ILUMINACIONES ÍNTIMAS Frente a lo que la gente dice a menudo, el uso de la primera persona tiende a ser un signo de humildad: todo lo que tengo para ofrecer es yo mismo. Chris Marker El gran guionista español Rafael Azcona recomendaba escribir siempre de aquello que uno conoce; es decir: de aquello que hemos podido ver, escuchar, oler, tocar o al menos intuir, quizá vislumbrar... Este puede ser un consejo envenenado pues de alguna forma nos aboca a terminar hablando de nosotros mismos, aunque sea a través de las personas, los objetos y los lugares que nos rodean. Hablar de uno mismo puede granjearnos acusaciones de narcisismo o ensimismamiento, pero sigo creyendo que es el único camino posible para llegar a la verdadera revelación, el gesto más humilde de todos y el más generoso, el primero de nuestros deberes como personas y creadores. Se trata, precisamente, de crear un espacio en el que poder compartir nuestras alegrías, dudas y experiencias; un refugio y, al mismo tiempo, un lugar para seguir creciendo y en el que poder “fundar nuestra propia antropología”, tal y como proponía el escritor francés Georges Perec: “la que hablará de nosotros y la que buscará en nosotros lo que durante tanto tiempo hemos copiado de los demás”; misión a la que deberíamos encomendarnos desde cualquier acto de creación, es decir: “hablar de esas cosas comunes, acorralarlas, hacerlas salir, arrancarlas del caparazón en el que permanecen pegadas, darles un sentido, un idioma: que hablen por fin de lo que existe, de lo que somos”. En el idioma del cine, no serán las películas de catástrofes, ni siquiera aquellas que se muestran más trascendentes o pretenden revelarnos una verdad universal, las que hablarán de nosotros en un futuro más o menos próximo. Porque el cine se ha mostrado más imperecedero cuanto más cerca ha estado de las personas y sus interioridades. Si entendemos el cine como una forma de vida, no será sino nuestra propia experiencia la que nos permitirá seguir trazando caminos, puentes, formas de diálogo entre nosotros y los demás. Si entendemos el cine como un arte termita, según la definición del crítico Manny Farber, entonces sabremos dejar de lado las grandes empresas para centrarnos en las pequeñas, deteniéndonos en aquellos pequeños destellos de belleza que salen a nuestro paso cada día. Y si finalmente entendemos el cine como un acto de amor, no nos quedará más remedio que asumirlo de una vez: “las películas serán necesariamente personales, y los cineastas se expresarán en primera persona”. Hace ya muchos años que François Truffaut verbalizó la visión de ese futuro que habitamos hoy, pero nunca habíamos tenido tantas herramientas y facilidades para abordar ese ideal del cine. Disponemos de múltiples dispositivos, cámaras ligeras de diferentes formatos y calidades; nuestras pantallas y discos duros se inundan de películas caseras, personales, y el cine regresa así, cada día, a su origen esencial, al puro registro de un momento concreto, de un instante en la vida propia y ajena. Cuando todo parece inventado y las historias mil veces contadas y agotadas, cuando ya no sepamos a dónde dirigir la cámara, creo que siempre habrá un rincón dentro de nosotros mismos en que poder ser absolutamente originales. Y ese rincón no es otro que nuestra propia intimidad. Pero una intimidad que pasa por el filtro de una cámara y se convierte siempre en otra cosa. Y esa transmutación o alquimia cinematográfica es uno de los procesos más fascinantes a los que podemos asistir en nuestro pequeño mundo diario. El cine en primera persona facilita la conexión más directa hacia segundas y terceras personas, invitándolas a recordar y proyectar en las imágenes familiares de otro las suyas propias. De esta forma, el cine contiene y embalsama la memoria de todos y a la vez nos proporciona un nuevo relato que sucederá siempre en tiempo presente, nuestra particular forma de antropología, pero también de arqueología, pues buscamos en las huellas de lo vivido signos de lo que estamos por vivir. Vamos en busca de algo y no encontramos sino cosas, dijo el poeta Novalis. Y es en esa búsqueda incesante, a veces desgarradora, de nuestro presente, pasado y futuro, en donde el cine se renueva una y otra vez, otorgándonos un espacio de comprensión inigualable, hacia nosotros mismos y hacia los demás. Jonás Trueba