Subido por Maria Eugenia Mallorca

Filloux La personalidad Capítulo 6 (1)

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CAPITULO VI
INDIVIDUALIDAD E HISTORIA
I. La personalidad -construcción progresiva dentro del marco social que le confieren sus
determinaciones esenciales, unidad estrechamente vinculada, como dice Pierre Janet, con un
perpetuo "trabajo hacia la unificación"- no puede explicarse ni comprenderse si se prescinde del
tiempo, en cuyo transcurso se constituye y del cual recibe dimensión histórica. Mantener la unidad
a pesar del transcurso del tiempo es la tarea que debe emprender el organismo, en pugna con las
situaciones que lo provocan: cuando se cumple convenientemente esta tarea, resulta una evolución
única y a la vez singular que es propiamente una 'historia', la historia de una individualidad. El
problema fundamental de toda psicología de la personalidad es al mismo tiempo el problema frente
al cual se encuentra concretamente el organismo: la construcción artificial de la unidad y de la
distinción de la personalidad en el tiempo. Bien decimos 'distinción', porque si desde cierto punto
de vista todo hombre es como los demás hombres o, al menos, como algunos, también es como
ningún otro. Esta singularidad, que hace de la unidad personal una unicidad, está estrechamente
vinculada con el trabajo destinado a lograr la unidad misma, y su estudio remite .a la elucidación de
la historicidad individual, ya que, en razón de la generalidad de ciertos determinantes externos, la
singularidad -como la unidad- difícilmente podría explicarse fuera de la historia misma de su
formación.
Ahora bien, interpretar la personalidad en tanto que historia implica no sólo buscar los
determinismos generales -que es lo que hemos hecho hasta ahora- sino, sobre todo, establecer los
esquemas evolutivos dentro de los cuales actúan esos determinismos.
La personología, como ciencia, se encuentra obligatoriamente frente al problema de las leyes, al
que ya nos referimos en otra parte. Para abordarlo contamos ahora con elementos que nos faltaban
en el primer capitulo. De todos modos, sólo en función del esquema 'legal' que proporciona la
trama de la evolución individual es como se pueden esclarecer la identidad en el tiempo y la
capacidad de elección -aporías clásicas-, si es que, realmente, pueden ser esclarecidas.
II. Para concretar el problema de las leyes que rigen la evolución de la evolución histórica
singular que es toda personalidad, tomaremos el caso de una frustración alimentaria infantil. Decir
que esta frustración es determinante, o sea, adecuada para suscitar conductas determinadas,
equivale a asegurar dos cosas: por una parte, que la frustración ejercerá una influencia futura sobre
la conducta (por ejemplo, que el adulto que ha sido frustrado en su infancia actuará de una manera
particular en los períodos de escasez), y por la otra, que de todos modos esta influencia dependerá
de condiciones que no se pueden prever (situaciones particulares, formación más tardía de
conductas de defensa, aparición de otras estructuras). La frustración infantil puede provocar más
tarde un comportamiento específico si –exclusivamente- vuelven a presentarse situaciones
frustrantes; y además, en los períodos de escasez, de los que tomamos ejemplo, sólo provocará
reacciones de angustia y de prevaricación anormales sólo si -por otras razones, etcétera- se han
instalado tendencias introversivas y agresivas. En el marco de una personalidad, la ley -expresión
de la influencia del pasado sobre el presente, de la acción de los resultados anteriores sobre la
conducta actual- sólo actúa en la medida en que existe una pluralidad de condiciones pluralidad
que a veces resulta imposible de analizar. Por esto tal ley puede existir y ser “verdadera” aunque
aparentemente no se cumpla nunca. Como señala McClelland, un individuo puede comportarse
objetivamente en contradicción absoluta con una ley considerada general, sin que esto ponga en
tela de juicio el valor de dicha ley. Y agrega: en efecto, para un individuo la ley sólo es verdadera
en la medida en que es posible reproducir en su caso las condiciones de validez, y sólo es falsa si
esas condiciones no existen; ciertas respuestas sólo surgen si están determinadas por varias leyes
(suele ocurrir que en un individuo determinado la agresividad sólo surja cuando existe, a la vez, una
tendencia frustrada y el miedo al castigo externo o interno); por último, la 'situación' frente a la cual
se encuentra un individuo resulta difícil de describir en términos objetivos y la ley se aplica
solamente en función de la situación 'percibida'.
Por lo tanto es propio de una ley de la personalidad implicar siempre, entre sus condiciones de
aplicación, un grupo de variables que corresponden grosso modo a lo que se podría llamar 'la
personalidad existente'. Así, a nuestro parecer, Allport se equivoca al dramatizar el problema de la
aplicación de leyes 'generales' a individuos 'particulares' cuando propone la distinción de dos tipos
de leyes, las leyes nomotéticas que expresan las constantes de conducta de un grupo de individuos
y las leyes idiográficas que expresan las constancias en un caso individual. Esta distinción es inútil
porque, en realidad, el problema es el de la aplicación idiográfica de leyes nomotéticas.
Sin embargo, dentro de este último marco subsiste una dificultad esencial. Es clásico que las
leyes psicológicas tomen la forma de relaciones entre una situación estimulante E y una conductarespuesta R. Ahora bien: sabemos, por una parte, que las respuestas a una situación son provocadas
no tanto por la situación misma sino por las respuestas que se han dado precedentemente a una
situación análoga, o a otras situaciones y, por otra parte, que es arbitrario definir objetivamente una
situación. Entre las conductas que permiten que una ley del tipo E-R actúe están los resultados del
pasado, algo que une el pasado al presente. Y precisamente la mayoría de las leyes que hemos
citado en los capítulos precedentes, sobre todo dentro del enfoque analítico (transferencia,
desplazamiento, etcétera), unen una respuesta pasada a una respuesta presente y son, por lo tanto,
leyes de tipo Respuesta-Respuesta. La distinción de las leyes E-R y las leyes R-R, su concreta
intrincación en la evolución personal, no han llamado la atención en la forma en que hubiera sido
de desear.
La ley transversal E-R ilustra el tipo tradicional de relación descubierto por la psicología
experimental, como por ejemplo la ley de la formación del hábito por condicionamiento o -para
retomar la situación de frustración alimentaria- esta ley: "si un individuo se ve privado de alimentos
durante períodos cada vez más largos, imaginará una cantidad creciente de alimentos".
La ley R-R, por el contrario, es una ley longitudinal, porque da cuenta de una ligazón entre
hechos que se alinean a lo largo de una evolución temporal de hechos unidos temporalmente. Sea
por lo tanto un individuo frente a una privación de alimentos. ¿Cómo se aplicará la ley transversal
precedentemente citada? ¿Tiene una experiencia pasada relativa a este tipo de privación? La
cantidad de alimento que imaginará al estar hambriento, ¿será acaso función no sólo del período de
inanición sino también del juicio que tiene acerca de esta duración, de la importancia que le
atribuye? En realidad, para explicar el modo de aplicación diferencial de la relación E-R, habrá que
relacionar sus fantasías (R2) con su juicio sobre el hambre (R 1), vale decir, introducir una relación
R-R. El hecho de que un individuo haya vivido en un medio que le proporcionaba cuanto pedía y
otro individuo haya vivido en la miseria hará, probablemente, que ambos se comporten en forma
'diferente' en los momentos de privación de alimentos de la vida adulta.
De esto se infiere que, siempre, una ley E-R actúa sólo en concomitancia con una -o varias- leyes
R-R, lo cual acarrea dos consecuencias. En primer término resulta imposible pensar en términos de
E (condición estimulante) que causa R (respuesta del sujeto); una correlación no puede
interpretarse en términos de simple causalidad. En segundo término, el problema fundamental de la
interpretación psicológica se convierte en saber qué 'explica' la correlación entre las dos respuestas
R-R. Tan es así, que ciertas teorías -por ejemplo el psicoanálisis- se han elaborado justamente para
construir, tales 'explicaciones'.
Se infiere también que la búsqueda de leyes longitudinales tiene más importancia que la búsqueda
de leyes transversales, porque las primeras son las que dan 'eficacia' a las segundas. En ellas se
concentran las consecuencias de la individualización de la respuesta. Por cierto, las primeras
respuestas, sobre todo en la infancia, dependen principalmente de las condiciones de situación. Pero
a medida que se construye la personalidad no existen respuestas que no dependan a la vez de la
situación estimulante y de las respuestas precedentes, y ni siquiera existe una situación 'percibida'
que no revista un sentido en función del pasado. Por lo tanto el determinismo de las situaciones
participa de lo que podríamos llamar la dialéctica longitudinal-transversal.
III. En efecto, es difícil concebir el 'ambiente', el 'medio', como un conjunto de datos que tiene un
sentido objetivo y puede ser definido 'científicamente' por un observador exterior. Las situaciones
tienen una influencia determinante: hemos visto que seleccionan la posibilidad de intervención de
una ley transversal, crean la aparición de nuevas formas de conducta y, en consecuencia, suscitan la
eventualidad de respuestas predeterminadas a otras situaciones. Pero el determinismo de esta
influencia está condicionado por la situación en tanto ésta es 'percibida', 'vivenciada' por el sujeto,
vale decir que, en gran parte, es función del sentido personal que el sujeto atribuye a los estímulos,
de la manera en que caracteriza la información, de la 'caracterización de la información', como dice
G. Palmade. Porque el individuo -en tanto conciencia- reacciona siempre a una significación cuyo
origen se encuentra en su misma personalidad y, por lo tanto, en el conjunto de los sistemas de
referencia introyectados. El medió circundante es un medio para un 'para sí'.
Nadie ha insistido tanto como Lewin en la interacción fundamental de la personalidad y el medio
circundante, que constituye una de las dificultades esenciales del estudio de las leyes evolutivas de
la personalidad. Su ecuación C = f (P M) indica no sólo que la conducta depende a la vez de la
personalidad existente P y de los datos situacionales M, sino, sobre todo, que P y M forman una
unidad relacional, un “campo”, de tal manera que toda situación es 'psicológica', vale decir,
subjetiva. Las fuerzas del medio circundante no existen más que en función de una relación
dialéctica responsable de diversos fenómenos que la psicología de la personalidad debe tomar en
cuenta.
La situación 'actual' sufre una 'caracterización' siempre inducida por el pasado individual. Así, un
'accidente' social, por ejemplo, una guerra repentina, que exige un cambio violento de los modos de
vida y de los valores, no revestirá para el agresivo reprimido el mismo aspecto que para el
introvertido. Por otra parte, no existe situación que no esté más o menos 'asimilada" a otras
situaciones precedentes por un fenómeno de “transferencia” y que, por lo tanto, no ponga en acción
las estructuras de conducta que habían funcionado precedentemente. El carácter "creador de una
situación proviene ya de la ausencia de vías de reacción establecidas, ya de la imposibilidad de
asimilar el pasado al presente.
El único tipo de 'objetividad' de las situaciones que se podría definir desde un punto de vista
psicológico es una objetividad subjetiva que se caracterizaría por la generalidad y la necesidad
estadística ligadas a dichas situaciones. Si, sea cual fuere la individualidad puesta en juego, la
situación definida exteriormente provoca una reacción necesaria y general, se puede admitir que
posee una especie de valor psicológico absoluto: un estímulo es objetivamente doloroso si provoca
siempre' y en todos el mismo tipo de reacción de alejamiento. El psicoanálisis ha señalado que tales
situaciones humanas fundamentales ejercen una acción directa sobre la elaboración de la
personalidad: actitudes de la madre o del padre, etc. Por cierto, con un enfoque netamente
sociológico se puede definir otra objetividad: la objetividad de las condiciones materiales de vida,
por ejemplo. Y, en verdad, únicamente así es como puede definirse el contenido objetivo de la
situación si se quiere llegar a una objetividad objetiva. Pero no es menos cierto que en cualquier
objetividad de las condiciones de vida se insertan modos característicos que 'hacen' que la situación
sea como realmente es para el individuo. La situación creada a los niños de Alor tiene una
materialidad cuantitativamente definible. Pero no es 'objetivamente angustiante simplemente por
esa causa, sino porque todos los individuos están también en condiciones perceptivas idénticas. De
todos modos, estas observaciones confirman la idea de que no podría haber anterioridad del sujeto
respecto de la situación ni anterioridad de la situación respecto del sujeto, sino únicamente una
interacción.
IV. La dialéctica personalidad-situación tiene además otra consecuencia: en ningún caso la
situación puede concebirse como si actualizara solamente lo dado por la 'naturaleza'. En efecto, los
caracterólogos hablan de buen grado de la 'naturaleza' del hombre 1 y creen que el acontecimiento,
simplemente, pone en acción el mecanismo de las disposiciones naturales fijando al hombre en una
de sus actitudes. Y, efectivamente, como lo señala Gastón Berger, son muchos los que se han
revelado a sí mismos o a los demás gracias a las circunstancias. "Todo ocurre como si la situación
ejerciera una especie de presión que obligara a ciertas virtualidades a realizarse y, por lo tanto, a
cobrar una consistencia particular." Muy bien: en particular, las situaciones tienen por función
despejar las virtualidades preexistentes y las tendencias reaccionales que, sin ellas, no habrían
podido manifestarse. ¿Pero se infiere de esto que esas tendencias siempre son innatas y no
adquiridas y que, lejos de ser el precipitado de una evolución de la personalidad en contacto con el
mundo, forman una naturaleza fija súbitamente explicitada? En pocas palabras, ¿el hombre sólo
puede estereotiparse en actitudes virtuales preexistentes y dadas? Nos hemos referido ya a este
problema a propósito de las relaciones entre "natura" (lo dado) y "nurtura" (lo adquirido). Ni
siquiera las exigencias más fundamentales del temperamento, ligadas a estructuras fisiológicas,
pueden concebirse como dotadas de una acción causal lineal; esas exigencias se integran para
actuar en la evolución completa de la individualidad, orientando los complejos fundamentales, la
percepción de las situaciones y, por lo tanto, están sometidas a las actividades de control que
dependen de la personalidad ya formada. Ahora bien, lo que es cierto respecto del temperamento lo
es aún más respecto de los 'rasgos' caracterológicos. Sería vano creer que la situación, aun
accidental, no tuviera ninguna influencia real sobre la evolución personal y que se limitara a
actualizar un dato caracterial. Un cambio brutal de medio, sobre todo si ocurre en la infancia o en
la adolescencia, puede crear graves trastornos que dependerán del carácter adquirido, de la manera
en que han sido resueltos conflictos precedentes y, en fin, de las exigencias mismas del nuevo
medio cuyas estructuras pueden favorecer o dificultar una rápida adaptación. Como hemos dicho
anteriormente, una situación nueva puede crear, pues, nuevos estilos de conducta e intervenir
directamente en la elaboración del destino personal. En resumen, ahí donde la caracterología ve dos
realidades que necesitan estar en contacto para revelarse, nosotros vemos más bien una reacción
circular que es, precisamente, causa de un movimiento.
Porque, finalmente, llegamos a la conclusión de que la evolución de la personalidad depende de
complejos procesos de interacción entre determinantes biológicos, determinantes psicosociológicos, procesos en el transcurso de los cuales la variable "personalidad” desempeña su "rol
en virtud de una especie de dialéctica interna. Murray, en sus Proposiciones para una teoría de la
personalidad al retomar ciertas sugestiones de Korzybski acerca de la manera en que el hombre,
como organismo, es precisamente organizador de vínculos en el tiempo 2 , ve en la evolución
temporal de la personalidad una especie de espiral. "Combinaciones nuevas y precedentemente
excluidas llegan a la existencia y, al final de cada momento, el organismo es un ser diferente que
jamás se repetirá de la misma manera. Ningún momento, ninguna época representa el todo. La
vida es una serie irreversible de acontecimientos no idénticos..."
Tal vez la imagen de una evolución en espiral podría, en efecto, esquematizar el aspecto
temporal e irreversible de la dialéctica personalidad - medio circundante-. Desde este punto de
1
Cf. además de G. BERGER, op. cit., LE SENNI:, Traité de caractérologie, 1945. En esta última obra se lee: "El carácter es sólido y permanente;
constituye el fondo, la roca dura que no evoluciona, pero que condiciona la evolución psicológica ..."
2
ALFRED KORZYBSKI, Manhood of Humanity, 1921.
vista habría que considerar una sucesión de estadios evolutivos P1, P2, P3 etcétera, que se
sucederían paralelamente a los acontecimientos del medio circundante. La influencia específica del
medio dependería de la manera en que la personalidad ya formada, con sus hábitos y sus complejos,
percibiera sus 'provocaciones' y, a la vez, de las virtualidades no empleadas que el medio hace
emerger. Se podría considerar, entonces, que en cada uno de estos estadios -los cuales, por otro
lado, resultan difíciles de delimitar, como no sea por medio de un artificio- el individuo sólo tiene
a su disposición un número limitado de conductas reaccionales, justamente porque su "natura"
adquirida hace posible ciertas reacciones e imposibles otras. Tal esquema integraría numerosas e
importantes nociones para elaborar una teoría de la personalidad, y en particular permitiría
comprender que el medio circundante puede, a su vez, verse solicitado (cuando, tal como lo hemos
visto, el modo de satisfacción de un motivo crea un nuevo motivo, el cual busca en el medio
los estímulos que permitan satisfacerlo), que a cada momento se den las condiciones presentes y
pasadas que explican la conducta y la hacen surgir,' etcétera.
Más allá de los esquemas psicoanalíticos, de esta manera es como se podría construir la historia
de la socialización progresiva de la personalidad, a través de sus sucesivas identificaciones y
reacciones. De la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la adultez y a la vejez, se
proseguiría una dialéctica histórica cuyas subdivisiones clásicas representarían una especie de
marcha hacia una unidad mayor, a pesar del tiempo y por el tiempo. Las primeras reacciones del
niño respecto de la actitud contingente (cultural e individualmente) de su medio circundante crean
en él un conjunto de condicionamientos, hábitos y vías reaccionales a los conflictos, que definen
lo que podríamos llamar el esquema de la personalidad (P1). Ahora bien, lo que entrará en contacto
con las ulteriores estimulaciones del medio, y las percibirá es justamente este esquema P1, el cual
imposibilita ya ciertos tipos de reacción a situaciones futuras. Por ejemplo, será un niño
exageradamente 'dócil' como consecuencia de la actitud parental, quien enfrentará la escuela y los
contactos sociales; en esas condiciones sólo existe un número limitado de respuestas posibles y es
evidente que la formación de la personalidad que progresivamente se irá consolidando (P2)
dependerá de P1 y, a la vez, del aporte contingente de la situación (¿qué maestros, qué compañeros
encontrará el niño?) ; el hecho de que llegue a ser netamente 'introvertido' depende de lo que era, de
la forma en que el ambiente se le presente y de la actitud 'objetiva' del medio respecto de él. Sean
cuales fueren los complejos mecanismos que actúen, podremos decir lo mismo. Lo que llamamos
P3 dependerá de las nuevas provocaciones del medio pero también de todas las reacciones e
introyecciones precedentes, vale decir de P2 y, regresivamente, de todo el pasado. Quién sabe si el
niño que hemos supuesto dependiente, luego introvertido, no sufrirá modificaciones esenciales ante
una situación-límite (por ejemplo hacer la guerra, largos años de prisión, etc.): pero esas
modificaciones sólo podrán arraigarse dentro del marco que ya está, y que la pesada facticidad del
tiempo ha posibilitado. Como deja entender Pierre Janet, es probable que, cuanto más avanza el
tiempo, más se limite el margen de conductas nuevas y que, al mismo tiempo, aumente -salvo el
caso de que sobrevengan accidentes desorganizadores- la coherencia, la unidad del conjunto en
una progresiva integración.
V. Integración temporal de la persona es una, vale decir idéntica a sí misma a través del cambio y
la irreversibilidad de los acontecimientos que tejen su historia. La caracterología explica fácilmente
la identidad personal en virtud de la estabilidad de un 'carácter' sólido y permanente. Pero,
justamente, identidad de ningún modo es estabilidad. La identidad no es estática porque se trata de
la identidad a través del cambio, identidad de un centro de referencia -tal como hemos dicho al final
del capítulo precedente- que está presente en todas las operaciones que concretan ese "trabajo
perpetuo" por la unidad de que habla Janet.
Algunos autores substantivan ese centro: entre otros, figura G. H. Mead cuando, al distinguir el
Yo y el Mí no vacila en comparar el Yo a la materia y el Mí a la forma aristotélica. Si el Yo es
'materia', es 'sustancia'. Antigua concepción que encontramos también en Maine de Biran, Reid
y los espiritualistas de comienzos del siglo XIX. Ahora bien, afirmar como ellos que la
personalidad está constituida por una sustancia indivisible -ya sea inmanente o exterior a la historia
individual- que se capta a sí misma como idéntica, es precisamente negar el carácter temporal
verdaderamente 'esencial' de la personalidad. Por cierto, Mead no va tan lejos, ya que separa lo
idéntico y lo diverso y admite que el Mi actúa sobre el Yo "provocando sus respuestas". Pero esta
dicotomía, a más de las dificultades que presenta desde el punto dé vista psicológico, resulta
peligrosa en la medida en que 'resuelve' el problema de la identidad sólo por una hipótesis
metafísica. Por último no es precisamente separando el Yo y el Mí como podrá explicarse su
unidad temporal.
¿Debemos entonces ver la identidad como una simple sucesión histórica, tal como los empiristas
de la escuela norteamericana, desde James a Bradley? Estos autores, al conferir a la memoria una
importancia desproporcionada, se ven llevados a negar que la identidad como tal sea un objeto de
experiencia. Ahora bien, Charles Blondel 3 señala con toda razón que nosotros no somos
únicamente el conjunto de nuestros recuerdos, porque aunque nuestra vida hubiese sido
completamente diferente seguiríamos siendo nosotros mismos. De modo que la memoria no nos
remite al pasado sino a nuestro pasado: su ejercicio mismo admite, inclusive, la identidad que, se
supone, tendría que explicar. Por otro lado, si la identidad es 'ilusión', y no es la ocasión de una
experiencia vivenciada, ¿cómo explicar la unidad de la sucesión en el marco mismo de una teoría
del yo-sucesión?
La explicación sociológica reviste mayor seriedad, en primer término, en virtud de que, como
dice Janet "la sociedad es lo que hace la personalidad", hecho ya señalado. Pero debemos cuidarnos
de no considerar esta influencia como exterior. Charles Blondel relaciona la constancia del yo con
la continuidad de actitud que la vida social impone al individuo; señala que la sociedad
difícilmente puede acomodarse a las fluctuaciones, que los contrastes y los compromisos excluyen
la inestabilidad, etc. Todo esto es cierto, pero accesorio. Sabemos, en efecto, que la asimilación
cultural y social se efectúa precisamente por el mecanismo de la identificación, mecanismo ligado
íntimamente al de la transferencia, responsable de la rectitud de las 'intenciones' en la diversidad de
las situaciones. Basta señalar el papel del Super yo, y del ideal del yo, ambos de origen social, que
una vez formados imponen a una vida su coherencia peculiar.
Por lo tanto, desde un punto de vista psico-sociológico, se debe relacionar la identidad con
sucesivas identificaciones. La unidad del 'para sí' se realiza, como sabemos, a pesar de las
identificaciones (con seres, modelos, "roles") y por medio de ellas, identificaciones cuya
multiplicidad, lejos de alienar al individuo permite, por el contrario, la estructuración particular del
dinamismo que fundamentalmente lo define. Es posible aplicar al problema de la pluralidad de las
identificaciones que se suceden en el tiempo, el esquema que interpreta la unidad de la persona
dentro de lo múltiple. Dado que el organismo tiende fundamentalmente a 'perseverar en su ser',
tendencia que lo define como energía, resulta, por una parte, que cualquier proceso de
identificación es siempre posible en un momento dado de la evolución y, por la otra, que la
identidad no es exclusiva de una función de apertura. En otras palabras, la persona es una rectitud
"en busca' de identificaciones y, simultáneamente se halla `acuciada` por las identificaciones
pasadas.
En efecto, por una parte se observa cierta coherencia en las sucesivas identificaciones, de tal
manera que sobre la base de los ego-involvements primitivos no todo ego-involvement nuevo es
posible. Volvemos a encontrar aquí el principio de las posibilidades limitadas. El niño edípico
exageradamente fijado a su padre podrá, después, identificarse con su clase, transfiriendo a este
nuevo objeto todo el cuerpo de actitudes vinculado con el primero. Así es como se puede explicar
la persistencia de los prejuicios y de las opiniones profundamente arraigadas desde la infancia:
3
CHARLES BLONDEL, "La personnalité", en Nouveau Traite de Psychologie de G. DUMAS, T. VII. 1937 (tr. esp.: Nuevo Tratado de Psicología,
Buenos Aires, Kapelusz
forman parte del individuo porque 'son' el individuo. Desde este punto de vista, ser 'el mismo' es
transferir incesantemente sobre otros objetos, en otras situaciones, un modo de conducta
primordial. Dado que las situaciones se comprenden siempre a partir de un ya a medida que se
suceden los estadios, la orientación que tomará la personalidad está virtualmente presente cuando
aparecen nuevos elementos situacionales. Y se comprende entonces que, al introyectar, por
ejemplo, nuevos '"roles', al 'completar' su yo, el individuo siga siendo siempre el mismo.
Por otra parte, sea cual fuere el peso de las estructuras que se han formado por una especie de
estratificación sintética, esas mismas estructuras comportan intrínsecamente una orientación hacia
lo futuro. La identidad no siempre está detrás de uno. En particular no es el simple pensamiento
ordenador del pasado, tal como cree Pradincs. Uno no puede pensarse idéntico sino con respecto al
modo pasado; ahora bien, cabe pensar que, fenomenológicamente no existe conciencia de si
simplemente en tanto que esta conciencia es idéntica; lo que sentimos es la identidad presente de
la situación; tanto es cierto, como dice Allport, que la conciencia de sí siempre es contemporánea.
Y esta conciencia contemporánea es intención hacia aquello que vendrá luego, en la justa medida
en que es tiempo, vale decir, continuación del pasado y también espera y proyecto. Emanuel
Mounier, 4 en su Tratado del Carácter dice que la conciencia del yo se constituye merced a un
empuje interior unificador, por una serie de conductas complejas que se posesionan cada vez más
completamente de las funciones primarias, y que consiste "en sostener una tensión dialéctica, en
dominar esas crisis periódicas de cuya accidentada historia se desprende un destino”. En resumen,
retoma la idea de Janet, según la cual la personalidad es un “trabajo” hacia algo, hacia la
unificación y la distinción, hacia una integración mayor. Volvemos a encontrar la noción de tono
que agrupa las de impulso y de control. La persona seria idéntica -seguimos citando a Mounier"de la misma turma en que somos fieles por la renovación continua de un compromiso".
En efecto, aun si rechazamos la terminología espiritualista cara a Mounier, es evidente que la
identidad es la facticidad de un 'ya' y a la vez una 'apertura' hacia lo porvenir. Con respecto a una
historia, nunca se ha dicho la última palabra; la historia nunca queda cerrada; por el contrario
siempre está disponible: la identidad personal es la identidad de una historia y se confunde con la
historicidad de la personalidad.
VI. Pero, no lo olvidemos, es una historia única en su género. Por muchos de sus rasgos, cada
individuo tiene una originalidad propia y su destino no se asemeja realmente al de ningún otro.
¿Cómo es posible esto? ¿Cómo la personalidad individual -creación de la sociedad- podría tener
unicidad? La pregunta ha sido vagamente planteada a propósito de la noción de personalidad
básica. Para contestarla más profundamente, tendríamos que referirnos a diversos órdenes de
hechos.
Primeramente, tendríamos que tener en cuenta el determinante constitucional, el cual, aunque en
interacción dialéctica con el medio, impone su sello propio. Cada individuo recibe de sus padres
una combinación específica de materiales biológicos. En particular, la distinción de los sexos
reviste una importancia decisiva, porque, aunque el "rol" atribuido sobre la base de la distinción de
los sexos es diferente según las diversas culturas, la distinción biológica en sí es fundamental. Las
actividades psicológicas propias de cada sexo crean una diferenciación en las motivaciones
elementales y en todo el comportamiento. Después de todo, podríamos preguntarnos si un hombre
puede comprender qué significa decir "yo" en femenino. Ahora bien, desde que admitimos que la
'originalidad' de la personalidad femenina respecto de la personalidad masculina tiene una base
biológica, deberemos admitir igualmente por extrapolación que la distinción entre diversas
individualidades dentro de un mismo sexo puede depender esencialmente de factores fisiológicos,
hormonales, etc. Por otra parte, dado que la unicidad última de cada personalidad es el producto de
múltiples y sucesivas interacciones entre la "natura" en maduración y las diferentes situaciones
4
E. MOUNIER, Traité du caractère, 1947.
circundantes, nunca se reproduce una serie idéntica de tales influencias determinantes. Es que la
sociedad es compleja y está formada de subgrupos y de subculturas; éste se topará con ellas y
aquél no se topará. Elementos diferentes de una misma sociedad pueden crear en diversos
individuos rasgos que, por dicha causa, serán diferentes: dicho de otra manera, lo social puede crear
funcionalmente diferencias individuales al suscitar experiencias diferentes. Respecto de esto,
tendríamos que fundarnos en los trabajos de psicología social sobre la familia: los padres expresan
a su manera, vale decir en forma completamente 'personal', las actitudes culturales típicas de la
sociedad de la que son intermediarios con respecto al niño. La existencia de neurosis familiares
muestra justamente que pueden suscitarse reacciones en cadena: padres frustrados que por su
misma conducta inducen reacciones de frustración en sus hijos, etc. Hasta la actitud de los niños
influye recíprocamente sobre la actitud de los padres, y esto justifica el estudio de una
complementariedad que liga la conducta de los niños a la conducta de los padres. 5 Por eso, fuera
de las sociedades primitivas, cerradas y poco diversificadas, la existencia de una personalidad
básica tan común y estructurada como pretendía Kardiner es un mito.
Finalmente, sería necesario tener en cuenta los 'accidentes', vale decir, los acontecimientos que no
se pueden prever para ningún individuo basándose en el conocimiento general de su ambiente
físico, social y cultural. Un niño pierde a la madre y es educado por una abuela de mucha edad; o el
padre vuelve a casarse y la educación del niño queda confiada a una madrastra que no lo quiere.
Según el psicoanálisis, la muerte de uno de los padres ocasiona frecuentemente la fijación o la
reviviscencia de un complejo. En virtud de leyes rigurosas, acontecimientos abundantemente
fortuitos pueden ser traumatizantes: el peligro inminente de ahogarse, un terror intenso, etc. Desde
este punto de vista, las catástrofes sociales -por ejemplo las guerras con su séquito de pillaje y de
crímenes- a menudo marcan, indeleblemente a quienes las han presenciado de niños o a quienes, ya
más entrados en años, han participado en estos acontecimientos que ponen a prueba al individuo.
Aunque las personalidades de los niños que han experimentado un mismo trauma a menudo se
parezcan bastante en algunos aspectos, las diferencias entre ellas suelen ser, con mayor frecuencia
todavía, más evidentes: en parte, porque la situación traumatizante tiene, de todos modos, su
aspecto propio, y en parte porque, en el momento del trauma, la personalidad de cada niño -y a
fortiori la del adulto- siendo ya única, responde, por lo tanto, de una manera única.
Parecería, pues, que la unicidad personal tiene sus determinismos y que todos los procesos que
hemos descrito más arriba colaboran finalmente en la construcción de un destino que sólo puede ser
singular. Tal aserción sería ininteligible si no admitiésemos que un orden legal longitudinal
colabora perpetuamente en la determinación de las conductas con un orden puramente transversal,
y si igualmente no admitirnos el principio lewiniano de la interacción. Dentro de tal esquema es
pues posible decir que el individuo es un producto de la cultura y de la sociedad y, a la vez, que hay
unicidad en su herencia biológica, su medio circundante concreto, el número, la naturaleza y el
orden temporal de las situaciones críticas que encuentra en el transcurso de su vida y finalmente
en su manera de ser y de devenir. En resumen nos encontramos exactamente frente a una
determinación de la singularidad por medio de leyes generales. Pero de ser así, ¿no deberemos
deducir que el destino individual obedece a una implacable fatalidad?
VIL Fatalidad sería una palabra demasiado grandilocuente y poco apropiada para el caso, sobre
todo en la medida en que dista mucho de ser sinónima de determinismo. ¡Aunque se hubiera
probado que el curso de la historia de las sociedades humanas obedece a determinismos estrictos,
no se deduciría de ningún modo que el destino histórico del hombre está regido desde tiempos
inmemoriales por un 'fatum' inexorable! Por cierto, la conducta de cada individuo está determinada
por leyes que rigen la perpetua interacción entre su progresivo devenir y 'su' medio circundante,
como lo prueba el hecho de que se pueda encarar la posibilidad de prever el comportamiento que
5
Cf. F. M. THURSTON, Survey of Literature on Parent-Child relations, 1932; y el cap. XIII: "La familia, relaciones con la personalidad del niño",
en CATTELL, op. cit.
seguirá un individuo en ciertas circunstancias, ya sea porque lo 'conocemos bien', ya sea porque se
lo haya sometido a una seria investigación psicológica. Pero, ¿excluye esta determinación toda
libertad de elección? No es evidente que así sea. Para el psicólogo él problema de la libertad se
plantea .concretamente como el problema de lo fortuito en la previsibilidad del comportamiento.
En efecto, no cabe la menor duda de que si pudiésemos prever total y certeramente la conducta
futura -basándonos por una parte en el estado actual de la personalidad y, por la otra, en el
conocimiento de las situaciones con las que va a toparse el individuo- quedaría eliminada toda
posibilidad de 'elección'.
Ahora bien, de ningún modo ocurre esto. En primer término, porque una predicción de este tipo
implicaría un conocimiento de acontecimientos de la historia social que, evidentemente, sólo se
podría lograr por medio de la adivinación: no se puede anticipar el destino futuro de un individuo,
del mismo modo que no se puede prever los acontecimientos que ocurrirán en el mundo el año
próximo; el psicólogo sólo puede esbozar un esquema conceptual sobre la base de un conjunto de
hechos de comportamiento y luego tratar de extrapolar, previendo que si las circunstancias son
idénticas, habrá reacciones idénticas. En segundo término, las predicciones sólo pueden revestir la
forma de una probabilidad; en efecto, si tenemos en cuenta que el observador desconoce una
pluralidad de condiciones que rigen la aplicación de las constantes del comportamiento, el
psicólogo, en nombre de la honestidad, sólo podrá hablar en términos de porcentaje de
probabilidades. En tercero y último término, lo principal: son las reacciones 'imposibles' las que
pueden dar lugar a los enunciados apodícticos; si bien resulta difícil decir de manera absoluta qué
hará el individuo en una situación dada, es mucho más fácil, en cambio, decir qué no hará: en
virtud misma del principio de posibilidades limitadas, al que ya nos hemos referido y también
porque en una cultura determinada, con una personalidad socializada dada y determinados
complejos personales no pueden suscitarse ciertas respuestas 6 .
Por lo tanto, la predicción psicológica sólo puede ejercerse muy relativamente. Pero, por
supuesto, esto no implica ipso facto que tal dificultad se deba a la existencia de la libertad
individual de elección. No podemos siquiera abordar aquí un problema que no corresponde a la
ciencia psicológica, sino a la filosofía. Simplemente podemos decir que respecto de este punto, los
trabajos sobre la evolución de la personalidad parecerían asegurar -implícitamente, si no
explícitamente- lo siguiente: 1) La noción de libertad sin límites, considerada como facultad
perpetua de recreación de sí mismo, es un propósito del espíritu, así como el existencialismo opera
más con postulados filosóficos que con hipótesis psicológicas. 2) Por otro lado, si hay libertad, ésta
aumentará más bien con la progresiva integración de la personalidad, en la medida misma en que
la conducta del niño es tanto menos libre cuanto es más contingente, dependiente de los
acontecimientos fortuitos. 3) De todos modos, seria erróneo describir la personalidad como una
estructura rígida, estereotipada, encerrada en su pasado, como si un 'proyecto fundamental' o una
"natura" caracterizada una vez para siempre pesara definitiva e irremediablemente sobre ella.
Insistiríamos de buen grado en la importancia del conocimiento de si, vale decir, de la información
acerca de sí mismo, porque esta información -ya provenga de la experiencia o de los otrosmodifica necesariamente el significado atribuido a los propios actos y a las situaciones mismas: en
consecuencia es un factor si no de libertad, por lo menos de control y de una mejor integración y
por lo tanto, de liberación. Como dice G. Palmade, el "develamiento" de los fenómenos que se
quieren conocer acarrea necesariamente una transformación de esos fenómenos: la elucidación es
transformadora. Ahora bien, el ser humano es en parte imprevisible para sí mismo, por estar en
interacción, en complementariedad consigo mismo. Le es preciso aprenderse, y cuando se aprende
y se revela a sí mismo descubre que es libre justamente por medio de esta elucidación, y, en
consecuencia, es libre para sí.
6
Cf. McCLELLAND, Personality, cap. 15: "Interrelation among the basic personality variables, Predicting the concrete act."
VIII. Creer que la elaboración de sí -que constituye la historia progresiva de la formación de la
individualidad- es un trabajo puramente personal y que sólo concierne a uno mismo, es un error
mayúsculo. Por esto, la misma idea de libertad psicológica individual resulta ininteligible en sí
misma si no se relaciona el ser que se construye poco a poco con el medio circundante, que no sólo
lo rodea sino que está inscrito profundamente en él. El medio puede enseñar al individuo qué es la
elección o la sumisión, qué es 'ser uno mismo' o puede no enseñárselo; puede alienarlo o contribuir
a liberarlo. Ninguno de los problemas que plantea la personalidad -incluso el de la reactividad
personal y de la elección- puede encontrar una solución que tienda a la verdad, fuera de un enfoque
que sea psicológico y social a la vez. La historia individual funciona dentro del marco de otras
historias individuales, vale decir dentro de un marco interpersonal que forma parte del mareo más
vasto de la historia de la humanidad. La personalidad es una historia dentro de una historia más
amplia. Es una construcción humana que resulta incomprensible si no se la sitúa dentro del
movimiento evolutivo de las sociedades, las cuales, a su vez, son auto-construcciones lentamente
creadas en el transcurso de los siglos.
BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
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