Subido por PABLO NICOLI SEGURA

-13 LIBRO Arequipa La sombra sillar

Anuncio
historias arequipeñas
© Las sombras en el sillar
Primera edición, diciembre 2017
LEBRATO EDICIONES
Edición y diseño:
Helbert Gutiérrez Tapia
IMAGEN DE PORTADA
Patricio González Luna
Los textos son propiedad del
Grupo Cultural KOSMOGONÍA
© Pablo Nicoli Segura
[email protected]
© Arturo Valdivia Olaechea
[email protected]
© Ignacio Galdos Valdez
[email protected]
© Patricio González Luna
[email protected]
© Jull Antonio Casas Romero
[email protected]
© Helbert Gutiérrez Tapia
[email protected]
© Sarko Medina Hinojosa
[email protected]
© Nigromante Black
[email protected]
IMPRESO EN LA CIUDAD DE AREQUIPA
Prohibida la reproduccion total o parcial del contenido del libro sin el permiso escrito de los autores
Protegido por la Ley sobre el Derecho de Autor D.L. 822.
Índice
PABLO NICOLI
Las dos leyendas / 13
La visita / 22
ARTURO VALDIVIA
Atrapado en el tesoro de los jesuitas / 37
El portal de las encrucijadas / 43
El tiempo que estuve ausente / 49
IGNACIO GALDOS
San Gil de Cayma / 55
Gerardo Cornejo Iriarte / 67
PATRICIO GONZÁLEZ
Condenado al olvido / 73
La cripta infinita / 82
ANTONIO CASAS
En el Puente de Fierro / 91
Forte amor / 103
HELBERT GUTIÉRREZ
Don Dimas, mi tata / 111
SARKO MEDINA
El chupacabras atacará de nuevo / 123
La búsqueda / 129
El juego de la nariz / 137
NIGROMANTE BLACK
La ceremonia / 141
La espera / 144
El reflejo / 146
Sesión de medianoche / 149
La sala de recuperación / 153
Prólogo
Arequipa es una ciudad fantástica, no solo
por sus paisajes y por sus construcciones hechas de sillar, que
es una mezcla de cenizas volcánicas, piedras y minerales, expulsada por los estertores de uno de los imponentes volcanes
que la dominan. En sus innumerables rincones, esquinas, callejuelas, en la campiña que la rodea, se cuentan muchas historias, maravillosas unas, trágicas y tenebrosas otras.
Empecemos el recorrido desde el duende o soldado de
la pileta de la Plaza de Armas, una escultura que toca una
trompeta y de la que se cuentan muchas leyendas sobre su
origen. La Catedral, con su estilo tan único, que se dice los planos originales no estaban destinados a Arequipa sino a otra
ciudad. Durante el terremoto del año 2001 la torre izquierda
de desplomó sobre el techo, lo atravesó y cayó en el interior,
dejando al descubierto arcos y pasajes que tal vez confirman
los antiguos rumores sobre supuestos túneles que cruzan la
ciudad y comunican iglesias y conventos. La abertura fue tapiada sin más explicaciones. Nada le pasó al diablo aplastado por el púlpito, donde cuentan hay una puerta secreta que
conduce a una cripta circular en bóveda o al menos cerca a
esta. El callejón que está a un costado de la Catedral alberga
al fantasma del “cura sin cabeza”. En el Monasterio de Santa
Catalina se podía apreciar hasta hace años el palo de naranjo
seco que Sor Ana de los Ángeles guardaba en su celda y que
presagió florecería señalando un cataclismo que destruiría la
ciudad. No se sabe qué fue del palo y dónde aguarda el día
fatídico. Si se pregunta sobre esta rama incluso se niega que
existió. Los que visitamos el Monasterio de niños recordamos
que estuvo allí, protegido en una urna de vidrio.
Cruzando el puente Bolognesi vemos la enorme piedra
que yace a un costado y no se sabe de dónde vino, así como
las historias de una sirena que se lleva a los hombres que pasan por allí de noche y sin compañía. Las calles de San Lázaro,
las cuestas de Yanahuara, son encantadoras bajo el cielo azul
de Arequipa, y misteriosas en la noche fría llena de estrellas.
La Casa Encantada, a cuadra y media de la plaza, encierra
historias de celos, crímenes y apariciones que se pierden en
el tiempo. El viejo cementerio de Cayma sigue en pie, aunque rodeado de edificios de apartamentos y urbanizaciones
que se levantan ajenas a los cuerpos enterrados hace siglos.
El cementerio de la Apacheta sirve de escenario a la historia
de Mónica, la aparecida, que tiene distintos nombres en otras
ciudades y pide, a la salida de una fiesta, a un incauto joven
que la lleve a su casa, cuando en realidad lleva muerta hace
décadas, y devuelve la casaca del amable motociclista dejándola colgada de su lápida.
Los duendes todavía juguetean entre los molles e higueras de las chacras y huertas de Cayma y Sachaca, se dejan ver
de vez en cuando y hacen bromas a la gente en cualquier momento, desapareciendo rápidamente antes de que uno pueda
reaccionar.
Antaño, cuando los camiones tenían una caja de madera
sobre la cabina, los choferes cansados solían hacerse un lugar
entre las herramientas y dormir un rato en el “rin”, así llamaban a ese espacio. Pero no tardaban en tener pesadillas y oír
las campanas que colgaban del pescuezo de las mulas de la
recua de Salcedo que pasaba por ese sector de la Pampa de
La Joya. Y es que cuando no existía la carretera ni el tren, las
recuas de mulas llevaban mercadería desde Arequipa hacia
Mollendo por allí. Quizá este Salcedo fuera uno que se perdió
y vaga desde entonces con sus acémilas buscando el camino
de regreso. Lo cierto es que los camioneros apretaban el acelerador, pues era un lugar pesado y proclive a apariciones.
Así es Arequipa: una ciudad fantástica, de leyenda, turística, de paisajes increíbles y paredes de sillar que guardan
todavía secretos entre sus muros, a pesar de que ha crecido
demasiado y en desorden, con un tráfico ruidoso y caótico.
Pero todavía hay quienes tratamos de rescatar esas historias
y llevar a los lectores a un recorrido inusual, a acompañar a
nuestros personajes, inspirados por la atmósfera mágica de
estos lares, en sus aventuras, que dejarán al lector con ganas
de adentrarse en la historia de esta metrópoli que no olvida
sus leyendas e inspira a autores como los de este libro a narrar
sucesos que no son del todo irreales, sino que encierran algún
detalle leído o escuchado de boca de sus protagonistas.
En este volumen dedicado a jóvenes lectores, queremos
animarlos a rescatar la magia de nuestra Arequipa a través
de la literatura fantástica, que caracteriza a los escritores que
llenan estas páginas de misterios actuales y de antaño.
Patricio González Luna
Pablo Nicoli Segura
(Arequipa, 1964)
En 1987 obtuvO el segundo lugar en el Concurso de Cuento
organizado por el diario Correo por la narración “El lado oscuro de la luz”.
En marzo del 2004 fue premiado con el “Primer Lugar” en el concurso de
cuento organizado por la revista española “Ni te cuento”, en Barcelona.
En 2009 ganó el Primer Lugar en el concurso Montaña Mágica en
Madrid, con la narración “La reunión perfecta”. Actualmente es editor
del semanario “Enigmas” del diario Noticias. Al día de hoy ha publicado
17 libros. Ha participado en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral,
antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz,
relatos de misterio”.
Pablo Nicoli Segura
Las dos leyendas
REVISANDO VIEJOS MANUSCRITOS pertenecientes a
los primeros del siglo XVI, del cabildo de nuestra ciudad, me
percaté que unos jóvenes que se reunían cercanos a mi ubicación –en el salón principal de la biblioteca municipal– me observaban con detenimiento y alguna que otra jovencita sonreía
más de la cuenta con mi presencia. Sospeché que me habían
reconocido como el escritor de los libros de misterio sobre Arequipa. Solo alcancé a devolver las sonrisas, darme media vuelta e imbuirme nuevamente en la lectura y anotación de datos
relevantes para mi siguiente obra. De pronto un joven “valiente”, seguramente enviado por el resto, se plantó a mi lado y
con voz apagada, pero audible, me preguntó si yo era el señor
Nicoli. Le respondí que sí. Sin saber qué más decir, o quizás
porque de pronto perdió la valentía, volteó a ver a sus amigos y
estos lo animaron a preguntar por segunda vez. Luego agregó:
―¿Y usted cree que podamos hacerle una entrevista? Somos estudiantes de literatura.
“Diablos”, pensé, pues lo que en esos días más me faltaba
era el tiempo.
―Mira ―le respondí―, anota mi dirección y me visitan
el viernes a las 4.00 de la tarde en mi casa.
El muchacho agradeció y luego que le diera la información se marchó con todo y amigos. “Menos mal” –me dije–,
13
Las dos leyendas
y pensé que no volvería a verlos como a muchos otros
que nunca pasaron de pedirme mi dirección o número
celular, pero me equivoqué. Ese fin de semana tocaron al
timbre de mi departamento y al abrir recordé la promesa de
cita. Allí, bajo el dintel de la puerta, habían cinco jovencitos de
veinte años promedio, todos esbozando una sonrisa como carta de presentación. Los invité a pasar e invadieron mi sala. Uno
de ellos preguntó si podían filmar, y antes que le respondiera
que sí, ya estaba armando su trípode y acomodando la cámara.
Por supuesto la entrevista versó sobre las leyendas arequipeñas e inevitablemente llegamos a la archiconocida leyenda
de Mónica. Luego que les explicara que después de mis investigaciones al respecto, sabía desde hace años que esa leyenda
–supuestamente sucedida en nuestra ciudad en la década de
los setenta, en pleno siglo XX– no era arequipeña, y menos que
tuviera un resquicio de verdad, quedaron boquiabiertos y solo
se miraron unos a otros como si yo hubiera perdido la razón.
―¡Pero si la tumba de Mónica está en el cementerio de
La Apacheta…! ―afirmó uno. Otro declaró que hasta se había
hecho una película “histórica” al respecto. Me reí un poco.
Poco faltó para que los entusiastas jovenzuelos cogieran
sus pertrechos y me abandonaran antes de tiempo, pero al menos uno tuvo el tino de preguntar:
―Y ¿cómo está usted tan seguro de que la leyenda esa no
es arequipeña?
Inmediatamente me puse en pie, fui por la computadora
portátil y la encendí. Entré a YouTube y escribí allí: “La dama
de los ojos sin brillo”. “Miren esto”, les dije. El vídeo duró unos
minutos, pero fueron suficientes para derrotar cualquier duda
14
Las dos leyendas
al respecto. “Como ven –les expuse– se trata de una leyenda española, específicamente de la ciudad de Toledo, y se contaba ya en el siglo XVI, con carruaje en vez de
moto, con capa y espada en vez de la casaca de cuero”.
―Pero ¿cómo es posible? ―expresó un estudiante―.
Siempre escuchamos decir que esta leyenda ocurrió en nuestra
ciudad.
―Es simple ―le respondí―. Las leyendas tienen esa particularidad, son contadas en muchos lugares a la vez y todos
esos sitios las creen propias, que acontecieron en su poblado
o ciudad. En este caso la trama en esencia es la misma: la muchacha pálida y hermosa, el joven enamorado, la vuelta a la
casa familiar, el préstamo de la prenda y, al día siguiente, la
noticia por parte de un pariente de la muchacha –usualmente
la madre– de que la joven murió hace un tiempo, a veces unos
años antes, pero se suprimen y también se agregan detalles de
los lugares en los que se narraron originalmente y de dónde se
contarán después.
―Pero ¿y la película? ―escuché decir―. Y ¿la tumba que
hay en el cementerio de La Apacheta?
―Todo eso no es más que libretos, ficción y cine ―contesté por último.
Al parecer ya nada pudo salvar el resto de la reunión, los
jóvenes se marcharon agradecidos, pero evidentemente desilusionados por mis revelaciones. Eso fue todo.
Varios meses después y ya olvidada la historia en ciernes,
conocí a un viejo investigador español que había llegado a la
ciudad invitado por una universidad local. Luego del simposium al que nos tocó asistir juntos, hicimos buena amistad y
15
Las dos leyendas
pronto terminamos charlando amenamente en un concurrido café en uno de los portales de la Plaza de Armas.
No recuerdo el cómo –pues nuestra conversación inicial
estaba más bien ligada a Ricardo Palma y su extensa producción literaria– pasamos al tema del folclore y luego al de las
leyendas locales. El español me dejó de una pieza cuando dijo:
―La ciudad de Toledo y Arequipa están ligadas por la misma mujer misteriosa, y desde antiguo se le conoce en mi tierra
como La dama de los ojos sin brillo, y que ustedes llaman Mónica. La versión de mi familia en Toledo es que se trató de una
vampiresa que llegó al Nuevo Mundo en época de la Colonia.
―¿Cómo…? ―pregunté― ¿una vampiresa?
―Las leyendas sobre vampiros y sus clasificaciones ―
afirmó― contra lo que cree la mayoría de gente, es más bien
universal, o ¿no ha oído hablar usted de aquel tipo de vampiros
andinos o kharisiris que existen desde antes de la conquista?
La leyenda que me reveló el español me pareció realmente absurda, jalada de los cabellos, aunque no dije nada. Ahora
resultaba que la famosa dama toledana había fungido también
de vampiresa. Me recordó a la voceada y también manoseada
leyenda de Sarah Ellen, en la ciudad de Pisco. “Vaya, lo que
se inventa la gente”, pensé, mientras pedía el segundo café.
Recuerdo que la plática de esa noche terminó muy tarde, con
nosotros cantando junto a una tuna universitaria por las laberínticas callejas de San Lázaro, pues era agosto y aniversario de
la ciudad.
Al despedirnos esa madrugada, en la entrada del hotel
en el cual se hospedaba el español, me dijo que antes de marcharse a Europa deseaba contarme algunas cosas más sobre la
16
Las dos leyendas
leyenda de Mónica y sus oscuros secretos, secretos que
por siglos la familia –me refiero a la de mi amigo extranjero– había guardado para sí, pero que ya era hora fueran
revelados e investigados por alguien como yo.
Solo puedo agregar que esa noche, o lo que quedaba de
esta, no pude conciliar el sueño pensando en los “oscuros secretos” de lo que yo siempre había tomado por solo una leyenda, y que ahora resultaba ser parte de una historia familiar,
quizás de ¿un charlatán? que hablaba de vampiros y no-muertos. Escepticismo total, pero también curiosidad por escuchar
tamaña ingenuidad.
Y la tarde llegó. Llamé al timbre de mesa de la recepción
del hotel del español y pregunté por él. Me dijeron que había
salido algo apurado una hora antes a gestionar ciertos papeleos
en el consulado, que ya no regresaría y que sus maletas habían
sido enviadas al aeropuerto directamente. Indagué por los datos del vuelo de la línea aérea y no lo pensé mucho, abordé un
taxi en pleno Centro, y a pesar del oneroso cobro tipo turista que me hicieron, me dirigí presuroso al campo de aviación.
Llegué veinte minutos antes de la partida de mi amigo y lo encontré en plena fila. Me vio y le estiré la mano. Luego que hizo
sus trámites, lo abordé y nos sentamos a conversar el tiempo
que quedaba en el restaurante del segundo piso del aeropuerto. Obligado por la premura fui directo al grano y aseveré:
―Ayer conversamos sobre una historia fantástica de
vampiros y familiares, ligados a la leyenda de Mónica…
―Sí ―me respondió―, creo que los tragos de anoche me
hicieron hablar de más.
―¿Dices que no es cierto? ―inquirí.
17
Las dos leyendas
―No se trata de eso, pero ahora que lo pienso mejor, creo que ese secreto familiar debe permanecer aún
como algo no revelado ―me dijo.
―Vamos, no te pido los detalles, pero al menos dame
algo para investigar, prometo escribir al respecto y enviarte el
borrador para que tú mismo lo apruebes, podemos guardar
el anonimato y usar otros nombres familiares, pero los hechos
son lo importante, ya invocaste a mi curiosidad.
El español se tomó de la barba con la mano, miró hacia
un lado y otro, y luego de un buen rato de mutismo total se
atrevió a decir:
―Mira, está bien, no hay tiempo para historias largas,
pero esto es lo que te puedo confiar: “Don Sancho de Córdova
fue un antiguo familiar, se trató del joven que, según la leyenda
toledana, enamoró a la condesa de Orsino, es decir a la famosa
Dama de los ojos sin brillo. La leyenda la conocéis sobradamente, así que agregaré algunos detalles que no forman parte
de la misma. Ellos se casaron en la catedral de Toledo en la
primera mitad del siglo XVI y fueron felices por algunos años,
pero un día la condesa se enteró de la infidelidad de su esposo.
En una de sus salidas nocturnas recorriendo los callejones de
los Aljibes, ella se lo encaró y Don Sancho, lleno de ira, producto de aquella desdichada riña sentimental, perdió el control, la
empujó y la condesa cayó de un puente, murió en el acto, o al
menos eso fue lo que parecía… Mi tatarabuelo, arrepentido de
su acto, y viendo que no había testigos del crimen, recogió el
cuerpo y se lo llevó a su propiedad, allí mismo la enterró, en
el suelo de una cava donde se guardaban los vinos; vinos que
según las supercherías de la gente se volvieron sangre con el
18
Las dos leyendas
tiempo, pero esa es otra historia que te contaré en otra
ocasión. Tiempo después Don Sancho se las arregló para
hacer creer a la gente y los familiares que se abriría fortuna
en el Nuevo Mundo, y que harían un largo viaje, para esto
hizo pasar a su amante –la cual se marcharía con él– como si
fuera la condesa de Orsino, su esposa, y para lo cual se valió
de ciertas artimañas y vestimentas de la época, cuyos velos cubrían el rostro. Una vez llegados a América, específicamente al
Perú, y gracias a la venta de sus propiedades y su casa de Toledo, mi pariente se estableció finalmente en Arequipa, en donde
tenía un tío ya afincado. Pero aquí es precisamente donde la
historia familiar de los Córdova y lo sobrenatural se abrazan
en una misma versión. En el diario personal de Don Sancho,
manuscrito que ha sido entregado como testimonio de generación en generación entre mis parientes, y cuyos documentos
guardo celosamente, se lee el trágico final de estos acontecimientos. Al parecer el odio y la venganza, que son hermanos,
pueden ser más fuertes que el mismo amor, y para quienes somos creyentes en la supervivencia del alma y fieles católicos,
no puede sernos ajena la posibilidad de creer en almas de difuntos, que al no haber recibido cristiana sepultura, es decir en
un cementerio, puedan luego haber sido presas del poder del
demonio y sus muchas formas, y volver de “la muerte”, como
fue el caso de la condesa de Orsino, en la forma de un vampiro.
Al parecer, y según cuenta la versión familiar hasta el día de
hoy, la condesa debió en algún momento de su vida haber sido
mordida por un no-muerto. Lo cierto es, y según está escrito
de puño y letra por mi ancestro, que una noche él caminaba ya
de amanecida –porque sepa usted que la infidelidad no tiene
19
Las dos leyendas
cura, ni sacerdote que la perdone– por las calles solitarias de esta ciudad, justo al llegar a una esquina de lo que
hoy es vuestro monasterio de Santa Catalina, una dama
ataviada de traje blanco que le cubría desde la cabeza hasta
los pies le salió al encuentro y fue entonces que Don Sancho,
alumbrado por las primeras luces del alba, se llevó el susto de
su vida al reconocer a la condesa de Orsino en esa aparición
y con la boca manchada de sangre… Mi pariente murió unos
días después, los remordimientos y un corazón débil lo fulminaron, pero dejó su diario escrito con la historia que le acabo de
referir. ¡Este es el secreto familiar del que hablaba!”.
―Es una historia fascinante, aunque difícil de creer ―
agregué.
―Puedes tomarla como cierta o no, es todo cuanto puedo
decir al respecto ―dijo el español consultando su reloj.
Por los parlantes del aeropuerto se escuchó la primera
llamada para abordar el vuelo. En ese momento mi amigo
extrajo un billete del bolsillo, lo dejó sobre la mesa y se puso
de pie. Por último expresó:
―La condesa de Orsino ha permanecido en Arequipa
por varios siglos, ella no envejece, es un vampiro y de tiempo
en tiempo vuelve a las andadas. Su venganza fue la muerte de
mi pariente Don Sancho, pero también les ha quitado la vida a
otros hombres, especialmente a aquellos que se cuentan como
infieles consumados, algunos jóvenes que luego se han suicidado o vuelto locos, otros seguramente han sido convertidos
a su vez en vampiros, aunque ya nadie hoy cree en esas cosas.
Por algún motivo, que aún ignoro, a la condesa le conocieron
en Arequipa con el nombre de Mónica, usted sabe eso de los
20
Las dos leyendas
cambios y agregados en las leyendas, y claro, la tumba que está en el cementerio de La Apacheta no es su
verdadera tumba, pero ese es un nuevo enigma que usted
tendrá que resolver.
Entonces abrió su maletín de cuero, y extrajo un mapa de
Arequipa –un mapa simple de esos que se consiguen en diez
soles en las librerías de la calle San Francisco– y en cuyo centro
tenía marcada una “X” en color rojo, además de otros garabatos y anotaciones al dorso.
Sin decir más, el español se alisó el cabello y se encaminó
a la sala de embarque. Yo me quedé sentado, pensativo, sin
saber si reírme de la historia o creerla a pies juntillas. El tiempo
lo dirá y quién sabe si investigando hasta descubra el lugar
actual de la tumba de Mónica, o de la condesa, da igual. La “X”
marcada en el plano indica la Catedral y una nota escrita torpemente al pie del papel agrega: “Bajo el púlpito…”.
21
Pablo Nicoli
La visita
UN VIERNES POR LA NOCHE recibí la visita, no anunciada, de una dama misteriosa… Tocaron a la puerta de la casa
y al abrir me llevé un susto inesperado. Una mujer de mediana
edad vestida de blanco –parecía venida de una fiesta de disfraces– me mostró su rostro pálido bajo el dintel.
―¿Es usted el señor Nicoli? ―preguntó con total gravedad.
No supe si decir sí o responder con otra identidad. Yo en
ese entonces vivía solo, cuidando la enorme casona colonial de
un viejo amigo que se marchó raudo a Europa y que pensó en
mí para que le cuidara la propiedad por unos meses.
―Sí, lo soy ―respondí al fin―. ¿En qué puedo ayudarte?
―¿Puedo pasar? ―me dijo sin miramientos.
―Por favor, adelante.
La mujer cruzó la puerta y luego me siguió por el corredor, después vino el gran patio y por último el salón. A mi solicitud se sentó en una esquina de la habitación, junto a una
escultura de mármol.
―Bella decoración ―le escuché decir―. Como era en antaño ―agregó.
―Así es, la casa es de un amigo, pero ¿cómo supiste dónde buscarme?
―Por la publicación en el diario donde usted trabaja. La
de Mónica…
22
La visita
―Es verdad ―le dije― lo había olvidado. Vienes
a dejar uno de los trabajos para el concurso de leyendas
arequipeñas que convocamos ¿no es cierto?
―En realidad no ―me respondió― vine a aclarar ciertas informaciones inexactas que usted ha publicado.
―¿A cuál de mis trabajos te refieres? ―pregunté con curiosidad y una pizca de molestia al sentir que me cuestionaban
como investigador.
―Usted afirmó en una de sus publicaciones que la “leyenda” de Mónica se cuenta desde hace siglos en varias partes
del mundo, lo cual es verdad ―le agradecí que me diera cierto
crédito―, pero también ha mal informado que cada lugar en
el que se dice ha ocurrido se copia, así mismo, de la versión
española de Toledo.
―Lo que dices es correcto ―aseveré.
―Pues estoy aquí para decirle que se equivoca en esto
último.
―Y ¿cómo lo sabes? ―pregunté esperando una respuesta que no llegó; muy por el contrario, propinó otra pregunta.
―¿Quisiera saber si alguna vez consideró que el origen
de La Dama de los ojos sin brillo, como se le conoce a Mónica
en Toledo, pudo haber sido el inicio de un periplo, de un viaje
por el Nuevo Mundo –algunos también le llaman deambular–
por parte de esta dama espectral?
–Y ¿cuál habría sido el motivo de tal periplo?
–¡La venganza! ―agregó.
En ese momento mi curiosidad llegó a límites insospechados, así que me preparé para una larga noche de preguntas
y respuestas. Me puse de pie y le ofrecí a la dama una taza de
23
La visita
té. Ella accedió y mientras yo, de espaldas a mi invitada,
preparaba la infusión en una mesita auxiliar y le formulaba la nueva pregunta:
―Supongo que sabes bien que no estamos hablando
de historia, sino de una leyenda sacada del folclore…
Al voltear con las dos tacitas en las manos, me di con una
nueva sorpresa: ella ya no estaba allí. Dejé las tazas y miré a
todos lados, llamé por cada rincón de la casa y solo obtuve por
respuesta mi propio eco. Al llegar a la puerta de la propiedad
la encontré abierta, por lo que concluí de qué la extraña dama
había decidido irse sin avisar. Pero ¿por qué vino a decirme
solo un par de cosas y luego se había marchado sin contar su
versión? O aún mejor, mostrar alguna publicación o prueba de
que Mónica era a su vez La Dama de los ojos sin brillo (en Toledo), La flor del espliego (en Nueva York), La dama de blanco y
de la Recoleta (en Buenos Aires), Alicia del buceo (en Montevideo), y finalmente Mónica (en Arequipa). Y eso del “leitmotiv”,
¿sobre la venganza?
Pronto esa noche quedó solo en el recuerdo y la anécdota que les cuentas a tus amigos te sucedió alguna vez y que
debió ser producto de una broma pesada de gente sin nada
mejor que hacer; hasta que meses después, revisando librerías
me encontré con una pulcra edición sobre “Leyendas urbanas
universales”, escrita por el conocido autor Robert Graves y que
a la letra decía lo siguiente:
“La Dama de los ojos sin brillo, España siglo XVI (…)
―En América tratábase de la misma dama en cuestión ―
en varias ciudades― y como un solo y mismo personaje, pero
con distinto nombre o apelativo según la versión local (…)
24
La visita
―Mujer fantasmal pero de apariencia humana
que visitaba distintas regiones y en distintas épocas con
el objetivo capital de vengar su muerte –a manos de un
esposo infiel– lo cual afirma el folclore consiguió a la postre
(…)
―Representante y vengadora universal de la infidelidad
masculina que deambulaba por el Nuevo Mundo a la caza de
hombres infieles; una especie de Hera, haciendo la comparación con la mitología clásica” –del original 1995, Robert Graves, Anglia ediciones, páginas 378 y 379.
*****
Hace unos días conocí a un catedrático y viajante español
en un evento literario organizado por las universidades locales, realmente me dejó intrigado con todo lo que me confió sobre la verdadera “historia de familia” de La Dama de los ojos
sin brillo, o lo que parece ser lo mismo, de Mónica, la leyenda
arequipeña. Todo el contenido está escrito en un relato y testimonio mío llamado Las dos leyendas, y que espero ustedes
puedan leer primero para entender mejor este segundo testimonio. Pero lo más digno de rescatar de ese primer relato fue
que el español me entregó un mapa con la ubicación de lo que
él afirma es la tumba de Mónica en nuestra ciudad y que se hallaría ubicada bajo el púlpito, que guarda celosamente la talla
en madera que representa al demonio vencido, en la Catedral.
No voy a negar que la posibilidad de develar un misterio tal se hace muy tentador, especialmente porque ya en el
pasado había logrado ingresar a los subterráneos de la Cate25
La visita
dral y puedo decir que allí abajo hay cosas que escapan
a una explicación racional, lo cual tiende a emocionar
a ciertos espíritus aventureros como el mío. El problema
es cómo penetrar nuevamente a esos lugares que en años
anteriores se abrían con solo extender unos cuantos billetes al
vigilante de turno, pero que ahora, y conocedora la curia local
de estas irrupciones en sus propiedades –menos mal que no
podían probarlo o no deseaban hacer escándalo– guardaba celosamente con cámaras de seguridad, y hombres de terno con
radios y audífonos, al menos en las tres naves de la iglesia con
su magnífico púlpito como obra escultural más visitada y admirada por la gente.
Pasé varias semanas sin hallar la forma de resolver el problema, pues incluso de noche la vigilancia era extrema, hasta
que el propio tiempo me dio la respuesta. Recordé haber leído, hacía una década, una noticia en el diario El Pueblo que
reportaba el descubrimiento –por parte de unos obreros– de
una galería subterránea en los cimientos de una antigua casona colonial a solo seis propiedades de distancia –a una media
cuadra de la Catedral– en la calle Moral y que apuntaba directo
a la iglesia mayor. No mentiré si les digo que en ese momento
de lucidez dejé todo cuanto estaba haciendo y me marché presuroso a la Hemeroteca Municipal para solicitar los periódicos
de la época y afianzar la información. Luego de una larga labor, finalmente encontré la noticia en ciernes y anoté cuanto
dato me fuera necesario rescatar para la nueva investigación.
Lo más importante de todo esto fue haber obtenido el nombre
del propietario de la casona donde se halló la galería, además
de su dirección. Crucé los dedos esperando que el destino no
26
La visita
me sorprendiera presentándome con un sujeto del todo
apático a este tipo de indagaciones, pero gracias a Dios
y desde un primer momento que hablé con quien solo
llamaré señor Q., fui recibido con enorme curiosidad y sobre todo con gran colaboración. El propietario, señor Q., me
dijo, entre otras cosas, que siempre había deseado explorar ese
pasadizo, pero el temor a sufrir un accidente fatal o quizás a
perderse en los posibles laberintos lo había disuadido de tal
empresa. Era un miedo natural a lo desconocido que yo, por
cierto, había afrontado ya en otras ocasiones. Sin embargo, cuál
no sería mi sorpresa, luego de haber conversado ampliamente
sobre el motivo de estas investigaciones, al escuchar decir a mi
anfitrión –quien se hallaba en compañía de su hijo mayor– que
me otorgaba el permiso de exploración entrando por su propiedad, pero que solicitaba solo una cosa, y esta era el poder
acompañarme por aquellos corredores. Por supuesto accedí.
Por otro lado, el señor Q., tampoco era un advenedizo en
la materia abordada, descubrí pronto su gran conocimiento sobre la historia local, aunque desconociera mucho de su folclore
y leyendas. No obstante me dio un dato importante cuando
me contó sobre el testimonio de un amigo suyo, emparentado
con un sacerdote de la vieja escuela, al que le llamaban además
cada vez que se requería un exorcismo para algún desdichado
parroquiano. La historia había ocurrido en los años 70 y era un
secreto a voces dentro del clero, y es que una mujer endemoniada puso de cabeza y media a los sacerdotes arequipeños. Había
sido responsable de la muerte de un joven que, sabiéndola fallecida y viéndola salir luego de un mausoleo, se había desquiciado, perdió la voluntad y luego se suicidó tirándose por una
27
La visita
ventana del Hospital General. Como no, una turba de
laicos y curas persiguieron a la endemoniada sin desmayo, y finalmente la atraparon y terminaron llevándosela
a algún lugar ignorado y de ella nada más se supo… Hasta
hoy, que yo le había contado al señor Q., sobre mi cita con el español y lo que me reveló de la tumba de Mónica –seguramente
la supuesta endemoniada que la iglesia local atrapó– y que la
misma se hallaba bajo el púlpito de la Catedral.
Finalmente el señor Q, me preguntó:
―¿Cree realmente que encontremos esa tumba bajo el
púlpito?
―No puedo afirmarlo, pero en el fondo sé que lo deseo,
motivación suficiente para haberlo buscado a usted y para que
nos embarquemos en esta arriesgada experiencia.
―¿A lo que me refiero es si hallaremos a un vampiro,
un no-muerto en la Catedral? ―preguntó mi compañero por
último.
Le respondí que no, y sonreí por su candidez. Luego
agregué:
―No sería extraño encontrar allí solo un esqueleto enterrado desde hace casi tres décadas.
*****
La noche que el señor Q., y yo penetramos por la galería
de su casa era bastante fría, pero la falta de una buena ventilación en el lugar elevaba la temperatura y nos estaba haciendo
sudar la gota gorda, especialmente cuando recorrimos unos 50
metros de subterráneo directo y sin complicaciones, y al final
28
La visita
nuestras linternas alumbraron un muro de sillar que
bloqueaba el camino.
―Hasta aquí llegué yo alguna vez y luego solo me di
vuelta ―me dijo el señor Q.
Gracias a esa información, previamente anunciada, nos
dispusimos a usar las herramientas que habíamos traído para
estos contratiempos. Empezamos a picar y no fue complicado
hacer rápidamente un boquete en la débil piedra volcánica y
por donde pudieran pasar nuestros cuerpos horizontalmente.
Una vez cruzamos al otro extremo, nuestras linternas alumbraron algo que no habíamos pensado hallar, a otros 10 metros se
mostraba una pequeña capilla circular perfectamente adornada con reliquias y esculturas de arcángeles que seguramente
estaba ya en los linderos inferiores de la Catedral, además por
el olor a velas recién usadas, y flores aún sin marchitar en el
altar, supimos que estaba en perfecto cuidado y uso. Según el
plano que me facilitó el español, debíamos hallarnos bajo la
entrada lateral que permite el acceso por el pasaje de La Catedral. A partir de allí los caminos se bifurcaban en dos ramales
y cada uno de estos en otros dos a su vez. Sin las especificaciones, líneas y flechas anotadas a mano en el plano, de poco nos
hubiera servido seguir el instinto y es probable que nos hubiéramos perdido en el intrincado laberinto de galerías, y también
de tumbas centenarias. A ese punto, el calor, el ambiente cada
vez más irrespirable y sobre todo la excitación por sabernos
envueltos en más de un delito al haber allanado una propiedad
le proporcionaron a mi amigo una taquicardia nerviosa que de
pronto lo inmovilizó y luego lo terminó de vencer, haciéndolo
caer sentado sobre una piedra esculpida en granito que sobre29
La visita
salía de la base de un pilar. Al ver la descomposición de
su rostro me acerqué a él y le dije:
―¡Es todo, nos largamos de aquí! Y si no puede andar o apoyarse sobre mí hombro, iré por ayuda.
―No, por favor ―me respondió―. Continúe usted sin
mí, yo vengo preparado ―y extrajo de su bolsillo dos pastillas
que se tragó como caramelos y se colocó además un inhalador―. Aquí lo espero, ya me lo contará todo ―dijo por último.
Prometí no tardar, así que le dejé parte de mis cosas y
apreté el paso. Como a cada trecho podía notarse cierto tipo de
iluminación, incluso artificial, decidí apagar mi linterna para
no ser descubierto y en un recodo del pasadizo casi si me estrello con un grupo de diez o más personas ataviadas como
monjes. Menos mal que sus capuchas no les permitieron ver
cuando me escondí entre las sombras que proyectaba un contrafuerte. Antes de proseguir, y viendo que no había peligro,
prendí mi linterna y examiné el plano. Debía hallarme tan solo
a unos metros de la ansiada X, de la tumba que mi amigo Q.,
y yo habíamos venido a buscar y, efectivamente, al rodear una
pared pude descubrirlo… Se trataba de una especie de celda
con su reja y un viejo candado que la custodiaba. Me aproximé,
miré por entre los barrotes enmohecidos y alumbré con toda
la potencia de mi linterna. Allí estaba la tumba, sobre el piso,
al medio del habitáculo, una sola, y lo más increíble, lo más
insólito era que allí en la lápida se leía un nombre: Mónica, la
endemoniada, 1972. Al parecer la tumba había sido olvidada a
su suerte, el lugar se veía descuidado y maloliente, como si las
maldiciones religiosas hubieran persistido por décadas, algunas ratas muertas y secas como succionadas además de repug30
La visita
nantes alimañas de cientos de pies se paseaban como
únicas visitantes por el lugar. Pero había allí algo más
que la tumba y su inscripción, un mueble con compartimentos, que contenían dos folios con papeles amarillentos
que el tiempo casi si había destruido. Intuí se trataba del expediente de la joven enterrada. Se me abrieron los ojos y no
pude resistir pensar que esos documentos debían estar en mis
manos, ese era el verdadero premio por nuestro esfuerzo. Miré
hacia uno y otro lado y viendo que no había nadie, pues ya debía ser la medianoche, alcé una sólida piedra y la tiré sobre el
viejo candado que no ofreció resistencia, y que al parecer solo
había estado sobrepuesto. Nadie reaccionó al corto sonido o
vino a mi encuentro. Menos mal, entré a la celda, abrí mi mochila y metí allí los dos folios. Antes de salir huyendo, miré por
última vez la cripta de Mónica y noté algo que solo después,
al revisar los documentos, entendería. La esquina de la tumba,
opuesta a la reja, es decir la que no se observaba desde fuera,
estaba rota, quebrada, había allí una oquedad por donde fácilmente podría pasar una persona delgada. No quise imaginar
más, cerré la reja y coloqué el candado sobrepuesto en su base.
*****
Al amanecer mi amigo descansaba ya en su propia habitación. Habíamos vuelto del infierno al reconfortante frío de
una noche invernal arequipeña. Menos mal, su estado de salud
era óptimo. De pronto se sentó sobre su cama, y yo me levanté
del sillón antiguo en donde había dormido aquella noche.
―¿Y mi hijo? ―preguntó.
31
La visita
―Como convenimos ayer, fue hace un momento
a tapar el hueco que hicimos en la galería que lleva a su
propiedad.
Quisiera ver lo que trajo consigo –me dijo–. Vayamos
al comedor.
―Por supuesto ―le respondí― y nos encaminamos.
Pronto eché el contenido de la mochila sobre la mesa.
Durante varios minutos estuvimos absortos desempolvando escritos, leyéndolos con una lupa en la mano y contemplando los documentos que efectivamente hablaban de la
condenada y su relación con las otras mujeres de varias otras
regiones del mundo. Se trataba de la misma vampiresa –para
el español–, de la misma endemoniada –para la curia–, y de la
misma mujer de blanco que me visitó alguna vez en la casona
a mi cargo y que descubrí asombrado al ver su rostro retratado
en una estropeada pero aún visible foto de archivo.
Le expliqué a mi anfitrión lo descubierto y sobre la relación de ambas mujeres en una misma identidad. En ese instante, escuchamos proveniente del subterráneo de la casa un grito
apagado pero audible. El señor Q., me miró gravemente a los
ojos y expresó:
―¡Mi hijo…!
Ante la premura no hubo ocasión de hacer nuevas preguntas, cogimos los picos y nuestras luces y nos metimos una
vez más por la entrada que conducía al pasaje subterráneo. Al
llegar al lugar fijado, nuestros más caros temores se hicieron
realidad. Allí estaba el cuerpo del hijo del señor Q., tirado en el
piso de la galería. Al parecer no era grave lo suyo, solo estaba
desmayado. Entre los dos lo llevamos a la casa y una vez allí, al
32
La visita
despertar, el apuesto joven nos daría su testimonio, que
es el que paso a resumir:
“Una vez el joven se aproximó a resanar la pared en
cuestión, descubrió a una bella mujer de vestido blanco, que
se aproximaba a su encuentro, al parecer estaba enferma, pues
se tambaleaba, y finalmente terminó desfalleciendo en sus brazos. Él pensó en pedir ayuda, así que depositó el cuerpo en el
piso y mientras lo hacía, “eso… o lo que fuera”, lo que primero le había parecido una bella mujer, se dio vuelta, mostró los
dientes y se abalanzó sobre su cuello…”.
*****
Ahora que han transcurrido los días y que vemos los hechos con mayor ecuanimidad, tanto el señor Q., como yo, estamos convencidos que Mónica, la “endemoniada” para algunos, y la “vampiresa” para otros, ha regresado a las andadas,
y por ende, ha vuelto a convertirse en una macabra y también
peligrosa realidad. ¡Que Dios nos proteja…!
33
Jorge Arturo Valdivia Olaechea
(Arequipa - 1968)
editor de los suplementos “Fantástico” y “El Porqué de las
Cosas” de Arequipa al Día (1999 - 2002), editor de la revista “Tinmarín Santo Domingo”, República Dominicana (2006 - 2007); corrector de estilo
de diversos diarios (Arequipa al Día, Diario Libre y periódico Hoy - Rep.
Dominicana, El Pueblo y La República); tercer puesto en el VI Concurso
de Cuento Corto de la Universidad San Pablo; y actualmente estudiante
de la Escuela Profesional de Literatura de la Universidad Nacional de San
Agustín de Arequipa.
Ha sido premiado con tercer puesto en el VI Concurso de Cuento Breve de
la Universidad San Pablo de Arequipa; además de primer lugar en Ensayo
en el III Concurso Anual Neo Phuru de Poesía, Cuento y Ensayo
Arturo Valdivia
Atrapado en el tesoro de los jesuitas
“CORRÍ HASTA EL CANSANCIO. Las piernas me temblaban, el sudor frío y la desesperación por alejarme del rancho
de don Gaspar no hacían más que aumentar mi angustia. Ahora que estoy lejos, tirado al lado de la acequia de La Mantilla
que discurre por La Pampa de Miraflores hasta la Plaza Mayor,
empuño fuerte la pluma para advertirte del peligro. Por testigo pongo este escrito lleno de sangre, entrada la noche del 24
de agosto de 1848, bajo incesante lluvia y protegido nada más
que por una montura estropeada, abandonado a mi suerte con
estas monedas malditas que mi ambición extrema me llevó a
profanar del cementerio. No sé cuánto aguante, pero esta es mi
historia…”.
Con estas palabras llenas de misterio, arrancaba el pergamino que hallé en la pared colindante al callejón del manejo
de las tiendas, como se denomina al pasaje estrecho que parte
de la calle San Francisco y termina en la calle Jerusalén, cercano
a Mercaderes, y donde comencé mi atrevida aventura para obtener el tan codiciado tesoro oculto de los jesuitas, que algunos
afirman descansa en las faldas del Chachani, pero que con mi
investigación queda en entredicho, puesto que gran parte, estoy
seguro, fue sepultado con sus dueños en algunos solares y en el
desaparecido cementerio donde ahora se ubica La Chabela, en el
distrito de Miraflores.
37
Atrapado en el tesoro de los jesuitas
Siempre curioso, el tema de los tapados despertó en mí especial interés, no solo por el factor económico,
sino por el misterio y las manifestaciones sobrenaturales
involucradas. Hablaba de ello con todo el mundo, y no fueron pocas las veces en que consulté textos antiguos, periódicos y
revistas en las bibliotecas para indagar en el asunto. Así fue que
me topé con un artículo del diario “El Deber”, que narraba la
historia de un tipo que trabajando en la restauración de una casona, encontró entre los bloques de sillar unas monedas de plata
antiguas.
Si bien podría tratarse de un tapado de algún noble de la
época colonial, mi instinto me llevó a hurgar en los alrededores,
debido a que según remite la historia, esa esquina de Mercaderes
era propiedad de los jesuitas, de acuerdo al damero trazado que
consta en algunos documentos antiguos y que yace en un museo
de nuestra ciudad. Además, los ruidos de cadenas y apariciones
fantasmales que se perciben en el lugar delatan la presencia de
un tesoro.
Me las ingenié para pasar inadvertido y esconderme en
el callejón contiguo. Luego de tantear en las paredes donde podía haber una cámara vacía, di con un escondrijo, a unos tres
metros de la entrada, casi a la altura de mi cintura. Luego de un
golpe seco, cogí un cincel y evitando hacer ruido pude desprender un bloque y encontrar una vasija de barro alargada, que al
romperse dejó entrever el pergamino en ciernes.
Su contenido se repartía a lo largo de un rollo de cuero bien
conservado, con un bosquejo y un mensaje borroso y manchado
que apenas podía verse. A la luz de una vela continué leyendo:
“Soy Bartolomé, el forastero escogido por el tapado para deve38
Atrapado en el tesoro de los jesuitas
lar sus misterios…”. En ese instante una gélida brisa caló
hasta mis huesos. Cogí mi herramienta y el manuscrito, y
abandoné como pude el pasaje empedrado. Una presencia
indescriptible lo invadía todo, pero supe reponerme y huir.
Por lo menos así lo creo, pues amanecí en mi lecho, pero
no recuerdo exactamente lo que pasó, es como si hubiese muerto
y vuelto a nacer, tengo el pergamino en mis manos, aunque no la
herramienta. Un candelabro me alumbra para repasar lo leído y
descubrir lo que le pasó a este desdichado hombre. Lo que sigue
de la lectura me sacude: “Tienes que seguir mis instrucciones o
no vivirás para contarlo. Para cuando leas esto habrá transcurrido mucho tiempo, no importa, el tesoro que encuentres nos protegerá y puede darte la clave para liberarme. Pero ten cuidado,
las monedas están malditas, si no eres el escogido puede llevarte
al mismísimo infierno…
Yo estoy atrapado, esperando a que alguien me ayude.
Me han puesto de centinela en esta cárcel, con una trompeta en
las manos para anunciar un acontecimiento venidero cuando se
den las señales en el cielo. No sé por qué me escogieron, pero
aguardo a que me encuentres…, así está escrito”, agregó.
Ni corto ni perezoso me levanté y salí a la calle. Había mucho alboroto, la gente gritaba y sin advertirlo me vi acorralado.
Unos disparos me devolvieron a la realidad, y crucé el puente
Real (ahora puente Bolognesi) hacia la Plaza Mayor, hasta llegar
al templo de La Compañía. Habían construido una barricada,
pero me las ingenié para saltarla. Caminé una cuadra hacia la
derecha para buscar cobijo en la dependencia policial de Palacio Viejo, pero cuando estuve allí sucedió algo extraño, el pergamino comenzó a iluminarse y mis manos no podían soltarlo,
39
Atrapado en el tesoro de los jesuitas
pronto todo mi ser se adormecería y la cabeza empezaría
a darme vueltas. En un abrir y cerrar de ojos, yo, Daniel,
sentía que todo a mi alrededor había cambiado. La comisaría se desvanecía para dar lugar al tambo de los jesuitas, que
se asentaba floreciente como hace dos siglos atrás. ¡Había retrocedido en el tiempo!
En medio del tambo se erguía un gran molle de tres ramales, igual al dibujo del pergamino, donde Bartolomé me indicaba
que debía excavar. Nadie advertía mi presencia, así que cavé cerca de un metro de profundidad y encontré un crucifijo de ocho
puntas oxidado y unas alas de bronce que parecían arrancadas
de alguna escultura, todo envuelto en una manta con bordados
multicolores.
Me sentí más tranquilo al advertir que el crucifijo tenía adherida una nota firmada por Bartolomé, y además que la cruz
presentaba una inscripción diminuta hecha a mano que decía:
“Nos llevamos un tesoro oculto en el breviario. Catedral de Arequipa, Año de la Misericordia del Señor”.
Tenía una nueva pista, ya no me preocupaba el hecho de
estar en otra época, quería encontrar el tesoro y ayudar a Bartolomé. Ahora debía ir en busca de ese breviario, así que me dirigí a la
Catedral. Busqué sin fortuna y casi abandoné la tarea, hasta que
divisé por casualidad otra pista en el piso. Se trataba del crucifijo
dibujado y que en el centro en letras minúsculas decía: “A los pies
del altar, con las manos extendidas te invoco en oración”.
Me acerqué al altar, y como en el manuscrito, se hallaban
dos pergaminos esculpidos. Exploré ambos, hasta que al presionar uno se produjo un ruido. Me acerqué inmediatamente al
otro y el piso empezó a ceder para dar lugar a una escalerilla
40
Atrapado en el tesoro de los jesuitas
subterránea, a la que ingresé hasta toparme con un cenotafio (tumba sin cuerpo) con una inscripción en la parte
superior. Por dentro una corriente de agua se perdía por un
agujero al final de la tumba. Supuestamente era de una de las
acequias que corrían por debajo de la ciudad y que atravesaba el
templo y desembocaba en la Plaza Mayor. Según el pergamino,
tenía que seguir su curso. Bartolomé finalizaba sus palabras con
una sentencia: “Bebe de la copa sagrada para alcanzar la vida
eterna, o condénate en la oscuridad porque el demonio alza la
vista y resguarda los tesoros materiales de la Tierra. Vienen los
tiempos del Señor, los ángeles ahora tocan sus trompetas”.
Subí rápido y abandoné el lugar y vi al diablo esculpido
debajo del púlpito y comprendí que parte del tesoro a que se refería Bartolomé no era las riquezas acumuladas ni el poder que
conllevan porque conducen a la perdición, sino por el contrario,
la pobreza y el desprendimiento te salvan. Así concluía el texto con las palabras inscritas en el curso de la acequia dibujada:
“Non nobis domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam”. Y
proseguía con “...super misericordia tua et veritate tua”. Este es
el lema de los Caballeros del Temple sacado del Salmo 113 de
la Biblia, que traducido significa: “Nada para nosotros, Señor,
nada para nosotros, sino para la gloria de tu Nombre... Para hacer brillar tu misericordia y tu verdad”.
Abandoné el templo y frente mío se alzaba el Tuturutu, y
recordé que en las crónicas antiguas hacían referencia a él como
un ángel, y yo había descubierto sus alas que le fueron despojadas por su ambición. Se trataba de Bartolomé, ahora arrepentido,
Dios le había dado una nueva oportunidad con esta misión. No
sabía el procedimiento para liberarle, y cómo podría devolverle
41
Atrapado en el tesoro de los jesuitas
sus alas. Así que me subí a la pileta, que parece un cáliz,
me incliné y tras beber de sus aguas, saqué las alas para
adosarlas al Tuturutu. Para mi sorpresa empezó a tocar la
trompeta, todo se remeció y se escuchó la voz de Dios, el Shofar, el secreto de los templarios, el Tesoro de los Jesuitas. Empezó
a girar de derecha a izquierda hacia los portales. Entendí una
más de las claves: a un costado el Portal de las Delicias (como se
llamaba antes el Portal de San Agustín), el mundo profano, los
placeres, y al frente el Portal del Regocijo (Portal de Flores), que
es entregarse a Dios. Al frente el Portal del Cabildo, el Concejo
donde se deliberaría el Juicio Final.
Era tal el estruendo de la trompeta que todo caía, un gran
terremoto se liberaba y el pergamino en mis manos empezaba a
deshacerse. Invoqué misericordia al Señor y caí al espejo de agua
de la pileta con las alas. Me levanté aturdido, ahora era un fantasma queriendo descansar en paz. De nuevo me encuentro en
el callejón del manejo de las tiendas y estoy a punto de encontrar
el pergamino, la historia se repite día a día, pero haz surgido tú,
que dejaste caer tu mirada en el estanque de la pileta de la Plaza
de Armas y me abriste un camino para poder contarte esto.
No sé cómo sucedió, te veo como la salida perfecta de este
mundo, de esta prueba, ahora todo tiene sentido, el martirio de
estar atrapado en el tesoro de los jesuitas acabará, Bartolomé y
yo, Daniel, pronto estaremos liberados, viene el juicio, y hemos
encontrado la forma de advertirlo a la gente. La tierra temblará de nuevo, el Misti erupcionará y Arequipa, que según una
traducción en lengua aimara significa “trompeta sonora”, será
purificada. Llega la hora de un mundo nuevo, de encontrarnos
y abrazarte. Cuento contigo…
42
Arturo Valdivia
El portal de las encrucijadas
VIAJANDO DE UN LUGAR A OTRO, a veces por inercia,
acostumbrado a los vaivenes de la vida, deambulo entre mundos paralelos. Y no es precisamente porque lo quiera así, voy
empujado por algo que aún no logro comprender a cabalidad,
porque ya no estamos en el lugar que solemos habitar, ahora
andamos en los caminos que soñamos.
Cuando yo me convertí en una posibilidad no sabía que
todo era posible. Recuerdo vagamente las circunstancias en que
empezaron a manifestarse las presencias que me acompañan
hasta hoy. Lo primero que pensé fue que se trataba de criaturas
como yo, de carne y hueso, más tarde sabría mejor de su existencia. Su nombre era más frecuente oírlo entre nuestros antepasados y se les denominaba “gentiles”.
Con el paso de los años ya no serían solo ocasionales encuentros, se asomarían mientras dormía, y en ocasiones me perturbaría su estado. Llegada la pubertad me iría al extranjero,
apartándome de la cotidianidad y los fenómenos paranormales.
Nuevos amigos, otro ambiente y expectativas trastocarían mi
destino. Ya no había presencias fantasmales, ni ruidos extraños,
hasta mis sueños pasaron a ser una tranquila jornada onírica.
Sentí un gran alivio y así pensé que seguiría.
Pero una noche, luego de concluir mis labores, tras acostarme y ya entrada la madrugada, todo empezó a nublarse a mi al43
El portal de las encrucijadas
rededor, y frente a mí, en el aire, seres llenos de luz pugnaban por acercárseme. Encima el ambiente se desdibujaba,
sentía que flotaba y la luz intensa penetraba con sus rayos
lo poco que podía ver. Luego todo se tornó oscuridad, con un
frío intenso que calaba hasta los huesos. Me sentí abandonado a
mi suerte, languidecente, no lo sé. Transcurrieron así largas horas
hasta que una silueta se asomó. Mis esfuerzos por comunicarme
fueron vanos, y recién al amanecer la alarma logró despertarme.
Recuperado de ese lance volvieron las apariciones, los ruidos extraños y las alucinaciones. Ni qué decir de los sueños que
asaltaron nuevamente mis noches, precisamente alrededor de
las tres de la mañana.
Me acostumbré, llevado por la necesidad de evitar que me
cataloguen de loquito. Simplemente lo asumí como parte de mi
vida. De vez en cuando trataba el tema, era una situación incómoda. Volví a Arequipa, primero a la casa de mis padres, luego
a la casa donde radicaría hasta el día de hoy. En esta última el
destino me tendría preparada una sorpresa. Recibí como herencia una cómoda con un gran espejo circular que asemejaba a un
portal. Con singular tocador, aquella noche sentiría el mayor de
los temores cuando se hizo la noche y un apagón me llevó a encender una vela y advertir que algo se asomaba entre las sombras y los reflejos.
Indagué de dónde podía proceder la silueta del ser que
prácticamente salía del espejo. Luego de mis averiguaciones y
de contar las características del individuo en mención, descubrí
que hace muchos años vivió en el lugar un curandero llamado
Cipriano, y que fue muy popular y respetado en su época por
resolver problemas de sustos, envidias y males que atribuían a
44
El portal de las encrucijadas
la hechicería y al mismísimo demonio. Incluso algunos lo
tenían por gran adivino, por su capacidad de leer las hojas
de coca y la borra de café.
Cuentan que una vez un “ccoro” tuvo metido malos espíritus y don Cipriano debió batallar duro para limpiarlo y liberarlo
de los “gentiles”, seres del inframundo que dicen los antiguos se
llevaban a los niños no bautizados. Uno de ellos precisamente fue
el que se presentó en mi habitación por ese espejo, luego que viera
a quien lo liberó. El más allá está más cerca de lo que pensaba.
Lo que veía y escuchaba a muchos podría asustar, pero a
mí no, aunque la verdad no sé a qué se debe estar ligado a tales
sucesos. Tanto en sueños, como a veces despierto, soy testigo de
seres que vienen a mí pidiendo ayuda, como si fuera ese curandero que alguna vez estuvo ante este espejo y que aprendió a
saltar a otras realidades.
Mientras escribo estas líneas, me asalta nuevamente la incertidumbre de cómo afrontar esta realidad. En aquel entonces
un accidente provocó que se derramara agua frente al cristal de
este espejo, y toda su superficie empezó a saltar como olas y me
envolvió y arrastró a un remolino casi sin fin, hasta que abrí los
ojos y me hallé aturdido frente a otro espejo, éste de un hospital
en el que había permanecido enfermo hace ya mucho tiempo.
No sé cómo ha ocurrido este viaje al pasado, sin embargo
me di cuenta de que una enfermera había dejado caer comida,
que luego recogió en el mismo plato y la llevó a otra habitación.
Me acerqué a increparle su acto, y ella sorprendida me dijo que
cómo había hecho para levantarme si estaba grave y me llevó a
una cama. Sobre la estancia mi nombre figuraba, y tenía 11 años
de nuevo. No podía creerlo, otra vez era niño y esa noche no
45
El portal de las encrucijadas
comí de lo aturdido que estaba y felizmente a la semana
me dieron de alta. Yo recordaba que estuve mucho tiempo
en cama, pero ahora todo adquiría otro sentido y un desenlace diferente.
Cuando llegué a casa busqué el espejo, pero no estaba. Podía recordar acontecimientos futuros y presuroso fui a visitar a
la enfermera del hospital, y la encontré delicada. Había comido
del plato que yo dejé en el nosocomio y ahora ella se debatía
entre la vida y la muerte. Al día siguiente falleció irremediablemente y no sabía cómo sobrellevar esta carga.
Pasaron los años, en la escuela me ponía en pensar sobre lo
que pasaría. Estaba tan absorto que no tenía amigos, mi mente
siempre estaba en otro lugar, hasta que la noche de un domingo 7 de agosto fui presa del más extraño hecho. Una serie de
temblores, lluvia y terrales sucedieron, y al día siguiente cuando
cuento lo ocurrido, nadie había sentido nada ni daba razón, ni
siquiera en la radio ni los periódicos. De nuevo en la casa y temiendo haberme vuelto loco encuentro un charco en el jardín
colindante a la habitación, y de pronto otra vez se dibujaban ondas, que fueron engulléndome y trasladándome ahora a unas
cámaras iluminadas a mis costados, donde me veía en diferentes
situaciones, haciendo esfuerzos por cambiar mi destino, viviendo vidas paralelas, todas con un fin diferente, y a la vez sincronizadas con parecidos escenarios y personas, que ahora me toca
vivirlos o no, en una encrucijada que espero algún día concluir.
Desesperado salgo corriendo sin ninguna dirección, con el
fin de escapar de este trance. No sé cuánto habré recorrido, pero
me pareció extraño no haber encontrado a nadie en mi camino.
La tarde era gris, sin una pizca de viento, entre muros de sillar
46
El portal de las encrucijadas
y un sendero empedrado con una acequia al centro. Al
final un portón de donde apareció un niño arreando una
mula con porongos de leche y cerca un carruaje con gente. Avanzo unos metros más arriba y diviso la plaza Campo
Redondo del barrio de San Lázaro y me doy cuenta dónde estaba: el Callejón de los Cristales, y creo que por lo menos logré
retroceder unos 60 años. Vuelvo a buscar al niño que presumiblemente conocía y logro encontrarlo en uno de los solares del
callejón, cargando con la cómoda que recibiría de regalo en el
futuro. Con ayuda de un hombre la subió a una carreta jalada
por caballos, mientras yo los seguí sigilosamente.
Después de recorrer un largo trecho bordeando una gran
acequia, llegamos a la salida noroeste de la ciudad, teniendo por
última parada el templo de San Antonio Abad. De allí en adelante se divisaba una gran pampa florida bordeada de un camino
que por arriba llevaba al cementerio y por la derecha a las primeras chozas y casas de adobe habilitadas en esta parte cerca de la
lloclla de La Pampa de Miraflores.
Allí descargaron la cómoda con su gran espejo, y pude observar su origen cuando el curandero Cipriano lo acomodaba
entre sus enseres. Luego todo se desvaneció ante mis ojos y volví
al presente, como si de un sueño se tratara.
Al paso del tiempo descubriría que esta tierra pródiga de
Arequipa es un lugar especial, y no yo como en un momento
pensé, puesto que lo único que hice sin darme cuenta es vibrar
en la frecuencia adecuada para internarme en otros mundos y
descubrir su simultaneidad con las personas que nos rodean.
Múltiples veces viajaría al pasado y al porvenir, y se repetirían escenas y se añadirían otras. Del futuro guardo imágenes
47
El portal de las encrucijadas
terribles por la furia de la naturaleza y la guerra, pero
también algunas muy alentadoras por el buen uso de la
tecnología y el entendimiento de lo que es una verdadera
comunidad. En verdad no había otro camino.
De ese tiempo añoro las manzanas interconectadas por
puentes aéreos, donde no había casas o vehículos para cada persona, sino habitaciones que se complementaban con ambientes
públicos que servían para todos. Se preparaba en un solo lugar
los alimentos para evitar sobras, había un seguimiento estricto
de la salud desde que se nacía, tanto así que los controles eran
diarios; los hijos eran de la comunidad y no de una familia determinada, y cada uno se preparaba en su especialidad para compartirla. Todos recibían su paga con servicios y le dedicaban más
tiempo a las artes que al trabajo.
En un mundo como éste las decisiones están menos expuestas al paso abrumador del azar. A pesar de ello prefiero
equivocarme y tener ante mí varios caminos para resolver las encrucijadas de la vida. Hoy sigo en ello y no me arrepiento, donde
hay más incertidumbre se gana más experiencia y el portal que
se abre hoy trato de aprovecharlo al máximo.
Estas líneas tendrán el final que menos esperas, y que a la
postre serán una ventana abierta a quien se anime a atravesarla
conmigo. Si en este momento escuchas voces y ruidos extraños,
y sientes presencias fantasmales, puedes estar asistiendo a tu
propio portal de las encrucijadas. No tengas miedo, no esperes a
que te lo cuente en la otra vida, puede afectarte como a mí e incluso doblegarte, pero es cuestión de tiempo para que empieces
a vivir y aceptar la más indescriptible aventura de tu existencia.
¿Te atreves?
48
Arturo Valdivia
El tiempo que estuve ausente
TIEMPO ATRÁS, cuando la Tierra se formaba, se desató la
guerra de los apus en la extensa zona andina del Colca y Cotahuasi. Enormes montañas se disputaron la gracia del dios Sol y
en su afán de ganar sus favores decidieron sacrificar a sus hijos.
Yo soy una de ellos, una princesa ahora convertida en catarata a
los pies de mi amado Sahuanjea, otrora volcán hijo del Ampato
y Walka-Walka, que luchó por mi amor incansablemente.
Rebusco en mis recuerdos para saber cómo empezó todo
esto. Pero al ver reflejado mi rostro en las aguas sobreviene inevitablemente una vorágine de impresiones que evocan aquel crepúsculo de pesadilla, lleno de vivencias inesperadas y confusas,
que en apenas segundos alteraron mi existencia. No puedo olvidar la mano extendida de mi padre Ccoropuna, sujetándome
fuerte, antes de dejarme caer a aquella hondonada para librarme
del peligro. En mi desesperación se confundían la soledad y el
dolor, mientras arriba la tierra rugía, sin advertir a ciencia cierta
si la naturaleza era la que convulsionaba más que yo. Desfallecí,
no pude más, transcurrieron extenuantes horas antes de levantarme de nuevo para pedir auxilio, sin éxito, pues nadie se percató de mi trance.
Siglos más tarde la desgracia mermó al advertir que Solimana, mi madre, había logrado liberar mi espíritu y meterlo
dentro de uno de los ayllus. Encarné en una joven mujer en me49
El tiempo que estuve ausente
dio de un frígido refugio protegido por un pórtico que al
golpearlo dejó entrever una pequeña habitación, adonde
presurosa me desplacé. Había comida, agua y abrigo que
aliviarían mi estancia. Mucho tiempo transcurrió hasta que
otro temblor estremeció mi temporal aposento, rasgó las paredes y un boquerón me permitió salir a la superficie. Llovía incesantemente, el cielo grisáceo adquiría tonalidades rojizas por las
bocanadas de fuego y azufre que arrojaba ahora el Apu Misti.
En Arequipa todo estaba destruido, no divisaba ni un
alma, anduve en medio de los escombros, sin dirección, cabizbaja, atónita. Llegué a los linderos de San Lázaro y una bóveda
cristalina cubría por completo un extenso parque que tenía por
nombre Selva Alegre, lo único verde en lo que alcanzaba mi vista, creando un microclima al interior de este, al que no podía
acceder. Bordeé la estructura hasta llegar al lecho del río Chili, donde gigantescos domos se levantaban, cual urbe futurista,
destellante, pero a la vez lúgubre, inhóspita, artificial. De pronto
fui tocada por un haz de luz fulminante, nublándose todo hasta
caer irremediablemente.
Al despertar, una hoguera cercana me calentaba, y a mis
pies una anciana me observaba con celo. Había curado mis heridas y en cuanto me vio restablecida me señaló que corría peligro, debía huir, la ciudad era ahora un lugar peligroso, una colonia minera donde a todo intruso eliminaban. Me conminó a
seguir la ruta del Colca, donde hallaría gente amiga. Antes del
amanecer, pertrecha de provisiones emprendería camino. La anciana no quiso acompañarme, me dijo que su lugar estaba allí,
que había sobrevivido a una hecatombe que transformó el lugar,
desatándose todo tipo de desastres. El aire, el fuego, la tierra y
50
El tiempo que estuve ausente
el agua lo cubrieron todo y gran parte de la ciudad desapareció.
No logré convencerla de la necesidad de partir, así
que alisté provisiones y al amanecer del día siguiente dejé
atrás lo que quedaba de Arequipa. Entre el asombro y el miedo,
y la insoportable angustia de saber si iba en la dirección correcta,
avanzaba lento, incluso volvía varias veces sobre mis pasos.
Humo, ceniza y neblina envolvían el ambiente, pero a medida que me alejaba de la ciudad el panorama cambiaba. De ruinas y tierra calcinada, pasé a colinas verdes de tierna hierba, bajo
un sol enceguecedor y fulgurante. Al atravesar el abra del Chachani y el Misti, perpleja contemplé hacia las tierras de occidente
un mar que arremetía y en el horizonte unas islas humeantes
que, sumado al desolado paraje, convertían al lugar en un fúnebre espectáculo. Retomé la marcha, y al atardecer se presentó la
primera encrucijada.
Escogí la senda de escarpadas montañas y tras atravesar
una eterna llanura, no muy lejos, advertí el murmullo de una
caída de agua que saciaría mi sed. Trepé una cuesta, el acceso era
complicado, pero al final una vista sobrecogedora deslumbraba.
Al parecer había llegado al final de mi viaje, ante mí se presentaba un cañón profundo y hermoso, el Colca. Emocionada inicié
el descenso.
Al bosque petrificado del lugar se le unió una vegetación
exuberante, no hacía frío, en cambio, una ráfaga de viento caliente ascendía, mientras la llovizna cubría el paisaje sobrecogedor. Entre luces y sombras marchaba, pero una trampa me lanzó
a la quebrada y cuando creí que era devorada por el caudal del
río serpenteante, fui jalada y sedada. Me reincorporé en una ha51
El tiempo que estuve ausente
bitación a modo de cueva, que luego supe era una de las
numerosas casas que pendían en las paredes de los desfiladeros. Allí, al pie del barranco, en una especie de balcón
permanecía de pie Sahuanjea, a quien reconocí enseguida sin
la necesidad que se presente, pues su imagen estaba latente en
mi mente. Se acercó y emocionado me dijo haberme esperado
por cientos de años y que había llegado la hora de unir los ayllus
del Cotahuasi y del Colca.
En medio de vítores de los que nos empezaron a rodear,
tomó mi mano y saltó al vacío. Grité, pero un enorme cóndor
nos contuvo y nos llevó volando por el valle hasta el Apu Ampato. Este se estremeció y con una voz potente dijo: “Hijo, únete
a tu princesa”, y a lo lejos mis padres Ccoropuna y Solimana exclamaron: “Perdónanos hija”. En ese instante recordé el sacrificio de mi amado, la guerra que se había desatado entre los apus,
y la creación de este magnífico valle, depositario de las riquezas
de los incas, el soñado Dorado, que los conquistadores pensaron
se trataba de oro, pero no era otra cosa que sus cultivos, entre
ellos el maíz, que brotaba en todo su esplendor por todo el valle.
En adelante Sahuanjea volvió a ser el espléndido volcán y a sus
pies estaba yo convertida en la más hermosa caída de agua.
52
IGNACIO GALDOS VALDEZ
(Arequipa - 1977)
EscribE porque Le apasiona. “Es una sensación indescriptible
sentarse frente a un computador e inventar historias”, refiere. Su amor
por la literatura comenzó en la niñez, cuando se puso a escribir pequeños
cuentos. Actualmente es miembro del grupo cultural Kosmogonía. Ha
participado en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de
relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de
misterio”.
Ignacio Galdos
San Gil de Cayma
CORRÍA EL AÑO DE 1890 en Arequipa, como todos los
domingos Albertito y sus padres estaban escuchando misa en
la iglesia de Cayma. El sermón era aburrido, posiblemente se
debía a que el padre Nicanor Ugarteche ya era un hombre bastante mayor y se notaba que tenía más ganas de descansar que
de seguir trabajando.
Al terminar la misa, Albertito y sus padres procedieron a
retirarse del santuario, pero antes se detuvieron frente a la hornacina donde se encontraba el esqueleto de San Gil de Cayma,
quien llevaba una larga capa negra, ojos de cristal, un sombrero de teja que cubría todo su cráneo, una ballesta en la mano
izquierda y una guadaña en la derecha. Albertito se le quedó
mirando fijamente, imaginando que posiblemente en las noches
San Gil cobraba vida para combatir a los maleantes y a defender
a las bellas doncellas que eran víctimas de estos despiadados.
En la puerta de la iglesia Albertito se encontró con sus amigos Pablo y César, quienes lo esperaban para jugar una partida
de canicas, pero dicha partida tendría que posponerse, ya que su
padre le dijo que debía ir a casa para estudiar.
Esa noche, luego de terminar con el tedioso estudio, Albertito salió al patio de su casa, miró al cielo con una sola idea en su
cabeza: “Tengo que ir a la iglesia de Cayma para ver si San Gil
cobra vida”; pero no era tan fácil, ya que la morada del supuesto
55
San Gil de Cayma
héroe quedaba lejos, además Albertito se moría de miedo
de ir solo.
Esa noche tuvo un sueño: él se encontraba solo dentro
de la iglesia, apenas dos velas iluminaban el viejo altar; cuando volteó para correr hacia el portón y escapar, notó que estaba
cerrado con cadenas y candado, quiso abrirlo, pero fue inútil por
más esfuerzo que hizo. Albertito estaba ya a punto de ponerse a
llorar cuando sintió una mano huesuda en su hombro, era San Gil
de Cayma, quien había abandonado la hornacina en la que estaba
encerrado y de un solo golpe abrió la vieja puerta de la iglesia
para que el aterrorizado niño pudiera salir; en ese momento Albertito despertó con una gran emoción y con muchas ganas de
comprobar que su héroe era real y no solamente un mito.
Una tarde la tía de Albertito fue a visitar a sus padres, ella
era una mujer muy fea, intrigante, vanidosa, envidiosa, interesada, rencorosa, acomplejada y supersticiosa, pero a pesar de sus
innumerables defectos su sobrino le tenía cariño, porque siempre
le contaba historias de misterio que lo hacían soñar despierto:
―¡Tía Gladis! ―gritó Albertito al ver a la horrenda mujer.
―Sobrino bello, qué alegría verte.
―¿Me cuentas un cuento tía? ―preguntó emocionado.
―Ahora no, pequeño, tengo que hablar con tu mamá para
contarle los pecados que ha cometido la Paulina Cornejo… y no
es que a mí me guste el chisme, pero es que los malos actos hay
que darlos a conocer para condenarlos, porque tú sabes que Dios
siempre nos está viendo para juzgarnos en el día del juicio final.
―¿El juicio final? ―preguntó Albertito intrigado.
―Sí, sobrino, ese día maravilloso donde los que somos
buenos iremos al cielo para vivir eternamente.
56
San Gil de Cayma
―Tía, me tengo que ir ―dijo Albertito, alejándose
del mal aliento de la veterana mujer.
―Chau, hijito y te prometo que en estos días regresaré para contarte un cuento.
Esa tarde Albertito estaba leyendo un pequeño libro de
cuentos cuando sintió que alguien tocaba la ventana de su habitación, era su amigo César, quien le hacía señas para que saliera.
―Hola, César.
―Hace días que no sabemos nada de ti ―respondió con
molestia.
―Es que mi padre me prohibió salir, porque según él es
más provechoso estudiar que jugar.
―Tu padre es un marciano ―dijo César.
―Un gran marciano ―contestó Albertito.
―Ayer vi a una señora entrando a tu casa ¿quién era? ―
preguntó César con intriga.
―Mi tía Gladis.
―Ella sí que parece un marciano ―dijo César antes de
reírse a carcajadas.
―No te burles de mi tía, ella siempre me cuenta las mejores historias; la próxima vez que venga le voy a pedir que me
cuente la leyenda de San Gil de Cayma.
―No sabía que San Gil tenía una leyenda ―expresó César
mientras se rascaba la cabeza.
―Claro que la tiene y estoy seguro que mi tía la sabe.
―Oye, Albertito ¿yo puedo estar cuando tu tía te la
cuente?
―Solo si te disculpas por haber dicho que parece un marciano ―respondió dándose importancia.
57
San Gil de Cayma
―Te ofrezco mis disculpas por haberme burlado de
tu tía ―dijo César.
―Las acepto ―respondió Albertito sonriendo.
Unos días después Albertito, César y Pablo fueron a la
casa de la tía Gladis para escuchar la leyenda de San Gil de Cayma. La vivienda estaba ubicada en el centro de la ciudad a unos
pocos pasos de la catedral de Arequipa, era grande y con cierto
aire melancólico y terrorífico.
―Hola tía ―dijo Albertito sonriendo.
―¡Sobrino querido! ―respondió Gladis mientras lo
abrazaba.
―Vine con mis amigos para que nos cuentes una historia.
―Con mucho gusto ¿qué historia les gustaría?
―La de San Gil de Cayma ―contestó Albertito con seguridad.
―¿San Gil de Cayma? No me la sé, sobrino ¿No prefieren
que les cuente la del cura sin cabeza, o la de la sirena del puente
Bolognesi, o la del duende del cementerio de La Apacheta? ―
preguntó Gladis.
―No, queremos oír la de San Gil.
―Perdónenme chicos, no conozco esa leyenda.
―No hay problema tía, ya veremos cómo hacemos para
encontrar a alguien que la sepa ―dijo Albertito, tratando de disimular la decepción que sentía.
―Regresen cuando quieran chicos.
―Gracias tía.
Unos minutos después de salir de la casa de Gladis, Pablo
se acercó a Albertito y le dijo al oído: “Tu tía, además de fea, es
un ensarte”.
58
San Gil de Cayma
Luego de clases Albertito y Pablo se reunieron frente a la iglesia de Cayma para jugar canicas.
―¿Te atreverías a entrar una noche en la iglesia para
ver si San Gil cobra vida? ―preguntó Albertito.
―Yo no creo en esas cosas.
―Lo que pasa es que eres un miedoso.
―Miedosa la fea de tu tía Gladis ―respondió Pablo indignado.
―Entonces vengamos el viernes en la noche para comprobarlo. La iglesia la cierran a las 6:00 de la tarde, luego de que
acabe la última misa nos escondemos y pasamos la noche allí
¿qué te parece? ―argumentó Albertito.
―No lo sé, no me convences
―Eres un cobarde, Pablo, nada va a pasar, San Gil es un
ente bueno ―dijo Albertito tratando de convencer a su amigo.
―Todos esos entes tienen algo de satánicos, no puedes
afirmar categóricamente que San Gil es bueno.
―Es verdad, por eso tendremos que correr el riesgo.
―Yo vengo solo si César se nos une ―dijo Pablo, visiblemente nervioso.
―Lo convenceré, ya lo verás.
―Bueno, me voy a cenar, nos vemos mañana en la escuela.
―Hasta mañana, Pablo.
Cuando Albertito estaba por irse a su casa se le acercó un
hombre bajo, algo regordete y de unos cincuenta años:
―Niño, no pude evitar escuchar lo que estabas conversando con tu amigo.
―¿Quién es usted? ―preguntó Albertito algo intimidado
por ese hombre desconocido.
59
San Gil de Cayma
―Soy el sacristán de la iglesia, mi nombre es Mauro y sé la verdadera historia de San Gil de Cayma.
―¿En serio?
―Si mañana vienes con sus amigos a esta hora, yo se las
contaré ―dijo Mauro con una voz ligeramente rasposa.
―Entonces hasta mañana.
Mauro esbozó una sonrisa burlona, mientras Albertito se
iba feliz a su casa.
A la mañana siguiente Albertito y sus amigos fueron a la
iglesia para que Mauro, quien los esperaba sonriente en la puerta les contara la leyenda de San Gil de Cayma.
―Buenas tardes, don Mauro, aquí estamos ―dijo Albertito, quien no podía ocultar la emoción.
―Bienvenidos chicos, tomen asiento por favor, díganme
¿qué han escuchado acerca de San Gil de Cayma?
―Casi nada, pero yo hace unas noches soñé que cobraba
vida y se convertía en un paladín de la justicia ―respondió Albertito.
―¿En serio soñaste eso? ¡Qué casualidad! ―dijo Mauro
con sorpresa.
―¿Casualidad? ―preguntó Albertito.
―Sí, tiene similitud con la leyenda.
Los amigos de Albertito se miraron incrédulos. Pablo sospechaba que el sacristán era un charlatán, que solo quería burlarse de ellos, así que le preguntó:
―¿De dónde saca ese argumento? Yo sé por mi padre que
San Gil solo formaba parte de una festividad por los muertos.
―¡Esas son tonterías niño! La verdadera leyenda dice que
hay ciertas noches en el año en que San Gil cobra vida para pro60
San Gil de Cayma
teger a los desvalidos y acabar con los opresores ―se defendió Mauro.
―Me parece disparatado lo que usted dice, creo que
solamente se quiere burlar de nosotros ―argumentó Pablo.
―¿Me estás acusando de ser un mentiroso? ―preguntó
Mauro.
―No, señor, solamente pienso que usted no está bien informado.
―¡Niño insolente! En este mismo momento les voy a contar la verdadera leyenda para que saquen sus conclusiones ―
dijo Mauro haciéndose el ofendido.
Cuenta la leyenda que en vida San Gil de Cayma fue un próspero
hombre de negocios, propietario de muchas tierras en Arequipa,
pero lamentablemente era un gran avaro, no tenía el menor respeto por las personas que trabajaban para él, les pagaba muy poco y
si alguien se le enfrentaba podía terminar muerto en una acequia.
Al llegar a la ancianidad enfermó de gravedad, así que le pidió a
Dios que lo perdonara por todo el mal que había hecho, Dios le
respondió que solo entraría en su reino si combatía el mal como
un espíritu, ya que tenía que reivindicar a todas las personas que
había lastimado en vida y solamente podría descansar si un alma
virgen y pura le quitaba los ojos de cristal.
Pablo miraba al sacristán con desconfianza, pero Albertito
y César parecían emocionados por el relato. Mauro los miró fijamente y les dijo:
―No deben repetir esta historia.
―¿Por qué? ―preguntó Albertito.
61
San Gil de Cayma
―Porque puede ocurrir una desgracia ―respondió
Mauro tratando de intimidar a los niños.
―¿Cómo cuál?
―Un terremoto devastador que acabará con Arequipa.
―No le diremos a nadie, señor ―dijo Albertito aterrado.
―Ahora váyanse que tengo trabajo pendiente ―ordenó el
sacristán.
Mauro se quedó observando cómo se alejaban los niños
mientras pensaba: “Qué divertido es burlarse de la inocencia de
unos mocosos estúpidos”.
Esa noche Albertito fue a buscar a Pablo a su casa, tocó con
fuerza el viejo portón de madera, esperó pocos minutos hasta
que su amigo abrió:
―Hola Albertito
―Quería conversar contigo sobre San Gil.
―¿Sigues con ese cuento? Me parece mentira que le hayas creído a ese sacristán mentiroso ―dijo Pablo visiblemente
molesto.
―¿Por qué no habría de creerle? ―preguntó Albertito.
―Mira, Alberto, nosotros somos amigos, pero no cuentes
conmigo para esto.
―Lo que pasa es que tienes miedo, eres una gallina ―dijo
Albertito desafiante.
―Piensa lo que quieras, ahora vete que estoy ocupado ―
respondió Pablo mientas cerraba el portón de su casa.
Albertito no estaba dispuesto a echarse para atrás, así que
fue a la casa de César, no le agradaba mucho ir porque su amigo
tenía un perro pequeño, pero con un hocico enorme que siempre
quería morderlo. “Espero que ese animal contrahecho se haya
62
San Gil de Cayma
muerto”, pensaba Alberto, mientras se dirigía a su destino. Al llegar silbó lo más fuerte que pudo y estando alerta
de que el despreciable can apareciera, unos minutos después César apareció sonriente:
―Amigo mío ¿a qué debo el honor? Nunca vienes.
―Es que tu perro siempre me quiere morder ―se defendió Albertito.
―No te preocupes por eso, mi pobre Mojuno murió hace
un mes ―dijo César mordiéndose los labios para no llorar.
―¡Qué bueno! ― respondió Albertito con alegría.
―¿Cómo dices?
―Nada amigo.
―De seguro que vienes por la leyenda que nos contó el
sacristán.
―Sí, porque posiblemente soy yo esa alma pura que puede liberar a San Gil de su prisión espiritual ―dijo Albertito dándose importancia.
―Podemos intentarlo ―asintió César.
―Entonces ¿estás conmigo?
―Sí, nada perdemos con intentarlo, pero debemos avisarle a Pablo, él también es parte de esto ―argumentó César.
―Pablo no quiere participar, dice que no cree en la leyenda, pero la verdad es que tiene miedo; así es mejor, no lo necesitamos.
César se quedó pensando en cuán seguro sería hacer lo
que Albertito quería, y Pablo había abandonado la aventura argumentando que la historia del sacristán era falsa. Posiblemente
era prudente no hacer nada y seguir el ejemplo del amigo desertor; pero si la leyenda resultaba cierta, lo mejor era arriesgarse.
63
San Gil de Cayma
―¿Cuándo iríamos a la iglesia? ―preguntó César
frotándose las manos.
―El viernes en la noche, iremos a misa de 6:00 p.m. y
nos esconderemos hasta que cierren, cuando no haya nadie le
quitaremos los cristales de los ojos a San Gil para liberarlo de su
prisión espiritual ―dijo Albertito muy seguro de sí mismo.
―De acuerdo, entonces nos vemos el viernes.
El día pactado llegó, Albertito y César escucharon resignados el sermón del padre Ugarteche, que parecía más largo de
lo habitual; al finalizar ambos niños se escondieron dentro del
confesionario que estaba al costado derecho de las bancas, allí
permanecieron unos minutos hasta que el sacristán apagó las
velas y cerró con candado el portón principal.
―¡Vamos! ―dijo Albertito
―¿Ahora? ―preguntó César aterrado
―¡Sí, ahora!
Los dos amigos llegaron hasta la hornacina que albergaba
el esqueleto de San Gil de Cayma, tomaron la pequeña escalera
que el sacristán guardaba detrás del altar para poder llegar hasta
la chapa, Albertito abrió su pequeño bolso y sacó las llaves que
le había prestado su tío Alexis, quien era el cerrajero del pueblo.
Luego de varios intentos la vieja vitrina se abrió, César retrocedió unos pasos temeroso de que San Gil cobrara vida y se lo
llevara al más allá, pero Albertito lo tranquilizó diciéndole que el
esqueleto estaba inerte y que le ayudara a bajarlo.
Unos minutos después colocaron ese montón de huesos
en el piso y Albertito procedió a sacarle los cristales de los ojos:
―Ahora vámonos ―dijo César con la voz temblorosa.
―Aún no, debemos dejarlo nuevamente en su lugar.
64
San Gil de Cayma
―¿Estás loco Alberto? Si bajarlo fue difícil imagínate como será subirlo ―argumentó César, desesperado por
irse de la iglesia.
―No podemos dejarlo en el piso, sería una falta de respeto y hasta un pecado ― se defendió Albertito.
―Está bien, pero apúrate.
―César ¿te puedo hacer una pregunta?
―Hazla rápido para largarnos ―respondió César.
―No podemos dejar vacías las órbitas de sus ojos.
―¿Qué propones?
―Rellenarlas con algo, creo que sería un sacrilegio dejar a
San Gil sin ojos ― dijo Albertito.
―¡Lo que quieras hacer hazlo de una vez! Ya quiero irme
de acá.
―Mira, afortunadamente traje mis canicas nuevas, creo
que caben perfectamente en los ojos de San Gil.
Albertito metió la mano en su bolsillo y sacó dos bolas de
vidrio color verde, estaban relucientes y parecía que podían encajar perfectamente en las órbitas de San Gil.
―¿Estás seguro de lo que quieres hacer? ―preguntó César
―Claro que sí, no podemos privarlo de los ojos.
―El sacristán nunca dijo que se le reemplazaran los cristales.
―Tampoco dijo que no lo hiciéramos ―respondió Albertito seguro de sí mismo.
―Está bien, hazlo.
Albertito presionó las canicas en las órbitas del cráneo de
San Gil, ambas encajaron perfectamente, luego los dos amigos
volvieron a dejar el esqueleto en su hornacina.
65
San Gil de Cayma
―¿Qué te parece Cesítar? ―preguntó Albertito orgulloso de lo que había hecho.
―Me parece que ya debemos irnos ―contestó César
visiblemente molesto.
―Tienes razón, vámonos.
Albertito sacó las llaves de su tío para poder abrir el portón
de la iglesia, una vez afuera sonrieron y corrieron con dirección
a sus casas.
A las seis de la mañana se escucharon gritos de terror al
interior del templo, todos los feligreses que allí se encontraban
salieron despavoridos buscando refugio. Mauro, el sacristán, corrió para ver qué ocurría, y al ver los ojos de San Gil solo atinó
a llevar sus manos al pecho y caer muerto en el frío piso de la
iglesia.
*****
Años después, cuando Albertito y sus amigos ya eran adultos, estuvieron de acuerdo con que lo que ocurrió con el sacristán fue un castigo divino por burlarse de unos niños inocentes.
¿San Gil de Cayma? Su tradición se perdió con el paso de
los años y hoy en día casi nadie recuerda a ese supuesto santo.
66
Ignacio Galdos
Gerardo Cornejo Iriarte
Un arequipeño célebre que fue injustamente olvidado
Cuando escuchamos hablar de arequipeños ilustres, se nos viene a la mente Mariano Melgar, Mario Vargas
Llosa, José Luis Bustamante y Rivero, o Pedro Paulet; pero olvidamos a muchas personas sobresalientes y que hicieron mucho
por Arequipa. Es por esa razón que me parece justo y necesario
hablar sobre mi bisabuelo: Gerardo Alberto Cornejo Iriarte.
Gerardo Alberto Cornejo Iriarte nació en Arequipa el 11 de
abril de 1876, y falleció el 4 de mayo de 1970. Sus padres fueron
Francisco Javier Cornejo Corrales y María Isabel Iriarte Núñez.
Yo siempre digo que mi bisabuelo no solamente se adelantó
a su época, sino que aprovechó al máximo el tiempo, ya que hizo
en una sola vida lo que el común denominador de personas
(me incluyo) no podríamos hacer ni en tres. ¿Por qué digo esto?
Porque estudió y terminó profesiones como: Ciencias Políticas
y Administrativas, fue Abogado y Doctor en Derecho, y obtuvo
el grado de Arquitecto e Ingeniero Civil. Sus estudios los realizó
en Valencia (España) y Perú. Además de su vasta preparación
académica, también desempeñó diversas ocupaciones como:
GG Profesor de varios colegios, entre ellos el de la Independencia Americana, catedrático de la Universidad
de San Agustín, en donde enseñó Derecho y Ciencias
Políticas
67
Gerardo Cornejo Iriarte
GG Ejerció el periodismo, fue colaborador de los diarios
El Pueblo y Correo. Trabajó en el diario “El Deber”
como gerente, jefe de redacción y cronista, además fue
cofundador de la revista Albores
GG Desarrolló diversas funciones en la municipalidad,
como concejal, secretario e inspector de obras públicas
GG Como abogado fue juez de paz, árbitro, defensor y fiscal.
GG Empresario, ya que se hizo cargo del negocio familiar
(molino Las Mercedes) en 1906, luego del fallecimiento
de su padre, desempeñando la gerencia del mismo.
Pero la actividad que desarrolló con más éxito y cuyo legado es inobjetable, es la de arquitecto e ingeniero constructor.
Repasaré solamente algunas de sus obras más sobresalientes:
GG Construcción de canales para trasladar agua del río
al molino Las Mercedes (ubicado actualmente en la
segunda cuadra de la calle La Merced).
GG Refaccionó el templo de La Recoleta luego del terremoto
de 1958, y no solo eso, sino que evitó su demolición
después del mismo.
GG Diseñó y construyó la fachada de la casona Corbacho,
la cual fue premiada internacionalmente y a nivel
regional por la municipalidad de Arequipa.
GG Fue el responsable de la instalación del monumento a
la familia Goyeneche.
GG Construyó y diseñó el monumento al padre Hipólito
Duhamel
GG Construyó el obelisco de la plaza 28 de Febrero
GG Fue el autor y diseñador de los primeros trazos de la
carretera al Santuario de Chapi.
68
Gerardo Cornejo Iriarte
GG Construyó el Castillo Forga, ubicado en Mollendo, por encargo de José Miguel Forga Salinger,
empresario de la industria textil. Debemos recordar que el Castillo Forga fue declarado Monumento Histórico Nacional y probablemente fue la creación
más grande de mi bisabuelo.
También destacó en lo que se refiere a la labor social en
Arequipa. Mencionaré algunas de sus actividades:
GG Fue miembro del club literario de Arequipa.
GG Colocó placas conmemorativas en las casas donde nacieron arequipeños ilustres, como: José María Corbacho, Juana Cervantes, Toribio Pacheco, Miguel W. Garaycochea y Miguel Toribio Ureta.
GG Custodió los fondos para la compra de los terrenos del
estadio Melgar y evitó que fueran destinados a otros
fines
GG Evitó que destruyeran la capilla del hospital Goyeneche (el alcalde José Luis Velarde Soto apoyó y concretó
esta iniciativa).
GG Fundó la Sociedad Protectora de Animales, pero lamentablemente quedó en nada, ya que no hubo una
ley que ampare esta iniciativa
GG Construyó dos pabellones en el asilo ubicado en la calle
Santa Rosa.
GG Defendió a una muchacha que deseaba optar por la
vida religiosa y a la que su familia quiso hacer pasar
por loca para para que no lo hiciera.
GG Mientras fue concejal de Arequipa presentó una propuesta para expedir una ordenanza de la forma y uso
69
Gerardo Cornejo Iriarte
de la bandera nacional, en la cual se proponía castigos
para quien colocara banderas deterioradas. Esta propuesta ya es un hecho porque el Código Penal indica
en los artículos 344 y 345 sanciones por cometer actos
de ultraje contra los símbolos patrios.
A pesar de que mi bisabuelo no recibió los reconocimientos que merecía, es justo mencionar que obtuvo algunos:
GG El 24 de enero de 1967 fue distinguido con el Diploma
de la Ciudad y el Escudo de Oro por el alcalde Alfredo
Corzo.
GG Durante la gestión de Yamel Romero Peralta (2003 –
2006) su retrato fue ingresado a la galería de arequipeños ilustres. Este reconocimiento se logró gracias a la
lucha de Jorge Valdez Cornejo, nieto de Gerardo Cornejo Iriarte, y no a una iniciativa de la municipalidad.
Entre sus múltiples actividades, mi bisabuelo también se
dio tiempo para formar una familia, ya que se casó con Jesús
Natividad Bustamante Cáceres y procreó a tres hijos: Ella Cornejo (mi abuela) quien lo cuidó y acogió durante su ancianidad,
Francisco Cornejo y Elsa Cornejo.
Antes de finalizar no quiero dejar de mencionar que Don
Gerardo Cornejo Iriarte también destacó en el deporte. Fue un
reconocido tirador, práctica que la llevaba a cabo en el Club Internacional, donde fue parte del directorio en varias ocasiones.
70
PATRICIO GONZÁLEZ LUNA
(Arequipa - 1962)
EstudiÓ Biología y Artes Plásticas. Llevó un curso
de Literatura para Adolescentes y Niños en el Institute for Children
and Teenagers de West Redding, Connecticut, USA. Es Licenciado en
Educación Especialidad Lengua Inglesa por la Universidad de Piura.
Obtuvo reconocimientos en varios concursos literarios. Publicó el libro de
relatos fantásticos “Sombras” en el 2012, y “El Umbral, antología de relatos
insólitos” (2015), y “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio” (2016)
con el grupo Kosmogonía. Gusta de la literatura histórica, de misterio y las
novelas clásicas. Actualmente es profesor del Colegio Prescott, en Arequipa.
Está felizmente casado y tiene un hijo de 14 años.
Patricio González
Condenado al olvido
LA EXCAVADORA FRONTAL empujó el antiguo muro
de sillar y los grandes bloques cayeron a un costado levantando
una nube de polvo. Cuando el operario se disponía a terminar
de derribar la pared, vio una figura sentada en un rincón. Paró
la mandíbula metálica a tiempo y gritó:
―¡Oe, cuidado, creo que hay un pata allí!
El ayudante que esperaba a un lado con una barreta, levantó el brazo comprendiendo, se acercó y vio a un hombre sentado, apoyado contra la pared y con la cabeza entre las piernas. Su
ropa estaba cubierta de polvo, descolorida y reseca, sus cabellos
eran unas pajas grises que cubrían a las justas un cráneo pálido.
El hombre dio un grito de espanto cuando la cabeza se movió y
lo miró con unos ojos acuosos que luchaban a duras penas ante
el resplandor del Sol. Su boca se abrió en un hueco rodeado de
unos dientes quebrados amarillentos y emitió un resquebrajado
gemido. El ayudante se desmayó.
Al cabo de un rato llegaron policías y paramédicos en una
ambulancia, acomodaron con cuidado el cuerpo y se lo llevaron
al hospital. Después de examinarlo, lavarlo, hacerle varios exámenes y conectarle varios aparatos y una vía de suero, lo dejaron
acostado en una cama.
Más tarde, el médico de turno estaba desconcertado. Examinaba las ropas andrajosas del hombre haciéndose varias pre73
Condenado al olvido
guntas. La enfermera se asomó a la puerta y le comunicó
que el paciente estaba despierto y quería hablar con alguien.
El hombre estaba apoyado en las almohadas con una
mirada triste.
―¿Doctor? Buenas tardes ―dijo con una voz un tanto reseca.
―Buenas tardes, señor, ¿cómo está?
Observó sus cabellos blancos, sus ojos azules y la boca
fina. Sus uñas habían sido recortadas, pero las enfermeras le
dijeron que eran larguísimas, algunas hasta se enrollaban en
los extremos.
―Estoy bien, he estado pensando hace varias horas, y por
favor le pido me responda algunas preguntas y luego responderé las suyas.
―De acuerdo ―dijo el doctor.
―¿Cuál es la fecha de hoy?
―10 de agosto del 2005.
El hombre emitió un gemido de sorpresa y angustia.
―¿Tanto así? ¡No puede ser! ―se agarró a los bordes de la
cama con fuerza y trató de incorporarse.
―¡Tranquilo señor! No haga esfuerzos ―el doctor lo acomodó y el hombre se recostó exhalando un profundo suspiro.
La enfermera inyectó un poco de sedante en la vía y el
hombre se durmió.
El doctor estaba terminando su ronda de noche, cuando la
enfermera lo llamó con voz de urgencia.
―Será mejor que venga, doctor. Es el hombre de la casona.
Cuando el médico entró a la habitación, el hombre volteó a
74
Condenado al olvido
verlo. El doctor se acercó extrañado. Miró a la enfermera
y ella le devolvió la mirada incrédula. El hombre parecía
mucho más viejo. En la tarde aparentaba unos 60 años y
ahora parecía un anciano de 90. Los pelos grises ahora eran
blancos y muchos se habían desprendido formando un nido sobre la almohada. Las uñas habían vuelto a crecer largas y unos
cuantos dientes amarillentos yacían sobre la sábana, al lado de
la cabeza.
―¡Pero, por Dios! ¿Qué ha pasado aquí?
―Siéntese doctor, ha llegado el momento de contarle algunas cosas. No, no se preocupe en llamar a nadie. Venga aquí
conmigo.
Después de un rato el médico se sentó en una silla y le dijo:
―Mire señor, lo encontraron ayer en una habitación clausurada de una casona en el Centro. Un espacio pequeño, de milagro no lo aplastaron los sillares de la pared que derribaron.
¿Por qué estaba usted allí? ¿Cómo entró en esa casona que estaba cerrada hace años? De salud estaba usted bien, un poco
deshidratado y muy pálido, como si no hubiera visto el Sol en
muchos días…
―En realidad, más de cien años…
―¿Qué dice?
―Mire doctor, le voy a contar todo antes de que sea muy
tarde. Escúcheme.
La enfermera se levantó.
―No señorita, no se vaya, escúcheme también, es usted
muy guapa. Ya pagué lo suficiente, siquiera la podré admirar
ahora que por fin voy a descansar. Me llamo Juan Mauricio Macedo de Mendoza, siempre tuve suerte con las mujeres, pero
75
Condenado al olvido
ellas no conmigo. A cuantas encanté, enamoré, gocé, me
aburrí, dejé y fui su desgracia. Mujer bonita que conocía
no la dejaba hasta que se me rendía y luego buscaba otra,
soltera o casada, no me importaba. Cuántos maridos me odiaron, incluso a alguno herí mortalmente en duelo.
―¿Cómo que en duelo? ―preguntó el doctor.
―En 1824 no eran raros y se lavaba la honra de uno o de
su mujer con sangre.
―Un momentito. ¿Qué quiere decir? ¿Qué tiene que ver
la fecha?
Juan Mauricio levantó la mano.
―Calma doctor, ahora lo entenderá todo:
Tenía cerca de 28 años y era un mujeriego declarado, no necesitaba trabajar, pues mi padre me dejó una buena renta y no tenía
más familia que mi madre, a la que veía muy poco, pues desaprobaba severamente mis andares y no quería saber de mí. Vivía yo
en un cómodo segundo piso de la calle Santa Catalina, a media
cuadra de la Plaza de Armas. Seguro que ya no existe. Desde
mi balcón veía yo pasar a la gente y sobre todo a las muchachas
guapas que caminaban con paso gracioso y sin prisa. Las faldas
largas y las enaguas solo realzaban la figura que pretendían cubrir. Aunque muchas llevaban mantillas y se tapaban como las
limeñas, no podían esconder un rizo de cabello de color miel o
unos ojos negros que hechizaban.
Bajar a la calle, decir unos halagos y acompañar a la doncella
hasta donde fuera, no me tomaba mucho esfuerzo. Entonces olvidaba a la que frecuentaba en esos días y me dedicaba a la nueva
conquista. Rompía corazones sin remilgos, algunas me estampa76
Condenado al olvido
ron una buena bofetada; otras lloraban, me maldecían,
me olvidaban o incluso enviaban a un hermano o amigo
a darme una lección, pero yo era muy fuerte y bien plantado, a varios dejé tendidos, y después de eso ya nadie se metía
conmigo.
La noche que ocurrió lo que le voy a contar era una de aquellas de
cielo estrellado y sereno con una luna enorme que hacía brillar la
nieve del Misti y los hielos del Chachani. Podía ver las calles iluminadas por los candiles y la gente paseando al final del día, los
coches tirados por caballos que repiqueteaban en los adoquines,
las vendedoras de ponche y los cafés llenos de humo de tabaco;
la torre de la Catedral asomando por encima de las casas frente
a la mía. He recordado esa noche mil veces, quizá si me hubiese
metido otra vez a mi habitación a leer tranquilo, como me había
propuesto, no estaría aquí; no sé, quizá en otro momento igual me
hubiera buscado.
Lo cierto es que bajé la vista a la calle y quedé desconcertado al
ver a una mujer al pie de mi balcón, mirándome fijamente. Una
chica alta, con la cara descubierta, bellísima: sus cabellos de color azabache se derramaban sobre una mantilla de reflejos verdes,
como sus ojos inmensos. Quedé mudo por la sorpresa, encantado,
hechizado. Sonrió coquetamente y empezó a caminar. En un minuto me puse la chaqueta, el sombrero y salí dando un portazo, y
volé por las escaleras. Cuando llegué a la calle, miré hacia la plaza
y al otro lado, y la vi. Caminaba despacio como si me esperara.
Apresuré el paso y me puse a su lado.
― Buenas noches, señorita.
― Caballero…
Yo que tenía mil fórmulas hechas para entablar conversaciones
77
Condenado al olvido
amenas, quedé mudo, no atinaba a decir nada. Sus ojos eran
lagunas verdes en las que me ahogaba, su boca llena y los labios
rojo manzana que solo esperaban que los probara.
―Es una noche preciosa ¿no?
―Realmente, pero palidece a su lado ¿señorita…?
―Alba
―No la había visto antes; no es de Arequipa, ¿verdad?
―Pues sí y no, venimos de todas partes, vivimos en todas las
ciudades, tengo unas amigas banshee en Irlanda.
No le entendí en ese momento, pensé que bromeaba, cobré otra
vez confianza y conversamos alegremente caminando por la calle
Santa Catalina, entramos a un café, bebimos unos licores dulces,
como ella. Se hizo tarde, me ofrecí a acompañarla a su casa, que
me dijo era cerca. Salimos a la noche, se ajustó la mantilla alrededor de la cabeza y, con naturalidad, tomó mi brazo. Se apretó a
mi costado, yo estaba mareado por su perfume de flores y cada vez
más enamorado. En ese instante tomé la decisión de quedarme
con ella, solo con ella, entregarle toda mi vida. No necesitaba más.
Qué afortunado en haberla encontrado, era como si el destino se
hubiese parado bajo mi balcón y me ofreciera todo. Llegamos a
una casona antigua, allí donde me encontraron. Nos paramos en
la puerta y nos miramos a los ojos, incliné mi cabeza y la besé. Me
abrazó con ternura.
―Qué pena ―me dijo
―¿Pena? ¿Por qué?
No me respondió y abrió la puerta. La claridad de la noche iluminaba un amplio patio con matas de lirios marchitos. Parecía una
casa abandonada. La fuente del centro estaba seca y el suelo lleno
de hojas.
78
Condenado al olvido
―Ven, pasa, acompáñame.
No me hice de rogar y entré, me tomó de la mano y me llevó hasta un rincón del patio donde había una puerta pequeña. La abrió y me miró con una sonrisa preciosa. Entré detrás
de ella y me encontré en una habitación reducida, sin muebles o
ventanas. No pude ver mucho, pues cerró la puerta y quedamos
en una oscuridad absoluta.
―Juan Mauricio, lo siento tanto, eres encantador, pero haces
mucho daño.
―¿Perdón? ¿Qué quieres decir?
No me respondió. Extendí la mano y se cerró en el aire, busqué a
tientas y solo toqué las paredes ásperas de sillar.
―Alba, ¡Alba! ¿Dónde estás?
Me estremecí de pánico. Me dirigí a la puerta para empujarla
y solo encontré muro. Recorrí a tientas las cuatro paredes y no
había puerta. Me desesperé, grité y golpeé las paredes, las volví a
recorrer centímetro a centímetro y no había nada. Sentí mareos,
me senté y perdí el conocimiento. Cuando desperté no sé cuánto tiempo había pasado, pensé que había soñado una pesadilla
horrenda, pero abrí los ojos y la oscuridad era total. Grité hasta
quedarme ronco, busqué otra vez la puerta inútilmente. Examiné
el suelo, era de ladrillo, las paredes no tenían ninguna columna,
talla o detalle. Solo sillar. No podía saber a qué altura estaba el techo, pero por más que me estiraba, no tocaba nada. Mi voz sonaba
sin eco, como si las paredes estuvieran recubiertas de algodón.
Me senté, caí en la desesperación, lloré, pedí perdón y clamé a
los cielos. Perdí el sentido del tiempo, no tenía hambre ni sed. No
sentía necesidad corporal alguna. El aire era seco y si me movía
demasiado levantaba polvo y tosía. El tiempo pasaba y pasaba,
79
Condenado al olvido
pero no tenía manera de medirlo y yo entraba en períodos de
depresión, de contemplación, caminaba alrededor de la habitación contando los pasos y nunca se repetía el número, a veces
caminaba hasta 200 pasos antes de llegar a la esquina y luego solo
tres, y me topaba con la otra pared, luego 10 pasos, y otra vez.
Las distancias variaban, pero la forma de mi encierro era siempre rectangular. Intenté suicidarme estrellando la cabeza contra
la pared, pero ésta se hacía hacia atrás y terminaba cayendo de
bruces. Tenía la llave de mi casa en el bolsillo y traté de afilarla
para cortarme las venas, pero solo conseguía rayar el sillar o el
ladrillo. También hice el intento de escarbar la argamasa que unía
los ladrillos pero tardaba demasiado y cuando volvía a la tarea no
encontraba el lugar donde había trabajado con tanto ahínco, por
más que lo buscaba. No se sentía ningún ruido, el silencio era
absoluto. A veces me quedaba apoyado en la pared o echado en el
suelo por muchísimo tiempo, años quizá, y al moverme otra vez,
mis huesos crujían y mis tendones parecían sogas secas que se estiraban, me daban unos calambres terribles que me hacían gritar
de dolor. Cuánto sufrí, me pregunté mil veces si merecía castigo
tal. Pensé mucho en Alba. Recordé la leyenda de las banshees en
Irlanda, que acechan en los puentes gritando para atraer a los
hombres y ahogarlos, repasé cada una de sus palabras tratando
de comprender quién era y porqué me había escogido para atormentarme. No lo sé. Me arrepentí una y mil veces de cada acto
malvado cometido, de mi egoísmo, de mi vanidad.
Vivía en un limbo total, sin tiempo, con los sentidos limitados.
Hasta que en algún momento de esa nada sentí un ruido ensordecedor; un rayo de luz muy brillante cayó sobre mí y pensé que
era mi fin, que venía el mismo ángel vengador a terminar el tra80
Condenado al olvido
bajo de Alba. Fue el día que me encontraron. He pasado
casi doscientos años atrapado en ese olvido, en ese limbo
infernal. Me he dado cuenta de que ahora estoy envejeciendo
rápidamente, no creo que dure mucho fuera de mi prisión, por
eso quería contarle todo.
El doctor y la enfermera no salían de su asombro. Quedaron mudos un buen rato. El doctor consideraba todo lo que
había oído y se preguntaba hasta qué punto podía ser posible.
No quería discutir la veracidad de la historia en ese momento.
No era oportuno, necesitaba pruebas.
―Mire, señor Macedo, ya es muy tarde. Necesita descansar. Mañana haremos unos exámenes y revisaremos los resultados. Solo le puedo prometer que haremos todo lo posible para
ayudarlo.
El hombre de la casona lo miró tristemente y le dio las gracias. Luego se acomodó en la cama y durmió.
Al día siguiente el doctor fue temprano a la habitación con
una serie de órdenes de análisis y exámenes en las manos. Abrió
la puerta y se quedó inmóvil. Solo había un bulto sobre la cama.
Se acercó lentamente y las hojas cayeron al suelo desparramándose.
Entre las sábanas estaba una momia reseca vestida con la
bata del hospital, tenía la mandíbula desencajada y desdentada,
sus cuencas vacías miraban al techo y en sus manos esqueléticas
las uñas habían crecido otra vez hasta enrollarse en los extremos.
81
Patricio González
La cripta infinita
UNA MAÑANA CUALQUIERA me fui al cementerio de
la Apacheta a tomar fotos de tumbas viejas para hacer unos dibujos para un libro de relatos. Paseé por los caminos sombreados por los árboles, examiné lápidas rajadas y sepulcros con estatuas dolientes llorando silenciosamente. “Parte de la vida que
nos diste se fue contigo, con tu muerte todos hemos muerto un
poco. Con lágrimas y plegarias queremos sumar lo que tú has
restado para siempre”; estaba leyendo este epitafio cuando sentí una presencia y volteé asustado. El callejón entre los nichos
estaba vacío. Una ligera brisa soplaba haciendo crujir las flores
secas que colgaban de las tumbas. Caminé hacia la pirámide que
estaba cerca de la avenida principal del cementerio, pero me
perdí y terminé a un costado de la capilla. No había nadie por
ninguna parte. Me atrajo la atención un mausoleo imponente y
antiguo como los restos de un naufragio. De piedra mármol gris,
adornado con relieves de laureles y columnas griegas, estaba rodeado de rejas oxidadas. Cuando me acerqué a la puerta, vi que
esta estaba semiabierta y, dando una rápida mirada alrededor,
me introduje en el recinto. Tomé unas fotos de los desvencijados
ataúdes, algunos con la tapa movida. Cuando me daba la vuelta
para salir, reparé en una tapa parecida a una trampa en el suelo.
No estaba asegurada, así que, con mucha curiosidad, levanté la
trampa y me asomé a la abertura usando la linterna de mi celu82
La cripta infinita
lar. Esperaba ver un subterráneo con más cajones.
Me sorprendió ver unas escaleras que descendían
más abajo de lo que alumbraba mi luz y una vaharada de
un olor húmedo, podrido, me atacó sin piedad. Traté de asomarme y me apoyé en la pared. Una araña corrió por el dorso
de mi mano haciéndome gritar de asco y soltar el celular, que
cayó rebotando en los peldaños y se perdió en la oscuridad. Mis
ojos se acostumbraron a la penumbra y pude ver espantado que
había un resplandor rojizo allí donde no podía haber nada y me
asusté aún más al escuchar movimientos y ruidos debajo. Solté
la tapa que cayó levantando polvo y, tropezando conmigo mismo, me incorporé para huir. Mi horror dio paso a la desesperación al ver en el polvo del suelo mis huellas que entraban al
recinto y, al lado otro par de huellas de pies deformes que salían
de la oquedad y se perdían fuera del mausoleo. Salí corriendo a
toda prisa y no paré hasta estar lejos del cementerio.
Entré a mi departamento, me di una ducha para sacarme
la tierra y el polvo de encima, me acosté en la cama y quedé profundamente dormido por cansancio. Desperté con el ruido del
teléfono fijo. Era mi enamorada.
―¿Raúl? ¿Estás bien? ―me preguntó con voz asustada.
―Sí, ¿qué pasa?
―Tú debes saber. Son más de las tres de la mañana y me
has llamado al celular varias veces.
Me encogí de espanto.
―¿Cómo?, ¿cómo que te he llamado?
―Sí, es tu número. Contesto y nadie habla, se escucha una
respiración fatigada y se corta la llamada. He tratado de volverte
a llamar y nadie contesta, y otra vez me llamas y no dices nada.
83
La cripta infinita
¿Qué te pasa? ¿Me quieres asustar? Ya sabes que a mí
esas cosas no me hacen gracia. Por eso te llamo al fijo.
―No, Lucía, no te molestes. Es que… dejé mi celular en el trabajo y alguien estará haciendo una broma pesada.
Mañana lo recupero y te cuento. No te enojes. Vuelve a dormir.
Un beso
―Ok, voy a apagar mi cel para que no sigan fastidiando,
pero cuando agarres al chistoso le dices que estoy furiosa. Chau,
hasta más tarde, ya es mañana.
Colgué el teléfono y no pude dormir más.
Apenas salió el Sol, puse unas cosas en mi mochila y salí al
cementerio. Me fui directamente al mausoleo. Todo estaba como
el día anterior. Entré sin que nadie me viera y examiné el suelo.
Se veían mis pisadas mezcladas con las de pies deformes que
salían y otras más frescas que volvían y se perdían al lado de
la trampa. Levanté ésta, me puse un pañuelo sobre la nariz y
pisé el primer peldaño. Seguí bajando lentamente por una escalera en espiral. Me iluminaba con una linterna con luz roja. Las
gradas bajaban interminablemente hasta que terminaron en una
cripta circular rodeada de arcos. Había unas sillas altas y estantes llenos de libros muy viejos. La luz rojiza venía de unas fisuras
en el suelo. Sobre una de las sillas, estaba mi celular. Lo tomé y
seguí explorando el sitio. Entré por un arco y vi un corredor con
ventanas ojivales a los lados. Me asomé por una de ellas y vi
algo horroroso: un paisaje lejano de rocas negras que se elevaban entre ríos de fuego. Volcanes en erupción vomitando nubes
negras. Pensé en el infierno, esperaba ver demonios atormentando almas condenadas. El pánico que sentía era una mortaja fría y
húmeda que me inmovilizaba a pesar de querer salir corriendo
84
La cripta infinita
de ese horrible lugar. Me fijé en el cielo de ese averno y
un miedo atávico se filtró por mis poros. Vi dos lunas de
color sangre, vi estrellas increíbles y nebulosas asomando
entre el humo de los volcanes. Comprendí que aquello no era
el infierno, estaba atisbando otro mundo en otro universo. La
imagen se puso borrosa y cambió paulatinamente a una vista de
un bosque infinito, verde, iluminado por dos soles brillantes. Vi
un río en el medio y formas descomunales que nadaban en sus
verdes aguas. Vi pájaros enormes volando en el cielo. La imagen
volvió a cambiar y esta vez me mostró un recinto como el que
estaba a mis espaldas. En las sillas se sentaban unas formas inhumanas, tenían tentáculos que salían de sus caras y terminaban
en unos ojos esféricos negros. Su boca era un agujero húmedo
que se agitaba con una respiración profunda. Con extremidades
de dedos largos examinaban varios objetos raros y entre ellos mi
celular, el que tenía en el bolsillo. Comprendí que estaba viendo
una imagen de un pasado cercano. Los dedos esponjosos apretaban repetidamente la pantalla que se iluminaba haciendo llamadas. Acerqué mi cara a la ventana y sentí como una membrana
que se disolvió y mi cabeza se asomó dentro del cuarto. Sentí
un aire frío y un olor nauseabundo. El ente volteó sus ojos hacia
mí. Los demás también me miraron y se agitaron tratando de
levantarse. Me hice hacia atrás y escuché un gruñido. Una criatura deforme sin ojos y con una boca de dientes puntiagudos
salió caminando en dos patas largas desde la oscuridad de un
pasillo. Sus pies dejaban las huellas que había visto en el suelo
del mausoleo.
Corrí hacia la salida y el engendró se abalanzó tras mío. Le
tiré a la cara la mochila que llevaba, la destrozó con sus garras y
85
La cripta infinita
soltó un bramido ronco. Hui hacia las escaleras y subí a
toda prisa, sintiendo al monstruo tras mis talones. Llegué
a lo alto de los peldaños y empujé la trampa. Cuando vi la
cabeza asomarse por el hueco, jalé con todas mis fuerzas los
ataúdes decrépitos que se alineaban en las paredes y se los tiré
encima. El engendro rugió entre el polvo, los huesos y los harapos, le cayó otro pesado cajón encima y en un revoltijo de madera y restos se precipitó por las escaleras. Sin pensarlo mucho
saqué un encendedor de mi bolsillo y prendí fuego a los trapos
que antes habían sido trajes y vestidos. La llama prendió de inmediato y salí, empujé la reja para cerrarla tras mío y corrí por la
avenida principal del cementerio. Perdiendo el aliento me apoyé
en un árbol y esperé que viniera la gente a ver qué había pasado
y tal vez llamar a la policía a arrestar al loco que había prendido
fuego a un mausoleo. Mi respiración agitada era todo lo que escuchaba, volteé hacia atrás y se me encogió el corazón de terror.
Los árboles no eran de este mundo, eran unos troncos de color
púrpura con hojas azules. El cielo tenía un tono óxido y brillaban
constelaciones desconocidas. Los mausoleos y tumbas eran en
realidad peñascos y monolitos en un paisaje desolado con laderas heridas por cuevas siniestras. De algún modo había pasado a
otra dimensión, a otro mundo en otro universo. No había huido
por la misma salida. Estaba irremediablemente perdido.
Ha pasado mucho tiempo de aquello. Vivo en una de las
cuevas. En las noches prendo fuego para espantar las sombras
que acechan en la oscuridad. En el día camino interminablemente buscando señales de vida. He encontrado extraños dibujos tallados en las rocas, pero nada más. Me alimento de unos frutos
ácidos y jugosos que crecen en los árboles. Al principio dudé
86
La cripta infinita
mucho en comerlos por temor a envenenarme, pero mi
hambre pudo más y no morí. No me atrevo a alejarme
mucho por temor a encontrarme en el descampado cuando
cae la noche. He regresado al mausoleo que es lo único reconocible en este paisaje extraño y encontré restos de lo que había
en mi mochila en el suelo. La trampa ha desaparecido, el suelo es
sólido. No hay regreso. He escrito mi historia en una libreta que
rescaté de los restos. No sé si ojos humanos la leerán algún día.
Hay noches en que veo enormes leviatanes mecánicos surcando el cielo. No sé si son guiados por alguien, no se ven luces
en ellos e incluso algunos humean interminablemente mientras
surcan el firmamento extraño.
Tal vez algún día vea una luz, una señal de vida y pueda
esperar que alguien o algo me encuentre.
87
Jull Antonio Casas Romero
(Arequipa - 1972)
PubliCA en diversas revistas de investigación sobre
lo paranormal y ciencia ficción, y cuentos publicados en la revista
“Fantástica”; además de relatos en las webs “Tumba Abierta”, “Katharsis”;
“Ariadna”. Obtuo Mención Honrosa en el concurso “De Letras” en 2001.
Ha publicado: “Relatos de Insomnio” 2005 (Libro Digital); Sueños de
Ayer 2007 (Libro Digital)”; “Arequipa - Relatos a Media Luz” 2013.
Lector consuetudinario de Asimov y Tolkien; Stephen King, Lovecraft,
Poe, Rimbaud, Baudelaire y Bradbury. Participó en el primer libro de
Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo:
“El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”.
Antonio Casas
En el Puente de Fierro
“El futuro tiene muchos nombres:
para los débiles es lo inalcanzable;
para los temerosos, lo desconocido;
para los valientes, es la oportunidad”.
Víctor Hugo
UNA TARDE GRIS, una como cualquier otra, caminando
perdido por calles añejas, olvidadas, en una búsqueda infructuosa inútil y hasta el momento estéril, esperando llegar a un
lugar que no sabía si existía o si era correcto. Al voltear por una
esquina, frente a mí encontré lo que buscaba, las señas coincidían plenamente, me acerque a la entrada, no tenía timbre a la
vista. Caminé unos metros más abajo por la avenida Parra y
guiado por el instinto logré ver un intercomunicador escondido.
Con desconfianza lo toqué, no esperaba mayor resultado; para
mi sorpresa una voz algo áspera respondió, pregunte por tía Elizabeth y me dispuse a esperar.
Salió un poco nerviosa, esto no me sorprendió, creí entrever en su mirada un atisbo fugaz de urgencia, entendí que estaba ocupada, entonces le dije para visitarla en otro momento,
aceptó y cerró la puerta. Quede parado en la avenida, sin saber
qué hacer, tenía mucho tiempo libre antes de reunirme con Pablo, empecé a caminar lentamente, siguiendo hasta ver dónde
llegaba la calle, la oportunidad se pintaba ideal para recorrer
91
En el puente de fierro
esta parte de la ciudad que me era desconocida, así que
decidí descubrirla por mí mismo.
Al alcanzar la siguiente esquina, un impulso me llevó
a tomar la derecha, miraba con curiosidad estos lugares que
nunca había recorrido, llamó mi atención un requiebre escondido, se veía el nacimiento de un puente, me acerqué, al verlo
reconocí el famoso puente Bolívar, más conocido como Puente
de Fierro. Me habían hablado mucho de él, nunca lo había visto
de cerca. Apenas lo vislumbre en alguna ocasión cuando llegue
en tren desde el Sur, y en cierta ocasión también había observado algunos detalles del puente, revisando fotos antiguas de mi
abuelo Miguel; en suma, no conocía en persona dicho monumento, esta vez tenía la oportunidad de hacerlo.
Un presentimiento retuvo mis pasos momentáneamente. Recordé que aquella parte de la ciudad era totalmente desconocida para mí, además esta ruta me alejaba de un rápido
retorno al lugar civilizado de mi mapa mental. La curiosidad
pudo más, me decidí a cruzarlo, y con sobrehumano empujón
a mis piernas, desde el interior de mi conciencia, me dirigí al
inicio de la estructura.
Curiosamente desde que traspuse el límite entre la calle
y el puente sentí una ligera pesadez en las piernas, lo atribuí al
cansancio, pues había venido caminando desde el centro de la
ciudad, no hice caso a esta ligera molestia y comencé mi travesía. Al acercarme a los primeros metros del armazón, vi la factura primorosa y sobria de Eiffel en cada uno de los detalles del
puente. El aire se sentía, por decirlo así, más puro en la cima del
símbolo arequipeño, aquel soplo que seguramente adquirí en
mi primer vahído al mundo, el cual incorporaba a la fisiología
92
En el puente de fierro
del hombre, el gen social que ensamblaría su destino, su
fuerza y amor a la tierra que lo veía nacer. Me sorprendió
el súbito cese de ruidos en el puente. La calle detrás de mí,
debido a la hora de la tarde, era muy bulliciosa: risas, autos,
sonidos de ciudad. No percibía ahora nada más que una ligera
brisa vespertina, además de la vibración del aire a mi lado cuando pasaba un vehículo, por cierto que cuando me dejó atrás una
motocicleta se rompió por un breve momento esta magia, sentí
un ligero empujón hacia el vacío con el ímpetu de su velocidad.
En todo caso el momento era especial, incluso el clima había sufrido alguna variación, eran las 4:00 de la tarde, pero el momento parecía algo más tardío, una ligera bruma ascendía desde al
piso, dando al conjunto una aura irreal, me esforcé en continuar
pese a mi profunda agorafobia, iba guiado por las barandas del
puente y por mi exaltada voluntad, poco a poco avanzaba no sin
temor por cada centímetro de la estructura, estaba casi a la mitad
de mi travesía, en aquel momento la vi.
Una larga cabellera envolvía su rostro, tenía un vestido
que el viento ligaba estrechamente a su cuerpo, dando a la escena una imagen de ficción, había visto este cuadro en alguno de
mis sueños, ella me sintió cercano y volteo, vi unos ojos llorosos,
con un rictus muy triste me indico que no me acercara o saltaría al vacío, por supuesto me detuve a prudente distancia, pero
pregunté qué le ocurría, por qué estaba allí, si necesitaba ayuda.
Dijo que no le importaba nada, que había perdido todo lo que
amaba en este mundo, mire a mi alrededor, estábamos a mitad
del puente, la niebla nos envolvía densamente, no podía visualizar nada bajo el viaducto. Estábamos entre nubes, flotando en
un espacio abierto en un mar irreal, no pasaban ya los autos ni
93
En el puente de fierro
nada más; el reloj marcaba las 4:30, sentía mucho frío en
el cuerpo, volví la mirada a ella, tratando de aparentar
tranquilidad, pregunte: “¿Cómo te llamas?”. Ella me miró
con algo más de atención y apoyándose en la baranda suavemente dijo: “Mónica”.
Por un momento la situación me pareció quimérica, no
quería ser parte de la segunda entrega de un cuento fantástico,
miré con renovado interés a la chica y entreví un cuerpo sólido,
no había allí nada etéreo, no me imaginaba siguiendo a un ser
incorpóreo a su morada en el camposanto, ni esperaría ver mi
mochila o alguna otra prenda colgada en una la lápida del cementerio de la Apacheta.
Ella vio mi expresión y cambio su rictus de tristeza por una
ligera sonrisa, dijo: “¿Tú también leíste esa historia en El Pueblo
del domingo? Todos mis amigos bromean con eso; por favor no
me confundas con la aparecida de Arequipa”. Ella era otra Mónica y, por ende, no un fantasma ni nada de aquello. Aproveché
el momento para acercarme y observarla más de cerca, mi temor
aún era evidente, esperaba ver derretirse su rostro y aparecer un
esqueleto que se lanzaría sobre mí buscando una nueva víctima,
solo vi un rostro con ojos profundos y labios rojos, sus mejillas
muy hundidas; extendió la mano y dijo que no había cambiado
de idea, pero le agradaría conversar un poco antes de saltar al
río.
Al tomarla de la mano, noté el tacto tibio de su piel, aquello terminó por suspender mis temores y desconfianzas, ella tiró
de mí con firmeza, conduciéndome hacia el otro lado del puente, a la zona de Arrayanes, me di cuenta que esos breves momentos en el puente habían durado en realidad como dos ho94
En el puente de fierro
ras, y al ir avanzando observé que eran casi las 7:00 de la
noche en mi reloj. La oscuridad era profunda, sorprendía
no ver luces alrededor, seguramente ocurrió un apagón. Me
reconforté; pero aun así vi faroles encendidos en la calle a la
que nos acercábamos, pensé que la decoración estaba muy bien
conservada en ese punto de la ciudad, lo atribuí a la cercanía
del puente, pues las casas que empezaba a ver tenían todas un
aire republicano muy marcado, además entreví entre sombras la
proximidad de algunos paseantes. Para mi renovada confusión,
su ropa era algo extraña, las mujeres tenían vestidos largos y
sombreros con flores, y los hombres lucían levita y sombrero de
copa, me sentía muy extraño al ver esto y trate de recordar si estábamos en alguna fecha de conmemoración, lo cual explicaría
esto que empezaba a ser demasiado insólito para mí.
Mónica se aferraba a mi mano, no había dicho ninguna palabra durante nuestro trayecto hasta el final del puente, al llegar
al punto donde comienza la calle, voltee a mirarla, pues aún mi
aprensión la imaginaba etérea y fugaz, esperando no encontrar a
mi lado más que aire, o aun peor una sombra flotante, pero ella
estaba allí, de carne y hueso, más tranquila que cuando la vi por
primera vez.
Al dejar el puente Bolívar le pregunte si notaba la falta de
luz en la ciudad, ella dijo que no entendía la pregunta, pues todo
era normal; como todos los días, en ocasiones apagan algunos
faroles, en ocasiones otros, pero hoy todos estaban encendidos.
La bruma se diluía, me atreví a mirar a la distancia, al otro lado
del puente. Donde yo conocía una ciudad cosmopolita y muy
resplandeciente, allí solo reflejaba un conjunto de luces que refulgían tenuemente a la distancia en un espectro que de ninguna
95
En el puente de fierro
manera era el total de la urbe arequipeña. La zona del
Centro y algunos conglomerados esparcidos mostraban
actividad humana, pero aun así era diferente a cuanto conocía, o esperaba ver, parecía que había un apagón zonificado
en la ciudad, y ese razonamiento me sosegó.
Nos acercamos a un banco de la alameda. Mónica invitó a
sentarnos un momento, entonces dijo: “Quiero contarte por qué
estaba en el puente”. En ese momento un lejano sonido empezó
a llegar a nosotros. “El tren –dijo, luego agregó– Esperemos un
momento y veremos si alguien conocido llega”. El pitido de la
locomotora se acercaba cada vez más, hasta que apareció la imponente mole de la máquina a vapor, que pasó raudamente por
nuestro lado, y luego así como vino se perdió en la distancia,
voltee hacia el puente y vi cómo la luz de la Luna se reflejaba
en las dos cintas plateadas extendidas sobre la estructura, que
se prolongaban a lo largo de la calle. Esto era increíble. Al comenzar mi aventura la pista vehicular se extendía sobre toda la
extensión del puente, inclusive había visto taxis y otros vehículos rebasar el punto donde estaba; pero ahora mis sentidos me
mostraban no solo la vía férrea, sino que había visto un tren de
vapor pasando cerca de donde estábamos. En un último atisbo
de cordura me dije que estaban restaurando el puente y tal vez
habría una exposición ferroviaria, como lo había leído en un periódico, pero el aroma del humo de tren que aún nos rodeaban y
el rumor del Chili que no estaba muy lejos me decían otra cosa.
“Sabes”, dijo Mónica, tomándome nuevamente de la
mano e intentando tranquilizarme. “Hoy el puente cumple 10
años de construcción y me preguntaba si…”, no la dejé terminar,
me levanté como impulsado por un resorte y terminando de es96
En el puente de fierro
candalizarla dije: “Entonces eso era, diez años, las luces,
el puente, los rieles, los faroles”. Todo encajaba perfectamente, estaba en la Arequipa del siglo XIX, como un émulo
del “Yankee de la corte del Rey Arturo” debí de mostrar mucha confusión porque Mónica, que estaba junto a mí, me miraba
alarmada, me precipité al borde del malecón y observé detalles
que antes resultaban mínimos, la Catedral, por ejemplo, no tenía
iluminación nocturna, no habían postes eléctricos, las calles estaban todas empedradas y cómo explicar lo del tren, detalles como
esos me perturbaban. Traté de dar una explicación lógica a lo extraño de esta situación, pero no se me ocurría ninguna, parecía
estar en un sueño del cual despertaría en cualquier momento.
Mónica a mi lado me tomaba la mano y miraba angustiada
hacia el horizonte. Entonces dijo: “Debo irme, mi padre enviará
a buscarme si no llego pronto a casa”. “Te acompaño”, ofrecí
caballeroso. Ese siempre debía ser mi comportamiento con una
dama, aún más en la aventura que tenía ante mí. Ella aceptó,
tomándome del brazo y con paso regular iniciamos el trayecto
a su casa.
El camino no fue muy largo, entendí en ese momento el
porqué ella conocía tan bien el puente. A media cuadra se hallaba una casona construida de sillar y piedra, en sus ventanas
se entreveían luces que reflejaban desde el interior. Ella me preguntó si deseaba pasar y aseguró que su familia estaría feliz de
conocerme. Tocamos una gran puerta adornada por una gruesa
aldaba de metal. Al abrirse pude entrever una gran sala donde
bullía un conjunto de personas ataviadas tal y como ya había
visto en la calle, claro que los caballeros se habían quitado sus
sombreros y muy educadamente los mantenían en equilibrio en
97
En el puente de fierro
sus rodillas, a la vez que estaban correctamente sentados
en sillas que tenían un diseño victoriano; las señoras no
se veían por ningún lado, a excepción de algunas criadas
que repartían viandas y copas entre los invitados. Mónica me
llevó ante un señor con gran bigote, al cual me presentó como un
amigo. Él me estrecho la mano rudamente y se presentó como el
capitán Romero, encargado de la milicia de la ciudad. Todo era
muy surrealista, había visto al capitán antes, su imagen estaba en
un cuadro que colgaba en la pared de mi sala. Debí comprenderlo antes por los rasgos familiares de Mónica. El capitán Romero
era mi tatarabuelo, y por lo tanto Mónica era mi bisabuela. Esto
era fácil de entender para mí que veía desde una óptica diferente
la situación que enfrentaba actualmente; pero no para ellos, que
no sabían quién era yo ni de dónde venía.
El capitán inquirió por mi nombre, y conteste que era un
ingeniero que estaba en la ciudad proyectando reformas en la
Plaza de Armas para instalar el nuevo invento llamado electricidad y que haría que toda la ciudad en breve plazo esté iluminada por las noches, esta explicación fue muy bien acogida
y se me invitó a ocupar un sitio preferencial en la mesa para la
cena que se anunciaba en ese momento. Aparecieron las damas
saliendo de la cocina, y Mónica se sentó frente a mí al lado de su
madre, a quien le hacía confidencias al oído después de mirarme
por momentos, la comida estuvo deliciosa, como solamente la
cocina natural puede transmitir a lo preparado en fogón y leña.
Pletóricos vasos de chicha y vino se escanciaban.
La somnolencia invadió mis sentidos, muy amablemente
se me acompañó al cuarto de huéspedes, y allí en una cama rodeada de cortinas pude descansar mis excitados sentidos. Mis
98
En el puente de fierro
párpados se cerraron irremediablemente y me hundí en
un sopor profundo.
Soñé con el Puente de Fierro, cielo muy despejado con
Sol radiante, estaba en el borde del puente y luego de inclinarme sobre él caía hacia el río, Mónica mirándome desde lo alto,
estiraba la mano para retenerme, entonces al estrellarme en la
base de la estructura abrí los ojos y desperté en el piso del cuarto rodeado por las sabanas de la cama. Mónica apareció por la
puerta y corrió a mi lado, dijo que se había asustado al escuchar
el ruido de mi caída, su tibia mano acarició mi frente y en sus
ojos pude ver algo que no podía ser, no ahora ni nunca, una aberración del espacio tiempo, una locura de la naturaleza histórica,
la tranquilice sobre mi estado y juntos vimos como nacía el Sol,
reflejándose en la cima de nuestro volcán tutelar.
Luego del desayuno, el capitán me llevó al estudio de la
casa, invitándome a tomar asiento, pregunto sobre el motivo de
mi aparición en la vida de su hija, asegure que no tenía por qué
preocuparse, yo no quería nada con ella, ciertamente Mónica era
muy bella, pero el atávico estigma de exclusión familiar me cerraban inconscientemente el lado romántico hacia ella, esto último no lo dije, pues no iba a ser entendido y menos cómo había
llegado a su casa, un extranjero del tiempo y de la historia que
para él era un real presente. El Capitán me dirigió una triste mirada, dijo que Mónica parecía feliz a mi lado, había visto en ella
una expresión que no había notado desde hace mucho tiempo,
pero no podía obligar un sentimiento no nato y pidió que saliera
de la vida de ella cuanto antes fuera posible. El problema era que
yo mismo no sabía cómo regresar a mi época; conté, sin revelar
preámbulos poco creíbles, cómo llegue al puente, detalles sobre
99
En el puente de fierro
los momentos que había encontrado a Mónica a punto de
suicidarse. Él dijo que esa no fue la única vez que lo había
intentado, también dijo que tal vez si yo desaparecía ella lo
intentaría una vez más.
En ese momento Mónica entró al estudio, y con una sonrisa radiante preguntó si quería caminar por la orilla del río Chili.
“El día es muy hermoso –dijo– y la hora oportuna para ello”.
Acepte la invitación, salimos a la calle no sin antes despedirme
del capitán, que expresó con los ojos una advertencia sobre lo
que habíamos conversado anteriormente.
Ciertamente el día era sublime, el río límpido cantaba al
arrullo de los árboles que se agachaban a beber de su fuente.
Mónica tenía un lugar especial cerca del puente Bolognesi, amplias chacras se extendían en ambas riberas, el Chili se veía más
ancho en su cauce, algunos chiquillos jugaban en la orilla y algunas lavanderas aprovechaban las piedras de su lecho para
limpiar las ropas que llevaban consigo. Al ver hacia el mismo
puente, me di cuenta de algo que me había comentado un amigo
que ahora se antojaba muy lejano: el que este puente presentaba más arcos de los que en mi tiempo futuro se veían, en estos
arcos habían tenderetes de comerciantes con variopintos colores
y enseñas de artesanos, con algo más de detalle, en el lado citadino de la estructura, más allá, a lo lejos, se veía el inicio de los
portales de la Plaza de Armas. Prometí a mí mismo visitarlos en
algún momento de mi aventura, si podría hacerlo, pues no sabía
cómo terminaría o si quedaría atrapado en el pasado, o presente
para los demás.
El lugar especial de Mónica estaba a orillas del río, bajo
un árbol frondoso que creaba una cortina de hojas en derredor,
100
En el puente de fierro
atrapando una porción del afluente, en un remanso tranquilo, nos sentamos en una piedra disfrutando del rumor
de las aguas y la brisa del día. Lentamente comenzó a caer
el atardecer, sentí que debía decirle la verdad; primero pregunte cómo creía que iba ser Arequipa en cien años, ella sonriendo contestó que no imaginaba cómo, pero seguramente todo lo
que nos rodeaba estaría poblado, y tal vez hasta el río mismo no
sería tan hermoso como era ahora. Se quedó mirando en espera
de mi parecer, y entonces le dije de dónde procedía, pedí que me
escuchara sin interrumpirme, aunque pensara que estaba loco,
o pareciera una broma de mi parte. Describí cómo había llegado hasta ella en el puente y cómo era mi vida en ese futuro que
le estaba comentando, ella escuchó pacientemente como había
pedido, aunque supe que no había creído nada de ello, porque
dijo que era un buen tema para un libro de fantasía, ella misma
había leído un autor nuevo llamado Julio Verne que tenía ideas
parecidas a las mías.
Considere que era inútil insistir, debía ser realista. Ella era
de una época diferente a la mía, era difícil entender un futuro que
ni siquiera se entreveía. Cambie de tema e iniciamos el regreso
a casa. Me sentía triste, que pronto dejaría de verla. Al llegar a
casa el Capitán estaba en el pórtico de entrada, conversaba con
algunos de sus partidarios, al verme me saludó cordialmente y
despidiéndose de sus amigos ingresó conmigo a la sala. Acercándose a un cofre que tenía sobre la chimenea, sacó un relicario
con la foto de Mónica, me lo entrego pidiéndome que lo conservara, dijo además que volviera cuando quisiera, pues sentía
mucha familiaridad conmigo, y que le hubiera gustado tener un
hijo como yo. Me despedí entonces, salí a la calle y dirigí mis
101
En el puente de fierro
pasos al puente de fierro en busca de mi destino.
Mónica estaba en el mismo sitio del día anterior, con
la mirada perdida en el horizonte, manos aferradas al barandal fuertemente. Me acerqué y ella, sin voltear dijo: “¿Cuánto
tiempo crees que dure este puente?”. No supe qué contestar. Ella
insistió: “¿En tu tiempo aún está en pie?, ¿lo cuidan?”. Tomé su
mano y le dije que no importaba cuánto tiempo pasara, siempre el Puente de Fierro, sería un símbolo de esta época y de los
momentos que había pasado con ella. El atardecer comenzaba,
de nuevo la bruma nos rodeaba. Ella soltándose volteo en dirección a la calle Bolívar y se alejó corriendo. Vi cómo se perdía en
la niebla del atardecer, caminé luego en dirección contraria. La
oscuridad se hacía más profunda, mi cuerpo estaba insensible a
todo lo que me rodeaba, entonces sentí el relicario en mi bolsillo,
lo abrí y observé la foto que había en ella, ya no era la de una
mujer joven. Mi bisabuela me miraba desde el medallón con una
sonrisa igual a la de un cuadro de mi sala, sentí un ruido a mi
espalda y el puente empezó a vibrar. Subí a la vereda, entonces
raudamente un auto pasó por mi costado.
102
Antonio Casas
Forte amor
“El verdadero amor no es otra cosa
que el deseo inevitable de ayudar al otro
para que sea quien es”.
Jorge Bucay
ES MEDIA TARDE y las hojas caen al débil ritmo del
céfiro arequipeño, tapizan profusamente los jardines del parque, mientras José espera a su adoración. La conoció hace
poco, fue amor a primera vista, una pasión que surgió incontenible, primero entre sombras, luego intentando pasar
desapercibida, enviando mensajes con poemas olvidados,
miradas fugaces a la salida, indirectas mediante amigos de
confianza.
Entonces el amor confabuló. Eros tuvo un trabajo muy
sencillo en unir a esta pareja, que fue perfecta desde el inicio,
todo color de rosa, cuidando mil detalles, la Luna envuelta en
tules, mariposas inmortales en el estómago, deleites orientales sin parangón, inmortalidad en los ojos, indestructible felicidad. Entonces llego el día que buscaron algo más tangible,
algo qué poner en el altar sagrado del templo de su devoción
eterna.
Julia llega un poco tarde, apenas cinco minutos, pero
no importa, las dudas juveniles que han llenado el alma de
José quedan de lado, se abrazan, no hay nada más allá de sus
103
forte amor
ojos, entonces, sin mediar palabra, unen sus manos y se
alejan, caminando en dirección al puente Bolognesi de la
ciudad de Arequipa.
Cuenta la leyenda que dos amantes desafortunados
quisieron perennizar su afecto en el “Ponte Milvio” de Roma,
decidiendo consagrar juntos su pasión desesperada, en aras de
un amor incomprendido y perseguido, eran de familias rivales,
como había tantas en esa época de vendettas y lances románticos.
La pareja que ocultaba su amor desdichado, en un momento de
resolución fatal, se allegó al puente, subió a la baranda y tomándose de las manos se precipito hacia la corriente de agua. Pero tuvieron el hado extraño, que al unir sus manos, sus anillos se trabaran entre sí y estos a las rejas del puente, suspendiendo su ofrenda
y evitando que cayeran al Tíber. Este acto casual los salvó, pues
sus familias atribuladas llegaban en ese momento para evitar la
tragedia y abrazarlos, aprobando este cariño fatídico tan especial.
En memoria de este acontecimiento, la pareja del Ponte cerró un candado en la verja del viaducto, luego arrojaron la llave
a la corriente, eternizando su amor de esta sublime forma. La
historia trascendió, pronto toda Europa vio colgados estos símbolos de unión en los hierros de muchos puentes. Lugares como
el “Pont des Arts” en París, o el “Ponte Vecchio” en Florencia,
estuvieron pronto atestados de recuerdos, con candados de diversa factura y forma, muchos de ellos añadiendo las iniciales y
nombres de la pareja, inclusive recuerdos especiales, tales como
velos de novia, o aros de compromiso que se ponían enlazados
en las anillas del candado. Este acto siempre unía a los novios,
fortalecía su pasión, les recordaba que el amor puede consolidarse y mantenerse más allá de lo real.
104
forte amor
José y Julia oyeron el relato y quisieron enlazarse de
esa forma, con un acto muy romántico y con tanto sentimiento, que pensaron los uniría más en su afecto, compraron un gran candado de marca Forte con forma de corazón,
que un misterioso dependiente de San camilo, el mercado local,
certificó era el más seguro y durable. El vendedor les contó que
la marca había encargado su fabricación a un orfebre de Italia, el
cual descendía de la familia original del Ponte y que el candado
añadía un sortilegio especial de amor, pues muchas parejas lo
solicitaban para asegurar sus sentimientos, con el acero de las
forjas de la ciudad del amor.
Ofreció grabar sus nombres, en bajo relieve, en la superficie del símbolo, combinando una gota de la sangre de la pareja
con la gama de su tintero, lo cual enlazaría su destino permanentemente al del símbolo romántico. Ellos aceptaron, querían legitimar que todo se realizaba en aras de su amor eterno, y luego
de pagar una suma exorbitante y recoger su reliquia, se encaminaron juntos al Puente Bolognesi.
Al llegar al sitio, buscaron un punto adecuado que estuviera resguardado de cualquier indiscreción o mirada infame.
Encontraron el sitio exacto en el centro de la baranda, cerraron
el candado y luego tiraron la llave al río Chili envuelta en una
hoja seca que guardaron del lugar de su primera cita, de aquel
parque que acogió su amor en el otoño, recordando su primer
beso como señal de su apego eterno.
Desde ese momento hubo, si puede caber la idea, mucho
más amor, podríamos decir que ese afecto brillaba y todos los
que los veían en la calle volteaban admirados, ellos evidenciaban entre sí una estima celestial que transmitía divinidad en lo
105
forte amor
que su aura expresaba, trasmutando la eternidad en su
mirada, pero no todo fue perfecto, pasó algún tiempo y
algo sucedió.
Sobrevinieron pequeñas diferencias, el amor poco a
poco se deterioraba, imperceptiblemente surgían riñas, diferencias que se empezaron a ver más grandes, la situación escapaba
de las manos. La crisis llegó y un día discutieron muy fuertemente, José salió de casa dando un portazo, rompiendo vidrios,
oyendo al alejarse los gritos de desamor de Julia. Caminó sin
detenerse por las calles de la ciudad, sin rumbo, sin sentimientos
definidos, perdido en sus cavilaciones, hasta que levantó los ojos
después de muchas horas, viendo que se hallaba en las inmediaciones del puente Bolognesi. A ese lugar encaminó sus pasos, y
al cruzarlo recordó su símbolo especial. Lo buscó con la mirada.
Al verlo notó que estaba cubierto de óxido, muy maltratado por
la intemperie.
De forma inconsciente empezó a limpiarlo y acomodarlo,
sintiendo en cada plumada que su corazón se consolaba y su
dolor desaparecía. Regresó a casa, encontrando a Julia tranquila, le contó lo que había hecho y juntos fueron a caminar por el
puente. Sus sentimientos se habían regenerado y brillaban de
nuevo, así como ahora el candado estaba limpio en el lugar especial sobre el río.
Las cosas mejoraron en su relación y marcharon bien por
varios meses, entonces Julia súbitamente enfermó de gravedad.
Visitaron a muchos médicos, consultaron con sanadores especializados, por más que probaron todo, ella tomo un estado de
decaimiento progresivo . Fue hospitalizada. José pasó varias
noches en vela, al pie del lecho de enfermedad. Un día que ella
106
forte amor
estaba dormida se encamino al centro de la ciudad para
hacer compras, su camino debía pasar por el puente, al
cruzarlo recordó el candado, mudo testigo de sus días felices, y que impasible esperaba fuerte y seguro, protegiendo
su amor.
En un acto reflejo de su inconsciente, lo buscó con la mirada, entonces, al verlo su corazón dio un vuelco, lo habían
violentado y estaba casi roto, una mano criminal trato de seccionarlo y casi lo había logrado, quedaba solamente un hilo de
metal sujetando la integridad del mecanismo, pero la marca
Forte había logrado resistir el empeño de su agresor, se cumplían las palabras del vendedor misterioso, e inclusive creyó
entrever entre los viandantes del puente de ese momento al
personaje de la tienda que lo observaba fugazmente al pasar
entre la multitud.
José reparó lo mejor que pudo el candado, sin sacarlo de
su ubicación. Al volver al hospital halló la feliz noticia de que
milagrosamente Julia se hallaba consciente y muy recuperada
de la dolencia misteriosa, al cabo de unos pocos días y luego del
alta, fueron juntos a completar el arreglo, cuidando de adicionar
algunas medidas de seguridad para que el suceso no volviera a
repetirse, querían consolidar definitivamente su afecto.
Tuvieron la precaución de peregrinar casi de forma diaria
al puente, en casos extremos no pasaba más de una semana para
que fueran a vigilar su Forte Amor y asegurar así la resistencia
de su sentimiento; pero como no todo es perfecto, un día José
sufrió un accidente en el trabajo, no fue nada grave, pero exigía
cuidados especializados, fue internado en el hospital y Julia se
quedó a su lado para todo lo que hiciera falta.
107
forte amor
José mejoraba notablemente, la ternura de Julia lo
fortalecía, hacía más rápida su recuperación. Un día, una
noticia en los diarios los conmovió hondamente. Por obras
de remodelación, a causa del bicentenario de nacimiento del
héroe Francisco Bolognesi, se quitaría definitivamente todo candado o símbolo del puente, y esto sería ejecutado al día siguiente. Sabían que eso significaría que su unión estaba en peligro, y
Julia salió del hospital para tratar de detener este atentado contra su amor.
Las gestiones fueron infructuosas, apeló ante el alcalde,
rogó ante la institución de cultura de la ciudad; movió cielo y
tierra para detener las obras, pero todas las puertas se cerraron
ante ella. Aquella noche fue trágica, pues se quedó en el puente
junto con muchas otras personas que intentaban detener este sacrilegio al amor.
Al día siguiente, muy temprano, los operarios encontraron
encadenados al puente a decenas de personas, Julia cubría con
su cuerpo el sitio donde estaba el candado y se aferraba a este
vestigio de sus sentimientos, al empezar la intervención algunos
rebeldes fueron detenidos, y en un juego del destino una parte
de la reja central se rompió, desplomándose junto con los atados
al enrejado. Julia estaba ligada a su amor y cayó a la corriente,
ahogándose rápidamente, mientras el rio la arrastraba junto a la
verja por los tumbos del Chili. Mientras tanto José, en el hospital,
agonizaba, ahogándose con una neumonía fulminante que ningún médico supo explicar.
108
Helbert Gutiérrez Tapia
(Arequipa - 1971)
LaborA en Diario El Pueblo como corrector de estilo y los
días domingo publica la columna “Léxica”, sobre el origen y correcto uso
de las palabras. En el año 2011 publicó “Si regreso no vuelvo... y otros
cuentos”; desde entonces ha colaborado en diferentes páginas virtuales y
publicaciones escritas. Integró el desaparecido grupo literario Minotauro,
y ahora participa en Kosmogonía con el afán de hacer conocer sus escritos.
Ha participado en el primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología
de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de
misterio”.
Helbert Gutiérrez
Don Dimas, mi tata
“Este verso tiene su historia.
Un día me estaba lavando la cara, en eso viene mi tata y me dice:
- ¿Pa que te laváis?
- Voy a la ciudá a comprar un bibidí
- ¿Qué?
- A comprar un bibidí
- ¡Qué huirihuiri ni huirihuiri, carajo!
¡Vaya usté a pastear la burra a la chacra!
- Bueno pue…”.
La Idelfonsa. DÚO PAUCARPATA
BUENOS DÍAS, MI AMIGO… desculpe usté la confianza, pero me podría decir laura… ¡Laura pue!... Perdón, si me
da el tiempo, ese que tiene en la muñeca de su mano… ¡Ah,
las nueve! Está bien, entonce he llagao a tiempo, pero esperaré. El doitorcito abre su consulta a las diez.
Ya sé que usté ni me conoce, pero puedo hacerle conversación, solo pa no aburrirnos. Si viera cuánto he caminado
para llegar a esta plaza de España. Aontes las calles estaban
repletitas de rieles y, esos rieles, de tranviyas, y aontes que los
tranviyas, de acémilas. Todo el movimiento de la ciudá era
en esos animales. Yo nunca los vi esos tiempos, pero mi tata
Dimas sí, él me contaba todo, y lo otro lo he aprendiu por mi
cuenta.
¿Usté no es de acá, no? ¡Uyyy, harto entonce le puedo
informar! ¡Ja!, ¿piensa que soy pediorista? Pero no, esos nada
111
Don Dimas, mi tata
saben pue, tanta universidá y tanta cencia pa nada,
¿acaso saben informar bien? Pura calata en sus pedióricos hay, esos pue que llaman diarios chicha, si yani diarios buenos quedan, todos chismeyan a su antojo y nada
bueno dicen. Todo es malo, que si roba el julano o que se mató
el mengano… Ya a poco saldremos nosotros calatos contando
nuestras entimedades… No pueee, si así fuera, mejor primero
las de usté… Ja, ja, ja…
No se moleste don, no es mi interés fastidiarlo, es pa
hacer simpático el encuentro pue. Mejor le cuento lo que mi
tata siempre me aconsejaba, aunque todos creíyan que estaba
juancuete1… que le patinaba el coco, que ya ni miraba de frente, siempre como si las moscas le conversaran al vuelo… y deciyan que siempre distraido iba, por eso lo atropeyó un coche
cuando se venía solito pa la ciudad… Ahhhh, pero cuando mi
tata en sus momentos de lucidez me hablaba, decía que aontes era mejor todo pue; y sí que era sabio mi tata, de todo sabiya y reconocía a las personas incluso por sus excrementos…
De cristiano
―Fermín, baja de la chuglla2, vamos pa la iglesia que no
me confesao el domingo.
―Tata, hoy es martes, y mi mama me dijo que la ayude
en la casa a moler el güiñapo3 .
―Esos son haceres de viejas. ¡Vení te digo! La matrona
1 Loco.
2 Choza pequeña al borde de las chacras.
3 Maíz utilizado para la chicha color rojizo.
112
Don Dimas, mi tata
de tu madre que se las arregle con las marimachas de tus hermanas.
―Pero tata, sino mi mama me da de chicotazos si
no le obedezco.
―¡Más juerte te sacudo yo! ¡Aurita mismo te jondeo pallá si no venís! ¡Apura meacama!
―Ta bien, pero igual me cae la cuera4.
―¡Ya!, camina delante, no sé qué cuentos o cuentas te
han contado, que no hacís caso a la primera a tu tata,
¡barajo!
―¡Ya tata, no me coscorronee!
―¡Apuuura burro!... Espera, ¡fijate pue! Vas a pisar guano, sonso. Abre bien los ojos, que no sabís que “el ver es
padre del saber”.
―Casi me quemo, tata. ¿Usté pue, que apura apura!, y
casi me embarro los únicos chuzos5 que tengo.
―¡Que qué decís! ¿A ver repite?
―Nada tata, nada.
―Nada, nada, fijate bien mojón6, que nuescasualidad,
pero esa caca es de cristiano.
―¿De cristiano?
―Sí, de cristiano es. Hacete pa allá, y échale tierra, no
vayas a pisarla de nuevo cuando regreses ccalapata7.
―¿De cristiano?
4
5
6
7
Golpiza a azotes, frecuentemente con una correa.
Zapatos deportivos.
Trato despectivo a un niño.
Descalzo.
113
Don Dimas, mi tata
Ya no insistí más, mi tata estaba malgeniao, y ya
me había pegao la noche anterior por meacho8, por eso
me llevó a la chuglla a cuidar las chacras con él. Después
supe, que de cristiano segnificaba que de humano era la
caca, y no que era por la religión que profesara el susodicho...
¿Pero de quién habría sido, no?
Pero eso sí, cuando mi tata se magmaba9, a tuitos en la
casa nos machucaba a chancacazo limpio, y no había palote
que no se rompiera ni hueso que tardara en curar. Después se
iba a la chacra a dormir. La culpa era de mi padrino Cosme,
que lo hacía gargantiar ese trago de Vítor que quemaba el
guargüero10 y después cocinaba las tripas desde adentro.
Al día siguiente venía mi tata callandito y sencillo, le
pedía perdón a mi mama, y acercándose a mí, con una caricia
me levantaba pa ir a trabajar como peones. Ya en el camino,
como si no hubiese pasado lo que pasó, me contaba lo que había hecho, que ya ni me acuerdo bien... pero hay una historia
que no me olvido por graciosa…
Retaco y Chaparro
―¿De ande viene tata, que traye usté roto el pantalón?
―¡Cállate cospión! Qué hacís ventilando a gritos mi desvergüenza ¿no vis que he faltao a dormir?
―Ya tata, ¿pero diánde se ha recogiu pue?, que viene
trinche11, ¿acaso ha visto al diablo?
8
9
10
11
Persona que orina mucho.
Emborrachaba.
Garganta.
Con los cabellos parados.
114
Don Dimas, mi tata
―Cierra el hocico, burro… Nial diablo e visto ni
te interesa de onde vengo; pero me pegao un susto
que parezco jedeque12, si estoy jodiú es por los perros de mi compadre el Cosme, ese chontril13 que no
amansa a sus chajuallas14...
―¿El Retaco y el Chaparro? ¿Quilean hecho pue?
―Perros saccras15, si pareciera que saben que cuando
uno zigzajeya está listo pa sus dientes. Ni bien me arrimé al corral de los cuchis, en cargamontón se me vinieron los dos peludos a quererme cascar. Y como no me
dejaban, parau espantándolos y llamando a mi compadre me quedé. ¡Y nadies veniya!
―¿Y no había un palo cerca, tata?
―¡Naaada, si apenas me defendía! Al rato la voz de mi
compadre que grita por el ladrido de sus perros: “Retacooo… Chaparrooo”, y los chejres16 que recién se van.
Es entonce que comienzo a caminar, pero ya prevenido,
y esos dos tictes17 que regresan, pero ya había asentado
bien la pata izquierda y que con la derecha les zampo un
patadón y le alcanzo solo a uno, el otro por casito nomás
le parto la sencca18.
―¿Y no se cayó usté?
12
13
14
15
16
17
18
Niño que sufre dolor sin saber por qué.
Trato despectivo al cholo.
Perros pequeños.
Diablos.
Insignificantes.
Verrujas.
Nariz.
115
Don Dimas, mi tata
―Tan mariao no estaba, además el susto me espantó
la borrachera, ¿no me ves aurita?, ¿acaso parezco embriagau?... Pero espérate pue, cherche19, “cuando un burro
habla, los demás paran las orejas”, noeacabau de contarte:
el Retaco se fue corriendo a las gradas, y el Chaparro
quedadito en el suelo, moviendo los ojos como trompo,
pero al ratito se levanta más mariao que yo; y luego queriendo subir las gradas, ya llegando al final, se caye, y
rebotando se fue pal piso de nuevo, pa mi risa pue; pero
vieras la maldad entre los animales, el Retaco ha bajau
de arriba, loa oliu y en la cara del Chaparro lo ha meao…
Sí pue, perro traicionero que no respeta a sus iguales,
compañeros de sus pelinqueadas20.
―Y si es de risa ¿por qué viene usté asustau? Como llamadito de almas.
―No te digo que te calles si no sabís, el susto me lo han
dado los caniches... pero yaes laura del camayeo, y no he
regao las chacras… Apúrate pueee... Aura si te fregaste,
por creyerme cotimbero21 vais ayudarme… ¡Apuuura!
Así era pue, si al tata se le encaprichaba que uno debía
caminar, caminaba, y si decía que quietos, quietos pue. Pero
igual caminando y quietos no paraba de hablarme, y yo disfrutaba de su charla comiendo las lujmas de la huerta de mi
mamá.
19 Persona enclenque.
20 Peleas.
21 Mentiroso.
116
Don Dimas, mi tata
Así los días, me interrogaba pa ver si sabía o no
sabía... “De tanta escuela que tenís –me decía– a ver si
te pajleas22 con esta”, me soltaba sonriendo con sus dientes pelaos como choclos maduros, y ¡ay si me equivocaba!,
entre sus manos llevaba una ramita y zoc en el pescuezo me
daba, aunque no tuviera la razón, igual si la tenía; pero era
por mi bien decía, “pa que no te sonseen”, “pa que no hagas
tanta güelga como se ve aura”, y yo orejas paradas pa aprender ques la vida, y con tuita su esperencia me chancaban sus
palabras el seso, y me hacían despertar del sosiego de mi enfancia.
Pero va usté creyer que será mi cariño de hijo, pero estoy
ergulloso de mi tata, aunque me sermoneaba deciendo que él
era mi raíz y seya yo su fruto; con pacencia me enderezaba pa
ser hacendoso y bueno pa la vida. Y el resultao soy yo pue;
así como me ve, soy pobre, pero responsable de mis actos y
no soy tagarote23, más bien ayudo cuando me lo piden y hasta
doy de donde no tengo; y si de consejos se trata, ahí les doy a
todos el de mi tata…
El padre bueno
―A ver Fermín, traíme el banco de allá pacá… sí, ese
mesmito, y vení que te quiero consultar.
―Usté dirá pue, tata.
―A ver hijito, te voy a preguntar, y piensa bien pa tus
adentros antes de responder, porque algún día serás pa22 Equivocas.
23 Persona adinerada y petulante.
11 7
Don Dimas, mi tata
dre como ya semos todos los de mi edá. A ver ¿qué
regalo le haría un padre malo a un hijo bueno?
―No sé pue, pero imagino que uno malo.
―¿Y ese padre malo, a un hijo malo?
―En ese caso, un regalo más malo pue.
―Aura vamos a cambiar: ¿qué regalo le haría un padre
bueno a un hijo bueno?
―Claro pue, un buen regalo
―¿Y ese padre bueno a un hijo malo?
―Ahisí me ha agarrau, tata… un regalo bueno tamién,
pero un poquito menos.
―No hay menos acá, decídete. Es bueno o es malo, no
hay mediedades.
―Bueno entonce, bueno pueee, un regalo bueno.
―Aura ¿te has dado cuenta? No importa el hijo, sino
el padre: si el papá es bueno, siempre amará a sus guaguas; si es mal padre, entonce dará maldá a sus hijos.
―¿Entonces cómo se llegaser buen padre pue?
―Siendo bueno con sus tatas y con sus hermanos,
aprendiendo de los buenos consejos y sin capichar24 a los
demás. La maldá campea a veces, pero tú escoges, y aléjate de los borrachines y de los malos consejeros. Pa que
cuando tengas crías, les enseñes eso mesmito que haces.
Recuerda: “El viejo sinvergüenza hace al ccoro25 malcriao”.
24 Despojar, quitar.
25 Niño.
118
Don Dimas, mi tata
Mi tata era buen padre, a pesar de sus debilidades y distraiciones, siempre cumplía con mi madre y
mis hermanos… y siempre siempre nos dejaba unos reales pa comer los caramelos de la tienda de don Sebas… Y
ya cuando su carita se puso chollque26 le dio por salir solo y
sentarse al borde en la acequia, sin saludar a nadies, pensando quién sabe en qué…y dispués a caminar y caminar, solo…
Ahhh… ¿Qué, ya se va? No, no se apure don, yo también me voy, no vayaser que la consulta del doctorcito sequiatra haya comenzao y no me atienda, porque dicen que veyo
visiones donde no hay, y que converso con gentes que no
existen, y que por este mal en la testa me vuelto palangana27...
¡pero tuito lo que dicho es cierto ,eh! Nunca miento.
Bueeeno, adiós don; y si lo güelvo a ver algún día de
estos, le envito un picante en La Mundial... acasito nomás, a
la vuelta del hospital desalud donde me atienden.
26 Arrugado.
27 Hablador.
119
Sarko Medina Hinojosa
(Arequipa - 1978)
TIENE la sana costumbre de ya no atormentarse mucho por todo
lo que no logró escribir y de no sentirse mal por no publicar. A pesar
de estar metido en el mundo de la literatura casi desde que aprendió a
leer, recién en el año 2014 publicó su primer libro de cuentos: “Palo Con
Clavo y Santo Remedio”. En el 2017, el segundo: “La venganza de los
Apus”, sobre el sincretismo cultural andino; y tiene en meta más libros de
diferentes géneros, entre realismo-mágico, ciencia ficción, microcuentos,
poemas y un largo etcétera acumulado. Participó en el primer libro de
Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo:
“El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”.
Sarko Medina
El chupacabras
atacará de nuevo
EL NOVIO DE LA HIJA MAYOR de la familia era un
gringo alto con mirada fría. El primer error que rompió el hielo
de su llegada fue decirle “inglés”. Allí entró en una explicación del porqué Escocia era el mejor país no independizado del
mundo y que los “usurpadores”, como llamaba a los ingleses,
acompañada la expresión de una palabra universal que era un
insulto, algún día pagarían por la humillación. Cualquiera que
fueran sus razones patrióticas, el enorme escocés después de
eso se ganó la simpatía de todos los familiares de muy arraigada estirpe arequipeña y hasta sonrieron mentalmente recordando que también la región se consideraba “separatista”.
Chapurreaba el visitante un español básico, así que la
mayoría de veces la enamorada veinteañera, estudiante de psicología en una universidad local, hacía de traductora. El padre
de la familia aceptó de mala gana que el entonces pretendiente
virtual llegara desde las antípodas a su casa, en Sachaca, barrio
tradicionalista de la ciudad, enclavado en medio de una campiña llena de chacras y establos. Si dio el permiso finalmente fue
porque la amenaza de la hija de viajar al encuentro del “gringo” era más que posible, así que mejor traer al enemigo para
tenerlo cerca y vigilarlo.
123
El chupacabras atacará de nuevo
Los primeros días fue gracioso ver al pobre tratar de comer los potajes contundentes de la región. Los
chupes seguidos de los segundos llenos de arroz y papa
pusieron a prueba al pálido espécimen. El llatan que acompañaba las comidas lo hacía sudar, pero resistió estoicamente.
El tomar de una sola sentada un enorme vaso de chicha con
cerveza negra, lo hizo entrar en la familiaridad de ese primer
domingo.
El resto de la semana transcurrió lánguidamente en una
ciudad que no se comparaba con Edimburgo, de donde era este
escocés de ojos verdes. Arequipa es una ciudad circundada por
tres volcanes, llena de historias que el padre contaba con ayuda
de la hija y llena de novelerías que le contaba la madre al visitante, sin ayuda de la hija, porque al final solo era necesario
que la escuchara, no tanto entenderla.
Justo por esos días se desató la noticia sobre el “chupacabras” que se despachó en una noche a cuatro ovejas, propiedad
de algunos chacareros del barrio.
—Mi no saber que ser shootpakapras.
—No, Dereck, es CHU-PA-CA-BRAS. Es un demonio de
la sierra que se come a los animales de granja chupándoles el
interior —le explicó pacientemente el papá, traduciendo la hija
y asintiendo finalmente el visitante, abriendo los ojos cuanto
más le contaban del supuesto ser que en esos días atacaba cerca
de la casa en la que estaba alojado.
—Cómo ser ese shootalabras.
—Es chupacabras. Bueno la cosa es que es una criatura
que tiene la piel de un reptil, así, con escamas duras de color
verdoso. Tiene unas espinas a lo largo de la espalda y sus ma124
El chupacabras atacará de nuevo
nos terminan en unas garras que, cuando se acercan a
las ovejas… ¡zas!, le abren el estómago y se comen todo
lo de adentro… ñam, ñam.
Esa última parte de la descripción no fue necesaria de
traducir, ya que el salto que metió Dereck fue de risa general,
hasta él mismo se rio de su temor.
—Good story, papa Alejandro —dijo entre risas el gringo,
sin que la forma confianzuda de llamar al regente de la casa se
percibiera en ese momento de alegría y de anécdotas.
La hija aprovechó para anunciar que el domingo su novio
prepararía un plato tradicional de su tierra. Todos aplaudieron.
El sábado por la noche, en completo secreto, pero vigilados auditivamente por la madre y el padre, los jóvenes se divirtieron
haciendo un desastre en la cocina a puerta cerrada. La mañana
del domingo, como era costumbre, todos fueron a participar
en la misa dominical en el templo central. Luego comieron barquillos, raspadillas y regresaron a casa, donde les esperaba un
almuerzo especial.
Sentados a la mesa estaban, aparte de los papás, los dos
menores hijos y el mayor, que llegó como todos los fines de semana, con su esposa y un pequeño en brazos. Todos sentados
en la mesa esperaban la delicia escocesa que traerían de la cocina. La puerta se abrió y Dereck entró con una bandeja tapada
con una de las ollas de la madre. Puesto en el centro el plato
improvisado fue destapado para mostrar una especie de pelota
amorfa de color gris verdoso que humeaba por lo caliente.
Nadie se atrevió a decir ni una palabra. La hija que entró
en ese momento trayendo arroz y papas hervidas, junto con
algunas verduras cocidas, dijo alegremente:
125
El chupacabras atacará de nuevo
—¡Es haggis! —como si hablara en chino, todos los
viandantes la miraron—. Es un plato tradicional, coman
y no sean malcriados, que nos hemos demorado bastante
en hacerlo. Al final les cuento de qué se trata.
Una vez repuestos y para no causar mala impresión al
pretendiente, todos esperaron con paciencia que se abriera la
bolsa parecida a un “bláder” mal inflado y de allí saliera unos
pedazos de carne de diferentes matices mezclados con lo que
parecía un rehogado con cebollas y otras cosas más. Pero el
sabor no era malo, al contrario, era agradable, rico mientras
aumentaban las masticadas, la textura de la carne recordaba al
rachi de panza o a los chunchulies, o caparinas.
Mientras duró la comida se hablaron de diferentes temas.
El escocés explicó algunas cosas sobre el tema de las mentadas
faldas y sobre los deportes con lanzamiento de piedras; mientras que los varones de la casa se lucieron contando cuentos y
leyendas, incluyendo la que estaba de moda sobre el chupacabras. Al final de la comilona, y abriendo una botellita de vino,
de las que celosamente se guardan en el mueble de la sala, el
padre preguntó, mientras sin disimulo se desabotonaba el pantalón para darle libertad a la panza llena.
—Oye, hija, y al final ¿qué tenía el plato que nos has servido?
—Es una comida hecha con el pulmón, el hígado y los
riñones del cordero, que se mezclan con otras cosas más y se
cocinan en el estomago durante horas, por eso nos demoramos
ayer tanto Papá —terminó por decir la única hija del matrimonio, aquella pequeña de rulos negros, tan bella, tan inocente
para sus padres.
126
El chupacabras atacará de nuevo
—¡Caracho! ¡Tú eres el chupacabras! —gritó el padre a Dereck, mientras se paraba rápidamente sin percatarse que el pantalón se le cayó, cosa que nadie de la
familia pudo ver ni reírse, porque corrían hacia los baños de
la casa para tratar de sacar de su interior el potaje que, estaban
seguros, era producto de la matanza de indefensos animales,
encontrados destripados y divulgadas sus fotografías en todos
los medios de prensa de la ciudad.
—¡No! ¿Papá, qué te pasa? Dereck no es ningún chupacabras ni nada.
—Pero hija, todo encaja —dijo el padre mientras se levantaba el pantalón e iba a una esquina de la sala, donde una escoba esperaba por coincidencia que la tomaran y fuera alzada en
alto, cual la espada de Eduardo I.
—Deja eso Papá. ¡Mamá, dile a mi padre que no amenace
a mi novio!
—No puedo hija porque… (brrrrrrr)
El pobre escocés no sabía de qué se le acusaba, pero intuía que allí iba a darse una batalla parecida a la del Puente de
Stirling, así que se preparó con los puños en alto para resistir a
lo William Wallace.
—Pero papá ¿qué hablas? Lo del cordero lo compré en el
mercado San Camilo.
—No trates de encubrirlo, hija querida, y hazte a un lado
que tengo que vengar esta afrenta; en mi casa no puede haber
un asesino de pobres e indefensas ovejas, aún por más rica que
estuviera esa cosa con nombre de pañales.
—Papá, entiende, yo compré los bofes y las tripas, deja
eso ya por favor que me va a dar un ataque de nervios.
127
El chupacabras atacará de nuevo
Ya regresados los otros miembros de la familia y
escuchadas las razones, creyeron en la versión de la joven, así que tranquilizaron al padre y al novio. Pasadas
las horas y con algo más de vino, todo iba quedando en una
anécdota que se contaría en el futuro con añadidos y demás.
Ya en la noche, cuando todos se hubieron acostado, la joven al entrar a su cuarto se cambió de ropa por una más cómoda y de color negro, sacó debajo de su cama un machete y unas
bolsas que acomodó en una mochila junto a otros enseres y se
escabulló por la casa hasta la puerta de la calle y salió.
“Esto me pasa por no cortarles también las cabezas a las
ovejas la vez pasada, ahora ya les prometí hacer cabeza asada
a la escocesa. El establo de Don Humberto está algo lejos, tengo que apurarme”, pensaba la muchacha mientras apuraba el
paso por entre las chacras.
128
Sarko Medina
La búsqueda
JULIA SE LEVANTÓ ese día con la convicción de que
no volvería a su casa sin haber encontrado a su hijo. Eran dos
semanas que estaba desaparecido y nadie sabía nada de su
Nicanor.
En la comisaría, al cuarto día de no habido, llegó con la
esperanza de que alguno de los guardias de verde la acompañara aunque sea por los lugares en que sabía andar su único
vástago. Las miradas de desidia y aburrimiento fueron una
pared inconmensurable e inescrutable. Sabía de las veces que
Nico fue inquilino por horas de la carceleta por diversas razones, algunas justas, otras injustas, muchas por el hecho de
ser “Nico”.
El día catorce de ausencia desayunó fuerte, con arroz y
papas, con carne frita y jugo de frutas, todo lo que había guardado para que desayunara su hijo si aparecía por allí. Recordaba la infancia de su pequeño, en ese cuarto con cocina que
alquilaban desde hace años, a falta de un hogar permanente.
Ella, con sus achaques de vieja no logró sacar adelante el negocio de palitos de carne asada que vendía en un rincón del mercado del barrio. Pero nunca había faltado un buen desayuno, se
enorgullecía, con ese ego que se siente por lograr cosas pequeñas y contundentes, como nunca haberle debido un sol a nadie,
o nunca haber dejado de pagar el recibo del agua o de la luz.
129
La búsqueda
Orgullo. Algo destrozado a sus 35 años, cuando
creía haber salvado la valla del amor y tener un futuro
de solterona respetable en la comunidad. Mala tarde en
que vino el padre de Nico, aquel camionero grande y con
aroma a monte que la convenció de entregarle lo que a nadie
le entregó. Para luego enterarse que el desgraciado tenía familia en la sierra. Le prohibió volver a verla y él nunca supo
que su hijo estaba gestándose en el cuerpo de esa solterona
herida en su dignidad, vista por todos como se sabe mirar a
quien está en desgracia, como se sabe tratar a quién cae mal
por sus aires y de la noche a la mañana tropieza del pedestal
que ella misma se construyó.
Pero el calorcito de su hijo por nacer, esas pataditas a
medianoche, el milagro de la vida abriéndose paso, convirtió
su vida en una nueva aventura, llena de detalles imprecisos y
diarios, que la asaltaban y llenaban de zozobra, pero también
de una alegría incierta, sutil, que la llevaban a añorar el nacimiento de ese pequeño, al cual, cuando le preguntaron por
el nombre, luego de diez horas de parto doloroso, no atinó a
pensar en otro que no sea el del padre de la criatura, como el
recuerdo imperecedero de que el corazón odia, ama y nunca
olvida.
Luego de desayunar, se fue a conversar con el párroco,
después de años de exilio voluntario de las misas dominicales, la anticuchera Julia, como la conocían, volvió a trasponer los pies en el lugar que alguna vez juró no volver, desde
cuando le pusieron trabas para bautizar al pequeño. El nuevo
párroco, conocía la historia de la mujer y trató en alguna ocasión de ofrecerle de gratis lo que su antecesor, nublado por
130
La búsqueda
leyes caducas en la nueva visión de la Iglesia, se había
emperrado en prohibir. Pero nada consiguió. Por eso se
sorprendió al ver a Julia llegar a él y conversar largo y
tendido, arrancando una promesa que ya de por sí iba a ser
aceptada. El sacerdote entendió los motivos, trató de dar palabras de ánimo, pero sintió que eran innecesarias, esa mujer
estaba convencida del resultado de su búsqueda.
Así empezó el viacrucis de Julia, la anticuchera del barrio de La Recoleta, la cual esperó la noche para ir a la calle
San Francisco, donde estaban las discotecas de siempre, milenarias en una ciudad que, en pocas décadas, había acelerado
su universalidad para adoptar costumbres bohemias, copiadas de ciudades europeas. Y si allí estaba ella fue porque en
una visita a un chamán andino, al cual acudió en su desesperación para que le diera pistas de su hijo, lo único que le dijo
luego de leer cartas y echar las hojas milenarias fue:
—“¡Sigue a la coca!”.
Tardó algunos días en darse cuenta del significado de
las enigmáticas palabras, hasta caer en cuenta que no se trataba de mascar y mascar la sagrada hoja de los incas, sino su actual derivado. Averiguó con algunos clientes dónde paraban
los consumidores de drogas en la ciudad, dándole la mayoría
las señas del centro de la ciudad.
Así que, preguntando a cada portero, a cada chiclera, a
cada vendedora de cigarros, llegó a la conclusión de que los
fumones salían apresurados de los bares y pubs para irse a
consumir una dosis apresurada o relajada, según la personalidad del adicto, a la Calle de la Tolerancia, a un costado del
Monasterio de Santa Catalina, lugar en el que, ida y vuelta a
131
La búsqueda
una cuadra, contabilizaba el tiempo para unas cuantas buenas pulmonadas a los cigarros de marihuana, o
esnifada de los paquetitos de papel mantequilla. Ella se
dirigió al lugar y esperaba a los chicos y chicas que llegaban para preguntarles por su hijo, si lo habían visto por esos
días, si les había vendido algo y dónde podía estar. Casi al
filo de las dos de la mañana, por fin uno de ellos le dijo que
su hijo hacía meses que ya no iba a la “San Pancho” a vender
“marimba”, que ya le había ganado la “Pasta”.
El muchacho larguirucho y con barba de varios días,
prometió llevarla a la calle Dos de Mayo para que contactara
con las “tías”, las que vendían los paquitos de droga blanquecina. A cambio pidió dos ligas (como veinte soles en droga).
Caminaron casi apurados, mientras él le explicaba que su cerebro ya había asimilado que había la posibilidad de hacer
unos “mixtos” con “hierba” y “queso”, así que lo estaba machacando duro el sudor corporal, las ansias y las ganas de ir
al baño a soltar una diarrea de campeonato, todo normal en la
vida de un adicto, pero igual que caminara rápido.
Cruzaron las calles para notar la diferencia de caras. En
la calle San Francisco, en la misma Plaza de Armas y hasta en
la Álvarez Thomas, las caras de los muchachos eran aún sonrientes, alegres por el licor, pero, adentrándose en la Piérola,
Parque Duhamel y la misma Dos de Mayo, los rostros eran
delincuenciales. Julia pensaba en las madres de ellos y hasta
atinó a recordar un avemaría que recitó también por su pequeño, algo aligerada en el rencor a Dios que los últimos años
había alimentado, no tanto por sentir que le había fallado en
algo, sino en permitir que su Nico se hubiera degradado de
132
La búsqueda
escolar prometedor a vago de esquina, aun cuando ella
puso su empeño en educarlo de la mejor manera.
Las tías de la droga tenían sus chacales, los cuales
salían al encuentro de los clientes o avisaban de los policías
a descubierto y encubiertos. Venciendo resistencias y recelos,
logró acercarse a algunas para preguntarles por su muchacho. La única que le dio pistas fue la Gorda, quien manejaba
la venta en la esquina con IV Centenario. Ella le contó que
Nico había pasado los últimos días gastando lo que ganó en
un buen golpe que dieron con sus compinches en una casa
olvidada por los dueños en vacaciones. Lo malo que la droga
que consiguieron era demasiado pura, lo que significaba que
les estaba carcomiendo los pulmones y el cerebro. Al final le
dijo dónde podía hallarlo.
Ya casi a las cinco de la madrugada, Julia se encaminó
a la zona de la Mansión del Diablo, en la avenida La Marina,
lugar en el que se encontraba la cáscara de cemento y ladrillos de lo que fuera la fábrica de cueros más importante de la
región en sus buenos tiempos, devenida ahora en fumadero y
refugio de delincuentes. Su larguirucho guía la dejó para irse
a fumar lo acordado. Al llegar a la pared frontal recordó los
consejos para subir y bajar al otro lado, claro, con la esperanza de que los que estén allí no la violen.
Luego de la dificultosa proeza de pasar su cincuentón
cuerpo hacia el submundo irreal del fumadero, se dio cuenta
de la insania de vivir realidades alternas, una en la que todos
aparentan que no existe un lugar así, y otra, como la que está
viviendo ella, de sentir en carne propia los olores nauseabundos, la visión de la basura centenaria, los esqueletos de las
133
La búsqueda
máquina, y, entre ellos, las figuras trashumantes de seres alguna vez de carne completa, porque lo que eran
ahora no podía definirse como humana.
Apestando a orines de días, varios estaban tirados
con alguna botella de alcohol o de terokal chorreando de las
manos. Otros enfrascados en armar los llamados “clavos de
pasta”, oleaginosos y negruzcos, pastosos y grasientos. Otros
más, en los delirios, afilaban las navajas y verduguillos, algunas mujeres eran poseídas sin ton ni son, a la par que su
laxitud o borrachera les permitía algún movimiento peristáltico. Pero nada de su Nico. Al intentar interrogar a algunos
recibió negativas y hasta uno que la empujó con fuerza y que
fue reprendido por otros para no ocasionar bulla, so pena que
entraran los policías.
Pero Julia no se amilanó, hasta lograr que le contaran
que la plata se le acabó a su hijo, pero estaba tan dañado que
siguió consumiendo terokal y chajro (esa mezcla maldita de
alcohol metílico con chicha de güiñapo), pero ya no con ellos,
porque estaba agresivo, sino con los indigentes de la torrentera de la avenida Venezuela.
Largo camino tuvo que recorrer Julia, con los cabellos
alisados con su mano sudorosa y los pies matándola de cansancio. Pero aun así atravesó el centro de la ciudad, con la
gente amaneciendo para trabajar, con alguien reconociéndola, pero volteando la cara para no ser relacionada con los
ebrios matinales.
La torrentera culminaba en la parte baja, cerca del Colegio El Pilar. Ella sin miedo ya a nada, se internó en esta, a
vista de todo el mundo, buscando encontrar a su Nico debajo
134
La búsqueda
de alguno de los puentes que la cruzaban.
En el camino se encontró con algunos grupos de
indigentes que, sin atacarla, le sugirieron avanzar más.
Ella estaba segura de lo que iba a encontrar. Ya no
tenía resentimiento alguno para la vida, o para Dios, o para
ella misma. En el transcurso de su cruzada había reflexionado mucho sobre las causas de la desgracia de su hijo y la
suya misma. Había relacionado todo con varias decisiones
erróneas. Nadie le enseñó a ser madre. No tenía elementos
para darle mejor educación o un mejor entorno a su hijo. Lo
que él pudo encontrar de modelo paterno lo hizo entre las
pandillas del barrio. Ella no era un héroe para él, y reconoció
que se dejó avasallar, se denigró para no poner orden en su
propia casa y advertir que su hijo se destruía, pensando en
que como buen chico se rescataría él mismo uno de esos días,
para transformarse en aquella imagen esperanzadora de una
madre anciana con un hijo valiente que la protegiera.
Caminando ya con los zapatos hechos añicos, divisó un
bulto bajo entre hedor de una acequia, ya cercana a la zona
conocida como La Negrita. Cuando llegó no le sorprendió hallar por fin a su Nico. Se agachó junto a ese cuerpo inmóvil y
lo abrazó sin lágrimas, le separó los cabellos sucios de la cara
y miró ese rostro que para ella seguía siendo el más bello del
mundo.
El tiempo se detuvo, y ella buscó que quedara congelado allí, junto a su hijo, mientras siente la mirada de su hijo
hincando en sus ojos.
—Hijito, hijito.
—Vieja… ¿eres tú?
135
La búsqueda
—Sí, Nico.
—Sácame de aquí, quieres… estoy cansado…
quiero ir a casa.
—Lo haré, hijo. Ahora ya eres libre.
—Lo que sea, vieja… estaba cansado… ¿Sabes que quise
morir en estos días?... ¿Y… cómo me encontraste?
—Y cómo no iba a hacerlo, Nico, lo que me propongo lo
consigo; bueno, es un decir. No me hagas caso, ahora ya puedes irte nomás, te enterraré como se debe. El párroco oficiará
la Misa, lo que me importa es que ya no sufres más.
—Ta bien, viejita, pero disculpa lo que te hice sufrir.
—Eso ahora ya no tiene importancia.
Julia se queda un rato más con el cuerpo de su hijo, antes
de levantarse para buscar alguien que la ayude con el cadáver.
136
Sarko Medina
El juego de la nariz
El anciano cayó en pleno parque San Francisco.
Un paro cardíaco.
—¡Señor, señor! Tranquilo, ya llega la ayuda.
—Por… favor, un favor hazme.
—Lo que quiera dígame.
—Róbame mi nariz con tus dedos.
«Tuve un pequeño con el cual jugaba mucho de chiquito, le hacía bromas, era mi angelito. Íbamos por alfajores y bizcochos donde
La Lucha los sábados que salíamos a pasear y nos veníamos a este
parque a comérnoslos.»
—Róbame la nariz, así con tus dedos índice y medio, y
luego pon el pulgar entre ellos, como si allí la tuvieras…
—Señor, no hable más, ya llega la ambulancia.
«Su mamá y él se me murieron en un choque de la empresa
Angelitos Negros, cuando se fueron de vacaciones a Lima. No pude
reponerme del dolor. Hace ya años de eso.»
—¿Por qué quiere que le haga eso?
—A mi hijito se lo hacía, y le decía: “Tengo tu nariz”.
Quiero reírme como él.
El joven se quedó con los dedos así, en esa postura,
mientras los paramédicos certificaban la muerte del anciano
sonriente.
137
Nigromante Black
EmpeZó a escribir a los 10 años de edad luego de
leer a Poe y Dante Alighieri. Su primera creación fue “El despertar
después del fin del mundo”, seguido de muchos otros cuentos cortos. Luego de alejarse por unos años de la escritura, regresó como
creador de contenidos en una de las redes sociales más conocidas;
firmando primeramente como For Baka, y luego de medio año como
Nigromante Black, presentando así varios minicuentos en la Internet, en las páginas de “Leyendas urbanas” y “Paranormal”, sobre
todo en los subgéneros fantástico y de horror. Ha participado en el
primer libro de Kosmogonía: “El umbral, antología de relatos insólitos”, y en el segundo: “El lado oscuro de la luz, relatos de misterio”.
Nigromante Black
La ceremonia
ESTAR ENFRENTE A LA CATEDRAL de la ciudad revela algo de paz dentro mi ser; pero el saber que he cometido
algo terrible, algo que no tiene perdón del ser que se conoce
como Dios, eso me impide hacer una reverencia. Lo admito
porque no me arrepiento de nada de lo que hice, y sí, sé que
eso me impide volver a estar en una iglesia, pero no importa
porque cumpliré feliz mi condena.
Aún recuerdo latentemente cada momento de esa noche,
aún puedo sentir ese perturbador frío en mi piel, así como la
adrenalina recorriendo mi ser mientras cortaba el alambre de
púas para así saltar ese viejo muro; recuerdo la ira del viento
quebrando las ramas secas de los árboles, así como ese miedo
que aún me consume ferozmente por dentro. Estar parado
frente la Catedral de la ciudad grita en silencio que me detenga, que pare, pero, pero la promesa que hice no pienso
romperla. Sin dudar continué el recorrido hasta estar cerca de
las vías del tren en Yanahuara, caminé ignorando mis miedos,
ignorando incluso a aquellas sombras que me seguían sigilosamente, como cazadores acechando a su presa.
Al llegar a la habitación de aquella vieja casa, la tierra
hace que recuerde cómo la pala con ayuda de mis manos hacia
un hueco silenciosamente en la tierra santa, buscando aquel
ataúd; recuerdo que era más pesado que antes, y lo sentía a
141
La ceremonia
cada paso que daba, pero eso no me importó, porque
yo lo prometí, y es por eso que la saque de ese lugar, de
esa prisión que intentó separarme de ella.
El estar frente a la Catedral de la Blanca Ciudad, trajo
a mí recuerdos de cómo ella murió. No puede decirle lo que
quería a su momento, aunque creo que ella también lo sentía,
pero no importa porque hoy, aunque no encuentre respuesta
se lo diré, porque hoy al fin pude comprar ese anillo del que
tanto me hablaba, ese mismo, del cual dije que haría lo que
fuera para comprárselo. Han pasado años, pero ya lo tengo y
ahora la hora de acerca, y todo está listo, el círculo está hecho
a detalle, dentro de esta estrella de cinco puntos, invertida;
la perfección es evidente, los cirios en sus lugares y el libro
listo para ser recitado, el vestido aún marca su bella figura. La
belleza de ella es mucho mayor a la del elegante vestido que
encontré, aunque ya no le queda mucha piel en el rostro, aun
así su belleza deslumbra.
A pesar que sus ojos ya fueron consumidos por los gusanos puedo sentir, no sé, que me observa con esa mirada
cautivadora; y es imposible olvidar esa bella sonrisa que hace
latir rápidamente mi corazón. Tic tac, tic tac, marca el reloj, sé
que ya es la hora de la ceremonia, sé que todos estos años del
estudio de la necromancia me servirán para llevar a cabo mi
objetivo.
Las horas recorrían sin parar hasta que al fin acabó la
ceremonia, a pesar que el cuerpo estaba en el centro del círculo sin moverse. Acomodé mi corbata y suspiré fuertemente
arreglando mi terno.
142
La ceremonia
Al fin termine la ceremonia, pero ella aun no se
mueve… Qué importa, solo tengo que decirlo.
—¡Cásate conmigo! —susurre a su oído, con todo
ese sentimiento que acumule por años, aunque no pude
decirlo como quería, al menos ahora logré susurrarle. Las lágrimas recorrían mis mejillas sin parar, al saber que era muy
tarde y que ella no respondería, a pesar de ser consumido por
toda melancolía y la ira me consumía ante la devastación del
fracasado ritual. Me levanté y empecé a caminar...
—Sí, sí acepto— contestó ella con una voz extraña, mientras volteaba su esquelético ser hacía mí.
143
Nigromante Black
La espera
SABES, HAY COSAS que simplemente con observarlas te
sumergen en una corriente de recuerdos, un lugar donde nacen todas aquellas historias de amor, empezando por las más
comunes y complicadas a la vez; pero como dicen, no hay forma de medir ese sentimiento...
Sentado frente a aquella pileta en el centro de la ciudad,
haciendo que en mi parte posterior esté la gran catedral de
Arequipa. Sí, aquella gran iglesia blanca, hecha de piedra volcánica, también desde aquí puedo ver cómo un joven se mueve
muy nervioso viendo el reloj a cada rato y es muy evidente que
el motivo de ese nerviosismo es una cita. Podía verlo levantarse una y otra vez, caminar de un lado a otro, dar suspiros en
ocasiones, acomodar su camisa, para luego sentarse otra vez;
así estuvo por más de dos horas, aproximadamente. Luego de
un rato de agonía, pude ver cómo entre la multitud salió una
chica de ojos claros, cabello castaño, muy agitada, nerviosa, se
acercó rápidamente. Al verlo ella corrió hacia él con los brazos
abiertos y se disculpó con un beso en los labios. Se cogieron
de las manos para caminar en medio de sonrisas y perderse
en medio de aquella multitud de turistas. Estos últimos suelen
ser curiosos y tontos en ocasiones. Recuerdo que fue divertido
ver nadar a uno de esos asiáticos luego de caer en la pileta por
tratar de tomar una toma excelente de las palomas que estaban
144
La espera
paradas sobre el Tuturutu.
Ese joven anterior me hizo recordar a mí, cabello
oscuro, ojos claros y piel bronceada por el Sol: era como
yo, el día que esperaba a mi amada. Ese nerviosismo, esa
ansiedad que me consumía por dentro, mientras miraba los
segundos pasar, recuerdo sus ojos claros, su pálida piel y su
sonrisa encantadora. Si que la recuerdo perfectamente, como
si fuera ayer. Yo la espere por unas horas, creo que ese día en
especial estaba muy nervioso, mi corazón se aceleraba a mil
palpitaciones; tal vez la idea de ponerme de rodillas en medio
de la plaza para pedirle matrimonio me tenía así. Por eso para
calmar mi ansiedad tome algunas pastillas y luego de un fuerte
dolor en mi pecho todo fue tranquilidad. Me senté a esperarla
embargado por la felicidad, al fin le diría que seamos una pareja por siempre. Poco a poco pude ver cómo una pequeña multitud se formaba a mi alrededor; algunos tomaban fotos, tal vez
mi felicidad era tan notoria en ese momento, mientras los turistas me rodeaban con fotos. Pude ver cómo entre la multitud
mi amada venía hacia mí, me levanté rápidamente y poniendo
una rodilla en el suelo, la miré, miré cómo su rostro cambia de
expresión al verme, mire cómo las lágrimas recorrían su rostro,
pude ver cómo el pánico tomaba su rostro rápidamente, mire
cómo, sin decir palabras, se lanzó sobre mí.
Mi sorpresa fue mayor al ver cómo su cuerpo atravesaba
el mío y fue mayor cuando al voltear, pude ver cómo ella lloraba y abrazaba desesperadamente mi cuerpo pálido e inerte,
haciendo caer de uno de mis bolsillos el anillo de oro que estaba destinado para ella.
145
Nigromante Black
El ref lejo
ESA PAZ QUE TE BRINDA RESPIRAR profundamente, mientras cierras los ojos, puede llegar a transportarte a
muchos lugares, como por ejemplo a aquella ciudad que está
en las faldas de aquel gran volcán dormido, un lugar donde
puedes encontrar grandes construcciones de sillar, haciendo
cálido y hasta poético el lugar, una ciudad blanca en la cual
cualquiera disfrutaría vivir, pero…
Es extraño cómo ocurren las cosas, porque cuando abrí
los ojos pude ver con claridad todo lo que me rodeaba gracias a la luz de la Luna llena, sí, pude ver a esas criaturas de
un solo ojo amarillento, de grandes colmillos grotescos; en
sus inexistentes dedos poseían grandes garras de sus extremidades superiores, y ni qué decir de sus seis patas arácnidas que imponían terror; su escamosa piel emanaba una
viscosidad verde que brillaba con intensidad bajo la luz de
aquella Luna.
Consumido por el miedo me levanté tratando de mantener la calma ante la curiosidad y esos horrendos gestos
que emitían algunos de esos seres, mientras pasaba por su
lado. Yo, un ser normal caminaba erguido entre criaturas
extrañas en medio de la noche. El pavor hacía que avance
mirándolos con desprecio y en ocasiones de reojo para evitar ser atacado por la espalda. No sé qué podría hacer para
146
El reflejo
defenderme, pero el instinto me dirigía erguido bajo
la luz plateada del astro nocturno que se escondía en
ocasiones detrás del follaje del bosque, dejándome en la
oscuridad total.
Al final del camino, aquella luz regresó para mostrarme
un gran río rojo que arrastraba restos de criaturas desmembradas, como si la misma naturaleza limpiara los vestigios del
final de una guerra. El miedo otra vez recorrió mi ser, haciendo que con cautela avanzara hasta el origen del afluente.
Evite por el camino a extraños seres gelatinosos e indescriptibles que se arrastraban por sobre los cuerpos de los caídos
que aún respiraban, convirtiéndolos en simplemente baba y
huesos… y armaduras.
El camino me llevó a prados de extraño color, prados
que recorrí con extremo cuidado, evitando cualquier tipo de
peligro en el transcurso. Al pasar el umbral de una cueva, un
intenso olor putrefacto invadió todo; a pesar que trate de ignorarlo mientras avanzaba hasta el centro del lugar, la luz de
la Luna entraba por un gran orificio. En la parte superior se
revelaba el origen del color carmesí del gran río, la cascada
que salía de las rocas creaba la esencia del paraíso de la repugnancia, lugar donde la esencia de la muerte era evidente gracias a grandes serpientes y raras criaturas humanoides
que peleaban por los cuerpos mutilados que estaban desperdigados por todos lados…
De la parte más oscura del lugar: “Al fin has regresado”,
dijo aquella criatura similar a demonio negro que llevaba una
gran hacha en una mano y en la otra un par de cuerpos que se
movían tratando de liberarse.
147
El reflejo
—¿Encontraste lo que fuiste a buscar?— comentó una vieja criatura que flotaba en medio de aquellos
cuerpos devorados.
Los mire primero algo confundido, pero luego sentí
que sonreí. “Sí…”, contesté con voz siniestra, la cual no reconocía como mía.
Es extraño cómo ocurren las cosas, pero en medio de
las risas el miedo hizo estremecer mi ser nuevamente, al ver
a una nueva gran criatura siniestra en el reflejo de un gran
espejo de cristal, que la mostraba arrastrando varios cuerpos
humanos y entre ellos el mío.
148
Nigromante Black
Sesión de medianoche
—DÍGAME USTED ¿cómo empezó todo?
—Las monotonías son buenas romperlas, para así no
aburrirse a largo plazo. Claro, todo depende de qué tipo de
rutinas tengas. En mi caso soy propenso a múltiples pesadillas y constantes parálisis del sueño. Al comienzo siempre
pensé que esto era algún tipo de castigo a las constantes visitas nocturnas a los cementerios. Resulta que luego de leer
muchas historias, es casi imposible que un condenado o alma
errante esté dentro del cementerio, ya que eso es camposanto,
y no solo en una religión afirman eso; mas es bueno tener cuidado por los alrededores, ya que en muchos casos los que no
pueden entrar caminan sin ser vistos por muchos, aunque eso
no quiere decir que la vista periférica no los detecte, es por
eso que se crea la sensación de ser perseguidos u observados
aún estando solos.
— ¿Rutinas? ¿Qué quiere decir con rutinas?
–¿Cómo decir? Bien, son cosas que suelo repetir siempre, ya sea acomodar algo de forma diaria de la misma forma,
de modo automático, o dormir luego de las 3.00 de la mañana
por constantes pesadillas y las parálisis del sueño.
—¿Porque luego de las 3.00 de la madrugada?
Lo que ocurre es que encontré muchos textos que dan
referencia a que a partir de las 12:45, pasada la medianoche,
149
Sesión de medianoche
hasta las 3:15 de la madrugada, se inician las actividades paranormales.
—¿Eres creyente?
—No sabría cómo calificar mi ideología, ya que respeto todas las religiones, aunque no comparto muchos de los
puntos de vista de estas.
—Que interesante. Dígame ¿qué suele ocurrir en ese intervalo que mencionó?
—Bueno, ocurre que cerca hay una higuera, una planta
de higo. Sí, muchos dicen que es ahí donde se reúnen todo
tipo de condenados, así como duendes y brujas; incluso el demonio hace de todo para divertirse, cuando alguien duerme
cerca de ahí es propenso a múltiples pesadillas y parálisis de
sueño.
—¿Usted cree en ese tipo de sucesos?
La cuestión no es lo crea, lo que aseguro es que ocurre
cuando empiezo a dormir a esas horas. Un día puede ser casualidad, dos tal vez por el miedo que crea mi subconsciente
al experimentarlo por primera vez; ya estoy acostumbrado a
eso, pero no vine aquí por eso.
—Bien, dígame qué es lo que le trae a esta sesión.
Resulta que hace más de unas semanas empecé a ver
una pequeña. Al comienzo me sujetó con fuerza, impidiendo
que me mueva. Típico en una parálisis de sueño, lo que no
estaba bien era la hora, ya que en esa ocasión me acosté luego
de las 4:00 am. Como es sabido, es mejor mantener la calma,
en algunos casos se pueden decir lisuras, aunque no es necesario.
—¿Qué más ocurrió?
150
Sesión de medianoche
—Luego de forcejear pude salir de ese estado, y
entre las sombras pude ver a una niña de cabello largo;
repito, cosa que no era común.
— ¿Y por qué no era común?
—Lo normal es que luego de salir de la parálisis del sueño, todo regrese a la normalidad; claro hay casos que ocurren
dos veces seguidas, pero es muy raro. En mi caso la niña que
veía no desapareció y la podía ver como una sombra en mi
habitación. Admito que entré en pánico y la ataqué, pero mis
puños solo atravesaban el aire, aunque el aspecto de la niña
cambió a uno muy aterrador. Pero fue en ese momento en el
que la toqué, ahí pude entender todo lo que le ocurrió.
—¿Como así?
—En ese pequeño momento pude ver a la niña que
sonreía a pesar de estar en un orfanato, a pesar de ser maltratada, hostigada y muchas cosas más; pero a pesar de esto
ella seguía sonriendo, hasta que se encontró con alguien que
la abusó sexualmente en reiteradas ocasiones, y cuando ella
amenazó con denunciarlo, este la golpeó violentamente hasta
asesinarla, y luego la enterró en las afueras de la ciudad de
Arequipa; sí, fue por eso que decidí ayudarla.
— ¿Qué quieres decir con eso?
Bueno, ocurre que ese es el motivo por el cual pedí la
sesión a la medianoche, a pesar de su excesivo precio, y lo
especial que usted se creía. Tenía que encontrarlo, por eso es
que lo busqué; y la verdad venirlo a buscar hasta esta ciudad fue gracias a las indicaciones de aquellas almas que usted
condenó.
—¿No lo entiendo? ¿Qué quiere decir?
151
Sesión de medianoche
—Sí, lo sabe bien ¿cierto?... Usted sabe que si haces un pago de sangre, puedes invocar un ser o alma
condenada para que cumpla su venganza.
—¿Qué…? ¿Qué va a hacer con esa navaja?
—Pequeña, esto es todo lo que puedo hacer por ti. Espero que con esto acabe tu condena.
— ¡QUÉ! ¡ESTO QUÉ…! NO… NO, POR FAVOR, YO
NO QUISE HACERLO, TENÍA QUE CUIDAR A MI FAMILIA… NO POR FAVOR, NOOO….
******
El silencio tomó el lugar por unos segundos, hasta que
uno de los policías miró al más viejo de todos.
—Capitán, eso es todo lo que hay en la grabación de la
última sesión del psicólogo desaparecido.
El anciano agente miró a los oficiales del caso.
—Empiecen el papeleo pertinente.
—Pero señor… —dijo el más joven de los oficiales—, tenemos muchas pistas.
—Tenemos cuatro niños que buscar y esa es nuestra
prioridad —dijo abandonando el lugar.
152
Nigromante Black
La sala de recuperación
EN LA OSCURIDAD del viejo hospital Goyeneche el silencio es corrompido por el sonido de las válvulas de oxígeno
de los pacientes de esta sala común. Eso más tranquilizador
que los gritos desesperados que emitía el paciente de la cama
al costado mía. Necesitaron varios doctores y enfermeros
para poder calmarlo.
Luego de unas horas la Luna se posó en lo más alto iluminando la sala, haciendo que mis ojos se cierren para sumergirme en el mundo de los sueños.
—Ayúdame, por favor ayúdame —dijo la voz del paciente a mi costado.
Un extraño escalofrío me consumió.
—¿Qué puedo hacer por ti? —susurre, tratando de que
me escuchara.
—Ayúdame, por favor, ayúdame.
—¿Qué puedo hacer por ti? —volví a preguntar, pero
alzando más la voz.
—Ayúdame, por favor, ayúdame.
El escalofrío era más intenso, haciendo que el miedo me
consuma al instante.
— ¿Qué quieres? —dije, mientras me levantaba para ir
a su cama.
Luego de mover la cortina que me separaba de aquel
153
La sala de recuperación
compañero de cuarto, justo en ese momento unas frías
manos se posaron en mi hombro.
—¿Qué hace levantado? Tiene que acostarse —dijo
una somnolienta enfermera.
Al pasar el susto inicial y con voz temblorosa le respondí.
—Es que el paciente de mi costado esta que me pide
ayuda —dije, mientras ella me acompañaba a mi cama otra
vez—; pero, por favor, también ayude al que está a mi lado.
Luego de acomodarme en mi lecho otra vez, ella fue hacia la cortina del costado y la abrió para revelarme.
—Señor, no quiero que me juegue ese tipo de bromas, ya
que el paciente que estaba aquí, murió hace horas —dijo ella
cerrando otra vez la cortina, para luego irse.
Al ver eso, el miedo me consumió en un instante, más
cuando apagaron las luces y al costado de mi cama se volvió
a escuchar esa voz.
—Ayúdame, por favor, ayúdame.
154
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de dciembre de 2017 en la
ciudad de Arequipa, con un tiraje de
500 ejemplares.
Descargar