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TROYA Y HOMERO - HACIA LA RESOLUCIÓN DE UN ENIGMA (JOACHIM LATACZ)

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Joachim Latacz
Troya y Homero
Hacia la resolución de un enigma
Los sorprendentes hallazgos de las recientes excavaciones
en el yacim iento de Troya son el punto de partida de
esta investigation arqueológica, histórica y filológica
sobre uno de los grandes misterios de la Antigüedad.
Joachim Latacz ¡
ilí
J iim rtiK
Nacidoien 1934, es uno de los más prestigiosos espe­
cialistas mundiales en Homero. Desde 1981 enseña filo­
logía griega en Basilea. Ha colaborado en las excava­
ciones que se llevan a cabo en la colina de Troya bajo
la dirección de Manfred Korfmann y es coeditor de Stu­
dia Troica, la revista que publica las investigaciones
sobre Troya. Ha escrito numerosos libros sobre litera­
tura griega antigua.
Troya es uno de los mayores enigmas de la historia universal. ¿Existió la guerra de Troya
tal y como la cuenta Homero en la Ilíada? ¿Qué hay de cierto y qué de mito en el caballo
de Troya? E incluso, ¿hubo realmente un lugar llamado Troya? ¿Dónde estaba?
Toda nuestra información sobre el ascenso y la caída de Troya parte de la Ilíada de Home­
ro, un libro escrito 450 años después de su desaparición, pero que es el más antiguo
en el que se acreditan el nombre del lugar y los sucesos narrados, y de él parte toda la
literatura posterior. Hasta hace poco, ni siquiera existía la certeza de que el emplaza­
miento excavado por el célebre arqueólogo alemán Schliemann fuera realmente el lugar
en el que se levantaba la antigua Troya.
Pero todo ha cambiado en la última década. Las excavaciones, los nuevos descubri­
mientos y los esfuerzos de los expertos por descifrar lenguas antiguas indican que la
ciudad de Troya estaba junto a los Dardanelos y que Homero no fantaseaba. En esta fas­
cinante indagación detectivesca acerca del mito y la realidad de Troya, dirigida primordialmente a profanos en la materia, el especialista en Homero y profundo conocedor
de Troya Joachim Latacz, nos guía hacia la resolución definitiva de uno de los grandes
misterios de la Antigüedad.
ÜB im ago m undi
Ilustración de cubierta | © Escena de la guerra de
Troya pintada en una crátera griega del siglo vi a.C.
Metropolitan Museum of Alt, Nueva York.
Joachim Latacz
Troya y Homero
Hacia la resolución de un enigma
Traducción de Eduardo Gil Bera
Ediciones D estino |C olección imago m undi Volumen 28
Título original: Troia und Homer. Der Weg zur Lösung eines alten Rätsels
No se perm ite la reproducción total o parcial de este libro, ni su in­
corporación a u n sistem a inform ático, ni su transm isión en cualquier
form a o p o r cualquier m edio, sea éste electrónico, m ecánico, p o r fo­
tocopia, p o r grabación u otros m étodos, sin el perm iso previo y por
escrito de los titulares del copyright.
© 2001 Joachim Latacz
© 2001 K oehler & A m elang, M ünchen Berlin
© Ediciones D estino, S.A., 2003
D iagonal, 662-664. 08034 B arcelona
www.edestino.es
Prim era edición: abril 2003
ISBN: 84-233-3487-2
D epósito legal: M. 12.385-2002
Im preso p o r Lavel In d u stria Gráfica, S.A.
G ran C anaria, 12. H um anes de M adrid
Im preso e n E spaña - P rin ted in Spain
TOMAR EN SERIO A HOMERO
La Ilíada va a cum plir veintinueve siglos. D urante casi
todo ese tiem po, ha sido objeto de fascinación y contro­
versia. Pocas generaciones después de H om ero, los grie­
gos discutían ya la veracidad de la acción narrada, no e n ­
tendían todas sus alusiones y tam poco sabían situar gran
parte de los lugares m encionados en el texto.
Desde los tiempos de Hecateo de Mileto y los pensado­
res que mostraron «ánimo investigador», en el siglo vi a. C.,
la realidad del relato hom érico, la personalidad del au ­
tor, la naturaleza de su técnica poética, el trasfondo his­
tórico de su narración, h a n sido m aterias debatidas. En
u n tem a tan antiguo y recurrido, nadie esperaba noveda­
des dignas de m ención.
De Troya y H om ero, que aparecen unidos desde el
principio de la tradición literaria de Occidente, no se sa­
bía casi nada con certeza. Pero en la últim a década, el es­
tado del conocim iento de uno de los enigmas más a n ti­
guos de la historia de la cultura h a sufrido u n cam bio
revolucionario. Los descubrim ientos son tan recientes y
abarcan tantas disciplinas que algunos aún son ignorados
en los círculos de los especialistas.
El escenario de la acción, Troya, ocupa desde siem pre
u n lugar excepcional en la leyenda, la literatura y la ar­
queología. Hoy, la ciudad de Troya ya no es un lugar fabu­
loso, ni un nido de piratas de localización problem ática en
la costa del Egeo. El descubrim iento de su barrio bajo ha
perm itido reconstruir su m agnitud de gran ciudad anato­
lia residencial y comercial en la última Edad de Bronce. El
hallazgo de docum entación escrita en el verano de 1996,
dentro del perím etro de su ciudadela, ha m arcado un p un­
to de inflexión definitivo en su valoración histórica.
La form a de investigar tam bién ha cam biado. El h u ­
manista clásico, encastillado en su form ación grecolatina
y acercándose a Troya desde su eurocentrism o histórico,
es una figura del pasado. En la investigación actual tienen
su lugar otras disciplinas, desde la arqueozoología y la
prospección m agnética hasta la anatolística. Cada cam pa­
ña arqueológica, cada mes, casi cada día, surgen nuevos
indicios que dotan de una dim ensión nueva al viejo enig­
m a de Troya y H om ero.
La dialectología y la asiriología han descubierto en el
texto hom érico construcciones métricas que son anterio­
res en ocho siglos a su puesta por escrito, es decir, versos
acuñados hace más de tres mil seiscientos años. A m edia­
dos de los años 90, el descubrim iento en Tebas de nuevas
tabletas de arcilla y su interpretación han revelado u n fon­
do geográfico de una exactitud inimaginable en los topó­
nimos del catálogo de naves de la Ilíada. Las grandes po­
tencias m undiales del II milenio a. C., sus modos de vida,
relaciones y ocaso repentino destellan con nitidez en los
hexám etros del prim er poeta de Occidente.
La Ilíada, el texto clásico p o r antonom asia, se leerá de
otro m odo en lo sucesivo. A hora sabemos que es m ucho
más que el principio de la literatura occidental: es el p u n ­
to culm inante de u n inm enso m arco poético y narrativo
an terio r a la escritura, que se rem onta a m uchos siglos
antes que H om ero.
Los rasgos básicos del contenido de este libro están lla­
mados a ser de obligado conocim iento, parte de eso que
llamamos cultura general. Como dice el autor de la p re ­
sente obra, ocuparse de Troya y la Ilíada es u n m edio de
profundizar en nuestro propio origen.
Joachim Latacz, especialista en los textos hom éricos y
profundo conocedor de las m uchas disciplinas que traba­
ja n hoy en el esclarecimiento de la guerra y la historia de
Troya, reconstruye para el lector no especializado las vías
que desde muchas vertientes confluyen en la antiquísim a
intuición de que H om ero debe ser tom ado en serio.
Agradecemos al propio profesor Latacz que, para la
presente traducción, nos haya facilitado las correcciones
y actualizaciones que introduce en la cuarta edición ale­
m ana, aún sin publicar en el m om ento de redactar estas
líneas.
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R egión de soberanía egipcia
K a r k a m is s a
N o m b re h itita , País, P oblación
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O tro s n o m b re s an tig u o s, Población
S ecu n d o g e n itu ra
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C a p ita l y lugar im p o rta n te de culto
M ykenai
O tro s países
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L ugar im p o rta n te de culto
N o m b re griego d o cu m en tad o
en el 2 o m ilen io a. C.
(T ransm isión Lineal B/egipcia)
IQ Palacio m icénico
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N o m b re h itita , río
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In scrip ció n luvioglífica
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O tro s n o m b re s an tig u o s, río
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Id en tificació n insegura
Im p e rio h itita
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País in te rio r
© C ap ital
Z o n a de in tereses/in flu en cia h itita
W IL U S A
País extran jero (estado m iem b ro )
R egión d e los estados aliados de A rzaw a
HALPA
R egión K askea
Masa
Z o n a d e c u ltu ra m icénica.
T errito rio del país A hhijaw a
(¿inclusive Creta?)
A sia M en o r, E geo y G recia en el siglo
x iii
a. C.
W a im a
Masa
PROEMIO
En el verano de 1984, trabajaba yo en un libro sobre
H o m ero dirigido a u n am plio público con interés lite­
rario. Por entonces, se repetían en los periódicos breves
reseñas sobre la reanudación de trabajos arqueológicos
en la zona de Troya. El profesor de Pre- y Protohistoria
M anfred Korfm ann, de Tubinga, fue nom brado director
de las nuevas excavaciones. Escribir un libro sobre H om e­
ro y, al mismo tiempo, ignorar las nuevas actividades en el
lugar que fue escenario de la Ilíada quedaba descartado.
Así que m e dirigí al para m í desconocido colega de Tu­
binga, con u n a petición en la que le rogaba más detalles
sobre sus previsiones y objetivos de trabajo. Sin que ape­
nas m e diera cuenta, a la vez revelaba yo cierto escepti­
cismo respecto al proyecto: en aquel m om ento daba p o r
prácticam ente excluido que, tras las excavaciones de
H einrich Schliem ann, W ilhelm D örpfeld y Carl Biegen,
que se habían prolongado durante un espacio de tiempo
total que rondaba los setenta años (1871-1939), en Troya
y sus alrededores, la T róade, p u d ie ra n hacerse descu­
brim ientos que m erecieran ese nom bre. El recep to r de
la carta reaccionó de m anera rauda y eficaz: no se perdió
en explicaciones dilatadas, sino que me citó directam ente
15
en la Tróade: yo mismo podía hacerm e u n a rápida idea.
Eso me im presionó. Hice mi reserva en un vuelo chárter
a Izmir, alquilé allí un Ford desvencijado con el acelera­
dor deform ado y, catorce días después de aquel breve in­
tercam bio epistolar, fui a parar, u n a sofocante tarde de
verano, a la plaza del pueblo de Yenikoj. Los viejos del lu­
gar, con sus trajes negros, en los porches ante el ayunta­
m iento —bebiendo té, fum ando y dando vueltas entre los
dedos a sus sartas de cuentas— , intentaban ocultar en lo
posible su curiosidad. A mi pregunta, en inglés y alemán,
por el «profesor Korfmann» sólo siguieron corteses incli­
naciones de cabeza. Más fortuna tuvo la repentina inspi­
ración de preguntar, al socaire de u n a rem iniscencia de
Karl May, p o r «Osman Bey»:2una fluida locuacidad, acom­
pañada de expresiva gesticulación, me rem itió a u n senci­
llo edificio de dos plantas al otro lado de la plaza del pue­
blo: sin duda, la escuela. Cuando bajé allí del Ford, vino a
mi en cuentro u n hom bre con aspecto de deportista, ru ­
bio, ancho de espaldas y con brillantes ojos azules. Aven­
turé u n resuelto: «Usted ha de ser el profesor Korfmann».
«Y usted el profesor Latacz.» Así com enzó u n a relación
que había de convertirse en amistad y dura hasta hoy.
Aceptado amistosamente por el equipo de excavación,
participé durante tres días en los trabajos en el Besik-Tepe, una colina al borde del H elesponto (los D ardanelos).
Vivía en com pañía de Korfm ann, en una pequeña casa de
labradores alquilada, con paredes encaladas y los más sen­
cillos m uebles de madera; todas las tardes iba con él, lle­
vando cada u n o u n cubo, al pozo del pueblo, a sacar el
agua pai'a la m erecida «ducha» (una recíproca m ojadu­
ra), usaba la tosca letrina del patio trasero, me levantaba
puntualm ente a las cuatro de la m añana del duro lecho y
me sentaba ju n to a los hom bres y mujeres del equipo de
excavación y la cuadrilla de trabajadores turcos, en el re­
m olque del tractor que nos llevaba, en la oscuridad de la
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m adrugada, a campo traviesa, hasta el Besik-Tepe. Al ca­
bo de clos días cie observar y escuchar en el lugar y, p o r la
tarde, en la casa del equipo de la excavación, asimilé lo
suficiente como para no sentirm e perplejo por ser rep en ­
tinam ente encargado de conducir a un grupo de visitan­
tes alemanes por la zona de investigación.
U no de los días de mi visita, fue un dom ingo, jo rn a d a
de descanso para todo el equipo. K orfm ann me invitó,
ju n to a los colaboradores más cercanos, a u n viaje e n
je e p a Truva (Troya). U na vez que todo fue m ostrado y
explicado, y cuando estábamos en el punto más elevado
de la ciudadela, con la enorm e extensión de ruinas a los
pies, las aguas plateadas del H elesponto en la lejanía, la
elevada región m ontañosa del Ida a nuestras espaldas, y
tres mil años de historia local y universal sobre nuestras
cabezas, se me escapó, como por su cuenta, la frase: «¡Aquí
debía usted excavar, señor K orfm ann, aquí!». Lo que si­
guió fue un largo silencio. Luego, un viaje a la región del
Ida, a una fiesta popular llena de color, en el bosque, al
pie del salto de u n arroyo de m ontaña, con alm uerzo
cam pestre, elección de la chica más guapa de la com ar­
ca, bailes y cantos. D urante el regreso, narré de una tira­
da toda la histoi'ia de Troya, desde el juicio de Paris hasta
la vuelta a casa de Odiseo. Jam ás he tenido u n público
que escuchase con mayor atención.
Cuando me despedí, para reconocer la costa hacia aba­
jo , hasta Éfeso, Mileto y Didima, todos sabíamos que algo
había com enzado allí. Desde entonces, Troya no me ha
abandonado jam ás. Com o resultado, aparece este libro.
Espero que pueda convencer a muchos de que ocuparse
de Troya y H om ero es más que u n divertimiento intelec­
tual que se presenta com o ciencia. Es u n m edio de p ro ­
fundizar en nuestro propio origen.
17
No es posible m encionar a todos aquellos que h an co­
laborado en la realización de este libro. Nadie de ellos ni
ellas está olvidado. Es lo que querría decir, de m anera la­
pidaria, la dedicatoria. No obstante, algunos de los partí­
cipes deben ser destacados.
Esta em presa ni siquiera hubiera em pezado sin el per­
severante y firme arte de persuasión editorial de Michael
Siebler. Las prim eras frases obtuvieron aprobación m er­
ced a M anfred y Katja Korfm ann, quienes leyeron las pá­
ginas del m anuscrito que llegaban casi a diario, p o r fax, a
Troya, y puntualizaron algunos extremos. En las especial­
m ente im portantes cuestiones de hititología,3 Frank Star­
ke fue para m í u n fiel colaborador desinteresado; G ünter
N eum ann m e advirtió de algunas im precisiones. En el
campo de la arqueología clásica, he de agradecer sobre to­
do a Wolf-Dietrich Niemier, quien me proveyó, tanto ante
las ruinas de Mileto, como en casa, por teléfono, con la más
reciente literatura y provechosas conversaciones. Louis
G odart me mantuvo continuam ente inform ado por correo
electrónico sobre los avances investigadores en la in ter­
pretación de las tabletas de Tebas de la nueva Lineal B;4
a él y a quienes actuaron como m ediadores, Rolf Stucky
y Franco M ontanari, les debo especial gratitud. El dominio
de la ingente cantidad de literatura secundaria hubiera si­
do imposible sin la siempre solícita y reflexiva actividad de
mi ayudante científico Andreas Külling; su asiduidad fue
para m í alegría y estímulo al mismo tiempo. Redactar el
manuscrito, no sólo formalmente, sino m ejorándolo en no
pocos pasajes m ediante advertencias útiles, tam bién desde
el punto de vista del lector, fue la insistencia com prom eti­
da de la asesora del libro en su edición alemana, la señora
Julia Hoffmann; reciba mi cordial gratitud.
Basilea, febrero de 2001
J
o a c h im
L atacz
INTRODUCCIÓN
El tem a Troya h a sido aprovechado cada vez con más
frecuencia en los últim os años p o r los medios de com u­
nicación: periódicos, revistas, radios, televisiones, cine. La
fascinación que aún em ana de ese nom bre y de todo lo
relacionado con él (la guerra de Troya, el caballo de Tro­
ya) se debe a m uchas razones. U na de ellas es, segura­
m ente, la circunstancia de que Troya, para m uchas p e r­
sonas, va unida a la arqueología, a la aventura del viaje al
pasado, a la búsqueda de tesoros misteriosos que oculta
la tierra, en u n a palabra, al redescubrim iento de lo d e ­
saparecido. U na segunda razón puede consistir en que
Troya significa el inicio de la m oderna ciencia de la exca­
vación y que ese inicio está inseparablem ente unido al
nom bre del com erciante y arqueólogo alem án H einrich
Schliem ann, en torno al que se tejen algunos mitos. El
«Tesoro de Príamo», que Schliem ann sacó a la luz y tras­
ladó a Berlín en 1873, y que reapareció hace pocos años
en el Museo Puschkin de Moscú, es uno de ellos. En 1994,
Michael Siebler describió con gran tensión dramática esa
historia increíble en u n núm ero especial de la revista A n ­
tike Welt («O tra Odisea : del búnker Flak al Museo Pusch­
kin»), Una tercera razón lleva consigo un cierto sentimien-
19
to de desagravio; tras una larga pausa de cincuenta años,
desde 1988 vuelve a trabajarse con intensidad, bajo direc­
ción alem ana, en Troya y su problem a, y ese trabajo, con
sus, al m enos en parte, sensacionales descubrim ientos,
hace de nuevo patente la relevancia del m érito de Schlie­
m ann.
D etrás de todas estas razones, aún yace algo diferen­
te y más profundo: Troya es u n a de las grandes y ricas
culturas de la hum anidad que p o nen ejem plarm ente de
m anifiesto la ley histórica de ascenso y caída en p ro ce­
sos cerrados: Sumer, Babilonia, el im perio de Minos en
Creta, el im perio de los hititas en Asia Menor, la prim e­
ra cultura avanzada de los griegos en Micénicas-TirintoPilos, el im perio asirio, el im perio de A lejandro Magno,
el im perio rom ano y muchos otros sistemas de poder, úl­
tim am ente el im perio soviético del siglo xx. E ntre todas
estas form as de p o d e r y cultura, Troya ocupa u n lugar
peculiar: sabem os especialm ente poco sobre el ascenso
y declive de ese centro en los D ardanelos que perm ane­
ció vivo durante dos mil años. ¿Realmente fue destruido
y entregado a las llamas en la «guerra de Troya»? Y el me­
dio de hacerlo, ¿de verdad fue, tras un sitio infructuoso
de u n a década p o r los griegos, el caballo de Troya, aque­
lla genial creación del prototipo de todos los ingenieros
e inventores, Odiseo? ¿Y qué tiene que ver con todo ello
H om ero, el poeta griego, quien habla del acontecim ien­
to en su Ilíada, siglos después de la caída de Troya y pa­
rece saber tanto sobre esa opulenta ciudad? Son, sobre
todo, esas p re g u n ta s las que evocan u n a y o tra vez re ­
novado interés, así como despiertan en el h o m b re su
h o n d am en te arraigada pasión p o r la solución de los
enigmas.
La ciencia, que no es sino esa misma pasión sistemati­
zada, ha conseguido ahora, en los últimos diez o quince
años, asombrosos éxitos en torno a Troya y su problem a.
20
El objetivo de este libro es inform ar a aquellos que n o
p u ed en participar p o r sí mismos en la aventura científi­
ca. Como círculo de receptores, se ha pensado en un am ­
plio público —lo cual no excluye que acaso tam bién co­
legas expertos de las num erosas disciplinas de la ciencia
de la Antigüedad, estudiantes y profesores p uedan obte­
n e r provecho— . Pero, como no son los especialistas, sino
expresam ente los no especialistas, quienes han de figurar
en el punto central, se ha procurado evitar en lo posible
la jerg a lingüística, ofrecer la mayor cantidad posible de
aclaraciones adicionales, que el experto no necesita pero
h a de tolerar con agrado, así como traducir siem pre los
textos citados de lengua extranjera y, en suma, expresar­
se tan claro como sea posible. Eso, cuando se h a trabaja­
do con esta m ateria durante décadas, resulta a veces difí­
cil, y, p o r lo mismo, pu ed e que no se haya logrado en
todos sus extremos. Pero es de esperar que el esfuerzo sea
evidente.
Vaya p o r delante que aquí no se van a tratar la tota­
lid ad de los problem as que están relacionados con el
«caso Troya». Eso significaría la acum ulación de tal canti­
dad de materiales que se perdería todo hilo argum entai.
Aquí, más que nada, se va a encarar un problem a en es­
pecial. Sin em bargo, ese problem a en especial represen­
ta el núcleo de toda la cuestión de Troya. Quien se ha fa­
m iliarizado con ese núcleo com prenderá m ucho más
fácilm ente todo el resto de interrogantes que se reú n en
en torno a Troya.
La pregunta que constituye el núcleo de esta investiga­
ción se puede dividir en cuatro partes: 1) ¿Es la colina
de los D ardanelos, d o nde se excava desde hace ciento
treinta años, realm ente la misma de aquella «Troya» que
H o m ero p resen ta com o lugar de la acción en su e p o ­
peya, bajo el título Ilíada ? 2) Si es así, ¿qué aspecto tenía
la Troya histórica, cuando aún existía y no había sido en-
21
tregada a las llamas? 3) ¿Cómo pudo llegar el conoci­
m iento de esa Troya histórica y su caída, a través de cua­
trocientos cincuenta años, hasta el poeta griego Homero?
4) Si eso fue posible y si el peregrinaje de ese conoci­
m iento se puede reconstruir, ¿hasta qué punto podem os
utilizar el poem a de H om ero, la Ilíada, com o fu en te de
inform ación sobre la Troya histórica?
Esas cuatro preguntas proceden del interro g an te so­
bre la relación entre Troya y Hom ero. Por eso mismo, Tro­
ya y Homero es el título de este libro. Eso no significa que
todos los problem as relacionados con Troya y H om ero
e n cu en tren aquí su solución. Lo que quiere indicar es
que aquí se va a crear la condición previa para que esas
preguntas pisen suelo firm e. Porque n in g u n a cuestión
relacionada con Troya y H om ero se resolverá con éxito
satisfactorio, si antes no queda claro cómo se presenta la
relación entre Troya y H om ero. La única fuente original
que inform a sobre la guerra y el caballo de Troya —y de
m uchas más cosas que vincula consigo— sigue siendo,
antes como ahora, H om ero. Todas las demás m enciones
son tardías y se basan en él.
Pero, antes de com enzar a proceder con las cuestiones
planteadas, hay que procurarse o, m ejor dicho, ten er pre­
sentes unas inform aciones básicas. V ienen a continua­
ción, de la form a más resum ida posible. Tal vez, p ara al­
gunos sea dem asiado resum ida, pero el lector que quiera
saber más y con mayor exactitud sobre los puntos que si­
guen debe dirigirse a la bibliografía, al final del volumen.
U na secreta esperanza de quien escribe apun ta a que la
lectura de lo aquí expuesto abra el apetito a quien lee y
lo im plique en la gran aventura de la investigación sobre
Troya. Pero quien se entusiasme deberá continuar el ca­
m ino p o r sí mismo.
22
«Troya», también llamada «Ilios»,5es el escenario de u n
poem a que el poeta griego Homeros —que nosotros llama­
mos H om ero— com puso hacia el 700 a. C., en lengua
griega antigua. El poem a es u n a larga epopeya, es decir,
u n a gran narración que tiene nada m enos que unos die­
ciséis mil versos; cada uno de ellos es u n hexám etro (en
griego: seis medidas), eso quiere decir: u n verso largo que
contiene seis pies (más adelante tratarem os de la estruc­
tura del verso en detalle). La epopeya tiene lugar en u n a
«remota antigüedad», es decir, que el narrador deja claro
desde el inicio y de m anera insistente: «Lo que aquí os
cuento pasó hace m ucho tiempo». El título de esta epo­
peya es «Ilias»; que, de hecho, es la form a fem enina de u n
adjetivo que significa «lo perteneciente a Ilios» y, en ori­
gen, sobreentendía autom áticam ente, para el griego que
escuchaba ese adjetivo, un sustantivo como póiesis = «poe­
sía, poema», de m anera que con «Ilias» com prendía: «el
poem a referido a [la ciudad de] Ilios». Ese título no procede del propio poeta, sino que le fue dado más tarde al
poema^q^xe, en origen, no tenía título alguno; así podía
distinguirse de otros del mismo género, p o r ejemplo, de
la Odysseia, la Odisea, que tam bién se atribuye a H om ero
(más de doce mil hexám etros), pero que no tiene lugar en
Ilios, sino en muchos parajes del M editerráneo y que, p o r
eso, no podía denom inarse por el escenario, sino m ejor
p o r el protagonista, Odiseo. La epopeya Ilíada, como su
herm ana Odisea, ha sido copiada una y otra vez a lo largo
de los siglos, prim ero entre los propios griegos, luego en­
tre los rom anos —cuya clase culta leía y hablaba griego,
como prim era lengua extranjera— , luego en el imperio de
Bizancio (hoy, Estambul) y en los monasterios cristianos.
Por fin, cuando alrededor de 1450 se inventó la im prenta
en Europa, se transfirió a la form a de libro.
La epopeya Ilíada es el más antiguo m onu m en to lite­
rario de Europa. Eso se basa en que pocas décadas antes
23
de su redacción (alrededor ciel 800 a. C.) los griegos crea­
ro n el alfabeto que hoy, en su form a latinizada, segui­
mos em pleando. Antes, a lo largo de siglos, los griegos no
p u d iero n escribir nada, porque no poseían n in g u n a es­
critura.
Troya/Ilios, el escenario de la acción de H om ero, fue
equiparado p o r sus contem poráneos, pero tam bién por
todas las generaciones posteriores en G recia y Roma,
hasta el siglo vi d. G., con u n a fortaleza arruinada que se
encontraba en la región de la Tróade, es decir, en la par­
te de Asia M enor de la actual Turquía, muy cerca del es­
trecho entre el M editerráneo y el m ar N egro, que llama­
mos Bárdemelos, (por Dardanos, el patriarca troyano que
figura en la Ilíada) ; los griegos lo llam an Helles-pont =
«mar de H elle», u n a figura m ítica griega.0 Toda esa re­
gión de la Tróade estuvo bajo dom inio griego desde el
800 a. C. La p ro p ia fortaleza arruinada, sin em bargo,
perm aneció en desuso y esencialm ente intacta, según sa­
bem os hoy; probablem ente, hubo bajo su jurisdicción só­
lo u n santuario al que se acudía en festividades divinas y
se sacrificaban víctimas. H om ero, al que los griegos con­
sideraron siem pre su poeta nacional, cantó en la Ilíada,
en la que los niños griegos a p ren d ían a leer, u n a gran
victoria de los griegos europeos unidos co n tra la Troya
asiática. En consecuencia, Troya com enzó a ser venera­
da com o u n a especie de triunfo y lugar de p eregrinaje
nacional. A lejandro M agno, en su ru ta hacia Asia en el
año 334 a. C., hizo p aten te su reverencia p o r el lugar.
Debió de ser u n a señal porque, hacia el 300 a. C., re­
construyeron los griegos en toda la región de la colina
—la cima y las lomas descendentes— u n a nueva ciudad
m oderna, la urbe helenizada conocida como «Ilion». Se
erigieron nuevos y grandes templos que, con frecuencia,
se asentaban sobre restos de m uralla de diversa antigüe­
dad y, p o r ello, se explanó toda la m eseta superior. Cuan­
24
do, más tarde, G recia y Asia M enor q u e d a ro n bajo
dom inio rom ano, se llevó a cabo, a partir de la época de
Cayo Julio César (siglo i a. C.), bajo los Caes ares (p ro ­
n u n ciado Kaisares, de ahí el alem án «Kaiser») otra re ­
construcción: nació la rom ana «Ilium». Las nuevas ciu­
dades de Ilion e Ilium fueron visitadas y veneradas
respectivam ente p o r griegos y rom anos como lugares his­
tóricos.
En el siglo vi d. C., el paraje quedó despoblado. Las
edificaciones griegas y rom anas se derruyeron en el cur­
so de los siglos siguientes y fueron quedando enterradas.
La com arca se convirtió en m onte, dehesa, labrantío y
desierto. Eran visibles restos de construcciones acá y acu­
llá, pero los habitantes de los alrededores no sabían si
eran m odernos o antiguos. Cuando toda la región quedó
bajo el dom inio turco (en 1453 fue la tom a de Constantin o p la ), la colina, sobre la que estuvieron en otro tiempo
la fortaleza y las m encionadas ciudades, recibió el nom ­
bre turco de Hisarlik com o consecuencia de los todavía
evidentes restos.7
En su aspecto, la colina era semejante a muchas otras de
la comarca. La exacta situación topográfica de Ilio n /Iliu m
y, con ella, la de Troya/Ilios cayó en el olvido. Pero como
la Ilíada de H om ero continuaba siendo leída —con espe­
cial interés en la E uropa de los siglos x v m y x ix , sobre
todo, en los colegios de form ación hum anista de aquella
época— , se intentó d eterm inar de nuevo el em plaza­
m iento. Los viajeros hacían u n a y otra vez diversas p ro ­
puestas de localización (entre ellas, tam bién estuvo H i­
sarlik) , pero como no se excavaba, tam poco se im ponía
ninguna de esas propuestas.
Troya fue redescubierta y excavada p o r dos hom bres:
el cónsul británico y am ericano, así como arqueólogo afi­
cionado, Frank Calvert, afincado desde tiem po atrás en
los D ardanelos, estaba persuadido de que Troya e Hi-
25
sarlik debían de ser idénticas, así que com enzó en 1863
a excavar en la colina. Sin em bargo, como carecía de los
necesarios m edios financieros para u n a excavación real­
m en te eficiente, no pasó de ser u n a m odesta tentativa.
E ntonces e n tró en escena H einrich Schliem ann. Aquel
hijo de pastor protestante (nacido en Neubukow, en 1822,
y fallecido en Nápoles en 1890) había acum ulado, como
com erciante en San Petersburgo, sobre todo d u ran te la
g u erra de Crim ea, en 1853-1856, u n a enorm e fortuna.
Desde 1864, se había en gran m edida retirado de la vida
de h om bre de negocios y dedicado, privadam ente, a di­
versos estudios: idiom as, literatura, arqueología (en la
Sorbona de París), además de innum erables viajes. Tras
las co rrespondientes indicaciones de Frank Calvert, co­
m enzó en abril de 1870, guiado p o r la Ilíada de H om e­
ro, con las excavaciones en Hisarlik que continuó, a gran
escala, de 1871 a 1873, en 1878/79 y en 1890, ju n to al
m édico, antropólogo y arqueólogo berlinés R udolf Vir­
chow, y el arquitecto e investigador de construcciones
W ilhelm D órpfeld. Sus hallazgos — entre ellos el llam a­
do Tesoro de Príam o, que estuvo en B erlín y hoy se
m uestra, en gran parte, en Moscú y San Petersburgo— y
descubrim ientos (no sólo en Troya, sino tam bién en Gre­
cia: Micénicas, Tirinto, O rcom eno) lo hicieron m undial­
m ente fam oso.8
La colina H isarlik (150 X 200 m, con u n a elevación
actual de unos 37 m, estribación de u n a m eseta de pie­
dra caliza, a 6 km al oeste de la costa del m ar Egeo y 4,5
km al sur de los Dardanelos; figuras 1-2), según sabemos
hoy en base a las excavaciones, ya en la época prehistóri­
ca, aproxim adam ente desde el 3000 hasta el 1000 a. C.,
estuvo poblada y fortificada de m anera inin terru m p id a.
Com o p ara la construcción se em pleaban ladrillos de
adobe secados al aire libre, cuya duración es lim itada, se
hacía necesario renovar la mayor parte de la población
26
Troya y su entorno en la actualidad. La línea negra delimita el Parque Nacional.
Figura 1: Troya y su en to rn o en la actualidad. La línea negra
delim ita el Parque Nacional.
de tiem po en tiem po, cada cuarenta o cincuenta años de
m edia. Entonces, se explanaban las antiguas edificacio­
nes, de m anera que las nuevas quedaban a un nivel más
alto que sus precedesoras (la llamada elevación de vivien­
da) . Así se originó, sobre el fondo rocoso de la colina, u n a
segunda elevación artificial de unos 16 m de altura. Si se
hacen en esa tierra cortes verticales de arriba abajo (zan­
jas), se p u ed en reconocer en las paredes laterales de la
zanja (perfiles) u n total de 41 fases de construcción.
Además de la renovación vertical de la población, ca­
da cierto tiem po tenía lugar u n a expansión horizontal,
hacia afuera, de la totalidad del espacio habitado sobre
27
DAHOANELOS
Figura 2: Troya y su entorno en
el siglo II a. C.
la superficie de la colina. Cada una de esas poblaciones
recrecidas era fortificada, es decir, nuevam ente am ura­
llada. Los correspondientes restos de m uralla se p u ed en
distinguir en tre ellos, en base a diferentes m odos de
construcción, técnicas de am urallam iento y otros crite­
rios. Desde Schliem ann y D örpfeld, se en u m eraro n de
abajo (la más antigua ciudadela) hacia arriba (la más re­
ciente) .
De entrada, Schliem ann creyó haber descubierto cin­
co de tales fortificaciones en época prehistórica, las cua­
les denom inó de la m anera siguiente (fig. 3):
(I) 1. Población (16-10 m bajo la superficie de la colina).
(II) 2. Población «ciudad quemada» (10-7 m).
(III) 3. Población (7-4 m).
28
(IV) 4. Población «ciudad de madera» (4-2 m).
(V) «Pueblo extranjero» (2 m).
Sobre estas cinco poblaciones prehistóricas, estableció
aún otras dos históricas:
(VI) Ilion griega (1 m ).
(VII) Ilion rom ana (1-0 m).
Esta división, como m uestra la figura 3, se mantuvo in ­
cluso con las discrepancias de la excavación am ericana
de 1932-1938. Entretanto, la term inología «1. Población»
(y sucesivas) se sustituyó, bajo el influjo de Dörpfeld, en 1882,
p or la nueva de «Troya I», «Troya II» (y sucesivas) hasta
«Troya IX».
Aquella fortaleza que Schliem ann creyó el escenario
de la Ilíada hasta poco antes de m orir9 se reveló, tras la
m uerte de Schliemann, como Troya II en la nueva term i­
nología, o sea, como u n a fase de fortificación que había
durado desde 2600 hasta 2300 a. C. En aquel tiempo, los
griegos ni siquiera habían em igrado al sur de la penínsu­
la balcánica, de m odo que era im posible que h u b ieran
atacado Troya desde sus fortalezas en Grecia, tal y com o
se narra en la Ilíada. U na época que pudiera ser tenida
en consideración para u n ataque sem ejante sería, antes
que ninguna, la época dorada de la prim era cultura grie­
ga avanzada, la generalm ente llam ada cultura micénica,
p o r su capital Micenas: aproxim adam ente en tre 1250 y
1150 a. C. Ese espacio de tiem po corresponde en Troya,
como m uestra la figura 3b, a la fase final de Troya VI (cu­
yas murallas no descubrió D örpfeld hasta 1893/94) y a la
inicial ele Troya VII. Esa fase de la vida de Troya es d en o ­
minada, por eso, «ciudad homérica» de m anera generali­
zada. Por abreviar, se acepta aquí esa denom inación, au n ­
que sea sabido que se trata ele p u ra convención y no de
una afirm ación histórica. Si los m icénicos, es decir, los
griegos de la época m icénica, atacaron realm ente Troya,
incluso en una acción aislada y tem poralm ente reducida,
29
1871-1873
0 1 _
1938
EN L A ELEV A C IÓ N
F O R TIF IC A D A
«P U E B L O
2 - ' E X T R A N JE R O »“
cerámica decorada
4. Población
«C IU D A D DE
M AD ER A »
4 -
FUERA
IX
ILION ROM ANA
_________ILION
G R IEG A
V
VIII
VII«
VI
Num erosos estratos
de catástrofe
IV
3. Población
Continuidad cultural
del 2ä estrato
III
7 -
2. Población .
«C IU D A D
Q U EM A D A »
1873-1890=«Troya»
1. Población
1871/72=«Troya»
14-
/ 7777/
ROCA CALIZA
J 16_
ROCA CALIZA
METROS BAJO
LA SUPERFICIE
DE LA COLINA
Figura 3 a /b : Sucesión de los estratos de población en la coli­
na Hisarlik. A la izquierda, conocimientos de Schliemann /D ó rp ­
feld (1871-1890) y de Biegen (1938); a la derecha, conoci­
m ientos actuales (Excavación K orfm ann 2000).
Augusto en Troya, 20
Destrucción de Fimbria
Alejandro en Troya, 334
Jerjes en Troya, 4G0
Miada de Homero,
aprox. 730-710
¿Guerra de TVoya?
Figura 4: Las primeras excavaciones en la colina Hisarlik (Schlie­
m ann) . Dibujo de Adolphe Laurent.
o sea, si la «Guerra de Troya» entre griegos y troyanos, de
la que H om ero en su Ilíada parte como de algo sobreen­
tendido, fue en definitiva histórica o una invención grie­
ga, incluso tal vez hom érica, aún no ha sido com pleta­
m ente aclarado en la actualidad y es lo que aquí ha ele ser
explicado con más detalle.
En consecuencia, ese espacio temporal de la «ciudad ho­
mérica» —ju n to con la, en su caso, conjeturable «Guerra
de Troya»— figura en el punto de m ira del presente libro.
En la colina Hisarlik h an trabajado hasta hoy —si se
prescinde de las pequeñas prospecciones de Frank Cal­
vert a partir de 1863 (fig. 4)— cuatro directores de exca­
vación que dan nom bre a sus equipos:
La excavación Korfm ann es, hasta hoy, la más dilatada
investigación en Troya. Está financiada por fondos públi­
cos y privados. Tiene lugar todos los años, en verano, du-
32
[Frank Calvert
1863-1869]
H einrich Schliem ann
1870
1871
1872
1873
1878
1879
H einrich Schliemann
(+Wilhelm Dórpfeld)
1882
1890
Wilhelm Dórpfeld
1893
1894
Carl Biegen (Cincinnati)
1932-1938
M anfred Korfm ann
1988-2000
rante unos tres meses p o r campaña. En cada u na de ellas,
participan entre cincuenta y noventa científicos, técnicos
y estudiantes de diversas nacionalidades y de las más varia­
das disciplinas relativas a la Historia Antigua (incluyendo
ciencias naturales y técnica de o rd en ad o r). Los hallazgos
perm anecen en Troya o en Çanakkale, los resultados de la
excavación se valoran y estudian, durante el resto del año,
en la unidad de trabajo «Proyecto Troya», en la Universi­
dad de Tubinga. Lo más im portante se publica anualm en­
te en la revista especializada Studia Troica de la que, hasta
ahora, han aparecido diez núm eros (1991-2000).
PRIMERA PARTE
TROYA
LA ANTIGUA SITUACIÓN DE LAS FUENTES:
NADA AUTÉNTICO
Troya vivió, com o fortificación, ciudad y centro co­
m ercial — esto ha quedado p aten te a p a rtir de 1988,
m erced a la nueva excavación dirigida p o r el arqueólo­
go especialista en proto- y prehistoria M anfred Korf­
m ann— alrededor de dos mil años: desde el 3000 hasta
el 1000 a. C. Eso viene a ser cuatro veces más tiem po que
toda la «Edad M oderna» (invención de la im prenta h a ­
cia 1450, descubrim iento de Am érica en 1492). Pese a
esa dilatada longevidad, el m undo no h u b iera sabido
apenas nada de Troya, tras su destrucción alrededor del
1200 a. C. —y nada en absoluto de la «Guerra de Troya»,
que todavía hoy sigue siendo vivamente debatida entre
los científicos—, si un griego, y sólo uno, que vivió unos
cuatrocientos cincuenta años después de la caída de la
ciudad fortificada y/muy lejos de tal escenario, no hubie­
ra com puesto un poem a con u n a dram ática historia que
ten ía como fondo este preciso lugar. H ablam os de H o­
m ero y su Ilíada.
El estado de las cosas parece difícilm ente com prensi­
ble: durante toda la duración de su existencia, el empla­
zam iento estuvo rodeado, según sabemos, por escritura
37
en diversas lenguas y sistemas (caracteres cuneiform es,
hieroglifos), y puede excluirse que precisam ente sólo en
ese lugar de Troya no se escribiera10—sin em bargo, hasta
hoy, no ha aparecido u n solo signo escrito que proceda
incontestablem ente de Troya— . De m anera que la propia
Troya perm anece m uda, ni u n a sola vez hace saber su
nom bre. Por supuesto, eso no ha de quedar así. Conoce­
mos m uchos lugares del m undo antiguo que tardaron en
revelar su posesión de la escritura, en O riente, Egipto,
Grecia, Creta... Es, pues, bien posible que escuchemos u n
día a la misma Troya hablarnos en su propia lengua. Pe­
ro hasta hace poco, u n a sola voz hacía saber con detalle
del p o d er y el declive de Troya: era griega y procedía de
boca poética. No es extraño que, hasta la época más re­
ciente, u n a sola disciplina científica se haya ocupado de
Troya: la H istoria de la A ntigüedad Clásica (con su apar­
tado de arqueología clásica) cuya m ateria es la historia y
cultura de los griegos y rom anos. Es fácil ver qué poco
equitativo resultaba: vendría a ser como si, p o r ejemplo,
Moscú estuviera reducido a ruinas desde m ucho tiem po
atrás y no tuviésemos noticia de una sola palabra en ruso
sobre la insigne historia de Moscú, pero tam poco en otra
lengua que recordara a u n texto histórico; y que, en lu­
gar de tales docum entos, poseyéramos sólo u n a novela
francesa sobre la cam paña rusa de N apoleón —y que su­
piésemos sólo p o r ese libro de la existencia de u n N apo­
león y de la Francia de aquellos años— . El resultado se­
ría, prim ero, que Moscú sería para nosotros, antes que
nada, u n sitio novelesco, es decir, muy «rom ántico» —y
N apoleón, u n personaje de novela— , y, segundo, que úni­
cam ente la novelística, con u n a «arqueología novelísti­
ca», se sentiría com petente en la ruina de que se trata en
la novela de Moscú. La im agen de Moscú, así como la de
Francia, que resultara de semejante limitación a una sola
fuente sería nebulosa y escasamente debería tomarse muy
38
en consideración. Lógicamente, aparecerían investigado­
res que declararían aquella novela p uro producto de la
fantasía y aseverarían que jam ás existió en realidad N a­
poleón alguno y el Moscú de la novela no era identificable con las ruinas rusas.
La extrem a parcialidad del estado de la fuente escrita
—n in guna del propio país troyano, sólo una fuente del
exterior; y ésta no recordaba, ni de lejos, a un corpus de
inscripciones ni a u n a crónica, nada de historia, o sea, in ­
vestigación, sistema; sólo un poem a, y nada más que uno,
que no nació hasta unos cuatrocientos cincuenta años
después de la caída del em plazam iento y que además es
algo diverso a una descripción de lugar con sus personas
y guerras— tuvo su final en el año 1996. Pero, antes de
proseguir, paso a paso, con el relato de cómo sucedió, es
preciso tener presente con claridad el problem a que así
encontró su solución.
EL PROBLEMA BÁSICO:
¿HISARLIK SE LLAMÓ REALMENTE,
ALGUNA VEZ, TROYA/ILIOS?
H asta 1996 se sucedieron veinticinco cam pañas de
excavación, en cinco ciclos y bajo cuatro directores, en
la colina turca de Hisarlik, en los D ardanelos. A lo largo
de esas cam pañas de excavación se fue despejando ca­
d a vez más la historia de la p oblación de la ciu d ad ela
sobre la colina y, p o r últim o —a p artir de 1988 y, en es­
pecial, desde 1993— , tam bién la de los barrios bajos si­
tuados delante, como veremos enseguida. Pero ninguno
de los arqueólogos sabía cómo se llam ó, en su tiem po,
la población que sacaba a la luz. Todos sabían o creían
saber que el lugar donde excavaban era idéntico al que
u n p o eta griego del siglo v i i i a. C. denom inaba Troya o
Ilios en su poem a. A ceptaban esa denom inación, lo mis­
m o que todo el m undo antes que ellos, desde que exis­
tió la litada. No obstante, nadie sabía cóm o es que H o ­
m ero dio en llam ar Troya o Ilios a tan im p resio n an te
paraje ruinoso en la esquina noroccidental de Asia Me­
nor. Es más, la ignorancia alcanzaba u n a h o n d u ra aún
mayor: ¿es que hubo jam ás u n a Troya o u n a Ilios? ¿No
p u d o H om ero, poeta, al fin y al cabo, h a b er inventado
40
los nom bres? ¿Y, lo m ismo que los nom bres, toda la his­
toria de Troya, incluyendo la g u erra de Troya? ¿Allá,
sentado en un gran bloque de piedra, ante los restos de
la ciclópea m uralla que dan alas a la fantasía e inspiran
hazañas poéticas? C ierto es que contra eso se p ro n u n ­
ciaba el hecho de que el nom bre fuera doble: ¿qué p o e­
ta inventaría para el escenario de la acción de u na his­
toria ficticia, no uno, sino dos nom bres? ¿No era
ju stam ente esa doblez de los nom bres u n seguro indicio
a favor de la vieja tradición, p o r más que esa doblez d e ­
biera explicarse? Tam poco esta reflexión bastaba p ara
u n a total tranquilidad. Ya al pionero de la investigación
troyana, al p ropio H ein rich Schliem ann, le asaltaron
ideas dubitativas en horas som brías.11 N inguno de sus
seguidores debió de q u ed ar totalm ente a salvo de ellas.
La arqueología com o tal puede, en efecto, establecer el
n o m b re de u n a población excavada sin los c o rresp o n ­
dientes hallazgos de inscripciones sobre el lugar. En esos
casos, está supeditada a identificaciones m ediante fu en ­
tes externas. De este hecho, u n influyente escéptico en
lo referen te a Troya, el antiguo catedrático de Proto- y
Prehistoria en Saarbrücke, Rolf H achm ann, extrajo la si­
guiente conclusión con toda claridad:
Si, de la propia epopeya o de otras fuentes, no se eviden­
cia ningún punto de apoyo de que Troya debe ser idéntica a
una de las poblaciones de la colina Hisarlik, entonces no se
ha dado absolutam ente ninguna posibilidad de probarlo,
tanto más cuanto que la arqueología no posee indicio algu­
no para hacerlo. Es más: si no se puede confirm ar de la mis­
m a epopeya, o basándose en otra prueba, la historicidad de la
ciudad de Troya y de la guerra de Troya, la cuestión de la his­
toricidad de la ciudad y de la guerra es errónea, porque fue­
ra del yacim iento arqueológico no es posible u n a p ru e­
ba así.12
41
Casi trein ta años más tarde, en 1992, la situación se­
guía siendo la misma. D onald F. Easton, quien, en u n a di­
sertación de tres volúm enes publicada en 1989 se había
posicionado con todo lujo de detalles de acuerdo con las
excavaciones de Schliemann, aseveró u n a vez más:
La arqueología no puede suministrar noticias de la guerra
de Troya, m ientras no estemos seguros de que este lugar fue­
ra Troya. N ada lo ha probado hasta la fecha. No hay testi­
m onios de inscripciones de la Baja Edad de Bronce, ni ta­
bletas cuneiform es o de la Lineal B,13ninguna piedra inscrita
con jeroglíficos, nada que nos refiera realm ente: «Aquí está
Troya». Tam poco hay nada relevante en los textos de la Li­
neal B de otros lugares.'1
Esas constataciones eran correctas y la conclusión fi­
nal de H achm ann, lógica. La condición que im p o n ía
H achm ann para asegurar la identidad de Hisarlik con la
de T roya/Ilios —puntos de apoyo p ara la id en tid ad , o
b ien de la m ism a epopeya, o de otras fuentes— no se
cum plió, pese a todos los esfuerzos, hasta el año 1996.
Cierto es que dijo «de la misma epopeya», con creciente
precisión de la interpretación del hallazgo y mayor p ro­
xim idad del hallazgo arqueológico a los datos del texto.
La d u da de la identidad se agravaba, aunque la inseguri­
dad básica co ntinuaba para todo el que q u ería te n er
pruebas irrefutables y no indicios. Y el p u n to sobre la i:
las «otras fuentes» exigidas p o r H achm ann se hacían es­
perar. Además, ¿de dónde iban a surgir? Lo ideal, p o r su­
puesto, sería el hallazgo de u n archivo palaciego troyano, sem ejante al de Cnossos o Pilos, con tabletas de
arcilla, en alguna de las lenguas usadas p o r entonces en
el área m editerránea y se calificase a sí mismo com o «Ar­
chivo de Troya/Ilios». Hay que decir que ése fue el sue­
ño, d u ran te m ucho tiem po, de todo arqueólogo de Tro­
ya y, sin em bargo, como aún veremos, hoy vuelve a ten er
42
reales visos de cum plim iento m erced a la excavación de
K orfm ann.
No ideal, pero sí con suficiente fuerza probatoria h u ­
biera sido otra form a de identificación: textos proceden­
tes de la época de Troya, en alguna de las lenguas que se
originaron fuera de Troya, que localizaran el lugar de m a­
n era geográficam ente indudable en el em plazam iento
donde se ha excavado y denom inaran a ese lugar «Troya»
y /o «Ilios». La dirección en la que había que buscar tales
textos en prim er lugar la presum ió otro escéptico de al­
tura en lo referente a Troya, el prehistoriador de Essen
Justus Cobet, asintiendo a antiguas conjeturas y por e n ­
tonces recientes m anifestaciones de boca de los jéspecialistas en Asia M enor Kurt Bittel y Hans Gustav Güterbock,
en el año 1983: «No quiero excluir como posibilidad que
[...] Troya V I/V II [...] en efecto, se llam ara Troya o Ilion»,
y añadió en u n a n ota a pie de página: «Eso podrían d e ­
m ostrarlo, de improviso, textos hititas ...».ie \
ESTACIONES DE UNA BÚSQUEDA:
¿CÓMO SE LLAMABA HISARLIK EN
LA EDAD DE BRONCE?
LA NUEVA MIRADA HACIA ORIENTE
Cinco años más tarde, en 1988, M anfred K orfm ann co­
m enzó a excavar en Hisarlik. En ese mismo instante, las
probabilidades de que la profecía de Cobet se convirtiera
en realidad em pezaron a crecer de m anera súbita. Por­
que, con K orfm ann, p o r prim era vez en unos ciento vein­
te años de investigación en Troya, no fue a H isarlik u n
clásico historiador de la Antigüedad, sino u n arqueólogo
proto- y prehistoriador. Eso significaba u n viraje radical:
desde los mismos griegos y, más tarde, desde los rom anos
hasta Biegen, el predecesor de Korfm ann, siem pre se ha­
bía m irado a Troya partiendo de O ccidente, desde Grecia
y teniendo sin cesar a H om ero en la cabeza. Con ello, no
sólo había sido una m irada autom áticam ente grecocéntrica, sino tam bién textualm ente dirigida: el lugar quedaba
siem pre exclusivamente unido a la Ilíada de H om ero y no
era visto con el rango que tenía p o r su propio derecho.
Con K orfm ann, que acudía desde O rie n te — trabajó du­
ran te años en el Instituto A rqueológico A lem án en Es­
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tambul y, posteriormente, excavó en la Anatolia Medial—,16
cambió la perspectiva de raíz. Él no fue en 1982 a los Dardanelos a verificar a H om ero, sino a profundizar en la
función de la antigua región cultural en torno a Troya,
en la más estrecha posición entre Asia y Europa, en lo re ­
ferente al tráfico, el com ercio, la «economía mundial» y
la constelación de p o d er en la era más tem prana de am ­
bos continentes, m ucho antes del florecim iento de la cul­
tura grecorrom ana. Por prim era vez en la historia del in ­
flujo de Troya, el in terés p o r el to tal m o n u m e n to
arqueológico troyano no era dirigido p o r su función co­
m o escenario de u n m om entáneo registro poético ex­
tranjero, la Ilíada griega, sino p o r su significado autóno­
m o como lugar de asentam iento y nudo comercial. C on
ello, tam bién la obligación de.asociar autom áticam ente a
«Troya» y «Homero» quedó suspendida.
Esta ru p tu ra resultó ser liberadora para la investiga­
ción de Troya. Por fin podía dirigirse la m irada de m ane­
ra intensiva hacia aquellas regiones que habían form ado
el interior del país natural de Troya a lo largo de dos mil
años, lo mismo al norte que al sur, pero, sobre todo, a
O riente. Después de todo, cuando los griegos, allá p o r
el 2000 a. C., em igraron desde el n o rte al sur de la p e ­
nínsula balcánica, ¡Troya ya estaba en el mismo sitio des­
de hacía más de mil años! ¿Es que en esos miles de años
no se habrían desarrollado allí tradiciones venidas de
O riente que, en aquel tiem po, era el espacio cultural de
prim er orden? El hecho de que esta pregunta fuera ape­
nas planteada con anterioridad se debe, como más tarde
form uló K orfm ann, «a la fascinación que em anaba de
H om ero y su obra como “protogriega”, lo cual mitificó el
lugar y poco* m enos que lo envolvió en niebla».17 Un cam ­
bio de perspectiva parecía, pues, más que necesario. Y
M anfred Korfm ann lo em prendió.
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SE DESCUBRE EL BARRIO BAJO DE TROYA
... así que ahora declaro decididamente que es imposible que
la ciudad de Príamo haya podido extenderse hacia lado alguno
más allá de la antigua superficie cimera de esta fortificación...
H einrich Schliem ann, 1874
C o n je tu ra s
El prim er fruto de ese cambio de punto de vista fue el
descubrim iento de u n barrio bajo, de inequívoca im ­
p ro n ta anatolia, pegado a la ciudadela. Ese descubri­
m iento tuvo u n a dilatada prehistoria. Ya Schliem ann ha­
bía expresado en el año 1884 dudas —pese a su «decidida
declaración» original, citada en el epígrafe, no obstante,
p or otras razones (¡Hom ero!)— «respecto a la extensión
de la ciudad», es decir, dudaba que Troya hu b iera podi­
do consistir iónicamente en la fortaleza elevada que era,
sencillam ente, dem asiado pequeña; tuvo que h ab er exis­
tido u n barrio bey o más grande.18 Para la prevista campa­
ña del año 1891 se propuso, entre otras cosas, «sacar a la
luz el barrio bajo de Troya».19 Su m uerte, el 26 de diciem­
bre de 1890, en Nápoles, lo impidió.
C uando D órpfeld reem p ren d ió las excavaciones en
1893/94, prosiguió con las conjeturas referen tes al ba­
rrio bajo, pero sin advertir el hecho de que, en lugar del
barrio bajo largam ente esperado, descubría la m uralla
más exterior de Troya VI, encom endó a los p rehistoria­
dores Max Weigel y Alfred Götze la ejecución de sondeos
en la lom a superior que se extendía hasta quinientos m e­
tros al su r/su ro este de la fortaleza. Los resultados indu­
je ro n al colaborad or de D órpfeld, Alfred Brückner, a
concluir que la ciudadela de Troya VI — es decir, aquel
estrato de población más extensa de Troya cuya caída
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describe la Ilíada de H om ero, en el punto de vista de los
arqueólogos de entonces— tuvo u n barrio bajo con u n a
extensión de ochenta m il m etros cuadrados como m íni­
m o.20 Como en los años posteriores no se continuaron las
excavaciones, tam bién la búsqueda del barrio bajo q u e ­
dó detenida en sus inicios. C uando D örpfeld publicó en
1902 su inform e general de excavación, lam entó m ucho
esa deficiencia. No quería cerrar el capítulo sobre la his­
toria de las excavaciones de Troya, sin expresión de la es­
peranza de que «pronto sea descubierta u n a gran p arte
del barrio bajo».21
Por desgracia, la excavación am ericana de 1932-1938,
dirigida por Biegen, no tuvo en cuenta aquel llam am ien­
to. Cuando descubrió en 1934 u n cem enterio del estrato
de población VI —o sea, aquella fase de población en que
la fortificación en lo alto de la colina alcanzó su máxima
extensión— a unos quinientos m etros al sur de la p u erta
m eridional de la m uralla,22 no dedujo en consecuencia la
pregunta de si era verosímil que los habitantes de la p ar­
te fortificada recorrieran, en cada fallecim iento, m edio
kilóm etro con el cadáver a través de un paraje deshabita­
do y, tras el enterram iento, regresaran a lo largo del mis­
mo trayecto, o si no era más probable que el cem enterio,
lo mismo que en otros lugares de aquella época, m arcara
la linde de la población, es decir, que eran presum ibles
viviendas entre la m uralla y el cem enterio, lo cual signifi­
ca u n barrio bajo.23
D e sc u b rim ie n to s
Bajo Ilion está Troya VI
Todo lo contrario de Korfm ann. Ya en 1988, el prim er
año de la nueva excavación, re a n u d ó la búsq u ed a del
barrio bajo correspondiente al anteriorm ente citado de-
47
seo de D órpfeld.24 M ediante la introducción de una n ue­
va técnica entonces disponible, la «prospección (geo)m ag­
nética», u n a especie de m étodo radiográfico que perm ite
rep resentar el bajo fondo de vastos espacios sin destruc­
ción de la superficie y prepara así, de m anera rápida y efi­
ciente, los m étodos de sondeo que requieren tiem po, se
consiguieron en el p rim er año de excavación descubri­
m ientos que superaban con m ucho todo lo obtenido has­
ta la fecha. Ya Schliem ann y quienes le siguieron habían
sabido que al sur de la fortificación, en la era greco-helena (o sea, unos trescientos años antes de Cristo) y en la
rom ana, en especial bajo César y los posteriores em pera­
dores rom anos, se había edificado una extensa ciudad de
Ilion (en térm inos de los expertos, «Troya VIII», griega, y
«Troya IX», rom ana), y D órpfeld ya sacó a la luz inm e­
diatam ente extram uros el «Buleuterion» (ayuntam iento)
y, en parte, tam bién el «Odeion» (escenario orquestal, pe­
queño teatro) de aquella ciudad. Pero, prescindiendo de
hallazgos aislados y casuales, apenas se había ido más allá
en el terreno.
Ahora, con ayuda de la nueva técnica, la expedición
K orfm ann p u d o establecer, ya el prim er año de excava­
ción, que la ciudad heleno-rom ana de Ilion había segui­
do evidentem ente una concepción de urbanism o de alto
vuelo (orientación este-oeste/norte-sur del trazado de ca­
lles y fachadas), hubo de tener u n «entero aspecto de gran
ciudad»25 (calles anchas con aceras; grandes edificios; es­
tablecim ientos públicos de im portancia com o teatro y
baños; sobresaliente abastecimiento de agua p or m edio de
tubos de arcilla; canalización con buen funcionam iento)
y se extendió sobre una superficie m ucho más extensa que
lo jam ás conjeturado hasta entonces. Sin em bargo, otro
descubrim iento fue aún más sensacional: donde quiera
que se profundizara con sondeos dentro de la urbaniza­
ción grecorrom ana, se topaba, inm ediatam ente debajo
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del más profundo estrato heleno, con el de Troya VI, es
decir, el estrato de la «ciudad homérica». Como se dio con
él ya a ciento setenta m etros al suroeste de la p uerta m eri­
dional de la m uralla de Troya VI, se sugería la conclusión
de u n a «posible población baja de Troya VI»26 y la conje­
tura ya citada de Brückner de que Troya VI pudo haber te­
nido un barrio bajo igual de extenso que la Ilion grecorro­
m ana se manifestó, ya en 1988, prim er año de excavación,
como realista desde todo punto de vista.
Cuando en las siguientes campañas los indicios se m ul­
tiplicaron, en 1992 reu n ió K orfm ann en una investiga­
ción propia todos los argum entos disponibles hasta e n ­
tonces a favor de la existencia de un extenso barrio bajo
de Troya VI. E ntre otros, figuraba el argum ento de la ca­
si com pleta ausencia de flechas en la zona efectivamente
fortificada. U n barrio situado delante lo explicaría, pues­
to que absorbería las armas arrojadizas y así, además de
su evidente función económ ica, habría servido tam bién
m ilitarm ente a la fortaleza, com o zona de tope. Basado
en diversas reflexiones K orfm ann concluyó p or entonces
«que esa población exterior estaba amurallada»; más ex­
cavaciones eran insoslayables para la aclaración de esa im ­
portante cuestión.27
I La muralla ?
El éxito de esa perseverante estrategia del barrio bajo
no se hizo esperar m ucho tiem po. En la cam paña de
1992, los colaboradores de excavación H elm ut Becker,
Jö rg Fassbinder y H ans Günter, en su prospección m ag­
nética con u n m agnetóm etro de cesio más sensible que
los aparatos utilizados hasta entonces, a unos cuatrocien­
tos m etros al sur de la m uralla de la ciudadela de Troya
VI, entre dos y tres m etros de profundidad y p o r debajo
de otras antiguas estructuras urbanas, dieron con u n «mu­
ro quem ado de adobe», de hasta seis metros de ancho, que
49
pudieron seguir durante unos ciento veinte m etros y que
además debía estar justo en el punto de la mayor exten­
sión m eridional, poco antes de u n a puerta que debía ser
el acceso sur de la población. Para ellos no había duda de
que h abían en contrado la «buscada m uralla de la Edad
de B ronce de Troya VI/VII» o, dicho de otro m odo, la
«muralla de la ciudad hom érica».28
Ese descubrim iento cambió radicalm ente la habitual
im agen de Troya. A hora había que calcular —conform e
a las deducciones de Brückner en 1894— la adición a los
ya conocidos veinte mil m etros cuadrados del espacio
construido en el área de la ciudadela de al menos ochenta
mil m etros cuadrados de barrio bajo. Con eso, Troya
V I/V II abarcaría en el m om ento de su máxima expansión,
alrededor de 1200 a. C., cien mil metros cuadrados como
m ínim o; más adelante veremos que esa estim ación aún
era, p o r m ucho, dem asiado escasa. Tras los cálculos esti­
mables planteados p o r K orfm ann había que contar para
esa ciudad con más de seis mil habitantes.29
Primeras consecuencias
El cam bio en la m anera de representarse a la «Troya
homérica» que significaba eso —y las excavaciones poste­
riores todavía aum entaron las dim ensiones otra vez— no
sólo se le escapó al público en general, sino tam bién a la
com unidad científica, aparte del grupo investigador en
Troya, y p o r cierto no sólo en 1993, el año de la publica­
ción de ese descubrim iento, sino tam bién más tarde y de
m odo reiterado. No sólo al prim er arqueólogo, H einrich
Schliem ann, le pareció Troya «demasiado pequeña» en
su m om ento, como ya hem os visto. En las cabezas de m u­
chos expertos que estaban habituados a exam inar pobla­
ciones de muy diferente escala a las de Schliem ann,
D örpfeld y Biegen, se había asentado u n a representación
de Troya com o u n «nido de ladrones y piratas» más o me-
50
nos im portante. U no de los mejores conocedores de ciu­
dades antiguas y su arquitectura, Frank Kolb, se expresó
así en su trabajo m odelo La ciudad en la Antigüedad res­
pecto a Troya V I/VII:
Troya VI y VII, po r más que puedan tenerse en conside­
ración cronológicam ente para u n a identificación con la
Troya hom érica, eran pequeñas poblaciones pobres y no p o ­
drían aspirar a u n a denom inación como ciudad.30
Los nuevos hallazgos dejaban patente ese pu n to de vis­
ta como erro r de estim ación. Sugerían com paraciones
com pletam ente diferentes: Troya V I/VII, com o Korf­
m ann ya declaró en 1993, se aproxim aba m ucho en su
disposición a una serie de conocidas ciudadelas anatolias
con población fortificada en la parte de abajo, del tipo de
las antiguas ciudades comerciales y residenciales de Asia
Menor. E num eraba, en tre otras m uchas ciudades sem e­
jantes, si bien más grandes, «la capital de los hititas, Bogazkóy-Hattusa».31 Con ello, se ampliaba aún más la m ira­
da hacia Oriente. H abría que estar más atento que nunca
a los resultados de excavación de los años siguientes en
el barrio bajo.
El foso
Al año siguiente, 1993, vino la constatación funda­
m ental, aunque de m anera algo distinta a la esperada:
tres excavaciones hechas a m odo de test bajo la dirección
sobre el terreno de Peter Jablonka, en la zona de la «mu­
ralla» localizada el año anterior m ediante la prospección
magnética, es decir cuatrocientos metros al sur de la ciudadela, p ro dujeron el siguiente resultado que el descu­
b rid o r describió, con todo derecho, com o «espectacu­
lar»:32 quedó a la vista un foso excavado lim piam ente en
la roca, de más de tres m etros en su base y hasta cuatro
en su borde superior — o sea, no una m uralla, com o se
51
dedujo erró n eam en te el año anterior, en base a la im a­
gen radiográfica— con paredes aproxim adam ente verti­
cales; en el lado sur, es decir, hacia la meseta, u n m etro
de profundidad, y en su lado norte, aprovechando un es­
calón natural de la roca, llegaba a más de dos metros. En
la parte excavada, discurría de oeste a este. La prospec­
ción m agnética, que indagó su trazado desde ambos fina­
les del fragm ento excavado, ahora, como es natural, con
m ucha más fiabilidad, pudo establecer de en trad a u n a
longitud de trescientos veinte metros; u n a vez reconstrui­
do todo su trazado en base a las características naturales
del paraje, se dedujo u n a longitud de dos kilómetros. Eso
significaba, ju n to con la ciudadela, una superficie cerca­
da de la ciudad Troya VI/VH de unos doscientos mil m e­
tros cuadrados.33 El foso era parte de u n a instalación de­
fensiva, podía descartarse toda duda. Y, con ello, tam bién
quedaba claro p o r qué el cem enterio de Troya VI que la
expedición de Biegen descubrió pero, com o vimos, no
explicó, estaba situado tan lejos del m uro de la ciudade­
la: el espacio interm edio estaba poblado.34 Gomo es natu­
ral, esta disposición defensiva hubo de ten er original­
m ente u n a m uralla; u n foso como im pedim ento a la
aproxim ación sólo tiene sentido si retard a el ím petu de
los atacantes de m odo que éstos, m ientras intentan supe­
rarlo y acaso lo consiguen puntualm ente, se encuentran
ante el siguiente obstáculo, el m uro, desde lo alto del cual
p u e d en ser «asaeteados». En relación a esto, Jablonka
anotó: «La existencia de una m uralla al norte del foso [es
decir, hacia la ciudad] ha de suponerse poco m enos que
forzosam ente».35Veremos cómo se cumplió el pronóstico.
El foso defensivo había que datarlo, inequívocamente,
en la época de Troya VI, pero en un período anterior al es­
trato «homérico»; sin duda, para el 1300 a. C., ya se había
rellenado y abandonado; veremos el motivo. Así que Troya
tuvo, ya antes de su mayor florecimiento hacia el 1200 a. C.,
52
una conocida y espectacular disposición defensiva que no
pudo ser ignorada en el área m editerránea oriental, de ello
se ocupaba también la navegación comercial.
La conclusión de Jablonka term inaba de golpe con los
anteriores errores de estimación:
Con ello, pudo establecerse p o r prim era vez u n deslinde
de la población de abajo. [...] Se estima u n a extensión de
más de ciento setenta mil m etros cuadrados para el barrio
bajo de Troya VI y otros veintitrés mil para la fortaleza, o
sea, un total de unos doscientos mil... [...] La cifra ya indi­
cada po r K orfm ann de entre seis y siete mil habitantes pa­
rece plausible. [...] Observado el concepto global de ciudadela y barrio bajo fortificado, parece, como K orfm ann
estableció, más com parable con el área anatolia que con la
micénica. Es probable que Troya perteneciera a la serie de
«ciudades comerciales y residenciales» del área m editerrá­
nea oriental y antiguo-oriental de la misma época.36
Al año siguiente, 1994, se pudo asegurar aún más el
hallazgo. Además de precisiones más detalladas en los ya
existentes tres y en otros dos nuevos cortes, se efectuó
u n o más a trescientos m etros al oeste del más oriental.
Dio como resultado la continuidad del foso en la lín ea
objeto de prospección m agnética y lo hizo exactam ente
de la misma form a y sem ejante perfil que los tres cortes
del año anterior. Así se puso en concreta evidencia el fo­
so en dirección este-oeste, a lo largo de trescientos m e­
tros (no se hizo, por supuesto, del mismo m odo en toda
su longitud, el gasto sería excesivo y otras actividades ru ­
rales de la actualidad serían interferidas. Se considera la
dem ostración efectuada cuando las prospecciones m ag­
néticas y /o las líneas de trazado esperadas de u n a obra
construida se constatan en algunas localizaciones signifi­
cativas) . El recorrido este-oeste del foso aprovechaba u n a
arista del terreno en el perfil de la roca en la misma di­
53
rección. A este y oeste del foso com probado la arista del
terreno doblaba hacia el norte. Así quedaba el foso com­
probado con exactitud en su curva m eridional. Eso que­
ría decir, prim ero, que debía continuar a este y oeste de
la p endiente hasta unirse a la fortificación de la ciudade­
la, y, segundo, que en algún sitio conform e a la p endien­
te hacia abajo, a unos trescientos m etros, según toda ló­
gica, de su trazado este-oeste, debía p o d erse atravesar
de algún m odo p o r personas, animales y vehículos, a fin
de asegurar el tráfico y el sum inistro, p o r m edio de un
p u en te, u n terrap lén o algo parecido. Ya en la prospec­
ción m agnética se m ostraba una interrupción en u n sitio
determ inado. ¿Habría estado allí el paso? ¿Y dónde estu­
vo la m uralla de la ciudad que, según sabemos de la his­
toria de las ciudades fortificadas, allá donde hay u n foso
lo acom paña necesariam ente?37
La puerta de la ciudad
El verdadero punto de inflexión en la historia de la in­
vestigación de Troya vino en 1995. Su inform e de excava­
ción de ese año, que apareció al siguiente, lo introdujo
K orfm ann con la frase:
La excavación del año 1995 fue, desde el punto de vista
de la dirección del proyecto, la de más éxito hasta la fecha. ’8
Lo que figuraba en las tres prim eras páginas del infor­
me, con la habitual pequeña escritura poco llamativa y en
el acostum brado estilo lapidario y neutro, debiera literal­
m ente arrancar de su asiento a todo conocedor de la his­
toria de la arqueología y de la secular discusión sobre Tro­
ya y H om ero. Por desgracia, esos informes de excavación
son leídos con regularidad y atención p o r unos relativa­
m ente pocos expertos y, contra la extendida idea de casi
todos los profanos, tam bién sólo por relativamente pocos
arqueólogos. La arqueología se ha convertido en u na dis­
54
ciplina sobrem anera ramificada, en la que los investigado­
res son afortunados si al menos no pierden de vista el cam ­
po de su especialidad. Para la gran totalidad, apenas que­
da tiempo; uno se inform a ojeando revistas que, p o r su
parte, sólo pueden dar cuenta de los hechos más im por­
tantes, en congresos y m ediante contactos personales.
Quien excava en Grecia, Italia, norte de Africa, Egipto, Is­
rael, Siria o donde sea, carece generalm ente del tiempo y
la energía para seguir las excavaciones de sus colegas en
otros lugares, con la total continuidad de sus microestructurales avances en conocimientos. Además, una revista de
gran formato, como Studia Troica, con sus quinientas pági­
nas anuales, incontables bosquejos, planos y gráficos de
medidas, así como su inaudita m ultiplicidad de temas, es­
pecialm ente en las ciencias naturales participantes de la
arqueología (arqueobotánica, arqueozoología, m étodos
físicos de m edición, estadísticas com puterizadas y tantas
otras) no puede esperar que todos los expertos colegas la
aguarden im pacientem ente y la devoren acto seguido de
su aparición. No obstante, el núm ero anual 6, 1996, lo h u ­
biera merecido por encim a de todos sus predecesores.
La serie de descubrim ientos en el año 1995 com enzó
en el ya conocido foso de la ciudad. En el lugar del foso
prospeccionado como «interrupción» pudo prim ero p o ­
nerse a la vista un paso en form a de terraplén. Estaba h e ­
cho al dejar en la excavación del foso en ese sitio la roca
intacta de unos diez m etros de anchura. A su izquierda
y derecha se había excavado el foso más h o n d o que lo
habitual, com prensiblem ente con miras a la siem pre es­
pecial exposición a riesgos de los accesos. (Sólo de paso
notam os que entre los desperdicios que se habían acu­
m ulado ju sto en ese corte del foso se en co n tró , en tre
num erosos huesos de caballo, tam bién la m andíbula in ­
ferior de u n león; puede que la causa fuera un desollade­
ro en tre cuya m ateria de trabajo tam bién hubiera fieras
55
cazadas). A unos tres m etros y m edio de ese terrap lén
rocoso hacia el lado de la ciudad, q u edó a la vista u n
p eq u eño foso trazado en paralelo al grande, tenía escasa­
m ente cincuenta centím etros de anchura y treinta de pro­
fundidad. Igual que el foso principal, estaba interrum pi­
do en la m itad, pero de m odo que, en lugar de diez
metros, sólo lo hacía en algo más de cinco. En m edio del
pasaje había agujeros de postes. La interpretación era cla­
ra: el foso pequeño era el fundam ento de u n a empaliza­
da donde se había enquiciado u n a p uerta de m adera de
dos hojas (¡los agujeros de postes en el m edio!).
Q uedaba así claro que aquí se había hallado u n a de las
puertas de la fortificación del barrio bajo de Troya VI, se­
gún la posición, la puerta sur. «De ese m odo podía im pe­
dirse la circulación (por ejem plo, de carros de com bate
atacantes), así como, en general, controlar la en trad a al
barrio bajo y ciudadela de Troya/Ilios.»39 Lo que seguía
oscuro era la existencia y posición de la m uralla en sí. La
Figura 5: Disposición de la puerta excavada en 1995 en la m u­
ralla circundante del barrio bajo de Troya VI.
56
p uerta de m adera de la empalizada sólo era u n a especie
de seguridad adicional de la abertura del foso; desde la
em palizada se podía ciertam ente controlar el terrap lén
rocoso. Pero ¿es que eso había sido todo el obstáculo? Co­
mo luego se vio, la empalizada tam bién estaba lim itada a
la zona del terraplén.40 La puerta de la empalizada difícil­
m ente podía ser la p uerta efectiva de la ciudad; para eso,
era dem asiado endeble. Seguram ente funcionaba com o
parte de la entrada portificada a la ciudad, com o «ante­
puerta». Pero ¿dónde estaba la verdadera puerta? Y eso
quería decir: ¿dónde estaba la muralla? Se puede expli­
car que ante ella no hubiera en principio ni rastro de la
continuidad lineal del terraplén y la puerta de la em pali­
zada: u n foso se ciega o se llena, pero p erd u ra excavado
en la roca, insertado en el terreno. Los arqueólogos p u e ­
d en redescubrirlo en cualquier m om ento, com o aq u í
pasó. Pero una m uralla está edificada, al menos en parte,
con piedras. Eso es m aterial aprovechable. En cuanto la
m uralla ya no está en «función», se dem uele y utiliza p a­
ra otra obra. Sabemos que, en el siglo v in a. C., florecie­
ron num erosas ciudades griegas nuevas (por ejemplo, Sigeion y Achileion en la costa del Egeo). Si, por entonces,
quedaba algo sobrante de una muralla, ciertam ente se lo
llevaron allí. Por otra parte, viejas murallas y sus cim ien­
tos podían estorbar. Q uien tenga a la vista las num erosas
y gigantescas actividades de construcción de la época grie­
ga y rom ana puestas en evidencia de m anera ocasional
p o r la excavación K orfm ann, en el área del barrio bajo,
no se asom brará de que en la explanación del nuevo sue­
lo edificable finalm ente desapareciera lo que p o r en to n ­
ces aún restaba de la vieja muralla.
Entonces, ¿había que resignarse? ¿Renunciar triste­
m ente a la p ru eb a de u n a m uralla en torno a Troya
VI/VII? ¿O aún había posibilidades? A hora se hacía p re ­
ciso tener astucia.
57
La muralla
Si alguna vez hubo, en definitiva, una muralla en torno
al barrio bajo, entonces debió proteger la zona habitada
en toda su extensión. Eso sólo podía hacerlo si la rodeaba
sin brechas. Así que tenía que haber conectado con ambos
lados del m uro de la ciudadela que protegía el espolón de
la colina en la parte más elevada de la zona del barrio ba­
jo. Como allí la pendiente es especialmente escarpada y, a
causa de la natural angostura, en esos sitios hubo de cons­
truirse de m anera superpuesta (por ese motivo, tam bién
allí la extracción de piedras era siempre peligrosa), se po­
día esperar hallar todavía restos de la muralla.
La búsqueda de la aguja en el pajar se llevó a cabo efec­
tivamente. De entrada, al noreste de la ciudadela. Allí, aún
im presiona hoy al visitante el «bastión nororiental» (el
n° 3 en el cam ino de ronda oficial de Troya). Esa torre po­
derosa, con u n fundam ento de dieciocho p o r dieciocho
m etros, todavía alza sus siete m etros de altura (original-
Figura 6: El bastión n o roriental de Troya. A quí se ju n ta n la
muxalla de la ciudadela y la del barrio bajo.
58
Figura 7: Extensión y dispositivos fortificados de Troya VI.
m ente tenía dos m ás). Esa m agnitud ya m uestra que el
bastión tenía un especial significado: desem peñaba varias
funciones. Tal y como ahora, en el año 1995, se mostraba,
en esa precaria posición no sólo protegía a la ciudadela
(y una cisterna para el suministro de agua, de diez metros
de profundidad, enclavada en su interior) sino tam bién
a la ciudad. En u n a esquina de su pared sur desem boca­
ba la m uralla del barrio bajo (figura 6). La ju n tu ra pudo
identificarse en los típicos cim ientos de pied ra de Tro­
ya VI —grandes piedras generalm ente rem atadas cónica­
m ente hacia la parte interior— y en los restos incontesta­
blem ente identificados como del período m edio de Troya
VI. Sobre los cimientos de piedra había un im ponente blo­
que de adobe. «Así pues, más que de u n a m uralla de pie­
dra, se trataba de un m uralla de adobe.»41 Con ello q u e­
59
daba explicado, al mismo tiem po, por qué no pudo en­
contrarse nada más de la muralla (al menos hasta hoy) en
la zona del barrio bajo: tras el abandono del barrio bajo,
la construcción de adobe se abandonó a su erosión y rui­
na, las piedras de los cimientos se extrajeron y utilizaron
en otra parte. A un así, la esperanza de descubrir u n o u
otro fragm ento de la m uralla en la zona del barrio bajo
no se ha perdido del todo. Pero la alegría de haber halla­
do el arranque de la m uralla del barrio bajo tam bién al
oeste, en una esquina y en un ángulo del m uro de la ciu­
dadela (de m odo totalm ente análogo a la parte oriental) ,42
durante las campañas de los años 1999 y 2000, se h a vola­
tilizado: en la zona angular interesada, la vieja m uralla del
barrio bajo de Troya VI fue com pletam ente dem olida du­
rante la construcción de la muralla del barrio bajo griego,
así como la del m uro circundante de un santuario.43
Después de esos hallazgos, ya es posible reconstruir el
aspecto de toda la ciudad en el período Troya VI/VIIa; pri­
m ero, como plano bosquejado (figura 7), pero también,
Figura 8: Aspecto reconstruido de Troya VI.
60
luego, como dibujo (figura 8). La muralla circundante del
barrio bajo se ha representado alejada del foso u n tiro de
flecha, es decir, según la estimación de Korfm ann, «situa­
da a una distancia de unos noven ta o ciento veinte metros
del dispositivo del foso y la puerta de la empalizada. U na
m uralla así debió de ser, en la época de la cultura a va n ­
zada de Troya (=Troya V l/V IIa), u n m onum ento de suma
apoteosis en el paisaje. Pero tam bién después, durante su
progresiva ruina, en la época de la impronta de Troya por la in ­
fluencia balcánica (Troya V llb l, VIIb2, VIIb3 ¿y \TIb4?), el
m onum ento hubo de tener una cierta consideración. Más
tarde, vino la fase en que lo restante de la construcción se
convirtió en u n m onum ento del terreno. Como ruina de
m uro, la elevación debía estorbar esporádicamente; en to­
do caso, más tarde, cuando se em prendió la planificación
y construcción de T roya/Ilion de m anera adecuada [...]
(Troya VIII y Troya IX)».44 En esta «Breve historia de la
m uralla de la ciudad de Troya VI/VII» hay en especial u n a
frase im portante para la cuestión cabecera que indagam os
en este libro: «Más tarde, vino la fase en que lo que resta­
ba de la construcción se convirtió en un m onum ento del
terreno». ¿Cuándo pudo com enzar esa fase, cuánto tiem­
po pudo haber durado y cuánto era aún visible de ese
«m onum ento del terreno» en los diversos períodos de esa
fase? Y a eso se añade la segunda cuestión: ¿cuánto se p o ­
día ver todavía de un foso? La respuesta sería im portante
para la estimación de la relación entre la Troya real y su
im agen en productos literarios que se representan ante
los bastidores de Troya. Así que habrem os de regresar b re­
vem ente a esto, cuando hablem os de Hom ero y su Ilíada.
E l segundo foso
Lo dicho se hizo aún más aprem iante cuando, en 1995,
se descubrió u n segundo foso en la roca, a más de cien
m etros de distancia al sur del ya conocido. Con una a n ­
61
chura de unos tres m etros, tenía una profundidad cons­
tante de al m enos dos metros, y corría aproxim adam ente
en paralelo al prim er foso. En ese lugar, ya se encuentra
u no a u n a distancia de quinientos m etros del m uro de la
ciudadela, al pie de la colina, aunque todavía n o en el
llano. El barrio bajo grecorrom ano jam ás se extendió tan­
to. P or eso, la datación del foso era del m ayor interés.
¿Sería todavía prehistórico? El arqueólogo Peter Jablonka, quien ya había sacado a la luz el prim er foso, pudo da­
tar tam bién este segundo, en base al m aterial de relleno
(«exclusivam ente m aterial de la época Troya YI/VIIa»)
en la época de Troya VI. C onsideró, no obstante, «po­
sible que el foso se prep arara algo más tarde que el in­
terior» .
De inm ediato surgió la pregunta por la función de este
segundo foso. ¿Era una segunda línea de defensa («escalonam iento concéntrico de obstáculos al acercamiento»)?
Como este foso parecía ser más reciente que el interior,
tam bién podría ser, según Jablonka, que «hubiera tenido
que ver con una sucesión temporal de fosos con la misma
función. El traslado hacia afuera habría que valorarlo [en­
tonces] como indicio de un crecimiento de la población».
También a favor de ello se manifestaba el tipo del material
de relleno: cerám ica usada (fragm entos de tazas, platos,
jarras) y huesos de animales. «Si no se quiere suponer que
se transportaron escombros y desechos u n largo trecho
fuera de la población, con el único propósito de colm ar
el foso, sólo queda como conclusión, en base a la com po­
sición del relleno, que el entorno próxim o al foso estaba
poblado. [...] De m odo que la Troya de la Baja E dad de
Bronce sería aún mayor que lo supuesto hasta ahora. La
zona poblada al sur habría llegado hasta más allá del bor­
de de la ciudad grecorrom ana. Al final de Troya VI, tam­
bién h abrían sido en parte urbanizadas superficies fuera
de la fortificación del barrio bajo.»45
62
El propio Korfmann, por el contrario, propuso prim e­
ro la interpretación de «segundo obstáculo en la misma
época». Para esa apreciación, fue decisivo su punto de vis­
ta de que ambos fosos debían de haber sido dispuestos
como obstáculos de acercam iento «contra el m anejo de
m áquinas de em bestida y, en especial, contra carros de
guerra». Esa visión surgió en él bajo el influjo de u n traba­
jo de Brigitte M annsperger46 que «respecto al tem a “fosos
y carros de guerra” [...] hacía las afirmaciones decisivas sin
perd er de vista la fuente de la Ilíada»:11Acto seguido, Korf­
m ann compuso el cuadro de u n a lucha de carros de gue­
rra conforme a las descripciones de la Ilíada.
Ambas interpretaciones no tienen que ser m utuam en­
te excluyentes. La población urbana pudo haber crecido
tanto hacia el final de Troya VI, es decir la fase de cultura
avanzada de Troya, que tam bién se pobló fuera del p ro ­
pio dispositivo de fortificación (foso y m u ralla). Ese ex­
trarradio pudo haber querido asegurarse del mismo m o ­
do que el anterior centro urbano. Así que se preparó u n
foso sem ejante al que ya existía (hasta la fecha no es co­
nocido si tam bién dispuso de m uralla, aunque es más
bien im probable). De esa m anera, nació una doble seguri­
dad para el centro urbano. Es posible que los fosos se
construyeran especialm ente contra ataques de carros de
guerra.
En este pu n to de nuestro cam ino, aún no deseam os
m anifestarnos con más precisión respecto a estas tesis y
eso porque acabamos de afrontar la cuestión de si la Ilia­
da puede, en definitiva, considerarse como fuente. Hasta
que eso no se pruebe, no se podrá hablar de en qué cri­
terio y m edida son utilizables afirmaciones de la Ilíada pa­
ra la interpretación de hallazgos arqueológicos. El tercer
paso sería la p ro p ia utilización. En consecuencia, bás­
tenos aquí la sola constatación de que en Troya V I/V II
hubo, ante la (probablem ente única) m uralla de la ciu­
63
dad, con toda evidencia, dos fosos defensivos, el prim ero
a u n a distancia de cuatrocientos m etros de la ciudadela,
el segundo, cien m etros más afuera, en el lím ite exterior
de la colina. La zona urbana asegurada habría sido la m a­
yor en toda la historia de Troya, antes de la refundación
helena. De m om ento, no resolvemos qué función pudie­
ro n h aber tenido los fosos.
L a puerta occidental y la calzada carretil
El visitante actual de Troya se aproxim a a la ru in a de
la ciudadela, generalm ente, desde el este, es decir, desde
el in terior del país: después de u n desvío de la carretera
general Canakkale-Edremit, se pasa p o r el estrecho carril
con apartadero que conduce a las ruinas de Troya, poco
después de cruzar el pueblo de Tevfikiye, la p u erta de ac­
ceso al terreno de excavación. Desde esa dirección, debió
de h ab er u n im portante camino de entrada a la ciudade­
la tam bién en la época prehistórica; p o r eso, la mayor to­
rre de la ciudadela de Troya II (alrededor de 2500 a. C.)
está en el sudeste. Sin em bargo, la ru ta principal de en­
trada en la ciudadela de Troya VI estaba al oeste, o sea, al
lado del mar. Hasta 1995 no se com probó. Ese año, bajo
la enorm e masa de desechos y escombros de la época gre­
corrom ana, se desenterró una am plia calzada em p ed ra­
da del p erío d o de Troya VI, al oeste del gran santuario
grecorrom ano que conoce todo visitante (n° 10 en la guía
oficial de Troya de 1988). Conducía, con u n a suave pen­
diente, a la m uralla de la ciudadela y acababa en u n a
p u erta de la m ism a (VI U en al plano topográfico ar­
queológico). Esa p uerta se clausuró poco antes del final
de Troya VI o al principio de Troya VII — el p orqué aún
está p o r discutir— . K orfm ann dejó claro, en 1997, que
esa p u erta «con u n a luz de entre tres sesenta y cuatro me­
tros [era] la p u e rta más grande en la m uralla de la ciu­
dadela de Troya VI».48A unque se tenga en cuenta que, en
64
ese punto, una pendiente natural del terreno hace espe­
cialm ente fácil el acceso a la ciudadela desde la llanura
del río Escam andro —motivo p o r el que había tam bién
antes caminos de subida a la p uerta de la ciudadela, p o r
ejem plo, al que iba a la im presionante ram pa porticada
de Troya II (n° 8 en la guía de Troya de 1998)— , éste es
u n hallazgo muy notable. Porque indica que, sin duda, la
conexión directa de la ciudadela con la costa era de la
máxima im portancia para el gobierno de la ciudad. Korf­
m ann proseguía en 1997: «Desde esta puerta, u n a calza­
da conducía, hacia el suroeste, a la llanura clel Escamandro. La colina de la ciudadela y la meseta del barrio bajo
tienen aquí un suave declive y ofrecen así la más cóm oda
subida desde la llanura. [...] Pero, al mismo tiempo, tam­
bién es el punto más peligroso».
Peligroso, ¿por qué? Desde el principio de nuestro via­
je en la historia del descubrim iento del barrio bajo de Tro­
ya, indicamos que un barrio bajo tam bién podía conjetu­
rarse p or su función protectora para la ciudadela. Como
es natural, esa función protectora es máxima donde la for­
tificación del barrio bajo está más alejada de la ciudadela.
A causa de las condiciones del terreno, en el caso de Tro­
ya, es al sur de la ciudadela. Por el contrario, donde más
se aproxim a la fortificación del barrio bajo a la ciudadela
y, p o r lo mismo, la distancia entre ambos muros es menor,
la función protectora del barrio bajo se reduce. En Troya,
p or la situación de la ciudadela arriba, en el espolón de la
colina (y no, p o r ejem plo, en m edio clé u n barrio bajo),
la m uralla de la ciudad se eleva en dos lugares y enlaza di­
rectam ente con el m uro de la ciudadela: a este y oeste. En
ambos casos, la cuña del terreno entre ambos muros se ha­
cía progresivam ente m enor. Al este, eso no era tan peli­
groso porque allá el terreno se elevaba abruptam ente. Al
oeste, sin embargo, el suave declive del terreno conlleva­
ba, ju n to a la ventaja que ofrecía de posibilidad de un ac­
65
ceso a la ciudadela, u n inm enso inconveniente: justo ahí
la separación entre ambos muros era m ínim a. E ntre las
puertas de la ciudad y la ciudadela, a través de la cual dis­
curría el acceso, sólo había aquí unos ochenta metros. Jus­
to u n tiro de flecha. K orfm ann com entó en 1988: «Y p o r
eso era u n lugar predilecto para los atacantes y en conse­
cuencia ha tenido que ser muy expuesto».49 K orfm ann re­
laciona esa peculiaridad arqueológicam ente com probable
de la topografía de Troya con determ inados pasajes de la
Ilíada. N osotros deseamos evitar conscientem ente seme­
jantes relaciones transversales por el ya m encionado m oti­
vo m etódico. Por eso, con vistas al posterior regreso a este
punto, sólo retenem os esta frase: «En ese lugar hay visión
libre [desde el m uro de la ciudadela] sobre la llanura has­
ta Tenedos [...] una vista sobre la llanura p o r la que los
atacantes debieron de acercarse, sobre la zona de marcha.
[...] Hay [...] sólo un lugar en la ciudadela donde [...] los
atacantes [...] estaban lo bastante cerca de la línea defen­
siva de la ciudadela [...] como para [...] poder ser identifi­
cados...». Estas constataciones arqueológicas, que se ase­
guraron m erced al descubrim iento del barrio bajo, son las
que deseamos no perder de vista.
El re su ltad o : Troya V I /V ila es u n a c iu d a d
a n a to lia co m ercia l y re sid en cial
Ciudad residencial
Ya la sola constatación de que Troya VI/VIIa no sólo es­
tuvo constituida por la ciudadela —con lo que hubiera si­
do u na especie de nido roquero con la función de u n «cas­
tillo feudal»— , sino que fue una combinación de ciudadela
con una ciudad al menos cinco veces más grande, había in­
corporado el lugar al tipo de «antigua ciudad comercial y
residencial de Asia M enor».50 El descubrim iento del siste-
66
ma de defensa del barrio bajo no deja dudas respecto a la
adecuación de esa clasificación. Porque, si es cierto que ese
sistema también51 m uestra semejanzas estructurales con el
grecomicénico, son m ucho más notorias las coincidencias
con la disposición urbana de Anatolia y Asiría septentrio­
nal del siglo i i : 1) Los fosos defensivos no son parte consti­
tuyente de los dispositivos micénicos,52 pero sí característi­
cos de las ciudades anatolias, p o r ejemplo, Bogazkóy,
Karkemis/Cerablus y Tell Halaf.53 2) Los amurallamientos
micénicos apenas m uestran haber tenido construcciones
de adobe;54 éstas, en cambio, son características de los dis­
positivos anatolios. 3) Las torres son parte fundam ental
de los amurallamientos en Anatolia durante el período de
dom inio hitita.56Y en Troya, las torres son poco menos que
la colum na vertebral del am urallam iento de la ciudadela.
Prescindim os aquí de la enum eración de más coinci­
dencias de detalle que h an deducido los especialistas en
arquitectura. U n vistazo a la figura 9, donde se com paran
Figura 9: Disposiciones urbanas anatolias, com paración de
tamaños.
67
proyecciones horizontales de ciudades y ciudadelas antiguorientales y anatolias, podría evidenciar la pertenencia
de Troya VI a este tipo de disposición urbana.
Al argum ento arquitectónico se añade el del tam año:
gracias al establecim iento de la delim itación del barrio
bajo h a quedado claro que Troya VI/V ila era, como m í­
nim o, diez veces más grande que lo supuesto p o r los an­
teriores arqueólogos y, con ellos, el público interesado.
Con unos doscientos mil m etros cuadrados o más y, se­
gún la estimación de K orfm ann, entre cinco y diez mil ha­
bitantes, Troya VI/VTIa era, en la relación de aquella épo­
ca, una ciudad grande e im portante.56
Ciudades así, p o r supuesto, no proliferan espontánea­
m ente. T ienen su clase dirigente que organiza, p lanea y
gobierna, p o r ejem plo, el concepto y realización del sis­
tem a de defensa. La cúspide de esa clase dirigente está
form ada p o r el gobierno de la ciudad que consiste en una
d eterm in ad a gran fam ilia y está organizado jerárquica­
m ente. En lo más alto está el m o n a rc a/p a triarca (rey,
príncipe o como quiera que se llame) que procede, él co­
mo su familia, directam ente de u n dios; el área de la ciu­
dadela es su residencia. Estas dinastías suelen ser heredi­
tarias y no carecen de denom inación. Esos nom bres de
los señores son am pliam ente conocidos y nos aparecen
en diversos testimonios escritos, como inscripciones y co­
rrespondencia. Esto es así en B ogazkóy/H attusa, lo mis­
mo que en Karkemis o Ugarit, y más tarde h a continua­
do en E uropa de m últiples formas, m ientras la nobleza
tuvo u n papel dirigente. No sólo puede, sino que debe su­
ponerse que no fue de otra m anera en la ciudadela de
Troya V l/V IIa. De m odo que si aparecieran en las trans­
misiones escritas del siglo 11, en la lengua que fuera, nom ­
bres de los señores de una dinastía de Troya, no sería al­
go sorprendente, sino sim plem ente natural.
A la vez que estas coincidencias entre Troya y Anato-
68
lia, de índole arquitectónica urbana, demográfica y polí­
tico-dinásticas, aparecen otras que aquí han de ser al m e­
nos citadas.
1 ) En la excavación de Troya, a diario se sacan a la luz
m ultitud de fragm entos de cerámica. La mayor parte de
ellos eran siem pre del género llam ado pardo-m inoico.
Suele ser material usado de arcilla parda: platos, tazas, es­
cudillas, vasos, jarras; todo lo que se usa en cocina y co­
m edor. Ya en 1992, D onald F. Easton, colaborador en la
época del nuevo proyecto Troya, indicó que toda aquella
vajilla, ni por su hech u ra ni tam poco p o r su forma, esta­
ba fabricada conform e a m odelos griegos, como supuso
Biegen, sino anatolios, y que eso fue así desde, al m enos,
Troya V.67 Tras las ocho cam pañas de excavación, desde
1988 a 1995, esa afirm ación pudo precisarse de una m a­
n era efectiva: desde entonces quedó claro que toda esa
producción cerám ica es ciertam ente anatolia y una vez
puesto de manifiesto que, de muchas toneladas de ese gé­
nero pardo, sólo el uno p o r ciento era cerámica m icéni­
ca (la mayor parte im itaciones hechas en la misma Tro­
ya), se cambió decididam ente la denom inación «género
pardo-minoico» en «género pardo-anatolio».58 De m odo
que toda la producción usual de veilla doméstica de Tro­
ya es de im pronta anatolia, en técnicas y formas; la vajilla
griega (micénica) es género de im portación, que cierta­
m ente era estim ado, de lo contrario no habría sido re ­
producido, pero ajeno al lugar.
2)
No sólo los usos de entierros (tumbas en form a de
casa, vasijas de provisión como urnas, incineración en lu­
gar de inhum ación) son anatolios, sino que tam bién lo es
parte del culto: en la cam paña de 1995 se desenterró en
u n a esquina de una casa del estrato Troya Vila u n estra­
do de piedra con añadido de adobe. Como ante esa ins­
talación se halló, a ras de suelo, u n a figura broncínea de
dios que, según toda evidencia, se había caído, el estrado
69
era u n p eq u eñ o lugar de culto dom éstico. La figura re­
p resentaba a u n a deidad anatolia. Figuras del m ismo ti­
po se encuentran en el área hitita, así como en Siria y Pa­
lestina. Así que, alrededor de 1200, los habitantes de
Troya veneraban deidades anatolias.59
3)
U na peculiaridad anatolia que ju sto en el caso de
los hititas está amplia y profusam ente docum entada —in­
cluso en documentos escritos hititas— es el culto a las pie­
dras: se consideraba que dioses y espíritus m oraban en
grandes piedras y se aseguraba su protección cuando se si­
tuaban tales piedras, a m enudo de la altura de u n hom ­
bre, en form a bellam ente tallada y con diversa decoración
(estelas), especialm ente ante las entradas: accesos a casas,
calles, cem enterios, pero con especial frecuencia ante las
puertas de la ciudad. En Troya se han hallado hasta ahora
diecisiete de tales estelas, todas delante o pegadas a las
puertas de la ciudadela. Entre los anteriores arqueólogos
no tuvieron prácticam ente ninguna consideración, como
consecuencia de su orientación occidental. K orfm ann les
dedicó especial atención y, lo mismo que otros especialis­
tas en religiones antes que él, las relacionó con el dios anatolio Ap(p)aliunas especialm ente venerado en Troya VI; su­
puso, com o otros antes que él, que entre ese dios y el
griego Apollon había u n a relación no sólo fonética.60 Eso
no es todavía seguro.61 Pero no se puede dud ar de la co­
nexión en tre las estelas de puerta en Troya VI y el culto
anatolio a las piedras liminares.
Ciudad comercial
En consecuencia de todo ello, la pertenencia de Troya
VI/V ila al área de culto anatolio del siglo i i a. C. puede
darse por segura. Con eso, tam bién queda dicho que h u ­
bo de h ab er m ultitud de relaciones culturales entre Tro­
ya y otras ciudades anatolias, tanto en la costa del Egeo
como en la A natolia del interior. Por supuesto, u n a de
70
esas relaciones es la comercial. Es, probablem ente, el as­
pecto más im portante si se quiere com prender la signifi­
cación de Troya en la época prehistórica —y con ello, su
p erm anente am enaza— . Si Troya hubiera sido única­
m ente un centro rural y de m ercado ganadero para la re­
gión circundante, no sería explicable su continuo creci­
m iento hasta alcanzar u n a dim ensión notoriam ente
suprarregional en el período Troya VI. La ineludible con­
dición previa para ello es una patente superioridad en p o ­
derío económ ico y financiero, especial pericia tecnológi­
ca y tam bién seguram ente u n a fuerza m ilitar disuasoria
sin competencia, al m enos en la región. ¿De dónde vinie­
ron esos medios?
Troya estaba a la orilla del mar. Korfm ann, antes de co­
m enzar a excavar en la propia colina, investigó detallada­
m ente (1982-1987) la bahía de Besik, al suroeste de Tro­
ya, en la costa del Egeo, a unos ocho kilóm etros de la
ciudadela. N um erosos hallazgos pusieron en evidencia
que esa bahía fue, desde tiempos inmemoriales, parte de
Troya. Era su puerto.<s Según toda lógica y probabilidad,
ese pu erto constituía la base para el progreso de Troya.
Porque en el estrecho de los D ardanelos reinan condi­
ciones extraordinarias para la navegación: justo durante
la estación (mayo-octubre) sopla u n fuerte viento del n o r­
deste contra los barcos que quieren entrar, a eso se aña­
de una corriente constante del m ar de M ármara al Egeo.
Ambos unidos im ponían largas pausas de espera a la n a­
vegación a vela y rem o, en una época en que el arte de
navegar de través apenas com enzaba a dom inarse. La ba­
hía de Besik era allí «la últim a estación de servicio antes
de la autopista».63 Aquí podía esperarse, en relativa segu­
ridad, hasta que las condiciones m ejorasen algo. Pero,
p o r supuesto, aquí tam bién se podía desem barcar y to­
m ar carga. Por último, aquí podía uno aprovisionarse de
agua fresca y alimentos. Suponer que todo eso sería gra­
71
tis iría contra todo lo razonable. La fortificada y opulenta
Troya reinaba sobre la costa de entonces y estaba atenta
a todo lo que pasaba. En el puerto, precisam ente, no po­
día pasar nada sin su aprobación.
Como es natural, no sabemos con todo detalle cómo
se ejercía el control. Para ello tenía que habernos llega­
do el reglam ento portuario. Claro está que no podem os
esperarlo. Pero la experiencia vital y las analogías de tiem­
pos p retéritos p u e d en ayudar, en u n caso como éste, a
im aginarse que no sólo tenía su coste el aprovisiona­
m iento de la tripulación, sino tam bién la estadía del bar­
co.64Y así mismo es de im aginar que lo tendría el servicio
de prácticos, como consecuencia del m eticuloso conoci­
m iento de contracorrientes y rutas especialm ente seguras
de navegación a través del estrecho. H abría servicio de
transporte en tre las costas europea y asiática de los Dardanelos. Al mismo tiempo, la involuntaria parada del bar­
co ofrecía abundantes posibilidades de intercam biar p ro ­
ductos propios y géneros acum ulados p o r m ercancías
ajenas, es decir, de constituir un com ercio profesional.
Todo esto se sobreentiende respecto a la principal activi­
dad económ ica de las ciudades portuarias de todos los
tiem pos, igual antiguos que m odernos, hasta tal p u n to
que u n o apenas se atreveve a resaltarlo. A eso se añade
que las gigantescas dim ensiones de m uchos edificios en
la elevación fortificada de Troya, ya desde Troya I, no de­
ja n lugar a duda: no debían de dedicarse sólo a la repre­
sentación. H ace m ucho que se ha supuesto que la mayor
parte de esas construcciones eran alm acenes para la se­
gura custodia de mercancías. En tanto nada de eso se ha
com probado en la misma costa, la suposición de que to­
do eso está dirigido al com ercio sigue siendo muy esclarecedora.
La cuestión de la im portancia com ercial de Troya es­
tuvo m ucho tiem po pospuesta ante la pu ra actividad ar­
72
queológica. Es cierto que siem pre se ha considerado que
Troya hubo de m antener, desde el principio, amplias re­
laciones comerciales en todas las direcciones. Ya lo mos­
traban los más de veinte «hallazgos de tesoros» que en las
ruinas quemadas del estrato Troya II (alrededor de 2450
a. C.) salieron a la luz — entre ellos, el «Tesoro de Pría­
mo», así llam ado p o r Schliem ann, y que en realidad n o
tiene nada que ver con el Príam o de H om ero— : ahí se
h an em pleado m ateriales que no proceden del lugar, ni
de sus contornos próxim os o lejanos, es decir, que hubie­
ron de ser intercam biados en comercio a gran distancia.65
Sobre todo, el abundante em pleo de bronce, im prescin­
dible, entre otros usos, para la fabricación de armas, in ­
dica unas relaciones comerciales de gran amplitud, pues­
to que la m ateria prim a exigida para la producción de
bronce, el zinc, debía adquirirse en Asia central o Bohe­
mia. También Troya fue el p rim er lugar de la zona del
Egeo que em pleó el torno alfarero de giro rápido para la
fabricación de cerámica. Pero esa innovación técnica se
inventó en M esopotamia, de m odo que hubo de im por­
tarse desde allí y, además, como en los últimos tiempos se
revela cada vez más claram ente, a través de contactos con
la Anatolia interior.
Así pues, el comercio tuvo en Troya una tradición anti­
quísima. El continuo crecim iento de la ciudad y la cons­
trucción, cada vez más perfecta, de su dispositivo de de­
fensa, al que hemos echado un pequeño vistazo, m uestran
que esa tradición comercial y su correspondiente in ter­
cambio cultural no pudieron ser destruidos a lo largo de
siglos y que, al contrario, debieron de adquirir cada vez
mayor extensión. En Troya VI tenemos el resultado a la vis­
ta: u n a gran ciudad opulenta, con grandes casas de ci­
mientos pétreos —incluso de dos plantas en el área de la
ciudadela—, con la planificación urbana sobresaliente en
su dirección y ejecución —sólo la muralla de la ciudadela
73
de Troya VI es u n ejem plo de exactitud increíble a cual­
quier escala— , con u n a intensa producción de todo tipo
de cerámica y trabajos en metal. El conocim iento crecien­
te, de año en año, del barrio bajo saca más cosas a la luz.
Hoy ya se sabe algo, por ejemplo, de la actividad industrial
en el barrio bajo de Troya VI. En los informes de excava­
ción se habla cada vez más de lugares donde se trabajaba
el m etal y las tinturas purpúreas: así, en las cam pañas de
1996 y 1997, ju n to a u n edificio del barrio bajo de la fase
m edia de Troya VI, en el espacio más reducido, se halla­
ro n más de diez kilogramos de conchas de m úrice de la
p úrpura.66A eso se añaden, en comparación, inmensos ha­
llazgos de huesos de caballo justo en la fase tardía de Tro­
ya VI. Antes se prestaba poca atención a esos hallazgos óse­
os. La excavación K orfm ann, con la participación de sus
disciplinas múltiples, por ejemplo, tam bién la arqueozoología, es decir, la ciencia del m undo animal del pasado, se
esfuerza p o r dirigir su atención, clasificar y analizar clases
completas de hallazgos y en em plearlos para la recons­
trucción de una im agen global de la vida de entonces.
En lo concerniente a los hallazgos de huesos de caballo,
hace tiempo que es conocido que el II milenio a. G. fue la
«Edad de los Carros de Guerra». Eran, como quien dice, los
tanques de la época en todo el Próximo Oriente, en espe­
cial entre los hititas. Funcionaban, como es natural, me­
diante «caballos de fuerza», en sentido estricto del término.
El consumo de caballos tuvo que ser enorm e. H abía caba­
llos salvajes en la Anatolia interior y en las zonas esteparias
del área septentrional del m ar Negro. Claro está que de­
bían ser adiestrados para su cometido. Los hititas nos han
dejado tratados completos de hipología (ciencia del caba­
llo) ,67 Ante los m encionados hallazgos óseos hay que pre­
guntarse si Troya hacía de emporio del comercio caballar,
tal vez incluso de centro de crianza y entrenam iento.68
Son preguntas que, de entrada, sólo pued en plantear-
74
se. La explicación la deben aportar las posteriores excava­
ciones. Pero, entretanto, son posibles las teorías. No hay
que hacer aspavientos negativos ante la palabra «teoría».
Las teorías dirigen con frecuencia nuestra búsqueda que,
de lo contrario, tendría que ser ciega. El pensador griego
Heráclito mostró el camino a toda la ciencia europea en el
siglo vi a. C., cuando formuló en una de sus «oscuras» sen­
tencias: «... si no se espera, no se hallará lo inesperado,
pues no es hallable ni descubrible».69En ese sentido, el p ro ­
pio arqueólogo jefe de Troya en los últimos años, M anfred
Korfmann, se ha adelantado con una teoría sobre la rele­
vancia comercial de Troya que merece la mayor atención.
En base a su situación geográfica y su m agnitud, en el
caso de Troya, com ercio sólo puede significar comercio a
gran distancia. En la extensa región m editerránea, el co­
m ercio a gran distancia tuvo lugar, desde el III m ile­
nio a. C., como más tarde, entre tres espacios culturales
principales: Mesopotamia (Babilonia y Asiría), Egipto/Arabia y las grandes ciudades portuarias fenicias en Levante,
como Byblos, Beruta (Beirut), Siduna (Sidón) o Tyro, des­
de donde continuaba el posterior reparto por barco hacia
el oeste —Creta, Grecia, España, norte de Africa— y el
n orte —Anatolia occidental, Tracia— . Entre los vértices
de este triángulo y según las características del terreno, se
form aron rutas comerciales para las caravanas de asnos
que, en parte, son la base de las carreteras actuales. Al
principio del II milenio, los asirios dom inaban esa red de
caminos, incluso con cadenas de establecimientos com er­
ciales, las llamadas poblaciones Karum. De todas las regio­
nes posibles que tenían en oferta m ercancías deseadas
confluían rutas de abastecim iento en esa red triangular.
U na de esas rutas venía de la costa m eridional del m ar Ne­
gro —desde donde partía la entrada a la zona del Cáucaso con sus ricos yacimientos de metales, entre ellos tam ­
bién de oro— , a través de la Anatolia central, hasta el
75
triángulo central. Sin embargo, desde el siglo x v m a. C.,
los hititas surgieron como la potencia dirigente políticom ilitar en la Anatolia central. Si las viejas rutas comercia­
les a la costa del m ar Negro querían continuar, se veían
obligadas a quedar bajo la custodia de los hititas. Pero és­
tos no pudieron tolerar el paso más tiempo (no discutire­
mos ahora los m otivos). Desde luego, con eso no se hacía
imposible el comercio con la zona del m ar Negro: sólo de­
bía conducirse p o r nuevas rutas.
Con ese trasfondo, sería m ucha casualidad que preci­
sam ente en esa época —p o r decirlo con exactitud, alre­
ded o r de 1700 a. C.— florezcan Troya y el com ercio del
m ar Negro, así como que, al mismo tiempo, se iniciara la
prom oción de Troya a cultura avanzada (= Troya VI). To­
do indica que los antiguos com erciantes trasladaron sus
rutas comerciales de la tierra al mar. Las calzadas a larga
distancia entre M esopotamia y los otros dos espacios cul­
turales en la costa m editerránea no fueron afectadas y
co n tin u aro n en uso. Por el contrario, el transporte de
mercancías a y desde la zona del m ar Negro pasó al bar­
co.70 El increm ento del tráfico m arítim o com ercial a lo
largo de la costa oriental del M editerráneo en la segunda
m itad del II m ilenio tam bién es recientem ente com pro­
bable en las cargas de los barcos com erciales hundidos
que se h an investigado y evaluado intensivam ente en las
últim as décadas p o r la arqueología subm arina.71 Los
transportes m arítim os eran incom parablem ente más ren ­
tables, ya que u n a sola carga de barco sustituía a la fuerza
de transporte de unos doscientos asnos y, además, llega­
ba m ucho más rápido al lugar de destino. Así se aum en­
tó la velocidad del tráfico y m ultiplicó el beneficio. Con
el paso del com ercio del m ar Negro de rutas terrestres a
marítim as, Troya debió de adquirir una nueva y em inen­
te significación como la instancia natural de control del
tránsito del m ar Negro.
76
Figura 10: Principales rutas de transporte terrestre y m arítim o
en el II m ilenio a. C.
El com ercio a gran distancia estaba básicam ente or­
ganizado p o r instituciones centrales. Solían ser los sobe­
ranos regionales y suprarregionales con sus palacios. Al
decir «palacios» en ésta y otras conexiones sem ejantes
(política, militar, religión), no hay que en ten d er edificios
de representación privados, sino adm inistraciones cen­
trales (gobiernos). Como el comercio servía a sus propios
intereses (im portación y exportación de m aterias primas
para la producción de armas, tráfico de mercancías de lu­
jo , cobro proporcional de ganancias y dem ás), lo p ro te­
gían. Para eso servían sobre todo los pactos de estado; y,
en u n caso dado, tam bién podían contem plarse ataques
militares (guerras com erciales). La dirección práctica se
encom endaba a agentes. Para garantizar la continuidad,
los establecim ientos comerciales se fom entaban y p ro te­
gían. Esos establecim ientos en su m ayoría buscaban el
contacto de poblaciones ya asentadas, pero establecían
sus propios distritos en el extrarradio. E ntre las familias
de com erciantes, a las que solían pertenecer tam bién p er­
sonas de alto rango social como diplomáticos y militares,
se establecían relaciones fortalecidas p o r m atrim onios.
Así rep resen tab a el com ercio u n a segunda escala hori­
zontal ju n to a la escala política de las dinastías palaciegas.
Ambas cooperaban entre sí en pro del m utuo beneficio.
U na vez exam inado el en to rn o próxim o y lejano de
Troya —al este y norte, la Tróade, ambas costas de los Dardanelos con las del m ar de M ármara y luego la m eridio­
nal del m ar Negro; al sur, la costa occidental de Asia Me­
n o r con las islas de Im bros, Tenedos y Lesbos, situadas
enfrente, y hacia abajo, Abasa (en griego, más tarde, Ephe­
sos) y M illawanda (en griego, más tarde, Miletos)·, al oeste,
la costa septentrional del Egeo (Tracia) y la posterior área
balcánica— , no se aprecia en toda esta dilatada zona nin­
gún centro de p o d e r y econom ía que p u d iera com petir
con ella. Dicho de otro modo: si Troya no hubiera existi­
78
do, habría habido que fundarla. Se im pone la conclusión
de que todas esas regiones, con sus centros locales p e ­
queños y medianos, veían en Troya su puesto avanzado y
m antenían allí sus agentes y representaciones com ercia­
les pactadas. Troya, com o centro de recepción, alm ace­
nam iento y organización, funcionaba como lugar princi­
pal de esa «Unión de los Tres Mares» (Egeo, M árm ara y
Negro) y como rueda de la fortuna cuyo giro ininterrum ­
pido era del interés de todos.
En consecuencia, la fam ilia reinante en la ciudadela
de Troya se debió de apoyar m enos en tropas o incluso
flotas expansivas, que en el p erm an en te fom ento de su
im portancia com ercial y el fortalecim iento de la necesi­
dad absoluta del lugar. La idea de sí mismas de las ciuda­
des-república fenicias y, más tarde, desde alrededor del
600 a. C., de la griega Mileto era, básicam ente, del mis­
mo carácter. Eso explicaría tam bién el carácter defensivo
de Troya, con sus extraordinariam ente masivas construc­
ciones de seguridad, puesto de manifiesto desde un p rin ­
cipio por las excavaciones. La situación geográfica perm i­
tía a la ciudad la form a de existencia de una «araña en la
red» a la que todo acude p o r sí, en tanto y cuanto m an ­
tenga en vida la red. Sostenim iento de almacenes, adm i­
nistración de haberes, seguridad de m ercancías, organi­
zación del comercio y control de los movimientos de los
barcos retienen en este caso las fuerzas y utilizan el pleno
rendim iento de las energías. En tales condiciones, no se
dispone de necesidad ni tiem po para afanes expansivos.
Si Troya —y, en especial, Troya V I/V IIa— debiera ser
p u n tu alm ente clasificada y caracterizada, hablaríam os
aquí de un puesto de suprem acía en u n a especie de Liga
H anseática.72 Eso explicaría tam bién la relativa in d e p en ­
dencia política de Troya frente a las grandes potencias de
la época: los hititas, egipcios y micénicos. En tanto esas
potencias estaban interesadas en el com ercio a gran dis­
79
tancia con las zonas cie Troya y del m ar Negro, la ciudad
com ercial po d ía serles útil en función de plataform a y
em porio comercial bien organizado y de buen funciona­
m iento, como una especie de puesto exterior septentrio­
nal del que no había que tem er am enaza m ilitar alguna.
Sin em bargo, la posición de m onopolio de Troya y, con
eso, la capacidad potencial de bloqueo, así com o su con­
tinua acum ulación creciente de capital, tam bién podía
convertirse para alguno en espina clavada. Relegar regu­
laridades históricas de esta clase en el caso de Troya al
campo de la fantasía, como se ha hecho con frecuencia,
significaría m ezclar sentido político real con afectos aje­
nos que surgen en demasía en el enconado debate sobre
Troya y H om ero. Tras los m últiples descubrim ientos de
los últim os años en m uchas áreas especializadas, parece
que ese debate no ha hecho sino com enzar a ser m etódi­
cam ente susceptible de respuesta. Y ahora es o p o rtu n o
m ostrarlo más claramente.
Todas las actividades de organización y com ercio de la
dim ensión citada dependían de un instrum ento determ i­
nado cuya aplicación podía aportar orden y, con él, ase­
gurar el dom inio de la situación: la escritura. Escenarios
como el descrito antes podían ser fácil objeto de especu­
lación en tanto seguía sin com probarse el em pleo de la
escritura en Troya. También el año 1995 trajo el pu n to de
inflexión en este extremo.
APARECE UN DOCUM ENTO ESCRITO
Después de Schliemann, todos los arqueólogos de Tro­
ya fueron lo bastante previsores como para dejar intactas,
acá y allá en la colina de la ciudadela, determ inadas áreas
a fin de posibilitar controles posteriores. U na de esas pro­
m inencias de tierra, los llamados pináculos, que indican
80
Figura 11 : El sello (original y dibujo).
el nivel original de la colina antes del inicio de la excava­
ción Schliemann, se encuentra al sur de la em inencia de
la ciudadela, al oeste de la «casa de los pilares», pegada a
la muralla de la ciudadela de Troya VI (cuadrante E 8 /9 ,
en el plano general de la guía de Troya 1998). Guando se
excavó el ramal m eridional de esa prom inencia (en E 9),
en el marco de la nueva excavación 1995, salieron a la luz
los cimientos de varias viviendas que estuvieron entre la
m uralla de la ciudadela y u n a calle interior que discurría
paralela a aquélla y desde donde eran accesibles. En u n a
de esas casas apareció, ju n to a fragm entos, huesos y d e­
sechos de todo tipo, en el estrato «Troya V üb2 temprano»
— es decir: segunda m itad del siglo x i i a. C.—, u na pieza
que tuvo u n efecto electrizante no sólo en el equipo de
excavación. En la descripción del hallazgo que se im pri­
mió u n año después en Studia Troica, se denom inó «la pri­
81
m era inscripción prehistórica garantizada de Troya». Se
trata de u n pequeño sello de bronce, redondo y convexo
p o r ambas caras (es decir, «biconvexo», fig. 11). U n sello,
como tal, no es algo extraordinario en las poblaciones an­
tiguas de Asia Menor, ni tam poco de Grecia y los demás
países m editerráneos. Los sellos son las más antiguas m ar­
cas de propiedad. Con ellos se «sellan», hasta hoy, depósi­
tos de m ercancías, docum entos, cartas, en u n a palabra,
todo lo que debe perm anecer cerrado entre el rem itente
y el recep to r previam ente determ inado, así com o docu­
m entos oficiales, como testimonio de su autenticidad y fia­
bilidad. Antes como ahora, nuestros certificados (naci­
m iento, m atrim onio, contratos de todo tipo) necesitan el
sello oficial para su validez. Este suele guardarse en depó­
sito y sólo puede ser utilizado por quien es autorizado p or
u na instancia superior. El derecho de sellar es signo de la
jurisdicción administrativa. Hasta el día de hoy, el sello de
los docum entos, incluso en su form a de goma estampilla­
da, suele ser redondo.
Figura 12: R epresentación esquem ática de u n sello giratorio
anatolio.
82
Los sellos más antiguos conocidos son de piedra, de
form a aún no tipificada —pueden ser cuadrados, rectan­
gulares, ovales, redondos— y suelen m ostrar la incisión
de u n solo y determ inado signo. Con el tiempo, los sellos
se van hom ologando, con una tendencia a la form a re ­
d o n d a y de contenido más expresivo. C ontienen breves
indicaciones de propiedad, rango o procedencia, com o
tam bién nuestros sellos. Los biconvexos form an una cla­
se especial. Su atributo característico consiste en que sue­
len p o rta r inscripciones en am bos lados; p a ra la utili­
zación más rápida posible de las dos caras suelen estar
perforados a lo largo de su diám etro horizontal y a través
del orificio perforado se ha introducido un eje m etálico
que va unido a u n a pieza en form a de estribo (figura 12).
De esa m anera, el sello podía girarse rápidam ente.73 Co­
m o cada u n a de las caras p o rtab a u n nom bre distinto
—generalm ente, en una, el de la persona encargada, y,
en la otra, el de su esposa—74 el docum ento correspon­
diente podía ser doblem ente sellado al mismo tiempo, sin
duda para la exaltación de la autoridad y confianza, p o r
la misma persona y con el mismo sello, en lugar de los
preceptivos dos sellos y dos funcionarios.
El sello de bronce hallado en Troya perten ece a este
últim o tipo de sellos giratorios. K orfm ann lo describió así
en 1996:
Como los sellos solían tallarse en pied ra casi p o r regla
general, éste llama la atención ya sólo po r el metal. Además
de ello, se trata de un hallazgo especial porque m uestra sig­
nos inscritos en ambas caras. Así como otros, partim os del
supuesto de que los troyanos sabían leer y escribir.75
Después de lo visto, eso no sólo debiera suponerse, sino
incluso deducirlo como consecuencia de todo lo hallado.
Ahora bien, ¿en qué lengua leían y escribían los troyanos?
83
El id io m a d e l sello: luvio
A la vista de la inscripción del sello, ni Schliem ann, ni
Dörpfeld, ni Biegen hubieran podido responder a la p re­
gunta porque, en su tiem po, la inscripción aún no había
sido descifrada y la lengua que se fijó en ella o bien era
todavía desconocida (en el caso de Schliem ann y D örp­
feld) o bien apenas acababa de descubrirse (en al caso de
B iegen). Para p o d er valorar adecuadam ente la im portan­
cia del hallazgo del sello en Troya, se im pone hacer una
incursión en la historia del descifram iento de escrituras
e interpretación de lenguas.
En tanto sabemos, la escritura, como m edio m antene­
d o r de contenidos hablados, es decir, de hacerlos perdu­
rar con independencia del tiempo y el lugar y así conver­
tirlos en transmisibles, se inventó por prim era vez p o r los
sumerios en M esopotamia, entre los ríos Eufrates y Tigris,
en el actual Irak, y en las riberas del Nilo p o r los egipcios,
acaso de un m odo no independiente entre ellos en lo re­
ferente a la idea básica, hacia el 3000 a. C. Al principio,
tanto entre los sumerios como tam bién los egipcios, con­
sistía en sim ples dibujos de im ágenes que sólo signifi­
caban la m ateria representada: un sol = «sol», u n a línea
ond u lada = «agua», u n ojo = «ojo», y así sucesivamente.
Λ esos signos susceptibles de u n a sola interp retació n se
les llam a «logogramas» (inscripción de p alab ras). El si­
guiente paso fue la utilización de los dibujos de imágenes
tam bién para los contenidos em parentados: el sol pinta­
do tam bién = «luz», «día», «claro», «caliente». Los signos
con esa función se llam an «ideogramas» (inscripción de
ideas). Hasta ahí, esa protoescritura es independiente de
la lengua de quien la ve, lo mismo que nuestros pictogramas (inscripción de im ágenes): una m ujer dibujada es­
quem áticam ente, que se inclina sobre u n bebé tam bién
esquem áticam ente dibujado sobre una mesa igualm ente
84
trazada, significa en los aeropuertos «sala de pañales», en
cualquier lengua que sea; u n a línea en form a de S, en
u n a señal de tráfico, significa «¡atención! ¡curvas!», en
cualquier idioma. Escrituras limitadas a dibujos de ese es­
tilo son, pues, independientes de las lenguas individuales
y p o r eso p u ed en entenderse y utilizarse por m iem bros
de diversas com unidades idiomáticas: son «internaciona­
les». Esas escrituras, p o r lo mismo, son especialm ente
adecuadas para la com unicación dentro de com unidades
p lu rin ac io n a les que al m ism o tiem p o son c o m u n id a ­
des de hablantes en diversas lenguas. Sin em bargo, n o
son útiles para expresar contenidos que van más allá de
lo elemental.
El siguiente escalón consiste en utilizar el sol dibujado
de m odo que se entienda sólo la prim era sílaba de esa p a­
labra que, en la lengua correspondiente, significa «sol»
(en alemán, Sonne, sería so- o tam bién son-). El último pa­
so es figurar el sol, aunque sólo se alude a la letra inicial
de la palabra correspondiente para «sol» (en alem án se­
ría /V ) .
Con las dos últimas escrituras se form a una de tal ín ­
dole que, como fácilm ente puede verse, está sólo relacio­
nada con aquella lengua a partir de la que se h a creado
esa escritura. Se le llama acrofónica, en griego = «sonido
del extremo». Si el lector de nuestro ejemplo no fuese h a­
blante alemán, sino griego, nunca entendería el sol dibu­
jad o , según el principio acrofónico, como so-, son-, o / s / ,
ya que, en su lengua, el sol no figura como porción sono­
ra Sonne, sino como porción sonora helios·, así que no en ­
tendería so-/son o / s /, sino he-/hel- o /h /.
Por lo dicho hasta aquí, las lenguas de imágenes, en
cuanto rebasan lo más elem ental, son inadecuadas para
u na com unicación internacional inm ediata. No obstante,
tam bién son la base de nuestra escritura. Sus signos, con
el deseo de m inim izar el tiem po em pleado en el dibujo
85
de cada im agen en la escritura usual, se van haciendo ca­
da vez más simples, estilizados y abreviados. Hasta el p u n ­
to de que u n día se simplifican tanto que, en lugar de la
im agen original, sólo quedan signos que no son im áge­
nes pero se distinguen entre sí con nitidez y con los que
se describe u n solo sonido com pletam ente determ inado.
Posteriorm ente, ese inventario de signos se transm ite de
u na com unidad lingüística a otra. En ese caso, el maestro
sólo debe enseñar al alum no la significación fonética de
cada signo.
Desde los griegos, Europa ha seguido p o r ese camino
de la transm isión esencialm ente inalterada de u n sistema
de rep roducción form ado. El resultado es que, en la ac­
tualidad, todas las lenguas europeas y m uchas extraeuropeas se transm iten m ediante el alfabeto griego, general­
m ente en su form a latinizada. Sin em bargo, el paso a esta
form a más altam ente desarrollada de la escritura con el
principio «un sonido = un signo» no tuvo lugar hasta al­
red ed or del 800 a. C. Todas las escrituras que se desarro­
llaron y em plearon en la época an terio r eran com bina­
ciones más o m enos incom pletas de im ágenes, sílabas y
sonidos. De los soportes sobre los que se escribió —pie­
dras, tabletas de arcilla y otros objetos— m uchos llegaron
hasta nuestra época a través de siglos y m ilenios, p o r
ejem plo, las piedras con inscripciones que se utilizaron
en nuevas casas, las inscripciones en rocas que siguen
siendo evidentes al cabo del tiempo, las inscripciones m o­
num entales como los obeliscos egipcios y, finalm ente, los
objetos inscritos que h an salido a la luz en excavaciones
m odernas, com o el m encionado sello. Como los hablan­
tes de las lenguas para las que se crearon esas escrituras
ya no existían, todas esas inscripciones debían ser desci­
fradas trabajosam ente en la era m oderna, y las hay que
aún están p o r descifrar. En esa labor ayudaban los llama­
dos bi- y trinlinguarios, es decir, m onum entos inscritos
86
que reproducen conjuntam ente el mismo texto, general­
m ente decretos de una instancia gubernam ental, en dos
o tres lenguas (y escrituras), de las que al m enos una es
ya conocida. También en casos así, la interpretación de la
escritura desconocida y la reconstrucción de la lengua ig­
n orada transm itida con ella resulta ser uno de los mayo­
res desafíos para la inteligencia hu m an a y la historia de
los desciframientos de lenguas y escrituras, una de las más
interesantes novelas de aventuras de la ciencia.
El inicio de esa historia interm inable lo constituyó la
interpretación de la escritura egipcia antigua, los llam a­
dos jeroglíficos (literalm ente: «tallas sagradas»; la prim e­
ra parte de la palabra la tenem os tam bién, p o r ejem plo,
en «jerarquía» = dom inio sagrado, y la segunda parte en
«gliptoteca» = alm acén de tallas o sala de esculturas), co­
m o d enom inaron a esos signos los griegos que dom ina­
ro n Egipto desde la época de A lejandro M agno (332 a.
C.). La in terpretación de esa escritura no se consiguió,
tras incontables tentativas erróneas de innum erables ex­
pertos, hasta el año 1882; el in térp rete, el francés Jea n
François Cham pollion, figura como padre de la m oderna
ciencia del desciframiento.
El segundo gran desafío descifrador lo representaba la
antigua escritura cuneiform e antiguopersa, que se cono­
cía desde 1684, en inscripiones pétreas de Persépolis, a
unos sesenta kilóm etros al nordeste de la actual Schira,
en Irán. Con esa labor están especialm ente unidos los
nom bres de Carsten N iebuhr, Georg Friedrich G rotefend
y H enry Creswicke Rawlinson. La interpretación fue esen­
cialm ente concluida alrededor de 1850.
El tercer desciframiento, dirigido a la escritura cunei­
forme mesopotámica, es decir, sumeria, elámica y asirio-babilónica, también llamada acádica, transcurrió dram ática­
m ente. Rawlinson, quien también estudió profundam ente
esta escritura, escribió en 1850: «Quiero reconocer espon­
87
táneam ente que [...] he estado a punto más de un a vez [...]
de abandonar el estudio [de las inscripciones asirías] defi­
nitivamente, porque desesperaba por completo de la con­
secución de u n solo resultado satisfactorio». Tras inconta­
bles tentativas, éxitos parciales y fracasos de num erosos
expertos, consiguió aquel mismo año de 1850 el irlandés
Edward Hincks el conocimiento pionero de que la escritu­
ra era silábica (cada signo indica una silaba que puede ser
«consonante + vocal», «vocal + consonante», o «consonan­
te + vocal + consonante»), además, que el mismo signo
puede ser polivalente: puede indicar una palabra o una sí­
laba, o, como com ponente de determ inados grupos de sig­
nos, indicar u n a determ inada categoría de objetos como
determinativo, p o r ejemplo, HOMBRE, MUJER, PAÍS, MADERA.
No obstante, cuando se puso de manifiesto que tam poco
se habían agotado todas las posibilidades, sino que el mis­
mo signo silábico podía tener diversos valores fonéticos, to­
do el trabajo de interpretación llevado a cabo hasta enton­
ces cayó en descrédito.
En esa aparente situación sin salida, la Real Sociedad
Asiática de L ondres p lan teó a cuatro rep u tad o s asiriólogos que trabajaban hacía tiem po en el descifram iento,
Rawlinson, Hincks, Fox Talbot y O ppert, la tarea de tradu­
cir, de m an era independiente entre ellos, u n a entonces
recién descubierta inscripción, que ninguno de los cuatro
conocía, y rem itir la solución. En u n a sesión solem ne de
la Sociedad se abrieron los sobres sellados remitidos: las
cuatro traducciones coincidían en todo lo esencial. Desde
entonces se da por lograda la interpretación de la escritu­
ra cuneiform e asirio-babilónica (acádica).
Con ello, estaban descifradas las tres principales escri­
turas del A ntiguo O riente: la jeroglífica egipcia, la cunei­
form e antiguopersa y la asirio-babilónica (acádica) ju n to
a su predecesora, la escritura cuneiform e sum eria. Pero
u n enigm a aguardaba todavía su solución e iban a trans­
cu rrir más de cien años, hasta que fuera hallada: habla­
mos de la(s) escritura(s) y lengua de los hititas. Se sabía
p o r la Biblia que ese pueblo existió y que debió de ten er
u n papel significativo en Asia Menor, en el siglo n a. C.
En num erosos pasajes bíblicos se hablaba de los «hijos de
Heth» y de los «hititas»,76 como p o r ejem plo en Génesis
23, 1 y ss. U no de esos pasajes despertaba especialm ente
la fantasía, se trata del Segundo libro de los Reyes, capí­
tulo 7, versículo 6, y dice:
El señor había hecho oír un estrépito, el estrépito de ca­
rros y caballos, el estrépito de u n gran ejército. De m odo
que se dijeron unos a otros: «El rey de Israel ha tom ado a
sueldo contra nosotros a los reyes de los hititas y egipcios».
Los «reyes de los hititas» en alianza con los «reyes de
los egipcios», o sea, las grandes potencias sobresalientes
de la época: eso sólo podía querer decir que esos hititas
no eran un pueblo insignificante. Pero eso era todo lo
que podía decirse de ellos. N ingún m onum ento, ningún
resto de población, n ingún testim onio escrito aparte de
la Biblia inform aba de su existencia. Si, en definitiva, exis­
tieron alguna vez —en la ciencia histórica, la Biblia pasó
a ser en el siglo x ix u n a fuente dudosa— , posteriorm en­
te habían desaparecido.
Para colmo de desdichas, cuando más tarde salieron
p o r prim era vez de su olvido a la luz con un testim onio
escrito, el descubridor de ese docum ento no reconoció
que se refería a ellos: en 1812, el descendiente de una a n ­
tigua fam ilia patricia de Basilea, el com isionado de la
Real Sociedad A fricana y de la C om pañía de las Indias
O rientales Jo h a n n Ludwig B urckhardt («Scheich Ibra­
him »), d u ra n te u n a visita en la ciu d ad siria de H am a
(la bíblica H am ath, más tarde en griego Epiphaneia de
O rontes), se topó en el bazar con una pequeña piedra cu-
89
bierta de figuras y signos que le recordaron los jeroglífi­
cos egipcios pero que se diferenciaban radicalm ente de
ellos. Por desgracia, sus observaciones al respecto fueron
pasadas p o r alto. A los informes de otros viajeros sobre la
misma piedi'a no les fue mejor. Hasta que en 1872, la pie­
dra, ju n to a otras cuatro del mismo tipo, se envió p o r el
gobernador de Siria a Constantinopla; al British M useum
de L ondres llegaron sus vaciados en yeso. Los o rie n ta ­
listas europeos y am ericanos pronto estuvieron de acuer­
do en que debían tener ante sí la escritura y la lengua de
los hititas. La conjetura fue atestada p o r num erosas ins­
cripciones del mismo estilo que aparecían desde 1876 en
las excavaciones británicas en D scherablus de Eufrates
(en la actualidad el puesto fronterizo turco-sirio de Carablus). La ciudad excavada resultó ser el antiguo centro de
p o d er hitita de Karkame (tam bién Karkamisch, Karkamis
y versiones sem ejantes), que para entonces se conocía
p o r fu entes egipcias y acadias. A unos ciento cin cu en ­
ta kilóm etros al este de Ankara, en el pueblo turco de
Bogazkóy, que más tarde resultaría ser Hattusa, la antigua
capital de los hititas, se hallaron más inscripciones del
mismo tipo en unión de m onum entales esculturas roque­
ras, así como, en tre otros lugares, en el paso Karabel, a
trein ta kilóm etros al este de Izmir, com o verem os más
Figura 13: El llam ado sello de Tarkondem os, conocido desde
el siglo
90
XIX.
adelante. Hay que decir que, de entrada, nadie podía leer
todos esos textos.
En 1880, el nativo galés y más tarde profesor oxfordiano de Asiriología A rchibald H enry Sayce, dio un p a­
so decisivo y, p o r cierto, ¡de la m ano de u n sello! Ese
sello (figura 13) fue en origen u n a plaquita de plata des­
crita ocho años antes p o r el orientalista alem án Mordtm ann en una publicación especializada.77 Fue a parar, en
Smyrna (= Izmir) a las manos del numismático A lexander
Jovanoff, quien lo ofreció en venta al Britisch Museum de
Londres. La dirección del m useo la tuvo po r u n a falsifi­
cación y rechazó la com pra, aunque con la precaución de
hacer una copia. Esa precaución tendría su recom pensa,
no en el año 1880, sino, como luego veremos, de m anera
poco m enos que sensacional, p o r segunda vez en el re ­
ciente pasado, en 1997, y además en conexión inm ediata
con la cuestión de Troya. Pero no nos adelantem os. Por
entonces, en 1880, el m encionado asiriólogo Sayce exa­
m inó la copia de aquel sello en el British Museum. El se­
llo portaba, en un estrecho segm ento anillar circundante
una inscripción cuneiform e, y, en la parte central, m os­
traba un ricam ente ataviado «guerrero» —como dijo e n ­
tonces M ordtm ann— arm ado, y: «en ambas caras se ven
diferentes símbolos». M ordtm ann ya había intentado leer
el texto cuneiform e exterior y, con ayuda del determ ina­
tivo que tam bién aquí aparecía, había p en etrad o el a r­
mazón del significado «XY (= nom bre no legible), rey del
país XY (= nom bre no legible)». Así mismo había in te r­
pretado el nom bre del rey como «Tarkudimmi», u n nom ­
bre frecuente en Cilicia, y com parado ese «Tarkudimmi»
con el nom bre que aparece en el autor griego Plutarco
(siglo il d. C.) «Tarkondemos». Desde entonces, el sello
es conocido en hititología como el «sello Tarkondemos»;
hasta 1997 no se reveló qué reza la lectura correcta.
La interpretación p o r M ordtm ann de la parte cunei-
91
form e del sello era correcta hasta la lectura del nom bre.
Pero no había dado el paso decisivo para el com pleto des­
cifram iento futuro del hitita. Ese lo dio Sayce: M ordt­
m ann no había reparado m ayorm ente en los signos figu­
rativos de ambos lados de la figura central y los despachó
como «símbolos». Sayce reconoció que esos signos no
eran símbolos cualesquiera, sino signos escritos. Y fue
más allá al reconocer que esos signos de escritura picto­
gráfica en la parte interior debían expresar el mismo tex­
to que los signos cuneiformes del anillo exterior. Eso fue
u n hito en la investigación. Porque así se tenía en la ma­
no el p rim er bilingüe hitita. Pero, p o r entonces, eso no
bastaba p ara empezar. Porque, tanto la lengua que se
transm itía m ediante el escrito cuneiform e en el anillo ex­
terior, como la que parecía transmitirse m ediante los sig­
nos figurativos del interior, eran desconocidas. Era como
si se tuviera hoy u n texto escrito en letras latinas y u n se­
gundo escrito en letras griegas. Se reúnen en palabras las
letras, cuyo valor fonético se conoce, y hay que concluir
que esas palabras no son de la lengua latina ni de la grie­
ga. P roducen varios sonidos que parecen totalm ente ca­
rentes de sentido, porque no son latinos ni griegos, sino
que p roceden de u n a lengua que no se conoce. Así que
se p u ed en leer los textos, pero no entenderlos. U na si­
tuación frustrante.
Y no m ejoró, sino que se tornó aún más atorm entado­
ra con el hallazgo hecho en 1888 en El A m arna, Alto
Egipto. Allá salió a la luz un archivo de tabletas de arci­
lla, se trataba del resto copioso de un intercam bio episto­
lar entre los faraones egipcios Amenofis III y Amenofis IV
(E knatón), y los reyes de Asia Menor. E ntre esas cartas,
redactadas en acadio perfectam ente com prensible, tam ­
bién se en co n trab an dos procedentes de los «reyes de
Hatti», es decir, de los reyes hititas. ¡Así que la Biblia te­
nía razón! U na de las cartas procedía de u n cierto rey
92
Suppiluliuma y felicitaba a Eknatón por su entronización.
Más cartas portaban valiosas explicaciones referidas a
guerras y expediciones de los hititas en Asia M enor m eri­
dional (Siria). Los historiadores estaban exultantes. ¡Por
fin regresaba a la claridad de la historia el tanto tiem po
desconocido pueblo e im perio de los hititas! Los especia­
listas en lenguas tenían m enos motivos para el regocijo.
Porque aquí se repetía lo que les había llevado a la deses­
peración con el sello Tarkondem os. Dos de las cartas en
las tabletas de arcilla estaban redactadas en escritura cu­
neiform e acadia, pero en u n a lengua que era com pleta­
m ente desconocida. Estaban dirigidas a un receptor en el
«país Arzawa». Eso sí podía deducirse, pero nadie cono­
cía el «país Arzawa» y el texto era incom prensible. Hasta
1997 no se reveló de qué m anera conectaban esas «cartas
ArzaAva» con el sello Tarkondemos. En la época en que se
publicaron, el año 1902, originaron un gran escándalo.
Sus editores, K nudtzon, Bugge y Torp, avanzaron la h i­
pótesis de que la lengua desconocida sería hitita, y que el
hitita pertenecería a u n grupo lingüístico totalm ente di­
ferente al de la mayoría de los textos redactados en escri­
tura cuneiform e: m ientras esas lenguas serían semíticas,
el hitita sería indoeuropeo, ele m odo que, con las cartas
Arzawa, se disponía del m onum ento lingüístico más anti­
guo del tronco indoeuropeo. Esa era, en la época, una h i­
pótesis inaudita. La indoeuropeística la rechazó y los edi­
tores se retractaron. La cuestión de la lengua de las cartas
quedó irresuelta.
La situación iba a tornarse aú n más atorm en tad o ra.
En 1905, el asiriólogo alem án H ugo W inckler acudió a
Bogazkóy, en misión de la Sociedad O riental A lem ana y
del entonces káiser G uillerm o II, excavó con su equipo
u n gran templo y encontró allí un archivo de tabletas de
arcilla con más de diez mil fragm entos. U na gran parte
de esos docum entos estaba en buen estado de conserva­
93
ción. Los que estaban redactados en acadio, la lengua di­
plom ática de la época en el Próxim o O riente, W inckler
pudo leerlos enseguida. En el acto supo que se hallaba so­
bre el suelo de la antigua capital de los hititas, ¡en H attu­
sa! Veinte días después del inicio de la excavación, el 20
de agosto de 1905, W inckler tenía en la m ano u n a carta
del faraón egipcio Ramsés II al rey hitita Hattusili III, so­
bre el tratado de paz entre egipcios y el im perio de Hatti
del año 1269 a. C., ¡un tratado que ya se conocía, en su
versión egipcia, de los jeroglíficos en los m uros del tem ­
plo de Karnak, la antigua Tebas oriental en el Nilo! Pron­
to surgieron más docum entos, informes y cartas de todo
tipo. En una segunda cam paña de excavación, en los años
1911-1912, aum entó el m aterial y la historia de los hititas
comenzó a perfilarse. Pero no todos los textos estaban re­
dactados en acadio. Muchos estaban en la misma dichosa
lengua que ya se conocía de las cartas Arzawa (lengua que
m uchos tenían p o r «caucásica»). Ya hacía cuarenta años
que se había reconocido esa lengua en la leyenda cunei­
form e del sello Tarkondem os y seguía sin ser entendida
p or nadie...
Tres años después llegó la solución. H abía que agrade­
cerla al hijo del pastor protestante B edrich (más tarde
Friedrich) Hrozny, nacido en B ohem ia en 1879, quien
había estudiado semitística y asiriología en Viena y Ber­
lín, y a los veinticuatro años llegó a ser profesor extraor­
dinario en la Universidad de Viena. En 1914, la Sociedad
O riental Alem ana lo envió a Constantinopla, en cuyo m u­
seo debía copiar los textos de Bogazlcóy allá depositados.
Hrozny hizo el decisivo descubrim iento de que en los tex­
tos hititas, hasta entonces incom prensibles, aparecían
u na y otra vez «series» de los mismos grupos de signos cu­
neiform es. D ebían de ser term inaciones. Pero entonces
el hitita tenía eso en com ún con el indoeuropeo, el cual
declina las palabras (las conjuga o flexiona). La revela­
94
ción llegó cuando aquel hom bre de treinta y cinco años
separó del texto la frase:
n u BROT-an e-iz-za-at-te-ni wa-at-tar-ma e-ku-ut-te-ni
El signo para BROT78 era un ideogram a conocido del
acadio. ¡Pero aquí tenía u n a term inación: -anl Y si se leía
la tercera palabra conform e a las norm as de la escritura
cuneiform e, sonaba ezzáteni Su raíz resultaba difícilmen­
te separable del radical indoeuropeo ed-, que aparece en
griego: édein, en latín: édere, en alemán: essen/'' La cuarta pa­
labra, puesta en form a fonética, quedaba así: wátar (-m a).
Eso, probablem ente, sólo podía em parentarse con «wasser».80 Así que ahí debía hablarse de «comer pan» y «be­
ber agua». En ese instante todo casó entre sí y Hrozny dis­
ponía de la frase «ahora coméis pan y bebéis agua».
La conclusión era ineludible: ¡el hitita era u n a lengua
indoeuropea!81 El 15 de noviem bre de 1915, Hrozny ex­
puso esta conclusión ante la Sociedad Próxim o O riental
de Berlín. Fue una sensación científica. En 1917 publicó
su recopilación L a lengua de los hititas, su construcción y su
pertenencia al tronco lingüístico indoeuropeo. No había nada
de peso que objetar a los resultados. Con ello quedaba
descifrada la escritura cuneiform e hitita.
En cambio, seguía sin interpretarse la «imagen» o el
llam ado «jeroglífico hitita». Desde el hallazgo del sello
Tarkondemos y el reconocim iento de Sayce de que los sig­
nos figurativos en el in terio r del sello debían rep etir el
mismo contenido que los signos cuneiform es del anillo
exterior circundante, apenas se había avanzado nada en
el descifram iento. Sin em bargo, había ganado terren o
c ierta hipótesis que m ás ta rd e d eb ía revelarse com o
correcta y esencial (y que es de capital im portancia para
nuestra cuestión del sello de Troya) : la escritura pictográ­
fica parecía transm itir u n a lengua, ciertam ente em paren­
95
tada, pero no idéntica a la cuneiforme. En los textos hiti­
tas cuneiform es había fragm entos donde palabras y pasa­
jes de las dos lenguas em parentadas estaban indicados
con las señales luwili o palaumnili, lo que sólo p o d ía sig­
nificar «en luvio» o «en palavio»82. La hipótesis sugería
que la escritura pictográfica trasm itía un o de estos dos
dialectos del hitita cuneiform e, el luvio o el palavio. Esa
suposición se fortaleció y precisó cuando se encontró, en
más am plios estudios de los textos hititas cuneiform es,
que a lo largo del posterior transcurso de la historia hiti­
ta (siglos x i v / x i i i a. C.) especialm ente el luvio ejerció
una influencia creciente en la lengua hitita básica o pri­
mordial.
Los luvios, u n pueblo estrecham ente em p arentado
con los hititas, form aban desde el principio u n a parte
esencial del im perio hitita. El influjo de su lengua en el
hitita se m uestra tam bién en el léxico. El luvio evolucio­
naba claram ente hacia u n a especie de lengua po p u lar
den tro del im perio y p o r su interm edio se in tro d u jero n
en los textos hititas num erosos préstam os de otras len­
guas m editerráneas contem poráneas.83 Después del decli­
ve del gran im perio hitita alrededor de 1175, el luvio p er­
duró en consecuencia en los nuevos pequeños estados y
principados sucesores que surgieron, especialm ente en el
área siria (se habla del «cinturón luvio» de Asia M enor),
pero con extensión tam bién hacia el norte. Muchas len­
guas anatolias que hallamos en Asia M enor en el I mile­
nio a. C. como, entre otras, el cilicio, capadocio y licio, se
llam an hoy «luvio tardío», «nuevo luvio» o se designan co­
mo «luvoides», en consideración a esa continuidad.84
Según se desprende de estudios sobre la partición lin­
güística en el im perio hitita, el luvio se habló especial­
m ente en el sur y oeste del imperio. Los textos pictográ­
ficos, com o hem os visto, fueron hallados sobre todo en
esas zonas: en H am a y Karkemis, en Siria, así como en el
96
paso Karabel ju n to a Esm irna (Izmir), y tam bién el sello
Tarkondemos procedía de Esmirna. Cada vez estaba más
claro que el «hitita jeroglífico», la dichosa escritura pic­
tográfica, era luvio. Pero, desde luego, no había quien la
leyera.
El desciframiento de esa escritura pictográfica, de m o­
do diverso al descrito en otros casos, no lo logró u n hom ­
bre determ inado en u n m om ento preciso, sino que se
consiguió en u n dilatado proceso de búsquedas e in ter­
cambios, especialm ente en los años entre 1928 y 1946, de
varios expertos de diferentes naciones (y hoy aún no se
ha com pletado). Entre esos investigadores hay que m en­
cionar en especial al italiano Piero Meriggi, el polaco de
nacim iento y más tarde am ericano Ignace J. Gelb, el sui­
zo Emil Forrer y el alem án H elm uth T heodor Bossert. Al
final de la Segunda G uerra M undial, se podían leer unos
cincuenta signos pictográficos de sílabas del tipo «conso­
nante + vocal». En 1947, se vio que se iba por el buen ca­
mino: ese año, encontró Jobert, en Cilicia, sobre el Karatepe, la «Colina Negra», al nordeste de la m oderna ciudad
turca de Adana, u n bilingüe «hitita jeroglífico-fenicio».
Lo conseguido hasta entonces fue confirm ado en todo lo
esencial por ese texto, donde un reyezuelo llamado Asitciwatas narraba sus hazañas.
En los años posteriores, la investigación del hitita je ro ­
glífico se continuó sobre todo por parte del francés Emile
Laroche así como m ediante un trabajo conjunto cientí­
fico de dos ingleses, J. David Hawkins y A nna M orpurgo
Davies, ju n to con el alem án G ünter Neum ann. Los tres úl­
timos pudieron m anifestar en u n a publicación conjunta
de 1973 la conclusión de que el hi ti ta jeroglífico estaba es­
trecham ente em parentado con el luvio (en 1996, Hawkins
lo recalcó en su artículo «Anatolian Languages» en Oxford
Classical Dictionary, donde describía al hitita jeroglífico co­
m o u n «dialecto luvio») y en 1992, N eum ann formuló en
97
un trabajo más amplio con el título «Sistema y Construc­
ción de la escritura jeroglífica hitita» el ya conocido resul­
tado de que «hay indicios en el sentido de que [la escritu­
ra jeroglífica hitita] fue creada primariamente para la
lengua luvia ».85 Esta escritura pictográfica com bina tam­
bién sistem áticam ente, como ya hem os com probado co­
mo principio de todas las escrituras pregriegas, logogramas, ideogram as y determinativos, ju n to con signos
silábicos inequívocam ente acrofónicos: una cabeza de as­
no dibujada, p o r ejemplo, puede significar sim plem ente
«asno» como tam bién la prim era sílaba abierta de la pala­
bra luvia para «asno», targasna, es decir, ta-.
N eum ann respondía en ese trabajo a la preg u n ta que
sin d u d a se im pone a cualquiera que ha llegado hasta
aquí: «¿Por qué?». ¿Por qué una parte del gran pueblo de
los hititas, los luvios, se perm itió el lujo de inventarse,
además de la ya disponible escritura hitita, la cuneiform e,
u n a segunda escritura? La respuesta que da N eum ann
nos devuelve a nuestro punto de partida, el sello bicon­
vexo de bronce que se encontró en Troya en 1995. Pro­
vistos del conocim iento básico sobre el nacim iento y
construcción de las primitivas escrituras de la h u m an i­
dad, podrem os conocer m ejor qué im portancia tiene ese
hallazgo para el conjunto de la cuestión de Troya.
Vaya p o r delante la aseveración de que, com o conse­
cuencia del intenso estudio de los textos cuneiform es hi­
titas que fue posible tras el descifram iento de H rozny en
1915, hoy tenem os u n a cosa clara: los hititas y sus p u e­
blos partícipes, los luvios y palaicos, eran u n pueblo in­
d oeu ropeo que, en el III m ilenio a. C., em igraron de las
zonas al n o rte del m ar N egro hacia A natolia y que allí,
tras m odestos inicios, se fueron convirtiendo, m ediante
la expansión, en una gran potencia. En el p u n to culmi­
nan te de su extensión, esa gran potencia dom inaba u n a
gran p arte de Asia M enor, si no era incluso to d a Asia
98
Menor, desde el m ar N egro hasta Levante, en el suroes­
te, y hasta el Egeo, al oeste. Para u n a m ejor co m p ren ­
sión del siguiente resum en de la historia hitita, an tici­
pam os u n gráfico sinóptico, así com o u n a lista de los
reyes y, hasta donde se conocen, las reinas hititas (figu­
ras 14 y 15).86
Tras u n prim er período de expansión con el derroca­
m iento de tres pequeñas m onarquías domésticas, el rey
Anitta fundó el prim er gran reino hitita, cuya capital era
Nesa. Siguió el período del llamado Im perio Antiguo con
la nueva capital Hattusa (aprox. 1650-1500), donde la p o ­
lítica expansiva se dirigió especialm ente contra Asia Me­
n o r —los denom inados países Arzawa— y Siria; en 1531
llegó a invadirse Babilonia. Pero, como consecuencia de
luchas internas p o r el p o d e r dinástico, se perd iero n to­
das las conquistas hasta que, alrededor de 1500, com en­
zó el Im perio M edio con el rey Telibinu y la política de
conquistas puram ente militares se com plem entó con una
política de confederaciones: el po d er central en H attusa
im puso reyes vasallos en las partes de Anatolia conquista­
das o dependientes y los sujetó m ediante tratados. Al mis­
m o tiempo, volvió a ganar Siria y a m archar contra Arza­
wa en el oeste.
A partir de 1400, com enzó el ascenso a gran im perio
de H attusa que, finalm ente, se situó com o tercera gran
p o te n cia m u n d ial de la época, a la m ism a altu ra que
Babilonia y Egipto. En esa época dorada del im perio
( x i v - x i i i a. C.) todos los pequeños estados entre la capi­
tal y Levante le pertenecían; más allá, el país Arzawa con
su capital Abasa (= Efeso) fue destruido y convertido en
estados vasallos (Mira, Haballa, Seha) al tiempo que el te­
rritorio imperial se extendía hasta las islas situadas frente
a la costa del Egeo, com o Lazba (= Lesbos). También la
zona de Troya quedó ligada a Hattusa; volveremos, p o r
supuesto, a hablar de esto. En la batalla de Kades (Qua-
99
Ahhijawa
SHIII A l
Primera mención dt
Ahhija(wa) en testo:
hititis.
1400
Ê
Wilusa
Seha
Arzawa/Mira
Haballa
Kubantakurunta
Troya VIg
Perteneciente al pals
Assuwa. Primera
mención de Wilusa
en hitita,
rfcde apra.«.
IJ7>
Tudhalija I
(aptos. 1420-1400)
Arnuwanda I
(aprox. 140Ü-1375).
'
P
,
Hattusa
0
SH 111A 2
Colonizacióiimiu
C nía de Milkwandi/
A Miletos.
Tarhuntaradu
Arzawa es4 estado más poderoso deAsia Menor
Occidental? un reino fícrfco.
Troya VIK
Tudhalija Π
(aprox. 1375-1355)
Suppiluliuma I
(aprox. 1355-1320)
1350
Uhhazidi
(hasta aprox. 1316)
Arnawanda II
(aprox, 1320-1318)
Uratarhunta
Manabatarhunta
Destruaión hitita di
iproi. 1316
iprot. 1315
1300
L
A
C
I
Alaksandu
Troya V ila
0
Formación pactadi de los «países Arcawa> (Mira, Seha, Haballa) como
estados federados dentro del Imperio Hitita, bajo k preminencia política
de Mira.
Mishuiluwa
Tarkasnalli
I (aprox. 1315-1307)
[ Kubantakurunta
(desde aprox. 1307) . Uraliattusa
Muwattalli II
(aprox, 1290-1272)
Wilusa se adhiere por ;
s
pacto al Imperio hitita ;
y se luce miembro de]
los «países Anawa*. :
‘m ’
Mursili III
(aprox. 1272-1265)
1
G
1250
í
N
•j
Hattusili II
(aprox. 1265-1240)
(.Cutí
Tuvagliwi» al rey
de Ahhijawa)
Tudhalija III
(aprox. 1240-1215)
C SH IIIB 2
O
Tarhunnaradu
(Usurpator)
«descendiente de
Muwawaíwíi»
s Ultima
. mención de
Ahhijawa en ur
to hitita.
|
i
Tarkasnawa
\ («CartiMilawada·»)
|
Amuwanda III
(desde aprox. 1215)
1200
SH IIÎC
(aprox. 1L90—
1050/30) .
Troya V llb ,
Ultimi mención de
.Wtfusi en tm ex ®hirió.
Suppiluliuma II
(hasta aprox. 1190)
En el sur y suroeste de Asia Menor y Siria, surgen como grandes monarquías sucesoras lassecundogenituras hititas de
Tarhuntassa y Karkamis. Se interrumpe la transición de Asia .Menor,
Π 50
aprox. 1130
SH III C
Troya VIIb2
sello luvio jeroglífico
Figura 14: Sinopsis cronológica de la historia de Asia M enor
Occidental.
Sinopsis de reye5s y reinas hititas
Fechas
Reyes
Final siglo xvm
a) Reyes de Nesa
Reinas
Plthana de Kussara
Anitta (hijo de Pithana), gran rey
(Laguna de aprox. 130 años en la
transmisión después de Anitta)
b) Grandes reyes de Hattusa
aprox. 1565-1540
aprox. 1540-1530
después aprox. 1530
después aprox. 1500
aprox.
aprox.
aprox.
aprox.
1420-1400
1400-1375
1375-1355
1355-1320
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
Hattusili I («sobrino de Tauannanna»)
Mursili I (hijo de 1)
Hantili I (cuñado de 2)
Zidanta I (yerno de 3)
Ammuna (hijo de 4)
Huzzija I (parentesco no aclarado)
Tellbinu (¿hijo de 5? cuñado de 6)
Tahurwaili (posición 8 Insegura,
parentesco no aclarado)
Alluwamna (yerno de 7)
Hantili II (probable hijo de 9)
Zidanta II (probable hijo de 10)
Huzzija II (probable hijo de 11)
13.
14.
15.
16.
17.
Muwattalli I (¿hijo o hermano de 12)
Tudhalija I (hijo de 12)
Arnuwanda I (yerno e hijo adop. de 14)
Tudhalija II (hijo de 15)
Suppiluliuma I (hijo de 16)
aprox. 1320-1318
aprox. 1318-1290
18. Arnuwanda II (hijo de 17)
19. Mursili II (hijo de 17)
aprox. 1290-1272
aprox. 1272-1265
20. Muwattalli II (hijo de 19)
21. Mursili ill Urhitesub (hijo de 20)
(en 125 mencionado en el exilio egipcio)
22. Hattusili II (hasta ahora III) (Hijo de 19)
23. Tudhalija III (hasta ahora IV) (hijo de 22)
24. Kurunta de Tarhuntassa (hijo de 20)
25. Arnuwanda III (hijo de 23)
26. Suppiluliuma II (hijo de 23)
aprox. 1265-1240
aprox. 1240-1215
aprox. 1220-?
después aprox. 1215
Kaddusi
Kali
Harapsegi
?
?
?
Istabarija
Harapsili
?
Ijaja
Summlrl
Katteshabi
¿Katteshabi?
Nigalmadi
Asmunigal
Taduheba
Taduheba
Henti
Malnigal
Malnigal
Malnigal
Gassulawija
Tanuheba
Tanuheba
Tanuheba
Puduheba
Puduheba
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Los primeros reyes de los reinos
procedentes del imperio hitita
alrededor 1200
a. Secundogenitura de Karkamis:
Kuzitesub (tataranieto de 17) gran rey
b. Secundogenitura de Tarhuntassa:
Hartapu (hijo de Mursilis = prob. 21) gran rey
c. Estado vasallo de Mira:
Mashulta (biznieto de Mashuiluwa de
Arzawa/Mira y de la hija de 17) gran rey
Figura 15: Sucesión cronológica de los reyes y reinas hititas.
desch) de 1275, incluso llegó a detenerse el ataque de
Egipto, bajo Ramsés II, hacia el norte.
Hacia 1175, el im perio se desmoronó. Los motivos son
múltiples y su interacción aún no ha sido aclarada del todo.
Numerosas m onarquías pequeñas y grandes que hasta en­
tonces se hallaban en la confederación del gran imperio,
continuaron tras su caída como principados autónom os.
En ellos se mantuvo la antigua cultura hitita o luvia junto
con su lengua y escritura. Hasta los siglos v m / v i i a. C.,
estos estados sucesorios hititas, tam bién llamados secundogenituras = «zonas de soberanía de hijos segundones y
sus dinastías», no conform aron nuevas unidades como Li­
cia, Caria o Lidia. Sin embargo, la lengua, es decir, el lu­
vio, siguió existiendo en determ inadas zonas de Asia Me­
n or todavía en los siglos i v / m a. C. — en las provincias
rom anas de Isauria y Licaonia (en la Turquía actual viene
a ser el triángulo Antalya-Konya-Adana), se m antuvo en
nom bres propios incluso hasta el siglo vi d. C.87
En este som ero vistazo a la historia hitita, queda claro
que el im perio jam ás fue dirigido p o r u n pueblo unido.
Muchas regiones y pequeños estados de procedencia no
hitita fueron incorporados al territorio imperial, o vincu­
lados m ediante tratados. El im perio de los hititas se p re­
senta, en el m om ento de su máxima extensión, como un
estado plurinacional y m ultilingúe. Aquí aplica G ünter
N eum ann su explicación de por qué, ju n to a la escritura
cuneiform e hitita tradicional, se em pleó una segunda, la
hitita jeroglífica (la cual, tras los nuevos conocim ientos,
para evitar confusiones con los jeroglíficos egipcios, sería
preferible denom inar «luvioglífica» o «pictoluvia»):88
La escritura nuevam ente creada en Asia M enor tiene la
ventaja de que m uchos de sus glifos son figurativos y natu­
ralistas, de m odo que m uestran de inm ediato al lector con­
tem poráneo lo que expresan, independientem ente de qué
102
lengua habla o en tiende ese lector. Eso la diferencia de la
escritura cuneiform e en su más alto grado de abstracción,
cuyos signos propios en el II m ilenio sólo consisten en com ­
binaciones de trazos y ganchos, y únicam ente puede leerla
quien ha sido adiestrado en el conocim iento del idiom a del
texto. También el form ato de las tabletas cuneiform es m ues­
tra que están adecuadas al tam año de la m ano de un lector
individual.
Por lo mismo, en la creación de los jeroglíficos pudo te­
n e r su papel el deseo de dirigirse — con la ayuda de un n u e ­
vo m edio en el que cada cual, y no sólo los que sabían es­
cribir, en ten d ía enseguida al m enos u n a parte de los
signos— a más amplios sectores en u n país de varias len ­
guas. No sólo la m onum ental inscripción de Nisantas, en la
capital Hattusa, sino tam bién el m onum ento roquero de Ka­
rabel al borde de una im portante calzada [...] y m uchos
otros son, claram ente, docum entos asequibles. Se dirigen,
com o grandes carteles, a los transeúntes de un m odo que
nunca se in ten tó con la escritura cuneiform e en Asia M e­
nor. En Nisantas se hace evidente que Supilulium a II, u n o
de los últimos reyes de la gran época im perial, se «presen­
ta» con titulares detallados. Y tam bién será lícito suponer,
respecto a las demás antiguas inscripciones pétreas, que fue­
ron grandes señores quienes las encargaron y hablan en
ellas.
N eum ann sostiene ahora esta esclarecedora hipótesis
sobre el sello «luvioglífico»:
Los más antiguos signos garantizados de esa escritura j e ­
roglífica hitita son los sellos o sus grabados. En ellos, los sig­
nos ofrecen sobre todo los nom bres (y título) del señor, de
u n a form a artística que ha de experim entarse com o rep re­
sentativa y solem ne. Pero, en esos sellos, adem ás de los
nom bres y títulos de reyes (R E X [=REY] ) y p rín c ip e s /p rin ­
cesas (R E X FIL IU S, REX FIL IA [= H IJO DEL REY, H IJA D E L REY] )
se en c u en tra n los signos de PR A EC O («heraldo»), A U R IG A
103
(«conductor de carro»), PIN C ER N A («copero»), SCRIBA («es­
criba», que aparece como m ínim o en tres clases de rango),
adem ás de M A G N U S D O M U S INFANS [...] que solemos tradu­
cir com o «doncel palaciego». Todos son signos p ara altos
funcionarios de corte. A parte figura u n signo (L 372) para
el título SA CERD OS («sacerdote»). De m odo que h a existido
el d erech o (o la costum bre), p o r lo visto desde la época
más tem prana, de utilizar sellos tam bién p ara el en to rn o
del rey. (Para tal título se em plea un signo específico y son
los que p erten ecen a la parte central y más antigua de esta
escritura). Las más de las veces, aparecen en el sello je r o ­
glíficos y escritura cuneiform e juntos. En conjunto, se tie­
ne la im presión de que la escritura se percibía com o ade­
cuada para m ostrar públicam ente con ella el p o d e r de los
señores y los grandes de la corte.89
En consecuencia, los hititas em plearon u n a «escritura
cortesana» para uso en el restringido círculo guberna­
m ental y administrativo, así como en la relación diplom á­
tica: la escritura cuneiform e (sus docum entos form an
u n a enorm e masa textual que, a causa del lim itado n ú ­
m ero de los expertos, sigue en la actualidad sin in terp re­
tarse en su mayor p a rte ). En cambio, para la representa­
ción y la ostentación señorial ante el pueblo, de puertas
ad en tro del im perio, se em pleaba preferen tem en te la
pictográfica, más com prensible e im presionante a simple
vista, y tam bién probablem ente enten d id a com o oficial
p or la gente rasa.
La escritura «luvioglífica» m uestra ahora u n a determ i­
nada peculiaridad del producto escrito que la distingue
p ro fu n dam ente de la escritura jeroglífica egipcia. En su
tiem po, u n a célebre hetitóloga form uló así la diferencia:
Cuando el egipcio escribe, da form a. Es un placer para el
ojo y eso es, para él, m ucho más im portante que el conteni­
do formal. Pero el hitita es comunicativo. Lo que rebosa el
104
corazón sobrepasa la escritura. Él escribe por am or al con­
tenido. Le p reocupa poco qué h ech u ra ten d rá luego. P o r
eso, no están las únicas letras dispuestas según u n esquem a
convencional [...]. Los signos flotan más en el espacio que
cuando se disponen en líneas. Es precisa m ucha experien­
cia del hititólogo para p o d er leerlos en la debida sucesión
[...]. Entre los hititas, la escritura va corriendo [...] real­
m ente po r todas partes. Con total despreocupación por el
borde, las esquinas, el bloque vecino [en el caso de inscrip­
ciones roqueras], po r encim a de los cuerpos de los anim a­
les, en fin, po r donde le parece al escriba [...]. ¿Qué habría
dicho [...] el pedantem ente ordenado egipcio sobre esta es­
critura flotante?
Y sobre los sellos hititas:
Los sellos hititas no revelan nada de ese intrincam iento
y orden [característicos del sello asirio]. O bien reina aquí
u n a sola figura y sólo tolera ju n to a sí signos escritos y atri­
butos en un papel subordinado, o bien encontram os al p a r
de la escritura u n a hinchazón m ultitudinaria, u n a ten d en ­
cia a la narración y el desborde sin el más m ínim o sentido
de la sucesión y el orden. Ése es el motivo principal po r el
que los hititas no p u d iero n e m p re n d er nada con el sello
enro llad o y se q u e d a ro n con el cuño. P orque el en ro lla­
do hace ángulos rectos que reclam an u n a consideración a
lo vertical y horizontal, m ientras el cuño es redondo y, con
ello, el m arco ideal para la oscilación flotante en la soltura
espacial del arte hitita.90
A la luz de esa característica, apenas será asom broso
que el texto del sello luvio hallado en Troya en 1995 n o
pu d iera ser com pletam ente descifrado ni p o r los más
com petentes hititólogos de la época. A eso se añade la
mala conservación de los signos grabados: el sello fue u ti­
lizado con m ucha frecuencia de m odo que la superficie
105
Figura 16: Ejemplos de sellos hititas.
de m etal entre las tallas, igual que el perfil de u n neum á­
tico de un automóvil, está en parte totalm ente «gastado»
y las incisiones se h an difum inado.
C o n te n id o d e l sello: ¡un escriba e n Troya!
Por fortuna, eso no es decisivo porque lo legible mues­
tra inequívocam ente el tipo de inscripción: «título + nom ­
b re » .^ David Hawkins, a cuya custodia se confió el hallaz­
go inm ediatam ente, puso claro en su peritaje publicado
en 1996,91 en prim er lugar, que ese tipo es corriente entre
los sellos «luvioglíficos»: en una cara del sello suele figu­
rar u n nom bre m asculino acom pañado de título, en la
otra, u n nom bre de mujer, se supone de la esposa. Y, en
lo tocante al uso de ese tipo de sello, el hititólogo Ronald
L. Gorny llegó a la conclusión, en un estudio especial ya
en 1993, de que es característico de la época dorada im­
perial de los hititas (siglos x iv /x in a. C.) y de que fueron
usados con la mayor frecuencia en el siglo x m , es decir,
la era más tardía del imperio.
El sello de Troya es pues legible de la m ejor m anera,
incluso sin lugar a duda, justo en los pasajes más im por­
tantes para nuestros intereses científicos actuales: allá
donde, en la cara del hom bre, aparece la titulación y, en
106
la otra cara, el dato «mujer». En cambio, ambos nom bres
individuales del hom bre y la m ujer ya no son claram ente
descifrables. Enseguida se ve que esa circunstancia de
conservación es poco m enos que un golpe de fortuna p a­
ra nosotros: si cayera en manos de nuestros sucesores u n
cuño de nuestra época que, en una parte, p erm itiera
identificar los nom bres individuales «Richard» e «Irene»,
m ientras en otra parte, en la posición donde quizá estu­
viera la dirección de Richard e Irene, no la conservase, el
valor informativo del hallazgo no sería muy grande para
quien lo encontrase. Por el contrario, en el sello Troya se
reconoce claram ente el título del XY en la cara del hom ­
bre: «escriba» —o, p o r decirlo con G ünter N eum ann,
«maestro escriba»— y, en el reverso, la palabra «mujer».
Como de costum bre, a ambos lados, los datos del dueño
están enm arcados por el signo «bueno». Se desea suerte
al dueño del sello.
El título «escriba» o «maestro escriba» en estos sellos,
en tanto no se m uestran como simples signos de estampi­
llar, es un signo de oficio o rango relativamente frecuen­
te. Da a en ten d er que el dueño del sello no es propieta­
rio o rem itente de la m ateria sellada, o sea, p o r ejem plo
comerciante, sino perteneciente a un alto estatus, una p er­
sona que ha disfrutado de una form ación, que sabe leer
y escribir, y, por lo tanto, se cuenta entre los «intelectua­
les». Es más: el título m uestra que aquí «habla» una p er­
sonalidad oficial autorizada p o r las más elevadas instan­
cias del poder. Gorny definió a los dueños de semejantes
sellos como gente que posee las más altas posiciones so­
ciales y concluyó:
Si el uso de este sello estaba reservado a un grupo de funcionai'ios especiales, entonces se está autorizado a vincular
a esa gente con el rey hitita o, como m ínim o, con un grupo
de personas ligadas a la corona.92
107
Lo mismo, e incluso más decididam ente, form uló G ün­
ter N eum ann en 1992, como acabamos de ver. ¡Y ahora
resulta que aparece tin sello precisam ente de esa clase
en Troya! ¿Hay que tenerlo p o r algo indigno de aten­
ción? ¿Por u n a casualidad que no quiere decir nada? Da­
da la m encionada situación de la investigación, cuesta
m ucho su p o n er que alguien llevó al cuello com o ador­
no u n a antigua joya, cuyo significado hacía m ucho que
ya no podía entender, y, luego, u n día, la tiró a la basura
de p u ro hastío; o bien darse p o r satisfecho con la supo­
sición de que u n visitante de Troya perdió el objeto, no
se dio cuenta, y, cuando p o r fin lo notó, no se preocupó
más. ¿Es que u n alto funcionario gubernam ental que hoy
perd iera su pasaporte diplom ático reaccionaría con esa
despreocupación? ¿No debem os extraer otra conclusión
del sello de Troya? Veamos, de entrada, en qué lugares
del m undo antiguo se h an hallado esos sellos. Porque só­
lo de ese m odo se llegará a u n a adecuada clasificación
del hallazgo del sello en un posible contexto estructu­
rado.
La z o n a d e d istrib u c ió n d el sello luvio
En su prim er inform e sobre el hallazgo del sello, Korf­
m ann ha indicado que objetos así son habituales en su
form a y que h a n aparecido en más de quince ciudades
anatolias.93 Eso parece comedido. El ya m encionado estu­
dio especial de Gorny sobre el sello biconvexo en Alisar
Hóyük, que K orfm ann cita, m ostraba u n a im agen más
esencialm ente contundente. Gorny enum era y describe
sellos biconvexos del mismo tipo de más de veinte yaci­
m ientos de A natolia y acredita que su n ú m ero llega al
centenar. Establece expresam ente que la cantidad de se­
llos biconvexos publicados en los últimos años h a subido
108
«dramáticamente». Cita de u n a carta del arqueólogo de
Hattusa, Peter Neve, del 17 de ju n io de 1990:
Poseemos cientos de los típicos sellos biconvexos tardíos
o sus im prontas en decretos que fueron hallados en la ciu­
dad alta [...]. Todos ellos pertenecen [...] al período tardío
del gran im perio hitita.91
En esa com unicación de Neve, tienen especial interés
las «improntas» y la indicación de la época de p ro ced en ­
cia del sello: si se hojea la literatura de los últim os años
sobre hallazgos de sellos en Anatolia, aunque sólo sea
muy p o r encim a, saltan a la vista los unánim es testim o­
nios sobre poco m enos que innum erables improntas cón­
cavas en docum entos. Por supuesto, sólo p u ed en prove­
n ir de sellos convexos. Así que, a los cientos de sellos
«luvioglíficos» biconvexos que físicam ente se disponen,
hay que añadir esas pruebas «negativas». El elevado n ú ­
m ero no asombra en el mismo m om ento en que se rep a­
ra en la segunda observación del inform e: la masa más
im portante de esas im prontas o sus sellos procede de la
últim a época del im perio, o dicho grosso m odo, de fina­
les del siglo x m y principios del x i i . Ambas observacio­
nes ju n tas dan lugar a u n a im agen que tam bién a n o ­
sotros nos es familiar, la de u n a desarrollada cultura
avanzada donde la institución administrativa ha cubierto
toda la vida con u n a telaraña de burocracia: el sello de
nunca acabar.
Sabido esto, no parece tan revelador hacer notar que
tam bién se han encontrado sellos de este tipo en Grecia.
El mismo K orfm ann m encionó un sello biconvexo del
mismo estilo de u n m ausoleo de Perati, en Atica, p ero
añadía que el sello era parte de u n collar: una m uchacha
lo había ensartado como «perla» eii la cadena. H an apa­
recido más sellos así en Tebas y Micénicas, como hace sa-
109
ber N eum ann.95 La probidad científica im pide, com o es
natural, subestim ar ése y otros hallazgos. Pero debe que­
dar claro que difícilm ente ha de tratarse de algo diverso
a lo que suele llamarse «hallazgo im portado», puesto que
los nuevos dueños, com o m uestra el adorn o de la m u­
chacha, no sabían hacer con el objeto nada de su función
original. La auténtica zona de em pleo «profesional» de
esos sellos de lengua luvia, como podem os decir ya mis­
mo en base a la situación del conjunto de los hallazgos,
estaba en Anatolia y no en Grecia.
Troya, ¿u n a c iu d a d re sid en c ia l d e los hititas?
¿Qué consecuencias hay que extraer de este estado de
las cosas? No, desde luego, la apresurada conclusión de que
los habitantes de Troya hablaban luvio. A la vista de la
probable función m ediadora de la ciudad en el m arco de
u n a red com ercial que reu n ía a los habitantes de la re­
gión de los tres mares, se deduce cierta «internacionali­
dad» que tam bién debiera incluir hablar más de u n a len­
gua. Pero cuál fuera la lengua de los nativos aún no debe
qu ed ar establecido tras este hallazgo. A unque según lo
que hoy sabemos, así com o lo concluido en el párrafo
p recedente sobre la orientación básicamente anatolia de
Troya independientem ente del hallazgo del sello, no hay
nada que objetar a lo que K orfm ann ha dicho respecto a
ese tipo de cuños inm ediatam ente después de su descu­
brim iento: «Allá donde aparecen, se trata de u n a zona de
actividad o interés hitita» ,nBy seguirlo en el siguiente pa­
so que ha dado del concepto general geográfico «Anato­
lia» al político «imperio hitita».
En u n nuevo trabajo, G ünter N eum ann se ha expresa­
do en el mismo sentido, aunque algo más cauteloso:
110
Este hallazgo aislado indica que e n tre Troya y las d e ­
más partes de Anatolia hubo relaciones económ icas o polí­
ticas...97
Dado que «las demás partes de Anatolia», en el II m i­
lenio a. C., fueron com pletam ente dom inadas p o r los hi­
titas, esa aseveración corrobora u n a inclusión de Troya en
el sistema soberano hitita.
Los indicios m encionados y las conclusiones extraídas
hasta ahora, todas en la misma dirección, perm iten for­
m ular la situación con más decisión: después de que las
investigaciones de los últim os años —sobre todo, las de
G ünter N eum ann— hayan revelado que «en la creación
de los jeroglíficos, [pudo] haber intervenido el deseo de
hacerse en ten d er inm ediatam ente p o r más amplios sec­
tores en un país plurilingüe» y que los sellos «luvioglíficos» «debían ser sentidos como solemnes y representati­
vos»,98 el hallazgo del sello de Troya lleva necesariam ente
a la conclusión, como rem ate de u n a cadena de indicios
previos, de que Troya estaba en todo caso vinculada al im­
perio hitita. De qué m anera —si como «ciudad residen­
cial», «puesto avanzado» o «estado satélite»—, cuándo,
p o r cuánto tiem po, son cosas p o r dilucidar, en tanto el
hecho de que el sello proceda de la segunda m itad del si­
glo X I I , m erece especial atención; porque, poco antes, al­
red ed o r de 1175, el gran im perio hitita se deshizo: si en
Troya, lo mismo que en los pequeños principados del
«cinturón luvio del sur» (Karkamis, Tarhuntassa), que se
llam aban a sí mismos grandes reinos, se siguió sellando
en luvio, entonces surgiría una im agen totalm ente nueva
de Troya.
A esta altura de la discusión del hallazgo hay que es­
tablecer el resultado parcial de que la im portancia de es­
te objeto ha sido quizá dem asiado poco estimada. El ar­
g um ento cuantitativo de que u n a golondrina n o hace
111
verano condiciona m ucho el juicio. Sin em bargo, el n ú ­
m ero de objetos hallados que señalan al im perio hitita
no es lo decisivo, sino su m era existencia en Troya, u n a
ciudad que está a doscientos kilóm etros en línea recta
del paso Karabel con sus m onum entales relieves «luvio­
glíficos». Dos, cinco o diez sellos luvioglíficos biconve­
xos, com o los que próxim am ente p o d ría n ap arecer en
Troya, inclinarían el peso de la argum entación. Lo deci­
sivo es que este sello encaja, como u n a pieza de puzle lar­
gam ente buscada, en la gran im agen que existía previa­
m ente.
«ILIOS» Y «TROYA»: AMBOS NOMBRES SE REHABILITAN
Todos los indicios en favor de u n a relación entre Tro­
ya VI y el im perio hitita que la excavación K orfm ann ha
traído a la luz indican que Troya —u n a ciudad anatolia
con más de doscientos mil m etros cuadrados de superfi­
cie construida, entre siete y diez mil habitantes avencidados y u n a función económ ica central— no debió de ser
u na zona desdeñable para los hititas en la época de su do­
m inio com o potencia p rep o n d eran te de Anatolia. En la
fase ascendente de su im perio, como ya se h a dicho, los
reyes hititas se habían apoyado en principio en la expan­
sión militar. En el transcurso de los siglos siguientes, esa
política se transform ó. Se basó más en la anexión de zo­
nas aún no invadidas m ediante tratados con las dinastías
locales. En la num erosa correspondencia diplom ática de
los reyes hititas que se encontró en el archivo de tabletas
de arcilla de Bogazkóy, em ergen por encim a de los siglos
—como era de esperar de la propia naturaleza del fenó­
m eno— u n a y otra vez determ inados nom bres de regio­
nes y sus señores. El trabajo de ordenam iento y sistemati­
zación de esa correspondencia y demás docum entos p o r
112
zonas —en buena m edida, la distribución en archivado­
res para las regiones y estados individuales que p erten e­
cieron al im perio hitita o estuvieron vinculados con él—
está en proceso y durará más a causa de la incorporación
de nuevos hallazgos arqueológicos. En la investigación
hasta la fecha se han dirigido prim ero, como es natural,
a las mayores unidades estatales, como Egipto; de m ane­
ra que el desarrollo de las relaciones entre hititas y egip­
cios se puede seguir cronológicam ente, más aún cuando
la parte contraria, Egipto, está representada con la p er­
tin en te correspondencia de respuesta. Pero tam bién las
actas del «M inisterio de Exteriores» h itita p ara las re ­
laciones con pequeños y m enos significantes reinos y
principados, aunque generalm ente y p o r desgracia se
conservan con m uchas lagunas, dan a conocer, en tanto
ya están ordenadas de m anera al m enos bosquejada, el
curso de las relaciones en tre «provincias» extranjeras o
estados agregados y el «central» — así es en el caso de la
región Arzawa," con la que ya nos hemos encontrado en
la historia de la interp retació n del hitita cuneiform e— .
Algo semejante, aunque con precisión gradualm ente m e­
nor, puede decirse de las relaciones de H attusa con re­
giones o países como Isuwa, Alalha, A m urra, Lukka y
otros muchos.
P o r desgracia, no ha llegado hasta nosotros ningún
m apa del im perio hitita. En consecuencia, los hititólogos
tienen que reconstruir la geografía im perial a p artir de
los fragm entos de las actas —una penosa em presa— . Por­
que, si bien es cierto que en las cartas y demás docum en­
tos aparecen una y otra vez m enciones de determ inadas
zonas imperiales y objetos de tratado, así como nom bres
de m andatarios, de m odo que al m enos puede registrar­
se la existencia de esa zona en la term inología oficial,
tam bién lo es que la mayor parte de esas m enciones, ge­
n eralm ente dirigidas a «conocedores», son m ucho más
113
superficiales e hipotéticas para u n lector actual de los
docum entos que si p udieran ordenarse con precisión y
vincularse a u n a im agen establecida. Tenemos, pues,
nom bres de países y soberanos, m enciones de sucesos, pe­
ticiones, dem andas, indicaciones y autorizaciones de ac­
tas estatales de toda índole, pero, p o r lo p ro n to , no es
posible reconstruir a partir de ahí y de m odo fiable toda
la red de la diplom acia hitita y la historia de los sucesos
en Anatolia, en el II m ilenio a. C. Lecturas más amplias y
nuevos hallazgos de docum entos aclararán seguram ente
la oscuridad parcial en u n futuro. De m om ento, no obs­
tante, tenem os motivo para estar satisfechos con las esca­
sas inform aciones de que disponemos.
Esa situación necesariam ente deficiente del m aterial
es muchas veces mal entendida precisam ente en círculos
de la H istoria de la A ntigüedad Clásica. A m enudo, los
docum entos son considerados —si llegan a serlo— con
suma reticencia. Eso es erróneo. Las lagunas (provisiona­
les) del m aterial no deben interpretarse como si a ese do­
cum ento del que ahora disponem os debiera concederse
poco o ningún valor probatorio respecto a esta o aquella
cuestión. Eso sería una actitud m etódicam ente equivoca­
da. En el caso de esos docum entos, no se trata de opinio­
nes privadas hechas desde una perspectiva de a pie, sino
de fragm entos de escritos oficiales de u n a adm inistración
im perial. M uchas veces nos veríamos satisfechos de po­
seer docum entos de parecido valor informativo respecto
a épocas m ucho más recientes e históricam ente de más
clara evidencia; p o r ejemplo, en el cam po de las relacio­
nes de la Rom a im perial con determ inados estados alia­
dos o vasallos. La extendida desconfianza en especial de
la ciencia histórica clásica frente a los docum entos hititas
y, a m enudo, sim plem ente orientales podría ir vinculada,
p o r u n lado, al com ún prejuicio del europ eo fren te a
O riente —del que habría que esperar poco más que his-
114
torias de las mil y u na noches— y, por otro, al recelo del
investigador hum anista, adiestrado y versado en las len­
guas clásicas griega y latina, frente a textos redactados en
lenguas tan «exóticas» com o el acadio, egipcio, hitita o
luvio, que él no puede le er en el original y debe recibir
de segunda m ano. El historiador del futuro —y tam bién
ju stam ente el historiador de la A ntigüedad— tendrá en
cuenta la inm ensa apertura de nuestro horizonte históri­
co m ediante la interpretación y consiguiente acceso a
esos docum entos y h abrá de convertirse, lo prim ero, en
u n conocedor de idiomas más universal, en una m edida
hoy apenas imaginable. El tiem po en que la historia anti­
gua era identificable en esencia con el conocim iento de
la antigüedad grecorrom ana se aproxim a a su final.
«Ilios» es «Wilusa»
E ntre los docum entos del archivo im perial en H attu­
sa, llamó la atención, ya poco después del desciframiento
del hitita cuneiform e, un tratado que se concertó entre
el rey hitita Muwatalli II (aprox. 1290-1272 a. C.) y cierto
Alaksandu de Wilusa. El preám bulo del texto muy deterio­
rado, reza, entre otras cosas (en la traducción del hititólogo Frank Starke de 1997):
Si cualquier enem igo se alza contra ti, yo, la Majestad, no
te dejaré en la estacada, así como ahora no te he dejado en
la estacada, y por tu causa derrotaré al enemigo.
Si tu herm ano, Alaksandu, o alguien de tu familia se suble­
va contra ti —o si en su m om ento alguien se subleva contra
tu hijo (o) nieto— y pretende el reinado del país Wilusa, yo,
la Majestad, no te dejaré caer en ningún caso, Alaksandu, es
decir, no lo aceptaré. Así como es enemigo tuyo, igualmente
es enemigo de la Majestad, y sólo a ti, Alaksandu, te reconoce­
ré yo, la Majestad, a él no lo aceptaré.100
115
Ya en 1924, en un artículo muy llamativo bajo el título
«Alaksandus, rey de Vilusa»,101 el indoeurop eísta Paul
K retschm er había com parado el nom bre que aparece
aquí, «Wilusa» (según la grafía hoy acostum brada) con el
topónim o griego «Ilios», que en la Ilíada de H om ero, co­
mo segundo nom bre ju n to a «Troya», designa más de
cien veces al escenario de la acción y del que toda la epo­
peya recibe su nom bre. En base a regularidades lingüísti­
cas descubiertas en la lengua griega, p o r entonces ya ha­
cía tiem po que era conocido e indiscutido que la form a
original del nom bre de ese lugar en u n a época muy ante­
riora H om ero había sido «Wilios», es decir con / w / ini­
cial. (Eso significa, dicho sea de paso, que en la poesía
griega se trató de ese lugar m ucho antes de H om ero; vol­
veremos a esto.) La / w / inicial, en el tiem po que H om e­
ro com puso su poem a (siglo v m a. C.) y en el dialecto
griego en que lo hizo (jónico), había caído («desapareci­
do») ya en general y no sólo en ese topónim o. La com­
paración parecía, pues, absolutam ente posible. Y parecía
tanto más atractiva —y, en cambio, p o r lo mismo, para
m uchos tanto más fantástica— cuanto que el A laksandu
hitita recordaba aparentem ente al nom bre propio griego
Aléxandros y, en la Ilíada, Alejandro (= Paris) es el p rín ­
cipe prim ogénito de Troya (quien, aparte de eso, no m ue­
re en la Ilíada, sino que, por decirlo así, la sobrevive y más
tarde, como se profetiza en la obra, incluso m atará al hé­
roe suprem o de Troya, Aquiles). ¿Era entonces «Wilusa»
lo mismo que «Ilios»? (La cuestión Alaksandu la dejamos,
p or lo pronto, aparte.)
El artículo de Kretschmer apareció en un m om ento en
que el hitita cuneiform e acababa de ser descifrado (el des­
cubrim iento de Hrozny se publicó siete años antes) y la hititología estaba en pañales. Así que su propuesta debió de
parecer más sensacional que científicamente fundada. Pe­
ro cuanto más avanzaba la investigación hititológica des-
116
pués de Kretschm er aparecían más docum entos hititas
do nde se hablaba igualm ente de «Wilusa». ¿Qué se hizo
con ello? En efecto, se era proclive a aceptar la equivalen­
cia. Así escribía el patriarca de la hititología, Oliver Gur­
ney, ya en 1952, en su influyente libro The Hittites·.
Fonéticam ente, ninguna de esas equivalencias [más tar­
de tratarem os de las otras equivalencias que G urney m en­
ciona aquí] es totalm ente imposible [...]. Wilusa fue, con se­
guridad, un país situado a Q ccidente y parte de la
confederación con Arzawa.
Pero Gurney, lo mismo que la mayoría de los hititólogos y orientalistas de aquel tiem po, no estaba dispuesto a
aceptar sin reservas la equivalencia. ¿Cuál era el motivo?
Pero m ientras siga sin resolverse el m ayor problem a de
la geografía hitita, los argum entos de la localización de Wilu­
sa no pueden considerarse definitivos.102
Ese juicio no es vigente desde 1996. Hoy lo sabemos de­
finitivamente: «Wilusa» y «Wilios» son idénticas. El proce­
so de investigación que condujo a ese conocim iento tiene
el suficiente interés como para ser al m enos bosquejado
aquí.
En el preám bulo del tratado antes m encionado entre
el rey hitita Muwattalli II y Alaksandu de Wilusa, se ofre­
ce, como en sem ejantes garantías de reconocim iento y
protección es habitual hasta hoy, u n breve perfil históri­
co de las relaciones políticas entre la parte reconocedora
(Hattusa) y la reconocida (Wilusa) hasta el m om ento de
la concertación del tratado. Ahí, entre otras cosas, re­
cuerda Muwattalli lo siguiente:
Antes, en una ocasión, m i antepasado, el labarna [labarna es u n alto título, no un nom bre propio] sometió a todo
117
el país Arzawa [y] todo el país Wilussa. Más tarde, estuvo por
eso el país Arzawa en pie de guerra; aunque no tengo noti­
cia, ya que el suceso [el som etim iento de Willusa por el labarna] data de muy atrás, de que ningún rey del país H attu­
sa haya ab andonado al país Wilussa. [Con todo] (incluso)
si el país Wilussa ha sido abandonado por los reyes de H at­
tusa, aun así se ha m antenido desde lejos estrecham ente
unido a los reyes de H attusa y [les] ha enviado regularm en­
te [em bajadores]."13
Sigue una exposición detallada de las relaciones entre
ambos países desde el tiem po del rey hitita Tudhalija I
(aprox. 1420-1400) hasta el presente del oficio (aprox.
1290-1272), es decir, a lo largo de unos ciento cincuenta
años. Toda esta parte contiene inform ación extraordina­
riam ente im portante para nosotros. Dice nada m enos
que, prim ero, hubo relaciones amistosas du ran te ciento
cincuenta años entre la capital de los hititas y Wilusa; se­
gundo, que esas relaciones, desde el punto de vista de la
estructura política, representaban una especie de subor­
dinación de Wilusa respecto a H attusa (Wilusa no ha si­
do abandonado p o r Hattusa) ; tercero, no obstante, Wilu­
sa n u nca fue en todo ese período u n a «provincia» del
im perio hitita, sino una form ación estatal autónom a, que
trataba con la corte y el gobierno central p o r m edio de
«embajadores». Nos recuerda a unas relaciones como las
de la corona británica con la India, bajo u n virrey im­
puesto p o r la corona, o con Australia, bajo un prim er mi­
nistro ratificado p o r la corona. Con ello, Wilusa se p re­
senta «políticam ente exterior», como u n país m iem bro
de la «Commonwealth hitita». Con esa estructura encaja
Wilusa exactam ente en la m encionada política del im pe­
rio hitita. Al mismo tiempo, se hace patente que el trato
diplom ático entre las esferas dirigentes de los hititas y la
dinastía en Wilusa se lleva a cabo, desde al m enos ciento
cincuenta años, en lengua hitita. Wilusa hub o de ten er
118
u na cancillería estatal donde, lo mismo que en otros cen­
tros de soberanía vinculados con Hattusa, se elaboraba
regularm ente el correo entrante y saliente. De todo esto
se pu ede deducir tam bién que los «embajadores» m en­
cionados en el texto del tratado despachaban entre ellos
en hitita. Así que, en cualquier caso, en Wilusa, al menos
entre la clase dirigente, (tam bién) se hablaba hitita.
Pero el texto del tratado Alaksandu contiene además
o tra inform ación que es im p o rtan te para nuestra cues­
tión: Wilusa no tuvo siem pre la vinculación política de
u n estado asociado con el im perio hitita. Al principio del
pasaje citado se recuerda expresam ente, en la consabida
form a diplom ática de la am istosa pero soterradam ente
adm onitoria cita de paso, la fecha fundacional de la vin­
culación entre ambos estados, ¡que consistió en el some­
tim iento bélico de Wilusa p o r Hattusa! Ese suceso poco
regocijante para Wilusa tuvo lugar en un rem oto pasado
del que el actual gran rey hitita no puede (supuestam en­
te) acordarse históricam ente: bajo el «labarna, mi ante­
pasado», Starke ha expuesto que «con la indicación de
la m era denom inación de soberanía labarna [...] se alu­
de a u n a época anterior a 1600 de la que no había nin ­
gún m aterial de archivo [com pleto] disponible»;104 con
la denom inación labarna, sin la indicación nom inal de su
detentador, se aludiría a A nitta, fu n d a d o r del estado.106
En consecuencia, el som etim iento de Wilusa p o r H attu­
sa se data unos trescientos años antes de la fecha de re­
dacción del tratado de M uwattalli. Así que, hacia 1280,
hace todo ese tiem po que Wilusa es un m iem bro asocia­
do o, como quien dice, «correspondiente» del estado hi­
tita.106
No m enor atención m erece una segunda inform ación
dentro del citado texto del tratado: «... mi antepasado so­
m etió a todo el país Arzawa [y] todo el país Wilussa», y,
especialm ente im portante:
119
Más tarde, estuvo por eso el país Arzawa en pie de guerra.
Eso indica inequívocam ente que Wilusa estuvo vincu­
lado, tal vez incluso confederado con Arzawa y que Arza­
wa fue sometido, prim ero ju n to a Wilusa, pero luego, di­
versam ente a éste, no se conform ó con el som etim iento
ni tam poco con la separación de Wilusa y, p o r eso, em ­
prendió la guerra contra Hattusa.
La p reg u n ta que, con todo esto, continúa p en d ien te
es: ¿dónde estaban Arzawa y Wilusa?
Aquí conviene llam ar la atención con firmeza sobre el
hecho de que esta cuestión de la localización se origina
del propio m aterial hitita: es imposible bosquejar u n a his­
toria concluyente del im perio hitita sin conocer su geo­
grafía interna. Ese fue, desde el principio, el motivo cons­
tante de la hititología, el ocuparse de geografía con u na
intensidad que para las personas ajenas a la investigación
podía parecer extraña a prim era vista —y no, com o a ve­
ces los profanos parecen suponer, el deseo de relacionar
topónim os hititas con los de otras lenguas, sobre todo,
griegos.
Los esfuerzos p o r aclarar las relaciones geográficas
condujeron, ya trein ta años después del descifram iento
del hitita cuneiform e, a u n prim er gran resultado p o r
com pleto im presionante: en el Gran A tlas Histórico Uni­
versal de la Editorial de Libros de Texto de M unich, con- \
cebido en 1949 y publicado en su prim era edición en
1953 (en la época, una producción científica pionera que
tuvo gran repercusión internacional), apareció como ma­
pa 5, bajo el título «Epoca de las grandes em igraciones
(C em enterios de urnas - Edad de Bronce) 1250-750 a.
C.» u n a representación del «imperio hatti» que, en sus
rasgos básicos, sigue vigente hoy. En lo sucesivo, nos refererim os a m enudo a las localizaciones en ese m apa que,
ya p o r entonces, hace alrededor de m edio siglo, señala-
120
ban lo correcto y debieron de ser transmitidas en las cla­
ses de historia de los colegios, a fin de contrarrestar la po­
sible im presión de que el tem a de la geografía hitita tra­
tado aquí sea u n a adquisición com pletam ente nueva o
incluso algo exótico que ha de ser considerado con des­
confianza.
Sin embargo, en los detalles aún quedaba m ucho por
hacer. Había una dem anda ya acumulada, sobre todo, en
lo concerniente a la certeza de las localizaciones. En ese
sentido, en 1952 Gurney lam entó, como ya queda dicho,
la carencia de una representación global fiable de la divi­
sión geográfica del im perio hitita y su entorno. Siete años
más tarde, en 1959, apareció en Londres, como publica­
ción del Instituto A rqueológico Británico en Ankara, la
obra The Geography of the H ittite Empire concebida p o r el
prehistoriador Jo h n Garstang y redactada p o r su sobrino,
el p ropio O. R. Gurney. Desde 1927, Garstang ya había
elaborado una larga serie de artículos sobre el problem a
de la aclaración de la geografía, pero había estado ocu­
pado una y otra vez con otros quehaceres, sobre todo ex­
cavaciones, entre otras la de Yúmüktepe, ju n to a Mersing,
en Cilicia, la población de la Edad de Piedra de ocho mil
años de antigüedad, lo que le había im pedido dar la últi­
m a m ano al trabajo. En sus últimos días de vida, en agos­
to de 1956, ya estaba listo el esbozo fundam ental del ma­
nuscrito. Gurney lo revisó, pero no alteró el concepto
básico.
En el prólogo, Garstang introducía así su libro:
Los archivos imperiales de los reyes hititas encierran nu­
merosos informes de empresas y éxitos militares, de relacio­
nes con amigos y enem igos, y de épocas peligrosas para el
trono y el im perio periódicam ente repetidas. Esos fascinan­
tes informes, por más que se traduzcan con nítida claridad
del hitita, siguen siendo incom prensibles en su parte sus­
tancial — o al m enos carentes de su valor efectivo— , porque
121
no hay ningún m apa fiable con cuya ayuda puedan estimar­
se correctam ente los escenarios y la im portancia de los m o­
vimientos descritos [...].
Esta situación sustrae a los futuros investigadores un ri­
co m aterial del m áximo interés e im portancia histórica. Por­
que los archivos hititas no sólo conservan inform es de éxi­
tos m ilitares, sino tam bién m uchas páginas perdidas
de la historia de la A ntigüedad que p odrían llenar la lagu­
n a entre la historia de Siria en la época A m arna [= alrede­
dor de 1350 a. C.] y la historia prehom érica de Troya.107
El resultado del libro es u n m apa del im perio hitita
basado en los más minuciosos análisis de todos los textos
hititas entonces conocidos donde aparecen nom bres de
lugar. De ello resulta para los países Arzawa y Wilusa, que
aquí nos interesan, u n a posición geográfica que fue
aceptada en lo esencial p o r la investigación durante m u­
cho tiem po (figura 17), no obstante, siem pre con u n a re­
serva. Así, p o r ejem plo, H einrich O tten, uno de los
orientalistas más destacados del siglo x x , acepta cierta­
m ente el m apa de Garstang en su excelente presentación
aparecida en 1966, «Hethiter, H u rriter y Mitanni», pero
sólo como segundo m apa ju n to al elaborado ya en 1928
p o r el hititólogo A. G oetze.108 Garstang localizaba Arzawa en la zona de la posterior Lidia (desde el valle de Hermos hasta el de M ayandros) con la ciudad residencial
^
l
Abasa (= Efeso), a su norte, en la com arca del valle Cai- \
eos (donde está Pérgam o), situaba el país Seha y, aún más
al n o rte, suponía finalm ente Wilusa. Sin em bargo, asig­
naba a su W ilusa una superficie enorm e, que debía de
extenderse desde el río Sangarios (hoy, en turco, Sakarya ) hasta la Tróade. Su equiparación de W ilusa y Wilios,
que luego debía de dar nom bre a la capital en el extre­
m o occidental del país, no quedaba así com pletam ente
evidente.
Igualm ente difuso —en lo referente al apoyo a la loca­
122
lización noroccidental de Wilusa— quedaba el resultado
de u n detallado análisis especial de las fuentes corres­
pondientes que llevó a cabo Susanne Heinhold-Krahmer.
... Wilusa pudo h ab er tenido u n a posición norocciden­
tal dentro del área de Arzawa. Entonces, estaría separado
de Arzawa (en sentido estricto) y de Mira por el país fluvial
de Seha, en cuyo caso, éste debiera ser considerado como
su vecino m eridional, suroriental u oriental.109
En consecuencia, tam bién H einhold-K rahm er debía
dejar irresuelta la cuestión de la equivalencia:
Al mismo tiem po, dada la actual situación de la investi­
gación, sigue siendo problem ática u n a identificación de Wi­
lusa con «Ilios», tanto en un aspecto lingüístico como geo­
gráfico.110
La inseguridad e indecisión reinantes desde entonces
en la cuestión de si la hitita Wilusa — tam bién en las for­
mas Wilussa y Wilusija — podía unificarse con la griega
Wilios, ha concluido definitivam ente en 1996. Ese año
consiguió el hititólogo de Tubinga Frank Starke la prue­
ba convincente de que el m o n tó n de ruinas en los Dardanelos a cuya arrogante urbe antecesora H om ero llama
alternativam ente «Troya» e «Ilios», era, en efecto, el res­
to de aquel centro de p o d er en Asia M enor norocciden­
tal que aparece en la correspondencia im perial de los hi­
titas bajo los nom bres Wilus(s)a o Wilusija.
El proceso probatorio de Starke no tenía, por otra par­
te, nada de sensacional. Se conducía por las viejas y me­
tódicam ente confirmadas vías que conocíamos de m ano
de la reconstrucción de Garstang. Tenía, sin em bargo,
dos decisivas ventajas o superioridades respecto a los tra­
bajos anteriores: p o r u n lado, podía apoyarse en nuevos
docum entos hallados que perm itían u n a mayor preci-
123
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------1_
Figura 17: La geografía del imperio hitita según los conocimientos de 1959.
sión, y, p o r otro, estaba caracterizado p o r u n a perspica­
cia y consecuencia que ninguno ele los com petentes tra­
bajos previos había mostrado.
Por desgracia no es posible reproducir aquí la totalidad
de la argum entación de Starke a causa de la abundancia de
presuposiciones y la necesaria longitud de la cadena de ar­
gum entación. Como m ínim o, debe señalarse la inestima­
ble consolidación que la reconstrucción de la geografía del
im perio hitita ha experim entado gracias a u n a tableta de
bronce, hallada en Hattusa-Bogazkóy en 1986 y publicada
en 1988 p o r H einrich O tten, que Starke pudo ahora utili­
zar: la tableta contiene un pacto de Estado que el gran rey
hitita Tudhalija IV (aprox. 1240-1252) concertó con su pri­
mo K urunta de Tarhuntassa. El texto del pacto ofrece,
como Starke concluye con comprensible alegría, «una des­
cripción fronteriza muy detallada del país Tarhuntassa [...]
que no sólo explica las relaciones geográficas en Asia Me­
nor meridional y suroccidental, sino que también crea una
sólida base para la determinación de la situación y entorno
de los países situados al oeste y noroeste de Asia M enor».111
C uando en 1996 Starke presentó su argum entación
prim ero en dos «recorridos textuales» en form a de con­
ferencia en las universidades de Tubinga y Basilea, el pú­
blico entendido tuvo claro que aquí se había operado la
irrupción: el m apa del im perio hitita se fue llenando an­
te los ojos de los atentos oyentes paso a paso, hasta el pun­
to de que al final restaban exclusivamente una sola zona
libre y un solo nom bre. La zona era la esquina noroccidental de Asia Menor, la posterior Misia —o sea, ya no to­
da la zona entre los Dardanelos y el río Sangarios, como
en Garstang— , y el nom bre era Wilusa.
Ese avance probatorio modélico en la consideración de
todos los detalles disponibles en la época fue coronado
con la referencia a una carta112 utilizable desde 1983-1984
en la cuestión de la localización. La había escrito el rey va-
126
sallo hitita M anabatarhunta de Seha (ya situado p o r Gars­
tang, correctam ente, en el valle Caicos) alrededor de 1300
al entonces gran rey hitita Muwattalli II. Trata de las acti­
vidades militares agresoras de u n cierto Pijam aradu que
operaba desde M illawa(n)da (= Mileto). Ese Pijam aradu
se había inmiscuido en los asuntos internos de Wilusa. Por
eso, el rem itente de la carta, el rey de Seha, había acudi­
do en ayuda de Wilusa y solicitaba, al mismo tiempo, re­
fuerzos de Hattusa. Pero, antes de que la expedición de
ayuda hitita llegase, Pijamaradu tam bién había sorprendi­
do la isla Lazba y deportado artesanos desde allí a Millaw a(n)da; el posterior transcurso de la historia nos intere­
sará en otro contexto. Ahora, la llam ada Lazba en esta
carta, que según el texto está claram ente situada tanto en
el campo visual de Seha como en el de Wilusa, no es diferenciable de Lesbos,113la isla que tam bién hoy, igual de in­
m ensa que en el II m ilenio a. C., queda frente a la costa
noroccidental de Asia Menor. Con ello desaparecían tam­
bién las últimas dudas: el mismo lugar que hoy en lengua
turca se llama Hisarlik se llamó, en el II milenio a. C., Wi­
lusa o Wilusija114 en hitita y Wilios en griego.
Figura 18: La «obra de captación de agua» en W ilusa/Troya
descubierta en 1997.
127
A los escépticos contum aces les puede dar que pensar,
po r añadidura, u n descubrim iento arqueológico en Tro­
ya que no fue llevado a cabo hasta después de la locali­
zación de Starke, en las cam pañas de excavación de los
años 1997 y 1998.115 En el distrito occidental del barrio ba­
jo (cuadrante tu 14 /1 5 ), inm ediatam ente delante de la
m uralla del barrio bajo, se sacó a la luz u n pozo de capta­
ción de agua excavado en la m ontaña, con u n brazo prin­
cipal de trece m etros de longitud y tres estrechos brazos
laterales que partían de él, de los cuales u n o de más de
cien m etros de largo (figura 18). La instalación presenta­
ba originalm ente u n pequeño estanque subterráneo, cu­
yo m anantial se conduce hacia el exterior p o r u n surco
elevado y es acum ulado allí en u n depósito. Tras la lim­
pieza, fluyeron sólo del brazo lateral izquierdo al estan­
que interior unos treinta litros p o r hora; en todos los con­
ductos todavía fluyen en el día de hoy entre quinientos y
mil cuatrocientos litros de agua p o r día. Según las petrom etrías llevadas a cabo en 1999/2000 p o r la estación in­
vestigadora radiom étrica de la Academia de Ciencias de
H eildelberg (A. M angini/N . Frank) la instalación fue dis­
puesta ya a principios del III m ilenio a. C. como «capta­
ción de agua». Lo significativo en este descubrim iento pa­
ra nuestra cuestión no es, sin em bargo, la instalación
como tal —que ya es en sí una singularidad— , sino la par­
ticularidad de que en el llamado «tratado Alaksandu» en­
tre el rey del im perio hitita y Alaksandu de Wilusa (véase
más adelante el texto com pleto), en la relación de testi­
gos del ju ra m e n to , que suele ser usual en tales tratados,
se m enciona, en tre los «dioses de Wilusa» tam bién a u n
«curso de agua subterráneo del país Wilusa» como dios ju ­
rado. Como es natural en tales tratados, se nom braban,
ju n to a los grandes dioses suprarregionales, tam bién con
especial interés a los dioses locales que eran particular­
m ente afectos de las partes del tratado y cuya venganza,
128
en caso de incum plim iento, incidiría con especial acri­
tud, como se puede suponer, en la parte correspondien­
te (es com parable a fórm ulas actuales de ju ra m e n to co­
m o «por la m em oria de m i m adre»). Sería u n a extraña
casualidad que este docum entalm ente atestiguado «curso
de agua subterráneo del país Wilusa» no fuera el mismo
que el de la antiquísima captación de agua sacada a la luz
en la colina Hisarlik p o r la excavación de Korfmann.
Quizá los lectores especialm ente atentos rep aren en
que la coincidencia lingüística entre la form a hitita Wilu­
sa y la griega Wilios, considerada con exactitud, se limita
sólo a las tres prim eras letras de ambos nombres: Wil-, Pe­
ro es básico tener en cuenta que justo en la adopción de
nom bres de una com unidad lingüística p o r otra —y, p or
cierto, tam bién entre com unidades que son de la misma
familia lingüística, en este caso la indoeuropea, a la que
perten ecen tanto el hitita como el griego— se establece
u n a ley que no concuerda ni puede hacerlo con el resto
de leyes fonéticas efectivas: el vocabulario se hereda de la
lengua (madre) básica p o r las lenguas individuales que
son miembros de la familia (hijas) y sigue entonces deter­
m inadas reglas que p u ed en definirse como «fonéticas».
Por eso, se suele p o d er predecir en qué form a fonética
aparecerá una determ inada palabra en los diversos miem­
bros de la familia (por ejemplo, el indio pitar debe apare­
cer luego como p atere n latín, y como Vater en alemán).
Los nom bres, p o r el contrario, y especialm ente nom ­
bres de lugar en caso de cambios de colonización, son en­
contrados p or la nueva com unidad lingüística y adoptados
a la propia lengua generalm ente según se oyen. Primero,
se in ten ta dar al nom bre extranjero una figura fonética
conocida y característica de la propia lengua, y, segundo,
si se puede, vincularlos a algún concepto con sentido en
la propia lengua. Ejemplo evidente puede ser la adopción
del nom bre de ciudad italiana M ilano (del latín Medio-
129
(p)lanum = en m edio de la llanura) en alem án como M ai­
land: no se puede explicar por leyes fonéticas.116 Starke in­
dicó ya en 1997 que «el acom odo del hitita W ilus(s)a al
griego en la form a Wilios tiene tan poca explicación lin­
güística como, p o r ejem plo, la adopción de los top ó n i­
mos M ilano o Ljubljana en alem án como M ailand y L ai­
bach respectivamente. También los griegos adoptaron del
nom bre Wilussa lo que creían oír (y lo que querían oír) y
asim ilaron todo a u n p atró n propio habitual».117 En el
mismo sentido, ya en 1959 en el ejemplo del nom bre de
lugar M illaw a(n)da ~ Miletos, se posicionaron G arstang y
Gurney, ju n to con m uchos otros, a favor de la p referen ­
cia de consideraciones fácticas ante las lingüísticas:
... la form a de la palabra Miletos no sugiere, de hecho,
que la segunda sílaba haya perdido u n a / w / . Pero la evolu­
ción de los topónim os no se guía siem pre p o r exactam ente
las mismas leyes que se han establecido para u n a lengua de­
term inada y en el caso susodicho hay poderosas razones fác­
ticas que nos llevan a preferir la equivalencia con Miletos,118
La corrección de esa postura quedó m ostrada cuaren­
ta años después: en 1999, el investigador de Mileto WolfDietrich Niemeier, en base a los nuevos descubrim ientos,
tanto en el cam po arqueológico como hititológico, pudo
establecer definitivamente:
De todas las localizaciones de Millawanda propuestas
únicam ente queda M ileto.119
En el caso Wilusa = Wilios, acaso convenga pensar u n
paso más: el nom bre de la colina del asentam iento proce­
día, sin duda, de los más antiguos colonizadores en la épo­
ca de alrededor de 3000 a. C., así que originalm ente no
era hitita ni griego (ambos pueblos no em igraron hasta
m ucho más tarde) y, en consecuencia, seguram ente no era
130
Wilus(s)a ni Wilios. Los hititas y griegos llegados al mismo
tiem po a sus nuevos em plazam ientos adoptaron el anti­
guo, y para ellos extraño, nom bre del lugar, cada cual con­
form e a la form a aparentem ente más adecuada a lo que
creyeron oír y a la estructura de su lengua. En casos como
éste, la insistencia en equivalencias fonéticam ente «puras»
no puede ayudar al avance científico.
A la luz de estas reflexiones, habría que m editar de
nuevo la cuestión de la llam ada «Wilusiada»: en 1984, el
hititólogo am ericano Calvert Watkins, en u n congreso so­
bre «Troy and the Trojan War», en el Bryn Maur College
en EE.UU., en el m arco de u n a conferencia sobre la len ­
gua de los troyanos, planteó la tesis de que un inicio de
canción que tenía cuatro palabras, según toda evidencia
u n canto de culto luvio que se rem onta al siglo xv i y es
citado en una descripción hitita de ritual, debía ser tra­
ducido como «Cuando vinieron de la escarpada Wilu­
sa...»: «La línea podía muy bien ser el inicio de u na can­
ción épica luvia, una “Wilusiada”». Cuando esto se publicó
en 1986,120 fue u n a sensación m ediática. Hay que decir
que la tesis fue rechazada p o r la mayoría de los expertos.
M ientras Starke sólo m encionó la corrección de que n o
decía «de la escarpada», sino «del mar» («cuando vinie­
ro n del mar, de W ilusa»),121 N eum ann indicó que, en la
palabra luvia wilusa parecía hallarse la raíz hitita wellu«prado, pradera»,122 así que debiera traducirse: «Cuando
vinieron del ... país de los prados», o: «vinieron de d o n ­
de las praderas», y, que, en fin, todo ello debía en ten d er­
se como el inicio de u n a canción pastoril.123 Prescindien­
do de otras objeciones que adujeron en contra otros
hititólogos, la interpretación parecía poco atractiva para
un canto ritual. Se sugirió u n com prom iso que, p o r últi­
mo, el propio N eum ann indicó:124 el nom bre previo de la
colina pudo ser vinculado p o r hititas y luvios con su co­
nocida raíz wellu-, a causa de u n a semejanza fonética; o
131
sea, que se trataría de un topónim o que no p o d ían dis­
cernir desde sus propias lenguas pero que en su interpre­
tación significaba «prado» o similar. N om bres de lugar
con ese com ponente abundan en indoeuropeo.
En 1997, Starke presentó la argum entación sostenida
en las conferencias ahora en form a de artículo elabora­
do.125 C uando el núm ero 7 de Studici Troica que contenía
ese artículo aún se estaba distribuyendo en Alemania,
otro hititólogo hizo en Turquía u n descubrim iento, inde­
p e n d ien tem en te de Starke, que ratificaba la conclusión
de éste, desde otra vertiente totalm ente diferente: como
quedó dicho antes, uno de los más antiguos testim onios
conocidos de escritura «luvioglífica» o «pictoluvia» es u n
m o n u m ento ro q u ero en las proxim idades de Izmir, el
«M onumento de Karabel » Se encuentra ju n to a u n a ruta
de m ontaña, el paso Karabel, a más de dos mil m etros de
altitud en el destacado macizo m ontañoso de Boz daglaú
(el posterior Tmolos, en griego) al sur del valle H erm os, y
consta o constaba (para nuestro efecto, es igual) de dos
bloques de roca con figuras esculpidas de m andatarios ro­
deados a su vez de inscripciones pictoluvias; en total son
cuatro conjuntos designados como «Karabel A, B, C l y
C2». «Karabel A» fue descubierto ya en 1839 p o r Renouard. H asta 1977, los cuatro conjuntos aún existían y
fueron visitados p o r num erosos expertos que los fotogra­
fiaron e intentaron leer o descifrar su enunciado general;
en 1982, los bloques «Karabel B y C» desaparecieron: ha­
bían caído víctimas de la construcción de la carretera.
Hasta 1997, tras varios éxitos parciales, no se logró una
in terp retación satisfactoria del m onum ento en cuatro
partes. Todavía en 1997, Starke escribió en el artículo
m encionado antes: «Aunque todavía hay poca claridad en
la lectura de los nom bres de reyes, debe tratarse de sobe­
ranos locales».120
En tanto los expertos de todo el m undo leían ese ar­
132
tículo, fu ero n desbordados: en septiem bre de ese m is­
m o 1997, una de esas intuiciones que han ocasionado ya
algunos descubrim ientos en la ciencia llevó al hititólogo
británico J. David Hawkins al Karabel. Unos años antes,
Hawkins participó, ju n to a su colega A nna M orpurgo
Davies, en el renovado afán de leer satisfactoriamente el
llam ado sello Tarkondem os ya publicado en 1872 p o r
M ordtm ann.127 El motivo para ese nuevo impulso lo die­
ro n las rep ro d u ccio n es de dos sellos que ap areciero n
en 1967 en H attusa y se publicaron en 1975:128 los sellos
en cuestión m ostraban gran sem ejanza en form a y es­
critu ra con el sello Tarkondem os. Hawkins y M orpurgo
Davies com pararon las reproducciones de los sellos y lle­
garon a la conclusión de que el nom bre del rey represen­
tado en el sello Tarkondem os como arquero, leído hasta
ah o ra de m anera diversa (M ordtm ann: Tarkudimmi; Güterbock: Tarkasna-tiwa ; Nowicki: Tarkasna-muwa) , debía
leerse como « Tarkasnawa, rey de Mira» y que ese texto era
idéntico al del sello recién hallado en H attusa. U n rey,
con cuyo sello tam bién se sella en la capital del im pe­
rio hitita, en una especie de consulado, no podía ser una
figura insignificante. En consecuencia, Tarkasnawa, rey
de M ira debía ser considerado com o figura histórica de
rango.
T eniendo en m ente ese conocim iento, observaba ca­
sualm ente Hawkins, algo más tarde, nuevas y llamativas
fotografías del m onum ento «Karabel A». Súbitamente se
percató de que la prim era línea de las tres de la inscrip­
ción de «Karabel A» parecía idéntica a la inscripción de
los tres sellos. A fin de verificarlo sobre el terreno, visitó
personalm ente el m o num ento Karabel, los días 11 y 12
de septiem bre de 1997, y fue en efecto capaz, después de
d ar con el ángulo óptim o de incidencia solar, de leer la
prim era línea como «Tarkasnawa, rey de Mira». Además
de eso, consiguió hacer la lectura de las dos líneas si-
133
guientes: (2) «Hijo de X-li, rey del país Mira», (3) «Nieto
de [...] rey del país Mira».129 Con eso se identificaban tres
generaciones de reyes de Mira en la época del final del si­
glo X IV y principios del x m (aunque los nom bres del pa­
dre y abuelo de Tarkasnawa sean desconocidos hasta la
fech a).130 Reyes que se habían inm ortalizado en carteles
fijados en u n a pared rocosa «al borde de u n a im portante
ruta»131 en las cercanías de la actual ciudad p o rtu aria de
Izmir («Karabel B» y «Karabel C», según la conjetura de
Hawkins, m ostraban originalm ente, como com plem ento
de la inscripción principal, las «fotografías» del padre y
el abuelo). De ese descubrim iento, Hawkins extrajo la
conclusión siguiente132 (véase el m apa al respecto):
Mira es conocido de tiempo atrás como el más destacado
reino de los países Arzawa [...]. La lectura de la inscripción
de Karabel establece de golpe la localización de Mira en el
entorno de Karabel y rechaza todas las demás propuestas.
Com o sabem os, el propio Mira tenía en el in te rio r del
país u n a fro n tera com ún con el im perio hitita en la esqui­
na occidental de la m eseta anatolia, en la com arca de la ac­
tual Afyon.
El relieve Karabel que está en la ruta que conduce des­
de el territorio de Efeso, en el valle de Kaystros, hacia el nor­
te, al valle Herm os, m uestra que Mira se extendía [desde el
país in te rio r anatolio] hacia O ccidente hasta el p u n to de
que efectivamente alcanzaba la costa.
Es probable que esta extensión occidental de Mira repre­
sente el tronco del estado Arzawa, con la capital en Abasa, de
cuya identificación con Ephesos no cabe duda alguna133 [...].
La envergadura e im portancia de Mira quedan así expli­
cadas. Y de ese m odo p u eden tam bién localizarse con pre­
cisión los vecinos de Mira [...].
En especial queda ahora asegurada la identificación del
país del río Seha, que tenía como es sabido u n a fro n tera co­
m ú n con Mira, con el valle de H erm os [...].131 El respecti­
vo interés de esos estados en el «país de Lazpa» (= Lesbos)
134
— com prensible en cuanto se hace patente que su zona de
influencia tam bién encierra el valle Caicos135 y las vincula­
ciones del país del río Seha con Wilusa del país Arzawa, que
quedaba más allá pero se alcanzaba por el territorio Seha—
devuelve a ese reino de Wilusa hacia su sede original en la Tróade
— cuya denominación en el pasado es discutida desde que se pro­
puso su equivalencia con Ilios.136
El hecho de que dos expertos en u n a d eterm in ad a
cuestión lleguen a la misma conclusión in d ep en d ien te­
m ente entre sí y m ediante la valoración de diversos docu­
m entos al mismo tiempo, se valora en ciencia, desde siem­
pre, como im portante indicio de la probable corrección
de los resultados m encionados. En la cuestión de la loca­
lización de Wilusa, ante la m ultitud de indicios arqueoló­
gicos acum ulados, com o ya se ha dicho aquí, la coinci­
dencia de Starke y Hawkins es valorable como eslabón
final de la cadena de pruebas.
Los días 13 y 14 de diciem bre de 1998 tuvo lugar en la
Universidad de W ürzburg un coloquio internacional so­
bre Troya que reunió a investigadores de diversas disci­
plinas, entre otros, ju n to a arqueólogos, filólogos y p re ­
historiadores, tam bién prestigiosos hititólogos (Hawkins,
N eum ann, Nowicki). La equivalencia de Starke Wilusa =
Wilios se aceptó.137 Desde entonces estamos seguros de
que H om ero no fantaseó, p o r lo m enos en lo concer­
n ien te al nom bre del lugar de su escenario. Con ello se
cum ple p o r prim era vez la condición previa para consi­
d e ra r a H om ero al m enos com o fuente; u n a condición
que todavía en 1992 parecía imposible de cumplir, cuan­
do Donald D. Easton constató, como ya se dijo:
La arqueología no puede suministrar noticias de la guerra
de Troya, m ientras no estemos seguros de que este lugar [se
refiere a Hisaralik] fuera Troya. Nada lo ha probado hasta
la fecha.
135
En lo sucesivo, está probado. Más adelante, se m ostra­
rá de dónde p u d o H om ero obtener el nom bre y, sobre
todo, que no lo adoptó de contem poráneos que vivían en
el mismo sitio y lo conocían por transmisión oral. De mo­
m ento, basta establecer como hecho que la Ilíada de H o­
m ero, en lo tocante al p u n to nuclear de la historia, ha
perdido la calidad de ficción novelística que le im putaban
muchos: Ilios = Wilios no es un producto de la fantasía
griega, sino u n lugar histórico y real. Ese lugar se en­
cuentra en la misma posición en que aparece en H om e­
ro. Y era lo bastante significativo como para ten er u n pa­
pel en el horizonte de la política de las grandes potencias
dirigentes en el II m ilenio a. C.
A hora bien, sería m etódicam ente erróneo deducir de
la historicidad del lugar la conclusión de que tam bién los
sucesos que H om ero hace transcurrir en ese lugar fueron
históricos. Ese e rro r de pensam iento que u n a y otra vez
se ha com etido y comete lo recordó de m anera penetran­
te Franz H am pl hace más de treinta años en u n artículo
que se hizo célebre «La Ilíada no es un libro de historia».138
Por m edio de ejemplos diferentes hizo ver «que con m é­
todos sem ejantes, al final, cualquier saga po d ría p ro b ar
autenticidad histórica» y señaló, como advertencia, la fra­
se del «lego en materia histórica» H elm uth V. Moltke: «Una
narración puede ser históricam ente incierta y com pleta­
m ente exacta en su localización».139Vale la pena citar uno
de los ejemplos de H am pl en toda su longitud para que
se com prenda con toda nitidez la diferencia entre «reali­
dad del lugar» y «realidad de la acción»:
En diferentes [...] sagas austríacas, tienen su papel pasa­
dizos subterráneos que, por ejemplo, unen dos castillos. De
hecho, tales pasadizos están en sitios donde, según la saga,
debiera esperarse encontrarlos. La conclusión deducida por
muchos de que las historias narradas pasaron realmente es,
136
p o r supuesto, igual de erró n ea m etódica y objetivam ente.
Aún más hemos de suponer que los pasadizos fantásticos su­
gieren y provocan p o r su parte la fantasía cuentista de los
hom bres, así como que sagas ya existentes experim entaron
la correspondiente am pliación y que arraigaron en las loca­
lizaciones respectivas.11"
Puede quedar por ver si realm ente «debemos» suponer
exactam ente lo que H am pl sugiere como refutación. Lo
cierto es que la historicidad del lugar no avala la historici­
dad de los sucesos localizados en ese lugar. Por otro lado,
la posibilidad de que sucesos localizados en un determ ina­
do lugar hayan pasado efectivamente allí, en ningún caso
es m enor porque se pruebe la historicidad del lugar. Quien
preguntaba, antes de la identificación de (W)ilios con Wi­
lusa, por el grado de realidad de los sucesos narrados en la
Ilíada, tenía la merm a de no tener bajo los pies el suelo fir­
me de la com probada historicidad del lugar de la acción.
A hora puede partir de u n pun to fijo: el lugar que en la
Ilíada hace la función de escenario es histórico. El viejo
problem a de investigación «Troya y Homero» adquiere así
un fundam ento básico asegurado. Lo que ahora puede em­
prenderse es la búsqueda del modo de vinculación entre la
Ilios/Troya histórica y la Ilios/Troya de Homero.
Gomo prim er hito fundam ental'de nuestro camino p o ­
dem os establecer que, desde 1996, la Ilíada de H om ero
ha conseguido, por prim era vez en la historia de la inves­
tigación de Troya, la posibilidad de acceder al rango de
texto fuente.
Ese resultado desarrolla una poderosa fuerza motriz.
Nos lleva, antes que nada, a dar el paso lógicamente con­
siguiente, o sea, a exam inar si tam bién otros nom bres de
lugar, comarcas y habitantes de comarcas que en H om e­
ro designan el escenario de la acción y sus protagonistas
137
tienen correspondencias en docum entos extragriegos del
II milenio. Si fuera ése el caso, total o parcialm ente, en­
tonces se p robaría que no sólo el estrecham ente delim i­
tado escenario, sino tam bién el gran m arco geográficoetnográfico de la Ilíada de H om ero es histórico. Ése sería
un gran paso adelante. Porque si el estrecham ente deli­
m itado escenario de la acción de la lita d a —Ilios/Troya—
hu b iera existido todavía en vida de H om ero — aunque
fuera en form a de ruina— , podría haber sido teórico de­
sencadenante de la historia tam bién en vida de H om ero,
en el sentido de la explicación de Hampl. Pero, como aún
hemos de ver, el gran marco geográfico-etnográfico de la
acción de la Ilíada no existía en vida de H om ero. Si ese
m arco tuvo alguna vez realidad histórica, entonces, en el
caso de que H om ero hubiera compuesto la historia de Tro­
ya como u n a urdim bre narrativa sólo existente en su fan­
tasía para las ruinas del lugar Ilios/Troya, debió inventar
al mismo tiem po u n m arco geográfico-etnográfico, que
en su época no era hallable en n ingún lugar y que, no
obstante, existió efectivamente en la misma form a en que
H om ero lo ofrece. Sem ejante coincidencia de producto
fantástico y realidad histórica sería altam ente asom brosa
y exigiría u n a explicación. De m odo que continuem os
con el exam en de los nombres.
Como prim er candidato para sem ejante exam en se
ofrece, como es natural, el nom bre, tan cargado de signi­
ficación, de «Troya».
¿Es «Troya» = «Taruw isa»/«T ru(w )isa»?
H om ero em plea para el escenario de su acción, ju n to
a «Ilios», u n segundo nom bre: «Troie» (la / e / larga del
final de palabra en el dialecto jónico de H om ero corres­
ponde en los demás, que luego se h arían usuales, a una
138
/ a / larga; de ahí nuestra form a «Troya»), Este n om bre
aparece en la Ilíada más de cincuenta veces. En H om ero,
la denom inación de los habitantes se deriva de él: «troyanos» o «troyanas» (varios centenares de veces), pero j a ­
más «ilianos» o «ilianas».141 Después de que u n o de esos
nom bres, Ilios, se ha probado históricam ente, no sería ló­
gico suponer que H om ero o sus predecesores en el ofi­
cio de bardo (de ellos nos ocuparem os luego con más
a ten c ió n ), a pesar de que ya dispusieran de u n nom bre
para el lugar, hubieran inventado librem ente el segundo
y, luego, ¡derivaran del inventado la denom inación de los
habitantes! Por qué, en definitiva, se em plearon dos nom ­
bres es algo que m erece preguntarse y no lo pasarem os
p o r alto. En cualquier caso, tras la más escrupulosa inda­
gación de todas las posibilidades, no se vislumbra un; m o­
tivo para la invención de u n segundo nom bre. Sólo que­
da la conclusión de que tam bién ese segundo nom bre fue
transmitido —es decir, es histórico— . Y, así como en el ca­
so de «Ilios», ¿hay un apoyo para ello aparte de Hom ero?
En los llamados Anales del gran rey hitita Tudhalija I
(aprox. 1420-1400), inform a Tudhalija sobre sus em pre­
sas guerreras. El inform e de u n a «expedición contra los
países Arzawa» ocupa no poco espacio. Ya nos hemos e n ­
contrado varias veces con Arzawa o los países Arzawa, p ri­
m ero en las cartas Arzawa que tuvieron su papel en el des­
ciframiento de la escritura cuneiform e hitita. Tempranas
conjeturas sobre la situación geográfica de Arzawa que
coincidían en señalar hacia el oeste de Asia M enor (co­
m o el ya mencionado m apa de los libros de texto de 1953)
fueron definitivamente concluidas por Frank Starke con
la prueba de que Arzawa abarcaba la parte m edia de Asia
M enor occidental, desde el valle M eandros hasta el maci­
zo m ontañoso de Tmolos y tenía una ciudad residencial,
posible y ocasionalmente su capital, en Abasa (= Ephesos).
El hititólogo británico David J. Hawkins, con su lograda
139
lectura de las inscripciones Karabel, llegó en 1997, inde­
p e n d ien tem en te de Starke, a la misma conclusión: la
equivalencia de Apasa y Ephesos queda «m ediante los
nuevos descubrim ientos de Karabel prácticam ente corro­
borada».142 Las recientes excavaciones turcas del m useo
Selçuk en la ciudadela de Efeso, que hasta la fecha p u ­
dieron com probar, entre otras cosas, un m uro fortificado
de la Baja E dad de B ronce con la misma técnica que la
m uralla de la ciudadela de Troya VI, lo constatan.143 Se­
gún la más alta probabilidad, el país desarrolló u n a cul­
tura avanzada ya antes de la form ación del im perio hiti­
ta. Siendo Arzawa básicam ente enem igo de los hititas,
como atestiguan los docum entos de éstos, hubo frecuen­
tes choques bélicos entre ambos poderes especialm ente
en los siglos x v y x iv a. C. Hasta finales del siglo x iv no
logró el gran rey hitita Mursili II (aprox. 1318-1290), tras
u n a decisiva batalla victoriosa en la cabecera del M ean­
dros, acabar con la autonom ía de Arzawa, dividir el país
—con lo que la zona central pasó al «país Mira»— e in ­
cluirlo en el recién form ado conjunto de reinos someti­
dos a vasallaje hitita.
U nos cien años antes de esa disgregación de Arzawa,
em prendió Tudhalija su antes m encionada expedición
contra Arzawa y u n a serie de otros países y pequeñas co­
marcas en su área de influencia. U na vez que declara, en
la relación de hazañas, h ab er ocupado u n a a u n a todas
las comarcas, entre ellas tam bién Seha y Haballa, que se­
gún sabemos lim itaban al norte con Arzawa, viene u n gi­
ro inesperado:
(13) [Tan p ro n to como] me volví [hacia H attusa], los si­
guientes países m e declararon (14) la guerra.
Siguen los nom bres de unos veinte «países». E ntre
otros, son legibles los nom bres «el país Karkisa», «el país
140
Kispuwa», «el país Dura», «el país Kuruppija» y algunos
otros. Ya el final de la lista, vienen dos nom bres que nos
interesan en especial:
(19) ... el país Wilusija, el país Tamisa.
Con ellos se cierra la lista y Tudhalija continúa:
(20) [Esos países...] se u n iero n con sus guerreros. / (21)
[Ellos...] sus [...] y dirigieron sus tropas contra mí. / (22)
[Pero yo] Tuhalija conduje mi ejército de noche, / (23) [de
m odo que] pu d iera ro d ea r el cam pam ento de las tropas
enem igas / (24) y los dioses m e lo concedieron: la diosa
solar de A rinna, el dios del tiem po celestial / [siguen otros
cinco dioses] / (26) Puse fuera de com bate el cam pam ento
enem igo. (27-28) E ntré luego en los países que habían le­
vantado ejército contra mí.
(29-30) [Y los dioses] me los entregaron, y los dioses m e
dieron los países que he nom brado / (30) cuando me decla­
raron la guerra. / (31) Puse en movimiento a todos esos paí­
ses: habitantes, ganado mayor y m enor (y) los bienes m ue­
bles de los países me los llevé a Hattusa.
(33) En cuanto arrasé el país Assuwa, volví a H a ttu sa /
(34) y llevé como séquito diez mil soldados y seiscientos ti­
ros de carros de guerra / (35) ju n to con sus aurigas a H at­
tusa / (36) [y los] trasladé a Hattusa. Pijam akurunta, Kukkulli, (37) Mala-zidi, el cuñado de Pijam akurunta, tam bién
lo llevé (38) [a H attusa], Y sus hijos y nietos que / (39) [...]
... (ilegible) tam bién los llevé a H attusa [sigue tratando so­
bre la conducta de los «internados» Pijam akurunta y Kukkulli; luego cambia el escenario a otros países].
Como se ve en la línea 33, el gran rey incluye los an te­
riorm ente m encionados veinte «países» (más adelante ve­
rem os qué se quiere decir con ese térm ino) bajo el nom ­
bre «el país Assuwa». ¿Dónde estaba Assuwa? No p u ed e
ser lo mismo que Arzawa, m encionado ju n to a Seha y Ha-
141
balla, que acaba de someter. Y como, después de la victo­
ria, el rey «regresó» (13), eso sólo puede querer decir que
se puso cam ino de casa con el ejército y el botín — «diez
mil soldados y seiscientos tiros de carros de guerra», es
decir u n séquito considerable— luego se pued e deducir
que n o se dirigió al sur, sureste ni suroeste, p o rq u e eso
hubiera significado u n gran rodeo y suscitado los consi­
guientes problem as de logística, sino que fue derecho ha­
cia el noreste, en dirección a Hattusa. Cuando ya se m o­
vía en esa dirección, «el país Assuwa», con sus alrededor
de veinte comarcas que nos constan, le declaró la guerra.
De m odo que toda esa región no había estado hasta en­
tonces involucrada en la guerra y tenía tropas hábiles. Por
lo visto, deseaba vengar la derrota de Arzawa y sus alia­
dos, cualesquiera fuesen sus móviles político-m ilitares.
¿Dónde pudo estar entonces Asuwa con sus «países m iem ­
bros»? Ya G arstang/G urney dedujeron a p a rtir de otras
consideraciones:
En su cam paña previa Tudhalija atacó Arzawa y sus aliados
[... que debieron estar localizados al sur de Arzawa...]. En con­
secuencia, la confederación de Asuwa sólo podía estar al nor­
te de los países Arzawa —lo que de hecho se m uestra po r una
m ención de Troya e Ilios...»114 [Así, para Asuwa se propone la
opción de u n a equivalencia con la posterior «Asia», «en los
alrededores de Sardes», o bien con «Assos» en la Tróade.]
Con el em pleo de Troya e Ilios como apoyo para la lo­
calización de Assuwa al norte se da a en ten d er que Garstang y G urney equiparaban el penúltim o m encionado
«país Wilusa» en la lista de regiones de Tudhalija, con
Ilios, y el últim o «país Taruisa», con Troya. En lo tocante
a Ilios, han sido ratificados, como hem os visto. Por el con­
trario, en lo concerniente a «Troya», la cuestión de la
equivalencia sigue hoy en día sin ser definitivam ente de­
cidida en el círculo de los hititólogos.
142
Emil Forrer, del que ya sabemos com o codescifrador
del pictoluvio, propuso p o r prim era vez la equivalencia
en 1924.148 Ese mismo año, fue aceptada por Paul Kretsc h n er en u n suplem ento a su artículo «Alaksandu». En
1932 se sumó tam bién F erd in an d Som m er en Los docu­
mentos Ahhijava, su obra que hizo época. En 1952, en su
trabajo capital The Hittites, G urney concluyó respecto a
ambas equivalencias: Wilusa = Ilios y Tara(w) isa = Troya,
después de m anifestar ciertas reflexiones, lo siguiente:
Fonéticam ente, ninguna de estas equivalencias está com ­
pletam ente descartada.
A bundando en la misma dirección, Gurney y Garstang
declararon en The Geography of the H ittite Empire.
La posibilidad de que el últim o nom bre en esta lista [o
sea, Taruisa] pueda ser identificado con el griego Troya, es
decir la ciudad de Troya, fue m encionada en 1924 po r E.
F orrer y, tras u n a larga controversia, los filólogos se h a n
m ostrado de acuerdo en que la equivalencia es posible a tra­
vés de una hipotética form a «Taruiya» [...]. La posición con­
tigua de ambos nom bres en la lista [o sea, Wilusiya y Tarui­
sa] habla a favor de que estas atractivas percepciones sean
correctas...146
Desde entonces, hubo u n a tem porada de tranquilidad
en el frente «Taruwisa»/«Tru(w)isa». En 1986, el decano
de la orientalística H ans Gustav G üterbock retom ó la
cuestión. En un repaso a la historia del problem a bajo el
título Troy in the H ittite Texts declaró que la equivalencia
era, de entrada, posible.147 Poco después, propuso dos re ­
flexiones en el m arco de u n a revisión de los Anales de
Tudhalija. La prim era se refería a la recopilación y serie
sucesiva de «los países Assuwa», señalaba una in terp reta­
ción errónea de la lista de Tudhalija y hoy ya está supera-
143
da. La segunda incidía en que Tudhalija describe como
«países» lo mismo W ilusa que Taruwisa/Tru(w)isa, m ien­
tras H om ero sólo usa Troya como concepto com arcal y,
p o r el contrario, con Ilios se refiere a la ciudad.148 Si, en el
caso de que fuera válido para H om ero, se quisiera dar a
eso valor argum entai (volveremos a considerarlo), con
ello se llam aría la atención sobre el hecho de que los hi­
titas tenían la costum bre de denom inar a los países según
su capital, em pezando p o r ellos mismos: cuando, tras nu­
merosas invasiones, su zona de dom inio se extendió has­
ta Levante y el Egeo, seguían llam ándose según su capi­
tal: H attusas utne, literalm ente: «país de Hattussa». Lo
mismo hacían, p o r ejem plo, con el país Assura (capital
Assura), el país Karkamissa (capital Karkamissa), el país
Alalha (capital Alalha), el país Halpa (capital Halpa [= Alep­
po] ), el país Ugaritta (capital U garitta), y así sucesivamen­
te. En todos esos casos, la misma palabra puede denom i­
n ar a la ciudad y tam bién al país; la diferencia se indica
m ediante añadidos como «país» o «ciudad», lo mismo que
cuando nos referimos a B randenburgo especificando si se
trata de la ciudad o la región. Los griegos, p o r el contra­
rio, no solían designar las regiones y sus habitantes, ya en
el II m ilenio (ni tam poco después), según sus capitales.
De otro m odo, debiéramos encontrarnos en H om ero micé­
nicos (según la ciudad de Agamenón, Micenas), lacedemonios
(según la ciudad de Menelao, Lacedem on), orcomenios (se­
gún la capital O rcom ene) y así con el resto. Es evidente
que hititas y griegos tenían diversas preferencias a la ho­
ra de designar países, regiones y poblaciones. Por eso, la
diferencia de denom inación del país no puede servir de ar­
gum ento contra la equivalencia de «Taruwisa»/«Tru(w)isa» con «Troya».
Intentem os form ular con claridad el estado de la cues­
tión: en u n a docum entada lista de topónim os del centro
gubernam ental del poder dirigente en Asia Menor, hacia
144
1400 a. C., aparecen inm ediatam ente seguidos — o sea,
m ostrando probable vecindad— dos nom bres de lugar
que, incluso por escrito, m uestran una evidente sem ejan­
za fo nética con otros dos n om bres que tam bién en la
Ilíada de H om ero están en patente relación entre sí, has­
ta el punto de poder figurar alternativam ente el uno p o r
el otro. Ambas parejas de topónim os se refieren a la mis­
m a región geográfica. La conclusión natural po d ría ser
que ambos nom bres designan idénticos lugares.
Podría preguntarse p o r qué en H om ero p ueden figu­
rar ambos nom bres el uno en lugar del otro, mientras en
la lista de Tudhalija aparecen separados, como designa­
ciones de dos «países». Hay varias explicaciones admisi­
bles. U na podría ser que el texto hitita de alrededor de 1400
reproduce una estructura regional anterior, dentro de la
que ambos lugares —bajo la dirección de Wilusa— aún
son autónom os; m ientras que, más tarde, si bien siguen
existiendo con sus antiguos nombres, se han vinculado en
una unidad política de la que el lugar «Taruwisa» / «Tru (w) isa»podría transm itir el nom bre en la percepción profana;
el texto griego reproduciría entonces la situación más tar­
día, tal y como los griegos la conocieron y como p erdura
hasta hoy en su designación «Troás» (del griego «Tro(i)ás
gé», «país de Troya»). El concepto hitita «país»permite esa
acepción sin más: no es idéntico a nuestro concepto «país»,
en sentido de «Estado» o «nación», sino que designa un i­
dades de superficie política que pueden ser mayores o m e­
nores (como en el sentido de nuestro térm ino «distrito»);
el previo signo cuneiform e KUR sólo indica que se deno­
m ina según u n a unidad de superficie política, y no dice
nada de magnitud, envergadura, núm ero de habitantes o
im portancia de esa unidad local.
Es de toda evidencia que el térm ino «país» sólo puede
ser usado en ese sentido en la lista de Tudhalija: si quisié­
ramos entender «país» en el sentido de unidades geográ­
145
ficas mayores, no sabríamos dónde colocar las al m enos
veinte unidades designadas con «país» al n o rte de Arzaw a/S eha/H aballa, ya que allá se encuentra el (gran) país
Masa (ver el m a p a). En esas circunstancias, lo más proba­
ble es que, en la lista de «países» de Tudhalija, se nom ­
braran tam bién asentamientos de población tan pequeños
para en carecer la m agnitud del triunfo.149 Seguram ente
tam bién es ésa la razón p o r la que hoy en día apenas pue­
de ser identificado u n «país» de toda esa lista ju n to a Wi­
lusa. Los distritos de población m encionados eran p o r lo
visto lo bastante pequeños como para desaparecer sin
huella bajo el m anto de la historia. Excepto uno: Taruwisa/Tru(w)isa. Estaba muy próxim o a Wilusa, probable­
m ente le pertenecía de alguna forma. Pero como form a­
ba u n a unidad nom inal conocida, fue incluido como los
demás «países» en la lista del rey.
Pero si T anm isa/T rii(w )isa fue u n lugar histórico real,
en las proxim idades de la capital Wilusa que im ponía la
denom inación — de lo que no cabe duda ante la lista de
Tudhalija— , sería muy extraño que ese nom bre no tuvie­
ra nada que ver con el griego Troya.
Al respecto, Frank Starke argum entó en 1997 que u n
país Assuwa sólo se percibe como entidad política en los
textos hititas en la segunda m itad del siglo xv. Los alre­
dedor de veinte países partícipes m encionados en la lista
de Tudhalija sólo se com prenden «en u n a dem arcación
al norte de Arzawa, Haballa y Seha, ya que el mismo tex­
to no m bra a los tres países en relación con la previa ex­
pedición de Arzawa». Para los países W ilusija y Taruwisa/T ru(w )isa que figuran en el últim o pasaje se deduce
«de h echo u n a posición en la Asia M enor más noroccidental. Allá, es decir, en la Tróade, o en las com arcas li­
mítrofes, se localiza generalm ente hasta la fecha Asuwa»
(como ya aparece en el m apa del libro de texto m encio­
nado de 1953). El nom bre Asuwa estaría más b ien rela­
146
cionado con el lugar llamado más tarde en griego «Assos»
y situado en la costa m eridional de la Tróade, que con el
nom bre «Asia», que no aparece hasta relativam ente tar­
de y en principio estaría lim itado a Lidia yjo n ia, situadas
más al sur. El país llam ado Taruwisa o Tru(w)isa inm edia­
tam ente al lado del país Wilusija podría «muy probable­
m ente haber estado en vecindad del país W ilusa/W ilusija». La relación con el griego «Troya» sería evidente, aun
cuando «apenas sea fundable en leyes lingüísticas».150Con
ello queda la equivalencia geográficam ente reconocida,
si bien lingüísticam ente perm anece sin aclarar.
De m odo que, en el caso del nom bre de lugar «Troya»
que aparece en H om ero, estamos en la misma situación
básica que en el caso del nom bre «Ilios»: tam bién «Tro­
ya» tiene una pronunciación fonéticam ente semejante en
u n a relación de topónim os reales sum inistrada por u n
texto histórico hitita del II m ilenio a. C. Igual que en el
caso de «Ilios», el lugar que tenía ese nom bre es localizable, con toda la probabilidad que p o r ahora se puede p e ­
dir, en aquella estricta com arca geográficam ente delimi­
tada que ofrece el escenario de la Ilíada de Hom ero. Sin
em bargo, con nuestros m étodos usuales de leyes fonéti­
cas tam poco podem os en este caso hacer patente la se­
mejanza de la denom inación hitita con la griega.151
Como en el caso de «Ilios», la explicación de la im po­
sibilidad de una equivalencia fonética indoeuropea entre
las dos denom inaciones po d ría radicar en el hecho de
que el nom bre original fuera muy anterior e im posible
de vincular con nada de la lengua entonces com ún de los
posteriorm ente llegados hitito-luvios y griegos, y, por lo
mismo, les resultara im penetrable. Ambos debieron de
e n tra r en contacto con ese lugar, in dependien tem en te
en tre ellos, en diversos m om entos (el p u n to de partida
tácitam ente supuesto de que los griegos hubieran tom a­
do el nom bre de los hititas, es decir, form ado Troya a par-
147
tir de Taruwisa/Tm (w)isa, es una hipótesis carente de fun­
dam ento lógico e histórico). Ambos podrían h ab er sido
form ados en las propias lenguas según lo que creyeron
oír en u n prim er encuentro, lo mismo en el caso de Wilusa-Wilios com o en el de Taruwisa/Tru(w)isa-Troya.l5'¿ Tras
aquel prim er encuentro, las relaciones locales en la co­
m arca de la actual Tróade debieron de suceder de u n mo­
do que hoy no podem os reconstruir, hasta que ambos lu­
gares originalm ente separados form aron u n a supuesta
unidad mayor.
Sin em bargo, para H om ero o el prehom érico poem a
troyano, esa transform ación interna que, en sí, sólo nece­
sitaba u n nom bre habría sido irrelevante. El poem a grie­
go de Troya p u d o acoger la d isponibilidad de las dos
denom inaciones para la misma unidad geográfica; de he­
cho, como se ha probado no hace m ucho,153 los dos nom ­
bres facilitan m ucho, en base a su diferente estructura rít­
mica, la inclusión de ese lugar capitalino del poem a en
el verso, el hexám etro. Se trata de un principio de la poe­
sía hexam étrica griega (más adelante volveremos a ello
con más precisión): donde hay, para la misma cosa, va­
riantes de den o m in ació n que faciliten escandir en h e ­
xám etros se utilizan con gusto. No había, pues, n in g ú n
motivo para dejar en el olvido una de las dos denom ina­
ciones de lugar, y sí que había todas las razones para uti­
lizarlas la u n a ju n to a la otra e incluso sin diferencia con­
creta.164 Así pues, el que hoy hablem os todavía de Ilios y
de Troya lo debem os a la normativa interna de la poesía
hexam étrica griega que preservó ambos nom bres. De
otro m odo, lo más probable es que Taruwisa/Tru(w)isa
hubiera caído en el olvido, ju n to con la mayor parte del
resto de las denom inaciones de lugar de la lista de Tudhalija.
Q uien no quiera aceptar una explicación en ese senti­
do queda em plazado ante la cuestión de si debem os acha-
148
car la semejanza fonética que nos confunde a p u ra casua­
lidad y así evitar la equivalencia de los lugares, sólo p o r­
que esa semejanza no concuerda con aquellas leyes que
hem os derivado de determ inados fenóm enos lingüísticos
(¡no de denom inaciones de lugar!) en la disciplina euro­
pea de la lingüística com parada. La otra posibilidad que
en éste como en semejantes casos ha sido contem plada y
favorecida por num erosos hititólogos consiste en adm itir
y conceder, ante el peso de la serie pragm ática de in d i­
cios, que, en casos así, nuestros tradicionales m étodos lin­
güísticos no están (todavía) a la altura de los hechos.
Parece que tenemos ante nosotros uno de esos casos de
investigación en los que debe recorrerse un camino que,
pese a su m etódica irresolución según los criterios actua­
les, nos llevará a u n resultado que luego, en caso de al­
canzarse, dará lugar p o r su evidencia a la posibilidad de
am pliar también el propio camino.
CONCLUSIONES:
TROYA Y EL IMPERIO HITITA
N uestra pregunta inicial está contestada: en la Edad de
Bronce, Hisarlik se llamaba Wilusa entre los hititas y Wi­
lios entre los griegos. Además de eso, hacia finales del si­
glo X V a. C., los hititas conocían en el «país Wilusa» una
región Taruwisa o Tru(w)isa que apenas puede discernir­
se de la griega Troya. De m odo que la ciudad de que se
trata en la Ilíada de H om ero es, en todo caso, histórica.
Y estaba en la Edad de Bronce en la misma región al nor­
oeste de Asia M enor en que aparece en la Ilíada de H o­
mero.
Además de este resultado principal, han aparecido los
siguientes:
1 ) La ciudad Wilusa, según la cual los hititas denom i­
naban a todo el país (idéntica al menos con nuestra «Tróa­
de» aunque probablem ente mayor), no era n ingún «ni­
do de piratas» en un cerro, abarcando u n m áxim o de
veinte mil m etros cuadrados, sino u n a población exten­
sa con u n a superficie am urallada de más de doscientos
mil, con entre siete y diez mil habitantes. Según los con­
ceptos de la época, u n a (pequeña) gran ciudad.
2) La ciudad estaba dispuesta según el m odelo de po­
150
blación anatolia: ciudadela am urallada con u n barrio b a­
jo densam ente poblado y protegido p o r un foso circun­
dante. El barrio bajo se extendió tanto en el curso de la
segunda m itad del II m ilenio a. C., que incluso se consi­
deró necesario un segundo foso. De m odo que la pobla­
ción seguía creciendo.
3) La ciudad era al mismo tiem po residencial y co­
mercial. Era dirigida p o r u n gobierno civil. Su bienestar,
expresado en su núm ero de habitantes y el consecuente
crecim iento continuado, radicaba en su im portancia co­
m o centro comercial. Esa im portancia resultaba de su si­
tuación extraordinariam ente estratégica para la benefi­
ciosa actividad económ ica de aquel punto de Asia M enor
que m ejor controlaba el tráfico com ercial entre dos m a­
res —Egeo y Negro— y entre dos continentes —Asia y Eu­
ro p a— , pero que tam bién podía ser fom entado y p ro te­
gido de la m anera más a propósito.
4) Esa función de fom ento y protección predestinó la
«internacionalidad» de la ciudad: anatolia según su posi­
ción geográfica e im p ro n ta arquitectónica (acaso tam ­
bién en su orientación religiosa), sin embargo, no se en ­
casilló como «anatolia», sino que tom ó el papel de u n
pu n to m ediador económ ico y centro de organización de
las regiones próximas y lejanas, no sólo en Asia, sino tam ­
bién en la Europa que tenía enfrente, con el natural apro­
vecham iento de las estructuras económicas concurrentes
y beneficio para todos los partícipes. Así funcionó como
p u erto comercial, granero, centro de m anufactura para
materias primas (metales, textiles, alfarería), gran m erca­
do (probablem ente, ju n to a todo el resto de productos,
de caballos, como la «m oderna» fuerza de tiro p o r e n ­
tonces, para la paz y la guerra) y lanzadera para toda la
población del país interior y de la región de los tres m a­
res, Egeo, M ármara y Negro, es decir, para la Tróade y su
país interior anatolio oriental y m eridional, para las islas
151
que estaban delante (sobre todo, Im bros, Tenedos, Les­
bos), para la costa europea y asiática de los D ardanelos,
para Tracia y los Balcanes al oeste, y, seguram ente, al m e­
nos u n a parte de la costa m eridional del m ar N egro al
noreste. U na sugerente hipótesis de M anfred K orfm ann
p ro p o ne, adem ás, que la ciudad form aba la plataform a
de apoyo del tráfico costero e isleño en el Egeo nororiental, como especie de centro hanseático. Esas funcio­
nes y las posibilidades de aprovecham iento vinculadas
con ellas representaban la fuente de su riqueza «fabulo­
sa», siem pre supuesta (¡los hallazgos de tesoros!), pero,
en especial, durante la Edad de Bronce, claram ente real.
5) Es evidente que un lugar de esa im portancia e irra­
diación suprarregional debió de atraer el interés de las
form aciones de p o d e r político que vinculaban >gran po­
tencial m ilitar con relativa proxim idad territorial y expansividad. U na form ación política de esa dim ensión surgió
en el amplio entorno de la ciudad, a lo largo del II mile­
nio, en la figura del im perio hitita. Por eso, el sello luvioglífico que se encontró en 1995 dentro de la ciudadela de
Troya, en u n complejo construido ju n to a la muralla, difí­
cilm ente puede ser un hallazgo casual o im portado. Uni­
do a los docum entos hoy disponibles de la corresponden­
cia im perial hitita, ese hallazgo de escritura indica más
bien u n lazo político muy antiguo entre el gobierno del
im perio hitita en H attusa y los m andatarios de la ciudad
en Wilusa.
EL TRATADO ALAKSANDU
De qué tipo pudo ser ese lazo es algo que, en principio,
hemos dejado en suspenso a la luz del estudio conjunto del
m aterial hoy disponible. A hora vale la pena retom ar esa
cuestión. Partimos p o r segunda vez de aquel tratado que
152
el gran rey hitita Muwattalli II (aprox. 1290-1272 a. C.) con­
certó con Alaksandu de Wilusa. Para evitar la impresión de
que este texto del tratado represente un fragm ento aisla­
do y deba, en consecuencia, ser considerado con especial
cautela como docum ento histórico e incluso ser puesto en
duda, presentamos pasajes de otro tratado que tiene un te­
m a semejante y que, un tiem po antes, concertaron al p a­
dre de Muwattalli II (aprox. 1318-1290) y M anabatarhunta, rey del país del río Seha (que, como se ha visto, tenía
frontera con Wilusa):155
§ 1 (1) Como dice a continuación su Majestad, Mursili,
gran rey, rey [del país Hattusa, héroe]: (2) A ti, M anabatarhunta, tu padre [...] (3) te dejó y eras (todavía) u n niño. [Y
así intentaron... (nom bres de persona)] (4) y U ratarhunta,
tu herm ano, m atar[te] varias veces. (5) Te habrían m atado,
[pero tú] (6) escapaste. Pero te desterraron de [Seha], (7)
de m odo que te pasaste a los karkiseos,156 (8) y ellos te [arre­
bataron] tu país y la casa de tu padre, (9) y así se lo pudie­
ron quedar para sí. [Yo, su Majestad, a ti, M anabatarhunta]
(10) [te recom endé] a los karkiseos [y] (11) envié [varias
veces] presentes a los karkiseos. [También mi herm ano (=
Arnuw anda II)] intercedió (12) varias veces p o r ti an te
ellos, de m anera que los karkiseos te (13) protegieron p o r
nuestra recom endación.
§ 2 (14) Cuando U ratarh u n ta en adelante [incum plió]
los juram entos, (15) lo atraparon los dioses del juram ento.
Entonces los expulsaron los de Seha, (16) m ientras los de
Seha, po r [nuestra] (17) palabra, te dejaron e n tra r y, p o r
[nuestra] (18) palabra, te protegieron.
§ 3 (19) Cuando luego mi herm ano [Arnuwanda se hizo
dios (= m urió)], (20) [me senté, yo,] su Majestad, en el tro ­
no [de mi padre], (21) y así, yo, su Majestad, te [sostuve] en
lo sucesivo a ti. (22) Hice que los de Seha te [juraran fideli­
dad], (23) [y] te [protegieron] p o r mi [palabra], (24-28)
[muy fragmentario] (29) [Cuando] luego [Uhhazidi, el arzawano (= el m onarca reinante en Arzawa)] (30) declaró la
153
guerra [a su Majestad] tú [M anabatarhunta cometí] ste [con­
tra su Majestad] (31) [gran p eiju rio ]. Así apoyaste [a Uhhazidi, mi enem igo] (32) cuando [tú combatiste] a su Meyestad (33) [y] no [me] apoyaste.
§ 4 (34) [Guando m arché] yo contra U hhazidi y los [de
Arzawa] (35-36) los dioses del ju ra m en to a trap aro n a U h­
hazidi porque (como usurpador en Arzawa) [había roto el
ju ra m en to ], [así que] yo [su Majestad] (37) [lo] pude ani­
quilar. Y com o tú [te habías puesto de su lado], (38) [qui­
se] aniquilarte p o r igual. [Aunque tú no] te echaste [a mis
pies] (39) sino que [enviaste ancianos y mujeres] a mí, (40)
[para que ellos] com o enviados tuyos [se echaran a mis]
pies (41) [y m e] escribiste lo que sigue:
«Señor m ío, ¡sostén mi existencia (política)! [¡No, me]
aniquiles (42) sino tóm am e en vasallaje y [m antén la leal­
tad] a mi persona! (43) ¡Habitantes del país Mira, habitan­
tes del país H attusa (44) [o] habitantes del país Arzawa, que
(45) se pasaron a mi lado, de aquí (texto: ahí) mismo (46)
los h aré regresar!]» Entonces yo, su Majestad, m e interesé
por ti, (47) cedí [a tu ruego] y [te concedí] mi amistad. Una
vez que yo, su Majestad, me intereso po r ti (49) [y te] doy
mi amistad, p ren d e a [los habitantes] del país Arzawa (5054) que se pasaron a tu lado, y los del país M ira y los del
país H attusa que [huyeron] de m í y se pasaron a tu lado, así
como un juram entado entre ellos, y entrégam elos. No dejes
uno solo (55) perm anecer en tu país, ni huir de él, (56) cap- \
túralos en su totalidad (58) y entrégamelos. Y si cumples es­
tas condiciones, (59) te aceptaré en vasallaje. (60) Sé pues
mi amigo [y] debes en lo venidero (61) m antener este tratado. Así te protegei'é. Y eso has de tenerlo (62) bajo ju ra ­
mento:
§ 5 (63) M ira que te concedo Seha y el país Appawija
(64) y ha de ser tu país. Protégelo. (65) A parte de eso, no
pretendas ningún habitante de Hattusa, ni parte alguna de '
Hattusa. (66) Si pretendes de mala m anera algún habitante
de H attusa y alguna parte de Hattusa, m ira que rom pes el
juram ento.
154
El discurso está claro: 1) El interlocutor, legítim o h e ­
redero del trono, pero huérfano y amenazado de m uerte,
era un nadie, 2) entonces lo salvó el gran rey mediante su
recom endación, 3) le hizo recuperar sus derechos y 4) lo
protegió ininterrum pidam ente. 5) Aun así el protegido se
distanció de su benefactor. 6) El gran rey ha perd o n ad o
generosam ente al arrepentido y 7) le ha devuelto su país
(y tam bién un fragm ento más). 8) El interlocutor debe
adm inistrar bien ese país de parte del gran rey y 9) no in­
currir en la más m ínim a enem istad contra el im perio h i­
tita.
M anabatarhunta de Seha es, pues, rey vasallo del rey
de Hatti; dicho de otro m odo, reyezuelo po r gracia del
gran rey.
Ante el telón de fondo de esta fórm ula de tratado, se
perfilarán y dibujarán con más nitidez y profundidad, en
su dim ensión política, el escenario y la im portancia del
tratado que concertó el hijo de Mursili, Muwattalli II, con
Alaksandu de Wilusa. A causa de lo significativo de este
texto para toda la investigación de Troya, reproducim os
aquí textualm ente todo su contenido, p o r cierto, en la pri­
m era traducción com pleta alem ana desde hace setenta
años157 (Frank Starke). La minuciosidad puede fatigar a al­
gún lector, pero, por otra parte, acaso también lo llene de
asombro. Piénsese que tratados entre Estados m odernos
sobrepasan con m ucho, en longitud y minuciosidad, es de­
cir, también en previsión teórica de las más rem otam ente
imaginables posibilidades, a este tratado que tiene más de
tres mil años. Con todo, el tipo de «Tratado entre Estados»
sigue siendo el mismo. Entonces, como ahora, era y es n e­
cesario para la completa com prensión del tema.
§ 1 (BI 1-2) Como dice a continuación su Majestad, Mu­
wattalli, gran rey, [rey] del país Hattusa, amado del dios del
rayo, hijo de Mursili (II), del gran rey, del héroe:
155
§ 2 (CI 3-13) Antes, en una ocasión, mi antepasado, el labarna sometió a todo el país Arzawa [y] todo el país Wilussa.
Más tarde, estuvo p o r eso el país Arzawa en pie de guerra;
aunque no tengo noticia, ya que el suceso data de muy atrás,
de que n in g ú n rey del país H attusa haya a b a n d o n ad o al
país Wilussa. [Con todo] (incluso) si el país Wilussa ha sido
abandonado po r los reyes de Hattusa, aun así se ha m ante­
nido desde lejos estrecham ente unido a los reyes de Hattusa
y [les] ha enviado regularm ente [em bajadores], (BI 9-14)
Cuando Tudhalija [I...] se dirigió contra el país Arzawa [y...].
No lo hizo contra el país Wilusa, [porque era] amigo [y le]
enviaba regularm ente embajadores. Después [...] y Tudhali­
ja [...] los antepasados en el país [...].
§ 3 (BI 15-20) El rey del país Wilusa se alió con él [y le]
envió [embajadores]; tam poco se dirigió contra él. [Cuando]
el país Arzawa [em prendió la guerra] mi abuelo Suppilulium a [lo d e rro tó ]. Kukkunni, el rey del país Wilusa, [estaba]
aliado con él, de m odo que no [le atacó, sino que] le envia­
ba regularm ente em bajadores [a mi abuelo Suppilulium a].
§ 4 (AI 20’-34’) Después [el país Arzawa] otra vez [em ­
prendió la guerra contra el país H attusa]. El rey de Arzawa
[... 3 líneas fragm entarias...] mi padre (Mursili II). [...] El
país Wilusa [...] el rey del país Wilusa [...] ayuda [...] atacó
y [...] (30’) [dom inó todo] el país Arzawa. [El país Mira] y
el país Kuwalija [se lo dio a Mashuiluwa, el país Seha y] el
' país Appawija [se los dio] a M anabatarhunta, el país Haba11a [se lo dio a Tarkasnalli, y] el país Haballa [...]
§ 5 (AI 35’-42) Muy fragmentario. Describe en qué circuns­
tancias («según la palabra de tu padre») ha incorporado Alak­
sandu en Wilusa a los sucesores de Kukkunni.
§ 6 (AI 43’-54’) C uando mi padre [se hizo dios], me sen­
té [en el trono] de mi padre. [Entonces] tú Alaksandu, no
me m ostraste m enos [reverencia] ni fidelidad. [Cuando]
luego em p ren d iero n la guerra contra m í [y...] se alzaron,
pediste mi ayuda. Acudí, yo, su Majestad, a ti Alaksandu, pa­
ra ayudarte y aniquilé el país Masa. [También...] aniquilé
[y...] a ellos en (las m ontañas) Kupta [...] a sus habitantes
[...]. [Los países que em prendieron la guerra] contra ti,
156
Alaksandu, aquéllos yo los destruí [...] [...] lo llevé a H attu­
sa. (55»-61») Muy fragmentario. Hay aquí otro principio de pá­
rrafo que no es considerado en la enumeración def. Friedrich'.
§ 6a... (AI 62»-64») nadie en el honor regio en el país Wi­
lusa [...] porque m urm uren las gentes? [... Si] Alaksandu lle­
ga el día de tu m uerte [...]. (65»-79») Cualquier hijo tuyo que
se determ ine para el h o n o r regio [sea] de tu esposa, sea de
tu segunda esposa —aunque sea tam bién [...] así como diga
el país que no y, en consecuencia, diga: «Él [tiene que ser
príncipe] de origen», entonces yo, su Majestad, diré no. En
consecuencia, mi hijo y mi nieto y biznieto [...] m antendrán
la lealtad. Tú, Alaksandu, m antén la total lealtad a su Majes­
tad. Como a mi hijo y mi nieto. Y como yo, su Majestad, la he
m antenido a ti, en virtud de la palabra de tu padre y fui en
tu ayuda y, por ti, batí a tu enem igo, así mismo m antengan
tu hijo, nieto y biznieto la lealtad a mis hijos y nietos. Si cual-,
quier enemigo se alza contra ti, yo, la Majestad, no te dejaré
en la estacada, así como ahora no te he dejado en la estaca­
da, y por tu causa derrotaré al enemigo. Si tu herm ano, Alak­
sandu, o alguien de tu familia se subleva contra ti —
§ 7 (B II 5-14) o si en su m om ento alguien se subleva con­
tra tu hijo (y) nieto— y pretende el reinado del país Wilusa,
yo, su Majestad, no te dejaré caer en ningún caso, Alaksan­
du, es decir, no lo aceptaré. Así como es enem igo tuyo, igual­
m ente es enemigo de su Majestad, y sólo a ti, Alaksandu, te
reconoceré yo, su Majestad, a él [no lo aceptaré] y además
destruiré su país. M antén así tu lealtad, Alaksandu, a su Ma­
jestad y m antendrán su lealtad en honor soberano tus hijos,
nietos [y biznietos a los hijos de su Majestad], Nada [malo]
em prenderán contra ti [ni tampoco] te [fallarán], (A I I 8-14)
Así como yo, su Majestad, expongo la tableta del tratado,
procede tú igual Alaksandu, en consecuencia con ella y tus
hijos, nietos y biznietos m antendrán la lealtad a los hijos de
su Majestad en h o n o r soberano. No planees nada malo con­
tra ellos y no los abandones.
§ 8 (A II 15-33) Se refiere — con más insistencia— a que su
Majestad ha entronizado a Alaksandu como rey de Wilusa. En el
resto, es muy fragmentario.
157
§ 9 (A II 34-57) Muy fragmentario.
§ 10 (A II 58-74) [En lo sucesivo: Si hay u n a sublevación
entre los estados vasallos del país Hattusa y alguien se condu­
ce enem istosam ente con su Majestad] espera [las instruccio­
nes] de su M ajestad [así como yo, su Majestad, te escribo],
[Si en interior de los países del propio Hattusa u n grande o
u n grupo y] carros de guerra [o en su caso, hom bres] son
quienes se sublevan contra su Majestad], yo, su Majestad, cap­
turaré [esas tropas y carros de guerra]. Si a ti, Alaksandu, te
escribo «Envia [tropas y carros de guerra] en mi ayuda», em­
p rende [esa ayuda] y hazlos [venir enseguida]. Si te escribo
sólo: «apresúrate» entonces, hazlo. Pero si yo, [su Majestad,
sobre ese caso de sublevación no] te escribo, pero tú sabes de
ello, [apresúrate]. Sitúa a un grande al frente de las [tropas]
y tiros de carros de guerra, para que [acuda en ayuda de su
M ajestad]. No te pares a considerar ningún ave augural.
§ 11 (A II 75-81) Si sabes con antelación de u n alza­
m iento, o sea, que u n hom bre del país Seha o u n hom bre
del país Arzawa (es decir, u n hom bre de los estados vasallos
de Arzawa, en especial del más vecino, Seha) [tram a u n a
sublevación] aunque eres benevolente frente a esos kurinaxuanes (difícil de entender, concepto acaso pro ced en te del
luvio) que tam bién ahora son tus kurinawanes —si lo sabes
de antem ano, escribe a su M ajestad— y no vayas a decir:
«pase pues lo malo» <no hagas eso>, sino escribe, en cuan­
to lo sepas, sin tardanza a su Majestad.
§ 12 (A II 82-85) En cuanto sepas de un caso así, no te
sea indiferente. No cambies de parecer y te relaciones con
u n hom bre así. Así como es enem igo de su Majestad, debe
serlo tuyo.
§ 13 (A II 86-III 2) Si tú, Alaksandu, sabiendo de u n ca­
so así, te m antienes indiferente al respecto y tratas con el
hom bre que tram a sem ejante cosa, mira, Alaksandu, que es­
tás incum pliendo el ju ram en to ante los dioses y ellos no de­
ja rá n de cazarte sin dilación.
§ 14 (A H I 3-15) Las condiciones del tratado para tus tro­
pas y tiros de carros de guerra son como sigue: Si su Majes­
tad em prende una expedición en territorio de esos países, o
158
en territorio de Karkisa, de Lukka o de Warsijalla, te pondrás
tú tam bién a mi lado con tropas y tiros de carros de guerra
en la expedición. O si envío cualquier jefe en el territorio de
ese país (es decir, en el interior del propio) a una expedición,
así mismo lo harás tú a su lado. En el territorio de H attusa
(es decir, del imperio) te conciernen estas expediciones: si al­
guno de los reyes que son de parejo rango a su Majestad — el
rey de Egipto (M izra), el rey de Babilonia (Sanhara), el rey
de Hanigalbat (= M ittanni);158 o del hom bre del país asirio
(Assura)— 159 em prende el combate (explicación C: se suble­
va en el exterior), o si alguien se rebela en el interior (del im ­
perio) contra su Majestad, y yo, su Majestad, te escribo p o r
ello en dem anda de tropas y tiros de carros de guerra, envía­
me enseguida <tropas> y tiros de carros de guerra.
§ 15 (A III 16-25) Igualm ente, como hay gente desleal,
si hay rum ores en d erred o r de m odo que alguien m urm ura
en tu presencia: «Su M ajestad habla de ti en malos térm i­
nos, te arrebatará el país o perjudicará», escribe en el acto
a su M ajestad sobre ese rum or. Y si el ru m o r sigue, trátalo
del m odo que yo te escriba, no te precipites, ni ocasiones
confusión ni perjudiques a su Majestad. Así como has esta­
do del lado de su Majestad, sigue estándolo.
§ 16 (A III 26-30) Si alguien en tu presencia, Alaksandu,
expresa una cosa peligrosa para su Majestad, y tú se la ocul­
tas a su Majestad, la tratas con precipitación y peijudicas a su
Majestad, m ira que incurres, Alaksandu, en ruptura de ju ra ­
m ento ante los dioses y los dioses te darán caza sin dilación.
§ 17 (A III 31-60) Además: de los cuatro reyes que sois en
los países Arzawa ■
— tú, Alaksandu, M anabatarhunta (de Se­
ha), K ubantakuranta (de Mira) y Urahattusa (de Haballa)—
K ubantakurunta proviene, por la línea paterna del rey del
país Arzawa y, po r la línea m aterna, del rey del país Hattusa:
porque era sobrino de mi padre Mursili, rey del país H attu­
sa, es prim o de su Majestad. Si alguien busca peijudicar a Ku­
bantakurunta, sé tú, Alaksandu, su ayuda y apoyo, y m antén
la lealtad. Si alguno de sus súbditos se subleva, captúralo y
devuélvelo a Kubantakurunta. Así, cada uno debe ser apoyo
fiel del otro. Más aún: si algún enem igo se moviliza contra
159
alguna fro n te ra de los países que te he entregado, cuyas
fronteras pertenecen al país Hattusa, y tú lo sabes y no escri­
bes al señor del país y no le ayudas, y si el enem igo ataca y
tú no ayudas de antem ano y lo combates, o si el enem igo cru­
za tu país y no lo combates, sino que hablas así: «Ve tranqui­
lo y cruza; no quiero saber nada», será contra ju ra m en to y
los dioses del ju ram en to te darán caza sin dilación. O si pi­
des tropas y tiros de carros de guerra de su M ajestad para
que puedas atacar al enem igo y su Majestad te da tropas y ti­
ros de carros de guerra, que tú, en la prim era ocasión, en­
tregas al enem igo, será contra juram ento y los dioses del ju ­
ram ento, Alaksandu, te darán caza sin dilación.
§ 18 (A III 61-72) Sobre los fugitivos, pongo bajo ju ra ­
m ento lo que sigue: si [un fugitivo] va de tu país al país H at­
tusa, [no se te devolverá]. No rige derecho de devolución
de fugitivos del país Hattusa. Pero si huye algún artesano [al
país H attusa] y él no cum ple su trabajo (en W ilusa), [será
capturado y a ti] entregado. [Si] algún [fugitivo] es captu­
rado de terren o enem igo [huye del país H attusa] es decir,
cruza tu país, y lo capturas, pero no lo entregas, [sino que]
lo devuelves al enem igo, será contra juram ento.
§ 19 (A III 73-83) Además, esta tableta que yo te he en­
trego a ti, Alaksandu, debe ser leída de viva voz, cada año,
tres veces, para que así m e seas leal. Este texto no rige para
la parte contraria, porque procede del país Hattusa. No em­
prendas, pues, nada, Alaksandu, contra su Majestad. Así, en
nada te peijudicará Hattusa. Mira como convoco como testi­
gos, yo, [su Majestad, labarna] gran rey, am ado del dios del
rayo, [los mil dioses] y deben ellos asentir [y ser testigos] :
§ 20 (A IV 1-30) Lista de los testigos divinos, en la parte
final: (A IV 26-30) ... todos los [dioses] del país Wilusa, el
dios de los ejércitos [dos nom bres de dioses], A ppaliuna,
los dioses m asculinos, los dioses fem eninos, las m ontañas
[los ríos, las fu en tes], el curso de agua subterráneo del país
Wilusa, los he convocado yo, [su M ajestad, labarna, gran
rey] am ado del dios del rayo, para [la misma] cosa.
§ 21 (A IV 31-46) Si tú, Alaksandu, incum ples estas pala­
bras de la tableta, las que están en la tableta, así te extermi-
160
narán de la oscura tierra esos mil dioses, ju n to con tu p e r­
sona, tu esposa, tus hijos, tus países, tus ciudades, tus viñe­
dos, tus eras, tus campos, tu ganado mayor, tu ganado m e­
n o r y tus bienes y tu semilla. Si guardas estas palabras, así te
preservarán graciosam ente esos mil dioses que yo, su Majes­
tad, labarna, Muwattalli, gran rey, he convocado en reunión
—los dioses de H attusa y los dioses de Wilusa, el dios del ra­
yo de la persona de su M ajestad— ju n to con tu esposa, tus
hijos, tus nietos, tus ciudades, tus eras, tus viñedos, tus cam­
pos, tu ganado mayor, tu ganado m en o r y tus bienes. Vive
dichoso en responsabilidad a su Majestad y cum ple años en
responsabilidad a su Majestad.
La analogía estructural de ambos tratados salta a la vis­
ta: a una previa exposición in troductora (más personal
en el caso de Seha, política en el caso de W ilusa), sigue
el recuerdo adm onitorio de la entronización m erced al
gran rey y de los beneficios recibidos, sobre todo, la ayu­
da percibida en guerras contra Wilusa (§ 6), luego, el en ­
cargo de la adm inistración leal de los países encom enda­
dos, finalm ente la advertencia de abandono, revuelta o
enem istad contra los m andos. En el caso de Wilusa, con­
cluyen detalladas indicaciones sobre 1) la obligación de
inform ar al gran rey p o r parte del rey vasallo de revueltas
o defecciones de los países vecinos (se m encionan Seha y
Arzawa), 2) la obligación de p resentar tropas auxiliares
al gran rey mismo y sus generales en caso de u n a guerra
de H attusa, lo m ismo contra otro estado vasallo en las
proxim idades, que contra un país extranjero del mismo
rango que Hattusa, 3) la obligación de prestar ayuda a los
reyes de los estados vasallos vecinos, 4) la obligación de
evitar u n tránsito enem igo por Wilusa, 5) la obligación de
entregar presos huidos de Hattusa.
La enum eración de las obligaciones del rey vasallo en ­
tronizado respecto al gran rey, que semeja a u n tratado
m o d erno del mismo contenido, term ina con la invoca­
161
ción de los dioses del juram ento, es decir la indicación de
las sanciones previstas en caso de incum plim iento del tra­
tado y, p o r otra parte, las esperadas recom pensas en caso
de fidelidad al tratado.160
Desde el m om ento de la firma del tratado, Alaksandu
de Wilusa, com o M anabatarhunta de Seha, es vasallo del
gran rey de Hattusa. No obstante, hay que observar que
sus obligaciones —al m enos, según el texto del tratado—
son exclusivamente de política exterior. Ni en política in­
terior, ni en econom ía —m ediante pagos de tributos, dis­
posición de contingentes militares o cosas semejantes— ,
se limita su autonom ía. En tanto cum pla las obligaciones
establecidas, es relativamente independiente.
Esta situación es de u n a im portancia decisiva para la
h isto ria de W ilusa en el II m ilenio a. C.: el d escu b ri­
m iento arqueológico de la ciudad ha m ostrado un cre­
ciente y constante desarrollo económ ico en el curso de
ese m ilenio, hasta la «fase de la c u ltu ra avanzada de
Troya» en su segunda m itad. Esa coyuntura sólo era po­
sible con u n a estabilidad aliada a posibilidades de re in ­
versión económ ica. El tratado A laksandu m u estra que
la au to rid a d re in a n te en W ilusa m antuvo esas posibili­
dades. Y, adem ás, indica que las aprovechó d u ran te to­
da la historia de la ciudad. No vemos motivo alguno pa­
ra d u d arlo , a la luz del bosquejo histórico disponible.
Salta a la vista lo que G arstang y G urney establecieron
ya en 1959 com o base de las relaciones e n tre W ilusa y
el im perio hitita: la «ininterrum pida lealtad de W ilusa
p ara con los reyes de Hatti» d u ran te «al m enos, cuatro­
cientos años».101 En concreto los siguientes p untos fijos
de la relació n bilateral que se m en cio n an en el texto
del tratado:
1) Som etim iento de Wilusa p o r H attusa en la época
del labam a (= 1600 a. C.).
2) N ingún abandono (significativo) de Wilusa p or Hat-
162
tusa entre ese m om ento y el período del reinado de Tu­
dhalija I (aprox. 1420-1400), en que se com batió contra
Arzawa.
3) N inguna alianza de Wilusa con Arzawa, enem igo de
H attusa, en la época de Suppilulium a I (aprox. 16551320).
4) N inguna participación de Wilusa en la guerra entre
Arzawa (bajo Uhhazidi) y Mursili II (aprox. 1318-1290).
5) Concertación de un tratado de vasallaje entre Alak­
sandu de Wilusa y Muwattalli II (aprox. 1290-1272).
A esto se añade u n texto identificado como fragm ento
suplem entario a la denom inada «carta de Millawa(n)-da»162
escrita por el gran rey Tudhalija IV (aprox. 1240-1215) a
u n receptor hasta ahora no identificado con total certeza
(o bien el rey de M ira163 y entonces, posiblem ente, Tarkasnawa de M ira,164 o bien el hijo del representante en
Ahhijawa de los hititas, en la segunda m itad del siglo x m ,
Atpa de Millawanda, según se h a supuesto últim am en­
te ).165 En esa carta, el gran rey se esfuerza en rep o n er en
su derecho al probable sucesor de Alaksandu, Walmu, se­
gún parece, depuesto en Wilusa y refugiado desde enton­
ces en exilio:
(36”) ... (muy fragm entario, aquí se suprim e) huyó [...]
(37”) y [tomaron] a otro señor [...] yo [su Majestad] no lo he
reconocido. (38”) Los docum entos que [se h a n /h e ] redacta­
do los tiene preparados Kulanazidi. (39”) Mira, él [te] los lle­
vará, hijo mío. Míralos (... se suprime aquí el final 39-40). En­
víame, hijo, a Walmu (que está contigo, en exilio) para que
de nuevo, en el país Wilusa (42”) lo pueda reponer en el rei­
nado. Así como fue antes rey del país Wilusa, así mismo debe
serlo ahora. (43”) Así como fue nuestro vasallo (y) soldado,
así mismo debe ser ahora nuestro (44”) vasallo (y) soldado.1“
Esta es la últim a m ención de Wilusa conocida, hasta la
fecha, en la correspondencia im perial hitita.167 M uestra
163
que el in in terru m p id o status de vasallaje de Wilusa se
m antuvo hasta el final del im perio hitita. Los soberanos
de Wilusa tuvieron la habilidad de entenderse bien y con­
tinuam ente, a lo largo de casi m edio m ilenio, con la superpotencia dom inante en aquella época en Asia M enor
y así cubrirse las espaldas. Situación geopolítica favorable
unida a política exterior prudente y u n a especie de aspi­
ración de neutralidad, en medio de las turbulencias de la
época que siem pre giraban en torno a la vecina Arzawa,
aseguraron así a la ciudad su relativa independencia, cu­
yos resultados saca a la luz, cada año con más ab u n d an ­
cia, la nueva excavación arqueológica de M anfred Korf­
m ann.
Como es natural, esa política de libre conform idad a
lo largo de siglos y su consecuente prosperidad económ i­
ca sólo fue posible m erced a que los soberanos aceptaron
la inclusión de la ciudad y de todo su en to rn o en la red
de dependencias multilaterales con la que el im perio hi­
tita cubrió toda Asia M enor desde el siglo xv a. C. Los pa­
rágrafos del tratado de Alaksandu dan por supuesta una
form a de cooperación diplom ática de Wilusa con H attu­
sa que, de parte de aquélla, prevé una continua observa-1
ción de los m ovim ientos políticos en todo el noroeste y
oeste de Asia Menor. El cum plim iento de esas obligacio­
nes significaba forzosam ente la integración de Wilusa en
los usos políticos, militares, económicos y de toda índole
de la com unicación dentro del im perio hitita o, dicho de
otro m odo: la autoinclusión de Wilusa en el espacio cul­
tural hitita.
Eso debió de ten er tam bién sus efectos en el cam po de
la lengua. Ya hem os indicado en otro pasaje que el sello
pictoluvio hallado en Troya en 1995 no rep resen ta una
p rueba en favor del luvio como lengua común en Wilusa,
p ero que ese hallazgo, ju n to a los docum entos de la co­
rrespondencia imperial, indica que el hitita o el luvio era
164
la lengua diplomática regular tam bién en Wilusa. La misma
consecuencia dedujo Frank Starke en 1997:
De inm ediato se concluye que los diplomáticos de Wilu­
sa hablaban luvio, lo cual no es aún una prueba estricta en
favor de la lengua luvia en la ciudad — aunque yo lo veo
muy probable— (en todo caso, el luvio pudo ser sólo la ba­
se com ún para el entendim iento idiom ático entre diplom á­
ticos de Wilusa e hititas...168
Con todo, aquí no se incluye en el cálculo que no sólo
pudiera tratarse de entendim iento verbal (el cual, como
el m ism o Starke indica, p u d o ir a cargo de in té rp re te s
— como está parcialm ente docum entado en las relacio­
nes hitito-egipcias— ), sino tam bién escrito: el tratado
Alaksandu ordena en sus detalladas determ inaciones de
la obligatoria inform ación por parte de Wilusa una espe­
cie de continua com unicación p o r escrito («escribe ense­
guida», «manda un informe», «esta tableta debe ser leída
de viva voz, cada año, tres veces»), que debe estar en la
base del uso, sin otra constatación, de u n a relación pos­
tal regular.169 Se sigue forzosam ente la constitución de
u n a «cancillería de docum entación estatal» en Wilusa
que tendría que llevar a cabo toda la relación p o r escrito,
lo mismo que en el resto de los reinos vasallos hititas (por
ejemplo, Karkamis, Ugarit) —seguram ente, no sólo en hitita/luvio, pero, en todo caso, tam bién en esa prim ordial
lengua de la diplomacia en la época en Asia M enor.170
Cuando decimos: «no sólo en hitita/luvio», tenemos en
cuenta la circunstancia de que Wilusa, que se nos eviden­
cia como significado centro comercial, tuvo que entrar en
contacto con muchas lenguas y escrituras del área m edi­
terránea a lo largo de su existencia bimilenaria. Así, no se­
ría una sorpresa que hubiera también restos de la Lineal A,
es decir de la escritura de la Creta pregriega del principio
del II milenio, entre los hallazgos de Schliemann, que, en
165
su época, como es comprensible, apenas llamaran la aten­
ción.171 H abida cuenta de la relación a lo largo de siglos de
Wilusa con los griegos de la Edad de Bronce («micénicos»)
que está constatada, sobre todo, por la cerámica micénica
en Wilusa, no sería en absoluto sorprendente si u n día apa­
recieran restos de textos de Lineal B, la escritura de los mi­
cénicos en la segunda m itad del II milenio; incluso jeroglí­
ficos egipcios no supondrían ningún shock. Q ue no haya
aparecido nada de eso hasta ahora en Wilusa/Troya se pue­
de explicar con facilidad: ya la reconstrucción sobre el área
de la colina, en la época helena y luego rom ana, estuvo
unida a u n a tan radical explanación de los restos de cons­
trucción de Troya VI y VII, que los existentes restos de la
«cancillería estatal», con la que en esa época hay que con­
tar, debieron de ser esparcidos en todas direcciones; y la
excavación de Schliemann debió de suponer el tiro de gra­
cia. En tales circunstancias, el hallazgo del sello en 1995 es
poco m enos que un milagro. No está descartado que pue­
dan surgir restos textuales, en cualquier escritura, dentro
del barrio bajo hasta ahora sólo puntualm ente explorado,
en escombros procedentes de edificios (en especial públi­
cos), y tam bién las muchas toneladas de desechos de laí
época de Schliem ann, acarreados colina ab^yo, podrían
contener alguna sorpresa.172 Valdría la pena la puesta en
m archa de u n comando rastreador de escritos.
La «comunicación medular» que era vital para Wilusa,
en el II m ilenio a. C., tenía lugar, según toda lógica, en hitita/luvio. Sólo un vistazo al «asunto Pijamaradu» del que
se hablará más adelante, o a las negociaciones para le re­
posición de W almu, el sucesor de Alaksandu, descubre
tan estrechos lazos entre las dinastías de los diversos esta­
dos vasallos de Hattusa y la propia Hattusa, que se puede
concluir que la diversidad de lenguas im p o n d ría al m e­
nos la necesidad de u n continuo servicio profesional de
traducción. Si se tiene en cuenta el conocim iento dispo­
166
nible desde 1997 de que el rey de Mira se presentaba en
luvio en el paso Karabel, a doscientos kilómetros al sur de
Wilusa, parece m ucho más p ru d en te no sólo suponer la
utilización del h itita/luvio m ediante escribas in terp u es­
tos, sino dar por hecho el propio y seguro dom inio de la
lengua. La conjetura de Starke de que los diplom áticos
de Wilusa, que con el tiem po fueron reclutados de la p ro ­
pia estirpe regia,173hablaban luvio en otros lugares del im ­
perio así como en la capital, gana en probabilidad a la luz
de estas reflexiones.
M enos seguro parece el resultado de la argum enta­
ción de Starke en el sentido de que la lengua básica de
Wilusa era el luvio. Starke construye la siguiente cadena
de indicios:
1) Wilusa es presentada en el tratado Alaksandu (§ 17),
ju n to con Mira, H aballa y Seha, con el térm ino «países
Arzawa». Puesto que eso no tiene fundam ento históricopolítico (como hem os visto, Wilusa se distanció de Arza­
wa durante toda su fase de vasallaje) «esa com unidad es­
taría fundada, sobre todo, en la lengua».174
2) En la tableta I de la antigua ley hitita, cuyo texto se
rem onta al siglo x v i i a. C., se designa en el § 19 a la zona
al oeste de Halys como «país Luwija»; éste es sustituido
en u n a copia del siglo x iv por «país Arzawa».
3) El material textual y onomástico indica que toda la
zona entre M elitene en el suroeste hasta el país Seha, al
oeste de Asia M enor (valle Kaikos, en la frontera con Wi­
lusa) era luvioparlante.
4) La probable conclusión sería «que el resto de Asia Me­
nor, incluyendo el noroeste más extremo, es decir, la zona
del país Wilusa, era luvioparlante, y, en efecto, ya en 1986
el indoeuropeísta am ericano C. Watkins se pronunció, so­
bre todo en base a la consulta cotejada de nom bres de
persona de la Ilíada, en el sentido de que en W ilusa/Troya se hablaba luvio».
167
Starke m enciona luego, como apoyo a la tesis de Wat­
kins, la «seguramente más llamativa equivalencia de nom ­
bre, la de Príam o [el nom bre del rey de Troya en la Ilíada
griega] con el nom bre luvio de persona Priiamuua, que,
además, significa “poseedor de destacado valor” y con­
cuerda perfectam ente con el m undo de representaciones
homéricas».175 Concluye con la indicación del (probable)
dom inio del luvio por parte de los diplomáticos de Wilusa
«presentado por tal cúmulo de indicios de fondo histórico
y lingüístico que, a mi parecer, ahora harían falta inscrip­
ciones y textos no luvios de Troya para su debilitamiento.
Como ha m ostrado el afortunado hallazgo, en el verano
de 1995, de u n sello biconvexo de bronce con inscripcio­
nes luviojeroglíficas de la segunda m itad del siglo x n , no
sólo son poco probables las posibilidades de ello, sino que
más bien crece la certeza de que tam bién W ilusa/Troya
pertenece a la gran com unidad lingüística luvia».176
Si b ien está uno inclinado a seguir intuitivam ente a
Starke, sigue pareciendo arriesgado el paso de la acaso in­
dudable «lengua funcionarial luvia» a la «lengua coviún lu­
via». Todos los argum entos aducidos apuntan en últim a
instancia a que el luvio era hablado o, al m enos, dom ina­
do en el seno de la clase dirigente. Ya la com paración de
los nom bres de persona lo hace evidente. Si tomamos en
consideración, al m enos lingüísticam ente (no histórica­
m ente) , la genealogía hom érica de la familia soberana en
Troya, en la Ilíada (20, 215-240), y nada hay sostenible
contra este argum ento, tenem os u n a serie de nom bres
que desde siem pre h an sido reconocidos como no grie­
gos. De los dieciséis nom bres, nada m enos que nueve (en
cursiva) : Dardanos, Erichthonios, Tros, líos, Assarakos, Gany­
m edes, L aom edon, Tithonos, Príamos, Lam pos, Klytios,
H iketaon, Kapys, Achises, Hektos y Aineias fueron conside­
rados o bien «pregriegos-asiáticos», o «ilirios» (una deno­
m inación genérica antigua para «extraños e im p en etra­
168
bles»), en trabajo originario ya de 1958: «Nombres de
p ersona hom éricos», obra de H ans von Kamptz aún n o
superada. U n exam en de todos los nom bres de persona
de la más ram ificada estirpe regia troyana en la Ilíada, a
la luz de los conocim ientos actuales de las lenguas anatolias, m ucho más amplios que en 1958, aum entaría nota­
blem ente el cupo de denom inaciones asiáticas.
Hay que añadir los tres nom bres de los soberanos de
Wilusa que han llegado a nuestro conocim iento m edian­
te los citados docum entos: Kukunni , Wahnu y Alaksandu.
Según el testimonio de Starke, los tres son luvios. El nom ­
bre Alaksandu representa un caso especial. En otro pasa­
je, quedó indicado que ese nom bre, poco después de su
descifram iento del hitita, fue com parado con el nom bre
griego Alexandros. La mayoría de los hititólogos están hoy
de acuerdo en que el nom bre no podía ser originalmente
hitita/luvio, sino que representa u n a conversión en hitita/luvio de un nom bre de otra lengua. Tras esa «otra len­
gua» se sugiere, de hecho, la griega.177Porque tam bién en
otras ocasiones han pasado al hitita/luvio diversos nom ­
bres griegos, como pone de m anifiesto el caso de Tawagalawa (= en griego Etewoklewes, con caída de la vocal ini­
cial), ya citado en la nota 82.
En cualquier caso, la circunstancia de que aparezca de
repente alguien de nom bre griego en la dinastía básica y
evidentem ente no griega de Troya es algo que m erece una
explicación! La indicación decisiva parece darla el mismo
tratado Alaksandu, cuando en el § 6 dice: «Cualquier hijo
tuyo que se determ ine para el ho n o r regio [sea] de tu es­
posa, sea de tu segunda esposa —aunque sea también [...]
así como diga el país que no y, en consecuencia, diga: “Él
[tiene que ser príncipe] de origen», entonces yo, su Ma­
jestad, diré n o ”, entonces, queda claro que 1) también hi­
jos de segundas esposas178 p u ed en acceder a la sucesión
(cfr. las secundogenituras antes m encionadas) y 2) tam-
169
bien hijos no biológicos, es decir, adoptados (hijos que no
eran «de origen») podían considerarse como herederos.
Alaksandu mismo, según reza el § 5, accedió al trono «se­
gún la palabra de tu padre», o sea, no según la sucesión
absolutam ente regular. Las muy detalladas disposiciones
de herencia del § 6 tenían u n motivo acaso actual. Es ima­
ginable que, dada la internacionalidad de la ciudad, de la
que ya se ha hablado, Alaksandu fuera hijo de una segun­
da esposa de Kukunni, así como que u n hom bre destaca­
do de origen griego fuera adoptado p o r Kukunni (como
sospechaban G arstang/G urney en 1959).179
No obstante, sería u n caso peculiar, como lo indica la
circunstancia de que el único tratado entre un gran rey hi­
tita y u n señor de Wilusa que (hasta hoy) ha llegado a no­
sotros fuera concertado precisam ente con ese Alaksandu
que, p or lo visto, también necesitaba ayuda en política in­
terior. En todo caso, la dinastía de Wilusa se presenta co­
mo inequívocam ente anatolia, posiblem ente incluso luvia
en parte (los indudables nom bres griegos en la genealogía
de la Ilíada podrían tener un cometido de relleno métrico,
como suele ser habitual en la poesía rapsódica griega; más
adelante se hablará del «relleno»). Por supuesto, nombres
luvios dentro de una dinastía de un estado vasallo son com­
prensibles sin mayor dilucidación. Pero, con eso, aún no
queda probado que en Wilusa se hablase corrientem ente
luvio. De todos modos, en los ya m encionados coloquios
de Würzburg, G ünter Neum ann enum eró una serie de to­
pónim os y nom bres de persona de la com arca de Troya,
entre otros, Tros y Troilos, los nombres de lugar Daskyleion y
Pedasos, el nom bre del río Satnioeis, que indican «que aquí,
en el macizo m ontañoso de Ida, se habló una lengua que
pudo h ab er pertenecido a la familia hitita/luvia».180 Hay
pues señales a favor de que la tesis de Starke pudiera ser
correcta, pero para un dictamen habría que recopilar y va­
lorar aún más material.
170
Lo que hoy está establecido es el conocimiento de que
Wilusa, en todo caso política y culturalmente, estaba denüO
de la esfera de influencia hitita/luvia en el II milenio a. C.
Eso plantea una últim a cuestión: el m om ento de la d e­
posición, es decir del «desechamiento», del sello picto-luvio encontrado en Troya en 1995, que ahora podem os
considerar, con certeza, como resto de u n a parte com po­
nen te de una «cancillería estatal» en Wilusa, h a sido d a­
tado p o r su descubridor, el arqueólogo británico D. F.
Easton, basado en un análisis m inucioso de las ad h eren ­
cias, en la segunda m itad del siglo x n .181 En esa época el
gran imperio hitita ya se había desplom ado (aprox. 1175).
Por supuesto, el m om ento de la elaboración del sello h u ­
bo de ser m ucho antes. Aun así, el desecham iento del se­
llo resulta tardío en relación con la caída de la suprem a­
cía hitita. La conservación del sello en la ciudadela como
antiguo ornam ento, durante setenta u ochenta años, p a­
ra luego ser tirado un día, no es tan probable como que,
incluso después del desplom e de la adm inistración cen ­
tral en Hattusa, en Wilusa se continuara sellando con él.
Eso abre una nueva perspectiva para el estatus de Wi­
lusa tras la caída del p o d er suprem o en Hattusa: es sabi­
do hace tiem po que, com o Starlce form uló en 1997, «al
principio del siglo x n , las secundogenituras Karkamis y
Tarhuntassa, a este y oeste, tom aron la herencia inm edia­
tam ente como grandes reinos», y, además, «el estado va­
sallo más im portante de Arzawa, Mira, (parece) haber al­
canzado, aún en el tiem po de Suppilulium a II [alrededor
de 1200] la categoría de gran reino».182
Nuevas interpretaciones textuales llevaron luego a
Starke a u n a mayor certeza en esta cuestión: «Mira alcan­
zó hacia el final del siglo x i i i el estatus de gran reino que
la soberana Arzawa poseía fácticam ente ya al principio
del siglo X I V » . 183Es sabido que esos pequeños reinos (que
se denom inaban a sí mismos grandes reinos) aseguraron
171
la continuidad política y cultural en Asia Menor, parcial­
m ente, hasta los siglos v m y v u a. C. Wilusa tuvo, como
ya se ha indicado, relaciones tradicionales en especial con
Seha y Mira; eso m uestra particularm ente el § 17 del tra­
tado A laksandu y el ya citado pasaje de la «carta Millaw anda». El hallazgo del sello podría ser la indicación de
que tam bién Wilusa in tentó m an ten er en principio su
cultura hitita/luvia, tras la destrucción de Troya V ila (al­
rededor de 1200), en el renacim iento de Troya V llb (des­
pués de 1200).184
LA PARTE CONTRARIA:
«AQUEOS» Y «DÁÑAOS», SE REHABILITAN
DOS NOMBRES MÁS
En el caso Taruwisa/Tru(w)isa-Troya, da lo mismo si
admitimos la equivalencia de nom bres, como si (todavía)
no: el nom bre de la ciudad atacada en la Ilíada es históri­
co p o r la probada identidad de Wilusa = Wilios. Así, p a­
rece del todo adecuado deducir de ello que tampoco los
nom bres de los atacantes en la Ilíada sean inventados. Los
atacantes proceden de aquella región que designam os
como «Grecia» —en todo caso y grosso m odo (pero lue­
go hablarem os de las excepciones territoriales de la Gre­
cia «clásica»).
¿Cómo se llam aba esa gente en H om ero? A nadie le
asombrará.quejamás se llamen griegos·, ese nombre («greeks»,
«grecques», «griechen», «greci» y demás) es una denom i­
nación moderna que procede del latín. Los habitantes de
Italia, en su prim er encuentro con los habitantes de la p e ­
nínsula balcánica que tenían enfrente, se toparon con
u na gente que se llam aba a sí misma «graikoi» y asimila­
ron ese nom bre como «graeci». Según el mismo principio,,
los alemanes no se denom inan en francés «deutsche», si­
no «allemands», p orque se en co n traro n prim ero con la
173
tribu de los alemanes. Pero los atacantes, en su conjunto,
n unca se llam an en H om ero «helenes» —es decir, como
el pueblo se designa a sí mismo desde hace casi tres mil
años, correspondiendo al nom bre del país «Helias»— .
Los atacantes tienen en la Ilíacla tres nom bres diferentes:
«achaioi», «danaoi» y «argeioi». Los tres son intercam bia­
bles entre sí y no designan a diversas tribus separadas, si­
no a la totalidad de los agresores.
Los especialistas en H om ero siem pre se han asombra­
do de ese trío. ¿Por qué no una denom inación colectiva
que com prendiera a todos? Y, si ha de h ab er u n trío de
nom bres, ¿por qué motivo ha de ser siem pre ése? En el
terren o habitado del pueblo que nosotros llamamos
«griegos», hubo desde hace siglos, desde la emigración del
pueblo a su nuevo espacio vital, alrededor de 2000 a. C.,
innum erables tribus y grupos diferentes. ¿Por qué, en­
tonces, precisam ente esos tres nom bres? A eso se añade
que al m enos dos de ellos, «achaioi» y «danaoi», según to­
do lo que sabemos, no existían en la época de H om ero
como denom inación genérica de los griegos. Por lo visto,
ya no hubo desde siglos más denom inación genérica; in­
cluso lo más probable es que jam ás existiera ninguna, sal­
vo en la poesía rapsódica. En realidad, en la época de
H om ero había, como denom inación de grandes grupos,
los nom bres «jonios», «eolios» y «dorios»; el exitoso ascen­
so, siglos después, del nom bre «aqueos», en latín «achaei»
— Achaea era, desde 146, provincia rom ana— procede del
país tesalio de «Achaia» (posiblem ente por segunda v e z en
la historia griega).
También aquí puede encontrarse la clave para la com­
prensión en la realidad histórica. Porque, como en el ca­
so de la duplicidad W ilios/Troya no había ninguna razón
im aginable para la invención, tam poco es com prensible
en el caso del trío achaioi/danaoi/argeioi ningún motivo ra­
cional para que un poeta haya tenido que inventarse tres
174
nom bres en un determ inado m om ento para el ejército
agresor. ¿Qué iba a hacer su público con eso? ¿Es que, an ­
te la m ultitud de posibilidades de denom inación real­
m ente disponibles, invenciones de esa guisa no se hubie­
ran percibido como extravagantes? Y si ese trío no era
inventado, sino antigua y fiable tradición, ¿dónde tuvo su
origen esa tradición?
«ACHAI(W) IA» Y «ACHIJAWA»
En el caso del prim er nom bre, es la pregu n ta más fá­
cil de responder. En los docum entos hititas, aparecía ya
de antiguo u n a denom inación de país «Ahhijawa» (hoy,
generalm ente, se escribe «Achijawa») que no sólo indica­
ba en la lita d a u n a evidente relación fonética con los
«achaioi» (y con un adjetivo toponím ico «achaiis» que
aparece cinco veces) —porque, así como en el caso Ilios,
tam bién aquí había que contar con la desaparición de la
/ w / en la form a hom érica, de m odo que originalm ente
era «achaiwoi», «achaiwi»— sino que considerada geo­
gráfica y políticam ente tam bién parecía referirse a ese
pueblo que conocem os como griego. ¿Eran entonces los
«achai(w)oi» hom éricos los mismos que los habitantes de
la «Ahhijawa» hitita? Así se lo preguntó, ya en 1924, Emil
F orrer.185 El problem a fue debatido d u ran te u n tiem po.
En 1932, Ferdinand Som m er presentó p o r prim era vez
de m anera sintética el estado de la investigación en esta
cuestión de la equivalencia.186 Desde el prim er m om ento,
su libro fue objeto de u n a dilatada controversia científi­
ca en lo tocante a la equivalencia.187 Por fortu n a no hay
necesidad de repetirla aquí, ya que hoy puede darse p o r
cerrada; apenas nadie p o n e en duda la equivalencia.188
Por parte de la h ititología189 y arqueología190 se da p o r
cierta, la m icenología se adhiere igualm ente191 y la h ele­
175
nística está en cam ino de hacerlo.192 Por eso, en 1998,
Hawkins pudo escribir:
Desde los prim eros años ochenta, la corriente científica
aum enta muy fuertem ente en favor del reconocim iento de
u n a conexión de Ahhiyawa con un centro m icénico de po­
der, aunque algunas distinguidas personalidades nad an te­
nazm ente contra ella.1“3
La im portancia de ese conocim iento rebasa con m ucho
el m ero hecho de la equivalencia. Porque, en conexión
con esa identificación adquirim os nuevas inform aciones
que tienen rango docum ental (y que, p o r supuesto, son
totalm ente independientes de la Ilíada de H om ero) sobre
las relaciones entre los hititas y egipcios, por una parte, y
los griegos, p o r otra, a lo largo del II m ilenio a. C. Y, de
nuevo, no sólo se ve coincidencia, sino tam bién aclaración
mutua.
Sólo en los propios textos originales hititas puede ser
realm ente llamativo. Y de la m anera más paten te se de­
duce este nuevo valor en la ya m encionada carta, accesi­
ble desde 1984, que el rey vasallo hitita M anabatarhunta
de Seha envió, después de 1300 a. C., al en la época gran
rey hitita Muwattalli II y que utilizamos en la cuestión de
la equivalencia de «Ilios» con «Wilusa». En esa carta se
trata, com o es sabido, de un cierto Pijam aradu que p ri­
m ero invadió Wilusa y luego Lazba, de donde deportó ar­
tesanos a M illawa(n)da = Mileto. El rem itente, rey de Se­
ha, inform a al gran rey hitita que Pijam aradu entregó a
los deportados a M illawa(n)da a su yerno, u n cierto Atpa,
representante del rey de Ahhijawa. Éste se negó prim ero a de­
volverlos a su legítim o dueño, pero luego, como conse­
cuencia de u n a intervención del rey de Mira (recordem os
que el país M ira estaba entre el país Seha y Millawanda,
muy indicado, pues, para u n papel de interm ediario) en­
176
tregó a la gente p erteneciente al propio gran rey, pero
rechazaba la devolución de los que pertenecían al rem i­
tente.
A este Pijam aradu que aparece aquí p o r prim era vez
en la correspondencia hitita —y, p o r cierto, como el más
feroz enemigo de Mira y Seha— nosotros, desde nuestro
observatorio científico actual — diversamente a los sobe­
ranos hititas de la época— , tenem os todos los motivos pa­
ra estarle agradecido. Porque sus actividades incansables
son la causa de que sepam os cosas más esencialm ente
exactas sobre Ahhijawa, ya que él «durante décadas, ya
desde el reinado de Hattusilis III [1265-1240] suscita in ­
quietud continua en toda la costa de Asia Menor, desde
Lukka hasta Wilusa»;194 así aparece en m uchos otros tex­
tos de la correspondencia im perial hitita.
En ella se encuentra tam bién la llam ada «carta Tawagalawa», así conocida p o r el nom bre de una destacada
personalidad de nom bre Tawagalawa que aparece en
ella.195Esa carta —p o r desgracia, destruida en muchos pa­
sajes— está dirigida por Hattusili III al rey de Ahhijawa (cu­
yo nom bre, de m anera desafortunada, no aparece en la
parte de texto que ha llegado hasta nosotros). El gran rey
hitita trata siem pre al rey de Ahhijawa con el título «her­
m ano mío». Eso significa, de entrada, nada menos que el
rey de Ahhijawa es aquí presentado al mismo nivel que el
rey de Egipto y el propio rey hitita.196 Así que Ahhijawa
significaba para la corona hitita, al menos en la época de
la redacción de esa carta, una fuerza político-militar que se
tom aba en serio. Pero nos enteram os de más. Hattusili III
describe con detalle en este largo texto las conductas enemistosas llevadas a cabo contra él y sus reyes vasallos p o r
el m encionado Pijam aradu y se queja de que Pijam aradu
es protegido por Atpa en M illawa(n)da y cada vez que él,
Hattusili, va a atacarlo, huye en barco, y llega finalm ente
al punto principal de su carta:
177
Además, m ira [se informa] que suele decir: «Voy a pasar
al país Masa o al país Karkija, pero voy a dejar aquí los pri­
sioneros, mi mujer, mis hijos y mi casa».
Según ese rum or, tu país le brinda protección m ientras
él deja su mujei', sus hijos y su casa en el país de mi herm a­
no. Pero él inquieta sin cesar a mi país. Y cada vez que yo se
lo impido, regresa a tu territorio. ¿Ves tú, herm ano mío, con
agrado su proceder?
(Si no es así), entonces, herm ano mío, escríbele al m e­
nos lo siguiente:
«Levántate y ve al país Hatti, tu señor ya ha solventado su
discusión contigo. Si no, ven al país Ahhijawa y allá donde
yo te establezca [allá debes quedarte]. Levántate [con tus
prisioneros], tus mujeres e hijos [y] establécete en otro sitio.
En tanto vivas en enem istad con el rey de Hatti, ejercita tu
hostilidad desde otro país. No tienes que em prender hostili­
dad alguna desde mi país. Si tu corazón está en el país Masa
o en el país Karkija, entonces ve allá. El rey de H atti y yo,
aunque estuviéramos enem istados p o r aquella ocasión de
Wilusa, ya m e ha persuadido y hem os quedado com o ami­
gos [...] no nos conviene una guerra.»
P or desgracia, no queda claro en el texto si «aquella
ocasión p o r la que estuvimos enemistados» fue, de hecho,
u n en frentam iento p o r Wilusa, p orque el no m b re está
destruido p o r la m itad.197 Pero, en cualquier caso, hubo
u n en frentam iento entre el rey hitita y el rey de Ahhija­
wa, y, algo más adelante, el texto de la carta dice más so­
bre eso:
A hora m i herm ano me ha [escrito lo que sigue]: [...] Te
has conducido hostilm ente conm igo [pero entonces, h e r­
m ano m ío] yo era joven, cuando [entonces] escribí [algo
ofensivo] [eso] no [sucedió con prem editación]...
Lo más im portante para nosotros en este texto es que
perm ite exam inar som eram ente una correspondencia en­
178
tre el rey de H attusa y el rey de Ahhijawa que, p or lo vis­
to, duró un tiem po considerable, con las habituales fases
diplomáticas de enfriam iento y aproxim ación («Te que­
jas p o r u n a enem istad pasada. Con razón. Pido discul­
pas...»). Vemos, además, que el rey de los hititas está en
muy buenas relaciones con Ahhijawa. Finalm ente, es evi­
dente que Ahhijawa está fuera del ámbito de p o d er y al­
cance de los hititas; porque lo que tenem os ante nosotros
es, según la term inología actual, nada menos que una d e­
m anda de extradición a u n estado soberano o, si es el ca­
so, u n a petición de retención. D urante m ucho tiem po,
no estuvo claro dónde estaba ese estado soberano: giros
como «en barco» o «pasar» sugerían que Ahhijawa no p o ­
día estar en Asia Menor, sino que había que localizarla en
«ultramar» y, según lo más probable, a occidente de Asia
M enor —porque el reclam ado había huido de Millawan­
da = Mileto y se trasladaba en relativamente poco tiem po
en tre Millawanda y su país de huida— , pero no parecía
del todo seguro y daba cam po libre a las especulaciones
de dónde podía situarse exactam ente ese país, si es que
realm ente estaba en «ultramar».
En 1997, dos hititólogos llegaron al mismo resultado
—otra vez de m anera independiente entre ellos y basán­
dose en materiales diferentes— en la cuestión de si Ahhi­
jawa estaba o no en Asia Menor. Y el resultado era que Ah­
hijawa no podía situarse allí.
De entrada, Starke m ostró, en el m arco de u n nuevo
análisis del caso Pijam aradu,198 que ese hom bre era de as­
cendencia regia199 (probablem ente era nieto de Uhhazidi,
rey de Arzawa depuesto p o r Mursili II antes de 1300 y exi­
liado en Ahhijawa) pero que no disponía en Asia M enor
de n ingún país propio y p o r eso se indicaba que «todas
sus operaciones las organizaba desde territorio de A hhi­
jawa» y que, dada la nueva partición geográfico-política
de la zona, carecía de todo espacio operativo. M ediante
179
su análisis de las fuentes, Starke dejó además claro que Pi­
jam aradu, quien quería recuperar el reino perdido de su
abuelo, sólo podía actuar con eficacia como hostigador,
porque, como m uestra con toda evidencia la carta Tawagalawa, estaba apoyado p o r Ahhijawa, y porque tenía una
base de operaciones en M ilaw(n)da = Mileto que, en
aquella época, funcionaba como «cabeza de p u en te del
rey de Ahhijawa en el continente asiático».
Ese mismo año de 1997, J. David Hawkins, en base a su
exitosa lectura de la inscripción de «Karabel A» que ya
m encionam os antes, llegó a la conclusión de que, prim e­
ro, desde ahora la identificación de Millawanda con Mi­
leto era «prácticam ente segura» y, segundo, «el tejido de
los territorios m utuam ente atacantes que se deduce de
ello debía te n e r efectos en la debatida cuestión de la si­
tuación del país Ahhijawa. A hora puede aseverarse con
más energía que nunca, p o r u n a parte, que en el conti­
nen te anatolio no hay sitio para ese país y, p o r otra, que
Ahhijawa, situado “al otro lado del m ar”, debe en ten d er­
se como frente a la costa anatolia occidental, es decir an­
te Millawanda-Mileto». Y Hawkins concluía de ello: «Con
ello, se rem ite el problem a del carácter y la extensión del
país Ahhijawa bajo su antiguo gran rey a la disciplina de
la arqueología de las islas del Egeo o, acaso, a la del con­
tinente griego».200
Así pues, la situación es clara por parte de la hititología: Ahhijawa queda definitivam ente fuera de la com pe­
tencia de la disciplina científica que estudia Asia Menor.
Es u n a región griega extrasiática, con cabezas de puente,
sobre todo Mileto, en la zona costera de Asia Menor.
Ya en 1995, tras un estricto y sistemático proceso arqueológico-prehistórico de eliminación, que se asemejaba
al em prendido p o r Starke en el caso de Troya, Wolf-Dietrich Niem eier concluyó el resultado, independientem en­
te de Starke y Hawkins, de que todas las localizaciones de
180
Ahhijawa propuestas hasta entonces quedaban excluidas,
salvo la del continente griego, con prolongación en las is­
las del Egeo y determ inados puntos en la costa suroccidental de Asia Menor.201 Esto ha sido definitivamente p ro ­
bado y, en consecuencia, la disciplina que estudia Grecia
es la com petente para Ahhijawa.
Por su parte, esa disciplina, que así consigue p o r fin
claridad y vía libre, conjeturaba ya de tiem po atrás que
Achaioi debió de haber sido «la autodenom inación de al
menos una parte de aquellos griegos de la Edad de Bron­
ce»202 y que Achaiwia p u d o h a b er abarcado u n a franja
oriental del continente griego así como u n a parte de la
zona insular oriental hasta Rodas.
En 1996, el prehistoriador Gustav A dolf L ehm ann es­
tableció de en trad a, después de num erosos trabajos
previos203 en el m arco de u n a perspectiva general de las
relaciones internacionales en el II m ilenio a. G., que la
«cuestión de una vinculación de principio, histórico-geográfica y política de Ahhijawa con la denom inación gené­
rica en H om ero del ejército sitiador de Troya [...] tan re­
petida como designación étnica de Achai(w)oi/*Achawyos
(o el topónim o Achai[w]ia) tiene hoy mayoritaria respues­
ta positiva».204 Tras u n a indicación de que-posiblem ente
aparezca el mismo país tam bién en el inform e de guerra
del faraón M erneptah (aprox. 1209-1208 a. C.), bajo el
nom bre Aqajwasa, como «poderoso “país extranjero del
m ar”», L ehm ann localizó el reino Achaiwia de m anera
provisional al sur de Tesalia y Lokris, y en el espacio suroriental del Egeo: en Rodas, en el Dodecaneso, en Chipre
y Creta (como aparece ya dibujado en el mapa de la m en­
cionada Editorial de Libros de Texto de M unich de 1953
y, p o r cierto, expresam ente como Reino de Ahhijawa).
Cierto que todavía hoy no está dicha la última palabra
sobre la pertenencia de la región concreta aquí m encio­
nada, pero la orientación básica geográfica se puede
181
constatar con seguridad, sobre todo m erced a más exca­
vaciones y tam bién a nuevos o nuevam ente interpretados
docum entos. Ese optimismo está motivado, p or ejemplo,
p o r el hecho de que la residencia del «rey de Ahhijawa»
aún n o esté definitivam ente com probada,205 pero que ta­
bletas de la Lineal B recién halladas en Tebas indican que
este lugar, presentado en esas tabletas com o gran reino
con inclusión de la isla de Eubea y con puerto en Aulis ,206
podía h ab er sido un centro o incluso el centro del reino.
Eso explicaría de golpe m uchos detalles hasta hoy oscu­
ros en m uchos campos de transmisión tradicional, entre
otros la posición destacada que en el conocido catálogo
de naves de la Ilíada —una enum eración del contingente
naval aqueo que se reunió contra Troya y que abarca 287
versos— ocupa precisam ente Beoda (Tebas fue desde an­
tiguo la capital de Beoda ; el catálogo de naves tam bién tu­
vo en la antigüedad el nom bre «Boiotía» ). También se ex­
plicaría con ello el hecho siem pre considerado con
asom bro de que la alianza aquea partiese precisam ente
de Aulis (enfrente de Eubea), para la expedición de ven­
ganza contra Troya.
Tam bién se percibe optim ism o respecto a la recons­
trucción de la historia de ese reino. A hora ya se sabe que,
p or u n a parte, las relaciones entre H attusa y Ahhijawa co­
m enzaron ya m ucho antes que el antes descrito asunto Pi­
ja m a rad u y que, p o r otra parte, las diplom áticas ofertas
de reconciliación de Hattusili III, que tam bién conoci­
mos en la carta Tawagalawa, no alcanzaron p o r lo visto su
objetivo: unos veinte años después de esa carta, alrededor
de 1220 a. C., Tudhalija IV, el hijo de Hattusili, concertó
u n tratado de Estado con uno de sus reyes vasallos, en es­
te caso, además, su cuñado, el rey Sausgamuwa de Amu­
rr a (al n o rte de L íbano), donde A m urru quedaba com ­
prom etido a u n bloqueo com ercial contra Asiría, que
tam bién debía im pedir todo com ercio del reino Ahhija-
182
wa con Asiría. E ntretanto, Ahhijawa había iniciado in ten ­
sas relaciones com erciales con Asiría que pasaban p o r
A murru. Pero H atti estaba entonces en guerra con Asiría
y Tudhalija IV, en consecuencia, decretó un estricto blo­
queo comercial contra Asiría:
Un com erciante tuyo [es decir, del rey de A m urru] no
puede acudir al país Asiría; un com erciante suyo [es decir,
del rey de Asiría] no debes perm itirlo en su país, [tam po­
co] puede atravesar tu país [...] N ingún barco [del país
Ah]hijawa [permitas] pasar a él [es decir, al rey de Asiría].
Del grado de frialdad alcanzado entre H atti y Ahhija­
wa da idea que, en ese mismo tratado, se borró con pos­
terioridad, de la tradicional «fórmula de grandes reyes»
(Hatti, Egipto, Babilonia, Asiría y Ahhijawa), el autom áti­
cam ente inscrito «rey de Ahhijawa», por instrucciones «de
la superioridad».207Recordamos la frase de Hattusili III en
la carta Tawagalawa: «no nos conviene u n a guerra». In ­
cluso para nosotros, que sólo tenem os acceso a una frac­
ción de la realidad histórica de la época, resulta aquí evi­
d en te cómo em peoraron las relaciones entre H atti —y
eso quiere decir: toda el área de poder e influencia de los
hititas en Asia M enor— y Ahhijawa, hacia el final del si­
glo X I I I a. C.: prim ero la intrusión en el reino de Hatti, a
través de Mileto, en form a de «consentimiento benévolo»
de las actividades de Pijam aradu, luego, la irritación de
H atti p or la intensificación de las relaciones comerciales
con la potencia rival y eneíniga de guerra de H atti que
era Asiría, a través de la zona de reinos vasallos hititas
(A m urru). Con derecho puede conjeturarse que la ver­
dadera razón para esa intrusión en zona hitita radicaba
en u n fuerte crecim iento de p o d er y u n a expansión cre­
ciente de Ahhijawa en la segunda m itad del siglo x m :
«Quizá Ahhijawa no alcanzó, después de todo, la cúspide
de su poderío como consecuente enem iga de Hattis [...]
183
hasta alrededor de 1200 a. C. (es decir, hasta la fase pospalaciana m icénico tardía)».208 La em inente posición del
nom bre de los atacantes «achaioi» en la Ilíada encontra­
ría así en efecto, como aún mostrarem os con más exacti­
tud, su explicación más natural.
En cualquier caso, ante todo este escenario de fondo,
queda establecido que tam bién el nom bre de los atacan­
tes en H om ero, «achaioi», es histórico. Las zonas que hoy
p o d rían atribuirse p o r la investigación, con toda fiabili­
dad, al país Ahhijawa = Achai(w)ia tienen en la Ilíada un
papel destacado: Aquiles, el héroe protagonista de la Ria­
da, es del sur de Tesalia (Achaia Phthiotis) y, en la des­
cripción de su región soberana natal, los habitantes de su
pais son llam ados, a p artir de la u nidad m en o r a la más
grande, unos tras otros, «mirmidones», «helenos» —pues­
to que habitan la com arca de «Helias»— y «achaioi» (2,
684) ;209 el pequeño Ájax viene de Lokris, de Creta proce­
d en Idom eneo y M eriones con antiquísim a vinculación
que se verá más adelante, de Rodas viene Tlepolem os, y
así sucesivamente. A quí se abren posibilidades de cone­
xiones históricas a las que regresarem os luego.
«DANAOI» Y «DANAJA»
El trasfondo del segundo nom bre de los atacantes,
«danaoi», no se deja ilum inar con tanta riqueza de deta­
lle como en el caso del nom bre «achaioi» (pero aún está
vivo en nuestro giro «hacerle a alguien u n regalo dán ao»).210 Las fuentes extrahom éricas poseen, no obstan­
te, el suficiente valor informativo como para considerar a
este nom bre como histórico.
Así como, en el caso de «achaioi», el complejo escritural hitita aparece como sum inistrador de m aterial, en el
caso de «danaoi» esa función la d eten ta el com plejo es-
184
critural egipcio. Es algo que no asom brará a quien co­
nozca la antiquísima tradición rapsódica griega en torno
a Dáñaos, Danae y las Danaides: su núcleo está form ado
p o r la vinculación entre el país griego de Argos (poste­
riorm ente Argolís), en el Peloponeso, y Egipto. Los ge­
melos Dáñaos y Aigyptos nacieron, o bien en Argos, co­
m o hijos de lo, hija de Inachos, dios río —en esta versión,
Dáñaos debió desterrar a su herm ano Aigyptos al país del
Nilo, que luego tom ó de él su nom bre (!)— o bien los
herm anos fueron egipcios, hijos de Belos (= Baal) y u n a
hija de Nilo (Neilos), el dios río, que riñ ero n p o r la so­
beranía y, en consecuencia, Dáñaos huyó a Argos con sus
cincuenta hijas (las Danaides) y m antuvo allí la m o n ar­
quía (su biznieta D anae fue visitada en Argos, según el
mito, por Zeus en form a de lluvia de oro).
En la historia de la A ntigüedad Clásica, no se ha osa­
do creer en las últim as dos décadas que estas sagas p o ­
dían ser reflejo de u n a vinculación histórica entre Argos
y Egipto. Así, por ejemplo, en el divulgado Lexicon der A l­
ten Welt de 1965, en el artículo «Dáñaos», no se m enciona
ni una vez la relación con el mítico Dáñaos que dio el nom ­
bre, y los «dáñaos» homéricos son allí «un cierto grupo de
aqueos [...] una tribu o, en general, la nobleza guerrera».
En el igualm ente difundido diccionario de la A ntigüedad
Der Kleine Pauly de 1979, se lee bajo «danaoi», que ése es
el «nombre de una desaparecida tribu peloponésica (¿de
origen tesalio?) griega». Casi veinte años después, sigue
sin m ejorar el grado de conocim iento: el Oxford Classical
Dictionary aparecido en 1996, se encuentra, bajo la entra­
da «Danaus and the Danaids» (no hay u n a entrada «dá­
ñaos») la nota de que Dáñaos es «el epónim o de los dá­
ñaos (danaoi), una palabra de origen desconocido que es
usada por H om ero y otros poetas para la designación ge­
nérica de los griegos». Hasta la aparición en 1997 del dic­
cionario Der Neue Pauly en su tercer tom o, no pudo e n ­
185
contrar el usuario, bajo la entrada «dáñaos», una indica­
ción (auspiciada por quien escribe) de los conocim ientos
presentados más abajo, que estaban disponibles desde ha­
ce más de treinta años.
«Inform aciones» léxicas del estilo de las citadas son
enojosas, no sólo porque reflejan una época de la Histo­
ria de la A ntigüedad Clásica donde se acostum braba a to­
m ar la tradición épica como tal, no sólo la de los griegos,
m ayorm ente como cuentos, sino, sobre todo, porque po­
ne en evidencia el largo tiem po de autoaislam iento del
experto que se privaba, para su propio perjuicio, de diri­
gir su m irada, más allá del vallado de su pro p ia discipli­
na, al conjunto del paisaje de la investigación de la Anti­
güedad (orientalística, egiptología, anatolística) y la
continua actualización de la ciencia. La interrelación de
todos los conocim ientos alcanzables sobre la historia del
m undo antiguo lleva hoy a la investigación a otros resul­
tados nuevos, pragmáticos y motivadores.
Ya en 1966, el egiptólogo Elmar Edel publicó u n a m o­
num ental inscripción egipcia211 que fue hallada en u n pe­
destal de estatua en el tem plo de los m uertos del faraón
A m enophis III (aprox. 1390-1352) en la llam ada ciudad
de los m uertos de Tebas occidental y que tiene u n a im ­
portancia decisiva para nuestra cuestión planteada. La
inscripción pertenece a una serie de cinco inscripciones
de pedestal que enum eran, en form a de lista, los más sig­
nificados nom bres de regiones y lugares del m u n d o en ­
tonces conocido y que tenían la mayor im portancia polí­
tica para Egipto; en cierto m odo, una especie de Descriptio
orbis política. La quinta inscripción, que nos interesa aquí
(EN ), en u m era las regiones y lugares con valor político
representativo al norte de Egipto. Prim ero figuran, en la
m itad derecha de la cara frontal del pedestal, uno ju n to
al otro, los dos nom bres de países Kcifta (kfiw)212 y Dcmaja /T a n a ja ( tnjw ) «como “reinos” del mismo rango (o apar­
186
tados político-geográficos)».213 El prim ero de esos dos
nom bres, Kafia, corresponde al bíblico Kaphthor, que de­
signa la patria de «cretenses y filisteos»214 en el A ntiguo
Testam ento y, por ejem plo, al ugarítico Raptara. Dada la
sem ejanza fonética, tam bién p odría significar simple­
m ente Creta, puesto que bajo tal título sólo se enum eran
nom bres de lugar cretenses. El segundo nom bre, Danaja,
es, como constató en 1991 Gustav A dolf Lehm ann (des­
pués de otros) ,215 «la transcripción egipcia de la form a n o ­
m inal griega “Tanaja”-Danaja, com o equivalente parejo
de “Kafta”-Creta y designación genérica, al menos para el
Peloponeso, ju n to con la isla Kythera (y) no es separable
de la denom inación étnica de los danaoi».2'6
Posibles dudas sobre la corrección de estas equivalen­
cias se esfum an en el mismo instante en que se leen los
trece nom bres de lugar que se conservan de los quince
originales ordenados en la cara an terio r izquierda y el
costado del pedestal subordinados a los nom bres genéri­
cos Kafta o Danaja. Para Kafta son: 1) amnisa, que es el
puerto urbano de Konossos, Aminisos, 2) bajasta, que es
Phaistos, 3) kutunaja, que es Kydonia, 4) kunusa, q ue
es Cnossos, 5) r/likata, que es Liktos. Y para Danaja son:
1) m ukanu/m ukana, que es M ukanai, más tarde Mykene,
2) deqajis, que es Thegwais, más tarde Thebais (la com ar­
ca en torno a Tebas, hasta hoy), 3) misane, que es Messa­
na, más tarde Messene, (hasta hoy), 4) nuplija, que es Nauplion (hasta hoy), 5) kutira, que es la isla de Kythera
(hasta hoy) que se extiende ante el Peloponeso, 6) waleja/weleja, esto es, Waleja, que más tarde, tras la consabida
desaparición de / w / , suena como Elis (hasta hoy): otro
nom bre de esta lista que el picapedrero intentó borrar y
se endosó con amnisa (= n.° 1 en lista 1), pero aún está
bien legible, dice 7) amukla, esto es, Amyuklai, la antigua
capital de Laconia (= Esparta). En estas equivalencias, hay
que señalar que la letra griega que en las transcripciones
187
alem anas de palabras griegas reproducim os con / y / , se
pronunciaba como / u / en el griego del período que nos
interesa.
La articulación de las dos listas aún no está totalm ente
aclarada; en 1996 se anunció una reelaboración. De en ­
trada, es evidente al m enos el principio de la clasifica­
ción: cada u n a de las listas está encabezada por la capital:
Amnissos (= Cnossos) y Micenas.217 Luego siguen las prin­
cipales regiones y /o lugares del país en cuestión —todavía
no está claro si se trata de im portancia sólo geográfica o
tam bién política, ni si están regidas p o r la capital o de­
p en d en de ella (en el caso de Tebas, a la que sigue inm e­
diatam ente Micenas, esa explicación sería especialm ente
im portante; las m encionadas tabletas de la Lineal B re­
cién halladas m uestran ahora a Tebas como gran reino de
la Baja Edad de Bronce, con inclusión de Eubea, como se
verá más ad elan te)— . En todo caso, es evidente que en
la lista 2 (D anaja), con la enum eración de las capitales y
regiones, es decir, del original Amyklai y luego Micenas,
Tebas y Mesenia, con N auplion, Kythera y Elis, se descri­
be u n semicírculo en torno al Peloponeso.
De m odo que, para Egipto, aquella península griega
que más tarde sus habitantes llam aron «Peloponeso» (= is­
la de Pelop) y, además, Beocia con su capital Tebas, al
otro lado del golfo de Corinto, era «el país Danaja» entre
1400 y 1350 a. C. Su conocim iento llegó a Egipto p o r m e­
dio de diplom áticos o representantes de com ercio egip­
cios, como Peter W. H aider ha explicado.218 También Hai­
d er ha indicado (después de H elck)219 que, en los restos
de una jam b a de loza verde azulada que aparecieron en
Micenas, figuran en ambos lados los dos nom bres, faraó­
nico y de pila, de Am enophis III. En su opinión, nos en­
contram os ante una «habitación egipcia» im portada a mi­
tad del siglo X I V a. C. en la ciudadela de Micenas; las
hipótesis de H aider sobre su com etido — ¿«consulado»
188
egipcio, consulta m édica egipcia, tocador de u n a dam a
de h arén egipcia?— están en directa confrontación con
la in terpretación de otros egiptólogos que sostienen se
trataría de fragmentos de bandejas de loza para ofrendas
de u n santuario, como los hallados en Micenas; bandejas
semejantes, con el nom bre de A m enophis III o el de su
m ujer Teje, se han encontrado en un total de seis lugares
en el Egeo, entre ellos, cuatro que aparecen designados
en la lista de nom bres de lugar: Cnossos, Phaistos, Cidonia y Micenas.280
Pero el nom bre de país «Danaja» y las relaciones e n ­
tre las dinastías de Danaja y Egipto son todavía más anti­
guas; se rem ontan como m ínim o al siglo xv. Lehm ann h a
llam ado la atención (una vez más, después de otros) so­
bre un docum ento egipcio, cuyo valor probatorio en esta
vinculación es tan elevado como desconocido parece se­
guir siendo en la disciplina de la Historia Antigua:
La (adjunta) anotación en los anales de Thutm osis III
(42 año de reinado: aprox. 1437 a. C.; 16 expedición siria:
doc. IV 733, 3 s.) da testim onio de un notorio peso específi­
co y radio de acción del reino de Danaja ya en el siglo xv a. C.;
según reza en ella, el príncipe de Danaja envió al faraón, a
través de la costa oriental, un valioso servicio de bebida, co­
m o obsequio de reconocim iento (una ja rra de plata de tra­
bajo Rafta [es decir, de estilo cretense micénico] ju n to con
cuatro cráteras de cobre con asa de plata, con un peso total
de más de cinco kilos) ,221
H aider reparó ya en 1988 en la misma anotación y con­
cluyó de ella, en relación con la lista de nombres:
Con esto ya no cabe duda de que los egipcios tenían tam ­
bién noticia, desde 1450 a. C., de la existencia de u n a gran
parte del Peloponeso.222
189
L ehm ann dio un paso más en 1991 y concluyó de es­
ta anotación, con todo derecho, que con ese «valioso
presente honorífico [...] el príncipe de Danaja, en quien
desde a h o ra podem os ver al soberano de la ciudadela
palaciana protogriega de Micenas, se esforzó p o r conse­
guir relaciones diplom áticas con el triunfante p o d er fa­
raónico que, en ese m om ento, controlaba toda la costa
oriental (y el n o rte de Siria hasta el E ufrates)».223 Esto
concuerda con u n a an terio r observación de L ehm ann:224
en la m encionada lista de nom bres de lugar de Amenophis III, los nom bres cretenses tienen u n a form a fonética
no griega; p o r el contrario, los nom bres de Danajci figu­
ran con la form a griega que nos es familiar. Ambas ob­
servaciones tom adas en conjunto llevan a la conclusión
de qu e, p rim e ro , las relacio n es e n tre E gipto y C reta
d e b en ser más antiguas o al m enos más firm es que las
habidas en tre Egipto y Danaja, y, segundo, que las rela­
ciones en tre Egipto y Danaja se intensificaron en el m o­
m ento en que las gentes de Danaja, es decir los micénicos, ocuparon Cnossos en Creta (alrededor de 1450).
Los docum entos e indicios m encionados, y otros más
que aquí pasam os p o r alto, dan p o r seguro, com o Leh­
m ann subrayó ya en 1991,225 prim ero, que al m enos en los
siglos xv y X I V a. C., existió un vasto reino de D anaja en e l
Peloponeso, cuya capital era Micenas; los príncipes de Micenas parecen haber tom ado, por lo m enos en ese perío­
do, u n a posición destacada políticam ente en el m undo
de los centros palacianos griegos de entonces; y, segun­
do, que los danaoi homéricos, así como toda la tradición
griega Danaos/Danaides/Danae tiene su origen en este rei­
no de Danaja, cuyo centro estaba form ado p o r la llanura
de Argos (posteriorm ente Argolís).
190
CO N CLU SIO N ES
Para el trío de· nom bres Achaioi,/D anaoi/A rgeioi226 en
H om ero, disponem os en lo sucesivo de las siguientes ex­
plicaciones:
1) El nom bre «argeioi» form a parte la categoría to­
poním ica más frecuente y universalm ente extendida de
«denom inaciones geográfico-topográficas»: la palabra
argos significaba originalm ente en griego «llanura, país
llano»; en consecuencia el nom bre de región o lugar ar­
gos es tan frecuente en griego que los diversos «Argos»
tuvieron que distinguirse p o r añadidos (son com para­
bles los topónim os del tipo «Stein» o «Burg» que sólo en
A lem ania aparecen hasta veinte veces) .Justam ente como
la «llanura» políticam ente más im portante de la p e n ín ­
sula balcánica m eridional se desarrolló, en la p rim era
m itad del II m ilenio a. G., aquel país central del Pelo­
poneso que llevaba ese nom bre. C onform e a la im p o r­
tancia de ese centro, el nom bre de los habitantes de ese
Argos se generalizó com o nom bre del pueblo grecoparlante.
Para la poesía rapsódica griega que entonces — como
veremos con más precisión— se practicaba ya en los cen­
tros de la cultura griega, igual que siglos más tarde, con
H om ero, eso significaba que el nom bre «argeioi» se p re­
sentaba como el prim ero de los tres nom bres de la deno­
m inación genérica de las personas grecoparlantes.
2) Como m uestran los testimonios egipcios, hacia 1500
a. C., una tribu o linaje noble de nom bre «danaoi», con se­
de en esa misma Argos (y con fortaleza en Micenas), as­
cendió a clase dirigente en el Peloponeso. «Danaoi» se pre­
sentaba así como la nueva denom inación genérica con los
mismos derechos ju n to a la vieja designación de «argeioi».
La poesía rapsódica incluyó ese nom bre como segundo.
3) Se puede seguir de la docum entación hitita que en
191
el siglo XI I I a. C., un pueblo griego de nom bre «achaioi»,
que dom inaba el cinturón oriental del continente griego
y las islas del Egeo oriental, ascendió a p o ten cia de re­
conocim iento internacional. En consecuencia, se añadió
este nom bre a los otros dos diponibles de «argeioi» y «da­
naoi» com o tercera denom inación genérica para el pue­
blo grecoparlante.
Según esta hipótesis, los tres nom bres deben su entra­
da en la poesía rapsódica griega a u n a graduación tem ­
poral del proceso de ascenso real histórico-político. Sin
em bargo, su coexistencia en el seno de esa poesía —u n
fenóm eno que difícilm ente es explicable en p u ra lógica,
porque para u n pueblo sólo se precisa, en boca de u n per­
teneciente a ese pueblo, lógicam ente un nom bre— sería
la consecuencia natural de su diferente estructura m étri­
ca. Este es u n aspecto que hasta ahora no hem os tratado
p o rq u e no se habían presentado las cuestiones corres­
pondientes. Trataremos de la disposición básica de la poe­
sía rapsódica griega, o sea las cuestiones técnicas de la mé­
trica que presen ta esa poesía, en otro p u n to de nuestro
proceso de argum entación. Pero, para hacer inteligibles
ahora las hipótesis m encionadas, cuya base presenta la
m étrica, tam bién para los más profanos, tenem os que
adelantarnos u n poco en este punto y m encionar siquie­
ra los datos correspondientes:
La poesía rapsódica griega se lleva a cabo exclusiva­
m ente en la m étrica ( metrum) del hexám etro (seis medi­
das). El hexám etro, que fue adoptado com o im itación
p rim ero p o r los rom anos y luego p o r todos los pueblos
de cultura, consiste en seis unidades (m etros)227 que a su
vez consisten en una larga + dos breves; sólo en el último
m etro aparece una larga + una segunda larga o bien una
breve, para lo que figura el signo X. El esquem a es:
1
2
3
.4
56
—
192
U U
—
U U
—
U U
—
U U
—
U U
— X
En cada uno de los cinco m etros «normales» antes del
últim o, las dos breves p u e d en sustituirse por u n a larga
(en lugar de — u u , figura e n to n c e s ----- ) con lo que se
origina la posibilidad de variación:
1
2
3
4
5
6
----- ------------ ------------ ------------ ------------ _ x
Ambas variantes tam bién p ueden mezclarse, de m odo
que, p or ejemplo, se puede llegar a una forma:
1
------- — u
2
3
u
4
----------------— u u
5
— UU
6
—
X
U na regla im portante del hexám etro griego, cuyo co­
nocim iento es además preciso para la com prensión de lo
que sigue, es que en la sucesión de las palabras en el ver­
so se evita en lo posible que u n a term inada en vocal sea
seguida por otra que em piece con vocal. Es decir, se evita
el llamado hiato (del latín hiatus «apertura», o sea, el n o
cierre del órgano de articulación entre dos palabras). En
alem án, p o r lo mismo, nu n ca se dice «goldene Aste» sino
que se sustituye p o r «goldene Zweige».™
Sabido esto, volvemos a los tres nom bres de los atacan­
tes en Homero: su estructura m étrica es diferente: 1) «argeioi»: — -----; 2) «danaoi»: u u —: 3) «achaioi»: u ----- .
Además, tienen diverso sonido inicial: «argeioi»/«achaioi»
em piezan por vocal, «danaioi», por consonante. Justo esa
diversidad hace que su reunión sea notoriam ente adecua­
da para la poesía hexamétrica. Porque el poeta conseguía
con ellos unas posibilidades de alternativa que le vienen
extraordinariam ente bien: podía introducir el nom bre ge­
nérico de los atacantes, cosa que, en un poem a que trata
del enfrentam iento de dos partes (griegos contra troyanos), precisaba sin cesar y cada muy poco espacio, prácti­
camente en la posición deseada en el verso y sin tener que
m editar m ucho, puesto que echaba m ano de la denom i­
nación adecuada a la métrica en cada pasaje. Los tres nom ­
bres se mantuvieron como significativas variantes métricas.
193
Cada uno de ellos indicaba lo mismo: los griegos. Lo efec­
tivo era aquí el mismo principio que con la duplicidad del
nom bre (W)Ilios/Troya.
H asta aquí la hipótesis (cuya parte p u ram en te m étri­
ca, p o r lo dem ás, es «antiquísima»: ya en 1864 fue p ro ­
puesta p o r el profesor de B onn H einrich D üntzer) ,22!) Es
evidente que el m aterial disponible en el presente y pro­
cedente de fuentes extrahom éricas aún es escaso y con la­
gunas tem porales. En los detalles, la hipótesis aú n debe
ser com pletada y consolidada. Es m enos probable que
p u ed a ser com pletam ente erró n ea en sus antecedentes
fácticos. En ese sentido, tam bién es inequívoco que la de­
nom inación de la parte atacante en H om ero no respon­
da a u n a fantasía poética, sino que sea reflejo de relacio­
nes históricas reales.
EL RESULTADO: EL ESCENARIO DE
LA ACCIÓN DE HOMERO ES HISTÓRICO
Si se reú n en los nuevos avances científicos en los di­
versos frentes que hem os puntualizado u n o tras otro, se
hace patente un m ovim iento integrador en la investiga­
ción: imágenes parciales de O riente (Anatolia), O cciden­
te (Grecia) y sur (Egipto) encajan y vemos u n cuadro
conjunto de la partición de p o d e r en el área m editerrá­
nea, durante la segunda m itad del II m ilenio a. C., d on­
de tres grandes centros de fuerza e influencia in ten tan
m an tener el equilibrio co n tra y entre sí: el im perio hiti­
ta, el im perio faraónico de Egipto y el reino aqueo, en
una parte del continente griego y las islas del Egeo.
Ese escenario se deshizo poco después de 1200 a. C.:
el im perio hitita se desm oronó. H om ero vivió en la se­
g u nda m itad del siglo v iii a. C., es decir, unos cuatro­
cientos cincuenta años después de la época en que ese es­
cenario era realidad. No obstante, su Ilíada contiene
elem entos que, como se ha visto, sólo pueden p ro ced er
de aquel tiem po en que el escenario descrito funcionaba:
no sólo los dos nom bres del lugar de la acción, Ilios/Troya, se m uestran como reales e históricos en el lapso tem­
poral entre alrededor de 1500 y 1200 a. C., tam bién los
nom bres de los atacantes que en la historia de H om ero
195
sitiaron esa plaza. Esto últim o es lo decisivo. Porque los
nom bres de la plaza, Ilios y Troya, pudieron perm anecer
en aquel lugar, así llam ado p o r los griegos en tre 1500 y
1200, en el lenguaje cotidiano de los habitantes, incluso
más allá del m om ento del abandono del asentam iento
—según K orfm ann, alrededor del 950 a. G.— . C onside­
rado en pura teoría, u n rapsoda griego pudo ten er noti­
cia de esos nom bres, en el siglo v i i i a. C., m erced a u n
simple paso p o r el sitio —siempre en la suposición de que
el lugar siguiera llamándose así al cabo de u n notorio p e­
ríodo de despoblam iento (algo concebible en topóni­
mos— . Pero, en lo concerniente a los nom bres colectivos
de los atacantes, «achaioi» y «danaoi», es distinto: según
todo lo que sabem os, en el siglo v i i i n o p o d ía n h a b er
sido todavía realidad viviente como denom inación colec­
tiva de personas de lengua griega. Los griegos ya n o se lla­
m aban así y nadie más los nom braba de ese m odo. Ni en­
tre ellos, ni para ellos, había designación colectiva alguna
en el siglo v i i i . Así que esos nom bres hubieron de llegar
de alguna m anera desde la época en que estaban en uso
hasta aquella en la que H om ero los em pleó como deno­
m inaciones colectivas en su litada. De esa «alguna m ane­
ra» es de lo que se trata: ¿de qué m odo puede u n rapso­
da griego del siglo v i i i a. C. hacerse con conocim ientos
de u n a época que, en el tiempo en que él vive, pertenece
al pasado desde hace unos cuatrocientos cincuenta años?
Esta pregunta regirá la segunda parte de nuestra búsque­
da de solución. De entrada, ahora sólo establecemos que
el H om ero del siglo v i i i posee esos conocim ientos.
Por lo demás, podem os form ular, como segundo re­
sultado principal de nuestra indagación, que la Ilíada de
H om ero, p o r prim era vez en la historia de la investiga­
ción de Troya y en base a los nuevos resultados de inves­
tigación en el cam po extragriego, ha alcanzado el valor
de fuente. ¿Qué consecuencias tiene eso?
196
1) La excavación en la colina Hisarlik ha quedado li­
bre de la persistente sospecha de ir detrás de u n fantas­
m a nacido de u n a fantasía poética: la colina y su entorno
representaron, al m enos en la segunda m itad del II m ile­
nio a. C., un factor de p o d er de atención suprarregional.
Indagar su historia —en tanto nuestra civilización aún es­
té interesada en el conocim iento de su devenir— no re ­
viste m enor relevancia que la investigación de, p or ejem ­
plo, Micenas, Tirinto, Cnossos, Luxor, Alejandría y otros
centros de cultura avanzada en la A ntigüedad. A la vista
de la evidente situación del lugar en la posición divisoria
en tre las dos partes del m undo (Europa/A sia) y los dos
m ares (M ed iterrán eo /m ar Negro) la función investiga­
dora es de la máxima im portancia.
2) La exclusividad de la vinculación «Troya-Homero»
ha term inado. La investigación de Troya no se rem ite hoy
sólo a H om ero. A las señales que, ya de tiem po atrás, se
encaran a O riente, a Anatolia, antes de y bajo el dom inio
hitita, puede ahora prestarse atención con renovado ím ­
petu. A la clásica H istoria de la A ntigüedad, la única dis­
ciplina que hasta hoy velaba sobre Troya, se añadirán
otras como la H ititología y la Anatolística. Con ello, Tro­
ya recuperará su histórica función original de plataform a
multifacética entre los pueblos, al menos en la ciencia, es
decir, como plataform a m ultidisciplinar de investigación.
3) La Ilíada de H om ero, con sus cerca de dieciséis mil
versos, aparte de que ahora su estatus de fuente está ase­
gurado, podría convertirse en una oportuna y básicamen­
te fiable sum inistradora de ciencia. Porque los textos has­
ta ahora valorados, los que están por valorar y los que aún
se p u eden esperar son docum entos de adm inistración
central, correspondientes a una gran estructura especial y
tem poral, es decir, a dim ensiones que ordenan las cone­
xiones de una unidad geográfica, un país o una ciudad, y
que, si bien rebasan am pliam ente la visión sesgada de u n a
197
Ilíada, sólo p u ed en ser abarcadas con esa unidad a vista de
pájaro y de tiem po en tiem po, cuando surge la corres­
p o n d iente necesidad. Es cierto que la Ilíada de H om ero
sólo puede ilum inar el lugar al que se refiere desde pun­
tos de vista reducidos, pero, por otro lado, dada su rique­
za de detalle, podría suministrar informaciones que docu­
m entos estatales jam ás alcanzarán, i Iabrá pues que releer
la Ilíada, teniendo en consideración las diversas hipótesis
en cada caso —con nuevo brío, pero tam bién con u n ac­
ceso m etódicam ente diferente.
Decisivo p ara ese cam bio del acceso deberá ser la si­
guiente reflexión: pese a toda la alegría p o r la adquisi­
ción de u n a fuente más para la historia de Troya, nunca
deberán olvidarse las proporciones. En relación al estatus
político de Troya en la estructura m e d ita rrá n ea de p o ­
deres en el II m ilenio a. C., la Ilíada de H om ero nu n ca
p o d rá ser más que una fuente secundaria y m arginal. Por­
que, a lo largo de su historia bim ilenaria, Troya no fue
seguram ente atacada u n a sola vez y desde u n bando.
Para apoyar esto bastarían sólo sus dispositivos de forti­
ficación cada vez más fuertes de estrato en estrato de po­
blación. Pero tenem os tam bién pruebas escritas y docu­
mentales. Sólo en el tratado Alaksandu (§ 6) se prueban
históricamente con seguridad varios enfrentam ientos béli­
cos, entre ellos u n a guerra con el gran país vecino oriental
Masa (más tarde, Frigia), donde el propio gran rey hitita
vino en ayuda de Wilusa. Semejantes sucesos, que tam ­
bién están docum entados en la sucesión de estratos de
construcción como «frecuentes guerras p o r Troya»,230 pu­
d iero n ser en su tiem po y para sus respectivos autores
igual de im portantes y, en la perspectiva de u n a historia
com pleta de Troya cada uno de ellos podría aparecer co­
mo u n suceso entre muchos, de m odo que un inform e al
respecto, procediera de quien procediera, sería una fuen­
te ju n to a otras. U na guerra de los aqueos contra Troya,
198
si tuvo realm ente lugar, no representaría una excepción,
y u n posible reflejo de ello en la escritura griega tendría
por lo mismo sólo estatus de fuente secundaria.
Pero no todas las fuentes secundarias son iguales. Si el
recuerdo de un ataque griego contra Troya se hubiera
guardado, en efecto, entre los griegos a lo largo de siglos,
y hubiera finalm ente desem bocado en la Ilicida, esa fuen­
te secundaria tendría u n estatus aparte entre todas las
fuentes secundarias im aginables, porque preservaría el
recuerdo, no de u n a de las m uchas guerras de Troya, si­
no de aquella guerra singular que rubricó el declive de
Troya. Ya ante el trasfondo de la ausencia de otro reflejo
com parable en la época, sem ejante preservación de u n
recuerdo histórico representaría un extraordinario caso
de fortuna. Para nosotros, la cuestión radicaría en apro­
vechar ese caso afortunado. Si se pudiera evidenciar que
la Ilíada ha preservado, además de los meros hechos bási­
cos del lugar y los actores principales, o sea, más allá de
los marcos de acción geográfico-etnográficos, tam bién lo
antiguo e histórico de aquel escenario del II milenio, en ­
tonces, la Ilíada de H om ero —prescindiendo de su carác­
ter de fuente secundaria— sería de una im portancia m e­
recedora de no poca atención para la reconstrucción de
al m enos u n determ inado y breve estadio de transición
de la historia de Troya.
SEGUNDA PARTE
HOMERO
ESTADO BÁSICO DE LA CU ESTIÓ N
En la prim era parte del libro, H om ero ha sido nuestro
continuo acom pañante. Se hablaba con frecuencia de él,
como si al lector le fuera familiar todo lo que haya que sa­
ber sobre él y su poesía. Q uien esto escribe era consciente
de que ése puede no ser el caso de todos los interesados
en Troya. No obstante, en u n principio, las anticipaciones
eran inevitables porque, en la prim era parte del libro, la
m irada se dirigía a Troya, y H om ero funcionaba ahí como
realce y referencia, quedando en un segundo plano. A esa
altura de la obra se podía esperar que aquellas inform a­
ciones fueran suficientes para los prim eros pasos, en el
sentido de quién y qué son H om ero y la Ilíadci. Sin em ­
bargo, para la com prensión del problem a que el lector tie­
ne a partir de ahora ante sí, una vez que ha tenido noticia
de la últim a investigación referida a Troya, lo expresado
sobre H om ero en la introducción no es suficiente.
Con H om ero no pasa lo mismo que con Troya. Muchas
personas, aun siendo ajenas al m undo de los expertos en
H istoria Antigua y su círculo, han oído algo de Troya. Jus­
to en los últim os años, se dio u n a suerte de coyuntura
Troya: incontables noticias de periódico, emisiones de ra­
dio y televisión se ocuparon de Troya, aparecieron en el
203
m ercado num erosos libros de bolsillo y novelas y, en
1998, Troya llegó incluso a dar título a un Spiegel. La re­
vista científica am ericana National Geogi'aphic no se quedó
a la zaga: en su edición alem ana de diciem bre de 1999
pu b licaba u n re p o rta je sobre la Troya de Schliem ann
copiosam ente ilustrado y bien cuidado de más de treinta
páginas. El 17 de febrero de 2000, A lem ania alcanzó el
clímax (provisional) de la fiebre Troya: ese día se pudo
adm irar, incluso en el periódico Bild, u n a gran im agen
reconstruida de Troya ju n to a la preceptiva inform ación
sobre los nuevos hallazgos arqueológicos. De m odo que
el contem poráneo ya no pasa de largo p o r Troya.
H om ero, en cambio, lo tiene difícil. Hoy en día ya no
hay m ucha gente que sepa de él.231 Pero la fascinación
que irradia Troya sería superficial si H om ero no estuvie­
ra implicado. No es casualidad que al finalizar conferen­
cias sobre el tem a Troya, donde tam bién se habla de H o­
m ero, siem pre surja u n a pregunta: «¿Qué tiene que ver
de hecho Troya con Homero?». La pregunta exige u n a ex­
plicación.
Troya tiene m ucho que ver con H om ero. No se notará
cuánto, hasta que H om ero, como segundo m iem bro de
la asociación «Troya y H om ero», sea «erigido» a los ojos
del lector con el mismo esm ero que el prim ero. Para el
lector, esa construcción de u n edificio paralelo significa
que debe encontrarse dispuesto para u n segundo gran
asalto. Si se consigue, la ganancia final será u n a situación
que se pueda describir con «nitidez», en lugar de oscuro
desorden. No se puede p ro m eter más, p orqu e tam poco
es otro el objetivo de la ciencia.
H om ero figuró siem pre para los griegos com o su pri­
m er y, al m ismo tiem po, mayor poeta. De entrada, ¿por
qué el prim ero? Eso puede m ostrarse m ediante u n a mi­
rada retrospectiva a la historia griega.
204
Después de que los griegos em igraran, alrededor de
2000 a. C., desde el norte —el solar original exacto no es
conocido hasta la fecha— al sur de la península balcáni­
ca e islas adyacentes, es decir, al espacio donde aún se e n ­
cu en tran hoy, experim entaron, en el lapso de unos mil
años, un insólito avance cultural, al que siguió u n desas­
troso retroceso.
El avance: en el II m ilenio a. C., llevaron a la m ayor
parte de su región poblada u n a form a de sociedad h o ­
m ogénea y de elevado nivel económ ico y cultural. La lla­
mamos «cultura central palaciana». En partes del país de
especialm ente favorable situación geográfica o económ i­
ca, la clase dirigente, la nobleza, construyó grandes com ­
plejos fortificados que servían, al mismo tiem po, com o
centros de soberanía y adm inistración. Hoy hablaríam os
de capitales de regiones. Los centros eran autónom os,
pero vinculados p o r relaciones de parentesco dentro de
la clase noble. Se com unicaban p o r tierra y m ar pero n o
originaron una adm inistración suprem a sobre los demás.
No sólo com erciaban entre ellos, sino tam bién con todo
el m undo exterior m editerráneo; sobre todo, con Creta,
que representaba u n a cultura propia, con Egipto y con
O riente. Como han m ostrado las excavaciones m o d er­
nas, las crecientes posibilidades de bienestar y p o d e r
conllevaron diversas fases de expansión m ilitar de los
palacios. U no de esos centros parece h a b er superado a
todos los dem ás a p a rtir de la m itad del m ilenio y p o r
m ucho tiem po: M icenas en el Peloponeso, cuyos restos
siguen im presionando sobrem anera a todo turista e n
Grecia. Por debajo de M icenas quedaban centros com o
Pilos, Ephyra (más tarde, hasta hoy, C orinto), Esparta,
Tebas, O rcom enos y tam bién la A tenas que más ta rd e
ascendió tan notablem ente, al m enos p o r u n lapso de
tiem po. El m oderno estudio de la historia griega ha ex­
traído sus conclusiones de ese hallazgo: desde las excava-
205
d o n e s de H einrich Schliem ann en M icenas en 1874 y
años siguientes, se conoce a la prim era cultura avanzada
de los griegos com o cultura «micénica». Es im portante,
para aclararse al respecto, que con «micénico» n o se alu­
de a algo no-griego, pregriego o extragriego, sino nada
m enos que la cultura griega del II m ilenio a. C., sobre to­
do, en su segunda mitad.
En esa segunda m itad del II milenio, com enzaron los
centros su expansión. El ejem plo más im presionante de
esa presión hacia el exterior, que incidió especialm ente en
el área m editerránea m eridional y oriental, es la invasión
del palacio suprem o de Creta, Cnossos, en el siglo xv. Se­
m ejante dom inio sólo fue posible m ediante u n a flota po­
derosa, porque el reino de Creta, que llamamos «minoico» conform e a su fundador legendario, Minos, poseía en
aquella época la superioridad m arítim a en el M editerrá­
neo. Hasta la fecha no se ha explicado cóm o tuvo lugar,
en detalle, la expedición griega contra Creta, si fue u n he­
cho p untual contra u n a de las soberanías palacianas o la
tom a general de varios palacios bajo la dirección de Mice­
nas. Sólo es seguro que la ruptura del predom inio creten­
se en el M editerráneo y la apropiación de la sucesión de
Creta por parte de los griegos micénicos significó el inicio
de u n a nueva escala de su im perio,/poder y prestigio en el
área m editerránea. El rey de Micenas se relacionó, de
igual a igual, con el faraón de Egipto y, más tarde, el rey
de A ch aia/Achijawa, como hem os visto, tuvo el mismo
rango que los reyes de asirios e hititas. La tom a de poder
tuvo gran repercusión en la cultura micénica. Las influen­
cias cretenses, egipcias y orientales, que sin duda existie­
ron con anterioridad, se hicieron m ucho más intensas.
Eso queda patente, tal y como han m ostrado las excava­
ciones m odernas, en la arquitectura, p in tu ra y escultura
micénicas, en la técnica, y tam bién en la vida cotidiana, de
lo que nos dan testimonio numerosos restos.
206
La escritura tuvo un papel significativo en esta relación.
Según todo lo que sabemos, los griegos micénicos no p o ­
seyeron escritura propia hasta la invasión de Cnossos; su
cultura era ágrafa. La invasión les proveyó también de ese
bien cultural: tom aron de los cretenses, que no hablaban
griego, la escritura silábica que se em pleaba allí —la lla­
m ada Lineal A, que hasta la fecha no ha sido descifrada—
y escribieron con ella su propia lengua griega. A esta es­
critura, que no pudo ser descifrada hasta 1952, la llama­
mos Lineal B (más adelante hablarem os de ella). En las
excavaciones en Grecia, han salido a la luz miles de tabletas
de arcilla normalizadas y escritas en Lineal B. Las expec­
tativas depositadas en su lectura, que ahora es posible,
quedaron defraudadas. En esencia, indicaban lo que noso­
tros designamos con fichas: largas listas de cosas y personas,
inventarios, catálogos de exportación e importación, catas­
tros y materias semejantes. Son testimonios de u n insólito
gusto por la eficiencia adm inistrativa. Nos ayudan a com ­
p ren d er detalladam ente el sistema económico y social de
esa prim era cultura avanzada griega. Pero, por desgracia,
nada más. «Por desgracia», porque los aficionados a la li­
teratura de entre nosotros habían esperado algo literario,
acaso poesía, escritos religiosos, prosa... nada de tal cosa
hasta la fecha. Hay las suficientes explicaciones para eso;
entre otras, la indicación de la gran com plejidad de esa
escritura con sus alrededor de noventa signos diferentes,
cuyo núm ero y complicación gráfica dificultaba, sin duda,
la redacción rápida de textos con pretensiones expresivas.
Ésa es otra cuestión que no se discutirá aquí. Lo decisivo
en nuestra relación es que, según toda probabilidad, en
esa prim era cultura avanzada griega, no se dio una litera­
tura escrita en griego, que se pudiera m antener al m enos
en restos a través de los siglos siguientes.
Pero eso no significa que no hubiera arte poética. Se­
m ejante cosa sería rara a la vista de la situación de eleva­
207
do desarrollo de todas las demás artes. Sin em bargo, has­
ta hace unos veinte años, la existencia de poesía en Mice­
nas y los demás centros era sólo conjeturable. A hora ya se
puede probar. Hoy sabemos que había u n arte de la oralidad. No se reflejó p o r escrito porque su esencia desde
siem pre, desde siglos atrás, consistía en la oralidad. Era
ejercitada p o r artistas que se llam aban rapsodas ( aioidoi,
aedos). Cómo trabajaban en la práctica esos rapsodas, có­
m o m ostraban sus producciones, qué temas trataban,
dónde com parecían, todo eso se detallará más adelante.
A hora basta establecer con toda firmeza que, según el es­
tado de la investigación más reciente, ese arte poética fue
la predecesora dem ostrada de aquel arte poética que si­
glos más tarde salió a nuestro encuentro en la figura de
Hom ero.
A algún lector le p o d rá parecer dudosa esta asevera­
ción. ¿Un arte poética que perduró siglos? Sin embargo,
formas de arte poética de gran longevidad no son raras.
La poesía rim ada alem ana vive desde hace más de ocho­
cientos años, desde que H einrich von Veldeke la trajera a
la vida en el siglo x n . La form a poética griega del hexá­
m etro épico, es decir, la elaboración oral improvisada de
historias en versos yuxtapuestos de seis daktyloi (— u u ) ,
no tiene nada que envidiarle. Lo que eso significa es de
toda evidencia: H om ero no inventó su form a artística,
más bien la recibió. Fue u n eslabón en u n a cadena que
existía siglos antes y llegó hasta él. Esto, por m uchas razo­
nes, ya se suponía hace tiempo. Pero faltaban pruebas y,
en consecuencia, los escépticos eran mayoría. Entretanto,
han surgido argum entos que son concluyentes y, p o r lo
mismo, obligan a cam biar de opinión. No obstante, toda
esta argum entación es tan reciente que ni siquiera es de
general conocim iento en el círculo de los especialistas en
griego. Por eso, hay que presentarla cuidadosam ente de­
tallada.
208
De entrada, volvamos a la historia griega. El dilatado
auge de la cultura micénica tuvo u n abrupto final. En las
décadas de alrededor y, en especial, después de 1200 a. C.,
se produjo una invasión de pueblos extranjeros del norte.
El motivo radicaba en la atracción de la riqueza de la zo­
na que se había form ado en el sur de Europa y O riente
del área m editerránea (Asia Menor, Levante, Egipto). La
sucesión de las hordas invasoras y el exacto proceso de
agresiones aún está p o r aclarar. Probablem ente, se trata­
ba de un alud emigratorio, un fenóm eno que es muy co­
nocido en la historia. De m om ento, se trabaja intensa­
m ente en investigaciones y en u n a larga serie de congresos
interdisciplinares para la explicación. Lo que hoy ya está
claro se puede resum ir en una frase: la invasión tuvo lu ­
gar, tanto por tierra como p o r mar, en varias oleadas se­
paradas y conllevó la ruina de las culturas avanzadas tanto
en Grecia como tam bién en Asia Menor, así como del im­
perio hitita, bien directam ente, m ediante la tom a y des­
trucción de sus centros, y /o indirectam ente, m ediante
bloqueos comerciales, desm oronam iento de la adm inis­
tración, desórdenes interiores, alzamientos y otros trastor­
nos estructurales. La com pleta ruina de las culturas m edi­
terráneas sólo pudo ser im pedida m erced a las exitosas
m edidas defensivas de Egipto: en la zona limítrofe entre
O riente y Egipto amainó la torm enta.
Las consecuencias para Grecia y su cultura altam ente
evolucionada fueron catastróficas. La destrucción de los
palacios supuso el desm antelam iento de los centros orga­
nizadores. Gomo los mecanismos de administración y di­
rección se basaban en la escritura, es decir, en registros
que fijaban por escrito núm eros de habitantes, situación
de ganado y m aterial, partición de propiedades, je ra r­
quías directivas, órdenes y obligaciones tributarias, la que­
m a de los palacios y, con ello, de los archivos (que tuvo
com o efecto colateral el endurecim iento de las tabletas
209
de arcilla y así conservó el contenido previo y lo hizo reconstruible para nosotros) fue equivalente al d erru m b e
de todo el sistema. La clase superior, en tanto no pereció
en el com bate arm ado, huyó en parte a zonas n o afecta­
das y a islas, en especial Chipre. La población restante,
abandonada a su suerte, se vio obligada a m edidas de au­
todefensa que, en buena medida, originaron estructuras
totalm ente nuevas. Todo produjo u n a regresión social y
cultural que, en m uchas comarcas, sobre todo del inte­
rior, condujo al reto rno de situaciones primitivas, en par­
te incluso del nom adismo. Esa circunstancia favoreció la
infiltración de inm igrantes extranjeros y de población
culturalm ente atrasada del norte, especialm ente en la zo­
n a del Peloponeso, que quedó fuertem ente afectada co­
mo antiguo lugar de florecim iento de toda la cultura mi­
cénica y sólo p u d o o p o n er una escasísima resistencia,
quedando com o «campo de escombros». En el m arco de
esa infiltración, alcanzó el Peloponeso la tribu griega que
conocem os com o dórica y que antes no tuvo parte en el
avance cultural de sus parientes meridionales, los jónicos
y, en parte, eolios.
Todo esto condujo a una rem oción de los asentam ien­
tos poblados en el in terio r griego que, p o r otra parte,
tam bién tuvo consecuencias positivas. Eolios y jónicos se
trasladaron hacia O riente, a las islas del Egeo como Les­
bos, Quios, Samos y, dando un salto más, a la costa de Asia
Menor. Ese movimiento, que llamamos em igración eolia
y jó n ica, com enzó en el norte, ya muy pro n to , hacia
1100/1050 a. C., y continuó hacia el sur hasta alrededor
de 950 a. C. En el curso de ese traslado de asentam ien­
tos, que en su estructura más sutil está en la actualidad
sujeto a u n intenso estudio, se originó en la costa del
Egeo u n a zona colonial griego-oriental que alcanzó, des­
de Lesbos y la Tróade de enfrente, hasta Rodas y la zona
co ntinental de su latitud al sur. Los nuevos inm igrantes
210
trajeron, por supuesto, su m odo de vida y tradiciones cul­
turales, y las cuidaron, com o es habitual en colonizado­
res, con especial solicitud. Entre ellas estaba la form a poé­
tica de la que hablam os antes, la poesía de los aedos.
Para nuestro interés hay que establecer el hecho básico
de que aquella especie de arte poética donde se habla de
(W)ilios, aqueos y dáñaos, no nació en la zona poblada p o r
los griegos en Asia Menor, sino en Grecia y que se trans­
portó p o r los nuevos pobladores como bien cultural a la
nueva zona de asentam iento griego en la costa de Asia
Menor. Más adelante nos ocuparem os de los detalles de
este proceso.
La reordenación de las relaciones griegas tras el trau­
m a de la ruina requirió largo tiem po en el solar patrio y
en la nueva zona colonizada de O riente (Chipre repre­
senta u n caso peculiar del que ahora no podem os ocupar­
nos) . En todo caso, un renacim iento evidente de la activi­
dad griega en el área m editerránea no se establece, según
lo sabido en la actualidad, hasta alrededor de 800 a. C. El
tiem po entre la catástrofe de la ruina y el florecimiento de
una nueva dinámica griega abarcó en consecuencia entre
trescientos cincuenta y cuatrocientos años. Los aconteci­
mientos históricos dentro del espacio de habla griega du­
rante esa época estuvieron tanto tiem po en la oscuridad
que, en consecuencia, se habló de los «Siglos Oscuros» de
Grecia. El concepto tiene más de cien años.232En ese tiem­
po, la investigación ha podido re u n ir tantos indicios de
que la vida tam bién en determ inados lugares del solar
griego alcanzó un nivel notablem ente alto, que u n título
de artículo como «Los siglos oscuros ilum inados»233 aún
parece comedido.
La expresión «Siglos Oscuros», con sus asociaciones de
pobreza e insignificancia, parece totalm ente desacertada
a la vista de las nuevas colonias en O riente. Ya en 1989 se
pudo formular:
211
Las ciudades que los colonos fu n d aro n o refu n d aro n
(Efeso, Colofón, Mileto, Klazomenay, Eritray, Mios, Priene
etc., ju n to a las poblaciones en las islas de Samos y Quios)
p ronto fueron las más ricas de Grecia.234
Los hallazgos en excavaciones lo han confirmado. Quien
tenga a la vista la amplitud y fertilidad de los numerosos va­
lles fluviales de la actual costa turca en el Egeo no lo en­
contrará asombroso. El nuevo auge de Grecia que arrancó
en el siglo v i i i y que conocemos como «Renacimiento grie­
go del siglo v i i i » se inició en esa zona colonizada de Orien­
te. Está caracterizado por un avance social generalizado a
causa de la conjunción de novedades técnicas y estructura­
les de toda índole, entre ellas, la adopción del alfabeto fe­
nicio, alrededor de 800 a. C., con la perfección de su siste­
m a de 26 signos, el establecimiento de un comercio regular
por mar, desde O riente hasta la isla Ischia ante Nápoles, y
finalm ente u n movimiento colonizador a gran escala que
convirtió al M editerráneo prácticamente en un lago conti­
nental griego. Este auge alcanzó su cúspide en Mileto. Aquí
se concretó la dinámica de la región de Asia Menor, alrede­
dor de 600 a. C., en un florecimiento económico y espiri­
tual que convirtió a la ciudad, durante casi un siglo, en la
prim era capital confortable de la nueva Grecia. Ese des­
arrollo, que aquí no puede ser reconstruido en detalle, de­
be ser tenido presente como trasfondo de nuestra indaga­
ción sobre tradición, cultura y poesía.
Porque justo esa zona colonial jónica en Asia M enor
fue, según todo lo que sabemos, la patria y el círculo de in­
fluencia de Homero.™ De las num erosas ciudades griegas
que quisieron ser solar natal de H om ero y fraguar en los
versos m em orables del canónico septeto,236 al m enos tres
están en esta zona: Esmirna (hoy Izmir), Quios (así mismo
en la actualidad) y Colofón; el lugar donde m urió debe de
estar, en todo caso, en esa región: la pequeña isla jónica
los, al sur de Naxos. Está fuera de duda que los griegos de
212
la época históricam ente contrastada no pudieron saber
nada garantizado por escrito sobre la persona del poeta de
la Ilíada y la Odisea, porque durante su vida aún no había
docum entación histórica, pero la tenacidad de la tradición
que lo hacía proceder de la zona en torno a Esmirna, uni­
da al hecho de que el dialecto básico griego en que están
redactadas sus obras es el jónico, lleva a la conclusión, an­
te el trasfondo del papel pionero económico y cultural que
debemos suponer precisam ente para esa región jónica, de
que otra proposición para el lugar de nacimiento de la poe­
sía hom érica sería menos probable.
La relativa seguridad que adquirimos de este m odo pa­
ra el espacio vital de H om ero es válida tam bién para su
época de vida. Como se ha de m ostrar con más exactitud
en otro pasaje, la poesía hom érica es, en su temática de
fo n d o , así com o en su técnica versificadora, p ro d u c to
de una época de inflexión. Los conflictos y problemas so­
ciales que refleja son los del renacim iento del siglo v iii .
Su técnica versificadora señala a la misma época. Es de
u n a peculiaridad singular den tro de la literatura griega:
p o r u n lado, perm anece en la tradición de la oralidad que
se asevera para la form a poética de la época micénica, se
trata, pues, de poesía todavía viva de aedo; por otra parte,
m uestra rasgos de una com presión de lenguaje, pensa­
m iento y estructura que sólo p uede llevarse a cabo m e­
diante el em pleo de la escritura. Todo ello rem ite a u n a
época de inflexión. El autor de esa poesía debió de haber
vivido en el decisivo punto de intersección del desarrollo
literario europeo: creció con la vieja técnica versificadora
de la oralidad y se hizo adulto en la nueva técnica de la es­
critura. En su obra trató de un ir ambas técnicas. Semejan­
te situación sólo pudo haberse dado en u n relativamente
breve lapso tem poral que coincidió con el período creati­
vo de un artista aislado especialmente dotado —calculando
aproxim adam ente serían unos cincuenta años—. Como la
escritura comenzó a extenderse en Grecia alrededor de
213
800 a. C. —nuestros prim eros docum entos escritos, ins­
cripciones en ánforas, proceden de la época de aproxima­
dam ente 775 a. C.—,237 esa situación de intersección úni­
ca en toda la literatura europea, una situación de cambio
categórico de medios, hubo de haber tenido lugar en el
transcurso del siglo v iii , ni antes, ni después.
Testimonios literarios de época anterior no habrían po­
dido mostrar signos de escritura y todos los testimonios lite­
rarios que conocemos de época posterior, empezando por
el poeta griego Hesíodo (Hesíodos) que es datable alrededor
de 700, no m uestran signos de oralidad pura, es decir, no
imitada. El autor de la Ilíada —y probablemente el de la Odi­
sea— fue, de hecho, como creían los griegos desde su his­
toria, prescindiendo de posibles tentativas de m ínim o al­
cance, el primer poeta de Grecia que trabajó por escrito.238
Ambas obras, Ilíada y Odisea, que los griegos atribuyen
a este autor, son largos poemas épicos de diversa m ateria
y tratam iento. La Ilíada abarca cerca de dieciséis mil he­
xámetros, la Odisea, más de doce mil. Epocas posteriores
han dividido ambas obras en 24 «cantos», en correspon­
dencia con el núm ero de letras del alfabeto griego. Los
cantos son de diferente longitud; en la Ilíada, oscila su n ú ­
m ero de versos entre unos 450 y 900. Los dos poemas son
unidades, es decir, en ambos hay un hilo argum entai. La
Ilíada cuenta la historia de un conflicto hum ano y sus con­
secuencias ante el trasfondo de un gran com etido militar
en equipo, cuyo desenlace se hace imposible p o r ese con­
flicto —la Odisea narra el regreso de un héroe, Odiseo, de
ese quehacer m ilitar a su patria, Itaca, de do nde partió
veinte años antes, al lado de su mujer, su hijo y su anciano
padre, así como a su sede soberana— . El pun to de parti­
da exterior de la narración es Troya en ambas obras —en
la Ilíada como escenario donde tiene lugar toda la acción,
en la Odisea, com o lugar de donde se inicia el regreso y
que deja tras de sí, cada vez más lejos, quien retorna.
214
Sólo m erced a esta función de punto de partida en los
poemas de H om ero ha pervivido Troya, hasta hoy, en Europa. La Troya histórica, como vimos en la prim era parte,
dejó de existir, como más tarde, alrededor de 950 a. C. Lo
que restaba de ella eran ruinas, canteras y pastizales. Ciu­
dades así hubo a centenares en el área mediterránea. Nor­
m alm ente eran olvidadas. Algunas las ha reencontrado la
era m oderna y las ha excavado con interés científico. Pe­
ro de la mayor parte no sabem os nada más, ni siquiera
que existieron una vez. El mismo destino aguardaba a Tro­
ya. Lo que la salvó fue sólo H om ero y nadie más. El autén­
tico tem a de H om ero no era Troya, sino otra cosa en am­
bas obras. Hay aquí una tensión que invoca su desenlace.
Volveremos a esto.
Los griegos, decíamos al principio, tuvieron a H om ero
no sólo por su prim ero, sino también por su mayor poeta.
La historia de la influencia de ambas obras les dio la ra­
zón . No hay parangón de la m agnitud, extensión tem po­
ral e intensidad de esa historia influyente. Griegos, roma­
nos y la m odernidad europea se han nutrido de H omero,
han aprendido de él, su propia poesía y poetología se han
desarrollado a partir de él, lo han em ulado, han intenta­
do superarlo o deshacerse de él —y lo han adm irado— .
Poesía sin calidad sustancial no puede generar u n efecto
semejante. La filología hom érica de la m odernidad inda­
ga esa calidad desde hace siglos. No precisam ente a causa
de Troya. Para ella, Troya era casi siempre sólo el trasfon­
do mítico o histórico. Le im portaba m ucho más la propia
poesía, como producto artístico. En ese largo tiem po de
estudio de los dos textos, se ha constatado una y otra vez,
de maneras diversas, la alta opinión de la Antigüedad res­
pecto a H om ero. De hecho, H om ero no fue sólo el pri­
m ero, sino también el mayor poeta de Grecia.
LA ILÍADA DE HOMERO
Y LA HISTORIA DE TROYA
LA HISTORIA DE TROYA, ¿UN PRODUCTO
DE LA FANTASIA DE HOMERO?
Con toda la insistencia del rango em inente que la in­
vestigación de la dim ension artística de la Ilíada tiene pa­
ra la historia cultural europea y, en especial, para el de­
sarrollo literario europeo, la filología hom érica de la
m o d ern id ad tam poco podía ignorar sin más la cuestión
del argum ento de la Ilíada. U n argum ento que inspiró a
u n poeta u n a calidad artística tan fuera de serie no podía
pasar desapercibido. ¿De dónde procede? A la mayoría le
pareció increíble que el poeta de la Ilíada lo hu b iera in­
ventado p o r completo. La tram a de relaciones parecía de­
masiado extensa, el núm ero de personajes, excesivo, la ar­
m azón de relaciones personales y parentales, demasiado
compleja, como para que u n individuo se lo hu b iera in­
ventado todo y, adem ás, lo pudiera dotar de u n sentido
que no estuviera a la vista en la estructura básica del ar­
gum ento. Eran reflexiones que, como se verá, resultaban
totalm ente razonables. Pero ¿de dónde vino entonces el
argum ento? Si no lo hizo H om ero solo, ¿cuántos poetas
216
lo idearon, ya antes de H om ero, como creciente sistema
sucesivo? Y, aparte de eso, ¿se trataba en definitiva de un
simple producto de la imaginación? ¿No contendría, aca­
so, realidad, pasado m em orado, historia?
SCHLIEMANN DESCUBRE EL LUGAR
DE LA ACCIÓN: TROYA Y MICENAS
En esa incertidum bre irrum pió H einrich Schliemann
a p artir de 1871. Troya, Micenas, T irinto —hasta en to n ­
ces, simples nom bres, lugares de u n poem a— surgieron
del suelo. Al m enos p erten ecían a la historia griega, no
estaban inventados, habían vivido en la m em oria hasta
H om ero. Pero ¿de qué m anera? ¿Cuál era el porcentaje
de lo histórico en las historias después de tres o cuatro si­
glos de tradición?
Se inició rtna fase de ingeniosa construcción de hipóte­
sis. Participaban arqueólogos, filólogos, prehistoriadores,
especialistas en religiones, lingüistas, investigadores de sa­
gas y folcloristas. La discusión se alim entaba de continuos
descubrim ientos. En u n a afortunada serie, siguiendo a
Schliem ann en Grecia, además de en Creta y las islas del
Egeo, la arqueología puso a la vista nuevas poblaciones y
fortalezas que fueron inequívocam ente fundadas y pobla­
das en el II milenio a. C. Posteriorm ente se arruinaron y,
o bien no fueron jam ás repobladas, o lo fueron en una
época notablem ente más tardía. La antigua Grecia que se
conocía hasta entonces, la Grecia que empezaba con Ho­
m ero y ascendía luego a la cima de su era clásica en Ate­
nas y hasta la invasión m undial de Alejandro Magno, esa
Grecia adquiría ahora de re pen te u n a prehistoria y se re­
velaba, no como principio, sino como un reinicio, y todas
las probabilidades se pronunciaban a favor de que ese rei­
nicio era u n a segunda fase de la historia griega. Siglos an-
217
tes — tam bién siglos antes de H om ero— , había precedi­
do u n a dilatada época florida de bienestar, poder, cultu­
ra y prestigio internacional: la era de Micenas. Los porta­
dores de esa época florida parecían, en efecto, haber sido
griegos como aquellos con cuya historia había u no creci­
do en la escuela. Esos griegos, con todas las diferencias
en el cam po de la m acroestructura de la organización so­
cial, tenían claram ente m ucho en com ún con sus suceso­
res de la época históricam ente ilustrada, en religión, cul­
tura y m odo de vida en general.
Sin em bargo, se discutía la m agnitud de esa com uni­
dad. En esta cuestión, el m undo letrado se dividió en dos
partidos: uno acentuaba las líneas de conexión, la llama­
da continuidad; el otro, la desconexión, la discontinui­
dad. En el partido de la discontinuidad, de m anera lógi­
ca y com prensible, se dudaba frecuentem ente de que los
portadores de la cultura micénica hubieran sido efectiva­
m ente griegos. Esas dudas se desvanecieron ochenta años
después del descubrim iento arqueológico de Schliemann,
m erced a u n descubrim iento en otro campo.
NUEVOS DESCUBRIMIENTOS
Se d escifra la «L ineal B»
El arqueólogo inglés sir A rthur Evans había excavado,
desde 1900, en Creta, el palacio de Cnossos del II milenio
a. C., aquel palacio del legendario rey Minos, con sus cien­
tos de salas, habitaciones, cámaras, pasillos, escaleras, pla­
zas y terrazas que hacía un efecto tan vertiginoso en los vi­
sitantes extranjeros de su época, que llevaron consigo el
nom bre em pleado por los habitantes: Labyrinthos, «edifi­
cio en doble hacha», como denom inación genérica para
una construcción que da m iedo y se tem e no en co n trar
218
más su salida: «laberinto», u n térm ino que ha perdurado
hasta hoy. En ese gran palacio, halló Evans numerosas ta­
bletas de arcilla cubiertas de líneas de signos desconoci­
dos: escritura, según toda evidencia. Como es natural, los
arqueólogos y después los expertos en escritura de todo
el m undo iniciaron de inm ediato la tentativa de descifrar
los textos. Pero todos los esfuerzos resultaron vanos. Sólo
se pudo establecer con certeza u n a cosa: en esas tabletas
que estaban escritas en form a de hileras con líneas com­
puestas de signos, había dos tipos claram ente diferenciables de esa escritura, una evidentemente más antigua —que
Evans llamó «Lineal A»— y una más reciente qué, en con­
secuencia, m ereció la designación de «Lineal B». El tipo
más reciente no se estableció hasta el siglo xv a. C. De mo­
m ento, no se sabía m ucho más.
Entonces, en 1939, surgió u n a ayuda inesperada: ese
año, el arqueólogo am ericano Carl W. Biegen, quien ha­
bía continuado, de 1930 a 1938, las excavaciones Schliem ann-D órpfeld en Troya, sacó a la luz, en Grecia, en la
costa occidental del Peloponeso, el palacio de Pilos, aquel
palacio que en H om ero, tanto en la Ilíada como en la Odi­
sea, tiene un gran papel com o sede soberana del viejo y
p ru d ente rey Nestor. Los restos pudieron datarse como de
los siglos x i i i / x i i a. C. ¡Así surgía otra vez del suelo del II
m ilenio a. C. u n lugar del poem a hom érico! Y lo que es
más im portante: Biegen se topó, ya en su prim er sondeo,
con u n cuantioso archivo de tabletas de arcilla; unas seis­
cientas tabletas aparecieron en la prim era cam paña de ex­
cavación. ¡La escritura de esas tabletas era, sin lugar a du­
das, idéntica a la conocida de Cnossos como Lineal B!
Con ello no sólo se presentaba u n a relación de escri­
tu ra y, p o r lo mismo, cultural en tre C reta (Cnossos) y
G recia (Pilos en el Peloponeso) —y, p o r cierto, u n a re­
lación que p e rd u ró claram ente entre los siglos xv y
x i i i / x i i a. C.— , sino que tam bién con ello se am pliaba
219
enorm em ente la base de materiales para u n posible des­
cifram iento de la Lineal B. Pero el m aterial ya no pudo
ser publicado a causa de la declaración de la Segunda
G uerra M undial. Antes de ser confiado al Banco de Ate­
nas (donde luego salió bien librado de la g u e rra ), se fo­
tografió. Pero las fotografías del colaborador de Biegen,
Em m ett L. B ennett Jr., u n helenista am ericano de la Uni­
versidad de M adison (W isconsin), no se publicaron has­
ta 1951 (ThePylos Tablets). E ntretanto, continuaron los es­
fuerzos descifradores en todo el m undo. En otro pasaje
de este libro hem os hablado de los torm entos y triunfos de
quienes descifran escrituras. En el caso de ambas Linea­
les, los problem as y desengaños no fueron m enores que
los habidos con otras escrituras. Pero, m erced a la publi­
cación de B en n ett de las tabletas de Pilos, los esfuerzos
tuvieron un nuevo y decisivo empuje.
Entre los que trabajaban desde hacía años en la inter­
pretación, tam bién estaba el arquitecto inglés Michael
Ventris, quien ya había escuchado fascinado, en 1936,
siendo estudiante de catorce años, u n a conferencia de Ar­
thur Evans en Londres sobre la excavación de Cnossos y,
en especial, sobre las tabletas escritas halladas allí y toda­
vía p o r descifrar. D urante la guerra, había servido como
navegador en la Royal Air Force y se había dedicado a de­
codificaciones. Tras la guerra, em prendió de nuevo el tra­
bajo con las tabletas de Cnossos y puso al corriente de sus
avances a colaboradores de todo el m undo por m edio de
inform es de trabajo fotocopiados («Work Notes»), Des­
de 1951, las tabletas de Pilos eran accesibles com plem en­
tariam ente a las de Cnossos. Eso aceleró el trabajo. En su
nota 20 del 1 de ju n io de 1952, Ventris aventuró p o r pri­
m era vez la hipótesis que debía revolucionar nuestro co­
nocim iento de la Antigüedad. Tres semanas después, el 24
de junio, se conoció tam bién por el gran público. Ese día,
Ventris leyó u n a conferencia en el Tercer Program a de la
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Figura 19: Los signos silábicos de la escritura «Lineal B».
33
BBC sobre sus tentativas de interpretación y desarrolló su
tesis de que la lengua que se reproducía en esa escritura
era ¡griego! El m undo ilustrado y él mismo, hasta poco an­
tes, habían esperado cualquier otra cosa antes que ésa
(por ejem plo, que fuera etrusco). A hora eso parecía su­
perado de golpe. Las palabras decisivas de Ventris decían:
D urante las últim as semanas he llegado a la conclusión
de que las tabletas de Cnossos y Pilos, a la postre, deben es­
tar escritas en griego. En un griego, cum ple decirlo, difícil
y arcaico, ya que es quinientos años más antiguo que H o­
m ero y está incom pletam ente reproducido; pero no p o r eso
es m enos griego.239
Esa noche, tam bién escuchaba la radio, en tre otros
muchos, el lingüista de Cambridge Jo h n Chadwick, quien
se ocupaba igualm ente del desciframiento. Escéptico en
un principio, Chadwick experim entó los siguientes días
la hipótesis de Ventris. Su convencimiento creció y se tro­
có en entusiasmo. Ya el 9 de julio, envió Chadwick su fe­
licitación a Ventris. Ése fue el com ienzo de u n a p ro lo n ­
gada labor en com ún entre Ventris y Chadwick que
culm inó en 1956 con la obra señera Documents in Myceneaen Greek.24,0 Desde la aparición de esta obra, consta la
corrección del desciframiento.
Los m ic é n ico s e ra n griegos
No puede ponderarse en su alto valor la im portancia
de ese descubrim iento. Probó de una vez que, a partir de
ahora, ya no es posible dudar de la identidad étnica de los
portadores de la cultura m icénica y los portadores de la
cultura griega revivida del siglo v i i i a. C. Antes de la in­
terpretación de la Lineal B, la identidad sólo podía dedu­
cirse: 1) La arqueología había com probado la emigración
222
de u n nuevo pueblo al sur de la península balcánica alre­
dedor de 2000 a. C. 2) Se sabía que precisam ente en esa
región se habló griego desde el siglo v m a. C. 3) Se dedu­
jo que aquellos em igrantes de la época de alrededor de
2000 a. C. debieron de h ab er sido griegos. Como cual­
quiera puede ver, eso no era más que una hipótesis. Aho­
ra quedaba sustituida p o r ciencia exacta. En palabras de
Chadwick:
Descollaba u n hecho de la m ayor im portancia : los micénicos eran griegos. C uando Schliem ann excavó en Mice­
nas el prim er túm ulo, no dudó que había sacado a la luz
u n a dinastía griega y, en su célebre telegram a al rey griego,
afirmó haber m irado a la cara a u n antepasado regio. Pero
los críticos académicos no estaban tan seguros y enseguida
se em itieron hipótesis de soberanía extranjera p ara expli­
carse aquella tem prana suntuosidad entre los micénicos,
tanto tiem po antes de los griegos históricos. La prueba de
que la lengua adm inistrativa era el griego debe solventar
[ahora] ese debate...211
De hecho, el viejo debate estaba en adelante liquidado.
L a h isto ria de Troya es a n te r io r a H o m e ro
U na determ inada consecuencia del desciframiento de
la Lineal B, que se sigue necesariam ente de la prim era, tie­
ne aún mayor im portancia para el tem a que tratamos
aquí: como lo m uestran las palabras citadas de Ventris, la
prim era im presión del descifrador fue que esa escritura
reproducía u n «griego difícil y arcaico». Y reconoció al
más próxim o pariente idiom ático de ese «griego difícil y
arcaico» en la lengua de H om ero. La sospecha era que en­
tre ese griego y el de H om ero había una relación especial.
En su conferencia radiofónica, Ventris citó las cuatro
223
prim eras palabras griegas que decía h ab er leído. E ntre
esas cuatro, estaba la palabra chryso-worgós, u n a palabra
griega bien conocida, com puesta de chrysós «oro» (aún la
podem os reconocer en «crisantemo», «flor de oro») y
worgós «obrero» (el griego ivorg- y el alem án Werk- son an­
tiquísimos parientes,242 es decir, formas de u n a palabra
que griegos y alem anes usaban cuando aún form aban
u n a u n id ad étnica y no se habían separado geográfica­
m ente y, en consecuencia, tampoco lingüísticamente; esa
situación queda, en la actualidad, unos cuatro o cinco mil
años atrás). U n chrysoworgóses, pues, un «obrero del oro»,
u n aurifice. El segundo com ponente de la palabra, ιυοτgós, n o aparece en esa form a en todo el griego que co­
nocem os desde H om ero, sino sólo en la form a ergós.
N uestro «aurifice» se llam a en el griego posterior que co­
nocem os, o b ien chryso-ergós, o bien, u n a vez que la / o /
final del segundo elem ento se contrae con la / e / inicial
del segundo, (-o + e- > -ou-), chrysourgós. Esta form ación
aún la podem os reconocer en el alem án actual, p o r ejem­
plo en la palabra «Chirurg»,243 que consta de los dos com­
ponentes griegos: cheir, pronunciado chir, «mano» y ergós,
«obrero»: u n «cirujano», en griego cheirourgós, es p o r lo
tanto, literalm ente, un «obrero manual». Lo más llamati­
vo en esta diferencia entre la antigua form a de la palabra
en la Lineal B y la form a en el griego posterio r que co­
nocemos es, como se ve, la caía de la / w / .244 En la antigua
Lineal B, todavía se escribe la w y eso significa que en
aquella época se pronunciaba; en la form a posterior, la w
h a desaparecido, lo que quiere decir que ya no se p ro ­
nunciaba. Com o tal, este fenóm eno no es en absoluto
asombroso. Las lenguas se transform an. E ntre el griego
que reproduce la Lineal B y el que conocemos desde H o­
m ero, hay varios cientos de años. La palabra griega para
«aurifice», se h a m antenido ciertam ente igual, en su esta­
do básico, a través de esos siglos: chrysoworgós ~ chrysourgós,
224
pero la w se iba pronunciando cada vez menos en el trans­
curso del tiem po y después de u n a form a interm edia li­
gada, que se pronunció como la w inglesa actual, acabó
p o r desaparecer totalm ente. En ese estado, nos aparece
la lengua de H om ero: es cierto que la palabra específi­
ca chryso-ergós no consta casualmente en ella, pero sí tene­
mos la palabra demio-ergós «obrero comunal», básicamente
igual form ada y en cuyo segundo com ponente tam poco
aparece ya la w. Esa no aparición de la w no es exclusiva
de los ejemplos citados, sino que se trata del hecho cons­
tatado de que ya no hay n ingún sonido w en la lengua de
H om ero.
Sin más y con lo dicho, quedaríam os satisfechos, si no
fuera porque este fenóm eno conlleva un aspecto extraor­
d inariam ente im portante. Como se dijo brevem ente en
la prim era parte del libro, H om ero versifica en hexám e­
tros. Lo básico de esa m étrica es la diferencia entre síla­
bas largas y breves (es decir, no como en alemán, sílabas
acentuadas y no acentuadas). U na sílaba es larga cuando
incluye un diptongo o una vocal, que es larga p or natura­
leza (en alemán, distinguimos entre vocales largas y bre­
ves p o r naturaleza, p o r ejem plo, entre la / u / en «Gruß»
y la / u / en «Kuß»).245 Pero una sílaba puede valer como
larga cuando, aunque tenga una vocal breve p o r naturaleza, le sigan p o r lo m enos dos consonantes, p o r necesi­
tar más tiem po para su articulación.
La métrica del «hexámetro» (en griego, hex, latín, sex, ale­
m án sechs, inglés six, castellano seis + griego metron, alemán,
inglés, castellano Meter/m eter/metro = «medida») consiste
en el elem ento seis veces rítm icam ente repetido [— u u ]
(daktylos), que puede ser sustituido por el elem ento rít­
mico [----- ] (spondeus). Es decir, sólo puede form arse un
h e x ám e tro cu an d o se p o n e n seguidos seis elem entos
de la form a «una sílaba larga más dos cortas» = [— u u ]
o se ocupa el lugar de dos sílabas cortas con una larga =
225
[-----]. O sea que no puede formarse nunca un elem ento
de «una larga más una corta más una larga» [— u —] o de
«tres cortas» = [ u u u ] , Pero resulta que, en el texto h o ­
mérico, hay num erosos hexám etros que precisam ente
m uestran sem ejantes elem entos imposibles. Pongam os
como ejem plo (con miras a la m ejor com prensión, pres­
cindimos del resto de complicadas norm as de form ación
del hexám etro) del Canto 22 de la Ilíacla, el verso 25 (el
rey Príam o ve desde la m uralla a Aquiles lanzarse contra
su hijo H éctor):
Y lo vio el viejo Príam o el prim ero con sus propios ojos.
En el hexám etro original, aquí reproducido en carac­
teres latinos, suena así:
Ton d’ ho ge - ron Pri-a - mos pro - to si-de - noph-thal - moi-si
1
—
2
u
u
—
3
u
u
—
4
—
u
5
u
u
—
6
—
—
X
Enseguida se ve que el cuarto elem ento incum ple la
norm a: em pieza con una breve en lugar de u n a larga. ¿Ha
com etido aquí el poeta una falta? Todo conocedor de H o­
m ero dará u n paso atrás ante sem ejante salida, p orque
usualm ente H om ero no com ete faltas. ¿Qué h a pasado
entonces aquí? La solución la encontró ya en 1713 el ge­
nial investigador inglés de H om ero R ichard Bentley.246
M ediante el cotejo e investigación de un gran núm ero de
pasajes de H om ero que entran en la misma categoría que
nuestro ejem plo, Bentley estableció que, en esos casos,
los aparentes errores son causados p or la caída de u n a ini­
cial / w / o rig in alm en te existente. Esto servirá de acla­
ración tam bién para aquellos lectores que no están fami­
liarizados con la disciplina de la lingüística com parada
indoeuropea. Les bastará en ten d er que la raíz griega id-
226
es igual que la latina vid- en videre «ver» (de ahí el poste­
rior italiano «vedere» o el francés «voir»). Lo mismo que
en esas palabras, tam bién debió de haber en griego origi­
nalm ente una / w / inicial com ponente de la palabra ide
«vio», de m odo que, en origen, la palabra no debió de
h ab er sonado ide, sino wide. Si ahora se supone ese esta­
do de la lengua en nuestro verso de ejemplo, el erro r apa­
rente se desvanece en el aire. Porque si, en nuestro verso
de ejem plo, el cuarto elem ento no fue originalm ente to
si-de, sino tos wi-de, entonces la sílaba to no era breve, co­
m o ahora parece en nuestro texto hom érico, sino larga,
porque a la breve p o r naturaleza / o / del to le seguían dos
consonantes: -sw-. El cuarto elem ento del verso no apare­
cía originalm ente así:
4
4
u u u , sino así: — u u ,
de m odo que era correcto.
Todo esto parece un poco com plicado y, de hecho,
aquí está el quid. Pero amplios edificios argum éntales só­
lo p u ed en tener estabilidad cuando se erigen piedra a
piedra. Por eso, hay que apelar aquí a la ambición d eflec­
to r p o r alcanzar la solución del enigma. Porque el p ro ­
blem a del sonido w es de elevada im portancia para la
transm isión de la historia de Troya en el seno de la poe­
sía rapsódica griega. Eso se verá cuando abramos más ga­
lerías, desde otros lados, en la m ontaña enigmática.
L a fo rm a p o é tic a de H o m e ro :
v a ria n te ta rd ía d e u n a a n tig u a a n te c e so ra
Los resultados hasta ahora se pueden resum ir del m o­
do siguiente: un rapsoda griego del siglo v i i i a. G., como
H om ero, no pronunciaba ciertam ente el sonido w y, en
227
consecuencia, tam poco lo escribía, pero form aba sus ver­
sos como si lo pronunciase y escribiese. En nuestra gram á­
tica hom érica, este fenóm eno se suele describir con la
fórm ula «la w aún repercute» o similar. ¿Qué significa eso
en concreto?
De entrada, significa que el poeta de nuestra Ilíada no
pudo h aber inventado él mismo la form a del lenguaje en
que escribe, ya que el sonido w, que él norm alm ente no
pronuncia, no tendría ninguna relevancia para él.
Con eso, lo que viene a decirse es que el poeta de nues­
tra Ilíada ha recibido la form a en que versifica de antecesores
que se servían de esa misma form a de versificar en u n
tiem po en que el sonido w aún se pronunciaba. Hasta la
fecha, aún no está aclarado si la recibió directam ente de
pronunciantes de esa w- o de antecesores que ya no eran
pronunciantes de w- y la recibieron, a su vez, de quienes
sí lo eran. En Grecia, existieron durante siglos diversos
dialectos unos ju n to a otros. Los tres más im portantes son
eólico, jó n ico y dórico. De ellos, el dialecto eólico, del
que se sirvió la poetisa Safo, m uestra todavía en tiem po
histórico la w. En cambio, el dialecto jó n ico (oriental),
que utilizó H om ero, no conoce la w. Es posible que rap­
sodas jónicos orientales estuvieran acostum brados a omi­
tir la w en la adopción de formas versificadoras com unes
de eolios pronunciantes de w, pero, con todo, a form ar
sus versos com o si la w existiera en ellos, po rque, de lo
contrario, no h ubieran podido m antener el ritm o hexam étrico. En cualquier caso, H om ero no pronuncia ni es­
cribe la w, p ero no hay duda de que la reconoce como
com ponente integrador de la lengua poética recibida, la
tiene como hábito inveterado en su sentim iento del len­
guaje y, p o r eso, se ve que inconscientem ente la hace
efectiva en la form ación de sus versos.
Como quiera que fuera la conexión en sus detalles, es
de im portancia fundam ental reconocer que la form a n or­
228
mal del lenguaje poético que nos llega en las epopeyas de
H om ero, Ilíada y Odisea, no surge en esas epopeyas, es de­
cir, no es la form a poética peculiar de H om ero, sino u n a
que está desarrollada y practicada antes que él y de la cual
la suya sólo es una variante tardía que presenta una evi­
den te pérdida de elem entos esenciales de la form a n o r­
mal247y hay que designarla como «deficitaria».
H om ero preserva en esta variante un estado de la len ­
gua griega que es anterior al del griego hablado en Jonia
(Oriental) en el siglo v i i i y que, p o r lo tanto, en la reali­
dad lingüística de ese siglo, pertenece al pasado. Pero ese
estado coincide en un punto esencial con el de la lengua
griega que nos ha llegado en la Lineal B, es decir, la len­
gua griega de entre los siglos xv y x i i i / x i i . Temporalmen­
te, se halla como m ínim o entre la Lineal B y el griego jó ­
nico cotidiano del siglo v i i i . Con ello resulta ser —al
menos hasta donde hoy sabemos— , el segundo estado más
antiguo de la lengua griega que podemos alcanzar después
de la Lineal B. La conjetura de Ventris de que entre el
griego «arcaico» identificado por él y el griego de H om e­
ro hay una relación especial es acertada: la lengua poética
de H om ero está más cerca del griego hablado entre los si­
glos xv y x i i i / x i i que ninguna otra forma del griego.248
Por desgracia, no sabemos con exactitud cuándo cayó
en desuso el sonido w en el dialecto jó nico hablado p o r
H om ero y su público. En consecuencia, tampoco sabemos
cuánto tiem po antes de H om ero ya se usaba en griego
al m enos la form a poética que él utiliza (y que m antiene
el sonido w ). Pero, si lo supiéramos, sólo dispondríam os
del punto fin a l en el tiem po de esa «forma poética con w»
en el jónico, no su punto inicial. Este, en teoría, puede es­
tar en cualquier pu n to de todo el espacio tem poral en
que el griego se habló como «lengua con w».
Puesto que, gracias al desciframiento logrado p o r Ventris, sabemos que el sonido w tam bién se escribía en la Li-
229
neal B griega y, p o r lo tanto, tam bién se pronunciaba en
la lengua usual de la época, y puesto que con la «lengua
griega con w» alcanzamos hasta el siglo xv, podem os con­
siderar como absolutam ente posible, desde u n pu n to de
vista puram ente lingüístico, que la form a poética que em­
plea H om ero ya era utilizable entre los griegos de la épo­
ca de la Lineal B.
R esu ltad o parcial: N o hay ru p tu r a d e le n g u aje
n i é tn ic a e n tre los m icén ico s y H o m e ro
Más adelante veremos que la últim a conclusión for­
m ulada arriba es correcta de hecho. De m om ento, esta­
blecemos el siguiente resultado parcial:
1) El descifram iento de la Lineal B ha probado la con­
tin u id ad de la len g u a griega del II m ilenio h asta el si­
glo v m a. C.
2) El descifram iento de la Lineal B ha abierto la posiblidad de que la form a poética evidente en H om ero en el
siglo v m a. C. era ya utilizable en la época de la Lineal B,
es decir, entre los siglos xv y x n i/x ii a. C.
3) Como la adopción de la escritura Lineal B de Creta,
con motivo de la ocupación de Cnossos en el siglo xv a. C.,
fue sólo u n a «innovación técnica» casual y no el m om en­
to del nacim iento de la lengua griega, la form a poética que
tenem os en H om ero puede ser esencialm ente más anti­
gua que la adopción de la escritura de la Lineal B, es de­
cir, anterior al siglo xv a. C.
4) El descifram iento de la escritura em pleada p o r los
griegos micénicos, que llamamos Lineal B, representa el
tiro de gracia para la tesis de la discontinuidad: desde los
griegos del II m ilenio a los griegos del siglo v m hay una
línea directa. Por necesidades temáticas, aquí sólo hemos
podido tratar u n solo com ponente de esa línea: la p re­
230
servación de la lengua. Pero la valoración del contenido
de las tabletas en las décadas posteriores al desciframien­
to m uestra que la línea consta de más com ponentes y que
más bien es u n a am plia vía que tam bién incluye la p re ­
servación de condiciones culturales, como artesanía, co­
m ercio, relaciones, hábitos alim entarios e im posiciones
de nom bres, y tam bién de religión: en las tabletas de la
Lineal B aparecen los nom bres de dioses Zeus, H era, Ate­
nea, Artemisa, Poseidon, H erm es y tam bién Dionisio; de
m odo que esos dioses son, prim ero, anteriores entre los
griegos a las tabletas y, segundo, han perm anecido sin
cambios hasta H om ero.249 Finalm ente, el prehistoriador
de Colonia Karl-Joachim H ólkeskam p h a m ostrado en
u n a síntesis general y m atizada qué fuertes y densas son,
pese a todos los cambios en detalle, las líneas de vincula­
ción entre la época m icénica de la historia griega y el re­
nacim iento del siglo v i i i .250 Sólo podem os citar aquí u n a
frase de su amplia presentación:
... la ru in a del sistem a palaciano y sus consecuencias
fueron pues profundas, p ero no condujeron a u n a ru p tu ­
ra abrupta y absoluta. P orque esa ru p tu ra tam poco afectó
absolutam ente y en todas partes a las simples estructuras
básicas.251
Se sobreentiende que entre el siglo x v y el v i i i cam­
biaro n m uchas cosas en tre los griegos, no sólo com po­
nentes aislados de la sociedad griega, sino tam bién es­
tructuras demográficas, económ icas, sociales, políticas y
otras que van más allá de lo puntual, tal y como es el caso
en la historia secular de u n pueblo, siem pre y en todas
partes. Pero la com unidad hum ana que fue portadora de
esos cambios siguió siendo la misma, al cabo de los siglos,
en el mismo espacio habitado.
Por lo dicho, el hecho básico de la historia del pueblo
griego, desde el II m ilenio hasta el tiem po de H om ero en
231
el siglo v m a. C., es la continuidad.252 Es el resultado p rin­
cipal que hay que establecer de la indagación llevada a
cabo hasta ahora.
¿TIENE LA HISTORIA DE TROYA UN TRASFONDO
HISTÓRICO? CONTROVERSIAS Y POSIBILIDADES
El debate habido desde las excavaciones de Schlie­
m ann en torno al «trasfondo histórico» de la historia de
Troya p resente en H om ero fue presentado en 1968 p o r
el significado helenista e investigador de H om ero Albin
Lesky — teniendo ya conocim iento del descifram iento de
la Lineal B— , en el mayor y más serio diccionario que la
historia de la A ntigüedad ha producido hasta la fecha, en
form a de u n dilatado inform e en siete partes. Esa presen­
tación se conduce m ediante una soberana sinopsis de la
literatura relacionada y con gran objetividad. Pero no to­
m a decisión alguna.253 Las opiniones presentadas en to n ­
ces p o r Lesky iban desde el absoluto rechazo de toda po­
sibilidad de u n núcleo histórico — «no hay que buscar
sucesos reales tras la historia de u n a expedición com ún
de los griegos contra Troya»—254 hasta la decidida exclu­
sión de la posibilidad de que u n a guerra de los aqueos
contra los troyanos no hubiera tenido lugar: «Si se resume
el estado actual de nuestro conocim iento no p u ed e du­
darse p o r más tiem po que, en efecto, hubo u n a guerra
histórica en Troya, donde u n a coalición de aqueos o mi­
cénicos, bajo el m ando suprem o de u n rey cuya autori­
dad se reconocía, luchó contra la población de Troya y
sus aliados». Esta decidida expresión tenía cinco años de
edad en la época de la aparición de la sinopsis de Lesky y
no procedía de cualquiera, sino del tercer arqueólogo de
Troya tras Schliem ann y D órpfeld, el m undialm ente co­
nocido arqueólogo am ericano Carl W. Biegen.255
232
Tras presentar tam bién las opiniones que están entre es­
tos extremos y los más im portantes argum entos disponi­
bles, Lesky cerraba su inform e con la conclusión:
Micenas y Troya están ahí como m agnitudes históricas de
prim er rango; que el trasfondo histórico de la Ilíada esté for­
m ado por un enfrentam iento entre ellas sigue siendo una de
las posibilidades y, desde luego, si no se nos revelan nuevas fuen­
tes, no pasa de tal posibilidad.236
LA NUEVA SITUACIÓN DESDE 1996
Desde entonces han pasado más de treinta años. Refe­
rir el debate continuado hasta el principio de los años
ochenta, es decir, seguir a Lesky, ten d ría poco sentido,
puesto que en esa am pliación del debate no se hallan, ni
pueden hallarse, nuevos argum entos. Porque la situación
de salida no había cam biado hasta entonces: n o se h a ­
bían desvelado nuevas fuentes, al menos para la mayoría
de los debatientes. Hoy se presentan las cosas de otro m o­
do: desde los años ochenta, se nos han revelado nuevas
fuentes. Para establecer con solidez el fundam ento de to­
das las consecuencias que desde ahora son posibles, resu­
mimos el actual estado de la cuestión:
Desde 1996, no sólo Troya, sino tam bién la investi­
gación hom érica en tanto se ocupa de la situación básica
argum enta! de la Ilíada, se encuentran ante u n a nueva
situación: antes de 1996, no estaba indudablem ente ase­
gurado si Troya/Ilios, que sirve a H om ero como escena­
rio de su acción, está identificada como la colina ruinosa
que conocemos al borde de los D ardanelos y llamada Hisarlik. Por eso, no se podía de buena fe, ni invocar la Ilia­
da de H om ero para apoyarse en algo a la hora de la re­
construcción de los sucesos reales del lugar histórico, ni
tam poco hacer valer seriam ente las ruinas sobre la colina
233
Hisarlik para considerar a la Ilíada de H om ero como con­
solidada en el núcleo histórico. Pero desde 1996, la iden­
tidad del escenario de la Ilíada con las m inas excavadas
en la colina Hisarlik, como hemos m ostrado en la prim e­
ra parte del libro, consta fuera de toda duda: (W)ilios de
H om ero es el lugar Wilusa vinculado con el im perio hiti­
ta. Además, h a quedado claro que los atacantes griegos
de Wilios, llamados en H om ero achaioi y danaoi, tienen sus
nom bres equivalentes en los docum entos estatales hititas
y egipcios de la Baja Edad de Bronce. Estos conocim ien­
tos no p u ed en carecer de consecuencias.
Y la más im portante consecuencia de esta nueva situa­
ción es de toda evidencia: ahora hay dos conjuntos infor­
mativos disponibles para W ilusa/Tru(w)isa. P or u n lado,
tenem os aquella m ontaña de inform aciones de investiga­
dores que se ha acum ulado y lo sigue haciendo m erced
al efecto conjunto de num erosas especialidades indivi­
duales —la arqueología y sus disciplinas partícipes, las es­
pecialidades históricas y culturales, la lingüística y, re­
cientem ente, en especial la hititología y la anatolística— ,
y, p o r otro lado, está la apreciable cantidad —definitiva­
m ente concluida desde hace unos dos mil setecientos
años— de m anifestaciones sobre Troya que ofrece la epo­
peya Ilíada del poeta griego H om ero y que ah o ra igual­
m ente —p o r prim era vez con buena fe científica— pue­
de básicam ente ser invocada para la valoración.
P ied ras, d o c u m e n to s y el p o e m a Ilía d a
A prim era vista, parece como si pudiéram os alegrarnos
p o r el aum ento del m aterial m ediante la adquisición de
la Ilíada com o segunda fuente. ¿Es que no tenem os que
contem plar ahora juntos, sin más, a los dos conjuntos in­
formativos, de m odo que las lagunas que deja u n o se
234
com pleten m ediante el otro? ¿Es que no puede H om ero,
allá donde las piedras callan y los docum entos hititas só­
lo trazan graneles líneas, saltar a la brecha como testigo
que dé vida a la ciudad casi muda? Y, al revés: ¿es que u n
paso a través de la ciudad, que ahora resurge año tras año
cada vez más plena y com pleta ante nuestros ojos, no p u e­
de com pletar con u n a visión concreta el texto hom érico
que sólo habla de Troya a grandes rasgos y hacerlo así más
comprensible?
Eso sería lo ideal, pero no es tan simple. El motivo es
que ambos conjuntos informativos no están a la misma es­
cala de tiempo, ni de perspectiva, ni de autenticidad. No
p u ed en encajar directam ente entre sí.
• Tem poralm ente: Las piedras proceden de la época
en tre 3000 y, como más tarde, 950 a. C., m ientras los do­
cumentos hititas se re fie re n a u n espacio tem poral de
aproxim adam ente entre 1600 y 1100 a. C., de m odo que
son contem poráneos de la época dorada de Wilusa (Tro­
ya V I/V IIa). En cam bio, la Ilíada de H om ero nació e n ­
tre 750 y 700 a. C., cuando el «último m ohicano» de Tro­
ya hacía al m enos dos siglos que yacía en las ruinas.
E ntre ambos conjuntos se abre u n a gran laguna tem po­
ral. El prim ero es contem poráneo, el segundo, no.
• En perspectiva: Los documentos hititas nos m uestran
el p u n to de vista desde la central interior de la gran p o ­
tencia protectora H attusa, sobre el pequeño país vasallo
de Wilusa, bien conocido desde siglos, en el extrem o de
la zona imperial. La Ilíacla de H om ero, p o r el contrario,
nos hace ver a Wilusa con los ojos de los enemigos ex­
tranjeros que, además, parecen ignorar p o r com pleto el
extenso sistema del im perio hitita del que W ilios/Wilusa
sólo es u n a pequeña parte. La única m agnitud en torno
a la que giran sus pensam ientos, porque la quieren des­
truir, es Wilios, la fortaleza protectora en la orilla de la vía
navegable al m ar Negro.
235
•
Finalm ente, desde el pu n to de vista de la autentici­
dad: tanto las piedras como los docum entos reflejan sólo
realidad. Dicho de otro m odo, las piedras y los docum en­
tos no m ienten. A unque los docum entos hititas acaso
quieran desfigurar algo la realidad, p o r los habituales m o­
tivos políticos y de poder, en principio, piedras y docu­
m entos no tienen en todo caso motivo alguno para «men­
tir», es decir, para hacer otra cosa de Wilusa de lo que fue
en su tiempo. Por el contrario, la Ilíada de H om ero no es
ningún docum ento estatal, sino un poema. La poesía, co­
mo tal, siem pre aspira a ser otra cosa y más que el m ero
reflejo de la realidad. Además de eso, la Ilíada de H om e­
ro es poesía desde el punto de vista del ganador y la pers­
pectiva victoriosa se lleva mal con la objetividad.
Tom ado todo en conjunto, la prim era consecuencia es
que ambos conjuntos de fuentes representan diversos ti­
pos de inform ación. Si se sopesan ambos tipos entre sí en
lo concerniente a su presunto contenido de verdad histó­
rica, hay que contar de antem ano que las piedras de Wi­
lusa y los docum entos contem poráneos referidos a ellas
de la H attusa fam iliarizada desde siglos con Wilusa esta­
rán m ucho más cerca de la verdad histórica que la Ilíada,
el posterior poem a extranjero. Considerar sin más a la Ilia­
da como com plem ento y reconstrucción de las piedras y
docum entos — como carne en torno a los huesos que le
dan soporte— parece descartado. Afirmarlo no es super­
fluo p orque tam bién esta variante se ha sostenido en la
historia del problem a: el significado helenista inglés
Denys Page, que es de los pocos filólogos hom éricos que
h an m anejado algunos docum entos hititas, llevó en 1959
su euforia tan lejos com o para no sólo declarar in d u d a­
blem ente histórica a la guerra de Troya, sino tam bién a
sus protagonistas más conspicuos m encionados en H o­
m ero, como A gam enón y Aquiles.257
Cierto es que en la actualidad nadie puede p robar de
236
m odo concluyente que sem ejante com prensión al pie de
la letra sea errónea, pero, en base a nuestra com ún expe­
riencia con la poesía, el d eb er probatorio corresponde
más bien a la parte de quienes desean enten d erla al pie
de la letra. Y, hasta ahora, la historicidad de Agam enón y
Aquiles no se puede p robar a partir de las piedras, los do­
cum entos extragriegos, ni la Ilíada. Lo único posible son
conclusiones de indicios y sólo se refieren, antes que n a­
da, al gran m arco de la historia de Troya y no a detalles
como nom bres individuales de personas o topografía. Es
decir, ni siquiera según los más recientes conocim ientos,
es conveniente pasearse con la Ilíada en la m ano p o r la
Troya reconstruida en base a la nueva excavación, p ara
identificar aquí u n a puerta, allá u n a torre, con «equiva­
lentes» en el texto y concluir, apelando a H om ero, que
tal aspecto tuvo en verdad Troya en su época dorada, h a ­
cia 1200, que aquí plantó A gam enón su tienda de jefe, y
que allá señaló Elena a Príam o, desde la m uralla de Tro­
ya, a los héroes del ejército aqueo. Porque H om ero jam ás
vio Troya cuando estaba sin destruir y «en funcionam ien­
to». A lo sumo, si es que jam ás visitó Troya personalm ente,
pudo haber visto ruinas, aquellas que, en el siglo v in a. C.,
aún podían divisarse como m onum ento del terreno y m u ­
ro derruido. No podem os decir en qué estado, pero se­
guram ente no en la disposición arqueológica nítida y li­
b erada con que se p resenta hoy a los ojos del visitante.
Pudo h aber vagado entre esas m inas, en principio, lo mis­
m o que u n arqueólogo m oderno. No obstante, con u n a
diferencia: vagaría con toda la tradicional historia de Troya
en la cabeza; no con la Ilíada , que no habría compuesto,
en la m ano. Sería probable que, al com parar la im agen
de su cabeza con la realidad de las ruinas, se im aginara la
antigua ciudad viva. Esas im aginaciones las leeríam os en
su Ilíada. Es natural que acá y acullá tuvieran semejanzas
con las imágenes virtuales de nuestros ordenadores p ro ­
237
vistos de datos, porque las ruinas —los datos de partida—
serían, con todas las diferencias de su estado de conser­
vación, entonces y ahora, las mismas. La semejanza de las
im ágenes no debe hacernos olvidar nu n ca que sólo son
imágenes, nada más.
Si se condujo así —y si lo hizo realm ente es algo que
escapa a nuestro conocim iento—, H om ero habría sido el
prim er visitante imaginativo de las ruinas que conocemos
y, como tal, tendría cierto valor testifical para nosotros.258
Pero en ningún caso sería testigo contem poráneo de Tro­
ya Vl/V IIa.
¿Q ué p u e d e e n s e ñ a r la Ilía d a so b re Troya?
De entrada, todo esto parece descorazonador. Pero es
decisiva la expresión «sin más» con que hem os introduci­
do la controversia del posible valor testifical de la Ilíada.
Gomo transm isora de inform ación, la Ilíada no puede ser
com pletam ente inadecuada. Porque, como hem os visto,
H om ero sabe cosas que, si no dispusiera de algo históri­
co, no podría saber en absoluto —p o r ejem plo, los nom ­
bres del pueblo atacante en la Edad de Bronce— . Así que
tam bién tiene valor informativo. La pregunta es ¿qué va­
lor? Ahí topam os de nuevo con el núcleo del problem a,
con aquella p reg u n ta que se planteó en el m ismo m o­
m ento en que Schliem ann descubrió las ruinas en la coli­
na Hisarlik. Pero, en aquella época, sólo podía ser, ju n to
con todas las respuestas, nada más que u n ju eg o mental.
Porque quien preguntaba de ese m odo suponía ya de an­
tem ano que Hisarlik era idéntica a Troya (y a m enudo in­
cluso quería, m ediante la com paración del texto con el
hallazgo, p ro b ar la id en tid ad ). Todas las respuestas eran
así especulaciones. En consecuencia uno adm iraba la in­
tuición de quienes intentaban dar respuestas, pero nadie
238
necesitaba tom ar en serio esas hipótesis. Porque nadie
podía saber en realidad si la Ilíada trata de la Troya de
Schliemann. Hoy sabemos que lo hace. Por eso, la p regun­
ta p o r la magnitud del valor informativo que la Ilíada tiene
p ara Troya y la anterioridad histórica en torno a Troya
puede volver a plantearse sobre u n sólido fundam ento.
No obstante, antes de buscar respuesta alguna, hay que
d ep u rar la pregunta de m odo que sólo abarque lo útil.
Plantear la p regunta de m anera global desencadenaría
u n a porción de respuestas que no tienen que ver con la
cuestión. Porque H om ero se sirve de Troya, com o vere­
mos con más detalle, únicam ente como escenario. En ese
escenario hace que sucedan m uchas cosas diversas, entre
ellas cotidianeidades como salidas y puestas de sol, comi­
das, bebidas, am ores, consejos, discusiones, com bates y
así sucesivamente. No hay duda de que sucesos de ese es­
tilo no nos ayudarán en la búsqueda de la relación de H o ­
m ero con su lugar de acción. Hay que preguntar con más
tino y separar campos. H om ero «informa» m ucho, p o r
ejem plo, del ám bito de los dioses, cómo se tratan en tre
sí, se irritan unos contra otros, conciertan coaliciones, có­
mo velan sobre los hom bres, los guían, los anim an, los
engañan... todo eso es poéticam ente sugerente y alta­
m ente ilustrativo para la historia de la religión griega, pero
para Troya no tiene en conjunto valor informativo algu­
no. H om ero describe tam bién con riqueza de detalles el
desarrollo de la lucha en las batallas entre atacantes y d e­
fensores. En tanto se trata sólo de variantes de tiro de lan­
za y golpe de espada, y no de determ inadas localizaciones
de la Tróade, tam poco eso nos resulta instructivo; porque
todo lo que se lleva a cabo es representar la acción en otra
p arte pero del mismo m odo. Y hay m uchos más campos
de la narración en la Ilíada que carecen de transcenden­
cia para nuestra cuestión: «¿puede H om ero enseñam os
algo sobre Troya?». De m odo que, antes que nada, hay
239
que preguntar: ¿en qué partes de la narración están las
inform aciones de H om ero del tipo que esperamos? Y eso
quiere decir al mismo tiempo: ¿y en cuáles no? Así que lo
conveniente es un análisis de la Ilíada bajo el punto de vis­
ta de la significancia histórica, con el objetivo de separar
campos informativos históricamente relevantes e irrelevan­
tes. En cuanto se deslinden los campos históricam ente re­
levantes, sus inform aciones se separarán a su vez, ahora
con la p o n d eració n del criterio: «¿invención o historici­
dad preservada?».
Si quisiéramos hacer la separación de m odo sistemáti­
co, tendríam os que indagar cuidadosam ente todo el tex­
to de la Ilíada, 15.693 versos, y separar en u n proceso excluyente todo lo que resulte históricam ente irrelevante
respecto a Troya. Algo semejante a este complejo:
1) Preparativos y quehaceres cotidianos.
2) Escenas de dioses (en tanto no se refieran a la ac­
ción de Troya).
3) Descripciones de luchas de todo tipo.
4) Descripciones de competiciones deportivas (casi todo
el canto 23).
5) D escripciones de objetos, como la del escudo de
Aquiles en el canto 18.
6) Escenas dialogadas (una vez más, en tanto no se re­
fieran a la acción de Troya).
7) Metáforas...
La serie continuaría. En el análisis de cada uno de esos
campos habría que prestar atención a no desechar, acá o
acullá, referencias a Troya, que tam bién en ellos surgen
u na y otra vez, de diversa m anera y frecuencia... Se p ue­
de ver que esto tom a unas dimensiones de trabajo que no
podem os llevar a cabo paso a paso en nuestro marco. Es­
cogeríamos p o r eso un procedim iento abreviado. Puede
parecer que intentam os, con un acercam iento inverso,
aislar la acción de Troya dentro de la Ilíada. Y aquí, algu-
240
nos se preguntarán: ¿es que la Ilíada y la acción de Troya
no son idénticas? ¿No es la Ilíada la acción de Troya? No
lo es. Esto mismo es lo que se va a mostrar. La Ilíada es
o tra cosa. Reconocerlo es la condición previa p ara cual­
quier respuesta a la pregunta de qué valor informativo tie­
ne la Ilíada para Troya. Porque sólo si se reconoce qué es
lo que la Ilíada quiere efectivamente narrar —y qué no— ,
se estará preparado para no pedirle demasiado. Dicho de
otro modo: hasta que no se com prenda qué valor infor­
mativo puede tener la Ilíada, no se podrá preguntar con es­
peranza exitosa qué valor informativo tiene.
D os im ág en es d e Troya: los h ititas y H o m e ro
Para establecer el adecuado perfil de la acción de Tro­
ya en la Ilíada, tras el que se encuentra u n a determ inada
im agen global de Troya del poeta de la Ilíada, es preciso
prim ero confrontar esa acción con la im agen de Troya de
la investigación realista, es decir, la arqueología y la anatolística. Esperanzas desmedidas que con frecuencia se di­
rigen por parte de la arqueología de Troya a la acción de
Troya en la Ilíada, recuperarán u n a dimensión más mesu­
rada puestas ante este fondo.
La, imagen de Troya de la arqueología
y de los documentos hititas
Esta im agen está caracterizada p o r su dilatada pers­
pectiva temporal: Troya aparece aquí a lo largo de un es­
pacio de dos mil años. En u n enfoque semejante, los de­
talles quedan en segundo plano y se hacen visibles las
grandes líneas. La Troya que encontram os aquí es, por lo
tanto, una Troya de sobriedad pragm ática: u n a ciudad
con extenso entorno y amplio cam po de influencia en el
n o rte de Asia M enor y las regiones limítrofes europeas,
241
capital de u n a región que tiene un papel no desdeñable
en la historia de Asia M enor y el área m editerránea. Ve­
mos esta Troya ante nosotros como un vivo lugar de co­
m ercio próspero a lo largo de siglos en el cruce de dos
m ares y dos continentes —con m agnitud política en la
red de relaciones de los estados de la zona en el II mile­
nio a. C.: partícipe en tratados (vgr. Alaksandu) con el im­
perio hitita— com o m iem bro de un grupo de estados de
Asia M enor, los países Arzawa. La vemos involucrada en
la lucha de sus vecinos p o r el poder (el asunto Pijamara­
du) y como escenario de enfrentam ientos dinásticos: Kukunni, Alaksandu, Walmu. Son perspectivas que superan
con m ucho el cam po de la arqueología. Q uitan al lugar,
en bu ena m edida, la vieja aura de lo misterioso. Vista así,
Troya regresa a su sitio original en la corriente de la his­
toria universal «totalm ente normal».
La visión de H om ero es com pletam ente diversa.
La imagen de Troya y la acción de Troya en Homero
En la Ilíada de H om ero, Troya se nos presenta en u na
perspectiva de brevedad tem poral: la ciudad en u n a cri­
sis actual. Es u n a Troya plena de dram atism o y tensión,
pero tam bién de cotidianeidad. Tenem os delante u n a
ciudad que lucha p o r su existencia. Está sitiada p o r u n
ejército de ultram ar y va a perecer de ham bruna. Lleva
nueve años separada de su entorno lejano p o r u n blo­
queo m arítim o de los aqueos y, en lo concern ien te a su
entorno inm ediato, el ejército sitiador hace todo p o r con­
vertirlo en tierra quem ada ante sus muros. No sólo cono­
cemos a los jefes aqueos, sino tam bién a la p ro p ia clase
dirigente que en ese m om ento ocupa el p o d er en Troya,
y accedemos al conflicto básico que divide a esa clase di­
rigente y que sólo con motivo de la com ún am enaza se re­
prim e una y otra vez: un hijo del rey Príam o, el bello Pa­
lis / A lejandro, ha violado el derecho internacional de
242
huésped durante una expedición diplom ática a Acay a/G recia y ha secuestrado a la bella Elena, hija del rey
anfitrión de L acedem onia/Esparta, ju n to con otros valio­
sos bienes. La expedición de represalia de los aqueos u n i­
dos, que se ha trasladado a Troya con 1.186 navios, exige
la devolución de la reina raptada y los bienes robados, así
como el pago de indem nizaciones. Lo que le espera a la
ciudad en caso de incum plim iento de esas exigencias lo
expresa el com andante suprem o del ejército, Agamenón,
rey de Micenas, en el canto 6 (versos 55-60) con íntim a
rabia acumulada, sin piedad ni consideración: cuando su
herm ano M enelao, m arido legítim o de Elena, sólo quie­
re d etener a un enem igo en lugar de m atarlo sobre el te­
rreno, le increpa:
¿Qué es esto Menelao? ¿A qué viene esa piedad
po r el enemigo? ¿No sabes lo que hicieron en tu palacio
los troyanos? Ninguno de ellos debe escapar de cruel m uerte
a nuestras manos, ni siquiera quien aún aguarda
en el vientre m aterno. ¡No; todos los troyanos
deben ser exterm inados sin piedad ni recuerdo!
Por supuesto que, frente a tal amenaza, los sitiados se
ven obligados a resistir. Pero, bajo la superficie, reina la
agitación. Se trata de un problem a de lealtad: ¿por cuán­
to tiem po va a seguir la ciudad apoyando al secuestrador?
Las dem andas de los sitiadores son ciertam ente rechaza­
das, pero cada vez más a regañadientes. La solidaridad
con el príncipe Paris y la casa real se va erosionando. Por
eso se intenta p o r parte de la m itad de la clase dirigente
de Troya cambiar la situación crítica y adm itir la exigen­
cia de los sitiadores. Así es como Antenor, m iem bro del
consejo real, hace su arenga ante la asamblea de troyanos
y aliados de los alrededores, reunida frente al palacio de
Príam o —canto 7 (versos 348-353):
243
Escuchadm e troyanos, dárdanos y demás aliados,
que pu ed a deciros lo que me inspira el corazón:
¡Basta! Entreguem os a Elena de Argos —y los bienes
ju n to a ella— a los átridas [= A gam enón y M enelao].
Paris le replica enseguida y lo declara p ertu rb ad o
mental. Pero seguram ente sabe que el am biente está con­
tra él. De m odo que p ro p o n e un com prom iso: «No en­
tregaré a Elena, pero sí los bienes robados y aún más de
mi p ro p ied ad » . Su p adre Príam o le tom a la palabra ali­
viado. A la m añana siguiente se enviará un delegado a los
aqueos con esa oferta de paz. Llega pues el enviado al
cam pam ento aqueo. Se espera la transmisión de u n m en­
saje, habitual en la Ilíada, donde un delegado repite sin
variación lo que se le ha encom endado que diga. Pero
H om ero hace que este delegado se com porte de m odo
diverso y haga algo desacostum brado: no sólo transm ite
el encargo. Más bien deja entrever de m anera inequívoca
el estado del am biente en la ciudad (385-393; los añadi­
dos p o r parte del delegado van en cursiva) :
Átridas y vosotros, príncipes de los aqueos unidos:
Me encarga Príam o ju n to a los ilustres troyanos
os presente u n a propuesta de Alejandro,
po r quien el conflicto empezó,
y desean os sea agradable:
los bienes que Alejandro trajo consigo de Troya
en las cóncavas naves (ojalá hubiera muerto antes)
os los devuelve y aún añade de su propiedad;
pero la esposa legítim a de Menelao el glorioso
ésa se niega a devolverla (aunque los troyanos, creedme, se lo
aconsejan).
Paris está pues aislado en Troya. Con la prolongación
del sitio ve que el aislamiento llega a tal pu n to que debe
com prarse agentes que hagan am biente a su favor: en el
244
canto 11, A gam enón m ata a u n a serie de troyanos y, e n ­
tre ellos, a los dos hijos de un Antímaco (123-125):
... quien m uchas veces,
p o r el oro y donativos que recibió de Alejandro,
hablaba en contra de entregar Elena al rubio Menelao.
La clase m andataria debe conducir u n a lucha que ín ­
timamente no comparte. Y la solidaridad es sometida a p ru e­
bas más duras p o r parte de quien ha forzado la guerra.
Héctor, herm áno de Paris, nom brado por Príamo com an­
dante en jefe del ejército defensor, vuelve en m edio del
com bate a la ciudadela, para encom endar con la mayor
urgencia a las mujeres de Troya que vayan en rogativa al
tem plo de la diosa de la ciudad. De paso, entra en la casa
de Paris y Elena. ¿Qué hace la pareja m ientras ante la ciu­
dad se libra la batalla p o r su causa? Paris está en el d o r­
m itorio sacando brillo a sus armas; Elena da órdenes a la
servidum bre, como de costum bre. H éctor m onta en có­
lera (6, 326-331):
Tú, desgraciado [...]
la gente m uere en com bate en torno a la ciudad
y al pie de los altos muros. Por ti luchan en fogosa
batalla. Hasta tú arderías de cólera si vieses a otro
así de indiferente ante tan feroz guerra.
¡Basta! ¡En pie, antes que la ciudad sea pasto de las llamas!
Todos estos enfrentam ientos en el in terio r de la ciu­
dad sitiada, adem ás de evidenciar la total pobreza del
tópico bélico reflejado en las m odernas narraciones de
la Ilíada que m uestran a u n a Troya víctima inocente de la
b ru tal agresión exterior, nos hacen ver de m anera con­
trastada la escisión en la ciudad amenazada, así como los
indecibles sufrim ientos y sacrificios de los defensores y
atacantes en el campo de batalla, que percibimos hasta el
245
últim o detalle y que hacen que nos inquietem os con los
unos y los otros; son, en fin, de una inm ediatez tal que las
fuentes históricas registradoras de datos jam ás p o d rán
producir. No son lapidarias enum eraciones de resultados,
sino intuiciones, frescos, representaciones de u n a fanta­
sía poética que desean m ostrar cómo pudo hab er sido, no
cómo fue.
Eso se corresponde por com pleto con lo que solemos
esperar de la poesía. Ya Aristóteles definió la poesía m e­
diante el criterio de la «facticidad» y para definirla se va­
lió no p o r casualidad del ejem plo de la «historiografía»,
la cual inform a, según él explica, de cómo ha sido, m ien­
tras la poesía se im agina cómo pudo ser.269Por lo visto has­
ta ahora, seguram ente decidiríam os clasificar la im agen
hom érica de Troya, en el sentido de esa distinción aris­
totélica, en el cam po del «cómo pudo ser». Las interiori­
dades troyanas y los diálogos del tipo presentado hasta
ahora serían difícilm ente imaginables en un auténtico in­
form e de guerra de los archivos estatales de Troya. Todo
eso pertenece al dom inio de la ficción. Hasta ahora, se­
ríam os de la opinión de que tenem os delante u n a im a­
gen de fantasía. U n rapsoda se sienta en una gran piedra
al pie de u n a colina de ruinas y se imagina qué pudo ha­
ber pasado allí.
Pero he aquí que surge en m uchos pasajes u n tono
«ajeno» a esa im agen. El poeta no deja la n arración en
ese campo del fresco fantasioso y psicológicamente intui­
tivo, más bien le presta u n fundam ento «histórico». Para
eso, acaba de golpe la visible franqueza y movilidad espa­
cial de la acción. Ya no nos encontram os en u n tipo de
discurso de «ciudad sitiada» que podría suceder en cual­
quier m om ento y lugar, de m odo que Troya sólo sería u n
ejem plo, u n nom bre añadido al m arco estructural de
«historias de sitios», sino que, súbitam ente, nos converti­
mos en observadores advertidos de u n acontecim iento
246
histórico único:'«éste es u n sitio com pletam ente pecu­
liar», se nos alecciona, «es u n caso del que hablarán los
hom bres aun después de generaciones: ¡todo está ya de­
cidido, Troya será pasto de las llamas, pero estas llamas se­
rán visibles al cabo de siglos en el horizonte de la historia
universal!». Ese fundam ento «histórico» sobre el que H o­
m ero hace moverse a sus personajes, se hace especial­
m ente evidente en u n pasaje clave del poema: H éctor se
despide de su m ujer A ndróm aca y su pequeño hijo Astianacte, en la torre de la p ú erta Escea de la ciudadela:
Ya sé, m e lo dicen‘la inteligencia y el corazón,
que llega el día de la perdición de la sagrada Ilios,
Príamo y todo el ejército del rey lancero.
No me apeno tanto po r la pérdida de la ciudad, ni los troyanos, ni siquiera por H écuba [mi m adre], ni el rey Príamo,
tam poco por los herm anos valerosos
que caerán en el polvo bajo el golpe m ortal de los enem i­
gos, com o po r ti, cuando uno de los aqueos con coraza
ferrada
te lleve llorosa y te arrebate la luz de la libertad,
y cuando tengas que servir en Argos a otra m ujer
y traer agua de la fuente Mesea o Hipereia,
m antenida en estrecho cautiverio y oprim ida de necesidad,
y alguno que te vea deshacerte en lágrimas diga:
«ésa es la m ujer de Héctor, el m ejor en el combate
en tre los troyanos, dom adores de corceles, cuando lucha­
ban por Ilios».
A quí se funde el «pequeño m undo» de la vida indivi­
dual con el «gran m undo» de un decurso histórico: como
u n presentim iento, se pone en boca del principal defen­
sor de la ciudad, en conversación familiar con su mujer,
el conocim iento p o r la posteridad de la inutilidad de to­
dos sus esfuerzos defensivos —y ese presentim iento tiene
noticia de lugares tan concretos como las fuentes Mesea
247
e H ipereia en la p atria de los invasores— , lugares que
quien habla, el propio Héctor, no ha visto jam ás y que p ro ­
ceden del saber del narrador.
¿Qué poeta, que no tenga la intención de qu ed ar co­
m o acontecer hum ano em plea tonos tan concretos? Está
claro que quien escribió así no deseaba, como a prim era
vista parecé, n a rra r las mismas reacciones hum anas en
cualquier caída de ciudad. Q uería expresam ente dar no­
ticia de u n a d eterm inada caída significativa, u n a caída
que «hizo historia», u n a caída de la que, según sugiere,
tam bién en la posteridad, incluso en su propia época, aún
sabían y hablaban todos —de u n gran acontecim iento
que llam aríam os histórico, es decir, que qued a grabado
en la memoria: «... cuando luchaban p o r Ilios»— . Q uería
llenar de vida ese acontecim iento.
¿También esa parte de la im agen hom érica de Troya
hay que clasificarla como «invención, ficción»? Volvere­
mos a esta pregunta. Prim ero el final de la acción de Tro­
ya en H om ero: H é cto r no volverá de la batalla tras esa
terrible visión; Aquiles, el joven hijo del rey de Acaya en
Tesalia, enviará prim ero a su amigo Patroclo contra él, pa­
ra luego, u n a vez que Patroclo fracasa y cae, m atarlo con
sus propias manos. Príamo, padre de Héctor, acudirá p or
la noche al cam pam ento de los aqueos, lleno de espanto
y valor a la vez, para com prar el cadáver de su hijo p o r
u n a elevada sum a de dinero. Aquiles hará en efecto en ­
tregar el enem igo m uerto p o r com pasión del viejo rey,
que le recuerda a su propio viejo padre. H éctor es objeto
de solem nes funerales en Troya. Luego seguirá la lucha
p or Troya, hasta el previsto final...
H asta aquí, abreviada, la acción de Troya en la Ilíada.
Esta es una im agen de Troya com pletam ente diversa a
la de los hallazgos sobre el terreno y los tratados estata­
les. Está prodigiosam ente detallada y poco m enos que
248
hierve de vida. A prim era vista, parece que algo así sólo
puede proceder del más íntim o conocim iento de las re­
laciones descritas. Pero ¿cómo sería eso posible? ¿Es que
H om ero estuvo allí? G uando preguntam os de m anera tan
espontánea (aunque sabemos que la pregunta es u n sinsentido), mostramos exactam ente la misma reacción que
H om ero buscaba provocar conscientem ente con su poe­
ma: en la Odisea (canto 8, versos 487-493) hace que Odi­
seo diga a Demódoco, u n rapsoda como él mismo, tras su
interpretación de una canción de Troya:
«¡Demódoco! H e de alabarte p o r encim a de todos los
hom bres:
¡a ti te ha enseñado la Musa, hija de Zeus, o incluso Apolo!
Cantas tal como fueron las desdichas de los aqueos,
todo lo que hicieron, p ad eciero n y penosam ente consi­
guieron,
com o si h ubieras estado p rese n te o de algún otro lo su­
pieras.»
Así como aquí es alabado el rapsoda D em ódoco por el
oyente Odiseo (que, en la ficción de la acción de la Odi­
sea, estuvo presente y, p o r eso, sabe bien que Demódoco
no estuvo), así quiere el rapsoda H om ero ser alabado p or
los oyentes (y, más tarde, lectores) de su Ilíada, porque
encarna de m anera tan realista hechos escuetos m edian­
te la representación de sus efectos en los hom bres parti­
cipantes, que se piensa hubo de estar presente o, al m e­
nos, haber oído informes fiables de otro sobre eso.
La estrategia salió bien: el público de Hom ero siempre
creyó —aun cuando no podía tener la exacta representa­
ción tem poral que nosotros tenem os hoy— que H om ero
no estuvo allá; por supuesto: él mismo subraya en la propia
Ilíada, u n a y otra vez, que lo narrado tuvo lugar en el re­
m oto pasado. Por otro lado, los prim eros oyentes de H o­
m ero estaban plenam ente persuadidos de que, en todo ca­
249
so, lo que él contaba estaba en el núcleo de la verdad ab­
soluta. Ese núcleo era para ellos la lucha por Troya. Que
esa lucha tuvo lugar en efecto entre sus antepasados y los
entonces poderosos troyanos, es decir, que la «guerra de
Troya» sucedió realm ente, es algo que los oyentes griegos
de H om ero y sus lectores, lo mismo que toda la A ntigüe­
dad, jamás puso en duda.
Hasta el significado historiógrafo de los griegos, Tucídides de Atenas, u n analista racional poco dado a las ilu­
siones, tom ó la Ilíada de H om ero tan al pie de la letra, en
el ilustrado siglo v a. C., que utilizó las inform aciones de
H om ero sobre la guerra de Troya para sus propios p ro ­
pósitos probatorios (libro 1, en especial capítulos 9-11).
¿Cómo fue eso posible? Tucídides sabía, sin em bargo, que
H om ero no estuvo presente: «La prueba más sólida: ¡Ho­
mero! Q uien, no obstante, vivió m ucho después de la
guerra de Troya...» (libro 1, cap. 3,3). Tucídides extrajo
autom áticam ente la misma conclusión que casi todos los
griegos antes y después de él: el poeta de la Odisea había
elaborado su protagonista Odiseo al oír la historia de Tro­
ya a u n rapsoda: H om ero la «supo de otro»; era, pues, es­
labón de u n a cadena informativa que venía sin in terru p ­
ción desde el suceso hasta sí mismo.
Ahora bien, podría ser evidente que esa conclusión no
se había deducido de la «cuota demostrativa» de la acción
hom érica de Troya, porque nadie sabía m ejor que el pro­
pio Tucídides que, p o r ejemplo, los discursos directos y diá­
logos suministrados por H om ero son cosecha del narrador,
ya que él mismo utilizaba tales elementos. La conclusión
se basaba m ucho más en la «cuota historicista». Esa pare­
cía garantizar fiablemente la autenticidad de al menos los
datos básicos de la historia —adversarios, guerra, invasión,
destrucción— . No se veía ningún motivo para dudar de ta­
les señales de realidad inequívoca, así como de los datos
comprobables de localización, de los que la Ilíada está re­
250
pleta. Hoy, en cambio, muchos se inclinan a ver en eso un
sofisma y a tener por ficción también a la «cuota historicista» de la historia hom érica de Troya. Se argum entará que
todo el que ya no vive provoca en quien lo observa o sabe
de él, no sólo el deseo de imaginarse cómo fue el m uerto
cuando aún vivía, sino, cuando rebasa a ojos vista u n de­
term inado valor límite de grandeza «normal», también el
impulso de suscribirle im portancia histórica. Porque, se­
gún la experiencia, todo lo que es realm ente grande sabe
de su propia m agnitud y p o r eso gusta de pronosticar, a la
vez que su previsto declive nostálgico, su supervivencia en
la m em oria de la posteridad; precisam ente en la Antigüe­
dad es la previsión de la propia inm ortalidad casi u n tópi­
co, especialmente en poesía. U n poeta que tiene ante sí al­
go grande —enormes restos de muralla, por ejemplo— se
sentirá casi automáticamente impelido a poner, en boca de
los portadores vivos de esa grandeza, tanto la conciencia
de su caída como su gloria en la posteridad, justam ente na­
cida de esa caída. Y cuanto más espectacular se pueda ima­
ginar ese declive, ante la dimensión de grandeza de sus res­
tos, más fuerte será el impulso en el poeta de proyectar, en
los imaginados portadores de la grandeza caída, su cono­
cida experiencia que combina conciencias de declive e imborrabilidad. Algo así argum entará alguno en su habitual
escepticismo saludable.
Pero, con eso, no parece el caso despachado. Hemos
visto qué dim ensión de grandeza poseyó el m undo micénico y qué catástrofe significó su caída para los griegos.
Esa catástrofe dejó tras de sí en Grecia num erosas ciuda­
des en ruinas, entre ellas, algunas de las dim ensiones de
Micenas, Tilinto, Pilos, O rcom enos, lolcos y otras muchas.
Sin embargo, su caída no ha originado, hasta donde sabe­
mos, u n a elaboración semejante a la caída de Troya. ¿Por
qué no surgieron reacciones y proyecciones comparables
frente a esas ruinas que, a los ojos de los griegos, no de­
251
bían parecer menos lamentables que las de la ajena Troya
en país extranjero? ¿Es que no tenía que en trar u n com­
p o n en te para hacer «susceptible de exaltación» en gran
escala a un lugar de ruinas? ¿No habría que buscar enton­
ces ese com ponente justo en el campo real histórico? Aún
nos suena en los oídos la bien fundada conclusión de Al­
bin Lesky: «Micenas y Troya están ahí como m agnitudes
históricas de prim er rango; que el trasfondo histórico de
la Ilíada esté form ado p o r u n enfrentam iento en tre ellas
sigue siendo u n a de las posibilidades.»
U N TRA SFO N D O H IS T Ó R IC O DE LA H IST O R IA DE TROYA
ES PROBABLE. IN D IC IO S DE LA PRO PIA ILÍADA
A la luz de la nueva situación del material que se h a ex­
puesto en la prim era parte del libro, en com binación con
las conclusiones del descifram iento de la Lineal B, ya es
tiem po de reunir argum entos —viejos y nuevos— que ha­
blan en favor de esta posibilidad por parte de H om ero.
U n prim er argum ento se desprende del acento narrati­
vo de la Ilíada·. ¿dónde radica el centro de gravedad de la
narración de la Ilíada ? La distribución del acento en la na­
rración de la Ilíada alude a una época de la historia de Tro­
ya que —por formularlo con la máxima cautela— debe ser
notoriam ente más antigua que la de la historia efectiva­
m ente narrada en la Ilíada. Vamos a porm enorizar esto.
L a h isto ria d e T roya es sólo b a stid o r p a ra la Ilía d a
Para el entendim iento de la Ilíada, es básico com pren­
der que no cuenta la «guerra de Troya». El país en torno a
Troya, la Tróade, y la lucha entre los sitiadores griegos y los
defensores troyanos de la ciudad sólo es el espacio de la ac­
252
ción de la epopeya. Lo que el poem a verdaderarnente cuen­
ta, en 24 cantos y un total de 15.693 hexámetros, es otra co­
sa: entre el noveno .y décimo año de guerra, se ha desatado
u n conflicto entre dos jefes nobles que, en la gran empresa
de equipo de una alianza militar de los aqueos contra Ilios,
ostentan posiciones dirigentes en el ejército sitiador aqueo,
a saber, Agamenón de Argos/Micenas, como comandante
en jefe de los atacantes, y Aquiles de Phthia en Tesalia, co­
mo dirigiente del contingente aliado más militarmente efi­
ciente, los mirmidones. U n conflicto que amenaza echar a
pique toda la empresa de los aqueos, ahora que, tras nueve
años de sitio, la victoria se presiente cercana. Lo que se des­
cribe no es un altercado cualquiera, sino un enfrentamien­
to radical. U n enfrentam iento por la interpretación de va­
lores sociales vigentes hasta entonces. Se trata del honor, el
rango, la moral y la capacidad de mando. En esa discusión
fundam ental entre dos inteligentes personalidades dirigen­
tes del máximo rango, se llega, a través de una escalada
emocional a la vulneración del ho n o r y la humillación del
más joven de los contendientes, Aquiles, el hijo del rey,
quien, como se ha dicho, es con su parte de ejército el prin­
cipal partícipe de la alianza. Aquiles es presa de profunda
cólera y boicotea la empresa. Percibe que, mediante la ofen­
sa a su persona, quedan sin vigencia normas suprapersonales y quiere reponer esas normas. Cree que eso sólo es po­
sible si, a causa de su boicot, se provoca un grave riesgo para
la propia alianza. Eso no ocurrirá, según también cree, has­
ta que el ofensor, Agamenón, el com andante supremo de
la alianza, entre en razón, pues cuando tenga ante los ojos
el descalabro de la alianza bajo su m ando deberá disculpar­
se. Con ello, no sólo él, Aquiles, quedará rehabilitado, sino
que también las normas —algo m ucho más im portante pa­
ra este carácter dibujado por H om ero de m anera especial­
m ente cargada de fuerza expresiva— serán repuestas en su
anterior derecho. Hasta ahí el cálculo de Aquiles.
253
En efecto, el cálculo es correcto y el esperado efecto
tiene lugar. Pero no hasta que ambos contendientes —no
sólo el ofendido, sino tam bién el ofensor— y además to­
da la alianza sufren duras pérdidas exteriores e in terio ­
res. Pérdidas en crédito, hom bres y tam bién en serenidad
de su visión global. Son pérdidas que, como todos los par­
ticipantes deberán reconocer al final del conflicto, ya no
se p u eden com pensar m ediante posteriores disculpas en
el propio cam pam ento o acciones de venganza sobre los
enemigos del otro bando. Toda la alianza pierde, a causa
de ese enfrentam iento entre sus personalidades dirigen­
tes, sus ilusiones respecto a la especial calidad de la gen­
te destacada, queda desengañada y agobiada —y, con
ello, debilitada— . Cierto es que seguirá luchando, pero
ha perdido su antigua energía combativa.
O tros poem as que nacieron más tarde y que cuentan
la historia de H om ero hasta el final m uestran que el acen­
to narrativo y, con él, el sentido de la historia de la Ilíada
era justam ente visto así por sus prim eros interlocutores y
receptores: la representación de u n h o ndo conflicto de
norm as y sus consecuencias funestas para u n a acción de
equipo. Allí se inform a que la alianza ya no p u d o tom ar,
m ilitarm ente la fortaleza de Ilios/Troya. La orgullosa ex­
pedición de los aqueos — 1.186 navios con más de cien
mil com batientes, como com puta el segundo canto de la
Ilíada — sólo pudo ganar por m edio de un caballo de ma­
dera y, además, tras la devastación furiosa y en parte b ru­
tal de la ciudad odiada, los ganadores sufrieron u n des­
calabro: ninguna arm ada regresó empavesada y orgullosa
a los puertos patrios, festejada y adm irada, sino que cada
contingente buscó u n a vía diversa para regresar a casa.
Los héroes que aún vivían fueron desviados p o r torm en­
tas de sus destinos, dispersados p o r todo el M editerráneo
y a m enudo no volvieron sino al cabo de m uchos años,
callados y hum ildes, como Odiseo, o llegaron ciertam en-
254
te a casa, como el celebérrim o rey de Micenas y vencedor
de Troya, Agamenón, pero sólo para ser asesinado p or su
propia esposa en el baño. Vaya final...
Esta es pues la historia que H om ero cuenta de hecho en
su Ilíada. No es la historia de la guerra de Troya, eso de­
biera ya quedar claro. ¿Qué clase de historia es entonces?
¿Qué tiene que ver efectivamente con Troya?
La interpretación de los últim os quince años h a deja­
do claro que la tem ática de la historia de la Ilíada sólo
p u ed e ser entendida desdé la época del nacimiento de la
epopeya. La Ilíada es, en la presentación que la conoce­
mos, un producto de la segunda m itad del siglo v i i i a. C.
La guerra de Troya, que es presentada como espacio de la
acción, representa la prehistoria para las personas de esa
época. Hoy sabemos que sem ejante guerra, en el caso de
que realm ente hubiera tenido lugar, hubo de ser unos
cuatrocientos años antes, es decir, no en el siglo v i i i , si­
no en el x i i a. C. Esto no lo sabían los oyentes del rapso­
da H om ero. Tenían a esa guerra, puesto que aún no co­
no cían un cálculo exacto del tiem po y tam poco una
«historia» cronológicam ente ordenada, p o r u n suceso del
pasado ciertam ente real, pero muy rem oto. Como tal, pa­
ra ellos, como hom bres del siglo v i i i , esa guerra era de
interés sólo hipotético, hoy diríamos: de interés históri­
co. El tiem po en que uno vive tiene otras cuitas com ple­
tam ente diferentes. ¿Cuáles? Para ponernos en situación
aním ica de com prender cuál era el vínculo efectivo que
ligaba al poeta con su público, la auténtica gran vía de co­
m unicación por donde corren im pulso y reacción entre
ambas partes y lo que, en consecuencia, para el poeta, co­
m o p ara el público, era sólo «paisaje» que se retrotrae,
como menos im portante, al espacio a ambos lados del ca­
m ino, aunque es indispensable para hacer reconocible al
cam ino como tal, para e n ten d e r esa situación previa de
com portam iento emisor y receptor en el caso de la Ilíada,
255
tenem os que adentrarnos con más precisión en la situa­
ción histórica del siglo vm .
El siglo v m a. C., en Grecia, es u n a época de partida
— de partida, después de un dilatado estancam iento— .
Los griegos habían erigido u n a floreciente cultura avan­
zada tras su em igración al sur de la p en ín su la balcáni­
ca, p ero h u b ie ro n de sufrir alrededor de 1200 a. C., el
com pleto d erru m b e de esa cultura p o r u n a invasión de
pueblos g u errero s del n o rte. Ya hem os hab lad o de las
catastróficas consecuencias. No obstante, h ab ían p o d i­
do m an ten er sus propios centros tras esa catástrofe, p or
ejem plo, Atenas y tam bién regiones en Grecia central y
en la isla Eubea. De allí surgía una nueva vida. Cierto es
que pasaron trescientos cincuenta años desde la catástro­
fe hasta que llegó el nuevo auge, pero ahora tenían los
griegos nuevos e intensos contactos exteriores, adopta­
ban toda un a serie de adquisiciones culturales de pueblos
vecinos y las m ejoraban. Entre éstas estaban, como vimos,
el alfabeto y el com ercio m arítm o a larga distancia. En­
tonces se inició la mayor colonización de la historia uni­
versal antes de la Edad M oderna: los griegos fu n d aro n un
enorm e núm ero de nuevas ciudades en toda la costa del
M editerráneo —en Sicilia e Italia, en la costa norteafricana, en Asia Menor, en la zona del m ar Negro— , ciudades
que aún hoy, a m enudo bajo otro nom bre, siguen exis­
tiendo. U n extenso tráfico m arítim o se puso en m archa,
u n ir y venir de m ercancías e inform aciones. Eso signifi­
có u n a am pliación brusca del horizonte de los griegos,
geográfica y espiritualm ente.
Por supuesto, todo eso no sucedía p o r sí. También era
precisa una dirección que orientase, atase y organizase to­
do aquello y ésa fue la nueva clase dirigente que, en par­
te, procedía de los restos de aquella que rigió antes de la
catástrofe. Esta nueva clase dirigente del siglo v m , la nue­
va nobleza, era, p o r u n a parte, el m otor del nuevo p ro ­
256
greso, y, p o r otra, se sentía am enazada p o r el desarrollo
vertiginoso que ella misma impulsaba. Porque, hasta en­
tonces, había tenido el m onopolio indiscutido; pero aho­
ra surgían nuevos sectores —del tráfico m arítim o, la co­
lonización, la producción de mercancías y el comercio—
que deseaban influencia y la am enazaban en su posición
de m onopolio. La consecuencia era una inseguridad de
la nobleza: ¿cómo había que reaccionar ante esos nuevos
aconteceres? ¿Había que disolver el viejo orden universal
en que se había creído de m odo inquebrantable? ¿Había
que acomodarse? ¿Había que «considerar con más flexi­
bilidad» valores como el honor, la dignidad, el crédito, la
fiabilidad y adecùarse a l'a nueva m archa de los tiempos,
o bien aferrarse a lo de siempre? En este último caso, había
que p erm anecer unidos·, nadie po d ía desentenderse, la
razón com ún debía prevalecer sobre el interés privado.
De m odo que no podía haber discusiones en la clase diri­
gente. Pero si surgía la discusión sobre aquellos valores
básicos, ¿había que adm itirla y seguir sus consecuencias
po rq u e sólo se garantizaba la concordia a la larga m e­
diante el obligado y com ún cum plim iento de las normas
básicas? Entonces, ¿la discusión en determ inadas situa­
ciones no sólo estaba perm itida, sino que era incluso ne­
cesaria para la nueva posición?
Preguntas como éstas son las que la Ilíada debate; se
trata de las cuestiones actuales del siglo v i i i . H om ero las
tom a y las convierte en su tem a.260 No existía en la época
otro m edio suprarregional que pudiera servir como fórum de discusión de la nobleza. Sólo había esa poesía rap­
sódica que era el instrum ento de la clase dirigente griega
para conseguir nueva claridad sobre su posición y las exi­
gencias de la época. Y eso ya desde siglos atrás, como ve­
rem os con más detalle. El hom érico cantar de Aquiles,
que más tarde se llamó Ilíada, representa un a tentativa de
dar u n a respuesta a la nueva y todavía sin aclarar proble­
257
m ática de u n a autodefinición de la nobleza acorde con
los tiempos. Esa respuesta se form a como introducción y
discusión de diversas posibilidades de reacción, en boca
de los protagonistas, Aquiles, Agamenón, Néstor, Odiseo,
Áyax, Diomedes y otros. Todo ello sucede en el m arco de
u n a puesta en escena que m ediante la agravación del con­
flicto hace im posible cualquier evasión del debate de va­
lores, como seguram ente sucedía tantas veces en la reali­
dad, y perm ite form ular los argum entos con u n a claridad
y soltura que jam ás se produciría en la constelación aza­
rosa de discusiones reales.
En cuanto adoptam os esta perspectiva com o lectores
de la Ilíada, p a ra ad en trarn o s en la p o stu ra re cep to ra
n a tu ra l de los prim eros y auténticos in terlo cu to res de
H om ero, q ueda claro que todo lo que en esta obra era
de tan en o rm e im p o rtan cia p ara n u estra cuestión de
Troya, sólo era de u n interés secundario para los p rim e­
ros receptores así como para el poeta que creó para ellos.
H om ero y sus in terlo cu to res no se in teresab an en p ri­
m er lugar p o r la guerra de Troya. Se interesaban p o r los
problem as de su p ro p ia época. Troya y toda su guerra,
todo eso no era p ara el p o eta y su público más que u n
bastidor.
¿Por qué precisam ente ese bastidor? ¿Por qué el poeta
escoge Troya, u n lugar en Asia M enor del que, en su épo­
ca, sólo quedaban ruinas y al que jam ás vio com o ciudad
activa? La respuesta se m ostrará ella misma paso a paso.
L a h isto ria d e Troya le es fam iliar al p ú b lic o
d e la Ilía d a
Prim ero hay que aclarar si es verosímil la aún hoy fre­
cuentada tesis de que el propio poeta de nuestra Ilíada 261
escogió Troya com o escenario y se inventó él m ism o la
258
historia de que la ciudad fue en el pasado sitiada y tom a­
da p o r los griegos.
Partim os de u n fenóm eno que salta a la vista a todo
lector de la Ilíada, al iniciar la lectura, y que, si no posee
conocim iento previo alguno, le suele irritar. La Ilíada n o
arrastra a sus oyentes/lectores de improviso a su historia
— en ese sentido, H oracio, con su afirmación de que H o ­
m ero va de inm ediato in medias res262 (lo que todavía hoy
nos gusta citar), no tenía toda la razón— . El principio de
la Ilíada está configurado p o r u n llam ado prooimion (en
latín proemium, literalm ente «pre-canto»), que abarca sie­
te versos. Dice así en la traducción:
Canta, diosa, la cólera del pélida Aquiles,
tan funesta que trajo cuantiosas penas a los aqueos
y arrojó m uchas vidas robustas al dios Hades, vidas
de héroes, y las hizo com ida de perros
y banquete de aves (fue voluntad de Zeus que así se cumplió)
desde que se separaron reñidos
al átrida, señor de hom bres, y el divino Aquiles.
Ya en el prim er verso, el lector no familiarizado con H o­
m ero topará con la palabra «pélida». ¿Qué es un «pélida»?
Inm ediatam ente com prenderá, en ese mismo verso 1, que
con «pélida» se alude al mismo hom bre que con el nom ­
bre propio Aquiles, y que entonces «pélida» es u n título o
algo parecido; en todo caso, una designación adicional de
Aquiles que, de algún m odo, lo describe con más aproxi­
mación. Pero seis versos más adelante, en el 7, puede que
ya no quede satisfecho con la misma presunción: ¿quién es
aquí el «átrida»? Esta palabra, que se ve form ada de la mis­
m a m anera que «pélida» en el verso 1, no puede ser u n
nom bre de persona. Pero si, tal y como hubo que deducir
de «pélida» en el verso 1, es una especie de título, ¿qué in­
dividuo se oculta detrás? Porque el verso 7 suena, según se
ve, tan oscuro como si nos encontráram os con un verso así:
259
el gran duque, señor de hombres, y el divino Aquiles
o, en lugar de «el gran duque», p o r ejem plo «el je fe de
la tropa», o «el presidente», o algo sem ejante. La perso­
n a Aquiles, claram ente designada com o individuo, está
frente a u n adversario no indentificable para el lector, del
que hasta ah o ra sólo conoce u n a designación genérica.
¿Quién se oculta detrás?
Esta pregunta no se plantea, bajo ningún concepto, só­
lo a quien carece de nociones de griego y p o r eso es p ro ­
clive a achacar al problem a resignadamente a su escasa fa­
m iliaridad con las suposiciones de los especialistas. La
pregunta se plantea en todo caso tam bién a quien sabe
griego y, p o r cierto, lo mismo en aquella época que ahora.
Porque éste sabe, al oír o leer esa palabra griega, atreides,
lo que reproducim os como átrida , enseguida: ése es un
apellido, un «patronímico» (comparable a los apellidos es­
lavos, como Gorbatschow, Kurnikowa, donde la term ina­
ción -ow, en m ujeres -owa, indica el origen: de u n Gorbatsch, de u n Kurnik). ¿Es que con eso el oy en te/lecto r
sabe de hecho más? Porque u n patroním ico designa en
griego a alguien sólo como «descendiente de u n padre X»,
pero no sustituye a un nom bre propio. Un padre puede te­
n er muchos hijos. En consecuencia, cuando u no oye (oía)
un patronímico, no sabe (ni sabía) qué persona individual
era exactamente m encionada. Un átrida no es sino u n des­
cendiente de un Atreus. El problem a aún se complica más,
porque los patronímicos no sólo designan hijos, sino tam­
bién descendientes más lejanos, como sobrinos, nietos, biz­
nietos y así sucesivamente. ¿Quién es pues aquí el «átrida,
señor de hombres»? El oyente/lector lo querría saber con
certeza, aún más cuando oye el nom bre individual del otro
adversario tan inequívocam ente: Aquiles. Pero no puede
enterarse hasta el verso 24: ¡Agamenón! Hasta ahí, la mis­
m a persona es nom brada hasta tres veces «el átrida» e in-
260
cluso una vez —aún más misteriosamente— simplemente
como «el rey». ¿Qué puede querer decir eso?
Seguim os en p rin c ip io sin explicación hasta el ver­
so 307 del prim er canto de la Ilíada. Para cuando llega­
mos a ese verso, ya hem os asistido a u n a discusión de
unos doscientos versos de largo entre el «átrida, señor de
hombres» y Aquiles. Según se ve, la discusión tiene lugar
en la asamblea de fuerzas del ejército sitiador ante Troya.
A hora esa discusión acaba de m om ento y dice:
Conducida así la lucha, ambos, con acres palabras,
se alzaron y acabaron la ju n ta ju n to a las naves aqueas:
aquí el pélida, a su tienda y las mismas naves,
m archó acom pañado del m enoitiade y los com pañeros
guerreros;
allá el átrida...
El o y en te/lecto r de «pélida» ya no tendrá problem as
aquí; ya supo de otra form a de esta palabra en el prim er
verso y tiene claro que «pélida» o «peleideo» es lo mismo
que Aquiles.203 Tam bién la identidad del «átrida» es evi­
dente para él: como enseguida ha com prendido, «átrida»
es sólo una variante de lenguaje de «atreide» y todo es lo
mismo, como ya sabe, que Agamenón. Pero ¿quién es el
«menoitiade»? En todos los 306 versos hasta aquí no se
habló de un «m enoitiade» (y, p o r cierto, tam poco de
«acompañantes» que p o r lo visto son de ese «m enoitia­
de»). A hora se le presenta de repente u n «menoitiade»,
con una naturalidad que lo podría desconcertar. Por lo vis­
to, debe saber en el acto quién es ese «menoitiade» —lo
mismo que, con el análogo verso 7, cuando el «átrida», se
esperaba de él— . ¿Qué quiere decir esto?
Por supuesto, un o p o d ría responder: es una refinada
estrategia narrativa. Se van ofreciendo enigmas, cuya so­
lución se ha de aguardar expectante o que uno mismo h a
de solucionar. ¿Tendríamos delante un inicio fragm enta­
261
rio de obra del tipo que en la m oderna literatura recibe
el nom bre de «comienzo inm ediato»?264 C onocem os esa
técnica tanto de las novelas como de las películas. Expo­
ne a sabiendas sorpresa o desconcierto. Abre la posibili­
dad de ir efectivam ente in medias res en el más auténti­
co sentido de la expresión latina, en cuanto convierte al
o y en te/lecto r/esp ectad o r en inm ediato partícipe de una
situación parcial, com pletam ente desconocida p ara él,
p erteneciente a u n a sucesión de acontecim ientos, igual­
m ente desconocidos para él. Si empieza con la suficiente
habilidad, despierta la curiosidad del sorpren d id o y su
deseo de conocer la totalidad de la sucesión. Con ello, se
h a conseguido el p rim er objetivo de todas las narracio­
nes, la expectación, en u n grado más elevado que con la
técnica de la sucesión norm al iniciada con la exposición
del lugar de acción y de los personajes. Los enigmas p re­
sentados al principio se solucionan luego en pasajes ade­
cuados del proceso de la acción, m ediante la técnica de
la «exposición repasada», en form a de retrospectivas a
m enudo fragm entarias y diversamente entrelazadas e in­
trincadas. En la literatura m oderna, es un procedim iento
usado con predilección, a m enudo explotado hasta el ex­
ceso, que no sólo exige refinam iento y dom inio de la
perspectiva p o r parte del narrador, sino tam bién, cuando
es realm ente atinado y no se quiere dejar nada im prem e­
ditadam ente abierto, la inteligencia más despierta.
En nuestro caso del comienzo de la Ilíada, esa explica­
ción está excluida y eso p o r muchas razones. La más im­
p o rtante es que, con ella, se supondría en H om ero u n a
estrategia narrativa que no aparece en la literatura griega
hasta el im perio, o sea, hasta el siglo i d. C. Pero si ya se
hu b iera em pleado en la Ilíada, h u b iera tenido im itado­
res, dado el destacado papel m odélico de H om ero entre
los griegos. Así que no podría haber perm anecido desco­
nocida para nosotros.
262
Sólo queda una explicación: el narrador supone en el
oyente o el lector el previo conocim iento de las personas
que se ocultan tras los patroním icos. Guando el oyente
escucha, en el verso 307, «el m enoitiade», no debe des­
concertarse, sino saber y constatar con la alegría del efec­
to reconocedor que así sólo puede ser nom brada una p e r­
sona: el hijo de Menoitio, Patroclo, el amigo de Aquiles.
El desarrollo de las líneas narrativas referidas a esta
p ersona m uestra que o tra explicación queda excluida:
después de que Aquiles se ha ido de la ju n ta con el «me­
noitiade», lo encontram os 22 versos más tarde (329/330)
en otra situación: ante su tienda. A gam enón le h a envia­
do a dos heraldos que le tienen que arrebatar a la prisio­
n era de guerra Briseida, motivo de la previa discusión, y
llevarla al propio A gam enón. Aquiles, contra lo espera­
do, recibe am igablem ente a esos enviados en sí no bien­
venidos. Dice:
Salud, heraldos, enviados de Zeus y los hombres;
venid, no tenéis culpa alguna, sino Agam enón,
que os ha m andado a p o r Briseida, mi muchacha.
Ea, Patroclo, de noble linaje, llama a la chica
y entrégala para que se la lleven...
En el verso 307, Aquiles se ha m archado de la ju n ta
con u n «menoitiade». En el verso 337, llama desde su
tienda a un «Patroclo». El oyente/lector todavía no se h a
enterado, por m edio de la narración, de que ambas p er­
sonas sean idénticas. Tam poco se enterará de eso en los
cuatro sucesivos pasajes d o n d e se habla de «Patroclo»
(1, 345; 8, 476; 9, 190; 9, 195). H asta que en el canto 9,
versos 202/203, es decir, 4.873 versos después ,de la p ri­
m era m ención del «m enoitiade», llegará la aclaración,
aunque tam poco ahí com o inform ación adicional al re ­
ceptor, sino en la form a de u n a variante de denom ina­
ción em pleada con naturalidad: de nuevo acuden mensa-
263
jeros a Aquiles, u n a vez más está él sentado ante su tien­
da. Hace tom ar asiento a los enviados, esta vez com pañe­
ros guerreros del mismo rango, para honrarlos, y luego
dice el rapsoda:
... luego habló enseguida a Patroclo, que perm anecía al lado:
«saca una crátera más grande, hÿo de Menoitio, y ponía ante
nosotros...».
Hasta aquí, u n oyente/lector que no lo supiera de an­
tem ano no p o d ría deducir que «el m enoitiade» y «Pa­
troclo» son la m ism a persona. Está descartado que se­
m ejante deducción debía ser sabida, p orque ese efecto
deductivo no tendría función alguna en la narración. Por
eso, es de evidencia palm aria que el poeta cuenta, ya en
su prim era m ención del «menoitiade» y «Patroclo», con
oyentes que saben que «menoitiade» y «Patroclo» son la
misma persona.
Podríam os añadir más ejemplos de este tratam iento de
personajes que contrasta claram ente con el tratam iento
de los personajes secundarios. Éstos se insertan en las for­
mas que ya conocem os —indicación de origen, bosquejo
de trasfondo, denom inación de función, descripción de
apariencia exterior, etc.— . Pongamos u n ejemplo. En el
segundo canto de la Ilíada, surge u n a p eq u eñ a revuelta
en el ejército aqueo. U n tal Tersites se constituye en su je ­
fe. Antes de que el poeta le haga soltar su soflama, lo in­
troduce así (211-221):
Todos los demás se sentaron en silencio,
sólo Tersites continuó, el bocazas, con su .graznido,
siem pre tenía alborotos y reclamaciones,
desatinos y groserías que reclam ar a los jefes,
sólo hablaba para ser el hazmerreír.
Era el más feo de los venidos a Ilios,
zambo, cojo de u n a pierna, de ambos hom bros
264
corcovado y hundido de pecho. Y encim a
con cabeza de huevo y pelo ralo.
Era odioso en sumo grado a Aquiles y Odiseo,
porque de continuo les iba con insidias...
Es patente que se introduce a una figura que ya por su
n om bre expresivo ( Thersites significa literalm ente «inso­
lente») hay «según toda probabilidad, que im putarla a la
invención [de H om ero]».265 La diferencia del m odo de
tratam iento en com paración con los casos de «átrida» y
«menoitiade» salta a la vista. La inevitable conclusión es
que los oyentes ya conocen a los personajes principales de la
historia (en todo caso, ya debieran conocerlos según el
propósito del n arrad o r), cuando se inicia la narración.
Retengamos lo más firm em ente posible este punto por su
im portancia básica: los actores principales de la historia
son conocidos de antem ano p o r el público.
El c e n tro de la Ilía d a n o es la h isto ria d e Troya,
sino la de A quiles
A quí damos el siguiente paso: cuando los actores
principales son conocidos por el público, pero no cierta­
m ente como figuras aisladas y fluctuantes, sino como ac­
tores d entro de u n a acción, o sea, d en tro de u n a suce­
sión narrativa. Con ello queda form ulada la siguiente
pregunta: ¿de qué sucesión o sucesiones narrativas cono­
cían los oyentes a los actores?
La Ilíada tiene un escenario y cuatro actores principa­
les: los actores son 1) Aquiles, el joven hijo del rey de Te­
salia, 2) Agam enón, el com andante en jefe de la alianza
sitiadora aquea, 3) Patroclo, el amigo íntim o de Aquiles,
y 4) Héctor, el hijo del rey de la ciudad sitiada y jefe de
los sitiados. El escenario en Ilios/Troya. En torno a estos
cuatro personajes y a Troya, se construye un rica escenifi­
265
cación de num erosas personas y relaciones en ambos ban­
dos. Es un cuadro de m uchas figuras. En él, aparecen en
la escala h u m an a «inferior» figuras heroicas com o O di­
seo, Ayax, Diomedes, Néstor, Elena, Paris, Priam o, Hécuba, A ndróm aca, Eneas y m uchos otros, además, en la se­
gunda escala «superior» de figuras, los num erosos dioses,
desde el dios suprem o Zeus, hasta los dioses ríos, ninfas
marinas y personificaciones divinas como «Terror», «Hui­
da», «Sueño» y otros. Un total de más de setecientas figu­
ras.266A un cuando se resten aquellas que sólo se crean pa­
ra p o d er m atarlas en las luchas, todavía qued an más de
quinientas. Es u n enorm e inventario.
A hora bien, la acción de toda la Ilíada no abarca más
que cincuenta y u n días. De entrada, uno no se hace idea
clara y espontáneam ente calcula, ante los casi dieciséis
mil versos de nuestra Ilíada, un espacio de tiem po m ucho
mayor. Pero, en efecto, son sólo esos cincuenta y u n días
los que se re p a rte n la gigantesca masa narrativa de la
obra. M ediante un gráfico es como m ejor se puede abar­
car (fig. 20).
Enseguida salta a la vista que en el punto central de la
narración de la Ilíada están las descripciones de com ba­
tes. Estos abarcan cuatro días y casi veintidós de los vein­
ticuatro cantos. Frente a ese «bloque de combates» que
es ejecutado con sumo detalle, los dos cantos de antes y
después, el prim ero y el vigésimo cuarto, en los que se re­
sume respectivam ente m ucho más espacio tem poral, se
p u ed en definir com o «exposición» y «final». La exposi­
ción, en el prim er canto y com ienzo del segundo, tiene
u n a extensión de veintiún días, el final, en la segunda
parte del vigésimo tercero y en el vigésimo cuarto, abarca
veinticuatro días: en total cuarenta y cinco. A éstos se les
dedican 2.238 versos, que es sólo alrededor de la séptim a
parte de toda la obra. E ntre la exposición y el final, hay
seis días, en la acción vienen a ser del día veintidós al vein-
266
Parte d e la
Días
N o ch e s
V ersos
Partes
C o n te n id o
e stru c tu ra
Exposición
(21 días)
647 versos
Día 1
Días 2 -9
41
7 noches
1
D ía 10
—
423
Día 11
—
16
1.12b-52
Prólogo de Crises
1,53
Peste en el campam ento aqueo
1,54-476
Discusión Aquiles-Agam enón
Em bajada a por Criseida
1.477-492
D ías 12-20
Día 21
8 noches
más la noche
(1)
166
(1.493)
Dioses con los etíopes
1.493-2.47
Súplica de Tetis
3.653
2 .4 8-7.380
hasta el 22
Día 22
Sueño de Agam enón
(casi seis
cantos)
Primer día de combate
13.444 versos
Regreso de la embajada
C ólera de Aquiles (M enis)
Incitación del ejército por
A gam enón (D iapereia)
Catálogo (revista de tropas)
Tratado: decisión de la guerra
mediante duelo Menelao-Paris
Revista de la muralla (T eichnoscopia)
Duelo Menelao-Paris
Ruptura de tratado por el
troyano Pándaro
Aristía (proezas) de Diomedes
Héctor en Tro ya (H om ilía)
Duelo Héctor-Ayax
D ía 23
—
52
7 .381-432
D ía 24
-
50
7 .433-482
D ía 25
m ás noche
Tregua
Segundo día
de comabte
(6 días)
Funeral
hasta el 26
Construcción de m uro por los aqueos
8 .1 -10.579
Retirada de los aqueos
(3 cantos)
Tro yano s acampan en la llanura
Em bajada suplicatoria a Aquiles (Litai)
[Dolonia]
Día 26
m ás noche
5.669
hasta e! 27
11.1-18.617
Aristía de Agam enón
(8 cantos)
Aristía de Héctor
Heridas de los jefes aqueos
Tercetr día de combate
Núcleo de la acción
1.857
Aquiles envía Patroclo a Néstor
Lucha en el muro del campamento
(Teichom aquia)
Irrupción de los troyanos en el
campam ento aqueo
Lucha ante las naves
Seducción de Zeus por Hera
(D ios a p a te)
Patroclía
Final
(24 días)
1.591 versos
Cuarto día
de combate
Descripción del escudo
Día 27
m ás noche
2.163
hasta el 28
19.1-23.110a Arreglo de la discusión
(casi 5 cantos) N ueva batalla
Muere Héctor
D ía 28
_
147
23.110b-257a Funerales de Patroclo
Día 29
m ás noche
661
23.257b-24.21 Com peticiones deportivas en honor
de Patroclo (A thla)
hasta el 30
D ía s 30 a 40
10 noches
9
D ía 41
m ás noche
64
2 4.22-30
Maltrato d e Héctor
24.31-694
Príamo acude al campamento aqueo
hasta el 42
D ía 42
D ías 4 3 a 50
D ía 51
-
87
24.695-781
C onducción de Héctor
7 noches
: 3
2 4.78 2 -7 84
Tre g u a , recogida de teña
-
20
2 4.785-804
Funerales de Héctor
Figura 20: La estructura tem poral de la Ilíada.
tisiete, y u n total de 13.444 versos, que son las seis sépti­
mas partes del total de la obra y form an el núcleo de la
epopeya. En cambio, con detalles —o, como antes se de­
cía en la investigación narrativa, con porm enores— no se
describen más que cuatro de esos seis días: los días de
com bate — o batalla— 22, 25, 26 y 27. Esos cuatro días
ocupan no m enos de 13.342 versos, con u n total de casi
veintidós cantos de los 24 de la Ilíada.
H emos hablado de la auténtica intención narrativa del
p o eta de la Ilíada y llegado a la conclusión de que no
consiste en la descripción del total de los diez años de
guerra de Troya. Aquí, en el gráfico, esa afirm ación está
apoyada desde otro lado: si esa obra de dieciséis mil ver­
sos pone el acento narrativo en sólo cuatro días, d en tro
de u n breve espacio tem poral de acción de cin cu en ta y
u n días, en el año n o v en o /d écim o de la guerra, e n to n ­
ces es im posible que su auténtico tem a sea el transcurso
de la guerra de Troya. El autor de esa obra p u d o en to n ­
ces q u erer co n tar sólo u n a historia propia y, p o r cierto,
relativam ente breve. Se trata, com o hem os visto, de su
historia de A gam enón, Aquiles, Patroclo y Héctor, como
p o rta d o ra y «recipiente de debate» de la problem ática
actual de la época del nacim iento de la obra. Se po d ría
decir aún más lapidariam ente: es su historia de Aquiles.
Y, p o r esta razón, toda la gran obra tam bién p o d ría lla­
marse, no «Ilíada», «Cantar de Ilios», sino «Aquilesíada»,
«Cantar de Aquiles». En otro lugar se ha m ostrado que
ese «Cantar de Aquiles» cuenta en sí u n a historia breve
p ero extraordinariam ente condensada a partir de su p ro ­
blem a básico.267
Pero ¿para qué necesita u n a historia breve más de se­
tecientos personajes de los cuales u n gran núm ero se su­
p o nen conocidos p o r los oyentes o lectores? ¿Es que u n a
historia de ese tipo puede haber sido inventada sólo p or
quien la cuenta?
268
L a h isto ria de Troya sólo es m a rc o
d e acción p a ra la Ilía d a
Si los cincuenta y u n días de nuestra Ilíada fueran toda
la historia, entonces, pese a algunos reparos, acaso pudie­
ra contestarse afirm ativam ente la pregunta. Tram ar u n a
historia de cincuenta y u n días no parece desmedido para
u n individuo. Y, en teoría, los personajes que él supone co­
nocidos podría haberlos introducido ya en anteriores his­
torias suyas, como cuando se escribe u n a novela p or e n ­
tregas y no se presenta al personal de la acción de nuevo
en cada entrega. Entonces, casualmente tendríam os ante
nosotros u n a parte de sem ejante novela p o r entregas y,
puesto que nos faltan las partes previas, estaríamos irrita­
dos, como es natural. Por el contrario, los oyentes con­
tem poráneos que conocían las partes anteriores estarían
al corriente. Veremos que esta hipótesis incluso se aproxi­
m a a la verdad, en un muy determ inado sentido. Pero ju s­
tam ente sólo en uno muy determ inado.
Porque la Ilíada se refiere a u n a filiación narrativa que
es incom parablem ente más grande que la precisa sólo p a­
ra la historia de Aquiles. Y, en este caso, puede aseverarse
con toda certeza que esa gran filiación narrativa envol­
vente donde se encuentra la historia de Aquiles es tan ex­
tensa que sobrepasa con m ucho las posibilidades creati­
vas de un individuo. También esto es m enester detallarlo
con más precisión.
Inm ediatam ente después de su comienzo, la obra in­
dica que su acción no está circunscrita en sí misma, sino
que sólo representa u n detalle de una continuidad tem ­
p oral m ucho más dilatada. M enudear y citar en toda su
dim ensión esa indicación que atraviesa toda la obra no es
posible en nuestro contexto. Bastará para nuestro pro p ó ­
sito bosquejar el tipo de esa indicación m ediante tres
ejemplos:
269
1 ) En el canto 2, verso 295, el narrador hace que O di­
seo diga en u n a arenga ante la asamblea guerrera de lös
aqueos cansados de la lucha y deseosos de regresar:
Pero para nosotros ya es el noveno año de guerra
que llevamos aquí,
y tres versos más adelante (299):
Paciencia, amigos. Perseveremos u n poco más p o r saber
si Calcas [adivino de los griegos] predijo verdad o falsedad.
Aún tenem os en los oídos (y todos
sois testigos, en tanto vivís desde entonces)
como si fuera ayer o anteayer: cuando se reunió en Aulis
la arm ada aquea, para perdición de Príam o y los troyanos...
[y sigue la descripción recordatoria de un determinado augurio en
Aulis y la profecía correspondiente de Calcas de que los aqueos to­
marían Troya al décimo año].
El n arrad o r supone p o r lo tanto que el sitio en la lla­
nu ra ante Troya se m antiene desde hace nueve años y que
el ejército sitiador griego se reunió com o flota expedi­
cionaria en el pu erto de la ciudad portuaria de Aulis en
Beocia, al sur de la isla Eubea (Euböa), antes de acam par
en la costa de la Tróade. Eso significa que el n arrad o r co­
necta previam ente su historia con una prehistoria de nue­
ve años que no cuenta en detalle.
2)
Poco después, el narrador supone, para esa arm ada
expedicionaria nueve años antes, un motivo que alarga la
historia hacia atrás hasta un espacio tem poral indeterm i­
nado: hace que N éstor instigue así a los griegos en u n a
intervención en apoyo de Odiseo (2, 354):
Así que nadie se apresure a regresar
hasta que se haya acostado con la esposa de un troyano
y vengado así el rapto de Elena y sus suspiros.
270
Aquí se m enciona el motivo de toda la guerra: el ra p ­
to de la reina griega de Esparta, Elena, por París el p rín ­
cipe troyano. Pero ese motivo no es introducido p o r el
narrad or como dato nuevo, con el aplom o que u na m oti­
vación de esa im portancia m erecería como novedad. Más
bien está incluido en el discurso de u n personaje com o
com ponente de u n a historia mayor de la que aquí se
cuenta una pequeña parte, incluso como com ponente cu­
yo conocim iento da p o r supuesto el narrad o r en todo el
m undo, lo mismo personajes del poem a que oyentes aje­
nos a él, con total independencia de su historia de Aqui­
les que él está narrando, y lo hace con la naturalidad de
quien puede utilizarlo como pieza de construcción. Pero
esa pieza, el rapto de Elena p o r u n troyano, sólo pu ed e
ten er su lugar en la totalidad de la cadena causal del con­
flicto de la guerra troyana antes de la reunión de la flota
aquea en Aulis, porque esa expedición es su respuesta. De
m odo que el n arrad o r se retro trae a u n fragm ento más
—según se ve, no precisam ente insignificante— del trans­
curso de u n a prehistoria que él mismo no detalla, p ero
con cuyo conocim iento cuenta.
3)
No obstante, aún no hem os alcanzado el principio
de la presunta cadena causal. En el canto 24 de la obra,
verso 23 y siguientes, el n arrad o r inform a de cómo Aqui­
les m altrata una y otra vez, en u n a suerte de ritual obliga­
do, el cadáver de H éctor, el príncipe troyano que él h a
matado, y luego añade:
Pero a los dioses venerables les daba piedad verlo [el cadá­
ver de H éctor]
e incitaban a Herm es, dios de la m irada aguda, para que lo
apartara,
y a todos les parecía bien, pero no a Hera,
y a Poseidon tam poco, ni a Atenea,
que seguían aferrados a su odio a la sagrada Ilios,
a Príam o y a su pueblo, a causa de la injuria de París
271
a las dos diosas [Hera y A tenea], cuando entraron en su redil
y prefirió a la que le prestó lascivia funesta.
Aquí retom a el narrad o r el transcurso objetivo de la
prehistoria y esta vez lo hace en un fragm ento más largo
que en los otros dos casos. Porque París, el posterior rap­
tor de Elena, es presentado como u n mozo que, conform e
al uso de la época, debe cuidar una tem porada el rebaño
paterno, como quien dice en su fase de form ación, antes
de su ingreso en la edad adulta. Hasta que vuelve de su re­
dil a Troya como adulto, para luego ser enviado a título de
hijo del rey con u n a embajada oficial a Esparta, donde fi­
nalm ente se quedará con Elena y la conducirá raptada a
Troya, han de pasar años según la lógica de la historia. La
reacción de los grifegos —resolución de hacer una expedi­
ción de desquite, reunión de una coalición, partida de ventinueve contingentes de naves a Aulis (el núm ero lo sabe­
mos en el segundo canto), travesía hasta Asia M enor—
exige, según la misma lógica dé la historia, un tiem po di­
latado. De m odo que la historia, donde nuestro narrador
inserta su acción de cincuenta y un días, no sólo se re­
m onta a los nueve años entre Aulis y el noveno/décim o
año de sitio ante Troya, sino a muchos años atrás.
Además de esta dim ensión tem poral, el pasaje im plica
algo más profundo: no sólo se m enciona el motivo de la
guerra de Troya — odio de las diosas humilladas H era, es­
posa de Zeus, y Atenea, la hija de Zeus, al troyano Paris y,
con él, a toda Troya— , sino que se interpreta psicológica­
m ente: Paris, quien no escogió a H era ni Atenea, sino a
Afrodita, recibe de la diosa del am or preferida u n don
muy peculiar: el texto original lo llam a machlosyne y eso
traducido quiere decir algo semejante a «atracción sexual
que se irradia a otr.o con vehem encia». El hecho de no fá­
cil com prensión de que Elena, esposa de un rey célebre y
m adre de u n a hija pequeña, se quede prendad a del hom ­
272
bre extranjero del lejano país hasta el punto de olvidarse
de sí misma y seguirlo a Troya, se atribuye aquí a una fuer­
za de concesión divina, dem oníaca, casi mágica, a la que
nadie puede resistir: Elena es disculpada. La guerra de
Troya aparece de este m odo atribuida a los dioses.
Ya estas tres referencias —la Riada está repleta de ellas— ,
p o r la ocasionalidad con que aluden a partes extensas re ­
conocibles de una conexión narrativa evidentemente dila­
tada, hacen creíble que el narrad o r de nuestra acción de
cincuenta y un días quisiera usar accesoriamente un gran
marco para su pequeña acción. Con las dos primeras refe­
rencias, quizá aún se pueda titubear como escéptico; aun­
que también ahí la soltura de la alusión al dato de los años
(«noveno») en la prim era referencia, y al dato del lugar
(«Aulis»), en la segunda, hacen predom inar la im presión
de que el narrador alude a un sistema de tiempo y espacio
ya establecido, p o r m edio de cuyo conocim iento se sabe
vinculado con su público y en el que desea insertar su p ro­
pia historia. Pero la tercera referencia ya convierte esa im ­
presión en certeza: un narrador, que fingiera para su efec­
tivamente pequeña historia u n a gran acción de m arco
como prehistoria escénica, no em prendería, además, ten­
tativas de explicación psicológica profunda para los perso­
najes fingidos de la acción fingida en una prehistoria escé­
nica fingida. Eso pronto se convertiría para él mismo en
una complicación causal incalculable. Sería además un re­
finamiento totalmente carente de función para el propósi­
to narrativo realmente perseguido por el autor.
L a Ilía d a m e m o ra la h isto ria d e Troya
m a n ifiesta y c la ra m e n te
Si se reú n en de este m odo todas las alusiones con las
que la Ilíada apunta fuera de sí misma —hacia atrás, ade-
273
lan te y los lados; que sum an más de cien pasajes—268 y se
consideran ju n tas esas referencias, se produce una red tu­
pida de suposiciones, dependencias y motivos que están
en el exterior de la p ropia Ilíada. Con la ayuda suple­
m entaria de otros textos griegos que nacieron después de
la Ilíada y cuyo contenido narrativo conocem os de rela­
ciones en prosa de autores posteriores llam ados «mitógrafos»,269 podem os reconstruir tam bién hoy de m an era
fiable toda esa red que no m uestra en sí contradicción al­
guna y form a u n enorm e complejo narrativo, sólido, cau­
salm ente co h eren te y traído al recuerdo p o r los más di­
versos pasajes de la Ilíada con fragm entos u n a y otra vez
diferentes, pero siem pre «ajustados». A nadie que haya
seguido o siga hoy la acción de la Ilíada le podía ni le pue­
de q u edar duda alguna de que esa obra, tal y com o hoy
la tenem os (historia de u n a crisis coyuntural que d u ra
cincuenta y u n días) se inserta conscientem ente en ese
com plejo narrativo. El n arrad o r contaba con que su pú­
blico conocía esa obra reticular abarcadora de la totali­
dad y que, en cualquier caso, estaba al corriente de ella a
grandes rasgos, de m odo que podía situar correctam ente
en ella las alusiones y, con ello, aprovechar o p o rtu n a­
m ente la fuerza esclarecedora del trasfondo como básica
historia previa (y viceversa, en p a rte ).
Esa gran interdependencia nos resulta extraña, como
es natural, y, en tanto no somos expertos en H om ero, to­
talm ente nueva. No vivimos en ella. En cam bio, los p ri­
m eros oyentes de la Ilíada se habían fam iliarizado de
tiem po atrás con ella, p o r m edio de narraciones del mis­
m o tem a de boca de otros rapsodas, pero tam bién de bo­
ca de narradores ein prosa, lo mismo que nuestros padres
se fam iliarizaron con los cuentos de Grim m o la Biblia,
de m odo que cada vez que surge u n a nueva versión de la
archiconocida historia de «Caperucita», «Moisés» o «Aarón», no tienen que preguntar quién es ni qué papel te­
274
nía en el contexto del trasfondo previo. Por el contrario,
nosotros mismos tenem os que dilucidar, a partir de la p e ­
queña historia de crisis agregada a la obra reticular, quié­
nes son los personajes y qué posición tienen en la gran
red de la antepuesta historia de Troya.
No es poco lo que ahí está p o r aprender. Tiene tan
gran envergadura que aquí sólo podem os hacer abarcable esa totalidad p o r m edio de u n gráfico (fig. 21).
Este tejido narrativo, aunque aquí está trazado sólo en
sus rasgos fundam entales, con su m ultitud de sucesos, fi­
guras, constelaciones y vinculaciones transversales, resul­
ta dem asiado extenso y ram ificado para po d er haber si­
do inventado alguna vez p o r el poeta de nuestra historia
de Aquiles, que llamamos «Ilíada ». El ha insertado más
bien su propia historia de los cincuenta y un días, como
fragm ento comparativamente minúsculo, en ese gran con­
texto previo y se ha librado de la construcción de u n m ar­
co propio. La gran historia previa de dom inio público se
segm enta de alguna m anera y, en ese segm ento segrega­
do y luego agrandado (como ya constató Aristóteles con­
cisam ente en su análisis de la Ilíada)™ se concentra la
atención en unos pocos personajes. La historia com pleta
de la guerra de Troya —con su causa, desencadenam ien­
to, transcurso y consecuencias— se convierte así en m ar­
co, que sólo ha de ser indicado como trasfondo, y en el
segm ento se desarrolla u n problem a del presente.
Esa es u n a técnica narrativa que desde entonces se h a
em pleado incontables veces en la literatura universal, des­
de las piezas teatrales de la tragedia griega en el siglo v a. C.,
que las más de las veces son detalles del gran cuadro «Mi­
tos» (mayormente «mitos de Troya»), pasando p o r la épi­
ca latina de reelaboración m ítica, entre tantas otras, la
Eneida de Virgilio, hasta la literatura actual, baste pensar
en Kassandra y Medea de Christa Wolf. El especialista lite­
rario M anfred Fuhrm ann ha utilizado para ese tipo de li-
275
Preludio en
el Olim po
Consejo
Z eus T emis
sobre la
guerra de
Troya.
Z eus y
H era'
obligan a
T et is ,
la diosa
malina,
a unirse
con el rey
P el eo .
Veinte años de historia de preguerra
B oda de
engendra a P e l e o , nieto
E l e n a (con de Z e u s , con
N em esis /
T e t i s , hija de
L eda ).
N ereo ,en el
montePelión
(Tesalia);
participación
de todos los :
dioses (De la : :
unión nacerá
Z eus
El juicio
de París:
«A frodita
es la más
bella».
Pa r ís
:
conseguirá
por eso a
E len a .
Pa kis
navega a
Grecia
y rapta a
ElENA
Expedición de
castigo a los
aqueos.
Primera reunión de
: naves en Aulis y
en Esparta. primera partida;
desembarco
erróneo en Misia
(=Teutrania/Valle
de Caicos):
demasiado al sur.
A q u il e s ).
Historia de Telefo:
La diosa E r is
siembra la
discordia entre
las tres diosas
A q u ile s hiere al
H e r a , A te n e a
rey T e l e f o
de Misia.
y
AFRODiTA:«¿Cuál
es la m ás bella?».
Las tres diosas
se dirigen
al bello P a r í s ,
hijo de P ría m o
yH É cuB A ,
en el:monte Ida,
en Troya:
P a rís debe
decidir.
Partida de
Teutrania hacía
Troya, tormenta y
destrucción de la
flota.
Segunda rennión
en Aulis.
El ultraje
de A g a m e n ó n
a la cierva de
A r te m is a provoca
el sacrificio de
I f i g i ín i a , Hija de
A gam enón Y
C l it e m n e s t r a .
Curación del
llegado T e le f o .
Oráculo de los
gorriones por
C a lc a s . Segunda
partida de Aulis.
Atraque en
Tenedos; atraque
en Lemnos;
desembarco
deFíLOCíBTE,
Figura 21: La historia general de Troya. Ilíada y Odisea se distinguen como
pequeños recortes enm arcados. Los sucesos de la parte con fondo gris es­
tán m encionados en nuestra Ilíada (en parte tam bién en la Odisea).
D iez años de guerra ante Troya
Año 9/10
Año 9
D esem barco en la
Ψ Tróade; m u e rte de
! P r o t e s i la o .
Embajada sin
éxito de los
aqueos a Troya,
bajo O d ise o y
M e n e la o , sin éxito.
A quiles m ata a
j
!
j
]
Últimos sucesos:
51 días
de nuestra aparece la am azona
I lía d a ·.
pequeño
espisodio
de enfren­
tamiento
entre
Agam enón
P artid a
40 días= «Telegonia»: El
hacia casa
nuestra
P e n t e s il e a
de todos
final de
O disea:
que es vencida
los guerre­
pequeño O d ise o .
por A q u ile s .
ros supervi­ episodio
T e r s it e s injuria a
vientes de
del regre­
A q u ile s y éste lo mata. la guerra de
so de
Troya.
O d ise o
M em n on , rey
con el
de los etíopes,
reencuen­
viene de Egipto y
tro con su
mata, entre otros, a
mujer
A n t í lo c o , hijo de
y A q u ile s
K yk.n o .
y sus con­
Grandes hazañas de
secuen­
A q u ile s : invade 23
cias, entre Néstor. A q u ile s mata
países y ciudades
otras, la a M em non.
islas en el entorno
muerte de
Muerte de A q u ile s a
de Troya (entre
H éc to r.
manos
de P a r is y
otras, Limoso,
A
p
o
lo
.
Pedaso y la Tebas
de Hipoplaquia)
Enfrentamiento
para aislar Troya;
por la armadura
entre el b o tín
de Aquiles entre
I
j están B r is e id a
[■ y C ris e id a .
(C rise id a sirve
com o p u n to de
1 vinculación
con la Ilíada).
D iez años de regreso
A ño 10
A yax y O d ise o ;
éste vence.
Locura de A yax.
F ilo c te te y
N e p to le m o , hijo de
Aquiles, son recogidos
por O d ise o .
El cab allo de m ad e­
ra; tom a de Troya:
«Ilion Persis».
Matan a P ría m o ,
P e n é lo p e
y la recu­
peración
de sus
posesio­
nes.
teratura la expresión «literatura de repetición de mito»,271
tam bién sería susceptible de empleo, si se piensa en la uti­
lidad de los parásitos, el concepto «literatura de parási­
to». El especialista literario francés G érard G enette h a ha­
blado de literatu ra de «palimpsesto» —u n palimpseston
designa en griego a una hoja de papel, cuyo texto original
h a sido raspado, reescrita con nuevo texto— y h a de­
sarrollado a p artir de ahí u n a teoría altam ente m atizada
de la «técnica del palimpsesto» en la literatura universal.272
Por supuesto, tam bién otros grandes contextos han si­
do aprovechados p o r esta técnica, como el «gran texto»
bíblico, y, com o es natural, la técnica se ha refinado con
el paso de los siglos, en especial, m ediante la inclusión
añadida de tantos predecesores y reelaboraciones del
mismo gran contexto com o era posible (lo que luego
condujo a la situación que hoy llamamos «intertextualidad»). Sin em bargo, lo que ha perm anecido igual en to­
das las producciones de ese tipo es que, a su vez, se inser­
tan en una textura narrativa convertida en canónica, que
no ha cam biado en su estructura básica y tam poco puede
hacerlo, a fin de m an ten er asegurada su susceptibilidad
de reconocim iento y explotación. A Edipo jam ás le es lí­
cito apalear a su tío y desposar 'a su tía, sino que siem pre
debe m atar a su p ad re y casarse con su m adre. A hora
bien, dentro de ese m arco previam ente dado, p u ed en in­
ventarse m uchas cosas y llevar a cabo algunos nuevos p ro ­
pósitos. De ese m odo, se asegura el m antenim ien to del
m arco original dentro del cual anida la historia parasita­
ria y, con él, la existencia del género «literatura de pará­
sito», si se da el caso, a lo largo de milenios.
Es patente que el n arrador de nuestra Ilíada se h a vali­
do de esa técnica, en la que adoptó como algo previo la
historia enm arcadora dentro de la que com puso su p ro ­
pia temática. En consecuencia, la historia de Troya y de
la lucha de los griegos contra los troyanos tuvo que exis-
278
tir antes de la época del nacim iento de nuestra Ilíada ya
como u n todo de consistencia fáctica; de lo contrario, n o
se po d ría explicar la m ultitud de m enciones a partes de
ese todo tem poralm ente muy distantes entre sí y tam bién
el ju eg o interpretador con motivos aislados de la historia,
como hemos podido constatar en el ejemplo del com en­
tario del juicio de Paris. Pero eso significa que la com ple­
ta historia de Troya ya debía ser muy antigua en Grecia
en el m om ento del nacim iento de la Ilíada', más adelante
preguntarem os cuánto. En todo caso, se había escucha­
do muchas veces y eso quiere decir que se había transmi­
tido p o r rapsodas en versiones orales diversas du ran te
tanto tiem po que, en el siglo v m a. C., representaba u n
rico contexto narrativo asentado, con cuyo conocim iento
podía entonces contar el rapsoda, de m odo sem ejante a
com o un poeta pudo contar en la Europa cristiana, a lo
largo de siglos, con el conocim iento del contexto narrati­
vo de la Biblia. Lo que eso significaba para un rapsoda del
siglo v m es de toda evidencia: si quería plantear el deba­
te de problem as de su propio tiem po, no había para él
m edio más efectivo que tom ar esa vieja historia con sus
personajes conocidos de siem pre —o sea, A gam enón,
Aquiles, Príam o, Paris, Elena y los dem ás— y p o n er en
boca de ellos la propia problem ática. Si se conducía así,
el poeta no tenía que elaborar ningún nuevo espacio de
acción ni nuevos personajes sustentadores; p o d ía con­
centrarse del todo en su propio tema.
Cuando situamos a H om ero, con su historia de Aquiles
que algún literato posterior tituló «Ilíada » de m anera
equívoca, en esa tradición de la repetición de mitos, o li­
teratura de parásito, con ello no debe entenderse que él
hubiera fundado ese tipo de literatura. La gran extensión
de la historia no perm ite otra conclución salvo que, ya m u ­
cho tiem po antes de H om ero, m uchos rapsodas con sus
historias individuales condicionadas por su tiempo se h a­
279
bían introducido en el m arco narrativo de la «guerra de
Troya» y contribuido a su amplia elaboración interior. Los
rapsodas posteriores, como sus colegas más tardíos, los poe­
tas del período de escritura en la A ntigüedad y la Edad
M oderna, h an em pleado las inserciones de sus predeceso­
res, de las que tuvieron conocim iento en su época de
aprendizaje, p o r declamaciones de rapsodas ya estableci­
dos. La intertextualidad no es una adquisición original de
la m odernidad, sino un com ponente integrador de la lite­
ratura, desde que ésta existe, tanto oral como escrita.
U na ráp id a ojeada a tradiciones rapsódicas todavía
existentes en la actualidad de otros pueblos, com o la de
los serbocroatas, m uestra que cada rapsoda trata de co­
nocer de boca de sus colegas, por interés de su oficio, tan­
tas versiones com o p u ed a de su repertorio de historias.
Igualm ente debió de conducirse Hom ero. Hay pues que
co n tar de an tem an o con que su historia no sólo se vale
del gran m arco «historia de Troya», sino tam bién de uti­
lizaciones previas de ese marco. Esto se ha conocido p o r
otras vías, ya desde hace décadas,273 e in ten tad o recupe­
rar esas tem pranas utilizaciones aparte de la hom érica.
De ahí h a nacido toda u n a ram a de investigación hom é­
rica, el «neoanálisis» o «investigación de motivos».274 Por
desgracia, las reconstrucciones surgidas, pese a toda la
agudeza de adm irable valor que se em plea en ellas, no
p o d rán pasar jam ás de hipótesis. Porque todas las utiliza­
ciones anteriores del m arco «historia de Troya» se han
perdido para nosotros. Se declam aron oralm ente y, como
no hubo escritura entre los griegos hasta el siglo v i i i a. C.,
cada u n a de esas versiones se extinguió con la últim a pa­
labra del rapsoda. U nicam ente la adopción p o r los grie­
gos de la escritura de los fenicios, alrededor de 800 a. C.,
produjo la posibilidad de redactar una versión de esa vie­
ja historia, la que sin duda pareció a los contem poráneos
especialm ente bella y lograda, y, con ello, fÿarla p ara la
280
posteridad. Esa versión fue la Ilíada hom érica. De ese
m odo, H om ero pasó a ser fundador de ese tipo de litera­
tura para los círculos culturales europeos, y su litada, p ro ­
totipo de u n género literario escrito que ha p erd u rad o
hasta hoy.
CO N CLU SIO N ES: LA ILÍADA DE H O M E R O ES SÓLO
U N A F U EN TE SECUNDARIA PARA LA H IST O R IA DE TROYA
Resumamos nuestro proceso de argum entación hasta
ahora:
Cuando compuso su historia de Aquiles que llamamos
litada, Homero no pudo haber inventado él mismo ni la for­
ma en que versificó, ni la m ateria en que introdujo su his­
toria. «Solamente» prestó a ambas cosas u n nuevo conteni­
do. Tanto la forma como la materia existían antes que él.
El nuevo contenido, cuya colocación era el auténtico
propósito narrativo de H om ero, consistía en la historia
de Aquiles con su planteam iento problem ático de cues­
tiones actuales de la época de nacim iento de la obra.
Esa historia de Aquiles se presenta como u n episodio
de cincuenta y u n días del n o v en o /d écim o año de gue­
rra, en la guerra troyana de diez años, en cuyo punto cen­
tral figura un sitio de Troya p o r los aqueos. Para p o d er
desplegar ese episodio como historia enfocada en prim er
térm ino, H om ero tuvo que levantar como bastidor el archiconocido suceso de fondo de la guerra de Troya. Co­
m o es habitual en ese procedim iento, tuvo que construir
ese bastidor con la am plitud que le era precisa y útil para
su propia necesidad de com prensión de su historia de
trasfondo.275 Por lo dicho, nuestra Ilíada sólo deja en tre­
ver el trasfondo, o sea, el gran m arco «historia general de
Troya» en relativamente escasas y pequeñas partes. Igual
que u n n arrad o r m oderno, que sitúa u n episodio en el
281
espacio narrativo bíblico, no cuenta el contenido de toda
la Biblia.
Esta técnica tiene com o consecuencia que no p o d a­
mos ten er noticia, a partir de la Ilíada de H om ero, de la
historia general de Troya, ni tam poco de tod a la guerra
de Troya, tal y com o las conocía el público, sino tan sólo
vislumbrar partes aisladas puntuales. La historia de Aqui­
les, de H om ero, que solemos denom inar «Ilíada », sólo
puede ofrecer u n pálido reflejo del com ponente «guerra
de Troya» de la com pleta historia de Troya que el poeta
da p o r supuesta.
N uestra única fuente escrita hasta hoy de la historia de
la guerra de Troya, la Ilíada griega, se revela así como una
reducida fuente secundaria de m era inform ación frag­
m entada. U na fuente principal, es decir, u n a representa­
ción continua del transcurso completo de la g u erra com o
la pudieron tener en la cabeza H om ero y la mayor parte
de su público prim ario, es algo que no tenem os, ni en
griego, ni en otra lengua.276
No obstante, ese mismo carácter de fuente secundaria
hace especialm ente valiosa a la Ilíada para el propósito de
recu p erar la versión original de la historia general de la
guerra de Troya. Porque el narrador de nuestra Ilíada no
podía tener interés alguno en variar el arm azón estructu­
ral para adecuarlo a otro fin, ni siquiera pudo plantearse
cambios notables, porque de ese m odo habría robado la
atención de su propia historia insertada y m alogrado la in­
tención de su propósito narrativo. Por lo mismo, las in­
form aciones fragm entarias de la historia com pleta que
conlleva pueden, incluso hasta la dem ostración de lo con­
trario, ser consideradas com o básicam ente auténticos
com ponentes del arm azón estructural originario.
LA HISTORIA DE TROYA FUERA DE HOMERO
De estas conclusiones se deduce, p o r una parte, .que
jam ás podrem os re c u p era r a p a rtir de la Ilíada, puesto
que es una pálida fuente secundaria, la form a original
com pleta de la historia. Por otro lado, tam bién resulta
que de los pasajes de referencia de nuestra Ilíada —com­
pletados con los propios de la Odisea e inform aciones de
u n tejido épico culm inado alrededor de cien años más
tarde, el llamado «Ciclo épico»— podem os reconstruir al
m enos la form a bosquejada de la historia. Ese bosquejo
es como sigue.
LA FORM A BOSQUEJADA DE LA HISTORLA D E TROYA
•
En la opulenta ciudad fortificada de Ilios/Troya, 277 en
Asia Menor, al sur del estrecho del Helesponto (los Dardanelos) reina un poderoso m onarca llamado Príamo. U no
de sus hijos, de nom bre Pans, acude en barco a Acaya, en
el Peloponeso, en misión amistosa, y llega a Esparta, d on­
de es soberano Menelao, el hijo de Atreus (átrida). Paris
abusa de la hospitalidad que se le brinda al llevarse a Tro­
ya raptada a Elena, la esposa de Menelao. Este pide ayuda
283
a su h erm ano Agamenón de Micenas. U na delegación de
aqueos que exige en Troya la devolución de Elena es re­
chazada p o r los troyanos. Inm ediatam ente, M enelao y
A gam enón (los atrillas) tom an la resolución de forzar mi­
litarm ente la entrega de Elena. A gam enón convoca a to­
dos los centros de poder más im portantes del continente
y las islas para que presenten contingentes para u na expe­
dición com ún contra Troya. La convocatoria se cumple.
• Las naves se reú n en en el puerto de Aulis en Beocia,
al sur de la isla Eubea (la Ilíada enum era veintinueve con­
tingentes), cada contingente bajo su o sus com andantes.
A gam enón se hará cargo de la com andancia suprem a de
la empresa. La flota navega p o r las islas Lemnos y Tenedos
hasta el H elesponto (alrededor de trescientos cincuenta
kilóm etros) y desem barca en la costa de la Tróade. Tras
un prim er intento de tom ar la ciudad, así como el fraca­
so de las prim eras negociaciones, se establece u n sitio
que, a causa de la feroz resistencia de los habitantes de la
ciudad y sus aliados de los pueblos vecinos de Asia Menor,
se prolonga, contra lo esperado, año tras año. Se caracte­
riza p or los continuos intentos de los sitiadores de doble­
gar Troya m ediante la toma, saqueo y destrucción de las
ciudades vecinas, poblaciones isleñas y estructuras de su
país in terio r p ara cortarle sus fuentes de ayuda. El plan
no funciona, en especial porque los dioses están en de­
sacuerdo sobre el destino de Troya. Hasta el décimo año de
guerra, cuando cede en su resistencia la fracción divina
protroyana, no se tom a la ciudad m ediante u n ardid: el
caballo de madera ideado p o r Odiseo. El rey Príam o y la po­
blación m asculina son asesinados, las m ujeres y niños
trasladados a la patria como esclavos.
• El regreso a la patria (el «Nostos») no sigue el mis­
mo b u en o rd en que la expedición de diez años antes;
contingentes aislados y naves sueltas se extravían; varios
héroes no llegan a su patria sino al cabo de descam ina­
284
das travesías llenas de aventuras (Odiseo). Pero Troya
queda aniquilada para siempre.
Este es el curso de los acontecimientos que, en la causa­
lidad de sus elementos de acción, parece básicamente rea­
lista; se puede prescindir, sin peijuicio de la coherencia del
acontecer general, de unos pocos factores que, según la
concepción actual, son irracionales, como el motivo bélico
«rapto de mujer» (que, sin embargo, a la vista de «asuntos
de mujeres» provocadores de crisis estatales y desencade­
nantes de guerras, en la historia de la Edad M oderna y en
el presente, es el que m enos m erece la habitual y obligada
burla mordaz de parte de los historiadores), la negociación
de los dioses, o el caballo de m adera. Pero la caracteriza­
ción «realista» no sólo conform a la situación básica: a par­
tir del estado del conocim iento alcanzado en la historia de
Grecia, ese curso de los acontecimientos, en base a su exac­
titud de detalles geográficos, que según el examen actual
se revelan crecientem ente correctos, así como basándose
en la constelación de poderes políticos que refleja, parece
tam bién históricamente posible.
Sólo hay que recalcar esto: las relaciones, particiones y
posibilidades de p o d er que refleja ese curso de los acon­
tecimientos (antes que nada la posición dom inante de Micenas), parecen haberse dado en Grecia, según testim o­
nio de la arqueología, en u n único m om ento: no en el
siglo v i i i , cuando Homero com pone esta historia, ni tam ­
poco en los tres o cuatrocientos años previos, los llamados
«siglos oscuros», sino únicam ente en aquel período de
cultura avanzada de los griegos que llamamos micénico, o
sea, calculando con aproximación, en el tercer cuarto del
II milenio a. C. (aproxim adam ente 1500-1200/1150 a. G .).
En tanto se disponía sobre ese período de la historia
griega sólo de inform ación proveniente de excavaciones
y que, en consecuencia, sólo se podía hacer hablar con
ayuda de fantasía sistemática, cualquiera de los n u m ero ­
285
sos intentos de indagar la historia de Troya en la época
m icénica de los griegos debía quedar, naturalm ente, en
hipótesis. Así, la discusión, prolongada duran te décadas
y a m enudo enconada, sobre la posibilidad o imposibili­
dad de u n a «guerra de Troya» no podía jam ás pasar de
discusión sobre probabilidades. Discusiones de esa suerte
giran generalm ente en torno a sí mismas, de hecho, no
avanzan y encim a degeneran en cam po de batalla para
ofensivas befas de científicos. El caso de la discusión so­
bre la «guerra de Troya» h a causado en ese sentido m u­
cho perjuicio en el m undo científico. Se p o d ría acabar
con él bien p ro n to a la luz de la nueva situación fáctica.
LA H ISTO R IA DE TROYA A LA LUZ
DE LAS FU EN TES EXTRAHOM ÉRICAS
Tras el redescubrim iento de la Grecia m icénica, m er­
ced a las excavaciones de H einrich Schliem ann y las pos­
teriores generaciones de arqueólogos, en las décadas poste­
riores a 1874, se h a intentado u n a y otra vez, com o es
natural, dar vida a las inform aciones mudas que p odían
librar las piedras, m ediante testimonios de fuentes escri­
tas. El m aterial de fuentes disponible era endeble: nom ­
bres de lugar, datos geográficos así como conexiones in­
teriores y exteriores en el espacio tem poral m icénico de
la historia griega, se podían obtener, con pocas excepcio­
nes, de la propia tradición escrita de los griegos. Pero esa
tradición no se im plantó en Grecia hasta el final de los
«siglos oscuros» y tras la adopción del alfabeto fenicio p or
los griegos alred ed o r de 800 a. C., es decir, hasta unos
cuatrocientos años después del período en cuestión. Y esa
tradición «alfabético-escrita» procede precisam ente de
H om ero. Cierto que hay además algunos docum entos es­
critos poshom éricos, pero se n u tren en su mayoría de H o­
286
m ero y sólo sirven para com pletarlo muy esporádicam en­
te: diversos poemas largos del poeta épico Hesíodo (alre­
d ed o r de 700 a. C.), adem ás del ya m encionado «Ciclo
épico», la prim era lírica griega y, finalm ente, los escritos
de los llamados mitógrafos, quienes se esforzaron, a p ar­
tir del siglo vi a. C., p o r reu n ir los antiguos mitos, que e n ­
tonces aún podían recogerse de fuentes orales y escritas,
y redactarlos en u n a form a lo más coherente posible, se­
gún su entender. Ya que los escritores siguientes se apo­
yaron en las recopilaciones y esfuerzos vinculantes de sus
antecesores, el m aterial apenas aum entó, sólo se reagrupó y com entó. En tanto esas inform aciones procedentes
de docum entos poshom éricos tratan de lo que ya p o d e­
mos saber p o r H om ero, pueden proceder de tradiciones
orales de lugares aislados de Grecia,278 o bien de especu­
laciones posteriores. No se conocía ni se conoce testimo­
nio alguno anterior a H om ero o no influido p o r él, que
esté escrito en lengua griega alfabética y se refiera a cir­
cunstancias de la época m icénica narradas en tiem po
posmicénico.
Es im portante tener lo más claro posible esta circuns­
tancia: nuestra noción de la época micénica de los griegos
se nutrió durante décadas, aparte de las piedras mudas de
las excavaciones, exclusivamente de fuentes escritas griegas
y, p o r cierto, de las que se establecieron, tras u n a laguna
sin escritura, unos cuatrocientos años después del tiempo
en que las relaciones sobre las que hablaban fueron reali­
dad.270 Así qüe ning una de nuestras fuentes escritas era
contem poránea de la época micénica.
Esa circunstancia cambió radicalm ente a partir de 1952.
Desde ese año, se han sum ado tres complejos de fuentes
escritas que son contem poráneos de la época micénica de
la historia griega, uno en lengua griega y dos en lenguas
no griegas. Ya se ha hablado de los tres complejos —en los
capítulos «Achai(w)ia y Achijawa», «Danaoi y Danaja» y
287
«Se descifra la Lineal B»— . Pero eso fue en pasajes sepa­
rados entre sí y en relación a otras cosas. Para el nuevo
contexto, es preciso form ular de m anera concisa el esta­
do de la situación, tal y como se presenta hoy.
1) El complejo de fuentes de lengua griega, la Lineal B
descifrada en 1952 por Michael Ventris y Jo h n Chadwick,
consiste en inscripciones que fueron escritas p or los grie­
gos, en la época micénica, del siglo xv al x m /x ii, en su
lenguaje de entonces, en tabletas, sellos y recipientes de
arcilla. La escritura em pleada era una escritura silábica
adoptada de Creta: Lineal B. Los fragmentos hallados has­
ta ahora (siguen apareciendo en excavaciones en Grecia)
proceden de u n a decena de lugares de la región griega ha­
bitada entonces; los más im portantes son Cnossos y Cidon ia/C hania en Creta, Pilos, Micenas, Tirinto y Tebas en el
continente. En el año 1989, el núm ero de las inscripciones
conocidas se elevaba a 4.765. En esas inscripciones, apa­
recen 189 nom bres de lugar, así com o 78 nom bres de
pueblos, tribus, oficios, grupos sociales y agrupaciones se­
m ejantes.280 Además, los textos ofrecen u n a visión de las
siguientes áreas vitales de aquella época: tejido social y sis­
tem a administrativo, religión, agricultura (cereales, espe­
cias, olivos, higos, vino, apicultura, ganadería, productos
ganaderos), artesanía, comercio e industria (edificaciones,
metales, m obiliario, tejidos, lino), armas y guerra (arma­
duras, carros de guerra, organización militar) ,281 A partir
de ese abundante material, se puede reconstruir, m edian­
te clasificación conjunta y combinación de informaciones
aisladas u n a fiable im agen geográfica, histórica de pobla­
ciones, económica, social, militar, religiosa y, en parte, in­
cluso de política interior de Grecia en la época m enciona­
da, una imagen que es totalmente independiente de Homero.
2) De los dos com plejos de fuentes que no están en
lengua griega, el prim ero es el egipcio, cuyo núcleo es la
inscripción hallada en 1965 en un pedestal de estatua del
288
tem plo de los m uertos del tiem po de Amenofis III
(aprox. 1390-1352).282 Esa inscripción docum enta, para al
m enos una parte de la época m icénica de la historia grie­
ga, u n reino Danaja, con u n a capital Mukana, a cuyo do­
minio o, en todo caso, esfera de contacto pertenece, ju n ­
to a Messana (= Mesenia, hoy en día) y, como m ínim o,
d u ran te cierto tiem po, Amyklai (que es Laconia, con la
posterior capital Lacedem onia o Esparta), tam bién sin
duda Tebas o la «Tebaida». Puede darse p o r seguro que se
trata del mismo reino cuyos habitantes aparecen como
dáñaos en el texto hom érico y de su capital M ykenai/M icenas. A la inscripción del pedestal se añaden más m en­
ciones a diversos nom bres de lugar micénico-griegos en
docum entos egipcios de correspondencia que están en
relación con los ya dichos.
3)
El tercer complejo de fuentes, el hitita, es con m u­
cho el de más valor informativo. El estudio de los docu­
m entos hititas acaba de ponerse en m archa, después de
los im portantes avances de conocim ientos de los últimos
años, y no lo hace gracias a los hititólogos sino, en espe­
cial, m erced a los arqueólogos activos en las ciudades
griegas de Asia M enor.283Ya disponem os de u n a im agen
verdaderam ente rica en inform ación de los contactos (es­
tatales) entre el im perio hitita y Ahhijawa (Acaya). La co­
rrespondencia revela, a la luz del provisional estado del
conocim iento actual, num erosas actividades diplomáticas
p o r ambas partes en el sentido de influencias y resisten­
cias en las respectivas zonas de poder.
Estos tres complejos de fuentes escritas se refieren en
conjunto al mismo espacio tem poral de la historia griega,
la época entre aproxim adam ente 1450 y 1150 a. C.m Así
disponem os, en los tres complejos, de docum entaciones
escritas contem poráneas, auténticas y objetivas de la era
micénica de la historia griega, tanto desde el pu n to de vis­
ta interior (Lineal B) como exterior (egipcios, hititas).
289
N inguno de los tres complejos de fuentes revela nin ­
gún espacio habitado griego que se separe de m anera ge­
ográficam ente relevante de los espacios habitados griegos
supuestos p o r nuestra Ilíada. Los tres coinciden en refe­
rirse a ese espacio habitado como de cultura bien organi­
zada y económ icam ente floreciente. El com plejo hitita
refiere, además, que esa cultura fue reconocida como del
mismo rango p o r las dos grandes potencias de la época,
los egipcios y los hititas, hasta alrededor del siglo x m .
Los tres complejos se interrum pen casi al mismo tiem­
po. En eso se refleja la misma catástrofe y ru p tu ra cultu­
ral que docum enta la arqueología de excavaciones desde
el lado m aterial: Grecia desaparece en el curso del siglo
X II de la luz de la historia m editerránea, para regresar a
la claridad al cabo de unos trescientos cincuenta años de
oscuridad, a p a rtir más o m enos del 800, con renovadas
estructuras velozm ente adelantadas y transformadas.
Si se contrapone esta im agen docum ental, totalm ente
independiente de H om ero, a las relaciones que sustentan
el bosquejo de la historia de Troya tal y como se trasluce
de la Ilíada, se revela u n a coincidencia evidente. La histo­
ria de Troya de H om ero no puede' ser, de entrada, u n pro ­
ducto com pletam ente fantástico, y, en segundo lugar, só­
lo pu ede reflejar de hecho las relaciones de la época
micénica, y de ninguna otra, de la historia griega.
Esta conclusión la han extraído num erosos investiga­
dores tras el descubrim iento sólo del prim ero de los tres
complejos escritos, el complejo Lineal B. Sólo citamos co­
mo ejem plo a Jo h n Chadwick quien, después de la tem ­
pran a m uerte p o r accidente de Michael Ventris en 1956,
continuó con la valoración del corpus textual micénico en
el seno de la nueva disciplina científica de la micenología:
En el siglo v iii antes de nuestra era, Grecia consistía en
u n a serie de ciudades insignificantes [...]. El nivel de la civi­
290
lización era relativam ente bajo. Se edificaban casas general­
m ente de m adera y adobe, el m aterial elaborado era raro,
la pintura y la escultura parecen primitivas. Pero la im agen
de Grecia que esboza H om ero m uestra u n a red de reinos
bien organizados que están preparados para u n a expedi­
ción común. Sus reyes viven en costosos palacios de piedra
adornada de oro, m arfil y otros m ateriales valiosos. Las es­
cenas que supuestam ente se veían en el escudo de Aquiles
que le foijó el dios Hefesto [= canto 18 de la Ilíada, versos
478-608], presuponen un elevado nivel de destreza en la ar­
tesanía.
La misma escasa concordancia m uestran las des­
cripciones de H om ero con lo poco que sabemos de las
relaciones en los siglos ix, x o xi, los llamados siglos
oscuros. Tenemos que retroceder hasta la era m icéni­
ca, hasta el siglo x i i o incluso el x m , para en co n trar
u n trasfondo aceptable para la representación hom é­
rica de Grecia.»285
Después de que se hayan sum ado a la docum entación
escrita griega, que ya había conducido inevitablem ente a
esta conclusión definitiva, las dos m encionadas docu­
m entaciones extragriegas, han desaparecido tam bién las
últimas dudas: la historia de Troya presupuesta en la Ilia­
da de H om ero como m arco de la acción de Aquiles es u n
reflejo de las relaciones dom inantes en Grecia durante la
época micénica.
¿CUÁNDO SE ID EÓ LA H ISTO RIA DE TROYA?
Llegado a este punto, a cualquier observador se le ocu­
rre fatalm ente la misma pregunta: si la historia de Troya
es u n reflejo de la época m icénica de Grecia, es decir, una
época que finalizó hacia 1200 a. C., o, en todo caso, no
m ucho después, ¿cómo llegó luego hasta H om ero, es de­
cir, a un rapsoda griego del siglo v i i i a. C.? Chadwick for­
m uló así esa p regu nta en inm ediata conexión con su ci­
tada conclusión:
¿Sería pues posible que un poeta del siglo v i i i p udiera
rep ro d u cir exactam ente sucesos-que tuvieron lugar qui­
nientos años antes?
Y Chadwick continuaba entonces, en el año 1976:
A esta p reg u n ta quizá se pu ed a resp o n d er afirm ativa­
m ente.286
En lo sucesivo, intentarem os convertir el «quizá» de
Chadwick en «seguro», en cambio, harem os p o r restrin­
gir o p o rtu n am en te su «exactamente». Con ese propósi­
to, dividimos la p regunta en dos partes a las que damos
la siguiente formulación:
292
Primero: ¿Cuándo se ideó el referido transcurso de su­
cesos en Troya, incluida su parte llamada «guerra de Tro­
ya»?
Segundo: ¿De qué m anera han llegado hasta la epope­
ya Ilíada los fragm entos sólo a p artir de los cuales p o d e­
mos reconstruir aquel transcurso de sucesos?
La sucesión lógica de estas dos preguntas está clara: la
n° 2 no se puede plantear con perspectiva de éxito hasta
que la n° 1 se haya aclarado. De m odo que dedicarem os
el presente capítulo a la pregunta n° 1.
Antes que nada, hay que subrayar que, con esta p re ­
gunta, no se aborda el problem a de la historicidad del
transcurso de sucesos de Troya. De entrada, sólo se trata
de cuánto tiempo antes de H om ero existía ya la historia de
Troya, no de si es «verdad». Pero, como es natural, no h a­
cemos esa pregunta al azar. Su respuesta es previam ente
decisiva para la cuestión de la historicidad a la que, en úl­
tim a instancia, querem os llegar. Y es previam ente decisi­
va porque la fidelidad a la realidad de u n a historia referi­
da a diversas relaciones —sea o no histórico su núcleo—
suele dism inuir cuanto m ayor es la distancia habida e n ­
tre su nacim iento y las relaciones que presupone. Esto,
como es natural, sólo vale para la tradición oral. En u n a
cultura determ inada p o r la escritura, sem ejantes distan­
cias temporales son relativam ente insignificantes, porque
bibliotecas y archivos p u e d en pro d u cir contem poranei­
dad en el lector, incluso al cabo de siglos. Pero vale para
Grecia porque, como hem os visto, durante su época m i­
cénica poseyó u n a adm inistración escrita, aunque no li­
teratura, y porque, d u ran te los siguientes denom inados
siglos oscuros, no tenía escritura. En semejantes culturas
orales, se pierde el conocim iento de relaciones pasadas,
au n q u e no tan sin excepción como suponen general­
m ente algunos teóricos, pero se pierde en riqueza de fietalles, agudeza profundizadora y com prensión del con­
293
texto estructural: todo se vuelve descolorido. Así que,
cuanto más tarde se ideara la contextura de sucesos de la
historia de Troya con su reflejo de las relaciones micénicas, tanto más se reduciría, según toda experiencia, la
participación en la preservada realidad micénica.
Esto, p o r supuesto, siempre se ha visto así. Pero de ello
se extraían conclusiones del todo diversas. La consecuen­
cia es que, en la cuestión del m om ento de nacim iento de
la historia de Troya, hoy están representadas en la investi­
gación dos posturas totalm ente divergentes (claro que hay
posiciones interm edias; pero, en beneficio de la claridad,
nos lim itarem os a los dos puntos extrem os de la escala) :
1) El m om ento del nacim iento de la historia de Troya
coincide, o poco menos, con la época de composición de la
Ilíada. Cierto es que el poeta difícilm ente pu d o id ear él
solo la historia, pero se trata de u n a suerte de fantasía en
equipo de los rapsodas griegos de finales del siglo ix y
principios del v i i i a. C. Dado que en ese tiem po se inició
el resurgir cultural en Grecia, la clase dirigente estaba
muy interesada en u n a autolegitim ación histórica. El gre­
mio de los rapsodas desde siem pre estrecham ente vincu­
lado con la clase dirigente, los aedos, se valieron de ese
interés en cuanto, como quien dice en conform idad con
la dem anda de grandeza soñadora ante las ruinas de las
antiguas ciudadelas, «calcularon rem otam ente» todo el
tejido narrativo de la historia de Troya a partir de los res­
tos pétreos de los fragm entos heredados de los tiem pos
prehistóricos, todo ello en cierto m odo coordinado con
la m em oria colectiva de fragm entos de recuerdos aún
disponibles y la representación del auge político del p re­
sente.587
2) El m om ento del nacim iento de la historia del curso
de acontecim ientos no es muy anterior o muy posterior288
a la caída del período de cultura avanzada micénica. La
historia refleja, p o r lo dicho, conocim ientos de las rela-
294
ciones micénicas reales p o r parte de su creador o creado­
res contem poráneos.
Será útil aclarar en este p u n to cuáles son las conse­
cuencias que cada u n a de estas dos posiciones tiene p ara
la estimación de la historicidad del núcleo de la historia
de Troya:
• Para los representantes de la prim era posición, lo
que se ve en la litada com o «fragm ento informativo» de
u n a historia general originalm ente muy antigua, debe ser
presentado como elem ento de u n a reciente ficción historizante («arcaizante»). No habría pues «fragmentos» de
u n todo original, sino puntos de una curva de cálculo re ­
m oto. Los representantes de esta posición, en conse­
cuencia, no pueden conceder a la historia de la guerra de
Troya, que es u n com ponente de la historia com pleta,
ningún sustrato histórico.
• Los representantes de la segunda posición, p or el
contrario, se inclinan a asignar a la historia u n sustrato
histórico, aunque sea sui géneris.
La decisión entre estas dos posiciones era, hasta hoy,
menos un acto racional que la generalización espontánea
de u n a im presión. En los representantes de la prim era
posición, se vinculaba a m enudo la decisión con el senti­
m iento de que el cientifism o obliga de antem ano al es­
cepticismo o que equivale a él. Cumple decir que los sen­
timientos están aquí fuera de lugar. La ciencia no puede
dejarse guiar p o r el escepticismo ni por la credulidad, si­
no exclusivamente p o r los hechos y la lógica más estricta.
Es parte de la lógica el principio de que u n a limitada can­
tidad de hechos posibilita conclusiones razonables. De no
ser así, u n a gran parte de los conocim ientos científicos
no habrían sido efectivos.
En la cuestión del m om ento del nacim iento de la his­
toria de Troya, la decisión entre las dos posiciones m en­
cionadas depende de la estim ación de qué elevada es la
295
p arte de re a lid ad preservada en la histo ria de Troya.
«Estimación» no es, desde luego, lo m ism o q ue cálcu­
lo. Sigue h a b ie n d o u n m om ento subjetivo e n ju e g o . Y
no p u e d e suprim irse to talm ente puesto que, p a ra p o ­
d er calcular, en lugar de sólo estimar, la p arte de reali­
dad que hay en H om ero, tendríam os que co n o cer com­
pletamente, es decir, sin lagunas, la realidad de la época
m icénica de Grecia. Eso, p o r desgracia, jam ás nos será
posible. La decisión del investigador individual tam bién
d e p e n d e rá en el fu tu ro de los derechos que él p erso ­
n alm en te atribuya a la cantidad de m aterial que le p a­
rezca suficiente para u n a decisión.
La investigación reciente, sin embargo, ha suministra­
do u n a cantidad de m aterial y, con ella, u n estado del co­
nocim iento que, según opinión de quien escribe, es más
que suficiente para considerar la segunda posición como
la más probable. Ya se han presentado algunos de los da­
tos que fu n d am en tan esa estimación. A continuación se
repiten resum idos y completados con más datos.
LOS NOM BRES DE LO S ATACANTES Y DE LA CIUDAD
ATACADA SO N M ICÉN IC O S
1 ) Las designaciones globales de la historia de Troya pa­
ra la alianza de atacantes: «Dáñaos» y «Aqueos» son indu­
dablem ente históricas. En la época micénica de la historia
griega, fueron las denom inaciones de uso internacional
(Egipto, H attusa) de los habitantes de Grecia. Es im pro­
bable que pudieran h ab er sobrevivido m ucho tiem po al
derrum be de la unidad estructural micénica en las partes
y partículas aisladas resultantes en el seno del recuerdo de
transmisión oral de la época posterior a la catástrofe. Y no
había bibliotecas ni archivos como apoyos de la memoria.
Esas designaciones no son elementos marginales, sino par­
296
tes sustentadoras del arm azón general de la historia de
Troya. Si la historia se hubiera «calculado rem otam ente»
en los siglos ix /v in , entonces los atacantes tendrían d e­
nom inaciones que eran de uso en Grecia en la época de
ese cálculo remoto, y no justam ente esas que las personas
de los siglos ix /v m no usaban; en consecuencia, las desig­
naciones «dáñaos» y «aqueos» no existirían en la poesía de
H om ero. Pero no sólo existen, sino que incluso son partes
esenciales y funcionales de u n sistema de sustitución m é­
trica. La conclusión es de toda evidencia: no sólo ellas mis­
mas, sino también el sistema resultante de ellas, datan de
una época en que ese complejo de designaciones era rea­
lidad viva. Esa época era la micénica.
2)
Las dos denom inaciones empleadas en la historia de
Troya para el escenario de la confrontación m ilitar entre
atacantes y defensores, Wilios y Troie, son igualm ente his­
tóricas. Son variantes en lengua griega de dos nom bres de
lugar que, en los docum entos hititas, aparecen como Wi­
lusa (con formas secundarias) y (según la más alta proba­
bilidad) Tru(w)isa. Tam bién estas denom inaciones son
partes sustentadoras del arm azón general de la historia de
Troya. El lugar W ilusa — el topónim o Tru(w)isa lo deja­
mos al m argen de esta discusión, como problem a debati­
do— fue definitivamente abandonado, según los conoci­
mientos de la excavación de Korfm ann, como más tarde,
alrededor de 950 a. C.,289 es decir, a partir de ese m om en­
to no hubo allí pobladores estables. Si, en definitiva, el
nom bre del lugar en 950 fuera todavía el mismo que d u ­
rante la época floreciente de la población en la época hi­
tita, o sea, el mismo que en 1200/1175, entonces sólo p o ­
día haber sonado como Wilusa o algo semejante, pero no
Wilios·, porque Wilios es la variante griega del nom bre. Y
los continuadores de la población de cultura avanzada de
la época hitita (= Troya V I/V IIa) no eran griegos, como
sabemos, sino colonos llegados del área balcánica que ha-
297
biaban u n a lengua no griega, de m odo que está descarta­
do que se hubieran apropiado de la denom inación de ex­
tranjeros griegos para su población. Si partiésem os de la
tradición local, ese nom bre que no sería Wilios tendría
que haber llegado hasta H omero, por interm edio de pas­
tores y habitantes del entorno más o m enos lejano, a lo
largo de doscientos años y, por supuesto, con la w inicial.
En consecuencia, H om ero tendría que h ab er oído en el
siglo v i i i u n a variante del nom bre Wilusa que conservara
la w inicial. Y como en su dialecto griego, el jónico, no ha­
bía w, prim ero tendría que suprimirla y, luego, a partir de
ese nom bre que no era Wilios, form ar un Ilios, además, de
m anera que no indicara u n a variante anterior con w.
Pues bien, ése no es precisam ente el caso: el n om bre
Ilios aparece en la Ilíada, en los diversos casos de la decli­
nación, u n total de 106 veces. En 48 de ellas, es decir,
alred ed o r del cuarenta y cinco p o r ciento de los casos,
todo el verso en cuestión es m étricam ente correcto sólo
si com pletam os el inicio de Ilios con una w. En los demás
47 pasajes, es decir, otro cuarenta y cinco p o r ciento de
los casos, no se p u e d e decidir si la palabra sonaba ori­
ginalm ente Wilios o Ilios (de ellos, en 34 ocasiones, sólo
p o rq u e la palabra está en el principio del verso, así que
pudo h aber sonado originalm ente Wilios), y sólo en 11 pa­
sajes, que son alrededor del diez p o r ciento de todos los
casos, no se puede rep o n er la w inicial sin que el verso se
eche a p e rd e r m étricam ente. De m odo que la w está fir­
m em ente arraigada en el texto homérico.
De eso se sigue, en coincidencia con las conclusiones
que d eb en extraerse del descifram iento de la Lineal B,
que ni el propio H om ero se inventó el nom bre del esce­
nario de su acción, ni tam poco lo tom ó de la tradición lo­
cal de habitantes no griegos de la Tróade en el siglo v i i i .
Más bien p u d o haberlo escuchado únicam ente de grie­
gos que pronunciaban la w.
298
Esos griegos pronunciantes de w pudieron h ab er sido,
teóricam ente, griegos eolios. Pero éstos se pusieron en
contacto desde la isla Lesbos con los habitantes indígenas
de la Tróade, como muy pronto, en el siglo v m . Si que­
rem os partir de la tradición local, entonces el topónim o
Wilusa, adherido al lugar, tuvo que ser conservado por h a ­
bitantes no griegos de la Tróade desde el abandono de la
población en 950, a lo largo de ciento cincuenta años.
Después, los griegos eolios de Lesbos recién llegados tu ­
vieron que transform ar ese nom bre que oían p o r prim e­
ra vez en la form a griega Wilios. ¿Y qué pasa con la histo­
ria de Troya vinculada al nom bre? Pues tuvo que ser
transm itida p o r los habitantes no griegos de la Tróade,
ju n to con un nom bre no griego de lugar, a los eolios de
Lesbos, o bien los eolios de Lesbos la inventaron y aña­
dieron al nom bre recibido.
Esta sería una historia del nacim iento del nom bre de
lugar griego Wilios/Ilios tan altam ente com plicada y u n a
form a de nacim iento de la historia de Troya tan lindante
con lo prodigioso, que ambas deben darse por irreales. A
la vista de la suma antigüedad de las designaciones de los
atacantes del lugar: «achaioi» y «danaioi», y su sólido
arraigo en la poesía hexam étrica griega, se pu ed e dejar
sin grave pérdida que se venga abajo toda esa complica­
da construcción. El proceso más probable es radicalm en­
te más sencillo: las denom inaciones de lugar Wilios y Troie
p roceden, como las de los atacantes «achaioi» y «da­
naioi», de la realidad viva de la época micénica. No h an
llegado hasta H om ero m ediante u n a tradición local d en ­
tro de la Tróade, sino fusionadas en la poesía hexam étri­
ca griega ya en la propia época micénica.
299
EL MUNDO DE LOS ATACANTES ES MICÉNICO
La historia de Troya de la Ilíada presupone, como ha
m ostrado la lectura de la Lineal B, relaciones políticas y
económicas, que fueron efectivamente realidad en esa com­
binación dentro de la historia griega que conocemos; pero
lo fueron durante una sola época: la micénica. No es preci­
so repetir las constataciones generales de esa semejanza que
salta a la vista. Lo que hace falta es, más bien, una precisión
de la imagen. La haríamos si fuera suficiente u n bosquejo y
no u n acopio de detalles que haría necesario otro libro
completo. En lugar de eso, entresacaremos un dato aislado
que desde siem pre ha apuntado al origen m icénico de la
historia de Troya y cuyo valor probatorio en la investigación
aún no puede darse por definitivamente seguro. Nos refe­
rimos a las procedencias de los atacantes que se presuponen
en la historia de Troya. Hasta mediados de los noventa, la
investigación no podía decir de m anera concluyente si, ba­
jo esas procedencias mencionadas en nuestra Ilíada, hay al­
gunas cuyos nom bres y posiciones exactas sólo podían ser
conocidas en la época micénica de la historia griega. Esa in­
seguridad ha term inado de m anera definitiva desde 19941995, m erced a u n nuevo hallazgo en el que se sigue traba­
jan d o y que incluso en los círculos de los especialistas es
apenas conocido. Pero, para ponderar en su valor la im­
portancia de ese nuevo hallazgo, tenem os que arrancar
desde más atrás. Se trata de una m ateria especial de la in­
vestigación de la Ilíada, el llamado catálogo de naves.
El «catálogo d e naves»
El estado de la cuestión
La Ilíada incluye u n a porm enorizada enum eración de
las naves en las que los aqueos se em barcaron a Troya y
300
de la p ro ced en d a de sus tripulaciones. El poeta sitúa esa
lista en su historia de Aquiles antes de la partida de los
aqueos a la prim era batalla. La lista abarca 267 versos del
segundo canto de la Ilíada (494-759). E num era 29 con­
tingentes atacantes que form an una unidad geográfica y
política de entonces. C ada registro de los 29 está cons­
truido según el mismo esquem a estructural: 1) D enom i­
nación de la región y enum eración de los lugares de d o n ­
de fueron enviados hom bres para la expedición de Troya.
2) Nombres del o de los com andantes. 3) Cantidad de n a­
ves y fuerzas en cada u n a de ellas. En total se reú n en
1.186 naves y unos cien mil hombres.
Antes de plantear nuestra p reg u n ta efectiva, in ten te­
mos aclarar una previa: ¿cómo se le ocurre a u n poeta de
u n a epopeya narrativa incluir sem ejante estadística en su
poema? ¿No es la estadística algo antipoético? ¿Qué atrac­
tivo poético radica en p o n e r en verso largas series de
nom bres de lugar y persona? Y, p o r parte del público: ¿no
era espantosam ente aburrida la audición de 267 hexám e­
tros que sólo consistían esencialm ente en nombres? Son
preguntas que sugiere el pun to de vista actual. Desde el
p u n to de vista de la audiencia de una epopeya antigua,
no es así. Listas sem ejantes tuvieron precisam ente en la
poesía rapsódica u n a larga tradición. Y esa tradición inci­
de en un dato de la realidad. Desde que existe la escritu­
ra, o sea desde alrededor de 3200 a. C., los reyes y sobe­
ranos d e .todas las culturas escritas hicieron saber con
gusto la m agnitud de sus victorias m ediante núm eros,
después de la conclusión de grandes empresas militares,
en sus informes de expediciones bélicas que solían cince­
larse en m onum entales inscripciones en templos y p are­
des rocosas: cuántos com batientes y carros de guerra se
reclutaron, de qué lugares, cuántos países y poblaciones
se tom aron en total, cuántos prisioneros se hicieron y así
sucesivamente. Enum eraciones de esa índole —catálo-
301
gos— asom bran ya desde la misma masa de sus renglo­
nes, im presionan, irradian p o d er (un efecto que hoy se
busca con el m ismo interés, como m uestran los archiconocidos gráficos y pictogramas que en el preludio de to­
do conflicto m ilitar centellean en nuestras pantallas). Pe­
ro sem ejantes enum eraciones son sólo u n reflejo de la
realidad: quien va a e m p ren d er u n a expedición de gue­
rra, debe prim ero calcular sus probabilidades, es decir,
conocer sus propias fuerzas y las del contario. Estas sólo
puede estimarlas en grueso, las propias in ten ta detallar­
las sin lagunas m ediante muestras, recuentos y registros.
Así se reú n en núm eros, nom bres, lugares y procedencias;
su conocim iento posibilita form ar regim ientos, divisio­
nes, escuadras y armadas, organizarlos con m andos y pre­
pararlos para la acción. El balance de la fuerza de tropa
es u n a parte inseparable del arm am ento, parte com po­
nente de toda guerra.
La epopeya, como género poético que inform a de
grandes hechos y que no sólo está vinculado a los infor­
mes de hazañas de los reyes y señores, sino que inform a
exactam ente e incluso representa el traslado de las m o­
num entales inscripciones de datos a la narración detalla­
da y colorida p ara un público ham briento de detalles y
emociones, no va a renunciar, como es natural, a u n ele­
m ento semejante. Si el trasfondo de la Ilíada griega, que
pertenece a esa tradición épica, es una historia de guerra,
entonces un catálogo de tropa le es consustancial. Desde
luego, se puede preguntar: ¿tenía que ser tan largo como
el de nuestra Ilíada ? Porque la epopeya no es u n docu­
m ento oficial del mando militar, ni un informe o docum en­
to para los anales del reino.
No sólo el público poco familiarizado con la épica an­
tigua, tam poco m uchos especialistas saben a ciencia cier­
ta, según su experiencia, qué significa verdaderam ente
este catálogo de tropas en nuestra Ilíada. Como se ha di­
302
cho, abarca 267 hexám etros, y enum era 29 contingentes.
Como cada uno de esos contingentes proviene de un dis­
trito del país aqueo, disponem os de una especie de m apa
de Acaya. Ése no es su propósito porque, según reza la in ­
troducción (2, 492) sólo se nom bran los grupos con sus
m andos que m archaron contra Ilios, y eso significa que
— cosa que a m enudo se pasa p o r alto en la investiga­
ción— regiones que no presentaron contingente alguno
p ara la expedición de Troya tam poco van a ser n om bra­
das, o sea que no se persigue u n a descripción sin lagunas
del país, sino un balance de reclutam iento. Pero, cuando
en una unidad geográficam ente tan pequeña como G re­
cia se enum eran no m enos de 29 partes relativamente ex­
tensas, incluyendo islas, eso debe dar lugar p o r fuerza a
algo parecido a un «mapa en palabras» —ciertam ente n o
sin lagunas, pero muy pegado al terren o — . Ese efecto
procede de que en la enum eración se m encionan no m e­
nos de 178 nom bres geográficos, nom bres que, en gran
parte, han perm anecido hasta hoy, de m odo que p o d e ­
mos reconocer Grecia en esa lista de tropas reclutadas. El
au to r del últim o análisis detallado de esa pieza valiosa,
tantas veces recurrida, de la poesía hexam étrica griega,
Edzard Visser,290 ha perfilado así, en 1997, la zona descu­
bierta por esos nombres:
La extensión descrita abarca toda Grecia: en dirección
norte-sur, desde la desem bocadura del Peneo [Tesalia, al
sur del Olimpo] hasta Creta, y de este a oeste, desde la isla
de Cos, próxim a a la costa de Asia Menor, hasta el m ar J ó ­
nico con las islas Itaca y Zaquinto [...].291
Los 178 nom bres con los que se describe esa región
ocupan, en grupos de u n o a tres, 91 versos de los 267 to­
tales. Puede decirse que u n a tercera parte del catálogo
consiste en nom bres de lugar.
Para la com prensión de nuestra argum entación será
303
útil hacerse la idea más clara posible de qué sistema se
oculta tras esa enum eración de nom bres de lugar. Inten­
tarem os ilustrarlo con un ejemplo análogo. Im agínese oír
u n texto como éste:
Los que habitaban Sajonia, el país del Elba y el Elster,
los que poblaban Dresde y la industriosa Lepizig,
y los que poseían Chemnitz y Meißen, y la herm osa Freiberg,
y los que se asentaban en Döbeln y Crimmitschau, y tam bién
en Riesa,
además vivían en Eilenburg y W urzen y Borna, la pulcra,
tam bién aprovechaban Grimma y Bautzen y Pirna,
a la orilla del agua,
los acaudillaba Augusto el Fuerte, hábil en la lucha y el mando,
y le seguían cuarenta naves, con negra pez alquitranadas.
De esta guisa se presentan 29 bloques textuales. Como
en p rim er lugar se suele n o m b rar u n país (aquí rem e­
dado con «Sajonia») o la mayor ciudad de u n a com arca
(en n u estro ejem plo, las grandes ciudades D resde y
Leipzig) y com o esos nom bres de com arca o ciudad y las
poblaciones designadas con ellos h an p erm an ecid o
igual en m uchos casos desde su m ención en este catálo­
go d u ra n te la época poshom érica (a m en u d o , hasta
hoy), estamos en disposición de identificar al m enos las
comarcas, distritos y regiones aludidas. Es más difícil en
el caso de los nom bres de poblaciones aisladas más pe­
queñas. U nos ciento cincuenta años después de H om e­
ro, los mismos geógrafos especialistas griegos avezados
en investigación científica no sabían d ó nde estaban las
poblaciones de m uchos nom bres, y m uchas veces la in­
vestigación m oderna sabe tan poco como ellos.
Esto plantea u n a serie de preguntas. De entrada, enca­
ram os sólo una, la más im portante: ¿cómo h a consegui­
do el autor del catálogo esa enorm e cantidad de nom-
304
Figura 22: Los contingentes del catálogo de naves de la Ilíada.
1. B eoda (Peneleo, Leito,
Argesilao, Protoenor, Clonio)
2. Región Miniea (Ascálafo,
Yélmeno)
3. Focea (Esquedio, Epístrofo)
4. Locrea (Ayax Locrense)
5. Eubea (Elefenor)
6. Atenas (Menesteo)
7. Salamina (Ayax Telamón)
8. Argólida meridional (Diomedes,
Estáñelo, Euríalo)
9. Argólida septentrional/Acaya
(Agamenón)
10. Laconia (Menelao)
11. Mesenia noroccldental
(Néstor)
12. Arcadia (Agapenor)
13. Elide (Anfímaco, Talpio, Diores,
Polixeno)
14. Islas jónicas occidentales
(Meges)
15. Islas jónicas orientales
(Odiseo)
16. Etolia (Toante)
17. Creta (Idomeneo, Meriones)
18. Rodas (Tlepólemo)
19. Sima (Nireo)
20. Espóradas meridionales
(Fidipo, Antifo)
21. Región Esperqueia (Aquiles)
22. Ptía (Protesilao, Podarque)
23. Pelasgia (Eumelo)
24. Magnesia (Filoctetes/Medeón)
25. Hestia (Podalirio, Macaón)
26. Tesalia o Timfaia (Eurípilo)
27. Perraibia (Polipoite, Leonteo)
28. Región de Pindó (Guneo)
29. Peneo/Pelión (Protóo)
bres? No podem os deducir que la aprendió en la escuela
o haya m anejado diccionarios y atlas. Aún no había nada
de eso en el siglo v m a. C. Nos encontram os con la situa­
ción de que u n rapsoda griego, en la parte griega de Asia
Menor, desea n arrar u n a historia de u n a gran expedición
de g u erra de la prehistoria de sus antepasados griegos
contra la ciudad fortificada de Troya y necesita para eso
u n a lista de los lugares de procedencia de los antiguos
guerreros griegos de Troya. ¿De dónde la obtiene? H e­
mos visto en nuestra im itación que ya una única entrada
para u n contingente en nuestra Ilíada no sólo incluye m u­
chos nom bres de ciudades, sino tam bién m uchos inusita­
dos: ¿quién de nosotros mismos, hoy, en u n a época de
acum ulación de saberes, sería capaz de bosquejar Sajonia
espontáneam ente, de m anera análoga a com o lo hace el
autor del catálogo con sus regiones griegas? La mayoría
sabría n o m b rar D resde y Leipzig, acaso tam bién Chem ­
nitz y M eißen. Pero, aparte de los habitantes de esas co­
m arcas, ¿quién sabría m encionar de im proviso lugares
sajones como Crimmitschau, Borna o Eilenburg, Döbeln
o W urzen? Y esto d eb iera valer no sólo p a ra m ortales
corrientes, sino tam bién para políticos y economistas del
más alto rango. Sin embargo, el autor del catálogo lo eje­
cuta no sólo en u n caso, sino igual de bien en veintinue­
ve. Y del resultado de su ejecución dice el últim o inves­
tigador que se ha ocupado de m anera intensiva del
catálogo de naves:
A H om er o no se le p u eden verificar errores efectivos en
ninguna parte.292
En todo el catálogo, hasta donde hoy podem os cotejar
sus datos geográficos, no hay efectivamente ni u n solo ca­
so de localización errónea como, p o r ejem plo, —p o r se­
guir con nuestra analogía— si apareciera Greifswald en
Sajonia o B orna en la com arca del Ruhr. Así que no te-
306
nem os delante u n a fantasía —porque, como queda di­
cho, todos los nom bres que podem os controlar son rea­
les— , ni una mezcla arbitraria —porque los nom bres de­
signan lugares que, de hecho, hasta donde sabemos,
p ertenecen a la región descrita.
A hora podem os repetir nuestra pregunta: ¿cómo h a
conseguido el autor del catálogo ese resultado? Por su­
puesto, uno es proclive a dar la respuesta siguiente: ha re­
corrido Grecia, ha visitado todos los lugares que cita, apun­
tado sus nom bres y, luego, a partir de ese material, h a
perfilado y nom brado las regiones. De hecho, esa respues­
ta ha sido ofrecida, u n a vez a m odo de tanteo, p o r al m e­
nos uno de los num erosos investigadores del catálogo en
la larga historia de tratam iento del problema: el prehisto­
riador de Genf Adalberto Giovannini formuló en 1969:
Notables, completos, precisos, los datos geográficos del
catálogo plantean la difícil preg u n ta de dónde proceden y
qué propósito perseguía quien los reunió. Si se quiere ver
en el autor del catálogo a un rapsoda itinerante que tiene
entusiasm o por la geografía, la pregunta se contesta ella so­
la: el motivo de recopilar los nom bres de las ciudades de
Grecia estaba inm ediatam ente en la intención de enum erar
los participantes en la guerra de Troya, con una labor que
tuvo que costar a quien la llevó a cabo un considerable tiem­
po y además una nada escasa tenacidad.293
En las últimas palabras asoma ya el escepticismo que el
investigador contrapone a su propia conjetura. Y, de hecho,
ya en la siguiente parrafada se desestima esa conjetura:
Pero todo se pronuncia p o r la suposición de que el au­
to r del catálogo no reunió él mismo sus datos geográficos,
sino que se sirvió de u n a lista que debió de realizarse con
otro propósito y que él sólo adaptó esa fuente a las exigen­
cias de su poema.
307
Igualm ente, en 1960, otro investigador experim enta­
do, el filólogo hom érico Wolfgang Kullmann, extrajo de
sus indagaciones la conclusión:
De entrada, se constata el parecer de que el catálogo se
ha tom ado, con ciertos cambios, de una fuente.284
¿Qué reflexiones hacer ante estas respuestas? Giovan­
nini las ha señalado en la prim era cita al n o m b rar los fac­
tores de entusiasmo geográfico, tiem po y tenacidad. Para
p o d er im p u tar a u n rapsoda la recopilación y o rd en a­
m iento de los 178 topónim os contenidos en el catálogo,
tendríam os que hacer u n a serie de suposiciones que no
serían realistas a la luz del desarrollo cultural griego. Pri­
m ero de todo, supondríam os ánim o investigador en el
«rapsoda itinerante» en cuestión. Ánimo investigador en
la cantidad precisa que no surgió entre los griegos hasta
alrededor de 600 a. C., en Mileto y, p o r cierto, como re­
sultado de la presión que la gigantesca masa de nuevas in­
form aciones entrantes produjo con motivo del movi­
m iento colonizador de los siglos v iii/v n .295Ya nos hemos
hecho idea clara de lo que un «rapsoda itinerante» ten ­
dría que haber llevado a cabo aquí en concreto: para lle­
gar a todos los lugares m encionados en el catálogo, ten­
dría que cam inar o cabalgar a todo lo largo y ancho de
Grecia, luego, adem ás de esos viajes p o r el país, ten d ría
que em p ren d er u n a serie de viajes en barco a las islas, a
Itaca, Leucas, Cefalonia, Zaquinto, Sima, Cos, al sur y es­
te, tendría además que fijar p o r escrito los resultados y, al
final, situar todo el m aterial en u n m apa para u n a im a­
gen general coherente. Para ello, no sólo serían precisos
los factores m encionados p o r Giovannini, tiem po y tena­
cidad —y, adem ás, m edios de pago—, en u n a cantidad
que parece difícilm ente imaginable en u n «rapsoda itine­
rante» individual, sino tam bién el em pleo de la escritura
308
y u n a conciencia m etódica científica ligada con el uso de
la escritura, tal y como en Grecia no nos encontram os, en
el campo geográfico, hasta los siglos v i/v a. C., en los p ri­
m eros histores (deseosos de saber) H ecateo de Mileto y
H erodoto de Halicarnaso.
U na empresa investigadora, como la que se presume en
el registro geográfico de Grecia existente en el catálogo de
naves, tan elaborada, ejecutada sin errores y correctam en­
te anticipadora de los resultados de la m oderna geografía
griega, es inimaginable en todo el espacio habitado griego
en el siglo v i i i o v n a. C. Ante este hecho, tampoco se sos­
tiene el subterfugio propuesto a veces de que la recopila­
ción de datos se llevó a cabo por varios rapsodas. Es com­
pletam ente irreal suponer que algún rapsoda empezó
alguna vez a hacerlo y que luego otros le suministraron los
necesarios complementos y llenaron las lagunas. Semejan­
te labor de recogida no se ejecuta porque sí, es necesario
u n plan. No tenemos ningún punto de apoyo de que p u ­
diera existir, en los siglos v iii/v n a. C. (o incluso en los «si­
glos oscuros» previos), ninguna instancia central en G re­
cia continental o en la Jo n ia de Asia M enor que pudiera
poner en marcha, coordinar y aprovechar semejante reco­
gida de datos, para el fin que fuera.2013
N uestra p regunta dice: ¿quién recogió los datos geo­
gráficos reunidos en el catálogo de naves? La respuesta
de que los datos se recopilaron p o r un rapsoda (o por va­
rios) no resiste un análisis sereno. Y con ello queda fuera
de consideración la opinión a veces sostenida de que la
reu n ió n de datos se debe al p o eta de nuestra Ilíada. De
otra reflexión se desprende que aquel rapsoda que com ­
puso la Ilíada y al que llamamos H om ero no reuniría los
datos del catálogo de naves, si es que hubiera podido h a ­
cerlo, en todo caso para la Ilíada, sino para una historia
m ucho mayor.
La catalogación se realiza en base a las naves: «Los
309
hom bres de la región A fueron m andados p o r X. Le se­
guían noventa naves». — «Los hom bres de la región B
fueron m andados p o r Y. Le seguían cuarenta naves», y así
sucesivamente. Sem ejante sum a de naves sólo p u ed e te­
n er sentido en u n a historia que quiere contar u n a expe­
dición a ultram ar de u n a flota aliada (nótese que en una
guerra terrestre no se necesitan naves) y que, p ara eso,
prim ero h a de constituir la flota. La historia de Troya es
la historia de u n a expedición a ultram ar. Es, pues, más
que probable que u n a reu n ió n de flota era u n com po­
n en te inicial integrante de ella. Según toda lógica, esa
descripción de la reunión de la flota debió tener su lugar,
en la narración, en el pasaje en que los aqueos se reu n í­
an para la expedición m arítim a contra Troya, y no en el
pasaje d o nde la encontram os en nuestra Ilíada, a saber,
antes de la partida de las tropas aqueas al cam po de bata­
lla, en el noveno/décim o año de sitio de la ciudad.297 Pe­
ro eso significa que el catálogo de naves no pudo haber
sido elaborado para la historia de Aquiles.
Esta conclusión está sostenida p o r m uchos detalles
sueltos que aquí, p o r motivos de espacio y en favor de
la brevedad, no p o d ría n exponerse com p letam en te.
Nos tenem os que lim itar a u n solo p u n to : el catálogo
e n u m era com o m andatarios de d eterm in ad o s c o n tin ­
gentes a com andantes que, inm ediatam ente después de
su m ención, son expresam ente «borrados» com o perso­
najes de acción de nuestra Ilíada. Dos ejemplos:
Ejemplo 1: segundo canto, versos 716-723:
Los que apacentaban en M etona y Taumacia
y habitaban Melibea, tam bién Olizón, rudo terreno,
los m andaba Filoctetes, diestro con el arco,
[.·.]
Pero se quedó en la isla, sufriendo fuertes dolores,
en la sagrada Lem nos, le habían dejado los aqueos...
310
Y, en la conclusion, se recu erd a con unas palabras la
historia de Filoctetes: en la travesía de la flota aquea, Filoctetes fue .mordido en u n a escala por u n a serpiente ve­
nenosa y desde entonces tenía u n a h erid a incurable en
el pie, p o r cuyo motivo los cam aradas lo habían dejado
en la isla de Lemnos.
Ejemplo 2: segundo canto, versos 695-699:
Los que m oraban en Fílace, y Pirase la abundante en flores,
país sagrado de Deméter, e Itón, m atriarca de ovejas,
así como la costera A ntrón, y Pteleo, bendecida de prados:
los m andaba Protesilao, el héroe aguerrido, caudillo
para el combate,
m ientras vivió; pero entonces lo ocultaba la tierra,
negruzca ya.
Protesilao —así se dice escuetam ente luego— fue,
cuando el desem barco de la flota en la costa de la Tróade, el prim ero en saltar a tierra y lo m ató un troyano.
En su com entario de la Ilíada de 1985, Geoffrey Kirk
se preguntaba con razón ante estos pasajes:
¿... dónde radica el motivo de inventarse algo para co­
rregirlo inm ediatam ente después, como en el caso de Pro­
tesilao y [...] Filoctetes?298
La solución la expresaba el propio Kirk: el poeta de
nuestra Ilíada, es decir de la historia de Aquiles, se ha en ­
contrado con que los dos héroes ya estaban en la historia
de Troya (de quien quiera que ésta proceda). Ambos fi­
guraban como participantes en la expedición que allí se
narra antes de que la flota zarpara de Grecia y estaban p o r
eso incluidos, como es natural, en el catálogo de la asam­
blea de partida. En el pasaje d o nde el poeta de nuestra
Ilíada ha situado el catálogo en su historia, nueve años des­
pués de la salida de Grecia, ambos héroes, en razón de los
311
nueve años transcurridos de la historia general de Troya,
o bien no están presentes en Troya (Filoctetes), o bien ya
han m uerto (Protesilao). Nuestro poeta de la Ilíada, que
los encuentra en el catálogo de la asamblea de partida de
la historia de Troya, no puede por eso hacerles actuar, en
el noveno/décimo año de sitio, en su p eq u eñ a historia de
cincuenta y u n días. Pero, por lo visto, tam poco era posi­
ble su total abandono. ¿Por qué? Sólo hay un a razón ima­
ginable: porque le eran conocidos, del catálogo original
de la reunión de la flota, tanto al poeta mismo como, so­
bre todo, tam bién a su público, y sim plem ente pertenecí­
an a la historia como «grandes héroes», de m odo que su
m ención, p o r supuesto, se esperaba. ¿Qué hacer en to n ­
ces? El poeta encuentra la solución en hacerse cargo, sí,
de ellos, pero para eliminarlos enseguida.
Aparte del criterio narrativo de nuestro poeta de la Ilia­
da, lo que significa ese ardid inevitable es que el poeta de
nuestra historia de Aquiles conocía u n catálogo de naves
como com ponente de la historia de Troya (no tenía que
ser, desde luego, el mismo exacta y literalm ente que aho­
ra leem os). Pero dado que él em plea la historia de Tro­
ya, en su historia de Aquiles, sólo como m arco que no va
contando de m anera cronológicam ente sucesiva, sino
que sólo trasluce puntualm ente, como ya hem os visto, y
dado que él quiere contar en detalle, con su historia de
Aquiles, exclusivamente algo del noveno/décim o año de
sitio ante Troya, y no de la época de antes de la p artida
de la flota en Grecia, tiene que desplazar el catálogo de
naves de su posición original en la narración (lugar de la
reunión de la flota en Aulis, Beocia) si es que quiere ha­
cer u n registro de los atacantes. Sólo había u n a posición
posible en el estrecho m arco de su historia de cincuenta
y u n días del no v en o /d écim o año de sitio, inm ediata­
m ente antes del inicio del combate, es decir, en la parti­
da del contingente al campo de batalla en Troya. Esa nue­
312
va posición no es, ciertam ente, lógica para un catálogo de
naves, pero aún podía parecer aceptable al público.299
U n catálogo de naves como el que leem os ahora en
nuestra Ilíada no podía servir como fundam ento del con­
texto que él utiliza en nuestra historia de Aquiles, sino só­
lo como fundam ento del gran contexto de la «guerra de
Troya». Pero como el poeta de nuestra historia de Aqui­
les puede utilizar muy bien ese catálogo, porque los p e r­
sonajes principales de la historia de Troya (y, con ello,
tam bién de la «guerra de Troya») tam bién lo son de su
pequeña historia, incluye grosso m odo el catálogo ya exis­
tente, aunque lo acom oda al nuevo pequeñ o contexto,
donde le conviene, m ediante explicaciones dentro de ca­
da entrada.
Con esto, vamos a parar de nuevo a nuestra pregunta
inicial: ¿quién ha reunido los datos geográficos del catá­
logo de naves y cómo ha llevado a cabo esa labor? Si n o
fue u n rapsoda —o sea, tam poco H om ero—, ¿quién, e n ­
tonces?
Probabilidades hasta ahora
H asta ahora sólo hem os indicado que la historia de
Troya —con un com ponente que es el catálogo de n a ­
ves— era anterior al p o eta de nuestra Ilíada. Pero sigue
planteada la pregunta de cuánto tiempo hacía que era co­
nocida la historia de Troya, es decir, cuándo se ideó. Ya
h a quedado claro en los capítulos previos, antes de la re ­
ferencia al catálogo de naves, que no pudo ser en los si­
glos v i i i / v i i , porque el autor de nuestra Ilíada, que com­
p o n ía versos en el siglo v i i i , ya insertó su historia de
Aquiles en la de Troya. Para lo sucesivo, h a quedado mos­
trado en los últimos capítulos,
•
prim ero, que la historia de Troya, según su propia ló­
gica como historia de u n a expedición a ultram ar, tiene
que haber incluido siempre un catálogo de naves.
313
•
segundo, que ese catálogo de naves, en u n a u otra
versión m odificada, sigue siendo concebible en nuestra
Ilíada.
Con esto, a h o ra tenem os u n a clave en la m ano: m e­
diante el catálogo de naves de nuestra Ilíada podem os in­
tentar, con posibilidades de éxito, determ inar el m om en­
to del nacim iento de toda la historia de Troya. En el
presente capítulo resum im os lo que la investigación ha
averiguado hasta hoy.
El p u n to de partida de toda posterior reflexión tiene
que ser el hecho de que no se ha probado que ninguno
de los 178 nom bres geográficos contenidos en el catálo­
go de naves fuera inventado; la mayor parte de ellos nos
son conocidos tam bién p o r fuentes extrahom éricas que
no siem pre, ni m ucho menos, podrían rem ontarse a H o­
m ero.300 El segundo hecho im portante es que la región
com prendida en esos nom bres, como se ha m ostrado, vie­
ne a ser la de Grecia, pero en u n a partición política que,
en algunos casos, no corresponde a la que conocem os his­
tóricam ente.
La pregunta es, entonces, con qué época de la historia
griega se p o d ría hacer corresponder ese espacio habita­
do. Hasta hace poco, la investigación em itía dos respues­
tas: o bien ese espacio habitado que se deduce del catálo­
go de naves aqueas de la expedición contra Troya es
idéntico al de la época del poeta de la Ilíada, o sea, al del
siglo v i i i a. C., y, en ese caso, el catálogo sería u n p ro ­
ducto de ese siglo —entretanto, ya hem os visto que esta
solución no se sostiene— , o bien ese espacio habitado es
idéntico al de los griegos de la época m icénica y en to n ­
ces la inform ación geográfica del catálogo procede de esa
época. El últim o investigador de este problem a sin salida
se h a decidido p o r la segunda posibilidad, p o r motivos
que no son idénticos a los nuestros:
314
... ese espacio puede coincidir aceptablem ente con la re ­
gión donde se extendió la cultura micénica de lo niveles A
y B (es decir, la época entre 1400 y 1200 a. C.).301
Ese «aceptablemente» se debe a que, visto en puridad
teórica, hoy no es posible u n porcentaje de decisión se­
gura entre ambas posibilidades, porque no conocem os
con precisión los espacios habitados de ambos períodos:
no disponem os de u n m apa de Grecia de ninguna de las
dos épocas. Sólo podem os cotejar probabilidades. N o
obstante, pese a nuestro déficit de conocim iento, cree­
mos p o d er ver lo siguiente: casi u n a cuarta parte de los
lugares m encionados en el catálogo ya no era localizable
geográficam ente para los griegos de la era histórica.302Eso
sólo puede significar que esos lugares ya no tenían p o ­
b lación en el siglo v i i i . Si h u b ie ra n estado h abitados
entonces y, en consecuencia, u n poeta del siglo v i i i los
hubiera incluido en u n catálogo preparado por él mismo,
entonces, a la vista del significado cultural de la Ilíada
p ara la cultura griega de la posteridad, o bien sus nom ­
bres se habrían m antenido, o bien, si se abandonaron tras
su inclusión en el catálogo, los parajes donde estuvieron
no se habrían olvidado.
Pero si esos lugares ya no existían en el siglo v i i i en
Grecia, entonces sólo queda u n a salida para preservar la
suposición de que el catálogo fue recopilado por un p oe­
ta de ese siglo (o posterior), y es probar que ese poeta se
inventó los nom bres en cuestión p o r razones métricas, es
decir para rellenar tal o cual hexám etro. Eso no se p u e­
de probar. Y hasta una sospecha en ese sentido tiene es­
casas probabilidades, prim ero, porque esos nom bres de
lugar tendrían que ser nom bres genéricos de fácil inven­
ción, del tipo de «Valdeprado», «Villaseca», «Aldearriba»
— cosa que no son— y, segundo, porque el autor del ca­
tálogo para relleno de lagunas y term inaciones de versos
315
utiliza generalm ente adjetivos que añade a los nom bres
de lugar («florida», «arbolada», «serrana» y sem ejantes),
habría pues usado ese m edio en los casos que aquí trata­
mos, en lugar de tom arse el trabajo de inventar nom bres
de lugar.
La más probable solución del problem a consiste en la
suposición de que esos topónim os y lugares ya no existí­
an en el siglo v m (o posterior), pero que existieron an­
tes y que fueron lo bastante grandes como para suminis­
trar tripulaciones para u n a expedición naval. Para estar
en esa disposición tenían que ser relativam ente im por­
tantes en su época o, en todo caso, ser conocidos. Esa
época, según la situación de las cosas, no h a p o dido ser
la de los «siglos oscuros», sino únicam ente la micénica.
En consecuencia, los topónim os debieron de m an ten er­
se en la tradición d u ran te la época m icénica a causa de
la im portancia de los lugares correspondientes.303
Las inform aciones que contiene el catálogo de naves
de n uestra Ilíada sólo p u ed en relacionarse en su estado
básico con la época micénica de Grecia. Con ello, sin em­
bargo, no queda dicho que esas inform aciones debieran
h ab er sido reunidas ya en la época m icénica de Grecia
para u n inventario geográfico del tipo que nos encontra­
mos hoy en la lista de los 29 contingentes de nuestra Ilia­
da. El contenido es ciertam ente micénico en su estado bá­
sico, pero su presentación conjunta en una lista p u d o ser
efectuada en u n a época posm icénica; los datos p u ed en
sobrevivir fuera de las listas.
La suposición de u n a original recopilación posm icéni­
ca de datos para u n catálogo es, sin em bargo, im proba­
ble. Esta aseveración se apoya en la hasta hoy más radical
investigación del catálogo, p o r Edzard Visser, en 1997, y
en la valoración resum ida de esa valoración, en u n artí­
culo de 1998.
En su análisis, Visser señala tres im portantes puntos
316
que son significativos para nuestra cuestión, pero que an ­
tes pasaron desapercibidos o poco menos:
La elaborada estructura del catálogo de naves como lis­
ta de nom bres geográficos del tipo de un «extracto de u n
catastro geográfico proyectado p o r u n a autoridad adm i­
nistrativa» rem ite a una avanzada edad de la form a n arra­
tiva «lista de nom bres».304
Esa form a narrativa que se usa con profusión en la Ilia­
da, aparte de en el catálogo de naves, en catálogos de
personas en genealogías o descripciones de grupos, en
catálogos de p retendientes, de hom icidios y otras listas
de esa índole, m uestra u n a chocante sem ejanza con la
praxis registradora burocrática en las culturas palacianas
de la época m icénica que nos aparece en las tabletas de
la Lineal B.305
La integración específica de u n catálogo geográfico, que
en esencia es estatal, en la poesía heroica oral narrativa
debe entenderse, antes que nada, en la función en que lo
encontram os en nuestra Ilíada. como lista de tropa reclu­
tada. Ahora bien, ¿cómo llegó a la Ilíada del siglo v i i i se­
m ejante voluminosa lista de fuerzas militares que, sin d u ­
da, reú n e a la población de casi toda Grecia para u n
propósito común? En los llamados ¿siglos oscuros», difí­
cilm ente puede concebirse la idea de u n a em presa co­
m ún de tales dimensiones, a la vista de la fragm entación
reinante en la época y la debilidad de los griegos:
Para un motivo así [...] no hay posibilidad efectiva entre
la fase de la caída de los palacios m icénicos y la época geo­
m étrica [se refiere al siglo v iii ] de vincularse con un con­
creto resullado histórico [...] si hubo u n a em presa com ún
que provocara la form a literaria del catálogo geográfico [...]
es apenas concebible. El testim onio se pronuncia en favor
de que se conocieron grandes empresas com unes en la épo­
ca m icénica, en la que regiones aisladas se aliaban para al­
guna incursión...306
317
¿Qué se deduce de esto? La idea de grandes empresas
militares com unes contra una determ inada potencia ex­
tranjera era com pletam ente ajena a los griegos de los «si­
glos oscuros». Pero tam bién lo es en el siglo v i i i donde,
ciertam ente, se hacen travesías m arítim as colonizadoras
aisladas, pero no hay ideas invasoras. En cambio, u n pen­
sam iento sem ejante sí que se le debe ocurrir a u n a gran
potencia cuyo rey se dirige al gran rey de los hititas como
«¡H erm ano mío!» y cuya flota, tras la elim inación de la
suprem acía naval de Creta, dom inaba el M editerráneo
suroriental: Ahhijawa. U n catálogo de naves, como el que
tenem os en nuestra Ilíada, debió p erten ecer original y
efectivamente a u n a historia que se ideó en la época mi­
cénica. Como form a, puede h ab er pertenecido a cual­
quier historia m icénica que cuente em presas com unes
m arítim as. Debió h ab er más de las que sabem os en la
ép o ca m icénica. Las ex p ed icio n es agresivas navales a
la isla de Creta y a la costa de Mileto, de las que sí tene­
mos noticia, sólo son algunas de las más significadas, p or
eso sabemos aún de ellas.
Pero aquella historia m icénica que está indisoluble­
m ente ligada con el catálogo de naves que nos ocupa, a
causa del personal enum erado en él, sólo p u ed e h ab er
pertenecido, en su form a aún sin adaptar ni enajenar, a
la historia de Troya. Así que la historia de Troya debe ha­
berse ideado en la época micénica.
Con eso coincide u n a circunstancia que desde siem­
pre h a llam ado la atención y a la que hasta hoy no se ha
podido e n co n trar explicación razonable: el catálogo de
naves de n u estra Ilíada que, con sus 29 contingentes y
178 nom bres geográficos, no deja apenas nad a que de­
sear en extensión y detallismo, señala como zona habita­
da p o r los «aqueos» la mayor parte de la zona continen­
tal todavía hoy griega — aparte de M acedonia y Tracia
ju n to con las islas de enfrente como Tasos, Im bros, Lem-
318
nos—307 así como u n a p arte del m undo insular todavía
hoy griego: las islas griegas occidentales, Creta, las Espóradas del sur, con inclusión de Rodas, Sima, Misros, Carpatos, Casos y Cos. Sin em bargo, ignora las Cicladas, así
com o toda la costa occidental de Asia M enor entre Tro­
ya y Halicarnaso, ju n to con sus islas de enfrente (Lesbos,
Quios, Sam os). Pero toda esta últim a zona (excluimos las
Cicladas) fue poblada p o r griegos, com o más tarde, a
partir de 1050 a. C.
La propia ciencia m oderna aún no tiene certeza sobre
el m om ento preciso de inicio de la población griega en la
zona de Asia Menor; los mismos griegos que, antes de 800,
carecían de cálculo exacto del tiem po, escritura o archi­
vos, es decir, que no disponían de docum ento alguno, tam­
poco podían saberlo (pese a las aseveraciones que sostie­
n e n otra cosa). Pero lo que todo griego sabía con
seguridad, fuera en Asia M enor o en la m adre patria, en
el siglo v in a. C. —unos doscientos años después— , era el
hecho de que toda la zona desde Lesbos al norte, hasta
Rodas al sur, ju n to con la franja costera de Asia Menor, era
en ese m om ento parte natural de Grecia. Eso quiere de­
cir que todo poeta que, después de la colonización griega
de Asia M enor occidental, hubiera proyectado u n catálo­
go de fuerzas navales griegas que van a m archar contra
Troya, habría incluido autom áticam ente también naves de
esas zonas tan densam ente pobladas en su época para la
expedición de los aqueos; y dado que, para ese contin­
gente, el lugar de reunión en Aulis hubiera sido estratégi­
ca y m ilitarm ente absurdo (¡cruzar dos veces el Egeo!) o
b ien h ab ría situado el lu g ar de re u n ió n en o tra parte,
o habría hecho unirse al contingente de Asia M enor con
los griegos continentales en otro punto del Egeo, digamos
u n a isla, para incluirlos en su catálogo de los aqueos en la
llan u ra ante Troya. Si h u b ie ra sido ideado p o r u n p o e­
ta del siglo vin, el catálogo del segundo canto de nuestra
319
Ilíada incluiría tam bién contingentes de las grandes ciu­
dades portuarias Mileto, Efeso, Esmirna y otras.™
Pero en la Ilíada y, p o r cierto, no sólo en el catálogo de
naves, sino en todo el corpus de los 15.693 versos, esa zo­
na no sólo no pertenece a Grecia, sino que —salvo pocas
excepciones que aquí no podemos pormenorizar, pero fá­
cilm ente explicables, c o m o se verá— ni siquiera existe.
Ese pu nto ciego en nuestra Ilíada tam bién h a llam ado la
atención desde el inicio de la m oderna investigación ho­
mérica. Desde siem pre se han repetido dos explicaciones
contrapuestas: 1) El poeta de la Ilíada (o ya sus predece­
sores en la elaboración del argum ento) ha (han) «arcai­
zado» a sabiendas. 2) El poeta de nuestra Ilíada no ha in­
cluido esas comarcas en su figuración de la historia de
Troya, porque en la tradición poética en que se encontra­
ba no se le transmitió nada referido a ellas.
Q uedém onos un m om ento con la prim era explica­
ción, la tesis de la «arcaización», p o rq u e es d efen d id a
todavía hoy e incluso con nueva intensidad. Según ella,
H om ero y sus inm ediatos predecesores en la obra de in­
vención de la historia de Troya, en el siglo v i i i , habrían
sabido con precisión que las ciudades eolias confedera­
das en la costa de Asia M enor occidental Cime, Larisa,
N eon Teicos, Tamnos, Quila, Noción, Egiroesa, Pitane,
Egei, Mirina, G rineon y Esmirna, así como las ciudades e
islas jónicas más al sur, Samos, Quios, Mileto, Mius, Prie­
ne, Efeso, Colofón, Claros, Lebedos, Clazomene, Eritre y
Focea, y tam bién finalm ente las ciudades dóricas de Cni­
do y H alicarnaso con sus poblaciones pertenecientes, aún
no existían en la época de la guerra de Troya309 y, en con­
secuencia, h ab rían cuidado m eticulosam ente, en su ex­
trapolación de u n conflicto arcaico troyano a las ruinas
de Troya aún visibles en su tiempo, de no m encionar nin­
guno de aquellos lugares y regiones, ríos y m ontañas, con
u n a sola sílaba.
320
Los representantes de esa posición trabajan, desde Be­
n edikt Niese en 1873,310 con el concepto de u n a cons­
ciente «represión» de la m ejor ciencia:
Es evidente que, en la recreación de Asia Menor, el poeta
ha conseguido reprimir el presente y crear un país habitado
po r cicios, carianos, frigios, mayonios y paflagonios [...]. En
la auténtica Ilíada [quiere decir, excluyendo el catálogo del
canto segundo], no hay m ención alguna de la ciudades j ó ­
nicas de Mileto, Esm irna y Efeso, po r no hablar de peque­
ñas poblaciones, que al poeta de la Ilíada debían serle m uy
conocidas.»3”
A unque el patriarca de la nueva investigación hom é­
rica, Albin Lesky, advirtió del extrem o forzam iento del
principio «arcaización» en la interpretación de H om ero
(«confesamos desconfiar de la suposición de u n a arcai­
zación program ada...»)312 se ha continuado por ese cami­
no en los últimos años. Así, se ha term inado incluso p o r
plantear que el poeta de nuestra Ilíada habría extrapola­
do, a p artir de las todavía visibles ruinas de Troya en el
siglo v i i i , y de los «complicados hallazgos arqueológicos»
no sólo «la poderosa fortifiacion de Troya VI» y «una p re ­
térita incursión de los griegos micénicos», sino tam bién
«diversos estratos de restos» y «varias expediciones en e­
migas contra Troya».313 Eso sería hacer de u n rapsoda
griego tradicional del siglo v i i i a. C., u n arqueólogo e
h isto riador m oderno del tipo de S chliem ann/K orfm ann, com binado con Starke/H aw kins —pero, además,
superior a todos ellos, m erced al don añadido de la cla­
rividencia.
N o vamos a detallar suposiciones todavía más exage­
radas en ese sentido que llegan a q u erer ver nacer toda
la historia de Troya de los elem entos «extrapolación»,
«especulación», «retrospección» e «inform aciones p o r
m edio de conocedores de escrituras extranjeras (feni­
321
cios, babilonios, posiblem ente anatolios)».314 P orque eso
significaría que debem os im aginarnos, ante cada u no de
los lugares de los que sabemos, m ediante excavaciones,
que efectivam ente fu e ro n u n a vez poblaciones m icéni­
cas (descartando si en el siglo v m aún eran visibles sus
restos), im aginarnos, pues, ante todos esos lugares, que
H om ero (y /o otros rapsodas antes que él) igual que
nosotros ante las ruinas de Troya, tam bién se sentó o
sentaron ante sus ruinas, o sea, las de Micenas, Tirinto,
Tebas, O rcom enos y más de otros cien lugares antigua­
m ente poblados en Grecia, y que él/ello s con el em pleo
de todos los m étodos posibles de creación de in fo rm a­
ción calcularon retrospectivam ente la antig u a m agni­
tud, el antiguo aspecto, la antigua situación de sobera­
n ía del lu g ar en cuestión, incluyendo sus relaciones
políticas y dinásticas con otros lugares y varias cosas más.
A la vista de lo que se considera capaces de h acer a los
prim eros rapsodas griegos y H om ero con sem ejantes
am pliaciones de la tesis del cálculo rem oto, sólo p uede
com pletarse la exclam ación de Franz H am pl «¡la Ilíada
no es u n libro de historia!» con «... ni H om ero u n cate­
drático de historia».
A unque se prescinda de estas consideraciones básicas,
hay que hacerse cargo de la intención que u n «cálculo re­
moto» de la historia de Troya habría de tener. Su pro p ó ­
sito en la dirección fundam ental de la fábula —aniquila­
ción m ilitar de u n a ciudad no griega— sólo po d ía ser la
gloria de sus propios antepasados griegos. Los inventores
de esta historia, procedentes de la Jonia asiática, precisa­
m ente los griegos asiáticos que se hacen especialm ente
cargo de la tradición y que com pusieron la rem otam ente
calculada Ilíada justam ente en esa región, ¿iban a ex­
cluirla? ¿No sería directam ente contraproducente para su
propósito?
El resultado de nuestro exam en de la p rim era p ro ­
322
puesta de solución para la cuestión de la ignorancia de la
parte griega asiática en nuestra Ilíada viene a decir, con
ello, que la teoría del cálculo rem oto, en cuanto se le p re ­
gunta p o r la situación básica, de m om ento sólo pu ed e
ofrecer vagas suposiciones y conjeturas. No puede expli­
car racionalm ente la ignorancia de los griegos asíaticos y
todo el proceso iniciado p o r ellos de nacim iento de la his­
toria de Troya en los siglos ix /v in . Establecerla y conti­
nu arla como posible m odelo explicativo era m etódica­
m ente correcto; pero ah o ra ha alcanzado un estadio en
que em pieza a m ostrar que sus im plicaciones conducen
al absurdo. Para ser tom ada en serio como hipótesis ex­
plicativa ju n to a otras, debe abolir esa sospecha m ediante
el esbozo de escenarios concretos. En su estado actual n o
puede responder a la pregunta de por qué nuestra Ilíada
no presta atención a la población griega de Asia Menor.
De m odo que pasamos al exam en de la segunda p ro ­
puesta de solución.
Ya en 1959, el filólogo inglés Denys L. Page, quien re ­
p resentaba a esta segunda propuesta, planteó u n a serie
de cuestiones a los defensores de la tesis del cálculo re ­
m oto que, en esencia, siguen hasta hoy sin respuesta:
... muchos lugares que son nom brados en el catálogo ya
no podían identificarlos los propios griegos en su época his­
tórica [...] algunos de ellos fueron abandonados antes de la
emigración dórica [se refiere a 1000 a. C y época posterior]
y no volvieron a poblarse. ¿Cómo podía un poeta del perío­
do posdórico escoger semejantes lugares para su lista? ¿Có­
m o podía saber siquiera que existieron o cómo se llamaron?
La im portancia de grandes fortificaciones como M icenas
podía ser deducida de sus restos visibles, pero ¿cómo podía
el poeta saber algo de Dorión, que fue abandonada al final
de la época m icénica y no volvió a ser poblada? ¿Cómo
p o d ía escoger otros num eiOsos lugares que los geógrafos
del tiem po histórico pesquisan de acá p ara allá sin encon­
323
trar ni rastro de ellos: Nisa «que no es hallable en ninguna
parte de Beocia»;315 Kalliaros, que «ya no está habitada»;316
Bessay Ageiai, que «no existen»;317 Mideia y los viñedos de Ar­
ne, que «debieron ser tragados p o r el mar»;318Eiones, que «ha
desaparecido»;319 Aipy, «un nom bre desconocido para la pos­
teridad»3™; Píleos, identificado con «una fragosidad deshabi­
tada»;321 los lugares arcádicos Rhipa, Stratiay Enispe, de los
que Estrabón dice: «es difícil encontrarlos y no se adelanta­
ría nada con hacerlo, porque nadie vive allá»;322 Parrahasia,
que sólo perd u ra como nom bre de un distrito323; Elone, «que
ha cambiado su nom bre y está en ruinas»;324 Neutros, Aigilips,
Ormenion, Orthe, y al m enos otra docena más?325
La más reciente indagación del catálogo de naves del
año 1997, que se apoya en todas las investigaciones de
especialistas publicadas desde el libro de Page, n o p u e­
de decir o tra cosa al cabo de cu aren ta años sobre esos
sitios: Dorion: «imposible u n a explicación definitiva»;325
Nisa: «sigue siendo de tam año desconocido [...] no se
puede decir n ad a concreto de ese nom bre»;327 Kalliaros:
«por lo visto, desconocida para los geógrafos griegos al
m enos desde el siglo iv a. C.»;328 Bessa: «su tam año no
es hoy m ensurable»;329 Augeiai: «cási com p letam en te
desconocida»;330 Mideia: «una identificación defintiva e
inequívoca de M ideia [...] “hopeless”»;331 Arne: «el nom ­
bre de A rne sigue p lanteando un enigm a»,332 y así suce­
sivamente.
P or supuesto, los partidarios de la tesis del cálculo re­
m oto p ueden seguir alegando contra Page que todos esos
lugares aún existían en tiem po del poeta de la Ilíada, en
el siglo v i i i a. C., eran hallables y p u d iero n ser abando­
nados en los siglos posteriores, de m odo que los geógra­
fos griegos más tardíos no p udieran averiguar nad a de
ellos. Tam bién esa salida se la cerró Page:
Es inútil replicar que esos lugares pudieron caer en el ol­
vido en algún m om ento entre los siglos ix y m : la suprem a
324
autoridad «Homero» era la garantía de que los lugares m en ­
cionados en el catálogo que aún llevaban ese nom bre en el
siglo v in no lo p erderían nunca más o que, al menos, no se
perdería su recuerdo.333
Lo que Page viene a decir es lo siguiente: el catálogo
de naves contiene nom bres de lugares de los que los geó­
grafos griegos, investigadores profesionales, no podían sa­
b er nada dos o tres siglos después de H om ero. «¿Cómo
era posible eso?», se p regunta Page. Si H om ero hubiera
tom ado esos nombres, en el siglo vm , simplemente de la
realidad contem poránea y los hubiera incluido en su ca­
tálogo, con eso, ¡se habrían convertido en inmortales! In ­
cluso aunque hubieran sido abandonados p o r sus habi­
tantes en el tiempo poshom érico —una hipótesis ya en sí
increíble, a la vista de su cantidad— , los sucesores de esos
m oradores o los vecinos de comarca, debieran haber p o ­
dido decir a los geógrafos que después preguntaban p o r
ellos con el texto hom érico en la mano: «¡Ah sí, ese Am e,
que sale en H om ero, estuvo en tiempos aquí. Los habi­
tantes se fueron. Pero mira, ahí están las ruinas de la p o ­
blación!». Pero eso no h a sucedido en ninguno de esos
casos. Para un fenóm eno tan extraordinario, según con­
cluye Page, sólo hay u n a explicación: ningún griego p o ­
día decir nada de esos lugares, porque ya en tiem po de
H om ero eran desconocidos. Pero, entonces, surge la p re­
gunta: ¿de dónde sabía H om ero de esos lugares que, en
su tiempo, nadie conocía? Page se dice: de alguna fuente.
Esa fuente tuvo que proceder, no obstante, de u n tiempo
pasado en donde esos lugares aú n vivían. Y Page se p re ­
gunta, como nosotros, ¿qué tiem po pudo ser ése? Después
de todo lo que la investigación y nosotros con ella hem os
recopilado hasta aquí, ¿puede realm ente considerarse u n
tiem po que no sea el micénico? Pero si en efecto sólo
queda el período m icénico, entonces está explicado el
«punto ciego» que nos ocupa y, p o r cierto, de m anera
325
asom brosam ente sencilla: los griegos que vivían en Asia
Menor, desde aproxim adam ente 1050 a. C., no aparecen
en el catálogo de naves porque en la época del nacim ien­
to del catálogo de naves original, es decir, en la época mi­
cénica de la historia griega, aún no había griegos en Asia
Menor.334
Hasta ahí podía llegar una valoración racional de la in­
vestigación anterior a 1994. Todo indica que:
• prim ero, que los datos geográficos de nuestro «catá­
logo de naves de la Ilíada» procedían, en últim a instan­
cia, de la época micénica de la historia griega;
• segundo, que el catálogo original donde se recopila­
ron esos datos para u n registro de estado de naves, debió
de ser creado en la época micénica de la historia griega;
• tercero, p o r lo dicho, toda la histora de Troya, don­
de jam ás pudo faltar un catálogo de naves a causa de su
carácter ultram arino, debió de haber sido ideada ya en la
época m icénica de la historia griega.
Pero, p o r más verosímil que fuera esta serie de con­
clusiones, aún no podía probarse su certeza. Sin em bar­
go, en 1994 se produjo la inflexión.
Nueva seguridad:
la Lineal B de Tebas de los años noventa
Tebas, en Beocia, ha sido habitada in in te rru m p id a ­
m ente desde hace unos cuatro mil quinientos años. En
el tiem po m icénico, era uno de los centros más significa­
dos de la cultura palaciana de entonces. H em os visto
que, ju n to a Cnossos, Micenas, M esenia y otros lugares y
regiones de Grecia, era perfectam ente conocida, en el si­
glo X I V a. C., tam bién p o r los faraones de Egipto. En el
m ito griego, Tebas tiene u n papel preponderante: es, en­
tre otras, cosas, escenario del nacim iento del dios Dionisos, de las celebérrim as historias de Edipo y A ntigona, de
la incursión de los «siete contra Tebas», de la historia de
326
A nfitrión con el nacim iento de Heracles, el hijo de Zeus,
y otras muchas sagas que siguen vivas sin interrupción en
la literatura y el arte (y en otros campos, si pensamos p ö r
ejem plo en el «complejo de Edipo»).
El fundador de Tebas, según la convicción griega, fue
Cadmos, un herm ano de Europe, de quien Europa recibe
el nom bre. La fortaleza de Cadmos se llam aba Cadmea;
p o r eso los tebanos se llam an cadmeos todavía en H om e­
ro. El centro urbano de la Tebas m oderna está hoy sobre
el terreno de aquella Cadmea. Las calles que circulan so­
bre ese área llevan los nom bres de célebres figuras de la
A ntigüedad: calle Edipo, calle A ntigona, calle Píndaro
(Píndaro era de Tebas), calle Pelópidas (Pelópidas era u n
famoso capitán de tebanos y beocios en el siglo iv a. C.).
No es preciso insistir con detalle en qué difícil es hoy, ju s ­
to en esa agitada vida urbana, conseguir llevar a cabo ex­
cavaciones arqueológicas. Sin embargo, en numerosas ex­
cavaciones puntuales, que se p u d iero n efectuar en los
últimos cien años, en cooperación con m odernas disposi­
ciones de urbanización, se ha conseguido un copioso m a­
terial, tam bién abundantes docum entos de Lineal B: las
consabidas tabletas de arcilla inscritas, ju n to a inscripcio­
nes en recipientes y otros testimonios escritos —no obs­
tante, en cantidad relativamente m odesta— . Ese material
siem pre había indicado que Tebas debió de ser siempre,
y muy en especial en la época micénica de la historia grie­
ga, uno de los centros de Grecia más opulentos y políti­
cam ente poderosos.
El 2 de noviembre de 1993, se encontró en Tebas, d u ­
rante la instalación de tuberías de suministro de agua p o r
el servicio estatal del ram o en la calle Pelópidas, una gran
tableta Lineal B con abundante texto.
El entonces d irecto r del m useo y adm inistración de
antigüedades de Tebas, Vassilis A ravantinos, consiguió
inm ediatam ente, con el apoyo del M inisterio griego de
327
Figura 23: U na nueva tableta Lineal B de Tebas.
Cultura, u n a in terru p ció n de los trabajos p o r tiem po in­
definido. Los trabajos de excavación llevados a cabo p o r
los arqueólogos griegos, d u ra n te los en total 495 días
siguientes, en tre noviem bre de 1993 y febrero de 1995,
sacaron a la luz, ju n to a otros n u m ero so s objetos, el
te rc e r hallazgo más grande de Lineal B de Grecia —des­
pués del de Cnossos (aprox. 3500) y Pilos (aprox.
1200)— : más de doscientas cincuenta tabletas y frag­
m entos.
El 11 de m arzo de 1995, Aravantinos y los dos exper­
tos m icenólogos invitados p o r él, Louis G odart y A nna
Sacconi, expusieron en u n a sede de la A cadem ia Nazionale dei Lincei, en Roma, u n prim er inform e previo so­
bre el m aterial.335 Era patente que el hallazgo no sólo iba
a d ar un nuevo im pulso a la m icenología e historia de
Grecia, sino adem ás, a influir h o ndam ente en nuestra
im agen de la época micénica, cuando no a transform ar­
la. Las publicaciones que siguieron, ocupándose de di-
328
versos aspectos escogidos del hallazgo, han profundizado
aún más esa impresión.
Por desgracia, en este m om ento, aún no se h a efectua­
do lavarías veces anunciada publicación de las tabletas.336
No obstante, los siguientes puntos están ya claros:
1) Las tabletas pertenecían a u n archivo palaciano de
Cadm ea que se destruyó en un incendio.
2) La fecha de ese incendio se puede datar con certe­
za m ediante los num erosos objetos encontrados ju n to a
las tabletas: tuvo lugar hacia 1200 a. C.337
3) Los textos no se diferencian, ni en la técnica de es­
critura ni en el contenido, de los hasta ahora conocidos
de la Lineal B de la propia Tebas y otros seis lugares
(Cnossos, C idonia/C hania, Pilos, Micenas, Tirinto, Midea) ; el contenido está relacionado predom inantem ente
con temas religiosos y económ icos (recaudaciones, con­
tribuciones, repartos, ofrendas en santuarios autóctonos
y extranjeros).
Los textos han producido, ya en base a esporádicas
publicaciones parciales, u n notable aum ento del conoci­
m iento en todos los campos posibles; sin em bargo, la
com pleta m agnitud no se verá hasta su com pleta publica­
ción, estudio e interpretación. No obstante, lo que es de
im portancia decisiva para nuestra cuestión, consiste en las
informaciones geográficas que nos sum inistran esas nuevas
tabletas. Tampoco en esto se conoce el m aterial en toda
su magnitud. Pero lo que se sabía de prepublicaciones ha­
bía llamado la atención: no sólo se m encionaba varias ve­
ces a u n «hom bre de Lacedem onia», o sea Esparta —lo
que docum entaba relaciones políticas y económ icas en ­
tre Tebas y Esparta alrededor de 1200 a. C.—, sino que
tam bién quedaba claro, m ediante la m ención de Amarynto y Caristo, en clara conexión, que Tebas poseyó en esa
fecha, además de Beocia, la gran isla Eubea; y lugares co­
mo Cnossos ju n to a nom bres de ciudades de Chipre,
329
Egipto y Anatolia —entre ellas, Troya— m ostraron la am­
plísim a red de relaciones que vinculaba a Tebas con la
gran área m editerránea.338
Todo eso eran preinform aciones sueltas; faltaba un
exam en sistemático. Eso fue lo que presentaron en 1999
Louis G odart y A nna Sacconi en u n a conferencia con el
título «La G éographie des Etats mycéniens».339 En ella se
presenta p o r prim era vez nuestro conocim iento actual de
la extensión geográfica de los siete centros micénicos,
que nos han sum inistrado textos de Lineal B en p ro p o r­
ciones dignas de m ención, así como de las relaciones en­
tre ellos y otros lugares y regiones: será útil citar las más
im portantes bases metódicas según las que han trabajado
los autores y que figuran en su introducción:
Los topónim os que se refieren en la contaduría sacada a
la luz de los diversos palacios destruidos, corresponden a ve­
ces a nom bres de lugar que en el I m ilenio a. C. e incluso
hoy se usan pai~a designar poblaciones o regiones conocidas
de Grecia. En esos casos claros, es probable que el lugar micénico haya de situarse en el mismo sitio o cercanías que el
histórico o el actual. Esa probabilidad se convierte en certe­
za cuando tiene que ver con lugares que se encuentran so­
bre estratos que rem iten a la Edad de B ronce o más y que
se correponden con el nom bre antiguo. Ese es el caso, po r
ejem plo, de Cnossos [... (si bien está p o r calcular, cuando
se da el extendido uso de n om brar lugares de diversas re­
giones con el mismo nom bre)].
Más frecuente es que esos topónim os no tengan corres­
pondencia alguna en el alfabeto griego. Entonces, hay que
in te n ta r d eterm inar la pertenencia de tal o cual lugar con
nom bre misterioso a una u otra región conocida, basándo­
se en el contexto. Así, p o r ejem plo, se registran en las table­
tas de la serie Co de Cnossos [...] en seis lugares de Creta
llamados a-pa-ta-wa, ku-do-ni-ja, si-m-ro, wa-to, o-clu-ru-wey kata-ra-i, m anadas de ganado donde hay excedente de hem ­
bras. Se trata probablem ente de animales seleccionados pa­
330
ra la reproducción que se m an tien en en llanuras o valles
bien irrigados. Como dos de los nom bres, a-pa-ta-way ku-doni-ja, designan ciudades de C reta occidental, es lógico su­
po n er que los otros cuatro lugares [...] tam bién se han de
situar, po r su parte, en Creta occklental.
Con ese m étodo, los autores revisan en detalle los sie­
te centros palacianos. Los resultados son, en general, del
m áxim o interés para la reconstrucción de la geografía
micénica. Pero deben y pueden quedar fuera de nuestro
marco; sobre todo, cuando los prim eros seis archivos co­
nocidos hasta ahora no h an aportado ningún avance re ­
ferido a nuestra cuestión. Nos concentram os sólo en Te­
bas que, gracias al nuevo hallazgo de tabletas, está a
p u n to de cam biar decisivam ente nuestra im agen de la
época micénica de la cultura griega. G odart/Sacconi es­
criben:
Sobre la situación política de la Grecia continental en el
siglo X I V a. C., no sabemos nada porque los archivos de los
palacios continentales de ese período no han llegado hasta
nosotros. Podem os decir que en la época siguiente, es d e ­
cir, el siglo X I I I , Tebas era sin duda fel reino más im portan­
te, considerado territorialm ente. El territorio controlado
p o r el palacio de Tebas era m ucho más extenso que el de
los detentadores de p o d e r de Chania, Pilos, Micenas, Tirinto y Midea. ¿Quiere eso decir que en el final de la H elenís­
tica Tardía III B [se refiere aprox. a 1200 a. C.] Tebas des­
em peñaba un papel dirigente en la escena micénica? Nos
inclinamos a creerlo.»34"
No sólo G odart/Sacconi se inclinan a creerlo. Aún sin
conocer la elaboración de su m aterial, Sigrid Deger-Jalkotzy había ya defendido el mismo parecer; además, p ro ­
puso a Tebas como la desde m ucho tiem po atrás buscada
sede de los señores de Ahhijawa. U na suposición a la que
ahora, tras una prim era posición en favor de Micenas,
331
tam bién se sum a Wolf-Dietrich Niemeier, con razones a
cuya fuerza de convicción difícilm ente pu ed e u n o sus­
traerse:
1. En el Egeo suroriental, no hay u n centro de la Baja
Edad de Bronce que pueda haber servido como sede del so­
berano de una gran potencia reconocida tanto p o r el gran
rey hitita com o p o r el faraón egipcio, Babilonia y Asiría, co­
mo del mismo rango [...].
2■Las islas del Dodecaneso y de la franja costera de en­
frente no ofrecen suficientes recursos, en territorio ni habi­
tantes, para p o d e r haber form ado una gran potencia inter­
nacional.
3. El soberano local del país Millawanda es u n vasallo del
soberano de Ahhijawa, Millawanda nunca es descrita como
com ponente directo de Ahhijawa, y, sobre todo, en los en­
frentam ientos en Asia M enor occidental de los m enciona­
dos países, Ahhijawa tiene un papel político especial: sólo
de Ahhijawa no sabem os nada de su geografía, estructura
plítica y social [...]. Ahhijawa fue pues p ara los hititas un
país desconocido341 y lejano.»342
Si la tesis de Tebas se com probara, entonces se solu­
cionaría de u n a vez, entre otros, el viejo problem a, que
ya indicam os antes, de por qué el catálogo de naves em ­
pieza precisam ente con Beocia y la región tebana, y p o r
qué la flota se reú n e en Aulis: Tebas h ab ría tenido en
aquel tiem po la soberanía en la Grecia m icénica343y Aulis
era, en razón de la geografía física en esa región, el puer­
to natural de Tebas desde tiempo inm em orial.344
E ntre las num erosas razones que conducen a la con­
clusión de la especial im portancia política de Tebas en el
siglo X I I I a. C., no es la m e n o r la gran cantidad geográfi­
cam ente dispersa de nom bres de lugar que aparecen en
las nuevas tabletas. Para la especial cuestión de la anti­
güedad del catálogo de naves que en este capítulo atrae
332
nuestro interés, esos treinta nom bres de lugar nos depa­
ran una especial sorpresa. E ntre ellos, se encuentran los
siguientes tres:345
1) Eleon,
2) Peteon,
3) Hyle.
Esos mismos tres aparecen seguidos en un solo verso
tam bién en el catálogo de naves (2, 500):
... los que poseen Eleon e Hyle, y tam bién Peteon.
Este,verso pertenece al registro de los beocios, es d e­
cir, del territorio de soberanía de Tebas. Los tres lugares
ahí nom brados representan justo el clásico caso del fenó­
m eno antes m encionado de que los geógrafos griegos
poshom éricos no sabían decir nada o prácticam ente n a ­
da sobre determ inados lugares citados en el catálogo de
naves, porque no los p o d ían localizar. Edzard Visser re ­
copiló todo lo que aún podía encontrarse en la literatura
griega de la época histórica sobre estos tres lugares.346 Sus
conclusiones son:
Eleon : «Estrabón no da, en conexión con su descrip­
ción de Beocia, ningún dato concreto, pero m enciona u n
lugar Eleon en el Parnaso, es decir en Foquis, del cual n o
dice nada. Eso ya lo establece D em etrio de Scepsis». Y
añade en una nota: «Estrabón IX 5, 18. Estrabón nom bra
como inform ante a Crates de Mallos, pero ese Eleon si­
tuado en el Parnaso es hoy com pletam ente desconocido.
Tampoco está representado en RE con ninguna entrada
[se refiere a la Realenencyclopädie, el diccionario más u n i­
versalmente detallado sobre m aterias hum anísticas de la
Antigüedad]».
Hyle\ «Además de estos mitos, p o r decirlo sintéti­
cam ente, un tanto problem áticos [que están todos única­
m ente docum entados en la m ism a Ilíada ], no sabemos
333
nada de u n a polis Hyle; toda localización de este lugar es
totalm ente insegura [...] no son ya discernibles huellas de
alguna significación histórica».
Peteon: «La m ención de Peteon en 2.500 parece ser la
fuente de la mayor parte de las restantes [...]. La identifi­
cación con u n determ inado lugar en Beocia es, en conse­
cuencia, insegura». — «... Peteon sigue siendo u n a mag­
nitud desconocida.»347
A estos tres casos, que en sí p u ed en te n er ya la sufi­
ciente fuerza informativa, se añade u n cuarto, que ofrece
la piedra clave del paso probatorio: el caso Eutresis. Tam­
bién este lugar aparece en el catálogo de naves, en el con­
tingente de los beocios (2, 502), es decir, de la región de
Tebas. Respecto a este lugar, en contraposición con los
tres antes m encionados, la arqueología se ha pronuncia­
do con cierta firmeza. Visser refiere así el resultado:
Excavaciones arqueológicas en Eutresis h an extraído res­
tos im portantes que van desde la época H elenística M edia
hasta SH III B [= 1300-1200 a. C.]. En aquel tiem po, Eutre­
sis fue destruida —seguram ente en vinculación con las emi­
graciones de los pueblos m arinos— y parece luego haber si­
do ab an d o n ad a de m anera duradera; no volvió a ser
poblada hasta el año 600.348
Justo ese nom bre Eutresis nos lo encontram os ahora
en la tabletas de Tebas.349
Para p o n e r plásticam ente ante los ojos del lecto r el
nuevo estado de conocim iento, reproducim os u n dibujo
de la tableta Lineal B donde se p u ed en leer claram ente
dos de los cuatro nom bres m encionados (Figura 24, la ta­
bleta lleva, en el registro general del hallazgo, la designa­
ción TH Ft 140).350
En la p rim era línea, está claram ente legible p ara el
conocedor de la Lineal B la form a del nom bre de lugar
te-qa-i, es u n locativo y significa «en Tebas». De aquí pro-
334
.1
.2
.3
.4
.5
.6
.7
.8
te-qa-i
e-u-te-re-u
ku-te-we-so
o-ke-u-ri-jo
e-re-0-ηί
+ PE
OLIV
44
87
43
GRA
38
14
20
3T5
12 T 7
OLIV
20
GRA
88
OLIV
194
GRA
GRA
GRA
GRA
OLIV
OLIV
vacat
vacat
to-so-pa
Figura 24: Dibujo y transcripción de la tableta ΤΗ Ft 140.
viene la m ayor cantidad de unidades de cereal: 38, y se­
gunda mayor cantidad de unidades de aceite: 44. En la
seg u n da línea, fig u ra claram ente la form a de n o m b re
e-u-te-re-u, que sólo puede leerse, con el trasfondo de nues­
tras inform aciones geográficas sobre la región en torno a
Tebas, como form a locativa de u n topónim o «Eutreus»351
o semejante; este «Eutreus» no ocupa casualm ente el se­
gundo lugar en el balance de la tableta después de la ca­
pital Tebas. C ierto es que sum inistra u n a cantidad m o­
desta de unidades de cereal: 14, pero en cam bio la
segunda mayor cantidad de unidades de aceite: 87. El ar­
queólogo Aravantinos escribe sobre este nom bre:
El segundo nom bre e-u-te-re-u hace pensar en u n a ciudad
prehistórica muy significada que se designa en el tiem po his­
tórico con el nom bre Eutresis y que pertenece a la región de
Thespiai [...]. Si la relación entre el topónim o beocio e-u-tere-u (Eutresis) y la ciudadela y ciudad identificadas con segu­
ridad, extensas y fortificadas, del período m icénico, es efec­
tivamente correcta, entonces podría concluirse que la
Eutresis o Eutreus micénica ocupa el segundo lugar en la je ­
rarquía de las poblaciones en el estado de Tebas.352
En la quinta línea, el topónim o e-re-o-ni se entiende ex­
clusivamente como form a locativa de «Eleon».353
Como queda dicho, el nom bre de lugar Eutresis apare­
ce en la enum eración del catálogo de naves de la Ilíada
entre el contingente de Tebas en el verso 2, 502, y el nom ­
bre de lugar Eleon igualm ente en el verso 2, 500.
RESULTADO: LA HISTORIA DE TROYA SE IDEÓ
EN LA ÉPOCA MICÉNICA
La prim era consecuencia de este estado de la cuestión
es de toda evidencia: las nuevas tabletas de Lineal B ha-
336
liadas en Tebas sum inistran la p ru eb a de que lugares
p ro b adam ente deshabitados desde la época posm icénica hasta la de la Ilíada, o que, en todo caso, no p o dían
estar vivos en tiem po del au to r de la Ilíada, eran, hacia
1200 a. C., parte com pletam ente inequívoca de una co­
m arca palaciana m icénica, en este caso, de la com arca
palaciana de Tebas. La recopilación de nom bres de lu ­
gar cuyo derivado, el catálogo de naves, figura en nues­
tra Ilíada, sólo pudo ser hecho en época micénica. Pero
como esa recopilación en form a de un catálogo de naves
—cualquiera que fuera el propósito para el que original­
m ente se confeccionó— era desde el principio una p a r­
te im prescindible de la historia de Troya, ésta tuvo que
haberse ideado definitivam ente en la época micénica de
la historia griega.
La segunda consecuencia se deduce de la prim era: si
la historia de Troya se ideó en la época micénica de la his­
toria griega, el «punto ciego» en el catálogo de naves de
nuestra Ilíada no es el resultado de una estrategia de re ­
presión de rapsodas arcaizantes en los «siglos oscuros»,
sino una consecuencia com pletam ente natural de la si­
tuación poblacional griega en el tiem po micénico: G re­
cia todavía no incluía la costa occidental de Asia Menor;
la colonización de esa zona costera se efectuó, como más
p ronto, a partir de 1100 a. C. La historia de Troya no p o ­
día saber nada de eso. Así que no podía hacer participar
a los griegos de Asia M enor en la expedición bélica con­
tra Troya. Guando la enum eración en el catálogo de n a ­
ves de aquellas regiones que p resentaron participantes
griegos para la expedición contra Troya term ina con las
islas Sima y Cos, y no nom bra ningún lugar del continen­
te asiático ni tam poco ninguna isla Espórada al norte de
Cos (véase el m apa de la figura 22), entonces refleja cla­
ram ente la situación de la población en el siglo x in a. C.,
en esa zona del Egeo.354
337
W.-D. N iem eier ha preparado recientem ente u n estu­
dio sobre la situación de los hallazgos arqueológicos en
el Egeo oriental. La presencia de u n grupo étnico en una
detem iinada zona se hace verosímil, como él expone, p o r
la com probación de tres categorías de indicios: 1. Cerá­
m ica de m enaje sin decorar. 2. O bjetos de culto. 3. En­
terram ientos. Hallazgos micénicos de las tres categorías
se h an efectuado, ciertam ente, en Rodas y Cos, en Mileto
y Musgebi (en la península de H alicarnaso/B odrum ) y,
más al norte, esporádicam ente en Samos, pero:
No se conoce hasta ahora ninguna cerám ica de m enaje
sin decorar en las islas del Egeo oriental al norte de Samos y
de las poblaciones de la Baja Edad de B ronce de la costa
asiática al norte de Mileto — con excepción de algunos ejem­
plos en Troya— . No hay tam poco enterram ientos de tipo
m icénico [...]. Al contrario que en M ileto, do n d e el 95 %
de los hallazgos cerámicos del siglo x iv a. C., son m ateria­
les m icénicos, en las poblaciones costeras más al norte, la
cerám ica m icénica es muy escasa. Así, en Troya VI F-H, re­
presenta alrededor del 1-2%, y en las poblaciones de Panaztepe, Ayasluk en E feso/Selçuky Klazomenai-Limantepe hay
u n a m ínim a parte. En las poblaciones isleñas de T herm i
(Lesbos) y Antissa (en el mismo lugar) hay una escasa can­
tidad com parada con el m aterial local rojo y gris.
De donde N iem eier extrae la conclusión:
La micénica Mileto era la Millawanda de los textos hititas,
u n lugar vasallo del reino Ahhijawa, cuyo centro en la Grecia
continental está por determinar, acaso Micenas o Tebas. Las
poblaciones más al norte [...] en la zona costera, tenían ca­
rácter local y pertenecían a estados de habla luvia. De los lu­
gares aquí m encionados, era Efeso, llamada Apasa, la capital
del reino luvio Arzawa; Klazomenai-Limantepe y Panaztepe
estaban en el país fluvial de Seha y Troya en Wilusa.355
338
La arqueología coincide aquí con lo que dicen los tex­
tos: tampoco para los hititas, según su correspondencia ofi­
cial, alcanza la extensión estatal de Ahhijawa ni Asia Me­
nor, ni el norte de la isla de Cos en el Dodecaneso y la
posición de contacto entre hititas y aqueos se encuentra,
según esa correspondencia en el espacio entre Millawanda
(= Mileto) y las Espóradas del sur. El catálogo de naves
m uestra la misma imagen desde la parte contraria.356
¿CÓMO LLEGÓ LA HISTORIA DE TROYA
HASTA HOMERO?
Hasta este punto, hem os efectuado u n gran derroche
argum entativo para adquirir la certeza de que la historia
de Troya no pudo haber sido ideada en otra época que no
fuera la micénica. Quizá a algunos lectores les parezca in­
cluso u n excesivo derroche. Pero ha de quedar claro que
Hom ero sólo puede aportar algo a la solución de la «cues­
tión de Troya», si las informaciones que tenemos en su Ilia­
da (y en la Odisea) sobre Troya y la guerra de Troya, no son
invención suya (o de una cuadrilla de rapsodas), sino que
proceden del tiempo en que Troya vivía. U na vez que eso
ha quedado tan verosímil que la carga probatoria ya no nos
corresponde a nosotros, sino a quienes siguen dudando,
podemos plantear la pregunta a la que todo apunta de ma­
nera más aprem iante y que al propio lector le está acu­
ciando: si la historia de Troya fue en efecto ideada siglos
antes del siglo vm , ¿cómo pudo atravesar el «vacío cultu­
ral» de los llam ados «siglos oscuros» (desde el x i i hasta
el v in aproxim adam ente) y hacerlo de m odo que aún es
com prensible en restos fragm entarios en nuestra Ilíada ?
Por m ucho tiem po se ha tenido a una tradición tan du­
radera y estable por excluida. Se han alegado investigacio-
340
nes etnológicas que han seguido esas tradiciones narrati­
vas en pueblos sin escritura que aún existen. El etnólogo
holandés Jan Vansina publicó un resum en de esas investi­
gaciones en su libro Oral Tradition as History de 1985. Su
resultado decía que u n a tradición oral que dura más de
tres generaciones no se conoce fuera de esas sociedades;
todo lo que queda de ella es un «floating gap».357 El libro
h a ejercido una no desdeñable influencia en diversas dis­
ciplinas relacionadas con la A ntigüedad y que han de vér­
selas con «lagunas de transm isión» en la historia de los
pueblos que investigan; tam bién en el estudio de la histo­
ria rom ana y griega. Pero en esa tesis, hay un salto dem a­
siado tem erario de la docum entación a la aplicación de
conocim ientos. Éstos están adquiridos en trabajos etn o ­
lógicos con tribus africanas. Cuando se aplican a la histo­
ria rom ana y griega, Vansina no advierte una im portante
diferencia: diversamente a la historia de tribus africanas,
la rom ana y griega ha tenido lugar en u n gran espacio
que, con la llegada de em igrantes posteriores rom anos y
griegos, ya no carecía de escritura, sino que era poseedor
de ella desde hacía miles de años —la cuneiform e y la je ­
roglífica— y que confrontó a los em igrantes con esa cul­
tura escrita desde un principio.
Por supuesto, la ficción histórica en el sentido p ro ­
puesto p o r Vansina se da en pueblos que acceden como
neófitos a ese espacio escrito pero que, en sí, son ágrafos.
Incluso en. el caso de los rom anos es probable hasta cier­
to grado. Pero, en el caso de los griegos, es patente que
rigen otras leyes. Tras su em igración al sur de la penínsu­
la balcánica, tuvieron contacto relativam ente tem prano
con sociedades poseedoras de escritura del Próxim o
O riente y de Egipto, y ellos mismos la poseyeron, como
más tarde, ya en el siglo xv, cuando ocuparon Cnossos en
Creta y adoptaron la escritura silábica allá em pleada des­
de siglos atrás, la adaptaron a su lengua y utilizaron el
341
nuevo producto, sin interrupción, en todo su espacio ha­
bitado, hasta la caída de su prim era cultura avanzada al­
red ed or de 1200. Seguram ente no se nos ha transm itido
(hata ahora) ningún apunte histórico de esas prim eras fa­
ses de utilización de escritura p o r los griegos. Pero vemos
en los docum entos de la Lineal B que, en aquella cultura
avanzada griega (m icénica), ya existía u n a muy desarro­
llada conciencia de fidelidad a los datos, descripciones
precisas y corrección en los balances.
Después de que el sistema que operaba sobre esa base
cayera alrededor de 1200 y, con ello, se p erdiera el· uso de
la escritura,358 encontram os la misma conciencia unos
cuatrocientos años después de la segunda adopción del
m encionado m edio de expresión en los prim eros signos
alfabéticos de los griegos. La «laguna» entre la prim era y
la segunda fase de la posesión de escritura en los griegos
difícilm ente p uede com pararse con lo que Vansina des­
cribe como «floating gap». Más bien es u n «tiem po de
pérdida», la interru p ció n de una línea que, com o tal,
nunca fue olvidada por los propios griegos. Lo vemos, en­
tre otras cosas, a p artir del depósito de historia que ha
atravesado la «laguna» y que los griegos llaman mythos, co­
mo en su seguim iento hacemos nosotros.
El m ito tiene hoy u n a connotación peyorativa, con él
se asocia rápidam ente la «fantasía». Pero no había nada
de eso en el concepto original. La palabra designa sim­
p lem ente «lo que se dice, lo que se cuenta», es decir,
contenidos discursivos y narrativos (hoy los llamaríamos
probablem ente «unidades de inform ación»). Los mythoi,
que conocem os de la transm isión escrita de los griegos
del 800 a. C., narran sucesos y actores que no p u ed en si­
tuarse en el siglo v i i i o posteriorm ente, sino que han de
situarse en u n tiem po muy anterior. Y, en la mayor parte
de los casos, está claro y es incuestionable que ésos fue­
ron los tiem pos micénicos. Las historias de los sucesos en
342
torno a Edipo y de las guerras de Tebas, de los argonau­
tas y su viaje descubridor al m ar Negro e igualm ente de
las expediciones de los griegos a ultram ar hasta Asia Me­
nor, sólo p u ed en p ro c e d er de la época micénica. Eso
quiere decir que las historias, que nosotros conocem os
com o «mitos», se originaron en el tiem po m icénico y
h an atravesado la «laguna».
Y
ahora, n atu ralm en te, la p re g u n ta es: ¿de qué m a­
nera? Por supuesto, la prim era respuesta será: m ediante
narraciones sucesivas de generación en generación. Igual
de naturalm ente surgirán ahora las habituales reservas so­
bre la fiabilidad de esa vía de transm isión: ¿cómo p o d e­
mos juzgar lo que aún coincide, en el estado final de u n
m ito tal y como lo conocemos, con el estado inicial de ese
mito? ¿No ha tenido que cam biar m ucho en el ínterin, a
causa de las intervenciones de las personas en las diver­
sas fases del decurso de la historia, intervenciones que se
p ie rd e n en la perspectiva y que re in tep retan u n a vieja
historia hasta el pu n to de que el producto final ha de
apartarse de su estado inicial? Son ideas que tienen gran
versosimilitud y deberíam os re n d ir las armas, si sólo co­
nociéram os una vía de transm isión de narración en p ro ­
sa entre los griegos.
Pero, afortunadam ente, conocem os u n a segunda vía
de transmisión entre los griegos y, por cierto, u n a que, en
esa form a y hasta donde sabemos, ninguna otra sociedad
posee, aparte de los griegos: poesía en versos firm em ente
reglam entados, que a lo largo de siglos jam ás cambian en
su estructura básica, es decir, poesía en hexámetros.
LA POESÍA RAPSÓDICA ORAL DE LOS GRIEGOS
H em os tratado brevem ente en otro pasaje del hexá­
m etro, la m edida de verso en que están compuestas Ilía-
343
da y Odisea. Es im portante ten er claro que esa versifica­
ción nunca cambia en las dos epopeyas. Eso quiere decir
que la Ilíada consta de exactam ente 15.693 hexám etros y
que n ingún verso se escapa del sólido «vaso sagrado» que
form a esa masa de versos, es decir, que ninguno consiste
en sólo cinco o en siete u ocho pies, y que ninguno se sa­
le de las norm as reguladoras que encadenan a los hexá­
m etros en su in terio r y los convierten en unidad rítm ica
estéticam ente eufónica.
El hecho de que Ilíada y Odisea estén definitivamente re­
dactadas en verso no es nada asombroso. Poesía del tipo
de esas dos epopeyas, «poesía heroica», no la hubo ni la
hay sólo en Grecia. Más bien está extendida p o r todo el
m u n d o y nos aparece en todas las lenguas posibles. Se
han investigado y com parado esas tradiciones poéticas, y
se h an establecido determ inadas norm as que cum plen to­
das ellas. U na de esas norm as es la sujección métrica. Sir
Cecil Bowra, un o de los más significados investigadores
de este tipo de poesía, estableció respecto a este pu n to en
su obra Heroic Poetry de 1952:
La poesía heroica exige una m étrica y es notable que [...]
casi siem pre se lleve a cabo en versos individuales de m odo
que la línea es la un id ad de composición y en cada poem a
individual se usa u n a sola m odalidad de línea. Eso vale para
los hexám etros dáctilos de las epopeyas hom éricas, para el
Gilgamés, con sus cuatro «pies», los versos acentuados de ali­
teración del antiguo alem án y del anglosajón [...], el verso
de los bylines rusos con núm ero irregular de sílabas y nú­
m ero estricto de pies, los versos trocaicos de diez y dieciséis
sílabas de los yugoslavos, los octasílabos búlgaros, el politikós
stíchos o verso de quince sílabas de los neogriegos, los ver­
sos de dieciséis sílabas con rim a interior de los chinos. Ca­
da línea versificada form a u n a unidad m étrica y se usa co­
mo tal a lo lai'go de todo el poem a.3“
344
Y el propio Bowra lo com pleta más adelante:
La poesía heroica parece haber sido cantada en todos los
tiempos, habitualm ente acom pañada de sencillos instru­
m entos de cuerda, la lira griega, la gusla serbia, la balalaika
rusa, el kobos tártaro o el lahuta albanés.360
De m odo que m étrica y musicalidad con com ponentes
de este tipo de poesía. Tampoco en eso se sale H om ero
del m aixo. Si bien hay u n punto en que sí lo hace. Es la
inusitada consecuencia, incluso hay que decir rigurosidad,
con que m antiene la m étrica. Ese rigor llega al extrem o
de alterar y, a veces, hasta forzar la lengua hablada, en fa­
vor del m antenim iento de la métrica. Esa peculiaridad de
la lengua hexam étrica hom érica la notaron los propios
griegos de entonces. Como ejemplo, un pasaje que ya lla­
mó la atención de los griegos (Ilíada 8, 555):
... como cuando las estrellas en el cielo en torno a la res­
plandeciente luna aparecen claram ente destacadas...
Filólogos homéricos griegos designan esta afirmación
como «un imposible» (Adynaton). ¿Cómo p u ed en desta­
car claram ente las estrellas en torno a la resplandeciente lu­
na? La afirmación «las estrellas destacan claram ente en el
cielo» sólo puede ser lógicam ente cierta, justo cuando la
luna no está «resplandeciente». Sin embargo, casos como
éste son frecuentes en el texto hom érico. En 21, 218, di­
ce el dios río del Escam andro: «Porque tengo llenas de
cadáveres las dulces olas». En la Odisea (6, 74) recoge Nau­
sicaa la ropa sucia para lavarla y se dice: «La m uchacha
recogió las ropas resplandecientes.» ¿No le chocó a H om e­
ro la contradicción en casos así? ¿Estaba dormido?
No quisiéramos im putarle eso al gran poeta. Es que así
llegaríamos con u n rodeo a una explicación plausible del
fenóm eno, que diría: «la persona tiene esa peculiaridad
345
no precisam ente en el caso del que se habla, sino p o r na­
turaleza». Para el caso de la luna «resplandeciente», diría
entonces la explicación: «la contradicción que se des­
p ren d e del «resplandeciente» dicho p o r H om ero no se
refiere a la luna en su contexto m om entáneo, sino a la lu­
na según su naturaleza, igual que en los vestidos «res­
plandecientes» y las «dulces» olas. Así se reconocería que
determ inados epítetos en la dicción de H om ero designan
cualidades esenciales insolubles (la luna es «resplande­
ciente» en su esencia, de lo contrario, no la veríamos) y
p o r eso p u e d en ponerse in d ep en d ien tem en te del con­
texto.
Cuando esos epítetos no se suprim en ni siquiera en los
casos en que caen en contradicción lógica, eso m uesta
que no quieren servir para un propósito actual, que tie­
nen sólo u n a función «decorativa» («cosmética», «orna­
m ental»), de ahí su denom inación p o r los especialistas
como epitheton orncms, y que rapsodas y público no perci­
ben una contradicción entre ellos y el inm ediato contex­
to, porque esos adjetivos con su concepto correspondien­
te, es decir «resplandeciente» con «luna», form an una
unidad que se ha escuchado así tantas veces que no se ad­
vierte más sobre la lógica de su uso en determ inados con­
textos. En el alem án actual acaso pu ed a reflejarse u n
efecto com parable con frases como «Dios am ado me ha
castigado duram ente», donde «amado» tam poco con­
cuerda con la afirmación de la frase, porque el castigado
no designa al castigador norm alm ente como «amado».
Pero, en esta explicación, sigue sin aclararse cómo se
puede llegar a sem ejante m odo de uso ilógico de la len­
gua. La explicación la encontró la investigación hom éri­
ca m oderna. En el siglo xix, tres investigadores alem anes
llegaron a la misma idea explicadora: G ottfried H er­
m ann, J o h a n n Ernst Ellendt y H einrich Düntzer.361 No po­
dem os re p ro d u c ir detalladam ente su proceso de refle-
346
xión, pero referimos el resultado: la causa de la ilógica es
la prem ura de la métrica. ¿Por qué?
Se ve enseguida: cuando un poeta no com pone con
ayuda de la escritura, no se sienta en un escritorio y cote­
ja sin interrupción palabras para los versos —probando y
m ejorando sin cesar—, sino cuando ha de desarrollar su
narración de m anera puram ente oral y repentizada, ante
un público que pende expectante de sus labios, y cuando
no puede interrum pirse sin causar decepción, incluso sin
ser objeto de befa y silbidos, entonces necesita una técni­
ca muy determ inada que le facilita su trabajo artesano. Le
es imposible, cada vez que quiere p o n er en verso un su­
ceso aislado, prestarle nuevas palabras —sería una exi­
gencia inaudita que le exigiría tanto que sólo tendría que
concentrarse en eso y no llegaría a dedicarse a lo que el
público efectivamente espera: que le cuenten una histo­
ria, con trabazón interna y coherencia, con personajes vi­
vos, que hablan vivamente entre sí, tam bién con una ex­
pectación que ate al público y lo m antenga en su sitio, en
u n a palabra, llevar a cabo una obra de arte narrativa e
idiom ática a la que los oyentes al final p uedan aplaudir
entusiasmados y que, de ese m odo, aum ente su gloria co­
mo rapsoda— . Pero p ara p o d er concentrarse en esos
«elevados» propósitos, necesita fórm ulas previas de len ­
guaje que ya están m arcadas y com probadas de tiem po
atrás, fórmulas que ajusten con toda seguridad en la m é­
trica, de m odo que pueda fiarse de ellas.
Rapsodas de todo el m undo, que no recitan sus historias
de carrerilla ante un público expectante, sino que las ela­
boran en el espacio tem poral de la comparecencia, es de­
cir, que improvisan, se suelen valer de esas fórmulas. Ahora
podemos com prender por qué la luna, en nuestro ejemplo,
debe ser «resplandeciente»: la «resplandeciente luna» es u na
de esas fórmulas, una del tipo más empleado, una fórmula
clave de verso. ¿Por qué del tipo más empleado?
347
Es evidente que u n rapsoda improvisador, cada vez que
empieza un nuevo verso es cuando más libertad tiene pa­
ra form ular m étricam ente. Pero cuanto más cerca está
del final del verso, tanto mayor peligro tiene de no estar
preparado para el prescrito final, sino que acaso h a con­
cluido la idea un poco antes, de m odo que le falten una
o más partículas rítmicas, o tal vez rebasa el prescrito fi­
nal del verso porque acaso la últim a palabra es demasia­
do larga. Los rapsodas intentan evitar ese peligro p o r m e­
dio de la emisión de la idea nuclear ya en la m itad o poco
después de la m itad del verso, de m anera que luego pue­
dan «rellenar» el resto del verso hasta el final prescrito,
con algo ajustado y al mismo tiem po ornam ental. Para
eso sirven las fórmulas clave de verso. «En torno a la res­
plan d eciente luna» es u n a así. En el lenguaje hexam étrico hom érico suena phaeínén ámphi selënên. Es el ritm o
u -------- u u — X II. Con él term ina el hexám etro. Cuan­
do el rapsoda quiere contar algo donde haya de hablarse
de la luna, intentará norm alm ente usar esta fórm ula fija,
p o rq u e p uede fiarse de ella. Si hay algo que contradiga
la vieja fórm ula en el contexto dado, eso es secundario.
La coacción de la m étrica es más fuerte.
Puede haber lectores que se m uestren excépticos ante
esta explicación. Quizá sirva, para convencerlos de su
adecuación, que citemos ejemplos análogos de otras tra­
diciones de poesía improvisada. Bowra ha reu n id o un
ab u n d ante m aterial al respecto. Sólo algunos ejemplos:
en la poesía heroica rusa, tenem os la «húm eda m adre
tierra», la «libre llan u ra abierta», la «sedosa cu erd a del
arco», las «bebidas dulces como miel», pero tam bién la
«rebelde cabeza», la «muy honorable fiesta», adem ás de
perífrasis de nom bres como «el joven Wolga Syjatoslawowitsch», «Tugarin el hijo del dragón», «el casto Aljoscha
Popowitsch», y, un peldaño social más arriba, «Wladimir,
el gran p ríncipe de la regia Kiew», el «terrible zar Iwan
348
Wassiljewitsch» o tam bién «Sadko el mercader, el rico ex­
tranjero». Los nom bres de lugar tam bién tienen su atri­
buto fijo, como la «célebre rica ciudad de Wolhynia», y
así sucesivamente. Ya nos parece estar oyendo a Hom ero.
De sum a proxim idad nos resultan ya las fórm ulas de la
poesía heroica karakirguisia, como «Alaman Bet, el seme­
ja n te al tigre», «Adschu Bai, el lengua afilada», «el calvo
Kongir Bai», o incluso «el Joloi con una boca como u n a
colodra». E ntre los calmucos, oím os del «blanco lucha­
d or leonino» y de «U lan-Chongor de la bahía roja», en ­
tre los yacutes, de «Suodal el guerrero de una pierna» o
de u n «Jukeiden la blanca m ariposa soberbia».362 La fun­
ción de esas ligazones es en todas partes la misma: «Las
fórmulas son tan im portantes para la poesía heroica oral
im provisada p orque facilitan la escucha al público y la
composición al poeta».363
A hora com prendem os no sólo por qué algunos h éro ­
es en la poesía de H om ero siem pre tienen los mismos ad­
jetivos, como Aquiles que en la Ilíada es una y otra vez el
«Aquiles de los pies ligeros» (podas dkys Achilleus ), o co­
mo Odiseo que u n a y o tra vez es el «muy sufrido divino
Odiseo» (polytlas dios Odysseus) y así el resto, sino que tam­
bién com prendem os que ese género de poesía está h o n ­
dam ente im pregnado de repeticiones. Si en personajes que
aparecen repetidam ente, en lugares que son escenario de
acción una y otra vez, en conductas que se ejecutan en la
vida real de la misma m anera (uno se lava, se sienta a co­
mer, alguien viene de visita, se despiden, se parte en bar­
co, se ofrece a los dioses u n a víctima...), si en todos esos y
otros m uchos casos, se e n cu en tran siem pre las mismas
fórmulas de lenguaje, entonces la repetición tiene que ser
un signo de ese género de poesía.
Pero ya barruntam os otra consecuencia de esa técnica
poética: u n a cantidad de fórm ulas de esa m agnitud no
p u ed e h ab er sido hecha p o r u n poeta solo, ni tam poco
349
p or varios poetas en poco tiempo. Debemos calcular que
todas esas fórm ulas no son «calderilla», sino que son, en
sí, es decir, sin reparar en el contexto, formas de lengua­
je absolutam ente ajustadas y estéticam ente m uy satisfac­
torias. Pensemos ahora en la célebre «Eos de rosados de­
dos» con la que en H om ero se describe el ro m p er de la
aurora: u n pequeño poem a por sí solo. Algo así no lo con­
sigue cualquiera. Para crearlo hace falta la conjunción de
las más altas dotes técnicas y poéticas. En la m ultitud de
fórm ulas de esa calidad suprem a que contiene la poesía
de H om ero, habrem os de suponer u n dilatado tiem po
previo hasta que todo u n sistema de esa índole, como el
que nos encontram os ahora en Ilíada y Odisea, estuvo pre­
parado. Eso quiere decir que esa form a de poesía ha de
ten er u n a larga historia, tiene que haberse practicado
m ucho antes de H om ero y transmitido de generación en
generación de poetas. H om ero no es su inventor, sino su
punto culm inante.
Son conclusiones que ya se han extraído hace setenta
años, en u n a pesquisa que significó una peq u eñ a revolu­
ción para la investigación hom érica. Nos referim os a la
tesis doctoral del am ericano Milman Parry, de 1928, que
lleva el título de «L’É pithète traditionnelle dans H om è­
re». Parry leyó prácticam ente todos los trabajos sobre la
form a de lenguaje hom érico que habían aparecido hasta
entonces, entre ellos, tam bién los de los antes m enciona­
dos investigadores alemanes Ellendt y Düntzer. Sobre esa
base, que superaba en plenitud de m aterial y tam bién en
perspectiva a todo lo efectuado hasta entonces, pudo for­
m ular u n a serie de conocim ientos que son válidos hasta
hoy y que debe conocer todo el que quiera e n ten d e r a
H om ero. Los más im portantes son los siguientes:
1)
El llam ado adjetivo perm anente hom érico (Epithe­
ton ) es, en la mayor parte de los casos, usado de m anera
«genérica». Eso quiere decir que no se designa ni la pe­
350
culiaridad de una determ inada persona o cosa en sí, ni
tam poco la calidad, posición social, form a de conducta o
sem ejante, de la persona o cosa en ese m om ento d eter­
m inado de la narración. Los personajes de la narración
son m iembros de u n m undo heroico y tienen p or eso epí­
tetos nobles (divino, com o u n dios, elevado, brillante,
fuerte, valeroso, prudente, noble, irreprochable y pareci­
dos);364 las cosas están dotadas de epítetos aplicables a su
esencia, que no resaltan peculiaridades, pero que son al
mismo tiem po apologéticos; así tiene el navio 23, p o r
ejemplo, diversos epítetos de valor positivo. En el uso de
los epítetos, no se exige adecuación lógica con el contex­
to inm ediato y no se espera por parte del priblico.
2) D eterm inados epítetos, m ediante el continuo acom­
pañam iento a determ inados conceptos principales en el
transcurso de la tradición, form an firm es vinculaciones
con esos conceptos, con los que h an crecido, y funcionan
como material de construcción, es decir fórmulas que pue­
den insertarse como unidades en pasajes adecuados de
los versos, especialm ente al final («divino Odiseo», «so­
b erana Hera» ). Esas unidades pueden prolongarse hacia
atrás, según la necesidad del verso; tam bién para eso hay
disponibles fórmulas establecidas, nuestros dos ejemplos
se p ueden alargar: «muy sufrido divino Odiseo», «sobera­
n a H era de grandes ojos».
3) U na fórm ula puede definirse como «una expresión
que suele ser usada en las mismas condiciones métricas,
para expresar una determ inada idea esencial».365
4) El esfuerzo del rapsoda apunta a que el núm ero de
las posibilidades de fórm ulas teóricam ente aplicables en
u n determ inado pasaje se reduzcan rigurosam ente a una,
para evitar de antem ano lo penoso de la elección en el
aprem iante flujo de improvisación. En la práctica, se cum­
ple de m odo que donde u n a misma figura o cosa (Aga­
m enón, Aquiles, espada, nave) pueda disponer de varias
351
fórmulas en el repertorio, se disponga a ser posible de só­
lo u n a para cada pasaje determ inado, con el consiguien­
te alivio de la memoria.
5) Como u n a técnica y un repertorio de fórm ulas co­
mo los descritos necesitan generaciones para su desarro­
llo, esta dicción épica debe tener una tradición. La rique­
za y la superioridad técnica y estética de los epítetos
em pleados en H om ero sólo perm iten la conclusión de
que esa tradición prehom érica se retro trae extraordina­
riam ente y, según toda probabilidad, tiene siglos de anti­
güedad.
6) El análisis de épica oral improvisada en Serbocroacia pu ede indicar que u n a técnica de canto de historias
heroicas no sólo es posible m ediante un inventario de fór­
mulas y sus correspondientes reglas de ligazón, sino que
es la condición básica de toda poesía oral, en tanto no
consista en la repetición de temas prefijados.
Con esa técnica se han realizado los poem as Ilíada y
Odisea de H om ero. Es cierto que en el punto más im por­
tante de todo poem a, en la calidad poética, sobrepujan
con m ucho esa técnica —y en ello tiene gran parte el he­
cho de que ambas estén compuestas con ayuda de la es­
critura, es decir que dejan atrás ese estadio de la poesía
de im provisación p u ram ente oral— pero la base artesanal sobre la que se han erigido ambos edificios sigue for­
m ada p o r la técnica de las fórmulas. Así pues, Ilía d a y Odi­
sea siguen siendo m iem bros de una antigua tradición de
la poesía.
LA POESÍA RAPSÓDICA ORAL
DE LOS GRIEGOS ES MICÉNICA
Parry había supuesto que esta tradición poética debía
de ser muy antigua entre los griegos. Pero nadie podía es­
352
tablecer entonces su antigüedad. Unas décadas más tar­
de, u na vez que la Lineal B, la escritura de los griegos del
II m ilenio a. C., se descifró en 1952, se podía deducir que
hubo de existir u n a poesía rapsódica ya entre los griegos
micénicos. Así lo estableció Geoffrey Kirk en u n artículo
de 1960:
... existe la posibilidad de que la tradición poética griega
se rem onte a la época micénica. U nida esa posibilidad al co­
nocim iento de temas micénicos, geografía, mitología y cos­
tumbres, preservado en la poesía hom érica, y añadido el ar­
gum ento de que incluso haya sido com puesta en el prim er
período posm icénico, resulta im probable que la idea de
u n a poesía narrativa —y los propios hexám etros— no se in­
ventaran hasta entonces, po r eso nos inclim anos a aceptar,
siquiera como probabilidad, la existencia de una poesía n a ­
rrativa micénica de algún género.3“
O cho años después, Albín Lesky establece m ucho más
decididam ente en su gran recopilación de investigacio­
nes Paulys Realencyclopädie der classischen Altertumswissens­
chaft
Todas las probabilidades ap u n tan a que el rapsoda épi­
co tenía su sede asentada en las ciudadelas micénicas. M. P.
Nilsson y T. B. L. W ebster [...] h a n apoyado ese punto de
vista sobre u n a am plia base. U na bienvenida constatación
supuso el fresco del rapsoda de Pilos [...] el intérprete de li­
ra puede ser un hom bre o [...] u n dios.367
E ntretanto, p o r suerte, hem os avanzado u n a bu en a
porción. Los expertos de lingüística griega e in d o eu ro ­
pea h an erigido en los últimos veinte años una construc­
ción lógica que, siendo entre ellos mismos generalm ente
reconocida, no lo es tanto entre los representantes espe­
cializados de la disciplina de la Filología Griega. Indica
353
que esa tradición de la poesía hexam étrica ya era practi­
cada entre los griegos al menos en los siglos x v i/x v a. C.,
es decir, era la m anera usual de la narrativa poética unos
ochocientos años antes de H om ero. ¿En qué se basa ese
conocim iento?
Hemos llegado al punto más difícil de nuestras expli­
caciones. Para e n ten d e r realm ente el curso argum entai
de los expertos, no sólo se precisan conocim ientos de
griego y, en especial, de H om ero, sino tam bién u n a sóli­
da form ación y rica experiencia en lingüística in d o eu ro ­
pea. Intentarem os, no obstante, hacer inteligible el p u n ­
to al que hem os llegado. Com encem os con u n ejem plo
de la poesía alem ana.368Así pues, la transform ación retró­
grada de la form a de lenguaje actual a la medieval ha re­
puesto la m étrica que ya no se reconocía.
El m ism o fe n ó m e n o se p re sen ta en n u m ero so s h e ­
xám etros que leem os en la Ilíada·. tal y como están en
nuestro texto, que data del siglo v m a. C., suenan «mal»,
porque no se corresponden con las habituales norm as
m étricas. Si los transform am os, con la ayuda de la lin­
güística, en la form a que el mismo texto hub o de tener
en el siglo x v i a. C., entonces suenan bien. Eso sólo pue­
de q u erer decir que esos versos fueron com puestos siglos
antes de H om ero. Incluso ha podido la lingüística deter­
m inar cuántos siglos.
A m enudo nos suena mal el hexám etro en cuestión
porque, en la form a que se nos ha transmitido, contiene
u na forma relativam ente larga que rom pe el ritmo. Pode­
mos p robar tanto como queramos, pero no podem os «es­
candir» el hexám etro, es decir, no podem os p ronunciar­
lo con el ritm o correcto. Pero si reponem os la palabra de
m arras en la form a que, p o r razones de determ inadas
leyes lingüísticas irrefutables, h u b o de te n e r en los si­
glos x v i/x v a. C., entonces surge u n a form a breve y el
h exám etro es pronunciable y «como es debido». Análo­
354
gas a lo dicho serían las formas actualizadas de la poesía
medieval de nuestro ejem plo: si reponem os las formas
originales, el ritmo del verso reaparece.
También para este punto vamos a p ro p o n er al m enos
un ejemplo, porque es de im portancia fundam ental para
toda nuestra cuestión.
En el texto hom érico, aparece tres veces una fórm ula
versificada con la que es designado un héroe aqueo lla­
m ado M eriones, conductor del carro de Idom eneo de
Creta:
Mërionës atalantas Enyalio' andrciphontc1.
Meriones, semejante a Enyalios (= Ares, dios de la guerra), el
m atador de hombres.
En la notación m étrica que reproduce un hexám etro,
este verso queda así:
1
2
— u u —u u
3
4
5
— u u — u u —u
6
u
—
X
II
M ë-ri-o-në sa -ta -lan -to sE-ny-a—li-ο ' an-d rei-p h o n -të'.
Como se ve en este verso, en los dos Iligares del quin­
to pie, que según la norm a debían ser dos sílabas breves,
están las dos sílabas an-drei. Si ahora sabemos que en el
hexám etro sólo p u ed en m edirse como breves las sílabas
que, prim ero, no term inan en u n diptongo y, segundo,
son abiertas —es decir, que term inan en una vocal, no en
una consonante— , entonces se reconoce enseguida que
la sucesión silábica an-drei no es m étrica. Porque an- n o
es una sílaba abierta sino cerrada (term ina en consonan­
te), y -drei- term ina en u n diptongo. Ambas sílabas son,
p o r lo tanto, largas. Pero, como queda dicho, en la posi­
ción que van en el hexám etro, se exigen dos sílabas b re­
ves. De m odo que el verso es m étricam ente «incorrecto»
y en la form a en que se p resenta no se puede escandir.
355
Pero si se sustituye por la form a de verso lingüísticam en­
te reconstruida:
Märionäs hatalantos Enuwalö' anrq(w )hontä‘,
que en notación m étrica queda así
1
2
— u u —u u
3
—
u
4
u
—
5
uu u u
—
6
—
X
I
M ä-ri-o-näs h a -ta -la n -to sE -nu-w a-li-0! a-nr-q"hon-tä'.
el hexám etro es correcto. Porque ahora, la sílaba cerrada
an- se ha convertido en la sílaba abierta a- y la sílaba cerra­
da -drei- en la sílaba abierta -nr- ( la / r / —llamada / r / silá­
bica— valía como vocal,369 y además como vocal breve; es
com parable a las relaciones correspondientes en lenguas
m odernas como el checo, en nom bres propios como
Hrdlichowa). Pero, con esa form a de verso, nos retro trae­
mos (como m ínim o) al siglo xv a. C.370 Esa datación lin­
güísticamente irrefutable está, al mismo tiempo, histórica­
m ente constatada, ya que el nom bre M arionas no es
separable del hu rrita maryannu, «distinguido conductor
de carros» , un térm ino que en los siglos x v i/x v a. C., la
época eurasiática de los carros de guerra, estaba extendi­
do en todo el Próximo O riente.371 El Meriones hom érico es,
p o r su parte, conductor de carro —y, además, poseedor
del yelmo de colmillos de jabalí, una forma de casco noto­
riam ente micénica372: ocupa el sexto lugar en la cadena de
los sucesivos de tentadores orgullosos de la valiosa pieza,
como se describe detalladam ente (Ilíada 10, 260-271)— ;
también eso es un alusión a la tradición y remota antigüedad.
El verso que, como com puesto de cuatro palabras,
tam bién m uestra una form a de apariencia antigua,373 está
evidentem ente acuñado unos ochocientos años antes de
H om ero. Por supuesto, ya no conocemos el contexto pa­
356
ra el que fue compuesto. Pero como el verso habla de u n
héroe de Creta, se sugiere que la composición se originó
en conexión con el ataque y definitiva tom a de Creta p o r
los griegos m icénicos.374 Ese suceso se convirtió segura­
m ente en inm ediata m ateria de la poesía rapsódica grie­
ga.375 El verso se transm itió en el seno de la poesía rapsó­
dica griega e introducido así en historias versificadas cuyo
tem a ya no era Creta. Ambos grandes héroes, Idom eneo
y Meriones, pudieron ser em pleados en otras historias de
rapsodas. Así pasó el verso de aedo en aedo.
D urante ese dilatado proceso de transmisión, fue cam­
biando subrepticiam ente la lengua griega usual que, p a­
ralelam ente a la lengua de los rapsodas, seguía su propio
camino. Perdió, entre otras cosas, la / r / silábica y la trans­
form ó en / r a / o / r o / y, en su caso, / a r / o / o r /.376En eso,
tam bién fue afectado el antiguo térm ino anrq(w)hontas,
«m atador de hombres», que sufrió, a lo largo del proce­
so, diversas m utaciones y adoptó la form a andreiphontes.377
Como los rapsodas, por su parte, no querían p erd er el an ­
tiquísim o y bello verso de cuatro m iem bros, pero, ade­
más, no podían o querían ignorar com pletam ente las
transform aciones de la lengua de su época, se lim itaron
a sustituir el antiguo térm ino anrq(w)hontas por el m oder­
no andreiphontes, al tiem po que conservaban el verso co­
m o pieza heredada. Es cierto que la m étrica ya no regía,
pero se contentaron con ello.378Así llegó el verso por m e­
dio de la poesía hexam étrica hasta Hom ero.
Éste sólo es un ejemplo entre muchos. El material p ro­
batorio lingüístico en el caso de la dicción hexamétrica tie­
ne hoy tal detalle y cohesión379 que ya nada escapa a la de­
ducción de que determ inados versos que leemos en
nuestro texto de H om ero sonaban prácticam ente de la
misma form a —eso sí, rítmicam ente ajustada— en boca de
los rapsodas griegos, en los siglos x v i/x v a. C. Así debie­
ron pasar a través del lapso entre los siglos x v i/x v y el vm ,
357
en la lengua poética tradicional de los rapsodas griegos.
Esto parecerá increíble a alguno que esté poco familia­
rizado con la cuestión. Pero hemos de pensar que nos las
vemos con u n a form a poética que, en la época sin escritu­
ra, llegó a ser el m onopolio como m edio de narración y
representación públicas. La fase relativamente breve de es­
critura no pudo influir a ese m edio en nada, puesto que
la Lineal B era, en efecto, útil para propósitos administra­
tivos, pero inadecuada para la reproducción de textos lar­
gos. La poesía hexam étrica siguió su curso en la época mi­
cénica sin ser afectada p o r la adopción de la escritura de
Creta. Y no hay nada asombroso en el hecho de que con­
tinuara tam bién tras la caída de la cultura palaciana micé­
nica. Como técnica ejercitada independientem ente, no es­
taba vinculada ni al sistema administrativo ni a la escritura.
La caída de la fase micénica de cultura no conllevó la su­
ya; así que, en tanto hubo rapsodas que aún conocían la
antigua tradición y la transmitían, y m ientras hubo perso­
nas que quisieron escuchar a esos rapsodas (volveremos a
esto), no había razón alguna para dejar de practicarla.
Tampoco la había para variar la técnica y sustituir buenas
fórmulas antiguas por cualquier cosa nueva.
Y si ese m edio de la poesía hexam étrica, com o se ha
m ostrado, ya era m icénico y p erd u ró a través de los «si­
glos oscuros», entonces p u dieron transm itirse historias
que fueron ideadas en la época m icénica a través del es­
pacio tem poral entre 1200 y 800 a. C.
Cómo es natural, no m antuvieron exactam ente la mis­
ma form a que tuvieron originalm ente. Ya hem os visto que
la poesía rapsódica oral ele los griegos era u n a poesía vi­
va. No era u n a poesía que u n a vez se com pone p o r un
rapsoda en u n a dicción determ inada y luego se aprende
en esa misma dicción p o r otros que la transm iten. Esa h u ­
biera sido u n a poesía encem entada en sí misma y que se
hubiera petrificado. Al final habría surgido u n repertorio
358
museal de historias de encargo — com parable al rep erto ­
rio de los m odernos cantantes de ópera, oratorios o can­
ciones, que acum ulan lo aprendido de m em oria y, luego,
o no cam bian ni añaden nada nuevo, o reestructuran el
proyecto.
La poesía rapsódica griega, p o r el contrario, estaba ju s­
tam ente caracterizada p o r que seguía elaborando sin in ­
terrupción las viejas historias, de representación en repre­
sentación, tanto inconscientem ente, p o r la adecuación
autom ática a las nuevas circunstancias temporales, como
conscientem ente, m ediante la inserción de acentos, des­
cripciones y personajes. Está claro, por ejem plo que u n
rapsoda del siglo x hubo de hacer hablar a Elena con Pa­
ris de diverso m odo a uno de los siglos i x o v i i i . Caso de
no hacerlo, no reten d ría al público o, lo que es más, n o
entendería él mismo de qué hablaba.
Pero, con el paso de las generaciones de rapsodas, n o
sólo cambiaban las viejas historias en el perfil de los p e r­
sonajes, los diálogos o los motivos de sus acciones, tam ­
bién la representación de las relaciones vitales. Está des­
cartado que no se h u b ieran de incluir en las viejas
historias estructuras sociales y económicas, y también ob­
jetos como armas, m enaje o atuendos de la propia época.
Hace m ucho que la investigación hom érica tiene p re ­
sente esa transform ación en el in terio r de las historias.
Por eso, habla de los dos productos de la poesía rapsódi­
ca que desde el siglo v i i i , es decir, desde H om ero, h a n
llegado a nosotros en transm isión escrita, com o de u n a
«amalgama».380 Albin Lesky ha descrito acertadam ente el
carácter de ese amalgama en un largo párrafo de su artí­
culo «Homeros», bajo el epígrafe «Cultura», y resum ido
así su descripción:
... los elem entos pertenecientes a diversas épocas apare­
cen en una vinculación íntim a y mecánicam ente enlazada.381
359
Eso es indiscutible. Pero lo decisivo es que esa amalga­
ma se presenta como continuo m ovim iento dentro de un
marco fijo. Lo que va cam biando es el relleno, no el m ar­
co. Si quisiéram os ilustrar ese proceso en su peculiaridad,
lo com pararíam os con las edades del hom bre: lo que
cam bia es, sobre todo, el interior, la apariencia exterior
sólo lo hace en u n a escala limitada. El nom bre en su to­
talidad es el que fue siempre; al final de su vida sigue sien­
do igual a sí mismo y todavía reconocible en su exterior.
Las historias que la poesía rapsódica griega ha transmi­
tido a lo largo de generaciones son de la misma índole:
cam bian en su interior, pero perm anecen siem pre en su
m arco inicial. Este está determ inado p o r datos orientativos a los que pertenecen, como es natural, el escenario y
los protagonistas, pero tam bién constelaciones básicas co­
mo relaciones parentales, am istad/enem istad, a m o r/o d io
y otras de ese tenor (ya vimos los datos orientativos de la
historia de Troya). Cambiarlos significaría hacer u n a his­
toria ya no reconocible y, con ello, aniquilar «esa historia
determ inada». Pero eso quiere decir que el m arco de una
historia puede preservarse a lo largo de siglos.
Los nombres han de tener un papel muy especial en eso.
Porque los nom bres que form an el arm azón de u n a his­
toria no son alterables o sólo lo son lim itadam ente. Se
m antendrán como nom bres en sí, pero sobre todo como
nom bres que están enlazados a un sólido sistema rítmico
e incluso con predilección en el lugar del verso donde,
en base a su estructura rítmica, siem pre estuvieron prefe­
rentem ente. Eso es decisivo. Porque las historias d ep en ­
den de los nom bres. Lo sabemos p o r propia experiencia:
un nom bre, dicho en un círculo hom ogéneo, invoca en­
seguida los acontecim ientos y relaciones vinculados con
él; se aportarán fragm entariam ente las inform aciones de
los m iem bros del círculo —vacaciones familiares, en ­
cuentro de clases, fiesta deportiva— y al final hay u n a
360
im agen detallada que encierra u n a buena parte de inter­
pretación posterior pero que básicam ente concuerda.
Ilíada y Odisea están repletas de nom bres —de perso­
nas, pueblos, lugares— y es sabido que ya la m ención de
algunos traen asociadas historias completas. Q uien oye
«Elena» piensa enseguida en «Paris» y, ju n to con la histo­
ria de am or entre ambos, en el «rapto de Elena» y la ex­
pedición de venganza de los aqueos contra la ciudad n a­
tal de Paris. Q uien oye «Edipo», piensa de inm ediato en
la historia de cómo Edipo m ató a su padre y desposó a su
m adre. Pero, por seguros que estemos de esas asociacio­
nes, tanto o más insegura nos resulta su relación con la
realidad. N unca podrem os saber si hubo en realidad u n a
tal «Elena» o u n tal «Edipo», o si son nom bres tapadera
p ara determ inados caracteres o tipos. Las propias histo­
rias son existentes, y tam bién comprensibles e invocables
com o contexto narrativo, pero no se puede p ro b ar u n a
existencia real de sus actores individuales.
O tra cosa son los nom bres de pueblos y lugares. Como
ya se mostró, nom bres de pueblos como «achaioi» y «danaoi» arraigan en la realidad. Hemos podido deducir, de
docum entos escritos de pueblos no griegos, que esos nom ­
bres h an designado a com unidades históricas conocidas,
en el II milenio a. C., en todo el área m editerránea. Des­
pués de todo lo que la investigación ha descubierto sobre
la antigüedad de la poesía hexam étrica griega, no puede
haber duda de que esos nom bres de pueblos se introduje­
ro n en el curso del II milenio en la poesía rapsódica ya en­
tonces floreciente en Grecia. Historias que se vinculan
con esos nom bres tienen derecho a que se examine el gra­
do de su contenido de realidad.
Lo mismo sucede con los nom bres de lugar. Micenas,
N auplión, Tebas y m uchos otros están docum entados, co­
mo hem os visto, en docum entos no griegos del II mile­
nio. Y, por supuesto, ingresaron en la poesía hexam étrica
361
griega de la época. De m om ento está p o r ver cuándo lo
hicieron exactam ente y en qué contextos narrativos. Por­
que existieron como centros a lo largo de siglos y fueron
solar patrio de la poesía rapsódica. También dieron cobi­
jo e impulso incesante a nuevas historias y la de Troya fue
una de ellas.
Con el nom bre de la ciudad indisolublem ente unida a
la historia de Troya, se presenta u n caso singular. Si­
guiendo u n a costum bre inveterada, hem os hablado en es­
te libro prefen tem en te de «Troya» y ocasionalm ente de
la «historia de Troya». Con ello, hem os indicado que
«Troya» en H om ero sólo es uno de los dos nom bres de la
ciudad. El segundo nom bre, «(W)ilios» (del que la Ilíada
recibe el suyo) ten d ría más derecho, p o r ap arecer con
más frecuencia en el propio texto hom érico 382 y p o r ser
idéntico al docum entado en la correspondencia hitita, a
dar su nom bre a la historia, de m odo que tendríam os que
hablar de la «historia de Wilios».
Pero lo que ha de interesarnos de este no m b re es la
cuestión de si se hallan indicios en el propio texto homérico
que trasluzcan cuándo se introdujo en la poesía hexam étrica griega. P orque así sería el mismo texto hom érico,
ju n to con los docum entos extrahom éricos y extragriegos,
lo que nos indicara la época en que se com puso la histo­
ria de Troya/W ilios. Y, de hecho, esos indicios existen.
Tras todo lo dicho, no será asombroso que señalen la re­
m ota antigüedad de ese nom bre en la poesía rapsódica.
(W)ILIOS EN LA POESÍA RAPSÓDICA GRIEGA
En nuestra Ilíada encontram os, en la masa total de las
106 citas del nom bre «Ilios», una fórm ula que destaca po r
su peculiar estructura métrica. La fórm ula es Iliö proparoithe(n) que literalm ente traducida significa «de Ilios en­
362
frente» (con lo que trasladam os con más fidelidad la
«posposición» del original). A parece tres veces (15, 66;
21, 104; 22, 6) y siem pre lo hace al principio del verso
(una de ellas —22, 6— seguida p o r pylabn te Skaiaön: «y
ante la puerta Escea»). Lo raro es su estructura m étrica,
porque la palabra «Ilios», en los demás ciento tres casos,
siem pre m uestra la estructura — u u , es decir, em pieza
con u na / i / larga a la que siguen dos breves; la segunda
/ i / es, bien entendido, breve. En nuestra fórm ula inicial
de verso, el hexám etro no se puede escandir, si p ro n u n ­
ciamos Ilio de esa form a (habitual), «no sale bien». Tene­
mos que pronunciar larga la segunda / i / de la palabra
para hacer el hexám etro m étricam ente adecuado.
Esas apariciencias de excepción no son del todo des­
conocidas. Los rapsodas lo tenían especialm ente difícil
con los nom bres, porque no se pueden cambiar y a veces
no van bien con el ritm o del hexám etro. En esos casos,
los rapsodas echaban m ano de soluciones de urgencia y
pronunciaban larga u n a sílaba que en el habla norm al
era breve.
Pero en nuestro caso esa explicación no es plausible.
Porque, prim ero, no se trataba de una palabra rara con la
que los rapsodas se topaban de m odo excepcional, sino
del escenario de toda la epopeya que tenían que nom brar
cientos de veces, de m odo que figuraba en todas las posi­
ciones posibles en el verso sin que hicieran falta ajustes, y,
segundo, u n a solución de urgencia pu ed e acaso elegir­
se en un contexto aislado e inhabitual, pero crear toda
u n a fórmula, es decir, todo un m aterial de construcción
reutilizable, con ayuda de esa solución de urgencia, difí­
cilm ente podía ocurrírsele a ningún rapsoda. Por eso
siem pre sería preferible otra explicación, si es que la e n ­
contramos.
Y la hay. La form a Iliö es un genitivo. Pero lingüística­
m ente, se trata de un genitivo reciente. La forma que espe­
363
raríam os en el lenguaje rapsódico es Ilioio. Es la norm al
que encontram os en los textos de la Lineal B, la lengua
griega escrita del II milenio. Así que, si el nom bre hubie­
ra sido conocido en la Grecia de entonces, el genitivo se­
ría Ilioio·, así es el genitivo de las palabras del tipo Ilios en
la mayor parte de los casos, tam bién en H om ero. Porque
la lengua tradicional rapsódica hacía así el genitivo de las
palabras term inadas en -os, fueran o no conocidas en la
época micénica. Pero justam ente esa term inación no la
encontram os en H om ero cuando se trata de Ilios, es decir,
no hay ningún Ilioio. ¿Quiere eso decir que el nom bre Ilios
no era conocido y usual en la época micénica?
A quí nos ayuda otra observación. Como se h a dicho,
H om ero usa ju n to a esa term inación de genitivo -oio, que
es antigua y usual en la fase micénica de la lengua griega,
una segunda term inación de genitivo que, como conoce­
mos de la lengua griega clásica, suena -o (en griego clási­
co se escribe / ou/ ) . Pero esta / 0/ larga sólo puede proce­
der de aquella antigua -oio, de hecho la / i / intercalada se
pronunció cada vez m enos y al final quedó -00. Tam bién
esta term inación varió y term inó p o r ser u n a / 0 / larga,
que transcribimos -ó.
A hora sabem os que esa transform ación del antiguo
griego m icénico se había consum ado m ucho antes de H o­
mero. En la lengua hablada de la época hom érica, nadie
hacía el genitivo de una palabra term inada en -os como oio, sino que todo el m undo decía -ó. Sólo los rapsodas
seguían em pleando el antiguo genitivo que procedía de
la época m icénica de su ejercicio artístico, p o rq u e era
muy ad ec u a d o p a ra h a c e r hexám etros: sobre to d o , al
final de partes de verso que tenían la estructura rítm ica
— u u — u u —X , ese -oio bisilábico prestaba un gran servi­
cio (el m onosílabo ó, en cambio era m enos adecuado).
Si observamos desde el trasfondo de esa evolución la
term inación de genitivo de nuestra fórm ula Ilio proparoi-
364
the(n), salta a la vista que esa fórm ula hubo de usarse en la
época en que la antigua -oio se convirtió en -oo. Porque, en
cuanto pronunciam os Ilioo proparoithe(n), el nom bre Ilios
m antiene su vieja estructura - u u tam bién en genitivo:
— u
u
—
u
u
—
u
I - li - o - op - ro - pa - roi - the (n ).
Con ello, reproducim os u n a form a del verso que se
pro n u nció en la época de antes de H om ero, p ero ya n o
en la suya. El verso no puede, p o r lo tanto, ser creación
de H om ero, sino que tuvo que ser form ado por rapsodas
anteriores y llegar a través del tiem po hasta los rapsodas
de la época en que, en la lengua usual, no se hacía el ge­
nitivo en -oo, sino en -ö. Si se quería m an ten er el verso,
había que convertir el trasm itido Ilioo proparoithe(n) en u n
Ilio proparoithe(n). Y, si se quería que el hexám etro saliera
bien, bastaba alargar la segunda / i / de Iliö. Cierto es que
el nom bre Ilios quedaba desprovisto de su auténtica p ro ­
nunciación, pero eso se daba p o r bueno con tal de p re ­
servar la fórm ula.383
El autor de la más reciente gramática de la lengua grie­
ga, el lingüista de Basilea R udolf W ächter, ha resum ido
así todo el proceso:
... la restitución de -oo en fórm ulas para la poesía prehom érica es muy plausible. U n caso así es 15, 66..,384 [con 15,
66 se refiere a la fórm ula de la que hem os tratad o ].
El últim o editor del texto de la litada, el destacado h e ­
lenista M artin L. West, en coincidencia con la m enciona­
da historia de la evolución de la term inación de geniti­
vo, ya ha introducido la escritura Ilioo proparoithe(n) en el
texto, en dos pasajes (21, 104 y 22, 6) y se ha pro n u n cia­
do igualm ente p o r esa escritura en u n a nota al tercero
(15, 66).385
365
Este conocim iento tiene sus consecuencias. Es cierto
que no se pu ed e especificar el año en que se o p eraro n
los cambios de -oio a -oo y luego a -δ, ya que ese proceso
necesita su tiem po en u n a com unidad de hablantes. En
1960, Geoffrey Kirk conjeturó, con buenas razones, que
el período en que aún se pronunciaba -oo era el anterior
a la época de la colonización oriental griega, es decir, al­
red ed o r de 1050 a. C.,386 y, hasta donde sabemos, no se
han alegado razones en contra convincentes.387 Pero hay
que decir que no podem os saber con seguridad el m o­
mento.
Lo que sí sabemos con certeza es, como queda dicho,
que la term inación -oo hacía m ucho que no se p ro n u n ­
ciaba en la época de H om ero. Y eso significa que la fór­
m ula entera Ilioo proparoithe(n) era c o m en te en la poesía
rapsódica griega, en cualquier caso, m ucho antes de H o­
mero. M artin L. West ha concluido consecuentem ente en
una exposición de u n m anual de 1997:
Ilioo proparoithe puede haber sido una fórm ula que se es­
tableció m uchas generaciones antes de H om ero.388
Pero eso quiere decir, nada m enos, que los rapsodas
griegos, cualesquiera que fueran los sucesos que tuvieran
lugar «ante Ilios (y la p u erta Escea)», en todo caso, los
cantaron m ucho antes de H om ero. ¿Qué sucesos serían
ésos? ¿Qué acontecim ientos «de Ilios delante y frente a la
puerta Escea», es decir, ante una ciudad al otro lado del
m ar en el continente asiático que tenían enfrente, podían
ser tan im portantes para los rapsodas en A caya/ Grecia
como para cantarlos en ejecuciones hexam étricas en len­
gua griega? Seguram ente no acontecim ientos troyanos lo­
cales cualesquiera, y seguro que nada en lo que no estu­
viera involucrada su propia clase dirigente. Sólo pudo
tratarse de contactos «interestatales» y, a la vista de la te­
366
m ática básica de la poesía rapsódica griega, se sugiere la
conclusión de que los contactos dignos de ser cantados
serían de naturaleza m enos pacífica que belicosa.
Así retrocedem os tem poralm ente aún más allá del p ro ­
pio texto hom érico con la historia de Troya/Wilios y p o ­
dem os situar todavía más precisam ente su existencia en
la poesía rapsódica griega. Por desgracia es dem asiado
dfícil detallar la serie de consecuencias concluyentes; p a­
ra ello habría que dar p o r supuestos m uchos conoci­
m ientos y estar muy adentrado en disciplinas especiales
como la dialectología griega. Por eso, vamos a exponerlo
con unas pocas indicaciones.
U no de los investigadores más avanzados en el campo
de la dialectología griega, Richard Janko, llegó en 1992 a
una conclusión, depués de una detallada exposición p ro ­
batoria:
Muchos giros de lenguaje y leyendas micénicas parecen
haber pasado directam ente del Peloponeso a la zona asiáti­
ca de los eolios, sobre todo si hay algo de cierto en las aseve­
raciones de los pentílidas389 de Lesbos en el sentido de que
eran de la estirpe de Atreus39" [...]. Aquiles es un héroe eolio
[...] Giros como proti Ilion hiren o Hektoree?i alochon prueban
que rapsodas eolios ya cantaban historias sobre u n a guerra
en Troya.391
¿A qué se refiere Janko al recalcar repetidam ente eolios?
El eolio era uno de los principales dialectos griegos. Pero
el dialecto en que están redactadas Iliada y Odisea es, co­
m o se ha insistido con frecuencia, el jó n ico de m anera
predom inante. No obstante, ese jónico contiene gran n ú ­
m ero de palabras dialectales eolias y form as que re p re ­
sentan un estado muy antiguo de la lengua griega. En
m uchos casos, los rapsodas jónicos pudieron haber susti­
tuido esas palabras y formas p o r otras m étricam ente váli­
das de su propio dialecto. Pero no lo hicieron. Por eso,
367
entre los especialistas en dialectología existe la convic­
ción de que la poesía rapsódica micénica pervivió del to­
do o de m odo intenso en el dialecto eolio de la lengua
griega y que, hasta pasado cierto tiempo, no se adoptó en
otros dialectos donde las m encionadas form as eolias se
m antuvieron. Incluso algunos dialectólogos suponen,
con buenas razones, que el eolio fue básicam ente la con­
tinuación de la lengua de los griegos micénicos.392
Si eso es correcto, entonces las palabras y form as eo­
lias en los textos jonios transmitidas en la Ilíada y la Odi­
sea son para nosotros, en cierto m odo, avisos: «¡Aten­
ción! Á quí p u ed e h a b er un estrato especialm ente
antiguo de la poesía rapsódica». El giro citado p o r Janko
protiIlion hiren, «hacia la sagrada Ilios», conlleva todos los
signos de u n a antigüedad especialm ente n o tab le.393 en
consecuencia, hay que preguntarse: «¿Cuándo p u d o for­
marse ese giro?». El helenista de O xford M artin L. West
contestó en 1998: «Después de la em igración a O riente
de los eolios».394
Los eolios (griegos septentrionales) fueron los prim e­
ros griegos, según lo que hoy sabemos, que em igraron a
las costas de Asia M enor después de la catástrofe en el
continente. La prim era etapa de esa em igración fue, co­
mo es natural, la isla de Lesbos, situada ante la costa asiá­
tica. Y en Lesbos supone West la form ación del m encio­
nado giro. Dado que, según la más reciente investigación
arqueológica de Nigel Spencer, la colonización de Lesbos
p o r los griegos eolios no em pezó antes de 1050 a. C.,395
eso querría decir que el giro no se form aría antes de 1050.
Pero u n a circunstancia de peso se p ro n u n cia contra
esa datación tardía: en la Ilíada, Lesbos pertenece inequí­
voca y expresam ente a zona de dom inación de Príam o,
es decir, de Troya. En el canto 24, versos 543-546, el na­
rrad o r hace que Aquiles diga a Príamo:
368
También tú, anciano, según se oye, fuiste feliz antes:
en todo el país que Lesbos allá en el m ar [...] abarca
y la alta Frigia a nuestra espalda y tam bién el Helesponto,
descollabas sobre todos estos hom bres en riqueza e hijos.
Y en el canto 9, se m enciona repetidam ente (129; 271;
664) que Aquiles saqueó Lesbos y llevó mujeres de allí al
cam pam ento griego.
Esas informaciones no pueden provenir de u n a época
en que Lesbos era parte de Grecia; porque, en una guerra
griega contra enemigos extranjeros, los rapsodas griegos
nunca hubieran hecho asaltar a un héroe griego su p ro ­
pio país para llevarse esclavas. Ni siquiera hubieran podi­
do hacer rapsodas griegos, cuya patria era la propia Les­
bos, semejantes aseveraciones en el consabido tono que
las leemos en la Ilíada. Todo ese complejo de inform acio­
nes de Lesbos debe p ro ced er de la época an terio r a lle­
gada a la isla de griegos eolios,396 y eso significa antes de
1050. De m odo que desde antes de ese m om ento p erte­
necen al repertorio de los rapsodas giros como «hacia la
sagrada Ilios».
Puede, en consecuencia, deducirse que en la poesía
rapsódica griega del continente griego ya se cantaba so­
bre (W)ilios antes de 1050. Y el genitivo -oio sería la fo r­
m a original del nom bre Wilios que ya hubo de tener u n
papel en la poesía rapsódica de la época micénica.
Con ello, tenem os u n m om ento antes del cual los rap ­
sodas ya cantaban sobre (W) ilios, un terminus ante quem,
como se dice en la jerga especializada. Miremos ahora en
la otra dirección y examinemos los giros y m enciones de
Ilios en la Ilíada p o r si, entre ellos, hay alguno que pueda
ser datado, p o r razones filológicas, antes de la lengua
griega micénica, es decir, antes de la Lineal B, como el
antes m encionado verso de Meriones. No se puede estipu­
lar ningún otro. Eso significa que los m encionados giros
de Ilios h ubieron de fijarse, com o más pronto , después
369
del inicio de la fase de Lineal B, es decir, después de apro­
xim adam ente 1450 a. C. (= terminus post quem) y, como
más tarde, antes de 1050 (= terminus ante quem).
Si reunim os todo esto, vemos constatado nuestro re­
sultado sobre la edad de la historia de Troya tam bién des­
de esta parte. H em os llegado por diversas vías al mismo
p u n to u n a y otra vez. La historia de Troya es micénica.
Como culm inación de nuestra edificación argum entai,
surge de la propia Ilíada, y además de las fórm ulas hexamétricas en que aparece el nom bre (W)ilios, la conclusión
de que (W)ilios era m ateria de la poesía hexam étrica grie­
ga, en cualquier caso, unos trescientos años antes de H o­
m ero, muy probablem ente antes todavía, en la época mi­
cénica.
En este punto, no querem os seguir pregun tan d o ni su­
m irnos en especulaciones sobre de qué precisa m an e­
ra se llevó a cabo la historia, si, p o r ejemplo, debe supo­
nerse que para la época micénica ya era de uso extendido
el que los aedos, los cronistas de la época, acom pañasen
a la jefatura m ilitar en sus expediciones en país enemigo,
lo que más tarde, de m anera acom odada a la época, era
com pletam ente habitual —piénsese en Alejandro Magno
que llevaba a historiadores en su séquito guerrero— ; tam­
poco querem os preguntar cómo pudo verse la historia en
sus individuos, qué personajes pudo ten er en su estado
básico, y así sucesivamente. En esos campos, tenem os que
dejar los detalles para investigaciones venideras. Desde el
principio, teníam os un propósito probatorio restringido:
m ostrar que la historia de Troya, como tal — es decir, una
historia sobre W ilios/Troya con determ inados contornos
básicos estructurales— no puede ser u n a producción fan­
tástica tardía. En consecuencia, aquí sólo querem os esta­
blecer este resultado: las líneas de argum entación traza­
das desde diversas vertientes confluyen en la siguiente
im agen general:
370
La historia de Troya está ideada en la época micénica
y se transmitió, en una form a enm arcada mediante la poe­
sía hexam étrica griega, desde la época m icénica hasta
Hom ero.
EL PÚBLICO DE LA POESÍA RAPSÓDICA
Para culm inar nuestra edificación argum entai, sólo
queda por respond er la p reg u n ta de si en el ínterin e n ­
tre Micenas y H om ero hubo un fondo de resonancia pa­
ra la poesía rapsódica griega y, con ella, la historia de Tro­
ya. Porque, si nadie quisiera escuchar las viejas historias,
éstas se hubieran urdido en vano.
Por fortuna podemos ahorrarnos una exposición deta­
llada de este punto. Porque las investigaciones de los últi­
mos quince años han dejado claro que Grecia no se con­
virtió en un desierto cultural tras la caída de la cultura
palaciana micénica. A unque los grandes centros quedaron
destruidos, perduraban pequeñas cortes de nobleza en
Grecia. Las excavaciones en Elateia en Foquis, así como en
Lefcandi en Eubea, han puesto ante los ojos que la vida si­
guió en esos pequeños centros e incluso de m anera suma­
mente lujosa. Se construía con ostentación, se im portaban
materias lujosas de Egipto, los enterram ientos de los seño­
res eran opulentos. Pero para nosotros es especialm ente
im portante el hecho de que en motivos de pequeñas pie­
zas artísticas de esos pequeños centros aparece el aedo con
su phorminx, una lira. U na de las personalidades investiga­
dora en este campo de los «siglos oscuros», Sigrid DegerJalkotzy (Salbzburgo), pudo escribir en 1991:
El carácter general, aquí bosquejado, del período SH III C
[final del x n , principios del ix a. C.], con su prosperidad,
sus señoríos y residencias, con sus nostalgias por la clase di­
371
rigente belicosa y la época palaciana, así com o las im ágenes
en vasijas de aedos épicos en esas cortes, todo da idea de
que a la época m icénica iletrada sin palacios y en especial a
las cortes principescas les correspondió u n im portante pa­
pel en el desarrollo de la primitiva épica griega.»397
Los conocim ientos posteriores, sobre todo en el cam­
po de la investigación de cerámicas,398han consolidado esa
im agen. Q uien escribe intentó resum irla en u n artículo
de 1994.399 Posteriorm ente, el prehistoriador de Colonia
Karl-Joachim Hölkeskamp esbozó en 2000 una im agen am­
plia de la llam ada época «pospalaciana» desde 1200 has­
ta 1050 a. C., tom am os de esa imagen, este largo pasaje:
... tam bién en Acaya, Elis del norte y otros lugares del Peloponeso, en Foquis y la zona del antiguo palacio de Iolcos
en Tesalia, así como en Macedonia y Creta, se han excavado
toda u n a serie de poblaciones y necrópolis de esta época.
Algunas de esas poblaciones tuvieron hacia 1100 un flo­
recim iento que las convirtió en centros, aunque sin palacio.
U no de esos centros estuvo ju n to a Perati en la Ática orien­
tal, donde se descurbió una necrópolis con 220 sepulturas,
lo que hace pensar en una gran población entre el inicio del
siglo X I I y 1075. Muchos de los num erosos y en parte sun­
tuosos m enajes de enterram iento, vasos, joyas, sellos, m ate­
ria prim a de todas clases y armas, ofrecen indicios, p o r su
procedencia, de que había contactos suprarregionales con
Creta, Chipre, Rodas y Cos, hasta Siria y Egipto. Tampoco las
relaciones con O riente quedaron rotas de m anera abrupta y
total, aun cuando el densam ente reticulado sistema de la
época palaciana ya no existiera.
En esa fase de relativa prosperidad se instalaron una se­
rie de señoríos en Micenas y Tirinto, en algunos lugares de
Acaya, Arcadia y Laconia, así como en E ubea y Paros. A su
alrededor había zonas residenciales y se desarrolló un estilo
de vida que, con su nostalgia por las formas expresivas de la
cultura palaciana llegó a ser «cortesano». Se recuperó la pin­
372
tura al fresco y los enterramientos micénicos. Y especial­
mente característica de la cultura de este florecimiento tar­
dío fue la cerámica «noble» que servía para demostración
del estatus de su dueño: las cráteras elaboradas y las fuentes
con jarras y vasos muestran un refinamiento que luego se vol­
verá a encontrar en la épica homérica.»400
Gabriele Weiler ha llevado a cabo una especial investi­
gación de las «Formas y arquitecturas de los señoríos en
las poblaciones de los siglos oscuros» que han constatado
la prim era irtiagen dada p o r Deger-Jalkotzy:
Tras la caída de los centros palacianos en el solar patrio
griego, vino una segunda generación que produjo, entre los
siglos x i i i / x i i , una honda transformación económica y po­
lítica. La definitiva destrucción de la mayor parte de las re­
sidencias de la Edad de Bronce, trajo la caída de la produc­
ción altamente especializada en materia de lujo. Y con eso,
parece que la clase dirigente política y administrativa de­
saparece. Los contactos suprarregionales fueron interrum­
pidos por las continuas agitaciones de los pueblos maríti­
mos, la escritura ligada a la administración se perdió, el
nivel cultural y material se fue reduciendo. Pero también
entonces quedaron las regiones de impronta micénica con
su koiné en la patria griega, influidas e impregnadas de
aquella cultura (SH III C). [...] Micenas y Tirinto fueron
destruidas, es cierto, pero surgen fases de florecimiento pos­
palaciano en SH III C. Otras ciudades, como Atenas y Pera­
ti en Atica, Grotta en Naxos y Amiclai en Laconia siguieron
existiendo. El período SH IIIC, de unos ciento cincuenta
años, aún es de clara influencia micénica en arquitectura y
cerámica, aunque hay que señalar un general ocaso de la
cultura material. Surgieron pequeños señoríos locales.401
El resultado de la investigación reciente es evidente: a
causa de la relativa escasez de las propias relaciones, la
p equeña nobleza de la llam ada Epoca Oscura de la histo­
373
ria griega se m antiene como puede en el antiguo están­
dar de vida. Las viejas narraciones de gloria y grandeza
de boca de los aedos representan en ello u n continuo
apoyo y ánimo. Y cuando luego dio comienzo la gran emi­
gración de los griegos a la costa asiática, alred ed o r de
1100/1050, llevaron consigo ese arte y sus correspon­
dientes artistas a la nueva patria. Los colonos se aferraban
con especial tenacidad y cariño a sus raíces del país natal.
Así se mantuvo la poesía hexam étrica griega sin in terru p ­
ción. Visto así, H om ero, el rapsoda que creció en la re­
gión colonizada griega oriental de la Jonia asiática, no es
para nosotros u n principio, sino el final y el culm en de
una tradición secular. No ha inventado él mismo las his­
torias d en tro de las que intenta desarrollar sus nuevos
propósitos poéticos. Le eran familiares m erced a in n u ­
merables elaboraciones ajenas y, más tarde, tam bién p ro­
pias. La historia de Troya era una de ellas.
Si H om ero —igual que acaso varios rapsodas jónicos
antes que él— intentó «verificar» la historia de Troya, in­
cluida en el repertorio ju n to a muchas otras — como Man­
fred K orfm ann ha conjeturado en varios nuevos estu­
dios—,‘102es decir, si H om ero viajó al escenario Ilios/Troya,
no tan alejado desde Esm irna/Q uios, y enriqueció la his­
toria, a la vista de tal o cual elem ento de realidad, ante los
restos de m uralla aún visibles en su tiempo, es algo que no
sabemos y probalem ente no podrem os saber jam ás. Des­
de luego, está fuera de duda que sería posible.
Resumamos lo que podem os saber. H ubo u n m edio en
que se transm itió la historia de Troya: la poesía hexam é­
trica griega, y hubo u n a clase social que pudo y quiso
ofrecer un hogar a un m edio así, a lo largo de los siglos.
Llegados a este punto, se puede y debe form ular la p re­
gunta decisiva: ¿puede la historia de Troya, con su com ­
ponente «guerra de Troya», haber aprovechado algo his­
tórico?
H ISTO RIA E H ISTO R IA DE TROYA
Los aqueos conocían Troya como m ínim o desde m e­
diados del II milenio. Esto puede verificarse en el más im ­
portante indicador de que disponemos para la docum en­
tación de contactos entre pueblos y zonas de cultura: en
la cerámica. La cerámica griega de la época micénica de
la historia griega —o sea, «micénica» o «aquea»— em pie­
za a extenderse progresivamente en la costa occidental de
Asia M enor desde aproxim adam ente 1500 ( y fue pronto
im itada por productores locales en grandes cantidades).
Entre las ciudades con la más fuerte im pronta micénica se
cuenta, según las más recientes investigaciones,'03 Troya
ju n to a Mileto, laso, Efeso y Clazomenai. A la vista de la
im portancia de Troya para el país, sobre todo, como lugar
portuario, depósito y plataform a de com ercio m arítim o,
tampoco podía esperarse otra cosa.
Los griegos micénicos estaban pues en contacto con
Troya al menos desde mediados del II milenio. Qué clase
de contacto era, sólo puede decirse hasta ahora a grandes
rasgos. Porque, contrariam ente a lo sucedido con hititas,
n o disponem os de n ingún docum ento estatal micénico.
Hasta ahora sólo conocemos las cartas que se dirigían de
H attusa a Acaya, pero no las de dirección contraria. Pue-
375
de eso radicar en el diferente estadio de evolución de la
cultura escrita: m ientras los hititas utilizaron enseguida
una escritura cuneiform e relativamente accesible, los grie­
gos micénicos no llegaron a la escritura hasta más tarde,
como muy pronto, en el siglo xv, y la escritura silábica que
adoptaron de los cretenses tras la invasión de Cnossos y
adecuaron a su lengua era, como hemos visto, difícil y se­
guram ente no «presentable en corte» internacional. La
correspondencia hubo de llevarse, p o r lo dicho, en la es­
critura diplom ática internacional de la época, en escritu­
ra cuneiform e. Q ue existió efectivamente esa correspon­
dencia de los micénicos con los hititas y que se daba por
supuesta, es algo que se deduce de los correspondientes
pasajes textuales de las cartas regias hititas.
Ya hem os citado con detalle uno de esos pasajes —la
célebre carta que el gran rey hitita H attusili II (aprox.
1265-1240) escribió al «rey de Achijawa»: la llam ada «car­
ta Tawagalawa»— . Hattusili II se queja, con cautela y pi­
diendo com prensión, al rey de Achijawa de que no pone
coto a las intrigas de Pijam aradu en toda la costa asiática
desde Wilusa y Lazba (= Lesbos) hasta M illawanda (= Mi­
leto). H em os visto que Pijam aradu era nieto de u n rey
que huyó de los hititas a Achijawa, un rey de Arzawa, u n
país costero con capital en Apasa (= Efeso) que estaba en
p erm an en te conflicto con los hititas; Pijam aradu había
asaltado, en tre otros lugares, Wilusa (= W ilios/Troya) y
Lazba (= Lesbos), había hecho esclavos y los había de­
p ortado a M illaw anda (= M ileto), cabeza de p u en te de
Achijawa en Asia Menor. Hattusa deseaba reducirlo pero
no lo pudo atrapar, porque en el m om ento decisivo se es­
capó en barco a Achijawa.
C on la m e n c ió n d el a su n to P ijam a ra d u ya h em o s
resaltado que el gran rey hitita Hattusili, en su carta de
protesta al rey de Achijawa, siem pre lo trata form alm ente
como «¡H erm ano mío!», es decir, lo sitúa en el mismo
376
rango que al rey de Egipto y a sí mismo. Tam bién hem os
hecho ver que toda la carta es u n ju eg o m alabar en tre
m ego y amenaza. Cuando, en el pasaje de la carta donde
el rey de los hititas pide al rey de Achijawa que se digne
escribir a Pijamaradu, dice:
El rey de H atti y yo, aunque estuviéramos enemistados p o r
aquella ocasión de Wilusa,(?) ya m e ha persuadido y hemos
quedado como amigos [...] no nos conviene una guerra.
queda en evidencia la am enaza indirecta. A unque lam en­
tablem ente no podam os decir si la enem istad y reconci­
liación entre ambos reyes y reinos tuvo en fecto a Wilusa
como motivo, porque la lectura Wilusa no está aquí ase­
gurada404 y el texto no tiene el suficiente valor inform ati­
vo. M uestra que la correspondencia entre ambos venía de
más allá que la época de sus respectivos reinados, es más,
que hubo sus más y sus m enos en las relaciones, y, final­
m ente, que el rey de Achijawa está al corriente de todo el
«caso Pijamaradu» y, con ello, de las actividades de Pija­
m aradu en la zona de Wilusa. Se constata en la continua­
ción del texto:
A hora mi herm ano m e ha [escrito lo que sigue]: [...] Te
has conducido hostilm ente conm igo [pero entonces, hermano
mío] yo era joven, cuando [entonces] escribí [algo ofensivo]
[eso] no [sucedió con premeditación]...
Así que el rey de Achijawa escribió tam bién p o r su par­
te al rey de Hattusa. Eso sólo pudo ser en escritura cunei­
form e, en las entonces usuales dependencias de escribas
palaciegos. De m odo que hubo correspondencia regular
entre H attusa y Achijawa. Y ese intercam bio postal debió
de durar un tiempo considerable, de lo contrario el rey hitita no podría referirse con un «Ahora mi herm ano me h a
[escrito lo que sigue]:». El giro «[pero entonces, hermano
377
mío] yo era joven» perm ite concretar aún más el lapso de
tiem po del intercam bio de cartas: ahora es el au to r ya
adulto, así que han podido pasar décadas de relación epis­
tolar. Los contactos eran pues estrechos e intensos.
Por desgracia, las correspondientes cartas del rey micénico a H attusa no h a n aparecido en los archivos hititas, ni tam poco com o copias en las residencias m icénicas. En consecuencia, tenem os que valernos de claves
indirectas para la reconstrucción de las relaciones entre
ambos reinos.
De las m uchas posibilidades que se abren en este cam­
po —p o r ejemplo, se pueden sacar a colación mercancías
y armas m icénicas en Asia M enor o figuras de guerreros
m icénicos en objetos asiáticos— sólo querem os m encio­
n ar aquí lo relativam ente evidente: nom bres de lugar
asiáticos en tabletas m icénicas de Lineal B. U na investi­
gación publicada406 de m anera resum ida reú n e los si­
guientes nom bres y derivaciones que interesan a nuestra
cuestión:
1) Tros y T röia= «los troyanos», «las troyanas» tres ve­
ces docum entado, una en Cnossos en Creta, dos en Pilos
en el Peloponeso; se añade otro docum ento del gran ha­
llazgo de tabletas de 1994/95 en Tebas.406
2) Irruios = «hom bre de (la isla de) Imbros»: docum en­
tado una vez en Cnossos.
3) Lám niai = «mujeres de (la isla de) Lemnos»; varias
veces docum entado en Pilos.
4) A sw iai = «asirinas»; varias veces docum en tad o en
Cnossos, Pilos y Micenas; son mujeres de la región llama­
da p o r los hitita âssuwa y que se vincula con el lugar Assos
en la Tróade.407
5) (posiblem ente) K sw iai = «mujeres de (la isla de)
Quios»; varias veces docum entado en Pilos.
6) M ilâtiai= «milesias» y K n idiai= «mujeres de Cnido»;
varias veces docum entado en Pilos y Cnossos.
378
Se trata pues de extranjeros en Achijawa y, donde se
habla de m ujeres, se refiere, según el contexto corres­
pondiente, a grupos de mujeres trabajadoras extranjeras.
Las tabletas de Pilos y Tebas proceden, según datación
arqueológica, de la época de alrededor de 1200 a. C.; las
de Gnossos son más antiguas. Todas las tabletas eran ori­
ginalm ente notas o diarios de trabajo, cuyo contenido,
com o hem os dicho en otra parte, se pasaba al final del
año a anuarios de (en la época) m aterial más duradero.
Las tabletas que han llegado a nosotros se han conserva­
do p o r azar, porque ese año el palacio y todo el archivo
se entregó a las llamas y la arcilla se endureció; los nom ­
bres m encionados referían sólo puntualm en te una cir­
cunstancia de u n determ inado año. Así se explica la im ­
posibilidad de poder deducir u n a línea histórica fiable a
p artir de ese m aterial de nom bres. Si tuviéramos tabletas
de diferentes años, nos sería posible la reconstrucción a
grandes rasgos de las diferencias interanuales y probable­
m ente la del trasfondo de esos grupos de trabajadoras de
la región anatolia.
Pero esas denom inaciones tienen un notable valor in­
formativo: m uestran u n a fam iliaridad natural de los grie­
gos micénicos con la zona costera anatolia, sus islas y Tro­
ya. La frecuente aparición de justam ente mujeres de esas
regiones, que se inscribían como trabajadoras extranjeras,
perm ite más conclusiones: por lo visto, hubo expediciones
de rapiña a Anatolia y las islas. Eso sería el com plem ento
concreto del dato de aquella carta del rey M anbatarhunta
al gran rey hitita Muwatalli II (a partir de 1300), de que Pi­
jam aradu había asaltado Lazba (= Lesbos) y había deporta­
do artesanos de allí a M illawanda (= M ileto).
A hora u n a cosa está clara: tenem os docum entadas, a
p artir de las propias fuentes hititas, incursiones cuyo ob­
jetivo era conseguir fuerza de trabajo, en aquella época,
tam bién para los hititas. Se ve que se trataba de una prác­
379
tica extendida internacionalm ente y com ún p o r en to n ­
ces. En ese sentido, los griegos micénicos no eran u n a ex­
cepción. Pero u n p u n to llam a la atención: en los docu­
m entos hititas, de los que poseemos mayor nú m ero que
de los aqueos de la Lineal B, esas incursiones se lim itan a
la región de Asia M enor; no aparecen hasta ahora m uje­
res de Achijawa — es decir, de Pilos, M icenas o Tebas— .
Lo que parece desprenderse claram ente de ello es ex­
pansión, pero sólo en una dirección: de oeste a este, de
Achijawa a Asia Menor, no al revés.
Podemos deducir que esa expansión se convirtió, espe­
cialm ente en el siglo x m , en situación durad era a partir
del tratado de Estado entre el gran rey hitita Tudhalija IV
con su yerno y rey vasallo Sausgamuwa de A m urra, que se
concertó alrededor de 1220. Allí no sólo se com prom ete
expresam ente el rey de A m urra a declarar un estricto blo­
queo comercial contra Achijawa, sino que tam bién se bo­
rra posteriorm ente al rey de Achijawa de la antiquísim a
fórm ula de los grandes reyes («los grandes reyes de Hatti,
Egipto, Bailonia, Asiría y Ahhijawa»). Eso no sólo indica
enfriam iento y desacuerdo, sino directa enemistad, como
ya antes había sucedido, según puede verse en la «carta
Tawagalawa».
EL RESULTADO:
UNA GUERRA DE TROYA ES PROBABLE
Algunos de estos estados de la situación, aunque no to­
dos ni con m ucho, los intentó repasar en 1998 u n o de los
hititólogos destacados, Trevor Bryce, en u n capítulo de su
libro The Kingdom of the Hittites para una im agen general
bajo el título «The Trojan War: Myth or Reality?»408 Llega
a la conclusión de que u n núcleo histórico de la historia
de la guerra de Troya no puede ponerse más tiempo en
duda. Se citan a continuación cuatro de sus cinco indi­
cios para ello (el quinto no tiene ninguna relación direc­
ta con los cuatro anteriores) :
1) Los griegos micénicos estuvieron.fuertem ente invo­
lucrados en las circunstancias políticas y militares de Ana­
tolia occidental, en especial en el siglo x i i i .
2) D urante ese período, el estado vasallo de Wilusa
fue objeto de una serie de ataques, en los que los micé­
nicos p u dieron estar im plicados más o m enos directa­
m ente. En uno de esos casos, el territorio de Wilusa fue
ocupado por el enemigo, en otro, el rey de Wilusa fue des­
tronado.
3) Wilusa estaba en la Anatolia N oroccidental, en la re­
gión de la Tróade clásica.
381
4)
Filológicam ente, Wilusa puede equivaler al griego
(W) ilios.'109
Pese a estos indicios, Bryce considera más probable
una serie de ataques de los aqueos contra Troya, que una
guerra. Estos ataques, que en la realidad fueron tem po­
ralm ente escalonados, serían luego aglutinados a lo lar­
go del tiem po —Bryce calcula, como m ínim o, cien
años— en un único gran acontecim iento en la poesía rap­
sódica de los griegos, para la que esas incursiones de su
clase dirigente más allá del mar, en la codiciada «Tierra
de Promisión», eran u n apasionante tema.
Esta tesis está apoyada desde muchos frentes. Sin em­
bargo, como tam bién sabe su propio autor, es puram ente
especulativa. Ir más allá de las especulaciones sigue sien­
do, de hecho, difícil. Incluso lo es en el estado alcanzado
p or la investigación actual que, entretanto, h a avanzado
m ucho desde el tiem po de Bryce, quien concluyó su ma­
nuscrito, según la introducción, en ju n io de 1996. Con
todo, está creciendo la probabilidad de que tras la histo­
ria de Troya pu ed a haber, no m uchos pequeños alfilera­
zos, sino u n único golpe militar de los aqueos. A eso pue­
de conducir un dato que recientem ente pudo publicar el
arqueólogo alem án Wolf-Dietrich Niemeier, investigador
en Mileto: el hallazgo arqueológico m uestra claram ente
que en la segunda m itad del siglo x m tuvo lugar u n cam­
bio de p o d er en Mileto. En lugar de la soberanía aquea
sobre Mileto, surge la soberanía hitita. N iem eier dice:
Con el país Millawanda (el área que pudo abarcar entre
la desem bocadura del M eandros y la península de Boclrum
[...] con inclusión de laso y su fuerte testim onio de la in ­
fluencia m icénica) Ahhijawa tenía un pie en la costa m eri­
dional de Asia M enor, desde el que intervenía en las cir­
cunstancias de Asia M enor occidental, apoyaba a enemigos
y vasallos rebeldes de Hatti, pero efectuaba pocas acciones
directas [...]. P or desgracia, no sabemos cómo desapareció
382
Ahhijawa de la escena de Asia M enor y cómo cayó Millawanda bajo poder hitita en la segunda m itad del siglo x m . Lo
más probable es que Tudhaliya IV quisiera term inar con
aquella continua in q u ietu d en la fro n te ra occidental de
H atti.4,0
Es la constatación arqueológica de u n a sospecha que
Denys Page ya expresó en 1959 en base a un análisis de
pasajes epistolares hititas:
Sospecho que este distrito [se refiere al distrito de Millawanda = M ileto], com o otros de la vecindad, cam biaba su
lealtad de vez en cuando.411
U n descubrim iento totalm ente nuevo puede asegurar
m ucho más el cuestionam iento del distrito y los frecuen­
tes cambios de soberanía en la zona de Millawanda = Mi­
leto: en la prim avera de 2000, e n la falda oriental del
m onte Latmos, en las inm ediaciones de la carretera que
conduce a Mileto desde el interior, la arqueóloga A nne­
liese Peschlow encontró u n a inscripción hitita.412 Hasta
ahora sólo conocíamos dos grandes inscripciones de ese
estilo en Asia M enor: la de Karabel y la de Akpinar, am­
bas no lejos de Izmir. Semejantes inscripciones roqueras,
siem pre con retrato de los reyes vasallos hititas o de sus
parientes con atuendo y texto hitita, eran entonces u n a
señal a todo el m undo: «¡aquí m anda Hatti!» La nueva
inscripción es de K ubantak u ru n ta, el hijo adoptivo de
Mashuiluwa de Mira im puesto com o rey vasallo de Mira
p o r Mursili II hacia 1307-1306, y se data entre 1307 y al­
re d e d o r de 1285.413 Indica, si no la pertenencia efectiva
de Mileto a partir de entonces al estado vasallo hitita de
Mira, sí la constante am enaza de Mileto p o r H atti e im ­
plícitam ente la reclam ación de soberanía de los hititas so­
bre Mileto. U na reclam ación así parece natural y es una
de las constantes de la política de grandes potencias en
383
Asia Menor, desde los hititas del II milenio, pasando por
los persas del prim ero, hasta el Estado turco de la Edad
M oderna. A nte este trasfondo, la recuperación de Millaw anda/M ileto p o r los hititas en la segunda m itad del si­
glo X III, arqueológicam ente probada p o r N iem eier y
constatada p o r la nueva interpretación de la famosa car­
ta de Millawanda tam bién fuera de la correspondencia hitita,414 no tiene nada de asombrosa.
El escenario se mueve así en u n a dirección hacia la
que hasta ahora todo parecía ir: en la segunda m itad del
II m ilenio, Achijawa fue u n a potencia expansiva en el
área m editerránea. O cupó Creta en el siglo x v y, tras la
supresión del dom inio m arítim o m inoico, fue más allá
del Egeo, a p o r la herencia de Creta tam bién en Asia Me­
nor: se estableció en Mileto. Y desde allí intentó am pliar
su influencia. Los yacim ientos arqueológicos m icénicos
en el e n to rn o de M ileto y el asunto Pijam aradu hablan
u n lenguaje claro. Los intentos de Achijawa de d añ ar al
gran im perio hitita —parte del cual consideraban los hi­
titas a las islas frente a la costa asiática— acabaron final­
m ente con u n contragolpe de los atacados: Achijawa per­
dió su cabeza de p u en te en Asia M enor occidental,
Mileto. U n revés difícil de aceptar para el rey de Achija­
wa. El interés de Achijawa en los «graneros» de Asia Me­
n o r venía ya de siglos atrás y se renovaría tras la caída del
enem igo hitita hacia 1175: la colonización griega que em­
pezó alred ed o r de 1100 sólo continuaba u n a lín ea que,
ahora lo vemos, estaba trazada desde hacía m ucho. Ata­
car en la propia Mileto, u n lugar de donde acababan de
ser echados, no era estratégico ni prudente. Pero podía
parecer seductor in te n ta r p o n er el pie en otro lugar de
la costa asiática, en u n a posición que por su riqueza cre­
ciente y su im portancia política y comercial hacía m ucho
que estaba en las miras de Achijawa: Troya.
No podem os aventurar más en este contexto de la cues­
384
tión tantas veces debatida de cómo se uniría casual y tem­
poralm ente una em presa bélica de los griegos micénico/aqueos hacia el final del siglo x i i i a. C., si es que real­
m ente la hubo, con la caída de la cultura palaciana central
micénica hacia 1200. Nos basta indicar que la historia un i­
versal está llena de ejemplos de cómo u n a em presa ex­
pansiva puede conllevar, en el máximo florecim iento de
u n Estado, m ediante el fracaso unido a otros factores n e­
gativos, el repentino ocaso y definitiva caída de ese estado.
Tampoco nos posicionamos a sabiendas en la antigua
discusión de si las dos grandes catástrofes destructoras
hasta ahora arqueológicam ente com probadas en Troya
hacia 1200 —un terrem oto hacia 1250 (final de Troya VI)
y u n gran incendio hacia 1180 o algo más tarde (final de
Troya Via)— tienen que ver con una agresión exterior,
posiblem ente u n a agresión de los aqueos. La tradicional
vinculación causal de esas catástrofes com probables en
las piedras con los movimientos políticos de la época qui­
zá sólo restringe las posibilidades sin necesidad. Agresio­
nes y destrucciones no son históricas hasta que la ar­
queología las prueba. U na p ru eb a sem ejante sólo tiene
valor añadido.
Lo que podem os form ular com o conclusión es que,
ciertam ente, en el punto alcanzado hoy p o r la investiga­
ción, aún no podem os decir nada realm ente vinculante
sobre la historicidad de la «guerra de Troya». Pero las
probabilidades de que, tras la historia de Troya/W ilios
con su gran expedición griega contra un centro de poder
obstaculizante, en todos los sentidos, en la muy codicia­
da costa de Asia M enor occidental, haya u n suceso histó­
rico, no han dism inuido p o r los esfuerzos investigadores
unidos de diversas disciplinas en los últimos veinte años.
Todo lo contrario: siguen creciendo fuertem ente. La
m ultitud de indicios que indican ju sto en esa dirección
es poco m enos que abrum adora. Y sigue aum entando,
385
mes a mes, con las nuevas galerías que excavan en la vie­
ja m ontaña enigm ática arqueólogos, anatoíistas, hititólogos, helenistas, filólogos y m uchos otros representantes
de más disciplinas, trabajando con estricta objetividad y
fascinados por el problem a de Troya. Por eso, hoy pode­
mos vislum brar la continuación de la investigación con
cierta tensión llena de presentim ientos. La antigua incertidum bre decrece y la solución parece estar más próxim a
que nunca. No sería asombroso que, en el próxim o futu­
ro, el resultado fuera: hay que tom ar en serio a H om ero.
NOTAS
' A m i esposa, la m e jo r aliada e n el trab ajo , y a los am igos q u e siem p re m e
a y u d aro n c o n sus consejos y actividad. (N ota d e l trad u cto r.)
* «Su excelencia» e n turco. K arl May (1842-1912) es u n o de los escritores
a le m an e s m ás leíd o s d e to d o s los tiem pos. L a tira d a to ta l d e sus o b ras su p e ra
hoy los c in c u e n ta m illones d e ejem p lares. A u to r de novelas p o r e ntregas, c u l­
tivó u n g é n e ro n arrativ o a v e n tu re ro c o n paisajes y p ro tag o n ista s exóticos e n
A m érica y los Balcanes. E n tre sus o b ra s m ás co n o cid as figura Winnetou. (N o ta
del trad u cto r.)
3 El e stu d io d e la le n g u a h itita , q u e se h a b ló e n C a p a d o c ia y fu e d e sc u ­
b ie rta e n 1915. D ejó d e escrib irse e n el II m ile n io a n te s d e n u e s tra era. Sus
in scrip cio n es son las m ás an tig u as c o n o cid as d e la fam ilia lingüística in d o e u ­
ro p e a. (N o ta d el trad u cto r.)
4 T abletas d e a rcilla c o n in sc rip c io n e s cuya in te rp re ta c ió n , a p a rtir d e
1952, p e rm itie ro n c o n o c e r tex to s grieg o s al m e n o s m e d io m ile n io m ás a n ti­
guos q u e los pasajes m ás arcaicos d e la e sc ritu ra alfabética griega. E n este ca­
so, se re fie re a las tabletas halladas en Tebas a m ed ia d o s d e los añ o s noventa,
q u e a ú n n o se h a n p u b lic a d o . (N o ta d el trad u cto r.)
5 L a fo rm a e m p le a d a e n las o b ra s d e H o m e ro Ilíada y Odisea es «Ilios» (fe­
m e n in o , la «Ilios»), n o la p re d o m in a n te m e n te u sa d a e n la lite ra tu ra m o d e r­
n a «Ilion» (que es n e u tro ). E n la Ilíada a p a re c e el to p ó n im o m ás d e u n c e n ­
te n a r d e veces y sólo e n u n pasaje (c a n to 15, verso 17) fig u ra c o m o n e u tro .
La a u te n tic id a d de] pasaje es c u e stio n a d a d e sd e la A n tig ü ed a d . — L a c iu d a d
re fu n d a d a a lre d e d o r d el 300 a. C. e n el m ism o lu g ar (Troya VIII) se llam aba
«Ilion» y co n se rv a b a ese n o m b re e n tr e los ro m a n o s («Iliium »). La fo rm a
«Ilios» se re fie re e n este lib ro sie m p re a la p o b la c ió n prehistórica (Troya I-V II),
y la fo rm a «Ilion» a la histórica (Troya VIII y IX ).
11
El H e le sp o n to , q u e e n la lite ra tu ra clásica tam b ién es lla m ad o P o n to E u ­
xino. H e lle e ra hija d e A fam ante, re y d e Tebas, q u ie n se d isp o n ía a sacrificar­
la j u n to a su h e rm a n o Frixo, in stig a d o p o r los celos de su se g u n d a esposa. L os
dos h e rm a n o s fu e ro n salvados e n el ú ltim o in sta n te p o r u n c a rn e ro alado c o n
v e llo c in o d e o ro , p e ro H e lle cayó al m a r y se ah o g ó , e n el e stre c h o e n tre el
M e d ite rrá n e o y el m a r N egro. (N o ta d el trad u cto r.)
1
El té rm in o tu rco es u n a trib u to (de u n a so b re e n te n d id a tepe ~ colina) y
significa « d o tad a d e fortaleza».
387
" V éase, p a ra los d etalles d e la b io g rafía p e rso n a l y a rq u e o ló g ic a d e Schliem a n n , B. W. R ichter, Heinrich Schliemann. Dokumente semes Lebens, L eipzig 1992
(m uy b ie n d o c u m e n ta d a , objetiva, n o siem p re lo b a stan te crítica) y j . C obet,
Heinrich Schliemann. Archäologe u n d Abenteurer, M u n ic h 1997 (e n p a rte , m a li­
ciosa) .
11Dos m eses y m e d io a n te s d e su m u e rte , el 9 d e o c tu b re d e 1890, r e c o n o ­
ció e n u n a p o sd a ta d e u n a c arta al d ire c to r g e n e ra l d e los m u seo s berlin eses,
R ich a rd S c h ö n e , q u e la «Troya h o m érica» n o e ra Troya II, sino T roya VI. Véa­
se D. F. E aston, « S ch liem an n d id a d m it th e M ycenaean d a te o f T roya VI», en
Studia Troica 4, 194, 174.
111
«Así c o m o otro s, p a rtim o s d el su p u e sto d e q u e los troyanos sa b ían le e r
y escribir.» K o rfm a n n 1996, 26.
" «C onfiado e n la Ilíada y sus datos, e n los q u e c reía co m o e n el E vange­
lio, p e n sé q u e H isarlik , el m o n te q u e h e e s c u d riñ a d o d e sd e h a c e tres años,
sería la P é rg a m o d e la c iu d a d [Troya] [...] P e ro H o m e ro n u n c a fu e u n h isto ­
riad o r, sin o u n p o e ta é p ic o , y hay q u e te n e rle e n c u e n ta la e x ag e rac ió n ...»
(S c h lie m an n 1874, 161).
12 H a c h m a n n 1964, 109 y ss. (Subrayado d e Latacz.)
1:1 E n la P re h isto ria , a d em ás d e e n p ie d ra , m etal, c era y d em ás, e n el M e­
d ite rrá n e o se e scrib ió m u c h o so b re arcilla q u e se d isp o n ía e n fo rm a d e tab le­
tas c u a d ra n g u la re s u ovales. E n c u a n to la arcilla se e n d u re c ía , p o d ía n las ta­
bletas a m o n to n a rs e (lo m ism o que, e n o tro m aterial, n u e stra s p ág in as d e u n
l ib r o ) . — Se lla m a L in e a l B a u n a e sc ritu ra silábica e n la q u e e stá n escritas
m iles d e tabletas d e arcilla e n c o n tra d a s, so b re to d o , e n la c re te n se C nossos y
e n la g rieg a Pilos, a p a r tir d e 1900. E sa e sc ritu ra n o se descifró c o m o g rieg a
h a sta 1952.
14 E ato n 1992, 69.
15 C o b e t 1994, 12 c o n la n o ta 73 (su b ray ad o d e L atacz); ig u a lm e n te , L a­
tacz 1988, 389: «Si n o a p a re c e n nuevas — y, adem ás, d o c u m e n ta le s— fu e n te s
escritas (sólo p o d ría n ser, o b ie n tex to s orientales o textos griegos d e L in eal B,
d e l siglo ii)...» (subrayado d e L atacz).
16 P a ra m ás d e ta lle s d e la b io g ra fía c ie n tífic a d e K o rfm a n n (q u ie n a q u í,
co m o p a rte d e la investigación d e l p ro b le m a , tie n e u n a sign ificació n m ás q u e
individual) véase L atacz 1988, 390 y ss.
" K o rfm a n n 1996, 29.
1HS c h lie m an n 1884, 5.
1!l S c h lie m a n n 1891, 24.
“ A. B rü c k n e r e n D ö rp fe ld 1894, 123; cf. K o rfm an n 1992a, 127.
21 D ö rp fe ld 1902, 25.
22 B ieg en 1953, 370 y ss.
21 E n el a ñ o 1991, J e ro m e S perling, q u e h a b ía to m a d o p a rte e n la excava­
c ió n B ieg e n , c o m e n tó así el análisis d e l hallazg o e n 1934: «La h u m ild a d d e
los e n te r ra m ie n to s p ro d u c ía p e rp le jid a d , ya q u e c o n tra s ta b a c o n la relativ a
m ag n ificen cia d e las am plias casas d e la c iu d ad ela. C arl B ieg e n c o m e n tó q u e
e v id e n te m e n te el c e m e n te rio fu e utilizad o p o r las clases m ás h u m ild e s d e la
sociedad. N o c o n sid e ró , sin e m b a rg o , la posible re la ció n d el c e m e n te rio c o n
u n b a rrio b a jo d e l q u e n o se sab ía v irtu a lm e n te n a d a e n 1934». (S p e rlin g
1994, 155.)
21 K o rfm a n n 1991, 17.
25 K o rfm a n n 1991, 19.
2,i K o rfm a n n 1991, 26.
388
27 K o rfm an n 1992a, 144.
-s B e c k e r/F a ß b in d e r/J a n s e n 1993, 122.
zs K o rfm an n 1992a, 138.
30 Kolb 1984, 46.
31 K o rfm a n n 1993, 27.
32J a b lo n k a 1994, 52.
33 B e c k e r/J a n s e n 1994, 109.
34J a b lo n k a 1994, 66 c o n n o ta 18.
35J a b lo n k a 1994, 66.
36J a b lo n k a 1994, 65.
37 «Es m uy p ro b a b le q u e el m ate ria l d e tie rra y p ied ra s o b te n id o en la re a ­
lización d e l foso se e m p le a ra e n la c o n stru c c ió n d e u n m u ro o al m en o s u n
te rra p lé n , ya q u e lo c o n tra rio s u p o n d ría u n c o n sid era b le trab a jo adicional»:
Ja b lo n k a 1994, 48.
38 K o rfm an n 1996, 1.
39 K o rfm an n 1997, 62.
«A parte d e la z o n a d e la p u e r ta , n o se h a m a n te n id o o n o es c o m p ro ­
b a b le n in g u n a e m p a liz ad a a c o m p a ñ a n d o a los fosos defensivos»: K o rfm a n n
197, 62.
11 K o rfm an n 1996, 42.
42 K o rfm an n (-Becks) 1999, 15 y ss.
43 K o rfm an n (-Becks), c irc u la r p e rso n a l a los «Amigos de Troya» del 19 d e
a g o sto d e 1999, 7, y K o rfm a n n , c irc u la r a los «Am igos d e Troya» d el 20 d e
agosto d e 2000, 4.
44 K o rfm an n 1996, 46-48.
45J a b lo n k a 1996, 86.
4<i M a n n sp e rg e r 1995.
47 K o rfm an n 1996, 48.
48 K o rfm an n 1997, 38.
40 K o rfm a n n 1998b, 118.
5,1 K o rfm an n 1993, 27 y ss.
sl Sin em b arg o , a q u í es p re ciso h a c e r la reserva d e q u e , p o r ejem plo, ta m ­
b ié n e n la griega T ilin to existió, d e b a jo d e la ciu d a d ela , u n observable b a rrio
bajo y re c ie n te m e n te se h a c o m p ro b a d o la ex isten cia j u n to al «Palacio de N e s­
tor» d e Pilos, m e rc e d al Pylos Regional Archeological Project, d e u n b a rrio b a jo
c o n u n a su p erficie d e e n tre 200.000 y 300.000 m 2: B e n n e t (in d icació n de W.D. N ie m e ier). P e ro u n sistem a defensivo d e b a rrio bajo d e l tipo d e Troya n o
h a a p are cid o . Los eventuales d istrito s d e e x tra rra d io d e las fortalezas palacie­
gas m icénicas, (y creten ses) a p e n a s h a n sido c o n sid erad o s. Esto c am b iará sin
d u d a a ra íz d e la nueva excavación e n Troya. Si a p a re c ie se algo se m e ja n te a
lo d e Troya, h a b ría q u e p re g u n ta rse in m e d ia ta m e n te p o r su p ro c ed e n cia . L os
griegos e n n in g ú n caso lo tra je ro n consigo. T am bién a q u í se p ro p o n d ría u n a
ad q u isic ió n v e n id a d e O rie n te (¿vía C reta?).
52 Iakovides 1977, E 161-221; Iakovides c ita d o p o r K o rfm a n n 1995a, 181.
53 N a u m a n n 1971, 125. 307.
54 C o n to d o , co n stru cc io n e s e n a d o b e , ta m b ié n e n a m u ra lla m ie n to s m icé­
nicos, fu e ro n co n sid era d as p ro b a b le s p o r M ü lle r 1930, 74 (in d icació n d e W: D. N ie m e ier).
55 N a u m a n n 1971, 252 c o n re p ro d u c c ió n 324-325.
“ K o rfm an n 1998a, 371.
57 E aston 1992, 67 c o n re p ro d u c c ió n 10.
389
5S K oi'fm ann 1998a, 373.
w K o rfm a n n 1996, 34 c o n re p ro d u c c ió n 27; K o rfm an n 1998a, 373.
“ K o rfm a n n 1998a, 373-37; K o rfm a n n 1998c.
Bl E n la Jlíuda d e H o m e ro , A p o lo es, ya a p a rtir del c an to p rim e ro (1,9) el
dios c ab e ce ro d e Troya; él h a c o n stru id o la m u ralla d e Troya p a ra L a o m e d ó n ,
el p a d re d e P ría m o (7, 452 y ss.) y, j u n to al hijo d e P ría m o , P aris, m a ta rá al
m o rta l e n e m ig o d e Troya, A quiles, ju n to a la p u e rta E scea (22, 359 y ss.); co­
m o E sm in teo , es dios local d e la T ró ad e (bajo su p ro te c c ió n e stán C rise, Kila
y la isla T enedos: 1, 37 y ss.) y, c o m o tal, a p e tic ió n d e su sa c e rd o te Crises, e n ­
vía la p este c o m o p u n ic ió n d e d e lito so b re los aq u eo s (1, 43-52). P o r o tro la­
d o , A ppaliunas es u n a d e las tres divin id ad es c ab eceras d e Troya, e n la p a rte
d e l ju r a m e n to d e l tra ta d o d e A la k sa n d u q u e se verá m ás a d e la n te , q u e es, p o r
o tra p a rte , el ú n ic o pasaje c o n o c id o (hasta hoy) d o n d e se m e n c io n a (B. H . L.
van Gessel, Onomaslicon o f the H ittite Pantheon. I, L e id e n 1998, 37 [in d ic ac ió n
d e G. N e u m a n n ] ). — El A polo g rieg o fu e, com o Apollon Agyieus, p r o te c to r de
las p u e rta s y calzadas, y re la c io n a d o con el culto a las p ied ra s (F e h re n tz 1993).
Ya W ilam ow itz h a b ía visto u n a im p o rta c ió n asiática e n A p o lo (W ilam ow itz
1903), y N ilsson lo sig u ió (N ilsson 1967, 559-564). É ste lla m ó la a te n c ió n
(1967, 562 n o ta 5) so b re las estelas d e p u e rta d e los accesos d e la m u ru lla de
Troya, q u e h a b ía n d isc u tid o D ó rp fe ld (1902, 132-135) y B ieg en (1953, 96-98.
452). — L a e tim o lo g ía d e «A pollon» a ú n está sin a c la ra r (la d e riv a c ió n de
B u rk e rt d e la p a la b ra d ó ric a apella, « c o n ce n tra c ió n d e pueb lo s» , n o se h a im ­
p u e sto ); W est (1997a, 55) n o a d m ite las re la cio n e s c o n Asía o rien tal.
® K o rfm a n n 1986, 1-16; L atacz 1988, 395-397.
“ L atacz 1988, 396.
111
H asta la fecha, n o se h a e x p lic ad o c o n c ertez a si b a rco s c o m erciales d e
carga p o d ía n a n c la r lo m ism o q u e barcos d e g u e rra (m ás ligeros) — re sp e c to
a la técn ica de an claje se g u ra m e n te trad icio n a l q u e se llevaba a cabo sin cons­
tru cc ió n p o rtu a ria , véase Ilíada 1, 430-439, c o n el c o m e n ta rio e n L atacz 2000,
I 2, 148; ib id e m , m ás a m p lia lite ra tu r a — . El h e c h o d e n o h a b e rs e h a lla d o
(h a sta a h o ra ) c o n stru c c io n e s p o rtu a ria s (ro m p eo las, m u e lle ) e n la b a h ía de
B esik (com o e n L im a n te p e , h o y U rla d e Izm ir), n o es testim o n io c o n tra rio a
su id o n e id a d c o m o d á rse n a . R especto al p u e rto d e la E d ad d e B ro n c e d e Li­
m a n te p e , véase H. E rkanal e n Frühes Ionien 2002.
65 U n a p rim e a d e sc rip c ió n d e ta lla d a d e m ateriales y e la b o ra c ió n d e p a rte
d e l «T esoro d e P ría m o » la d io el p ro p io S c h lie m a n n en: S c h lie m a n n 1874,
89-297 (re im p re s ió n 1990, 216-223; análisis d e m etales p o r D a m o u r/L y o n ibi­
d e m 237 y ss.)
“ J a b lo n k a e n K o rfm a n n 1998, 52.
87 V éase Starke 1995.
fis El le c to r d e la Ilíada re c o rd a rá q u e Troya, así com o su h é ro e m ás d esta­
cado, H éctor, y sus h a b ita n te s, los troyanos, se m e n c io n a n c o n fre c u e n c ia vin­
culados a los caballos, su d o m a y crianza. (N ota d e l trad u c to r.)
® H e rá c lito , fra g m e n to 18 D iels-R ranz; véase la tra d u c c ió n d e L atacz en:
L atacz 1998, 5 7 0 /5 7 1 .
711La p ro lo n g a d a discu sió n científica so b re si, e n el II m ile n io a. C., ya h a ­
b ía tráfico m a rítim o e n tr e el E geo y el m a r N eg ro , se p o sic io n a e n los últim o s
tie m p o s e n to rn o a u n a re sp u e s ta positiva, véase la lite ra tu r a e n K o rfm a n n
1995, 182 n o ta 52 y los c o rre s p o n d ie n te s d e b ates h a b id o s e n el sim p o sio in ­
te rn a c io n a l Lebensraum in Troia zwischen Erdgeschichte u n d K u ltu r e n la A cad e­
m ia d e C iencias d e H e ild e lb e rg , d e l 2 al 5 d e a b ril 2001.
390
71 E sta ra m a d e la in v estig ació n p u e d e h o y m o stra rs e in m e jo ra b le m e n te
e n los in fo rm e s re g u la re s so b re el b a rc o h u n d id o a n te la tu rca lía s (= A ntiphellos e n L icia), u n navio c o m e rcia l n a u fra g a d o e n el siglo x iv a. C,, h a lla d o
e n 1984 y, d e sd e e n to n c e s, siste m á tic a m e n te e stu d ia d o . Los in fo rm e s se p u ­
b lic a n e n la revista American Journal o f Archeology (desde el n° 90, 1986).
72 A sociación d e c iu d a d es co m erciales d e l n o rte d e E u ro p a d u r a n te la Ba­
j a E d ad M edia; L übeck, H a m b u rg o y B re m e n fu e ro n típicas ciu d ad es hanseáticas. (N o ta d e l trad u cto r.)
73 El se n tid o d e l orificio transversal fue ig n o ra d o d u ra n te m u c h o tiem po.
Se su p o n ía q u e los sellos e ra n co lg a n tes — o incluso a m u le to s— q u e se lleva­
b a n e n el cuello. H asta los años o c h e n ta n o se c o m p re n d ió su fu n c ió n , al d e s­
c u b rirse e n Ras S h am ra (U garit) u n sello b iconvexo c o n su dispositivo g irato ­
rio c o m p le to (c o m p ro b a c ió n e n G o rn y 1993, 167 n o ta 29). Es d e especial
in te ré s la in d ic a ció n d e G orny so b re u n sello d e b ro n c e biconvexo c o n m ecá­
nica g irato ria d e Bogazkoy, q u e ya fu e p re s e n ta d o e n 1969 p o r K. B ittel (Bittel 1969, 8 y ss. c o n figura 4).
74 G orny 1993, 167.
75 K o rfm an n 1996, 25 y ss.
76 E n el original h e b re o se les lla m a «H ittim ». L atacz cita la tra d u c c ió n d e
L u te ro q u e los d e n o m in a « C h ittitern»; e n la v ersión V ulgata del pasaje que si­
gu e «los reyes d e los hititas» so n «reges H e th æ o ru m » . (N o ta d e l tra d u c to r.)
77 M o rd tm a n n 1872, 625-628.
7* «Pan», e n alem án . (N o ta d e l trad u c to r.)
78 «C om er», e n las tres lenguas; ta m b ié n el inglés eat- o el castellano diente
tie n e n ese m ism o o rig en . (N o ta d e l trad u c to r.)
80 «Agua», en alem án . (N o ta d e l trad u c to r.)
81 E n n u m e ro s a s p u b lic a c io n e s esp e cializa d as (so b re to d o n o a lem an as)
se evita el té rm in o «in d o g erm án ico » y se sustituye p o r « in d o eu ro p e o » .* Es u n
típ ico eje m p lo d e d isto rsió n d e c ie n cia m e d ia n te ideo lo g ía. El c o n c e p to «in­
d o g e rm á n ic o » se a c u ñ ó e n el siglo x i x c o m o objetiva d e sc rip c ió n fáctica:
la fam ilia lingüística in d o g e rm a n a se e x tie n d e d e sd e C eilán (In d ia) hasta Isla n d ia (G e rm a n ia). P o r el c o n tra rio , « in d o eu ro p e o » n o tie n e se n tid o objeti­
vo ya q u e n o todas las lenguas e u ro p e a s son in d o g e rm á n ic a s (p o r ejem plo, el
finés y el h ú n g a ro ). [* El té rm in o « in d o e u ro p e o » se d e b e al filólogo alem án
F ra n z B o p p (1791-1867) q u e lo p re firió p a ra d e n o m in a r a u n tro n c o lingüís­
tico c o n g ru p o s co m o el b áltico , eslavo, itá lic o , g riego, a rm e n io o céltico, y
n o só lo los situ ad o s e n sus e x tre m o s g e o g ráfico s, c o m o el in d o ira n io y g e r­
m án ic o . H a ce m u c h o q u e es d e uso m ayo ritario , salvo e n tre lingüistas alem a­
n es. O tra s d e n o m in a c io n e s c o m o «ario» o « a rio e u ro p e o » tam b ién h a n q u e ­
d a d o e n desuso. (N ota d el tra d u c to r.)]
82 L e n g u a h a b la d a e n Persia e n la é p o ca d e los sasánidas — e n la lite ra tu ra
especializada, tam b ién es lla m ad a pehlvi, pehlevi, palavik y palaisch— , p e rte n e ­
ce al g ru p o in d o ira n io , sus ram as c o n o cid as so n el parsi y el p a rto . (N ota d el
trad u c to r.)
83 S tark e 1998a, 522 (el n o m b re g rieg o E teo k les, «Etewo-klewes», p o r
e je m p lo , a p a re c e co m o Tawagalaiüa; así ya e n G ü te rb o c k 1990, 158).
84 N e u m a n n 1999, 16.
85 N e u m a n n 1992, 25 (subrayados d e j . L .).
““ De: Starke 2001 (e n im p re n ta ) y Starke 1998, 1 9 1 /1 9 2 .
87 Starke 1999, p a rág ra fo B («Los dialectos luvios»),
88 E ste ú ltim o té rm in o fu e r e c o m e n d a d o ta m b ié n p o r K lengel e n 1989
391
(K lengel 1989, 234), e n lu g a r d e l e q uívoco y c a re n te d e significado « h itita j e ­
roglífico».
89 N e u m a n n 1992, 27 y ss.
9.1 R ie m sc h n e id e r 1954, 93 ss.
91 H a w k in s/E a sto n 1996, 111.
95 G orny 1993, 187.
93 K o rfm a n n 1996, 26.
94 P. Neve e n G o rn y 1993, 180 n o ta 102.
95 N e u m a n n 1999, 19 (se h a n d o c u m e n ta d o h a sta la fe ch a , a d em ás d e l de
P erati, o tro s cin co sellos y u n a im p ro n ta , véase N. Boysan / M. M arazzi / H .
Nowicki, c o le cc ió n d e sellos jero g lífic o s, W ü rzb u rg 1983, 102 y ss. [In d ica ció n
de G. N e u m a n n ] ).
% K o rfm a n n 1996, 26.
97 N e u m a n n 1999, 19.
98 N e u m a n n 1992, 27 y ss.
99 V éase al re sp e c to la m o n o g ra fía d e S u san n e H e in b o ld -K ra h m e r Arzawa.
Untersuchungen zu seiner Geschichte nach den hethilischen Quellen, H e ild e rb e rg
1977.
100 S tarke 1997, 472 n o ta 70.
"" K re tsch m e r 1924.
102 G u rn e y 1952, 46 ss. (U ltim a im p re sió n 1990) subrayado d e J. L.
lra T rad u c ció n d e F ra n k Starke (Starke 1997, 473 n o ta 79; Wilussa, c o n dos
/ s / , es u n a v a ria n te d e e sc ritu ra h itita ).
1119 Starke 1997, 474 n o ta 79.
105 Starke 1998, 185-198 (A nitta re in ó e n Nesa, e n el siglo x v iii).
Se re n u n c ia a la invocación d e las confusas y, e n la dicció n , p e re g rin a s
e xplicaciones d e Fritz S chacherm eyr, Mykene und das Hethiterreich, V ie n a 1986,
p o r m ás q u e p o d r ía n ap o y ar la p re s e n te ex p o sició n e n varios detalles.
197G a rs ta n g /G u rn e y 1959, VIII.
,9a O tte n 1966, 155 p a rte 9.2.
109 H e in h o ld -R ra h m e r 1977, 371.
110 H e in h o ld -K ra h m e r 1977, 167.
1.1 S tarke 1997, 448 (subrayado d e j . L. ).
112 H o u w in k te n C ate 1 9 8 3 /8 4 .
113 H o u w in k te n C ate 1 9 8 3 /8 4 , 44; Starke 1997, 472 n o ta 58 (las «islas si­
tuadas a n te el c o n tin e n te d e Asia M e n o r se v in d ic a n e n el siglo x i i i c o m ú n ­
m e n te co m o te rrito rio hitita» ),
114 Los d ife re n te s m o d o s d e e sc ritu ra y d e form as n o m in a le s se p u e d e n ex­
p lic a r sin p ro b le m a a p a r tir d e los to p ó n im o s y re d ac cio n e s hititas, co m o ex­
p licó d e ta lla d a m e n te S tarke 1997, 468 y ss. Esas especificidades hititas n o p u e ­
d e n ser re p e tid a s a q u í p o r razo n es d e espacio.
" 6 K o rfm a n n 1998, 57-61; K o rfm a n n 1999, 22-25; e n detalle: K o rfm a n n e n
la revista Spektrum· der Wissenschaft, 7 /2 0 0 0 , 64-70; ú ltim a a ctu alizació n : K orf­
m a n n e n « R u n d b rie f a n d ie F re u n d e von T roia d e 20.08.2000, 5 y ss.
110 Es decir, n in g u n a ley fo n é tic a p re sc rib e q u e M ilano se a im p ro n u n c ia ­
b le e n a le m á n y q u e d e b a c o n v ertirse e n Mailand·, p e ro é ste su e n a m ás p ro ­
p io , p o rq u e p r e s e n ta el m ism o m o ld e q u e o tro s m u c h o s n o m b re s d e lugar.
(N ota d el trad u c to r.)
"7 S tarke 1997, 468 y ss. N o ta 4.
1,8 G a rs ta n g /G u rn e y 1 9 5 9 /8 0 .
119 N ie m e ie r 1999, 144.
392
12(1W atkins 1986, 58 ss.
121 S tarke 1990, 603; cf. Starke 1997, 473 n o ta 78.
122 Es n o ta b le la sem ejanza c o n el rad ical vasco hela- «hierba», c o n n u m e ­
rosos derivados (belate, belagi, belar...). A caso u n p ré sta m o latino, a través d e
vellus, villus, pilus... (de d o n d e d erivan b ilo j ta m b ié n ile, «pelo»), d e o tro m o­
do, c o m o el vasco n o p e rte n e c e al m ism o tro n c o lingüístico q u e el h itita y el
latín , h a b ría q u e c o n je tu ra r q u e estam os a n te u n a re m o ta raíz c o m ú n preind o e u ro p e a . (N ota del trad u cto r.)
123 N e u m a n n 1993, 290.
124 N e u m a n n 1999, 21 n o ta 20.
125 Starke 1997.
126 S tarke 1997, 470 n o ta 41.
127 H a w k in s/M o rp u rg o Davies 1998.
128 G ü te rb o c k /B itte l y o tro s 1975, 51-53.
I2!l H aw kins en u n Summary (« A d d en d u m » ) re p a rtid o e n el c o lo q u io «Ho­
m e ro , T roya y la E d a d O scura», 1 3 /1 4 . 12. 1998 U n iv e rsid ad d e W ürzb u rg .
Más e x ac ta m en te: H aw kins 1998 [p u b lic a d o 2000], 4-8.
1:1,1 H aw kins 1998 [p u b lic ad o 2 0 0 0 ], 18, lee a h o ra los n o m b re s d e l p ad re,
a m o d o d e p ro p u e sta , c o m o A lantalli y el d e l a b u e lo c o m o Kupanta-D KAL.
131 N e u m a n n 1992.
132 H aw kins 1999, 10; d e ta lla d a m e n te , H aw k in s 1998 [p u b lic a d o 2000]
1-3,
133 Las p ru e b a s d e ta lla d as d e la id e n tific a c ió n d e A pasa [ta m b ié n escrito
Abasa] c o n Ephesos expuestas e n H aw kins 1998. [p u b lic ad o 2000], 22-24.
13J Relieves ro q u e ro s d el tip o K arabel solían colocarse p o r los h ititas en p a­
rajes fro n terizo s (así com o h o y los signos m ás c o n sp icu o s d e E stados e n fre n ­
ta d o s s e ñ a la n e l lím ite e n los p a so s d e f r o n t e r a ) . F. S tarke c oncluyó c o n ra ­
zón e n 1997 q u e los relieves d e l p a so K a rab e l « in d ic a b an u n a fro n te ra
política» (Starke 1997, 451). C om o está claro, la fro n te ra m arc ad a a q u í es la
h a b id a e n tr e Mira (e n los valles M e a n d ro s y Kaystros) y Seha (en el valle H e r­
irlos) .
135 Ig u a lm e n te e n Starke 1997, 451.
'* H aw kins 1999, 10. Más e x a c ta m e n te e n H aw kins 1998 [p u b lic a d o en
2000], 23 (subrayados d e j . L .).
137 E n tre ta n to , ya h a re b asa d o el círc u lo d e los p a rtic ip a n te s en el coloquio
d e W ü rz b u rg y ta m b ié n es a c e p ta d a p o r o tro s especialistas. C om o d e sd e e n ­
tonces h a n pasad o u n o s dos años y las c o n clu sio n es d el c o lo q u io n o se publi­
c a ro n h a sta p rin c ip io s d e 2000 (Würzburger Jahrbücher f ü r die Altertumswissenchaft 23, 1999 [p u b lic a d o e n 2 0 0 0 ], 5-41) la a c e p ta c ió n e n la lite ra tu ra
e sp e cializa d a se a m p lía, d e m o m e n to , d e sp a cio y d e m o d o e sp o rád ic o . U n a
voz fav o rab le d e im p o rta n c ia es la d e l in v estig a d o r en esta m ate ria y colabo­
r a d o r e n las excavaciones d e M ileto (y, d e sd e 2001, d ire c to r del In stitu to Ar­
q u e o ló g ic o A lem án e n A te n as), W olf-D ietrich N ie m e ie r e n «M ycenaeans a n d
H ittites in W ar in W estern Asia M inor» e n Aegaeum 19, 1999, 143. — N o son
c a b a lm e n te a cep tab les p o sic io n e s c o n tra ria s, c o m o la a p a re c id a e n el Frank­
fu rter Allgemeine Zeitung d el 16.02.2000 e n fo rm a d e carta al d ire c to r com o re­
a c c ió n al breve in fo rm e d e M. S ieb lers so b re los nuevos c o n o c im ie n to s, en
ta n to sus a u to re s m u e s tra n n o te n e r id e a d el p ro c e so d e la in vestigación de
los ú ltim o s diez años e n to d o s sus detalles. El n ú m e ro d e los p o sicio n ad o s a
favor h a a u m e n ta d o e n tre ta n to , sin d ig n o s d e m e n c ió n , e n tre otros, el indoe u ro p e ísta y an ato lista G ü n te r N e u m a n n (carta al a u to r d e 21.04.04: «su p ro ­
393
ceso p r o b a to rio m e h a c o n v e n c id o ) y el p re h is to r ia d o r y e sp e cialista e n la
E d a d d e B ro n c e G ustav A d o lf L e h m a n n e n e l p e rió d ic o D ie W elt de
27.10.2001: «Y el país W ilusa [lo p o d e m o s] e n c u a lq u ie r caso [id en tific ar] con
el espacio e n to rn o a la c o lin a H isarlik d o n d e excava K o rfm an n . P a ra la cues­
tió n d e la id e n tific a ió n véase el ensayo especial L atacz 2001.*
[* U n a p o sic ió n c o n tra ria significativa sería la d e l a rq u e ó lo g o D ie te r H e r­
tel, a u to r d e l lib ro «Troya». Arquelología, historia, mito, a p a re c id o al m ism o tiem ­
p o q u e el p re s e n te v o lu m e n . E n el Frankfurter Allgemeine Zeitung d e 23.07.2001,
se p u b lic ó u n d e b a te d e este ú ltim o c o n J o a c h im L atacz; e n él, H e rte l n ieg a
la equivalencia Wilusa = Wilios y v indica el re to rn o a la situ ac ió n a n te r io r a las
excavaciones d e K o rfm an n , c u a n d o se n e g a b a to d a validez c o m o fu e n te a H o ­
m e ro . P o r su p a rte , L atacz le r e p ro c h a su p o sic ió n p a ra d ó jic a d e a rq u e ó lo g o
q u e d e sc re e d e la a rq u e o lo g ía y se ñ a la q u e , a n te el e n o rm e c ú m u lo d e in d i­
cios in te rre la c io n a d o s p ro c e d e n te s d é las diversas disciplinas científicas, a h o ­
r a cae e n el lad o d e los escépticos la c arg a p ro b a to ria d e q u e tras la c a íd a d e
Troya n o h u b o u n a c o n te c im ie n to h istó ric o de la é p o ca m icén ica. (N o ta del
tra d u c to r.)]
1,a H a m p l 1962, 40.
133
H a m p l 1962, 62 c o n n o ta 42. La frase fu e e m p le a d a p o r o tro h isto ria ­
d o r co m o le m a d e u n a rtíc u lo so b re la «cuestión» d e la «localización» d e la
Atlántida p lató n ica . L a d ife re n c ia e n tre u n m o d e lo filosófico c o m o «Atlantis»
d e P la tó n y u n lu g a r h is tó ric a m e n te re a l com o W ilusa p o d ría , u n a vez com ­
p re n d id a , te n e r u n e fe c to a c la ra d o r en la cuestión d e Troya.
1411H a m p l 1962, 40.
141 Sólo existe u n a d e riv a ció n adjetivada d e «Ilios» q u e fig u ra u n a sola vez
e n la litada (21, 558).*
[* Es decir, Ileion, q u e e n ese p asaje se p o d r ía tr a d u c ir c o m o (lla n u ra )
«iliana». (N o ta d e l tra d u c to r.)]
142 H aw kins 1998 [p u b lic a d o 2000], 22.
141 N ie m e ie r 1999, 142 [c o n la d o c u m e n ta c ió n d e las p u b lic a c io n e s turcas
d e 1998] v e r ta m b ié n H aw kins 1998 [p u b lic a d o e n 2000], 24 c o n n o ta 148.
144 G a r s ta n g /G u rn e y 1959, 106.
145 F o rre r 1924, 6.
146 G a rs ta n g /G u rn e y 1959, 105 y ss.
117 G ü te rb o c k 1986, 35.
,4B G ü te rb o c k 1986, 40.
14S U n caso p a ra le lo es el lla m ad o «texto M adduw atta»: bajo el g ra n rey hi­
tita A rn u w an d a I, el p rín c ip e d e A rzaw a M adduw atta se alzó, seg ú n re p u ta d o
m o d elo , c o n tra H a tti y o c u p ó u n n u m e ro s o g ru p o d e «países» d e los hititas:
Z u m an ti, W allarim m a, Iyalanti, [Z u m arri,] M u tam utassa, A ttarim m a , S uruta,
H u rsan a ssa; to d o s esos «países» e sta b a n el el valle d e l M e a n d ro s (H aw kins
1998, 25). Se p o d ría n c ita r fá cilm e n te m ás e jem p lo s d e este tip o p a ra el tér­
m in o h itita d e «países». S ugiere u n a c o m p a ra c ió n c o n el té rm in o g rieg o p o ­
lis e n se n tid o geográfico.
m Starke 1997, 445, c o n n o tas 82-94.
151
N ó te se q u e G. N e u m a n n (1999, 18) o b serv a la p r o b a b ilid a d d e q u e
«tam b ién al n o rte d e L idia, e n M isia y lu e g o tam b ién e n la T ró ad e , haya d o ­
m in a d o el lid io — o u n a le n g u a a n ato lia e m p a re n ta d a — » c o n lo q u e los n o m ­
bres p rin cip esco s h o m é ric o s «Tros» y «Troilos» d e riv a ría n d el to p ó n im o «Tro­
ya». C o m o N e u m a n n u tiliza el té rm in o «anatolio» c o m o sin ó n im o d e
«hitito-luvio», te n d ría m o s u n a raíz hitito-luvia tro (q u izá m e jo r trow) ju n to a
394
u n n o m b re d e lu g ar « T aruw isa/T rm v(isa)». Q u iz á haya q u e tra b a ja r más e n
esta d ire c c ió n (cfr. «Tíos»: «[ajlaw a»),
152 E n el m ism o se n tid o a r g u m e n ta a h o ra la e x p e rta lin g ü ista b ritá n ic a A n ­
n a M o rp u rg o Davies e n el caso d e la eq u iv a len c ia de la g rieg a Miletos (antes
Milatos, u n a c o lo n ia c reten se) c o n la h itita Millawanda: «Si los m in o ico s O cretenses] d e n o m in a b a n el lu g a r c o n u n n o m b re co m o Μ ιλ α τ ο ς [...] los hititas
d e b ie ro n e n c o n tra rs e c o n u n n o m b re q u e n o p o d ía n c o m p re n d e r e in te n ta ­
ro n in te g r a r e n su p ro p ia le n g u a , p o rq u e le a ñ a d ie ro n e l sufijo -vianda, q u e
es u su a l e n to p ó n im o s c o m o W iyanaw anda» [··· e n h itita se h a n c o n sta ta d o
u n o s c in c u e n ta n o m b re s te rm in a d o s e n -vianda...']. «El h itita c o n o ce m uchas
p a la b ras q u e e m p ie za n c o n -mil-, eso p u d o fa cilitar la fo rm a c ió n d e u n a form a
co m o M illaw anda; se h a b ría b a sa d o e n la ten tativ a d e in te g ra r el n o m b re Milatos m e d ia n te u n p ro c e so sen cillo d e la e tim o lo g ía p o p u la r e n h itita» (p o r
carta, e n H aw kins 1998 [p u b lic ad o e n 2000, 30 y ss. N o ta 207]).
153 E. Viser, Das Beispiel Troia, e n V iser 1997, 83-94.
154 L atacz 2000 (P ro le g o m e n a ), 50 y ss.
155 L a trad u c c ió n al a le m á n es d e F ra n k S tark e (1999).
150
Es decir, los h a b ita n te s d el «país K arkisa», ya m e n c io n a d o e n la lista d e
los v e in te q u e se a lz aro n c o n tra el re y T udhalija. (N o ta d e l tra d u c to r).
157 L a ú ltim a vez fu e J. F rie d ric h , Staatsverträge des Hatti-Reiches in hethittischer Sprache, 2 Teil, L eip zig 1930, 50-83. L as le tra s A, B, y C se re fie r e n a los
tres eje m p la res existentes; la tra d u c c ió n se basa e n la v e rsió n m e jo r conserva­
da.
158 N o es, e n efecto , d e l m ism o ra n g o , ¿se tr a ta rá d e u n desliz? [N o ta de
Starke.]
Iw’ «H om bre» n o es u n erro r, la p a rid a d d e ra n g o d e A siría n o se re c o n o ­
cía e n la época. [N o ta d e Starke.]
E l «form ulario» d e los tratad o s d e E stado hititas, d e l q u e el tra ta d o Alaks a n d u es u n a v a ria n te , lo p r e s e n ta d e ta lla d a m e n te : K len g el 1989, 240 y ss.
K lengel in d ic a q u e «tras la m u e rte d e l vasallo (...) el tra ta d o — p a rcialm en te ,
e n la fo rm a in a lte ra d a — se re n o v a b a c o n el sucesor». El tra ta d o A lak san d u
p u d o se r u n a re n o v ac ió n d e ese estilo.
Ifil G a rs ta n g /G u rn ey 1959, 101 y ss.
162 H o ffn e r jr. 1982, 130-131.
ua S tarke 1997, 454; 2001, 43.
,li4 H aw kins 1998 [p u b lic ad o 2 0 0 0 ], 19.
‘m N ie m e ie r 2002 (e n im p re n ta ), q u e se re m ite a G u rn e y 1992, 220 ss. n o ­
ta 58 y B ryce 1998, 340, y apoya e sta o p c ió n e n los m ás re c ie n te s d e sc u b ri­
m ie n to s arq u eo ló g ic o s. Ya G ü te rb o c k 1986, 38, su p u so c o m o re c e p to r de la
carta a u n o d e los se ñ o res d e M illaw anda = M ileto, m a n d a ta rio vasallo e n u n a
c o m a rc a lim ítro fe c o n M ileto.
11,6 T ra d u c c ió n F. Starke (Starke 1997, 473 n o ta 74; trad u c c ió n d e las lín e­
as 36-40 c o m p le ta d a p o r c arta).
"í7 Las a lre d e d o r d e v e in te m e n c io n e s c o n o c id a s h a sta el a ñ o 1977 están
e n u m e ra d a s p o r H e in h ild -K ra h m e r 1977, 349. L o c o n o c id o d e sd e e n to n c e s
n o es p o s te rio r a 1200. E l fra g m e n to d e c a rta KBo X V III 18 = n" 215 H einh o ld -K ra h m e r (c o n c u a tro m e n c io n e s d e W ilu sa ), d o n d e W ilusa p a re c e ser
m a te ria d e d iscusión e n tre a m b o s in te rlo c u to re s ep isto la res, fu e se ñ a la d o p o r
H e in h o ld -K ra h m e r e n 1977 c o m o im p o sib le d e d a ta r (350). H a g e n b u c h n e r
(2a p a rte p. 317) lo d a ta e n tre 1265 y 1200; S tarke, 2000 (p a rá g ra fo B, final),
e n el re in a d o d el últim o g ra n rey S u p p ilu liu m a II y «después d e ap ro x . 1215».
395
H a g e n b u c h n e r su p o n e re c e p to r p ro b a b le al rey d e A hhijaw a. S tarke, al ú lti­
m o rey c o n o c id o d e M ira, M ashuitta. — A la vista d e estas d iscrep an cias, es re ­
c o m e n d a b le a g u a rd a r m ás d e ta lla d as aclaraciones.
I,is Starke 1997, 459.
Cfr. K lengel 1979, 240, so b re los tratad o s d e E stado e n g e n era l: «el c o n ­
venio traía consigo la n e c e sid a d d ip lo m á tic a d e u n a c o rre sp o n d e n c ia re g u la r
c o n p e tic io n e s y b u e n o s d eseos, u n id a al envío d e valiosos presen tes» .
1,0
L a investigación d isp o n ib le h a sta la fech a d e la c o rre sp o n d e n c ia h itita
sigue d e sg ra c ia d a m e n te c ara cte riz ad a p o r u n a d e fic ie n te sistem atización (co­
sa, p o r o tra p a rte , m uy c o m p re n sib le , h a b id a c u e n ta d e la c a n tid a d d e m a te ­
rial, lo re la tiv a m e n te jo v e n d e la d iscip lin a y el escaso n ú m e ro d e especialis­
tas). Vayan c o m o ilu stra c ió n u n a s citas d e H a g e n b u c h n e r 1989: «No hay u n a
p u b lic a ció n c o m p le ta se g ú n años y lugares d e hallazgo [...] e n pocos casos es
p osible c o n tra sta r el lu g a r d el hallazg o ele los frag m e n to s d e cartas d e las cam ­
p a ñ as d e W in ck lersch [...] c o n frec u e n cia, se d a p o r su p u e sto el lu g a r d e l h a ­
llazgo, sin in d ic a c ió n d e circu n stan cias, q u e a veces tam p o c o fig u ran e n el in ­
fo rm e previo...». A la vista d e estas c are n cia s, es to ta lm e n te c o n s e c u e n te la
c o n clu sió n d e la a u to ra : «Según los resultados de la excavación, n o h a b ía [e n H attusa] n in g ú n archivo d e c o rre sp o n d e n c ia » (subrayado d e j . L .). E n re alid a d ,
tal archivo d e b ió d e existir, p u e sto q u e el im p erio , cuya salvaguarda d e in v en ­
ta rio e stab a b a sa d a e n u n a c o rre s p o n d e n c ia d ip lo m á tic a (e n las cartas, se
m e n c io n a la re la ció n c o n otras c artas), h a b ría q u e d a d o su m id o e n el caos, al
cabo d e p ocos m eses.
171 N e u m a n ñ 1999, 19 n o ta 12, q u ie n se re m ite a G o d a rt 1994a y 1994b.
L a id e n tific a c ió n el L in e a l A fu e c o n sta ta d a p o r o tro s especialistas: O liv ier
1999, 432; J. B e n n e t y T h . Palainra, o ra lm en te .
172 E n el sim posio «T he A e g ean a n d th e O rie n t in th e S e c o n d M ilenium »,
d e 18-20 d e a b ril 1997, e n la U n iv e rsid ad d e C in cin n a ti, la m uy c o m p e te n te
a rq u e ó lo g a a m e ric a n a e in v estig a d o ra d e Troya, M a c h te ld J . M ellink, a n im ó
e x p re s a m e n te a la e x cav ació n K o rfm a n n a la in d a g a c ió n siste m á tic a d e la
m o n ta ñ a d e d esechos: «No decim o s q u e la p ró x im a c a m p a ñ a vaya a sacar a la
luz u n a c o p ia d e l tra ta d o A la k sa n d u [...] p e ro hay p ru e b a s d e c o n ta c to s his­
tóricos, ta n to d e c o rre s p o n d e n c ia co m o d e re la cio n e s am istosas c o n los h iti­
tas. Y la g a n a n c ia d e esa o p e ra c ió n ra d ic a e n u n a b ú s q u e d a d e d o c u m e n ta ­
c ió n h istó ric a , p o r q u e se c u s to d ia b a n d o c u m e n to s escrito s o co p ia s d e
d o c u m e n to s d e a lg ú n tip o e n los edificios c en trales d e Troya VI y V ila». (En:
Aegaeum 18, 1998, 148.)
173 Cfr. H a g e n b u c h n e r 1989, 17: «En la c o rre sp o n d e n c ia in te rn a c io n a l, los
señ o res d e sig n a b a n enviados a d ip lo m á tic o s d e g ra n fo rm a c ió n y e scu ela q u e
ta m b ié n e n la j e r a r q u ía d e su p aís n a ta l d e te n ta b a n altas posiciones».
174 S tarke 1997, 456.
,7S Starke 1997, 456-458.
178 Starke 1997, 459; Starke 1999, c ap ítu lo A (Luvio n o sólo e n su r y sures­
te de Asia M enor, sino ta m b ié n e n el oeste: Arzawa, M ira, S eha, W ilusa).
177 S tark e 1999 (c a p ítu lo « K ontakte»); d el m ic é n ic o Aleksandros, q u e m e ­
d ia n te el e je m p lo d e l n o m b re fe m e n in o d e p e rso n a Aléksandra (a-re-ka-sa-drara MY 303 = V 659) es c ita d o c o m o usual.
I7ÍI N o se re fie re a se g u n d a s n u p c ia s, sino, e n u n c o n te x to d e p o lig in ia, a
esposas d e s e g u n d o ra n g o , d o ta d a s d e m e n o s d e re c h o s q u e la p rim e ra . D e
a h í «aunque sea d e tu s e g u n d a esposa». (N o ta d e l trad u c to r.)
179 L a h isto ria g rieg a d e l hijo p rim o g é n ito d e l rey P ría m o , A le x a n d ro s/P a -
396
ris, q u e n o a p are ció e n Troya h asta a d u lto (p o rq u e fue d e ja d o com o expósito
p o r la p a re ja re g ia a causa d e u n a p ro fe c ía nefasta) y q u e , n a tu ra lm e n te , e n ­
c o n tró resistencia en la dinastía, m u e s tra asom brosas c o n co m ita n cia s c o n es­
tas filiacio n es. N o o b sta n te , hay q u e g u a rd a rs e c o n su m a c au tela d e h a c e r
e q u iv aler al Alaksandu h istó ric o c o n el Alexandras d e la Ilíada·. A le x an d ra s («el
q u e re c h a z a a los h o m b res» ) es u n o d e los n o m b re s griegos m ás usuales. P o r
el c o n tra rio , es m uy sugestiva la c irc u n sta n c ia d e q u e a A le x a n d ra s se le da,
en la Ilíada, u n se g u n d o n o m b re , P aris («ilirio»; v. K am ptz 1982, 340) que es
p r o b a b le m e n te u n abreviado. E stá d e sc a rta d o q u e H o m e ro , u n p o e ta d el si­
glo v in , p u d ie ra h a b e r ten id o la id e a d e u n bilin g ü ism o e n Troya; de trá s h a
d e h a b e r u n a tradición.
N e u m a n n 1999, 18.
"" E asto n en: H a w k in s/E a sto n 1996, 118. E asto n se p ro n u n c ió p o r «tem ­
p ra n o V llb» e n K o rfm an n 1996, 60 n o ta 54a; eso sería h a c ia 1100.
182 S tarke 1998, 193.
Ira Starke 2000, (p arág rafo B, final).
IH1 Cfr. Starke 1998b: «A unque el d e stin o p o s te rio r d e ese g ra n re in o [se
re fie re a M ira] n o es c o n o cid o , el h allazgo d e u n sello d e b ro n c e c o n inscrip­
ció n luviojeroglífica d e u n escriba (es decir, d e u n re p re se n ta n te d e la adm i­
n istrac ió n estatal) deja claro q u e ta m b ié n e n el se n o de los estados d e Arzawa
h u b o d e co n ta rse c o n u n a c o n tin u id a d estatal...». Q uizá d e b ie ra sustituirse el
« h u b o de» p o r «pudo».
“ F o rre r 1924; F o rre r 1924a.
IM S o m m er 1932.
,B7 M e rec e u n a m e n c ió n e x p re sa el lib ro d e l filó lo g o in g lés D enys Page,
History and the Homeric Iliad, B erkeley & Los A ngeles 1959, q u e es im p o rta n te
p a ra el p la n te a m ie n to g e n e ra l d e n u e s tra p re g u n ta . E n la cu estió n A hhijaw a,
q u e es cap ital p a ra la equivalencia, P age c o n sid e ró m u c h o s detalles d e m an e ­
ra a c e rta d a e n el c ap ítu lo I o («A cheans in H ittite D o cu m en ts» ). E n re su m en
tuvo q u e p o s p o n e r u n a a rg u m e n ta c ió n ex acta y sustitu irla p o r u n a su g e ren te
re tó rica , p o rq u e carecía d e la clara base geográfica q u e h o y p o seem o s (cfr. su
m a p a im p e rfe c to d e l im p e rio h itita e m p re n d id o p o r G a rsta n g e n 1943; n o
d isp o n ía d el lib ro d e geografía d e G a rs ta n g /G u rn e y de 1959).
E n la cu estió n de la equivalencia filológica d e Ahhijawa y Achai(iu)ia, Pa­
ge a rg u m e n tó e n la m ism a d irección q u e está re p re se n ta d a a q u í e n todas estas
equivalencias h itita /g rie g a s: «... p e ro creo q u e a h o ra se h a c o n v ertid o en u n
p ro b le m a m e ra m e n te filológico y h a c e m u c h o q u e n o re p re se n ta u n a cuestión
d e im p o rta n cia histórica. La id e n tid a d d e A hhijaw a con u n país aqu eo d ebe ser
p ro b a d a , si preciso fu era, m e d ia n te evidencia d o c u m e n ta l y a rqueológica, in­
d e p e n d ie n te m e n te de todas las esp eculaciones so b re n o m b res de lugar» (17).
“ S tarke 1997; H aw kins 1998; Bryce 1998, 659-63, 321-324, 342-344.
m M ou n tjo y 1998; N ie m e ier 1999.
P a rk e r 1999, e n especial 497: «conmutas opinio».
1112B e n n e t 1997, 519; L atacz 2000 [c o m e n ta rio a la Ilíada 1.2 p. 16].
“ H aw kins 1998 [p u b lic ad o 2000] 30.
m Starke 1997, 453.
,!l5 Taw agalawa (= e n grieg o , «Etewo-klewes») e ra u n h e rm a n o d e l rey de
A hhijaw a: G ü te rb o ck 1990, 158; S tarke 1997, 472 n o ta 61; H aw kins 1998, 36:
«Tawagalawa, th e b ro th e r o f th e k in g o f Ahhijaw a».
™ H a g e n b u c h n e r 1989, 1 45 ss.: «Reyes d e l m ism o ra n g o se lla m a n g en e­
ra lm e n te e n tre sí [...] “h e rm a n o m ío ”...».
397
197 H e in h o ld -K a rh m e r 1977, 175 ss. — S ch ach erm ey r 1986, 207 ss., cita u n a
c arta priv ad a d e G ü te rb o c k seg ú n la cual sería posible la le c tu ra «W ilusa»; p a­
ra ello, G ü te rb o c k d e b e c o m p le ta r lib re m e n te u n a sílaba. E n c o n se c u e n c ia ,
c o n stru ir u n a a rg u m e n ta c ió n e n u n p u n to d e tal im p o rta n c ia n o se ría serio.
198 Starke 1997, 450-454.
199 H aw kins 1998, 17: «Parece h a b e rse co n v ertid o e n h a b itu a l a p o stro fa r a
P ijam a rad u co m o “filib u ste ro ”; p e ro , e n re alid a d , n o hay m otivos p a ra d u d a r
de q u e e ra u n p rín c ip e levantisco d e A rzaw a q u e p e rse g u ía las m eta s tra d ic io ­
n ales [en la p o lític a d e Arzaw a]».
290 H aw kins 1998, 2.
2111 N ie m e ie r 1998.
202 L atacz 1985 = 1997, 49.
203 B ásicam ente e n L e h m a n n 1985 y 1991.
294 L e h m a n n 1996, 5.
2,15 P aga 1959, 17, se p ro n u n c ió p o r R odas; p e ro , c o m o él m ism o vio, n o
hay p ru e b a s d e v a lo r d e q u e allí, e n el siglo i n a. C. h u b ie ra u n dispositivo
fo rtificad o ju n to a la c iu d a d d e Ialysos (e n la p u n ta n o rte d e la isla) d e n o m i­
n a d o «Achaia polis». R odas sola n o h a b ría a te m o riz ad o ta n to al im p e rio h iti­
ta co m o m u e s tra n los d o c u m e n to s.
a»-, N ie m e ie r 1999, 144; m ás d etalles so b re la localización e n 290.
297
C ita y d o c u m e n ta c ió n e n L e h m a n n 1991, 110 ss., 114; N ie m e ie r 1999,
153. Más d etalles, 3337. F. Starke (p o r carta) c o n sid e ra la tra d u c c ió n «un co­
m e rc ia n te d e él» e r ró n e a y lee «de ti» (así su p u e sto p o r n o so tro s; el re sto de
los cam bios d e la tra d u c c ió n d a d a p o r L e h m a n n sie m p re p ro c e d e n d e S tar­
ke) . Eso n o c am b iaría n a d a e n q u e el rey d e A m u rra estaría o b lig a d o a im p e ­
d ir ta m b ié n el trá n sito d e b a rco s d e A hhijaw a a A siría.
“ L e h m a n n 1991, 114.
299 Se p re sc in d e p o r ra zo n e s evidentes d e e xplicaciones d e este verso q u e
p u e d e n ir e n o tra d ire c c ió n (véase V isser 1997, 658 ss.). P o r lo d em ás, el m is­
m o n o m b re «A chilleus», q u e n o h a e n c o n tra d o h a sta la fe c h a n in g u n a eti­
m o lo g ía ra zo n a b le , d e b ie ra investigarse a la luz d e su posible re la c ió n c o n el
n o m b re «Achaia»; ya H . v. K am ptz, (1958) 1982, 348, d esc o m p u so el n o m b re
e n sus tres c o m p o n e n te s Α χ - ιλ - ε υ ς , c o m p a ró el sufijo p re g rie g o - i l c o n el
e x iste n te e n el n o m b re tro y an o «Troilos» y lo a ñ a d ió al radical, ta m b ié n p re ­
griego, «Αχ-».
219Jemandem ein Danaergeschenk machen, cfr. los célebres pasajes clásicos Da­
naum fatale m im us (S éneca) o ta m b ié n Timeo dañaos et dona ferentes (Virgilio,
E n eid a II, 49). El giro a le m án se re fie re al célebre caballo d e Troya y se em plea
p a ra alu d ir a obsequios funestos o c o n tra p ro d u ce n tes. (N ota del traductor.)
2,1 E del 1966, 33-40.
212 L a tra n s c ip c ió n d e los c a ra c te re s eg ip cio s está sim p lifica d a a q u í c o n
L ehm ann.
2,3 L e h m a n n 1991, 107.
214 E n el lib ro d e E zequiel, p o r e jem p lo , se p u e d e n c o n sid e ra r sin ó n im o s.
(N o ta d el trad u c to r.)
215 C om o H a id e r 1988, 9.
216 L e h m a n n 1985, 10.
217 A ú n n o h a sido e x p lic ad o p o r q u é A m nissos fig u ra dos veces.
218 H a id e r 1988, 13-15.
2,9
H e lck 1979, 97 (c o n ilu stra c ió n e n p. 96) c o m p le ta d o p o r H a id e r 1988,
139, 14 n o ta 48.
398
2211V éase e n especial C line 1991 y 1994 (in d ic ac ió n d e N ie m e ie r).
221 L e h m a n n 1996, 4 n o ta 3; H a id e r 1988, 10, leyó «bronce» e n lu g a r de
«cobre». El b ro n c e sería, e n la ép o ca, in c o m p a ra b le m e n te m ás valioso.
222 H a id e r 1988, 15.
22:1 L e h m a n n 1991, 109.
224 L e h m a n n 1985, 10, n o ta 10.
225 L e h m a n n 1991, 109 s.
221' El le c to r d e la Ilíada tra d u c id a , h a b rá le íd o estos n o m b re s c o m o «grie­
gos», sim p le m e n te , o, e n el caso d e las v ersiones m ás fieles, co m o « a q u eo s/d á n a o s/arg iv o s» . (N o ta d el trad u cto r.)
227 Se lla m a ta m b ié n «pie» a la u n id a d d e re p e tic ió n e n tr e dos tiem p o s
m a rc a d o s d o n d e d e b e a p a re c e r u n a sílaba larg a. Esa re p e tic ió n d a o rig e n al
ritm o . (N o ta d el trad u cto r.)
22HE n castellano, p a ra evitar u n h ia to se m e ja n te , se c am b ia el g é n e ro al a r­
tículo y d ice « eláguila» o «elagua». (N o ta d e l trad u c to r.)
2211 D ü n tz e r (1864) 1979, 99 ss.
23,1 K o rfm a n n 1991, 92.
831 E n d ic ie m b re d e 2000, se p u b lic a ro n e n in te r n e t (h ttp ://w w w .ca sio p e ia .d e /a u s g a b e 4 5 /H o m e r /h o m e r .h tm l) los re su lta d o s d e la e n c u e sta
«¿Q uién e ra H om ero?» llevada a cabo p o r e stu d ia n te s d e g rieg o d e u n cole­
gio d e L e tra s e n O b e rfra n k e n . D e los p ro p io s e stu d ia n te s h u b o u n 92% de
re sp u e sta s c o rre c ta s, d e los c iu d a d a n o s in te rro g a d o s , e n cam b io , só lo 30%,
d e las q u e casi la m ita d e ra n in c o m p le ta s. Sólo 7 d e las 154 p e rso n a s su p ie­
ro n m e n c io n a r las obras Ilíada y Odisea.
232 A caso la p rim e ra vez c o n sta ta d o e n T s o u n ta s /M a n a tt 1897, 363. E n los
ú ltim o s diez años se h a d e m o s tra d o «que los té rm in o s “D a rk A ge”, “D unkle
J a h r h u n d e r te ”, “G rieschisches M itte la lte r”, e x p re sa b a n m ás b ie n el e stad o de
la in v estig a ció n q u e lo q u e d e b ía n d esig n ar» : D eger-Jalkotzy 1991, 128; cfr.
L atacz 1997, 54: «oscuros p a ra nosotros».
233 B lom e 1991, cfr. L atacz 1994.
234 L atacz 1997, 61 c o n m ás d e ta lla d a s explicaciones.
235 N o n o s o c u p are m o s d e la a n tig u a c u estió n d e si el p o e ta d e la Ilíada (y
acaso ta m b ié n d e la Odisea) se llam ó e fec tiv a m e n te Homeros (así es el n o m b re
o rig in a l g rieg o ), p o rq u e n o tie n e se n tid o : Ilíada (y Odisea) d e b e n te n e r autor.
Los p ro p io s griegos su p u s ie ro n co m o n o m b re d e l a u to r a Homeros. P o n e r otro
n o m b re e n su lu g a r (o u n a n ó n im o X ) n o su p o n d ría avance alguno.*
[* L a o p in ió n q u e p ro p o n e a u to re s d ife re n te s p a ra Ilíada y Odisea d a ta ya,
co m o m ín im o , d el siglo m a. C. A lo larg o d e l tie m p o , h a sido re c h a z a d a y re­
h a b ilita d a d e m a n e ra casi cíclica. T a m b ié n h a llevado a c o n je tu ra r q u e H o ­
m e ro (e n griego, «reh én » ) fu e ra u n s o b re n o m b re c o n v en c io n a l de varios ra p ­
sodas. (N o ta d e l tra d u c to r.)]
236 El dístico, d e a trib u c ió n d u d o sa , q u e m e m o ra las sie te c iu d a d e s p re ­
te n d ie n te s dice: Smyrna, Chios, Colophon, Salamis, Rhodos, Argos, Atheniae, / Or­
bis de patria certat, Homere, tua. (N o ta d e l trad u c to r.)
237 V éase Latacz 2002.
238 U n a e x p o sició n m ás d e ta lla d a d e este c o n te x to e n L atacz 1991a. Las
tentativas fallidas d e d a ta r al p o e ta d e la Ilíada e n u n a é p o c a posterio r, e n su
caso d e sp u é s d e H e sío d o , se salen d e e sta c o y u n tu ra sistem ática d e l co rp u s
tex tu a l q u e h a lle g a d o a n o so tro s, lo q u e d e te rm in a su su p erficialid ad .
2,11
E n The Listem er (revísta d e la British Broadcasting Corporation) d e 10 de
ju lio 1952; a q u í c itad o d e C hadw ick 1959, 84.
399
24" V e n tris /C hadw ick 1956; 2a e d ic ió n c o rre g id a y a u m e n ta d a p o r J. C h a d ­
wick: C am b rid g e 1973.
241 C hadw ick 1959, 124.
242 D el m ism o ra d ic a l in d o e u ro p e o c o m ú n p ro c e d e n , p o r e je m p lo , xoorh,
«trabajo», e n inglés, y (w)organon « in stru m en to » , e n g riego [cfr. la tín organum,
castellano órgano]. (N o ta d e l trad u c to r.)
21:1 Es decir, el c astellan o «cirujano», té rm in o p a ra el q u e sirven las m ism as
e xplicaciones q u e siguen. (N o ta d e l trad u cto r.)
244 L as le tra s aisladas se su e le n e sc rib ir e n lin g ü ística c o n la fo rm a / . . . / .
P o r sim plificar, a q u í esc rib irem o s w e n lu g ar de / w / .
245 Esa c ara cte rística cuan titativ a d e d u ra c ió n d e los sonidos, esencial e n la
m é tric a g re c o la tin a , d e sa p a re c ió d e l la tín , ya e n la é p o c a d e l B ajo im p e rio .
N o existe, p o r lo ta n to , e n las le n g u a s ro m a n c e s, q u e c o n d ic io n a n la d u r a ­
c ió n p o r el a c e n to y o tras circunstancias. (N ota d e l trad u cto r.)
2411 P a ra la im p o rta n c ia d e B entley e n la G requística, véase el c a p ítu lo «Ri­
c h a rd B entley u n d d ie Klassische P h ilo lo g ie in E n g lan d » e n P feiffer 1982 (el
re c o n o c im ie n to p o r p a rte d e B entley d e l d iag ra m a / w / «wau» e n p. 195).
247 P a ra sim plificar la a rg u m e n ta c ió n , h e m o s m e n c io n a d o sólo la p é rd id a
del so n id o / w / . E n u n tra ta m ie n to sistem ático d el p ro b le m a h a b r ía q u e a ñ a ­
dir, sólo e n el c a m p o fo n é tic o , j u n to a la p é rd id a d e / w / , o tra s c o m o la de
/ j / y, p a rc ia lm e n te , / s / y / h / . P a ra d e ta lle s, véase W ä c h te r 2000, §§ 15-27.
248 E n c o n se c u e n c ia , e n el m u n d o especializad o , su d e sig n a c ió n c o m o
«lengua artística» es sólo c o rre c ta si c o n «arte» n o se asocia «invención» (lo
q u e suele h a c e rse h a b itu a lm e n te ). S ería m ejor, p o r e je m p lo , « len g u a m ix ta
tra d ic io n a lm e n te c o n d ic io n a d a » .
2I!I S o b re la c o m p le ta m a g n itu d d e la c o m u n id a d e n tre la c u ltu ra g rieg a
d e la é p o ca m ic é n ic a y la d e l siglo v m a. C., así co m o posterio r, se p u e d e ju z ­
g a r a p a rtir d e la situ ac ió n básica d e sc rita e n la síntesis d e C hadw ick 1979.
2.11 H ó lk esk am p 2000.
251 H ó lk e sk a m p 2000, 43.
252 D iagnósticos h istó ric o s co m o « co n tin u id ad » y d isc o n tin u id a d » so n re ­
sultados d e la e le cc ió n d e l se c to r d e observación y d e la e x tra p o la c ió n d e es­
tru c tu ra s. L a o b se rv a c ió n m ic ro sc ó p ic a o frece el d iag n ó stic o « d isc o n tin u i­
dad» y la m ac ro sc ó p ic a (a q u í p ra c tic a d a ), « c ontinuidad».
2,1
L esky 1968, 750-757 (el tex to e ra d isp o n ib le ya e n 1967 e n f o rm a d e
p re im p re s ió n ).
251 S egún el in fo rm e d e Lesky, la tesis d e C a rp e n te r 1956.
255 B iegen 1963, 20 (cita in g lesa e n Lesky 1968, 753).
2.11 Lesky 1968, 755 (subrayados d e j . L .).
287
P age 1959, 253 ss. («T he A ch aean s d id fig h t th e T rojans, a n d A g am em ­
n o n was th e n a m e o f M ycenae's king. A chilles is certainly n o t less historical.»)
258 A lgo e n esa d ire c c ió n es lo q u e p ie n sa a h o ra M a n fre d K o rfm a n n (K orf­
m a n n 2001). Es c o n c e b ib le q u e p u e d a n lo g rarse, p o r esa vía, n u ev as com ­
p re n sio n e s d e u n a re c o n s tru c c ió n h ip o té tic a n o to ria m e n te d ife re n c ia d a . L a
p rim e ra ta re a sería el ensayo d e u n a re c o n stru c c ió n lo m ás p re cisa p o sib le de
la im a g e n m o n u m e n ta l so b re el te rre n o e n el siglo v i n a. C.
269 A ristó teles, Poética, cap. 9. P e rte n e c e a o tra c a te g o ría q u e ta m b ié n la
h isto rio g ra fía tie n e e n b u e n a m e d id a q u e valerse d e re lle n o s d e lagunas, c o n ­
clusiones verosím iles y c o n je tu ra s, es decir, q u e n o p u e d e in fo rm a r d e «cóm o
fu e realm e n te» .
2li" E n este se n tid o h a b la la m ás re c ie n te p re s e n ta c ió n sin té tic a d e los
400
«M undos d e H o m e ro » y la c o rre la c ió n e n tre re a lid a d y p o e sía q u e in d ag a El­
ke Stein-H ölkeskam p: «Ya la e le cc ió n d e la discu sió n e n tre A g a m en ó n y Aquiles c o m o p u n to d e p a rtid a p a ra la a c c ió n d e la Ilíada in d ic a q u e e l e m p e ñ o
eg o ísta e n in te reses individuales se in te rp re ta e n el texto c o m o c o n d u c ta e rró ­
n e a c o n d ra m á tic as c o n se cu e n cia s p a r a la c o m u n id a d » , y: «¿Se c o n se rv a ro n
ju s ta m e n te estos textos d e l g e n ia l p o e ta p o r escrito p o rq u e , en u n estadio d e
c am b io g e n era liz ad o , serv ían a los in te re s e s d e to d o s — o sea, d e los arisloi y
d e los laoi—?» (Stein-H ölkeskam p 2000, 58).
201 E n la investigación d e la Ilíada, h a b la m o s c o n fre c u e n c ia d e «nuestra»
Ilíada, p o rq u e p a rtim o s d e l h e c h o d e q u e n o c o n o ce m o s la e x te n sió n exacta
d e la Ilíada original, tal c o m o la p ro d u jo H o m e ro e n el siglo v iii, sin o sólo la
e x te n s ió n d e la o b ra a n o so tro s tra n s m itid a , o sea, « nuestra» Iliada. Esa ex­
te n s ió n n o fu e c a n o n iz a d a h a sta el siglo n i a, C., e n la escuela filo ló g ica d e
A le ja n d ría . H ay q u e c o n ta r c o n oscilaciones d e e x te n sió n p a ra to d o el tiem ­
p o e n tre el siglo v iii y el m a. C.; e n tr e otro s, to d o el c a n to 1 0 — la descrip ­
ció n d e u n a p a tru lla n o c tu rn a — n o p e rte n e c e , se g ú n la m ás c o n tra sta d a p ro ­
b a b ilid a d a la Ilíada· original, sino q u e se incluyó m ás tard e .
262 E n su Ars poetica, versos 147-149, H o ra c io r e p ru e b a a los p o e ta s q u e
c u e n ta n p ro lo n g a d a s historias previas antes d e i r a su p r o p io a su n to y p ro p o ­
n e a H o m e ro co m o ilustre e je m p lo d e lo c o n tra rio , p u e s e n se g u id a va in m e ­
dias res («al m ed io d e las cosas»). S in e m b a rg o , H o ra cio te n ía m ás razón, en
lo p rin c ip a l, d e lo q u e él m ism o sabía, co m o e n se g u id a se verá.
201 E n el verso 1, se lee e n la v e rsió n g rieg a «peleiadeo», y e n el 306, «peleides». L a razón, com o tan ta s veces, es m étrica . (N ota d e l trad u cto r.)
2lMU n tra ta m ie n to m ás m e tic u lo so d e este p ro b le m a e n L atacz 1997, 9296..
2ra v. K am ptz 1982, 26
260 S toevesandt 2000, 173-207.
267 L atacz 1995.
a™v é a s e K u llm a n n 1960, 5-11.
268 D etalles d e ese com plejo te x tu a l e n L atacz 1997a, 1154 ss. E stos textos
su p le m e n ta rio s e n c o m b in a c ió n c o n los pasajes d e la Ilía d a su m in istra n m ás
de u n a c in c u e n te n a d e citas (e n tre p a ré n te sis e n K u llm a n n 1960, 5-11).
2711A ristóteles, Poética, cap ítu lo 23 (1459a 35-37)
271 F u h rm a n n 1984, 213.
272 G. G e n ette, Palimpsestes. La littérature au second degré, Paris 1982.
273 Pestalozzi 1945; K akridis 1949; K u llm a n n 1960.
274 L a m e jo r p e rsp ec tiv a so b re esa d ire c c ió n d e la in vestigación la ofrece
W. K u llm a n n en. el v o lu m e n re c o p ila d o r Homerische M otiven S tu ttg a rt 1992
(K u llm a n n 1992). T odo el p la n te a m ie n to se basa im p líc ita m e n te e n la supo­
sició n d e u n a p ro lo n g a d a é p o ca d e tra d ic ió n ra p só d ica so b re el te m a Troya,
a n te s d e n u e stra Ilíada.
27s E n el a su n to — n o e n la té c n ic a — son c o m p a ra b le s, p o r e je m p lo , los
lla m ad o s p ró lo g o s inform ativos d e las p o ste rio re s trag ed ias áticas, e n especial
d e E u ríp id e s: e n éstas se re co n stru y e , antes d e l in ic io d e la acción episódica,
el n e c e sa rio fra g m e n to e n m a rc a d o r p a r a la c o m p re n sió n d e l suceso c o n te n i­
do; e n la Ilíada, d a d o q u e el m a rc o g e n e ra l p u e d e d a rse p o r sab id o , se m e ­
m o ra n en el transcurso d e la a cció n episódica.
276 U n a vez q u e la Ilíada q u e d ó p o r esc rito , esa fa lta fu e p e rc ib id a com o
u n ob stácu lo p o r las in m e d iatas g e n e ra c io n e s sucesivas q u e n o su p ie ro n con
la m ism a n a tu ra lid a d q u e sus a n te c e so re s d e la h isto ria d e Troya, d e m o d o
401
q u e se re m e d ió c o n la e la b o ra c ió n p o s te rio r d e u n a n a rra c ió n c o m p le ta de
T roya p o r escrito (cfr. Epischer Kyklos e n Latacz 1997, 80 y 114 ss.); p e ro ta m ­
p o c o ese c o n stru c c ió n es p a ra n o so tro s u n sustituto, ya q u e sólo se h a c o n se r­
vado m uy fra g m e n ta ria m e n te (véase L atacz 1997a).
2,7 E n este re su m e n , los d ato s o rientativos van e n cursiva.
278 Cfr. C ook 1975, 773.
579 D e m o d o a c e rta d o e n el a su n to , a u n q u e sospechoso e n c u a n to a la le n ­
gua, to d a esa m asa d e tra d ic ió n se h a re su m id o bajo el e p íg ra fe « recuerdo»:
S c h a ch e rm e y r 1983.
280 B a rto n é k 1991, 308 ss.
281 A d o p tam o s a q u í los c ap ítu lo s y divisiones d e C hadw ick 1979.
282 L e h m a n n 1991, 107 ss.
' 283J u n to a M a n fre d K o rfm a n n (Troya) y W olf-D ietrich N ie m e ie r (M ileto),
cuyos c o m p e te n te s trab a jo s se h a n m e n c io n a d o a m e n u d o , hay q u e c ita r co­
m o e sp e c ia lm e n te activo a P. A. M o u n ÿ o y (e n especial: The Eats Aegean-West
A natolian Interface in the Late Bronze Age: Mycenaeans and the Kingdom o f Ahhijaloa, e n Anatolian Studies 48, 1998 [p u b lic ad o 2000], 33-67.
284 E n esta ú ltim a fe c h a se d a ta la c aíd a d el ú ltim o a se n ta m ie n to p a la cia n o
e n M icenas, Myhenisch I I I C.
285 C hadw ick 1979, 240.
sm C hadw ick 1979, 240 ss.
287E n los ú ltim o s tie m p o s e x p re sa m e n te re p re se n ta d o p o r K u llm a n n 1995,
K u llm a n n 1999, K u llm a n n 1999a (esp. 200 ss.: « ex trap o lad o » ).
288 T am b ién u n n a c im ie n to después d e la c aíd a se calcula p o r los re p re s e n ­
tan te s d e esta p o sic ió n p a ra te n e r e n c u e n ta la p o sib ilid a d d e q u e el tie m p o
d e vida d e l in v e n to r o in v e n to re s le h u b ie ra p e rm itid o sobreimprimir la caída;
la base d e la h is to ria se h a b r ía e la b o ra d o , ta m b ié n e n este caso, a n te s d e la
caída.
280 E sta d a ta c ió n se apoya, so b re to d o , e n el ú n ic o lu g a r e n la c o lin a d e Hisarlik d o n d e h a sta a h o ra se p u e d e v e rfic ar u n a c lara sucesió n d e los estratos
d e T roya V I/V II h a s ta la é p o c a h e le n ístic a : el c u a d ra n te D 9. V éase a d e m á s
K o p p e n h ö fe r 1997 (e n especial 314, y la tabla 4, p. 346) M. K o rfm a n n , c o n ­
fe re n c ia e n B asilea el 17. 5. 99, m an u sc rito p. 10-15 (c o n a rg u m e n ta c ió n d e ­
tallada),
29,1 V isser 1997.
251 V isser 1998, 30.
2112 V isser 1997, 746.
293 G iovannini 1969, 51
294 k u llm a n n 1960, 166.
295 L atacz 1998, 512-516.
296 L a p ro p u e s ta d e so lu c ió n d e G iovannini e n el se n tid o d e q u e el catálo ­
go d e naves e n n u e s tra Ilíada p u d o se r u n a c rea ció n d e l sa c e rd o te d e l sa n tu a ­
rio d el o rá cu lo d e D elfos c o n p ro p ó sito p ro p a g a n d ístic o — o rig in a d o e n listas
d e in vitación a c eleb ra c io n e s religiosas e n D elfos q u e su p o n ía n u n a paz reli­
giosa e n tre los griegos y se in tro d u c ía e n la Ilíada p o r m otivos d e n a cio n alis­
m o p a n h e lé n ic o — ig n o ra , c o m o se verá, la fu n c ió n e stru c tu ra l d e l catálo g o
d e n tro d e la h isto ria d e T roya y es in ad m isib le p o r u n a serie d e ra zo n e s a ñ a ­
didas. C om o esa id e a e stá fo rz a d a p o r la su p o sició n básica d e G io v an n in i de
q u e el c atálo g o re fle ja ría ¡a G recia d e l siglo v n , p u e d e al m is m o tie m p o ser­
vir co m o la m ás estric ta re fu ta c ió n h a sta fe c h a d e esa su p o sició n básica. El re ­
n a c im ie n to q u e esa p o sició n , ta m b ié n re c h a z a d a p o r K irk 1985 (238), experi-
402
m e n ta e n nuevos trabajos (cfr. K u llm a n n 1993; K u llm a n n 1999, esp. 111) n o
re p re s e n ta n in g ú n avance re s p e c to a los c o n o c im ie n to s a d q u irid o s d e sd e
1969 so b re el trasfo n d o d e l catálogo.
297 V olver a so s te n e r la a rg u m e n ta c ió n d e que, p u e sto q u e el catálogo d e
naves e n n u e stra Ilíada está e n u n pasaje d o n d e el c o n c e p to «nave» n o tie n e
se n tid o , «nave» d e b ió d e c o n v e rtirse e n u n a u n id a d c o n ta b le g e n e ra l p a ra
c a n tid a d e s d e tro p a (así Beye 1961; cfr. V isser 1998, 39 ), sólo p u e d e e n te n ­
d e rse co m o acto desesp erad o .
298 K irk 1985, 231.
299 E n especial si se c o n sid e ra la té c n ic a d e v u elta a trá s c o n q u e el p o e ta
d e la h isto ria d e A quiles refleja u n a g ra n p a rte c o n te x tu a d a de la h isto ria g e ­
n e ra l d e Troya e n los c an to s s e g u n d o a sé p tim o , d e n tr o de su p e q u e ñ a h isto ­
ria; véase L atacz 1997, 161-168.
son Y éase> so b re to d o , H o p e S im p so n /L a z e n b y 1970; K irk 1985, 168 240;
V isser 1998.
3.11 V isser 1998, 35.
3.12 K irk 1985, 238
™ K irk 1985, 238; su v alo ració n d e la situ ac ió n es a q u í e x tra ñ a m e n te c o n ­
fusa. Lo ú n ic o q u e p u e d e so s te n e r ya se h a m e n c io n a d o . Y de ello no se sigue
q u e la ra z ó n d e la c o n se rv a c ió n d e los n o m b re s d e esos lu g are s fu e ra e s p e ­
c ia lm e n te su p a rticip a ció n e n la « g u e rra d e Troya».
3111 Visser 1998, 30-41.
305 V isser 1998, 33 ss. 40.
•™Visser 1998, 41 ss.
3117M acedonia, T racia y las islas m e n c io n a d a s n o fu e ro n zona d e hab la g rie ­
ga y e ra n el e x tra n je ro p a ra los g rieg o s d e l siglo v i i i a. C., y m u c h o tie m p o
d e sp u é s (N e u m a n n 1975 y 1975a), a u n q u e e n a lg u n a s d e ellas (M aced o n ia,
L em nos) p a re c e n h a b e r r e in a d o din astías d e o rig e n griego.
3118 C u rio sa m e n te, los inv estig ad o res q u e se o c u p a n d e l p ro b le m a de la fal­
ta d e p o b lac io n es griegas d e A sia M e n o r e n la Ilíada su e le n e c h a r de m e n o s
u n a m e n c ió n d e esas c iu d a d es, n o e n el c a tá lo g o a q u e o , sino e n el tro y a n o
(A lien 1921, 172, P age 1959, 139; G io v an n in i 1969, 42; Kirk 1985, 263; K ull­
m a n n 1993, 144; el m ism o 1999a, 195; y o tro s). ¿Es q u e el a u to r d e u n a lista
e x tra p o la d a d e aliados d e los tro y an o s e n la « g u erra d e Troya», q u e rie n d o in ­
c lu ir o rig in a lm e n te tam b ién a grieg o s e n tre los d efen so re s de Troya, los tuvo
q u e d e ja r a u n lado, p o rq u e se a c o rd ó d e q u e e n to n c e s n o h a b ía griegos e n
Asia M enor? Si los griegos d e Asia M e n o r h u b ie r a n te n id o que se r dejados d e
lad o a causa d e la c o n sab id a « ex trap o lació n » , eso se ría e n el catálogo a q u e o .
El e r ro r lógico re su lta d e la e x te n d id a co n fu sió n d e listas d e aliados con d e s­
crip c io n e s d e países.
3119 L os g rieg o s d e la é p o c a p o s h o m é ric a sie m p re c re y e ro n q u e sus c o lo ­
nias asiáticas n o se fu n d a ro n h a sta d esp u és d e la g u e rra d e Troya. ¿De d ó n d e
ib a n a saberlo? D e la Ilíada, p re c isa m e n te d e l h e c h o q u e tratam o s aquí: c o m o
e n la Ilíada n o hay g riegos e n A sia y, sin e m b a rg o , «describe la g u e rra d e T ro­
ya», los griegos d e b ie ro n d e a se n ta rse ju s ta m e n te d espués.
31,1
B. N iese, Der homerische Schiffskatalog als historische Quelle betrachten, K iel
1873. O tro s re p re se n ta n te s d e esta p o sic ió n se e n u m e ra n e n G iovannini 1969,
42 n o ta .
s" D ickie 1995, 38 ss. (Cursivas d e j . L.)
1.2 L eski 1968, 749.
3.3 K u llm a n n 1999a, 200 ss.
403
314 «Esta ép ica p o se e u n c o iio c im e n to histórico. Ese c o n o c im ie n to h istó ri­
co está c o n stitu id o p o r tres factores: 1) e x tra p o la c io n e s d e ra p so d as grieg o s
e n base a las ru in as visibles d e M icenas, T ilin to (y acaso o rig in a lm e n te , Pilos),
T roya y o tra s ru in a s d e tie m p o s re m o to s; 2) e sp e c u la c io n e s p o r los c o lo n o s
eolios e n Asia M e n o r c o n c e rn ie n te s al tie m p o d e la caíd a d e T roya q u e esta­
b a e n to n c e s h a b ita d a p o r g e n te e x tra n je ra ; 3) m e m o ria de los sucesos o c u rri­
dos e n el m ás re c ie n te p a sa d o y p ro y e ctad o s atrás, al tie m p o d e las ru in as, e
in fo rm a c ió n a lle g a d a p o r m ie m b ro s d e so cied a d es lite ra ria s c o n las q u e los
griegos e stab a n e n c o n ta c to , c o m o los fenicios, los b ab ilo n io s y p o sib le m e n te
los anato lio s (esto es, licios).» K ullm an n 1999a, 112. (O rig in al e n inglés.)
"s E strab ó n 9, 2, 14.
316 E strab ó n 9, 4, 5.
3,ï E strab ó n 9, 4, 5.
318 E strab ó n 9, 2, 35.
■™E strab ó n 8, 6, 13.
320 E strab ó n 8, 3, 24.
321 E strab ó n 8, 3, 25.
322 E strab ó n 8, 8, 2.
323 B u rr 1944, 70.
324 E strab ó n 9, 5, 19.
325 P age 1959, 121 ss.
320 V isser 1997, 521.
325 V isser 1997, 279.
328 V isser 1997, 401.
32u V isser 1997, 401.
3311V isser 1997, 402.
331 Visser 1997, 279.
332 V isser 1997, 277.
333 Page 1959, 122.
334 El caso d e M ileto, q u e p a re c e c o n tra d e c ir esta c o n clu sio n , se ex p lic ará
m ás a d elan te .
335 A ra v a n tin o s /G o d a rt/S a c c o n i 1995; la m e n c io n a d a v e rsio n in g le sa de
A ravantinos e n Floreant Studia Mycenaea I, V iena 1999, 45-78.
3311 E d ita d o , p a ra su scrip to res, p o r Instituti Editoriali e Poligmfici Internazionali Pisa/Rom a bajo el títu lo «V. A ra v an tin o s/L . G o d a rt/A . S acconi e d it., T hèbes. F ouilles d e la C a d m é e. : Les T ab lettes e n L in é a ire B d e la O d o s P elopid o u . É d itio n e t c o m e n ta ire » . El c írc u lo d e especialistas e s p e ra c o n e sp ecial
in te ré s el a n u n c ia d o to m o III: Corpus des textes en Linéaire B de Thebes.
337 G o d a r t/S a c c o n i 1996, 101. P a ra la fech a, véase e n esp e cial A n d rik o u
1999
338 A ra v a n tin o s /G o d a rt/S a c c o n i 1995, 18.
334 L a c o n fe re n c ia a ú n n o se h a b ía p u b lic a d o e n el m o m e n to d e re d a c ta r
lo p re se n te , p e ro q u ie n esc rib e d isp u so d e l m a n u s c rito g racias a la a m a b ili­
d a d del au to r. E n tre ta n to , ya se h a p u b lic a d o : G o d a rt/S a c c o n i 1999 [p u b lic a ­
d o 2001],
3411 G o d a rt/S a c c o n i 1999, 545.
341 Q u ie re d e c ir d e sc o n o c id o e n sus estru ctu ras geográficas, po líticas y so­
ciales.
342 N ie m e ie r 2001 (e n im p re n ta ), m an u scrito p. 16, n o tas 132 y 133. A gra­
d ezco a W olf-D ietrich N ie m e ie r el p ré sta m o d el m an u scrito .
313 N o h a y ra z ó n p a r a s u p o n e r q u e el c am b io d e h e g e m o n ía d e l tie m p o
404
clásico — e n tre otros, ta m b ié n e n tre el P e lo p o n e so y Tebas— e n la ép o ca m i­
cénica, n o h u b o de te n e r p re cu rso r. El m ito d e los «Siete c o n tra Tebas» — es
clecir, A rgos c o n tra T ebas— p o d ría se r u n reflejo d e ello. E speculaciones q u e
tie n e n al m ito p o r u n a p u ra fa n ta sía a d o p ta d a de O rie n te (B u rk e rt 1984, 99106; cfr. W est 1997a, 455-457) se alzan d e m a siad o rá p id o so b re la re a lid a d h is­
tórica.
144 Los in te n to s de e x p licació n d icta d o s p o r la n ecesid ad , ya d e sd e la A n ti­
g ü e d a d , p a ra la elección d e Aulis com p u n to d e re u n ió n de la flo ta h a n sid o
re co g id o s p o r Visser 1997, 247 n. 2. El e stad o actu al d el c o n o cim ie n to e n esa
c u estió n n o p o d ría llevar a o tra c o n clu sió n q u e la fo rm u la d a p o r el c o m e n ta ­
rista inglés d e la Ilíada M. M. W illcock (1978-1984, 68; cursivas d e J. L.) : «...
n o hay razó n inherente en la Ilíada, p a ra q u e el c o n tin g e n te b eo cio ten g a el h o ­
n o r d e ser m e n c io n a d o el p rim e ro , n i p a ra te n e r m ás líderes, n i m ás lu g are s
desig n ad o s q u e otros c o n tin g e n te s» . E n la Ilíada, u n c a n ta r d e A quiles d e l si­
glo v i n a. C., n o hay, d e h e c h o , n in g u n a razó n . H a d e e n c o n tra rs e fu e ra d e
la Ilíada. La p ro p ia explicació n d e Visser ya se ñ a la b a e n la d irec ció n a d e c u a ­
da: «U n lu g a r co m o A ulis [...] e ra p a ra el le c to r g rie g o id é n tic o a la m ítica
Aulis, el lu g ar d e re u n ió n d e la flo ta g rieg a a n te s de la p a rtid a p a ra Troya [...].
Esa re u n ió n d e la flota fig u rab a c o m o “v e rd a d e ro ” suceso histó rico , com o el
p a p e l d e Aulis e n las [...] c o n fro n ta c io n e s po líticas d e los siglos v y iv. El m i­
to h e ro ic o [...] re p re se n ta b a el testim o n io d e u n a re a lid a d geográfico-histórica...». (21) C om o a h o ra em p e za m o s a ver, lo h acía c o n to d a la razón.
345 G o d a rt/S a c c o n i 1999, 542.
340 P a ra E leo n , V isser 1997, 261-264; p a r a Hyle, V isser 1997, 264 ss.; p a ra
P e te o n , V isser 1997, 265.
3,7 Visser 1997, 315.
348 Visser 1997, 269.
:'4“ G o c a rt/S a c o n i 1999, 540. 542. Cfr. las siguientes notas.
** Se exp lica p a ra los in te re sa d o s: c a d a lín e a e sc rita aca b a a la d e re c h a
c o n dos sum as q u e co n sisten e n rayas h o riz o n ta le s = d e ce n as y rayas v ertica­
les = u n id ad e s; la sum a final en la ú ltim a lín e a se fo rm a m e d ia n te u n círc u lo
= 1 c ie n to + 9 rayas h o rizo n tale s = 9 d e c e n a s + 4 rayas verticales = 4 un id ad es:
194. E n cada lín e a em p ieza la p rim e ra de las dos sum as con el signo «lám pa­
ra d e pie», q u e r e p re s e n ta u n a esp ig a e sq u e m a tiz a d a y significa «grano»
(GRA, en el tex to al p ie, d e l la tín « g ra n u m » ), y la s e g u n d a c o n el signo es­
q u e m a tiz ad o d e u n olivo (OLIV, al pie, d e l la tín «oliva»], q u e significa «acei­
te». L a tab leta es p o r lo tan to u n a su m a d e c an tid ad e s d e g ra n o y aceite. A n ­
te c a d a u n a d e las sum as, e stá n los lu g a re s d e d o n d e p ro c e d e n las
c o rre sp o n d ie n te s c an tid ad e s e n el m o m e n to d e l reg istro y p ro b a b le m e n te se
h a n in g resad o e n el palacio de Tebas.
151
P a ra to p ó n im o s m icén ico s e n -eus, véase A ravantinos 1999, 56 n o ta 43.
P a ra la fo rm a locativa, véase R. A. S a n tia g o , M y cen aean L ocatives e n e-u e n
M inos 14, 1975, 120.
*“ A ravantinos 1999, 55 ss. L a v ariación Eutreus (m ic é n ic o )/ Eulresis (H o ­
m e ro ) a ú n n o h a sido explicada.
353A ravantinos 1999, 57. La e sc ritu ra L in e al B n o d istin g u e e n tre / r / y / 1 /
y re p re s e n ta a m b o s so n id o s c o n el m ism o sig n o (lo q u e hoy re p ro d u c im o s
con / r / ) .
354 D e M ileto se h a b la rá m ás a d elan te .
355 N ie m e ie r 2001 (en im p re n ta ). M a n u sc rito 15-17. (Cúrsiva d e J. L.)
356 Q u e e n la tran sm isió n d e la h isto ria d e Troya a través d e g e n e ra c io n e s
405
de ra p so d as e n la é p o c a d e la p o scatástro fe, a lg u n o s d e ellos, e sp e c ia lm e n te
m o ra d o re s e n la z o n a asiática, in tro d u je ra n lu g are s c o stero s (c o m o el río
Kaystros, q u e d e se m b o c a e n E feso e n el Egeo: 2, 461) c o rre sp o n d e a u n a p rá c ­
tic a h a b itu a l ta m b ié n e n o tra s re p re s e n ta c io n e s c o m o arm as, m e n a je , te x ti­
les, form as a rq u ité c to n ic a s o usos d e len g u aje. P e ro lo decisivo es q u e los ra p ­
sodas tra n s m ite n el m a rc o básico d e m a n e ra in a lte ra d a ta m b ié n e n el cam p o
geográfico. N in g u n a d e las n u m e ro sa s p o b lac io n es griegas fu n d a d a s a p a rtir
d e 1100 es in tro d u c id a e n to d a la litada (m ás a d e la n te se h a b la rá d e l caso p e ­
c u lia r d e M ile to ), n o p o r q u e se e x clu y era n c o n sc ie n te m e n te (u n a damnatio
memoriae d e esa ín d o le c a re n te d e lag u n as es in c o n c e b ib le e n el tra sfo n d o li­
b re e in c o n tro la d o d e la prax is d e los a ed o s), sin o p o rq u e n o se h a b la b a de
ellas (com o es n a tu ra l) e n la h isto ria d e Troya transm itida.
157 V ansina 1985, 23.
358 N o o b sta n te , se m an tu v o , al m e n o s e n C h ip re, m uy p ro b a b le m e n te d u ­
ra n te to d o el tie m p o d e los «siglos oscuros» (= L in eal C o «silabario c h ip rio ­
ta») H e u b e c k 1979, X 70-73.
353 B ow ra 1964, 38.
3“' B ow ra 1964, 41.
361 In d a g a c ió n c o n d e ta lle s h istó ric o s d e este c o m p le jo d e p ro b le m a s e n
L atacz 1979; r e s u m e n e n L atacz 2000 (P ro le g o m e n a , a p a rta d o « frec u e n cia
fo rm al y oralid ad » ).
362 B ow ra 1964, 243-246.
363 B ow ra 1964, 247.
« P arry (1928, 112) 1971, 89-91 (tab la).
365 P arry 1928, 16.
360 K irk 1960, 201.
367 Lezky 1968, 694.
3MEl a u to r p r o p o n e tres versos e n a le m á n actual, e n los q u e se n o ta q u e
la m é tric a n o es satisfactoria. A c o n tin u a c ió n los sustituye p o r su v ersió n ori­
g inal d el siglo x iv : e n a le m án m edieval, la m étrica re su lta im p e c ab le. P a ra h a ­
c erse u n a id e a d e l m ism o fe n ó m e n o , el le c to r p u e d e a ctu aliza r el castellan o
d e u n a c o p la d e l Libro del buen amor o d e l Cantar del M ío Cid y c o m p ro b a r có­
m o se p ie r d e n la m é tric a y la m u sic a lid a d q u e , e n cam b io , se r e c u p e r a n e n
c u a n to se vuelve al le n g u a je original. (N o ta d el trad u c to r.)
363 V éase M eier-B rügger 2000, 88 § L 300.
3711 D am os a q u í los d ato s originales p a ra co n o ce d o res d e griego. El c o n d u c ­
to r d el c arro d e l je fe c re te n se Id o m e n e o , M eriones, a p are ce 57 veces e n la Ili­
ada. E n tres d e ellas (2,651; 7, 166; 8, 264) a p arece en to d a la fó rm u la versifi­
c a d a Μ η ρ ιο ν η ς α τ α λ α ν τ ο ς Ε ν υ α λ ιυ ω α νδρ ειιροντη . E n e sta fo rm a , el verso
n o se p u e d e escandir. P e ro si p o n e m o s la fo rm a o rig in a l re c o n s tru id a Maria­
nas hatalantos Enuiualio anrq(w)honta ein, el verso q u e d a c o rrecto . P e ro esta fo r­
m a d eb e d e ser m ás a n tig u a q u e la tran sm itid a e n L in eal B (aprox. 1450-1200),
p o rq u e está c o n stitu id a c o n u n a / r / silábica breve e n anrq(w)honta, la cu al n o
existe ya e n L ineal B, d o n d e se h a co n v ertid o e n -oro ro- (M eier-B rügger 1992,
II 117, L 401. 2: «La vocalización d e las so n a n tes ya está c o n su m a d a e n m icénico»; H o rro c k s 1997, 202 ss.; e n u m e ra c ió n d e m ás c o m p ro b a cio n e s d isp o n i­
bles e n la fe c h a c o n lite ra tu ra , e n L atacz 1998a). Las h ip ó tesis y esp e cu lac io ­
n es so b re m a n e ra co m p licad as d e B erg 1978 y T ichy 1981, 56-63 (fo m en tad a s
p o r M eier-B rügger 1992, I 93, E 405.5) d e q u e el h e x á m e tro se h a b ría o rig i­
n a d o d e c o m b in a c io n e s d e m e d id a s líricas co m o G lykoneus + A risto p h a n e u s
n o tie n e n e n c u en ta, a m i p arecer, la re a lid a d d e la praxis ra p só d ica narrativ a
406
im p ro v isa d a c o n su te n d e n c ia a n c e stra l a las fo rm as rítm icas re la tiv a m e n te
sim ples.
371 W est 1997, 234; W est 1997a, 612 (c o n o c im ie n to orig in al d e S ch ach erm eyr 1968).
372 B o rc h h a rd t 1977, E 62 y E 73.
372 P ara el especial efecto d el verso d e c u a tro p a la b ras ( versus tetracolos) vé­
ase L atacz 2000, c o m e n ta rio a la Ilíada 1, 75.
3,4 W est 1988, 159.
375 W est 1988, 161. Cfr. los e jem p lo s e n L atacz 1997, 106 ss,
376 M eier-B rügger 2000, 92 § 306, 2.
377 V é ase 'R. W äch ter e n L atacz 2000 (P ro le g o m e n a ), 70 § 15.
378 H o rro c k s 1997, 208.
370 L atacz 1998a, 1 2 /1 5 . A la s e n u m e ra d a s p ru e b a s p u ra m e n te lingüísticas,
se a ñ a d e n a h o ra nuevas ob serv acio n es d e S tefan H iller, q u ien , su p e ra n d o el
té rm in o aislado, h a c e p ro b a b le m e n te u n a p e n e tr a c ió n e n p a rte s d el e sta d o
lingüístico fijado e n la le n g u a d e la L in e al B y el len g u a je h e x am étrico d e los
ra p so d as d e la é p o ca m icénica. (H ille r 1999; la cita: 28.)
380 Lesky 1968, 717-719.
381 Lesky 1968, 749.
382 «Ilios» es citado 106 veces e n la Ilíada; «Troie», 49. P a ra los dos n o m ­
b re s y su in te rc a m b io m é tric a m e n te c o n d ic io n a d o , véase V isser 1997, 83-94
(«Das Beispiel T roia»),
383 H o rro ck s 1997, 208.
384 W äch ter 2000, 80 n o ta 20.
385 W est 2000 (véanse los pasajes tex tu a le s e n c u e s tió n ). N o es se g u ro si,
d e ese m o d o , se re p ro d u c e n las fo rm as te x tu a le s q u e H o m e ro p r o n u n c ió y
escribió en esos pasajes, p o rq u e n o sabem os si los ra p so d as del siglo v m a. C.,
c o m o H o m e ro , c o n o c ía n , p ro n u n c ia b a n y e sc rib ían la te rm in a c ió n tra n sito ­
ria -oo a la vez q u e la a n tig u a te rm in a c ió n d e genitivo -oio, d e m o d o q u e la te r­
m in a c ió n 5 (escrita -ou) fu e ra sólo u n a m o d a lid a d d e aco m o d o d e la trad ició n
posterio r. Si el p ro p io H o m e ro p ro n u n c ió y escribió ó (escrito -o u ), e n to n c e s
la in tro d u c c ió n d e -oo e n el tex to n o r e p ro d u c iría la Ilíada de H o m e ro , sin o
u n a «Wiliás an te h o m erica » .
386 K irk 1960, 197.
387 E n la m ás re c ie n te ex p o sició n e n le n g u a a le m a n a d e la lingüística g rie ­
ga p o r M. M eier-B rügger sólo se e n c u e n tra , p o r d esgracia, la d e sc rip c ió n d e
este p ro c e so d e tran sfo rm a ció n (M eier-B rü g g er 1992, II 79 ss., F 313.3: -osjo
>-ojjo>-ojo>-oo>-0 [escrito -o u ]; véase ta m b ié n C h a n tra in e 1986-88, I 194, §
80), p e ro n in g u n a re fe re n c ia a su c ro n o lo g ía absoluta.
388 W est 1997, 230.
388 El clan d e n o b lez a m ás d e sta c a d o e n la isla d e L esbos, h a c ia el a ñ o 600
a. C.
3911A treus era, com o h e m o s visto, el p a d re d e A g a m en ó n y M enelao.
391Ja n k o 1992, 19. R esu m en d e la tabla d e p ru e b a s filológicas tam b ién e n
L atacz 1997b, 30-32.
392 H o rro c k s 1997. N o p o d e m o s o c u p a rn o s a q u í d e la con tro v ersia e n tr e
p a rtid a rio s d e la «fase eolia» y los «difusionistas».
393 W est 1998, 163; L atacz 1997b, 31.
394 W est 1988, 163.
395 S p e n c e r 1995, 276.
3M S p e n c e r 1995, 275 n o ta 29. D e tallad o e n L atacz 1997b, 31 ss. — Spen-
407
ce r in d ica ta m b ié n q u e L esbos es d e los pocos lu g ares d e la G recia p o ste rio r
q u e son n o m b ra d o s e n textos hititas: 275 c o n n o ta 24.
397 D eger-Jalkotzy 1991, 148 ss.
393 M oun tjo y 1993.
3“'J L atacz 1994.
40,1 H ö lk esk am p 2000, 27.
4(11 W eiler 2001, 57 ss. (sin c o n o c im ie n to de L atacz 1994).
4112V éase, p o r e je m p lo , K o rfm a n n 1999a y cfr. c o n p. 206 n o ta 24.
403 M o u n tjo y 1998. L a c e rá m ic a m ic é n ic a m ás a n tig u a e n c o n tr a d a h a sta
a h o ra e n H isa rlik p ro c e d e d e Troya VI d (= L H II A, a p ro x . 1500-1460);
M ountjoy 1997, 276 ss.
4114... (se tratab a ) d e u n a c iu d a d (...) cuyo n o m b re ya n o es legible. F o rre r
p u so e n este p asaje W ilusa [...] u n a re stitu c ió n m uy in se g u ra , e n la q u e n o
p u e d e b a sa rse n in g u n a c o n c lu sió n histó rica..,» : H e in h o ld /K a r h m e r 1977,
176.
405 P a rk e r 1999.
A ra v a n tin o s /G o d a r t/S a c c o n i 1995. D o c u m e n to T H G p 164 (God a rt/S a c c o n i 1999, 541).
407 Starke 1997, 456.
™ Bryce 1998, 392-404.
4,19 Bryce 1998, 399 ss.
4111N ie m e ie r 1999, 154. Q u e eso se consiguió se h a c e e v id e n te e n el h e c h o
c h o c a n te d e q u e M ileto sea c o n sid e ra d o e n el «catálogo troyano» d e la Ilíada
co m o re g ió n caria q u e p re sta apoyo a Troya: el pasaje p e rte n e c e a los p re se n ­
tados p o r P ag e 1959, 142 ss d e l c atálo g o tro y a n o q u e p u e d e n p r o c e d e r de
é p o ca m icénica.
Page 1959, 32 n o ta 42.
412 V éase «A ntike W elt» 5 /2 0 0 0 , 525.
413 P e sc h lo w -B in d o a t/H e rb o rd t 2002. La a u to ra c o n sid e ra (p. 211) segu­
ras, m e rc e d a esta n u e v a in sc rip c ió n , las p ro lo n g a c io n e s g eográficas d e Star­
ke 1997 y H aw kins 1999 d e su r a n o rte : M ira - S eh a - W ilusa, así c o m o el h a ­
b la luvia e n Asia M e n o r o c c id e n ta l e n el II m ile n io a. C.
414 N ie m e ie r 2002 (e n im p re n ta ); 351 n o ta 153a.
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Homerus. Ilias. R e ce n su it M a rtin L. W est, v o lu m e n
II, M ü n c h e n /L e ip z ig 2000.
U. v. W ilam ow itz-M oellendorff, «A pollon», en: Her­
mes 38, 1903, 575-586.
M. M. W illcock, Homer. Iliad, e d ició n c o n in tro d u c ­
ció n y co m en tario s d e M. M. W., L o n d res 1978-1984
(2 ed.).
PROCEDENCIA DE LAS ILUSTRACIONES
P. 1 2 -13 M apa e n las p áginas 12-13: F ra n k S ta rk e /S c h o b e r + R e in h a rd G rafik-Design, S tu ttg a rt
P. 27 T roia-Projekt d e r U niversität T ü b in g e n /E s lin g Grafic, Flörsheim -W eilbach
P. 28, 30, 31 T roia -P rojekt d e r U niv ersität T ü b in g e n
P. 32 de: Ju stu s C obet, H e in ric h S c h lie m an n , M u n ich (C. H. Beck) 1997, 75
P. 56, 58, 59 T roia-Projkt d e r U n iv ersität T ü b in g e n
P. 60 C h risto p h H a u ß n er, M ü n c h e n
P. 67, 77, 81 Troia- P ro je k t d e r U niv ersität T ü b in g e n
P. 82 de: R o n a ld L. Gorny, «T he B iconvex seals o f A lisar H öyük», en: A nato­
liern Studies 43, 1993, 166
P. 90 de: E rn st D oblhofer, Die E ntzifferung alter Schriften u n d Sprachen, S tu ttg a rt
(R eclam ) 1993, 192
P. 100 F ra n k S ta rk e / R e in h a rd G rafik-D esign, S tu ttg a rt
P. 101 de: Der Neue Pauly, v o lu m e n 5, S tu ttg a rt (M etzler) 1998, Sp. 1 9 1 /1 9 2
P. 106 de: M a rg a re te R ie m sc h n e id e r, Die Welt der Hethiter. Große Kulturen der
Fmhzeit, essen (P h a id o n / A th e n a io n ) o. J. Tafel 98, 99
P. 124—125 de: J. G a r s ta n g / O . R, G urney, The Geography o f the Hittite Empire,
L o n d re s (T h e B ritish In stitu te o f A chaeology a t A n k ara) 1959, X
P. 127 T roia-Projekt d e r In iv ersität T ü b in g e n
P. 221 de: A lfred H e u b e c k , S chrift. Archaeologia Homerica, v o lu m e n III, C ap.
X, G ö ttin g e n (V a n d en h o e c k & R u p re c h t) 1979, 40
P. 267, 276-277 J o a c h im Latacz
P. 305 de: E d z a rd Visser, Homers Katalog der Schiffe, S tu ttg a rt u n d L eipzig
(T eu b n e r) 1997, 99 ,
P. 328 de: V. A ravantinos, L. G o d a r t/ A. S acconi, Sut nuovi testi del palazzo di
Cadmo a Thebe, in A tti della Accademia Nazionales dei Lincei, Serie IX, Vol. VI,
1995, 812
P. 335 de: V. A ravantinos, «M ycenaean Texts a n d C ontexts at T hebes», en: S.
D e g erja lk o tz y / St. H ille r / O . P anagl (eds.), Floreant Studia Mycenaea, vo­
lu m e n 1, V ie n a (V erlag d e r Ö s te rre ic h is c h e n A kad. d e r W issen sch aften )
1999, 55
ÍNDICE
Tom ar en serio a H o m e r o ...........................................
P r o e m io ...........................................................................
7
15
Introducción ..................................................................
19
PRIMERA PARTE
TROYA
La antigua situación de las fuentes:
nada a u té n tic o ...........................................................
37
El problem a básico: ¿Hisarlik se llamó
realm ente, alguna vez, T ro y a/IL io s?....................
40
Estaciones de u n a búsqueda: ¿Cómo se llamaba
Hisarlik en la Edad de B ro n c e ? .............................
44
................................
T R O Y A ........................
44
46
Conjeturas .............................................................
Descubrimientos....................................................
46
47
LA NUEVA MIRADA H A CIA O R IE N T E
SE DESCUBRE EL BARRIO BAJO D E
423
Bajo Ilion está Troya V I ........................................
47
ILa m u ralla? ......................................................
49
Primeras consecuencias ........................................
50
El f o s o ..................................................................
51
La puerta ele la ciudad ........................................
54
58
La m uralla ...........................................................
El segundo foso ....................................................
La puerta occidental y la calzada carretil ..............
61
64
El resultado: Troya VI/V ila es una ciudad
anatolia comercial y residencial .......................
Ciudad residencial ...............................................
66
66
Ciudad comercial..................................................
70
APARECE U N D O C U M E N T O E S C R IT O ................................
80
El idioma del sello: luvio ....................................... 84
Contenido del sello: ¡un escriba en Troya!........... 106
La zona de distribución del sello luvio ................
108
Troya, ¿una ciudad residencial de los hititas? . . .
«ILIOS» Y «TROYA»; AM BOS NO M BRES SE REHABILITAN . . .
110
112
«Ilios» es «Wilusa»..................................................
115
¿Es «Troya» = «Taruwisa»/«Tru(w)isa»?................
138
Conclusiones:Troya y el Im perio H i t i t a ..................... 150
152
EL TRATADO A L A K S A N D U ................................................
La parte contraria:«Aqueos» y «Dáñaos»,
se rehabilitan dos nom bres más ...........................
«ACH AI(W )IA » Y «ACHIJAWA» ...........................................
173
175
.......................... ..........................
C O N C L U S IO N E S ..............................................................
184
191
El resultado: El escenario de la acción
de H om ero es h is tó ric o ...........................................
195
«DANAOI» Y «DANAJA»
424
SEG U N DA PARTE
HOMERO
Estado básico de la cuestión ....................................... 203
La litada de Homer o y la historia de T r o y a .............
216
LA H IS T O R IA DE TROYA, ¿U N P R O D U C T O
DE LA FANTASÍA DE H O M E R O ? ...................................
216
SCH LIEM A NN DESCUBRE E L L U G A R D E LA A CCIÓ N:
TROYA Y M IC E N A S ......................................................
217
............................................ 218
Se descifra la «Lineal B» ....................................... 218
Los micénicos eran griegos.................................... 222
NU EV OS D E SC U B R IM IE N T O S
La historia de Troya es anterior a Homero ......... 223
Resultado parcial: No hay ruptura de lenguaje
ni étnica entre los micénicos y Homero ......... 230
¿TIENE LA H IS T O R IA DE TROYA U N T R A SFO N D O
H IS T Ó R IC O ? CON TRO VERSIAS Y P O S IB IL ID A D E S .........
LA NUEVA SIT U A C IÓ N DESD E 1996
232
.................................. 233
Piedras, documentos y el poema l it a d a ................ 234
¿Qué puede enseñar la Ilíada sobre Troya? ......... 238
Dos imágenes de Troya: los hititas y Homero . . . .
241
La imagen de Troya de la arqueología
y de los documentos h itita s ..............................
241
La imagen de Troya y la acción de Troya
en H om ero ......................................................
242
U N TRASFOND O H IS T Ó R IC O DE LA H IS T O R IA DE TROYA
ES PROBABLE. IN D IC IO S DE LA PR O PIA I L Í A D A ............
252
La historia de Troya es sólo bastidor para la Ilíada
252
La historia de Troya le es familiar al público
de la Ilía d a ..........................................................
258
425
El ce n tro de la Ilíada no es la historia de Troya,
sino la de Aquiles
...........................................................
265
L a historia de Troya sólo es m arco de acción
p ara la Ilía d a .......................................................................
269
L a Ilíada m e m o ra la historia de Troya
m anifiesta y c l a r a m e n t e ................................................
273
CONCLUSIONES: LA ILÍADA DE HOMERO ES SÓLO UNA
FUENTE SECUNDARIA PARA LA HISTORIA DE TROYA . .
L a h is to r ia d e T r o y a f u e r a d e H o m e r o
281
...........................
283
LA FORMA BOSQUEJADA DE LA HISTORIA DE TROYA . . . .
283
LA HISTORIA DE TROYA A LA LUZ DE LAS FUENTES
EXTRAHOMÉRICAS.....................................................................
286
¿ C u á n d o se i d e ó la h is to r ia d e T r o y a ? ..............................
292
LOS NOMBRES DE LOS ATACANTES Y DE LA CIUDAD
ATACADA SON MICÉNICOS......................................................
296
EL MUNDO DE LOS ATACANTES ES MICÉNICO ...................... - 3 0 0
El «catálogo de n a v e s » .........................................................
300
El estado de la cuestión ....................................................
300
Probabilidades hasta a h o ra ..............................................
313
Nueva seguridad: a Lineal B de Tebas
de los años noventa
...........................................................
326
RESULTADO: LA HISTORIA DE TROYA SE IDEÓ
EN LA ÉPOCA MICÉNICA...........................................................
¿ C ó m o lle g ó la h is to r ia d e T ro y a h a s ta H o m e r o ?
336
. .
340
LA POESÍA RAPSÓDICA ORAL DE LOS GRIEGOS......................
343
LA POESÍA RAPSÓDICA ORAL DE LOS GRIEGOS
ES MICÉNICA.................................................................................
352
(W)ILIOS EN LA POESÍA RAPSÓDICA GRIEGA...........................
362
EL PÚBLICO DE LA POESÍA RAPSÓDICA.....................................
371
426
Historia e historia de T r o y a .............................................
375
El resultado: una guerra de Troya es probable . . . .
381
Notas ...............................................................................
387
B ibliografía......................................................................
409
Procedencia de las ilustraciones ................................ 421
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