EL MODELO DE CONSTRUCCIÓN EUROPEA Y LAS RESPUESTAS A LA PANDEMIA DEL CORONA VIRUS José María Sánchez Ródenas (Anonimous Rebellis) 27/ 03 / 2020 Imagénes con Licencia Creative Commons Atribución‐CompartirIgual 4.0 Internacional La angustiosa situación que se está viviendo en Italia y España, y que en menor medida se está también viviendo en otros países europeos, como Francia, Alemania o Reino Unido, nos obliga a hacer una reflexión sobre el porqué de la irrefrenable expansión del corona virus en Europa. Evidentemente la gestión de la crisis de la pandemia en Italia, con un gobierno progresista, refleja que su gobierno no estuvo a la altura de las circunstancias, aunque podría decirse en su descargo que fue el primer país europeo donde el problema se planteó con virulencia. Después está el caso de España donde nuestro gobierno, también progresista, hizo el "tancredo", frente a los peligros de la pandemia, fiándolo todo a la fortaleza y las bondades de nuestro sistema sanitario, sin aprender de las eficaces respuestas adoptadas en China, ni de los errores cometidos en Italia, mostrando una manifiesta falta de previsión. Igualmente ocurre en Francia, aunque la incidencia actual de la pandemia no llegue a los niveles de Italia y España el proceso de contagios es creciente, en este caso se trata de un gobierno conservador, que tampoco se ha destacado por haber tomado medidas preventivas y las que ha ido adoptando, lo ha hecho tarde y siempre obligado por las circunstancias, con el ejemplo de la situación que se está viviendo en España e Italia. En el caso británico, con un gobierno radical conservador, se ha pasado de mantener una actitud incrédula absolutamente irresponsable, curiosamente como en EEUU, a adoptar a regañadientes medidas insuficientes que estaban muy lejos de afrontar con realismo la expansión de la pandemia en su país, viéndose obligado finalmente a tomar medidas más contundentes. También Alemania, paradigma de la defensa de la austeridad, está sometida a una creciente expansión de la pandemia, con un número de infectados que cada vez se acerca más al existente en España o Francia, y aunque su incidencia, sobre todo, en el número de fallecidos sea aparentemente menor que en los países del sur, tampoco fue capaz de adoptar medidas preventivas eficaces, sin aprender nada de la experiencia de China. 1 La primera y más evidente de las conclusiones que pueden sacarse del análisis del proceso de expansión de la pandemia del corona virus en Europa, es que la cabeza del llamado primer mundo está siendo absolutamente vulnerable a un fenómeno epidemiológico, algo que podría parecer paradójico por cuanto se trata de la cuna de la civilización, donde se concentra una gran parte de la riqueza y el desarrollo tecnológico del mundo. Y la segunda de las conclusiones, es que, en mayor o menor medida, el problema está afectando a la mayor parte de los países europeos con independencia del signo político de sus gobiernos. Pero en realidad la incidencia de la crisis sanitaria en Europa, no tiene nada de paradójico porque claramente responde a la lógica, o más bien es una consecuencia, del modelo político y económico de la Unión Europea. La constatación de la falta, negligente o intencionada, de adopción de medidas preventivas de contención de la pandemia, cuando a mediados de enero saltó las fronteras de China, pone de manifiesta la ineficacia social del modelo de construcción europea. La inacción generalizada de todos los gobiernos europeos, incluido el español, cuando a mediados de enero se constató la magnitud del problema del corona virus en China, no responde a una involuntaria o negligente falta de previsión, responde a una consciente voluntad de mantener a toda costa el modelo productivo y el desarrollo económico, salvaguardando así los intereses de quien realmente gobierna Europa, los lobbys empresariales y financieros. Ha sido la defensa a ultranza de los intereses económicos, por encima de los intereses de la ciudadanía, lo que ha propiciado la situación actual de la pandemia en Europa. La Europa del austericidio, representada por una clase política más sensibilizada con mantener el statu quo económico y los criterios de déficit, que por salvaguardar la salud de sus ciudadanos, es la única y verdadera responsable de la tragedia sanitaria que estamos viviendo y de sus dramáticas consecuencias sociales. Y ante esto se ha constatado el fracaso de la reunión de jefes de gobierno de la Unión Europea, que se celebró el pasado 26 de marzo por video conferencia, y que fue incapaz de adoptar unas medidas económicas contundentes, solidarias y sobre todo unitarias, siendo los máximos representantes de la austeridad, los gobiernos de Alemania y Holanda, insensibles a las peticiones de los gobiernos de España, Francia, Italia y Portugal, respecto a Ia necesidad de afrontar la crisis de la pandemia, de forma conjunta, mediante la emisión bonos de deuda pública europea, negándose radical e insolidariamente a adoptar cualquier propuesta en este sentido. Desgraciadamente, hace mucho tiempo que Europa renunció a la construcción de la Nación Europea o de los Estados Unidos de Europa, y a día de hoy no representa más que un espacio de libre circulación de capitales, diseñado en exclusiva para garantizar el libre comercio, y los intereses de las entidades bancarias y los grupos financieros multinacionales. Y evidentemente todos los gobiernos de los países miembros, sean conservadores o progresistas, responden fielmente al mantenimiento de este modelo económico porque, sean del signo que sean, deben responder unívocamente al cumplimiento de unos principios retroliberales, que representan lo que en Europa se considera políticamente correcto, si no quieren sufrir el acoso y derribo que sufrió en su momento el gobierno griego de Sýriza hasta que se doblegó. Si bien es cierto que no puede aventurarse en cuánto tiempo va a poder superarse la crisis de la pandemia en Europa, si puede aventurarse que la profunda huella que va a dejar en la ciudadanía va a provocar que cuando todo acabe nada volverá a ser igual. La percepción de la necesidad prioritaria de invertir lo necesario para mantener unos servicios públicos potentes y de calidad, sobre todo la Sanidad, es algo que está calando de forma 2 generalizada en los ciudadanos europeos, demasiado acostumbrados a contemplar su liberalización y privatización. Probablemente, será difícil que después de la pandemia la ciudadanía renuncie a la sanidad pública, y no se rebele ante cualquier intento de recortar las inversiones. Igualmente, crece la percepción de impotencia de los ciudadanos europeos ante las consecuencias sociales que está provocando la pandemia y el temor a que, cuando ésta se supere, sus gobiernos y la Unión Europea no vayan a comprometerse a recuperar la economía con un criterio social, garantizando el empleo y unas condiciones de vida digna para todos. Por esta causa, seguramente también cambiará la percepción de los ciudadanos europeos respecto a la clase política, en general, y a los partidos de sus respectivos países, en particular. Si la insensibilidad de la clase política respecto a los problemas de la ciudadanía se tradujera en desesperanza, está sería el mejor caldo de cultivo para la conflictividad social, una conflictividad que podría generalizarse en toda Europa, obligando a sus domesticadas organizaciones sindicales a ser la vanguardia de la lucha contra la austeridad. Incluso si, finalmente, los países ricos del norte de Europa, encabezados por Alemania y Holanda, asumieran la catastrófica situación a la que están abocados buena parte de los países europeos, incluidos los que representan la segunda, la tercera y la cuarta economía de la zona euros, ‐ Francia, Italia y España ‐, y aceptaran la adopción de medidas keynesianas de guerra, aviniéndose a la emisión de deuda pública europea, tal y como recomienda el banco central europeo, y algo por cierto bastante improbable a día de hoy, la magnitud de la crisis socio económica que se avecina es de tal magnitud que, posiblemente, no baste con la aplicación de las clásicas recetas keynesianas. Sería preciso afrontar la recuperación económica con criterios sociales, garantizando unos servicios públicos que dieran respuesta a los problemas de subsistencia que se ciernen sobre una buena parte de la población europea, afrontando la estatalización de determinados sectores estratégicos de la economía, como las empresas energéticas, las farmacéuticas, las biomédicas y las infraestructuras, de forma que en el futuro los gobiernos pudieran contar con instrumentos estructurales adecuados para afrontar crisis de este tipo, sin depender de los intereses económicos de los lobbys empresariales. En este contexto, resulta evidente por sus propias manifestaciones que la extrema derecha intentará capitalizar la situación postcrisis, exacerbando los sentimientos nacionalistas xenófobos y antieuropeos, pero radicalmente retroliberales, y existe el innegable peligro de que este discurso cale en los sectores sociales más desesperados. Corresponde a la ciudadanía europea, superar este peligro, afrontando su futura participación política desde la mejor enseñanza que está brindando el confinamiento, al que está siendo sometida, la "solidaridad" entre la gente que lo está pasando mal, la solidaridad que hoy une al pueblo español y al pueblo italiano con el pueblo francés, el pueblo griego o el pueblo portugués. Si colectivamente aprendemos la lección, cuando la pandemia se supere, la extrema derecha y la derecha, retroliberales, reaccionarias e insolidarias, poco futuro político deberían tener, al menos en los países de la Europa Mediterránea; aunque este no es el único peligro que puede acechar a la ciudadanía europea, porque también últimamente se están poniendo de manifiesto signos del peligro de que Europa pueda sucumbir a tentaciones autoritarias. El Sistema no quiere perecer víctima del coronavirus, y su mayor preocupación no es exactamente el número de infectados y el número de fallecidos, es su propia supervivencia, su futuro el día después. El Sistema es consciente, como comentábamos anteriormente, de que posiblemente nada sea igual 3 después de la pandemia y está dentro de lo probable que la brecha socio económica que profundice en la desigualdad pueda provocar reacciones populares antisistema. Y es el miedo a un estallido social incontrolable que ponga en cuestión la base del Sistema, lo que seguramente está detrás de iniciativas como la que últimamente recoge cierto sector de la prensa, respecto a gobiernos de concentración y unidad nacional, haciendo suyas propuestas de la extrema derecha. Evidentemente estas iniciativas, que puedan parecer útiles en tiempos de crisis o de emergencia, encierran el peligro del "autoritarismo estatal", y no es un peligro que pueda afectar sólo a España, porque puede ser una respuesta global de los poderes fácticos de las llamadas "democracias occidentales" para garantizar la supervivencia del modelo "retroliberal" y el ejercicio del poder frente a cualquier amenaza de estallido social. Y si algo puede caracterizar este peligro emergente, en toda Europa, – recordemos que Viktor Orban, en Hungría, ya ha conseguido que el Parlamento le haya concedido poderes especiales "sine die y supuestamente" para luchar contra la pandemia –, es que los partidos que sostienen el sistema, sean conservadores, liberales o socialdemócratas, como partidos políticamente correctos, se planteen superar sus diferencias estratégicas para cerrar filas en defensa del "modelo", con lo cual el fantasma del autoritarismo puede recorrer Europa, y ya no solo como una aspiración de la extrema derecha, sino también como una respuesta de lo que en Alemania se ha dado en llamar Gran Coalición, y que de imponerse en toda Europa supondría el desenmascaramiento final de la socialdemocracia, como un partido más al servicio de los poderes económicos. Resulta evidente que el futuro no está escrito, pero la ciudadanía europea cuenta hoy y ampliará mañana, cuando se supere la crisis, con los datos suficientes para poder evaluar a sus políticos y al proyecto de construcción europea, constatando la insolidaridad del modelo y la ausencia de principios sociales, que garanticen un modelo fiscal único, un salario mínimo europeo, unos servicios públicos de cobertura para toda la Unión Europea y una carta única de derechos y prestaciones sociales. Por eso hoy más que nunca todos los que creemos en la construcción de una Nación Europea de ciudadanos libres e iguales, alcemos nuestras voces para decir "BASTA" Ha llegado la hora de luchar por un modelo que construya la Europa de los Ciudadanos, que garantice gobiernos que prioricen el bienestar de los pueblos, y de rebelarse contra el modelo imperante de la Europa de los Capitales Financieros, desplazando a gobiernos que vienen demostrando su insensibilidad social y su servilismo con los poderes económicos. Es hora de abordar, con la redacción de un texto constitucional, la construcción de una nueva Europa, una Europa de los Pueblos al servicio de sus ciudadanos y no al servicio de los bancos y los fondos buitres. Ha llegado la hora de plantarse y de poner en su sitio a los responsables políticos de los recortes, del desmantelamiento y la privatización de los servicios públicos, sean alemanes holandeses o españoles, cuya responsabilidad en la falta de medios humanos y materiales para abordar la pandemia es muy grave e innegable. Ha llegado la hora de superar el bloqueo insolidario y mezquino de Alemania y Holanda, y de que la ciudadanía de Grecia, Italia, Francia, España y Portugal, obligue y apoye a sus respectivos gobiernos a hacer frente a las amenazas de los "austericidas del norte", estableciendo unilateralmente sus respectivos límites de déficit, en función de sus necesidades, y coordinando sus emisiones de deuda con un bono euromediterráneo. 4 Ha llegado la hora de abordar e impulsar una alianza estratégica de los gobiernos de los países europeos del Mediterráneo, que con más de 195 millones de habitantes y representando el 42,70% del PIB europeo, que le eche un pulso a los países ricos del norte para romper de una vez con la hegemonía económica impuesta por los gobiernos alemán y holandés, cuyos países representan algo menos de 90 millones de habitantes y el 30,80% del PIB europeo. Será mayoritariamente responsabilidad del gobierno alemán si el proyecto europeo corre el peligro de resquebrajarse, y haría bien en sopesar los riesgos que para su economía, altamente dependiente de las exportaciones industriales a la zona euro, podría suponer la ruptura con los países mediterráneos, después de lo que le va a suponer a su sector industrial la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea tras materializarse el Brexit. Incluso en el caso de que se impusieran sus tesis, sin resistencia por parte de los países del sur, debería sopesar las consecuencias para su economía en un escenario en el que unos países empobrecidos, abocados a una brutal caída de su capacidad de consumo, lastrarían igualmente su capacidad exportadora, y por ende, sus necesidades productivas. Convirtamos el confinamiento en un instrumento para la reflexión y la rebeldía, aprovechémoslo para que en el futuro, después de que juntos superemos solidariamente la pandemia, afrontemos la nueva situación con la firme voluntad de que es posible otra Europa, más humana, más justa y más solidaria; depende de todas y todos nosotros. José María Sánchez Ródenas (Anonimous Rebellis) Arquitecto Urbanista 5