navidad2018

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Novena de Navidad
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Bogotá, D.C.
Compilación y Redacción:
Hna. María José Córdoba
[email protected]
JMJ
Diseño y diagramación:
LMC
ISBN: 978-958-58055-0-7
Diciembre de 2018
GLORIA A DIOS EN EL CIELO
Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES
EN QUIENES ÉL SE COMPLACE
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amaste a los hombres,
que les diste en tu hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho
hombre en las entrañas de una Virgen naciera en un pesebre para nuestra
salud y remedio; yo, en nombre de todos los mortales, te doy infinitas
gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él te ofrezco la pobreza,
humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, suplicándote por sus
divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas
lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones
con humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo
lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more
eternamente. Amén. (Se reza tres veces Gloria al Padre).
Oración a la Santísima Vírgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu
humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera por madre suya, te
suplico que tu misma prepares y dispongas mi alma y la de todos los
que en este tiempo hagan esta novena, para el nacimiento espiritual de
tu adorado hijo. ¡Oh dulcísima madre!, comunícame algo del profundo
recogimiento y divina ternura con que lo aguardaste tú, para que nos
hagas menos indignos de verlo, amarlo y adorarlo por toda la eternidad.
Amén. (Se reza tres veces el Avemaría).
Oración a San José
¡Oh santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas
gracias doy a Dios porque te escogió para tan soberanos misterios y te
adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza.
Te ruego, por el amor que tuviste al Divino Niño, me abraces en
fervorosos deseos de verlo y recibirlo sacramentalmente, mientras
en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén. (Se reza un
Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria).
Oración al Niño Jesús
Acuérdate, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijiste a la venerable Margarita del
Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos tus devotos, estas palabras
tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo
lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será
negado”. Llenos de confianza en ti, ¡oh Jesús!, que eres la misma verdad,
venimos a exponerte toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa,
para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos por los méritos
infinitos de tu infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos
a ti, ¡oh Niño Omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra
esperanza, y de que en virtud de tu divina promesa, acogerás y despacharás
favorablemente nuestra súplica. Amén.
Gozos
Dulce Jesús mío, mi niño adorado
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no
tardes tanto!
¡Oh, Sapiencia suma del Dios
soberano, que a infantil alcance te
rebajas sacro! ¡Oh, Divino Niño,
ven para enseñarnos la prudencia
que hace verdaderos sabios!
¡Oh, Adonai potente que Moisés
hablando, de Israel al pueblo diste
los mandatos! ¡Ah, ven prontamente
para rescatarnos, y que un niño débil
muestre fuerte el brazo!
¡Oh, raíz sagrada de José que
en lo alto presenta al orbe tu
fragante nardo! Dulcísimo Niño
que has sido llamado Lirio de los
valles, Bella flor del campo.
¡Llave de David que abre al
desterrado las cerradas puertas
de regio palacio! ¡Sácanos. Oh
Niño con tu blanca mano, de la
cárcel triste que labró el pecado!
¡Oh, lumbre de Oriente, sol de
eternos rayos, que entre las tinieblas
tu esplendor veamos! Niño tan
precioso, dicha del cristiano, luzca
la sonrisa de tus dulces labios.
¡Espejo sin mancha, santo de los santos,
sin igual imagen del Dios soberano!
¡Borra nuestras culpas, salva al desterrado
y en forma de niño, da al mísero amparo!
¡Rey de las naciones,Emmanuel preclaro,
De Israel anhelo Pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas con suave cayado
ya la oveja arisca, ya el cordero manso!
¡Ábranse los cielos y llueva de lo
alto bienhechor rocío como riego
santo! ¡Ven hermoso Niño, ven
Dios humanado! ¡Luce, hermosa
estrella! ¡Brota, flor del campo!
¡Ven ante mis ojos, de ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas! ¡Bese ya tus
manos! ¡Prosternado en tierra, te
tiendo los brazos, y aún más que
mis frases, te dice mi llanto!
¡Ven, que ya María previene
sus brazos, do su niño vean, en
tiempo cercanos! ¡Ven, que ya
José, con anhelo sacro, se dispone
a hacerse de tu amor sagrario!
¡Ven Salvador nuestro por quien
suspiramos Ven a nuestras almas,
Ven, no tardes tanto!
¡Del débil auxilio, del doliente amparo,
consuelo del triste, luz del desterrado!
¡Vida de mi vida, mi dueño adorado, mi
constante amigo, mi divino hermano!
PRIMER DIA - Alégrate, llena eres de gracia
“Al sexto mes fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad
de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y
entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella
se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante
de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús.” Lc. 1, 26-31
Con el relato de la anunciación del Ángel Gabriel a María comenzamos
nuestra novena de preparación para la Navidad, para el nacimiento de
Jesús. Es motivo de alegría profunda el recordar este momento en que
Dios la elige como Madre del Salvador. María es entonces la figura de la
aceptación a la Voluntad de Dios, incluso cuando no se entienden sus
designios; el abandonarse a Dios es signo de alegría, de paz profunda.
Cuánto más serena y tranquila está nuestra alma, más se refleja Dios en
ella, más se imprime su imagen en nosotros y mayor es la actuación de
su gracia. Si al contrario, nuestra alma está agitada y turbada, la gracia
de Dios actuará con mayor dificultad. Cuanto más serena y abandonada
esté nuestra alma, más se nos comunicará ese Bien, Jesús, y a través de
nosotros a los demás. Dios es el Dios de la paz, no habla ni obra más que
en medio de la paz, no en la confusión ni en la agitación.
En este primer día de la novena, se nos invita a buscar la paz de nuestro
corazón, aún en medio de las dificultades; así como María, que no
perdió la paz en su interior, abandonándose completamente al designio
de Dios en ella. El ángel la invita a la alegría, pero no una alegría como
la del mundo sino una alegría plena, auténtica y profunda: la alegría de
abandonarse en las manos de Dios.
En un momento de silencio, ofrezcámosle a Dios todas nuestras
preocupaciones, nuestras dificultades, tristezas y dolores que oprimen
nuestro corazón, y pidámosle que inunde nuestros corazones con Su
alegría, con Su paz.
Oremos esta plegaria del Cardenal Van Thuan:
Madre, continúa obrando en mí, orando, amando y sacrficándome,
continúa siendo la Madre de la humanidad. Oh Madre, me consagro
a Ti, todo a ti, ahora y para siempre. Viviendo en tu espíritu y en el
de San José, viviré en el espíritu de Jesús, con Jesús, los ángeles y los
santos. Te amo, Madre nuestra.
SEGUNDO DIA - Ninguna cosa es imposible para Dios
“María respondió al Ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de
nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu
pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de
aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para
Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra.» Y el Ángel dejándola se fue.” Lc. 1, 34-38
Con frecuencia nos inquietamos y nos alteramos pretendiendo resolver
todas las cosas por nosotros mismos, mientras que sería mucho más
eficaz permanecer tranquilos bajo la mirada de Dios y dejar que Él actúe
en nosotros con su sabiduría y su poder infinitamente superiores. Es
lo que sucedió con la Virgen María, ella no sabía cómo podría suceder
lo que el Ángel le anunciaba, pero el Ángel la tranquiliza y con ella a
todos nosotros diciéndonos: “Ninguna cosa es imposible para Dios”.
En este día de la novena se nos invita a una confianza sin límites en
nuestro Dios, que es Padre y nos ama inmensamente. Si intentamos
asegurar nuestra vida, nuestros proyectos y decisiones solo
apoyándonos en los medios humanos y en nuestras propias fuerzas,
lo más seguro es que no lleguen a buen término, perderemos la paz y
caeremos en grandes inquietudes. La solución está ante nosotros y se
llama “abandono”, abandono en Dios, en que Él tiene la solución.
Hagamos conscientemente la siguiente oración de abandono, de
Charles de Foucauld:
Padre mío, me abandono a Ti, haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí, te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo, lo acepto todo.
con tal que Tu Voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos, te la doy Dios mío,
con todo el amor de mi corazón, porque te amo,
y porque para mí amarte es darme, entregarme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Amén.
TERCER DÍA - ¿De dónde
que la madre de mi Señor venga a Mí?
“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región
montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó
a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó
de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y
exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu seno; ¿de dónde que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el
niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que
le fueron dichas de parte del Señor!»”. Lc. 1, 39-45
María apenas sabe que su pariente necesita de ayuda, corre a su
encuentro, no duda ante la posibilidad de prestar algún servicio. María
sabe que más que una ayuda exterior, llevará a Jesús, que crece en su
vientre. Y Jesús, es llamado por el profeta Isaías como “Príncipe de Paz”,
Is. 9, 5 Así que María va con prontitud a llevar Paz, una Paz interior que
nos guía siempre al servicio. Únicamente el hombre que goza de paz
interior puede ayudar eficazmente a su hermano. ¿Cómo comunicar
la paz a los otros si carezco de ella? ¿Cómo habrá paz en las familias,
en la sociedad y entre las personas si, en primer lugar, no hay paz en
los corazones? «Adquiere la paz interior, y una multitud encontrará la
salvación a tu lado», decía San Serafín de Sarov. Conseguir y conservar
la paz interior, es imposible sin la oración, debería ser considerada
como una prioridad para cualquiera, sobre todo para quien desee hacer
algún bien a su prójimo. De otro modo, no hará más que transmitir sus
propias angustias e inquietudes.
Así en este día de la novena se nos invita a actuar pero bajo el impulso del
Espíritu de Dios, que es un espíritu de paz, de serenidad, de tranquilidad.
No olvidemos que Dios habita en la paz y en la paz realiza grandes cosas.
Oremos esta plegaria por la paz de San Francisco de Asís:
Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que donde hay odio, yo ponga el amor.
Que donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que donde hay error, yo ponga la verdad.
Que donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar,
ser comprendido, sino comprender, ser amado, sino amar.
Porque es dando como se recibe,
olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna. Amén.
CUARTO DIA - Su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación
“Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra
en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de
su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,
Santo es su nombre y su misericordia llega a sus fieles de generación
en generación. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son
soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus
tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y
despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de
la misericordia, como había anunciado a nuestros padres, en favor de
Abraham y de su linaje por los siglos.»”. Lc. 1, 46-55
En este hermoso himno, la Virgen María exalta a Dios, Su Santidad,
Su amor, Su poder, Su Misericordia. Dios es ante todo, un Dios
Misericordioso, que envía a Su Hijo, para salvarnos a nosotros de
la muerte eterna; lo envía porque nos quiere con Él en el Reino. De
este modo, la Navidad nos muestra el camino hacia la salvación de una
forma única. La Navidad es un tiempo de reflexión, de reconocernos
necesitados de Dios. Nuestras faltas y pecados, jamás serán un motivo de
desesperación porque incluso de algo que parece malo Dios puede sacar
un gran bien. San Juan de la Cruz decía: «El Amor sabe sacar provecho
de todo, del bien como del mal que encuentra en mí, y transformar en
Él todas las cosas». Nuestra confianza en Dios debe llegar a creer que
Él es lo bastante bueno y poderoso como para sacar provecho de todo,
incluidas nuestras faltas y nuestras infidelidades. Cuando San Agustín cita
la frase de San Pablo: «Todo coopera al bien de los que aman a Dios»,
añade: ¡incluso el pecado! Por supuesto, hemos de luchar enérgicamente
contra el pecado y batallar por corregir nuestras imperfecciones.
Cuando hemos sido causantes de cualquier mal debemos repararlo, pero
también dirigirnos a Dios con un corazón arrepentido. Esta actitud nos
hará crecer en humildad y nos enseñará a poner algo menos de confianza
en nuestras propias fuerzas y un poco más en Él. Por lo tanto, después de
una falta, cualquiera que sea, en lugar de quedarnos hundidos en medio
del desaliento, debemos volvernos confiadamente y de inmediato a Dios
e incluso agradecerle el bien que, en su misericordia, sacará de esa falta.
Oremos la oración de Santa Faustina pidiendo ser misericordiosos:
Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos
para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias,
sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.
Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos
para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo
y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa
para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga
una palabra de consuelo y de perdón para todos.
Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas
y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo
y cargue sobre mí las tareas más difíciles y penosas.
Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos
para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo,
dominando mi propia fatiga y mi cansancio.
Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.
Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso
para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo.
A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso
con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad.
Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí. Amén
QUINTO DIA - Despertado José del sueño,
hizo como el Ángel del Señor le había mandado
“María, estaba desposada con José y, antes de estar juntos, se encontró encinta
por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla
en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el
Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no
temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados.»”. “Despertado José del sueño, hizo como
el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.” Mt. 1, 18-24
José es el ejemplo del hombre justo, éste era el máximo elogio que se
le podía hacer a un judío del siglo I. Significaba que la vida de José y
sus disposiciones eran plenamente conformes a la Ley de Dios. José
respetaba los mandamientos de Dios y los cumplía con total fidelidad.
Decide repudiarla al considerar el inexplicable embarazo de María y se
consideró indigno de formar parte de la acción de Dios en esta singular
situación. Su decisión es una medida de respeto y prudencia, para
mantener en secreto el misterio oculto en ella. Su rectitud se manifiesta
en sus intenciones, revela su profunda humildad y su respeto hacia
Dios y hacia María. Pero Dios envía un Ángel para explicarle a José
aquello que humanamente no comprendió y que lo podría apartar de
su vocación. Dios llama a José como padre legal del Mesías.
En José encontramos un ejemplo claro del hombre que ama a
Dios sobre todas las cosas y que en cualquier circunstancia desea
sinceramente preferir la voluntad de Dios a la propia, y que no quiere
negar conscientemente cosa alguna a Dios. Por lo contrario, el hombre
que se enfrenta a Dios, que más o menos conscientemente le huye, o
huye de algunas de sus llamadas o exigencias, no podrá vivir en paz.
El hombre no puede vivir en una paz profunda y duradera si está lejos
de Dios, si su íntima voluntad no está totalmente orientada hacia Él,
lo dice San Agustín: «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti». El hombre que ha entregado su
voluntad a Dios, en cierto modo ya le ha entregado todo.
Oremos con mucha devoción la siguiente oración del Padre Rupert Mayer:
Señor, como Tú quieras, así caminaré
y como Tú quieras, que así sea;
solo ayúdame a comprender Tú Voluntad.
Señor, cuando Tú quieras, ese será el momento,
y cuando Tú quieras, estaré preparado. Hoy y siempre.
Señor, lo que Tú quieras, eso escogeré,
y lo que Tú quieras será mi ganancia.
Señor, porque Tú lo quieres, por eso es bueno,
y porque Tú lo quieres,por eso me atrevo;
mi corazón descansa en tus manos.
SEXTO DIA - Dio a luz a su hijo primogénito
y le acostó en un pesebre
“Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la
ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David,
para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que,
mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio
a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre,
porque no tenían sitio en el alojamiento.” Lc. 2, 4-7
Jesús no vino a este mundo en soledad. Quiso hacerlo en el seno de
una familia, y vino a traernos la salvación: hacernos miembros de
la familia de Dios. Este es el significado auténtico de la salvación y
también de la Navidad. Hijos e hijas de Dios, miembros de su familia.
No llegaremos a entender lo que Jesucristo ha hecho por nosotros
hasta que comprendamos el misterio de la Navidad. El mundo sin
Cristo sería un lugar triste y, allí donde no se le conoce, todo es aún
gris. A partir del nacimiento de Cristo, todo ha cambiado, es necesario
que cada uno reciba a este niño por la fe. Un niño que llegó para
traernos alegría, paz, amor, armonía… Sintamos la pertenencia a la
familia de Dios, sintámonos hijos de este Padre bueno, de esta Madre
que también nos toma a nosotros entre sus brazos, ella sabe que somos
como niños necesitados de su amor, de su consuelo, de su paz.
En este día oremos de modo especial por nuestras familias, los que
siguen a nuestro lado, los que se alejaron y también los que volveremos
a encontrar en el cielo. Pero no olvidemos que también aquí, en este
lugar, estamos haciendo familia, cada compañero y compañera son
nuestra familia, comparten nuestro día a día. Descubramos el verdadero
sentido de la familia, de sentirse amado, acompañado, comprendido y
seamos familia también para los demás.
Oremos con San Agustín:
Oh Dios, creador de todas las cosas. Dios, Padre de la verdad, Padre de
la sabiduría, Padre de la vida, Padre de la felicidad, concédeme primero
el don de saber pedirte; después, el de hacerme digno de ser escuchado,
y, finalmente, el de ser libre.
Oh Dios, separarse de Ti es caer, volver a Ti es levantarse, permanecer
en Ti es estar firme. Oh Dios, salirse de Ti es morir, volver a Ti es
resucitar, habitar en Ti es vivir.
Dios, que nos haces distinguir el bien del mal. Dios, por quien evitamos
el mal y seguimos el bien. Dios, que nos despojas de lo que no es y nos
vistes de lo que es.
Yo solo te amo a Ti, te sigo a Ti, solo te busco a Ti. Dime a donde
tengo que mirar para verte; siento necesidad de volver a Ti, ábreme la
puerta que estoy llamando, ayúdame a recorrer este camino. Haz que al
buscarte nada me salga al encuentro en lugar de Ti. Haz Padre que te
encuentre y quítame todo obstáculo que impida acercarme a Ti. Amén.
SEPTIMO DIA - Les anuncio una gran alegría
“Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y
vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel
del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron
de temor. El Ángel les dijo: «No teman, les anuncio una gran alegría,
que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un Salvador, que es el Cristo, Señor; y esto les servirá de señal:
encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y
de pronto se juntó con el Ángel una multitud del ejército celestial, que
alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz
a los hombres en quienes Él se complace.»”. Lc. 2, 8-14
La Navidad sería inimaginable sin la presencia de los Ángeles. Desde el
momento de la concepción de Jesús y para siempre, los espíritus puros
desempeñan un papel crucial en el plan de la salvación. Una multitud de
Ángeles es un signo claro e inequívoco de la presencia de Dios y de su favor.
Los Ángeles de la Navidad son un signo de que, en Jesucristo, Dios se hace
presente en medio de su pueblo. Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros.
Cuando Dios se hizo hombre, trajo consigo un intercambio maravilloso de
dones, nos lo dice San Pablo: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por
nosotros, para que seamos ricos por su pobreza”. 2 Cor. 8, 9
Los Ángeles estuvieron dispuestos a adorar a Dios bajo la forma de un
humilde bebé, lo adoraron del mismo modo como le adoraban en el cielo.
Con su venida, Jesús ha unido el cielo y la tierra en alabanza a la gloria de
Dios. Los pastores y los Ángeles, se unieron para adorar a Jesús y fueron
los Ángeles quienes les enseñaron a los pastores “El Gloria” que aún hoy
proclamamos. De este relato aprendemos que los Ángeles están siempre
con nosotros, nos guían hacia Dios, nos acompañan en nuestro peregrinaje
en esta tierra; son nuestros amigos, compañeros de camino.
Oremos esta oración de San Francisco de Sales:
¡Oh Santo Ángel! Desde mi nacimiento tu has sido mi protector, hoy
te entrego mi corazón, dáselo a Jesús, pues solo a Él debe pertenecer.
Fortalece mi fe, haz fime mi esperanza, enciende en mí el amor Divino.
Concédeme que no me perturbe la vida pasada, que no me asuste la
presente y no me atemorice la futura. Consérvame la paz. Ilumíname en
mis dudas, en las caídas levántame, fortaléceme en los peligros, hasta que
me introduzcas en el cielo para gozar contigo de la felicidad eterna. Amén.
OCTAVO DIA - Vieron al niño con María su madre
y, postrándose, le adoraron
“Ellos, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían
visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo
encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de
inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre
y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron
dones de oro, incienso y mirra.” Mt. 2, 9-11
Este es el momento en el que Dios entregó “alegría al mundo”, no
solamente a Israel, sino al mundo entero: naciones, extranjeros, gentiles.
Los Reyes magos se dirigieron a Jerusalén, y después a Belén, llevando
consigo sus tributos. El gran sabio de la Sagrada Escritura del siglo III,
Orígenes de Alejandría, explicaba los dones: Oro, para un rey; mirra,
para un ser mortal; e incienso, para Dios. Estos dones se le presentan a
este bebé que es Dios, hombre y monarca al mismo tiempo.
Apreciemos esta visita de los reyes magos, pues representan al mundo
entero. Dios le ofrece la alegría al mundo y el mundo responde con
adoración. También nosotros correspondamos a esta invitación de Dios
de adorarlo, de amarlo, de abandonarnos a Él. Pues en medio de nuestra
fragilidad humana, reconocemos la necesidad tan grande que tenemos de
Dios, sin Él, sin su amor, no somos nada; y con humildad reconozcamos
que todo lo bueno que hay en nosotros es solo gracias a Dios, quien vive
en nosotros y nos llama a ser Santos como Él es Santo.
Oremos la plegaria de San Juan María Vianney:
Te amo, oh mi Dios, mi único deseo
es amarte hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, oh infinitamente amoroso Dios,
y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor.
Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo,
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Dame la gracia de sufrir mientras que te amo y de amarte mientras
sufro, y el día que me muera no solo amarte, sino sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca esté de mi hora final,
aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.
NOVENO DIA - Este niño está puesto para caída
y elevación de muchos
“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este niño está puesto para
caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción.
¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!, a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones.» Lc. 2, 33-35
También en la celebración de la Navidad, de la alegría que trajo el
nacimiento de Jesús, sus padres experimentan dolor. A la Virgen María
le fue señalado un dolor concreto. Seguramente pensaríamos que
ojalá no le hubieran anunciado este dolor, pero también el dolor es
necesario en nuestra vida. Jesús mismo vivió entre contradicciones,
burlas, injusticias, traiciones… Y nosotros, a menudo vivimos en medio
de una ilusión: queremos que cambie lo que nos rodea, que cambien
las circunstancias, y tenemos la impresión de que, entonces, todo iría
mejor. Pero eso suele ser un error: no son las circunstancias exteriores
las que han de cambiar: en primer lugar ha de cambiar nuestro corazón,
purificándose de su encierro, de su tristeza, de su egoísmo, de su falta de
esperanza: «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán
a Dios» (Mt 5, 8). Bienaventurados los que tienen el corazón purificado
por la fe y la esperanza, que dirigen hacia su vida una mirada iluminada
por la certeza de que, a pesar de las apariencias desfavorables, Dios
está presente, atiende a sus necesidades esenciales y que, por lo tanto,
nada les falta. Entonces, si tienen esta fe, verán a Dios: experimentarán
la presencia de Dios, que les acompaña y les guía; comprenderán que
todas aquellas circunstancias que les parecían negativas y perjudiciales
para su vida espiritual, en la pedagogía de Dios son, de hecho, medios
poderosos para hacerles avanzar y crecer. San Juan de la Cruz dice que
«suele ocurrir que, por donde el alma cree perder, gana y aprovecha
más». Eso es muy cierto.
El problema de fondo es que estamos demasiado apegados a nuestras
opiniones sobre lo que es bueno y lo que no lo es, y no confiamos
suficientemente en la Sabiduría y el poder de Dios. No creemos que
sea capaz de usar todo para nuestro bien y que nunca, en cualquier
circunstancia, dejará que nos falte lo esencial; en pocas palabras, lo que
nos permita amar más, pues crecer o desarrollarse en la vida espiritual
es aprender a amar. Si tuviéramos más fe, muchas circunstancias que
consideramos perniciosas podrían convertirse en unas ocasiones
maravillosas para amar más, ser más pacientes, más humildes, más
dulces, más misericordiosos, y de abandonarnos más en las manos de
Dios. Y así como María, guardar todo en nuestro corazón, esperando
en Dios, confiando infinitamente en su Amor.
Leamos atentamente estas sabias palabras que Jesús nos dice hoy a
todos nosotros:
Me gustaría ser ciego, sordo y mudo; y en muchos casos, desearía
perder la memoria para olvidar que el hombre me ha ofendido. Esta
reacción del Dios-Hombre, no te debería extrañar; al contrario, tu
deberías imitarme y, en muchas ocasiones, deberías ser ciega para no
ver la maldad, sorda para no oír los insultos y muda para no responder
a los ultrajes.
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