Subido por David Benito Duarte

Bleichmar - En los orígenes del sujeto psíquico

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De Silvia Bleichmar en esta biblioteca
La fundación de lo inconciente.
Destinos de pulsión, destinos del sujeto
Clínica psicoanalítica y neogénesis
En los orígenes
del sujeto psíquico
Del mito a la historia
Silvia Bleichmar
Amorrortu editores
Buenos Aires - Ma
•
De Silvia Bleichmar en esta biblioteca
La fundación de lo inconciente.
Destinos de pulsión, destinos del sujeto
Clínica psicoanalítica y neogénesis
En los orígenes
del sujeto psíquico
Del mito a la ·historia
Silvia Bleichmar
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
•
Biblioteca de psicología y psicoanálisis
Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
En los orígenes del sujeto psíquico. Del mito a la historia, Silvia Bleichmar
© Silvia Bleichmar, 1984
Primera edición, 1986; primera reimpresión, 1993; segunda reimpresión,
1999. Segunda edición, 2008
© 'Ibdos los derechos de la edición en castellano reservados por
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7° piso - C1057AAS Buenos Aires
Amorrortu editores España S.L., C/San Andrés, 28 - 28004 Madrid
www.amorrortueditores.com
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada
por cualquier medio mecánico, electrónico o informático, incluyendo fotocopia, grabación, digitalización o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos
reservados.
Queda hecho el depósito que previene la ley nº 11.723
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 978-950-518-131-5
Bleichmar, Silvia
En los orígenes del sujeto psíquico. Del mito a la historia. - 2ª ed. Buenos Aires : Amorrortu, 2008.
224 p. ; 23x14 cm. - (Biblioteca de psicología y psicoanálisis/ dirigida
por Jorge Colapinto y David Maldavsky)
ISBN 978-950-518-131-5
l. Psicoanálisis. I. Título.
CDD 150.195
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de
Buenos Aires, en mayo de 2008.
Tirada de esta edición: 1.500 ejemplares.
A Carlos,
vigía de la noche y la esperanza.
Indice general
11
17
Prólogo, Jean Laplanche
Palabras preliminares
19
l. El concepto de neurosis en la infancia a partir de la
represión originaria
43
2. Notas para el abordaje de la constitución de la
inteligencia en psicoanálisis
63
3. Mito o historia en los orígenes del aparato psíquico
84
4. Notas sobre la memoria y la curiosidad intelectual
104
5. Frases de los niños, estructura del aparato psíquico
130
6. Trastornos del lenguaje. Trastornos en la
constitución del sujeto psíquico
160
7. Relaciones entre la represión originaria y el principio
de realidad
185
8. Del lado de la madre
208
Conclusiones
9
Prólogo
Jean Laplanche
He aquí un libro importante; entendamos estas palabras inyectando, en el término «importancia», la doble dimensión presente en el alemán Bedeutung y en el inglés significance: no
sólo el peso de las ideas y de la argumentación interna constituye su valor; también, la forma en que se inscribe, en que «Cobra sentido» en un contexto geográfico e histórico: el del psicoanálisis mundial, hoy. El lugar es México, abierto por su ubicación y por los destinos de una coyuntura histórica a los vientos
del Norte, del Sur y del Este. El tiempo: el del inventario por
hacer y de la herencia por recibir de tres grandes dogmatismos
en vías de desaparición: Ego-psychology, kleinianismo y lacanismo. No por el placer de destruir revelando las debilidades y
aporías de los sistemas, pero tampoco en el afán de rehacer un
edificio ecléctico, ni en la pretensión de acampar tiritando sobre las ruinas de toda teoría, envueltos en la delgada tela remendada y llena de agujeros de la «clínica». Venir después de
otros no es ni una fuente de riqueza ni una maldición, pero puede ser un privilegio si uno se sabe situar, con relación a ellos, en
la posición precisa, significativa, que lo habilite para hacer trabajar sus propuestas, y aun para ponerlas a trabajar nuevamente.
Trabajo del Psicoanálisis es el título de la revista fundada por
Silvia Bleichmar, y es la máxima del presente volumen; traer
de nuevo al taller las grandes interrogaciones que nos han sido
legadas ya por Freud, si es verdad que los conceptos que él forjó
nos son transmitidos en el movimiento psicoanalítico como un
conjunto de interrogaciones, de enigmas o, según el término
que define a lapulsión misma, como «exigencias de trabajo».
Que el viento del Este, el que sopla principalmente de Francia, sea dominante en esta impulsión a cuestionar, a problematizar y a elaborar, es sin ninguna duda una de las razones que
llevó a Silvia Bleichmar a pedirme acompañar y exponer a la
prueba de la discusión un itinerario ya firmemente asegurado.
Que este texto haya podido -en su forma de serie de capítulos,
ciertamente complementarios, pero más enrollados en espiral
que cimentados en una demostración- hallar su consagración
11
en un doctorado en psicoanálisis muestra que la Universidad
sigue siendo un lugar privilegiado para un cuestionamiento
auténtico, sin conclusiones preconcebidas, que aúne el rigor sin
concesiones de su itinerario a la prudencia frente a toda clausura apresurada.
El lugar importante reservado a las observaciones de casos,
pero con participación no menos amplia de la discusión metapsicológica, define a esta obra. No como exterioridad recíproca
de la «teoría» y la «clínica», sino como un permanente volver de
la práctica sobre su propia experiencia: una experiencia particularmente fecunda en Silvia Bleichmar, por la riqueza y la
variedad de su ejercicio de psicoanalista, pero sobre todo por el
aspecto personal, reflexivo y, como lo expresa un término que
merece mejor suerte de la que le es deparada a veces, «comprometido». Porque no encontramos aquí las confesiones de «contratransferencia», esos «lo que mi paciente me dijo me produjo
algo en alguna parte», que están en vías de convertirse en la
tarjeta de visita (¿o tarjeta de crédito?) mejor recibida en ciertos círculos. Simplemente, una presencia atenta, vigilante, a lo
que, en el «hacer» y el «decir» cotidianos del analista, sobrepasa, desborda, sus intenciones concertadas. «¿Quién soy yo para
haber dicho o hecho esto, para haberme propuesto imprimir a
las cosas tal o cual dirección? ¿Y cuál es la teoría latente (acaso
inconsciente) que está en la base de cierta intervención que me
sorprende y que me destina a los efectos del apres-coup? En suma, es bajo la égida de la praxis, del acto analítico, como se realiza la tan deseada alianza teorético-clínica. Pero a condición
de no olvidar que la práctica psicoanalítica, a su vez, no es un
«hacer» manipulador, sino un decir simbolizante, lo que la emparienta, aunque en diferente nivel, con la teorización misma.
Esta ubicuidad de la teoría nos explica que cuestiones aparentemente abstractas, aun filosóficas, se hagan urgentes, atenaceantes, cuando se trata de orientarse en una cura psicoanalítica. Es el caso de dos interrogaciones, ligadas una a la otra,
que recorren este libro: la relación entre génesis y estructura y
el estatuto de la represión originaria.
Se evalúa mal la conmoción -otros dirían: la subversiónintroducida en el freudismo por el estructuralismo lacaniano.
Porque el psicoanálisis, en su origen freudiano, quiere ser ante
todo descubrimiento y reconstrucción de una génesis histórica:
la del ser humano, sus conflictos y su neurosis. Que la historia
psicoanalítica se despliegue en una temporalidad muy particular, destinada al apres-coup y referida a la perennidad de los
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fantasmas inconscientes, no modifica en nada el carácter concreto, fechable, de los acontecimientos (exteriores o psíquicos)
que el método se propone exhumar. Ahora bien, el lacanismo,
remitiendo la historia contingente del individuo (lo imaginario)
a una intemporalidad a la vez transindividual y constituyente
(lo simbólico), entrega toda la teoría a una revisión desgarrante, en que las nociones de cronología, de evolución y aun de
trauma se consideran otros tantos vehículos de falsas cuestiones. En la práctica, a decir verdad, esa conmoción es menos
sensible, al menos cuando se trata de la cura de adultos. Porque en cierta manera no trae grandes consecuencias que el
complejo de Edipo o el de castración, revelado o reconstruido en
su universalidad, sea un a priori rector de toda humanización o
se lo deba situar efectivamente en el pasado histórico de cada
individuo. El «en otro tiempo y ayer no más» de la infancia y lo
intemporal de lo simbólico se tienen que reconstruir, uno y
otro, por el método interpretativo, y el juicio de realidad histórica cede paso en la cura a la restitución de la realidad psíquica
en sus plenos derechos. Freud, se dirá también, tendió más de
una vez la mano, frente a las aporías de la reconstrucción
genética, a su posteridad estructuralista, con conceptos como
«fantasma originario» o aun «mito científico».
Para el psicoanalista de niños, en cambio, la alternativa
entre genetismo y estructuralismo es decisiva en la práctica.
Que Freud, en un momento de genial temeridad, proclame al
pequeño Hans que, desde toda eternidad, él sabía «que amaría
de tal manera a su madre que estaría forzado a tener miedo de
su padre», nos deja, pasado el momento de suspensión, con más
preguntas que respuestas: ¿Qué hace Freud, frente a una situación edípica tan manifiestamente trivial, si no es inyectar,
como por fuerza, la «Ley»? ¿Y para qué preguntarse cómo se
construye la estructura psíquica del niño, si afirmamos que la
estructura fundamental trasciende, rige, predetermina, toda
peripecia individual y acontecial? En la década de 1970, en que
se desarrolla la interrogación de Silvia Bleichmar, la tesis
estructuralista daba lugar incluso a excesos teorético-prácticos
desconcertantes: el niño quedaba como desposeído de su neurosis o de su psicosis en beneficio de la red relacional preexistente
a su devenir y a su existencia misma. Pero, en virtud de un
curioso arrepentimiento, la estructura patógena no emigraba
al cielo de las ideas: recaía, concretamente, en la configuración
psíquica de los padres, y particularmente en la de la madre,
convertida en responsable de todos los males. Período, tal vez,
13
superado, en que el niño o el psicótico eran considerados puro
síntoma del Edipo parental. Ahora bien, precisamente, un
trabajo como el de Silvia Bleichmar contribuye de manera decisiva a esa superación, sin abandonar ni la preocupación por la
génesis ni la referencia indispensable a estructuras preexistentes al individuo particular. El lector verá con qué atención,
en cada uno de los casos clínicos presentados, es mantenida la
discriminación entre «lo que se encuentra en la estructura en
el momento en que el sujeto viene a insertarse en ella, y las
condiciones de aprehensión de los elementos de esta por parte
del sujeto». Ingreso en la estructura, por lo tanto; o también, como preferimos decir, en el universo de significancia de los adultos, pero con esta cláusula suplementaria (en lo cual Silvia
Bleichmar ha querido seguir nuestro pensamiento): que entre
la estructura preexistente (de los adultos) y la estructura terminal (el psiquismo del niño) se intercala un proceso complejo
de «metábola», que no permite en absoluto descubrir una homotecia entre las dos estructuras; un proceso cuyo resto, lo nometabolizado, es precisamente lo inconsciente.
Con el nacimiento de lo inconsciente, estamos en el tema
central del libro: la «represión originaria». Un término, un concepto freudiano dejado en espera, como hipótesis indispensable
para comprender toda represión: «. . .tenemos razones para suponer una represión originaria, una primera fase de la represión . .. ». La represión originaria sólo puede ser postulada a
partir de sus resultados; a todas luces, esto dejaba abierto el camino para interpretarla como un «tiempo mítico», con toda la
contradicción de la expresión misma: un tiempo fuera del tiempo pero que admitiría ser descripto como una sucesión temporal.
La fascinación por la noción de mito en psicoanálisis no es
fortuita ni es fácil disiparla por apelación a las simples «luces».
Obedece, creemos, a razones profundas y, en particular, a esa
extraña temporalidad del ser humano, destinado al apréscoup. Si hacen falta siempre dos traumas para hacer un trauma, dos tiempos distintos para hacer una represión, equivale a
decir que la represión originaria, el trauma, no pueden ser jamás señalados con el dedo en una observación directa (aunque
fuera analítica), condenada a situarse siempre demasiado temprano o demasiado tarde. Pero no es menos cierto que la opción
«mítica» hace abandono de esta singularidad del descubrimiento psicoanalítico; y es con toda razón como Silvia Bleichmar cuestiona definitivamente su facilidad: «Los tiempos míti-
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cos no son construcciones, son movimientos reales de estructuración del sujeto psíquico que, aun cuando no podamos capturar en su subjetividad, podemos cercar como se cerca un
elemento en la tabla periódica de Mendeleiev... Tal vez no podemos tocarlo, pero sí podemos conocer su peso específico, su
densidad, su efecto, su combinatoria».
Cercar los momentos de la represión originaria, pero también sus avatares, sus insuficiencias, sus desigualdades o sus
fracasos, es entonces jalonar los tiempos constitutivos del inconsciente y de sus contenidos fantasmáticos. Jalonamiento
que en el niño es de importancia decisiva para la práctica (a diferencia de lo que ocurre en la cura del adulto) porque en la
elección del dispositivo terapéutico es determinante saber si
uno se sitúa antes o después de la constitución del inconsciente, y en qué medida, dentro de qué configuración. Y ello, sin
contar con que esta constitución misma, si es que se quiere
acompañar a Silvia Bleichmar en este punto, no queda definitivamente sellada antes de la intervención de la represión aprescoup, que no. sólo pone en juego la instancia del yo, sino la del
superyó, en una constelación edípica consumada.
Cada una de las observaciones presentadas propone una figura singular por referencia a este eje principal; invita al lector, analista, a acompañar a Silvia Bleichmar, a dialogar
-hasta la controversia- mentalmente con ella, para verificar
las hipótesis que propone y las opciones terapéuticas (dispositivo de la cura, intervenciones, interpretaciones) que de ellas derivan. El lector se sentirá sacudido por la alianza de entusiasmo, de no prevención, pero al mismo tiempo de sagacidad, que
anima a esta práctica teorético-clínica. Una práctica que se sitúa en el corazón mismo del cuestionamiento psicoanalítico
contemporáneo, y que testimonia que este no está destinado, a
pesar de ciertas apariencias, ni a la cacofonía, ni a la desenvoltura «poética», ni a la repetición dogmática ... Trabajo de psicoanálisis.
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«Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito». Sor Juana Inés de la Cruz.
Palabras preliminares
Ser psicoanalista implica ubicarse en la serie de las generaciones. En el consultorio, cuando la práctica cotidiana nos impone un trabajo permanente de historización, aprendemos lo
difícil que es el proceso por el cual se discrimina lo que es
-existente en el inconsciente- de lo que podría ser, o de lo que
fue -temporalización que introduce el índice de realidad-. Es
así como se produce, también, el trabajo teórico: romper abrochamientos imaginarios, discriminar aquello que se ha pensado de lo que el proceso de elaboración arroja como resultado,
sometiéndonos a un trabajo permanente.
La neutralidad teórica es tan compleja como la neutralidad
analítica. Para que la acogida benevolente de un texto se
produzca es necesario estar dispuesto a esperar lo inesperado,
a no dejarse someter por las pasiones, pero a la vez a lograr una
buena dosis de sublimación de lo que se nos representa. He intentado aproximarme a los textos que abordo con el mismo espíritu que me anima con los pacientes que presento. Sin embargo, como ocurre también con ellos, en ciertas ocasiones el
amor y el odio se activan en el baquet psicoanalítico y la neutralidad es un ideal al cual se tiende sin lograrlo jamás del todo.
He tratado de impedir -a pesar de ello- que al igual que en la
escucha analítica, las emociones cieguen mi proceso de conocimiento. No creo que siempre lo haya conseguido, espero de todos modos no haber dicho más de lo que me corresponde en el
intento de dar a entender aquello que empiezo a comprender.
Si las circunstancias propician la benevolencia de mis lectores, debo decir, como atenuante, que no son tiempos fáciles los
que nos toca vivir y que el compromiso abarca todos nuestros
sentidos. Me he permitido, a menudo, que la emoción del compromiso atente contra el rigor. Esto no me excusa en absoluto,
pero quien se encuentre con este fenómeno podrá, al saberlo,
abordar con menor dificultad aquellos momentos en que mi escritura se ve embargada por mis pasiones de sujeto.
Durante siete años, lejos de los sitios que constituyen el centro de mi universo personal, tanto la investigación psicoanalítica como una convicción profunda en la capacidad transforma-
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dora del psicoanálisis me han ofrecido la posibilidad de reparar
las lesiones que la Historia infligiera, en un mismo movimiento, tanto a mis pacientes como a mí misma. Muchos de los niños
de los cuales hablo en los textos que forman esta tesis han retornado a sus países de origen, otros están en vías de hacerlo.
Aun para aquellos que no han sufrido pérdidas tan masivas
(exilios, migraciones, duelos precoces), el futuro inmediato no
se presenta sin dificultades. Espero haber ayudado a todos
ellos a aumentar su capacidad crítica y su independencia de
pensamiento tanto respecto de sí mismos como frente al mundo que los rodea. Este descentramiento de sí mismos y la recuperación de su historia les permitirán ampliar su margen de libertad dándoles herramientas para comprender con mayor
profundidad el dificil tiempo nuevo.
No creo que esto implique una propuesta educativa en sentido tradicional. Sí creo que la práctica psicoanalítica no es ajena a una ética, la que atañe a la ampliación de los márgenes de
la libertad de decir, de la libertad de pensar. Hay que haber
atravesado el desgarramiento de un proceso analítico para reconocer lo dificil que es el movimiento de conquista de esta libertad de pensamiento, movimiento realizado siempre en una
lucha intensa contra los abrochamientos imaginarios con que
las pasiones anudan el pensamiento.
De Jean Laplanche, quien orientó mi búsqueda interrogando, cuestionando, ofreciendo permanentemente puntos de partida, aprendí a abrirme con mayor libertad y soltura al pensamiento psicoanalítico que me precede, así como al de mis contemporáneos. Carlos Schenquerman me enseñó, tanto en la vida como en el psicoanálisis, a diferenciar cuidadosamente la
exigencia rigurosa, del dogmatismo y la intolerancia. Rafael
Paz guió con precisión y respeto mis primeras lecturas psicoanalíticas; su pensamiento crítico siempre abierto a la escucha
productiva permitió una interlocución que se ha extendido a lo
largo de los años, más allá de la distancia, en un vínculo marcado por mi gratitud y afecto. Ubicada en la serie de las generaciones, debo decir que he tenido el privilegio de que tanto mis
padres como mis hijos ayudaron a crear siempre un espacio
-más allá de las circunstancias dificiles que nos haya tocado
vivir- donde pensar fue posible. Todos ellos han habitado mi
mundo interno y me han acompañado durante estas reflexiones.
Octubre de 1983.
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l. El concepto de neurosis en la infancia
a partir de la represión originaria
Hace diez años, cuando empecé a interesarme en la problemática que hoy se convierte en tema de este texto, estaba en
ese momento de la formación analítica por el cual todo practicante que comienza ha debido pasar y que se caracteriza por un
manejo tímido y a la vez temeroso de la puesta en juego de los
precarios conocimientos teóricos que se poseen en el campo de
la clínica.
En mi país, la Argentina, desde la década de 1970 se produjo un movimiento teórico complejo y revulsivo que puso en crisis los modelos teórico-clínicos sustentados hasta ese momento. En efecto, la escuela inglesa, de la corriente de Melanie
Klein, habfa. sido la guía rectora de nuestro trabajo. Pero a comienzos de 1970 se introdujeron conjuntamente los principios
de la epistemología althusseriana y los trabajos de la escuela
psicoanalítica francesa; comenzamos a leer a Freud de otra
manera, guiados por el Diccionario de psicoanálisis, de Laplanche y Pontalis, el Coloquio de Bonneval, Vida y muerte en
psicoanálisis o los Escritos de Lacan. La situación era tal que
alguien que se propusiera abordar la tarea clínica recibía la impresión de que empezaba a tener más claro lo que no podía hacer, y no tanto lo que sí podía, en el campo específico, tomando
como eje las nuevas problemáticas que se abrían a partir del
llamado «retorno a Freud».
Esta búsqueda sometía a una situación enormemente estresante a aquellos que nos iniciábamos en la tarea analítica,
ya que no contábamos con principios rectores claros ni con
guías técnicas que nos permitieran saber con qué parámetros
manejamos cuando nos encontrábamos frente al paciente. Se
llegó a tal grado de maniqueísmo ciencia-ideología que en un
pequeño artículo que escribí en 1976 mostraba la imagen grotesca de un analista aterrado, agarrado con firmeza al sillón,
preocupado por evitar cualquier deslizamiento «precientífico»,
«ideológico», en la interpretación, más que interesado en el proceso de la cura misma en que se hallaba comprometido.
Interpretación de la transferencia hacia la historia, interpretación de la historia en función de la transferencia, inter-
19
pretación !acunar o transcripción simultánea, interpretación
de la defensa o interpretación del contenido, interpretación, en
fin, o no interpretación, eran algunas de las opciones en las
cuales nos debatíamos.
Supongo que este mismo proceso, con apenas años más o
menos de diferencia, debe de haberse vivido en los diferentes
ámbitos en los cuales el psicoanálisis se desarrolla.
Pero en el campo del psicoanálisis de niños la situación se
volvió más compleja. Un cierto purismo que hacía del campo
analítico el ámbito del lenguaje exclusivamente, y ello a través
del movimiento discursivo del paciente, puso en crisis la técnica misma en la cual nos habíamos basado hasta ese momento,
la técnica del juego, propuesta y desarrollada por Melanie
Klein entre 1920y1940. ¿Cómo trabajar, empero, si se abandonaba la técnica del juego con niños pequeños, en un momento
de su evolución en que el lenguaje no podía ser aún la herramienta de trabajo posible?
Este tipo de conflicto llevó, en algunos casos, a una salida
fácil, pero no por ello fructífera: el abandono por una gran cantidad de psicoanalistas del campo de la clínica de niños, por no
poder enfrentarse al conjunto de contradicciones que esta misma práctica les planteaba. Otros, entre los cuales me incluyo,
nos propusimos revisar los principios fundamentales de nuestra propia técnica, a partir de las nuevas propuestas que el proceso teórico abría.
En mi caso particular, me pareció más productiva la línea
que ponía en juego la redefinición de neurosis en la infancia
partiendo de la concepción de un sujeto en estructuración. Se
fue haciendo cada vez más claro para mí que no se podía definir
a priori ningún tipo de técnica si no se resituaba el concepto
rector de represión originaria y el lugar de esta en la constitución del aparato psíquico. El «mito» de la represión originaria
debía ser retomado como concepto y puesto en juego en el campo clínico mismo.
Partí entonces de la hipótesis desarrollada por Freud en la
Metapsicología (1915), que postula que la represión funda la
diferencia entre los sistemas inconsciente y preconscienteconsciente, y que antes de esto son los otros destinos pulsionales --el retorno sobre la persona propia y la transformación en
lo contrario- los que pueden actuar como defensa.
La represión originaria era, por otra parte, en esta formulación freudiana, la condición de transformación del placer en
displacer en relación con la pulsión, porque la posibilidad de
20
ejercicio del placer en un sistema se convertía en displacer en el
otro sistema.
'
A continuación ¿quién sufre? y ¿por qué? se transformaron
en las preguntas clave para plantearme cualquier tipo de comienzo de intervención terapéutica posible.
Voy a desarrollar ahora estas ideas en relación con el concepto de nudo patógeno y de formación de síntomas en la infancia, con miras a presentar el modelo de lo que, entiendo, será
mi proceso de investigación.
En primer lugar señalaré que si la teoría de la represión es
la piedra angular sobre la que reposa en psicoanálisis la teoría
de las neurosis, lo es a partir de marcar su correlación con el
concepto de inconsciente y, por ende, de sujeto escindido, es
decir de sujeto en conflicto.
Quiero, por otra parte, dejar sentado que por el momento
hablaré de sujeto en el sentido lato, general del término, equivalente a psiquismo. No lo haré por ahora remitiéndome a las
categorías propuestas por Lacan para la definición de este término: sujeto.de lo imaginario, sujeto del enunciado, etcétera.
Alrededor de estos ejes que he marcado me introduciré en el
problema del síntoma para ver cómo se desarrolla la propuesta.
En Inhibición, síntoma y angustia, 1 Freud comienza por la
observación de que las circunstancias de un caso real de enfermedad neurótica son mucho más complicadas de lo que suponemos mientras laboramos con abstracciones. En un principio
resulta difícil averiguar cuál es el impulso reprimido, cuál el
síntoma sustitutivo y cuál el motivo de la represión. El pequeño Hans se niega a salir a la calle porque le dan miedo los caballos. Esta es la materia prima que se ofrece a nuestra investigación. ¿El síntoma puede ser considerado el desarrollo de
angustia?, ¿o tal vez la elección del objeto de esta?, ¿la renuncia
al movimiento libre?, ¿tal vez varios de estos elementos conjuntamente?, ¿dónde está la satisfacción pulsional que el pequeño
Hans se prohíbe y por qué esa prohibición?
Freud propone, en este caso, un modelo de análisis de la
neurosis. Primero, definición del síntoma. Luego, búsqueda de
la satisfacción prohibida. Por último, motivo de la prohibición.
De cualquier manera, y en una primera aproximación, podemos decir que todo transcurre «dentro del psiquismo del pequeño Hans», que el conflicto posee un carácter intrapsíquico aun
1 S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras completas, Buenos
Aires: Amorrortu editores, vol. XX, 1979.
21
cuando pueda tener consecuencias en el mundo exterior y recibir influencias de este.
En el apartado II del mismo texto define al síntoma en los
siguientes términos: «El síntoma sería, pues, un signo y un
sustitutivo de una inlograda satisfacción pulsional, un resultado del proceso de la represión». Signo remite acá a una manifestación, un observable que no se puede comprender en sí mismo, sino en el conjunto de las determinaciones que lo originan.
Primera conclusión trivial que podemos extraer: si todo síntoma se manifiesta como un signo, no todo signo es un síntoma.
Sin embargo, esta aparente trivialidad nos permite orientarnos
en la maraña de confusiones con que se nos aparece, a veces, la
clínica de niños. Manifestaciones conductuales de los niños no
pueden ser entendidas en sí mismas como síntomas en el sentido psicoanalítico, mientras no nos manejemos con una definición de este último que permita caracterizarlo con mayor grado
de precisión.
Sustitutivo, en segundo lugar, remite al carácter simbólico
del síntoma, en tanto representación indirecta y figurada de
una idea, de un conflicto, de un deseo inconsciente. Y si es simbólico, si es sustitutivo, si marca la aparición deformada de un
deseo, ¿estamos hablando de desplazamiento como mecanismo
de funcionamiento del inconsciente?
La extensión del concepto de neurosis ha variado; actualmente el término tiende a reservarse a las formas clínicas que
se pueden relacionar con la neurosis obsesiva, la histeria y la
neurosis fóbica. La tendencia, entonces, es al abandono de la
clasificación de las denominadas «neurosis actuales» y «neurosis de carácter» a partir de la consideración de que, sea cual
fuere el valor desencadenante que posean los factores actuales,
es siempre en los síntomas donde se encuentra la expresión
simbólica de conflictos estructurales.
Ahora bien, ¿cuál es, en este marco, el sentido de mantener
el concepto de «neurosis infantil»? Tomando esta idea rectora
de un sujeto en estructuración, ¿no deberíamos más bien hablar de conflictos neuróticos infantiles, en la medida en que la
primera infancia toda es un proceso altamente complejo que
somete al sujeto psíquico en constitución a movimientos lo suficientemente lábiles y masivos para que no hayamos de plantearnos los elementos como definitivos?
Si pretendemos pasar a una ubicación más precisa de este
problema de la neurosis infantil (que puede seguir teniendo
valor descriptivo) será necesario replantear la noción de con-
22
flicto en el niño más allá de las clasificaciones evolucionistas y
de una cronología empírica en la cual las nociones psicológicas
de «desarrollo», maduración, crecimiento, siguen actuando
dentro del campo psicoanalítico sin que se ponga en tela de juicio su función .
Para ello, nos ubicaremos de entrada en una concepción del
sujeto psíquico cuya tópica se presenta, desde el comienzo, intersubjetiva. En el marco de esta tópica intersubjetiva se dará
un proceso de constitución del aparato psíquico que en el momento de abordar el diagnóstico del nudo patógeno deberemos
tener en cuenta a fin de precisar, en un corte, en qué momento
de esta constitución se encuentra.
Si la idea de la cual partimos es que la tópica psíquica se
constituye en el marco de la tópica intersubjetiva que el Edipo
define con su estructura, es necesario señalar que me he propuesto, como primer movimiento de indagación, la revisión del
concepto de inconsciente que se encuentra en la base de las
concepciones clínico-técnicas que se han desarrollado hasta el
momento en psicoanálisis de niños.
He revisado atentamente los textos kleinianos y he hecho
otro tanto con los trabajos de Maud Mannoni y Anna Freud. No
creo que sea necesario insistir en los méritos de los aportes de
Melanie Klein al psicoanálisis de niños; es imposible hoy en día
consagrarse a la práctica clínica con niños sin tener presente
su obra. El abordaje kleiniano de la neurosis y del conflicto como problemáticas intrapsíquicas no deja lugar a dudas respecto de su carácter altamente freudiano, como lo es su intento de
poner en juego en el dominio de la clínica la problemática de la
pulsión de muerte, por ejemplo, que hasta entonces se había
planteado en un terreno puramente especulativo.
Sin embargo es necesario, en mi opinión, diferenciar los elementos que ponen en marcha la constitución del aparato psíquico, que hacen a la estructuración del aparato, del funcionamiento de estos mismos elementos una vez constituido este.
Para ser más precisos: el hecho de que el sujeto psíquico que
se ofrece al conocimiento psicoanalítico sea un sujeto en conflicto, marcado por la escisión, no implica que esto sea así desde
los orígenes, o al menos con las mismas características a lo largo de su procesamiento. Melanie Klein se da cuenta de ello, de
ahí que inaugure una indagación en relación con las defensas
precoces, defensas que deben ser consideradas como elementos
constitutivos del psiquismo y anteriores a la represión originaria. Las sitúo en el momento de la constitución de los destinos
23
pulsionales que Freud mismo da como anteriores a la represión. Sin embargo, desde la perspectiva que proponemos y a diferencia del kleinianismo, estos movimientos pulsionales, estas defensas precoces, sufren una reestructuración no sólo
cuantitativa, sino integrativa, en el momento en que el aparato
logra su constitución definitiva.
Por supuesto que esta diferencia con Melanie Klein, que
señalo, no opera simplemente en relación con las defensas, sino
que se dirige a marcar la apertura de dos grandes problemáticas: por un lado, la diferencia entre inconsciente originario e
inconsciente desde los orígenes y, por otra parte, el papel del
otro humano en la constitución del sujeto y el problema de la
constitución de la tópica psíquica en el marco de una tópica intersubjetiva. No hacemos con ello sino retomar una línea que
viene desde Freud mismo. El modelo de «Duelo y melancolía»,
vigente en la segunda tópica (por ejemplo, en el tercer capítulo
de El yo y el ello), mostró el carácter estructurante que tiene
para el sujeto humano la relación con el otro.
Encontramos en los desarrollos de Winnicott la misma
preocupación. Dice en Realidad y juego: «Cuando el bebé se encuentra con la creciente tensión de necesidad, al principio no se
puede decir que sepa qué objeto ilusorio debe crear. En ese momento se presenta la madre. En la forma corriente le ofrece su
pecho y su ansia potencial de alimentarlo . . . Hay una superposición entre lo que la madre proporciona y lo que el bebé puede
concebir al respecto. Para el observador, este percibe lo que la
madre le presenta, pero eso no es todo ... No hay intercambio
entre él y la madre. En términos psicológicos, el bebé se alimenta de un pecho que es parte de él, y la madre da leche a un
bebé que forma parte de ella. En psicología, la idea de intercambio se basa en una ilusión del psicólogo».2 Entre la tópica
del vínculo, o la tópica edípica, y la tópica del sujeto, oscilan en
general las corrientes clásicas.
Por ejemplo, tomemos un texto que coloca el acento, justamente, en el punto opuesto que Melanie Klein. Me refiero a La
primera entrevista con el psicoanalista, de Maud Mannoni. 3 El
trabajo de Maud Mannoni, apoyado en la teorización lacaniana, es deslumbrante. Marcó en nuestra formación una revolu2
Véase D. W. Winnicott, R ealidad y juego, Buenos Aires: Granica Editor,
1972.
3
M. Mannoni, La primera entrevista con el psicoanalista, Buenos Aires:
Granica Editor, 1973.
24
ción al brindar una nueva herramienta técnica: la entrevista
madre-hijo. Permitió poner en correlación el deseo materno con
la patología infantil y de esta manera se abrieron nuevas posibilidades de comprensión para esta misma patología. No creo
que sea necesario extenderme con respecto a ello. Sin embargo,
hay un punto que atañe al tema que vengo exponiendo, y cuya
profundización me preocupa: el problema de la especificidad
sintomática.
El primer caso que Maud Mannoni nos presenta es el de un
niño de once años incapaz de seguir el nivel de una clase de
cuarto grado; las dificultades se plantean específicamente en
aritmética. El niño ha sido objeto de consultas médicas desde
los cuatro años (no se dice por qué). A partir de la frase inicial:
«Fíjese, tengo un hermano ingeniero y un hijo como este»,
Maud Mannoni se dedica a trabajar los detalles de la historia
de la madre, su orfandad de padre desde la edad de catorce
años, la debilidad y sometimiento a una madre fálica, la sombra de esta abuela sobre la pareja que ella constituye con un
hombre débil y tímido. El niño ha tenido trastornos de lenguaje
desde que empezó a hablar; tiene una relación simbiótica con
su madre, toda agresividad le está prohibida, el ideal paterno
propuesto por la madre al hijo es el tío materno. La imagen del
padre aparece en segundo plano, no cuenta. ¿De qué se trata en
realidad? -dice la autora-, «¿de una insatisfacción de la madre como hija? ( ... ) A esta madre depresiva, a quien nunca logra satisfacer, intenta ocuparla, al menos, mediante sus fracasos y su conducta fóbica, la que aparece aquí más como la expresión del deseo materno que como una enfermedad propia
del niño».
Así aparece Frani;ois como niño juguete, librado a las mujeres de la casa «para estar tranquilo» (palabras del padre). 4
El texto que estamos viendo gira alrededor de la posición
del niño en relación con el deseo materno. No conocemos en qué
consistieron los trastornos del lenguaje mencionados, qué características tuvo la escolaridad hasta el momento de la consulta, cómo son sus relaciones con los otros niños, cómo se coloca
en este momento de su vida frente al desarrollo puberal.
Si, evidentemente, hay un salto entre el motivo de consulta
y el material clínico expuesto, pensamos que esto es legítimo en
tanto se busca una respuesta psicoanalítica y no una respuesta
estrictamente sintomática.
4 !bid .,
págs. 47-8.
25
Sin embargo, algo nos deja en duda: ¿De qué se trata en
realidad?, dice Maud Mannoni.
«De una insatisfacción de la madre como hija».
En realidad (lo subrayamos), ¿de qué?
Porque una insatisfacción de la madre como hija puede producir en otro caso una fobia grave, una sintomatología obsesiva, un cuadro de agresividad, etcétera. Y aún más: desde los
trabajos sobre la sexualidad femenina que abrieron esta problemática en Freud, ¿cuál es la madre que no está insatisfecha
como hija? Podríamos plantearnos, llevando esto hasta sus
últimas consecuencias, que una mujer que estuviera satisfecha
como hija tal vez no se plantearía ser madre.
Por supuesto que hay tipos y grados de insatisfacción, pero
este no es el tema a abordar aquí. Lo que sí podemos señalar es
un interrogante: ¿cuál es la especificidad del conflicto que pone
en marcha al síntoma? Es decir: ¿por dónde debemos explorar
para encontrar el rumbo que nos permita entender el motivo de
consulta?
Por supuesto que no somos tan ingenuos como para pensar
que el motivo de consulta sea el motivo de consulta de la primera entrevista. Pero tampoco nos sentimos obligados a dar una
respuesta inmediata. La matriz teórica de la cual parte Maud
Mannoni para formular el problema en los términos antes citados es su comprensión de la patología infantil tal como aparece
presentada en su texto El niño, su enfermedad y los otros, 5 en
el cual coloca al niño en el movimiento que se constituye desde
el deseo de la madre. Si «el Inconsciente es el discurso del Otro»,
cuando la madre habla encontramos en su propio discurso la
explicación de la significación sintomática. Esto, tanto desde lo
que dice, como desde lo que no dice.
Y podríamos agregar: estamos parcialmente de acuerdo. Su
propuesta tiene el mérito de emplazar al sujeto en una línea de
intersubjetividad que define las líneas por las cuales se abrirán, a grandes trazos, los movimientos que habrán de permitirnos entender la constitución de su propio aparato psíquico.
Sin embargo, en el caso que estamos viendo, ¿no se anula el
concepto de inconsciente como sistema intrapsíquico? ¿No se
termina remitiendo el conflicto a una tópica intersubjetiva que,
si puede ser generadora de patología, no alcanza para explicar
las peculiaridades del conflicto psíquico?
5 M. Mannoni, El niffo, su enfermedad y los otros, Buenos Aires: Nueva Visión, 1976.
26
Y Maud Mannoni propone: «¿Qué puede hacer el analista
más que esperar? Si fuerza en este caso un psicoanálisis, que
afecta a problemas tan esenciales a nivel de la pareja, se corre
el riesgo de que se planteen dificultades de otro tipo.
»En lo inmediato, queda al menos la posibilidad de verbalizar al niño (ante los padres) su situación y la significación de
sus fracasos escolares». Y en nota al pie relata: «Le explico al
niño que sus fracasos escolares no se deben a una deficiencia
intelectual. Adquieren sentido en relación con la forma en que
creció, protegido contra todo lo vivido por una madre huérfana
de padre desde pequeña. "Si mamá hubiera tenido un papá,
tendría menos miedo de que su marido se convirtiese en un
papá demasiado enojado. La cólera de papá te habría ayudado
a convertirte en hombre, en lugar de seguir siendo el bebé que
siente los miedos de mamá"».
¿Tiene derecho el psicoanalista, en una primera entrevista,
a dar a un paciente una explicación totalizadora que funcione
como una racionalización? ¿Es que a un niño de once años con
sintomatología específica se le puede plantear que su conflicto
es efecto de que «a su madre le faltó un padre»? Si entendemos
mecánicamente que «el Inconsciente es el discurso del Otro»,
cuando un niño presenta un síntoma, no importa cuál, ni qué
edad tenga, ni cuál sea la estructura psíquica, esto se deberá a
un conflicto en relación con el deseo materno. Pero si el síntoma tiene como único sentido, o, para ser menos taxativos, como
sentido principal, satisfacer a una madre depresiva, tenerla
ocupada por medio de fracasos y fobias, ¿no se considera de esta manera una intencionalidad sintomática que se constituiría
como beneficio secundario centralmente, antes que como resolución en el marco de la economía libidinal intrapsíquica?
Sin embargo, la teorización que Maud Mannoni nos propone como «actitud» frente a la consulta es absolutamente válida:
«En el psicoanálisis de niños, en la primera consulta, estamos
sometidos a la demanda de los padres, que puede ser urgente y
grave. Existe entonces, frente a los padres, una tendencia a tomar una posición de psiquiatra o de psicopedagogo, y se corre el
riesgo de dejar escapar la dimensión esencial que es, justamente, la aprehensión psicoanalítica del caso. Manteniéndose en el
rol de analista, el profesional puede evitar las orientaciones
apresuradas, el colocar precipitadamente al niño en un Hogar
o en un Instituto, puede intentar que una verdad sustituya a
una mentira. No todas las consultas conducen a la l.ndicación
de un psicoanálisis, pero en todas, sin duda, es posible salva-
27
guardar la dimensión psicoanalítica, e incluso ayudar con ella
al pediatra o al médico de cabecera de la familia».
Y estamos de acuerdo. No todas las consultas conducen a la
indicación de un psicoanálisis. ¿En cuáles, entonces, es adecuado hacerlo? Y más aún, de no practicarse un análisis individual, ¿cuál es la estrategia terapéutica adecuada a proponer?
¿En qué momento podemos decir que nos encontramos frente a
un síntoma infantil? En El psicoanálisis precoz, Diatkine y Simon6 formulan el concepto de neurosis infantil en los siguientes términos: «El concepto de neurosis y al mismo tiempo el de
la cura psicoanalítica supone la internalización del conflicto, es
decir una contradicción entre el yo, el ello y el superyó. ¿A partir de qué fase o de qué proceso se puede hablar de internalización?». La pregunta que se hacen la compartimos; el concepto
de neurosis sólo puede definirse como intrapsíquico. Sin embargo, hay un matiz que nos interesa dejar sentado: hablar de
internalización del conflicto implicaría partir de dos unidades
diferenciales; en determinado momento, sobre la base de la interacción que se genera entre ellas, una internaliza lo que
primero se dio «afuera», es decir en la otra. En ese sentido la tópica paradójica que Winnicott propone nos parece más adecuada porque, como antes señalamos, borra lo interno y lo externo
como a priori. Dejamos entonces de lado la utilización de las
nociones adentro-afuera (salvo como categorías descriptivas), y
ubicamos el problema como un campo de diferenciación progresiva que se produce en relación con una tópica que se constituye en el marco del Edipo y cuyo momento privilegiado de diferenciación es, para el sujeto, la represión originaria.
El concepto de metábola, que propone Laplanche, nos parece, en tal sentido, altamente operativo. El inconsciente es
afectante (affectant), nos propone. El yo, afectado (affecté). En
la clínica de niños, en el momento de la consulta, ¿dónde está lo
afectante, dónde lo afectado?
En Melanie Klein no hay dudas a este respecto; el objeto inicial (como objeto fuente) aparece afectando al sujeto que desde
el yo se defiende. Y el inconsciente, puesto que funciona desde
los orígenes, puede ser analizado precozmente. Para Melanie
Klein, en tanto hay angustia, hay inconsciente. En mi opinión,
esto no es tan claro, o cuando menos tiene que ser desarrollado
dentro de los marcos de la conceptualización en que aquí nos
manejamos.
6 México:
28
Siglo XXI, 1975.
Hemos esbozado algunas ideas respecto de la propuesta de
Maud Mannoni. Retomemos el concepto de metábola que Laplanche propone: «El inconsciente del niño no es directamente
el discurso del Otro, ni aun el deseo del Otro. Entre el comportamiento significante, totalmente cargado de sexualidad (lo
cual se pretende siempre, nuevamente, olvidar), entre este
comportamiento-discurso-deseo de la madre y la representación inconsciente del sujeto no hay continuidad, ni tampoco pura y simple interiorización; el niño no interioriza el deseo de la
madre». «Entre estos dos "fenómenos de sentido"(. .. que son,
por una parte, el comportamiento significativo del adulto, y especialmente de la madre, y el inconsciente, en vías de constitución, del niño) está el momento esencial que debe llamarse "descualificación". El inconsciente (. .. ) es el resultado de un metabolismo extraño, que, como todo metabolismo, implica descomposición y recomposición; por algo hablamos aquí frecuentemente de incorporación, porque la incorporación se parece
más a su modelo metabólico de lo que se cree habitualmente». 7
Esta sustitución de la fórmula del Coloquio de Bonneval, en
que Laplanche considera la «contigüidad y similitud como recortes de la vida antes de ser dos direcciones de lenguaje», pone
en relación este concepto de metabolización con la fundación
del inconsciente. Se trata entonces de retomar dos direcciones:
1) ubicación del conflicto en la infancia en la tópica intersubjetiva; 2) ubicación del conflicto en estricto sentido sintomático,
en la tópica intrasubjetiva del aparato psíquico.
Sin embargo, el sujeto no se «crea de la nada» a partir de la
represión originaria. La simbolización primordial no es equivalente a la represión primordial. «En esta región oscura de los
orígenes y de la génesis, hay lugar para una especie de constitución de un primer fantasma que no sería aún exactamente
reprimido, tampoco aún exactamente inconsciente, y que estaría destinado, en un segundo tiempo, a la represión».8
Ahora bien, teniendo en cuenta todos estos elementos, en la
infancia: ¿abordaje del inconsciente para el diagnóstico y la
elección de estrategia terapéutica?, ¿o abordaje del aparato en
constitución?
Si 1) el aparato implica dos sistemas, dos modos de funcionamiento y dos contenidos, y está signado por relaciones de
7 J. Laplanche, «La référence a l'inconscient», en L'inconscient et le i;a . Problématiques N, París: Presses Universitaires de France, 1981. El inconsciente
y el ello, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987.
8 !bid.
29
conflicto; y si 2) el preconsciente no se funda a partir del inconsciente sino que cada sistema está en correlación con el otro, no
hay análisis del inconsciente, no hay formación de síntomas en
sentido psicoanalítico, antes de la constitución de este aparato.
Pero, ¿qué hay, entonces? Porque esta conclusión parecería llevamos a la parálisis. O aún más, ¿cuáles son los requisitos de
constitución y funcionamiento de este aparato?
Hablar de requisitos de formación del aparato parecería dejarnos, sin posibilidad de escape, en una postura normativizante. Normal, normativizar, todo nos remite a las normas. Y
en ese sentido se abren dos grandes direcciones: el concepto de
normalidad, que se atendría a la norma, social o como modelo
del desarrollo (según lo propone Anna Freud), o algo que yo no
podría denominar aún, pero que hace a los prerrequisitos básicos del funcionamiento del psiquismo. Algunas preguntas pueden ordenar nuestra búsqueda:
1) ¿Hay relación entre el Edipo y la fundación del aparato?
2) ¿Hay relación entre la constitución de las estructuras
cognitivas y el ordenamiento del sujeto sexuado en la infancia?
3) Si la constitución del superyó introduce una legalidad en
el psiquismo, ¿de qué orden es la ausencia de esa legalidad o su
no instauración, en relación con todos los trastornos de simbolización que encontramos en los niños?
4) ¿Hay alguna correlación entre la lógica de la castración y
la lógica del pensamiento?
En caso de que estas preguntas propuestas sean respondidas afirmativamente, tendremos que demostrar clínica y teóricamente de qué manera esto se produce.
Sin embargo, volveré sobre el problema de la constitución
del sujeto en el marco del Edipo o de lo que llamaremos la tópica intersubjetiva para ver cómo hacer jugar estas cuestiones.
En primer lugar señalaré que, en términos generales, me
parece fecundo retomar el planteo de Lacan acerca de los tres
tiempos del Edipo para marcar los movimientos de constitución del sujeto, así como la propuesta de clasificación de la patología en tres grandes áreas: psicosis, perversión y neurosis.
En mi opinión, estos tres tiempos marcan privilegiadamente los grandes movimientos por los cuales debe pasar el sujeto
psíquico en estructuración a partir de la tarea fundamental a
afrontar en los primeros años de la vida: el desprendimiento de
la madre y la constitución de una estructura singular que le
permita ubicarse en el mundo en tanto sujeto.
30
En este sentido la identificación primaria y secundaria, y la
represión originaria, son parámetros de esta constitución.
Ahora bien, esto no pasa de ser una formulación general,
salvo que lo podamos hacer jugar en la exploración clínica. Las
pre-psicosis infantiles son un campo privilegiado para hacerlo.
¿Por qué utilizo el término de pre-psicosis? Porque si para las
psicosis el mecanismo que aparece como definitorio de la estructura psicótica es la forclusión, que da lugar a la alucinación
y al delirio, las psicosis infantiles (las grandes psicosis infantiles, como el autismo de Kanner y la psicosis simbiótica de Mahler) son como movimientos fallidos, no logrados, en la constitución del sujeto. Pero a la vez, si pensamos en que el sujeto está
en el momento de su constitución, la intervención terapéutica
aún puede modificar el curso de los acontecimientos y ser
productora de salud.
En tal sentido podría decir, a través de la experiencia, que
en el autismo precoz, o autismo primario, lo que se produce es
una no-constitución del yo-representación, mientras que en las
psicosis simbióticas el sujeto no puede desabrocharse del objeto
materno con el cual la representación se ha soldado. Es como si
la membrana representacional yoica englobara a ambos objetos, niño-madre, y la efracción de esta membrana produjera un
dolor insoportable que pusiera en riesgo de desintegración a esta estructura simbiótica.
Un ejemplo clínico: en general todos los niñitos lloran los
primeros días cuando son dejados en el jardín de infantes. Los
niños fóbicos se agarran desesperadamente de la madre en la
puerta de la escuela y tratan de no ser separados de esta. El niño simbiótico hace lo mismo. ¿Cómo diferenciarlos, entonces?
La experiencia me ha demostrado que mientras que el niño fóbico espera atentamente el momento de la salida y busca con
los ojos a la madre entre la gente que espera, el niño simbiótico
hace una desconexión durante el día de trabajo (podríamos decir una regresión autista), no busca con la mirada a la salida,
no se atropella ni intenta reencontrar a la madre. ¿Por qué?
Porque no tiene la representación diferenciada del objeto de
amor. Podríamos decir que la separación ha generado hostilidad; y esta hostilidad, intensas ansiedades persecutorias (así
sería posible hacerlo desde una perspectiva kleiniana); sin embargo, desde la perspectiva que estoy proponiendo, el objeto
funciona en la medida en que es parte del sujeto, y ne funciona,
se convierte en extraño, a partir de la separación. Desde este
punto de vista la diferencia radica en concebir en el comienzo al
31
objeto como externo al sujeto o no, como enfrentado o no a este,
o concebirlo como diferenciándose en el seno de una matriz que
los engloba y que adquiere formas simbólicas (desplazadas) del
cuerpo real.
Narcisismo e identificación narcisista en los orígenes de la
vida, constitución de la representación del yo, ligazón a lamadre, son prerrequisitos necesarios para la constitución del sujeto. Y aunque no haya una cronología, hay una etapa necesaria
para que esto se produzca.
Separación de la madre, castración del segundo tiempo del
Edipo como Lacan propone, son movimientos definitorios en la
organización de las identificaciones secundarias, de la elección
de objeto y de la instauración del superyó como forma definitoria de constitución del aparato psíquico.
¿Hay posibilidad de explorar estos elementos clínicamente
en la infancia? Y, de ser así, ¿cuáles son las vías adecuadas para hacerlo?
Aparecen en la literatura psicoanalítica contemporánea
preocupaciones respecto del concepto mismo de infancia. Un
texto reciente, el número dedicado a «L'enfant» de la Nouvelle
Revue de Psychanalyse, ejemplifica la variada gama que esta
problemática puede implicar. Desde la ubicación del niño en
relación con los lugares que se le fueron asignando en la historia (Entretien avec Philippe Aries, en el cual participan J.-B.
Pontalis y F. Gantheret), hasta un texto de René Diatkine, cuyo
título no deja de ser sugestivo, Le psychanalyste et l'enfant
avant l'apres-coup, ou le vertige des origines [El psicoanalista y
el niño antes del apres-coup, o el vértigo de los orígenes].9 Antes del apres-coup. Diatkine se refiere claramente a que la
preocupación del psicoanálisis por el niño comenzó a partir del
descubrimiento freudiano según el cual la neurosis del adulto
actualizaba, de alguna manera, una neurosis infantil. Pero,
desde la perspectiva que nosotros estamos planteando, ¿cuándo y dónde comienza el apres-coup de la infancia? Y cuando hablamos de apres-coup, ¿lo hacemos en relación con el inconsciente mismo, estamos hablando en algunos casos del precons. ciente, o tendríamos que referirnos a las relaciones entre ambos sistemas? Y, de ser así, ¿en qué caso?
Voy a relatar una experiencia: una niña es traída a consulta
a raíz de una serie de trastornos (que no llamaré síntomas por
ahora) producidos por el nacimiento de una hermanita. La pe9 «L'enfant»,
32
Nouvelle Revue de Psychanalyse, París, nº 19,
1979.
queña tiene tres años y medio y en los últimos meses ha manifestado algunos rituales obsesivos precoces, lloriqueo constante, y un marcado pegoteo a la madre, de la cual no se puede
separar.
Por razones que me parece innecesario detallar aquí, elijo
como estrategia terapéutica sesiones de binomio madre-hija
(dos semanales) acompañadas de entrevistas mensuales con
los padres. En pocas semanas de tratamiento comienzan a producirse cambios: empieza la niña a manifestar conductas agresivas hacia la hermanita, aparecen movimientos de separación
de la madre y un esbozo de rivalidad edípica con relación a esta.
Pero el punto al cual quiero llegar es el siguiente: un día, a
los cuatro meses de tratamiento, hacia el final de una sesión en
la cual la pequeña había manifestado una serie de fantasmas
relacionados con su posición hacia el padre y con el ~seo de
tener un niño de este, tal como la mamá lo había hecho, dijo esta frase: «Mami, ¿te acordás cuando yo era chiquita?». Evidentemente, discurso absurdo para quien lo escuchara emitido por
una niñita que aún no ha comenzado su escolaridad. Sin embargo, algo se había producido en relación con el tiempo: una
historización que marcaba un corte que posibilitaba ordenar
un antes y un después, un pasado y un presente; que arrancaba a la niña de la posición cristalizada en la cual había llegado
al tratamiento. La observación de los pequeños movimientos
de constitución del psiquismo infantil pasa casi por lo imperceptible.
Lacan plantea en «El estadio del espejo» que «en ese punto
de juntura de la naturaleza con la cultura(. .. ) sólo el psicoanálisis reconoce ese nudo de servidumbre imaginaria que el amor
debe siempre volver a deshacer o cortar de un tajo». 10 Nudo de
servidumbre imaginario el que liga el niño a la madre en los
orígenes, y que se conserva como estructura intrasubjetiva en
el narcisismo.
Yo hablaba antes de un campo, de una tópica en la cual el
niño encuentra los movimientos para su constitución. Las
«funciones» que Lacan propone (función materna, función
paterna, hijo, falo) en la estructura del Edipo, son modelos a explorar en relación con esta tópica por la cual el niño se desplaza. Sin embargo, es un error, en mi opinión, tomarlos como elelO J. Lacan, «El estadio del espejo como formador de la función del yo Uel tal
:omo se nos revela en la experiencia psicoanalítica», en Escritos l, México:
Siglo XXI, 1972.
33
mentos «puros», en el sentido de los a priori kantianos. El niño
no «realiza» el deseo materno como la Historia no encarna la
Idea absoluta. La idea de «referencia al deseo materno» debe
ser retrabajada y repensada en el campo de esta tópica en la
cual los movimientos de la historia no están predeterminados,
sino sólo esbozados como rutas posibles.
Voy a tratar de exponer brevemente el caso de un niño, que
puede ubicar más concretamente algunas de las líneas que
propongo desarrollar en este trabajo.
En octubre de 1974, una de las preguntas que me planteó la
consulta de los padres de Sebastián, cuando el niño tenía sólo
veintiocho meses de edad, fue: ¿desde qué parámetros podemos
definir el momento adecuado en que un sujeto puede ser pasible de un tratamiento psicoanalítico que tenga características
de tal, garantizando la mínima racionalidad que nuestro quehacer demanda?
Ustedes saben que este no es un problema que se plantee
cuando uno trabaja con una concepción kleiniana del psicoanálisis de niños. La concepción que maneja Melanie Klein del
inconsciente, como un sistema, si se nos permite la expresión,
presente desde los orígenes de la vida, no plantea cuestiones de
este orden. Sin embargo, yo ya conocía las ideas desarrolladas
por Lacan y las contribuciones respecto del carácter de la represión originaria propuestas por Laplanche y Leclaire en el
Coloquio de Bonneval. . . Había leído La primera entrevista con
el psicoanalista, de Maud Mannoni; en fin, como el lector comprenderá, tenía más preguntas que una técnica en la cual apoyarme.
El motivo de la consulta por Sebastián no fue un síntoma
determinado, sino la sensación general de los padres de que
«algo andaba mal», de que «no sabían qué hacer con el niño».
Estaba decididamente agresivo y celoso con su hermano menor, de ocho meses: le pegaba, sólo se alimentaba con la misma
comida con que alimentaban al bebé. Había tenido una serie de
trastornos somáticos: diarreas a repetición, otitis, infecciones
en la garganta, ante los cuales el pediatra recomendó una consulta psicológica. Se quejaba, lloraba constantemente, estaba
«Cargoso», andaba permanentemente detrás de la madre; «no
te deja vivir», decía esta. Se negaba a dormir en su propia cama
y aun si lo hacían dormirse en la habitación de los padres se
despertaba cuando lo trasladaban a su propia habitación.
Algunos elementos de la historia: el niño es hijo de un matrimonio joven, uruguayo, que en el momento de quedar lama-
dre embarazada se encontraba transitoriamente en Israel. La
madre relata el parto de Sebastián como una experiencia terrible, en la que pudo ser ayudada por una partera argentina con
la que, afortunadamente, logró comunicarse, porque era la única persona que hablaba español en la maternidad, y dice que le
«Cortaron la lactancia cuando el niño nació para darle alimentación artificial». Como ella no era judía no circuncidaron al
niño, lo cual les trajo serios problemas de vinculación en el hotel de inmigrantes donde se alojaban, situación que los llevó a
dejar el país cuando Sebastián tenía menos de dos años.
En abril de 1973 la madre queda embarazada de un segundo hijo y en septiembre del mismo año, cuando Sebastián tiene
quince meses, la casa en la cual viven es bombardeada en un
ataque aéreo. Dos días después el niño comienza a llorar y vomitar y tres semanas más tarde se trasladan a la Argentina.
\
Al mes comienzan los primeros síntomas preocupantes: Sebastián, reiteradamente, abre la boca, grita y luego se pone
tenso, haciendo un gesto de horror que dura algunos minutos.
Dos meses más tarde Sebastián empieza con sus primeras diarreas a repetición. La adquisición del lenguaje se detiene a partir del nacimiento del hermano (a los veinte meses de edad del
niño).
La primera pregunta que me hice cuando me enfrenté con
este material fue la siguiente: ¿se podían considerar los síntomas de Sebastián como verdaderos síntomas en sentido psicoanalítico? ¿Eran, en tal caso, un producto transaccional, una
formación del inconsciente? ¿Expresaban un conflicto intersistémico?
Esto, que a primera vista es un problema de orden teórico,
tenía para mí una profunda connotación clínica; el tipo de indicación terapéutica iba a depender de su elucidación. Tratar al
niño individualmente, tratar a los padres, hacer un grupo familiar, una terapia madre-hijo, todas las posibilidades eran
igualmente válidas desde distintas perspectivas de aproximación teórico-clínica al paciente.
Pero, ¿quién era mi paciente? ¿Este niño que no había salido nunca del medio familiar ni para ir a un jardín de infantes,
que no poseía lenguaje todavía, sino dos o tres sonidos, y se expresaba solamente por el llanto, que parecía aún estar sumido
en el universo materno? ¿O esa madre débil, carenciada, que
engordó dieciocho kilos durante el embarazo y que vivió el parto como si le hubieran querido robar al hijo; que añoraba a su
propia madre radicada en el Uruguay, y que a partir del naci-
35
34
miento del segundo hijo entró en un estado de frigidez que le
impedía gozar en sus relaciones matrimoniales? ¿O el padre,
quebrado, ausente, que se identificaba con Sebastián en la agresividad hacia el hermano menor - siendo él mismo hermano
mayor- , incapaz de ponerle al niño ningún límite porque toda
situación represiva lo colocaba en posición de verdugo? Padre
que no sabía qué hacer con ese hijo pequeño del cual se preguntaba si no era hora de enseñarle a leer cuando el niño aún no
hablaba, porque no podía comunicarse con su hijo, cachorro todavía. ¿O el vínculo de ambos padres, desconcertados frente al
mundo, dependientes, en el cual cada uno de ellos esperaba encontrar en el otro la imagen de la madre y el padre ausentes, y
que se llenaban de hostilidad cuando cada uno no respondía a
la demanda del otro?
Comencemos por definir al «paciente», motivo manifiesto de
la consulta, tratando de determinar si los síntomas antes mencionados son realmente tales. Freud define en Inhibición, síntoma y angustia (1926) al síntoma como el símbolo sustitutivo
de una no lograda satisfacción pulsional, planteando que esto
es el resultado del proceso de la represión. Dice: «.. . la mayoría
de las represiones con que debemos habérnoslas en el trabajo
terapéutico son casos de "esfuerzo de dar caza" [Nachdriingen] .
Presuponen represiones primordiales [Urverdriingungen] producidas con anterioridad, y que ejercen su influjo de atracción
sobre la situación reciente. Es aún demasiado poco lo que se sabe acerca de esos trasfondos y grados previos de la represión» .11 Y agrega que la represión surge cuando: a) una percepción externa despierta una moción pulsional indeseable, y b)
cuando tal impulso emerge en el interior sin estímulo externo
alguno. De esta manera, el síntoma surge de la moción pulsional obstruida por la represión.
En la Metapsicología postula que la represión no es un mecanismo de defensa originariamente dado sino que, por el contrario, no puede surgir hasta después de haberse establecido
una precisa separación entre la actividad anímica consciente y
la inconsciente. Su esencia consiste exclusivamente en mantener alejados de la conciencia a determinados elementos.
Estos conceptos tienen su complemento en la hipótesis de
que antes de esta fase serán los restantes destinos de la pulsión
-transformación en lo contrario y vuelta sobre sí mismo- los
que regirán la defensa frente a las mociones pulsionales. Las
11
36
S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia, op. cit., pág. 90.
consecuencias del proceso de la represión serán la creación de
sustitutivos y el dejar síntomas detrás de sí.
Volvamos ahora a Sebastián y sus «síntomas».
La agresión y los celos hacia el hermano pueden ser considerados dentro de lo que Freud postula como conductas no neuróticas. «Vale decir que no podemos designar como síntoma la
angustia de esta fobia; si el pequeño Hans, que está enamorado
de su madre, mostrara angustia frente al padre no tendríamos
derecho alguno a atribuirle una neurosis, una fobia. Nos encontraríamos con una reacción afectiva enteramente comprensible. Lo que la convierte en neurosis es, única y exclusivamente, otro rasgo: la sustitución del padre por el caballo. Es,
pues, este desplazamiento lo que se hace acreedor al nombre de
síntoma. Es aquel otro mecanismo que permite tramitar el conflicto de ambivalencia sin la ayuda de la formación reactiva». 12
La agresión y los celos de Sebastián hacia su hermano son
un emergente directo de la hostilidad que la aparición de un rival en el amor materno le produce y en tal sentido pueden ser
comprendidos. Lo que no puede ser tan claramente comprendido es el horror que siente la madre frente a ello, que coloca al
niño en una posición casi de «criminal», y la complicidad antes
señalada del padre con el hijo.
Por otra parte, por razones que luego señalaré, el hermano
rival aparece emplazado en la línea del doble transitivo dentro
del campo especular, marcando un corte que se puede ubicar en
los términos que define Lacan en El estadio del espejo: «Este
momento en que termina el estadio del espejo inaugura, por la
identificación a la imago del semejante y el drama de los celos
primordiales (tan acertadamente valorizado por la escuela de
Charlotte Bühler en los hechos de transitivismo infantil), la
dialéctica que desde entonces liga al yo [je] con situaciones
socialmente elaboradas». (Escritos I, pág. 16.)
Y las diarreas a repetición, ¿no parecen corresponder a ese
mecanismo arcaico, signado por el yo-placer que Freud describe en Pulsiones y destinos de pulsión, mediante el cual el sujeto
separa y arroja al mundo exterior, en un movimiento que será
un precursor de la proyección, los aspectos displacenteros?
Pero, ¿qué ocurre con el pánico nocturno? La madre relata
que cuando ponen al osito de Sebastián en la cama, en la que
este se niega a dormir, llora angustiado y trata de recuperarlo.
12 Jb id ., págs.
98-9.
37
Hay algo que pasa en esa cama, espacio en el cual lo que produce pánico se activa.
En la segunda entrevista la madre me cuenta que, luego del
bombardeo sufrido por la casa en Israel, esa misma noche se
retiraron a una habitación trasera, ya que el dormitorio estaba
al frente y era peligroso permanecer en él, y Sebastián durmió
en una cunita colocada al lado de la cama de los padres. Esa noche, estos tuvieron una relación sexual que fue interrumpida
debido al llanto de Sebastián, a quien creían dormido, y al cual
no pudieron calmar durante largo rato.
Freud pone a discusión, en El Hombre de los Lobos, la teoría
que intenta explicar los fantasmas primordiales de la neurosis
en su relación con las escenas originarias de épocas arcaicas.
Se inclina allí por la construcción de la neurosis en dos tiempos,
y en realidad el tiempo del deseo y la elección de neurosis es el
segundo. Los momentos previos aparecen como jalones significativos, pero no es un continuo que se incrementa hasta desembocar en el síntoma, sino la reorganización y resignificación de los contenidos previos -compleja red de huellas mnésicas- lo que determinará la elección de neurosis.
Pero es claro que, hasta que el síntoma se desencadena, un
largo recorrido ha de ser transitado por el sujeto: constitución
de los fantasmas originarios -seducción, castración, escena
primaria-, instauración de la represión, constitución del lenguaje, aparición de los procesos de condensación y desplazamiento en las formaciones del inconsciente.
En «El inconsciente, un estudio psicoanalítico», Laplanche
plantea: «El origen del inconsciente debe buscarse en el proceso que introduce al sujeto en el universo simbólico. Podrían
describirse, en abstracto, dos etapas de este proceso. En un primer nivel de simbolización, la red de las oposiciones significantes es lanzada sobre el universo subjetivo, pero ningún significado particular queda atrapado en una malla particular. Lo
que se introduce, simplemente, con este sistema coextensivo a
lo vivido, es la pura diferencia, la escansión, la barra: en el gesto del fort-da, el borde de la cama. Se trata allí, hay que repetirlo, de una etapa puramente mítica, pero los fenómenos del
lenguaje psicótico muestran que puede resurgir aprés-coup en
la "regresión", bajo la forma del shif't indomeñable de una pareja de elementos diferenciales». 13 El segundo nivel de simboliza13 J. Laplanche y S. Leclaire, «El inconsciente, un estudio psicoanalítico», en
El inconsciente (Coloquio de Bonneval), México: Siglo XXI, 1970.
38
ción, agrega, es el que hemos descripto, siguiendo a Freud, como represión originaria; siguiendo a Lacan, como metáfora.
Lo que me interesa señalar, en relación con esta formulación que ha tenido variaciones en los últimos seminarios de «La
référence á l'inconscient», es la precisión de un tiempo, primer
nivel de simbolización, que sólo encontrará su destino definitivo cuando, mediante la fijación de la pulsión a través de la represión, esta quede prendida en ciertas redes que limiten su
oscilación indefinida.
Tal vez podríamos decir que en esta aproximación que estamos haciendo al sujeto en constitución, los tiempos míticos no
son construcciones, son movimientos reales de estructuración
del sujeto psíquico que, aun cuando no podamos capturar en su
subjetividad, podemos cercar como se cerca un elemento en la
tabla periódica de Mendeleiev antes de que el elemento mismo
sea descubierto. Tal vez no podemos tocarlo, ni verlo, pero sí podemos conocer su peso específico, su densidad, su efecto, su
combinatoria. Son los momentos que podríamos llamar constitutivos del inconsciente.
Volviendo a «La référence a l'inconscient», Laplanche señala que el inconsciente aparece como compuesto de elementos
separados, discretos, suerte de átomos. Y dice que podríamos
desconfiar de esta apreciación nuestra porque esta presentación atómica del inconsciente podría ser el simple resultado de
nuestro abordaje metodológico. Concluye: «Admitamos, sin embargo, este carácter separado de las unidades del inconsciente
sin entrar a considerar la cuestión del origen de estas unidades:
¿qué deben ellas a unidades perceptivas, a fenómenos de guestalt, de forma (el pecho, el objeto parcial... ), y qué conservan
del recorte de la estructura de lenguaje, de las unidades significantes?» .14
Entre el momento del bombardeo y la presentificación de la
escena primaria, por un lado, y el nacimiento del hermano, por
otro, algo ha pasado con Sebastián. Los síntomas se desencadenan entre estos dos episodios, síntomas que tienen un doble carácter: durante la primera etapa, aparición de angustia -llamémosla liberada: llanto inmotivado--- y de los cuadros somáticos a repetición; durante el segundo período, fobia nocturna
(más específicamente, fobia a su propia cama), detención del
lenguaje, agudización de la simbiosis con la madre.
14
J. Laplanche, «La référence a l'inconscient», en L'inconscient et le\:ª• op.
cit.
39
¿Podemos plantearnos una relación entre los «episodios
traumáticos», la aparición de modificaciones en el niño (llamémoslas síntomas), y la constitución de estas representaciones
básicas del inconsciente? En este sentido el trauma cobraría un
carácter altamente específico, debido a su inserción en el complejo conjunto de relaciones que hemos señalado.
Sebastián se encuentra, en el momento de la consulta, como
vimos anteriormente, sumergido en la especularidad y el transitivismo. Cuando yo le digo «muéstrame tu pelito», se lleva la
mano a la cabeza. Cuando la madre le dice «muéstrame tu pelito» lleva la mano a la cabeza materna.
Llora cuando su osito es ubicado en la cama que lo asusta; él
y el semejante están colocados en la misma posición y sujetos a
las mismas vicisitudes.
Podríamos decir que se encuentra en esos momentos previos a la instauración definitiva de la represión originaria, momento de los grandes movimientos pulsionales, en que la pulsión puede orientarse contra el propio sujeto, transformarse en
lo contrario.
El borde de la cama, de su cama, marca un punto límite que
lo deja inerme frente a los impulsos destructivos que vuelven
sobre sí mismos.
El carácter terrorífico de los fantasmas se corporiza en esa
cama (símbolo de la exclusión) no sólo por la significación sádica que la escena primaria posee siempre, sino porque en su caso singular esta escena se encuentra enmarcada en el pánico
de los padres frente al bombardeo, la cara de horror de lamadre, el brusco traslado a la habitación trasera.
¿Cómo definir una estrategia terapéutica con relación a Sebastián? O, mejor dicho, y en un primer movimiento ¿cómo definir, y desde dónde, la necesidad de una intervención terapéutica?
En primer lugar señalemos que si hay angustia desbordante, esta está localizada tanto en la madre como en el niño. El
niño sufre diariamente cuando se va a dormir, cuando se levanta, cuando en la primera consulta teme ser separado de lamadre y se aferra a su falda con desesperación, cuando le dan de
comer a su hermano y cuando lo bañan, cuando tiene sus otitis
y anginas a repetición. Por otra parte (lo que compromete toda
su evolución), su lenguaje se ha detenido, lo que anula toda posibilidad de ingreso a un jardín de infantes.
Ha establecido una membrana protectora en el interior del
vínculo materno y cualquier elemento que venga a efraccionar
esa membrana produce intensos desbordes de angustia.
40
La madre, por su parte, se siente aprisionada en ese vínculo
que «no la deja vivir», en el cual se ahoga, y frente a un hijo que
la marca en una posición de fracaso como madre, generando un
monto de angustia que la hace odiarlo porque la demanda la
coloca a ella en posición de la que debe dar y no de la que recibe.
Y el padre, con su desconcierto y su impotencia, se enfrenta a la
función paterna más como cómplice que como padre.
A partir de los elementos que he expuesto quisiera señalar
brevemente las líneas de trabajo que permitirán definir una
estrategia terapéutica y que me propongo desarrollar a lo largo
de los capítulos siguientes.
Para encarar la situación diagnóstica desde esta perspectiva tomaré tres elementos que serán los parámetros de definición del nudo patógeno:
1) El modelo del aparato psíquico y su constitución.
2) La ubicación del paciente en la tópica intersubjetiva.
3) Las determinaciones de la historia (en su carácter significante, y además tomando las correlaciones entre movimiento
sintomático y trauma).
En este sentido, explicitaré algunos de los procesos que pueden servir como índices para el diagnóstico.
a. En relación con el modelo del aparato psíquico, la constitución de los procesos primarios y secundarios como diferenciados, con la consiguiente constitución de las formaciones del inconsciente: en primer lugar, síntoma, en el sentido freudiano
más estricto; en segundo lugar, sueños, actos fallidos, y la función de la transferencia.
b. En lo específico del proceso secundario, la instauración de
la denegación, con la consiguiente constitución del juicio.
Se pueden trabajar índices precursores tales como constitución del no y el sí, y su ubicación precisa en relación con la estructuración del sujeto.
e. El problema del lenguaje, los trastornos del uso de los pronombres y la concordancia verbal son elementos que posibilitan conocer las perturbaciones en la constitución del aparato y,
al mismo tiempo, la ubicación del mismo en la tópica intersubjetiva.
d. Definido el momento de corte en la constitución del aparato psíquico, el estudio del carácter dominante de la defensa
41
dentro de los tres órdenes que propone la escuela lacaniana: renegación, represión y forclusión. En I:Qi opinión, en las pre-psicosis infantiles no encontramos la forclusión como mecanismo
tal como aparece en las psicosis adultas, sino otros índices de
organización psicótica que pueden ser utilizados para el diagnóstico.
e. La ubicación del sujeto en la tópica intersubjetiva puede
ser explorada en relación con una genealogía de la castración
en la cual aparecen los fantasmas de separación de la madre
como momentos constitutivos de la castración fálica.
Es así como el reconocimiento del lenguaje pulsional predominante y las posibilidades del sujeto de establecer nuevos
complejos representacionales que permitan la sublimación, y
también el proceso de esta última, deben igualmente ser tomados en consideración para establecer el diagnóstico.
Me propongo exponer en las páginas que siguen un modelo
provisional de la constitución de esta tópica. Las dificultades
no son pequeñas; se trata de un modelo que ha de incluir, en el
mismo movimiento, el corte de la estructura sincrónica, dando
razón, a su vez, de la historia, es decir, de las determinaciones
pasadas, reales, significantes, que la determinan.
Un modelo de estas características y su puesta a prueba en
la clínica permitirá sortear los obstáculos que tanto el estructuralismo formalista como el genetismo plantean al psicoanálisis
de niños.
42
2. Notas para el abordaje de la constitución
de la inteligencia en psicoanálisis
Durante mucho tiempo creí -efecto de la similicadencia de
los discursos- que el texto presentado por Laplanche y Leclaire en el Coloquio de Bonneval era un desarrollo de la teoría
lacaniana, un aporte más (lúcido, por cierto) a la teorización
que ponía en el centro, a partir de una reformulación del concepto de inconsciente, la discusión habida con la escuela inglesa respecto de un inconsciente entendido como puro contenido
-phantasies inconscientes-, de lo que se derivaba una técnica correspondiente, que consistía en la traducción simultánea.
De esta manera, el hecho de que el texto comenzara con una
crítica a la teoría politzeriana del inconsciente, que reduce este
a un puro efecto fenomenológico dependiente de las variaciones del campo de la conciencia; entendí ese hecho, pues, como
un enfrentamiento interno en el marco de la cultura francesa,
una discusión que tomaba como pretexto a un autor sobre el
cual giraba, estando en realidad destinada a otro. Así, en mi ingenua y principiante lectura, la polémica se dirigía a marcar la
falacia de la técnica de interpretación simultánea (y por ello
centraba el acuerdo con Lacan respecto del carácter lacunar de
la conciencia); a la necesidad de reubicar las formaciones del
inconsciente como eje del proceso analítico y, por supuesto, a reconsiderar el carácter de la represión fundante del aparato psíquico, la represión originaria, a partir de la metáfora paterna y
su ubicación en relación con el Edipo estructural tal como comenzábamos a comprenderlo.
Conocía vagamente, y sobre todo por chismes de pasillo, que
había una discrepancia planteada entre la postura propuesta
en el Coloquio por dichos autores y la concepción del inconsciente en Lacan, discrepancia que se resumía, desde mi punto
de vista, en lo siguiente: para Lacan el lenguaje es la condición
del inconsciente; para Laplanche -fundamentalmente--, el
inconsciente es la condición del lenguaje. El conflicto de lealtades que esto precipitaba en mí, unido a la dificultad para adentrarme en textos que se me hacían de difícil abordaje, me llevaba a una r esolución fácil: el inconsciente, tal como propone La-
43
can, es un efecto de las determinaciones del orden significante,
del orden simbólico y, en tal sentido, es un efecto del lenguaje.
Por otra parte, desde mi experiencia clínica con niños pequeños
en los cuales la represión originaria no había terminado de
constituirse y con niños psicóticos en los cuales se evidenciaban las fallas de esta estructuración, encontraba que era absolutamente coherente plantearme que el inconsciente es la condición del lenguaje, en la medida en que su no constitución como sistema alteraba todas las posibilidades de instauración del
discurso y explicaba muchos de los problemas descriptos por la
psiquiatría clásica respecto de los trastornos del lenguaje con
los cuales nos encontramos en estos casos.
De este modo conciliaba fácilmente dos posturas diversas,
en la fórmula simple de que el lenguaje es la condición del inconsciente en tanto estructura, en tanto orden significante, pero el inconsciente es, a su vez, la condición del lenguaje en tanto habla; este intento conciliatorio no estaba lejos de las necesidades sistémicas del método que la teoría lacaniana me proporcionaba, y respecto del cual volveré luego. Así, sencillamente,
la propuesta de Saussure de diferenciar entre lengua y habla
me permitía situar dos polos de una discusión antitética en
una conciliación absurda y, por supuesto, obturar las preguntas no formulables en una explicación totalizante. Por otra parte, la posibilidad de separar lenguaje en sentido sistémico y
lenguaje en sentido cotidiano, asimilable a «habla», despejaba
la posibilidad de incluir el discurso como el elemento de la intersubjetividad que se define entre el sujeto y el otro para el
caso de la clínica; y en los momentos incipientes de constitución
del sujeto, entre este y la madre. Creía resolver de este modo
otro problema teórico-clínico: el lenguaje en tanto estructura
precede al sujeto; el discurso materno constituye su inconsciente, y el lenguaje (entendido nocionalmente) se constituye como
un efecto del proceso secundario.
En un juego de reduplicaciones especulares, lo que proponía
Laplanche era entonces para mí sólo un agregado a lo propuesto por Lacan; y lo que yo interpretaba, un agregado al agregado, que permitía sortear las dificultades de la confrontación
teórica.
Se podrían tal vez reencontrar, en este proceso, similitudes
con el movimiento de circulación fálica en el Edipo en el momento de formación del analista, definido por la transferencia
a los maestros y al carácter de apéndice en el cual el principian-
44
te se coloca. En los últimos tiempos ¡:¡e ha publicado suficiente
bibliografía al respecto.1
Quedaríamos sin duda limitados a la opción de brindar simplemente un modelo del decurso del conocimiento psicoanalítico en los últimos veinte años, si el único sentido de lo que hoy
expongo fuera mostrar el error metodológico de una lectura
prejuiciada del texto. No es esa mi intención, sino dedicarme al
problema de las opciones propuestas frente a la cuestión del inconsciente y, en relación con ello, la del carácter fundante de la
represión originaria para su constitución.
Tres son, desde mi punto de vista, los problemas centrales
planteados en el texto del citado Coloquio y que parten de una
primera cuestión: ¿qué mutaciones implicaría, para la teoría
psicoanalítica, atribuir al inconsciente una realidad de la misma especie que la realidad de la letra?
De este primer problema deriva la siguiente proposición:
¿se intentará esclarecer la realidad del inconsciente por la del
lenguaje, objeto de la lingüística?
En segundo lugar debemos preguntarnos: ¿es asimilable el
campo del inconsciente al campo del sentido, tal como Politzer
lo habría formulado explícitamente, o debe ser ubicado su realismo --es decir su carácter de realidad propia escindida radicalmente del campo de la conciencia- en los términos de la tópica freudiana: el sistema inconsciente y el sistema preconsciente-consciente, como sistemas contrapuestos y en oposición,
definidos por la constitución de la represión?
En tercer lugar, ¿es asimilable la noción de inconsciente a la
de desconocimiento del sujeto? ¿Puede ser entonces el inconsciente efecto de la posición de sujeto, más que una estructura
definida por la represión?
Algunos elementos de aproximación
a los problemas planteados
Señalemos, en primer lugar, que la diferencia establecida
por Freud en cuanto al inconsciente en sentido descriptivo, utili1
Confróntese, al respecto, S. Leclaire, Un encantamiento que se rompe, Buenos Aires: Gedisa, 1983. G. Rosolato, «La psychanalyse idéaloducte», en Nou velle R evue de Psychanalyse, París, nº 27, 1983. F. Roustang, Un destin si funeste, París: Ed . de Minuit, 1976.
45
zado como adjetivo para denotar, respecto de un elemento, la
cualidad de estar fuera del campo de la conciencia, y que es
contrapuesto a un Ice en tanto sistema, cobra nueva vigencia
en la discusión interna del psicoanálisis, a partir de la propuesta que el estructuralismo ha hecho a las así llamadas ciencias
del hombre.
El texto de Freud «Lo inconsciente», de la Metapsicología, 2
en el que define los caracteres del sistema Ice, aclara: «La condición de inconsciente es sólo una marca de lo psíquico que en
modo alguno basta para establecer su característica. Lo inconsciente abarca, por un lado, actos que son apenas latentes,
inconscientes por algún tiempo, pero en lo demás en nada se diferencian de los conscientes; y, por otro lado, procesos como los
reprimidos que, si devinieran conscientes, contrastarían de la
manera más llamativa con los otros procesos conscientes». 3
Y agrega luego, en un intento de cercar el inconsciente en
tanto sistema: «Usamos las palabras consciente e inconsciente
ora en el sentido descriptivo, ora en el sistemático, en cuyo caso
significa pertenencia a sistemas determinados y dotación con
ciertas propiedades». 4
Definido el inconsciente en tanto sistema, no se trataría
sólo de ubicarlo posicionalmente, sino de reconocerle determinadas propiedades, a la vez que determinados contenidos específicos.
El inconsciente, en tanto sistema, puede resumirse del modo siguiente:
a. Sus contenidos son representantes de las pulsiones.
b. Estos contenidos específicos están regidos por la legalidad
específica del proceso primario.
c. La fijación de estos contenidos en el inconsciente se encuentra determinada por la represión, que no permite su acceso a la conciencia.
Sabidos por todos los psicoanalistas, estos conceptos no
tienen nada de novedoso y son el esqueleto y la carne del inconsciente, tal como lo concebimos aquellos que nos preciamos
de haber hecho una lectura más o menos exhaustiva de la metapsicología. Sin embargo, como señalaba antes, la propuesta
2 S. Freud, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores, vol. XIV,
1979.
3 /bid., pág. 168 (las bastardillas son nuestras).
4 /bid., pág. 168 (las bastardillas son nuestras).
46
del estructuralismo en cierta medida los ha complejizado. La
asimilación del inconsciente a todo aquello que no forma parte
de lo manifiesto ha cobrado alcances tan vastos que se desliza
del campo de la antropología al del psicoanálisis, y también al
de la pedagogía. Desde tal perspectiva, toda estructura fundante, determinante de lo manifiesto, es asimilada a «inconsciente» y se puede hablar de estructuras inconscientes de la
cultura, del lenguaje, del aprendizaje. 5
El concepto de inconsciente utilizado por extensión en el
psicoanálisis mismo pierde la especificidad definida en la tópica freudiana. Y por una paradoja teórica, el inconsciente descriptivo al cual Freud aludía y el inconsciente sistémico del estructuralismo quedan enraizados en una misma perspectiva:
sólo su valor posicional definirá su carácter.
En esta dirección, de valor posicional del inconsciente, es
donde se sitúa desde mi punto de vista la formulación lacaniana de «cadena significante inconsciente». La hipótesis -central- de Lacan, teorizada en «La instancia de la letra», expresa: «Nuestro título da a entender que más allá de esta palabra, es toda la estructura del lenguaje lo que la experiencia psicoanalítica descubre en el inconsciente. Poniendo alerta desde
el principio al espíritu advertido sobre el hecho de que puede
verse obligado a revisar la idea de que el inconsciente no es sino
la sede de los instintos».6
5 En su Antropología estructural, Lévi-Strauss dio el modelo pertinente a
ello, al tomar de Trubetzkoy los pasos del método fonológico: «En primer lugar
-señala Lévi-Strauss-, la fonología pasa del estudio de los fenóm enos lingüísticos "conscientes" al de su estructura "inconsciente",,. Antropología estructural, Buenos Aires: Eudeba, 1968. Y una autora como Sara Pain, en un reciente libro, Estructuras inconscientes del pensamiento. La función de la ignorancia (Buenos Aires: Nueva Visión, 1979, vol. I), intenta una asimilación entre las llamadas «estructuras cognitivas inconscientes» y las estructuras del
inconsciente en sentido psicoanalítico, apoyándose para ello en la teorización
de Piaget, por un lado, y del psicoanálisis estructuralista, por el otro. «Tratamos de adoptar aquí la noción más general de inconsciente para que abarque
tanto el inconsciente cognitivo como el inconsciente simbólico, y lo entenderemos entonces como una categoría concreta, positiva y estructurante, que tiene
por objeto la instauración simultánea de un mundo comprensible y de un sujeto que en él se reconozca y haga reconocible su deseo. El inconsciente es entonces el lugar del procesamiento del pensamiento del que la conciencia recogerá
imágenes atribuibles a la realidad o al yo .. ·" (las bastardillas son nuestras).
Al vaciar de sus contenidos específicos a la estructura, esta asimilación cobra
una coherencia notable sólo comprensible a partir del efecto engañoso con que
el formalismo estructuralista ha impregnado a las ciencias.
6 J. Lacan, «La instancia de la letra en el inconsciente», en Escritos I, Méxi·o: Siglo XXI, 1972, pág. 180.
47
A partir de ello las opciones son dos: o admitimos enseguida
que el inconsciente no es la sede de los instintos, y al no ser la
sede de los instintos no queda otra posibilidad, al fin y al cabo,
que adoptar la hipótesis de que es el lenguaje lo que constituye
su materialidad (y el lenguaje entendido como estructura del
lenguaje, es decir en tanto sistema de la lengua), o nos vemos
embretados con aquellos que poseen una concepción instintivista del inconsciente, «naturalista» podríamos decir, y quedamos totalmente fuera del psicoanálisis contemporáneo.
En mi opinión son dos falsas opciones. Decir que el inconsciente no es la sede de los instintos marca la divergencia fundamental con quienes han asimilado el inconsciente a la biología
o a la psicología, y que incluso encuentran hoy en la etología un
campo de experimentación -paradójicamente- humano.
Pero, ¿no ha sido justamente el psicoanálisis francés contemporáneo el que señaló la diferencia fundamental entre instinto
y pulsión en la obra freudiana, poniendo de relieve el carácter
cultural de toda sexualidad, incluida la más primitiva? Distinción absolutamente adecuada y que marca, a su vez, el carácter
estrictamente cultural del inconsciente como sede de esta
sexualidad reprimida.
El hecho de que el inconsciente no sea la sede de los instintos, en el sentido biológico del término, no implica que sea la estructura del lenguaje la que constituye íntegramente su campo. A su vez, si definimos el campo de la experiencia analítica
como el de la cura, es evidente que ella sólo es posible a través
del lenguaje y por el lenguaje. Pero Freud separó claramente
entre la posibilidad de conocer el inconsciente y su existencia
como tal, de manera que una no se reduzca a la otra. Ni el inconsciente se reduce a lo que conocemos en el proceso de la cura
ni, correlativamente, existe sólo por su conocimiento. 7
7
Refiriéndose al ejemplo famoso de «Poordjeli», dado por Leclaire en el texto
del Coloquio de Bonneval, en su seminario La situation psychanalytique («Le
psychanalyste et son baquet»), Laplanche propone: «"Poordjeli", en su pureza
fonatoria, es pese a todo algo único, un apax en Leclaire mismo. Entre cierto
número de analizados de que Leclaire nos informa, no ocurre que en todos los
casos llegue a encontrar una continuidad de esta índole; lo mismo vale para los
otros analistas: si a veces un vocablo de este género puede parecer ccncentrar
sobre sí una serie de cadenas asociativas, no se podría hacer de ello el modelo
del análisis ni incluso una etapa corriente de todo análisis.
»En segundo lugar: este "Poordjeli" no es ni una palabra de la lengua común,
ni una frase, ni nada que pueda entenderse en relación con el sistema ordenado
del lenguaje; nada que se refiera directamente al lenguaje como código y como
sintaxis. Es un neologismo, que condensa fonemas de los cuales cada uno es el
48
El problema de una legalidad específica con un contenido
también específico no es sólo cuestión general, exclusivamente
teórica, sino un problema concreto que hace a la constitución
de una teoría de la técnica. Si el inconsciente fuera sólo un valor posicional, de sentido, como cuestionan Laplanche y Leclaire a Politzer, con ello desaparecerían dos conceptos claves del
psicoanálisis: el de represión y el de resistencia. Seamos más
claros: en la teoría lacaniana del significante, el significado sólo es un valor posicional definido por su ubicación respecto de la
barra, es decir, un significante en posición de significado; no
hay entonces ninguna cualidad específica en el elemento que
está por debajo de la barra, salvo su posición. Admitidos el paralelismo absoluto entre ambas cadenas y la propuesta de que
es la «propiedad del significante de componerse según las leyes
de un orden cerrado [la que] afirma un sustrato topológico del
que da una aproximación el término de cadena significante», 8
deviene una necesidad lógica definir la particular posición del
inconsciente no como un efecto de la represión, sino como un
efecto de la combinatoria pura y simple del significante. De esta manera, reemplazada la represión por la «resistencia de la
barra a la significación», desaparece también el concepto de resistencia con todas sus consecuencias clínicas y la técnica sufre
una variación definitiva.
Poner en psicoanálisis la represión nuevamente en el centro
lleva a su vez a subrayar el carácter del conflicto en el aparato
psíquico.
El conflicto es impensable al margen de la tópica psíquica.
Los tres aspectos de la metapsicología (tópico, dinámico y económico) se enraízan en el problema del conflicto psíquico, y si
bien Freud optó en diversos momentos de su obra por soluciones aparentemente contradictorias, estas soluciones no son
Lan diversas como parecería en una primera aproximación.
ulcmento de partida de una pista hacia un deseo. En cierta forma, se podría
decir que "Poordjeli" es otra versión de lo que Freud ha descubierto en el re<;ucrdo encubridor.
»En tercer lugar: esta "fórmula incautatoria", para retomar el mismo térmi110 de Leclaire, no encuentra, según él, su subsistencia más que en aquello de
lo cual ella es la representación, y que es explícitamente concebido como extra¡ i ngüístico. Quiero decir que jamás el "Poordjeli" está dado como el contenido
1iliimo del inconsciente, sino como una ante-última (se podría decir) "represen111rión" de lo que es llamado "representante inconsciente"». Psychanalyse á l'U11i11crsité, vol. 5, nº 20, septiembre de 1980 (las bastardillas son nuestras).
•l J. Lacan , Escritos I, op. cit., pág. 187.
49
Las dos propuestas freudianas se centran en definir el conflicto
en el nivel tópico y en el nivel pulsional. Sin embargo, el antagonismo pulsional no se produce en general, sino inscripto en el
marco de las dos teorías de las pulsiones. Es decir: como las
pulsiones sexuales coexisten entre sí y sólo están en oposición a
las pulsiones de autoconservación o pulsiones del yo; como las
pulsiones de vida son opuestas a las de muerte, y como la libido
del yo es opuesta a la libido objetal, el conflicto pulsional aparece siempre como dualismo pulsional. Sin embargo, el dualismo
pulsional no reduce las pulsiones a dos, sino que las ordena en
dos tipos dentro de la diversidad que las constituye.
Estos dos básicos dualismos pulsionales a que nos hemos
referido, pulsiones sexuales y de autoconservación (o del yo: lo
destacamos porque imbrica el problema pulsional con el problema tópico), y pulsiones de vida y muerte, han sido replanteados en los últimos años por Laplanche9 más o menos en los
siguientes términos: mientras que Freud había establecido el
primer dualismo pulsional como un conflicto entre las pulsiones de autoconservación y las pulsiones sexuales, en la Metapsicología planteó el carácter de la autoconservación como
del orden de lo no reprimible, y a su vez estableció a la pulsión
sexual como el prototipo de toda pulsión. Este dualismo, por lo
tanto, quedaba contradictoriamente anulado por la definición
de la sexualidad como única pulsión en el sentido estricto del
término, y se desplazaba hacia el de un conflicto entre la libido
del yo y la libido objetal, a partir de la inclusión de la problemática del narcisismo. El órgano participante del conflicto parece
entonces el terreno en el cual se juega el conflicto pulsional,
más que uno de los polos de este conflicto.
En el segundo dualismo pulsional, de lo que se trataría sería de rescatar el carácter indomable de la sexualidad originaria, ligada a la búsqueda enloquecida de satisfacción, es decir
anárquica, no ligada, conceptualizada esta vez como pulsión de
muerte. La libido ligada (al yo o al objeto) quedaría contrapuesta de este modo a la sexualidad del ello, de un inconsciente entendido en su profunda anarquía pulsional, pero que no estaría
a su vez presente desde los orígenes: su carácter originario vendría dado por su separación del sistema del yo. Los dualismos
pulsionales, y el conflicto propuesto, quedarían imbricados con
9 J. Laplanche, L'inconscient et le 9a. Problématiques N, París: Presses Universitaires de France, 1981. El inconsciente y el ello, Buenos Aires: Amorrortu
editores, 1987.
50
el problema tópico, reubicándose el problema del conflicto pulsional en términos intersistémicos y resolviéndose la aparente
paradoja de que el inconsciente --en sentido sistémico- pudiera ser la sede del conflicto.
En mi opinión, el conflicto sólo se puede pensar refiriéndolo
a instancias; y en este sentido, también, sólo se lo puede definir
a través de la posición que la represión ocupe en la teorización
que se proponga para el aparato psíquico. 10 La represión es un
proceso que se cumple sobre las representaciones en la frontera de los sistemas Ice y Prcc-Cc, según lo propone Freud en «Lo
inconsciente». 11 Esta afirmación da origen a dos problemas: el
de la significación, por un lado, y el de la intrínseca relación
existente entre inconsciente y represión, por el otro.
En relación con el primero, señalemos la ligazón estrecha
que existe entre la significación y el desarrollo propuesto por
Freud a raíz del tema de los sentimientos inconscientes: «Es
que el hecho de que un sentimiento sea sentido, y, por lo tanto,
que la conciencia tenga noticia de él, es inherente a su esencia.
La posibilidad de una condición inconsciente faltaría por entero a sentimientos, sensaciones, afectos(. .. )». 12 «En la represión se produce un divorcio entre el afecto y la representación,
a raíz de lo cual ambos van al encuentro de sus destinos separados(..)». De este modo, Freud nos propone, a raíz de la separación entre el afecto y la representación: «Cuando restauralO En esta misma dirección es como debería hoy reubicarse la polémica con
la «psicología del yo». El hecho de que esta escuela haya puesto el acento en la
función sintetizadora del yo no es sino una resultante de la subsumisión del
campo de la sexualidad en el de la autoconservación. Concebido el sujeto como
sumergido en un conflicto cuyos polos parecen ser por un lado la autoconservación y por el otro la realidad, la sexualidad tiende a desaparecer del campo del
conflicto; ni siquiera a transformarse en uno de esos polos (como pudiera parecer en Freud desde la primera teoría de las pulsiones, en la cual este conflicto
se jugaría entre la sexualidad por un lado y las pulsiones del yo por otro), sino
a desaparecer lisa y llanamente.
De esta manera, la postura de la psicología del yo respecto de la forma en
que concibe a esta instancia c;omo lugar de conocimiento, no es sino un efecto
del desplazamiento y la toma de partido, dentro de la teoría freudiana, por una
teoría del conflicto. Definida la autoconservación por sus relaciones con lo
real, es inevitable que el yo pase a tomar el lugar que ocupa en sus teorizaciones y que se defina por sus caracteres de organismo presente desde los orígenes; organismo de adaptación biológica, en primer término, y social, en segundo término, por derivación, al hacer equivalentes la sociedad con el medio en el
cual se desenvuelve el organismo.
11 S. Freud, op. cit., pág. 177.
12 Ibid., pág. 173 (l as bastardillas son nuestras).
51
mos la concatenación correcta, llamamos "inconsciente" a la
moción afectiva originaria aunque su afecto nunca lo fue,, .13
El punto que nos interesa destacar es el siguiente: así como
el sentimiento llamado inconsciente es un efecto de la cualificación de la conciencia a propósito de la carga, la significación no
puede ser entendida sino como la reorganización de las representaciones inconscientes a partir de un sujeto que signifique.
Sujeto colocado del lado de lo consciente, pero efecto del encuentro entre los dos sistemas. Siendo el proceso analítico, por
su carácter, un proceso de resignificación y de rehistorización,
es una contradicción teórica pensar que este proceso se cumple
del lado del inconsciente. Está sujeto a las relaciones entre ambos sistemas y a los enlaces simbolizantes que entre ambos se
produzcan.
El proceso de constitución de la represión originaria, de separación y fundación de los sistemas inconsciente y preconsciente-consciente, implica la instalación de una contracarga
que cuide la producción y permanencia del sistema inconsciente. Una inscripción originaria, un representante pulsional que
nunca había estado reprimido, encuentra una ubicación definitiva en el sistema psíquico a partir de la constitución de esta represión originaria. Pero, ¿en qué consiste esta contracarga y
cuál es su origen? Freud propone, a partir de la laboriosa diferenciación que intenta realizar entre las representaciones correspondientes a cada uno de los sistemas, lo siguiente: «De
golpe creemos saber ahora dónde reside la diferencia entre una
representación consciente y una inconsciente. Ellas no son, como creíamos, diversas transcripciones del mismo contenido en
lugares psíquicos diferentes, ni diversos estados funcionales de
investidura en el mismo lugar, sino que la representación consciente abarca la representación-cosa más la correspondiente
representación-palabra, y la inconsciente es la representacióncosa sola». 14
La conclusión a la cual se llega es la siguiente: la constitución de un sistema significante definido por el lenguaje, que
opera desde el sistema preconsciente, sistema capaz de cualificar, definido por unidades diferenciales en el sentido propuesto
por Saussure, y retomado por Lacan para la consti~ación del
sistema de la lengua, actúa como una verdadera contracarga
en el proceso que separa en un mismo movimiento al sistema
13
!bid., pág. 174.
pág. 198.
14 !bid.,
52
inconsciente del preconsciente, a la vez que crea las condiciones de disociación entre el afecto y la representación. Es este
carácter de la representación-palabra el que crea las condiciones de instauración, en el preconsciente, de la lógica y la temporalidad. Pero el carácter más social, menos singular, del
preconsciente señala la radicalidad antitética de un inconsciente que se define por la atemporalidad, la ausencia de lógica, el carácter profundamente singular que lo define. El lenguaje es entonces, paradójicamente, la materialidad de la contracarga del sistema preconsciente, así como la pulsión lo es del
sistema inconsciente.
Pero, así como la pulsión no es un ente abstracto, biológico,
definido en sí mismo, sino que es el efecto de la intrusión sexualizante del otro humano, desprendida de la biología común a todos los hombres y enraizada en una historia singular de la sexualidad del sujeto psíquico, el lenguaje del Prcc no es tampoco
la estructura del código a que se refieren los lingüistas, sino el
residuo de los discursos particulares en los cuales el sujeto se
constituye.
El mismo adulto, ese otro, que sexualiza al niño, instaura el
sistema de prohibiciones, da respuestas e impone silencios y
proporciona las representaciones con las cuales contracargar
al inconsciente. En este desfasaje entre la palabra y el acto, entre el inconsciente y el preconsciente, entre la representacióncosa y la representación-palabra, se instaura la relación entre
los dos sistemas que da origen a la fantasía, a la teoría sexual
infantil, al recuerdo encubridor.
El lenguaje del cual hablamos los psicoanalistas es, en mi
opinión, diverso del lenguaje de los lingüistas, así como la sexualidad de la cual hablamos es diversa de la anatomía. A partir de ello, la pregunta con la cual empezamos este capítulo
queda contestada de la siguiente manera: ni el lenguaje es la
condición del inconsciente, ni el inconsciente es la condición del
lenguaje. Se trata de poner en relación ambos sistemas en su
constitución originaria y de reubicar la metáfora constitutiva
del inconsciente, la represión originaria, en el movimiento fundador de ambos sistemas.
Concluiremos estas observaciones con las siguientes propuestas: siendo la metáfora fundante del Ice algo que ocurre
)ntre ambos sistemas, consideramos, a diferencia de lo que
propondría Lacan, que la metáfora no forma parte del incons:icnte, sino que es fundante de este sistema. La idea de una
metáfora fundadora del inconsciente se abre entonces en la di-
53
rección de señalar la creación, en el inconsciente, de un espacio
en el cual los significantes se tornan enigmáticos porque son
aportados en forma absolutamente enigmática al niño, en forma traumatizante, aislada. A partir de ello, la represión originaria no puede ser concebida más que como una profunda mutación de los significantes o como una diferenciación desde dos
tópicas, dos sistemas de cargas, dos tipos de contenidos; en términos freudianos: de la separación entre representaciones-cosa y representaciones-palabra. Y serán premisas de la posibilidad de inaugurar la significación la instauración del preconsciente y la constitución del proceso secundario contrapuesto al
proceso primario.
No se trataría, entonces, de contraponer a la estructura significante de Lacan la estructura del significado en el inconsciente, sino de resituar la problemática que, desde nuestro
punto de vista, se resume en los siguientes términos: el inconsciente es una estructura radicalmente diversa del preconsciente-consciente, cuya característica es la de ser plausible de ser
significada en la medida en que las representaciones-cosa se
ponen en contacto con las representaciones-palabra.
La contracarga, modelo de funcionamiento del preconsciente y del yo, es la condición de existencia de ambos sistemas, pero su existencia no es autónoma ni independiente; ella es efecto
de una transmutación, tal como Freud lo propone, de la carga
inconsciente. En este sentido, deberemos considerarla partícipe del proceso de constitución de la represión originaria; no será entonces un simple derivado de esta, sino que se instaurará
en una verdadera contraposición de elementos dialécticamente
entrelazados.
La denegación. Constitución de la represión
originaria y del juicio
En 1925, Freud publica un texto breve y sorprendente donde ofrece, sobre la base de una serie de observaciones hechas en
el interior del proceso analítico, algunos element os para el
abordaje de la constitución de la inteligencia en psicoanálisis;
nos referimos a «La negación», 15 trabajado como un texto técni15
54
S. Freud, «La negación», en Obras completas, op. cit., vol. XIX, 1979.
co, que da razón de un mecanismo de defensa para la «psicología del yo». Lo retoma Jean Hyppolite en un seminario de Jacques Lacan, 16 quien intenta con su exposición señalar los alcances más vastos de una propuesta que revelaría la constitución de la posición de sujeto: lo que conoceríamos luego ampliamente como «Sujeto de la denegación», en su relación con un
postulado central de la teoría lacaniana: el sujeto de desconocimiento.
Freud había partido de la paradoja siguiente: no es suficiente que algo esté en el plano de lo manifiesto para que forme parte de lo consciente, para que se considere que ha sorteado la represión:«(. .. ) Un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condición de
que se deje negar. La negación es un modo de tomar noticia de
lo reprimido (. .. ) aunque no, claro está, una aceptación de lo
reprimido» .17
Si no basta que algo esté en el plano de lo manifiesto para
que se considere que la represión ha sido levantada, si aun no
es suficiente que esté en el plano de la conciencia para que esto
ocurra, ¿cómo redefinir la propuesta de que analizar es hacer
consciente lo inconsciente?
Pero Freud vuelve, en el párrafo siguiente, a un postulado
fundamental del psicoanálisis, un principio que ha regido su
propuesta metapsicológica desde los orígenes (ya desde los
Estudios sobre la histeria), la separación entre la carga y la representación: «Se ve cómo la función intelectual se separa aquí
del proceso afectivo. Con ayuda de la negación es enderezada
sólo una de las consecuencias del proceso represivo, a saber, la
de que su contenido de representación no llegue a la conciencia.
De ahí resulta una suerte de aceptación intelectual de lo reprimido con persistencia de lo esencial de la represión». Podríamos agregar: porque lo esencial del proceso represivo consiste
en que la representación no se ligue al afecto concomitante para producir el displacer esperado.
Sin embargo, esta relación entre el afecto y la representación, esta separación entre la función intelectual y el proceso
afectivo se manifiesta, en el proceso analítico, por una no acep-
16 Intervención de Jean Hyppolite en el seminario de Jacques Lacan «Les
)Crits techniques de Freud» (1953-54), publicado posteriormente en Escritos II
;on el título de «Comentario hablado sobre la Verneinung de Freud>>, México:
S iglo XXI, 1975, pág. 393.
17 S. Freud, vol. XIX, op. cit., pág. 253.
55
tación de un sujeto que considera como ajeno un determinado
contenido representacional. A partir de ello, posición de sujeto
y denegación son inseparables. Pero siempre que se considere,
como base de este proceso, la existencia de la represión tal y como está en el texto freudiano, es decir como el elemento pivote
y el motor fundamental alrededor del cual habrá de girar toda
la problemática.
Así, la significación queda ligada inseparablemente a la posición de sujeto y es impensable antes de la separación precisa
entre inconsciente y preconsciente-consciente. En la misma dirección, el juicio es considerado por Freud como un atributo del
proceso secundario (aunque esté ligado a los más primitivos
movimientos de las mociones pulsionales, y en tal sentido relacionado con el yo placer originario).
Jean Hyppolite aportó, desde el ángulo de la filosofía, una
visión nueva sobre este texto. A partir de los ejemplos propuestos por Freud extrae una primera conclusión: «(. . .) Esta observación lleva a Freud a una generalización llena de audacia, y
en la que va a plantear el problema de la denegación en cuanto
que podría ser el origen mismo de la inteligencia. Así es como
comprendo el artículo en toda su densidad filosófica». 18 La visión filosófica nos ofrecería el siguiente punto de vista: a partir
de los procedimientos técnicos concretos del analista, que consisten en pedirle al paciente que diga lo que le parezca más inverosímil, para acercarse de este modo al material reprimido,
extrae la conclusión de que se trataría de un modo de presentar
lo que se es en el modo de no serlo. Pues es exactamente eso lo
que lo constituye: «Voy a decirle lo que no soy; cuidado, es exactamente lo que soy». Hyppolite encuentra que esta opacidad
del ser, que se presentaría en el modo de no serlo, constituye
exactamente la función de la denegación.
La palabra alemana Aufhebung, a partir de la cual Freud
señala el movimiento de la denegación («la denegación es una
Aufhebung de la represión, pero no por ello una aceptación de
lo reprimido») es el concepto que permite a Hyppolite llegar a la
siguiente conclusión: «Presentar el propio ser en el modo de no
serlo, de esto se trata verdaderamente en esaAufhebung de la
represión que no es una aceptación de lo reprimido. El que habla dice: "Esto es lo que no soy". No habría ya aquí represión, si
represión significa inconciencia,.puesto que es consciente. Pero
18
56
J. Hyppolite, op. cit., pág. 394 (las bastardillas son nuestras).
la represión subsiste en lo esencial en la forma de la no aceptación» (pág. 395). 19
De la relectura filosófica del texto freudiano que Jean Hyppolite nos propone retomaremos tres elementos: en primer lugar, la estructuración de la inteligencia es inseparable de la
constitución de una posición de sujeto. En segundo lugar, esta
constitución inaugura la apertura de dos espacios, radicalmente diversos, y cuya característica es estar en oposición dialéctica. Tercero, la constitución de esta posición de sujeto es inseparable de la contracarga que desde el sistema preconsciente
impide la emergencia de lo reprimido, a la vez que inaugura la
posibilidad de constitución de la inteligencia sobre la base de
separar el afecto de la representación.
Sin embargo, esta apertura al problema del desconocimiento del sujeto, el hecho de que el sujeto desconozca sus determinaciones, puede encontrar dos vertientes distintas según
cómo nos ubiquemos en relación con el problema de la represión y según la significación que otorguemos a esta. «La psicología concreta, precisamente porque no considera que la ignorancia del sujeto acerca de su propio ser sea un hecho particularmente notable, no tiene ninguna necesidad de la noción de
inconsciente», citan Laplanche y Leclaire en el Coloquio. Y responden a la propuesta politzeriana: «No disimulamos lo que de
estos textos encuentra un eco en la experiencia y la doctrina
freudiana tanto como en cierta tradición filosófica: cegamiento
que, por el hecho mismo de su posición, sorprende al sujeto en
cuanto a la significación de sus actos, opacidad radical del cogito, esta tesis malebranchiana tiene su correspondiente en la
teoría de Freud». 20
¿Es la posición de sujeto un efecto de desconocimiento, o es
un efecto de la represión? Es decir: ¿la posición de sujeto está
determinada por el lugar que ocupa en la tópica psíquica en relación con el inconsciente, o está el inconsciente definido por el
19 Aufhebung de la represión, es decir, negación determinada, al mismo
ti empo que niega determina una cierta posición: «El resultado de una experiencia de la conciencia no es en efecto absolutamente negativo más quepara ella misma; de hecho la negación es siempre negación determinada. Si es
verdad que toda posición determinada es una negación (omnis affirmatio est
negatio ), no es menos verdadero que toda negación determinada es una cierta
posición». J. Hyppolite, Génesis y estructura de la fenomenología del espíritu
de Hegel, París: Aubier-Montaigne, 1946, pág. 19.
20 J. Laplanche y S. Leclaire, «El inconsciente, un estudio psicoanalítico», en
El inconsciente (Coloquio de Bonneval), México: Siglo XXI, 1970, pág. 99.
57
movimiento discursivo del paciente en relación con su propio
desconocimiento?
Podemos decir que todo el movimiento de análisis que se
define por referencia a la pérdida de las certezas del sujeto es
parcialmente correcto, siempre que se matice en relación con lo
siguiente: si se abandonan las certezas del sujeto para producir
un impulso que ponga en movimiento (sin juicio crítico previo)
la libre asociación, es sólo porque subsiste la ilusión de encontrar algún otro orden de sentido. Cuando Alain Miller dice en
sus Conferencias caraqueñas 21 que lo simbólico está constituido por dos vertientes, una que tiende a la significación y otra
que está ante todo del lado del sin-sentido, y que se puede afirmar que el acento de Lacan pasó indudablemente de la primera vertiente a la segunda, ¿a qué alude con esto? El mismo aclara: es desde el sin-sentido del significante como se engendra la
significación. Y estaríamos parcialmente de acuerdo si se aludiera con ello a que en el movimiento de la libre asociación, en
la medida en que un discurso aparentemente sin sentido cobra
un sentido distinto de aquel que parecía serle propuesto inicialmente, se engendra una significación. Sin embargo, nuestra interpretación de esta hipótesis no parece ajustarse del todo a la propuesta de Alain Miller cuando este señala: «De modo
general diría que para Lacan no hay teoría del inconsciente en
tanto tal. Hay ante todo una teoría de la práctica analítica y en
definitiva es siempre la estructura que se le reconoce a la experiencia analítica misma, la que se supone es la estructura del
inconsciente. Diría que todos los teóricos serios del psicoanálisis siempre reconocieron esta exigencia y que asignaron siempre al analista un lugar en la estructura del inconsciente. El
analista forma parte del concepto mismo de inconsciente». 22
Definido el inconsciente por el sin-sentido, sin embargo su
existencia sólo tiene estatuto -en la propuesta de Alain Miller- desde el sentido que cobra en la práctica analítica. El objeto ha desaparecido como tal, y quedará definido en función de
sentido o sin-sentido.
Decir que el analista está implicado en la estructura del inconsciente, decir que el inconsciente sólo existe en la medida en
que puede ser leído por el analista, o decir que el inconsciente
es lo que viene al encuentro del analista, es un absurdo del mis21
J . Alain Miller, Cinco conferencias caraqueñas sobre Lacan, Caracas: El
Ateneo, 1980.
22
!bid., pág. 12 (las bastardillas son nuestras).
58
mo calibre que decir que la gravedad existe desde que Newton
descubrió la ley de la caída de los cuerpos. La realidad se ha borrado y sólo es un existente definido por la posición del científico y el fenómeno al cual este accede.
Al volver a la significación en psicoanálisis no sólo se aborda
un problema teórico que debe, en mi opinión, ser deslindado
cuidadosamente de los problemas de la lingüística contemporánea: es el sujeto el que está en el centro de la problemática
psicoanalítica de la significación y, en relación con el sujeto, la
posición que este tiene en correspondencia con su propio inconsciente definido en los marcos de la tópica freudiana. Es
también la cuestión de la cura analítica, la ubicación de las resistencias y el problema de la interpretación lo que está en juego, definido en los marcos de un principio general del funcionamiento psíquico marcado por las series placer-displacer, es decir, definido por el dolor que atrapa al sujeto entre el síntoma y
el reconocimiento de lo inconsciente.
Al utilizar el modelo lingüístico de la metáfora para ilustrar
el mecanismo. de la represión, Laplanche y Leclaire aclaran:
«Este modelo es tomado para mostrar cómo este mecanismo
opera entre inconsciente y preconsciente, entre proceso primario y secundario, puesto que el inconsciente freudiano y el lenguaje de los lingüistas se oponen radicalmente y las tentativas
de trasponer término a término sus propiedades aparecerían
como una tentativa paradójica. El cotejo entre psicoanálisis y
lingüística únicamente es posible al precio de un desdoblamiento de ambos campos: en el campo psicoanalítico, el de un
campo preconsciente regido por el proceso secundario y el de
un campo inconsciente regido por el proceso primario. En el
campo lingüístico, el del lenguaje con el cual nos comunicamos
y la ficción de un lenguaje en estado reducido». (Coloquio de
Bonneval.)
Se trataría, más bien, no de un desdoblamiento del campo
de la lingüística, sino de marcar el efecto radicalmente distinto
del lenguaje en el inconsciente. Lenguaje que - si conservamos
la denominación de tal- sólo es un producto original definido
por leyes del proceso primario y no por las del proceso secundario. Descualificado el lenguaje comunicacional, al producirse el
movimiento de constitución del inconsciente, no tendría otro
carácter, como Freud lo señaló, que el de constituirse en representaciones-cosa. En este sentido es tan inadecuado hablar de
una lógica de la cadena significante en el inconsciente, como de
una lógica de la significación. Hoy hay que salir del atrapa-
59
miento lingüístico, así como Lacan mismo propuso en su momento salir del atrapamiento biologista. Las opciones ligadas a
las dos posiciones que prevalecen hoy en el psicoanálisis oscilan entre un inconsciente definido como pura legalidad, como
la combinatoria pura y simple del significante, y un inconsciente definido como puro contenido, como phantasy (correlato pulsional directo). El inconsciente freudiano, conforme ya lo hemos señalado, se define por contenidos específicos -los de la
sexualidad infantil reprimida- y por una legalidad propia, la
de los procesos primarios. En esta dimensión, su ubicación no
está aislada de la relación que mantiene con otra instancia: el
preconsciente-consciente, sin el cual pierde toda razón de existencia.
El problema de la búsqueda de un principio explicativo
único no es patrimonio de los psicoanalistas. En el comienzo de
la filosofía griega existía el dilema de lo uno y lo múltiple. 23 La
búsqueda de un principio fundamental que permitiera
entender la diversidad de los fenómenos llevó a que los filósofos
buscaran una «causa material» de todas las cosas. Y esto los
condujo al punto de partida de que el mundo estaba constituido
de materia. Pero, a su vez, se les planteó el problema de averiguar si la causa material debía ser identificada con alguna de
las formas existentes de materia (agua, en la filosofía de Tales,
fuego, en la de Heráclito) o con alguna sustancia fundamental
de la cual la materia real presentaría sólo las formas transitorias (como en la propuesta de matematización de Platón).
La intención de la hipótesis atómica fue mostrar el camino
de lo múltiple a lo uno, establecer el principio fundamental, hallar la causa material a partir de la cual pudieran entenderse
los fenómenos. Pero se encontró con dos enunciados contradictorios: la materia es divisible infinitamente y, por otra parte,
existen las unidades más pequeñas de la materia. Así, un problema filosófico que está en el origen de la religión y de la ciencia, la búsqueda de lo uno como fuente última de comprensión,
formó parte de las paradojas iniciales de nuestra cultura.
Sólo la ciencia moderna ha mostrado que la paradoja teórica podía resolverse, pero a costa de abandonar las soluciones
iniciales: el producto de un fenómeno de choque de partículas
de gran energía no es la «escisión» de aquellas, sino la creación
de partículas a partir de la energía; la ecuación relativista que
2
3 W. Heisenberg, «La ley natural y estructura de la materia•>, en El humanismo en la filosofía de la ciencia, México: UNAM, 1967.
60
une energía y masa permite comprender la constitución de la
partícula elemental.
El problema de lo uno y lo múltiple se encuentra en psicoanálisis planteado en diversas perspectivas: desde el problema
del carácter productivo del inconsciente, y por ende de su estructura, hasta las formas de pasaje y constitución del sujeto
psíquico en relación con la estructura fundante del Edipo.
¿El inconsciente en constitución del sujeto es homotécico
con los objetos parentales edípicos de los cuales es fruto? ¿El niño es simplemente un desprendimiento del objeto materno,
una subdivisión desprendida del psiquismo materno signada
por los mismos contenidos representacionales, las mismas estructuras deseantes, expresión idéntica de lo Único, eterna estructura que se repite a sí misma?
Plantear que la metáfora es fundante del aparato psíquico,
que es la represión originaria lo que constituye el origen del inconsciente, puede aportar algunas respuestas. En primer lugar, si hablamos de metáfora, hablamos de la creación de un
nuevo sentido. Aquello que estaba, aquello que era un existente, se transforma en significado nuevo a través de una operación combinatoria. Pero esta operación combinatoria, al establecer la metáfora, el corte entre ambos sistemas psíquicos, no
es sino la posibilitante de una nueva significación. Significación que no está dada en sí misma en el inconsciente, sino que
es efecto justamente de la escisión a través de la cual aquello
que es perturbante para el sujeto queda reprimido.
La descualificación de las huellas mnésicas acústicas del
discurso materno que se instalan en el inconsciente formando
parte de las representaciones-cosa queda contrapuesta al discurso de la prohibición que se instaura en el preconsciente. La
metáfora paterna, la represión primaria, no es sino la fundación de dos instancias radicalmente distintas, a partir de la
constitución de un sentido que coloca al sujeto como contrapuesto a su propio inconsciente (constituido como instancia
ajena a un sí-mismo), tópica que se localiza en el yo.
La propuesta de Lacan, entonces, puede ser parcialmente
compartida: el origen del inconsciente no debe buscarse en la
biología, en los instintos, debe ser buscado en los órdenes que
posibilitan en la cultura la constitución del sujeto psíquico. Pero no hay una ahistoricidad del discurso materno que se transmita, a su vez, en un movimiento eterno y perpetuo, al inconsciente del niño. No hay una homogeneidad deseante que instaure una causa única, un elemento único alrededor del cual se
61
constituiría el sujeto. Lo que marca, justamente, la ruptura de
la ilusión de un sujeto unificado en la teoría freudiana es el
contradictorio conjunto de representaciones deseantes que habitan el inconsciente, su incoherencia, su compatibilidad a-lógica, y por eso mismo su contraposición al sistema preconsciente-consciente.
Los elementos señalados representan propuestas introductorias para el abordaje de la constitución del proceso secundario en psicoanálisis. Los denominados trastornos del lenguaje o
los trastornos de aprendizaje en la infancia son, en la mayoría
de los casos, efectos de las fallas en la constitución de la represión originaria y, por ende, fracasos en la estructuración del
sujeto psíquico. En este sentido es que, al abordar el proceso de
constitución de la represión originaria, de la división entre los
sistemas psíquicos, estudiamos el problema de la constitución
de la lógica y el juicio, cuyas condiciones de estructuración son
también las de una lógica del lenguaje marcada por oposiciones
que definen significaciones diversas.
El juicio, el discurso gramaticalmente estructurado, son un
producto de la represión y por lo tanto su singularidad sólo estará dada por la correspondencia que los entrelaza a un inconsciente, este sí, absolutamente singular.
62
3. Mito o historia en los orígenes
del aparato psíquico
Hemos puesto de relieve en los capítulos precedentes cómo
la preocupación de la cual somos objeto cuando nos dedicamos
a la constitución de una teoría de la clínica de niños nos lleva a
embarcarnos en la búsqueda de respuestas respecto del avantclivage, tiempos míticos de los orígenes.
Si partimos de la opción teórica de que el aparato psíquico
implica dos modos de funcionamiento y dos contenidos signados por relaciones de conflicto, y de que el preconsciente no se
funda a partir del inconsciente sino que cada sistema está en
correlación con el otro, afirmaremos que no se puede hablar de
inconsciente, no se puede hablar de formación de síntomas en
la infancia en sentido psicoanalítico, antes de que la represión
originaria se instaure, constituyéndose a partir de ello el aparato psíquico. Pero, ¿qué hay entonces en el psiquismo antes de
esta instauración? y, por otra parte, ¿desde qué perspectiva deben ser considerados los estados anteriores a dicha represión?
¿Son ellos momentos genéticos, momentos del «desarrollo»
determinados internamente por un movimiento evolutivo que
depende de la maduración del psiquismo infantil entendido como un organismo? ¿Son sólo tiempos míticos, es decir, supuestos de los orígenes cuyo efecto de conceptualización ofrece interés en función de un rellenamiento conceptual de la teoría
psicoanalítica entendida como una verdadera antropología, un
estudio del hombre en general? ¿O son - tal y como pretendemos demostrar desde una perspectiva histórico-estructural- verdaderos momentos de organización del psiquismo
que permitirán la ubicación de los elementos constitutivos en
fwición de determinantes constituyentes, cuya correlación posibilitará no sólo la puesta a prueba de las hipótesis teóricas
sino la determinación, en el momento de la consulta, de un
campo de trabajo sobre el cual operar con un índice de cientifi•idad mayor?
Como lo que guía nuestro trabajo es la preocupación por poner en obra la represión originaria, en virtud de dar un fundamento metapsicológico al análisis de niños, nos vemos en la ne-
63
cesidad de poner de relieve la siguiente observación: toda la
Metapsicología está encaminada a mostrar rma complejización
creciente de las estructuras psíquicas en función de la organización defensiva del sujeto respecto de aquello de lo cual no
puede huir, es decir, respecto de la vida pulsional. Paradójicamente, a medida que esta estructura psíquica se complejiza,
asistiríamos, en lo manifiesto, a un ordenamiento empobrecedor de este mundo pulsional. La riqueza fantasmática atribuida por Melanie Klein al sujeto de los orígenes tendería aparentemente a un agrisamiento, a un apaciguamiento, a medida
que el aparato logra formas superiores de organización, como
si este caos inicial solamente pudiera encontrar una estructura
posibilitadora de placer a costa de una regulación menos angustiante.
El problema radicaría, posiblemente, no en considerar rma
totalidad signada por el caos o por el orden, sino por rma complejización en la cual estos fantasmas precoces deben encontrar
rma ubicación definitiva en el interior de la tópica psíquica.
Freud no dejó de señalar, en la misma Metapsicología, que
la agencia representante de la pulsión se desarrolla con mayor
riqueza y menores interferencias cuando ha sido sustraída por
la represión del influjo de lo consciente («La represión»). Concebida la represión originaria como el clivaje inaugural del aparato, aquel que tiene la virtualidad de constituir una tópica definitiva, es justamente por el hecho de que en análisis de adultos (y en el de niños cuya tópica se encuentra ya organizada)
encontramos a través de la represión secundaria la huella de
ese verdadero acontecimiento fundador, que su existencia real
ha permanecido en el orden del mito, se ha reducido a ser simplemente una necesidad lógica en el corpus de la teoría psicoanalítica. Sin embargo, en el psicoanálisis de niños, en los
momentos en que nos vemos obligados a enfrentarnos al avantclivage, la reubicación de estos tiempos permitirá considerarlos en el interior de un verdadero proceso histórico de constitución del sujeto psíquico, confrontándonos a los movimientos estructurantes que no son sólo anteriores a la represión originaria sino que preparan su instalación definitiva.
Vemos en «Pulsiones y destinos de pulsión» que la meta
(Ziel) de la pulsión es, en todos los casos, la satisfacción que
sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimación en la
fuente. Las primeras diferencias entre el estímulo interno y el
estímulo externo vienen dadas por la posibilidad de fuga o no
64
fuga del organismo frente a ellos. La diferencia entre estímulo
(Reiz) y excitación (Erregung) 1 permite la misma diferenciación: la pulsión es aquel estímulo endógeno frente al cual la fuga está impedida, llevando a partir de ello a movimientos psíquicos defensivos cuya complejidad desembocará en la constitución de una tópica en el sujeto psíquico. El carácter altamente paradójico del objeto en el momento del apaciguamiento
de la necesidad, el hecho de que el soporte del agente satisfactor de esta necesidad sea el mismo que el del agente de excitación sexual, complejiza este movimiento diferenciador generando un externo-interno, objeto fuente, derivado de la estimulación sexual precoz a la cual el niño está expuesto por el hecho
de hallarse sujetado por los cuidados de la práctica antinatural
materna. Y en este sentido debemos hacer notar que, cuando
incluimos los cuidados maternos entre las prácticas antinaturales, no lo hacemos sólo en el sentido propuesto por Lacan (ortopedia narcisizante obturadora de la incompletud fetalizada
de los orígenes), sino que lo hacemos en el sentido de considerarla entre todas aquellas prácticas capaces de cambiar la naturaleza del objeto, de subvertir su armonía natural -la del
instinto, en este caso--, a través de una acción modificadora. Al
Lomar un objeto natural (la cría humana) y transformarla en
un producto de cultura, un producto sexualizado, subvertido en
HU instinto, guiado a partir de esta inclusión seductora y traumática en un mrmdo regido por el placer-displacer, por el amor
y el odio, el agente materno abre las vías de esta humanización
on virtud de la cual, aun en sus fallas, en los productos oligofren izados de la psicosis infantil, se ve ya una producción cultural
y facticia y no un ser natural constituido.
¿Cómo concebir entonces, sin aludir a la constitución misma del sujeto psíquico, las transformaciones de la defensa a las
n iales es constreñida la pulsión, verdadera mutación de su
t lcstino; si conservamos la hipótesis del apuntalamiento y la sit.11amos desprendida del orden vital en el movimiento que la
ronstituye como objeto externo-interno perturbador excitante?
Si bien señalábamos antes nuestra preocupación, en funri6n de poner a trabajar la represión originaria, diciendo que
1
'lbmamos la propuesta de traducción de Jean Laplanche que señala que el
11 l11 má n dispone de dos términos bastante cercanos, pero que posibilitan la
1lIHti nción entre lo interno y lo externo: Reiz, aludiendo al estímulo externo, y
/~1 ·r1•m.uig, al interno, cuya traducción adecuada, ya en el campo pulsional mis11 10 , por excitación, nos permite ubicar el orden pulsional en décalage con el ortl 11 11 vilal.
65
esta no aparece en los textos freudianos sino como una necesidad teórica, la de ofrecer un fundamento lógico a la represión
secundaria -siendo una necesidad del sistema que lo secundariamente reprimido deba ser a la vez expulsado de la conciencia y atraído por el inconsciente, inconsciente originario
que permitirá esta atracción- , hay nociones presentes en el
conjunto de la obra que permiten cercarla: la fijación, la contracarga y el traumatismo son las que escogemos para ello.
En las páginas siguientes desarrollaremos estas ideas, con
el objeto de hacer jugar esta preocupación sin duda compartida, aun cuando no resuelta, por Freud, cuando decía que si la
represión no es un mecanismo de defensa presente desde los
orígenes se podría adelantar la hipótesis de que «antes de esa
etapa de la organización del alma los otros destinos de pulsión,
como la transformación en lo contrario y la vuelta hacia la persona propia, tenían a su exclusivo cargo la tarea de la defensa
contra las mociones pulsionales». 2 El primero de estos procesos
afecta a la meta, el segundo, al objeto, y están ligados entre sí
hasta el punto de que es imposible describirlos por separado;
ambos se estructuran en una gramaticalidad (aun cuando su
carácter sea anterior al lenguaje como tal) en la cual el reflexivo es el camino hacia la permutación entre el sujeto y el objeto
(mirar - mirar-se - ser mirado), cuyas alternancias permiten al
propio sujeto ser tomado como objeto.
En «Pulsiones y destinos de pulsión» encontramos la exposición más extensa acerca de estos mecanismos. De los tres
tiempos propuestos para la constitución del exhibicionismo:
mirar, como actividad dirigida sobre un objeto extraño; abandono del objeto y retorno de la Schaulust sobre una parte del
cuerpo propio (mirar-se), e introducción de un nuevo sujeto para ser mirado por él, el primer tiempo no correspondería a la
tendencia pulsional activa propiamente dicha ni a la perversión como tal: Freud designa con ello la función visual en tanto
función autoconservadora. El origen de la pulsión corresponderá al segundo estadio, el del registro sexual del fantasma. 3 En
el tercer tiempo, la introducción de un nuevo sujeto para ser
mirado por él, plantea una dimensión diferente de la cuestión,
a la cual atenderemos más adelante.
2 S. Freud, Metapsicología, en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu
editores, vol. XIY, 1979, pág. 142 (las bastardillas son nuestras).
3 Para un desarrollo de este tema véase J . Laplanche, Vida y muerte en p sicoanálisis, BuenosAires:Amorrortu editores, 1973, y Gérard Bonnet, Voir-etre
vu, París: PUF, 1981.
66
Detengámonos en el segundo tiempo, momento del «retorno
sobre la persona propia», dejando el primer tiempo, que, como
hemos dicho, corresponde al sujeto de la autoconservación (no
hay pulsión escópica, el mirar no está al servicio de la sexualidad). Decir que el sujeto se mira a sí mismo no es suficiente. Esto sería puramente descriptivo. Para el observador el sujeto se
mira a sí mismo, pero, ¿quién mira a quién y desde dónde? Conservando la línea que adoptamos, de un primer tiempo de la sexualidad ligada al autoerotismo, objeto parcial de la pulsión
parcial (segundo tiempo de los propuestos por Freud, ya que
dejaremos de lado ese primer tiempo de la autoconservación,
tiempo mítico del sujeto no sexuado), es esta pulsión parcial la
que está en juego y sólo fenoménicamente hay un mirar-se que
implique un sujeto imaginariamente unificado poseedor de
una imagen completa de sí mismo, es decir, un yo que tome a su
cargo la representación del sujeto psíquico. Esta primera escisión entre mirar (del primer tiempo) y mirar-se, del segundo,
no se realiza por la línea que marcará la represión posteriormente, escisión determinada por el conflicto intersistémico,
Hino por un primer clivaje entre el sujeto de la autoconserva·ión y el sujeto sexuado, abarcando múltiples líneas que sólo
ponen de manifiesto la fragmentación libidinal de este último.
El ser mirado por otro -del tercer tiempo, si nos referimos a
In propuesta de Freud; del segundo, si hablamos en el campo
oxclusivo de la sexualidad- debe ser considerado, en nuestra
opinión, como un efecto de la estructuración del yo narcisista,
i:ualitativamente distinta de la anterior en la constitución del
11 parato psíquico.
Puesto que la satisfacción es la meta necesaria y obligada
1lo la pulsión, ¿qué significaría hablar de una pulsión de fin paMivo? ¿O tendremos que incluir en este caso al sujeto considel'lldo en su condición de contracarga, es decir, incluir la cons1iLución del yo para hacer inteligible este proceso que marca
lw.; movimientos primarios de escisión del psiquismo inci11ionte?
lntentaremos poner a prueba nuestra hipótesis de trabajo,
f1<1$rica y de consecuencias clínicas, de que la transformación en
/11 1·ontrario y la vuelta sobre sí mismo, como mecanismos de de/i•11 sa, son mecanismos estructurantes del aparato psíquico, cu\111 rtparición marca el primer tiempo de la represión originaria,
1 ;•¡lf'esión {undante de este aparato, y de la diferenciación entre
/1111 sistemas inconsciente y preconsciente-consciente.
67
Pondré a discusión, mediante un caso clínico, las hipótesis
antes señaladas, para retomar posteriormente algunos problemas teóricos que de aquí se derivan.
Andrés: vicisitudes de la angustia,
vicisitudes del sujeto
El motivo de consulta en relación con Andrés, cuando el niño contaba seis años de edad, estuvo determinado por una fobia de origen antiguo. Esta fobia, estereotipada y sin variaciones, aparecía desde que tenía tres años adherida a una misma
representación, Drácula, y le producía intensos sufrimientos.
En los últimos tiempos (y esta fue la razón de que los padres
decidieran pedir ayuda profesional), las crisis de angustia se
habían intensificado de tal manera que, en su desesperación,
Andrés se arrancaba los cabellos y tenía episodios de insomnio
que duraban hasta altas horas de la madrugada. Tal sintomatología se acompañaba de una conducta supersegura durante
el día, oposicionismo y actitudes incontrolables, berrinches frecuentes y una dificultad marcada para tolerar el no del adulto.
Había, en relación con ello, cierta complacencia narcisista por
parte del padre, quien hacía la descripción combinando gestos
de horror y risas, diciendo: «¡Fíjese, las cosas que es capaz de
hacer!».
La actitud omnipotente diurna era la contraparte de una
marcada dependencia nocturna, que llegaba al punto de que no
podía ir solo al baño y su padre tenía que acompañarlo. Extremadamente exigente, señalaba la madre refiriéndose a Andrés: «Siempre habla de lo que le falta, nunca de lo que tiene»,
a lo cual agregaba el padre: «Aunque lo amenazamos, nunca
cumplirnos las amenazas. Yo creo que él sabe que no podemos
limitarlo».
Buen alumno, de apariencia fisica muy bella, el niño podía
ser descripto como el hijo consentido de una familia de buenos
recursos económicos, como el depositario del narcisismo parental. Pero en los últimos tiempos tanto su conducta diurna como
su fobia nocturna habían transformado en un verdadero infierno la situación familiar, qué los padres se encontraban impotentes para mejorar. La vida de todos giraba alrededor de esta
situación y, en mi opinión, hubiera sido de una simpleza extrema interpretar esto como el quid de la cuestión. Si bien el bene-
68
ficio secundario que obtenía, a costa de intensos sufrimientos,
era para tener en cuenta, no explicaba bajo ningún concepto ni
la estructura psíquica a la cual me enfrentaba yo en el momento de la consulta, ni la especificidad sintomática que en ella se
enraizaba.
La historia de Andrés
Los padres se casaron siendo muy jóvenes, después de un
noviazgo de tres años, y un año y medio más tarde nació Andrés, cuando la madre tenía diecinueve años y el padre veinticinco. En la mitad del noviazgo murió el padre de la madre, del
cual tomaron el nombre para el niño. El parto, previsto para
mediados de julio, se adelantó veinte días, coincidiendo con el
tercer aniversario de la muerte del abuelo. La familia festejó el
nacimiento de Andrés diciendo que «había vuelto a nacer mi
papá» (palabras de la madre).
El desarrollo del niño durante los primeros tiempos fue normal, sin datos significativos, salvo algunas dificultades en la
lactancia debidas a que a la madre le era incómodo darle el pecho y pasó rápidamente a la alimentación artificial. Pese a ello,
1niño se adaptó pronto al biberón, comiendo con entusiasmo y
numentando de peso rápidamente.
A los nueve meses, cuando le salió el primer diente, comenzaron los trastornos: tuvo diarreas y vómitos a repetición, llanLo continuo y algunos trastornos del sueño: se despertaba tres o
·uatro veces por la noche pidiendo «jugo» y, simultáneamente,
rechazó la leche abandonando su ingestión por completo. Estos
I rastornos se mantuvieron hasta los dos años, cuando completó
lu dentición. Pese a ello, durante todo este período, el desarrollo
tanto intelectual como motor del niño fue excelente. A los nuevo meses comenzó a pararse y a los once ya caminaba. Al año y
rn edio hablaba perfectamente y conocía los colores. Antes de los
(los años y medio sabía las letras y los números. A raíz de estos
conocimientos precoces, el padre, entre complacido y molesto,
decía a la madre que lo exhibía: «Este niño es tu circo».
Las cosas se desenvolvían a tal punto alrededor de Andrés,
que la madre relata que le preguntaron a él si quería tener un
l1 ormanito, y únicamente cuando el niño accedió tomaron la
1Incisión de tener un nuevo hijo. «Yo estaba tan feliz con el niño
qu o n o hubiera necesitado otro hijo», comenta la madre. «En
1•111 dida d, nos decidimos porque pensamos que él necesitaba
69
compañía», agrega el padre. De esta manera, a los dos años y
once meses de edad de Andrés la madre quedó embarazada, y
tuvo una niña que nació cuando su hermano contaba ya tres
años y ocho meses de edad.
Por esta época comenzaron nuevamente los trastornos. Al
tercer mes de embarazo materno, el niño se levantó una noche,
angustiado: quería asegurarse de que los padres lo veían mientras dormía. Fue en ese momento cuando empezó a exigir que
demostraran que lo veían, para lo cual el padre se levantaba
reiteradamente y, cada vez que iba a su habitación, le ponía un
cochecito sobre la almohada: a la mañana siguiente el niño los
contaba, y así fue como llegó a contar nueve o diez cochecitos.
Simultáneamente, reapareció el pedido de <~ugo», que había
desaparecido a los dos años.
Luego del nacimiento de su hermana, cuando Andrés tenía
tres años y nueve meses, un amiguito le habló por primera vez
de Drácula. Es en ese momento cuando se cristalizó la fobia cuya existencia llevaría posteriormente a los padres a solicitar
una consulta psicoanalítica.
Otros datos recogidos en las primeras entrevistas
y sesiones de tratamiento
Desde la primera entrevista que realicé me llamó la atención el hecho de que en momentos en que Andrés se angustiaba
hacía un movimiento con la lengua y los labios (la lengua era
sacada varias veces humedeciendo los labios, pero sin salir manifiestamente). En esta primera entrevista, en la cual el niño
habló largamente de su miedo, el movimiento que señalo apareció repetidamente. Me relató un sueño en el cual él se encuentra de repente rodeado de Dráculas; está en un lugar extraño, luego van todos a su casa y, cuando se sacan la máscara . .. «¿qué crees?-dice-, ¡son mis papás!». El sueño se había
repetido varias veces en otras épocas, no pudiendo precisar
cuándo.
En la segunda entrevista dice: «A mi hermanita no le dieron
leche porque yo me enfermé del pecho>>. «Cuando yo fui a ver a
mi mamá (a la maternidad), mi papá me ofreció llevarme a comer hamburguesas y luego no me llevó». «Tomé mamadera
hasta los cuatro (años), después, a la basura» (hace el gesto y se
ríe). «Y después tiré el chupete... Me gustaba mucho ... » (nostálgico). «Todavía me chupo el dedo, a veces . .. ».
70
Le digo: «¿Sabes por qué Drácula tiene los colmillos a los lados? Porque si los tuviera en el centro no podría chuparse el dedo» (hago el gesto). Se pone colorado y ríe. Dice: «El dE;Jdo sabe a
helado de vainilla». «Estos dedos me los comÍ» (dobla tres dedos: el meñique, el anular y el mayor) «y me quedan otros»: señala el pulgar, que introduce en la boca, y el índice, con el cual
se cubre la nariz. 4
Respecto de los datos aportados por el niño, la madre corrobora posteriormente que no le dio pecho a la hermanita porque,
guiándose por la lactancia de Andrés -que fue muy displacentera para ella- , decidió no amamantar a la pequeña. Señala
también que a aquel lo amamantó sólo quince días, porque no
podía soportar la molestia que esto le ocasionaba: «La leche que
chorreaba me daba asco», dice. «Era yo la que se enfermaba de
los pechos, no él», agrega.
Es interesante observar en primer lugar cómo los datos,
tanto los aportados por la madre como los que brinda el niño,
pueden ser ubicados en un doble corte abarcando tres planos
distintos: por un lado, el acontecimiento, el real vivido, campo
común compartido por ambos: el hecho de que la hermanita de
Andrés no fue amamantada. Por otro lado, la forma en que este
acontecimiento se engarza en los fantasmas maternos (su propio asco a los pechos «chorreantes»). Y, en un tercer plano, la
forma en que el recuerdo «Se fija» en el niño, ligado a sus propias vicisitudes pulsionales (hay una inversión sujeto-objeto en
relación con la madre, es él quien se enfermó del pecho -inversión posiblemente ligada al momento constitutivo de la subjetividad en el cual el acontecimiento fue inscripto--, y una modificación relacionada con la elaboración secundaria: no son los
pechos enfermos de la madre, sino el pecho del niño el que queda colocado en posición significante en relación con la oralidad). Podemos decir que cuando la hermanita nace, Andrés está en un momento de su constitución de pasaje de la tópica intersubjetiva ligada a la especularidad, a una triangulación que
ha abierto las posibilidades de instauración de la represión ori4
Esta forma de los niños de chuparse el dedo es totalmente distinta de una
8imple succión, ya que reproduce en el mismo movimiento el pezón que se introduce en la boca y el pecho que cubre la nariz en la lactancia, al mismo tiempo que es acompañada de una respiración fatigosa. Esta clase de r.hupeteo autoerótico -que se presenta, por lo general, tardíamente- tiene que ser explorada con atención, puesto que guarda adherencias simbióticas al objeto
materno, diferentes del chupeteo como placer de órgano adherido al pecho fantns mático.
7]
ginaria. El sujeto y el objeto intercambiables en la tópica intersubjetiva han pasado fantasmatizadamente al inconsciente y
la represión ha efectuado un sepultamiento de estas inscripciones relacionadas con las frustraciones orales arcaicas, permitiendo la aparición en el preconsciente, en el sujeto de la contracarga, de la asunción del rol activo en relación con lo vivido
pasivamente. Podemos señalar también cómo este recuerdo
encubridor realiza en un doble movimiento el deseo de, por un
lado, privar de leche a la hermana rival y, por el otro, de identificar al sujeto con el objeto, incorporándolo en sí mismo. Sin
embargo, la ambivalencia de esta identificación no deja sin
castigo al sujeto usurpador, tal como Freud lo señaló para algunos modelos de la identificación histérica.
Podríamos graficar de la siguiente manera esta significación de lo real vivido:
Explicación racionalizante
Madre
1
Fantasmas relacionados con
su propia oralidad
Acontecimiento
1
Recuerdo encubridor
Niño
Fantasmas relacionados con
su propia oralidad
Tomando los parámetros señalados en el primer capítulo: 1)
el modelo del aparato psíquico y su constitución; 2) la ubicación
del paciente en la estructura edípica y el tiempo (en el sentido
propuesto por Lacan) de esta inserción, y 3) las determinaciones de la historia singular (en su carácter significante y planteando las correlaciones entre el movimiento sintomático y el
traumatismo), ¿cuáles son los movimientos constitutivos, los
diversos jalones que pueden ser analizados en los tiempos estructurantes del psiquismo de Andrés?
Evidentemente, en el momento en que el paciente se presentó a la consulta me encontraba frente a un niño que había
sufrido ya los efectos de la represión: la estructuración de una
fobia, con los consiguientes mecanismos de condensación y desplazamiento, la constitución de recuerdos encubridores y el
manejo tanto del lenguaje como de la lógica del proceso secundario no dejaban lugar a dudas sobre este punto.
Sin embargo, la intención de trabajar no sólo el diagnóstico
del nudo patógeno, sino la interpretación, ya en el plano del
tratamiento mismo, con intención simbolizante, requiere una
exploración de los movimientos constitutivos del cuadro actual
que permitirá intervenir luego en el proceso terapéutico ligando la fantasmatización a la historia. En el caso de Andrés, entre los nueve meses, momento en el cual aparece la angustia difusa que produce el sueño intranquilo y la primera sintomatología a nivel corporal (diarrea, vómitos), así como el rechazo de
la leche, y los tres años y siete meses, momento de constitución
de la fobia (momento máximo de simbolización, de ligazón a un
contenido angustiante representacional), ¿cuáles son estos
tiempos de estructuración? y, por otra parte, ¿por qué el incremento de angustia aparecida pocos meses antes de iniciar el
tratamiento?5
Constitución de los tiempos de la fobia en Andrés
5
He señalado en otros trabajos que en el momento de aproximación a una problemática clínica en la infancia nos enfrentamos no sólo al abordaje de los fantasmas inconscientes (como
Melanie Klein lo propone), sino, fundamentalmente, a la ubicación precisa del estatuto metapsicológico de estos fantasmas,
así como a su constitución histórica, considerando tanto los elementos intrasubjetivos como el momento de estructuración de
este aparato en el marco de la tópica intersubjetiva, es decir, en
el seno de la estructura edípica.
72
En realidad, esta última pregunta, como ocurre siempre con las incógnitas
en un diagnóstico, sólo pudo ser respondida a lo largo del tratamiento. Un día
ele tormenta, estimulado por el ruido de la lluvia, que en el interior del consultorio producía una sensación de intimidad y seguridad, Andrés «me confesó»
que pocos meses antes de iniciar sus consultas -es decir, en el momento en
que las crisis de angustia se hicieron intolerables- había tenido una serie de
juegos sexuales con un par de niños amigos (hermanitos entre sí, niño y niña).
El había sido el espectador pasivo de esos juegos -en tanto voyeur, no menos
nctivo-, y se sentía horrorizado y complacido por el espectáculo que relataba,
inv irtiendo en la sesión su rol al transformarme a mí, mediante una reduplicación especul ar, en espoctndora pasiva de sus relatos eróticos.
73
Tiempos de constitución de la fobia
a. Nueve meses: dentición y comienzo de la deambulación.
Trastornos: sueño intranquilo, rechazo de la leche y
abandono de su ingestión, diarreas y vómitos a repetición.
Pedido nocturno del <~ugo» .
b. Tres años y dos meses: embarazo materno.
Trastornos: pedido a los padres de que lo vean mientras duerme, reaparición del pedido de «jugo» que había desaparecido a los dos años.
c. Tres afíos y nueve meses: nacimiento de la hermana,
lactancia artificial de esta.
Síntoma: constitución de la fobia a Drácula.
Hemos diferenciado entre trastornos y síntoma para marcar
el carácter absolutamente novedoso de este último, que presenta ya las características, como dijimos antes, de una formación
del inconsciente. A su vez, hemos incluido en los acontecimientos precipitantes del síntoma tanto el nacimiento de la hermana como las características particulares de la lactancia de esta,
tomando en cuenta el material recogido en las entrevistas y expuesto anteriormente. Por supuesto, esta elección nos llevará a
poner en discusión el concepto de traumatismo con el cual nos
estamos manejando.
Interpretación de los movimientos estructurantes
del sujeto
a. ¿Cómo considerar, en el primer tiempo, el rechazo de la
leche? Señalemos, en primer lugar, que la leche que rechaza
Andrés ya está desgajada de la leche originaria. El ha sido privado del pecho quince días después de su nacimiento; la leche
que recibió a partir de ese momento es un desplazamiento de la
leche originaria: no sólo hay una metonimización en la cual el
pecho -objeto de la pulsión sexual- metaforiza la leche -objeto de la necesidad, de la autoconservación-, sino también un
desplazamiento a partir de lo real que requiere reubicaciones
estructurales en el niño.
En el momento en que Andrés rechaza la alimentación primordial, algo viene a «atacarlo» a partir de su propio cuerpo.
Los dientes, irrumpiendo como objetos cortantes en la encía,
74
toman a su cargo la constitución de un primer fantasma (aún
no reprimido) que condensa en un movimiento originario al objeto atacante como objeto-fuente pulsional externo-interno. De
allí que Andrés rehúse ingerir (en lo real) la leche que lo ataca
reactivando sus propias frustraciones orales. Algo que duele lacerantemente en la zona oral y de lo cual sólo puede defenderse
mediante un clivaje en un objeto apaciguante: «el jugo». El
abandono de la ingestión marca el primer tiempo de este movimiento en el cual el objeto y el sujeto están fusionados, pero no
en el sentido del narcisismo, no en tanto yo-no yo simbióticos,
sino en el orden de la pulsión parcial que toma sincrética una
parte del cuerpo del sujeto con el objeto de dicha pulsión, en un
fantasma constituyente.
Primer tiempo traumático de la sexualidad: algo se instala
en el sujeto mismo; algo es «atacante», aun cuando las defensas
requieran todavía un movimiento de fuga «en lo real». Hay derivaciones corporales en este primer movimiento: diarreas, vómitos, la expulsión de aquello que perturba es realizada por
orificios corporales. No se presentan aún movimientos defensivos que posibiliten la utilización de defensas psíquicas más elaboradas.
b. El segundo movimiento que encontramos marca un salto
cualitativo en la constitución del psiquismo de Andrés. El niño
busca alguien que lo mire por las noches, que dé señales de su
presencia para sentirse en condiciones de contener la angustia
que lo embarga. Este segundo tiempo es concomitante al embarazo materno. Ha aparecido un esbozo de triangulación, el hermanito está presente desde el vientre de la madre. El niño requiere de un adulto que ayude a controlar --durante el sueño,
j ustamente durante la emergencia de lo incontrolable-- aquell o que se convierte en amenazante.
Ha variado el motivo de la angustia y el orden de la defensa.
Ya no es algo que se produce sólo apuntalado en el cuerpo, ligado a las series placer-displacer de la zona erógena, sino algo del
orden de la simbolización amorosa. Andrés ha sido expulsado
del universo materno, su madre está dedicada a cuidar y esperar a un tercero, a un rival que lo saca de su posición de privile~ i o . ¿Qué es lo traumático en este caso? El ha sido informado de
que va a tener un hermanito. Hermanito que, según dicen los
pndres, nace para complacerlo. Frente a la situación de expulHÍÓn de la cual ha sido objeto, la simbolización que aquellos
ofrecen aparece como un movimiento inacabado, insuficiente y,
75
podríamos decir, de características negativas. Hay en Andrés
una demanda de simbolización no satisfecha que lo deja librado a sus fantasmas más arcaicos. Si su omnipotencia es tal -y
luego volveremos sobre esto- que puede decidir sobre la vida,
también puede decidir sobre la muerte. Las fantasías mortíferas son posibles tanto como lo son sus propios fantasmas pulsionales desbocados y librados a su propio movimiento. Por eso
necesita de la mirada del otro, no sólo como una prueba de
amor, sino también como algo que controle y supervise lo que
no alcanza a hacer su propia estructura defensiva por sí misma. Los cochecitos, metonimia del padre, de la función protectora paterna, deben ser dejados sobre la almohada, cerca de su
cabeza, para que indiquen que no ha quedado librado a sí mismo. Un sí mismo que le es extraño y que lo somete a las angustias más intensas. Un sí mismo que es ya un otro, un ello. Sin
embargo, esto no basta, y Andrés retorna a la ingestión del jugo
-metonimia del primer objeto de la pulsión oral- reactualizando los movimientos defensivos arcaicos -<le clivaje-- que
le habían permitido enfrentar los primeros momentos traumáticos.
Estamos, en este segundo tiempo, en el momento de la ruptura del narcisismo entendido como zona de constitución del yo
en relación con la identificación primaria. Entre el primer
tiempo, el de la dentición y la constitución de los primeros índices de angustia, y este segundo tiempo, de separación de lamadre e instauración del tercero, el yo ha pasado por su estructuración narcisista y, en su desgajamiento de la tópica intersubjetiva, abre el camino hacia el tercer movimiento, el de la instalación de la fobia. De ahí que requiera todavía del otro adulto real
para defenderse de lo atacante. Sólo cuando, desprendido definitivamente del otro, del semejante, pueda funcionar como instancia intrapsíquica, podrá estructurarse la defensa que da
origen a la constitución del síntoma neurótico, de la verdadera
«fobia», mediante la proyección.
c. El tercer tiempo ya ha barrido decididamente con los remanentes anteriores. Es el de la simbolización mayor, el de la
constitución de un significante referencial externo que permite
el pasaje al miedo. Estamos en plena relación de la angustia
con su objeto. Ya no hay indeterminación del peligro, ya estamos en el orden de la represión y de la racionalidad del proceso
secundario. Andrés no está «loco», teme algo que es comprensible en el mundo de significaciones en que cualquier ser huma-
76
no se maneja. Ha encontrado, por fin, una representación privilegiada alrededor de la cual organizar su angustia. Hay «angustia señal», en el sentido freudiano, aunque esta angustia no
remite directamente a la castración sino a la devoración, debido a que la impronta, el lenguaje pulsional privilegiado en este
niño, hace que todo peligro «genital», toda angustia de castración fálica, sea remitido a angustias orales. La castración no
está ausente en el momento en que Andrés empieza su tratamiento; sin embargo, es significada como devoración.
La lactancia artificial de la hermanita se convierte en un
significante que puede reactualizar sus propias frustraciones
orales. 6 La importancia de este acontecimiento en su carácter
significante, de esto real visto (vivido en tanto se engrama en
su inconsciente), es señalado por Andrés mismo cuando relata,
uno a continuación de otro, los dos elementos pregnantes del
nacimiento de su hermana: el hecho de que ella no recibió el pecho materno, por un lado, y el de que el padre le mintió, le prometió llevarlo a comer hamburguesas y nunca le cumplió. Por
supuesto que la mentira del padre es algo más abarcativo, en el
marco del Edipo, que las hamburguesas a las cuales queda fijado el discurso. Sin embargo, aun cuando evidentemente se abre
por ahí una vertiente para pensar el engaño en el marco de la
caída narcisista cie haberse sentido hasta ese momento único objeto de amor, no puede descuidarse la vía propuesta por el paciente mismo, es decir, la fantasmatización oral del desengaño
amoroso, si lo que queremos, adoptando una postura verdaderamente psicoanalítica, es ser consecuentes con la línea que la
libre asociación nos propone.
Permutaciones activo-pasivo en los clivajes
del aparato incipiente
Hemos señalado el primer tiempo de constitución de esta fobia como un tiempo traumático que desemboca en fantasmas
pulsionales que no poseen aún estatuto metapsicológico preci6 Utilizamos «frustración» en el sentido propuesto por Lacan: daño imaginario s ufrido en relación con la falta de un objeto real, en cuyo caso e!' del dominio
do la reivindicación, de las exigencias desenfrenadas, sin posibilidad de satisfacción. Recordemos el carácter perentorio que adquiere la demanda en Andrés
(:11ondo la madre di ce «s ie mpre habla de lo que le falta, nunca de lo que tiene».
77
so. En este primer tiempo no se puede hablar de clivaje en el
sentido tópico del término. No hay aún sistemas en conflicto
enfrentados, es el «retorno sobre la persona propia» por parte
de la pulsión, el hecho de que esta se instaure como interno-externo atacante para el sujeto, lo que constituye este primer
tiempo. Desde esta perspectiva, estamos frente al «retorno sobre la persona propia», al cual Freud se refiere en tanto mecanismo anterior a la represión originaria.
Pero, ¿cómo situar la «transformación en lo contrario» que
Freud presenta tanto como una transmutación del contenido
(del amor en odio), cuanto del fin (de activo en pasivo)?
En el capítulo II de Más allá del principio de placer encontramos, en los orígenes del juego (con el famoso ejemplo del carretel), el intento del niño por resolver mediante la repetición
de una misma acción (aparición y desaparición del carretel en
el juego fort-da) la transformación de una situación pasiva, por
la cual ha sido afectado, en una situación activa, no obstante el
displacer que esta acción debería producir. La pregunta que
Freud formula es la siguiente: «¿Puede el esfuerzo (Drang) de
procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? Como quiera que sea , si en el
caso examinado ese esfuerzo repitió en el juego una impresión
desagradable, ello se debió únicamente a que la repetición iba
conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa».7 Y agrega en el capítulo III: «Empero, ya hemos considerado esta clase de displacer: no contradice al principio de placer,
es displacer para un sistema y, al mismo tiempo, satisfacción
para el otro. Pero el hecho nuevo y asombroso que ahora debemos describir es que la compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de
placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces». 8
El ejemplo del carretel es un paradigma de la transformación de pasivo en activo. Sin embargo, no es el primer tiempo de
constitución del sujeto psíquico, y menos aún de la sexualidad.
La polaridad pasivo-activo es uno de los principios fundamentales de la vida psíquica y, tomada en su conjunto, podría
7
S. Freud, Más allá del principio de placer, en Obras completas, op. cit., vol.
XVIII, 1979, pág. 16.
8 lbid., pág. 20.
78
ser anterior a las oposiciones posteriores a las cuales se integrará: fálico-castrado y masculino-femenino. ¿Cómo situar, entonces, con relación a la tópica psíquica y a su constitución, estos momentos de activo-pasivo que encontramos en las oposiciones anteriores?
Hemos definido como primer tiempo de la sexualidad el «retorno sobre la persona propia»; momento en el cual la pulsión
se instaura en el sujeto psíquico y a partir del cual se produce la
Schaulust que torna a esta objeto interno-externo atacante.
¿Qué es activo y qué es pasivo en este movimiento? El hecho de
que la pulsión se inscriba en tanto objeto extraño atacante es
efecto de la sexualización precoz a la cual el niño es sometido.
Si el primero de los tiempos descriptos por Freud es mirar, esta
actividad ligada al orden vital, a la autoconservación, se engrama en la pasividad sexualizante que somete a la cría humana a
los cuidados seductores de la madre. Es así como en los orígenes de la vida, en ese primer tiempo que no es sexual en el sujeto, el movimiento puede ser descripto en los términos siguientes:
Madre
(Sexualmente activa)
·
Niño
Activo en la búsqueda de
la autoconservación
(Sexualmente pasivo)
Es decir, madre: sujeto de la sexualidad; hijo: sometido a la
sexualidad materna.
En ese primer tiempo que Freud define como primero (mirar), pero que podemos considerar como externo a la sexualidad en el sujeto, el niño es objeto de la seducción materna, ya
que cuando va activamente en búsqueda de la satisfacción de
la necesidad se encuentra con la intromisión de la sexualidad
por parte del semejante.
En el segundo tiempo, el de la constitución de la pulsión, lo
xterno sexual materno se inscribe en tanto interno-externo
xcitante, y la pulsión es activa frente a un sujeto que es objeto
pasivo de un primer núcleo activo sexual excitante. La vuelta
Hobre la persona propia se transforma entonces en un primer
livaje entre el sujeto de la autoconservación y el de la pulsión
Hcxual, al mismo tiempo que el objeto se diva en excitante-apa:iguante (recordemos la dicotomía leche-jugo que presenta Andrés); clivaje entre el objeto bueno y el malo, en el lenguaje de
Mclanie Klein; es la madre excitante-mala la que aparece en
79
múltiples fragmentos parciales de objetos internos atacantes.
Este es verdaderamente el tiempo de la constitución de la pulsión sexual de muerte.
Como vemos, todo pasa en el «interior del psiquismo» indiferenciado desde el punto de vista tópico, cuyo primer núcleo se
ha escindido hacia el orden de la sexualidad, de la pulsión.
Este movimiento puede ser ilustrado, pues, de la siguiente
manera:
Sujeto pasivo
(atacado por lo interno-externo)
de la sexualidad
Objeto clivado
(excitante y apaciguante)
En el tercer tiempo, pasivo y activo aparecen situados con
relación a la tópica psíquica. La constitución del yo plantea un
equilibrio intersistémico entre lo pasivo y lo activo. La represión originaria se constituye separando definitivamente al yo
del ello (según la segunda tópica), y separando al inconsciente
del preconsciente-consciente (de acuerdo con la primera tópica). En virtud de lo que precede, lo activo y lo pasivo quedarán a cargo de la tópica psíquica, y lo que es pasivo en un sistema devendrá activo en el otro. Los fantasmas entrarán en juego en este movimiento, dando lugar, a partir de la represión, a
la proyección: un representante externo (Drácula) se ofrece a
Andrés y en él queda depositada la actividad de la pulsión oral
de succión, mientras que él (sujeto del yo), se constituye como
víctima pasiva del ataque. En este tercer tiempo, el conflicto
entre el ello y el yo entra en juego por la línea de la escisión que
marca la represión originaria, al tiempo que el deseo se proyecta hacia el otro atacante.
Podemos ilustrarlo del siguiente modo:
Yo (de la defensa)
activo en la defensa,
pasivo en la sexualidad
Ello (pulsión de succión)
activo-atacante
Representación
simbólica (activa)
proyectada
El conflicto es intersistémico: el yo, activo en la defensa, entra en juego en el lugar del desconocimiento (en el lenguaje de
Lacan). El ello atacante, ligado a la sexualidad reprimida, impone al sujeto movimientos defensivos que lo enfrentan (por
una inversión adentro-afuera) a las representaciones angus-
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tiantes proyectadas. Estas representaciones que aparecen a
partir de lo real son efecto de la condensación y el desplazamiento de la transmutación de lo deseado en temido.
En este tercer tiempo, definido por la constitución de la represión originaria, lo activo y lo pasivo no son ya cualidades diferenciales del sujeto y del objeto, sino que están definidas por
la escisión del sujeto mismo.A raíz de esto, justamente, señalamos el carácter activo del inconsciente -cuya legalidad tiende
a la emergencia de lo reprimido, al avance permanente hacia el
preconsciente a la vez que al atrapamiento de las representaciones provenientes de este último- en relación al yo atacado
(pasivizado por el deseo), defensivo.
El problema de la transformación de lo activo en pasivo y de
lo pasivo en activo debe ser replanteado hoy en el orden de las
relaciones entre la estructura edípica y el sujeto que en ella se
inserta. Como lo hemos señalado anteriormente, el niño, objeto
pasivo de la seducción materna, solamente puede llegar a incorporar esto activo-excitante en el orden que contiene los elementos discretos constitutivos del inconsciente.
En el caso de Andrés, en el momento en que rechaza la leche
-leche rechazada por la propia madre en los orígenes de la
vida- no es evidentemente de un objeto exterior atacante de lo
cual el niño se defiende, sino de algo externo-interno excitante
que se ha convertido en el primer tiempo de un fantasma pulsional cuyo destino será reprimido más tarde. La inversión, el
pasaje a la actividad, no es un correlato directo, en el nivel metapsicológico, de la agresión vivida pasivamente. 9 Si la agre9 El mecanismo de «identificación con el agresor» propuesto por Anna Freud
en su texto El yo y los mecanismos de defensa es una consecuencia lógica de Ja
concepción que esta autora tiene de la constitución del psiquismo infantil.
Siendo el yo un organismo que debe defenderse del peligro exterior, y definido
este en el nivel de la adaptación, la identificación con el agresor es el efecto de
un proceso del psiquismo que se propone obtener defensas más adecuadas y
eficaces frente a la indefensión natural del niño. Considerada la madre como
agente satisfactor de necesidad, es evidente que en su papel de yo auxiliar es
la única coraza protectora de que dispone el bebé frente al daño que le pueden
infligir los traumas que afectan su yo. Evidentemente, en la concepción de
Arma Freud no es la sexualidad materna Jo traumático; es en el carácter
insatisfactorio en el nivel del apaciguamiento de la necesidad donde se sitúa la
fo lla de la función materna. Desgajada del campo de Ja sexualidad, Ja agresividad funciona en tanto concepto que actúa simultáneamente en diversos campos: agresión fisica, crítica de los adultos, frustración real del objeto, engendra ndo a partir de ello un miedo real en la infancia, que requiere de este meca-
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sión se inscribe en forma fantasmática, lo es en tanto sexualizada, es decir, en tanto efecto de la seducción traumática. Hay
una verdadera transmutación en la cual el objeto atacante
- siendo interno-- es un verdadero collage de lo real vivido con
el objeto libidinal (como lo muestra el gráfico que expusimos
para mostrar la relación entre los fantasmas maternos y los
fantasmas infantiles).
Podemos imaginar ese primer fantasma boca-pezón-lechedientes cortantes, dolorosos, atacantes, frente al cual Andrés
permanece inerte, mordido y desgarrado por una parte de sí
mismo que se ha vuelto sobre la persona propia. Sólo desde el
punto de vista fenomenológico se puede hablar de una identificación con el agresor, a partir del hecho de que Andrés invierte
lo que ha vivido pasivamente (el rechazo de la madre a darle
leche, al rechazo a ingerir esta última). Pero la leche que rechaza Andrés no es la leche de la autoconservación, es la leche fantasmática de la pulsión oral excitante, a partir de que la leche
de la cual la madre lo privó no fue la leche de la alimentación
sino su propio objeto pecho. Leche que, como diría Melanie
Klein, conserva los restos del pecho despedazado, de los dientes
cortantes (del objeto y del sujeto), leche que debe ser cuidadosamente diferenciada -clivada- del jugo apaciguante que protege.
Hemos definido dos tiempos anteriores a la constitución del
síntoma en Andrés, y lo hemos hecho entendiendo que se
manifestaban en trastornos pre-sintomales. El primer tiempo,
traumático, desemboca en fantasmas pulsionales que no tienen aún estatuto metapsicológico preciso; el segundo tiempo
está ligado a la constitución del yo y a la instauración de la represión. En esta dirección se abren a su vez dos movimientos
estructurantes de la defensa: un primer tiempo, de «vuelta sobre la persona propia», de instalación del objeto-fuente atacante contra el cual actúan los mecanismos arcaicos: clivaje, expulsión en el nivel corporal, llantos, rechazo de incorporar el objeto
fantasmatizado. Un segundo tiempo, de búsqueda del otro
amado que proteja contra la angustia a la cual queda sometido
el sujeto cuando permanece solo frente al ataque pulsional. La
constitución del yo marca el sentido de la frase: «puede pasar-
me algo». Y estos dos tiempos culminan en un tercero, verdadero movimiento estructurante de la represión, que da lugar a
la proyección y a la organización del síntoma: encuentro con
una representación privilegiada capaz de tomar a su cargo la
angustia en forma simbolizante; síntoma que podríamos considerar ya en estricto sentido psicoanalítico, como formación del
inconsciente.
Si hacemos entrar en juego la historicidad de la represión
originaria, el carácter estructurante que posee esta en relación
con el aparato psíquico porque funda la distinción entre los sistemas inconsciente y preconsciente-consciente, nos ubicamos
en el orden de una perspectiva teórica que considera esta realidad históricamente constituida como diferente de los constituyentes que la determinan, con los cuales está en correlación
metabólica, pero de la cual no es un simple «reflejo».
nismo de identificación con el agresor para «transformar la angustia en una
seguridad agradable•>, o sea, confort en el mundo definido por sus características
hostiles que amenazan la seguridad del organismo. (Véase al respecto, de esta
autora, Neurosis y sintomatología en la infanci.a, Buenos Aires: Paidós, 1977.)
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83
~
4. Notas sobre la memoria
y la curiosidad intelectual
Funes o el desgarramiento de la memoria
Borges creó un personaje víctima de la memoria. Su percepción se ha agudizado a tal grado que es descripto así: «Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes,
todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra.
Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española
que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma
que un remo levantó en el río Negro la víspera de la acción del
Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc.
(... )Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido
un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que
habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo.
Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, 4acia el alba: Mi memoria, señor, es como vaciadero de basura». Paralizado en la cama, Funes no sale nunca de la habitación en la que ha sido recluido. No se mueve del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los
atardeceres, permite que lo saquen a la ventana. Puede pasar
horas con los ojos entrecerrados o contemplando un gajo de
santonina.
La narración se transforma, paulatinamente, en un episodio de horror; hay algo monstruoso, repulsivo, en el encuentro
con este hombre que tiene alteradas las condiciones del olvido:
«Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y
cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna
vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de
las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir
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cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no
habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez».
El personaje ha ideado también un sistema original de numeración. Transforma cada cifra en una palabra concreta, referencial: «Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los
treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras,
en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese
disparatado principio a los otros números. En lugar de siete
mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete
mil catorce, El ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar (. .. ) En lugar de quinientos, decía nueve. Cada
palabra tenía un signo particular, una especie de marca(. .. ) Yo
traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije
que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o Manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
»Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito
para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental
de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir
el vertiginoso mundo de Funes. Este, no lo olvidemos, era casi
incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el
mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez (. .. ) Era el solitario y lúcido espectador de un
mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente impreciso».
Y concluye: «Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era
muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino
detalles, casi inmediatos».
La memoria no se presenta, en el personaje ideado por Borgcs, como una condición del pensamiento, es decir, como una
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condición del simbolismo organizado. Un mundo puntual no
requiere el sistema ordenador de la numeración. No hay placer
en Funes, víctima de su propia percepción que, sin selección, lo
transforma en «el solitario y lúcido espectador de un mundo
multiforme, instantáneo y casi intolerablemente impreciso».
Su memoria es un vaciadero de basura, los desechos de objetos
penetran en ella y se fijan sin que el personaje pueda seleccionar aquello que realmente quiere incorporar. La riqueza de la
cualidad sensorial no define en ningún momento una «Cualidad significante», las palabras se intercambian con los objetos,
y estos con los números. El concepto no logra una fijación en el
sistema y el pensamiento circula abrochado a la cualidad sensorial y referencial.
El texto es una metáfora sobre el insomnio, dice Borges en
el prólogo que escribió para Ficciones. La duermevela, propicia
a todos los delirios, a la circulación vertiginosa de imágenes y
significantes, marca en Funes ese estar a mitad de camino entre la imagen y el lenguaje.
La larga introducción acerca de un hombre que no puede olvidar, nos permitirá, tal vez, introducirnos en los vericuetos del
psiquismo de un niño que, aparentemente, no puede recordar.
Memoria y olvido van juntos. Si se olvida en exceso, si se recuerda sin discriminación, las condiciones del pensamiento se
perturban. El objeto de este trabajo es volver a investigar el
problema de la memoria en la estructuración del aparato psíquico.
Antonio, un niño «desmemoriado»
A diferencia de Funes, cuyo desgarramiento solitario nunca
planteó un problema de escolaridad -al menos Borges no lo
relata-, Antonio, como tantos niños que no aprenden, llegó a
consulta a los diez años de edad, después de un largo pasaje por
tratamientos de reeducación psicopedagógica, extensas baterías de tests y múltiples cambios de colegio.
Si bien desde que era pequeño en la escuela creyeron que
sus dificultades se debían a «problemas emocionales» (desechándose trastornos neurológicos), la única indicación que recibieron los padres durante largo tiempo fue hacerle tomar clases particulares y, desde hacía dos años, un tratamiento psicopedagógico tres veces por semana.
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La característica predominante que señalaban sus maestros era que el niño «no retenía». Desmemoriado, olvidadizo, un
caso más de esos aburridos pacientes frente a los cuales los psicoanalistas de niños se plantean un tratamiento de rutina a
partir de la individualización de los elementos «inhibitorios»
que aparecen como responsables del fracaso intelectual.
Repetidor «empedernido», había hecho dos veces primer
grado, dos segundo, y en el momento de la consulta estaba a
punto de fracasar nuevamente.
Su historia es también rutinaria. No hubo problemas en el
parto, no lloraba ni demandaba atención en los primeros meses
de vida, y si esto nos hizo pensar en un comienzo en la existencia de ciertos componentes autistas, fue preciso desecharlo porque no ofrecía la consabida facies indiferente, ni el aislamiento,
ni la falta de contacto afectivo patognomónicos del autismo.
Ecuánime y poco hostil en sus primeros años, no parecían llegarle profundamente los regaños, y había tenido un desarrollo
normal (se sentó a los seis meses, gateó a los ocho, caminó a los
diez). Se mostraba independiente al punto de hacernos sospechar aquello que Margaret Mahler ha denominado «fracaso del
compañero simbiótico materno». Sin embargo, a los tres años y
medio quiso ir al jardín de infantes, donde tuvo un contacto
plácido y agradable con sus compañeros y maestros (lo cual nos
llevó, también, a desechar la posibilidad de una psicosis simbiótica en el sentido clásico, con detenciones del desarrollo por
separación del compañero materno). Un elemento llamativo
era su miedo a los ruidos fuertes en los primeros años, que le
producían crisis de pánico, a partir de lo cual y basándose en
un prejuicio psicologista, alguien «autorizado» recomendó que
le fueran dadas clases de karate para reasegurarlo, pese a la
opinión de los padres de que era un niño muy independiente y
que no presentaba trastornos de conducta.
Problemas más severos empezaron con su ingreso a la escolaridad primaria: manifestó una dislexia al comenzar a escribir, evidenciándose trastornos del pensamiento lógico en dificultades para las matemáticas, y la ya mencionada perturbación de la memoria. Este último dato apareció llamativamente
contradicho en el momento de tomar su historia.
No puedo dejar en este momento de hacer una digresión.
uando realizo una entrevista para organizar la historia de un
niño, siempre la hago con la madre (o el sustituto materno) y en
presencia del niño mismo. Se abre así un espacio de simboliza·ión , de verdader a historización, que proporciona desde el co-
87
mienzo un ordenamiento, a la vez que la apertura de una serie
de interrogantes, tanto para la madre como para el hijo. Se pónen en conexión elementos que han estado siempre disociados
y se resignifican episodios vividos, proporcionándole al niño un
contexto frente al cual se reestructuran sus propias vivencias.
No creo, como algunos autores de la Ego psychology proponen, que la madre posea el criterio de realidad frente a un niño
sometido a un mundo fantasmático; que lo que esté en juego
sea un discurso verdadero opuesto a una actitud fantasiosa.
Pero tampoco comparto la propuesta de Maud Mannoni, para
quien es el discurso materno el que da razón del inconsciente
del niño linealmente y ofrece una respuesta para la comprensión sintomática. Entiendo que el nivel de simpleza que su teorización ofrece ha funcionado más como organizador sistémico
obturante que como un movimiento de apertura, que es lo que
toda entrevista diagnóstica debe proporcionar. He señalado en
el capítulo anterior que de lo que se trata es de correlacionar los
elementos de la historia (traumáticamente significante) con el
discurso materno -y por ende con los propios fantasmas de la
madre- con relación al discurso del hijo y su propia fantasmática. En tal sentido, hay momentos de este relato materno que
se fracturan en función de información que esta siente como
absolutamente íntima, atinente a su propia sexualidad, y que
merecen la apertura de un espacio, una entrevista a solas sin el
hijo, para que pueda ser explayada. Informo entonces al niño
que así como él tiene cosas que considera íntimas, que no quiere que sean vertidas en otro lugar, a su madre le pasa lo mismo;
y que tendremos ella y yo una entrevista a solas para que pueda exponérmelas. Le garantizo también que todo lo que tenga
que ver con él le será contado posteriormente, pero que todo lo
que tenga que ver con su madre exclusivamente merece el respeto de mi silencio. Intento inaugurar, de este modo, dos espacios, ambos atinentes a la intimidad y al secreto privado, que
permitan en un acto simbólico separar dos diversos sujetos de
la sexualidad y el fantasma.
Como se verá, no es mi criterio que lo que cura sea patrimonio de la franqueza absoluta, sino del orden de la demanda de
simbolización del niño. He visto niños que, bombardeados por
un exceso de información que no les concierne y que sienten
perturbante y ajena, manifiestan su desacuerdo con recibirla
saliendo del consultorio, haciendo trompetillas con la boca, o
aislándose dejando sentada de alguna manera su necesidad de
un espacio diverso del espacio materno, intentando frenar el
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desborde del cual su madre es objeto. Ni la información en sí
misma, ni la falta de ella, son razones suficientes para la enfermedad o la salud de un niño; puede decirse «todo» sin que se
proporcionen los significantes claves para que la simbolización
se inaugure.
En el caso de este niño, mi preocupación era encontrar las
relaciones entre los determinantes edípicos y la forma singular
(específica) en la cual el déficit simbólico se había instaurado.
Intuía que el fracaso de la simbolización podía corresponder a
un orden diverso del de la inhibición (acerca de lo cual volveré
luego). Me era dificil determinar dónde estaban las fallas que
lo producían, pero algunos elementos me hacían pensar en un
fracaso en la estructuración de la represión originaria, en las
relaciones entre el proceso primario y secundario: no comprendía la trama cuando veía televisión y demandaba a quien tenía
cerca «Cuéntame qué pasa», angustiándose cuando esto ocurría; poseía cierta ingenuidad (frente al doble sentido), como si
hubiera una dificultad para la metaforización, para la comprensión del .discurso; a la vez tampoco entendía el doble sentido de los chistes ni de lo que vulgarmente se llama «palabra
con doble sentido». 1 Tenía tendencia a sustituir la realidad por
la fantasía, y a rellenar aquello que no había entendido mediante una explicación arbitraria. Esta dificultad señalada para la metaforización, para la sustitución simbólica, se había ya
planteado en la primera infancia; la madre relató: «Nunca demandó cuidados, siempre pidió cosas concretas, y tomó mamadera hasta los cinco años».
En la entrevista madre-hijo ocurrieron algunos hechos sorprendentes, que me llevaron a plantearme una investigación
teórica más exhaustiva a fin de encontrar respuesta a interrogantes que no podía responder. La madre contó algunos episodios muy precoces de la infancia de Antonio: «Al año y medio (el
niño) tomó un palo creyendo que era un chupetín. Tenía la punta verde; era veneno para las plantas». Antonio agrega: «Había
un jardín, me pusieron en una camilla y me dieron un agua roja . Vomité. Me dijeron que retuviera el agua roja en la boca y la
tiré». (Este recuerdo, vinculado a la expulsión-retención, rojo
del agua que luego aparece en otro contexto, no es, pese a su
antigüedad, el más arcaico.)
1 Es curioso que el lenguaje cotidiano caracterice como doble intención de
una palabra aquello que corresponde a lo sexual reprimido, prototípico en el
Witz , dando así un a es pecificidad a la polisemia del lenguaje por referencia a
In sexualidad.
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El relato sigue: «Cuando Antonio tenía menos de un año
quedé embarazada. Estábamos con problemas de pareja. A los
tres meses de embarazo aborté naturalmente, estuve muy triste». Antonio agrega: «Ah, sí, en el baño. Al bebé lo pusieron en
un frasco. Yo estaba en la sala y de repente había mucha sangre (roja), mamá fue al baño, trajeron un frasco. Vi el frasco,
pero no vi nada».
«Volví a quedar embarazada -dice la madre-. Tuve seis
meses de buen embarazo. Luego ... ¿te acuerdas?». «Sí, había
mucha sangre en el piso, otra vez; tuve miedo de que te murieras. No quería quedarme en casa, íbamos al sanatorio, había
una parecita y un vidrio, me asomé y vi un tubo que tenía una
pecera, abajo había algodón, el niño estaba agarrado al tubo
dando vueltas, volando». La madre agrega: «Tenías dos años y
tres meses».
A partir de estos elementos vertidos en la entrevista se definió el primer interrogante: ¿Qué era lo que pasaba con este niño, cuyos recuerdos arcaicos mantenían tal grado de vigencia
que impedían el acceso de toda información nueva a su aparato
psíquico, a la vez que parecía no haber sucumbido a la amnesia
infantil, es decir a la represión que se encuentra en la base de
toda neurosis, pero que es a su vez la condición del lastre del
inconsciente, lastre posibilitador de las operaciones del proceso
secundario y, en consecuencia, de todo proceso sublimatorio?
Tal vez un elemento podía dar la clave de la situación: al final
de esta entrevista, cuando propuse a la madre otra a solas con
ella (tal como anteriormente he señalado que hago en muchas
ocasiones), me respondió: «No sé si es necesario; Antonio sabe
todo lo que le puedo decir, yo no tengo secretos para mi hijo».
¿Cómo explicar, entonces, esta situación de un niño que
llega a consulta porque no retiene, porque no tiene memoria, y
que aparece de pronto proporcionando recuerdos tan arcaicos,
tan precoces y, a la vez, de un carácter tan traumático, tan directamente ligados a la sexualidad materna?
En las pruebas que se le habían tomado durante el proceso
diagnóstico para la terapia de aprendizaje, aparece un dato significativo: Antonio no tiene memoria inmediata. Cuando en
una de ellas (el WISC) se le pide repetición de dígitos, su puntaje aparece como el más bajo de su performance --este ítem
está, según los textos de análisis de tests, directamente asociado a la recepción y a la memoria pasiva- , como si la membrana antiestímulos, al soldarse, se hubiera convertido en algo
verdaderamente impermeable a la recepción (recordemos el
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pánico a los ruidos, ya mencionado), como si todo lo que proviniese de afuera tuviese un efecto altamente perturbante y no
pudiera ser cualificado y, en tal sentido, se convirtiera en amenazante. Pero, por otra parte, ¿no resulta llamativa esta falta
de separación de los sistemas, lo que parecería ser una característica de una falla de la represión, condición del olvido y la memoria, en relación con esta madre que parece «no tener secretos para su hijo»?
El problema de la memoria
El tema del olvido -y sus relaciones con el recordar- fue
planteado por el psicoanálisis desde sus orígenes, convirtiéndose incluso en el eje fundamental de la teoría de la represión. El
trabajo con histéricas había puesto de manifiesto que, más allá
del carácter sintomático de la conversión, algo se definía estructuralmente en el olvido que permitía relacionar la memoria con la sexualidad. Posteriormente, Freud pudo retomar estas cuestiones cuando, al universalizar la represión y transformar el fenómeno histérico de doble conciencia en algo atinente
al funcionamiento psíquico en general (a través del concepto de
inconsciente), dio razón del fenómeno de la amnesia infantil como momento fundante del pasaje del polimorfismo perverso a
la sexualidad reglada.
Los trabajos inaugurales de la metapsicología, de Freud,
pusieron en juego el hecho de que si la represión trae como efecto el olvido, ella es también la condición de la memoria. En el
capítulo VII de La interpretación de los sueños distingue el polo
perceptivo (que debe estar siempre abierto al ingreso de estímulos), de los engramas mnésicos, capaces de conservar huellas permanentes, y en la «Nota sobre la "pizarra mágica"» se
pregunta cómo conserva el aparato las huellas mnésicas sin
saturar su capacidad de recepción. Y se plantea: ¿Se excluyen
mutuamente la capacidad ilimitada de recepción y la conservación de huellas duraderas? ¿Es preciso renovar la superficie receptora o hay que aniquilar los signos registrados? 2
Estas dos posibilidades - la de saturación, por un lado, o la
de borrar lo ya inscripto, por otro- se pueden comparar a dos
2 S. Freud, «Nota sobre la "pizarra mágica"•» en Obras completas, Buenos
Aires: Amorrortu editores, vol. XIX, 1979.
91
tipos de escritura distinta: la que hacemos sobre una hoja de
papel con tinta imborrable, o la que hacemos sobre una pizarra, con tiza, y cuyos caracteres pueden ser destruidos apenas
dejan de interesarnos (la desventaja de este último procedimiento es que no se puede obtener ninguna huella duradera).
A diferencia de estos sistemas de inscripciones, el aparato
psíquico, tal como fue descripto en distintos momentos de la
obra, sería ilimitadamente receptivo para percepciones siempre nuevas, a la vez que procuraría huellas mnésicas duraderas. «Ya en La interpretación de los sueños (1900) formulé la
conjetura de que esta insólita capacidad debía atribuirse a la
operación de dos sistemas diferentes. (. .. ) Poseeríamos un sistema P-Cc que recoge las percepciones, pero no conserva ninguna huella duradera de ellas, de suerte que puede comportarse como una hoja no escrita respecto de cada percepción nueva».3 El modelo, entonces, no es el de la hoja escrita ni el de la
pizarra, sino el de un nuevo adminículo que acaba de aparecer
en el comercio con el nombre de «pizarra mágica». La característica fundamental de la pizarra mágica es que consta de dos
estratos que pueden separarse entre sí, salvo en ambos márgenes transversales. El de arriba es una lámina transparente de
celuloide, y el de abajo, un delgado papel encerado, también
transparente. La acción de escribir sobre ella no consiste en
aportar material a la superficie receptora, sino que mediante
un punzón agudo se roza la superficie que, presionada, hace
que la cara inferior del papel encerado oprima la tablilla de cera, y que estos surcos se vuelvan visibles, como rasgos de tono
oscuro. «Si, estando escrita la pizarra mágica, se separa con
cuidado la lámina de celuloide del papel encerado, se verá el escrito con igual nitidez sobre la superficie del segundo, y acaso
se pregunte para qué se necesita de la lámina de celuloide de la
hoja de cubierta. El experimento mostrará enseguida que el
delgado papel se arrugaría o desgarraría fácilmente si se escribiese directamente sobre él con el punzón. La hoja de celuloide
es entonces una cubierta que protege al papel encerado, apartando los infiujos dañinos provenientes de afuera. El celuloide
es una ''protección antiestímulo"; el estrato genuinamente receptor es el papel».4
«En la pizarra mágica, el escrito desaparece cada vez que se
interrumpe el contacto íntimo entre el papel que recibe el estí-
mulo y la tablilla de cera que conserva la impresión»; y sigue
Freud: «no me parece demasiado osado poner en correspondencia la hoja de cubierta, compuesta de celuloide y papel encerado, con el sistema P-Cc y su protección antiestímulo; la tablilla de cera, con el inconsciente tras aquel, y el devenir-visible
desde lo escrito y su desaparecer, con la iluminación y extinción
de la conciencia a raíz de la percepción». 5
Podemos concluir: ninguno de los sistemas en sí mismo da
razón de la memoria como fenómeno alcanzable por h conciencia, sino que se necesita la conjugación de ambos para que esta
sea posible. Dos capas, entonces, cuya característica principal
es la de no estar totalmente adheridas, sino por los bordes; dos
sistemas en contacto, diferenciados y a la vez comunicables. Si
no hay contacto entre ambos, si la hoja no puede ponerse en
contacto con la tablilla de celuloide, en mi opinión estamos ante
el modelo del olvido neurótico.
Algo fuerza la separación entre los campos, como para que
aquello que se inscribe no pueda aparecer en la superficie. Si se
han soldado -o mejor aún, pensando en un modelo constitutivo de la represión originaria-, si no se ha producido la separación necesaria que permita la constitución de las dos capas, la
laminilla de celuloide quedará abrochada a la hoja escrita, impidiendo de este modo toda nueva inscripción y haciendo resaltar a la vez los caracteres ya inscriptos, en otros tiempos, para
siempre.
Inhibición y represión
No ha dejado nunca de llamarme la atención que en el Diccionario de psicoanálisis, de Laplanche y Pontalis, no aparezca
el término inhibición, siendo uno de los componentes del título
mismo de un trabajo freudiano tan importante como Inhibición, síntoma y angustia, y constituyendo tanto el síntoma como la angustia dos conceptos claves para la comprensión de la
psicopatología psicoanalítica. Me parece importante situar la
inhibición en el marco de la segunda tópica, cuya constitución
definitiva es alcanzada en 1923 en El yo y el ello, siendolnhibiión, síntoma y angustia un trabajo de 1926, es decir, escrito en
el marco de esta teorización.
3 Ibid.,
4
92
pág. 244.
Ibid., pág. 245 (las bastardillas son nuestras).
u Ibid ., pág. 246.
93
La inhibición, dice Freud, se liga conceptualmente de manera estrecha a la función y, en tal sentido, expresa una limitación funcional del yo, que a su vez puede tener muy diversas
causas (no todas ellas patológicas). Pero esta inhibición, esta
limitación funcional del yo, es efecto del interjuego entre angustia, yo y represión: la inhibición es el producto de la contracarga del yo hacia el ello o el Ice en el ejercicio de la represión a
fin de evitar un conflicto. De este modo, la inhibición no es sino
un resultado, el producto observable, fenoménico, de la peculiar forma en que la transacción entre los sistemas se organiza
a fin de que no aparezca la angustia.
En su seminario sobre la angustia, 6 Laplanche propone algunos ejes introductores para leer Inhibición, síntoma y angustia. «En primer lugar es necesario, para Freud, resituar la angustia en relación con el proceso defensivo». Y, en el proceso defensivo -agrega, con relación a una cuestión que ya está presente en el texto sobre «La represión», de 1915-, es necesario
un motivo para la represión. ¿Y qué mejor motivo para la represión, o para la defensa en general, que la angustia? (pág.
143). Pero Laplanche marca la contradicción que Freud mismo
ya se ha planteado: si pensábamos que la angustia era consecuencia de la represión -pues justamente en la medida en que
una pulsión está reprimida, el afecto correspondiente se transforma en angustia-, la angustia no puede ser consecuencia de
la represión y ser invocada a la vez como causa. ¿Hay que
elegir, o se puede hallar un resorte en la contradicción misma?
Dos son las cuestiones que se abren en este momento en relación con el tema que es nuestro objeto de trabajo. Si la angustia es consecuencia de la represión, lo es en la medida en que
hay dos sistemas en conflicto (ya hemos desarrollado la hipótesis del ello atacante, el yo atacado, en capítulos anteriores); pero una vez que hay un yo que emite señales de alarma frente al
ataque del ello, la represión tiene como objeto evitar la angustia. Es evidente que estamos hablando de dos tipos de represión diferente: la represión originaria, organizadora de la diferencia entre los sistemas y por lo tanto capaz de permitir la
producción de ese afecto llamado angustia, y la represión secundaria, que tiene por objeto evitar su aparición.
El otro aspecto que nos concierne es el hecho de que podemos considerar la angustia en general como un efecto de la re-
presión originaria, pero la emergencia de angustia no es sino el
producto de la singular inscripción del sistema de representaciones que el sujeto posee en su aparato psíquico. Volvemos así
al interrogante que dejamos abierto con la intención de encontrar una respuesta: la inhibición, como empobrecimiento funcional efecto de la contracarga del yo, no es un proceso originario, sino secundario -neurótico-- a la represión originaria,
y producto de la represión secundaria.
A partir de ello, para hablar de una «curiosidad intelectual
inhibida», hay que haber definido, primero, si el proceso de curiosidad intelectual se ha constituido verdaderamente, y si su
no aparición es, por consecuencia, efecto de la inhibición derivada de la represión; o si, por el contrario, esta curiosidad no se
ha constituido, es decir no se ha estructurado la pulsión epistemofilica.
No puedo dejar de señalar, a esta altura de mi trabajo, que
tengo dudas acerca de la corrección de situar la aptitud para el
conocimiento en términos de pulsión epistemofilica. No aparece en esta ninguno de los componentes que tomamos como punto de partida para la definición de pulsión: no se apuntala en la
necesidad ni, por lo tanto, se desprende de ella; no parece remitirse al placer de órgano, y cuando lo h ace es por desplazamiento y apoyada en otra pulsión: conocimiento masturbatorio, retención anal, imposibilidad de retener como vómito ligado a la
oralidad, incorporación canibalística también relacionada con
esta, etc. Parecería que forma parte de un proceso psíquico más
amplio, que se encuentra vinculado, por un lado, con la sublimación y, por otro, con el dominio de la alteridad, efecto de la
castración en el sentido que Lacan le da a esta: corte del objeto
primordial, separación que implica la aparición del tercero y de
la falta por referencia a la posición fálica inicial. Y en tal sentido es llamativo que haya sido Melanie Klein -como expondremos en las páginas que siguen- la que planteó este proceso
y sus consecuencias en el plano de la clínica de niños, mientras
que los psicoanalistas lacanianos se dejaron abrochar a la formulación de «conocimiento paranoico», que remite a la especularidad y a la constitución del narcisismo, sin ver en la
propuesta de Lacan acerca del arte y la ciencia como intentos
de dominio de lo real, el margen teórico que se abría para una
t eorización más productiva acerca de la constitución de la alter idad como prerrequisito de la constitución de la inteligencia.
6 J. Laplanche, L'angoisse. Problématiques I, París: PUF, 1980. La angustia,
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
94
95
La propuesta de Melanie Klein
Las primeras observaciones detalladas acerca del desarrollo intelectual de un niño, desde el punto de vista del psicoanálisis, son las presentadas por Melanie Klein ante la Sociedad
Psicoanalítica Húngara enjulio de 1919. 7 En ellas se postula la
hipótesis de que el origen de la inhibición intelectual debe buscarse en el orden de la represión, represión sexual que lleva a
la anulación de toda curiosidad científica. Su mérito mayor fue
poner a prueba, en el campo de la observación del niño, que la
disociación entre lo «afectivo» y lo «cognitivo» con la cual la
vieja psicología se manejaba hasta entonces era fácilmente rebatible a condición de reubicar los conceptos de afectivo y cognitivo en un orden de cientificidad que los incluyera. Freud ya
había mostrado en sucesivas ocasiones (en 1900, con el capítulo VII de La interpretación de los sueños; en 1915, con la Metapsicología; o aun antes, desde los trabajos sobre la histeria y
en el Proyecto) que el famoso «afecto» de la psicología tenía que
ser comprendido en términos de quantum de afecto, de carga, y
que había algo que correspondía al sistema de la simbolización
que era del orden de la representación. Sistema de cargas y sistema de representaciones aparecían entonces íntimamente ligados (o patológicamente disociados) en el interior de un sistema cuya regulación hacía posible un funcionamiento más o
menos organizado de ambos: el aparato psíquico.
Lo que llamó la atención de Melanie Klein en el pequeño
Fritz (cuyo desarrollo explora en el trabajo citado) fue que siendo un niño fuerte, sano y mentalmente normal, hubiera tenido
tal grado de lentitud en su evolución como para convertirse en
preocupante para el observador: no habló hasta los dos años y
sólo pudo expresarse con fluidez a los tres y medio, con cierta
pobreza expresiva y simbólica; sólo adquirió lentamente unas
pocas ideas propias y tenía más de cuatro años cuando aprendió a distinguir los colores y cuatro y medio cuando pudo diferenciar las nociones de temporalidad de ayer, hoy y mañana.
En cosas prácticas, dice Melanie Klein, estaba más atrasado
que otros niños de su edad, siendo llamativo que, a pesar de que
a menudo lo llevaban de compras, le resultara incomprensible
que la gente no regalara sus pertenencias, y no entendía que
debía pagarse por ellas y a diferentes precios según su valor.
7 M. Klein, «El desarrollo de un niño», en Contribuciones al psicoanálisis,
Buenos Aires: Hormé, 1964.
96
Por supuesto, es difícil para quienes leemos hoy el texto
evaluar los criterios mediante los cuales se juzgaba, en 1919 y
en Europa central, un retraso intelectual. Hay, en cada cultura, elementos de ordenamiento que sólo pueden ser comprendidos por referencia a esa cultura misma (problema de la estandarización cultural o étnica, al cual se dirige la aplicación de
tests), pero dos elementos llaman nuestra atención: la pobreza
de simbolización del niño a quien la autora hace referencia, y
su dificultad para la comprensión del código social, el hecho de
que no entienda una norma social predominante en su cultura,
la del dinero.
Esta constitución psíquica parece ser abordada desde los
cuatro años y medio por Melanie Klein, quien registra minuciosamente la aparición de la curiosidad sexual supuestamente
«inhibida>>. Parte para ello de una hipótesis que guía todo su
trabajo: la curiosidad (sexual-intelectual) es «natural»; s__u no
aparición, por ende, no puede ser sino efecto de una coartación,
de una represión que aparece manifiestamente como inhibición. A partir de la detección del problema, y de su consecuente
propuesta de resolución -<:ontestar siempre al niño con la verdad absoluta y, cuando sea necesario, con una explicación científica adaptada a su entendimiento, tan breve como sea posible;
no hacer nunca referencia a las preguntas que ya se le han
·ontestado, ni tampoco introducir un nuevo tema a menos que
1 mismo lo traiga o comience espontáneamente una nueva
pregunta-, la curiosidad intelectual de Fritz se despliega en
múltiples direcciones que Melanie Klein ordena en algunos rubros: preguntas sobre el nacimiento, sobre la existencia de
Dios, sobre la existencia en general y afirmaciones sobre el ser,
que llama preguntas y certidumbres obvias: «Me preguntó cómo se llamaba eso que se usaba para cocinar y que estaba en la
:ocina (se le había escapado la palabra). Cuando se lo dije, manifestó: Se llama hornalla porque es una hornalla. Yo me llamo
l•'ritz porque soy Fritz. A ti te llaman tía porque eres tía». Se
produjo en el niño, afirma, un desarrollo del principio de realid11d -que no podemos dejar de relacionar con el desarrollo del
Juicio de existencia- y una disminución de sus sentimientos
1~rnnipotentes.
Tres son, a nuestro juicio, los elementos remarcables del
Lrnbajo de Melanie Klein: en primer lugar, la fina observación
(desde una perspectiva profundamente analítica), que correlai·iona la aparición de la curiosidad acerca de la existencia del
1 ~j o to, con la curiosidad intelectual en general; segundo, la de-
97
tección intuitiva de las relaciones entre la constitución del
principio de realidad y la instauración del juicio de existencia;
por último, la relación existente entre la salida de una posición
omnipotente infantil y la constitución del juicio de realidad,
ligado a la instauración del superyó y la pregunta acerca del lugar del padre (existencia-inexistencia de Dios).
La conclusión a la cual llega en su trabajo es la siguiente:
«Es la tendencia a la represión el mayor peligro que afecta al
pensamiento, o sea, el retiro de la energía pulsional con la cual
va parte de la sublimación, y la concurrente represión de asociaciones conectadas con los complejos reprimidos, con lo que
queda destruida la secuencia del pensamiento». 8 Es un presupuesto teórico que guía todo el trabajo kleiniano el que impone
el hecho de que el inconsciente no es un efecto de la represión
que produce la separación entre los sistemas Icc/Prcc-Cc, sino
un existente originario; entonces, sólo se puede llegar a concluir que todo aquello que dé origen a perturbaciones del proceso secundario no es sino un efecto de la represión o de las defensas del psiquismo frente a este inconsciente. No es esta una
conclusión que podamos compartir; en efecto, entendemos que
el sistema preconsciente, y por ende el pensamiento, son efecto
de los mismos movimientos que fundan al inconsciente, es decir, de la represión originaria. Y si bien nos parece adecuado
respetar esta conclusión (así como la de Freud en Inhibición,
síntoma y angustia) para las inhibiciones neuróticas, como
efecto de la represión secundaria, pensamos que lo que se pone
en juego en las llamadas «inhibiciones primarias» -aquellas
que afectan la constitución del simbolismo desde los orígeneses del orden de la falla de la represión originaria, un efecto de
las dificultades para su instauración.
No es pequeño mérito de Melanie Klein haber detectado tan
precozmente en la historia del psicoanálisis las relaciones entre inhibición intelectual y contracarga del preconsciente por
referencia a los fantasmas de la sexualidad; pero la represión
no ataca una curiosidad natural y un impulso a la indagación
sobre lo desconocido dado desde los orígenes en el sujeto psíquico. Esta curiosidad misma es un producto del movimiento que
instituye, en un mismo proceso, tanto al inconsciente como al
objeto libidinal en su condición de objeto externo, separado del
yo. En este marco, justamente, nos parece necesario volver a
someter a discusión, en la teoría y la clínica de niños, las condi-
ciones de aparición de la curiosidad intelectual, en su relación
con la constitución del inconsciente y la alteridad del objeto libidinal primario.
Melanie Klein misma, en «La importancia de la formación
de símbolos en el desarrollo del yo», 9 propuso elementos para
cercar esta problemática, sin que extrajera de ellos derivaciones pertinentes para la teorización del déficit intelectual. Este
texto está destinado a mostrar dos factores prínceps en los orígenes del simbolismo: la constitución de ecuaciones simbólicas
por desplazamiento del deseo fantaseado de ataque al cuerpo
materno, y la angustia como motor de este desplazamiento.
Edipo y angustia, entonces, en los orígenes del simbolismo: es
el sadismo efecto del Edipo temprano que predomina en esta
fase lo que instaura las primitivas phantasies propulsoras de
angustia y desplazamiento; es el fantasma de un cuerpo materno repleto de objetos valiosos (heces, niños, penes), lo que impulsa al niño a intentar apropiarse sádicamente de este; es la
angustia frente a su propio sadismo, lo que lo detiene. Un mito
de madre fálica es constitutivo del Edipo temprano. El interés
por el secreto materno, aquello del orden de la sexualidad de la
madre que el niño desconoce, se pone en juego impulsando su
curiosidad desplazada hacia los objetos del mundo.
Invirtamos los términos que Melanie Klein propone y encontraremos una nueva perspectiva: la aparición de la triangulación del Edipo proporciona los elementos que permiten la
emergencia de angustia masiva, así como la inquietud intelectual a partir del intento de dominio del sujeto sobre e) objeto familiar que ha devenido extraño, el Unheimlich freudiano, la inquietante extrañeza, de la cual el niño quiere apropiarse, entenderla, es lo que da origen a todas las curiosidades. Y en
nuestra experiencia clínica, repensable hoy desde los elementos teóricos que estamos en vías de desarrollar, tanto el sadismo como la curiosidad (que hemos encontrado transferencialmentejugada en tratamientos psicoanalíticos de adultos en
los cuales el proceso de discriminación-separación comienza a
operar) son un efecto de la diferencia que la inclusión del tercero imprime al psiquismo, dando origen de este modo tanto a la
nprehensión del otro en tanto otro, como a la inquietud por
nprender, desplazada hacia el mundo.
11
8 !bid.,
98
pág. 34.
M. Klein, «La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del
,Yº"• on Contribuciones al psicoanálisis, op. cit.
99
Bipartición del espacio en el vínculo: premisa
de la constitución de una tópica
Desde esta perspectiva volveremos a Antonio y su problema
de aprendizaje. La frase de la madre «no tengo secretos para mi
hijo» lo señala a Antonio en una posición que marca precisamente la no constitución de un espacio diferencial, ya que desde la indiscriminación materna misma no se ha organizado
nunca la posibilidad de un secreto que permita, a su vez, organizar el orden de lo reprimido. La madre ha sido partícipe del
prejuicio actual de una crianza sin secretos, pero al intentar
escapar a la mentira tradicional: «cigüeña», «repollo», «semilla», ha pasado del plano de la represión al plano de la promiscuidad. De este modo, la ideología ha servido de coartada, sin
que por ello se deje de caer en la mentira (mentira que tiene
que ver con su goce como secreto, que se mantiene oculto, y que
aparece obturado por lo traumáticamente evidente de sus
abortos y desnudeces). En realidad, si Antonio ha sido algo para su madre, ese algo no ha sido constituirse en un hijo informado de los secretos de la vida, de los misterios del sexo, que
es aquello a lo cual la pregunta se dirige cuando el niño la formula desplazadamente (como Melanie Klein lo percibe en el
pequeño Fritz), sino que ha sido efecto de un engaño: el de
anular toda posibilidad de curiosidad, mediante una información que, si es veraz, no lo es para el niño, sino desde lo real de
la madre.
Para que el niño estructure una pregunta tiene que haber
un resquicio por donde la intimidad materna se transforme en
alteridad, y así como la obturación de toda curiosidad una vez
despertada -la insatisfacción de esta curiosidad, de esta demanda de simbolización- puede llevar a la inhibición intelectual, como propone Freud, la no aparición de esta abertura impide la aparición de toda curiosidad. Ya no estamos, entonces,
en el orden de lo reprimido, porque no hay nada para reprimir,
nada que el sujeto tenga que expulsar del preconsciente, del yo,
porque su aparición sería generadora de angustia. Esto se hace
evidente cuando Antonio no puede reírse de los chistes ni de las
palabras con doble sentido. Para él, el sexo es del orden de lo
real, y si es del orden de lo real, no tiene por qué sentir placer
en el momento en que, para un sujeto neurótico, se produciría
el levantamiento de la represión con el efecto consecuente: risa,
rubor.
100
No hay síntoma, no hay placer en el chiste, nos encontramos con que dos formaciones del inconsciente no operan. Se va
definiendo, desde la perspectiva que propongo, una estructura
psicótica. No hay psicosis franca, no hay extravagancias, ni autismo, ni neologismos. Sin embargo, hay un fracaso en la simbolización expresada por la ya señalada dificultad para metaforizar.
Guy Rosolato, en su artículo «Lo no dicho»,10 hace referencia al lugar del secreto en la clínica psicoanalítica, ligando el
«decir todo» a la constitución del núcleo paranoide y su enfoque
en el proceso analítico. Lo no dicho toma sentido, asevera, según el valor que se le dé al secreto. La cuestión es importante:
lo no dicho comanda a la represión, ya que esta es tributaria de
un sistema ético que está en conflicto con las exigencias pulsionales. Y agrega: «En las psicosis lo no dicho toma un valor enigmático porque existe una ignorancia real (en lo real) que se refiere a un tema fundamental, más que a un desconocimiento, y
siempre sorprende al que la percibe; es la base de la actividad
delirante, cuando esta se manifiesta. Por supuesto, concierne a
uno de los polos existenciales mayores que explora el psicoanálisis: la diferencia de sexos, la diferencia de generaciones y el
problema de los orígenes, los juegos de poder y los de la pulsión
de vida y de muerte; ellos son el eje del doble enclave narcisista.
Clínicamente, va desde una simple falta de curiosidad que hace que el sujeto parezca no haber tenido nunca que plantearse
preguntas sobre un punto dado, hasta un verdadero «blanco»
n el discurso . .. ».Diferencia entre desconocimiento (méconnu)
e incognoscimiento (inconnu; aquello que no es desconocido,
sino no conocido, es decir, del orden de lo real no significado).
Retomando esta feliz idea de Rosolato de diferenciar entre
desconocimiento (efecto de la represión, que intenta desconocer
aquello que es inconsciente: el deseo, función prínceps del yo tal
como lo señaló Lacan) e incognoscimiento, señalemos que desde la perspectiva que estamos formulando, lo incognoscido forrna parte de esta primera alteridad que es efecto de la separaIO G. Rosolato, La relation d'inconnu , París: Gallimard, 1978. Hay traducción al castellano: La relación de desconocido, Barcelona: Petrel, 1981. La111ontamos que la traducción haya elegido «desconocido» para lo que Rosolato
ll 11 ma inconnu, ya que dos vocablos franceses, méconnu e inconnu, marcan la
difC rencia entre desconocer (como forma del yo de no reconocer el deseo in1•onsciente) y lo que nosotros hemos preferido traducir por incognoscido (aquel lo que es del orden de lo real no conocido, y no del orden de la defensa).
101
ción del hijo en relación con la madre, mientras que lo desconocido son los significantes claves pulsionales que quedan inscriptos en el Ice a partir de la represión, como residuos del
vínculo sexualizante de los orígenes.
En tal sentido, siendo la inhibición un efecto secundario de
la represión, forma parte de la cristalización por contracarga
de la función de desconocimiento del yo y se abren todas las posibilidades para que, una vez levantada esta represión, pueda
resolverse la formación sintomática que la sostiene, como ocurre en el caso de toda neurosis.
Pero si el espacio no se reparte en dos, si queda fundido en el
interior del lazo que anuda al hijo inseparable de la madre, no
se generan las condiciones para el surgimiento de la curiosidad
intelectual y, a su vez, las que pudieran posibilitar la constitución de un espacio interno -escisión radical del psiquismo-;
entonces las representaciones se fijan como huellas mnésicas
no reprimidas en el interior del aparato indiferenciado y la consecuencia es la imposibilidad del olvido y la memoria.
En el caso de nuestro paciente Antonio (como en el de tantos
otros niños que llegan a consulta aparentemente por un retraso simple del desarrollo) vemos cómo las dificultades de aprendizaje son efecto de un déficit en la constitución de la represión
originaria que pone en juego, al no permitir la diferenciación
en estratos de los sistemas inconsciente/preconsciente-consciente, las condiciones de la memoria. El movimiento permanentemente regresivo en el interior del aparato (regresión formal y de consecuencias temporales) hacia el polo perceptivo,
que mantiene recargadas las huellas mnésicas originarias impidiendo su velamiento por huellas posteriores, deja abierta la
posibilidad de que en un futuro se puedan producir -si esta
evolución no cambia de signo mediante un tratamiento analítico- formas de evolución francamente psicóticas con sintomatología alucinatoria.
Cuando la madre de Antonio reduce el mundo simbólico a
las necesidades del niño: «Nunca demandó cuidados, siempre
quiso cosas concretas», lo cual puede ser re-invertido en «nunca
entendí que pudiera querer otra cosa que no fuera del orden de
la necesidad, o de lo que yo misma necesito» --0freciendo alimento al menor signo de displacer-, acompaña su degradación simbólica con el ofrecimiento de la realidad de su sexo desnudo carente de todo recubrimiento cultural. De este modo, diremos que los significantes claves, enigmas del deseo que la
madre debe otorgar para que aparezca la curiosidad intelec-
102
tual, están ausentes, produciendo esta falta de memoria y de
inquietud con respecto al conocimiento que se juegan en el interior de algo como «real plano», que no provocan en el niño el
deseo de espiar ni la posibilidad de que olvide aquello mismo
que descubre.
Volvemos, de este modo, al comienzo de nuestro trabajo. Si
Funes el memorioso debe cerrar los ojos constantemente porque los estímulos agobian su capacidad ilimitada de recepción,
no permitiéndole el respiro del olvido ni del relevamiento perceptivo que permite la organización significante del mundo, y
sólo la muerte o la ceguera, como a Edipo, pueden proporcionarle alivio, Antonio, a quien la Esfinge no ha propuesto ningún enigma, no tiene ante qué cerrar los ojos, en la medida en
que es sólo el desierto lo que se ofrece a su mirada impávida.
Un desierto que, por muy real que sea, no alcanza a constituirse, por sí mismo, en otra cosa que en un plano sin fisuras ni interrogantes.
103
5. Frases de los niños, estructura
del aparato psíquico
A lo largo de estos años, a medida que mi investigación sobre la represión originaria se ha ido desplegando, he llegado a
darme cuenta de que el problema que intento cercar es el que
se relaciona con la constitución del sujeto psíquico y, especialmente, con la correlación entre los sistemas inconsciente/preconsciente-consciente.
Algunas observaciones al respecto podrían resumirse de la
siguiente manera: en primer lugar, pensar en las determinaciones inconscientes es establecer un modelo que permita comprenderlas en sus relaciones con el preconsciente y con lo que
se ha denominado genéricamente proceso secundario.
Entiendo que es efecto de un reduccionismo peculiar el
hecho de que se haya limitado la investigación psicoanalítica
partiendo del presupuesto de que todo aquello que aparece en
lo manifiesto del sujeto psíquico es efecto del inconsciente.
Esto, sin dejar de ser verdadero, es parcial: aquello que aparece
como manifiesto en el sujeto es efecto del esfuerzo que realiza
el aparato psíquico, una vez instaurada la represión, por mantener separados los sistemas Ice y Prcc-Cc. El inconsciente es
efecto de la represión y, por lo tanto, ambos sistemas se determinan mutuamente. Ubicado así el problema, se reconsideran
las formas particulares de relación entre ambos, abriéndose la
posibilidad de borrar todo resto teórico constructivista, pero
marcando a la vez el camino a hipótesis históricas.
La primacía de un proceso primario anterior al secundario,
del cual este se iría desgajando paulatinamente a través del
sistema en construcción percepción-conciencia (hipótesis vigente en algunos textos freudianos, como «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico», o incluso la vertiente genetista de El yo y el ello) generó, me parece, los frenos teóricos a los cuales se vio sometido el kleinianismo (inconsciente
operante desde los orígenes, organización de un objeto parcial
integrado como objeto total, en un deslizamiento que va desd
una comprensión profunda del inconsciente como inconscient
104
fantasmático, hasta un cognoscitivismo en el cual se entendió
el objeto total como cognición de la totalidad).
Por otra parte, la Ego psychology, al intentar rescatar el proceso secundario, quedó atrapada en la psicología sin lograr utilizar los conocimientos de esta para proponer una teoría psicoanalítica de los procesos del conocimiento.
Por último, y como somera introducción a este tema que me
propongo desarrollar, no puedo dejar de señalar que la propuesta de Lacan, cuyo eje se despliega alrededor del algoritmo
que funda la constitución del significante en letra, al instaurar
una diferencia entre dos cadenas significantes cuyo valor posicional es separado por la barra, pero que cualitativamente no
implican sino un mero juego formal de diferencias, no genera
condiciones para conservar una especificidad del inconsciente,
ni tampoco para comprender los movimientos del aparato psíquico que se ponen en juego en la constitución del lenguaje infantil.
Un ejemplo me permitirá introducirme en el tema. Alberto,
de cinco años, diagnosticado por su pediatra como afectado por
una psicosis simbiótica, intenta dibujar una casa, acostado sobre la alfombra. Le pregunto: «¿Qué estás haciendo, Alberto?»;
«Pintar», responde.
La acción que efectúa, evidentemente, queda fuera de un
sujeto que la ejerza, de modo que el verbo no puede ser conjugado en primera persona. Podríamos decir que está disociada,
pero, en ese caso, tendríamos que pensar que el sujeto está en
otro lado, y el infinitivo alude claramente a la ausencia de sujeto. Podríamos decir también un poco ligeramente: está en la
madre. Pero esto tampoco sería acertado. Si la madre enunciara, como sujeto, y atravesara a Alberto con su discurso, diría
«pinto», sin saber --como ocurre con cualquier sujeto neurótico--, quién lo hace, creyendo ser «yo». Podríamos atribuirlo al
;ódigo como tal, y pensar que este niño usa el verbo en infinitivo justamente porque posee el código sin hacer uso de él en el
habla, pero esto sería tan sólo una abstracción que implicaría
una fantasía -del observador- acerca de un sujeto trascendental: no posee el aquí y ahora, ni el quién de sujeto, porque el
·ódigo lo atraviesa y lo trasciende.
P odríamos, por último, barajar una hipótesis más sencilla.
Hupongamos que la madre no puede hablar sino en un imperHOnal que los engloba: «¿Vamos a pintar?», le dirá a Alberto, en
ol cual el nosotros de vamos se anuda al complemento que fija
In ncción, diluyéndolo en el infinitivo. Si esta madre pudiera
105
,,,¡
decir «¿estás pintando?», lo situaría en una acción propia definida por una posición singular que lo ubicaría en tiempo y espacio: «(Tú) (ahora) estás pintando». Que podríamos reformular como «Tú (no yo), ahora (que implica un antes y un después,
una historización), ¿estás pintando?» (que marca la pregunta
que reconoce al otro como extraño y realizando una acción que
desconocemos).
De esta manera, el «vamos a pintar» de la madre, si bien
viene del otro, no constituye sino una propuesta que abrocha al
posible sujeto en una dupla que lo diluye.
Cuando Alberto dice «pintar», no instituye un discurso propio, en el cual él, a su vez, se instituya como sujeto. Pero tampoco es el discurso de la madre el que se presenta como atravesándolo. Es una partícula de ese discurso en el cual tanto el infinitivo como la ausencia de sujeto marcan la carencia de una
constitución discursiva que permita asumir una estructuración singular.
En Problemas de lingüística general, Benveniste propone:
«Es Ego quien dice Ego. Desde lo manifiesto, no hay que buscar
el yo en otra parte. ¿Cuál es, pues, la "realidad" a la que se refiere yo o tú? Tan sólo una "realidad de discurso", que es cosa
muy singular». Esta afirmación está basada en un incontrovertible hecho lingüístico: «Cada instancia de empleo de un
nombre se refiere a una noción constante y "objetiva", apta para permanecer virtual o para actualizarse en un objeto singular, y que se mantiene siempre idéntica en la representación
que despierta. Mas las instancias de empleo del yo no constituyen una clase de referencia, puesto que no hay "objeto" definible como yo al que pudieran remitir idénticamente estas instancias. Cuando yo tiene su referencia propia, y corresponde cada vez a un ser único, planteado como tal». 1
Se inaugura así una doble vertiente: desde la realidad puramente lingüística, el yo no es sino un lugar vacío -parte del
conjunto de signos no referenciales del lenguaje, siempre disponibles, y que se vuelven «llenos» cuando un locutor los asume
en cada instancia de su discurso-; pero desde la posición de
sujeto, implica una referencia subjetiva, correspondiente a la
singularidad del sujeto que enuncia.
¿Qué podemos decir desde el psicoanálisis? En primer lugar, que sólo dice yo quien se siente yo. Es decir, que si toma1 E. Benveniste, Problemas de lingüística general, México: Siglo XXI, 1976,
pág. 173 (las bastardillas son nuestras).
106
mos la diferencia introducida por Lacan entre moi y je, el je
«restituirá al moi en su función universal de sujeto», cuando se
articule simultáneamente en el discurso y en la tópica psíquica
una instancia capaz de enunciar un discurso del cual se sienta
amo, desconociendo las determinaciones que lo constituyen, es
decir, habiendo sido objeto de la represión y de la instauración
sistémica.
En segundo lugar, que si esto ha ocurrido, si el yo se ha instaurado en el sujeto psíquico, sólo puede decir yo quien teme
ser otra cosa que yo (función denegatoria del enunciado y producto de la contracarga del preconsciente).
Tercero: que pueda estar separado yo, de lo que yo dice acerca de yo. Es decir, que en el enunciado el sujeto se toma a sí mismo como referente objetivándose fuera de sí mismo al afirmarse en una acción o en un atributo, momento a partir del cual yo
podrá hablar de ello.
Y por último, que si yo (partícula de discurso, pronombre)
no remite a yo como instancia, como permanencia, puede desaparecer en el enunciado, o no constituirse nunca como instancia de discurso.
Retomando la formulación de Benveniste, propondríamos,
desde el lado del psicoanálisis, que es necesario que el vacío del
pronombre sea ocupado por el sujeto imaginariamente investido de atributos (es decir constituido en su existencia y en su
atribución), para que el discurso se constituya como enunciado.
Esto ha estado descriptivamente expuesto en los manuales de
psiquiatría infantil, cuando se incluye entre los rasgos patognomónicas de la psicosis de la primera infancia la inversión
pronominal que no posibilita la aparición del sujeto como tal en
el enunciado. De esta manera, el niñito comenzará a llamarse
él ante la pregunta con la cual es interpelado por su interlocutor («¿Quién es el amor de mamita?»; «El nene», responderá el
pequeño) denominándose a sí mismo como es denominado, no
por el otro, sino por los otros cuando lo incluyan como objeto de
intercambio en la comunicación discursiva, excluyéndolo como
sujeto al cual se dirige la palabra; «el nene está durmiendo», dirá la madre al padre dejando latir en la frase todo el horizonte
semántico evocativo de la exclusión de la cual aquel es objeto.
Benveniste señala respecto de la persona verbal: «Una teoría lingüística de la persona verbal no puede constituirse más
que sobre el fundamento de las oposiciones que diferencian a
las personas; y se resumirá por entero en la estructura de di·h.as oposiciones. Para sacarla en claro podrá partirse de las
107
definiciones que emplean los gramáticos árabes. Para ellos, la
primera persona es al-mutakallimu, "el que habla"; la segunda
al-muhatabu, "al que se dirige uno"; pero la tercera es al ya'ibu,
-el que está ausente- (ibid., pág. 163). Lo que demuestran
con justeza los gramáticos árabes, dice el autor, al contrario de
lo que nuestra terminología haría creer, es la disparidad entre
la tercera persona y las dos primeras; ellas no son homogéneas,
y esto es lo primero que hay que sacar a la luz. La tercera persona trae consigo una indicación del enunciado sobre alguien o
algo, mas no referido a una «persona» específica. Se trata del
«ausente» de los gramáticos árabes. Para que el niño se llame a
sí mismo él, deberá ser objeto de intercambio discursivo, es
decir, considerado como persona gramatical, anulado en su ser
por el pronombre, en los orígenes del intercambio entre los padres. Luego, cuando la triangulación se produzca y sea capaz
de estructurar una ausencia, entender que alguien habla a alguien de algo o alguien ausente, podrá asumir un yo que se dirija a un tú, siendo capaz de colocarse él mismo como sujeto en
el intercambio discursivo.
De este modo, Alberto, nuestro paciente, no sólo marca a
través de la conjugación imposible su incapacidad para organizar un orden gramatical que permita el manejo de la lengua,
sino que señala, con su forma de uso del infinitivo, la no existencia de la concordancia en que se pudiera vislumbrar el pronombre que marca la posición de sujeto.
Esto se expresa también cuando, en otra sesión, pregunto a
Alberto qué busca en su canasta: «Lápiz», responde, mostrando
nuevamente en la ausencia de partículas de la lengua que pudieran permitir el uso del demostrativo, del posesivo, del calificativo, la ausencia de cualidad relativa al objeto que soporta
su acción o la constituye. Si él fuera un niño que pide el lápiz
(azul, rojo, nuevo, este, el que usé ayer), cada elemento quedaría discriminado en su cualidad y en su especificidad espaciotemporal, a la vez que Alberto podría asumir, a través del «yo»
que se juega en el «mi», su «función universal de sujeto» correlativa a un yo tópico organizador de la diferencia entre él y el
otro, entre él y su propio inconsciente.
Vuelvo, por medio del ejemplo, a lo expuesto anteriormente:
no es un problema de lenguaje aquel por el cual Alberto no puede instaurar una discriminación en su propio discurso que lo
habilite para la vida de relación de la que se encuentra excluido
-el motivo de consulta, como en tantos niños, fueron las difi-
108
cultades de aprendizaje que se ofrecían para su ingreso a la
escolaridad- ; es un déficit en la constitución del sujeto, de la
discriminación posibilitadora de la tópica del yo que inaugura
la diferenciación entre dos sistemas instaurados por la represión y, por ende, el funcionamiento del proceso secundario.
Un año más tarde, cuando la terapia ha establecido los movimientos necesarios para la discriminación entre el sujeto y el
objeto, y Alberto ha encontrado en el ejercicio del habla posibilidades de comunicación para arrancarlo de su mundo solipsista, me dirá: «¿Sabes?, compramos una yegua»; y ante la pregunta: «l Qué es una yegua, Alberto?», responderá con petulancia: «Una yegua es un caballo que se llama yegua». Y volverá a
ubicarme, en mi desconcierto, ante las dificultades de esa lógica en constitución en la cual no puede precisar aún la exclusión
de los contrarios, pero en la que ya no está presente la indiferenciación de los orígenes.
Caliarda, anulación del género y el número
En 1971, Elías Petropoulos sacó a la luz en Atenas una obra
titulada Caliarda, que es un diccionario de la lengua especial
de los homosexuales griegos. En el prefacio, Petropoulos acusa
de moralistas a los folkloristas, a los neohelenistas y a los historiadores griegos, interpretando como una condena moral su
rechazo a reconocer y a hacer conocer esta realidad social que
es la homosexualidad. Petropoulos pagó tres veces con la prisión sus obras que ponen al desnudo aspectos secretos de la sociedad griega. No es mi intención detenerme en ello, sino simplemente señalar las dificultades de una investigación científica cuando pone en juego las ansiedades más profundas de un
grupo humano.
El nombre mismo de esta lengua, caliarda, llama a reflexión. Puede ser traducido, tal vez, como «lengua verde», y gramaticalmente es un neutro plural. ¿Cuáles son sus características principales? Es casi una regla en caliarda la omisión de
los artículos (excepcionalmente encontramos uno); los adjetivos no son empleados sino en femenino (por lo cual todo sujeto
se deja entender como perteneciente a este sexo-género); la der ivación de verbos a partir de sustantivos es mucho más frecuente que la derivación de estos a partir de verbos (a diferen-
109
/.,.
cia de la derivación del griego corriente). Héléne Ioannidi 2 prqpone una interpretación: la ininteligibilidad de esta lengua
sirve a fines utilitarios, pero también ambiguos. Los locutores
de caliarda ofrecen el espectáculo de su inteligencia a los testigos heterosexuales, para quienes el sentido de su intercambio
es ininteligible. Sin embargo, se apoya en Triandaphillidis y su
búsqueda a través del psicoanálisis del origen del lenguaje,
quien propone: «Ninguna lengua secreta es una lengua. Porque los interlocutores de ninguna lengua secreta tienen la fuerza de romper con la sociedad de la cual son adversarios, ni con
la lengua materna. La lengua materna es el fundamento inquebrantable sobre el cual se construye toda lengua secreta». 3
Sería trivial a esta altura decir que el sexo no está constituido por el género. Sin embargo, el ejemplo del caliarda pone de
relieve una posible relación existente. Aun cuando partiéramos
provisionalmente de la hipótesis de que el género, en el sujeto,
es anterior al sexo, es evidente que en la lengua secreta de los
homosexuales griegos el género se ha puesto al servicio del sexo o, para hablar con mayor precisión, el no-género se ha puesto al servicio de la anulación de la diferencia de sexos. La anulación de los artículos, la anulación de los géneros, la feminización de los adjetivos (el atributo es lo femenino, paradoja que
semeja una denegación masiva en la lengua de la imposibilidad de reconocimiento de lo femenino como no-posesión del
atributo masculino), la derivación del verbo a partir del sustantivo, que pone en el centro al sujeto y no a la acción, evidencian
la reversión de un proceso constitutivo del lenguaje en la infancia, en la cual si el género es anterior al sexo se tendrán que
producir en algún momento puntos de encuentro que anuden
significantes genéricos a significados sexuales.
Octave Mannoni, en un texto que deja entrever la intención
de marcar las diferencias entre psicoanálisis y lingüística, «La
elipse y la barra», 4 señaló en un apartado los problemas que se
abrían en la búsqueda de las conexiones y discordancias entre
el género y el sexo, partiendo de que, si bien no todas las lenguas poseen marcas particulares para dar un género, se puede
apreciar que todas son capaces de significar el sexo. La definición de género -dice- es gramatical, una palabra femenina
2
H. Ioannidi, «Caliarda, la langue secrete des homosexuels grecs», en Topi·
que, París, nº 20, octubre de 1977.
3 !bid., pág. 129.
4
La otra escena. Claves de lo imaginario, Buenos Aires: Amorrortu editores,
1973.
110
remite a otra palabra femenina, esté o no implicado el sexo. Si
el género correspondiese exactamente al sexo, seguiría funcionando (por ejemplo, como regla de concordancia) entre los significantes y el sexo, como una especie de «lógica» del lado de los
significados. No obstante -aclara- , esto sólo es así en una
lingüística rigurosa. Si se pidiera a un niño de los primeros grados que analizara «rana macho» o «ratón hembra» e indicara el
género del adjetivo, podría sentirse turbado porque en la conciencia «ingenua» del sujeto existe cierta relación, difícil de definir, entre el género y el sexo (por ejemplo, «macho» debería ser
masculino).
La conclusión que extrae Octave Mannoni es la siguiente:
«Diría que si el género estructura ciertas lenguas, el sexo es, en
cambio, una estructura de lenguaje . .. Si introduzco de este
modo el sexo en el lenguaje, es porque hasta ahora nunca nos
hemos referido al sexo sino como significado, y como tal no sale
de los límites de la elipse. Y, por supuesto, el conocimiento de
ese sexo significado nada tiene que ver con el saber sobre la sexualidad, lo que quizá parezca una perogrullada». 5
Y en nota al pie agrega: «Esos universales que toda lengua
debe poder expresar (el número, el sexo, el pasado, la restricción, etc.) pertenecen a algo más general que a una lengua o a
otra; puede decirse que pertenecen al lenguaje mismo».
La propuesta cobra dos dimensiones. Por un lado, señala
que el sexo, en cuanto tal, en cuanto estructura de lenguaje, pone en el centro la cuestión de la diferencia. Por otra parte, y como él mismo aclara luego, pregunta por ese saber del cual se
ocupa el psicoanálisis, cuáles son las relaciones que mantiene
con el saber objetivo y con el sujeto.' Alrededor de este punto,
dice Octave Mannoni, giran los problemas más importantes. Y
termina por señalar: «¿No deberíamos asimilar el género gramatical a una especie de retorno de lo reprimido (por lo demás
contingente, censurado y trastornado), de modo que, a diferencia del saber significado, manifestase de alguna manera el carácter significante para el hombre de las marcas de la anatomía sexual?... La palabra, que da el sexo significado, enmascara o reprime su carácter propiamente significante. El sexo
como significante reside en la capa más oculta. Pero puede reaparecer, disfrazado, en la capa más superficial, la de las formas
significantes lingüísticas». 6
5 !bid., pág. 47.
6 !bid., pág. 49.
111
Que el sexo se marca en tanto significante de una diferencia
no es un punto que nos propongamos discutir; «las marcas» de
la diferencia anatómica no pueden jugarse sino como significantes y es así como Freud lo señaló. La impasse se produce, en
mi opinión, cuando el problema de la diferencia queda atrapado
en un encerramiento lingüístico que impide aproximarse al peculiar carácter significante que para el hombre poseen estas
marcas de la anatomía sexual. Y es significante en la medida en
que en el proceso discursivo interrumpido por el lapsus, o por el
Witz, el fantasma de la diversidad se hace posible «marcando»
al sujeto en una desestructuración sexuada que irrumpe desde
los fantasmas erógenos del conjunto del cuerpo pregenital.
Apelando al conocido chiste de los dos niños, niña y varón,
frente a un cuadro que representa a Adán y Eva y que los desconcierta en su posibilidad de la diferenciación sexual en la medida en que los personajes están desnudos, Octave Mannoni
modifica la historieta inglesa y hace decir a la niñita: «Escuchemos lo que dice la gente; dirán him y her, y entonces sabremos»
(porque tales pronombres designan fielmente el sexo significado). El efecto de Witz depende de la ignorancia de algo que no es
el sexo como significado. Cuando un niño sabe que no sólo hay
palabras femeninas y masculinas, sino que más allá de estos
géneros hay un significado, su curiosidad se despierta y se pregunta «¿qué quiere decir eso?». Intenta saber algo más, que no
figura en la elipse saussureana. «Es, en rigor, y debemos la expresión a Lacan, el sexo como significante (un significante que
no depende de la lingüística, pese a que Lacan haya dicho algo
diferente en el texto citado como epígrafe)». Y el texto citado
como epígrafe dice: «Nuestro tema es, por supuesto, el hombre
y la mujer (. .. ). Hay aquí, sin duda, un significante oculto que
no es absolutamente encarnable en parte alguna pero que no
obstante se encarna de la manera más aproximada en la existencia de las palabras ''hombre" y "mujer"» (Jacques Lacan, Seminario del 18 de abril de 1956). Y agreguemos nosotros: partiendo de la preocupación de Lacan por el carácter significante
del sexo, Octave Mannoni llega a una conclusión que no sólo es
un desarrollo, sino que es diversa de la del maestro. Volveremos sobre ello, pero no podemos dejar de señalar el cuidado y la
fina ironía con los cuales Octave Mannoni maneja la diferencia, ya no de sexos, sino de propuestas teóricas, que dejó sumergidos durante mucho tiempo a los no iniciados en la confusión
de propuestas sin permitir acceder a los movimientos productivos de la discrepancia.
112
Cuando el autor da los ejemplos de him y her, muestra que
el significante puede actuar, desde el género, como rasgo secundario sin que esto lo abroche al sexo como significado. Him
y her, como los aritos de las niñas, como los soldaditos con los
cuales juegan los varones, entran de hecho en el género, pero
no sólo desde el género gramatical, sino de aquel que prepara el
acceso al sexo, y que si bien e.s tá constituido por el lenguaje, se
juega en todos los órdenes de la cultura y a través de estos,
siendo el lenguaje la vía para la explicitación de los fantasmas
parentales acerca del futuro sexo simbólico del hijo real que debe acceder a él para poseerlo.
Los niños de la historia de Octave Mannoni, al igual que la
petulancia de Alberto cuando me responde «una yegua es un
caballo que se llama yegua», señalan la diversidad posible antes de que la diferencia de los sexos se instale. Sin embargo, cada uno de estos niños puede responder nominalmente acerca
de su sexo atribuido. Nl. Alberto, ni los niños de la historieta,
tendrán un momento de duda cuando se les pregunte acerca
del carácter 9.e su ubicación en la diferencia de sexos. Alberto
responderá con seguridad «varón», cuando yo le pregunte qué
es. Sin embargo, esto no dará razón, de ninguna manera, del
reconocimiento de la función sexual en la medida en que agregará inmediatamente -y luego de un trabajoso proceso terapéutico en el cual tendrá primero que descubrir qué es, para
luego reconocerse en su atribución-, «no juego con muñecas».
Como el Witz inglés relatado por Mannoni, con frecuencia
frases de los niños marcan el retorno de esta «diferencia» genérica que se establece antes de la fase fálica y que señala cómo
elementos de la cultura son tomados para ser jugados en una
diversidad en la cual, pese al desconocimiento del carácter del
sexo en tanto significado, el sujeto se enfrenta ya al problema
de su identidad como ser sexuado. Un niño de cuatro años, cuyo
padre tiene vedados algunos alimentos y excesos orales debido
a un trastorno gástrico crónico, responde a la madre que le pregunta si quiere un poquito de café que los adultos están en vías
de ingerir: «¿Te crees que soy una mujer para tomar café y fumar?». Profundamente humillado ante las risas de quienes
presencian la escena, se retira. Las preguntas son varias: ¿Es
la humillación efecto de que el ofrecimiento materno lo desconoce en su posición viril, marcada por la identificación al padre
no definida aún por la lógica fálica de la diferencia? ¿O, tal vez,
ante las risas que la respuesta provoca, siente que los adultos
que lo rodean niegan su posición masculina defendida con or-
113
',I'
gullo a través de la respuesta irritada y altiva? ¿Es que hay
una sospecha, en vías de constituirse, acerca de que lo masculino no pasa por la ingestión de café, sino que es de otro secreto
orden que empieza a aparecer como interrogante, y siente la risa como un desenmascaramiento de su ignorancia acerca de
ese algo que ya comienza a reconocer, sin que pueda aún instaurarse como un saber posible?
Las respuestas son tantas como las preguntas a formular.
Sin embargo, dos elementos resaltan de la situación. En primer lugar, el hecho de que en la misma mesa de la cual se levanta hay otros hombres, menos su padre, que toman café sin
que ello ponga en duda su masculinidad. En segundo lugar,
que la herida narcisista que evidencia se ha instalado en nuestro niño sin que ello signifique que este narcisismo se haya ligado aún a ningún significante fálico de la diferencia anatómica, aun cuando se encuentre ya organizado en relación con la
diferencia de géneros.
Tal vez, cuando acabe de instalarse el movimiento que lo ha
de constituir de sujeto atravesado por el género masculino en
sujeto sexuado, habrá de responder con la misma indignación
cuando se lo considere capaz de un atributo femenino, pero en
este caso, porque la situación lo interpelará en su condición
masculina, agitando los fantasmas de castración y pasivización que en el proceso se ha visto obligado a reprimir.
Laplanche recupera, en su seminario sobre la castración, 7
dos términos alemanes que parecen señalar dos problemáticas
freudianas en el texto acerca de La organización genital infantil. Se trata de Unterschied, diferencia, y Verschiedenheit, diversidad. La diferencia (Unterschied) implica una polaridad,
una dualidad. Por el contrario, la diversidad (Verschiedenheit)
puede existir entre dos elementos, pero también entren elementos.
Si tomamos la diversidad de los colores -dice-, ninguno se
define por una cualidad propia, ninguno se define por la negación de otro -ni siquiera el blanco o el negro----. En un sistema de dos colores, el blanco se define por el no-negro, pero en el
sistema de los colores naturales, sistema de n posibilidades, el
no-blanco puede ser negro, pero también rojo, verde, etcétera.
Estamos en una lógica del concepto que define dos tipos de
oposiciones: la de los contradictorios, por una parte, y la de los
7 J. Laplanche, Castration. Symbolisations. Problématiques II, París: PUF,
1980. Castración. Simbolizaciones, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
114
contrarios, por la otra. En el ejemplo del niño que rehúsa tomar
café, hay una diferencia de géneros, una diferencia entre los
hombres y las mujeres, percibida pero no ligada a una diferencia anatómica de los sexos. En la diferencia social, cultural, falta un fundamento lógico, y el niño busca a esta bipartición un
fundamento en teoría, precisamente ese fundamento lógico.
¿Debe buscarse este fundamento lógico en la anatomía -pregunta Laplanche-, cuando el problema del sujeto es reencontrar la naturaleza a continuación del largo proceso en el cual la
ha perdido, es decir, cuando las excitaciones sexuales en el sujeto psíquico son el efecto de una verdadera perversión del instinto por su inclusión en el mundo de la sexualidad adulta que
lo ha constituido parcelando su cuerpo en múltiples zonas erógenas que tomaron el rumbo inicial del autoerotismo?
El problema de la lógica de la exclusión, del tercero excluido, no es algo del orden de lo real, de la anatomía. El pene, la
vagina, el pecho, el ano, no entran a circular hasta que se organiza una nueva repartición efecto de la lógica de la sexualidad
genital. Pero ~sta lógica es impensable fuera del proceso secundario, ya que en el inconsciente subsisten todos los elementos
que sólo son contradictorios para el preconsciente. Lo contrario
o lo contradictorio, sólo es algo que afecta al sujeto, a un portador de los atributos.
Pero portar un atributo, dice Laplanche, puede jugarse en
dos dimensiones distintas. Un atributo puede ser sólo eso, o
puede transformarse en una insignia; el atributo puede ser
una cualidad o una insignia. Como atributo no entra más que
en una lógica de los contrarios, como insignia en una lógica de
la contradicción: si no se es hombre, necesariamente se es mujer. La insignia, como tal, no existe en la naturaleza, sólo en la
lógica del sujeto. Desde lo real, algo puede ser rojo, azul o blanco, pero desde la lógica, si está signado por verde/no-verde,
aquello que es rojo entra en la lógica de la negación (no-verde).
La conclusión provisional que extrae Laplanche acerca de
los dos términos de Unterschied y Verschiedenheit es que la diferencia absoluta remite a una marca de la presencia o ausencia de un solo atributo. La diferencia relativa de los géneros está fundada sobre la elección de dos o más atributos. La diferencia de géneros remite, entonces, a la diversidad y no a la diferencia, no a los contradictorios, sino a los contrarios. La lógica
de la contradicción, por lo tanto, está definida con relación a
una pautación que viene por fuera del sujeto, que organiza el
principio del tercero excluido y abre las posibilidades al proceso
115
secundario. Si en el inconsciente los contrarios coexisten, sólo
es en el sujeto que se ha constituido donde estos son sentidos,
sufridos, como contradicción: la diversidad transformada en diferencia en el interior del aparato psíquico e instituida como
conflicto.
En el niño que se niega a tomar café y fumar, la masculinidad no se define por la existencia del atributo masculino pene,
sino por todos los elementos secundarios ligados a la constitución de la posición masculina. Empero, la diferencia de géneros
funcionó como previa a la diferencia de sexos, marcando desde
la cultura las alternativas posibles que serán luego inscriptas y
resignificadas en el psiquismo.
Para que nuestro sujeto arribe a la diferencia de sexos deberá pasar previamente por la oposición fálico-castrado que constituya al pene como insignia de la masculinidad, al falo como
símbolo de la diferencia, como insignia que abrirá la lógica de
la contradicción. Lógica de la contradicción que en el sujeto se
marcará como lógica de la castración.
Podríamos pensar, siguiendo esta misma línea, que la lógica de la contradicción se inaugura a través de la insignia. La
insignia como algo soportado en lo real, pero significado simbólicamente. Pero, a su vez, la insignia podrá ser recuperada en
un nuevo movimiento cuando el proceso lógico sea arrancado
de la lógica binaria, a la cual quedó sometido por la angustia de
castración, y reemplazado en un reconocimiento de la contradicción que no implique la anulación del contradictorio.
¿Por qué ubicar, entonces, como lo hace Octave Mannoni, la
diferencia de géneros del lado del significante, la diferencia de
sexos del lado del significado? ¿No sería, de alguna manera, intentar colocar el significado del lado del inconsciente? El sexo
como reprimido no es el de la lógica fálica; en él coexisten el
fantasma de castración con la madre fálica.
Para el sujeto en constitución, todo lo que haga un ordenamiento de los enigmas del sexo (nacimiento, muerte, castración), funciona del lado de la significación, es decir del ordenamiento significante en una lógica que permita la simbolización.
Tanto la diferencia de géneros como la diferencia de sexos son
algo que ocurre del lado del preconsciente; ordenarr..ientos diversos de los enigmas en los cuales el sujeto se constituye y por
los cuales es interpelado. Del lado del inconsciente, las representaciones coexisten y sólo se transforman en contradictorias
cuando atacan al preconsciente, al yo, guiado por el proceso de
organización de la lógica del proceso secundario.
116
En tal sentido, el sexo puede ser definido, como lo propone
Octave Mannoni, del lado del lenguaje, entendido este como
sistema que organiza las diferencias. Pero, en la medida en que
el sistema de la lengua no se instaura sino como organizador de
los sistemas inconsciente y preconsciente-consciente a través
de la constitución de la represión originaria - tal como lo hemos desarrollado en el capítulo 2- , el lenguaje, al constituirse
en el sujeto, es un efecto de la represión originaria y funciona
dando origen a la significación, es decir, posibilitando la emergencia o no de lo reprimido. En la constitución del género en el
niño ya está presente la marca del sexo que imprime el adulto.
Al igual que en el lenguaje caliarda, el género se correlaciona con el sexo, no «en la conciencia ingenua del sujeto», sino
justamente en la suspicacia de las vicisitudes del fantasma
sexual reprimido. El sexo retorna en el género, denegado o
ligado al fantasma reprimido, más acá de la intención de constituir una lengua neutra. Una historia relacionada con el problema del racismo lo ejemplifica: en un autobús van negros y
blancos peleándose. El conductor, irritado, detiene el vehículo y
ordena: «jBasta, desde hoy son todos verdes!». En ese momento
un negro sube al autobús y pregunta: «¿Dónde me ubico?». El
conductor responde: «Usted, atrás, con los verde oscuro».
Más allá del intento de mostrar con este ejemplo cómo reaparece a través de nuevas dicotomías en el interior del lenguaje
aquello que se pretende expulsar, es necesario que señale que
este problema se expresa brutalmente por medio de las formaciones reactivas en el interior del racismo contemporáneo. Así,
la hipocresía racista que se esconde en la expresión «gente de
color», como si el blanco fuera el «no-color», encubre el carácter
despectivo con que se tiñe (o se destiñe) al negro, eludiendo en
el lenguaje la marca de la segregación que retorna a través del
encubrimiento. O la modalidad de llamar al indio «indito», en
una propuesta paternalista que oculta el carácter altamente
hostil a partir del cual un rasgo étnico se convierte en un significante de la minusvalía. Nadie diría para referirse a los norteamericanos «los norteamericanitos», salvo en un sentido irónico.
Diversidad previa, entonces, a la diferencia de los sexos,
que constituye ya los elementos significantes que la cultura establece para la asunción social del sexo propio: la organización
parental del Edipo, la atribución del sexo a través del nombre,
del color de la ropa, y de los signos distintivos que la cultura imprime en el sujeto, antes que la angustia de castración lo coloque en la alternativa de ser sexuado.
117
,1
'"
La precocidad de la educación sexual no resuelve nada de
esto, si no acompaña al proceso de simbolización que proponen
los movimientos de constitución del sujeto en la estructura edípica y a los concomitantes intrasubjetivos, fantasmáticos, de
este proceso. Una situación que se produjo en un jardín de infantes donde se imparte educación sexual lo ejemplifica: las niñas formulan «Lupita tiene vagina, Mariana tiene vagina, Paty tiene vagina, Paula tiene "conchita"». Así irrumpen en la lección monótona de una diferencia no aprehendida con un exabrupto que echa por tierra las inquietudes programáticas de la
maestra.
La diversidad o diferencia, en lo manifiesto, marca el movimiento de constitución de un aparato psíquico infantil incipiente, donde la instauración de la castración abrirá la posibilidad de comprender el surgimiento del cero, de la nada contrapuesta al rasgo. Lógica de la instauración del cero que implica
la posibilidad de apertura hacia las matemáticas y la numeración.
Si la lógica del cero precede al sujeto en la cultura, si la constitución de la diferencia, en el orden del lenguaje, se juega desde un antecedente que, siendo trans-subjetivo, es condición necesaria para la constitución del sujeto mismo, los índices que
permiten cercarlo en el niño posibilitan al analista encontrar
las pistas de organización del aparato y ubicar las líneas con
las cuales debe orientar la dirección de la cura.
Momentos del tratamiento de un niño, que expondré a continuación, pueden semos útiles para explorar la hipótesis que
acabo de presentar.
Mariano. El cero y la nada
Mariano, cuatro años y medio. La mirada atenta, inteligente. El cuerpo a mitad de camino entre la primera infancia y la
infancia. Un lenguaje rico y deshilvanado. Juegos explosivos y
altamente simbolizados -guerras interplanetarias, megaarañas y mega-alacranes- acompañando preocupaciones «cotidianas»: la bomba de neutrones, los conflictos mundiales.
Motivo de consulta: intolerancia excesiva y enuresis nocturna; Mariano se ha convertido en un niño «inmanejable».
El reverso de su actitud querulante: la depresión. Tuvo una
migración reciente y un día, cuando la brusquedad del juego ce-
118
de y el discurso deja de ser verborreico -una micción que se
derrama por el consultorio-, se acuesta en el suelo y, con tristeza profunda, dice: «¿Sabés qué es lo más triste, pero lo más,
más triste?: cuando ya no te acordás la cara de tus amigos». Las
sesiones transcurren en un lento, trabajoso ritmo, que intenta
reconstruir las caras, los lugares, los juegos perdidos.
Al poco tiempo entra a consulta con sed. Dice «quiero agua
de nada». En México existe el agua de naranja, de tamarindo,
de horchata. Mariano pide «agua de nada».
En una primera visión, fácilmente accesible al pensamiento
psicoanalítico, interpreto: agua de nada, llenarse con la ausencia que se ha sustancializado. En su carácter de presencia, la ausencia, lo que no está, es nada, pero nada es algo que puede lograr una incorporación benigna. Hasta este momento, mientras
duró el cuadro querulante, la ausencia operó, desde el inconsciente, como ataque --objeto malo, propone Melanie Klein-.
En el inconsciente el objeto ausente es siempre objeto malo.
No es representable la ausencia sino como presencia atacante.
Laplanche8 pone a trabajar esta idea y llega a una ley general
del psiquismo: la pulsión de muerte es la sexualidad no ligada
que ataca al sujeto con la desintegración de la pulsión parcial,
frente a la libido ligada en el yo o en el objeto de amor.
Cabe una pregunta: ¿no es el inconsciente, por su constitución misma, el lugar de inscripción de la ausencia del objeto?
Este es el modelo de toda la constitución del aparato psíquico
en Freud, ya que lo que se inscribe es una huella del objeto perdido. La nada no tiene representación, actúa por presencia,
muerde y desgarra al sujeto. No es otra la función atacante del
inconsciente en su conjunto. Si el inconsciente es el lugar del
deseo, de la inscripción de la pulsión en su imposibilidad de satisfacción -y en este sentido habría que pensar el concepto
kleiniano de voracidad: una discordancia fundamental entre la
alimentación de la cual el bebé es objeto en relación con su deseo oral de colmamiento ilimitado-, el sujeto se defiende.
(Thomas Mann, en Las Tablas de la Ley, refiriéndose a la leyenda que atribuye a Moisés un crimen en su juventud temprana, dice: «Supo que, si matar era hermoso, haber matado
era terrible, y por eso matar debía estar prohibido». Sólo laposibilidad de desear lo terrible con la convicción de que no se rea,
lizará es lo que garantiza la tolerancia a lo siniestro.)
8 J. La planche, L'inconscient et le i;a. Problématiques IV, París: PUF, 1981.
El inconciente y el ello, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
119
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~' ¡.:1
En el desgarramiento en que se encuentra Mariano cuando
llega a tratamiento, en su actitud típicamente paranoide, irritable, nada lo ha satisfecho porque ante cada reclamo, cuando
el objeto demandado le ha sido ofrecido, es en su presencia como el objeto ausente aparece marcando la imposibilidad de su
recuperación. Por eso la metonimización permanente (en lo
manifiesto) de su demanda no logra recubrir aquello que ha
quedado no sólo como perdido, sino como no verbalizable, y que
el tratamiento permitirá recuperar.
Cuando agua de nada se hace presente en su discurso, la
nada aparece, en el marco de la cura, remitiendo al obj<')to primordial de la ingestión; pero es en el preconsciente donde esto
puede manifestarse y adquirir así una cualidad diversa: de
presencia atacante se transformará en ausencia añorada, en
posibilidad de representación de la lógica de la ausencia (lógica, por otra parte, que sólo es atributo del sistema preconsciente-consciente). Agua de nada, sin embargo, no es todavía la nada como concepto. Es la sustantivación en la lengua de lo que
había sido innombrable. No es tampoco una suma, no es agua
con nada, sino la combinación discursiva que estructuralmente liga agua con naranja y la transforma en agua de naranja,
en una anulación de las propiedades particulares de cada uno
de los elementos combinados, en una fusión del objeto y el atributo. El atributo es el objeto, a la vez que el objeto es su atributo; el agua y la naranja se han diluido en el de que las constituye como unidad.
Si el análisis y la síntesis de los pasos del conocimiento científico son posibles, esto no tiene existencia en el psiquismo infantil antes de que los sincréticos originarios se descompongan
en sus unidades constitutivas, y esto es así tanto desde la instauración pulsional (representación de la primera experiencia
de satisfacción, en la cual la boca y el pezón constituyen un todo
que permite pensar que la boca es una cavidad a la cual le falta
el pezón) como desde la experiencia misma de la lengua, que
propone composiciones y recomposiciones de lo real que el niño
tendrá que rearmar cuando la lógica del tercero excluido se instale. Únicamente allí habrá posibilidad de análisis y síntesis
posteriores a los movimientos de constitución de los objetos
totales.
Pierre Fédida, en su libro L'absence,9 va marcando los distintos espacios en los cuales la ausencia constituye al objeto; su
9 P.
120
Fédida, L'absence, París: Gallimard, 1978.
preocupación es encontrar la ausencia de la cual es portadora
el objeto. El objeto fetiche (portador de la castración), el objeto
reliquia (portador del duelo), el objeto transicional, soporte de
la presencia-ausencia de la madre. En la presentación de este
texto propone: «La ausencia da contenido al objeto y asegura a
la separación un pensamiento». Tomando de F. Ponge un neologismo, objeu, para titular un texto destinado a elaborar, con
escritura que está entre el psicoanálisis y la poesía, las relaciones entre juego y objeto, Fédida dice: «De lo que se trataría es
de hacer del objeto el acontecimiento depresivo de la pérdida.
Es un acontecimiento porque hay un descubrimiento del objeto
por el juego: consiste en abrir la mano, en desasirse. El objeto
se constituiría como significante de la separación, el abandono
o la pérdida ... Se instituye en el lugar de una falta». 10
El pensamiento tiene por espacio, a veces, el dolor. El ausente es entonces el objeto de odio del amor.
En el caso de Mariano, cuando los padres se ven obligados a
la consulta por la querulancia que el niño manifiesta -siempre hostil, malhumorado, reivindicativo-, ¿es la ausencia del
objeto añorado la que coloca a los padres como objeto odiado, o
al menos, como soporte de este, como objeto de odio del amor?
La situación clínica vuelve a poner sobre el tapete, una y otra
vez, la vieja discusión entre Melanie Klein y Anna Freud en el
«Simposio sobre análisis infantil» de 1926, acerca de la posibilidad del niño de establecer transferencia. ¿Cuál es el objeto añorado, si los padres están presentes, si los objetos primordiales
son aparentemente conservados?
Del objeto parcial (pleno) al objeto total (de la falta)
Una situación con una paciente adulta puede servir para
aclarar el punto. Ha tenido un breve encuentro con el hombre
que ama y del cual se encuentra separada. Recuerda que ella
era «todo para él» y ahora, al verse, él ha hecho el amor con ella
sólo porque aún le gusta, pero ya no la ama. Mi paciente relata:
«Cuando terminamos de hacer el amor me dormí, y soñé que
dormía a su lado. No entiendo por qué, estábamos durmiendo
juntos y, sin embargo, yo soñaba que dormía con él». A decir
verdad, ella dormía «Con otro». A esto se refería Melanie Klein
10
! bid., pág. 105.
121
1
¡,¡:
cuando en aquella vieja polémica le decía a Anna Freud que la
transferencia no requiere la pérdida de los padres «reales» infantiles. En realidad, nunca fueron reales, y se transfieren en
la cura aspectos fantasmáticos, residuos de las relaciones de
objeto con ellos habidas. Cuando Mariano increpa a los padres
presentes, les reclama querulantemente ser portadores de la
ausencia de las relaciones primordiales perdidas. Un «resto de
padres» ha quedado en el lugar de origen, del cual ha sido trasladado. Cuando algo se pierde, el objeto presente marca la falta
de lo ausente (no pocas veces he asistido al desconcierto de un
padre o una madre, viudos o separados, enfrentados a la hostilidad del hijo que idealiza al ausente. No corresponde apresurarse en la comprensión de este fenómeno, pero se inscribe, en
líneas generales, en el orden de determinaciones que estamos
exponiendo).
Spitz, al descubrir la angustia del octavo mes como un momento del desarrollo infantil evidenciado por la reacción del
niño que, al enfrentarse a la guestalt facial de un desconocido,
llora por la presencia extraña, no se limitó a describirla como
un fenómeno normal en la constitución del niño, sino que
arriesgó una hipótesis cuyo valor debe ser relevado: si el niño
llora frente al extraño es porque su presencia remite a la ausencia del objeto esperado, la guestalt materna. El objeto presente amenazante es lo extraño que marca la ausencia del
objeto conocido. Una característica general del psiquismo está
en juego: lo real sólo angustia sobre el trasfondo del objeto psíquico.
Juego engañoso, este. Lo desconocido sólo cobra carácter de
tal sobre el fondo de lo conocido (es decir de lo re-conocido, en el
sentido de que lo representado coincida o no con lo percibido);
por otra parte, lo percibido como real, y que ha coincidido con lo
representado otrora, deja de hacerlo en la medida en que pese a
la percepción de lo idéntico se inaugura la no coincidencia con
la representación interior. En este doble movimiento deberían
tal vez pensarse las dos variables freudianas relativas a la
«prueba de realidad» : una, que consistirá en diferenciar lo
representado de aquello que es percibido y que marcaría así la
diferencia entre lo interior y lo exterior (caso del bebé de Spitz);
otra, que consistiría en comparar lo percibido objetivamente
con lo representado, con vistas a rectificar las eventuales deformaciones de esto último. Sin embargo, lo que vemos en el caso
de Mariano (y coincidiendo con la preocupación expresada por
Laplanche y Pontalis en el Diccionario de psicoanálisis, de que
122
esta última variante del concepto de prueba de realidad lleve a
considerar esta expresión como si la realidad fuera aquello que
pone a prueba, mide y atestigua el grado de «realismo» de los
deseos y fantasías del sujeto y les sirve de patrón) es que la cura analítica no puede pasar en ningún momento -y siento lo
absurdo de tener que repetir esto a esta altura de la historia del
psicoanálisis- por hacer coincidir los padres reales con los
fantasmas que agitan al sujeto en la producción del síntoma,
sino que pasa por reconocer, junto a mi paciente - y compartiendo para ello, dolorosamente, el proceso de la cura- que los
padres perdidos de los orígenes son los restos de ausencia atacante que precipitan hoy su rabia desmedida.
Pasar del odio a la tristeza no es pequeña tarea para el aparato incipiente. ¿Se trataría, tal vez, en el movimiento que Melanie Klein describe como pasaje a la posición depresiva, del
abandono del objeto pleno, pero parcial, al objeto total?
El objeto pleno, de los orígenes, sólo puede sobrevivir a costa
de una escisión en otro objeto que sea portador de todos los atributos negatiyos positivizados. En este sentido, los objetos parciales son objetos plenos, cada uno portador de un atributo
único maniqueamente disociado. De tal modo, si hay un objeto
de la completud en los orígenes, no es sino parcial, relativo a la
puntualidad de un momento y coexistente con otro objeto de la
incompletud absoluta, objeto malo. El objeto total, caracterizado por su incompletud, es decir, por la integración de lo positivo
y lo negativo (significantes en el inconsciente de objetos parciales no representables como ausencia), se debe repensar, desde
este punto de vista, como constitutivo de una lógica que implica
el reconocimiento de la ausencia en el sistema preconsciente.
En el texto antes señalado, Fédida dice: «El objeto coincide, en
su constitución objetiva y objetal, con el juicio de atribución y el
juicio de existencia, que marcan la ubicación de la exterioridad
a título de una instauración superyoica». 11
En este recorrido que estamos haciendo junto con Mariano,
¿cuáles son los prerrequisitos que se imponen para la conclusión lógica a la cual arriba el sujeto, y de qué manera se relaciona esto con la instauración de los juicios de existencia y de atribución?
Tal vez debamos detenernos más cuidadosamente en la
afirmación de Fédida, en el sentido de las relaciones entre lo
objetivo y lo objeta!.
11
lbid., pág. 106.
123
1
•·!
El apartado relativo al concepto de objeto, en el Diccionario
de Laplanche y Pontalis, termina aseverando lo siguiente: «Por
último, la teoría psicoanalítica alude también a la noción de objeto en su sentido filosófico tradicional, es decir, asociada a un
sujeto que percibe y conoce. Es evidente que se plantea el problema de la articulación entre el objeto así concebido y el objeto
sexual. Si se concibe una evolución del objeto funcional, y a fortiori si se considera que esta desemboca en la constitución de
un objeto de amor genital, definido por su riqueza, su autonomía, su carácter de totalidad, necesariamente se relacionará
con la edificación progresiva del objeto de la percepción: la "objetalidad" y la objetividad no carecen de relaciones». 12
Podemos deslindar esta propuesta en dos aspectos: por un
lado, la preocupación acerca de las relaciones entre objeto cognitivo y objeto de amor genital; por otro, si este objeto de amor
genital, como el mismo apartado pone en evidencia, es efecto de
un constructivismo que pasa por la integración progresiva de
los objetos parciales, o responde a otro orden, en el cual el narcisismo y la constitución del yo no dejarían de ocupar un lugar
importante.
La teoría de la integración de los objetos parciales (o de las
pulsiones parciales) en una genitalidad totalizante cobra predominancia en Freud fundamentalmente a partir de Tres ensayos. Un constructivismo pulsional que desemboca en la totalidad unificadora genital. La propuesta de Tres ensayos, si bien
permite los grandes desarrollos posteriores acerca de la sexualidad, no posibilita entender las relaciones entre esta sexualidad y la constitución tópica, tal como aparecerían definidas en
textos como «Introducción del narcisismo» y El yo y el ello. «Introducción del narcisismo» parecería, en ese sentido, el primer
intento para lograr correlacionar estos movimientos constitutivos de la tópica psíquica con aquellos de la sexualidad, en la
medida en que el concepto de «libido del yo» reubica por primera vez los vínculos internos entre sexualidad y formación de
una instancia (la estructuración del yo como efecto del movimiento que inaugura, mediante el narcisismo, una primera
bipartición en el sujeto psíquico, efecto de dos formas diversas
de organización de la libido). A partir de «Introducción del narcisismo», entonces, dos formas de funcionamiento de fo. libido:
una ligada -€n el yo o en el objeto- y una no ligada -€n el
12
J. Laplanche y J.-B. Pontalis, «Objeto», Diccionario de psicoanálisis,
Barcelona: Labor, 1971, pág. 269.
124
inconsciente--, ya que hasta 1923 no aparecerá el ello como la
instancia capaz de albergar esta sexualidad parcial. A su vez,
un ir y volver de esta libido ligada: ora depositada en el yo, ora
en el objeto.
El objeto parcial, como uno de los polos de la pulsión parcial,
deja de entrar en la serie parcial-genital para entrar en la serie
parcial-total, o parcial-amor, no correspondiendo necesariamente a lo genital, sino como un movimiento previo a la constitución del amor de objeto. El narcisismo, como oposición a lo
parcial, no incluye necesariamente el amor genital, definido
por el amor de objeto. En este sentido el narcisismo aparece como un momento mítico previo al amor de objeto, que, sin embargo, ya implica una totalización del objeto (en este caso el yo
o su equivalente).
¿Qué pasa con el objeto total, en el sentido propuesto por
Melanie Klein? Si bien hay oscilaciones en su obra, es evidente
que la característica predominante del objeto total no se debe a
una integración cognitiva (aunque pueda ser el prerrequisito
de esta), sinq a la integración de los aspectos positivos y negativos del objeto, gratificadores y frustrantes, «buenos» y «malos»,
para utilizar la terminología intrínseca a esta teoría. La posición depresiva es entonces, desde mi punto de vista, la posibilidad de reconocimiento, en un mismo objeto, de su incompletud
(la incompletud del objeto, antes de esta posición, marcada como presencia del objeto malo), y en tal sentido sólo ubicable tópicamente en el preconsciente.
Siguiendo este desarrollo, y teniendo en cuenta la idea princeps de Melanie Klein de que las posiciones no son simples momentos del desarrollo sino fases de recaída constante, la posición esquizoparanoide sería el modo específico de funcionamiento del ello, definido este por la pulsión de muerte, por la no
ligazón, por la voracidad (discordancia fundamental entre la
posibilidad de satisfacción y la imposibilidad de colmamiento).
Si el inconsciente es el fracaso del amor (como propone Lacan coincidiendo con Freud, que hace pasar el amor por la constitución del yo o del narcisismo), la posición depresiva no puede
tener otra ubicación metapsicológica que el preconsciente.
Sin embargo, se nos podría decir, y con razón, que la posición depresiva no goza de las características totalizantes que
fijan la constitución del yo al narcisismo (o a la especularidad,
como lo define Lacan en un planteo que ha abierto nuevas vías
para la comprensión de este concepto). La posición depresiva
no se caracteriza por la instilación del rasgo unitario sino, jus-
125
11"
"'i'
H
tamente, por la abertura de la posibilidad de reconocimiento de
la diversidad existente en el objeto.
Nuestro desarrollo tiende a mostrar que el objeto total
-descripto por Melanie Klein- no es correlativo al objeto de la
completud -teorizado por Lacan- , sino que es justamente su
reverso. Deberíamos, más bien, considerar al objeto total como
la resultante del reconocimiento de la falta, definido por la lógica de la ausencia --como señalamos antes-, y sería necesario
aún tener en cuenta las vicisitudes de la castración en su constitución e instauración definitivas.
Tal vez la exploración de los movimientos de Mariano en el
tratamiento nos ayude a encontrar nuevas respuestas. Un día,
cuando la querulancia había cedido y el niño se encontraba en
óptima disposición para el trabajo en común, un nuevo elemento vino a agregarse a la situación y me desconcertó por segunda
vez. En medio de una sesión, y con cierta picardía, como si hiciera un chiste, Mariano dijo: «¿Sabés qué es cero? Cero es
nada, y después, cumple uno». Observación que ligó la nada a
los orígenes, pero que marcó a la vez el comienzo de la numeración.
Luego de esta formulación Mariano se ríe, el placer es intenso. ¿Tendrá en algún lugar la percepción de que ha realizado el primer Witz de su vida, o es el descubrimiento en sí mismo de una posición ontológica que liga los orígenes a la ausencia lo que produjo el intenso placer del investigador que hay en
él, esa excitación que acompaña al descubrimiento científico?
¿Basta con señalar, en este caso, la conexión que marca el
surgimiento de la instauración del cero y del objeto «en el sentido tanto objetivo como objeta!»? Detengámonos un momento
en esta relación que se inaugura en el psiquismo infantil, en la
constitución de esta «cifra que indica una cantidad nula», cuyo
origen se remonta al árabe -sífer, vacío-, y la instauración de
un lugar diferencial en el interior de la estructura del Edipo.
Vayamos a la teoría de los conjuntos; dos propiedades pueden ser utilizadas para la comprensión del tema al cual estamos apuntando: la suma y la multiplicación. En matemática
moderna, la sumatoria está dada, en el caso de dos conjuntos,
por la suma de todos los elementos pertenecientes a ambos. La
intersección, sólo por aquellos elementos comunes a los dos. Si
suponemos el conjunto A, cuyos elementos son 1, 2, 3, 4, 5, y el
conjunto B, cuyos elementos son 4, 5, 7, 8, la suma de ambos
será igual a 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, mientras que su intersección
será igual a 4, 5. En caso de que ambos conjuntos no tuvieran
6;
126
ningún elemento en común, el resultado de la intersección sería equivalente a un conjunto vacío, cuya notación es, en matemática moderna, el símbolo cero. La suma o unión, en este caso, implica una incorporación anulatoria de los elementos diferenciadores de cada uno de ellos. La intersección, por el contrario, pone de relieve sólo los elementos comunes, permitiendo
la existencia independiente de las divergencias de los elementos existentes en cada uno de los conjuntos participantes de la
operación.
Otros dos principios matemáticos pueden ampliar nuestra
perspectiva: El cero implica la noción de identidad; es aquel número que sumado a otro da por resultado este último. A su vez,
implica la existencia de inversos aditivos, es decir que la suma
de un número positivo más su negativo da por resultado cero.
Si bien no es mi intención actual introducirme en profundidad en las relaciones entre la lógica y el pensamiento -tema
por otra parte ampliamente discutido por la filosofía- , sí pretendo mostrar que la constitución de las premisas lógicas en el
niño no está desligada de los movimientos específicos de constitución del aparato psíquico y, en este sentido, de los movimientos por los cuales este se desliza en el interior de la estructura
edípica.
Con «cero es nada, y después, cumple µno», Mariano ha hecho un descubrimiento fundamental, a la vez que ha abordado
un enigma aceptando su carácter de postulado, abandonando
el intento de resolución que todo enigma existencial propone.
En mi experiencia, la pregunta acerca de la muerte por parte
del niño va precedida por la pregunta acerca de los orígenes.
Los orígenes son el límite que marcan la no existencia. El niño
que llora porque al ver la foto de casamiento de sus padres no
encuentra una respuesta a «¿dónde estaba yo?», o a «¿por qué
no me invitaron?», se resiste a reconocer una anterioridad a su
existencia, una fractura de la permanencia «desde siempre».
Por eso la primera pregunta es «¿cómo nacen los niños?», antes
de que se pueda preguntar acerca de la muerte. ¿Qué significa
aceptar la muerte, sino aceptar la posibilidad de incomprensión del acontecimiento vacío de significación? El nacimiento,
el origen, es del mismo orden. Marca una anterioridad al sujeto, así como la muerte señala la continuidad sin este.
Cero es, entonces, el reconocimiento del conjunto vacío en
tanto diferencia producida en el interior de los elementos de un
conjunto indiferenciado. Cero es la apertura de dos sistemas de
pe,rtenencia diversos, y en este sentido no puede estar exento
127
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de la marca que la diferencia con el semejante deja en el sujeto.
El atributo fálico, perteneciente a uno de los dos universos,
inaugura la abertura por la cual el conjunto vacío se instala.
Hay ya intersección y posibilidad de existencia independiente
de los participantes de la operación.
En Mariano, los diversos movimientos de la nada soportada
en el objeto se irán desgajando hasta que de la plenitud del
agua de nada, halle el agua sin nada, y luego el agua sola, que
lo marcará en su posición de identidad diverso del objeto de los
orígenes, a través de ubicarlo en una posición frente a la castración.
Al poco tiempo esto aparece en sus juegos: la mega-araña
pretende quitarle la cola al mega-alacrán. Me dice: «Yo entiendo que la araña quiera atrapar a las moscas, lo que no entiendo
es por qué la mosca va al arañero». Rota la simetría en la cual
devoración implica tanto el temor a ser devorado como el deseo
de devorar, ambos polos del deseo aparecen desgajados, inscriptos en dos instancias diversas. Mariano -sujeto-- se ha
enfrentado disimétricamente al objeto. Uno devora, el otro teme ser devorado. Hay un afuera y un adentro constituidos, a la
vez que hay portadores de atributos deseables y sujetos carenciados de este atributo. La pregunta por el deseo aparece señalando, a su vez, la posición del sujeto excentrado ya del inconsciente. La angustia de castración se despliega en todas direcciones. En una ocasión en que interpreto su temor a las niñasmujeres, Mariano responde: «Eso no es cierto; además, yo no
me junto con mujeres, yo a las niñas les hago así (gesto de dar
una trompada)». Como en el cuento del caldero que relata
Freud, coexisten, empero, las tres posibilidades; esto indica
que aún no se ha instaurado la lógica de la contradicción que
señale la constitución definitiva de la represión. Más adelante,
dirá: «Andrés es un presumido». «¿Qué es un presumido, Mariano?». «Presumido es el que tiene novia .. .», dejando jugar en
la ambigüedad de la respuesta el movimiento que señala laposición masculina en posibilidad de conjunción con la femenina
y sorteando el temor a la diferencia para marcar el acoplamiento posible.
En ese momento se despliega la numeración y el cero se instaura. Mariano cuenta, aprende a escribir, organiza el tiempo:
«¿Sabés qué es tener casi cinco (años)? Quedarse a dormir en
casa de amigos, pero siempre que pidas permiso». «Los de cinco
pueden ir a pasar el fin de semana en casa de amigos, pero no
pueden volverse solos». «Cuando tenés cuatro y medio podés
128
ver televisión hasta las 9, pero no podés quedarte levantado
con papá y mamá hasta las 12». A la vez, Mariano encuentra
una manera de apropiarse libidinalmente de la realidad que lo
rodea y a la cual ha rechazado porque los objetos no podían sustituirse: pone nombre a todos los gatos del vecindario, tiene así
posibilidad de ser el amo de todos los seres carenciados que lo
rodean y brindarles su amor vicariado. Si él, en su anonimato,
no podía ser amado por los seres desconocidos que a partir de la
migración lo rodean y no podía amar a ese conjunto extraño en
el cual el mundo se había transformado, puede modificar esta
situación en su fantasía y construirse un mundo menos hostil
que invierte, en el acto designativo, su deseo de ser reconocido.
La ausencia, la castración y la constitución del cero forman
parte, en el proceso de curación de Mariano, de los movimientos centrales que determinan el tratamiento.
Estos trozos de discurso, fragmentados de procesos de la cura de niños, tienen por objeto poner de relieve un aspecto que
está siempre enjuego en los tratamientos infantiles: me refiero
a la sorpresa a la cual se ve confrontado el psicoanalista cada
vez que una frase, una propuesta enigmática, lo desconciertan
en el movimiento de la cura, sometiéndolo a la búsqueda de
una respuesta posible que trae apareados momentos de revisión no sólo del conjunto del proceso clínico, sino también de los
elementos teóricos con que cuenta para cercarlo.
Frases de los niños que dan razón de oscuros espacios de
desconocimiento a los que nos vemos enfrentados; frases que,
más allá del fantasma que revelan, y tal vez posiblemente en
conjunción con este, dejan abierta la posibilidad de pensar en
cambios estructurales en el conjunto del aparato psíquico. En
relación con ello, mi investigación se abre en la dirección de
poner en conjunción dos cuestiones: por un lado, la relación
entre la constitución del lenguaje como tal en el niño, en tanto
habla (para retomar la terminología de Saussure), en su correlación con los movimientos estructurantes del aparato psíquico; en segundo lugar, el hecho de que las formas gramaticales
mediante las cuales ese discurso se organiza se relacionan con
movimientos de constitución del sujeto psíquico que incluyen
tanto la logicización del pensamiento en sus diversas variantes: organización témporo-espacial, constitución del cero yac:cso a la matemática, como también el ordenamiento de las relaciones entre los sistemas inconsciente/preconsciente - cons·icnte, derivados de la represión originaria.
129
6. Trastornos del lenguaje. Trastornos
en la constitución del sujeto psíquico
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He explorado, a lo largo de los capítulos anteriores, los desfiladeros en los cuales los mecanismos que van abriendo la posibilidad de acceso al funcionamiento pleno del aparato psíquico se cierran en puntos de los cuales obtenemos evidencia a través de diferentes formas de fracaso de la represión originaria.
El reconocimiento de que el inconsciente no está presente
desde los orígenes mismos del sujeto, sino que es producto de
un extenso movimiento que abre tanto sus posibilidades de
existencia como las del proceso secundario, pone en juego una
forma de aproximarse al fenómeno clínico en la infancia que
plantea múltiples interrogantes a quienes nos vemos comprometidos en la práctica psicoanalítica con sujetos cuyo aparato
psíquico no ha terminado de constituirse.
A partir de ello, este proceso de indagación y exposición de
algunas ideas centrales, que hacen a mi concepción de la contribución clínica a algunos problemas metapsicológicos, no
puede cerrarse sin intentar cercar los relacionados con ese
campo resbaladizo y siempre en tela de juicio de las llamadas
psicosis infantiles.
Intento, para ello, ordenar el material de la cura de un niño
de tres años. La cuestión no es sencilla, todo parece estar allí: la
desorganización pulsional y los déficit de constitución del aparato psíquico; la fragmentación del cuerpo y del mundo circundante; la peculiar estructura del Edipo y los traumatismos vividos; la historia contada y su repetición circular en las sesiones; los problemas de simbolización y la instauración de lo simbólico (en sentido de ordenamiento estructural, de registro, como plantea Lacan). Todo ello desemboca en un trastorno severo
de lenguaje: Martín, de tres años recién cumplidos, es traído a
consulta porque no habla. El padre no puede dejar de pensar
-pese a las garantías dadas por el pediatra en sentido contrario- que un problema orgánico afecta a su hijo. Luego de la
realización de los exámenes médicos es descartada cualquier
posibilidad de algo «malformado» en el organismo.
130
Como tantos otros progenitores de niños con trastornos semejantes, estos padres -cultos y preocupados por su hijo- llegan a mi consultorio desconcertados por la situación. Su confianza en mí alcanza los límites de su propia creencia en el psicoanálisis. Ninguno de ellos se ha sometido a un tratamiento
analítico; no lo cuestionan pero no se han planteado nunca su
necesidad; no niegan que sufran ni que tengan problemas, pero, dicen, «pueden arreglarse solos».
Esta frase, «arreglarse solo», parece ser el rasgo dominante
de Martín: él se caracteriza por su absoluta independencia;
busca su comida en la heladera cuando tiene hambre y conoce
todos los pasos para preparar un biberón, habiendo llegado a
transformar esta operación en un ritual. Con indicaciones balbucientes y gestuales controla la preparación de su alimento:
toma la botella, desenrosca la tapa, indica al adulto en qué momento debe echar la leche y luego la cierra poniéndole la cubierta de protección; señala luego que lo acompañen hasta el
lugar donde decide beberla -generalmente acostado sobre almohadones-;-, se recuesta, quita la tapa protectora, entrega el
biberón al adulto, quien debe sostenerlo mientras él se acomoda y luego devolvérselo para que lo ingiera.
Hay en Martín, evidentemente, una subversión en la relación con el semejante. Podríamos pensar, tal vez más correctamente, que el problema de este niño es que el objeto no ha sido
subvertido. Esa subversión -necesaria para la constitución de
lo humano- de pasaje del objeto de la autoconservación a objeto libidinal, esa verdadera perversión de la alimentación que
produce en el lactante la intromisión de la sexualidad adulta
en el mundo infantil y que lo obliga a un trabajo psíquico de organización de la descarga de excitación a que se ve sometido
por esta intromisión -seducción originaria del agente materno- parecería no haber tenido lugar.
En Martín, el otro humano, el semejante, es un soporte para
el objeto a obtener. El no utiliza el biberón nocturno para lograr
la presencia de los padres en la habitación, no pide agua como
cualquier niño que en la oscuridad de la noche coloca la sed al
servicio de la búsqueda de amor; por el contrario, utiliza al otro
h umano como soporte que permite la satisfacción de necesidades vitales elementales.
El padre de mi paciente es un economista; le explico: Martín
vive en un mundo de objetos, pero objetos que se caracterizan
por su valor de uso. No hay para él un objeto que funcione como
pretexto para el int ercambio interhumano; por el contrario, lo
131
'
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que nosotros denominamos hombres, no son sino medios que
sirven para aproximarse a aquello mediante lo cual garantiza
su supervivencia. En ese mundo de objetos en que este niño habita, las cosas no se constituyen como objetivas en la medida en
que no pueden ser libidinizadas; la condición de objetividad, tal
como la venimos desarrollando, no es independiente de la represión, sino un efecto de la constitución del inconsciente.
En su primera entrevista a solas conmigo, Martín reitera,
ritualizadamente, un proceso evacuativo. Me toma de la mano
e indica con un gesto que abra la puerta del consultorio, luego
la del baño; debo prender la luz, se sienta en la taza mientras
repite en forma monocorde «popó, popó, popó», 1 se levanta y
,mira lo que ha quedado depositado. Con movimientos y ruidos
imperativos me obliga a abrir la canilla, luego a alzarlo, se lava
las manos, debo dejarlo en el piso, se seca las manos, me señala
que apague la luz y vuelve al consultorio con una sonrisa ausente mientras va indicando que debo cerrar la puerta. Esto se
repite seis o siete veces durante la primera entrevista. A partir
de la segunda, el ritual del baño queda establecido en todos sus
términos y muchos de los actos casuales que yo había realizado
en la primera son reengolfados en el orden del ritual. Si, por casualidad, había cerrado una puerta al dirigirme al consultorio
acompañada por el niño, ese acto debe ser repetido ceremonialmente en cada ocasión que nos dirijamos al baño. La secuencia
se convierte en una recuperación de acciones puntuales a reiterar, no definidas por una meta; ellas no se engarzan como conductas significantes organizadas por la consecución de una
finalidad que se quiere alcanzar.
Sin embargo, el cuidado que pone en este intento de ordenamiento del mundo caótico en que se desenvuelve muestra que
hay algo en este niño que no lo reduce exclusivamente al orden
de la autoconservación. En tal sentido, las idas reiteradas a orinar señalan que lo que se constituye en el pasaje por la micción
no es del orden de la simple evacuación urinaria. «Cuando
duerme --dice la madre-y me acerco a darle su biberón, debo
despertarlo para que él mismo se quite el chupete, porque de lo
contrario puede tener un ataque de rabia». Estos hechos, incluido el uso del chupete, muestran que Martín se mueve en un
mundo marcado por la existencia de movimientos pulsionales
desprendidos de la función libidinizante que culmina en el
amor objetal, movimientos pulsionales que indican que es un
1 «Popó»
132
es el modo familiar en que los niños mexicanos llaman a las heces.
mundo signado por lo humano, aun cuando él mismo no esté
constituido todavía como sujeto.
Lacan introdujo la hipótesis del fracaso de la función simbólica para explicar los trastornos psicóticos. Sin la inclusión del
sujeto en el orden simbólico -sostiene-, «el hombre ya no
puede ni siquiera sostenerse en posición de Narciso», es decir,
el yo no encuentra una posibilidad de estructuración en la medida en que fracasa la relación con el semejante sostenida por
este orden, manteniéndose a partir de ello una relación con lo
real más estrecha que la que puede establecer un neurótico.
Martín parece confirmar esta hipótesis; sin embargo, la postura de Lacan lleva a una segunda afirmación, respecto de esta
función simbólica, que queda desmentida en el caso de nuestro
paciente y que parecería ser discutible en la formulación teórica de la psicosis en general. Esta segunda afirmación consiste
en lo siguiente: si la función simbólica fracasa, dice Lacan, el
ánima, como por efecto de un elástico, vuelve a pegarse al aninius y el animus al animal. 2
En la primera parte de la formulación hay una búsqueda
teórica de la especificidad de constitución de la psicosis como
fracaso de la función de simbolización en el sujeto (y por ende
de la constitución del Moi), a partir de su no inclusión en el registro simbólico. En la segunda, la erradicación de lo específi:amente humano -equivalenciado con lo simbólico- arrastra
inevitablemente al psicótico a quedar desprovisto de «esencia
humana». Como lo muestra nuestro paciente, el niño psicótico
no es alguien que no ha pasado por un proceso de humaniza:ión, sino alguien en quien este proceso adquiere un movimiento peculiar. Reducir lo humano al registro simbólico, así como
reducirlo al alma o a la razón como hicieron en algún momento
In filosofía o la religión, no es patrimonio del corpus teórico del
psicoanálisis. Si lo humano sólo puede devenir de lo humano,
tnl vez lo que la fenomenología vino a mostrar es que la esencia
de una cosa no está en la cosa misma y, aun cuando sus alcances no permitieron definir por qué, una teoría de la contradicrión y el conflicto mostraría que la esencia no puede estar en la
t•osa misma porque esta cosa no puede ser sino producto del
rnnflicto.
~ «Para volver a la fórmula que había gustado tanto a Freud en boca de
( :1i11rcot, "esto no impide existir" al otro en su lugar O. Pues quitadlo de allí, y
111 hom bre no puede ya ni siquiera sostenerse en la posición de Narciso. El áni11111, como por el efecto de un elástico, vuelve a pegarse al animus y el animus
1tl 11 11imal. . ·" (J. Laca n, Escritos, México: Siglo XXI, vol. 2, 1975, pág. 236).
133
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En este niño, aquello con lo cual nos encontramos y que nos
lleva a hablar de modo de constitución a predominancia autista, es el producto de los desprendimientos libidinales de un
vínculo que, si bien permite la constitución precaria de objetos
pulsionales, no alcanza para la instauración del narcisismo capaz de producir una instancia yoica y obliga, eventualmente, a
una degradación de estos objetos que regresan al plano de la
necesidad.
En el momento de la consulta, Martín no posee, evidentemente, un yo que implique «un universo de pertenencias». Esta
es la razón por la cual no puede, tampoco, discriminar a partir
de las sensaciones mismas que se producen en su cuerpo. 3
Cuando se levanta del inodoro a mirar qué ha quedado depositado en él, es porque ni su orina ni sus heces son trozos desprendidos de su propio cuerpo, elementos integrados en un todo que permita la discriminación. Sus agujeros son zonas de
expulsión e incorporación indiferenciadas a las cuales no se liga un objeto específico. El placer por apretar el botón se asocia
más al ruido que produce el agua que a una verdadera despedida de los desprendimientos de sí mismo que un niño neurótico
siente flotar en el agua, lo cual nos indica que no hay ansiedad
de desprendimiento ni objetalidad significante. Del mismo modo, cuando se golpea y llora, ante las preguntas de la madre
«¿dónde te duele, Martín?, ¿dónde te golpeaste?», responde
mostrando el objeto con el cual se golpeó: puerta, pared, borde
de la cama, sin poder ubicar en su propio cuerpo el lugar del
dolor que la parte lesionada registra.
3 La totalidad englobante que simboliza tanto la mente como las partes del
cuerpo es representada muy claramente por algunas culturas indígenas, en
las cuales debe ser constantemente preservado el mantenimiento de los trozoA
del individuo (indiviso). Entre los tzotziles, pueblo que habita en el estado d
Chiapas, México, una serie de rituales preservan al sujeto del posible desprendimiento de sus partes. Por ejemplo: Ja madre corta a su hijo, con los dienteR,
las uñas de pies y manos y se traga las roeduras después de reducirlas n
fragmentos casi invisibles, hasta que el niño gatea o comienza a caminar, traH
lo cual usa cuchillo o tijeras. A partir de ese momento las roeduras de las uñA H
se guardan en un pedacito de tela limpia, como protección contra la huida dol
alma. Esta costumbre de conservarlas continúa durante toda la vida de unu
persona. Lo mismo se hace respecto del pelo que se desprende al peinarse, o
que se corta. Estas precauciones se toman en favor del alma que, de otra mu
nera, se fatigaría después de la muerte buscando esas partes del cuerpo ha s ~u
quedar exhausta; es el todo lo que debe irse al Más Allá. Cf. C. Guiteras Ifol
mes, Los peligros del alma, México: Fondo de Cultura Económica, 1965.
134
Una historia en dos tiempos
Martín es el segundo de dos hermanos: Aníbal, de cinco
años, y él, de dos años y diez meses en el momento en que se
realiza la primera entrevista.
Su historia puede ser dividida en dos partes. De la primera
tenemos datos muy precarios, debido a las circunstancias en
las cuales su crianza se produjo. Quince días antes de su nacimiento, la abuela materna, residente en el extranjero, llegó a
México y se hizo cargo del niño desde el nacimiento hasta que
tuvo dieciséis meses, momento en que regresó a su país de origen. En esta época -menos del año y medio- Martín ya caminaba, corría, decía palabras. A partir de ello se detuvo el desarrollo del lenguaje y algunas de las palabras adquiridas desaparecieron; cuando esto ocurrió, el niño ya había dejado el biberón y el chupete y los retomó posteriormente. La madre relata
- lo cual no deja de producir cierto asombro, teniendo en cuenta que era su segundo hijo- que no tenía muy claro cómo hacerse cargo del niño cuando su madre se fue; la sensación que
produce el racconto de la historia es como si todo hubiera empezado de nuevo, como si este hijo hubiera sido de ella a partir del
momento en que su propia madre se alejó. Recién entonces
Martín cobró existencia para los padres, quienes pudieron ha;er frente a sus cuidados, descubriendo, no sin sorpresa, que el
niño nunca había tenido un verdadero lugar en la familia; todos los espacios habían sido enteramente ocupados por el hermano mayor, a quien temían hacerle sentir la exclusión que la
Tianza del hermano podía provocarle.
.
Un elemento tomado de la historia materna puede abrir al~unas vías de comprensión para esta situación: cuando tenía
ocho años, su hermano, de dieciocho meses -segundo hijo varón de su madre-, murió súbitamente de una enfermedad in;urable. Para esta niña, que había tomado a su cargo al herma11 i to como hijo propio, la muerte del hermano fue un episodio
que la sumió en una desesperación profunda. Se combinaba en
olla la ambivalencia de haber amado a este hermano-hijo, con
111 hostilidad que le despertaba en los momentos en que quería
volver a sus juegos infantiles y se encontraba obligada a cuii Indo. En el momento de nacer su segundo hijo varón restituyó
11 la madre aquel niño perdido, haciéndose cargo de él para la
•Ípoca en que el otro había muerto; su madre se fue antes de la
li,cha que marcaba el plazo de aquella pérdida y ella pudo ejernor la reparación de la historia en su propio hijo.
135
Esta historia puede permitir entender, tal vez, el carácter
contradictorio de los trastornos que el niño presentaba cuando
fue traído a consulta. La detención del lenguaje, a partir de la
época que Margaret Mahler llama de separación-individuación, podía hacernos pensar en un autismo secundario producto de una regresión a partir de una psicosis simbiótica. Sin embargo, no poseíamos datos suficientes sobre los primeros tiempos del niño como para que esta hipótesis se corroborara. Si nos
atenemos al ya mencionado hecho de que la abuela se fuera
antes de que se cumpliera el plazo de la muerte de su propio hijo, es probable que el niño haya sido visto siempre por ella como
no siendo otro que aquel que reemplazaba y que constituyera
con él una psicosis simbiótica. El hecho de que hubiera elementos de ecolalia con relación al hermano y a los padres puede inclinarnos a pensar en dirección a esta simbiosis fallida: cuando
el hermano se paraba frente al estudio cerrado donde el padre
trabajaba, gritando «ábreme, papá», Martín se ubicaba a su
lado y repetía los últimos sonidos. Cuando en los cumpleaños
se cantaba «Las mañanitas»,4 Martín repetía «itas» y el final de
alguna palabra de una frase.
Para Margaret Mahler, lo que caracteriza el funcionamiento simbiótico es la constitución de una unidad dual con el objeto
materno, pero que necesita la presencia externa de la madre
para mantenerse. Diatkine entiende esta condición de la necesidad de presencia de la madre como aquello que va a permitir
la creación de las primeras representaciones mentales estables
-así lo plantea en El psicoanálisis precoz. Empero, en mi opinión, y tal como ya lo expuse en otro capítulo, el niño afectado
de una patología simbiótica se caracteriza por la imposibilidad
de establecer representaciones del objeto materno en ausencia;
es como si el límite englobante fuera del orden real del cuerpo
fusionado y por ello no admitiera representaciones separadas
ni del semejante ni, en consecuencia, del propio yo.
Los pocos elementos con que contaba para recrear la historia de mi paciente, debido a que la madre no estaba en condiciones de aportarlos, ya que Martín no había estado a su cargo,
me hacían inclinar por la ubicación del cuadro como secuela de
una simbiosis patológica originaria, en proceso de desintegración en el momento de la pérdida de un objeto originario, más
que por un autismo primario tal como el descripto por Kanner.
Esto brindaba, por supuesto, mejores perspectivas al pronóstico y ofrecía, a su vez, posibilidades futuras de restitución
mucho más promisorias que aquellas a las cuales me hubiera
enfrentado en caso de un autismo. Se trataba de construir alrededor de un tejido desparejo e impreciso un bastidor que reordenara y diera forma a las figuras que, puntadas al azar, habían impreso, más que organizado, toda la trama en la cual se
puede sujetar el hilo que en el autista ha caído de la lanzadera.
Construir un mapa sobre una geografía existente no implica el mismo esfuerzo ni la misma desesperación a que se ve
sometido el analista de autistas cuando se encuentra con el desierto carente de accidentes geográficos. Mi paciente era un terreno selvático en el cual Dios había dejado caer al azar una
montaña, un río, un volcán, a veces incluso negligentemente en
el mismo sitio, pero donde los objetos habitaban y la presencia
de esbozos de angustia indicaban la vigencia de precipicios anticipatorios de un psiquismo normal.
4 Canción tradicional que se canta en los cumpleaños mexicanos, equivalente al «Cumpleaños feliz» cantado en la Argentina.
5 J. Laplanche, L'angoisse. Problématiques I, París: PUF, 1980, págs. 172-3.
la angustia, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
136
Constitución de la tópica: los lugares
del externo-interno y del externo-exterior
En L'angoisse, Laplanche propone examinar la pregunta
acerca de qué es una tópica, 5 «a fin de poder situar allí aquello
que se juega en el conflicto psíquico tal como lo describe el psicoanálisis».
·
«Una tópica son, en primer lugar--dice--y en primer análisis, lugares que comportan una exterioridad uno por relación
al otro. Lo que implica una verdadera espacialidad, espacialidad a la cual Freud se atiene desde sus primeros estudios anatómicos, luego con el Proyecto de psicología de 1895, y que no
abandona jamás, conservándola hasta el final, e incluso poniéndola de relieve al final de su obra».
Retomando la formulación freudiana de 1938 acerca de que
«la espacialidad es tal vez la proyección de la extensión del aparato psíquico», Laplanche propone: «. • •habría allí una suerte
de espacialidad fundamental, trascendental, que no sería la de
las cosas, sino de las partes del aparato psíquico. La espacialidad externa no sería sino el derivado segundo, la "proyección"».
137
En segundo lugar, esta extensión del aparato, este carácter
de partes extra partes, serviría en principio a una espacialización, teniendo cada parte un modo de funcionamiento diferente
y no pudiendo, por definición, ninguna función cohabitar con
otra.
En tercer lugar, esta tópica implica un orden de recorridos.
O, más exactamente, no se puede definir un orden de recorri"
dos sin cierta referencia espacial sobre la cual se pueda, justamente, volver a trazar este orden. «Pero -concluye Laplanche-- creo que lo más importante es que la idea de un orden de
recorridos implica sobre todo la de un ordenamiento de sucesiones, que no es figurable precisamente más que en el espacio y
que evoca esta parte de las matemáticas que se llama topología».6
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Si es impensable una tópica que no parta del yo, es decir,
que no constituya un interno-interno a partir del cual el sujeto
se sitúe y que implique que todo lo que provenga del exterior
(externo-exterior) como del inconsciente (interno-externo) le
resulten extraños a sí mismo, es evidente que los fracasos en la
constitución de esta instancia yoica deben producir perturbaciones que impliquen no sólo un desmembramiento en el sujeto
mismo sino en el mundo en el cual está inmerso. Cuando el niño psicótico se siente pegado al otro, como si la ley que indica
que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar en el espacio
no tuviera vigencia intuitiva ni experiencia!, ello ocurre por
efecto de la imposibilidad de que una representación de sí mismo (el yo como proyección de una superficie) ejerza su función
organizadora.
Pero a su vez, el yo como límite englobante y diferenciador
establece ese universo de pertenencias que permite la organización de ecuaciones simbolizantes de la realidad: lo que está
en el interior de ese límite me pertenece, es parte de mí, y las heces se constituyen como lenguaje de la pulsión en la ecuación
retener- expulsar -en el ejercicio de la pulsión de dominio y el
control del objeto- en la medida en que el control de esfínteres
resignifica la analidad en el momento en que el yo se ha instaurado.
Hagamos una precisión. El carácter objetal o anobjetal del
autoerotismo ha estado en discusión en el psicoanálisis con oscilaciones, si bien no por ello con menos persistencia. Melanio
Klein señaló correctamente que era imposible hablar de anob6 !bid.,
138
pág. 173.
jetalidad en los primeros tiempos de la constitución psíquica,
en la medida en que el objeto del autoerotismo, en tanto objeto
fantasmático, no era sino un residuo de los vínculos establecidos por el niño en el interior del Edipo. De este modo, los objetos parciales pecho, pene, heces, madre (mala-buena) estaban
en el centro de la práctica autoerótica, la cual no se producía en
el vacío del cuerpo sino en el interior de un cuerpo-objeto libidinal fragmentado en la multiplicidad de las zonas erógenas. Sin
embargo, su concepción del desarrollo libidinal a partir de una
génesis del sujeto mismo en la cual el otro no funge sino como
soporte de proyecciones, impidió establecer una distinción entre estos objetos (de la pulsión) y los objetos libidinales (del yo),
quedando reducidas las diferencias de pasaje a un constructivismo donde desde el objeto parcial al total no había sino un
movimiento integrativo definido por las vicisitudes de las relaciones entre el instinto de muerte y el de vida.
El estructuralismo lacaniano no ofreció una alternativa que
resolviera la cuestión. Al colocar al narcisismo como primer
tiempo de la co:q.stitución psíquica, el autoerotismo desapareció
del interior del campo, quedando subsumido en un narcisismo
estructurante a partir de la madre. La imagen dada por Lacan
en el Coloquio de Bonneval, de una esfera de Magdeburgo partida por los celos de Zeus, de la cual escurre como de un huevo
roto el interior que se derrama como libido y donde en cada
punto de ruptura-sutura se escapa un fantasma, alude claramente a un origen unificado que se fractura a posteriori. Del interior de la díada madre-hijo a la constitución libidinal signada
por el tercero que irrumpe, se produce esta imagen en la cual el
a utoerotismo no puede ser sino nostalgia de una completud
perdida. La propuesta freudiana de la instauración de las series placer-displacer a partir de la experiencia de satisfacción
se reemplaza entonces por la de completud-incompletud, y se
llega, mediante un rápido deslizamiento a la equiparación de
completud con totalización narcisística.
De modo que recapitulemos: la teorización de la constitución sexual del niño no puede quedar en los límites ni de un genitismo abstracto que plantee una evolución libidinal reducida
a fases que se despliegan desde sí mismas, ni tampoco en los de
un estructuralismo que asimile la constitución del sujeto, linealmente, a las condiciones de la estructura en la cual este esLú inmerso.
En el momento del nacimiento del hijo, la madre, como suJoto escindido, posee tanto la capacidad de amor narcisista (que
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permitirá la unificación libidinal del niño en la constitución de
la tópica yoica) como un conjunto de deseos reprimidos que tienen su sede en el propio inconsciente materno. Como sujeto de
deseo y contracarga, aquello que ella ejerza en el cuerpo del niño no será verbalizado sino como prohibición. De esta manera,
la madre introducirá su sexualidad brutal a través de la limpieza del ano, y al formular posteriormente -cuando el niño
haga uso del autoerotismo a fin de recrear los cuidados excitantes que lo constituyeron- la frase: «Los niños no se tocan la
cola», generará por medio de la palabra la contracarga pulsional que ha de operar como motor de la represión en el aparato
psíquico infantil. La palabra caerá degradada a cosa, y las condiciones de la doble inscripción estarán listas para el retorno de
lo reprimido.
La posibilidad de la madre de narcisizar al hijo viéndolo como un todo, como significante fálico de la completud -para
utilizar la expresión de Lacan- es efecto, por supuesto, del
reconocimiento de su castración; pero para que la carencia se
constituya como opuesta a la completud es necesario que una
lógica de lo total~parcial se haya instaurado; sólo a partir de
esta lógica el hijo (como totalidad) ingresará como objeto-pene
en la madre (tal como Freud lo definía en «Sobre las transposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal»). Al reubicar al autoerotismo como primer tiempo de la constitución del
psiquismo, las posibilidades se abren también para repensar
las diversas modalidades de las psicosis infantiles. El estructuralismo ha dejado dos opciones: o el hijo entra como significante fálico y queda abrochado a esta posición (caso de las psicosis
simbióticas infantiles y de la paranoia adulta), o el hijo no encuentra un lugar en el deseo materno y al escapar a la cadena
simbiótica no se constituye como sujeto (en tal sentido habría
que ubicar el autismo y sus derivaciones).
Pese a la tentación ordenadora que esto propone, entiendo,
desde la experiencia clínica misma, que no es así. Se podría resolver fácilmente la cuestión diciendo que nunca la realidad
puede ser totalmente capturada por el modelo; sin embargo, el
modelo --o el esquema teórico con el cual se trabaja- debe ser,
además de una forma de ordenamiento de lo real, una vía para
operar sobre esto real a modificar. Si el modelo traba este
procedimiento es porque algo debe ser revisado y así producirse una nueva espiral teórica.
En el caso de la explicación de la psicosis por parte del estructuralismo, las dificultades son de dos órdenes: en primer
140
lugar, se produce el mismo fenómeno que señalaba Rosolato
cuando en «El análisis de las resistencias>,7 planteaba la falacia de remitir la resistencia al analista: un juego de cajas en la
cual el analista (si se resistía) remitía a una falla en su propio
análisis, pero en tanto que en este análisis había sido paciente,
la resistencia era remitida al analista, y luego al analista del
analista, ad infinitum. La ventaja del problema que presenta
esta concepción de las resistencias que Rosolato cuestiona es
que la cadena se corta al llegar a Freud (o al menos a Fliess),
mientras que en el caso del niño psicótico la homotecia estructuralista puede remontarse hasta Adán y Eva. Sin embargo,
aun cuando se llegara allí, y aun cuando se aceptara que Dios
forcluyó la metáfora paterna (porque en su función genitora
era madre fálica), quedaría la duda de por qué no fueron psicóticos todos los hijos de la pareja, y aun por qué Eva deseó a
Adán.
Si todas las psicosis se explican por una causa única: forclusión de la metáfora paterna en la madre del sujeto, no se puede
dejar de pem:;ar que la forclusión en tanto movimiento determinante (y no en tanto mecanismo, Verwerfung, en Freud) es inmodificable. Es tal vez esto lo que ha llevado a la parálisis clínica a muchos lacanianos que vieron abiertas sus posibilidades
de comprensión gracias a la teoría del Edipo que Lacan propuso, pero que se enc{ientran maniatados para revisar al Maftre
en aquello que obstaculiza la transformación.
He aquí el primer orden de dificultad al cual nos enfrentamos: carácter ahistórico de un estructuralismo formalista en el
cual no hay permutaciones posibles, en la medida en que la
función de la estructura es su propia reproducción, a partir de
que esta estructura responde a un orden cerrado que se desliza
sobre lo real recubriéndolo, pero sin relaciones con este. El
acontecimiento, la historia como ordenamiento significante de
este acontecimiento, no puede entonces tener ningún lugar posible. La historia deviene así la historia de las reverberaciones
estructurales, la puesta en acto de la estructura, del discurso
en el cual esta se constituye.
En segundo lugar, el modelo de la madre de psicótico como
entidad definida desde una posición de «no atravesada por la
castración», asume un grado de generalidad en que los interrogantes se escamotean. Veamos algunos de ellos:
7
G. Rosolato, «El análisis de las resistencias», en Trabajo del Psicoanálisis,
México, nº 2, 1982.
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a. La madre puede no estar atravesada por la castración y
en tal sentido el hijo no entra como significante de la completud
(totalizadamente) porque ella misma no constituyó una tópica
que posibilite la integración libidinal en una instancia definida
por el narcisismo y, como consecuencia, por el amor de objeto.
En este caso no se debería a un fracaso de la castración, de la
constitución de la instancia superyoica (instancia parental),
sino del movimiento previo a ella, que implica la constitución
del yo. Esto lo vemos en madres de psicóticos para las cuales el
hijo ha sido siempre un objeto parcial (boca, ano) y a partir de
ello no han dado a ese hijo una unificación de sujeto organizadora de la tópica yoica.
b. La madre puede haber organizado la represión y la instauración superyoica y haber deseado al hijo como objeto de
completud en relación con su propia angustia de castración,
pero las vicisitudes de la historia pueden haber producido una
desintegración parcial de estas estructuras en el momento de
nacer el hijo o después. En este sentido, si bien no son los acontecimientos en sí mismos los que definen la posición del hijo en
la estructura del Edipo, la forma en que estos se engarzan con
las estructuras significantes de los padres define los movimientos que precipitan la historia en la constitución libidinal
del niño.
c. La madre puede ser efectivamente una estructura narcisista. Pero lo que hemos intentado demostrar en otros textos es
que el narcisismo, paradójicamente, no se sostiene sino por su
inclusión en el interior del aparato jugado en relaciones de sistemas entre el ello (o el inconsciente) y el superyó. La paradoja
consiste en que un narcisismo que no está atravesado por el superyó, que no se constituye en narcisismo secundario, es un
narcisismo del cual deviene un yo frágil, aun cuando su apariencia sea omnipotente. De ahí que el interjuego que todos los
clínicos han reconocido al narcisismo psicótico es el de constituir un yo duro y frágil a la vez; de yeso, más que de fortaleza
cercada. Aun aquellos que, como Bettelheim, analizaron el autismo infantil como una defensa extrema por la vida, apelando
a la imagen de «fortaleza vacía», no dejaron de reconocer el
riesgo extremo en que estos pacientes psicóticos se encontraban, riesgo de desestructuración constante. Y el narcisismo de
la madre puede, en este caso, impedir que el hijo «Se sostenga
en su posición de Narciso» ante la falla de la función simbólica
en la estructura.
142
No se agotan con esto, ni mucho menos, todas las posibilidades combinatorias que pueden dar razón tanto de la instauración de una psicosis infantil como de la especificidad que esta
cobre. Mi intención es, simplemente, señalar que las fórmulas
pueden, en teoría psicoanalítica, ser punto de partida para la
comprensión de un campo de fenómenos, y sólo eso. Cuando no
ocurre así, cuando las fórmulas se transforman en recursos de
autoridad que impiden la ampliación de conocimientos y la
transformación de la realidad, deben ser «puestas a trabajar»,
revisadas en su fundamento mismo para encontrar nuevas
vías explicativas.
Volvamos al punto del cual partimos: ubicación del autoerotismo en los orígenes del psiquismo infantil y, a partir de ello,
su objetalidad o anobjetalidad.
Dejando el sentido propuesto por la filosofía, en la cual el objeto es concebido como objeto de conocimiento (carácter que
también tiene en la psicología clásica), el objeto en sentido psicoanalítico puede ser entendido en dos perspectivas distintas:
como correlato de la pulsión - aquello mediante lo cual la pulsión busca alcanzar su fin- o como correlato de amor (o de
odio), tratándose en este caso de la relación del yo con el objeto
al que apunta co:q10 totalidad (persona, ideal, etcétera).8
En los orígenes la pulsión se halla totalmente orientada a la
satisfacción, es decir, a la resolución de la tensión por las vías
más cortas, según las modalidades apropiadas a la actividad de
la zona erógena correspondiente. En este sentido, la contingencia del objeto implica que responda a determinadas características de los rasgos parciales que posibilitan esa descarga - ser
incorporable, en el caso de la pulsión oral-; estos rasgos son
los que permitirán la constitución de ecuaciones posteriores: se
pueden incorporar ideas, por ejemplo, porque el conocer queda
ligado a la actividad incorporativa que se constituye en la oralidad. 9
8
J. Laplanche y J.-B. Pontalis, DiccionariQ de psicoanálisis, Barcelona: Labor, 1971, apartado «Objeto».
9
Me he encontrado frecuentemente con casos de inhibiciones para el aprendizaje en niños, en los cuales, al indagar otros síntomas, encuentro inhibiciones severas para la alimentación. El proceso de aprendizaje, que implica
incorporar algo extraño -ajeno al yo-, triturarlo para descomponerlo en elementos asimilables y luego metabolizarlo reteniendo lo valioso y expulsando
lo desechable, implica elaboraciones fantasmáticas que se apoyan en un proceso de discriminación tanto interno como externo suficientemente complejo
co mo para que s u fr acaso sea más frecuente de lo que pensamos.
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Pensando en esta dirección (objeto de la pulsión como correlato del sujeto pulsional, ¡iarcial), es evidente que la satisfacción pulsional no se orienta por el amor al objeto (objeto total de amor), sino, justamente, por su desconocimiento. El par
antitético (complementario a la vez) propuesto por Freud en
«Introducción del narcisismo» y en «Pulsiones y destinos de
pulsión» se organiza en el interior de una oposición del sujeto
(del yo) al objeto (de amor). De este modo, la libido de objeto, tal
como es definida en IaMetapsicología (en 1915), sólo puede ser
contrapuesta a la libido del yo por efecto de la ligazón de cargas
en el interior del aparato que permite su relación con el objeto;
proceso impensable sin la constitución del narcisismo como
amor a sí mismo, y siendo este sí-mismo una imagen representación del sujeto.
Objeto de amor y objeto de la pulsión no sólo no son equiparables, entonces, sino que en cierta medida son opuestos. El
amor por el objeto implica su preservación, está contrapuesto
al odio y ambos, en su conjunto, a la indiferencia. La pulsión se
satisface con el objeto parcial (o se descarga, lo cual en su caso
es lo mismo) sin parar mientes en el destino del objeto, que es
siempre puntual y definido -como ya lo hemos señalado-- por
la predominancia de un rasgo que lo constituye como tal. Por
eso preferimos reservar el término objeta!, en sentido estricto,
para la relación del yo con el objeto, tratando de buscar aquellas conexiones que se ponen en juego para que ese objeto de
amor que es el niño para la madre constituya por derivación y
apuntalamiento los objetos de las pulsiones parciales.
La pregunta que queda planteada es: ¿cuáles son los vínculos que se establecen entre ambos objetos (el de amor y el de la
pulsión) y desde qué vías considerar las posibilidades de pasaje
de uno al otro, teniendo en cuenta que ambos coexisten en la
estructura psíquica materna en el momento del nacimiento del
. ?.
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Dejemos ya de lado la concepción que, desde un enfoque genético del desarrollo psicosexual, considera que el sujeto pasaría de uno a otro mediante una integración progresiva de sus
pulsiones parciales dentro de la organización genital. Concepción constructivista cuyo origen estaría más del lado del
cognoscitivismo que del psicoanálisis: consideración creciente
del objeto en su diversidad y riqueza de cualidades, en su independencia. Lo que la experiencia psicoanalítica demuestra es
que no es la cognición la condición de la integración de los objetos de conocimiento.
144
Si consideramos la constitución del objeto parcial en sus relaciones de inicio con el objeto total, posiblemente encontremos
otra vía para la resolución de este problema. Pensando desde el
niño, desde la constitución libidinal en los orígenes del aparato
psíquico, el objeto parcial es evidentemente anterior al objeto
total. Como Martín lo muestra, puede constituirse el objeto de
la pulsión parcial mientras el sujeto no ha constituido objetos
totales, de amor, correlativos al yo. Cuando Martín ritualiza la
preparación de un biberón estamos frente a una situación en la
cual se puede decir que la sexualidad (como significación estructurante desgajada de la autoconservación) se ha instalado.
De no ser así, este niño no pondría tanto cuidado en el ritual de
preparación, ni haría esfuerzos tan marcados por conservar
ciertas condiciones placenteras en la posición (acostado entre
almohadones blandos) que elige para la ingestión. Del mismo
modo, cuando va reiteradamente al baño en la sesión, la
micción no es un simple acto evacuativo, porque en ese caso no
se convertiría en el signo predominante mediante el cual se
inaugura el contacto con la situación nueva (no me atrevo a decir conmigo). De otro modo, Martín se limitaría a orinar cuando, al llenarse la vejiga, la presión del líquido determinara el
reflejo evacuativo y este acto tendría, entonces, las mismas características más o menos automáticas que adquiere en cualquier otro cachorro no necesariamente humano.
La pregunta que podemos formularnos es por qué Martín
no logra estructurar esos objetos de amor que, como lo hemos
señalado anteriormente, aparecen en los niños cuando van
cediendo (reprimiendo) los objetos autoeróticos en función del
reconocimiento del amor materno, cuando la comida se transforma en un don que se recibe junto con el reconocimiento de la
madre.
Si partimos de la teoría del apuntalamiento en la constitución pulsional, el elemento precipitante de esta posibilidad de
derivación del objeto de la alimentación en objeto sexual (derivación metáforo-metonímica de la leche al pecho y del organismo a la boca constituida en tanto zona libidinal) es la existen:ia en el otro humano de la sexualidad que genera las condiciones de que se produzca, retomando la expresión ya señalada, la
Hoducción originaria. Esta seducción originaria abre una poHibilidad de comprensión para aquello que Melanie Klein reco11oció intuitivamente: el hecho de que las fases de la libido no se
instituyen sino como predominancias del desarrollo infantil; el
liocho, a su vez, de que en el momento de la predominancia
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oral, ya tienen lo anal y lo genital una inserción, aunque caótica, desde los orígenes.
Pero esta W.mersión brusca del cachorro humano en ese
mundo sexualizado del adulto, implica algo más. Los cuidados
maternos son producto de la libido de objeto de la madre. Dejemos en suspenso, como secundaria, la oposición libido narcisista/libido objetal, y pongamos en el centro la oposición objeto de
la pulsión/ objeto libidinal. La madre, sujeto atravesado por sus
propios embates pulsionales, no puede dejar de jugar en sumovimiento libidinal las contradicciones entre lo objetal (amoroso) y las pulsiones parciales (objeto de la pulsión), proyectando
su propia realización de deseos en el hijo -deseos orales, anales-. De este modo, al sexualizar al hijo con los cuidados que le
proporciona, desprende en su boca junto con la leche que lo alimenta el pecho con el cual se constituirá -por derivación y
apuntalamiento- el objeto de la pulsión. Derivados uno del
otro, la madre ofrecerá esa parte de sí misma que es el pecho a
esa boca «pulsada» que se fusionará con su propio pecho y que
retornará alucinatoriamente en el autoerotismo (poseedor de
un objeto derivado de la objetalidad, pero anobjetal si se entiende lo objetal como capacidad de amar una imagen derivada
del yo y del semejante como un todo).
De tal modo, el objeto parcial -de la pulsión- se constituirá por derivación y complementariedad del objeto amoroso. Se
nos podrá señalar, a esta altura, que lo que proponemos no se
aparta de lo señalado por Lacan cuando considera el autoerotismo como un desprendimiento del narcisismo: de la objetalidad narcisista de la madre a la impronta de la pulsión parcial
por derivación en el hijo. Sin embargo, no nos parece que sea
así; el punto central de discrepancia es la concepción de lamadre como sujeto escindido. En esta medida, la sexualización del
niño no es producto del narcisismo materno, sino del hecho de
que este narcisismo (que implica la constitución del yo en la
madre y a partir de ello su posibilidad de amor objeta!) está en
contraposición con el inconsciente, en el cual la boca que recibe
en el hijo no remite sólo a la castración-completud, sino a la
imbricación fantasmática por la cual la serie placer-displacer
jugada en la oralidad ha recibido formas lógicas de organización preconsciente en la serie fálico-castrado. Lo que garantiza
el equilibrio constitutivo del holding (para usar la expresión de
Winnicott) es que la madre esté constantemente jugando con la
intersección de dos sistemas con contenidos y formas d
funcionamiento diferentes. Si no ocurre de este modo, nos vo-
146
mos enfrentados a los fracasos en la constitución del aparato
psíquico del niño, a las psicosis.
El ritual del baño: problema del dualismo
mente/cuerpo
A partir de la descripción de Kanner, en 1952, del autismo
precoz, la ritualización que aparece en los niños previa a la latencia se convierte en un signo preocupante para todo analista
ante quien el cuadro se presente. La obsesividad precoz no puede considerarse en la mayoría de los casos como un síntoma
neurótico; y si bien el diagnóstico no puede jamás ser efectuado
a partir de un solo rasgo, este síntoma sólo aparece en dos casos
bien definidos: en niños con una predominancia de constitución psicótica (o que arrastran remanentes autistas reencapsulados en la estructura posterior), o en niños neuróticos que han
pasado por situaciones de pérdidas masivas (muerte de progenitores, migraciones bruscas), en los cuales la ritualización tiene por objeto manipular cierta permanencia de elementos básicos de la vida cotidiana frente a la desorganización libidinal
que producen las pérdidas tempranas.
En los últimos años, y debido a las circunstancias especiales
en que mi trabajo se desarrolla, me ha tocado analizar en múltiples ocasiones a niños neuróticos que presentaban estos rituales como producto de duelos masivos a los cuales la historia
los había enfrentado. Recuerdo especialmente a una niña de
cuatro años (cuyo padre había sido brutalmente asesinado, a
consecuencia de lo cual se había visto obligada a emigrar), que
tenía una serie de rituales alimentarios que, en caso de fallar
por alguna circunstancia, la sometían a episodios de ira angustiosa con acusaciones hacia la madre. Uno de estos ceremoniales consistía en que, durante el desayuno, siempre debía haber
sobre la mesa las mismas galletas, las cuales debían ser untadas con la misma mermelada y depositadas en un plato -al
mismo tiempo- en el momento en que se sentaba a la mesa. Si
por casualidad habían sido previamente preparadas, o no era
el tipo de galletas esperadas, o la madre ofrecía preparárselas a
medida que bebía la leche, se sumergía en un berrinche desesperado que no admitía cambios de ningún orden.
Esta niña, que en las primeras entrevistas dibujaba globos
·on caras de boca amenazante, comenzó a partir de la tercera
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sesión a dibujar la figura humana cuando pude elaborar con
ella lo siniestro de una figura paterna que «estaba en el cielo»
-como un globo-, frágil y a punto de estallar en cualquier
momento, y que ella debía sostener con gran esfuerzo, impidiendo que se escapara; figura que representaba a la vez el horror de las experiencias vividas o relatadas por la madre.
A partir de la verbalización de estos fantasmas comenzó a
dibujar la figura humana y a establecer diálogos con su madre
-que siempre estuvo presente en el consultorio, ya que fue necesario trabajar con técnica de binomio madre-hija-, mediante los cuales pretendía ordenar el caos en el cual se había sentido sumergida luego de la situación traumática vivida. Un día,
en una sesión en la cual intentaba «inflar» a la madre depresiva, a la cual sostenía como un globo con sus palabras de consuelo, y ofreciéndose como objeto sustitutivo del marido perdido, dijo: «¿Verdad, mami, que yo me parezco a mi papá? ¿Verdad que tengo el mismo cuello que él?». En el cuello, lugar por
donde el alimento debía pasar luego de su ingestión, se había
establecido el puente que ligaba su cuerpo a lo siniestro, a la
vez que se había constituido el símbolo de obstáculo para lo que
había quedado en su vida como indigerible.
En este caso, el carácter altamente simbólico del ritual alimentario mediante el cual se controlaba lo que entraba proporcionándole características reaseguradoras, marcaba, junto a lo
restringido del área de conducta que abarcaba, el carácter
transitorio y fácilmente desmantelable de un síntoma que se
anudaba en la organización simbólica del Edipo.
En el niño neurótico, como este ejemplo muestra, el ritual
posee la característica de estar asociado a un área restringida
de conducta, relacionada especialmente con momentos claves
de la organización alimentaria o del sueño; y posee un contenido altamente objeta!: si el objeto debe recibir un tratamiento ritualizado por el semejante, no es el semejante un pretexto para
el tratamiento del objeto. En el niño autista, por el contrario, el
ritual abarca las áreas más extendidas de la conducta, situándose en el nivel del objeto externo: una misma organización espacial de los juguetes, intercambiabilidad del semejante en el
ejercicio del ritual, aparición permanente y extensión a todas
las áreas de la vida del niño de los movimientos repetidos ordenadores.
Señalé anteriormente cómo Martín era capaz de transformar toda situación nueva en un ceremonial o, mejor dicho, en
una situación atravesada por ceremoniales; sin embargo, m
148
interesa detenerme especialmente en la secuencia de ir al baño
que marcó n:uestros primeros encuentros.
Dije anteriormente que no se podía considerar esta conducta reiterada como puramente mecánica, como una micción definida exclusivamente en el plano de la autoconservación. Sin
embargo, lo que me preocupa ahora es entender qué representa metapsicológicamente y qué aspecto del sujeto estaba comprometido en este acto.
Consideré la reiteración (seis o siete veces por sesión) del ritual de ir al baño como un hecho promisorio. Algo pasaba en el
niño que lo impulsaba a esa necesidad evacuativa. Interpreté:
«Martín siente cosas que le molestan adentro, que no aguanta,
y va a dejarlas en el inodoro» (unía mis palabras al recorrido
que efectuábamos). «Estas cosas que le hacen daño, sin embargo, están en su cabecita» (ponía mi mano sobre su cabeza).
¿Qué intentaba yo con la interpretación? Cada analista que
se enfrenta a un .niño psicótico se aferra (con convicción delirante) a una propuesta teórica que le permite sacar fuerzas para seguir pe.n sando en medio del caos. El ataque a la razón, al
sentido común, es tan poderoso, que se establece de una manera nunca experimentada en el proceso analítico una especie de
disociación entre aquello en lo que se cree científicamente y
mediante lo cual se opera y el sistema de creencias cotidiano.
En muchos momentos de las primeras sesiones con Martín, pese a la certeza de estar trabajando en una dirección teórico-clínica de la cual esperaba resultados positivos para el niño y realimentación de interrogantes para mí misma, aparecía como
un flash en mi cabeza la pregunta: «¿Y si realmente es sordo?
¿Y si tiene algo malformado, como sospecha el padre?». La responsabilidad con cada uno de estos pacientes produce una mezcla de entusiasmo y agobio, similar a la que experimenta una
madre primeriza frente a la crianza de su hijo.
Y bien, ¿qué intentaba con la interpretación? Yo había partido para este tratamiento de la idea central de que en Martín
las líneas que organizan el yo, y por ende ofrecen una tópica para la constitución del sujeto, no se habían instaurado. En esta
medida no podía haber ni yo ni otro, ni totalidad englobante ni
externo organizado extraño y amenazante, ni organización espacial ni temporal, sólo un caos de momentos puntuales y espacios fusionales parciales. Martín me traía un nuevo problema:
el de la separación mente-cuerpo.
Dualismo que, como Laplanche ha señalado en «Problémat ique du 9a», no está en el centro del psicoanálisis, sino que es
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del orden de los problemas filosóficos. Y esto es así no porque
Freud haya dejado de lado el dualismo (la tentativa de abolición de las diferencias mente-cuerpo aportada por Groddeck no
fue nunca aceptada por él), sino porque esta problemática, que
ha tenido a mal traer a la filosofía, se encuentra desplazada
-sin por ello estar resuelta- , traspuesta, a otra más abordable en psicoanálisis, que se sitúa en la relación de la sexualidad
y la autoconservación.
«Dualismo de la sexualidad y de la autoconservación, incluso si este dualismo es inestable, amenazado por el hecho de que
la autoconservación en el hombre (su capacidad autónoma de
perseverar en el ser, lo que se puede llamar sus potenciales instintuales) es de tal modo precaria, que es la sexualidad, sin cesar, la que viene allí a suplirla». 10
Sin embargo, si este dualismo alma-cuerpo aparece en la filosofía constantemente, es porque se mantiene en las formas
imaginarias con las cuales el sujeto organiza sus relaciones
consigo mismo y con lo real, separando un lugar desde donde a
la vez que piensa, se piensa. Es desde mi cabeza desde donde
me imagino, creo, sufro; en la cabeza el yo encuentra una representación espacial desde la cual, si el cuerpo propio es sentido como ese universo de pertenencias, estas pertenecen a un
sujeto que se encuentra instalado representativamente en la
cabeza. Desde esta perspectiva, el sujeto, más que estar colocado en la fortaleza de un feudo cuyos confines se extienden hacia
límites imprecisos, se asemeja a un burgo donde la muralla cerca el límite del cuerpo, pero en el cual a su vez una construcción
interior delimita las funciones y los espacios de gobierno.
En Martín, la energía libidinal, que se activaba como movimiento inespecífico en el momento de la consulta, buscaba vías
de salida a través de los orificios uretrales y anales. Era este
modelo similar al de la proyección; un precursor, evidentemente, tal como Freud lo registra en la Metapsicología cuando alude a los movimientos que realiza el yo-placer para deshacerse
de lo perturbante. Este yo-placer que Freud ubica entre dos
momentos constituidos del aparato psíquico: por un lado es
posterior al yo-realidad (yo de la autoconservación, que distingue sólo a partir de una marca objetiva elperceptum de la supervivencia biológica), y por el otro, anterior al narcisismo, en
el cual la antítesis se jugará en el par amor-odio.
10 J. Laplanche, L'inconscient et le c;a . Problématiques IV, París: PUF, 1981,
pág. 174. El inconsciente y el ello, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987.
150
De los tres movimientos planteados para la constitución de
las relaciones entre el yo y el objeto, salvo el primero, momento
del yo-realidad que distingue el adentro y el afuera de acuerdo
con una marca objetiva, tanto el yo-placer, como el yo del narcisismo, no dejan de tener el rasgo común de que las relaciones
que separan al sujeto del mundo y a la vez lo vinculan con este,
están definidas por las series placer-displacer (en primera instancia), luego por el amor y el odio (en segunda).
En este caso es evidente que Freud deja de lado el problema
de definir una tópica que espacialice en el interior mismo del
aparato estos movimientos, para subordinar la espacialidad a
las relaciones de un sujeto constituido en tanto yo a partir del
placer-displacer en sus relaciones con el objeto: «El mundo exterior se le descompone en una parte de placer que él se ha incorporado y en un resto que le es ajeno. Y del yo propio ha segregado un componente que arroja al mundo exterior y siente
como hostil. Después de este reordenamiento, ha quedado restablecida la coincidencia de las dos polaridades:
»Yo-sujeto (coincide) con placer
»Mundo exterior (coincide) con displacer (desde una indiferencia anterior)
»Con el ingreso del objeto en la etapa del narcisismo primario se despliega también la segunda antítesis de.1 amar: el
odiar» .11
Primer movimiento diferenciador, entonces, que no implica
la constitución de un límite, pero sí ya un esbozo de espacialización, un intento de discriminación precaria. (Esto es lo que hace Martín cuando la madre le pregunta dónde te golpeaste: señala el objeto hostil que ha producido el dolor, objeto ajeno
- tan ajeno-- como su dolor.) Del mismo modo, al no haber accedido al narcisismo, al no haber constituido el yo representación con el cual el sujeto encuentra una organización definitiva del adentro y el afuera, en el caos de fragmentos de sensaciones displacenteras y de objetos que lo rodean, Martín apela
a la evacuación corporal de lo que lo perturba, y el rasgo que
marca su humanidad es el hecho de que lo perturbante no está
en el plano de la autoconservación, sino de algo que se produce
en la situación nueva que plantea la entrevista: lo ajeno es sim11 S. Freud, Metapsicología, en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu
editores, vol. XIV, 1979, pág. 131.
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bólico, aun cuando Martín no pueda simbolizar plenamente lo
ajeno.
En el paciente neurótico, el yo, como instancia organizadora
y defensiva, impide el descubrimiento de las conexiones por las
cuales se producen los pasajes mente-cuerpo. Si un paciente
neurótico tiene un síntoma de incontinencia, o va a orinarantes o después de la sesión, la separación está establecida en el
preconsciente, tanto como las vías de conexión por condensación y desplazamiento lo están en el inconsciente. El analista
sólo debe rehacer las conexiones reprimidas (y no sin arduo
trabajo), logrando que el sujeto reconozca en el movimiento discursivo que realiza las diferentes formas en que esta ecuación
evacuativa se produce. Pero para un neurótico el pis es pis y los
pensamientos son pensamientos, ya que el proceso secundario
ha dado un lugar a cada cosa y un sentido a caüa palabra. El
análisis trastocará estas relaciones, mostrando que se puede
emitir un chorro de palabras, depositar una idea en el inodoro,
evacuar una interpretación perturbante. De lo que se tratará
es, justamente, del «reconocimiento del inconsciente», en un
sujeto convencido de que su cuerpo y su alma son diversas.
En Martín, como ya lo señalé, se trataba de establecer estas
delimitaciones y relaciones ausentes. A partir de la tercera sesión el niño tomó un muñeco y le comenzó a depositar pedacitos
de plastilina en la cabeza. Pegaba cada pedacito con cuidado
mientras repetía «popó, popó, popó», igual que en el momento
de ir al baño. Yo interpretaba: «Martín quiere que Silvia lo ayude a limpiar su cabecita de cosas que siente como popó, cosas
que le dañan adentro». Martín, a continuación, retiraba con
cuidado los trocitos y, en algunos casos, los metía en su boca.
Dos semanas después (a la décima sesión) se produjo una
tormenta. Martín se asustó de un trueno, tomó un avión, lo elevó y lo desplazó en el espacio: «Avión», dijo, estableciendo de esta manera una relación entre su miedo y su dolor, y las pérdidas sufridas en sus primeros tiempos.
Pude ligar entonces el ruido de los aviones a la ida de su
abuela, al sufrimiento que esto le producía y a la sensación de
· soledad en que se había sumido desde entonces. 12 Comenzó a
partir de ello en el tratamiento una secuencia caracterizada
12
Es necesario que señale que el ruido de ese avión no era solamente algo
oído en la partida de la abuela, sino reiteradamente sufrido por el niño en idas
frecuentes al aeropuerto. Para los niños migrantes, el aeropuerto es el espacio
de significación de todos los encuentros y todas las pérdidas, un lugar que se
frecuenta constantemente y que forma parte de su cotidianidad.
152
por el tema encuentro-separación. El espacio y el tiempo comenzaban a organizarse. Cuando Martín llegaba cerraba la
puerta de la sala de espera y la abría en el momento en que yo
lo iba a buscar; iba luego cerrando las puertas a su paso hasta
llegar al consultorio, poniendo canceles, metiendo llave.
Me preguntaba yo entonces por qué cerraba todo en el momento de llegar y no en el de irse. Es frecuente que los niños
neuróticos cierren todo al salir, como si quisieran garantizar la
permanencia de los objetos en el interior del espacio analítico
hasta que vuelvan. Martín operaba del modo exactamente
opuesto: descubrí, a través de otros ejemplos, que la secuencia
estaba invertida. Tal como ocurre en el modelo del sueño -o
del ataque histérico, según Freud-, el niño quería encerrarme
en un espacio que evitara pérdidas, pero en lugar de hacerlo
cuando nos despedíamos, me encerraba en el momento de llegar. Su aparato psíquico parecía funcionar como una cámara
de cine que pasara la película invertida: lo último se convertía
en la primera secuencia, el tiempo se revertía, regresionaba en
lugar de pr0gresar. Sin embargo, un espacio y un tiempo comenzaban a ordenarse, aun cuando este fuera en sentido inverso.
Los movimientos de constitución de una tópica abrieron en
su vida la posibilidad de una regresión temporal. Un día-me
relató la madre- buscó una almohada chiquita de cuando era
bebé, se metió en una caja grande que había quedado en la
despensa, de las latas de leche vacías, e indicó a su mamá que
tomara dos juguetes que simbolizaban un biberón y un chupete. Indicó gestualmente -como hacía siempre- su deseo de
que esos objetos fueran utilizados con fines de cuidarlo. Durante largo rato disfrutó del juego con su madre: alternativamente
pedía que le diera el biberón simbólico, en otro momento que le
introdujera el chupete en la boca y se lo dejara puesto, luego
que se lo quitara; se lo veía disfrutando del juego con una cara
sonriente y feliz. Salió luego de la caja, levantó la blusa de su
madre e intentó que esta le diera de mamar.
Empezó a usar su cuerpo para anticipar lo que iba a hacer:
movía la cabeza antes de mover un trencito; abría la boca cuando le arrojaban algo antes de intentar atraparlo con las manos.
Buscaba, al mismo tiempo, continentes en los cuales pasar largo tiempo: se metía en el canasto de juguetes y desde su interior jugaba a ser un bebé con su mamá.
U na de las características que había tenido su crianza, como ya lo señalé antes, había sido la imposibilidad de los padres
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de ofrecerle un lugar en la familia. Martín había pasado largo
tiempo mirando a su padre jugar con su hermano; en esta etapa que se inauguraba ahora ponía al padre sentado en su sillita
y él jugaba con su hermano, el padre debía mirar el juego pero
el niño no le permitía intervenir. Se empezaba a constituir el
primer pasaje de pasivo a activo en la relación intersubjetiva;
de ver, Martín pasaba a ser visto, en un ejercicio de sadismo
precoz donde el semejante era sometido a la misma pasivización que él había sufrido.
Un día el niño llega a sesión, se para en el antepecho de la
ventana y juega a arrojarse como si se zambullera, regañando
después a alguien imaginariamente colocado a su lado; eljuego
se reproduce varias veces. Algunos días después me entero de
que se trata de una escena realmente vivida, trasladada en forma idéntica al interior del espacio analítico. Martín ha ido a la
playa con su madre y en la piscina se ha encontrado con un niño que le arrojó agua a los ojos; ofendido, salió y se colocó de espaldas a su enemigo, al borde del agua. La madre, percibiendo
ya el mecanismo de desconocimiento y desconexión que le produce todo sufrimiento, dijo: «Martín, de este modo el único que
la pasa mal eres tú, vuelve al agua y no hagas caso de ese niño,
cuando te moleste dale la espalda sin dejar de disfrutar». Martín volvió al agua, pero en el momento en que el otro niño se
descuidó le arrojó agua y rió con placer. En la segunda sesión
en la cual reprodujo la escena vivida agregó un nuevo elemento
de significación: manifestó su cólera regañando al enemigo
imaginario. El hecho de arrojar agua había sido entendido en
su propia significación agresiva, y Martín en el consultorio me
mostraba su enojo al reproducir la escena cambiando el acto
por aquel que realmente simbolizaba.
El proceso comenzó a desplegarse a un ritmo veloz. Comenzó a jugar en su casa al pesero; se subía a su bicicletita, le ponía
una caja con monedas que pedía que le ataran al caño, se ponía
una gorrita e invitaba a la madre a subir atrás mientras él conducía. (El pesero es un taxi colectivo que realiza siempre el mismo recorrido. Tiene una característica: el continente permane. ce siempre idéntico, mientras los pasajeros suben y bajan. Por
otra parte, este tipo de vehículo era el empleado por los padres
exclusivamente para traerlo a sesión.) Martín se coloca una gorrita para conducir, los sombreros se han convertido para él en
una verdadera pasión: ¿se coloca un armazón protector en la
cabeza, algo que ofrezca un límite a esta?
La constitución del no
Cuando Martín empezó el tratamiento, del mismo modo
que no usaba el pronombre, no usaba el «no»; confundía el «no»
y el «SÍ», utilizándolos indiscriminadamente. Podía decir «no»
mientras quería algo, o «SÍ» en el momento de rechazar. No parecía haber en ello una forma de negativismo, sino una dificultad para comprender la relación entre la palabra y su contenido, o como diríamos con arreglo a la lingüística actual, entre
significante y significado. Del mismo modo, cuando se enojaba
con uno de los padres podía repetir indiscriminadamente,
mientras lloraba, mamá, mamá, papá, papá, o apelar a la condensación «mapá».
He señalado en el capítulo 2 el lugar estructurante que juega la represión en la constitución del juicio, y cómo la denegación (Verneinung), tal como Freud la trabaja en su texto de
1925, es un mecanismo constitutivo del juicio, pero ligado a su
vez a la instauración del yo. La negación determinada, que
marca una posición de sujeto por oposición al semejante, es el
factor determinante en la instauración de la oposición yo - no
yo. Spitz, quien posiblemente sea el psicoanalista que más se
dedicó a estudiar esta cuestión de la constitución del «no»
señala, en su libro No y sí, l3 la relación que existe entre la adquisición del «no» y la constitución de las estructuras cognitivas, la frustración libidinal en relación con el semejante y el
pasaje de la pasividad a la actividad.
Detengámonos un momento en su análisis. Spitz hace un
descubrimiento fundamental en relación con las conductas de
movimiento cefalogiro que se encuentran en los niños desposeídos por hospitalismo. Recordemos la experiencia: los niños hospitalizados, separados de sus madres por un período que iba de
seis meses a un año, rotaban la cabeza alrededor del eje sagital
de la columna vertebral cuando alguien se les acercaba. Esta
conducta, dice Spitz, que se parece mucho a la pauta universalmente familiar de sacudir la cabeza los adultos, que significa
«no», continuaba mientras el extraño los enfrentaba. A diferencia de los niños sanos, que no rotan la cabeza sino que se cubren los ojos, bajan la cabeza o la alejan, esconden la cara tras
su ropa o las sábanas, estos niños que padecen hospitalismo
expresan su rechazo de contacto rotando su cabeza como haría
un adulto para expresar una negación.
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R. A. Spitz, No y sí, Buenos Aires: Hormé, 1978.
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Sin embargo, con una aguda observación, Spitz hace la diferencia entre la negación semántica, que representa un rechazo, y la conducta de hozar, la de los puercos u otros animales
que buscan con el hocico su comida en la tierra, movimiento
instintivo de búsqueda del estímulo que tiene valor de supervivencia, relacionando esta última a los movimientos cefalogiros
negativos de los bebés hospitalizados. La conducta de hozar
implica un movimiento de rotación de la cabeza guiado por el
instinto de autoconservación, conducta que es innata y no
aprendida. La rotación de cabeza, entonces, en el bebé recién
nacido, tiene por función la aproximación a un estímulo alimenticio definido en el plano de la autoconservación. Por el
contrario, la negación es un acto semántico, con carácter de
identificación libidinal, definido por un rasgo de cultura presente en un código (lingüístico-gestual) y por otro lado relacionado con las frustraciones a las cuales el niño se ve sometido en
relación con el semejante en el momento en que la prohibición
se instaura.
Spitz descubre en estos niños hospitalizados algo importante. Lo que es vivido por el observador como una conducta de rechazo, de negación, no tiene tal carácter, no está dirigido a un
objeto (no es objetal, en el sentido que ya hemos dado a este término), representa una regresión. Pero en este punto es donde
su concepción de las relaciones objetales juega una mala pasada a Spitz, impidiéndole llegar hasta las últimas consecuencias
de su descubrimiento. El propone: «Es importante recordar que
esta conducta no está dirigida a un objeto, sino que representa
una regresión a una etapa sin objetos. No es una señal a un objeto, sino una conducta dirigida a aliviar la tensión que tiene su
origen en un período muy anterior a aquel en el cual existen
verdaderas relaciones objetales». 14 Prisionero de una concepción donde lo anobjetal del autoerotismo culminará en relaciones de objeto libidinales, Spitz no puede incluir una hipótesis
teórica que permita entender por qué el hospitalismo no regresiona al sujeto hasta el plano de la autoconservación (ya que
llega a poner en riesgo su vida) sino hasta una etapa en la cual
el objeto libidinal, soporte sexual del objeto parcial, se ha perdido. Por ello no puede entender la conducta cefalogira sino como
un movimiento de descarga de tensión en el vacío, movimiento
que repliega al sujeto al orden de la biología, cuando, en realidad, el bebé intenta desesperadamente conservar el objeto par14 lbid.,
156
pág. 59.
cial de los orígenes de la alucinación primitiva aun a costa de
su propia vida, de la cual no tiene, por otra parte, ninguna conciencia existencial.
En el momento en que Martín llega a consulta, como los bebés descriptos por Spitz, expresa su desconocimiento del otro
con un giro de cabeza. Esto es común en los niños en los cuales
hay una predominancia autista: el episodio de la piscina guarda remanentes de esta conducta. Deberá establecerse una relación libidinal con permanencia del objeto total para que la negación se instaure.
A los tres meses de análisis, cuando estamos por la 44a. sesión, se produce el primer enojo de Martín, y la primera situación de transferencia negativa -pero transferencia activa, de
todos modos-. Yo he prohibido al niño meter los dedos en los
enchufes, en los cuales también ha intentado introducir una
vara de metal mientras me mira con una sonrisa ausente. A
continuación se ha dirigido, reiteradamente, a la máquina de
escribir que está en un rincón del consultorio y la ha aporreado.
He repetido varias veces «no, Martín», hasta que en esta ocasión me acerco, lo tomo suavemente pero con firmeza del brazo,
y lo aparto de la máquina.
Martín se enoja por primera vez: parado en medio del consultorio grita y amenaza a la alfombra; por medio de un remedo
de discurso regañón y prepotente hace todos los gestos y emite
todos los sonidos que ha visto realizar a alguien furioso. Le señalo que el enojo es conmigo, que está irritado porque no lo dejo
hacer todo lo que quiere. A partir de ello deja de saludarme
cuando se va (ya había empezado a decirme «adiós» en el momento de la partida), se resiste a entrar en mi casa cuando llega, no quiere que su padre toque el timbre o se queda recostado
en el sillón de la sala de espera negándose a buscar su canasta.
Al mismo tiempo se produce un hecho sorprendente. Hasta
el momento en que se precipitó su enojo había llamado tanto a
los perros como a los gatos «gato». A partir del episodio descripto comienza a decir, cuando oye o ve un perro, «no gato». Esto lo
hace especialmente al llegar a mi casa, donde mi perro sale cotidianamente a recibirlo y lo acompaña hasta la sala de espera.
Se ha producido, a partir de ello, un acontecimiento decisivo
para su constitución: cuando yo le digo «no, Martín», prohibiéndole que se acerque al enchufe o a la máquina de escribir, le se1"\alo al mismo tiempo que una prohibición es un límite que
marca lo que él no es. El no, Martín implica tanto la prohibición
·orno la discriminación entre él y el otro, es tanto ¡no, Martín!
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como no-Martín. En el mismo momento comienza a decir yo.
No es en realidad yo como pronombre personal, acompañado de
un verbo o con el que se responde a una interpelación de sujeto
(«¿quién es el bebé querido de mamá?»; <<yO», responde el niño
ejerciendo su función de sujeto atravesada por su posición de
objeto libidinal). Martín utilizaba el yo como un significante
correspondiendo más al yo ideal que a la instancia yoica misma. Ha visto un programa de televisión en el cual un personaje
megalómano repite, cuando realiza una proeza: «jYoooo!», haciendo un gesto abarcativo con los brazos como si contuviera en
ellos todo el universo. Cuando enfrentado a mí en la sesión se
molesta por algo (sea porque no me presto a ser utilizada como
un banquillo al cual él trepa para alcanzar el botón de la luz,
sea porque llega la hora de irse), me demuestra su fuerza omnipotente desplegando sus brazos hacia los lados como el personaje de la televisión, expulsa su tórax hacia adelante, mientras
dice «jyoooo!», como una demostración máxima de su negativa
a aceptar pasivamente que yo misma pueda defender mi derecho como sujeto activo. Para Martín, todavía, no hay más que
una dupla activo-pasivo jugada en la intersubjetividad del
vínculo en el cual si él no me controla activamente yo puedo
someterlo pasivizándolo en los esbozos de sujeto que comienza
a constituir.
En la misma dirección comienzan a aparecer los primeros
síntomas en sentido analítico: se niega a comer sólidos, especialmente carne, y cuando se ve obligado a hacerlo, mastica y
luego escupe a escondidas el alimento rechazado; se orina
cuando se enoja (incluso, en algunas ocasiones, en sesión, parado en medio del consultorio, desafiante, y luego escupe reiteradamente en la dirección en que me encuentro); se despierta
de noche y va a acostarse al lado de la madre. Todo ello acompañado de momentos que no pueden ser descriptos más que como
de intensa ternura: él, que se había sentado en mi mecedora
para hamacarse impidiendo que yo pusiera mis manos en los
barrotes para mecerlo, autosuficiente y mecánico, empieza a
sentarse a mi lado, disfrutando el mecernos juntos y aceptando
que yo, sentada en el piso, lo acune mientras se agazapa en posición fetal en el asiento. Yo construyo mitos, mitos de la vida,
humanizantes; por momentos le hablo largamente acerca de lo
que le pasa, o le canto suavemente aquello que me parece interpretable; escucha mirándome con gravedad, realizando a veces
un movimiento con los labios como incorporativo, como si las
palabras penetraran por la boca, no por los oídos. En las sesio-
158
nes compartidas con la madre (dos de cada cuatro a la semana)
restituyo, en este espacio transicional en que se ha constituido
el consultorio, los trozos fragmentados de la historia. En un
movimiento simbolizante, compartiendo con la madre el placer
del descubrimiento del hijo, tejemos perlaborativamente los
desgarrones producidos en el proceso que la reinstaura como
madre de este niño.
Martín empieza a tener movimientos que me parecen imágenes precursoras del conflicto. Cuando por alguna razón (y
siempre hay alguna, como las ya relatadas) se enoja, toma con
cuidado un candelabro de cerámica que está en el alféizar de la
ventana y me lo entrega para que yo lo coloque sobre el escritorio. Aparecen, traspuestas, sus ganas de romperme y el deseo
de conservarme, desplazadas hacia este objeto frágil que me pide lo ayude a cuidar. Al mismo tiempo, una cajita pequeña, con
sacarina, que ha desparramado en varias ocasiones y a la cual
su madre le ha dicho que no toque, la toma en sus manos y se
acerca adonde yo estoy, deslizándola hasta el fondo de mi bolsillo. Es como si ~n este acto representara, gráficamente, el movimiento psíquico mediante el cual se opera la represión: aquello
deseado, pero prohibido, debe encontrar un lugar oculto que
evite la tentación y el sufrimiento constante. El fondo de mi
bolsillo será, simbólicamente, el fondo de un aparato que se
convertirá en receptáculo de aquellos deseos a los cuales el sujeto no podrá nunca acceder ni tener frente a su vista.
En este marco que ahora describo, Martín pronuncia su primera frase. La madre me cuenta, emocionada: «Habían salido
él y su hermano de la clase de natación y le dije al más grande:
"Te vi flotar, qué bien nadas". Martín me miró y dijo: "¿Me viste,
mamá?"», primera frase que alude al reconocimiento buscado
del semejante al mismo tiempo que señala su propio reconocimiento hacia el amor materno.
A partir de esto Martín comienza a convertirse, definitivamente, en un sujeto humano, marcado por el amor y el odio, reconocido en la mirada materna y en el movimiento guestáltico
que lo separa del mundo infinitamente puntual de objetos en
que se había movido. Las condiciones de la función simbólica y,
por lo tanto, del lenguaje, ya se han instalado.
159
7. Relaciones entre la represión originaria
y el principio de realidad
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En los últimos tiempos ha despertado mi curiosidad un fenómeno observado en la infancia, consistente en que los primeros sueños del niño son vividos por este sin que pueda diferenciar entre el campo de la realidad y el nuevo hecho psíquico al
cual se enfrenta. Esto se hizo evidente en el caso de una niña
que habiendo llegado por la noche a la habitación de sus padres, se metió en la cama y ante la pregunta «¿qué pasa?» respondió, medio dormida, «¡pero si tú me llamaste y dijiste que
mamá se fuera a mi cama!»; o en el de otra niña que, estando
embarazada su madre, todas las noches tenía que irse de la cuna en la cual dormía porque «venía una gallinita a picarle los
pies».
A raíz de muchos ejemplos corno estos me he preguntado
cómo puede explicarse este fenómeno que indica, por un lado,
que la represión ya se ha establecido, en la medida en que una
formación del inconsciente aparece constituyendo un proceso
en el cual se expresa la realización onírica del deseo y, por otro,
el hecho de que aún no se haya instaurado el principio de realidad que estatuya que este deseo sólo es realizable en el espacio
alucinatorio que constituye el soñar.
Dado que la represión originaria es el movimiento constitutivo de dos campos a partir de los cuales las formaciones del inconsciente son posibles, y puesto que el sueño tiene corno función la realización alucinatoria de deseos, posible precisamente
por la inhibición de la rnotricidad, ¿de qué manera opera el
aparato psíquico incipiente para que ambos, realización alucinatoria y pasaje a la rnotricidad, no sean contrapuestos sino
complementarios, y, al mismo tiempo, cómo explicar la disparidad entre la emergencia de una formación del inconsciente y el
carácter fallido del juicio de existencia?
Los capítulos precedentes dan cuenta de que hemos optado,
en el proceso de nuestra investigación, por aquellas hipótesis
freudianas que -desde los textos rnetapsicológicos- abren la
posibilidad de pensar la constitución de la inteligencia en el interior de la instauración de la tópica psíquica, es decir, en fun-
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ción de la diferenciación entre dos sistemas que se caracterizan
por diversos modos de funcionamiento.
Desde esta perspectiva es que nos hemos visto obligados a
revisar los momentos que instalan la represión originaria, pasando de su ubicación como movimientos míticos a su puesta a
prueba en el proceso histórico de organización del aparato psíquico y dejando de lado, al mismo tiempo, un geneticismo lineal
en el cual este se constituyera desde sí mismo.
Esta definición de opciones teóricas nos impulsa a considerar también, en el caso del tema que abordamos en este capítulo, que la vertiente que Freud mismo denominó «psicología genética en formulación» no es la más fructífera cuando se trata
de poner a trabajar el principio de realidad y su concomitante
prueba de realidad. El principio de realidad, considerado desde
una perspectiva geneticista, es inseparable de las pulsiones de
autoconservación (entendiendo que el principio de placer rige
para las pulsiones sexuales, y el principio de realidad para las
pulsiones del yo) tal como lo define él mismo en el texto citado.
No abundaremos en ello, porque ya en el capítulo 2 desarrollamos nuestra posición sobre este tema. Pero tenemos que subrayar, para la coherencia de nuestra propuesta, y basados en La
interpretación de los sueños y el Proyecto, que no es una prueba
lo que decide sobre la realidad de lo que se representa, sino un
modo de funcionamiento del aparato psíquico: el que corresponde a la posibilidad del proceso secundario (o de los procesos
de ligazón) de inhibir la tendencia a la descarga inmediata mediante la constitución de sistemas de demora que posibilitan
los rodeos pertinentes para que el aparato pase de la identidad
de percepción a la identidad de pensamiento.
La cuestión planteada en el Proyecto de 1895, respecto de
que en su origen el aparato psíquico no dispone de un criterio
para distinguir entre una representación fuertemente investida del objeto satisfactorio y la percepción de este, es retomada
en el «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños», cuando Freud observa que la prueba de realidad se define
como un dispositivo que permite efectuar una discriminación
entre las excitaciones externas (que pueden ser controladas
por la acción motriz), y las excitaciones internas que esta prueba de realidad no puede suprimir. Si volviéramos a la diferenciación establecida en «Pulsiones y destinos de pulsión», veríamos que a lo que conduce, en última instancia, la prosecución
de esta línea de pensamiento es a señalar que el principio de
realidad deriva de la diferenciación entre dos campos, ambos
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ajenos al sujeto, y que este debe aprender a discernir, uno externo-interno y el otro externo-exterior.
De este modo, no basta con la distinción en la cual hemos
venido trabajando, cuando, en función de marcar los límites internos al aparato que la represión originaria instaura, hemos
abordado las diferenciaciones de los primeros internosexternos que señalan la inscripción de los representantes pulsionales de los orígenes (cf. el cap. 3). Diversos hechos clínicos
nos ponen frente al problema de que la existencia de las formaciones del inconsciente no implica en los orígenes la anulación
del pasaje a la motricidad, sino que son frecuentemente acompañadas por este pasaje. Ello parece refirmar nuestra hipótesis acerca de que la represión no inaugura en un solo movimiento el acceso al funcionamiento psíquico normal, sino que
parece que hacen falta varios tiempos para su constitución.
Intentaré seguir desplegando en este capítulo estos movimientos --que ya he empezado a cercar en otros textos- a partir del análisis del material clínico de un niño de doce años cuyo
proceso analítico tuve oportunidad de conducir. Cuando Isaac
tenía seis años fue dejado solo por su madre durante algunos
momentos, acompañando a su hermanito menor, quien, para
esa época, contaba un año y tres meses. El pequeño empezó a
llorar e Isaac, intuyendo que podría tener hambre, decidió hacerse cargo de la tarea materna y darle el alimento requerido.
Sin embargo se le planteó un problema: ¿cómo ofrecerle comida
sin transgredir la prohibición de la cual había sido objeto, es
decir, sin prender el fuego necesario para calentarla? La resolución fue fácil. Puso leche en una cacerolita, la colocó sobre la
hornalla apagada, la dejó durante unos minutos sobre el fuego
imaginario, la vertió luego en el biberón y se la dio a su hermano, quien la bebió con placer; al volver su madre le relató lo ocurrido. En ningún momento Isaac sintió que hubiera engañado
a su hermano, él había participado del campo de ilusión que los
incluía a ambos.
Me fue contada esta situación en la entrevista madre-hijo
que realicé para tomar la historia de Isaac cuando este tenía
doce años, luego de serias dificultades para que el niño aceptara la consulta psicoanalítica. El motivo de esta consulta era la
irrupción de una serie de conductas absolutamente desconcertantes para quienes lo rodeaban, a partir de la migración efectuada un año antes, momento en el cual había llegado transitoriamente, acompañado por su familia, a México. Se lo vefo
apático, hipocondríaco, no había hecho ningún amigo («él, qu
162
siempre había sido aparentemente tan sociable»), aislado en el
colegio y sin interés por el estudio, y estaba a punto de perder el
año. A ello se sumaban las dificultades de la lengua ya que, aun
cuando hablaba el castellano desde su primera infancia (lengua materna de sus padres), no se expresaba en este con la fluidez con que lo hacía en hebreo, idioma en el cual se había realizado toda su socialización.
El cuadro que se me presentaba no era muy diverso del que
había visto en otros niños trasladados bruscamente de sus países de origen, pero las características estaban agudizadas en
alto grado, y más si se tenía en cuenta que -a diferencia de
aquellos otros niños- su residencia en México implicaba el encuentro con una extensa familia de abuelos, tíos y primos, de la
cual sus padres se habían separado en el momento de emigrar
a Israel.
Acepté hacer un diagnóstico situacional, es decir un estudio
de las condiciones en las cuales la estructura psíquica del niño,
inmersa en un desencadenamiento sintomal, pudiera ser explorada en el .contexto de las condiciones históricas determinantes. En un corte sincrónico del funcionamiento psíquico actual, quería encontrar los determinantes históricos productores de los constituyentes sintomáticos a los cuales mi paciente
se veía enfrentado.
Isaac entró solo a la primera entrevista; su angustia era tan
intensa que a los quince minutos de comenzar se levantó de la
silla y luego de detenerse unos instantes en el centro del consultorio trató de conseguir mi asentimiento para irse, huyendo
prácticamente, sin darme posibilidad de un señalamiento o interpretación que pudiera aliviar el estado de desesperación en
que se encontraba. Durante el breve lapso que permaneció conmigo hizo algunos intentos por reconocer el entorno mirando
de reojo, moviendo apenas la cabeza para ambos lados y manifestando que nada de lo que veía le gustaba; todo era antiguo,
los techos altos se le hacían insoportables y se negaba a buscar
alguna explicación del porqué. Respondía, simplemente, «no
me gusta».
Recibí al día siguiente la llamada telefónica de la madre,
desconcertada, contándome que el niño había salido de la frustrada entrevista sin decir una palabra y negándose a hablar,
posteriormente, de la situación. Quería que le explicara cómo
conducirse, dadas las circunstancias, y dudaba acerca de si debía insistir ante su hijo acerca de la posibilidad de realizar otra
consulta. Respondí que pese a lo breve del encuentro interrum-
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pido bruscamente por Isaac, me había dado cuenta de que su
hijo atravesaba por un sufrimiento muy intenso, que el monto
de angustia desplegado nos indicaba que debía ser considerada
la situación con toda seriedad, y que aun cuando fuera apresurado de mi parte darle una opinión sin más datos que los obtenidos, pensaba que era necesario ofrecer una ayuda terapéutica inmediata. Agregué que yo estaba dispuesta a brindársela,
pero que ellos, los padres, debían lograr que volviera a mi consultorio. Añadí: «Si Isaac se hubiera fracturado un brazo y no
quisiera ir al médico, ustedes se encargarían de llevarlo. Bien,
esa es la cuestión: él requiere que ustedes puedan ayudarlo a
enfrentarse a un tratamiento».
Quedé a la espera de una respuesta mientras hacía jugar en
mi cabeza las pocas ideas que esta situación me había permitido pensar. En primer lugar, el rechazo a lo antiguo, representado por algunos objetos del consultorio -espacio que se caracteriza, sin embargo, por la diversidad de colores y objetos que lo
habitan- y en los cuales aparecía depositado algo viejo que el
niño sentía agobiante, en un interior que no aparecía aun claramente delimitado. En segundo lugar, el horror a los techos
altos, techos coloniales que podrían propiciar, en su desnudez
blanca, el sentimiento de pequeñ ez huma na que toda una
época impone desde la arquitectura misma .
Me preguntaba, al mismo tiempo, acerca de mí misma. ¿Por
qué le había dicho a la madre que esto debía ser tratado como
un traumatismo, siendo muchas las metáforas pediátricas que
me he visto obligada a utilizar en conversaciones con los padres
para explicar una situación particular en un niño? Una fractura en un miembro, la idea de una ortopedia terapéutica (tan
cuestionada desde mis propias convicciones psicoanalíticas)
moviendo mi pensamiento por el campo en el cual se empezaba
a instalar la situación analítica.
A la semana recibí el llamado pidiendo una nueva entrevista. Había preparado algún material gráfico: un cuaderno de
dibujo, lápices negros y de color, plastilina. Isaac entró y permaneció unos minutos en silencio, temeroso; le hice un señalamiento alusivo a mi comprensión acerca de lo dificil que podía
resultarle la situación de entrevista, luego le dije que me había
quedado pensando en aquello de lo que me había hablado: los
techos altos y el horror a lo antiguo; agregué que tal vez esos
techos lo hacían sentir muy pequeño, y que posiblemente ese
no fuera un sentimiento nuevo, quizá lo que ocurría hoy estuviera relacionado con cosas muy antiguas de su vida.
164
A partir de esto, Isaac abrió el cuaderno y preguntó si podía
dibujar. El dibujo tenía en primer plano un enorme monstruo
cuya cabeza, constituida por puntas salientes, lanzaba rayos
hacia una ciudad lejana, ubicada en segundo plano, que representaba -presumiblemente-- a Nueva York, con su Estatua
de la Libertad. El cuerpo del monstruo estaba medio sumergido en el agua, surcados torso y brazos por nervios o heridas
rojas. Los rayos partían de la cabeza -unida al tronco sin línea
de separación-, y se dirigían tanto a los edificios de la ciudad
como a una nave que según dijo «intentaba atacarlo». Había un
pájaro antediluviano sobrevolando la ciudad y encima, en el
cielo puntuado de estrellas, un planeta cuyo relevamiento interior daba cuenta de los accidentes geográficos (dibujo 1).
Dijo que el monstruo había sido muy lastimado (me mostró
los nervios o heridas) y que se sentía desesperado y por eso atacaba la ciudad. Como venía de otro lado, los habitantes se habían defendido de él, por lo cual estaba dispuesto a destruir todo. Le señalé el pájaro del pasado y el monstruo, estableciendo
la relación que )labía entre el dibujo y su sentimiento de extrañamiento, de estar herido ... cómo los tiempos se mezclaban.
«Tal vez -dije-- esto que estás viviendo ahora es como si algo
muy antiguo se hubiera despertado dentro de ti y lo sientes extraño, como monstruoso».
Se quedó en silencio unos minutos mientras me miraba algo
ruborizado, luego sonrió y dijo: «Voy a hacer otro dibujo». Dibujó esta vez un enorme vampiro con su capa (al cual puso Drácula de nombre), en el interior del cuerpo del vampiro dibujó
una cabeza de hombre con anteojos, la denominó Beguin (dibujo 2) y contó la siguiente historia: «Beguin va de vacaciones a
Transilvania porque había descubierto en las montañas un
castillo. El estaba ansioso de ir al castillo pero no podía, no
sabía qué había, y vio ... entró al castillo y oyó voces y vio de
repente un ataúd y varios sarcófagos con muertos. Abrió el
ataúd y había un hombre y abrió los ojos rápido y por haberlo
despertado de su sueño, que durmió dos mil años, lo mordió en
el cuello y Beguin se convirtió en uno de él. Y para conquistar al
mundo Drácula usó a Beguin para que él dirija; como era el
presidente podía hacer lo que quería, y así empezó a convertir a
todos en vampiros».
Subrayo en esta historia la frase «y abrió los ojos rápido»
porque en ella se condensa, al modo del proceso primario, la
confusión entre el objeto y el sujeto. Como en los sueños, o en
los cuentos maravillosos, el primer personaje, que no puede ver,
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es visto, luego, por el otro; volvemos a encontrar el mecanismo
de vuelta sobre sí mismo tal como lo hemos descripto en el capítulo 3, manteniéndose no sólo en las formaciones del inconsciente clásicamente conocidas, sino también en las formas del
relato.
A partir de esta historia, que más acá de las precoces opiniones políticas de Isaac ponía en evidencia su reconocimiento de
una profunda e insoportable transformación en sí mismo, un
retorno del pasado sobre el presente, la presencia de lo siniestro y la compulsión a la repetición, mi paciente y yo sellamos
nuestro propio pacto terapéutico.
El tratamiento se deslizaba incesantemente sobre el problema de las relaciones entre el pasado y el presente. En una sesión el niño manifestó su deseo de ser arqueólogo. Dibujó una
caverna subterránea; en ella había tesoros escondidos, columnas caídas, un esqueleto humano, vasijas y viviendas mezcladas (dibujo 3). Luego que señalé la similitud entre lo que estábamos haciendo y la búsqueda y reconstrucción arqueológica
del pasado, un nuevo dibujo reacomodó todos los elementos tal
como se encontraban en los orígenes. El esqueleto mismo se
transformó en un ser humano parado entre dos columnas; cada
uno de los elementos dispersos del dibujo anterior encontró un
lugar ordenadamente (dibujo 4). Me preguntaba en estas circunstancias cómo ubicar este movimiento: ¿se trataba de la
desarticulación, en su vida, de algo armado previamente? ¿Debía leer estos dibujos como Freud proponía hacerlo con el recuerdo histérico: comenzar por la primera escena como si fuera
la segunda, luego la segunda en el relato como primera en el
tiempo? O tal vez, en este caso, aun cuando se tratara de un resurgimiento del pasado en el presente, no se podía afirmar la
anterioridad de ninguna escena, sino su simultaneidad, englobando una a la otra, dando cuenta en el interjuego que se producía entre ambas que lo que aparecía como articulado en un
lugar y desarticulado en otro, como un espejo refractario, estaba presente no sólo a partir del tratamiento, sino que lo había estado siempre (hipótesis corroborable posiblemente por el
hecho de que ambas, incluso la segunda, aquella que podría
haber estado históricamente no sepultada en los orígenes, se
encontraba bordeada de un límite englobante que marcaba un
orden en el interior de otro orden).
Tal vez se podría alegar que de esto se trata en psicoanálisis, de sacar a la luz lo que siempre ha estado vigente, dándol
un nuevo ordenamiento, produciendo una resignificación, un a
166
resimbolización. Sin embargo, los elementos antes expuestos:
límite englobante, carácter idéntico de ambas escenas (articulados los elementos en una, desarticulados en la otra) me imponían pensar en otra posibilidad. A saber: que al mismo tiempo
que tenía que enfrentarme al develamiento del inconsciente,
como puede ocurrir en todo análisis, algo pasaba en la estructura misma del yo que se ponía en juego en el proceso analítico
y que estaba vinculado a aspectos fallidos en la constitución de
la tópica psíquica.
Lo que me llamaba especialmente la atención era la identidad de elementos de ambas escenas, aun cuando su composición fuera distinta, y creo que en esto operaba la elección de un
orden teórico en la apreciación de los contenidos del inconsciente. He señalado en otros momentos que, desde la perspectiva
con la cual abordo el proceso de constitución del aparato psíquico, partiendo de que la represión instaura, a la vez que dos sistemas, dos modos de funcionamiento y contenidos diversos, lo
reprimido no puede ser del mismo orden que lo manifiesto, sino
radicalmente diferente. Parto para ello del realismo del inconsciente, recuperado por Laplanche para reubicar en medio de
una discusión enfrentada a propuestas fenomenológicas el
carácter específico que sostiene al inconsciente.
Si tomáramos, por ejemplo, el seminario de «La carta robada» de Lacan podríamos formularnos las dos escenas como dos
versiones distintas de un mismo drama, donde la insistencia
significante de los mismos elementos pone en evidencia la compulsión a la repetición que define la persistencia del inconsciente, considerando así a cada uno de los elementos desplazándose entre ambas escenas y determinada su significancia
por el lugar que vienen a ocupar como significantes puros. En
tal sentido, el inconsciente no sería sino aquello que siempre
estuvo a la vista, pero debido a la ceguera intersubjetiva con la
cual Isaac se enfrentó no encontró jamás la ubicación que posibilitara la formulación optimista de Lacan cuando, al terminar
la primera parte de dicho texto, escribiera. «Así, lo que quiere
decir "La carta robada", incluso "en sufrimiento'', es que una
carta llega siempre a destino». 1
Sin embargo, desde la perspectiva con la cual desarrollo mi
trabajo, el inconsciente no es lo que sólo necesita una mirada
distinta para hacer evidente lo que siempre ha estado a la vis1 J. Lacan, Ecrits, París: Seuil, pág. 41. Escritos, México: Siglo XXI, vol. 2,
1975, pág. 41.
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ta, sino que es aquello que en su totalidad resulta sustraído al
sistema preconsciente-consciente por la represión. Decir que el
inconsciente se sustrae al sistema preconsciente no es una simple diferencia de formulación, sino que marca la distancia fundamental entre una concepción prefreudiana que centraría en
la iluminación del campo por parte de la conciencia el carácter
del inconsciente, y otra que considera la especificidad de este
inconsciente.
De modo que mi preocupación, en relación con este paciente, estaba centrada en la búsqueda de la constitución tópica
que me permitiera hallar los movimientos constituyentes de
estas escenas graficadas en el tratamiento y, antes de interpretar los contenidos específicos, vislumbrar su ubicación metapsicológica.
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El fenómeno de la ilusión
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En el año 1963, Octave Mannoni presentó ante la Sociedad
Francesa de Psicoanálisis un texto dedicado al problema de la
creencia. 2 En él, luego de marcar las relaciones con el pensamiento mágico y el teatro, ponía de relieve el hecho de que el
término «Creencia» no figura en los índices de ninguna edición
de las obras de Freud, pese a ser un problema que la teoría psicoanalítica nunca perdió de vista. Tal vez la razón de ello la da
el mismo Mannoni cuando, al final de su artículo, propone dos
axiomas: «No hay creencia inconsciente», «La creencia supone
el soporte del otro». La creencia y sus transformaciones, así como la Verleugnung, proponen un punto de partida, pero no posibilitan el esclarecimiento del punto de llegada. La intención
del autor es mostrar el modo en que un mecanismo constitutivo
del psiquismo - la creencia- tiene origen común con una
derivación que soporta una entidad patológica: la Verleugnung
y el fetichismo como entidad soportada. El fetichista, a diferencia del impostor, no necesita de la credulidad del otro: este lugar se encuentra ocupado por el fetiche. Después de la institución de un fetiche -dice-, el campo de la creencia se pierde
de vista: ya no sabemos qué ha sido del problema, y se diría que
el propósito del fetichista es escaparle. Si con la Verleugnung
2 O. Mannoni, «Ya lo sé, pero aun así», en La otra escena. Claves de lo imagi·
nario, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1973.
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todo el mundo entra en el campo de la creencia, aquellos que se
vuelven fetichistas salen de ese campo en lo que concierne a la
perversión.
Jugada entre el deseo y la realidad, la Verleugnung constituye una escisión del psiquismo diversa de la que origina la represión neurótica. Por una parte, no se trata de un conflicto
entre el yo y el ello, sino de dos tipos de defensa del yo; por otra
parte, Freud intenta mostrar un mecanismo que alude a la negación de una percepción, es decir, que funciona como defensa
frente a la realidad (sin embargo, no se trataría de una realidad perceptiva, sino de una teoría explicativa de los hechos, es
decir, la puesta en conjunción de la amenaza de castración con
la comprobación de la diferencia anatómica de los sexos). En
distintos momentos de su obra, Freud osciló en cuanto a considerar a la renegación como un mecanismo patológico o estructurante del psiquismo, llegando incluso a soluciones de transición en Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos: «O bien sobreviene el proceso que me
gustaría llamar desmentida,3 que en la vida anímica infantil
no es ni raro ni muy peligroso, pero que en el adulto llevaría a
la psicosis». 4
El punto que sí está claro en la teoría, es el hecho de que la
Verleugnung es un mecanismo que se constituye en el proceso
de reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos, es
decir, en aquel que se juega en el interior del par fálico-castrado, inaugurando el movimiento que da origen a la resolución
del complejo de Edipo y a la asunción del propio sexo. A su vez,
esta escisión del psiquismo que implica debe ser resuelta por el
reconocimiento posterior de la diferencia y el pasaje a las identificaciones secundarias resultantes. Y en el texto antes citado,
Octave Mannoni propone: es como si la Verleugnung del falo
materno trazara el primer modelo de todos los repudios de la
realidad y constituyese el origen de todas las creencias que sobrevienen a la desmentida de la experiencia. Es decir que el fetichismo nos habría obligado a contemplar con perplejidad un
orden de hechos que a menudo pasan inadvertidos bajo formas
3 Desmentida es la forma en que la nueva edición de las Obras completas de
Amorrortu editores traduce el concepto Verleugnung. En el Diccionario de psicoanálisis, de Laplanche y Pontalis, se ha escogido renegación para la voz española, correspondiente al francés déni, si bien Rosolato, por razones de conjugación verbal, ha elegido désaveu para el mismo término.
4 S. Freud, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores, vol. XIX,
1979, págs. 271-2.
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cotidianas y triviales. Y recupera de este modo la preocupación
de Freud cuando, en 1938, señalaba su desconcierto al encontrarse en situación de no saber si lo que tenía que decir -refiriéndose a la escisión del yo en el proceso defensivo- debía ser
considerado como algo muy familiar y evidente o como algo
absolutamente nuevo y asombroso.
Pero lo que nos interesa retomar para el tema que ahora desarrollamos es lo siguiente: en primer lugar, que el axioma propuesto por Mannoni: «No hay creencia inconsciente», plantea
la cuestión de que el mecanismo de renegación, aun cuando
pueda constituirse en un enfrentamiento con la realidad percibida, tal como hemos señalado anteriormente, no puede ser
pensado sino en su relación con una lógica de la castración que
implica la existencia del proceso secundario (en la medida en
que las oposiciones no pueden ser abordadas c~mo si tuvieran
ese carácter en el inconsciente). En segundo lugar, que para
que el yo se escinda, y lo haga en un plano de creencias, debe
haberse constituido previamente y, por ende, estar instaurada
la primera línea divisoria de la represión originaria.
Ubicado así, este mecanismo plantearía su inserción tópica
en un psiquismo cuyas líneas de escisión abarcarían, por un
lado, la represión originaria y, por otro lado, el yo mismo. De este modo, sería un movimiento intermedio en la constitución del
superyó (efecto del sepultamiento del complejo de Edipo y las
identificaciones secundarias) y la separación originaria entre
el yo y el ello.
Por otra parte, Freud señalaba, en Inhibición, síntoma y angustia, lo siguiente: «En otro escrito he puntualizado que la
mayoría de las represiones con que debemos habérnoslas en el
trabajo terapéutico son casos de esfuerzo de dar caza [Nachdrangen]. Presuponen represiones primordiales [Urverdrangungen] producidas con anterioridad, y que ejercen un influjo
de atracción sobre la situación reciente. Es aún demasiado poco lo que se sabe acerca de esos trasfondos y grados previos de
la represión. Se corre fácilmente el peligro de sobrestimar el
papel del superyó en la represión. Por ahora no es posible decidir si la emergencia del superyó crea, acaso, el deslinde entre
"esfuerzo primordial de desalojo" [Urverdrangung] y "esfuerzo
de dar caza". Como quiera que fuese, los primeros -muy intensos- estallidos de angustia se producen antes de la diferenciación del superyó. Es enteramente verosímil que factores
cuantitativos como la intensidad hipertrófica de la excitac~ón y
170
la ruptura de la protección antiestímulo constituyan las ocasiones inmediatas de las represiones primordiales». 5
En Realidad y juego, Winnicott plantea el carácter de su
descubrimiento acerca del objeto transicional marcando laparadoja que este implica. No se trata del osito o del trozo de tela
que usa el bebé, se trata de un espacio afuera-adentro, una zona intermedia de experiencia entre el pulgar y el osito, entre el
erotismo oral y la verdadera relación de objeto -Bntendida esta como reconocimiento de una deuda, de un no-yo externo-.
«Estudio, pues, la sustancia de la ilusión, lo que se permite al
niño y lo que en la vida adulta es inherente al arte y la religión,
pero que se convierte en el sello de la locura cuando un adulto
exige demasiado de la credulidad de los demás cuando los
obliga a aceptar una ilusión que no les es propia ... Mi enfoque
tiene que ver con la primera posesión, y con la zona intermedia
entre lo subjetivo y lo que se percibe en forma objetiva». 6
Winnicott ubica una zona intermedia de ilusión entre la
madre y el niño que luego será ocupada por el objeto transicional; esta zona de ilusión es el efecto de la capacidad materna de
adaptarse a las necesidades del bebé. Se trata de la constitución de una zona intermedia de experiencia generada en los intercambios establecidos en el vínculo intersubjetivo que opera
los primeros cuidados infantiles.
La propuesta es importante, intenta introducir el espacio
del vínculo intersubjetivo en la constitución de toda subjetividad, a la vez que dar cuenta del recubrimiento imaginario con
el cual la cultura instaura las condiciones del adentro-afuera
en el marco de la relación madre-hijo. Sin embargo, en mi opinión, Winnicott queda apresado en una cuestión teórica no elucidada por la escuela inglesa: la reducción del vínculo materno
al plano de la autoconservación, el no desgajamiento inicial de
la sexualidad en la constitución del psiquismo.
¿Cómo podríamos definir a la madre suficientemente buena? Generalmente, es sólo apres-coup como los psicoanalistas
de niños nos formulamos una respuesta posible. Al encontrarnos con un niño medianamente neurótico decimos: «He aquí la
función materna lograda». A partir de ello reconstruimos las vicisitudes de un vínculo. Tal vez esta es la herencia que el psicoanálisis de adultos nos ha legado; reaparece a través de formulaciones diversas, tanto de la escuela inglesa, como de las pro5
!bid., vol. XX, 1979, pág. 90.
W. Winni cott, R ealidad y juego, Buenos Aires: Granica, pág. 19.
6 D.
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puestas ofrecidas por cierto estructuralismo lacaniano. Si nos
hallamos frente a un fracaso en la constitución psíquica las hipótesis --en muchos casos- son tautológicas: una psicosis infantil puede ser puesta en la cuenta tanto del fracaso de la metáfora paterna y su forclusión por parte de la madre, como de la
incapacidad del niño para acceder a la posición depresiva, debido al monto de envidia constitucional que determinó el instinto de muerte originario. Reconstrucción del pasado no es
equivalente, en nuestra opinión, a determinismo, ni biologizante ni estructuralista. Reconstrucción del pasado es análisis
de los movimientos históricos que dan cuenta de los pasajes de
las estructuras previas a las actuales, con las cuales nos topamos. En esta misma medida es que el psicoanálisis de niños podrá establecer prospectivas diagnósticas que le permitan prevenir patologías futuras. En él, como punto de articulación pnvilegiado, nos encontramos jugados en el mismo movimiento
que, a la vez que resignifica el pasado, aborda la constitución
de la estructura futura. La prospectiva siempre forma parte de
las miras de un psicoanálisis de niños. De ahí la necesidad de
tener en cuenta las condiciones peculiares de constitución del
psiquismo infantil, para poder operar en esta dirección.
Por ello, volviendo al comienzo con el cual introduje la primera consulta de Isaac, debo señalar que me inquietó desde los
primeros momentos la situación de la escena relatada, aquella
en la cual el niño compartió con su hermano el campo de la ilusión que los abarcaba, y la relación que ello tenía con un síntoma aparecido en los meses posteriores a la llegada a México, a
saber, el hecho de que Isaac se había vuelto «mentiroso», según
sus seres cercanos.
Recordé un artículo de Frarn;oise Dolto: «Aujeu du désir les
dés sont pipés et les cartes truquées» (En el juego del deseo los
dados están cargados y las cartas marcadas). ¿Qué es un lactante?, pregunta Dolto: un presujeto que alucina un seno, preobjeto u objeto parcial. «Hablo más bien del comienzo de la vida, porque es allí donde vemos cómo obligatoriamente los dados están cargados, como digo; es decir que para conservar una
salud psicosomática, un tono psicosomático, a partir del cual
continuar viviendo fisiológicamente, el ser humano, por el hecho de estar dotado de función simbólica, interioriza el código
de su relación con el otro, se ama a sí mismo como es amado por
otro; hay en él un deseo fundamental de reencontrar en sus
percepciones algo que le recuerde la última relación de placer
con él-otro, él-su madre no hacen sino uno, por deseos acorda-
172
dos. Este encuentro es necesario para el ser humano porque en
el presujeto se estructuran de manera cohesiva inteligencia,
cuerpo, corazón y lenguaje, antes de los cinco años. Es en esta
edad temprana cuando se originan la articulación del deseo a
la función simbólica y también sus trampas.
»Algunos seres humanos a quienes les han faltado los intercambios simbólicos con el mundo interhumano, aunque hayan
sido asistidos materialmente en sus necesidades, no han podido ejercer su función simbólica en lo que hace al deseo del mundo exterior, dado que las personas nutricias que se ocupaban de
ellos no supieron iniciarlos en esto».7
Dolto recupera una idea princeps de Lacan: no es la satisfacción de la necesidad en sí misma la que genera el campo del
intercambio interhumano, sino que esta satisfacción misma
está inmersa en un mundo simbólico cuyo carácter estructura
la posibilidad de humanización del niño. El problema de las re~
laciones entre el carácter engañoso del objeto del deseo y lasatisfacción de necesidades abre una dicotomía fundamental en
la compren~ión del campo de la ilusión. Si el objeto transicional
funciona es justamente porque lo que recupera del vínculo con
la madre son restos de realidad -un olor compartido, cierta
textura-, pero se mantiene un peligroso equilibrio que da
cuenta a su vez del equilibrio psíquico del niño entre realidad y
fantasía. He visto niños muy enfermos cuyo objeto transicional
-si es que consideramos correcto mantener esta denominación- es un fragment<J directo del cuerpo materno: el camisón
de la madre, por ejemplo. En un caso de perturbación grave del
simbolismo, fui consultada respecto de un niño que no había
utilizado nunca otro objeto que no fuera el biberón, con el cual
se dormía succionando en el vacío y al cual conservaba abrazado toda la noche.
La pregunta es formulada por Lacan en el seminario de
«Las formaciones del inconsciente»: 8 supongamos que el objeto
aparezca para satisfacer la necesidad, justo en el momento
oportuno: ¿qué es lo que permitiría distinguir la realidad de la
alucinación? Si originalmente la alucinación y el deseo satisfecho son indiscernibles, cuanto más satisfactoria sea la realidad, menos constituye una prueba de realidad. Y si esto es así,
agreguemos, es porque aquella de la satisfacción y aquella de
7
F. Dolto, Au jeu du désir, París: Seuil, pág. 279.
Lacan, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires: Nueva Visión,
1970.
8 J.
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la alucinación son dos órdenes de realidades diversas. La satisfacción de necesidades es absolutamente resoluble, la alucinación se estructura a partir de la huella inalcanzable del objeto
perdido (objeto sexual desde el origen). Es en estos términos como he propuesto repensar el concepto de «voracidad» empleado
por Melanie Klein para marcar la imposibilidad radical de la
satisfacción plena.
El vínculo materno es engañoso de entrada porque en lasatisfacción de necesidad introduce el orden sexual, por el cual
humaniza al cachorro. Y Lacan produce una revolución en el
psicoanálisis contemporáneo cuando teoriza la tripartición de
los registros que, si bien no pueden de ninguna manera reemplazar a la tópica freudiana, inauguran una posibilidad de pensar las condiciones de recubrimiento de lo real, es decir, los orígenes de la humanización.
Volvamos ahora al punto del cual partimos. Si para que haya creencia tiene que haber yo, mientras que el deseo inconsciente se realiza en el modo alucinatorio, la creencia implica el
modo de pensamiento del proceso secundario, funciona con una
lógica que incluye al semejante y se diferencia en ello, tal vez,
de la convicción delirante, conforme lo señala Winnicott: pero,
¿no estamos hablando de la función misma del yo?, ¿no es el yo
un sistema de creencias con respecto al sujeto y a los vínculos
de este sujeto con el mundo? Entendida de esta forma, la creencia sería el modo fundamental con el cual la realidad se recubre, realidad dispersa y desorganizada antes de la constitución
del yo, el cual, por medio de los procesos descriptos por Freud
como de ligazón e inhibición del estímulo, constituiría no sólo
la sede de la creencia, sino que el sistema de creencias mismo
sería el yo.
Tal vez, dice Laplanche en el seminario sobre la angustia,
no hay tópica sino con relación a un yo . . . Tal vez toda tópica
está ligada a lo imaginario, es decir, a la forma en que un yo se
figura (se figure étre), se figura ser. 9 Podría también pensarse,
figura-ser, o sea, logra un espacio representacional figurativo
como un todo, como el todo. Y en nota al pie agrega: por seductora que sea, una tópica que apele a una geometría trascendente, no euclidiana, se enfrenta con la objeción de legitimidad: si
el espacio psíquico tiene su prototipo en el espacio imaginario,
el del cuerpo, ¿puede apelar, para figurarlo, a lo inimaginable?
9 J. La plan che, L'angoisse. Problématiques I, París: PUF, 1980. La ang ustia ,
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
174
Tal figuración, que aboliría las contradicciones e incoherencias
tal vez insuperables, ¿no corre el riesgo de un modo sutil de racionalización? 10
Relación yo-cuerpd y su desenvolvimiento en el espacio, instauración de este espacio determinado por las coordenadas que
se constituyen entre el cuerpo propio y el del semejante, entre
el yo y el otro, son algunos de los problemas que propongo para
su examen.
La constitución del yo debe estar sostenida en un sistema de
creencias que el semejante soporta acerca del sujeto que es el
niño en constitución. Cuando Isaac supone que el hermano tiene hambre, no hace sino reproducir la función materna constituyente del vínculo soporte de la creencia. Pero cuando, a partir del calentamiento imaginario de la leche en la hornalla apagada, ante el hermano que espera, supone que su acción puede
anular la percepción del biberón frío en el semejante, tal vez
nos encontramos en pleno terreno de la Verleugnung. Mientras
una parte de S.Í mismo realiza el ritual ilusorio en el cual el otro
cree, otra parte de sí mismo cree a su vez, y el biberón frío no
funciona como presunta prueba de realidad que posibilite la
desmentida. Al igual que en el fetichista, el ritual ha anulado,
sostenido por una teoría, la percepción puesta en juego por la
realidad.
Si Freud partió de la castración materna para analizar el
mecanismo de la Verleugnung y, en relación con ello, la escisión
del yo como movimiento concomitante en el psiquismo, tal vez
el tema al cual nos vamos aproximando tenga que ver con los
efectos intrasubjetivos de un movimiento intersubjetivo que
marca el primer momento diferenciador entre el sujeto y el
semejante.
He dejado de lado la cuestión del yo como organismo viviente, para referirme exclusivamente al yo en el sentido psicoanalítico, es decir, como una formación particular en el interior
del aparato, catectizada por la energía del mismo. Al hablar de
catectización se presenta la siguiente cuestión: ¿es el yo quien
catectiza a este aparato tomando del narcisismo originario la
fuente que lo constituye, o la catectización del yo es, por el contrario, el efecto de una transformación de la energía pulsional
en energía ligada que, una vez organizada en esta tópica particular, comienza a funcionar como contracarga del inconscien10 !bid.,
pág. 233.
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abordo la constitución de la inteligencia.)
Esta podría ser una cuestión absurdamente planteada, si
no fuera porque se ha confundido la fuente catéctica del aparato psíquico con la fuente del narcisismo originario. A ello me referiré ahora.
Señalemos el valor del aporte de Lacan respecto del esclarecimiento que implica la reubicación del yo en relación con el
narcisismo, y la apertura a que impulsa el concepto de especularidad para la comprensión de los fenómenos constitutivos del
sujeto psíquico. En el seminario nº II decía: «Toda la dialéctica
que les he dado a título de ejemplo bajo el nombre de estadio del
espejo está fundada sobre la relación entre, por un lado, un
cierto nivel de tendencias, experimentadas -digamos por ahora, en determinado momento de la vida- como desconectadas,
discordantes, fragmentadas -y de lo cual siempre resta algo-, y por otro lado, una unidad con la cual se confunde y se
empareja. Esta unidad es aquello en lo cual el sujeto se conoce
por primera vez como unidad, pero como unidad alienada, virtual. Ella no participa de los caracteres de inercia del fenómeno
consciente bajo su forma primitiva, tiene por el contrario una
relación vital, o contra-vital, con el sujeto». 11
Unidad alienada y virtual -relacionada con el esquema
óptico, con el lugar de la mirada en el campo del sujeto- posibilitadora de una unidad más constituyente que constituida,
relación contra-vital con el sujeto.
Relación contra-vital porque, como Lacan mismo propone
en El estadio del espejo: «Este momento que hace bascular decisivamente todo el saber humano en la mediatización por el deseo del otro, constituye sus objetos en una equivalencia abstracta por la concurrencia del semejante, y hace del yo [je] este
aparato para el cual todo embate instintivo constituirá un peligro, aun cuando responda a una maduración natural; y la
normalización misma de esta maduración dependerá desde entonces en el hombre de un intermediario [truchement] cultural:
como se ve al objeto sexual en el complejo de Edipo». 12
11
J. Lacan, Le séminaire, libro II: Le moi dans la théorie de Freud et dans la
technique de la psychanalyse, París: Seuil, 1978, pág. 66.
12
J. Lacan, Ecrits, op. cit., pág. 98. Dejamos la palabra francesa truchement
porque creemos que no hay una voz castellana que permita la riqueza polisémica que pone en juego en el discurso de Lacan. Truchement es a la vez intérprete, persona que habla en el lugar de otra expresando su pensamiento;
representante, porta-palabra (porte-parole), intermediario (cf. el Petit Robert).
176
Yo, órgano de desconocimiento, aparato para el cual el embate instintivo será un peligro, opuesto a aquello que perdido
para siempre sólo tocará asintóticamente el devenir del sujeto.
«La función del estadio del espejo se nos asevera entonces
como un caso particular de la función de la imago, que es la de
establecer una relación del organismo con su realidad; o, como
se ha dicho, del lnnenwelt con el Umwelt». 13
Relación con la realidad que no es inmediata, sino constituida por la interposición del semejante, de la imago constituyente del sujeto. Si esta imagen es a la vez el umbral del mundo
visible, es decir estructurante de la percepción, es debido a que
el ojo unifica un campo despedazado desde la cenestia. Es la
guestalt pregnante, constituyente del yo, la envoltura imaginaria que viene a recubrir esta fragmentación.
A partir de ello, Lacan va a denominar narcisismo originario la carga libidinal propia de este momento de constitución de
la imagen especular, y en este sentido su aporte es decisivo. Introduce una apertura al suspenso en que queda la teoría de la
constitución del yo cuando Freud plantea, en «Introducción del
narcisismo», el pasaje del autoerotismo a la libido del yo y de
ahí a la libido de objeto, por interposición de este acto único que
instaura una instancia catectizada representante del sujeto .
Sin embargo, el problema aparece (y marcamos nuestra divergencia) cuando se ubica el estadio del espejo como paradigma del primer tiempo del Edipo. En el seminario de «Las formaciones del inconsciente» dice: «.. .la metáfora paterna actúa
en sí por cuanto la primacía del falo es instaurada en el orden
de la cultura... En este primer tiempo el niño trata de identificarse con lo que es el objeto del deseo de la madre: es el deseo
del deseo de la madre y no solamente de su contacto, de sus cuidados; pero hay en la madre algo más que la satisfacción del
deseo del niño; detrás de ella se perfila todo ese orden simbólico, el falo. Por eso el niño está en una relación de espejismo: lee
la satisfacción de sus deseos en el movimiento esbozado del
·otro; no es tanto sujeto como sujetado, lo que puede engendrar
una angustia cuyos efectos hemos seguido en el pequeño Hans,
tanto más sujetado a su madre en la medida en que él encarna
su falo». 14
Podemos hacer algunas observaciones sobre esto. En primer lugar, que si el estadio del espejo viene a instaurar la ma13 !bid.,
14
pág. 96.
J. Laca n, Las formaciones del inconsciente, op. cit.
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triz simbólica en la cual el yo se constituye, su función no es la
de precipitar de la insuficiencia a la anticipación, sino la de obturar el carácter despedazante que el autoerotismo tiene en la
constitución del sujeto psíquico. Este es un aspecto en el cual
discrepamos con Lacan. El carácter fundamental del vínculo
materno en los orígenes no es, desde nuestra perspectiva, la
unificación del cuerpo infantil, sino su despedazamiento libidinal. Esto quiere decir que la constitución de las zonas erógenas, marcadas por el cuidado excitante al cual el bebé es sometido como objeto pasivo del sujeto activo que lo pulsa, introduce en el cuerpo los espacios de discordancia que marcan la
impronta de la sexualidad.
La madre, como todo sujeto psíquico, está constituida por
las confrontaciones intrasubjetivas de una escisión tópica que
le permite ver al niño como sujeto humano, o 'sea unificadamente, a la vez que introducir brutalmente esta sexualización
a la cual nos hemos referido ya en otras ocasiones y que, siguiendo a Laplanche, hemos ubicado en el marco de la teoría
traumática de la seducción originaria. El narcisismo materno
es, entonces, al igual que posteriormente el yo del niño, el obturador de la vida pulsional anárquica de los orígenes. Pero
aquello que está presente en la madre en el momento del nacimiento del hijo, no está en el hijo en el mismo momento. Esto
tiene que ver con la diferencia que pretendemos establecer con
una teoría estructuralista, desde la cual sería imposible diferenciar lo que se encuentra en la estructura, en el momento en
el cual el sujeto se ve insertado en esta, y las condiciones de
aprehensión de los elementos de ella por parte de este sujeto.
Recuperando entonces el autoerotismo originario, podríamos señalar que el narcisismo que caracteriza el estadio del espejo se basa en el desfasaje, en el recubrimiento encubridor
tanto de la carencia materna (la cual, si es resignificada, como
Freud mismo proponía en «Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal», como castración, no hace
sino resignificar todas las frustraciones libidinales previas a
las que ha sido expuesta), y que «proyecta» en el niño -para
usar una terminología adecuada propuesta por Melanie Kleinen la instauración de la oralidad y la analidad, como del polimorfismo perverso infantil que resulta del establecimiento de los
vínculos primitivos a los que el niño es sometido.
Hay otra razón teórica para plantear las cosas desde esta
perspectiva. Si el yo es un síntoma, una estructura defensiva
por excelencia, es un contrasentido ubicar el narcisismo como
178
centralmente reprimido. El yo, ¡:orno estructura privilegiada de
la contracarga del preconsciente, no puede sino formar parte
de lo que reprime (aun cuando guarde siempre los rastros de lo
reprimido, como el concepto mismo de contracarga implica). De
manera que el narcisismo no puede ser lo originario del sujeto.
Hay, sí, un narcisismo originario, como Freud postuló, que puede dar razón del narcisismo secundario y que posibilita hoy,
gracias al aporte de Lacan, ser entendido como ese momento
estructurante del yo y efecto de la circulación fálica del niño en
el interior de la estructura del Edipo, pero siempre posterior al
autoerotismo. Tenemos aquí la función libidinizante de lamadre que constituye, por un lado, la seducción inicial que instaura la sexualidad polimorfo-perversa en el niño y, por otro, desde
el narcisismo, la sexualidad ligada obturadora de este polimorfismo compartido (podríamos decir: el amor).
Reubicar el primer tiempo del Edipo propuesto por Lacan
abre así una perspectiva para la comprensión del carácter benéfico de la función materna: irrumpe brutalmente en el niño a
partir del mo.vimiento libidinizante seductor a que lo somete
con su cuidado, a la vez que brinda las posibilidades de ligazón
libidinal mediante la procuración de una imagen identificadora, tal como el estadio del espejo nos lo ha permitido entender.
Cuerpo fragmentado libidinalmente y a la vez unificación imaginaria, cuerpo del autoerotismo infantil y, en un segundo
tiempo, cuando el yo se constituya, angustia de fragmentación
a la cual el Sujeto queda sometido para siempre debido al embate constante de la pulsión sexual.
No es, pues, el soma lo que marca las líneas de escisión del
cuerpo fragmentado, sino la sexualidad anárquica de los orígenes. El yo no aparece, por lo tanto, contrapuesto en una línea
de cultura versus naturaleza, sino en el interior de la cultura
que constituye al sujeto sexuado como uno de los polos de un
conflicto enfrentado a otro. La pulsión es un producto de cultura (de la represión y la sexualidad materna pulsante) en el niño, tanto como lo es el yo narcisista instaurado constituyendo
la tópica del aparato psíquico.
Retomamos, entonces, la teoría de la especularidad como
constitutiva del narcisismo originario, ubicándola en un segundo tiempo de la constitución del aparato psíquico, relacionada con la instauración de una tópica del yo que en el movimiento que impone funda al mismo tiempo el inconsciente y
abre las posibilidades para los fantasmas del cuerpo despedazado. Pero así como hemos dicho que la transformación en lo
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contrario y la vuelta sobre sí mismo son precursores de la represión originaria, podríamos ubicar ahora la escisión del yo
como un movimiento precursor de la apertura a las identificaciones secundarias, y de la represión secundaria. ¿Y por qué sólo podrá producirse esta escisión, anterior a la constitución del
superyó, en relación con el movimiento de la castración y el reconocimiento de la diferencia anatómica de los sexos?
Proponemos la siguiente alternativa: la escisión del yo en el
proceso defensivo, con la consiguiente instauración de la "\krleugnung, no es sino la primera caída del sistema universal de
creencias que el niño posee en la primera infancia: posesión absoluta de la madre, identidad total con el semejante, premisa
universal del falo. En este sentido, sufre el mismo destino que
los mecanismos anteriormente descriptos. No desaparece lisa y
llanamente, sino que encuentra un lugar que consolida en el
sujeto psíquico -si se resuelve favorablemente- las posibilidades de la creencia y la duda que lo apartan de la convicción
delirante. Si quisiéramos retomar los tiempos del Edipo propuesto por Lacan, esta formación sería el movimiento correspondiente al segundo tiempo del Edipo, aquel en el cual la
prohibición paterna ocupa su lugar de separador del hijo de la
madre e instaura las condiciones de acceso al tercer tiempo, en
el cual se constituyen las instancias superyoicas (ideal del yo y
conciencia moral) como residuos del Edipo.
Pero, ¿qué ocurre si este pasaje no se produce? Al poco tiempo de tratamiento, Isaac llegó un día a sesión y se quedó en silencio unos minutos. Tomó su cuaderno y dibujó una carretera
al lado de un campo; en ese campo un enorme cartel sostenido
por parantes, como los que se encuentran a veces con anuncios.
En el cartel se veía un pedazo de cara: ojos, nariz, boca, ocupaban todo el espacio (dibujo 5). Dijo: «Los automovilistas se
asustan y tienen accidentes. El cartel está para cuidarlos, pero
hace desastres». Miró de nuevo su dibujo y agregó: «¿Crees que
hay algo que funciona mal en mi cabeza?, ¿crees que puedo volverme loco?». Respondí: «Tal vez sientes tu cabeza como ese
cartel: no sabes si sirve para protegerte y entender o si al empezar a andar te va a enloquecer». Repuso: «Puede ser por eso
que no puedo pensar, tengo miedo de que piense sola y se vaya
a otro lado». «¿A dónde?», pregunté. Isaac: «A veces siento que
llevo a otro igual a mí esposado a mi lado. No puedo soltarlo ...
algo se rompe». Agregué: «Es como si tuvieras miedo de perderte afuera de ti mismo. Como si tuvieras que transformar tu piel
en coraza para conservar un límite». Isaac: «Me da miedo que-
180
darme adentro mío. ¿Volverme loco es no poder escuchar?
Cuando la maestra pide algo no la oigo. Después, cuando me
pregunta por qué no lo hice me da miedo, miedo porque no OÍ».
Interpreté: «Conmigo tal vez pase lo mismo. Necesitas oírme
para entender, para no quedar encerrado, pero temes perderte,
no saber quién soy yo y quién eres tú ... como esposarte a mÍ».
En ese momento le pedí que pusiera su mano con el dorso
hacia arriba. La toqué con mi dedo. Dije: «Mi dedo está más frío
que tu mano, ¿puedes sentirlo?». «SÍ» -respondió--. Agregué:
«Lo sientes porque con tu mano sientes mi dedo, sientes lo que
pasa afuera, estás en contacto con mi dedo, pero lo haces con tu
mano, desde adentro tuyo». «¿Quieres decir que mi piel es mi
límite?», preguntó. Respondí: «Tu piel y tu cabeza, con la cual
estás pensando que estás conmigo, pero sabiendo que yo toco tu
mano con mi dedo sin que mi dedo sea parte de tu mano». «Mi
cabeza -dijo- es como el aparato de electricidad que construí.
Tal vez por eso no puedo conectarlo. Tengo miedo de que funcione, tal vez los cables estén enredados como mi cabeza... ».
En la representación del otro que va encadenado a sí mismo, Isaac me presenta la constitución del doble imaginario. Sin
embargo, a diferencia del psicótico, el doble no es alucinado, sino sentido como una parte de sí mismo. Cuando miente busca
en el otro la corroboración de la creencia que estructura, sin
embargo, intrasubjetivamente. Por eso las dos escenas quemotivaron mi pregunta inicial pueden encontrar una respuesta a
través de esta hipótesis: no se trata de dos escenas diversas en
el tiempo, como el recuerdo histérico pone en juego, sino de una
modalidad estructural que indica que en una misma instancia
coexisten dos modos de funcionamiento. Como dijimos, se refracta la imagen despedazada que se constituye al mismo tiempo en otro lugar sin que la primera alcance a estar reprimida.
Podríamos graficar así la tópica con que nos enfrentamos:
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Fractura en la rep. originaria
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A partir de la historia del paciente podemos encontrar algunos elementos para entender por qué no se ha producido el pasaje que permitiera consolidar las instancias superyoicas, al
mismo tiempo que el niño quedó sometido a un movimiento de
no resolución del narcisismo originario y de esta manera -paradójicamente- el yo no encontró un lugar definitivo en la tópica de su aparato psíquico. Durante los primeros tiempos de
su vida --desde aproximadamente el año hasta los tres añosel padre estuvo ausente por causa del servicio militar, lo cual
había permitido a Isaac permanecer solo con la madre, quien,
por otra parte, sentía que ambos se pertenecían absolutamente. Había hecho un desarrollo precozmente maduro -tal
vez seudomaduro- con adquisiciones muy tempranas y una
necesidad permanentemente estimulada de crecimiento acelerado. Al año de volver el padre, cuando la madre se embarazó
del más pequeño, Isaac asumió de entrada el rol paterno, colaboró en todo lo que pudo y se hizo cargo, a partir del nacimiento, de cuidados no correspondientes para su edad. No manifestó celos en ningún momento, y su actitud responsable conmovía profundamente a los adultos que lo rodeaban, ya que era un
niño inteligente que «sabía darse un lugar». Tal vez este sea el
origen de todo: el lugar que se dio no fue nunca un lugar para sí
mismo, y lo que podrían ser identificaciones, en apariencia, secundarias, no dejaron nunca de ser primarias y masivas, sin
que hubiera pasado por los conflictos de rivalidad y celos edípicos propios de la edad.
Creció así en una cáscara, un interior desgarrado encapsulado en una envoltura rigidizada, que hizo eclosión cuando, en
el momento de su migración, se produjo un retorno del pasado
sobre el presente y las pérdidas precoces revivieron. Actuó así
ambos aspectos de su estructura en lo manifiesto: el encapsulamiento del interior se convirtió en encapsulamiento global hacia el mundo, y las breves conexiones establecidas con el exterior tomaron el carácter querulante y explosivo que en sus desbordes de angustia propiciaban el pasaje al acto inmediato.
Envuelto en una piel que le quedaba grande, los techos al. tos simbolizaban para él la marca de su pequeñez y el riesgo de
la locura. Si la tópica que hemos dibujado se caracteriza por
una zona de fractura de la represión originaria y, a partir de
ello, con lo real, Isaac había estado protegido en el interior de sí
mismo durante años.
Es posible que el caso clínico que describimos y del cual sacamos las conclusiones teóricas que nos parecen pertinentes
182
pueda ser pensado en relación con una entidad psicopatológica
descripta por Masud Khan en el coloquio de psicoanalistas de
lengua inglesa realizado en Londres en 1970. 15 En él este
autor aludía a una estructura en la cual el yo del niño ha creado una organización intrapsíquica de la misma naturaleza que
la neurosis infantil, que es una falsa organización del sel{, y
que, en consecuencia, lo llevará a organizar un modo de vida
clivado y rígido y a una utilización defensiva de los instintos
pregenitales, al mismo tiempo que a un funcionamiento mental arcaico. El yo del niño --dice Masud Khan- ha dominado,
prematura y precozmente, los traumatismos de la primera
infancia mediante la omnipotencia, creando esta estructura
que es el falso sel{.
«En mi experiencia clínica -agrega- he comprobado que,
en esos casos de estructuración rígida, prematurada de objetos
primarios internalizados y fantasmas, hay una actitud negativa respecto de toda experiencia o relación de objeto nueva. De
tal manera que en el curso de la adolescencia estas personas
realizan poca.s experiencias que las abran o las enriquezcan, y
viven en un mundo cerrado o irreal, de su propia fabricación .
Lo que las aliena, no sólo de los otros, sino de sí mismas». 16
Desde nuestro punto de vista, la omnipotencia mediante la
cual el niño domina los traumatismos de la primera infancia no
es, sin embargo, patrimonio de las estructuras que desembocan en la constitución de un seudo sel{. Sí es característica de
un momento de la constitución del yo narcisista, y sólo se repliega a partir de la instauración del superyó. De ahí que en la
hipótesis que estamos desarrollando propongamos que al clivaje originario que organiza dos campos -el del ello y el del yo, o
el del inconsciente y el preconsciente-, deba luego seguirse la
constitución de las instancias ideales para que el yo encuentre
una posición intrapsíquica definitiva. Si esto no ocurre el peligro es inminente, debido a que el embate pulsional lo acosa permanentemente y las instancias protectoras que deberían ponerse al servicio de la defensa no pueden ejercer su función y,
paradójicamente, ese yo narcisista omnipotente queda sumergido en su propia fragilidad para hacerle frente. En el caso de
nuestro paciente, el encapsulamiento que Masud Khan describiría como patrimonio del seudo sel{ no es sino una medida
15 M. Khan, «La névrose infantile fausse organisation du se}f,., en La psychiatrie de l'enfant, vol. 15, 1972.
16 !bid., pág. 33.
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protectora extrema frente a los peligros de desintegración
constante al cual se halla expuesto.
Por supuesto, no compartimos la propuesta teórica de un
seudo sel{ como una formación opuesta a un sel{ verdadero, pero nos parece que la posibilidad de estructuración de una
instancia definida por su posición tópica entre el ello y el superyó es garantía de la neurosis infantil; en ello radica la diferencia entre la permanencia del moi y las posibilidades de variación en el plano del discurso, aquello que Lacan ha llamado je.
Las variaciones de los enunciados acerca del sujeto sólo son posibles en la medida en que esta enunciación no ponga en riesgo
de naufragio al yo (moi). De ahí que el yo (je), tal como se nos
presenta en la experiencia psicoanalítica, debe ser considerado
como lo que es: fragmentos de discurso que el sujeto emite acerca de sí mismo, pero que en su desmantelamiento y correlación
simbólica permiten la permanencia de un núcleo estable que
marca un lugar intrapsíquico representacional de la totalidad
imaginaria que constituye .
El yo (moi), entonces, imaginario, alienado, especularmente
constituido, es no sólo una matriz simbólica, sino también la
garantía de permanencia en la neurosis mientras el inconsciente se devela.
184
8. Del lado de la madre
En el interior de ese verdadero baquet -feliz imagen que
ha encontrado Laplanche para denominar al campo analítico- la centrifugación del discurso produce un precipitado, de
que el amor y el odio impregnan todos sus movimientos. En tal
sentido, el psicoanálisis es siempre psicoanálisis del niño que el
adulto sostiene en el diván. La transferencia no es sólo un espacio donde se recrean imagos infantiles; también es un lugar
de surgimiento de nuevas posibilidades. Nunca un vínculo ha
ofrecido al sujeto la oportunidad de «decir todo»; nunca ha sido
escuchado más atentamente por nadie. Paradoja del psicoanálisis: un lugar donde sólo ocuparse de sí mismo, y un lugar donde se descubre, a la vez, que ese sí mismo es otros. Un lugar
donde el tiempo está estrictamente pautado y, sin embargo, un
lugar donde se recrean todos los tiempos. Un verdaderoAleph,
usando la imagen borgiana, punto del infinito donde se organizan todos los espacios, todos los tiempos.
En ese lugar, entrecruzamiento de todos los tiempos y todos
los espacios, las madres de nuestros pacientes acuden a consulta. Más allá de su distancia protectora o de su simpatía temerosa iniciales, la angustia sostiene siempre el tono de un primer
encuentro. La acogida benevolente permite que el discurso se
derrame en el consultorio y el diálogo analítico establezca el
puente que posibilite restituir los nexos perdidos.
En ese punto, articulación de la historia de la madre en tanto hija y de la instauración de una estructura en la cual se generan nuevas reservas libidinales, Helena, de 27 años, comienza un tratamiento psicoanalítico hablándome de las dificultades para criar a su primera hija.
«Cuando nació Margarita, mi marido traía a su hija a casa
los fines de semana y yo no podía soportarlo ... Ya durante el
embarazo sentí que mi marido se iba convirtiendo en alguien
hostil, sentía que quería adueñarse de mi cuerpo y de mi persona ... que él se creía con derecho a decidir el momento y la situación de parto, el dónde y el cómo. Yo quería hacer mi voluntad, no permitir que él participara. No entiendo cómo puedo ser
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tan contradictoria, siento que la niña es exclusivamente mía, y
por otro lado siento que Esteban es el único responsable de mi
maternidad. Es gracioso: cuando de niños nos portábamos
bien, mi padre decía "mis hijos hicieron esto o lo otro"; cuando
nos portábamos mal, le decía a mi madre "tus hijos han hecho
esto o lo otro . ..".Es como si Margarita me devolviera una imagen tan completa, tan perfecta de mí misma, que no soporto
verla mala ... Mi madre siempre estuvo ausente, aunque físicamente presente; estaba en la casa, pero tocando el piano o leyendo; siempre ha sido ambivalente, incluso con mi hija. Le hace saquitos tejidos, pero siempre le quedan grandes o chicos, le
pone sólo dos botones cuando necesitan cuatro, la carga en brazos, pero mal, al punto que acabo por no dársela. Mi padre es
más honesto, se niega a ver a la niña, pero abiertamente; dice
que a él "los bebés le dan miedo porque se pueden romper, porque son frágiles, lo horrorizan ... ".A mí me parece bien que lo
diga así, al menos es sincero, pone sus conflictos por delante, no
le hace sentir a uno que sea problema de uno . ..
»Oiga, ¿usted no será de esos analistas que no hablan, no?»
(como si temiera que la deje sola nuevamente, con sus cosas, como la madre, y esté sólo físicamente acompañándola).
Tres días más tarde: «Es como si el tiempo no existiera . . .
cuando me separo de alguien ya no existe . .. Pensaba en Margarita, ella no tiene noción del tiempo, entonces no sabe si voy
a volver... Creo que no existe alguien cuando no está. El viernes tuve miedo de que terminara la sesión. Ayer volví y la vi llorando ... cuando la levanté no me miraba ... estaba con la mirada perdida... creo que es como si cuando yo la dejo desapareciera... La besé y la besé ... necesitaba que me sintiera ahí. ..
Tenía miedo de que me odie. Siempre sentí a mi mamá ausente. Desde que tengo memoria, porque no recuerdo a mamá
cuando yo era chica, no me la puedo imaginar. Mi mamá no
quería estar en México cuando nació Margarita. No quería tener ninguna obligación de estar conmigo. Para mi mamá es como si Margarita todavía no estuviera. El otro día pensé que
mamá nunca deseó tener un hijo ... pensé que no debía pensar
· así, en bloque. Como que siempre me quiero unir a mis hermanos para no sentir feo ... pero no puedo profundizar. Ella fue
así conmigo... ».
En la sesión siguiente: «Siento que no tengo nada que decir... Como si la última vez que vine hubiera sido hace años ...
me siento como muy alejada de usted, como si usted fuera cualquier gente». (Lo mismo que teme que se produzca en la hija:
me desconoce, me odia evitando sentir el dolor de separarse.)
«Sí, a veces me ha sucedido que conozco a alguien y se da una
buena relación y después me retraigo y me alejo totalmente .. .
Siento como que es la primera vez que la veo» (como otra, como
ajena a sí misma), «la veo con mucha indiferencia... Es como
una manera de adelantarme, siempre siento que los demás me
pueden abandonar. Es como si en una relación, al romperse
una cierta distancia que me conviene, el otro se convirtiera en
alguien peligroso. Y usted es una mujer mayor, las mujeres mayores son peligrosas ... Lo que siento con Margarita es que ella
no me va a abandonar a mí. El problema es la demasiada cercanía ... pero con usted el miedo es que me abandone a mí ... Usted es adulta y ella es niña, usted es más peligrosa que ella.
Con mi otro analista me hablaba de tú. Con usted no es que no
sienta confianza, es algo raro lo que siento aquí -se señala el
pecho-. Siempre me llamó la atención que mi papá habla de
"usted" a los amigos, mi papá no puede hablar de tú». (El tú
aparece como una forma de cercanía y anulación de las diferencias. Sólo hay una madre cercana cuando esta madre es parte
de ella, cuando no hay separación entre ella y el otro, separación temida que remite al padre como símbolo de toda separación. La distancia entre una sesión y otra es una forma de ruptura de la simbiosis imaginaria en la cual está instalada conmigo. Yo soy peligrosa cuando soy ajena, diferente, adulta.)
Sesión siguiente: «Tengo la sensación de ser un barril sin
fondo que no es posible llenar. Estaba pensando que Margarita
ya empieza a prescindir de mí y el pecho ya no es tan importante ... Yo como compulsivamente, quisiera encontrar tranquilidad en la comida ... Como si me pasara como a Margarita, el
pecho ya es sólo un tranquilizante para ella, ya puede vivir sin
el pecho, y yo no puedo encontrar otra forma de gratificación . ..
nada puede calmarme ... » (largo silencio). «Es como que todo
se refiere a mi relación con mamá ... como que no sé si me sentía cuando era pequeña como me siento ahora ... como que cada vez siento que Margarita tiene menos que ver en todo esto ... Estoy mareada, como si me alejara, siento necesidad de
girar y alejarme ... algo me jala hacia allá, hacia la calle. Me
siento peor de que Margarita no tenga nada que ver. Todo el
problema es mío ... ¡Ay! ya pasó. Las cosas pasan a través de
mí y permanezco vacía». (Tampoco mis interpretaciones le sirven, vienen de un pecho extraño, de una madre ajena.) «Ahora
la comida pasa a través de mí, pero no me llena. Es como si
fuera una silueta, sin nada adentro ... y ahora me siento chi-
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quita, chiquita, como si el diván fuera muy grande. Mis manos
son muy grandes y mis brazos chiquitos y delgados. Como si no
estuviera aquí ... Manos de mi mamá, con las manos se agarra,
pero me imagino las manos como inactivas, casi muertas, siento náuseas. Mi mamá nunca ha resistido el contacto afectivo,
nos tenía prohibido tocarle la cara . .. Yo quisiera haber sido como Margarita, poder tocar. Hubiera querido tener una mamá
que se dejara tocar, y que me tocara ... Es que mamá era como
un muerto ... tan fría ... nada le importaba. Pensé que la odio,
y pensé que a la noche ella tocaba el piano, a la hora que nos
acostábamos, y a mí me emocionaba tanto oírla tocar y todavía
me emociona ... Era una forma de dejarme acariciar por las notas ... Las notas eran parte de sus manos, y yo quería que me
acariciaran. Pero yo prefería que tocara, era una forma de recibirla. Si no, no había nada. Esas notas eran como una forma de
recibir sus caricias. (Sollozando.) Y es curioso, pero mi mamá
ya no toca el piano. Desde que se fueron sus hijos, ya no toca el
piano. Tal vez ya no lo necesita ... ni nosotros tampoco. Es curioso que no tenga recuerdos de mi madre, pero sí la recuerdo
tocando el piano». (Por eso mis interpretaciones no le sirven,
mis palabras son como las notas del piano, son el único contacto que recibe de mí, pero a la vez son un separador, un ruido,
una música que llena el vacío dejándola en una soledad cada
vez mayor.)
«Yo la veo a usted muy parecida a mi madre ... No sé, usted
no se parece en nada ... me imagino que fuma y toma café y no
desayuna, que es una forma de no estar presente... y también
siento que tengo miedo a que esa distancia se pierda, porque es
como si yo sintiera en el fondo que o nos separamos definitivamente o yo desaparezco, entonces siento la distancia, pero prefiero que siempre exista . . .».
Las manos constituyen el único contacto corporal que Helena y yo tenemos. Cuando llega, cuando se despide, nos damos
la mano. Las manos de la madre la han cambiado en los primeros tiempos, la han sostenido, y ella las recrea en su propio
cuerpo; manos desprendidas del otro, objetos con los cuales se
:tia tomado a sí misma como objeto autoerótico. El tratamiento
se prolonga seis meses más. Helena ha dejado de oír mis interpretaciones como una música que llena el espacio -separadora y unifican te a la vez- para comenzar a usarlas como manos
adheridas a sus propios brazos infantiles. Del mismo modo que
el niño que se lleva a la boca la cuchara con sus propias manos,
para evitar que llegue desde el otro, ajena, ella retoma mis pa-
188
labras como manos con las cuales anula la existencia del semejante. Las reengolfa en su cuerpo, evita el peligro y la amenaza
de quedar sometida a mis cuidados maternos. En ese proceso
puede, también, disminuir su vacío, comenzar a desprenderse
de esa hija por la cual, si no es plenamente amada, será plenamente odiada.
Al cabo de esos seis meses interrumpe bruscamente el análisis; su marido ha conseguido trabajo en otra ciudad y han decidido trasladarse allí. Antes de ello ha logrado destetar a su hija, de diez meses, y empezar a trabajar aceptando ser ayudada
por una niñera en el cuidado de la niña. La despedida es brusca; me anuncia la decisión en una sesión y viene a la siguiente
a pagarme y despedirse.
Un año y medio después llama para retomar su análisis. Teme que yo no la acepte. Siente que puedo ser vengativa y cobrarme su abandono; está embarazada nuevamente y Margarita, de dos años y meses, tiene un desarrollo armónico, que
teme se fracture con el nacimiento del nuevo hijo. Sabe que este es un probl~ma de ella, pero necesita mi ayuda para poder
tener y amar al nuevo niño. Dice: «El tratamiento anterior con
usted me ayudó, yo sé que las dificultades son cosas que pasan
por mi cabeza, ¿aceptaría tratarme nuevamente?». Comienza
una segunda etapa en la cual Helena parece haber comenzado
a sedimentar y reparar, a través de sus logros en la relación con
Margarita, el vínculo fallido con la madre.
Un día, luego de unas vacaciones que han marcado una
separación más larga de lo habitual entre una sesión y otra,
trae un sueño. Es una monja vestida de rojo y negro. No se
puede saber si es monja o prostituta. «Para mi madre -dice--,
la sexualidad siempre fue pecado. Siempre dijo "tu padre es un
bruto", y yo pensé siempre "yo no soy hija deseada porque mi
madre no deseó a mi padre". Ella no toleraba nada relativo al
sexo. Por ejemplo, cuando se enteraba de que una película
tenía una escena erótica decía: "Eso es una porquería, es como
cagar en público" .. . El otro día pasé por la puerta de su casa
mientras usted no estaba. Me preguntaba qué estaría haciendo ... ». (¿Hay alguna relación entre esa puerta cerrada y lo
que me cuenta de la sexualidad y su madre?) «Bueno, cuando
éramos chicos yo no aguantaba la puerta de la recámara cerrada ... tenía miedo de que mi padre le hiciera algo horrible ...
Tal vez me molestaba que después de decir que mi padre era un
bruto se encerrara con él. .. tuviera secretos. Yo no voy a tener
secretos con Margarita... fíjese, y le quería consultar, hasta he
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pensado que esté.presente en el parto ... yo he deseado tener el
parto en casa y pensé que es mejor que Margarita lo vea, es algo natural. .. ». Tal como su madre ha hecho, Helena pretende
usar una parte de la verdad para engañar a su hija. Al intentar
mostrar «la naturalidad del parto», además de que vuelve a indiscriminarse confundiendo la realidad de su hija con su propia realidad de mujer adulta, haciendo tabla rasa con las diferencias -que implican a su vez diversas realidades- oculta lo
fundamental: que si un hijo es un producto «natural» en su carácter biológico, es al mismo tiempo producto de un deseo que
subyace en el embarazo. De esta manera, ella usa una parte de
«la realidad» con el fin de ocultar aquella otra realidad que es la
que verdaderamente la perturba.
Pero el atrapamiento a que queda sometida, esta verdadera
dialéctica del amo y el esclavo de la cual se ha hablado tanto en
los últimos años en el psicoanálisis para referirse a la relación
madre-hijo, no es del orden intersubjetivo. Si se manifiesta intersubjetivamente, si se juega en el plano del vínculo con la hija, es porque extrae su fuerza del carácter intrasubjetivo de las
imagos inconscientes con las cuales sus propios objetos libidinales originarios se han instaurado. Helena no reproduce una
simbiosis vivida con su madre en su infancia ; restituye, mediante un vínculo simbiótico, los aspectos fallidos en las relaciones originarias con aquella madre distante que su propia
historia le ha deparado.
Si expongo en su desgarramiento los fragmentos de estas
sesiones extraídos del proceso de la cura de una joven que,
cuando me consultó demandando un análisis, estaba en vías de
establecer una simbiosis patológica con su hija de cuatro meses, es porque frecuentemente, tanto en los textos, como en los
informes clínicos de colegas, encuentro el problema de la simbiosis patológica reducido a una explicación estructural vacía
de contenidos específicos, en la cual el concepto de madre fálica, definido por la imposibilidad de esta de acceder a la castración, se convierte más en un adjetivo peyorativo y en una coartada que encubre la imposibilidad del analista de niños de en. contrar las determinaciones para esa estructura, que en una
verdadera categoría explicativa.
Se ha hablado mucho, en estos años, de la función paterna
como imposible; se ha remitido -retomando la teoría freudiana de la castración- el deseo de hijo de la madre a su deseo de
pene, y a partir de ello se ha reubicado correctamente el carácter antinatural del vínculo materno. La categoría de «madre fá-
190
lica» ha sido reemplazada en el centro del psicoanálisis de niños y de ella derivan, a veces con cierto grado de cientificidad, a
veces simplemente como prejuicio de los analistas, los logros o
fracasos de la constitución infantil.
Sin embargo, las fórmulas también operan en los analistas
como modos de control de la angustia de desconocimiento; se
intenta aprehender el objeto a través de un rellenamiento de
todas las aberturas que la ignorancia deja abiertas. «Simbiótica -se dice- es la madre que ha forcluido el Nombre del Padre». «La simbiosis deviene --escuchamos con frecuencia- de
la imposibilidad de la madre de triangular las relaciones del
Edipo por su narcisismo». Desde otra perspectiva, pero no sin
el mismo vicio de generalidad: «La madre del simbiótico es una
madre profundamente hostil; intenta reactivamente, mediante la sobreprotección, impedir que sus deseos de muerte hacia
el hijo se cumplan». Fórmulas más culpabilizantes que productoras de un conocimiento que inaugure nuevas posibilidades
clínico-teóricas en la situación simbiótica constituida. Lamadre, el deseo de muerte, el narcisismo, son así desgajados de su
contexto histórico, de sus imbricaciones en el interior de un psiquismo conflictivo signado por contradicciones, produciéndose
una anulación de las diferencias entre los diversos modos de organización simbiótica en las formas de instauración del aparato psíquico infantil y en el interior de las relaciones específicas
en que este se constituye.
El concepto de psicosis simbiótica
En 1930 -antes de que se estableciera la clasificación de
autismo infantil precoz, de Kanner-, Margaret Mahler comienza a encontrarse con casos de trastornos emocionales severos en niños cuyo cuadro clínico no encaja en las categorías
nosológicas existentes. Sin embargo, dice Mahler, estos niños
«no podían ser forzados a la categoría de organicidad que ha
servido como basurero» .1
«Gradualmente me di cuenta -dice- de que el autismo era
una defensa - una defensa psicótica- en contra de esa necesidad vital y básica del ser humano pequeño en sus primeros me1 M. Mahler, Simbiosis humana. Las vicisitudes de la individuación, México: Joaquín Mortiz, 1972, pág. 17.
191
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ses de vida: la simbiosis con una madre o con su sustituto materno ... Así fue como la teoría del origen simbiótico de la psicosis infantil tomó forma en mi mente». 2 Partiendo de h necesaria simbiosis madre-hijo, dividió la infancia en dos períodos
posibles para la estructuración de la psicosis: un primer período, correspondiente al primer año de vida, y un segundo período (de localización de la psicosis simbiótica), durante el cual
laAppersonierung de la madre (incorporación de las características de objetos externos o personas a través de un proceso de
extensión del yo), hasta ahora narcisista, ya no alcanzaba para
actuar en contra de la predisposición abrumadora de angustia
en estos niños.
Mahler llegó entonces a la siguiente conclusión: «Fue la separación emocional de la simbiosis con la madre lo que actuó
como disparo para desconectarse psicóticamehte de la realidad».3 A partir de ello intentó precisar las diferencias entre el
autismo infantil precoz y el síndrome de psicosis simbiótica.
La historia del desarrollo del niño predominantemente
simbiótico muestra -dice- una desigualdad de crecimiento y
una vulnerabilidad sorprendente del yo ante cualquier frustración menor. En su anamnesis se encuentran eviden.::ias de
reacciones extremas a los pequeños fracasos que ocurren normalmente en el período del ejercicio de las funciones yoicas
parciales; por ejemplo, estos niños abandonan la locomoción
durante varios meses porque se cayeron o se sentaron una vez
con un golpe; la quiebra aguda con la realidad es introducida
por lo que prueba ser esencialmente un pánico de separación y
de aniquilamiento, en respuesta a expresiones tan comunes como el inscribirlos en el jardín de infantes, la hospitalización
con separación física de la madre o el nacimiento de un hermano, acontecimientos que pueden servir como disparador.
En la psicosis infantil simbiótica, la representación mental
de la madre permanece o se funde regresivamente, no se separa del ser, participa en la ilusión de omnipotencia del paciente
infantil. Los niños del grupo simbiótico rara vez muestran en
forma evidente un trastorno de conducta durante el primer año
de vida, exceptuando, quizás, alteraciones del sueño. Su trastorno se torna aparente en forma gradual o súbitamente en
esas intersecciones del desarrollo de la personalidad en las
cuales la maduración del yo, por lo general, promovería la se2 !bid.,
3 !bid.,
192
págs. 18-9.
pág. 20.
paración de la madre y le permitiría al niño dominar un segmento siempre creciente de la realidad, independientement e
de aquella.
Mientras que el niño autista nunca ha catectizado libidinalmente a la madre y sus cuidados, el niño psicótico simbiótico
está fijado a ella o regresa a esa etapa de la relación en que la
representación mental de la madre está fundida con la del ser.
Mahler parte de la formulación de la Ego-psychology que
considera relación de objeto al reconocimiento por parte del
sujeto del objeto externo como diferente del yo y que implica
una superación del narcisismo primario (equiparado a lo anobjetal). Si bien ya nos hemos detenido en esto en capítulos anteriores, es necesario señalar que la fusión con la representación
materna queda colocada del lado de lo preobjetal (objetal es
para Margaret Mahler relación de amor con el objeto diferenciado del yo; si esta relación fracasa es anobjetal o preobjetal).
Sin embargo, y pese a las diferencias teóricas que nos veremos obligados a desarrollar, es de subrayar el cuidado con
que sus obseryaciones clínicas están realizadas, permitiendo el
enriquecimiento de nuestra mirada sobre los complejos fenómenos de las psicosis infantiles, a la vez que proporcionándonos una nueva herramienta de análisis al separar esta entidad, que descubre en su vasta experiencia, del conjunto de la
sintomatología psicótica dispersa, para la cual la categoría de
autismo se convierte en muchos casos, de tan general, en inoperante.
Trastornos de lenguaje tales como los descriptos en capítulos anteriores, en los cuales la concordancia verbal o el manejo
del pronombre indican que los límites del yo son borrosos, englobando a un semejante en un plural inexplicable o apelando
a un infinitivo que da cuenta de la no constitución de un sujeto
de enunciado; trastornos en la instauración del principio de
realidad que nos enfrentan a una falla en la represión originaria; problemas en la numeración o en el ejercicio de las matemáticas en general, que indican a través de la no instauración
del cero la imposibilidad de organizar el uno, del cual el yo es la
primera representación, son cuestiones que Mahler aborda en
su intento de poner en juego la categoría de simbiosis normal o
patológica, haciéndolo, sin embargo, desde una perspectiva diversa de la nuestra.
El término simbiosis es tomado prestado de la biología, en
la cual se emplea para referirse a la cercana asociación funcional de dos organismos para su ventaja mutua. A partir de ello,
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pese al matiz que la autora intentó introducir, ubicando una
desigualdad entre los términos -para el infante la dependencia es absoluta, para la madre es relativa-, ambos quedan situados en el mismo plano: el de la autoconservación, y definidos por las funciones vitales que ligan al infante a su madre.
Dice: «La vigilia del recién nacido se centra alrededor de sus intentos continuos para alcanzar la homeostasis. El efecto de los
menesteres de la madre para reducir las molestias de la necesidad-hambre no puede ser aislado, ni puede ser diferenciado
por el pequeño infante de sus propios intentos de reducción de
tensión, tales como orinar, defecar, toser, estornudar, escupir,
regurgitar, vomitar y todas las formas en que un infante trata
de desembarazarse de una tensión desagradable. El efecto de
estos fenómenos expulsivos, así como la gratificación alcanzada por los menesteres de su madre, ayudan al infante, con el
tiempo, a diferenciar entre una cualidad de experiencia "placentera" y ''buena" y una cualidad "dolorosa" y "mala"». 4
No insistiré en este momento acerca de las diferencias, ya
planteadas, entre una concepción del agente materno como
reductor de tensiones y la vertiente en que nos hemos colocado
a lo largo de nuestra investigación: madre como agente excitante, pulsante de la sexualidad en el hijo. Madre -que en un
segundo tiempo de la organización del psiquismo- brinda al
hijo una imagen de sí constitutiva del yo, definida esta imagen
en función de amor a sí mismo, de narcisismo e identificación.
La reducción del vínculo madre-hijo al plano de la autoconservación es concordante con una concepción del yo organismo, yo
percepción-conciencia, regulador de necesidades: «A través de
la facultad perceptiva innata y autónoma del yo primitivo
(Hartmann), ocurren trazos de depósito de memoria de dos
cualidades primordiales de los estímulos. Siguiendo la hipótesis, estos son catectizados con una energía impulsiva primordial indiferenciada ( .. .). Del segundo mes en adelante, el conocimiento confuso del objeto satisfactor marca el principio de la
fase de la simbiosis normal, en la cual el infante se comporta y
funciona como si él y su madre fueran un sistema omnipotente:
· una unidad dual dentro de un límite común». 5
Se deberá pasar entonces, según Mahler, por un proceso
madurativo, del plano de la función al plano de la representación, a partir de engramas de memoria innatos presentes en el
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5 !bid.
194
pág. 25.
yo primitivo, y es en este punto donde el descubrimiento de esta autora quedará limitado a lo puramente descriptivo, en la
medida en que las fuerzas que definen los movimientos de este
pasaje son endógenas y a partir de ello el éxito o el fracaso estarán condicionados constitucionalmente.
Un proceso madurativo regido por leyes del desarrollo no da
lugar más que a una descripción del movimiento natural que lo
constituye. No hay hipótesis explicativa en juego, las explicaciones devienen tautológicas. Por ejemplo: «En la psicosis infantil, la relación simbiótica, o está muy gravemente distorsionada o está ausente; esto es lo que representa, a mi manera de
ver, el trastorno central en la psicosis adulta, así como en la infantil y en la de la adolescencia. Por tanto el trastorno central
en la psicosis infantil es una deficiencia o un defecto en la utilización intrapsíquica por parte del niño de la compañera materna, durante la fase simbiótica y su subsecuente inhabilidad
para internalizar la representación del objeto materno para su
polarización(. .. ) la individuación defectuosa o ausente se encuentra en el e.entro de la psicosis infantil».6
Decíamos que la causalidad deviene tautológica, dado que
es imposible explicar, sin apelar a la hipótesis freudiana de la
castración femenina y de la constitución de las equivalencias
heces-pene-regalo-dinero-niño, qué es lo que impulsa a la madre a establecer esta «dependencia» que Mahler señala respecto del hijo. Si nos mantenemos en los límites de la autoconservación, en los límites del cuerpo biológico, si reducimos la función materna a agente materno, para usar la terminología que
ella propone, es imposible capturar los desplazamientos simbólicos que este vínculo soporta, al dejar fuera aquello que lo
determina: su carácter sexual, específicamente humano.
El segundo problema teórico con que nos enfrentamos al
leer los textos de Mahler se relaciona con su concepción del narcisismo. Partiendo de un sujeto mónada, cerrado en sí mismo,
imposibilitado de reconocer al agente satisfactor, el narcisismo
primario es considerado como una etapa omnipotente del ser,
que regiría las primeras semanas de vida. El concepto de narcisismo queda entonces equiparado al de autismo normal (intento que, como otros autores hacen frecuentemente -Tustin, por
ejemplo-, 7 pretende recuperar la clasificación psiquiátrica
para marcar su vigencia no patológica en los orígenes de la vipág. 52.
F. Tustin, Autism.e et psychose de l'enfant, París: Seuil, 1977.
6 !bid.'
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da). Definido el narcisismo por el contacto o no contacto con la
realidad, es imposible ubicar la estructura metapsicológica que
lo sostiene.
En su seminario sobre la castración, Laplanche dice: «Evidentemente, no se puede definir (el narcisismo) tan generalmente como una relación de sí consigo mismo. Pero de hecho,
en la teoría psicoanalítica, encontramos dos interpretaciones
posibles (que por otra parte no son absolutamente contradictorias, salvo si se admite cada una de ellas a la letra, sin interpretaciones). Por una parte, el narcisismo es concebido como una
especie de estado anobjetal, monádico, sin mediación, un sujeto
cerrado sobre sí mismo sin relación con el mundo exterior; estado evidentemente hipotético, si se supone que el niño ha comenzado a encontrarse en este estado desde su nacimiento ya
que, por definición, no podríamos saber nada acerca de ello. Por
otra parte, en la otra interpretación, más próxima al origen
mismo de la noción, el narcisismo es una relación de sí mismo a
sí mismo por intermediación de cierta imagen de sí: es esto precisamente lo que indica el mito de Narciso mirándose en el
agua. El narcisismo, si se parte de la idea de una relación a la
imagen de sí, implica además una noción de totalización(. .. ).
Aquí, uno se remite a lo que se designa como constitutivo del yo
y que es el fruto de experiencias complejas. Lacan aportó en tal
sentido la noción de "estadio del espejo'', que es ejemplar respecto de que esta relación se establece verdaderamente con la
imagen del otro, y de que acelera y propulsa la tendencia a una
unificación del sujeto con su propia imagen. Pero existen otras
experiencias que desembocan en esta totalización, especialmente todas aquellas de investimiento del límite corporal». 8
Hoy, en muchos autores, esta oposición sujeto-objeto en que
queda sumergido el yo reemplaza la vieja concepción del alma
por aquella de organismo, pero no deja por esto de jugar en la
misma perspectiva. Tanto en la concepción de un yo (cognitivo)
enfrentado a un objeto (de conocimiento), como de un yo (organismo) enfrentado a un medio (satisfactor de necesidades), lo
escamoteado es la libido, y la sexualidad queda fuera del cam·po de constitución del sujeto.
En la teoría en que Mahler se sostiene, el narcisismo es entonces una suerte de circuito cerrado, de mónada autosuficien8 J. Laplanche, Castration. Symbolisations. Problématiques JI, París: PUF,
1980, pág. 62. Castración. Simbolizaciones, Buenos Aires: Amorrortu editores,
1988.
196
te, en la cual no puede hablarse de objeto en tanto el sujeto aparece circunscripto a sí mismo, desconociendo al objeto satisfactor de la necesidad.
Veamos uno de los problemas mayores que ello nos plantea.
En psicoanálisis no se puede definir una entidad psicopatológica sino desde el plano del conflicto: conflicto pulsional, conflicto
tópico; desde cualquier perspectiva en que lo veamos, el conflicto será el tema central alrededor del cual se juega tanto el
funcionamiento normal como el funcionamiento patológico del
sujeto psíquico.
La ubicación de los polos, o términos del conflicto, determina la aproximación teórico-clínica con que la situación será definida. ¿En qué términos propone Mahler la comprensión de la
entidad que describe?: «En los niños psicóticos la quiebra de las
funciones básicas del yo -de todas o muchas de ellas- puede
atribuirse a cualquiera de las siguientes condiciones: l)la inhabilidad del yo de crear la imagen intrapsíquica relativamente compleja del objeto simbiótico humano; 2) la pérdida de una
representación .mental precaria del objeto simbiótico que, debido a que está excesivamente unida a la satisfacción de la necesidad en la constancia de objeto, no puede, por tanto, enfrentarse a las demandas de la fase de separación-individuación». 9
Al ubicar la función del semejante como agente satisfactor
de necesidad y al yo como organismo vital, el conflicto queda,
necesariamente, jugando entre el sujeto de la autoconservación y la realidad. Por eso a lo largo de toda su obra la sexualidad queda excluida. El hecho de que la Ego-psychology haya
puesto el acento en la función sintetizadora del yo, no es, desde
esta perspectiva, sino la resultante de la subsunción del campo
de la sexualidad en el de la autoconservación (en lo que luego
se daría en llamar función adaptativa del yo), así como de los
términos en los cuales el conflicto será planteado. Entre autoconservación y realidad el seudoconflicto arroja al sujeto escindido del campo analítico.
A partir de ello la psicosis sólo puede ser explicada como un
fracaso del proceso madurativo normal y no como una vicisitud
particular del sujeto en la red de relaciones que lo constituyen,
red cuyas determinaciones pudieran ser en verdad cercadas.
Así, Mahler concluye: «Mis propias observaciones no apoyaron
las teorías que implicaban exclusivamente o aun principalmente a la madre "esquizofrenogénica". Creo que es más útil
9
M. Mahl er, op. cit ., pág. 145.
197
enfocar este problema en términos de series complementarias
(Ergiinzungsreihe): a) si durante la fase autista o simbiótica
más vulnerable ocurre una traumatización muy severa acumulada y tambaleante en un infante constitucionalmente bastante robusto, la psicosis puede producirse y el objeto humano
en el mundo externo pierde su capacidad catalizadora de muelle y polarizante para la evolución intrapsíquica del infante y
su "rompimiento del cascarón"; b) por otro lado, en infantes hipersensibles o vulnerables, la actuación maternal normal no es
suficiente para actuar en contra del defecto innato de la utilización polarizante de muelleo y catalítica del objeto amoroso humano o de la agencia maternal en el mundo externo para una
evolución y diferenciación intrapsíquica».10
Relaciones entre el externo-exterior (materno)
y el externo-interno (del inconsciente infantil)
"
En 1905, en Tres ensayos, Freud estableció las primeras relaciones entre la vida sexual infantil y la pulsión de saber,
planteando que no son intereses teóricos sino prácticos los que
ponen en marcha la actividad investigadora en el niño. La
amenaza que para sus condiciones de existencia significa la llegada de un hermano, real o fantaseado, constituye el primer
problema teórico que le preocupa. La pregunta ¿de dónde vienen los niños?, que remite a la diferencia de los sexos y en consecuencia a la premisa universal del pene, se instala en ese espacio que inaugura una distancia a la madre y que constituye
el primer intento de apertura de un lugar para cada uno de los
miembros de la díada.
Esta relación entre la inquietante extrañeza que remite al
cuerpo de la madre como desconocido y la instalación de la curiosidad científica fue desarrollada por Melanie Klein en diferentes trabajos; los más importantes de ellos - y a los cuales
hemos hecho referencia en otros capítulos- son «La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo» y «Una
contribución a la teoría de la inhibición intelectual». En este
último, refiriéndose a las inhibiciones de aprendizaje expuestas a través del material clínico de un niño llamado John, decía: «Esto parece mostrar lo que uno puede ver confirmado en
el análisis de todo hombre, que su miedo al cuerpo de la mujer
como un lugar lleno de destrucción puede ser una de las causas
principales de perturbación de la potencia. Pero esta angustia
es también un factor básico de inhibición del impulso epistemofüico, ya que el interior del cuerpo de la madre es el primer objeto de ese impulso; en la fantasía es explorado e investigado, y
también atacado con todo el armamento sádico, incluyendo el
pene como un arma peligrosa y ofensiva»; y, a continuación,
Melanie Klein agrega: «J. Strachey ha mostrado que leer tiene
el significado inconsciente de tomar conocimiento del cuerpo de
la madre, y que el temor a robarla es un factor importante para
las inhibiciones de la lectura». 11
Un saber que sólo se adquiere a través de la intromisión en
el cuerpo materno tiene como consecuencia la angustia de castración -en el varón-y el temor de ataque al vientre fértil como retaliación, en la niña. En ambos casos, la procreación -y,
por consiguiente, la diferencia de sexos- se obtiene arrancando del interior de la madre ese secreto que es su clave --o la del
nacimiento de los niños, si usamos el lenguaje infantil- .
De ahí que Melanie Klein establezca una relación estrecha
entre el sadismo -patrimonio de esta etapa del desarrollo infantil- y la constitución de la curiosidad intelectual, curiosidad que se despliega en medio de una lucha despedazadora
por apropiarse de los contenidos valiosos que el cuerpo de la
madre posee en su interior.
Pero la paradoja que se nos ofrece es que sólo puede producirse esta lucha por la adquisición de aquella posición fantaseada, en momentos en que se siente que ese otro ya no es parte
de uno mismo. A partir de ello el sadismo que impregna esta
batalla por adueñarse de los contenidos maternos no puede ser,
en nuestra opinión, sino el producto de una separación que genera un espacio exterior que marca el límite de todas las posesiones posibles. De este modo la instauración del yo instancia,
constitutiva de los límites de lo externo-exterior y lo externo-interno, es un movimiento simultáneo y efecto a la vez de esta diferenciación del semejante.
Una situación que tuve oportunidad de presenciar en el curso de la cura de una pequeña paciente puede servir de ejemplo
para examinar este punto: Regina, de cuatro años, toma un carrito durante una sesión de análisis. Lo envuelve en una fraza11
10 !bid.,
198
pág. 70 (las bastardillas son nuestras).
M. Klein, «Una. contribución a Ja teoría de la inhibición intelectual», en
·ontribuciones al psicoanálisis, Buenos Aires: Hormé, 1964, pág. 231.
199
"
da y lo mece mientras le canta. Le pregunto: «¿Es tu bebé, Regina?». «Sí - responde--y voy a mostrárselo a mi mamá». Sale
a la sala de espera, pero regresa inmediatamente diciendo:
«Mejor no, mi mamá está leyendo». Interpreto: «Tienes miedo
de mostrarle tu bebé a tu mamá porque temes que ella se enfurezca contigo como tú lo haces cuando piensas que ella puede
tener bebitos en la panza». Ante esto, responde con una sonrisa
pícara: «Ay, Silvia, qué tonta eres: ¿no te habías dado cuenta de
que era un carrito?».
Del mismo modo que Helena engaña a su hija con la verdad,
al intentar presentarle el parto como natural cuando a través
de la situación a la cual pretende exponerla retorna la violencia
pretendidamente eludida, Regina utiliza la realidad para encubrir otra realidad, aquella de la rivalidad con su madre, de
su deseo de hijo que, estando atravesado por el deseo de pene
del padre - posesión imaginaria de la madre-- la somete a una
lucha mortal por la apropiación de los contenidos valiosos en
disputa. Esta realidad -verdadera- con la cual se encubre
otra verdad, corresponde a otro orden de realidad. La realidad
(Wirklichkeit) se pone al servicio del ocultamiento de la realidad psíquica, del escamoteo del deseo inconsciente, que está
siempre presente en el juego intersubjetivo con el cual se pretende anular la diferencia generacional, que implica posiciones
en el interior de la estructura edípica y formas de circulación de
los objetos de deseo.
Sin embargo, el secreto de la madre acerca de su propio
cuerpo permite a Regina poseer sus propios secretos, desdoblar
la realidad jugando con la posibilidad que la apertura de diversos espacios propone.
Al enunciar su primera mentira en sesión, Regina me muestra cómo «la mala fe» no es sino un efecto del reconocimiento de
la verdad, posterior a la interpretación que devela un secreto
que hasta ese momento había estado sustraído a ella misma,
había sido del orden del inconsciente.
Victor Tausk, en su trabajo «Acerca de la génesis del aparato de influir en el curso de la esquizofrenia» (1919), 12 ponía de
relieve este papel de la primera mentira, como un momento
constitutivo de los límites del yo. Partiendo del síntoma observado en pacientes psicóticos, atribuido a una pérdida de los límites del yo, por la cual estos enfermos se quejan de que todo el
mundo conoce sus pensamientos, que estos pensamientos no se
12 V.
200
Tausk, Trabajos psicoanalíticos, Barcelona: Granica, 1977.
encuentran a cubierto en su cabeza sino difundidos sin límites
en el mundo, de manera que se desarrollan simultáneamente
en todas las cabezas, decía: «El enfermo ha perdido la conciencia de ser una entidad psíquica, un yo que posee sus propios límites».13 ¿A qué etapa del desarrollo infantil remitía Tausk esta regresión que observaba en pacientes psicóticos adultos y
cuyo conocimiento le permitió proporcionar una extensa información acerca del «aparato de influir»? A esa etapa en la
cual la identificación no se diferencia de la elección de objeto,
etapa del narcisismo que -descripta por Freud en el capítulo
III de El yo y el ello-- corresponde a la identificación primaria.
Si introducimos la teoría de la identificación especular vemos
que esta identificación primaria anterior a la constitución de
los límites del yo y en la cual los pensamientos del niño y del
adulto están fundidos -etapa que retorna en la paranoia a
través tanto del robo de pensamiento, como del delirio de influencia-, esta primera etapa narcisista, es anterior a la instauración de la Spaltung que separa al sujeto, tanto del objeto,
como de sus propios deseos inconscientes. En este estadio, dice
Tausk, «los padres lo saben todo, hasta lo más secreto que pueda haber, y lo saben hasta que el niño logra su primera mentira». «La lucha por el derecho de poseer secretos sin que los padres lo sepan es uno de los más poderosos factores de la formación del yo, de la delimitación y la realización de una voluntad
propia». 14
Estos párrafos me han hecho reflexionar, en diversas ocasiones, acerca de las relaciones entre el derecho al secreto y la
constitución del inconsciente. Hace unos años fui consultada
por una señora divorciada que venía a ver--O_!e con el objeto de
pedirme un diagnóstico de su hija de trece años. Según su relato, esta no presentaba ningún síntoma, era una niña agradable
y sana que poseía un buen desarrollo intelectual, sociable, disfrutaba su vida cotidiana y no parecía tener problemas manifiestos de ninguna clase. La mujer me dijo al comienzo de la entrevista: «En realidad, ella dice que soy yo la que debo venir -y
agregó riendo--, dice que si tanto me interesa una consulta la
haga para mí». En verdad, no es esta una situación atípica en
consultas acerca de niños; los padres, en muchas ocasiones, piden entrevistas sin tener muy claro cuál es el sentido de ellas, y
si yo me hubiera visto obligada a hacer gala de ortodoxia psico13
14
[bid., pág. 98.
!bid.
201
·:j
. )
'"•
analítica no hubiera dudado, en este caso, de que esta mujer
sentía en realidad, en una parte de sí misma, que esta frase
que citaba de entrada era correcta, y que mi función al respecto
era, como ocurre con cualquier Witz que el sujeto formule en el
interior del campo analítico, tender a que sea asumido en su
condición de verdad reprimida.
Sin embargo, tal vez en el pretexto mismo de la consulta estuviera, en este caso, la respuesta que me posibilitara entender
qué era lo que realmente ocurría. Permití que el discurso se
ampliara en esa dirección: «¿Sabe usted?, mi hija y yo -debido
al divorcio y a que hemos vivido muy solas- hemos sido siempre muy unidas. Ella siempre me ha contado todo, y yo le he
contado todo acerca de mí. No tenemos secretos, siempre nos
hemos dicho la verdad, toda la verdad ... y en los últimos tiempos siento que hay algo que se me escapa, como si ella se hubiera vuelto más reservada ... no me cuenta tantas cosas; a veces, cuando intento saber qué ha hecho el sábado ... me da una
respuesta general: "Fui al cine con mis amigos". "¿Con quiénes?", pregunto. "Con compañeras de la escuela... ". "¿Qué vieron?". "Una de Trinity..."."¿Te gustó?". "¡Oh, mamá, tú quieres
siempre saberlo todo!". Vea, doctora, tengo miedo de que nos estemos separando. Por eso vengo ... quiero que usted la vea, la
haga hablar y me cuente qué le pasa».
Había en esta madre una voluntad de saber, equiparable a
una posesión imaginaria, a un atrapamiento del otro que no
dejara abierto ningún espacio de intimidad posible. Ante su
hija adolescente, hermética e iniciática, algo se le escurría y venía -sumergida en la angustia- a buscar más un cómplice
que un analista, alguien que pudiera extraer en estas circunstancias «todos los secretos» para restituirle su poder sobre esta
hija en vías de independizarse. Colocándome en la posición de
las antiguas alcahuetas de la novela picaresca, esta mujer apelaba a otra mujer para que le permitiera adueñarse del objeto
amado.
A diferencia de otros padres que demandaban «que el niño
no sea agresivo», «que deje de hacernos la vida imposible» o que
· «no esté tan celoso con el hermanito» -lo que en definitiva no
representa sino un intento de establecer un contrato social básico en momentos en que peligra la estabilidad familiar, para lo
cual se pide al analista que quite el presunto síntoma que traba
la convivencia-, esta madre, más ambiciosa, demandaba de
mí que me pusiera al servicio de un deseo insaciable de saber,
saber que aparecía como la posesión imaginaria del todo.
202
En La piel de zapa, a través del monólogo del anticuario que
inaugura la obra, Balzac realiza una apología del saber en estos términos: «Voy a revelar a usted en pocas palabras un gran
misterio de la vida humana. El hombre se consume por medio
de dos actos instintivamente cumplidos que agotan las fuentes
de su existencia. Dos verbos expresan todas las formas que toman estas dos causas de muerte: querer y poder. Entre ambos
términos de la acción humana, hay una fórmula de la cual se
apoderan los sabios y a la cual debo la dicha de mi longevidad.
Querer nos abrasa y poder nos destruye; pero saber deja en permanente estado de calma a nuestra débil organización ...
¡Cómo preferir todos los desastres de vuestras voluntades engañosas, a la facultad sublime de hacer comparecer en sí mismo al universo, al placer inmenso de moverse sin estar amarrado por los lazos del tiempo ni por las trabas del espacio, al
placer de abrazarlo todo, de verlo todo, de inclinarse sobre el
borde del mundo para interrogar a las otras esferas, para escuchar a Dios!».
El saber aparece como aquello capaz de paliar todos los deseos, disminu1T todos los anhelos, adueñarse de todas las cosas.
¿No está, pues, en la médula de toda simbiüSIB? En ella no se
trata sólo de apropiarse del cuerpo, no es sólo control de la materialidad del otro a través de los orificios del cuerpo pasivizado. La
simbiosis tiende a un absoluto: si el cuerpo es controlado, lo es en
función de que los pensamientos no se liberen. La garantía absoluta de la simbiosis está en el apropiamiento «del alma», en su
asesinato, como el doctor Schreber lo manifestaba maravillosamente en la educación de su hijo, el futuro presidente.
¿Se puede sostener la categoría de psicosis simbiótica - y
recuperar las cuidadosas observaciones clínicas de Margaret
Mahler- si la desgajamos del contexto teórico en el cual esta
autora la construye? En mi opinión, no sólo es posible efectuar
esta operación, sino que incluso aquella categoría puede ser enriquecida y ampliarse en nuevas perspectivas. El material de
Helena antes expuesto muestra que el reconocimiento de las
condiciones simbióticas en las cuales el niño se constituye en
relación con el inconsciente materno abre el camino para la
prevención de la psicosis simbiótica, evitando que esta se
instaure a partir de la detección de las condiciones que la generan desde la madre misma. Es decir: el reconocimiento de los
rasgos que desde la estructura pueden precipitar una entidad
psicopatológica en el niño permite no sólo el diagnóstico precoz,
sino incluso la prevención.
203
/
Hemos optado por la vertiente teórica que considera al yo
un objeto, como lo enuncia Lacan en el Seminario JI: «Toda la
dialéctica que les he dado a título de ejemplo bajo el nombre de
estadio del espejo está fundada sobre la relación entre, por un
lado, un cierto nivel de tendencias, experimentadas -digamos
por ahora, en determinado momento de la vida- como desconectadas, discordantes, fragmentadas -y de lo cual siempre
resta algo-, y por otro lado, una unidad con la cual se confunde y se empareja. Esta unidad es aquello en lo cual el sujeto se
conoce por primera vez como unidad, pero como unidad alienada, virtual. Ella no participa de los caracteres de inercia del fenómeno consciente bajo su forma primitiva, tiene por el contrario una relación vital, o contra-vital, con el sujeto». 15 Objeto
contra-vital, o contra-investimiento, efecto del amor totalizante de la madre cuando la castración la ha constituido en tanto
tal, es decir, en tanto mujer en la cual la sexualidad femenina
se constituye en las equivalencias pene-niño.
Si el yo es un objeto capaz de ser amado -cargado- por
una parte escindida del sujeto, el narcisismo -apelando a la
teoría desarrollada por Freud desde Introducción del narcisismo hasta Duelo y melancolía y El yo y el ello- será ese
amor llevado sobre el yo, constituido por identificación primaria, es decir, por una relación inmediata con el otro, en que la
carga y la identificación no se diferencian.
Tomando lo que ya hemos desarrollado en otro capítulo respecto de la diferencia entre amor de objeto - libido objetal- y
objeto de la pulsión, es necesario introducir una nueva diferenciación. La elección narcisista de objeto se opone a la elección
de objeto por apuntalamiento.
Del mismo modo que en la autoconservación, la relación de
sexualidad será marcada no por una identidad con el otro, sino
por una suerte de complementariedad: «Por el contrario, en la
elección de objeto narcisista, lo elegido no es de ninguna manera el complementario sino el idéntico a sí mismo, o en todo caso
es elegido por algún elemento que le es idéntico». 16
Las formas de amor narcisista que menciona Freud nos permitirán aproximarnos a los fragmentos antes expuestos de Helena para ver de qué modo se juega la relación con su hija.
15 J. Lacan, Le séminaire, libro JI: Le moi dans la théorie de Freud et dans la
technique de la psychanalyse; París: Seuil, 1978, pág. 66.
16 J. Laplanche, L'angoisse. Problématiques I, París: PUF, 1980, pág. 322.
La angustia, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
204
«... es como si Margarita me devolviera una imagen tan
completa, tan perfecta de mí misma, que no soporto verla mala». A través de la imagen que su hija le refleja, Helena se ve
completa, perfecta; en tal sentido ama, en Margarita, una imagen de sí, lo que ella misma es (primer tipo de elección narcisista que propone Freud). Este primer tipo, que implica la no búsqueda de un objeto externo a sí mismo, no impide que Margarita sea amada por su madre. Empero, la frase remite al carácter narcisista de este amor, en la medida en que es a través
de Margarita como Helena puede amarse a sí misma, reflejada
en ella.
Si seguimos el curso de sus asociaciones, encontramos: «Mi
madre siempre estuvo ausente, aunque físicamente presente ... siempre ha sido ambivalente, incluso con mi hija. Le hace
saquitos tejidos, pero siempre le quedan grandes o chicos, lepone sólo dos botones cuando necesitan cuatro, la carga en brazos, pero mal. .. ».Margarita le permite a Helena, nuevamente,
construir una imagen de sí misma, pero por contraposición.
Ella es una «buena madre», está colocada en el lugar del ideal
del yo; su madre «mala», en el negativo de ese ideal. Garantiza
de este modo un lugar en la estructura donde sólo hay dos
posibilidades: lo totalmente bueno y lo plenamente malo.
«Ayer volví y fa vi llorando ... cuando la levanté no me miraba... estaba con la mirada perdida . . . creo que es como si cuando yo la dejo yo desapareciera ... la besé y la besé ... necesitaba
que me sintiera ahí. .. Tenía miedo de que me odie. Siempre
sentí a mi mamá ausente ... ». El segundo tipo de elección
narcisista, dice Freud, es amar lo que uno ha sido. El tercer
tipo, lo que se quisiera ser.
En el discurso de Helena aparece, a través de la anulación
del tiempo, amar lo que se hubiera querido ser, para evitar lo
que se fue. Ella fue una niña carenciada, con una madre ausente, y ama en su hija no lo que querría ser, sino aquello que hubiera querido ser. El narcisismo, en este caso, viene a restituir
el aspecto fallido de su historia a través de un movimiento por
el cual amando a una persona que -sólo desde el observadorha sido una parte de sí misma siendo, en el presente, todavía
parte de sí.
La sesión ha empezado con la frase: «Es como si el tiempo no
existiera». Tal vez este es un elemento a reconsiderar en los
modelos que Freud ofrece para el narcisismo. Se ama lo que
uno quisiera ser, se ama lo que se fue, se ama lo que se querría
ser, pero se produce todo esto en presente. Se ama lo que se es,
205
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a partir de que la imagen del otro al reflejarse anula todos los
tiempos, cierra todos los espacios. En el momento de la elección
narcisista de objeto los tiempos se anudan en un presente permanente y, como ocurre en las formaciones del inconsciente, la
atemporalidad constituye la presentificación constante del
deseo.
De ahí a la anulación de los espacios que instauran la diversidad de los sujetos, el movimiento se desliza sin transiciones.
El yo de Helena engloba a Margarita, no le ofrece resquicios
por los cuales establecer un espacio secreto ni algo interno ajeno a la madre. Para que la diferenciación se constituya en el interior del aparato mismo, es necesario que simultáneamente se
funden los espacios externo-exterior e interno-externo. La
separación del otro es la condición, también, de la separación
de ese sí mismo que se torna extraño y al cual la represión secundaria consolida posteriormente. La inquietante extrañeza
a la cual Freud aludía en «Lo siniestro», es lo familiar que se ha
tornado extraño, aquello que desgajado del sujeto vuelve amenazante a importunarlo constantemente.
Helena teme que Margarita la odie si no está presente. Sin
embargo, ella me odia cuando se separa de mí. «Es como si en
una relación, al romperse una cierta distancia que me conviene, el otro se convirtiera en alguien peligroso. Y usted es una
mujer mayor, las mujeres mayores son peligrosas ... ».
La hostilidad se desata cuando el objeto se aleja. El objeto
perdido siempre es un objeto malo, un objeto persecutorio,
odiado por su ausencia. Por eso Helena debe estar en una fusión simbiótica constante con su hija; si la deja, corre el riesgo
de ser odiada como ella odió a su madre por el abandono. No
debe permitir ninguna fisura, ningún recorte que posibilite la
constitución de dos sujetos diferentes. En el momento en que
eso ocurra la angustia adquirirá características mortíferas,
como lo confirma el desarrollo posterior del tratamiento, que
conlleva la despersonalización en sesión.
Su intento de anular toda separación, toda distancia, que
reaparece de manera simbólica cuando se introduce un refe.rente tercero (escena originaria que marca la posibilidad permanente de colmar todo anhelo, de cerrar todos los espacios, de
compensar todas las frustraciones), es resultado de su deseo
infantil insatisfecho y es una defensa que impide que el odio
hacia su propia madre retorne en la hija, destruyendo la imagen totalizante que trabajosamente intenta conservar. Narcisismo que no tiene por contrapartida la castración genital ima-
206
ginaria, sino la desintegración que pone en riesgo permanente
la imago de cuerpo despedazado, lo cual muestra quefpara Helena, Margarita es el articulador que la sostiene y la llena enteramente, dejándola en riesgo de vacío y fractura constante
cuando el desprendimiento se opere. Sostenida su propia imagen a través de esta hija-pene, la separación que la priva se
convierte en un agujero que abarca todo su ser y por el cual
corre el peligro de vaciarse.
En ese proceso de consolidación que el análisis procura, mediante el cual puede desgajar de su propia historia los elementos que la anudan en su imposibilidad de sentir un cuerpo materno muelle y nutricio, Helena podrá recibir también mis interpretaciones (extrañas hasta hace poco, música separadora)
como articuladores que la constituyen en ese entrecruzamiento
de hilos que le impiden todavía la instauración de un espacio
externo no hostil, posibilitador a su vez de la instauración de lo
externo-interno en su propia hija.
207
Conclusiones
Todo proceso de investigación debe tener, aunque más no
sea, un momento parcial de cierre. Este momento permite detenerse a mirar a dónde se ha llegado - a partir de aquellas
propuestas iniciales de las cuales se ha partido-y hacia dónde
debe tender el trabajo futuro, si es que la búsqueda no constituye un proceso cerrado, circular, sino un conjunto de movimientos espiralados con virtuales puntos de entrecruzamiento.
Tres años después de haber empezado un trabajo sistemático en la elaboración de esta «contribución», me encuentro en situación de plantear que algunos de los elementos centrales atinentes a la propuesta inicial, fundamentalmente aquellos que
se relacionan con la preocupación por poner a prueba el psicoanálisis de niños en su correlación con la metapsicología, han
dejado de ser intuiciones más o menos sostenibles, a partir de
una cierta relación entre la experiencia clínica y los desarrollos
teóricos freudianos, para convertirse en una línea de trabajo
que se consolida en mi espíritu y me proporciona profundas posibilidades de transformación en mi quehacer clínico.
La idea central de considerar un sujeto en estructuración
para el cual no se puede definir en el comienzo ni la existencia
de síntomas -en sentido psicoanalítico, en tanto formaciones
del inconsciente-- ni, por consecuencia, la de una neurosis que
implique la instauración definitiva de la represión, no sólo
mantiene su vigencia inicial, sino que es confirmada, en mi opinión, a lo largo del proceso de investigación emprendido.
Por otra parte, lecturas realizadas en estos años señalan
que esta es la tendencia que deberá asumir cada vez más el psicoanálisis de niños, más allá de los matices teóricos con que los
diferentes autores se enfrentan al fenómeno, y al ángulo - predominantemente clínico o, también, predominantemente teórico- a partir del cual su tarea se instale.
Lang va en el mismo sentido cuando dice: «Sin duda los estudios psicopatológicos en un ser en pleno desarrollo madurativo y libidinal deben hacernos más prudentes para evocar bajo
el nombre de "estructuras" organizaciones todavía lábiles- y no
208
fijadas: noción de preestructura, o incluso organización estructural considerada en tal momento del desarrollo, en tal niño,
que presenta tal historia (.. .). Pero estos estudios nos incitan
también a plantear de otro modo el problema de la especificidad de tales organizaciones, llamadas atípicas, por relación,
precisamente, al estado actual de nuestros conocimientos».1
La perspectiva por la cual he optado intenta tomar las entidades psicopatológicas que nuestro estado actual de conocimientos ofrece, no en función de definir el momento de estructuración del niño con relación a estas, sino utilizándolas como
apoyaturas descriptivas, recortes de la realidad a partir de los ,
cuales se pueda teorizar metapsicológicamente el estado de (
constitución del aparato psíquico infantil en el momento de la
consulta. De este modo, tanto el concepto de neurosis, como el
de psicosis, han sido puestos en relación con los movimientos
que dan razón de la estructuración del aparato psíquico en los
orígenes, fundamentalmente, de aquel que considero sumomento fundador, es decir, la represión originaria.
Al abordar. la cuestión de que el proceso secundario -la instauración de la lógica, la temporalidad, el lenguaje-- da testimonio de la posibilidad del aparato psíquico de haber constituido dos legalidades distintas -la del proceso primario y la del
proceso secundario-, y dos tipos de contenidos diversos signados por el conflicto, he llegado necesariamente a la conclusión
de que la neurosis infantil es indefinible en sí misma. Por ello,
me he visto obligada a diferenciar lo que consideramos trastornos del funcionamiento psíquico, de aquello que podemos denominar, con pleno derecho, síntomas; y he definido el síntoma,
en sentido psicoanalítico, buscando no sólo sus determinaciones específicas, sino su ubicación metapsicológica. Esto me ha
conducido a poner en juego los movimientos precursores que
determinan en el psiquismo los momentos previos de la instauración sintomática y, en tal sentido, a redefinir los mecanismos
previos a la represión originaria: transformación en lo contrario y vuelta sobre la persona propia, no sólo como movimientos
anteriores, sino como verdaderos precursores que preparan el
camino para su instauración definitiva.
Se trata, desde este ángulo, de una «historización» de los
momentos míticos constitutivos del aparato psíquico. ¿Implica
esto un abandono del concepto de estructura? No parece ser del
todo así, pero cada vez más nuestro camino nos aparta del es1 J . L.
Lang, Aux frontieres de la psychose infantile, PUF, 1978, pág. 27.
209
tructuralismo como modelo, tanto en su carácter de ahistoricismo radical, como en el de subordinación a la lingüística y transformación de todo fenómeno en un «sistema significante».
Foucault ha señalado en relación con esta problemática: 2
«Se admite que el estructuralismo ha sido el esfuerzo más sistemático por desterrar no sólo de la etnología sino de toda una
serie de ciencias e incluso en el límite de la historia misma el
concepto de acontecimiento. Pero lo que es importante es no
hacer con el acontecimiento lo que se ha hecho con la estructura. No se trata de poner todo sobre cierto plano, que sería aquel
del acontecimiento, sino de considerar que existe toda una serie de rangos de acontecimientos diferentes que no tienen ni el
mismo alcance, ni la misma amplitud cronológica, ni la misma
capacidad de producir efectos.
»El problema es, a la vez, distinguir los acontecimientos, diferenciar las redes y niveles a los cuales estos pertenecen, y reconstituir los hilos que los ligan y los hacen engendrarse los
unos a partir de los otros. Por ello el rechazo a los análisis que
se refieren al campo simbólico o al dominio de las estructuras
significantes; y el recurso a los análisis hechos en función de
genealogía, de relación de fuerzas, de desarrollos estratégicos,
de tácticas. Creo que debemos referirnos no al gran modelo de
la lengua y de los signos, sino al de la guerra y de la batalla. La
historicidad que nos interesa y nos determina es belicosa, no
"lenguajera" (langagiere). Relación de poder, no relación de
sentido. La historia no tiene sentido, lo que no quiere decir que
sea absurda, o incoherente. Ella es, por el contrario, inteligible
y debe ser analizada hasta en sus menores detalles: pero según
la inteligibilidad de las luchas, de las estrategias y de las tácticas. Ni la dialéctica (como lógica de contradicción), ni la semiótica (como estructura de la comunicación) podrían dar cuenta
de lo que es la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos.
Para esta inteligibilidad, "la dialéctica" es una manera de esquivar la realidad siempre azarosa y abierta, abatiéndola sobre el esqueleto hegeliano; y la semiología es una manera de
esquivar el carácter violento, sangriento, mortal de esta
.r ealidad, reduciéndola a la forma apaciguada y platónica del
lenguaje y el diálogo».
Y agrega luego Foucault: «Quisiera ver cómo se pueden resolver estos problemas de la constitución [de los objetos] en el
interior de una trama histórica, en lugar de remitirlos a un su2
M. Foucault, «Vérité et pouvoir», en L'arc, París, nº 70, 1977.
210
jeto constituyente. Hay que desembarazarse del sujeto constituyente, desembarazarse del sujeto mismo, es decir, llegar a un
análisis que pueda dar cuenta de la constitución del sujeto en
la trama histórica. Y esto es lo que yo llamaría la genealogía,
una forma de historia que da cuenta de la constitución de
saberes, de discursos, de dominios de objeto, etc., sin referirse a
un sujeto que sea trascendente por relación al campo de acontecimientos o que transcurra en su identidad vacía, a lo largo
de la historia».
Se nos ofrece como coincidente -más allá de las diferencias
específicas que se abren entre la ciencia de la historia y el psicoanálisis- el intento de erradicación de todo sujeto trascendental que retoma en el psicoanálisis a través de las formulaciones reificantes del Otro, la Estructura del Edipo, la primacía
significante. Y, como efecto de ello, el carácter otorgado al conflicto, que queda de este modo emplazado en el centro de la historia (historicidad belicosa, no «lenguajera» ).
Sin embargo, no estamos de acuerdo con (la propuesta de
Foucault de reemplazar totalmente el concepto de estructura
por el de red. de acontecimientos. Desde nuestra perspectiva,
destacamos el carácter histórico de esta estructura y la ubicamos, a su vez, en su determinación, no como entrecruzamiento
de redes de acontecimientos, sino como anudamientos y legalidad en la cual esos acontecimientos se inscriben.
La represión originaria, tal como la abordamos, no es un
simple momento de corte en un devenir fáctico, sino un movimiento de verdadero reordenamiento, de establecimiento de legalidades específicas a partir de las cuales la historia cobra
sentido. Ni una realidad «lenguajera» (langagiere), ni una realidad acontecial pueden dar cuenta de la constitución del aparato psíquico. Son redes de relaciones estructurales -legales- inscriptas en un movimiento que debe ser historizado
--es decir, provisto de sentido-; son -decimos- las redes así
entendidas las que determinan el movimiento de constitución
del sujeto psíquico, signado por el conflicto.
En psicoanálisis, a partir del abandono de la teoría de la seducción, cuyo hito lo marca la carta a Fliess del 21 de septiembre de 1897, Freud tiende a matizar cada vez más la teoría del
traumatismo en tanto efecto del roljugado por el acontecimiento exterior. Se abre entonces la concepción de que los acontecimientos exteriores extraen su eficacia de fantasmas que activan y del aflujo de excitación pulsional que de ellos se desprende. Pero, a su vez, Freud no se contenta, en ese momento, con
211
describir el traumatismo como la activación de una excitación
interna por un acontecimiento exterior, que sólo sería la causa
·desencadenante de este; siente la necesidad de remitir este
acontecimiento a su vez a un acontecimiento anterior que coloca en el origen de todo el proceso.
El modelo propuesto, entonces, es un primer acontecimiento desprovisto de significación (seducción originaria), resignificado por un acontecimiento posterior (constitutivo del traumatismo por apres coup ). De este modo, el traumatismo no puede
ser equiparado a un acontecimiento, dado que se inserta en
una cadena en la cual la significación no deja de ocupar un lugar determinante. Pero esta significación es, en realidad, engañosa: si resignifica la seducción originaria lo hace a través de la
<<proton pseudos», que conserva un resto de realidad acontecial,
sin por ello develar el acontecimiento, que en sí mismo sigue
siendo carente de significación.
Pierre Nora nos propone una elaboración respecto de lo que
considera las relaciones entre «la producción del acontecimiento» y los mass media que comienzan a capturar el monopolio de
la historia: «Prensa, radio, imágenes, no se limitan a actuar
como medios respecto de los cuales los acontecimientos serían
relativamente independientes, sino como la condición misma
de existencia de estos acontecimientos. La publicidad modela
su propia producción. Acontecimientos capitales pueden tener
lugar sin que se hable de ellos (... ) el hecho de que hayan tenido lugar sólo los hace históricos. Para que haya acontecimiento, es necesario que este sea conocido. Por eso las afinidades
entre un tipo determinado de acontecimiento y un determinado medio de comunicación son tan intensas que se nos aparecen como inseparables». 3
Tomando estas ideas en cuenta podemos señalar que en el
campo específico en que nuestra tarea se despliega las relaciones entre traumatismo y acontecimientos pueden ser pensadas
desde un ángulo nuevo. La proton pseudos está ya, como hemos
señalado, en el discurso materno, aunque no del lado del in. consciente; lo está del lado de la constitución del yo, mediante
la instauración de un discurso que opera de contracarga de los
elementos que la propia madre inscribió como excitantes a través de los cuidados sexualizantes de los orígenes.
3 P. Nora, «Le retour de l'événement», en Faire de l'histoire. Nouveaux problémes, París: Gallimard, 1974, pág. 212.
212
En tal sentido podemos considerar, para el caso que nos ocupa, que los mass media organizadores del acontecimiento tienen su correspondiente en el discurso materno, cuando organiza de un modo particular aquello del orden del vínculo y de la
historia del hijo, al igual que la prensa organiza el acontecimiento político en el marco de una racionalidad que le es propia
al sistema al cual pertenece.
Si Freud, para señalar el carácter lacunar del discurso preconsciente, había utilizado la metáfora de la censura de la
prensa rusa, que tachaba sin pudor aquello que era atacante
para el régimen, el discurso materno, del mismo modo que los
cables de las grandes agencias noticiosas actuales, intenta no
dejar flancos por los cuales se filtre una .información que dé
cuenta de otra realidad que aquella que pretende instaurar.
Sin embargo, estos cables no alcanzan a recubrir m:¡t a realidad
que exudan los poros de la historia, tal como ocurre don lo reprimido en la realidad psíquica del hijo a través del síntoma.
Hay entonces una historia acontecial que no sólo no se corresponde con la del traumatismo, sino que intenta, precisamente, su reÜenamiento; porque el traumatismo es lo que escapa a una significación discursiva y no encuentra perlaboración
sino en el momento en que se lo pone en correlación con los determinantes estructurales que lo constituyen.
Para retomar la acertada formulación de Lyotard, en el psicoanálisis de niños se trata de acometer la suficiencia del discurso y recuperar la sombra que se escapa cuando la penumbra
arrojada por el habla sobre lo sensible no puede dejar de ser
perforada por aquello que se resiste, en el inconsciente, a la
captura del discurso. Se trata, como propone en Discurso, figu ra,4 no de pasar al otro lado del discurso -ya que únicamente
desde su interior cabe la posibilidad de pasar a /y dentro de la
figura-, sino de recuperar el carácter violento que el silencio
asume. Este carácter violento está dado en el aparato psíquico
por la pulsión de muerte que ataca a través de las representaciones reprimidas al sujeto que no puede significarlas, no a
partir del desconocimiento yoico, sino porque han asumido un
carácter radicalmente extraño al caer al nivel de representación-cosa.
El acontecimiento en tanto tal no es entonces equiparable al
traumatismo. El traumatismo es cercado a través del acontecimiento (siempre relatado, no sólo ocurrido), lo cual implica que
4
J . F. Lyotard, Discurso, figura , Barcelona: Gustavo Gili, 1979.
213
la historia del sujeto no se limite a una red de acontecimientos
(como hemos visto que propone Foucault), sino al engarzamiento de estos en una red estructural que les otorgue significación a través del proceso perlaborativo, en el momento en
que se quiebre la compulsión a la repetición y el sujeto pase, de
ser sujeto pasivo de una historia, a sujeto historizado.
Decía en las primeras páginas de este libro que «•.. nos
ubicaremos de entrada en una concepción del sujeto psíquico
cuya tópica se presenta, desde el comienzo, intersubjetiva. En
el marco de esta tópica intersubjetiva se dará un proceso de
constitución del aparato psíquico que en el momento de abordar el diagnóstico del nudo patógeno debemos tener en cuenta
a fin de precisar, en un corte, en qué momento de esta constitución se encuentra».
Pienso, luego de estos años de elaboración, que si bien la hipótesis de la constitución del sujeto en el marco de la tópica intersubjetiva sigue teniendo validez, no es correcto plantear que
el sujeto se constituye de entrada en la intersubjetividad. La
diferencia radicaría en lo siguiente: en un espacio, instituido
en el interior de la estructura edípica, cada uno de los miembros de esta estructura posee su propio aparato psíquico marcado por la escisión y el conflicto. De este modo, el niño no entra
como un elemento de un sistema significante caracterizado por
la homogeneidad de los elementos constitutivos, sino en una
red definida por el carácter heterogéneo de cada uno de los elementos que constituyen la estructura. Es decir: cada uno de los
padres, en tanto sujeto escindido -según lo hemos demostrado
a lo largo de nuestro trabajo- en conflicto con sus propias
representaciones deseantes inconscientes, el narcisismo yoico
y el sistema de prohibiciones que opera desde el superyó. En
primer lugar, entonces, la diferencia entre narcisismo primario
y secundario en la madre permite el abordaje de un requisito
estructural para la futura constitución del niño; en segundo lugar, posibilita también la diferenciación entre ley de prohibición del incesto (ley paterna) y autoridad del padre, deslizamiento en el cual incurren frecuentemente los lacanianos
cuando piensan las figuras de la estructura como términos
significantes homogéneos.
En relación con el niño, no hay en el comienzo una tópica intersubjetiva. Hay una estructura previa en la cual la heterogeneidad de funciones (materna-paterna) implica a su vez heterogeneidad en el interior del aparato psíquico de los sujetos soporte de esas funciones. Los requisitos de intersubjetividad de
214
la estructura están dados por una condición previa: el hecho de
que cada uno de los miembros que la constituyen se sostiene en
una intrasubjetividad en conflicto. De este modo, la tópica psíquica del niño, si bien es resultante de la intersubjetividad que
la preexiste, sólo se instaura a partir del momento en que se
producen los movimientos diferenciadores de lo externo-interno y lo externo-exterior, que generan un espacio de discriminación y diversidad.
Esto último no podía ser visto por mí antes de que hubiera
puesto en cuestión la propuesta de Lacan del narcisismo primario como primer tiempo de constitución del aparato psíquico. Al haber reubicado la especularidad como primer tiempo del
sujeto (del yo), pero segundo tiempo de constitución dBl aparato
psíquico, se me ha planteado claramente que el primer tiempo
no puede ser del orden de la constitución de la tópica intersubjetiva, sino de los efectos del sujetamiento infantil a la seducción originaria que la madre ejerce, pero que se inscribe en el
aparato incipiente como huell:;t, representante pulsional que
sólo tendrá determinado un lu&ar cuando los sistemas psíquicos obtengan su diferenciación, encontrando, de este modo, su
calidad definitiva (como representación-cosa).
En tal sentido, del mismo modo como ocurre con las nuevas
propuestas de la teoría de la historia social (que ponen enjuego
la constitución de los tiempos míticos como tiempos reales), en
los orígenes del aparato psíquico describimos continuidades
sobre el modo de lo discontinuo. Es una historia problema, en
lugar de ser una historia-relato. 5 Una historia problema plantea sistemas de ordenamiento de momentos estructurales que
no se reducen a meros acontecimientos (tal como hemos señalado antes al diferenciar nuestra propuesta de la de Foucault);
es una discontinuidad que se organiza en momentos de ordenamiento legal: tiempo de la constitución de los grandes movimientos pulsionales previos a la represión originaria, tiempo
de instauración de la represión originaria, tiempo de ordenamiento definitivo de esta represión a través de la estructuración del superyó y por ende de la represión apres coup. Modelo
de una discontinuidad que se afirma, sin embargo, en momentos previos de instauración.
La diversidad del material clínico expuesto a lo largo de mi
trabajo me ha llevado a la vez a considerar la neurosis infantil
(más allá de la valoración que en función de una ideología tera5Véase, al respecto, F. Furet, «Le quantitatif en histoire», en P. Nora, op. cit.
215
péutica pueda asumir: niño neurótico, niño problema) como un
verdadero momento de producción del psiquismo que abre el
camino hacia la salud y la creatividad. Me doy cuenta de que en
el psicoanálisis de niños bordeamos permanentemente aquello
que Lang ha denominado «las fronteras de la psicosis infantil»,
y que nuestra preocupación fundamental es crear las condiciones para que el aparato psíquico incipiente logre aquello que
constituye el movimiento definitivo de su instauración.
A partir de ello -más allá de las divergencias teóricas que
luego expondré- mi posición me permite retomar las producciones que considero más valiosas, tanto de la escuela kleiniana como de Lacan. En relación con la primera, como dice E.
J acks, «Melanie Klein, explorando la primera infancia por medio del análisis de niños muy pequeños, agregó una nueva dimensión fundamental a la teoría analítica: la acción de los procesos psicóticos inconscientes y de las angustias psicóticas en
las neurosis y en los comportamientos normales(. .. ). Para Melanie Klein, la neurosis infantil es el modo de elaboración
(worhing through) de las angustias psicóticas precoces. Es la
expresión de la elaboración de angustias precoces». 6
No puedo dejar de señalar que hay una diferencia fundamental en la concepción de la constitución del aparato psíquico
infantil desde mi perspectiva y la de Melanie Klein. Esta diferencia se resume centralmente en que mi investigación conduce, basada en la metapsicología freudiana, a que el inconsciente no puede ser considerado como existente desde los orígenes,
sino efecto de la fundación operada en el aparato psíquico por
la represión originaria. Esta diferencia teórica plantea a su vez
divergencias clínicas, en la medida en que no habiendo inconsciente desde los orígenes, mi preocupación central en el psicoanálisis de niños se enfoca en determinar los criterios de analizabilidad y la búsqueda de nuevas propuestas técnicas a partir
de la ubicación metapsicológica precisa en la cual el trastorno
que enfrentamos se emplaza. Sin embargo, lo que Melanie
Klein llama elaboración de ansiedades psicóticas no se diferencia de hecho de lo que nosotros consideramos como eje de la
problemática infantil de la primera infancia, es decir, una elaboración que permita la consolidación de los movimientos que
operan para el establecimiento definitivo de las fronteras, deslindes y separaciones en el interior del aparato psíquico.
Otro aspecto que nos ubica en su misma línea de trabajo, es
la convicción de que la problemática infantil debe ser cuidadosamente analizada en su intrínseca constitución fantasmática,
y no en relación con una realidad en la cual el traumatismo
queda reducido a una facticidad ingenua que desplaza al psicoanálisis de su eje elaborativo para ubicarlo en el orden de la
crianza pedagógica del niño.
En relación con ello, deseo destacar el profundo efecto que
ha tenido su trabajo en mi comprensión de la especificidad del
campo analítico; su aguda observación del simbolismo en el
proceso de la cura (que lleva a considerar que en el consultorio
nunca un agujero en la pared sea un agujero en la pared, sino
algo del orden de los orificios de entrada y salida tanto del cuerpo propio como del cuerpo materno) ha signado mi perspectiva
clínica procurándome recursos para evitar que la rigorización
de mi tarea pudiera convertirse en una intelectualización.
He retomado también las propuestas lacanianas respecto
del lugar que ocupa el Edipo en tanto campo estructurante del
sujeto, así como la importancia del discurso materno en su
constitución. Sin embargo, además de las diferencias ya expuestas en estas conclusiones respecto del concepto de estructura y el modo en que pienso que este concepto debe ser reubicado en el psicoanálisis de niños, a lo largo de mi trabajo he encontrado determinaciones que ponen en correlación al sujeto
psíquico con el deseo materno, pero no relaciones homotécicas
entre la estructura del Edipo y el aparato psíquico infantil.
Creo que la divergencia fundamental - ya desarrollada- puede resumirse en el hecho de que desde la perspectiva teórica en
la cual nos ubicamos, el inconsciente está en relación con el discurso del otro, pero no es el discurso del Otro.
El ejemplo de Dick, caso expuesto por Melanie Klein en
1930, puede ser ilustrativo de estas convergencias y divergencias.7 Se trata --como es bien conocido- del proceso de la cura
de un niño que hoy, a partir de los conocimientos que poseemos,
podemos considerar psicótico. Melanie Klein --como lo señala
Lacan- , en las primeras sesiones, le «enchapa» la simbolización del mito edípico, y algo pasa, por lo cual se produce una rápida evolución en el niño, que manifiesta angustia y necesidad
del otro humano a partir del efecto de las primeras interpretaciones. Mientras Melanie Klein cree que está interpretando el
6 E. Jacques, «Le concept kleinien de névrose infantile,,, en La psychiatrie de
l'enfant, París: PUF, vol. XV, fase. 1, 1972.
7 M. Klein, «La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del
yo,,, en Contribuciones al psicoanálisis, Buenos Aires: Hormé, 1964.
216
217
inconsciente de Dick, Lacan muestra cómo en realidad lo está
fundando. Habiendo, desde la óptica de Melanie Klein, un inconsciente que opera desde los orígenes, ella pone en palabras
lo que supone impide el desarrollo del yo trabado por el exceso
de sadismo temprano. Lacan, analizando el efecto de la interpretación, dice: «Ella le encaja el simbolismo con la mayor brutalidad, ¡Melanie Klein al pequeño Dick! Ella comienza de inmediato por arrojarle las interpretaciones mayores. Le arroja
una verbalización brutal del mito edípico, casi tan revulsiva
para nosotros como para cualquier lector: Tú eres el pequeño
tren, tú quieres cogerte a tu madre». 8 ¿Y qué ocurre? «El niño
simboliza la realidad que lo rodea a partir de ese núcleo, de esa
pequeña célula palpitante de simbolismo que te da Melanie
Klein». 9 Y estamos de acuerdo, el inconsciente de Dick se organiza, se constituye, a partir del discurso de Melanie Klein, que
simboliza con palabras aquello que no alcanza a organizarse en
el sujeto. Con lo que no estamos de acuerdo es con la conclusión
a la cual llega Lacan: que el discurso de Melanie Klein funda el
inconsciente de Dick porque «el Inconsciente es el discurso del
Otro». He aquí (dice) un caso en el cual es absolutamente manifiesto.
Si el discurso de Melanie Klein produce un efecto no es, desde nuestra perspectiva, porque devela el inconsciente (un inconsciente que no cobra carácter de tal, en la medida en que la
tópica psíquica no ha terminado de constituirse), sino porque
ayuda a fundarlo. Pero el contenido de este inconsciente -y esta es nuestra divergencia con Lacan- no es el discurso del
Otro, no está constituido por las palabras de Melanie Klein; el
inconsciente de Dick se constituye en la medida en que las representaciones ya inscriptas en su psiquismo encuentran una
ubicación tópica definitiva a partir de que las palabras de Melanie Klein introducen una simbolización mayor, que funda la
represión originaria.
En este movimiento que realizamos por encontrar una ubicación metapsicológica precisa para los movimientos constitutivos del psiquismo, se emplaza también la cuestión de la
transferencia en psicoanálisis de niños. Aquella discusión de
1927 entre Anna Freud y Melanie Klein consistió más en una
aproximación al fenómeno clínico, un resumen de experiencias
8
J. Lacan, Le séminaire, libro l Les écrits techniques de Freud, París: Seuil,
1975, pág. 81.
9 Op. cit., pág. 100.
218
y una visión intuitiva de la perspectiva freudiana, que en un
verdadero emplazamiento teórico de aquel.
Revisando los temas desarrollados respecto de estos diversos movimientos que inauguran la tópica psíquica y abren paso
a la neurosis infantil, se insinúa en mi espíritu lo siguiente: la
diferenciación introducida por Lebovici para discriminar entre
una neurosis del niño (aquella producida en la infancia) y la
neurosis infantil (reconstruida en el transcurso de la cura del
adulto, tal como lo muestra el ejemplo del Hombre de los Lobos), parece correcta. 1 Compartimos también la propuesta de
diferenciar entre neurosis a transferencia y neurosis de transferencia (la primera, referida a la capacidad más general de establecer transferencias, en el sentido en que Freud diferenciaba las neurosis de las psicosis; y la segunda, como aquella que
puede establecerse en el interior del campo analítico). Sin embargo, nos parece necesario señalar que la posibilidad de establecer una neurosis a transferencia se produce ya en la infancia, a diferencia de lo que sostiene Lebovici, ya que es el efecto
de la repres\ón de los representantes de los objetos originarios
sepultados en el inconsciente, pero a la vez -como hemos desarrollado en capítulos precedentes al analizar la constitución
del objeto de amor en relación con el objeto parcial (de la pulsión)- de la constitución del yo en sus relaciones con el ello y el
superyó, es decir, de la resignación del narcisismo primario.
En este sentido, la instauración de la represión originaria
implica, por su parte, el funcionamiento de las diversas instancias psíquicas y posibilita el establecimiento de un pasaje entre
la libido de objeto y la libido del yo, como condición de la neurosis a transferencia y, por consiguiente, de la neurosis de transferencia.
La pérdida definitiva de los padres infantiles se produce en
el movimiento que desgaja definitivamente al sujeto del narcisismo originario, es decir en el momento de constitución del superyó y la instauración de la represión apres coup. A partir de
ello, nuestra propuesta considera que en la infancia misma se
crean ya las condiciones en el aparato psíquico para la constitución de la neurosis de transferencia aun cuando sea en el
marco de la neurosis del niño, y no de la reconstrucción de la
neurosis infantil.
°
lO S. Lebovici, «L'expérience du psychanalyste chez l'enfant et chez l'adulte
devant le modele de la névrose de transfert», Revue Franr;aise de Psychanalyse, París, nº 5-6, septiembre-diciembre de 1980.
219
Esta pérdida de los objetos originarios relacionados con la
constitución del yo ideal es el momento de establecimiento de
las posibilidades de la neurosis a transferencia y por ende de la
neurosis de transferencia en el interior del proceso de la cura
del niño. De todos modos, ello no implica que no haya movimientos de transferencia previos; dado que el aparato psíquico
no puede constituirse si no es por la pérdida de los objetos originarios, que dejan su huella en la instauración de los representantes representativos pulsionales, pudiéndose establecer precozmente, a partir de ello, transferencias de carga, existentes
ya en los niños muy pequeños antes de que estén dadas las condiciones para la neurosis a transferencia. Mi intención es hacer
explícito, a partir de estas observaciones, que considero que los
padres reales no son jamás objetos fantasmáticos de transferencia, compartiendo lo propuesto por Melanie Klein, quien
definió esta cuestión insoslayable en el psicoanálisis de niños.
Debo señalar, por último, que he retomado, a lo largo de todo mi trabajo, la discusión abierta por Laplanche y Leclaire en
el Coloquio de Bonneval, para plantear que la asimilación del
inconsciente al discurso retoma, bajo una forma nueva, una
antigua propuesta fenomenológica que reduce la estructura al
efecto -sea este considerado síntoma, conducta o palabra-,
anulando el carácter mayor del descubrimiento freudiano. Mis
desarrollos recuperan la tesis de una estructura intrapsíquica
(topos.discernible incluso en una graficación formalizante) productora de efectos, de la cual el sujeto conoce sólo una pequeña
parte como consecuencia de su posición respecto de la represión, que sustrae el inconsciente y lo aísla definitivamente.
El psicoanálisis de niños, por encontrarse en la difícil posición de trabajar en los momentos mismos de constitución de
esta tópica, se enfrenta tanto a los movimientos que la instauran, como a la búsqueda de una propuesta teórico-clínica que
permita abordar sus fracasos. En las fronteras o en el interior
de la psicosis infantil, pero siempre bordeándola, se define el
quehacer del psicoanalista de niños que, a través de la práctica
cotidiana, se enfrenta a una diversidad de movimientos de pasaje, verdaderos momentos de estructuración del aparato psíquico, cuya fenomenología se plasma en la diversidad de entidades psicopatológicas, las cuales no alcanzan, sin embargo,
para comprender la multiplicidad cambiante que se le ofrece.
De ahí el retorno a la metapsicología freudiana, que inspira
todo mi trabajo.
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Sami-Ali, El cuerpo, el espacio y el tiempo
Sami-Ali, El espacio imaginario
Sami-Ali, El sueño y el afecto. Una teoría de lo somático
Sami-Ali, Lo visual y lo táctil. Ensayo sobre la psicosis y la alergia
Jorge H. Stitzman, Conversaciones con R. Horacio Etchegoyen
Marta Tenorio de CalatÍ"oni, comp., Pierre Marty y la psicosomática
Serge Tisseron, Maria Torok, Nicholas Rand, Claude Nachin, Pascal Hachet
y Jean Claude Rouchy, El psiquismo ante la prueba de las generaciones.
Clínica del fantasma
Frances Tustin, Barreras autistas en pacientes neuróticos
Frances Tustin, El cascarón protector en niños y adultos
Obras en preparación
André Green, El pensamiento clínico
René Kaes, Un singular plural
Jean Laplanche, Problemáticas, vol. 6: El apres-coup
Sylvie Le Po ulichet y Vladimir Marinou, comps. , Adicciones, anorexia y fragilidades del narcisismo
Silvia Bleichmar
En los orígenes del sujeto psíquico
Del mito a la historia
ean Laplanche comienza así el «Prólogo» de esta obra: «He
aquí un libro importante».
J
«En la década de 1970 (.. .) la tesis estructuralista daba lugar
incluso a excesos teorético-prácticos desconcertantes: el
niño quedaba como desposeído de su neurosis o de su psicosis en beneficio de la red relacional preexistente a su devenir y a su existencia misma( ... ) Período, tal vez, superado, en que el
niño era considerado puro síntoma del Edipo parental. Ahora bien,
precisamente, un trabajo como el de Silvia Bleichmar contribuye de
manera decisiva a esa superación. El lector verá con qué atención, en
cada uno de los casos clínicos presentados, es mantenida la discriminación entre "lo que se encuentra en la estructura en el momento en
que el sujeto viene a insertarse en ella, y las condiciones de aprehensión de los elementos de esta por parte del sujeto"».
« ... Con el nacimiento de lo inconsciente, estamos en el tema central
del libro: la represión originaria». La interrogación sobre génesis y
estructura en el sujeto psíquico, y sobre el estatuto de la represión
originaria, son los dos temas entrelazados que recorren esta obra.
Y concluye Jean Laplanche: «Cada una de las observaciones presentadas (... ) invita al lector, analista, a acompañar a Silvia Bleichmar, a
dialogar -hasta la controversia- mentalmente con ella, para verificar las hipótesis que propone y las opciones terapéuticas (dispositivo
de la cura, intervenciones, interpretaciones) que de ellas derivan. El
lector se sentirá sacudido por la alianza de entusiasmo, de no prevención, pero al mismo tiempo de sagacidad, que anima a esta práctica
teorético-clinica. Una práctica que se sitúa en el corazón mismo del
cuestionamiento psicoanalítico contemporáneo».
SILVIA BLEICHMAR (1944-2007), prestigiosa psicoanalista argentina, se
doctoró en Psicoanálisis en la Universidad de París VII. Fue profesora
en universidades de la Argentina. España. Brasil, Francia y México.
Recibió el Premio Konex de Platino en Psicología en 2006 y fue nombrada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires en 2007. Entre sus numerosas obras podemos citar La fundación de lo inconciente (1993) y
Clínica psicoanalítica y neogénesis (2000), publicadas por nuestro
sello editorial.
ISBN 978-950-518-131-5
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