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SALUD, ENFERMEDAD Y CULTURA

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Salud, enfermedad y
cultura.
Formación
consciente de su
cuidado.
Por:
Irene Osorio Pineda
Doctorado en Desarrollo Humano
Materia: Seminario de Estudio de la Cultura y la Salud
Dra. Araceli Pedroza Lozano
05 de abril de 2020.
Ensayo: Salud, enfermedad y cultura.
Formación consciente de su cuidado.
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Hay tanto que observar y reconocer desde las ciencias humanas y sociales que, en este
ensayo, se intentará desarrollar una postura respecto a cómo la cultura es una pieza
determinante para el estudio de la enfermedad y el cuidado de la salud, además de
rescatar su incidencia e influencia en el desarrollo humano a través de los procesos de
formación de las personas.
La existencia humana está supeditada a modos de pensar, sentir y actuar que reflejan
valores y experiencias de vida con las que toda persona crece, lo cual es muestra de los
efectos generados por lo social y cultural, siendo, especialmente, esta última, un gran
determinante del comportamiento humano. Analizar y comprender lo humano, lo social y
lo cultural obliga a desplegar una mirada crítica para entender la condición
fenomenológica de la enfermedad y la salud en cuanto a cómo se conciben, perciben y
atienden.
Entre muchos de los problemas que las personas viven en el acontecer de cada día, se
encuentran: la pobreza extrema, el hambre, la corrupción, el abuso de poder, destrucción
del planeta, violencia e inseguridad, así como, un creciente individualismo e indiferencia.
Lo anterior, deja ver que tanto lo bueno y lo malo que podría derivarse de la dimensión
social y comunitaria del hombre, se construye desde el hombre y regresa a él. Al respecto,
Smale, Tuson y Statham (2003) establecen que “los problemas de la sociedad en general
son la suma de las preocupaciones y crisis individuales” (p. 13). Los problemas señalados
anteriormente son determinantes sociales que constituyen escenarios de confrontación
humana, siendo potenciadores para alguien y desiguales para muchos.
Cada persona asume una postura de vida para enfrentarse al mundo, tal enfrentamiento
por más irracional que parezca cobra un sentido que, tal vez para los otros puede ser
ininteligible, sin embargo, para quien la asume es cierta y legítima. Es esta condición lo
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que provoca que, en el estudio de la salud, enfermedad y la cultura, se reflejen matices
diversos y complejos que deben ser considerados para descifrar y entender las
necesidades individuales y sociales.
La mirada de Gadamer (2001) respecto a la salud, señala una ruptura sobre su esencia
epistémica actual puesto que, si la enfermedad se contempla como un estado disruptivo
que hace perder el equilibro de la salud, los profesionales médicos deben procurar la
homeostasis del cuerpo y no solo de este sino también del espíritu. Ello implica,
parafraseando a Viniegra-Velázquez (2017), salir de la mirada reduccionista para
incursionar en la observancia de todos los factores que rodean a la salud como un
sistema desde su orden fisicoquímico, biológico y cultural haciéndola más humana para
descubrir su verdadero rostro: los seres humanos somos realidades individuales y
sociales, la enfermedad no necesariamente está en el cuerpo, puede estar también en el
espíritu y el cuidado de la salud, culturalmente, incumbe a todos.
La cultura se debe convertir en la gran expectativa a aprender pues los seres humanos
están en permanente construcción y ella es determinante en esa construcción porque
condiciona la acción humana. Gehlen, (1993) sostiene que el ser humano posee un
aspecto inacabado y es:
…concebido como un ser biológicamente no especializado y con una larga infancia
dependiente de los adultos, esta caracterización del hombre como “ser
carencial”…o como “animal no fijado”… es la que determina tanto su capacidad de
aprendizaje como su capacidad de transformación de la naturaleza. En dicha
capacidad se manifiesta el carácter fundamental del ser humano, a saber, la
“acción”… en la acción confluyen todos los aspectos del ser humano: su cuerpo,
su naturaleza, su inteligencia, su sociabilidad y su cultura (p. 66).
El actuar humano es el resultado de la cultura específica a la que pertenece, donde
asume relaciones de pertenencia social por medio de patrones culturales. Estos patrones
culturales se socializan y se convierten en hábitos, costumbres valores, símbolos, normas
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y prácticas internalizados por las personas. De estos patrones dependen las formas en
que los seres humanos cuidan su salud. El cuerpo, la alimentación, la salud, la
enfermedad, la emoción y los simbolismos adyacentes fungen como un todo sistémico y
complejo. Dado que la condición humana y social entrelaza la realidad biológica y cultural.
La medicina actual debe evitar el etnocentrismo y valorar todas las expresiones que
subyacen simbólicamente en los motivos por los que el cuerpo humano enferma y cómo
impactan en su cuidado.
Los sistemas de atención a la salud son un punto de referencia del médico para reconocer
los orígenes, causas y tratamientos de las enfermedades, así como, las percepciones
que las condicionan, describen y clasifican. Por ello, el análisis de la cultura en los
distintos espacios humanos puede construir nuevos derroteros de atención y cuidado de
la salud pública en el sentido de identificar las conexiones entre los sistemas culturales
alternantes que subyacen tanto en la salud como en la enfermedad con base en el
reconocimiento y comprensión del porqué del actuar humano y social.
Muchos aspectos vinculados a la enfermedad y la salud se localizan en el imaginario
cultural, no siempre reconocidos por los especialistas y eruditos en medicina, sin
embargo, son objeto de posturas ante el cuidado de la salud y acompañan los
tratamientos médicos y programas de salud institucionales. Por ello, es posible afirmar
que la cultura se vincula con el desarrollo humano de las personas y, en consecuencia,
incide en el desarrollo de la sociedad; por lo tanto, requiere de un estudio profundo y
crítico donde la mirada transdisciplinaria y transformadora de distintas áreas del
conocimiento especializado y de sentido común converjan siendo incluyentes y sensibles
a las realidades humanas.
Los escenarios y realidades humanas son tantos como tantos determinantes sociales
existen. Actualmente las instituciones y gobiernos tienen en sus manos, la ambiciosa
tarea de atender los estragos provocados por las enfermedades no transmisibles (ENTs)
basados en que todas las personas independientemente de su credo, raza, posición
social, entre otros condicionantes tienen derecho a una vida sana y de bienestar.
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Habría que preguntarse qué tan suficientes pueden llegar a ser las acciones restrictivas
o de regulación jurídica y fiscal para que las personas cuiden su salud, porque en esta
época de grandes avances científicos, las ENTs (enfermedades cardiovasculares,
cáncer, enfermedades respiratorias crónicas y diabetes) van en aumento y deben ser
atendidas holísticamente. En este sentido, en el 2017, la Organización mundial de la
salud (OMS) informó que anualmente ocurren decesos de personas con edades entre 30
y 69 años por ENTs y además estas muertes se presentan en el 80% de los casos en
países subdesarrollados ubicándose en grupos de persona en situación de pobreza y
rezago social (2017).
Si bien, se promueven políticas públicas en contextos internacionales, nacionales y
estatales con el fin de respetar ese derecho y reducir la injusticia y desigualdad social,
hay un escenario donde el impacto de esas políticas no llega o no es suficiente, por lo
que se convierte en un área de oportunidad. Este escenario alude al terreno privado de
las personas. Desde una postura sensata y humilde, no basta con insistir en que las
políticas sean reorientadas y validadas en su diseño, implementación y evaluación para
que realmente sean coherentes con las necesidades individuales y sociales, es necesario
favorecer procesos de formación humana para que las personas desde sí mismas
desarrollen conciencia crítica para el cuidado de su salud.
Se sabe que los procesos para educar y reeducar a las personas son complejos y
demandan una visión integral que pondere el respeto a su idiosincrasia y enaltezca su
persona, usos y costumbres, sin embargo, debe ser ineluctable favorecerlos desde la
perspectiva de la educación, formal y no formal, puesto que ciertos patrones de consumo
de sustancias, como el alcohol, el cigarro, mala alimentación, vida sedentaria siguen
presentes y parecieran ser una nueva condición “natural” de las nuevas formas de ser
provocadas por los estilos de vida “productivos y ambiciosos”; al mismo tiempo pueden
ser o están mediados por posturas de conveniencia económica.
Es cierto que la influencia de los otros condiciona el comportamiento humano, también
es cierto que las personas cuentan con la capacidad para transformarse a sí mismas y a
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su contexto. Sin embargo, esta posibilidad no puede dejarse a libre albedrío porque la
base del desarrollo de las capacidades humanas está en el trabajo y fomento de actitudes
y actuaciones basadas en valores éticos y morales. Haber ignorado esto, ha sido el motor
para enfrentar comportamientos que dan cuenta de la crisis de salud y deterioro social
que este mundo vive. Preguntas como: ¿Cuál es la raíz de los problemas que aquejan a
la sociedad?, ¿Por qué se ha permitido provocar tanta pobreza y dolor? Suelen ser
respondidas con ligereza o se responsabiliza de ello, a los otros, al estado, a la familia, a
la escuela, al sistema económico, y demás instituciones con poder. La culpa se reparte y
en cada repartición, las personas evitan que les toque parte de la misma. En esencia, la
respuesta es clara, se relaciona con el desarrollo humano de las personas, pero también
con la carencia de oportunidades e injusticias.
La formación de la conciencia es de suma relevancia porque lleva al desarrollo
persistente de comportamientos coherentes y autónomos, movidos por convicción y no
por soberbia o conveniencia egoísta. Las formas de interacción social potencian o acaban
con la posibilidad de un crecimiento humanizado orientado al trabajo en conjunto para
hacer de este mundo, un lugar armónico que pondere el bien común por encima de
cualquier egocentrismo. Toda transformación inyectada de sentido, es decir, conducida
al bien común, parte de un darse cuenta.
Es necesario y urgente trabajar en la formación de la conciencia para propiciar una mayor
comprensión del valor del desarrollo humano sustentado en un compromiso ético y moral
y a su vez, esté ligado a una perspectiva hermenéutica que de forma integral permita la
comprensión de lo humano instaurado en cada expresión cultural y distinga su condición
compleja y fenomenológica para fortalecer el valor de la dignidad humana.
Las ideas vertidas en este ensayo no se han centrado en describir un problema de la vida
social sino en enfatizar, como la cultura no es el patio de atrás para atender los problemas
de salud en el mundo sino su fachada y soporte, dado que es el reflejo de cómo los
humanos conciben, sienten y viven. Se trata entonces de buscar afanosamente el origen
de todos los males: el corazón del hombre y su forma de interacción con el entorno por
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medio de su cultura, la cual descansa en sistemas previamente establecidos y conduce
imaginarios personales y sociales en los que participan todos.
La educación y los mecanismos inmersos en ella, referidos como participación y
comunicación deben convertirse en un asunto de reflexión para profundizar en cómo
manejarlos y encaminarlos hacia el rescate de prácticas culturales potenciadoras
centradas en y para el desarrollo humano. De modo que la educación sea una medicina
estimulante que empodere el cuidado de la salud como herramienta social y socializante
de la integridad humana y constructora de un mundo mejor para las personas.
En atención al cuidado de la salud, Viniegra-Velázquez (2017) indica que este es “el
principal recurso social para la preservación de la integridad en medio de guerras
perpetuas que diezman a las poblaciones” (p. 400). Tal idea cobra valor, sobre todo,
cuando la salud y enfermedad son objeto de múltiples expresiones y sentidos. Las
personas dan forma a su salud y a sus enfermedades y muestran un comportamiento que
inhibe los efectos de un tratamiento o recomendación o lo potencian, pero, no solo ocurre
eso, también lo comparten a los demás, es decir, participan en procesos formativos del
cuidado de la salud.
En conclusión, la salud es una piedra angular para el desarrollo humano porque es señal
de bienestar físico, mental, social y espiritual, por lo tanto, debe ser comprendida desde
una perspectiva antropológica, transdisciplinaria, integral y sistémica tomando como
puntos de referencia las experiencias físicas, sociales, culturales y simbólicas de los
sujetos a fin de identificar lo que subyace en ella y en la enfermedad. Los procesos de
salud y enfermedad son en sí mismos fenómenos sociales complejos y están mediados
por la cultura. Existen determinantes genéticos y sociales que influyen en un buena o
mala salud, los cuales son muestra de inequidades e injusticia social por ello la atención
a la salud debe ampliar la mirada en perspectiva y prospectiva porque la salud y la
enfermedad es pautada por la cultura. Es necesario reconocer la mirada con la que se
mira a la salud y a la enfermedad para favorecer su atención en forma más humana y
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pertinente porque el desarrollo humano requiere asistencia y solidaridad y esto es posible
si aprendemos a ser gestores responsables de la salud propia y ajena.
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REFERENTES DOCUMENTALES CITADOS
Gadamer, G. (2001). El estado oculto de la salud. España: Gedisa
Gehlen, Arnold (1993). Antropología filosófica: del encuentro y descubrimiento del
hombre por sí mismo. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica.
Organización Mundial de la Salud. (octubre, 2017). Hoja de ruta de Montevideo 20182030 sobre las enfermedades no transmisibles. Conferencia Mundial de la OMS.
Smale, G. Tuson, G. y Statham, D. (2003). Problemas sociales y trabajo social. España:
Ediciones Morata.
Viniegra-Velázquez, L. (2017). El orden cultural, la enfermedad y el cuidado de la salud.
Boletín médico del Hospital infantil de México, 74(6), 397-406.
REFERENTES DOCUMENTALES CONSULTADOS
Cervantes, M. (junio, 2011) Salud y enfermedad, una realidad compleja. Contribuciones
desde
Coatepec,
(20),
101-116.
obtenido
de:
https://revistacoatepec.uaemex.mx/article/view/218
Duque, Ma. C. (julio-diciembre, 2007). Cultura y salud: elementos para el estudio de la
diversidad y las inequidades. Imagen y desarrollo, 9 (2), 123-139. Obtenido de:
https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/imagenydesarrollo/article/view/1590
Langdon, E. J. & Braune, F. (mayo-junio, 2016). Antropología, salud y enfermedad: una
introducción al concepto de cultura aplicado a las ciencias de la salud. Revista
Latino-Americana de Enfermagem. 18(3), 177-185.
Palomino, P., Grande, M., & Linares, M. (junio, 2014). La salud y sus determinantes
sociales: Desigualdades y exclusión en la sociedad del siglo XXI. Revista
Internacional de Sociología (RIS), 72 (1), 71-91.
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