historias arequipeñas © Las sombras en el sillar Primera edición, diciembre 2017 LEBRATO EDICIONES Edición y diseño: Helbert Gutiérrez Tapia IMAGEN DE PORTADA Patricio González Luna Los textos son propiedad del Grupo Cultural KOSMOGONÍA © Pablo Nicoli Segura [email protected] © Arturo Valdivia Olaechea [email protected] © Ignacio Galdos Valdez [email protected] © Patricio González Luna [email protected] © Jull Antonio Casas Romero [email protected] © Helbert Gutiérrez Tapia [email protected] © Sarko Medina Hinojosa [email protected] © Nigromante Black [email protected] IMPRESO EN LA CIUDAD DE AREQUIPA Prohibida la reproduccion total o parcial del contenido del libro sin el permiso escrito de los autores Protegido por la Ley sobre el Derecho de Autor D.L. 822. Índice PABLO NICOLI Las dos leyendas / 13 La visita / 22 ARTURO VALDIVIA Atrapado en el tesoro de los jesuitas / 37 El portal de las encrucijadas / 43 El tiempo que estuve ausente / 49 IGNACIO GALDOS San Gil de Cayma / 55 Gerardo Cornejo Iriarte / 67 PATRICIO GONZÁLEZ Condenado al olvido / 73 La cripta infinita / 82 ANTONIO CASAS En el Puente de Fierro / 91 Forte amor / 103 HELBERT GUTIÉRREZ Don Dimas, mi tata / 111 SARKO MEDINA El chupacabras atacará de nuevo / 123 La búsqueda / 129 El juego de la nariz / 137 NIGROMANTE BLACK La ceremonia / 141 La espera / 144 El reflejo / 146 Sesión de medianoche / 149 La sala de recuperación / 153 Prólogo Arequipa es una ciudad fantástica, no solo por sus paisajes y por sus construcciones hechas de sillar, que es una mezcla de cenizas volcánicas, piedras y minerales, expulsada por los estertores de uno de los imponentes volcanes que la dominan. En sus innumerables rincones, esquinas, callejuelas, en la campiña que la rodea, se cuentan muchas historias, maravillosas unas, trágicas y tenebrosas otras. Empecemos el recorrido desde el duende o soldado de la pileta de la Plaza de Armas, una escultura que toca una trompeta y de la que se cuentan muchas leyendas sobre su origen. La Catedral, con su estilo tan único, que se dice los planos originales no estaban destinados a Arequipa sino a otra ciudad. Durante el terremoto del año 2001 la torre izquierda de desplomó sobre el techo, lo atravesó y cayó en el interior, dejando al descubierto arcos y pasajes que tal vez confirman los antiguos rumores sobre supuestos túneles que cruzan la ciudad y comunican iglesias y conventos. La abertura fue tapiada sin más explicaciones. Nada le pasó al diablo aplastado por el púlpito, donde cuentan hay una puerta secreta que conduce a una cripta circular en bóveda o al menos cerca a esta. El callejón que está a un costado de la Catedral alberga al fantasma del “cura sin cabeza”. En el Monasterio de Santa Catalina se podía apreciar hasta hace años el palo de naranjo seco que Sor Ana de los Ángeles guardaba en su celda y que presagió florecería señalando un cataclismo que destruiría la ciudad. No se sabe qué fue del palo y dónde aguarda el día fatídico. Si se pregunta sobre esta rama incluso se niega que existió. Los que visitamos el Monasterio de niños recordamos que estuvo allí, protegido en una urna de vidrio. Cruzando el puente Bolognesi vemos la enorme piedra que yace a un costado y no se sabe de dónde vino, así como las historias de una sirena que se lleva a los hombres que pasan por allí de noche y sin compañía. Las calles de San Lázaro, las cuestas de Yanahuara, son encantadoras bajo el cielo azul de Arequipa, y misteriosas en la noche fría llena de estrellas. La Casa Encantada, a cuadra y media de la plaza, encierra historias de celos, crímenes y apariciones que se pierden en el tiempo. El viejo cementerio de Cayma sigue en pie, aunque rodeado de edificios de apartamentos y urbanizaciones que se levantan ajenas a los cuerpos enterrados hace siglos. El cementerio de la Apacheta sirve de escenario a la historia de Mónica, la aparecida, que tiene distintos nombres en otras ciudades y pide, a la salida de una fiesta, a un incauto joven que la lleve a su casa, cuando en realidad lleva muerta hace décadas, y devuelve la casaca del amable motociclista dejándola colgada de su lápida. Los duendes todavía juguetean entre los molles e higueras de las chacras y huertas de Cayma y Sachaca, se dejan ver de vez en cuando y hacen bromas a la gente en cualquier momento, desapareciendo rápidamente antes de que uno pueda reaccionar. Antaño, cuando los camiones tenían una caja de madera sobre la cabina, los choferes cansados solían hacerse un lugar entre las herramientas y dormir un rato en el “rin”, así llamaban a ese espacio. Pero no tardaban en tener pesadillas y oír las campanas que colgaban del pescuezo de las mulas de la recua de Salcedo que pasaba por ese sector de la Pampa de La Joya. Y es que cuando no existía la carretera ni el tren, las recuas de mulas llevaban mercadería desde Arequipa hacia Mollendo por allí. Quizá este Salcedo fuera uno que se perdió y vaga desde entonces con sus acémilas buscando el camino de regreso. Lo cierto es que los camioneros apretaban el acelerador, pues era un lugar pesado y proclive a apariciones. Así es Arequipa: una ciudad fantástica, de leyenda, turística, de paisajes increíbles y paredes de sillar que guardan todavía secretos entre sus muros, a pesar de que ha crecido demasiado y en desorden, con un tráfico ruidoso y caótico. Pero todavía hay quienes tratamos de rescatar esas historias y llevar a los lectores a un recorrido inusual, a acompañar a nuestros personajes, inspirados por la atmósfera mágica de estos lares, en sus aventuras, que dejarán al lector con ganas de adentrarse en la historia de esta metrópoli que no olvida sus leyendas e inspira a autores como los de este libro a narrar sucesos que no son del todo irreales, sino que encierran algún detalle leído o escuchado de boca de sus protagonistas. En este volumen dedicado a jóvenes lectores, queremos animarlos a rescatar la magia de nuestra Arequipa a través de la literatura fantástica, que caracteriza a los escritores que llenan estas páginas de misterios actuales y de antaño. Patricio González Luna Pablo Nicoli Segura (Arequipa, 1964) En 1987 obtuvO el segundo lugar en el Concurso de Cuento organizado por el diario Correo por la narración “El lado oscuro de la luz”. En marzo del 2004 fue premiado con el “Primer Lugar” en el concurso de cuento organizado por la revista española “Ni te cuento”, en Barcelona. En 2009 ganó el Primer Lugar en el concurso Montaña Mágica en Madrid, con la narración “La reunión perfecta”. Actualmente es editor del semanario “Enigmas” del diario Noticias. Al día de hoy ha publicado 17 libros. Ha participado en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”. Pablo Nicoli Segura Las dos leyendas REVISANDO VIEJOS MANUSCRITOS pertenecientes a los primeros del siglo XVI, del cabildo de nuestra ciudad, me percaté que unos jóvenes que se reunían cercanos a mi ubicación –en el salón principal de la biblioteca municipal– me observaban con detenimiento y alguna que otra jovencita sonreía más de la cuenta con mi presencia. Sospeché que me habían reconocido como el escritor de los libros de misterio sobre Arequipa. Solo alcancé a devolver las sonrisas, darme media vuelta e imbuirme nuevamente en la lectura y anotación de datos relevantes para mi siguiente obra. De pronto un joven “valiente”, seguramente enviado por el resto, se plantó a mi lado y con voz apagada, pero audible, me preguntó si yo era el señor Nicoli. Le respondí que sí. Sin saber qué más decir, o quizás porque de pronto perdió la valentía, volteó a ver a sus amigos y estos lo animaron a preguntar por segunda vez. Luego agregó: ―¿Y usted cree que podamos hacerle una entrevista? Somos estudiantes de literatura. “Diablos”, pensé, pues lo que en esos días más me faltaba era el tiempo. ―Mira ―le respondí―, anota mi dirección y me visitan el viernes a las 4.00 de la tarde en mi casa. El muchacho agradeció y luego que le diera la información se marchó con todo y amigos. “Menos mal” –me dije–, 13 Las dos leyendas y pensé que no volvería a verlos como a muchos otros que nunca pasaron de pedirme mi dirección o número celular, pero me equivoqué. Ese fin de semana tocaron al timbre de mi departamento y al abrir recordé la promesa de cita. Allí, bajo el dintel de la puerta, habían cinco jovencitos de veinte años promedio, todos esbozando una sonrisa como carta de presentación. Los invité a pasar e invadieron mi sala. Uno de ellos preguntó si podían filmar, y antes que le respondiera que sí, ya estaba armando su trípode y acomodando la cámara. Por supuesto la entrevista versó sobre las leyendas arequipeñas e inevitablemente llegamos a la archiconocida leyenda de Mónica. Luego que les explicara que después de mis investigaciones al respecto, sabía desde hace años que esa leyenda –supuestamente sucedida en nuestra ciudad en la década de los setenta, en pleno siglo XX– no era arequipeña, y menos que tuviera un resquicio de verdad, quedaron boquiabiertos y solo se miraron unos a otros como si yo hubiera perdido la razón. ―¡Pero si la tumba de Mónica está en el cementerio de La Apacheta…! ―afirmó uno. Otro declaró que hasta se había hecho una película “histórica” al respecto. Me reí un poco. Poco faltó para que los entusiastas jovenzuelos cogieran sus pertrechos y me abandonaran antes de tiempo, pero al menos uno tuvo el tino de preguntar: ―Y ¿cómo está usted tan seguro de que la leyenda esa no es arequipeña? Inmediatamente me puse en pie, fui por la computadora portátil y la encendí. Entré a YouTube y escribí allí: “La dama de los ojos sin brillo”. “Miren esto”, les dije. El vídeo duró unos minutos, pero fueron suficientes para derrotar cualquier duda 14 Las dos leyendas al respecto. “Como ven –les expuse– se trata de una leyenda española, específicamente de la ciudad de Toledo, y se contaba ya en el siglo XVI, con carruaje en vez de moto, con capa y espada en vez de la casaca de cuero”. ―Pero ¿cómo es posible? ―expresó un estudiante―. Siempre escuchamos decir que esta leyenda ocurrió en nuestra ciudad. ―Es simple ―le respondí―. Las leyendas tienen esa particularidad, son contadas en muchos lugares a la vez y todos esos sitios las creen propias, que acontecieron en su poblado o ciudad. En este caso la trama en esencia es la misma: la muchacha pálida y hermosa, el joven enamorado, la vuelta a la casa familiar, el préstamo de la prenda y, al día siguiente, la noticia por parte de un pariente de la muchacha –usualmente la madre– de que la joven murió hace un tiempo, a veces unos años antes, pero se suprimen y también se agregan detalles de los lugares en los que se narraron originalmente y de dónde se contarán después. ―Pero ¿y la película? ―escuché decir―. Y ¿la tumba que hay en el cementerio de La Apacheta? ―Todo eso no es más que libretos, ficción y cine ―contesté por último. Al parecer ya nada pudo salvar el resto de la reunión, los jóvenes se marcharon agradecidos, pero evidentemente desilusionados por mis revelaciones. Eso fue todo. Varios meses después y ya olvidada la historia en ciernes, conocí a un viejo investigador español que había llegado a la ciudad invitado por una universidad local. Luego del simposium al que nos tocó asistir juntos, hicimos buena amistad y 15 Las dos leyendas pronto terminamos charlando amenamente en un concurrido café en uno de los portales de la Plaza de Armas. No recuerdo el cómo –pues nuestra conversación inicial estaba más bien ligada a Ricardo Palma y su extensa producción literaria– pasamos al tema del folclore y luego al de las leyendas locales. El español me dejó de una pieza cuando dijo: ―La ciudad de Toledo y Arequipa están ligadas por la misma mujer misteriosa, y desde antiguo se le conoce en mi tierra como La dama de los ojos sin brillo, y que ustedes llaman Mónica. La versión de mi familia en Toledo es que se trató de una vampiresa que llegó al Nuevo Mundo en época de la Colonia. ―¿Cómo…? ―pregunté― ¿una vampiresa? ―Las leyendas sobre vampiros y sus clasificaciones ― afirmó― contra lo que cree la mayoría de gente, es más bien universal, o ¿no ha oído hablar usted de aquel tipo de vampiros andinos o kharisiris que existen desde antes de la conquista? La leyenda que me reveló el español me pareció realmente absurda, jalada de los cabellos, aunque no dije nada. Ahora resultaba que la famosa dama toledana había fungido también de vampiresa. Me recordó a la voceada y también manoseada leyenda de Sarah Ellen, en la ciudad de Pisco. “Vaya, lo que se inventa la gente”, pensé, mientras pedía el segundo café. Recuerdo que la plática de esa noche terminó muy tarde, con nosotros cantando junto a una tuna universitaria por las laberínticas callejas de San Lázaro, pues era agosto y aniversario de la ciudad. Al despedirnos esa madrugada, en la entrada del hotel en el cual se hospedaba el español, me dijo que antes de marcharse a Europa deseaba contarme algunas cosas más sobre la 16 Las dos leyendas leyenda de Mónica y sus oscuros secretos, secretos que por siglos la familia –me refiero a la de mi amigo extranjero– había guardado para sí, pero que ya era hora fueran revelados e investigados por alguien como yo. Solo puedo agregar que esa noche, o lo que quedaba de esta, no pude conciliar el sueño pensando en los “oscuros secretos” de lo que yo siempre había tomado por solo una leyenda, y que ahora resultaba ser parte de una historia familiar, quizás de ¿un charlatán? que hablaba de vampiros y no-muertos. Escepticismo total, pero también curiosidad por escuchar tamaña ingenuidad. Y la tarde llegó. Llamé al timbre de mesa de la recepción del hotel del español y pregunté por él. Me dijeron que había salido algo apurado una hora antes a gestionar ciertos papeleos en el consulado, que ya no regresaría y que sus maletas habían sido enviadas al aeropuerto directamente. Indagué por los datos del vuelo de la línea aérea y no lo pensé mucho, abordé un taxi en pleno Centro, y a pesar del oneroso cobro tipo turista que me hicieron, me dirigí presuroso al campo de aviación. Llegué veinte minutos antes de la partida de mi amigo y lo encontré en plena fila. Me vio y le estiré la mano. Luego que hizo sus trámites, lo abordé y nos sentamos a conversar el tiempo que quedaba en el restaurante del segundo piso del aeropuerto. Obligado por la premura fui directo al grano y aseveré: ―Ayer conversamos sobre una historia fantástica de vampiros y familiares, ligados a la leyenda de Mónica… ―Sí ―me respondió―, creo que los tragos de anoche me hicieron hablar de más. ―¿Dices que no es cierto? ―inquirí. 17 Las dos leyendas ―No se trata de eso, pero ahora que lo pienso mejor, creo que ese secreto familiar debe permanecer aún como algo no revelado ―me dijo. ―Vamos, no te pido los detalles, pero al menos dame algo para investigar, prometo escribir al respecto y enviarte el borrador para que tú mismo lo apruebes, podemos guardar el anonimato y usar otros nombres familiares, pero los hechos son lo importante, ya invocaste a mi curiosidad. El español se tomó de la barba con la mano, miró hacia un lado y otro, y luego de un buen rato de mutismo total se atrevió a decir: ―Mira, está bien, no hay tiempo para historias largas, pero esto es lo que te puedo confiar: “Don Sancho de Córdova fue un antiguo familiar, se trató del joven que, según la leyenda toledana, enamoró a la condesa de Orsino, es decir a la famosa Dama de los ojos sin brillo. La leyenda la conocéis sobradamente, así que agregaré algunos detalles que no forman parte de la misma. Ellos se casaron en la catedral de Toledo en la primera mitad del siglo XVI y fueron felices por algunos años, pero un día la condesa se enteró de la infidelidad de su esposo. En una de sus salidas nocturnas recorriendo los callejones de los Aljibes, ella se lo encaró y Don Sancho, lleno de ira, producto de aquella desdichada riña sentimental, perdió el control, la empujó y la condesa cayó de un puente, murió en el acto, o al menos eso fue lo que parecía… Mi tatarabuelo, arrepentido de su acto, y viendo que no había testigos del crimen, recogió el cuerpo y se lo llevó a su propiedad, allí mismo la enterró, en el suelo de una cava donde se guardaban los vinos; vinos que según las supercherías de la gente se volvieron sangre con el 18 Las dos leyendas tiempo, pero esa es otra historia que te contaré en otra ocasión. Tiempo después Don Sancho se las arregló para hacer creer a la gente y los familiares que se abriría fortuna en el Nuevo Mundo, y que harían un largo viaje, para esto hizo pasar a su amante –la cual se marcharía con él– como si fuera la condesa de Orsino, su esposa, y para lo cual se valió de ciertas artimañas y vestimentas de la época, cuyos velos cubrían el rostro. Una vez llegados a América, específicamente al Perú, y gracias a la venta de sus propiedades y su casa de Toledo, mi pariente se estableció finalmente en Arequipa, en donde tenía un tío ya afincado. Pero aquí es precisamente donde la historia familiar de los Córdova y lo sobrenatural se abrazan en una misma versión. En el diario personal de Don Sancho, manuscrito que ha sido entregado como testimonio de generación en generación entre mis parientes, y cuyos documentos guardo celosamente, se lee el trágico final de estos acontecimientos. Al parecer el odio y la venganza, que son hermanos, pueden ser más fuertes que el mismo amor, y para quienes somos creyentes en la supervivencia del alma y fieles católicos, no puede sernos ajena la posibilidad de creer en almas de difuntos, que al no haber recibido cristiana sepultura, es decir en un cementerio, puedan luego haber sido presas del poder del demonio y sus muchas formas, y volver de “la muerte”, como fue el caso de la condesa de Orsino, en la forma de un vampiro. Al parecer, y según cuenta la versión familiar hasta el día de hoy, la condesa debió en algún momento de su vida haber sido mordida por un no-muerto. Lo cierto es, y según está escrito de puño y letra por mi ancestro, que una noche él caminaba ya de amanecida –porque sepa usted que la infidelidad no tiene 19 Las dos leyendas cura, ni sacerdote que la perdone– por las calles solitarias de esta ciudad, justo al llegar a una esquina de lo que hoy es vuestro monasterio de Santa Catalina, una dama ataviada de traje blanco que le cubría desde la cabeza hasta los pies le salió al encuentro y fue entonces que Don Sancho, alumbrado por las primeras luces del alba, se llevó el susto de su vida al reconocer a la condesa de Orsino en esa aparición y con la boca manchada de sangre… Mi pariente murió unos días después, los remordimientos y un corazón débil lo fulminaron, pero dejó su diario escrito con la historia que le acabo de referir. ¡Este es el secreto familiar del que hablaba!”. ―Es una historia fascinante, aunque difícil de creer ― agregué. ―Puedes tomarla como cierta o no, es todo cuanto puedo decir al respecto ―dijo el español consultando su reloj. Por los parlantes del aeropuerto se escuchó la primera llamada para abordar el vuelo. En ese momento mi amigo extrajo un billete del bolsillo, lo dejó sobre la mesa y se puso de pie. Por último expresó: ―La condesa de Orsino ha permanecido en Arequipa por varios siglos, ella no envejece, es un vampiro y de tiempo en tiempo vuelve a las andadas. Su venganza fue la muerte de mi pariente Don Sancho, pero también les ha quitado la vida a otros hombres, especialmente a aquellos que se cuentan como infieles consumados, algunos jóvenes que luego se han suicidado o vuelto locos, otros seguramente han sido convertidos a su vez en vampiros, aunque ya nadie hoy cree en esas cosas. Por algún motivo, que aún ignoro, a la condesa le conocieron en Arequipa con el nombre de Mónica, usted sabe eso de los 20 Las dos leyendas cambios y agregados en las leyendas, y claro, la tumba que está en el cementerio de La Apacheta no es su verdadera tumba, pero ese es un nuevo enigma que usted tendrá que resolver. Entonces abrió su maletín de cuero, y extrajo un mapa de Arequipa –un mapa simple de esos que se consiguen en diez soles en las librerías de la calle San Francisco– y en cuyo centro tenía marcada una “X” en color rojo, además de otros garabatos y anotaciones al dorso. Sin decir más, el español se alisó el cabello y se encaminó a la sala de embarque. Yo me quedé sentado, pensativo, sin saber si reírme de la historia o creerla a pies juntillas. El tiempo lo dirá y quién sabe si investigando hasta descubra el lugar actual de la tumba de Mónica, o de la condesa, da igual. La “X” marcada en el plano indica la Catedral y una nota escrita torpemente al pie del papel agrega: “Bajo el púlpito…”. 21 Pablo Nicoli La visita UN VIERNES POR LA NOCHE recibí la visita, no anunciada, de una dama misteriosa… Tocaron a la puerta de la casa y al abrir me llevé un susto inesperado. Una mujer de mediana edad vestida de blanco –parecía venida de una fiesta de disfraces– me mostró su rostro pálido bajo el dintel. ―¿Es usted el señor Nicoli? ―preguntó con total gravedad. No supe si decir sí o responder con otra identidad. Yo en ese entonces vivía solo, cuidando la enorme casona colonial de un viejo amigo que se marchó raudo a Europa y que pensó en mí para que le cuidara la propiedad por unos meses. ―Sí, lo soy ―respondí al fin―. ¿En qué puedo ayudarte? ―¿Puedo pasar? ―me dijo sin miramientos. ―Por favor, adelante. La mujer cruzó la puerta y luego me siguió por el corredor, después vino el gran patio y por último el salón. A mi solicitud se sentó en una esquina de la habitación, junto a una escultura de mármol. ―Bella decoración ―le escuché decir―. Como era en antaño ―agregó. ―Así es, la casa es de un amigo, pero ¿cómo supiste dónde buscarme? ―Por la publicación en el diario donde usted trabaja. La de Mónica… 22 La visita ―Es verdad ―le dije― lo había olvidado. Vienes a dejar uno de los trabajos para el concurso de leyendas arequipeñas que convocamos ¿no es cierto? ―En realidad no ―me respondió― vine a aclarar ciertas informaciones inexactas que usted ha publicado. ―¿A cuál de mis trabajos te refieres? ―pregunté con curiosidad y una pizca de molestia al sentir que me cuestionaban como investigador. ―Usted afirmó en una de sus publicaciones que la “leyenda” de Mónica se cuenta desde hace siglos en varias partes del mundo, lo cual es verdad ―le agradecí que me diera cierto crédito―, pero también ha mal informado que cada lugar en el que se dice ha ocurrido se copia, así mismo, de la versión española de Toledo. ―Lo que dices es correcto ―aseveré. ―Pues estoy aquí para decirle que se equivoca en esto último. ―Y ¿cómo lo sabes? ―pregunté esperando una respuesta que no llegó; muy por el contrario, propinó otra pregunta. ―¿Quisiera saber si alguna vez consideró que el origen de La Dama de los ojos sin brillo, como se le conoce a Mónica en Toledo, pudo haber sido el inicio de un periplo, de un viaje por el Nuevo Mundo –algunos también le llaman deambular– por parte de esta dama espectral? –Y ¿cuál habría sido el motivo de tal periplo? –¡La venganza! ―agregó. En ese momento mi curiosidad llegó a límites insospechados, así que me preparé para una larga noche de preguntas y respuestas. Me puse de pie y le ofrecí a la dama una taza de 23 La visita té. Ella accedió y mientras yo, de espaldas a mi invitada, preparaba la infusión en una mesita auxiliar y le formulaba la nueva pregunta: ―Supongo que sabes bien que no estamos hablando de historia, sino de una leyenda sacada del folclore… Al voltear con las dos tacitas en las manos, me di con una nueva sorpresa: ella ya no estaba allí. Dejé las tazas y miré a todos lados, llamé por cada rincón de la casa y solo obtuve por respuesta mi propio eco. Al llegar a la puerta de la propiedad la encontré abierta, por lo que concluí de qué la extraña dama había decidido irse sin avisar. Pero ¿por qué vino a decirme solo un par de cosas y luego se había marchado sin contar su versión? O aún mejor, mostrar alguna publicación o prueba de que Mónica era a su vez La Dama de los ojos sin brillo (en Toledo), La flor del espliego (en Nueva York), La dama de blanco y de la Recoleta (en Buenos Aires), Alicia del buceo (en Montevideo), y finalmente Mónica (en Arequipa). Y eso del “leitmotiv”, ¿sobre la venganza? Pronto esa noche quedó solo en el recuerdo y la anécdota que les cuentas a tus amigos te sucedió alguna vez y que debió ser producto de una broma pesada de gente sin nada mejor que hacer; hasta que meses después, revisando librerías me encontré con una pulcra edición sobre “Leyendas urbanas universales”, escrita por el conocido autor Robert Graves y que a la letra decía lo siguiente: “La Dama de los ojos sin brillo, España siglo XVI (…) ―En América tratábase de la misma dama en cuestión ― en varias ciudades― y como un solo y mismo personaje, pero con distinto nombre o apelativo según la versión local (…) 24 La visita ―Mujer fantasmal pero de apariencia humana que visitaba distintas regiones y en distintas épocas con el objetivo capital de vengar su muerte –a manos de un esposo infiel– lo cual afirma el folclore consiguió a la postre (…) ―Representante y vengadora universal de la infidelidad masculina que deambulaba por el Nuevo Mundo a la caza de hombres infieles; una especie de Hera, haciendo la comparación con la mitología clásica” –del original 1995, Robert Graves, Anglia ediciones, páginas 378 y 379. ***** Hace unos días conocí a un catedrático y viajante español en un evento literario organizado por las universidades locales, realmente me dejó intrigado con todo lo que me confió sobre la verdadera “historia de familia” de La Dama de los ojos sin brillo, o lo que parece ser lo mismo, de Mónica, la leyenda arequipeña. Todo el contenido está escrito en un relato y testimonio mío llamado Las dos leyendas, y que espero ustedes puedan leer primero para entender mejor este segundo testimonio. Pero lo más digno de rescatar de ese primer relato fue que el español me entregó un mapa con la ubicación de lo que él afirma es la tumba de Mónica en nuestra ciudad y que se hallaría ubicada bajo el púlpito, que guarda celosamente la talla en madera que representa al demonio vencido, en la Catedral. No voy a negar que la posibilidad de develar un misterio tal se hace muy tentador, especialmente porque ya en el pasado había logrado ingresar a los subterráneos de la Cate25 La visita dral y puedo decir que allí abajo hay cosas que escapan a una explicación racional, lo cual tiende a emocionar a ciertos espíritus aventureros como el mío. El problema es cómo penetrar nuevamente a esos lugares que en años anteriores se abrían con solo extender unos cuantos billetes al vigilante de turno, pero que ahora, y conocedora la curia local de estas irrupciones en sus propiedades –menos mal que no podían probarlo o no deseaban hacer escándalo– guardaba celosamente con cámaras de seguridad, y hombres de terno con radios y audífonos, al menos en las tres naves de la iglesia con su magnífico púlpito como obra escultural más visitada y admirada por la gente. Pasé varias semanas sin hallar la forma de resolver el problema, pues incluso de noche la vigilancia era extrema, hasta que el propio tiempo me dio la respuesta. Recordé haber leído, hacía una década, una noticia en el diario El Pueblo que reportaba el descubrimiento –por parte de unos obreros– de una galería subterránea en los cimientos de una antigua casona colonial a solo seis propiedades de distancia –a una media cuadra de la Catedral– en la calle Moral y que apuntaba directo a la iglesia mayor. No mentiré si les digo que en ese momento de lucidez dejé todo cuanto estaba haciendo y me marché presuroso a la Hemeroteca Municipal para solicitar los periódicos de la época y afianzar la información. Luego de una larga labor, finalmente encontré la noticia en ciernes y anoté cuanto dato me fuera necesario rescatar para la nueva investigación. Lo más importante de todo esto fue haber obtenido el nombre del propietario de la casona donde se halló la galería, además de su dirección. Crucé los dedos esperando que el destino no 26 La visita me sorprendiera presentándome con un sujeto del todo apático a este tipo de indagaciones, pero gracias a Dios y desde un primer momento que hablé con quien solo llamaré señor Q., fui recibido con enorme curiosidad y sobre todo con gran colaboración. El propietario, señor Q., me dijo, entre otras cosas, que siempre había deseado explorar ese pasadizo, pero el temor a sufrir un accidente fatal o quizás a perderse en los posibles laberintos lo había disuadido de tal empresa. Era un miedo natural a lo desconocido que yo, por cierto, había afrontado ya en otras ocasiones. Sin embargo, cuál no sería mi sorpresa, luego de haber conversado ampliamente sobre el motivo de estas investigaciones, al escuchar decir a mi anfitrión –quien se hallaba en compañía de su hijo mayor– que me otorgaba el permiso de exploración entrando por su propiedad, pero que solicitaba solo una cosa, y esta era el poder acompañarme por aquellos corredores. Por supuesto accedí. Por otro lado, el señor Q., tampoco era un advenedizo en la materia abordada, descubrí pronto su gran conocimiento sobre la historia local, aunque desconociera mucho de su folclore y leyendas. No obstante me dio un dato importante cuando me contó sobre el testimonio de un amigo suyo, emparentado con un sacerdote de la vieja escuela, al que le llamaban además cada vez que se requería un exorcismo para algún desdichado parroquiano. La historia había ocurrido en los años 70 y era un secreto a voces dentro del clero, y es que una mujer endemoniada puso de cabeza y media a los sacerdotes arequipeños. Había sido responsable de la muerte de un joven que, sabiéndola fallecida y viéndola salir luego de un mausoleo, se había desquiciado, perdió la voluntad y luego se suicidó tirándose por una 27 La visita ventana del Hospital General. Como no, una turba de laicos y curas persiguieron a la endemoniada sin desmayo, y finalmente la atraparon y terminaron llevándosela a algún lugar ignorado y de ella nada más se supo… Hasta hoy, que yo le había contado al señor Q., sobre mi cita con el español y lo que me reveló de la tumba de Mónica –seguramente la supuesta endemoniada que la iglesia local atrapó– y que la misma se hallaba bajo el púlpito de la Catedral. Finalmente el señor Q, me preguntó: ―¿Cree realmente que encontremos esa tumba bajo el púlpito? ―No puedo afirmarlo, pero en el fondo sé que lo deseo, motivación suficiente para haberlo buscado a usted y para que nos embarquemos en esta arriesgada experiencia. ―¿A lo que me refiero es si hallaremos a un vampiro, un no-muerto en la Catedral? ―preguntó mi compañero por último. Le respondí que no, y sonreí por su candidez. Luego agregué: ―No sería extraño encontrar allí solo un esqueleto enterrado desde hace casi tres décadas. ***** La noche que el señor Q., y yo penetramos por la galería de su casa era bastante fría, pero la falta de una buena ventilación en el lugar elevaba la temperatura y nos estaba haciendo sudar la gota gorda, especialmente cuando recorrimos unos 50 metros de subterráneo directo y sin complicaciones, y al final 28 La visita nuestras linternas alumbraron un muro de sillar que bloqueaba el camino. ―Hasta aquí llegué yo alguna vez y luego solo me di vuelta ―me dijo el señor Q. Gracias a esa información, previamente anunciada, nos dispusimos a usar las herramientas que habíamos traído para estos contratiempos. Empezamos a picar y no fue complicado hacer rápidamente un boquete en la débil piedra volcánica y por donde pudieran pasar nuestros cuerpos horizontalmente. Una vez cruzamos al otro extremo, nuestras linternas alumbraron algo que no habíamos pensado hallar, a otros 10 metros se mostraba una pequeña capilla circular perfectamente adornada con reliquias y esculturas de arcángeles que seguramente estaba ya en los linderos inferiores de la Catedral, además por el olor a velas recién usadas, y flores aún sin marchitar en el altar, supimos que estaba en perfecto cuidado y uso. Según el plano que me facilitó el español, debíamos hallarnos bajo la entrada lateral que permite el acceso por el pasaje de La Catedral. A partir de allí los caminos se bifurcaban en dos ramales y cada uno de estos en otros dos a su vez. Sin las especificaciones, líneas y flechas anotadas a mano en el plano, de poco nos hubiera servido seguir el instinto y es probable que nos hubiéramos perdido en el intrincado laberinto de galerías, y también de tumbas centenarias. A ese punto, el calor, el ambiente cada vez más irrespirable y sobre todo la excitación por sabernos envueltos en más de un delito al haber allanado una propiedad le proporcionaron a mi amigo una taquicardia nerviosa que de pronto lo inmovilizó y luego lo terminó de vencer, haciéndolo caer sentado sobre una piedra esculpida en granito que sobre29 La visita salía de la base de un pilar. Al ver la descomposición de su rostro me acerqué a él y le dije: ―¡Es todo, nos largamos de aquí! Y si no puede andar o apoyarse sobre mí hombro, iré por ayuda. ―No, por favor ―me respondió―. Continúe usted sin mí, yo vengo preparado ―y extrajo de su bolsillo dos pastillas que se tragó como caramelos y se colocó además un inhalador―. Aquí lo espero, ya me lo contará todo ―dijo por último. Prometí no tardar, así que le dejé parte de mis cosas y apreté el paso. Como a cada trecho podía notarse cierto tipo de iluminación, incluso artificial, decidí apagar mi linterna para no ser descubierto y en un recodo del pasadizo casi si me estrello con un grupo de diez o más personas ataviadas como monjes. Menos mal que sus capuchas no les permitieron ver cuando me escondí entre las sombras que proyectaba un contrafuerte. Antes de proseguir, y viendo que no había peligro, prendí mi linterna y examiné el plano. Debía hallarme tan solo a unos metros de la ansiada X, de la tumba que mi amigo Q., y yo habíamos venido a buscar y, efectivamente, al rodear una pared pude descubrirlo… Se trataba de una especie de celda con su reja y un viejo candado que la custodiaba. Me aproximé, miré por entre los barrotes enmohecidos y alumbré con toda la potencia de mi linterna. Allí estaba la tumba, sobre el piso, al medio del habitáculo, una sola, y lo más increíble, lo más insólito era que allí en la lápida se leía un nombre: Mónica, la endemoniada, 1972. Al parecer la tumba había sido olvidada a su suerte, el lugar se veía descuidado y maloliente, como si las maldiciones religiosas hubieran persistido por décadas, algunas ratas muertas y secas como succionadas además de repug30 La visita nantes alimañas de cientos de pies se paseaban como únicas visitantes por el lugar. Pero había allí algo más que la tumba y su inscripción, un mueble con compartimentos, que contenían dos folios con papeles amarillentos que el tiempo casi si había destruido. Intuí se trataba del expediente de la joven enterrada. Se me abrieron los ojos y no pude resistir pensar que esos documentos debían estar en mis manos, ese era el verdadero premio por nuestro esfuerzo. Miré hacia uno y otro lado y viendo que no había nadie, pues ya debía ser la medianoche, alcé una sólida piedra y la tiré sobre el viejo candado que no ofreció resistencia, y que al parecer solo había estado sobrepuesto. Nadie reaccionó al corto sonido o vino a mi encuentro. Menos mal, entré a la celda, abrí mi mochila y metí allí los dos folios. Antes de salir huyendo, miré por última vez la cripta de Mónica y noté algo que solo después, al revisar los documentos, entendería. La esquina de la tumba, opuesta a la reja, es decir la que no se observaba desde fuera, estaba rota, quebrada, había allí una oquedad por donde fácilmente podría pasar una persona delgada. No quise imaginar más, cerré la reja y coloqué el candado sobrepuesto en su base. ***** Al amanecer mi amigo descansaba ya en su propia habitación. Habíamos vuelto del infierno al reconfortante frío de una noche invernal arequipeña. Menos mal, su estado de salud era óptimo. De pronto se sentó sobre su cama, y yo me levanté del sillón antiguo en donde había dormido aquella noche. ―¿Y mi hijo? ―preguntó. 31 La visita ―Como convenimos ayer, fue hace un momento a tapar el hueco que hicimos en la galería que lleva a su propiedad. Quisiera ver lo que trajo consigo –me dijo–. Vayamos al comedor. ―Por supuesto ―le respondí― y nos encaminamos. Pronto eché el contenido de la mochila sobre la mesa. Durante varios minutos estuvimos absortos desempolvando escritos, leyéndolos con una lupa en la mano y contemplando los documentos que efectivamente hablaban de la condenada y su relación con las otras mujeres de varias otras regiones del mundo. Se trataba de la misma vampiresa –para el español–, de la misma endemoniada –para la curia–, y de la misma mujer de blanco que me visitó alguna vez en la casona a mi cargo y que descubrí asombrado al ver su rostro retratado en una estropeada pero aún visible foto de archivo. Le expliqué a mi anfitrión lo descubierto y sobre la relación de ambas mujeres en una misma identidad. En ese instante, escuchamos proveniente del subterráneo de la casa un grito apagado pero audible. El señor Q., me miró gravemente a los ojos y expresó: ―¡Mi hijo…! Ante la premura no hubo ocasión de hacer nuevas preguntas, cogimos los picos y nuestras luces y nos metimos una vez más por la entrada que conducía al pasaje subterráneo. Al llegar al lugar fijado, nuestros más caros temores se hicieron realidad. Allí estaba el cuerpo del hijo del señor Q., tirado en el piso de la galería. Al parecer no era grave lo suyo, solo estaba desmayado. Entre los dos lo llevamos a la casa y una vez allí, al 32 La visita despertar, el apuesto joven nos daría su testimonio, que es el que paso a resumir: “Una vez el joven se aproximó a resanar la pared en cuestión, descubrió a una bella mujer de vestido blanco, que se aproximaba a su encuentro, al parecer estaba enferma, pues se tambaleaba, y finalmente terminó desfalleciendo en sus brazos. Él pensó en pedir ayuda, así que depositó el cuerpo en el piso y mientras lo hacía, “eso… o lo que fuera”, lo que primero le había parecido una bella mujer, se dio vuelta, mostró los dientes y se abalanzó sobre su cuello…”. ***** Ahora que han transcurrido los días y que vemos los hechos con mayor ecuanimidad, tanto el señor Q., como yo, estamos convencidos que Mónica, la “endemoniada” para algunos, y la “vampiresa” para otros, ha regresado a las andadas, y por ende, ha vuelto a convertirse en una macabra y también peligrosa realidad. ¡Que Dios nos proteja…! 33 Jorge Arturo Valdivia Olaechea (Arequipa - 1968) editor de los suplementos “Fantástico” y “El Porqué de las Cosas” de Arequipa al Día (1999 - 2002), editor de la revista “Tinmarín Santo Domingo”, República Dominicana (2006 - 2007); corrector de estilo de diversos diarios (Arequipa al Día, Diario Libre y periódico Hoy - Rep. Dominicana, El Pueblo y La República); tercer puesto en el VI Concurso de Cuento Corto de la Universidad San Pablo; y actualmente estudiante de la Escuela Profesional de Literatura de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha sido premiado con tercer puesto en el VI Concurso de Cuento Breve de la Universidad San Pablo de Arequipa; además de primer lugar en Ensayo en el III Concurso Anual Neo Phuru de Poesía, Cuento y Ensayo Arturo Valdivia Atrapado en el tesoro de los jesuitas “CORRÍ HASTA EL CANSANCIO. Las piernas me temblaban, el sudor frío y la desesperación por alejarme del rancho de don Gaspar no hacían más que aumentar mi angustia. Ahora que estoy lejos, tirado al lado de la acequia de La Mantilla que discurre por La Pampa de Miraflores hasta la Plaza Mayor, empuño fuerte la pluma para advertirte del peligro. Por testigo pongo este escrito lleno de sangre, entrada la noche del 24 de agosto de 1848, bajo incesante lluvia y protegido nada más que por una montura estropeada, abandonado a mi suerte con estas monedas malditas que mi ambición extrema me llevó a profanar del cementerio. No sé cuánto aguante, pero esta es mi historia…”. Con estas palabras llenas de misterio, arrancaba el pergamino que hallé en la pared colindante al callejón del manejo de las tiendas, como se denomina al pasaje estrecho que parte de la calle San Francisco y termina en la calle Jerusalén, cercano a Mercaderes, y donde comencé mi atrevida aventura para obtener el tan codiciado tesoro oculto de los jesuitas, que algunos afirman descansa en las faldas del Chachani, pero que con mi investigación queda en entredicho, puesto que gran parte, estoy seguro, fue sepultado con sus dueños en algunos solares y en el desaparecido cementerio donde ahora se ubica La Chabela, en el distrito de Miraflores. 37 Atrapado en el tesoro de los jesuitas Siempre curioso, el tema de los tapados despertó en mí especial interés, no solo por el factor económico, sino por el misterio y las manifestaciones sobrenaturales involucradas. Hablaba de ello con todo el mundo, y no fueron pocas las veces en que consulté textos antiguos, periódicos y revistas en las bibliotecas para indagar en el asunto. Así fue que me topé con un artículo del diario “El Deber”, que narraba la historia de un tipo que trabajando en la restauración de una casona, encontró entre los bloques de sillar unas monedas de plata antiguas. Si bien podría tratarse de un tapado de algún noble de la época colonial, mi instinto me llevó a hurgar en los alrededores, debido a que según remite la historia, esa esquina de Mercaderes era propiedad de los jesuitas, de acuerdo al damero trazado que consta en algunos documentos antiguos y que yace en un museo de nuestra ciudad. Además, los ruidos de cadenas y apariciones fantasmales que se perciben en el lugar delatan la presencia de un tesoro. Me las ingenié para pasar inadvertido y esconderme en el callejón contiguo. Luego de tantear en las paredes donde podía haber una cámara vacía, di con un escondrijo, a unos tres metros de la entrada, casi a la altura de mi cintura. Luego de un golpe seco, cogí un cincel y evitando hacer ruido pude desprender un bloque y encontrar una vasija de barro alargada, que al romperse dejó entrever el pergamino en ciernes. Su contenido se repartía a lo largo de un rollo de cuero bien conservado, con un bosquejo y un mensaje borroso y manchado que apenas podía verse. A la luz de una vela continué leyendo: “Soy Bartolomé, el forastero escogido por el tapado para deve38 Atrapado en el tesoro de los jesuitas lar sus misterios…”. En ese instante una gélida brisa caló hasta mis huesos. Cogí mi herramienta y el manuscrito, y abandoné como pude el pasaje empedrado. Una presencia indescriptible lo invadía todo, pero supe reponerme y huir. Por lo menos así lo creo, pues amanecí en mi lecho, pero no recuerdo exactamente lo que pasó, es como si hubiese muerto y vuelto a nacer, tengo el pergamino en mis manos, aunque no la herramienta. Un candelabro me alumbra para repasar lo leído y descubrir lo que le pasó a este desdichado hombre. Lo que sigue de la lectura me sacude: “Tienes que seguir mis instrucciones o no vivirás para contarlo. Para cuando leas esto habrá transcurrido mucho tiempo, no importa, el tesoro que encuentres nos protegerá y puede darte la clave para liberarme. Pero ten cuidado, las monedas están malditas, si no eres el escogido puede llevarte al mismísimo infierno… Yo estoy atrapado, esperando a que alguien me ayude. Me han puesto de centinela en esta cárcel, con una trompeta en las manos para anunciar un acontecimiento venidero cuando se den las señales en el cielo. No sé por qué me escogieron, pero aguardo a que me encuentres…, así está escrito”, agregó. Ni corto ni perezoso me levanté y salí a la calle. Había mucho alboroto, la gente gritaba y sin advertirlo me vi acorralado. Unos disparos me devolvieron a la realidad, y crucé el puente Real (ahora puente Bolognesi) hacia la Plaza Mayor, hasta llegar al templo de La Compañía. Habían construido una barricada, pero me las ingenié para saltarla. Caminé una cuadra hacia la derecha para buscar cobijo en la dependencia policial de Palacio Viejo, pero cuando estuve allí sucedió algo extraño, el pergamino comenzó a iluminarse y mis manos no podían soltarlo, 39 Atrapado en el tesoro de los jesuitas pronto todo mi ser se adormecería y la cabeza empezaría a darme vueltas. En un abrir y cerrar de ojos, yo, Daniel, sentía que todo a mi alrededor había cambiado. La comisaría se desvanecía para dar lugar al tambo de los jesuitas, que se asentaba floreciente como hace dos siglos atrás. ¡Había retrocedido en el tiempo! En medio del tambo se erguía un gran molle de tres ramales, igual al dibujo del pergamino, donde Bartolomé me indicaba que debía excavar. Nadie advertía mi presencia, así que cavé cerca de un metro de profundidad y encontré un crucifijo de ocho puntas oxidado y unas alas de bronce que parecían arrancadas de alguna escultura, todo envuelto en una manta con bordados multicolores. Me sentí más tranquilo al advertir que el crucifijo tenía adherida una nota firmada por Bartolomé, y además que la cruz presentaba una inscripción diminuta hecha a mano que decía: “Nos llevamos un tesoro oculto en el breviario. Catedral de Arequipa, Año de la Misericordia del Señor”. Tenía una nueva pista, ya no me preocupaba el hecho de estar en otra época, quería encontrar el tesoro y ayudar a Bartolomé. Ahora debía ir en busca de ese breviario, así que me dirigí a la Catedral. Busqué sin fortuna y casi abandoné la tarea, hasta que divisé por casualidad otra pista en el piso. Se trataba del crucifijo dibujado y que en el centro en letras minúsculas decía: “A los pies del altar, con las manos extendidas te invoco en oración”. Me acerqué al altar, y como en el manuscrito, se hallaban dos pergaminos esculpidos. Exploré ambos, hasta que al presionar uno se produjo un ruido. Me acerqué inmediatamente al otro y el piso empezó a ceder para dar lugar a una escalerilla 40 Atrapado en el tesoro de los jesuitas subterránea, a la que ingresé hasta toparme con un cenotafio (tumba sin cuerpo) con una inscripción en la parte superior. Por dentro una corriente de agua se perdía por un agujero al final de la tumba. Supuestamente era de una de las acequias que corrían por debajo de la ciudad y que atravesaba el templo y desembocaba en la Plaza Mayor. Según el pergamino, tenía que seguir su curso. Bartolomé finalizaba sus palabras con una sentencia: “Bebe de la copa sagrada para alcanzar la vida eterna, o condénate en la oscuridad porque el demonio alza la vista y resguarda los tesoros materiales de la Tierra. Vienen los tiempos del Señor, los ángeles ahora tocan sus trompetas”. Subí rápido y abandoné el lugar y vi al diablo esculpido debajo del púlpito y comprendí que parte del tesoro a que se refería Bartolomé no era las riquezas acumuladas ni el poder que conllevan porque conducen a la perdición, sino por el contrario, la pobreza y el desprendimiento te salvan. Así concluía el texto con las palabras inscritas en el curso de la acequia dibujada: “Non nobis domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam”. Y proseguía con “...super misericordia tua et veritate tua”. Este es el lema de los Caballeros del Temple sacado del Salmo 113 de la Biblia, que traducido significa: “Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para la gloria de tu Nombre... Para hacer brillar tu misericordia y tu verdad”. Abandoné el templo y frente mío se alzaba el Tuturutu, y recordé que en las crónicas antiguas hacían referencia a él como un ángel, y yo había descubierto sus alas que le fueron despojadas por su ambición. Se trataba de Bartolomé, ahora arrepentido, Dios le había dado una nueva oportunidad con esta misión. No sabía el procedimiento para liberarle, y cómo podría devolverle 41 Atrapado en el tesoro de los jesuitas sus alas. Así que me subí a la pileta, que parece un cáliz, me incliné y tras beber de sus aguas, saqué las alas para adosarlas al Tuturutu. Para mi sorpresa empezó a tocar la trompeta, todo se remeció y se escuchó la voz de Dios, el Shofar, el secreto de los templarios, el Tesoro de los Jesuitas. Empezó a girar de derecha a izquierda hacia los portales. Entendí una más de las claves: a un costado el Portal de las Delicias (como se llamaba antes el Portal de San Agustín), el mundo profano, los placeres, y al frente el Portal del Regocijo (Portal de Flores), que es entregarse a Dios. Al frente el Portal del Cabildo, el Concejo donde se deliberaría el Juicio Final. Era tal el estruendo de la trompeta que todo caía, un gran terremoto se liberaba y el pergamino en mis manos empezaba a deshacerse. Invoqué misericordia al Señor y caí al espejo de agua de la pileta con las alas. Me levanté aturdido, ahora era un fantasma queriendo descansar en paz. De nuevo me encuentro en el callejón del manejo de las tiendas y estoy a punto de encontrar el pergamino, la historia se repite día a día, pero haz surgido tú, que dejaste caer tu mirada en el estanque de la pileta de la Plaza de Armas y me abriste un camino para poder contarte esto. No sé cómo sucedió, te veo como la salida perfecta de este mundo, de esta prueba, ahora todo tiene sentido, el martirio de estar atrapado en el tesoro de los jesuitas acabará, Bartolomé y yo, Daniel, pronto estaremos liberados, viene el juicio, y hemos encontrado la forma de advertirlo a la gente. La tierra temblará de nuevo, el Misti erupcionará y Arequipa, que según una traducción en lengua aimara significa “trompeta sonora”, será purificada. Llega la hora de un mundo nuevo, de encontrarnos y abrazarte. Cuento contigo… 42 Arturo Valdivia El portal de las encrucijadas VIAJANDO DE UN LUGAR A OTRO, a veces por inercia, acostumbrado a los vaivenes de la vida, deambulo entre mundos paralelos. Y no es precisamente porque lo quiera así, voy empujado por algo que aún no logro comprender a cabalidad, porque ya no estamos en el lugar que solemos habitar, ahora andamos en los caminos que soñamos. Cuando yo me convertí en una posibilidad no sabía que todo era posible. Recuerdo vagamente las circunstancias en que empezaron a manifestarse las presencias que me acompañan hasta hoy. Lo primero que pensé fue que se trataba de criaturas como yo, de carne y hueso, más tarde sabría mejor de su existencia. Su nombre era más frecuente oírlo entre nuestros antepasados y se les denominaba “gentiles”. Con el paso de los años ya no serían solo ocasionales encuentros, se asomarían mientras dormía, y en ocasiones me perturbaría su estado. Llegada la pubertad me iría al extranjero, apartándome de la cotidianidad y los fenómenos paranormales. Nuevos amigos, otro ambiente y expectativas trastocarían mi destino. Ya no había presencias fantasmales, ni ruidos extraños, hasta mis sueños pasaron a ser una tranquila jornada onírica. Sentí un gran alivio y así pensé que seguiría. Pero una noche, luego de concluir mis labores, tras acostarme y ya entrada la madrugada, todo empezó a nublarse a mi al43 El portal de las encrucijadas rededor, y frente a mí, en el aire, seres llenos de luz pugnaban por acercárseme. Encima el ambiente se desdibujaba, sentía que flotaba y la luz intensa penetraba con sus rayos lo poco que podía ver. Luego todo se tornó oscuridad, con un frío intenso que calaba hasta los huesos. Me sentí abandonado a mi suerte, languidecente, no lo sé. Transcurrieron así largas horas hasta que una silueta se asomó. Mis esfuerzos por comunicarme fueron vanos, y recién al amanecer la alarma logró despertarme. Recuperado de ese lance volvieron las apariciones, los ruidos extraños y las alucinaciones. Ni qué decir de los sueños que asaltaron nuevamente mis noches, precisamente alrededor de las tres de la mañana. Me acostumbré, llevado por la necesidad de evitar que me cataloguen de loquito. Simplemente lo asumí como parte de mi vida. De vez en cuando trataba el tema, era una situación incómoda. Volví a Arequipa, primero a la casa de mis padres, luego a la casa donde radicaría hasta el día de hoy. En esta última el destino me tendría preparada una sorpresa. Recibí como herencia una cómoda con un gran espejo circular que asemejaba a un portal. Con singular tocador, aquella noche sentiría el mayor de los temores cuando se hizo la noche y un apagón me llevó a encender una vela y advertir que algo se asomaba entre las sombras y los reflejos. Indagué de dónde podía proceder la silueta del ser que prácticamente salía del espejo. Luego de mis averiguaciones y de contar las características del individuo en mención, descubrí que hace muchos años vivió en el lugar un curandero llamado Cipriano, y que fue muy popular y respetado en su época por resolver problemas de sustos, envidias y males que atribuían a 44 El portal de las encrucijadas la hechicería y al mismísimo demonio. Incluso algunos lo tenían por gran adivino, por su capacidad de leer las hojas de coca y la borra de café. Cuentan que una vez un “ccoro” tuvo metido malos espíritus y don Cipriano debió batallar duro para limpiarlo y liberarlo de los “gentiles”, seres del inframundo que dicen los antiguos se llevaban a los niños no bautizados. Uno de ellos precisamente fue el que se presentó en mi habitación por ese espejo, luego que viera a quien lo liberó. El más allá está más cerca de lo que pensaba. Lo que veía y escuchaba a muchos podría asustar, pero a mí no, aunque la verdad no sé a qué se debe estar ligado a tales sucesos. Tanto en sueños, como a veces despierto, soy testigo de seres que vienen a mí pidiendo ayuda, como si fuera ese curandero que alguna vez estuvo ante este espejo y que aprendió a saltar a otras realidades. Mientras escribo estas líneas, me asalta nuevamente la incertidumbre de cómo afrontar esta realidad. En aquel entonces un accidente provocó que se derramara agua frente al cristal de este espejo, y toda su superficie empezó a saltar como olas y me envolvió y arrastró a un remolino casi sin fin, hasta que abrí los ojos y me hallé aturdido frente a otro espejo, éste de un hospital en el que había permanecido enfermo hace ya mucho tiempo. No sé cómo ha ocurrido este viaje al pasado, sin embargo me di cuenta de que una enfermera había dejado caer comida, que luego recogió en el mismo plato y la llevó a otra habitación. Me acerqué a increparle su acto, y ella sorprendida me dijo que cómo había hecho para levantarme si estaba grave y me llevó a una cama. Sobre la estancia mi nombre figuraba, y tenía 11 años de nuevo. No podía creerlo, otra vez era niño y esa noche no 45 El portal de las encrucijadas comí de lo aturdido que estaba y felizmente a la semana me dieron de alta. Yo recordaba que estuve mucho tiempo en cama, pero ahora todo adquiría otro sentido y un desenlace diferente. Cuando llegué a casa busqué el espejo, pero no estaba. Podía recordar acontecimientos futuros y presuroso fui a visitar a la enfermera del hospital, y la encontré delicada. Había comido del plato que yo dejé en el nosocomio y ahora ella se debatía entre la vida y la muerte. Al día siguiente falleció irremediablemente y no sabía cómo sobrellevar esta carga. Pasaron los años, en la escuela me ponía en pensar sobre lo que pasaría. Estaba tan absorto que no tenía amigos, mi mente siempre estaba en otro lugar, hasta que la noche de un domingo 7 de agosto fui presa del más extraño hecho. Una serie de temblores, lluvia y terrales sucedieron, y al día siguiente cuando cuento lo ocurrido, nadie había sentido nada ni daba razón, ni siquiera en la radio ni los periódicos. De nuevo en la casa y temiendo haberme vuelto loco encuentro un charco en el jardín colindante a la habitación, y de pronto otra vez se dibujaban ondas, que fueron engulléndome y trasladándome ahora a unas cámaras iluminadas a mis costados, donde me veía en diferentes situaciones, haciendo esfuerzos por cambiar mi destino, viviendo vidas paralelas, todas con un fin diferente, y a la vez sincronizadas con parecidos escenarios y personas, que ahora me toca vivirlos o no, en una encrucijada que espero algún día concluir. Desesperado salgo corriendo sin ninguna dirección, con el fin de escapar de este trance. No sé cuánto habré recorrido, pero me pareció extraño no haber encontrado a nadie en mi camino. La tarde era gris, sin una pizca de viento, entre muros de sillar 46 El portal de las encrucijadas y un sendero empedrado con una acequia al centro. Al final un portón de donde apareció un niño arreando una mula con porongos de leche y cerca un carruaje con gente. Avanzo unos metros más arriba y diviso la plaza Campo Redondo del barrio de San Lázaro y me doy cuenta dónde estaba: el Callejón de los Cristales, y creo que por lo menos logré retroceder unos 60 años. Vuelvo a buscar al niño que presumiblemente conocía y logro encontrarlo en uno de los solares del callejón, cargando con la cómoda que recibiría de regalo en el futuro. Con ayuda de un hombre la subió a una carreta jalada por caballos, mientras yo los seguí sigilosamente. Después de recorrer un largo trecho bordeando una gran acequia, llegamos a la salida noroeste de la ciudad, teniendo por última parada el templo de San Antonio Abad. De allí en adelante se divisaba una gran pampa florida bordeada de un camino que por arriba llevaba al cementerio y por la derecha a las primeras chozas y casas de adobe habilitadas en esta parte cerca de la lloclla de La Pampa de Miraflores. Allí descargaron la cómoda con su gran espejo, y pude observar su origen cuando el curandero Cipriano lo acomodaba entre sus enseres. Luego todo se desvaneció ante mis ojos y volví al presente, como si de un sueño se tratara. Al paso del tiempo descubriría que esta tierra pródiga de Arequipa es un lugar especial, y no yo como en un momento pensé, puesto que lo único que hice sin darme cuenta es vibrar en la frecuencia adecuada para internarme en otros mundos y descubrir su simultaneidad con las personas que nos rodean. Múltiples veces viajaría al pasado y al porvenir, y se repetirían escenas y se añadirían otras. Del futuro guardo imágenes 47 El portal de las encrucijadas terribles por la furia de la naturaleza y la guerra, pero también algunas muy alentadoras por el buen uso de la tecnología y el entendimiento de lo que es una verdadera comunidad. En verdad no había otro camino. De ese tiempo añoro las manzanas interconectadas por puentes aéreos, donde no había casas o vehículos para cada persona, sino habitaciones que se complementaban con ambientes públicos que servían para todos. Se preparaba en un solo lugar los alimentos para evitar sobras, había un seguimiento estricto de la salud desde que se nacía, tanto así que los controles eran diarios; los hijos eran de la comunidad y no de una familia determinada, y cada uno se preparaba en su especialidad para compartirla. Todos recibían su paga con servicios y le dedicaban más tiempo a las artes que al trabajo. En un mundo como éste las decisiones están menos expuestas al paso abrumador del azar. A pesar de ello prefiero equivocarme y tener ante mí varios caminos para resolver las encrucijadas de la vida. Hoy sigo en ello y no me arrepiento, donde hay más incertidumbre se gana más experiencia y el portal que se abre hoy trato de aprovecharlo al máximo. Estas líneas tendrán el final que menos esperas, y que a la postre serán una ventana abierta a quien se anime a atravesarla conmigo. Si en este momento escuchas voces y ruidos extraños, y sientes presencias fantasmales, puedes estar asistiendo a tu propio portal de las encrucijadas. No tengas miedo, no esperes a que te lo cuente en la otra vida, puede afectarte como a mí e incluso doblegarte, pero es cuestión de tiempo para que empieces a vivir y aceptar la más indescriptible aventura de tu existencia. ¿Te atreves? 48 Arturo Valdivia El tiempo que estuve ausente TIEMPO ATRÁS, cuando la Tierra se formaba, se desató la guerra de los apus en la extensa zona andina del Colca y Cotahuasi. Enormes montañas se disputaron la gracia del dios Sol y en su afán de ganar sus favores decidieron sacrificar a sus hijos. Yo soy una de ellos, una princesa ahora convertida en catarata a los pies de mi amado Sahuanjea, otrora volcán hijo del Ampato y Walka-Walka, que luchó por mi amor incansablemente. Rebusco en mis recuerdos para saber cómo empezó todo esto. Pero al ver reflejado mi rostro en las aguas sobreviene inevitablemente una vorágine de impresiones que evocan aquel crepúsculo de pesadilla, lleno de vivencias inesperadas y confusas, que en apenas segundos alteraron mi existencia. No puedo olvidar la mano extendida de mi padre Ccoropuna, sujetándome fuerte, antes de dejarme caer a aquella hondonada para librarme del peligro. En mi desesperación se confundían la soledad y el dolor, mientras arriba la tierra rugía, sin advertir a ciencia cierta si la naturaleza era la que convulsionaba más que yo. Desfallecí, no pude más, transcurrieron extenuantes horas antes de levantarme de nuevo para pedir auxilio, sin éxito, pues nadie se percató de mi trance. Siglos más tarde la desgracia mermó al advertir que Solimana, mi madre, había logrado liberar mi espíritu y meterlo dentro de uno de los ayllus. Encarné en una joven mujer en me49 El tiempo que estuve ausente dio de un frígido refugio protegido por un pórtico que al golpearlo dejó entrever una pequeña habitación, adonde presurosa me desplacé. Había comida, agua y abrigo que aliviarían mi estancia. Mucho tiempo transcurrió hasta que otro temblor estremeció mi temporal aposento, rasgó las paredes y un boquerón me permitió salir a la superficie. Llovía incesantemente, el cielo grisáceo adquiría tonalidades rojizas por las bocanadas de fuego y azufre que arrojaba ahora el Apu Misti. En Arequipa todo estaba destruido, no divisaba ni un alma, anduve en medio de los escombros, sin dirección, cabizbaja, atónita. Llegué a los linderos de San Lázaro y una bóveda cristalina cubría por completo un extenso parque que tenía por nombre Selva Alegre, lo único verde en lo que alcanzaba mi vista, creando un microclima al interior de este, al que no podía acceder. Bordeé la estructura hasta llegar al lecho del río Chili, donde gigantescos domos se levantaban, cual urbe futurista, destellante, pero a la vez lúgubre, inhóspita, artificial. De pronto fui tocada por un haz de luz fulminante, nublándose todo hasta caer irremediablemente. Al despertar, una hoguera cercana me calentaba, y a mis pies una anciana me observaba con celo. Había curado mis heridas y en cuanto me vio restablecida me señaló que corría peligro, debía huir, la ciudad era ahora un lugar peligroso, una colonia minera donde a todo intruso eliminaban. Me conminó a seguir la ruta del Colca, donde hallaría gente amiga. Antes del amanecer, pertrecha de provisiones emprendería camino. La anciana no quiso acompañarme, me dijo que su lugar estaba allí, que había sobrevivido a una hecatombe que transformó el lugar, desatándose todo tipo de desastres. El aire, el fuego, la tierra y 50 El tiempo que estuve ausente el agua lo cubrieron todo y gran parte de la ciudad desapareció. No logré convencerla de la necesidad de partir, así que alisté provisiones y al amanecer del día siguiente dejé atrás lo que quedaba de Arequipa. Entre el asombro y el miedo, y la insoportable angustia de saber si iba en la dirección correcta, avanzaba lento, incluso volvía varias veces sobre mis pasos. Humo, ceniza y neblina envolvían el ambiente, pero a medida que me alejaba de la ciudad el panorama cambiaba. De ruinas y tierra calcinada, pasé a colinas verdes de tierna hierba, bajo un sol enceguecedor y fulgurante. Al atravesar el abra del Chachani y el Misti, perpleja contemplé hacia las tierras de occidente un mar que arremetía y en el horizonte unas islas humeantes que, sumado al desolado paraje, convertían al lugar en un fúnebre espectáculo. Retomé la marcha, y al atardecer se presentó la primera encrucijada. Escogí la senda de escarpadas montañas y tras atravesar una eterna llanura, no muy lejos, advertí el murmullo de una caída de agua que saciaría mi sed. Trepé una cuesta, el acceso era complicado, pero al final una vista sobrecogedora deslumbraba. Al parecer había llegado al final de mi viaje, ante mí se presentaba un cañón profundo y hermoso, el Colca. Emocionada inicié el descenso. Al bosque petrificado del lugar se le unió una vegetación exuberante, no hacía frío, en cambio, una ráfaga de viento caliente ascendía, mientras la llovizna cubría el paisaje sobrecogedor. Entre luces y sombras marchaba, pero una trampa me lanzó a la quebrada y cuando creí que era devorada por el caudal del río serpenteante, fui jalada y sedada. Me reincorporé en una ha51 El tiempo que estuve ausente bitación a modo de cueva, que luego supe era una de las numerosas casas que pendían en las paredes de los desfiladeros. Allí, al pie del barranco, en una especie de balcón permanecía de pie Sahuanjea, a quien reconocí enseguida sin la necesidad que se presente, pues su imagen estaba latente en mi mente. Se acercó y emocionado me dijo haberme esperado por cientos de años y que había llegado la hora de unir los ayllus del Cotahuasi y del Colca. En medio de vítores de los que nos empezaron a rodear, tomó mi mano y saltó al vacío. Grité, pero un enorme cóndor nos contuvo y nos llevó volando por el valle hasta el Apu Ampato. Este se estremeció y con una voz potente dijo: “Hijo, únete a tu princesa”, y a lo lejos mis padres Ccoropuna y Solimana exclamaron: “Perdónanos hija”. En ese instante recordé el sacrificio de mi amado, la guerra que se había desatado entre los apus, y la creación de este magnífico valle, depositario de las riquezas de los incas, el soñado Dorado, que los conquistadores pensaron se trataba de oro, pero no era otra cosa que sus cultivos, entre ellos el maíz, que brotaba en todo su esplendor por todo el valle. En adelante Sahuanjea volvió a ser el espléndido volcán y a sus pies estaba yo convertida en la más hermosa caída de agua. 52 IGNACIO GALDOS VALDEZ (Arequipa - 1977) EscribE porque Le apasiona. “Es una sensación indescriptible sentarse frente a un computador e inventar historias”, refiere. Su amor por la literatura comenzó en la niñez, cuando se puso a escribir pequeños cuentos. Actualmente es miembro del grupo cultural Kosmogonía. Ha participado en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”. Ignacio Galdos San Gil de Cayma CORRÍA EL AÑO DE 1890 en Arequipa, como todos los domingos Albertito y sus padres estaban escuchando misa en la iglesia de Cayma. El sermón era aburrido, posiblemente se debía a que el padre Nicanor Ugarteche ya era un hombre bastante mayor y se notaba que tenía más ganas de descansar que de seguir trabajando. Al terminar la misa, Albertito y sus padres procedieron a retirarse del santuario, pero antes se detuvieron frente a la hornacina donde se encontraba el esqueleto de San Gil de Cayma, quien llevaba una larga capa negra, ojos de cristal, un sombrero de teja que cubría todo su cráneo, una ballesta en la mano izquierda y una guadaña en la derecha. Albertito se le quedó mirando fijamente, imaginando que posiblemente en las noches San Gil cobraba vida para combatir a los maleantes y a defender a las bellas doncellas que eran víctimas de estos despiadados. En la puerta de la iglesia Albertito se encontró con sus amigos Pablo y César, quienes lo esperaban para jugar una partida de canicas, pero dicha partida tendría que posponerse, ya que su padre le dijo que debía ir a casa para estudiar. Esa noche, luego de terminar con el tedioso estudio, Albertito salió al patio de su casa, miró al cielo con una sola idea en su cabeza: “Tengo que ir a la iglesia de Cayma para ver si San Gil cobra vida”; pero no era tan fácil, ya que la morada del supuesto 55 San Gil de Cayma héroe quedaba lejos, además Albertito se moría de miedo de ir solo. Esa noche tuvo un sueño: él se encontraba solo dentro de la iglesia, apenas dos velas iluminaban el viejo altar; cuando volteó para correr hacia el portón y escapar, notó que estaba cerrado con cadenas y candado, quiso abrirlo, pero fue inútil por más esfuerzo que hizo. Albertito estaba ya a punto de ponerse a llorar cuando sintió una mano huesuda en su hombro, era San Gil de Cayma, quien había abandonado la hornacina en la que estaba encerrado y de un solo golpe abrió la vieja puerta de la iglesia para que el aterrorizado niño pudiera salir; en ese momento Albertito despertó con una gran emoción y con muchas ganas de comprobar que su héroe era real y no solamente un mito. Una tarde la tía de Albertito fue a visitar a sus padres, ella era una mujer muy fea, intrigante, vanidosa, envidiosa, interesada, rencorosa, acomplejada y supersticiosa, pero a pesar de sus innumerables defectos su sobrino le tenía cariño, porque siempre le contaba historias de misterio que lo hacían soñar despierto: ―¡Tía Gladis! ―gritó Albertito al ver a la horrenda mujer. ―Sobrino bello, qué alegría verte. ―¿Me cuentas un cuento tía? ―preguntó emocionado. ―Ahora no, pequeño, tengo que hablar con tu mamá para contarle los pecados que ha cometido la Paulina Cornejo… y no es que a mí me guste el chisme, pero es que los malos actos hay que darlos a conocer para condenarlos, porque tú sabes que Dios siempre nos está viendo para juzgarnos en el día del juicio final. ―¿El juicio final? ―preguntó Albertito intrigado. ―Sí, sobrino, ese día maravilloso donde los que somos buenos iremos al cielo para vivir eternamente. 56 San Gil de Cayma ―Tía, me tengo que ir ―dijo Albertito, alejándose del mal aliento de la veterana mujer. ―Chau, hijito y te prometo que en estos días regresaré para contarte un cuento. Esa tarde Albertito estaba leyendo un pequeño libro de cuentos cuando sintió que alguien tocaba la ventana de su habitación, era su amigo César, quien le hacía señas para que saliera. ―Hola, César. ―Hace días que no sabemos nada de ti ―respondió con molestia. ―Es que mi padre me prohibió salir, porque según él es más provechoso estudiar que jugar. ―Tu padre es un marciano ―dijo César. ―Un gran marciano ―contestó Albertito. ―Ayer vi a una señora entrando a tu casa ¿quién era? ― preguntó César con intriga. ―Mi tía Gladis. ―Ella sí que parece un marciano ―dijo César antes de reírse a carcajadas. ―No te burles de mi tía, ella siempre me cuenta las mejores historias; la próxima vez que venga le voy a pedir que me cuente la leyenda de San Gil de Cayma. ―No sabía que San Gil tenía una leyenda ―expresó César mientras se rascaba la cabeza. ―Claro que la tiene y estoy seguro que mi tía la sabe. ―Oye, Albertito ¿yo puedo estar cuando tu tía te la cuente? ―Solo si te disculpas por haber dicho que parece un marciano ―respondió dándose importancia. 57 San Gil de Cayma ―Te ofrezco mis disculpas por haberme burlado de tu tía ―dijo César. ―Las acepto ―respondió Albertito sonriendo. Unos días después Albertito, César y Pablo fueron a la casa de la tía Gladis para escuchar la leyenda de San Gil de Cayma. La vivienda estaba ubicada en el centro de la ciudad a unos pocos pasos de la catedral de Arequipa, era grande y con cierto aire melancólico y terrorífico. ―Hola tía ―dijo Albertito sonriendo. ―¡Sobrino querido! ―respondió Gladis mientras lo abrazaba. ―Vine con mis amigos para que nos cuentes una historia. ―Con mucho gusto ¿qué historia les gustaría? ―La de San Gil de Cayma ―contestó Albertito con seguridad. ―¿San Gil de Cayma? No me la sé, sobrino ¿No prefieren que les cuente la del cura sin cabeza, o la de la sirena del puente Bolognesi, o la del duende del cementerio de La Apacheta? ― preguntó Gladis. ―No, queremos oír la de San Gil. ―Perdónenme chicos, no conozco esa leyenda. ―No hay problema tía, ya veremos cómo hacemos para encontrar a alguien que la sepa ―dijo Albertito, tratando de disimular la decepción que sentía. ―Regresen cuando quieran chicos. ―Gracias tía. Unos minutos después de salir de la casa de Gladis, Pablo se acercó a Albertito y le dijo al oído: “Tu tía, además de fea, es un ensarte”. 58 San Gil de Cayma Luego de clases Albertito y Pablo se reunieron frente a la iglesia de Cayma para jugar canicas. ―¿Te atreverías a entrar una noche en la iglesia para ver si San Gil cobra vida? ―preguntó Albertito. ―Yo no creo en esas cosas. ―Lo que pasa es que eres un miedoso. ―Miedosa la fea de tu tía Gladis ―respondió Pablo indignado. ―Entonces vengamos el viernes en la noche para comprobarlo. La iglesia la cierran a las 6:00 de la tarde, luego de que acabe la última misa nos escondemos y pasamos la noche allí ¿qué te parece? ―argumentó Albertito. ―No lo sé, no me convences ―Eres un cobarde, Pablo, nada va a pasar, San Gil es un ente bueno ―dijo Albertito tratando de convencer a su amigo. ―Todos esos entes tienen algo de satánicos, no puedes afirmar categóricamente que San Gil es bueno. ―Es verdad, por eso tendremos que correr el riesgo. ―Yo vengo solo si César se nos une ―dijo Pablo, visiblemente nervioso. ―Lo convenceré, ya lo verás. ―Bueno, me voy a cenar, nos vemos mañana en la escuela. ―Hasta mañana, Pablo. Cuando Albertito estaba por irse a su casa se le acercó un hombre bajo, algo regordete y de unos cincuenta años: ―Niño, no pude evitar escuchar lo que estabas conversando con tu amigo. ―¿Quién es usted? ―preguntó Albertito algo intimidado por ese hombre desconocido. 59 San Gil de Cayma ―Soy el sacristán de la iglesia, mi nombre es Mauro y sé la verdadera historia de San Gil de Cayma. ―¿En serio? ―Si mañana vienes con sus amigos a esta hora, yo se las contaré ―dijo Mauro con una voz ligeramente rasposa. ―Entonces hasta mañana. Mauro esbozó una sonrisa burlona, mientras Albertito se iba feliz a su casa. A la mañana siguiente Albertito y sus amigos fueron a la iglesia para que Mauro, quien los esperaba sonriente en la puerta les contara la leyenda de San Gil de Cayma. ―Buenas tardes, don Mauro, aquí estamos ―dijo Albertito, quien no podía ocultar la emoción. ―Bienvenidos chicos, tomen asiento por favor, díganme ¿qué han escuchado acerca de San Gil de Cayma? ―Casi nada, pero yo hace unas noches soñé que cobraba vida y se convertía en un paladín de la justicia ―respondió Albertito. ―¿En serio soñaste eso? ¡Qué casualidad! ―dijo Mauro con sorpresa. ―¿Casualidad? ―preguntó Albertito. ―Sí, tiene similitud con la leyenda. Los amigos de Albertito se miraron incrédulos. Pablo sospechaba que el sacristán era un charlatán, que solo quería burlarse de ellos, así que le preguntó: ―¿De dónde saca ese argumento? Yo sé por mi padre que San Gil solo formaba parte de una festividad por los muertos. ―¡Esas son tonterías niño! La verdadera leyenda dice que hay ciertas noches en el año en que San Gil cobra vida para pro60 San Gil de Cayma teger a los desvalidos y acabar con los opresores ―se defendió Mauro. ―Me parece disparatado lo que usted dice, creo que solamente se quiere burlar de nosotros ―argumentó Pablo. ―¿Me estás acusando de ser un mentiroso? ―preguntó Mauro. ―No, señor, solamente pienso que usted no está bien informado. ―¡Niño insolente! En este mismo momento les voy a contar la verdadera leyenda para que saquen sus conclusiones ― dijo Mauro haciéndose el ofendido. Cuenta la leyenda que en vida San Gil de Cayma fue un próspero hombre de negocios, propietario de muchas tierras en Arequipa, pero lamentablemente era un gran avaro, no tenía el menor respeto por las personas que trabajaban para él, les pagaba muy poco y si alguien se le enfrentaba podía terminar muerto en una acequia. Al llegar a la ancianidad enfermó de gravedad, así que le pidió a Dios que lo perdonara por todo el mal que había hecho, Dios le respondió que solo entraría en su reino si combatía el mal como un espíritu, ya que tenía que reivindicar a todas las personas que había lastimado en vida y solamente podría descansar si un alma virgen y pura le quitaba los ojos de cristal. Pablo miraba al sacristán con desconfianza, pero Albertito y César parecían emocionados por el relato. Mauro los miró fijamente y les dijo: ―No deben repetir esta historia. ―¿Por qué? ―preguntó Albertito. 61 San Gil de Cayma ―Porque puede ocurrir una desgracia ―respondió Mauro tratando de intimidar a los niños. ―¿Cómo cuál? ―Un terremoto devastador que acabará con Arequipa. ―No le diremos a nadie, señor ―dijo Albertito aterrado. ―Ahora váyanse que tengo trabajo pendiente ―ordenó el sacristán. Mauro se quedó observando cómo se alejaban los niños mientras pensaba: “Qué divertido es burlarse de la inocencia de unos mocosos estúpidos”. Esa noche Albertito fue a buscar a Pablo a su casa, tocó con fuerza el viejo portón de madera, esperó pocos minutos hasta que su amigo abrió: ―Hola Albertito ―Quería conversar contigo sobre San Gil. ―¿Sigues con ese cuento? Me parece mentira que le hayas creído a ese sacristán mentiroso ―dijo Pablo visiblemente molesto. ―¿Por qué no habría de creerle? ―preguntó Albertito. ―Mira, Alberto, nosotros somos amigos, pero no cuentes conmigo para esto. ―Lo que pasa es que tienes miedo, eres una gallina ―dijo Albertito desafiante. ―Piensa lo que quieras, ahora vete que estoy ocupado ― respondió Pablo mientas cerraba el portón de su casa. Albertito no estaba dispuesto a echarse para atrás, así que fue a la casa de César, no le agradaba mucho ir porque su amigo tenía un perro pequeño, pero con un hocico enorme que siempre quería morderlo. “Espero que ese animal contrahecho se haya 62 San Gil de Cayma muerto”, pensaba Alberto, mientras se dirigía a su destino. Al llegar silbó lo más fuerte que pudo y estando alerta de que el despreciable can apareciera, unos minutos después César apareció sonriente: ―Amigo mío ¿a qué debo el honor? Nunca vienes. ―Es que tu perro siempre me quiere morder ―se defendió Albertito. ―No te preocupes por eso, mi pobre Mojuno murió hace un mes ―dijo César mordiéndose los labios para no llorar. ―¡Qué bueno! ― respondió Albertito con alegría. ―¿Cómo dices? ―Nada amigo. ―De seguro que vienes por la leyenda que nos contó el sacristán. ―Sí, porque posiblemente soy yo esa alma pura que puede liberar a San Gil de su prisión espiritual ―dijo Albertito dándose importancia. ―Podemos intentarlo ―asintió César. ―Entonces ¿estás conmigo? ―Sí, nada perdemos con intentarlo, pero debemos avisarle a Pablo, él también es parte de esto ―argumentó César. ―Pablo no quiere participar, dice que no cree en la leyenda, pero la verdad es que tiene miedo; así es mejor, no lo necesitamos. César se quedó pensando en cuán seguro sería hacer lo que Albertito quería, y Pablo había abandonado la aventura argumentando que la historia del sacristán era falsa. Posiblemente era prudente no hacer nada y seguir el ejemplo del amigo desertor; pero si la leyenda resultaba cierta, lo mejor era arriesgarse. 63 San Gil de Cayma ―¿Cuándo iríamos a la iglesia? ―preguntó César frotándose las manos. ―El viernes en la noche, iremos a misa de 6:00 p.m. y nos esconderemos hasta que cierren, cuando no haya nadie le quitaremos los cristales de los ojos a San Gil para liberarlo de su prisión espiritual ―dijo Albertito muy seguro de sí mismo. ―De acuerdo, entonces nos vemos el viernes. El día pactado llegó, Albertito y César escucharon resignados el sermón del padre Ugarteche, que parecía más largo de lo habitual; al finalizar ambos niños se escondieron dentro del confesionario que estaba al costado derecho de las bancas, allí permanecieron unos minutos hasta que el sacristán apagó las velas y cerró con candado el portón principal. ―¡Vamos! ―dijo Albertito ―¿Ahora? ―preguntó César aterrado ―¡Sí, ahora! Los dos amigos llegaron hasta la hornacina que albergaba el esqueleto de San Gil de Cayma, tomaron la pequeña escalera que el sacristán guardaba detrás del altar para poder llegar hasta la chapa, Albertito abrió su pequeño bolso y sacó las llaves que le había prestado su tío Alexis, quien era el cerrajero del pueblo. Luego de varios intentos la vieja vitrina se abrió, César retrocedió unos pasos temeroso de que San Gil cobrara vida y se lo llevara al más allá, pero Albertito lo tranquilizó diciéndole que el esqueleto estaba inerte y que le ayudara a bajarlo. Unos minutos después colocaron ese montón de huesos en el piso y Albertito procedió a sacarle los cristales de los ojos: ―Ahora vámonos ―dijo César con la voz temblorosa. ―Aún no, debemos dejarlo nuevamente en su lugar. 64 San Gil de Cayma ―¿Estás loco Alberto? Si bajarlo fue difícil imagínate como será subirlo ―argumentó César, desesperado por irse de la iglesia. ―No podemos dejarlo en el piso, sería una falta de respeto y hasta un pecado ― se defendió Albertito. ―Está bien, pero apúrate. ―César ¿te puedo hacer una pregunta? ―Hazla rápido para largarnos ―respondió César. ―No podemos dejar vacías las órbitas de sus ojos. ―¿Qué propones? ―Rellenarlas con algo, creo que sería un sacrilegio dejar a San Gil sin ojos ― dijo Albertito. ―¡Lo que quieras hacer hazlo de una vez! Ya quiero irme de acá. ―Mira, afortunadamente traje mis canicas nuevas, creo que caben perfectamente en los ojos de San Gil. Albertito metió la mano en su bolsillo y sacó dos bolas de vidrio color verde, estaban relucientes y parecía que podían encajar perfectamente en las órbitas de San Gil. ―¿Estás seguro de lo que quieres hacer? ―preguntó César ―Claro que sí, no podemos privarlo de los ojos. ―El sacristán nunca dijo que se le reemplazaran los cristales. ―Tampoco dijo que no lo hiciéramos ―respondió Albertito seguro de sí mismo. ―Está bien, hazlo. Albertito presionó las canicas en las órbitas del cráneo de San Gil, ambas encajaron perfectamente, luego los dos amigos volvieron a dejar el esqueleto en su hornacina. 65 San Gil de Cayma ―¿Qué te parece Cesítar? ―preguntó Albertito orgulloso de lo que había hecho. ―Me parece que ya debemos irnos ―contestó César visiblemente molesto. ―Tienes razón, vámonos. Albertito sacó las llaves de su tío para poder abrir el portón de la iglesia, una vez afuera sonrieron y corrieron con dirección a sus casas. A las seis de la mañana se escucharon gritos de terror al interior del templo, todos los feligreses que allí se encontraban salieron despavoridos buscando refugio. Mauro, el sacristán, corrió para ver qué ocurría, y al ver los ojos de San Gil solo atinó a llevar sus manos al pecho y caer muerto en el frío piso de la iglesia. ***** Años después, cuando Albertito y sus amigos ya eran adultos, estuvieron de acuerdo con que lo que ocurrió con el sacristán fue un castigo divino por burlarse de unos niños inocentes. ¿San Gil de Cayma? Su tradición se perdió con el paso de los años y hoy en día casi nadie recuerda a ese supuesto santo. 66 Ignacio Galdos Gerardo Cornejo Iriarte Un arequipeño célebre que fue injustamente olvidado Cuando escuchamos hablar de arequipeños ilustres, se nos viene a la mente Mariano Melgar, Mario Vargas Llosa, José Luis Bustamante y Rivero, o Pedro Paulet; pero olvidamos a muchas personas sobresalientes y que hicieron mucho por Arequipa. Es por esa razón que me parece justo y necesario hablar sobre mi bisabuelo: Gerardo Alberto Cornejo Iriarte. Gerardo Alberto Cornejo Iriarte nació en Arequipa el 11 de abril de 1876, y falleció el 4 de mayo de 1970. Sus padres fueron Francisco Javier Cornejo Corrales y María Isabel Iriarte Núñez. Yo siempre digo que mi bisabuelo no solamente se adelantó a su época, sino que aprovechó al máximo el tiempo, ya que hizo en una sola vida lo que el común denominador de personas (me incluyo) no podríamos hacer ni en tres. ¿Por qué digo esto? Porque estudió y terminó profesiones como: Ciencias Políticas y Administrativas, fue Abogado y Doctor en Derecho, y obtuvo el grado de Arquitecto e Ingeniero Civil. Sus estudios los realizó en Valencia (España) y Perú. Además de su vasta preparación académica, también desempeñó diversas ocupaciones como: GG Profesor de varios colegios, entre ellos el de la Independencia Americana, catedrático de la Universidad de San Agustín, en donde enseñó Derecho y Ciencias Políticas 67 Gerardo Cornejo Iriarte GG Ejerció el periodismo, fue colaborador de los diarios El Pueblo y Correo. Trabajó en el diario “El Deber” como gerente, jefe de redacción y cronista, además fue cofundador de la revista Albores GG Desarrolló diversas funciones en la municipalidad, como concejal, secretario e inspector de obras públicas GG Como abogado fue juez de paz, árbitro, defensor y fiscal. GG Empresario, ya que se hizo cargo del negocio familiar (molino Las Mercedes) en 1906, luego del fallecimiento de su padre, desempeñando la gerencia del mismo. Pero la actividad que desarrolló con más éxito y cuyo legado es inobjetable, es la de arquitecto e ingeniero constructor. Repasaré solamente algunas de sus obras más sobresalientes: GG Construcción de canales para trasladar agua del río al molino Las Mercedes (ubicado actualmente en la segunda cuadra de la calle La Merced). GG Refaccionó el templo de La Recoleta luego del terremoto de 1958, y no solo eso, sino que evitó su demolición después del mismo. GG Diseñó y construyó la fachada de la casona Corbacho, la cual fue premiada internacionalmente y a nivel regional por la municipalidad de Arequipa. GG Fue el responsable de la instalación del monumento a la familia Goyeneche. GG Construyó y diseñó el monumento al padre Hipólito Duhamel GG Construyó el obelisco de la plaza 28 de Febrero GG Fue el autor y diseñador de los primeros trazos de la carretera al Santuario de Chapi. 68 Gerardo Cornejo Iriarte GG Construyó el Castillo Forga, ubicado en Mollendo, por encargo de José Miguel Forga Salinger, empresario de la industria textil. Debemos recordar que el Castillo Forga fue declarado Monumento Histórico Nacional y probablemente fue la creación más grande de mi bisabuelo. También destacó en lo que se refiere a la labor social en Arequipa. Mencionaré algunas de sus actividades: GG Fue miembro del club literario de Arequipa. GG Colocó placas conmemorativas en las casas donde nacieron arequipeños ilustres, como: José María Corbacho, Juana Cervantes, Toribio Pacheco, Miguel W. Garaycochea y Miguel Toribio Ureta. GG Custodió los fondos para la compra de los terrenos del estadio Melgar y evitó que fueran destinados a otros fines GG Evitó que destruyeran la capilla del hospital Goyeneche (el alcalde José Luis Velarde Soto apoyó y concretó esta iniciativa). GG Fundó la Sociedad Protectora de Animales, pero lamentablemente quedó en nada, ya que no hubo una ley que ampare esta iniciativa GG Construyó dos pabellones en el asilo ubicado en la calle Santa Rosa. GG Defendió a una muchacha que deseaba optar por la vida religiosa y a la que su familia quiso hacer pasar por loca para para que no lo hiciera. GG Mientras fue concejal de Arequipa presentó una propuesta para expedir una ordenanza de la forma y uso 69 Gerardo Cornejo Iriarte de la bandera nacional, en la cual se proponía castigos para quien colocara banderas deterioradas. Esta propuesta ya es un hecho porque el Código Penal indica en los artículos 344 y 345 sanciones por cometer actos de ultraje contra los símbolos patrios. A pesar de que mi bisabuelo no recibió los reconocimientos que merecía, es justo mencionar que obtuvo algunos: GG El 24 de enero de 1967 fue distinguido con el Diploma de la Ciudad y el Escudo de Oro por el alcalde Alfredo Corzo. GG Durante la gestión de Yamel Romero Peralta (2003 – 2006) su retrato fue ingresado a la galería de arequipeños ilustres. Este reconocimiento se logró gracias a la lucha de Jorge Valdez Cornejo, nieto de Gerardo Cornejo Iriarte, y no a una iniciativa de la municipalidad. Entre sus múltiples actividades, mi bisabuelo también se dio tiempo para formar una familia, ya que se casó con Jesús Natividad Bustamante Cáceres y procreó a tres hijos: Ella Cornejo (mi abuela) quien lo cuidó y acogió durante su ancianidad, Francisco Cornejo y Elsa Cornejo. Antes de finalizar no quiero dejar de mencionar que Don Gerardo Cornejo Iriarte también destacó en el deporte. Fue un reconocido tirador, práctica que la llevaba a cabo en el Club Internacional, donde fue parte del directorio en varias ocasiones. 70 PATRICIO GONZÁLEZ LUNA (Arequipa - 1962) EstudiÓ Biología y Artes Plásticas. Llevó un curso de Literatura para Adolescentes y Niños en el Institute for Children and Teenagers de West Redding, Connecticut, USA. Es Licenciado en Educación Especialidad Lengua Inglesa por la Universidad de Piura. Obtuvo reconocimientos en varios concursos literarios. Publicó el libro de relatos fantásticos “Sombras” en el 2012, y “El Umbral, antología de relatos insólitos” (2015), y “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio” (2016) con el grupo Kosmogonía. Gusta de la literatura histórica, de misterio y las novelas clásicas. Actualmente es profesor del Colegio Prescott, en Arequipa. Está felizmente casado y tiene un hijo de 14 años. Patricio González Condenado al olvido LA EXCAVADORA FRONTAL empujó el antiguo muro de sillar y los grandes bloques cayeron a un costado levantando una nube de polvo. Cuando el operario se disponía a terminar de derribar la pared, vio una figura sentada en un rincón. Paró la mandíbula metálica a tiempo y gritó: ―¡Oe, cuidado, creo que hay un pata allí! El ayudante que esperaba a un lado con una barreta, levantó el brazo comprendiendo, se acercó y vio a un hombre sentado, apoyado contra la pared y con la cabeza entre las piernas. Su ropa estaba cubierta de polvo, descolorida y reseca, sus cabellos eran unas pajas grises que cubrían a las justas un cráneo pálido. El hombre dio un grito de espanto cuando la cabeza se movió y lo miró con unos ojos acuosos que luchaban a duras penas ante el resplandor del Sol. Su boca se abrió en un hueco rodeado de unos dientes quebrados amarillentos y emitió un resquebrajado gemido. El ayudante se desmayó. Al cabo de un rato llegaron policías y paramédicos en una ambulancia, acomodaron con cuidado el cuerpo y se lo llevaron al hospital. Después de examinarlo, lavarlo, hacerle varios exámenes y conectarle varios aparatos y una vía de suero, lo dejaron acostado en una cama. Más tarde, el médico de turno estaba desconcertado. Examinaba las ropas andrajosas del hombre haciéndose varias pre73 Condenado al olvido guntas. La enfermera se asomó a la puerta y le comunicó que el paciente estaba despierto y quería hablar con alguien. El hombre estaba apoyado en las almohadas con una mirada triste. ―¿Doctor? Buenas tardes ―dijo con una voz un tanto reseca. ―Buenas tardes, señor, ¿cómo está? Observó sus cabellos blancos, sus ojos azules y la boca fina. Sus uñas habían sido recortadas, pero las enfermeras le dijeron que eran larguísimas, algunas hasta se enrollaban en los extremos. ―Estoy bien, he estado pensando hace varias horas, y por favor le pido me responda algunas preguntas y luego responderé las suyas. ―De acuerdo ―dijo el doctor. ―¿Cuál es la fecha de hoy? ―10 de agosto del 2005. El hombre emitió un gemido de sorpresa y angustia. ―¿Tanto así? ¡No puede ser! ―se agarró a los bordes de la cama con fuerza y trató de incorporarse. ―¡Tranquilo señor! No haga esfuerzos ―el doctor lo acomodó y el hombre se recostó exhalando un profundo suspiro. La enfermera inyectó un poco de sedante en la vía y el hombre se durmió. El doctor estaba terminando su ronda de noche, cuando la enfermera lo llamó con voz de urgencia. ―Será mejor que venga, doctor. Es el hombre de la casona. Cuando el médico entró a la habitación, el hombre volteó a 74 Condenado al olvido verlo. El doctor se acercó extrañado. Miró a la enfermera y ella le devolvió la mirada incrédula. El hombre parecía mucho más viejo. En la tarde aparentaba unos 60 años y ahora parecía un anciano de 90. Los pelos grises ahora eran blancos y muchos se habían desprendido formando un nido sobre la almohada. Las uñas habían vuelto a crecer largas y unos cuantos dientes amarillentos yacían sobre la sábana, al lado de la cabeza. ―¡Pero, por Dios! ¿Qué ha pasado aquí? ―Siéntese doctor, ha llegado el momento de contarle algunas cosas. No, no se preocupe en llamar a nadie. Venga aquí conmigo. Después de un rato el médico se sentó en una silla y le dijo: ―Mire señor, lo encontraron ayer en una habitación clausurada de una casona en el Centro. Un espacio pequeño, de milagro no lo aplastaron los sillares de la pared que derribaron. ¿Por qué estaba usted allí? ¿Cómo entró en esa casona que estaba cerrada hace años? De salud estaba usted bien, un poco deshidratado y muy pálido, como si no hubiera visto el Sol en muchos días… ―En realidad, más de cien años… ―¿Qué dice? ―Mire doctor, le voy a contar todo antes de que sea muy tarde. Escúcheme. La enfermera se levantó. ―No señorita, no se vaya, escúcheme también, es usted muy guapa. Ya pagué lo suficiente, siquiera la podré admirar ahora que por fin voy a descansar. Me llamo Juan Mauricio Macedo de Mendoza, siempre tuve suerte con las mujeres, pero 75 Condenado al olvido ellas no conmigo. A cuantas encanté, enamoré, gocé, me aburrí, dejé y fui su desgracia. Mujer bonita que conocía no la dejaba hasta que se me rendía y luego buscaba otra, soltera o casada, no me importaba. Cuántos maridos me odiaron, incluso a alguno herí mortalmente en duelo. ―¿Cómo que en duelo? ―preguntó el doctor. ―En 1824 no eran raros y se lavaba la honra de uno o de su mujer con sangre. ―Un momentito. ¿Qué quiere decir? ¿Qué tiene que ver la fecha? Juan Mauricio levantó la mano. ―Calma doctor, ahora lo entenderá todo: Tenía cerca de 28 años y era un mujeriego declarado, no necesitaba trabajar, pues mi padre me dejó una buena renta y no tenía más familia que mi madre, a la que veía muy poco, pues desaprobaba severamente mis andares y no quería saber de mí. Vivía yo en un cómodo segundo piso de la calle Santa Catalina, a media cuadra de la Plaza de Armas. Seguro que ya no existe. Desde mi balcón veía yo pasar a la gente y sobre todo a las muchachas guapas que caminaban con paso gracioso y sin prisa. Las faldas largas y las enaguas solo realzaban la figura que pretendían cubrir. Aunque muchas llevaban mantillas y se tapaban como las limeñas, no podían esconder un rizo de cabello de color miel o unos ojos negros que hechizaban. Bajar a la calle, decir unos halagos y acompañar a la doncella hasta donde fuera, no me tomaba mucho esfuerzo. Entonces olvidaba a la que frecuentaba en esos días y me dedicaba a la nueva conquista. Rompía corazones sin remilgos, algunas me estampa76 Condenado al olvido ron una buena bofetada; otras lloraban, me maldecían, me olvidaban o incluso enviaban a un hermano o amigo a darme una lección, pero yo era muy fuerte y bien plantado, a varios dejé tendidos, y después de eso ya nadie se metía conmigo. La noche que ocurrió lo que le voy a contar era una de aquellas de cielo estrellado y sereno con una luna enorme que hacía brillar la nieve del Misti y los hielos del Chachani. Podía ver las calles iluminadas por los candiles y la gente paseando al final del día, los coches tirados por caballos que repiqueteaban en los adoquines, las vendedoras de ponche y los cafés llenos de humo de tabaco; la torre de la Catedral asomando por encima de las casas frente a la mía. He recordado esa noche mil veces, quizá si me hubiese metido otra vez a mi habitación a leer tranquilo, como me había propuesto, no estaría aquí; no sé, quizá en otro momento igual me hubiera buscado. Lo cierto es que bajé la vista a la calle y quedé desconcertado al ver a una mujer al pie de mi balcón, mirándome fijamente. Una chica alta, con la cara descubierta, bellísima: sus cabellos de color azabache se derramaban sobre una mantilla de reflejos verdes, como sus ojos inmensos. Quedé mudo por la sorpresa, encantado, hechizado. Sonrió coquetamente y empezó a caminar. En un minuto me puse la chaqueta, el sombrero y salí dando un portazo, y volé por las escaleras. Cuando llegué a la calle, miré hacia la plaza y al otro lado, y la vi. Caminaba despacio como si me esperara. Apresuré el paso y me puse a su lado. ― Buenas noches, señorita. ― Caballero… Yo que tenía mil fórmulas hechas para entablar conversaciones 77 Condenado al olvido amenas, quedé mudo, no atinaba a decir nada. Sus ojos eran lagunas verdes en las que me ahogaba, su boca llena y los labios rojo manzana que solo esperaban que los probara. ―Es una noche preciosa ¿no? ―Realmente, pero palidece a su lado ¿señorita…? ―Alba ―No la había visto antes; no es de Arequipa, ¿verdad? ―Pues sí y no, venimos de todas partes, vivimos en todas las ciudades, tengo unas amigas banshee en Irlanda. No le entendí en ese momento, pensé que bromeaba, cobré otra vez confianza y conversamos alegremente caminando por la calle Santa Catalina, entramos a un café, bebimos unos licores dulces, como ella. Se hizo tarde, me ofrecí a acompañarla a su casa, que me dijo era cerca. Salimos a la noche, se ajustó la mantilla alrededor de la cabeza y, con naturalidad, tomó mi brazo. Se apretó a mi costado, yo estaba mareado por su perfume de flores y cada vez más enamorado. En ese instante tomé la decisión de quedarme con ella, solo con ella, entregarle toda mi vida. No necesitaba más. Qué afortunado en haberla encontrado, era como si el destino se hubiese parado bajo mi balcón y me ofreciera todo. Llegamos a una casona antigua, allí donde me encontraron. Nos paramos en la puerta y nos miramos a los ojos, incliné mi cabeza y la besé. Me abrazó con ternura. ―Qué pena ―me dijo ―¿Pena? ¿Por qué? No me respondió y abrió la puerta. La claridad de la noche iluminaba un amplio patio con matas de lirios marchitos. Parecía una casa abandonada. La fuente del centro estaba seca y el suelo lleno de hojas. 78 Condenado al olvido ―Ven, pasa, acompáñame. No me hice de rogar y entré, me tomó de la mano y me llevó hasta un rincón del patio donde había una puerta pequeña. La abrió y me miró con una sonrisa preciosa. Entré detrás de ella y me encontré en una habitación reducida, sin muebles o ventanas. No pude ver mucho, pues cerró la puerta y quedamos en una oscuridad absoluta. ―Juan Mauricio, lo siento tanto, eres encantador, pero haces mucho daño. ―¿Perdón? ¿Qué quieres decir? No me respondió. Extendí la mano y se cerró en el aire, busqué a tientas y solo toqué las paredes ásperas de sillar. ―Alba, ¡Alba! ¿Dónde estás? Me estremecí de pánico. Me dirigí a la puerta para empujarla y solo encontré muro. Recorrí a tientas las cuatro paredes y no había puerta. Me desesperé, grité y golpeé las paredes, las volví a recorrer centímetro a centímetro y no había nada. Sentí mareos, me senté y perdí el conocimiento. Cuando desperté no sé cuánto tiempo había pasado, pensé que había soñado una pesadilla horrenda, pero abrí los ojos y la oscuridad era total. Grité hasta quedarme ronco, busqué otra vez la puerta inútilmente. Examiné el suelo, era de ladrillo, las paredes no tenían ninguna columna, talla o detalle. Solo sillar. No podía saber a qué altura estaba el techo, pero por más que me estiraba, no tocaba nada. Mi voz sonaba sin eco, como si las paredes estuvieran recubiertas de algodón. Me senté, caí en la desesperación, lloré, pedí perdón y clamé a los cielos. Perdí el sentido del tiempo, no tenía hambre ni sed. No sentía necesidad corporal alguna. El aire era seco y si me movía demasiado levantaba polvo y tosía. El tiempo pasaba y pasaba, 79 Condenado al olvido pero no tenía manera de medirlo y yo entraba en períodos de depresión, de contemplación, caminaba alrededor de la habitación contando los pasos y nunca se repetía el número, a veces caminaba hasta 200 pasos antes de llegar a la esquina y luego solo tres, y me topaba con la otra pared, luego 10 pasos, y otra vez. Las distancias variaban, pero la forma de mi encierro era siempre rectangular. Intenté suicidarme estrellando la cabeza contra la pared, pero ésta se hacía hacia atrás y terminaba cayendo de bruces. Tenía la llave de mi casa en el bolsillo y traté de afilarla para cortarme las venas, pero solo conseguía rayar el sillar o el ladrillo. También hice el intento de escarbar la argamasa que unía los ladrillos pero tardaba demasiado y cuando volvía a la tarea no encontraba el lugar donde había trabajado con tanto ahínco, por más que lo buscaba. No se sentía ningún ruido, el silencio era absoluto. A veces me quedaba apoyado en la pared o echado en el suelo por muchísimo tiempo, años quizá, y al moverme otra vez, mis huesos crujían y mis tendones parecían sogas secas que se estiraban, me daban unos calambres terribles que me hacían gritar de dolor. Cuánto sufrí, me pregunté mil veces si merecía castigo tal. Pensé mucho en Alba. Recordé la leyenda de las banshees en Irlanda, que acechan en los puentes gritando para atraer a los hombres y ahogarlos, repasé cada una de sus palabras tratando de comprender quién era y porqué me había escogido para atormentarme. No lo sé. Me arrepentí una y mil veces de cada acto malvado cometido, de mi egoísmo, de mi vanidad. Vivía en un limbo total, sin tiempo, con los sentidos limitados. Hasta que en algún momento de esa nada sentí un ruido ensordecedor; un rayo de luz muy brillante cayó sobre mí y pensé que era mi fin, que venía el mismo ángel vengador a terminar el tra80 Condenado al olvido bajo de Alba. Fue el día que me encontraron. He pasado casi doscientos años atrapado en ese olvido, en ese limbo infernal. Me he dado cuenta de que ahora estoy envejeciendo rápidamente, no creo que dure mucho fuera de mi prisión, por eso quería contarle todo. El doctor y la enfermera no salían de su asombro. Quedaron mudos un buen rato. El doctor consideraba todo lo que había oído y se preguntaba hasta qué punto podía ser posible. No quería discutir la veracidad de la historia en ese momento. No era oportuno, necesitaba pruebas. ―Mire, señor Macedo, ya es muy tarde. Necesita descansar. Mañana haremos unos exámenes y revisaremos los resultados. Solo le puedo prometer que haremos todo lo posible para ayudarlo. El hombre de la casona lo miró tristemente y le dio las gracias. Luego se acomodó en la cama y durmió. Al día siguiente el doctor fue temprano a la habitación con una serie de órdenes de análisis y exámenes en las manos. Abrió la puerta y se quedó inmóvil. Solo había un bulto sobre la cama. Se acercó lentamente y las hojas cayeron al suelo desparramándose. Entre las sábanas estaba una momia reseca vestida con la bata del hospital, tenía la mandíbula desencajada y desdentada, sus cuencas vacías miraban al techo y en sus manos esqueléticas las uñas habían crecido otra vez hasta enrollarse en los extremos. 81 Patricio González La cripta infinita UNA MAÑANA CUALQUIERA me fui al cementerio de la Apacheta a tomar fotos de tumbas viejas para hacer unos dibujos para un libro de relatos. Paseé por los caminos sombreados por los árboles, examiné lápidas rajadas y sepulcros con estatuas dolientes llorando silenciosamente. “Parte de la vida que nos diste se fue contigo, con tu muerte todos hemos muerto un poco. Con lágrimas y plegarias queremos sumar lo que tú has restado para siempre”; estaba leyendo este epitafio cuando sentí una presencia y volteé asustado. El callejón entre los nichos estaba vacío. Una ligera brisa soplaba haciendo crujir las flores secas que colgaban de las tumbas. Caminé hacia la pirámide que estaba cerca de la avenida principal del cementerio, pero me perdí y terminé a un costado de la capilla. No había nadie por ninguna parte. Me atrajo la atención un mausoleo imponente y antiguo como los restos de un naufragio. De piedra mármol gris, adornado con relieves de laureles y columnas griegas, estaba rodeado de rejas oxidadas. Cuando me acerqué a la puerta, vi que esta estaba semiabierta y, dando una rápida mirada alrededor, me introduje en el recinto. Tomé unas fotos de los desvencijados ataúdes, algunos con la tapa movida. Cuando me daba la vuelta para salir, reparé en una tapa parecida a una trampa en el suelo. No estaba asegurada, así que, con mucha curiosidad, levanté la trampa y me asomé a la abertura usando la linterna de mi celu82 La cripta infinita lar. Esperaba ver un subterráneo con más cajones. Me sorprendió ver unas escaleras que descendían más abajo de lo que alumbraba mi luz y una vaharada de un olor húmedo, podrido, me atacó sin piedad. Traté de asomarme y me apoyé en la pared. Una araña corrió por el dorso de mi mano haciéndome gritar de asco y soltar el celular, que cayó rebotando en los peldaños y se perdió en la oscuridad. Mis ojos se acostumbraron a la penumbra y pude ver espantado que había un resplandor rojizo allí donde no podía haber nada y me asusté aún más al escuchar movimientos y ruidos debajo. Solté la tapa que cayó levantando polvo y, tropezando conmigo mismo, me incorporé para huir. Mi horror dio paso a la desesperación al ver en el polvo del suelo mis huellas que entraban al recinto y, al lado otro par de huellas de pies deformes que salían de la oquedad y se perdían fuera del mausoleo. Salí corriendo a toda prisa y no paré hasta estar lejos del cementerio. Entré a mi departamento, me di una ducha para sacarme la tierra y el polvo de encima, me acosté en la cama y quedé profundamente dormido por cansancio. Desperté con el ruido del teléfono fijo. Era mi enamorada. ―¿Raúl? ¿Estás bien? ―me preguntó con voz asustada. ―Sí, ¿qué pasa? ―Tú debes saber. Son más de las tres de la mañana y me has llamado al celular varias veces. Me encogí de espanto. ―¿Cómo?, ¿cómo que te he llamado? ―Sí, es tu número. Contesto y nadie habla, se escucha una respiración fatigada y se corta la llamada. He tratado de volverte a llamar y nadie contesta, y otra vez me llamas y no dices nada. 83 La cripta infinita ¿Qué te pasa? ¿Me quieres asustar? Ya sabes que a mí esas cosas no me hacen gracia. Por eso te llamo al fijo. ―No, Lucía, no te molestes. Es que… dejé mi celular en el trabajo y alguien estará haciendo una broma pesada. Mañana lo recupero y te cuento. No te enojes. Vuelve a dormir. Un beso ―Ok, voy a apagar mi cel para que no sigan fastidiando, pero cuando agarres al chistoso le dices que estoy furiosa. Chau, hasta más tarde, ya es mañana. Colgué el teléfono y no pude dormir más. Apenas salió el Sol, puse unas cosas en mi mochila y salí al cementerio. Me fui directamente al mausoleo. Todo estaba como el día anterior. Entré sin que nadie me viera y examiné el suelo. Se veían mis pisadas mezcladas con las de pies deformes que salían y otras más frescas que volvían y se perdían al lado de la trampa. Levanté ésta, me puse un pañuelo sobre la nariz y pisé el primer peldaño. Seguí bajando lentamente por una escalera en espiral. Me iluminaba con una linterna con luz roja. Las gradas bajaban interminablemente hasta que terminaron en una cripta circular rodeada de arcos. Había unas sillas altas y estantes llenos de libros muy viejos. La luz rojiza venía de unas fisuras en el suelo. Sobre una de las sillas, estaba mi celular. Lo tomé y seguí explorando el sitio. Entré por un arco y vi un corredor con ventanas ojivales a los lados. Me asomé por una de ellas y vi algo horroroso: un paisaje lejano de rocas negras que se elevaban entre ríos de fuego. Volcanes en erupción vomitando nubes negras. Pensé en el infierno, esperaba ver demonios atormentando almas condenadas. El pánico que sentía era una mortaja fría y húmeda que me inmovilizaba a pesar de querer salir corriendo 84 La cripta infinita de ese horrible lugar. Me fijé en el cielo de ese averno y un miedo atávico se filtró por mis poros. Vi dos lunas de color sangre, vi estrellas increíbles y nebulosas asomando entre el humo de los volcanes. Comprendí que aquello no era el infierno, estaba atisbando otro mundo en otro universo. La imagen se puso borrosa y cambió paulatinamente a una vista de un bosque infinito, verde, iluminado por dos soles brillantes. Vi un río en el medio y formas descomunales que nadaban en sus verdes aguas. Vi pájaros enormes volando en el cielo. La imagen volvió a cambiar y esta vez me mostró un recinto como el que estaba a mis espaldas. En las sillas se sentaban unas formas inhumanas, tenían tentáculos que salían de sus caras y terminaban en unos ojos esféricos negros. Su boca era un agujero húmedo que se agitaba con una respiración profunda. Con extremidades de dedos largos examinaban varios objetos raros y entre ellos mi celular, el que tenía en el bolsillo. Comprendí que estaba viendo una imagen de un pasado cercano. Los dedos esponjosos apretaban repetidamente la pantalla que se iluminaba haciendo llamadas. Acerqué mi cara a la ventana y sentí como una membrana que se disolvió y mi cabeza se asomó dentro del cuarto. Sentí un aire frío y un olor nauseabundo. El ente volteó sus ojos hacia mí. Los demás también me miraron y se agitaron tratando de levantarse. Me hice hacia atrás y escuché un gruñido. Una criatura deforme sin ojos y con una boca de dientes puntiagudos salió caminando en dos patas largas desde la oscuridad de un pasillo. Sus pies dejaban las huellas que había visto en el suelo del mausoleo. Corrí hacia la salida y el engendró se abalanzó tras mío. Le tiré a la cara la mochila que llevaba, la destrozó con sus garras y 85 La cripta infinita soltó un bramido ronco. Hui hacia las escaleras y subí a toda prisa, sintiendo al monstruo tras mis talones. Llegué a lo alto de los peldaños y empujé la trampa. Cuando vi la cabeza asomarse por el hueco, jalé con todas mis fuerzas los ataúdes decrépitos que se alineaban en las paredes y se los tiré encima. El engendro rugió entre el polvo, los huesos y los harapos, le cayó otro pesado cajón encima y en un revoltijo de madera y restos se precipitó por las escaleras. Sin pensarlo mucho saqué un encendedor de mi bolsillo y prendí fuego a los trapos que antes habían sido trajes y vestidos. La llama prendió de inmediato y salí, empujé la reja para cerrarla tras mío y corrí por la avenida principal del cementerio. Perdiendo el aliento me apoyé en un árbol y esperé que viniera la gente a ver qué había pasado y tal vez llamar a la policía a arrestar al loco que había prendido fuego a un mausoleo. Mi respiración agitada era todo lo que escuchaba, volteé hacia atrás y se me encogió el corazón de terror. Los árboles no eran de este mundo, eran unos troncos de color púrpura con hojas azules. El cielo tenía un tono óxido y brillaban constelaciones desconocidas. Los mausoleos y tumbas eran en realidad peñascos y monolitos en un paisaje desolado con laderas heridas por cuevas siniestras. De algún modo había pasado a otra dimensión, a otro mundo en otro universo. No había huido por la misma salida. Estaba irremediablemente perdido. Ha pasado mucho tiempo de aquello. Vivo en una de las cuevas. En las noches prendo fuego para espantar las sombras que acechan en la oscuridad. En el día camino interminablemente buscando señales de vida. He encontrado extraños dibujos tallados en las rocas, pero nada más. Me alimento de unos frutos ácidos y jugosos que crecen en los árboles. Al principio dudé 86 La cripta infinita mucho en comerlos por temor a envenenarme, pero mi hambre pudo más y no morí. No me atrevo a alejarme mucho por temor a encontrarme en el descampado cuando cae la noche. He regresado al mausoleo que es lo único reconocible en este paisaje extraño y encontré restos de lo que había en mi mochila en el suelo. La trampa ha desaparecido, el suelo es sólido. No hay regreso. He escrito mi historia en una libreta que rescaté de los restos. No sé si ojos humanos la leerán algún día. Hay noches en que veo enormes leviatanes mecánicos surcando el cielo. No sé si son guiados por alguien, no se ven luces en ellos e incluso algunos humean interminablemente mientras surcan el firmamento extraño. Tal vez algún día vea una luz, una señal de vida y pueda esperar que alguien o algo me encuentre. 87 Jull Antonio Casas Romero (Arequipa - 1972) PubliCA en diversas revistas de investigación sobre lo paranormal y ciencia ficción, y cuentos publicados en la revista “Fantástica”; además de relatos en las webs “Tumba Abierta”, “Katharsis”; “Ariadna”. Obtuo Mención Honrosa en el concurso “De Letras” en 2001. Ha publicado: “Relatos de Insomnio” 2005 (Libro Digital); Sueños de Ayer 2007 (Libro Digital)”; “Arequipa - Relatos a Media Luz” 2013. Lector consuetudinario de Asimov y Tolkien; Stephen King, Lovecraft, Poe, Rimbaud, Baudelaire y Bradbury. Participó en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”. Antonio Casas En el Puente de Fierro “El futuro tiene muchos nombres: para los débiles es lo inalcanzable; para los temerosos, lo desconocido; para los valientes, es la oportunidad”. Víctor Hugo UNA TARDE GRIS, una como cualquier otra, caminando perdido por calles añejas, olvidadas, en una búsqueda infructuosa inútil y hasta el momento estéril, esperando llegar a un lugar que no sabía si existía o si era correcto. Al voltear por una esquina, frente a mí encontré lo que buscaba, las señas coincidían plenamente, me acerque a la entrada, no tenía timbre a la vista. Caminé unos metros más abajo por la avenida Parra y guiado por el instinto logré ver un intercomunicador escondido. Con desconfianza lo toqué, no esperaba mayor resultado; para mi sorpresa una voz algo áspera respondió, pregunte por tía Elizabeth y me dispuse a esperar. Salió un poco nerviosa, esto no me sorprendió, creí entrever en su mirada un atisbo fugaz de urgencia, entendí que estaba ocupada, entonces le dije para visitarla en otro momento, aceptó y cerró la puerta. Quede parado en la avenida, sin saber qué hacer, tenía mucho tiempo libre antes de reunirme con Pablo, empecé a caminar lentamente, siguiendo hasta ver dónde llegaba la calle, la oportunidad se pintaba ideal para recorrer 91 En el puente de fierro esta parte de la ciudad que me era desconocida, así que decidí descubrirla por mí mismo. Al alcanzar la siguiente esquina, un impulso me llevó a tomar la derecha, miraba con curiosidad estos lugares que nunca había recorrido, llamó mi atención un requiebre escondido, se veía el nacimiento de un puente, me acerqué, al verlo reconocí el famoso puente Bolívar, más conocido como Puente de Fierro. Me habían hablado mucho de él, nunca lo había visto de cerca. Apenas lo vislumbre en alguna ocasión cuando llegue en tren desde el Sur, y en cierta ocasión también había observado algunos detalles del puente, revisando fotos antiguas de mi abuelo Miguel; en suma, no conocía en persona dicho monumento, esta vez tenía la oportunidad de hacerlo. Un presentimiento retuvo mis pasos momentáneamente. Recordé que aquella parte de la ciudad era totalmente desconocida para mí, además esta ruta me alejaba de un rápido retorno al lugar civilizado de mi mapa mental. La curiosidad pudo más, me decidí a cruzarlo, y con sobrehumano empujón a mis piernas, desde el interior de mi conciencia, me dirigí al inicio de la estructura. Curiosamente desde que traspuse el límite entre la calle y el puente sentí una ligera pesadez en las piernas, lo atribuí al cansancio, pues había venido caminando desde el centro de la ciudad, no hice caso a esta ligera molestia y comencé mi travesía. Al acercarme a los primeros metros del armazón, vi la factura primorosa y sobria de Eiffel en cada uno de los detalles del puente. El aire se sentía, por decirlo así, más puro en la cima del símbolo arequipeño, aquel soplo que seguramente adquirí en mi primer vahído al mundo, el cual incorporaba a la fisiología 92 En el puente de fierro del hombre, el gen social que ensamblaría su destino, su fuerza y amor a la tierra que lo veía nacer. Me sorprendió el súbito cese de ruidos en el puente. La calle detrás de mí, debido a la hora de la tarde, era muy bulliciosa: risas, autos, sonidos de ciudad. No percibía ahora nada más que una ligera brisa vespertina, además de la vibración del aire a mi lado cuando pasaba un vehículo, por cierto que cuando me dejó atrás una motocicleta se rompió por un breve momento esta magia, sentí un ligero empujón hacia el vacío con el ímpetu de su velocidad. En todo caso el momento era especial, incluso el clima había sufrido alguna variación, eran las 4:00 de la tarde, pero el momento parecía algo más tardío, una ligera bruma ascendía desde al piso, dando al conjunto una aura irreal, me esforcé en continuar pese a mi profunda agorafobia, iba guiado por las barandas del puente y por mi exaltada voluntad, poco a poco avanzaba no sin temor por cada centímetro de la estructura, estaba casi a la mitad de mi travesía, en aquel momento la vi. Una larga cabellera envolvía su rostro, tenía un vestido que el viento ligaba estrechamente a su cuerpo, dando a la escena una imagen de ficción, había visto este cuadro en alguno de mis sueños, ella me sintió cercano y volteo, vi unos ojos llorosos, con un rictus muy triste me indico que no me acercara o saltaría al vacío, por supuesto me detuve a prudente distancia, pero pregunté qué le ocurría, por qué estaba allí, si necesitaba ayuda. Dijo que no le importaba nada, que había perdido todo lo que amaba en este mundo, mire a mi alrededor, estábamos a mitad del puente, la niebla nos envolvía densamente, no podía visualizar nada bajo el viaducto. Estábamos entre nubes, flotando en un espacio abierto en un mar irreal, no pasaban ya los autos ni 93 En el puente de fierro nada más; el reloj marcaba las 4:30, sentía mucho frío en el cuerpo, volví la mirada a ella, tratando de aparentar tranquilidad, pregunte: “¿Cómo te llamas?”. Ella me miró con algo más de atención y apoyándose en la baranda suavemente dijo: “Mónica”. Por un momento la situación me pareció quimérica, no quería ser parte de la segunda entrega de un cuento fantástico, miré con renovado interés a la chica y entreví un cuerpo sólido, no había allí nada etéreo, no me imaginaba siguiendo a un ser incorpóreo a su morada en el camposanto, ni esperaría ver mi mochila o alguna otra prenda colgada en una la lápida del cementerio de la Apacheta. Ella vio mi expresión y cambio su rictus de tristeza por una ligera sonrisa, dijo: “¿Tú también leíste esa historia en El Pueblo del domingo? Todos mis amigos bromean con eso; por favor no me confundas con la aparecida de Arequipa”. Ella era otra Mónica y, por ende, no un fantasma ni nada de aquello. Aproveché el momento para acercarme y observarla más de cerca, mi temor aún era evidente, esperaba ver derretirse su rostro y aparecer un esqueleto que se lanzaría sobre mí buscando una nueva víctima, solo vi un rostro con ojos profundos y labios rojos, sus mejillas muy hundidas; extendió la mano y dijo que no había cambiado de idea, pero le agradaría conversar un poco antes de saltar al río. Al tomarla de la mano, noté el tacto tibio de su piel, aquello terminó por suspender mis temores y desconfianzas, ella tiró de mí con firmeza, conduciéndome hacia el otro lado del puente, a la zona de Arrayanes, me di cuenta que esos breves momentos en el puente habían durado en realidad como dos ho94 En el puente de fierro ras, y al ir avanzando observé que eran casi las 7:00 de la noche en mi reloj. La oscuridad era profunda, sorprendía no ver luces alrededor, seguramente ocurrió un apagón. Me reconforté; pero aun así vi faroles encendidos en la calle a la que nos acercábamos, pensé que la decoración estaba muy bien conservada en ese punto de la ciudad, lo atribuí a la cercanía del puente, pues las casas que empezaba a ver tenían todas un aire republicano muy marcado, además entreví entre sombras la proximidad de algunos paseantes. Para mi renovada confusión, su ropa era algo extraña, las mujeres tenían vestidos largos y sombreros con flores, y los hombres lucían levita y sombrero de copa, me sentía muy extraño al ver esto y trate de recordar si estábamos en alguna fecha de conmemoración, lo cual explicaría esto que empezaba a ser demasiado insólito para mí. Mónica se aferraba a mi mano, no había dicho ninguna palabra durante nuestro trayecto hasta el final del puente, al llegar al punto donde comienza la calle, voltee a mirarla, pues aún mi aprensión la imaginaba etérea y fugaz, esperando no encontrar a mi lado más que aire, o aun peor una sombra flotante, pero ella estaba allí, de carne y hueso, más tranquila que cuando la vi por primera vez. Al dejar el puente Bolívar le pregunte si notaba la falta de luz en la ciudad, ella dijo que no entendía la pregunta, pues todo era normal; como todos los días, en ocasiones apagan algunos faroles, en ocasiones otros, pero hoy todos estaban encendidos. La bruma se diluía, me atreví a mirar a la distancia, al otro lado del puente. Donde yo conocía una ciudad cosmopolita y muy resplandeciente, allí solo reflejaba un conjunto de luces que refulgían tenuemente a la distancia en un espectro que de ninguna 95 En el puente de fierro manera era el total de la urbe arequipeña. La zona del Centro y algunos conglomerados esparcidos mostraban actividad humana, pero aun así era diferente a cuanto conocía, o esperaba ver, parecía que había un apagón zonificado en la ciudad, y ese razonamiento me sosegó. Nos acercamos a un banco de la alameda. Mónica invitó a sentarnos un momento, entonces dijo: “Quiero contarte por qué estaba en el puente”. En ese momento un lejano sonido empezó a llegar a nosotros. “El tren –dijo, luego agregó– Esperemos un momento y veremos si alguien conocido llega”. El pitido de la locomotora se acercaba cada vez más, hasta que apareció la imponente mole de la máquina a vapor, que pasó raudamente por nuestro lado, y luego así como vino se perdió en la distancia, voltee hacia el puente y vi cómo la luz de la Luna se reflejaba en las dos cintas plateadas extendidas sobre la estructura, que se prolongaban a lo largo de la calle. Esto era increíble. Al comenzar mi aventura la pista vehicular se extendía sobre toda la extensión del puente, inclusive había visto taxis y otros vehículos rebasar el punto donde estaba; pero ahora mis sentidos me mostraban no solo la vía férrea, sino que había visto un tren de vapor pasando cerca de donde estábamos. En un último atisbo de cordura me dije que estaban restaurando el puente y tal vez habría una exposición ferroviaria, como lo había leído en un periódico, pero el aroma del humo de tren que aún nos rodeaban y el rumor del Chili que no estaba muy lejos me decían otra cosa. “Sabes”, dijo Mónica, tomándome nuevamente de la mano e intentando tranquilizarme. “Hoy el puente cumple 10 años de construcción y me preguntaba si…”, no la dejé terminar, me levanté como impulsado por un resorte y terminando de es96 En el puente de fierro candalizarla dije: “Entonces eso era, diez años, las luces, el puente, los rieles, los faroles”. Todo encajaba perfectamente, estaba en la Arequipa del siglo XIX, como un émulo del “Yankee de la corte del Rey Arturo” debí de mostrar mucha confusión porque Mónica, que estaba junto a mí, me miraba alarmada, me precipité al borde del malecón y observé detalles que antes resultaban mínimos, la Catedral, por ejemplo, no tenía iluminación nocturna, no habían postes eléctricos, las calles estaban todas empedradas y cómo explicar lo del tren, detalles como esos me perturbaban. Traté de dar una explicación lógica a lo extraño de esta situación, pero no se me ocurría ninguna, parecía estar en un sueño del cual despertaría en cualquier momento. Mónica a mi lado me tomaba la mano y miraba angustiada hacia el horizonte. Entonces dijo: “Debo irme, mi padre enviará a buscarme si no llego pronto a casa”. “Te acompaño”, ofrecí caballeroso. Ese siempre debía ser mi comportamiento con una dama, aún más en la aventura que tenía ante mí. Ella aceptó, tomándome del brazo y con paso regular iniciamos el trayecto a su casa. El camino no fue muy largo, entendí en ese momento el porqué ella conocía tan bien el puente. A media cuadra se hallaba una casona construida de sillar y piedra, en sus ventanas se entreveían luces que reflejaban desde el interior. Ella me preguntó si deseaba pasar y aseguró que su familia estaría feliz de conocerme. Tocamos una gran puerta adornada por una gruesa aldaba de metal. Al abrirse pude entrever una gran sala donde bullía un conjunto de personas ataviadas tal y como ya había visto en la calle, claro que los caballeros se habían quitado sus sombreros y muy educadamente los mantenían en equilibrio en 97 En el puente de fierro sus rodillas, a la vez que estaban correctamente sentados en sillas que tenían un diseño victoriano; las señoras no se veían por ningún lado, a excepción de algunas criadas que repartían viandas y copas entre los invitados. Mónica me llevó ante un señor con gran bigote, al cual me presentó como un amigo. Él me estrecho la mano rudamente y se presentó como el capitán Romero, encargado de la milicia de la ciudad. Todo era muy surrealista, había visto al capitán antes, su imagen estaba en un cuadro que colgaba en la pared de mi sala. Debí comprenderlo antes por los rasgos familiares de Mónica. El capitán Romero era mi tatarabuelo, y por lo tanto Mónica era mi bisabuela. Esto era fácil de entender para mí que veía desde una óptica diferente la situación que enfrentaba actualmente; pero no para ellos, que no sabían quién era yo ni de dónde venía. El capitán inquirió por mi nombre, y conteste que era un ingeniero que estaba en la ciudad proyectando reformas en la Plaza de Armas para instalar el nuevo invento llamado electricidad y que haría que toda la ciudad en breve plazo esté iluminada por las noches, esta explicación fue muy bien acogida y se me invitó a ocupar un sitio preferencial en la mesa para la cena que se anunciaba en ese momento. Aparecieron las damas saliendo de la cocina, y Mónica se sentó frente a mí al lado de su madre, a quien le hacía confidencias al oído después de mirarme por momentos, la comida estuvo deliciosa, como solamente la cocina natural puede transmitir a lo preparado en fogón y leña. Pletóricos vasos de chicha y vino se escanciaban. La somnolencia invadió mis sentidos, muy amablemente se me acompañó al cuarto de huéspedes, y allí en una cama rodeada de cortinas pude descansar mis excitados sentidos. Mis 98 En el puente de fierro párpados se cerraron irremediablemente y me hundí en un sopor profundo. Soñé con el Puente de Fierro, cielo muy despejado con Sol radiante, estaba en el borde del puente y luego de inclinarme sobre él caía hacia el río, Mónica mirándome desde lo alto, estiraba la mano para retenerme, entonces al estrellarme en la base de la estructura abrí los ojos y desperté en el piso del cuarto rodeado por las sabanas de la cama. Mónica apareció por la puerta y corrió a mi lado, dijo que se había asustado al escuchar el ruido de mi caída, su tibia mano acarició mi frente y en sus ojos pude ver algo que no podía ser, no ahora ni nunca, una aberración del espacio tiempo, una locura de la naturaleza histórica, la tranquilice sobre mi estado y juntos vimos como nacía el Sol, reflejándose en la cima de nuestro volcán tutelar. Luego del desayuno, el capitán me llevó al estudio de la casa, invitándome a tomar asiento, pregunto sobre el motivo de mi aparición en la vida de su hija, asegure que no tenía por qué preocuparse, yo no quería nada con ella, ciertamente Mónica era muy bella, pero el atávico estigma de exclusión familiar me cerraban inconscientemente el lado romántico hacia ella, esto último no lo dije, pues no iba a ser entendido y menos cómo había llegado a su casa, un extranjero del tiempo y de la historia que para él era un real presente. El Capitán me dirigió una triste mirada, dijo que Mónica parecía feliz a mi lado, había visto en ella una expresión que no había notado desde hace mucho tiempo, pero no podía obligar un sentimiento no nato y pidió que saliera de la vida de ella cuanto antes fuera posible. El problema era que yo mismo no sabía cómo regresar a mi época; conté, sin revelar preámbulos poco creíbles, cómo llegue al puente, detalles sobre 99 En el puente de fierro los momentos que había encontrado a Mónica a punto de suicidarse. Él dijo que esa no fue la única vez que lo había intentado, también dijo que tal vez si yo desaparecía ella lo intentaría una vez más. En ese momento Mónica entró al estudio, y con una sonrisa radiante preguntó si quería caminar por la orilla del río Chili. “El día es muy hermoso –dijo– y la hora oportuna para ello”. Acepte la invitación, salimos a la calle no sin antes despedirme del capitán, que expresó con los ojos una advertencia sobre lo que habíamos conversado anteriormente. Ciertamente el día era sublime, el río límpido cantaba al arrullo de los árboles que se agachaban a beber de su fuente. Mónica tenía un lugar especial cerca del puente Bolognesi, amplias chacras se extendían en ambas riberas, el Chili se veía más ancho en su cauce, algunos chiquillos jugaban en la orilla y algunas lavanderas aprovechaban las piedras de su lecho para limpiar las ropas que llevaban consigo. Al ver hacia el mismo puente, me di cuenta de algo que me había comentado un amigo que ahora se antojaba muy lejano: el que este puente presentaba más arcos de los que en mi tiempo futuro se veían, en estos arcos habían tenderetes de comerciantes con variopintos colores y enseñas de artesanos, con algo más de detalle, en el lado citadino de la estructura, más allá, a lo lejos, se veía el inicio de los portales de la Plaza de Armas. Prometí a mí mismo visitarlos en algún momento de mi aventura, si podría hacerlo, pues no sabía cómo terminaría o si quedaría atrapado en el pasado, o presente para los demás. El lugar especial de Mónica estaba a orillas del río, bajo un árbol frondoso que creaba una cortina de hojas en derredor, 100 En el puente de fierro atrapando una porción del afluente, en un remanso tranquilo, nos sentamos en una piedra disfrutando del rumor de las aguas y la brisa del día. Lentamente comenzó a caer el atardecer, sentí que debía decirle la verdad; primero pregunte cómo creía que iba ser Arequipa en cien años, ella sonriendo contestó que no imaginaba cómo, pero seguramente todo lo que nos rodeaba estaría poblado, y tal vez hasta el río mismo no sería tan hermoso como era ahora. Se quedó mirando en espera de mi parecer, y entonces le dije de dónde procedía, pedí que me escuchara sin interrumpirme, aunque pensara que estaba loco, o pareciera una broma de mi parte. Describí cómo había llegado hasta ella en el puente y cómo era mi vida en ese futuro que le estaba comentando, ella escuchó pacientemente como había pedido, aunque supe que no había creído nada de ello, porque dijo que era un buen tema para un libro de fantasía, ella misma había leído un autor nuevo llamado Julio Verne que tenía ideas parecidas a las mías. Considere que era inútil insistir, debía ser realista. Ella era de una época diferente a la mía, era difícil entender un futuro que ni siquiera se entreveía. Cambie de tema e iniciamos el regreso a casa. Me sentía triste, que pronto dejaría de verla. Al llegar a casa el Capitán estaba en el pórtico de entrada, conversaba con algunos de sus partidarios, al verme me saludó cordialmente y despidiéndose de sus amigos ingresó conmigo a la sala. Acercándose a un cofre que tenía sobre la chimenea, sacó un relicario con la foto de Mónica, me lo entrego pidiéndome que lo conservara, dijo además que volviera cuando quisiera, pues sentía mucha familiaridad conmigo, y que le hubiera gustado tener un hijo como yo. Me despedí entonces, salí a la calle y dirigí mis 101 En el puente de fierro pasos al puente de fierro en busca de mi destino. Mónica estaba en el mismo sitio del día anterior, con la mirada perdida en el horizonte, manos aferradas al barandal fuertemente. Me acerqué y ella, sin voltear dijo: “¿Cuánto tiempo crees que dure este puente?”. No supe qué contestar. Ella insistió: “¿En tu tiempo aún está en pie?, ¿lo cuidan?”. Tomé su mano y le dije que no importaba cuánto tiempo pasara, siempre el Puente de Fierro, sería un símbolo de esta época y de los momentos que había pasado con ella. El atardecer comenzaba, de nuevo la bruma nos rodeaba. Ella soltándose volteo en dirección a la calle Bolívar y se alejó corriendo. Vi cómo se perdía en la niebla del atardecer, caminé luego en dirección contraria. La oscuridad se hacía más profunda, mi cuerpo estaba insensible a todo lo que me rodeaba, entonces sentí el relicario en mi bolsillo, lo abrí y observé la foto que había en ella, ya no era la de una mujer joven. Mi bisabuela me miraba desde el medallón con una sonrisa igual a la de un cuadro de mi sala, sentí un ruido a mi espalda y el puente empezó a vibrar. Subí a la vereda, entonces raudamente un auto pasó por mi costado. 102 Antonio Casas Forte amor “El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es”. Jorge Bucay ES MEDIA TARDE y las hojas caen al débil ritmo del céfiro arequipeño, tapizan profusamente los jardines del parque, mientras José espera a su adoración. La conoció hace poco, fue amor a primera vista, una pasión que surgió incontenible, primero entre sombras, luego intentando pasar desapercibida, enviando mensajes con poemas olvidados, miradas fugaces a la salida, indirectas mediante amigos de confianza. Entonces el amor confabuló. Eros tuvo un trabajo muy sencillo en unir a esta pareja, que fue perfecta desde el inicio, todo color de rosa, cuidando mil detalles, la Luna envuelta en tules, mariposas inmortales en el estómago, deleites orientales sin parangón, inmortalidad en los ojos, indestructible felicidad. Entonces llego el día que buscaron algo más tangible, algo qué poner en el altar sagrado del templo de su devoción eterna. Julia llega un poco tarde, apenas cinco minutos, pero no importa, las dudas juveniles que han llenado el alma de José quedan de lado, se abrazan, no hay nada más allá de sus 103 forte amor ojos, entonces, sin mediar palabra, unen sus manos y se alejan, caminando en dirección al puente Bolognesi de la ciudad de Arequipa. Cuenta la leyenda que dos amantes desafortunados quisieron perennizar su afecto en el “Ponte Milvio” de Roma, decidiendo consagrar juntos su pasión desesperada, en aras de un amor incomprendido y perseguido, eran de familias rivales, como había tantas en esa época de vendettas y lances románticos. La pareja que ocultaba su amor desdichado, en un momento de resolución fatal, se allegó al puente, subió a la baranda y tomándose de las manos se precipito hacia la corriente de agua. Pero tuvieron el hado extraño, que al unir sus manos, sus anillos se trabaran entre sí y estos a las rejas del puente, suspendiendo su ofrenda y evitando que cayeran al Tíber. Este acto casual los salvó, pues sus familias atribuladas llegaban en ese momento para evitar la tragedia y abrazarlos, aprobando este cariño fatídico tan especial. En memoria de este acontecimiento, la pareja del Ponte cerró un candado en la verja del viaducto, luego arrojaron la llave a la corriente, eternizando su amor de esta sublime forma. La historia trascendió, pronto toda Europa vio colgados estos símbolos de unión en los hierros de muchos puentes. Lugares como el “Pont des Arts” en París, o el “Ponte Vecchio” en Florencia, estuvieron pronto atestados de recuerdos, con candados de diversa factura y forma, muchos de ellos añadiendo las iniciales y nombres de la pareja, inclusive recuerdos especiales, tales como velos de novia, o aros de compromiso que se ponían enlazados en las anillas del candado. Este acto siempre unía a los novios, fortalecía su pasión, les recordaba que el amor puede consolidarse y mantenerse más allá de lo real. 104 forte amor José y Julia oyeron el relato y quisieron enlazarse de esa forma, con un acto muy romántico y con tanto sentimiento, que pensaron los uniría más en su afecto, compraron un gran candado de marca Forte con forma de corazón, que un misterioso dependiente de San camilo, el mercado local, certificó era el más seguro y durable. El vendedor les contó que la marca había encargado su fabricación a un orfebre de Italia, el cual descendía de la familia original del Ponte y que el candado añadía un sortilegio especial de amor, pues muchas parejas lo solicitaban para asegurar sus sentimientos, con el acero de las forjas de la ciudad del amor. Ofreció grabar sus nombres, en bajo relieve, en la superficie del símbolo, combinando una gota de la sangre de la pareja con la gama de su tintero, lo cual enlazaría su destino permanentemente al del símbolo romántico. Ellos aceptaron, querían legitimar que todo se realizaba en aras de su amor eterno, y luego de pagar una suma exorbitante y recoger su reliquia, se encaminaron juntos al Puente Bolognesi. Al llegar al sitio, buscaron un punto adecuado que estuviera resguardado de cualquier indiscreción o mirada infame. Encontraron el sitio exacto en el centro de la baranda, cerraron el candado y luego tiraron la llave al río Chili envuelta en una hoja seca que guardaron del lugar de su primera cita, de aquel parque que acogió su amor en el otoño, recordando su primer beso como señal de su apego eterno. Desde ese momento hubo, si puede caber la idea, mucho más amor, podríamos decir que ese afecto brillaba y todos los que los veían en la calle volteaban admirados, ellos evidenciaban entre sí una estima celestial que transmitía divinidad en lo 105 forte amor que su aura expresaba, trasmutando la eternidad en su mirada, pero no todo fue perfecto, pasó algún tiempo y algo sucedió. Sobrevinieron pequeñas diferencias, el amor poco a poco se deterioraba, imperceptiblemente surgían riñas, diferencias que se empezaron a ver más grandes, la situación escapaba de las manos. La crisis llegó y un día discutieron muy fuertemente, José salió de casa dando un portazo, rompiendo vidrios, oyendo al alejarse los gritos de desamor de Julia. Caminó sin detenerse por las calles de la ciudad, sin rumbo, sin sentimientos definidos, perdido en sus cavilaciones, hasta que levantó los ojos después de muchas horas, viendo que se hallaba en las inmediaciones del puente Bolognesi. A ese lugar encaminó sus pasos, y al cruzarlo recordó su símbolo especial. Lo buscó con la mirada. Al verlo notó que estaba cubierto de óxido, muy maltratado por la intemperie. De forma inconsciente empezó a limpiarlo y acomodarlo, sintiendo en cada plumada que su corazón se consolaba y su dolor desaparecía. Regresó a casa, encontrando a Julia tranquila, le contó lo que había hecho y juntos fueron a caminar por el puente. Sus sentimientos se habían regenerado y brillaban de nuevo, así como ahora el candado estaba limpio en el lugar especial sobre el río. Las cosas mejoraron en su relación y marcharon bien por varios meses, entonces Julia súbitamente enfermó de gravedad. Visitaron a muchos médicos, consultaron con sanadores especializados, por más que probaron todo, ella tomo un estado de decaimiento progresivo . Fue hospitalizada. José pasó varias noches en vela, al pie del lecho de enfermedad. Un día que ella 106 forte amor estaba dormida se encamino al centro de la ciudad para hacer compras, su camino debía pasar por el puente, al cruzarlo recordó el candado, mudo testigo de sus días felices, y que impasible esperaba fuerte y seguro, protegiendo su amor. En un acto reflejo de su inconsciente, lo buscó con la mirada, entonces, al verlo su corazón dio un vuelco, lo habían violentado y estaba casi roto, una mano criminal trato de seccionarlo y casi lo había logrado, quedaba solamente un hilo de metal sujetando la integridad del mecanismo, pero la marca Forte había logrado resistir el empeño de su agresor, se cumplían las palabras del vendedor misterioso, e inclusive creyó entrever entre los viandantes del puente de ese momento al personaje de la tienda que lo observaba fugazmente al pasar entre la multitud. José reparó lo mejor que pudo el candado, sin sacarlo de su ubicación. Al volver al hospital halló la feliz noticia de que milagrosamente Julia se hallaba consciente y muy recuperada de la dolencia misteriosa, al cabo de unos pocos días y luego del alta, fueron juntos a completar el arreglo, cuidando de adicionar algunas medidas de seguridad para que el suceso no volviera a repetirse, querían consolidar definitivamente su afecto. Tuvieron la precaución de peregrinar casi de forma diaria al puente, en casos extremos no pasaba más de una semana para que fueran a vigilar su Forte Amor y asegurar así la resistencia de su sentimiento; pero como no todo es perfecto, un día José sufrió un accidente en el trabajo, no fue nada grave, pero exigía cuidados especializados, fue internado en el hospital y Julia se quedó a su lado para todo lo que hiciera falta. 107 forte amor José mejoraba notablemente, la ternura de Julia lo fortalecía, hacía más rápida su recuperación. Un día, una noticia en los diarios los conmovió hondamente. Por obras de remodelación, a causa del bicentenario de nacimiento del héroe Francisco Bolognesi, se quitaría definitivamente todo candado o símbolo del puente, y esto sería ejecutado al día siguiente. Sabían que eso significaría que su unión estaba en peligro, y Julia salió del hospital para tratar de detener este atentado contra su amor. Las gestiones fueron infructuosas, apeló ante el alcalde, rogó ante la institución de cultura de la ciudad; movió cielo y tierra para detener las obras, pero todas las puertas se cerraron ante ella. Aquella noche fue trágica, pues se quedó en el puente junto con muchas otras personas que intentaban detener este sacrilegio al amor. Al día siguiente, muy temprano, los operarios encontraron encadenados al puente a decenas de personas, Julia cubría con su cuerpo el sitio donde estaba el candado y se aferraba a este vestigio de sus sentimientos, al empezar la intervención algunos rebeldes fueron detenidos, y en un juego del destino una parte de la reja central se rompió, desplomándose junto con los atados al enrejado. Julia estaba ligada a su amor y cayó a la corriente, ahogándose rápidamente, mientras el rio la arrastraba junto a la verja por los tumbos del Chili. Mientras tanto José, en el hospital, agonizaba, ahogándose con una neumonía fulminante que ningún médico supo explicar. 108 Helbert Gutiérrez Tapia (Arequipa - 1971) LaborA en Diario El Pueblo como corrector de estilo y los días domingo publica la columna “Léxica”, sobre el origen y correcto uso de las palabras. En el año 2011 publicó “Si regreso no vuelvo... y otros cuentos”; desde entonces ha colaborado en diferentes páginas virtuales y publicaciones escritas. Integró el desaparecido grupo literario Minotauro, y ahora participa en Kosmogonía con el afán de hacer conocer sus escritos. Ha participado en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”. Helbert Gutiérrez Don Dimas, mi tata “Este verso tiene su historia. Un día me estaba lavando la cara, en eso viene mi tata y me dice: - ¿Pa que te laváis? - Voy a la ciudá a comprar un bibidí - ¿Qué? - A comprar un bibidí - ¡Qué huirihuiri ni huirihuiri, carajo! ¡Vaya usté a pastear la burra a la chacra! - Bueno pue…”. La Idelfonsa. DÚO PAUCARPATA BUENOS DÍAS, MI AMIGO… desculpe usté la confianza, pero me podría decir laura… ¡Laura pue!... Perdón, si me da el tiempo, ese que tiene en la muñeca de su mano… ¡Ah, las nueve! Está bien, entonce he llagao a tiempo, pero esperaré. El doitorcito abre su consulta a las diez. Ya sé que usté ni me conoce, pero puedo hacerle conversación, solo pa no aburrirnos. Si viera cuánto he caminado para llegar a esta plaza de España. Aontes las calles estaban repletitas de rieles y, esos rieles, de tranviyas, y aontes que los tranviyas, de acémilas. Todo el movimiento de la ciudá era en esos animales. Yo nunca los vi esos tiempos, pero mi tata Dimas sí, él me contaba todo, y lo otro lo he aprendiu por mi cuenta. ¿Usté no es de acá, no? ¡Uyyy, harto entonce le puedo informar! ¡Ja!, ¿piensa que soy pediorista? Pero no, esos nada 111 Don Dimas, mi tata saben pue, tanta universidá y tanta cencia pa nada, ¿acaso saben informar bien? Pura calata en sus pedióricos hay, esos pue que llaman diarios chicha, si yani diarios buenos quedan, todos chismeyan a su antojo y nada bueno dicen. Todo es malo, que si roba el julano o que se mató el mengano… Ya a poco saldremos nosotros calatos contando nuestras entimedades… No pueee, si así fuera, mejor primero las de usté… Ja, ja, ja… No se moleste don, no es mi interés fastidiarlo, es pa hacer simpático el encuentro pue. Mejor le cuento lo que mi tata siempre me aconsejaba, aunque todos creíyan que estaba juancuete1… que le patinaba el coco, que ya ni miraba de frente, siempre como si las moscas le conversaran al vuelo… y deciyan que siempre distraido iba, por eso lo atropeyó un coche cuando se venía solito pa la ciudad… Ahhhh, pero cuando mi tata en sus momentos de lucidez me hablaba, decía que aontes era mejor todo pue; y sí que era sabio mi tata, de todo sabiya y reconocía a las personas incluso por sus excrementos… De cristiano ―Fermín, baja de la chuglla2, vamos pa la iglesia que no me confesao el domingo. ―Tata, hoy es martes, y mi mama me dijo que la ayude en la casa a moler el güiñapo3 . ―Esos son haceres de viejas. ¡Vení te digo! La matrona 1 Loco. 2 Choza pequeña al borde de las chacras. 3 Maíz utilizado para la chicha color rojizo. 112 Don Dimas, mi tata de tu madre que se las arregle con las marimachas de tus hermanas. ―Pero tata, sino mi mama me da de chicotazos si no le obedezco. ―¡Más juerte te sacudo yo! ¡Aurita mismo te jondeo pallá si no venís! ¡Apura meacama! ―Ta bien, pero igual me cae la cuera4. ―¡Ya!, camina delante, no sé qué cuentos o cuentas te han contado, que no hacís caso a la primera a tu tata, ¡barajo! ―¡Ya tata, no me coscorronee! ―¡Apuuura burro!... Espera, ¡fijate pue! Vas a pisar guano, sonso. Abre bien los ojos, que no sabís que “el ver es padre del saber”. ―Casi me quemo, tata. ¿Usté pue, que apura apura!, y casi me embarro los únicos chuzos5 que tengo. ―¡Que qué decís! ¿A ver repite? ―Nada tata, nada. ―Nada, nada, fijate bien mojón6, que nuescasualidad, pero esa caca es de cristiano. ―¿De cristiano? ―Sí, de cristiano es. Hacete pa allá, y échale tierra, no vayas a pisarla de nuevo cuando regreses ccalapata7. ―¿De cristiano? 4 5 6 7 Golpiza a azotes, frecuentemente con una correa. Zapatos deportivos. Trato despectivo a un niño. Descalzo. 113 Don Dimas, mi tata Ya no insistí más, mi tata estaba malgeniao, y ya me había pegao la noche anterior por meacho8, por eso me llevó a la chuglla a cuidar las chacras con él. Después supe, que de cristiano segnificaba que de humano era la caca, y no que era por la religión que profesara el susodicho... ¿Pero de quién habría sido, no? Pero eso sí, cuando mi tata se magmaba9, a tuitos en la casa nos machucaba a chancacazo limpio, y no había palote que no se rompiera ni hueso que tardara en curar. Después se iba a la chacra a dormir. La culpa era de mi padrino Cosme, que lo hacía gargantiar ese trago de Vítor que quemaba el guargüero10 y después cocinaba las tripas desde adentro. Al día siguiente venía mi tata callandito y sencillo, le pedía perdón a mi mama, y acercándose a mí, con una caricia me levantaba pa ir a trabajar como peones. Ya en el camino, como si no hubiese pasado lo que pasó, me contaba lo que había hecho, que ya ni me acuerdo bien... pero hay una historia que no me olvido por graciosa… Retaco y Chaparro ―¿De ande viene tata, que traye usté roto el pantalón? ―¡Cállate cospión! Qué hacís ventilando a gritos mi desvergüenza ¿no vis que he faltao a dormir? ―Ya tata, ¿pero diánde se ha recogiu pue?, que viene trinche11, ¿acaso ha visto al diablo? 8 9 10 11 Persona que orina mucho. Emborrachaba. Garganta. Con los cabellos parados. 114 Don Dimas, mi tata ―Cierra el hocico, burro… Nial diablo e visto ni te interesa de onde vengo; pero me pegao un susto que parezco jedeque12, si estoy jodiú es por los perros de mi compadre el Cosme, ese chontril13 que no amansa a sus chajuallas14... ―¿El Retaco y el Chaparro? ¿Quilean hecho pue? ―Perros saccras15, si pareciera que saben que cuando uno zigzajeya está listo pa sus dientes. Ni bien me arrimé al corral de los cuchis, en cargamontón se me vinieron los dos peludos a quererme cascar. Y como no me dejaban, parau espantándolos y llamando a mi compadre me quedé. ¡Y nadies veniya! ―¿Y no había un palo cerca, tata? ―¡Naaada, si apenas me defendía! Al rato la voz de mi compadre que grita por el ladrido de sus perros: “Retacooo… Chaparrooo”, y los chejres16 que recién se van. Es entonce que comienzo a caminar, pero ya prevenido, y esos dos tictes17 que regresan, pero ya había asentado bien la pata izquierda y que con la derecha les zampo un patadón y le alcanzo solo a uno, el otro por casito nomás le parto la sencca18. ―¿Y no se cayó usté? 12 13 14 15 16 17 18 Niño que sufre dolor sin saber por qué. Trato despectivo al cholo. Perros pequeños. Diablos. Insignificantes. Verrujas. Nariz. 115 Don Dimas, mi tata ―Tan mariao no estaba, además el susto me espantó la borrachera, ¿no me ves aurita?, ¿acaso parezco embriagau?... Pero espérate pue, cherche19, “cuando un burro habla, los demás paran las orejas”, noeacabau de contarte: el Retaco se fue corriendo a las gradas, y el Chaparro quedadito en el suelo, moviendo los ojos como trompo, pero al ratito se levanta más mariao que yo; y luego queriendo subir las gradas, ya llegando al final, se caye, y rebotando se fue pal piso de nuevo, pa mi risa pue; pero vieras la maldad entre los animales, el Retaco ha bajau de arriba, loa oliu y en la cara del Chaparro lo ha meao… Sí pue, perro traicionero que no respeta a sus iguales, compañeros de sus pelinqueadas20. ―Y si es de risa ¿por qué viene usté asustau? Como llamadito de almas. ―No te digo que te calles si no sabís, el susto me lo han dado los caniches... pero yaes laura del camayeo, y no he regao las chacras… Apúrate pueee... Aura si te fregaste, por creyerme cotimbero21 vais ayudarme… ¡Apuuura! Así era pue, si al tata se le encaprichaba que uno debía caminar, caminaba, y si decía que quietos, quietos pue. Pero igual caminando y quietos no paraba de hablarme, y yo disfrutaba de su charla comiendo las lujmas de la huerta de mi mamá. 19 Persona enclenque. 20 Peleas. 21 Mentiroso. 116 Don Dimas, mi tata Así los días, me interrogaba pa ver si sabía o no sabía... “De tanta escuela que tenís –me decía– a ver si te pajleas22 con esta”, me soltaba sonriendo con sus dientes pelaos como choclos maduros, y ¡ay si me equivocaba!, entre sus manos llevaba una ramita y zoc en el pescuezo me daba, aunque no tuviera la razón, igual si la tenía; pero era por mi bien decía, “pa que no te sonseen”, “pa que no hagas tanta güelga como se ve aura”, y yo orejas paradas pa aprender ques la vida, y con tuita su esperencia me chancaban sus palabras el seso, y me hacían despertar del sosiego de mi enfancia. Pero va usté creyer que será mi cariño de hijo, pero estoy ergulloso de mi tata, aunque me sermoneaba deciendo que él era mi raíz y seya yo su fruto; con pacencia me enderezaba pa ser hacendoso y bueno pa la vida. Y el resultao soy yo pue; así como me ve, soy pobre, pero responsable de mis actos y no soy tagarote23, más bien ayudo cuando me lo piden y hasta doy de donde no tengo; y si de consejos se trata, ahí les doy a todos el de mi tata… El padre bueno ―A ver Fermín, traíme el banco de allá pacá… sí, ese mesmito, y vení que te quiero consultar. ―Usté dirá pue, tata. ―A ver hijito, te voy a preguntar, y piensa bien pa tus adentros antes de responder, porque algún día serás pa22 Equivocas. 23 Persona adinerada y petulante. 11 7 Don Dimas, mi tata dre como ya semos todos los de mi edá. A ver ¿qué regalo le haría un padre malo a un hijo bueno? ―No sé pue, pero imagino que uno malo. ―¿Y ese padre malo, a un hijo malo? ―En ese caso, un regalo más malo pue. ―Aura vamos a cambiar: ¿qué regalo le haría un padre bueno a un hijo bueno? ―Claro pue, un buen regalo ―¿Y ese padre bueno a un hijo malo? ―Ahisí me ha agarrau, tata… un regalo bueno tamién, pero un poquito menos. ―No hay menos acá, decídete. Es bueno o es malo, no hay mediedades. ―Bueno entonce, bueno pueee, un regalo bueno. ―Aura ¿te has dado cuenta? No importa el hijo, sino el padre: si el papá es bueno, siempre amará a sus guaguas; si es mal padre, entonce dará maldá a sus hijos. ―¿Entonces cómo se llegaser buen padre pue? ―Siendo bueno con sus tatas y con sus hermanos, aprendiendo de los buenos consejos y sin capichar24 a los demás. La maldá campea a veces, pero tú escoges, y aléjate de los borrachines y de los malos consejeros. Pa que cuando tengas crías, les enseñes eso mesmito que haces. Recuerda: “El viejo sinvergüenza hace al ccoro25 malcriao”. 24 Despojar, quitar. 25 Niño. 118 Don Dimas, mi tata Mi tata era buen padre, a pesar de sus debilidades y distraiciones, siempre cumplía con mi madre y mis hermanos… y siempre siempre nos dejaba unos reales pa comer los caramelos de la tienda de don Sebas… Y ya cuando su carita se puso chollque26 le dio por salir solo y sentarse al borde en la acequia, sin saludar a nadies, pensando quién sabe en qué…y dispués a caminar y caminar, solo… Ahhh… ¿Qué, ya se va? No, no se apure don, yo también me voy, no vayaser que la consulta del doctorcito sequiatra haya comenzao y no me atienda, porque dicen que veyo visiones donde no hay, y que converso con gentes que no existen, y que por este mal en la testa me vuelto palangana27... ¡pero tuito lo que dicho es cierto ,eh! Nunca miento. Bueeeno, adiós don; y si lo güelvo a ver algún día de estos, le envito un picante en La Mundial... acasito nomás, a la vuelta del hospital desalud donde me atienden. 26 Arrugado. 27 Hablador. 119 Sarko Medina Hinojosa (Arequipa - 1978) TIENE la sana costumbre de ya no atormentarse mucho por todo lo que no logró escribir y de no sentirse mal por no publicar. A pesar de estar metido en el mundo de la literatura casi desde que aprendió a leer, recién en el año 2014 publicó su primer libro de cuentos: “Palo Con Clavo y Santo Remedio”. En el 2017, el segundo: “La venganza de los Apus”, sobre el sincretismo cultural andino; y tiene en meta más libros de diferentes géneros, entre realismo-mágico, ciencia ficción, microcuentos, poemas y un largo etcétera acumulado. Participó en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”. Sarko Medina El chupacabras atacará de nuevo EL NOVIO DE LA HIJA MAYOR de la familia era un gringo alto con mirada fría. El primer error que rompió el hielo de su llegada fue decirle “inglés”. Allí entró en una explicación del porqué Escocia era el mejor país no independizado del mundo y que los “usurpadores”, como llamaba a los ingleses, acompañada la expresión de una palabra universal que era un insulto, algún día pagarían por la humillación. Cualquiera que fueran sus razones patrióticas, el enorme escocés después de eso se ganó la simpatía de todos los familiares de muy arraigada estirpe arequipeña y hasta sonrieron mentalmente recordando que también la región se consideraba “separatista”. Chapurreaba el visitante un español básico, así que la mayoría de veces la enamorada veinteañera, estudiante de psicología en una universidad local, hacía de traductora. El padre de la familia aceptó de mala gana que el entonces pretendiente virtual llegara desde las antípodas a su casa, en Sachaca, barrio tradicionalista de la ciudad, enclavado en medio de una campiña llena de chacras y establos. Si dio el permiso finalmente fue porque la amenaza de la hija de viajar al encuentro del “gringo” era más que posible, así que mejor traer al enemigo para tenerlo cerca y vigilarlo. 123 El chupacabras atacará de nuevo Los primeros días fue gracioso ver al pobre tratar de comer los potajes contundentes de la región. Los chupes seguidos de los segundos llenos de arroz y papa pusieron a prueba al pálido espécimen. El llatan que acompañaba las comidas lo hacía sudar, pero resistió estoicamente. El tomar de una sola sentada un enorme vaso de chicha con cerveza negra, lo hizo entrar en la familiaridad de ese primer domingo. El resto de la semana transcurrió lánguidamente en una ciudad que no se comparaba con Edimburgo, de donde era este escocés de ojos verdes. Arequipa es una ciudad circundada por tres volcanes, llena de historias que el padre contaba con ayuda de la hija y llena de novelerías que le contaba la madre al visitante, sin ayuda de la hija, porque al final solo era necesario que la escuchara, no tanto entenderla. Justo por esos días se desató la noticia sobre el “chupacabras” que se despachó en una noche a cuatro ovejas, propiedad de algunos chacareros del barrio. —Mi no saber que ser shootpakapras. —No, Dereck, es CHU-PA-CA-BRAS. Es un demonio de la sierra que se come a los animales de granja chupándoles el interior —le explicó pacientemente el papá, traduciendo la hija y asintiendo finalmente el visitante, abriendo los ojos cuanto más le contaban del supuesto ser que en esos días atacaba cerca de la casa en la que estaba alojado. —Cómo ser ese shootalabras. —Es chupacabras. Bueno la cosa es que es una criatura que tiene la piel de un reptil, así, con escamas duras de color verdoso. Tiene unas espinas a lo largo de la espalda y sus ma124 El chupacabras atacará de nuevo nos terminan en unas garras que, cuando se acercan a las ovejas… ¡zas!, le abren el estómago y se comen todo lo de adentro… ñam, ñam. Esa última parte de la descripción no fue necesaria de traducir, ya que el salto que metió Dereck fue de risa general, hasta él mismo se rio de su temor. —Good story, papa Alejandro —dijo entre risas el gringo, sin que la forma confianzuda de llamar al regente de la casa se percibiera en ese momento de alegría y de anécdotas. La hija aprovechó para anunciar que el domingo su novio prepararía un plato tradicional de su tierra. Todos aplaudieron. El sábado por la noche, en completo secreto, pero vigilados auditivamente por la madre y el padre, los jóvenes se divirtieron haciendo un desastre en la cocina a puerta cerrada. La mañana del domingo, como era costumbre, todos fueron a participar en la misa dominical en el templo central. Luego comieron barquillos, raspadillas y regresaron a casa, donde les esperaba un almuerzo especial. Sentados a la mesa estaban, aparte de los papás, los dos menores hijos y el mayor, que llegó como todos los fines de semana, con su esposa y un pequeño en brazos. Todos sentados en la mesa esperaban la delicia escocesa que traerían de la cocina. La puerta se abrió y Dereck entró con una bandeja tapada con una de las ollas de la madre. Puesto en el centro el plato improvisado fue destapado para mostrar una especie de pelota amorfa de color gris verdoso que humeaba por lo caliente. Nadie se atrevió a decir ni una palabra. La hija que entró en ese momento trayendo arroz y papas hervidas, junto con algunas verduras cocidas, dijo alegremente: 125 El chupacabras atacará de nuevo —¡Es haggis! —como si hablara en chino, todos los viandantes la miraron—. Es un plato tradicional, coman y no sean malcriados, que nos hemos demorado bastante en hacerlo. Al final les cuento de qué se trata. Una vez repuestos y para no causar mala impresión al pretendiente, todos esperaron con paciencia que se abriera la bolsa parecida a un “bláder” mal inflado y de allí saliera unos pedazos de carne de diferentes matices mezclados con lo que parecía un rehogado con cebollas y otras cosas más. Pero el sabor no era malo, al contrario, era agradable, rico mientras aumentaban las masticadas, la textura de la carne recordaba al rachi de panza o a los chunchulies, o caparinas. Mientras duró la comida se hablaron de diferentes temas. El escocés explicó algunas cosas sobre el tema de las mentadas faldas y sobre los deportes con lanzamiento de piedras; mientras que los varones de la casa se lucieron contando cuentos y leyendas, incluyendo la que estaba de moda sobre el chupacabras. Al final de la comilona, y abriendo una botellita de vino, de las que celosamente se guardan en el mueble de la sala, el padre preguntó, mientras sin disimulo se desabotonaba el pantalón para darle libertad a la panza llena. —Oye, hija, y al final ¿qué tenía el plato que nos has servido? —Es una comida hecha con el pulmón, el hígado y los riñones del cordero, que se mezclan con otras cosas más y se cocinan en el estomago durante horas, por eso nos demoramos ayer tanto Papá —terminó por decir la única hija del matrimonio, aquella pequeña de rulos negros, tan bella, tan inocente para sus padres. 126 El chupacabras atacará de nuevo —¡Caracho! ¡Tú eres el chupacabras! —gritó el padre a Dereck, mientras se paraba rápidamente sin percatarse que el pantalón se le cayó, cosa que nadie de la familia pudo ver ni reírse, porque corrían hacia los baños de la casa para tratar de sacar de su interior el potaje que, estaban seguros, era producto de la matanza de indefensos animales, encontrados destripados y divulgadas sus fotografías en todos los medios de prensa de la ciudad. —¡No! ¿Papá, qué te pasa? Dereck no es ningún chupacabras ni nada. —Pero hija, todo encaja —dijo el padre mientras se levantaba el pantalón e iba a una esquina de la sala, donde una escoba esperaba por coincidencia que la tomaran y fuera alzada en alto, cual la espada de Eduardo I. —Deja eso Papá. ¡Mamá, dile a mi padre que no amenace a mi novio! —No puedo hija porque… (brrrrrrr) El pobre escocés no sabía de qué se le acusaba, pero intuía que allí iba a darse una batalla parecida a la del Puente de Stirling, así que se preparó con los puños en alto para resistir a lo William Wallace. —Pero papá ¿qué hablas? Lo del cordero lo compré en el mercado San Camilo. —No trates de encubrirlo, hija querida, y hazte a un lado que tengo que vengar esta afrenta; en mi casa no puede haber un asesino de pobres e indefensas ovejas, aún por más rica que estuviera esa cosa con nombre de pañales. —Papá, entiende, yo compré los bofes y las tripas, deja eso ya por favor que me va a dar un ataque de nervios. 127 El chupacabras atacará de nuevo Ya regresados los otros miembros de la familia y escuchadas las razones, creyeron en la versión de la joven, así que tranquilizaron al padre y al novio. Pasadas las horas y con algo más de vino, todo iba quedando en una anécdota que se contaría en el futuro con añadidos y demás. Ya en la noche, cuando todos se hubieron acostado, la joven al entrar a su cuarto se cambió de ropa por una más cómoda y de color negro, sacó debajo de su cama un machete y unas bolsas que acomodó en una mochila junto a otros enseres y se escabulló por la casa hasta la puerta de la calle y salió. “Esto me pasa por no cortarles también las cabezas a las ovejas la vez pasada, ahora ya les prometí hacer cabeza asada a la escocesa. El establo de Don Humberto está algo lejos, tengo que apurarme”, pensaba la muchacha mientras apuraba el paso por entre las chacras. 128 Sarko Medina La búsqueda JULIA SE LEVANTÓ ese día con la convicción de que no volvería a su casa sin haber encontrado a su hijo. Eran dos semanas que estaba desaparecido y nadie sabía nada de su Nicanor. En la comisaría, al cuarto día de no habido, llegó con la esperanza de que alguno de los guardias de verde la acompañara aunque sea por los lugares en que sabía andar su único vástago. Las miradas de desidia y aburrimiento fueron una pared inconmensurable e inescrutable. Sabía de las veces que Nico fue inquilino por horas de la carceleta por diversas razones, algunas justas, otras injustas, muchas por el hecho de ser “Nico”. El día catorce de ausencia desayunó fuerte, con arroz y papas, con carne frita y jugo de frutas, todo lo que había guardado para que desayunara su hijo si aparecía por allí. Recordaba la infancia de su pequeño, en ese cuarto con cocina que alquilaban desde hace años, a falta de un hogar permanente. Ella, con sus achaques de vieja no logró sacar adelante el negocio de palitos de carne asada que vendía en un rincón del mercado del barrio. Pero nunca había faltado un buen desayuno, se enorgullecía, con ese ego que se siente por lograr cosas pequeñas y contundentes, como nunca haberle debido un sol a nadie, o nunca haber dejado de pagar el recibo del agua o de la luz. 129 La búsqueda Orgullo. Algo destrozado a sus 35 años, cuando creía haber salvado la valla del amor y tener un futuro de solterona respetable en la comunidad. Mala tarde en que vino el padre de Nico, aquel camionero grande y con aroma a monte que la convenció de entregarle lo que a nadie le entregó. Para luego enterarse que el desgraciado tenía familia en la sierra. Le prohibió volver a verla y él nunca supo que su hijo estaba gestándose en el cuerpo de esa solterona herida en su dignidad, vista por todos como se sabe mirar a quien está en desgracia, como se sabe tratar a quién cae mal por sus aires y de la noche a la mañana tropieza del pedestal que ella misma se construyó. Pero el calorcito de su hijo por nacer, esas pataditas a medianoche, el milagro de la vida abriéndose paso, convirtió su vida en una nueva aventura, llena de detalles imprecisos y diarios, que la asaltaban y llenaban de zozobra, pero también de una alegría incierta, sutil, que la llevaban a añorar el nacimiento de ese pequeño, al cual, cuando le preguntaron por el nombre, luego de diez horas de parto doloroso, no atinó a pensar en otro que no sea el del padre de la criatura, como el recuerdo imperecedero de que el corazón odia, ama y nunca olvida. Luego de desayunar, se fue a conversar con el párroco, después de años de exilio voluntario de las misas dominicales, la anticuchera Julia, como la conocían, volvió a trasponer los pies en el lugar que alguna vez juró no volver, desde cuando le pusieron trabas para bautizar al pequeño. El nuevo párroco, conocía la historia de la mujer y trató en alguna ocasión de ofrecerle de gratis lo que su antecesor, nublado por 130 La búsqueda leyes caducas en la nueva visión de la Iglesia, se había emperrado en prohibir. Pero nada consiguió. Por eso se sorprendió al ver a Julia llegar a él y conversar largo y tendido, arrancando una promesa que ya de por sí iba a ser aceptada. El sacerdote entendió los motivos, trató de dar palabras de ánimo, pero sintió que eran innecesarias, esa mujer estaba convencida del resultado de su búsqueda. Así empezó el viacrucis de Julia, la anticuchera del barrio de La Recoleta, la cual esperó la noche para ir a la calle San Francisco, donde estaban las discotecas de siempre, milenarias en una ciudad que, en pocas décadas, había acelerado su universalidad para adoptar costumbres bohemias, copiadas de ciudades europeas. Y si allí estaba ella fue porque en una visita a un chamán andino, al cual acudió en su desesperación para que le diera pistas de su hijo, lo único que le dijo luego de leer cartas y echar las hojas milenarias fue: —“¡Sigue a la coca!”. Tardó algunos días en darse cuenta del significado de las enigmáticas palabras, hasta caer en cuenta que no se trataba de mascar y mascar la sagrada hoja de los incas, sino su actual derivado. Averiguó con algunos clientes dónde paraban los consumidores de drogas en la ciudad, dándole la mayoría las señas del centro de la ciudad. Así que, preguntando a cada portero, a cada chiclera, a cada vendedora de cigarros, llegó a la conclusión de que los fumones salían apresurados de los bares y pubs para irse a consumir una dosis apresurada o relajada, según la personalidad del adicto, a la Calle de la Tolerancia, a un costado del Monasterio de Santa Catalina, lugar en el que, ida y vuelta a 131 La búsqueda una cuadra, contabilizaba el tiempo para unas cuantas buenas pulmonadas a los cigarros de marihuana, o esnifada de los paquetitos de papel mantequilla. Ella se dirigió al lugar y esperaba a los chicos y chicas que llegaban para preguntarles por su hijo, si lo habían visto por esos días, si les había vendido algo y dónde podía estar. Casi al filo de las dos de la mañana, por fin uno de ellos le dijo que su hijo hacía meses que ya no iba a la “San Pancho” a vender “marimba”, que ya le había ganado la “Pasta”. El muchacho larguirucho y con barba de varios días, prometió llevarla a la calle Dos de Mayo para que contactara con las “tías”, las que vendían los paquitos de droga blanquecina. A cambio pidió dos ligas (como veinte soles en droga). Caminaron casi apurados, mientras él le explicaba que su cerebro ya había asimilado que había la posibilidad de hacer unos “mixtos” con “hierba” y “queso”, así que lo estaba machacando duro el sudor corporal, las ansias y las ganas de ir al baño a soltar una diarrea de campeonato, todo normal en la vida de un adicto, pero igual que caminara rápido. Cruzaron las calles para notar la diferencia de caras. En la calle San Francisco, en la misma Plaza de Armas y hasta en la Álvarez Thomas, las caras de los muchachos eran aún sonrientes, alegres por el licor, pero, adentrándose en la Piérola, Parque Duhamel y la misma Dos de Mayo, los rostros eran delincuenciales. Julia pensaba en las madres de ellos y hasta atinó a recordar un avemaría que recitó también por su pequeño, algo aligerada en el rencor a Dios que los últimos años había alimentado, no tanto por sentir que le había fallado en algo, sino en permitir que su Nico se hubiera degradado de 132 La búsqueda escolar prometedor a vago de esquina, aun cuando ella puso su empeño en educarlo de la mejor manera. Las tías de la droga tenían sus chacales, los cuales salían al encuentro de los clientes o avisaban de los policías a descubierto y encubiertos. Venciendo resistencias y recelos, logró acercarse a algunas para preguntarles por su muchacho. La única que le dio pistas fue la Gorda, quien manejaba la venta en la esquina con IV Centenario. Ella le contó que Nico había pasado los últimos días gastando lo que ganó en un buen golpe que dieron con sus compinches en una casa olvidada por los dueños en vacaciones. Lo malo que la droga que consiguieron era demasiado pura, lo que significaba que les estaba carcomiendo los pulmones y el cerebro. Al final le dijo dónde podía hallarlo. Ya casi a las cinco de la madrugada, Julia se encaminó a la zona de la Mansión del Diablo, en la avenida La Marina, lugar en el que se encontraba la cáscara de cemento y ladrillos de lo que fuera la fábrica de cueros más importante de la región en sus buenos tiempos, devenida ahora en fumadero y refugio de delincuentes. Su larguirucho guía la dejó para irse a fumar lo acordado. Al llegar a la pared frontal recordó los consejos para subir y bajar al otro lado, claro, con la esperanza de que los que estén allí no la violen. Luego de la dificultosa proeza de pasar su cincuentón cuerpo hacia el submundo irreal del fumadero, se dio cuenta de la insania de vivir realidades alternas, una en la que todos aparentan que no existe un lugar así, y otra, como la que está viviendo ella, de sentir en carne propia los olores nauseabundos, la visión de la basura centenaria, los esqueletos de las 133 La búsqueda máquina, y, entre ellos, las figuras trashumantes de seres alguna vez de carne completa, porque lo que eran ahora no podía definirse como humana. Apestando a orines de días, varios estaban tirados con alguna botella de alcohol o de terokal chorreando de las manos. Otros enfrascados en armar los llamados “clavos de pasta”, oleaginosos y negruzcos, pastosos y grasientos. Otros más, en los delirios, afilaban las navajas y verduguillos, algunas mujeres eran poseídas sin ton ni son, a la par que su laxitud o borrachera les permitía algún movimiento peristáltico. Pero nada de su Nico. Al intentar interrogar a algunos recibió negativas y hasta uno que la empujó con fuerza y que fue reprendido por otros para no ocasionar bulla, so pena que entraran los policías. Pero Julia no se amilanó, hasta lograr que le contaran que la plata se le acabó a su hijo, pero estaba tan dañado que siguió consumiendo terokal y chajro (esa mezcla maldita de alcohol metílico con chicha de güiñapo), pero ya no con ellos, porque estaba agresivo, sino con los indigentes de la torrentera de la avenida Venezuela. Largo camino tuvo que recorrer Julia, con los cabellos alisados con su mano sudorosa y los pies matándola de cansancio. Pero aun así atravesó el centro de la ciudad, con la gente amaneciendo para trabajar, con alguien reconociéndola, pero volteando la cara para no ser relacionada con los ebrios matinales. La torrentera culminaba en la parte baja, cerca del Colegio El Pilar. Ella sin miedo ya a nada, se internó en esta, a vista de todo el mundo, buscando encontrar a su Nico debajo 134 La búsqueda de alguno de los puentes que la cruzaban. En el camino se encontró con algunos grupos de indigentes que, sin atacarla, le sugirieron avanzar más. Ella estaba segura de lo que iba a encontrar. Ya no tenía resentimiento alguno para la vida, o para Dios, o para ella misma. En el transcurso de su cruzada había reflexionado mucho sobre las causas de la desgracia de su hijo y la suya misma. Había relacionado todo con varias decisiones erróneas. Nadie le enseñó a ser madre. No tenía elementos para darle mejor educación o un mejor entorno a su hijo. Lo que él pudo encontrar de modelo paterno lo hizo entre las pandillas del barrio. Ella no era un héroe para él, y reconoció que se dejó avasallar, se denigró para no poner orden en su propia casa y advertir que su hijo se destruía, pensando en que como buen chico se rescataría él mismo uno de esos días, para transformarse en aquella imagen esperanzadora de una madre anciana con un hijo valiente que la protegiera. Caminando ya con los zapatos hechos añicos, divisó un bulto bajo entre hedor de una acequia, ya cercana a la zona conocida como La Negrita. Cuando llegó no le sorprendió hallar por fin a su Nico. Se agachó junto a ese cuerpo inmóvil y lo abrazó sin lágrimas, le separó los cabellos sucios de la cara y miró ese rostro que para ella seguía siendo el más bello del mundo. El tiempo se detuvo, y ella buscó que quedara congelado allí, junto a su hijo, mientras siente la mirada de su hijo hincando en sus ojos. —Hijito, hijito. —Vieja… ¿eres tú? 135 La búsqueda —Sí, Nico. —Sácame de aquí, quieres… estoy cansado… quiero ir a casa. —Lo haré, hijo. Ahora ya eres libre. —Lo que sea, vieja… estaba cansado… ¿Sabes que quise morir en estos días?... ¿Y… cómo me encontraste? —Y cómo no iba a hacerlo, Nico, lo que me propongo lo consigo; bueno, es un decir. No me hagas caso, ahora ya puedes irte nomás, te enterraré como se debe. El párroco oficiará la Misa, lo que me importa es que ya no sufres más. —Ta bien, viejita, pero disculpa lo que te hice sufrir. —Eso ahora ya no tiene importancia. Julia se queda un rato más con el cuerpo de su hijo, antes de levantarse para buscar alguien que la ayude con el cadáver. 136 Sarko Medina El juego de la nariz El anciano cayó en pleno parque San Francisco. Un paro cardíaco. —¡Señor, señor! Tranquilo, ya llega la ayuda. —Por… favor, un favor hazme. —Lo que quiera dígame. —Róbame mi nariz con tus dedos. «Tuve un pequeño con el cual jugaba mucho de chiquito, le hacía bromas, era mi angelito. Íbamos por alfajores y bizcochos donde La Lucha los sábados que salíamos a pasear y nos veníamos a este parque a comérnoslos.» —Róbame la nariz, así con tus dedos índice y medio, y luego pon el pulgar entre ellos, como si allí la tuvieras… —Señor, no hable más, ya llega la ambulancia. «Su mamá y él se me murieron en un choque de la empresa Angelitos Negros, cuando se fueron de vacaciones a Lima. No pude reponerme del dolor. Hace ya años de eso.» —¿Por qué quiere que le haga eso? —A mi hijito se lo hacía, y le decía: “Tengo tu nariz”. Quiero reírme como él. El joven se quedó con los dedos así, en esa postura, mientras los paramédicos certificaban la muerte del anciano sonriente. 137 Nigromante Black EmpeZó a escribir a los 10 años de edad luego de leer a Poe y Dante Alighieri. Su primera creación fue “El despertar después del fin del mundo”, seguido de muchos otros cuentos cortos. Luego de alejarse por unos años de la escritura, regresó como creador de contenidos en una de las redes sociales más conocidas; firmando primeramente como For Baka, y luego de medio año como Nigromante Black, presentando así varios minicuentos en la Internet, en las páginas de “Leyendas urbanas” y “Paranormal”, sobre todo en los subgéneros fantástico y de horror. Ha participado en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”. Nigromante Black La ceremonia ESTAR ENFRENTE A LA CATEDRAL de la ciudad revela algo de paz dentro mi ser; pero el saber que he cometido algo terrible, algo que no tiene perdón del ser que se conoce como Dios, eso me impide hacer una reverencia. Lo admito porque no me arrepiento de nada de lo que hice, y sí, sé que eso me impide volver a estar en una iglesia, pero no importa porque cumpliré feliz mi condena. Aún recuerdo latentemente cada momento de esa noche, aún puedo sentir ese perturbador frío en mi piel, así como la adrenalina recorriendo mi ser mientras cortaba el alambre de púas para así saltar ese viejo muro; recuerdo la ira del viento quebrando las ramas secas de los árboles, así como ese miedo que aún me consume ferozmente por dentro. Estar parado frente la Catedral de la ciudad grita en silencio que me detenga, que pare, pero, pero la promesa que hice no pienso romperla. Sin dudar continué el recorrido hasta estar cerca de las vías del tren en Yanahuara, caminé ignorando mis miedos, ignorando incluso a aquellas sombras que me seguían sigilosamente, como cazadores acechando a su presa. Al llegar a la habitación de aquella vieja casa, la tierra hace que recuerde cómo la pala con ayuda de mis manos hacia un hueco silenciosamente en la tierra santa, buscando aquel ataúd; recuerdo que era más pesado que antes, y lo sentía a 141 La ceremonia cada paso que daba, pero eso no me importó, porque yo lo prometí, y es por eso que la saque de ese lugar, de esa prisión que intentó separarme de ella. El estar frente a la Catedral de la Blanca Ciudad, trajo a mí recuerdos de cómo ella murió. No puede decirle lo que quería a su momento, aunque creo que ella también lo sentía, pero no importa porque hoy, aunque no encuentre respuesta se lo diré, porque hoy al fin pude comprar ese anillo del que tanto me hablaba, ese mismo, del cual dije que haría lo que fuera para comprárselo. Han pasado años, pero ya lo tengo y ahora la hora de acerca, y todo está listo, el círculo está hecho a detalle, dentro de esta estrella de cinco puntos, invertida; la perfección es evidente, los cirios en sus lugares y el libro listo para ser recitado, el vestido aún marca su bella figura. La belleza de ella es mucho mayor a la del elegante vestido que encontré, aunque ya no le queda mucha piel en el rostro, aun así su belleza deslumbra. A pesar que sus ojos ya fueron consumidos por los gusanos puedo sentir, no sé, que me observa con esa mirada cautivadora; y es imposible olvidar esa bella sonrisa que hace latir rápidamente mi corazón. Tic tac, tic tac, marca el reloj, sé que ya es la hora de la ceremonia, sé que todos estos años del estudio de la necromancia me servirán para llevar a cabo mi objetivo. Las horas recorrían sin parar hasta que al fin acabó la ceremonia, a pesar que el cuerpo estaba en el centro del círculo sin moverse. Acomodé mi corbata y suspiré fuertemente arreglando mi terno. 142 La ceremonia Al fin termine la ceremonia, pero ella aun no se mueve… Qué importa, solo tengo que decirlo. —¡Cásate conmigo! —susurre a su oído, con todo ese sentimiento que acumule por años, aunque no pude decirlo como quería, al menos ahora logré susurrarle. Las lágrimas recorrían mis mejillas sin parar, al saber que era muy tarde y que ella no respondería, a pesar de ser consumido por toda melancolía y la ira me consumía ante la devastación del fracasado ritual. Me levanté y empecé a caminar... —Sí, sí acepto— contestó ella con una voz extraña, mientras volteaba su esquelético ser hacía mí. 143 Nigromante Black La espera SABES, HAY COSAS que simplemente con observarlas te sumergen en una corriente de recuerdos, un lugar donde nacen todas aquellas historias de amor, empezando por las más comunes y complicadas a la vez; pero como dicen, no hay forma de medir ese sentimiento... Sentado frente a aquella pileta en el centro de la ciudad, haciendo que en mi parte posterior esté la gran catedral de Arequipa. Sí, aquella gran iglesia blanca, hecha de piedra volcánica, también desde aquí puedo ver cómo un joven se mueve muy nervioso viendo el reloj a cada rato y es muy evidente que el motivo de ese nerviosismo es una cita. Podía verlo levantarse una y otra vez, caminar de un lado a otro, dar suspiros en ocasiones, acomodar su camisa, para luego sentarse otra vez; así estuvo por más de dos horas, aproximadamente. Luego de un rato de agonía, pude ver cómo entre la multitud salió una chica de ojos claros, cabello castaño, muy agitada, nerviosa, se acercó rápidamente. Al verlo ella corrió hacia él con los brazos abiertos y se disculpó con un beso en los labios. Se cogieron de las manos para caminar en medio de sonrisas y perderse en medio de aquella multitud de turistas. Estos últimos suelen ser curiosos y tontos en ocasiones. Recuerdo que fue divertido ver nadar a uno de esos asiáticos luego de caer en la pileta por tratar de tomar una toma excelente de las palomas que estaban 144 La espera paradas sobre el Tuturutu. Ese joven anterior me hizo recordar a mí, cabello oscuro, ojos claros y piel bronceada por el Sol: era como yo, el día que esperaba a mi amada. Ese nerviosismo, esa ansiedad que me consumía por dentro, mientras miraba los segundos pasar, recuerdo sus ojos claros, su pálida piel y su sonrisa encantadora. Si que la recuerdo perfectamente, como si fuera ayer. Yo la espere por unas horas, creo que ese día en especial estaba muy nervioso, mi corazón se aceleraba a mil palpitaciones; tal vez la idea de ponerme de rodillas en medio de la plaza para pedirle matrimonio me tenía así. Por eso para calmar mi ansiedad tome algunas pastillas y luego de un fuerte dolor en mi pecho todo fue tranquilidad. Me senté a esperarla embargado por la felicidad, al fin le diría que seamos una pareja por siempre. Poco a poco pude ver cómo una pequeña multitud se formaba a mi alrededor; algunos tomaban fotos, tal vez mi felicidad era tan notoria en ese momento, mientras los turistas me rodeaban con fotos. Pude ver cómo entre la multitud mi amada venía hacia mí, me levanté rápidamente y poniendo una rodilla en el suelo, la miré, miré cómo su rostro cambia de expresión al verme, mire cómo las lágrimas recorrían su rostro, pude ver cómo el pánico tomaba su rostro rápidamente, mire cómo, sin decir palabras, se lanzó sobre mí. Mi sorpresa fue mayor al ver cómo su cuerpo atravesaba el mío y fue mayor cuando al voltear, pude ver cómo ella lloraba y abrazaba desesperadamente mi cuerpo pálido e inerte, haciendo caer de uno de mis bolsillos el anillo de oro que estaba destinado para ella. 145 Nigromante Black El ref lejo ESA PAZ QUE TE BRINDA RESPIRAR profundamente, mientras cierras los ojos, puede llegar a transportarte a muchos lugares, como por ejemplo a aquella ciudad que está en las faldas de aquel gran volcán dormido, un lugar donde puedes encontrar grandes construcciones de sillar, haciendo cálido y hasta poético el lugar, una ciudad blanca en la cual cualquiera disfrutaría vivir, pero… Es extraño cómo ocurren las cosas, porque cuando abrí los ojos pude ver con claridad todo lo que me rodeaba gracias a la luz de la Luna llena, sí, pude ver a esas criaturas de un solo ojo amarillento, de grandes colmillos grotescos; en sus inexistentes dedos poseían grandes garras de sus extremidades superiores, y ni qué decir de sus seis patas arácnidas que imponían terror; su escamosa piel emanaba una viscosidad verde que brillaba con intensidad bajo la luz de aquella Luna. Consumido por el miedo me levanté tratando de mantener la calma ante la curiosidad y esos horrendos gestos que emitían algunos de esos seres, mientras pasaba por su lado. Yo, un ser normal caminaba erguido entre criaturas extrañas en medio de la noche. El pavor hacía que avance mirándolos con desprecio y en ocasiones de reojo para evitar ser atacado por la espalda. No sé qué podría hacer para 146 El reflejo defenderme, pero el instinto me dirigía erguido bajo la luz plateada del astro nocturno que se escondía en ocasiones detrás del follaje del bosque, dejándome en la oscuridad total. Al final del camino, aquella luz regresó para mostrarme un gran río rojo que arrastraba restos de criaturas desmembradas, como si la misma naturaleza limpiara los vestigios del final de una guerra. El miedo otra vez recorrió mi ser, haciendo que con cautela avanzara hasta el origen del afluente. Evite por el camino a extraños seres gelatinosos e indescriptibles que se arrastraban por sobre los cuerpos de los caídos que aún respiraban, convirtiéndolos en simplemente baba y huesos… y armaduras. El camino me llevó a prados de extraño color, prados que recorrí con extremo cuidado, evitando cualquier tipo de peligro en el transcurso. Al pasar el umbral de una cueva, un intenso olor putrefacto invadió todo; a pesar que trate de ignorarlo mientras avanzaba hasta el centro del lugar, la luz de la Luna entraba por un gran orificio. En la parte superior se revelaba el origen del color carmesí del gran río, la cascada que salía de las rocas creaba la esencia del paraíso de la repugnancia, lugar donde la esencia de la muerte era evidente gracias a grandes serpientes y raras criaturas humanoides que peleaban por los cuerpos mutilados que estaban desperdigados por todos lados… De la parte más oscura del lugar: “Al fin has regresado”, dijo aquella criatura similar a demonio negro que llevaba una gran hacha en una mano y en la otra un par de cuerpos que se movían tratando de liberarse. 147 El reflejo —¿Encontraste lo que fuiste a buscar?— comentó una vieja criatura que flotaba en medio de aquellos cuerpos devorados. Los mire primero algo confundido, pero luego sentí que sonreí. “Sí…”, contesté con voz siniestra, la cual no reconocía como mía. Es extraño cómo ocurren las cosas, pero en medio de las risas el miedo hizo estremecer mi ser nuevamente, al ver a una nueva gran criatura siniestra en el reflejo de un gran espejo de cristal, que la mostraba arrastrando varios cuerpos humanos y entre ellos el mío. 148 Nigromante Black Sesión de medianoche —DÍGAME USTED ¿cómo empezó todo? —Las monotonías son buenas romperlas, para así no aburrirse a largo plazo. Claro, todo depende de qué tipo de rutinas tengas. En mi caso soy propenso a múltiples pesadillas y constantes parálisis del sueño. Al comienzo siempre pensé que esto era algún tipo de castigo a las constantes visitas nocturnas a los cementerios. Resulta que luego de leer muchas historias, es casi imposible que un condenado o alma errante esté dentro del cementerio, ya que eso es camposanto, y no solo en una religión afirman eso; mas es bueno tener cuidado por los alrededores, ya que en muchos casos los que no pueden entrar caminan sin ser vistos por muchos, aunque eso no quiere decir que la vista periférica no los detecte, es por eso que se crea la sensación de ser perseguidos u observados aún estando solos. — ¿Rutinas? ¿Qué quiere decir con rutinas? –¿Cómo decir? Bien, son cosas que suelo repetir siempre, ya sea acomodar algo de forma diaria de la misma forma, de modo automático, o dormir luego de las 3.00 de la mañana por constantes pesadillas y las parálisis del sueño. —¿Porque luego de las 3.00 de la madrugada? Lo que ocurre es que encontré muchos textos que dan referencia a que a partir de las 12:45, pasada la medianoche, 149 Sesión de medianoche hasta las 3:15 de la madrugada, se inician las actividades paranormales. —¿Eres creyente? —No sabría cómo calificar mi ideología, ya que respeto todas las religiones, aunque no comparto muchos de los puntos de vista de estas. —Que interesante. Dígame ¿qué suele ocurrir en ese intervalo que mencionó? —Bueno, ocurre que cerca hay una higuera, una planta de higo. Sí, muchos dicen que es ahí donde se reúnen todo tipo de condenados, así como duendes y brujas; incluso el demonio hace de todo para divertirse, cuando alguien duerme cerca de ahí es propenso a múltiples pesadillas y parálisis de sueño. —¿Usted cree en ese tipo de sucesos? La cuestión no es lo crea, lo que aseguro es que ocurre cuando empiezo a dormir a esas horas. Un día puede ser casualidad, dos tal vez por el miedo que crea mi subconsciente al experimentarlo por primera vez; ya estoy acostumbrado a eso, pero no vine aquí por eso. —Bien, dígame qué es lo que le trae a esta sesión. Resulta que hace más de unas semanas empecé a ver una pequeña. Al comienzo me sujetó con fuerza, impidiendo que me mueva. Típico en una parálisis de sueño, lo que no estaba bien era la hora, ya que en esa ocasión me acosté luego de las 4:00 am. Como es sabido, es mejor mantener la calma, en algunos casos se pueden decir lisuras, aunque no es necesario. —¿Qué más ocurrió? 150 Sesión de medianoche —Luego de forcejear pude salir de ese estado, y entre las sombras pude ver a una niña de cabello largo; repito, cosa que no era común. — ¿Y por qué no era común? —Lo normal es que luego de salir de la parálisis del sueño, todo regrese a la normalidad; claro hay casos que ocurren dos veces seguidas, pero es muy raro. En mi caso la niña que veía no desapareció y la podía ver como una sombra en mi habitación. Admito que entré en pánico y la ataqué, pero mis puños solo atravesaban el aire, aunque el aspecto de la niña cambió a uno muy aterrador. Pero fue en ese momento en el que la toqué, ahí pude entender todo lo que le ocurrió. —¿Como así? —En ese pequeño momento pude ver a la niña que sonreía a pesar de estar en un orfanato, a pesar de ser maltratada, hostigada y muchas cosas más; pero a pesar de esto ella seguía sonriendo, hasta que se encontró con alguien que la abusó sexualmente en reiteradas ocasiones, y cuando ella amenazó con denunciarlo, este la golpeó violentamente hasta asesinarla, y luego la enterró en las afueras de la ciudad de Arequipa; sí, fue por eso que decidí ayudarla. — ¿Qué quieres decir con eso? Bueno, ocurre que ese es el motivo por el cual pedí la sesión a la medianoche, a pesar de su excesivo precio, y lo especial que usted se creía. Tenía que encontrarlo, por eso es que lo busqué; y la verdad venirlo a buscar hasta esta ciudad fue gracias a las indicaciones de aquellas almas que usted condenó. —¿No lo entiendo? ¿Qué quiere decir? 151 Sesión de medianoche —Sí, lo sabe bien ¿cierto?... Usted sabe que si haces un pago de sangre, puedes invocar un ser o alma condenada para que cumpla su venganza. —¿Qué…? ¿Qué va a hacer con esa navaja? —Pequeña, esto es todo lo que puedo hacer por ti. Espero que con esto acabe tu condena. — ¡QUÉ! ¡ESTO QUÉ…! NO… NO, POR FAVOR, YO NO QUISE HACERLO, TENÍA QUE CUIDAR A MI FAMILIA… NO POR FAVOR, NOOO…. ****** El silencio tomó el lugar por unos segundos, hasta que uno de los policías miró al más viejo de todos. —Capitán, eso es todo lo que hay en la grabación de la última sesión del psicólogo desaparecido. El anciano agente miró a los oficiales del caso. —Empiecen el papeleo pertinente. —Pero señor… —dijo el más joven de los oficiales—, tenemos muchas pistas. —Tenemos cuatro niños que buscar y esa es nuestra prioridad —dijo abandonando el lugar. 152 Nigromante Black La sala de recuperación EN LA OSCURIDAD del viejo hospital Goyeneche el silencio es corrompido por el sonido de las válvulas de oxígeno de los pacientes de esta sala común. Eso más tranquilizador que los gritos desesperados que emitía el paciente de la cama al costado mía. Necesitaron varios doctores y enfermeros para poder calmarlo. Luego de unas horas la Luna se posó en lo más alto iluminando la sala, haciendo que mis ojos se cierren para sumergirme en el mundo de los sueños. —Ayúdame, por favor ayúdame —dijo la voz del paciente a mi costado. Un extraño escalofrío me consumió. —¿Qué puedo hacer por ti? —susurre, tratando de que me escuchara. —Ayúdame, por favor, ayúdame. —¿Qué puedo hacer por ti? —volví a preguntar, pero alzando más la voz. —Ayúdame, por favor, ayúdame. El escalofrío era más intenso, haciendo que el miedo me consuma al instante. — ¿Qué quieres? —dije, mientras me levantaba para ir a su cama. Luego de mover la cortina que me separaba de aquel 153 La sala de recuperación compañero de cuarto, justo en ese momento unas frías manos se posaron en mi hombro. —¿Qué hace levantado? Tiene que acostarse —dijo una somnolienta enfermera. Al pasar el susto inicial y con voz temblorosa le respondí. —Es que el paciente de mi costado esta que me pide ayuda —dije, mientras ella me acompañaba a mi cama otra vez—; pero, por favor, también ayude al que está a mi lado. Luego de acomodarme en mi lecho otra vez, ella fue hacia la cortina del costado y la abrió para revelarme. —Señor, no quiero que me juegue ese tipo de bromas, ya que el paciente que estaba aquí, murió hace horas —dijo ella cerrando otra vez la cortina, para luego irse. Al ver eso, el miedo me consumió en un instante, más cuando apagaron las luces y al costado de mi cama se volvió a escuchar esa voz. —Ayúdame, por favor, ayúdame. 154 Este libro se terminó de imprimir en el mes de dciembre de 2017 en la ciudad de Arequipa, con un tiraje de 500 ejemplares.