1 3 El mito de la hospitalidad En los anteriores capítulos hemos establecido las bases cosmológicas, biológicas, antropológicas e históricas del actual proceso de globalización. Hemos considerado sus «impasses», auténticos dramas que ciertos desarrollos pueden representar. Pero hemos indicado también las oportunidades que no podemos perder para que no se frustre el salto hacia un estado más avanzado de la Humanidad y del propio planeta Tierra. Para que tenga lugar una globalización como es debido, resulta imprescindible la presencia de una serie de virtudes que funcionan como energías propulsoras, pero que por sí solas no son suficientes, sino que requieren mediaciones de naturaleza tecnológica y político-social. Es como un avión construido con la tecnología más avanzada: si no tiene en perfecto estado las turbinas propulsoras, no alzará el vuelo. Dichas virtudes funcionan como propulsoras del nuevo paradigma de la globalización. De lo contrario, el curso seguirá siendo el mismo y puede hacer que el proyecto planetario humano desemboque en un trágico final. De ahí la importancia de estudiar cada una de las mencionadas virtudes y hacer que ya desde ahora empiecen a ser vividas como principios gestadores del futuro, tanto personal como comunitario y colectivo. Comencemos por la primera de ellas: la hospitalidad fundamental. Y vamos a abordarla a la luz del mito de Baucis y Filemón, uno de los más hermosos de la tradición griega. Dicho mito nos ha sido transmitido por el poeta romano Publio Ovidio (43-47 d.C.), el cual escribió una obra en quince libros, Las Metamorfosis, donde aborda las transformaciones de personas en animales, plantas, rocas y, como veremos, en templos. Pues bien, es en esta obra donde se narra el mito de Baucis y Filemón. Vamos a transcribir el texto latino para disfrute de quienes todavía aprecian el latín clásico, origen de nuestras lenguas románicas. Helo aquí: «Tiliae contermina quercus collibus est Phrygiis, modico circumdata muro... haud procul hic stagnum est, telus habitabilis olim, nunc celebres mergis fulicisque palustribus undae. Juppiter huc specie mortali cumque parente venit Atlantiades positis caducifer alis Mille domos adiere, locum requiemque petentes, parva quidem, stipulis et canna tecta palustri, sed pia Baucis anus, parilique aetate Philemon, illa sunt annis juncti juvenalibus, illa consenuere casa, paupertatemque fatendo effecere levem nec iniqua mente ferendo. 2 Nec refert dominos illic famulosne requiras ; tota domus duo sunt, idem parentque jubentque. Ergo, ubi caelicolae parvos tetigere penates summissoque humiles intrarunt vertice postesk memora senex posito jussit relevare sedili; quo super injecit textum sedula Baucis. Inde foco tepidum cenerem dimovit et ignes suscitat hesternos, foliisque et cortice sicco nutrit et ad flammas anima producit anili, multifidasque faces ramaliaque arida tecto detulit et minuit parvoque admovit aeno. Quodque suus conjux riguo collegerat horto truncat holus foliis; furca levat ille bicorni sordida terga suis nigro pendentia tigno; servatoque diu resecat de tergore partem exiguam sectamque domat ferventibus undis. Interea medias fallunt sermonibus horas concutiumque torum de molli fluminis ulva impositum lecto, sponda pedibusque salignis; vestibus hunc velant, quas non nisi tempore festo sternere consuerant, sed et haec vilisque vetusque vestis erat, lecto non indignanda saligno. Accubuere dei. Mensam succincta tremensque ponit anus, mensae sed erat pes tertius impar; testa parem fecit. Quae postquam subdita clivum sustulit, aequatam mentae tersere virentes. Ponitur hic bicolor sincerae baca Minervae conditaque in liquida coma autumnalia faece intibaque et radix et lactis massa coacti, ovaque non acri leviter versata favilla, omnia fictilibus. Post haec caelatus eodem sistitur argento crater; fabricataque fago pocula, qua cava sunt, flaventibus illita ceris. Parva mora est, epulasque foci misere calentes, nec longae rursus referuntur vina senectae; dantque locum mensis, paulum seducta, secundis. Hic nux, hic mixta est rugosis carica palmis prunaque, et in patulis redolentia mala canistris et de purpureis collectae vitibus uvae. Candidus in medio favus est; super omnia vultus accessere boni nec iners pauperque voluntas. Interea quotiens haustum, cratera repleri sponte sua, per seque vident succrescere vina. Attoniti novitate pavent manibusque supinis 3 concipunt Baucisque precis timidusque Philemon, et veniam dapibus nullisque paratibus orant. Unicus anser erat, minimae custodia villae, quem dis hospitibus domini mactare parabant. Ille celer penna tardos aetate fatigat eluditque diu, tandemque est visus ad ipsos confugisse deos. Superi vetuere necari: "Dique sumus meritasque luet vicinia poenas impia, dixerunt; vobis immunibus hujus esse mali dabitur; modo vestra relinquite tecta ac nostros comitate gradus et in ardua montis ite simul". Parent et, dis praeeuntibus, ambo membra levant baculis, tardique senilibus annis nituntur longo vestigia ponere divo. Tantum aberrant summo quantum semel ire sagitta missa potest: flexere oculos et mersa palude cetera prospiciunt, tantum sua tecta manere: dumque ea mirantur, dum deflent fata suorum, illa vetus, dominis etiam casa parva duobus, vertitur in templum: furcas subiere columnae, stramina flavescunt aurataque tecta videntur caelataeque fores adopertaque marmore tellus. Talia tum placido Saturnius edidit ore: "Dicite, juste senex et femina conjuge justo digna, quid optetis". Cum Baucide pauca locutus, judicium superis aperit commune Philemon: "Esse sacerdotes delubraque vestra tueri poscimus, et, quoniam concordes egimus annos, auferat hora duos eadem, nec conjugis umquam busta meae videam, neu sim tumulandus ab illa". Vota fides sequitur: templi tutella fuere donec vita data est. Annis aevoque soluti ante gradus sacros cum starent forte, locique narrarent casus, frondere Philemona Baucis, Baucida conspexit senior frondere Philemon, jamque super geminos crescente cacumine vultus, mutua, dum licuit, reddebant dicta: "Valeque, o conjux", dixere simul, simul abadita texit ora frutex. Ostendit adhuc Thyneius illic incola de gemino vicinos corpore truncos» («Mótatnorphoses», libro VIII, 620-720: edición bilingüe de René Gouast, La poésie latine des 4 origins au moyen áge, Editions Seghers, Paris 1972: 319-324). Vamos a ofrecer una traducción libre, a fin de hacer el mito más comprensible para los tiempos actuales: «En cierta ocasión, Júpiter, padre y creador del cielo y de la tierra, y su hijo Hermes, principio de toda comunicación [de ahí viene la palabra "hermenéutica"], resolvieron disfrazarse de pobres y, de esa forma, venir al reino de los mortales para ver cómo iba la creación que habían puesto en marcha. Júpiter se despojó de toda su gloria, a la vez que Hermes se deshacía de sus dos alas, su principal símbolo, y de todos los demás adornos. Parecían realmente unos pobres vagabundos. Pasaron por muchas tierras y se encontraron con mucha gente. A unos y a otros pedían ayuda, y nadie les echaba una mano Lo único que recibían eran malos tratos e insultos. En varias ocasiones fueron rechazados con violencia. Muchos ni siquiera se dignaban mirarlos, y esto era lo que más les dolía, pues les hacía sentirse como perros leprosos y sin amo. Por eso pasaron toda clase de privaciones. Después de mucho vagar y sentirse despreciados por todos, lo que más deseaban era un podo de agua fresca para beber, un plato de comida caliente, un caldero de agua tibia para aliviar sus cansados pies y una cama donde poder descansar. No soñaban más que con el mínimo grado de hospitalidad. Hasta que un día llegaron a Frigia, una de las provincias más remotas y pobres del Imperio Romano, adonde eran desterrados los individuos rebeldes y los criminales. Allí vivía una pareja muy pobre. Él se llamaba Filemón [en griego, "amigo y amable"], y ella Baucis ["delicada y tierna"]. Sobre una pequeña elevación, Filemón y Baucis habían levantado su choza, rústica pero muy limpia. Y fue allí donde, siendo todavía muy jóvenes, habían unido sus corazones. El intenso amor que sentía el uno por el otro aliviaba su pena. Vivían con una gran paz y armonía, pues todo lo hacía juntos y siempre se ayudaban mutuamente. Quien mandaba era también quien obedecía. Ya eran bastante ancianos, cansados de trabajos y de días. De pronto llegaron a su choza Júpiter y Hermes, disfrazados de pobres mortales. Y su sorpresa fue enorme cuando, tras llamar a la puerta, ésta se abrió y apareció el rostro sonriente del bueno y anciano Filemón, el cual, sin más preámbulos, les dijo: — Forasteros, se os ve muy cansados y hambrientos. Entrad en nuestra casa. Es pobre, pero está dispuesta para acogeros. Los inmortales tuvieron que agacharse para entrar en la choza, en cuyo interior sintieron las buenas vibraciones de la acogida y la hospitalidad. Baucis, la "delicada y tierna", se apresuró inmediatamente a ofrecerles dos sillas o, mejor dicho, dos rústicos taburetes de madera, y fue a buscar agua fresca de la fuente que había detrás de la choza. Filemón, por su parte, se puso a avivar el fuego, que estaba casi apagado. Sopló las cenizas, depositó unos cuantos pedazos de leña sobre las brasas ardientes y puso a calentar una olla con agua, que al poco rato ya estaba tibia. 5 Baucis se ciñó su remendado delantal y se puso a lavar los pies de Júpiter y de Hermes, vertiéndoles el agua tibia por las piernas hasta cerca de las rodillas, para que el alivio fuera mayor. Filemón fue al huerto que cultivaba detrás de la choza y recogió unas cuantas hortalizas, mientras Baucis descolgaba del techo el último trozo de tocino que les quedaba. Se dispusieron incluso a sacrificar el único ganso que poseían, pero se lo impidieron enérgicamente los inmortales, cuyos ojos se llenaron de lágrimas de conmoción y agradecimiento. En la viejísima olla de barro cocinaron, pues, las hortalizas y el tocino, y no tardó en difundirse por la choza un olor a comida casera que hizo que la boca se les hiciera agua a Júpiter y a Hermes, medio muertos de hambre. Baucis tomó un poco del espeso aceite que ellos mismos fabricaban y lo vertió en la sopa. Luego, tras retirar la olla del fuego, tomó unos huevos y los puso sobre las calientes cenizas. Filemón se acordó de que aún le quedaba un poco de vino en una oscura y polvorienta botella escondida en un rincón de la choza y que reservaban para un caso de necesidad. Lo sacó y, además, acercó a las brasas unos pedazos de pan que habían sobrado del día anterior. La hospitalidad y la caritativa solicitud de los ancianos hizo que la espera se les hiciera soportable a Júpiter y Hermes. De pronto, todo estaba sobre la mesa en unos humildes pero limpísimos platos. - Queridos huéspedes, vamos a comer, pues vosotros os lo habéis ganado después de tantas fatigas. Y disculpad la sencillez y la pobreza de la cocina. Y para que los huéspedes no se sintieran incómodos, Baucis y Filemón, aunque ya habían comido, se sentaron también a la mesa para comer con ellos. Todos comieron hasta saciarse y mantuvieron una animada y amigable conversación. Luego, Baucis y Filemón se levantaron, sacaron nueces, higos y dátiles del arcón que servía de soporte a los platos y las velas, y los sirvieron de postre. Finalmente, los dos ancianos ofrecieron a sus huéspedes, para que durmieran, su propia cama, la única que tenían, en la que pusieron sábanas limpias, aunque visiblemente gastadas, y la cubrieron con una colcha que, en realidad, era un viejo tapete que reservaban para las fiestas. Júpiter y Hermes no pudieron disimular su emoción, y sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas. Instados a que descansaran, Júpiter y Hermes se fueron a la cama. De repente, sobrevino una gran tormenta que les pilló a todos por sorpresa. Los relámpagos iluminaban la choza, y el fragor de los truenos hacía que retumbara todo el valle. En un instante, la crecida de las aguas puso en peligro la vida de personas y animales. Disculpándose ante los inmortales, Baucis y Filemón se apresuraron a ir en ayuda de sus vecinos. Fue entonces cuando se Adujo la gran metamorfosis. De pronto cesó la tormenta y, en un abrir y cerrar de ojos, la choza se transformó en un resplandeciente templo de mármol, con columnas de estilo jónico en la entrada y con un techo de oro que relucía como el sol recién salido de entre las nubes. Finalmente, Júpiter y Hermes revelaron quiénes eran en realidad: divinidades en el esplendor de su gloria. 6 Filemón y Baucis quedaron como paralizados, llenos de alegría y presos, al mismo tiempo, de un temor reverenciar. Se postraron de rodillas e inclinaron sus cabezas hasta el suelo en señal de adoración. Júpiter, señor del cielo y de la tierra, del sol y de los vientos, después de haber aplacado la tormenta, dijo bondadosamente: — "Amigo y amable" Filemón, "delicada y tierna" esposa Baucis, pedid lo que queráis, que yo, Júpiter, agradecido, os lo concederé. Baucis se inclinó hacia Filemón y puso su encanecida cabeza sobre el pecho de éste. Y como si se hubieran puesto de acuerdo, dijeron al unísono: — Nuestro deseo es serviros en este templo durante todo el tiempo que nos quede de vida. Hermes dijo entonces: — Yo también quiero que me pidáis algo para que yo, Hermes, pueda concedéroslo. Y de nuevo ellos, como si se hubieran puesto de acuerdo, susurraron a la vez: — Después de tan largos arios de amor y de concordia, nos gustaría morir juntos. Así ninguno de los dos tendría que cuidar de la tumba del otro. Tras escuchar los deseos de los dos ancianos, los dioses les prometieron que habrían de cumplirse. De hecho, Filemón y Baucis, los esposos hospitalarios, sirvieron en aquel templo durante muchos años, hasta que ambos exhalaron su último aliento. Un buen día, sentados al atardecer en el atrio, estaban recordando la historia del lugar y cómo, sin saberlo, habían hospedado a los dioses en su choza. En ese momento, Filemón vio cómo el cuerpo de Baucis se cubría de hojas y de flores desde la cabeza hasta los pies; y Baucis vio también cómo el cuerpo de Filemón se cubría todo él de hojas verdes. Apenas pudieron balbucir juntos su último adiós, porque en un instante se completó la gran metamorfosis: Filemón quedó convertido en un enorme roble, y Baucis en un frondoso tilo. Y las copas de ambos árboles quedaron entrelazadas en lo alto. Y, así abrazados, quedaron unidos para siempre». Quien se acerque a aquella región de Frigia, en la actual Turquía, podrá todavía hoy escuchar esta fantástica historia, transmitida de generación en generación, y podrá ver los dos centenarios árboles, uno al lado del otro, con sus altas copas entrelazadas, que recuerdan a Filemón y Baucis, aquella hospitalaria pareja, y la metamorfosis que experimentaron por causa de su hospitalidad. Y los más viejos del lugar siguen repitiendo la moraleja de tan deliciosa leyenda: quien acoge al peregrino, al extranjero y al pobre acoge a Dios. Quien acoge a Dios se convierte en templo de Dios. Quien comparte su mesa con el extraño hereda la feliz inmortalidad. 7 4 Explicación del mito de la hospitalidad Una vez narrado el mito, necesitamos interpretarlo para que sus enseñanzas puedan iluminar nuestra búsqueda de un nuevo tipo de globalización. Pero antes debemos profundizar en la naturaleza del mito. ¿Qué es un mito, cuál es su lenguaje y qué es lo que pretende transmitir? Porque el mito puede seguir ayudándonos hoy a entender profundas dimensiones de la existencia humana, tanto personal como colectiva. 4.1. Experiencias primordiales y mito En griego, «mito» significa relato e intriga. Un relato que suele ser vivo y estar transido de emoción y que, además, contiene una trama o intriga que revela el sentido de lo relatado. No es algo meramente conceptual, aun cuando utilice conceptos. Es más bien algo afectivo y obedece a la lógica de los sentimientos. ¿Por qué se elaboran relatos? Porque los seres humanos, a lo largo de su vida, pasan por una serie de experiencias fundamentales que determinan la estructura y el sentido de la vida y resultan tan significativas que no pueden expresarse adecuadamente con meras palabras y conceptos abstractos. Entonces se narran historias que conservan el registro de dichas experiencias seminales. Al ser contadas o leídas una y otra vez —de ahí la íntima relación entre mito y literatura— , se descubren en ellas cada vez más facetas y significados que permiten actualizarlas constantemente. En suma, los mitos son la cristalización de tales experiencias primordiales. Por eso son atemporales y, al mismo tiempo, válidas para todos los tiempos, y en especial para los nuestros. Mircea Eliade, uno de los grandes estudiosos de los mitos, dice en uno de sus libros (1963) que el mito desempeña fundamentalmente tres funciones: contar, explicar y rebelar. El mito «cuenta» No se trata de un tratado ni de una disertación racional acerca de las cuestiones fundamentales experimentadas. No se emplea la lógica de los conceptos, sino la lógica de las imágenes. Más que las ideas, vibra el corazón. En los mitos se cuenta aquello que nos afecta profundamente y que tiene un enorme significado para la vida. Por eso todos los mitos conmueven, arrastran y hablan a lo más profundo del oyente o lector. El mito «explica» 8 Aquello que es significativo representa también una respuesta a las dudas que no dejan de atormentarnos. ¿De dónde proviene ese cielo inmenso, poblado de miríadas de estrellas, sobre nuestras cabezas? ¿Cuál es nuestra relación con la tierra de la que venimos y a la que hemos de retornar? ¿Cómo relacionarnos con los otros y los extraños? ¿Quién puede descifrar la enloquecedora atracción entre dos amantes? ¿Por qué el sufrimiento y la ansiedad de la persona a la que amamos afecta a nuestra alegría de vivir? ¿Por qué sufrimos inconsolablemente con la muerte de la persona amada? ¿Cuál es el significado del yo personal en el conjunto de los seres? ¿Adónde vamos, en definitiva? Tales cuestiones forman siempre parte de la agenda humana. ¿Cómo hablar de esas realidades tan envolventes y profundas? Las teorías y fórmulas racionales, siempre importantes, no explican las dimensiones implicadas en estas preguntas existenciales. En cambio, sentimos la necesidad de referir historias de vida que provoquen emociones capaces de sugerir explicaciones que nos iluminen y que abran la historia hacia arriba y hacia delante. El mito «revela» El relato mítico desvela dimensiones profundas del ser humano y del misterio del universo. No tenemos tan sólo una visión objetiva y científica de las cosas, sino que disponemos también de una visión subjetiva y simbólica acerca del eco que las cosas producen en nuestro interior. El sol, por ejemplo, no se encuentra únicamente en el cielo empíreo, sino que habita también nuestra alma, en la que difunde luz y calor. Con razón escribe el psicoanalista norteamericano James Hollis, un estudioso de la función del mito en la vida moderna: «El mito nos conduce al fondo mismo de las reservas psíquicas de la humanidad. Sean cuales sean nuestras raíces culturales y religiosas o nuestra psicología personal, la familiaridad con los mitos proporciona un eslabón vital de conexión con el sentido. Su ausencia tiene que ver muchas veces con las neurosis individuales y colectivas de nuestro tiempo. En suma, al estudiar los mitos estamos buscando aquello que nos vincula más profundamente con nuestra propia naturaleza y con nuestro lugar en el cosmos» (1998: 10). Esa profundidad misteriosa de nuestra psique evoca las categorías de lo divino, que son las más sagradas y que se encuentran en todas las culturas. Sólo ellas se muestran adecuadas y connaturales a las experiencias medulares. Por eso es por lo que las divinidades masculinas y femeninas son introducidas continuamente en el escenario de la historia. Sin embargo, necesitamos entender debidamente cuál es la funcionalidad de esas divinidades presentes en los mitos. De lo contrario, se nos escapará su mensaje secreto. La interpretación tradicional es sustancialista: concibe las divinidades como entidades subsistentes por sí mismas, que existen de hecho fuera de nuestra mente. Eso ha sido denominado «politeísmo», que es como si hubiese en realidad una pluralidad de dioses. 9 La interpretación moderna es antropológica y transpersonal. Las divinidades serían formas de expresión, recursos del lenguaje para dar concreción a las energías que actúan en nosotros, especialmente en los estratos profundos de la realidad humana. Por eso las divinidades son realidades de la psique y constituyen un dato antropológico universal. Encarnan y traducen poderosas energías que hay en nuestro interior, pero también más allá de nosotros, extendiéndose al universo y configurando en nosotros centros psíquicos de gran irradiación, responsables del sentido de nuestra existencia. En el lenguaje de C.G. Jung, las divinidades equivalen a arquetipos profundos, es decir, a modelos dinámicos de comportamiento que hunden sus raíces en el inconsciente colectivo y transcultural de la humanidad y que ayudan a estructurar nuestras experiencias más significativas. Como esos arquetipos y esos centros son muchos, los representamos a través de múltiples figuras divinas, dando la impresión de politeísmo. Pero en realidad no se pretende multiplicar lo divino, sino tan sólo subrayar sus numerosas apariciones en la historia humana, natural y cósmica. Como explicó acertadamente la pareja de estudiosos de los mitos femeninos, Jennifer y Roger Woolger: «Con la diosa queremos expresar la descripción psicológica de un complejo tipo de personalidad femenina que reconocemos intuitivamente en nosotros, en las mujeres que nos rodean y en las imágenes e iconos que abundan en nuestra cultura. Por ejemplo, la joven ejecutiva, inteligente y elegantemente vestida, tan presente en nuestras grandes ciudades, es la personificación viva de un tipo de diosa que llamamos mujer-Atenea, en homenaje a la diosa griega protectora de la antigua ciudad de Atenas. Hoy en día, dado que es una figura tan prevalente, las revistas, las películas y las novelas la reproducen como un estereotipo. Pero ella es algo más: representa una especie compleja y altamente evoluciona-da de conciencia que caracteriza todo cuanto ese tipo de mujer piensa, siente y hace» (1997:14). En el mito de la hospitalidad que venimos analizando, Júpiter y Hermes representan esa energía trascendente, escondida bajo la figura de dos pobres vagabundos. Pero llega un momento en que caen los disfraces y se manifiesta en su plenitud dicha energía. Irrumpe lo divino, que provoca en Filemón y en Baucis veneración, respeto y deseo de servir en el templo de tales divinidades durante el resto de su vida. El mito revela esas dimensiones profundas del ser humano. 4.2. Construcción de la existencia humana y mito Como se ve, el mito posee una densidad antropológica universal. El antropólogo norteamericano Joseph Campbell, notable investigador de los mitos transculturales de la humanidad, mostró cómo funcionan éstos concretamente en la construcción de la existencia humana, tanto personal como colectiva. Campbell discierne cuatro principales funciones de los mitos: «La primera es la que yo denomino función mística: despierta y mantiene en el individuo una sensación de reverencia y gratitud para con la dimensión de 10 misterio del universo, no para que lo tema, sino para que reconozca su participación en él, dado que el misterio es también el misterio de su propio ser. La segunda función del mito consiste en proporcionar una cosmología, una imagen del universo acorde con los conocimientos de cada época, de las ciencias y los campos de actuación de las personas a las que el mito se dirige. La tercera función del mito es ética. El mito respalda y legitima las normas morales de la sociedad concreta en que vive la persona. Finalmente, la cuarta función es pedagógica. El mito inspira y orienta, paso a paso, los caminos de la salud, la fuerza y la armonía espiritual a lo largo de todo el desarrollo previsible de una vida provechosa» (1972: 214215). Para hacer realidad tan elevados propósitos relacionados con el sentido de la vida, de la sociedad y del universo, nada mejor que el recurso a los mitos, con su incomparable plasticidad. Las civilizaciones se asientan más sobre mitos fundantes que sobre hechos históricamente documentados. Incluso los hechos y los personajes históricos únicamente siguen irradiando cuando se transforman en hechos y personajes heroicos y, consiguientemente, en mitos colectivos. Es el caso, por ejemplo, de Lincoln, Jefferson y los restantes padres fundadores de la nación norteamericana, al igual que nuestros «Inconfidentes» * (Tira-dentes, Tomás Antonio Gonzaga y sus compañeros), que soñaron con la independencia de Brasil. Las virtudes más importantes para la sociabilidad humana se han expresado en mitos como el de la hospitalidad, la convivencia y la comensalidad, vivido de manera arquetípica por Baucis y Filemón. 4.3. Hospitalidad, convivencia, comensalidad y mito Apliquemos cuanto acabamos de ver al mito de Baucis y Filemón, para lograr una mejor comprensión del mismo. Ante todo, el mito CUENTA una historia bellísima y conmovedora, a pesar del lenguaje, a la vez conciso y rebuscado, de Ovidio, que hemos tratado de simplificar para que pueda ser mejor apreciado por el lector moderno. En el relato se percibe con toda claridad un progresivo crescendo que desemboca en un gran finale sorprendente, alquímico y feliz: la revelación de la divinidad. El mito, además, EXPLICA la historia de la hospitalidad, la convivencia y la comensalidad, siguiendo un recorrido preciso cuyos momentos queremos poner de relieve. En primer lugar, el mito explica dónde se practica la hospitalidad, la convivencia y la comensalidad: en las circunstancias más adversas. Por eso el relato es situado en Frigia, remota provincia del Imperio Romano —situada al noroeste del Asia Menor, entre el mar Egeo y el Mar Negro— famosa por la rudeza y ferocidad de sus habitantes. Sobre ese sombrío e inhumano trasfondo se realiza el gesto humano y luminoso de acoger al necesitado. 11 En segundo lugar, el mito explica quiénes son los que ofrecen su hospitalidad: una pareja de pobres ancianos que viven en una choza. Son pobres, sí, pero también laboriosos y en modo alguno miserables, pues tienen lo suficiente para vivir. Y viven con gran armonía, sin rastro alguno de la dominación patriarcal que hace que las relaciones sean desiguales y, por eso mismo, estructuralmente tensas. * Ovidio comenta bellamente: «quien mandaba era también quien obedecía» (idem parentque jubentque). Unos pobres hospedan a otros pobres. En tercer lugar, el mito explica quiénes son los que demandan hospitalidad: unos pobres y desconocidos vagabundos, cansados y hambrientos. La hospitalidad se define siempre a partir del otro. Como veremos más adelante con mayor detalle, hay muchos «otros». Pero, anticipándonos a lo que luego ampliaremos, digamos que aquí aparecen varios tipos de esos «otros»: l ) el otro en cuanto desconocido que llama a la puerta; 2) el otro en cuanto forastero que llega de lejos, de otras tierras, con otra lengua, otras costumbres y otra cultura; 3) el otro en cuanto clase social, un pobre económico; 4) el otro en cuanto excluido del festín social, alguien en necesidad extrema, cansado y famélico; 5) el otro en cuanto el radicalmente Otro, el Dios que se oculta tras la figura de los dos vagabundos. La hospitalidad es incondicional y se extiende a todos esos «otros». En cuarto lugar, el mito explica la actitud de los vagabundos, que han tenido que soportar pacientemente la falta de solidaridad y de compasión e incluso la violencia verbal y gestual de quienes les daban con la puerta en las narices. Lo que más les dolía era el hecho de que ni siquiera se dignaran mirarlos. El mirar representa siempre un reconocimiento de la presencia del otro y, por parte del pobre, una súplica silenciosa de un posible encuentro. Nadie se resiste a una mirada suplicante sin sentirse afectado en su humanidad. Negarse a mirar es pretender hacer inexistente a quien existe y grita. Significa dejar que el otro sucumba a su necesidad. Los dos vagabundos habían soportado humildemente la cerrazón y el no reconocimiento como seres humanos necesitados y excluidos. Habían sido equiparados a los perros leprosos de los caminos: una actitud que siempre provoca un sufrimiento internalizado y sordo, tanto más dolorosa cuanta menos compasión encuentra. En quinto lugar, el mito explica la actitud de quienes ofrecen la hospitalidad: Baucis y Filemón. Por su propia naturaleza, la hospitalidad y la convivencia suponen generosidad, apertura de corazón, sensibilidad ante el desamparo del otro. Implican superar aquellas actitudes, llenas de reservas y recelos, propias de espíritus excesivamente cautos y prevenidos: «¿Quiénes serán éstos...? ¿No serán unos salteadores, unos oportunistas, unos desaprensivos...?». Quien así juzga, difícilmente puede ser hospitalario y acogedor, pues siempre encontrará justificaciones o coartadas para no auxiliar al necesitado. La hospitalidad supone la superación de los prejuicios y una confianza ingenua, aunque indispensable para * Movimiento de la elite económica e intelectual de Minas Gerais que, en 1789, organizó la llamada «Conjuragáo Mineira», la cual, encabe-zada por el patriota José de Silva Xavier, más conocido por «Tiraden-tes», pretendía implantar en Brasil una república liberal y abolir la es-clavitud. La conjura fracasó por la traición de uno de los comprometi-dos, y «Tiradentes», apresado y sometido a tortura, fue ejecutado el 21 de abril. (N. del Trad.). 12 que la hospitalidad y la convivencia sean verdaderas y no forzadas. Como también veremos, la hospitalidad tiene que ser incondicional y sin reservas, que es lo que muestran efectivamente Baucis y Filemón, los cuales no hacen preguntas ni recaban informaciones, sino que se limitan a acoger con jovialidad y alegría, sin fijarse en la apariencia de quienes piden ser acogidos. Son solícitos en acoger y en ofrecer todo cuanto tienen. Visitando una comunidad de la nación Achuar, una alta funcionaria del gobierno de Perú, que anteriormente había sido asistente social en distintas regiones de indígenas amazónicos, fue recibida con esta canción de acogida, que ella misma refirió personalmente al autor en 2004: «Paloma, que has dejado tu nido y vienes de tan lejos, no estés triste. Nuestra comunidad es un gran árbol que abre sus ramas y te acoge en su nido. Quédate con nosotros, paloma». Y ella, conmovida, se quedó durante más tiempo del necesario y, siempre que podía, regresaba a aquella comunidad. Y cada vez que lo hacía, escuchaba la misma y conmovedora canción. En sexto lugar, el mito explica cómo se procesa concretamente la hospitalidad, la convivencia y la comensalidad. En este punto, la narración es realmente soberbia y hasta refinada en sus detalles. En el relato del mito queda perfectamente claro que la hospitalidad guarda relación con los cuidados humanos mínimamente imprescindibles: ser acogido sin reservas, poder abrigarse, comer, beber y descansar. Sin estos mínimos de carácter material nadie puede sobrevivir. Pero el mínimo material remite a un mínimo espiritual, más profundo, que tiene que ver con aquello que nos hace propiamente humanos, que es la capacidad de acoger incondicionalmente, de ser solidarios y cooperativos y capaces de convivir. Fue esta actitud la que, en los albores del proceso de hominización, nos permitió dar el salto del reino animal al reino humano. En el primero rigen unas relaciones de rivalidad y subordinación; en el segundo, unas relaciones de cuidado mutuo, cooperación, igualdad y amorización. La acogida saca a la luz la estructura básica del ser humano. Existimos porque hemos sido acogidos sin reservas por la Madre Tierra, de la que somos hijos e hijas; por la corriente de la vida, que ha hecho de cada uno de nosotros uno de sus eslabones; por la naturaleza, que ha sido benévola con nosotros; por nuestros padres, a los que no hemos elegido; especialmente por nuestra madre, que nos recibió en sus brazos con incondicional generosidad; por los parientes y amigos, que nos han acogido en su familia; por la sociedad, que nos ha aceptado como miembros suyos... Existimos porque, de una manera o de otra, hemos sido acogidos. El peor sentimiento es el de sentirse rechazado o excluido, como revelaron los dos vagabundos de la leyenda, que equivale a hacer la experiencia psicológica de la muerte. La acogida por parte de Baucis y Filemón representó para los dos vagabundos mencionados una garantía de vida. 4.4. Las dimensiones de la hospitalidad Y entonces se realiza la hospitalidad, que implica muchas dimensiones que aparecen con perfecta claridad en el relato del mito: 13 • Sensibilidad frente a las carencias y padecimientos de los vagabundos, expresada en las palabras «se os ve muy cansados y hambrientos». Sin sensibilidad no hay movimiento de ida al encuentro del otro para socorrerlo. La sensibilidad no es fruto de la estructura del logos, es decir, de la capacidad de raciocinio y de cálculo que tiene el ser humano. Es algo posterior, derivado de algo anterior y más originario: de la capacidad de sentir y percibir inmediatamente al otro en su necesidad. Es el pathos que subyace al logos. El pathos o afectividad es la experiencia básica del ser humano, también conocida modernamente como «inteligencia emocional». • Compasión, que es la capacidad de olvidarse de uno mismo para ir al encuentro del otro con intención de acogerlo y cuidar de él. Filemón abre la puerta y se dirige sonriente a los dos vagabundos. La «compasión», la virtud más alta para el budismo no es un sentimiento menor que consista en apenarse por el otro, sino que es la capacidad de desprenderse de sí mismo para percibir al otro en su situación concreta y disponerse a estar a su lado, alegrándose con él, sufriendo con él, sin jamás dejarlo solo en su dolor. En suma, tener compasión es sinónimo de compartir la misma pasión del otro. • Acogida, que es fruto de la sensibilidad y la compasión. Filemón dice inmediatamente: «Entrad en nuestra casa», con una afabilidad que impregna por entero la humilde choza, creando un aura de benevolencia que es percibida de inmediato por los dos vagabundos. Esta acogida se desdobla en una secuencia de importantes gestos. • Invitación a sentarse: cuando estamos cansados, lo primero que buscamos es un lugar donde sentarnos o apoyarnos. Baucis se apresura a ofrecer sendos taburetes de madera a sus huéspedes, que ahora ya pueden convivir de una manera humana. • Ofrecer agua fresca. El agua es vida. El agua fresca mata la sed, devuelve el bienestar y permite evocar el borboteo de la fuente, una realidad arquetípica íntimamente ligada a la casa o vivienda. • Encender el fuego. El fuego no es únicamente un simple medio que nos permite cocinar nuestras comidas. Tiene algo de más íntimo, pues representa la luz y el calor, propios de la casa que se hace hogar. Por eso constituye uno de los arquetipos más ancestrales de la humanidad. Allí donde arde el fuego y brilla la vacilante luz de la lámpara, es signo de que hay vida y posibilidad de acogida. Se entiende, pues, por qué lo primero que hace Filemón, después de haber acomodado a los vagabundos, es alimentar las brasas y reavivar el fuego. • Lavar los pies. Nada más reconfortante, después de una larga caminata, que refrescar los pies doloridos en agua fresca o, si es de noche, en agua tibia. Lavarle los pies al otro representa el grado más alto de acogida y de servicio, y era algo que solían hacer los esclavos. Jesús, antes de ir de este mundo al Padre, quiso lavar los pies a sus discípulos, que no salían de su asombro. Era la suprema expresión del «amor hasta el extremo» (Jn 13,1). Y el propio Jesús explicó su gesto arquetípico: «Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies a vosotros, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14). Baucis también lava los pies a los dos desconocidos. Y yo recuerdo cómo, en mi infancia, mis hermanos y 14 yo nos turnábamos para lavar los pies a nuestros padres. Y lo hacíamos con reverencia, como si fuera un gesto sagrado. Y cuando nos visitaba alguien importante, también le lavábamos los pies: era signo de una hospitalidad total y de una invitación a convivir sin restricción alguna. • Dar de comer. La hospitalidad y la convivencia tienen su principal concreción en la comensalidad. Baucis y Filemón preparan la comida con lo mejor que tienen: pan, hortalizas, huevos, aceite, vino... y hasta el último pedazo de tocino para la sopa. Finalmente, les obsequian con un postre a base de dátiles e higos secos. Y no lo hacen de una manera mecánica, sino como un ritual, pues sabemos, aunque sea inconscientemente, que la comida es algo más que comida: es participación en las energías que dan vida al universo y a todos nosotros, y es también comunión entre los comensales. Nunca es simple alimentación, sino consumación de una relación y de una convivencia. • Dar de beber vino representa otro gesto primordial íntimamente ligado a la comensalidad. En este caso, Baucis y Filemón ofrecen a sus huéspedes un vino que reservaban «para un caso de necesidad». El vino es otro importante símbolo de vida, de fiesta y de alegría por el hecho de estar juntos. • Servir con sobreabundancia: los pobres no quieren una mesa pobre para sus huéspedes, sino una mesa sobreabundante. El postre simboliza esa sobreabundancia, porque es algo especial que no se sirve todos los días y le da un carácter especial a la comida. Baucis y Filemón ofrecen unos dátiles e higos secos que tienen apartados para ocasiones especiales como la que en ese momento están viviendo. • Ofrecerlo todo: la prueba de la hospitalidad incondicional. Para que sea plenamente humana, la hospitalidad ha de ser incondicional. Baucis y Filemón ya se habían desprendido del último pedazo de tocino, y ahora se disponen a sacrificar el único ganso que poseían, el cual, según la costumbre antigua, servía de guardián de la casa. Muestran la misma disposición que Abraham, que para atender a sus huéspedes mandó sacrificar la única oveja que tenía. Todo es puesto incondicionalmente a disposición de los invitados, sin retener absolutamente nada. Es el más alto grado de descentramiento de sí y decentramiento en el otro. Es la hospitalidad sin límites ni prejuicios. Los dos vagabundos se resisten a ser objeto de tanta generosidad, pero también se llenan de admiración, pues los bondadosos ancianos habían superado la prueba suprema de la hospitalidad. Por eso la conmoción hace que les broten las lágrimas. • Compartir la comensalidad. Cuando unos extraños son invitados a compartir la propia mesa, surge la comensalidad, que es la más alta expresión de la convivencia, pues representa la superación de toda distancia, sospecha y enemistad. Sólo quienes son o se han hecho amigos pueden ser realmente comensales. La comensalidad" es expresión de comunión, de convivencia y de coparticipación, no sólo de la comida, sino también de los ánimos y los corazones. Aunque ya habían comido, Baucis y Filemón, para que no se sientan incómodos sus huéspedes, se sientan también a la mesa y comen con ellos. Tal gesto recuerda la hermosa tradición de la Orden Franciscana, herencia sagrada de san Francisco. Según dicha tradición, nunca se debe dejar al huésped comer solo. Aunque ya haya comido, el hermano hospedero o el propio «guardián» (superior del convento) come junto con los huéspedes, para que éstos se sientan plena y realmente en su casa. 15 • Ofrecer la propia cama. Tan expresivo como lavar los pies o dar de comer y beber abundantemente es ofrecer al extraño la propia cama para que descanse. Ofrecer la propia cama significa entregar totalmente la propia intimidad. Implica despojarse del todo, como signo de afecto y confianza en el otro. En este punto, la hospitalidad y la convivencia alcanzan una culminación insuperable. Finalmente, el mito REVELA: cuando se practican plenamente, la hospitalidad y la convivencia revelan aquello que ocultan: la lógica del universo y de la vida. Hospedar al extranjero, al forastero, al pobre y al necesitado y convivir con ellos, aunque sea por un momento, significa realizar la estructura básica del universo, hecha de redes de inter-retro-relaciones y de cadenas de solidaridad incluyentes. Porque todos los seres han sido hospitalarios unos para con otros, todos han podido llegar hasta aquí. El universo continúa expandiéndose y creando órdenes cada vez más complejos, bellos y cargados de sentido, porque todos se comportan de manera acogedora, coexistiendo, conviviendo y cooperando en ese sentido. Ahí está en acción Dios mismo, la Fuente en que se origina todo ser y todo devenir. Detrás de los vagabundos pobres, cansados y hambrientos se escondía Dios, ahora plenamente revelado en toda su gloria, que ha mostrado su poder y no se muestra aterrador, sino benévolo. Dios transforma la realidad, y la choza se transforma en un templo resplandeciente. Los bondadosos ancianos, por su parte, se transforman en sacerdotes que sirven en dicho templo. Todo cuanto es tocado por la divinidad queda también eternizado. Para que quedaran en la historia como arquetipos de la hospitalidad, la convivencia y la comensalidad, Baucis y Filemón fueron transfigurados en frondosos y grandes árboles cuyas ramas y copas se entrelazaron en una caricia sin fin, en un amor que permanece para siempre. Porque es así y porque es verdad, este mito sigue hablándonos hoy e inspirándonos ideales y valores fundamentales para construir la Casa Común en la que todos tengan cabida, incluida la naturaleza, y en la que todos puedan considerarse huéspedes unos de otros, sintiéndose hermanos y hermanas de una inconmensurable familia: la única familia humana. *** BIBLIOGRAFÍA BOLEN, J.S., As deusas e a mulher, Paulus, Sáo Paulo 1990 (trad. cast.: Las diosas de cada mujer: una nueva psicolo-gía femenina, Kairós, Barcelona 199313). BRUNEL, P. Dicionário de mitos literários, UNB/José Olympio, Rio de Janeiro/Brasilia 1997. CAMPBELL, J., As máscaras de Deus. Mitologia primitiva, Palas Athena, Sáo Paulo 1993 (trad. cast.: Las máscaras de Dios, Alianza, Madrid 1993). — Myths to Live by, Viking Press, New York 1972 (trad. cast.: Los mitos: su impacto en el mundo actual, Kairós, Barcelona 1994). 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Es la hospitalidad en estado puro, incondicional y sin reservas. Pero el ideal no es aún la realidad, aunque pertenezca al aspecto potencial de ésta, la cual está llena de contradicciones que parecen, en ocasiones, hacer inviable el ideal. Pero no por ello debemos renunciar a él, porque ¿cómo podríamos entonces valorar y mejorar las formas concretas de hospitalidad con las que nos encontramos y motivar otras nuevas? El ideal nunca se realiza totalmente. Ni es ésa tampoco su función, la cual consiste en alimentar el ánimo y la voluntad de mejorar siempre y de orientarnos hacia una praxis creativa que supere la praxis convencional y rutinaria. Como bien decía el poeta brasileño Mario Quintana: «Si las cosas son intangibles... ¡ora! No hay motivo para no quererlas. ¡Qué tristes serían los caminos si no fuera por la mágica presencia de las estrellas...!». Las estrellas representan los más altos ideales y utopías de la humanidad. Existen limitaciones de todo orden, y en especial el hecho de que vivimos en unas sociedades industriales sumamente compleja e impersonal, muy diferente de las del pasado, en las que las personas se conocían y formaban comunidades de convivencia. Como subrayaba Jacques Derrida en su estudio sobre la hospitalidad (1971), nuestras casas tienen hoy muchas puertas y ventanas por donde llegan hasta nosotros extranjeros y personas diferentes de todo tipo, ya sea a través de la televisión, de los programas interactivos, del teléfono, del móvil, del fax, del correo electrónico o de Internet. ¿Cómo vivir la hospitalidad con esos seres virtuales, compañeros de nuestra aventura humana? No lo sabemos aún, porque esta realidad es aún muy reciente, y no hemos acumulado al respecto demasiada práctica. Lo cierto es que la idea de la hospitalidad incondicional debe inspirar la hospitalidad condicional organizada por la sociedad y por las políticas del Estado, el cual ha creado unas normas y ha establecido unos derechos en orden a no gravar en exceso a la propia sociedad ni desestabilizar el mercado de trabajo, la economía y los servicios de la seguridad 18 social. Tampoco podemos imaginar cómo quedaría configurada Europa si abriese sin restricciones sus fronteras y entraran por ellas miles y miles, tal vez millones, de personas del Este de Europa y del Norte de África. 5.1. Hospitalidad incondicional y condicional Entre la hospitalidad incondicional y la condicional debe haber siempre una articulación dinámica, con el fin de no sacrificar una de ellas en nombre de la otra. El ideal de hospitalidad debe ayudar a elaborar buenas leyes y a inspirar políticas públicas generosas que hagan viable la acogida del extranjero, del emigrante, del refugiado y del diferente. De lo contrario, no pasará de ser una utopía sin un contenido concreto. Para poder ser efectiva, por tanto, la hospitalidad incondicional tiene necesidad de la hospitalidad condicional. La hospitalidad condicional, por su parte, tiene necesidad de la hospitalidad incondicional para no caer en el burocratismo y no perder el espíritu de apertura, esencial a toda acogida. Con independencia del modo en que articulemos una con otra, debemos siempre responder a esta pregunta: ¿qué podemos hacer como personas, como sociedad y como Estado para acoger al extranjero y al diferente? La hospitalidad es la respuesta humanitaria y civilizada a esta pregunta, hoy tan urgente a causa de los millones de seres que esperan este mínimo gesto de humanidad. No le faltaba razón a Immanuel Kant cuando puso la hospitalidad como la primera virtud del equivalente en su tiempo a la «globalización» actual: la confederación de repúblicas libres. El mito de Baucis y Filemón mantiene articuladas ambas formas de hospitalidad, la incondicional (acogiendo sin reservas a los dos pobres vagabundos) y la condicional (haciendo todo lo posible por atenderlos en sus necesidades de abrigo, comida y descanso). Es esta afortunada articulación la que hace que el mito conserve una permanente actualidad. ¿Cómo mantener esta articulación en una humanidad en la que el 70% de sus integrantes v en sociedades industriales y urbanas muy complejas, excesivamente racionales y funcionales? A lo cual hay que añadir que la cultura dominante concede un excesivo valor al individuo y, concretamente, a las «celebridades», personas muy visibles socialmente o que han alcanzado el éxito en cualquiera de los terrenos de la actividad humana. El modo de producción actualmente globalizado es capitalista; lo cual significa que valora más el capital de unos pocos que el trabajo de muchos, las empresas privadas que las empresas de carácter social. La acumulación de la riqueza y de los beneficios es cosa de grupos privados que controlan el poder económico, asociado al poder político, intelectual, militar y mediático, llegando al extremo de que unos pocos centenares de grupos mundiales controlan prácticamente más del 80% de la riqueza de todo el planeta. La sociedad industrial urbana es, además, una sociedad impersonal de masas. El individuo, con su singularidad y su diferencia, se pierde en medio de la multitud. Las relaciones pierden su carácter directo, y el destino biográfico de la persona corriente y vulgar se vuelve irrelevante. 19 En la sociedad de masas todo está prácticamente estandarizado: el tipo de comida (fast-food), la moda, el ocio, el teléfono móvil, el fax , el correo electrónico, el lenguaje (impuesto por los medios de comunicación, en especial la TV), los espectáculos musicales masivos, los hábitos de consumo y los valores de referencia colectiva (sólo quien hace ejercicio regularmente está sano; sólo quien sigue tal régimen alimenticio tiene asegurada la longevidad; sólo quien participa de tal camino espiritual es feliz; sólo quien consume tal producto goza de status social; etc.). Por otro lado, hay que reconocer también que en este tipo de sociedad de seres anónimos se le ofrecen al individuo ciertas posibilidades que antes no existían, como la de pensarse como individuo, la de establecer libremente sus vínculos y la de caracterizar su diferencia utilizando, por ejemplo, su dirección electrónica, su blog y su participación en foros de conversación por Internet. La masa de informaciones vehiculada por los más diversos medios per-mite ensanchar los horizontes, expandir la conciencia y ser «más». La generalización de la enseñanza, las universidades abiertas, los cursos de actualización y la ampliación de los derechos individuales crean medios y modos que permiten al individuo percibirse a sí mismo como individuo autónomo. Éste era y sigue siendo uno de los ideales de la modernidad que dio lugar a las sociedades actuales: la automatización del individuo y la universalización del conocimiento y la educación (Melucci, 2002: 43-61). En tales circunstancias, ¿cómo vivir la hospitalidad tal como la hemos descrito? ¿Cómo articular la hospitalidad incondicional con la condicional? No es necesario recordar que la hospitalidad, por su propia naturaleza, supone reciprocidad. Es un deber que todos deben cumplir y un derecho del que todos deben gozar. Por lo general, vivimos la hospitalidad con los semejantes, con quienes nos resultan cercanos, comparten nuestro mismo trabajo, son miembros de nuestra misma comunidad local, se encuentran en los mismos lugares sociales que nosotros, son partidarios del mismo equipo deportivo, pertenecen a la misma célula de partido y comulgan en la misma fe. Con ellos, la hospitalidad se concreta en las visitas, en las fiestas familiares, en los encuentros de oración y en los momentos de necesidad. Este tipo de hospitalidad no nos causa problema alguno, pues es consecuencia lógica de una mínima sensibilidad humana y de un sentimiento común de solidaridad. Más difícil resulta la hospitalidad con los diferentes y distantes. La sociedad industrial de masas es profundamente pluralista y está formada por todo tipo de personas, etnias, religiones, tradiciones culturales y profesiones. Al mismo tiempo, es también una sociedad de una enorme movilidad. Hoy se cuentan por millones los refugiados económicos, religiosos, políticos y de guerra: todos cuantos no han encontrado su lugar en su propio medio o han sido expulsados de éste. Existen actualmente cerca de 50 millones de refugiados de guerra, 20 millones de ellos en sus propios países, y 30 millones en países distintos del suyo propio. A esta cifra hay que añadir los 175 millones de personas que, por las más diferentes razones, emigran en busca de otras tierras donde vivir. El drama que les acompaña es el del desamparo y la falta generalizada de una atmósfera de hospitalidad que podría aliviar su inhumana situación. 20 Marx, Lenin, Einstein, Freud, Brecht, Thomas Mann. Walter Benjamin, Antonio Machado, Paul Tillich, casi todos los maestros de la Escuela de Frankfurt, los intelectuales españoles que fundaron en México la Casa de España y más tarde el Colegio de México, fuente de la renovación intelectual y política del México moderno, fueron refugiados. Pablo Neruda, Paulo Freire, Josué de Castro, Celso Furtado, Betinho, Leonel Brizola, Fernandc Henrique Cardoso, expresidente de Brasil, y muchos de nuestros mejores intelectuales y políticos también fueron refugiados. Como también lo fueron los pilgrims que fundaron la nación norteamericana. Mis cuatro abuelos ítalo-vénetos (de las familias Fontana, Poletto, Rech y Boff) fueron refugiados económicos pues eran parte del excedente pobre del proceso de industrialización del norte de Italia. Para que no constituyeran un factor de desestabilización social y para abortar la previsión de Marx acerca de la revolución del proletariado fueron obligados a emigrar a los Estados Unidos, a Brasil o a Argentina. Todos ellos experimentaron lo que significa positivamente la hospitalidad, pues fueron acogidos pudieron adquirir tierras en las que instalarse y trabajar y tuvieron la oportunidad de vivir en una patria extraña sin sentirse extraños. 5.2. Hospitalidad en los límites del Estado-nación Frente a los millones de refugiados y la movilización de las poblaciones procedentes de países pobres que fuerzan su entrada en las naciones ricas y más desarrolladas, se plantea una serie de cuestiones difíciles de abordar. El problema no es únicamente personal, sino social y político. Son sociedades enteras y numerosos Estados los que se ven desafiados a mostrar unos mínimos sentimientos humanitarios y acoger a esa multitud de hijos e hijas inermes de la Tierra. La magnitud de este problema mundial trasciende el poder del Estado-nación y exige una solución pensada y llevada a efecto a partir de una instancia de «gobernanza» global de la humanidad. Pero esa instancia aún no ha sido creada, por más urgente que parezca ser. De hecho, hay fuerzas interesadas en abortarla, pues no están dispuestas a renunciar al poder que tienen sobre importantes sectores de la economía globalizada ni a dejar de ejercer sobre determinadas regiones un control que les beneficia enormemente en el terreno económico y geopolítico. Más adelante sugeriremos las actitudes básicas y las políticas sociales que conviene fomentar para estar a la altura de este desafío mundial. Al Objeto de buscar formas alternativas y más benévolas de hospitalidad para con esos «otros», dentro de la situación planetaria de la humanidad, conviene que hagamos un breve resumen de esta cuestión y, de manera especial, una seria autocrítica. A este respecto, la cultura occidental dominante y actualmente globalizada presenta un saldo ampliamente negativo. No podemos tratar de pro longar y perpetuar la falta de hospitalidad y los comportamientos inhumanos del pasado. 21 *** BIBLIOGRAFÍA DERRIDA, J., De l'hospitalité, Calmann-Lévy, Paris 1997. ELIAS, N., La sociedad de los individuos, Península, Barcelona 1990. FRIEDMAN, J., Cultural Identity and Global Culture: Nationa lism, Globalization and Modernity, Sage, London 1990. kucx, I., La convivialitá, Mondadori, Milano 1974. KOHR, M., Rethinking Globalization, Zed Books, London 2001 MELUCCI, A., A invencao do presente. Movimentos sociais nas sociedades complexas, Vozes, Petrópolis 2001. — Vivencia y convivencia. Teoría social para una era de la in formación, Trotta, Madrid 2001. — Nomads of the Present: Social Movements and Individual Needs in Contempó rary Society, Temple University Press, Philadelphia 1989. Vv.AA., «Emigrantes e refugiados: um desafio ético»: Conci lium 248 (Vozes, Petrópolis 1993). Vv.AA., «Diferenw na solidariedade»: Conciilium 263 (Vozes Petrópolis 1996).