Subido por rafapas

Conan El Defensor.pdf - Templo

Anuncio
ROBERT
CONAN EL
T JORDAN
L DEFENSOR
Ediciones Martínez Roca, S. A. Dep. Información B
Robert Jordán
Conan el defensor
Ediciones Martínez Roca, S. A.
Colección dirigida por Alejo Cuervo Traducción
Kelly
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizació
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
procedimiento, comprendidos la reprografía y e
ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo púb
Título original: Conan the Defender
(c) 1982, Conan Properties, Inc.
Publicado por acuerdo con el autor,
c/o Baror International, Inc., Nueva York (c) 1995
84, 08008 Barcelona ISBN 84-270-2066X Depósito
Fotocomposición de Fort, S. A., Rosselló, 33,
Romanyá/Valls, Verdaguer, 1,
Capellades (Barcelona)
Impreso en España - Pritnted in Spain
2
Bibliográfica Enric Granados, 84-08008 Barcelona
de Joan Josep Mussarra Ilustración cubierta: Ken
ón escrita de los titulares del «Copyright», bajo las
n total o parcial de esta obra por cualquier medio o
el tratamiento informático, y la distribución de
blicos.
5, Ediciones Martínez Roca, S. A. Enric Granados,
o legal: B. 41.892-1995
08029 Barcelona Impreso y encuadernado por
2
PRÓLOGO
La luz del sol, que entraba por los arco
tapicería con la que habían sido adornadas la
que se había amputado la lengua para que no
su amo, se habían retirado, dejando solos a cin
Cántaro Albanus, el anfitrión, observaba
pesado collar de oro que colgaba sobre su tú
fingía estudiar el complicado tejido de los tapi
sus copas de vino.
A media mañana —pensaba Albanus—
reuniones, aunque al convocarlas a aquella ho
los cónclaves de ese género se celebren e
hombres desesperados, apretujados en habita
un solo rayo de luz. Mas ¿quién había de cre
una reunión de lo más selecto de Nemedia
ciudad, se preparara un acto de traición?
Su rostro de chupadas mejillas se ens
volvieron de obsidiana. La nariz aguileña, y l
cabello, le daban apariencia de general. Y cie
durante un breve año. Cuando sólo tenía diec
una graduación de oficial en los Leopardos de
los reyes nemedios desde tiempos inmemoria
No le apetecía tener que labrarse el ascenso
ayudara. No, pues por su sangre y temperame
como traición ninguno de sus actos.
—Lord Albanus —dijo de pronto Barca V
especial que vas a aportar a nuestra... socied
hemos visto nada.
El comandante de los Leopardos de O
cuidadosamente sus palabras. Creía que ocult
barrios de chabolas de Belverus, y no se daba
—Expresas tus dudas con palabras prud
El esbelto joven se acercó a la nariz una jarrit
ocultar la mueca de desprecio que se dibujab
siempre empleas palabras prudentes, ¿verdad
—¡Basta! —gritó Albanus.
Demetrio y Vegentius, cuyos rostros ha
entrenados al trallazo del azote de su amo. T
tan sólo en la medida en que no le quedaba o
en absoluto.
—Todos vosotros —siguió diciendo A
generalato que crees que el rey Garian te
3
Dedicado a L. Sprague de Camp,
que, cargando con el musculoso cimmerio
sobre sus robustos hombros,
lo ha mantenido en alto
durante muchos años.
os de mármol de los ventanales, iluminaba la
as paredes de la estancia. Los siervos, a los
o pudieran hablar de lo que vieran en casa de
nco individuos que bebían en silencio su vino.
a sus huéspedes, jugueteando, ocioso, con el
única escarlata. La única mujer que había allí
ices; los hombres sólo estaban pendientes de
— se daba el momento idóneo para tales
ora irritara a sus compañeros. Es tradición que
en la negrura de la noche, que los celebren
aciones oscuras, selladas para no dejar paso a
eer, quién podía ni siquiera sospechar, que en
a la luz del día, en el mismo corazón de la
sombreció al pensarlo, y sus ojos negros se
las trazas plateadas en sus sienes de negro
ertamente había sido militar, en cierta ocasión,
cisiete veranos, su padre le había conseguido
e Oro, que habían sido la guardia de corps de
ales. A la muerte del progenitor, había cesado.
o por el escalafón, aunque su noble cuna le
ento le correspondía ser rey. No conceptuaba
Vegentius—, hemos oído mucho de la... ayuda
dad. Hemos oído mucho, pero hasta ahora no
Oro, cuadrado de cuerpo y de cara, medía
taba sus orígenes disimulando el acento de los
cuenta de que todos notaban su engaño.
dentes, Vegentius —dijo Demetrio Amarianus.
ta llena de hierbas aromáticas, pero no llegó a
ba en su boca casi femenil—. Pero es que tú
d? Todos sabemos que sólo estás aquí para...
abían enrojecido, callaron como animales bien
Tales riñas eran constantes, y él las consentía
otro remedio. Aquel día, no pensaba tolerarlas
Albanus— queréis algo. Tú, Vegentius, el
e ha negado injustamente. Tú, Demetrio, la
3
devolución de las fincas que el padre de G
quieres vengarte de Garian porque te dijo que
—Lo cual tú nos cuentas con tu gentile
amargura.
Unos ojos violáceos y la melena negra
acorazonado rostro de Lady Sefana Galerianu
escotes que revelaban las curvas superiores e
andaba, mostraba las piernas hasta la cadera.
—¿Y qué es lo que quiero yo? —pr
habitación.
Todos parecieron sorprenderse, como si
Poco costaba olvidar a Constancio Meliu
vaguedad encarnada: El escaso cabello y la
destacaban como sus rasgos más notables,
demás.
—Quieres que se escuchen tus consejos
me siente en el trono.
Le escucharía durante todo el tiempo
pensaba el noble de rostro aquilino. Garian h
aquel necio, y dejarlo libre en la capital pa
pensaba repetir tal error.
—Parece que hayamos ignorado lo que
pero a mí también me gustaría saber qué ayud
Vegentius proporcionan información. Melius y
disturbios callejeros, y los forajidos que quem
hablas de la magia que hará que Garian te ced
he dicho. A mí también me gustaría ver esa ma
Los otros quedaron algo corridos al ver
pero Albanus sonrió sin más.
Se levantó y tiró del cordón de brocado
luego se acercó a una mesa que estaba al o
que un paño cubría ciertos objetos. Albanus ha
y paño.
—Venid —dijo a los demás. Ahora con
ademán triunfal, Albanus apartó el paño, reg
objetos que había en la mesa —una estatuilla
gavilanes de molde antiguo, algunos objetos
única excepción, prácticamente inútiles. Al m
tomos que sin gran esfuerzo descifraba. Los ob
Diez años antes, los esclavos de una
hallado, excavando, una estancia subterránea.
se había dado cuenta de que se trataba del alm
infortunados esclavos fueran enterrados vivos
Tardó un año en averiguar cuan antiguo
Aquerón, aquel siniestro imperio que se había
hacía más de tres milenios había sido reducid
estudiado, sin tutor, por miedo a que un he
decisión fue sabia, porque, de haberse sabido
la purga de hechiceros que Garian había lle
cavilaciones, Albanus tomó de la mesa una pe
—No me fío de estas cosas —dijo Sefa
con medios más naturales. Un veneno sutil...
—Provocaría una guerra civil por la suc
quiero tener que repetirte que no pienso verme
4
Garian arrebató a tu abuelo. Y tú, Sefana, tú
prefería mujeres más jóvenes.
eza habitual, Albanus —replicó la mujer con
que caía sobre sus hombros embellecían el
us. Su túnica de seda bermeja tenía un par de
e inferiores de sus generosos senos, y cuando
reguntó el cuarto hombre que había en la
hubieran olvidado que estaba allí.
us, pues aquel noble de mediana edad era la
as bolsas de sus ojos siempre parpadeantes
y su inteligencia y capacidad igualaban a lo
s —le contestó Albanus—. Y así será, cuando
o que le tomara desterrar a aquel hombre,
había cometido la equivocación de desairar a
ara que fomentara agitaciones. Albanus no
e decía Vegentius —dijo de pronto Sefana—,
da podemos esperar de ti, Albanus. Demetrio y
yo aportamos el oro con el que pagamos los
man el buen cereal. Te callas tus planes y nos
da el trono si nosotros cumplimos con lo que te
agia.
que ella ponía en duda la prometida brujería,
o de una campanilla que había en la pared, y
otro extremo de la habitación, una mesa en la
abía puesto allí con sus propias manos objetos
n renuencia, se le acercaron lentamente. Con
gocijándose con su sorpresa. Sabía que los
a de zafiro, una espada de hoja serpentina y
de cristal y joyas buriladas— eran, con una
menos, poco uso les había encontrado en los
bjetos con poder los guardaba en otra parte.
de sus fincas, al norte de Numalia, habían
. Por suerte, él estaba allí en aquel momento y
macén de un mago, y había ordenado que los
en aquella estancia después de vaciarla.
o era el escondrijo; databa de los tiempos de
a regido por las más viles taumaturgias, y que
do a polvo. Durante todos aquellos años había
echicero capaz le arrebatara su hallazgo. Su
que estudiaba magia, habría caído víctima de
evado a término en la capital. Con sombrías
equeña esfera de cristal rojo.
ana, con un escalofrío—. Yo preferiría trabajar
cesión —dijo Albanus, interrumpiéndola—. No
e en la situación de haber de arrancar el Trono
4
del Dragón de las manos de una docena d
entregado, como ya os dije.
—Yo —masculló Vegentius— no me cree
Albanus hizo callar a los otros al ver que
tenía más de dieciséis años de edad. Su sen
con bordados del blasón de la casa de Alban
pequeños senos y largas piernas. Se arrodilló
la cabeza.
—Se llama Onfalia —dijo el noble de rost
La muchacha se agitó al oír su nombre
levantar la cabeza. Era esclava desde hací
deudas del comercio de su padre; pero alguna
Albanus sostuvo la esfera de cristal ro
brazo, y trazó un arcano gesto con la diestr
Vas—ti no—enteü».
Un fuego parpadeante se inflamó de p
antebrazo de un hombre, y más sólido de l
oscuros, que se parecían inquietantemente a u
rojiamarilla, y se movieron como examinand
retrocedieron inconscientemente, excepto On
donde estaba arrodillada, y el propio Albanus.
—Un elemental de fuego —dijo Albanus
añadió—: ¡Mata a Onfalia!
La boca de la muchacha rubia se abrió
sonido alguno, el elemental se arrojó hacia ella
puso en pie entre espasmos, agitándose con
llamas que se oscurecía hasta ocultarla. El fu
se adivinaba un frágil grito, como de una muje
burbuja, la llama desapareció, dejando tras de
—Qué chapucero —murmuró Albanus
aceitoso tiznón que había quedado en el suelo
Los otros le miraban aturdidos, cual s
dragón Xutharcan. Por sorprendente que pare
hablar.
—Esos artefactos, Albanus..., ¿no pod
sombreados por ojeras parpadeaban con nerv
garantía de que todos los aquí presentes somo
Albanus sonrió. Pronto les iba a demostra
—Por supuesto —contestó tranquilame
Señaló la mesa con un gesto—. Escoged, y
elijáis. —Mientras decía esto, se guardó la bola
Melius dudó, alargó el brazo, y se detuvo
—¿Qué..., qué poderes tiene esto?
—Convierte a aquel que la esgrima en un
Al descubrir que ése era el único pode
interés por ella. Nada significaba para él conv
otros le servirían en calidad de tales.
—Coge la espada, Melius. O, si te da mie
Albanus enarcó una ceja, como en interro
—No necesito magia para triunfar como
Pero tampoco trató de coger otro de los objeto
—¿Demetrio? —dijo Albanus—. ¿Sefana
5
de pretendientes. Haré que el trono me sea
eré eso mientras no lo vea.
entraba una criada. Rubia, y de piel pálida, no
ncilla túnica blanca, adornada en el dobladillo
nus, casi dejaba a la vista en su totalidad sus
ó de inmediato en el suelo de mármol e inclinó
tro aquilino.
e, pero había aprendido lo suficiente para no
ía poco, había sido vendida para pagar las
as lecciones se aprenden con rapidez.
ojo con la mano izquierda, alargando todo el
ra mientras entonaba: «An—naal naa—thaan
pronto sobre la bola de cristal, largo como el
lo que tiene que ser una llama. Dos puntos
un par de ojos, tomaron forma en la palpitación
do la habitación y a sus ocupantes. Todos
nfalia, quien se acurrucó en el mismo lugar
s con desenfado. Sin cambiar de tono de voz,
para chillar, pero, antes de que pudiera emitir
a, ensanchándose para engullirla. La joven se
nvulsivamente en el interior de un huevo de
uego silbaba, y en lo más recóndito del silbido
er que chilla en la lejanía. Estallando como una
sí un leve, enfermizo, dulce aroma.
s, restregando con su babucha un negro y
o de mármol en lugar de la muchacha.
si se hubiera transformado en el legendario
ezca, fue Melius el primero que pudo volver a
dríamos tener nosotros también? —Sus ojos
viosismo ante el silencio de los otros—. Como
os iguales —acabó con voz vacilante.
ar cuan iguales eran todos.
ente—. Yo mismo había pensado en ello. —
y yo os diré qué poderes tiene el objeto que
a de cristal en una bolsa de su cinturón.
o cuando ya iba su mano a coger la espada.
n consumado espadachín.
er de la espada, Albanus había perdido todo
vertirse en un gran guerrero; cuando fuera rey,
edo, quizás Vegentius...
ogación, mientras miraba al fornido militar.
o espadachín —dijo Vegentius con desprecio.
os.
a?
5
—Me desagrada la brujería —replicó el
objetos que había en la mesa.
Sefana estaba hecha de otra madera, pe
—Si estas hechicerías pueden expulsar
satisfecha. Y si no pueden...
Su mirada se cruzó por un momento con
—Yo me quedo con la espada —dijo de
equilibrio y rió.
—Yo, a diferencia de Vegentius, no sien
espadachín.
Albanus sonrió suavemente, pero la expr
—Ahora, oídme —salmodió, clavando e
obsidiana—. Os he enseñado tan sólo un
conseguirán para mí el trono de Nemedia
satisfechos. No consentiré defecciones, ni in
Nada se interpondrá en mi camino hacia la Cor
Se apartaron de su presencia como si ya
CAPITULO 1
El joven alto y musculoso andaba por
plagada de monumentos y columnatas de m
gastado forro de cuero del puño de su sable
adornada con pieles, indicaban que procedía
muchos bárbaros del norte en tiempos me
fácilmente despojados de la plata que llevaba
bien luego, como no comprendían las costumb
la Ciudad tenía que expulsarlos, pues arm
embaucados. El hombre del que hablamos, si
andaba con la seguridad del que se había pas
igual de grandes, o más grandes todavía, com
Sultanapur y de Aghrapur; e incluso por las mít
Iba por las Calles Altas, en el Distrito M
Real de Garian, rey de Nemedia, aunque él v
distrito en el que vivían los ladrones de la ciu
sacado sus mesas, y las multitudes se apiñaba
vinos de Argos y mercancías de Koth y de Co
de los tenderos, que rodaban ruidosamente
comida, y al ver los precios el joven se preg
tiempo en aquella ciudad.
Entre las tiendas se apelotonaban los
cosas, y los gemidos con que suplicaban lim
pregonaban su mercadería. Y en cada esquin
vestidos, que acariciaban la empuñadura de s
o pesadas cachiporras, y seguían con la m
presuroso, o a la esbelta hija de algún tend
asustada expresión. Sólo faltaban para comp
brazaletes de cobre y latón, vestidas con sim
mostraban mejor la mercancía. Aun en el aire
barrios de mala vida que había visto: una mezc
De pronto, una carretilla cargada de fru
media docena de rufianes, ataviados con una
6
l esbelto joven, rechazando abiertamente los
ero igualmente negó con la cabeza.
r a Garian del Trono del Dragón, me doy por
n la de Albanus, y luego se volvió.
e pronto Melius. Sopesó la espada, probó su
nto escrúpulos por cómo llegue a ser un gran
resión de su rostro se endurecía.
en cada uno de ellos la mirada de sus ojos de
na pequeña muestra de los poderes que
y harán posible que vuestros deseos sean
ntromisiones que entorpezcan mis designios.
rona del Dragón. ¡Nada! ¡Ahora, marchaos!
a se hubiera sentado en el Trono del Dragón.
las calles de Belverus, capital de Nemedia,
mármol, con mirada cauta y la mano sobre el
e. Sus ojos de color azul profundo, y su capa
a de un país del norte. Belverus había visto
ejores, sorprendidos por la gran ciudad, y
an, o de insignificantes cantidades de oro, si
bres de los hombres civilizados, la Guardia de
maban barullo con la queja de haber sido
in embargo, aunque sólo tenía veintidós años,
seado por las calles empedradas de ciudades
mo Arenjun o Shadizar, llamada la Perversa; de
ticas ciudades de la lejana Khitai.
Mercantil, a menos de media milla del Palacio
veía poca diferencia con Puerta del Infierno, el
udad. Las tiendas, abiertas a la calle, habían
an en torno a ellas, examinando paños de Ofir,
orinthia, e incluso de Turan. Pero las carretillas
e por las calles empedradas, llevaban poca
guntaba si podría seguir comiendo por mucho
mendigos, todos tullidos, o ciegos, o ambas
mosna competían con los comerciantes que
na había hombres duros de mirada cruel, mal
su espada, o tenían en la mano afiladas dagas
mirada a algún obeso mercader que pasaba
dero que se abría paso entre el gentío con
pletar el cuadro las prostitutas, adornadas con
mples camisas que merced a algunos escotes
e se percibía el pegajoso olor de la docena de
cla de vómito, orina y excrementos.
uta que pasaba por un cruce fue rodeada por
a abigarrada compostura de retales de trajes
6
finos con andrajos. El flaco vendedor no decía
enojado rostro, y los otros manoseaban su me
de allá, y luego lo arrojaban al suelo. Tras lle
marcharon pavoneándose, al par que retaban
pasara por allí. Los bien vestidos transeúntes
invisibles.
—Supongo que no pagaréis —se lament
Uno de los matones, un hombre con bar
sucia orlada en oro la andrajosa túnica de algo
—¿Que si pagamos? Esto es lo que te pa
Con el dorso de la mano le partió la me
gimiendo sobre el carretón. Con rechinante ris
habían parado a mirar el espectáculo, y sig
compradores, que les dejaban pasar con apen
El musculoso joven del norte se detuvo a
—¿No vas a llamar a la Guardia de la Ciu
El comerciante se puso en pie cansiname
—Por favor. Tengo que alimentar a mi fa
—Yo no robo fruta, ni pego a viejos —di
te protegerá la Guardia de la Ciudad?
—¿La Guardia de la Ciudad? —El vi
barracones para protegerse a sí mismos. Yo h
a un guardia por los pies y caparlo. Eso es lo q
Se limpió las manos temblorosas en la p
veían hablar con un bárbaro en el cruce.
—He de irme —murmuró—. He de irme.
Se agachó para recoger la carretilla sin m
Conan le observó con una mirada de
Belverus para alquilarse como guardia persona
como ladrón, contrabandista y bandido—, per
protección de su espada en aquella ciudad, n
más lo necesitaban.
Algunos de los matones de la esquina le
le acercaron, pensando que se divertirían con
ojos fríos como los glaciares de las montañas
muerte andaba aquel día por las calles de Be
presas más fáciles. En cuestión de minutos, no
Unos pocos le miraban agradecidos, pu
sería seguro durante un rato. Conan meneaba
y en parte con ellos. Había venido a alquilar
escoria.
Un trozo de pergamino, arrastrado por
Despreocupadamente lo recogió, y leyó las p
letra redonda.
El rey Garian se sienta en el Trono del D
festín. Vosotros sudáis y os afanáis por una
presa del temor. No es nada justo este rey qu
su reinado. Mitra nos salve del Trono del Drag
festín.
Dejó que se lo llevara el viento, junto co
calle. Vio que alguna gente los recogía. Algu
arrojaban con enfado, pero también los había q
bolsa aquel pliego de sedición.
7
a nada, miraba al suelo mientras enrojecía su
ercancía, tomaban un poco de aquí y un poco
enarse de fruta los pliegues de las túnicas, se
n con sus ojos insolentes a decir algo a quien
s actuaban como si aquellos hombres fueran
tó el vendedor, sin levantar la mirada.
rba de pocos días que se cubría con una capa
odón, sonrió con su boca de cariados dientes.
ago.
ejilla al flaco comerciante, y éste se desplomó
sa, el matón se unió a sus compañeros, que se
guieron avanzando por entre la multitud de
nas un murmullo ahogado.
a un paso de la carretilla.
udad? —le preguntó, curioso.
ente.
amilia. Hay más carretillas por ahí.
ijo fríamente el joven—. Me llamo Conan. ¿No
iejo rió amargamente—. Se quedan en sus
he llegado a ver a tres de esos canallas colgar
que piensan de la Guardia de la Ciudad.
pechera de la túnica, fijándose en que todos le
mirar de nuevo al joven bárbaro.
compasión mientras se iba. Había venido a
al o soldado —ya había sido ambas cosas, así
ro, fuera quien fuese el que le pagara por la
no sería, por desgracia, uno de aquellos que
e habían visto hablar con el comerciante, y se
n el extranjero. Pero, cuando él les miró, con
de su nativa Cimmeria, comprendieron que la
elverus. Llegaron a la conclusión de que había
o quedaron matones en el cruce.
ues comprendían que gracias a él aquel lugar
a la cabeza, enfadado en parte consigo mismo,
su espada por oro, no a limpiar las calles de
un viento vagabundo, vino a dar en su bota.
palabras que habían escrito en él con buena
Dragón. El rey Garian se sienta en inacabable
hogaza de pan, y aprendéis a ir por la calle
ue tenemos, ojalá estén contadas las horas de
gón y del rey que en él se sienta en inacabable
on otros similares que había esparcidos por la
unos, palideciendo, volvían a soltarlos, o los
que, furtivamente, doblaban y guardaban en la
7
Belverus era una ciruela madura, lista pa
indicios en otras ciudades. Pronto se desvane
puños abiertamente frente al Palacio Real. Tro
De pronto, un hombre pasó corriendo co
de rodillas una mujer que abría la boca como
también, chillando cosas ininteligibles.
Se oyeron más gritos y chillidos por la ca
Contagiaban su mismo miedo, y así otros se u
se abrió paso con dificultad hasta el borde de
abandonado. Se preguntó cuál podía ser la cau
Entonces, la muchedumbre empezó a di
la calle de la que huían había cuerpos tirados,
habían sido pisoteados; otros, un poco más a
cabeza. Y andando por el centro de la calle v
de ricos bordados, que llevaba en la mano un
ondulada, enrojecida en toda su longitud. Un
labios.
Conan echó mano de su propia espada,
sí mismo, no para vengar a unos extraños, víct
las sombras.
En ese mismo instante una niña salió co
que no tenía más de ocho años, que gemía mi
el loco alzó la espada y fue hacia ella.
—¡Por las tripas y la vejiga de Erlik! —gri
Extrajo limpiamente la espada de su g
cruce.
La niña huyó corriendo y chillando, sin d
pese a su rico atuendo, el cabello ralo y las oje
la locura se había adueñado de sus ojos casta
que inarticulados gruñidos. Las moscas volaba
echado por el suelo.
Por lo menos, pensaba Conan, queda
suficiente como para no precipitarse hacia la e
—Alto ahí —le dijo—. No soy una niña
espalda. ¿Por qué no...?
Conan creyó oír un gemido hambriento,
del loco, y éste avanzó con la espada en alto.
El cimmerio alzó su propia arma para p
espada de hoja ondulada atacó en otra direc
arma del otro hombre alcanzó a rozarle el vie
hubiera estado hecha de pergamino, la ligera
un paso atrás para ganarse espacio que le per
arma ensangrentada tiraba tajos y tratab
Lentamente, el joven musculoso iba retrocedie
Para su sorpresa, comprendió que es
hombre flacucho y hasta esmirriado. Sólo po
oportunidad de atacar. Se veía obligado a inve
y ya sangraba por media docena de heridas
moriría en aquel lance.
—¡Por el Señor del Montículo, no! —dijo
retroceder; el entrechocar del metal retumbaba
De pronto, el pie de Conan fue a dar c
resbaló estrepitosamente, y quedó tendido so
pupilas. Mientras se esforzaba por respirar, v
8
ara ser recogida. Él había visto ya los mismos
ecería el manto de furtividad. Se alzarían los
onos más sólidos habían caído por menos.
on los ojos llenos de horror, y a sus pies cayó
para gritar. Un tropel de niños pasó corriendo
alle, y la multitud salió corriendo hacia el cruce.
unían a la turbamulta sin saber por qué. Conan
la calle, hasta una tienda que su dueño había
usa.
ispersarse y desapareció, y Conan vio que por
, pocos de los cuales aún se movían. Algunos
allá, habían perdido uno o ambos brazos, o la
venía un hombre ataviado con una túnica azul
na espada que tenía una hoja extraña, como
n hilillo de baba le caía de la comisura de los
y volvió a envainarla. Por oro, se recordaba a
timas de un loco. Se volvió para adentrarse en
orriendo de una tienda frente al loco, una cría
ientras corría con pies veloces. Con un rugido,
itó Conan.
gastada vaina de chagrén y avanzó hacia el
detenerse. El loco se detuvo. Visto de cerca, y
eras le daban un aire como de escribano. Pero
años de mirada turbia, y no emitía otro sonido
an en torno de la fruta que los matones habían
aban trazas de razón en aquel hombre, la
espada de otro.
a, ni un tendero que puedas acuchillar por la
metálico. Un grito animal brotó de la garganta
parar el mandoble y, con insólita velocidad, la
cción. Conan dio un salto atrás; la punta del
entre, rasgándole la túnica, y también, como si
cota de malla que llevaba debajo de ésta. Dio
rmitiera atacar, pero el loco le seguía, y con su
ba de acuchillarle con increíble velocidad.
endo.
staba luchando a la defensiva contra aquel
odía parar los mandobles del otro, y no tenía
ertir toda su velocidad y astucia en seguir vivo,
de poca importancia. Se le ocurrió que quizá
o gritando—. ¡Crom y acero! —Pero tuvo que
a en sus oídos.
con una ciruela abandonada a medio comer y
obre sus espaldas; danzaban lucecitas en sus
vio que la ondulada arma del loco se alzaba
8
para segarle la vida. Pero no pensaba dejarse
para esquivar la acometida del otro. Rodó po
apoyando la espalda en una pared. El loco fue
El aire se llenó de un zumbido como de a
una almohadilla de alfileres. Conan parpadeó.
una veintena de arqueros de negra capa. No
lejos por segunda vez sus saetas, pues, pese
mera hendedura que profería un inarticulado
contra el corpulento cimmerio.
Girando un palmo, el arma de Conan d
caer al suelo ruidosamente. Los guardias le ar
y más saetas, el loco acabó por caer. Por un
locura se desvaneció, y ocupó su lugar otra de
empedrado de la calle. Lentamente, con las ar
cadáver.
El corpulento cimmerio devolvió su pr
disgusto. No tendría que limpiarle ni una sola
había derramado era la suya, y cada una de
escocía con aquella vergüenza. El único ata
espada que le había sido arrojada, podría habe
Un guardia agarró al muerto por el hom
flechas se astillaron con las baldosas de la call
—Calma, Tulio —dijo otro con un gru
descontarán de la soldada. Oh...
—¡Por el Trono Negro de Erlik! —farfulló
El grupo de hombres armados dio un pas
nadie convenía ser hallado cerca de un noble
algo que ver con su muerte; no importaba q
tomar extraños giros en lo que a los nobles con
El canoso sargento de la Guardia, en
armadura, una cicatriz palidecía hasta la lividez
—¡Ahora ya no podemos hacer nada, Tu
El mentado guardia comprendió de pront
salto; sus ojos se movían frenéticamente.
—Cubre con tu capa a este..., este n
¡Vamos, hombre!
Tulio le obedeció con reluctancia. El sarg
—¡Abydius, Crato, Jocor, Naso! ¡Cogedle
que queréis dejarlo aquí hasta que las moscas
Los cuatro mentados avanzaron, murm
sargento se alejó por la calle, y los que carg
rapidez de que eran capaces, y detrás de ést
para mirar por segunda vez a Conan.
—Te has vuelto lento con los años, ¿eh,
Conan se volvió, y la airada respuesta m
se apoyaba en uno de los puestos de venta.
—Todavía soy más rápido que tú, Hordo,
El barbudo, que era casi tan alto como
Un tosco parche de cuero le cubría el ojo izq
parche, le atravesaba toda la mejilla, forzaba
aunque en aquel momento la otra mitad tam
pendía de cada una de sus orejas, pero, en
gastado sable y la daga, que llevaba en el cintu
9
e morir. En lo más profundo de sí halló fuerzas
or la calle frenéticamente, y al fin se levantó
e tras él.
avispones irritados, y el loco pareció de pronto
La Guardia de la Ciudad había llegado por fin:
se acercaron al loco, sino que le arrojaron de
a sus heridas, seguía en pie. Su boca era una
aullido sediento de sangre; arrojó la espada
detuvo en su vuelo la extraña arma, y la hizo
rrojaron flechas de nuevo. Atravesado por más
n fugaz instante, mientras caía, la mirada de
e indecible horror. Cayó de bruces, muerto, al
rmas dispuestas, los soldados se acercaron al
ropia espada a la vaina con un gruñido de
a mancha purpúrea. La única sangre que se
e sus heridas, por insignificante que fuera, le
aque que había parado limpiamente, el de la
erlo parado una niña de diez años.
mbro y le dio la vuelta, y como una docena de
le.
uñido—. Recuerda que esas flechas nos las
Tulio—. ¡Es Lord Melius!
so atrás, dejando a Tulio solo con el cuerpo. A
muerto, sobre todo si uno mismo había tenido
qué hubiera hecho. La Justicia del Rey podía
ncernía.
n cuya nariz, visible bajo el morrión de su
z, escupió a un lado del cadáver.
ulio!
to que estaba solo al lado del cadáver y dio un
noble señor —siguió diciendo el sargento—.
gento empezó a gritar a otros hombres.
e por los brazos y las piernas! ¡Vamos! ¿O es
s se lo coman?
murando al tiempo que alzaban el cuerpo. El
gaban con el cuerpo le siguieron con toda la
tos el resto de la tropa. Ni uno solo se volvió
cimmerio? —le gritó una voz áspera.
murió en sus labios cuando vio al barbudo que
, viejo ladrón de perros.
Conan, y más corpulento que éste, se irguió.
quierdo, y una cicatriz que, desde debajo del
a a la mitad de su boca a perpetua sonrisa,
mbién sonreía. Una pesada arracada de oro
n el caso de que tentaran a los ladrones, su
urón, les disuadirían.
9
—Quizá lo seas, Conan —dijo—. Pero
lecciones de esgrima de algún noble de media
Aghrapur para emplearte como soldado del rey
Hordo era un amigo, aunque no siemp
conocieran, aquel tuerto, y una cuadrilla de
estacas del tormento en las llanuras zamoria
pelirroja conocida como el Halcón Rojo. Más t
Montes Kezankios, en busca de un tesoro r
habían podido huir de allí con vida. Dos veces
busca de riquezas, y en ambas ocasiones hab
una gran juerga en los burdeles más cercano
nuevo tropezarían con una oportunidad para ha
—Y lo hice —respondió Conan—, pero
de Turan.
—Apuesto a que tendrías problemas por
Ya te conozco.
Conan se encogió de hombros. Al parec
de las mujeres. Pero ¿hay algún hombre que n
—¿Y qué mujer te obligó a ti a huir de
dirigías un mesón de tu propiedad junto con u
volverías a pasar nada de contrabando, como
Sultanapur, como no fuera para ser incinerado
—Fue por Karela. —El tuerto, azorado
barba—. Yo no podía rendirme antes de dar c
mujer desistir de regañarme para que lo dej
espectáculo. Decía que la gente murmuraba y
de que algo andaba mal en mi cabeza. No con
un hombre que no estaba bien del seso. Ella n
le dije adiós y me fui sin mirar atrás.
—¿Y sigues buscando a Karela?
—No ha muerto. Estoy seguro de que
patético apremio en la mirada—. No he oído n
Sí, lo sabría. ¿Has sabido algo de ella? ¿Lo qu
La angustia se reflejaba en la voz de
efecto, había sobrevivido a la expedición en lo
también tendría que contarle cómo la había
entre una cuadrilla de esclavas, de camino h
podía explicarle que por aquel entonces sólo le
la bolsa, que ni de lejos alcanzaban a paga
redondeados senos en Turan. Podía incluso
obligado a formular: que jamás levantaría una
orgullosa aquella Karela. O por lo menos lo ha
ningún rastro de ella, era más que probable q
voluntad, y estuviera bailando ahora para el pl
lo contaba, quizá se viera obligado también a m
se había llamado a sí mismo «perro fiel de Kar
—La vi por última vez en los Kezankios
logró salir viva de las montañas. No había cua
ella mientras conservara su espada.
Hordo asintió con un profundo suspiro.
La gente se atrevía ya a volver a aque
donde habían recibido la muerte. Aquí y allá
cadáver de su marido muerto o de algún niño.
1
o ¿qué haces en Nemedia, aparte de tomar
ana edad? La última vez que te vi, ibas hacia
y Yildiz.
pre lo hubiera sido. Poco después de que se
e bandidos, habían atado a Conan a cuatro
as, siguiendo órdenes de Karela, una bandida
tarde habían cabalgado todos juntos hacia los
robado por el brujo Amanar. A duras penas
s más habían vuelto a encontrarse, ambas en
bían ganado tan sólo lo suficiente para correrse
os. Conan no pudo evitar el preguntarse si de
acerse con oro.
hará algo más de un año que dejé el servicio
r culpa de alguna mujer —dijo Hordo, riendo—.
cer, siempre había tenido problemas por culpa
no los tenga?
e Sultanapur, Hordo? Cuando nos separamos
una rolliza esposa turania, y jurabas que jamás
o no fueran dulces, ni saldrías nunca más de
o en tu pira funeraria.
o, bajó el tono de voz. Se mesó la frondosa
con alguna noticia de ella, y tampoco podía mi
jara. Dijo que me estaba convirtiendo en un
y se reía de mí a mis espaldas, y corría la voz
nsentía que se dijera que se había casado con
no iba a desistir, ni yo tampoco, así que un día
e vive. —Agarró a Conan por el brazo, con
nada de ella, pero si hubiese muerto lo sabría.
ue sea?
Hordo. Conan sabía que el Halcón Rojo, en
os Kezankios. Pero si se lo contaba a Hordo,
visto por última vez: desnuda y encadenada
hacia la lonja donde sería subastada. Conan
e quedaban unas pocas monedas de cobre en
ar lo que vale una esclava de ojos verdes y
recordarle aquel juramento que ella le había
mano para salvarla del peligro. Era una mujer
abía sido. Pues, si Hordo no había encontrado
que el látigo hubiera acabado por domeñar su
lacer de algún dueño de ojos oscuros. Y, si se
matar a su viejo amigo, el hombre que siempre
rela».
—dijo sin mentir—, pero estoy seguro de que
adrilla de montañeses que pudiera medirse con
ella calle, mirando los cuerpos que yacían allí
á, alguna mujer caía entre gemidos sobre el
10
Conan miró alrededor, en busca de la
abigarrados rollos de tela, en un puesto de ven
muerto, o se hallara entre la atónita muchedum
su serpentina hoja de la sangre casi seca ya co
Alzó el arma y la sopesó. Los gavilanes
que delataba su antigüedad, y el recazo deco
palabra alguna. Pero, en cualquier caso, el qu
su oficio. Parecía que se convirtiera en un
extensión de su espíritu. Aun así, le venía a
había matado. Hombres. Mujeres. Niños. Acuc
en que hubieran sido alcanzados en su huida.
arrastraban. Las imágenes volvían, vividas, a
frío y de su sangre.
Soltó un gruñido asqueado. Una espada
tenía el acero. Pero, con todo, no la conserva
demasiado valiosas como para menosprec
monedas de plata a su bolsa demasiado ligera
—¿Te la vas a quedar? —dijo Hordo sor
y niños. —Escupió, e hizo con la mano el signo
—No lo suficiente como para no venderla
Se quitó la capa adornada con pieles que
la espada. Su arcaico diseño la hacía fác
inteligente exhibirla, tras todas las muertes que
—¿Andas corto de monedas? Puedo dar
—Con la que tengo me basta. —Conan v
pagarse cuatro días de posada. Dos semana
cuándo eres tan rico que puedes permitirte
bandidaje, o es que te dedicas de nuevo al con
—¡Chist! —Hordo se le acercó, mirando
había oído—. No hables en voz alta de con
cimmerio podía oírle—. Lo castigan ahora con
recompensas por información dada que tentarí
—Entonces, ¿por qué te dedicas a ello?
—Yo no he dicho que... —El tuerto se
Hanumán! Sí, a ello me dedico. ¿Es que no tie
de esta ciudad? Los aranceles cuestan más q
labrarse una fortuna. Si vive lo suficiente.
—¿Quizá necesitas un socio? —dijo Con
—Esto no es lo mismo que en Sultanap
pasa por las Aduanas del Rey son introducidos
—¿En toda Nemedia? —respondió Cona
—Sí. Tengo entendido que es así desd
respecta, sólo llevo un año aquí. Son tan ce
tocante a admitir nuevos miembros y dejar qu
mis órdenes a través de un hombre que las
seguramente, las recibe a su vez de algún otr
introducirte, pero no puedo prometerte nada.
—No deben de ser tan cerrados —exclam
unieras a ellos tras vivir aquí sólo un año.
Hordo ahogó una risilla, y se frotó la anch
—Yo soy un caso especial. Estaba en K
había oído un rumor de que..., bueno, no vi
Hassán, que trabaja en la sucursal kothia de
1
espada del loco. Yacía sobre un montón de
nta. El propietario no estaba allí; quizá hubiera
mbre. El cimmerio recogió la espada, limpiando
on uno de los rollos de damasco amarillo.
s habían sido trabajados con filigrana de plata
orado con caligrafías en las que no reconocía
ue forjara la espada había sido un maestro en
na extensión de su brazo. Mas no, en una
la mente el recuerdo de los que aquel arma
chillados por la espalda, o de cualquier forma
. Atravesados y heridos de muerte mientras se
a su memoria. Casi sentía el olor de su sudor
a era una espada, y nada más. Ninguna culpa
aría. Se la llevaría, eso sí —las espadas eran
ciarlas—, y con su venta añadiría algunas
a.
rprendido—. La hoja está mancillada. Mujeres
o que aleja el mal.
a —respondió Conan.
e llevaba sobre los hombros y envolvió en ésta
cilmente reconocible. Tal vez no fuera muy
e acababa de causar en Belverus.
rte algo de plata, si la necesitas.
volvió a sopesar mentalmente su bolsa. Podía
as durmiendo en caballerizas—. Pero ¿desde
e ofrecer plata? ¿Has vuelto al negocio del
ntrabando?
en derredor con su único ojo por si alguien les
ntrabando —dijo en voz tan baja que sólo el
n el empalamiento lento, y la corona paga tales
ían hasta a tu abuela.
e frotaba las nudosas manos—. ¡Piedras de
enes ojos ni oídos, que no conoces los precios
que las mercancías. Un contrabandista puede
nan descaradamente. Hordo dudaba.
pur. Cada barril de vino o rollo de seda que no
s por una única sociedad.
an con incredulidad.
de hace más de dos años. Por lo que a mí
errados como el puño de un miserable en lo
ue éstos conozcan su organización. Yo recibo
recibe de otro al que nunca he visto, y que,
ro. —Negó con su pesada cabeza—. Intentaré
mó Conan—, puesto que han permitido que te
ha nariz con su dedo espatulado.
Koth, en una taberna de Khorshemish, porque
iene al caso contártelo ahora. Un camarada,
la sociedad, me oyó hacer preguntas. Había
11
oído hablar del Halcón Rojo, y su admiración
había cabalgado a su lado, me ofreció un trab
estaba a punto de hacerme una sopa con el
Hassán estuviera aquí, no tendría ningún pro
en Koth.
—Es extraño que no te diera trabajo
Conan—. Bueno, no importa. Tú haz lo que pu
—Voy a intentarlo —dijo Hordo. La luz d
hizo bizquear, y se volvió bruscamente—. Esc
sociedad, ya me entiendes. Te invitaría para
camino, pero a ellos no les gusta la gente que
—Tenemos mucho tiempo.
—Claro. Mira. Ven a buscarme al Mes
Lamentos, tras Puerta del Infierno, media clep
palmeó a Conan en el hombro—. Iremos
emborracharemos de paso.
—De punta a punta —dijo el cinurerio asi
Después que se fuera el tuerto, Conan
envuelta en la capa, y se detuvo. Una lite
purpúreas, cuyo armazón y cuyas varas late
aparecido en la calle, y el gentío y aun los ma
litera en sí no le llamaba la atención —había
gordos mercaderes o esbeltas aristócratas—,
había apartado, dejando a la vista una mujer e
sus ojos asomaban. Y habría jurado que aq
instante, le habían mirado. No, no le habían mi
Bruscamente la cortina volvió a correrse,
pues los porteadores se fueron rápidamen
cimmerio.
Mientras movía la cabeza pensativo, C
gentío. Ño era una buena manera de empeza
Hordo, no conocía a nadie. Agarrando con má
capa, se fue a dejar pasar el tiempo hasta la
Aprendería tanto como pudiera de la ciudad do
CAPITULO 2
La Calle de los Lamentos era la primera
donde la gente luchaba con uñas y dientes po
con la desesperación que da la certeza que,
calle, sus hijos acabarían por hundirse en
huyendo de Puerta del Infierno, y se detenían
Oreja Cortada, porque temían adentrarse m
ignoraban el hedor, que cada vez que soplaba
habían alejado de aquel lugar. Los que de ve
detenían en la Calle de los Lamentos, siquier
unos pocos entre los menos.
En una calle tal, casi todo el mundo qu
bocacalle, tras el próximo amanecer, lo que q
Lamentos era un carnaval frenético, furioso.
cítaras y sus flautas, interpretaban una música
saturaban el ambiente, risas chillonas, borra
bolas y aros, bastones y dagas brillantes eje
1
n por ella no tenía límites. Cuando supo que
bajo aquí en Belverus. Yo, en aquel momento,
cinturón para tener cena, así que acepté. Si
oblema en lograr que te aceptaran, pero sigue
allí, si tanto admira al Halcón Rojo —rumió
uedas. Yo ya me las apañaré.
del sol, que ya había sobrepasado su cénit, le
cucha, hay algo que debo hacer. Es cosa de la
a que pudiéramos contarnos mentiras por el
no conocen.
són del Buey Corneado, en la Calle de los
psidra o algo así después del ocaso. —Rió, y
de una punta a otra de la ciudad y nos
intiendo.
n se volvió, llevando bajo el brazo la espada
era adornada, oculto su interior por cortinas
erales eran de color negro y dorado, había
atones se apartaban con respeto a su paso. La
visto otras en las calles, en las que viajaban
, pero, al tiempo que se volvía, la cortina se
envuelta en velos grises entre los que tan sólo
quellos ojos, aunque sólo fuera por un breve
irado. Le habían observado con odio.
, y, al parecer, alguien debió de dar una orden,
nte por la calle, alejándose del corpulento
Conan vio como la litera desaparecía entre el
ar en Belverus: imaginando cosas. Aparte de
ás firmeza el bulto que llevaba envuelto en la
hora en que debía encontrarse con el tuerto.
onde esperaba forjarse un futuro.
que había tras Puerta del Infierno. Era la calle
or no caer en el calderón de la morralla; sabían
aunque ellos lograran permanecer en aquella
el lodazal. Unos pocos habían llegado allí
n una vez se veían a salvo tras la Calle de la
más en una ciudad que no comprendían, e
a viento del sur les recordaba lo poco que se
erdad escapaban de Puerta del Infierno no se
ra por un día, por una hora. Pero éstos eran
uiere olvidar lo que le aguarda tras la próxima
quedó atrás hace mil noches. La Calle de los
Los músicos callejeros, con sus laúdes, sus
a enloquecida que competía con las risas que
achas, histéricas, forzadas. Malabaristas con
ercían su arte ante las rameras que hacían la
12
calle, medio desnudas —sólo se cubrían con u
y sandalias de tacón alto— y exhibían su
moneda. Sus más lascivos contoneos, las má
daban, iban dirigidas, sin embargo, a los lujurio
Alta, que destacaban tanto entre el gentío
identificaran, y habían ido hasta allí para pres
más profundo de las depravaciones de Puert
risas.
El Mesón del Buey Comeado respondía
calle. En uno de los extremos de la taberna, q
en la que tres mujeres rollizas ataviadas con s
ritmo de sibaríticas flautas. Los hombres q
ignoraban, ocupados en beber, o en jugar a la
color de cobre, que llevaba como único atuend
vueltas en torno al cuerpo, dejando al desc
sonreía persistentemente a un gordo corinthio
como tratando de calcular su precio al tacto.
Otra prostituta, que tenía el cabello de u
anchura de los hombros de Conan y se aju
grandes y redondeados senos. Se acercó a él
los labios, y se detuvo frunciendo el ceño en d
cabeza. Conan no veía a Hordo entre la turb
mujeres en cuanto se hubieran encontrado.
Había una joven en la taberna que des
sentada cabe la pared, y no había ni tocado la
que fuera la única que miraba a las bailarina
sobre los hombros, sus ojos castaños y sus
que frente a ella palidecía la de las mozas
hermandad de aquellas mujeres de la noche.
algodón blanco que la cubría desde el cuello a
se hallaba aquella túnica, que no era llamativa
Calle de los Lamentos, que carecía de los visto
mujeres de la Ciudad Alta que venían a catar
pudiera ser un asesino o incluso algo peor.
Las mujeres para más tarde, se recordó
que llevaba envuelta en la capa, buscó con la m
De entre lo que más parecía un manojo
descarnada que le agarró por la túnica. Una
desdentada.
—Eh, cimmerio, ¿adonde vas con esa ex
Conan sintió que se le erizaba el cabell
como para arrugarse, se cubría con un sucio
cuando hubiera tenido ojos, ¿cómo habría pod
que Conan procedía de Cimmeria?
—¿Qué es lo que sabes de mí, viejo? —
que no puedes ver?
El viejo soltó una risotada estridente, y se
báculo que llevaba.
—Cuando los dioses me los quitaron, m
veo con los ojos, no veo lo que los ojos ven, sin
—He oído hablar de casos semejante
extraños todavía. ¿Qué más me puedes decir d
—Oh, muchas cosas, muchas, joven se
tanto reinas como muchachas del campo, y m
1
unas pocas sedas, brazaletes de latón bruñido
mercancía para cualquiera que tuviese una
ás lúbricas de las caricias que a sí mismas se
osos bien vestidos que procedían de la Ciudad
como si hubieran llevado carteles que los
senciar lo que ellos creían que era el abismo
ta del Infierno. Y sobre todo ello flotaban las
a lo que Conan había esperado de semejante
que apestaba a vino rancio, había una tarima
sedas amarillas sacudían caderas y pechos al
que se apiñaban en torno a las mesas las
as cartas o a los dados. Una zorra de cabello
do una faja de seda azul que le daba un par de
cubierto buena parte de sus rollizas carnes,
de listada túnica, que a su vez le dio un azote
un imposible color rojo, medía con la mirada la
ustaba el dorado sujetador que sostenía sus
l contoneándose, lamiéndose descaradamente
desaprobación cuando el cimmerio negó con la
ba de borrachos; ya habría tiempo de buscar
stacaba entre todas las demás. Estaba sola,
a copa llena de vino que tenía ante sí; parecía
as. Su larga melena negra se le arremolinaba
labios carnosos la adornaban con tal belleza
de partido. Sin embargo, no pertenecía a la
. Lo indicaba a las claras la sencilla túnica de
a los tobillos. Tan fuera de lugar como la mujer
a ni descarada como la de una habitual de la
osos bordados y ricos tejidos habituales en las
r el vicio, y a sudar bajo un hombre que bien
ó a sí mismo. Cambiando de brazo la espada
mirada una mesa vacía.
o de harapos que un hombre, salió una mano
voz endeble y áspera emergió de una boca
xtraña arma asesina?
lo de la nuca. El viejo, demasiado demacrado
o andrajo las cuencas de los ojos. Pero, aun
dido saber qué era lo que la capa envolvía? ¿O
—le preguntó Conan—. ¿Y cómo lo sabes, tú
e tocó el vendaje que le cubría los ojos con un
me otorgaron otras formas de visión. Como no
no... otras cosas.
es —murmuró Conan—. Y visto otros más
de mí mismo?
eñor. Conocerás el amor de muchas mujeres,
muchas también del estado intermedio. Vivirás
13
largo tiempo, y te apropiaras de una corona, y
leyendas.
—¡Sandeces! —gritó Hordo, cuya cabeza
—Me preguntaba dónde estarías —d
cimmerio.
—Se habrá fijado en tu acento bárbaro
pidamos sendas jarras de vino. Conan negó co
—Lo adivinó sin que yo hubiera dicho ni
los años por venir, sino en estas próximas sem
El ciego había estado escuchando con e
perder ni una de sus palabras. Y volvió a sonre
—Si eso es lo que deseas... —dijo.
Alzó la mano, frotándose los dedos c
presentando la palma.
—Soy un hombre pobre, como puedes ve
El corpulento cimmerio introdujo dos ded
ella —más cobre que plata, y en todo caso m
metales—, pero sacó un cabeza—de—reina d
viejo.
Hordo suspiró, exasperado.
—Conozco a un arúspice y tres astról
predicciones mejores que las que puedan hace
El viejo palpó con diligencia las dos caras
—Eres generoso —murmuró. La moneda
mano. La derecha.
—Un leedor de manos que no tiene ojos
mano.
Con la misma rapidez con que habían
recorrieron las líneas que el cimmerio tenía en
viejas heridas. Volvió a hablar, y, aunque su v
desvanecido. Hablaba con fuerza, e incluso co
—Sé precavido con la mujer de zaf
condenación. Sé precavido con la mujer de es
vería morir. Sé precavido con el hombre que
que tiene el alma de arcilla. Sé precavido con l
A Conan le pareció que su voz era más
de su copa de vino cuando empezó a cantar un
—Salva un trono, salva un rey, mata un
que pase, ten en cuenta cuándo huir.
—Éste sería capaz de hacer que se agria
—Y además, apenas si se entiende algo
forma más clara?
El viejo soltó la mano de Conan, encogié
—Si pudiera explicar mis profecías de fo
un palacio, y no en una majada de Puerta del I
Haciendo ruido en el suelo con el bastón
—Pero no olvides mis palabras, Cona
volviendo la cabeza—. Mis profecías siemp
torbellino febril que rugía afuera.
—Viejo necio... —masculló Hordo—. S
astrólogos autorizados. No de estos aprovecha
1
y tu muerte sólo será conocida a través de las
a asomó por encima del hombro del cimmerio.
dijo Conan—. Este hombre sabe que soy
o, y lo ha adivinado. Busquemos una mesa y
on la cabeza.
i palabra. Dime, viejo, ¿qué me espera, no en
manas?
expresión dolida, acercando la cabeza para no
eír con su boca desdentada.
con el pulgar, y luego la abrió de pronto,
er, joven señor.
dos en la bolsa de su cinturón. Poco llevaba en
muy pocas monedas de cualquiera de los dos
de plata y lo depositó en la correosa mano del
logos que te cobrarían la mitad, y te harían
erte en un lugar como éste.
s de la moneda con las yemas de los dedos.
a desapareció entre sus harapos—. Dame una
s —dijo Hordo riendo, pero Conan le tendió la
n examinado la moneda, los dedos del viejo
n la palma, distinguiéndolas de los callos y las
voz era endeble todavía, las risillas se habían
on autoridad.
firos y oro. Por amor al poder sellara tu
smeraldas y rubí. Por el amor que te tiene, te
quiere un trono. Sé precavido con el hombre
la gratitud de los reyes.
s intensa que antes, pero nadie alzó la mirada
n sonsonete:
n rey, o muere. Venga lo que^ venga, pase lo
ara vino nuevo —murmuró Hordo.
o —añadió Conan—. ¿No podrías explicarte de
éndose de hombros.
orma más clara —dijo secamente— viviría en
Infierno.
n, anduvo cojeando hasta la puerta de entrada.
an de Cimmeria —le dijo desde la puerta,
pre son veraces. —Y desapareció entre el
Si quieres buenos consejos, ve en busca de
ados charlatanes.
14
—En ningún momento le he dicho mi nom
Hordo parpadeó, y se limpió la boca con
—Necesito echar un trago, cimmerio.
La ramera de cabello escarlata se levant
ofireo hacia las escaleras que llevaban arriba
vuelta de clepsidra., Conan se dejó caer so
sentara en el otro. Al tiempo que el cimmerio
envuelta en su capa, el tuerto agarró por el b
apenas si llegaba a ocultar sus pálidos senos
muselina verde.
—Vino —ordenó Hordo—. La jarra más g
Ella, hábilmente, logró que su mano la so
—¿Ya les has hablado de mí a tus amigo
Hordo suspiró pesadamente, y negó con
—Se lo he comentado, pero me han r
Conan, y el oro circula en gran cantidad, pero
hombre llamado Eranius, un gordo bastardo y
me ha sermoneado..., ¿me imaginas, a m
inoportunidad de confiar en extraños en estos t
—Da igual —le respondió Conan.
Aun así, le habría gustado volver a tra
recuerdos de sus tiempos de camaradería.
La camarera volvió con dos botas de cue
la cabeza de un hombre, y las dejó sobre la me
Hordo hurgó en su bolsa y sacó dos mon
daba un pellizco guasón.
—Lárgate, muchacha —dijo entre risas—
lo que estás dispuesta a vender.
Ella se fue, frotándose su rolliza nalga
mirada lasciva que no le importaría venderle m
—Yo le he dicho que no eres ningún
hablado mucho de ti, de cuando contrabande
ha escuchado. Me ha dicho que le parecías
¿Puedes imaginar que se cree que yo aceptaré
—No, no puedo imaginarlo —respondió C
De pronto, el cimmerio sintió un ligero ro
su mano, agarró una delgada muñeca y atrajo
Los bucles dorados adornaban su ros
desprovistos de malicia, pero sus exuberantes
seda roja, no engañaban acerca de su pro
monedas de cobre que le ceñía holgadamen
transparente seda roja, que apenas si ocu
redondeadas nalgas. El puño que Conan reten
—He aquí una mujer de zafiros y de
muchacha?
—La próxima vez —le dijo Conan a la jo
lo bastante sobrio como para percatarse de tu
La muchacha esbozó una sonrisa seduct
—Te equivocas. Yo sólo quería tocarte.
como tú, y el herbolario dice que ya estoy com
1
mbre —le respondió Conan suavemente.
el dorso de su mano callosa.
tó de una mesa, y guió a un fornido bandolero
a, donde los cuartos eran alquilados por una
obre un taburete vacío, e hizo que Hordo se
o dejaba sobre la mesa la espada que llevaba
brazo a una camarera de ojos de liebre, que
s y las nalgas con un par de anchas tiras de
grande que tengas. Y dos copas.
oltara y se fue a toda prisa.
os? —le preguntó Conan.
la cabeza.
respondido que no. El trabajo es fácil aquí,
o me veo obligado a seguir las órdenes de un
y bizco que huele a estiércol. Ese asqueroso
mí, aguantando un sermón?..., acerca de la
tiempos peligrosos. Tiempos peligrosos. ¡Bah!
abajar con aquel oso barbudo. Tenía buenos
ero y una tosca jarra de arcilla más grande que
esa. Llenó las botas y tendió la mano.
nedas de cobre para pagarle, al tiempo que le
—, antes que se nos ocurra comprarte más de
a, y sin embargo le indicó a Conan con una
más, si él estaba dispuesto a comprar.
extraño —siguió contándole Hordo—, le he
eábamos juntos en Sultanapur. Ni siquiera me
s un sujeto peligroso. Que me aparte de ti.
é de él una orden de ese tipo?
Conan.
oce cerca de su bolsa. Con un rápido gesto de
hacia sí a su propietaria.
stro de aniñada inocencia, sus ojos azules
s senos, oprimidos por un reducido sostén de
ofesión, como tampoco lo hacía el cinto de
nte las caderas, del que colgaban gasas de
ultaban las curvas de la entrepierna y las
nía se negaba a abrirse.
e oro —dijo Hordo riendo—. ¿Cuánto vales,
oven— no intentes robar a un hombre que está
torpe intentona.
tora, como quien se pone una máscara.
No me venderé muy cara a un hombre guapo
mpletamente curada.
15
—¡El herbolario! —farfulló Hordo con la
encima, Conan! Por esta ciudad corren veintin
ha pasado por una es probable que tenga las o
—Y por eso me lo dice —rumió Conan.
Le apretó un poco más la muñeca. A ella
labios escapó un gritito, y tuvo que dejar caer
tenía libre. Con un gesto, Conan la atrajo toda
espalda, aplastándole los senos contra su eno
su mirada asustada y azul.
—Dime la verdad, muchacha —le orden
cosas a la vez? Dime la verdad, y te soltaré
cobraré lo que vale mi dinero.
Ella se lamió lentamente los labios.
—¿De verdad que me soltarás? —le d
estremeciéndose, le acarició el pecho con los
por fin.
Hordo soltó un bufido de enojo.
—Será una ladrona, pues. De todos mod
—Este juego al que juegas es peligroso,
Ella meneó la cabeza con gesto retador.
—¿Quién se fija en una única ramera
monedas a cada uno, y ellos creen que se las
al herbolario, ninguno de ellos quiere la merc
labios a los de Conan hasta que pudo sentir
pero gozaría mucho pasando una noche en tus
—No eres una puta —dijo Conan, rie
ladrones. Despertaría sin bolsa, sin capa, sin e
Los ojos de la joven echaban destello
inocencia, y se debatió indefensa sin lograr qu
brazo.
—Esta noche no te acompaña la suerte,
La soltó bruscamente. Por un momento
luego, una palmada que le propinó Conan en
chillido, que provocó risas en las mesas cercan
—Lárgate, muchacha —le dijo Conan—.
—Iré a donde yo quiera —replicó ella en
taberna.
Sin prestarle atención, Conan volvió a s
por encima de la bota de cuero, sus ojos se e
parecía estar fuera de lugar. Ella le observa
claramente, sin invitarle a aproximarse. Y estab
Conan habría apostado a que no había en aq
de leer y escribir su propio nombre. Ni tampoco
—Quítatela de la cabeza —le dijo Hord
quien sea, con ese vestido no puede ser una h
—No me importa quién sea —le replicó C
cimmerio tenía que admitir su debilidad por las
que me importa es encontrar empleo antes
mujeres. He pasado el día vagabundeando po
guardias personales. No sacaré de ello tant
trabajado como guardia y tendré que volverlo a
Hordo asintió.
1
a boca llena de vino—. ¡Quítale la mano de
nueve especies distintas de sífilis, y si ésta ya
otras veintiocho.
a, el sudor le perlaba la frente; de sus bonitos
dos monedas de plata en la mano que Conan
avía más hacia sí, retorciéndole el brazo tras la
orme pecho, mientras ella clavaba en sus ojos
nó—. ¿Eres una ladrona, una puta, o ambas
é. Si tratas de mentir, te llevaré arriba y me
dijo, hablando quedo. Conan asintió, y ella,
s senos—. No soy una moza de partido —dijo
dos, apuesto a que tiene la sífilis.
muchacha —dijo Conan.
donde hay tantas? Sólo le quito unas pocas
han gastado bebiendo. Y en cuanto menciono
cancía que ofrezco. —De pronto, acercó sus
su aliento—. No soy una puta —murmuró—,
s brazos.
endo—, pero sí una ladrona. Conozco a los
espada, y quizá incluso sin botas.
os, la ira reemplazó por unos instantes a la
ue la mano de hierro del cimmerio le soltara el
muchacha. Lo presiento.
o ella no se movió, con expresión incrédula;
las nalgas la puso de puntillas y le arrancó un
nas.
Se te ha acabado la suerte.
nojada, y se fue con rapidez a otra parte de la
su vino, del que bebió hasta apurarlo. Mirando
encontraron con los de aquella muchacha que
aba con clara aprobación, aunque, no menos
ba escribiendo algo en un trozo de pergamino.
quella calle ni un puñado de mujeres capaces
o muchos hombres.
do, al ver adonde se dirigía su mirada—. Sea
hija de las calles.
Conan, no del todo sincero. Era hermosa, y el
s mujeres hermosas—. En estos momentos lo
de que no tenga dinero para pagarme más
or la ciudad. He visto a muchos hombres con
to dinero como del contrabando, pero ya he
a hacer.
16
—Es muy fácil encontrar trabajo de ese
solo guardia personal, ahora se hacen rodea
opulentos, como Fabius Palian y Enaro Ostor
servicio. Ésa sí que es una manera de gan
Compañía Libre.
—Eso si tienes oro para ponerla en p
armadura de un solo hombre, imagínate la de t
El tuerto remojó el dedo en un charquito
—Desde que empezaron los alborotos,
armas. Sólo los aranceles que se cobran po
antiguo precio.
—Su mirada se cruzó con la de Cona
suficientes para equipar una compañía sin que
—¿Quieres decir tú y yo, Hordo?
—¡Por las piedras de Hanumán! Si em
amigos, poco me interesa ya el contrabando.
—Pero queda el problema de conseguir
digamos, cincuenta hombres...
—Oro, más bien —dijo Hordo interrumpi
oro por hombre. Conan silbó entre dientes.
—Ni siquiera es fácil ver todo ese oro j
con la cabeza.
—Tú ya me conoces, cimmerio. Me gust
como para que el oro no se me vaya entre las
—¡Ladrona! —gritó alguien—. ¡Hemos co
Conan miró alrededor y vio a la rubi
corpulento barbudo, que iba vestido con una
mirada de comadreja.
—¡La he pillado con la mano en mi bolsa
Por toda la taberna se oyeron risas y com
—Yo ya le había dicho que se había acab
La rubia chilló cuando el barbudo le ar
arrojó al otro hombre más escuálido, que se
forcejeos de la muchacha, éste le arrancó
desnuda ante toda la taberna.
El barbudo agitó con la mano en alto un c
—¿Quién quiere echar los dados por ella
—Vamonos —dijo Conan—. No quiero ve
Cogió la espada, envuelta en la capa, y f
Hordo miró con pesar la jarra de vino de
siguió.
Desde la puerta, Conan echó otra ojeada
algodón. Ésta volvía a mirarle, pero ahora con
motivo. Aunque poco le importaba. Antes q
importantes de que preocuparse. Seguido por
CAPITULO 3
Había oscurecido ya en la Calle de los L
a más, como si moviéndose sin cesar hubiera
1
tipo. Los hombres que hace un año tenían un
ar por cinco. Algunos de los mercaderes más
rian, tienen Compañías Libres completas a su
nar mucho dinero: alquilar a otros tu propia
pie —dijo Conan—. Yo no podría comprar la
toda una compañía.
de vino que se había formado en la mesa.
la mitad de las mercancías que pasamos son
or una buena espada son más altos que su
an—. Si mal no calculo, podríamos robar las
e nadie se diera cuenta.
mpiezan a decirme quiénes pueden ser mis
r plata para las primas de alistamiento. Para,
iéndole—. La tarifa vigente es de un marco de
junto. A menos que... Hordo negó tristemente
tan demasiado las mujeres, el vino y los dados
manos.
ogido a una ladrona!
ia de cara inocente debatiéndose entre un
mugrienta túnica azul, y un individuo alto con
a! —gritaba el barbudo.
mentarios obscenos.
bado su suerte —murmuró Conan.
rrancó el sostén de seda de los pechos y la
e había encaramado a una mesa. Pese a los
el resto de su escaso atuendo y la mostró
cubilete.
a? Los hombres se agolparon a su alrededor.
er esto.
fue hacia la salida.
e la que apenas había empezado a beber, y le
a a la joven ataviada con el sencillo vestido de
n desaprobación. Él se preguntó cuál sería el
que de las mujeres, tenía otras cosas más
Hordo, salió a la calle.
Lamentos, y la agitación de los transeúntes iba
an podido protegerse del frío de la noche. Las
17
putas no se pavoneaban ya sensualmente, sin
acróbatas se contorsionaban y daban volteret
sus huesos, como si hubieran actuado para e
borrachas como única recompensa; pero segu
Conan se detuvo para mirar a un malab
ardientes. Un pequeño grupo de gente que se
Tres llegaban y dos se iban en el mismo mome
noche, podían verse en la calle espectáculos
moneda de cobre de su bolsa y la echó en l
había dejado en el suelo. Sólo otras dos mon
de Conan, el malabarista se volvió de pronto
haciendo malabarismos, como agradecido con
a hacer cabriolas, dando con las piernas en
ardientes, en el centro de los cuales siempre p
Hordo tiró a Conan del brazo, obligando a
—Por una moneda de cobre —murmuró
habría pedido una moneda de plata por darte e
—Esta ciudad se ha vuelto loca —dijo C
aquende el mar de VÜayet. Los pobres son m
las otras ciudades juntas. Los comerciantes
mercader agremiado de Sultanapur, y pase
bancarrota. Una jarra de vino cuesta mas de
malabarista hace su mejor número por una mo
alma que parezca preocuparse por si llegará e
—¿Y quién soy yo para saberlo, cimmer
el trono está maldito, que Garian ha sido maldi
Conan, involuntariamente, hizo con la m
bromear con las maldiciones. Algunos que lo
Ya arrastraban suficientes males en la vida com
—Esa maldición —dijo el cimmerio, al ca
sacerdotes y los astrólogos han hablado de ella
—Nada he oído al respecto —admitió Ho
el mundo lo sabe.
—Piedras de Hanumán —dijo Conan rez
que todo el mundo sabe suele ser mentira. ¿
maldición?
—Sí existe, cimmerio —dijo Hordo, apun
palabras—. En el mismo día en que Garian as
exactamente, un monstruo apareció en las
Parecía un hombre, si es que puedes imagin
derretido. El caso es que muchos que lo vieron
—Un hombre de arcilla —murmuró Cona
—No des importancia a ese viejo y nec
monstruo murió. Pero no fueron los guardi
casernas, quienes lo hicieron. Una vieja, as
lámpara de aceite. El aceite hirviendo lo cu
Guardia de la Ciudad iba a llevarse a la vieja
vecinos de ésta les obligaron a huir. Les arroja
—Ven —le dijo Conan, entrando en una c
—¿Comprendes que nos estamos metien
—Nos siguen. Nos han seguido desde qu
. Quiero saber quién es. Ven por aquí.
1
no que corrían de un posible cliente a otro. Los
tas, desafiando la gravedad y la fragilidad de
el propio rey Garian, y recibían risas hueras y
uían dando volteretas.
barista que hacía su número con seis tizones
renovaba sin cesar estaba mirándole también.
ento en que el cimmerio se detuvo allí. Aquella
mejores que un malabarista. Conan sacó una
la gorra que aquel hombre de manos rápidas
nedas la habían precedido. Con gran sorpresa
o hacia él, inclinándose al tiempo que seguía
n un cliente generoso. Al incorporarse, empezó
n el aire, trazando círculos con sus bastones
parecían hallarse sus pies.
al musculoso joven a seguir calle abajo.
asqueado el tuerto—. Hubo tiempos en que te
ese espectáculo. O quizá más.
Conan—. Nunca había visto tantos mendigos
más pobres, y más numerosos, que en tres de
s fijan precios que harían atragantarse a un
ean rostros en los que llevaban escrita la
e media cabeza—de—reina de plata, pero un
oneda de cobre. Todavía no he visto una sola
el mañana. ¿Qué ocurre aquí?
rio? ¿Un erudito? ¿Un sacerdote? Se dice que
ito por los dioses.
mano el signo que aleja el mal. No se debe
vieron se alejaron de aquel joven corpulento.
mo para acercarse al que perturbaba a éste.
abo de un rato— ¿es real? Quiero decir si los
a, si la han confirmado.
ordo—. Pero se cuenta en cada esquina. Todo
zongando—. Tú sabes tan bien como yo que lo
¿Existe alguna prueba de la presencia de esa
ntando a Conan con el dedo para subrayar sus
scendió al Trono del Dragón, en el mismo día
calles de Belverus. Mató a más de veinte.
nar un hombre hecho de arcilla y luego medio
n dijeron que era la viva imagen de Garian.
an, recordando la profecía del ciego.
cio ciego —le aconsejó Hordo—. Además, el
ias de la ciudad, siempre amantes de sus
sustada hasta casi enloquecer, le arrojó una
ubrió. Sólo quedó un montón de cenizas. La
a para «interrogarla», según dijeron, pero los
aron orinales.
calleja. Hordo vaciló.
ndo en Puerta del Infierno?
ue salimos del Buey Corneado —dijo Conan—
18
La calle era cada vez más angosta y to
Lamentos no tardaron en quedar atrás. El olor
fuerte. El suelo no estaba empedrado. No oían
grava y de su propio aliento. Avanzaban en la
alguna ventana lo bastante elevada como para
—Habla —dijo Conan—. Cuéntame cualq
—Ahora dice que hable —masculló
pesadamente—. Es un rey. ¿Qué más te p
gustaban más a ti la última vez que nos vimos.
—Y siguen sin gustarme. Pero habla.
como para andar con sigilo, aunque nos hallem
Llevó la mano al sable. Un destello de lu
rostro; sus ojos parecieron centellear en la osc
animal cazador.
Hordo pisó algo que hizo un ruido como d
—¡Por los huesos y las entrañas de V
Bueno, al menos se libró de los brujos. Me gus
—¿Cómo lo hizo? —le preguntó Conan,
pudieran llegarle de detrás que a la respues
grava?
—Oh, tres días después de subir al trono
la corte. Gethenius, su padre, los había tenido
nadie lo que iba a hacer. Algunos hechiceros
demás... Garian dio órdenes a los Leopard
medianoche. Al alba, todos los brujos que q
fuera de la cama y decapitados. Garian dijo
brujos, y que podrían conservar sus bienes. L
descubrir que preparaba su muerte, eran char
a los pobres, incluso a los de Puerta del Infiern
—Qué interesante —dijo Conan, ausente
En la oscuridad, sus agudos ojos distin
adelante había un callejón transversal. ¿Y má
había tropezado con lo mismo que acababa de
—Sigue contándome —le dijo.
Se oyó el roce del metal contra el cuero,
espada.
El tuerto enarcó las cejas al ver lo que
arma también. Ambos avanzaron con la espad
—Volvamos a lo de la maldición —le dijo
enfermó una semana después de la siembra
guardar cama, dejó de llover. Llovía en Ofir
Cuanto más empeoraba Gethenius, cuanto m
sentarse en el trono, más empeoraba la sequía
estaban áridos como huesos resecos. Y nad
que llegó el tiempo de la siega. Dime que eso n
Llegaron al callejón transversal. Conan
Hordo con un gesto que siguiera adelante. E
principal, y su voz se fue perdiendo en la lejaní
—Como no hubo cosecha, Garian com
para poder pagarlo. Los necios bandoleros d
carromatos cargados de grano, y tuvo que
contratar más guardias para los carromatos,
1
ortuosa, y la luz y las risas de la Calle de los
r a asaduras y a orina se volvía cada vez más
n otro sonido que el del roce de sus botas en la
a oscuridad, interrumpida tan sólo por la luz de
a que su dueño se sintiera a salvo.
quier cosa. ¿Qué clase de rey es Garian?
Hordo—. Bel nos proteja de... —Suspiró
puedo decir? No me gusta ningún rey. Ni te
.
Estamos borrachos, y demasiado aturdidos
mos en Puerta del Infierno, en plena noche.
uz, procedente de una ventana, se reflejó en su
curidad como los de un animal del bosque. Un
de fruta madura aplastada bajo sus botas.
Vara! Vamos a ver. Hablábamos de Garian.
stan más los reyes que los brujos.
, aunque estaba más atento a los sonidos que
sta. ¿Aquello que oía era un pie que pisaba
o hizo ejecutar a todos los brujos que había en
o por docenas en palacio. Garian no le dijo a
se fueron, dando una u otra excusa, pero los
dos de Oro tres clepsidras después de la
quedaban en palacio habían sido arrastrados
o que los que habían huido eran verdaderos
Los que, al contrario, ni siquiera habían podido
rlatanes y parásitos. Hizo distribuir sus bienes
no. La última cosa buena que hizo.
e.
nguían bien entre las sombras. Vio que más
ás atrás? Sí. Oía los murmullos de alguien que
e ensuciar las botas de Hordo.
, pues el cimmerio acababa de desenvainar la
hacía Conan, y seguidamente desenvainó su
da meciéndose en la mano.
o Hordo con aire de indiferencia—. Gethenius
a, y, desde el mismo día en que empezó a
r. Llovía en Aquilonia. Pero no en Nemedia.
más se acercaba para Garian el momento de
a. El día en que ascendió al trono, los campos
da más que huesos resecos produjeron hasta
no prueba la presencia de una maldición.
se escondió en sus sombras, indicándole a
El fornido hombre tuerto siguió por la calleja
ía.
mpró grano a Aquilonia, y subió los aranceles
de la frontera empezaron a pegar fuego a los
subir todavía más los aranceles para poder
y comprar más grano, que los necios de la
19
frontera siguen quemando. Los aranceles alto
verdad que...
Conan aguardaba, escuchando. Pensó
todavía sentía su corrupción, aun a través de
pared. Los pasos que les seguían se acercaro
estaba seguro de que se trataba de una única
Una figura delgada, envuelta en una
momento en la oscuridad, atenta a las pisadas
Conan dio un rápido paso adelante, y con la
individuo. Lo arrojó contra la pared. Entonc
Poniéndole el arma en el cuello, arrastró al s
boquiabierto al verle la cara. Era la muchach
Buey Corneado.
Había miedo en sus grandes ojos castañ
—¿Piensas matarme? Supongo que ere
abandonas con tanta ligereza.
—¿De qué estás hablando? —dijo él
muchacha? —Le hubiera costado creerlo, pero
—Claro que no —replicó ella—. Soy poe
el pescuezo, ¿podrías apartar esa espada? ¿
yo me fui? ¿Tienes la más mínima idea?
—¡Crom! —murmuró Conan, confuso an
la espada de ella.
La muchacha se estremeció aparatosam
—Estaban echando los dados para sab
Todos los hombres iban a tener el suyo. Y, en
en las nalgas hasta que parecieron ciruelas ma
—¡La ladrona rubia! —exclamó él—. E
decir que me has seguido a Puerta del Infierno
—No sabía que fueras a Puerta del Infie
impulsos. Pero ¿qué te importa a ti adonde va
soy tuya. ¡Esa pobre muchacha! ¡Después q
comprensión por ella, pensé que podías se
violento, pero...!
—¿Sabías que aquella moza era una lad
La muchacha se puso a la defensiva.
—También tiene que vivir. No creo que
hay gente pobre y hambrienta. A ti no te pasa
y...
—¡Cállate! —gritó él.
E inmediatamente bajó la voz, echando
callejón. A nadie le conviene llamar la aten
Cuando se volvió hacia la muchacha, ésta le e
—Conozco bien la pobreza —dijo Con
ladrón. Ya conocía todo eso antes de tener eda
—Lo siento —se disculpó ella lentament
no sólo lo decía por lo que acababa de grita
pasado en su juventud.
—Y en cuanto a la muchacha..., desperd
le había acabado la suerte, y en efecto, si yo
viste lo que hizo después.
—Quizá debí hablarle en el mismo mome
2
os son buenos para el contrabando, pero de
ó en desenvolver la espada del loco, pero
la capa. La dejó tras de sí, apoyada contra la
on, se aceleraron, luego vacilaron. Pero ahora
persona.
capa, entró en el callejón, y se detuvo un
s ya casi inaudibles de Hordo que se alejaban.
mano izquierda agarró por el hombro a aquel
ces, pudo respirar de nuevo ruidosamente.
sujeto hasta un lugar donde había luz. Quedó
ha que parecía estar tan fuera de lugar en el
ños, pero habló con voz serena.
es capaz de matar a una mujer, puesto que las
ásperamente—. ¿Trabajas con salteadores,
o cosas más extrañas había visto ya.
etisa. Me llamo Ariane. Si no me vas a rebanar
¿Te imaginas lo que estaban haciendo cuando
nte aquel torrente de furia. Sin embargo, apartó
mente, y clavó en él la mirada.
ber quién gozaría del primer... turno con ella.
ntretanto, la paseaban entre todos, zurrándola
aduras.
Estás hablando de la ladrona rubia. ¿Quieres
o sólo para decírmelo?
erno —le dijo ella, airada—. Yo obro según mis
aya yo? No soy una esclava. Por cierto que no
que la soltaras, pensé que mostrarías cierta
er distinto de los demás pese a tu aspecto
drona? —dijo él, cortándola.
sepas por qué la gente empieza a robar, que
a eso, porque tienes tu espada, tus músculos,
una rápida mirada en ambas direcciones del
nción en un lugar como Puerta del Infierno.
estaba mirando fijamente, boquiabierta.
nan suavemente—, el hambre, y la vida del
ad para rasurarme las barbas.
te, y Conan tuvo la irritante sensación de que
arle, sino también por el hambre que él había
dició la oportunidad que yo le di. Le dije que se
o la pillaba es que se le había terminado; y ya
ento de verla —dijo Ariane con un suspiro.
20
Conan meneaba sorprendido la cabeza.
—¿Qué clase de mujer eres? Dices que
los Lamentos para preocuparte por los ladrone
hablas con acentos de noble. Me sigues hasta
desde lo más profundo de su pecho—. Cuando
de los Lamentos, y que Mitra proteja de ti a los
Una luz amenazadora se encendió en los
—En efecto, soy poetisa, y buena adem
vestir? Supongo que preferirías que me cu
sinuosas y estrechas, como...
Conan le tapó la boca con una mano, p
Los ojos de la muchacha eran grandes, y clar
acero que sale de la vaina.
Empujando a la muchacha adentro del
para hacer frente al primero que arremetía con
mismo gesto de desenvainar.
El primero de los tres que le seguían tro
espada de Conan en la articulación de cuello
llegó un chillido que terminó en gorgoteo, y un
al cimmerio que Hordo se unía a la refriega. E
en guardia, tratando de ver, nerviosamente, e
perder de vista al corpulento joven.
De pronto Conan gritó, y se irguió como
Su oponente levantó la espada con la intenció
encontraron cara a cara; el arma del cimmerio
Contempló los ojos del moribundo, y aun en la
acompaña a la certeza de la proximidad de la
cadáver y la limpió con la capa de éste.
—¿Estás herido, Conan? —le preguntó
que yacían desparramados por el angosto calle
—Sólo me limpiaba la... —Un hedor r
¡Crom! ¿Qué es esto?
—He resbalado con algo —replicó Hordo
volver. ¿Quién es esa mujerzuela?
—No soy una mujerzuela —dijo ésta.
—Se llama Ariane —le explicó Conan
escondía una daga pequeña, de buena calidad
empleado contra mí, muchacha.
—La tenía —replicó ella—. Tal vez pens
amigos tuyos?
—Bandidos —contestó él, con un bufid
examinar uno de los cadáveres.
—Quizá deberías echarles una mirada,
Puerta del Infierno.
—Pues será que pertenecían a la alta s
arrugó la nariz—. Hordo, en cuanto hayam
Lamentos, tendrás que buscar unos baños pú
jarana conmigo.
Hordo masculló algo entre dientes.
—Si no es necesario que se trate exacta
decir Ariane, y luego se detuvo, mordiéndose
cabeza—. Todo irá bien —dijo, medio para
2
una poetisa. Vas a una taberna de la Calle de
es. Vistes como la hija virgen de un tendero, y
a Puerta del Infierno para reprenderme. —Rió
o Hordo vuelva, te escoltaremos hasta la Calle
s rateros y mozas de partido.
s ojos de la muchacha.
más. ¿Y qué hay de malo en mi manera de
ubriera tan sólo con algunas fajas de seda
para que no respirara mientras él escuchaba.
ros. Volvió a oírse el mismo rumor. El roce del
estrecho y oscuro callejón, Conan se volvió
ntra él. El cimmerio le rebanó el gaznate con el
opezó con el cuerpo caído, y chilló al sentir la
o y hombro. De detrás de aquellos hombres
n grito de «¡Por el Halcón Rojo!» le hizo saber
El hombre que se enfrentaba a Conan se puso
el combate que tenía lugar a sus espaldas sin
o yendo a asestar un mandoble desde arriba.
ón de pararlo. Conan arremetió entonces y se
o sobresalía un palmo de la espalda del otro.
a oscuridad veía en ellos la desesperación que
muerte. Sólo la muerte. Extrajo la espada del
Hordo, pasando como pudo entre los cuerpos
ejón.
repugnante llenó las narices del cimmerio—.
o con amargura—. Por eso he tardado tanto en
n. Enarcó las cejas al ver que la muchacha
d según se veía, entre sus ropas—. No la has
sé que no me haría falta contigo. ¿Éstos son
do de enojo. Hordo se incorporó, después de
, Conan. Van muy bien vestidos para ser de
sociedad de Puerta del Infierno. —El cimmerio
mos llevado a Ariane hasta la Calle de los
úblicos. Vaya, al menos si pretendes seguir de
amente de unos baños públicos... —empezó a
indecisa el labio inferior. Al fin, asintió con la
sí misma—. Hay una posada que se llama
21
Mesón de Thestis, una vez termina la Calle
como invitados míos, por esta noche al menos
—¡Thestis! —exclamó Hordo—, ¿quién
llama como la diosa que protege la música y ar
—Yo —replicó Ariane con cierta aspere
vino serán gratuitos, aunque se espera que
comprenderéis cuando lo veáis. ¿Y bien? ¿Va
que reúnas las dos monedas de plata que cues
—¿Por qué nos ofreces esto? —pregunt
minuto o dos.
—Me interesáis —se limitó a contestar A
Hordo rió con disimulo, y Conan tuvo qu
mejor para poder ir a darle un pisotón. El cimm
espada que llevaba envuelta en la capa.
—Vamonos de aquí —dijo—, antes que a
Desanduvieron rápidamente el camino an
CAPITULO 4
Albanus, enfadado, se ajustó el cinto d
alfombrada antecámara de sus aposentos. La
en la que unos bajorrelieves contaban la vida
de Nemedia del que Albanus decía descende
contaminación de ninguna otra sangre.
El noble de aquilina faz había dado órden
llegado los dos hombres que esperaba. Ni Veg
absoluto. La sobrevesta del militar, adornada
arrugada y húmeda de sudor, mientras que al j
—¿Qué habéis descubierto? —les pregu
Demetrio se encogió de hombros, y asp
aromáticas.
Vegentius sintió ira y cansancio ante aqu
—Nada. La espada había desaparecido.
condenaste a Melius cuando se la diste. Mit
perdido con su muerte.
—¿Cómo iba yo a saber que esa arma
Albanus. Frotándose las manos para que no v
La espada —dijo, más calmado ya— debe s
como el de hoy, si otro hombre muere con e
hechicería vuelve a obrar en Nemedía. Aunque
un brujo a la corte para que le protegiera.
desbaratados con tanta facilidad?
—Nuestros planes —le recordó cortésme
de su rostro.
Albanus se permitió una ligera sonrisa; to
—Nuestros planes —se avino a repe
gentileza—. Los guardias fueron interrogados,
matado a Lord Melius.
Vegentius asintió.
—Todos excepto el sargento, que desap
de Oro iban a arrestarlos. Créeme, fue la culpa
2
de los Lamentos. Tiene baños. Podéis ir allí
s.
ha oído nunca hablar de una posada que se
rtes semejantes?
eza—. Si yo os invito, el lecho, la comida y el
aportéis algo a cambio si os es posible. Ya
ais a venir, o prefieres seguir apestando hasta
stan los baños públicos?
tó Conan—. No parecías tan amistosa hace un
Ariane.
ue desear que el tuerto hubiera olido un poco
merio volvió a recoger rápidamente la antigua
atraigamos a más alimañas.
ndado y salieron de Puerta del Infierno.
de su túnica bordada en oro y se dirigió a la
as lámparas de oro iluminaban con luz tenue,
de Brágoras, el antiguo y semilegendario rey
er, tanto por su padre como por su madre, sin
nes de que le despertaran en cuanto hubiesen
gentius ni Demetrio parecían haber dormido en
a con la figura del Leopardo de Oro, estaba
joven se le veía ojeroso.
untó Albanus sin más preámbulos.
piró de su inseparable jarrita llena de hierbas
uel tono perentorio, y respondió con aspereza.
. Olvidémosla. No la necesitamos, y tú mismo
tra sabe, de todos modos, que poco hemos
a maldita se adueñaría de su mente? —gritó
vieran como le temblaban, logró dominarse—.
ser recuperada. Si se produce otro incidente
esa espada en la mano, Garian sabrá que la
e le repugne la magia, sería capaz de llamar a
¿Creéis que permitiré que mis planes sean
ente Demetrio, sin apartar la jarrita de delante
orció los labios, nada más.
etir. Entonces, se borró aun ese matiz de
, ¿verdad, Vegentius? Al fin y al cabo, habían
pareció de las casernas cuando mis Leopardos
abilidad la que le empujó a huir. Sabe algo.
22
—Sin duda sabía con qué métodos había
—A menos que se llevara la espada —
sufrido interrogatorio?
—Muy poco —dijo Vegentius con un su
Todo lo que sabían es que se les había ord
matando a muchos en el Distrito Mercantil. L
norte y lo mataron. Cuando se dieron cuenta d
que olvidaran la espada. Ni siquiera arrestaron
—¿Seguía con vida? —dijo Albanus,
espadachín. Vegentius rió con menosprecio.
—Melius apenas si era capaz de distingu
—El arma proporciona destreza —dijo A
asesinados en su creación, y su sangre la em
forja, y así se infundió la esencia de su arte en
—Herir y acuchillar, eso es lo único que
rezumaba desprecio—. Pero, el arte de la espa
Desenvainó su arma. Doblando las rodill
al tiempo que trazaba intrincadas figuras en el
—Esa extravagancia puede ser útil en l
aristócratas —dijo Vegentius con un visaje d
batalla, cuando de la espada depende tu vida.
—¡Basta! —gritó Albanus—. ¡Callaos los
Suspiró cansadamente. Algún día les p
luego haría empalar al vencedor. Pero no era
durante treinta años para esto. Demasiad
abyección sufrida como para permitir que lo arr
—Ese bárbaro podría haberse llevado la
—Yo ya he empezado a buscarla —dijo
cara—. He mandado aviso a Taras. Sus ratas c
—Bien. —Albanus se frotaba las manos,
de dos pergaminos—. ¿Y tú, Demetrio? ¿Q
espada?
—He hecho como unas diez mil pregu
hastío—. Desde la Calle de los Lamentos a la
nada. Si Vegentius me hubiera explicado lo
mucho más fácil.
Vegentius se examinaba las uñas con so
—¿Y quién iba a saber que estabas en
mujeres a sus clientes.
Demetrio volvió a meter su espada en
hubiera clavado en el corazón del militar. Ante
Albanus siguió hablando.
—No tenemos tiempo que gastar en
Robadla, compradla, me da igual, con tal de qu
—¿Y si su actual dueño ha descubierto y
—En ese caso, matadlo —dijo tranquilam
Dicho esto, se volvió para marcharse.
—Otra cosa —dijo Vegentius antes de qu
Albanus se volvió de nuevo, y sus ojos ec
—¿Esa escoria osa pedir audiencia? T
agradecimiento por el oro que ha recibido.
2
a de ser interrogado —murmuró Demetrio.
—dijo Albanus—. ¿Qué dijeron los que han
uspiro—. En su mayoría suplicaron clemencia.
denado que detuvieran a un loco que estaba
Le encontraron luchando con un bárbaro del
de que habían matado a un noble, el terror hizo
n al bárbaro.
sorprendido—. Debía de ser un formidable
uir la punta de una espada de su empuñadura.
Albanus—. Seis maestros de la esgrima fueron
mpapó, sus huesos alimentaron el fuego de la
n el metal.
e sabe hacer Vegentius. —La voz de Demetrio
ada...
las, danzó sobre la alfombra de vivos colores,
aire con su espada.
los duelos a primera sangre que celebran los
de desprecio—, pero de nada serviría en la
s dos!
permitiría luchar para divertirse a su costa, y
a aquél el momento oportuno. Había trabajado
do tiempo, demasiado esfuerzo, demasiada
ruinaran ahora.
espada. ¡Encontradlo! ¡Hallad el arma!
o, pagado de sí mismo, el militar cuadrado de
callejeras se pasan la noche buscándolo.
, y el sonido de su roce recordaba más bien al
Qué has estado haciendo para encontrar la
untas —replicó el esbelto noble en tono de
Casa de las Mil Orquídeas. No he averiguado
de ese bárbaro, mi investigación habría sido
onrisa complacida.
n la Casa de las Mil Orquídeas? Sólo ofrecen
la vaina con la misma violencia con que la
es de que pudiera abrir la boca, sin embargo,
mezquinas disputas. Encontrad la espada.
ue me la traigáis. Y sin llamar la atención.
ya sus propiedades? —preguntó Demetrio.
mente Albanus—. Sea hombre, o mujer.
ue pudiera irse—. Taras desea hablar contigo.
chaban chispas negras.
Tendría que estar lamiendo el empedrado en
23
—Tiene miedo —dijo Vegentius—. Él, y a
lo que realmente buscan. Yo puedo intimid
disciplina si no te ven cara a cara y oyen
explicado.
—¡Mitra los maldiga! —Los ojos de Alba
pared. ¿También se habría visto Brágoras ob
Prepara tú el encuentro en algún lugar discreto
—Así se hará —contestó el militar.
Albanus, de pronto, sonrió; la primera so
rostro.
—Cuando ascienda al trono, este Taras
Plaza de los Reyes. Un buen rey ha de mos
gentes de tal calaña. —Soltó una risotada—
veamos, procurad poder informarme de vuestro
Se fue sin más ceremonias, igual que ha
encima de las cortesías que los hombres ord
todo caso, incapaces de ver que para él no er
trataría con la misma dureza. Pues, si traicio
traicionar al siguiente.
Ya en el interior de su mal iluminado
recuadro de cristal transparente que tenía
desprovisto de todo adorno, si exceptuamo
marcas de las que nada sobresalía. A la luz
marcas eran casi invisibles, pero, guiados por
las apropiadas en el orden apropiado, salmod
milenios.
Cuando retiró el dedo de la última, el cri
plateado. Lentamente, algunas figuras tomaron
hombres que andaban y gesticulaban, pero n
Garian, quien se creía a salvo en el Palacio
larga barba y con el calvo Malaric, sus dos con
El rey era un hombre alto, musculoso, p
aunque ahora empezaba a echar barriga tra
prominente mandíbula, sus ojos oscuros, hab
trono también había sido el responsable de ese
Las manos de Albanus toquetearon de
Garian creció hasta ocupar todo el recuadro.
—¿Por qué haces eso tan a menudo?
La muchacha rubia que así había habla
zafiro, tumbada en los cojines de satén del lec
le brillaba cual melifluo marfil en la penumbra
más largas cuando estiraba los pies. Sus pe
arqueaba su espalda esbelta. Albanus sintió qu
—¿Por qué no dices nada? —le preg
«Perra», pensó él.
—Porque así parece que él esté aquí, S
gime debajo de mi cuerpo.
—¿Eso es todo lo que ves en mí? —Aho
una lamparilla de aceite—. ¿Un medio para ca
—Sí —respondió él con crueldad—. Y si
cama.
La muchacha se volvió hacia el rostro qu
2
algunos de los otros que tienen alguna idea de
darlos, pero ni siquiera el oro mantendrá la
de tus labios que todo irá como se les ha
anus se volvieron hacia los bajorrelieves de la
bligado a tratar con tal gentuza?—. Muy bien.
o.
onrisa genuina que los otros dos veían en su
s y sus asesinos serán desollados vivos en la
strarse activo en proteger a su pueblo contra
—. Ahora, marchaos. La próxima vez que nos
o éxito.
abía venido, pues empezaba a sentirse ya por
dinarios se ofrecen. Aquéllos eran necios en
ran muy distintos de Taras. Ni que, al final, los
onaban a un rey, también serían capaces de
dormitorio, se acercó con impaciencia a un
colgado en la pared. El fino cristal estaba
os algunas marcas efectuadas en su borde,
de un pequeño y sencillo trípode de oro, las
luenga práctica, los dedos de Albanus tocaron
diando en una lengua que llevaba muerta tres
istal se oscureció hasta volverse de color azul
n forma en su interior. En el cristal podía verse
no se oía ningún sonido. Albanus espiaba a
Real, que estaba reunido con Sulpicios de la
nsejeros más fieles.
pues había pasado la juventud en el ejército,
as medio año de inactividad en el trono. Su
bían perdido algo de su antigua franqueza. El
e cambio.
e nuevo los bordes del cristal, y el rostro de
ado le miraba con ojos gatunos del color del
cho. Se desperezaba lánguidamente, y la piel
a, y sus piernas de bailarina parecían todavía
echos grandes, aperados, se erguían cuando
ue se le formaba un nudo en la garganta.
guntó, y en su voz todo era pura inocencia.
Sularia, viendo como su favorita se retuerce y
ora le hablaba con tono seductor, cálido como
astigar a Garian?
i tuviera esposa, o una hija, os turnaríais en mi
ue mostraba el cristal.
24
—El no tiene tiempo para una favorita, y
eres el responsable de la mayor parte de las d
camaradas, si supieran que has corrido el riesg
—¿Es que corrí algún riesgo? —Su ros
representas un riesgo?
La joven se arrastró sobre los cojines ha
para que en sus redondeces destacara la finur
—Yo no represento ningún riesgo —dijo
—¿Por qué? —insistió él—. Al principio s
cuenta, empezaste a espiar en palacio, venía
susurros quién había hecho esto y quién había
—Poder —dijo ella en voz baja—. Es un
los hombres, distinguir a los hombres que tend
llama atrae a las mariposas nocturnas. Siento
Garian.
—Sientes el poder. —Entrecerró los ojos
también siento el poder dentro de mí. Siemp
dentro. Nací para ser rey, para elevar a Neme
aparte de mí, que lo ha comprendido. Pronto,
espadas en la mano, para exigir que Garian ab
elevaré a ti a la nobleza, Sularia. Lady Sularia.
—Se lo agradezco a mi rey.
Albanus se desabrochó bruscamente el
todo lo que sucedía en el lecho tuviera lugar a
ésta efectivamente hubiera podido verles.
—Ven, y adora a tu rey —ordenó.
Mientras se dibujaba en sus labios una h
él.
CAPITULO 5
Cuando a la mañana siguiente Conan
preguntó si habría ido a dar con un nido de lun
cuatro arpas de tamaños variados eran
desperdigados por la taberna, y que para co
hombre, en pie, le recitaba un poema a la pare
trabajando para un rico cliente. Una docena d
larga mesa cubierta de piezas escultóricas, gri
explicaban con detalle lo que les parecía errón
de la escalera, hablaban también a gritos, todo
requerida una acción reprensible. Por lo meno
Todos los hombres y mujeres de la habitac
veinticinco años, hablaban a gritos de un tema
Él y Hordo habían sido medianamente b
habían visto una veintena de individuos en la
cimmerio dudaba de ello también. La mayor
traído dos osos brithunios. Y el caso era que e
algún cuchillo para cortar carne, quizá lo parec
Mientras Hordo iba a los baños —cubas
no los palacios de mármol a la higiene y a la i
la ciudad—, los extraños jóvenes habían forma
de mal vino cada vez que ésta corría peligro d
2
todavía menos para una esposa. Claro que tú
desgracias que le agobian. ¿Qué pensarían tus
go de meter en tu lecho a la favorita del rey?
stro se endureció amenazadoramente—. ¿Tú
asta tenerlo de cara; contoneaba las caderas,
ra del talle.
ella dulcemente—. Mi único deseo es servirte.
sólo te quería para la cama, pero luego, por tu
as y te postrabas a mis pies y me decías en
a dicho aquello. ¿Por qué?
na capacidad que tengo: barruntar el poder en
drán poder. Tales hombres me atraen, como la
el poder que hay en ti, mayor que el poder de
s, y siguió hablando casi para sí mismo—. Yo
pre lo he sentido, he sabido que estaba aquí
edia al rango de imperio. Y tú eres la primera,
, el pueblo tomará las calles de Belverus con
bdique a mi favor. Muy pronto. Y en ese día te
.
cinturón y se quitó la túnica, procurando que
ante los ojos de la imagen del cristal, como si
húmeda sonrisa, la muchacha se arrastró hacia
bajó a la taberna del Mesón de Thestis, se
náticos. Dos liras, cuatro cítaras, tres flautas y
tañidas, pero por músicos que estaban
olmo no interpretaban la misma melodía. Un
ed, acompañándose de gesticulaciones, como
de hombres y mujeres jóvenes, en torno a una
itaban para hacerse oír pese a la música, y se
neo en el trabajo del otro. Tres hombres, al pie
os a la vez, disputando cuándo es moralmente
os, ése le parecía a Conan que era su tema.
ción, ninguno de los cuales pasaría de los
a u otro.
bien recibidos la noche anterior. Al llegar, sólo
posada. Si es que aquello era una posada. El
ría les había mirado como si Ariane hubiera
entre aquéllos, que no llevaban más armas que
cieran.
s de madera colocadas en un pequeño patio, y
indolencia que se encontraban por el resto de
ado piña en torno a Conan, llenándole la copa
de vaciarse, y pidiéndole que contara historias.
25
Y cuando Hordo regresó también quisieron
madrugada, Conan y Hordo habían competido
Aquellos extraños hombres y mujeres
músicos, y aun los había que afirmaban ser
estado hablando de otro mundo. A veces, los
comentarios sumamente extraños, que Conan
en percatarse de que los otros tampoco les en
de cada uno de sus comentarios, y todos mira
que asentir solemnemente a su pontificación o
creyó que alguno se mofaba de él, pero no
hombre por algo que no se sabía con certeza.
Al pie de la escalera, se abrió paso entre
de su presencia— y se detuvo, asombrado. Ari
los rincones de la sala. Desnuda. Era
agradablemente firmes, y el diminuto talle al fin
Se quitó la capa que le cubría los hom
escondida en el pequeño cuarto que le habían
estancia para ir a ofrecerle aquella prenda.
—Toma, muchacha. Tú no estás hecha
suficiente para alimentarnos a ambos por un tie
En el primer momento, la muchacha le
caderas, con expresión inescrutable en los ojo
enrojeció; poco le gustaba que se rieran de él.
mesa, con la contrición pintada en el rostro. L
narices de Conan arrancó a la frente de éste a
—Lo siento, Conan —dijo con dulzura,
parecía dulzura—. Quizá sea eso lo más bonit
haber reído.
—Si quieres exhibirte desnuda —replicó
verdadera taberna, donde te pagarán algo por
—¿Ves a esa gente? —Señaló a dos h
cerca de la mesa, cada uno de ellos con un
carboncillo en la mano, y miraban con impaci
dinero para contratar un modelo, así que les ha
—¿Aquí, delante de todo el mundo? —di
—Esto tampoco es tan grande, Conan
todos los que estamos aquí somos artistas de
Vistas sus curvas, Conan habría apostad
—Supongo que puedes hacer lo que quie
—Supones bien.
La muchacha hizo un gesto a los que le
al suelo, con toda suerte de zangoloteos y co
de aquella manera mientras no se vistiera. Si
hombros y llevársela arriba, a su cuarto. Ento
ojos y le subían los colores a las mejillas. Habí
Hábilmente, le quitó la capa de las mano
—Ahora me gustaría beber algo de vi
levantó una ceja interrogadora; ella sofocó una
—Cuando estoy subida en la mesa, es
estoy desnuda. Ven, aquella mesa se vacía.
Se dirigió allí al instante, y Conan la sigui
de la mesa que en el suelo. Cuando se sentó
2
n que las contara. Hasta altas horas de la
por narrar el relato más asombroso.
—unos decían que eran artistas; otros, que
filósofos— escuchaban como si les hubieran
que se llamaban a sí mismos filósofos hacían
n no comprendía. Había tardado algún tiempo
ntendían. Siempre, una pausa marcaba el final
aban al que lo había hecho, para ver si tenían
o reír ante su ingenio. Una o dos veces, Conan
hizo nada. No habría sido cortés matar a un
e los filósofos —ninguno de ellos se apercibía
iane estaba de pie sobre una mesa, en uno de
muy delgada, pero sus senos aparecían
nal de sus dulcemente torneadas caderas.
mbros —había dejado la espada curva bien
n ofrecido para pasar la noche— y atravesó la
a para este oficio. Si necesitas dinero, tengo
empo.
e miró de arriba abajo, con las manos en las
os, y luego le sorprendió, echándose a reír. Él
. Al instante, la joven cayó de hinojos sobre la
La agitación de sus senos a un palmo de las
algunas gotas de sudor.
o al menos con lo que entre aquel estruendo
to que jamás me hayan dicho. No tendría que
él agriamente—, ¿por qué no lo haces en una
ello?
hombres y tres mujeres que estaban sentados
lienzo de pergamino sujeto a una tabla, y un
iencia a ambos—. Poso para ellos. No tienen
ago el favor.
ijo Conan con incredulidad.
n —le respondió con voz alegre—. Además,
algún tipo. Ni siquiera se dan cuenta.
do por lo contrario. Pero sólo dijo:
eras.
e estaban tomando bocetos y saltó de la mesa
ontorsiones. Conan deseó que no saltara más
i no, se vería empujado a cargarla sobre sus
onces, notó que a la muchacha le brillaban los
ía notado el efecto que producía en él.
os y se cubrió con ella castamente.
ino. Contigo. Conan miró como se cubría y
a risita.
s distinto. En la mesa, estaba posando. Aquí,
ió, preguntándose qué más daba estar encima
ó frente a ella en un taburete, ante una mesa
26
pequeña y tosca, alguien le trajo una jarra de
largó antes de que Conan pudiera abrir su bols
Éste negó con la cabeza.
—Es la primera taberna que encuentro d
copa.
—¿Nadie te lo explicó anoche? —dijo ella
—Quizá sí. Pero bebí no poco vino.
—¿De verdad habéis hecho las cosas qu
Se acercó a él con interés, y una punta
arriba de los senos. Una parte del cerebro de
sus pechos le enardecía casi en la misma m
preguntó si ella lo sabría, y si lo había hecho a
—Algunas sí —respondió con prudencia.
En realidad, no recordaba qué historias
poco vino. Llenó las copas con la jarra de arcill
—Ya me lo parecía —le contestó ella c
uno da lo que puede. Todos los que se hospe
vienen de día sin dar nada. Algunos recibimos
todo. Ellos no lo aprueban..., las familias, quier
molestándolos. Lo que nos sobra, lo gastamo
del Infierno. Es muy poco lo que damos —
agradece incluso una hogaza de pan.
—¿Algunos de éstos tienen familias lo b
Conan, mirando alrededor con incredulidad.
acentos con los que hablaba la muchacha.
—Mi padre es noble —dijo ella como q
parecía un crimen, ser noble y ser hija de un no
—Entonces, ¿por qué vives aquí, cerca d
estas mesas? ¿Es que no puedes escribir poes
—Oh, Conan —dijo ella con un suspiro—
nobles tengan oro y vivan en palacios, mie
tugurios?
—Quizá está mal —replicó Conan—, p
haya tenido mucho. Y en cuanto a los pobre
vientres con lo que gastara.
—¿Qué otra respuesta esperabas? —
agarraba un taburete.
En su larga cara se fruncía un perpet
espesas cejas que se juntaban sobre su nariz
de su vino.
—Es una respuesta honesta, Estéfano —
Estéfano gruñó.
Conan logró recordarle. La noche anter
habían mostrado libres con Ariane. No le hab
pero ahora le quitaba la copa con enojo.
—Es un hombre generoso, Estéfano, y c
Volvió a mirar a Conan a la cara—. Pero ¿no
Puerta del Infiemo los hay que no tienen ni par
a salvo en sus palacios y los gordos mercader
rey justo. Está claro lo que se debe hacer.
—¡Ariane! —dijo bruscamente Estéfano—
2
e arcilla y dos copas de metal abollado, y se
sa.
donde no te piden el dinero antes de llenarte la
a riendo.
ue contasteis?
a de la capa le dejó al descubierto la parte de
e Conan se dio cuenta de que aquel atisbo de
medida que la total exposición de éstos. Se
a propósito.
.
habían contado Hordo y él. Habían bebido no
la.
con satisfacción—. En cuanto al dinero, cada
edan aquí dan algo, aunque los hay que sólo
dinero de la familia, y, por supuesto, lo damos
ro decir..., pero prefieren eso a tenernos cerca
os en repartir pan y sal a los pobres de Puerta
—dijo con un suspiro—, pero un hambriento
bastante ricas como para darles dinero? —dijo
De pronto, se dio cuenta de los cultivados
queriendo disculparse. En sus labios aquello
oble.
de Puerta del Infierno, y posas desnuda sobre
sía en el palacio de tu padre?
—, ¿no comprendes que no está bien que los
entras los mendigos pasan hambre en sus
pero aun así me gusta el oro, aunque nunca
es, si yo fuera rico creo que llenaría muchos
—dijo un hombre larguirucho al tiempo que
tuo ceño, más pronunciado si cabe por las
z. Cogió la copa de Ariane y se bebió la mitad
—dijo Ariane.
rior había dicho ser escultor, y sus manos se
bía parecido entonces que a ella le importara,
creo que sería generoso si se enriqueciera. —
ves tú que con esa generosidad no basta? En
ra comprar pan, mientras que los nobles están
res se enriquecen más y más. Garian no es un
—. Ándate con cuidado. Vigila lo que dices.
27
—¿Con qué permiso me hablas así? —C
más y más—. No importa lo que haya entre no
—Yo no he dicho que lo seas —replicó é
me dejes guiarte. No hables con extraños.
Ariane volvió con desprecio su bonita
pronto.
—¿Estás seguro de que los celos no pe
tratando de librarte de un rival? —El rostro de
extraño —siguió diciendo implacable—, es la c
¿Es que acaso no he oído a Taras decírt
luchadores para...
—¡Por la gracia de Mitra! —se quejó Est
Ariane? Este nombre es un bárbaro del norte
padre, y que vendería todo su honor por una m
Con la mano izquierda, Conan tiró de
empuñadura fue visible tras el borde de la mes
—Cuando todavía era un muchacho —
espada en mano. Con su misma espada m
¿Quieres que sigamos discutiendo ese asunto?
Estéfano miró la espada con ojos desor
ceñuda. Se lamió los labios; más que respirar,
—¿Lo ves, Ariane? ¿Ves qué clase de h
suelo—. Ven conmigo, Ariane. Aléjate ahora m
Ella le tendió la copa a Conan.
—¿Puedes servirme más vino?
No miraba a Estéfano, ni daba señal alg
llenó la copa, y ella bebió.
Estéfano la miró sin saber qué hacer, y lu
—¡Ten cuidado con lo que digas! —masc
mesa en su precipitación.
—¿Vas a tener cuidado con lo que digas
Ella se entretuvo un momento contempla
—Según las historias que cuentas, tu
teniendo en consideración tan sólo quién te va
—No —le respondió él—. En ocasione
obedecer una orden injusta. —Y añadió con fra
La muchacha se puso en pie, cubriéndos
—Quizá..., quizá hablemos luego de es
posar.
—Ariane... —empezó a decir Conan, per
—Estéfano cree tener derechos sobre mí
Dicho esto, se fue, casi tan apresuradam
Conan apuró la copa mascullando una
dejaba caer la capa y se subía de nuevo a la
apartó la mirada. De nuevo clavó su mirada
redondeados pechos se agitaban, pues respir
sus mejillas, y subió de tono, y su rostro en
gemido, saltó al suelo, y recogió la capa sin m
piel y se marchó corriendo entre las mesas, y s
El cimmerio sonrió complacido, al tiempo
su copa. Quizá no lo tuviera tan difícil como pa
2
Con cada palabra que decía, ella se acaloraba
osotros, no soy tu propiedad.
él, acalorándose a su vez—. Pero te pido que
cabeza, y sus grandes ojos se enfriaron de
esan en tus palabras, Estéfano? ¿No estarás
el escultor enrojeció de ira—. Aunque sea un
clase de hombre que buscamos. Un guerrero.
telo un centenar de veces? Necesitaremos
téfano—. ¿Es que has perdido toda prudencia,
e que probablemente no llegó a conocer a su
moneda de plata. ¡Conten esa lengua!
el sable y lo sacó de la vaina hasta que la
sa.
—dijo con voz resuelta—, vi morir a mi padre
maté al hombre que acababa de asesinarlo.
?
rbitados, y al instante abandonó su expresión
jadeaba.
hombre es? —Se levantó, y el taburete cayó al
mismo de este sujeto.
guna de apercibirse de su presencia. Conan le
uego dio un paso atrás.
culló, y se fue a toda prisa, casi tumbando otra
s? —le preguntó Conan sosegadamente.
ando su vino, y luego le respondió.
u espada trabaja por oro. ¿Eliges tu bando
a a pagar más?
es, he renunciado al oro para no tener que
anqueza, suspirando—: Pero me gusta el oro.
se bien con la capa.
so. Me están esperando para que acabe de
ro ella le cortó.
í —dijo rápidamente—. Y no los tiene.
mente como el citado Estéfano.
a maldición, y luego se volvió para ver como
a mesa. Ella se volvió para verle, y al instante
a en la de Conan, y volvió a apartarla. Sus
raba entrecortadamente. El color apareció en
nrojecía más y más. Sin aviso previo, con un
mirar de nuevo a Conan. Se cubrió con aquella
subió a toda prisa por la escalera.
o que vertía más vino de la jarra de arcilla en
arecía.
28
Hordo vino a sentarse en un taburete al o
—¿Has escuchado lo que se dice en e
guardia pasara por aquí, pocos amaneceres ve
clavadas al extremo de una pica por sedición.
Conan miró alrededor, como por casualid
—¿O por rebelión?
—¿Esta cuadrilla? —El tuerto resopló co
el tajo y pidieran que les cortaran la cabeza. N
para ello. Pero éstos tienen tantas posibilidade
—Pero ¿y si tuvieran dinero? ¿Oro para
entretanto la copa a los labios; se atragantó co
—¿Y de dónde quieres que saque oro
protector, puedes estar seguro que no viviría a
—El padre de Ariane es noble —dijo Con
de los otros también tienen familia rica. El tuert
—¿Me estás diciendo que de verdad pre
—Entre Estéfano y Ariane, prácticamente
—Pues larguémonos de aquí. Quizá ten
de la conjura se cuenten entre ellos. Si te co
¿qué habrán contado a otros? Recuerda que
picas tan fácilmente como las suyas.
Conan negó lentamente con la cabeza
razón.
—Me gusta este lugar —fue todo lo que d
—Lo que te gusta es esa poetisa de c
Acabarás muriendo por una mujer. Recuerda lo
—Pero si tú mismo decías que era un im
Bebe, Hordo. No te preocupes. Luego hablamo
—Yo no he visto oro todavía —protestó e
—Ya lo encontraré yo —dijo Conan, con
de dónde sacarlo. Pero, con todo, le vendría b
podía significar que se vieran con que todo
estuvieran contratados ya—. Lo encontraré.
algunas armas a la sociedad de contraband
llegado a contrabandear con cotas de malla ta
primera lluvia, y espadas que se rompían al pri
—No, cimmerio. Estas son de buena ca
espadas de todas las especies de que he o
Sables de Vendhia, shamshires de Iranistán
distintas procedentes de las ciudades—estado
otro. Las suficientes para armar a cinco mil hom
—¿A tantos? —murmuró Conan—. ¿
almacenes, y en tanta variedad? No se obtiene
—Yo traigo lo que me dicen de la front
pueden plantar cebada en sus almacenes, con
—Hordo vació la jarra en su copa; sólo cayer
grito se hizo el silencio en la sala.
Todos se volvieron para mirar sorprend
muchacha esbelta, vestida con una túnica de
que había llevado antes Ariane, se les acercó
arcilla. Hordo rebuscó en la bolsa que colgaba
—La vuelta es para ti, pequeña —le dijo.
2
otro lado de la mesa, arrugando el entrecejo.
este lugar? —preguntó furtivamente—. Si un
eríamos antes de que algunas cabezas fueran
dad, para asegurarse de que nadie les oyera.
on sorna—. Tanto daría que anduvieran hasta
No es que no crea que la ciudad está madura
es como el niño que chupa un azucarillo.
a alquilar luchadores? Hordo se había llevado
on el vino.
o esta gente? Si alguno de ellos tuviera un
aquí, al lado mismo de Puerta del Infierno.
nan en voz baja—. Y me ha dicho que algunos
to midió cuidadosamente sus palabras.
eparan una rebelión? ¿O sólo lo sospechas?
e me lo han dicho.
ngan algún talento, pero no creo que las artes
onocieron la pasada noche y hoy ya lo sabes,
nuestras cabezas podrían acabar decorando
a, aunque tenía que admitir que Hordo tenía
dijo.
culo lindo —replicó Hordo acaloradamente—.
o que te dijo ese adivino ciego.
mbécil —dijo el cimmerio, echándose a reír—.
os de nuestra Compañía Libre.
el otro amargamente.
más confianza de la que sentía. No tenía idea
ien aclarar sus planes. El retraso de unos días
os los que querían unirse a tales compañías
Decías que podíamos, eh, tomar prestadas
distas a la que sirves. ¿Son buenas? Yo he
an comidas por el orín que se deshacían a la
imer mandoble.
alidad, y del género que tú quieras. Oh, hay
oído hablar amontonadas en sus almacenes.
n, macheras de por lo menos doce clases
o de Corinthia. Cincuenta de un tipo y cien del
mbres.
¿Y por qué tienen tantas espadas en sus
e ningún provecho almacenando espadas.
tera a Belverus, y me pagan con oro. Por mí
n tal de que me llenen la bolsa en cada viaje.
ron algunas gotas—. ¡Vino! —rugió, y con su
didos a aquellos dos hombres robustos. Una
algodón que le llegaba a los tobillos, como la
ó vacilante y dejó sobre la mesa otra jarra de
de su cinturón y le dio una moneda de plata.
.
29
La muchacha miró la moneda, rió
burlescamente exagerada, antes de irse. Al c
reanudaron la conversación. Los músicos volv
poeta siguió recitándole a la pared.
—Bonitas camareras tienen —murmuró H
abollado metal—, pero visten como vírgenes d
Conan disimuló una sonrisa. El tuerto h
no tardaría en descubrir que no era necesario
donativo por ambos.
—Piénsalo, Hordo. Esa variopinta colecc
a estos artistas.
—¿He oído bien? —masculló el otro—.
sociedad, sea éste quien sea, tenga algún int
ese necio matan de hambre a los pobres,
contrabandistas. En segundo lugar... —Su ros
de su parche había palidecido—. En segun
uniéramos a una rebelión. ¿O has olvidado y
verdugo pisándonos los talones?
—Lo recuerdo —dijo Conan—. Pero nada
—No lo has dicho, pero sí lo has pensa
romántico, cimmerio. Siempre lo has sido, y si
no me complicarás en otra revuelta. Mejor qu
Compañía libre.
—No he dejado de pensar en el oro en
incluso haya pensado demasiado.
El cimmerio gruñó, pero se salvó de ten
esbelta muchacha que antes les había traído l
al cimmerio una mirada, medio tímida, medio in
—¿Cómo te llamas, muchacha? —le pre
camisa de algodón y te cubrieras con no ex
taberna de Belverus.
Ella meneó la cabeza y rió alegremente,
hombros.
—Gracias, gentil señor, por vuestra gene
—Hordo frunció el ceño sin comprende
mientras sus bellos ojos castaños se clavaban
juzgar por esos hombros, tú eres el Conan d
aunque espero poder hacer algún día escultu
tengo con qué pagarte, pero quizás... —Su boc
ojos podía leerse a qué trato pensaba llegar co
Conan apenas si había escuchado lo que
la mente la imagen de Ariane, posando en la m
ardor que le subía al rostro. La muchacha no q
Tragó saliva y se aclaró la garganta.
—Has mencionado a Ariane. ¿Es que no
—¿Por qué tuvo que ser ella quien te vie
sí lo manda. Te espera en tu cuarto. Dijo que
de decir con una sonrisita afectada.
Conan se puso en pie.
—Muchacha —dijo Hordo al mismo tiem
eso de posar? Quizá yo pueda hacerlo.
Kerin se sentó en el taburete del que Con
3
complacida y le dedicó una reverencia,
cabo de poco, los que estaban en las mesas
vieron a interpretar sus variadas melodías, y el
Hordo al tiempo que volvía a llenar la copa de
del templo.
había bebido mucho la noche anterior. Bueno,
o pagar por el vino. Mientras tanto, haría algún
ción de armas es justamente lo que interesaría
Mira, en primer lugar dudo que el que dirija la
terés en la caída de Garian. Los aranceles de
pero proporcionan grandes beneficios a los
stro se ensombreció, la cicatriz que asomaba
ndo lugar, no sería la primera vez que nos
ya cómo cruzamos la frontera vendhia con el
a he dicho de unirnos a su rebelión.
ado —dijo Hordo rezongando—. Eres un necio
iempre lo serás. Por las piedras de Hanumán,
ue pienses en conseguir oro para armar una
n ningún momento —replicó Conan—. Quizá
ner que seguir hablando por la aparición de la
la jarra de vino. Ladeando la cabeza, le regaló
nvitadora, que caldeó de pronto la estancia.
eguntó Hordo—. Eres guapa. Si te quitaras esa
xcesivas sedas, podrías trabajar en cualquier
, y su sedoso cabello castaño cayó sobre sus
erosa aportación.
er nada—. Me llamo Kerin —siguió diciendo,
n en Conan como dedos de largas uñas—. Y, a
del que hablaba Ariane. Yo trabajo en arcilla,
uras de bronce. ¿Querrías posar para mí? No
ca se relajó, se lamió el labio inferior, y en sus
on el musculoso bárbaro.
e siguió a la petición de que posara. Le vino a
mesa, y se daba cuenta, para su disgusto, del
querría..., no debía de querer que...
os manda algún mensaje?
era primero? —dijo Kerin con un suspiro—. Sí,
e para explicarte algo muy importante —acabó
mpo que el cimmerio se levantaba—, ¿qué es
nan acababa de levantarse.
30
Andando por la taberna, Conan esperab
cuando al llegar al pie de la escalera miró a
sonreía complacido. Riendo, el cimmerio sub
amigo iba a recibir una magnífica retribución po
Arriba había muchas puertas en el estre
estancias originales habían sido torpemente d
propia, tosca y gruesa puerta, encontró a Aria
había sido abierta a buena altura en la pared.
sujetaba con ambas manos sobre los hombros
sí y se apoyó en ésta.
—Yo poso —le dijo ella sin más preám
podía entender—. Poso para mis amigos, n
menudo, y nunca había sentido vergüenza. Nu
—Yo sólo te miraba —dijo él tranquilame
—Me mirabas —dijo, y profirió un sonido
me sentía como una de esas muchachas del B
la flauta para unos cuantos babosos. ¡Mitra
sintiera así!
—Eres una mujer —dijo él—. Te miré
mujeres.
La muchacha cerró los ojos, y alzó el ros
—Hama, Madre Universal, ¿por qué m
piensa con la espada? —Una sonrisa presum
desapareció ante los amenazadores ojos de
tomar tantas mujeres como desee —dijo fieram
libertad que un hombre. Si yo prefiero acoger a
abandone o yo lo abandone a él, es problema
—¿Nunca te dijo tu madre que al homb
dijo Conan riendo.
—¡Mitra te arranque el corazón! —gritó la
Murmurando para sí, se dirigió a la puerta
Conan alargó hacia ella uno de sus enor
la capa. La muchacha apenas si llegó a chillar
capa, para aplastar aquellos senos tan suaves
—¿Te quedarás conmigo, Ariane? —le p
Antes de que la joven pudiera hablar, él
en los labios. Los puñitos de la muchacha
cimmerio; le propinó rutiles patadas en las e
cuando de su garganta salió un murmullo com
la muchacha apoyó la cabeza en su amplio pec
—¿Por qué has cambiado de idea? —le
—Yo no he cambiado de idea —replicó é
Antes preguntaste tú. Esta vez, he sido yo quie
La muchacha rió con guturales carcajada
—¡Hama, Madre Universal! —gritó—. ¿
criaturas llamadas hombres?
Él la tendió suavemente sobre la estera
rato, de los labios de ambos sólo escaparon lo
CAPITULO 6
3
ba oír el grito escandalizado de Hordo, pero,
atrás, vio que el tuerto asentía lentamente y
bió corriendo por la escalera. Parecía que su
or su moneda de plata.
echo corredor, toscas en su mayoría, pues las
divididas en varios cuartos. Cuando empujó su
ane de pie junto a una pequeña ventana que
Todavía se cubría con la capa de Conan, y la
s, junto al cuello. Conan cerró la puerta tras de
mbulos. Sus ojos relucían con algo que no se
no podemos pagarnos modelos. Lo hago a
unca, hasta el día de hoy.
ente.
o entre carcajada y llanto—. Me mirabas, y yo
Buey Corneado, que se contonean al ritmo de
te ciegue! ¡Cómo has osado hacer que me
é tal como los hombres suelen mirar a las
stro hacia el agrietado techo.
me ha de perturbar este bárbaro indocto que
mida afloró a los labios de Conan, y al instante
garza de la muchacha—. Un hombre puede
mente Ariane—, y yo me niego a tener menos
a un solo hombre en mi lecho, hasta que él me
mío. ¿Puedes tomarme tal como soy?
bre le gusta ser él quien haga la pregunta? —
a muchacha—. ¿Por qué pierdo el tiempo?
a, y la capa ondeaba a su rápido paso.
rmes brazos, sujetándole el talle por debajo de
r antes de que él la levantara, dejando caer la
s contra la robustez de su pecho.
preguntó, mirando a sus sorprendidos ojos.
l la agarró por el cabello e hizo que le besara
a se magullaron golpeando los hombros del
espinillas. Al fin su forcejeo fue cediendo, y,
mplacido, Conan le soltó el cabello. Jadeando,
cho.
dijo al cabo de un rato.
él. La muchacha le miró, atónita, y él sonrió—.
en ha preguntado.
as.
¿Es que jamás comprenderé a estas extrañas
a que empleaba para dormir, y durante largo
os sonidos que nacen de la pasión.
31
La Calle de los Lamentos, al alba, le ven
rastros del jolgorio de la noche ensuciaban el
volvían a casa dando tumbos, con ojos legañ
apartó escombros a su paso y siguió adelante
de los perros que devoraban los restos.
Durante las últimas diez noches había vi
brazos de Ariane, y las pasiones y apetitos de
tiempo que los saciaba. Estéfano se recreaba
cólera del cimmerio optaba por callar la boc
esbelta Kerin, había traído sus pocas pertenen
más allá, y cada anochecer habían bebido los
hasta que los encantos de Ariane y Kerin los s
otra cosa.
Conan se detuvo al oír que unas botas
que Hordo lo alcanzó.
—¿Esta mañana también tienes mala su
rostro del cimmerio. Conan asintió brevemente
—Después que yo derrotara a los tres
servicio, Lord Heranius me ofreció tres marco
otros dos cada diez días.
—¿Mala suerte? —exclamó Hordo—. ¡P
pagar a los guardias personales. Me siento ten
no correría el peligro de acabar en el tajo del v
—Y debo jurar, con juramento solemne
abandonaré su servicio, si él no me lo permite,
—Oh.
Conan dio con el puño en la palma de
bastón que golpea cuero. Un borracho, que vo
cayó en un charco de vómito. Conan ni se fijó.
—En todas partes es lo mismo —se q
Libres y para los soldados de fortuna que traba
solemne, y algunos te piden tres años, y eso si
—Antes de que empezaran con los jura
cambiaban de amo cada día, y cada vez gan
qué no entras al servicio de quien te ofrezca m
algún día quieres marcharte, márchate, aunque
a la esclavitud a un hombre no es un verdadero
—Y cuando lo haga tendré que irme de B
Pasó un rato en silencio; apartaba con
rotas, y sucios jirones de ropa. Por fin, dijo:
—Al principio, Hordo, lo de esa Compañ
algo más. No me pondré al servicio de nadie
compañía.
—¿Tanto significa para ti? —dijo Hordo c
Esquivó el contenido de una tinaja llena
de un segundo piso, y maldijo al autor del hech
—Sí —dijo Conan, ignorando los quejido
las botas—. Si al final lo sumamos todo, pued
que a sí mismo, nada, salvo una diestra fuerte
destacar, para dejar alguna huella en el mundo
Yo fui ladrón, pero trepé hasta llegar a capit
ahora hasta dónde puedo destacar, ni si el ca
3
nía de maravilla al humor de Conan. Los feos
empedrado; aquellos que aún se dejaban ver
ñosos y expresión huera en el rostro. Conan
e, y respondió con otro gruñido a los gruñidos
ivido un idilio en el Mesón de Thestis, entre los
la muchacha alimentaban los suyos propios al
a en los celos y en el vino, pero al recordar la
ca. Hordo, apresado por los atractivos de la
ncias desde otra posada que había tres calles
s dos hombres y se habían contado mentiras,
separaban. Así eran las noches. Los días eran
corrían tras él, y luego siguió adelante hasta
uerte? —le preguntó el tuerto, fijándose en el
e.
s guardias personales que ahora tiene a su
os de oro por hacer de jefe de los tres, más
Por Mitra! Eso es el doble de lo que suelen
ntado de abandonar el contrabando. Al menos,
verdugo.
e ante los Magistrados de la Ciudad, que no
, durante dos años.
e la otra mano, con un sonido como el de un
olvía a su casa tambaleante, dio un traspiés y
quejaba—. Es lo mismo para las Compañías
ajan por su cuenta. Todos exigen el juramento
i no llegan a pedir cinco.
amentos solemnes —rumió Hordo—, algunos
naban una nueva moneda de plata. Mira, ¿por
más oro? Este Lord Heranius, por ejemplo. Y si
e él no te lo permita. Un juramento que reduce
o juramento.
Belverus, quizá de Nemedia.
n las botas los pedazos de las jarras de vino
ñía Libre era sólo hablar por hablar. Ahora, es
e mientras no cabalgue al frente de mi propia
con incredulidad.
a de heces que alguien vaciaba por la ventana
ho, que ya no resultaba visible.
os del otro acerca de lo que le había salpicado
de que resulte que un hombre no se tiene más
e y el acero que ésta sostiene. Y aun así, para
o, un hombre ha de ponerse al frente de otros.
tán del ejército turanio, y lo hice bien. No sé
amino que sigo me llevara muy lejos, pero en
32
todo caso quiero llegar adonde mi seso y mi
esa Compañía Libre.
—Cuando la hayas puesto en pie —dijo s
con juramento solemne.
Entraron en la calle que llevaba al Mesón
Mientras Conan reía, tres hombres apare
todos sable en mano. Conan oyó a sus espald
rápida ojeada por encima del hombro. Otros d
La espada del cimmerio salió con un silbido de
también, se volvió para hacer frente a los que v
—Apartaos —dijo Conan a los tres que t
más fácil.
—No se nos dijo que le acompañaría
izquierda de Conan, y una mueca se esbozó e
una rata.
El de la derecha, cuya cabeza rap
incómodamente la espada.
—No podemos acabar con sólo uno de lo
—Aquí sólo hallaréis la muerte —dijo Con
Con la mano izquierda aflojó la aguja d
sobre el brazo la prenda adornada con pieles
barba rala que había en el centro claramente lo
—Matadlos —dijo, y trató de asestar un m
Con gracia de pantera, el musculoso c
espada de su enemigo se enredara en la capa
la entrepierna del sujeto. Al mismo tiempo, Co
rapado. Farfullando, el jefe de los otros trató
pie izquierdo golpeó al hombre en su barbud
rata, que en aquel momento arremetía. Ambos
El atacante de cabeza rapada dudó, mir
en el suelo, y murió por ello. El afilado acero
mitad. Mientras caía de rodillas, brotó de su he
de bruces sobre las inmundicias de la calle. E
intentó un mandoble desesperado. La espad
obligarle a bajarla, al deslizarse por encima
pecho del villano.
Conan le dio una patada al cadáver para
del otro; y se dio la vuelta para encontrarse co
rostro barbado hervía de rabia. Atacaba ya
acabara de volverse, y le miró con asombro c
hizo un corte sangriento en el abdomen. El h
espada en un intento de impedir que los intes
sus manos frenéticas. Sus ojos ya tenían el
cayera sobre el sucio empedrado.
Conan buscó a Hordo con la mirada, a
segundo de sus atacantes. Mientras la cabeza
y miró a Conan ferozmente; perdía sangre por
pequeño, en la frente.
—Ya soy demasiado viejo para esto, cim
—Siempre lo dices —mientras hablaba, C
los hombres que acababa de matar.
—Créeme, estoy viejo —insistió Hordo—
para charlar entre ellos y vacilar mientras n
3
espada me lo permitan. Pienso poner en pie
secamente el tuerto—, asegúrate de que juren
n de Thestis.
ecieron y se interpusieron en la estrecha calle,
das más pies calzados con botas, y echó una
dos hombres, detrás, les impedían la retirada.
e su vaina de chagrén; Hordo, desenvainando
venían por atrás.
tenía delante—. Ganaos el pan con un trabajo
otro hombre —murmuró el que estaba a la
en su rostro descarnado, que recordaba al de
pada relucía a la luz del sol, desenvainó
os dos.
nan.
de bronce que le sujetaba la capa, y se echó
s. El jefe de los otros, pues el hombre altó de
o era, habló por primera vez.
mandoble al vientre de Conan.
cimmerio se apartó a un lado, e hizo que la
a a la vez que propinaba un fuerte puntapié a
onan paraba con la espada una acometida del
de levantarse; pero Conan se volvió, y con el
da cabeza, arrojándolo a los pies del cara de
s cayeron por tierra rodando.
ró asombrado a los compañeros que estaban
o de Conan le seccionó la garganta hasta la
erida un chorro de brillante sangre roja, y cayó
El cara de rata logró volver a ponerse en pie, e
da de Conan rechinó al parar la del otro, al
del acero de su oponente, al clavarse en el
a liberar la espada, y éste se derrumbó al lado
on que el que era el jefe ya estaba en pie, y su
a al corpulento cimmerio antes de que éste
cuando cayó de hinojos. El acero de Conan le
hombre alto chilló como una mujer, y soltó la
stinos se le desparramaran, agarrándolos con
color de la muerte antes de que su cuerpo
tiempo para ver cómo el tuerto decapitaba al
a todavía rodaba por el suelo, Hordo se volvió
r un corte en su brazo armado y por otro, más
mmerio.
Conan se agachó para examinar las bolsas de
—. Si éstos no hubieran sido tan necios como
nos aprestábamos, sólo hubiera quedado de
33
nosotros carne para perros. Y aun siendo co
cortarme el depósito de las judías. Ya te digo y
Conan se apartó de los cuerpos con se
saltar sobre la palma de la mano.
—Aunque fueran necios, alguien los en
pagar marcos de oro por una muerte. —Se vo
Te encontrarás con que cada uno de ellos tiene
Hordo murmuró un juramento y se agach
y se puso luego en pie con cuatro monedas. El
—Ese de la cara de rata dijo que no espe
monedas de oro por hacer matar a uno de nos
Un muchacho desgarbado salió arrastra
docena de pasos de allí. Al ver los cadáveres
salió corriendo; sus sollozos dejaron de oírse c
—Comentémoslo en el Thestis —dijo Co
—Con la suerte que tenemos —murmur
que la Guardia de la Ciudad patrulle por las ca
La tortuosa calleja que llevaba hasta
ninguno de los que allí estaban había oído lo
segunda vez cuando entraron. En aquellas
estaban allí, y no se oía el mismo estruendo qu
—Hordo —dijo la esbelta muchacha—, ¿
—He caído sobre una jarra de vino rota —
Ella le miró fijamente y se fue, y volvió
una jarra de vino. Tras destaparla, virtió vino so
—¡No! —gritó él, arrancándosela de la m
—No duele tanto, Hordo.
—No duele en absoluto —dijo él rezonga
con el vino.
Y se llevó a los labios la jarra de arcilla, i
a quitársela. Cuando por fin se detuvo para to
que quedaba en un paño y se lo pasó por la fre
—Estáte quieto, Hordo —le dijo—. Luego
Conan se fijó en que había en la taber
apuesto, que vestía una túnica de terciopelo
esquina de una mesa y charlaba con Graecus
tiempo en compañía de Estéfano.
Como se había enterado de que alguien
de los extraños. Tocó a Kerin en el brazo.
—Ese hombre —dijo—, el que habla co
bien vestido para ser un artista.
—¿Demetrio, un artista? —dijo ella con
holgazán. Dicen que es hombre de ingenio, p
por venir a deslumbrar a aquellos de nosotros
cuando no está putañeando por los burdeles.
—¿Crees que es él? —preguntó Hordo. C
—El, o algún otro.
—Por Erebo, cimmerio, soy demasiado v
—¿De qué estáis hablando vosotros do
saberlo. —Se levantó, y se llevó a Hordo de l
corte ese que tienes en el brazo necesita ungü
3
omo eran, estos dos han estado a punto de
yo que estoy demasiado viejo.
eis marcos de oro recién acuñados. Los hacía
nvió tras uno de nosotros. Alguien que iba a
olvió hacia los dos que Hordo había matado—.
e dos monedas de éstas.
hó para registrar los cadáveres que quedaban,
l tuerto las apretó fuertemente con el puño.
eraban a dos. Mitra, ¿quién habrá pagado diez
sotros?
ando los pies de un callejón, a menos de una
s quedó boquiabierto, y con un grito de horror
cuando se alejó.
onan—, antes de que se nos reúna un público.
ró Hordo—, será la primera vez en medio año
alles.
la posada no era larga, pero, obviamente,
os sonidos de lucha. Sólo Kerin les miró por
horas de la mañana pocos de los artistas
ue al anochecer.
¿qué ha pasado con tu brazo?
—replicó tímidamente.
al cabo de un momento con trapos limpios y
obre la herida que Hordo tenía en el brazo.
mano. La muchacha sonrió alegremente.
ando—. Pero te voy a enseñar lo que se hace
impidiendo con su mano libre que ella volviera
omar aliento ella se la quitó, virtió el poco vino
ente.
o te traeré más vino.
rna un rostro extraño en la posada. Un joven
rojo con ricos bordados, estaba sentado a la
s, un atezado escultor que solía pasar mucho
n podía querer su muerte, Conan desconfiaba
on Graecus... ¿Quién es? Parece demasiado
n un bufido de enojo—. Es un bujarrón, y un
pero yo nunca se lo he notado. A veces le da
que se dejan deslumbrar por los de su calaña,
Conan se encogió de hombros.
viejo para esto.
os? —preguntó Kerin—. No, tanto me da no
la mano; un fauno que guiaba a un oso—. 'El
üento. ¡Y también vino!
34
—Cuando vuelva —dijo Hordo, gritán
empezaremos a buscar los hombres que neces
—Hecho —le respondió el cimmerio, y lu
nos den una moneda o dos por ella.
En su cuarto del piso de arriba, el cimm
había aflojado, y sacó la espada de serpent
acero refulgente, y se reflejaba en los adorn
alzaba un aroma de impureza, como de una m
Al levantarse envolvió la espada con su c
hombre alto. Aun el sostenerla en la mano le
revuelto la primera vez que mató a un hombre.
Cuando Conan volvió a la taberna, se
terciopelo rojo esperaba al pie de la escalera,
ante su nariz aquilina —entrecerraba los ojos
notó que en la empuñadura de su espada s
sostenía la jarrita, callos de espadachín. Pasó
—Un momento, por favor —dijo aqu
Colecciono espadas antiguas, y ha llegado
comprártela.
—No recuerdo haberlo dicho —replicó el
Había una cualidad viperina en aquel h
sonreír y estrechar la mano, y al mismo tiem
siguió escuchando.
—Quizá sólo lo haya imaginado —dijo a
me interesa. Pero, si lo fuera, estaría dispuesto
llevaba bajo el brazo, envuelto en la capa—. ¿L
Conan metió la mano entre los pliegues d
—Ésta es la espada —dijo, y calló al ver
mano a su propio acero. El cimmerio le alarg
¿Quieres sopesarla?
—No —respondió con tembloroso susurr
Los labios de Demetrio estaban tensos,
que aquel hombre temía a la espada, pero m
estupidez. Dejó el arma sobre una mesa cerc
sólo tocarla. Y eso también era una estupidez.
Demetrio tragó saliva, y pareció que re
había soltado la espada.
—¿Tiene... alguna propiedad? ¿Algún po
Conan negó con la cabeza.
—No, que yo sepa. —Habría podido ped
pero el otro habría refutado fácilmente sus afirm
—Tres marcos de oro —respondió Deme
El corpulento cimmerio parpadeó. Él h
monedas de plata. Pero si la espada tenía algú
—Por una espada tan antigua —dijo—, m
El hombre esbelto le miró con perspicacia
—No llevo tanto dinero —murmuró.
Asombrado, Conan se preguntó si la e
antigüedad; Demetrio ni siquiera había intenta
ladrón calculó el precio del brazalete con in
cincuenta marcos de oro, y el pequeño imperd
3
ndole a Conan por encima del hombro—,
sitamos. Cortesía del enemigo, ¿eh?
uego se levantó—. Y traeré esa espada. Quizá
merio apartó una de las tablas del suelo, que
tina hoja. La luz de la ventana alcanzaba su
nos de plata de sus gavilanes. Del arma se
miasma.
capa, rasgada ahora por el mandoble de aquel
e revolvía el estómago, como no se le había
.
encontró con que el hombre de la túnica de
, y sostenía una jarrita de hierbas aromáticas
s con lánguida indolencia—, pero el cimmerio
se apreciaba el desgaste, y en la mano que
de largo.
uel hombre esbelto—. Me llamo Demetrio.
a mis oídos que tú tienes una, y querría
l cimmerio.
hombre que no le gustaba. La del que puede
mpo acuchillarte en el corazón. Con todo, le
amablemente Demetrio—. Si no es antigua, no
o a comprarla. —Miró el bulto que el cimmerio
La llevas ahí?
de la capa y sacó el arma.
r que Demetrio daba un salto atrás, llevando la
gó la espada, ofreciéndole la empuñadura—.
ro—. Sólo con verla ya sé que me interesa.
, pálidos. Conan tuvo la extraña sensación de
menospreció aquella ocurrencia por su misma
cana. Sentía que su mano se ensuciaba con
espiraba con más facilidad al ver que el otro
oder mágico? —dijo, sin mirar al cimmerio.
dir más por la espada diciendo que sí lo tenía,
maciones—. ¿Qué me darás?
etrio sin dudar.
había pensado que sólo le pagaría algunas
ún valor para aquel joven, convenía regatear.
muchos coleccionistas me darían veinte.
a.
espada habría pertenecido a algún rey de la
ado un amago de regateo. Su experto ojo de
ncrustaciones de amatistas de Demetrio en
dible adornado con un rubí que le sujetaba la
35
túnica en el doble de esa cantidad. Supuso que
para pagarle los veinte marcos.
—No me importaría esperar —empezó
brazalete de la muñeca y se lo dio.
—¿Quieres quedarte con esto a cam
arriesgarme a que otro la compre mientras yo
lo aseguro. Pero dame también la capa, porqu
estas calles.
—La espada y la capa son tuyas —dijo
de piel por el brazalete.
Cuando tuvo en la mano el oro incrustad
en su pecho. Ya no dependía de aquellas cien
mano, literalmente, su Compañía Libre.
—Querría preguntarte —dijo además—
perteneció a algún rey antiguo, o a un héroe?
Demetrio hizo una pausa en su cuidado
Cuidadosa, pensaba Conan, y cautelosa como
—¿Cómo te llamas? —preguntó el homb
—Me llamo Conan.
—Tienes razón, Conan. Es la espada de
es la espada de Brágoras.
Y rió como si hubiera contado el chist
acabó de envolver la espada, cargó con ella ba
CAPITULO 7
Albanus se detuvo en la puerta; el tosco
fuera de lugar en aquella estancia adornada
cubierto de alfombras. Sularia estaba sentada
dorada cubría sus hombros cremosos, y una
que tenía por cabello. Al ver la imagen del hom
para así enseñarle sus generosos pechos.
—¿Me has traído un regalo? —dijo Sul
manera.
Se examinaba el rostro en el espejo, y s
de piel.
—Esto no es para ti —dijo él, riendo—. E
Con una llave que pendía de un collar de
lacado que había al lado de la pared, dándo
luego en otro, siguiendo una precisa combina
exactitud —le había contado a Sularia—, un a
arrojaría dardos venenosos al rostro del manip
Albanus abrió la tapa del cofre y, d
cuidadosamente la espada en el lugar qu
encuadernados en piel de virgen de la an
instrumentos más importantes de cuantos halla
demoraron un momento tocando un manojo
todavía no tuvieran ninguna importancia má
merecían un lugar en el cofre. En un puesto d
un soporte de oro, había una esfera de cris
danzaban y centelleaban algunas motas platea
3
e el hombre no tendría demasiados problemas
ó a decir Conan, pero Demetrio se quitó el
mbio? —preguntó el individuo—. No quiero
voy por dinero. Vale más de veinte marcos, te
ue no quiero ir enseñando una espada así por
o el cimmerio, y rápidamente canjeó la prenda
do de amatistas, sintió que la alegría estallaba
n monedas para reclutar nombres. Tenía en la
por qué esta espada es tan valiosa. ¿Es que
osa labor de envolver la espada con la capa.
o si se hubiera tratado de un animal peligroso.
bre esbelto.
e un rey antiguo. De hecho, podría decirse que
te más gracioso de su vida. Todavía riendo,
ajo el brazo y se fue por la calle a toda prisa.
bulto de piel que llevaba bajo el brazo parecía
a con tapices, cuyo suelo de mármol estaba
a frente a un alto espejo; una túnica de seda
esclava arrodillada cepillaba la hermosa seda
mbre en el espejo, Sularia dejó caer la túnica,
laria—. Si es así, lo has envuelto de extraña
se puso carmín en las mejillas con un cepillito
Es la espada de Melius.
e oro que llevaba al cuello, abrió un gran cofre
ole la vuelta a la llave primero en un sentido,
ación. Si la combinación no era seguida con
artificioso sistema de tubos y cámaras de aire
pulador.
dejando a un lado la raída capa, depositó
ue le había destinado. Tenía allí los libros
ntigua Aquerón, cubiertos con sedas, y los
ara en el gabinete taumatúrgico. Sus dedos se
de pergaminos y lienzos enrollados. Aunque
ágica, aquellos bocetos y dibujos de Garian
de honor, sobre un cojín de seda, en lo alto de
stal del color azul más profundo, en la cual
adas.
36
Dejando caer por fin la túnica al suelo,
lamía persistentemente los labios al tiempo que
—¿Es ésta la espada que ha matado
destruirla?
—Es demasiado útil —contestó él—. De
dejado en manos de ese necio de Melius. Es
desentrañar su secreto, que hasta ahora estab
—Pero ¿por qué Melius se puso a matar
—Al ser forjada el arma, las esenci
encerradas en su acero. —Pasó los dedos por
sido empleado en su forja. Aquel poder sería
de la mente humana, que estaba mucho más
encierro enloquecieron. —Alargó la mano co
cuando ya casi tocaba la empuñadura—. S
empuñadura para emplear la espada, la mente
la locura de esos antiguos maestros. Escapa. M
Gritó esta última palabra y miró a Sularia
con el temor pintado en sus ojos azules la man
—¿Cuántas veces has empleado la espa
Él echó a reír y apartó la mano. En vez
sostuvo con delicadeza, casi con reverencia, a
que pudiera ni siquiera rayar su superficie, frág
—¿Temes a la espada? —le preguntó él
al corazón de aquella esfera de cobalto—. Es
evocar y controlar a una entidad. ¿Un demon
entidad tan poderosa que incluso en los libro
llenos de temor reverencial.
Y él iba a ser dueño de aquel poder, due
todas las naciones del mundo. Su respiración
evocar a aquella entidad, pues el mismo acto
que el amo acabara viéndose a sí mismo esc
un monstruo inmortal que podía pasar la ete
descendía él de Brágoras, el antiguo rey hér
encadenado al demonio Dargón en los abismo
Casi espontáneamente, las palabras del
labios: «Af—far mea—rotb, Omini deas kaan, E
Mientras decía las palabras, el sol se
llegado el ocaso. Los relámpagos retumbaban
con sordo estrépito, la tierra empezó a temblar
Albanus se tambaleó, mirando en torno a
estremecían como ropa tendida a la brisa. A
intentarlo. Pero, con todo, aún no había
oportunidad. Rápidamente volvió a dejar la esf
cofre lacado. Con gran cuidado dejó su me
mínimo pensamiento relacionado con el ac
Ninguno.
Lentamente, la luz que brillaba en la e
temblar. Los relámpagos perdieron fuerza y c
como si de un nuevo amanecer se hubiera trat
Durante largo rato, Albanus no miró a S
decir una palabra, una única palabra del necio
y la estrangularía con sus propias entrañas. Po
rostro era tan oscuro como aquel que cubre la
Sularia le miró con ojos preñados de pura
3
Sularia se le acercó totalmente desnuda. Se
e miraba la espada.
a tantos? ¿No es peligrosa? ¿No deberías
e haber sabido lo que ahora sé, no la hubiera
sas runas de la hoja me han permitido por fin
ba enterrado en los grimorios.
de aquella manera?
ias de seis maestros espadachines fueron
r encima de la hoja, y sintió el poder que había
suyo, un poder que superaba la comprensión
allá que el de los reyes terrenos—. Y en ese
omo para coger la espada, pero se detuvo
Si una misma mano agarra tres veces esta
e que la guía es desgarrada, y se mezcla con
Mata y escapa. Mata. ¡Mata!
a. La muchacha estaba boquiabierta, y miraba
no que se acercaba a la empuñadura.
ada? —murmuró.
z de la espada cogió la esfera de cristal, y la
aunque sabía que no había poder bajo el cielo
gil en apariencia.
l con suavidad. Su mirada adamantina llegaba
s esto lo que hay que temer, pues sirve para
nio? ¿Un dios? No lo sé, pero se trata de una
os de Aquerón se habla de ella en susurros
eño de más poder del que tenían los reyes de
n se aceleró al pensarlo. Nunca había osado
entrañaba peligro para el evocante, peligro de
clavizado, convertido en la mascota mortal de
ernidad riéndose a su costa. Pero ¿acaso no
roe que había matado al dragón Xutharcan y
os del mar Occidental?
ritual de evocación empezaron a surgir de sus
Eeth—far be—laan Opheah crísti...».
oscurecía sobre la ciudad como si hubiera
n y se entrecruzaban en un cielo sin nubes, y,
r.
a sí, con repentino pánico, las paredes que se
AqueUo era prematuro. Había sido una locura
terminado el encantamiento. Quedaba una
fera, que ahora brillaba, en su cojín, dentro del
ente en blanco. No había de quedar el más
cto de la evocación. Ningún pensamiento.
esfera de cristal se apagó, y la tierra dejó de
cesaron. Se hizo otra vez la luz en la ciudad,
tado.
Sularia. Estaba pensando que, si ella llegaba a
o espectáculo que él había dado, la destriparía
or una única palabra. Se volvió hacia ella, y su
capucha del verdugo.
a lujuria.
37
—Cuánto poder —dijo en susurros—. Cu
mirarte. —Respiraba entrecortadamente—. ¿E
El ánimo de Albanus se elevó, así como
—Garian no merece tanto honor —dijo
vida con mis propias manos. Y con él arrastrar
—¿Tan poderoso eres? —exclamó ella. É
—Esto es una mera fruslería. Ya lo hic
errores de aquélla. —De pronto la agarró por e
por la fuerza aunque la joven lo hubiera acepta
se interpone en mi camino —dijo, mientras se t
La muchacha chilló, y él, en su chillido,
rey, a su dios.
Sefana se levantó de los cojines de s
cuerpo estaban sudorosas tras hacer el amor
senos.
El hombre que estaba en la cama, un jov
se apoyó perezosamente sobre el codo. Sus o
—¿Es que eres una bruja, Sefana? Cad
vez creo haber pasado ya por todo el éxtasis q
das más del que podría haber imaginado.
Sefana sonrió satisfecha.
—Y con todo, Baetis, creo que te estás h
—¡Nunca! —dijo él con fervor—. Debes
tierra.
—Pero me niegas un pequeño capricho.
—Sefana —gimió él—, no sabes qué es
—Un pequeño capricho —dijo ella de n
lecho.
Los ojos del hombre la miraron anhelan
sino, al contrario, de una mujer de curvas pron
que encendía el anhelo en los ojos de todo h
mujer retrocedió.
—Basta con que dejes alzado el pestillo
Un corredor que no esté vigilado. ¿Le vas
placeres de que tú gozas ahora?
El joven capitán respiró pesadamente, y
—Yo, al menos, habré de estar allí —dijo
—Por supuesto —replicó ella al instante
amor mío.
La sonrisa de la mujer era vulpina, y e
Albanus elaborara planes a largo plazo. Ella a
de acción. Era una lástima que Baetis tuvier
suceder más adelante. Suspirando satisfecha,
CAPITULO 8
Los blancos de paja eran grandes como
de ellos en su lugar y, meciéndose sobre la
pasos que se había separado de los hombres
de los últimos cinco días. Habría preferido
3
uánto poder posees, casi temo quedar ciega al
Es así como vas a destruir a Garian?
su orgullo.
con sorna—. Voy a crear un hombre, a darle
ré al usurpador a su perdición.
É hizo gesto de quitarle importancia.
ce en otra ocasión, y esta vez no repetiré los
el cabello, la arrastró hasta el suelo, la penetró
ado con agrado, y no sólo con agrado—. Nada
tendía sobre ella.
oyó el chillido del pueblo que aclamaría a su
su lecho; las exuberantes redondeces de su
r. Con cada movimiento se mecían sus firmes
ven esbelto, capitán de los Leopardos de Oro,
ojos oscuros la miraron con adoración.
da vez creo que voy a morir de placer. Cada
que puede darse en el mundo. Y cada vez me
hartando de mí.
creerme. Tú eres Derketo que ha bajado a la
lo que me pides. Mi deber...
nuevo, al mismo tiempo que volvía calmosa al
ntes. No se trataba de una esbelta chicuela,
nunciadas, una maravilla calimastia y calipigia
hombre. Trató de asirla con el brazo, pero la
o de una puerta, Baetis —dijo suavemente—.
a negar a tu rey una sorpresa, los mismos
cerró los ojos.
o por fin.
e, y montó sobre él—. Por supuesto, Baetis,
el brillo de sus ojos violáceos indómito. Que
atacaría mientras él todavía meditaba el curso
ra que morir con Garian. Pero eso había de
se entregó al placer.
o el torso de un hombre. Conan puso el último
a silla, deshizo al galope los ciento cincuenta
que él y Hordo habían ido reuniendo a lo largo
tener a su lado al tuerto, pero Hordo aún
38
mantenía sus contactos con los contrabandist
almacén donde las guardaban antes de que
inspección por sorpresa. No sabían —decía
aquellos contactos.
El cimmerio refrenó a su gran caballo
montados, y sostuvo ante ellos un arco corto, p
—Éste es un arco de caballería.
Los arcos habían sido un hallazgo afort
era un arte desconocido en el oeste, y Conan c
atractiva a su Compañía Libre para posibles
tensar en el almacén de los contrabandistas
pesados como para interesar a sus clientes. C
piezas adquiridas en el almacén: lorigas metá
puntiagudos yelmos. Un escudo redondo colga
buena cimitarra turania, en la que se distinguía
cada cintura.
Conan tenía la esperanza de que aqu
Nemedia para darles un aire extranjero. Se sol
tácticas de combate. En lo tocante al tiro co
hacía realidad. Del mismo modo que él y Hor
tuvieran ya un caballo en propiedad —pu
extraordinarias, pero no para comprar montur
que supieran algo del tiro con arco. Era por
explanada, en las afueras de Belverus.
—Todos estáis acostumbrados a llevar
fácilmente el arco —siguió diciendo—, pero,
cambiar rápidamente el arco por la espada, la
tiro os estorbaría.
—Y entonces, ¿cómo vamos a tensar el
en cuyas anchas narices era visible una lívida
Levantó uno de los arcos cortos a la dista
alargar la cuerda más de un palmo, y algunos d
El hombre de cabello cano se llamaba
cimmerio sí reconoció en él al sargento de la G
los que mataron a Lord Melius.
—Agarra la cuerda con tres dedos —dij
así.
El musculoso cimmerio tomó una flecha
de la mejilla, tiró hacia abajo del corto y sólido
con las rodillas a su caballo negro, entrenado
mecerse ante sus ojos; tiró. Con sordo chasq
que se hallaba en medio. Un murmullo de sorp
—Se hace así —dijo Conan.
—Es bastante raro esto de tirar desde
chupadas.
Tenía los ojos negros hundidos en sus c
alguna enfermedad le afligía, aunque los miem
que no padecía ninguna dolencia, sino que ta
cuestión de acostumbrarse, ¿por qué no lo p
Aquilonia, ni de ninguna otra nación civilizada?
Macaón le ahorró a Conan el responder.
—No seas obtuso, Narus —le espetó el h
tu ánimo sombrío no tina lo que ves con sus c
huir mientras los arqueros de a pie todavía
3
tas, y tenía que llevarse unas mercancías del
el servicio de Aduanas del Rey hiciera una
a Hordo— cuándo podrían resultarles útiles
o negro aquilonio frente a cuarenta hombres
pesado.
tunado, pues el tiro con arco desde el caballo
contaba con que aquella habilidad hiciera más
s clientes. Los arcos se habían quedado sin
s, que los consideraban demasiado cortos y
Cada uno de los cuarenta llevaba además otras
álicas que protegían sus túnicas acolchadas, y
aba de cada una de las sillas de montar, y una
a el blasón de la Fragua Real de Aghrapur, de
uella armadura fuera lo bastante extraña en
lía creer que los extranjeros conocían insólitas
on arco desde el caballo, aquella creencia se
rdo habían reclutado tan sólo a hombres que
ues el dinero les llegaba para dar pagas
ras—, habían aceptado también sólo hombres
r eso que Conan los había traído a aquella
el anillo de tiro en el pulgar para tensar más
cuando luchéis a caballo, habréis de poder
a espada por la lanza y viceversa. Un anillo de
arco? —preguntó un hombre de cabello cano,
cicatriz.
ancia de un brazo y trató de tensarlo. No logró
de los otros se echaron a reír.
Macaón. Aunque no reconociera a Conan, el
Guardia de la Ciudad que había comandado a
jo Conan en cuanto callaron las risas— y tira,
a y, acercando el cabo de la cuerda a la altura
o arco para tensarla. Mientras lo hacía, refrenó
para la guerra. Los blancos de paja parecían
quido, la saeta fue a clavarse en el centro del
presa se hizo oír entre los hombres.
el caballo —dijo un hombre alto de mejillas
cuencas, y por su aspecto habríase dicho que
mbros de la compañía que lo conocían decían
an sólo tenía el espíritu amargo—. Si sólo es
practican ya los ejércitos de Nemedia, ni de
?
hombre de cabello cano—, y que, por una vez,
colores. Piensa. Podremos aparecer, atacar y
a estén plantando sus estacas afiladas para
39
intentar detener el tipo de carga que ellos es
ordinaria se estén preparando para cerrar fil
conocen. Cuando la caballería enemiga apres
les traspasarán el corazón. Depon ese port
sorpresa que le daremos al enemigo.
Narus, deliberadamente, hizo tal mueca
plaga. Un murmullo de risas y comentarios obs
—Macaón ha juzgado este asunto con a
ahora sargento de esta Compañía Libre.
Una expresión sorprendida, pensativa, se
alzó entre los demás un murmullo de aprobaci
a su lúgubre manera.
—Ahora —siguió diciendo Conan—, que
Primero, con el caballo parado.
Durante tres clepsidras, el cimmerio los m
con los caballos al paso y por fin al galope.
había allí, sabían montar y tirar con arco, y pr
aunque todavía no emplearan el arco con la
capaces ya de sorprender y consternar a la
sorprendió por ello— y Narus —sorprendió a to
Cuando acabaron, el cimmerio les dejó r
que se alineaban frente al muro de la ciudad, q
caballos de la compañía. Tras confiar su mon
fueron por su camino hasta la mañana siguie
debían volver a reunirse en los establos, pues
cuando no estaban de servicio. De esto últim
iba.
—Un momento, capitán —dijo el hombre
pesadas puertas de madera de la cuadra.
Macaón había sido apuesto en su juvent
las anchas narices, tenía dibujado en el rost
izquierda llevaba un pequeño tatuaje de una
finos aros de oro procedentes de Argos pendía
pelo corto sobre la frente y largo por la espalda
—Nos convendría, capitán, que esta com
hayan pasado unos días desde que formulamo
abierta de que no ganamos oro, y se comen
juramento solemne, con otro nombre, ante otro
—Hazles saber que pronto estaremos d
mismo se preguntaba por qué no se había ac
que pudieran querer contratar una Compañ
sargento.
Macaón dudó, y luego preguntó tímidame
—¿Sabéis quién soy?
—Sí sé quién eres, pero no me importa.
que Macaón, al fin, asintió.
—Me encargaré de los hombres, capitán
El cimmerio salió del establo y se dirigió
las que parecía haber el doble de mendigos
Ahora, ni los rollizos mercaderes ni los noble
las Calles Altas sin un acompañante de mirada
esclavos en las que podía pasear la esbelta
lascivos, viajaban sin una escolta de guardia
Ciudad no se dejaba ver.
4
speran, o mientras los lanceros y la infantería
las contra un asalto a caballo como los que
ste la lanza para contraatacar, nuestras saetas
te afligido, Narus, y sonríe pensando en la
a que pareció más que nunca afectado por la
scenos le respondió.
acierto —proclamó Conan—. Le nombro desde
e dibujó en el marcado rostro de Macaón, y se
ión. Incluso Narus parecía aprobar la elección,
e cada hombre intente acertar a los blancos.
mantuvo ocupados en la tarea, algo más tarde
Casi todos los hombres, si no todos los que
rogresaron con rapidez. Al final de la jornada,
pericia de la caballería ligera turania, sí eran
de los países del oeste. Macaón —nadie se
odos— eran los mejores después de Conan.
regresar a Belverus, a una de las caballerizas
que había contratado para que atendiera a los
ntura a los esclavos de la caballeriza, todos se
ente, en la que, siguiendo órdenes de Conan,
s tal era la costumbre de las Compañías libres
mo habló Macaón a Conan cuando éste ya se
e de cabello cano, parando a Conan cabe las
tud, pero, aparte de la cicatriz que le marcaba
tro un mapa de sus campañas. En la mejilla
a estrella de seis puntas hecho en Koth; tres
an del lóbulo de su oreja izquierda, y llevaba el
a, al estilo de la frontera ofirea.
mpañía entrara pronto en servicio. Aunque sólo
os el juramento solemne, he oído alguna queja
ntaba lo fácil que es pronunciar un segundo
o magistrado.
de servicio —le respondió Conan, aunque él
cercado todavía a ninguno de los mercaderes
ñía Libre—. Veo que he elegido a un buen
ente:
. Conan miró a los ojos negros del otro, hasta
n.
ó al Mesón de Thestis, pasando por calles en
s y el triple de matones que diez días antes.
es de rostro severo se adentraban siquiera en
a fiera, y ni una sola de las literas llevadas por
a hija de un noble, o su cortesana de ojos
as completamente armados. La Guardia de la
40
El Thestis, cuando Conan entró, se llena
artistas que querían comer gratis de la olla de
musicales, se entremezclaban formando una
ignorar.
Agarró a Kerin del brazo cuando ésta le
de vino en cada mano.
—¿Ha regresado Hordo? —preguntó.
Dejó una de las jarras de vino sobre la m
el charco de vino que se extendía por ésta y lo
—Mandó a un muchacho con un mens
encontrarte con él en el Mesón de la Luna Uen
después del cénit del sol.
—¿Por qué allí? ¿Ha dicho por qué no q
masculló entre dientes la respuesta.
—Se habló de una bailarina, con unos
más, pregúntaselo a esa miserable cabra tuert
El cimmerio contuvo la sonrisa hasta que
Hordo que la bailarina satisficiese sus expecta
placeres cuando volviera a ponerse al alcance
Mientras estaba pensando si tendría tiem
sin duda, sabría mejor que el que iban a servir
encontrarse con Hordo, Ariane se le acercó
Conan sonrió, pues se le había ocurrido una
un cuenco de estofado.
—Sube a mi cuarto —dijo, mientras la ro
ensayó su más seductora mirada lasciva—. Po
Ella trató de contener una risita tonta, y c
—Si estás hablando de la poesía que yo
La sonrisa se desvaneció de sus labios, y
tendríamos que hablar de algo más importan
nadie nada de lo que te diga. Debes jurármelo.
—Lo juro —dijo él lentamente.
De pronto, comprendió por qué todavía
duda, de la compañía que sirviera a un merca
al trono en tiempos de rebelión. No quería tom
amigos. Especialmente de Ariane.
—Me he preguntado a menudo —sigu
revuelta que preparáis. Ariane sofocó un grito.
—Lo sabes —le dijo, hablando quedo. L
impedir que siguiera hablando—. Ven conmigo
La siguió por entre las mesas hasta e
cuarto, Estéfano holgazaneaba, mirando con e
pared, y Graecus, el achaparrado escultor,
Leucas, un hombre delgado y narigón que
piernas cruzadas, en el suelo, y se mordía el la
—Lo sabe —dijo Ariane al cerrar la puert
Conan, disimuladamente, llevó la mano a
—¡Lo sabe! —bramó Estéfano—. Ya t
debíamos tratar con él. No es esto lo que había
—No grites —le replicó Ariane con firme
posada se enteren? —Él se calmó de mala
4
aba ya, como todos los mediodías, de jóvenes
e la posada. Sus debates, y sus instrumentos
cacofonía que el cimmerio había aprendido a
pasó por delante con una jarra de arcilla llena
mesa, con tal violencia que la rompió, e ignoró
os gritos de los que allí se sentaban.
saje —le respondió fríamente—. Tienes que
na, en la Calle de los Lamentos, una clepsidra
quiere venir aquí? Kerin entrecerró los ojos, y
pechos que... ¡Pero basta! ¡Si quieres saber
ta!
e ella se hubo marchado enfadada. Le deseó a
ativas, pues sin duda tendría que pagar por sus
de Kerin.
mpo para un cuenco lleno de estofado —que,
rle en la Calle de los Lamentos— antes de ir a
y le puso sobre el brazo su pequeña mano.
manera de pasar el rato más interesante que
odeaba con el brazo. La acercó más hacia sí y
odríamos charlar de poesía.
casi lo logró.
o creo, tal vez no te conformes con charlar. —
le escrutó el rostro con la mirada—. Ahora
nte, pero debes jurarme que no le contarás a
.
a no había alquilado su Compañía Libre. Sin
ader o a un noble se esperaría que sostuviera
mar parte en el aplastamiento de Ariane y sus
uió diciendo— cuándo me hablarías de esa
Le tapó los labios a Conan con la mano para
o.
el interior de la posada. Allí, en un pequeño
el ceño fruncido, recostado en la desconchada
estaba montado sobre un banco y sonreía.
decía ser filósofo, estaba sentado, con las
abio inferior.
ta, y todos se pusieron en pie de un salto.
al puño de la espada.
te dije que era peligroso. Ya te dije que no
a que hacer.
eza—. ¿Quieres que todos los que están en la
a gana, y ella siguió hablando, dirigiéndose
41
también a los demás—. Es verdad que no
Conan, pero he oído que todos queríais particip
—Al menos, tú sabes escribir poesía qu
Yo sólo puedo copiar lo que tú escribes y espa
con una escultura.
—«El rey Garian se sienta en el Tron
miraron—. «El rey Garian se sienta en inacaba
tú, Ariane?
—Lo escribió Gallia —replicó ella secame
—Todo esto no viene al caso —chilló Es
él, Ariane. —Miró a los ojos azules y gélidos
estamos haciendo es peligroso. Tendría que
hombres de esta..., de esta clase. El los conoc
—A Conan sí lo conocemos —insistió Ar
tú también, Estéfano..., en que nos convenía
Taras. Con Conan no tendremos sólo uno, sino
—Si es que ellos le siguen —dijo Graecu
—Me seguirán mientras les pague c
incomodarse al oírlo, y Estéfano rió con insolen
—¡Necios! —dijo Ariane, burlona—. ¿
proclaman que la revolución ha de ser pura, qu
la causa justa a tomar parte en ella? ¿Cuánt
estaca por culpa de su pureza?
—Nuestra causa es justa —gritó Estéfa
cabeza, fatigada.
—Una y otra vez lo hemos discutido. L
Estéfano. ¿Qué crees que hace Taras para re
¡Oro!
—Y desde el principio yo me opuse —rep
—Nos seguirá, y se amotinará —dijo e
ninguno de nosotros sabe nada de las armas d
—Nuestros ideales... —murmuró él.
—Con nuestros ideales no basta.
La muchacha miró duramente a cada u
incómodos, ante su mirada. Conan comprendi
curvas las que albergaban una voluntad más fi
—Lo que yo quiero —exclamó Graecus—
la mano. Conan, ¿puedo ir contigo mañana po
—Yo no he dicho que fuera a unirme a vo
Ariane sofocó un grito, arañándose con
parecía una imagen de la consternación. Graec
—Ya te dije que no había que confiar en
—Mis hombres me seguirán —siguió di
sólo al tajo del verdugo o al empalamiento. N
vuestras probabilidades de éxito, y para tenerla
—Podría traicionarnos —dijo al instante E
—No te preocupes, Estéfano —dijo Aria
del cimmerio sin decir más.
—No estoy lo bastante civilizado —dijo
amigos.
Ariane asintió temblorosa. Estéfano trató
4
teníamos previsto reclutar a hombres como
par más directamente en esto.
ue se mofa de Garian —murmuró Graecus—.
arcirlo por las calles. No puedo agitar al pueblo
no del Dragón» —exclamó Conan. Todos lo
able festín.» Yo había leído ése. ¿Lo escribiste
ente—. Yo escribo mucho mejor.
stéfano—. Todos sabemos por qué confías en
s de Conan y tragó saliva—. Creo que lo que
ser Taras quien se encargara de contratar a
ce. Nosotros no.
riane—. Y todos estuvimos de acuerdo..., sí, y
encontrar luchadores, no importa lo que diga
o cuarenta.
us.
con oro —replicó Conan. Graecus pareció
ncia. ¡Oro!
¿Cuántas veces hemos hablado de los que
ue sólo se ha de autorizar a los que luchen por
tos de ellos han acabado empalados en una
ano—. El oro la mancilla. Ariane negó con la
La hora de tales discusiones ha pasado ya,
eunir luchadores? Les paga con oro, Estéfano.
plicó el larguirucho escultor—. El pueblo...
ella, interrumpiéndole—. Nos seguirá y, como
de la guerra, será derrotado.
no de los conspiradores, y ellos se volvieron,
ió que, entre todos ellos, eran aquellas dulces
irme.
— es una oportunidad de tener una espada en
or la mañana?
osotros —respondió calculadamente Conan.
las manos los redondeados senos; su rostro
cus seguía sentado, boquiabierto.
él —murmuró Estéfano.
ciendo el cimmerio—, pero no si les guío tan
No puedo unirme a vosotros sin tener idea de
a, debo conocer vuestros planes.
Estéfano.
ane, pero luego escrutó con la mirada el rostro
Conan con suavidad— para traicionar a mis
ó de interrumpirla, pero ella le ignoró.
42
—Taras está contratando guerreros. El
pero en todo caso no tardará en tenerlos. N
pueblo. Su ira es tan grande ahora, y también
los suelos a Garian con sus propias manos. A
acabarán siguiendo a éstos. Tenemos armas
contrabando por la frontera. Algunas, sin duda,
—¿Diez mil, dices? —exclamó Conan,
cinco mil.
—Diez mil —repitió Graecus—. Yo las he
«Y también le dejó contarlas», pensó Con
—Es muy caro armar a diez mil, aun p
armados. ¿Tenéis el oro necesario?
—Ya tenemos una parte, sí —replicó Ar
disponemos de grandes cantidades, y casi tod
otros ingresos viene a parar a esta posada.
—Hay algunos —dijo Estéfano con grand
que tenemos razón y que Garian destruirá Ne
pagar armas y hombres.
—¿Quiénes son? —preguntó Conan—.
con su nombre cuando salgáis a la calle?
—Por supuesto —dijo Estéfano, pero c
incertidumbre—. Es decir, supongo que lo
anonimato. —Rió tembloroso—. Oh, ni siquie
Taras recibe directamente el dinero.
—Lo que Estéfano quiere decir —explic
silencio— es que temen que fallemos, y que a
del verdugo. Es probable que crean mani
acrecentar sus propias riquezas y su rango. P
capitaneamos al pueblo. Y a un millar de homb
«A un millar de hombres armados
benefactores», pensó Conan, exasperado.
—Pero ¿cuál es vuestro plan? ¿No pe
espadas entre el pueblo? Graecus sonrió de or
—No somos tan necios como quizá nos
distribuyen el pan en Puerta del Infierno han
confiar, han averiguado quiénes nos seguir
armas. Siguiendo nuestras órdenes, rodearán
a apoderarse de las puertas de la ciudad y a si
—¿Y qué hay de las Compañías Libre
Conan—. Deben de sumar unos tres mil en to
rey, sin duda.
—Sí —dijo Ariane—, pero todos conser
hasta que sepan qué sucede. Podemos ignor
más tarde, uno por uno. Una Compañía Li
dominada por un millar de andrajosos para
hambre.
La muchacha parecía dispuesta a dirigir
cuadraba los hombros, realzando así los pec
ojos le ardían con fuego castaño. Conan sabí
que reciben con alegría a la muerte son opon
mucho más fáciles de derrotar en una camp
aquella reunión, tendría que estar dispuesto a
momento, a actuar de inmediato ante un aviso.
4
dice que necesitaremos al menos un millar,
Nuestra verdadera fuerza, sin embargo, es el
n su hambre, que si pudieran arrastrarían por
Algunos saben ya que recibirán armas. Otros
s para diez mil, armas que hemos pasado de
, las trajo tu amigo, Hordo.
recordando que Hordo había supuesto unas
e visto. Taras me enseñó un almacén lleno.
nan cínicamente.
pobremente. Y todavía más contratar a mil ya
riane, a la defensiva—. Pero, como sabes, no
do lo que procede de nuestros..., de nuestros
dilocuencia— que, pese a sus riquezas, creen
emedia. Proveen a Taras de lo necesario para
. ¿Os sostendrán abiertamente, os apoyarán
casi al instante su grandilocuencia se volvió
o harán. Verás, han preferido conservar el
era les ha visto jamás ninguno de nosotros.
có Ariane, mientras el escultor se sumía en el
acaben encontrándose ellos mismos en el tajo
ipularnos, a nosotros y la revolución, para
Pero, si ése es el caso, olvidan que nosotros
bres armados.
que reciben el oro de esos misteriosos
ensaréis salir a la calle y empezar a repartir
reja a oreja.
consideres, Conan. Aquellos de nosotros que
n encontrado hombres en quienes se puede
rán cuando demos la señal. Éstos recibirán
el Palacio Real, mientras Taras va con sus mil
itiar las casernas de la Guardia.
es, y de los guardias personales? —preguntó
oda la ciudad, y los que les pagan apoyarán al
rvarán a sus guardias personales cerca de sí
rarlos. Si es necesario, acabaremos con ellos
ibre de cien hombres puede ser fácilmente
quienes la muerte sólo representa el fin del
r ella misma el alzamiento: erguía la cabeza y
chos, que oprimían el tejido de la camisa; los
ía que lo que decía era verdad. Los hombres
nentes temibles en un asalto, aunque resulten
paña larga. Fuera cual fuese el resultado de
a poner en marcha su compañía en cualquier
.
43
Lo que dijo, sin embargo, fue:
—¿Qué hay del ejército?
De nuevo fue Graecus el que contestó.
—Las tropas más cercanas son de u
Jeraculum. Una vez reciban la orden de avan
pero no podrán hacer nada realmente efecti
ciudad. Y en cuanto a las tropas establecid
decidirse a abandonar esa frontera, e inevitab
Aquilonia.
—Desde la frontera, una fuerza consider
pensativo—. Serían necesarios dos días a
mensajero llegara allí. Así que podéis contar co
a máquinas de asedio, y a un considerable núm
ciudad. Quizá tarden más, pero es mejor no co
—Tienes vista para estas cosas —le dijo
nuestros planes teniendo doce días en mente.
—Y no los necesitaremos —dijo Estéfan
los oprimidos de la ciudad se habrán alzado p
ocuparán los muros de la ciudad, hombro co
abdicar...
—¡A abdicar! —gritó Conan. Los otros se
si temieran que les escucharan. El cimmerio si
una rebelión y luego llamáis a Garian a abdica
defender el Palacio Real durante medio año
días.
—Esto no fue idea mía —exclamó Ariane
Desde el primer momento, he dicho que
—¡Y matar a todos los que estén allí!
mejores que Garian, y nuestras creencias e ide
—Yo no recuerdo —dijo Graecus calmad
le exigiéramos a Garian su abdicación. A prim
Ariane sugiere: atacar el Palacio Real mientras
se enfrentan a un motín callejero más. Per
ideales que defendemos. Además —acabó
hallado la solución—, es cosa sabida que un c
sobre el que se asienta el Palacio Real, y algun
interior burlando las defensas.
—Todo el mundo sabe que esos corre
pero ¿tienes idea de cómo encontrar uno de el
—Podríamos hacer excavaciones —sugi
Ariane gruñó, y el otro decidió callar. Con
—Garian no abdicará. Ningún rey abdica
—Si él no abdica —dijo Estéfano—, el p
destrozará con sus propias manos por los crím
—El pueblo —dijo Conan, al tiempo que
como si nunca hubiera visto nada parecido
quitaría lustre a tus ideales. ¿Y qué hay de los
Si es que llegáis a tomarlo.
—Pusimos en peligro nuestros ideales
Todos los que mueran morirán como mártires d
—¿Cuándo será ese día glorioso? —preg
—En cuanto Taras haya reunido a sus m
4
un millar, en Heranium, y dos millares en
nzar, tardarán cinco días en llegar a Belverus,
ivo tan pronto controlemos las puertas de la
das cabe la frontera aquilonia, tendrán que
blemente se verán supeditadas a lo que haga
rable tardaría diez días en llegar —dijo Conan,
caballo y muchos esfuerzos para que un
on doce días antes de que debáis hacer frente
mero de soldados que asaltara los muros de la
onfiar en ello.
o Graecus con aprobación—. También hicimos
no con un gesto de desprecio—. Mucho antes,
para unirse a nosotros. Unos cien mil hombres
on hombro. Ya habremos llamado a Garian a
e sobresaltaron, y miraron a las paredes como
iguió hablando en voz más baja—. ¿Provocáis
ar? Qué locura. Los Leopardos de Oro pueden
de sitio, quizá más. Sólo disponéis de doce
e con disgusto—.
debemos tomar el palacio.
—dijo Estéfano—. En ese caso no seríamos
eales no pasarían de huera retórica.
damente— quién fue el primero en sugerir que
mera vista, quizás parece más acertado lo que
s los Leopardos de Oro todavía crean que sólo
ro no podemos abandonar por completo los
de decir con una sonrisa, como si hubiera
centenar de pasadizos atraviesan el montículo
no de ellos sin duda nos permitiría entrar en el
edores existen —dijo Ariane con voz acida—,
llos? ¿Uno solo?
irió tímidamente el hombre achaparrado.
nan negaba repetidamente con la cabeza.
a. Perderéis tiempo que no podéis perder.
pueblo tomara por asalto el Palacio Real y le
menes que ha cometido contra ellos.
miraba al hombre de negras y pobladas cejas,
o—. Hablabas de impedir una matanza que
s millares que morirán en la toma del palacio?
s al contratar espadachines pagándoles oro.
de una causa justa y gloriosa.
guntó Conan con sarcasmo.
mil hombres —respondió Graecus.
44
—Así pues, ¿será ese Taras quien dé
morosamente; una súbita mirada de duda apar
En tal caso, debo hablar con Taras antes de qu
Ariane le miraba boquiabierta.
—¿Quieres decir que todavía podrías d
ti?
—¡Se lo hemos contado todo! —gritó
¡Puede revelarlo todo! ¡Acabamos de entregarn
Conan, cuyo rostro se había endurecid
manos y tiró de ella hasta que tuvo la empuña
traspiés y chilló como una mujer, y las piern
estaba pálida, pero no se movió.
—Por este acero —dijo Conan— y por C
traicionaré. —Sus gélidos ojos azules se e
sostuvieron—. Antes moriré.
Ariane dio un paso adelante —su rostr
mano vacilante por la mejilla del cimmerio.
—Tú no eres como ningún otro hombre q
voz se volvió más firme—. Le creo. Le co
acuerdo, Estéfano? ¿Graecus? —Ambos escu
¡Leucas!
—¿Qué? —El descarnado filósofo se so
Lo que tú digas, Ariane, siempre te apoyaré co
Vio de pronto la hoja desnuda de Con
pared. No se movió de allí, y miraba el acero c
—¡Filósofos! —murmuró Ariane en tono b
—Debo irme —dijo Conan, al tiempo que
—Esta noche te veré, pues —dijo Arian
sufre dolor de estómago—. Ah, Conan —aña
irse—. Confío en ti con toda mi vida.
«Con toda su vida», pensaba el cim
involucrada hasta el fondo en la conspiración
Taras tuviera realmente los mil hombres entre
En caso de que el pueblo se amotinara, y le
escudos y el paso regular de la infantería, la
monstruosas máquinas de asedio, destructora
su orgullo, se persuadieran de que más valía
tomaran por asalto el Palacio Real mientr
desprevenidos. Demasiados «en caso de que
causa ya condenada. Pero, en el orgullo de s
éste para sí. Al mismo tiempo que mantenía
salvar a la muchacha, aunque ésta no estuvier
CAPITULO 9
Una clepsidra después del mediodía, la
Lamentos, desvaída al principio, y luego fue
noche. Un centenar de malabaristas arrojab
varitas mágicas, y no tardarían en ser un m
perfumadas, adornadas con brazaletes, pobr
brillantes, se contoneaban, y serían dos mil
paseaban docenas de nobles ataviados con l
4
é la señal para el motín? —Graecus asintió
reció en su rostro, y Conan siguió hablando—.
ue me decida a unirme a vosotros.
dejarnos? ¿Tras ver cómo hemos confiado en
Estéfano, con voz cada vez más chillona—.
nos a este bárbaro!
do de pronto, agarró la espada con ambas
adura ante el rostro. Estéfano retrocedió dando
nas de Graecus flaquearon. La faz de Ariane
Crom, Señor del Montículo, juro que jamás os
encontraron con la mirada de Ariane, y la
ro estaba lleno de admiración— y pasó una
que yo haya conocido —le dijo en susurros. Su
oncertaremos un encuentro con Taras. ¿De
ultores asintieron estúpidamente—. ¿Leucas?
obresaltó, como si hubiera estado dormido—.
on todo mi corazón.
nan y retrocedió, dando con la cabeza en la
con ojos horrorizados.
burlón.
e envainaba la espada—. Debo ver a Hordo.
ne. Estéfano, de pronto, puso la cara de quien
adió ella, cuando el cimmerio se volvió para
mmerio al salir de la posada. Pero estaba
y el motín. Podía tener éxito. En caso de que
enados y armados de los que decía disponer.
es siguiera, y no huyera al verse frente a los
a armada carga de la caballería pesada y las
as de tejados. En caso de que los rebeldes, en
dejar los ideales para después de la victoria y
ras los Leopardos de Oro estuvieran aún
e>. La vida de la muchacha dependía de una
su juventud, Conan pronunció otro juramento,
su juramento de no traicionarles, trataría de
ra de acuerdo.
a jarana había empezado en la Calle de los
e animándose a medida que se acercaba la
ba ya sus bolas, bastones, aros, cuchillos y
millar. Un centenar de rameras, maquilladas,
remente vestidas con sus sedas de colores
llares cuándo oscureciera. Entre todos ellos
lujosas túnicas y mercaderes, seguidos todos
45
ellos por uno o dos hombres de armas, van
Literas a docenas, llevadas por esclavos mus
transportaban mujeres de piel fina y aliento cá
en el goce de los vicios que sólo los desesp
mendigos harapientos engatusaban a los trans
Conan anduvo calle abajo, indiferente a c
fin el Mesón de la Luna Llena. En un tablón de
estaba pintada una mujer desnuda, de hino
cuantos pasaban, y cuyas nalgas brillaban com
eran los bastos deleites que Hordo había elegi
De pronto una de las literas le llamó la a
varas laterales y el armazón tenían adornos d
visto en su primer día en Belverus, la litera de
extraña. Una mano apartó la cortina purpúrea
velos grises. Estaba demasiado lejos para dis
resultaban familiares. Y le acosaban; si pudiera
Meneó negativamente la cabeza. La me
de mujeres de las que había conocido, y un mi
ojos. Se volvió para entrar en el Luna Llena.
Oyó un sonido tras de sí, entre los mu
tenía algo de gemido. Giró sobre sus talones,
Aquella risa le había resultado tan familiar, q
vendría a los labios un nombre. Pero no vio a
había desaparecido entre el gentío.
El cimmerio llevó la mano a la espada y a
ello pudiera tranquilizarle. Se dijo a sí mism
preocuparse de Ariane. Le convenía distrae
lascivamente la mirada con alguna fabulosa ba
La taberna de la Luna Llena olía a vino
parte de las toscas mesas de madera estaba
encorvados sobre sus jarras, tragándose el v
mujeres bailaban al ritmo de dos flautas estrid
una tira ancha de seda roja con la que se cub
De sus cintos dorados, que les ceñían hol
láminas de latón que les cubrían las caderas,
el que se podría gozar de su portadora en uno
Aunque todas las bailarinas tenían be
pudiera excitar la imaginación de Hordo en el
quizá tendrían otras muchachas que habían de
a una mesa, cerca de la estrecha plataforma
una rolliza camarera, que no llevaba otro atuen
las caderas, se le acercó por un lado.
—Vino —dijo él, y la muchacha fue a bus
Mientras se ponía cómodo para disfru
escenario, se dio cuenta de que alguien le mir
vacilante a su mesa.
—Tendría que... ¿Puedo hablar contigo,
El hombre delgado miraba nerviosamen
temiendo que le oyeran. Los únicos otros homb
eran tres kothios de piel oscura, que llevaba
dagas karpashias sujetas al antebrazo. Parecí
los precios que exhibían. Aun así, Leucas ca
Conan, se tiró sobre la mesa y habló en aprem
le interrumpiera violentamente en cualquier mo
4
nguardia de las multitudes que les seguirían.
sculosos, rodeadas por guardias en armadura,
álido, que querían adelantarse a sus hermanas
perados ofrecían. Y, en medio del gentío, los
seúntes.
cuanto veía u oía, y echó a reír cuando vio por
e madera que habían colgado sobre la entrada
ojos y prosternada, que ofrecía el trasero a
mo si reflejaran el sol. Aquello indicaba cuáles
ido.
atención; su cortina era purpúrea, y las negras
de oro. Sin duda era la misma litera que había
la mujer velada que le había mirado de forma
a, y de nuevo vio los ojos de la mujer de los
stinguir su color, pero aquellos ojos gatunos le
a recordar dónde los había visto antes...
emoria y la imaginación engañan. Un centenar
illar de las que no, debían de tener los mismos
urmullos de la calle, la risa de una mujer que
, y un gélido escalofrío le recorrió el espinazo.
que estaba seguro de que si abría la boca le
a ninguna mujer, aparte de las putas. La litera
a la daga que llevaba en el antebrazo, como si
mo que estaba demasiado malhumorado para
erse un rato con Hordo, beber y entretener
ailarina. Entró en el Luna Llena.
rancio y a perfume pasado. Sólo una tercera
an llenas en aquella hora, llenas de hombres
vino y sus propios y sombríos miedos. Siete
dentes y de una cítara, y todas ellas llevaban
brían, ora el rostro, ora los pechos desnudos.
lgadamente el bien torneado talle, colgaban
marcadas cada una de ellas con el precio por
de los cuartos del piso de arriba.
ellas curvas, Conan no veía a ninguna que
sentido que indicaba aquel cartel. Pensó que
e aparecer más tarde. Cuando por fin se sentó
a sobre la que se contoneaban las bailarinas,
ndo que un jirón de muselina atado en torno a
scarlo.
utar de la actuación de las muchachas del
raba. El delgado filósofo, Leucas, se acercaba
Conan?
nte en derredor al tiempo que hablaba, como
bres que no estaban abstraídos bebiendo vino
an el cabello trenzado con anillos de metal y
ían estar discutiendo si las bailarinas merecían
asi cayó sobre el taburete que había frente a
miantes susurros como esperando que alguien
omento.
46
—Tenía que charlar contigo, Conan. Te h
tú. Eres el hombre que puede hacer este tipo d
no soy un hombre de acción. —El sudor perla
una taberna sombreada, fresca—. Me compren
—No entiendo ni palabra —dijo Conan. L
algo entre dientes, y cuando volvió a abrirlos p
—Estás de acuerdo en que Garian debe
—Eso es lo que vosotros planeáis —resp
—Pero... —La voz de Leucas subió al
visible esfuerzo—. Pero eso tiene que cambiar
ocurrido estos últimos días. El sol se oscurece
rostro de Nemedia. Aquello era un signo, u
Garian antes que lo derroquen ellos y arrastren
El dios de Conan, Crom, el Señor Osc
voluntad, y nada más. Conan no había visto
daban más. Y en cuanto al cielo que se oscu
que había alguien en Belverus que obraba bru
le gustaban los que se entregaban a tales prá
con ellos, ni pensaba salirles al encuentro.
Sólo dijo:
—¿Creéis que habría que avanzar vue
hablas de ello?
—No, no lo comprendes. No te hablo d
inmediato.
El rostro del hombre delgado brillaba ah
temblaba la voz, aunque siguiera hablando que
—Verás, nos van a introducir en palacio.
Pero yo no puedo. No soy de esa clase de ho
lugar.
—Yo no soy un asesino —masculló Co
frenesí.
—Baja la voz —dijo, casi gimoteando—.
—Sí que entiendo lo que me pides —dijo
haré saltar algunos dientes de un puñetazo. —
¿Ariane sabe algo de esto?
—No debes contárselo a ella. No debes
hablado de esto. —Leucas se puso en pie de p
de la mesa, hacía gestos vagos y fútiles—. P
piénsalo.
El cimmerio hizo como que iba a levan
hasta la calle.
Conan torcía la boca airado. ¿Cómo osa
criminal? Él había matado, sin duda, y casi c
había visto obligado, no por dinero. Sin embarg
Ariane. Conan veía imposible que un hombr
entrara en palacio sin ser capturado. Y en c
tenazas, el filósofo balbuciría todos los nom
cimmerio podría escapar si la cosa iba mal
cervato. Decidió que, en cuanto Hordo se
prevendrían contra Leucas.
Al pensar en Hordo, se acordó de su vi
seguro de no verla. En toda la taberna nada se
que se iban acercando a ellas, al parecer para
4
he seguido. Tu espada. Al verla, lo supe. Eres
de cosa. Yo..., yo no lo soy. Lisa y llanamente,
aba su alargado rostro, aunque se hallaran en
ndes, ¿verdad?
Leucas cerró con fuerza los ojos murmurando
pareció serenarse.
ser derrocado, ¿no?
pondió Conan evasivamente.
larmantemente de tono; volvió a bajarla con
r ya. No podemos esperar más. Mira lo que ha
e. La tierra tiembla. Los dioses han apartado su
una advertencia de que debemos derrocar a
n con él a todo Belverus.
curo del Montículo, le daba al hombre vida y
o nunca nada que indicara que otros dioses
urecía y la tierra que temblaba, era su opinión
ujería, pese a las prohibiciones de Garian. No
ácticas, pero, por una vez, no había tropezado
estros planes, entonces? Pero ¿por qué me
de esos planes. Se trata de algo distinto. Más
hora a causa del sudor que ya lo cubría, y le
edo.
. Con dagas. Garian debe morir. De inmediato.
ombres. Tú eres un hombre violento. Toma mi
onan. Leucas chilló, y sus ojos bailaban con
No lo entiendes. Tienes que...
o Conan fríamente—. Vuelve a pedírmelo y te
—Le vino a la cabeza un súbito pensamiento—.
s contárselo a nadie. No tendría que haberte
pronto, dando un traspiés. Mientras se alejaba
Piénsalo, Conan. ¿Quieres hacerlo? Al menos,
ntarse, y el filósofo, chillando, se abrió paso
aba aquel hombre considerarle un asesino, un
con certeza volvería a matar, pero porque se
go, lo que más ocupaba sus pensamientos era
re como Leucas, que olía a temeroso sudor,
cuanto se oliera los hierros candentes y las
mbres que supiera, hasta el de su madre. El
l, pero Ariane caería en la trampa como un
e presentara, irían a buscar a Ariane y la
ino. ¿Adonde habría ido la camarera? Estaba
e movía, salvo las bailarinas y los tres kothios,
examinar mejor la mercancía.
47
Conan empezó a levantarse para ir a bu
kothios le gritó:
—¡Te he dicho que esa mujer es mía, bá
Con adiestrados movimientos, los tres
dagas del antebrazo. Las flautas dejaron de s
que los kothios se arrojaban sobre el musculos
Con una sola mano, Conan levantó la me
—¡Necios —gritó al tiempo que se ponía
Dos de los kothios se hicieron a un lado
sus rodillas hasta Conan, asestando puñalada
rozaron su loriga, una por cada costado. Ante
le había roto ya su prominente mentón, y tenía
de sangre. Mientras las armas de aquel ho
acompañaban en su inconsciencia sobre aq
acero con mano firme; tenía listos para atacar
—Atacáis a quien no deberíais atacar —v
Los dos que quedaban se separaron, am
son expertos en el empleo del puñal. Se leva
hombres apostaban al ganador.
—Nunca os había visto, ni sé nada de nin
Los dos hombres seguían avanzando, ro
blandirías en alto, preparando la acometida qu
su loriga.
—¡Eres tú! —dijo uno de los dos, y en
atacó.
El cimmerio, de todos modos, ya lo
direcciones a las que podía volver la mirada.
sangre tomó el lugar de su mano derecha.
muñón, el hombre dio de bruces en el suelo; la
medida que la sangre seguía brotando.
Conan se volvió para mirar al tercer h
pelea. Tenía la consternación escrita en su o
tendidos en el suelo, uno inconsciente, el otro d
El corpulento cimmerio le señaló con la e
—Bueno. Serás tú quien me diga...
Inesperadamente, muchos Guardias de l
eran una docena, y se apelotonaban en la e
señaló a Conan.
—¡Es ése! —gritó.
Los guardias avanzaron al unísono, abri
alguna mesa con las prisas.
—¡Crom! —murmuró Conan.
No parecía que tuvieran ningún interés
por qué. Saltó al estrecho escenario y corrió
bailarinas. Estaba cerrada con pestillo.
—¡Capturadlo! —bramó uno de los guard
Abriéndose camino entre los clientes d
habrían dejado expedito, y con placer, si les h
guardias se precipitaron sobre el escenario.
Conan dio un rápido paso atrás y se arro
por tierra con una lluvia de astillas. Las ba
acurrucadas en un angosto pasillo, al final del
4
uscar a la muchacha, y al instante uno de los
árbaro!
cruzaron las muñecas y desenvainaron las
sonar, y las bailarinas huyeron chillando al ver
so cimmerio blandiendo espadas.
esa y se la echó encima.
en pie—, atacáis a quien no deberíais atacar!
o, pero hubo uno que cayó, se arrastró sobre
as. El cimmerio se encogió, y las cuchilladas
es de que el atacante pudiera moverse, Conan
a que escupir dientes mezclados con un chorro
ombre caían de sus manos sin nervio y le
quel sucio suelo, Conan agarraba todavía su
el sable y la daga.
volvió a decir.
menazándole con el felino ademán de los que
antó un estruendo entre las mesas, porque los
nguna mujer.
odeaban al cimmerio, esgrimían las armas sin
ue eludiera las traslapadas piezas de metal de
n cuanto Conan se volvió para mirarlo el otro
esperaba. Daba cuchilladas en todas las
. El atacante kothio chilló, y un manantial de
Mientras desesperado trataba de taparse el
a pechera de su túnica enrojecía más y más a
hombre, pero éste no pensaba seguir con la
oscuro rostro, y miraba a sus dos camaradas
desangrándose hasta la muerte.
espada.
la Ciudad entraron por la puerta de la posada,
entrada espada en mano. El primero de ellos
iéndose paso entre los presentes y tumbando
en saber quién había comenzado la pelea, ni
hacia la puerta por la que habían salido las
dias—. ¡Matadlo!
de la taberna —muchos de los cuales se lo
hubiera quedado espacio donde moverse— los
ojó contra la tosca puerta de madera, y la echó
ailarinas, que ahora volvían a gritar, estaban
l cual se veía una puerta que daba afuera. Se
48
abrió paso apresuradamente entre aquellas m
ante la puerta y luego se volvió, esgrimiendo
espantoso que pudo afectar. Chillando co
precipitaron otra vez al escenario. Se oyeron lo
se veían atrapados en un diluvio de histéricas c
Conan pensó que aquello los contendría
a la taberna. Apenas tenía cabida para sus h
vómito y excremento humano. Eligió una dire
zumbaban.
Antes de que llegara a la primera esquina
—¡Por ahí va!
Una mirada atrás le confirmó que los gu
que un dios debía de haber maldito su suerte,
de Belverus fieles a su deber. Tal vez no les g
la porquería, la cuadrilla de negra capa se prec
Conan trató de correr, procurando no r
cada recodo del callejón, arrancando con lo
desconchados y mohosos edificios. Otro cal
suyo; se metió por él. Tropezó con un nue
oscuras, y volvió a girar. A sus espalda
perseguidores.
Mientras corría se dio cuenta de que se h
callejuelas, rodeado de calles más normales. L
escombros aquellos pasajes, pues, aunque
existencia con un único piso, el paso del tie
espacio habitable que no podía construirse e
edificado habitaciones extra, y todavía más en
fortuitos apilamientos de cajas estucadas y rec
En un lugar tal, corriendo como un zo
suerte el encontrar un camino de salida antes d
no parecía que aquel día la suerte estuviera de
que había nacido él, entre los peñascos cubier
Con un salto fuerte, alcanzó el borde d
sobre las tejas de lisa pizarra. Las maldicione
pasaron por debajo de él, ya se alejaban.
—¡Está allá arriba! —gritó un hombre—.
—¡Por la vejiga y las tripas de Erlik! —m
día, era pésima.
Mientras los guardias se esforzaban po
encaramó a otro nivel superior, trepó por és
estruendo las tejas cedieron bajo sus pies, y fu
Aturdido, Conan logró ponerse en pie en
de que no estaba solo. En las sombras, cab
penumbra, un hombre corpulento, envuelto e
sorprendido juramento con acentos guturale
ocultaba un rostro estragado por alguna dolenc
Fue sin embargo el tercer hombre, que
escarlata, el que le llamó la atención. Era un su
cabello negro que ya blanqueaba en la sien, y
mismo momento dio una orden.
—¡Matadlo! —dijo.
«Crom», pensó Conan, al tiempo que
quería su muerte? El hombre de rostro marcad
4
muchachas escasamente vestidas. Se detuvo
en alto su espada, y rugió con el rostro más
on energías renovadas, las bailarinas se
os gritos de consternación de los guardias que
carnes de mujer.
. Envainó la espada y salió a un callejón, junto
hombros, y serpenteaba como un ofidio; olía a
ección y echó a andar entre las moscas que
a, oyó un grito a sus espaldas:
uardias estaban entrando en el callejón. Pensó
pues le había mandado a los únicos guardias
gustaran las mujeres. Gritando y resbalando en
cipitaba tras él.
resbalar, casi cayendo contra las paredes en
os hombros el estuco que quedaba en los
llejón igualmente sinuoso se cruzaba con el
evo pasaje, tortuoso, angosto entre paredes
as seguía oyendo las maldiciones de los
hallaba en un laberinto, un dédalo de antiguas
Los edificios parecían ir a caerse y a cegar con
muchos años atrás habían comenzado su
empo y las necesidades habían exigido más
en las afueras, y sobre los tejados se habían
ncima de éstas, hasta parecer aquellas casas
cubiertas de azulejo gris.
orro delante de los perros, sería cuestión de
de que sus perseguidores le dieran alcance. Y
e su lado. Pero le quedaba otra opción, para la
rtos de escarpa y los riscos de Cimmeria.
de un tejado y trepó hasta que pudo tenderse
es y los gritos de los guardias se acercaban,
¡Le veo el pie!
murmuró Conan. Su suerte no era mala. Aquel
or trepar, el cimmerio corrió por las tejas, se
ste y saltó a un tejado más bajo. Con gran
ue a parar a una habitación que había debajo.
ntre escombros de pizarra rota. Se dio cuenta
be la pared opuesta, oculto su rostro por la
en una lujosa capa de color azul, profería un
es. Otro hombre, cuya discreta barba medio
cia, miraba a Conan con incredulidad.
llevaba una capa gris echada sobre su túnica
ujeto de rostro aquilino y ojos de obsidiana, de
y parecía nacido para dar órdenes. Y en aquel
tiraba de la espada. ¿Es que todo Belverus
do llevó la mano al puño de su arma.
49
—¡Ese agujero en el tejado! ¡Una mone
primera sangre!
Con la faz sombría como la muerte, el ho
hubiera podido clavarla en Conan cual una ga
oían por el tejado los pasos de los hombres qu
—Ya no hay tiempo —dijo el de rostro aq
Volviéndose, salió airado de la habitación
Conan no pensaba quedarse a saludar a
en una tela hecha jirones que colgaba de la pa
apartó, y encontró una puerta detrás por la cu
de polvo, pero en la que había otra puerta
cerraba suavemente tras de sí, Conan oyó lo
agujero del tejado.
Fue una grata sorpresa que, tras recorre
dar a una calle, y el cimmerio no encontró en
una puerta y le invitaba a pasar con desd
pensarlo, pasó de largo apresuradamente.
Cuando llegó al Thestis, la primera pers
jarra de vino. Se sentó frente a él en un tabure
—Hordo, ¿tú me dejaste un mensaje d
Luna Llena?
—¿Qué? No. —Hordo negó con la c
Respóndeme a eso, cimmerio. ¿Tú entiendes a
tenía los ojos más bonitos de todo Belverus,
que ya se imaginaba que sus pechos no eran
Y no me ha dicho ni una sola palabra más.
—Quizá yo pueda aclararte cuál es el pr
del mensaje que en principio había sido envia
en el Luna Llena.
Hordo entendió al instante el sentido de t
—Es a ti a quien quieren. Sean quienes
habían de ser los guardias quienes lo hicieran.
—Sí —dijo Conan—. En cuanto vi q
diligencia, comprendí que les habían untado l
untó.
Hordo pasó el dedo por un charquito de v
—¿No has pensado en salir de Belverus
hay agitación, y las Compañías libres encu
claramente, no me siento tranquilo con esto
muerte. Ya sabía yo que tendrías que haber es
—Ya sabías... —Conan hizo un ademán
Hordo, me quedaré sin la compañía. Algunos n
aquí, y yo no podría pagar a los demás mientra
me quedan algunos asuntos por resolver en es
—¿Algunos asuntos...? Conan, dime qu
inútil revuelta infantil.
—No exactamente.
—No exactamente —dijo Hordo con voz
Exactamente.
—Ganar algo de oro —replicó Conan—
muera, y acabar con ellos. Oh, y salvar a Arian
que caiga la bonita cabeza de Kerin, ¿verdad?
5
eda de plata para el hombre que derrame la
ombre de rostro aquilino alzó la mano, como si
arra desde el otro extremo de la habitación. Se
ue iban subiendo.
quilino.
n. Los otros dos lo siguieron.
a los guardias, ni seguir a aquellos tres. Se fijó
ared como un tapiz. Como si ocultara algo. La
ual se pasaba a otra habitación, llena tan sólo
que daba a su vez a un pasillo. Mientras la
os pasos de los hombres que saltaban por el
er aquel dédalo de callejas, el corredor fuera a
ella más que a una vieja harapienta que abría
dentada sonrisa. Estremeciéndose con sólo
sona que vio fue Hordo, enfurruñado ante una
ete.
diciendo que nos viéramos en el Mesón de la
cabeza sin apartar la mirada de su jarra—.
algo de las mujeres? Yo fui, le dije a Kerin que
y ella me dio un bofetón en la cara y me dijo
lo bastante grandes. —Suspiró tristemente—.
roblema —dijo Conan, y, en voz baja, le habló
ado por el tuerto y de lo que le había ocurrido
todo aquello.
sean. Si esos matones no acababan contigo,
.
que los guardias me perseguían con tanta
la mano con oro. Pero aún no sé quién se la
vino derramado.
s, Conan? Podríamos ir al sur. En Ofir también
uentran empleo allí sin dificultad. Te lo diré
o de que alguien que no conoces quiera tu
scuchado a aquel adivino ciego.
n de exasperación—. Si cabalgo hacia el sur,
no querrán perder la oportunidad de ganar oro
as no encontráramos empleo en Ofir. Además,
sta ciudad.
ue no piensas complicarnos en esta..., en esta
z sepulcral—. Dime qué es lo que vas a hacer.
—. Descubrir quiénes son los que quieren que
ne del hacha del verdugo. Tú tampoco quieres
?
50
—Quizá no —dijo de mala gana el tuerto
Conan miró alrededor hasta que vio a
acercara a la mesa. La muchacha dudó, y lueg
—¿Ariane está aquí? —le preguntó Cona
Lo primero que había que hacer para
pensaba hacer Leucas, y así poder detenerle.
—Ha salido —dijo Kerin. Miraba fijamen
hubiera existido—. Dijo que tenía que concerta
—En cuanto al mensaje de esta mañana
Kerin, afectando indiferencia, se acercó a
Hordo se puso en pie, gritando maldiciones, pe
—La decapitación es poco para ella —ru
dos solos, vamos a la Calle de los Lamentos.
hasta las putas enrojecen al oír su nombre.
—Confío en que no se trate del Luna Llen
—Nada de eso, cimmerio.
Y Hordo empezó a cantar como un asno
—«Oh, una vez conocí a una muchacha
Su cabello era de oro, pero tenía grupa de toro
Se hizo de pronto en la taberna un tenso
—¿Por qué no cantas, Conan?
Riendo, Conan se puso en pie, y rugie
obscena, salieron ambos a la calle entre horror
CAPITULO 10
—¿Estáis seguros? —preguntaba Albanu
Las lámparas de oro, suspendidas de l
mármol de la estancia, arrojaban sombras so
parecida a la del lobo, su primo menos fiero.
Demetrio estaba malhumorado y tenso,
había hecho esperar en el vestíbulo.
—Tú querías que Sefana fuera vigilada —
estoy seguro de lo que digo. ¿Crees que habrí
—Sigúeme —le ordenó Albanus, hablánd
Y no prestaba más atención a los pálidos
que hubiera prestado a los de un siervo. Dem
importante era eso. Albanus actuaba ya com
unos días para serlo. Aquel mismo día había
ello. El noble de ojos oscuros se dirigió a la es
a juegos con Sularia, pero la muchacha no es
peculiar, tiró del cordón de brocado de la ca
acercó a su escritorio.
—¿Cuándo? —preguntó mientras destap
un pergamino, escribió con furia—. ¿Cuánto tie
—No he logrado enterarme de lo que p
¿No es suficiente con que reúna esta noche a
—¡Necio! —gritó Albanus.
5
o.
la aludida, y le indicó con un gesto que se
go se acercó con pose envarada.
an.
salvarle la cabeza era informarla de lo que
nte al corpulento cimmerio, como si Hordo no
ar un encuentro para ti.
a... —empezó a decir Hordo.
a él y le vació la jarra de vino sobre el regazo.
ero ella ya se iba.
ugió—. Como parece que nos han dejado a los
Conozco un antro de vicio tan depravado que
na —dijo Conan riendo.
dolorido.
de Alcibíes, y sus pezones eran como rubíes.
o, y...»
o silencio.
endo la segunda estrofa, que era en verdad
rizados murmullos.
us.
los arcos en que acababan las columnas de
obre los rasgos de su cara, haciéndola más
mitad por la duda y mitad porque Albanus le
—murmuró—. Yo he hecho que la vigilaran. Y
ía venido a mitad de la noche si no lo supiera?
dole como si de un siervo se tratara.
s labios y a los puños prietos del bujarrón de la
metrio le seguía, como le había ordenado; lo
mo un rey. Después de todo, sólo le faltaban
efectuado la última adquisición esencial para
stancia donde tantas veces se había entregado
staba allí en aquel momento. Con un ademán
ampanilla que había en la pared, y luego se
paba su tintero de plata. Tomando la pluma y
empo tenemos antes de que actúe?
planea —respondió Demetrio con aspereza—.
sus esbirros?
51
Con celeridad, el noble de rostro aqui
esparció por el pergamino aún húmedo de tinta
cera. Entró un esclavo, que ostentaba el bl
dobladillo de su túnica. Albanus le ignoró mien
y lo doblaba, y lo sellaba luego con un poco de
—¿Cuando tu espía te avisó, Demetrio,
conspiradores?
—Cuando llegó el tercero, vino inmediat
si no pensara dar un golpe esta misma noche.
Profiriendo maldiciones, Albanus le dio e
—Tiene que estar en manos del comand
de clepsidra. So pena de tu vida si no cumples
El esclavo se inclinó y salió de la estanci
—Si todavía no han llegado todos —em
hubo salido—, quizá tengamos tiempo de de
acercó apresuradamente al cofre lacado y lo a
Y, desde luego, voy a detenerla.
Demetrio miró con incomodidad el cofre y
—¿Cómo? ¿Vas a matarla?
—No tienes madera de rey —dijo Alba
castigo adecuado para cada crimen y cada crim
El esbelto y joven noble no necesitó un
jarrita de hierbas aromáticas —¿pues no se
acompañadas por grandes hedores?—, con el
Albanus apartó un valiosísimo jarrón de
éste cayó al suelo y se rompió, y puso en su
con intrincados arabescos que acababan p
reseguirlos. Con rápidos movimientos, recog
marino, abrió un frasco y virtió líquido escarlata
encantamientos. El líquido seguía las prec
complicadas líneas del color del rubí cuyos con
Vació un paquete, que contenía cabello
difícil sobornar a sus doncellas para que le
quedado en el peine—, en un mortero, tal
minuciosamente algunos otros ingredientes y
empleando la columna vertebral de un infante a
Con la mixtura así obtenida llenó algunos
como el líquido, cada uno por su lado, daba
tocaban entre sí, y sin embargo parecía que
arabescos se introdujeran en el otro. Pero aqu
ojo que las mirara durante demasiado rato a
mareo.
Por un momento Albanus se detuvo
saboreándolo. Algún tiempo atrás había provo
atacaba tan directamente a un ser humano. S
crecía, como el goce de poseer a una mujer.
placer. Pero sabía que ya no quedaba tiempo.
Alzando los brazos, empezó a cantar en
daba órdenes con la voz. El polvo y el líquido
en insistencia.
Demetrio retrocedió, pues las arcanas
hasta que halló la pared a sus espaldas. No e
cobraban sentido en los abismos de su alma,
5
ilino sacó arena de una cajita de plata y la
a, y encendió un pequeño y broncíneo pote de
lasón de la casa de Albanus bordado en el
ntras acababa de echar arena por el pergamino
e cera en la que estampaba su propio sello.
, ya se habían reunido con Sefana todos los
tamente a avisarme. Sefana no reuniría a tres
el pergamino al esclavo.
dante Vegentius antes de que pase un cuarto
s. Ve...
ia casi corriendo.
mpezó a decir Albanus en cuanto el esclavo
etenerla antes de que vaya a palacio. —Se
abrió con la llave que colgaba de su cuello—.
y lo que éste contenía.
anus riendo—. Hay un arte sutil en hallar el
minal. Ahora, hazte a un lado y no digas nada.
na segunda advertencia. Arrimó la nariz a su
decía, acaso, que todas las magias obraban
deseo de haberse podido ir a otro sitio.
e cristal de Ghirgiz, tan descuidadamente que
u lugar una bandeja redonda de plata, labrada
por causar dolor en el ojo que trataba de
gió las holgadas mangas de su túnica azul
a en una parte de los arabescos, murmurando
cisas líneas grabadas en la plata, formaba
ntornos no se ensanchaban ni alteraban.
o de Sefana pulverizado —pues no había sido
hicieran llegar algunos cabellos que habían
llado en el cráneo de una virgen. Dosificó
los añadió a la mezcla, y luego los machacó,
a guisa de mano de almirez.
s otros canalillos de la bandeja. Tanto el polvo
an lugar a dos figuras completas, que no se
e algunas de las partes de cada uno de los
uellas partes no eran siempre las mismas, y el
acababa cayendo víctima de la náusea y el
o, anticipándose a lo que iba a ocurrir,
ocado la sequía, pero era la primera vez que
Sentía que el poder le circulaba por las venas,
Con cada instante de demora se alargaba el
n una lengua muerta tiempo atrás, invocaba y
o empezaron a brillar, y sus palabras ganaron
sílabas le herían el cerebro, y no se detuvo
entendía ni palabra, y sin embargo todas ellas
y la maldad que en éstos albergaba se sabía
52
ahora mera salpicadura frente a una oscura
miedo le aferraba la garganta; sus chillidos r
mente.
Albanus no había levantado la voz, pero
las paredes. Los tapices se movían como si
nadie sentía. El fulgor de la bandeja de plata s
atravesar unos párpados cerrados cual nava
desaparecieron, y los reemplazó una niebla ar
aquéllos, y parecía más sólida que aquellas pri
Se oyó una palmada en la estancia, co
quedó sobre la labrada superficie de plata. El b
en los mismos ojos que miraban, y luego se de
Albanus suspiró pesadamente, y bajó los
—Ya está hecho —murmuró—. Ya está h
Demetrio; el esbelto joven temblaba.
—Mi señor Albanus —dijo Demetrio, con
la garganta, pero dominado todavía por el mie
con mis mejores cualidades, y que nada de
puesto en el Trono del Dragón.
—¿Eres pues un buen siervo? —dijo Alb
El rostro del joven noble se ruboriz
tartamudeando:
—Lo soy.
La voz de Albanus era tan suave y penet
—Entonces, nada digas hasta que te nec
El rostro de Demetrio palideció; Albanu
joven empezaba a aprender cuál era su ver
reuniendo información. Quizá, si aprendía bien
Cuidadosamente, el noble de ojos cruele
—Ven —le dijo, dándole la espalda a
reunimos con los demás.
Vio que la pregunta —¿qué otros?— te
llegó a formularla, se permitió una sonrisa. Ta
aceptar lo que ya venía dado. Qué dulce
Nemedia. Y quizá no sólo a Nemedia. ¿Por
otros habían trazado?
Poco después, cuando se hubieron pues
noche, salieron de palacio. Cuatro esclavos le
dos detrás. Diez guardias con armadura, cuy
Albanus en su camino por las oscuras calles
mero accidente.
No vieron a nadie, aunque a menudo o
otros que acechaban en la noche, se apartaba
de la Calle de los Lamentos les alcanzaba con
podían pagarse una guardia dormían mal, y re
que iban a ser saqueadas aquella noche.
Entonces, cuando se aproximaron al pal
mármol se erguían tras el muro de alabastr
antorchas compareció en la calle. Albanus se
palacio, y esperó en silencio el saludo que corr
—¿Eres tú, Albanus? —rugió Vegentius
rebanarle el gaznate a uno de mis propios capi
5
a montaña de fuego. Habría gritado, pero el
resonaron en las tenebrosas cavernas de su
o aun así sus palabras parecían retumbar en
los empujara un viento que nadie veía, que
se intensificó, y brilló más, y más, hasta poder
ajas de fuego. Entonces, el polvo y el líquido
rdiente que todavía conservaba las formas de
imeras sustancias.
omo un trueno, y la niebla desapareció, nada
brillo se demoró todavía unos momentos más,
esvaneció.
s brazos.
hecho. Su mirada se alzó para encontrar la de
n aquella desacostumbrada humildad pegada a
edo—, querría deciros de nuevo que os serviré
eseo más que veros ocupar vuestro legítimo
banus, torciendo el labio con cruel regocijo.
zó a causa de la ira, pero aun así dijo
trante como el bisturí del cirujano.
cesite para que vuelvas a servirme.
us tomó cuenta de ello, pero no dijo nada. El
rdadero lugar en el mundo. Le resultaba útil
n cuál era su lugar, le permitiría vivir.
es volvió a cerrar el cofre lacado.
al cofre—. Apenas nos queda tiempo para
emblaba en los labios de Demetrio. Como no
al era la actitud adecuada delante de un rey,
sería someter de la misma manera a toda
qué habían de detenerle unas fronteras que
sto unas pesadas capas para protegerse de la
es acompañaban con antorchas, dos delante y
ya malla y cuyo cuero crujían, protegieron a
s. El que también protegieran a Demetrio era
oían rápidas pisadas, pues los salteadores, y
an a su paso, y, de vez en cuando, algún eco
n los cambios del viento. Mientras, los que no
ezaban por que su casa no se contara entre las
lacio de Sefana, donde estriadas columnas de
ro que defendía su jardín, una procesión de
e detuvo a alguna distancia de las puertas del
respondía.
s—. Fea noche, y fea cosa ha sido tener que
itanes.
53
Albanus torció los labios. A éste no le de
hubiera sido tan útil como diez veces él m
seguidores, una veintena de Leopardos de
libertad a espadas y brazos, algunos portando
verles con claridad.
—Al menos, has dado buena cuenta de B
—Taras no nos ha dicho nada —dijo el c
le perseguían, que sólo sea un ladrón o asesin
Albanus le recompensó con una sonrisa
—Quienquiera que interrumpa una reun
para mí. ¿Por qué le perseguiría la Guardia de
que mostraban tanto entusiasmo.
—Este asunto no es como lo de Melius.
de la guardia.
—Invéntalo —ordenó Albanus—. Y ahora
Vegentius habló con sus hombres en vo
la pared, y se dividieron en dos grupos de tres
las manos para levantar a un tercero, que
pedazos de cerámica esparcidos por lo alto de
otro lado. Se oyó allí un consternado grito
traqueteo de las pesadas barras que eran leva
Albanus entró, y no se detuvo a mirar a
casa de guardia, en el centro de un charco de
Vegentius ordenó a dos hombres que se
noble de rostro aquilino por los jardines del
cornisas de intrincados adornos, y ancha
espacioso pórtico. Algunos echaron a correr
puertas de bronce.
En la columnata de la entrada, media do
la mirada en los soldados que iban llegando y l
—Acabad con ellos —ordenó Albanus sin
seguido por Demetrio. Tras él, los hombres
matanza.
—¡No! —chillaba un hombre muy flaco y
La bota de Vegentius interrumpió su disc
Albanus se dirigió al dormitorio de Sefan
una vez en busca de placeres más carnales
placenteros.
Demetrio entró tras él en la habitación, i
de la destrucción causada por la magia. Nad
pero no se movía, ni se apercibía de la presen
con la mano una túnica de seda azul, como
momento en el que decidió irse a dormir. Alba
cascabel de una serpiente venenosa.
El esbelto joven siguió adelante. Los ojo
que en ellos hubiera vida, que pudiesen ver. L
Estaba tan dura como la piedra.
—Todavía vive —dijo por fin Albanus—.
que preocuparse de que los años le arrebaten
Demetrio se estremeció.
—¿No hubiera sido más sencillo matar
mirada que era todavía más de temer, por su a
5
ejaría vivir, no le habría dejado vivir aunque le
mismo. No habló hasta que Vegentius y sus
Oro, con las capas echadas atrás para dar
o antorchas, estuvieron lo bastante cerca para
Baetis. ¿Habéis encontrado al bárbaro?
corpulento soldado—. Es probable, puesto que
no ordinario. No debe preocuparnos.
de desdén.
nión como aquélla es motivo de preocupación
e la Ciudad? Ya pasó hace mucho el tiempo en
No tengo ningún pretexto para interrogar a los
a, abridme esta puerta.
oz baja. Seis de ellos fueron a toda prisa hacia
s. En cada uno de éstos, dos hombres juntaron
a su vez cubría con su capa los cortantes
el muro, y treparon hasta que pudieron saltar al
o de terror, significativamente breve. Con el
antadas, la puerta se abrió.
al guardia que yacía a la luz provinente de la
sangre que seguía extendiéndose.
e quedaran a la puerta. Los demás siguieron al
mismo palacio, con sus pálidas columnas y
escalera de mármol que terminaba en un
r y, con violento estrépito, lograron abrir las
ocena de hombres se sobresaltaron, y clavaron
les rodeaban espada en mano.
n vacilar. Se dirigió a la escalera de alabastro,
suplicaban clemencia mientras tenía lugar la
de gran nariz—. Yo no quería hacerlo. Yo...
curso.
na, por corredores por los que ya había andado
s. Pero no —pensó al abrir la puerta— más
intimidado, buscando con la mirada, temeroso
da halló. Sefana estaba tendida en su cama,
ncia de los otros. Estaba desnuda, y agarraba
si hubiera estado a punto de ponérsela en el
anus ahogó una risita; un sonido seco, como el
os de la muchacha estaban abiertos; parecía
La tocó en el brazo, y tuvo que ahogar un grito.
. Es una estatua viviente. Ahora, ya no tendrá
la belleza.
rla? El noble de rostro aquilino le dirigió una
aparente benevolencia.
54
—El monarca tiene que dar de ante
traicionarme se verá reducido también al destin
fácil afrontar la muerte. ¿Me traicionarías ahora
El perfumado joven, cuyos labios y cuya
negó con la cabeza.
Vegentius entró riendo en la habitación.
—Tendrías que haber oído cómo llorab
pudieran refrenar nuestros aceros.
—Así pues, ¿los habéis matado ya a
estaban bajo este techo? ¿También los siervos
El hombre de cuadrado rostro se pasó po
con ordinariez.
—En la cisterna. Había uno..., creo que
nombre..., que lloró como una mujer y dijo que
que había de llevar a cabo la tarea. Nada que..
El noble de rostro aquilino había palideci
—Conan. Así se llamaba el hombre al qu
Demetrio asintió, pero Albanus, aunque
quedo, y así, sin saberlo, decía en voz alta sus
—¿Es una coincidencia? Las coincidenc
éstos enredan así las madejas del destino de d
Una razón que podría conllevar intenciones ho
—No será el mismo —dijo Vegentius pro
—¿Dos, con ese bárbaro nombre? —rep
mirada de obsidiana fue clavándose en cada
malignidad—. ¡Quiero la cabeza de ese Conan
CAPITULO 11
Conan se vació sobre la cabeza otro ca
por el patio que había detrás del Thestis. Lo pr
los brazos cruzados y un destello de desaprob
—Si te vas a tabernas extrañas —le dijo
la madrugada, no debe extrañarte que después
—La cabeza no me duele —replicó Con
empezaba a secarse rostro y cabellos.
Ocultaba el rostro con la toalla. Tenía la
chillara; si lo hacía, la cabeza iba a explotarle.
—La noche pasada te busqué —siguió
está concertado, aunque él, al principio, no
explicaré adonde.
—¿Tú no vienes conmigo? Ella negó con
—Se irritó mucho al saber que habíamo
nada de luchadores, ni somos capaces de dist
que le conté de ti, sin embargo, cambió de opi
por sí mismo. Pero los demás no podemos ir
enojado.
—Quizás. —Conan echó a un lado la to
Tengo que hablarte de algo. Acerca de Leucas
—¿Leucas? —dijo ella con incredulidad—
5
emano algunas lecciones. Quien piense en
no y maravilla de Sefana. Le sería mucho más
a, Demetrio?
lengua estaban demasiado secos para hablar,
ban y suplicaban. Como si lágrimas y ruegos
todos? —dijo Albanus—. ¿A todos los que
s y los esclavos?
or el cuello un grueso dedo, al tiempo que reía
e se llamaba Leucas..., como si importara su
e la cosa no iba con él, que era un tal Conan el
.., ¿qué te sucede, Albanus?
do. Sus ojos se clavaron en los de Demetrio.
ue compraste la espada.
e le mirara a él, veía otras cosas. Hablaba
s pensamientos.
cias suelen ser obra de los dioses, y cuando
dos hombres suelen hacerlo por alguna razón.
omicidas. Yo no correría riesgos.
otestando.
plicó Albanus—. No creo. Buscadle. —Su feroz
a uno de los hombres, anonadándolos con su
n!
azo lleno de agua, y echó una mirada cansina
rimero que vio fue a Ariane, que le miraba con
bación en los ojos.
o firmemente—, y bebes y armas jarana hasta
s te duela la cabeza.
nan, al tiempo que con una toalla de basta tela
ferviente esperanza de que la muchacha no le
diciendo ésta—. Tu encuentro con Taras ya
o quería. Tienes que ir dentro de poco. Te
n la cabeza.
os contactado contigo. Dice que no sabemos
tinguir los buenos de los malos. Después de lo
inión. Así, al menos, hablará contigo y decidirá
r. Es su manera de hacernos saber que está
oalla y dudó, escogiendo bien las palabras—.
s. Te está poniendo en peligro.
—. ¿En qué peligro podría ponerme?
55
—Ayer me estuvo farfullando idioteces
pretende intentarlo...
—¡Eso es absurdo! —replicó ella interru
que tomaría parte en una acción, especialmen
importa, aparte de la filosofía y las mujeres.
—¡Las mujeres! —dijo el corpulento cimm
—Pues sí, mi musculoso amigo —replic
prácticamente todas las mujeres que ha conoc
—¿Tú entre ellas? —dijo Conan con u
enormes puños.
Por un momento ella le miró, y luego sus
—No te pertenezco, cimmerio. No te perm
de hacer, con Leucas o con cualquier otro.
—¿Qué pasa con Leucas? —dijo Grae
patio—. ¿Lo has visto? ¿O te ha dicho alguien
—No —replicó Ariane con el rostro col
venir a escucharnos como si fueras un espía?
Graecus ignoró todo lo que había dicho d
—Nadie le ha visto desde la pasada no
decías su nombre... —Rió débilmente—. Qui
filósofos, pero si empiezan a ir tras los esculto
de un verde morboso.
Ariane, de pronto, se mostró tranquilizado
—Ya volverán. —Puso una mano ami
Bueno, aunque no nos guste deben de haber p
mismo.
—¿Por qué no habrían de volver? —p
asesina, pero Graecus le respondió, tembloros
—Hace unos meses, algunos amigos
dibujantes. Salvo dos a quienes nadie volvió
vertedero, fuera de los muros de la ciudad, d
enterrándolos. Creemos que Garian quiere asu
—No es así como suelen actuar los r
Suelen intimidar con ejecuciones públicas y co
Graecus, de pronto, pareció que iba a vo
—¿No deberías ir a prepararte para tu en
Sin esperar respuesta, se volvió hacia
caricias en la frente.
Disgustado, Conan se puso bien la túnica
las peculiaridades de Ariane. Al tiempo que s
habló de nuevo.
—¿Tienes que ir así, como si te armar
pues aún estaba muy molesta con el cimmerio
—Tengo mis motivos —murmuró Conan.
Ni por un saco de oro del volumen de un
ciudad que trataba de matarle. Con el ánim
trataba de desviar hacia él la comprensión que
se llevara consigo a todas las mujeres», pensó
Tras ponerse en la cabeza el puntiagudo
—Dime adonde tengo que ir para ver a e
El rostro de Ariane, mientras le daba las
5
acerca de matar a Garian, de asesinato. Y
umpiéndole—. Leucas es el último de nosotros
nte si se trata de una acción violenta. Nada le
merio, riéndose—. ¿Ese gusano pellejudo?
có ella jocosamente—. Oh, ha sido amante de
cido.
un gruñido, al mismo tiempo que cerraba sus
s ojos se inflamaron de cólera.
mito que me preguntes qué he hecho o dejado
ecus, que en aquel momento había salido al
dónde está?
lorado—. ¿Y quién te ha dado permiso para
después del «no».
oche. Ni tampoco a Estéfano. Cuando oí que
izá podamos permitirnos el perder dos o tres
ores... —Rió de nuevo, pero la cara se le puso
ora.
istosa en el robusto hombro de Graecus—.
pasado la noche bebiendo. Conan ha hecho lo
preguntó Conan. Ariane le clavó una mirada
so.
s nuestros desaparecieron. Eran pintores y
a ver, sus cadáveres fueron hallados en un
donde se había visto á los Leopardos de Oro
ustarnos para hacernos callar.
reyes —dijo Conan, con el ceño fruncido—.
osas semejantes.
omitar. Ariane miró a Conan con enojo.
ntrevista con Taras?
a Graecus, con palabras tranquilizadoras y
a y la loriga, y murmuró para sí algo acerca de
se abrochaba el cinto que sostenía la espada,
ras para la guerra? —Su tono era mordiente,
o—. No has de luchar con él.
.
n tonel le hubiera dicho que había alguien en la
mo que arrastraba, Ariane habría creído que
e la joven prodigaba con Graecus. «Ojalá Erlik
ó.
o yelmo, dijo fríamente:
ese tal Taras.
indicaciones, permaneció igualmente frío.
56
La Calle de los Herreros, adonde le lle
albergaba tan sólo a los forjadores de espada
artesanos del oro, de la plata, del cobre, del lat
martilleos se mezclaba con los gritos de los ve
ruidos varios, que reverberaba de uno a otro e
hombre que trabajaba un metal no trabajara a
guardias contratados que patrullaban por la
camorristas al acecho, y los tenderos paseaba
ciudad.
Cuando divisó el lugar donde tenían q
accedía por un pasillo estrecho, que daba a
cobrero por una escalera que se encontraba
prepararse antes de entrar. No tenía razón alg
sido demasiadas las veces que alguien había t
Cerca ya de la tienda del cobrero, emp
para sopesar una espada brillante, allá para m
sido labrado un complejo motivo vegetal. Pero
estaba el establecimiento del cobrero con sus o
Una pareja de guardias del gremio se ha
entreteniendo frente a la tienda de un plater
mirando y le dio un golpecito.
—Demasiado estaño —dijo, negando co
mesa del mercader.
Siguió adelante, perseguido por las fu
guardias no le prestaron más atención.
Justo después de la tienda del cobrero e
demás de la ciudad, a moho y a orina seca. En
Como ya esperaba, el aire húmedo y el moh
recubría las paredes de piedra del edificio.
Con una mirada, comprobó que nadie o
Buscó asideros con los dedos entre la piedra
hombre con menos fuerza habría hallado imp
vistiera una pesada loriga y unas botas, pero, a
las anchas hendeduras que encontraba en la
Trepó por el costado del edificio con tal rapide
para luego apartar la vista por sólo unos instan
Mientras se encaramaba a las tejas de
rostro. En el tejado había un tragaluz, con c
estaba seguro— a la habitación que buscaba.
Cuidadosamente, tratando de no sacar
mismo a la calle—, subió hasta el tragaluz. Lo
para permitir que entrara algo de iluminación
labor de un momento abrir con la daga un resq
El cuarto que vio era pequeño, y esta
lámparas de latón que había sobre una m
hombres, dos con ballestas amartilladas, y ob
él, Conan, había de entrar.
El cimmerio hizo gesto de negar con la
Una cosa es precaverse de los peligros cu
descubrir que ya te están esperando.
—¿Va a venir, o no? —preguntó irritado u
Tenía una profunda cicatriz en la cabeza
mandoble que no lo había matado de milagro.
5
evaron las indicaciones de la muchacha, no
as y trabajadores del hierro, sino también a los
tón, del estaño y del bronce. Una cacofonía de
endedores y hacía de la calle un sumidero de
extremo. Los gremios se aseguraban de que el
al mismo tiempo con otro, y con ese fin tenían
calle. En la Calle de los Herreros no había
an con mucha más calma que por el resto de la
que verse —unas habitaciones a las que se
a la calle al lado del establecimiento de un
a al lado de éste— se reafirmó en la idea de
guna para esperar problemas, pero ya habían
tratado de acuchillarle.
pezó a dejar pasar el rato, deteniéndose aquí
manosear un cuenco de plata en el que había
o, mientras tanto, observaba el edificio donde
ojos aguzados por años de vida de ladrón.
abía detenido para observarlo, pues se estaba
ro. Se acercó al oído el cuenco que estaba
on la cabeza y dejando el cuenco encima de la
uriosas imprecaciones del platero, pero los
encontró un callejón, que olía, como todos los
ntró en éste, apresurándose por su angostura.
ho se habían comido casi toda la arcilla que
observaba el callejón desde la calle principal.
mal recubierta y mal unida con argamasa. Un
posible escalarla, sobre todo un hombre que
a uno que provenía de los collados cimmerios,
piedra le servían lo mismo que una carretera.
ez, que quien le hubiera visto de pie en la calle
ntes habría podido creer en su desaparición.
arcilla roja de arriba, una sonrisa iluminó su
cuarterones de basto cristal. Aquello daba —
r ninguna teja de su sitio —y de no caer él
os cristales estaban lo bastante limpios como
n, pero no para ver lo que había dentro. Fue
quicio por el que poder mirar.
aba mal iluminado, pese al tragaluz y a dos
mesa. Sobre esta misma mesa había cuatro
bservaban la puerta por la que se suponía que
a cabeza, colérico y maravillado a un tiempo.
uando no cabe tropezar con ninguno, y otra
uno de los hombres que no llevaban ballesta.
a, donde alguien debía de haberle largado un
57
—Vendrá —le respondió el otro homb
enviaría a esta puerta.
Conan quedó atónito. Ariane. ¿Era posib
—¿Qué le vas a decir? —preguntó el ho
influencia para causarnos problemas, Taras.
—Le diré que lo he contratado —dijo Ta
ciudad, a unirse con los otros hombres que
tranquilizará.
El corpulento cimmerio, tendido sobre e
importaba lo que hubiera hecho Ariane, pues
meditó el resto de lo que había dicho Taras. L
Él ya lo había temido. Los jóvenes rebelde
muchas preguntas que hacerle a Taras. Dese
con el cuero.
—Aseguraos —decía Taras a los balles
entre en el cuarto. Estos bárbaros no mueren f
—Ya puede darse por muerto —dijo uno
El otro rió y acarició la ballesta.
En el rostro de Conan apareció una son
que muriese en aquel cuarto. Se puso en pie c
—¡Crom! —rugió mientras sus pies destr
Los hombres que había en la habitación
la bota de Conan golpeaba ya a uno de los ba
con un crujido de vértebras rotas. El segun
arma tratando de emplearla. Conan mantuvo e
sí mismo, e ignorando la ballesta clavó su dag
en el que se mezclaban gorgoteos, el mis
cimmerio murió, y en su caída se le disparó e
que todavía estaba desenvainando la espada
ballesta había ido a clavarse en su ojo izquierd
Levantándolo con la misma daga, Conan
y, al hacerlo, reconoció en éste aquel rostro co
estaban en aquella otra reunión que también h
El hombre del rostro estragado se tamba
cadáver le cayó encima.
—¡Tú! —gritó, al ver por primera vez con
Con un bufido, Conan arremetió, y su e
que su enemigo aún no había desenvainado
dedos cayeron al suelo. Y, con todo, no era h
cuando la sangre manara de su mano derecha
su vaina. Se abalanzó contra el cimmerio gritan
Poco le hubiera costado a Conan ma
interesaba tanto como las respuestas que pud
la empuñadura de la espada golpeó en la nuca
terminó en traspiés, y, gritando, Taras cayó so
a parar al suelo estrepitosamente. Sufrió un es
levantarse.
Echando maldiciones, Conan levantó a
resbalaron de la daga, alojada ahora en su p
cimmerio.
—Erlik te lleve consigo —murmuró Cona
Tras limpiar su hoja en la túnica de Tar
vaina. Aquel hombre había declarado de sus
5
bre sin ballesta—. La muchacha dijo que lo
ble que ella le hubiera enviado a la muerte?
ombre de la horrible cicatriz—. Tiene suficiente
aras riendo— y que le he mandado fuera de la
e ella cree que he contratado. Con eso se
el tejado como estaba, suspiró con alivio. No
s lo había hecho involuntariamente. Entonces,
Los otros que ella creía que había contratado.
es estaban siendo engañados. Conan tenía
envainó el sable; oyó el áspero roce del metal
steros— de tirar en el mismo instante en que
fácilmente.
de los aludidos.
nrisa lobuna. Aún estaba por ver quién sería el
como la callada muerte, y dio un salto.
rozaban el tragaluz.
apenas si tuvieron tiempo de sobresaltarse, y
allesteros en el rostro, y le hacía caer al suelo
ndo ballestero, desesperadamente, levantó el
el equilibrio con elasticidad felina, y giró sobre
ga en la garganta del ballestero. Con un grito
smo hombre que había dado por muerto al
el arma. El hombre de la cicatriz en la cabeza,
a, tosió una única vez y cayó; la saeta de la
do.
n arrojó el yerto cuerpo del ballestero a Taras,
omido por algún mal. Taras era uno de los que
había interrumpido atravesando el techo.
aleó, tratando de agarrar la espada, cuando el
n claridad el rostro del cimmerio.
espada arrancó ecos metálicos al puño de la
o por completo. Taras chilló, y varios de sus
hombre que se dejara vencer fácilmente. Aun
a mutilada, con la izquierda sacaba la daga de
ndo de rabia.
atar a aquel hombre, pero su muerte no le
diera darle. Esquivó el ataque de Taras, y con
a al hombre de estragado rostro. La acometida
obre el cadáver del hombre de la cicatriz y fue
spasmo, exhaló un largo suspiro, y no volvió a
a aquel hombre. Los dedos inertes de Taras
pecho. Sus ojos sin vida miraban fijamente al
an—. Te quería vivo.
ras, Conan volvió a guardar la espada en su
s propios labios que estaba engañando a los
58
jóvenes rebeldes. Pero además lo había vist
atuendo, eran evidentemente hombres de p
suponer que la reunión tenía algún propósito
efecto, quería actuar contra Garian, y emple
peones. Y, como peones que eran, podían s
cumplieran con su función.
En el mismo momento que Conan extr
puerta se abrió de golpe. El cimmerio se agaz
otro lado del cadáver aparecían Ariane y Graec
El membrudo escultor pareció volvers
contemplaron la carnicería. La mirada de Arian
de Conan.
—Yo creía que Taras no tenía dere
lentamente—. Pensé que teníamos que venir
perdieron en un suspiro de abatimiento.
—Querían matarme, Ariane —dijo Co
tragaluz que había quedado sobre la mesa, y la
—¿Quién es el que ha saltado desde ar
por ahí. Para matar. Me extrañó que te arm
extrañó, y he rezado por que mis sospechas no
Conan se preguntó, irritado, por qué aque
—Les he escuchado por el tragaluz, Aria
oír que planeaban matarme. ¿Crees que llevab
—Ella le miró, con llaneza, pero no había vi
hondo—. Escucha, Ariane. Este hombre, Ta
contribuir a vuestra rebelión. Oí como lo decía.
—¡Tú los has matado! —gritó de pront
rostro a aquel hombre fornido, y jadeaba com
que temía Estéfano. ¿También le has matado
todos? ¡No lo harás! ¡No puedes! ¡Somos cent
De pronto se volvió hacia el pasillo qu
chillido salió corriendo en la dirección opuesta.
Hordo apareció en la puerta, y miró por u
de él. Su único ojo se fijó en los cadáveres.
—Volví al Thestis y allí oí que la mucha
que fue buena idea seguirles yo mismo. Ariane
—¿Vas a matarme a mí también, Conan?
—¿Es que todavía no me conoces lo
hacerte ningún daño?
—Eso creía —dijo ella con voz hueca. M
reía histéricamente—. Yo no sé nada de ti.
muchacha se apartó de su enorme mano—.
queda—, pero, si me tocas, mi daga sabrá hall
Él apartó la mano como si se hubiera que
—No te quedes aquí mucho rato. Los ca
dos piernas sólo verán en ti más botín. —Ella
dijo Conan con un gruñido. El tuerto salió con é
Ya en la calle, los que se fijaban en el ro
ojos azules se apartaban ante sus rotundas za
quedar atrás, y no hizo preguntas hasta que s
de los Herreros.
—¿Qué ha ocurrido en ese cuarto, cimm
con tal furia?
5
to reunido con otros dos que, por su porte y
posición y riqueza. Forzosamente había de
o relacionado con lo otro, y que alguien, en
ear para ello a Ariane y a los demás como
ser abandonados y desechados después que
raía la daga de la garganta del ballestero, la
zapó puñal en mano, y se encontró con que al
cus.
se de piedra en cuanto sus ojos saltones
ne, preñada de infinita tristeza, se cruzó con la
echo a excluirnos de esta reunión —dijo
r aquí, a hablar por ti, a... —Sus palabras se
onan. Ella miró el destrozado armazón del
a abertura del techo.
rriba, Conan? Parece claro que tú has entrado
maras, y no quisieras decirme por qué. Me
o fueran ciertas.
ella necia muchacha no entendía nada bien.
ane, y también he entrado por ahí. Después de
ban esas ballestas cargadas para cazar ratas?
ida ni esperanza en sus ojos. Conan respiró
aras, no había alquilado hombre alguno para
. Debéis...
to Graecus. Los colores le habían subido al
mo después de un gran esfuerzo—. Esto es lo
a él, y a Leucas? ¿Es que quieres matarnos a
tenares! ¡Antes te mataremos a ti!
ue llevaba a la escalera, y con un estridente
. Ariane no se movió.
unos momentos al escultor que trataba de huir
acha y el otro decían que te seguirían. Parece
e estaba conmovida.
? El cimmerio se le acercó airado.
bastante para saber que no soy capaz de
Miraba ora este cadáver, ora el de más allá, y
¡Nada! —Conan le alargó el brazo, pero la
No puedo luchar contigo —dijo ella con voz
lar mi propio corazón.
emado. Al fin, dijo con frialdad:
adáveres siempre atraen a los buitres, y los de
a no le miró, ni le respondió—. Ven, Hordo —
él de la habitación.
ostro sombrío de Conan y en la frialdad de sus
ancadas. Hordo tenía que darse prisa para no
se hubieron alejado del estruendo de la Calle
merio, que la muchacha se ha vuelto contra ti
59
Conan le dedicó a Hordo una mirada a
explicó cómo había llegado hasta allí, qué
deducido.
—Soy demasiado viejo para esto —gem
con cuidado para que Graecus y los otros
además, dado que no sabemos quiénes son
¿cómo podemos ponernos al servicio de alguie
—Sólo nos queda alguien a quie
sombríamente—. El rey.
CAPITULO 12
En las amplias escaleras de mármol del
caer al suelo una jaula de palomas, pues esta
por la estrecha y tortuosa calle. Tanto le sorpr
el Distrito de los Templos que los miraba boq
caja se había roto y los sacrificios que quería
blancas.
La silla de Hordo crujió; su ocupante se
acaloradamente en susurros.
—¡Esto es una locura! ¡Tendremos suert
Leopardos de Oro en pleno!
Conan negaba con la cabeza sin respond
Sabía bien que acercarse al Palacio Rea
armados, no era la mejor forma de expresar e
sabía que no le quedaba ya tiempo para segu
que sólo podía recurrir al alistamiento en el Ejé
En verdad, los Leopardos de Oro no le p
Estaban desesperados; creían que el cimmeri
de hacerlo, y era posible que intentaran cualq
por el cerro hasta el Palacio Real invitaban a la
Aquellas calles eran un recuerdo de tiem
que con el andar del tiempo se convertiría
fortaleza que coronaba un cerro, en torno a la
que con el tiempo había crecido hasta conve
que la fortaleza del cerro se convirtiera en Pala
de la aldea hubieran cedido su puesto a las
mármol y de pulimentado granito, las serpentea
El palacio mismo retenía buena parte de
estaban hechas ahora de brillante mármol bla
torres de pórfido y de glauconita. Los rastrillos
los puentes levadizos cruzaban un foso seco e
el de un jardín paisajístico, en el que sin emb
matojo que pudiera encubrir un acercamiento s
Templos que circundaba el cerro.
En el borde del jardín, Conan mandó dete
—Esperad aquí —ordenó.
Cabalgando solo, siguió adelante, y su
Dos lanceros ataviados con capas doradas
hombre que llevaba el empenachado yelmo
mismo momento en que el cimmerio refrenaba
6
asesina, pero con frases breves y concisas le
era lo que había oído y qué lo que había
mía Hordo—. No sólo tendremos que andarnos
no nos apuñalen por la espalda, sino que,
los nobles y mercaderes implicados en esto,
en? ¿A quién acudiremos ahora, cimmerio?
en podamos acudir —respondió Conan
Templo de Mitra, un hombre sorprendido dejó
aba viendo a una Compañía Libre que andaba
rendía ver a hombres montados y armados en
quiabierto, sin apenas darse cuenta de que su
a ofrecer habían huido al vuelo con sus alas
e ladeaba para acercarse a Conan y hablarle
te si no tropezamos en lo alto del cerro con los
der.
al sin ser anunciado, y con cuarenta hombres
el deseo de entrar al servicio del rey. También
uir las vías más habituales, como el soborno, y
ército Nemedio. O a esto.
preocupaban tanto como los jóvenes rebeldes.
io los había traicionado, o que estaba a punto
quier cosa. Y las calles tortuosas que subían
a emboscada.
mpos antiguos, pues, en el oscuro pasado, lo
en el Palacio Real había sido tan sólo una
a cual se había formado una aldea, una aldea
ertirse en Belverus. Pero, mucho después de
acio Real, mucho después de que las cabañas
s columnas de los templos de alabastro, de
antes calles seguían allí.
e aquel aire de fortaleza, aunque sus almenas
anco y en su interior habían sido construidas
s, bajo una capa de oro, eran de hierro, y sólo
erizado de pinchos. Un césped recortado como
bargo no se podía encontrar ni un minúsculo
sigiloso, separaba el palacio del Distrito de los
enerse a la compañía.
gran semental negro se puso algo nervioso.
hacían guardia en el puente levadizo, y un
de los oficiales salió de la barbacana en el
a su montura.
60
—¿Qué buscas aquí? —preguntó el
Compañía Libre, pero éstos eran pocos y estab
—Querría poner mi compañía al servicio
entrenado en una forma de combate nueva en
El oficial sonrió en son de burla.
—Nunca me he encontrado con ninguna
de la guerra presuntamente secreto. ¿Cuál es
—Voy a hacer una demostración —dijo C
Para sus adentros, respiró aliviado. Su
había sido que sus moradores ni siquiera le es
—Muy bien —dijo pausadamente el ofic
compañía—. Puedes entrar tú solo y hacer esa
secreto, como casi todos los que pregonan las
enseña a todo recluta nemedio, te desnudarem
el pie de este collado para edificación de tus ho
Conan dio con las botas en los flancos
un paso; los lanceros aprestaron sus arma
cimmerio se permitió una sonrisa que le afloró
—Ningún nemedio lo conoce, aunque qu
El rostro del oficial se endureció, al igual
—Creo que hay otros a quienes gusta
entrada y murmuró una orden.
Un soldado con la capa también do
midiéndole y se dirigió a palacio. Al tiempo q
soldados salieron de la barbacana, algunos de
si venían a vigilarle o para asegurarse de que n
El patio exterior estaba pavimentado
direcciones— y rodeado de arcadas de cuatro
del portón, asomaban las torres que se erg
palacio propiamente dicho donde vivían el rey
Los soldados que le habían seguido retro
de oficiales, al frente de los cuales iba uno ta
que había acompañado al cimmerio le hizo una
—Todos los honores para vos, comanda
bárbaro os procure alguna distracción.
—Sí, Tegha —dijo Vegentius, como ause
Y en verdad aquél era un extraño ojo
corpulento oficial dijo:
—Tú, bárbaro. ¿Te conozco acaso, o tú
ambas manos. Conan negó con la cabeza.
—No os conozco, comandante.
Aunque, pensándolo bien, aquel Vege
como alguien a quien se ha visto sólo un bre
volvería el recuerdo, si era algo importante.
Vegentius pareció relajarse al oír hablar a
—Veamos esa demostración. Tegha, tráe
—Necesito un blanco de paja —le dijo Co
Cuando Tegha eligió a dos hombres par
se echaron a reír.
—¡El tiro con arco! —dijo uno de ellos mi
que llevaba un arco en la silla, pero creía que e
6
oficial. Miró pensativamente al resto de la
ban lejos.
o del rey Garian —respondió Conan—. Los he
Nemedia, y en todo el mundo occidental.
a Compañía Libre que no practicara algún arte
el vuestro?
Conan—. Es mejor verlo.
u verdadero miedo, antes de llegar a palacio,
scucharan.
cial, echando una nueva ojeada al resto de la
a demostración. Pero quedas advertido: si ese
s Compañías Libres, resulta ser algo que ya se
mos y te azotaremos desde las puertas hasta
ombres.
del gran semental negro. El caballo fue a dar
as, y el oficial le miró con desconfianza. El
a los labios, mas no a los ojos.
uizá sí se enseñe a los reclutas.
que el tono de su voz.
aría ver esto, bárbaro. —Se volvió hacia la
orada salió afuera, miró al cimmerio como
que Conan entraba tras él por el portón, otros
e ellos para seguirle. El cimmerio se preguntó
no se apoderara él solo de todo el palacio.
con losas —cuatrocientos pasos en ambas
o pisos. Más allá de las arcadas, justo enfrente
guían en los jardines del patio interior, y del
y su corte.
ocedieron respetuosamente ante una veintena
an corpulento como el propio Conan. El oficial
a reverencia al ver que se acercaba.
ante Vegentius —le saludó—. Espero que este
ente, sin apartar la mirada de Conan.
cauteloso, pensó el cimmerio. De pronto, el
a mí? Mientras hablaba, aferró la espada con
entius le resultaba familiar, pero vagamente,
eve instante. No le dio más importancia. Ya le
al cimmerio. Con vigorosa sonrisa, le dijo:
ele al bárbaro todo lo que necesite.
onan al oficial—, o de cualquier otra clase.
ra que fueran a buscar el blanco, los oficiales
ientras reía ruidosamente—. Yo ya había visto
era el de algún niño.
61
—Quizá sepa tirar con una sola mano —
Conan no respondía a los comentarios c
cerrar con fuerza la mandíbula. Sacó el arco co
y probó cuidadosamente la tensión de la cuerd
—¡Es como un arpa! —dijo alguien—. ¡S
Conan pasó el dedo por encima de las c
tras la silla de montar, asegurándose de que to
—Debe de perder flechas a menudo, si ll
—No, es que usa las plumas para hace
tobillo, sabes, y le das la vuelta...
Los comentarios socarrones siguieron, y
soldados volvieron con el blanco de paja.
—Ponedlo allí —ordenó Conan, señaland
Los soldados se apresuraron a cumplir la
superiores de presenciar el fracaso del bárbaro
—Lo tienes muy cerca, bárbaro.
—Pero el arco es de niño.
Respirando hondo para calmarse, Cona
refrenó el caballo cuando ya se hallaba a dos
apuntar la flecha. La demostración había de
que concentrarse plenamente en su objetivo,
aquellos gárrulos babuinos que se hacían llam
—¿A qué esperas, bárbaro...? —gritó Ve
Con un grito salvaje, Conan levantó el a
blanco, el cimmerio espoleó a su semental y e
centellas de las losas al paso de las ruidosas
el bárbaro tantas flechas como podía llevar a la
de guerra que tan a menudo había infundido
Hiperbórea, y de las Marcas Bosonias.
Una flecha tras otra se fueron clavando e
éste, hizo presión con la rodilla a su montura y
a la derecha. Conan siguió tirando una y otra v
con la saeta, con el blanco. De nuevo hacía
encabritaba, cambiaba de dirección con todo s
y se alejaba con gran estruendo por el camino
echó mano de las riendas quedaban cuatro fl
sabía que, si alguien contaba las que habían d
seis.
Se acercó a medio galope a los ahora ca
—¿Qué brujería es ésta? —preguntó Ve
saetas, puesto que dan en el blanco mientras t
—Nada de brujerías —dijo Conan, riendo
reírse de las atónitas caras de los oficiales—.
no demasiada, para acertar con el arco a un
más. Yo mismo no sabía manejar el arco cuan
—¡Te enseñaron! —exclamó Tegha, s
Vegentius—. ¿Quién? ¿Dónde?
—Lejos de aquí, en el este —dijo Con
caballería ligera. En Turan...
—Hagan lo que hagan en esas lejanas
aspereza—, aquí no sirve. No necesitamos co
6
—añadió otro.
cada vez más insultantes, aunque tuviera que
orto del lacado estuche que colgaba de la silla
da.
Sabe tocarlo como un arpa!
cuarenta flechas de la aljaba que llevaba atada
odas estaban bien.
leva tantas.
er cosquillas a alguna mujer. La coges por el
sólo se acallaron en cierta medida cuando los
do un lugar que tenía a cincuenta pasos.
a orden, pues estaban tan ansiosos como sus
o.
an se alejó de la pandilla de oficiales, y sólo
scientos pasos del blanco. Se detuvo a medio
ser perfecta, y para asegurarse de ello tenía
y no dejar que le perturbara la cólera contra
mar oficiales.
egentius—. Desmonta y...
arco y tiró. En cuanto la saeta se clavó en el
echó a galopar en velocísima carrera; saltaron
pezuñas de su gran caballo negro, y arrojaba
a cuerda de su arco, y chillaba el ululante grito
o miedo a los guerreros de Gunderland, y de
en el blanco. Cuando se halló a cien pasos de
y el formidable semental giró impecablemente
vez, y su mente y su ojo eran uno con el arco,
presión con la rodilla, y el caballo giraba, se
su cuerpo. Y Conan arrojaba flechas de nuevo,
o por donde había arremetido. Cuando por fin
lechas en el carcaj que llevaba tras la silla, y
dado en el blanco, se encontraría con treinta y
allados oficiales.
egentius—. ¿Es que han sido hechizadas tus
tú te balanceas como un loco?
o. Pues, en efecto, ahora le tocaba el turno de
. Un hombre necesita cierta habilidad, aunque
n ciervo que corre. Sólo hay que dar un paso
ndo me enseñaron.
sin prestar atención a la mirada colérica de
nan—. Allí, el arco es la principal arma de la
tierras —dijo Vegentius, interrumpiéndole con
ostumbres extranjeras. Una falange de buena
62
infantería nemedia hace suyo cualquier camp
arqueros montados.
Conan estuvo a punto de explicarle lo qu
turarnos podían hacer con la citada falange, p
otro grupo, y todos los oficiales hicieron profun
Al frente del cortejo iba un hombre, cuad
corona —un dragón de oro con ojos de rubí y
saber que su portador era el rey Garian. Pero
a los nobles que lo rodeaban, ni a los cortesa
hallaba una mujer que cautivaba la mirada. Un
que no había nacido noble, ni llevaba sobre lo
sujeta con broches de perlas, sino que cub
entretejidas y engastadas en oro. Pero, si se
que éste no le debía de prodigar las atencion
Conan la mirada, si no con la misma franquez
sangre.
Conan vio que Garian se le acercaba, y
rey no hubiera notado a quién estaba mirando.
—He visto tu exhibición desde la galería
contemplado nada igual. —Sus ojos castaños
notado adonde miraba Conan), aunque no tan
trono—. ¿Cómo te llamas?
—Soy Conan —respondió el cimmerio—.
No vio que Vegentius palidecía.
—¿Has venido meramente a ofrecer entr
—He venido para entrar a vuestro servici
cuarenta hombres entrenados para usar el arco
—En verdad excelente —dijo Garian, dá
Siempre me han interesado las innovaciones e
vivido en las casernas del ejército. Ahora —y
voz—, no tengo tiempo siquiera para practicar
—Mi rey —dijo Vegentius respetuosam
entretenimiento, pero de nada serviría en una g
Mientras hablaba, miraba a Conan de re
a creerlo, que había miedo y odio en aquella m
—No, buen Vegentius —dijo Garian, neg
sabio a menudo en los asuntos militares, pero
boca para decir algo; Garian le ignoró—. Óyem
servicio, pagaré a cada uno de tus hombres tre
ti mismo te daré diez marcos de oro, y te los se
—De acuerdo —dijo Conan con llaneza.
Un comerciante le habría pagado, como
Garian asintió con la cabeza.
—Está decidido, pues. Pero deberás
clepsidra completa cada día, pues veo por
también eres experto en esa arma. Vegentiu
palacio, y de que sean espaciosos.
Garian, a la manera de los reyes, se
órdenes; los soldados le hicieron otra reverenc
rubia fue con ellos, pero mientras se iba sus oj
como una fragua.
De reojo, Conan vio que Vegentius se ma
6
po, sin necesidad de esa extravagancia de los
ue algunos centenares de arqueros montados
pero antes de que llegara a hablar compareció
ndas reverencias.
drado de rostro, que llevaba en la cabeza una
y una gran perla entre las garras— que hacía
Conan no perdió tiempo observando al rey, ni
anos que le seguían, pues entre todos ellos se
na rubia de largas piernas y opulentos senos,
os hombros la estola de seda roja transparente
bría su esbelto cuerpo con ristras de perlas
e trataba de la querida de alguien, era seguro
nes debidas. Pues la muchacha le devolvió a
za, sí con difusa calidez que le hizo acelerar la
se quitó el yelmo con la esperanza de que el
.
a —dijo Garian amablemente—, y nunca había
eran amistosos (lo cual indicaba que no había
n sinceros como los del que no se sienta en el
. Conan de Cimmeria.
retenimiento, Conan?
io —dijo el cimmerio—, junto con mi teniente y
o igual que yo.
ándole una palmada en el lomo al semental—.
en el arte de la guerra. Oh, desde mi niñez he
y alguna traza de amargura se hizo oír en su
con la espada.
mente—, esto no es más que un truco, un
guerra.
eojo. Al cimmerio le pareció, aunque no llegara
mirada.
gando a la par con la cabeza—. Tu consejo es
o esta vez te equivocas. —Vegentius abrió la
me ahora, Conan de Cimmeria. Si entras a mi
es marcos de oro, y tres más cada diez días. A
eguiré dando cada día mientras me sirvas.
mucho, la mitad de aquella cantidad.
practicar la esgrima conmigo durante una
lo desgastado del puño de tu espada que
us, cuida de que Conan tenga aposentos en
e fue sin decir palabra tras haber dado sus
cia y sus consejeros le siguieron. La muchacha
jos recorrían el cuerpo del cimmerio, ardientes
archaba.
63
—Comandante Vegentius —le llamó—
compañía?
La respuesta de Vegentius pareció casi u
—El rey ha dicho que hay que alojarte a
a la que llamas compañía. Por mí pueden acam
Y también se marchó, airado.
Conan había perdido algo de su euforia.
que obligara a Vegentius a dar alojamiento a
pie del cerro, pero, aun para la más barata d
bolsa a la paga de sus hombres. Tendría
recursos. Pero no era aquélla la peor de
Vegentius? Tenía que descubrir la respuesta
también debía procurar que la rubia no fuer
mismo tiempo de sus favores, si ello era posi
hombre nacido en el campo de batalla se busq
Riendo, cabalgó hacia la puerta para con
CAPITULO 13
La elevada cúpula de piedra gris estab
colgaban de la pared desnuda, en la que no ha
además estaba bien guardada por fuera. Alb
aquella habitación corriera ningún riesgo. Só
darle. En el centro de la estancia había una ta
del suelo, y sobre ella descansaba un gran b
color parduzco. Era aquella arcilla la que obten
—Lord Albanus, una vez más exijo sab
preso.
Albanus estudió una sonrisa antes ya
cejas pobladas, que le hacía frente apretando l
—Ha sido un malentendido por parte de
dije que me trajeran al gran escultor Estéfano
haré azotar.
Estéfano dio a entender con un gesto
aunque Albanus se fijó en que no le pedía q
tormento.
—¿Has oído hablar de mí? —preguntó e
—Por supuesto —respondió Albanus,
pensamientos de aquel hombre se leían al in
letras—. Por eso es que quiero que esculpas
tienes aquí todas las herramientas de tu ofici
había todo tipo de herramientas de escultor.
—Esto está mal —dijo Estéfano con
emplea para las figuras pequeñas. Las figuras
Los labios de Albanus lograron disimular
carbones.
—La arcilla ha sido traída desde Khitai. —
la que hubieran podido traerla—. Al ser calenta
siendo más ligera que la habitual arcilla húm
que la estatua debe representar. Examínalos.
6
—, ¿no ha dicho el rey dónde se alojará mi
un gruñido.
a ti, bárbaro. No ha dicho nada de esa chusma
mpar en los sumideros.
No podía ir gimoteando ante Garian, a pedirle
a sus hombres. Había muchísimas posadas al
de ellas, tendría que añadir algo de su propia
problemas, a pesar de sus recién hallados
e sus preocupaciones. ¿Por qué le odiaba
antes de que se viera obligado a matarlo. Y
ra causa de su decapitación. Disfrutando al
ible. Pero, en fin, ¿cuándo se ha visto que un
que una vida sin angustias?
ntar a los otros su buena suerte.
ba bien iluminada por lámparas de latón que
abía ninguna ventana, y una única puerta, que
banus no podía permitir que lo que tenía en
ólo con mirarlo, sentía ya el poder que iba a
arima circular de piedra, a no más de un paso
bloque rectangular de una peculiar arcilla de
ndría para Albanus el Trono del Dragón.
ber por qué me has traído aquí y me retienes
de volverse hacia aquel hombre ceñudo, de
los puños.
e mis guardias, mi buen Estéfano. Yo sólo les
o, y ellos se excedieron. Te aseguro que les
o que aquello último carecía de importancia,
que dispensara a los guardias del prometido
el escultor al instante, abombando el pecho.
que tenía que esforzarse para no reír. Los
nstante, como una página escrita con grandes
s esta estatua para mí. Como puedes ver, ya
io. —Señaló una pequeña mesa sobre la que
imperiosa condescendencia—. La arcilla se
grandes se hacen de piedra o de bronce.
r la sonrisa, pero sus ojos ardían como gélidos
—No se le ocurría una tierra más lejana desde
ada, adquiere la dureza del bronce, pero sigue
meda. Sobre la mesa hay bocetos del hombre
64
Mirando vacilante el bloque de arcilla, Es
tuvo que ahogar un grito.
—¡Oh, éste es Garian!
—Nuestro gracioso rey —dijo Albanus m
la frase—. La estatua será un regalo para él. U
—Pero ¿cómo irá vestida la escultura?
bocetos—. En todos los dibujos está desnudo.
—Y desnuda habrá de estar la escultur
hacía patente en el rostro de Estéfano y siguió
las estatuas modeladas en esta arcilla. Son ve
el atuendo de tiempo en tiempo para que vistan
Le divertía su propia invención. Se pre
estatua semejante el día en que ascendiera al
Estéfano rió de pronto, con una risa áspe
—¿Y qué se podría hacer con una estat
ya en el trono?
—Eso parece poco probable —dijo
sobresaltarse, como dándose cuenta de lo que
—Por supuesto. Por supuesto. —Su ros
qué debería aceptar este encargo, después de
—Ha sido un grave error por el que me
de oro?
—No me interesa el oro —dijo el escultor
—Puedes distribuirlo entre los pobres —
oído hablar mucho de las buenas obras que ha
Estéfano no pareció ablandarse, pero
atacar. Su voz acabó por convertirse en un sus
—Piensa en todas las cosas buenas q
Piensa en los camaradas que te seguirán cua
ha tenido nunca ni una centésima parte pa
clavando la mirada en la pared como si estu
alabarán, cómo te seguirán los pasos con sus
calló entonces, y aguardó.
Estéfano seguía de pie, como envarado.
—Desde luego, podrían hacerse much
ensimismado pensando en aquellos a quienes
—Por supuesto. —El noble de rostro c
enérgica—. Esto tiene que ser una sorpresa p
nadie debe saber que estás aquí. Se te traerá
De día se te permitirá pasear por los jardines,
la labor, pues el tiempo apremia.
Tras abandonar la estancia Albanus se d
vigilaban con la espada desenvainada a am
revuelto, y le venían náuseas. ¡Que tuviera qu
si fuera un igual! Era penoso el sufrirlo. Pero n
amenazas, ni siquiera con torturas, pues hab
tales medios producían obras inevitablemente
Alguien tocó respetuosamente la manga
dientes.
El esclavo que le había tocado se encogí
—Perdonadme, señor, pero el comanda
ha ordenado que os niegue le recibáis.
6
stéfano cogió los pergaminos, los desenrolló y
melosamente, aunque casi se atragantara con
Una sorpresa.
—preguntó el escultor, rebuscando entre los
ra. —Albanus se adelantó al asombro que se
ó diciendo—: Tal es la costumbre en Khitai con
estidas con trajes verdaderos, y se les cambia
n siempre a la última moda.
eguntó si podría encargar para sí mismo una
trono.
era como el chirriar de dos pizarras.
tua de Garian desnudo, si Garian no estuviera
Albanus con suavidad. Estéfano pareció
e acababa de decir.
stro se enfureció. Frunció el ceño—. Pero ¿por
e pasar una noche encerrado en tu mazmorra?
he disculpado. ¿Qué te parecen mil monedas
r con una sonrisa de menosprecio.
—siguió diciéndole Albanus con suavidad—. He
aces en Puerta del Infierno.
el noble de rostro aquilino sabía por dónde
surro hipnótico.
que podrías hacer con mil monedas de oro.
ando lo repartas. Seguro que ninguno de ellos
ara repartir. —Estéfano asentía lentamente,
uviera viendo una escena en ella—. Cómo te
loas. Qué grande serás a sus ojos. —Albanus
De pronto, reaccionó, y rió con apuro.
has cosas buenas con tanto oro. Me había
podría ayudar.
cruel sonrió, y siguió hablando con voz más
para Garian. Para asegurarnos de que lo sea,
á comida y bebida. Y mujeres, si así lo deseas.
si demuestras prudencia. Ahora, empieza con
detuvo, tembloroso, entre los dos guardias que
mbos lados de la puerta. Tenía el estómago
ue tratar a un sujeto como Estéfano casi como
no se podía obligar a los artistas a trabajar con
bía descubierto, a su pesar, que si empleaba
defectuosas.
de su túnica, y él se sobresaltó, y gruñó entre
ía de miedo con la cabeza gacha.
ante Vegentius os espera, muy alterado, y me
65
Albanus le apartó de un empujón y se
hasta el último detalle. Si el militar había logra
propias manos.
Encontró a Vegentius en la columnata d
rostro bañado en sudor. Abrió la boca en cuant
—Conan. El bárbaro que luchó con Me
que Leucas dijo que tomaba parte en la conjura
así se ha ganado el favor de Garian y ha entra
que irrumpió en nuestra reunión con Taras. Cu
planes, Albanus, y esto no me gusta. Esto no m
—¿Es que los dioses quieren intervenir e
—dijo Albanus con voz queda, sin dars
¿Es que están decididos a enfrentarse a mí?
—Y añadió en voz alta—: No me venga
un adivino me ha dicho que llevaría la Corona
ordenado que lo mataran, por supuesto, para s
auspicio puede representar un bárbaro?
El militar cuadrado de cara desenvainó u
—Yo podría matarlo fácilmente. Está solo
—¡Necio! —gritó Albanus—. Si tuviera l
por su propia seguridad. No nos interesa que s
Vegentius sonrió con sarcasmo.
—Su seguridad depende de mí. Uno de
mí, y no ante el Trono del Dragón.
—Pero los otros dos no. Ni exige mi plan
de palacio. Lo que todos deben ver es que s
amotinará en la calle.
—Entonces, ¿lo dejamos con vida? —ex
—No, morirá.
¿Cabía pensar que este Conan era un a
No. Albanus estaba predestinado a ceñirse la
rey, y, mediante el poder de la esfera azul, tam
—Taras recibió la orden —siguió diciend
morir lejos de palacio, en algún lugar donde
borrachos.
—Taras parece haber desaparecido, Alba
—¡Pues encuéntralo! —exclamó irritado
palacio el bárbaro debe ser vigilado, pero sin q
a salir de allí, mátalo!
CAPITULO 14
Se oían ecos metálicos en el pequeño pa
y ágilmente volvía a ponerse en guardia. E
controlaba la respiración, miraba con firmeza, s
Garian avanzaba en círculo, rodeando h
iba desnudo de cintura para arriba, y no era t
las grasas que había ganado con los últimos
abajo por los hombros, y el arma le oscilaba au
—Eres bueno, bárbaro —dijo el rey entre
6
alejó por el pasillo. Lo había planeado todo,
ado que algo saliera mal, lo castraría con sus
del vestíbulo; paseaba de un lado a otro con el
to Albanus apareció.
elius y después se llevó su espada. Aquel del
a de Sefana. Ahora, uno que también se llama
ado a su servicio. Y además le conozco; es el
uatro veces ya se ha entrometido en nuestros
me gusta. Es como un mal auspicio.
en mis asuntos?
se cuenta apenas de que estaba hablando—.
as con malos auspicios. Esta misma mañana,
a del Dragón en el momento de mi muerte. He
silenciarlo. Frente a tal profecía de éxito, ¿qué
un palmo de espada.
o en palacio, y nadie le protege las espaldas.
lugar un asesinato en palacio, Garian temería
se ponga en guardia.
e cada tres Leopardos de Oro responde ante
n que se desenvainen espadas tras los muros
salvo a Nemedia de una turba armada que se
xclamó Vegentius con incredulidad.
arma que los dioses habían alzado contra él?
a Corona del Dragón. Había nacido para ser
mbién un dios vivo.
do—. Pero hazle saber que ese hombre debe
su muerte pueda ser atribuida a una riña de
anus.
o el cruel aristócrata—. Y recuerda, dentro de
que se le haga violencia. ¡Cuando se arriesgue
atio cada vez que Conan paraba un mandoble
El sudor empapaba su robusto pecho, pero
su acero era rápido.
hacia la izquierda al fornido cimmerio. También
tan corpulento como su oponente, a pesar de
s meses de sedentarismo. El sudor le corría
unque sólo fuera por la anchura de un cabello.
e jadeos.
66
Conan no decía nada, y giraba tan sólo
debe hablar mientras se lucha, ni siquiera cuan
—Pero andas escaso de palabras —sigu
de alcanzar con la espada el pecho del cimmer
Conan apenas se movió. Sus poderosas
rey, apartándola a un lado sin peligro. En vez
táctica favorita—, Conan se dejó caer sobre la
izquierda. Apartó su espada de la del otro
momento en que llegaba a rozar el estómago
pudiera reaccionar, Conan se había incorporad
Garian retrocedió con expresión disgusta
—Ya basta por hoy —dijo hoscamente
empezó a secarse el sudor del pecho.
Después que Garian hubo desaparecido
que había pasado desapercibido a la sombra d
—Menos mal que no ha sabido que
podríamos habernos encontrado en las mazm
modos, es cosa sabida que los reyes no gustan
—Si aceptara la derrota en un combate
combate real.
—Pero, aun así, ¿no podrías refrenarte
No quieras que nos echen antes de que hayam
—Yo no sé luchar de otra manera, Hor
hombres?
—Bien —respondió Hordo, sentándose e
fácil: beben y putañean con el oro que cobran.
Conan se puso la túnica y envainó la esp
—¿Has visto algún indicio de que Ariane
a la calle?
—Ni un susurro —dijo el tuerto su
traicionemos..., pues si lo hiciera, la sombra de
al menos decirle a Garian que hemos oído rum
advertencia, y, si se pone en guardia, la tal
pensar en que Kerin y Ariane mueran en u
sublevarse. Yo... no quiero tener que luchar co
—Yo tampoco, Hordo. Pero la insurrecc
guardia como si no, a menos que haya enten
detenerlos, tenemos que descubrir quién los es
con Taras podría decirme muchas cosas.
—He dado órdenes, como me mandast
rostro aquilino cuyas sienes ya blanquean.
encontráramos.
Conan negó con la cabeza, contrariado.
—Lo sé. Pero sólo podemos hacer lo p
buen vino allí.
Aunque hubiera palacios mucho más op
insignificante. Tenía muchos patios y jardine
centro por una fuente de mármol con forma d
se erguían torres de alabastro con arcos y cú
al cielo, cubiertos ambos lados de jeroglífic
nemedios a lo largo de más de mil años.
Mientras bajaban por una tranquila arc
chillaban y los faisanes de plumas doradas s
6
o para seguir de frente al otro hombre. No se
ndo sólo se está practicando.
uió diciendo el rey, y a mitad de la frase trató
rio.
s muñecas giraron, su arma chocó con la del
de obligar al otro a soltar el arma —tal era la
rodilla derecha, y apuntaló a un lado la pierna
y atacó, deteniendo el arma en el mismo
o de Garian. Antes de que el asombrado rey
do ya y se ponía de nuevo en guardia.
ada.
e, y se marchó. Conan recogió su túnica y
o entre las arcadas del patio, apareció Hordo,
de un balcón.
e yo estaba aquí, cimmerio, porque ambos
morras, bajo este empedrado. Pero, de todos
n de ser vencidos, aun cuando nadie lo ve.
fingido, no tardaría en tropezar con ella en un
un poco? Al fin y al cabo, se trata de un rey.
mos ganado todo el oro que podemos ganar.
rdo, sólo sé luchar para vencer. ¿Qué tal los
en una piedra de albardilla—. Tienen una vida
pada.
e y los otros estén listos para llamar a su gente
uspirando—. Conan, yo no digo que los
e Kerin me perseguiría..., pero ¿no podríamos
mores de insurrección? Nos pagaría bien por la
l insurrección no tendría lugar. No quiero ni
un sumidero, pero será inevitable si llegan a
on ellas, cimmerio.
ción tendrá lugar, tanto si Garian se pone en
ndido mal el fuego que arde en Ariane. Para
stá utilizando. Ese hombre que estaba reunido
te, de que me avisen si ven a un hombre de
Pero sería un regalo de los dioses que lo
posible. Ven. Vamos a mi habitación. Tengo
pulentos en Turan y en Vendhia, aquel no era
es, algunos pequeños, adornado tal vez su
de fantástica bestia, otros grandes, en los que
úpulas dorados. Grandes obeliscos apuntaban
cos que narraban las leyendas de los reyes
cada, cabe un jardín donde los pavos reales
se exhibían, Conan se detuvo de pronto. Más
67
adelante, una mujer envuelta en velos grises
cuenta al parecer de que estaban allí, se fue
estaba seguro de que se trataba de la mujer qu
—decidió— era el momento oportuno para des
Pero, cuando dio el primer paso, Hordo lo ag
columna.
—Quiero hablar con esa mujer —dijo C
levantaban ecos en aquellas arcadas—. Yo n
visto antes, sin esos velos. Pero ¿dónde?
—Yo también la he visto —replicó Hordo
Es Lady Tiana, y se dice que alguna dolencia c
—No iba a pedirle que me permitiera ver
—Escúchame —le rogó el hombre tuerto
nos dejara para ir a recibir órdenes. Yo sabía
una taberna distinta cada vez. Aquel día sa
muralla, se encontró con esta tal Lady Tiana.
—Así que está metida en el contrabando
si se niega a responder a mis preguntas.
—No lo comprendes, cimmerio. No esta
decían, pero vi que Eranius casi se arrastra
ocupara un lugar elevado, muy elevado, en la
doscientos contrabandistas, gente dura todos
de matarte.
—Quizá ya lo hayan intentado.
Sin duda alguna, había alguien que quer
alguna razón desconocida, parecía odiarle? Ob
—Se irá si no le doy alcance ahora.
Pero Conan se detuvo, pues, en el mom
arcada, la rubia que había visto acompañan
descubierto que se llamaba Sularia y que, e
velada trató de pasar de largo, pero Sularia, q
falda de seda también dorada no más larga qu
—Honor a ti, Lady Tiana —dijo Sularia, y
labios—. Pero ¿por qué te cubres tanto en un
si pudiéramos convencerte para que te pusiera
Con rapidísimo gesto, la mujer velada le
mano que hizo caer al suelo a la rubia. Conan
bastado con la fuerza habitual en una mujer.
Sularia se puso en pie tambaleándose
máscara.
—¿Cómo osas pegarme? —espetó—. Vo
—¡Perra, vete a tu perrera! —gritó una te
Alta, y de talle cimbreño, era tan bella
sedoso, sus ojos, oscuros y señoriales, su ro
negro, adornada con pequeñas perlas, la rubia
—No me habléis así, Lady Jelanna —
sierva, y muy pronto seré... —se detuvo de pro
Jelanna sonrió con desprecio.
—Eres una marrana, y muy pronto lo ve
que llame a un esclavo para que te azote aquí
6
acababa de salir por una puerta y, sin darse
e andando en dirección opuesta. El cimmerio
ue había visto dos veces ya en su litera. Ahora
scubrir por qué le había mirado con aquel odio.
garró por el brazo y lo arrastró detrás de una
Conan. Hablaba en voz baja, pues las voces
no le gusto, de eso estoy seguro. Y ya la he
o con ronco susurro—, aunque no sin los velos.
corroe su rostro. No permite que la vean.
su rostro —dijo Conan con impaciencia.
o—. Una vez seguí a Eranius, después de que
que siempre iba a la Calle de los Lamentos, a
alió de la ciudad y, en una arboleda tras la
o —dijo Conan—. Quizá el saberlo me sea útil
aba yo lo bastante cerca como para oír lo que
aba ante ella. No lo habría hecho si ella no
a sociedad. Si la molestas, te encontrarás con
ellos, que irán por la ciudad con la intención
ría su muerte; ¿por qué no una mujer que, por
bligó a Hordo a soltarle.
mento en que Lady Tiana llegaba al final de la
ndo a Garian apareció detrás de ella. Había
en efecto, era la amante de Garian. La mujer
que sólo se cubría con un peto dorado y una
ue la palma de un hombre, se le puso delante.
y una sonrisa maliciosa afloró a sus sensuales
n día como éste? Sé que estarías encantadora
as brazaletes y sedas.
e dio tal bofetón a Sularia con el dorso de la
se sorprendió del golpe; para darlo, no habría
e; la rabia le desfiguraba el rostro como una
oy a...
ercera mujer, que acababa de aparecer.
a como Sularia, pero su cabello era negro y
ostro arrogante. Ante su túnica de terciopelo
a parecía una moza de taberna.
—respondió airada Sularia—. No soy ninguna
onto.
erá Garian por sí mismo. Ahora, vete antes de
mismo.
68
Sularia tembló desde los pies a la cabe
Con un inarticulado grito de rabia, se alejó de l
Hordo, que seguían escondidos tras la column
Conan la observó mientras se iba; cuan
estaban allí. Frunciendo el ceño, se reclinó en
—En este lugar, podría pasar tres día
Tendría que haberla llamado, en vez de permit
—Por Mitra, Conan, vamonos de esta
fijamente al cimmerio con una súplica—. Olvid
También hay oro en Ofir, y cuando nos pague
el que quiere matarnos.
Conan negó con la cabeza.
—Jamás he huido de mis enemigos, Hor
a ver si se me ocurre algo para encontrar a
beber el doble que tú.
Cuando el cimmerio se iba, Hordo le gritó
—¡Antes, siempre sabías quiénes eran tu
Pero Conan no se detuvo. Un hombre sa
que trata de descubrir quién es. Mejor sería m
¿cuándo terminará? El enemigo acaba por ap
momento y el lugar que éste elige. Mientras le
a su oponente.
Al llegar a su habitación, Conan puso la
Alguien había abierto el pestillo. Desenvainó
punta de la espada, abrió violentamente la p
pared, pero no le llegó ningún otro sonido, ni in
Gruñendo, el cimmerio se abalanzó por
voltereta y se puso en pie espada en mano.
Sularia estaba sentada sobre su cam
piernas, y aplaudía con deleite.
—Jinete, arquero, espadachín, y ahora
bárbaro?
Conan, conteniendo su ira, cerró la puer
una mujer, y aún menos si ésta era bella. S
azulado hielo de los glaciares.
—¿Qué hacías aquí, mujer?
—Qué formidable eres —decía la mucha
pelea que aún te empapa. Le has derrotado, ¿
alguien como tú.
Él registró apresuradamente la habitació
asomó por la ventana para asegurarse de qu
albardillas. Miró incluso bajo la cama, antes d
obligara a soltar la colcha con un juramento.
—¿Qué es lo que buscas, Conan? No t
acusarte.
—Tienes un rey —dijo él con un gruñido.
Con una sola mirada a la muchacha, a s
sus exuberantes pechos, a la estrecha faja
quedaba claro que ésta no podía llevar más ar
—Un rey que sólo sabe hablar de ara
aburridas. —Una sonrisa seductora le acaricia
6
eza; había veneno en el ademán de su rostro.
las dos mujeres, y pasó de largo ante Conan y
na.
ndo se volvió de nuevo, Jelanna y Tiana ya no
la pared.
as buscándola sin encontrarla —masculló—.
tir que me agarraras como a un niño asustado.
a ciudad. —El único ojo de Hordo miraba
da a Lady Tiana. Olvida a Garian, y a su oro.
en allí por luchar, al menos sabremos quién es
rdo. Es un mal hábito. Me voy a mi habitación,
esa tal Tiana. Luego nos veremos, y pienso
ó:
us enemigos!
abio no ignora a un enemigo desconocido, sino
morir que huir, pues la huida que se empieza
parecer, y la vida y la muerte se deciden en el
e quedaran vida y voluntad, seguiría buscando
a mano en la puerta; se abrió con sólo tocarla.
con cautela y dio un paso a un lado. Con la
puerta. Ésta fue a dar ruidosamente contra la
ndicios de movimiento.
r la puerta abierta, se arrojó al suelo, dio una
ma, cruzando sensualmente aquellas largas
a, acróbata. ¿Qué otras habilidades tienes,
rta. No le gustaba hacer el ridículo delante de
Se volvió para mirarla con ojos fríos como el
acha, hablando quedo—, con este sudor de la
¿verdad? Garian no puede hacer nada frente a
ón: apartó todos los tapices de la pared, y se
ue no había ningún asesino encaramado a las
de que la burlona sonrisa de la muchacha le
tengo marido que pueda aparecer de pronto y
.
su peto dorado que apenas si podía contener
de seda dorada que le ceñía las caderas,
rma que un alfiler.
anceles y de grano, y de cosas todavía más
aba los labios, y la joven se dejó caer sobre la
69
cama, respirando hondo—. Pero tú, bárbaro,
aunque lejano en el tiempo. Me pregunto si es
Conan frunció el ceño. Aquellas palabra
desde hacía tiempo. Que él había de ser rey
más que una fantasía pueril.
Dejó la espada sobre la cama, poco má
difícil cogerla si llegaba el caso. La rubia se
labios como si el tenerla cerca la excitara. Con
abrió. Ella le miró a los ojos, a sus ojos d
muchacha, azules como una llama fría.
—Has estado jugando conmigo, mujer —
juegue.
Ni él ni ella oyeron que la puerta se ent
demoraba allí por un rato, observándolos con o
CAPITULO 15
El día siguiente por la tarde, cuando C
encuentro.
—Me alegro de verte, cimmerio. Como
noche, pasé cierta angustia.
—Encontré algo mejor que hacer —dijo C
Los apresurados esclavos se apiñaban
paredes para dejarles el centro a los nobles
algunos pasaban por allí en aquel momento
satenes, y los collares de oro, y de esmeralda
muñecas y el talle. Los nobles echaron algu
hombres con arrogante desprecio, las mujeres
Hordo les miró con suspicacia, y luego
andar.
—Quizá esta última noche hayas estado
los torturadores de Garian ya estén calen
larguémonos mientras aún podemos.
—No sigas con tus necios balbuceos
clepsidras que he practicado la esgrima con G
De hecho, ha reído a menudo, salvo cuando ha
Poco le faltó al tuerto para dar un traspié
—Cimmerio, no habrás... ¡Por Mitra! ¡No
sesera!
—No le he aporreado la sesera a nadie,
hojas que arrastraba la brisa, y al caer se ha
Se ha hecho un moretón, nada más.
—Lo que los hombres como tú y como y
dedo como uno de los filósofos del Thestis—, u
—Me temo que tienes razón —dijo Cona
—Yo también lo temo... —empezó a de
corpulento cimmerio cuando comprendió lo que
Conan contuvo la risa que quería salir a
sujeto. Hordo podía decir de sí mismo que est
cualquiera que se lo dijese. La alegría del cimm
7
no eres aburrido. Siento que hay poder en ti,
que llegarás a rey.
as parecieron reavivarle un recuerdo enterrado
y. Se quitó de la cabeza tales ideas. No eran
ás allá de la cabeza de Sularia. Así no le sería
volvió para poder ver el arma, y se lamía los
nan agarró los cierres de su peto dorado y los
de gélido zafiro que dominaban a los de la
—le dijo suavemente—. Ahora seré yo quien
treabría, y que la mujer de los velos grises se
ojos de encendida esmeralda.
Conan paseaba por palacio, Hordo le salió al
o no compareciste en la taberna la pasada
Conan sonriendo.
en los corredores, y no se apartaban de las
y las damas que salían a pasear, de los que
o con sus túnicas de bordados terciopelos y
a, y de rubíes, que les colgaban del cuello, las
una ojeada curiosa al par de guerreros, los
s con algún interés.
bajó la voz y se acercó a Conan sin dejar de
o meditando lo que sucedió ayer. Puede que
ntando los hierros. Cojamos los caballos y
s —dijo Conan, riendo—. No hace ni dos
Garian, y no me ha dicho ni una mala palabra.
a recibido un golpe en la cabeza.
és.
o se te habrá ocurrido aporrear a un rey en la
, Hordo. El pie de Garian ha resbalado en las
golpeado la cara con su propia empuñadura.
yo llamamos moretón —dijo Hordo, alzando el
un rey lo llama insulto mortal a su dignidad.
an con un suspiro—. Te estás haciendo viejo.
ecir Hordo, pero cerró la boca y miró airado al
e éste acababa de decir.
afuera cuando vio el rostro de aquel barbudo
taba viejo, pero estaba dispuesto a pelear con
merio se desvaneció.
70
Acababan de entrar en un patio en el
agrupaba en círculo en torno a Vegentius; tod
la cintura para arriba. Un reducido grupo de
arcada, al otro extremo del patio. Separada d
columnas, para que no pareciera que estaba m
mirando a todos, y pasando los brazos por enc
—¿Quién será el siguiente? —gritaba a
no he empezado a sudar. —Su torso desnu
estaban cubiertas de abultado músculo—. ¿Es
Un hombre avanzó, y se puso en cuclilla
los mismos músculos, y no porque fuera un m
también en cuclillas y empezó a dar vueltas e
pero no reía.
De pronto, arremetieron el uno contra el
pies apoyo para incorporarse y hacer palanc
experiencia, y agilidad. Cuando aún lo estab
puñetazo al tenso estómago de Vegentius. Pu
iba a pegar, pues en el último instante frenó
sonriente oficial.
El corpulento oponente del joven no ten
Oaxis en el cuello, con un sonido como de pie
vaciló, pero Vegentius le sostuvo por un mome
puño sobre la nuca del otro. La primera vez
inerme. Vegentius le soltó, y lo dejó caer como
—¿Quién será el siguiente? —rugió el
Oro—. ¿No hay ninguno entre vosotros que pu
Dos de los semidesnudos soldados se ll
que ninguno de ellos ansiara probar las fuer
corpulento iba mirándolos a todos y sonreía co
que tenía a Conan frente a sí. Entonces se det
—Tú, bárbaro. ¿Quieres intentarlo, o qu
hígado?
A Conan se le endureció el rostro. Se ha
arrogancia de un hombre de orgullo, unida a
quitó el cinturón, y se lo entregó a Hordo. S
empezaban a apostar.
—Tienes más coraje que buen sentido
derrotarle, salvo un enemigo poderoso?
—Ya es mi enemigo —respondió Conan
enemigos, al menos.
El cimmerio se quitó la túnica por la ca
círculo de hombres. Los nobles pudieron estim
cambiaron. Vegentius, seguro de que la ris
infamia dicha contra él, le esperaba con una m
se apartaron, agrandando el círculo cuando Co
De pronto, Vegentius atacó, tendiendo l
puño de Conan le golpeó en la sien, y el
ligeramente, el cimmerio dio otro puñetaz
arrancándole algún aliento. Antes de que Ve
agarró por la garganta y el cinturón, y lo levant
de la cabeza y lo arrojó violentamente a sus es
El estupor se dibujaba en los ojos de l
visto que alguien derribara a Vegentius. Entre l
7
que una veintena de Leopardos de Oro se
dos, incluso el comandante, iban desnudos de
nobles les miraba discretamente desde una
de ellos, pero también entre aquellas mismas
mirando, se hallaba Sularia. Vegentius los iba
cima de la cabeza los tensaba.
a los hombres que tenía alrededor—. Todavía
udo se veía sólido, sus espaldas, anchas, y
s que no voy a poder ejercitarme? Tú, Oaxis.
as. Era tan alto como Vegentius, pero no tenía
muchacho aún imberbe. Vegentius rió, se puso
en torno al otro. Oaxis daba vueltas a su vez,
l otro, se agarraron, trataron de hallar con los
ca. Conan pensó que el hombre joven tenía
ba pensando, Oaxis liberó un brazo y dio un
uede que recordara quién era el hombre al que
ó el golpe, y éste sólo arrancó un gruñido al
nía tales reservas. Con la mano libre golpeó a
edra que golpea madera. Oaxis se tambaleó y
ento más. Dos veces se alzó y volvió a caer su
Oaxis sufrió un espasmo, a la siguiente cayó
o un saco sobre el enlosado.
membrudo comandante de los Leopardos de
ueda pelear conmigo?
levaban a rastras a su compañero. No parecía
rzas de Vegentius. De nuevo, aquel hombre
on sonrisa burlona, hasta que se encontró con
tuvo, y su rostro se ensombreció.
uizá algún viento norteño te ha congelado el
abía dado cuenta de que Sularia le miraba. La
la mirada de una mujer bella, le espoleó. Se
Se oyó un murmullo donde los nobles; éstos
—mascullaba el tuerto—. ¿Qué ganarás con
n, y añadió con una carcajada—: Uno de mis
abeza y, tras arrojarla al suelo, se acercó al
mar la anchura de sus espaldas, y las apuestas
sa del bárbaro había acompañado a alguna
mueca de desprecio en el rostro. Los soldados
onan entró en él.
los brazos para aplastar y destruir. El enorme
golpe le obligó a detenerse. Agachándose
zo bajo las costillas del corpulento militar,
egentius pudiera recuperarse, el cimmerio lo
tó en el aire, sostuvo su gran masa por encima
spaldas.
los soldados que les miraban. Nunca habían
los nobles, las apuestas volvían a cambiar.
71
Conan aguardó, respirando sin dificulta
Vegentius se levantaba tambaleante, con el e
borró al espanto.
—¡Bárbaro bastardo! —aulló el corpulen
de tu madre! —Y le lanzó un puñetazo que hab
Pero ahora la rabia se apoderaba tambié
muerte gélida, azuzada por el viento, la furi
recibió el golpe, que le hizo temblar las rodillas
rompió algunos dientes a Vegentius. Durante
cara, dando y recibiendo golpes que habrían a
Entonces, Conan dio un paso adela
desesperación apareció en el rostro del militar
gélido fulgor de la destrucción. El cimmerio
retroceder, golpeándolo implacablemente, ha
crecer, que habían perdido toda dignidad y
enérgico golpe, logró que aquel hombre robust
Aunque luchara por sostenerse, Vegen
apartaron a su paso hasta que logró apoyarse
un esfuerzo para ponerse en pie, avanzó con
la arcada. Movió una pierna, como si una part
por levantarle, y al final quedó inmóvil.
Los soldados rodearon a Conan jale
comandante. Los sonrientes nobles —tanto e
tímidamente de tocarlo, como quien acaricia a
Conan no escuchó ninguna de sus alaba
había logrado mantenerse en pie a la sombra
qué conocía a aquel hombre. Se apartó de l
volvió con Hordo.
—¿Recuerdas —le preguntó en voz baja
primera vez a Taras cuando irrumpí atravesand
allí un hombre corpulento medio oculto por las
El ojo de Hordo se volvió hacia Vegentiu
nobles se dispersaban ya.
—¿Él? —dijo con incredulidad.
Conan asintió, y el barbudo silbó amarga
—Cimmerio, te repito que tenemos que
la compañía.
—No, Hordo. —Los ojos de Conan rete
recordaba al del lobo que caza—. Ahora ya es
atacar, no de huir.
—¡Por Mitra! —masculló Hordo—. Si e
espíritu volverá para acosarte. ¿Atacar, dices?
Antes de que Conan pudiera responder
ante el cimmerio.
—He venido para conduciros con gran ur
Aquello enervó al tuerto.
—Cálmate —le dijo Conan—. Si el rey q
tobillos bonitos a buscarme. La esclava le miró
—Yo no confiaré en nadie —rezongaba H
desea tu muerte. O hasta que hayamos dejado
7
ad, bien asentado sobre sus pies, mientras
espanto escrito en el rostro. Entonces, la rabia
nto militar—. ¡Escupo en la tumba sin nombre
bría tumbado a cualquier hombre normal.
én del rostro de Conan. Sus ojos recordaban la
ia le impedía todo pensamiento de defensa;
s. Pero en el mismo instante, su propio puño le
e largos momentos, ambos pelearon cara a
acabado con un hombre normal.
ante. Y Vegentius dio un paso atrás. La
r; en los ojos de Conan sólo se vislumbraba el
forzaba al otro a retroceder. Le obligaba a
acia el grupo de nobles que no cesaba de
chillaban entusiasmados. Entonces, con un
to se tambaleara.
ntius cayó dando traspiés, y los nobles se
e en una pared, a la sombra de los arcos. Hizo
pasos vacilantes y cayó por fin en el borde de
te de su cerebro se hubiera esforzado todavía
eándole, sin prestar atención a su caído
ellos como ellas— se le acercaron, y trataban
un tigre.
anzas. En el breve instante en que Vegentius
de la arcada, le había venido a la memoria de
la adulación y los vítores, recogió la túnica y
a al tuerto— que te conté como había visto por
do el techo en su reunión secreta, y que había
sombras?
us, al que ahora levantaban los soldados. Los
amente.
marcharnos a Ofir en cuanto podamos reunir
enían la fría seriedad del combate, y su rostro
stamos sobre la pista del enemigo. Es hora de
en tu necedad consigues que me maten, mi
?
r, una esclava se le acercó y dobló la rodilla
rgencia ante el rey Garian.
quisiera mi cabeza, no mandaría a este par de
ó de pronto con interés.
Hordo— mientras no sepamos quién es el que
o Nemedia muy atrás.
72
—Cuando llegue la hora de cabalgar h
Conan, riendo—. Guíame, muchacha.
Ella se apresuró a ponerse en camino y e
El rey Garian le esperaba en una estanci
poco le interesaban en aquel momento las c
habitación, y aun el suelo, estaban cubiertas
Conan encontró a Garian arrojando al suelo
cardenal de la mejilla contrastaba con el airado
—Nunca quieras ser rey, Conan —fueron
Cogido por sorpresa, a Conan sólo se le
—¿Y por qué no?
El rostro encarnado de Garian era el
señalando los rollos y pergaminos.
—¿Crees que esto son los planes de a
ceremonia para honrar el honor y el recuerdo d
Conan negó con la cabeza. En más de
por los planes de algún rey, pero nunca había
soslayo uno de los pergaminos, que tenía cas
columnas de números.
Garian andaba irritado por la estancia, c
suelo.
—Los sumideros de la ciudad deben se
Gremio de Galenos..., las miasmas acabarán
pasadizos antiguos que dan a palacio por el su
más seguro. Una parte del muro de la ciudad
llega con retraso. Hay que comprar grano. Ca
el ceño fruncido la frondosa cornamenta de
pared—. Lo cacé en la fronda cercana a la fro
volver allí.
—¿No podrían vuestros consejeros soluc
El rey rió con amargura.
—Sí podrían, si no me faltara el oro. Or
buscarlo, como un mercader codicioso.
—El Tesoro...
—... está casi agotado. Cuanto más gran
su precio, y tendré que reemplazar toda una
pegan fuego a los carromatos que no viajan es
lo intentan. Ya he ordenado fundir algunos orn
a duras penas bastaría.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Conan
Él siempre había imaginado que la riquez
encontrarse con que un rey tenía tanta ne
precisara en cantidad mucho mayor.
—Pedirlo prestado —replicó Garian—.
riquezas que rivalizan con las mías. Que eche
caiga presa del hambre.
Rebuscó entre los pergaminos hasta que
del Dragón de Nemedia.
—Le llevarás esto a Lord Cántaro Alba
Nemedia, y por ello será también uno de los
tiempo que entregaba el pergamino a Conan s
prestan, les será cobrado como tributo.
7
hacia la frontera, yo te lo diré —le respondió
el cimmerio la siguió.
ia adornada con armas y trofeos de caza, pero
cacerías. Las muchas mesas que había en la
de rollos y pergaminos. Al entrar en la sala,
uno de los rollos con un bufido de hastío. El
o rubor de su semblante.
n sus primeras palabras.
ocurrió decir:
l vivo retrato del asco, y movía los brazos
alguna gran campaña? ¿De alguna magnífica
de mi padre? ¿Eso crees?
e una ocasión, su vida se había visto alterada
a tomado parte en los planes mismos. Miró de
si a sus pies. Toda la hoja parecía cubierta de
cogiendo rollos de las mesas y arrojándolos al
er limpiados, o si no..., eso es lo que afirma el
por causar una plaga. Se recomienda que los
ubsuelo sean cegados, para que el palacio sea
debe ser reconstruida. La soldada del ejército
ada vez más grano. —Se detuvo, mirando con
un gran venado disecado que colgaba de la
ontera brithunia. Cómo querría yo ahora poder
cionar estos asuntos? —preguntó Conan.
ro, Conan. Tengo que hurgar en la tierra para
no debo comprar a Ofir y Aquilonia, más sube
a cosecha, pues hay forajidos dementes que
scoltados por el ejército, y son muchos los que
namentos, pero aunque saqueara todo palacio
n.
za de los reyes no tenía límite. Era algo nuevo
ecesidad de oro como él mismo, aunque lo
Algunos nobles y mercaderes disponen de
en una mano para impedir que nuestra nación
e encontró uno plegado y sellado con el Sello
anus. Es uno de los hombres más ricos de
s primeros a quienes pida contribución. —Al
se le endureció el rostro, y añadió—: Y si no lo
73
El rey le indicó a Conan que se fuera,
paso que iba a dar era delicado, pero el bárba
y —algo desacostumbrado en él— se sin
sorprendido de que no se marchara.
—¿En qué medida confiáis en Vegentius
—En medida suficiente para mantenerl
replicó Garian—. ¿Por qué me preguntas eso?
Conan respiró hondo y empezó con la hi
hacia aquella estancia.
—Desde que llegué aquí, he tenido la
alguna otra parte. Hoy lo he recordado. Lo
conversación con un hombre llamado Taras, d
en el trono a otro hombre que no fuerais vos.
—Es una acusación seria —dijo Garian
bien, y también sirvió bien a mi padre durante
que quiera hacerme daño.
—Vos sois el rey, pero algo sé yo tamb
debe guardarse siempre de las ambiciones de
Garian echó a reír a carcajadas.
—Aunque seas buen espadachín, Cona
Tengo más experiencia que tú en llevar la c
llegue a Lord Albanus sin más dilación.
Tras saludar inclinando la cabeza, Co
plantado alguna simiente de sospecha, pe
complacían en absoluto. Estaba acostumbrado
y confiaba en poder hacerlo pronto.
CAPITULO 16
Cuando Conan llegó a las puertas de pa
su caballo. Y a veinte hombres, entre los que s
a Hordo en muda interrogación, y el tuerto se e
—Oí que tenías que llevarle un mensaje
Nada te asegura que no sea otro de los hombr
que quiere verte muerto. O ambas cosas a la v
—Te estás volviendo suspicaz como una
en la silla.
Vegentius, magullado pero vestido co
penacho, apareció de pronto en la puerta co
jinetes que iban con Conan, se detuvo, mir
colérico, se abrió paso entre sus soldados y vo
—Yo me vuelvo suspicaz —dijo Hordo e
sentido de recordar que algunos de tus enemig
vas a ver que la ciudad ha cambiado en estos
Cuando Conan se adentró con sus v
cambios se le hicieron patentes. Aquí y allá
cuidadoso cabe alguna esquina. Ocasionalme
calle lateral, como si lo persiguieran, aunque n
estaban cerradas y las puertas atrancadas; ni
pregonando mercancías. Podía palparse en el
—Esto empezó poco después de que fué
7
pero el corpulento cimmerio no se movió. El
aro no era un hombre habituado a delicadezas,
ntió torpe. Garian le miraba, visiblemente
s? —logró decir por fin.
lo como comandante de la Guardia Real —
?
istoria que había ido pergeñando en el camino
impresión de haber visto ya a Vegentius en
vi en una taberna de la ciudad, en íntima
del que se sabe que ha dicho que preferiría ver
n pausadamente—. Vegentius me ha servido
e los años que estuvo con él. No puedo creer
bién de la realeza. El hombre que ciñe corona
los demás.
an, debes dejarme a mí el oficio de ser rey.
corona. Ahora, vete. Quiero que ese mensaje
onan se fue. Tenía la esperanza de haber
ero aquellos combates con palabras no le
o a hacer frente al enemigo espada en mano,
alacio, encontró a Hordo que le esperaba con
se hallaban Macaón y Narus. El cimmerio miró
encogió de hombros.
a algún noble —le dijo a Conan—. ¡Por Mitra!
res que estaban allí reunidos con Taras. O ese
vez.
a vieja, Hordo —dijo Conan mientras montaba
on armadura completa y un yelmo de rojo
on diez Leopardos de Oro. Cuando vio a los
rándolos con ira. Se volvió bruscamente, y,
olvió a entrar en palacio.
en voz baja—, pero, al menos, tengo el buen
gos tienen rostros que sí conocemos. Además,
últimos días.
veinte hombres por las calles desiertas, los
á, algún perro visiblemente flaco husmeaba
ente veían a algún hombre corriendo por una
nadie más anduviera por el lugar. Las ventanas
inguna tienda estaba abierta, ni se oían voces
aire el tétrico silencio.
éramos a palacio —murmuró Hordo.
74
Miró alrededor y se encogió incómodo, co
—Primero, las gentes abandonaron la
rameras. Estos dos últimos gremios no tardaro
que diera ni comprara, y los matones se apode
osaran dar un paso más allá de la puerta. Ayer
expresiva mirada a Conan—. Todos, en sólo u
—¿Y si seguían órdenes? El tuerto asinti
—Quizá sea cierto, después de todo, qu
decirlo.
—Pero no con el propósito que creía Ar
rato, y fue fijándose en los edificios aparentem
—¿Qué se sabe de ella? —preguntó por
Hordo no necesitaba que le dijera a quién
—Está bien. He entrado dos veces en
leproso que irrumpiera en una cena. Kerin y Gr
Conan asintió sin decir nada, y siguieron
palacio de Albanus. Una vez allí, Conan desmo
Abrieron una rendija no mayor que la
observó.
—¿Qué queréis? ¿Quiénes sois?
—Me llamo Conan. Abre el portón. Tra
Garian.
Se oyó al otro lado una conversación en
ser levantada, y el portón se abrió hasta permit
—Tú puedes entrar —le dijo la voz desde
—Conan... —empezó a decir Hordo. El c
—No te preocupes, Hordo. No estaría má
Cuando el portón se cerró a sus espald
cuatro hombres con espadas desenvainadas;
arma bajo las costillas.
—Ahora, dinos quién eres —dijo con voz
a Conan a través de la túnica.
El cimmerio, que en aquel momento e
hubiera ordenado ponerse la loriga antes de sa
alargado de ojos separados, que había perdido
—Ya te lo he dicho. —Empezó a buscar
otro le estaba clavando todavía más la punta
mensaje. ¿Qué problemas puedo causarte mie
Se dijo para sus adentros que tenía de
hombre no debería haberle acercado tanto la
clavársela. Con un rápido gesto del brazo ap
contra su camarada, y... El corpulento cimme
preguntándose de qué se sonreiría.
—Enséñame el mensaje —exigió el nariz
Conan sacó el pergamino plegado, qu
cortada trató de cogerlo, pero Conan lo apartó
—Puedes ver el sello desde donde estás
—Este sello es el del Dragón, cierto —m
las costillas de Conan con evidente mala gana
Mientras Conan movía contrariado la cab
piedra hacia el palacio propiamente dicho: un
7
omo si hubiera cabalgado entre tumbas.
a calle a los matones, los mendigos y las
on en desaparecer, pues ya no quedaba nadie
eraron de la ciudad, y aterrorizaban a cuantos
r, todos desaparecieron también. —Lanzó una
una clepsidra.
ió.
ue Taras alquilara hombres de armas. Por así
riane. El corpulento cimmerio calló durante un
mente desiertos.
fin.
n se refería.
n el Thestis; los otros me miran como a un
raecus son amantes ahora.
n cabalgando en silencio hasta las puertas del
ontó, y llamó con el puño al portón atrancado.
mano de un hombre, y un ojo suspicaz les
aigo un mensaje para tu amo del propio rey
n susurros. Luego, el traqueteo de una barra al
tir el paso de un único hombre.
e dentro—, pero los otros no.
cimmerio le hizo callar con un gesto.
ás seguro en brazos de una mujer.
das con un golpe sordo, Conan se vio frente a
; otro, desde un lado, le puso la punta de su
z áspera el espadachín cuya espada pinchaba
echaba de menos el sentido común que le
alir de palacio, volvió la cabeza y vio un rostro
o media nariz.
r bajo la túnica, pero se detuvo al notar que el
a de la espada—. Sólo quiero mostrarte ese
entras tenga una espada en las costillas?
emasiado cerca aquella nariz cortada. Aquel
a espada a la túnica si no tenía intención de
partaría el arma, y arrojaría al nariz—cortada
erio sonrió, y los otros se agitaron nerviosos,
z—cortada.
ue llevaba guardado en su túnica. El nariz—
de su mano.
s —dijo—. Va dirigida a Lord Albanus, no a ti.
murmuró nariz—cortada. Apartó la espada de
a—. Sigúeme, pues, y no te apartes de mí.
beza, se pusieron en marcha por el camino de
n gigantesco edificio sostenido por columnas
75
estriadas, cuya gran cúpula dorada reflejaba
guardias era lógica, dada la situación que se
haberse evaporado al saber que se hallaban
hubieran delatado los planes de Albanus. A v
amos sin que ni los siervos ni el amo se den cu
En el vestíbulo de muchas columnas, el
Conan para que éste pudiera oír lo que dec
bordados en la túnica el blasón de la casa de
se fue para volver a su puesto en el portón, y e
—Soy el chambelán de Lord Albanus —
Dame el mensaje.
—Se lo entregaré en mano al mismo Lord
En realidad, no tenía razón alguna para
como agente de su amo en tales asuntos, pero
que darle vino fresco, y toallas húmedas para q
El rostro del chambelán se endureció, y p
discutir con aquel hombre. Sin embargo, éste d
—Sigúeme. —Y guió al cimmerio por u
estancia—. Espera aquí —ordenó a Conan, y
que había en la habitación, por si se daba el
ajeno.
Aunque pequeña, la estancia no era po
muebles con incrustaciones de madreperla y
desde el que se podía contemplar una fuen
húmedas, ni vino. Forzosamente había de ser
mensajero.
Murmurando algo para sus adentros, C
punto de gritar de asombro, y olvidó por un m
borracho por el jardín, y dos muchachas v
sostenerse.
Cuando pasó al lado de la fuente, el es
ella y casi cayó dentro.
—No hay agua —dijeron las muchachas
más vino, no agua.
Entre risitas necias, se alejaron de la fue
exóticos arbustos.
Alguien carraspeaba detrás de Conan p
volvió.
Se encontró con un hombre obeso de es
el cuello una túnica que le venía grande.
—¿Tienes algún mensaje para mí? —dijo
—¿Lord Albanus? —respondió Conan.
El hombre obeso asintió levemente y le
dio el pergamino. La mano del hombre obeso l
—Ahora vete —le dijo—, ya tengo el men
Conan se fue.
El chambelán de barba gris estaba esper
y allí el nariz—cortada le aguardaba con otro h
Cuando salió, Hordo se acercó a él sin b
el marcado rostro.
—Ya casi estaba dispuesto a asaltar ese
7
la luz del sol. La suspicacia por parte de los
vivía en la ciudad, pero su hostilidad debería
ante un mensajero del rey. De ese modo no
veces, los siervos imitan las actitudes de sus
uenta.
l nariz—cortada consultó, demasiado lejos de
cía, a un hombre de barba gris, que llevaba
e Albanus y una llave negra. El nariz—cortada
el hombre de barba gris se acercó a Conan.
—le dijo, sin más explicaciones ni cortesía—.
d Albanus —replicó Conan con resolución.
a no dárselo al chambelán, pues éste servía
o estaba irritado. A un mensajero del rey había
que pudiera limpiarse el polvo de la calle.
por un momento Conan pensó que tendría que
dijo secamente:
una escalera de mármol hasta una pequeña
y se fue tras contar con la mirada los objetos
caso de que el visitante amara demasiado lo
obre. Tenía tapicería, y el suelo de mármol, y
lapislázuli. Por un arco se salía a un balcón,
nte del jardín. Pero no había en ella toallas
un mal auspicio para Garian aquel insulto a su
Conan salió al balcón y miró abajo. Estuvo a
momento los desaires. Estéfano se tambaleaba
vestidas con escasas sedas le ayudaban a
scultor, por juego, trató de mojar los dedos en
s riendo mientras se lo llevaban—. Yo quiero
ente con paso inseguro para perderse entre los
para aclararse la garganta, y el cimmerio se
statura media, que con una mano agarraba por
o.
tendió la mano. Conan, con gesto moroso, le
lo aferró como una trampa.
nsaje. ¡Vete!
rándole afuera para conducirle hasta la puerta,
hombre para escoltarle hasta el portón.
bajar del caballo, con una sonrisa de alivio en
e muro para entrar a buscarte.
76
—No he tenido problemas —dijo Conan m
mensaje del rey. La próxima vez que veas a A
ella temía. Vive ahí dentro, y se divierte con las
—Hoy mismo voy a verla —contestó Ho
que no haya mandado ningún mensaje a sus a
—Nada es extraño, después que uno se
y las manos llenas de callos —dijo el cimmerio
—Un espadachín...
—No, Hordo. Sé reconocer los callos qu
incumbe. Lo que sí nos incumbe es Vegen
conversación en privado con el buen comanda
Con faz severa echó a cabalgar, aleján
columna de a dos.
Albanus hizo caer al hombre obeso, qu
taparrabos, de rodillas, de cara al suelo de már
—¿Y bien, Varius? —le preguntó Alban
su rostro cruel. Le arrancó del puño el ar
sospechaba? ¿Se ha creído que este perr
arrodillado—. ¿Se ha'creído que eras un noble
—Sí lo ha creído, amo. —El hombre obe
el rostro del suelo—. Sólo me preguntó si yo e
y se fue.
Albanus gruñó. Los dioses debían de ju
propio techo a aquel hombre a quien quería
atraer inmediatamente sospechas, y donde
reconociera. ¡Bajo su propio techo! Y justamen
al hombre arrodillado, que se echó a temblar.
—¿No podrías haber encontrado a a
Varius? Que alguien, aunque sea un bárbaro, t
—Perdonadme, mi señor —dijo el cham
disculpas—. Había poco tiempo, y era necesa
para vestir la túnica.
Albanus frunció los labios.
—Quema esa túnica. No volveré a ponér
verlo me da asco.
Varius hizo un leve gesto; el hombr
caminando de hinojos, pues no osaba levantar
—¿Eso es todo, mi señor?
—No. Busca a ese idiota borracho, Es
Procura que antes se le pase la borrachera.
Albanus le indicó con otro gesto a Vari
mensaje de Garian. Intrigado por lo que pudier
"Apreciado señor Cántaro Albanus:
Honor a ti. Te ordenamos acudir ante
aconsejar a Nos acerca de cuestiones que aflig
amas bien, y también a Nemedia, damos por s
GARIAN, NEMEDIA PRIMUS"
Un brillo salvaje se encendió en los oj
pergamino con manos como garras.
—Pronto vendré a verte —susurraba—.
candentes, hasta que de rodillas me reconozc
Vas a rogarme que te dé muerte.
7
mientras montaba—. Recuerda que llevaba un
Ariane, dile que Estéfano no está muerto como
s criadas.
ordo. Miró a la puerta, pensativo—. Es extraño
amigos para decirles que está bien.
e encuentre con un noble que tiene uñas rotas
o.
ue causa el trabajo. De todas formas, no nos
ntius, y esta misma noche pienso tener una
ante.
ndose del portón, y los demás le siguieron en
ue ahora se cubría tan sólo con un mugriento
rmol.
nus a su chambelán; la impaciencia oscurecía
rrugado pergamino—. ¿Te ha parecido que
ro era yo? —Le daba puntapiés al hombre
e, perro? ¿Qué ha dicho?
eso hablaba con voz temerosa, yno levantaba
era Lord Albanus, y luego me dio el pergamino
ugar con él, puesto que le mandaban bajo su
a hacer morir, donde nada podía hacerle sin
e tenía que ocultarse para evitar que le
nte en aquel día, el primero de su triunfo. Miró
alguien más adecuado para representarme,
tome a esta babosa por mí me ofende.
mbelán, inclinándose todavía más para pedir
ario encontrar a alguien con la talla adecuada
rmela. Y llévate esto otra vez a la cocina. Sólo
re arrodillado se marchó de la habitación,
rse.
stéfano, y que vaya al gabinete de trabajo.
ius que se fuera de la habitación, y cogió el
ra ser, abrió el sello.
e el Trono del Dragón, a fin de que puedas
gen a Nuestro espíritu. Sabedores de que Nos
sentado que no te demorarás.
jos negros de Albanus mientras arrugaba el
Te demostraré mi amor con cadenas y hierros
cas como rey. Albanus, Primero de Nemedia.
77
Tras arrojar a un lado la arrugada hoja
trabajo. Los cuatro guardias que vigilaban se
sin prestarles atención.
Sobre el círculo de piedra, en el centro d
Garian, completa por fin. Perfecta en todos su
original —Estéfano se había negado al prin
tamaño natural preciso, o bien de proporcione
la boca para hacer alguna proclama. Y tenía
vista. Cabellos de Garian y trocitos de sus u
trabajosamente mezclados en ella, acompañ
Todo aquello había sido obtenido por Sularia, s
Había un gran horno a poca distancia d
de toboganes y palancas diseñados para tra
embargo, ni el horno ni los toboganes habían
Estéfano que los construyera para aquietar
suscitarlas.
Tras trepar a la tarima, Albanus empujó a
al suelo. No estaba acostumbrado a hacer el m
necesario. Habría tenido que darle explicacion
preguntas con mentiras bien construidas, y
escultor creyera que sus preguntas mere
dignificación. Prefería hacer el trabajo por sí m
Tras arrojar de la tarima la última de las
mal parándose con la mano en el horno. Con u
de éste. Quemaba.
Se abrió la puerta, y Estéfano entró con
la bebida ya no lo dominaba tanto como antes.
—Quiero que todos sean flagelados —m
labios—. ¿Sabes lo que me han hecho tus esc
—¡Necio! —gritó Albanus—. ¡Has encen
nada aquí sin mi autorización?
—La figura está acabada —dijo Estéfan
en el horno, o si no empezará a agrietarse. La
—¿Es que no oíste que te daba la orden
¿Crees que enciendo estas lámparas con m
trabajo de esclavo?
—Si los aceites que hay en la arcilla so
escultor—, ¿cómo va a resistir que la pongan e
—Cállate.
Aquellas últimas palabras habían sona
obsidiana de Albanus le trabó a Estéfano la le
si se la hubieran clavado con un clavo.
Albanus se volvió con desdén. Con man
tira de pergamino y una pluma. Tras abrir el pr
de sangre de Garian, mezclada con tintes que
la pluma y escribió con esmerado trazo el nom
éste un poco del polvo del segundo frasco, y e
se secó. El último frasco contenía sangre
mañana. Con ésta escribió su propio nombre e
nuevo, el polvo secó la sangre.
Luego, mientras murmuraba encantam
siguiendo unas pautas precisas. Y volvió a la t
de la figura de arcilla.
Estéfano, recostado ahora en la pared, s
7
a, salió de la estancia para ir al gabinete de
cuadraron con respeto, pero él pasó de largo
de la estancia, estaba la escultura de arcilla de
us detalles, sólo que algo más grande que el
ncipio, pues decía que había que hacerla a
es heroicas—, parecía que caminara y abriera
más de Garian que lo que se veía a primera
uñas, y sudor, sangre y semen, habían sido
ñados de complicados rituales taumatúrgicos.
siguiendo órdenes del siniestro noble.
de la tarima de piedra, y una complicada serie
asladar la figura unía ambas estructuras. Sin
n de ser usados. Albanus le había permitido a
r las sospechas del escultor aun antes de
aquellos artefactos de madera hasta arrojarlos
más mínimo esfuerzo, y sin embargo aquél era
nes a Estéfano, habría tenido que acallar sus
Albanus ya estaba harto de permitir que el
ecían alguna respuesta, y sus vanidades
mismo.
palancas, Albanus saltó al suelo, y evitó caer
un juramento, la apartó de la rugosa superficie
paso vacilante; su rostro seguía verdoso, pero
.
murmuró, mientras con una mano se frotaba los
clavos, siguiendo órdenes de Varius? Han...
dido el horno! ¿No te he dicho que no hicieras
no en protesta—. Hay que meterla hoy mismo
última noche...
de no encender nunca un fuego en esta sala?
mis propias manos por el goce de hacer un
on tan inflamables —murmuró hoscamente el
en...?
ado como un apagado siseo. La mirada de
engua en el paladar, y allí se quedó ésta como
no experta dispuso tres pequeños frascos, una
rimer frasco —contenía una pequeña cantidad
e la mantenían en estado liquido—, mojó en él
mbre del rey en el pergamino. Esparció sobre
en el mismo instante la sangre se ennegreció y
del propio Albanus, vertida aquella misma
en letra más grande, encima del de Garian. De
mientos, Albanus plegó la tira de pergamino
tarima, y puso el pergamino en la boca abierta
soltaba estúpidas risillas.
78
—Ya me había preguntado por qué querí
Pero al mirar a Albanus, tragó saliva y se
Tras sacar tizas traídas de contrabando d
hallaba mucho más al sur, Albanus trazó un pe
figura, una estrella en un pentágono en un cír
donde cada una de las figuras inacabadas toca
encendió las velas, completó el pentagrama. D
palabras del conjuro.
«Elonai me'roth sancti, Urd'vass teoheem
Las palabras de poder brotaban de su
fulgores plateados. Las llamas de aquellas
chisporroteos arrojaban semillaste miedo al es
volver a ocurrir como la última vez. No podía
mayor. Ahora no podía haber miedo, sólo pode
«... arallain Sa'm'di com'iel mort'rass...»
Las llamas crecían, pero a medida que c
como si aquel fuego, en vez de dar luz, la c
empujadas por la fuerza del cántico del sinie
arcilla. Lentamente, como sometidas por algú
llamas se volvieron hacia adentro, hasta que
todas ellas saltó un rayo, que fue a caer
inacabable fulgor, circundándola de fuego aure
Aunque su aliento se convirtiera en esca
—¡Por los Impíos Poderes de Tres, te c
envilecidos y mancillados, te conjuro! ¡Leván
conjuro!
Cuando la última sílaba salió de su boca
siquiera de las velas. La figura seguía en pie, p
Albanus se frotó las manos, y trató de
todo marchaba bien en aquella ocasión...! Mir
que brillaba a causa de los millares de gotita
escultor, horrorizado, abría los ojos desmesura
más. El hombre de rostro aquilino respiró muy
—¡Yo te lo ordeno, Garian, despierta! Un
se deshizo al tocar la piedra. Albanus arrugó e
—¡Garian, yo te lo ordeno, despierta!
Toda la figura tembló; luego empezó a re
toda la tarima. Y al fin quedó solamente lo que
respiraba y vivía. Un duplicado perfecto de G
sacudió el polvo de un hombro, y luego se detu
—¿Quién eres? —dijo.
—Soy Albanus —replicó el siniestro nobl
—Por supuesto. Soy Garian, rey de Nem
—Ponte de rodillas, Garian —dijo suavem
Sin perturbarse, la réplica cayó de hino
empezó a dar órdenes por el mero placer de ve
—¡De cara al suelo! ¡Arrástrate! ¡Ahora
¡Más rápido!
El rey duplicado corría. Y corría.
Las lágrimas corrían también por el rost
Estéfano. Lentamente, el escultor se había ido
daban caza por su rostro.
7
ías la boca así.
e mordió la lengua.
desde Estigia, una tierra de hechiceros que se
entagrama inacabado en torno a los pies de la
rculo. Puso sucias velas negras en las puntas
aba a las otras dos. Entonces, diligentemente,
Dio un paso atrás, alzó los brazos y profirió las
m...»
u lengua, y el aire parecía condensarse en
s velas impías chisporroteaban, y con sus
spíritu del siniestro noble. Las llamas. No podía
a. Expulsó el miedo mediante una fuerza aún
er.
crecían la estancia se sumía en la penumbra,
consumiera. Se elevaban en su chisporroteo,
estro noble, hasta llegar a cubrir la figura de
ún viento imposible y que nadie percibía, las
e sus puntas se encontraron. Del contacto de
en la cabeza de la estatua, bañándola en
eolado que sorbía todo calor del aire.
archa, Albanus se obligó a seguir.
conjuro! ¡Por la sangre, el sudor y el semen,
ntate, anda y obedece, pues yo, Albanus, te
a las llamas desaparecieron, y no quedó traza
pero seca y agrietada.
darles calor abrigándolas bajo las axilas. ¡Si
ró a Estéfano; temblaba apoyado en la pared,
as que tras condensarse se habían helado. El
adamente. No tenía sentido alguno demorarse
hondo.
n poco de arcilla cayó de uno de los brazos, y
el entrecejo.
esquebrajarse, y la arcilla pulverizada ensució
e se había forjado dentro de la figura: algo que
Garian, sin defecto ni tacha. El simulacro se
uvo, mirando burlón a Albanus.
le—. Y tú, ¿sabes quién eres?
media. Albanus sonrió con genuina maldad.
mente.
ojos. Albanus no pudo reprimir la carcajada, y
er que la imagen del rey le obedecía.
a, ponte en pie! ¡Corre por aquí! ¡Más rápido!
tro de Albanus, pero dejó de reír cuando vio a
o incorporando. La incertidumbre y el miedo se
79
—Quieto, Garian —le ordenó Albanus, si
El simulacro dejó de correr y se quedó qu
Estéfano tragó saliva.
—He..., he concluido con mí labor. Aho
detuvo el trallazo de la voz de Albanus.
—Tu oro, Estefano. Seguramente, no lo h
—Albanus se sacó de la túnica un cilind
cuero. Lo sopesó con la palma de la mano—. C
La codicia se medía con el miedo en
dudando.
—La suma que me dijiste era de mil.
—Estoy desnudo —dijo de pronto el simu
—Así es —dijo Albanus, respondiendo al
Recogió del suelo un jirón de trapo suc
escultórica, y con él borró cuidadosamente
pueden sucederle muchas cosas, cada una m
entrar en un pentagrama cerrado y cargado d
simulacro, que se lo ató en torno a la cintura.
—Esto es sólo el primer pago, Estefano
tendrás el resto. —Arrojó el cilindro envuelto e
a Estefano.
—Acercándose, le dijo algo más en susu
Estefano se agitó con inquietud cuando la
—Cuántas veces —murmuraba Albanus
que salen de tu boca.
El escultor arrugó el entrecejo, miró suce
correr hacia la puerta.
Con inhumana velocidad, el simulacro sa
dar un solo paso, lo tuvo encima, y una mano
Chilló; unos dedos obstinados le aplastaban lo
obligaban a abrir la boca. Estefano tiraba fútil
resultado habría tratado de arañar cuero en
escultor hubiera sido sólo un niño, la réplica
demasiado tarde que le iba a introducir el cilin
Albanus. Aferró con desesperación la muñe
conseguido tratando de agarrar el brazo d
constructo introdujo el oro, y lo hundió, y lo hun
Cuando el simulacro de Garian soltó a E
sonidos de la asfixia. Tenía la mirada fija, se le
agarró la garganta. En su esfuerzo dobló la
cabeza y los talones que no cesaban de patea
Albanus observó sin pasión los espasmo
su frenesí, dijo suavemente:
—Novecientos cincuenta más bajarán co
lo doy.
Un espasmo le agitó los hombros con ca
enérgicamente hacia la imitación de Garian, qu
—En cuanto a ti, tienes mucho que apren
CAPITULO 17
8
in dejar de mirar a Estéfano a los ojos.
uieto, respirando pausadamente.
ora me voy. Se volvió hacia la puerta, pero le
habrás olvidado.
dro corto, grueso, en una prieta envoltura de
Cincuenta marcos de oro.
el rostro de Estefano. Se lamió los labios,
ulacro.
l parecer a ambos.
cio que Estefano había empleado en su labor
una parte del pentagrama. Pues sabía que
más horrible que la anterior, a quien trate de
de magia. Subió a la tarima y le dio el trapo al
o —siguió diciendo Albanus—. Más adelante
en cuero a la mano del simulacro—. Dale esto
urros.
a imagen del rey bajó de la tarima.
s— me he visto forzado a sufrir los balbuceos
esivamente a Albanus y al simulacro y trató de
altó sobre él. Estefano, antes de haber podido
dura como la piedra le agarró por la garganta.
os músculos a lado y lado de la mandíbula, le
lmente de la mano que le agarraba; con igual
ndurecido. Con una única mano, como si el
le obligó a ponerse de rodillas. Estefano vio
ndro por la boca, y comprendió las palabras de
eca que se acercaba, pero lo mismo habría
de una catapulta. Sin escrúpulo alguno, el
ndió todavía más, en la garganta del escultor.
Estefano, salían de la boca de éste los ásperos
e enrojecía el rostro. El escultor, impotente, se
espalda, pero nada cayó al suelo, salvo su
ar.
os de muerte, y, cuando el último pie cesó en
ontigo a tu anónima tumba. Lo que prometo, yo
allada alegría. Cuando hubo pasado, se volvió
ue seguía de pie, impasible, frente al cuerpo.
nder y poco tiempo. Esta noche...
80
Ariane estaba sentada, abatida, mirand
Thestis murmuraba intrigas. Ya no había mú
hablaban en susurros, apiñados en torno a las
puso en pie y fue a buscar a Graecus.
—Tengo que hablar contigo, Graecus
también la había contaminado.
—Luego —murmuró el fornido escultor s
había en la mesa en voz baja e insistente—.
Sé dónde están guardadas las armas. En la mi
Ariane sintió que algo de su antiguo fueg
—¡Graecus! —En aquella estancia llena
grito. Todos los que estaban en las mesas se
siguió diciendo— que quizas alguien nos esté t
—Conan —empezó a decir Graecus, per
—No, Conan no.
—Mató a Taras —dijo una morena rol
trabaja abiertamente a sueldo de Garian.
—Sí, Gallia —dijo pacientemente Arian
¿no nos habrían arrestado ya los Leopardo
miradas silenciosas—. No nos ha traicionado.
no existen esos hombres armados que d
arrastráramos al pueblo a la calle.
Quizá acabemos descubriendo que tod
provecho propio por alguien que no conocemo
—Por el Trono de Erlik —rezongó Graecu
—Quizá —dijo ella con un suspiro de fa
Resolvedme mis dudas, si podéis. ¿Es que vos
—Vete con tus dudas a tu rincón —le
sentada, dudando, nosotros echaremos a Gari
Gallia sorbió ruidosamente por las narice
—¿Qué puedes esperar de alguien que p
—Gracias, Gallia —dijo Ariane.
Sonrió, por primera vez desde que habí
Conan frente al cadáver de Taras, y se alejó d
los demás la miraron como si hubiera enloquec
Ariane acababa de comprender que Hord
pudiera hablar con él, desde luego. Si le habla
modos que Conan no traicionaba a nadie. L
convencerla para que le siguiera a la cama.
misma tarde había ido a verla, y le había d
palacio de Lord Albanus. El escultor había sido
celos que sentía por Conan le agriaran el
convenciéndola de la culpabilidad del cimme
acompañara al Thestis a ayudarla a convencer
calle.
Al llegar a la Calle de los Lamentos, emp
Thestis. La calle, siempre viva y llena de luz y
arrastraba lastimosos restos por el empedrado
de seda, manchado y roto. Un perro aullaba a
vacías. Temblorosa, aunque no a causa del vie
8
do al vacío. A su alrededor, la taberna del
úsicos tocando, y los hombres y mujeres se
s mesas. Tras llegar a una decisión, Ariane se
—dijo en voz baja. Aquel fúnebre silencio
sin mirarla. Siguió hablando con los otros que
Creedme, no importa que Taras esté muerto.
itad de un día, yo...
go volvía a inflamarse.
a de susurros, su aguda voz se oyó como un
e volvieron para mirarla—. ¿No se te ocurre —
traicionando?
ro ella no le dejó seguir.
lliza y pálida—. Tú misma lo viste. Y ahora
ne—. Pero si Conan nos hubiera traicionado,
os de Oro? —Obtuvo como única respuesta
Quizá fuera cierto lo que dijo de Taras. Quizá
deberían estar esperando a que nosotros
do esto ha sido una superchería urdida en
os.
us—. Estás diciendo bobadas, Ariane.
atiga—, pero, al menos, explicadme por qué.
sotros no tenéis ninguna?
e dijo Graecus—. Mientras tú te quedas ahí
ian de su trono.
es.
pasa tanto tiempo con ese rufián tuerto?
ía entrado en aquella habitación para hallar a
de la mesa para ir a coger la capa. Graecus y
cido.
do era la respuesta a su problema. No porque
aba de sus dudas, él le respondería con malos
Luego la pellizcaría en el culo y trataría de
Ya lo había hecho otras veces. Pero aquella
dicho que Estéfano vivía, y que estaba en el
o ingenioso y fácil de palabra antes de que los
carácter. O bien acabaría con sus dudas,
erio, o si no, le persuadiría ella para que la
r a los otros. Se cubrió con la capa y salió a la
pezó a arrepentirse de su decisión de salir del
de oropeles, se ofrecía desnuda al viento que
o. La gorra multicolor de un juglar. Un pañuelo
lo lejos, y su aullido reverberaba por las calles
ento, Ariane aceleró el paso.
81
Cuando llegó al palacio de Albanus, co
vacío. Jadeando, se arrimó al portón, y llamó
jambas.
—¡Dejadme pasar!
Un ojo suspicaz la observó desde una
puerta, y miró a ambos lados para ver si alguie
—¡Por el amor de Mitra, dejadme pasar!
Se oyó el ruido de las trancas al alzar
resquicio por el que eÚa apenas si pasaba.
Antes de que hubiera terminado de entr
con risa procaz. La muchacha ahogó un grito; l
nalgas, y al mirar abajo pudo ver su estrecho ro
—Buen bocado —decía riendo—. Nos b
este viento.
Sus diez compañeros se añadieron a su
La alegría se le desvaneció del rostro c
pinchaba la oreja por debajo.
—Soy Lady Ariane Pandarían —siseó
empleaba aquel nombre?—. Si Lord Albanus
que mi padre procurará acabar la faena.
El hombre apartó las manos de ella
muchacha cayó al suelo.
—Perdonadnos, señora —balbució. Los
vos. No pretendía...
—Ya encontraré el camino —respondió
en su intento de enhebrar una disculpa.
La arrogancia, pensaba Ariane mientras
recurso cuando iba sin siervos ni guardias
grandes puertas de madera tallada fue abierta
la túnica el sello de chambelán, sus grandes oj
—Soy Lady Ariane Pandarían —anun
Melliarus.
El hombre quedó boquiabierto, y miró v
como buscando su comitiva.
—Disculpadme..., mi señora..., pero yo...
Bruscamente, la joven pasó por su l
columnas.
—Llévame ante Lord Albanus —le orden
Por dentro se estremecía. Supuso que C
Estéfano no estaba allí? Pero la sola idea de
seguir adelante.
El chambelán abrió la boca —le temblaba
—Seguidme, por favor... —y añadió: «mi
La estancia en que la dejó al ir a «inf
espaciosa. Los tapices lucían colores brillantes
parpadeantes lámparas de oro brillaban con a
con su creciente aprensión. ¿Y si estaba bus
sitio y se ponía en ridículo ante un noble que
arrogancia se resquebrajó. Al entrar Lord
desvanecieron ante la severa mirada del aristó
—Buscas a un hombre llamado Estéfa
ceñudo rostro—. ¿Por qué crees que está aquí
8
orría ya, aunque nada la perseguía salvo el
con el puñito a los refuerzos de hierro de las
pequeña ranura que se había abierto en la
en la acompañaba.
rse, y el guardia abrió un poco la puerta, un
rar, un brazo la agarró por el talle y la levantó
la mano del otro le estrujaba groseramente las
ostro. Le faltaba media nariz.
bastará para mantenernos calientes, aun con
jocosidad.
cuando sintió que el puñal de la muchacha le
ó fríamente. Mitra, ¿cuánto hacía que no
deja con vida a alguno de vosotros, no dudo
como si hubiera tocado agua hirviendo; la
s otros les miraban boquiabiertos—. Honor a
altanera la joven, y se fue, dejando al hombre
caminaba por el suelo enlosado, era su único
al palacio de un noble. Cuando una de las
a por un hombre de barba gris, que llevaba en
jos castaños se pusieron adamantinos.
nció—. Llévame hasta el escultor Estéfano
vagamente al camino, detrás de la muchacha,
. no conozco a ningún Estéfano.
lado y entró en el vestíbulo adornado con
nó.
Conan se habría equivocado. ¿Qué pasaría si
volver a aquellas calles desiertas la empujó a
a la barba— y dijo débilmente:
i señora», tras pensarlo por un momento.
formar a Lord Albanus» de su presencia era
s; en contraste con las melancólicas calles, las
alegre fulgor. Pero el agradable lugar no pudo
scando a alguien que no se hallaba en aquel
e le era extraño? Poco a poco, su fachada de
Albanus, los últimos vestigios de ésta se
ócrata.
ano —dijo sin más preámbulo el hombre de
í?
82
La muchacha habría empezado a retor
uñas con fuerza en su propia capa, pero de t
sus inquietudes.
—Tengo que hablar con él. Nadie más h
dice que nos están traicionando, y... —Logr
Disculpadme, Lord Albanus. Si Estéfano no es
Los oscuros ojos de Albanus se habían e
pendía de su cinturón, y dijo:
—Espera. ¿Alguna vez has visto algo com
Sus dedos sacaron de la bolsa una gem
se la daba, murmuró palabras que la muchach
A pesar de sí misma, sus ojos fueron at
hierro. De pronto un rayo pálido surgió de l
violentamente, a modo de gruñido, como si la
ella. Tenía que correr. Pero sólo pudo tem
blancura llenaba sus ojos. «Corre», gritaba e
preguntó. El pánico se desvanecía. La volun
seguía de pie, respirando calmada, y mirab
ardiente que antes.
—Ya lo he hecho —oyó que murmurab
más alta, dijo—: Quítate la ropa, muchacha.
De algún minúsculo rincón de su ser b
pero en cuanto a lo demás le pareció una or
abrió los broches que le sujetaban los ropajes
ella siguió de pie; apoyó delicadamente las
levemente una rodilla, esperó.
Albanus recorrió con la mirada su sinuos
—Si obedeces con tanta diligencia esa o
ello. Habíame de Taras, muchacha. ¿De verda
—Conan lo mató —replicó ella con calma
—¡Erlik se lleve consigo a ese maldito b
de extrañar que Vegentius no encontrase a T
Desarrugó el entrecejo; la miró, pensativo—. E
rebelarse en el Mesón de Thestis, ¿verdad?
Dudó antes de responder.
—Sí.
Había alguna suerte de rechazo en sus
su propia, lejana irritación.
La mano de Albanus la agarró por el me
oprimiera con fuerza sus mejillas ella no trató
abiertamente con la mirada de obsidiana del no
—Cuando quiera que las calles se llenen
llevarás mis palabras al Thestis, y les dirás exa
—Lo haré —dijo ella.
Como la punzada de un mosquito, algo la
El hombre asintió con la cabeza.
—Bien. Ahora hablemos de ese Conan. ¿
—De que Taras no había contratado ho
nos estaba utilizando para sus propios interese
—¿Dijo quién era ese otro? —preguntó A
Ella negó con la cabeza, pues se sentía f
8
rcerse las manos, y para impedirlo clavó las
todos modos no pudo contener el torrente de
hablará conmigo, y Taras ha muerto, y Conan
ró respirar hondo entre estremecimientos—.
stá aquí, me iré.
ensanchado al oírla. Hurgó en una bolsita que
mo esto?
ma de color blanco, casi ardiente; al tiempo que
ha no alcanzó a oír.
traídos por la gema, igual que el imán atrae al
la gema y le bañó el rostro. Soltó el aliento
a hubieran golpeado. El pánico se apoderó de
mblar, danzar sin moverse de aquel sitio; la
en los abismos de su mente. ¿Por qué?, se
ntad se desvanecía. El rayo parpadeó, y ella
ba la joya pálida, de apariencia todavía más
ba Albanus—, pero ¿con qué éxito? —En voz
brotaron los colores que le subieron al rostro,
rden razonable. Se quitó con rapidez la capa,
s. Todo cayó a sus pies desordenadamente, y
manos en sus redondeadas caderas, dobló
sa desnudez y sonrió sin alegría.
orden, me dirás la verdad, aunque mueras por
ad ha muerto? ¿Cómo murió?
a.
bárbaro! —masculló el siniestro noble—. No es
Taras. Y cómo voy a transmitir órdenes... —
Eres uno de esos niños idiotas que hablan de
s palabras, pero apenas si sentía con claridad
entón, la obligó a levantar la cabeza, y aunque
ó de resistirse. Sus grandes ojos se cruzaron
oble.
n de turbas aulladoras —dijo suavemente—, tú
actamente lo que yo te ordene, nada más.
a exhortó a luchar, y al instante calló.
¿De qué traición te habló?
ombres armados para ayudarnos. De que otro
es.
Albanus con severidad.
fatigada de hablar y quería dormir.
83
—No importa —murmuró Albanus—. He
clepsidra se hace más peligroso. ¡Varius! ¡U
Vegentius! ¡Rápido, si es que valoras tu pellejo
Ariane cumplió la orden obedientemente
el mensaje en un pergamino. Sólo quería dorm
no se lo permitiera su amo. En aquellos mom
los más leves aguijonazos de resistencia desap
CAPITULO 18
Cuando los profundos tonos de un gon
clepsidra después del ocaso, Conan se desper
oscuras. Ya se había preparado para la empr
una daga en el cinturón de la túnica. La espa
lugar adonde iba.
Con pasos silenciosos se acercó a la ve
con gracia felina buscando resquicios más arr
es habitual que los hombres miren hacia a
alguien. Por lo tanto, la mejor manera de no se
de arriba. Las nubes ligeras medio ocultaban u
danzaban. Conan se rundió con éstas.
Aun en aquella lisa piedra, unas m
hendeduras. Las cornisas de piedra y el bord
tejado. Rápido y cuidadoso, se arrastró sobre
una almena donde no había centinelas, en
alféizar, entre dos merlones altos como un hom
de tres pisos, sobre el patio enlosado.
Dentro de palacio, a sus espaldas, una
instante se detuvo entre las volubles sombras
sola palabra. Frunció el entrecejo. Ante aquel t
Y, con todo, el griterío no era general, no se
ritmo de hombres que marcharan militarmen
palacio. Aquello terminaría por apaciguarse,
Una sonrisa lupina afloró al rostro de Conan.
hacerle preguntas y recibir respuestas.
El cimmerio se apresuró a ir corriendo p
dificultades por otra pared, siguió todo un tram
abría bajo sus pies, ni de las piedras que espe
fallara. Se detuvo, se tendió cuan largo era, pa
volvió a bajar hasta que llegó a la ventana del d
Tras sacar la daga de su vaina, el corpu
de la silenciosa muerte se hubiera tratado. Hab
cuya luz mortecina alumbraba allí y en el cua
había nadie en ninguno de los dos. Se aco
estancia interior, y esperó.
Larga fue su vigilia, pero la mantuvo co
cazadora. Aun cuando oyó que se abría la p
mano que sujetaba la daga, para agarrarla con
un único hombre. Cuando los pasos se acer
puerta.
Una figura alta entró en la estancia; iba
rojo penacho del comandante de los Leopard
8
e subestimado al bárbaro. Con cada vuelta de
Un mensajero que vaya ante el comandante
o! Ponte firme, muchacha.
e, y observó a Albanus mientras éste escribía
mir, pero sabía que no le sería posible mientras
mentos ya aceptaba plenamente su autoridad;
parecieron.
ng de bronce anunciaron la primera vuelta de
rezó y saltó de la cama; la habitación estaba a
resa de aquella noche: iba descalzo y llevaba
ada y la armadura le habrían estorbado en el
entana, trepó al repecho de piedra y se estiró
riba a los que sus manos pudieran asirse. No
arriba, ni siquiera cuando están buscando a
er descubierto en un sitio es entrar por la parte
una luna ya crecida, y sus sombras andaban y
manos y unos pies avisados podían hallar
de de los frisos le ofrecían un camino hasta el
las tejas de éste y se dejó caer al otro lado de
el mismo corazón de palacio. Pasó por un
mbre, y bajó hasta el tejado de una columnata
a campana de alarma empezó a sonar, y al
s. Le llegaron gritos, aunque no entendía una
tumulto, tendrían que hacer venir a Vegentius.
e encendían luces inesperadas, ni el pesado
nte perturbaba la paz en la parte exterior de
y Vegentius, sin duda, volvería a su cuartel.
Volvería, y encontraría a alguien dispuesto a
por el tejado, y donde éste terminaba trepó sin
mo de ésta sin cuidarse de la negrura que se
eraban que su pie resbalara, o que la mano le
asó piernas y caderas por encima del borde y
dormitorio de Vegentius.
ulento cimmerio entró en la habitación como si
bía unas pocas lámparas de latón encendidas,
arto exterior, pero, tal como había temido, no
omodó torvamente cerca de la puerta de la
on la paciencia silente y calmosa de la bestia
puerta de la habitación exterior, sólo movió la
n más firmeza. Pero le llegaron las pisadas de
rcaron, Conan se arrimó a la pared, cabe la
ataviada con una capa dorada y el yelmo de
dos de Oro. El puño desarmado de Conan le
84
golpeó en la nuca, y con un gemido el o
asombrado. No era Vegentius.
Y entonces, una horda aulladora de cap
caer sobre él. Rugiendo, Conan luchó. Su dag
tiempo que caía moribundo. Los martillos que
mandíbulas. Se las apañó para arrojar a un ho
entrado. Pero, con la mera fuerza del número,
tres hombres le sujetaban brazos y piernas, au
Retorciéndose, forzó cada uno de sus miemb
recobrar la libertad.
Vegentius, sin yelmo, y con mirada de gr
—Como veis, yo tenía razón —le dijo
estancia—. Quería matarme primero a mí, para
antes de que pudiera huir, mi ausencia del man
Bien envuelto en una capa, destacán
mejillas, Garian entró en la estancia. Miraba a
—Aun cuando los otros me lo habían d
vinieron escalofríos—. Una veintena de veces
—Pero si os hubiera matado entonces
asesino —respondió con firmeza Vegentius.
—¡Mentiroso! —espetó Conan al gigan
admitir tu propia e inicua traición.
El rostro de Vegentius se ensombreció,
detuvo con un gesto. El rey se acercó más al c
—Óyeme, Conan. Hoy, antes de que pa
conspiraban contigo. Un hombre llamado Grae
¿Niegas haberlos conocido, o que conspiraran
A Conan le ardía la cabeza. ¿Se ha
preguntaba y decía su nombre, se la entreg
tuvieran.
—Son unos jóvenes necios —dijo—. Ha
les caigan los dientes, pero no le harán da
utilizarían de buena gana.
Calló con un gruñido, pues la bota d
costillas.
Garian detuvo al militar con un gesto y si
—Vegentius ha hecho interrogar a esos
dos clepsidras se le han rendido. Luego los tra
dijeron con sus propios labios que habían pla
ejecutarla.
—¡No soy un asesino! —gritó Conan en
nada hubiera dicho.
—Se dio la alarma; te buscaron. Y te h
Tus acciones te delatan.
—Su cabeza adornará una pica antes de
—No —le contestó suavemente Garian—
manos con el borde de la capa, como si cump
Conan—. Mucho tiempo ha pasado desde que
lleva la Corona del Dragón fue invocada por últ
Envolviéndose en la capa, se apartó del c
Vegentius le siguió con la mirada, y luego
—La antigua pena, bárbaro. Me parece a
8
otro cayó de espaldas. El cimmerio le miró
pas doradas entró de la estancia exterior para
ga halló la garganta de alguien, que le soltó al
e tenía por puños astillaban dientes y partían
ombre por la misma ventana por donde había
, los otros le derrotaron. Acabó de espaldas, y
unque todos ellos estaban escupiendo sangre.
bros, pero sólo logró moverlos un tanto, y no
ran satisfacción, apareció en la puerta.
o a alguien que todavía estaba en la otra
a que luego, si vuestra muerte era descubierta
ndo le ayudara en su fuga.
ndose su magulladura en la palidez de sus
Conan con horrorizada sorpresa.
dicho, apenas si podía creerlo —susurró. Le
me ha tenido al alcance de su espada.
s, todos habrían reconocido en él a vuestro
ntesco militar—. Vine aquí para obligarte a
, y llevó la mano a la espada, pero Garian le
cimmerio para hablarle.
asara el mediodía, Vegentius arrestó a los que
ecus. Y una mujer, Gallia. Y tres o cuatro más.
n contra mi trono?
allaría Ariane entre los cautivos? Pero si lo
garía en mano en el caso de que aún no la
ablan, y hablarán hasta que encanezcan y se
año a nadie. Sin embargo, hay quienes los
de Vegentius acababa de golpearle bajo las
iguió hablando.
s que te parecen tan inofensivos, y al cabo de
ajo ante mí, a los que todavía podían hablar, y
aneado mi muerte, y que eras tú quien debía
protesta, pero Garian siguió hablando como si
hallaron esperando al acecho, daga en mano.
e la aurora —dijo Vegentius.
—. Yo confié en este hombre. —Se limpió las
pliera con un rito. Miraba fríamente el rostro de
e la antigua pena por tratar de asesinar al que
tima vez. Vamos a invocarla ahora.
cimmerio y salió de la estancia.
o volvió con Conan. Echó a reír a carcajadas.
apropiado. ¡Llevadlo a las mazmorras!
85
Uno de los que sujetaban a Conan hiz
espada que iba a darle en la cara, y luego no v
CAPITULO 19
Albanus sonreía para sí en su silla de se
tortuosas que conducían del Distrito de los Te
inevitable triunfo! Saboreaba cada uno de los p
su meta.
Más adelante andaban dos hombres co
aunque las calles estuvieran tan vacías como
importaban iban a ambos lados de su silla, bie
mujer y el que parecía un hombre. Los tenía m
Cuando la procesión se acercó a las pu
Dejaron en el suelo su silla de sedán. Al mis
ponía el pie en el suelo, Vegentius salió por el
y enarcó las cejas interrogativamente.
—Todo ha ido como lo planeamos —
hombres que hacen guardia esta noche son lea
—Bien —dijo Albanus—. ¿Y Conan?
—En las mazmorras. Garian dijo a grito
matarlo. La alarma ya había despertado a otro
penacho, escupió al suelo con repugnancia—
donde metamos a Garian.
El noble de rostro aquilino rió suavement
—No, Vegentius. La costumbre antigua m
—Sería mejor que lo matáramos ya —
Encorvándose, trató de mirar bajo la capucha
Albanus—. ¿Se parece de verdad a...?
—Vamos ya —dijo Albanus, y siguió ade
quedó otro remedio a Vegentius que seguirle.
El siniestro noble se apresuró, exultan
palacio. A menudo había andado por aquello
conquistador, el de quien posee. Cuando una
con imperiosa furia.
—¿Qué haces aquí, mujer? Te ordené
mandara a buscarte.
Las miradas de ambos se cruzaron sin v
de los ojos de la muchacha se hizo evidente.
—Quiero verlo caer ante tí.
Albanus asintió lentamente. Aquello le pr
—Pero no hagas ruido —le advirtió. Alza
un rey en su palacio, siguió adelante.
Ante la puerta de los aposentos de Garia
ver al grupo que se acercaba.
Vegentius dio un paso adelante.
—¿Duerme? —Uno de los cuatro asintió—
El que había asentido habló.
—Sólo la criada, para darle vino si se des
—Matadla —dijo Albanus, y Vegentius se
8
zo un gesto. El cimmerio vio el puño de una
vio más.
edán, que era llevada de noche por las calles
emplos a palacio. ¡Estaba tan cerca ahora su
pasos con que sus porteadores le acercaban a
on antorchas, y le rodeaban veinte guardias,
o una tumba milenaria. Los que de verdad le
en envueltos en sus capas y encapuchados, la
muy cerca.
uertas de palacio, Albanus profirió una orden.
smo tiempo que el hombre de rostro aquilino
l puente levadizo. Albanus miró a los guardias
—dijo tranquilamente el militar—. Todos los
ales a mí. Los mejores.
os que invocaría la antigua pena, y no pude
os para entonces. —Agitando el yelmo de rojo
—. Pero podemos arrojarle a la misma fosa
te.
me parece un acertado fin para ese bárbaro.
—masculló Vegentius, pero no insistió más.
de la criatura de forma humana que seguía a
elante, con Ariane y el simulacro tras él. No le
nte, a cruzar el puente levadizo, y entró en
os corredores, pero su paso era ahora el del
sombra se movió y resultó ser Sularia, la miró
que te quedaras en tus aposentos hasta que
vacilar, y, a la mortecina luz, el codicioso brillo
rocuraría placer.
ando la frente y cuadrando los hombros, como
an había cuatro guardias, que se cuadraron al
—. ¿Quién está con él?
svela.
e sobresaltó.
86
—Tú dijiste que podías lograr que lo
desaparece, habrá preguntas.
—Ese método no puede ser empleado e
Albanus, palpando distraídamente la bolsa don
Vegentius le hizo señal de asentimient
entró, y volvió al cabo de un momento, con la
labor.
Albanus guió adentro a los demás, sin di
muchacha que yacía sobre una silla tumbada.
dormitorio de Garian, estaba a oscuras, las lá
Garian yacía en la cama, entre las arrugadas s
—Aviva la luz de las lámparas, Sularia
por un momento la mirada del hombre que est
obedecer.
A las dos figuras encapuchadas, el noble
Vegentius tuvo que ahogar un grito cuand
—¡Es la imagen misma de Garian!
Sularia se volvió tras avivar el fuego de
iba a proferir al ver el doble del rey se le
entrecejo, vio a Ariane.
—¿Quién es ésta? —preguntó la rubia.
Ariane miraba al frente, sin dar señale
simulacro miraba en torno con curiosidad.
Inesperadamente, Garian se incorporó e
sucesivamente a Albanus, a Sularia y a Vegen
—¿Qué...? —empezó a decir, pero las
duplicado. Sin perturbarse, el simulacro le devo
Albanus sentía que la risa le venía a los l
—Garian —dijo, burlón—, éste es el que
últimos días de tu dinastía. Pues tu linaje usurp
—¡Guardias! —gritó Garian. Sacó un puñ
cama—. ¡Guardias!
—Cógele —ordenó Albanus al simulacro
Cada vez más asombrado, Garian se
Sularia, a Vegentius.
El duplicado avanzó, y el puñal de Garia
detenido por una mano de inhumana fuerza q
borrado de su cara por el dolor, a medida que
cayó de sus dedos agarrotados.
Antes de que el arma hiciera ruido al ca
por el cuello al verdadero rey, y lo levantó ha
sobre un palmo de aire. No asomó ni traza d
miraba cómo el rostro de aquel otro que era ig
debilitó, y luego cesó. Despreocupadamente,
desmayado.
Albanus se apresuró a agacharse ante
cuello, y otro le oscurecía la mejilla, aunque
golpeara. Pero su amplio pecho aún subía y ba
Vegentius, que desde que el duplica
observado todo con la espada a medio desen
carraspeó. No perdía de vista al simulacro.
—¿No deberías ordenarle a éste..., a est
8
o olvidara todo, Albanus. Si esa muchacha
en más de una persona a la vez —respondió
nde guardaba la gema blanca—. Mátala.
to al guardia que había hablado. El hombre
a espada ensangrentada en testimonio de su
ignarse a mirar siquiera la caída forma de una
. La segunda estancia, que era propiamente el
ámparas de mecha estaban medio apagadas.
sábanas.
—ordenó Albanus en voz baja. Sin apartar ni
aba tendido en el lecho, la rubia se apresuró a
e les dijo—: Despojaos de las capas.
do el simulacro cumplió la orden.
una lámpara de oro, pero la exclamación que
ahogó en la garganta cuando, arrugando el
es de vida, hasta que recibió otra orden. El
en el lecho. Cada vez más asombrado, miró
ntius.
s palabras murieron. Boquiabierto, vio a su
olvía inquisitivamente la mirada.
labios.
se sentará en el Trono del Dragón durante los
pador toca a su fin.
ñal de debajo de sus almohadas, y saltó de la
o—, como te he dicho.
eguía mirando sucesivamente a Albanus, a
an acometió con celeridad de luchador. Y fue
que lo agarró por la muñeca. El asombro fue
el puño del simulacro se estrechaba. La daga
aer al suelo, la otra mano del simulacro agarró
asta que sus pies se agitaron frenéticamente
de sorpresa al rostro del constructo, mientras
gual que él enrojecía. El forcejeo de Garian se
la réplica abrió la mano y dejó caer el cuerpo
e el rey. Salvajes cardenales le enrojecían el
e Albanus no había visto que el simulacro le
ajaba, si bien débilmente. Garian aún vivía.
ado había empezado a moverse lo había
nvainar, volvió a meter el arma en la vaina y
to..., que lo matara?
87
—Yo soy el rey Garian —le dijo la c
juramento.
—Callaos —ordenó Albanus, con imp
puntapié al caído Garian— reconocerá mis der
—Pero será peligroso —dijo Vegentius e
—¡Basta! —gritó Albanus—. Encadénalo
de mi palacio. No quiero oír más. Vegentius as
—Ah, y Vegentius... —añadió el hombr
encierren mueran después. Así no habremos d
El corpulento militar se quedó delante
nada. Pero iba a hacerlo —Albanus lo sabía—
de Oro.
—¿Quién es la mujer? —volvió a pregun
Albanus la miró con regodeo, preguntán
vez en aquella linda cabeza. Después de to
Ariane la que le preocupaba.
—No te preocupes —le dijo—. Por la ma
tocó el rostro inexpresivo de Ariane— no es n
construir el camino hasta el Trono del D
desecharlas después de ser empleadas.
Miró a Sularia con mirada alentadora. «L
para desecharlas después de ser empleadas.»
CAPITULO 20
Conan despertó suspendido en el air
muñecas, en el centro de una mazmorra. Al m
trípodes arrojaban algo de luz amarilla en torno
ninguna dirección. Las cadenas que le sujeta
Las que le retenían los tobillos terminaban
grandes bloques de piedra del suelo. Le hab
taparrabos.
Aunque no tuviera ninguna posibilidad d
hasta que el sudor le perló la frente, le resb
pecho. Las cadenas no cedieron en lo más m
crujirle las articulaciones.
Oyó el roce de ropas en la oscuridad, y la
—Ha despertado, mi señora. —Hubo una
Dos hombres avanzaron hasta la luz
desnudo. Uno tenía una quemadura en su pe
hubiera logrado arrebatarle uno de los hierr
propio tormento. El otro, de los hombros pa
sonreía con incongruente placer en el rostro. C
Cuando, sin decir palabra, ocuparon sus
esforzó aún más por ver en la oscuridad. ¿Quié
El primer azote silbó en el aire para da
alzarlo, otro le dio en la cadera. Y el otro v
latigazos no seguían ningún plan, no podía a
manera de endurecer el músculo contra el do
las carnes.
8
criatura a Vegentius. El militar murmuró un
perioso ademán. Esto —dijo, pegándole un
rechos al trono antes de morir.
en protesta—. Tendría que morir ya.
o y mételo en las mazmorras, en los sótanos
sintió de mala gana, y se volvió para irse.
re de rostro cruel—, procura que los que le
de preocuparnos por lenguas indiscretas.
de la puerta, tenso, y luego se fue sin decir
—, se lo haría incluso a sus amados Leopardos
ntar Sularia.
ndose si podían caber dos pensamientos a la
odo lo que había ocurrido ante sus ojos, era
añana, serás proclamada Lady Sularia. Esto —
nada, sólo una herramienta que me ayudará a
Dragón. Y las herramientas se hacen para
Las herramientas —repitió para sí— se hacen
»
re, sujeto por cuatro cadenas en tobillos y
menos, le parecía que era el centro. Dos altos
o a él, pero no alcanzaba a ver las paredes en
aban las muñecas se perdían en la oscuridad.
en unas enormes argollas, clavadas a los
bían quitado la túnica; sólo llevaba encima un
de soltarse, tensó los músculos, tiró con fuerza
baló por los hombros y le empapó el amplio
mínimo. Tampoco él. Había forcejeado hasta
a voz de un hombre.
a pausa—. Muy bien, mi señora.
z, membrudos, de cabeza rapada y pecho
echo sin vello, como ¿i alguna de sus víctimas
ros candentes que habían de servir para su
ara abajo, tenía el pellejo como de simio, y
Cada uno llevaba un látigo enrollado.
s puestos a ambos lados del cimmerio, éste se
én era aquella «señora»? ¿Quién?
arle en el pecho. Cuando el hombre volvió a
volvió a la carga, castigándole el tobillo. Los
anticipar dónde caería el siguiente, no había
olor que, como un chorrillo de ácido, le mordía
88
Los músculos de sus mandíbulas se ha
siquiera abriría la boca para tomar la bocanad
dolor. Si abría la boca haría algún sonido, ni qu
el siguiente chillar. La mujer que le miraba
pensaba hacerlo.
Los dos hombres siguieron hasta que Co
cadenas de que colgaba, la cabeza inerte so
verdugones que le cubrían desde los tobillos
sangre.
Oyó en la penumbra el mismo tintineo de
—Sois muy generosa, mi señora. Estarem
Luego se hizo el silencio de nuevo, hast
callaron con el portazo de una pesada jamba.
Conan alzó la cabeza.
Lentamente, una mujer avanzó hasta el
velos grises.
—¡Tú! —exclamó él con voz áspera—. ¿
eres la que se aprovecha de esos necios
mentiras?
—Quise hacer que te mataran —dijo en
voz le resultaba muy familiar. Pero ¿de quién
hombres en Nemedia capaces de matarte.
embargo, ha sido obra tuya, aunque me alegro
—¿Quién eres? —le preguntó él.
La mujer se llevó la mano al rostro, apar
ninguna dolencia; al contrario, era bella y crem
eran gatunos, del color de la esmeralda, ten
pelirroja le adornaba el rostro con suaves onda
—Karela —dijo él con un susurro.
Llegó a preguntarse si el dolor le hacía v
de la llanura zamoria y las estepas de Turan,
de la nobleza. Parecía imposible.
El hermoso rostro le miraba impasible, co
—No creía que hubiera de volver a ve
Distrito del Mercado, pensé que me iba a morir
—¿Y viste a Hordo? —le preguntó—.
abriga esperanzas de encontrarte. —Sonrió c
que tú diriges.
—Así que ya sabes hasta eso —le re
tendría por estúpido. Hordo me sorprendió cas
cuando yo estaba allí. Pero no quiero que se
pero otros que también lo habían sido acab
cabeza en Zamora y en Turan. ¿Crees que llev
—Ha pasado mucho tiempo desde enton
es que ya te hayan olvidado. La calmosa facha
—¡El Halcón Rojo jamás será olvidado!
Sus ojos color esmeralda le miraban c
puños en las caderas. Casi podía ver él aquel
su cintura.
—Ahora que no te estás haciendo pasar
¿puedes decirme por qué, en nombre de lo
muera?
8
abían trabado con el esfuerzo por no gritar. Ni
da de aire que su enorme cuerpo exigía en su
ue fuera leve, y el siguiente paso sería gritar, y
desde la penumbra quería que chillara. No
onan se dejó caer hasta donde lo permitían las
obre el fornido pecho. El sudor le ardía en los
a los hombros. Aquí y allá se veían hilillos de
e monedas y la misma voz de hombre.
mos fuera por si nos necesitáis.
ta que las bisagras chirriaron herrumbrosas, y
l círculo de luz y lo miró. Era la mujer de los
¿Eras tú, pues, quien trataba de matarme? ¿O
del Thestis, la que me ha traído aquí con
n voz baja. Conan arrugó el entrecejo. Aquella
era?—. Tendría que haber sabido que no hay
Este aprieto en el que te has metido, sin
o de verte así. Me alegro, Conan de Cimmeria.
rtó los velos. Su piel no sufría los estragos de
mosa, como de marfil. Los ojos que le miraban
nía los pómulos prominentes. Una cabellera
as.
ver quimeras. El Halcón Rojo, la fiera bandida
en Belverus, haciéndose pasar por una mujer
ontrolaba firmemente la voz.
erte, cimmerio. Cuando te vi aquel día en el
r.
Tienes que saber que está aquí, y que aún
con ironía—. Trabaja con los contrabandistas
espondió ella, admirada—. Sólo un necio te
si tanto como tú: se presentó en Khorshemish
epa quién soy. Fue el más fiel de mis perros,
baron rindiéndose al oro que ofrecían por mi
vo estos velos por el placer de ocultarme?
nces, Karela —dijo Conan—. Lo más probable
ada de la mujer se agrietó.
con odio; estaba frente a él erguida, con los
l sable enjoyado que antaño había colgado de
r por Lady Tiana —dijo Conan hoscamente—,
os Nueve Infiernos de Zandru, quieres que
89
—¿Por qué? —chilló la mujer con enfure
me abandonaste desnuda y encadenada, que
—Estaba por medio aquel juramento q
nunca una mano para salvarte...
—¡Derketo acabe contigo y con tus juram
—Además, sólo me quedaban cinco mo
habría podido comprar con tan poco dinero?
—¡Mientes! —espetó la mujer—. ¡Como
que me vendieran!
—Te digo que...
—¡Mientes! ¡Mientes!
Conan gruñó sin decir otra palabra, ce
quería discutir con ella. Ni suplicarle. Esto últim
Andando enojada de un lado a otro, Kare
sin mirarle directamente en ningún momento.
—Quiero que conozcas las humillaciones
y las recuerdes, para que el recuerdo sea u
estés en las minas, para que sepas que, cuan
tiempo cumpliendo una pena, habrá quien llen
olviden de uno de los cautivos.
—Sabía que escaparías —murmuró Con
Karela cerró un momento sus ojos colo
con voz resuelta.
—Me compró un mercader de nombre
cuarenta mujeres. Escapé aquel mismo día.
azotaron, me dieron con la palmeta en la plant
tres días. Cuando volvieron a cogerme, me ma
Pese a su situación, Conan rió entre dien
—Qué necio debía ser, si creía que así t
aunque sus palabras fueran suaves albergaba
—La tercera vez me capturaron cuando a
cara a Haffiz, le dije que me matara, pues jam
me creía un hombre. Que tendría que aprende
me permitiría andar ni un solo instante con otro
de mi dueño, vestiría las sedas más finas y l
ojos en los párpados y carmín en las mejillas
tocar instrumentos, a recitar poemas. Cualqui
placentera a todas horas, sería castigado
muchachita que trataba de aprender a ser
apropiados para una niña. Cómo reía a carcaja
Conan empezó a reír a carcajadas tambi
—¡Una niña!
Karela se enfureció, y alzó el puño com
tumbarlo.
—¿Qué sabes tú, necio?. Diez veces al
boca cucharadas de aceite de ricino. Y cien
para pensar en ellas. ¡Ríe, zoquete bárbaro!
querría yo que pasaras un año en la mina por c
Conan, con algún esfuerzo, logró ocultar
—Yo creía que escaparías al cabo de m
Halcón Rojo se convirtió en un tordo en su jaul
9
ecido pasmo—. ¿Es que ya has olvidado que
me iban a vender al mejor postor?
que me hiciste pronunciar, Karela. No alzar
mentos, cimmerio!
onedas de cobre en la bolsa. ¿Crees que te
o no quería plegarme a tus órdenes, dejaste
erró la boca y no dio más explicaciones. No
mo, nunca había aprendido a hacerlo.
ela seguía arrojándole palabras como puñales,
s que he pasado, cimmerio. Que las conozcas
un arma que te hiera constantemente cuando
ndo el rey indulte a todos los que lleven cierto
ne de oro las manos apropiadas para que se
nan—. Y está bien claro que lo hiciste.
or esmeralda, y cuando volvió a abrirlos habló
e Haffiz, y me llevó a su zenana con otras
Y el mismo día volvieron a capturarme y me
ta de los pies. La segunda vez estuve libre por
andaron a la cocina a fregar cacharros.
ntes.
te doblegaría. Karela se volvió hacia Conan, y
asesinato en los ojos.
aún estaba escalando el muro. Le escupí en la
más podría someterme. Haffiz rió. Dijo que yo
er que no lo era. Desde aquel momento, no se
o vestido que el apropiado para acudir al lecho
las fragancias más puras, llevaría sombra de
y los labios. Tendría que aprender a bailar, a
ier fallo en estas cosas, cualquier fallo en ser
inmediatamente. Pero, como yo era una
mujer, los castigos que recibiera serían los
adas.
ién.
mo si hubiera tenido fuerzas suficientes para
día me zurraban las nalgas. Me metían por la
cosas más, que me avergüenzan demasiado
Tuve que aguantar durante un año, y cómo
cada uno de sus días.
su regocijo.
medio año, quizás en menos tiempo. Pero el
la de plata.
90
—Me vigilaban día y noche —dijo ella
mano.
—¿Porque te hartaste de que te mandar
de contener las risas en su fornido pecho.
—¡Derketo te reviente los ojos! —aulló
robusto pecho con sus puñitos—. ¡Erlik te lleve
De pronto se apaciguó, y le sujetó par
mejilla contra el pecho; Conan vio con sorpre
del ojo.
—Yo te amaba —dijo en susurros—. Te a
El musculoso cimmerio meneó la cabez
que amaba, desde luego que nadie debía de s
Karela se apartó de él, para no tener q
largas pestañas.
—No hay miedo en ti —siguió dicien
pensando: «Si ella ha sufrido así, ¿qué no me
—Yo no tengo la culpa de lo que te suced
Ella no parecía oírle.
—Pero si no tienes miedo, es que todav
afloró a los labios.
De pronto, agarró los broches que le c
grises cayeron al suelo arrebujadas, ciñéndo
graciosamente. Aún era como Conan la recor
largas piernas y esbelto talle. Karela era un d
Lentamente, de puntillas, se volvió, levantó
sedosos cabellos la acariciaran, ora en sus ho
Con gentil contoneo se acercó a él, y se detu
los senos, bajo las costillas —pues seguía co
inferior con la lengua y le miró entre sus la
seductor:
—Cuando te llevan a las minas, sólo la m
toda la vida respirando aire lóbrego y mals
antorchas. Allí tienen mujeres, si es que quie
callosas como cualquier hombre. —Le acari
cabello y su piel están llenos de porquería,
estrechó con sus brazos esbeltos, le agarró
estuvieron frente a frente—. No dan besos d
oprimió los labios con los suyos propios.
El respondió salvajemente a su beso, ha
Era trémula la mirada esmeralda de Karela, en
azotados por el viento.
—Jamás volverán a besarte así —dijo la
Bruscamente se dejó caer al suelo de
inferior. Había aparecido la incertidumbre en su
—Ahora, seré la única mujer que recue
única mujer durante el resto de tu vida.
Y, tras recoger del suelo sus ropas, d
Conan oyó el chirrido de la puerta al abrirse y e
Conan pensó que Karela no había cam
impetuosa como un ave de presa. Pero si cre
minas, o a cualquiera que fuera la pena ant
seguía cometiendo sus errores de juicio de sie
9
en protesta—. Y al final escapé, espada en
ran a la cama sin cenar? —El cimmerio trataba
Karela. Se abalanzó sobre él y le golpeó el
e consigo, bárbaro bastardo! Tú..., tú...
ra impedir que se desplomara. Le oprimía la
esa una lágrima que le asomaba por el rabillo
amaba.
za asombrado. Si la joven actuaba así con los
sobrevivir a su odio.
que admitir que le temblaban lágrimas en las
ndo en susurros—. No tiemblas. No estás
hará sufrir a mí?».
dió, Karela —dijo él suavemente.
vía eres un hombre. —Una extraña sonrisa le
cerraban la túnica; en un instante, las sedas
ole todavía los tobillos. Se deshizo de ellas
rdaba: pechos firmes y redondeadas caderas,
deleite de los sentidos para el ojo masculino.
ó los brazos, agitó la cabeza para que sus
ombros cremosos, ora en los pechos de satén.
uvo tan sólo cuando alcanzó a acariciarle con
olgando de las cadenas—. Se acarició el labio
argas pestañas, y empezó a decir con tono
muerte puede devolverte a la superficie. Vivirás
sano, a la luz mortecina de las hileras de
eres llamarlas mujeres. Tienen las manos tan
iciaba el pecho, sólido como el acero—. Su
, hieden asquerosamente. Sus besos... —Le
por el cuello, y con un tirón subió hasta que
dulces como éste —le dijo en susurros, y le
asta que por fin la mujer lo dejó con un gemido.
n la de Conan se reflejaban los cielos del norte
mujer, casi sin aliento.
e piedra y retrocedió, mordiéndose el labio
us ojos verdes.
erdes durante el resto de tu vida —dijo—. La
desapareció en la oscuridad. Poco después,
el golpe con que se cerraba.
mbiado. Seguía siendo el Halcón Rojo, fiera e
eía que iba a dejarse llevar mansamente a las
tigua de que había hablado Garian, también
empre.
91
Conan miró las cadenas, pero no hizo
lecciones que se aprendían en las traicionera
cimmerias era ésta: cuando la acción no es po
que esperar, conservar las fuerzas, para qu
cimmerio seguía colgado de sus cadenas con
a que su presa se le acerque.
CAPITULO 21
Chirriando, las cadenas que sosten
ruidosamente hasta dejarle en el suelo de pied
sentir que le movían; no tenía ni idea de cuá
escasa luz de los trípodes ni la penumbra qu
cambiado, con lo que no tenía noción del paso
Sus pies tocaron el suelo, y las rodill
cedieron. Su gigantesco cuerpo se desplomó
un esfuerzo, trató de parar la caída con los
sangre. Sólo llegó a debatirse con el cuerpo en
Los dos hombres que le habían azotado
las cadenas. Su débil forcejeo era inútil; le esp
a los tobillos pesadas cadenas de hierro. El h
callado e inexpresivo como antes, pero el de
amable, hablaba casi con jovialidad.
—Ya pensaba que te dejaríamos colgar
de hoy. Aprieta más eso —dijo, dirigiéndose al
El otro hombre gruñó y siguió con su
sujetaba la muñeca izquierda de Conan.
—Mis hombres —masculló el cimmerio
pedazos de loza.
—Oh, han tenido su parte en ello —d
desprecio—. Han peleado con los Leopardos d
han desaparecido. En otra situación se les hab
de hoy han pasado más cosas que desde q
desterrado de la ciudad a todos sus antiguos
Luego, ha creado el título de Gran Consejero
el mismo rey, y se lo ha otorgado a Lord Alba
alguna vez he visto alguno. Y, encima de todo
creerte que esa zorra rubia sea noble ahora?
tratan ahora con respeto, porque saben que pr
El hombre que no hablaba volvió a gruñir
Conan abrió la boca, tratando de reunir a
—¿Motines? —logró decir.
El hombre con cara de luna asintió.
—Por toda la ciudad. —Miró en torno pa
siguió diciendo en susurros—: Clamaban por l
Garian se ha deshecho de sus antiguos con
cambio les satisfaga. Por lo menos, no ha man
desterrados.
Conan pensó que la gente de Ariane ha
provocar algún cambio —ciertamente, parecía
mejor o para peor? Se obligó a pronunciar, pal
9
ningún otro intento de romperlas. Una de las
as grietas cubiertas de nieve de las montañas
osible, forcejear sólo adelantará la muerte; hay
ue quede alguna esperanza de sobrevivir. El
la paciencia de la bestia cazadora que espera
nían los brazos de Conan descendieron
dra. El cimmerio no pudo reprimir un gemido al
ántas horas había estado colgando allí. Ni la
ue empezaba donde aquélla terminaba habían
o del tiempo.
las, que habían aguantado mucho esfuerzo,
cuan largo era sobre el suelo de piedra. Con
s brazos, pero éstos habían perdido mucha
ntumecido.
o se acercaron a la luz y empezaron a quitarle
posaron las manos a la espalda y le sujetaron
hombre marcado por la quemadura seguía tan
el pecho velludo, con su rostro extrañamente
ahí durante otro día, tras todas las emociones
l otro—. Este sujeto es peligroso.
tarea: clavar un remache en el grillete que
o. Tenía la garganta seca y como llena de
dijo el otro, con su cara de luna, riendo con
de Oro que mandaron a arrestarles, sí, y luego
bría perseguido, pero es que desde la mañana
que Garian subió al trono. Primero, el rey ha
s consejeros, bajo pena de muerte si vuelven.
de Nemedia, que tiene casi tanto poder como
anus, un hombre de ojos malévolos, si es que
o eso, ha hecho noble a su querida. ¿Puedes
Pero todos esos aristócratas tan refinados la
ronto podría ser reina. Trae lo demás, Estruto.
r y se fue, andando con torpeza.
aliento.
ara asegurarse de que nadie escuchaba, y le
la abdicación de Garian. Quizá es por eso que
nsejeros, con la esperanza de que cualquier
ndado a los Leopardos de Oro a dar caza a los
abría actuado por fin. Quizá pudieran incluso
a que lo hubieran provocado ya—, pero ¿para
labra por palabra, una nueva pregunta.
92
—¿Tenían... hombres... armados...?
—Vuelves a pensar en tu compañía, ¿e
un sorprendente número de ellos llevaban esp
oído. ¡Estruto! ¡Pero trae eso de una vez!
El hombre marcado por la quemadura
pasaron entre la espalda de Conan y sus braz
hombre con cara de luna sacó una mordaza
cinturón, y se la pusieron al cimmerio entre los
—Ya es hora de que te llevemos ante el
hagan, seguro que te gustará menos que los d
—negaba con la cabeza al tiempo que reía; E
te queda poco tiempo para reconciliarte con tus
Agarrando el palo por ambos extremos
empujando, medio arrastrando, lo sacaron d
escalera de tosca piedra hasta el suelo de
ornados pasillos de éste, el cimmerio ya había
orgullo, rechazó la ayuda de los dos hombres
que las cadenas que le sujetaban los tobillos le
Cara—de—luna le miró y rió.
—Estás ansioso por acabar con esto, ¿e
Le dejaron que anduviera lo mejor que
Una torva sonrisa asomó a los labios del cimm
a ambos con el mismo palo con el que creían
de las cadenas, y aún se hallaba en el coraz
doblando los brazos, pese a las cadenas, para
Los corredores por los que pasaron pare
como siempre, yendo de un lado para otro ar
elegantes con sus sedas y sus terciopelos, hab
solos por el centro de los pasillos.
Cuando entraron en un corredor anch
cruzaron con otro grupo. Graecus, Gallia y
tambaleándose, bajo la vigilancia de dos g
llevaban las manos atadas a la espalda. Cua
abrieron desorbitadamente, y Gallia trató de ap
Uno de sus guardias dio voces a los dos
—¡Éstos van para las minas!
—¡Mejor que lo que le espera a éste! —d
Riendo a su vez, los guardias empujaron
rebeldes siguieron adelante, temiendo al parec
El cimmerio los ignoró. No les guardab
contra él. Pocos hombres y todavía menos
atenciones de un experto torturador, y de tod
Vegentius habría hallado otra manera de encar
Frente a ellos, al final del corredor, se a
tallas, empujadas por seis soldados con capas
de Nemedia.
Hileras dobles de esbeltas columnas est
luz de las lámparas de oro, que colgaban del te
pulidas paredes de mármol. Un extensísimo m
Nemedia. Tenía ante sus ojos la explicación d
pues los nobles se habían congregado allí e
vestidos de terciopelo con collares de oro al
gemas que cubrían sus cuerpos vestidos de
9
eh? No, sólo hubo gente en las calles, aunque
padas y tal, o por lo menos eso es lo que he
volvió, con un largo palo que entre los dos
zos. Con anchas correas, lo ataron a éstos. El
a de cuero de una bolsa que le colgaba del
s dientes, atándosela detrás de la cabeza.
l rey —le dijo a Conan—. No importa lo que te
dulces cuidados de Lady Tiana. ¿Eh, Estruto?
Estruto le miraba impasible—. Bueno, bárbaro,
s dioses. Vamos, Estruto.
s, forzaron a Conan a ponerse en pie. Medio
de la mazmorra y le hicieron subir por una
e mármol de palacio. Cuando llegaron a los
a recobrado el pleno uso de sus piernas. Con
s, y siguió andando con las breves zancadas
e permitían.
eh?
pudo, pero siguieron sujetándolo por el palo.
merio. Si hubiera querido, los habría hecho caer
n dominarle. Pero no se habría librado con ello
zón de palacio. Paciencia. Se concentró en ir
a acabar de desentumecerlos.
ecían estar vacíos. Los esclavos seguían allí,
rrimados a la pared. Pero los nobles, bellos y
bían desaparecido. Los tres hombres andaban
ho, con arcadas sostenidas por pilastras, se
y otros tres del Thestis se acercaban casi
guardias. Los cinco estaban amordazados y
ando vieron a Conan, los ojos de Graecus se
partarse de la mirada del corpulento cimmerio.
que llevaban a Conan.
dijo riendo el hombre con cara de luna.
n a sus prisioneros. Los jóvenes y desastrados
cer tanto a Conan como a sus captores.
ba rencor por las mentiras que habían dicho
s mujeres habrían hecho otra cosa bajo las
dos modos, si ellos no le hubieran acusado,
rcelarlo.
abrieron unas grandes puertas adornadas con
s doradas, y Conan accedió al Salón del Trono
triadas sostenían una cúpula de alabastro. La
echo con cadenas de plata, se reflejaba en las
mosaico, en el suelo, narraba toda la historia de
de que todos los corredores estuvieran vacíos,
en su totalidad: aristócratas de ojos oscuros
cuello; bellas damas, deslumbrantes con las
e seda. Entre todos ellos quedaba abierto un
93
largo camino que llevaba desde las altas puert
oro que remataban éste asomaban tras el
enjoyadas descendían para sostenerle las es
Dragón.
Conan avanzó hasta el trono a su propio
darle prisas. No quería ir tambaleándose, car
Una vez ante el trono, se detuvo, desafiante, y
hombres que sujetaban el palo trataron de obl
Se oían los murmullos de los nobles. Algunos
espalda y las piernas con el mango de sus lan
tuvo que caer de hinojos.
Mientras esto ocurría, la expresión del r
que se sentaba en el trono se levantó, recogien
—Este bárbaro —proclamó en voz alta—
con Nuestras atenciones. Pero hallamos que
Con gran vileza fue traicionada Nuestra confian
Siguió con su monótono discurso, pero
hombre que estaba de pie cabe el Trono del
tiempo que iba asintiendo a lo que decía el rey
un pupilo. Colgaba de su cuello un collar de o
como Gran Consejero de aquel reino: era Lo
rostro cruel, que había visto reunido a oscur
locura reinaba en Nemedia.
—... así, Nos decretamos la antigua pe
funéreo.
Al oírlo, Conan volvió en sí. No veía en
que había demostrado en su captura, sólo resu
—Cuando el sol se haya puesto y se ha
quería cometer regicidio será arrojado a los
bestias.
En cuanto hubo dicho estas últimas pala
lo llevaron a toda prisa del Salón del Trono. N
mientras le llevaban a las mazmorras, esta ve
estaba recubierto de paja sucia. Le quitaron e
pusieron otra, que unía la que le sujetaba po
pared.
En cuanto los dos carceleros se hubier
celda. Tendiéndose sobre el vientre, y si no
espalda, podría haber llegado a tocar la pesa
podido liberar las manos, no habría tenido a
desencajar los sólidos goznes de hierro. Las p
piedra, unidos con argamasa ya medio desme
podido sacar alguno y escapar. En uno o dos
salvo una rata muerta a medio devorar. El cim
sido roída por sus congéneres o por el último p
otro extremo de la celda con una patada, es
mucho tiempo su olor.
En cuanto Conan se hubo puesto cómo
en la gran cerradura de hierro, y la puerta de l
el que entraba era Albanus, recogiendo cuidad
tocara la mugrienta paja. Tras él, la figura en
detuvo en la puerta. El rostro de Garian miraba
la paja y las paredes de piedra. Miró una vez
sólo hubiera sido una cosa más que había en l
9
tas hasta el Trono del Dragón. Los cuernos de
hombre que en él se sentaba, y dos alas
spaldas. Llevaba en la cabeza la Corona del
o paso, aunque los dos carceleros trataron de
rgado de cadenas, para diversión de la corte.
y escrutó con la mirada el rostro de Garian. Los
ligarle a arrodillarse, pero Conan siguió en pie.
s guardias fueron hacia él y le golpearon en la
nzas hasta que, a pesar de toda su resistencia,
rostro de Garian no había variado. El hombre
ndo su túnica de tejido de oro.
— fue acogido por Nos en palacio, fue honrado
habíamos acogido a la traición cerca de Nos.
nza, y...
a Conan le llamaba la atención más bien el
l Dragón, con una posesiva mano en éste, al
y como un maestro que otorga su aprobación a
oro con el Sello de Nemedia, que le distinguía
ord Albanus. Pero el cimmerio conocía aquel
ras con Taras y Vegentius. Se preguntó si la
ena por su crimen —salmodió el rey en tono
el rostro de Garian traza alguna de la tristeza
uelta calma.
aya elevado de nuevo hasta su cénit, este que
s lobos. Que la bestia sea devorada por las
abras, obligaron a Conan a ponerse en pie y se
Ni siquiera el carcelero con cara de luna habló
ez a una pequeña celda, cuyo suelo de piedra
el palo y la mordaza, pero no las cadenas. Le
or los tobillos con una argolla de hierro en la
ron ido, Conan empezó a estudiar su nueva
o hubiera tenido las manos esposadas a la
ada puerta de madera, pero, aunque hubiese
a qué aferrarse. Ni creía que hubiera podido
paredes estaban hechas de toscos bloques de
enuzada. Un hombre con herramientas habría
s años. No había nada entre la paja podrida,
mmerio no pudo evitar el preguntarse si habría
prisionero que habían metido allí. Echándola al
speró y deseó no tener que aguantar durante
odo, sentado contra la pared, se oyó una llave
la celda se abrió chirriando. Para su asombro,
dosamente su túnica de terciopelo para que no
nvuelta en ropajes de tejido de oro del rey se
a a uno y otro lado, observando con curiosidad
a Conan, como si el corpulento cimmerio tan
la celda.
94
Fue Albanus el que habló.
—Me conoces, ¿verdad?
—Eres Lord Albanus —respondió Conan
—Me conoces —dijo el hombre de rostr
sospecha—. Como me temía. Suerte que actué
Conan se puso tenso.
—¿Tú?
Miró a la cara a Garian. ¿Cómo podía aq
—No esperes ayuda de él —dijo Albanus
una preocupación para mí, pero en definitiva n
lobos acabarán contigo, y el único daño de ve
la muchacha que enviaste a buscar al escult
estorbo menor.
—Ariane —dijo Conan con brusquedad—
El noble con ojos de obsidiana rió cruelm
—Venid, rey Garian. Vamonos de este lu
—¿Qué le has hecho a Ariane? —le grit
rey se detuvo un momento para mirarle; Conan
implorante que pudo adoptar—. Decidme qué l
Las palabras murieron en sus labios, pu
se cerró, chirriando. Aturdido, Conan volvió a r
Desde la otra vez que lo había visto en
había algo extraño en Garian, pero sin darle
mientras oye su propia sentencia de muerte.
cardenal de la mejilla de Garian había desapa
tales cosas con maquillaje, como una mujer
pudiera hacer desaparecer un cardenal con a
había pasado el tiempo necesario para que de
indicaba sin embargo que el hombre que s
sentenciado a Conan no era Garian.
Con la cabeza a punto de estallarle, el
Albanus había tramado una rebelión, y sin emb
rey que no era Garian. Pero sí era Garian
aposentos de Vegentius. Conan lo sabía co
claramente como olía el de la paja podrida sob
«Paciencia», se recordó a sí mismo. Na
Muchas cosas dependían de que le desenca
entre los lobos, era mucho lo que podía hace
valiente. Conan decidió que Albanus habría de
Sularia yacía tendida sobre un banco ta
esclava le aplicaban fragantes aceites a la e
estiraba en toda su lozanía. ¡Qué maravilloso
Salón del Trono, en vez de amontonarse con
Aunque la aceptaran sólo por miedo, las
repugnancia y con la vergüenza pintada en el
pues muchos de los que ahora le hablaban c
como a una esclava. Y aquello no había term
amantes para encontrarse entre los nobles, ¿p
Albanus? La reina Sularia.
Sonrió al pensarlo, y volvió la cabeza ha
que era la única persona en palacio en quien S
desconfiaba menos.
—¿La mujer está esperando todavía, Lat
9
n cautelosamente.
ro aquilino, como si acabara de confirmar una
é a tiempo.
quel hombre admitir tal cosa delante del rey?
s, riendo—. Durante un tiempo, bárbaro, fuiste
no parece que seas un arma de los dioses. Los
erdad que me hiciste está siendo reparado por
tor. No, al cabo resulta que sólo has sido un
—. ¿Qué has hecho con ella?
mente.
ugar.
tó Conan a Albanus cuando éste ya se iba. El
n miró a Garian a la cara con la expresión más
le ha hecho...
ues el rey se volvió para marcharse. La puerta
recostarse en la pared de piedra.
el Salón del Trono, Conan había notado que
e importancia. Nada le parece normal a uno
Pero ahora se había dado cuenta de algo. El
arecido. Y Garian no era hombre que ocultara
r, ni tenía hechicero alguno en la corte que
algún hechizo rápido y una vela encendida. Ni
esapareciera por sí solo. Una menudencia, que
se sentaba en el Trono del Dragón y había
cimmerio trató de comprender lo que ocurría.
bargo tenía ahora el rango de consejero de un
el que había visto la noche anterior en los
on certeza. Olía el hedor de la brujería, tan
bre la que estaba sentado.
ada podría hacer, encadenado en una celda.
adenaran antes de arrojarlo a los lobos. Aun
er un hombre con las manos libres y el ánimo
e saberlo para su propio pesar.
apizado, mientras las expertas manos de una
espalda. «Lady Sularia», pensó, mientras se
había sido encontrarse entre los nobles en el
n las otras concubinas en la pared de atrás!
sonrisas y saludos que le otorgaban con
rostro sólo acrecentaban el placer que sentía,
con respeto le habían hablado en otro tiempo
minado. Si había abandonado la pared de las
por qué no había de poder presentarse junto a
acia la criada, una mujer rolliza de cabello gris,
Sularia confiaba. O al menos, aquella de quien
tona? —preguntó Sularia.
95
La criada de cabello gris asintió enérgica
—Desde hace dos vueltas de clepsid
órdenes.
La rubia asintió, satisfecha de sí misma,
—Tráela, Latona. Y luego ponte a arregla
—Sí, señora —graznó Latona, y se apres
Cuando volvió, la acompañaba Lady Jela
La cimbreña aristócrata miraba con rece
cabello a su señora; Sularia sonreía como una
un inferior permite uno que los sirvientes se q
una parte de su arrogancia durante la espera.
Sin embargo, le bastó con la que le qued
—¿Por qué me has hecho venir, Sularia
que dijera algo más. Al cabo de un momento,
los labios, como si le hubieran llenado la boca
—Creciste de niña en este palacio, ¿v
amable.
La réplica de Jelanna fue breve:
—Sí.
—Jugabas al escondite en los corredore
las fuentes. Todos tus deseos eran satisfechos
—¿Me has pedido que viniera para habla
—No te lo he pedido —le replicó bruscam
a Enaro Ostorian?
Si la mujer de imperiosa belleza se sorpr
—¿Ese sapo repulsivo? —dijo con desdé
ellos, no les conozco. Sularia volvió a su sonris
—Está buscando esposa.
—¿Ah, sí?
—Una mujer joven, de la nobleza. —Sula
y trató de hundirla todavía más en su víctima—
podido comprar. Y, por supuesto, quiere hijos.
me ha pedido que le sugiera una novia apropia
Jelanna se lamió los labios con incertidum
—Yo querría, Lady Sularia —dijo con vo
ocasión te he ofendido.
—¿Conoces a Darío? —le preguntó S
Garian?
—No, mi señora —respondió Jelanna, va
—Según me han dicho es un hombre r
hábitos. Las esclavas de palacio se esconde
brutalidad que llega a causar dolor. —Sularia c
adueñaba del rostro de aquella altanera mujer
Darío es preferible a toda una vida con Ostoria
—Estás loca —logró articular la esbelta
propiedades en el campo, y si fueras reina tod
Zandru...
—Cuatro soldados te esperan fuera —
terminara—. Te llevarán con Darío, o a tu lecho
La desesperación borró las últimas traza
9
amente.
dra, señora. Nadie osaría desobedecer tus
sin levantar la cabeza.
arme el cabello.
suró a salir.
anna.
elo a Latona, que se volvió para aderezarle el
a gata ante un plato de crema. Sólo al recibir a
queden. Jelanna había tenido que abandonar
daba para preguntar por fin:
a? —Sularia enarcó una ceja, como esperando
, Jelanna se corrigió—: Lady Sularia. —Torcía
de un sabor amargo.
verdad? —empezó a decir la rubia en tono
es. Brincabas por los patíos, chapoteabas en
s con sólo pedirlo.
ar de nuestra infancia? —le preguntó Jelanna.
mente Sularia—. Te lo he ordenado. ¿Conoces
rendió de la pregunta, no llegó a demostrarlo.
én—. Algo conozco de los mercaderes, pero, a
sa felina.
aria vio que la flecha había dado en su blanco,
—. Quiere casarse con el título que nunca ha
. Muchos hijos. Garian —añadió a la mentira—
ada.
mbre.
oz temblorosa—, pedir disculpas si en alguna
Sularia—. ¿El guardián de las perreras de
acilante.
repugnante, tanto por su hedor como por sus
en de él, porque toma a las mujeres con tal
calló un momento, y observó como el horror se
r—. ¿Te parece, Jelanna, que una noche con
an?
mujer—. No te escucharé más. Me voy a mis
davía podrías elegir a cuál de los Infiernos de
—dijo Sularia, sin esperar a que la otra mujer
o nupcial, pero a ningún otro lugar.
s de arrogancia del rostro de Jelanna.
96
—Por favor —le dijo en susurros—, me a
rodillas ante toda la corte pidiéndote perdón...
—Elige —ronroneó Sularia—, o si no
entregarte hoy mismo a Ostorian. Con una not
repulsivo. —Su voz y su rostro se endurecieron
Jelanna se tambaleó, como a punto de d
—Iré..., iré con Darío —dijo llorando.
palabras que había esperado decir mientras co
—¡Perra, vete a tu perrera!
Jelanna salió corriendo de la habitación,
los pasillos. Qué maravilloso era el poder.
CAPITULO 22
Cuando se abrió la puerta de su celda,
decidido hacerle matar allí mismo. Dos homb
pusieron a lado y lado del cimmerio, con sus ar
Cuando el cimmerio se preparaba para
ofrecer—, el carcelero con cara de luna aparec
—Es mediodía, bárbaro. La hora de llev
con Estruto y conmigo cuando te quitemos las
y te llevaremos hasta la fosa a rastras. ¿De ac
Conan hizo un esfuerzo por aparecer hos
—Sacadme las cadenas —masculló, mie
A pesar de lo que había dicho, los dos ca
tiro de los ballesteros mientras le abrían los
cincel. Se preguntó si le tomarían por necio. H
con los ballesteros aunque le estuvieran apu
aproximaban a la celda, producidos por un
importaba el morir, pero sólo un necio muere p
Frotándose las muñecas, Conan se pu
guiaran fuera de la celda. En el corredor le agu
—No necesitábamos a tantos —dijo br
llegado a creer que aquel hombre no tenía leng
El compañero de Estruto pareció sorpre
hablar. El hombre con cara de luna le miró fijam
—Estuvo a punto de escapar de un núm
capturaron. Sabes que no me gusta que los c
hombres. Bueno, vamos ya. El rey está espera
Le hicieron andar con la mitad de los s
carcelero a cada lado. Los ballesteros iban al
de huir en cualquier dirección. Así se dirigieron
más no se veían nobles.
Conan andaba en el centro como si, es
dirigido a su coronación. No tenía ninguna int
lobos encontraría, sin duda, al Garian imposto
hombre habría podido hacer cosas más difícile
Pasaron por zonas de palacio que le era
Tras el mármol pulido y el alabastro encontr
9
arrastraré por el suelo si tú quieres. Andaré de
o yo elegiré por tí. Esos soldados pueden
ta que le informe de que le consideras un sapo
n—. ¡Elige!
desmayarse.
. Por unos momentos, Sularia saboreó las
ontaba las horas. Y luego las dijo.
y los ecos de la risa de Sularia resonaron por
Conan pensó al principio que Albanus había
bres con ballestas amartilladas entraron y se
rmas dispuestas.
ofrecer resistencia —si es que alguna podía
ció en la puerta y le habló.
varte a la fosa de los lobos. Si intentas luchar
cadenas, estos dos te asaetearán las piernas,
cuerdo?
sco y renuente.
entras miraba ceñudo a los ballesteros.
arceleros procuraron no ponerse en la línea de
s grilletes con repetidos martillazos sobre un
Habría podido acabar con los dos carceleros, y
untando, pero oía pasos mesurados que se
n grupo de hombres no pequeño. Poco le
por nada.
uso en pie sosegadamente y permitió que lo
uardaba una veintena de Leopardos de Oro.
ruscamente Estruto. Conan parpadeó. Había
gua.
enderse casi tanto como el cimmerio al oírle
mente antes de decirle:
mero de hombres casi igual la noche en que le
cautivos escapen. Yo había pedido el doble de
ando.
soldados delante y la otra mitad detrás, y un
l final, desde donde podrían abatirle si trataba
n a palacio, por corredores en los que una vez
scoltado por una guardia de honor, se hubiera
tención de tratar de huir. Cabe la fosa de los
or y a Albanus. En aquellas circunstancias, un
es que morir después de matar a aquellos dos.
an familiares al cimmerio, y siguieron adelante.
raron simple granito, y después un suelo de
97
piedra tan tosco como el de las mazmorr
reemplazadas por antorchas y candelabros de
La fosa de los lobos era una pena ant
aplicado desde los tiempos de Bragorus, nueve
zona de palacio en varios siglos, a juzgar por s
apresurada limpieza: acá una telaraña colga
olvidado junto a la pared. Conan se pregun
molestias, una vez reemplazado Garian por el
circular donde se hallaba la fosa.
Aunque aquella sala estaba hecha con
como cualquiera de las grandes estancias de
de media esfera, se alzaban a una altura giga
sostenía. Abajo, en una larga galería flanque
como dos hombres, se apiñaba la nobleza
hombres y mujeres que se hubieran hallado en
piedra, alto como para llegarles al talle, que cir
Cuando entraron, se abrió un camino
soldados escoltaron a Conan hasta allí. Sin es
lo alto del brocal y allí se quedó, escrutando c
aquel lugar para verle morir. Su gélida mira
aquella gente comprendió que se hallaban an
linajes. Aquellos aristócratas eran pavos reales
Al otro lado de la fosa de piedra estaba
ataviado con ropajes azules, oscuros como la
rostro, bajo el empenachado casco, todavía al
también estaba allí, con sus sedas de color es
qué había pensado que ella no asistiría.
Justo debajo del impostor, dentro de la f
la que harían pasar a los lobos. Conan no a
entre los barrotes, ni oía gemidos de hamb
cadenas de hierro servía para abrir la puerta. Q
Albanus tocó en el brazo al hombre que l
hablar.
—Os hemos reunido...
El salvaje grito de guerra de Conan
empezaron a chillar, pues el cimmerio, alzando
Los soldados se abrieron paso entre los nob
posiciones. Conan, ya en el fondo del pozo, q
con toda la chulesca arrogancia del joven que
en pocos de los desiguales. Albanus hizo un ge
—¡Necios! —gritó Conan con sorna a lo
no sois hombres, habéis venido a ver como
matar de aburrimiento ese bufón coronado? E
hígado y no os queda estómago para ver la ma
Gritos de cólera le respondieron.
Albanus le dijo algo en voz baja al impos
—Si tanto desea morir, soltad los lobos.
—¡Soltad los lobos! —gritó otro, pasando
Conan no esperó a que saliera el prime
entró corriendo en la galería que había tras
espaldas, algunos nobles saltaron a la fosa, pa
que había puesto en duda su virilidad.
En la oscuridad del corredor, Conan se
jauría. Unos dientes afilados como navajas le
9
ras. Las lámparas de oro y de plata eran
hierro.
tigua, ciertamente, y, de hecho, no se había
e centurias antes. Ni había ido nadie a aquella
su apariencia. En los pasillos había indicios de
ando del techo, allá un montoncito de polvo
ntó por qué Albanus se había tomado tantas
impostor. Y, entonces, entraron en la estancia
la misma piedra tosca, había sido trabajada
alabastro de palacio. Sus paredes, con forma
antesca, y ninguna columna ni contrafuerte las
eada por grandes trípodes encendidos, altos
a de Nemedia, que reía alegremente como
n un circo, y trataba de acercarse al brocal de
rcundaba el gran pozo.
o que les permitía acceder a la fosa, y los
sperar a que se lo dijeran, el cimmerio saltó a
con la mirada a los que se habían reunido en
ada azul les fue acallando lentamente, pues
nte un hombre que despreciaba sus títulos y
s; Conan, un águila.
a el rey impostor; tenía a un lado a Albanus,
a medianoche, y al otro a Vegentius, en cuyo
lcanzaba a distinguir las magulladuras. Sularia
scarlata y sus rubíes, y Conan se preguntó por
fosa, vio una puerta alta como un hombre, por
alcanzaba a ver hocicos ansiosos asomando
bre ni gruñidos. Un complicado sistema de
Quizá no tendría que morir.
llevaba la corona del Dragón, y éste empezó a
resonó en la cúpula de piedra; los nobles
o sus enormes brazos, había saltado a la fosa.
bles hasta el brocal; los ballesteros tomaron
que estaba recubierto de paja, se puso en pie,
nunca ha sido vencido en un combate justo, y
esto, y los guardias retrocedieron.
os que estaban allí reunidos—. Vosotros, que
un hombre muere. Y bien, ¿es que me va a
Empezad ya, si es que no se os ha arrugado el
atanza.
stor, el cual, a su vez, gritó:
o la orden—. ¡Rápido! —La puerta se abrió.
er animal. Ante la mirada atónita de la corte,
la puerta, gritando su grito de guerra. A sus
ara tratar de agarrar y matar al bárbaro fugitivo
e encontró de pronto en medio de la gruñente
e mordieron. Él les respondió con sus propios
98
gruñidos, con sus puños martilleantes, que r
cuales, erguidas sobre sus patas traseras, h
Agarrando una de aquellas gargantas aullado
piedra.
En el caldero infernal que era la galería
hacía frente, pareja a la suya propia. Mientra
algunos prefirieron ignorarle y salieron a la fo
airados de los nobles se convirtieron en chilli
atacando con ánimo de matar.
Conan vio una luz más adelante.
—Malditos lobos —mascullaba una voz e
que tenéis que matar, y no...
El hombre que había hablado vaciló al
final del túnel, cabe la reja de hierro medio ab
cerrar la reja, atacó al cimmerio.
Conan agarró la lanza con ambas man
hombre pudiera hacer nada, el cimmerio le go
arma, con lo que le arrojó al otro lado de la pue
se puso en pie, tambaleante, blandió una
acometió.
El cimmerio le dio la vuelta limpiamente
otro, pues éste se abalanzó sobre él, clavándo
le salió por la nuca. Un grito de dolor y de hor
cuidador de los lobos.
—Tus lobos no matarán a este bárbaro
comprendía que le estaba hablando a un muer
Dejando caer la lanza y al hombre tra
pesada barra de hierro que la aseguraba en
tiempo abrirla desde el otro lado, tiempo que
por los gritos y vociferaciones que aún reson
tardar todavía en encargarse de los lobos y de
Poco había en aquel cuarto que pudiera
perdían cera en unos herrumbrosos candela
grandes jaulas de hierro, con ruedas a lado y l
curva daga, que Conan recogió del suelo, y la
del cuidador de los lobos; por su excesiva l
aquellos angostos corredores de piedra antigu
para vendarse las heridas, a menos que lo ar
túnica, ahora empapada en sangre, del cadáve
Sin embargo, el cuidador de los lobos se
con especias para cenar mientras sus pupilos
cayó sobre ambos, devorando el salchichón a
de vino rancio. No había comido ni bebido de
sus carceleros habían pensado que no valía la
Tras dejar la jarra vacía y meterse en la boc
cogió una de las antorchas de junco y empezó
Poco tiempo tardó en descubrir que
laberinto, que siempre eran tortuosos, y se c
extrañaba que nadie recordara ya los pasad
apenas si era posible orientarse por ellos.
De pronto, al volver a meterse por un
propias huellas mezcladas con otras en el po
para examinarlas, y volvió a incorporarse al tie
9
rompían huesos y aturdían a las bestias, las
habrían sido casi tan altas como un hombre.
oras, llenó de sesos de lobo el techo bajo de
a, los lobos conocieron la fiereza del que les
as Conan seguía abriéndose paso entre ellos,
osa, buscando alimento más fácil. Los gritos
idos, pues los sanguinarios lobos les estaban
en aquella dirección—. Es un necio bárbaro el
ver que Conan avanzaba hacia él. Estaba al
bierta, lanza en ristre. En vez de retroceder y
nos y fácilmente se la arrebató. Antes que el
olpeó en el pecho con el mango de su propia
erta, y luego le siguió. El cuidador de los lobos
espada curva, larga como su antebrazo, y
e a la lanza. No tuvo que arremeter contra el
ose en la garganta la punta del arma hasta que
rrorizada incredulidad brotó de la garganta del
o —dijo Conan con un gruñido, al tiempo que
rto.
aspasado, cerró la puerta, la atrancó con la
n su lugar y echó los pestillos. Llevaría algún
él podría emplear para huir. Aunque, a juzgar
naban en la galería, los soldados habían de
e los nobles aterrorizados, y en entrar.
a servirle de algo. Toscas antorchas de junco
abros de hierro de la pared, iluminando seis
lado. No vio ningún arma, salvo aquella larga y
a lanza. Dejó esta última clavada en el cuerpo
longitud, habría resultado difícil manejarla en
ua. Ni siquiera tenía a mano algún jirón de tela
rrancara de su propio taparrabos o de la sucia
er.
e había traído una jarra de vino y un salchichón
s llevaban a cabo su sanguinaria labor. Conan
a dentelladas y remojándolo con largos tragos
esde antes de que lo encarcelaran. Sin duda,
a pena alimentar al que había de morir pronto.
ca el último trozo de salchichón, el cimmerio
ó a buscar un camino para salir de palacio.
aquellos antiguos corredores formaban un
cruzaban y volvían a cruzarse entre sí. No le
dizos que atravesaban el palacio por debajo;
no de los oscuros corredores, encontró sus
olvo. Otras huellas más recientes. Se agachó
empo que profería una maldición. Todas eran
99
suyas. Había pasado dos veces ya por aquel l
de hambre.
Con la resolución torvamente dibujada e
llegar a una bifurcación. El rastro seguía haci
más tarde se vio de nuevo frente a sus propia
maldiciones. Anduvo hasta la siguiente bifurca
que había seguido antes. E hizo otra vez lo mis
Ahora los pasadizos parecían descender
por ello, aun cuando al final tuviera que abr
obstruidos por las telarañas, quebradizas al to
tendría más posibilidades de escapar que s
probable, en cambio, que tropezara con los Le
Al llegar a una bifurcación, el cimmerio s
la última vez había ido por la izquierda— y se d
no veía en cambio ninguna abertura al exterior
Volvió atrás con rapidez, y se metió por
silenciosos hasta veinte zancadas, y arrojó la
llamas se avivaron en su vuelo y luego se apag
Conan se agachó de cara a la bifurcación
acercando seguían adelante, se habría quedad
Una luz difusa llegó a la bifurcación, se
figuras que llevaban una antorcha en la mano
punto de echarse a reír. Eran Hordo y Karela
atrás. Se había quitado los velos y el atavío gr
dorado y un estrecho cinto de oro y esmerald
caderas, y del que colgaban tiras de pálida sed
turania de color verde esmeralda.
—¡Hordo, si hubiera sabido que venías
Conan, y avanzó hacia ellos despreocupadame
Ambos se volvieron, alzando espada
bifurcación se apiñaban algunos hombres c
familiares de su Compañía Libre salieron a la lu
Hordo se fijó en las heridas del cimmerio
—No es habitual en ti —dijo con voz ro
buscamos, todavía encontremos.
Karela dirigió al tuerto una mirada ase
dedos amables tocó las heridas de Conan:
sangre.
—Sabía que acabarías por cambiar de o
el brazo.
Karela le propinó una bofetada, y dio un p
—Tendría que echarte de nuevo a los lob
Desde algún lugar en la negrura, más a
ininteligible. Otra le respondió, y ambas fue
hablaban se alejaron.
—Están buscándome —dijo Conan en vo
de aquí, os sugiero que lo sigamos. Si no, ha
de Leopardos de Oro.
Murmurando algo, Karela recobró su ant
Compañía Libre para desaparecer por la otra r
—Ella es la única que conoce el camino —
Fue tras la mujer, y Conan le siguió. M
hollaban con sus botas el polvo de centurias.
10
lugar, y seguiría haciéndolo hasta que muriera
en el rostro, siguió sus propias huellas hasta
ia la izquierda. Él siguió por la derecha. Poco
as huellas, pero esta vez no se entretuvo con
ación, y de nuevo siguió el camino opuesto al
smo. Y otra.
r, pero Conan siguió adelante, sin preocuparse
rirse camino con la antorcha por corredores
oque de la llama. Si desandaba lo andado no
siguiendo adelante, pero sí habría sido más
eopardos de Oro.
se volvió automáticamente hacia la derecha —
detuvo. Pues atisbaba una luz mortecina, pero
r. Con ligero balanceo, la luz se acercó.
la otra rama de la bifurcación. Corrió con pies
antorcha frente a sí tan lejos como pudo. Las
garon, dejándole en la más completa negrura.
n, blandió la daga curva. Si los que se estaban
do sin lumbre, pero vivo. Si no...
e fue intensificando, y al final aparecieron dos
o y la espada en ristre. El cimmerio estuvo a
a, pero la Karela que había conocido tiempo
ris de la noble nemedia, y vestía ahora un peto
das, que caía holgado sobre sus redondeadas
da verde. Se cubría las espaldas con una capa
s no me habría bebido todo el vino! —gritó
ente.
as y antorchas. En el otro corredor de la
con lorigas. Macaón, Narus, y más rostros
uz.
o, pero no se refirió a ellas.
onca— que te acabes todo el vino. Quizá, si
esina, y le pasó su antorcha a Macaón. Con
carne encogida, enrojecida, y coágulos de
opinión —dijo Conan, tratando de rodearla con
paso atrás, con la espada a medio cuerpo.
bos —masculló.
allá de los hombres armados, gritaba una voz
eron apagándose a medida que los dos que
oz baja—. Si sabéis de algún camino para salir
abremos de luchar con unos pocos centenares
torcha y se abrió paso entre los hombres de la
rama de la bifurcación.
—dijo Hordo al instante.
Macaón y los demás les siguieron a su vez;
00
—¿Cómo has logrado entrar en palacio?
corrían tras la beldad pelirroja—. ¿Y cómo es
realidad?
—Quizá sea mejor que empiece por
primero que ocurrió después que te arrestara
vinieron por nosotros, y...
—Eso ya lo sé —dijo Conan—. Y lograste
—Te han hablado de eso, ¿verdad?
cimmerio. —Pese a que iba ya corto de resu
demás—. Llevé a la compañía al Thestis. Ah
más seguras de Belverus. Todos los que allí
mano y gritando revolución. Y entrando una y o
—¿Pues qué esperabas? —dijo Conan
riquezas a su alcance. Pero, hablando de Kare
Hordo negó con su peluda cabeza.
—Se presentó esta misma mañana en
parecía que esperara que sus perros la siguie
oro. Por lo que dices, ya sabías que estaba aq
—Sólo lo supe cuando estaba en la m
cuento.
De pronto Karela se detuvo, y se puso
candelabro de hierro. Parecía que tratara de da
—Se parece al lugar por donde hemos
Aunque también se parece a otros veinte sitios
Como unos ojos color esmeralda le mirab
Cuando Conan estaba a punto ya de ace
con agudo chasquido. A poca distancia, en la
que Karela efectuó la misma operación. Giró,
más pesado tras la pared. Con el chirrido que
usarse, una sección de la pared de piedra, al
éste, retrocedió traqueteando para revelar una
—Si ambos podéis dejar por un momento
mordacidad—, seguidme. Y tened cuidad
resquebrajado. Me sabría mal que te partiera
para mí misma.
Y bajó corriendo por la escalera.
Hordo se encogió de hombros incómodam
—Ya te he dicho que es la única que con
—Seguidme —le dijo a Macaón—, y haz
ya se han resquebrajado.
El canoso sargento murmuró las órdenes
Tras tomar una larga bocanada de aire,
luz que la que daba la antorcha de la joven, d
abajo, algún reflejo. No creía que ella le hubie
en alguna trampa de su propia invención, pa
tampoco estaba convencido de lo contrario.
Karela le esperaba impaciente al final de
—¿Están bajando todos ya? —preguntó
antorcha. Sin esperar respuesta, gritó—: ¿Hay
Se oyeron pisadas sobre la piedra, y una
—Todos hemos entrado ya, pero oigo bo
10
? —le preguntó Conan al tuerto mientras casi
que Karela decidió revelarte quién era ella en
el principio —dijo Hordo, resoplando—. Lo
an fue que un centenar de Leopardos de Oro
eis escapar. ¿Y luego qué?
Estoy demasiado viejo para estos trotes,
uello, el barbudo podía seguir fácilmente a los
hora, Puerta del Infierno es una de las partes
í viven están en las Calles Altas, espada en
otra vez en las casas de los ricos.
con torva risa—. Son pobres, y ahora tienen
ela...
n el Thestis. No, irrumpió, y por su mirada
eran de nuevo tras una caravana cargada de
quí, ¿eh?
mazmorra —le replicó Conan—. Luego te lo
o de puntillas para alcanzar un herrumbroso
arle la vuelta.
entrado —murmuró Hordo con voz queda—.
s por los que hemos pasado.
ban con desprecio, decidió callar.
ercarse a ella para ayudarla, el candelabro giró
a misma pared, había otro candelabro con el
, se oyó un chasquido, y luego un ruido seco
e produce la maquinaria que lleva tiempo sin
lta como un nombre y el doble de ancha que
a escalera descendente de burdo ladrillo.
o de parlotear como mujeres —dijo Karela con
do. Algunos de los ladrillos ya se han
as el cuello, cimmerio. Me reservo ese placer
mente.
noce el camino. Conan asintió.
z correr la voz de que algunos de los ladrillos
s a los que le seguían.
Conan siguió a Karela escalera abajo, sin otra
de la que ahora sólo se atisbaba, mucho más
era venido a buscar tan sólo para hacerle caer
ara que no muriera a manos de otros. Pero
e la larga escalera.
ó, en cuanto pudo ver a Conan a la luz de su
y alguien que no haya entrado?
a voz ronca le contestó.
otas que se acercan.
01
Karela, con calma, puso ambos pies sob
se hundió la anchura de un dedo. Se volvieron
—La entrada se cierra —gritó con incredu
Los ojos gatunos de Karela se encontraro
—Necios —dijo, y parecía abarcar a to
especialmente a él. Les espetó con rapidez—
adentró por un largo túnel, en cuyas húmedas
Conan pensaba, mientras la seguía, que
—Como estaba diciendo —prosiguió Ho
presentó en el Thestis dispuesta a dar órden
sabía quién era yo. Me amenazó con hacerme
hacerle preguntas.
Con su único ojo miraba a Conan, expe
en Karela, y se preguntaba qué podía ser lo q
rescatarle?
—¿Y? —dijo como ausente, cuando se
hablar. El tuerto resopló con amargura.
—Y nadie me dice nada —prosiguió—.
Lady Jelanna? Era ella, aunque menos altan
tenía moretones en la cara y en los brazo
detendrá», decía entre gemidos, «No se dete
consolaba, y nos miraba como si hubiéramos
Lady Jelanna.
—Por Crom —murmuró Conan—, ¿qué
¿Qué tiene que ver Jelanna con esto?
—Oh, fue ella quien le explicó a Karela
Lady Jelanna creció en palacio, jugando al e
Sólo a veces, jugaban en la parte vieja del pal
pasadizos secretos. Una vez, logró escap
desesperada por salir de la ciudad, así que ma
propiedades en el campo. Era lo menos que
explicara cómo encontrarte. Créeme, yo ya
viéramos fuera para corrernos una juerga en e
—Con todo esto, aún no sé por qué ell
hizo un gesto con la cabeza para indicar que s
En cuanto terminó de decir estas palab
hacia él.
—Los lobos eran demasiado buenos pa
morir despedazado, quiero hacerlo yo con m
perdón, bárbaro bastardo. Tengo más derecho
Conan la miró con calma, y con una leve
—¿Te paras porque ya no sabes por
delante, si quieres.
Gruñendo, la joven levantó la antorcha co
—Allí está —gritó Hordo, señalando con
apenas si permitían ver, que llevaba hasta el
cada una de sus palabras se reflejaba el alivi
tiempo que arrastraba a Conan hasta separar
tapar esto, por si a alguien que pasara por fue
podremos destaparlo. —Y añadió, con tenso
Karela ha estado como un gato escaldado d
nunca habían oído hablar del Halcón Rojo.
10
bre una determinada losa, que, bajo su peso,
n a oír chirridos de maquinaria.
ulidad la voz del que había hablado antes.
on con los de Conan.
odos los hombres con su epíteto, pero muy
—: Seguidme o quedaos, me da igual —y se
paredes se reflejaba la luz de su antorcha.
hasta el aire parecía enmohecido.
ordo, que iba ahora al lado del cimmerio—, se
nes. No me dijo dónde había estado, ni cómo
e otra cicatriz en la otra mejilla si no desistía de
ectante, pero el corpulento joven sólo pensaba
que llevara en mente. ¿Por qué había venido a
e dio cuenta de que Hordo había dejado de
Una mujer estaba con ella. ¿Te acuerdas de
nera que antes. Estaba desastrada y ojerosa,
os, y lloraba de puro aterrorizada. «No se
endrá hasta que acabe conmigo». Y Karela la
s sido nosotros los autores del sufrimiento de
é razón tienes para contarme tantos detalles?
cómo encontrar este pasaje. Parece ser que
escondite y cosas así, como todos los niños.
lacio, y fue aquí donde descubrió tres o cuatro
par de palacio por uno de ellos. Estaba
andé que dos hombres la escoltaran hasta sus
e podía hacer por ella, después de que nos
a contaba con que la próxima vez que nos
el Cuerno del Infierno.
la se ha decidido a ayúdame —dijo Conan, e
se refería a Karela.
bras, la mujer pelirroja se detuvo y se volvió
ara ti, grandísimo zoquete cimmerio. Si has de
mis propias manos. Quiero oírte suplicando mi
o que ese necio de Garian.
e sonrisa en los labios.
dónde sigue el camino, Karela? Ya iré yo
omo si fuera a golpearle con ella.
el dedo una corta escalera que sus antorchas
techo y terminaba allí. Siguió hablando, y en
io—. Vamos, cimmerio —continuó diciendo, al
rlo de la mujer de ojos coléricos—. Fue difícil
era se le ocurría echar una ojeada, pero tú y yo
o susurro—: Ten cuidado con lo que dices.
desde que Macaón y los otros le dijeron que
02
Tras mirar de soslayo el furioso ceño
camuflar su risa como una tos.
—El otro lado de la salida —dijo— ¿dónd
luchar?
—Seguro que no —dijo Hordo, riendo—.
La escalera parecía terminar en un gra
quería que empujara. Cuando lo hizo, el pesa
acabó por apartarlo, y trepó cautelosamente
impregnaba el aire. Cuando los otros subieron
en una habitación sin ventanas, llena de tone
abierto, y veían asomar algunas barras de incie
—¿Esto es un templo? —preguntó el
termina en la bodega de un templo?
Hordo rió y asintió. Ordenando silencio c
de madera que estaba fijada en una de la
trampilla. Sacó la cabeza para echar una rápi
con un gesto, que le siguieran, y trepó él mism
Conan le siguió con presteza. Salió a la
entre un gran bloque rectangular de mármol y
Le vino a la cabeza de repente que se hallab
donde sólo se permitía entrar a los sacerdotes
nueva condena a muerte?
Todos salieron rápidamente de la bodeg
mármol, llegaron a un patio detrás del templo.
les aguardaban con caballos. Y, según Conan
traído loriga, yelmo y cimitarra. Se armó con ra
—Podemos haber salido de los muros de
silla de montar— antes de que se les ocurra bu
—No podemos irnos todavía —dijo Cona
en la cabeza y estaba montando en el caballo—
—¿De nuevo otra mujer? —le dijo Karela
—Es amiga de Hordo y mía —dijo Cona
tiene prisionera. He jurado que la sacaría de es
—Tú y tus juramentos —murmuró Kare
patio fue la primera en seguirlo.
CAPITULO 23
Aisladas columnas de humo se eleva
Belverus, señalando las casas de los opulen
revolucionarias. Se podía oír de vez en cuand
Era un rugido inarticulado, hambriento.
Mientras galopaban por la ciudad, Cona
sesenta y ochenta hombres y mujeres andr
cerradas y las ventanas atrancadas de una
propias manos desnudas. En el mismo instan
presencia de la Compañía Libre. Surgió de s
pudiera provenir de seres humanos, y como
arrojaron contra los hombres armados. Estaba
más que ellos, aunque fuera una armadura.
ensangrentadas.
10
con que Karela les observaba, Conan logró
de está? Si hay alguien allí, ¿tendrá ánimos de
Ahora, empieza a empujar con el hombro.
an bloque de piedra. Era éste lo que Hordo
ado bloque se movió. Con la ayuda del tuerto
hasta el exterior. Un pesado olor a incienso
n con sus antorchas, Conan vio que se hallaba
eles y fardos. Algunos de los fardos se habían
enso.
cimmerio con incredulidad—. ¿El pasadizo
con un gesto, el tuerto trepó por una escalerilla
as paredes y, cuidadosamente, levantó una
ida ojeada, luego indicó a los demás, también
mo hasta arriba.
a mortecina luz de algunas lámparas de plata,
una estatua gigantesca, envuelta en sombras.
ba entre el altar y el ídolo de Erebo, un lugar
s santificados. Pero ¿qué le importaba ya una
ga y, siguiendo angostos corredores de pálido
. Allí, otros dos hombres de la Compañía Libre
n pudo apreciar con alegría, también le habían
apidez.
e la ciudad —dijo Hordo, meciéndose sobre su
uscarnos fuera de palacio.
an con firmeza. Se acababa de poner el yelmo
—. Ariane está en manos de Albanus.
a amenazadoramente.
an—, y como recompensa por ello, Albanus la
sto, y lo haré.
ela, pero cuando Conan salió galopando del
aban en el brillante cielo de la tarde sobre
ntos que habían sido visitadas por las turbas
do, traído por la brisa, el tumulto que armaban.
an vio a una de las aulladoras cuadrillas, entre
rajosos que estaban derribando las puertas
casa con hachas, espadas, rocas, con sus
nte en que los vio, ellos se apercibieron de la
su garganta un gruñido, que no parecía que
ratas que salen corriendo de una cloaca se
a escrito en sus ojos el odio a quienes tuvieran
Muchas de las armas que blandían estaban
03
—Las flechas los harán retroceder —gritó
Conan no estaba seguro. Había desespe
—Seguid adelante —ordenó.
Siguieron galopando y rápidamente de
siguió persiguiéndoles cuando ya la perdían
vena siguieron oyendo largo rato sus aullidos.
Al llegar al palacio de Albanus, Conan no
—Que uno de cada tres hombres se qu
saltaremos el muro. Traed los arcos. Tú no —a
montada en su caballo.
—No tienes autoridad para darme órden
voy a donde me place.
—Que Erlik se lleve consigo a las muje
dijo nada más.
Incorporándose sobre su silla, y cuidand
los fragmentos de loza, se izó hasta lo alto de
para hacerlo, Hordo, Karela y veinticuatro de
diez hombres salían corriendo de la casa de
pasmarse antes de que las flechas, zumbando
Conan se dejó caer al otro lado del mu
echando a correr dejó atrás los cuerpos. Oí
seguían, pero no les prestaba atención. Sólo p
que había ido a la casa de Albanus. Ahora el h
vida.
Con un único empujón de su enorme br
puerta del edificio de palacio. Antes de que l
pared de mármol dejaran de oírse entre las co
el yelmo y la capa de los Leopardos de Oro
gigante cimmerio, espada en mano.
—¡Ariane! —gritó Conan, al tiempo que
estás, Ariane? —Su espada seccionó hasta
apartó con una patada su cadáver y se adentró
Aparecieron más Leopardos de Oro, y C
grito de guerra resonó en la arcada del techo,
o blandida por un demonio. Los soldados se
ellos muertos o moribundos, sin saber cómo e
Entonces, Hordo y los demás les atacaron ta
confirmada por la ferocidad de su ataque. Kar
como una avispa, y se retiraba siempre enrojec
Cuando cayó el último cuerpo, Conan gri
—¡Separaos! ¡Registrad todas las hab
muchacha llamada Ariane!
Él mismo andaba por los corredores com
ver las nubes tormentosas que se cernían so
gris trató de echar a correr, pero Conan lo ag
tocó el suelo de puntillas.
La voz de Conan entrañaba una promesa
—¿Dónde está la muchacha llamada Aria
—No..., no sé de ninguna muchacha...
hasta que no tocó el suelo en absoluto.
—La muchacha —dijo, casi en susurros
Lord Albanus —dijo con voz ahogada— se la h
10
ó Hordo.
eración en aquellas caras.
ejaron atrás a la muchedumbre, aunque ésta
de vista, y aun después de haber dejado de
o se detuvo.
uede con los caballos —ordenó—. Los demás
añadió, al ver que Karela se acercaba al muro
nes, cimmerio —le espetó en respuesta—. Yo
eres testarudas —murmuró Conan, pero no le
do de no poner la mano encima de ninguno de
el muro. Como si hubieran estado entrenados
los otros le siguieron fácilmente. Abajo, unos
e los guardias. Apenas si tuvieron tiempo de
o como avispones, acabaran con ellos.
uro —sus ojos eran azules como el hielo—, y
ía a medias las pisadas de los otros que le
pensaba en Ariane. Era por sus palabras por lo
honor le exigía el salvarla, aunque le costara la
razo, logró abrir una de las altas jambas de la
los ecos que ésta causó al ir a dar contra la
olumnas del vestíbulo, un hombre que llevaba
o vino corriendo para encararse con el joven
e desviaba el ataque del soldado—. ¿Dónde
la mitad la cabeza de su oponente; Conan
ó en palacio—. ¡Ariane!
Conan se arrojó frenético entre ellos; su salvaje
su espada cortaba y acuchillaba como posesa
dispersaban en confusión, dejando a tres de
enfrentarse a aquel salvaje del bárbaro norte.
ambién. La fiera apariencia del tuerto se veía
rela danzaba entre ellos, su espada acometía
cida.
itó a sus hombres:
bitaciones, si es necesario! ¡Encontrad a la
mo un dios vengador. Los siervos y esclavos, al
obre su rostro, huían. El chambelán de barba
garró por la túnica y lo levantó hasta que sólo
a de muerte.
ane, chambelán?
El brazo de Conan se tensó; levantó al otro
s. El sudor bañaba el rostro del chambelán—.
ha llevado al Palacio Real.
04
Con un gemido, el cimmerio soltó al h
Conan lo dejó ir. El palacio. ¿Cómo podría enc
del pasadizo secreto en el templo de Erebo?
aquel antiguo laberinto antes de encontrar la
palacio.
Oyó pasos a sus espaldas y se volv
corriendo hacia él, seguido por Macaón y Kare
—Macaón ha encontrado a alguien e
Hordo—. No es la muchacha. Es un hombre qu
—Llévame hasta él —dijo Conan. En su á
Las mazmorras del palacio de Albanus e
piedra, pesadas puertas de madera que giraba
orina seca y a temeroso sudor. Aun así, cua
guiaba, sonrió como si se hubiera tratado de un
El hombre sucio y harapiento encadenad
hacer.
—Y bien, Conan —dijo—, ¿te has unido
—Por Derketo —murmuró Karela—. Se p
—Es Garian —dijo Conan—. Ese carden
Las cadenas del monarca hicieron ruido
Rió tembloroso.
—¡Que a uno lo conozcan por algo tan ni
—Si éste es Garian —preguntó Karela—
Trono del Dragón?
—Un impostor —replicó Conan—. No tie
Rápido.
Macaón se fue y volvió al cabo de un mo
Cuando Conan se arrodilló para poner e
Garian, el rey dijo:
—Serás recompensado por esto, bárba
cuanto recobre el trono.
Conan no le respondió. Con un fuerte g
hierro. Empezó con el siguiente.
—Has de sacarme de la ciudad —sigu
ejército, todo irá bien. Yo crecí en esos camp
de diez mil espadas para echar a Albanus de p
—Y para iniciar una guerra civil —dijo Co
otro tobillo—. El impostor se parece mucho a v
él, sobre todo porque es él quien habla desde
no os crea tan rápidamente como esperáis.
Hordo gimió.
—No, cimmerio. Esto no es asunto nuest
Ni Conan ni Garian le prestaron atención
también los grilletes de las muñecas. Entonces
—¿Qué es lo que sugieres, Conan?
—Volver a palacio —dijo Conan, como
mundo—. Hacer frente al impostor. No es po
desleales. Podéis recuperar vuestro trono sin
palacio.
No le pareció prudente mencionar a las tu
10
hombre de la barba gris. El chambelán huyó;
contrarla allí? ¿Podría volver a entrar a través
Podía pasarse toda la vida dando vueltas por
a manera de llegar a la parte más nueva de
vió, para encontrarse con que Hordo venía
ela.
en las mazmorras —le explicó rápidamente
ue dice ser el rey Garian, e incluso afirma...
ánimo renacía la esperanza.
eran como todas las demás: paredes de tosca
an sobre goznes herrumbrosos, espeso olor a
ando Conan vio la celda a la que Macaón le
n jardín adornado con fuentes.
do a la pared se movió sin saber muy bien qué
a Albanus y a Vegentius?
parece de verdad a Garian.
nal de la mejilla lo demuestra.
o cuando las movió para tocarse el moretón.
imio!
—, entonces, ¿quién es el que se sienta en el
ene la magulladura. Traedme manilo y cincel.
omento con las herramientas requeridas.
el cincel en el grillete de uno de los tobillos de
aro. Todo lo que Albanus posee será tuyo en
golpe de martillo partió la remachada anilla de
uió diciendo Garian—. Una vez esté con mi
pamentos. Me conocerán. Volveré a la cabeza
palacio.
onan. De nuevo con un solo golpe, le liberó el
vos. Serán muchos los que sigan creyendo en
el Trono del Dragón. Quizás incluso el ejército
tro. Vamonos a cruzar la frontera.
n. El rey calló hasta que Conan le hubo quitado
s, dijo sosegadamente:
o si se hubiera tratado de lo más fácil del
osible que todos los Leopardos de Oro sean
que llegue a alzarse ninguna espada fuera de
urbas que deambulaban por las calles.
05
—Valeroso plan —dijo Garian, pensativ
deben de serme leales. Se lo oí decir a los qu
recobrar el trono, cimmerio, pero tú te has ga
porte regio. Se fijó con regocijada sonrisa en
volver a palacio, debo lavarme y vestirme como
Mientras Garian salía de la celda pidiend
frunció el ceño, y se preguntó por qué le había
no había tiempo para meditarlo. Tenía que pen
—Cimmerio —dijo Karela, airada—, si c
eres todavía más necio de lo que temía. Vas a
—No te he pedido que vinieras —replic
que tú sólo vas a donde quieres ir.
El arrugado entrecejo de la muchacha l
había esperado, y tampoco la que deseaba.
—Hordo —siguió diciendo el cimmerio—
calle. Que todos sepan adonde vamos. Los qu
hombre cabalgará conmigo contra su voluntad.
Hordo asintió y se fue. Detrás de Cona
Conan la ignoró, pues le absorbía ya el probl
más importante para él que devolverle a Garian
Cuando el cimmerio salió de palacio con
terciopelo escarlata que había podido poners
ocho de sus hombres montados y esperándol
heridas de la pasada hora de lucha. Sabía q
sorprendió ver a Karela, montada a caballo,
retaba a cuestionar su presencia. Conan m
demasiados problemas aquel día como para te
—Estoy listo —anunció Garian, al tiempo
a la túnica.
—¡Cabalguemos! —ordenó Conan, y
palacio.
CAPITULO 24
El camino hacia palacio, por las calles
césped hasta el puente levadizo, se recorrió
adelantado que Conan. «Un rey tiene que ir
cuando éste sea pequeño.» Conan estuvo de
los guardias vacilarían y les dejarían pasar.
Desmontaron ante el puente levadizo
boquiabiertos, por supuesto, cuando Garian av
—¿Me reconocéis? —preguntó Garian. A
—Sois el rey. Pero ¿cómo pudisteis sali
llamada.
Conan suspiró aliviado. No eran homb
soslayo a los que seguían al rey, y especia
atención a Garian.
—¿Creéis que el rey no conoce los pasa
Garian sonrió, como si la sola idea hubiese
10
vo—. La mayoría de los Leopardos de Oro
ue me vigilaban aquí. Lo lograremos. Yo voy a
anado ya mi eterna gratitud. —Volvía a él su
n la suciedad que le cubría—. Pero, antes de
o un rey.
do a gritos agua caliente y ropa limpia, Conan
an inquietado tanto sus últimas palabras. Pero
nsar en Ariane.
crees que volveré a palacio a tu lado, es que
a meterte en una trampa mortal.
có él—. Ya me has dicho bastante a menudo
le indicó que no era aquélla la respuesta que
—, haz entrar a los hombres que están en la
ue no quieran venir que se vayan. Hoy ningún
.
an, Karela masculló un inarticulado juramento.
lema de cómo entrar en palacio y, lo que era
n su trono, liberar a Ariane.
n Garian, que resplandecía ahora en el mejor
se, no se sorprendió al encontrar a treinta y
le, aun a aquellos que todavía sufrían por las
que los había elegido bien. En cambio, sí le
, al lado de Hordo. Su fiera mirada verde le
montó sin decir nada. Ya se enfrentaba a
ener otra discusión con ella.
o que subía a su silla. Llevaba un sable sujeto
la pequeña cuadrilla partió a caballo hacia
tortuosas hasta la cima del collado y por el
ó a paso lento. Garian cabalgaba algo más
al frente de su ejército —había dicho—, aun
e acuerdo, pues esperaba que al ver a Garian
o, y los que allí hacían guardia quedaron
vanzó hacia ellos.
Ambos asintieron, y uno dijo:
ir de palacio? La guardia de honor no ha sido
bres de Vegentius. Los guardias miraban de
almente a Karela, pero sin dejar de prestarle
adizos secretos que atraviesan este cerro? —
sido ridicula. Pero, cuando los dos guardias
06
sonrieron también, el rostro del monarca se en
a vuestro rey?
Ambos se cuadraron a la vez como u
juramento de los Leopardos de Oro como para
—Mi espada sigue al que lleva en la t
escudo para el Trono del Dragón. Lo que el rey
Garian asintió.
—Entonces, habéis de saber que existe
sus autores son Lord Albanus y el comandante
Conan llevó la mano a la espada ante
meramente miraron al rey con expectación.
—¿Qué hemos de hacer? —preguntó un
—Tomad a los que están en la barbacan
para que bajen el rastrillo y vigilen la puerta,
guardia a todos los que estén allí. Que v
Vegentius!». Los que no quieran gritar con vo
aun cuando vistan la capa dorada.
—Muerte a Albanus y a Vegentius —dijo
Cuando hubieron entrado en la barbacan
—No pensaba que esto iba a ser tan fáci
—No lo será —le aseguró éste.
—Sigo pensando que tendríamos que
cimmerio. Conan negó con la cabeza.
—Sólo los hubiéramos confundido. Lo sa
la suerte está de nuestra parte.
Poco le importaba cuándo o cómo lo de
confusión para que ellos pudieran seguir con
qué tardaban tanto?
De pronto se oyó un grito en el inte
repentinamente, fue acallado. Uno de los que
entrada salió con el arma ensangrentada en la
—Había uno que no quería decirlo —exp
Uno por uno, los demás que estaban d
Todos se detuvieron el tiempo suficiente p
Vegentius», y corrieron hacia palacio.
—Ya lo ves —le dijo Garian a Conan
Libre—. Esto va a ser fácil.
Al mismo tiempo que el rastrillo caía a s
las casernas de los Leopardos de Oro, y e
empezó a sonar, luego se detuvo, con una b
que lo había estado tocando. Los sonidos de lu
—Quiero encontrar a Albanus —dijo Gari
Conan asintió sin más. Él también que
mataría si se cruzaba en su camino. Continuó
por la Compañía libre. Iría primero al Salón del
De pronto, unos cuarenta soldados con c
—¡Por Garian! —gritó Conan sin detener
—¡Matadlos! —fue la réplica—. ¡Por Veg
Ambos grupos se atacaron, rugiendo, aco
Conan le cortó la garganta al primer ho
llegaran a cruzarse, y siguió como una máquin
10
nsombreció—. ¿Sois hombres leales? ¿Leales
un único hombre, y recitaron al unísono el
a recordárselo a Garian.
testa la Corona del Dragón. Mi carne es un
y ordene, yo lo obedeceré, hasta la muerte.
una conjura contra el Trono del Dragón, y que
e Vegentius.
e el sobresalto de los soldados, pero éstos
no de ellos por fin.
na —les dijo Garian—, dejando tan sólo a dos
e id con ellos a vuestras casernas. Poned en
vuestro grito sea: «¡Muerte a Albanus y a
osotros, son enemigos del Trono del Dragón,
uno de los guardias, y el otro lo repitió.
na, Garian pareció más relajado.
il —le dijo a Conan.
e haberles explicado que hay un impostor,
abrán después que el falso rey haya muerto, si
escubrieran, con tal que provocaran suficiente
su plan. Miró la puerta de la barbacana. ¿Por
erior de la casa de guardia, que, también
e habían encontrado montando guardia en la
a mano.
plicó.
de guardia fueron saliendo espada en mano.
para decirle al rey: «Muerte a Albanus y a
mientras entraban al frente de la Compañía
sus espaldas, se oyeron gritos procedentes de
entrechocar de espadas. Un gong de alarma
brusquedad que daba noticia de la muerte del
ucha se extendieron.
ian—. Y a Vegentius.
ería acabar con Albanus. A Vegentius sólo lo
ó avanzando más deprisa que antes, seguido
l Trono.
capas doradas aparecieron al frente.
rse—. ¡Muerte a Albanus y a Vegentius!
gentius!
ometiéndose con la espada.
ombre que le hizo frente sin que sus espadas
na; su arma se alzaba y caía y volvía a alzarse
07
cada vez más ensangrentada. Tenía que segu
que un campesino siega un campo de trigo, co
rastrojo de cuerpos humanos.
Y al fin, logró salir de la refriega. No se
compañeros frente a los que habían sobrevivid
la Compañía Libre, y él tenía que encontrar a A
éste.
Corrió derecho hacia el Salón del Tro
grandes puertas labradas habían desapare
levantaba ecos en cada corredor. La jamba qu
hombres Conan la empujó sin necesitar de má
Aquella gran estancia flanqueada por c
Dragón la vigilaba con mirada maligna.
«Los aposentos del rey», pensó Conan.
frente morían. Ya no esperaba a gritar el desa
huyera lo tenía por enemigo. Pocos huían, y C
el retraso que le causaban. Ariane. Le estorbab
Karela andaba por los corredores de
quedado sola. Tras la primera refriega había bu
muy segura de si quería encontrarlo. Poco
aparecido más soldados leales a Vegentius, y
de aquel lugar a todos los que seguían en pie
diestro y siniestro, y a Hordo que trataba con
tuerto había parecido en su intento la muerte e
hubiera podido seguirla. Tenía que hacer algo
De pronto se encontró delante de un h
cabelludo, perdía algunos hilillos de sangre qu
que llevaba en la mano estaba roja también, y
manejarla.
—Una moza con una espada —dijo riend
sería capaz de pensar que pretendes usarla.
Entonces, ella le reconoció.
—Huye tú, Demetrio. No quiero ensuciar
No sentía animadversión alguna por el a
en su camino.
La risa de Demetrio se convirtió en gruñid
—¡Perra!
Atacó, esperando una víctima fácil.
Karela paró fácilmente su ataque dema
pecho. Estremecido, dio un salto atrás. Ella sig
para atacar. Sus armas se cruzaron, trazan
arrancándose continuos ecos. Karela admitía
pero ella la manejaba mejor. Demetrio murió co
Pasando por encima del cuerpo siguió a
los aposentos que buscaba. Empujó cuidadosa
Sularia, envuelta en el atuendo de tercio
frunciendo el ceño.
—¿Quién eres? —le preguntó—, ¿la qu
puede entrar en mis aposentos sin permiso? B
ese enfrentamiento.
Vio entonces la espada ensangrentada
ahogar un grito.
10
uir adelante. Se abría paso a mandobles; igual
ortaba y avanzaba, e iba dejando a su paso un
e detuvo a contemplar qué suerte corrían sus
do a su propia espada. El número favorecía a
Ariane. En cuanto a Garian, poco le importaba
ono. Los guardias que solía haber ante las
ecido, arrastrados por la lucha que ahora
ue normalmente tenía que ser abierta por tres
ás ayuda.
columnas estaba desierta, sólo el Trono del
. Volvió a salir corriendo, y los que le hacían
afío. A todo el que llevara la capa dorada y no
Conan lamentaba tener que matarlos sólo por
ban en su búsqueda de Ariane.
palacio como una pantera. Ahora se había
uscado a Conan entre los cadáveres, sin estar
le había durado la búsqueda, pues habían
y el enfrentamiento subsiguiente había alejado
e. Había visto a Garian largando mandobles a
n desesperación de abrirse paso hasta ella. El
encarnada. Y sin embargo, le alegraba que no
que su leal perro no hubiera aprobado.
hombre, el cual, por una herida en el cuero
ue ensuciaban su hermoso rostro. La espada
y, por su manera de andar, se veía que sabía
do—. Mejor que la tires al suelo y huyas, si no
mi arma con tu sangre.
aristócrata, pero éste se estaba interponiendo
do.
asiado confiado, y en respuesta le hirió en el
guió, y no le permitió que volviera a prepararse
ndo complejas formas plateadas en el aire,
que aquel hombre manejaba bien la espada,
on una mirada de incrédulo horror en el rostro.
adelante a toda prisa, hasta que por fin llegó a
amente la puerta con la espada.
opelo azul propio de una noble, le plantó cara,
uerida de algún noble? ¿No sabes que no se
Bueno, ya que estás aquí, cuéntame cómo va
a que Karela llevaba en la mano, y tuvo que
08
—Tú enviaste a una amiga mía al más
Karela sin alterarse.
Entró en la habitación con pasos mesura
—¿Quién eres? Yo no conozco a nadie
Vete inmediatamente de mis estancias, o haré
Karela rió sombríamente.
—Jelanna tampoco querría conocer a na
lo que a mí respecta, sabía que no reconocería
—¡Estás loca! —dijo Sularia con voz tem
la pared.
Karela soltó la espada mientras seguía a
—Contigo no necesito emplearla —dijo
igual.
Sularia sacó un puñal de su túnica, un p
hombre y no más del doble de larga.
—Necia —dijo riendo—. Si de verdad e
cubrirte con tus velos.
Y trató de herir a Karela en los ojos.
La mujer pelirroja movió una sola mano,
Los ojos de Sularia se abrieron con incredulida
mano que con las muchas horas de manejo de
agarró con la otra su cabellera rubia, y obligó
esmeralda. Lentamente, forzó al puñal y a la m
opuesta.
—A pesar de todo —le dijo en susurros
hubieras puesto sobre él tus manos de zorra.
Con todas sus fuerzas, clavó el puñal en
Tras dejar que la mujer muerta cayera, K
la hoja con un tapiz de la pared. Todavía queda
Mientras en su mente bullían mil pensam
lo encontrara, salió de la habitación. Casi esta
había recordado todo, el millar de humillacion
Conan. Que hubiera yacido con una mujer
humillaciones, aunque, cuando se preguntaba
mente eludía la respuesta.
Entonces, desde una galería flanqueada
perdido en sus pensamientos. Sin duda, todav
preciosa Ariane. El hermoso rostro de Karela s
Por el rabillo del ojo vio algo que se mov
acababa de entrar en el patio, y Conan no se
en la noche, el corpulento militar —tan
sigilosamente, con la sangrienta espada en a
malla no parecían haber recibido golpe alguno
que había estado luchando. Atacaría en cualqu
de Conan. Se le saltaron las lágrimas. Ella se
mucha alegría ver la muerte del cimmerio. Mu
ti!
Conan había oído los pasos que se a
menos sigilosos. La mano del cimmerio descan
sabía quién se le acercaba, pero por sus ac
fuese,.unos pasos más y el cazador se vería ca
—¡Conan! —oyó que gritaba alguien—. ¡
10
s profundo de los infiernos de Zandru —dijo
ados. La rubia retrocedió ante ella.
que pueda ser amiga de alguien de tu clase.
que te flagelen.
adie de tu clase, pero tú la conoces a ella. Por
as a Lady Tiana sin sus velos.
mblorosa. Retrocediendo, había llegado casi a
avanzando.
en voz baja—. La espada se emplea con un
puñal cuya hoja era ancha como el dedo de un
eres Tiana, te voy a dar motivos para volver a
, que se cerró sobre la que sostenía el puñal.
ad, al ver que su ataque era detenido por una
e la espada se había vuelto de acero. Karela le
a la mujer a hacer frente a su dura mirada de
mano que lo sostenía a volverse en la dirección
a la rubia—, quizá te habría dejado vivir si no
n el corazón de Sularia.
Karela recogió su espada y, desdeñosa, limpió
aba el cimmerio.
mientos de lo que había de hacerle en cuanto
aba dispuesta a dejarlo vivir, pero Sularia se lo
nes que había tenido que sufrir por culpa de
de la calaña de Sularia era la peor de las
a el porqué de ese extraño pensamiento, su
a por columnas, le vio más abajo, en un patio,
vía estaba pensando en cómo encontrar a su
se desfiguró en salvaje mueca.
vía, y de pronto se quedó sin aliento. Vegentius
e había movido. Lentamente, como un asesino
corpulento como Conan— se le acercó
alto. Su yelmo de rojo penacho y su cota de
o, pese a que el arma ensangrentada probaba
uier momento, y Karela presenciaría la muerte
dijo que eran lágrimas de alegría. Le causaría
ucha alegría. —¡Conan! —chilló—. ¡Detrás de
acercaban, pasos que a cada segundo eran
nsaba ya en la empuñadura de su espada. No
ctos tenía que ser un enemigo. Fuera quien
azado. Sólo un paso más.
¡Detrás de ti!
09
Maldiciendo su ventaja perdida, el cimm
empujándose con el hombro sobre el empedra
ponía en pie. Se encontró frente a frente con u
Una rápida mirada a lo alto le descubr
medio cuerpo sobre la baranda de una galerí
era cosa de su imaginación, pero habría jurad
llorar. De todos modos, no importaba. Debía pr
Vegentius sonreía como si hubieran de c
—Hace tiempo que quiero enfrentarme
verse todavía en su rostro los cardenales amar
—¿Por eso has intentado atacarme por la
—¡Muere, bárbaro! —bramó el corpul
mandoble con la espada.
El arma de Conan lo paró con estrépi
defensa a la ofensiva. Casi sin mover los p
espadas chocaban como yunque y martillo. P
hacía las veces de martillo, siempre la que at
cada vez con más desesperación. El cimmerio
Con un poderoso lance, golpeó. La sangre ma
los Leopardos de Oro. Mientras el cuerpo caía
la mirada. La galería estaba vacía.
Y sin embargo, no pudo evitar una sonr
odiaba tanto como pretendía. ¿Le habría puest
Vio que Hordo entraba corriendo en el pa
—¿Vegentius? —preguntó el tuerto, m
Albanus —siguió diciendo después que Conan
llegar al sitio donde los había visto, ya no e
palacio —dudó—. ¿Has visto a Karela, cimm
perderla.
Conan señaló la galería donde había esta
—Encuéntrala si puedes, Hordo. Yo teng
Hordo asintió, y los dos hombres fueron e
Conan le deseó suerte al barbudo, aunqu
vuelto a desaparecer. Pero su verdadera preo
por qué Albanus había ido a la parte antigua d
uno de los pasadizos secretos. Si Jelanna
aristócrata de rostro aquilino también los cono
encontrar el pasadizo por el que había esca
oscuros corredores. Su única esperanza era q
Y, esperando contra toda esperanza, Conan co
Agradeció a todos los dioses cuyos n
Leopardos de Oro en su carrera por el pal
recordaba bien. Si quería llegar a la fosa de los
podía permitirse ninguna demora. Eso si Alb
Ariane seguía con vida. Se negaba a admitir to
allí. Tenían que estar.
Cuando ya llegaba a la fosa, oyó la voz
techo. El cimmerio se permitió un suspiro de
parecían azulado acero.
—Con esto los destruiré —decía Albanus
cristal azul con las mismas manos que la soste
Ariane, que miraba forzadamente al frente, pe
tan sólo para sí mismo—. Con esto, desataré t
11
merio saltó hacia delante, dio una voltereta y,
ado, desenvainó la cimitarra al tiempo que se
un muy sorprendido Vegentius.
rió a la autora del grito, Karela, asomada de
ía, dos pisos por encima del patio. Sabía que
do que en aquella breve mirada la había visto
reocuparse del hombre al que se enfrentaba.
concederle el mayor deseo de su vida.
e a ti acero en mano, bárbaro —dijo. Podían
rilleantes de su último encuentro.
a espalda? —dijo Conan con sorna.
lento militar, asestándole un impresionante
ito, e inmediatamente el bárbaro pasó de la
pies, los dos hombres se enfrentaron, y sus
Pero era siempre la espada de Conan la que
tacaba, siempre era Vegentius el que paraba,
o pensó que había llegado la hora de terminar.
anó del tronco sin cabeza del comandante de
a, Conan se volvía ya para buscar a Karela con
risa de complacencia al pensar que ella no le
to en guardia, si no?
atio.
mirando el cuerpo decapitado—. He visto a
n asintiera—. Y a Ariane, y al impostor. Pero al
estaban. Creo que iban a la parte antigua de
merio? No la encuentro, y no quiero volver a
ado ella.
go que buscar a otra mujer.
en direcciones opuestas.
ue abrigaba la sospecha de que Karela habría
ocupación seguía siendo Ariane. No entendía
de palacio, a menos que quisiera escapar por
conocía algunos, parecía razonable que el
ociera. Pero el cimmerio no se veía capaz de
apado él mismo, perdido en aquel dédalo de
que se hubieran dirigido a la fosa de los lobos.
orrió hacia allí.
nombres recordaba que no topara con más
lacio hasta el corredor de tosca piedra que
s lobos antes de que Albanus se marchara, no
banus había ido a la fosa de los lobos. Y si
odos aquellos condicionales. Tenían que estar
de Albanus que reverberaba en la cúpula del
alivio antes de entrar en la estancia; sus ojos
s, y mientras hablaba acariciaba una esfera de
enían. El impostor estaba a su lado, y también
ero el hombre de rostro aquilino parecía hablar
tal poder...
10
«Brujería», pensó Conan, pero ya era
Albanus ya le habían visto, y el cimmerio tuvo
un estorbo que un peligro.
—Mátalo, Garian —dijo el aristócrata, y s
Ariane no se movió, ni mudó su expresió
Conan se preguntó, mientras el duplicad
Entonces, se fijó en que el arma que el otro lle
que le había vendido a Demetrio en un tiem
ninguna duda de que se trataba de un arma
cuando el otro la alzó. Oyó un gemido metálico
producto de su imaginación al luchar con Meliu
Sin embargo, se preparó para luchar.
hombre puede huir de la hora que tiene fijada.
El arma del falso Garian se puso en m
choque de ambas espadas estuvo a punto de
no le había asestado mandobles tan potente
magia, sino del hombre que blandía el arma, y
humano pudiera tener tanta. Se le erizó el ve
cautela, preguntándose qué era aquello a lo qu
Sosteniendo la esfera de cristal azul, ign
de veinte pasos, Albanus empezó a salmodiar:
—Af—far mearoth, Omini deas kaan...
Conan creyó oír un retumbar lejano en
para pensar en ello. La criatura que tenía e
ondulada hoja le atacaba con preternatural r
desviarla, pese a los oblicuos golpes de los q
La punta de la espada embrujada acabó por
hilillo de sangre apareció en ésta. Volvió a
ahogando casi el cántico de Albanus.
La criatura atacó de nuevo, con un ma
habría decapitado, pero Conan lo esquivó de u
patas de hierro de una de las grandes lám
Lentamente, la lámpara se tambaleó y cayó,
expresión en el rostro de la criatura. Terror, al v
Como si hubiera corrido un peligro morta
Albanus vaciló, y luego prosiguió con su enc
brocal que circundaba la fosa, derramando su
seca se encendió.
Conan se arriesgó a echar una mirada
formando sobre la cabeza de Albanus. Algo o
temblaron bajo los pies del cimmerio, y éste cre
Pero una breve ojeada era lo único que
agarrar la pesada lámpara por una de sus pa
igual que un hombre echa a un lado un tron
temblores eran cada vez más fuertes. Por
tenebrosa y amorfa que se había formado so
solidificaba. El cántico del noble se hacía más
hacia Conan.
—¡Corre, Ariane! —gritó el cimmerio, y tr
se había vuelto inseguro. Ningún hombre pued
La muchacha no se movió, pero el simula
Conan, y levantó la espada para asestar un
cimmerio y partido a éste por la mitad.
11
tarde para detenerse. Los oscuros ojos de
la fastidiosa sensación de que veía en él más
su atención volvió a la esfera azul.
ón.
do avanzaba, si de veras creía éste ser Garian.
evaba era la misma espada de hoja serpentina
mpo que ahora parecía lejano. Ya no le cabía
a hechizada, y su creencia se vio confirmada
o, hambriento, el mismo que le había parecido
us.
La muerte vendría en su momento. Ningún
movimiento, y Conan la paró. La violencia del
lograr que el cimmerio soltara la suya. Melius
es. Aquella fuerza, pues, no provenía de la
y con todo, Conan se negaba a creer que nada
ello de la nuca. Nada humano. Retrocedió con
ue se enfrentaba.
norando a los dos que se enfrentaban a menos
:
las entrañas de la tierra, pero no tuvo tiempo
el rostro de Garian le acosaba, la espada de
rapidez. Conan no intentaba ya pararla, sólo
que se resentía todo su cuerpo hasta los pies.
hacerle un corte superficial en la mejilla, y un
a oír el gemido metálico, pero más fuerte,
andoble que de haber dado en su blanco lo
un salto. La espada fue a dar contra una de las
mparas de trípode, partiéndola por la mitad.
y Conan vio por primera vez una verdadera
ver el fuego de la lámpara que caía.
al, el falso Garian dio un salto atrás. La voz de
cantamiento. La lámpara se estrelló contra el
u aceite hirviente en el fondo de ésta. La paja
a al noble de rostro aquilino. Algo se estaba
oscuro, una condensación del aire. Las losas
eyó haber oído un trueno.
podía permitirse, pues la criatura acababa de
atas y la arrojaba a la fosa ahora incendiada
nco de leña. El suelo temblaba sin cesar, los
el rabillo del ojo, Conan vio que la figura
obre Albanus se elevaba hacia la cúpula, se
s fuerte, más insistente. La criatura avanzaba
rató de afirmar los pies en el suelo, que ahora
de huir de su propia muerte—. ¡Corre!
acro seguía avanzando inexorablemente hacia
mandoble que habría destrozado el arma del
11
Desesperadamente, Conan se apartó d
chispas al suelo sobre el que había estado. E
tambaleaba, por la fuerza de su propio golpe
en aquel lance las fuerzas de todos los mús
derecho. Fue como golpear piedra. Pero, añ
instante. El simulacro cayó.
Conan había visto cuan rápida era la cria
en pie. Antes de que el simulacro acabara de d
caída y lo sostuvo metiéndole la espada por d
esfuerzo, el cimmerio levantó a la criatura en e
—¡Ese es el fuego que tú temes! —gritó,
Mientras caía, un chillido surgió de su ga
que se debatía en un inhumano esfuerzo por
fondo de paja ardiente, el fuego se avivó com
engulleron al simulacro, que, aun convertido e
horribles chillidos.
La mirada de Conan, al apartarse de la
del siniestro noble se esforzaban por articular
en el pecho la espada hambrienta de sangre q
A su lado, Ariane parecía inquieta. Los hec
Albanus estaba muriendo.
Conan corrió al lado de la muchacha.
Albanus seguía luchando por formar palabras,
Cuando el cimmerio se volvió para sacar
que ocupaba la parte más elevada de la
tentáculos sin cuento. Sus propios ojos se ne
negaba a aceptar lo que veía. Desde lo que
descendió un rayo de luz que hizo añicos la e
pusieron vidriosos, a causa de la muerte, cuan
El trueno retumbaba en la sala, y Co
demonio, o de un dios. La forma oscura que e
a Ariane y salió corriendo, al tiempo que aqu
cúpula. Cayeron piedras que llenaron la fosa d
espaldas. Las paredes se desplomaban s
destrucción hubiera partido de la fosa, toda la p
Conan estaba corriendo ya por suelos
suelo mismo había dejado de agitarse como
escombros. Se detuvo, y miró atrás a pesa
corredor que acababa de abandonar había que
a ver el cielo del ocaso por un agujero en un
pisos. Pero, con la excepción de unas poca
había producido fuera de la parte antigua de pa
Ariane se movió entre sus brazos, y él l
tenerla en brazos, aun cubierta de polvo. Tosie
—¿Conan? ¿De dónde vienes? ¿Esto es
—Te lo contaré luego —dijo el cimme
pasado, pensó mientras echaba otra mirada a
—Busquemos al rey Garian, Ariane. Voy
CAPITULO 25
11
de un salto. El tremendo mandoble arrancó
En ese instante, cuando la criatura todavía se
y por el temblor de tierra, Conan atacó. Aunó
sculos de su cuerpo, y golpeó en el costado
ñadido a lo demás, bastó, al menos por ese
atura, y no pensaba darle tiempo para ponerse
desplomarse sobre el suelo de piedra, paró su
debajo del cinturón y la túnica. Con tremendo
el aire.
, y lo arrojó por encima del brocal.
arganta. Arrojó lejos de sí la espada, al tiempo
r encontrar alguna salvación. Cuando llegó al
mo si le hubieran echado aceite, y las llamas
en estatua de llamas él mismo, no cesó en sus
fosa, se cruzó con la de Albanus. Los labios
las palabras de su cántico, pero tenía clavada
que había sido arrojada con fuerza inhumana.
chizos de la brujería mueren con el brujo, y
Al cogerla de la mano, ella le miró confusa.
pero la sangre le llenaba la boca.
r a Ariane de la sala, se detuvo a mirar aquello
cúpula. Le pareció ver innumerables ojos,
egaban a verlo en su totalidad, su mente se
e fuera que flotaba horriblemente en lo alto,
esfera de cristal azul. Los ojos de Albanus se
ndo los fragmentos cayeron de su mano.
onan sabía que se trataba de la risa de un
estaba en lo alto se condensaba. Conan cogió
uello escapaba de la estancia destrozando la
de los lobos, y la polvareda se levantaba a sus
sobre otras paredes. Como si una ola de
parte antigua de palacio se vino abajo.
de mármol pulido cuando comprendió que el
o el barco en la tormenta, y no caían más
ar del polvo que lentamente se asentaba. El
edado cegado por los escombros, y alcanzaba
n techo sobre el que habían descansado tres
as paredes agrietadas, la destrucción que se
alacio era notablemente reducida.
la dejó de mala gana en el suelo. Le gustaba
endo, la muchacha miró alrededor.
s el Palacio Real? ¿Qué ha pasado?
erio. Le contaría una parte de lo que había
la devastación que habían dejado atrás.
a recibir una recompensa.
12
Paseando por el corredor central del pala
que ahora, desde hacía dos días, por decreto
detuvo para sopesar una estatuilla de marfil. L
un buen precio en casi cualquier ciudad. La ec
Llegó al vestíbulo al mismo tiempo que H
que ahora estaba abierta.
—Ya era hora de que volvierais —dijo el
Hordo se encogió de hombros.
—Los Guardias de la Ciudad y Leopard
calles para acabar con los saqueadores. No e
que el terremoto era el juicio de los dioses co
peor del terremoto vieron un demonio flotando
Qué cosas más extrañas ve la gente, ¿verdad?
—Ciertamente extrañas —respondió C
seguro de sí mismo. Aun cuando le hubiera c
lobos, y éste le hubiera creído, sólo le habría s
que ya estaba demasiado viejo para tales cos
Ariane.
La muchacha suspiró abatida, sin mirarle
—El Thestis está acabado. Somos dem
adonde llevan nuestros grandilocuentes discu
Graecus y los demás, pero dudo que seamos
tiempo. Quiero..., quiero irme de Nemedia.
—Ven conmigo a Ofir —le dijo Conan.
—Me voy a Aquilonia con Hordo —respo
Conan la miró fijamente. No es que fuer
Hordo —bien, sí lo lamentaba, admitió de mala
después de todo, él le había salvado la vida. ¿
Ariane se alejó de él, retadoramente, an
brazo.
—Hordo es un hombre de corazón fiel,
hombres. Quizá no me vaya a ser fiel a mí, per
ya te dije hace tiempo que soy yo la que decide
Había en su voz como un matiz de autoe
decir que se daba cuenta, y que se negaba a a
Conan negaba con la cabeza, hastiado.
gato nunca son en posesión, sólo visitan de ve
prefería los gatos.
Luego, su país de destino, que también lo
—¿Por qué Aquilonia? —preguntó Conan
El tuerto le entregó un pergamino plegad
—He oído rumores de que se ha marcha
Conan desplegó el pergamino y leyó.
"Hordo, mi perro más fiel:
Cuando te llegue esto, yo me habré mar
mis siervos. No me sigas. No me alegraría d
cimmerio que aún no he terminado con él.
Karela"
Debajo de la firma, con tinta roja, había d
—Pero tú la seguirás de todos modos —l
11
acio que había sido propiedad de Albanus —y
del rey Garian, le pertenecía a él—, Conan se
Ligera, de trabajada talla, por la que se pagaría
chó al saco que llevaba y siguió adelante.
Hordo y Ariane entraban por la puerta principal,
cimmerio—. ¿Cómo van las cosas ahí fuera?
dos de Oro que quedan están patrullando las
es que queden muchos. Parece que creyeron
ontra ellos. Además, algunos dicen que en lo
o sobre palacio. —Rió con poca convicción—.
?
Conan en un tono de voz que se pretendía
contado a Hordo lo sucedido en la fosa se los
servido para que el tuerto se lamentara y dijera
sas—. ¿Cómo está el Thestis? —le preguntó a
e.
masiados los que hemos visto demasiado bien
ursos. Garian está liberando de las minas a
capaces de mirarnos a la cara durante mucho
ondió ella.
ra a quejarse por haberla perdido a manos de
a gana, aunque se la llevara un amigo—, pero,
¿Qué gratitud era aquélla?
nte sus mismos ojos, y rodeó al tuerto con el
y eso es más de lo que puedo decir de otros
ro de todos modos es un hombre fiel. Además,
e quién va a compartir mi lecho.
exculpación; cierta rigidez en su rostro venía a
admitir que tuviera algo de que disculparse.
. Recordaba un antiguo refrán: «La mujer y el
ez en cuando». En aquel momento, pensó que
o era de Hordo, le llamó la atención.
n.
do, y dijo:
ado al oeste. También te dice algo a ti.
rchado ya de Nemedia con todos mis bienes y
de volver a encontrarte en mi camino. Dile al
dibujado la silueta de un halcón.
le dijo Conan, devolviéndole el pergamino.
13
—Por supuesto —respondió Hordo. Cu
bolsa— Pero, y tú, ¿por qué quieres irte a Ofir
—Me he acordado de lo que me dijo ese
cimmerio.
—¿Ese viejo necio? Ya te dije que tenías
—Pero aceitó en todo —dijo Conan so
Sularia. Una mujer de esmeraldas y rubí. K
mismas razones que él me dijo. También acer
último que dijo?
—¿Qué? —preguntó Hordo.
—Salva un trono, salva un rey, mata un r
pase, ten en cuenta cuándo huir. También me
los reyes. Le voy a hacer caso, aunque algo ta
El tuerto resopló, miró alrededor, vio
alabastro.
—No creo que debas precaverte contra e
—Los reyes son gobernantes absolutos
se sienten también menos absolutos. Apostarí
librarte de ese sentimiento es librarte del hom
entiendes ahora?
—Pareces un filósofo —masculló Hordo.
—Los dioses lo impidan.
—Capitán —dijo Macaón, que acabab
montado ya, cada hombre lleva un saco de
encuentro con un hombre que ordena el saque
La mirada de Conan se cruzó con la de H
—Coge lo que quieras, viejo amigo, pero
Le alargó la mano, y el otro se la estrec
en Oriente.
—Que tengas buen viaje, Conan de Cim
un buen tirón por mí al Cuerno del Infierno, si e
—Que tengas tú también buen viaje, Hor
el primero.
El cimmerio no volvió a mirar a Ariane an
elección.
Detrás del palacio le esperaba la
sobrevivido—, a caballo y armados. Conan mo
«Qué extraño final», pensó, mientras se
ofrecían. Y de dos mujeres; le hubiera gustad
ninguna le había querido. Eso también le res
todos modos, hallaría gran cantidad de muje
presagiaban que una Compañía Libre podía ha
—Iremos a Ofir —ordenó, y salió galopan
miró atrás.
THE END
11
uidadosamente, guardó el pergamino en su
ahora? Garian está a punto de hacerte noble.
e adivino ciego en el Buey Corneado —dijo el
s que ver a uno de mis astrólogos.
osegadamente—. Una mujer de zafiros y oro.
Karela. Ambas querían yerme morir, por las
rtó en lo demás. ¿Y te acuerdas de qué fue lo
rey o muere. Venga lo que venga, pase lo que
e dijo que me precaviera contra la gratitud de
arde.
las columnas de mármol y las paredes de
esta gratitud.
s —le dijo Conan—, y al sentirse agradecidos
ía por ello. Y lo mejor que puedes hacer para
mbre al que tienes que estar agradecido. ¿Lo
Conan echó a reír a carcajadas.
ba de entrar por detrás—, la compañía ha
botín en la silla. Es la primera vez que me
eo de su propio palacio.
Hordo por un fugaz instante.
o no te entretengas mucho tiempo por aquí.
chó; era una costumbre que habían aprendido
mmeria —le dijo Hordo con voz ronca—. Y dale
es que llegas allí antes que yo.
rdo de Zamora. Y lo mismo te pido, si fueras tú
ntes de salir del vestíbulo. Ella había hecho su
Compañía Libre —la veintena que había
ontó en su propio animal.
e alejaba al galope de las riquezas que se le
do llevar consigo a cualquiera de las dos, pero
sultaba extraño. Sin embargo, pensó que, de
eres en Ofir, y que los rumores de discordia
allar empleo en aquel país.
ndo por el portón al frente de su compañía. No
14
TERMINADO DE ESCANEAR EL 07—10
TERMINADO DE CORREGIR EL 07—10
11
Descargar