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derecho operacional

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EL DERECHO OPERACIONAL Y EL REGLAMENTO DE COMBATE
En las operaciones Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto
Tte. Cnel. John G. Humphries, USAF
Poco antes de la victoria final de las fuerzas de la coalición sobre Irak, el General Norman Schwarzkopf
sostuvo una conferencia de prensa en la cual explicó la estrategia y los objetivos de la guerra del golfo.
Al elogiar al Presidente George Bush por haber permitido que los militares "llevaran adelante la guerra
precisamente como correspondía," abrió una perspectiva sobre las diferencias entre esta guerra y la de
Vietnam.
Cuando se le preguntó al Almirante U.S. Grant Sharp de la Armada de EE.UU. (ret.), quien fue
comandante en jefe del Comando del Pacífico durante gran parte de la Guerra de Vietnam, si él había
disfrutado del mismo tipo de autonomía de mando que el General Schwarzkopf, contestó que "si yo
hubiera tenido la misma libertad que el General Schwarzkopf, la guerra de Vietnam habría terminado en
1966, aproximadamente. Habríamos derrotado a Vietnam del Norte y salvado miles de vidas
norteamericanas, y habríamos ganado la guerra." El Almirante Thomas H. Moorer, Jefe del Estado
Mayor Conjunto (Joint Chiefs of Staff -JCS) de 1970 a 1974, comparte la opinión de que EE.UU. habrían
podido ganar aquella guerra a menos de un año de iniciar el despliegue irrestricto del poder aéreo
norteamericano.
Lo que sucedió en el golfo fue el triunfo del sentido común. El Presidente Bush, en su calidad de
comandante en jefe, y las demás autoridades nacionales de comando (National Command Authorities NCA), dieron una orientación general sobre el desarrollo de la campaña y luego delegaron en militares
profesionales la planificación y ejecución de las operaciones bélicas.
Estos profesionales habían estudiado durante muchos años el derecho relativo al combate armado. No
sólo había EE.UU. contraído hace mucho tiempo la obligación de ilustrar a su personal militar respecto a
sus derechos y obligaciones bajo las leyes sino que también sufrieron el internacional derivado de la
masacre de My lai y otros tropezones tanto verdaderos como supuestos en Vietnam. Los altos mandos
militares norteamericanos decidieron que ya no podían tolerarse más operaciones militares que dieran
lugar a acusaciones sobre presuntas actividades destempladas o ilegales. Se consideraba que la
formación del personal militar en materia de derecho bélico formaba parte esencial del esfuerzo
correctivo.
A consecuencia de la impresión de que sus fuerzas en general no habían acatado las leyes la guerra,
EE.UU. perdieron el apoyo tanto nacional como internacional. Sus fuerzas regresaron con la fama de ser
criminales de guerra.
Además, Vietnam del Norte ilícitamente se negó a tratar a los tripulantes de la aviación norteamericana
como prisioneros de guerra.
Durante el mismo período, los abogados de los diferentes servicios militares y de los comandos unidos y
especificados ampliaron sus actividades, asesorando a comandantes, planificadores, equipos de
inteligencia y tripulaciones de la aviación sobre el derecho bélico y otras cuestiones relacionadas con el
combate. Esta nueva disciplina en el medio castrense fue denominada "derecho operacional" o
"derecho de las operaciones."
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Con estos antecedentes, la coalición encabezada por EE.UU. hizo sus preparativos para dar marcha atrás
a la invasión iraquí a Kuwait. En el despliegue de las fuerzas norteamericanas, se dotó de abogados al
estado mayor del comando central de EE.UU. (US Central Command-CENTCOM) y al del comando
central de la Fuerza Aérea (US Air Forces, Central Command – CENTAF), así como a los comandos de ala
y de grupo enviados a bases en la zona del golfo. Estos abogados comprendían bien su papel de asesores
en material de derecho operacional, y se encargaron de desempeñarlo. Además, los comandantes de la
Fuerza Aérea parecen haber estado conscientes de que los abogados asignados a sus respectivos
estados mayores tenían los conocimientos necesarios para ayudarles a cumplir con su misión sin
infringir la ley.
El derecho operacional, que incluye una gran variedad de materias diferentes, tales como el estudio del
derecho aplicable al conflicto armado y a la planificación operacional y contingente, el reglamento de
combate y la selección y validación de los objetivos, tuvo un papel activo durante las operaciones
Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto.
Antes de emprender un estudio más pormenorizado del derecho operacional, es importante
comprender los conceptos que le sirven de base dentro del Departamento de Defensa. La política
nacional de EE.UU. especifica que las fuerzas norteamericanas deben respetar las leyes aplicables al
conflicto armado, que se dividen esencialmente en dos categorías. Una de ellas abarca el convenio de La
Haya de 1907 y el de Ginebra de 1949; la otra se basa en las prácticas que acostumbran seguir las
naciones al hacer la guerra. El derecho aplicable al conflicto armado establece las normas de conducta
que deben respetar las naciones en sus operaciones bélicas.
Durante las operaciones Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto, un conjunto de normas
denominado "reglamento de combate" orientaba las operaciones aéreas de la coalición. Este
reglamento "define las circunstancias...bajo las cuales las fuerzas de EE.UU. inician [pueden iniciar] y/o
prosiguen [pueden proseguir] el combate" contra las fuerzas hostiles, tanto en tiempo de paz como en
tiempo de guerra. También constituye la principal pauta rectora de la que disponen las NCA para
orientar las fuerzas desplegadas durante situaciones de crisis en tiempo de paz, así como durante las
guerras. La experiencia de la Guerra de Vietnam nos enseñó a ver el reglamento de combate sobre todo
como una serie de restricciones que limitaban la aplicación de la fuerza militar. Más correcto desde el
punto de vista histórico es el criterio -que ahora predomina - que sostiene que en tiempo de paz, este
reglamento define las circunstancias bajo las cuales se puede entablar el combate contra fuerzas
hostiles, y, como mínimo, autoriza a un comandante a emplear la fuerza en defensa propia preventiva
ante una amenaza bélica inminente. En tiempo de guerra, el reglamento no ha de restringir
indebidamente la utilización eficaz de la fuerza.
Reglamento de combate no es lo mismo que derecho bélico. Aquél es un conjunto de normas impuestas
por EE.UU. a sus fuerzas armadas para reglamentar la utilización de la potencia de fuego. El derecho
bélico, en cambio, es de cumplimiento obligatorio para todos los países y sus respectivas fuerzas
armadas.
Sin embargo, el derecho bélico desempeña un papel importante en la redacción del reglamento de
combate aplicable a la guerra aérea. En la doctrina y estrategia de la Fuerza Aérea se ven reflejados los
principios fundamentales del derecho bélico: la necesidad militar (el derecho de utilizar en el esfuerzo
por lograr un objetivo militar el grado o método de fuerza que sea necesario -siempre que no haya otras
consideraciones que lo prohíban) y el sufrimiento innecesario (concepto que prohíbe los ataques
innecesarios dirigidos contra objetivos civiles y no combatientes, así como la utilización de determinadas
armas en el combate si éstas causan un sufrimiento excesivo no justificado por la necesidad militar). Es
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igualmente importante señalar que estos mismos preceptos constituyen las bases más significativas
para la redacción del reglamento de combate para las operaciones aéreas.
No obstante su importancia, el derecho bélico no es el único factor que influye en la redacción del
reglamento de combate. En su forma final, este reglamento suele reflejar también limitaciones
colaterales tales como las consideraciones políticas, los objetivos nacionales y las preocupaciones
operacionales. Por eso, el reglamento de combate puede restringir y ha restringido las operaciones de
combate aéreo de EE.UU. mucho más de lo que exigiría el derecho bélico. Por ejemplo, los efectivos
aéreos norteamericanos utilizados durante la Operación Rolling Thunder en la Guerra de Vietnam se
vieron sujetos a restricciones severas en virtud de un reglamento de combate impuesto por los líderes
políticos estadounidenses, quienes temían que una campaña llevada a cabo con toda la amplitud que
permitía la ley, de algún modo provocara una intervención china o soviética. En el golfo, las restricciones
políticas que habrían podido imponerse a las tropas por medio del reglamento cedieron el paso ante los
evidentes objetivos militares de las operaciones, el más importante de los cuales era el de dar marcha
atrás a la invasión de Irak a Kuwait.
En el golfo, EE.UU. recurrió a las dos categorías principales de normas -una para el uso en tiempo de paz
y la otra para las hostilidades. Durante la Operación Escudo del Desierto, CENTCOM promulgó un
reglamento de combate aplicable en tiempo de paz, basado en el modelo del Estado Mayor Conjunto,
con algunas medidas complementarias propuestas por el estado mayor CENTCOM del General
Schwarzkopf y aprobadas por el Estado Mayor Conjunto.
Este reglamento establecía normas de conducta típicas en tiempo de paz, ya que eran principalmente
defensivas y tenían por objeto impedir que estallaran por accidente las hostilidades; sin embargo,
también aseguraban el derecho de actuar en defensa propia. Por eso durante la Operación Escudo del
Desierto, las únicas acciones militares autorizadas por el reglamento consistían en reacciones defensivas
ante actos hostiles o manifestaciones de hostilidad (es decir, la amenaza de la utilización inminente de la
fuerza).
Este reglamento aplicable en tiempo de paz había sido redactado con mucha inteligencia. A todos los
niveles, dotaba a los comandantes de amplia libertad en el desempeño de sus funciones, permitiendo
que tomaran cualquier medida que resultara necesaria o conveniente para defender los aviones y al
personal de sus respectivas unidades. Es decir que el reglamento reconocía la autoridad (y el deber) de
los comandantes militares de ejercer el derecho inherente de legítima defensa. El ejercicio de este
derecho es una de las obligaciones tradicionales de los comandantes, basada en la idea de que una
unidad militar no está obligada a "aguantar el primer golpe" antes de recurrir al uso de la fuerza principio que forma parte inherente del derecho bélico. Como sucedió en Vietnam, el reglamento de
combate ha sido con frecuencia el instrumento mediante el cual las NCA y los altos mandos militares se
han reservado la facultad de decidir cuándo han de emplearse determinadas fuerzas y sistemas de
armamento contra objetivos militares enemigos. De esta manera, el reglamento ha ayudado a limitar las
hostilidades a solo aquéllas que se estiman necesarias para lograr determinados objetivos de política
nacional. A diferencia del reglamento de Vietnam, el del golfo era de amplitud casi irrestricta. Con el
amplio mandato otorgado a las fuerzas de la coalición bajo la égida de la ONU, el reglamento de
combate aplicable durante las hostilidades de la Operación Tormenta del Desierto se extendía en
general hasta los límites impuestos por el derecho bélico.
Cuando empezaron las hostilidades en el golfo el 17 de enero de 1991, el reglamento de combate
aplicable -formulado por CENTCOM y CENTAF y aprobado por el Estado Mayor Conjunto -sirvió para
orientar las operaciones de combate aéreo. El reglamento reconocía la existencia del estado de
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hostilidades entre la coalición e Irak, y autorizó a las fuerzas aéreas de aquélla a buscar y destruir
objetivos vinculados con el esfuerzo bélico de Irak en la zona de las operaciones. A partir de ese
momento, estas operaciones podían realizarse sin supeditar cada uno de los encuentros con los iraquíes
al principio de la defensa propia. Esta situación difería radicalmente del reglamento de combate
aplicable a las hostilidades durante gran parte de la Guerra de Vietnam. Por ejemplo, antes de atacar
zonas urbanas en Vietnam, la Fuerza Aérea de EE.UU. tenía que advertir a los habitantes mediante el
uso de folletos, parlantes u otros medios adecuados, y darles tiempo suficiente para evacuarse, aunque
se estuviera haciendo fuego contra las fuerzas estadounidenses desde la zona en cuestión, y a pesar de
estar permitido el ataque de acuerdo al derecho bélico. Las restricciones impuestas por este reglamento
de combate incluían una disposición que no permitía que la Fuerza Aérea de EE. UU. atacara
instalaciones de cohetes tierra-aire (Surface- to-Air Missile -SAM) a menos que ya se hubieran lanzado
los SAM contra aviones norteamericanos. En el golfo, los jefes militares norteamericanos tuvieron en
cuenta y aprovecharon estas lecciones; permitieron que sus combatientes llevaran a cabo las
operaciones de combate con arreglo al derecho bélico, sin atarles las manos con restricciones
adicionales. Esto a su vez permitió elevar al máximo la eficacia del poder aéreo de la coalición.
Los abogados del CENTAF desempeñaron un papel clave en el desarrollo del reglamento de combate
aplicable a las hostilidades. Aseguraron que el reglamento no impusiera, a las operaciones de la
coalición más restricciones de las que exigía el derecho bélico y las restricciones colaterales aplicables. El
primer borrador del reglamento de combate aplicable a las hostilidades tenía 48 páginas. El Coronel
Dennis Kansala - abogado del estado mayor del CENTAF -y su equipo acabaron por reducir a cuatro
páginas el reglamento que abarcaba los preceptos,, genéricos aplicables a las operaciones de la
coalición. Se complementaba el reglamento básico con anexos dedicados a reglas referidas a
operaciones exclusivas y sensibles de EE.UU. Esta destilación de las reglas facilitó la aplicación de las
mismas a las operaciones realizadas por las tripulaciones aéreas. Al redactar este reglamento de
combate aplicable a las hostilidades, el Coronel Kansala y su equipo se adhirieron a un principio
fundamental: ningún reglamento fijo -por voluminoso y minucioso que sea -puede prever todas las
situaciones que podría enfrentar una tripulación aérea en zona de operaciones. Una vez educados todos
en materia de derecho bélico y reglamento de combate, se deja a la discreción del comandante de cada
tripulación aérea la cuestión de cuándo, dónde y cómo debe emplearse la fuerza militar. Esta discreción
es insustituible. y 18 o 100 páginas de reglas habrían constituido un obstáculo más bien que una ayuda.
Para las tripulaciones aéreas que ejecutan misiones en la vorágine de las defensas antiaéreas enemigas,
mientras menos reglas deban tener en cuenta, mejor librados salen.
Para lograr comprender completamente el reglamento de combate, hay que contemplarlo en el marco
del proceso de selección de objetivos utilizado durante la Operación Tormenta del Desierto. Durante la
fase inicial del despliegue de fuerzas en la Arabia Saudita, el comandante del CENTAF, Teniente General
Charles A. Horner, reunió un equipo especial de planificación integrado por planificadores de combate,
expertos en materia de logística y abogados, para diseñar la campaña aérea contra Irak. Acurrucados en
un sótano del cuartel general de la Fuerza Aérea Real Saudita denominado "el Agujero Negro," estas
personas formaron la llamada "Célula de Golpe" del equipo especial de planificación. El jefe de los
trabajos de planificación fue el General de Brigada (ahora General de División) Buster C. Glosson.
Con datos "crudos" de inteligencia proporcionados por actividades de reconocimiento y otras fuentes, el
equipo del Agujero Negro repartió los recursos bélicos de Irak entre 12 grupos de objetivos: gobierno;
instalaciones y operaciones de comando, control y comunicaciones (C3); sistemas de defensa antiaérea;
depósitos militares tradicionales y sitios de almacenamiento; armas nucleares, biológicas y químicas y
sus instalaciones manufactureras asociadas; campos de aviación; ferrocarriles y puentes; cohetes Scud;
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refinerías petroleras; instalaciones de energía eléctrica; puertos navales; y la Guardia Republicana. Por
integrar estos grupos el corazón del esfuerzo bélico iraquí, el equipo de planificación los consideró como
objetivos militares clave.
Como ya se dijo, el General Horner y su estado mayor tenían libertad muy amplia para determinar el
desarrollo de la campaña aérea. Aunque la selección de objetivos por parte del CENTAF y el reglamento
de combate aplicable a las operaciones aéreas tenían que ser aprobados por el Estado Mayor Conjunto,
los oficiales del Pentágono no anularon ni una sola decisión tomada en el Agujero Negro en cuanto a la
selección de armas y objetivos y la determinación del método de cada ataque y del momento en que
había de realizarse. Durante el período de posguerra, el Secretario de Defensa Dick Cheney ha
defendido en forma reiterada la selección de objetivos, calificando como "perfectamente justificable"
cada uno de los objetivos iraquíes.
Esta unanimidad entre los altos mandos militares y los planificadores de la guerra se debe en parte a la
intervención oportuna y frecuente de los abogados en el proceso de selección de objetivos. La
planificación de un ataque aéreo determinado podía demorar entre un par de horas y cinco días. Los
oficiales encargados de la selección recibían y verificaban los datos de inteligencia, evaluaban a los
objetivos posibles en cuanto a la cercanía de lugares en donde se sabía que había no combatientes, y
aquilataban la amenaza que representaría el ataque para estos civiles. Luego proponían objetivos a la
junta consolidada de objetivos del CENTAF, cuyos miembros incluían a un abogado de la Fuerza Aérea. El
General Horner y uno de sus asesores jurídicos "depuraban" los objetivos aprobados por la junta. Los
que resistían este análisis pasaban a formar parte de la orden táctica aérea (Air Tasking order -ATO). El
acatamiento de los principios de la necesidad militar y del sufrimiento innecesario formaba parte
inherente de la evaluación del valor de los objetivos y la validación de los objetivos para el ataque.
El acatamiento de estas reglas también formaba parte del proceso de evaluación y selección de armas.
Una vez depurada la lista de objetivos, le correspondía al equipo especial de planificación seleccionar los
sistemas de armamento y las municiones adecuados para los objetivos seleccionados. Esto implicaba
también la toma de decisiones en cuanto al nivel deseado de daños y la mejor manera de poner las
municiones en el blanco, todo sin perder de vista ni la seguridad de las tripulaciones aéreas ni las
precauciones para proteger a los civiles iraquíes que eventualmente se encontraran cerca del objetivo
seleccionado. Al seleccionar combinaciones de aviones y municiones para los diferentes ataques, los
planificadores tomaban todas las precauciones razonables para reducir al mínimo las bajas civiles y los
daños causados a los bienes civiles. Este proceso culminaba todos los días en una ATO que cubría entre
2.000 y 3.000 vuelos, detallando los objetivos, el tiempo de sobrevuelo, los sistemas de armamento, las
municiones, las frecuencias de comunicaciones y las órbitas de reabastecimiento de combustible. Esta
orden se enviaba a las unidades de vuelo para comunicarles las misiones del día siguiente. Una vez
atacados los objetivos especificados, se agregaban a la lista otros nuevos.
Las fuerzas aéreas de la coalición realizaron unos 120.000 vuelos durante los 43 días que duró la guerra.
El 60% de estos vuelos correspondía a misiones de combate. Según una conferencia de prensa celebrada
el 15 de marzo de 1991 por el [General Merrill A. McPeak, Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea,
estos vuelos de combate pusieron en el blanco 84.200 toneladas de municiones, el 8,8% de las (7.400
toneladas) eran municiones de precisión. Las demás eran municiones tradicionales no dirigidas. El
reglamento de combate aplicado durante las hostilidades de la Operación Tormenta del Desierto
permitía atacar a todo combatiente iraquí, así como sus vehículos y equipos. Sin embargo, otras
consideraciones de política - compatibles con el derecho bélico - limitaban los ataques contra objetivos
situados en territorio iraquí. Por ejemplo, no se permitía atacar mezquitas, lugares sagrados, colegios,
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museos, monumentos nacionales ni otros lugares de valor histórico o cultural, salvo en defensa propia.
Además, se respetaron las protecciones especiales que otorga la ley a hospitales y zonas arqueológicas
(por ejemplo, las tripulaciones aéreas de la coalición no podían atacar hospitales ni otras instalaciones
médicas a menos que las fuerzas iraquíes los estuvieran utilizando para cometer actos lesivos contra las
fuerzas de EE.UU.).
Un análisis del reglamento de combate de la coalición demuestra el dominio que había logrado el estado
mayor del CENTAF en este aspecto del derecho operacional. Una de las celadas tradicionales que se les
tiende a los que planifican y ejecutan las operaciones es el lenguaje admonitorio que suele anexarse al
reglamento de combate para instar a las fuerzas a tomar medidas "para reducir al mínimo el riesgo de
bajas civiles," o así por el estilo. Estas advertencias han tenido el efecto de confundir a las tripulaciones
aéreas en cuanto a lo que exige la ley respecto a su actuación en el combate. Es menos importante la
frustración así causada que el hecho de que en muchos casos les costó la vida. Este tipo de lenguaje
sugiere que para realizar una campaña aérea lícita, es indispensable evitar las bajas entre no
combatientes y los daños accidentales a bienes civiles, lo que no es cierto.
El derecho bélico prohíbe los ataques intencionales contra individuos no combatientes y contra la
población civil propiamente dicha. También prohíbe los ataques que por causar tantas bajas colaterales
y tantos daños graves, se consideraría como tal ataque intencional contra individuos no combatientes o
contra la población civil o sus bienes.
Sin embargo, la inmunidad de los civiles en general frente al ataque no prohíbe toda clase de
operaciones susceptibles de matar o herir a civiles o de causar daños accidentales a sus bienes. Es decir
que no hay que lanzar "ataques aéreos dirigidos específicamente contra los civiles que permanecen
cerca de un objetivo lícito después del comienzo de las hostilidades, pero por lo demás éstos sí están
expuestos al riesgo de morir o quedar heridos. "' Según un experto, el lenguaje superfluo en los
reglamentos de combate ha encaramado la preocupación por las bajas civiles por encima del éxito de la
misión y la seguridad de las tripulaciones aéreas. Sin embargo, los planificadores estadounidenses no
dejaron de reconocer este problema, y el reglamento de la coalición en el golfo omitía todas estas
advertencias. En realidad, también faltaba el lenguaje "de estilo" que frecuentemente se añade a estos
reglamentos. El Mayor Harry Heintzelman, un oficial jurídico del CENTAF asignado al Agujero Negro, ha
indicado que se omitió de intento, para reducir el reglamento a lo estrictamente esencial, en beneficio
de los tripulantes aéreos.
Unos 30 días después de haberse iniciado la campaña aérea, una serie de acontecimientos indujo al
CENTAF a revisar el reglamento de combate para determinar si ciertas consideraciones de derecho
bélico podrían hacer necesarias algunas modificaciones al mismo. Irak había comenzado a almacenar
equipos militares en y cerca de colegios, instalaciones médicas y mezquitas. Se instalaban centros de
comando y control en colegios y edificios públicos. Los militares iraquíes desparramaban sus armas
antiaéreas por zonas residenciales, o las instalaban en los techos de edificios públicos. Se colocaban
tanques y piezas de artillería junto a casas en pequeños pueblos iraquíes.
Se estacionaban aviones de caza MiG cerca de los sitios arqueológicos más importantes del territorio
iraquí. Aparentemente, todo esto se hacía por uno de dos motivos: para proteger contra el ataque
objetivos lícitos, o para inducir a las fuerzas de la coalición a causar daños a bienes civiles y del
patrimonio cultural. Estas acciones complicaron la selección de los objetivos, ya que según las creencias
populares, muchos de los objetos culturales de Irak se remontan a los orígenes de la civilización
humana.
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En ambos casos, parecería que Saddam Hussein caminaba con botas norvietnamitas. Durante la Guerra
de Vietnam, Hanoi logró proteger objetivos militares mediante la intercalación de los mismos entre
bienes civiles y objetos culturales. Aunque estas acciones infringían la ley y no conferían a estos
objetivos ninguna inmunidad legal contra el ataque, EE.UU. no permitía que sus aviadores los atacaran.
Si por equivocación un ataque norteamericano daba en un blanco prohibido, Vietnam del Norte ganaba
siempre la batalla propagandística. La opinión pública norteamericana e internacional se volvió en
contra de los militares norteamericanos, alegando que los daños fueran producto de ataques aéreos
ilegales por parte de EE.UU., no obstante el hecho de que las operaciones de combate aéreo
norteamericanas se dirigían intencionalmente sólo contra los objetivos permitidos por un reglamento de
combate muy estricto. La opinión pública hacía caso omiso de la eficacia del sistema de defensas
antiaéreas de Vietnam del Norte, el cual interfería la precisión de la puntería norteamericana. La opinión
pública tampoco tenía en cuenta la incidencia de daños infligidos por los propios norvietnamitas
mediante las descargas de sus armas defensivas y la caída a tierra de los proyectiles disparados.
Afortunadamente, los esfuerzos de Saddam Hussein por reproducir los éxitos norvietnamitas se vieron
frustrados.
Bajo el derecho bélico, la responsabilidad de proteger a los no combatientes en una zona de guerra
corresponde al atacante, al defensor y a los propios no combatientes. Una fuerza atacante no puede
identificar específicamente como objetivos a no combatientes o bienes civiles, pero tampoco se permite
que el defensor los coloque en zonas habitadas por civiles o cerca de objetos protegidos, para
esconderlos o protegerlos contra el ataque. Y de acuerdo a los usos generalmente aceptados, los no
combatientes deben observar un grado razonable de precaución, alejándose de los objetivos u
operaciones militares.
Las acciones iraquíes infringían estas reglas fundamentales. Al usar a civiles, bienes civiles y objetos
culturales para proteger objetivos militares legítimos, Irak incumplía sus obligaciones como signatario de
los convenios de Ginebra, exponiendo a riesgos adicionales a sus propios ciudadanos, los bienes
particulares de éstos y el patrimonio cultural de la civilización mundial. En el búnker de Al Firdos, como
se verá más adelante, tuvieron consecuencias desastrosas las medidas de este tipo tomadas por Irak.
Las fuerzas de la coalición habrían podido atacar amenazas militares ubicadas en el interior, el techo o
las inmediaciones de los edificios públicos y los objetos culturales, pero -en cumplimiento del
reglamento de combate -se abstenían de atacar estos objetivos si existían probabilidades de causar
daños colaterales a no combatientes, estructuras estrictamente civiles u objetos culturales. La ley exigía
que el gobierno iraquí tomara medidas para aislar a los civiles de los objetivos militares.
Desgraciadamente, hubo casos de lesiones y daños materiales sufridos por civiles iraquíes, pero éstos
fueron producto de ataques lícitos por parte de la coalición contra objetivos militares legítimos.
Harry Surnmers, eminente estratégico e historiador militar, ha identificado las etapas iniciales de lo que
el denomina la "bambificación" de Irak y de la guerra. Se trata del procedimiento utilizado por aquellos
que se oponen a la guerra para transformar la opinión generalizada y justificada en el sentido de que la
guerra es una obra justa, en otra que califique a los militares norteamericanos de brutales, inhumanos e
indiscriminados, por haber causado una mortandad y una destrucción excesivas. Estos opositores no
comprenden ni la máxima de Clausewitz según la cual la guerra constituye una ampliación de la política
por otros medios, ni el método de la aplicación práctica del derecho bélico al desarrollo de las
hostilidades.
En vista de la incidencia significativa de comentarios adversos que se han dirigido y probablemente se
seguirán dirigiendo contra la campaña aérea en la prensa, es importante comprender algunas de las
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otras alegaciones dirigidas contra la coalición. Por ejemplo, se ha alegado que la coalición infringió el
derecho bélico en numerosas ocasiones. Mencionaremos aquí dos ejemplos importantes. Primero, se
sostiene que la coalición no debió atacar el búnker militar de Al Firdos, porque tenía que haber sabido
que allí se habían refugiado civiles, o bien que debería haber advertido a los civiles antes de realizar el
ataque. En segundo lugar, se acusa a la coalición de no haber hecho todo lo posible para reducir al
mínimo el número de bajas civiles causadas por la campaña aérea.
A la luz de las consideraciones legales y del reglamento de combate, ¿era inaceptable el bombardeo que
mató a docenas de civiles iraquíes en el búnker Al Firdos de Bagdad el 13 de febrero de 1991? En suma,
hay que decir que no. Había indicios de que Irak había convertido esta estructura antes utilizada como
refugio para la defensa civil, en puesto de comando militar de C3. El techo del bunker, de hormigón
armado de tres metros de espesor, las entradas vigiladas y el camuflaje externo (pintura que simulaba la
apariencia de una estructura ya alcanzada por las bombas), así como las señales de comando que
emanaban del búnker, daban a los planificadores de la aviación de la coalición motivos razonables para
suponer que fuera un objetivo militar. Después de haber interceptado las comunicaciones electrónicas
de comando y detectado mediante imágenes recogidas por satélite la presencia de efectivos militares, el
equipo de inteligencia del CENTCOM agregó el búnker a la lista de objetivos. Los civiles se refugiaban en
el búnker durante los ataques aéreos nocturnos de la coalición, en un piso situado encima del puesto de
comando. Los planificadores de la coalición no estaban conscientes de la presencia de los civiles, como
han advertido tanto el Teniente General Thomas W. Kelly, Jefe de Operaciones del Estado Mayor
Conjunto, y el equipo del CENTCOM en las numerosas conferencias de prensa celebradas después del
ataque. El personal de la coalición no sabía que Irak había permitido el ingreso de civiles al búnker; en
efecto, los planificadores habían tomado precauciones razonables, no obstante la confusión y las
presiones de la guerra, antes de clasificarlo como objetivo militar válido.
Como ya se ha mencionado, según el derecho consuetudinario la responsabilidad de limitar las bajas
civiles colaterales corresponde en primer término a Irak y a los iraquíes no combatientes. Bajo las
circunstancias descritas, las obligaciones 'de la coalición en tal sentido eran escasas o nulas.
Afortunadamente, el derecho bélico se basa en un criterio de sentido común respecto a los métodos de
hacer la guerra y entablar el combate, y no en restricciones poco prácticas. En la mayoría de los casos,
una fuerza atacante carece de medios para determinar con exactitud dónde se encontrará la población
civil enemiga en el momento del ataque. Dada la facilidad con que se desplaza una sociedad moderna sobre todo ante la amenaza de un bombardeo constante, como era el caso de Irak -el país defensor
tiene control casi absoluto sobre las zonas y estructuras por y hacia las cuales se desplazan los civiles.
Además, ese país tiene la obligación de dedicar recursos a la construcción de un sistema de alarma y
defensa civil, y el deber de alertar y evacuar a sus ciudadanos ante la amenaza de un ataque inminente.
En diciembre de 1990, el gobierno iraquí llevó a cabo un ejercicio masivo de defensa civil, durante el
cual se evacuaron hasta un millón o más de los habitantes de Bagdad. Aunque parezca curioso, no hubo
ninguna evacuación de civiles de Bagdad durante los 43 días que duró el bombardeo de Irak por parte
de la coalición. Este hecho aporta otra prueba más del desprecio que sentía el gobierno iraquí por sus
propios ciudadanos y la yuxtaposición intencional de civiles y sus bienes, y objetivos militares.
En forma alternativa, los que critican el ataque al búnker Al Firdos sostienen que el mismo era ilegal por
el hecho de no haberse notificado a Irak las intenciones de atacarlo. Según esta opinión, el deber legal
de reducir al mínimo las bajas civiles obligaba a la coalición a publicar una advertencia en el sentido de
que consideraba al búnker como objetivo militar susceptible de ataque inminente. Esta medida habría
ofrecido a los civiles la oportunidad de acatar la advertencia, abstenerse de entrar al búnker y alejarse
de la zona.
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Esta acusación basada en la supuesta "falta de notificación" carece de mérito, tanto desde el punto de
vista de los hechos como de acuerdo a la ley. El derecho bélico sigue con resolución los dictados del
sentido común al respecto, adhiriéndose a la validez del principio bélico denominado "factor sorpresa."
Por una lado, el haber dado una advertencia habría equivalido a una condena de muerte para los
tripulantes aéreos que sobrevolaban las nutridas defensas antiaéreas de Bagdad. Irak sin duda habría
reforzado sus defensas antiaéreas en las inmediaciones del búnker, aumentando aún más el riesgo
inherente de los proyectos de ataque. Además, la advertencia habría permitido a Irak trasladar a otro
lugar más secreto las importantes funciones de C3. En resumen, la advertencia habría socavado el factor
sorpresa. Por darse cuenta de este dilema y del hecho de que la población civil se encuentra bajo el
control del país defensor, la ley no exige que el atacante publique una advertencia.
Pero aun en el supuesto de que no fueran defectuosos los razonamientos legales que se esgrimen en
apoyo a esta acusación, la misma tampoco se ajusta a la realidad de los hechos. Un intenso bombardeo
con folletos por parte de la coalición, así como transmisiones de radio desde tres emisoras situadas en el
teatro de las operaciones, había alertado a los soldados y civiles iraquíes respecto al ataque violento que
se les venía encima. Los que critican la campaña aérea pasan por alto tanto estos hechos como la
imposibilidad de que un ser humano normal viviera en Bagdad entre el comienzo de la campaña aérea
(17 de enero de 1991) Y la fecha del ataque a Al Firdos (13 de febrero de 1991) sin darse cuenta de que
estaban en peligro.
No cabe duda de que se trataba de un búnker militar de C3, al cual desgraciadamente se permitió el
ingreso de no combatientes. Obviamente, la responsabilidad por la muerte de estos civiles corresponde
al gobierno y a los líderes iraquíes, quienes incumplieron en dos aspectos sus obligaciones legales. En
primer lugar, no impidieron que ingresaran no combatientes a un recinto militar. y en segundo lugar,
convirtieron un refugio contra ataques aéreos en un búnker de C3, colocando así un objetivo militar en
una zona rodeada por civiles. Estas acciones, al no mantener la separación entre las instalaciones
militares y la población civil, violaron la norma que dispone que la parte en un conflicto que pone en
peligro a sus propios ciudadanos por no mantener la debida separación entre las actividades militares y
civiles, necesariamente acepta las consecuencias de los ataques contra objetivos militares válidos
situados en su territorio, siempre que tales ataques no sean ilegales por otras razones.
De haber sabido que civiles iraquíes se habían refugiado en el búnker, es posible que los comandantes
de la coalición habrían aplazado el ataque hasta que se retiraran - aunque el derecho bélico no requiere
semejante comedimiento. Además, Irak no tenía necesidad de dejar que entraran civiles a un objetivo
militar obvio. Habrían podido abstenerse de utilizar el búnker para fines militares, designándolo como
zona neutral para civiles, de acuerdo a la ley. La omisión de hacer esto tuvo consecuencias trágicas para
los civiles iraquíes.
Como demostraron las operaciones Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto, el reglamento de
combate refleja las consideraciones políticas y operacionales que limitan la aplicación de la fuerza
militar. La decisión por parte de la coalición de no atacar objetivos válidos rodeados de civiles y sus
bienes se basaba en una combinación de factores políticos. Por ejemplo, la decisión de no atacar
objetivos militares situados cerca de objetos culturales (por ejemplo, los dos aviones de caza MiG-21
estacionados junto al templo antiguo de Ur) se basaba en el respeto por el valor cultural de estos
objetos. Otro factor igualmente importante era el hecho de que al dejar estos aviones a tres kilómetros
de la base aérea más cercana, Irak en efecto había imposibilitado su utilización. Aunque el derecho
bélico habría permitido su destrucción, estos aviones -al igual que los demás pertrechos bélicos iraquíes
intencionalmente colocados entre zonas arqueológicas y objetos culturales - permanecieron en la "Lista
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Conjunta de Objetivos Vedados," por el valor cultural de los objetos cercanos y porque la ubicación de
los aviones tenía el efecto de dejarlos fuera de combate.
El reglamento de combate también incluía otras restricciones operacionales que ayudaban en forma
significativa a reducir al mínimo los daños colaterales y las bajas civiles. Por ejemplo, si en una misión de
la coalición no se podía localizar el objetivo "fragmentado" o una alternativa válida, el reglamento exigía
que los pilotos regresaran con su armamento intacto. Por otra parte, se autorizaba a las tripulaciones
aéreas a atacar un objetivo situado en una zona habitada sólo si estaban seguros de la identificación y
ubicación del objetivo; si no, no podían soltar las municiones. Por eso era frecuente que regresaran de
las misiones de combate aviones que no habían entregado sus municiones. Cerca del 25% de las
misiones de combate terminaron con este resultado.
Muchos estratégicos e historiadores militares creen que no es probable que esta guerra aporte muchas
lecciones valiosas sobre el arte de la guerra. Se ríen de la guerra, calificándola de demasiado fácil -una
lucha desigual. Sin embargo, es indudable que sí puede servir de ejemplo para las operaciones futuras
en cuanto a la aplicación eficaz del reglamento de combate. Los años de formación, preparativos,
ejercicios y análisis del desastre de Vietnam dieron resultado positivo. La conducción de la campaña
aérea por parte de la coalición fue vigorosa pero selectiva. En realidad, los datos preliminares indican
que tal vez haya sido una de las campañas aéreas más selectivas - si no la más selectiva -de toda la
historia de la guerra moderna.
La prueba tradicional que se emplea para evaluar la selectividad (y por ende la legalidad) de una
campaña examina la totalidad de las operaciones. Se aplica el concepto de la proporción, que mide las
bajas y los daños materiales entre no combatientes contra los beneficios militares globales alcanzados.
Este concepto prohíbe las operaciones de combate cuyos resultados negativos serían claramente más
importantes que el beneficio militar previsible. Aunque muchos creen que este concepto es inadecuado
para determinar si debe prepararse y realizarse un ataque individual contra un objetivo específico,
también se ha utilizado precisamente para tal fin.
Sin embargo, el concepto de la proporción no impide la plena utilización de las capacidades de los
sistemas de armamento que posee un país. Exige que el país se abstenga de dirigir y utilizar
intencionalmente las armas contra civiles no involucrados en las hostilidades, y también prohíbe los
ataques intencionales contra sus bienes. Pero el concepto reconoce la posibilidad de que se produzcan
inevitablemente durante las operaciones de combate bajas colaterales y daños a los bienes de
particulares, estipulándose solamente que los combatientes deben ejercer un cuidado razonable para
reducir al mínimo tales sucesos.
La coalición parece haber tenido mucho éxito en este aspecto de sus operaciones. Como se ha
mencionado, de no poder identificar sus objetivos con certeza absoluta, los aviones de la coalición
regresaban sin lanzar sus municiones. La coalición también seleccionaba cuidadosamente los aviones y
municiones a ser utilizados en operaciones llevadas a cabo en zonas habitadas, para que éstas se
realizaran con máxima precisión y el menor riesgo posible a los civiles y sus bienes. En lugares donde los
aviones de la coalición estaban expuestos a artillería antiaérea (AnitAircarft Artillery -AAA) Y cohetes
SAM, se destacaban aviones de apoyo para suprimir las defensas antiaéreas enemigas, reduciéndose así
al mínimo las distracciones experimentadas por las tripulaciones aéreas que lanzaban municiones.
Aunque no se ha determinado en forma definitiva la medida de los daños ocasionados a bienes civiles
iraquíes ni el número de civiles iraquíes heridos, un grupo prominente de opositores de la guerra estima
que murieron 3.000 no combatientes iraquíes a consecuencia de operaciones aéreas de la coalición. De
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acuerdo a estas estimaciones preliminares, la incidencia de bajas civiles en esta guerra sería menor que
la de cualquier otra campaña aérea significativa en toda la historia de la aviación militar. Claro está que
la atribución de todas las muertes de civiles iraquíes a la campaña aérea de la coalición no tiene en
cuenta lo que informaron durante la guerra periodistas de la televisión y tripulaciones aéreas de la
coalición sobre los efectos destructivos del intenso fuego AAA iraquí, que en casi todos los casos volvía a
tierra sin dar en el blanco.
Irak también intentó derribar aviones atacantes con cohetes SAM, la inmensa mayoría de los cuales
fallaron y cayeron a tierra. Obviamente, las muertes ocasionadas por estas armas no pueden atribuirse a
los ataques aéreos de la coalición. Tampoco son imputables a la coalición los 300 o más civiles muertos
en el búnker Al Firdos, ya que Irak permitió su ingreso al mismo. Tampoco hay que atribuir a la coalición
los demás no combatientes muertos mientras servían de escudo para objetivos militares válidos. La
recopilación de datos adicionales podría reducir aún más el número de muertes de civiles imputables a
la campaña aérea.
Esta guerra también puede servir de ejemplo para los líderes políticos y los comandantes militares. Las
NCA de EE.UU. ejercieron prudentemente el control civil, confiando a sus comandantes militares la
conducción de las operaciones militares. Los comandantes militares desempeñaron en forma brillante
sus funciones de mando, encargando a sus estados mayores la planificación de las operaciones bélicas.
Las unidades operacionales y sus respectivos elementos de apoyo ejecutaron los planes con arreglo a la
ley y al reglamento de combate. A todos los niveles, las autoridades políticas y militares descubrieron
que los abogados y asesores jurídicos del Departamento de Defensa sabían encontrar métodos lícitos
para llevar a cabo las diferentes operaciones.
El derecho operacional alcanzó su plena madurez.
La guerra del golfo demostró que los jefes civiles y militares norteamericanos habían aprendido las
lecciones importantes aportadas por la Guerra de Vietnam. La existencia de un reglamento de combate
bien definido tuvo un papel destacado en este éxito. Por eso las operaciones norteamericanas en el
golfo se parecían muy poco a las de Vietnam, donde las restricciones impuestas a la selección de
objetivos y a las tripulaciones aéreas estorbaban de manera irrazonable e innecesaria la eficacia militar y
aumentaban los riesgos que enfrentaban nuestras tripulaciones aéreas. Los esfuerzos por educar a
nuestro personal en materia de derecho bélico han tenido éxito. El respeto por las leyes aplicables a las
operaciones de guerra y el trato humano del que fueron objeto los soldados y civiles iraquíes fueron
indispensables para mantener el apoyo de la opinión pública nacional e internacional. Y lo que es aún
más importante, proceder como se hizo fue lo correcto. El ejercicio del derecho operacional tuvo un
papel importante en el éxito de esta campaña.
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