Subido por Xry Adbren

La hospitalidad

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El mito de la hospitalidad
En los anteriores capítulos hemos establecido las bases cosmológicas, biológicas,
antropológicas e históricas del actual proceso de globalización. Hemos considerado
sus «impasses», auténticos dramas que ciertos desarrollos pueden representar.
Pero hemos indicado también las oportunidades que no podemos perder para que
no se frustre el salto hacia un estado más avanzado de la Humanidad y del propio
planeta Tierra.
Para que tenga lugar una globalización como es debido, resulta
imprescindible la presencia de una serie de virtudes que funcionan como energías
propulsoras, pero que por sí solas no son suficientes, sino que requieren
mediaciones de naturaleza tecnológica y político-social. Es como un avión
construido con la tecnología más avanzada: si no tiene en perfecto estado las
turbinas propulsoras, no alzará el vuelo. Dichas virtudes funcionan como
propulsoras del nuevo paradigma de la globalización. De lo contrario, el curso
seguirá siendo el mismo y puede hacer que el proyecto planetario humano
desemboque en un trágico final. De ahí la importancia de estudiar cada una de las
mencionadas virtudes y hacer que ya desde ahora empiecen a ser vividas como
principios gestadores del futuro, tanto personal como comunitario y colectivo.
Comencemos por la primera de ellas: la hospitalidad fundamental. Y vamos
a abordarla a la luz del mito de Baucis y Filemón, uno de los más hermosos de la
tradición griega.
Dicho mito nos ha sido transmitido por el poeta romano Publio Ovidio (43-47
d.C.), el cual escribió una obra en quince libros, Las Metamorfosis, donde aborda
las transformaciones de personas en animales, plantas, rocas y, como veremos, en
templos. Pues bien, es en esta obra donde se narra el mito de Baucis y Filemón.
Vamos a transcribir el texto latino para disfrute de quienes todavía aprecian
el latín clásico, origen de nuestras lenguas románicas. Helo aquí:
«Tiliae contermina quercus
collibus est Phrygiis, modico circumdata muro...
haud procul hic stagnum est, telus habitabilis olim,
nunc celebres mergis fulicisque palustribus undae.
Juppiter huc specie mortali cumque parente
venit Atlantiades positis caducifer alis
Mille domos adiere, locum requiemque petentes,
parva quidem, stipulis et canna tecta palustri,
sed pia Baucis anus, parilique aetate Philemon,
illa sunt annis juncti juvenalibus, illa
consenuere casa, paupertatemque fatendo
effecere levem nec iniqua mente ferendo.
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Nec refert dominos illic famulosne requiras ;
tota domus duo sunt, idem parentque jubentque.
Ergo, ubi caelicolae parvos tetigere penates
summissoque humiles intrarunt vertice postesk
memora senex posito jussit relevare sedili;
quo super injecit textum sedula Baucis.
Inde foco tepidum cenerem dimovit et ignes
suscitat hesternos, foliisque et cortice sicco
nutrit et ad flammas anima producit anili,
multifidasque faces ramaliaque arida tecto
detulit et minuit parvoque admovit aeno.
Quodque suus conjux riguo collegerat horto
truncat holus foliis; furca levat ille bicorni
sordida terga suis nigro pendentia tigno;
servatoque diu resecat de tergore partem
exiguam sectamque domat ferventibus undis.
Interea medias fallunt sermonibus horas
concutiumque torum de molli fluminis ulva
impositum lecto, sponda pedibusque salignis;
vestibus hunc velant, quas non nisi tempore festo
sternere consuerant, sed et haec vilisque vetusque
vestis erat, lecto non indignanda saligno.
Accubuere dei. Mensam succincta tremensque
ponit anus, mensae sed erat pes tertius impar;
testa parem fecit. Quae postquam subdita clivum
sustulit, aequatam mentae tersere virentes.
Ponitur hic bicolor sincerae baca Minervae
conditaque in liquida coma autumnalia faece
intibaque et radix et lactis massa coacti,
ovaque non acri leviter versata favilla,
omnia fictilibus. Post haec caelatus eodem
sistitur argento crater; fabricataque fago
pocula, qua cava sunt, flaventibus illita ceris.
Parva mora est, epulasque foci misere calentes,
nec longae rursus referuntur vina senectae;
dantque locum mensis, paulum seducta, secundis.
Hic nux, hic mixta est rugosis carica palmis
prunaque, et in patulis redolentia mala canistris
et de purpureis collectae vitibus uvae.
Candidus in medio favus est; super omnia vultus
accessere boni nec iners pauperque voluntas.
Interea quotiens haustum, cratera repleri
sponte sua, per seque vident succrescere vina.
Attoniti novitate pavent manibusque supinis
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concipunt Baucisque precis timidusque Philemon,
et veniam dapibus nullisque paratibus orant.
Unicus anser erat, minimae custodia villae,
quem dis hospitibus domini mactare parabant.
Ille celer penna tardos aetate fatigat
eluditque diu, tandemque est visus ad ipsos
confugisse deos. Superi vetuere necari:
"Dique sumus meritasque luet vicinia poenas
impia, dixerunt; vobis immunibus hujus
esse mali dabitur; modo vestra relinquite tecta
ac nostros comitate gradus et in ardua montis
ite simul". Parent et, dis praeeuntibus, ambo
membra levant baculis, tardique senilibus annis
nituntur longo vestigia ponere divo.
Tantum aberrant summo quantum semel ire sagitta
missa potest: flexere oculos et mersa palude
cetera prospiciunt, tantum sua tecta manere:
dumque ea mirantur, dum deflent fata suorum,
illa vetus, dominis etiam casa parva duobus,
vertitur in templum: furcas subiere columnae,
stramina flavescunt aurataque tecta videntur
caelataeque fores adopertaque marmore tellus.
Talia tum placido Saturnius edidit ore:
"Dicite, juste senex et femina conjuge justo
digna, quid optetis". Cum Baucide pauca locutus,
judicium superis aperit commune Philemon:
"Esse sacerdotes delubraque vestra tueri
poscimus, et, quoniam concordes egimus annos,
auferat hora duos eadem, nec conjugis umquam
busta meae videam, neu sim tumulandus ab illa".
Vota fides sequitur: templi tutella fuere
donec vita data est. Annis aevoque soluti
ante gradus sacros cum starent forte, locique
narrarent casus, frondere Philemona Baucis,
Baucida conspexit senior frondere Philemon,
jamque super geminos crescente cacumine vultus,
mutua, dum licuit, reddebant dicta: "Valeque, o
conjux", dixere simul, simul abadita texit
ora frutex. Ostendit adhuc Thyneius illic
incola de gemino vicinos corpore truncos»
(«Mótatnorphoses», libro VIII, 620-720: edición
bilingüe de René Gouast, La poésie latine des
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origins au moyen áge, Editions Seghers, Paris
1972: 319-324).
Vamos a ofrecer una traducción libre, a fin de hacer el mito más comprensible
para los tiempos actuales:
«En cierta ocasión, Júpiter, padre y creador del cielo y de la tierra, y su hijo Hermes,
principio de toda comunicación [de ahí viene la palabra "hermenéutica"], resolvieron
disfrazarse de pobres y, de esa forma, venir al reino de los mortales para ver cómo
iba la creación que habían puesto en marcha. Júpiter se despojó de toda su gloria,
a la vez que Hermes se deshacía de sus dos alas, su principal símbolo, y de todos
los demás adornos. Parecían realmente unos pobres vagabundos.
Pasaron por muchas tierras y se encontraron con mucha gente. A unos y a
otros pedían ayuda, y nadie les echaba una mano Lo único que recibían eran malos
tratos e insultos. En varias ocasiones fueron rechazados con violencia. Muchos ni
siquiera se dignaban mirarlos, y esto era lo que más les dolía, pues les hacía
sentirse como perros leprosos y sin amo. Por eso pasaron toda clase de privaciones.
Después de mucho vagar y sentirse despreciados por todos, lo que más
deseaban era un podo de agua fresca para beber, un plato de comida caliente, un
caldero de agua tibia para aliviar sus cansados pies y una cama donde poder
descansar. No soñaban más que con el mínimo grado de hospitalidad.
Hasta que un día llegaron a Frigia, una de las provincias más remotas y
pobres del Imperio Romano, adonde eran desterrados los individuos rebeldes y los
criminales. Allí vivía una pareja muy pobre. Él se llamaba Filemón [en griego, "amigo
y amable"], y ella Baucis ["delicada y tierna"].
Sobre una pequeña elevación, Filemón y Baucis habían levantado su choza,
rústica pero muy limpia. Y fue allí donde, siendo todavía muy jóvenes, habían unido
sus corazones. El intenso amor que sentía el uno por el otro aliviaba su pena. Vivían
con una gran paz y armonía, pues todo lo hacía juntos y siempre se ayudaban
mutuamente. Quien mandaba era también quien obedecía. Ya eran bastante
ancianos, cansados de trabajos y de días.
De pronto llegaron a su choza Júpiter y Hermes, disfrazados de pobres
mortales. Y su sorpresa fue enorme cuando, tras llamar a la puerta, ésta se abrió y
apareció el rostro sonriente del bueno y anciano Filemón, el cual, sin más
preámbulos, les dijo:
— Forasteros, se os ve muy cansados y hambrientos. Entrad en nuestra
casa. Es pobre, pero está dispuesta para acogeros.
Los inmortales tuvieron que agacharse para entrar en la choza, en cuyo
interior sintieron las buenas vibraciones de la acogida y la hospitalidad. Baucis, la
"delicada y tierna", se apresuró inmediatamente a ofrecerles dos sillas o, mejor
dicho, dos rústicos taburetes de madera, y fue a buscar agua fresca de la fuente
que había detrás de la choza.
Filemón, por su parte, se puso a avivar el fuego, que estaba casi apagado.
Sopló las cenizas, depositó unos cuantos pedazos de leña sobre las brasas
ardientes y puso a calentar una olla con agua, que al poco rato ya estaba tibia.
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Baucis se ciñó su remendado delantal y se puso a lavar los pies de Júpiter y
de Hermes, vertiéndoles el agua tibia por las piernas hasta cerca de las rodillas,
para que el alivio fuera mayor.
Filemón fue al huerto que cultivaba detrás de la choza y recogió unas cuantas
hortalizas, mientras Baucis descolgaba del techo el último trozo de tocino que les
quedaba. Se dispusieron incluso a sacrificar el único ganso que poseían, pero se lo
impidieron enérgicamente los inmortales, cuyos ojos se llenaron de lágrimas de
conmoción y agradecimiento.
En la viejísima olla de barro cocinaron, pues, las hortalizas y el tocino, y no
tardó en difundirse por la choza un olor a comida casera que hizo que la boca se les
hiciera agua a Júpiter y a Hermes, medio muertos de hambre.
Baucis tomó un poco del espeso aceite que ellos mismos fabricaban y lo
vertió en la sopa. Luego, tras retirar la olla del fuego, tomó unos huevos y los puso
sobre las calientes cenizas. Filemón se acordó de que aún le quedaba un poco de
vino en una oscura y polvorienta botella escondida en un rincón de la choza y que
reservaban para un caso de necesidad. Lo sacó y, además, acercó a las brasas
unos pedazos de pan que habían sobrado del día anterior.
La hospitalidad y la caritativa solicitud de los ancianos hizo que la espera se
les hiciera soportable a Júpiter y Hermes. De pronto, todo estaba sobre la mesa en
unos humildes pero limpísimos platos.
- Queridos huéspedes, vamos a comer, pues vosotros os lo habéis ganado
después de tantas fatigas. Y disculpad la sencillez y la pobreza de la cocina.
Y para que los huéspedes no se sintieran incómodos, Baucis y Filemón,
aunque ya habían comido, se sentaron también a la mesa para comer con ellos.
Todos comieron hasta saciarse y mantuvieron una animada y amigable
conversación.
Luego, Baucis y Filemón se levantaron, sacaron nueces, higos y dátiles del
arcón que servía de soporte a los platos y las velas, y los sirvieron de postre.
Finalmente, los dos ancianos ofrecieron a sus huéspedes, para que
durmieran, su propia cama, la única que tenían, en la que pusieron sábanas limpias,
aunque visiblemente gastadas, y la cubrieron con una colcha que, en realidad, era
un viejo tapete que reservaban para las fiestas. Júpiter y Hermes no pudieron
disimular su emoción, y sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas.
Instados a que descansaran, Júpiter y Hermes se fueron a la cama. De
repente, sobrevino una gran tormenta que les pilló a todos por sorpresa. Los
relámpagos iluminaban la choza, y el fragor de los truenos hacía que retumbara
todo el valle. En un instante, la crecida de las aguas puso en peligro la vida de
personas y animales.
Disculpándose ante los inmortales, Baucis y Filemón se apresuraron a ir en
ayuda de sus vecinos.
Fue entonces cuando se Adujo la gran metamorfosis. De pronto cesó la
tormenta y, en un abrir y cerrar de ojos, la choza se transformó en un
resplandeciente templo de mármol, con columnas de estilo jónico en la entrada y
con un techo de oro que relucía como el sol recién salido de entre las nubes.
Finalmente, Júpiter y Hermes revelaron quiénes eran en realidad: divinidades en el
esplendor de su gloria.
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Filemón y Baucis quedaron como paralizados, llenos de alegría y presos, al
mismo tiempo, de un temor reverenciar. Se postraron de rodillas e inclinaron sus
cabezas hasta el suelo en señal de adoración.
Júpiter, señor del cielo y de la tierra, del sol y de los vientos, después de
haber aplacado la tormenta, dijo bondadosamente:
— "Amigo y amable" Filemón, "delicada y tierna" esposa Baucis, pedid lo que
queráis, que yo, Júpiter, agradecido, os lo concederé.
Baucis se inclinó hacia Filemón y puso su encanecida cabeza sobre el pecho
de éste. Y como si se hubieran puesto de acuerdo, dijeron al unísono:
— Nuestro deseo es serviros en este templo durante todo el tiempo que nos
quede de vida.
Hermes dijo entonces:
— Yo también quiero que me pidáis algo para que yo,
Hermes, pueda concedéroslo.
Y de nuevo ellos, como si se hubieran puesto de acuerdo, susurraron a la
vez:
— Después de tan largos arios de amor y de concordia, nos gustaría morir
juntos. Así ninguno de los dos tendría que cuidar de la tumba del otro.
Tras escuchar los deseos de los dos ancianos, los dioses les prometieron
que habrían de cumplirse.
De hecho, Filemón y Baucis, los esposos hospitalarios, sirvieron en aquel
templo durante muchos años, hasta que ambos exhalaron su último aliento.
Un buen día, sentados al atardecer en el atrio, estaban recordando la historia
del lugar y cómo, sin saberlo, habían hospedado a los dioses en su choza. En ese
momento, Filemón vio cómo el cuerpo de Baucis se cubría de hojas y de flores
desde la cabeza hasta los pies; y Baucis vio también cómo el cuerpo de Filemón se
cubría todo él de hojas verdes. Apenas pudieron balbucir juntos su último adiós,
porque en un instante se completó la gran metamorfosis: Filemón quedó convertido
en un enorme roble, y Baucis en un frondoso tilo. Y las copas de ambos árboles
quedaron entrelazadas en lo alto. Y, así abrazados, quedaron unidos para siempre».
Quien se acerque a aquella región de Frigia, en la actual Turquía, podrá
todavía hoy escuchar esta fantástica historia, transmitida de generación en
generación, y podrá ver los dos centenarios árboles, uno al lado del otro, con sus
altas copas entrelazadas, que recuerdan a Filemón y Baucis, aquella hospitalaria
pareja, y la metamorfosis que experimentaron por causa de su hospitalidad.
Y los más viejos del lugar siguen repitiendo la moraleja de tan deliciosa
leyenda: quien acoge al peregrino, al extranjero y al pobre acoge a Dios. Quien
acoge a Dios se convierte en templo de Dios. Quien comparte su mesa con el
extraño hereda la feliz inmortalidad.
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Explicación del mito de la hospitalidad
Una vez narrado el mito, necesitamos interpretarlo para que sus enseñanzas
puedan iluminar nuestra búsqueda de un nuevo tipo de globalización. Pero antes
debemos profundizar en la naturaleza del mito. ¿Qué es un mito, cuál es su lenguaje
y qué es lo que pretende transmitir? Porque el mito puede seguir ayudándonos hoy
a entender profundas dimensiones de la existencia humana, tanto personal como
colectiva.
4.1. Experiencias primordiales y mito
En griego, «mito» significa relato e intriga. Un relato que suele ser vivo y estar
transido de emoción y que, además, contiene una trama o intriga que revela el
sentido de lo relatado. No es algo meramente conceptual, aun cuando utilice
conceptos. Es más bien algo afectivo y obedece a la lógica de los sentimientos.
¿Por qué se elaboran relatos? Porque los seres humanos, a lo largo de su vida,
pasan por una serie de experiencias fundamentales que determinan la estructura y
el sentido de la vida y resultan tan significativas que no pueden expresarse
adecuadamente con meras palabras y conceptos abstractos. Entonces se narran
historias que conservan el registro de dichas experiencias seminales. Al ser
contadas o leídas una y otra vez —de ahí la íntima relación entre mito y literatura—
, se descubren en ellas cada vez más facetas y significados que permiten
actualizarlas constantemente. En suma, los mitos son la cristalización de tales
experiencias primordiales. Por eso son atemporales y, al mismo tiempo, válidas para
todos los tiempos, y en especial para los nuestros.
Mircea Eliade, uno de los grandes estudiosos de los mitos, dice en uno de
sus libros (1963) que el mito desempeña fundamentalmente tres funciones: contar,
explicar y rebelar.
El mito «cuenta»
No se trata de un tratado ni de una disertación racional acerca de las
cuestiones fundamentales experimentadas. No se emplea la lógica de los
conceptos, sino la lógica de las imágenes. Más que las ideas, vibra el corazón. En
los mitos se cuenta aquello que nos afecta profundamente y que tiene un enorme
significado para la vida. Por eso todos los mitos conmueven, arrastran y hablan a lo
más profundo del oyente o lector.
El mito «explica»
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Aquello que es significativo representa también una respuesta a las dudas
que no dejan de atormentarnos. ¿De dónde proviene ese cielo inmenso, poblado de
miríadas de estrellas, sobre nuestras cabezas? ¿Cuál es nuestra relación con la
tierra de la que venimos y a la que hemos de retornar? ¿Cómo relacionarnos con
los otros y los extraños? ¿Quién puede descifrar la enloquecedora atracción entre
dos amantes? ¿Por qué el sufrimiento y la ansiedad de la persona a la que amamos
afecta a nuestra alegría de vivir? ¿Por qué sufrimos inconsolablemente con la
muerte de la persona amada? ¿Cuál es el significado del yo personal en el conjunto
de los seres? ¿Adónde vamos, en definitiva?
Tales cuestiones forman siempre parte de la agenda humana. ¿Cómo hablar
de esas realidades tan envolventes y profundas? Las teorías y fórmulas racionales,
siempre importantes, no explican las dimensiones implicadas en estas preguntas
existenciales. En cambio, sentimos la necesidad de referir historias de vida que
provoquen emociones capaces de sugerir explicaciones que nos iluminen y que
abran la historia hacia arriba y hacia delante.
El mito «revela»
El relato mítico desvela dimensiones profundas del ser humano y del misterio del
universo. No tenemos tan sólo una visión objetiva y científica de las cosas, sino que
disponemos también de una visión subjetiva y simbólica acerca del eco que las
cosas producen en nuestro interior. El sol, por ejemplo, no se encuentra únicamente
en el cielo empíreo, sino que habita también nuestra alma, en la que difunde luz y
calor. Con razón escribe el psicoanalista norteamericano James Hollis, un estudioso
de la función del mito en la vida moderna:
«El mito nos conduce al fondo mismo de las reservas psíquicas de la
humanidad. Sean cuales sean nuestras raíces culturales y religiosas o
nuestra psicología personal, la familiaridad con los mitos proporciona un
eslabón vital de conexión con el sentido. Su ausencia tiene que ver muchas
veces con las neurosis individuales y colectivas de nuestro tiempo. En suma,
al estudiar los mitos estamos buscando aquello que nos vincula más
profundamente con nuestra propia naturaleza y con nuestro lugar en el
cosmos» (1998: 10).
Esa profundidad misteriosa de nuestra psique evoca las categorías de lo
divino, que son las más sagradas y que se encuentran en todas las culturas. Sólo
ellas se muestran adecuadas y connaturales a las experiencias medulares. Por eso
es por lo que las divinidades masculinas y femeninas son introducidas
continuamente en el escenario de la historia.
Sin embargo, necesitamos entender debidamente cuál es la funcionalidad de
esas divinidades presentes en los mitos. De lo contrario, se nos escapará su
mensaje secreto.
La interpretación tradicional es sustancialista: concibe las divinidades como
entidades subsistentes por sí mismas, que existen de hecho fuera de nuestra mente.
Eso ha sido denominado «politeísmo», que es como si hubiese en realidad una
pluralidad de dioses.
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La interpretación moderna es antropológica y transpersonal. Las divinidades
serían formas de expresión, recursos del lenguaje para dar concreción a las
energías que actúan en nosotros, especialmente en los estratos profundos de la
realidad humana. Por eso las divinidades son realidades de la psique y constituyen
un dato antropológico universal. Encarnan y traducen poderosas energías que hay
en nuestro interior, pero también más allá de nosotros, extendiéndose al universo y
configurando en nosotros centros psíquicos de gran irradiación, responsables del
sentido de nuestra existencia. En el lenguaje de C.G. Jung, las divinidades
equivalen a arquetipos profundos, es decir, a modelos dinámicos de
comportamiento que hunden sus raíces en el inconsciente colectivo y transcultural
de la humanidad y que ayudan a estructurar nuestras experiencias más
significativas.
Como esos arquetipos y esos centros son muchos, los representamos a
través de múltiples figuras divinas, dando la impresión de politeísmo. Pero en
realidad no se pretende multiplicar lo divino, sino tan sólo subrayar sus numerosas
apariciones en la historia humana, natural y cósmica. Como explicó acertadamente
la pareja de estudiosos de los mitos femeninos, Jennifer y Roger Woolger:
«Con la diosa queremos expresar la descripción psicológica de un complejo
tipo de personalidad femenina que reconocemos intuitivamente en nosotros,
en las mujeres que nos rodean y en las imágenes e iconos que abundan en
nuestra cultura. Por ejemplo, la joven ejecutiva, inteligente y elegantemente
vestida, tan presente en nuestras grandes ciudades, es la personificación
viva de un tipo de diosa que llamamos mujer-Atenea, en homenaje a la diosa
griega protectora de la antigua ciudad de Atenas. Hoy en día, dado que es
una figura tan prevalente, las revistas, las películas y las novelas la
reproducen como un estereotipo. Pero ella es algo más: representa una
especie compleja y altamente evoluciona-da de conciencia que caracteriza
todo cuanto ese tipo de mujer piensa, siente y hace» (1997:14).
En el mito de la hospitalidad que venimos analizando, Júpiter y Hermes
representan esa energía trascendente, escondida bajo la figura de dos pobres
vagabundos. Pero llega un momento en que caen los disfraces y se manifiesta en
su plenitud dicha energía. Irrumpe lo divino, que provoca en Filemón y en Baucis
veneración, respeto y deseo de servir en el templo de tales divinidades durante el
resto de su vida. El mito revela esas dimensiones profundas del ser humano.
4.2. Construcción de la existencia humana y mito
Como se ve, el mito posee una densidad antropológica universal. El antropólogo
norteamericano Joseph Campbell, notable investigador de los mitos transculturales
de la humanidad, mostró cómo funcionan éstos concretamente en la construcción
de la existencia humana, tanto personal como colectiva. Campbell discierne cuatro
principales funciones de los mitos:
«La primera es la que yo denomino función mística: despierta y mantiene en
el individuo una sensación de reverencia y gratitud para con la dimensión de
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misterio del universo, no para que lo tema, sino para que reconozca su
participación en él, dado que el misterio es también el misterio de su propio
ser.
La segunda función del mito consiste en proporcionar una cosmología,
una imagen del universo acorde con los conocimientos de cada época, de las
ciencias y los campos de actuación de las personas a las que el mito se dirige.
La tercera función del mito es ética. El mito respalda y legitima las
normas morales de la sociedad concreta en que vive la persona.
Finalmente, la cuarta función es pedagógica. El mito inspira y orienta,
paso a paso, los caminos de la salud, la fuerza y la armonía espiritual a lo
largo de todo el desarrollo previsible de una vida provechosa» (1972: 214215).
Para hacer realidad tan elevados propósitos relacionados con el sentido de
la vida, de la sociedad y del universo, nada mejor que el recurso a los mitos, con su
incomparable plasticidad. Las civilizaciones se asientan más sobre mitos fundantes
que sobre hechos históricamente documentados. Incluso los hechos y los
personajes históricos únicamente siguen irradiando cuando se transforman en
hechos y personajes heroicos y, consiguientemente, en mitos colectivos. Es el caso,
por ejemplo, de Lincoln, Jefferson y los restantes padres fundadores de la nación
norteamericana, al igual que nuestros «Inconfidentes» * (Tira-dentes, Tomás
Antonio Gonzaga y sus compañeros), que soñaron con la independencia de Brasil.
Las virtudes más importantes para la sociabilidad humana se han expresado
en mitos como el de la hospitalidad, la convivencia y la comensalidad, vivido de
manera arquetípica por Baucis y Filemón.
4.3. Hospitalidad, convivencia, comensalidad y mito
Apliquemos cuanto acabamos de ver al mito de Baucis y Filemón, para lograr una
mejor comprensión del mismo.
Ante todo, el mito CUENTA una historia bellísima y conmovedora, a pesar
del lenguaje, a la vez conciso y rebuscado, de Ovidio, que hemos tratado de
simplificar para que pueda ser mejor apreciado por el lector moderno. En el relato
se percibe con toda claridad un progresivo crescendo que desemboca en un gran
finale sorprendente, alquímico y feliz: la revelación de la divinidad.
El mito, además, EXPLICA la historia de la hospitalidad, la convivencia y la
comensalidad, siguiendo un recorrido preciso cuyos momentos queremos poner de
relieve.
En primer lugar, el mito explica dónde se practica la hospitalidad, la
convivencia y la comensalidad: en las circunstancias más adversas. Por eso el
relato es situado en Frigia, remota provincia del Imperio Romano —situada al
noroeste del Asia Menor, entre el mar Egeo y el Mar Negro— famosa por la rudeza
y ferocidad de sus habitantes. Sobre ese sombrío e inhumano trasfondo se realiza
el gesto humano y luminoso de acoger al necesitado.
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En segundo lugar, el mito explica quiénes son los que ofrecen su
hospitalidad: una pareja de pobres ancianos que viven en una choza. Son pobres,
sí, pero también laboriosos y en modo alguno miserables, pues tienen lo suficiente
para vivir. Y viven con gran armonía, sin rastro alguno de la dominación patriarcal
que hace que las relaciones sean desiguales y, por eso mismo, estructuralmente
tensas.
*
Ovidio comenta bellamente: «quien mandaba era también quien obedecía» (idem
parentque jubentque). Unos pobres hospedan a otros pobres.
En tercer lugar, el mito explica quiénes son los que demandan hospitalidad:
unos pobres y desconocidos vagabundos, cansados y hambrientos. La hospitalidad
se define siempre a partir del otro. Como veremos más adelante con mayor detalle,
hay muchos «otros». Pero, anticipándonos a lo que luego ampliaremos, digamos
que aquí aparecen varios tipos de esos «otros»: l ) el otro en cuanto desconocido
que llama a la puerta; 2) el otro en cuanto forastero que llega de lejos, de otras
tierras, con otra lengua, otras costumbres y otra cultura; 3) el otro en cuanto clase
social, un pobre económico; 4) el otro en cuanto excluido del festín social, alguien
en necesidad extrema, cansado y famélico; 5) el otro en cuanto el radicalmente Otro,
el Dios que se oculta tras la figura de los dos vagabundos. La hospitalidad es
incondicional y se extiende a todos esos «otros».
En cuarto lugar, el mito explica la actitud de los vagabundos, que han tenido
que soportar pacientemente la falta de solidaridad y de compasión e incluso la
violencia verbal y gestual de quienes les daban con la puerta en las narices. Lo que
más les dolía era el hecho de que ni siquiera se dignaran mirarlos. El mirar
representa siempre un reconocimiento de la presencia del otro y, por parte del
pobre, una súplica silenciosa de un posible encuentro.
Nadie se resiste a una mirada suplicante sin sentirse afectado en su
humanidad. Negarse a mirar es pretender hacer inexistente a quien existe y grita.
Significa dejar que el otro sucumba a su necesidad. Los dos vagabundos habían
soportado humildemente la cerrazón y el no reconocimiento como seres humanos
necesitados y excluidos. Habían sido equiparados a los perros leprosos de los
caminos: una actitud que siempre provoca un sufrimiento internalizado y sordo,
tanto más dolorosa cuanta menos compasión encuentra.
En quinto lugar, el mito explica la actitud de quienes ofrecen la hospitalidad:
Baucis y Filemón. Por su propia naturaleza, la hospitalidad y la convivencia suponen
generosidad, apertura de corazón, sensibilidad ante el desamparo del otro. Implican
superar aquellas actitudes, llenas de reservas y recelos, propias de espíritus
excesivamente cautos y prevenidos: «¿Quiénes serán éstos...? ¿No serán unos
salteadores, unos oportunistas, unos desaprensivos...?». Quien así juzga,
difícilmente puede ser hospitalario y acogedor, pues siempre encontrará
justificaciones o coartadas para no auxiliar al necesitado. La hospitalidad supone la
superación de los prejuicios y una confianza ingenua, aunque indispensable para
*
Movimiento de la elite económica e intelectual de Minas Gerais que, en 1789, organizó la llamada «Conjuragáo Mineira», la
cual, encabe-zada por el patriota José de Silva Xavier, más conocido por «Tiraden-tes», pretendía implantar en Brasil una
república liberal y abolir la es-clavitud. La conjura fracasó por la traición de uno de los comprometi-dos, y «Tiradentes»,
apresado y sometido a tortura, fue ejecutado el 21 de abril. (N. del Trad.).
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que la hospitalidad y la convivencia sean verdaderas y no forzadas. Como también
veremos, la hospitalidad tiene que ser incondicional y sin reservas, que es lo que
muestran efectivamente Baucis y Filemón, los cuales no hacen preguntas ni
recaban informaciones, sino que se limitan a acoger con jovialidad y alegría, sin
fijarse en la apariencia de quienes piden ser acogidos. Son solícitos en acoger y en
ofrecer todo cuanto tienen.
Visitando una comunidad de la nación Achuar, una alta funcionaria del
gobierno de Perú, que anteriormente había sido asistente social en distintas
regiones de indígenas amazónicos, fue recibida con esta canción de acogida, que
ella misma refirió personalmente al autor en 2004:
«Paloma, que has dejado tu nido y vienes de tan lejos, no estés triste. Nuestra
comunidad es un gran árbol que abre sus ramas y te acoge en su nido. Quédate
con nosotros, paloma». Y ella, conmovida, se quedó durante más tiempo del
necesario y, siempre que podía, regresaba a aquella comunidad. Y cada vez que lo
hacía, escuchaba la misma y conmovedora canción.
En sexto lugar, el mito explica cómo se procesa concretamente la
hospitalidad, la convivencia y la comensalidad. En este punto, la narración es
realmente soberbia y hasta refinada en sus detalles.
En el relato del mito queda perfectamente claro que la hospitalidad guarda
relación con los cuidados humanos mínimamente imprescindibles: ser acogido sin
reservas, poder abrigarse, comer, beber y descansar. Sin estos mínimos de carácter
material nadie puede sobrevivir. Pero el mínimo material remite a un mínimo
espiritual, más profundo, que tiene que ver con aquello que nos hace propiamente
humanos, que es la capacidad de acoger incondicionalmente, de ser solidarios y
cooperativos y capaces de convivir. Fue esta actitud la que, en los albores del
proceso de hominización, nos permitió dar el salto del reino animal al reino humano.
En el primero rigen unas relaciones de rivalidad y subordinación; en el segundo,
unas relaciones de cuidado mutuo, cooperación, igualdad y amorización.
La acogida saca a la luz la estructura básica del ser humano. Existimos
porque hemos sido acogidos sin reservas por la Madre Tierra, de la que somos hijos
e hijas; por la corriente de la vida, que ha hecho de cada uno de nosotros uno de
sus eslabones; por la naturaleza, que ha sido benévola con nosotros; por nuestros
padres, a los que no hemos elegido; especialmente por nuestra madre, que nos
recibió en sus brazos con incondicional generosidad; por los parientes y amigos,
que nos han acogido en su familia; por la sociedad, que nos ha aceptado como
miembros suyos... Existimos porque, de una manera o de otra, hemos sido
acogidos. El peor sentimiento es el de sentirse rechazado o excluido, como
revelaron los dos vagabundos de la leyenda, que equivale a hacer la experiencia
psicológica de la muerte. La acogida por parte de Baucis y Filemón representó para
los dos vagabundos mencionados una garantía de vida.
4.4. Las dimensiones de la hospitalidad
Y entonces se realiza la hospitalidad, que implica muchas dimensiones que
aparecen con perfecta claridad en el relato del mito:
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• Sensibilidad frente a las carencias y padecimientos de los vagabundos,
expresada en las palabras «se os ve muy cansados y hambrientos». Sin sensibilidad
no hay movimiento de ida al encuentro del otro para socorrerlo. La sensibilidad no
es fruto de la estructura del logos, es decir, de la capacidad de raciocinio y de cálculo
que tiene el ser humano. Es algo posterior, derivado de algo anterior y más
originario: de la capacidad de sentir y percibir inmediatamente al otro en su
necesidad. Es el pathos que subyace al logos. El pathos o afectividad es la
experiencia básica del ser humano, también conocida modernamente como
«inteligencia emocional».
• Compasión, que es la capacidad de olvidarse de uno mismo para ir al
encuentro del otro con intención de acogerlo y cuidar de él. Filemón abre la puerta
y se dirige sonriente a los dos vagabundos. La «compasión», la virtud más alta para
el budismo no es un sentimiento menor que consista en apenarse por el otro, sino
que es la capacidad de desprenderse de sí mismo para percibir al otro en su
situación concreta y disponerse a estar a su lado, alegrándose con él, sufriendo con
él, sin jamás dejarlo solo en su dolor. En suma, tener compasión es sinónimo de
compartir la misma pasión del otro.
• Acogida, que es fruto de la sensibilidad y la compasión. Filemón dice
inmediatamente: «Entrad en nuestra casa», con una afabilidad que impregna por
entero la humilde choza, creando un aura de benevolencia que es percibida de
inmediato por los dos vagabundos. Esta acogida se desdobla en una secuencia de
importantes gestos.
• Invitación a sentarse: cuando estamos cansados, lo primero que buscamos
es un lugar donde sentarnos o apoyarnos. Baucis se apresura a ofrecer sendos
taburetes de madera a sus huéspedes, que ahora ya pueden convivir de una
manera humana.
• Ofrecer agua fresca. El agua es vida. El agua fresca mata la sed, devuelve
el bienestar y permite evocar el borboteo de la fuente, una realidad arquetípica
íntimamente ligada a la casa o vivienda.
• Encender el fuego. El fuego no es únicamente un simple medio que nos
permite cocinar nuestras comidas.
Tiene algo de más íntimo, pues representa la luz y el calor, propios de la casa que
se hace hogar. Por eso constituye uno de los arquetipos más ancestrales de la
humanidad. Allí donde arde el fuego y brilla la vacilante luz de la lámpara, es signo
de que hay vida y posibilidad de acogida. Se entiende, pues, por qué lo primero que
hace Filemón, después de haber acomodado a los vagabundos, es alimentar las
brasas y reavivar el fuego.
• Lavar los pies. Nada más reconfortante, después de una larga caminata,
que refrescar los pies doloridos en agua fresca o, si es de noche, en agua tibia.
Lavarle los pies al otro representa el grado más alto de acogida y de servicio, y era
algo que solían hacer los esclavos. Jesús, antes de ir de este mundo al Padre, quiso
lavar los pies a sus discípulos, que no salían de su asombro. Era la suprema
expresión del «amor hasta el extremo» (Jn 13,1). Y el propio Jesús explicó su gesto
arquetípico: «Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies a vosotros, también
vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14). Baucis también lava los
pies a los dos desconocidos. Y yo recuerdo cómo, en mi infancia, mis hermanos y
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yo nos turnábamos para lavar los pies a nuestros padres. Y lo hacíamos con
reverencia, como si fuera un gesto sagrado. Y cuando nos visitaba alguien
importante, también le lavábamos los pies: era signo de una hospitalidad total y de
una invitación a convivir sin restricción alguna.
• Dar de comer. La hospitalidad y la convivencia tienen su principal
concreción en la comensalidad. Baucis y Filemón preparan la comida con lo mejor
que tienen: pan, hortalizas, huevos, aceite, vino... y hasta el último pedazo de tocino
para la sopa. Finalmente, les obsequian con un postre a base de dátiles e higos
secos. Y no lo hacen de una manera mecánica, sino como un ritual, pues sabemos,
aunque sea inconscientemente, que la comida es algo más que comida: es
participación en las energías que dan vida al universo y a todos nosotros, y es
también comunión entre los comensales. Nunca es simple alimentación, sino
consumación de una relación y de una convivencia.
• Dar de beber vino representa otro gesto primordial íntimamente ligado a la
comensalidad. En este caso, Baucis y Filemón ofrecen a sus huéspedes un vino
que reservaban «para un caso de necesidad». El vino es otro importante símbolo
de vida, de fiesta y de alegría por el hecho de estar juntos.
• Servir con sobreabundancia: los pobres no quieren una mesa pobre para
sus huéspedes, sino una mesa sobreabundante. El postre simboliza esa
sobreabundancia, porque es algo especial que no se sirve todos los días y le da un
carácter especial a la comida. Baucis y Filemón ofrecen unos dátiles e higos secos
que tienen apartados para ocasiones especiales como la que en ese momento están
viviendo.
• Ofrecerlo todo: la prueba de la hospitalidad incondicional. Para que sea
plenamente humana, la hospitalidad ha de ser incondicional. Baucis y Filemón ya
se habían desprendido del último pedazo de tocino, y ahora se disponen a sacrificar
el único ganso que poseían, el cual, según la costumbre antigua, servía de guardián
de la casa. Muestran la misma disposición que Abraham, que para atender a sus
huéspedes mandó sacrificar la única oveja que tenía.
Todo es puesto incondicionalmente a disposición de los invitados, sin retener
absolutamente nada. Es el más alto grado de descentramiento de sí y
decentramiento en el otro. Es la hospitalidad sin límites ni prejuicios. Los dos
vagabundos se resisten a ser objeto de tanta generosidad, pero también se llenan
de admiración, pues los bondadosos ancianos habían superado la prueba suprema
de la hospitalidad. Por eso la conmoción hace que les broten las lágrimas.
• Compartir la comensalidad. Cuando unos extraños son invitados a compartir
la propia mesa, surge la comensalidad, que es la más alta expresión de la
convivencia, pues representa la superación de toda distancia, sospecha y
enemistad. Sólo quienes son o se han hecho amigos pueden ser realmente
comensales. La comensalidad" es expresión de comunión, de convivencia y de
coparticipación, no sólo de la comida, sino también de los ánimos y los corazones.
Aunque ya habían comido, Baucis y Filemón, para que no se sientan incómodos sus
huéspedes, se sientan también a la mesa y comen con ellos. Tal gesto recuerda la
hermosa tradición de la Orden Franciscana, herencia sagrada de san Francisco.
Según dicha tradición, nunca se debe dejar al huésped comer solo. Aunque ya haya
comido, el hermano hospedero o el propio «guardián» (superior del convento) come
junto con los huéspedes, para que éstos se sientan plena y realmente en su casa.
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• Ofrecer la propia cama. Tan expresivo como lavar los pies o dar de comer
y beber abundantemente es ofrecer al extraño la propia cama para que descanse.
Ofrecer la propia cama significa entregar totalmente la propia intimidad. Implica
despojarse del todo, como signo de afecto y confianza en el otro. En este punto, la
hospitalidad y la convivencia alcanzan una culminación insuperable.
Finalmente, el mito REVELA: cuando se practican plenamente, la
hospitalidad y la convivencia revelan aquello que ocultan: la lógica del universo y de
la vida. Hospedar al extranjero, al forastero, al pobre y al necesitado y convivir con
ellos, aunque sea por un momento, significa realizar la estructura básica del
universo, hecha de redes de inter-retro-relaciones y de cadenas de solidaridad
incluyentes. Porque todos los seres han sido hospitalarios unos para con otros,
todos han podido llegar hasta aquí. El universo continúa expandiéndose y creando
órdenes cada vez más complejos, bellos y cargados de sentido, porque todos se
comportan de manera acogedora, coexistiendo, conviviendo y cooperando en ese
sentido.
Ahí está en acción Dios mismo, la Fuente en que se origina todo ser y todo
devenir. Detrás de los vagabundos pobres, cansados y hambrientos se escondía
Dios, ahora plenamente revelado en toda su gloria, que ha mostrado su poder y no
se muestra aterrador, sino benévolo. Dios transforma la realidad, y la choza se
transforma en un templo resplandeciente. Los bondadosos ancianos, por su parte,
se transforman en sacerdotes que sirven en dicho templo.
Todo cuanto es tocado por la divinidad queda también eternizado. Para que
quedaran en la historia como arquetipos de la hospitalidad, la convivencia y la
comensalidad, Baucis y Filemón fueron transfigurados en frondosos y grandes
árboles cuyas ramas y copas se entrelazaron en una caricia sin fin, en un amor que
permanece para siempre.
Porque es así y porque es verdad, este mito sigue hablándonos hoy e
inspirándonos ideales y valores fundamentales para construir la Casa Común en la
que todos tengan cabida, incluida la naturaleza, y en la que todos puedan
considerarse huéspedes unos de otros, sintiéndose hermanos y hermanas de una
inconmensurable familia: la única familia humana.
***
BIBLIOGRAFÍA
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de cada mujer: una nueva psicolo-gía femenina, Kairós, Barcelona 199313).
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mythe, Gallimard, Paris 1963 (trad. cast.: Aspectos del mito, Paidós Ibérica,
Barcelona 2000). HOLLIS, J., Rastreando os deuses. O lugar do mito na vida mo-
16
derna, Paulus, Sáo Paulo 1998. PARIS, G., Meditaffies pagc7s. Os mundos de
Afrodite, Ártemis e Héstia, Vozes, Petrópolis 1994. PEARSON, C.S., O despertar
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de la personalidad, Paidós Ibérica, Barcelona 1998). WOOLGER, J.-R., A deusa
interior, Cultrix, Sáo Paulo 1997.
17
5
La hospitalidad en las sociedades
modernas
El mito de la hospitalidad fundamental y las explicaciones que de él hemos ofrecido
nos han proporcionado el ideal de la hospitalidad: una hospitalidad en la que todo
es transparente, como corresponde a la naturaleza del ideal. Es la hospitalidad en
estado puro, incondicional y sin reservas.
Pero el ideal no es aún la realidad, aunque pertenezca al aspecto potencial
de ésta, la cual está llena de contradicciones que parecen, en ocasiones, hacer
inviable el ideal. Pero no por ello debemos renunciar a él, porque ¿cómo podríamos
entonces valorar y mejorar las formas concretas de hospitalidad con las que nos
encontramos y motivar otras nuevas?
El ideal nunca se realiza totalmente. Ni es ésa tampoco su función, la cual
consiste en alimentar el ánimo y la voluntad de mejorar siempre y de orientarnos
hacia una praxis creativa que supere la praxis convencional y rutinaria. Como bien
decía el poeta brasileño Mario Quintana:
«Si las cosas son intangibles... ¡ora!
No hay motivo para no quererlas.
¡Qué tristes serían los caminos si no fuera
por la mágica presencia de las estrellas...!».
Las estrellas representan los más altos ideales y utopías de la humanidad.
Existen limitaciones de todo orden, y en especial el hecho de que vivimos en
unas sociedades industriales sumamente compleja e impersonal, muy diferente de
las del pasado, en las que las personas se conocían y formaban comunidades de
convivencia.
Como subrayaba Jacques Derrida en su estudio sobre la hospitalidad (1971),
nuestras casas tienen hoy muchas puertas y ventanas por donde llegan hasta
nosotros extranjeros y personas diferentes de todo tipo, ya sea a través de la
televisión, de los programas interactivos, del teléfono, del móvil, del fax, del correo
electrónico o de Internet. ¿Cómo vivir la hospitalidad con esos seres virtuales,
compañeros de nuestra aventura humana?
No lo sabemos aún, porque esta realidad es aún muy reciente, y no hemos
acumulado al respecto demasiada práctica. Lo cierto es que la idea de la
hospitalidad incondicional debe inspirar la hospitalidad condicional organizada por
la sociedad y por las políticas del Estado, el cual ha creado unas normas y ha
establecido unos derechos en orden a no gravar en exceso a la propia sociedad ni
desestabilizar el mercado de trabajo, la economía y los servicios de la seguridad
18
social. Tampoco podemos imaginar cómo quedaría configurada Europa si abriese
sin restricciones sus fronteras y entraran por ellas miles y miles, tal vez millones, de
personas del Este de Europa y del Norte de África.
5.1. Hospitalidad incondicional y condicional
Entre la hospitalidad incondicional y la condicional debe haber siempre una
articulación dinámica, con el fin de no sacrificar una de ellas en nombre de la otra.
El ideal de hospitalidad debe ayudar a elaborar buenas leyes y a inspirar políticas
públicas generosas que hagan viable la acogida del extranjero, del emigrante, del
refugiado y del diferente. De lo contrario, no pasará de ser una utopía sin un
contenido concreto.
Para poder ser efectiva, por tanto, la hospitalidad incondicional tiene
necesidad de la hospitalidad condicional.
La hospitalidad condicional, por su parte, tiene necesidad de la hospitalidad
incondicional para no caer en el burocratismo y no perder el espíritu de apertura,
esencial a toda acogida. Con independencia del modo en que articulemos una con
otra, debemos siempre responder a esta pregunta: ¿qué podemos hacer como
personas, como sociedad y como Estado para acoger al extranjero y al diferente?
La hospitalidad es la respuesta humanitaria y civilizada a esta pregunta, hoy tan
urgente a causa de los millones de seres que esperan este mínimo gesto de
humanidad. No le faltaba razón a Immanuel Kant cuando puso la hospitalidad como
la primera virtud del equivalente en su tiempo a la «globalización» actual: la
confederación de repúblicas libres.
El mito de Baucis y Filemón mantiene articuladas ambas formas de
hospitalidad, la incondicional (acogiendo sin reservas a los dos pobres vagabundos)
y la condicional (haciendo todo lo posible por atenderlos en sus necesidades de
abrigo, comida y descanso). Es esta afortunada articulación la que hace que el mito
conserve una permanente actualidad.
¿Cómo mantener esta articulación en una humanidad en la que el 70% de
sus integrantes v en sociedades industriales y urbanas muy complejas,
excesivamente racionales y funcionales?
A lo cual hay que añadir que la cultura dominante concede un excesivo valor
al individuo y, concretamente, a las «celebridades», personas muy visibles
socialmente o que han alcanzado el éxito en cualquiera de los terrenos de la
actividad humana. El modo de producción actualmente globalizado es capitalista; lo
cual significa que valora más el capital de unos pocos que el trabajo de muchos, las
empresas privadas que las empresas de carácter social. La acumulación de la
riqueza y de los beneficios es cosa de grupos privados que controlan el poder
económico, asociado al poder político, intelectual, militar y mediático, llegando al
extremo de que unos pocos centenares de grupos mundiales controlan
prácticamente más del 80% de la riqueza de todo el planeta.
La sociedad industrial urbana es, además, una sociedad impersonal de
masas. El individuo, con su singularidad y su diferencia, se pierde en medio de la
multitud. Las relaciones pierden su carácter directo, y el destino biográfico de la
persona corriente y vulgar se vuelve irrelevante.
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En la sociedad de masas todo está prácticamente estandarizado: el tipo de
comida (fast-food), la moda, el ocio, el teléfono móvil, el fax , el correo electrónico,
el lenguaje (impuesto por los medios de comunicación, en especial la TV), los
espectáculos musicales masivos, los hábitos de consumo y los valores de referencia
colectiva (sólo quien hace ejercicio regularmente está sano; sólo quien sigue tal
régimen alimenticio tiene asegurada la longevidad; sólo quien participa de tal
camino espiritual es feliz; sólo quien consume tal producto goza de status social;
etc.).
Por otro lado, hay que reconocer también que en este tipo de sociedad de
seres anónimos se le ofrecen al individuo ciertas posibilidades que antes no
existían, como la de pensarse como individuo, la de establecer libremente sus
vínculos y la de caracterizar su diferencia utilizando, por ejemplo, su dirección
electrónica, su blog y su participación en foros de conversación por Internet. La
masa de informaciones vehiculada por los más diversos medios per-mite ensanchar
los horizontes, expandir la conciencia y ser «más». La generalización de la
enseñanza, las universidades abiertas, los cursos de actualización y la ampliación
de los derechos individuales crean medios y modos que permiten al individuo
percibirse a sí mismo como individuo autónomo. Éste era y sigue siendo uno de los
ideales de la modernidad que dio lugar a las sociedades actuales: la automatización
del individuo y la universalización del conocimiento y la educación (Melucci, 2002:
43-61).
En tales circunstancias, ¿cómo vivir la hospitalidad tal como la hemos
descrito? ¿Cómo articular la hospitalidad incondicional con la condicional? No es
necesario recordar que la hospitalidad, por su propia naturaleza, supone
reciprocidad. Es un deber que todos deben cumplir y un derecho del que todos
deben gozar.
Por lo general, vivimos la hospitalidad con los semejantes, con quienes nos
resultan cercanos, comparten nuestro mismo trabajo, son miembros de nuestra
misma comunidad local, se encuentran en los mismos lugares sociales que
nosotros, son partidarios del mismo equipo deportivo, pertenecen a la misma célula
de partido y comulgan en la misma fe. Con ellos, la hospitalidad se concreta en las
visitas, en las fiestas familiares, en los encuentros de oración y en los momentos de
necesidad. Este tipo de hospitalidad no nos causa problema alguno, pues es
consecuencia lógica de una mínima sensibilidad humana y de un sentimiento común
de solidaridad.
Más difícil resulta la hospitalidad con los diferentes y distantes. La sociedad
industrial de masas es profundamente pluralista y está formada por todo tipo de
personas, etnias, religiones, tradiciones culturales y profesiones. Al mismo tiempo,
es también una sociedad de una enorme movilidad.
Hoy se cuentan por millones los refugiados económicos, religiosos, políticos
y de guerra: todos cuantos no han encontrado su lugar en su propio medio o han
sido expulsados de éste. Existen actualmente cerca de 50 millones de refugiados
de guerra, 20 millones de ellos en sus propios países, y 30 millones en países
distintos del suyo propio. A esta cifra hay que añadir los 175 millones de personas
que, por las más diferentes razones, emigran en busca de otras tierras donde vivir.
El drama que les acompaña es el del desamparo y la falta generalizada de una
atmósfera de hospitalidad que podría aliviar su inhumana situación.
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Marx, Lenin, Einstein, Freud, Brecht, Thomas Mann. Walter Benjamin,
Antonio Machado, Paul Tillich, casi todos los maestros de la Escuela de Frankfurt,
los intelectuales españoles que fundaron en México la Casa de España y más tarde
el Colegio de México, fuente de la renovación intelectual y política del México
moderno, fueron refugiados. Pablo Neruda, Paulo Freire, Josué de
Castro, Celso Furtado, Betinho, Leonel Brizola, Fernandc Henrique Cardoso, expresidente de Brasil, y muchos de nuestros mejores intelectuales y políticos también
fueron refugiados. Como también lo fueron los pilgrims que fundaron la nación
norteamericana.
Mis cuatro abuelos ítalo-vénetos (de las familias Fontana, Poletto, Rech y
Boff) fueron refugiados económicos pues eran parte del excedente pobre del
proceso de industrialización del norte de Italia. Para que no constituyeran un factor
de desestabilización social y para abortar la previsión de Marx acerca de la
revolución del proletariado fueron obligados a emigrar a los Estados Unidos, a Brasil
o a Argentina. Todos ellos experimentaron lo que significa positivamente la
hospitalidad, pues fueron acogidos pudieron adquirir tierras en las que instalarse y
trabajar y tuvieron la oportunidad de vivir en una patria extraña sin sentirse extraños.
5.2. Hospitalidad en los límites del Estado-nación
Frente a los millones de refugiados y la movilización de las poblaciones procedentes
de países pobres que fuerzan su entrada en las naciones ricas y más desarrolladas,
se plantea una serie de cuestiones difíciles de abordar. El problema no es
únicamente personal, sino social y político. Son sociedades enteras y numerosos
Estados los que se ven desafiados a mostrar unos mínimos sentimientos
humanitarios y acoger a esa multitud de hijos e hijas inermes de la Tierra.
La magnitud de este problema mundial trasciende el poder del Estado-nación
y exige una solución pensada y llevada a efecto a partir de una instancia de
«gobernanza» global de la humanidad. Pero esa instancia aún no ha sido creada,
por más urgente que parezca ser. De hecho, hay fuerzas interesadas en abortarla,
pues no están dispuestas a renunciar al poder que tienen sobre importantes
sectores de la economía globalizada ni a dejar de ejercer sobre determinadas
regiones un control que les beneficia enormemente en el terreno económico y
geopolítico.
Más adelante sugeriremos las actitudes básicas y las políticas sociales que
conviene fomentar para estar a la altura de este desafío mundial.
Al Objeto de buscar formas alternativas y más benévolas de hospitalidad para
con esos «otros», dentro de la situación planetaria de la humanidad, conviene que
hagamos un breve resumen de esta cuestión y, de manera especial, una seria
autocrítica. A este respecto, la cultura occidental dominante y actualmente
globalizada presenta un saldo ampliamente negativo. No podemos tratar de pro
longar y perpetuar la falta de hospitalidad y los comportamientos inhumanos del
pasado.
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***
BIBLIOGRAFÍA
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