significado de Su sacrificio expiatorio. El espíritu que
se siente cuando compartimos las cosas sagradas del corazón
fortalecerá nuestros vínculos familiares. Juan lo expresó con elocuencia:
“No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la
verdad” (3 Juan 1:4).
Es mi testimonio que ésta será nuestra bendición si seguimos el consejo
de nuestro Profeta. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Descargar