fábula del erizo y una tos inoportuna

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Fábula del erizo
Un día se lamentaba un erizo de tener la piel cubierta de púas ya que ello impedía que los demás
animales se le acercasen. Veía a los pájaros cubiertos por sus suaves plumas y se moría de envidia.
Miraba al conejo y a su prima la liebre y se decía: ¡Qué pelo más sedoso, si yo tuviese un pelaje así
sería el animal más feliz del mundo!
Un día la zorra se le acercó y le dijo:
- Hola, amigo erizo. Te veo preocupao ¿Te pasa algo?
-Estoy harto de mis púas, dijo el erizo. Me gustaría deshacerme de ellas. Los demás animales no
se acercan a mí; y tampoco quieren que yo me acerque a ellos.
- Si quieres, yo te las corto. Se ofreció amablemente la raposa.
- Te lo agradecería infinitamente, contestó el erizo.
Dicho y hecho, la raposa le cortó una a una las púas y tan pronto acabó con la última de ellas,
se acercó al erizo, sí…pero con intención comérselo. El pobre animal quería que los demás
animales se le acercasen, pero no con esas pretensiones, claro.
Salvó el pellejo por "los pelos", pues pinchos ya no tenía, gracias a que encontró una
madriguera próxima. Allí estuvo una larga temporada hasta que sus púas crecieron y pudieron
protegerle de los depredadores.
Durante su estancia en la madriguera, desde la boca de la misma, observó cómo la zorra, un
día, cazaba un pájaro con su “suave plumaje”; en otra ocasión, pudo ver a un zorro llevando en sus
fauces a un pobre conejo, con su “sedoso pelo” incluido.
Desde luego, decía para sí el erizo, soy tan tonto como los humanos. Nunca están conformes con
lo que tienen.
Una tos inoportuna
Vivía una vez, en este pueblo, un matrimonio que tenía un loro. Los dueños del pájaro, como es
natural, querían que hablase, por lo que se pasaban el día entero enseñándo al loro palabras y más
palabras; pero éste, que era poco receptivo, sólo repetía alguna palabra suelta, “ de guindas a
brevas” , ante el disgusto de sus amos.
Al marido le gustaba mucho el tabaco y, como todos los fumadores inveterados, arrastraba
desde hacía años una bronquitis crónica, por lo que todas las mañanas, al levantarse, tosía un buen
rato hasta que los bronquios se despejaban un poco y se calmaba la tos.
Un día, se acercó una vecina a la casa de los dueños del loro y encontró la puerta cerrada. Cogió
el picaporte y llamó varias veces, pero nadie le contestó. Contrariada, decidió volver sobre sus
pasos y, cuando se disponía marchar, oyó toser a alguien dentro de la casa.
Pues hay gente dentro, pensó la mujer. Por lo menos, el marido seguro que está. Cogió otra vez
el picaporte y, con energía, volvió a llamar…pero seguían sin abrirle.
Al comprobar que había gente en de la casa y ver que nadie salía a abrir la puerta; enfadada,
decidió regresar a su domicilio
Iba calle abajo, muy enojada por el desplante y, de pronto, se encontró con la dueña de la casa.
- ¡Hay que ver!, recriminó a la mujer. He estado en tu casa, he llamado varias veces y tu marido
no ha querido abrirme.
- ¿Mi marido? Pero si está en Salamanca. Se fue en el coche de línea esta mañana y hasta la tarde
no vuelve.
- ¡Cómo que está en Salamanca! Tu marido está en casa y no ha querido abrirme…y mira que
he llamado varias veces. Desde la calle le he oído toser, muy clarito.
Su interlocutora, al oir lo que decía la vecina, la miraba moviendo repetidamente la cabeza hacia
a los lados, haciendo ademán de negar los hechos.
- Mira, en mi casa no hay nadie. El único que está allí es el puñetero del loro. Llevamos
enseñándole a hablar…meses, pero no ha aprendido nada. Lo único que ha aprendido es a imitar la
tos de mi marido, que tose todas las mañanas como un descosido.
Claro que el hombre lo hace sólo por las mañanas y tiene un pase, pero el jodío loro se pasa todo
el santo día tosiendo. Es a él a quien has oído toser.
- Pues sí que lo hace bien, sí. Confirmó la vecina.
(Aunque esta anécdota no ocurrió en Barrueco, en nuestro pueblo hubo un matrimonio que tenía
un loro. La dueña de loro se llamaba Vicenta y vivía en la calle de La Ortiga. A los niños, cuando
nos mandaban a un recado a esa casa, no nos decían:” Ve a casa de la Vicenta”. Siempre nos
decían. “Vas a la casa el loro y…)
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