ALMA: No se esfuerce por consolarme. He venido aquí en pie de igualdad. Usted dijo: hablemos con franqueza. Pues bien, así sea, hablemos con cruel franqueza, hasta desvergonzadamente, entonces. El hecho de que yo lo amo no es un secreto. Nunca lo fue. Lo amo desde aquel día en que le pedí que leyera el nombre del ángel de piedra con sus dedos. Sí. Recuerdo las largas tardes de nuestra infancia, cuando yo debía quedarme en casa a practicar mis lecciones de música... y cuando oía a sus compañeros de juego que lo llamaban "¡Johnny! ¡Johhny!" ¡Qué escalofrío sentía yo con sólo oír que gritaban su nombre! ¡Y cómo corría a la ventana a mirarlo... cuando salvaba de un salto la balaustrada del porche! Me quedaba parada, a lo lejos, a media manzana de distancia, sólo para seguir viendo su roto sweater rojo mientras usted correteaba por el baldío donde jugaban. Sí, esa congoja de amor empezó temprano y nunca me ha abandonado desde entonces, ha seguido creciendo sin cesar. Viví en la casa contigua a la suya todos los días de mi vida, y fui un ser débil y desarmónico que adoraba con temor su unidad, su fuerza. ¡Y eso es todo lo que tenía que decir! Ahora, querría que usted me dijera... ¿Por qué no sucedió eso entre nosotros?¿Por qué fracasé? ¿Por qué se me acercó usted bastante... y no más? MARCO ANTONIO- “JULIO CÉSAR” ¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme oídos! ¡Vengo a sepultar a César no a elogiarle! El mal que hacen los hombres vive después de ellos, el bien, muchas veces, queda enterrado con sus huesos. ¡Sea así con César! El ilustre Bruto os ha dicho que César era ambicioso, si así fue, fue una grave falta y César la ha pagado gravemente. Aquí, con permiso de Bruto y los demás- pues Bruto es un hombre honrado y los demás también, todos son hombres honrados- vengo a hablar en el funeral de César. Él fue amigo mío, fiel y justo conmigo, pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre honrado. Trajo muchos cautivos a Roma, cuyos rescates llenaron las arcas públicas. ¿Parecía Cesar ambicioso en eso? Cuando los pobres clamaban, César lloraba. ¡La ambición debería de estar hecha de materia más dura! Sin embargo Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en el Lupercal le ofrecí tres veces una corona real, y él la rehusó tres veces. ¿Fue esto ambición? Pero Bruto dice que era ambicioso y, por supuesto, Bruto es un hombre honrado. No hablo para desmentir lo que dijo Bruto, sino que estoy aquí para decir lo que sé. Todos vosotros le quisisteis antes, no sin razón. ¿Qué razón, entonces, os impide llorarle? ¡Ah, juicio! ¡Has huido a las bestias irracionales y los hombres han perdido la razón! Perdonadme, mi corazón está aquí, en el ataúd, con César, y he de detenerme hasta que vuelva a mi. BEATRIZ.- El hombre cabal [perfecto] sería el que supiera mantenerse en el justo medio entre Juan y Benedicto, el uno parece una estatua y no dice esta boca es mía; el otro, como si fuera el hijo mayor de la señora de la casa, no para de hablar. Con buenas piernas y buen pie, y bastante dinero en la bolsa, no hay hombre que no pueda conquistar a las mujeres, a condición naturalmente, de que sepa ganarse su simpatía. ¿Pensáis que mi lengua es demasiado maligna? Mejor, demasiado maligna es mucho más que ser sólo maligna. Así no echaré de menos los mandamientos de Dios, porque, como dice el proverbio: “A la vaca mala, Dios le pone los cuernos cortos.” Pero si la vaca es muy mala, la deja sin cuernos. Y sin cornamenta, tampoco quiero un marido, una gracia que suplico de rodillas al acostarme y al levantarme. Por Dios…, yo no podría sufrir a un marido con barba; preferiría acostarme sobre la lana. ¿Y si no tuviera barba? ¿Qué podría hacer yo con él? ¿Le pondría mis ropas para que me sirviera de doncella? Si un hombre tiene barba, es más que un joven, y si no la tiene, ni hombre es. Si es mucho más que un joven, no es para mí, y si no es un hombre, yo no soy para él. Por eso prefiero quedarme para vestir santos. Cuando muera iré directa al infierno. Llegaré sólo hasta la puerta y el diablo saldrá a recibirme, con sus cuernos en la frente, como un viejo y me dirá: “Vete al cielo, Beatriz, vete al cielo; aquí no hay ningún puesto para vírgenes como tú.” Entonces yo pondré mis manos en sus manos, y me iré derechita al cielo, al encuentro de San Pedro, y él ya me dirá dónde estarán los solterones, y allí viviremos alegremente todo el santo día. Yo no quiero casarme. Los hijos de Adán son todos hermanos míos, y, francamente, consideraría un pecado tener que escoger un marido de entre la familia.