Subido por Cristina Saavedra Lagos

sanacion interior

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Sanación
Interior
Mons. Alfonso Uribe J.
Introducción
Entre los efectos maravillosos de la Renovación Espiritual aparece, cada vez con mayores
riquezas y posibilidades, el de la sanación interior. Puedo afirmar que generalmente este tema es el
que despierta mayor interés y produce grandes beneficios cuando se efectúa un Seminario o un
Cursillo de Vida en el Espíritu.
Muchas personas han conseguido su sanación interior y han encontrado la solución de
problemas que parecían insolubles y han adquirida una nueva visión de sus vidas a la luz del amor de
Dios.
Como muchos me han solicitado que escriba algo sobre este tema que tanto les interesa, me
he dado ala tarea de publicar este folleto con la esperanza de que el amor y la paz del Señor
reemplacen el odio y el miedo que tienen enfermos a tantos corazones y que por este medio pueda El
ser glorificado y amado por muchos.
SALMO 114
Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazo del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
“Señor salva mi vida”
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas me salvó.
Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.
TENEMOS UN CORAZON ENFERMO
Muchos tienen sana la víscera que llamamos corazón, pero están enfermos en su mente, en
sus emociones, en sus recuerdos y en su conducta. Nadie está plenamente sano en su mundo interior.
Todos hemos acumulado odios, resentimientos, miedo, angustia, complejos. La palabra razón en el
lenguaje bíblico abarca todo el mundo de las emociones, muchas de las cuales están enfermas.
Son muchos los que tienen que reconocer que el odio, la hostilidad, la amargura y la crítica
despiadada han sido el motor de la vida, sin darse cuenta de esta dolorosa realidad. Muchos son
también los que al experimentar los dolorosos efectos de enfermedades tales como el asma, la
alergia, la artritis, colitis, úlceras y diabetes han comprendido que la causa de estos males está en
todos esos sentimientos negativos que han sido reprimidos, que envenenan el corazón y en tantas
heridas recibidas desde el comienzo de la existencia y que nunca han cicatrizado.
La psicología ha descubierto la realidad de nuestro mundo subconsciente y ha
desenmascarado a los principales agitadores y tiranos que se han ocultado allí para ejercer desde las
sombras su tremendo influjo. Sus nombres son odio, miedo, culpabilidad y sentimientos de
inferioridad y de frustración.
Ya el Salmista había dicho: “Cuando mi corazón se agriaba y me punzaba mi interior, yo era un
necio y un ignorante; yo era un animal ante ti” (S. 72).
Odio es lo que queda en nosotros y se va acumulando cada vez que no hemos recibido el amor
que esperábamos, especialmente de nuestros padres, cuando hemos sido rechazados, ultrajados,
despreciados o ignorados. ¿Y quién puede afirmar que no ha sido herido en el campo del amor?
¿Quién ha recibido todo el amor que necesita?
Por eso todos estamos enfermos de odios y más de lo que suponemos. ¿Y qué decir del
miedo? Si al nacer sólo sentíamos miedo de caernos y a los ruidos fuertes, poco a poco fuimos
acumulando temor al castigo, al fracaso, a la soledad, a confiar en los demás, a hablar delante de
determinadas personas, a defendernos, a morir, etc. Si logramos sacar a la mente consciente y
superarlos así, estos temores no nos perjudican, pero si no lo conseguimos y quedan sepultados y
reprimidos pueden reaparecer en formas tales como un tic, tartamudez, alta presión arterial, dolores
abdominales, propensión al alcohol o a las drogas, y aún afasia.
Otra causa de enfermedad interior es el complejo de culpa o sea la culpabilidad exagerada que
engendra miedo y aún depresión. Sentirse culpable cuando se ha transgredido la ley es normal y
saludable. Deformar la conciencia para que no experimente el dolor de la culpabilidad normal es la
tragedia que está viviendo hoy buena parte de la juventud.
El sentimiento anormal de culpabilidad amarga la existencia y puede llevarnos a una
autodestrucción inconsciente, que puede tener diversas manifestaciones. A veces puede producir
efectos como esta parálisis que describe el Doctor Parker: “Durante la guerra un piloto de 24 años con
quien participé en una misión aérea un día miércoles tuvo que ser hospitalizado el jueves siguiente
debido a la parálisis del brazo derecho. Se le podía punzar con agujas en este brazo y no sentía. Se
requirió algún tiempo antes de que él pudiera asociar esto con un episodio que le había ocurrido
cuando era bastante joven. En un ataque de furia, él golpeó a su hermana pequeña, causándole una
lesión que perjudicó su oído. Bajo la tensión de la guerra esta culpabilidad, que estaba sepultada y
había sido disimulada por sus padres, se manifestó bruscamente bajo la forma de una privación de las
funciones normales del brazo “culpable”.
El sentimiento de inferioridad aparece desde la infancia cuando la persona no recibe de los
adultos la comprensión, el amor y los estímulos que necesita y anhela. El Doctor Katz señala los
siguientes síntomas que denuncian la presencia de un gran complejo de inferioridad:
Aislamiento: el individuo evita esta con otros y rehúsa participa en actividades sociales y busca
estar solo.
Conciencia exagerada de sí mismo: el individuo es reservado y le impacienta fácilmente la
presencia de otros.
Hipersensibilidad: el individuo es especialmente sensible a la crítica o a la comparación
desfavorable con otras gentes.
Proyección: el individuo culpa y critica a los otros viendo en ellos rasgos o motivos que sería
indigno que él tuviese.
Autorreferencia: el individuo se aplica toso los comentarios desfavorables y las críticas hechos
por los otros.
Llamar la atención: el individuo procura atraer la atención por cualquier método que le
parezca que tenga éxito. Se esfuerza en que se fijen en él mediante artificios burdos con los cuales
generalmente no gana ante los ojos de la sociedad.
Afán de dominio: el individuo trata de gobernar a otros generalmente más jóvenes y más
pequeños que él, intimidándolos con sus bravuconadas y desaprobaciones.
Compensación: el individuo disfraza su inferioridad exagerando un rasgo o tendencia deseable,
algunas veces una manera aceptable socialmente; otras veces de una manera antisocial.
Nadie sabe lo que perjudican al niño los rechazos, las burlas, los desprecios, las comparaciones
desfavorables, las humillaciones, la desaprobación injusta, los castigos muy fuertes y aún la solicitud
exagerada y el paternalismo abrumador.
Todo queda registrado en ese computador admirable de nuestra memoria e influye en nuestra
conducta actual. Somos lo que hemos sido y lo que hemos recibido.
PERO EL SEÑOR SANA LOS CORAZONES ENFERMOS
El Salmo 147, ese hermoso himno al Todopoderoso, nos dice: “Nuestro Dios sana los
corazones atribulados y venda sus heridas”. Por eso cuando Jesús leyó la Profecía de Isaías: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido Yahvé. Me ha enviado a anunciar la buena
nueva a los pobres, a vendar los corazones destrozados” (Is. 61,1), dijo: Esta escritura que acabáis de
oír, se ha cumplido hoy”. (Lucas 4,21)
En efecto, gran parte del Ministerio del Señor se dedicó a sanar a los hombres del pecado, del
odio, del miedo y de los demás males que los mantenían inferiormente enfermos. Si borrásemos del
evangelio la maravillosa sanación interior e efectúo el amor de Jesús en muchas vidas, suprimiríamos
muchas páginas y de las más admirables.
JESUS SANO EL ODIO
La peor enfermedad interior que sufre el hombre es la del odio. ¿Quién de nosotros pude decir
que no la padece? Hemos sido muy buenos y hemos herido a muchos en esta área.
Cuando Jesús nació en Belén encontró un mundo dominado por la violencia, el resentimiento,
la guerra y la esclavitud. Por eso vino a ofrecerle su paz. Esta palabra bendita fue el canto de los
ángeles en esa noche maravillosa. A lo largo de su Ministerio Salvador prodigó este regalo de su paz y
sanó muchos corazones heridos por el odio.
SANO EL ODIO RACIAL
En su tiempo, como ahora, existía el odio racial. “Los judíos y los samaritanos no se trataban”
(Jn 4,9). Este odio impedirá que la Samaritana obsequie a Jesús el poco de agua que le pide. “’¿Cómo
tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Jn 4,9)
Pero Jesús no odiaba a los samaritanos: los amaba, como amaba a sus hermanos los judíos.
Por eso no reacciona con agresividad, ni dureza contra esta mujer despectiva. Al contrario, ofrece
agua del Espíritu a quien le niega la del pozo. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién
es el que te dice: dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva” (jn 4,10).
Jesús dice esto porque estaba sano.
A lo largo de un diálogo lleno de amor divino, Jesús va sanando el odio de esta mujer, que
termina “dejando su cántaro” a los pies de Jesús. Después ella corre hasta la ciudad y dice a la gente:
“Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”. (Jn 4,28-299) y habló con tanto
entusiasmo de Jesús que “muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la
mujer” (4,39). “Le rogaron que se quedara con ellos Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos los que
creyeron por sus palabras” (Jn 4,40-42). Todo esto porque el amor de Cristo sanó el odio racial de
aquellos samaritanos.
La sanación del odio que separaba a dos pueblo y que sólo pudo ser efectuada por Jesús esta
sintetizada admirablemente por San Pablo en su Carta a los Efesios en estas palabras: “Pues Cristo es
nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad,
anulando en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los
dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un sólo Cuerpo, por
medio de la Cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros
que estábais lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos acceso al Padre en
un mismo Espíritu” (Ef. 2,14-18).
El mundo actual está destrozado por odios personales, nacionales y raciales, y este odio ha
llegado hasta el deporte y a las manifestaciones de la cultura. Todos los esfuerzos de las Naciones
Unidas y de las Conferencias de paz han sido inútiles, y lo serán mientras no las anime el Espíritu del
Señor. Solamente Jesús es capaz de derribar los muros que separan a los Pueblos y de dar muerte al
odio con infinita paz.
JESUS SANA EL CORAZON DESTROZADO DE SAN PEDRO
Si hubo un corazón destrozado y roto por el dolor fue el de Pedro después de su triple
negación de Cristo durante la Pasión. Amaba a Jesús sinceramente. No era un farsante cuando dicho
al Señor: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo jamás me escandalizaré” (Mt 26,33) ni cuando
añadió: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré” (v. 35). Horas después y frente a una sierva
aseveró repetidas veces: “No conozco a ese hombre”. “Empezó él a maldecir y a jurar: yo no conozco
a ese hombre” (Mt 26,74). Pero afortunadamente estaba frente a Jesús que no se arrepiente de
amarnos y que es la bondad infinita. El estaba listo a perdonar a su Apóstol infiel y, más aún, a sanarlo
interiormente. “Vuelto el Señor miró a Pedro, y Pedro se acordó de las palabras del Señor cuando le
dijo: “Antes de que el gallo cante hoy me negarás tres veces”, y saliendo fuera, lloró amargamente”.
(Lc 22,61-62)
Jesús empezó a sanar a Pedro con su mirada llena de perdón, de amor y de aliento. Las
lágrimas copiosas provocadas por esta mirada salvadora empezaron a lavar ese corazón manchado. La
Sanación se perfeccionará después de la Resurrección cuando Cristo haga que Pedro repare con una
triple profesión de amor sus repetidas negaciones. Y es que quien debía ser en la tierra el Vicario de
Jesús tenía que estar interiormente sano para poder realizar su ponderosa misión.
Expresión de su perfecta salud interior son sus Cartas en las que hallamos frases como éstas:
“Bendito ser el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la
Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una
herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”. (I Pe. 1,3y4)
JESUS SANA EL DESANIMO DE LOS DISCIPULOS DE EMAUS
San Lucas nos dejó al final de su Evangelio el delicioso relato del viaje que Jesús Resucitado
hizo con dos de sus discípulos. Cleofás y su compañero abandonaron a Jerusalén el domingo de
resurrección por la mañana para retornar a su aldea de Emaús. Estaban “Tristes” (v. 17) y
desesperanzados. “Nosotros esperábamos que sería El quien rescataría a Israel: más, con todo, van ya
tres días desde que esto ha sucedido”. (Luc. 24,21) Pero también, para fortuna suya, recibieron la
sanación de Jesús quien se les acercó como compañero de viaje y con su conversación hizo que
“ardiesen sus corazones mientras en el camino les hablaba y les declaraba las Escrituras” (v. 32) y los
llenó de tanta alegría y amor que “en el mismo instante se levantaron y volvieron a Jerusalén y
contaron lo que les había pasado en el camino y cómo reconocieron a Jesús en la fracción del pan” (v.
33 y 34).
El cambio no pudo ser más maravilloso ni rápido. ¿Quién lo efectuó? Jesús que después de
Resurrección continuó tan preocupado por sus discípulos como antes de su Pasión. “Es el mismo ayer,
hoy y por los siglos” (Heb. 13,8).
JESUS SANO DEL MIEDO
Una de las principales preocupaciones del Señor Jesús fue la de quitar el miedo y hacer, en
cambio, experimentar su paz. Eso mismo hace ahora con quienes creen en su presencia y en sus
acciones amorosas y le piden el don de su paz y la liberación del miedo.
Veamos algunos pasajes del Santo Evangelio en los cuales aparece este aspecto tan
importante de la salvación interior que prodiga Jesús.
1. María se turba al oír las palabras del saludo angélico, pero Gabriel le dice: “No temas, María
porque has hallado gracia delante de Dios” (Luc 1,30). Con gran paz podrá dar su asentimiento
amoroso a la voluntad divina con esas palabras: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu
palabra” (Luc. 1,38).
María será siempre la “virgen fuerte” que no se arredrará delante de ningún peligro y que un
día “estará en pie junto a la Cruz donde agoniza su Hijo y merecerá el título de Reina de los mártires”.
Nadie ha disfrutado de una paz cristiana más profunda que Ella, a quien invocamos con razón:
“Reina de la paz, ruega por nosotros”.
2. San José también recibe la sanación del temor que lo quiere alejar de María porque “antes
de que conviviesen, se halló haber concebido del Espíritu Santo” (Mt. 1,18). “El ángel del Señor se le
aparece en sueños y le dice: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues
lo concebido en Ella e sobra del Espíritu Santo”. “Al despertar José de su sueño hizo como el ángel le
había mandado, recibiendo en su casa a su esposa” (Mt 20,24).
José disfrutará siempre de la paz de Cristo yt con ella podrá sobreponerse a todas las
dificultades y servir al Señor hasta su muerte.
3. Los pastores.
San Lucas nos describe así el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores: “Había en la
misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño.
Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor.
El ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y de pronto se juntó con el
ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en
la tierra paz a los hombres en quienes El se complace” (Lc. 2,8-14).
¿Cuál es la reacción de los pastores? Se liberan del gran temor que los había sobrecogido y se
dicen unos a otros: “Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y
encontraron a María, a José y al niño acostado en un pesebre” (Lc. 2,15-17). Llenos de paz y alegría
salen a contar lo que han visto (v. 17) y lo hacen con tanto entusiasmo que “cuantos los oían se
maravillaban de lo que decían los pastores” (v.18).
4. Nicodemo
El caso de Nicodemo es muy interesante. Este “fariseo, magistrado judío y miembro del
Sanedrín”, tenía un gran deseo de conocer a Jesús y de dialogar con El pero temía a sus compañeros
que no pensaban como él. Encuentra una solución y es la de buscar al Señor de noche en una ciudad
que carecía de alumbrado. Así no sería visto ni criticado. El dialogo que sostienen Cristo y Nicodemo
es maravilloso y nos lo dejó escrito en San Juan el Capítulo 3 de su Evangelio. Este “Maestro de Israel”
aprendió del Maestro divino que “hay que nacer de nuevo, del agua y del Espíritu”. “Que lo nacido de
la carne, es carne; y lo nacido del Espíritu es espíritu”. “Que el Hijo del hombre debía ser levantado
para que todo el que crea en El tenga vida eterna” y que “tanto amó Dios al mundo hasta darle a su
Hijo único”.
Nicodemo salió de este encuentro totalmente cambiado y recibió la sanación del miedo que
tanto lo hacía sufrir. El mismo San Juan nos narrará después cómo Nicodemo sale valientemente en
defensa de Jesús cuando los fariseos lo atacan y quieren detenerlo. “Les dice Nicodemo, que era uno
de ellos, el que había anteriormente ido donde Jesús: ¿Acaso nuestra Ley condena a un hombre sin
haber antes oído y sin saber lo que hace? Ellos le respondieron: “¿También tú eres de Galilea? Indaga
y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn. 7,50-53). La valiente actitud de Nicodemo surtió
buen efecto porque “se volvieron cada uno a su casa” (v. 53). El viernes santo aparece de nuevo
Nicodemo en un gran acto de valor cuando todos han abandonado al Crucificado para darle piadosa
sepultura. Lo acompaña otro miedoso “José de Arimatea que era discípulo de Jesús, aunque en
secreto por miedo a los judíos” (Jn. 19,38). “Fue también Nicodemo, aquel que anteriormente había
ido a verle de noche, con una mezcla de unas cien libras de mirra y áloe” (Jn. 19,39) Tomaron el
cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas”. Conmueve ver el valor de este hombre a
quien sanó Jesús una noche del miedo a quedar mal con sus compañeros y ser despreciado por ellos,
y que en la hora de la derrota total se hace presente para honrar a su Señor y brindar honrosa
sepultura a quien había sido ajusticiado como un criminal en una cruz. Así sana el Señor de ese mal
terrible que es el miedo.
5. Los Apóstoles.
No cabe duda de que los Apóstoles fueron unos grandes miedosos antes de Pentecostés. Jesús
hizo mucho para sanar su miedo durante su vida mortal y terminó su obra cuando los “llenó de su
Santo Espíritu” para que pudiesen ser sus testigos en todas partes.
La primera manifestación de miedo aparece cuando una fuerte tempestad azota la
embarcación en que se movilizan. San Marcos la describe así: “Ese día, al atardecer, les dice:
“Pasemos a la otra orilla”. Despidan a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas
con él. En esto se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se
anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despierten y le dicen:
“¿Maestro, no te importa que perezcamos?” El habiéndose despertado, conminó al viento y dijo al
mar: “¡Calla, enmudece!” El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: “¿Por qué estáis
con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?” Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros:
“¿Pues quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?”. (4,35-41).
Estos viejos marinos se llenan de pavor cuando arrecia el viento pero Jesús se hace obedecer
del mar y del viento y devuelve la calma al interior de sus discípulos.
Cuando se avecina la pasión del Señor, los Apóstoles, como era natural, se llenan de temor y
de tristeza. Jesús se dedica a animarlos y consolarlos. Las palabras que brotan de los labios de Cristo
cuando llega el momento de su despedida nos muestra hasta dónde llega la ternura de su corazón y
su compasión por el dolor de sus amigos. Leamos las siguientes con profunda admiración. “No se
turbe vuestro corazón, porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un
lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo esté estéis también vosotros” (Jn 14,1-4).
“No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: me voy y volveré a
vosotros” (Jn. 15,27). “Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor”
“Os he dicho estas cosas para vuestro gozo sea pleno” (Jn 15,9-12).
“Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20).
“Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero
¡ánimo!: yo he vencido al mundo”. (Jn 16,33).
Llega el prendimiento de Jesús y tras un fugaz acto de valor de Pedro, el miedo se apodera de
todos los discípulos. “Y abandonándole huyeron todos”. (Mc 14,50).
Sabemos que el miedo crece y crece cuando se apodera de una persona. Basta ver lo que
sucedió a Pedro, el que aparentemente era más decidido y generoso. Leamos la descripción de sus
negaciones en el Evangelio de su discípulo Marcos. Todas fueron fruto del temor que lo dominaba
entonces. “Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y al ver a
Pedro calentándose, le mira atentamente y le dice: “También tú estabas con Jesús de Nazaret” Pero él
lo negó: “Ni sé ni entiendo de qué hablas”, y salió afuera al portal. Le vio la criada y otra vez se puso a
decir a los que estaban allí: “Este es uno de ellos”. Pedro lo negó de nuevo. Poco después los que
estaban allí volvieron a decir a Pedro: “Sí, tú eres uno de ellos, pues además eres galileo”. Entonces,
se puso a echar imprecaciones y a jurara: “Yo no conozco a ese hombre de quien habláis”.
Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó aquello que le había dicho Jesús:
“Antes que gallo cante dos veces, me habrás negado tres”. Y rompió a llorar”. (14,66-72).
Afortunadamente el Señor se volvió y miró a Pedro” (Lc. 22,61). Todas las miradas de Jesús dan paz y
aliento.
Jesús Resucitado es la gran fuente de paz y de valor para los que reciben su presencia y su
acción. Por eso acude el día mismo de su Resurrección en ayuda de sus discípulos tristes y miedosos.
San Juan nos describe así este encuentro: “Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando
cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros”. Dicho esto, les mostró las manos y
el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús repitió: “La paz con vosotros. Como el
Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les queda
retenidos”. (20,19-23).
Cada vez que tengamos la fortuna de encontrar a Cristo “nos alegraremos al ver al Señor”.
6. Otros casos.
La Hemorroisa cuando experimentó la curación y oyó las palabras de Jesús: ¿quién me ha
tocado?, “se acercó atemorizada y temblorosa y se postró ante El, pero inmediatamente oyó estas
palabras: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y quedas curada de tu mal” (Mc. 5,31-34).
A Jairo lo alienta cuando le dicen que ha muerto su hija, con estas palabras: “No temas;
solamente ten fe”. (Mc. 5,36).
LA MUJER ADULTERA
Esta pobre mujer que “fue sorprendida en adulterio” fue arrastrada hasta el tempo donde
Jesús predicaba para que El la condenase a muerte “y que Moisés ordenó apedrear a éstas”. El miedo
de esta mujer debió ser terrible. Sabía que debía morir y con una muerte horrenda como es la de la
lapidación. Al miedo añadía la vergüenza que debía experimentar por la publicidad de su caída. ¿Pero
qué sucedió? Que Cristo no pronunció ninguna sentencia condenatoria, a pesar de que los escribas y
los fariseos insistían. Se incorporó y les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado, arrójele la piedra él
primero”. La mujer debió conmoverse en su corazón al oír estas palabras, pero continuó temblando
porque sabía cuan grande era la saña de no se escuchaban amenazas, ni agravios. Pronto reinó el
silencio que roto por las delicadas preguntas de Jesús: sus acusadores. Pero no caía sobre ella ninguna
piedra y ¿Mujer, donde están? ¿Nadie te ha condenado? Y ella dice: “Nadie, Señor”. Un río de paz
inundó entonces a esta pecadora que creció cuando el Señor le dijo: “yo tampoco te condeno; vete y
no peques más”.
¿Quién puede librar de la muerte y del miedo como Cristo? ¿Quién puede perdonar como El?
¿Quién puede pacificar y convertir al pecador como El? Para comprender algo de la grandeza de
Cristo es necesario contemplarlo delante de un pecador arrepentido.
SANACION INTERIOR EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Durante un diálogo con varios Sacerdotes acerca de la sanación interior, uno de ellos me
preguntó: “¿Por qué esta realidad tan maravillosa no es mencionada en la Sagrada Escritura? y ¿Por
qué el Evangelio que narra tantas curaciones corporales obradas por Cristo no menciona ninguna
interior?”.
La Biblia, le contesté, habla y más de lo que nos imaginamos de estas sanaciones interiores,
aunque no emplee el término. Veamos algunos ejemplos. Podemos afirmar que la sanación interior
empezó en el paraíso y fue efectuada por la misericordia de Dios que no tiene límites. Nuestros
primeros padres tuvieron que escuchar de labios del Creador la sentencia que mereció su pecado,
pero oyeron también en ese momento la promesa de la Redención: “Pondré enemistad entre ti y la
mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”. (Gen. 3,15).
Nadie ha tenido un recuerdo doloroso tan grande como el que debieron retener Adán y Eva de
su desobediencia. Pero al recordar el árbol vedado, cuyo fruto habían comido seducidos por la
serpiente, tendrían también presente para su consuelo la imagen de la mujer que un día pisotearía la
cabeza de esta serpiente infernal. Causa alegría pensar que la imagen de María está ligada tan
íntimamente a la primera sanación interior.
El primer gran dolor interior que tuvo Eva después de la expulsión del Paraíso fue el producido
por el asesinato de su hijo Abel, pero el Señor la consoló al darle un nuevo hijo a quien llamó Set,
diciendo: “Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mato Caín”. (Gen 5,25).
Cuando Noé y su familia salieron del Arca debieron experimentar la más tremenda sensación
de soledad y un gran temor al Señor que acababa de destruir por el diluvio y con la imagen de Arco
iris como recuerdo y señal de su alianza entre El y la tierra” (Gen. 9,12 y ss.)
Cuando Agar huye al desierto por los malos tratos que recibía de Sara, y estaba sin consuelo ni
esperanza, el Ángel de Yahvé se le aparece y la reconforta con el anuncio de su maternidad y de su
gran descendencia.
Uno de los hechos más maravillosos de sanación interior en el Antiguo Testamento es el de
José.
Durante sus años de esclavitud en Egipto y aún cuando fue exaltado a la dignidad de Ministro
del Faraón debió conservar el amargo recuerdo del pozo vacío al cual fue arrojado sin su túnica, y
donde permaneció hasta que fue vendido a la caravana de ismaelitas por veinte piezas de plata. Aquel
lugar y aquel acto vil de sus hermanos no podía olvidarse. Afortunadamente si podía el Señor sanar
recuerdo tan doloroso, y lo hizo.
Cuando José, convertido en distribuidor del trigo egipcio reconoce a sus hermanos que han ido
a Egipto a comprarlo “les habla con dureza” (Cap. 42, v. 7) y los trata como “a espías” (v. 9), aunque
tuvo el rasgo generoso de ordenar que pusieran en los sacos también el dinero que habían pagado.
Empezó a perdonar su falta; ¿Por qué? “porque se acordó de aquellos sueños que había soñado
respecto a ellos” (v. 10) Aquel recuerdo agradable sanó un poco el recuerdo doloso de su venta como
esclavo. Cuando en el segundo viaje y según lo ordenado por José, sus hermanos vinieron a Egipto con
el pequeño Benjamín, José al ver a este dijo a su mayordomo: “Lleva a esos hombres a casa, mata
algún animal y lo preparas, porque esos hombres vana comer conmigo al mediodía”. EL hombre hizo
como le había dicho José, y llevó a los hombres a casa de José”. (Gen. 43,16-17).
La sanación interior del odio causado por el brutal rechazo de sus hermanos creció con la
presencia de Benjamín ya en casa de José. Este al verlo dijo: “Dios te guarde hijo mío”. “José tuvo que
darse prisa porque le daban ganas de llorar de emoción por su hermano, y entrando en el cuarto lloró
allí”. (v. 30) La presencia del llanto en el proceso de sanación es una gran señal de que es ya profunda.
Nada lava tanto la mancha como el llanto. Este descanso producido por las lágrimas de alegría y
emoción que le proporcionó la presencia del hermano menor facilitó la completa sanación interior de
José respecto a sus hermanos traidores. AL final de ese encuentro “ya no pudo contenerse José
delante de todos los que en pie le asistían exclamó: “echad a todo el mundo de mi lado” y no quedó
nadie con él mientras daba a conocer a sus hermanos. Y se echó a llorar a gritos y lo oyeron los
egipcios y lo oyó la Casa del Faraón”. (45, 1 y 2).
Difícil encontrar una sanación interior más plena y de una ofensa tan grande. Al terminar este
llano, José dice a sus hermanos: “Yo soy José. ¿Vive aún mi padre?” SU hermanos no podían
contestarle, porque se habían quedado atónitos ante él. José dijo a sus hermano: “Vamos, acercaos a
mí” Se acercaron, y el continuó: “Yo soy vuestro hermano José, a quien vendísteis a los egipcios.
Ahora bien, no os pese mal, ni os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió
Dios delante de vosotros. Porque con éste van dos años de hambres por la tierra, y aún quedan cinco
años en que no habrá arada ni siega. Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis
sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. O sea que no fuísteis
vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios, y El me ha convertido en padre de Faraón, en dueño de
toda su casa y amo de todo Egipto.
Subid de prisa a donde mi padre, y decidle: Así dice tu hijo José: “Dios me ha hecho dueño de
todo Egipto; baja a mí sin demora. Vivirás en el país de Gosen, y estarás cerca de mí, tú y tus hijos y
nietos, tus ovejas y tus vacadas y todo cuanto tienes. Yo te sustentaré allí pues todavía faltan cinco
años de hambre, no sea que quedéis en la miseria tú y tu casa y todo lo tuyo. Con vuestros propios
ojos estáis viendo, y también mi hermano Benjamín con los suyos, que es mi boca la que os habla.
Notificad, pues, a mi padre toda mi autoridad en Egipto y todo lo que habéis visto, y en seguida bajad
a mi padre acá”. (45, 3-13).
La escena termina de manera conmovedora: “Y echándose al cuello de su hermano Benjamín,
lloró; también Benjamín lloraba sobre el cuello de José. Luego besó a todos sus hermanos, llorando
sobre ellos; después de lo cual sus hermanos estuvieron conversando con él”. (45, 14-15).
¿Encontraremos en la vida real nuestra un caso de sanación interior tan perfecto y admirable
como éste que nos ha descrito el Sagrado Libro del Génesis?
CONVERTIOS!
Cuando el Señor Jesús dio comienzo a su Ministerio, inició su predicación con estas palabras:
“Convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mar. 1,15).
Si queremos recibir la Buena Nueva de que Jesús es nuestro Salvador y Señor, tenemos que
convertirnos primero. Si no nos arrepentimos de nuestros pecados no podremos recibir la primera
manifestación de la sanación de Cristo. Muchas de las heridas interiores son el resultado de nuestras
faltas personales. Todos hemos pecado mucho y cada pecado, por lo mismo que es contra el Amor, ha
dejado su lote de odio en nuestro interior. Nada destruye tanto la armonía humana como el pecado
que causa la ruptura entre nuestro ser y Dios y también dentro de nosotros mismos y con nuestros
hermanos. Con razón el gran objetivo del Año Santo ha sido la completa reconciliación como fruto de
la profunda conversión evangélica.
El primer campo de la sanación que realiza Cristo es el del pecado. “He aquí el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (Jn. 1,29).
Si no empezamos por pedirle al Señor que perdone nuestros pecados, no podremos aspirar a
otras sanaciones. Primero tiene que desaparecer la causa mayor de nuestros males, los pecados que
hemos cometido.
Jesús perdona primero los pecados al paralítico y luego lo cura de esta enfermedad. No
podremos disfrutar de la paz de Cristo sino cuando El haya perdonado nuestros pecados y nosotros
estemos convencidos de su misericordia. Sólo entonces podremos exclamar con el Rey Ezequías:
“volviste la espalda a todos mis pecados y la amargura se me volvió paz” (Is. 38,17)
CRISTO NOS SANA
Crece el número de las personas que buscan la solución de estos problemas emocionales en
los consultorios de los psiquiatras, psicólogos o psicoanalistas. Unos con buenos resultados; otros con
muy pocos.
Afortunadamente hoy crece el número de quienes están descubriendo el poder curativo del
amor del Señor y están recibiendo una sanación interior cada vez más profunda en la Oración y en el
encuentro personal con Cristo que “sana los corazones destrozados y venda sus heridas” como dice el
Salmo 146.
Estas personas creen verdaderamente que “Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre” y que
porque nos ama y quiere hacerlo, puedo con su amor cauterizar las heridas de los recuerdos
dolorosos y destruir el odio que ha invadido varias zonas de nuestro ser.
El puede curar las heridas que permanecen en nosotros y afectan nuestra conducta actual y
puede llenar con el Amor de su Espíritu todos los vacíos que han quedado en nosotros y cambiar el
odio y el miedo por paz, amor y confianza.
No se trata de conseguir así una curación repentina y total, sino un alivio progresivo, que se
experimenta cada vez que nos colocamos frente a Jesús con humildad y confianza y oramos para que
su amor que está en nosotros obre y destruya todas esas emociones negativas y nos permita saborear
cuán bueno es el Señor y descansar tranquilos en los brazos paternales de nuestro Dios.
Es, pues, muy útil, pedirle a Jesús, nuestro hermano y amigo que vuelva al momento en el cual
recibimos una emoción dolorosa y nos libere con su amor de los malos efectos que dejó y que nos
perjudican ahora. Su luz divina ilumina aquellos rincones ocultos en donde hemos encerrado esos
recuerdos dolorosos y su amor los destruye y sana. Es entonces cuando comprendemos la riqueza de
las palabras de San Pablo en su carta a los Efesios: “Porque Cristo es nuestra paz: el que de los dos
pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su cuerpo la ley de
los mandamientos con sus preceptos para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo,
haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí
mismo muerte al odio”. (2, 14-18).
La Epístola a los Gálatas nos recuerda cómo los frutos de la carne son: impureza, odios,
rencillas, discordia, celos, iras, divisiones, disensiones, envidias…. Mientras el fruto del Espíritu es
amor, alegría, paz, benignidad, bondad, mansedumbre” (5, 19-24). Y esta petición debe abarcar todo
nuestro pasado desde el comienzo de nuestra vida porque muchas de las heridas más profundas las
recibimos quizás cuando aún estábamos en el seno materno, durante el nacimiento y el los primero
meses y años de nuestra vida. Las ansiedades y temores de nuestras madres dejaron sus huellas
dolorosas en nosotros, y es, hasta esos momentos, hasta los cuales debemos pedirle al Señor que
llegue para que con la luz y el fuego de su amor pueda efectuar la profunda y total curación interior
que necesitamos.
Es durante largos ratos de oración cuando nosotros en compañía de nuestro amigo Cristo
repasamos la vida y regresamos hasta el comienzo y vamos pidiéndole que sane los diversos recuerdos
dolorosos que descubrimos con su luz amorosa. Le pedimos que destruya el odio y llene el vacío que
quede con el amor de su Espíritu. Que quite el miedo y lo reemplace con la fuerza del Paráclito. Que
cambie los frutos amargos de la carne con el sabroso de su Espíritu.
Es lástima que no sean muchos los que conozcan este gran medio de sanación interior y, por
esa razón, no puedan obtener sus grandes beneficios. Ningún tiempo será mejor empleado que el que
dediquemos a esta curación interior personal o a ayudar a nuestros hermanos para que la obtengan.
Una señora narra cómo un día, después de una larga oración de sanación, sintió el
llamamiento de leer el Cantar de los Cantares y allí encontró estas palabras de la Esposa: “Apenas
había pasado cuando encontré al Amado de mi alma. Lo aprendí y no lo soltaré hasta que le haya
introducido en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió”. (3,4).
La mayor necesidad que tenemos es la de saber que somos amados y la única seguridad de que
somos amados sincera, profunda y constantemente no la encontramos sino en Dios que es Amor y
por amor mora en nosotros. Por eso debemos repetirle al Padre la oración de la Iglesia: “derrama
sobre nosotros tu Espíritu de amor” y esta otra: “envía, Señor, a nuestros corazones la abundancia de
tu luz” (Tercia II Semana…), Podremos así empezar nuestro diálogo y nuestra súplica de curación a
Cristo con la seguridad de que al final podremos exclamar como el Rey Ezequías: “La amargura se me
volvió paz”. Si el Salmista decía ya en su tiempo: “Encomienda a Dios tus afanes, que El te sustentará”,
(54), nosotros debemos hacerlo con mayor razón pues hemos comprobado hasta dónde llega la
caridad de Cristo y cuán amplia y saludable es la acción de su Espíritu de amor en nosotros.
Siempre tendremos necesidad de sanación interior y por eso no podremos apartarnos jamás
del Señor. El nos ha dicho: “permaneced en mi amor”. No se trata de estar con El en ciertos
momentos. Es preciso permanecer con El que es el Amor.
¿Cómo sabremos que una herida interior ha sido curada y cicatrizada por el amor de Jesús?
Cuando ese recuerdo que, antes era doloroso y nos causaba disgusto, viene ahora y nos deja en paz
profunda y aún con alegría.
Esta paz es el fruto del Espíritu cuando ha podido penetrar profundamente en nuestra vida. Si
antes la carne había dejado en nosotros: “odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones,
disensiones y envidias” (Gal. 5,20), el Espíritu Santo fructifica en nosotros con amor, alegría, paz,
benignidad, bondad y mansedumbre.”(Gal. 5,22).
EL RIO DE AGUAS VIVAS
Esta sanación total que efectúa Cristo en nosotros por medio de su Espíritu de Amor, está
prefigurada de modo admirable en los efectos que produce el Río de Aguas Vivas que nace en el
Santuario y que nos describe el Profeta Ezequiel en el Capítulo 47 de su Profecía: “Esta agua va hacia
la región oriental, desemboca en el mar, en el agua hedionda y el agua queda saneada. Por donde
quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá. Los peces serán muy
abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo y la vida prospera en todas partes
adonde llega el torrente”. (47, 8 y 9). Esta es la acción del Espíritu Santo, prefigurado en ese río
sagrado, sana todo lo podrido y enfermo y, después, de una gran fecundidad y riqueza espiritual. Su
luz penetra en los rincones oscuros en donde hemos encerrado tantos acontecimientos dolorosos y
con su claridad aleja las tinieblas destructivas. Su amor cala, cada vez más profundamente en
nuestros corazones y va derribando los muros que ha levantado el rencor y destruye el odio que se ha
ido acumulando en nosotros alo largo de la vida. Pero para esto necesitamos que nos dejemos
purificar y saturar por esta agua del Espíritu. Tenemos que sumergirnos en El y caminar y vivir en el
Espíritu. Sólo entonces irá perfeccionando el cambio que necesitamos y que es la señal clara de su
presencia y de su acción en nosotros.
EL QUE PUEDEO LO MAS, PUEDE LO MENOS
La suprema manifestación del poder salvífico de Cristo se dará cuando resucite nuestros
cuerpos y los glorifique eternamente por su Espíritu Santo y es que Jesús es el Salvador de todo el
hombre, y no solamente del alma.
Meditemos con alegría estas palabras de San Pablo a los Filipenses: “Pero nosotros somos
ciudadanos de cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este
miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de
someter a sí todas las cosas”. (3, 20-22).
Esta visión del Apóstol es muy profunda y de gran utilidad para nosotros porque si Cristo tiene
poder para resucitar y glorificar nuestros cuerpos, con mayor razón podemos esperar de El que con
ese mismo poder y amor nos sane interiormente ahora cuando estamos en esta vida. Se requiere más
poder para resucitar y transfigurar un cadáver en un cuerpo glorioso como el de Cristo, que para
sanar una herida interior, destruir una barrera de odio e inundar de confianza y de paz a una persona
que antes estaba dominada por el miedo y por la turbación.
¿Cuándo tendremos una visión profunda y total de lo que es Cristo? ¿Cuándo dejaremos de
mirarlo sólo parcialmente?
¿Por qué seguimos ignorando, al menos la práctica, su infinito amor Salvado?
¿Por qué no lo invitamos a que penetre en nuestra persona toda y la sane completamente?
¿Por qué no le damos la gloria de creer sinceramente en su Amor?
¿Por qué no nos convertimos en evangelizadores de su caridad salvadora y de su poder
ilimitado?
CONTEMPLAD AL SEÑOR Y QUEDAREIS RADIANTES
El salmo 33 es maravilloso. Allí nos dice el Espíritu Santo: “Proclamad conmigo la grandeza del
Señor, ensalcemos juntos su nombre. Consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.
Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, El lo escucha y lo salva de sus angustias.
Todo acercamiento al Señor aumenta nuestra salvación y nuestra sanación. Pero la manera
más intensa para unirnos ahora con el Señor es la contemplación. En esa etapa avanzada de la oración
recibimos en el rostro del alma la proyección de la luz divina y “gustamos que el Señor es bueno”. (I
Ped. 2,3).
Nada puede sanarnos interiormente de modo tan profundo y definitivo como el donde la
contemplación infusa.
A medida que la luz del Espíritu Santo vaya llegando a las profundidades de nuestro espíritu y
al centro de nuestra conciencia, irán desapareciendo los restos de oscuridad y las huellas dolorosas de
nuestros pecados y de las heridas que sin culpa personal recibimos desde nuestros primeros días. Son,
pues, muy ciertas las palabras del Salmo: “Contemplad al Señor y quedaréis radiantes”. No sólo
tendremos paz y salud interior, sino también una intensa alegría que llegará hasta manifestarse en la
expresión de un rostro radiante, muy distinto, por cierto, del tenso mostramos cuando la tormenta
interior no ha recibido el mandato de Cristo que da la paz y devuelve la calma.
UN METODO DE SANACION INTERIOR
Creo que sea de provecho para muchos repetir la oración que compuso la enfermera Bárbara
Shlemon para quienes no pueden disfrutar del ministerio de la oración por su sanación interior.
La Señora Bárbara Shlemon es enfermera graduada, esposa y madre de cinco niños. Hace
nueve años trabaja en el ministerio de curación y ha viajado extensamente por Norte y Suramérica,
como parte del equipo del padre Francis McNutt, O.P. La señora Shlemon es maestra en las Escuelas
de Cuidado Pastoral de Agnes Sanfor, en los Campamentos “Farthest Out” y en la Renovación
Carismática.
Estas son sus palabras:
“La mente humana puede compararse a un témpano de hielo, con su cúspide visible en la
superficie del océano, mientras que su enorme masa está sumergida. La cúspide representa el
consciente y constituye sólo parte de nuestras capacidades mentales, mientras la masa sumergida del
témpano representa el subconsciente y comprende la mayor parte de nuestra actividad mental. El
subconsciente es la parte que siente, relacionada con las emociones, la intuición, las mejorías y
hábitos. Jesús se refiere al subconsciente cuando menciona el fondo del corazón. “El hombre bueno,
de su buen fondo, saca buenas palabras, y el hombre malo, de su mal fondo, saca malas palabras”.
(Mateo 12,35).
La mayor parte de nosotros no nos damos cuenta de la cantidad de dolor, heridas y pesares
que hemos arrojado al fondo de nuestras emanes. Resulta imposible vivir en este mundo por
cualquier espacio de tiempo sin haber acumulado cierta cantidad de dolor reprimido. Podemos
haberlo reprimido por mucho tiempo, pero aún siguen allí. Yo habría sido la primera en decir, …
mientras sigan ahí abajo sin causar problemas, perdamos cuidado. Desafortunadamente no podemos
reprimir los dolores, heridas y pesares de nuestra vida por algún tiempo sin que se manifiesten de una
u otra forma, física o emocionalmente, y causen dificultades.
Hay tiempos de tensión en nuestras vidas que nos dejan sorprendidos, y a veces
escandalizados de nuestro comportamiento. Decimos que “nos excedimos” o que “explotamos” al
reaccionar a una situación dada. Estos son términos que describen una falta de autocontrol. Ese
comportamiento se origina en la masa de dolor reprimido existente en nuestro inconsciente.
También es difícil aceptar el amor de Jesucristo o recibir la plenitud de su Espíritu si tenemos
un almacén de dolores acumulado en lo profundo de nuestra mente. Esas experiencias que hemos
enterrado nos envían continuamente mensajes de alerta para que mantengamos nuestras defensas,
aún ante Dios, para protegernos de más dolor.
En una ocasión, al final de una conferencia que dicté, se me acercó un hombre que tenía
dificultades un experimentar el amor de Jesús en su vida. Había recibido el bautismo del Espíritu
Santo, pero las manifestaciones eran mecánicas y superficiales. En el transcurso de nuestra
conversación mencionó un accidente automovilístico que le dejó huérfano a la edad de 12 años. Le
sugerí que el recuerdo doloroso de la muerte de sus padres le podría haber causado rechazo al amor
a nivel subconsciente.
…. “Sí, es cierto”. Luego me preguntó el caballero: “¿Acaso debo resignarme y sentir depresión y
soledad?”.
Le hablé del método de oración que aprendí de la Sra. Agnes Sanford, una anglicana que
escribió el libro “La luz que sana”. Al cabo de muchos años de experiencia en el ministerio de
curación, ella llegó a comprender que no existe tiempo en el mundo de Dios; Jesucristo es el mismo
ayer, hoy y siempre. De modo que podríamos pedirle al Señor volver atrás en el tiempo, y sanar la
memoria adolorida con tal de no tener más el poder de herirse a sí mismo.
Accedió a la idea de hacer esta oración y más tarde describió la experiencia como “ser lavado
en olas de amor”. Aunque desde nuestra oración ha tenido su porción de problemas, nunca ha vuelto
a un sentimiento de aislamiento total.
Necesitamos sanarnos: Dios puede y quiere sanar todas esas cosas. (Isaías 53,4), profetizó que
el Mesías llevaría todas nuestras dolencias y soportaría todos nuestros dolores. Quitaría no sólo los
pecados que hemos cometido como individuos, sino también todo el daño que se nos ha hecho. Eso
es lo que Jesús tomó: el amor de Dios nos puede lavar y librar de todas las cosas que nos impedirían
tener plenitud de vida.
Creo que esa es la “transformación” a la que se refiere Pablo: “ustedes saben que tienen que
dejar su manera anterior de vivir, el “hombre viejo” cuyos deseos falsos llevan a su propia
destrucción. Han de renovarse en lo más profundo de su mente, por la acción del Espíritu, para
revestirse del Hombre Nuevo. Este es el que Dios creó a su semejanza, dándole la verdadera justicia y
santidad”. (Efesios. 4, 22,24).
Dios no se interesa solamente en nuestro espíritu y en nuestro cuerpo, también le interesa
nuestra mente. Voluntariamente debemos permitirle quitarnos todo eso ya que El no habrá de
abrumar nuestra voluntad. Debemos decirle: “Señor, entra en lo profundo de mi corazón y mi mente.
Quiero que sanes todo lo que he cargado hasta ahora. Tómalo Tú; ya no lo puedo cargar más”.
Dicen os psiquiatras que lo que nos ocurra antes de los seis años de edad, puedo asentar las
bases de la forma de ver la vida hasta el fin de nuestros días. Ya que el subconsciente no olvida nada
jamás, debemos permitir que el amor sanador de Dios toque cada parte de nuestra vida aún la etapa
prenatal y de infancia. Podemos pedirle a Jesús que camine hacia atrás por nuestra vida y que nos
sane. Esto lo puedes hacer ahora mismo.
Busca un lugar donde puedas esta en silencio, donde nadie te interrumpa. Ponte cómodo. Ve
al Señor en actitud de humildad y confianza.
Entra en la oración de la manera que te sientas movido a hacerlo. Ya que la curación es un
proceso progresivo, esa oración no solucionará todos tus problemas. Nunca podremos llegar a decir
que ya se acabaron los problemas, que todos los recuerdos han sido curados, pero podemos quitar
del camino toda barrera que nos impida estar sanos y saludables. La curación interior se habrá llevado
a cabo cuando un suceso del pasado no tenga ya poder para herirnos; cuando lo podamos recordar
sin tristeza, vergüenza o sentimiento de culpa. Entra en presencia de Dios.
Señor, Tú puedes volver atrás conmigo y caminar conmigo a través de mi vida desde el
momento que fuera concebido.
Ayúdame, Señor, aún entonces: límpiame y líbrame de todo lo que pudo causarme dificultades
en el momento de mi concepción. Tú estabas presente en el momento que fui formado en el vientre
de mi madre; líbrame y sáname de cualesquiera ataduras en mi espíritu que hayan podido llegarme
por mi madre o las circunstancias de la vida de mis padres aún cuando tomaba forma. Por esto, te doy
gracias.
También te alabo, Jesús, porque además me estás sanando del trauma de nacer. (Muchas de
nuestras madres tuvieron partos largos y dolorosos cuando nacimos, y esto tiene un efecto en la
criatura). Te pido, Señor, que me cures del dolor de nacer y de todo lo que sufrí al nacer. Te doy
gracias, Señor, porque Tú estabas allí para recibirme en tus brazos cuando nací. Conságrame en ese
mismo momento al servicio de Dios. Gracias, Jesús, porque esto se ha hecho.
Señor Jesús, te alabo porque en esos primero meses de mi infancia Tú estabas conmigo
cuando te necesité. (Hay muchas personas que necesitaban más amor del que recibieron de su
madre, todo el amor que necesitaban, porque fueron separados por circunstancias que no pudieron
evitarse. No recibieron el amor que les hubiera ayudado a sentir fuerza y estabilidad). Hubo veces que
necesité que mi madre me acuñara en su pecho y me meciera y me hiciera cuentos infantiles como
solamente sabe hacerlo una madre. Señor, hazlo Tú en lo más profundo de mi ser. Déjame sentir un
amor maternal tan conmovedor, confortante y profundo que nada pueda jamás separarme de ese
amor otra vez. Te doy gracias y te alabo, Señor, por que sé que lo estás haciendo ahora mismo.
(También hay personas que necesitaron más del amor paternal en sus vidas). Por cualquier
razón que me haya sentido descuidado, rechazado, Señor, llena esa parte de mi ser con un profundo
amor paternal que sólo viene de un padre. Aunque yo no esté consciente de haber necesitado unos
brazos fuertes y un “papito” que me amara y me diera seguridad y apoyo, dámelo Tú ahora. Gracias,
Señor, porque esto también lo estás haciendo.
(Según crecíamos, algunos de nosotros pertenecíamos a familias donde no había mucho
tiempo para nosotros como individuos). He llegado a entender y a aceptarlo, pero una parte de mi ser
en realidad nunca se sintió verdaderamente querida. Te pido hoy una curación de ese sentimiento,
Señor, hazme saber que soy tu Hijo, una persona importante en tu familia, un único que amas de
manera muy especial.
Cúrame, Señor, las heridas causadas por las relaciones con mi familia, el hermano o hermana
que no me entendía del todo o que no me demostraba amor y bondad debidamente. Una parte mía
nunca se sintió amada por eso. Déjame ahora alcanzar en perdón a ese hermano o hermana. Quizás a
través de los años, nunca he podido aceptarlos porque nunca me sentí verdaderamente aceptado por
ellos. Dame un gran amor por ellos. Así que la próxima vez que los vea haya tanto amor que todo lo
viejo habrá pasado. Me habrás renovado. Te doy gracias por eso, Señor.
(Según crecíamos, el primer trauma real en nuestra vida pudo haber sido cuando fuimos ala
escuela por primera vez. Esa fue la primera vez que nos ausentamos del hogar y todo lo que ellos
representaban. Para algunos de nosotros que éramos muy sensitivos, que éramos tímidos, inseguros,
esto fue difícil: … quedarnos con aquella maestra extraña, con compañeros extraños, en un lugar
extraño).
Señor, de veras nunca me recuperé de esa experiencia, porque había cosas que esperaban de
mí y cosas que me herían mucho. Hubo maestras intratables y niños que no me mostraban amor y
comprensión.
Te pido, Señor, que me sanes de todos esos años que pasé en el salón de clase, que me quites
todo el dolor y sufrimiento que recibí en este tiempo. Me retraje en ese entonces, Señor, y empecé a
sentir miedo de hablar en grupos porque me habían ridiculizado, castigado, criticado en el salón. Dejé
de hablar porque era demasiado doloroso. Señor, te pido que abras la puerta de mi corazón. Déjame
relacionarme en grupo de una manera más abierta y libre de lo que he podido hasta ahora. Según se
lleva a cabo esta curación, tendré la confianza y el valor de hacer lo que me pidas en toda situación.
Gracias, Señor, porque creo que estás sanándome ya.
Señor, cuando entré en la adolescencia, empecé a experimentar cosas que me asustaron, me
avergonzaron y me causaron dolor. Nunca he podido sobreponerme del todo a algunas experiencias
que tuve cuando me estaba conociendo a mí mismo, lo que significa ser persona. Te pido, Señor
Jesús, que sanes todas las experiencias que tuve como adolescente; las cosas que hice y que me
hicieran y de las que nunca me he sanado. Entra en mi corazón y quita todas las experiencias que me
causaron sufrimiento o vergüenza. No te pido, Jesús, que borres esto de mi mente sino que lo
transformes de manera que pueda recordarlo sin vergüenza, con acción de gracias.
Hazme comprender por lo que hoy están pasando los jóvenes, porque yo mismo también he
pasado por ellos: esa época de búsqueda y conflicto. Según me voy sanando, déjame ayudare a otros
a encontrar la curación.
Señor, al salir de este período de mi vida, y al empezar a crecer en la vocación a que me
llamabas, tuve dificultades. (Algunos fuimos llamados a ser esposos y esposas, algunos fuimos
llamados al celibato, otros escogieron la soltería o ahora son viudos o divorciados. Ha habido dolor, ha
habido sufrimientos; no hay carrera alguna en la tierra que no conlleve dificultades de ajuste,
problemas que necesitaban curarse en la vida privada). Te pido, Jesús, que me cures en el estado de
vida que me encuentro hoy, y todo lo que eso ha significado para el mundo que me rodea.
(Esposos y esposas tienen cosas del pasado que se interpretan en sus relaciones heridas y
sufrimientos que solamente pueden existir entre quienes tratan de vivir juntos y conocerse en una
situación muy íntima). Señor, sáname de estas cosas. Haz que mi matrimonio empiece a ser de nuevo
lo que Dios quiere que sea. Toma en tus manos todas las heridas y sufrimientos del pasado, para que
desde ahora en adelante este matrimonio sea limpio y comience de nuevo tan libre y tan sano como
sea posible.
Gracias, Padre, que mediante esta curación podemos llegar a ser la clase de marido y mujer
que Tú pides que seamos.
(Los sacerdotes, religiosas y religiosos han tenido heridas que los han alejado de Jesús en vez
de acercarlos a El). Señor, ayúdame a sentir tal calor y fortaleza de amor en mí que nunca jamás dude
yo, si el camino que sigo es al que me has llamado. Dame valor y confianza en la obra que me has
llamado a hacer. Llévame adelante con propósito y metas nuevas.
Gracias, Padre, porque sé que estás haciéndolo.
(La gente soltera que se han sentido llamados a esa vida, siguen los pasos de Jesús con un
dolor y un sufrimiento que sólo Dios conoce).
Me he sentido solo y, en ocasiones, abandonado y totalmente rechazado por el resto de la
humanidad. Señor Jesús, lléname, hoy de un nuevo sentido de fortaleza y propósito. Hazme
comprender lo que has puesto en mi corazón. Déjame ser un testimonio vivo de Jesucristo. Te doy
gracias, Padre, porque sé que estás haciendo esto.
Según siento la unción de tu amor, te glorifico, Señor, porque sé que está hecho. Señor, no hay
poder en el cielo o la tierra que pueda impedirlo. Te alabo, Señor, porque sé que mientras más te
entrego, dándote gracias y alabándote por ellos, más me das la fortaleza de tu presencia, el poder de
tu Espíritu, el amor de tu Divino Hijo. Te alabo, Jesús, por esta curación y te glorifico. Gracias. Amén.
Ahora permanece en silencio unos 10 minutos. Deja que el Espíritu Santo de Dios complete la
obra de curación en ti, vacía tu corazón de todo lo que no es de Dios. Deja que Dios vuelva a llenarlo
con su amor.
ORACION PARA LA CURACION DE LOS RECUERDOS
Por la Hermana Paula Van Horn
1
Estamos agradecidos, Señor Jesús. Agradecidos porque en tu mundo no existe el tiempo.
Agradecidos porque Tú puedes regresar con nosotros a través de nuestras vidas todo el camino
hacia atrás hasta el momento mismo en que fuimos concebidos y aún entonces, Tú puedes curarnos.
Tú nos puedes liberar detonas aquellas cosas que pudieron habernos causado dificultad en el
momento de nuestra concepción, ya hayamos sido concebidos mediante un acto de amor o si fuimos
el resultado de un accidente meramente.
Y mientras nos formábamos en el vientre de nuestra madre, Tú estabas ahí para curarnos y
liberarnos de cualquiera de las impresiones que pudieron habernos tocado, procedentes de nuestra
madre o de las circunstancias de las vidas de nuestros padres.
Por cualquier razón, pudo no haber existido una atmósfera de amor. Quizás este ambiente fue
el resultado de la pobreza y de la discordia; quizás, mientras nuestra madre nos llevaba en su vientre,
nuestras madres trabajaban en exceso. Por cualquier razón, había una falta de armonía y amor y
nuestros espíritus lo captaron mucho antes de que naciéramos y ya entonces, deseábamos retirarnos;
preferimos no surgir, no exponernos, no darnos a conocer.
Oramos, Señor Jesús, que Tú nos suministres ahora todas estas cosas de las que hemos
carecido en nuestro interior y que remuevas de nuestros espíritus cualquier ira, cualquier
resentimiento, cualquier cosa existente en nuestros espíritus, Señor, que no venga de Ti. Te damos las
gracias, Señor Jesús, por hacer esto.
2
También te alabamos, Señor Jesús, porque Tú también nos estás curando del trauma de haber
nacido. Para muchos de nosotros, nuestras madres tuvieron que pasaron por los dolores del parto
durante horas, quizás días y sabemos el efecto que esto tiene en una criatura. Por lo que tanto
oramos, Señor Jesús, para que Tú nos cures del dolor atravesado durante el parto, del trauma, de
cualquier cosa que pudimos haber atravesado al nacer. Remueve cualquier duda, cualquier temor,
cualquier sentimiento de culpabilidad que nos agobie causándonos otro sufrimiento por haber nacido
a este mundo, especialmente si percibimos que ni nos deseaban ni nos amaban.
También oramos, Señor Jesús, para que Tú disipes cualquier desilusión que hayamos sido para
nuestros padres porque ellos deseaban tanto un varoncito y nacimos hembritas o porque ellos
esperaban una hija y el médico les dijo: “su hijo”. Oramos, Señor Jesús para que nos cures de
cualquier desilusión, cualquier frustración que podamos llevar dentro de nuestros espíritus por haber
nacido de un sexo “inesperado” y para que desde hoy en lo adelante, se nos permita ser lo hombres o
mujeres que Tú nos has destinado que seamos. Señor Jesús oramos para que Tú remedies ahora con
tu Preciosísima Sangre, cualquier dolor que el hecho de venir a este mundo, haya causado a cualquier
persona, especialmente a nuestras madres.
Señor, oramos por una curación para cada uno de nosotros en esta habitación, para ese
tiempo en particular en nuestras vidas y te damos las gracias, Señor Jesús, porque Tú estabas ahí
mientras nacíamos, para recibirnos nuevamente, con esas mismas manos. Señor Jesús, te damos
gracias.
3
También te damos gracias porque Tú estabas presente en aquellos primeros meses de nuestra
infancia, durante aquellos tiempos cuando más te necesitábamos. Había algunos que necesitaban
más amor durante aquellos primeros meses y habían aquellos que nunca recibieron este amor porque
los habían separado de sus madres bien sea por enfermedad, por divorcio o por la muerte. Por lo
tanto, hubo tiempos cuando no teníamos a nuestro alrededor, el amor de una madre que nos hubiera
ayudado a sentir estabilidad y fuerza.
Oramos, Señor Jesús, que Tú suplas ahora dentro de nosotros, lo que nos ha faltado desde
aquellos tiempos cuando necesitábamos que nuestras madres nos sostuvieran muy cerca de ellas,
cuando necesitábamos que nuestras madres nos mecieran, cuando queríamos ahí a nuestras madres
para que nos hicieran cuentos pero no podían estar ahí. Te pedimos, Señor Jesús, que todas aquellas
cosas que solamente una madre puede hacer, se hagan ahora en lo más profundo de nuestros seres,
para que cualquiera de nosotros que se hubiera sentido abandonado durante aquellos primeros
meses, pueda experimentar ahora, una sanación abrumadora de amor maternal.
4
También existen aquellos que carecían de amor paternal. Quizás algunos entre nosotros nunca
conocieron a su padre porque él se encontraba lejos luchando en la guerra. Quizás él nunca volvió
a casa. Hay muchos que han sido separados de sus padres a través del divorcio y hay muchos más a
quienes la muerte nos ha separado de los mismos.
Cualquiera que sea la razón para el vacío, oramos, Señor, Jesús, para que Tú ahora llenes esa
parte de nuestras vidas, con un amor fuerte y tierno que solamente puede venir de un padre. Cuando
necesitábamos que esos brazos fuertes nos abrazaran y que un padre nos amara, cuando
necesitábamos el consejo de un padre, cuando necesitábamos sentir la fortaleza y seguridad de su
amor y él no estaba ahí, ¡ay Señor, si tan sólo hubiéramos podido experimentar todo esto! Haz esto
por nosotros ahora. Haznos saber que no hemos sido abandonados, que hay brazos fuertes en los
cuales podemos recostarnos, que tenemos a alguien vigilándonos, cuidándonos, aún cuando no nos
demos cuenta. Señor Jesús, como un padre se inclina para levantar a su hijo hacia su rostro, te
pedimos que Tú nos tomes en un abrazo y que el calor, la fuerza, la ternura de este abrazo, nos cure.
Señor Jesús, te damos gracias por lo que Tú estás haciendo ahora.
5
Y, Señor, oramos por una curación mientras crecíamos. Algunos de nosotros nacimos en familias
de miembros numerosos y por lo tanto, no nos podían dedicar mucho tiempo a nosotros como
individuos. Nosotros comprendemos esto y hasta lo aceptamos, pero, no obstante, existe una parte
de nosotros que nunca sintió amor. Por lo tanto, oramos hoy, Señor Jesús, para que Tú nos hagas
saber que cada uno de nosotros somos una criatura favorita, que cada uno de nosotros es una
persona importante en tu familia, que cada uno de nosotros es un individuo muy único y distinto que
Tú amas a cada uno de nosotros de una manera muy tierna y en una manera muy especial. Oramos
también para que Tú cures cualquier daño ocasionado a nosotros por relaciones familiares; el
hermano o la hermana que no nos aceptó, que no nos comprendió, que no nos demostró el amor o la
generosidad que necesitábamos recibir de él o de ella y de nadie más.
Una parte de nuestro ser, debido a ellos, nunca se sintió amada. Señor Jesús, oramos para que
Tú nos permitas ahora mismo, alcanzar con perdón a ese hermano o hermana quien, a través de los
años, no hemos podido aceptar realmente porque él o ella no nos ha aceptado a nosotros. Señor
Jesús, haz eso, lánzate hacia las profundidades de nuestros corazones y perdónalos a través de
nosotros. Danos esa medida extra de amor hacia ellos para que la próxima vez que los veamos, esto
se realice con un sentimiento de amor abrumador, para que se disipen todos los obstáculos existentes
entre nosotros a través de los años. Y he aquí, Tú harás de nosotros personas nuevas. Te alabamos,
Jesús.
6
Señor, oramos por una curación para nosotros, a medida que íbamos a la escuela. Quizás el
primer trauma real en nuestras vidas, vino cuando partimos para la escuela la primera vez. Quizás
no nos separamos de nuestras madres o nuestros hogares nunca antes y la experiencia nos pareció
intolerable. Algunos de nosotros, Señor, éramos muy sensibles y tímidos y nos era extremadamente
difícil esta con esa maestra desconocida, con esos niños desconocidos y en esa aula fría. Habían cosas
que se esperaban de nosotros, profesores que fueron severos con nosotros, compañeros de clase que
no nos comprendían y no nos aceptaban. Posiblemente nuestros padres pensaban que las
calificaciones obtenidas en nuestros exámenes deberían haber sido “B” y no “C” y que nuestras
calificaciones que fueron “B”, debían haber sido “A” y por lo tanto crecimos pensando que nunca
podía existir la posibilidad de que fuésemos buenos para nada.
Señor, oramos por una curación de todos aquellos años que pasamos en la escuela. Algunos de
nosotros comenzamos a retirarnos y comenzamos a sentir temor de hablar en grupo porque
habíamos sido ridiculizados; porque habíamos sido criticados en situaciones que surgían en el aula.
Dejamos de dar nuestras opiniones (hablar claro), Señor, porque era demasiado doloroso. Pero ahora
oramos por la curación de todo esto y pedimos que sea posible que la puerta dentro de los corazones
de cada uno de nosotros, se abra, que nuestras lenguas se desaten y que Tú nos permitas que las
relaciones entre unos y otros, sean de una forma más libre y abierta.
7
Señor Jesús, te pedimos que Tú cures aquellos años que pasamos en la adolescencia, cuando
comenzábamos a experimentar la madurez sexual que nos asustó, nos avergonzó y nos causó
dolor. Algunos de nosotros no hemos olvidado jamás nuestras experiencias al conocernos a nosotros
mismos y lo que significaba ser persona. Por lo tanto, oramos para una curación de aquellos años que
pasamos como adolescentes. Oramos por una curación de nuestras dudas, nuestros temores y
nuestras inseguridades. También oramos por todos aquellos momentos cuando quizás nos lastimaron
en nuestras relaciones interpersonales; cuando otros nos desairaban, cuando quizás se aprovechaban
o se reían de nosotros, Señor Jesús, todos esos incidentes que nos han causado sufrimiento o
bochorno. Entra en nuestros corazones y transforma todas aquellas experiencias para que no las
recordemos más con vergüenza, sino con agradecimiento.
Ayúdanos a apreciar las dificultades que las personas jóvenes enfrentan al crecer. Conscientes
de nuestro tiempo conflictivo, nuestro tiempo de búsqueda e investigación, que de alguna forma
podamos ayudar a que los jóvenes se comprendan a sí mismos. Como ahora estamos cubriéndonos
con tu Preciosísima Sangre, como ahora nos estamos convirtiendo tan blancos como la nieve, oramos
que de algún modo, podamos transmitir a los jóvenes, que Tú también los comprendes, que Tú de
verdad los esperas y que, aunque caigamos, nos levantaremos y que aunque nos sentemos en la
obscuridad, Tú eres nuestro Señor y luz. Te damos gracias, Señor, por todo lo que estás haciendo
dentro de nosotros.
CONCLUSION GENERAL
A medida que surgimos de ese período de nuestras vidas y comenzamos a entrar en la
vocación a la cual Tú nos llamaste, oramos para la curación de las dificultades que se nos presentaron,
cuando fallamos al volvernos profesionales en las áreas dentro de las cuales deseamos tanto triunfar;
por los sueños y expectativas que reteníamos en nosotros y que nunca se realizaron. Señor Jesús,
elevamos a Ti todos estos anhelos fallidos.
Algunos de nosotros fuimos llamados para ser esposas y madres, esposos y padres; algunos de
nosotros fuimos llamados ala vida religiosa y otros para ser solteros laicos. Señor, cualquiera que sea
la forma en que Tú nos has pedido que te sigamos, ha habido sufrimiento y dolor. No hay carrera o
vocación sobre la tierra, a la cual no esté vinculada alguna dificultad, algún ajuste, algún problema
profundo de nosotros que necesite curación. Por lo tanto, oramos, Señor Jesús, que Tú nos cures en el
estado de vida en que hoy nos encontramos y todo lo que eso ha significado para el mundo que nos
rodea.
Oramos para que unos con otros no temamos partir el pan de nosotros mismos, que unos con
otros no temamos compartir nuestro cáliz de debilidades. Una participación de la vida construida no
en un ideal falso, sino en una esperanza real, con fe en nosotros mismos y confianza entre sí. Oramos,
Señor Jesús, que la vida compartimos, sea tu vida. Te damos gracias Señor, por las palabras que nos
dijiste a través del profeta Isaías:
No se acuerden de lo pasado
Ni tengan en cuenta lo antiguo.
Miren, he aquí estoy haciendo algo nuevo;
ya está en marcha, ¿no lo reconocen?
(43, 18-19)
Señor Jesús, a medida que tu amor se derrama sobre esta habitación, a medida que tu amor se
derrama sobre estas páginas, a medida que cada uno de nosotros encuentra dentro de su corazón
aquellas cosas que necesitan curación para ser liberadas, te alabamos y te damos gracias, Señor,
porque sabemos que así se está produciendo. No hay poder en el cielo o la tierra que impida que esto
se lleve a cabo, porque ya ha sido consumado. Señor Jesús, Tú dijiste en la cruz: “Todo se ha
consumado”.
PRIMERA CONCLUSION PARA LOS RELIGIOSOS
A medida que surgimos de ese período de nuestras vidas y comenzamos a entrar en la
vocación a ala cual Tú nos llamaste, oramos por la curación de las dificultades que encontramos en
nuestro camino. Oramos especialmente por todos tus religiosos, tus sacerdotes, hermanos y
hermanas, para que tu mano curadora caiga sobre ellos y que la misma toque cada una de las
comunidades religiosas y diocesanas que ellos representan. Oramos para que lleguemos a conocer el
amor personal profundo que Tú sientes por cada uno de nosotros, porque sin este amor, somos
incapaces de amar a otros; sin tu amor, somos incapaces hasta de amarnos a nosotros mismos.
Seca cualquier lágrima en nuestros ojos, remueve de nuestros corazones cualquier dolor,
cualquier sufrimiento que jamás hayamos conocido. Hay muchos que han experimentado el cambio
repentino de asignaciones, el cambio repentino de superiores. Oramos para que Tú cures nuestras
heridas que han sido inflingidas sobre nosotros, para que al no recordar los eventos del pasado, las
barreras de hostilidad que nos mantienen separados de nuestros superiores, nuestros párrocos,
nuestros obispos, nuestros feligreses, nuestros estudiantes barreras que nos dividen entre sí, pero
más especialmente las barreras que nos mantienen lejos de Ti, se derrumbe. Oramos para que hoy
seamos elevados a Ti a una dimensión nueva de amor, transformados, y que la Buena Noticia de tu
amor se extienda sobre toda nuestra tierra, para que tu pueblo sepa que eres Tú quien los ama en y a
través de nosotros. Oramos para que tu gloria se haga manifiesta y para que la unidad sea completa,
para que hoy salgamos con un propósito de renovación y con una valentía que sólo puede venir de tu
unción.
Señor Jesús, a medida que Tú derramas tu amor sobre esta habitación, a medida que Tú amor
se derrama sobre estas páginas y a medida que cada uno de nosotros encuentra dentro de su corazón
aquellas cosas que necesitan curación para ser liberados, Señor, te alabamos y te damos gracias,
Señor, porque sabemos que así se está produciendo. No hay poder en el cielo o la tierra que impida
que esto se lleve a cabo, porque ya ha sido consumado. Señor Jesús, Tú dijiste en la cruz: “Todo se ha
consumado”.
CONCLUSION ALTERNA PARA LOS RELIGIOSOS
Existen aquellos a quienes Tú estás llamando para que sean los profetas de hoy, llamándolo al
exilio dentro y fuera de la comunidad, para que en tu Espíritu sea liberado. Existen aquellos a quienes
Tú estás preparando ahora y llamándolos a efectuar una labor especial como hicieron Abraham, José,
Moisés y Ruth depositar sus vidas como pan partido y vino derramado para tu pueblo. Para ellos,
partir significa mucho más que sólo la transferencia física, con sus propios esquemas de
pensamientos, valores y puntos de vista, partir y abandonarse con la seguridad de que tu protección
será eterna para tu pueblo escogido. Señor Jesús, nos mantenemos firmes sobre esta promesa y te
pedimos que podamos salir con propósito de innovación y una valentía que vienen sólo de tu unción.
Señor Jesús, a medida que tu amor se derrama sobre esta habitación, a medida que tu amor se
derrama sobre estas páginas y a medida que cada uno de nosotros encuentra dentro de su corazón
aquellas cosas que necesitan ser curadas, ser liberadas, te alabamos y te damos gracias, Señor,
porque sabemos que así se está produciendo. No hay poder en el cielo o en la tierra que impida que
esto se lleve a cabo, porque ya ha sido consumado Señor. Tú dijiste en la cruz: “Todo se ha
consumado”.
CONCLUSION PARA LAS PERSONAS CASADAS
A medida que surgimos de ese período de nuestras vidas y comenzamos a entrar a una
vocación a la cual Tú nos llamaste, oramos para una curación de las dificultades que nos cayeron
encima. Oramos especialmente por los esposos y las esposas y por sus matrimonios, para que Tú
cures aquellas cosas que sucedieron entre ellos, los dolores y frustraciones que pueden venir a las
personas que tratan de vivir juntos y de conocerse el uno al otro en una relación muy íntima Eres Tú
nuestra paz y eres Tú a quien nos volvemos pidiéndote que hagas de cada matrimonio dos personas
en un solo espíritu y amor, rompiendo las paredes de hostilidad que los separa. Purifica cada uno de
estos matrimonios para que así puedan comenzar otra vez como nuevos, liberados y curados.
Nosotros oramos que no temamos compartir unos con otros nuestro cáliz de debilidad.
Ayúdanos a la participación de la vida construida no en un ideal falso, sino en una esperanza real, con
fe en nosotros mismos y con confianza en cada uno de nosotros. Oramos, Señor, que la vida que
compartimos sea tu vida. Oramos para que tu vida se extienda en nosotros, para que a medida que
abrimos las puertas de nuestros corazones, Tú cures las heridas, las frustraciones, nuestros
malentendidos con nuestra suegra, con nuestro suegro. Oramos para que abramos no solamente las
puertas de nuestros corazones, sino también las de nuestros hogares y que tu amor en nosotros se
extienda para incluirlos y abrazarlos. Te damos gracias Señor Jesús, por las palabras dichas a nosotros
por el profeta Isaías:
No se acuerden de lo pasado
Ni tengan en cuenta lo antiguo.
Miren, he aquí estoy haciendo algo nuevo;
ya está en marcha, ¿no lo reconocen?
(43, 18-19)
Señor Jesús, a medida que tu amor se derrama sobre esta habitación, a medida que tu amor se
derrama sobre estas páginas y a medida que cada uno de nosotros encuentra dentro de su corazón
aquellas cosas que necesitan curación, que necesitan ser liberadas, te alabamos y te damos gracias,
Señor, porque sabemos que así se está produciendo. No hay poder en el cielo ni en la tierra que
impida que esto se lleve a cabo porque ya ha sido consumado. Señor, tu dijiste en la cruz: “Todo se ha
consumado”.
ALGUNOS PASAJES DE LAS ESCRITURAS SOBRE LA CURACION
Escúchame, casa de Jacob,
y todos los supervivientes de la casa
de Israel.
Los que han sido transportados desde
el seno,
llevados desde el vientre materno.
Hasta su vejez, yo seré el mismo,
hasta que se les vuelva el pelo blanco,
yo los llevaré.
Yo lo tengo hecho, yo me encargaré,
yo me encargo de ello,
yo los salvaré.
(Isaías 46, 3-4)
A la caída del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; e
imponiendo El las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.
(San Lucas 4,40)
Se acerca un leproso suplicándole y puesto de rodillas, le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Compadecido de él, Jesús extendió su mano, lo tocó y le dijo: “Quiero; queda limpio”. Y al instante, le
desapareció la lepra y quedó limpio.
(San Marcos 1, 40-42)
En esto, una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, se acercó por detrás
y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: “Con sólo tocar su manto, quedaré curada”. Jesús se
volvió, y al verla le dijo: “¡Ánimo!, hija, tu fe te ha sanado”. Y quedó sana la mujer desde aquel
momento.
(San Mateo 9, 20-22)
Cuando los apóstoles regresaron, le contaron cuanto habían hecho. Y Él, tomándolos consigo,
se retiró aparte, hacia una ciudad llamada Betsaida. Pero las gentes lo supieron, y lo siguieron; y El,
acogiéndolas, les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser
curados.
(San Lucas 8, 10-11)
Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que lo toque. Tomando al ciego de la
mano, lo sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le
preguntó: “¿Ves algo?” El, alzando la vista, dijo: “Veo a los hombres, pero los veo como árboles que
andan”. Después, le volvió a imponer las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó
curado, de suerte que veía de lejos claramente las cosas.
(San Marcos 8, 22-25)
SANACION INTERIOR Y SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION
La Iglesia Católica tiene en el Sacramento de la Reconciliación un elemento maravilloso para la
consecución de la sanación espiritual. En la medida en que los Sacerdotes lo descubramos veremos
cómo la Pastoral de Penitencia, como la hemos llamado, se ilumina y enriquece con nuevas e
insospechadas realidades.
En esta búsqueda pastoral nos ayudarán mucho las ideas expuestas por la Iglesia en la
publicación del Nuevo Rito para la administración de este Sacramento en Febrero de 1974, y la
práctica de esta renovación.
1. Reconciliación es el nuevo término, y muy apropiado por cierto, para denominar al que
hemos llamado Sacramento de la Penitencia. En realidad, al recibir con fruto este Sacramento, no sólo
nos arrepentimos del pecado y lo confesamos al Sacerdote, sino que, como fruto de esto,
conseguimos el perdón y la plena reconciliación con el Señor con quien habíamos roto por el pecado.
No olvidemos que todo pecado es contra el amor y separa, no sólo de Dios, sino también de los
hermanos y rompe la armonía interior de nuestro ser. Leamos con atención lo que nos dice el Señor:
“Ponte en seguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu
adversario te entregue al juez y el juez al alguacil, y se te meta en la cárcel. Yo te aseguro que no
saldrás de allí hasta haber pagado el último céntimo”. (Mat 5, 25-26).
2. El nuevo rito favorece la confesión “cara a cara” y la merma importancia a la reja y a la tela
que la cubre. Esto para favorecer el diálogo que en presencia del Señor que es quien sana, deben
efectuar el Confesor y el penitente. El Confesor o el penitente darán comienzo a este servicio de
reconciliación con gran provecho si lo inician con la lectura de la Palabra de Dios.
3. Se recomienda la oración espontánea, sea efectuada por el Confesor, por el penitente o por
ambos. Se puede añadir a la absolución de los pecados de una oración para obtener la sanación
interior.
Pienso que la incorporación de la oración por la sanación interior aportará una gran
contribución para la renovación de este Sacramento.
4. Es necesario que como confesores no nos limitemos a ori una lista de pecados y a preguntar
si hay dolor y propósito de enmienda, sino que busquemos la raíz profunda de los pecados y oremos
para que el Señor las destruya con su amor. Sólo así conseguiremos el cambio verdadero en la
conducta y evitaremos la sanación de frustración que experimentan muchos penitentes, porque a
pesar de sus buenos y reiterados propósitos, vuelven a cometer las mismas faltas.
Los pecados representan el pasado, pero, con frecuencia, se necesita la curación interior para
que la vida del penitente cambie en el futuro.
El perdón de los pecados es una forma de sanación interior, pero sólo una. Podemos
complementarla con la oración. Así podrá llegar el amor del Señor más abundantemente. Somos
Ministros de la Caridad de Cristo.
Para obtener los resultados maravillosos que puede proporcionarnos el Sacramento de la
Reconciliación es preciso que tanto el Sacerdote como el penitente se acerquen a la confesión con
una fe muy viva en el poder del Espíritu Santo para cambiar la vida del penitente, cualquiera que sea
su situación. Esta falta de fe profunda en dicho poder explica los resultados tan lánguidos de muchas
confesiones.
“Explícitamente, el Sacerdote y el penitente deben esperar que el arrepentimiento genuino
conduzca a una unión más profunda con Dios y el prójimo mediante el poder del Espíritu Santo para
sanar heridas, liberar de las fuerzas del mal y fortalecer la capacidad de hacer el bien y resistir el mal.
Así mismo deben esperar, sin embargo, los tiempos que siguen a una conversión radical cuando el
penitente sólo batalla con faltas menores habituales.
Los de la Renovación Carismática han testimoniado el poder de Dios para sanar, liberar y
fortalecer. Han encontrado estos poderes disponibles mediante la oración y esperan que se
encuentren, por lo menos de la misma manera, presentes en el Sacramento de la penitencia. Tales
católicos creen que el Señor quiere perdonarlos y transformarlos de manera que fueren cristianos
libres y amantes, desencadenados de pecados habituales. Creen que el Señor asumió esos pecados y
los satisfizo plenamente al derramar su sangre. Creen que el perdón y la sanación ya están dados
mediante el poder de Jesucristo.
REEDUCACION INTERIOR
A lo largo de nuestra vida hemos adquirido muchos sentimientos torcidos y carnales, muchos
de los cuales se han convertido en hábitos que desorientan nuestra conducta, influyen
poderosamente en ella y nos hacen en la práctica muy anticristianos.
Son estos sentimientos y criterios los que llama San Pablo, obras de la carne, parte de las
cuales enumera en su Epístola a los Gálatas. Allí cita las siguientes, entre otras: odios, discordias,
celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias… Como contrapuestos a estas obras “carnales”
aparecen los frutos del Espíritu Santo que son: amor, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad,
mansedumbre, templanza” (Gal 5, 19-25).
Esta doble presentación que nos hace San Pablo del hombre “carnal” y del hombre “espiritual”
nos indica que podemos cambiar por obra de la gracia con nuestra cooperación y que podemos
reeducarnos.
San Pablo nos habla de un hombre viejo y de un hombre nuevo…
“Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo que se va
renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su Creador” (Col 3, 9).
Parecida invitación fórmula a los Efesios: “Pero vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si es
que habéis oído hablar de El y en El habéis sido enseñados conforma a la verdad de Jesús a
despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo los deseos
engañosos, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según
Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (4, 20.24).
En la Carta a los Colosenses nos invita a “dar muerte a todo lo terreno que hay en nosotros” (3,
5) y a desechar de nosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras. Todo
debe quedar lejos de vuestra boca” (3, 8).
Tenemos que anhelar y buscar una verdadera reeducación que nos renueve y que nos asemeje
cada día más a Cristo, cuyos sentimientos debemos adquirir como nos ordena el Apóstol: “Tened
entre vosotros los mismo sentimientos que tuvo Cristo” (Fil 2,5).
¿Cómo conseguimos esta reeducación? Haciendo el bien y practicando actos buenos
contrarios a los malos que hemos tenido costumbre de efectuar. Este es el gran método que nos
señala el Espíritu Santo por medio de San Pablo: “Por tanto, desechando la mentira, hablad con la
verdad cada cual con su prójimo. Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados. El
que robaba ya no robe, sino que trabaje con sus manos haciendo algo útil. No salga de vuestra boca
palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer bien a los que os
escuchan. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencias y cualquier clase de maldad desaparezca de
vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros perdonándonos mutuamente como os perdonó Dios en
Cristo” (Ef. 4, 25.32).
Observemos cómo el Apóstol no se limita a pedirnos que omitamos las acciones malas, sino
que nos exhorta a hacer las obras buenas contrarias. Debemos desechar la mentira y hablar con
verdad. No robar y, en cambio trabajar para conseguir lo necesario y poder ayudar a otros. Evitar la
frase dañosa y proferir, en cambio, la que edifica. Cambiar la cólera por la mansedumbre y la maldad
por la bondad.
Se trata del único método válido para una auténtica reeducación y que ya había sido
sintetizado por esa célebre consigna: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el
bien”. (Rom 12, 21)
Un hábito negativo no desaparece sino cuando es sustituido por un positivo.
Así como la justificación, según la doctrina católica, no consiste sólo en la desaparición del
pecado, sino también en la regeneración que nos comunica la gracia santificante, así también esta
reeducación sólo se logra en la medida en que un sentimiento carnal va siendo sustituido por otro
espiritual, y un hábito malo por uno bueno. Una de nuestras grandes necesidades es la de reeducar el
subconsciente en donde andan y han arraigado tantos malos sentimientos y hábitos carnales.
¿Cómo lo conseguiremos? Si nos dedicamos a crear pensamientos y sentimientos buenos,
animados por el Espíritu de Amor.
Creemos pensamientos de amor y compasión y así destruiremos, poco a poco, el odio que hay
en nuestro mundo interior y empezarán a desaparecer los sentimientos de ira, dureza y enemistad
que afloran con tanta frecuencia en nuestra conducta diaria.
UN SACERDOTE SANA
Un día me pidió un Sacerdote que orara por él. Amaba la Renovación y estaba descubriendo
con admiración creciente el poder de sanación interior que hay en Jesús. “Me siento muy cambiado.
Estoy mucho mejor en mi interior que antes, pero sé que aún necesito mucha sanación interior”. ¿Y
qué es lo que más te preocupa en este momento?, le pregunté. “Tengo la impresión de que soy poco
aceptado. Creo que mis Superiores no me quieren, ni tampoco mis feligreses. Me da la sensación de
que me toleran, pero no me siento amado. En el fondo me siento rechazado”. Esta situación me ha
mantenido en una dolorosa soledad espiritual. Por fortuna la experiencia que he tenido del amor de
Jesús me ha dado nuevos bríos. Su presencia amorosa me está sanando pero sé que necesito ayuda y
por eso he venido, para que oremos para que el Espíritu del Señor sane las zonas profundas de los
rechazos que recibí al comienzo de mi vida, pues tengo el presentimiento de que algo no estuvo bien
y que esa falta de aceptación plena ha repercutido en mi situación posterior.
Oramos un rato para pedirle al Divino Espíritu que guiara nuestra oración de sanación y
pusiera en nuestros labios lo que decíamos decir. Al terminar le dije: “Creo que debemos
concretarnos ahora a pedir la sanación de la falta de aceptación que tuviste varias veces desde tu
concepción hasta tu nacimiento. Han venido a mi memoria ahora las palabras del Salmo 50: “en
pecado me concibió mi madre”. No es que el acto de nuestra concepción haya sido pecaminoso, sino
que el pecado de nuestros padres y de nuestros antepasados haya quizás dejado tales huellas en
nuestros padres que les haya impedido engendrarnos y concebirnos con perfección de amor y, en
cambio, quizás lo hicieron con sentimientos de egoísmo, de miedo o de rechazo materno que
constituyeron ya nuestro primer trauma. ¿Qué hacer entonces? Pidámosle a Jesús que El que estuvo
presente en ese instante ponga los sentimientos, las actitudes, los afectos y el amor debidos para que
ese acto definitivo sea el comienzo feliz de nuestra existencia. “Quita de nuestros padres en ese
instante de nuestra concepción todo sentimiento de angustia, de violencia, de miedo, de egoísmo y
llénalos de tu amor. Sana Señor Jesús el momento y el acto de nuestra concepción. Que tanto mi
padre como mi madre deseen con amor muy grande mi concepción. Que anhelen mi concepción,
Señor. Gracias porque sé que nos oyes: Guardamos silencia un rato repitiendo esta súplica con la
seguridad de que el Señor la oía y acogía.
¿Tú eres el primogénito? Le pregunté. ¡Sí!, me respondió. “¿Tu madre ha sido tranquila o
nerviosa?” “Muy nerviosa y muy ofuscada”. Contestó. Oremos entonces para que le Señor sane los
rechazos que pudiste recibir de su parte durante los meses del embarazo. Recuerdo ahora las
profundas palabras del Salmo 70: “en el vientre materno ya me apoyaba en Ti, en el seno Tú me
sostenías” “Desde el vientre de mi madre, Tú eres mi Dios” (S. 22) y entonces oramos así: “Señor
Jesús, no sé si mi madre sintió miedo, en lugar de alegría cuando comprobó que me había concebido.
Tal vez estaba sola y se sintió asustada al pensar en lo que le esperaba. Acércate a ella en ese
momento tan importante y quita de su mente toda idea sombría y llénala de alegría al saber que va a
ser madre. Haz que sienta el deseo de ver a mi padre pronto para darle la buena noticia. Llénala de
felicidad… y que esa alegría se transmita a mi mente y la sane del trauma que recibí cuando fui
rechazado sin que mi madre tuviese la culpa, pero debido a su nerviosismo.
Y después de un rato de silencio, durante el cual contemplamos a Jesús realizando esa
sanación en nuestra madre y en nosotros, continuamos así: “Señor, quizás en los meses posteriores
de la gestación, mi madre sintió pesar de llevarme en su seno, porque se sintió enferma, porque mi
padre la dejó sola por estar con amigos o por su trabajo. Fueron momentos de rechazo para mí que
repercutieron ya en mi mente y me traumatizaron profundamente. ¡Señor! Hazte presente en cada
uno de esos momentos y cambia los pensamientos y sentimientos negativos de mi madre por otros
positivos y alegres. Veo Señor cómo le das paz en ese momento, y haces que se sienta feliz al saber
que crezco en ella y que pronto será madre. Gracias Señor por la felicidad que le comunicas y que yo
experimento. Qué bueno eres Señor. ¡Bendito seas Señor! Después de esto nuestro silencio fu más
largo mientras veíamos a Jesús efectuar esta serie de sanaciones, a la vez que experimentábamos una
gran paz interior que iba disipando y sanando ideas y traumas de rechazo. Saboreamos de nuevo las
palabras del Salmo: “en el vientre materno ya me apoyaba en Ti”. Me siento tan bien exclamó mi
hermano Sacerdote. Siento que se me quita un peso. Estoy ahora más seguro. La certeza de que Jesús
me ama desde el seno de mi madre me da ahora una seguridad que nunca había experimentado.
Le dije: “¿Por qué no oramos por la sanación de los posibles traumas recibidos durante el
nacimiento? Fuiste el primer hijo y no sabemos cuán difícil haya sido tu alumbramiento y las angustias
de tu madre en las horas previas y durante él. ¡Señor Jesús! Tú estás allí en ese momento, derrama
paz sobre mi madre en el momento de darme a luz. Sana lo que me haya traumatizado en ese
momento. Recuerdo ahora las palabras del Salmo como escritas para mí: “En verdad Tú eres el que
me sacaste del vientre, el que me inspirabas confianza desde los pechos de mi madre. Desde el útero
fui entregado a Ti”. (S. 22, 10).
Terminada la oración me comentó mi amigo: “¿Cuántas personas estarán traumatizadas desde
su concepción sin saberlo y sin esta gracia de sanación?” Son muchos los que son concebidos sin
amor, sin ser deseados, y aún como fruto de la brutalidad o de la violencia. ¡Pobres vidas! A cuántos
los quieren hacer abortar. A cuántos les llegan los malos tratos y los golpes que reciben sus madres
cuando están embarazadas. Me explico ahora por qué tantos tienen un complejo profundo de
rechazo. Creen que nadie los acepta. Que todos lo rechazan.
Días después volvió a visitarme este Sacerdote y me dijo: “Me siento mucho mejor después de
la oración que hicimos hace una semana. ¿Por qué no continuamos orando en esta dirección?” Con
mucho gusto. Jesús está aquí con nosotros y es nuestro Salvador total y “el médico de las almas y de
los cuerpos” como lo llama la Iglesia en su Liturgia.
Y TAMBIEN UN PROFESIONAL
N.N. es un profesional muy distinguido, dueño de una gran cultura y de mucho dinero. Todo lo
que lo rodea anuncia felicidad: una esposa hermosa y delicada que lo ama; unos hijos que sobresales
por su dinamismo y capacidades; una salud corporal excelente para sus 42 años y un porvenir muy
promisorio. Pero… es un hombre angustiado, dominado por el miedo y varias veces ha tenido que ir a
la clínica por depresión aguda. ¿Qué le pasa? El especialista dice que no encuentra la causa. Ha
buscado alivio en la medicina y en la oración. Cree mucho en ella y además da a los pobres de acuerdo
con sus posibilidades.
Un día me buscó en Bogotá, ciudad donde reside. “Vengo porque creo que tengo una opresión
demoníaca. No encuentro otra causa que explique mi situación de angustia y de miedo. Ore por mí”
Nos unimos en oración para pedir al Espíritu Santo su luz en ese momento. Terminado que la
hubimos, le dije que habláramos un poco acerca de sus relaciones con su padre. Poco a poco empezó
a descubrir su posición frente a él que había sido de gran respeto y de temor porque había sido de
gran respeto y de temor porque había sido una persona muy inteligente, muy fuerte, muy exigente,
siempre le tocó trabajar con él hasta que se independizó para ejercer su profesión de abogado.
¿Cuándo tuvo usted su primera depresión que lo obligó a ir a la clínica? Le pregunté: “Después
de la muerte de mi padre. Antes de morir me encargó el cuidado de mis hermanos y como varios de
ellos hicieron malos negocios y perdieron su fortuna o gran parte de ella, me sentí muy preocupado,
adolorido y finalmente deprimido. Aún ahora me siento angustiado cuando conozco los problemas de
mis hermanos”.
Durante largo rato fue enumerado hechos que mostraban cada vez más claramente cómo su
vida había quedado ligada cada vez más estrechamente a la persona autoritaria y exigente de su
padre, del cual se creía, aún ahora, el delegatorio y el reemplazo.
Le dije: lo que lo tiene enfermo es la serie de cuerdas que lo ataron a su padre y que sólo
pueden ser cortadas por Jesús para que usted se sienta libre, con la libertad que da el Espíritu Santo.
Vamos ahora a pedir esta liberación.
Y oramos pidiendo al Señor, presente entre nosotros, que fuera cortando, una tras otra, esas
cuerdas. Fuimos repasando los recuerdos más dolorosos en ese campo de la opresión y
deteniéndonos con Jesús para que cortase cada una de esas ligaduras. Después de dos horas de
oración exclamó éste profesional: “Gracias Señor por la paz que experimento. Gracias porque veo el
camino. Gracias porque ahora empiezo a sentirme libre. Gracias porque te veo en lugar de mi padre a
quien he podido perdonar hoy.
Antes de despedirnos le dije: “Vino para que el Señor lo liberara de un demonio y lo ha
liberado de lo que lo tenía oprimido: la dependencia de su padre que hasta hoy estaba en su
subconsciente mirándolo, dándole órdenes, reprimiéndolo por sus fracasos con sus hermanos,
exigiéndole una conducta exagerada con los pobres, frunciéndole el ceño por todo lo que había hecho
mal, y en una palabra dominándolo e impidiéndole sentirse libre. Demos gracias al Señor, nuestro
Liberador, porque hoy ha cortado estas cuerdas y lo ha liberado. El continuará esta liberación en
usted respecto a su padre y a quienes hayan ocupado un papel parecido como el Gobierno, la oficina
de impuestos, etc. Gloria al Señor.
Toda persona que se siente atada instintivamente busca liberarse. Hace toda clase de
esfuerzos para lograrlo. Mientras forcejea se vuelve agresiva y si no consigue esa liberación entra en
un estado de aflicción que puede convertirse en depresión. Por eso la necesidad que tenemos de que
el Señor corte las ligaduras emocionales que nos mantengan exageradamente atados a determinadas
personas. Sólo El puede hacerlo. Pero no hay que olvidar que la sanación interior es un proceso no un
momento. Por eso este ejercicio de cortar lazos emocionales tiene que repetirse hasta que la
liberación sea total. Entonces descubriremos la riqueza de estas palabras santas: “Donde está el
Espíritu de Dios, allí está la libertad” (II Cor. 3, 17).
UNA RELIGIOSA QUE PUDO PERDONAR A SU PADRE
En mis encuentros con las Religiosas he comprobado cómo muchas veces sus problemas y
dificultades en la vida de oración obedecen a falta de sanación interior y no a pruebas del Señor o a
otras causas como ellas o sus directores espirituales opinan.
Una religiosa muy observante y generosa me planteó varias veces su dificultad para
encontrarse feliz con el Señor en su oración. Buscamos varias causas posibles, tales como apego a
algo, deficiencia en la salud, ambiente impropicio, etc. Y vimos que ninguna de ellas existía. Varias
veces llegamos a la conclusión de que se trataba de una prueba del Señor que era preciso sobrellevar
con paciencia hasta que llegase la hora de su manifestación. Pero un día al hablar con ella sentí la
necesidad de indagar por su niñez para ver si aparecía alguna causa que explicase al menos en parte,
esta situación. ¿Cómo fueron sus relaciones con sus padres? Le pregunté. Pedimos luces al Señor y
pronto me dijo: “desde niña me di cuenta del proceder de mi padre con mi mamá y su frialdad con
nosotros y esta realidad me ha herido mucho. No nos faltó nada en cuestión económica, pero sí
afectivamente”.
Se da cuenta, le dije, de que en su corazón hay un rencor oculto que le ha impedido perdonar
a su padre. Calló y después de reflexionar exclamó: “ahora lo comprendo”. Vamos a orar para que
Jesús empiece a sanar todos los recuerdos dolorosos que usted conserva de su padre y le dé un amor
muy grande para perdonarle, pero de corazón. Para que usted experimente amor hacia él. Vamos a
orar para que el Señor empiece hoy un proceso de sanación interior del resentimiento y para que este
proceso continúe después. Así lo hicimos durante un rato y al terminar se sintió más tranquila y con
más esperanza. Le recomendé que durante los días posteriores fuera pidiendo al Señor la sanación de
todos los recuerdos dolorosos que tuviera con su padre y la de los que guardase reprimidos. Mese
más tarde recibí de ella una carta en la cual me escribía, entre otras cosas, las siguientes: “Demos
gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Demos gracias al Señor por las maravillas que se han obrado en mi alma en este mes y medio. Creo
firmemente que puedo y debo ser contemplativa. Es el Espíritu quien me guiará a la meta. Mi pobreza
es suma, pero ya no me espanta, porque Cristo la ha asumido”.
“En un rato de oración muy intensa yo sentí, pero creo decirte que no fue un sentimiento de
mujer sensible, sino que era la obra que Cristo había comenzado en mí, Mi Sanación. Después de
pedir perdón con el Salmo 129, algo pasó por el fondo de mi ser, que me lleva a exclamar el Cántico
de Isaías: “Me has curado, me has hecho revivir. La amargura se me volvió paz cuando detuviste mi
alma… Desde ese instante mi vida cambió, a pesar de que estoy en fe pura, pero segura”.
Este caso puede orientarnos para descubrir cómo muchas veces las dificultades para
experimentar en la vida consagrada la paternidad amorosísima de Dios obedecen a un resentimiento
profundo que hemos guardado, inconscientemente quizás, contra nuestro padre o contra nuestra
madre. Y todo lo que hagamos para superar dicha situación será inútil mientras no consigamos del
Señor Sanación interior y un gran amor que nos permita perdonar y amar cordialmente a quien
rechazamos porque nos rechazó.
Es aquí donde adquieren un nuevo valor para nosotros las palabras del Señor: “Si, pues, al
presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo qué
reprocharte, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano;
luego vuelves y presentas tu ofrenda”. (Mt. 5, 23-24).
LA SANACION INTERIOR ES UN PROCESO
La sanación interior requiere un proceso largo y no el fruto de un momento. Esto debe ser
tenido en cuenta, a fin de evitar desilusiones y aún frustraciones. Nos hemos ido enfermando
progresivamente; también debemos recuperarnos de la misma manera. Hay quienes creen al oír
hablar de la sanación interior, que esta resultará como por obra de magia en un instante. No es ese el
plan ordinario del Señor. El puede obrar como lo desee, pero generalmente va manifestando su amor
y comunicando su paz a lo largo de los días y como respuesta a la búsqueda constante del hombre.
Lo cierto es que jamás nos acercaremos a Jesús en demanda de su Salvación sin que
encontremos alguna manifestación de su amor salvífico. El es el amor y vive siempre e espera de
nuestro acercamiento. Jamás nos despide con las manos vacías. Lo que sucede sí, es que muchas
veces no queremos quitar los obstáculos que impiden que el río de su paz llegue a determinadas
zonas. El Señor nos exige determinadas inmolaciones, sacrificios y esfuerzos concretos. Nos ordena
dar los pasos que nos corresponde adelantar en busca del hermano. La sanación interior es la obra del
Señor sí, pero está condicionada a nuestra colaboración. Somos enfermos, pero libres. Nuestra
libertad tiene que manifestarse en la obediencia voluntaria a la voluntad del Señor. Por eso
encontramos en el Evangelio frases como estas: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el alatar te
acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo qué reprocharte, deja tu ofrenda allí, delante
del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda”. (Mt.
5, 23-24).
Es inexplicable que en momentos especiales se experimenten una acción muy intensa de
sanación interior. Por ejemplo, cuando una persona descubre la realidad de esta sanación y tiene un
encuentro profundo con el Señor para pedirle este beneficio tan grande, generalmente siente
inmediatamente sus efectos positivos.
Esto mismo sucede y con mayor intensidad cuando la persona recibe por primera vez el
ministerio de sanación, esto es, cuando se reúne con otra persona o con un equipo para buscar en su
compañía la sanación del corazón que da Cristo. La intensidad de estos momentos especiales deja un
alivio muy grande, pero no constituye una sanación completa. Hay que continuar el proceso que
puede ser largo, según nuestra realidad personal.
PERDONAR ES SANAR
El odio enferma y el perdón sana. Esta es la gran verdad que todos debemos tener presente en
nuestra conducta. Solamente en la medida en que perdonemos de corazón, esto es, en la medida en
que lleguemos a mar al que nos ha ofendido, sanarán nuestras heridas íntimas. Pero esto no es
posible sin la acción del Espíritu del Señor en nosotros. Sólo El puede capacitarnos para realizar el
anhelo de San Francisco de Asís: “que donde haya odio ponga yo amor”.
Lo primero que se requiere para esto es que descubramos todo el odio que hay acumulado en
nosotros a lo largo de nuestra vida. Que sepamos en realidad a quién odiamos en qué grado. Y esto
no es fácil porque muchas veces creemos que amamos a las personas porque vivimos con ellas, las
respetamos, les prestamos servicios, oramos por sus intenciones; y sin embargo guardamos
resentimientos muy profundos porque nos han rechazado muchas veces.
Dediquemos el tiempo que sea necesario para clasificar y determinar las personas contras las
cuales tenemos resentimientos.
Empecemos por Dios Nuestro Señor. ¿No estamos resentidos con El porque creemos que no
nos ama como a los demás? ¿Porqué ha permitido tal o cual pena? ¿Porque no ha atendido
aparentemente la súplica que le hemos hecho por tal o cual intención? Hay más resentimiento contra
Dios en muchas personas del que creemos. Por eso vemos tantas actitudes negativas en el campo de
la fe y de la oración, y por eso también oímos a veces en los cristianos ciertas expresiones contra Dios
que son verdaderas blasfemias.
Encontramos este resentimiento particularmente en personas que han perdido un ser querido
en circunstancias muy dolorosas; en quienes padecen una enfermedad larga y penosa; en quienes
sufren por una calumnia grave o por un trato muy injusto; en quienes padecen los rigores de la
pobreza, de la incomprensión o del abandono.
Cada día descubro en mi ministerio la necesidad que tienen muchas personas de reconciliarse
con el Señor por quien experimentan un profundo resentimiento. Y es en este campo donde comienza
la acción salvífica del Espíritu Santo pues El da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios y en El gritamos: ¡Abba, Padre! (Rom. 8, 15-16)
La luz del Espíritu Santo nos va descubriendo la maravilla de la Paternidad amorosísima de
Dios y nos hace ver en todos los acontecimientos expresiones del amor de Dios, siempre adorable.
Una luz nueva se proyecta sobres los acontecimientos y empezamos a alaba al Señor y a expresarle
nuestra gratitud por su misericordia. Así se sana esta terrible enfermedad que nos impide disfrutar de
la Paternidad de Dios y abandonarnos confiadamente en su Providencia.
En este proceso de sanación del odio tenemos también que perdonarnos. Hemos acumulado
más odio contra nosotros mismo del que suponemos. Defectos personales, fracasos, el trato recibido
en el hogar y fuera de él y otras cusas nos han llevado a crear una imagen personal muy mala. Así es
imposible que nos amemos y que miremos el futuro con optimismo.
Los resultados de este auto-rechazo son funestos y llevan a la auto conmiseración, la que
pronto desemboca en la depresión. El auto-rechazo aviva el fuego de la rebelión en nuestros
corazones contra todo y contra todos. Esto sucede más, ahora, cuando vivimos en una sociedad cuyo
ambiente es la rebeldía. También crea un exagerado interés por las cosas materiales y por el placer
como única compensación del fracaso interior que se experimenta. Estas personas nunca saborearán
la vida del espíritu, ni el amor de Dios mientras no se contemplen en El y reciban la gracia de amarse
tales como el Señor las hizo y no descubran la luz del Espíritu sus valores y sus grandes posibilidades.
Sólo cuando nos miremos en el rostro de Dios podremos cambiar nuestra mala imagen
persona por una digna de un hijo de Dios.
En la medida en que establezcamos una relación personal con Dios a través de la oración
mejoraremos nuestra imagen y aprenderemos a apreciarnos y a amarnos. Poco a poco aprenderemos
a alabar al Señor por todo y a descubrir su amor en todos los acontecimientos.
PERDONAR DE CORAZON AL HERMANO
Cuando Pedro pregunta a Jesús cuántas veces debe perdonar a su hermano, y pone el número
siete como uno muy alto, el Señor le contesta: “No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete” (Mt. 18, 22). Sabía el Señor que son muchas las ofensas que todos recibimos a lo largo de la
vida y que es preciso perdonar siempre. Pero no se re refería a un perdón cualquiera sino al profundo,
al sincero, al perfecto. Por eso dice después: “Así hará con vosotros mi Padre Celestial si no perdonaré
cada uno a su hermano de todo corazón”. (Mt. 18, 35).
Perdonar de corazón al hermano es la exigencia evangélica. Nada fácil por cierto. No se trata
de perdonar con la mente y con la voluntad únicamente. Hay que hacerlo con el corazón, es decir, hay
que amar al enemigo. Esto sólo es posible cuando el amor de Dios se derrame de tal manera en
nosotros como don del Espíritu, que con él podamos amar a quien no nos ha amado. Esta es la
maravilla que solamente el Señor puede realizar en nosotros.
El evangelio tiene exigencias como esta del perdón de corazón que son imposibles para las
solas fuerzas humanas, pero que son obligatorias y posibles con la gracia y con el amor de Cristo.
Jesús perdonó de corazón a sus verdugos y oró por ellos en la Cruz porque estaba
interiormente sano y porque estaba abrazado de amor por todos los hombres, sin excepción.
Por esta misma razón no reaccionó con ira cuando la Samaritana le negó el agua que El le
pedía, y en cambio, le ofreció y regalo la fuente de aguas vivas de su Espíritu. Ese es Jesús.
Por eso dice el Señor: “perdonad y seréis perdonados” (Luc. 6, 37) y San Pablo escribe a los
Efesios: “Sed unos para otros bondadosos y perdonaos los unos a los otros, como Dios ha perdonado
en Cristo” (4, 32). Recordemos también lo que nos ha dicho el Señor: “Porque sí vosotros perdonáis a
otros sus faltas, os perdonará a vosotros vuestro Padre Celestial. Pero si no perdonáis a los hombres
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras faltas”. (Mt 6, 14).
SANACION DE LAS RELACIONES
Cuando las personas están enfermas en su interior sus relaciones son tensas, agrias,
amargadas por el odio, los celos, la irritabilidad, la incomprensión, las palabras duras las actitudes
frías y despectivas y otras reacciones negativas. Y son tantas las relaciones enfermas. Basta recorrer
hogares, las fábricas, los colegios, las universidades, las agremiaciones, las Comunidades Religiosas y
los Presbíteros Cuán pocas son las familias y las comunidades que están verdaderamente saneadas en
el campo de sus relaciones interpersonales.
Sólo el Señor puede sanar estas relaciones enfermas y desea vivamente hacerlo. Necesitamos
sí, acudir a El y dejar que su amor y su paz destruyan el odio y el miedo sanen heridas que nos
impiden comprendernos, aceptarnos y, lo que es más importante, amarnos.
Son muchos los esfuerzos que se hacen para lograr restablecer la unidad amorosa entre los
esposos; entre los padres y los hijos y la concordia entre los representantes del capital y los del
trabajo.
Se fomenta el diálogo, se facilita la ayuda de los consejeros, se difunden los conocimientos
psicológicos para que el hombre y la mujer puedan comprenderse mejor, se acude a la terapia de
grupo, y cada día aparecen en libros, revistas y periódicos consejos para obtener este fin tan loable y
tan anhelado. Sin embargo los resultados no son siempre los esperados. El mal perdura y se agrava en
muchos casos, pese a los mejores métodos y a los muchos esfuerzos. Las rupturas y las separaciones
aumentan. En una palabra las relaciones interpersonales siguen mal.
Aquí también hallamos la gran solución en Cristo, nuestro Salvador. Las personas que se
encuentran con el Señor y en el Señor y que oran con fe reciben la sanación progresiva de sus
relaciones enfermas. La experiencia nos está mostrando cada día nuevos casos que comprueban esta
afirmación.
Un Sacerdote me decía hace poco: “Antes de conocer la Renovación me limitaba a escuchar y
a dar buenos consejos a los esposos que venían a exponerme sus desavenencias y dificultades
matrimoniales. Confieso que obtenía muy poco. Casi siempre continuaba como antes, o aún pero.
Cuando descubrí la realidad de la salvación de Cristo que abarca a todo el hombre y a todos los
hombres, añadí la oración compartida a lo que hacía antes. Ahora los escucho y después los invito a
que digan al Señor lo que sienten y lo que desean. Los resultados son asombrosos. Tengo que emplear
esta palabra porque no veo muchos casos. Esta pastoral de reconciliación que antes constituía una
carga para mí, se ha convertido ahora en una fuente de muchas alegrías en mi vida sacerdotal. Ojalá
que muchos ensayaran este método”.
He comprobado muchas veces como, por ejemplo, en Retiros Espirituales, religiosos o segrales
que se rechazaban por diversas causas, se han reunido para pedirla al Señor la gracia de la sanación
de sus relaciones enfermas y han terminado felices y unidos profundamente en Cristo. Si todos
buscásemos este camino y empleásemos este método, veríamos muy pronto los mejores resultados.
A veces las relaciones entre las personas están enfermas, no por odio, sino por un amor
desordenado. Aquí también la solución es Jesús.
Varias veces me han pedido personas que sufren porque sus relaciones están manchadas por
lesbianismo, o por homosexualismo que ore por ellas y con ellas por la solución de este problema.
Cuando lo hemos hecho con fe en el poder y en el amor del Señor, y cuando la oración ha estado
acompañada de los esfuerzos personales y de las medidas de prudencia que son requeridas, los
resultados han sido muy positivos.
En estos casos no podemos pecar por inmediatismo. Si perseveramos en la oración y en el
esfuerzo veremos las maravillas del Señor en esas vidas que han estado turbadas y muchas veces sin
esperanza de solución.
Esta pastoral será distinta en cada caso, y en muchos de ellos será necesario orar primero por
la sanación de cada persona antes de reunirlas para pedir al Señor la sanación de sus relaciones. El
Espíritu Santo nos irá guiando en cada caso, si estamos llenos de El y si nos dejamos conducir por El.
SANACION DE LAS EMOCIONES
La parte emocional en nosotros ocupa un amplio campo y tiene un gran valor. Un hombre frío
que oculta y oprime el mayor número posible de emociones se aleja del ideal, sufre mucho y no es
canal abierto para comunicar amor y alegría.
El Doctor Spok de la televisión no puede ser modelo para nadie. Es tan distinto, por carecer de
emociones, que nació en otro planeta.
Cristo el Señor aparece en su Evangelio con la riqueza de sus emociones. “Llora frente a la
tumba de su amigo Lázaro” y al contemplar a Jerusalén y anunciar su destrucción futura. “Cuántas
veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido”. (Lc.
13, 34).
Es afectuoso con los niños. Siente compasión por las turbas que vagan como ovejas sin pastor,
y tienen hambre. Lo mismo experimenta frente a los enfermos. Resucita muertos porque comparte la
pena de una viuda, de unos padres desconsolados y de sus amigos de Betania.
Antes de la Pasión experimenta pavor, tedio y tristeza tales que lo obligan a exclamar: “Triste
está mi alma hasta la muerte”. (Mc. 14, 34)
Pero sus emociones fueron siempre sanas; lo que no sucede con las nuestras. Muchas de
nuestras emociones están enfermas, nos perjudican y hacen daño a quienes tienen que sufrir
consecuencias. También ahora se nos presenta Jesús, Salvador de todo el hombre, como la solución
de este problema. El puede y quiere sanar nuestras emociones enfermas, si acudimos a El con fe,
hacemos lo que está de parte nuestra y permitimos que su Espíritu actúe en nosotros.
El plan del Señor es que nosotros con su gracia lleguemos a dominar nuestro mundo
emocional, y no que él nos esclavice.
La primera gracia que debemos pedir es la de llegar a la convicción de que podemos cambiar y
mejorar en este campo. Con frecuencia sucede que hemos llegado a creer que un temperamento
violento es inmodificable. Que nuestras reacciones fuertes son incorregibles. Que siempre seremos
incapaces de enfrentarnos a las dificultades o de dominar determinados temores. Hay quienes creen
que sus enojos son parte de su personalidad y no ven le pecado que hay en ellos.
Con frecuencia después del “Bautismo en el Espíritu Santo” se experimenta un gran cambio
positivo en el mal genio, el miedo, la inseguridad, etc. Y se ve que con la gracia del Señor sí es posible
modificar lo que creíamos incorregible.
La luz del Espíritu Santo nos hace descubrir la raíz de nuestras fallas emocionales y nos indica
la manera de destruirlas paulatinamente. Vemos, por ejemplo, cómo el amor propio herido nos hace
explotar con palabras y actitudes agresivas. Cómo el temor causado por humillaciones o fracasos
pasados nos impele a huir cuando se presenta el menor peligro de rechazo. El reconocimiento del
Señorío de Jesús como una realidad que debe abarcar toda nuestra persona y toda nuestra vida se
convierte en una poderosa ayuda. Si empezamos a pedirle con fe a Jesús que sea el Señor de nuestras
emociones y acudimos a El con fe en los casos concretos veremos cómo en realidad El va ejerciendo
su Señorío sobre aquellas áreas emocionales que nos han dominado y atormentado tanto. Así
podremos exclamar con alegría: ¡El es el Señor!
Si nos abrimos al poder del Espíritu Santo y usamos los medios que El nos surgiera veremos
cómo tantos sentimientos, de miedo, angustia, ira, decaimiento, etc. Irán quedando dominados y
encauzados.
El Señor no quiere que seamos insensibles ni estoicos, como tampoco es su voluntad que
caigamos bajo el dominio de estas reacciones emocionales. El quiere que todo este mundo emocional
regulado y sanado por El sea puesto a su servicio y bajo su dominio de Señor y Salvador.
SANACION DE LOS COMPLEJOS DE INFERIORIDAD
Diversas causas han ido creando en nosotros una serie de complejos de inferioridad que nos
amargan, nos cohíben, limitan nuestra acción y nos impiden disfrutar plenamente de la vida.
Muchas de nuestras actitudes negativas obedecen a esa situación. Estamos muy limitados y
aún esclavizados por estos complejos que nos llevan a criticar a los demás, a quejarnos
indebidamente de todo, a sufrir con los buenos éxitos de los demás y a sembrar amargura en lugar de
alegría y felicidad.
Son muchos los que se consideran sólo de segunda o tercera clase. Muchos por pertenecer a
un continente que forma parte del “tercer mundo” se sienten menos. Si preguntásemos en una
encuesta cuál es su complejo mayor de inferioridad oiríamos respuestas como estas:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Se me ha inculcado desde niña la idea de que la mujer es inferior al hombre.
Soy pobre y los pobres no van a ninguna parte.
Mi falta de estatura me impide descollar en la escuela y esto me sucederá siempre.
Como no soy blanco no podré ocupar buenas posiciones.
Nací para bestia de carga y nadie me sacará del corral.
Me han dicho tantas veces que soy fea (o) y esto me hace sentir mal delante de los demás. Sé
que nunca seré apreciada (o) por esta causa.
7. Este defecto físico me cohíbe delante de los demás. Es para mí una verdadera calamidad.
8. Estoy marcado porque mi padre (madre, hermano, etc.) cometió tal crimen, tuvo tal debilidad.
9. Mi cuna no es limpia y por eso tendré que resignarme a una suerte negra.
10. A mí nadie me quiere. ¿Cómo puedo amar a los demás?
11. Me han repetido tanto que a las mujeres nadie nos entiende cuando hablamos que me siento
incómoda en toda reunión social.
12. He sido tan pecador que nadie me va a creer si le hablo de Dios y de su amor.
13. “Montañero no pega en pueblo” me dijeron siempre. ¿Cómo quiere que no me sienta
incómoda aquí?
Si no aprendemos a combatir estos complejos de inferioridad que todos tenemos, nos irán
esclavizando y perjudicando cada vez más. Esta superación debe ser una de nuestras principales
preocupaciones. Está bien que empleemos para ello todos los medios humanos que estén a nuestro
alcance y que en realidad sean útiles para tal fin. La psicología nos ofrece una valiosa contribución.
Pero en este problema, como en todos los demás, la gran solución la encontramos en el Señor.
Bárbara Morgan nos dice que ella fue hallando la manera de superar sus complejos de mujer
cuando tuvo la dicha de encontrar a Cristo como a su verdadero Salvador.
“En el Reino de Dios, escriben, las mujeres, lo mismo que los hombres, son llamados a una
plena e íntima relación con el Señor. En el Reino de Dios ser mujer no es menos que ser hombre”.
“Dios sí me entiende y el Señor quiere que los hombres y las mujeres se entiendan mutuamente y
todos debemos cooperar para la realización de este plan divino”.
“Sólo cuando por la santidad nos unamos con el Señor descubriremos lo que realmente
significa ser mujer”. “Me he sentido libre en la medida en que he aprendido a mirarme con los ojos
del Señor. El me ha mirado primero y con gran amor a pesar de mis defectos y pecados”. “El Señor
puede y quiere cambiarme”. Nuestra posición frente a estos complejos cambiará cuando pensemos
más en el Señor que en nosotros, y cuando nos importa más la opinión que tiene El de nosotros que la
de los hombres.
Alguien escribió sabiamente: “Quizás no nos preocuparía lo que la gente piense de nosotros si
supiésemos que muy pocas veces ocupamos sus pensamientos”. En cambio, siempre ocupamos el
pensamiento de Dios y El siempre piensa en nosotros con el amor y la preocupación del mejor de los
Padres y el más fiel de los Amigos. El nos ama como somos y quiere perfeccionarnos. Pero para ellos
necesitamos contar con El y aprender de El a amarnos.
SANACION DE ALCOHOLICOS Y DROGADICTOS
Uno de los efectos más admirables de la Renovación Espiritual es la sanación de muchas
personas que estaban dominadas por el alcohol o por las drogas. Esta es una realidad que puede
comprobarse todos los días y que constituye una de las mayores demostraciones del poder del
Espíritu del Señor. Quienes han leído “La Cruz y el Puñal” se han dado cuenta de lo que puede hacer la
gracia del Señor en todas las vidas, aún en las más envilecidas y esclavizadas. Lo que describe David
Wilkerson en New York es lo que aparece ahora en todas partes. La acción del Señor con todo su
poder y todo su amor no está limitada a un País o una determinada clase humana. El es Salvador de
todo el hombre y de toda la humanidad, sin distingos de sexos, edades, raza o posición social.
El alcoholismo, como la drogomanía son “adicciones” en el sentido médico y psiquiátrico. Por
eso nunca están los alcohólicos en capacidad de tomar licos, por poco que sea, sin peligro. Siempre
tienen la misma propensión a continuar bebiendo, una vez que empiezan a hacerlo. Sólo el Señor
puede sanarlos. Sólo con su poder puede romperse la atadura, la adición, que los mantiene ligados a
la bebida; lo mismo sucede con los drogadictos.
El problema está en despertar en estos enfermos la confianza en el amor y en el poder
salvíficos de Cristo a fin de que oren con fe para conseguir su liberación. El alcohólico no confía en
nadie. Por eso no puede recibir tratamiento psiquiátrico. No es capaz de hacer su transferencia a ese
desconocido que es el médico. Tiene miedo a todos y está psicológicamente derrotado. Pero con la
gracia del Señor puede confiar en él, abrirle sus brazos en demanda de salvación y recibirla.
Esto no excluye su colaboración personal que exige muchas privaciones, ni el de empleo de
medios humanos y divinos como la higiene de vida, la organización, la autodisciplina y especialmente
la oración. También es indispensable que la persona que ha sido liberada por el Señor de las cadenas
del alcohol o de la droga busque y reciba la ayuda fraternal de su grupo de oración. Allí podrá
encontrar el ánimo, el consejo, la fuerza, la orientación y el amor que necesita en determinados
momentos. La ayuda del grupo de oración no se limita a la suplica o acción de gracias por la persona.
Va más allá de la reunión semanal y se concreta en el momento requerido y en los medios adecuados
a las necesidades del hermano. En un verdadero grupo de oración encuentran estas personas que
antes fueron víctimas del alcohol o de las drogas, la ayuda fraternal que anhelan y que nadie mejor
que el grupo puede brindarles.
SANACION INTERIOR Y EXPERIENCIA DE DIOS
Más de una vez encontramos el caso de una persona que hace “El Seminario de Vida en el
Espíritu”, que ora y recibe oración para recibir “la efusión del Espíritu”, y sin embargo, continúa
aparentemente lo mismo, sin disfrutar de esta experiencia del amor de Dios que tantos y tan valiosos
frutos produce. ¿A qué se debe esto? Muchas veces está la causa en la falta de sanación previa. Tiene
tantas heridas profundas. Ha sufrido tantos rechazos; ha acumulado tanto odio y miedo; tiene tales
complejos de culpa o de inferioridad que lo mantienen tan bloqueado interiormente que no es capaz
de percibir los efectos de la presencia del Espíritu Santo en su vida.
Por esta razón es muy conveniente hacer oración por sanación interior antes de orar por “el
bautismo en el Espíritu Santo”.
Cada día me convenzo más de que muchas personas que aman la oración personal y la
practican con generosidad y asiduidad no progresan en ella y viven en una larga y penosa sequedad
por la misma razón, porque no se han sanado interiormente. Cuando esto se consigue, cambia la
situación interior y se abre el camino del diálogo amoroso con el Señor y aún el de la contemplación
infusa. Lo he experimentado con varias religiosas y he visto efectos sorprendentes. Más aún, creo que
habría que revisar muchos conceptos que existen acerca de “las noches” en el sentido de buscar en la
falta de sanación interior la explicación de muchas situaciones penosas y permanentes en almas que
se han dado generosamente al Señor y anhelan la unión con Él. Si se encuentra que la causa de este
estad obedece a la enfermedad del corazón, es decir, del mundo de las emociones y de los recuerdos,
hay que trabajar primero por su curación y no limitarnos a decir a estas personas que tengan
paciencia y que esperen la hora del Señor. Somos, a veces, muy simplistas cuando tratamos
problemas tan graves y difíciles.
Ojalá todos lleguemos a la convicción de que para poder experimentar la presencia amorosa
del Señor en nuestras vidas y para disfrutar de su amistad se requiere la liberación de muchas
cadenas que nos tienen oprimidos interiormente. Si estamos bloqueados por el odio, por el miedo,
por la ansiedad o por la angustia, no será posible que el Río del Espíritu llegue a todas las zonas de
nuestro ser con toda su capacidad de purificación y de fecundidad. Es preciso, pues, destapar los
canales y limpiar los conductos para que estas aguas del Espíritu puedan llegar a todos los puntos de
nuestra persona.
El Señor nos enseña claramente esto con su modo de actuar el día de Resurrección.
Leamos el relato que nos hace San Juan: “Al atardecer de aquel primer día de la semana,
estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros”. Dicho esto les mostró las manos y
el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: “La paz con vosotros. Como el
Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos”. (Jn. 20, 19-23)
Notemos como Jesús tiene que presentarse delante de sus discípulos, “estando cerradas las
puertas por el miedo que tenían a los judíos”. “Puesto en medio de ellos”, les dice dos veces: “La paz
con vosotros”. Cuando ellos han perdido el miedo y “se alegran viendo al señor”, El les dice: “Recibid
el Espíritu Santo”. Empieza por la sanación del miedo, por la comunicación de la alegría y después les
infunde su Espíritu.
El Señor procede ahora de idéntica manera. Primero nos sana interiormente y después nos da
su Espíritu Santo en plenitud.
SANACION INTERIOR DE LAS FAMILIAS Y DE LAS COMUNIDADES
La persona que anhela y busca sanación interior encuentra una dificultad especial porque vive
en un medio hostil que está enfermo por el odio, las discordias, las envidias, los recelos y otros males
parecidos. Vive en una familia o en una Comunidad enferma.
¿Qué hacer en este caso? Hay que buscar la curación interior y, al mismo tiempo la
comunitaria.
Mientras la Comunidad permanezca enferma, contaminará a los que lleguen allí y dificultará la
sanación de los miembros que la deseen. Hay que purificar la Cada para que el enfermo que reciba la
curación no recaiga. Esto vale para lo corporal y para lo espiritual.
¿Es posible la sanación interior comunitaria? Claro que sí. El amor del Señor puede solucionar
todos los problemas. El llevó la paz y la alegría a muchos hogares que estaban destrozados. Ahora
puede y quiere hacer lo mismo.
¿Qué se requiere para ello? Que toda la Comunidad reconozca que está enferma y desee
sinceramente su sanación interior. Esto no es muy fácil. Tampoco lo es que la Comunidad crea en la
fuerza de la oración comunitaria y en el poder y en el amor de Jesús que desea renovar por su Espíritu
las personas y las Comunidades. Pero si la Comunidad que descubre la realidad de su enfermedad
interior y quiere curarse empieza con tal fin a orar unida, pronto aparecen los buenos resultados. Aquí
tienen cumplimiento de las palabras de Jesús: “Aún más: Os digo en verdad que si dos de vosotros
conviniéreis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os la otorgará mi Padre, que está en los cielos.
Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18,
19-20). Esta Comunidad orante experimenta así un aumento en su fe, y ésta alcanza del Señor nuevas
gracias de sanación. El grupo de personas que conducía al paralítico para que Cristo lo curase, creció
de tal modo en su confianza que “Jesús viendo la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: confía
hijo: tus pecados te son perdonados”. (Mt. 9,2). Y es que en esos momentos hay una corriente fuerte
de fe que llega a todos los miembros y enciende la de quienes la tienen débil.
Cada día admiramos más los efectos de la oración compartida cuando es animada por el
Espíritu del Señor. Y es que, en verdad, el grupo orante experimenta de manera inefable la presencia
amorosa del Señor, y El se complace en sanar el odio, el miedo, la inseguridad y todo lo que haya
enfermado a sus hermanos.
Ilustra mucho ver la insistencia de Jesús antes de su muerte para que sus discípulos oren
unidos: “lo que pidiéreis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo; si me
pidiéreis alguna cosa en mi nombre, yo la haré”. (Jn. 14, 13). En aquel día no me preguntaréis nada;
en verdad, en verdad os digo: cuanto pidiéreis al Padre os lo dará en mi nombre” (Jn. 16, 23).
Afortunadamente ellos aprendieron la lección y por eso nos dicen los Hecho: “Todos estos
perseveraban unánimes en la oración”. (1, 14).
Los frutos de la oración de una Comunidad para alcanzar su sanación aparecen
progresivamente Las personas empiezan por aceptarse mutuamente, tales como son, con sus
cualidades, defectos y limitaciones. Poco a poco van comprendiendo mejor y aprenden a valorarse.
Después empiezan a amarse sinceramente con la caridad que el Espíritu Santo “derrama en sus
corazones”. En la medida en que crece el amor aparece el servicio desinteresado y alegre y también la
capacidad de perdón.
Solamente el Espíritu del Señor puede formar comunidades verdaderas porque en El está la
fuente del amor y solamente el amor une profundamente. En la medida en que crece el amor
comunitario se efectúa la sanación interior de la comunidad enferma y su verdadero progreso. El
amor del Señor la sana, la une, la fortalece, la defiende, la llena de paz, la convierte en fuente de
alegría y la santifica constantemente. “Dios es amor, y e que vive en el amor permanece en Dios y
Dios en él”. (1 Jn. 4, 16)
Conviene advertir que en muchas ocasiones, solamente una parte de la familia o de la
Comunidad deseará la sanación interior. Aunque en estos casos se dificultará la sanación, no por eso
dejará de conseguirse por parte de los miembros que la busquen.
Sobra decir que también en el trabajo de sanación comunitaria es muy útil la visualización de
la acción de Jesús que llega al grupo y dirige su mirada amoroso a cada uno de los miembros. Que se
acerca y abraza a esa persona contra la cual tenemos mayores quejas. Que hace lo mismo después
con nosotros y junto con esa persona nos estrecha contra su corazón y nos ofrece el don de su
Espíritu.
PRECIOSO APORTE SOBRE SANACION INTERIOR
El Padre Miguel Scanlan es uno de los religiosos que ha profundizado más en el ministerio de la
Sanación Interior.
Con el fin de enriquecer las consideraciones anteriores quiero presentar las ideas principales
que expone en su Libro “Sanación Interior”.
SANACION INTERIOR
“Debemos distinguir las heridas superficiales de las profundas”.
Tenemos que respetar el tiempo señalado por Dios para efectuar una sanación interior.
Sanación es distinto de crecimiento espiritual y de un consuelo de Dios.
Sanación significa el proceso por medio del cual lo que está herido interiormente queda
totalmente sano.
Es un proceso inducido naturalmente para conseguir la salud.
Una sanación espiritual es una sanación por la cual los estímulos espirituales aceleran el
proceso natural.
La sanación puede producirse de una manera milagrosa pero no es necesario que así sea.
Sanación interior es la sanación del hombre interior. Por hombre interior entendemos el área
intelectual, volitiva y afectiva llamadas por lo común, mente, voluntad y corazón, pero incluyendo
otras áreas como las relativas a las emociones psiquis, alma y espíritu.
Se distingue de la sanación física.
El Señor Jesús la realizó durante su ministerio.
La experiencia nos ha demostrado que después de la oración se consigue más la sanación
interior que la física. Muchas enfermedades físicas desaparecen cuando se obtiene la sanación
interior.
MINISTERIO DE SANACION
La oración que hacemos por la sanación de otro es el Ministerio de Sanación.
Somos entonces instrumentos del Señor que se sirve de nosotros y obra a través de nosotros.
Le ayudamos a esa persona a tener una relación buena con el Señor y participamos en la
oración de súplica por esta sanación.
Las heridas que necesitan sanación interior no son sólo individuales. A veces son comunidades
o familias quienes la necesitan.
En ese caso se requiere que las personas sean primero sanadas para que puedan después
reconciliarse de veras. Esto tiene un valor especial con matrimonios distorsionados.
Cuando hablamos de un ministerio de sanación entendemos la súplica de intercesión que
busca la salud interior de una persona que está presente y desea esta sanación. “Orad los unos por los
otros para que seáis sanados” (Sant. 5, 16).
LA PAZ DE CRISTO
Nos sanamos interiormente cuando recibimos el regalo de la paz de Cristo. Cuando
recordamos con paz lo que antes nos hería.
Estamos plenamente sanos cuando experimentamos la plenitud de la paz de Cristo.
SEÑALES DE ESTA PAZ
a) Un profundo gozo. “Alegraos en el Señor. Alegraos”. Cuán poco felices son muchos cristianos.
Este gozo es producido por la presencia del Espíritu Santo en nosotros.
b) Una gran confianza para presentar nuestras plegarias al Señor y esperar sin angustia que obre
El como quiera.
c) La paz de Cristo produce los frutos del Espíritu (Gal. 5, 22).
Muchos vienen por sanación interior pero no quieren perdonar y olvidar un resentimiento. Así
no se puede tener la paz de Cristo. Son cosas opuestas. Para gozar de la paz del Señor tenemos que
odiar el pecado.
La paz de Cristo está basada en una nueva presencia de Jesús a través de su Espíritu en el
centro de nuestras vidas.
Sólo podemos aceptar y cooperar con el Espíritu de Jesús, invitándolo a que penetre en cada
área de nuestra vida.
No dejar zonas vedadas para el Señor.
EL MINISTERIO DE LA SANACION INTERIOR
“Todo proviene de Dios que nos reconcilió con Cristo y nos hizo Ministros de la reconciliación”.
(II Cor. 5, 18)
Ahora bien, como la reconciliación presupone la sanación, entonces también nos confirió el
ministerio de la sanación interior.
¿Cómo podemos comunicar la paz de Cristo que es la sanación plena?
1. El ministro tiene que sentirse débil, pecador y estar convencido de que quien sana es el
Señor y no él.
2. Tiene que sentir verdadera compasión y amor por el enfermo.
3. Tiene que amarlo con el amor de Cristo para que el otro se sienta amado por Jesús.
Tiene que pedir la gracia de transmitir el amor del Señor.
4. Cuando es un equipo ministerial asegura mejor la presencia del Señor para sanar al
enfermo y se evita el peligro de la vanagloria. Hay más eficiencia y menos peligro.
El equipo se ve enriquecido con los distintos carismas: fe, amor, discernimiento, palabra de
sabiduría y de inteligencia, compasión, profecía, piedad, etc.
Si el Ministro tiene que obrar sólo porque está confesando recibe una confidencia, etc. Se
siente, sin embargo, miembro del Cuerpo de Cristo y busca en lo posible la ayuda de la oración de
otros.
El ideal es que la sanación se busque dentro de una comunidad de amor.
El Ministro no obra en su propio nombre, sino que confía sólo en el poder y el amor del Señor
Jesús.
Jesús debe ser el principio y el fin del amor de Jesús ya que él es un enfermo que ha sido
sanado por ese amor.
Su acercamiento al enfermo debe ser una afirmación de amor y de verdad.
Debe llevar una buena noticia del amor del Señor.
Animar al otro a bendecir al Señor por todo, aún por su situación.
Es en la Palabra de Dios donde el Ministro debe buscar las palabras de poder que cambian las
vidas.
AUTORIDAD DEL MINISTRO
Debe obrar con fe en la verdad y el poder de la Palabra de Dios que nos enseña que el Señor
ama la persona que necesita sanación.
El Señor quiere que su poder de sanación esté al servicio del amor.
El Ministro debe tener la confianza de que ordinariamente el Señor obra a través de él para
sanar a los otros El obra en el nombre de Jesús que es quien sana.
Jesús quiere sanar por medio de su Iglesia y por eso depende del uso que hagamos de este
poder con fe, el que el Señor sane más o menos.
No usamos de este poder cuando y como queramos, sino como Ministros del Señor que obra a
través de nosotros.
Debemos actuar cuando estamos seguros de que ahora es el tiempo y el lugar para hacerlo.
El ministro debe entonces, salir al encuentro del demonio con autoridad.
A veces la enfermedad es más conveniente para nosotros porque nos mantiene más
dependientes de Dios y nos hace más humildes, etc. En ese caso la salud sería perjudicial.
Hemos sido llamados a decidirnos por Cristo como nuestro Salvador, nuestro Señor y nuestro
Sanador, a renunciar a todo lo que no sea de Dios, a recibir la sanación de Dios y a permanecer en fe
en la sanación recibida.
Muchos cristianos encuentran una nueva salud y vitalidad porque pronto se enfrentan al mal,
incluyendo la ansiedad y la enfermedad.
“A aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor que lo que
podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a El la gloria en la Iglesia y en
Cristo Jesús por todas las generaciones y tiempos. Amén. (Ef. 3, 20).
EL PROCESO DE SANACIÓN
1. El ministro debe, primero, pedir aumente de la fe en la persona enferma.
2. Pide al Señor que la persona retroceda con su memoria al momento en que fue herida y
que sane con su amor esa herida. Este amor del Espíritu Santo debe sanar cada recuerdo
doloroso.
3. Debe llegar hasta el momento de la concepción cuando el Señor amorosamente pronunció
nuestro nombre.
4. Si el ministro ve que la persona en ese recorrido muestra ansiedad, puede preguntarle:
¿Dónde está usted ahora? ¿En qué edad de su vida? Al oír la respuesta, el ministro ora por
la persona y le impone las manos. Y sigue el proceso…
Cuando se sana una raíz profunda de mal se experimenta una sensación de relajamiento y de
paz comparable con el llamado bautismo del Espíritu Santo.
Estas raíces profundas son sanas, a veces, con un proceso de visualización. Imaginarse que
Jesús va con nosotros, llega a tal momento, actúa, nos sana. Ayuda a aceptar el amor de Jesús.
RECUERDOS Y CORAZON
A veces nuestro corazón parece de piedra. No podemos responder a las necesidades de los
otros, aunque la razón nos dice que debemos hacerlo. El corazón herido, quebrantado, endurecido,
necesita y puede ser sanado. No basta sanar los malos recuerdos; hay que sanar el corazón duro y
herido.
El proceso de sanación del corazón es diferente. El Espíritu Santo nos muestra cuándo se trata
de sanación del corazón y no de los recuerdos.
Señales de un corazón enfermo:
Cuando la persona exige el perfeccionismo de sí o de los demás. Exige lo imposible.
Cuando siente un miedo exagerado por el futuro, una sensación de soledad, etc.
Comúnmente hay una constante espera de crecimiento espiritual, pero no viene porque el
corazón está enfermo. En un término más científico, corazón significa los centros-volitivos y afectivos
del ser. Cuando los deseos, direcciones y actitudes en este campo están mal centrados, nos
enfermamos. (Leamos Santiago 4, 1-10).
Los autores bíblicos hablan con frecuencia del corazón que necesita salud y cambio (Ez. 11, 1920)(Salmo 51, 12)(Isaías 61, 1).
El corazón es el centro. Allí mora el Señor. Por eso cuando el corazón queda sanado, toda
nuestra persona queda sanada.
Por eso el Espíritu Santo quiere darnos un corazón nuevo, un corazón de carne, un corazón
limpio, un lugar del sucio y de piedra.
TRANSPARENCIA
Cuando se dan las dos sanaciones: las de los recuerdos y la del corazón, aparece una nueva
transparencia en la vida de la persona. Hasta en los ojos se nota. Jesús es la luz del mundo. En los que
han sido sanados por el Espíritu de Jesús aparece una nueva luz y poder.
¿Cuándo es completa una sanación?
Depende de cada persona. La relación de cada persona con Dios es única. Todos somos
distintos. “He aquí que hago nuevo todo”. (Apoc. 21, 5)
COMUNIDAD Y SANACION
La fe para ser curado no está confinada a la del enfermo y del Ministro. Puede haber una
fuente vital de fe en la Comunidad. “Viendo la fe de los que lo trajeron” dijo al paralítico: “hombre tus
pecados te son perdonados…” (Luc. 5, 20).
Durante estos últimos años hemos comprobado el valor de la fe de la Comunidad en un Retiro
o Seminario. La oración del grupo tiene una fuerza especial.
Cuando crezcan las verdaderas Comunidades en el Espíritu, crecerá el poder de sanación.
La visualización es muy útil. Visualizar la llegada amorosa del Señor al grupo (composición del
lugar). Visualizar la persona ofendida y nuestro acercamiento cariñoso a ella, etc. Visualizar el abrazo
del Señor a la persona y al grupo. La visualización es la verdadera representación de la acción amorosa
del Espíritu Santo en nuestras vidas.
APENDICE
Hay que guardar en el Ministerio de Sanación interior un gran respeto por la dignidad de cada
persona que es sagrada. Cuidado con un celo exclusivo.
Hay que tener en cuenta que:
1. Algunas personas son demasiado cerradas para poder perdonar o para admitir el perdón.
Se necesita de tiempo para que se abran al perdón.
2. Otras que necesitan sanación se niegan a buscarla. No apuremos las cosas. Dios no quiere
forzar a nadie. Tampoco lo hagamos nosotros. Esperemos.
3. Mientras no se llegue a descubrir lo que está sepultado en el subconsciente no se logrará la
sanación completa. Como no es fácil lograrlo en algunos, hay que esperar pacientemente.
4. Algunos experimentan fuertes sentimientos negativos y no saben la causa. Se sienten
entonces frustrados. Hay que decirles que esperen y que a su debido tiempo descubrirán
las raíces y causas. El Señor tiene su hora para cada uno.
5. Unos experimentan falta de fe y sufren. Recordarles que la ge es un don. Que lo pidan y
esperen porque el Señor los oirá.
6. Algunos se sienten rebajados cuando buscan la sanación. Creemos en ellos un ambiente de
seguridad y de igualdad. Si permanece ese complejo se bloquearán para recibir la sanación.
Todos somos siervos de Dios.
7. Los que piden sanación mientras están en tratamiento médico que sigan con él. Todos
somos coadjutores de Dios que es quien sana.
8. Algunos que experimentan la presencia del espíritu Santo creen que van a conseguir la
plena sanación inmediatamente. Ordinariamente el Señor obra progresivamente. Esa es su
pedagogía. Deben agradecer lo que les va dando.
9. Algunas personas creen que están totalmente sanados y después comprueban que no. No
desanimarlas. Alentarlas a no sentirse defraudadas, ya que el proceso de sanación seguirá
progresando. El que empezó la buena obra la terminará.
10. Cuando descubrimos que el Señor se está sirviendo de nosotros para dar sanación, se
establece una relación estrecha con nosotros que servimos de instrumentos al Señor para
esa sanación.
Hagamos todas las sesiones de sanación que sean necesarias. Tenemos que ser buenos
pastores que den a sus ovejas todo lo que necesiten.
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