ROBERT CONAN EL T JORDAN L DEFENSOR Ediciones Martínez Roca, S. A. Dep. Información B Robert Jordán Conan el defensor Ediciones Martínez Roca, S. A. Colección dirigida por Alejo Cuervo Traducción Kelly Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizació sanciones establecidas en las leyes, la reproducción procedimiento, comprendidos la reprografía y e ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo púb Título original: Conan the Defender (c) 1982, Conan Properties, Inc. Publicado por acuerdo con el autor, c/o Baror International, Inc., Nueva York (c) 1995 84, 08008 Barcelona ISBN 84-270-2066X Depósito Fotocomposición de Fort, S. A., Rosselló, 33, Romanyá/Valls, Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona) Impreso en España - Pritnted in Spain 2 Bibliográfica Enric Granados, 84-08008 Barcelona de Joan Josep Mussarra Ilustración cubierta: Ken ón escrita de los titulares del «Copyright», bajo las n total o parcial de esta obra por cualquier medio o el tratamiento informático, y la distribución de blicos. 5, Ediciones Martínez Roca, S. A. Enric Granados, o legal: B. 41.892-1995 08029 Barcelona Impreso y encuadernado por 2 PRÓLOGO La luz del sol, que entraba por los arco tapicería con la que habían sido adornadas la que se había amputado la lengua para que no su amo, se habían retirado, dejando solos a cin Cántaro Albanus, el anfitrión, observaba pesado collar de oro que colgaba sobre su tú fingía estudiar el complicado tejido de los tapi sus copas de vino. A media mañana —pensaba Albanus— reuniones, aunque al convocarlas a aquella ho los cónclaves de ese género se celebren e hombres desesperados, apretujados en habita un solo rayo de luz. Mas ¿quién había de cre una reunión de lo más selecto de Nemedia ciudad, se preparara un acto de traición? Su rostro de chupadas mejillas se ens volvieron de obsidiana. La nariz aguileña, y l cabello, le daban apariencia de general. Y cie durante un breve año. Cuando sólo tenía diec una graduación de oficial en los Leopardos de los reyes nemedios desde tiempos inmemoria No le apetecía tener que labrarse el ascenso ayudara. No, pues por su sangre y temperame como traición ninguno de sus actos. —Lord Albanus —dijo de pronto Barca V especial que vas a aportar a nuestra... socied hemos visto nada. El comandante de los Leopardos de O cuidadosamente sus palabras. Creía que ocult barrios de chabolas de Belverus, y no se daba —Expresas tus dudas con palabras prud El esbelto joven se acercó a la nariz una jarrit ocultar la mueca de desprecio que se dibujab siempre empleas palabras prudentes, ¿verdad —¡Basta! —gritó Albanus. Demetrio y Vegentius, cuyos rostros ha entrenados al trallazo del azote de su amo. T tan sólo en la medida en que no le quedaba o en absoluto. —Todos vosotros —siguió diciendo A generalato que crees que el rey Garian te 3 Dedicado a L. Sprague de Camp, que, cargando con el musculoso cimmerio sobre sus robustos hombros, lo ha mantenido en alto durante muchos años. os de mármol de los ventanales, iluminaba la as paredes de la estancia. Los siervos, a los o pudieran hablar de lo que vieran en casa de nco individuos que bebían en silencio su vino. a sus huéspedes, jugueteando, ocioso, con el única escarlata. La única mujer que había allí ices; los hombres sólo estaban pendientes de — se daba el momento idóneo para tales ora irritara a sus compañeros. Es tradición que en la negrura de la noche, que los celebren aciones oscuras, selladas para no dejar paso a eer, quién podía ni siquiera sospechar, que en a la luz del día, en el mismo corazón de la sombreció al pensarlo, y sus ojos negros se las trazas plateadas en sus sienes de negro ertamente había sido militar, en cierta ocasión, cisiete veranos, su padre le había conseguido e Oro, que habían sido la guardia de corps de ales. A la muerte del progenitor, había cesado. o por el escalafón, aunque su noble cuna le ento le correspondía ser rey. No conceptuaba Vegentius—, hemos oído mucho de la... ayuda dad. Hemos oído mucho, pero hasta ahora no Oro, cuadrado de cuerpo y de cara, medía taba sus orígenes disimulando el acento de los cuenta de que todos notaban su engaño. dentes, Vegentius —dijo Demetrio Amarianus. ta llena de hierbas aromáticas, pero no llegó a ba en su boca casi femenil—. Pero es que tú d? Todos sabemos que sólo estás aquí para... abían enrojecido, callaron como animales bien Tales riñas eran constantes, y él las consentía otro remedio. Aquel día, no pensaba tolerarlas Albanus— queréis algo. Tú, Vegentius, el e ha negado injustamente. Tú, Demetrio, la 3 devolución de las fincas que el padre de G quieres vengarte de Garian porque te dijo que —Lo cual tú nos cuentas con tu gentile amargura. Unos ojos violáceos y la melena negra acorazonado rostro de Lady Sefana Galerianu escotes que revelaban las curvas superiores e andaba, mostraba las piernas hasta la cadera. —¿Y qué es lo que quiero yo? —pr habitación. Todos parecieron sorprenderse, como si Poco costaba olvidar a Constancio Meliu vaguedad encarnada: El escaso cabello y la destacaban como sus rasgos más notables, demás. —Quieres que se escuchen tus consejos me siente en el trono. Le escucharía durante todo el tiempo pensaba el noble de rostro aquilino. Garian h aquel necio, y dejarlo libre en la capital pa pensaba repetir tal error. —Parece que hayamos ignorado lo que pero a mí también me gustaría saber qué ayud Vegentius proporcionan información. Melius y disturbios callejeros, y los forajidos que quem hablas de la magia que hará que Garian te ced he dicho. A mí también me gustaría ver esa ma Los otros quedaron algo corridos al ver pero Albanus sonrió sin más. Se levantó y tiró del cordón de brocado luego se acercó a una mesa que estaba al o que un paño cubría ciertos objetos. Albanus ha y paño. —Venid —dijo a los demás. Ahora con ademán triunfal, Albanus apartó el paño, reg objetos que había en la mesa —una estatuilla gavilanes de molde antiguo, algunos objetos única excepción, prácticamente inútiles. Al m tomos que sin gran esfuerzo descifraba. Los ob Diez años antes, los esclavos de una hallado, excavando, una estancia subterránea. se había dado cuenta de que se trataba del alm infortunados esclavos fueran enterrados vivos Tardó un año en averiguar cuan antiguo Aquerón, aquel siniestro imperio que se había hacía más de tres milenios había sido reducid estudiado, sin tutor, por miedo a que un he decisión fue sabia, porque, de haberse sabido la purga de hechiceros que Garian había lle cavilaciones, Albanus tomó de la mesa una pe —No me fío de estas cosas —dijo Sefa con medios más naturales. Un veneno sutil... —Provocaría una guerra civil por la suc quiero tener que repetirte que no pienso verme 4 Garian arrebató a tu abuelo. Y tú, Sefana, tú prefería mujeres más jóvenes. eza habitual, Albanus —replicó la mujer con que caía sobre sus hombros embellecían el us. Su túnica de seda bermeja tenía un par de e inferiores de sus generosos senos, y cuando reguntó el cuarto hombre que había en la hubieran olvidado que estaba allí. us, pues aquel noble de mediana edad era la as bolsas de sus ojos siempre parpadeantes y su inteligencia y capacidad igualaban a lo s —le contestó Albanus—. Y así será, cuando o que le tomara desterrar a aquel hombre, había cometido la equivocación de desairar a ara que fomentara agitaciones. Albanus no e decía Vegentius —dijo de pronto Sefana—, da podemos esperar de ti, Albanus. Demetrio y yo aportamos el oro con el que pagamos los man el buen cereal. Te callas tus planes y nos da el trono si nosotros cumplimos con lo que te agia. que ella ponía en duda la prometida brujería, o de una campanilla que había en la pared, y otro extremo de la habitación, una mesa en la abía puesto allí con sus propias manos objetos n renuencia, se le acercaron lentamente. Con gocijándose con su sorpresa. Sabía que los a de zafiro, una espada de hoja serpentina y de cristal y joyas buriladas— eran, con una menos, poco uso les había encontrado en los bjetos con poder los guardaba en otra parte. de sus fincas, al norte de Numalia, habían . Por suerte, él estaba allí en aquel momento y macén de un mago, y había ordenado que los en aquella estancia después de vaciarla. o era el escondrijo; databa de los tiempos de a regido por las más viles taumaturgias, y que do a polvo. Durante todos aquellos años había echicero capaz le arrebatara su hallazgo. Su que estudiaba magia, habría caído víctima de evado a término en la capital. Con sombrías equeña esfera de cristal rojo. ana, con un escalofrío—. Yo preferiría trabajar cesión —dijo Albanus, interrumpiéndola—. No e en la situación de haber de arrancar el Trono 4 del Dragón de las manos de una docena d entregado, como ya os dije. —Yo —masculló Vegentius— no me cree Albanus hizo callar a los otros al ver que tenía más de dieciséis años de edad. Su sen con bordados del blasón de la casa de Alban pequeños senos y largas piernas. Se arrodilló la cabeza. —Se llama Onfalia —dijo el noble de rost La muchacha se agitó al oír su nombre levantar la cabeza. Era esclava desde hací deudas del comercio de su padre; pero alguna Albanus sostuvo la esfera de cristal ro brazo, y trazó un arcano gesto con la diestr Vas—ti no—enteü». Un fuego parpadeante se inflamó de p antebrazo de un hombre, y más sólido de l oscuros, que se parecían inquietantemente a u rojiamarilla, y se movieron como examinand retrocedieron inconscientemente, excepto On donde estaba arrodillada, y el propio Albanus. —Un elemental de fuego —dijo Albanus añadió—: ¡Mata a Onfalia! La boca de la muchacha rubia se abrió sonido alguno, el elemental se arrojó hacia ella puso en pie entre espasmos, agitándose con llamas que se oscurecía hasta ocultarla. El fu se adivinaba un frágil grito, como de una muje burbuja, la llama desapareció, dejando tras de —Qué chapucero —murmuró Albanus aceitoso tiznón que había quedado en el suelo Los otros le miraban aturdidos, cual s dragón Xutharcan. Por sorprendente que pare hablar. —Esos artefactos, Albanus..., ¿no pod sombreados por ojeras parpadeaban con nerv garantía de que todos los aquí presentes somo Albanus sonrió. Pronto les iba a demostra —Por supuesto —contestó tranquilame Señaló la mesa con un gesto—. Escoged, y elijáis. —Mientras decía esto, se guardó la bola Melius dudó, alargó el brazo, y se detuvo —¿Qué..., qué poderes tiene esto? —Convierte a aquel que la esgrima en un Al descubrir que ése era el único pode interés por ella. Nada significaba para él conv otros le servirían en calidad de tales. —Coge la espada, Melius. O, si te da mie Albanus enarcó una ceja, como en interro —No necesito magia para triunfar como Pero tampoco trató de coger otro de los objeto —¿Demetrio? —dijo Albanus—. ¿Sefana 5 de pretendientes. Haré que el trono me sea eré eso mientras no lo vea. entraba una criada. Rubia, y de piel pálida, no ncilla túnica blanca, adornada en el dobladillo nus, casi dejaba a la vista en su totalidad sus ó de inmediato en el suelo de mármol e inclinó tro aquilino. e, pero había aprendido lo suficiente para no ía poco, había sido vendida para pagar las as lecciones se aprenden con rapidez. ojo con la mano izquierda, alargando todo el ra mientras entonaba: «An—naal naa—thaan pronto sobre la bola de cristal, largo como el lo que tiene que ser una llama. Dos puntos un par de ojos, tomaron forma en la palpitación do la habitación y a sus ocupantes. Todos nfalia, quien se acurrucó en el mismo lugar s con desenfado. Sin cambiar de tono de voz, para chillar, pero, antes de que pudiera emitir a, ensanchándose para engullirla. La joven se nvulsivamente en el interior de un huevo de uego silbaba, y en lo más recóndito del silbido er que chilla en la lejanía. Estallando como una sí un leve, enfermizo, dulce aroma. s, restregando con su babucha un negro y o de mármol en lugar de la muchacha. si se hubiera transformado en el legendario ezca, fue Melius el primero que pudo volver a dríamos tener nosotros también? —Sus ojos viosismo ante el silencio de los otros—. Como os iguales —acabó con voz vacilante. ar cuan iguales eran todos. ente—. Yo mismo había pensado en ello. — y yo os diré qué poderes tiene el objeto que a de cristal en una bolsa de su cinturón. o cuando ya iba su mano a coger la espada. n consumado espadachín. er de la espada, Albanus había perdido todo vertirse en un gran guerrero; cuando fuera rey, edo, quizás Vegentius... ogación, mientras miraba al fornido militar. o espadachín —dijo Vegentius con desprecio. os. a? 5 —Me desagrada la brujería —replicó el objetos que había en la mesa. Sefana estaba hecha de otra madera, pe —Si estas hechicerías pueden expulsar satisfecha. Y si no pueden... Su mirada se cruzó por un momento con —Yo me quedo con la espada —dijo de equilibrio y rió. —Yo, a diferencia de Vegentius, no sien espadachín. Albanus sonrió suavemente, pero la expr —Ahora, oídme —salmodió, clavando e obsidiana—. Os he enseñado tan sólo un conseguirán para mí el trono de Nemedia satisfechos. No consentiré defecciones, ni in Nada se interpondrá en mi camino hacia la Cor Se apartaron de su presencia como si ya CAPITULO 1 El joven alto y musculoso andaba por plagada de monumentos y columnatas de m gastado forro de cuero del puño de su sable adornada con pieles, indicaban que procedía muchos bárbaros del norte en tiempos me fácilmente despojados de la plata que llevaba bien luego, como no comprendían las costumb la Ciudad tenía que expulsarlos, pues arm embaucados. El hombre del que hablamos, si andaba con la seguridad del que se había pas igual de grandes, o más grandes todavía, com Sultanapur y de Aghrapur; e incluso por las mít Iba por las Calles Altas, en el Distrito M Real de Garian, rey de Nemedia, aunque él v distrito en el que vivían los ladrones de la ciu sacado sus mesas, y las multitudes se apiñaba vinos de Argos y mercancías de Koth y de Co de los tenderos, que rodaban ruidosamente comida, y al ver los precios el joven se preg tiempo en aquella ciudad. Entre las tiendas se apelotonaban los cosas, y los gemidos con que suplicaban lim pregonaban su mercadería. Y en cada esquin vestidos, que acariciaban la empuñadura de s o pesadas cachiporras, y seguían con la m presuroso, o a la esbelta hija de algún tend asustada expresión. Sólo faltaban para comp brazaletes de cobre y latón, vestidas con sim mostraban mejor la mercancía. Aun en el aire barrios de mala vida que había visto: una mezc De pronto, una carretilla cargada de fru media docena de rufianes, ataviados con una 6 l esbelto joven, rechazando abiertamente los ero igualmente negó con la cabeza. r a Garian del Trono del Dragón, me doy por n la de Albanus, y luego se volvió. e pronto Melius. Sopesó la espada, probó su nto escrúpulos por cómo llegue a ser un gran resión de su rostro se endurecía. en cada uno de ellos la mirada de sus ojos de na pequeña muestra de los poderes que y harán posible que vuestros deseos sean ntromisiones que entorpezcan mis designios. rona del Dragón. ¡Nada! ¡Ahora, marchaos! a se hubiera sentado en el Trono del Dragón. las calles de Belverus, capital de Nemedia, mármol, con mirada cauta y la mano sobre el e. Sus ojos de color azul profundo, y su capa a de un país del norte. Belverus había visto ejores, sorprendidos por la gran ciudad, y an, o de insignificantes cantidades de oro, si bres de los hombres civilizados, la Guardia de maban barullo con la queja de haber sido in embargo, aunque sólo tenía veintidós años, seado por las calles empedradas de ciudades mo Arenjun o Shadizar, llamada la Perversa; de ticas ciudades de la lejana Khitai. Mercantil, a menos de media milla del Palacio veía poca diferencia con Puerta del Infierno, el udad. Las tiendas, abiertas a la calle, habían an en torno a ellas, examinando paños de Ofir, orinthia, e incluso de Turan. Pero las carretillas e por las calles empedradas, llevaban poca guntaba si podría seguir comiendo por mucho mendigos, todos tullidos, o ciegos, o ambas mosna competían con los comerciantes que na había hombres duros de mirada cruel, mal su espada, o tenían en la mano afiladas dagas mirada a algún obeso mercader que pasaba dero que se abría paso entre el gentío con pletar el cuadro las prostitutas, adornadas con mples camisas que merced a algunos escotes e se percibía el pegajoso olor de la docena de cla de vómito, orina y excrementos. uta que pasaba por un cruce fue rodeada por a abigarrada compostura de retales de trajes 6 finos con andrajos. El flaco vendedor no decía enojado rostro, y los otros manoseaban su me de allá, y luego lo arrojaban al suelo. Tras lle marcharon pavoneándose, al par que retaban pasara por allí. Los bien vestidos transeúntes invisibles. —Supongo que no pagaréis —se lament Uno de los matones, un hombre con bar sucia orlada en oro la andrajosa túnica de algo —¿Que si pagamos? Esto es lo que te pa Con el dorso de la mano le partió la me gimiendo sobre el carretón. Con rechinante ris habían parado a mirar el espectáculo, y sig compradores, que les dejaban pasar con apen El musculoso joven del norte se detuvo a —¿No vas a llamar a la Guardia de la Ciu El comerciante se puso en pie cansiname —Por favor. Tengo que alimentar a mi fa —Yo no robo fruta, ni pego a viejos —di te protegerá la Guardia de la Ciudad? —¿La Guardia de la Ciudad? —El vi barracones para protegerse a sí mismos. Yo h a un guardia por los pies y caparlo. Eso es lo q Se limpió las manos temblorosas en la p veían hablar con un bárbaro en el cruce. —He de irme —murmuró—. He de irme. Se agachó para recoger la carretilla sin m Conan le observó con una mirada de Belverus para alquilarse como guardia persona como ladrón, contrabandista y bandido—, per protección de su espada en aquella ciudad, n más lo necesitaban. Algunos de los matones de la esquina le le acercaron, pensando que se divertirían con ojos fríos como los glaciares de las montañas muerte andaba aquel día por las calles de Be presas más fáciles. En cuestión de minutos, no Unos pocos le miraban agradecidos, pu sería seguro durante un rato. Conan meneaba y en parte con ellos. Había venido a alquilar escoria. Un trozo de pergamino, arrastrado por Despreocupadamente lo recogió, y leyó las p letra redonda. El rey Garian se sienta en el Trono del D festín. Vosotros sudáis y os afanáis por una presa del temor. No es nada justo este rey qu su reinado. Mitra nos salve del Trono del Drag festín. Dejó que se lo llevara el viento, junto co calle. Vio que alguna gente los recogía. Algu arrojaban con enfado, pero también los había q bolsa aquel pliego de sedición. 7 a nada, miraba al suelo mientras enrojecía su ercancía, tomaban un poco de aquí y un poco enarse de fruta los pliegues de las túnicas, se n con sus ojos insolentes a decir algo a quien s actuaban como si aquellos hombres fueran tó el vendedor, sin levantar la mirada. rba de pocos días que se cubría con una capa odón, sonrió con su boca de cariados dientes. ago. ejilla al flaco comerciante, y éste se desplomó sa, el matón se unió a sus compañeros, que se guieron avanzando por entre la multitud de nas un murmullo ahogado. a un paso de la carretilla. udad? —le preguntó, curioso. ente. amilia. Hay más carretillas por ahí. ijo fríamente el joven—. Me llamo Conan. ¿No iejo rió amargamente—. Se quedan en sus he llegado a ver a tres de esos canallas colgar que piensan de la Guardia de la Ciudad. pechera de la túnica, fijándose en que todos le mirar de nuevo al joven bárbaro. compasión mientras se iba. Había venido a al o soldado —ya había sido ambas cosas, así ro, fuera quien fuese el que le pagara por la no sería, por desgracia, uno de aquellos que e habían visto hablar con el comerciante, y se n el extranjero. Pero, cuando él les miró, con de su nativa Cimmeria, comprendieron que la elverus. Llegaron a la conclusión de que había o quedaron matones en el cruce. ues comprendían que gracias a él aquel lugar a la cabeza, enfadado en parte consigo mismo, su espada por oro, no a limpiar las calles de un viento vagabundo, vino a dar en su bota. palabras que habían escrito en él con buena Dragón. El rey Garian se sienta en inacabable hogaza de pan, y aprendéis a ir por la calle ue tenemos, ojalá estén contadas las horas de gón y del rey que en él se sienta en inacabable on otros similares que había esparcidos por la unos, palideciendo, volvían a soltarlos, o los que, furtivamente, doblaban y guardaban en la 7 Belverus era una ciruela madura, lista pa indicios en otras ciudades. Pronto se desvane puños abiertamente frente al Palacio Real. Tro De pronto, un hombre pasó corriendo co de rodillas una mujer que abría la boca como también, chillando cosas ininteligibles. Se oyeron más gritos y chillidos por la ca Contagiaban su mismo miedo, y así otros se u se abrió paso con dificultad hasta el borde de abandonado. Se preguntó cuál podía ser la cau Entonces, la muchedumbre empezó a di la calle de la que huían había cuerpos tirados, habían sido pisoteados; otros, un poco más a cabeza. Y andando por el centro de la calle v de ricos bordados, que llevaba en la mano un ondulada, enrojecida en toda su longitud. Un labios. Conan echó mano de su propia espada, sí mismo, no para vengar a unos extraños, víct las sombras. En ese mismo instante una niña salió co que no tenía más de ocho años, que gemía mi el loco alzó la espada y fue hacia ella. —¡Por las tripas y la vejiga de Erlik! —gri Extrajo limpiamente la espada de su g cruce. La niña huyó corriendo y chillando, sin d pese a su rico atuendo, el cabello ralo y las oje la locura se había adueñado de sus ojos casta que inarticulados gruñidos. Las moscas volaba echado por el suelo. Por lo menos, pensaba Conan, queda suficiente como para no precipitarse hacia la e —Alto ahí —le dijo—. No soy una niña espalda. ¿Por qué no...? Conan creyó oír un gemido hambriento, del loco, y éste avanzó con la espada en alto. El cimmerio alzó su propia arma para p espada de hoja ondulada atacó en otra direc arma del otro hombre alcanzó a rozarle el vie hubiera estado hecha de pergamino, la ligera un paso atrás para ganarse espacio que le per arma ensangrentada tiraba tajos y tratab Lentamente, el joven musculoso iba retrocedie Para su sorpresa, comprendió que es hombre flacucho y hasta esmirriado. Sólo po oportunidad de atacar. Se veía obligado a inve y ya sangraba por media docena de heridas moriría en aquel lance. —¡Por el Señor del Montículo, no! —dijo retroceder; el entrechocar del metal retumbaba De pronto, el pie de Conan fue a dar c resbaló estrepitosamente, y quedó tendido so pupilas. Mientras se esforzaba por respirar, v 8 ara ser recogida. Él había visto ya los mismos ecería el manto de furtividad. Se alzarían los onos más sólidos habían caído por menos. on los ojos llenos de horror, y a sus pies cayó para gritar. Un tropel de niños pasó corriendo alle, y la multitud salió corriendo hacia el cruce. unían a la turbamulta sin saber por qué. Conan la calle, hasta una tienda que su dueño había usa. ispersarse y desapareció, y Conan vio que por , pocos de los cuales aún se movían. Algunos allá, habían perdido uno o ambos brazos, o la venía un hombre ataviado con una túnica azul na espada que tenía una hoja extraña, como n hilillo de baba le caía de la comisura de los y volvió a envainarla. Por oro, se recordaba a timas de un loco. Se volvió para adentrarse en orriendo de una tienda frente al loco, una cría ientras corría con pies veloces. Con un rugido, itó Conan. gastada vaina de chagrén y avanzó hacia el detenerse. El loco se detuvo. Visto de cerca, y eras le daban un aire como de escribano. Pero años de mirada turbia, y no emitía otro sonido an en torno de la fruta que los matones habían aban trazas de razón en aquel hombre, la espada de otro. a, ni un tendero que puedas acuchillar por la metálico. Un grito animal brotó de la garganta parar el mandoble y, con insólita velocidad, la cción. Conan dio un salto atrás; la punta del entre, rasgándole la túnica, y también, como si cota de malla que llevaba debajo de ésta. Dio rmitiera atacar, pero el loco le seguía, y con su ba de acuchillarle con increíble velocidad. endo. staba luchando a la defensiva contra aquel odía parar los mandobles del otro, y no tenía ertir toda su velocidad y astucia en seguir vivo, de poca importancia. Se le ocurrió que quizá o gritando—. ¡Crom y acero! —Pero tuvo que a en sus oídos. con una ciruela abandonada a medio comer y obre sus espaldas; danzaban lucecitas en sus vio que la ondulada arma del loco se alzaba 8 para segarle la vida. Pero no pensaba dejarse para esquivar la acometida del otro. Rodó po apoyando la espalda en una pared. El loco fue El aire se llenó de un zumbido como de a una almohadilla de alfileres. Conan parpadeó. una veintena de arqueros de negra capa. No lejos por segunda vez sus saetas, pues, pese mera hendedura que profería un inarticulado contra el corpulento cimmerio. Girando un palmo, el arma de Conan d caer al suelo ruidosamente. Los guardias le ar y más saetas, el loco acabó por caer. Por un locura se desvaneció, y ocupó su lugar otra de empedrado de la calle. Lentamente, con las ar cadáver. El corpulento cimmerio devolvió su pr disgusto. No tendría que limpiarle ni una sola había derramado era la suya, y cada una de escocía con aquella vergüenza. El único ata espada que le había sido arrojada, podría habe Un guardia agarró al muerto por el hom flechas se astillaron con las baldosas de la call —Calma, Tulio —dijo otro con un gru descontarán de la soldada. Oh... —¡Por el Trono Negro de Erlik! —farfulló El grupo de hombres armados dio un pas nadie convenía ser hallado cerca de un noble algo que ver con su muerte; no importaba q tomar extraños giros en lo que a los nobles con El canoso sargento de la Guardia, en armadura, una cicatriz palidecía hasta la lividez —¡Ahora ya no podemos hacer nada, Tu El mentado guardia comprendió de pront salto; sus ojos se movían frenéticamente. —Cubre con tu capa a este..., este n ¡Vamos, hombre! Tulio le obedeció con reluctancia. El sarg —¡Abydius, Crato, Jocor, Naso! ¡Cogedle que queréis dejarlo aquí hasta que las moscas Los cuatro mentados avanzaron, murm sargento se alejó por la calle, y los que carg rapidez de que eran capaces, y detrás de ést para mirar por segunda vez a Conan. —Te has vuelto lento con los años, ¿eh, Conan se volvió, y la airada respuesta m se apoyaba en uno de los puestos de venta. —Todavía soy más rápido que tú, Hordo, El barbudo, que era casi tan alto como Un tosco parche de cuero le cubría el ojo izq parche, le atravesaba toda la mejilla, forzaba aunque en aquel momento la otra mitad tam pendía de cada una de sus orejas, pero, en gastado sable y la daga, que llevaba en el cintu 9 e morir. En lo más profundo de sí halló fuerzas or la calle frenéticamente, y al fin se levantó e tras él. avispones irritados, y el loco pareció de pronto La Guardia de la Ciudad había llegado por fin: se acercaron al loco, sino que le arrojaron de a sus heridas, seguía en pie. Su boca era una aullido sediento de sangre; arrojó la espada detuvo en su vuelo la extraña arma, y la hizo rrojaron flechas de nuevo. Atravesado por más n fugaz instante, mientras caía, la mirada de e indecible horror. Cayó de bruces, muerto, al rmas dispuestas, los soldados se acercaron al ropia espada a la vaina con un gruñido de a mancha purpúrea. La única sangre que se e sus heridas, por insignificante que fuera, le aque que había parado limpiamente, el de la erlo parado una niña de diez años. mbro y le dio la vuelta, y como una docena de le. uñido—. Recuerda que esas flechas nos las Tulio—. ¡Es Lord Melius! so atrás, dejando a Tulio solo con el cuerpo. A muerto, sobre todo si uno mismo había tenido qué hubiera hecho. La Justicia del Rey podía ncernía. n cuya nariz, visible bajo el morrión de su z, escupió a un lado del cadáver. ulio! to que estaba solo al lado del cadáver y dio un noble señor —siguió diciendo el sargento—. gento empezó a gritar a otros hombres. e por los brazos y las piernas! ¡Vamos! ¿O es s se lo coman? murando al tiempo que alzaban el cuerpo. El gaban con el cuerpo le siguieron con toda la tos el resto de la tropa. Ni uno solo se volvió cimmerio? —le gritó una voz áspera. murió en sus labios cuando vio al barbudo que , viejo ladrón de perros. Conan, y más corpulento que éste, se irguió. quierdo, y una cicatriz que, desde debajo del a a la mitad de su boca a perpetua sonrisa, mbién sonreía. Una pesada arracada de oro n el caso de que tentaran a los ladrones, su urón, les disuadirían. 9 —Quizá lo seas, Conan —dijo—. Pero lecciones de esgrima de algún noble de media Aghrapur para emplearte como soldado del rey Hordo era un amigo, aunque no siemp conocieran, aquel tuerto, y una cuadrilla de estacas del tormento en las llanuras zamoria pelirroja conocida como el Halcón Rojo. Más t Montes Kezankios, en busca de un tesoro r habían podido huir de allí con vida. Dos veces busca de riquezas, y en ambas ocasiones hab una gran juerga en los burdeles más cercano nuevo tropezarían con una oportunidad para ha —Y lo hice —respondió Conan—, pero de Turan. —Apuesto a que tendrías problemas por Ya te conozco. Conan se encogió de hombros. Al parec de las mujeres. Pero ¿hay algún hombre que n —¿Y qué mujer te obligó a ti a huir de dirigías un mesón de tu propiedad junto con u volverías a pasar nada de contrabando, como Sultanapur, como no fuera para ser incinerado —Fue por Karela. —El tuerto, azorado barba—. Yo no podía rendirme antes de dar c mujer desistir de regañarme para que lo dej espectáculo. Decía que la gente murmuraba y de que algo andaba mal en mi cabeza. No con un hombre que no estaba bien del seso. Ella n le dije adiós y me fui sin mirar atrás. —¿Y sigues buscando a Karela? —No ha muerto. Estoy seguro de que patético apremio en la mirada—. No he oído n Sí, lo sabría. ¿Has sabido algo de ella? ¿Lo qu La angustia se reflejaba en la voz de efecto, había sobrevivido a la expedición en lo también tendría que contarle cómo la había entre una cuadrilla de esclavas, de camino h podía explicarle que por aquel entonces sólo le la bolsa, que ni de lejos alcanzaban a paga redondeados senos en Turan. Podía incluso obligado a formular: que jamás levantaría una orgullosa aquella Karela. O por lo menos lo ha ningún rastro de ella, era más que probable q voluntad, y estuviera bailando ahora para el pl lo contaba, quizá se viera obligado también a m se había llamado a sí mismo «perro fiel de Kar —La vi por última vez en los Kezankios logró salir viva de las montañas. No había cua ella mientras conservara su espada. Hordo asintió con un profundo suspiro. La gente se atrevía ya a volver a aque donde habían recibido la muerte. Aquí y allá cadáver de su marido muerto o de algún niño. 1 o ¿qué haces en Nemedia, aparte de tomar ana edad? La última vez que te vi, ibas hacia y Yildiz. pre lo hubiera sido. Poco después de que se e bandidos, habían atado a Conan a cuatro as, siguiendo órdenes de Karela, una bandida tarde habían cabalgado todos juntos hacia los robado por el brujo Amanar. A duras penas s más habían vuelto a encontrarse, ambas en bían ganado tan sólo lo suficiente para correrse os. Conan no pudo evitar el preguntarse si de acerse con oro. hará algo más de un año que dejé el servicio r culpa de alguna mujer —dijo Hordo, riendo—. cer, siempre había tenido problemas por culpa no los tenga? e Sultanapur, Hordo? Cuando nos separamos una rolliza esposa turania, y jurabas que jamás o no fueran dulces, ni saldrías nunca más de o en tu pira funeraria. o, bajó el tono de voz. Se mesó la frondosa con alguna noticia de ella, y tampoco podía mi jara. Dijo que me estaba convirtiendo en un y se reía de mí a mis espaldas, y corría la voz nsentía que se dijera que se había casado con no iba a desistir, ni yo tampoco, así que un día e vive. —Agarró a Conan por el brazo, con nada de ella, pero si hubiese muerto lo sabría. ue sea? Hordo. Conan sabía que el Halcón Rojo, en os Kezankios. Pero si se lo contaba a Hordo, visto por última vez: desnuda y encadenada hacia la lonja donde sería subastada. Conan e quedaban unas pocas monedas de cobre en ar lo que vale una esclava de ojos verdes y recordarle aquel juramento que ella le había mano para salvarla del peligro. Era una mujer abía sido. Pues, si Hordo no había encontrado que el látigo hubiera acabado por domeñar su lacer de algún dueño de ojos oscuros. Y, si se matar a su viejo amigo, el hombre que siempre rela». —dijo sin mentir—, pero estoy seguro de que adrilla de montañeses que pudiera medirse con ella calle, mirando los cuerpos que yacían allí á, alguna mujer caía entre gemidos sobre el 10 Conan miró alrededor, en busca de la abigarrados rollos de tela, en un puesto de ven muerto, o se hallara entre la atónita muchedum su serpentina hoja de la sangre casi seca ya co Alzó el arma y la sopesó. Los gavilanes que delataba su antigüedad, y el recazo deco palabra alguna. Pero, en cualquier caso, el qu su oficio. Parecía que se convirtiera en un extensión de su espíritu. Aun así, le venía a había matado. Hombres. Mujeres. Niños. Acuc en que hubieran sido alcanzados en su huida. arrastraban. Las imágenes volvían, vividas, a frío y de su sangre. Soltó un gruñido asqueado. Una espada tenía el acero. Pero, con todo, no la conserva demasiado valiosas como para menosprec monedas de plata a su bolsa demasiado ligera —¿Te la vas a quedar? —dijo Hordo sor y niños. —Escupió, e hizo con la mano el signo —No lo suficiente como para no venderla Se quitó la capa adornada con pieles que la espada. Su arcaico diseño la hacía fác inteligente exhibirla, tras todas las muertes que —¿Andas corto de monedas? Puedo dar —Con la que tengo me basta. —Conan v pagarse cuatro días de posada. Dos semana cuándo eres tan rico que puedes permitirte bandidaje, o es que te dedicas de nuevo al con —¡Chist! —Hordo se le acercó, mirando había oído—. No hables en voz alta de con cimmerio podía oírle—. Lo castigan ahora con recompensas por información dada que tentarí —Entonces, ¿por qué te dedicas a ello? —Yo no he dicho que... —El tuerto se Hanumán! Sí, a ello me dedico. ¿Es que no tie de esta ciudad? Los aranceles cuestan más q labrarse una fortuna. Si vive lo suficiente. —¿Quizá necesitas un socio? —dijo Con —Esto no es lo mismo que en Sultanap pasa por las Aduanas del Rey son introducidos —¿En toda Nemedia? —respondió Cona —Sí. Tengo entendido que es así desd respecta, sólo llevo un año aquí. Son tan ce tocante a admitir nuevos miembros y dejar qu mis órdenes a través de un hombre que las seguramente, las recibe a su vez de algún otr introducirte, pero no puedo prometerte nada. —No deben de ser tan cerrados —exclam unieras a ellos tras vivir aquí sólo un año. Hordo ahogó una risilla, y se frotó la anch —Yo soy un caso especial. Estaba en K había oído un rumor de que..., bueno, no vi Hassán, que trabaja en la sucursal kothia de 1 espada del loco. Yacía sobre un montón de nta. El propietario no estaba allí; quizá hubiera mbre. El cimmerio recogió la espada, limpiando on uno de los rollos de damasco amarillo. s habían sido trabajados con filigrana de plata orado con caligrafías en las que no reconocía ue forjara la espada había sido un maestro en na extensión de su brazo. Mas no, en una la mente el recuerdo de los que aquel arma chillados por la espalda, o de cualquier forma . Atravesados y heridos de muerte mientras se a su memoria. Casi sentía el olor de su sudor a era una espada, y nada más. Ninguna culpa aría. Se la llevaría, eso sí —las espadas eran ciarlas—, y con su venta añadiría algunas a. rprendido—. La hoja está mancillada. Mujeres o que aleja el mal. a —respondió Conan. e llevaba sobre los hombros y envolvió en ésta cilmente reconocible. Tal vez no fuera muy e acababa de causar en Belverus. rte algo de plata, si la necesitas. volvió a sopesar mentalmente su bolsa. Podía as durmiendo en caballerizas—. Pero ¿desde e ofrecer plata? ¿Has vuelto al negocio del ntrabando? en derredor con su único ojo por si alguien les ntrabando —dijo en voz tan baja que sólo el n el empalamiento lento, y la corona paga tales ían hasta a tu abuela. e frotaba las nudosas manos—. ¡Piedras de enes ojos ni oídos, que no conoces los precios que las mercancías. Un contrabandista puede nan descaradamente. Hordo dudaba. pur. Cada barril de vino o rollo de seda que no s por una única sociedad. an con incredulidad. de hace más de dos años. Por lo que a mí errados como el puño de un miserable en lo ue éstos conozcan su organización. Yo recibo recibe de otro al que nunca he visto, y que, ro. —Negó con su pesada cabeza—. Intentaré mó Conan—, puesto que han permitido que te ha nariz con su dedo espatulado. Koth, en una taberna de Khorshemish, porque iene al caso contártelo ahora. Un camarada, la sociedad, me oyó hacer preguntas. Había 11 oído hablar del Halcón Rojo, y su admiración había cabalgado a su lado, me ofreció un trab estaba a punto de hacerme una sopa con el Hassán estuviera aquí, no tendría ningún pro en Koth. —Es extraño que no te diera trabajo Conan—. Bueno, no importa. Tú haz lo que pu —Voy a intentarlo —dijo Hordo. La luz d hizo bizquear, y se volvió bruscamente—. Esc sociedad, ya me entiendes. Te invitaría para camino, pero a ellos no les gusta la gente que —Tenemos mucho tiempo. —Claro. Mira. Ven a buscarme al Mes Lamentos, tras Puerta del Infierno, media clep palmeó a Conan en el hombro—. Iremos emborracharemos de paso. —De punta a punta —dijo el cinurerio asi Después que se fuera el tuerto, Conan envuelta en la capa, y se detuvo. Una lite purpúreas, cuyo armazón y cuyas varas late aparecido en la calle, y el gentío y aun los ma litera en sí no le llamaba la atención —había gordos mercaderes o esbeltas aristócratas—, había apartado, dejando a la vista una mujer e sus ojos asomaban. Y habría jurado que aq instante, le habían mirado. No, no le habían mi Bruscamente la cortina volvió a correrse, pues los porteadores se fueron rápidamen cimmerio. Mientras movía la cabeza pensativo, C gentío. Ño era una buena manera de empeza Hordo, no conocía a nadie. Agarrando con má capa, se fue a dejar pasar el tiempo hasta la Aprendería tanto como pudiera de la ciudad do CAPITULO 2 La Calle de los Lamentos era la primera donde la gente luchaba con uñas y dientes po con la desesperación que da la certeza que, calle, sus hijos acabarían por hundirse en huyendo de Puerta del Infierno, y se detenían Oreja Cortada, porque temían adentrarse m ignoraban el hedor, que cada vez que soplaba habían alejado de aquel lugar. Los que de ve detenían en la Calle de los Lamentos, siquier unos pocos entre los menos. En una calle tal, casi todo el mundo qu bocacalle, tras el próximo amanecer, lo que q Lamentos era un carnaval frenético, furioso. cítaras y sus flautas, interpretaban una música saturaban el ambiente, risas chillonas, borra bolas y aros, bastones y dagas brillantes eje 1 n por ella no tenía límites. Cuando supo que bajo aquí en Belverus. Yo, en aquel momento, cinturón para tener cena, así que acepté. Si oblema en lograr que te aceptaran, pero sigue allí, si tanto admira al Halcón Rojo —rumió uedas. Yo ya me las apañaré. del sol, que ya había sobrepasado su cénit, le cucha, hay algo que debo hacer. Es cosa de la a que pudiéramos contarnos mentiras por el no conocen. són del Buey Corneado, en la Calle de los psidra o algo así después del ocaso. —Rió, y de una punta a otra de la ciudad y nos intiendo. n se volvió, llevando bajo el brazo la espada era adornada, oculto su interior por cortinas erales eran de color negro y dorado, había atones se apartaban con respeto a su paso. La visto otras en las calles, en las que viajaban , pero, al tiempo que se volvía, la cortina se envuelta en velos grises entre los que tan sólo quellos ojos, aunque sólo fuera por un breve irado. Le habían observado con odio. , y, al parecer, alguien debió de dar una orden, nte por la calle, alejándose del corpulento Conan vio como la litera desaparecía entre el ar en Belverus: imaginando cosas. Aparte de ás firmeza el bulto que llevaba envuelto en la hora en que debía encontrarse con el tuerto. onde esperaba forjarse un futuro. que había tras Puerta del Infierno. Era la calle or no caer en el calderón de la morralla; sabían aunque ellos lograran permanecer en aquella el lodazal. Unos pocos habían llegado allí n una vez se veían a salvo tras la Calle de la más en una ciudad que no comprendían, e a viento del sur les recordaba lo poco que se erdad escapaban de Puerta del Infierno no se ra por un día, por una hora. Pero éstos eran uiere olvidar lo que le aguarda tras la próxima quedó atrás hace mil noches. La Calle de los Los músicos callejeros, con sus laúdes, sus a enloquecida que competía con las risas que achas, histéricas, forzadas. Malabaristas con ercían su arte ante las rameras que hacían la 12 calle, medio desnudas —sólo se cubrían con u y sandalias de tacón alto— y exhibían su moneda. Sus más lascivos contoneos, las má daban, iban dirigidas, sin embargo, a los lujurio Alta, que destacaban tanto entre el gentío identificaran, y habían ido hasta allí para pres más profundo de las depravaciones de Puert risas. El Mesón del Buey Comeado respondía calle. En uno de los extremos de la taberna, q en la que tres mujeres rollizas ataviadas con s ritmo de sibaríticas flautas. Los hombres q ignoraban, ocupados en beber, o en jugar a la color de cobre, que llevaba como único atuend vueltas en torno al cuerpo, dejando al desc sonreía persistentemente a un gordo corinthio como tratando de calcular su precio al tacto. Otra prostituta, que tenía el cabello de u anchura de los hombros de Conan y se aju grandes y redondeados senos. Se acercó a él los labios, y se detuvo frunciendo el ceño en d cabeza. Conan no veía a Hordo entre la turb mujeres en cuanto se hubieran encontrado. Había una joven en la taberna que des sentada cabe la pared, y no había ni tocado la que fuera la única que miraba a las bailarina sobre los hombros, sus ojos castaños y sus que frente a ella palidecía la de las mozas hermandad de aquellas mujeres de la noche. algodón blanco que la cubría desde el cuello a se hallaba aquella túnica, que no era llamativa Calle de los Lamentos, que carecía de los visto mujeres de la Ciudad Alta que venían a catar pudiera ser un asesino o incluso algo peor. Las mujeres para más tarde, se recordó que llevaba envuelta en la capa, buscó con la m De entre lo que más parecía un manojo descarnada que le agarró por la túnica. Una desdentada. —Eh, cimmerio, ¿adonde vas con esa ex Conan sintió que se le erizaba el cabell como para arrugarse, se cubría con un sucio cuando hubiera tenido ojos, ¿cómo habría pod que Conan procedía de Cimmeria? —¿Qué es lo que sabes de mí, viejo? — que no puedes ver? El viejo soltó una risotada estridente, y se báculo que llevaba. —Cuando los dioses me los quitaron, m veo con los ojos, no veo lo que los ojos ven, sin —He oído hablar de casos semejante extraños todavía. ¿Qué más me puedes decir d —Oh, muchas cosas, muchas, joven se tanto reinas como muchachas del campo, y m 1 unas pocas sedas, brazaletes de latón bruñido mercancía para cualquiera que tuviese una ás lúbricas de las caricias que a sí mismas se osos bien vestidos que procedían de la Ciudad como si hubieran llevado carteles que los senciar lo que ellos creían que era el abismo ta del Infierno. Y sobre todo ello flotaban las a lo que Conan había esperado de semejante que apestaba a vino rancio, había una tarima sedas amarillas sacudían caderas y pechos al que se apiñaban en torno a las mesas las as cartas o a los dados. Una zorra de cabello do una faja de seda azul que le daba un par de cubierto buena parte de sus rollizas carnes, de listada túnica, que a su vez le dio un azote un imposible color rojo, medía con la mirada la ustaba el dorado sujetador que sostenía sus l contoneándose, lamiéndose descaradamente desaprobación cuando el cimmerio negó con la ba de borrachos; ya habría tiempo de buscar stacaba entre todas las demás. Estaba sola, a copa llena de vino que tenía ante sí; parecía as. Su larga melena negra se le arremolinaba labios carnosos la adornaban con tal belleza de partido. Sin embargo, no pertenecía a la . Lo indicaba a las claras la sencilla túnica de a los tobillos. Tan fuera de lugar como la mujer a ni descarada como la de una habitual de la osos bordados y ricos tejidos habituales en las r el vicio, y a sudar bajo un hombre que bien ó a sí mismo. Cambiando de brazo la espada mirada una mesa vacía. o de harapos que un hombre, salió una mano voz endeble y áspera emergió de una boca xtraña arma asesina? lo de la nuca. El viejo, demasiado demacrado o andrajo las cuencas de los ojos. Pero, aun dido saber qué era lo que la capa envolvía? ¿O —le preguntó Conan—. ¿Y cómo lo sabes, tú e tocó el vendaje que le cubría los ojos con un me otorgaron otras formas de visión. Como no no... otras cosas. es —murmuró Conan—. Y visto otros más de mí mismo? eñor. Conocerás el amor de muchas mujeres, muchas también del estado intermedio. Vivirás 13 largo tiempo, y te apropiaras de una corona, y leyendas. —¡Sandeces! —gritó Hordo, cuya cabeza —Me preguntaba dónde estarías —d cimmerio. —Se habrá fijado en tu acento bárbaro pidamos sendas jarras de vino. Conan negó co —Lo adivinó sin que yo hubiera dicho ni los años por venir, sino en estas próximas sem El ciego había estado escuchando con e perder ni una de sus palabras. Y volvió a sonre —Si eso es lo que deseas... —dijo. Alzó la mano, frotándose los dedos c presentando la palma. —Soy un hombre pobre, como puedes ve El corpulento cimmerio introdujo dos ded ella —más cobre que plata, y en todo caso m metales—, pero sacó un cabeza—de—reina d viejo. Hordo suspiró, exasperado. —Conozco a un arúspice y tres astról predicciones mejores que las que puedan hace El viejo palpó con diligencia las dos caras —Eres generoso —murmuró. La moneda mano. La derecha. —Un leedor de manos que no tiene ojos mano. Con la misma rapidez con que habían recorrieron las líneas que el cimmerio tenía en viejas heridas. Volvió a hablar, y, aunque su v desvanecido. Hablaba con fuerza, e incluso co —Sé precavido con la mujer de zaf condenación. Sé precavido con la mujer de es vería morir. Sé precavido con el hombre que que tiene el alma de arcilla. Sé precavido con l A Conan le pareció que su voz era más de su copa de vino cuando empezó a cantar un —Salva un trono, salva un rey, mata un que pase, ten en cuenta cuándo huir. —Éste sería capaz de hacer que se agria —Y además, apenas si se entiende algo forma más clara? El viejo soltó la mano de Conan, encogié —Si pudiera explicar mis profecías de fo un palacio, y no en una majada de Puerta del I Haciendo ruido en el suelo con el bastón —Pero no olvides mis palabras, Cona volviendo la cabeza—. Mis profecías siemp torbellino febril que rugía afuera. —Viejo necio... —masculló Hordo—. S astrólogos autorizados. No de estos aprovecha 1 y tu muerte sólo será conocida a través de las a asomó por encima del hombro del cimmerio. dijo Conan—. Este hombre sabe que soy o, y lo ha adivinado. Busquemos una mesa y on la cabeza. i palabra. Dime, viejo, ¿qué me espera, no en manas? expresión dolida, acercando la cabeza para no eír con su boca desdentada. con el pulgar, y luego la abrió de pronto, er, joven señor. dos en la bolsa de su cinturón. Poco llevaba en muy pocas monedas de cualquiera de los dos de plata y lo depositó en la correosa mano del logos que te cobrarían la mitad, y te harían erte en un lugar como éste. s de la moneda con las yemas de los dedos. a desapareció entre sus harapos—. Dame una s —dijo Hordo riendo, pero Conan le tendió la n examinado la moneda, los dedos del viejo n la palma, distinguiéndolas de los callos y las voz era endeble todavía, las risillas se habían on autoridad. firos y oro. Por amor al poder sellara tu smeraldas y rubí. Por el amor que te tiene, te quiere un trono. Sé precavido con el hombre la gratitud de los reyes. s intensa que antes, pero nadie alzó la mirada n sonsonete: n rey, o muere. Venga lo que^ venga, pase lo ara vino nuevo —murmuró Hordo. o —añadió Conan—. ¿No podrías explicarte de éndose de hombros. orma más clara —dijo secamente— viviría en Infierno. n, anduvo cojeando hasta la puerta de entrada. an de Cimmeria —le dijo desde la puerta, pre son veraces. —Y desapareció entre el Si quieres buenos consejos, ve en busca de ados charlatanes. 14 —En ningún momento le he dicho mi nom Hordo parpadeó, y se limpió la boca con —Necesito echar un trago, cimmerio. La ramera de cabello escarlata se levant ofireo hacia las escaleras que llevaban arriba vuelta de clepsidra., Conan se dejó caer so sentara en el otro. Al tiempo que el cimmerio envuelta en su capa, el tuerto agarró por el b apenas si llegaba a ocultar sus pálidos senos muselina verde. —Vino —ordenó Hordo—. La jarra más g Ella, hábilmente, logró que su mano la so —¿Ya les has hablado de mí a tus amigo Hordo suspiró pesadamente, y negó con —Se lo he comentado, pero me han r Conan, y el oro circula en gran cantidad, pero hombre llamado Eranius, un gordo bastardo y me ha sermoneado..., ¿me imaginas, a m inoportunidad de confiar en extraños en estos t —Da igual —le respondió Conan. Aun así, le habría gustado volver a tra recuerdos de sus tiempos de camaradería. La camarera volvió con dos botas de cue la cabeza de un hombre, y las dejó sobre la me Hordo hurgó en su bolsa y sacó dos mon daba un pellizco guasón. —Lárgate, muchacha —dijo entre risas— lo que estás dispuesta a vender. Ella se fue, frotándose su rolliza nalga mirada lasciva que no le importaría venderle m —Yo le he dicho que no eres ningún hablado mucho de ti, de cuando contrabande ha escuchado. Me ha dicho que le parecías ¿Puedes imaginar que se cree que yo aceptaré —No, no puedo imaginarlo —respondió C De pronto, el cimmerio sintió un ligero ro su mano, agarró una delgada muñeca y atrajo Los bucles dorados adornaban su ros desprovistos de malicia, pero sus exuberantes seda roja, no engañaban acerca de su pro monedas de cobre que le ceñía holgadamen transparente seda roja, que apenas si ocu redondeadas nalgas. El puño que Conan reten —He aquí una mujer de zafiros y de muchacha? —La próxima vez —le dijo Conan a la jo lo bastante sobrio como para percatarse de tu La muchacha esbozó una sonrisa seduct —Te equivocas. Yo sólo quería tocarte. como tú, y el herbolario dice que ya estoy com 1 mbre —le respondió Conan suavemente. el dorso de su mano callosa. tó de una mesa, y guió a un fornido bandolero a, donde los cuartos eran alquilados por una obre un taburete vacío, e hizo que Hordo se o dejaba sobre la mesa la espada que llevaba brazo a una camarera de ojos de liebre, que s y las nalgas con un par de anchas tiras de grande que tengas. Y dos copas. oltara y se fue a toda prisa. os? —le preguntó Conan. la cabeza. respondido que no. El trabajo es fácil aquí, o me veo obligado a seguir las órdenes de un y bizco que huele a estiércol. Ese asqueroso mí, aguantando un sermón?..., acerca de la tiempos peligrosos. Tiempos peligrosos. ¡Bah! abajar con aquel oso barbudo. Tenía buenos ero y una tosca jarra de arcilla más grande que esa. Llenó las botas y tendió la mano. nedas de cobre para pagarle, al tiempo que le —, antes que se nos ocurra comprarte más de a, y sin embargo le indicó a Conan con una más, si él estaba dispuesto a comprar. extraño —siguió contándole Hordo—, le he eábamos juntos en Sultanapur. Ni siquiera me s un sujeto peligroso. Que me aparte de ti. é de él una orden de ese tipo? Conan. oce cerca de su bolsa. Con un rápido gesto de hacia sí a su propietaria. stro de aniñada inocencia, sus ojos azules s senos, oprimidos por un reducido sostén de ofesión, como tampoco lo hacía el cinto de nte las caderas, del que colgaban gasas de ultaban las curvas de la entrepierna y las nía se negaba a abrirse. e oro —dijo Hordo riendo—. ¿Cuánto vales, oven— no intentes robar a un hombre que está torpe intentona. tora, como quien se pone una máscara. No me venderé muy cara a un hombre guapo mpletamente curada. 15 —¡El herbolario! —farfulló Hordo con la encima, Conan! Por esta ciudad corren veintin ha pasado por una es probable que tenga las o —Y por eso me lo dice —rumió Conan. Le apretó un poco más la muñeca. A ella labios escapó un gritito, y tuvo que dejar caer tenía libre. Con un gesto, Conan la atrajo toda espalda, aplastándole los senos contra su eno su mirada asustada y azul. —Dime la verdad, muchacha —le orden cosas a la vez? Dime la verdad, y te soltaré cobraré lo que vale mi dinero. Ella se lamió lentamente los labios. —¿De verdad que me soltarás? —le d estremeciéndose, le acarició el pecho con los por fin. Hordo soltó un bufido de enojo. —Será una ladrona, pues. De todos mod —Este juego al que juegas es peligroso, Ella meneó la cabeza con gesto retador. —¿Quién se fija en una única ramera monedas a cada uno, y ellos creen que se las al herbolario, ninguno de ellos quiere la merc labios a los de Conan hasta que pudo sentir pero gozaría mucho pasando una noche en tus —No eres una puta —dijo Conan, rie ladrones. Despertaría sin bolsa, sin capa, sin e Los ojos de la joven echaban destello inocencia, y se debatió indefensa sin lograr qu brazo. —Esta noche no te acompaña la suerte, La soltó bruscamente. Por un momento luego, una palmada que le propinó Conan en chillido, que provocó risas en las mesas cercan —Lárgate, muchacha —le dijo Conan—. —Iré a donde yo quiera —replicó ella en taberna. Sin prestarle atención, Conan volvió a s por encima de la bota de cuero, sus ojos se e parecía estar fuera de lugar. Ella le observa claramente, sin invitarle a aproximarse. Y estab Conan habría apostado a que no había en aq de leer y escribir su propio nombre. Ni tampoco —Quítatela de la cabeza —le dijo Hord quien sea, con ese vestido no puede ser una h —No me importa quién sea —le replicó C cimmerio tenía que admitir su debilidad por las que me importa es encontrar empleo antes mujeres. He pasado el día vagabundeando po guardias personales. No sacaré de ello tant trabajado como guardia y tendré que volverlo a Hordo asintió. 1 a boca llena de vino—. ¡Quítale la mano de nueve especies distintas de sífilis, y si ésta ya otras veintiocho. a, el sudor le perlaba la frente; de sus bonitos dos monedas de plata en la mano que Conan avía más hacia sí, retorciéndole el brazo tras la orme pecho, mientras ella clavaba en sus ojos nó—. ¿Eres una ladrona, una puta, o ambas é. Si tratas de mentir, te llevaré arriba y me dijo, hablando quedo. Conan asintió, y ella, s senos—. No soy una moza de partido —dijo dos, apuesto a que tiene la sífilis. muchacha —dijo Conan. donde hay tantas? Sólo le quito unas pocas han gastado bebiendo. Y en cuanto menciono cancía que ofrezco. —De pronto, acercó sus su aliento—. No soy una puta —murmuró—, s brazos. endo—, pero sí una ladrona. Conozco a los espada, y quizá incluso sin botas. os, la ira reemplazó por unos instantes a la ue la mano de hierro del cimmerio le soltara el muchacha. Lo presiento. o ella no se movió, con expresión incrédula; las nalgas la puso de puntillas y le arrancó un nas. Se te ha acabado la suerte. nojada, y se fue con rapidez a otra parte de la su vino, del que bebió hasta apurarlo. Mirando encontraron con los de aquella muchacha que aba con clara aprobación, aunque, no menos ba escribiendo algo en un trozo de pergamino. quella calle ni un puñado de mujeres capaces o muchos hombres. do, al ver adonde se dirigía su mirada—. Sea hija de las calles. Conan, no del todo sincero. Era hermosa, y el s mujeres hermosas—. En estos momentos lo de que no tenga dinero para pagarme más or la ciudad. He visto a muchos hombres con to dinero como del contrabando, pero ya he a hacer. 16 —Es muy fácil encontrar trabajo de ese solo guardia personal, ahora se hacen rodea opulentos, como Fabius Palian y Enaro Ostor servicio. Ésa sí que es una manera de gan Compañía Libre. —Eso si tienes oro para ponerla en p armadura de un solo hombre, imagínate la de t El tuerto remojó el dedo en un charquito —Desde que empezaron los alborotos, armas. Sólo los aranceles que se cobran po antiguo precio. —Su mirada se cruzó con la de Cona suficientes para equipar una compañía sin que —¿Quieres decir tú y yo, Hordo? —¡Por las piedras de Hanumán! Si em amigos, poco me interesa ya el contrabando. —Pero queda el problema de conseguir digamos, cincuenta hombres... —Oro, más bien —dijo Hordo interrumpi oro por hombre. Conan silbó entre dientes. —Ni siquiera es fácil ver todo ese oro j con la cabeza. —Tú ya me conoces, cimmerio. Me gust como para que el oro no se me vaya entre las —¡Ladrona! —gritó alguien—. ¡Hemos co Conan miró alrededor y vio a la rubi corpulento barbudo, que iba vestido con una mirada de comadreja. —¡La he pillado con la mano en mi bolsa Por toda la taberna se oyeron risas y com —Yo ya le había dicho que se había acab La rubia chilló cuando el barbudo le ar arrojó al otro hombre más escuálido, que se forcejeos de la muchacha, éste le arrancó desnuda ante toda la taberna. El barbudo agitó con la mano en alto un c —¿Quién quiere echar los dados por ella —Vamonos —dijo Conan—. No quiero ve Cogió la espada, envuelta en la capa, y f Hordo miró con pesar la jarra de vino de siguió. Desde la puerta, Conan echó otra ojeada algodón. Ésta volvía a mirarle, pero ahora con motivo. Aunque poco le importaba. Antes q importantes de que preocuparse. Seguido por CAPITULO 3 Había oscurecido ya en la Calle de los L a más, como si moviéndose sin cesar hubiera 1 tipo. Los hombres que hace un año tenían un ar por cinco. Algunos de los mercaderes más rian, tienen Compañías Libres completas a su nar mucho dinero: alquilar a otros tu propia pie —dijo Conan—. Yo no podría comprar la toda una compañía. de vino que se había formado en la mesa. la mitad de las mercancías que pasamos son or una buena espada son más altos que su an—. Si mal no calculo, podríamos robar las e nadie se diera cuenta. mpiezan a decirme quiénes pueden ser mis r plata para las primas de alistamiento. Para, iéndole—. La tarifa vigente es de un marco de junto. A menos que... Hordo negó tristemente tan demasiado las mujeres, el vino y los dados manos. ogido a una ladrona! ia de cara inocente debatiéndose entre un mugrienta túnica azul, y un individuo alto con a! —gritaba el barbudo. mentarios obscenos. bado su suerte —murmuró Conan. rrancó el sostén de seda de los pechos y la e había encaramado a una mesa. Pese a los el resto de su escaso atuendo y la mostró cubilete. a? Los hombres se agolparon a su alrededor. er esto. fue hacia la salida. e la que apenas había empezado a beber, y le a a la joven ataviada con el sencillo vestido de n desaprobación. Él se preguntó cuál sería el que de las mujeres, tenía otras cosas más Hordo, salió a la calle. Lamentos, y la agitación de los transeúntes iba an podido protegerse del frío de la noche. Las 17 putas no se pavoneaban ya sensualmente, sin acróbatas se contorsionaban y daban volteret sus huesos, como si hubieran actuado para e borrachas como única recompensa; pero segu Conan se detuvo para mirar a un malab ardientes. Un pequeño grupo de gente que se Tres llegaban y dos se iban en el mismo mome noche, podían verse en la calle espectáculos moneda de cobre de su bolsa y la echó en l había dejado en el suelo. Sólo otras dos mon de Conan, el malabarista se volvió de pronto haciendo malabarismos, como agradecido con a hacer cabriolas, dando con las piernas en ardientes, en el centro de los cuales siempre p Hordo tiró a Conan del brazo, obligando a —Por una moneda de cobre —murmuró habría pedido una moneda de plata por darte e —Esta ciudad se ha vuelto loca —dijo C aquende el mar de VÜayet. Los pobres son m las otras ciudades juntas. Los comerciantes mercader agremiado de Sultanapur, y pase bancarrota. Una jarra de vino cuesta mas de malabarista hace su mejor número por una mo alma que parezca preocuparse por si llegará e —¿Y quién soy yo para saberlo, cimmer el trono está maldito, que Garian ha sido maldi Conan, involuntariamente, hizo con la m bromear con las maldiciones. Algunos que lo Ya arrastraban suficientes males en la vida com —Esa maldición —dijo el cimmerio, al ca sacerdotes y los astrólogos han hablado de ella —Nada he oído al respecto —admitió Ho el mundo lo sabe. —Piedras de Hanumán —dijo Conan rez que todo el mundo sabe suele ser mentira. ¿ maldición? —Sí existe, cimmerio —dijo Hordo, apun palabras—. En el mismo día en que Garian as exactamente, un monstruo apareció en las Parecía un hombre, si es que puedes imagin derretido. El caso es que muchos que lo vieron —Un hombre de arcilla —murmuró Cona —No des importancia a ese viejo y nec monstruo murió. Pero no fueron los guardi casernas, quienes lo hicieron. Una vieja, as lámpara de aceite. El aceite hirviendo lo cu Guardia de la Ciudad iba a llevarse a la vieja vecinos de ésta les obligaron a huir. Les arroja —Ven —le dijo Conan, entrando en una c —¿Comprendes que nos estamos metien —Nos siguen. Nos han seguido desde qu . Quiero saber quién es. Ven por aquí. 1 no que corrían de un posible cliente a otro. Los tas, desafiando la gravedad y la fragilidad de el propio rey Garian, y recibían risas hueras y uían dando volteretas. barista que hacía su número con seis tizones renovaba sin cesar estaba mirándole también. ento en que el cimmerio se detuvo allí. Aquella mejores que un malabarista. Conan sacó una la gorra que aquel hombre de manos rápidas nedas la habían precedido. Con gran sorpresa o hacia él, inclinándose al tiempo que seguía n un cliente generoso. Al incorporarse, empezó n el aire, trazando círculos con sus bastones parecían hallarse sus pies. al musculoso joven a seguir calle abajo. asqueado el tuerto—. Hubo tiempos en que te ese espectáculo. O quizá más. Conan—. Nunca había visto tantos mendigos más pobres, y más numerosos, que en tres de s fijan precios que harían atragantarse a un ean rostros en los que llevaban escrita la e media cabeza—de—reina de plata, pero un oneda de cobre. Todavía no he visto una sola el mañana. ¿Qué ocurre aquí? rio? ¿Un erudito? ¿Un sacerdote? Se dice que ito por los dioses. mano el signo que aleja el mal. No se debe vieron se alejaron de aquel joven corpulento. mo para acercarse al que perturbaba a éste. abo de un rato— ¿es real? Quiero decir si los a, si la han confirmado. ordo—. Pero se cuenta en cada esquina. Todo zongando—. Tú sabes tan bien como yo que lo ¿Existe alguna prueba de la presencia de esa ntando a Conan con el dedo para subrayar sus scendió al Trono del Dragón, en el mismo día calles de Belverus. Mató a más de veinte. nar un hombre hecho de arcilla y luego medio n dijeron que era la viva imagen de Garian. an, recordando la profecía del ciego. cio ciego —le aconsejó Hordo—. Además, el ias de la ciudad, siempre amantes de sus sustada hasta casi enloquecer, le arrojó una ubrió. Sólo quedó un montón de cenizas. La a para «interrogarla», según dijeron, pero los aron orinales. calleja. Hordo vaciló. ndo en Puerta del Infierno? ue salimos del Buey Corneado —dijo Conan— 18 La calle era cada vez más angosta y to Lamentos no tardaron en quedar atrás. El olor fuerte. El suelo no estaba empedrado. No oían grava y de su propio aliento. Avanzaban en la alguna ventana lo bastante elevada como para —Habla —dijo Conan—. Cuéntame cualq —Ahora dice que hable —masculló pesadamente—. Es un rey. ¿Qué más te p gustaban más a ti la última vez que nos vimos. —Y siguen sin gustarme. Pero habla. como para andar con sigilo, aunque nos hallem Llevó la mano al sable. Un destello de lu rostro; sus ojos parecieron centellear en la osc animal cazador. Hordo pisó algo que hizo un ruido como d —¡Por los huesos y las entrañas de V Bueno, al menos se libró de los brujos. Me gus —¿Cómo lo hizo? —le preguntó Conan, pudieran llegarle de detrás que a la respues grava? —Oh, tres días después de subir al trono la corte. Gethenius, su padre, los había tenido nadie lo que iba a hacer. Algunos hechiceros demás... Garian dio órdenes a los Leopard medianoche. Al alba, todos los brujos que q fuera de la cama y decapitados. Garian dijo brujos, y que podrían conservar sus bienes. L descubrir que preparaba su muerte, eran char a los pobres, incluso a los de Puerta del Infiern —Qué interesante —dijo Conan, ausente En la oscuridad, sus agudos ojos distin adelante había un callejón transversal. ¿Y má había tropezado con lo mismo que acababa de —Sigue contándome —le dijo. Se oyó el roce del metal contra el cuero, espada. El tuerto enarcó las cejas al ver lo que arma también. Ambos avanzaron con la espad —Volvamos a lo de la maldición —le dijo enfermó una semana después de la siembra guardar cama, dejó de llover. Llovía en Ofir Cuanto más empeoraba Gethenius, cuanto m sentarse en el trono, más empeoraba la sequía estaban áridos como huesos resecos. Y nad que llegó el tiempo de la siega. Dime que eso n Llegaron al callejón transversal. Conan Hordo con un gesto que siguiera adelante. E principal, y su voz se fue perdiendo en la lejaní —Como no hubo cosecha, Garian com para poder pagarlo. Los necios bandoleros d carromatos cargados de grano, y tuvo que contratar más guardias para los carromatos, 1 ortuosa, y la luz y las risas de la Calle de los r a asaduras y a orina se volvía cada vez más n otro sonido que el del roce de sus botas en la a oscuridad, interrumpida tan sólo por la luz de a que su dueño se sintiera a salvo. quier cosa. ¿Qué clase de rey es Garian? Hordo—. Bel nos proteja de... —Suspiró puedo decir? No me gusta ningún rey. Ni te . Estamos borrachos, y demasiado aturdidos mos en Puerta del Infierno, en plena noche. uz, procedente de una ventana, se reflejó en su curidad como los de un animal del bosque. Un de fruta madura aplastada bajo sus botas. Vara! Vamos a ver. Hablábamos de Garian. stan más los reyes que los brujos. , aunque estaba más atento a los sonidos que sta. ¿Aquello que oía era un pie que pisaba o hizo ejecutar a todos los brujos que había en o por docenas en palacio. Garian no le dijo a se fueron, dando una u otra excusa, pero los dos de Oro tres clepsidras después de la quedaban en palacio habían sido arrastrados o que los que habían huido eran verdaderos Los que, al contrario, ni siquiera habían podido rlatanes y parásitos. Hizo distribuir sus bienes no. La última cosa buena que hizo. e. nguían bien entre las sombras. Vio que más ás atrás? Sí. Oía los murmullos de alguien que e ensuciar las botas de Hordo. , pues el cimmerio acababa de desenvainar la hacía Conan, y seguidamente desenvainó su da meciéndose en la mano. o Hordo con aire de indiferencia—. Gethenius a, y, desde el mismo día en que empezó a r. Llovía en Aquilonia. Pero no en Nemedia. más se acercaba para Garian el momento de a. El día en que ascendió al trono, los campos da más que huesos resecos produjeron hasta no prueba la presencia de una maldición. se escondió en sus sombras, indicándole a El fornido hombre tuerto siguió por la calleja ía. mpró grano a Aquilonia, y subió los aranceles de la frontera empezaron a pegar fuego a los subir todavía más los aranceles para poder y comprar más grano, que los necios de la 19 frontera siguen quemando. Los aranceles alto verdad que... Conan aguardaba, escuchando. Pensó todavía sentía su corrupción, aun a través de pared. Los pasos que les seguían se acercaro estaba seguro de que se trataba de una única Una figura delgada, envuelta en una momento en la oscuridad, atenta a las pisadas Conan dio un rápido paso adelante, y con la individuo. Lo arrojó contra la pared. Entonc Poniéndole el arma en el cuello, arrastró al s boquiabierto al verle la cara. Era la muchach Buey Corneado. Había miedo en sus grandes ojos castañ —¿Piensas matarme? Supongo que ere abandonas con tanta ligereza. —¿De qué estás hablando? —dijo él muchacha? —Le hubiera costado creerlo, pero —Claro que no —replicó ella—. Soy poe el pescuezo, ¿podrías apartar esa espada? ¿ yo me fui? ¿Tienes la más mínima idea? —¡Crom! —murmuró Conan, confuso an la espada de ella. La muchacha se estremeció aparatosam —Estaban echando los dados para sab Todos los hombres iban a tener el suyo. Y, en en las nalgas hasta que parecieron ciruelas ma —¡La ladrona rubia! —exclamó él—. E decir que me has seguido a Puerta del Infierno —No sabía que fueras a Puerta del Infie impulsos. Pero ¿qué te importa a ti adonde va soy tuya. ¡Esa pobre muchacha! ¡Después q comprensión por ella, pensé que podías se violento, pero...! —¿Sabías que aquella moza era una lad La muchacha se puso a la defensiva. —También tiene que vivir. No creo que hay gente pobre y hambrienta. A ti no te pasa y... —¡Cállate! —gritó él. E inmediatamente bajó la voz, echando callejón. A nadie le conviene llamar la aten Cuando se volvió hacia la muchacha, ésta le e —Conozco bien la pobreza —dijo Con ladrón. Ya conocía todo eso antes de tener eda —Lo siento —se disculpó ella lentament no sólo lo decía por lo que acababa de grita pasado en su juventud. —Y en cuanto a la muchacha..., desperd le había acabado la suerte, y en efecto, si yo viste lo que hizo después. —Quizá debí hablarle en el mismo mome 2 os son buenos para el contrabando, pero de ó en desenvolver la espada del loco, pero la capa. La dejó tras de sí, apoyada contra la on, se aceleraron, luego vacilaron. Pero ahora persona. capa, entró en el callejón, y se detuvo un s ya casi inaudibles de Hordo que se alejaban. mano izquierda agarró por el hombro a aquel ces, pudo respirar de nuevo ruidosamente. sujeto hasta un lugar donde había luz. Quedó ha que parecía estar tan fuera de lugar en el ños, pero habló con voz serena. es capaz de matar a una mujer, puesto que las ásperamente—. ¿Trabajas con salteadores, o cosas más extrañas había visto ya. etisa. Me llamo Ariane. Si no me vas a rebanar ¿Te imaginas lo que estaban haciendo cuando nte aquel torrente de furia. Sin embargo, apartó mente, y clavó en él la mirada. ber quién gozaría del primer... turno con ella. ntretanto, la paseaban entre todos, zurrándola aduras. Estás hablando de la ladrona rubia. ¿Quieres o sólo para decírmelo? erno —le dijo ella, airada—. Yo obro según mis aya yo? No soy una esclava. Por cierto que no que la soltaras, pensé que mostrarías cierta er distinto de los demás pese a tu aspecto drona? —dijo él, cortándola. sepas por qué la gente empieza a robar, que a eso, porque tienes tu espada, tus músculos, una rápida mirada en ambas direcciones del nción en un lugar como Puerta del Infierno. estaba mirando fijamente, boquiabierta. nan suavemente—, el hambre, y la vida del ad para rasurarme las barbas. te, y Conan tuvo la irritante sensación de que arle, sino también por el hambre que él había dició la oportunidad que yo le di. Le dije que se o la pillaba es que se le había terminado; y ya ento de verla —dijo Ariane con un suspiro. 20 Conan meneaba sorprendido la cabeza. —¿Qué clase de mujer eres? Dices que los Lamentos para preocuparte por los ladrone hablas con acentos de noble. Me sigues hasta desde lo más profundo de su pecho—. Cuando de los Lamentos, y que Mitra proteja de ti a los Una luz amenazadora se encendió en los —En efecto, soy poetisa, y buena adem vestir? Supongo que preferirías que me cu sinuosas y estrechas, como... Conan le tapó la boca con una mano, p Los ojos de la muchacha eran grandes, y clar acero que sale de la vaina. Empujando a la muchacha adentro del para hacer frente al primero que arremetía con mismo gesto de desenvainar. El primero de los tres que le seguían tro espada de Conan en la articulación de cuello llegó un chillido que terminó en gorgoteo, y un al cimmerio que Hordo se unía a la refriega. E en guardia, tratando de ver, nerviosamente, e perder de vista al corpulento joven. De pronto Conan gritó, y se irguió como Su oponente levantó la espada con la intenció encontraron cara a cara; el arma del cimmerio Contempló los ojos del moribundo, y aun en la acompaña a la certeza de la proximidad de la cadáver y la limpió con la capa de éste. —¿Estás herido, Conan? —le preguntó que yacían desparramados por el angosto calle —Sólo me limpiaba la... —Un hedor r ¡Crom! ¿Qué es esto? —He resbalado con algo —replicó Hordo volver. ¿Quién es esa mujerzuela? —No soy una mujerzuela —dijo ésta. —Se llama Ariane —le explicó Conan escondía una daga pequeña, de buena calidad empleado contra mí, muchacha. —La tenía —replicó ella—. Tal vez pens amigos tuyos? —Bandidos —contestó él, con un bufid examinar uno de los cadáveres. —Quizá deberías echarles una mirada, Puerta del Infierno. —Pues será que pertenecían a la alta s arrugó la nariz—. Hordo, en cuanto hayam Lamentos, tendrás que buscar unos baños pú jarana conmigo. Hordo masculló algo entre dientes. —Si no es necesario que se trate exacta decir Ariane, y luego se detuvo, mordiéndose cabeza—. Todo irá bien —dijo, medio para 2 una poetisa. Vas a una taberna de la Calle de es. Vistes como la hija virgen de un tendero, y a Puerta del Infierno para reprenderme. —Rió o Hordo vuelva, te escoltaremos hasta la Calle s rateros y mozas de partido. s ojos de la muchacha. más. ¿Y qué hay de malo en mi manera de ubriera tan sólo con algunas fajas de seda para que no respirara mientras él escuchaba. ros. Volvió a oírse el mismo rumor. El roce del estrecho y oscuro callejón, Conan se volvió ntra él. El cimmerio le rebanó el gaznate con el opezó con el cuerpo caído, y chilló al sentir la o y hombro. De detrás de aquellos hombres n grito de «¡Por el Halcón Rojo!» le hizo saber El hombre que se enfrentaba a Conan se puso el combate que tenía lugar a sus espaldas sin o yendo a asestar un mandoble desde arriba. ón de pararlo. Conan arremetió entonces y se o sobresalía un palmo de la espalda del otro. a oscuridad veía en ellos la desesperación que muerte. Sólo la muerte. Extrajo la espada del Hordo, pasando como pudo entre los cuerpos ejón. repugnante llenó las narices del cimmerio—. o con amargura—. Por eso he tardado tanto en n. Enarcó las cejas al ver que la muchacha d según se veía, entre sus ropas—. No la has sé que no me haría falta contigo. ¿Éstos son do de enojo. Hordo se incorporó, después de , Conan. Van muy bien vestidos para ser de sociedad de Puerta del Infierno. —El cimmerio mos llevado a Ariane hasta la Calle de los úblicos. Vaya, al menos si pretendes seguir de amente de unos baños públicos... —empezó a indecisa el labio inferior. Al fin, asintió con la sí misma—. Hay una posada que se llama 21 Mesón de Thestis, una vez termina la Calle como invitados míos, por esta noche al menos —¡Thestis! —exclamó Hordo—, ¿quién llama como la diosa que protege la música y ar —Yo —replicó Ariane con cierta aspere vino serán gratuitos, aunque se espera que comprenderéis cuando lo veáis. ¿Y bien? ¿Va que reúnas las dos monedas de plata que cues —¿Por qué nos ofreces esto? —pregunt minuto o dos. —Me interesáis —se limitó a contestar A Hordo rió con disimulo, y Conan tuvo qu mejor para poder ir a darle un pisotón. El cimm espada que llevaba envuelta en la capa. —Vamonos de aquí —dijo—, antes que a Desanduvieron rápidamente el camino an CAPITULO 4 Albanus, enfadado, se ajustó el cinto d alfombrada antecámara de sus aposentos. La en la que unos bajorrelieves contaban la vida de Nemedia del que Albanus decía descende contaminación de ninguna otra sangre. El noble de aquilina faz había dado órden llegado los dos hombres que esperaba. Ni Veg absoluto. La sobrevesta del militar, adornada arrugada y húmeda de sudor, mientras que al j —¿Qué habéis descubierto? —les pregu Demetrio se encogió de hombros, y asp aromáticas. Vegentius sintió ira y cansancio ante aqu —Nada. La espada había desaparecido. condenaste a Melius cuando se la diste. Mit perdido con su muerte. —¿Cómo iba yo a saber que esa arma Albanus. Frotándose las manos para que no v La espada —dijo, más calmado ya— debe s como el de hoy, si otro hombre muere con e hechicería vuelve a obrar en Nemedía. Aunque un brujo a la corte para que le protegiera. desbaratados con tanta facilidad? —Nuestros planes —le recordó cortésme de su rostro. Albanus se permitió una ligera sonrisa; to —Nuestros planes —se avino a repe gentileza—. Los guardias fueron interrogados, matado a Lord Melius. Vegentius asintió. —Todos excepto el sargento, que desap de Oro iban a arrestarlos. Créeme, fue la culpa 2 de los Lamentos. Tiene baños. Podéis ir allí s. ha oído nunca hablar de una posada que se rtes semejantes? eza—. Si yo os invito, el lecho, la comida y el aportéis algo a cambio si os es posible. Ya ais a venir, o prefieres seguir apestando hasta stan los baños públicos? tó Conan—. No parecías tan amistosa hace un Ariane. ue desear que el tuerto hubiera olido un poco merio volvió a recoger rápidamente la antigua atraigamos a más alimañas. ndado y salieron de Puerta del Infierno. de su túnica bordada en oro y se dirigió a la as lámparas de oro iluminaban con luz tenue, de Brágoras, el antiguo y semilegendario rey er, tanto por su padre como por su madre, sin nes de que le despertaran en cuanto hubiesen gentius ni Demetrio parecían haber dormido en a con la figura del Leopardo de Oro, estaba joven se le veía ojeroso. untó Albanus sin más preámbulos. piró de su inseparable jarrita llena de hierbas uel tono perentorio, y respondió con aspereza. . Olvidémosla. No la necesitamos, y tú mismo tra sabe, de todos modos, que poco hemos a maldita se adueñaría de su mente? —gritó vieran como le temblaban, logró dominarse—. ser recuperada. Si se produce otro incidente esa espada en la mano, Garian sabrá que la e le repugne la magia, sería capaz de llamar a ¿Creéis que permitiré que mis planes sean ente Demetrio, sin apartar la jarrita de delante orció los labios, nada más. etir. Entonces, se borró aun ese matiz de , ¿verdad, Vegentius? Al fin y al cabo, habían pareció de las casernas cuando mis Leopardos abilidad la que le empujó a huir. Sabe algo. 22 —Sin duda sabía con qué métodos había —A menos que se llevara la espada — sufrido interrogatorio? —Muy poco —dijo Vegentius con un su Todo lo que sabían es que se les había ord matando a muchos en el Distrito Mercantil. L norte y lo mataron. Cuando se dieron cuenta d que olvidaran la espada. Ni siquiera arrestaron —¿Seguía con vida? —dijo Albanus, espadachín. Vegentius rió con menosprecio. —Melius apenas si era capaz de distingu —El arma proporciona destreza —dijo A asesinados en su creación, y su sangre la em forja, y así se infundió la esencia de su arte en —Herir y acuchillar, eso es lo único que rezumaba desprecio—. Pero, el arte de la espa Desenvainó su arma. Doblando las rodill al tiempo que trazaba intrincadas figuras en el —Esa extravagancia puede ser útil en l aristócratas —dijo Vegentius con un visaje d batalla, cuando de la espada depende tu vida. —¡Basta! —gritó Albanus—. ¡Callaos los Suspiró cansadamente. Algún día les p luego haría empalar al vencedor. Pero no era durante treinta años para esto. Demasiad abyección sufrida como para permitir que lo arr —Ese bárbaro podría haberse llevado la —Yo ya he empezado a buscarla —dijo cara—. He mandado aviso a Taras. Sus ratas c —Bien. —Albanus se frotaba las manos, de dos pergaminos—. ¿Y tú, Demetrio? ¿Q espada? —He hecho como unas diez mil pregu hastío—. Desde la Calle de los Lamentos a la nada. Si Vegentius me hubiera explicado lo mucho más fácil. Vegentius se examinaba las uñas con so —¿Y quién iba a saber que estabas en mujeres a sus clientes. Demetrio volvió a meter su espada en hubiera clavado en el corazón del militar. Ante Albanus siguió hablando. —No tenemos tiempo que gastar en Robadla, compradla, me da igual, con tal de qu —¿Y si su actual dueño ha descubierto y —En ese caso, matadlo —dijo tranquilam Dicho esto, se volvió para marcharse. —Otra cosa —dijo Vegentius antes de qu Albanus se volvió de nuevo, y sus ojos ec —¿Esa escoria osa pedir audiencia? T agradecimiento por el oro que ha recibido. 2 a de ser interrogado —murmuró Demetrio. —dijo Albanus—. ¿Qué dijeron los que han uspiro—. En su mayoría suplicaron clemencia. denado que detuvieran a un loco que estaba Le encontraron luchando con un bárbaro del de que habían matado a un noble, el terror hizo n al bárbaro. sorprendido—. Debía de ser un formidable uir la punta de una espada de su empuñadura. Albanus—. Seis maestros de la esgrima fueron mpapó, sus huesos alimentaron el fuego de la n el metal. e sabe hacer Vegentius. —La voz de Demetrio ada... las, danzó sobre la alfombra de vivos colores, aire con su espada. los duelos a primera sangre que celebran los de desprecio—, pero de nada serviría en la s dos! permitiría luchar para divertirse a su costa, y a aquél el momento oportuno. Había trabajado do tiempo, demasiado esfuerzo, demasiada ruinaran ahora. espada. ¡Encontradlo! ¡Hallad el arma! o, pagado de sí mismo, el militar cuadrado de callejeras se pasan la noche buscándolo. , y el sonido de su roce recordaba más bien al Qué has estado haciendo para encontrar la untas —replicó el esbelto noble en tono de Casa de las Mil Orquídeas. No he averiguado de ese bárbaro, mi investigación habría sido onrisa complacida. n la Casa de las Mil Orquídeas? Sólo ofrecen la vaina con la misma violencia con que la es de que pudiera abrir la boca, sin embargo, mezquinas disputas. Encontrad la espada. ue me la traigáis. Y sin llamar la atención. ya sus propiedades? —preguntó Demetrio. mente Albanus—. Sea hombre, o mujer. ue pudiera irse—. Taras desea hablar contigo. chaban chispas negras. Tendría que estar lamiendo el empedrado en 23 —Tiene miedo —dijo Vegentius—. Él, y a lo que realmente buscan. Yo puedo intimid disciplina si no te ven cara a cara y oyen explicado. —¡Mitra los maldiga! —Los ojos de Alba pared. ¿También se habría visto Brágoras ob Prepara tú el encuentro en algún lugar discreto —Así se hará —contestó el militar. Albanus, de pronto, sonrió; la primera so rostro. —Cuando ascienda al trono, este Taras Plaza de los Reyes. Un buen rey ha de mos gentes de tal calaña. —Soltó una risotada— veamos, procurad poder informarme de vuestro Se fue sin más ceremonias, igual que ha encima de las cortesías que los hombres ord todo caso, incapaces de ver que para él no er trataría con la misma dureza. Pues, si traicio traicionar al siguiente. Ya en el interior de su mal iluminado recuadro de cristal transparente que tenía desprovisto de todo adorno, si exceptuamo marcas de las que nada sobresalía. A la luz marcas eran casi invisibles, pero, guiados por las apropiadas en el orden apropiado, salmod milenios. Cuando retiró el dedo de la última, el cri plateado. Lentamente, algunas figuras tomaron hombres que andaban y gesticulaban, pero n Garian, quien se creía a salvo en el Palacio larga barba y con el calvo Malaric, sus dos con El rey era un hombre alto, musculoso, p aunque ahora empezaba a echar barriga tra prominente mandíbula, sus ojos oscuros, hab trono también había sido el responsable de ese Las manos de Albanus toquetearon de Garian creció hasta ocupar todo el recuadro. —¿Por qué haces eso tan a menudo? La muchacha rubia que así había habla zafiro, tumbada en los cojines de satén del lec le brillaba cual melifluo marfil en la penumbra más largas cuando estiraba los pies. Sus pe arqueaba su espalda esbelta. Albanus sintió qu —¿Por qué no dices nada? —le preg «Perra», pensó él. —Porque así parece que él esté aquí, S gime debajo de mi cuerpo. —¿Eso es todo lo que ves en mí? —Aho una lamparilla de aceite—. ¿Un medio para ca —Sí —respondió él con crueldad—. Y si cama. La muchacha se volvió hacia el rostro qu 2 algunos de los otros que tienen alguna idea de darlos, pero ni siquiera el oro mantendrá la de tus labios que todo irá como se les ha anus se volvieron hacia los bajorrelieves de la bligado a tratar con tal gentuza?—. Muy bien. o. onrisa genuina que los otros dos veían en su s y sus asesinos serán desollados vivos en la strarse activo en proteger a su pueblo contra —. Ahora, marchaos. La próxima vez que nos o éxito. abía venido, pues empezaba a sentirse ya por dinarios se ofrecen. Aquéllos eran necios en ran muy distintos de Taras. Ni que, al final, los onaban a un rey, también serían capaces de dormitorio, se acercó con impaciencia a un colgado en la pared. El fino cristal estaba os algunas marcas efectuadas en su borde, de un pequeño y sencillo trípode de oro, las luenga práctica, los dedos de Albanus tocaron diando en una lengua que llevaba muerta tres istal se oscureció hasta volverse de color azul n forma en su interior. En el cristal podía verse no se oía ningún sonido. Albanus espiaba a Real, que estaba reunido con Sulpicios de la nsejeros más fieles. pues había pasado la juventud en el ejército, as medio año de inactividad en el trono. Su bían perdido algo de su antigua franqueza. El e cambio. e nuevo los bordes del cristal, y el rostro de ado le miraba con ojos gatunos del color del cho. Se desperezaba lánguidamente, y la piel a, y sus piernas de bailarina parecían todavía echos grandes, aperados, se erguían cuando ue se le formaba un nudo en la garganta. guntó, y en su voz todo era pura inocencia. Sularia, viendo como su favorita se retuerce y ora le hablaba con tono seductor, cálido como astigar a Garian? i tuviera esposa, o una hija, os turnaríais en mi ue mostraba el cristal. 24 —El no tiene tiempo para una favorita, y eres el responsable de la mayor parte de las d camaradas, si supieran que has corrido el riesg —¿Es que corrí algún riesgo? —Su ros representas un riesgo? La joven se arrastró sobre los cojines ha para que en sus redondeces destacara la finur —Yo no represento ningún riesgo —dijo —¿Por qué? —insistió él—. Al principio s cuenta, empezaste a espiar en palacio, venía susurros quién había hecho esto y quién había —Poder —dijo ella en voz baja—. Es un los hombres, distinguir a los hombres que tend llama atrae a las mariposas nocturnas. Siento Garian. —Sientes el poder. —Entrecerró los ojos también siento el poder dentro de mí. Siemp dentro. Nací para ser rey, para elevar a Neme aparte de mí, que lo ha comprendido. Pronto, espadas en la mano, para exigir que Garian ab elevaré a ti a la nobleza, Sularia. Lady Sularia. —Se lo agradezco a mi rey. Albanus se desabrochó bruscamente el todo lo que sucedía en el lecho tuviera lugar a ésta efectivamente hubiera podido verles. —Ven, y adora a tu rey —ordenó. Mientras se dibujaba en sus labios una h él. CAPITULO 5 Cuando a la mañana siguiente Conan preguntó si habría ido a dar con un nido de lun cuatro arpas de tamaños variados eran desperdigados por la taberna, y que para co hombre, en pie, le recitaba un poema a la pare trabajando para un rico cliente. Una docena d larga mesa cubierta de piezas escultóricas, gri explicaban con detalle lo que les parecía errón de la escalera, hablaban también a gritos, todo requerida una acción reprensible. Por lo meno Todos los hombres y mujeres de la habitac veinticinco años, hablaban a gritos de un tema Él y Hordo habían sido medianamente b habían visto una veintena de individuos en la cimmerio dudaba de ello también. La mayor traído dos osos brithunios. Y el caso era que e algún cuchillo para cortar carne, quizá lo parec Mientras Hordo iba a los baños —cubas no los palacios de mármol a la higiene y a la i la ciudad—, los extraños jóvenes habían forma de mal vino cada vez que ésta corría peligro d 2 todavía menos para una esposa. Claro que tú desgracias que le agobian. ¿Qué pensarían tus go de meter en tu lecho a la favorita del rey? stro se endureció amenazadoramente—. ¿Tú asta tenerlo de cara; contoneaba las caderas, ra del talle. ella dulcemente—. Mi único deseo es servirte. sólo te quería para la cama, pero luego, por tu as y te postrabas a mis pies y me decías en a dicho aquello. ¿Por qué? na capacidad que tengo: barruntar el poder en drán poder. Tales hombres me atraen, como la el poder que hay en ti, mayor que el poder de s, y siguió hablando casi para sí mismo—. Yo pre lo he sentido, he sabido que estaba aquí edia al rango de imperio. Y tú eres la primera, , el pueblo tomará las calles de Belverus con bdique a mi favor. Muy pronto. Y en ese día te . cinturón y se quitó la túnica, procurando que ante los ojos de la imagen del cristal, como si húmeda sonrisa, la muchacha se arrastró hacia bajó a la taberna del Mesón de Thestis, se náticos. Dos liras, cuatro cítaras, tres flautas y tañidas, pero por músicos que estaban olmo no interpretaban la misma melodía. Un ed, acompañándose de gesticulaciones, como de hombres y mujeres jóvenes, en torno a una itaban para hacerse oír pese a la música, y se neo en el trabajo del otro. Tres hombres, al pie os a la vez, disputando cuándo es moralmente os, ése le parecía a Conan que era su tema. ción, ninguno de los cuales pasaría de los a u otro. bien recibidos la noche anterior. Al llegar, sólo posada. Si es que aquello era una posada. El ría les había mirado como si Ariane hubiera entre aquéllos, que no llevaban más armas que cieran. s de madera colocadas en un pequeño patio, y indolencia que se encontraban por el resto de ado piña en torno a Conan, llenándole la copa de vaciarse, y pidiéndole que contara historias. 25 Y cuando Hordo regresó también quisieron madrugada, Conan y Hordo habían competido Aquellos extraños hombres y mujeres músicos, y aun los había que afirmaban ser estado hablando de otro mundo. A veces, los comentarios sumamente extraños, que Conan en percatarse de que los otros tampoco les en de cada uno de sus comentarios, y todos mira que asentir solemnemente a su pontificación o creyó que alguno se mofaba de él, pero no hombre por algo que no se sabía con certeza. Al pie de la escalera, se abrió paso entre de su presencia— y se detuvo, asombrado. Ari los rincones de la sala. Desnuda. Era agradablemente firmes, y el diminuto talle al fin Se quitó la capa que le cubría los hom escondida en el pequeño cuarto que le habían estancia para ir a ofrecerle aquella prenda. —Toma, muchacha. Tú no estás hecha suficiente para alimentarnos a ambos por un tie En el primer momento, la muchacha le caderas, con expresión inescrutable en los ojo enrojeció; poco le gustaba que se rieran de él. mesa, con la contrición pintada en el rostro. L narices de Conan arrancó a la frente de éste a —Lo siento, Conan —dijo con dulzura, parecía dulzura—. Quizá sea eso lo más bonit haber reído. —Si quieres exhibirte desnuda —replicó verdadera taberna, donde te pagarán algo por —¿Ves a esa gente? —Señaló a dos h cerca de la mesa, cada uno de ellos con un carboncillo en la mano, y miraban con impaci dinero para contratar un modelo, así que les ha —¿Aquí, delante de todo el mundo? —di —Esto tampoco es tan grande, Conan todos los que estamos aquí somos artistas de Vistas sus curvas, Conan habría apostad —Supongo que puedes hacer lo que quie —Supones bien. La muchacha hizo un gesto a los que le al suelo, con toda suerte de zangoloteos y co de aquella manera mientras no se vistiera. Si hombros y llevársela arriba, a su cuarto. Ento ojos y le subían los colores a las mejillas. Habí Hábilmente, le quitó la capa de las mano —Ahora me gustaría beber algo de vi levantó una ceja interrogadora; ella sofocó una —Cuando estoy subida en la mesa, es estoy desnuda. Ven, aquella mesa se vacía. Se dirigió allí al instante, y Conan la sigui de la mesa que en el suelo. Cuando se sentó 2 n que las contara. Hasta altas horas de la por narrar el relato más asombroso. —unos decían que eran artistas; otros, que filósofos— escuchaban como si les hubieran que se llamaban a sí mismos filósofos hacían n no comprendía. Había tardado algún tiempo ntendían. Siempre, una pausa marcaba el final aban al que lo había hecho, para ver si tenían o reír ante su ingenio. Una o dos veces, Conan hizo nada. No habría sido cortés matar a un e los filósofos —ninguno de ellos se apercibía iane estaba de pie sobre una mesa, en uno de muy delgada, pero sus senos aparecían nal de sus dulcemente torneadas caderas. mbros —había dejado la espada curva bien n ofrecido para pasar la noche— y atravesó la a para este oficio. Si necesitas dinero, tengo empo. e miró de arriba abajo, con las manos en las os, y luego le sorprendió, echándose a reír. Él . Al instante, la joven cayó de hinojos sobre la La agitación de sus senos a un palmo de las algunas gotas de sudor. o al menos con lo que entre aquel estruendo to que jamás me hayan dicho. No tendría que él agriamente—, ¿por qué no lo haces en una ello? hombres y tres mujeres que estaban sentados lienzo de pergamino sujeto a una tabla, y un iencia a ambos—. Poso para ellos. No tienen ago el favor. ijo Conan con incredulidad. n —le respondió con voz alegre—. Además, algún tipo. Ni siquiera se dan cuenta. do por lo contrario. Pero sólo dijo: eras. e estaban tomando bocetos y saltó de la mesa ontorsiones. Conan deseó que no saltara más i no, se vería empujado a cargarla sobre sus onces, notó que a la muchacha le brillaban los ía notado el efecto que producía en él. os y se cubrió con ella castamente. ino. Contigo. Conan miró como se cubría y a risita. s distinto. En la mesa, estaba posando. Aquí, ió, preguntándose qué más daba estar encima ó frente a ella en un taburete, ante una mesa 26 pequeña y tosca, alguien le trajo una jarra de largó antes de que Conan pudiera abrir su bols Éste negó con la cabeza. —Es la primera taberna que encuentro d copa. —¿Nadie te lo explicó anoche? —dijo ella —Quizá sí. Pero bebí no poco vino. —¿De verdad habéis hecho las cosas qu Se acercó a él con interés, y una punta arriba de los senos. Una parte del cerebro de sus pechos le enardecía casi en la misma m preguntó si ella lo sabría, y si lo había hecho a —Algunas sí —respondió con prudencia. En realidad, no recordaba qué historias poco vino. Llenó las copas con la jarra de arcill —Ya me lo parecía —le contestó ella c uno da lo que puede. Todos los que se hospe vienen de día sin dar nada. Algunos recibimos todo. Ellos no lo aprueban..., las familias, quier molestándolos. Lo que nos sobra, lo gastamo del Infierno. Es muy poco lo que damos — agradece incluso una hogaza de pan. —¿Algunos de éstos tienen familias lo b Conan, mirando alrededor con incredulidad. acentos con los que hablaba la muchacha. —Mi padre es noble —dijo ella como q parecía un crimen, ser noble y ser hija de un no —Entonces, ¿por qué vives aquí, cerca d estas mesas? ¿Es que no puedes escribir poes —Oh, Conan —dijo ella con un suspiro— nobles tengan oro y vivan en palacios, mie tugurios? —Quizá está mal —replicó Conan—, p haya tenido mucho. Y en cuanto a los pobre vientres con lo que gastara. —¿Qué otra respuesta esperabas? — agarraba un taburete. En su larga cara se fruncía un perpet espesas cejas que se juntaban sobre su nariz de su vino. —Es una respuesta honesta, Estéfano — Estéfano gruñó. Conan logró recordarle. La noche anter habían mostrado libres con Ariane. No le hab pero ahora le quitaba la copa con enojo. —Es un hombre generoso, Estéfano, y c Volvió a mirar a Conan a la cara—. Pero ¿no Puerta del Infiemo los hay que no tienen ni par a salvo en sus palacios y los gordos mercader rey justo. Está claro lo que se debe hacer. —¡Ariane! —dijo bruscamente Estéfano— 2 e arcilla y dos copas de metal abollado, y se sa. donde no te piden el dinero antes de llenarte la a riendo. ue contasteis? a de la capa le dejó al descubierto la parte de e Conan se dio cuenta de que aquel atisbo de medida que la total exposición de éstos. Se a propósito. . habían contado Hordo y él. Habían bebido no la. con satisfacción—. En cuanto al dinero, cada edan aquí dan algo, aunque los hay que sólo dinero de la familia, y, por supuesto, lo damos ro decir..., pero prefieren eso a tenernos cerca os en repartir pan y sal a los pobres de Puerta —dijo con un suspiro—, pero un hambriento bastante ricas como para darles dinero? —dijo De pronto, se dio cuenta de los cultivados queriendo disculparse. En sus labios aquello oble. de Puerta del Infierno, y posas desnuda sobre sía en el palacio de tu padre? —, ¿no comprendes que no está bien que los entras los mendigos pasan hambre en sus pero aun así me gusta el oro, aunque nunca es, si yo fuera rico creo que llenaría muchos —dijo un hombre larguirucho al tiempo que tuo ceño, más pronunciado si cabe por las z. Cogió la copa de Ariane y se bebió la mitad —dijo Ariane. rior había dicho ser escultor, y sus manos se bía parecido entonces que a ella le importara, creo que sería generoso si se enriqueciera. — ves tú que con esa generosidad no basta? En ra comprar pan, mientras que los nobles están res se enriquecen más y más. Garian no es un —. Ándate con cuidado. Vigila lo que dices. 27 —¿Con qué permiso me hablas así? —C más y más—. No importa lo que haya entre no —Yo no he dicho que lo seas —replicó é me dejes guiarte. No hables con extraños. Ariane volvió con desprecio su bonita pronto. —¿Estás seguro de que los celos no pe tratando de librarte de un rival? —El rostro de extraño —siguió diciendo implacable—, es la c ¿Es que acaso no he oído a Taras decírt luchadores para... —¡Por la gracia de Mitra! —se quejó Est Ariane? Este nombre es un bárbaro del norte padre, y que vendería todo su honor por una m Con la mano izquierda, Conan tiró de empuñadura fue visible tras el borde de la mes —Cuando todavía era un muchacho — espada en mano. Con su misma espada m ¿Quieres que sigamos discutiendo ese asunto? Estéfano miró la espada con ojos desor ceñuda. Se lamió los labios; más que respirar, —¿Lo ves, Ariane? ¿Ves qué clase de h suelo—. Ven conmigo, Ariane. Aléjate ahora m Ella le tendió la copa a Conan. —¿Puedes servirme más vino? No miraba a Estéfano, ni daba señal alg llenó la copa, y ella bebió. Estéfano la miró sin saber qué hacer, y lu —¡Ten cuidado con lo que digas! —masc mesa en su precipitación. —¿Vas a tener cuidado con lo que digas Ella se entretuvo un momento contempla —Según las historias que cuentas, tu teniendo en consideración tan sólo quién te va —No —le respondió él—. En ocasione obedecer una orden injusta. —Y añadió con fra La muchacha se puso en pie, cubriéndos —Quizá..., quizá hablemos luego de es posar. —Ariane... —empezó a decir Conan, per —Estéfano cree tener derechos sobre mí Dicho esto, se fue, casi tan apresuradam Conan apuró la copa mascullando una dejaba caer la capa y se subía de nuevo a la apartó la mirada. De nuevo clavó su mirada redondeados pechos se agitaban, pues respir sus mejillas, y subió de tono, y su rostro en gemido, saltó al suelo, y recogió la capa sin m piel y se marchó corriendo entre las mesas, y s El cimmerio sonrió complacido, al tiempo su copa. Quizá no lo tuviera tan difícil como pa 2 Con cada palabra que decía, ella se acaloraba osotros, no soy tu propiedad. él, acalorándose a su vez—. Pero te pido que cabeza, y sus grandes ojos se enfriaron de esan en tus palabras, Estéfano? ¿No estarás el escultor enrojeció de ira—. Aunque sea un clase de hombre que buscamos. Un guerrero. telo un centenar de veces? Necesitaremos téfano—. ¿Es que has perdido toda prudencia, e que probablemente no llegó a conocer a su moneda de plata. ¡Conten esa lengua! el sable y lo sacó de la vaina hasta que la sa. —dijo con voz resuelta—, vi morir a mi padre maté al hombre que acababa de asesinarlo. ? rbitados, y al instante abandonó su expresión jadeaba. hombre es? —Se levantó, y el taburete cayó al mismo de este sujeto. guna de apercibirse de su presencia. Conan le uego dio un paso atrás. culló, y se fue a toda prisa, casi tumbando otra s? —le preguntó Conan sosegadamente. ando su vino, y luego le respondió. u espada trabaja por oro. ¿Eliges tu bando a a pagar más? es, he renunciado al oro para no tener que anqueza, suspirando—: Pero me gusta el oro. se bien con la capa. so. Me están esperando para que acabe de ro ella le cortó. í —dijo rápidamente—. Y no los tiene. mente como el citado Estéfano. a maldición, y luego se volvió para ver como a mesa. Ella se volvió para verle, y al instante a en la de Conan, y volvió a apartarla. Sus raba entrecortadamente. El color apareció en nrojecía más y más. Sin aviso previo, con un mirar de nuevo a Conan. Se cubrió con aquella subió a toda prisa por la escalera. o que vertía más vino de la jarra de arcilla en arecía. 28 Hordo vino a sentarse en un taburete al o —¿Has escuchado lo que se dice en e guardia pasara por aquí, pocos amaneceres ve clavadas al extremo de una pica por sedición. Conan miró alrededor, como por casualid —¿O por rebelión? —¿Esta cuadrilla? —El tuerto resopló co el tajo y pidieran que les cortaran la cabeza. N para ello. Pero éstos tienen tantas posibilidade —Pero ¿y si tuvieran dinero? ¿Oro para entretanto la copa a los labios; se atragantó co —¿Y de dónde quieres que saque oro protector, puedes estar seguro que no viviría a —El padre de Ariane es noble —dijo Con de los otros también tienen familia rica. El tuert —¿Me estás diciendo que de verdad pre —Entre Estéfano y Ariane, prácticamente —Pues larguémonos de aquí. Quizá ten de la conjura se cuenten entre ellos. Si te co ¿qué habrán contado a otros? Recuerda que picas tan fácilmente como las suyas. Conan negó lentamente con la cabeza razón. —Me gusta este lugar —fue todo lo que d —Lo que te gusta es esa poetisa de c Acabarás muriendo por una mujer. Recuerda lo —Pero si tú mismo decías que era un im Bebe, Hordo. No te preocupes. Luego hablamo —Yo no he visto oro todavía —protestó e —Ya lo encontraré yo —dijo Conan, con de dónde sacarlo. Pero, con todo, le vendría b podía significar que se vieran con que todo estuvieran contratados ya—. Lo encontraré. algunas armas a la sociedad de contraband llegado a contrabandear con cotas de malla ta primera lluvia, y espadas que se rompían al pri —No, cimmerio. Estas son de buena ca espadas de todas las especies de que he o Sables de Vendhia, shamshires de Iranistán distintas procedentes de las ciudades—estado otro. Las suficientes para armar a cinco mil hom —¿A tantos? —murmuró Conan—. ¿ almacenes, y en tanta variedad? No se obtiene —Yo traigo lo que me dicen de la front pueden plantar cebada en sus almacenes, con —Hordo vació la jarra en su copa; sólo cayer grito se hizo el silencio en la sala. Todos se volvieron para mirar sorprend muchacha esbelta, vestida con una túnica de que había llevado antes Ariane, se les acercó arcilla. Hordo rebuscó en la bolsa que colgaba —La vuelta es para ti, pequeña —le dijo. 2 otro lado de la mesa, arrugando el entrecejo. este lugar? —preguntó furtivamente—. Si un eríamos antes de que algunas cabezas fueran dad, para asegurarse de que nadie les oyera. on sorna—. Tanto daría que anduvieran hasta No es que no crea que la ciudad está madura es como el niño que chupa un azucarillo. a alquilar luchadores? Hordo se había llevado on el vino. o esta gente? Si alguno de ellos tuviera un aquí, al lado mismo de Puerta del Infierno. nan en voz baja—. Y me ha dicho que algunos to midió cuidadosamente sus palabras. eparan una rebelión? ¿O sólo lo sospechas? e me lo han dicho. ngan algún talento, pero no creo que las artes onocieron la pasada noche y hoy ya lo sabes, nuestras cabezas podrían acabar decorando a, aunque tenía que admitir que Hordo tenía dijo. culo lindo —replicó Hordo acaloradamente—. o que te dijo ese adivino ciego. mbécil —dijo el cimmerio, echándose a reír—. os de nuestra Compañía Libre. el otro amargamente. más confianza de la que sentía. No tenía idea ien aclarar sus planes. El retraso de unos días os los que querían unirse a tales compañías Decías que podíamos, eh, tomar prestadas distas a la que sirves. ¿Son buenas? Yo he an comidas por el orín que se deshacían a la imer mandoble. alidad, y del género que tú quieras. Oh, hay oído hablar amontonadas en sus almacenes. n, macheras de por lo menos doce clases o de Corinthia. Cincuenta de un tipo y cien del mbres. ¿Y por qué tienen tantas espadas en sus e ningún provecho almacenando espadas. tera a Belverus, y me pagan con oro. Por mí n tal de que me llenen la bolsa en cada viaje. ron algunas gotas—. ¡Vino! —rugió, y con su didos a aquellos dos hombres robustos. Una algodón que le llegaba a los tobillos, como la ó vacilante y dejó sobre la mesa otra jarra de de su cinturón y le dio una moneda de plata. . 29 La muchacha miró la moneda, rió burlescamente exagerada, antes de irse. Al c reanudaron la conversación. Los músicos volv poeta siguió recitándole a la pared. —Bonitas camareras tienen —murmuró H abollado metal—, pero visten como vírgenes d Conan disimuló una sonrisa. El tuerto h no tardaría en descubrir que no era necesario donativo por ambos. —Piénsalo, Hordo. Esa variopinta colecc a estos artistas. —¿He oído bien? —masculló el otro—. sociedad, sea éste quien sea, tenga algún int ese necio matan de hambre a los pobres, contrabandistas. En segundo lugar... —Su ros de su parche había palidecido—. En segun uniéramos a una rebelión. ¿O has olvidado y verdugo pisándonos los talones? —Lo recuerdo —dijo Conan—. Pero nada —No lo has dicho, pero sí lo has pensa romántico, cimmerio. Siempre lo has sido, y si no me complicarás en otra revuelta. Mejor qu Compañía libre. —No he dejado de pensar en el oro en incluso haya pensado demasiado. El cimmerio gruñó, pero se salvó de ten esbelta muchacha que antes les había traído l al cimmerio una mirada, medio tímida, medio in —¿Cómo te llamas, muchacha? —le pre camisa de algodón y te cubrieras con no ex taberna de Belverus. Ella meneó la cabeza y rió alegremente, hombros. —Gracias, gentil señor, por vuestra gene —Hordo frunció el ceño sin comprende mientras sus bellos ojos castaños se clavaban juzgar por esos hombros, tú eres el Conan d aunque espero poder hacer algún día escultu tengo con qué pagarte, pero quizás... —Su boc ojos podía leerse a qué trato pensaba llegar co Conan apenas si había escuchado lo que la mente la imagen de Ariane, posando en la m ardor que le subía al rostro. La muchacha no q Tragó saliva y se aclaró la garganta. —Has mencionado a Ariane. ¿Es que no —¿Por qué tuvo que ser ella quien te vie sí lo manda. Te espera en tu cuarto. Dijo que de decir con una sonrisita afectada. Conan se puso en pie. —Muchacha —dijo Hordo al mismo tiem eso de posar? Quizá yo pueda hacerlo. Kerin se sentó en el taburete del que Con 3 complacida y le dedicó una reverencia, cabo de poco, los que estaban en las mesas vieron a interpretar sus variadas melodías, y el Hordo al tiempo que volvía a llenar la copa de del templo. había bebido mucho la noche anterior. Bueno, o pagar por el vino. Mientras tanto, haría algún ción de armas es justamente lo que interesaría Mira, en primer lugar dudo que el que dirija la terés en la caída de Garian. Los aranceles de pero proporcionan grandes beneficios a los stro se ensombreció, la cicatriz que asomaba ndo lugar, no sería la primera vez que nos ya cómo cruzamos la frontera vendhia con el a he dicho de unirnos a su rebelión. ado —dijo Hordo rezongando—. Eres un necio iempre lo serás. Por las piedras de Hanumán, ue pienses en conseguir oro para armar una n ningún momento —replicó Conan—. Quizá ner que seguir hablando por la aparición de la la jarra de vino. Ladeando la cabeza, le regaló nvitadora, que caldeó de pronto la estancia. eguntó Hordo—. Eres guapa. Si te quitaras esa xcesivas sedas, podrías trabajar en cualquier , y su sedoso cabello castaño cayó sobre sus erosa aportación. er nada—. Me llamo Kerin —siguió diciendo, n en Conan como dedos de largas uñas—. Y, a del que hablaba Ariane. Yo trabajo en arcilla, uras de bronce. ¿Querrías posar para mí? No ca se relajó, se lamió el labio inferior, y en sus on el musculoso bárbaro. e siguió a la petición de que posara. Le vino a mesa, y se daba cuenta, para su disgusto, del querría..., no debía de querer que... os manda algún mensaje? era primero? —dijo Kerin con un suspiro—. Sí, e para explicarte algo muy importante —acabó mpo que el cimmerio se levantaba—, ¿qué es nan acababa de levantarse. 30 Andando por la taberna, Conan esperab cuando al llegar al pie de la escalera miró a sonreía complacido. Riendo, el cimmerio sub amigo iba a recibir una magnífica retribución po Arriba había muchas puertas en el estre estancias originales habían sido torpemente d propia, tosca y gruesa puerta, encontró a Aria había sido abierta a buena altura en la pared. sujetaba con ambas manos sobre los hombros sí y se apoyó en ésta. —Yo poso —le dijo ella sin más preám podía entender—. Poso para mis amigos, n menudo, y nunca había sentido vergüenza. Nu —Yo sólo te miraba —dijo él tranquilame —Me mirabas —dijo, y profirió un sonido me sentía como una de esas muchachas del B la flauta para unos cuantos babosos. ¡Mitra sintiera así! —Eres una mujer —dijo él—. Te miré mujeres. La muchacha cerró los ojos, y alzó el ros —Hama, Madre Universal, ¿por qué m piensa con la espada? —Una sonrisa presum desapareció ante los amenazadores ojos de tomar tantas mujeres como desee —dijo fieram libertad que un hombre. Si yo prefiero acoger a abandone o yo lo abandone a él, es problema —¿Nunca te dijo tu madre que al homb dijo Conan riendo. —¡Mitra te arranque el corazón! —gritó la Murmurando para sí, se dirigió a la puerta Conan alargó hacia ella uno de sus enor la capa. La muchacha apenas si llegó a chillar capa, para aplastar aquellos senos tan suaves —¿Te quedarás conmigo, Ariane? —le p Antes de que la joven pudiera hablar, él en los labios. Los puñitos de la muchacha cimmerio; le propinó rutiles patadas en las e cuando de su garganta salió un murmullo com la muchacha apoyó la cabeza en su amplio pec —¿Por qué has cambiado de idea? —le —Yo no he cambiado de idea —replicó é Antes preguntaste tú. Esta vez, he sido yo quie La muchacha rió con guturales carcajada —¡Hama, Madre Universal! —gritó—. ¿ criaturas llamadas hombres? Él la tendió suavemente sobre la estera rato, de los labios de ambos sólo escaparon lo CAPITULO 6 3 ba oír el grito escandalizado de Hordo, pero, atrás, vio que el tuerto asentía lentamente y bió corriendo por la escalera. Parecía que su or su moneda de plata. echo corredor, toscas en su mayoría, pues las divididas en varios cuartos. Cuando empujó su ane de pie junto a una pequeña ventana que Todavía se cubría con la capa de Conan, y la s, junto al cuello. Conan cerró la puerta tras de mbulos. Sus ojos relucían con algo que no se no podemos pagarnos modelos. Lo hago a unca, hasta el día de hoy. ente. o entre carcajada y llanto—. Me mirabas, y yo Buey Corneado, que se contonean al ritmo de te ciegue! ¡Cómo has osado hacer que me é tal como los hombres suelen mirar a las stro hacia el agrietado techo. me ha de perturbar este bárbaro indocto que mida afloró a los labios de Conan, y al instante garza de la muchacha—. Un hombre puede mente Ariane—, y yo me niego a tener menos a un solo hombre en mi lecho, hasta que él me mío. ¿Puedes tomarme tal como soy? bre le gusta ser él quien haga la pregunta? — a muchacha—. ¿Por qué pierdo el tiempo? a, y la capa ondeaba a su rápido paso. rmes brazos, sujetándole el talle por debajo de r antes de que él la levantara, dejando caer la s contra la robustez de su pecho. preguntó, mirando a sus sorprendidos ojos. l la agarró por el cabello e hizo que le besara a se magullaron golpeando los hombros del espinillas. Al fin su forcejeo fue cediendo, y, mplacido, Conan le soltó el cabello. Jadeando, cho. dijo al cabo de un rato. él. La muchacha le miró, atónita, y él sonrió—. en ha preguntado. as. ¿Es que jamás comprenderé a estas extrañas a que empleaba para dormir, y durante largo os sonidos que nacen de la pasión. 31 La Calle de los Lamentos, al alba, le ven rastros del jolgorio de la noche ensuciaban el volvían a casa dando tumbos, con ojos legañ apartó escombros a su paso y siguió adelante de los perros que devoraban los restos. Durante las últimas diez noches había vi brazos de Ariane, y las pasiones y apetitos de tiempo que los saciaba. Estéfano se recreaba cólera del cimmerio optaba por callar la boc esbelta Kerin, había traído sus pocas pertenen más allá, y cada anochecer habían bebido los hasta que los encantos de Ariane y Kerin los s otra cosa. Conan se detuvo al oír que unas botas que Hordo lo alcanzó. —¿Esta mañana también tienes mala su rostro del cimmerio. Conan asintió brevemente —Después que yo derrotara a los tres servicio, Lord Heranius me ofreció tres marco otros dos cada diez días. —¿Mala suerte? —exclamó Hordo—. ¡P pagar a los guardias personales. Me siento ten no correría el peligro de acabar en el tajo del v —Y debo jurar, con juramento solemne abandonaré su servicio, si él no me lo permite, —Oh. Conan dio con el puño en la palma de bastón que golpea cuero. Un borracho, que vo cayó en un charco de vómito. Conan ni se fijó. —En todas partes es lo mismo —se q Libres y para los soldados de fortuna que traba solemne, y algunos te piden tres años, y eso si —Antes de que empezaran con los jura cambiaban de amo cada día, y cada vez gan qué no entras al servicio de quien te ofrezca m algún día quieres marcharte, márchate, aunque a la esclavitud a un hombre no es un verdadero —Y cuando lo haga tendré que irme de B Pasó un rato en silencio; apartaba con rotas, y sucios jirones de ropa. Por fin, dijo: —Al principio, Hordo, lo de esa Compañ algo más. No me pondré al servicio de nadie compañía. —¿Tanto significa para ti? —dijo Hordo c Esquivó el contenido de una tinaja llena de un segundo piso, y maldijo al autor del hech —Sí —dijo Conan, ignorando los quejido las botas—. Si al final lo sumamos todo, pued que a sí mismo, nada, salvo una diestra fuerte destacar, para dejar alguna huella en el mundo Yo fui ladrón, pero trepé hasta llegar a capit ahora hasta dónde puedo destacar, ni si el ca 3 nía de maravilla al humor de Conan. Los feos empedrado; aquellos que aún se dejaban ver ñosos y expresión huera en el rostro. Conan e, y respondió con otro gruñido a los gruñidos ivido un idilio en el Mesón de Thestis, entre los la muchacha alimentaban los suyos propios al a en los celos y en el vino, pero al recordar la ca. Hordo, apresado por los atractivos de la ncias desde otra posada que había tres calles s dos hombres y se habían contado mentiras, separaban. Así eran las noches. Los días eran corrían tras él, y luego siguió adelante hasta uerte? —le preguntó el tuerto, fijándose en el e. s guardias personales que ahora tiene a su os de oro por hacer de jefe de los tres, más Por Mitra! Eso es el doble de lo que suelen ntado de abandonar el contrabando. Al menos, verdugo. e ante los Magistrados de la Ciudad, que no , durante dos años. e la otra mano, con un sonido como el de un olvía a su casa tambaleante, dio un traspiés y quejaba—. Es lo mismo para las Compañías ajan por su cuenta. Todos exigen el juramento i no llegan a pedir cinco. amentos solemnes —rumió Hordo—, algunos naban una nueva moneda de plata. Mira, ¿por más oro? Este Lord Heranius, por ejemplo. Y si e él no te lo permita. Un juramento que reduce o juramento. Belverus, quizá de Nemedia. n las botas los pedazos de las jarras de vino ñía Libre era sólo hablar por hablar. Ahora, es e mientras no cabalgue al frente de mi propia con incredulidad. a de heces que alguien vaciaba por la ventana ho, que ya no resultaba visible. os del otro acerca de lo que le había salpicado de que resulte que un hombre no se tiene más e y el acero que ésta sostiene. Y aun así, para o, un hombre ha de ponerse al frente de otros. tán del ejército turanio, y lo hice bien. No sé amino que sigo me llevara muy lejos, pero en 32 todo caso quiero llegar adonde mi seso y mi esa Compañía Libre. —Cuando la hayas puesto en pie —dijo s con juramento solemne. Entraron en la calle que llevaba al Mesón Mientras Conan reía, tres hombres apare todos sable en mano. Conan oyó a sus espald rápida ojeada por encima del hombro. Otros d La espada del cimmerio salió con un silbido de también, se volvió para hacer frente a los que v —Apartaos —dijo Conan a los tres que t más fácil. —No se nos dijo que le acompañaría izquierda de Conan, y una mueca se esbozó e una rata. El de la derecha, cuya cabeza rap incómodamente la espada. —No podemos acabar con sólo uno de lo —Aquí sólo hallaréis la muerte —dijo Con Con la mano izquierda aflojó la aguja d sobre el brazo la prenda adornada con pieles barba rala que había en el centro claramente lo —Matadlos —dijo, y trató de asestar un m Con gracia de pantera, el musculoso c espada de su enemigo se enredara en la capa la entrepierna del sujeto. Al mismo tiempo, Co rapado. Farfullando, el jefe de los otros trató pie izquierdo golpeó al hombre en su barbud rata, que en aquel momento arremetía. Ambos El atacante de cabeza rapada dudó, mir en el suelo, y murió por ello. El afilado acero mitad. Mientras caía de rodillas, brotó de su he de bruces sobre las inmundicias de la calle. E intentó un mandoble desesperado. La espad obligarle a bajarla, al deslizarse por encima pecho del villano. Conan le dio una patada al cadáver para del otro; y se dio la vuelta para encontrarse co rostro barbado hervía de rabia. Atacaba ya acabara de volverse, y le miró con asombro c hizo un corte sangriento en el abdomen. El h espada en un intento de impedir que los intes sus manos frenéticas. Sus ojos ya tenían el cayera sobre el sucio empedrado. Conan buscó a Hordo con la mirada, a segundo de sus atacantes. Mientras la cabeza y miró a Conan ferozmente; perdía sangre por pequeño, en la frente. —Ya soy demasiado viejo para esto, cim —Siempre lo dices —mientras hablaba, C los hombres que acababa de matar. —Créeme, estoy viejo —insistió Hordo— para charlar entre ellos y vacilar mientras n 3 espada me lo permitan. Pienso poner en pie secamente el tuerto—, asegúrate de que juren n de Thestis. ecieron y se interpusieron en la estrecha calle, das más pies calzados con botas, y echó una dos hombres, detrás, les impedían la retirada. e su vaina de chagrén; Hordo, desenvainando venían por atrás. tenía delante—. Ganaos el pan con un trabajo otro hombre —murmuró el que estaba a la en su rostro descarnado, que recordaba al de pada relucía a la luz del sol, desenvainó os dos. nan. de bronce que le sujetaba la capa, y se echó s. El jefe de los otros, pues el hombre altó de o era, habló por primera vez. mandoble al vientre de Conan. cimmerio se apartó a un lado, e hizo que la a a la vez que propinaba un fuerte puntapié a onan paraba con la espada una acometida del de levantarse; pero Conan se volvió, y con el da cabeza, arrojándolo a los pies del cara de s cayeron por tierra rodando. ró asombrado a los compañeros que estaban o de Conan le seccionó la garganta hasta la erida un chorro de brillante sangre roja, y cayó El cara de rata logró volver a ponerse en pie, e da de Conan rechinó al parar la del otro, al del acero de su oponente, al clavarse en el a liberar la espada, y éste se derrumbó al lado on que el que era el jefe ya estaba en pie, y su a al corpulento cimmerio antes de que éste cuando cayó de hinojos. El acero de Conan le hombre alto chilló como una mujer, y soltó la stinos se le desparramaran, agarrándolos con color de la muerte antes de que su cuerpo tiempo para ver cómo el tuerto decapitaba al a todavía rodaba por el suelo, Hordo se volvió r un corte en su brazo armado y por otro, más mmerio. Conan se agachó para examinar las bolsas de —. Si éstos no hubieran sido tan necios como nos aprestábamos, sólo hubiera quedado de 33 nosotros carne para perros. Y aun siendo co cortarme el depósito de las judías. Ya te digo y Conan se apartó de los cuerpos con se saltar sobre la palma de la mano. —Aunque fueran necios, alguien los en pagar marcos de oro por una muerte. —Se vo Te encontrarás con que cada uno de ellos tiene Hordo murmuró un juramento y se agach y se puso luego en pie con cuatro monedas. El —Ese de la cara de rata dijo que no espe monedas de oro por hacer matar a uno de nos Un muchacho desgarbado salió arrastra docena de pasos de allí. Al ver los cadáveres salió corriendo; sus sollozos dejaron de oírse c —Comentémoslo en el Thestis —dijo Co —Con la suerte que tenemos —murmur que la Guardia de la Ciudad patrulle por las ca La tortuosa calleja que llevaba hasta ninguno de los que allí estaban había oído lo segunda vez cuando entraron. En aquellas estaban allí, y no se oía el mismo estruendo qu —Hordo —dijo la esbelta muchacha—, ¿ —He caído sobre una jarra de vino rota — Ella le miró fijamente y se fue, y volvió una jarra de vino. Tras destaparla, virtió vino so —¡No! —gritó él, arrancándosela de la m —No duele tanto, Hordo. —No duele en absoluto —dijo él rezonga con el vino. Y se llevó a los labios la jarra de arcilla, i a quitársela. Cuando por fin se detuvo para to que quedaba en un paño y se lo pasó por la fre —Estáte quieto, Hordo —le dijo—. Luego Conan se fijó en que había en la taber apuesto, que vestía una túnica de terciopelo esquina de una mesa y charlaba con Graecus tiempo en compañía de Estéfano. Como se había enterado de que alguien de los extraños. Tocó a Kerin en el brazo. —Ese hombre —dijo—, el que habla co bien vestido para ser un artista. —¿Demetrio, un artista? —dijo ella con holgazán. Dicen que es hombre de ingenio, p por venir a deslumbrar a aquellos de nosotros cuando no está putañeando por los burdeles. —¿Crees que es él? —preguntó Hordo. C —El, o algún otro. —Por Erebo, cimmerio, soy demasiado v —¿De qué estáis hablando vosotros do saberlo. —Se levantó, y se llevó a Hordo de l corte ese que tienes en el brazo necesita ungü 3 omo eran, estos dos han estado a punto de yo que estoy demasiado viejo. eis marcos de oro recién acuñados. Los hacía nvió tras uno de nosotros. Alguien que iba a olvió hacia los dos que Hordo había matado—. e dos monedas de éstas. hó para registrar los cadáveres que quedaban, l tuerto las apretó fuertemente con el puño. eraban a dos. Mitra, ¿quién habrá pagado diez sotros? ando los pies de un callejón, a menos de una s quedó boquiabierto, y con un grito de horror cuando se alejó. onan—, antes de que se nos reúna un público. ró Hordo—, será la primera vez en medio año alles. la posada no era larga, pero, obviamente, os sonidos de lucha. Sólo Kerin les miró por horas de la mañana pocos de los artistas ue al anochecer. ¿qué ha pasado con tu brazo? —replicó tímidamente. al cabo de un momento con trapos limpios y obre la herida que Hordo tenía en el brazo. mano. La muchacha sonrió alegremente. ando—. Pero te voy a enseñar lo que se hace impidiendo con su mano libre que ella volviera omar aliento ella se la quitó, virtió el poco vino ente. o te traeré más vino. rna un rostro extraño en la posada. Un joven rojo con ricos bordados, estaba sentado a la s, un atezado escultor que solía pasar mucho n podía querer su muerte, Conan desconfiaba on Graecus... ¿Quién es? Parece demasiado n un bufido de enojo—. Es un bujarrón, y un pero yo nunca se lo he notado. A veces le da que se dejan deslumbrar por los de su calaña, Conan se encogió de hombros. viejo para esto. os? —preguntó Kerin—. No, tanto me da no la mano; un fauno que guiaba a un oso—. 'El üento. ¡Y también vino! 34 —Cuando vuelva —dijo Hordo, gritán empezaremos a buscar los hombres que neces —Hecho —le respondió el cimmerio, y lu nos den una moneda o dos por ella. En su cuarto del piso de arriba, el cimm había aflojado, y sacó la espada de serpent acero refulgente, y se reflejaba en los adorn alzaba un aroma de impureza, como de una m Al levantarse envolvió la espada con su c hombre alto. Aun el sostenerla en la mano le revuelto la primera vez que mató a un hombre. Cuando Conan volvió a la taberna, se terciopelo rojo esperaba al pie de la escalera, ante su nariz aquilina —entrecerraba los ojos notó que en la empuñadura de su espada s sostenía la jarrita, callos de espadachín. Pasó —Un momento, por favor —dijo aqu Colecciono espadas antiguas, y ha llegado comprártela. —No recuerdo haberlo dicho —replicó el Había una cualidad viperina en aquel h sonreír y estrechar la mano, y al mismo tiem siguió escuchando. —Quizá sólo lo haya imaginado —dijo a me interesa. Pero, si lo fuera, estaría dispuesto llevaba bajo el brazo, envuelto en la capa—. ¿L Conan metió la mano entre los pliegues d —Ésta es la espada —dijo, y calló al ver mano a su propio acero. El cimmerio le alarg ¿Quieres sopesarla? —No —respondió con tembloroso susurr Los labios de Demetrio estaban tensos, que aquel hombre temía a la espada, pero m estupidez. Dejó el arma sobre una mesa cerc sólo tocarla. Y eso también era una estupidez. Demetrio tragó saliva, y pareció que re había soltado la espada. —¿Tiene... alguna propiedad? ¿Algún po Conan negó con la cabeza. —No, que yo sepa. —Habría podido ped pero el otro habría refutado fácilmente sus afirm —Tres marcos de oro —respondió Deme El corpulento cimmerio parpadeó. Él h monedas de plata. Pero si la espada tenía algú —Por una espada tan antigua —dijo—, m El hombre esbelto le miró con perspicacia —No llevo tanto dinero —murmuró. Asombrado, Conan se preguntó si la e antigüedad; Demetrio ni siquiera había intenta ladrón calculó el precio del brazalete con in cincuenta marcos de oro, y el pequeño imperd 3 ndole a Conan por encima del hombro—, sitamos. Cortesía del enemigo, ¿eh? uego se levantó—. Y traeré esa espada. Quizá merio apartó una de las tablas del suelo, que tina hoja. La luz de la ventana alcanzaba su nos de plata de sus gavilanes. Del arma se miasma. capa, rasgada ahora por el mandoble de aquel e revolvía el estómago, como no se le había . encontró con que el hombre de la túnica de , y sostenía una jarrita de hierbas aromáticas s con lánguida indolencia—, pero el cimmerio se apreciaba el desgaste, y en la mano que de largo. uel hombre esbelto—. Me llamo Demetrio. a mis oídos que tú tienes una, y querría l cimmerio. hombre que no le gustaba. La del que puede mpo acuchillarte en el corazón. Con todo, le amablemente Demetrio—. Si no es antigua, no o a comprarla. —Miró el bulto que el cimmerio La llevas ahí? de la capa y sacó el arma. r que Demetrio daba un salto atrás, llevando la gó la espada, ofreciéndole la empuñadura—. ro—. Sólo con verla ya sé que me interesa. , pálidos. Conan tuvo la extraña sensación de menospreció aquella ocurrencia por su misma cana. Sentía que su mano se ensuciaba con espiraba con más facilidad al ver que el otro oder mágico? —dijo, sin mirar al cimmerio. dir más por la espada diciendo que sí lo tenía, maciones—. ¿Qué me darás? etrio sin dudar. había pensado que sólo le pagaría algunas ún valor para aquel joven, convenía regatear. muchos coleccionistas me darían veinte. a. espada habría pertenecido a algún rey de la ado un amago de regateo. Su experto ojo de ncrustaciones de amatistas de Demetrio en dible adornado con un rubí que le sujetaba la 35 túnica en el doble de esa cantidad. Supuso que para pagarle los veinte marcos. —No me importaría esperar —empezó brazalete de la muñeca y se lo dio. —¿Quieres quedarte con esto a cam arriesgarme a que otro la compre mientras yo lo aseguro. Pero dame también la capa, porqu estas calles. —La espada y la capa son tuyas —dijo de piel por el brazalete. Cuando tuvo en la mano el oro incrustad en su pecho. Ya no dependía de aquellas cien mano, literalmente, su Compañía Libre. —Querría preguntarte —dijo además— perteneció a algún rey antiguo, o a un héroe? Demetrio hizo una pausa en su cuidado Cuidadosa, pensaba Conan, y cautelosa como —¿Cómo te llamas? —preguntó el homb —Me llamo Conan. —Tienes razón, Conan. Es la espada de es la espada de Brágoras. Y rió como si hubiera contado el chist acabó de envolver la espada, cargó con ella ba CAPITULO 7 Albanus se detuvo en la puerta; el tosco fuera de lugar en aquella estancia adornada cubierto de alfombras. Sularia estaba sentada dorada cubría sus hombros cremosos, y una que tenía por cabello. Al ver la imagen del hom para así enseñarle sus generosos pechos. —¿Me has traído un regalo? —dijo Sul manera. Se examinaba el rostro en el espejo, y s de piel. —Esto no es para ti —dijo él, riendo—. E Con una llave que pendía de un collar de lacado que había al lado de la pared, dándo luego en otro, siguiendo una precisa combina exactitud —le había contado a Sularia—, un a arrojaría dardos venenosos al rostro del manip Albanus abrió la tapa del cofre y, d cuidadosamente la espada en el lugar qu encuadernados en piel de virgen de la an instrumentos más importantes de cuantos halla demoraron un momento tocando un manojo todavía no tuvieran ninguna importancia má merecían un lugar en el cofre. En un puesto d un soporte de oro, había una esfera de cris danzaban y centelleaban algunas motas platea 3 e el hombre no tendría demasiados problemas ó a decir Conan, pero Demetrio se quitó el mbio? —preguntó el individuo—. No quiero voy por dinero. Vale más de veinte marcos, te ue no quiero ir enseñando una espada así por o el cimmerio, y rápidamente canjeó la prenda do de amatistas, sintió que la alegría estallaba n monedas para reclutar nombres. Tenía en la por qué esta espada es tan valiosa. ¿Es que osa labor de envolver la espada con la capa. o si se hubiera tratado de un animal peligroso. bre esbelto. e un rey antiguo. De hecho, podría decirse que te más gracioso de su vida. Todavía riendo, ajo el brazo y se fue por la calle a toda prisa. bulto de piel que llevaba bajo el brazo parecía a con tapices, cuyo suelo de mármol estaba a frente a un alto espejo; una túnica de seda esclava arrodillada cepillaba la hermosa seda mbre en el espejo, Sularia dejó caer la túnica, laria—. Si es así, lo has envuelto de extraña se puso carmín en las mejillas con un cepillito Es la espada de Melius. e oro que llevaba al cuello, abrió un gran cofre ole la vuelta a la llave primero en un sentido, ación. Si la combinación no era seguida con artificioso sistema de tubos y cámaras de aire pulador. dejando a un lado la raída capa, depositó ue le había destinado. Tenía allí los libros ntigua Aquerón, cubiertos con sedas, y los ara en el gabinete taumatúrgico. Sus dedos se de pergaminos y lienzos enrollados. Aunque ágica, aquellos bocetos y dibujos de Garian de honor, sobre un cojín de seda, en lo alto de stal del color azul más profundo, en la cual adas. 36 Dejando caer por fin la túnica al suelo, lamía persistentemente los labios al tiempo que —¿Es ésta la espada que ha matado destruirla? —Es demasiado útil —contestó él—. De dejado en manos de ese necio de Melius. Es desentrañar su secreto, que hasta ahora estab —Pero ¿por qué Melius se puso a matar —Al ser forjada el arma, las esenci encerradas en su acero. —Pasó los dedos por sido empleado en su forja. Aquel poder sería de la mente humana, que estaba mucho más encierro enloquecieron. —Alargó la mano co cuando ya casi tocaba la empuñadura—. S empuñadura para emplear la espada, la mente la locura de esos antiguos maestros. Escapa. M Gritó esta última palabra y miró a Sularia con el temor pintado en sus ojos azules la man —¿Cuántas veces has empleado la espa Él echó a reír y apartó la mano. En vez sostuvo con delicadeza, casi con reverencia, a que pudiera ni siquiera rayar su superficie, frág —¿Temes a la espada? —le preguntó él al corazón de aquella esfera de cobalto—. Es evocar y controlar a una entidad. ¿Un demon entidad tan poderosa que incluso en los libro llenos de temor reverencial. Y él iba a ser dueño de aquel poder, due todas las naciones del mundo. Su respiración evocar a aquella entidad, pues el mismo acto que el amo acabara viéndose a sí mismo esc un monstruo inmortal que podía pasar la ete descendía él de Brágoras, el antiguo rey hér encadenado al demonio Dargón en los abismo Casi espontáneamente, las palabras del labios: «Af—far mea—rotb, Omini deas kaan, E Mientras decía las palabras, el sol se llegado el ocaso. Los relámpagos retumbaban con sordo estrépito, la tierra empezó a temblar Albanus se tambaleó, mirando en torno a estremecían como ropa tendida a la brisa. A intentarlo. Pero, con todo, aún no había oportunidad. Rápidamente volvió a dejar la esf cofre lacado. Con gran cuidado dejó su me mínimo pensamiento relacionado con el ac Ninguno. Lentamente, la luz que brillaba en la e temblar. Los relámpagos perdieron fuerza y c como si de un nuevo amanecer se hubiera trat Durante largo rato, Albanus no miró a S decir una palabra, una única palabra del necio y la estrangularía con sus propias entrañas. Po rostro era tan oscuro como aquel que cubre la Sularia le miró con ojos preñados de pura 3 Sularia se le acercó totalmente desnuda. Se e miraba la espada. a tantos? ¿No es peligrosa? ¿No deberías e haber sabido lo que ahora sé, no la hubiera sas runas de la hoja me han permitido por fin ba enterrado en los grimorios. de aquella manera? ias de seis maestros espadachines fueron r encima de la hoja, y sintió el poder que había suyo, un poder que superaba la comprensión allá que el de los reyes terrenos—. Y en ese omo para coger la espada, pero se detuvo Si una misma mano agarra tres veces esta e que la guía es desgarrada, y se mezcla con Mata y escapa. Mata. ¡Mata! a. La muchacha estaba boquiabierta, y miraba no que se acercaba a la empuñadura. ada? —murmuró. z de la espada cogió la esfera de cristal, y la aunque sabía que no había poder bajo el cielo gil en apariencia. l con suavidad. Su mirada adamantina llegaba s esto lo que hay que temer, pues sirve para nio? ¿Un dios? No lo sé, pero se trata de una os de Aquerón se habla de ella en susurros eño de más poder del que tenían los reyes de n se aceleró al pensarlo. Nunca había osado entrañaba peligro para el evocante, peligro de clavizado, convertido en la mascota mortal de ernidad riéndose a su costa. Pero ¿acaso no roe que había matado al dragón Xutharcan y os del mar Occidental? ritual de evocación empezaron a surgir de sus Eeth—far be—laan Opheah crísti...». oscurecía sobre la ciudad como si hubiera n y se entrecruzaban en un cielo sin nubes, y, r. a sí, con repentino pánico, las paredes que se AqueUo era prematuro. Había sido una locura terminado el encantamiento. Quedaba una fera, que ahora brillaba, en su cojín, dentro del ente en blanco. No había de quedar el más cto de la evocación. Ningún pensamiento. esfera de cristal se apagó, y la tierra dejó de cesaron. Se hizo otra vez la luz en la ciudad, tado. Sularia. Estaba pensando que, si ella llegaba a o espectáculo que él había dado, la destriparía or una única palabra. Se volvió hacia ella, y su capucha del verdugo. a lujuria. 37 —Cuánto poder —dijo en susurros—. Cu mirarte. —Respiraba entrecortadamente—. ¿E El ánimo de Albanus se elevó, así como —Garian no merece tanto honor —dijo vida con mis propias manos. Y con él arrastrar —¿Tan poderoso eres? —exclamó ella. É —Esto es una mera fruslería. Ya lo hic errores de aquélla. —De pronto la agarró por e por la fuerza aunque la joven lo hubiera acepta se interpone en mi camino —dijo, mientras se t La muchacha chilló, y él, en su chillido, rey, a su dios. Sefana se levantó de los cojines de s cuerpo estaban sudorosas tras hacer el amor senos. El hombre que estaba en la cama, un jov se apoyó perezosamente sobre el codo. Sus o —¿Es que eres una bruja, Sefana? Cad vez creo haber pasado ya por todo el éxtasis q das más del que podría haber imaginado. Sefana sonrió satisfecha. —Y con todo, Baetis, creo que te estás h —¡Nunca! —dijo él con fervor—. Debes tierra. —Pero me niegas un pequeño capricho. —Sefana —gimió él—, no sabes qué es —Un pequeño capricho —dijo ella de n lecho. Los ojos del hombre la miraron anhelan sino, al contrario, de una mujer de curvas pron que encendía el anhelo en los ojos de todo h mujer retrocedió. —Basta con que dejes alzado el pestillo Un corredor que no esté vigilado. ¿Le vas placeres de que tú gozas ahora? El joven capitán respiró pesadamente, y —Yo, al menos, habré de estar allí —dijo —Por supuesto —replicó ella al instante amor mío. La sonrisa de la mujer era vulpina, y e Albanus elaborara planes a largo plazo. Ella a de acción. Era una lástima que Baetis tuvier suceder más adelante. Suspirando satisfecha, CAPITULO 8 Los blancos de paja eran grandes como de ellos en su lugar y, meciéndose sobre la pasos que se había separado de los hombres de los últimos cinco días. Habría preferido 3 uánto poder posees, casi temo quedar ciega al Es así como vas a destruir a Garian? su orgullo. con sorna—. Voy a crear un hombre, a darle ré al usurpador a su perdición. É hizo gesto de quitarle importancia. ce en otra ocasión, y esta vez no repetiré los el cabello, la arrastró hasta el suelo, la penetró ado con agrado, y no sólo con agrado—. Nada tendía sobre ella. oyó el chillido del pueblo que aclamaría a su su lecho; las exuberantes redondeces de su r. Con cada movimiento se mecían sus firmes ven esbelto, capitán de los Leopardos de Oro, ojos oscuros la miraron con adoración. da vez creo que voy a morir de placer. Cada que puede darse en el mundo. Y cada vez me hartando de mí. creerme. Tú eres Derketo que ha bajado a la lo que me pides. Mi deber... nuevo, al mismo tiempo que volvía calmosa al ntes. No se trataba de una esbelta chicuela, nunciadas, una maravilla calimastia y calipigia hombre. Trató de asirla con el brazo, pero la o de una puerta, Baetis —dijo suavemente—. a negar a tu rey una sorpresa, los mismos cerró los ojos. o por fin. e, y montó sobre él—. Por supuesto, Baetis, el brillo de sus ojos violáceos indómito. Que atacaría mientras él todavía meditaba el curso ra que morir con Garian. Pero eso había de se entregó al placer. o el torso de un hombre. Conan puso el último a silla, deshizo al galope los ciento cincuenta que él y Hordo habían ido reuniendo a lo largo tener a su lado al tuerto, pero Hordo aún 38 mantenía sus contactos con los contrabandist almacén donde las guardaban antes de que inspección por sorpresa. No sabían —decía aquellos contactos. El cimmerio refrenó a su gran caballo montados, y sostuvo ante ellos un arco corto, p —Éste es un arco de caballería. Los arcos habían sido un hallazgo afort era un arte desconocido en el oeste, y Conan c atractiva a su Compañía Libre para posibles tensar en el almacén de los contrabandistas pesados como para interesar a sus clientes. C piezas adquiridas en el almacén: lorigas metá puntiagudos yelmos. Un escudo redondo colga buena cimitarra turania, en la que se distinguía cada cintura. Conan tenía la esperanza de que aqu Nemedia para darles un aire extranjero. Se sol tácticas de combate. En lo tocante al tiro co hacía realidad. Del mismo modo que él y Hor tuvieran ya un caballo en propiedad —pu extraordinarias, pero no para comprar montur que supieran algo del tiro con arco. Era por explanada, en las afueras de Belverus. —Todos estáis acostumbrados a llevar fácilmente el arco —siguió diciendo—, pero, cambiar rápidamente el arco por la espada, la tiro os estorbaría. —Y entonces, ¿cómo vamos a tensar el en cuyas anchas narices era visible una lívida Levantó uno de los arcos cortos a la dista alargar la cuerda más de un palmo, y algunos d El hombre de cabello cano se llamaba cimmerio sí reconoció en él al sargento de la G los que mataron a Lord Melius. —Agarra la cuerda con tres dedos —dij así. El musculoso cimmerio tomó una flecha de la mejilla, tiró hacia abajo del corto y sólido con las rodillas a su caballo negro, entrenado mecerse ante sus ojos; tiró. Con sordo chasq que se hallaba en medio. Un murmullo de sorp —Se hace así —dijo Conan. —Es bastante raro esto de tirar desde chupadas. Tenía los ojos negros hundidos en sus c alguna enfermedad le afligía, aunque los miem que no padecía ninguna dolencia, sino que ta cuestión de acostumbrarse, ¿por qué no lo p Aquilonia, ni de ninguna otra nación civilizada? Macaón le ahorró a Conan el responder. —No seas obtuso, Narus —le espetó el h tu ánimo sombrío no tina lo que ves con sus c huir mientras los arqueros de a pie todavía 3 tas, y tenía que llevarse unas mercancías del el servicio de Aduanas del Rey hiciera una a Hordo— cuándo podrían resultarles útiles o negro aquilonio frente a cuarenta hombres pesado. tunado, pues el tiro con arco desde el caballo contaba con que aquella habilidad hiciera más s clientes. Los arcos se habían quedado sin s, que los consideraban demasiado cortos y Cada uno de los cuarenta llevaba además otras álicas que protegían sus túnicas acolchadas, y aba de cada una de las sillas de montar, y una a el blasón de la Fragua Real de Aghrapur, de uella armadura fuera lo bastante extraña en lía creer que los extranjeros conocían insólitas on arco desde el caballo, aquella creencia se rdo habían reclutado tan sólo a hombres que ues el dinero les llegaba para dar pagas ras—, habían aceptado también sólo hombres r eso que Conan los había traído a aquella el anillo de tiro en el pulgar para tensar más cuando luchéis a caballo, habréis de poder a espada por la lanza y viceversa. Un anillo de arco? —preguntó un hombre de cabello cano, cicatriz. ancia de un brazo y trató de tensarlo. No logró de los otros se echaron a reír. Macaón. Aunque no reconociera a Conan, el Guardia de la Ciudad que había comandado a jo Conan en cuanto callaron las risas— y tira, a y, acercando el cabo de la cuerda a la altura o arco para tensarla. Mientras lo hacía, refrenó para la guerra. Los blancos de paja parecían quido, la saeta fue a clavarse en el centro del presa se hizo oír entre los hombres. el caballo —dijo un hombre alto de mejillas cuencas, y por su aspecto habríase dicho que mbros de la compañía que lo conocían decían an sólo tenía el espíritu amargo—. Si sólo es practican ya los ejércitos de Nemedia, ni de ? hombre de cabello cano—, y que, por una vez, colores. Piensa. Podremos aparecer, atacar y a estén plantando sus estacas afiladas para 39 intentar detener el tipo de carga que ellos es ordinaria se estén preparando para cerrar fil conocen. Cuando la caballería enemiga apres les traspasarán el corazón. Depon ese port sorpresa que le daremos al enemigo. Narus, deliberadamente, hizo tal mueca plaga. Un murmullo de risas y comentarios obs —Macaón ha juzgado este asunto con a ahora sargento de esta Compañía Libre. Una expresión sorprendida, pensativa, se alzó entre los demás un murmullo de aprobaci a su lúgubre manera. —Ahora —siguió diciendo Conan—, que Primero, con el caballo parado. Durante tres clepsidras, el cimmerio los m con los caballos al paso y por fin al galope. había allí, sabían montar y tirar con arco, y pr aunque todavía no emplearan el arco con la capaces ya de sorprender y consternar a la sorprendió por ello— y Narus —sorprendió a to Cuando acabaron, el cimmerio les dejó r que se alineaban frente al muro de la ciudad, q caballos de la compañía. Tras confiar su mon fueron por su camino hasta la mañana siguie debían volver a reunirse en los establos, pues cuando no estaban de servicio. De esto últim iba. —Un momento, capitán —dijo el hombre pesadas puertas de madera de la cuadra. Macaón había sido apuesto en su juvent las anchas narices, tenía dibujado en el rost izquierda llevaba un pequeño tatuaje de una finos aros de oro procedentes de Argos pendía pelo corto sobre la frente y largo por la espalda —Nos convendría, capitán, que esta com hayan pasado unos días desde que formulamo abierta de que no ganamos oro, y se comen juramento solemne, con otro nombre, ante otro —Hazles saber que pronto estaremos d mismo se preguntaba por qué no se había ac que pudieran querer contratar una Compañ sargento. Macaón dudó, y luego preguntó tímidame —¿Sabéis quién soy? —Sí sé quién eres, pero no me importa. que Macaón, al fin, asintió. —Me encargaré de los hombres, capitán El cimmerio salió del establo y se dirigió las que parecía haber el doble de mendigos Ahora, ni los rollizos mercaderes ni los noble las Calles Altas sin un acompañante de mirada esclavos en las que podía pasear la esbelta lascivos, viajaban sin una escolta de guardia Ciudad no se dejaba ver. 4 speran, o mientras los lanceros y la infantería las contra un asalto a caballo como los que ste la lanza para contraatacar, nuestras saetas te afligido, Narus, y sonríe pensando en la a que pareció más que nunca afectado por la scenos le respondió. acierto —proclamó Conan—. Le nombro desde e dibujó en el marcado rostro de Macaón, y se ión. Incluso Narus parecía aprobar la elección, e cada hombre intente acertar a los blancos. mantuvo ocupados en la tarea, algo más tarde Casi todos los hombres, si no todos los que rogresaron con rapidez. Al final de la jornada, pericia de la caballería ligera turania, sí eran de los países del oeste. Macaón —nadie se odos— eran los mejores después de Conan. regresar a Belverus, a una de las caballerizas que había contratado para que atendiera a los ntura a los esclavos de la caballeriza, todos se ente, en la que, siguiendo órdenes de Conan, s tal era la costumbre de las Compañías libres mo habló Macaón a Conan cuando éste ya se e de cabello cano, parando a Conan cabe las tud, pero, aparte de la cicatriz que le marcaba tro un mapa de sus campañas. En la mejilla a estrella de seis puntas hecho en Koth; tres an del lóbulo de su oreja izquierda, y llevaba el a, al estilo de la frontera ofirea. mpañía entrara pronto en servicio. Aunque sólo os el juramento solemne, he oído alguna queja ntaba lo fácil que es pronunciar un segundo o magistrado. de servicio —le respondió Conan, aunque él cercado todavía a ninguno de los mercaderes ñía Libre—. Veo que he elegido a un buen ente: . Conan miró a los ojos negros del otro, hasta n. ó al Mesón de Thestis, pasando por calles en s y el triple de matones que diez días antes. es de rostro severo se adentraban siquiera en a fiera, y ni una sola de las literas llevadas por a hija de un noble, o su cortesana de ojos as completamente armados. La Guardia de la 40 El Thestis, cuando Conan entró, se llena artistas que querían comer gratis de la olla de musicales, se entremezclaban formando una ignorar. Agarró a Kerin del brazo cuando ésta le de vino en cada mano. —¿Ha regresado Hordo? —preguntó. Dejó una de las jarras de vino sobre la m el charco de vino que se extendía por ésta y lo —Mandó a un muchacho con un mens encontrarte con él en el Mesón de la Luna Uen después del cénit del sol. —¿Por qué allí? ¿Ha dicho por qué no q masculló entre dientes la respuesta. —Se habló de una bailarina, con unos más, pregúntaselo a esa miserable cabra tuert El cimmerio contuvo la sonrisa hasta que Hordo que la bailarina satisficiese sus expecta placeres cuando volviera a ponerse al alcance Mientras estaba pensando si tendría tiem sin duda, sabría mejor que el que iban a servir encontrarse con Hordo, Ariane se le acercó Conan sonrió, pues se le había ocurrido una un cuenco de estofado. —Sube a mi cuarto —dijo, mientras la ro ensayó su más seductora mirada lasciva—. Po Ella trató de contener una risita tonta, y c —Si estás hablando de la poesía que yo La sonrisa se desvaneció de sus labios, y tendríamos que hablar de algo más importan nadie nada de lo que te diga. Debes jurármelo. —Lo juro —dijo él lentamente. De pronto, comprendió por qué todavía duda, de la compañía que sirviera a un merca al trono en tiempos de rebelión. No quería tom amigos. Especialmente de Ariane. —Me he preguntado a menudo —sigu revuelta que preparáis. Ariane sofocó un grito. —Lo sabes —le dijo, hablando quedo. L impedir que siguiera hablando—. Ven conmigo La siguió por entre las mesas hasta e cuarto, Estéfano holgazaneaba, mirando con e pared, y Graecus, el achaparrado escultor, Leucas, un hombre delgado y narigón que piernas cruzadas, en el suelo, y se mordía el la —Lo sabe —dijo Ariane al cerrar la puert Conan, disimuladamente, llevó la mano a —¡Lo sabe! —bramó Estéfano—. Ya t debíamos tratar con él. No es esto lo que había —No grites —le replicó Ariane con firme posada se enteren? —Él se calmó de mala 4 aba ya, como todos los mediodías, de jóvenes e la posada. Sus debates, y sus instrumentos cacofonía que el cimmerio había aprendido a pasó por delante con una jarra de arcilla llena mesa, con tal violencia que la rompió, e ignoró os gritos de los que allí se sentaban. saje —le respondió fríamente—. Tienes que na, en la Calle de los Lamentos, una clepsidra quiere venir aquí? Kerin entrecerró los ojos, y pechos que... ¡Pero basta! ¡Si quieres saber ta! e ella se hubo marchado enfadada. Le deseó a ativas, pues sin duda tendría que pagar por sus de Kerin. mpo para un cuenco lleno de estofado —que, rle en la Calle de los Lamentos— antes de ir a y le puso sobre el brazo su pequeña mano. manera de pasar el rato más interesante que odeaba con el brazo. La acercó más hacia sí y odríamos charlar de poesía. casi lo logró. o creo, tal vez no te conformes con charlar. — le escrutó el rostro con la mirada—. Ahora nte, pero debes jurarme que no le contarás a . a no había alquilado su Compañía Libre. Sin ader o a un noble se esperaría que sostuviera mar parte en el aplastamiento de Ariane y sus uió diciendo— cuándo me hablarías de esa Le tapó los labios a Conan con la mano para o. el interior de la posada. Allí, en un pequeño el ceño fruncido, recostado en la desconchada estaba montado sobre un banco y sonreía. decía ser filósofo, estaba sentado, con las abio inferior. ta, y todos se pusieron en pie de un salto. al puño de la espada. te dije que era peligroso. Ya te dije que no a que hacer. eza—. ¿Quieres que todos los que están en la a gana, y ella siguió hablando, dirigiéndose 41 también a los demás—. Es verdad que no Conan, pero he oído que todos queríais particip —Al menos, tú sabes escribir poesía qu Yo sólo puedo copiar lo que tú escribes y espa con una escultura. —«El rey Garian se sienta en el Tron miraron—. «El rey Garian se sienta en inacaba tú, Ariane? —Lo escribió Gallia —replicó ella secame —Todo esto no viene al caso —chilló Es él, Ariane. —Miró a los ojos azules y gélidos estamos haciendo es peligroso. Tendría que hombres de esta..., de esta clase. El los conoc —A Conan sí lo conocemos —insistió Ar tú también, Estéfano..., en que nos convenía Taras. Con Conan no tendremos sólo uno, sino —Si es que ellos le siguen —dijo Graecu —Me seguirán mientras les pague c incomodarse al oírlo, y Estéfano rió con insolen —¡Necios! —dijo Ariane, burlona—. ¿ proclaman que la revolución ha de ser pura, qu la causa justa a tomar parte en ella? ¿Cuánt estaca por culpa de su pureza? —Nuestra causa es justa —gritó Estéfa cabeza, fatigada. —Una y otra vez lo hemos discutido. L Estéfano. ¿Qué crees que hace Taras para re ¡Oro! —Y desde el principio yo me opuse —rep —Nos seguirá, y se amotinará —dijo e ninguno de nosotros sabe nada de las armas d —Nuestros ideales... —murmuró él. —Con nuestros ideales no basta. La muchacha miró duramente a cada u incómodos, ante su mirada. Conan comprendi curvas las que albergaban una voluntad más fi —Lo que yo quiero —exclamó Graecus— la mano. Conan, ¿puedo ir contigo mañana po —Yo no he dicho que fuera a unirme a vo Ariane sofocó un grito, arañándose con parecía una imagen de la consternación. Graec —Ya te dije que no había que confiar en —Mis hombres me seguirán —siguió di sólo al tajo del verdugo o al empalamiento. N vuestras probabilidades de éxito, y para tenerla —Podría traicionarnos —dijo al instante E —No te preocupes, Estéfano —dijo Aria del cimmerio sin decir más. —No estoy lo bastante civilizado —dijo amigos. Ariane asintió temblorosa. Estéfano trató 4 teníamos previsto reclutar a hombres como par más directamente en esto. ue se mofa de Garian —murmuró Graecus—. arcirlo por las calles. No puedo agitar al pueblo no del Dragón» —exclamó Conan. Todos lo able festín.» Yo había leído ése. ¿Lo escribiste ente—. Yo escribo mucho mejor. stéfano—. Todos sabemos por qué confías en s de Conan y tragó saliva—. Creo que lo que ser Taras quien se encargara de contratar a ce. Nosotros no. riane—. Y todos estuvimos de acuerdo..., sí, y encontrar luchadores, no importa lo que diga o cuarenta. us. con oro —replicó Conan. Graecus pareció ncia. ¡Oro! ¿Cuántas veces hemos hablado de los que ue sólo se ha de autorizar a los que luchen por tos de ellos han acabado empalados en una ano—. El oro la mancilla. Ariane negó con la La hora de tales discusiones ha pasado ya, eunir luchadores? Les paga con oro, Estéfano. plicó el larguirucho escultor—. El pueblo... ella, interrumpiéndole—. Nos seguirá y, como de la guerra, será derrotado. no de los conspiradores, y ellos se volvieron, ió que, entre todos ellos, eran aquellas dulces irme. — es una oportunidad de tener una espada en or la mañana? osotros —respondió calculadamente Conan. las manos los redondeados senos; su rostro cus seguía sentado, boquiabierto. él —murmuró Estéfano. ciendo el cimmerio—, pero no si les guío tan No puedo unirme a vosotros sin tener idea de a, debo conocer vuestros planes. Estéfano. ane, pero luego escrutó con la mirada el rostro Conan con suavidad— para traicionar a mis ó de interrumpirla, pero ella le ignoró. 42 —Taras está contratando guerreros. El pero en todo caso no tardará en tenerlos. N pueblo. Su ira es tan grande ahora, y también los suelos a Garian con sus propias manos. A acabarán siguiendo a éstos. Tenemos armas contrabando por la frontera. Algunas, sin duda, —¿Diez mil, dices? —exclamó Conan, cinco mil. —Diez mil —repitió Graecus—. Yo las he «Y también le dejó contarlas», pensó Con —Es muy caro armar a diez mil, aun p armados. ¿Tenéis el oro necesario? —Ya tenemos una parte, sí —replicó Ar disponemos de grandes cantidades, y casi tod otros ingresos viene a parar a esta posada. —Hay algunos —dijo Estéfano con grand que tenemos razón y que Garian destruirá Ne pagar armas y hombres. —¿Quiénes son? —preguntó Conan—. con su nombre cuando salgáis a la calle? —Por supuesto —dijo Estéfano, pero c incertidumbre—. Es decir, supongo que lo anonimato. —Rió tembloroso—. Oh, ni siquie Taras recibe directamente el dinero. —Lo que Estéfano quiere decir —explic silencio— es que temen que fallemos, y que a del verdugo. Es probable que crean mani acrecentar sus propias riquezas y su rango. P capitaneamos al pueblo. Y a un millar de homb «A un millar de hombres armados benefactores», pensó Conan, exasperado. —Pero ¿cuál es vuestro plan? ¿No pe espadas entre el pueblo? Graecus sonrió de or —No somos tan necios como quizá nos distribuyen el pan en Puerta del Infierno han confiar, han averiguado quiénes nos seguir armas. Siguiendo nuestras órdenes, rodearán a apoderarse de las puertas de la ciudad y a si —¿Y qué hay de las Compañías Libre Conan—. Deben de sumar unos tres mil en to rey, sin duda. —Sí —dijo Ariane—, pero todos conser hasta que sepan qué sucede. Podemos ignor más tarde, uno por uno. Una Compañía Li dominada por un millar de andrajosos para hambre. La muchacha parecía dispuesta a dirigir cuadraba los hombros, realzando así los pec ojos le ardían con fuego castaño. Conan sabí que reciben con alegría a la muerte son opon mucho más fáciles de derrotar en una camp aquella reunión, tendría que estar dispuesto a momento, a actuar de inmediato ante un aviso. 4 dice que necesitaremos al menos un millar, Nuestra verdadera fuerza, sin embargo, es el n su hambre, que si pudieran arrastrarían por Algunos saben ya que recibirán armas. Otros s para diez mil, armas que hemos pasado de , las trajo tu amigo, Hordo. recordando que Hordo había supuesto unas e visto. Taras me enseñó un almacén lleno. nan cínicamente. pobremente. Y todavía más contratar a mil ya riane, a la defensiva—. Pero, como sabes, no do lo que procede de nuestros..., de nuestros dilocuencia— que, pese a sus riquezas, creen emedia. Proveen a Taras de lo necesario para . ¿Os sostendrán abiertamente, os apoyarán casi al instante su grandilocuencia se volvió o harán. Verás, han preferido conservar el era les ha visto jamás ninguno de nosotros. có Ariane, mientras el escultor se sumía en el acaben encontrándose ellos mismos en el tajo ipularnos, a nosotros y la revolución, para Pero, si ése es el caso, olvidan que nosotros bres armados. que reciben el oro de esos misteriosos ensaréis salir a la calle y empezar a repartir reja a oreja. consideres, Conan. Aquellos de nosotros que n encontrado hombres en quienes se puede rán cuando demos la señal. Éstos recibirán el Palacio Real, mientras Taras va con sus mil itiar las casernas de la Guardia. es, y de los guardias personales? —preguntó oda la ciudad, y los que les pagan apoyarán al rvarán a sus guardias personales cerca de sí rarlos. Si es necesario, acabaremos con ellos ibre de cien hombres puede ser fácilmente quienes la muerte sólo representa el fin del r ella misma el alzamiento: erguía la cabeza y chos, que oprimían el tejido de la camisa; los ía que lo que decía era verdad. Los hombres nentes temibles en un asalto, aunque resulten paña larga. Fuera cual fuese el resultado de a poner en marcha su compañía en cualquier . 43 Lo que dijo, sin embargo, fue: —¿Qué hay del ejército? De nuevo fue Graecus el que contestó. —Las tropas más cercanas son de u Jeraculum. Una vez reciban la orden de avan pero no podrán hacer nada realmente efecti ciudad. Y en cuanto a las tropas establecid decidirse a abandonar esa frontera, e inevitab Aquilonia. —Desde la frontera, una fuerza consider pensativo—. Serían necesarios dos días a mensajero llegara allí. Así que podéis contar co a máquinas de asedio, y a un considerable núm ciudad. Quizá tarden más, pero es mejor no co —Tienes vista para estas cosas —le dijo nuestros planes teniendo doce días en mente. —Y no los necesitaremos —dijo Estéfan los oprimidos de la ciudad se habrán alzado p ocuparán los muros de la ciudad, hombro co abdicar... —¡A abdicar! —gritó Conan. Los otros se si temieran que les escucharan. El cimmerio si una rebelión y luego llamáis a Garian a abdica defender el Palacio Real durante medio año días. —Esto no fue idea mía —exclamó Ariane Desde el primer momento, he dicho que —¡Y matar a todos los que estén allí! mejores que Garian, y nuestras creencias e ide —Yo no recuerdo —dijo Graecus calmad le exigiéramos a Garian su abdicación. A prim Ariane sugiere: atacar el Palacio Real mientras se enfrentan a un motín callejero más. Per ideales que defendemos. Además —acabó hallado la solución—, es cosa sabida que un c sobre el que se asienta el Palacio Real, y algun interior burlando las defensas. —Todo el mundo sabe que esos corre pero ¿tienes idea de cómo encontrar uno de el —Podríamos hacer excavaciones —sugi Ariane gruñó, y el otro decidió callar. Con —Garian no abdicará. Ningún rey abdica —Si él no abdica —dijo Estéfano—, el p destrozará con sus propias manos por los crím —El pueblo —dijo Conan, al tiempo que como si nunca hubiera visto nada parecido quitaría lustre a tus ideales. ¿Y qué hay de los Si es que llegáis a tomarlo. —Pusimos en peligro nuestros ideales Todos los que mueran morirán como mártires d —¿Cuándo será ese día glorioso? —preg —En cuanto Taras haya reunido a sus m 4 un millar, en Heranium, y dos millares en nzar, tardarán cinco días en llegar a Belverus, ivo tan pronto controlemos las puertas de la das cabe la frontera aquilonia, tendrán que blemente se verán supeditadas a lo que haga rable tardaría diez días en llegar —dijo Conan, caballo y muchos esfuerzos para que un on doce días antes de que debáis hacer frente mero de soldados que asaltara los muros de la onfiar en ello. o Graecus con aprobación—. También hicimos no con un gesto de desprecio—. Mucho antes, para unirse a nosotros. Unos cien mil hombres on hombro. Ya habremos llamado a Garian a e sobresaltaron, y miraron a las paredes como iguió hablando en voz más baja—. ¿Provocáis ar? Qué locura. Los Leopardos de Oro pueden de sitio, quizá más. Sólo disponéis de doce e con disgusto—. debemos tomar el palacio. —dijo Estéfano—. En ese caso no seríamos eales no pasarían de huera retórica. damente— quién fue el primero en sugerir que mera vista, quizás parece más acertado lo que s los Leopardos de Oro todavía crean que sólo ro no podemos abandonar por completo los de decir con una sonrisa, como si hubiera centenar de pasadizos atraviesan el montículo no de ellos sin duda nos permitiría entrar en el edores existen —dijo Ariane con voz acida—, llos? ¿Uno solo? irió tímidamente el hombre achaparrado. nan negaba repetidamente con la cabeza. a. Perderéis tiempo que no podéis perder. pueblo tomara por asalto el Palacio Real y le menes que ha cometido contra ellos. miraba al hombre de negras y pobladas cejas, o—. Hablabas de impedir una matanza que s millares que morirán en la toma del palacio? s al contratar espadachines pagándoles oro. de una causa justa y gloriosa. guntó Conan con sarcasmo. mil hombres —respondió Graecus. 44 —Así pues, ¿será ese Taras quien dé morosamente; una súbita mirada de duda apar En tal caso, debo hablar con Taras antes de qu Ariane le miraba boquiabierta. —¿Quieres decir que todavía podrías d ti? —¡Se lo hemos contado todo! —gritó ¡Puede revelarlo todo! ¡Acabamos de entregarn Conan, cuyo rostro se había endurecid manos y tiró de ella hasta que tuvo la empuña traspiés y chilló como una mujer, y las piern estaba pálida, pero no se movió. —Por este acero —dijo Conan— y por C traicionaré. —Sus gélidos ojos azules se e sostuvieron—. Antes moriré. Ariane dio un paso adelante —su rostr mano vacilante por la mejilla del cimmerio. —Tú no eres como ningún otro hombre q voz se volvió más firme—. Le creo. Le co acuerdo, Estéfano? ¿Graecus? —Ambos escu ¡Leucas! —¿Qué? —El descarnado filósofo se so Lo que tú digas, Ariane, siempre te apoyaré co Vio de pronto la hoja desnuda de Con pared. No se movió de allí, y miraba el acero c —¡Filósofos! —murmuró Ariane en tono b —Debo irme —dijo Conan, al tiempo que —Esta noche te veré, pues —dijo Arian sufre dolor de estómago—. Ah, Conan —aña irse—. Confío en ti con toda mi vida. «Con toda su vida», pensaba el cim involucrada hasta el fondo en la conspiración Taras tuviera realmente los mil hombres entre En caso de que el pueblo se amotinara, y le escudos y el paso regular de la infantería, la monstruosas máquinas de asedio, destructora su orgullo, se persuadieran de que más valía tomaran por asalto el Palacio Real mientr desprevenidos. Demasiados «en caso de que causa ya condenada. Pero, en el orgullo de s éste para sí. Al mismo tiempo que mantenía salvar a la muchacha, aunque ésta no estuvier CAPITULO 9 Una clepsidra después del mediodía, la Lamentos, desvaída al principio, y luego fue noche. Un centenar de malabaristas arrojab varitas mágicas, y no tardarían en ser un m perfumadas, adornadas con brazaletes, pobr brillantes, se contoneaban, y serían dos mil paseaban docenas de nobles ataviados con l 4 é la señal para el motín? —Graecus asintió reció en su rostro, y Conan siguió hablando—. ue me decida a unirme a vosotros. dejarnos? ¿Tras ver cómo hemos confiado en Estéfano, con voz cada vez más chillona—. nos a este bárbaro! do de pronto, agarró la espada con ambas adura ante el rostro. Estéfano retrocedió dando nas de Graecus flaquearon. La faz de Ariane Crom, Señor del Montículo, juro que jamás os encontraron con la mirada de Ariane, y la ro estaba lleno de admiración— y pasó una que yo haya conocido —le dijo en susurros. Su oncertaremos un encuentro con Taras. ¿De ultores asintieron estúpidamente—. ¿Leucas? obresaltó, como si hubiera estado dormido—. on todo mi corazón. nan y retrocedió, dando con la cabeza en la con ojos horrorizados. burlón. e envainaba la espada—. Debo ver a Hordo. ne. Estéfano, de pronto, puso la cara de quien adió ella, cuando el cimmerio se volvió para mmerio al salir de la posada. Pero estaba y el motín. Podía tener éxito. En caso de que enados y armados de los que decía disponer. es siguiera, y no huyera al verse frente a los a armada carga de la caballería pesada y las as de tejados. En caso de que los rebeldes, en dejar los ideales para después de la victoria y ras los Leopardos de Oro estuvieran aún e>. La vida de la muchacha dependía de una su juventud, Conan pronunció otro juramento, su juramento de no traicionarles, trataría de ra de acuerdo. a jarana había empezado en la Calle de los e animándose a medida que se acercaba la ba ya sus bolas, bastones, aros, cuchillos y millar. Un centenar de rameras, maquilladas, remente vestidas con sus sedas de colores llares cuándo oscureciera. Entre todos ellos lujosas túnicas y mercaderes, seguidos todos 45 ellos por uno o dos hombres de armas, van Literas a docenas, llevadas por esclavos mus transportaban mujeres de piel fina y aliento cá en el goce de los vicios que sólo los desesp mendigos harapientos engatusaban a los trans Conan anduvo calle abajo, indiferente a c fin el Mesón de la Luna Llena. En un tablón de estaba pintada una mujer desnuda, de hino cuantos pasaban, y cuyas nalgas brillaban com eran los bastos deleites que Hordo había elegi De pronto una de las literas le llamó la a varas laterales y el armazón tenían adornos d visto en su primer día en Belverus, la litera de extraña. Una mano apartó la cortina purpúrea velos grises. Estaba demasiado lejos para dis resultaban familiares. Y le acosaban; si pudiera Meneó negativamente la cabeza. La me de mujeres de las que había conocido, y un mi ojos. Se volvió para entrar en el Luna Llena. Oyó un sonido tras de sí, entre los mu tenía algo de gemido. Giró sobre sus talones, Aquella risa le había resultado tan familiar, q vendría a los labios un nombre. Pero no vio a había desaparecido entre el gentío. El cimmerio llevó la mano a la espada y a ello pudiera tranquilizarle. Se dijo a sí mism preocuparse de Ariane. Le convenía distrae lascivamente la mirada con alguna fabulosa ba La taberna de la Luna Llena olía a vino parte de las toscas mesas de madera estaba encorvados sobre sus jarras, tragándose el v mujeres bailaban al ritmo de dos flautas estrid una tira ancha de seda roja con la que se cub De sus cintos dorados, que les ceñían hol láminas de latón que les cubrían las caderas, el que se podría gozar de su portadora en uno Aunque todas las bailarinas tenían be pudiera excitar la imaginación de Hordo en el quizá tendrían otras muchachas que habían de a una mesa, cerca de la estrecha plataforma una rolliza camarera, que no llevaba otro atuen las caderas, se le acercó por un lado. —Vino —dijo él, y la muchacha fue a bus Mientras se ponía cómodo para disfru escenario, se dio cuenta de que alguien le mir vacilante a su mesa. —Tendría que... ¿Puedo hablar contigo, El hombre delgado miraba nerviosamen temiendo que le oyeran. Los únicos otros homb eran tres kothios de piel oscura, que llevaba dagas karpashias sujetas al antebrazo. Parecí los precios que exhibían. Aun así, Leucas ca Conan, se tiró sobre la mesa y habló en aprem le interrumpiera violentamente en cualquier mo 4 nguardia de las multitudes que les seguirían. sculosos, rodeadas por guardias en armadura, álido, que querían adelantarse a sus hermanas perados ofrecían. Y, en medio del gentío, los seúntes. cuanto veía u oía, y echó a reír cuando vio por e madera que habían colgado sobre la entrada ojos y prosternada, que ofrecía el trasero a mo si reflejaran el sol. Aquello indicaba cuáles ido. atención; su cortina era purpúrea, y las negras de oro. Sin duda era la misma litera que había la mujer velada que le había mirado de forma a, y de nuevo vio los ojos de la mujer de los stinguir su color, pero aquellos ojos gatunos le a recordar dónde los había visto antes... emoria y la imaginación engañan. Un centenar illar de las que no, debían de tener los mismos urmullos de la calle, la risa de una mujer que , y un gélido escalofrío le recorrió el espinazo. que estaba seguro de que si abría la boca le a ninguna mujer, aparte de las putas. La litera a la daga que llevaba en el antebrazo, como si mo que estaba demasiado malhumorado para erse un rato con Hordo, beber y entretener ailarina. Entró en el Luna Llena. rancio y a perfume pasado. Sólo una tercera an llenas en aquella hora, llenas de hombres vino y sus propios y sombríos miedos. Siete dentes y de una cítara, y todas ellas llevaban brían, ora el rostro, ora los pechos desnudos. lgadamente el bien torneado talle, colgaban marcadas cada una de ellas con el precio por de los cuartos del piso de arriba. ellas curvas, Conan no veía a ninguna que sentido que indicaba aquel cartel. Pensó que e aparecer más tarde. Cuando por fin se sentó a sobre la que se contoneaban las bailarinas, ndo que un jirón de muselina atado en torno a scarlo. utar de la actuación de las muchachas del raba. El delgado filósofo, Leucas, se acercaba Conan? nte en derredor al tiempo que hablaba, como bres que no estaban abstraídos bebiendo vino an el cabello trenzado con anillos de metal y ían estar discutiendo si las bailarinas merecían asi cayó sobre el taburete que había frente a miantes susurros como esperando que alguien omento. 46 —Tenía que charlar contigo, Conan. Te h tú. Eres el hombre que puede hacer este tipo d no soy un hombre de acción. —El sudor perla una taberna sombreada, fresca—. Me compren —No entiendo ni palabra —dijo Conan. L algo entre dientes, y cuando volvió a abrirlos p —Estás de acuerdo en que Garian debe —Eso es lo que vosotros planeáis —resp —Pero... —La voz de Leucas subió al visible esfuerzo—. Pero eso tiene que cambiar ocurrido estos últimos días. El sol se oscurece rostro de Nemedia. Aquello era un signo, u Garian antes que lo derroquen ellos y arrastren El dios de Conan, Crom, el Señor Osc voluntad, y nada más. Conan no había visto daban más. Y en cuanto al cielo que se oscu que había alguien en Belverus que obraba bru le gustaban los que se entregaban a tales prá con ellos, ni pensaba salirles al encuentro. Sólo dijo: —¿Creéis que habría que avanzar vue hablas de ello? —No, no lo comprendes. No te hablo d inmediato. El rostro del hombre delgado brillaba ah temblaba la voz, aunque siguiera hablando que —Verás, nos van a introducir en palacio. Pero yo no puedo. No soy de esa clase de ho lugar. —Yo no soy un asesino —masculló Co frenesí. —Baja la voz —dijo, casi gimoteando—. —Sí que entiendo lo que me pides —dijo haré saltar algunos dientes de un puñetazo. — ¿Ariane sabe algo de esto? —No debes contárselo a ella. No debes hablado de esto. —Leucas se puso en pie de p de la mesa, hacía gestos vagos y fútiles—. P piénsalo. El cimmerio hizo como que iba a levan hasta la calle. Conan torcía la boca airado. ¿Cómo osa criminal? Él había matado, sin duda, y casi c había visto obligado, no por dinero. Sin embarg Ariane. Conan veía imposible que un hombr entrara en palacio sin ser capturado. Y en c tenazas, el filósofo balbuciría todos los nom cimmerio podría escapar si la cosa iba mal cervato. Decidió que, en cuanto Hordo se prevendrían contra Leucas. Al pensar en Hordo, se acordó de su vi seguro de no verla. En toda la taberna nada se que se iban acercando a ellas, al parecer para 4 he seguido. Tu espada. Al verla, lo supe. Eres de cosa. Yo..., yo no lo soy. Lisa y llanamente, aba su alargado rostro, aunque se hallaran en ndes, ¿verdad? Leucas cerró con fuerza los ojos murmurando pareció serenarse. ser derrocado, ¿no? pondió Conan evasivamente. larmantemente de tono; volvió a bajarla con r ya. No podemos esperar más. Mira lo que ha e. La tierra tiembla. Los dioses han apartado su una advertencia de que debemos derrocar a n con él a todo Belverus. curo del Montículo, le daba al hombre vida y o nunca nada que indicara que otros dioses urecía y la tierra que temblaba, era su opinión ujería, pese a las prohibiciones de Garian. No ácticas, pero, por una vez, no había tropezado estros planes, entonces? Pero ¿por qué me de esos planes. Se trata de algo distinto. Más hora a causa del sudor que ya lo cubría, y le edo. . Con dagas. Garian debe morir. De inmediato. ombres. Tú eres un hombre violento. Toma mi onan. Leucas chilló, y sus ojos bailaban con No lo entiendes. Tienes que... o Conan fríamente—. Vuelve a pedírmelo y te —Le vino a la cabeza un súbito pensamiento—. s contárselo a nadie. No tendría que haberte pronto, dando un traspiés. Mientras se alejaba Piénsalo, Conan. ¿Quieres hacerlo? Al menos, ntarse, y el filósofo, chillando, se abrió paso aba aquel hombre considerarle un asesino, un con certeza volvería a matar, pero porque se go, lo que más ocupaba sus pensamientos era re como Leucas, que olía a temeroso sudor, cuanto se oliera los hierros candentes y las mbres que supiera, hasta el de su madre. El l, pero Ariane caería en la trampa como un e presentara, irían a buscar a Ariane y la ino. ¿Adonde habría ido la camarera? Estaba e movía, salvo las bailarinas y los tres kothios, examinar mejor la mercancía. 47 Conan empezó a levantarse para ir a bu kothios le gritó: —¡Te he dicho que esa mujer es mía, bá Con adiestrados movimientos, los tres dagas del antebrazo. Las flautas dejaron de s que los kothios se arrojaban sobre el musculos Con una sola mano, Conan levantó la me —¡Necios —gritó al tiempo que se ponía Dos de los kothios se hicieron a un lado sus rodillas hasta Conan, asestando puñalada rozaron su loriga, una por cada costado. Ante le había roto ya su prominente mentón, y tenía de sangre. Mientras las armas de aquel ho acompañaban en su inconsciencia sobre aq acero con mano firme; tenía listos para atacar —Atacáis a quien no deberíais atacar —v Los dos que quedaban se separaron, am son expertos en el empleo del puñal. Se leva hombres apostaban al ganador. —Nunca os había visto, ni sé nada de nin Los dos hombres seguían avanzando, ro blandirías en alto, preparando la acometida qu su loriga. —¡Eres tú! —dijo uno de los dos, y en atacó. El cimmerio, de todos modos, ya lo direcciones a las que podía volver la mirada. sangre tomó el lugar de su mano derecha. muñón, el hombre dio de bruces en el suelo; la medida que la sangre seguía brotando. Conan se volvió para mirar al tercer h pelea. Tenía la consternación escrita en su o tendidos en el suelo, uno inconsciente, el otro d El corpulento cimmerio le señaló con la e —Bueno. Serás tú quien me diga... Inesperadamente, muchos Guardias de l eran una docena, y se apelotonaban en la e señaló a Conan. —¡Es ése! —gritó. Los guardias avanzaron al unísono, abri alguna mesa con las prisas. —¡Crom! —murmuró Conan. No parecía que tuvieran ningún interés por qué. Saltó al estrecho escenario y corrió bailarinas. Estaba cerrada con pestillo. —¡Capturadlo! —bramó uno de los guard Abriéndose camino entre los clientes d habrían dejado expedito, y con placer, si les h guardias se precipitaron sobre el escenario. Conan dio un rápido paso atrás y se arro por tierra con una lluvia de astillas. Las ba acurrucadas en un angosto pasillo, al final del 4 uscar a la muchacha, y al instante uno de los árbaro! cruzaron las muñecas y desenvainaron las sonar, y las bailarinas huyeron chillando al ver so cimmerio blandiendo espadas. esa y se la echó encima. en pie—, atacáis a quien no deberíais atacar! o, pero hubo uno que cayó, se arrastró sobre as. El cimmerio se encogió, y las cuchilladas es de que el atacante pudiera moverse, Conan a que escupir dientes mezclados con un chorro ombre caían de sus manos sin nervio y le quel sucio suelo, Conan agarraba todavía su el sable y la daga. volvió a decir. menazándole con el felino ademán de los que antó un estruendo entre las mesas, porque los nguna mujer. odeaban al cimmerio, esgrimían las armas sin ue eludiera las traslapadas piezas de metal de n cuanto Conan se volvió para mirarlo el otro esperaba. Daba cuchilladas en todas las . El atacante kothio chilló, y un manantial de Mientras desesperado trataba de taparse el a pechera de su túnica enrojecía más y más a hombre, pero éste no pensaba seguir con la oscuro rostro, y miraba a sus dos camaradas desangrándose hasta la muerte. espada. la Ciudad entraron por la puerta de la posada, entrada espada en mano. El primero de ellos iéndose paso entre los presentes y tumbando en saber quién había comenzado la pelea, ni hacia la puerta por la que habían salido las dias—. ¡Matadlo! de la taberna —muchos de los cuales se lo hubiera quedado espacio donde moverse— los ojó contra la tosca puerta de madera, y la echó ailarinas, que ahora volvían a gritar, estaban l cual se veía una puerta que daba afuera. Se 48 abrió paso apresuradamente entre aquellas m ante la puerta y luego se volvió, esgrimiendo espantoso que pudo afectar. Chillando co precipitaron otra vez al escenario. Se oyeron lo se veían atrapados en un diluvio de histéricas c Conan pensó que aquello los contendría a la taberna. Apenas tenía cabida para sus h vómito y excremento humano. Eligió una dire zumbaban. Antes de que llegara a la primera esquina —¡Por ahí va! Una mirada atrás le confirmó que los gu que un dios debía de haber maldito su suerte, de Belverus fieles a su deber. Tal vez no les g la porquería, la cuadrilla de negra capa se prec Conan trató de correr, procurando no r cada recodo del callejón, arrancando con lo desconchados y mohosos edificios. Otro cal suyo; se metió por él. Tropezó con un nue oscuras, y volvió a girar. A sus espalda perseguidores. Mientras corría se dio cuenta de que se h callejuelas, rodeado de calles más normales. L escombros aquellos pasajes, pues, aunque existencia con un único piso, el paso del tie espacio habitable que no podía construirse e edificado habitaciones extra, y todavía más en fortuitos apilamientos de cajas estucadas y rec En un lugar tal, corriendo como un zo suerte el encontrar un camino de salida antes d no parecía que aquel día la suerte estuviera de que había nacido él, entre los peñascos cubier Con un salto fuerte, alcanzó el borde d sobre las tejas de lisa pizarra. Las maldicione pasaron por debajo de él, ya se alejaban. —¡Está allá arriba! —gritó un hombre—. —¡Por la vejiga y las tripas de Erlik! —m día, era pésima. Mientras los guardias se esforzaban po encaramó a otro nivel superior, trepó por és estruendo las tejas cedieron bajo sus pies, y fu Aturdido, Conan logró ponerse en pie en de que no estaba solo. En las sombras, cab penumbra, un hombre corpulento, envuelto e sorprendido juramento con acentos guturale ocultaba un rostro estragado por alguna dolenc Fue sin embargo el tercer hombre, que escarlata, el que le llamó la atención. Era un su cabello negro que ya blanqueaba en la sien, y mismo momento dio una orden. —¡Matadlo! —dijo. «Crom», pensó Conan, al tiempo que quería su muerte? El hombre de rostro marcad 4 muchachas escasamente vestidas. Se detuvo en alto su espada, y rugió con el rostro más on energías renovadas, las bailarinas se os gritos de consternación de los guardias que carnes de mujer. . Envainó la espada y salió a un callejón, junto hombros, y serpenteaba como un ofidio; olía a ección y echó a andar entre las moscas que a, oyó un grito a sus espaldas: uardias estaban entrando en el callejón. Pensó pues le había mandado a los únicos guardias gustaran las mujeres. Gritando y resbalando en cipitaba tras él. resbalar, casi cayendo contra las paredes en os hombros el estuco que quedaba en los llejón igualmente sinuoso se cruzaba con el evo pasaje, tortuoso, angosto entre paredes as seguía oyendo las maldiciones de los hallaba en un laberinto, un dédalo de antiguas Los edificios parecían ir a caerse y a cegar con muchos años atrás habían comenzado su empo y las necesidades habían exigido más en las afueras, y sobre los tejados se habían ncima de éstas, hasta parecer aquellas casas cubiertas de azulejo gris. orro delante de los perros, sería cuestión de de que sus perseguidores le dieran alcance. Y e su lado. Pero le quedaba otra opción, para la rtos de escarpa y los riscos de Cimmeria. de un tejado y trepó hasta que pudo tenderse es y los gritos de los guardias se acercaban, ¡Le veo el pie! murmuró Conan. Su suerte no era mala. Aquel or trepar, el cimmerio corrió por las tejas, se ste y saltó a un tejado más bajo. Con gran ue a parar a una habitación que había debajo. ntre escombros de pizarra rota. Se dio cuenta be la pared opuesta, oculto su rostro por la en una lujosa capa de color azul, profería un es. Otro hombre, cuya discreta barba medio cia, miraba a Conan con incredulidad. llevaba una capa gris echada sobre su túnica ujeto de rostro aquilino y ojos de obsidiana, de y parecía nacido para dar órdenes. Y en aquel tiraba de la espada. ¿Es que todo Belverus do llevó la mano al puño de su arma. 49 —¡Ese agujero en el tejado! ¡Una mone primera sangre! Con la faz sombría como la muerte, el ho hubiera podido clavarla en Conan cual una ga oían por el tejado los pasos de los hombres qu —Ya no hay tiempo —dijo el de rostro aq Volviéndose, salió airado de la habitación Conan no pensaba quedarse a saludar a en una tela hecha jirones que colgaba de la pa apartó, y encontró una puerta detrás por la cu de polvo, pero en la que había otra puerta cerraba suavemente tras de sí, Conan oyó lo agujero del tejado. Fue una grata sorpresa que, tras recorre dar a una calle, y el cimmerio no encontró en una puerta y le invitaba a pasar con desd pensarlo, pasó de largo apresuradamente. Cuando llegó al Thestis, la primera pers jarra de vino. Se sentó frente a él en un tabure —Hordo, ¿tú me dejaste un mensaje d Luna Llena? —¿Qué? No. —Hordo negó con la c Respóndeme a eso, cimmerio. ¿Tú entiendes a tenía los ojos más bonitos de todo Belverus, que ya se imaginaba que sus pechos no eran Y no me ha dicho ni una sola palabra más. —Quizá yo pueda aclararte cuál es el pr del mensaje que en principio había sido envia en el Luna Llena. Hordo entendió al instante el sentido de t —Es a ti a quien quieren. Sean quienes habían de ser los guardias quienes lo hicieran. —Sí —dijo Conan—. En cuanto vi q diligencia, comprendí que les habían untado l untó. Hordo pasó el dedo por un charquito de v —¿No has pensado en salir de Belverus hay agitación, y las Compañías libres encu claramente, no me siento tranquilo con esto muerte. Ya sabía yo que tendrías que haber es —Ya sabías... —Conan hizo un ademán Hordo, me quedaré sin la compañía. Algunos n aquí, y yo no podría pagar a los demás mientra me quedan algunos asuntos por resolver en es —¿Algunos asuntos...? Conan, dime qu inútil revuelta infantil. —No exactamente. —No exactamente —dijo Hordo con voz Exactamente. —Ganar algo de oro —replicó Conan— muera, y acabar con ellos. Oh, y salvar a Arian que caiga la bonita cabeza de Kerin, ¿verdad? 5 eda de plata para el hombre que derrame la ombre de rostro aquilino alzó la mano, como si arra desde el otro extremo de la habitación. Se ue iban subiendo. quilino. n. Los otros dos lo siguieron. a los guardias, ni seguir a aquellos tres. Se fijó ared como un tapiz. Como si ocultara algo. La ual se pasaba a otra habitación, llena tan sólo que daba a su vez a un pasillo. Mientras la os pasos de los hombres que saltaban por el er aquel dédalo de callejas, el corredor fuera a ella más que a una vieja harapienta que abría dentada sonrisa. Estremeciéndose con sólo sona que vio fue Hordo, enfurruñado ante una ete. diciendo que nos viéramos en el Mesón de la cabeza sin apartar la mirada de su jarra—. algo de las mujeres? Yo fui, le dije a Kerin que y ella me dio un bofetón en la cara y me dijo lo bastante grandes. —Suspiró tristemente—. roblema —dijo Conan, y, en voz baja, le habló ado por el tuerto y de lo que le había ocurrido todo aquello. sean. Si esos matones no acababan contigo, . que los guardias me perseguían con tanta la mano con oro. Pero aún no sé quién se la vino derramado. s, Conan? Podríamos ir al sur. En Ofir también uentran empleo allí sin dificultad. Te lo diré o de que alguien que no conoces quiera tu scuchado a aquel adivino ciego. n de exasperación—. Si cabalgo hacia el sur, no querrán perder la oportunidad de ganar oro as no encontráramos empleo en Ofir. Además, sta ciudad. ue no piensas complicarnos en esta..., en esta z sepulcral—. Dime qué es lo que vas a hacer. —. Descubrir quiénes son los que quieren que ne del hacha del verdugo. Tú tampoco quieres ? 50 —Quizá no —dijo de mala gana el tuerto Conan miró alrededor hasta que vio a acercara a la mesa. La muchacha dudó, y lueg —¿Ariane está aquí? —le preguntó Cona Lo primero que había que hacer para pensaba hacer Leucas, y así poder detenerle. —Ha salido —dijo Kerin. Miraba fijamen hubiera existido—. Dijo que tenía que concerta —En cuanto al mensaje de esta mañana Kerin, afectando indiferencia, se acercó a Hordo se puso en pie, gritando maldiciones, pe —La decapitación es poco para ella —ru dos solos, vamos a la Calle de los Lamentos. hasta las putas enrojecen al oír su nombre. —Confío en que no se trate del Luna Llen —Nada de eso, cimmerio. Y Hordo empezó a cantar como un asno —«Oh, una vez conocí a una muchacha Su cabello era de oro, pero tenía grupa de toro Se hizo de pronto en la taberna un tenso —¿Por qué no cantas, Conan? Riendo, Conan se puso en pie, y rugie obscena, salieron ambos a la calle entre horror CAPITULO 10 —¿Estáis seguros? —preguntaba Albanu Las lámparas de oro, suspendidas de l mármol de la estancia, arrojaban sombras so parecida a la del lobo, su primo menos fiero. Demetrio estaba malhumorado y tenso, había hecho esperar en el vestíbulo. —Tú querías que Sefana fuera vigilada — estoy seguro de lo que digo. ¿Crees que habrí —Sigúeme —le ordenó Albanus, hablánd Y no prestaba más atención a los pálidos que hubiera prestado a los de un siervo. Dem importante era eso. Albanus actuaba ya com unos días para serlo. Aquel mismo día había ello. El noble de ojos oscuros se dirigió a la es a juegos con Sularia, pero la muchacha no es peculiar, tiró del cordón de brocado de la ca acercó a su escritorio. —¿Cuándo? —preguntó mientras destap un pergamino, escribió con furia—. ¿Cuánto tie —No he logrado enterarme de lo que p ¿No es suficiente con que reúna esta noche a —¡Necio! —gritó Albanus. 5 o. la aludida, y le indicó con un gesto que se go se acercó con pose envarada. an. salvarle la cabeza era informarla de lo que nte al corpulento cimmerio, como si Hordo no ar un encuentro para ti. a... —empezó a decir Hordo. a él y le vació la jarra de vino sobre el regazo. ero ella ya se iba. ugió—. Como parece que nos han dejado a los Conozco un antro de vicio tan depravado que na —dijo Conan riendo. dolorido. de Alcibíes, y sus pezones eran como rubíes. o, y...» o silencio. endo la segunda estrofa, que era en verdad rizados murmullos. us. los arcos en que acababan las columnas de obre los rasgos de su cara, haciéndola más mitad por la duda y mitad porque Albanus le —murmuró—. Yo he hecho que la vigilaran. Y ía venido a mitad de la noche si no lo supiera? dole como si de un siervo se tratara. s labios y a los puños prietos del bujarrón de la metrio le seguía, como le había ordenado; lo mo un rey. Después de todo, sólo le faltaban efectuado la última adquisición esencial para stancia donde tantas veces se había entregado staba allí en aquel momento. Con un ademán ampanilla que había en la pared, y luego se paba su tintero de plata. Tomando la pluma y empo tenemos antes de que actúe? planea —respondió Demetrio con aspereza—. sus esbirros? 51 Con celeridad, el noble de rostro aqui esparció por el pergamino aún húmedo de tinta cera. Entró un esclavo, que ostentaba el bl dobladillo de su túnica. Albanus le ignoró mien y lo doblaba, y lo sellaba luego con un poco de —¿Cuando tu espía te avisó, Demetrio, conspiradores? —Cuando llegó el tercero, vino inmediat si no pensara dar un golpe esta misma noche. Profiriendo maldiciones, Albanus le dio e —Tiene que estar en manos del comand de clepsidra. So pena de tu vida si no cumples El esclavo se inclinó y salió de la estanci —Si todavía no han llegado todos —em hubo salido—, quizá tengamos tiempo de de acercó apresuradamente al cofre lacado y lo a Y, desde luego, voy a detenerla. Demetrio miró con incomodidad el cofre y —¿Cómo? ¿Vas a matarla? —No tienes madera de rey —dijo Alba castigo adecuado para cada crimen y cada crim El esbelto y joven noble no necesitó un jarrita de hierbas aromáticas —¿pues no se acompañadas por grandes hedores?—, con el Albanus apartó un valiosísimo jarrón de éste cayó al suelo y se rompió, y puso en su con intrincados arabescos que acababan p reseguirlos. Con rápidos movimientos, recog marino, abrió un frasco y virtió líquido escarlata encantamientos. El líquido seguía las prec complicadas líneas del color del rubí cuyos con Vació un paquete, que contenía cabello difícil sobornar a sus doncellas para que le quedado en el peine—, en un mortero, tal minuciosamente algunos otros ingredientes y empleando la columna vertebral de un infante a Con la mixtura así obtenida llenó algunos como el líquido, cada uno por su lado, daba tocaban entre sí, y sin embargo parecía que arabescos se introdujeran en el otro. Pero aqu ojo que las mirara durante demasiado rato a mareo. Por un momento Albanus se detuvo saboreándolo. Algún tiempo atrás había provo atacaba tan directamente a un ser humano. S crecía, como el goce de poseer a una mujer. placer. Pero sabía que ya no quedaba tiempo. Alzando los brazos, empezó a cantar en daba órdenes con la voz. El polvo y el líquido en insistencia. Demetrio retrocedió, pues las arcanas hasta que halló la pared a sus espaldas. No e cobraban sentido en los abismos de su alma, 5 ilino sacó arena de una cajita de plata y la a, y encendió un pequeño y broncíneo pote de lasón de la casa de Albanus bordado en el ntras acababa de echar arena por el pergamino e cera en la que estampaba su propio sello. , ya se habían reunido con Sefana todos los tamente a avisarme. Sefana no reuniría a tres el pergamino al esclavo. dante Vegentius antes de que pase un cuarto s. Ve... ia casi corriendo. mpezó a decir Albanus en cuanto el esclavo etenerla antes de que vaya a palacio. —Se abrió con la llave que colgaba de su cuello—. y lo que éste contenía. anus riendo—. Hay un arte sutil en hallar el minal. Ahora, hazte a un lado y no digas nada. na segunda advertencia. Arrimó la nariz a su decía, acaso, que todas las magias obraban deseo de haberse podido ir a otro sitio. e cristal de Ghirgiz, tan descuidadamente que u lugar una bandeja redonda de plata, labrada por causar dolor en el ojo que trataba de gió las holgadas mangas de su túnica azul a en una parte de los arabescos, murmurando cisas líneas grabadas en la plata, formaba ntornos no se ensanchaban ni alteraban. o de Sefana pulverizado —pues no había sido hicieran llegar algunos cabellos que habían llado en el cráneo de una virgen. Dosificó los añadió a la mezcla, y luego los machacó, a guisa de mano de almirez. s otros canalillos de la bandeja. Tanto el polvo an lugar a dos figuras completas, que no se e algunas de las partes de cada uno de los uellas partes no eran siempre las mismas, y el acababa cayendo víctima de la náusea y el o, anticipándose a lo que iba a ocurrir, ocado la sequía, pero era la primera vez que Sentía que el poder le circulaba por las venas, Con cada instante de demora se alargaba el n una lengua muerta tiempo atrás, invocaba y o empezaron a brillar, y sus palabras ganaron sílabas le herían el cerebro, y no se detuvo entendía ni palabra, y sin embargo todas ellas y la maldad que en éstos albergaba se sabía 52 ahora mera salpicadura frente a una oscura miedo le aferraba la garganta; sus chillidos r mente. Albanus no había levantado la voz, pero las paredes. Los tapices se movían como si nadie sentía. El fulgor de la bandeja de plata s atravesar unos párpados cerrados cual nava desaparecieron, y los reemplazó una niebla ar aquéllos, y parecía más sólida que aquellas pri Se oyó una palmada en la estancia, co quedó sobre la labrada superficie de plata. El b en los mismos ojos que miraban, y luego se de Albanus suspiró pesadamente, y bajó los —Ya está hecho —murmuró—. Ya está h Demetrio; el esbelto joven temblaba. —Mi señor Albanus —dijo Demetrio, con la garganta, pero dominado todavía por el mie con mis mejores cualidades, y que nada de puesto en el Trono del Dragón. —¿Eres pues un buen siervo? —dijo Alb El rostro del joven noble se ruboriz tartamudeando: —Lo soy. La voz de Albanus era tan suave y penet —Entonces, nada digas hasta que te nec El rostro de Demetrio palideció; Albanu joven empezaba a aprender cuál era su ver reuniendo información. Quizá, si aprendía bien Cuidadosamente, el noble de ojos cruele —Ven —le dijo, dándole la espalda a reunimos con los demás. Vio que la pregunta —¿qué otros?— te llegó a formularla, se permitió una sonrisa. Ta aceptar lo que ya venía dado. Qué dulce Nemedia. Y quizá no sólo a Nemedia. ¿Por otros habían trazado? Poco después, cuando se hubieron pues noche, salieron de palacio. Cuatro esclavos le dos detrás. Diez guardias con armadura, cuy Albanus en su camino por las oscuras calles mero accidente. No vieron a nadie, aunque a menudo o otros que acechaban en la noche, se apartaba de la Calle de los Lamentos les alcanzaba con podían pagarse una guardia dormían mal, y re que iban a ser saqueadas aquella noche. Entonces, cuando se aproximaron al pal mármol se erguían tras el muro de alabastr antorchas compareció en la calle. Albanus se palacio, y esperó en silencio el saludo que corr —¿Eres tú, Albanus? —rugió Vegentius rebanarle el gaznate a uno de mis propios capi 5 a montaña de fuego. Habría gritado, pero el resonaron en las tenebrosas cavernas de su o aun así sus palabras parecían retumbar en los empujara un viento que nadie veía, que se intensificó, y brilló más, y más, hasta poder ajas de fuego. Entonces, el polvo y el líquido rdiente que todavía conservaba las formas de imeras sustancias. omo un trueno, y la niebla desapareció, nada brillo se demoró todavía unos momentos más, esvaneció. s brazos. hecho. Su mirada se alzó para encontrar la de n aquella desacostumbrada humildad pegada a edo—, querría deciros de nuevo que os serviré eseo más que veros ocupar vuestro legítimo banus, torciendo el labio con cruel regocijo. zó a causa de la ira, pero aun así dijo trante como el bisturí del cirujano. cesite para que vuelvas a servirme. us tomó cuenta de ello, pero no dijo nada. El rdadero lugar en el mundo. Le resultaba útil n cuál era su lugar, le permitiría vivir. es volvió a cerrar el cofre lacado. al cofre—. Apenas nos queda tiempo para emblaba en los labios de Demetrio. Como no al era la actitud adecuada delante de un rey, sería someter de la misma manera a toda qué habían de detenerle unas fronteras que sto unas pesadas capas para protegerse de la es acompañaban con antorchas, dos delante y ya malla y cuyo cuero crujían, protegieron a s. El que también protegieran a Demetrio era oían rápidas pisadas, pues los salteadores, y an a su paso, y, de vez en cuando, algún eco n los cambios del viento. Mientras, los que no ezaban por que su casa no se contara entre las lacio de Sefana, donde estriadas columnas de ro que defendía su jardín, una procesión de e detuvo a alguna distancia de las puertas del respondía. s—. Fea noche, y fea cosa ha sido tener que itanes. 53 Albanus torció los labios. A éste no le de hubiera sido tan útil como diez veces él m seguidores, una veintena de Leopardos de libertad a espadas y brazos, algunos portando verles con claridad. —Al menos, has dado buena cuenta de B —Taras no nos ha dicho nada —dijo el c le perseguían, que sólo sea un ladrón o asesin Albanus le recompensó con una sonrisa —Quienquiera que interrumpa una reun para mí. ¿Por qué le perseguiría la Guardia de que mostraban tanto entusiasmo. —Este asunto no es como lo de Melius. de la guardia. —Invéntalo —ordenó Albanus—. Y ahora Vegentius habló con sus hombres en vo la pared, y se dividieron en dos grupos de tres las manos para levantar a un tercero, que pedazos de cerámica esparcidos por lo alto de otro lado. Se oyó allí un consternado grito traqueteo de las pesadas barras que eran leva Albanus entró, y no se detuvo a mirar a casa de guardia, en el centro de un charco de Vegentius ordenó a dos hombres que se noble de rostro aquilino por los jardines del cornisas de intrincados adornos, y ancha espacioso pórtico. Algunos echaron a correr puertas de bronce. En la columnata de la entrada, media do la mirada en los soldados que iban llegando y l —Acabad con ellos —ordenó Albanus sin seguido por Demetrio. Tras él, los hombres matanza. —¡No! —chillaba un hombre muy flaco y La bota de Vegentius interrumpió su disc Albanus se dirigió al dormitorio de Sefan una vez en busca de placeres más carnales placenteros. Demetrio entró tras él en la habitación, i de la destrucción causada por la magia. Nad pero no se movía, ni se apercibía de la presen con la mano una túnica de seda azul, como momento en el que decidió irse a dormir. Alba cascabel de una serpiente venenosa. El esbelto joven siguió adelante. Los ojo que en ellos hubiera vida, que pudiesen ver. L Estaba tan dura como la piedra. —Todavía vive —dijo por fin Albanus—. que preocuparse de que los años le arrebaten Demetrio se estremeció. —¿No hubiera sido más sencillo matar mirada que era todavía más de temer, por su a 5 ejaría vivir, no le habría dejado vivir aunque le mismo. No habló hasta que Vegentius y sus Oro, con las capas echadas atrás para dar o antorchas, estuvieron lo bastante cerca para Baetis. ¿Habéis encontrado al bárbaro? corpulento soldado—. Es probable, puesto que no ordinario. No debe preocuparnos. de desdén. nión como aquélla es motivo de preocupación e la Ciudad? Ya pasó hace mucho el tiempo en No tengo ningún pretexto para interrogar a los a, abridme esta puerta. oz baja. Seis de ellos fueron a toda prisa hacia s. En cada uno de éstos, dos hombres juntaron a su vez cubría con su capa los cortantes el muro, y treparon hasta que pudieron saltar al o de terror, significativamente breve. Con el antadas, la puerta se abrió. al guardia que yacía a la luz provinente de la sangre que seguía extendiéndose. e quedaran a la puerta. Los demás siguieron al mismo palacio, con sus pálidas columnas y escalera de mármol que terminaba en un r y, con violento estrépito, lograron abrir las ocena de hombres se sobresaltaron, y clavaron les rodeaban espada en mano. n vacilar. Se dirigió a la escalera de alabastro, suplicaban clemencia mientras tenía lugar la de gran nariz—. Yo no quería hacerlo. Yo... curso. na, por corredores por los que ya había andado s. Pero no —pensó al abrir la puerta— más intimidado, buscando con la mirada, temeroso da halló. Sefana estaba tendida en su cama, ncia de los otros. Estaba desnuda, y agarraba si hubiera estado a punto de ponérsela en el anus ahogó una risita; un sonido seco, como el os de la muchacha estaban abiertos; parecía La tocó en el brazo, y tuvo que ahogar un grito. . Es una estatua viviente. Ahora, ya no tendrá la belleza. rla? El noble de rostro aquilino le dirigió una aparente benevolencia. 54 —El monarca tiene que dar de ante traicionarme se verá reducido también al destin fácil afrontar la muerte. ¿Me traicionarías ahora El perfumado joven, cuyos labios y cuya negó con la cabeza. Vegentius entró riendo en la habitación. —Tendrías que haber oído cómo llorab pudieran refrenar nuestros aceros. —Así pues, ¿los habéis matado ya a estaban bajo este techo? ¿También los siervos El hombre de cuadrado rostro se pasó po con ordinariez. —En la cisterna. Había uno..., creo que nombre..., que lloró como una mujer y dijo que que había de llevar a cabo la tarea. Nada que.. El noble de rostro aquilino había palideci —Conan. Así se llamaba el hombre al qu Demetrio asintió, pero Albanus, aunque quedo, y así, sin saberlo, decía en voz alta sus —¿Es una coincidencia? Las coincidenc éstos enredan así las madejas del destino de d Una razón que podría conllevar intenciones ho —No será el mismo —dijo Vegentius pro —¿Dos, con ese bárbaro nombre? —rep mirada de obsidiana fue clavándose en cada malignidad—. ¡Quiero la cabeza de ese Conan CAPITULO 11 Conan se vació sobre la cabeza otro ca por el patio que había detrás del Thestis. Lo pr los brazos cruzados y un destello de desaprob —Si te vas a tabernas extrañas —le dijo la madrugada, no debe extrañarte que después —La cabeza no me duele —replicó Con empezaba a secarse rostro y cabellos. Ocultaba el rostro con la toalla. Tenía la chillara; si lo hacía, la cabeza iba a explotarle. —La noche pasada te busqué —siguió está concertado, aunque él, al principio, no explicaré adonde. —¿Tú no vienes conmigo? Ella negó con —Se irritó mucho al saber que habíamo nada de luchadores, ni somos capaces de dist que le conté de ti, sin embargo, cambió de opi por sí mismo. Pero los demás no podemos ir enojado. —Quizás. —Conan echó a un lado la to Tengo que hablarte de algo. Acerca de Leucas —¿Leucas? —dijo ella con incredulidad— 5 emano algunas lecciones. Quien piense en no y maravilla de Sefana. Le sería mucho más a, Demetrio? lengua estaban demasiado secos para hablar, ban y suplicaban. Como si lágrimas y ruegos todos? —dijo Albanus—. ¿A todos los que s y los esclavos? or el cuello un grueso dedo, al tiempo que reía e se llamaba Leucas..., como si importara su e la cosa no iba con él, que era un tal Conan el .., ¿qué te sucede, Albanus? do. Sus ojos se clavaron en los de Demetrio. ue compraste la espada. e le mirara a él, veía otras cosas. Hablaba s pensamientos. cias suelen ser obra de los dioses, y cuando dos hombres suelen hacerlo por alguna razón. omicidas. Yo no correría riesgos. otestando. plicó Albanus—. No creo. Buscadle. —Su feroz a uno de los hombres, anonadándolos con su n! azo lleno de agua, y echó una mirada cansina rimero que vio fue a Ariane, que le miraba con bación en los ojos. o firmemente—, y bebes y armas jarana hasta s te duela la cabeza. nan, al tiempo que con una toalla de basta tela ferviente esperanza de que la muchacha no le diciendo ésta—. Tu encuentro con Taras ya o quería. Tienes que ir dentro de poco. Te n la cabeza. os contactado contigo. Dice que no sabemos tinguir los buenos de los malos. Después de lo inión. Así, al menos, hablará contigo y decidirá r. Es su manera de hacernos saber que está oalla y dudó, escogiendo bien las palabras—. s. Te está poniendo en peligro. —. ¿En qué peligro podría ponerme? 55 —Ayer me estuvo farfullando idioteces pretende intentarlo... —¡Eso es absurdo! —replicó ella interru que tomaría parte en una acción, especialmen importa, aparte de la filosofía y las mujeres. —¡Las mujeres! —dijo el corpulento cimm —Pues sí, mi musculoso amigo —replic prácticamente todas las mujeres que ha conoc —¿Tú entre ellas? —dijo Conan con u enormes puños. Por un momento ella le miró, y luego sus —No te pertenezco, cimmerio. No te perm de hacer, con Leucas o con cualquier otro. —¿Qué pasa con Leucas? —dijo Grae patio—. ¿Lo has visto? ¿O te ha dicho alguien —No —replicó Ariane con el rostro col venir a escucharnos como si fueras un espía? Graecus ignoró todo lo que había dicho d —Nadie le ha visto desde la pasada no decías su nombre... —Rió débilmente—. Qui filósofos, pero si empiezan a ir tras los esculto de un verde morboso. Ariane, de pronto, se mostró tranquilizado —Ya volverán. —Puso una mano ami Bueno, aunque no nos guste deben de haber p mismo. —¿Por qué no habrían de volver? —p asesina, pero Graecus le respondió, tembloros —Hace unos meses, algunos amigos dibujantes. Salvo dos a quienes nadie volvió vertedero, fuera de los muros de la ciudad, d enterrándolos. Creemos que Garian quiere asu —No es así como suelen actuar los r Suelen intimidar con ejecuciones públicas y co Graecus, de pronto, pareció que iba a vo —¿No deberías ir a prepararte para tu en Sin esperar respuesta, se volvió hacia caricias en la frente. Disgustado, Conan se puso bien la túnica las peculiaridades de Ariane. Al tiempo que s habló de nuevo. —¿Tienes que ir así, como si te armar pues aún estaba muy molesta con el cimmerio —Tengo mis motivos —murmuró Conan. Ni por un saco de oro del volumen de un ciudad que trataba de matarle. Con el ánim trataba de desviar hacia él la comprensión que se llevara consigo a todas las mujeres», pensó Tras ponerse en la cabeza el puntiagudo —Dime adonde tengo que ir para ver a e El rostro de Ariane, mientras le daba las 5 acerca de matar a Garian, de asesinato. Y umpiéndole—. Leucas es el último de nosotros nte si se trata de una acción violenta. Nada le merio, riéndose—. ¿Ese gusano pellejudo? có ella jocosamente—. Oh, ha sido amante de cido. un gruñido, al mismo tiempo que cerraba sus s ojos se inflamaron de cólera. mito que me preguntes qué he hecho o dejado ecus, que en aquel momento había salido al dónde está? lorado—. ¿Y quién te ha dado permiso para después del «no». oche. Ni tampoco a Estéfano. Cuando oí que izá podamos permitirnos el perder dos o tres ores... —Rió de nuevo, pero la cara se le puso ora. istosa en el robusto hombro de Graecus—. pasado la noche bebiendo. Conan ha hecho lo preguntó Conan. Ariane le clavó una mirada so. s nuestros desaparecieron. Eran pintores y a ver, sus cadáveres fueron hallados en un donde se había visto á los Leopardos de Oro ustarnos para hacernos callar. reyes —dijo Conan, con el ceño fruncido—. osas semejantes. omitar. Ariane miró a Conan con enojo. ntrevista con Taras? a Graecus, con palabras tranquilizadoras y a y la loriga, y murmuró para sí algo acerca de se abrochaba el cinto que sostenía la espada, ras para la guerra? —Su tono era mordiente, o—. No has de luchar con él. . n tonel le hubiera dicho que había alguien en la mo que arrastraba, Ariane habría creído que e la joven prodigaba con Graecus. «Ojalá Erlik ó. o yelmo, dijo fríamente: ese tal Taras. indicaciones, permaneció igualmente frío. 56 La Calle de los Herreros, adonde le lle albergaba tan sólo a los forjadores de espada artesanos del oro, de la plata, del cobre, del lat martilleos se mezclaba con los gritos de los ve ruidos varios, que reverberaba de uno a otro e hombre que trabajaba un metal no trabajara a guardias contratados que patrullaban por la camorristas al acecho, y los tenderos paseaba ciudad. Cuando divisó el lugar donde tenían q accedía por un pasillo estrecho, que daba a cobrero por una escalera que se encontraba prepararse antes de entrar. No tenía razón alg sido demasiadas las veces que alguien había t Cerca ya de la tienda del cobrero, emp para sopesar una espada brillante, allá para m sido labrado un complejo motivo vegetal. Pero estaba el establecimiento del cobrero con sus o Una pareja de guardias del gremio se ha entreteniendo frente a la tienda de un plater mirando y le dio un golpecito. —Demasiado estaño —dijo, negando co mesa del mercader. Siguió adelante, perseguido por las fu guardias no le prestaron más atención. Justo después de la tienda del cobrero e demás de la ciudad, a moho y a orina seca. En Como ya esperaba, el aire húmedo y el moh recubría las paredes de piedra del edificio. Con una mirada, comprobó que nadie o Buscó asideros con los dedos entre la piedra hombre con menos fuerza habría hallado imp vistiera una pesada loriga y unas botas, pero, a las anchas hendeduras que encontraba en la Trepó por el costado del edificio con tal rapide para luego apartar la vista por sólo unos instan Mientras se encaramaba a las tejas de rostro. En el tejado había un tragaluz, con c estaba seguro— a la habitación que buscaba. Cuidadosamente, tratando de no sacar mismo a la calle—, subió hasta el tragaluz. Lo para permitir que entrara algo de iluminación labor de un momento abrir con la daga un resq El cuarto que vio era pequeño, y esta lámparas de latón que había sobre una m hombres, dos con ballestas amartilladas, y ob él, Conan, había de entrar. El cimmerio hizo gesto de negar con la Una cosa es precaverse de los peligros cu descubrir que ya te están esperando. —¿Va a venir, o no? —preguntó irritado u Tenía una profunda cicatriz en la cabeza mandoble que no lo había matado de milagro. 5 evaron las indicaciones de la muchacha, no as y trabajadores del hierro, sino también a los tón, del estaño y del bronce. Una cacofonía de endedores y hacía de la calle un sumidero de extremo. Los gremios se aseguraban de que el al mismo tiempo con otro, y con ese fin tenían calle. En la Calle de los Herreros no había an con mucha más calma que por el resto de la que verse —unas habitaciones a las que se a la calle al lado del establecimiento de un a al lado de éste— se reafirmó en la idea de guna para esperar problemas, pero ya habían tratado de acuchillarle. pezó a dejar pasar el rato, deteniéndose aquí manosear un cuenco de plata en el que había o, mientras tanto, observaba el edificio donde ojos aguzados por años de vida de ladrón. abía detenido para observarlo, pues se estaba ro. Se acercó al oído el cuenco que estaba on la cabeza y dejando el cuenco encima de la uriosas imprecaciones del platero, pero los encontró un callejón, que olía, como todos los ntró en éste, apresurándose por su angostura. ho se habían comido casi toda la arcilla que observaba el callejón desde la calle principal. mal recubierta y mal unida con argamasa. Un posible escalarla, sobre todo un hombre que a uno que provenía de los collados cimmerios, piedra le servían lo mismo que una carretera. ez, que quien le hubiera visto de pie en la calle ntes habría podido creer en su desaparición. arcilla roja de arriba, una sonrisa iluminó su cuarterones de basto cristal. Aquello daba — r ninguna teja de su sitio —y de no caer él os cristales estaban lo bastante limpios como n, pero no para ver lo que había dentro. Fue quicio por el que poder mirar. aba mal iluminado, pese al tragaluz y a dos mesa. Sobre esta misma mesa había cuatro bservaban la puerta por la que se suponía que a cabeza, colérico y maravillado a un tiempo. uando no cabe tropezar con ninguno, y otra uno de los hombres que no llevaban ballesta. a, donde alguien debía de haberle largado un 57 —Vendrá —le respondió el otro homb enviaría a esta puerta. Conan quedó atónito. Ariane. ¿Era posib —¿Qué le vas a decir? —preguntó el ho influencia para causarnos problemas, Taras. —Le diré que lo he contratado —dijo Ta ciudad, a unirse con los otros hombres que tranquilizará. El corpulento cimmerio, tendido sobre e importaba lo que hubiera hecho Ariane, pues meditó el resto de lo que había dicho Taras. L Él ya lo había temido. Los jóvenes rebelde muchas preguntas que hacerle a Taras. Dese con el cuero. —Aseguraos —decía Taras a los balles entre en el cuarto. Estos bárbaros no mueren f —Ya puede darse por muerto —dijo uno El otro rió y acarició la ballesta. En el rostro de Conan apareció una son que muriese en aquel cuarto. Se puso en pie c —¡Crom! —rugió mientras sus pies destr Los hombres que había en la habitación la bota de Conan golpeaba ya a uno de los ba con un crujido de vértebras rotas. El segun arma tratando de emplearla. Conan mantuvo e sí mismo, e ignorando la ballesta clavó su dag en el que se mezclaban gorgoteos, el mis cimmerio murió, y en su caída se le disparó e que todavía estaba desenvainando la espada ballesta había ido a clavarse en su ojo izquierd Levantándolo con la misma daga, Conan y, al hacerlo, reconoció en éste aquel rostro co estaban en aquella otra reunión que también h El hombre del rostro estragado se tamba cadáver le cayó encima. —¡Tú! —gritó, al ver por primera vez con Con un bufido, Conan arremetió, y su e que su enemigo aún no había desenvainado dedos cayeron al suelo. Y, con todo, no era h cuando la sangre manara de su mano derecha su vaina. Se abalanzó contra el cimmerio gritan Poco le hubiera costado a Conan ma interesaba tanto como las respuestas que pud la empuñadura de la espada golpeó en la nuca terminó en traspiés, y, gritando, Taras cayó so a parar al suelo estrepitosamente. Sufrió un es levantarse. Echando maldiciones, Conan levantó a resbalaron de la daga, alojada ahora en su p cimmerio. —Erlik te lleve consigo —murmuró Cona Tras limpiar su hoja en la túnica de Tar vaina. Aquel hombre había declarado de sus 5 bre sin ballesta—. La muchacha dijo que lo ble que ella le hubiera enviado a la muerte? ombre de la horrible cicatriz—. Tiene suficiente aras riendo— y que le he mandado fuera de la e ella cree que he contratado. Con eso se el tejado como estaba, suspiró con alivio. No s lo había hecho involuntariamente. Entonces, Los otros que ella creía que había contratado. es estaban siendo engañados. Conan tenía envainó el sable; oyó el áspero roce del metal steros— de tirar en el mismo instante en que fácilmente. de los aludidos. nrisa lobuna. Aún estaba por ver quién sería el como la callada muerte, y dio un salto. rozaban el tragaluz. apenas si tuvieron tiempo de sobresaltarse, y allesteros en el rostro, y le hacía caer al suelo ndo ballestero, desesperadamente, levantó el el equilibrio con elasticidad felina, y giró sobre ga en la garganta del ballestero. Con un grito smo hombre que había dado por muerto al el arma. El hombre de la cicatriz en la cabeza, a, tosió una única vez y cayó; la saeta de la do. n arrojó el yerto cuerpo del ballestero a Taras, omido por algún mal. Taras era uno de los que había interrumpido atravesando el techo. aleó, tratando de agarrar la espada, cuando el n claridad el rostro del cimmerio. espada arrancó ecos metálicos al puño de la o por completo. Taras chilló, y varios de sus hombre que se dejara vencer fácilmente. Aun a mutilada, con la izquierda sacaba la daga de ndo de rabia. atar a aquel hombre, pero su muerte no le diera darle. Esquivó el ataque de Taras, y con a al hombre de estragado rostro. La acometida obre el cadáver del hombre de la cicatriz y fue spasmo, exhaló un largo suspiro, y no volvió a a aquel hombre. Los dedos inertes de Taras pecho. Sus ojos sin vida miraban fijamente al an—. Te quería vivo. ras, Conan volvió a guardar la espada en su s propios labios que estaba engañando a los 58 jóvenes rebeldes. Pero además lo había vist atuendo, eran evidentemente hombres de p suponer que la reunión tenía algún propósito efecto, quería actuar contra Garian, y emple peones. Y, como peones que eran, podían s cumplieran con su función. En el mismo momento que Conan extr puerta se abrió de golpe. El cimmerio se agaz otro lado del cadáver aparecían Ariane y Graec El membrudo escultor pareció volvers contemplaron la carnicería. La mirada de Arian de Conan. —Yo creía que Taras no tenía dere lentamente—. Pensé que teníamos que venir perdieron en un suspiro de abatimiento. —Querían matarme, Ariane —dijo Co tragaluz que había quedado sobre la mesa, y la —¿Quién es el que ha saltado desde ar por ahí. Para matar. Me extrañó que te arm extrañó, y he rezado por que mis sospechas no Conan se preguntó, irritado, por qué aque —Les he escuchado por el tragaluz, Aria oír que planeaban matarme. ¿Crees que llevab —Ella le miró, con llaneza, pero no había vi hondo—. Escucha, Ariane. Este hombre, Ta contribuir a vuestra rebelión. Oí como lo decía. —¡Tú los has matado! —gritó de pront rostro a aquel hombre fornido, y jadeaba com que temía Estéfano. ¿También le has matado todos? ¡No lo harás! ¡No puedes! ¡Somos cent De pronto se volvió hacia el pasillo qu chillido salió corriendo en la dirección opuesta. Hordo apareció en la puerta, y miró por u de él. Su único ojo se fijó en los cadáveres. —Volví al Thestis y allí oí que la mucha que fue buena idea seguirles yo mismo. Ariane —¿Vas a matarme a mí también, Conan? —¿Es que todavía no me conoces lo hacerte ningún daño? —Eso creía —dijo ella con voz hueca. M reía histéricamente—. Yo no sé nada de ti. muchacha se apartó de su enorme mano—. queda—, pero, si me tocas, mi daga sabrá hall Él apartó la mano como si se hubiera que —No te quedes aquí mucho rato. Los ca dos piernas sólo verán en ti más botín. —Ella dijo Conan con un gruñido. El tuerto salió con é Ya en la calle, los que se fijaban en el ro ojos azules se apartaban ante sus rotundas za quedar atrás, y no hizo preguntas hasta que s de los Herreros. —¿Qué ha ocurrido en ese cuarto, cimm con tal furia? 5 to reunido con otros dos que, por su porte y posición y riqueza. Forzosamente había de o relacionado con lo otro, y que alguien, en ear para ello a Ariane y a los demás como ser abandonados y desechados después que raía la daga de la garganta del ballestero, la zapó puñal en mano, y se encontró con que al cus. se de piedra en cuanto sus ojos saltones ne, preñada de infinita tristeza, se cruzó con la echo a excluirnos de esta reunión —dijo r aquí, a hablar por ti, a... —Sus palabras se onan. Ella miró el destrozado armazón del a abertura del techo. rriba, Conan? Parece claro que tú has entrado maras, y no quisieras decirme por qué. Me o fueran ciertas. ella necia muchacha no entendía nada bien. ane, y también he entrado por ahí. Después de ban esas ballestas cargadas para cazar ratas? ida ni esperanza en sus ojos. Conan respiró aras, no había alquilado hombre alguno para . Debéis... to Graecus. Los colores le habían subido al mo después de un gran esfuerzo—. Esto es lo a él, y a Leucas? ¿Es que quieres matarnos a tenares! ¡Antes te mataremos a ti! ue llevaba a la escalera, y con un estridente . Ariane no se movió. unos momentos al escultor que trataba de huir acha y el otro decían que te seguirían. Parece e estaba conmovida. ? El cimmerio se le acercó airado. bastante para saber que no soy capaz de Miraba ora este cadáver, ora el de más allá, y ¡Nada! —Conan le alargó el brazo, pero la No puedo luchar contigo —dijo ella con voz lar mi propio corazón. emado. Al fin, dijo con frialdad: adáveres siempre atraen a los buitres, y los de a no le miró, ni le respondió—. Ven, Hordo — él de la habitación. ostro sombrío de Conan y en la frialdad de sus ancadas. Hordo tenía que darse prisa para no se hubieron alejado del estruendo de la Calle merio, que la muchacha se ha vuelto contra ti 59 Conan le dedicó a Hordo una mirada a explicó cómo había llegado hasta allí, qué deducido. —Soy demasiado viejo para esto —gem con cuidado para que Graecus y los otros además, dado que no sabemos quiénes son ¿cómo podemos ponernos al servicio de alguie —Sólo nos queda alguien a quie sombríamente—. El rey. CAPITULO 12 En las amplias escaleras de mármol del caer al suelo una jaula de palomas, pues esta por la estrecha y tortuosa calle. Tanto le sorpr el Distrito de los Templos que los miraba boq caja se había roto y los sacrificios que quería blancas. La silla de Hordo crujió; su ocupante se acaloradamente en susurros. —¡Esto es una locura! ¡Tendremos suert Leopardos de Oro en pleno! Conan negaba con la cabeza sin respond Sabía bien que acercarse al Palacio Rea armados, no era la mejor forma de expresar e sabía que no le quedaba ya tiempo para segu que sólo podía recurrir al alistamiento en el Ejé En verdad, los Leopardos de Oro no le p Estaban desesperados; creían que el cimmeri de hacerlo, y era posible que intentaran cualq por el cerro hasta el Palacio Real invitaban a la Aquellas calles eran un recuerdo de tiem que con el andar del tiempo se convertiría fortaleza que coronaba un cerro, en torno a la que con el tiempo había crecido hasta conve que la fortaleza del cerro se convirtiera en Pala de la aldea hubieran cedido su puesto a las mármol y de pulimentado granito, las serpentea El palacio mismo retenía buena parte de estaban hechas ahora de brillante mármol bla torres de pórfido y de glauconita. Los rastrillos los puentes levadizos cruzaban un foso seco e el de un jardín paisajístico, en el que sin emb matojo que pudiera encubrir un acercamiento s Templos que circundaba el cerro. En el borde del jardín, Conan mandó dete —Esperad aquí —ordenó. Cabalgando solo, siguió adelante, y su Dos lanceros ataviados con capas doradas hombre que llevaba el empenachado yelmo mismo momento en que el cimmerio refrenaba 6 asesina, pero con frases breves y concisas le era lo que había oído y qué lo que había mía Hordo—. No sólo tendremos que andarnos no nos apuñalen por la espalda, sino que, los nobles y mercaderes implicados en esto, en? ¿A quién acudiremos ahora, cimmerio? en podamos acudir —respondió Conan Templo de Mitra, un hombre sorprendido dejó aba viendo a una Compañía Libre que andaba rendía ver a hombres montados y armados en quiabierto, sin apenas darse cuenta de que su a ofrecer habían huido al vuelo con sus alas e ladeaba para acercarse a Conan y hablarle te si no tropezamos en lo alto del cerro con los der. al sin ser anunciado, y con cuarenta hombres el deseo de entrar al servicio del rey. También uir las vías más habituales, como el soborno, y ército Nemedio. O a esto. preocupaban tanto como los jóvenes rebeldes. io los había traicionado, o que estaba a punto quier cosa. Y las calles tortuosas que subían a emboscada. mpos antiguos, pues, en el oscuro pasado, lo en el Palacio Real había sido tan sólo una a cual se había formado una aldea, una aldea ertirse en Belverus. Pero, mucho después de acio Real, mucho después de que las cabañas s columnas de los templos de alabastro, de antes calles seguían allí. e aquel aire de fortaleza, aunque sus almenas anco y en su interior habían sido construidas s, bajo una capa de oro, eran de hierro, y sólo erizado de pinchos. Un césped recortado como bargo no se podía encontrar ni un minúsculo sigiloso, separaba el palacio del Distrito de los enerse a la compañía. gran semental negro se puso algo nervioso. hacían guardia en el puente levadizo, y un de los oficiales salió de la barbacana en el a su montura. 60 —¿Qué buscas aquí? —preguntó el Compañía Libre, pero éstos eran pocos y estab —Querría poner mi compañía al servicio entrenado en una forma de combate nueva en El oficial sonrió en son de burla. —Nunca me he encontrado con ninguna de la guerra presuntamente secreto. ¿Cuál es —Voy a hacer una demostración —dijo C Para sus adentros, respiró aliviado. Su había sido que sus moradores ni siquiera le es —Muy bien —dijo pausadamente el ofic compañía—. Puedes entrar tú solo y hacer esa secreto, como casi todos los que pregonan las enseña a todo recluta nemedio, te desnudarem el pie de este collado para edificación de tus ho Conan dio con las botas en los flancos un paso; los lanceros aprestaron sus arma cimmerio se permitió una sonrisa que le afloró —Ningún nemedio lo conoce, aunque qu El rostro del oficial se endureció, al igual —Creo que hay otros a quienes gusta entrada y murmuró una orden. Un soldado con la capa también do midiéndole y se dirigió a palacio. Al tiempo q soldados salieron de la barbacana, algunos de si venían a vigilarle o para asegurarse de que n El patio exterior estaba pavimentado direcciones— y rodeado de arcadas de cuatro del portón, asomaban las torres que se erg palacio propiamente dicho donde vivían el rey Los soldados que le habían seguido retro de oficiales, al frente de los cuales iba uno ta que había acompañado al cimmerio le hizo una —Todos los honores para vos, comanda bárbaro os procure alguna distracción. —Sí, Tegha —dijo Vegentius, como ause Y en verdad aquél era un extraño ojo corpulento oficial dijo: —Tú, bárbaro. ¿Te conozco acaso, o tú ambas manos. Conan negó con la cabeza. —No os conozco, comandante. Aunque, pensándolo bien, aquel Vege como alguien a quien se ha visto sólo un bre volvería el recuerdo, si era algo importante. Vegentius pareció relajarse al oír hablar a —Veamos esa demostración. Tegha, tráe —Necesito un blanco de paja —le dijo Co Cuando Tegha eligió a dos hombres par se echaron a reír. —¡El tiro con arco! —dijo uno de ellos mi que llevaba un arco en la silla, pero creía que e 6 oficial. Miró pensativamente al resto de la ban lejos. o del rey Garian —respondió Conan—. Los he Nemedia, y en todo el mundo occidental. a Compañía Libre que no practicara algún arte el vuestro? Conan—. Es mejor verlo. u verdadero miedo, antes de llegar a palacio, scucharan. cial, echando una nueva ojeada al resto de la a demostración. Pero quedas advertido: si ese s Compañías Libres, resulta ser algo que ya se mos y te azotaremos desde las puertas hasta ombres. del gran semental negro. El caballo fue a dar as, y el oficial le miró con desconfianza. El a los labios, mas no a los ojos. uizá sí se enseñe a los reclutas. que el tono de su voz. aría ver esto, bárbaro. —Se volvió hacia la orada salió afuera, miró al cimmerio como que Conan entraba tras él por el portón, otros e ellos para seguirle. El cimmerio se preguntó no se apoderara él solo de todo el palacio. con losas —cuatrocientos pasos en ambas o pisos. Más allá de las arcadas, justo enfrente guían en los jardines del patio interior, y del y su corte. ocedieron respetuosamente ante una veintena an corpulento como el propio Conan. El oficial a reverencia al ver que se acercaba. ante Vegentius —le saludó—. Espero que este ente, sin apartar la mirada de Conan. cauteloso, pensó el cimmerio. De pronto, el a mí? Mientras hablaba, aferró la espada con entius le resultaba familiar, pero vagamente, eve instante. No le dio más importancia. Ya le al cimmerio. Con vigorosa sonrisa, le dijo: ele al bárbaro todo lo que necesite. onan al oficial—, o de cualquier otra clase. ra que fueran a buscar el blanco, los oficiales ientras reía ruidosamente—. Yo ya había visto era el de algún niño. 61 —Quizá sepa tirar con una sola mano — Conan no respondía a los comentarios c cerrar con fuerza la mandíbula. Sacó el arco co y probó cuidadosamente la tensión de la cuerd —¡Es como un arpa! —dijo alguien—. ¡S Conan pasó el dedo por encima de las c tras la silla de montar, asegurándose de que to —Debe de perder flechas a menudo, si ll —No, es que usa las plumas para hace tobillo, sabes, y le das la vuelta... Los comentarios socarrones siguieron, y soldados volvieron con el blanco de paja. —Ponedlo allí —ordenó Conan, señaland Los soldados se apresuraron a cumplir la superiores de presenciar el fracaso del bárbaro —Lo tienes muy cerca, bárbaro. —Pero el arco es de niño. Respirando hondo para calmarse, Cona refrenó el caballo cuando ya se hallaba a dos apuntar la flecha. La demostración había de que concentrarse plenamente en su objetivo, aquellos gárrulos babuinos que se hacían llam —¿A qué esperas, bárbaro...? —gritó Ve Con un grito salvaje, Conan levantó el a blanco, el cimmerio espoleó a su semental y e centellas de las losas al paso de las ruidosas el bárbaro tantas flechas como podía llevar a la de guerra que tan a menudo había infundido Hiperbórea, y de las Marcas Bosonias. Una flecha tras otra se fueron clavando e éste, hizo presión con la rodilla a su montura y a la derecha. Conan siguió tirando una y otra v con la saeta, con el blanco. De nuevo hacía encabritaba, cambiaba de dirección con todo s y se alejaba con gran estruendo por el camino echó mano de las riendas quedaban cuatro fl sabía que, si alguien contaba las que habían d seis. Se acercó a medio galope a los ahora ca —¿Qué brujería es ésta? —preguntó Ve saetas, puesto que dan en el blanco mientras t —Nada de brujerías —dijo Conan, riendo reírse de las atónitas caras de los oficiales—. no demasiada, para acertar con el arco a un más. Yo mismo no sabía manejar el arco cuan —¡Te enseñaron! —exclamó Tegha, s Vegentius—. ¿Quién? ¿Dónde? —Lejos de aquí, en el este —dijo Con caballería ligera. En Turan... —Hagan lo que hagan en esas lejanas aspereza—, aquí no sirve. No necesitamos co 6 —añadió otro. cada vez más insultantes, aunque tuviera que orto del lacado estuche que colgaba de la silla da. Sabe tocarlo como un arpa! cuarenta flechas de la aljaba que llevaba atada odas estaban bien. leva tantas. er cosquillas a alguna mujer. La coges por el sólo se acallaron en cierta medida cuando los do un lugar que tenía a cincuenta pasos. a orden, pues estaban tan ansiosos como sus o. an se alejó de la pandilla de oficiales, y sólo scientos pasos del blanco. Se detuvo a medio ser perfecta, y para asegurarse de ello tenía y no dejar que le perturbara la cólera contra mar oficiales. egentius—. Desmonta y... arco y tiró. En cuanto la saeta se clavó en el echó a galopar en velocísima carrera; saltaron pezuñas de su gran caballo negro, y arrojaba a cuerda de su arco, y chillaba el ululante grito o miedo a los guerreros de Gunderland, y de en el blanco. Cuando se halló a cien pasos de y el formidable semental giró impecablemente vez, y su mente y su ojo eran uno con el arco, presión con la rodilla, y el caballo giraba, se su cuerpo. Y Conan arrojaba flechas de nuevo, o por donde había arremetido. Cuando por fin lechas en el carcaj que llevaba tras la silla, y dado en el blanco, se encontraría con treinta y allados oficiales. egentius—. ¿Es que han sido hechizadas tus tú te balanceas como un loco? o. Pues, en efecto, ahora le tocaba el turno de . Un hombre necesita cierta habilidad, aunque n ciervo que corre. Sólo hay que dar un paso ndo me enseñaron. sin prestar atención a la mirada colérica de nan—. Allí, el arco es la principal arma de la tierras —dijo Vegentius, interrumpiéndole con ostumbres extranjeras. Una falange de buena 62 infantería nemedia hace suyo cualquier camp arqueros montados. Conan estuvo a punto de explicarle lo qu turarnos podían hacer con la citada falange, p otro grupo, y todos los oficiales hicieron profun Al frente del cortejo iba un hombre, cuad corona —un dragón de oro con ojos de rubí y saber que su portador era el rey Garian. Pero a los nobles que lo rodeaban, ni a los cortesa hallaba una mujer que cautivaba la mirada. Un que no había nacido noble, ni llevaba sobre lo sujeta con broches de perlas, sino que cub entretejidas y engastadas en oro. Pero, si se que éste no le debía de prodigar las atencion Conan la mirada, si no con la misma franquez sangre. Conan vio que Garian se le acercaba, y rey no hubiera notado a quién estaba mirando. —He visto tu exhibición desde la galería contemplado nada igual. —Sus ojos castaños notado adonde miraba Conan), aunque no tan trono—. ¿Cómo te llamas? —Soy Conan —respondió el cimmerio—. No vio que Vegentius palidecía. —¿Has venido meramente a ofrecer entr —He venido para entrar a vuestro servici cuarenta hombres entrenados para usar el arco —En verdad excelente —dijo Garian, dá Siempre me han interesado las innovaciones e vivido en las casernas del ejército. Ahora —y voz—, no tengo tiempo siquiera para practicar —Mi rey —dijo Vegentius respetuosam entretenimiento, pero de nada serviría en una g Mientras hablaba, miraba a Conan de re a creerlo, que había miedo y odio en aquella m —No, buen Vegentius —dijo Garian, neg sabio a menudo en los asuntos militares, pero boca para decir algo; Garian le ignoró—. Óyem servicio, pagaré a cada uno de tus hombres tre ti mismo te daré diez marcos de oro, y te los se —De acuerdo —dijo Conan con llaneza. Un comerciante le habría pagado, como Garian asintió con la cabeza. —Está decidido, pues. Pero deberás clepsidra completa cada día, pues veo por también eres experto en esa arma. Vegentiu palacio, y de que sean espaciosos. Garian, a la manera de los reyes, se órdenes; los soldados le hicieron otra reverenc rubia fue con ellos, pero mientras se iba sus oj como una fragua. De reojo, Conan vio que Vegentius se ma 6 po, sin necesidad de esa extravagancia de los ue algunos centenares de arqueros montados pero antes de que llegara a hablar compareció ndas reverencias. drado de rostro, que llevaba en la cabeza una y una gran perla entre las garras— que hacía Conan no perdió tiempo observando al rey, ni anos que le seguían, pues entre todos ellos se na rubia de largas piernas y opulentos senos, os hombros la estola de seda roja transparente bría su esbelto cuerpo con ristras de perlas e trataba de la querida de alguien, era seguro nes debidas. Pues la muchacha le devolvió a za, sí con difusa calidez que le hizo acelerar la se quitó el yelmo con la esperanza de que el . a —dijo Garian amablemente—, y nunca había eran amistosos (lo cual indicaba que no había n sinceros como los del que no se sienta en el . Conan de Cimmeria. retenimiento, Conan? io —dijo el cimmerio—, junto con mi teniente y o igual que yo. ándole una palmada en el lomo al semental—. en el arte de la guerra. Oh, desde mi niñez he y alguna traza de amargura se hizo oír en su con la espada. mente—, esto no es más que un truco, un guerra. eojo. Al cimmerio le pareció, aunque no llegara mirada. gando a la par con la cabeza—. Tu consejo es o esta vez te equivocas. —Vegentius abrió la me ahora, Conan de Cimmeria. Si entras a mi es marcos de oro, y tres más cada diez días. A eguiré dando cada día mientras me sirvas. mucho, la mitad de aquella cantidad. practicar la esgrima conmigo durante una lo desgastado del puño de tu espada que us, cuida de que Conan tenga aposentos en e fue sin decir palabra tras haber dado sus cia y sus consejeros le siguieron. La muchacha jos recorrían el cuerpo del cimmerio, ardientes archaba. 63 —Comandante Vegentius —le llamó— compañía? La respuesta de Vegentius pareció casi u —El rey ha dicho que hay que alojarte a a la que llamas compañía. Por mí pueden acam Y también se marchó, airado. Conan había perdido algo de su euforia. que obligara a Vegentius a dar alojamiento a pie del cerro, pero, aun para la más barata d bolsa a la paga de sus hombres. Tendría recursos. Pero no era aquélla la peor de Vegentius? Tenía que descubrir la respuesta también debía procurar que la rubia no fuer mismo tiempo de sus favores, si ello era posi hombre nacido en el campo de batalla se busq Riendo, cabalgó hacia la puerta para con CAPITULO 13 La elevada cúpula de piedra gris estab colgaban de la pared desnuda, en la que no ha además estaba bien guardada por fuera. Alb aquella habitación corriera ningún riesgo. Só darle. En el centro de la estancia había una ta del suelo, y sobre ella descansaba un gran b color parduzco. Era aquella arcilla la que obten —Lord Albanus, una vez más exijo sab preso. Albanus estudió una sonrisa antes ya cejas pobladas, que le hacía frente apretando l —Ha sido un malentendido por parte de dije que me trajeran al gran escultor Estéfano haré azotar. Estéfano dio a entender con un gesto aunque Albanus se fijó en que no le pedía q tormento. —¿Has oído hablar de mí? —preguntó e —Por supuesto —respondió Albanus, pensamientos de aquel hombre se leían al in letras—. Por eso es que quiero que esculpas tienes aquí todas las herramientas de tu ofici había todo tipo de herramientas de escultor. —Esto está mal —dijo Estéfano con emplea para las figuras pequeñas. Las figuras Los labios de Albanus lograron disimular carbones. —La arcilla ha sido traída desde Khitai. — la que hubieran podido traerla—. Al ser calenta siendo más ligera que la habitual arcilla húm que la estatua debe representar. Examínalos. 6 —, ¿no ha dicho el rey dónde se alojará mi un gruñido. a ti, bárbaro. No ha dicho nada de esa chusma mpar en los sumideros. No podía ir gimoteando ante Garian, a pedirle a sus hombres. Había muchísimas posadas al de ellas, tendría que añadir algo de su propia problemas, a pesar de sus recién hallados e sus preocupaciones. ¿Por qué le odiaba antes de que se viera obligado a matarlo. Y ra causa de su decapitación. Disfrutando al ible. Pero, en fin, ¿cuándo se ha visto que un que una vida sin angustias? ntar a los otros su buena suerte. ba bien iluminada por lámparas de latón que abía ninguna ventana, y una única puerta, que banus no podía permitir que lo que tenía en ólo con mirarlo, sentía ya el poder que iba a arima circular de piedra, a no más de un paso bloque rectangular de una peculiar arcilla de ndría para Albanus el Trono del Dragón. ber por qué me has traído aquí y me retienes de volverse hacia aquel hombre ceñudo, de los puños. e mis guardias, mi buen Estéfano. Yo sólo les o, y ellos se excedieron. Te aseguro que les o que aquello último carecía de importancia, que dispensara a los guardias del prometido el escultor al instante, abombando el pecho. que tenía que esforzarse para no reír. Los nstante, como una página escrita con grandes s esta estatua para mí. Como puedes ver, ya io. —Señaló una pequeña mesa sobre la que imperiosa condescendencia—. La arcilla se grandes se hacen de piedra o de bronce. r la sonrisa, pero sus ojos ardían como gélidos —No se le ocurría una tierra más lejana desde ada, adquiere la dureza del bronce, pero sigue meda. Sobre la mesa hay bocetos del hombre 64 Mirando vacilante el bloque de arcilla, Es tuvo que ahogar un grito. —¡Oh, éste es Garian! —Nuestro gracioso rey —dijo Albanus m la frase—. La estatua será un regalo para él. U —Pero ¿cómo irá vestida la escultura? bocetos—. En todos los dibujos está desnudo. —Y desnuda habrá de estar la escultur hacía patente en el rostro de Estéfano y siguió las estatuas modeladas en esta arcilla. Son ve el atuendo de tiempo en tiempo para que vistan Le divertía su propia invención. Se pre estatua semejante el día en que ascendiera al Estéfano rió de pronto, con una risa áspe —¿Y qué se podría hacer con una estat ya en el trono? —Eso parece poco probable —dijo sobresaltarse, como dándose cuenta de lo que —Por supuesto. Por supuesto. —Su ros qué debería aceptar este encargo, después de —Ha sido un grave error por el que me de oro? —No me interesa el oro —dijo el escultor —Puedes distribuirlo entre los pobres — oído hablar mucho de las buenas obras que ha Estéfano no pareció ablandarse, pero atacar. Su voz acabó por convertirse en un sus —Piensa en todas las cosas buenas q Piensa en los camaradas que te seguirán cua ha tenido nunca ni una centésima parte pa clavando la mirada en la pared como si estu alabarán, cómo te seguirán los pasos con sus calló entonces, y aguardó. Estéfano seguía de pie, como envarado. —Desde luego, podrían hacerse much ensimismado pensando en aquellos a quienes —Por supuesto. —El noble de rostro c enérgica—. Esto tiene que ser una sorpresa p nadie debe saber que estás aquí. Se te traerá De día se te permitirá pasear por los jardines, la labor, pues el tiempo apremia. Tras abandonar la estancia Albanus se d vigilaban con la espada desenvainada a am revuelto, y le venían náuseas. ¡Que tuviera qu si fuera un igual! Era penoso el sufrirlo. Pero n amenazas, ni siquiera con torturas, pues hab tales medios producían obras inevitablemente Alguien tocó respetuosamente la manga dientes. El esclavo que le había tocado se encogí —Perdonadme, señor, pero el comanda ha ordenado que os niegue le recibáis. 6 stéfano cogió los pergaminos, los desenrolló y melosamente, aunque casi se atragantara con Una sorpresa. —preguntó el escultor, rebuscando entre los ra. —Albanus se adelantó al asombro que se ó diciendo—: Tal es la costumbre en Khitai con estidas con trajes verdaderos, y se les cambia n siempre a la última moda. eguntó si podría encargar para sí mismo una trono. era como el chirriar de dos pizarras. tua de Garian desnudo, si Garian no estuviera Albanus con suavidad. Estéfano pareció e acababa de decir. stro se enfureció. Frunció el ceño—. Pero ¿por e pasar una noche encerrado en tu mazmorra? he disculpado. ¿Qué te parecen mil monedas r con una sonrisa de menosprecio. —siguió diciéndole Albanus con suavidad—. He aces en Puerta del Infierno. el noble de rostro aquilino sabía por dónde surro hipnótico. que podrías hacer con mil monedas de oro. ando lo repartas. Seguro que ninguno de ellos ara repartir. —Estéfano asentía lentamente, uviera viendo una escena en ella—. Cómo te loas. Qué grande serás a sus ojos. —Albanus De pronto, reaccionó, y rió con apuro. has cosas buenas con tanto oro. Me había podría ayudar. cruel sonrió, y siguió hablando con voz más para Garian. Para asegurarnos de que lo sea, á comida y bebida. Y mujeres, si así lo deseas. si demuestras prudencia. Ahora, empieza con detuvo, tembloroso, entre los dos guardias que mbos lados de la puerta. Tenía el estómago ue tratar a un sujeto como Estéfano casi como no se podía obligar a los artistas a trabajar con bía descubierto, a su pesar, que si empleaba defectuosas. de su túnica, y él se sobresaltó, y gruñó entre ía de miedo con la cabeza gacha. ante Vegentius os espera, muy alterado, y me 65 Albanus le apartó de un empujón y se hasta el último detalle. Si el militar había logra propias manos. Encontró a Vegentius en la columnata d rostro bañado en sudor. Abrió la boca en cuant —Conan. El bárbaro que luchó con Me que Leucas dijo que tomaba parte en la conjura así se ha ganado el favor de Garian y ha entra que irrumpió en nuestra reunión con Taras. Cu planes, Albanus, y esto no me gusta. Esto no m —¿Es que los dioses quieren intervenir e —dijo Albanus con voz queda, sin dars ¿Es que están decididos a enfrentarse a mí? —Y añadió en voz alta—: No me venga un adivino me ha dicho que llevaría la Corona ordenado que lo mataran, por supuesto, para s auspicio puede representar un bárbaro? El militar cuadrado de cara desenvainó u —Yo podría matarlo fácilmente. Está solo —¡Necio! —gritó Albanus—. Si tuviera l por su propia seguridad. No nos interesa que s Vegentius sonrió con sarcasmo. —Su seguridad depende de mí. Uno de mí, y no ante el Trono del Dragón. —Pero los otros dos no. Ni exige mi plan de palacio. Lo que todos deben ver es que s amotinará en la calle. —Entonces, ¿lo dejamos con vida? —ex —No, morirá. ¿Cabía pensar que este Conan era un a No. Albanus estaba predestinado a ceñirse la rey, y, mediante el poder de la esfera azul, tam —Taras recibió la orden —siguió diciend morir lejos de palacio, en algún lugar donde borrachos. —Taras parece haber desaparecido, Alba —¡Pues encuéntralo! —exclamó irritado palacio el bárbaro debe ser vigilado, pero sin q a salir de allí, mátalo! CAPITULO 14 Se oían ecos metálicos en el pequeño pa y ágilmente volvía a ponerse en guardia. E controlaba la respiración, miraba con firmeza, s Garian avanzaba en círculo, rodeando h iba desnudo de cintura para arriba, y no era t las grasas que había ganado con los últimos abajo por los hombros, y el arma le oscilaba au —Eres bueno, bárbaro —dijo el rey entre 6 alejó por el pasillo. Lo había planeado todo, ado que algo saliera mal, lo castraría con sus del vestíbulo; paseaba de un lado a otro con el to Albanus apareció. elius y después se llevó su espada. Aquel del a de Sefana. Ahora, uno que también se llama ado a su servicio. Y además le conozco; es el uatro veces ya se ha entrometido en nuestros me gusta. Es como un mal auspicio. en mis asuntos? se cuenta apenas de que estaba hablando—. as con malos auspicios. Esta misma mañana, a del Dragón en el momento de mi muerte. He silenciarlo. Frente a tal profecía de éxito, ¿qué un palmo de espada. o en palacio, y nadie le protege las espaldas. lugar un asesinato en palacio, Garian temería se ponga en guardia. e cada tres Leopardos de Oro responde ante n que se desenvainen espadas tras los muros salvo a Nemedia de una turba armada que se xclamó Vegentius con incredulidad. arma que los dioses habían alzado contra él? a Corona del Dragón. Había nacido para ser mbién un dios vivo. do—. Pero hazle saber que ese hombre debe su muerte pueda ser atribuida a una riña de anus. o el cruel aristócrata—. Y recuerda, dentro de que se le haga violencia. ¡Cuando se arriesgue atio cada vez que Conan paraba un mandoble El sudor empapaba su robusto pecho, pero su acero era rápido. hacia la izquierda al fornido cimmerio. También tan corpulento como su oponente, a pesar de s meses de sedentarismo. El sudor le corría unque sólo fuera por la anchura de un cabello. e jadeos. 66 Conan no decía nada, y giraba tan sólo debe hablar mientras se lucha, ni siquiera cuan —Pero andas escaso de palabras —sigu de alcanzar con la espada el pecho del cimmer Conan apenas se movió. Sus poderosas rey, apartándola a un lado sin peligro. En vez táctica favorita—, Conan se dejó caer sobre la izquierda. Apartó su espada de la del otro momento en que llegaba a rozar el estómago pudiera reaccionar, Conan se había incorporad Garian retrocedió con expresión disgusta —Ya basta por hoy —dijo hoscamente empezó a secarse el sudor del pecho. Después que Garian hubo desaparecido que había pasado desapercibido a la sombra d —Menos mal que no ha sabido que podríamos habernos encontrado en las mazm modos, es cosa sabida que los reyes no gustan —Si aceptara la derrota en un combate combate real. —Pero, aun así, ¿no podrías refrenarte No quieras que nos echen antes de que hayam —Yo no sé luchar de otra manera, Hor hombres? —Bien —respondió Hordo, sentándose e fácil: beben y putañean con el oro que cobran. Conan se puso la túnica y envainó la esp —¿Has visto algún indicio de que Ariane a la calle? —Ni un susurro —dijo el tuerto su traicionemos..., pues si lo hiciera, la sombra de al menos decirle a Garian que hemos oído rum advertencia, y, si se pone en guardia, la tal pensar en que Kerin y Ariane mueran en u sublevarse. Yo... no quiero tener que luchar co —Yo tampoco, Hordo. Pero la insurrecc guardia como si no, a menos que haya enten detenerlos, tenemos que descubrir quién los es con Taras podría decirme muchas cosas. —He dado órdenes, como me mandast rostro aquilino cuyas sienes ya blanquean. encontráramos. Conan negó con la cabeza, contrariado. —Lo sé. Pero sólo podemos hacer lo p buen vino allí. Aunque hubiera palacios mucho más op insignificante. Tenía muchos patios y jardine centro por una fuente de mármol con forma d se erguían torres de alabastro con arcos y cú al cielo, cubiertos ambos lados de jeroglífic nemedios a lo largo de más de mil años. Mientras bajaban por una tranquila arc chillaban y los faisanes de plumas doradas s 6 o para seguir de frente al otro hombre. No se ndo sólo se está practicando. uió diciendo el rey, y a mitad de la frase trató rio. s muñecas giraron, su arma chocó con la del de obligar al otro a soltar el arma —tal era la rodilla derecha, y apuntaló a un lado la pierna y atacó, deteniendo el arma en el mismo o de Garian. Antes de que el asombrado rey do ya y se ponía de nuevo en guardia. ada. e, y se marchó. Conan recogió su túnica y o entre las arcadas del patio, apareció Hordo, de un balcón. e yo estaba aquí, cimmerio, porque ambos morras, bajo este empedrado. Pero, de todos n de ser vencidos, aun cuando nadie lo ve. fingido, no tardaría en tropezar con ella en un un poco? Al fin y al cabo, se trata de un rey. mos ganado todo el oro que podemos ganar. rdo, sólo sé luchar para vencer. ¿Qué tal los en una piedra de albardilla—. Tienen una vida pada. e y los otros estén listos para llamar a su gente uspirando—. Conan, yo no digo que los e Kerin me perseguiría..., pero ¿no podríamos mores de insurrección? Nos pagaría bien por la l insurrección no tendría lugar. No quiero ni un sumidero, pero será inevitable si llegan a on ellas, cimmerio. ción tendrá lugar, tanto si Garian se pone en ndido mal el fuego que arde en Ariane. Para stá utilizando. Ese hombre que estaba reunido te, de que me avisen si ven a un hombre de Pero sería un regalo de los dioses que lo posible. Ven. Vamos a mi habitación. Tengo pulentos en Turan y en Vendhia, aquel no era es, algunos pequeños, adornado tal vez su de fantástica bestia, otros grandes, en los que úpulas dorados. Grandes obeliscos apuntaban cos que narraban las leyendas de los reyes cada, cabe un jardín donde los pavos reales se exhibían, Conan se detuvo de pronto. Más 67 adelante, una mujer envuelta en velos grises cuenta al parecer de que estaban allí, se fue estaba seguro de que se trataba de la mujer qu —decidió— era el momento oportuno para des Pero, cuando dio el primer paso, Hordo lo ag columna. —Quiero hablar con esa mujer —dijo C levantaban ecos en aquellas arcadas—. Yo n visto antes, sin esos velos. Pero ¿dónde? —Yo también la he visto —replicó Hordo Es Lady Tiana, y se dice que alguna dolencia c —No iba a pedirle que me permitiera ver —Escúchame —le rogó el hombre tuerto nos dejara para ir a recibir órdenes. Yo sabía una taberna distinta cada vez. Aquel día sa muralla, se encontró con esta tal Lady Tiana. —Así que está metida en el contrabando si se niega a responder a mis preguntas. —No lo comprendes, cimmerio. No esta decían, pero vi que Eranius casi se arrastra ocupara un lugar elevado, muy elevado, en la doscientos contrabandistas, gente dura todos de matarte. —Quizá ya lo hayan intentado. Sin duda alguna, había alguien que quer alguna razón desconocida, parecía odiarle? Ob —Se irá si no le doy alcance ahora. Pero Conan se detuvo, pues, en el mom arcada, la rubia que había visto acompañan descubierto que se llamaba Sularia y que, e velada trató de pasar de largo, pero Sularia, q falda de seda también dorada no más larga qu —Honor a ti, Lady Tiana —dijo Sularia, y labios—. Pero ¿por qué te cubres tanto en un si pudiéramos convencerte para que te pusiera Con rapidísimo gesto, la mujer velada le mano que hizo caer al suelo a la rubia. Conan bastado con la fuerza habitual en una mujer. Sularia se puso en pie tambaleándose máscara. —¿Cómo osas pegarme? —espetó—. Vo —¡Perra, vete a tu perrera! —gritó una te Alta, y de talle cimbreño, era tan bella sedoso, sus ojos, oscuros y señoriales, su ro negro, adornada con pequeñas perlas, la rubia —No me habléis así, Lady Jelanna — sierva, y muy pronto seré... —se detuvo de pro Jelanna sonrió con desprecio. —Eres una marrana, y muy pronto lo ve que llame a un esclavo para que te azote aquí 6 acababa de salir por una puerta y, sin darse e andando en dirección opuesta. El cimmerio ue había visto dos veces ya en su litera. Ahora scubrir por qué le había mirado con aquel odio. garró por el brazo y lo arrastró detrás de una Conan. Hablaba en voz baja, pues las voces no le gusto, de eso estoy seguro. Y ya la he o con ronco susurro—, aunque no sin los velos. corroe su rostro. No permite que la vean. su rostro —dijo Conan con impaciencia. o—. Una vez seguí a Eranius, después de que que siempre iba a la Calle de los Lamentos, a alió de la ciudad y, en una arboleda tras la o —dijo Conan—. Quizá el saberlo me sea útil aba yo lo bastante cerca como para oír lo que aba ante ella. No lo habría hecho si ella no a sociedad. Si la molestas, te encontrarás con ellos, que irán por la ciudad con la intención ría su muerte; ¿por qué no una mujer que, por bligó a Hordo a soltarle. mento en que Lady Tiana llegaba al final de la ndo a Garian apareció detrás de ella. Había en efecto, era la amante de Garian. La mujer que sólo se cubría con un peto dorado y una ue la palma de un hombre, se le puso delante. y una sonrisa maliciosa afloró a sus sensuales n día como éste? Sé que estarías encantadora as brazaletes y sedas. e dio tal bofetón a Sularia con el dorso de la se sorprendió del golpe; para darlo, no habría e; la rabia le desfiguraba el rostro como una oy a... ercera mujer, que acababa de aparecer. a como Sularia, pero su cabello era negro y ostro arrogante. Ante su túnica de terciopelo a parecía una moza de taberna. —respondió airada Sularia—. No soy ninguna onto. erá Garian por sí mismo. Ahora, vete antes de mismo. 68 Sularia tembló desde los pies a la cabe Con un inarticulado grito de rabia, se alejó de l Hordo, que seguían escondidos tras la column Conan la observó mientras se iba; cuan estaban allí. Frunciendo el ceño, se reclinó en —En este lugar, podría pasar tres día Tendría que haberla llamado, en vez de permit —Por Mitra, Conan, vamonos de esta fijamente al cimmerio con una súplica—. Olvid También hay oro en Ofir, y cuando nos pague el que quiere matarnos. Conan negó con la cabeza. —Jamás he huido de mis enemigos, Hor a ver si se me ocurre algo para encontrar a beber el doble que tú. Cuando el cimmerio se iba, Hordo le gritó —¡Antes, siempre sabías quiénes eran tu Pero Conan no se detuvo. Un hombre sa que trata de descubrir quién es. Mejor sería m ¿cuándo terminará? El enemigo acaba por ap momento y el lugar que éste elige. Mientras le a su oponente. Al llegar a su habitación, Conan puso la Alguien había abierto el pestillo. Desenvainó punta de la espada, abrió violentamente la p pared, pero no le llegó ningún otro sonido, ni in Gruñendo, el cimmerio se abalanzó por voltereta y se puso en pie espada en mano. Sularia estaba sentada sobre su cam piernas, y aplaudía con deleite. —Jinete, arquero, espadachín, y ahora bárbaro? Conan, conteniendo su ira, cerró la puer una mujer, y aún menos si ésta era bella. S azulado hielo de los glaciares. —¿Qué hacías aquí, mujer? —Qué formidable eres —decía la mucha pelea que aún te empapa. Le has derrotado, ¿ alguien como tú. Él registró apresuradamente la habitació asomó por la ventana para asegurarse de qu albardillas. Miró incluso bajo la cama, antes d obligara a soltar la colcha con un juramento. —¿Qué es lo que buscas, Conan? No t acusarte. —Tienes un rey —dijo él con un gruñido. Con una sola mirada a la muchacha, a s sus exuberantes pechos, a la estrecha faja quedaba claro que ésta no podía llevar más ar —Un rey que sólo sabe hablar de ara aburridas. —Una sonrisa seductora le acaricia 6 eza; había veneno en el ademán de su rostro. las dos mujeres, y pasó de largo ante Conan y na. ndo se volvió de nuevo, Jelanna y Tiana ya no la pared. as buscándola sin encontrarla —masculló—. tir que me agarraras como a un niño asustado. a ciudad. —El único ojo de Hordo miraba da a Lady Tiana. Olvida a Garian, y a su oro. en allí por luchar, al menos sabremos quién es rdo. Es un mal hábito. Me voy a mi habitación, esa tal Tiana. Luego nos veremos, y pienso ó: us enemigos! abio no ignora a un enemigo desconocido, sino morir que huir, pues la huida que se empieza parecer, y la vida y la muerte se deciden en el e quedaran vida y voluntad, seguiría buscando a mano en la puerta; se abrió con sólo tocarla. con cautela y dio un paso a un lado. Con la puerta. Ésta fue a dar ruidosamente contra la ndicios de movimiento. r la puerta abierta, se arrojó al suelo, dio una ma, cruzando sensualmente aquellas largas a, acróbata. ¿Qué otras habilidades tienes, rta. No le gustaba hacer el ridículo delante de Se volvió para mirarla con ojos fríos como el acha, hablando quedo—, con este sudor de la ¿verdad? Garian no puede hacer nada frente a ón: apartó todos los tapices de la pared, y se ue no había ningún asesino encaramado a las de que la burlona sonrisa de la muchacha le tengo marido que pueda aparecer de pronto y . su peto dorado que apenas si podía contener de seda dorada que le ceñía las caderas, rma que un alfiler. anceles y de grano, y de cosas todavía más aba los labios, y la joven se dejó caer sobre la 69 cama, respirando hondo—. Pero tú, bárbaro, aunque lejano en el tiempo. Me pregunto si es Conan frunció el ceño. Aquellas palabra desde hacía tiempo. Que él había de ser rey más que una fantasía pueril. Dejó la espada sobre la cama, poco má difícil cogerla si llegaba el caso. La rubia se labios como si el tenerla cerca la excitara. Con abrió. Ella le miró a los ojos, a sus ojos d muchacha, azules como una llama fría. —Has estado jugando conmigo, mujer — juegue. Ni él ni ella oyeron que la puerta se ent demoraba allí por un rato, observándolos con o CAPITULO 15 El día siguiente por la tarde, cuando C encuentro. —Me alegro de verte, cimmerio. Como noche, pasé cierta angustia. —Encontré algo mejor que hacer —dijo C Los apresurados esclavos se apiñaban paredes para dejarles el centro a los nobles algunos pasaban por allí en aquel momento satenes, y los collares de oro, y de esmeralda muñecas y el talle. Los nobles echaron algu hombres con arrogante desprecio, las mujeres Hordo les miró con suspicacia, y luego andar. —Quizá esta última noche hayas estado los torturadores de Garian ya estén calen larguémonos mientras aún podemos. —No sigas con tus necios balbuceos clepsidras que he practicado la esgrima con G De hecho, ha reído a menudo, salvo cuando ha Poco le faltó al tuerto para dar un traspié —Cimmerio, no habrás... ¡Por Mitra! ¡No sesera! —No le he aporreado la sesera a nadie, hojas que arrastraba la brisa, y al caer se ha Se ha hecho un moretón, nada más. —Lo que los hombres como tú y como y dedo como uno de los filósofos del Thestis—, u —Me temo que tienes razón —dijo Cona —Yo también lo temo... —empezó a de corpulento cimmerio cuando comprendió lo que Conan contuvo la risa que quería salir a sujeto. Hordo podía decir de sí mismo que est cualquiera que se lo dijese. La alegría del cimm 7 no eres aburrido. Siento que hay poder en ti, que llegarás a rey. as parecieron reavivarle un recuerdo enterrado y. Se quitó de la cabeza tales ideas. No eran ás allá de la cabeza de Sularia. Así no le sería volvió para poder ver el arma, y se lamía los nan agarró los cierres de su peto dorado y los de gélido zafiro que dominaban a los de la —le dijo suavemente—. Ahora seré yo quien treabría, y que la mujer de los velos grises se ojos de encendida esmeralda. Conan paseaba por palacio, Hordo le salió al o no compareciste en la taberna la pasada Conan sonriendo. en los corredores, y no se apartaban de las y las damas que salían a pasear, de los que o con sus túnicas de bordados terciopelos y a, y de rubíes, que les colgaban del cuello, las una ojeada curiosa al par de guerreros, los s con algún interés. bajó la voz y se acercó a Conan sin dejar de o meditando lo que sucedió ayer. Puede que ntando los hierros. Cojamos los caballos y s —dijo Conan, riendo—. No hace ni dos Garian, y no me ha dicho ni una mala palabra. a recibido un golpe en la cabeza. és. o se te habrá ocurrido aporrear a un rey en la , Hordo. El pie de Garian ha resbalado en las golpeado la cara con su propia empuñadura. yo llamamos moretón —dijo Hordo, alzando el un rey lo llama insulto mortal a su dignidad. an con un suspiro—. Te estás haciendo viejo. ecir Hordo, pero cerró la boca y miró airado al e éste acababa de decir. afuera cuando vio el rostro de aquel barbudo taba viejo, pero estaba dispuesto a pelear con merio se desvaneció. 70 Acababan de entrar en un patio en el agrupaba en círculo en torno a Vegentius; tod la cintura para arriba. Un reducido grupo de arcada, al otro extremo del patio. Separada d columnas, para que no pareciera que estaba m mirando a todos, y pasando los brazos por enc —¿Quién será el siguiente? —gritaba a no he empezado a sudar. —Su torso desnu estaban cubiertas de abultado músculo—. ¿Es Un hombre avanzó, y se puso en cuclilla los mismos músculos, y no porque fuera un m también en cuclillas y empezó a dar vueltas e pero no reía. De pronto, arremetieron el uno contra el pies apoyo para incorporarse y hacer palanc experiencia, y agilidad. Cuando aún lo estab puñetazo al tenso estómago de Vegentius. Pu iba a pegar, pues en el último instante frenó sonriente oficial. El corpulento oponente del joven no ten Oaxis en el cuello, con un sonido como de pie vaciló, pero Vegentius le sostuvo por un mome puño sobre la nuca del otro. La primera vez inerme. Vegentius le soltó, y lo dejó caer como —¿Quién será el siguiente? —rugió el Oro—. ¿No hay ninguno entre vosotros que pu Dos de los semidesnudos soldados se ll que ninguno de ellos ansiara probar las fuer corpulento iba mirándolos a todos y sonreía co que tenía a Conan frente a sí. Entonces se det —Tú, bárbaro. ¿Quieres intentarlo, o qu hígado? A Conan se le endureció el rostro. Se ha arrogancia de un hombre de orgullo, unida a quitó el cinturón, y se lo entregó a Hordo. S empezaban a apostar. —Tienes más coraje que buen sentido derrotarle, salvo un enemigo poderoso? —Ya es mi enemigo —respondió Conan enemigos, al menos. El cimmerio se quitó la túnica por la ca círculo de hombres. Los nobles pudieron estim cambiaron. Vegentius, seguro de que la ris infamia dicha contra él, le esperaba con una m se apartaron, agrandando el círculo cuando Co De pronto, Vegentius atacó, tendiendo l puño de Conan le golpeó en la sien, y el ligeramente, el cimmerio dio otro puñetaz arrancándole algún aliento. Antes de que Ve agarró por la garganta y el cinturón, y lo levant de la cabeza y lo arrojó violentamente a sus es El estupor se dibujaba en los ojos de l visto que alguien derribara a Vegentius. Entre l 7 que una veintena de Leopardos de Oro se dos, incluso el comandante, iban desnudos de nobles les miraba discretamente desde una de ellos, pero también entre aquellas mismas mirando, se hallaba Sularia. Vegentius los iba cima de la cabeza los tensaba. a los hombres que tenía alrededor—. Todavía udo se veía sólido, sus espaldas, anchas, y s que no voy a poder ejercitarme? Tú, Oaxis. as. Era tan alto como Vegentius, pero no tenía muchacho aún imberbe. Vegentius rió, se puso en torno al otro. Oaxis daba vueltas a su vez, l otro, se agarraron, trataron de hallar con los ca. Conan pensó que el hombre joven tenía ba pensando, Oaxis liberó un brazo y dio un uede que recordara quién era el hombre al que ó el golpe, y éste sólo arrancó un gruñido al nía tales reservas. Con la mano libre golpeó a edra que golpea madera. Oaxis se tambaleó y ento más. Dos veces se alzó y volvió a caer su Oaxis sufrió un espasmo, a la siguiente cayó o un saco sobre el enlosado. membrudo comandante de los Leopardos de ueda pelear conmigo? levaban a rastras a su compañero. No parecía rzas de Vegentius. De nuevo, aquel hombre on sonrisa burlona, hasta que se encontró con tuvo, y su rostro se ensombreció. uizá algún viento norteño te ha congelado el abía dado cuenta de que Sularia le miraba. La la mirada de una mujer bella, le espoleó. Se Se oyó un murmullo donde los nobles; éstos —mascullaba el tuerto—. ¿Qué ganarás con n, y añadió con una carcajada—: Uno de mis abeza y, tras arrojarla al suelo, se acercó al mar la anchura de sus espaldas, y las apuestas sa del bárbaro había acompañado a alguna mueca de desprecio en el rostro. Los soldados onan entró en él. los brazos para aplastar y destruir. El enorme golpe le obligó a detenerse. Agachándose zo bajo las costillas del corpulento militar, egentius pudiera recuperarse, el cimmerio lo tó en el aire, sostuvo su gran masa por encima spaldas. los soldados que les miraban. Nunca habían los nobles, las apuestas volvían a cambiar. 71 Conan aguardó, respirando sin dificulta Vegentius se levantaba tambaleante, con el e borró al espanto. —¡Bárbaro bastardo! —aulló el corpulen de tu madre! —Y le lanzó un puñetazo que hab Pero ahora la rabia se apoderaba tambié muerte gélida, azuzada por el viento, la furi recibió el golpe, que le hizo temblar las rodillas rompió algunos dientes a Vegentius. Durante cara, dando y recibiendo golpes que habrían a Entonces, Conan dio un paso adela desesperación apareció en el rostro del militar gélido fulgor de la destrucción. El cimmerio retroceder, golpeándolo implacablemente, ha crecer, que habían perdido toda dignidad y enérgico golpe, logró que aquel hombre robust Aunque luchara por sostenerse, Vegen apartaron a su paso hasta que logró apoyarse un esfuerzo para ponerse en pie, avanzó con la arcada. Movió una pierna, como si una part por levantarle, y al final quedó inmóvil. Los soldados rodearon a Conan jale comandante. Los sonrientes nobles —tanto e tímidamente de tocarlo, como quien acaricia a Conan no escuchó ninguna de sus alaba había logrado mantenerse en pie a la sombra qué conocía a aquel hombre. Se apartó de l volvió con Hordo. —¿Recuerdas —le preguntó en voz baja primera vez a Taras cuando irrumpí atravesand allí un hombre corpulento medio oculto por las El ojo de Hordo se volvió hacia Vegentiu nobles se dispersaban ya. —¿Él? —dijo con incredulidad. Conan asintió, y el barbudo silbó amarga —Cimmerio, te repito que tenemos que la compañía. —No, Hordo. —Los ojos de Conan rete recordaba al del lobo que caza—. Ahora ya es atacar, no de huir. —¡Por Mitra! —masculló Hordo—. Si e espíritu volverá para acosarte. ¿Atacar, dices? Antes de que Conan pudiera responder ante el cimmerio. —He venido para conduciros con gran ur Aquello enervó al tuerto. —Cálmate —le dijo Conan—. Si el rey q tobillos bonitos a buscarme. La esclava le miró —Yo no confiaré en nadie —rezongaba H desea tu muerte. O hasta que hayamos dejado 7 ad, bien asentado sobre sus pies, mientras espanto escrito en el rostro. Entonces, la rabia nto militar—. ¡Escupo en la tumba sin nombre bría tumbado a cualquier hombre normal. én del rostro de Conan. Sus ojos recordaban la ia le impedía todo pensamiento de defensa; s. Pero en el mismo instante, su propio puño le e largos momentos, ambos pelearon cara a acabado con un hombre normal. ante. Y Vegentius dio un paso atrás. La r; en los ojos de Conan sólo se vislumbraba el forzaba al otro a retroceder. Le obligaba a acia el grupo de nobles que no cesaba de chillaban entusiasmados. Entonces, con un to se tambaleara. ntius cayó dando traspiés, y los nobles se e en una pared, a la sombra de los arcos. Hizo pasos vacilantes y cayó por fin en el borde de te de su cerebro se hubiera esforzado todavía eándole, sin prestar atención a su caído ellos como ellas— se le acercaron, y trataban un tigre. anzas. En el breve instante en que Vegentius de la arcada, le había venido a la memoria de la adulación y los vítores, recogió la túnica y a al tuerto— que te conté como había visto por do el techo en su reunión secreta, y que había sombras? us, al que ahora levantaban los soldados. Los amente. marcharnos a Ofir en cuanto podamos reunir enían la fría seriedad del combate, y su rostro stamos sobre la pista del enemigo. Es hora de en tu necedad consigues que me maten, mi ? r, una esclava se le acercó y dobló la rodilla rgencia ante el rey Garian. quisiera mi cabeza, no mandaría a este par de ó de pronto con interés. Hordo— mientras no sepamos quién es el que o Nemedia muy atrás. 72 —Cuando llegue la hora de cabalgar h Conan, riendo—. Guíame, muchacha. Ella se apresuró a ponerse en camino y e El rey Garian le esperaba en una estanci poco le interesaban en aquel momento las c habitación, y aun el suelo, estaban cubiertas Conan encontró a Garian arrojando al suelo cardenal de la mejilla contrastaba con el airado —Nunca quieras ser rey, Conan —fueron Cogido por sorpresa, a Conan sólo se le —¿Y por qué no? El rostro encarnado de Garian era el señalando los rollos y pergaminos. —¿Crees que esto son los planes de a ceremonia para honrar el honor y el recuerdo d Conan negó con la cabeza. En más de por los planes de algún rey, pero nunca había soslayo uno de los pergaminos, que tenía cas columnas de números. Garian andaba irritado por la estancia, c suelo. —Los sumideros de la ciudad deben se Gremio de Galenos..., las miasmas acabarán pasadizos antiguos que dan a palacio por el su más seguro. Una parte del muro de la ciudad llega con retraso. Hay que comprar grano. Ca el ceño fruncido la frondosa cornamenta de pared—. Lo cacé en la fronda cercana a la fro volver allí. —¿No podrían vuestros consejeros soluc El rey rió con amargura. —Sí podrían, si no me faltara el oro. Or buscarlo, como un mercader codicioso. —El Tesoro... —... está casi agotado. Cuanto más gran su precio, y tendré que reemplazar toda una pegan fuego a los carromatos que no viajan es lo intentan. Ya he ordenado fundir algunos orn a duras penas bastaría. —¿Qué vais a hacer? —preguntó Conan Él siempre había imaginado que la riquez encontrarse con que un rey tenía tanta ne precisara en cantidad mucho mayor. —Pedirlo prestado —replicó Garian—. riquezas que rivalizan con las mías. Que eche caiga presa del hambre. Rebuscó entre los pergaminos hasta que del Dragón de Nemedia. —Le llevarás esto a Lord Cántaro Alba Nemedia, y por ello será también uno de los tiempo que entregaba el pergamino a Conan s prestan, les será cobrado como tributo. 7 hacia la frontera, yo te lo diré —le respondió el cimmerio la siguió. ia adornada con armas y trofeos de caza, pero cacerías. Las muchas mesas que había en la de rollos y pergaminos. Al entrar en la sala, uno de los rollos con un bufido de hastío. El o rubor de su semblante. n sus primeras palabras. ocurrió decir: l vivo retrato del asco, y movía los brazos alguna gran campaña? ¿De alguna magnífica de mi padre? ¿Eso crees? e una ocasión, su vida se había visto alterada a tomado parte en los planes mismos. Miró de si a sus pies. Toda la hoja parecía cubierta de cogiendo rollos de las mesas y arrojándolos al er limpiados, o si no..., eso es lo que afirma el por causar una plaga. Se recomienda que los ubsuelo sean cegados, para que el palacio sea debe ser reconstruida. La soldada del ejército ada vez más grano. —Se detuvo, mirando con un gran venado disecado que colgaba de la ontera brithunia. Cómo querría yo ahora poder cionar estos asuntos? —preguntó Conan. ro, Conan. Tengo que hurgar en la tierra para no debo comprar a Ofir y Aquilonia, más sube a cosecha, pues hay forajidos dementes que scoltados por el ejército, y son muchos los que namentos, pero aunque saqueara todo palacio n. za de los reyes no tenía límite. Era algo nuevo ecesidad de oro como él mismo, aunque lo Algunos nobles y mercaderes disponen de en una mano para impedir que nuestra nación e encontró uno plegado y sellado con el Sello anus. Es uno de los hombres más ricos de s primeros a quienes pida contribución. —Al se le endureció el rostro, y añadió—: Y si no lo 73 El rey le indicó a Conan que se fuera, paso que iba a dar era delicado, pero el bárba y —algo desacostumbrado en él— se sin sorprendido de que no se marchara. —¿En qué medida confiáis en Vegentius —En medida suficiente para mantenerl replicó Garian—. ¿Por qué me preguntas eso? Conan respiró hondo y empezó con la hi hacia aquella estancia. —Desde que llegué aquí, he tenido la alguna otra parte. Hoy lo he recordado. Lo conversación con un hombre llamado Taras, d en el trono a otro hombre que no fuerais vos. —Es una acusación seria —dijo Garian bien, y también sirvió bien a mi padre durante que quiera hacerme daño. —Vos sois el rey, pero algo sé yo tamb debe guardarse siempre de las ambiciones de Garian echó a reír a carcajadas. —Aunque seas buen espadachín, Cona Tengo más experiencia que tú en llevar la c llegue a Lord Albanus sin más dilación. Tras saludar inclinando la cabeza, Co plantado alguna simiente de sospecha, pe complacían en absoluto. Estaba acostumbrado y confiaba en poder hacerlo pronto. CAPITULO 16 Cuando Conan llegó a las puertas de pa su caballo. Y a veinte hombres, entre los que s a Hordo en muda interrogación, y el tuerto se e —Oí que tenías que llevarle un mensaje Nada te asegura que no sea otro de los hombr que quiere verte muerto. O ambas cosas a la v —Te estás volviendo suspicaz como una en la silla. Vegentius, magullado pero vestido co penacho, apareció de pronto en la puerta co jinetes que iban con Conan, se detuvo, mir colérico, se abrió paso entre sus soldados y vo —Yo me vuelvo suspicaz —dijo Hordo e sentido de recordar que algunos de tus enemig vas a ver que la ciudad ha cambiado en estos Cuando Conan se adentró con sus v cambios se le hicieron patentes. Aquí y allá cuidadoso cabe alguna esquina. Ocasionalme calle lateral, como si lo persiguieran, aunque n estaban cerradas y las puertas atrancadas; ni pregonando mercancías. Podía palparse en el —Esto empezó poco después de que fué 7 pero el corpulento cimmerio no se movió. El aro no era un hombre habituado a delicadezas, ntió torpe. Garian le miraba, visiblemente s? —logró decir por fin. lo como comandante de la Guardia Real — ? istoria que había ido pergeñando en el camino impresión de haber visto ya a Vegentius en vi en una taberna de la ciudad, en íntima del que se sabe que ha dicho que preferiría ver n pausadamente—. Vegentius me ha servido e los años que estuvo con él. No puedo creer bién de la realeza. El hombre que ciñe corona los demás. an, debes dejarme a mí el oficio de ser rey. corona. Ahora, vete. Quiero que ese mensaje onan se fue. Tenía la esperanza de haber ero aquellos combates con palabras no le o a hacer frente al enemigo espada en mano, alacio, encontró a Hordo que le esperaba con se hallaban Macaón y Narus. El cimmerio miró encogió de hombros. a algún noble —le dijo a Conan—. ¡Por Mitra! res que estaban allí reunidos con Taras. O ese vez. a vieja, Hordo —dijo Conan mientras montaba on armadura completa y un yelmo de rojo on diez Leopardos de Oro. Cuando vio a los rándolos con ira. Se volvió bruscamente, y, olvió a entrar en palacio. en voz baja—, pero, al menos, tengo el buen gos tienen rostros que sí conocemos. Además, últimos días. veinte hombres por las calles desiertas, los á, algún perro visiblemente flaco husmeaba ente veían a algún hombre corriendo por una nadie más anduviera por el lugar. Las ventanas inguna tienda estaba abierta, ni se oían voces aire el tétrico silencio. éramos a palacio —murmuró Hordo. 74 Miró alrededor y se encogió incómodo, co —Primero, las gentes abandonaron la rameras. Estos dos últimos gremios no tardaro que diera ni comprara, y los matones se apode osaran dar un paso más allá de la puerta. Ayer expresiva mirada a Conan—. Todos, en sólo u —¿Y si seguían órdenes? El tuerto asinti —Quizá sea cierto, después de todo, qu decirlo. —Pero no con el propósito que creía Ar rato, y fue fijándose en los edificios aparentem —¿Qué se sabe de ella? —preguntó por Hordo no necesitaba que le dijera a quién —Está bien. He entrado dos veces en leproso que irrumpiera en una cena. Kerin y Gr Conan asintió sin decir nada, y siguieron palacio de Albanus. Una vez allí, Conan desmo Abrieron una rendija no mayor que la observó. —¿Qué queréis? ¿Quiénes sois? —Me llamo Conan. Abre el portón. Tra Garian. Se oyó al otro lado una conversación en ser levantada, y el portón se abrió hasta permit —Tú puedes entrar —le dijo la voz desde —Conan... —empezó a decir Hordo. El c —No te preocupes, Hordo. No estaría má Cuando el portón se cerró a sus espald cuatro hombres con espadas desenvainadas; arma bajo las costillas. —Ahora, dinos quién eres —dijo con voz a Conan a través de la túnica. El cimmerio, que en aquel momento e hubiera ordenado ponerse la loriga antes de sa alargado de ojos separados, que había perdido —Ya te lo he dicho. —Empezó a buscar otro le estaba clavando todavía más la punta mensaje. ¿Qué problemas puedo causarte mie Se dijo para sus adentros que tenía de hombre no debería haberle acercado tanto la clavársela. Con un rápido gesto del brazo ap contra su camarada, y... El corpulento cimme preguntándose de qué se sonreiría. —Enséñame el mensaje —exigió el nariz Conan sacó el pergamino plegado, qu cortada trató de cogerlo, pero Conan lo apartó —Puedes ver el sello desde donde estás —Este sello es el del Dragón, cierto —m las costillas de Conan con evidente mala gana Mientras Conan movía contrariado la cab piedra hacia el palacio propiamente dicho: un 7 omo si hubiera cabalgado entre tumbas. a calle a los matones, los mendigos y las on en desaparecer, pues ya no quedaba nadie eraron de la ciudad, y aterrorizaban a cuantos r, todos desaparecieron también. —Lanzó una una clepsidra. ió. ue Taras alquilara hombres de armas. Por así riane. El corpulento cimmerio calló durante un mente desiertos. fin. n se refería. n el Thestis; los otros me miran como a un raecus son amantes ahora. n cabalgando en silencio hasta las puertas del ontó, y llamó con el puño al portón atrancado. mano de un hombre, y un ojo suspicaz les aigo un mensaje para tu amo del propio rey n susurros. Luego, el traqueteo de una barra al tir el paso de un único hombre. e dentro—, pero los otros no. cimmerio le hizo callar con un gesto. ás seguro en brazos de una mujer. das con un golpe sordo, Conan se vio frente a ; otro, desde un lado, le puso la punta de su z áspera el espadachín cuya espada pinchaba echaba de menos el sentido común que le alir de palacio, volvió la cabeza y vio un rostro o media nariz. r bajo la túnica, pero se detuvo al notar que el a de la espada—. Sólo quiero mostrarte ese entras tenga una espada en las costillas? emasiado cerca aquella nariz cortada. Aquel a espada a la túnica si no tenía intención de partaría el arma, y arrojaría al nariz—cortada erio sonrió, y los otros se agitaron nerviosos, z—cortada. ue llevaba guardado en su túnica. El nariz— de su mano. s —dijo—. Va dirigida a Lord Albanus, no a ti. murmuró nariz—cortada. Apartó la espada de a—. Sigúeme, pues, y no te apartes de mí. beza, se pusieron en marcha por el camino de n gigantesco edificio sostenido por columnas 75 estriadas, cuya gran cúpula dorada reflejaba guardias era lógica, dada la situación que se haberse evaporado al saber que se hallaban hubieran delatado los planes de Albanus. A v amos sin que ni los siervos ni el amo se den cu En el vestíbulo de muchas columnas, el Conan para que éste pudiera oír lo que dec bordados en la túnica el blasón de la casa de se fue para volver a su puesto en el portón, y e —Soy el chambelán de Lord Albanus — Dame el mensaje. —Se lo entregaré en mano al mismo Lord En realidad, no tenía razón alguna para como agente de su amo en tales asuntos, pero que darle vino fresco, y toallas húmedas para q El rostro del chambelán se endureció, y p discutir con aquel hombre. Sin embargo, éste d —Sigúeme. —Y guió al cimmerio por u estancia—. Espera aquí —ordenó a Conan, y que había en la habitación, por si se daba el ajeno. Aunque pequeña, la estancia no era po muebles con incrustaciones de madreperla y desde el que se podía contemplar una fuen húmedas, ni vino. Forzosamente había de ser mensajero. Murmurando algo para sus adentros, C punto de gritar de asombro, y olvidó por un m borracho por el jardín, y dos muchachas v sostenerse. Cuando pasó al lado de la fuente, el es ella y casi cayó dentro. —No hay agua —dijeron las muchachas más vino, no agua. Entre risitas necias, se alejaron de la fue exóticos arbustos. Alguien carraspeaba detrás de Conan p volvió. Se encontró con un hombre obeso de es el cuello una túnica que le venía grande. —¿Tienes algún mensaje para mí? —dijo —¿Lord Albanus? —respondió Conan. El hombre obeso asintió levemente y le dio el pergamino. La mano del hombre obeso l —Ahora vete —le dijo—, ya tengo el men Conan se fue. El chambelán de barba gris estaba esper y allí el nariz—cortada le aguardaba con otro h Cuando salió, Hordo se acercó a él sin b el marcado rostro. —Ya casi estaba dispuesto a asaltar ese 7 la luz del sol. La suspicacia por parte de los vivía en la ciudad, pero su hostilidad debería ante un mensajero del rey. De ese modo no veces, los siervos imitan las actitudes de sus uenta. l nariz—cortada consultó, demasiado lejos de cía, a un hombre de barba gris, que llevaba e Albanus y una llave negra. El nariz—cortada el hombre de barba gris se acercó a Conan. —le dijo, sin más explicaciones ni cortesía—. d Albanus —replicó Conan con resolución. a no dárselo al chambelán, pues éste servía o estaba irritado. A un mensajero del rey había que pudiera limpiarse el polvo de la calle. por un momento Conan pensó que tendría que dijo secamente: una escalera de mármol hasta una pequeña y se fue tras contar con la mirada los objetos caso de que el visitante amara demasiado lo obre. Tenía tapicería, y el suelo de mármol, y lapislázuli. Por un arco se salía a un balcón, nte del jardín. Pero no había en ella toallas un mal auspicio para Garian aquel insulto a su Conan salió al balcón y miró abajo. Estuvo a momento los desaires. Estéfano se tambaleaba vestidas con escasas sedas le ayudaban a scultor, por juego, trató de mojar los dedos en s riendo mientras se lo llevaban—. Yo quiero ente con paso inseguro para perderse entre los para aclararse la garganta, y el cimmerio se statura media, que con una mano agarraba por o. tendió la mano. Conan, con gesto moroso, le lo aferró como una trampa. nsaje. ¡Vete! rándole afuera para conducirle hasta la puerta, hombre para escoltarle hasta el portón. bajar del caballo, con una sonrisa de alivio en e muro para entrar a buscarte. 76 —No he tenido problemas —dijo Conan m mensaje del rey. La próxima vez que veas a A ella temía. Vive ahí dentro, y se divierte con las —Hoy mismo voy a verla —contestó Ho que no haya mandado ningún mensaje a sus a —Nada es extraño, después que uno se y las manos llenas de callos —dijo el cimmerio —Un espadachín... —No, Hordo. Sé reconocer los callos qu incumbe. Lo que sí nos incumbe es Vegen conversación en privado con el buen comanda Con faz severa echó a cabalgar, aleján columna de a dos. Albanus hizo caer al hombre obeso, qu taparrabos, de rodillas, de cara al suelo de már —¿Y bien, Varius? —le preguntó Alban su rostro cruel. Le arrancó del puño el ar sospechaba? ¿Se ha creído que este perr arrodillado—. ¿Se ha'creído que eras un noble —Sí lo ha creído, amo. —El hombre obe el rostro del suelo—. Sólo me preguntó si yo e y se fue. Albanus gruñó. Los dioses debían de ju propio techo a aquel hombre a quien quería atraer inmediatamente sospechas, y donde reconociera. ¡Bajo su propio techo! Y justamen al hombre arrodillado, que se echó a temblar. —¿No podrías haber encontrado a a Varius? Que alguien, aunque sea un bárbaro, t —Perdonadme, mi señor —dijo el cham disculpas—. Había poco tiempo, y era necesa para vestir la túnica. Albanus frunció los labios. —Quema esa túnica. No volveré a ponér verlo me da asco. Varius hizo un leve gesto; el hombr caminando de hinojos, pues no osaba levantar —¿Eso es todo, mi señor? —No. Busca a ese idiota borracho, Es Procura que antes se le pase la borrachera. Albanus le indicó con otro gesto a Vari mensaje de Garian. Intrigado por lo que pudier "Apreciado señor Cántaro Albanus: Honor a ti. Te ordenamos acudir ante aconsejar a Nos acerca de cuestiones que aflig amas bien, y también a Nemedia, damos por s GARIAN, NEMEDIA PRIMUS" Un brillo salvaje se encendió en los oj pergamino con manos como garras. —Pronto vendré a verte —susurraba—. candentes, hasta que de rodillas me reconozc Vas a rogarme que te dé muerte. 7 mientras montaba—. Recuerda que llevaba un Ariane, dile que Estéfano no está muerto como s criadas. ordo. Miró a la puerta, pensativo—. Es extraño amigos para decirles que está bien. e encuentre con un noble que tiene uñas rotas o. ue causa el trabajo. De todas formas, no nos ntius, y esta misma noche pienso tener una ante. ndose del portón, y los demás le siguieron en ue ahora se cubría tan sólo con un mugriento rmol. nus a su chambelán; la impaciencia oscurecía rrugado pergamino—. ¿Te ha parecido que ro era yo? —Le daba puntapiés al hombre e, perro? ¿Qué ha dicho? eso hablaba con voz temerosa, yno levantaba era Lord Albanus, y luego me dio el pergamino ugar con él, puesto que le mandaban bajo su a hacer morir, donde nada podía hacerle sin e tenía que ocultarse para evitar que le nte en aquel día, el primero de su triunfo. Miró alguien más adecuado para representarme, tome a esta babosa por mí me ofende. mbelán, inclinándose todavía más para pedir ario encontrar a alguien con la talla adecuada rmela. Y llévate esto otra vez a la cocina. Sólo re arrodillado se marchó de la habitación, rse. stéfano, y que vaya al gabinete de trabajo. ius que se fuera de la habitación, y cogió el ra ser, abrió el sello. e el Trono del Dragón, a fin de que puedas gen a Nuestro espíritu. Sabedores de que Nos sentado que no te demorarás. jos negros de Albanus mientras arrugaba el Te demostraré mi amor con cadenas y hierros cas como rey. Albanus, Primero de Nemedia. 77 Tras arrojar a un lado la arrugada hoja trabajo. Los cuatro guardias que vigilaban se sin prestarles atención. Sobre el círculo de piedra, en el centro d Garian, completa por fin. Perfecta en todos su original —Estéfano se había negado al prin tamaño natural preciso, o bien de proporcione la boca para hacer alguna proclama. Y tenía vista. Cabellos de Garian y trocitos de sus u trabajosamente mezclados en ella, acompañ Todo aquello había sido obtenido por Sularia, s Había un gran horno a poca distancia d de toboganes y palancas diseñados para tra embargo, ni el horno ni los toboganes habían Estéfano que los construyera para aquietar suscitarlas. Tras trepar a la tarima, Albanus empujó a al suelo. No estaba acostumbrado a hacer el m necesario. Habría tenido que darle explicacion preguntas con mentiras bien construidas, y escultor creyera que sus preguntas mere dignificación. Prefería hacer el trabajo por sí m Tras arrojar de la tarima la última de las mal parándose con la mano en el horno. Con u de éste. Quemaba. Se abrió la puerta, y Estéfano entró con la bebida ya no lo dominaba tanto como antes. —Quiero que todos sean flagelados —m labios—. ¿Sabes lo que me han hecho tus esc —¡Necio! —gritó Albanus—. ¡Has encen nada aquí sin mi autorización? —La figura está acabada —dijo Estéfan en el horno, o si no empezará a agrietarse. La —¿Es que no oíste que te daba la orden ¿Crees que enciendo estas lámparas con m trabajo de esclavo? —Si los aceites que hay en la arcilla so escultor—, ¿cómo va a resistir que la pongan e —Cállate. Aquellas últimas palabras habían sona obsidiana de Albanus le trabó a Estéfano la le si se la hubieran clavado con un clavo. Albanus se volvió con desdén. Con man tira de pergamino y una pluma. Tras abrir el pr de sangre de Garian, mezclada con tintes que la pluma y escribió con esmerado trazo el nom éste un poco del polvo del segundo frasco, y e se secó. El último frasco contenía sangre mañana. Con ésta escribió su propio nombre e nuevo, el polvo secó la sangre. Luego, mientras murmuraba encantam siguiendo unas pautas precisas. Y volvió a la t de la figura de arcilla. Estéfano, recostado ahora en la pared, s 7 a, salió de la estancia para ir al gabinete de cuadraron con respeto, pero él pasó de largo de la estancia, estaba la escultura de arcilla de us detalles, sólo que algo más grande que el ncipio, pues decía que había que hacerla a es heroicas—, parecía que caminara y abriera más de Garian que lo que se veía a primera uñas, y sudor, sangre y semen, habían sido ñados de complicados rituales taumatúrgicos. siguiendo órdenes del siniestro noble. de la tarima de piedra, y una complicada serie asladar la figura unía ambas estructuras. Sin n de ser usados. Albanus le había permitido a r las sospechas del escultor aun antes de aquellos artefactos de madera hasta arrojarlos más mínimo esfuerzo, y sin embargo aquél era nes a Estéfano, habría tenido que acallar sus Albanus ya estaba harto de permitir que el ecían alguna respuesta, y sus vanidades mismo. palancas, Albanus saltó al suelo, y evitó caer un juramento, la apartó de la rugosa superficie paso vacilante; su rostro seguía verdoso, pero . murmuró, mientras con una mano se frotaba los clavos, siguiendo órdenes de Varius? Han... dido el horno! ¿No te he dicho que no hicieras no en protesta—. Hay que meterla hoy mismo última noche... de no encender nunca un fuego en esta sala? mis propias manos por el goce de hacer un on tan inflamables —murmuró hoscamente el en...? ado como un apagado siseo. La mirada de engua en el paladar, y allí se quedó ésta como no experta dispuso tres pequeños frascos, una rimer frasco —contenía una pequeña cantidad e la mantenían en estado liquido—, mojó en él mbre del rey en el pergamino. Esparció sobre en el mismo instante la sangre se ennegreció y del propio Albanus, vertida aquella misma en letra más grande, encima del de Garian. De mientos, Albanus plegó la tira de pergamino tarima, y puso el pergamino en la boca abierta soltaba estúpidas risillas. 78 —Ya me había preguntado por qué querí Pero al mirar a Albanus, tragó saliva y se Tras sacar tizas traídas de contrabando d hallaba mucho más al sur, Albanus trazó un pe figura, una estrella en un pentágono en un cír donde cada una de las figuras inacabadas toca encendió las velas, completó el pentagrama. D palabras del conjuro. «Elonai me'roth sancti, Urd'vass teoheem Las palabras de poder brotaban de su fulgores plateados. Las llamas de aquellas chisporroteos arrojaban semillaste miedo al es volver a ocurrir como la última vez. No podía mayor. Ahora no podía haber miedo, sólo pode «... arallain Sa'm'di com'iel mort'rass...» Las llamas crecían, pero a medida que c como si aquel fuego, en vez de dar luz, la c empujadas por la fuerza del cántico del sinie arcilla. Lentamente, como sometidas por algú llamas se volvieron hacia adentro, hasta que todas ellas saltó un rayo, que fue a caer inacabable fulgor, circundándola de fuego aure Aunque su aliento se convirtiera en esca —¡Por los Impíos Poderes de Tres, te c envilecidos y mancillados, te conjuro! ¡Leván conjuro! Cuando la última sílaba salió de su boca siquiera de las velas. La figura seguía en pie, p Albanus se frotó las manos, y trató de todo marchaba bien en aquella ocasión...! Mir que brillaba a causa de los millares de gotita escultor, horrorizado, abría los ojos desmesura más. El hombre de rostro aquilino respiró muy —¡Yo te lo ordeno, Garian, despierta! Un se deshizo al tocar la piedra. Albanus arrugó e —¡Garian, yo te lo ordeno, despierta! Toda la figura tembló; luego empezó a re toda la tarima. Y al fin quedó solamente lo que respiraba y vivía. Un duplicado perfecto de G sacudió el polvo de un hombro, y luego se detu —¿Quién eres? —dijo. —Soy Albanus —replicó el siniestro nobl —Por supuesto. Soy Garian, rey de Nem —Ponte de rodillas, Garian —dijo suavem Sin perturbarse, la réplica cayó de hino empezó a dar órdenes por el mero placer de ve —¡De cara al suelo! ¡Arrástrate! ¡Ahora ¡Más rápido! El rey duplicado corría. Y corría. Las lágrimas corrían también por el rost Estéfano. Lentamente, el escultor se había ido daban caza por su rostro. 7 ías la boca así. e mordió la lengua. desde Estigia, una tierra de hechiceros que se entagrama inacabado en torno a los pies de la rculo. Puso sucias velas negras en las puntas aba a las otras dos. Entonces, diligentemente, Dio un paso atrás, alzó los brazos y profirió las m...» u lengua, y el aire parecía condensarse en s velas impías chisporroteaban, y con sus spíritu del siniestro noble. Las llamas. No podía a. Expulsó el miedo mediante una fuerza aún er. crecían la estancia se sumía en la penumbra, consumiera. Se elevaban en su chisporroteo, estro noble, hasta llegar a cubrir la figura de ún viento imposible y que nadie percibía, las e sus puntas se encontraron. Del contacto de en la cabeza de la estatua, bañándola en eolado que sorbía todo calor del aire. archa, Albanus se obligó a seguir. conjuro! ¡Por la sangre, el sudor y el semen, ntate, anda y obedece, pues yo, Albanus, te a las llamas desaparecieron, y no quedó traza pero seca y agrietada. darles calor abrigándolas bajo las axilas. ¡Si ró a Estéfano; temblaba apoyado en la pared, as que tras condensarse se habían helado. El adamente. No tenía sentido alguno demorarse hondo. n poco de arcilla cayó de uno de los brazos, y el entrecejo. esquebrajarse, y la arcilla pulverizada ensució e se había forjado dentro de la figura: algo que Garian, sin defecto ni tacha. El simulacro se uvo, mirando burlón a Albanus. le—. Y tú, ¿sabes quién eres? media. Albanus sonrió con genuina maldad. mente. ojos. Albanus no pudo reprimir la carcajada, y er que la imagen del rey le obedecía. a, ponte en pie! ¡Corre por aquí! ¡Más rápido! tro de Albanus, pero dejó de reír cuando vio a o incorporando. La incertidumbre y el miedo se 79 —Quieto, Garian —le ordenó Albanus, si El simulacro dejó de correr y se quedó qu Estéfano tragó saliva. —He..., he concluido con mí labor. Aho detuvo el trallazo de la voz de Albanus. —Tu oro, Estefano. Seguramente, no lo h —Albanus se sacó de la túnica un cilind cuero. Lo sopesó con la palma de la mano—. C La codicia se medía con el miedo en dudando. —La suma que me dijiste era de mil. —Estoy desnudo —dijo de pronto el simu —Así es —dijo Albanus, respondiendo al Recogió del suelo un jirón de trapo suc escultórica, y con él borró cuidadosamente pueden sucederle muchas cosas, cada una m entrar en un pentagrama cerrado y cargado d simulacro, que se lo ató en torno a la cintura. —Esto es sólo el primer pago, Estefano tendrás el resto. —Arrojó el cilindro envuelto e a Estefano. —Acercándose, le dijo algo más en susu Estefano se agitó con inquietud cuando la —Cuántas veces —murmuraba Albanus que salen de tu boca. El escultor arrugó el entrecejo, miró suce correr hacia la puerta. Con inhumana velocidad, el simulacro sa dar un solo paso, lo tuvo encima, y una mano Chilló; unos dedos obstinados le aplastaban lo obligaban a abrir la boca. Estefano tiraba fútil resultado habría tratado de arañar cuero en escultor hubiera sido sólo un niño, la réplica demasiado tarde que le iba a introducir el cilin Albanus. Aferró con desesperación la muñe conseguido tratando de agarrar el brazo d constructo introdujo el oro, y lo hundió, y lo hun Cuando el simulacro de Garian soltó a E sonidos de la asfixia. Tenía la mirada fija, se le agarró la garganta. En su esfuerzo dobló la cabeza y los talones que no cesaban de patea Albanus observó sin pasión los espasmo su frenesí, dijo suavemente: —Novecientos cincuenta más bajarán co lo doy. Un espasmo le agitó los hombros con ca enérgicamente hacia la imitación de Garian, qu —En cuanto a ti, tienes mucho que apren CAPITULO 17 8 in dejar de mirar a Estéfano a los ojos. uieto, respirando pausadamente. ora me voy. Se volvió hacia la puerta, pero le habrás olvidado. dro corto, grueso, en una prieta envoltura de Cincuenta marcos de oro. el rostro de Estefano. Se lamió los labios, ulacro. l parecer a ambos. cio que Estefano había empleado en su labor una parte del pentagrama. Pues sabía que más horrible que la anterior, a quien trate de de magia. Subió a la tarima y le dio el trapo al o —siguió diciendo Albanus—. Más adelante en cuero a la mano del simulacro—. Dale esto urros. a imagen del rey bajó de la tarima. s— me he visto forzado a sufrir los balbuceos esivamente a Albanus y al simulacro y trató de altó sobre él. Estefano, antes de haber podido dura como la piedra le agarró por la garganta. os músculos a lado y lado de la mandíbula, le lmente de la mano que le agarraba; con igual ndurecido. Con una única mano, como si el le obligó a ponerse de rodillas. Estefano vio ndro por la boca, y comprendió las palabras de eca que se acercaba, pero lo mismo habría de una catapulta. Sin escrúpulo alguno, el ndió todavía más, en la garganta del escultor. Estefano, salían de la boca de éste los ásperos e enrojecía el rostro. El escultor, impotente, se espalda, pero nada cayó al suelo, salvo su ar. os de muerte, y, cuando el último pie cesó en ontigo a tu anónima tumba. Lo que prometo, yo allada alegría. Cuando hubo pasado, se volvió ue seguía de pie, impasible, frente al cuerpo. nder y poco tiempo. Esta noche... 80 Ariane estaba sentada, abatida, mirand Thestis murmuraba intrigas. Ya no había mú hablaban en susurros, apiñados en torno a las puso en pie y fue a buscar a Graecus. —Tengo que hablar contigo, Graecus también la había contaminado. —Luego —murmuró el fornido escultor s había en la mesa en voz baja e insistente—. Sé dónde están guardadas las armas. En la mi Ariane sintió que algo de su antiguo fueg —¡Graecus! —En aquella estancia llena grito. Todos los que estaban en las mesas se siguió diciendo— que quizas alguien nos esté t —Conan —empezó a decir Graecus, per —No, Conan no. —Mató a Taras —dijo una morena rol trabaja abiertamente a sueldo de Garian. —Sí, Gallia —dijo pacientemente Arian ¿no nos habrían arrestado ya los Leopardo miradas silenciosas—. No nos ha traicionado. no existen esos hombres armados que d arrastráramos al pueblo a la calle. Quizá acabemos descubriendo que tod provecho propio por alguien que no conocemo —Por el Trono de Erlik —rezongó Graecu —Quizá —dijo ella con un suspiro de fa Resolvedme mis dudas, si podéis. ¿Es que vos —Vete con tus dudas a tu rincón —le sentada, dudando, nosotros echaremos a Gari Gallia sorbió ruidosamente por las narice —¿Qué puedes esperar de alguien que p —Gracias, Gallia —dijo Ariane. Sonrió, por primera vez desde que habí Conan frente al cadáver de Taras, y se alejó d los demás la miraron como si hubiera enloquec Ariane acababa de comprender que Hord pudiera hablar con él, desde luego. Si le habla modos que Conan no traicionaba a nadie. L convencerla para que le siguiera a la cama. misma tarde había ido a verla, y le había d palacio de Lord Albanus. El escultor había sido celos que sentía por Conan le agriaran el convenciéndola de la culpabilidad del cimme acompañara al Thestis a ayudarla a convencer calle. Al llegar a la Calle de los Lamentos, emp Thestis. La calle, siempre viva y llena de luz y arrastraba lastimosos restos por el empedrado de seda, manchado y roto. Un perro aullaba a vacías. Temblorosa, aunque no a causa del vie 8 do al vacío. A su alrededor, la taberna del úsicos tocando, y los hombres y mujeres se s mesas. Tras llegar a una decisión, Ariane se —dijo en voz baja. Aquel fúnebre silencio sin mirarla. Siguió hablando con los otros que Creedme, no importa que Taras esté muerto. itad de un día, yo... go volvía a inflamarse. a de susurros, su aguda voz se oyó como un e volvieron para mirarla—. ¿No se te ocurre — traicionando? ro ella no le dejó seguir. lliza y pálida—. Tú misma lo viste. Y ahora ne—. Pero si Conan nos hubiera traicionado, os de Oro? —Obtuvo como única respuesta Quizá fuera cierto lo que dijo de Taras. Quizá deberían estar esperando a que nosotros do esto ha sido una superchería urdida en os. us—. Estás diciendo bobadas, Ariane. atiga—, pero, al menos, explicadme por qué. sotros no tenéis ninguna? e dijo Graecus—. Mientras tú te quedas ahí ian de su trono. es. pasa tanto tiempo con ese rufián tuerto? ía entrado en aquella habitación para hallar a de la mesa para ir a coger la capa. Graecus y cido. do era la respuesta a su problema. No porque aba de sus dudas, él le respondería con malos Luego la pellizcaría en el culo y trataría de Ya lo había hecho otras veces. Pero aquella dicho que Estéfano vivía, y que estaba en el o ingenioso y fácil de palabra antes de que los carácter. O bien acabaría con sus dudas, erio, o si no, le persuadiría ella para que la r a los otros. Se cubrió con la capa y salió a la pezó a arrepentirse de su decisión de salir del de oropeles, se ofrecía desnuda al viento que o. La gorra multicolor de un juglar. Un pañuelo lo lejos, y su aullido reverberaba por las calles ento, Ariane aceleró el paso. 81 Cuando llegó al palacio de Albanus, co vacío. Jadeando, se arrimó al portón, y llamó jambas. —¡Dejadme pasar! Un ojo suspicaz la observó desde una puerta, y miró a ambos lados para ver si alguie —¡Por el amor de Mitra, dejadme pasar! Se oyó el ruido de las trancas al alzar resquicio por el que eÚa apenas si pasaba. Antes de que hubiera terminado de entr con risa procaz. La muchacha ahogó un grito; l nalgas, y al mirar abajo pudo ver su estrecho ro —Buen bocado —decía riendo—. Nos b este viento. Sus diez compañeros se añadieron a su La alegría se le desvaneció del rostro c pinchaba la oreja por debajo. —Soy Lady Ariane Pandarían —siseó empleaba aquel nombre?—. Si Lord Albanus que mi padre procurará acabar la faena. El hombre apartó las manos de ella muchacha cayó al suelo. —Perdonadnos, señora —balbució. Los vos. No pretendía... —Ya encontraré el camino —respondió en su intento de enhebrar una disculpa. La arrogancia, pensaba Ariane mientras recurso cuando iba sin siervos ni guardias grandes puertas de madera tallada fue abierta la túnica el sello de chambelán, sus grandes oj —Soy Lady Ariane Pandarían —anun Melliarus. El hombre quedó boquiabierto, y miró v como buscando su comitiva. —Disculpadme..., mi señora..., pero yo... Bruscamente, la joven pasó por su l columnas. —Llévame ante Lord Albanus —le orden Por dentro se estremecía. Supuso que C Estéfano no estaba allí? Pero la sola idea de seguir adelante. El chambelán abrió la boca —le temblaba —Seguidme, por favor... —y añadió: «mi La estancia en que la dejó al ir a «inf espaciosa. Los tapices lucían colores brillantes parpadeantes lámparas de oro brillaban con a con su creciente aprensión. ¿Y si estaba bus sitio y se ponía en ridículo ante un noble que arrogancia se resquebrajó. Al entrar Lord desvanecieron ante la severa mirada del aristó —Buscas a un hombre llamado Estéfa ceñudo rostro—. ¿Por qué crees que está aquí 8 orría ya, aunque nada la perseguía salvo el con el puñito a los refuerzos de hierro de las pequeña ranura que se había abierto en la en la acompañaba. rse, y el guardia abrió un poco la puerta, un rar, un brazo la agarró por el talle y la levantó la mano del otro le estrujaba groseramente las ostro. Le faltaba media nariz. bastará para mantenernos calientes, aun con jocosidad. cuando sintió que el puñal de la muchacha le ó fríamente. Mitra, ¿cuánto hacía que no deja con vida a alguno de vosotros, no dudo como si hubiera tocado agua hirviendo; la s otros les miraban boquiabiertos—. Honor a altanera la joven, y se fue, dejando al hombre caminaba por el suelo enlosado, era su único al palacio de un noble. Cuando una de las a por un hombre de barba gris, que llevaba en jos castaños se pusieron adamantinos. nció—. Llévame hasta el escultor Estéfano vagamente al camino, detrás de la muchacha, . no conozco a ningún Estéfano. lado y entró en el vestíbulo adornado con nó. Conan se habría equivocado. ¿Qué pasaría si volver a aquellas calles desiertas la empujó a a la barba— y dijo débilmente: i señora», tras pensarlo por un momento. formar a Lord Albanus» de su presencia era s; en contraste con las melancólicas calles, las alegre fulgor. Pero el agradable lugar no pudo scando a alguien que no se hallaba en aquel e le era extraño? Poco a poco, su fachada de Albanus, los últimos vestigios de ésta se ócrata. ano —dijo sin más preámbulo el hombre de í? 82 La muchacha habría empezado a retor uñas con fuerza en su propia capa, pero de t sus inquietudes. —Tengo que hablar con él. Nadie más h dice que nos están traicionando, y... —Logr Disculpadme, Lord Albanus. Si Estéfano no es Los oscuros ojos de Albanus se habían e pendía de su cinturón, y dijo: —Espera. ¿Alguna vez has visto algo com Sus dedos sacaron de la bolsa una gem se la daba, murmuró palabras que la muchach A pesar de sí misma, sus ojos fueron at hierro. De pronto un rayo pálido surgió de l violentamente, a modo de gruñido, como si la ella. Tenía que correr. Pero sólo pudo tem blancura llenaba sus ojos. «Corre», gritaba e preguntó. El pánico se desvanecía. La volun seguía de pie, respirando calmada, y mirab ardiente que antes. —Ya lo he hecho —oyó que murmurab más alta, dijo—: Quítate la ropa, muchacha. De algún minúsculo rincón de su ser b pero en cuanto a lo demás le pareció una or abrió los broches que le sujetaban los ropajes ella siguió de pie; apoyó delicadamente las levemente una rodilla, esperó. Albanus recorrió con la mirada su sinuos —Si obedeces con tanta diligencia esa o ello. Habíame de Taras, muchacha. ¿De verda —Conan lo mató —replicó ella con calma —¡Erlik se lleve consigo a ese maldito b de extrañar que Vegentius no encontrase a T Desarrugó el entrecejo; la miró, pensativo—. E rebelarse en el Mesón de Thestis, ¿verdad? Dudó antes de responder. —Sí. Había alguna suerte de rechazo en sus su propia, lejana irritación. La mano de Albanus la agarró por el me oprimiera con fuerza sus mejillas ella no trató abiertamente con la mirada de obsidiana del no —Cuando quiera que las calles se llenen llevarás mis palabras al Thestis, y les dirás exa —Lo haré —dijo ella. Como la punzada de un mosquito, algo la El hombre asintió con la cabeza. —Bien. Ahora hablemos de ese Conan. ¿ —De que Taras no había contratado ho nos estaba utilizando para sus propios interese —¿Dijo quién era ese otro? —preguntó A Ella negó con la cabeza, pues se sentía f 8 rcerse las manos, y para impedirlo clavó las todos modos no pudo contener el torrente de hablará conmigo, y Taras ha muerto, y Conan ró respirar hondo entre estremecimientos—. stá aquí, me iré. ensanchado al oírla. Hurgó en una bolsita que mo esto? ma de color blanco, casi ardiente; al tiempo que ha no alcanzó a oír. traídos por la gema, igual que el imán atrae al la gema y le bañó el rostro. Soltó el aliento a hubieran golpeado. El pánico se apoderó de mblar, danzar sin moverse de aquel sitio; la en los abismos de su mente. ¿Por qué?, se ntad se desvanecía. El rayo parpadeó, y ella ba la joya pálida, de apariencia todavía más ba Albanus—, pero ¿con qué éxito? —En voz brotaron los colores que le subieron al rostro, rden razonable. Se quitó con rapidez la capa, s. Todo cayó a sus pies desordenadamente, y manos en sus redondeadas caderas, dobló sa desnudez y sonrió sin alegría. orden, me dirás la verdad, aunque mueras por ad ha muerto? ¿Cómo murió? a. bárbaro! —masculló el siniestro noble—. No es Taras. Y cómo voy a transmitir órdenes... — Eres uno de esos niños idiotas que hablan de s palabras, pero apenas si sentía con claridad entón, la obligó a levantar la cabeza, y aunque ó de resistirse. Sus grandes ojos se cruzaron oble. n de turbas aulladoras —dijo suavemente—, tú actamente lo que yo te ordene, nada más. a exhortó a luchar, y al instante calló. ¿De qué traición te habló? ombres armados para ayudarnos. De que otro es. Albanus con severidad. fatigada de hablar y quería dormir. 83 —No importa —murmuró Albanus—. He clepsidra se hace más peligroso. ¡Varius! ¡U Vegentius! ¡Rápido, si es que valoras tu pellejo Ariane cumplió la orden obedientemente el mensaje en un pergamino. Sólo quería dorm no se lo permitiera su amo. En aquellos mom los más leves aguijonazos de resistencia desap CAPITULO 18 Cuando los profundos tonos de un gon clepsidra después del ocaso, Conan se desper oscuras. Ya se había preparado para la empr una daga en el cinturón de la túnica. La espa lugar adonde iba. Con pasos silenciosos se acercó a la ve con gracia felina buscando resquicios más arr es habitual que los hombres miren hacia a alguien. Por lo tanto, la mejor manera de no se de arriba. Las nubes ligeras medio ocultaban u danzaban. Conan se rundió con éstas. Aun en aquella lisa piedra, unas m hendeduras. Las cornisas de piedra y el bord tejado. Rápido y cuidadoso, se arrastró sobre una almena donde no había centinelas, en alféizar, entre dos merlones altos como un hom de tres pisos, sobre el patio enlosado. Dentro de palacio, a sus espaldas, una instante se detuvo entre las volubles sombras sola palabra. Frunció el entrecejo. Ante aquel t Y, con todo, el griterío no era general, no se ritmo de hombres que marcharan militarmen palacio. Aquello terminaría por apaciguarse, Una sonrisa lupina afloró al rostro de Conan. hacerle preguntas y recibir respuestas. El cimmerio se apresuró a ir corriendo p dificultades por otra pared, siguió todo un tram abría bajo sus pies, ni de las piedras que espe fallara. Se detuvo, se tendió cuan largo era, pa volvió a bajar hasta que llegó a la ventana del d Tras sacar la daga de su vaina, el corpu de la silenciosa muerte se hubiera tratado. Hab cuya luz mortecina alumbraba allí y en el cua había nadie en ninguno de los dos. Se aco estancia interior, y esperó. Larga fue su vigilia, pero la mantuvo co cazadora. Aun cuando oyó que se abría la p mano que sujetaba la daga, para agarrarla con un único hombre. Cuando los pasos se acer puerta. Una figura alta entró en la estancia; iba rojo penacho del comandante de los Leopard 8 e subestimado al bárbaro. Con cada vuelta de Un mensajero que vaya ante el comandante o! Ponte firme, muchacha. e, y observó a Albanus mientras éste escribía mir, pero sabía que no le sería posible mientras mentos ya aceptaba plenamente su autoridad; parecieron. ng de bronce anunciaron la primera vuelta de rezó y saltó de la cama; la habitación estaba a resa de aquella noche: iba descalzo y llevaba ada y la armadura le habrían estorbado en el entana, trepó al repecho de piedra y se estiró riba a los que sus manos pudieran asirse. No arriba, ni siquiera cuando están buscando a er descubierto en un sitio es entrar por la parte una luna ya crecida, y sus sombras andaban y manos y unos pies avisados podían hallar de de los frisos le ofrecían un camino hasta el las tejas de éste y se dejó caer al otro lado de el mismo corazón de palacio. Pasó por un mbre, y bajó hasta el tejado de una columnata a campana de alarma empezó a sonar, y al s. Le llegaron gritos, aunque no entendía una tumulto, tendrían que hacer venir a Vegentius. e encendían luces inesperadas, ni el pesado nte perturbaba la paz en la parte exterior de y Vegentius, sin duda, volvería a su cuartel. Volvería, y encontraría a alguien dispuesto a por el tejado, y donde éste terminaba trepó sin mo de ésta sin cuidarse de la negrura que se eraban que su pie resbalara, o que la mano le asó piernas y caderas por encima del borde y dormitorio de Vegentius. ulento cimmerio entró en la habitación como si bía unas pocas lámparas de latón encendidas, arto exterior, pero, tal como había temido, no omodó torvamente cerca de la puerta de la on la paciencia silente y calmosa de la bestia puerta de la habitación exterior, sólo movió la n más firmeza. Pero le llegaron las pisadas de rcaron, Conan se arrimó a la pared, cabe la ataviada con una capa dorada y el yelmo de dos de Oro. El puño desarmado de Conan le 84 golpeó en la nuca, y con un gemido el o asombrado. No era Vegentius. Y entonces, una horda aulladora de cap caer sobre él. Rugiendo, Conan luchó. Su dag tiempo que caía moribundo. Los martillos que mandíbulas. Se las apañó para arrojar a un ho entrado. Pero, con la mera fuerza del número, tres hombres le sujetaban brazos y piernas, au Retorciéndose, forzó cada uno de sus miemb recobrar la libertad. Vegentius, sin yelmo, y con mirada de gr —Como veis, yo tenía razón —le dijo estancia—. Quería matarme primero a mí, para antes de que pudiera huir, mi ausencia del man Bien envuelto en una capa, destacán mejillas, Garian entró en la estancia. Miraba a —Aun cuando los otros me lo habían d vinieron escalofríos—. Una veintena de veces —Pero si os hubiera matado entonces asesino —respondió con firmeza Vegentius. —¡Mentiroso! —espetó Conan al gigan admitir tu propia e inicua traición. El rostro de Vegentius se ensombreció, detuvo con un gesto. El rey se acercó más al c —Óyeme, Conan. Hoy, antes de que pa conspiraban contigo. Un hombre llamado Grae ¿Niegas haberlos conocido, o que conspiraran A Conan le ardía la cabeza. ¿Se ha preguntaba y decía su nombre, se la entreg tuvieran. —Son unos jóvenes necios —dijo—. Ha les caigan los dientes, pero no le harán da utilizarían de buena gana. Calló con un gruñido, pues la bota d costillas. Garian detuvo al militar con un gesto y si —Vegentius ha hecho interrogar a esos dos clepsidras se le han rendido. Luego los tra dijeron con sus propios labios que habían pla ejecutarla. —¡No soy un asesino! —gritó Conan en nada hubiera dicho. —Se dio la alarma; te buscaron. Y te h Tus acciones te delatan. —Su cabeza adornará una pica antes de —No —le contestó suavemente Garian— manos con el borde de la capa, como si cump Conan—. Mucho tiempo ha pasado desde que lleva la Corona del Dragón fue invocada por últ Envolviéndose en la capa, se apartó del c Vegentius le siguió con la mirada, y luego —La antigua pena, bárbaro. Me parece a 8 otro cayó de espaldas. El cimmerio le miró pas doradas entró de la estancia exterior para ga halló la garganta de alguien, que le soltó al e tenía por puños astillaban dientes y partían ombre por la misma ventana por donde había , los otros le derrotaron. Acabó de espaldas, y unque todos ellos estaban escupiendo sangre. bros, pero sólo logró moverlos un tanto, y no ran satisfacción, apareció en la puerta. o a alguien que todavía estaba en la otra a que luego, si vuestra muerte era descubierta ndo le ayudara en su fuga. ndose su magulladura en la palidez de sus Conan con horrorizada sorpresa. dicho, apenas si podía creerlo —susurró. Le me ha tenido al alcance de su espada. s, todos habrían reconocido en él a vuestro ntesco militar—. Vine aquí para obligarte a , y llevó la mano a la espada, pero Garian le cimmerio para hablarle. asara el mediodía, Vegentius arrestó a los que ecus. Y una mujer, Gallia. Y tres o cuatro más. n contra mi trono? allaría Ariane entre los cautivos? Pero si lo garía en mano en el caso de que aún no la ablan, y hablarán hasta que encanezcan y se año a nadie. Sin embargo, hay quienes los de Vegentius acababa de golpearle bajo las iguió hablando. s que te parecen tan inofensivos, y al cabo de ajo ante mí, a los que todavía podían hablar, y aneado mi muerte, y que eras tú quien debía protesta, pero Garian siguió hablando como si hallaron esperando al acecho, daga en mano. e la aurora —dijo Vegentius. —. Yo confié en este hombre. —Se limpió las pliera con un rito. Miraba fríamente el rostro de e la antigua pena por tratar de asesinar al que tima vez. Vamos a invocarla ahora. cimmerio y salió de la estancia. o volvió con Conan. Echó a reír a carcajadas. apropiado. ¡Llevadlo a las mazmorras! 85 Uno de los que sujetaban a Conan hiz espada que iba a darle en la cara, y luego no v CAPITULO 19 Albanus sonreía para sí en su silla de se tortuosas que conducían del Distrito de los Te inevitable triunfo! Saboreaba cada uno de los p su meta. Más adelante andaban dos hombres co aunque las calles estuvieran tan vacías como importaban iban a ambos lados de su silla, bie mujer y el que parecía un hombre. Los tenía m Cuando la procesión se acercó a las pu Dejaron en el suelo su silla de sedán. Al mis ponía el pie en el suelo, Vegentius salió por el y enarcó las cejas interrogativamente. —Todo ha ido como lo planeamos — hombres que hacen guardia esta noche son lea —Bien —dijo Albanus—. ¿Y Conan? —En las mazmorras. Garian dijo a grito matarlo. La alarma ya había despertado a otro penacho, escupió al suelo con repugnancia— donde metamos a Garian. El noble de rostro aquilino rió suavement —No, Vegentius. La costumbre antigua m —Sería mejor que lo matáramos ya — Encorvándose, trató de mirar bajo la capucha Albanus—. ¿Se parece de verdad a...? —Vamos ya —dijo Albanus, y siguió ade quedó otro remedio a Vegentius que seguirle. El siniestro noble se apresuró, exultan palacio. A menudo había andado por aquello conquistador, el de quien posee. Cuando una con imperiosa furia. —¿Qué haces aquí, mujer? Te ordené mandara a buscarte. Las miradas de ambos se cruzaron sin v de los ojos de la muchacha se hizo evidente. —Quiero verlo caer ante tí. Albanus asintió lentamente. Aquello le pr —Pero no hagas ruido —le advirtió. Alza un rey en su palacio, siguió adelante. Ante la puerta de los aposentos de Garia ver al grupo que se acercaba. Vegentius dio un paso adelante. —¿Duerme? —Uno de los cuatro asintió— El que había asentido habló. —Sólo la criada, para darle vino si se des —Matadla —dijo Albanus, y Vegentius se 8 zo un gesto. El cimmerio vio el puño de una vio más. edán, que era llevada de noche por las calles emplos a palacio. ¡Estaba tan cerca ahora su pasos con que sus porteadores le acercaban a on antorchas, y le rodeaban veinte guardias, o una tumba milenaria. Los que de verdad le en envueltos en sus capas y encapuchados, la muy cerca. uertas de palacio, Albanus profirió una orden. smo tiempo que el hombre de rostro aquilino l puente levadizo. Albanus miró a los guardias —dijo tranquilamente el militar—. Todos los ales a mí. Los mejores. os que invocaría la antigua pena, y no pude os para entonces. —Agitando el yelmo de rojo —. Pero podemos arrojarle a la misma fosa te. me parece un acertado fin para ese bárbaro. —masculló Vegentius, pero no insistió más. de la criatura de forma humana que seguía a elante, con Ariane y el simulacro tras él. No le nte, a cruzar el puente levadizo, y entró en os corredores, pero su paso era ahora el del sombra se movió y resultó ser Sularia, la miró que te quedaras en tus aposentos hasta que vacilar, y, a la mortecina luz, el codicioso brillo rocuraría placer. ando la frente y cuadrando los hombros, como an había cuatro guardias, que se cuadraron al —. ¿Quién está con él? svela. e sobresaltó. 86 —Tú dijiste que podías lograr que lo desaparece, habrá preguntas. —Ese método no puede ser empleado e Albanus, palpando distraídamente la bolsa don Vegentius le hizo señal de asentimient entró, y volvió al cabo de un momento, con la labor. Albanus guió adentro a los demás, sin di muchacha que yacía sobre una silla tumbada. dormitorio de Garian, estaba a oscuras, las lá Garian yacía en la cama, entre las arrugadas s —Aviva la luz de las lámparas, Sularia por un momento la mirada del hombre que est obedecer. A las dos figuras encapuchadas, el noble Vegentius tuvo que ahogar un grito cuand —¡Es la imagen misma de Garian! Sularia se volvió tras avivar el fuego de iba a proferir al ver el doble del rey se le entrecejo, vio a Ariane. —¿Quién es ésta? —preguntó la rubia. Ariane miraba al frente, sin dar señale simulacro miraba en torno con curiosidad. Inesperadamente, Garian se incorporó e sucesivamente a Albanus, a Sularia y a Vegen —¿Qué...? —empezó a decir, pero las duplicado. Sin perturbarse, el simulacro le devo Albanus sentía que la risa le venía a los l —Garian —dijo, burlón—, éste es el que últimos días de tu dinastía. Pues tu linaje usurp —¡Guardias! —gritó Garian. Sacó un puñ cama—. ¡Guardias! —Cógele —ordenó Albanus al simulacro Cada vez más asombrado, Garian se Sularia, a Vegentius. El duplicado avanzó, y el puñal de Garia detenido por una mano de inhumana fuerza q borrado de su cara por el dolor, a medida que cayó de sus dedos agarrotados. Antes de que el arma hiciera ruido al ca por el cuello al verdadero rey, y lo levantó ha sobre un palmo de aire. No asomó ni traza d miraba cómo el rostro de aquel otro que era ig debilitó, y luego cesó. Despreocupadamente, desmayado. Albanus se apresuró a agacharse ante cuello, y otro le oscurecía la mejilla, aunque golpeara. Pero su amplio pecho aún subía y ba Vegentius, que desde que el duplica observado todo con la espada a medio desen carraspeó. No perdía de vista al simulacro. —¿No deberías ordenarle a éste..., a est 8 o olvidara todo, Albanus. Si esa muchacha en más de una persona a la vez —respondió nde guardaba la gema blanca—. Mátala. to al guardia que había hablado. El hombre a espada ensangrentada en testimonio de su ignarse a mirar siquiera la caída forma de una . La segunda estancia, que era propiamente el ámparas de mecha estaban medio apagadas. sábanas. —ordenó Albanus en voz baja. Sin apartar ni aba tendido en el lecho, la rubia se apresuró a e les dijo—: Despojaos de las capas. do el simulacro cumplió la orden. una lámpara de oro, pero la exclamación que ahogó en la garganta cuando, arrugando el es de vida, hasta que recibió otra orden. El en el lecho. Cada vez más asombrado, miró ntius. s palabras murieron. Boquiabierto, vio a su olvía inquisitivamente la mirada. labios. se sentará en el Trono del Dragón durante los pador toca a su fin. ñal de debajo de sus almohadas, y saltó de la o—, como te he dicho. eguía mirando sucesivamente a Albanus, a an acometió con celeridad de luchador. Y fue que lo agarró por la muñeca. El asombro fue el puño del simulacro se estrechaba. La daga aer al suelo, la otra mano del simulacro agarró asta que sus pies se agitaron frenéticamente de sorpresa al rostro del constructo, mientras gual que él enrojecía. El forcejeo de Garian se la réplica abrió la mano y dejó caer el cuerpo e el rey. Salvajes cardenales le enrojecían el e Albanus no había visto que el simulacro le ajaba, si bien débilmente. Garian aún vivía. ado había empezado a moverse lo había nvainar, volvió a meter el arma en la vaina y to..., que lo matara? 87 —Yo soy el rey Garian —le dijo la c juramento. —Callaos —ordenó Albanus, con imp puntapié al caído Garian— reconocerá mis der —Pero será peligroso —dijo Vegentius e —¡Basta! —gritó Albanus—. Encadénalo de mi palacio. No quiero oír más. Vegentius as —Ah, y Vegentius... —añadió el hombr encierren mueran después. Así no habremos d El corpulento militar se quedó delante nada. Pero iba a hacerlo —Albanus lo sabía— de Oro. —¿Quién es la mujer? —volvió a pregun Albanus la miró con regodeo, preguntán vez en aquella linda cabeza. Después de to Ariane la que le preocupaba. —No te preocupes —le dijo—. Por la ma tocó el rostro inexpresivo de Ariane— no es n construir el camino hasta el Trono del D desecharlas después de ser empleadas. Miró a Sularia con mirada alentadora. «L para desecharlas después de ser empleadas.» CAPITULO 20 Conan despertó suspendido en el air muñecas, en el centro de una mazmorra. Al m trípodes arrojaban algo de luz amarilla en torno ninguna dirección. Las cadenas que le sujeta Las que le retenían los tobillos terminaban grandes bloques de piedra del suelo. Le hab taparrabos. Aunque no tuviera ninguna posibilidad d hasta que el sudor le perló la frente, le resb pecho. Las cadenas no cedieron en lo más m crujirle las articulaciones. Oyó el roce de ropas en la oscuridad, y la —Ha despertado, mi señora. —Hubo una Dos hombres avanzaron hasta la luz desnudo. Uno tenía una quemadura en su pe hubiera logrado arrebatarle uno de los hierr propio tormento. El otro, de los hombros pa sonreía con incongruente placer en el rostro. C Cuando, sin decir palabra, ocuparon sus esforzó aún más por ver en la oscuridad. ¿Quié El primer azote silbó en el aire para da alzarlo, otro le dio en la cadera. Y el otro v latigazos no seguían ningún plan, no podía a manera de endurecer el músculo contra el do las carnes. 8 criatura a Vegentius. El militar murmuró un perioso ademán. Esto —dijo, pegándole un rechos al trono antes de morir. en protesta—. Tendría que morir ya. o y mételo en las mazmorras, en los sótanos sintió de mala gana, y se volvió para irse. re de rostro cruel—, procura que los que le de preocuparnos por lenguas indiscretas. de la puerta, tenso, y luego se fue sin decir —, se lo haría incluso a sus amados Leopardos ntar Sularia. ndose si podían caber dos pensamientos a la odo lo que había ocurrido ante sus ojos, era añana, serás proclamada Lady Sularia. Esto — nada, sólo una herramienta que me ayudará a Dragón. Y las herramientas se hacen para Las herramientas —repitió para sí— se hacen » re, sujeto por cuatro cadenas en tobillos y menos, le parecía que era el centro. Dos altos o a él, pero no alcanzaba a ver las paredes en aban las muñecas se perdían en la oscuridad. en unas enormes argollas, clavadas a los bían quitado la túnica; sólo llevaba encima un de soltarse, tensó los músculos, tiró con fuerza baló por los hombros y le empapó el amplio mínimo. Tampoco él. Había forcejeado hasta a voz de un hombre. a pausa—. Muy bien, mi señora. z, membrudos, de cabeza rapada y pecho echo sin vello, como ¿i alguna de sus víctimas ros candentes que habían de servir para su ara abajo, tenía el pellejo como de simio, y Cada uno llevaba un látigo enrollado. s puestos a ambos lados del cimmerio, éste se én era aquella «señora»? ¿Quién? arle en el pecho. Cuando el hombre volvió a volvió a la carga, castigándole el tobillo. Los anticipar dónde caería el siguiente, no había olor que, como un chorrillo de ácido, le mordía 88 Los músculos de sus mandíbulas se ha siquiera abriría la boca para tomar la bocanad dolor. Si abría la boca haría algún sonido, ni qu el siguiente chillar. La mujer que le miraba pensaba hacerlo. Los dos hombres siguieron hasta que Co cadenas de que colgaba, la cabeza inerte so verdugones que le cubrían desde los tobillos sangre. Oyó en la penumbra el mismo tintineo de —Sois muy generosa, mi señora. Estarem Luego se hizo el silencio de nuevo, hast callaron con el portazo de una pesada jamba. Conan alzó la cabeza. Lentamente, una mujer avanzó hasta el velos grises. —¡Tú! —exclamó él con voz áspera—. ¿ eres la que se aprovecha de esos necios mentiras? —Quise hacer que te mataran —dijo en voz le resultaba muy familiar. Pero ¿de quién hombres en Nemedia capaces de matarte. embargo, ha sido obra tuya, aunque me alegro —¿Quién eres? —le preguntó él. La mujer se llevó la mano al rostro, apar ninguna dolencia; al contrario, era bella y crem eran gatunos, del color de la esmeralda, ten pelirroja le adornaba el rostro con suaves onda —Karela —dijo él con un susurro. Llegó a preguntarse si el dolor le hacía v de la llanura zamoria y las estepas de Turan, de la nobleza. Parecía imposible. El hermoso rostro le miraba impasible, co —No creía que hubiera de volver a ve Distrito del Mercado, pensé que me iba a morir —¿Y viste a Hordo? —le preguntó—. abriga esperanzas de encontrarte. —Sonrió c que tú diriges. —Así que ya sabes hasta eso —le re tendría por estúpido. Hordo me sorprendió cas cuando yo estaba allí. Pero no quiero que se pero otros que también lo habían sido acab cabeza en Zamora y en Turan. ¿Crees que llev —Ha pasado mucho tiempo desde enton es que ya te hayan olvidado. La calmosa facha —¡El Halcón Rojo jamás será olvidado! Sus ojos color esmeralda le miraban c puños en las caderas. Casi podía ver él aquel su cintura. —Ahora que no te estás haciendo pasar ¿puedes decirme por qué, en nombre de lo muera? 8 abían trabado con el esfuerzo por no gritar. Ni da de aire que su enorme cuerpo exigía en su ue fuera leve, y el siguiente paso sería gritar, y desde la penumbra quería que chillara. No onan se dejó caer hasta donde lo permitían las obre el fornido pecho. El sudor le ardía en los a los hombros. Aquí y allá se veían hilillos de e monedas y la misma voz de hombre. mos fuera por si nos necesitáis. ta que las bisagras chirriaron herrumbrosas, y l círculo de luz y lo miró. Era la mujer de los ¿Eras tú, pues, quien trataba de matarme? ¿O del Thestis, la que me ha traído aquí con n voz baja. Conan arrugó el entrecejo. Aquella era?—. Tendría que haber sabido que no hay Este aprieto en el que te has metido, sin o de verte así. Me alegro, Conan de Cimmeria. rtó los velos. Su piel no sufría los estragos de mosa, como de marfil. Los ojos que le miraban nía los pómulos prominentes. Una cabellera as. ver quimeras. El Halcón Rojo, la fiera bandida en Belverus, haciéndose pasar por una mujer ontrolaba firmemente la voz. erte, cimmerio. Cuando te vi aquel día en el r. Tienes que saber que está aquí, y que aún con ironía—. Trabaja con los contrabandistas espondió ella, admirada—. Sólo un necio te si tanto como tú: se presentó en Khorshemish epa quién soy. Fue el más fiel de mis perros, baron rindiéndose al oro que ofrecían por mi vo estos velos por el placer de ocultarme? nces, Karela —dijo Conan—. Lo más probable ada de la mujer se agrietó. con odio; estaba frente a él erguida, con los l sable enjoyado que antaño había colgado de r por Lady Tiana —dijo Conan hoscamente—, os Nueve Infiernos de Zandru, quieres que 89 —¿Por qué? —chilló la mujer con enfure me abandonaste desnuda y encadenada, que —Estaba por medio aquel juramento q nunca una mano para salvarte... —¡Derketo acabe contigo y con tus juram —Además, sólo me quedaban cinco mo habría podido comprar con tan poco dinero? —¡Mientes! —espetó la mujer—. ¡Como que me vendieran! —Te digo que... —¡Mientes! ¡Mientes! Conan gruñó sin decir otra palabra, ce quería discutir con ella. Ni suplicarle. Esto últim Andando enojada de un lado a otro, Kare sin mirarle directamente en ningún momento. —Quiero que conozcas las humillaciones y las recuerdes, para que el recuerdo sea u estés en las minas, para que sepas que, cuan tiempo cumpliendo una pena, habrá quien llen olviden de uno de los cautivos. —Sabía que escaparías —murmuró Con Karela cerró un momento sus ojos colo con voz resuelta. —Me compró un mercader de nombre cuarenta mujeres. Escapé aquel mismo día. azotaron, me dieron con la palmeta en la plant tres días. Cuando volvieron a cogerme, me ma Pese a su situación, Conan rió entre dien —Qué necio debía ser, si creía que así t aunque sus palabras fueran suaves albergaba —La tercera vez me capturaron cuando a cara a Haffiz, le dije que me matara, pues jam me creía un hombre. Que tendría que aprende me permitiría andar ni un solo instante con otro de mi dueño, vestiría las sedas más finas y l ojos en los párpados y carmín en las mejillas tocar instrumentos, a recitar poemas. Cualqui placentera a todas horas, sería castigado muchachita que trataba de aprender a ser apropiados para una niña. Cómo reía a carcaja Conan empezó a reír a carcajadas tambi —¡Una niña! Karela se enfureció, y alzó el puño com tumbarlo. —¿Qué sabes tú, necio?. Diez veces al boca cucharadas de aceite de ricino. Y cien para pensar en ellas. ¡Ríe, zoquete bárbaro! querría yo que pasaras un año en la mina por c Conan, con algún esfuerzo, logró ocultar —Yo creía que escaparías al cabo de m Halcón Rojo se convirtió en un tordo en su jaul 9 ecido pasmo—. ¿Es que ya has olvidado que me iban a vender al mejor postor? que me hiciste pronunciar, Karela. No alzar mentos, cimmerio! onedas de cobre en la bolsa. ¿Crees que te o no quería plegarme a tus órdenes, dejaste erró la boca y no dio más explicaciones. No mo, nunca había aprendido a hacerlo. ela seguía arrojándole palabras como puñales, s que he pasado, cimmerio. Que las conozcas un arma que te hiera constantemente cuando ndo el rey indulte a todos los que lleven cierto ne de oro las manos apropiadas para que se nan—. Y está bien claro que lo hiciste. or esmeralda, y cuando volvió a abrirlos habló e Haffiz, y me llevó a su zenana con otras Y el mismo día volvieron a capturarme y me ta de los pies. La segunda vez estuve libre por andaron a la cocina a fregar cacharros. ntes. te doblegaría. Karela se volvió hacia Conan, y asesinato en los ojos. aún estaba escalando el muro. Le escupí en la más podría someterme. Haffiz rió. Dijo que yo er que no lo era. Desde aquel momento, no se o vestido que el apropiado para acudir al lecho las fragancias más puras, llevaría sombra de y los labios. Tendría que aprender a bailar, a ier fallo en estas cosas, cualquier fallo en ser inmediatamente. Pero, como yo era una mujer, los castigos que recibiera serían los adas. ién. mo si hubiera tenido fuerzas suficientes para día me zurraban las nalgas. Me metían por la cosas más, que me avergüenzan demasiado Tuve que aguantar durante un año, y cómo cada uno de sus días. su regocijo. medio año, quizás en menos tiempo. Pero el la de plata. 90 —Me vigilaban día y noche —dijo ella mano. —¿Porque te hartaste de que te mandar de contener las risas en su fornido pecho. —¡Derketo te reviente los ojos! —aulló robusto pecho con sus puñitos—. ¡Erlik te lleve De pronto se apaciguó, y le sujetó par mejilla contra el pecho; Conan vio con sorpre del ojo. —Yo te amaba —dijo en susurros—. Te a El musculoso cimmerio meneó la cabez que amaba, desde luego que nadie debía de s Karela se apartó de él, para no tener q largas pestañas. —No hay miedo en ti —siguió dicien pensando: «Si ella ha sufrido así, ¿qué no me —Yo no tengo la culpa de lo que te suced Ella no parecía oírle. —Pero si no tienes miedo, es que todav afloró a los labios. De pronto, agarró los broches que le c grises cayeron al suelo arrebujadas, ciñéndo graciosamente. Aún era como Conan la recor largas piernas y esbelto talle. Karela era un d Lentamente, de puntillas, se volvió, levantó sedosos cabellos la acariciaran, ora en sus ho Con gentil contoneo se acercó a él, y se detu los senos, bajo las costillas —pues seguía co inferior con la lengua y le miró entre sus la seductor: —Cuando te llevan a las minas, sólo la m toda la vida respirando aire lóbrego y mals antorchas. Allí tienen mujeres, si es que quie callosas como cualquier hombre. —Le acari cabello y su piel están llenos de porquería, estrechó con sus brazos esbeltos, le agarró estuvieron frente a frente—. No dan besos d oprimió los labios con los suyos propios. El respondió salvajemente a su beso, ha Era trémula la mirada esmeralda de Karela, en azotados por el viento. —Jamás volverán a besarte así —dijo la Bruscamente se dejó caer al suelo de inferior. Había aparecido la incertidumbre en su —Ahora, seré la única mujer que recue única mujer durante el resto de tu vida. Y, tras recoger del suelo sus ropas, d Conan oyó el chirrido de la puerta al abrirse y e Conan pensó que Karela no había cam impetuosa como un ave de presa. Pero si cre minas, o a cualquiera que fuera la pena ant seguía cometiendo sus errores de juicio de sie 9 en protesta—. Y al final escapé, espada en ran a la cama sin cenar? —El cimmerio trataba Karela. Se abalanzó sobre él y le golpeó el e consigo, bárbaro bastardo! Tú..., tú... ra impedir que se desplomara. Le oprimía la esa una lágrima que le asomaba por el rabillo amaba. za asombrado. Si la joven actuaba así con los sobrevivir a su odio. que admitir que le temblaban lágrimas en las ndo en susurros—. No tiemblas. No estás hará sufrir a mí?». dió, Karela —dijo él suavemente. vía eres un hombre. —Una extraña sonrisa le cerraban la túnica; en un instante, las sedas ole todavía los tobillos. Se deshizo de ellas rdaba: pechos firmes y redondeadas caderas, deleite de los sentidos para el ojo masculino. ó los brazos, agitó la cabeza para que sus ombros cremosos, ora en los pechos de satén. uvo tan sólo cuando alcanzó a acariciarle con olgando de las cadenas—. Se acarició el labio argas pestañas, y empezó a decir con tono muerte puede devolverte a la superficie. Vivirás sano, a la luz mortecina de las hileras de eres llamarlas mujeres. Tienen las manos tan iciaba el pecho, sólido como el acero—. Su , hieden asquerosamente. Sus besos... —Le por el cuello, y con un tirón subió hasta que dulces como éste —le dijo en susurros, y le asta que por fin la mujer lo dejó con un gemido. n la de Conan se reflejaban los cielos del norte mujer, casi sin aliento. e piedra y retrocedió, mordiéndose el labio us ojos verdes. erdes durante el resto de tu vida —dijo—. La desapareció en la oscuridad. Poco después, el golpe con que se cerraba. mbiado. Seguía siendo el Halcón Rojo, fiera e eía que iba a dejarse llevar mansamente a las tigua de que había hablado Garian, también empre. 91 Conan miró las cadenas, pero no hizo lecciones que se aprendían en las traicionera cimmerias era ésta: cuando la acción no es po que esperar, conservar las fuerzas, para qu cimmerio seguía colgado de sus cadenas con a que su presa se le acerque. CAPITULO 21 Chirriando, las cadenas que sosten ruidosamente hasta dejarle en el suelo de pied sentir que le movían; no tenía ni idea de cuá escasa luz de los trípodes ni la penumbra qu cambiado, con lo que no tenía noción del paso Sus pies tocaron el suelo, y las rodill cedieron. Su gigantesco cuerpo se desplomó un esfuerzo, trató de parar la caída con los sangre. Sólo llegó a debatirse con el cuerpo en Los dos hombres que le habían azotado las cadenas. Su débil forcejeo era inútil; le esp a los tobillos pesadas cadenas de hierro. El h callado e inexpresivo como antes, pero el de amable, hablaba casi con jovialidad. —Ya pensaba que te dejaríamos colgar de hoy. Aprieta más eso —dijo, dirigiéndose al El otro hombre gruñó y siguió con su sujetaba la muñeca izquierda de Conan. —Mis hombres —masculló el cimmerio pedazos de loza. —Oh, han tenido su parte en ello —d desprecio—. Han peleado con los Leopardos d han desaparecido. En otra situación se les hab de hoy han pasado más cosas que desde q desterrado de la ciudad a todos sus antiguos Luego, ha creado el título de Gran Consejero el mismo rey, y se lo ha otorgado a Lord Alba alguna vez he visto alguno. Y, encima de todo creerte que esa zorra rubia sea noble ahora? tratan ahora con respeto, porque saben que pr El hombre que no hablaba volvió a gruñir Conan abrió la boca, tratando de reunir a —¿Motines? —logró decir. El hombre con cara de luna asintió. —Por toda la ciudad. —Miró en torno pa siguió diciendo en susurros—: Clamaban por l Garian se ha deshecho de sus antiguos con cambio les satisfaga. Por lo menos, no ha man desterrados. Conan pensó que la gente de Ariane ha provocar algún cambio —ciertamente, parecía mejor o para peor? Se obligó a pronunciar, pal 9 ningún otro intento de romperlas. Una de las as grietas cubiertas de nieve de las montañas osible, forcejear sólo adelantará la muerte; hay ue quede alguna esperanza de sobrevivir. El la paciencia de la bestia cazadora que espera nían los brazos de Conan descendieron dra. El cimmerio no pudo reprimir un gemido al ántas horas había estado colgando allí. Ni la ue empezaba donde aquélla terminaba habían o del tiempo. las, que habían aguantado mucho esfuerzo, cuan largo era sobre el suelo de piedra. Con s brazos, pero éstos habían perdido mucha ntumecido. o se acercaron a la luz y empezaron a quitarle posaron las manos a la espalda y le sujetaron hombre marcado por la quemadura seguía tan el pecho velludo, con su rostro extrañamente ahí durante otro día, tras todas las emociones l otro—. Este sujeto es peligroso. tarea: clavar un remache en el grillete que o. Tenía la garganta seca y como llena de dijo el otro, con su cara de luna, riendo con de Oro que mandaron a arrestarles, sí, y luego bría perseguido, pero es que desde la mañana que Garian subió al trono. Primero, el rey ha s consejeros, bajo pena de muerte si vuelven. de Nemedia, que tiene casi tanto poder como anus, un hombre de ojos malévolos, si es que o eso, ha hecho noble a su querida. ¿Puedes Pero todos esos aristócratas tan refinados la ronto podría ser reina. Trae lo demás, Estruto. r y se fue, andando con torpeza. aliento. ara asegurarse de que nadie escuchaba, y le la abdicación de Garian. Quizá es por eso que nsejeros, con la esperanza de que cualquier ndado a los Leopardos de Oro a dar caza a los abría actuado por fin. Quizá pudieran incluso a que lo hubieran provocado ya—, pero ¿para labra por palabra, una nueva pregunta. 92 —¿Tenían... hombres... armados...? —Vuelves a pensar en tu compañía, ¿e un sorprendente número de ellos llevaban esp oído. ¡Estruto! ¡Pero trae eso de una vez! El hombre marcado por la quemadura pasaron entre la espalda de Conan y sus braz hombre con cara de luna sacó una mordaza cinturón, y se la pusieron al cimmerio entre los —Ya es hora de que te llevemos ante el hagan, seguro que te gustará menos que los d —negaba con la cabeza al tiempo que reía; E te queda poco tiempo para reconciliarte con tus Agarrando el palo por ambos extremos empujando, medio arrastrando, lo sacaron d escalera de tosca piedra hasta el suelo de ornados pasillos de éste, el cimmerio ya había orgullo, rechazó la ayuda de los dos hombres que las cadenas que le sujetaban los tobillos le Cara—de—luna le miró y rió. —Estás ansioso por acabar con esto, ¿e Le dejaron que anduviera lo mejor que Una torva sonrisa asomó a los labios del cimm a ambos con el mismo palo con el que creían de las cadenas, y aún se hallaba en el coraz doblando los brazos, pese a las cadenas, para Los corredores por los que pasaron pare como siempre, yendo de un lado para otro ar elegantes con sus sedas y sus terciopelos, hab solos por el centro de los pasillos. Cuando entraron en un corredor anch cruzaron con otro grupo. Graecus, Gallia y tambaleándose, bajo la vigilancia de dos g llevaban las manos atadas a la espalda. Cua abrieron desorbitadamente, y Gallia trató de ap Uno de sus guardias dio voces a los dos —¡Éstos van para las minas! —¡Mejor que lo que le espera a éste! —d Riendo a su vez, los guardias empujaron rebeldes siguieron adelante, temiendo al parec El cimmerio los ignoró. No les guardab contra él. Pocos hombres y todavía menos atenciones de un experto torturador, y de tod Vegentius habría hallado otra manera de encar Frente a ellos, al final del corredor, se a tallas, empujadas por seis soldados con capas de Nemedia. Hileras dobles de esbeltas columnas est luz de las lámparas de oro, que colgaban del te pulidas paredes de mármol. Un extensísimo m Nemedia. Tenía ante sus ojos la explicación d pues los nobles se habían congregado allí e vestidos de terciopelo con collares de oro al gemas que cubrían sus cuerpos vestidos de 9 eh? No, sólo hubo gente en las calles, aunque padas y tal, o por lo menos eso es lo que he volvió, con un largo palo que entre los dos zos. Con anchas correas, lo ataron a éstos. El a de cuero de una bolsa que le colgaba del s dientes, atándosela detrás de la cabeza. l rey —le dijo a Conan—. No importa lo que te dulces cuidados de Lady Tiana. ¿Eh, Estruto? Estruto le miraba impasible—. Bueno, bárbaro, s dioses. Vamos, Estruto. s, forzaron a Conan a ponerse en pie. Medio de la mazmorra y le hicieron subir por una e mármol de palacio. Cuando llegaron a los a recobrado el pleno uso de sus piernas. Con s, y siguió andando con las breves zancadas e permitían. eh? pudo, pero siguieron sujetándolo por el palo. merio. Si hubiera querido, los habría hecho caer n dominarle. Pero no se habría librado con ello zón de palacio. Paciencia. Se concentró en ir a acabar de desentumecerlos. ecían estar vacíos. Los esclavos seguían allí, rrimados a la pared. Pero los nobles, bellos y bían desaparecido. Los tres hombres andaban ho, con arcadas sostenidas por pilastras, se y otros tres del Thestis se acercaban casi guardias. Los cinco estaban amordazados y ando vieron a Conan, los ojos de Graecus se partarse de la mirada del corpulento cimmerio. que llevaban a Conan. dijo riendo el hombre con cara de luna. n a sus prisioneros. Los jóvenes y desastrados cer tanto a Conan como a sus captores. ba rencor por las mentiras que habían dicho s mujeres habrían hecho otra cosa bajo las dos modos, si ellos no le hubieran acusado, rcelarlo. abrieron unas grandes puertas adornadas con s doradas, y Conan accedió al Salón del Trono triadas sostenían una cúpula de alabastro. La echo con cadenas de plata, se reflejaba en las mosaico, en el suelo, narraba toda la historia de de que todos los corredores estuvieran vacíos, en su totalidad: aristócratas de ojos oscuros cuello; bellas damas, deslumbrantes con las e seda. Entre todos ellos quedaba abierto un 93 largo camino que llevaba desde las altas puert oro que remataban éste asomaban tras el enjoyadas descendían para sostenerle las es Dragón. Conan avanzó hasta el trono a su propio darle prisas. No quería ir tambaleándose, car Una vez ante el trono, se detuvo, desafiante, y hombres que sujetaban el palo trataron de obl Se oían los murmullos de los nobles. Algunos espalda y las piernas con el mango de sus lan tuvo que caer de hinojos. Mientras esto ocurría, la expresión del r que se sentaba en el trono se levantó, recogien —Este bárbaro —proclamó en voz alta— con Nuestras atenciones. Pero hallamos que Con gran vileza fue traicionada Nuestra confian Siguió con su monótono discurso, pero hombre que estaba de pie cabe el Trono del tiempo que iba asintiendo a lo que decía el rey un pupilo. Colgaba de su cuello un collar de o como Gran Consejero de aquel reino: era Lo rostro cruel, que había visto reunido a oscur locura reinaba en Nemedia. —... así, Nos decretamos la antigua pe funéreo. Al oírlo, Conan volvió en sí. No veía en que había demostrado en su captura, sólo resu —Cuando el sol se haya puesto y se ha quería cometer regicidio será arrojado a los bestias. En cuanto hubo dicho estas últimas pala lo llevaron a toda prisa del Salón del Trono. N mientras le llevaban a las mazmorras, esta ve estaba recubierto de paja sucia. Le quitaron e pusieron otra, que unía la que le sujetaba po pared. En cuanto los dos carceleros se hubier celda. Tendiéndose sobre el vientre, y si no espalda, podría haber llegado a tocar la pesa podido liberar las manos, no habría tenido a desencajar los sólidos goznes de hierro. Las p piedra, unidos con argamasa ya medio desme podido sacar alguno y escapar. En uno o dos salvo una rata muerta a medio devorar. El cim sido roída por sus congéneres o por el último p otro extremo de la celda con una patada, es mucho tiempo su olor. En cuanto Conan se hubo puesto cómo en la gran cerradura de hierro, y la puerta de l el que entraba era Albanus, recogiendo cuidad tocara la mugrienta paja. Tras él, la figura en detuvo en la puerta. El rostro de Garian miraba la paja y las paredes de piedra. Miró una vez sólo hubiera sido una cosa más que había en l 9 tas hasta el Trono del Dragón. Los cuernos de hombre que en él se sentaba, y dos alas spaldas. Llevaba en la cabeza la Corona del o paso, aunque los dos carceleros trataron de rgado de cadenas, para diversión de la corte. y escrutó con la mirada el rostro de Garian. Los ligarle a arrodillarse, pero Conan siguió en pie. s guardias fueron hacia él y le golpearon en la nzas hasta que, a pesar de toda su resistencia, rostro de Garian no había variado. El hombre ndo su túnica de tejido de oro. — fue acogido por Nos en palacio, fue honrado habíamos acogido a la traición cerca de Nos. nza, y... a Conan le llamaba la atención más bien el l Dragón, con una posesiva mano en éste, al y como un maestro que otorga su aprobación a oro con el Sello de Nemedia, que le distinguía ord Albanus. Pero el cimmerio conocía aquel ras con Taras y Vegentius. Se preguntó si la ena por su crimen —salmodió el rey en tono el rostro de Garian traza alguna de la tristeza uelta calma. aya elevado de nuevo hasta su cénit, este que s lobos. Que la bestia sea devorada por las abras, obligaron a Conan a ponerse en pie y se Ni siquiera el carcelero con cara de luna habló ez a una pequeña celda, cuyo suelo de piedra el palo y la mordaza, pero no las cadenas. Le or los tobillos con una argolla de hierro en la ron ido, Conan empezó a estudiar su nueva o hubiera tenido las manos esposadas a la ada puerta de madera, pero, aunque hubiese a qué aferrarse. Ni creía que hubiera podido paredes estaban hechas de toscos bloques de enuzada. Un hombre con herramientas habría s años. No había nada entre la paja podrida, mmerio no pudo evitar el preguntarse si habría prisionero que habían metido allí. Echándola al speró y deseó no tener que aguantar durante odo, sentado contra la pared, se oyó una llave la celda se abrió chirriando. Para su asombro, dosamente su túnica de terciopelo para que no nvuelta en ropajes de tejido de oro del rey se a a uno y otro lado, observando con curiosidad a Conan, como si el corpulento cimmerio tan la celda. 94 Fue Albanus el que habló. —Me conoces, ¿verdad? —Eres Lord Albanus —respondió Conan —Me conoces —dijo el hombre de rostr sospecha—. Como me temía. Suerte que actué Conan se puso tenso. —¿Tú? Miró a la cara a Garian. ¿Cómo podía aq —No esperes ayuda de él —dijo Albanus una preocupación para mí, pero en definitiva n lobos acabarán contigo, y el único daño de ve la muchacha que enviaste a buscar al escult estorbo menor. —Ariane —dijo Conan con brusquedad— El noble con ojos de obsidiana rió cruelm —Venid, rey Garian. Vamonos de este lu —¿Qué le has hecho a Ariane? —le grit rey se detuvo un momento para mirarle; Conan implorante que pudo adoptar—. Decidme qué l Las palabras murieron en sus labios, pu se cerró, chirriando. Aturdido, Conan volvió a r Desde la otra vez que lo había visto en había algo extraño en Garian, pero sin darle mientras oye su propia sentencia de muerte. cardenal de la mejilla de Garian había desapa tales cosas con maquillaje, como una mujer pudiera hacer desaparecer un cardenal con a había pasado el tiempo necesario para que de indicaba sin embargo que el hombre que s sentenciado a Conan no era Garian. Con la cabeza a punto de estallarle, el Albanus había tramado una rebelión, y sin emb rey que no era Garian. Pero sí era Garian aposentos de Vegentius. Conan lo sabía co claramente como olía el de la paja podrida sob «Paciencia», se recordó a sí mismo. Na Muchas cosas dependían de que le desenca entre los lobos, era mucho lo que podía hace valiente. Conan decidió que Albanus habría de Sularia yacía tendida sobre un banco ta esclava le aplicaban fragantes aceites a la e estiraba en toda su lozanía. ¡Qué maravilloso Salón del Trono, en vez de amontonarse con Aunque la aceptaran sólo por miedo, las repugnancia y con la vergüenza pintada en el pues muchos de los que ahora le hablaban c como a una esclava. Y aquello no había term amantes para encontrarse entre los nobles, ¿p Albanus? La reina Sularia. Sonrió al pensarlo, y volvió la cabeza ha que era la única persona en palacio en quien S desconfiaba menos. —¿La mujer está esperando todavía, Lat 9 n cautelosamente. ro aquilino, como si acabara de confirmar una é a tiempo. quel hombre admitir tal cosa delante del rey? s, riendo—. Durante un tiempo, bárbaro, fuiste no parece que seas un arma de los dioses. Los erdad que me hiciste está siendo reparado por tor. No, al cabo resulta que sólo has sido un —. ¿Qué has hecho con ella? mente. ugar. tó Conan a Albanus cuando éste ya se iba. El n miró a Garian a la cara con la expresión más le ha hecho... ues el rey se volvió para marcharse. La puerta recostarse en la pared de piedra. el Salón del Trono, Conan había notado que e importancia. Nada le parece normal a uno Pero ahora se había dado cuenta de algo. El arecido. Y Garian no era hombre que ocultara r, ni tenía hechicero alguno en la corte que algún hechizo rápido y una vela encendida. Ni esapareciera por sí solo. Una menudencia, que se sentaba en el Trono del Dragón y había cimmerio trató de comprender lo que ocurría. bargo tenía ahora el rango de consejero de un el que había visto la noche anterior en los on certeza. Olía el hedor de la brujería, tan bre la que estaba sentado. ada podría hacer, encadenado en una celda. adenaran antes de arrojarlo a los lobos. Aun er un hombre con las manos libres y el ánimo e saberlo para su propio pesar. apizado, mientras las expertas manos de una espalda. «Lady Sularia», pensó, mientras se había sido encontrarse entre los nobles en el n las otras concubinas en la pared de atrás! sonrisas y saludos que le otorgaban con rostro sólo acrecentaban el placer que sentía, con respeto le habían hablado en otro tiempo minado. Si había abandonado la pared de las por qué no había de poder presentarse junto a acia la criada, una mujer rolliza de cabello gris, Sularia confiaba. O al menos, aquella de quien tona? —preguntó Sularia. 95 La criada de cabello gris asintió enérgica —Desde hace dos vueltas de clepsid órdenes. La rubia asintió, satisfecha de sí misma, —Tráela, Latona. Y luego ponte a arregla —Sí, señora —graznó Latona, y se apres Cuando volvió, la acompañaba Lady Jela La cimbreña aristócrata miraba con rece cabello a su señora; Sularia sonreía como una un inferior permite uno que los sirvientes se q una parte de su arrogancia durante la espera. Sin embargo, le bastó con la que le qued —¿Por qué me has hecho venir, Sularia que dijera algo más. Al cabo de un momento, los labios, como si le hubieran llenado la boca —Creciste de niña en este palacio, ¿v amable. La réplica de Jelanna fue breve: —Sí. —Jugabas al escondite en los corredore las fuentes. Todos tus deseos eran satisfechos —¿Me has pedido que viniera para habla —No te lo he pedido —le replicó bruscam a Enaro Ostorian? Si la mujer de imperiosa belleza se sorpr —¿Ese sapo repulsivo? —dijo con desdé ellos, no les conozco. Sularia volvió a su sonris —Está buscando esposa. —¿Ah, sí? —Una mujer joven, de la nobleza. —Sula y trató de hundirla todavía más en su víctima— podido comprar. Y, por supuesto, quiere hijos. me ha pedido que le sugiera una novia apropia Jelanna se lamió los labios con incertidum —Yo querría, Lady Sularia —dijo con vo ocasión te he ofendido. —¿Conoces a Darío? —le preguntó S Garian? —No, mi señora —respondió Jelanna, va —Según me han dicho es un hombre r hábitos. Las esclavas de palacio se esconde brutalidad que llega a causar dolor. —Sularia c adueñaba del rostro de aquella altanera mujer Darío es preferible a toda una vida con Ostoria —Estás loca —logró articular la esbelta propiedades en el campo, y si fueras reina tod Zandru... —Cuatro soldados te esperan fuera — terminara—. Te llevarán con Darío, o a tu lecho La desesperación borró las últimas traza 9 amente. dra, señora. Nadie osaría desobedecer tus sin levantar la cabeza. arme el cabello. suró a salir. anna. elo a Latona, que se volvió para aderezarle el a gata ante un plato de crema. Sólo al recibir a queden. Jelanna había tenido que abandonar daba para preguntar por fin: a? —Sularia enarcó una ceja, como esperando , Jelanna se corrigió—: Lady Sularia. —Torcía de un sabor amargo. verdad? —empezó a decir la rubia en tono es. Brincabas por los patíos, chapoteabas en s con sólo pedirlo. ar de nuestra infancia? —le preguntó Jelanna. mente Sularia—. Te lo he ordenado. ¿Conoces rendió de la pregunta, no llegó a demostrarlo. én—. Algo conozco de los mercaderes, pero, a sa felina. aria vio que la flecha había dado en su blanco, —. Quiere casarse con el título que nunca ha . Muchos hijos. Garian —añadió a la mentira— ada. mbre. oz temblorosa—, pedir disculpas si en alguna Sularia—. ¿El guardián de las perreras de acilante. repugnante, tanto por su hedor como por sus en de él, porque toma a las mujeres con tal calló un momento, y observó como el horror se r—. ¿Te parece, Jelanna, que una noche con an? mujer—. No te escucharé más. Me voy a mis davía podrías elegir a cuál de los Infiernos de —dijo Sularia, sin esperar a que la otra mujer o nupcial, pero a ningún otro lugar. s de arrogancia del rostro de Jelanna. 96 —Por favor —le dijo en susurros—, me a rodillas ante toda la corte pidiéndote perdón... —Elige —ronroneó Sularia—, o si no entregarte hoy mismo a Ostorian. Con una not repulsivo. —Su voz y su rostro se endurecieron Jelanna se tambaleó, como a punto de d —Iré..., iré con Darío —dijo llorando. palabras que había esperado decir mientras co —¡Perra, vete a tu perrera! Jelanna salió corriendo de la habitación, los pasillos. Qué maravilloso era el poder. CAPITULO 22 Cuando se abrió la puerta de su celda, decidido hacerle matar allí mismo. Dos homb pusieron a lado y lado del cimmerio, con sus ar Cuando el cimmerio se preparaba para ofrecer—, el carcelero con cara de luna aparec —Es mediodía, bárbaro. La hora de llev con Estruto y conmigo cuando te quitemos las y te llevaremos hasta la fosa a rastras. ¿De ac Conan hizo un esfuerzo por aparecer hos —Sacadme las cadenas —masculló, mie A pesar de lo que había dicho, los dos ca tiro de los ballesteros mientras le abrían los cincel. Se preguntó si le tomarían por necio. H con los ballesteros aunque le estuvieran apu aproximaban a la celda, producidos por un importaba el morir, pero sólo un necio muere p Frotándose las muñecas, Conan se pu guiaran fuera de la celda. En el corredor le agu —No necesitábamos a tantos —dijo br llegado a creer que aquel hombre no tenía leng El compañero de Estruto pareció sorpre hablar. El hombre con cara de luna le miró fijam —Estuvo a punto de escapar de un núm capturaron. Sabes que no me gusta que los c hombres. Bueno, vamos ya. El rey está espera Le hicieron andar con la mitad de los s carcelero a cada lado. Los ballesteros iban al de huir en cualquier dirección. Así se dirigieron más no se veían nobles. Conan andaba en el centro como si, es dirigido a su coronación. No tenía ninguna int lobos encontraría, sin duda, al Garian imposto hombre habría podido hacer cosas más difícile Pasaron por zonas de palacio que le era Tras el mármol pulido y el alabastro encontr 9 arrastraré por el suelo si tú quieres. Andaré de o yo elegiré por tí. Esos soldados pueden ta que le informe de que le consideras un sapo n—. ¡Elige! desmayarse. . Por unos momentos, Sularia saboreó las ontaba las horas. Y luego las dijo. y los ecos de la risa de Sularia resonaron por Conan pensó al principio que Albanus había bres con ballestas amartilladas entraron y se rmas dispuestas. ofrecer resistencia —si es que alguna podía ció en la puerta y le habló. varte a la fosa de los lobos. Si intentas luchar cadenas, estos dos te asaetearán las piernas, cuerdo? sco y renuente. entras miraba ceñudo a los ballesteros. arceleros procuraron no ponerse en la línea de s grilletes con repetidos martillazos sobre un Habría podido acabar con los dos carceleros, y untando, pero oía pasos mesurados que se n grupo de hombres no pequeño. Poco le por nada. uso en pie sosegadamente y permitió que lo uardaba una veintena de Leopardos de Oro. ruscamente Estruto. Conan parpadeó. Había gua. enderse casi tanto como el cimmerio al oírle mente antes de decirle: mero de hombres casi igual la noche en que le cautivos escapen. Yo había pedido el doble de ando. soldados delante y la otra mitad detrás, y un l final, desde donde podrían abatirle si trataba n a palacio, por corredores en los que una vez scoltado por una guardia de honor, se hubiera tención de tratar de huir. Cabe la fosa de los or y a Albanus. En aquellas circunstancias, un es que morir después de matar a aquellos dos. an familiares al cimmerio, y siguieron adelante. raron simple granito, y después un suelo de 97 piedra tan tosco como el de las mazmorr reemplazadas por antorchas y candelabros de La fosa de los lobos era una pena ant aplicado desde los tiempos de Bragorus, nueve zona de palacio en varios siglos, a juzgar por s apresurada limpieza: acá una telaraña colga olvidado junto a la pared. Conan se pregun molestias, una vez reemplazado Garian por el circular donde se hallaba la fosa. Aunque aquella sala estaba hecha con como cualquiera de las grandes estancias de de media esfera, se alzaban a una altura giga sostenía. Abajo, en una larga galería flanque como dos hombres, se apiñaba la nobleza hombres y mujeres que se hubieran hallado en piedra, alto como para llegarles al talle, que cir Cuando entraron, se abrió un camino soldados escoltaron a Conan hasta allí. Sin es lo alto del brocal y allí se quedó, escrutando c aquel lugar para verle morir. Su gélida mira aquella gente comprendió que se hallaban an linajes. Aquellos aristócratas eran pavos reales Al otro lado de la fosa de piedra estaba ataviado con ropajes azules, oscuros como la rostro, bajo el empenachado casco, todavía al también estaba allí, con sus sedas de color es qué había pensado que ella no asistiría. Justo debajo del impostor, dentro de la f la que harían pasar a los lobos. Conan no a entre los barrotes, ni oía gemidos de hamb cadenas de hierro servía para abrir la puerta. Q Albanus tocó en el brazo al hombre que l hablar. —Os hemos reunido... El salvaje grito de guerra de Conan empezaron a chillar, pues el cimmerio, alzando Los soldados se abrieron paso entre los nob posiciones. Conan, ya en el fondo del pozo, q con toda la chulesca arrogancia del joven que en pocos de los desiguales. Albanus hizo un ge —¡Necios! —gritó Conan con sorna a lo no sois hombres, habéis venido a ver como matar de aburrimiento ese bufón coronado? E hígado y no os queda estómago para ver la ma Gritos de cólera le respondieron. Albanus le dijo algo en voz baja al impos —Si tanto desea morir, soltad los lobos. —¡Soltad los lobos! —gritó otro, pasando Conan no esperó a que saliera el prime entró corriendo en la galería que había tras espaldas, algunos nobles saltaron a la fosa, pa que había puesto en duda su virilidad. En la oscuridad del corredor, Conan se jauría. Unos dientes afilados como navajas le 9 ras. Las lámparas de oro y de plata eran hierro. tigua, ciertamente, y, de hecho, no se había e centurias antes. Ni había ido nadie a aquella su apariencia. En los pasillos había indicios de ando del techo, allá un montoncito de polvo ntó por qué Albanus se había tomado tantas impostor. Y, entonces, entraron en la estancia la misma piedra tosca, había sido trabajada alabastro de palacio. Sus paredes, con forma antesca, y ninguna columna ni contrafuerte las eada por grandes trípodes encendidos, altos a de Nemedia, que reía alegremente como n un circo, y trataba de acercarse al brocal de rcundaba el gran pozo. o que les permitía acceder a la fosa, y los sperar a que se lo dijeran, el cimmerio saltó a con la mirada a los que se habían reunido en ada azul les fue acallando lentamente, pues nte un hombre que despreciaba sus títulos y s; Conan, un águila. a el rey impostor; tenía a un lado a Albanus, a medianoche, y al otro a Vegentius, en cuyo lcanzaba a distinguir las magulladuras. Sularia scarlata y sus rubíes, y Conan se preguntó por fosa, vio una puerta alta como un hombre, por alcanzaba a ver hocicos ansiosos asomando bre ni gruñidos. Un complicado sistema de Quizá no tendría que morir. llevaba la corona del Dragón, y éste empezó a resonó en la cúpula de piedra; los nobles o sus enormes brazos, había saltado a la fosa. bles hasta el brocal; los ballesteros tomaron que estaba recubierto de paja, se puso en pie, nunca ha sido vencido en un combate justo, y esto, y los guardias retrocedieron. os que estaban allí reunidos—. Vosotros, que un hombre muere. Y bien, ¿es que me va a Empezad ya, si es que no se os ha arrugado el atanza. stor, el cual, a su vez, gritó: o la orden—. ¡Rápido! —La puerta se abrió. er animal. Ante la mirada atónita de la corte, la puerta, gritando su grito de guerra. A sus ara tratar de agarrar y matar al bárbaro fugitivo e encontró de pronto en medio de la gruñente e mordieron. Él les respondió con sus propios 98 gruñidos, con sus puños martilleantes, que r cuales, erguidas sobre sus patas traseras, h Agarrando una de aquellas gargantas aullado piedra. En el caldero infernal que era la galería hacía frente, pareja a la suya propia. Mientra algunos prefirieron ignorarle y salieron a la fo airados de los nobles se convirtieron en chilli atacando con ánimo de matar. Conan vio una luz más adelante. —Malditos lobos —mascullaba una voz e que tenéis que matar, y no... El hombre que había hablado vaciló al final del túnel, cabe la reja de hierro medio ab cerrar la reja, atacó al cimmerio. Conan agarró la lanza con ambas man hombre pudiera hacer nada, el cimmerio le go arma, con lo que le arrojó al otro lado de la pue se puso en pie, tambaleante, blandió una acometió. El cimmerio le dio la vuelta limpiamente otro, pues éste se abalanzó sobre él, clavándo le salió por la nuca. Un grito de dolor y de hor cuidador de los lobos. —Tus lobos no matarán a este bárbaro comprendía que le estaba hablando a un muer Dejando caer la lanza y al hombre tra pesada barra de hierro que la aseguraba en tiempo abrirla desde el otro lado, tiempo que por los gritos y vociferaciones que aún reson tardar todavía en encargarse de los lobos y de Poco había en aquel cuarto que pudiera perdían cera en unos herrumbrosos candela grandes jaulas de hierro, con ruedas a lado y l curva daga, que Conan recogió del suelo, y la del cuidador de los lobos; por su excesiva l aquellos angostos corredores de piedra antigu para vendarse las heridas, a menos que lo ar túnica, ahora empapada en sangre, del cadáve Sin embargo, el cuidador de los lobos se con especias para cenar mientras sus pupilos cayó sobre ambos, devorando el salchichón a de vino rancio. No había comido ni bebido de sus carceleros habían pensado que no valía la Tras dejar la jarra vacía y meterse en la boc cogió una de las antorchas de junco y empezó Poco tiempo tardó en descubrir que laberinto, que siempre eran tortuosos, y se c extrañaba que nadie recordara ya los pasad apenas si era posible orientarse por ellos. De pronto, al volver a meterse por un propias huellas mezcladas con otras en el po para examinarlas, y volvió a incorporarse al tie 9 rompían huesos y aturdían a las bestias, las habrían sido casi tan altas como un hombre. oras, llenó de sesos de lobo el techo bajo de a, los lobos conocieron la fiereza del que les as Conan seguía abriéndose paso entre ellos, osa, buscando alimento más fácil. Los gritos idos, pues los sanguinarios lobos les estaban en aquella dirección—. Es un necio bárbaro el ver que Conan avanzaba hacia él. Estaba al bierta, lanza en ristre. En vez de retroceder y nos y fácilmente se la arrebató. Antes que el olpeó en el pecho con el mango de su propia erta, y luego le siguió. El cuidador de los lobos espada curva, larga como su antebrazo, y e a la lanza. No tuvo que arremeter contra el ose en la garganta la punta del arma hasta que rrorizada incredulidad brotó de la garganta del o —dijo Conan con un gruñido, al tiempo que rto. aspasado, cerró la puerta, la atrancó con la n su lugar y echó los pestillos. Llevaría algún él podría emplear para huir. Aunque, a juzgar naban en la galería, los soldados habían de e los nobles aterrorizados, y en entrar. a servirle de algo. Toscas antorchas de junco abros de hierro de la pared, iluminando seis lado. No vio ningún arma, salvo aquella larga y a lanza. Dejó esta última clavada en el cuerpo longitud, habría resultado difícil manejarla en ua. Ni siquiera tenía a mano algún jirón de tela rrancara de su propio taparrabos o de la sucia er. e había traído una jarra de vino y un salchichón s llevaban a cabo su sanguinaria labor. Conan a dentelladas y remojándolo con largos tragos esde antes de que lo encarcelaran. Sin duda, a pena alimentar al que había de morir pronto. ca el último trozo de salchichón, el cimmerio ó a buscar un camino para salir de palacio. aquellos antiguos corredores formaban un cruzaban y volvían a cruzarse entre sí. No le dizos que atravesaban el palacio por debajo; no de los oscuros corredores, encontró sus olvo. Otras huellas más recientes. Se agachó empo que profería una maldición. Todas eran 99 suyas. Había pasado dos veces ya por aquel l de hambre. Con la resolución torvamente dibujada e llegar a una bifurcación. El rastro seguía haci más tarde se vio de nuevo frente a sus propia maldiciones. Anduvo hasta la siguiente bifurca que había seguido antes. E hizo otra vez lo mis Ahora los pasadizos parecían descender por ello, aun cuando al final tuviera que abr obstruidos por las telarañas, quebradizas al to tendría más posibilidades de escapar que s probable, en cambio, que tropezara con los Le Al llegar a una bifurcación, el cimmerio s la última vez había ido por la izquierda— y se d no veía en cambio ninguna abertura al exterior Volvió atrás con rapidez, y se metió por silenciosos hasta veinte zancadas, y arrojó la llamas se avivaron en su vuelo y luego se apag Conan se agachó de cara a la bifurcación acercando seguían adelante, se habría quedad Una luz difusa llegó a la bifurcación, se figuras que llevaban una antorcha en la mano punto de echarse a reír. Eran Hordo y Karela atrás. Se había quitado los velos y el atavío gr dorado y un estrecho cinto de oro y esmerald caderas, y del que colgaban tiras de pálida sed turania de color verde esmeralda. —¡Hordo, si hubiera sabido que venías Conan, y avanzó hacia ellos despreocupadame Ambos se volvieron, alzando espada bifurcación se apiñaban algunos hombres c familiares de su Compañía Libre salieron a la lu Hordo se fijó en las heridas del cimmerio —No es habitual en ti —dijo con voz ro buscamos, todavía encontremos. Karela dirigió al tuerto una mirada ase dedos amables tocó las heridas de Conan: sangre. —Sabía que acabarías por cambiar de o el brazo. Karela le propinó una bofetada, y dio un p —Tendría que echarte de nuevo a los lob Desde algún lugar en la negrura, más a ininteligible. Otra le respondió, y ambas fue hablaban se alejaron. —Están buscándome —dijo Conan en vo de aquí, os sugiero que lo sigamos. Si no, ha de Leopardos de Oro. Murmurando algo, Karela recobró su ant Compañía Libre para desaparecer por la otra r —Ella es la única que conoce el camino — Fue tras la mujer, y Conan le siguió. M hollaban con sus botas el polvo de centurias. 10 lugar, y seguiría haciéndolo hasta que muriera en el rostro, siguió sus propias huellas hasta ia la izquierda. Él siguió por la derecha. Poco as huellas, pero esta vez no se entretuvo con ación, y de nuevo siguió el camino opuesto al smo. Y otra. r, pero Conan siguió adelante, sin preocuparse rirse camino con la antorcha por corredores oque de la llama. Si desandaba lo andado no siguiendo adelante, pero sí habría sido más eopardos de Oro. se volvió automáticamente hacia la derecha — detuvo. Pues atisbaba una luz mortecina, pero r. Con ligero balanceo, la luz se acercó. la otra rama de la bifurcación. Corrió con pies antorcha frente a sí tan lejos como pudo. Las garon, dejándole en la más completa negrura. n, blandió la daga curva. Si los que se estaban do sin lumbre, pero vivo. Si no... e fue intensificando, y al final aparecieron dos o y la espada en ristre. El cimmerio estuvo a a, pero la Karela que había conocido tiempo ris de la noble nemedia, y vestía ahora un peto das, que caía holgado sobre sus redondeadas da verde. Se cubría las espaldas con una capa s no me habría bebido todo el vino! —gritó ente. as y antorchas. En el otro corredor de la con lorigas. Macaón, Narus, y más rostros uz. o, pero no se refirió a ellas. onca— que te acabes todo el vino. Quizá, si esina, y le pasó su antorcha a Macaón. Con carne encogida, enrojecida, y coágulos de opinión —dijo Conan, tratando de rodearla con paso atrás, con la espada a medio cuerpo. bos —masculló. allá de los hombres armados, gritaba una voz eron apagándose a medida que los dos que oz baja—. Si sabéis de algún camino para salir abremos de luchar con unos pocos centenares torcha y se abrió paso entre los hombres de la rama de la bifurcación. —dijo Hordo al instante. Macaón y los demás les siguieron a su vez; 00 —¿Cómo has logrado entrar en palacio? corrían tras la beldad pelirroja—. ¿Y cómo es realidad? —Quizá sea mejor que empiece por primero que ocurrió después que te arrestara vinieron por nosotros, y... —Eso ya lo sé —dijo Conan—. Y lograste —Te han hablado de eso, ¿verdad? cimmerio. —Pese a que iba ya corto de resu demás—. Llevé a la compañía al Thestis. Ah más seguras de Belverus. Todos los que allí mano y gritando revolución. Y entrando una y o —¿Pues qué esperabas? —dijo Conan riquezas a su alcance. Pero, hablando de Kare Hordo negó con su peluda cabeza. —Se presentó esta misma mañana en parecía que esperara que sus perros la siguie oro. Por lo que dices, ya sabías que estaba aq —Sólo lo supe cuando estaba en la m cuento. De pronto Karela se detuvo, y se puso candelabro de hierro. Parecía que tratara de da —Se parece al lugar por donde hemos Aunque también se parece a otros veinte sitios Como unos ojos color esmeralda le mirab Cuando Conan estaba a punto ya de ace con agudo chasquido. A poca distancia, en la que Karela efectuó la misma operación. Giró, más pesado tras la pared. Con el chirrido que usarse, una sección de la pared de piedra, al éste, retrocedió traqueteando para revelar una —Si ambos podéis dejar por un momento mordacidad—, seguidme. Y tened cuidad resquebrajado. Me sabría mal que te partiera para mí misma. Y bajó corriendo por la escalera. Hordo se encogió de hombros incómodam —Ya te he dicho que es la única que con —Seguidme —le dijo a Macaón—, y haz ya se han resquebrajado. El canoso sargento murmuró las órdenes Tras tomar una larga bocanada de aire, luz que la que daba la antorcha de la joven, d abajo, algún reflejo. No creía que ella le hubie en alguna trampa de su propia invención, pa tampoco estaba convencido de lo contrario. Karela le esperaba impaciente al final de —¿Están bajando todos ya? —preguntó antorcha. Sin esperar respuesta, gritó—: ¿Hay Se oyeron pisadas sobre la piedra, y una —Todos hemos entrado ya, pero oigo bo 10 ? —le preguntó Conan al tuerto mientras casi que Karela decidió revelarte quién era ella en el principio —dijo Hordo, resoplando—. Lo an fue que un centenar de Leopardos de Oro eis escapar. ¿Y luego qué? Estoy demasiado viejo para estos trotes, uello, el barbudo podía seguir fácilmente a los hora, Puerta del Infierno es una de las partes í viven están en las Calles Altas, espada en otra vez en las casas de los ricos. con torva risa—. Son pobres, y ahora tienen ela... n el Thestis. No, irrumpió, y por su mirada eran de nuevo tras una caravana cargada de quí, ¿eh? mazmorra —le replicó Conan—. Luego te lo o de puntillas para alcanzar un herrumbroso arle la vuelta. entrado —murmuró Hordo con voz queda—. s por los que hemos pasado. ban con desprecio, decidió callar. ercarse a ella para ayudarla, el candelabro giró a misma pared, había otro candelabro con el , se oyó un chasquido, y luego un ruido seco e produce la maquinaria que lleva tiempo sin lta como un nombre y el doble de ancha que a escalera descendente de burdo ladrillo. o de parlotear como mujeres —dijo Karela con do. Algunos de los ladrillos ya se han as el cuello, cimmerio. Me reservo ese placer mente. noce el camino. Conan asintió. z correr la voz de que algunos de los ladrillos s a los que le seguían. Conan siguió a Karela escalera abajo, sin otra de la que ahora sólo se atisbaba, mucho más era venido a buscar tan sólo para hacerle caer ara que no muriera a manos de otros. Pero e la larga escalera. ó, en cuanto pudo ver a Conan a la luz de su y alguien que no haya entrado? a voz ronca le contestó. otas que se acercan. 01 Karela, con calma, puso ambos pies sob se hundió la anchura de un dedo. Se volvieron —La entrada se cierra —gritó con incredu Los ojos gatunos de Karela se encontraro —Necios —dijo, y parecía abarcar a to especialmente a él. Les espetó con rapidez— adentró por un largo túnel, en cuyas húmedas Conan pensaba, mientras la seguía, que —Como estaba diciendo —prosiguió Ho presentó en el Thestis dispuesta a dar órden sabía quién era yo. Me amenazó con hacerme hacerle preguntas. Con su único ojo miraba a Conan, expe en Karela, y se preguntaba qué podía ser lo q rescatarle? —¿Y? —dijo como ausente, cuando se hablar. El tuerto resopló con amargura. —Y nadie me dice nada —prosiguió—. Lady Jelanna? Era ella, aunque menos altan tenía moretones en la cara y en los brazo detendrá», decía entre gemidos, «No se dete consolaba, y nos miraba como si hubiéramos Lady Jelanna. —Por Crom —murmuró Conan—, ¿qué ¿Qué tiene que ver Jelanna con esto? —Oh, fue ella quien le explicó a Karela Lady Jelanna creció en palacio, jugando al e Sólo a veces, jugaban en la parte vieja del pal pasadizos secretos. Una vez, logró escap desesperada por salir de la ciudad, así que ma propiedades en el campo. Era lo menos que explicara cómo encontrarte. Créeme, yo ya viéramos fuera para corrernos una juerga en e —Con todo esto, aún no sé por qué ell hizo un gesto con la cabeza para indicar que s En cuanto terminó de decir estas palab hacia él. —Los lobos eran demasiado buenos pa morir despedazado, quiero hacerlo yo con m perdón, bárbaro bastardo. Tengo más derecho Conan la miró con calma, y con una leve —¿Te paras porque ya no sabes por delante, si quieres. Gruñendo, la joven levantó la antorcha co —Allí está —gritó Hordo, señalando con apenas si permitían ver, que llevaba hasta el cada una de sus palabras se reflejaba el alivi tiempo que arrastraba a Conan hasta separar tapar esto, por si a alguien que pasara por fue podremos destaparlo. —Y añadió, con tenso Karela ha estado como un gato escaldado d nunca habían oído hablar del Halcón Rojo. 10 bre una determinada losa, que, bajo su peso, n a oír chirridos de maquinaria. ulidad la voz del que había hablado antes. on con los de Conan. odos los hombres con su epíteto, pero muy —: Seguidme o quedaos, me da igual —y se paredes se reflejaba la luz de su antorcha. hasta el aire parecía enmohecido. ordo, que iba ahora al lado del cimmerio—, se nes. No me dijo dónde había estado, ni cómo e otra cicatriz en la otra mejilla si no desistía de ectante, pero el corpulento joven sólo pensaba que llevara en mente. ¿Por qué había venido a e dio cuenta de que Hordo había dejado de Una mujer estaba con ella. ¿Te acuerdas de nera que antes. Estaba desastrada y ojerosa, os, y lloraba de puro aterrorizada. «No se endrá hasta que acabe conmigo». Y Karela la s sido nosotros los autores del sufrimiento de é razón tienes para contarme tantos detalles? cómo encontrar este pasaje. Parece ser que escondite y cosas así, como todos los niños. lacio, y fue aquí donde descubrió tres o cuatro par de palacio por uno de ellos. Estaba andé que dos hombres la escoltaran hasta sus e podía hacer por ella, después de que nos a contaba con que la próxima vez que nos el Cuerno del Infierno. la se ha decidido a ayúdame —dijo Conan, e se refería a Karela. bras, la mujer pelirroja se detuvo y se volvió ara ti, grandísimo zoquete cimmerio. Si has de mis propias manos. Quiero oírte suplicando mi o que ese necio de Garian. e sonrisa en los labios. dónde sigue el camino, Karela? Ya iré yo omo si fuera a golpearle con ella. el dedo una corta escalera que sus antorchas techo y terminaba allí. Siguió hablando, y en io—. Vamos, cimmerio —continuó diciendo, al rlo de la mujer de ojos coléricos—. Fue difícil era se le ocurría echar una ojeada, pero tú y yo o susurro—: Ten cuidado con lo que dices. desde que Macaón y los otros le dijeron que 02 Tras mirar de soslayo el furioso ceño camuflar su risa como una tos. —El otro lado de la salida —dijo— ¿dónd luchar? —Seguro que no —dijo Hordo, riendo—. La escalera parecía terminar en un gra quería que empujara. Cuando lo hizo, el pesa acabó por apartarlo, y trepó cautelosamente impregnaba el aire. Cuando los otros subieron en una habitación sin ventanas, llena de tone abierto, y veían asomar algunas barras de incie —¿Esto es un templo? —preguntó el termina en la bodega de un templo? Hordo rió y asintió. Ordenando silencio c de madera que estaba fijada en una de la trampilla. Sacó la cabeza para echar una rápi con un gesto, que le siguieran, y trepó él mism Conan le siguió con presteza. Salió a la entre un gran bloque rectangular de mármol y Le vino a la cabeza de repente que se hallab donde sólo se permitía entrar a los sacerdotes nueva condena a muerte? Todos salieron rápidamente de la bodeg mármol, llegaron a un patio detrás del templo. les aguardaban con caballos. Y, según Conan traído loriga, yelmo y cimitarra. Se armó con ra —Podemos haber salido de los muros de silla de montar— antes de que se les ocurra bu —No podemos irnos todavía —dijo Cona en la cabeza y estaba montando en el caballo— —¿De nuevo otra mujer? —le dijo Karela —Es amiga de Hordo y mía —dijo Cona tiene prisionera. He jurado que la sacaría de es —Tú y tus juramentos —murmuró Kare patio fue la primera en seguirlo. CAPITULO 23 Aisladas columnas de humo se eleva Belverus, señalando las casas de los opulen revolucionarias. Se podía oír de vez en cuand Era un rugido inarticulado, hambriento. Mientras galopaban por la ciudad, Cona sesenta y ochenta hombres y mujeres andr cerradas y las ventanas atrancadas de una propias manos desnudas. En el mismo instan presencia de la Compañía Libre. Surgió de s pudiera provenir de seres humanos, y como arrojaron contra los hombres armados. Estaba más que ellos, aunque fuera una armadura. ensangrentadas. 10 con que Karela les observaba, Conan logró de está? Si hay alguien allí, ¿tendrá ánimos de Ahora, empieza a empujar con el hombro. an bloque de piedra. Era éste lo que Hordo ado bloque se movió. Con la ayuda del tuerto hasta el exterior. Un pesado olor a incienso n con sus antorchas, Conan vio que se hallaba eles y fardos. Algunos de los fardos se habían enso. cimmerio con incredulidad—. ¿El pasadizo con un gesto, el tuerto trepó por una escalerilla as paredes y, cuidadosamente, levantó una ida ojeada, luego indicó a los demás, también mo hasta arriba. a mortecina luz de algunas lámparas de plata, una estatua gigantesca, envuelta en sombras. ba entre el altar y el ídolo de Erebo, un lugar s santificados. Pero ¿qué le importaba ya una ga y, siguiendo angostos corredores de pálido . Allí, otros dos hombres de la Compañía Libre n pudo apreciar con alegría, también le habían apidez. e la ciudad —dijo Hordo, meciéndose sobre su uscarnos fuera de palacio. an con firmeza. Se acababa de poner el yelmo —. Ariane está en manos de Albanus. a amenazadoramente. an—, y como recompensa por ello, Albanus la sto, y lo haré. ela, pero cuando Conan salió galopando del aban en el brillante cielo de la tarde sobre ntos que habían sido visitadas por las turbas do, traído por la brisa, el tumulto que armaban. an vio a una de las aulladoras cuadrillas, entre rajosos que estaban derribando las puertas casa con hachas, espadas, rocas, con sus nte en que los vio, ellos se apercibieron de la su garganta un gruñido, que no parecía que ratas que salen corriendo de una cloaca se a escrito en sus ojos el odio a quienes tuvieran Muchas de las armas que blandían estaban 03 —Las flechas los harán retroceder —gritó Conan no estaba seguro. Había desespe —Seguid adelante —ordenó. Siguieron galopando y rápidamente de siguió persiguiéndoles cuando ya la perdían vena siguieron oyendo largo rato sus aullidos. Al llegar al palacio de Albanus, Conan no —Que uno de cada tres hombres se qu saltaremos el muro. Traed los arcos. Tú no —a montada en su caballo. —No tienes autoridad para darme órden voy a donde me place. —Que Erlik se lleve consigo a las muje dijo nada más. Incorporándose sobre su silla, y cuidand los fragmentos de loza, se izó hasta lo alto de para hacerlo, Hordo, Karela y veinticuatro de diez hombres salían corriendo de la casa de pasmarse antes de que las flechas, zumbando Conan se dejó caer al otro lado del mu echando a correr dejó atrás los cuerpos. Oí seguían, pero no les prestaba atención. Sólo p que había ido a la casa de Albanus. Ahora el h vida. Con un único empujón de su enorme br puerta del edificio de palacio. Antes de que l pared de mármol dejaran de oírse entre las co el yelmo y la capa de los Leopardos de Oro gigante cimmerio, espada en mano. —¡Ariane! —gritó Conan, al tiempo que estás, Ariane? —Su espada seccionó hasta apartó con una patada su cadáver y se adentró Aparecieron más Leopardos de Oro, y C grito de guerra resonó en la arcada del techo, o blandida por un demonio. Los soldados se ellos muertos o moribundos, sin saber cómo e Entonces, Hordo y los demás les atacaron ta confirmada por la ferocidad de su ataque. Kar como una avispa, y se retiraba siempre enrojec Cuando cayó el último cuerpo, Conan gri —¡Separaos! ¡Registrad todas las hab muchacha llamada Ariane! Él mismo andaba por los corredores com ver las nubes tormentosas que se cernían so gris trató de echar a correr, pero Conan lo ag tocó el suelo de puntillas. La voz de Conan entrañaba una promesa —¿Dónde está la muchacha llamada Aria —No..., no sé de ninguna muchacha... hasta que no tocó el suelo en absoluto. —La muchacha —dijo, casi en susurros Lord Albanus —dijo con voz ahogada— se la h 10 ó Hordo. eración en aquellas caras. ejaron atrás a la muchedumbre, aunque ésta de vista, y aun después de haber dejado de o se detuvo. uede con los caballos —ordenó—. Los demás añadió, al ver que Karela se acercaba al muro nes, cimmerio —le espetó en respuesta—. Yo eres testarudas —murmuró Conan, pero no le do de no poner la mano encima de ninguno de el muro. Como si hubieran estado entrenados los otros le siguieron fácilmente. Abajo, unos e los guardias. Apenas si tuvieron tiempo de o como avispones, acabaran con ellos. uro —sus ojos eran azules como el hielo—, y ía a medias las pisadas de los otros que le pensaba en Ariane. Era por sus palabras por lo honor le exigía el salvarla, aunque le costara la razo, logró abrir una de las altas jambas de la los ecos que ésta causó al ir a dar contra la olumnas del vestíbulo, un hombre que llevaba o vino corriendo para encararse con el joven e desviaba el ataque del soldado—. ¿Dónde la mitad la cabeza de su oponente; Conan ó en palacio—. ¡Ariane! Conan se arrojó frenético entre ellos; su salvaje su espada cortaba y acuchillaba como posesa dispersaban en confusión, dejando a tres de enfrentarse a aquel salvaje del bárbaro norte. ambién. La fiera apariencia del tuerto se veía rela danzaba entre ellos, su espada acometía cida. itó a sus hombres: bitaciones, si es necesario! ¡Encontrad a la mo un dios vengador. Los siervos y esclavos, al obre su rostro, huían. El chambelán de barba garró por la túnica y lo levantó hasta que sólo a de muerte. ane, chambelán? El brazo de Conan se tensó; levantó al otro s. El sudor bañaba el rostro del chambelán—. ha llevado al Palacio Real. 04 Con un gemido, el cimmerio soltó al h Conan lo dejó ir. El palacio. ¿Cómo podría enc del pasadizo secreto en el templo de Erebo? aquel antiguo laberinto antes de encontrar la palacio. Oyó pasos a sus espaldas y se volv corriendo hacia él, seguido por Macaón y Kare —Macaón ha encontrado a alguien e Hordo—. No es la muchacha. Es un hombre qu —Llévame hasta él —dijo Conan. En su á Las mazmorras del palacio de Albanus e piedra, pesadas puertas de madera que giraba orina seca y a temeroso sudor. Aun así, cua guiaba, sonrió como si se hubiera tratado de un El hombre sucio y harapiento encadenad hacer. —Y bien, Conan —dijo—, ¿te has unido —Por Derketo —murmuró Karela—. Se p —Es Garian —dijo Conan—. Ese carden Las cadenas del monarca hicieron ruido Rió tembloroso. —¡Que a uno lo conozcan por algo tan ni —Si éste es Garian —preguntó Karela— Trono del Dragón? —Un impostor —replicó Conan—. No tie Rápido. Macaón se fue y volvió al cabo de un mo Cuando Conan se arrodilló para poner e Garian, el rey dijo: —Serás recompensado por esto, bárba cuanto recobre el trono. Conan no le respondió. Con un fuerte g hierro. Empezó con el siguiente. —Has de sacarme de la ciudad —sigu ejército, todo irá bien. Yo crecí en esos camp de diez mil espadas para echar a Albanus de p —Y para iniciar una guerra civil —dijo Co otro tobillo—. El impostor se parece mucho a v él, sobre todo porque es él quien habla desde no os crea tan rápidamente como esperáis. Hordo gimió. —No, cimmerio. Esto no es asunto nuest Ni Conan ni Garian le prestaron atención también los grilletes de las muñecas. Entonces —¿Qué es lo que sugieres, Conan? —Volver a palacio —dijo Conan, como mundo—. Hacer frente al impostor. No es po desleales. Podéis recuperar vuestro trono sin palacio. No le pareció prudente mencionar a las tu 10 hombre de la barba gris. El chambelán huyó; contrarla allí? ¿Podría volver a entrar a través Podía pasarse toda la vida dando vueltas por a manera de llegar a la parte más nueva de vió, para encontrarse con que Hordo venía ela. en las mazmorras —le explicó rápidamente ue dice ser el rey Garian, e incluso afirma... ánimo renacía la esperanza. eran como todas las demás: paredes de tosca an sobre goznes herrumbrosos, espeso olor a ando Conan vio la celda a la que Macaón le n jardín adornado con fuentes. do a la pared se movió sin saber muy bien qué a Albanus y a Vegentius? parece de verdad a Garian. nal de la mejilla lo demuestra. o cuando las movió para tocarse el moretón. imio! —, entonces, ¿quién es el que se sienta en el ene la magulladura. Traedme manilo y cincel. omento con las herramientas requeridas. el cincel en el grillete de uno de los tobillos de aro. Todo lo que Albanus posee será tuyo en golpe de martillo partió la remachada anilla de uió diciendo Garian—. Una vez esté con mi pamentos. Me conocerán. Volveré a la cabeza palacio. onan. De nuevo con un solo golpe, le liberó el vos. Serán muchos los que sigan creyendo en el Trono del Dragón. Quizás incluso el ejército tro. Vamonos a cruzar la frontera. n. El rey calló hasta que Conan le hubo quitado s, dijo sosegadamente: o si se hubiera tratado de lo más fácil del osible que todos los Leopardos de Oro sean que llegue a alzarse ninguna espada fuera de urbas que deambulaban por las calles. 05 —Valeroso plan —dijo Garian, pensativ deben de serme leales. Se lo oí decir a los qu recobrar el trono, cimmerio, pero tú te has ga porte regio. Se fijó con regocijada sonrisa en volver a palacio, debo lavarme y vestirme como Mientras Garian salía de la celda pidiend frunció el ceño, y se preguntó por qué le había no había tiempo para meditarlo. Tenía que pen —Cimmerio —dijo Karela, airada—, si c eres todavía más necio de lo que temía. Vas a —No te he pedido que vinieras —replic que tú sólo vas a donde quieres ir. El arrugado entrecejo de la muchacha l había esperado, y tampoco la que deseaba. —Hordo —siguió diciendo el cimmerio— calle. Que todos sepan adonde vamos. Los qu hombre cabalgará conmigo contra su voluntad. Hordo asintió y se fue. Detrás de Cona Conan la ignoró, pues le absorbía ya el probl más importante para él que devolverle a Garian Cuando el cimmerio salió de palacio con terciopelo escarlata que había podido poners ocho de sus hombres montados y esperándol heridas de la pasada hora de lucha. Sabía q sorprendió ver a Karela, montada a caballo, retaba a cuestionar su presencia. Conan m demasiados problemas aquel día como para te —Estoy listo —anunció Garian, al tiempo a la túnica. —¡Cabalguemos! —ordenó Conan, y palacio. CAPITULO 24 El camino hacia palacio, por las calles césped hasta el puente levadizo, se recorrió adelantado que Conan. «Un rey tiene que ir cuando éste sea pequeño.» Conan estuvo de los guardias vacilarían y les dejarían pasar. Desmontaron ante el puente levadizo boquiabiertos, por supuesto, cuando Garian av —¿Me reconocéis? —preguntó Garian. A —Sois el rey. Pero ¿cómo pudisteis sali llamada. Conan suspiró aliviado. No eran homb soslayo a los que seguían al rey, y especia atención a Garian. —¿Creéis que el rey no conoce los pasa Garian sonrió, como si la sola idea hubiese 10 vo—. La mayoría de los Leopardos de Oro ue me vigilaban aquí. Lo lograremos. Yo voy a anado ya mi eterna gratitud. —Volvía a él su n la suciedad que le cubría—. Pero, antes de o un rey. do a gritos agua caliente y ropa limpia, Conan an inquietado tanto sus últimas palabras. Pero nsar en Ariane. crees que volveré a palacio a tu lado, es que a meterte en una trampa mortal. có él—. Ya me has dicho bastante a menudo le indicó que no era aquélla la respuesta que —, haz entrar a los hombres que están en la ue no quieran venir que se vayan. Hoy ningún . an, Karela masculló un inarticulado juramento. lema de cómo entrar en palacio y, lo que era n su trono, liberar a Ariane. n Garian, que resplandecía ahora en el mejor se, no se sorprendió al encontrar a treinta y le, aun a aquellos que todavía sufrían por las que los había elegido bien. En cambio, sí le , al lado de Hordo. Su fiera mirada verde le montó sin decir nada. Ya se enfrentaba a ener otra discusión con ella. o que subía a su silla. Llevaba un sable sujeto la pequeña cuadrilla partió a caballo hacia tortuosas hasta la cima del collado y por el ó a paso lento. Garian cabalgaba algo más al frente de su ejército —había dicho—, aun e acuerdo, pues esperaba que al ver a Garian o, y los que allí hacían guardia quedaron vanzó hacia ellos. Ambos asintieron, y uno dijo: ir de palacio? La guardia de honor no ha sido bres de Vegentius. Los guardias miraban de almente a Karela, pero sin dejar de prestarle adizos secretos que atraviesan este cerro? — sido ridicula. Pero, cuando los dos guardias 06 sonrieron también, el rostro del monarca se en a vuestro rey? Ambos se cuadraron a la vez como u juramento de los Leopardos de Oro como para —Mi espada sigue al que lleva en la t escudo para el Trono del Dragón. Lo que el rey Garian asintió. —Entonces, habéis de saber que existe sus autores son Lord Albanus y el comandante Conan llevó la mano a la espada ante meramente miraron al rey con expectación. —¿Qué hemos de hacer? —preguntó un —Tomad a los que están en la barbacan para que bajen el rastrillo y vigilen la puerta, guardia a todos los que estén allí. Que v Vegentius!». Los que no quieran gritar con vo aun cuando vistan la capa dorada. —Muerte a Albanus y a Vegentius —dijo Cuando hubieron entrado en la barbacan —No pensaba que esto iba a ser tan fáci —No lo será —le aseguró éste. —Sigo pensando que tendríamos que cimmerio. Conan negó con la cabeza. —Sólo los hubiéramos confundido. Lo sa la suerte está de nuestra parte. Poco le importaba cuándo o cómo lo de confusión para que ellos pudieran seguir con qué tardaban tanto? De pronto se oyó un grito en el inte repentinamente, fue acallado. Uno de los que entrada salió con el arma ensangrentada en la —Había uno que no quería decirlo —exp Uno por uno, los demás que estaban d Todos se detuvieron el tiempo suficiente p Vegentius», y corrieron hacia palacio. —Ya lo ves —le dijo Garian a Conan Libre—. Esto va a ser fácil. Al mismo tiempo que el rastrillo caía a s las casernas de los Leopardos de Oro, y e empezó a sonar, luego se detuvo, con una b que lo había estado tocando. Los sonidos de lu —Quiero encontrar a Albanus —dijo Gari Conan asintió sin más. Él también que mataría si se cruzaba en su camino. Continuó por la Compañía libre. Iría primero al Salón del De pronto, unos cuarenta soldados con c —¡Por Garian! —gritó Conan sin detener —¡Matadlos! —fue la réplica—. ¡Por Veg Ambos grupos se atacaron, rugiendo, aco Conan le cortó la garganta al primer ho llegaran a cruzarse, y siguió como una máquin 10 nsombreció—. ¿Sois hombres leales? ¿Leales un único hombre, y recitaron al unísono el a recordárselo a Garian. testa la Corona del Dragón. Mi carne es un y ordene, yo lo obedeceré, hasta la muerte. una conjura contra el Trono del Dragón, y que e Vegentius. e el sobresalto de los soldados, pero éstos no de ellos por fin. na —les dijo Garian—, dejando tan sólo a dos e id con ellos a vuestras casernas. Poned en vuestro grito sea: «¡Muerte a Albanus y a osotros, son enemigos del Trono del Dragón, uno de los guardias, y el otro lo repitió. na, Garian pareció más relajado. il —le dijo a Conan. e haberles explicado que hay un impostor, abrán después que el falso rey haya muerto, si escubrieran, con tal que provocaran suficiente su plan. Miró la puerta de la barbacana. ¿Por erior de la casa de guardia, que, también e habían encontrado montando guardia en la a mano. plicó. de guardia fueron saliendo espada en mano. para decirle al rey: «Muerte a Albanus y a mientras entraban al frente de la Compañía sus espaldas, se oyeron gritos procedentes de entrechocar de espadas. Un gong de alarma brusquedad que daba noticia de la muerte del ucha se extendieron. ian—. Y a Vegentius. ería acabar con Albanus. A Vegentius sólo lo ó avanzando más deprisa que antes, seguido l Trono. capas doradas aparecieron al frente. rse—. ¡Muerte a Albanus y a Vegentius! gentius! ometiéndose con la espada. ombre que le hizo frente sin que sus espadas na; su arma se alzaba y caía y volvía a alzarse 07 cada vez más ensangrentada. Tenía que segu que un campesino siega un campo de trigo, co rastrojo de cuerpos humanos. Y al fin, logró salir de la refriega. No se compañeros frente a los que habían sobrevivid la Compañía Libre, y él tenía que encontrar a A éste. Corrió derecho hacia el Salón del Tro grandes puertas labradas habían desapare levantaba ecos en cada corredor. La jamba qu hombres Conan la empujó sin necesitar de má Aquella gran estancia flanqueada por c Dragón la vigilaba con mirada maligna. «Los aposentos del rey», pensó Conan. frente morían. Ya no esperaba a gritar el desa huyera lo tenía por enemigo. Pocos huían, y C el retraso que le causaban. Ariane. Le estorbab Karela andaba por los corredores de quedado sola. Tras la primera refriega había bu muy segura de si quería encontrarlo. Poco aparecido más soldados leales a Vegentius, y de aquel lugar a todos los que seguían en pie diestro y siniestro, y a Hordo que trataba con tuerto había parecido en su intento la muerte e hubiera podido seguirla. Tenía que hacer algo De pronto se encontró delante de un h cabelludo, perdía algunos hilillos de sangre qu que llevaba en la mano estaba roja también, y manejarla. —Una moza con una espada —dijo riend sería capaz de pensar que pretendes usarla. Entonces, ella le reconoció. —Huye tú, Demetrio. No quiero ensuciar No sentía animadversión alguna por el a en su camino. La risa de Demetrio se convirtió en gruñid —¡Perra! Atacó, esperando una víctima fácil. Karela paró fácilmente su ataque dema pecho. Estremecido, dio un salto atrás. Ella sig para atacar. Sus armas se cruzaron, trazan arrancándose continuos ecos. Karela admitía pero ella la manejaba mejor. Demetrio murió co Pasando por encima del cuerpo siguió a los aposentos que buscaba. Empujó cuidadosa Sularia, envuelta en el atuendo de tercio frunciendo el ceño. —¿Quién eres? —le preguntó—, ¿la qu puede entrar en mis aposentos sin permiso? B ese enfrentamiento. Vio entonces la espada ensangrentada ahogar un grito. 10 uir adelante. Se abría paso a mandobles; igual ortaba y avanzaba, e iba dejando a su paso un e detuvo a contemplar qué suerte corrían sus do a su propia espada. El número favorecía a Ariane. En cuanto a Garian, poco le importaba ono. Los guardias que solía haber ante las ecido, arrastrados por la lucha que ahora ue normalmente tenía que ser abierta por tres ás ayuda. columnas estaba desierta, sólo el Trono del . Volvió a salir corriendo, y los que le hacían afío. A todo el que llevara la capa dorada y no Conan lamentaba tener que matarlos sólo por ban en su búsqueda de Ariane. palacio como una pantera. Ahora se había uscado a Conan entre los cadáveres, sin estar le había durado la búsqueda, pues habían y el enfrentamiento subsiguiente había alejado e. Había visto a Garian largando mandobles a n desesperación de abrirse paso hasta ella. El encarnada. Y sin embargo, le alegraba que no que su leal perro no hubiera aprobado. hombre, el cual, por una herida en el cuero ue ensuciaban su hermoso rostro. La espada y, por su manera de andar, se veía que sabía do—. Mejor que la tires al suelo y huyas, si no mi arma con tu sangre. aristócrata, pero éste se estaba interponiendo do. asiado confiado, y en respuesta le hirió en el guió, y no le permitió que volviera a prepararse ndo complejas formas plateadas en el aire, que aquel hombre manejaba bien la espada, on una mirada de incrédulo horror en el rostro. adelante a toda prisa, hasta que por fin llegó a amente la puerta con la espada. opelo azul propio de una noble, le plantó cara, uerida de algún noble? ¿No sabes que no se Bueno, ya que estás aquí, cuéntame cómo va a que Karela llevaba en la mano, y tuvo que 08 —Tú enviaste a una amiga mía al más Karela sin alterarse. Entró en la habitación con pasos mesura —¿Quién eres? Yo no conozco a nadie Vete inmediatamente de mis estancias, o haré Karela rió sombríamente. —Jelanna tampoco querría conocer a na lo que a mí respecta, sabía que no reconocería —¡Estás loca! —dijo Sularia con voz tem la pared. Karela soltó la espada mientras seguía a —Contigo no necesito emplearla —dijo igual. Sularia sacó un puñal de su túnica, un p hombre y no más del doble de larga. —Necia —dijo riendo—. Si de verdad e cubrirte con tus velos. Y trató de herir a Karela en los ojos. La mujer pelirroja movió una sola mano, Los ojos de Sularia se abrieron con incredulida mano que con las muchas horas de manejo de agarró con la otra su cabellera rubia, y obligó esmeralda. Lentamente, forzó al puñal y a la m opuesta. —A pesar de todo —le dijo en susurros hubieras puesto sobre él tus manos de zorra. Con todas sus fuerzas, clavó el puñal en Tras dejar que la mujer muerta cayera, K la hoja con un tapiz de la pared. Todavía queda Mientras en su mente bullían mil pensam lo encontrara, salió de la habitación. Casi esta había recordado todo, el millar de humillacion Conan. Que hubiera yacido con una mujer humillaciones, aunque, cuando se preguntaba mente eludía la respuesta. Entonces, desde una galería flanqueada perdido en sus pensamientos. Sin duda, todav preciosa Ariane. El hermoso rostro de Karela s Por el rabillo del ojo vio algo que se mov acababa de entrar en el patio, y Conan no se en la noche, el corpulento militar —tan sigilosamente, con la sangrienta espada en a malla no parecían haber recibido golpe alguno que había estado luchando. Atacaría en cualqu de Conan. Se le saltaron las lágrimas. Ella se mucha alegría ver la muerte del cimmerio. Mu ti! Conan había oído los pasos que se a menos sigilosos. La mano del cimmerio descan sabía quién se le acercaba, pero por sus ac fuese,.unos pasos más y el cazador se vería ca —¡Conan! —oyó que gritaba alguien—. ¡ 10 s profundo de los infiernos de Zandru —dijo ados. La rubia retrocedió ante ella. que pueda ser amiga de alguien de tu clase. que te flagelen. adie de tu clase, pero tú la conoces a ella. Por as a Lady Tiana sin sus velos. mblorosa. Retrocediendo, había llegado casi a avanzando. en voz baja—. La espada se emplea con un puñal cuya hoja era ancha como el dedo de un eres Tiana, te voy a dar motivos para volver a , que se cerró sobre la que sostenía el puñal. ad, al ver que su ataque era detenido por una e la espada se había vuelto de acero. Karela le a la mujer a hacer frente a su dura mirada de mano que lo sostenía a volverse en la dirección a la rubia—, quizá te habría dejado vivir si no n el corazón de Sularia. Karela recogió su espada y, desdeñosa, limpió aba el cimmerio. mientos de lo que había de hacerle en cuanto aba dispuesta a dejarlo vivir, pero Sularia se lo nes que había tenido que sufrir por culpa de de la calaña de Sularia era la peor de las a el porqué de ese extraño pensamiento, su a por columnas, le vio más abajo, en un patio, vía estaba pensando en cómo encontrar a su se desfiguró en salvaje mueca. vía, y de pronto se quedó sin aliento. Vegentius e había movido. Lentamente, como un asesino corpulento como Conan— se le acercó alto. Su yelmo de rojo penacho y su cota de o, pese a que el arma ensangrentada probaba uier momento, y Karela presenciaría la muerte dijo que eran lágrimas de alegría. Le causaría ucha alegría. —¡Conan! —chilló—. ¡Detrás de acercaban, pasos que a cada segundo eran nsaba ya en la empuñadura de su espada. No ctos tenía que ser un enemigo. Fuera quien azado. Sólo un paso más. ¡Detrás de ti! 09 Maldiciendo su ventaja perdida, el cimm empujándose con el hombro sobre el empedra ponía en pie. Se encontró frente a frente con u Una rápida mirada a lo alto le descubr medio cuerpo sobre la baranda de una galerí era cosa de su imaginación, pero habría jurad llorar. De todos modos, no importaba. Debía pr Vegentius sonreía como si hubieran de c —Hace tiempo que quiero enfrentarme verse todavía en su rostro los cardenales amar —¿Por eso has intentado atacarme por la —¡Muere, bárbaro! —bramó el corpul mandoble con la espada. El arma de Conan lo paró con estrépi defensa a la ofensiva. Casi sin mover los p espadas chocaban como yunque y martillo. P hacía las veces de martillo, siempre la que at cada vez con más desesperación. El cimmerio Con un poderoso lance, golpeó. La sangre ma los Leopardos de Oro. Mientras el cuerpo caía la mirada. La galería estaba vacía. Y sin embargo, no pudo evitar una sonr odiaba tanto como pretendía. ¿Le habría puest Vio que Hordo entraba corriendo en el pa —¿Vegentius? —preguntó el tuerto, m Albanus —siguió diciendo después que Conan llegar al sitio donde los había visto, ya no e palacio —dudó—. ¿Has visto a Karela, cimm perderla. Conan señaló la galería donde había esta —Encuéntrala si puedes, Hordo. Yo teng Hordo asintió, y los dos hombres fueron e Conan le deseó suerte al barbudo, aunqu vuelto a desaparecer. Pero su verdadera preo por qué Albanus había ido a la parte antigua d uno de los pasadizos secretos. Si Jelanna aristócrata de rostro aquilino también los cono encontrar el pasadizo por el que había esca oscuros corredores. Su única esperanza era q Y, esperando contra toda esperanza, Conan co Agradeció a todos los dioses cuyos n Leopardos de Oro en su carrera por el pal recordaba bien. Si quería llegar a la fosa de los podía permitirse ninguna demora. Eso si Alb Ariane seguía con vida. Se negaba a admitir to allí. Tenían que estar. Cuando ya llegaba a la fosa, oyó la voz techo. El cimmerio se permitió un suspiro de parecían azulado acero. —Con esto los destruiré —decía Albanus cristal azul con las mismas manos que la soste Ariane, que miraba forzadamente al frente, pe tan sólo para sí mismo—. Con esto, desataré t 11 merio saltó hacia delante, dio una voltereta y, ado, desenvainó la cimitarra al tiempo que se un muy sorprendido Vegentius. rió a la autora del grito, Karela, asomada de ía, dos pisos por encima del patio. Sabía que do que en aquella breve mirada la había visto reocuparse del hombre al que se enfrentaba. concederle el mayor deseo de su vida. e a ti acero en mano, bárbaro —dijo. Podían rilleantes de su último encuentro. a espalda? —dijo Conan con sorna. lento militar, asestándole un impresionante ito, e inmediatamente el bárbaro pasó de la pies, los dos hombres se enfrentaron, y sus Pero era siempre la espada de Conan la que tacaba, siempre era Vegentius el que paraba, o pensó que había llegado la hora de terminar. anó del tronco sin cabeza del comandante de a, Conan se volvía ya para buscar a Karela con risa de complacencia al pensar que ella no le to en guardia, si no? atio. mirando el cuerpo decapitado—. He visto a n asintiera—. Y a Ariane, y al impostor. Pero al estaban. Creo que iban a la parte antigua de merio? No la encuentro, y no quiero volver a ado ella. go que buscar a otra mujer. en direcciones opuestas. ue abrigaba la sospecha de que Karela habría ocupación seguía siendo Ariane. No entendía de palacio, a menos que quisiera escapar por conocía algunos, parecía razonable que el ociera. Pero el cimmerio no se veía capaz de apado él mismo, perdido en aquel dédalo de que se hubieran dirigido a la fosa de los lobos. orrió hacia allí. nombres recordaba que no topara con más lacio hasta el corredor de tosca piedra que s lobos antes de que Albanus se marchara, no banus había ido a la fosa de los lobos. Y si odos aquellos condicionales. Tenían que estar de Albanus que reverberaba en la cúpula del alivio antes de entrar en la estancia; sus ojos s, y mientras hablaba acariciaba una esfera de enían. El impostor estaba a su lado, y también ero el hombre de rostro aquilino parecía hablar tal poder... 10 «Brujería», pensó Conan, pero ya era Albanus ya le habían visto, y el cimmerio tuvo un estorbo que un peligro. —Mátalo, Garian —dijo el aristócrata, y s Ariane no se movió, ni mudó su expresió Conan se preguntó, mientras el duplicad Entonces, se fijó en que el arma que el otro lle que le había vendido a Demetrio en un tiem ninguna duda de que se trataba de un arma cuando el otro la alzó. Oyó un gemido metálico producto de su imaginación al luchar con Meliu Sin embargo, se preparó para luchar. hombre puede huir de la hora que tiene fijada. El arma del falso Garian se puso en m choque de ambas espadas estuvo a punto de no le había asestado mandobles tan potente magia, sino del hombre que blandía el arma, y humano pudiera tener tanta. Se le erizó el ve cautela, preguntándose qué era aquello a lo qu Sosteniendo la esfera de cristal azul, ign de veinte pasos, Albanus empezó a salmodiar: —Af—far mearoth, Omini deas kaan... Conan creyó oír un retumbar lejano en para pensar en ello. La criatura que tenía e ondulada hoja le atacaba con preternatural r desviarla, pese a los oblicuos golpes de los q La punta de la espada embrujada acabó por hilillo de sangre apareció en ésta. Volvió a ahogando casi el cántico de Albanus. La criatura atacó de nuevo, con un ma habría decapitado, pero Conan lo esquivó de u patas de hierro de una de las grandes lám Lentamente, la lámpara se tambaleó y cayó, expresión en el rostro de la criatura. Terror, al v Como si hubiera corrido un peligro morta Albanus vaciló, y luego prosiguió con su enc brocal que circundaba la fosa, derramando su seca se encendió. Conan se arriesgó a echar una mirada formando sobre la cabeza de Albanus. Algo o temblaron bajo los pies del cimmerio, y éste cre Pero una breve ojeada era lo único que agarrar la pesada lámpara por una de sus pa igual que un hombre echa a un lado un tron temblores eran cada vez más fuertes. Por tenebrosa y amorfa que se había formado so solidificaba. El cántico del noble se hacía más hacia Conan. —¡Corre, Ariane! —gritó el cimmerio, y tr se había vuelto inseguro. Ningún hombre pued La muchacha no se movió, pero el simula Conan, y levantó la espada para asestar un cimmerio y partido a éste por la mitad. 11 tarde para detenerse. Los oscuros ojos de la fastidiosa sensación de que veía en él más su atención volvió a la esfera azul. ón. do avanzaba, si de veras creía éste ser Garian. evaba era la misma espada de hoja serpentina mpo que ahora parecía lejano. Ya no le cabía a hechizada, y su creencia se vio confirmada o, hambriento, el mismo que le había parecido us. La muerte vendría en su momento. Ningún movimiento, y Conan la paró. La violencia del lograr que el cimmerio soltara la suya. Melius es. Aquella fuerza, pues, no provenía de la y con todo, Conan se negaba a creer que nada ello de la nuca. Nada humano. Retrocedió con ue se enfrentaba. norando a los dos que se enfrentaban a menos : las entrañas de la tierra, pero no tuvo tiempo el rostro de Garian le acosaba, la espada de rapidez. Conan no intentaba ya pararla, sólo que se resentía todo su cuerpo hasta los pies. hacerle un corte superficial en la mejilla, y un a oír el gemido metálico, pero más fuerte, andoble que de haber dado en su blanco lo un salto. La espada fue a dar contra una de las mparas de trípode, partiéndola por la mitad. y Conan vio por primera vez una verdadera ver el fuego de la lámpara que caía. al, el falso Garian dio un salto atrás. La voz de cantamiento. La lámpara se estrelló contra el u aceite hirviente en el fondo de ésta. La paja a al noble de rostro aquilino. Algo se estaba oscuro, una condensación del aire. Las losas eyó haber oído un trueno. podía permitirse, pues la criatura acababa de atas y la arrojaba a la fosa ahora incendiada nco de leña. El suelo temblaba sin cesar, los el rabillo del ojo, Conan vio que la figura obre Albanus se elevaba hacia la cúpula, se s fuerte, más insistente. La criatura avanzaba rató de afirmar los pies en el suelo, que ahora de huir de su propia muerte—. ¡Corre! acro seguía avanzando inexorablemente hacia mandoble que habría destrozado el arma del 11 Desesperadamente, Conan se apartó d chispas al suelo sobre el que había estado. E tambaleaba, por la fuerza de su propio golpe en aquel lance las fuerzas de todos los mús derecho. Fue como golpear piedra. Pero, añ instante. El simulacro cayó. Conan había visto cuan rápida era la cria en pie. Antes de que el simulacro acabara de d caída y lo sostuvo metiéndole la espada por d esfuerzo, el cimmerio levantó a la criatura en e —¡Ese es el fuego que tú temes! —gritó, Mientras caía, un chillido surgió de su ga que se debatía en un inhumano esfuerzo por fondo de paja ardiente, el fuego se avivó com engulleron al simulacro, que, aun convertido e horribles chillidos. La mirada de Conan, al apartarse de la del siniestro noble se esforzaban por articular en el pecho la espada hambrienta de sangre q A su lado, Ariane parecía inquieta. Los hec Albanus estaba muriendo. Conan corrió al lado de la muchacha. Albanus seguía luchando por formar palabras, Cuando el cimmerio se volvió para sacar que ocupaba la parte más elevada de la tentáculos sin cuento. Sus propios ojos se ne negaba a aceptar lo que veía. Desde lo que descendió un rayo de luz que hizo añicos la e pusieron vidriosos, a causa de la muerte, cuan El trueno retumbaba en la sala, y Co demonio, o de un dios. La forma oscura que e a Ariane y salió corriendo, al tiempo que aqu cúpula. Cayeron piedras que llenaron la fosa d espaldas. Las paredes se desplomaban s destrucción hubiera partido de la fosa, toda la p Conan estaba corriendo ya por suelos suelo mismo había dejado de agitarse como escombros. Se detuvo, y miró atrás a pesa corredor que acababa de abandonar había que a ver el cielo del ocaso por un agujero en un pisos. Pero, con la excepción de unas poca había producido fuera de la parte antigua de pa Ariane se movió entre sus brazos, y él l tenerla en brazos, aun cubierta de polvo. Tosie —¿Conan? ¿De dónde vienes? ¿Esto es —Te lo contaré luego —dijo el cimme pasado, pensó mientras echaba otra mirada a —Busquemos al rey Garian, Ariane. Voy CAPITULO 25 11 de un salto. El tremendo mandoble arrancó En ese instante, cuando la criatura todavía se y por el temblor de tierra, Conan atacó. Aunó sculos de su cuerpo, y golpeó en el costado ñadido a lo demás, bastó, al menos por ese atura, y no pensaba darle tiempo para ponerse desplomarse sobre el suelo de piedra, paró su debajo del cinturón y la túnica. Con tremendo el aire. , y lo arrojó por encima del brocal. arganta. Arrojó lejos de sí la espada, al tiempo r encontrar alguna salvación. Cuando llegó al mo si le hubieran echado aceite, y las llamas en estatua de llamas él mismo, no cesó en sus fosa, se cruzó con la de Albanus. Los labios las palabras de su cántico, pero tenía clavada que había sido arrojada con fuerza inhumana. chizos de la brujería mueren con el brujo, y Al cogerla de la mano, ella le miró confusa. pero la sangre le llenaba la boca. r a Ariane de la sala, se detuvo a mirar aquello cúpula. Le pareció ver innumerables ojos, egaban a verlo en su totalidad, su mente se e fuera que flotaba horriblemente en lo alto, esfera de cristal azul. Los ojos de Albanus se ndo los fragmentos cayeron de su mano. onan sabía que se trataba de la risa de un estaba en lo alto se condensaba. Conan cogió uello escapaba de la estancia destrozando la de los lobos, y la polvareda se levantaba a sus sobre otras paredes. Como si una ola de parte antigua de palacio se vino abajo. de mármol pulido cuando comprendió que el o el barco en la tormenta, y no caían más ar del polvo que lentamente se asentaba. El edado cegado por los escombros, y alcanzaba n techo sobre el que habían descansado tres as paredes agrietadas, la destrucción que se alacio era notablemente reducida. la dejó de mala gana en el suelo. Le gustaba endo, la muchacha miró alrededor. s el Palacio Real? ¿Qué ha pasado? erio. Le contaría una parte de lo que había la devastación que habían dejado atrás. a recibir una recompensa. 12 Paseando por el corredor central del pala que ahora, desde hacía dos días, por decreto detuvo para sopesar una estatuilla de marfil. L un buen precio en casi cualquier ciudad. La ec Llegó al vestíbulo al mismo tiempo que H que ahora estaba abierta. —Ya era hora de que volvierais —dijo el Hordo se encogió de hombros. —Los Guardias de la Ciudad y Leopard calles para acabar con los saqueadores. No e que el terremoto era el juicio de los dioses co peor del terremoto vieron un demonio flotando Qué cosas más extrañas ve la gente, ¿verdad? —Ciertamente extrañas —respondió C seguro de sí mismo. Aun cuando le hubiera c lobos, y éste le hubiera creído, sólo le habría s que ya estaba demasiado viejo para tales cos Ariane. La muchacha suspiró abatida, sin mirarle —El Thestis está acabado. Somos dem adonde llevan nuestros grandilocuentes discu Graecus y los demás, pero dudo que seamos tiempo. Quiero..., quiero irme de Nemedia. —Ven conmigo a Ofir —le dijo Conan. —Me voy a Aquilonia con Hordo —respo Conan la miró fijamente. No es que fuer Hordo —bien, sí lo lamentaba, admitió de mala después de todo, él le había salvado la vida. ¿ Ariane se alejó de él, retadoramente, an brazo. —Hordo es un hombre de corazón fiel, hombres. Quizá no me vaya a ser fiel a mí, per ya te dije hace tiempo que soy yo la que decide Había en su voz como un matiz de autoe decir que se daba cuenta, y que se negaba a a Conan negaba con la cabeza, hastiado. gato nunca son en posesión, sólo visitan de ve prefería los gatos. Luego, su país de destino, que también lo —¿Por qué Aquilonia? —preguntó Conan El tuerto le entregó un pergamino plegad —He oído rumores de que se ha marcha Conan desplegó el pergamino y leyó. "Hordo, mi perro más fiel: Cuando te llegue esto, yo me habré mar mis siervos. No me sigas. No me alegraría d cimmerio que aún no he terminado con él. Karela" Debajo de la firma, con tinta roja, había d —Pero tú la seguirás de todos modos —l 11 acio que había sido propiedad de Albanus —y del rey Garian, le pertenecía a él—, Conan se Ligera, de trabajada talla, por la que se pagaría chó al saco que llevaba y siguió adelante. Hordo y Ariane entraban por la puerta principal, cimmerio—. ¿Cómo van las cosas ahí fuera? dos de Oro que quedan están patrullando las es que queden muchos. Parece que creyeron ontra ellos. Además, algunos dicen que en lo o sobre palacio. —Rió con poca convicción—. ? Conan en un tono de voz que se pretendía contado a Hordo lo sucedido en la fosa se los servido para que el tuerto se lamentara y dijera sas—. ¿Cómo está el Thestis? —le preguntó a e. masiados los que hemos visto demasiado bien ursos. Garian está liberando de las minas a capaces de mirarnos a la cara durante mucho ondió ella. ra a quejarse por haberla perdido a manos de a gana, aunque se la llevara un amigo—, pero, ¿Qué gratitud era aquélla? nte sus mismos ojos, y rodeó al tuerto con el y eso es más de lo que puedo decir de otros ro de todos modos es un hombre fiel. Además, e quién va a compartir mi lecho. exculpación; cierta rigidez en su rostro venía a admitir que tuviera algo de que disculparse. . Recordaba un antiguo refrán: «La mujer y el ez en cuando». En aquel momento, pensó que o era de Hordo, le llamó la atención. n. do, y dijo: ado al oeste. También te dice algo a ti. rchado ya de Nemedia con todos mis bienes y de volver a encontrarte en mi camino. Dile al dibujado la silueta de un halcón. le dijo Conan, devolviéndole el pergamino. 13 —Por supuesto —respondió Hordo. Cu bolsa— Pero, y tú, ¿por qué quieres irte a Ofir —Me he acordado de lo que me dijo ese cimmerio. —¿Ese viejo necio? Ya te dije que tenías —Pero aceitó en todo —dijo Conan so Sularia. Una mujer de esmeraldas y rubí. K mismas razones que él me dijo. También acer último que dijo? —¿Qué? —preguntó Hordo. —Salva un trono, salva un rey, mata un r pase, ten en cuenta cuándo huir. También me los reyes. Le voy a hacer caso, aunque algo ta El tuerto resopló, miró alrededor, vio alabastro. —No creo que debas precaverte contra e —Los reyes son gobernantes absolutos se sienten también menos absolutos. Apostarí librarte de ese sentimiento es librarte del hom entiendes ahora? —Pareces un filósofo —masculló Hordo. —Los dioses lo impidan. —Capitán —dijo Macaón, que acabab montado ya, cada hombre lleva un saco de encuentro con un hombre que ordena el saque La mirada de Conan se cruzó con la de H —Coge lo que quieras, viejo amigo, pero Le alargó la mano, y el otro se la estrec en Oriente. —Que tengas buen viaje, Conan de Cim un buen tirón por mí al Cuerno del Infierno, si e —Que tengas tú también buen viaje, Hor el primero. El cimmerio no volvió a mirar a Ariane an elección. Detrás del palacio le esperaba la sobrevivido—, a caballo y armados. Conan mo «Qué extraño final», pensó, mientras se ofrecían. Y de dos mujeres; le hubiera gustad ninguna le había querido. Eso también le res todos modos, hallaría gran cantidad de muje presagiaban que una Compañía Libre podía ha —Iremos a Ofir —ordenó, y salió galopan miró atrás. THE END 11 uidadosamente, guardó el pergamino en su ahora? Garian está a punto de hacerte noble. e adivino ciego en el Buey Corneado —dijo el s que ver a uno de mis astrólogos. osegadamente—. Una mujer de zafiros y oro. Karela. Ambas querían yerme morir, por las rtó en lo demás. ¿Y te acuerdas de qué fue lo rey o muere. Venga lo que venga, pase lo que e dijo que me precaviera contra la gratitud de arde. las columnas de mármol y las paredes de esta gratitud. s —le dijo Conan—, y al sentirse agradecidos ía por ello. Y lo mejor que puedes hacer para mbre al que tienes que estar agradecido. ¿Lo Conan echó a reír a carcajadas. ba de entrar por detrás—, la compañía ha botín en la silla. Es la primera vez que me eo de su propio palacio. Hordo por un fugaz instante. o no te entretengas mucho tiempo por aquí. chó; era una costumbre que habían aprendido mmeria —le dijo Hordo con voz ronca—. Y dale es que llegas allí antes que yo. rdo de Zamora. Y lo mismo te pido, si fueras tú ntes de salir del vestíbulo. Ella había hecho su Compañía Libre —la veintena que había ontó en su propio animal. e alejaba al galope de las riquezas que se le do llevar consigo a cualquiera de las dos, pero sultaba extraño. Sin embargo, pensó que, de eres en Ofir, y que los rumores de discordia allar empleo en aquel país. ndo por el portón al frente de su compañía. No 14 TERMINADO DE ESCANEAR EL 07—10 TERMINADO DE CORREGIR EL 07—10 11