LOS POSIBLES FANTASMAS DEL VIEJO FUTURO Sábado 20 de agosto de 2011 (Glosa al intercambio de mis antiguos compañeros de la Escuela Escocesa San Andrés, todos de buen pasar –como que, igual que yo, pudieron empezar en aquel colegio de superlujo–, en su mayoría empresarios o ejecutivos, varios en altos cargos por los Estados Unidos y Europa) Yo miro sus conversaciones virtuales desde el palco de otra vida. Hasta que volvimos a encontrarnos, ya ultrasesentones, había pasado medio siglo. Once o doce años teníamos aquella última vez, al terminar el año lectivo 1957. A los que arribaron después no llegué a conocerlos entonces. Yo me fui por otros rumbos y por otros rumbos volví. El pasado que me muestran es un pasado que, quién sabe, pudo haber sido también mío. Lo que me pregunto es cómo habría ido siendo el futuro. Hay, como decía, hipótesis menos o más plausibles. Pero seguro que yo no habría aprendido a administrarme y hubiera terminado dependiendo de un sueldo cada vez más vil. Jamás hubiese podido hacerme ni mucho menos prosperar como empresario. Por suerte, mi Dios de uso privado me fue poniendo tablas sobre el pantano: Una beca en Moscú, la llave incomparable del inglés y del ruso, y acabé en las Naciones Unidas, a resguardo de todas las tormentas que a ustedes les habrá tocado capear. No me hice rico, pero nunca temí el abismo de la pobreza. Recorrí el planeta por cuenta de terceros. Conocí sitios y gentes que no habría tenido dinero propio para conocer. La vida no me puso más barreras que las afectivas. Mis padecimientos fueron todos de cámara, íntimos, desligados de la Historia. Cuarenta años pasé entre pitos, flautas, Moscú, Nueva York y Viena, mirando desde lejos el estruendo de la debacle. No llevaba un mes en Nueva York que algún hijo de puta hizo volar la casa donde crecí. Mi familia se salvó de pedo. Yo, como siempre desde entonces, ya no estaba. Años después cayeron todos en cana. Agradezca que pude traerlos aquí, le dijo a mi vieja el comisario de la XIX, que había participado con el ejército en el vistoso operativo, porque si se los llevaban a Campo de Mayo no volvían a aparecer con vida. Luego nos enteramos de dos cosas: Les salvó la vida la intervención providencial de un comisario que era primo natural de mi viejo. Los había denunciado “una amistad de ustedes”. Nunca supe el nombre ni del hijo de puta que nos puso esa y otras bombas ni del que nos “delató”. Ya se pudrirán en el infierno, si existe. Y si no, ya se pudrirán igual. De modo que me salvé del rodrigazo, la Triple A, los atentados montoneros y del ERP, los cuatro generalatos, la represión mil veces más sangrienta e indiscriminada (¿o eran terroristas el secretario de prensa de Lanusse, Edgardo Sajón, la secretaria de la Embajada en París, Patricia Holmberg o el embajador en Venezuela, Héctor Hidalgo Solá…, o el “negrito” Avellaneda, de quince años?), los desaparecidos, el inicio de la desindustrialización a mansalva, la tablita de Martínez de Hoz y el “el que apueste al dólar pierde” de Sigaut, la euforia y descalabro de las Malvinas, la ilusión y derrumbe de la nueva democracia, los carapintadas, el Plan Austral, el enano impresentable, el uno a uno, como si fuéramos Suecia, la privatización hasta del obelisco, la aniquilación de los ferrocarriles, la importación de naranjas de California, papas de Chile, vino de 2 Fancia y Coca Cola de Israel (la vi con mis propios ojos), la frívola Patria Financiera, el “deme dos”, el golpe de gracia a la movilidad social que era el dique más eficaz contra la violencia, y el corralito. Nada que se me ocurra que nadie pueda evocar con especial ternura, digo yo, aunque personalmente no le haya ido tan mal. Bebés no robaban ni los nazis, que tampoco arrojaban prisioneros al mar. Sí, en cambio, más incluso que nuestros milicos, se la agarraban con los judíos, y los gasificaban de a millones… pero, las cosas como son, no los torturaban brutalmente. De todo eso me salvé en mi exilio de burbuja. De no haber sido porque mi última (both latest and last) jermu, mexicana ella, quiso que su/mi hija, ídem ella, se educase en castellano, pero no en su natal Monterrey, me hubiera quedado tan campante en Viena, y ya quién sabe si volveríamos a cruzarnos, paleocumpas. En fin, que otra muy otra habrían sido, sin duda, mi vida (o la de ustedes) si no hubiera sido la que fue. Y acaso más corta. Allá por 1978, en una de esas fiestas neoyorquinas en las que se juntan la Biblia y el calefón, una gringuita con pretensiones quirománticas me dijo, ¡Qué mano más interesante! ¿Me permitís? Y se puso a estudiar de lo más estudiosamente no recuerdo bien qué palma. Es extraño. Sentenció al cabo; vos tenés dos líneas de la vida. La de tu vida esta y otra. Entre los veinticinco y treinta años tomaste una decisión que te cambió el destino: si hubieses seguido por esta otra vida estarías muerto. Es el único vaticinio alternativo explícito que tengo.