1 2 ÁNGEL ROSENBLAT Y LA POBLACIÓN NOVOHISPANA SIGLOS XVI-XVII Presentación y selección José Luis Aranda Romero DEL INSTITUTO DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA Puebla 2005 3 Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Enrique Agüera Ibáñez Rector José Ramón Eguíbar Cuenca Secretario General Agustín Grajales Porras Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Noé Blancas Corrección Julio Broca Diseño y formación Ilustración de portada: Ángel Rosenblat en 1984, acuarela y tinta de Enrique Bertheau Martínez ©Primera edición, 2005 Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Juan de Palafox y Mendoza 208 Centro Histórico, Puebla, Pue. ISBN: 968 863 891 9 IMPRESO Y HECHO EN MÉXICO Printed and made in Mexico 4 C O N T E N I D Presentación 7 La población indígena hacia 1650 15 La población indígena hacia 1570 33 La población americana en 1492 43 Conclusiones generales 63 Apéndice III. La población americana hacia 1650 67 Apéndice IV. La población de América hacia 1570 77 Apéndice V. La población de América hacia 1492 87 Apéndice VI. El mestizaje y las castas coloniales 105 Notas 175 5 O 6 PRESENTACIÓN La primera edición de La población indígena de América, desde 1492 hasta la actualidad, fue divulgada en Tierra Firme, revista fundada por Américo Castro, publicación de la sección hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos de Madrid, en 1935. Diez años después fue reeditada con el mismo título1 en el tercer cuaderno de la serie Stirps Quaestionis, y revisada por el autor. En esta edición agregó un nuevo apartado en el apéndice: “El mestizaje y las castas coloniales”. En 1954 apareció bajo el título: La población indígena y el mestizaje en América.2 El libro tiene una estructura cronológica que va de lo conocido a lo incierto: “Al declararse la independencia hispanoamericana (18101825)”, “La población indígena hacia 1650”, “La población indígena hacia 1570” y, finalmente, “La población americana en 1492”. Para los fines de esta edición he omitido la primera y tomado únicamente aquellas partes dedicadas a la América en etapas coloniales, incluido el apéndice sobre el mestizaje. Fiel a su vocación de filólogo, en la construcción del texto, el profesor Rosenblat rescata cifras que ofrecen los cronistas que considera atrayentes por su prudencia. Critica con firmeza aquellos que ofrecen números llevados por el entusiasmo de la evangelización, por el éxito en una batalla o porque su imaginario así lo imponía. La mesura le produce confianza. Se entiende su postura crítica frente a las cifras exorbitantes, antiguas y modernas; examinando con atención los diferentes apéndices se comprueba su erudito espíritu en pos del dato convincente. 7 En el momento en que el profesor Rosenblat publica este texto, la literatura histórica navegaban en otras aguas. Las preocupaciones de aquellos dedicados a la investigación histórica se concentraban en problemas de otra índole. Por sus dimensiones y por su alcance historiográfico crea un trabajo constituyente y polémico. Implanta la cifra, en la “guerra de los números”, nombrada de diferentes formas: “bajista”, “lower estimates” o “minimalista”, para indicar el mínimo al que llegó la población indígena en el siglo XVI. Serán posteriores los trabajos demográficos de la llamada escuela de Berkeley, con los que entabló larga e implacable disputa3. En 1965, cuando La población indígena de América cumplía sus primeros 20 años de difusión, W. Borah lo calificó de la forma siguiente: “es probablemente el más consultado por la gente que desea información sobre las estimaciones de la población aborigen”. Sin apremio de su originalidad, difusión e importancia, el acusioso estudio del profesor Rosenblat fue pionero en lengua castellana, y ya es sexagenario. Su original trabajo devino referencia ineludible en las pesquisas sobre poblaciones novohispanas. Para llevarlo a buen término gocé del valioso apoyo de la AECI, Agencia Española de Cooperación Internacional, institución que me concedió una beca para hacer una estancia de investigación en Sevilla, en el verano del 2005. De igual forma agradezco profundamente el interés que el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, en la persona de su director, el Maestro Agustín Grajales Porras, prestó para la presente edición. José Luis Aranda Romero Los Bermejales, Sevilla, verano 2005. 8 AUTOBIOGRÁFICA Esta bibliografía que ha elaborado la señorita Tejera4 me parece mi biografía más completa. Yo me daría por satisfecho con ella. Pero los ritos de la erudición reclaman a veces otras cosas, indispensables para llenar una ficha: noticias indiscretas sobre el lejano nacimiento o sobre episodios de la vida que se supone que pueden interesar al prójimo. No hay más remedio que complacer a la indiscreción. Nací al parecer el 9 de diciembre de 1902, en Wengrow, una aldea de Polonia que, según me dicen, es hoy una hermosa ciudad. Mi lengua materna era el idisch. Cuando tenía seis años, mi familia se trasladó a la Argentina, donde hice todos mis estudios: los primarios en Neuquén; los secundarios en Bahía Blanca; los universitarios en Buenos Aires. Por eso, cuando me preguntan, digo por lo común que he nacido en la Argentina. En parte por ahorrarme explicaciones, y quizá también porque acaso me hubiera gustado haber nacido allí. En cierto sentido, es efectivamente la tierra de mi nacimiento. En 1927 cursaba yo mi último año de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ese año llegó, contratado para dar el curso de Filología románica y dirigir el Instituto de Filología, Amado Alonso. Me correspondió formar parte de su primer grupo de alumnos. Al salir del examen, me propuso incorporarme al Instituto, para trabajar con él. Esa invitación fue sin duda decisiva para toda mi vida. Trabajé con Amado Alonso tres años, día a día, en la preparación del primer tomo de la “Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana”, que constituye en rigor mi aprendizaje. A fines de 1930 9 obtuve una beca de la Universidad de Buenos Aires para completar mis estudios en Alemania. Lo consideré un premio. Un premio que duró muy pocos meses. En la Universidad de Berlín estudié dos años y medio. El “Romanisches Seminar” estaba dirigido por Ernest Gamillsheg, romanista eminente y persona extraordinaria, a quien debo mucho. Durante varios semestres di allí clases de conversación española. Queda como testimonio de mis últimos meses de Berlín la conferencia que pronuncié en la Universidad el 1° de febrero de 1933: Lengua y cultura de Hispanoamérica, que tiene hasta ahora ocho ediciones. En mayo de 1933 me incorporé al Centro de Estudios Históricos de Madrid, la cuna de la Filología española, que dirigía don Ramón Menéndez Pidal. Américo Castro, gran maestro de todos nosotros, animador y exigente, fundó entonces, en el Centro, la Sección Hispanoamericana, donde trabajábamos bajo su dirección, en una misma mesa, Ramón Iglesia, Silvio Zavala, Jorge Basadre, Manuel García-Pelayo, Manuel Ballesteros, Antonio Rodríguez Moñino y yo. Allí inicié una amplia bibliografía crítica de las lenguas indígenas de América, en la que invertí años y que luego se perdió, inconclusa. Es uno de mis muchos trabajos perdidos, como obligado tributo de tantos viajes. De mi época de Madrid quedan dos trabajos extensos, publicados en Tierra Firme, la revista que fundó Américo Castro y que fue en parte el órgano de nuestra Sección Hispanoamericana. El primero, El desarrollo de la población indígena de América desde 1492, que luego, reelaborado y ampliado, se convirtió en una obra de dos volúmenes, quizá el más conocido y citado de mis trabajos. Quizá también el más discutido, y discutible. En él me propuse una tarea que entonces parecía temeraria, y lo es todavía hoy: calcular la población que había en América en la época del Descubrimiento. ¿Cómo me lancé al tan arriesgado campo de la demografía histórica? Yo me había entregado, en el Centro de Estudios Históricos, a la lingüística americana. Se me 10 planteó el primer problema: el número de hablantes de las lenguas indígenas. El estudio de la actualidad me llevó hacia el pasado. A veces los temas no los elige uno, sino que cae en ellos. El segundo de esos trabajos, fue el estudio de los otomacos y taparitas de los Llanos de Venezuela. La parte lingüística se basaba fundamentalmente en dos manuscritos inéditos del siglo XVIII que se habían elaborado para complacer una petición de la emperatriz Catalina II de Rusia. El estudio de la lengua me llevó a la reconstrucción cultural —la relación entre la palabra y la cosa—, y caí así en el vasto y seductor campo de la etnología. Al estudiar los otomacos y taparitas, no podía sospechar que el destino me iba a convertir, por vías inescrutables, en compatriota de esos indios. En noviembre de 1937 llegué a París, donde completé mis estudios en el Instituto de Fonética, bajo la dirección de Pierre Fouché, y en el Instituto de Etnología, que dirigía Paul Rivet. Además, allí me tocó en suerte trabajar unos seis meses como secretario de don Ramón Menéndez Pidal, a quien acompañaba en sus tareas en la biblioteca de la Sorbona, y en sus paseos por el Luxemburgo. De París salí a fines de 1938, contratado por la Universidad de Quito como profesor de Filología. Después de un curso muy accidentado —el gobierno cerró la Universidad— volví en julio de 1939 a Buenos Aires, donde me incorporé de nuevo al Instituto de Filología después de una ausencia de casi nueve años, al filo de los más graves acontecimientos europeos. El Instituto de Filología estaba entonces en plena actividad. Iniciaba ya, como signo de madurez, la publicación de su Revista de Filología Hispánica. Junto a Amado Alonso estaba don Pedro Henríquez Ureña, y entre los discípulos Raimundo Lida y María Rosa Lida, que se iban a revelar pronto como grandes maestros. Luego, entre los jóvenes, Ana María, Barrenechea y Frida Weber. A veces llegaba — desde Tucumán— otro discípulo de la primera hora: Marcos A. Morí11 nigo. Acudía con frecuencia don Eleuterio F. Tiscornia, que ya había publicado sus estudios sobre el Martín Fierro y trataba de completar el ciclo gauchesco. E iniciaba sus estudios sobre el habla de San Luis Berta Elena Vidal de Battini. El Instituto era un centro hacia el que convergían muchas personas interesadas en los problemas de la lengua y la literatura: Julio Caillet-Bois, Raúl Moglia, Daniel Devoto, entonces entregado exclusivamente a la poesía. Se trabajaba a gusto bajo la mirada animadora de Amado Alonso. De esa época son mis ediciones del Inca Garcilaso y de Sarmiento de Gamboa, de las Cartas de Lope de Vega y de los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, y mi Amadís. Por otra parte, mis artículos de La Nación, entre ellos el estudio del nombre de la Argentina, que hice con la emoción del hijo pródigo. Además, el segundo tomo de la “Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana”, que recayó enteramente en mí, con mis Notas de morfología dialectal. Y mi tesis doctoral (Morfología del género en español), de la que he ido publicando, en las revistas profesionales, varios capítulos, pero que en conjunto todavía está inédita, sobre todo porque hoy tendría que rehacerla totalmente. A fines de 1946 un cable de Mariano Picón-Salas, a quien no conocía personalmente, me invitó a iniciar los estudios de Filología moderna en la naciente Facultad de Filosofía y Letras de Caracas. Confieso que yo era muy reacio a iniciar una nueva “aventura”: los viajes sabe uno cuándo empiezan, nunca cuando terminan, ni dónde. Pero Amado Alonso, que se iba entonces a Harvard, consideró que yo tenía el deber de aceptar. Llegué el 16 de febrero de 1947. La Facultad no había puesto aún en marcha su Escuela de Letras, y me incorporé al Instituto Pedagógico Nacional, donde tuve a mi cargo, durante años, la cátedra de Fonética y donde inauguré la de Gramática histórica. En 1947-1948 inicié mis clases en la Universidad, la cual creó, bajo 12 mi dirección, en una pequeña habitación alquilada en la esquina de la Bolsa, y sin libros, el Instituto de Filología “Andrés Bello”. Sobre estos veinte años de vida venezolana dice más esta bibliografía que todo lo que yo pudiera decir. Llegué contratado por un año y con la idea de regresar en seguida a la Argentina. Las circunstancias han hecho que constituyera aquí mi hogar, que me hiciera venezolano y que entregara, a los problemas de la lengua y de la educación en Venezuela, todo mi tiempo y todo mi esfuerzo. He recibido ofrecimientos tentadores de otras partes —de la Universidad de Harvard, a la que sólo fui por un semestre; del Colegio de México, en el que sólo he dado un breve curso; de la Universidad de Buenos Aires, cuyo Instituto de Filología dirigí tres meses; de otras universidades—, pero siempre he preferido continuar mi labor en la Universidad de Caracas. Quizá lo destaque por vanidad. Quizá también como testimonio de fidelidad y devoción a una labor iniciada en esta tierra, en la que, junto a algunos sinsabores, que parecen inherentes a toda vida, he recibido estímulo, apoyo y afecto, y en la que, me duele confesarlo, no he podido realizar hasta ahora más que una mínima parte de lo que esperaba o de lo que hubiera deseado. ANGEL ROSENBLAT 13 Ángel Rosenblat, La población indígena de América desde 1492 hasta la actualidad, Buenos Aires, Institución Cultural Española, 1945, 293 p. 2 Ángel Rosenblat, La población indígena y el mestizaje en América, Buenos Aires, 1954. 3 Ángel Rosenblat, La población de América en 1492 Viejos y nuevos cálculos, México, El Colegio de México, 1967, 100 p. 4 Tomado de María Josefina Tejera, Ángel Rosenblat, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1967. 1 14 LA POBLACIÓN INDÍGENA HACIA 1650 N os vamos internando en el campo de la hipótesis. En el siglo XVII, en 1631, fray Buenaventura Salinas, un franciscano, asignaba a América una población probable de 30 millones de indios1. Al mismo tiempo, en 1639, Pedro Mexía de Ovando, que había recorrido gran parte de América, afirmaba que de los muchos naturales de antes no quedaban dos millones en todo el continente2. Luego, en 1661, el geógrafo italiano Riccioli calculaba una población americana de 200 millones de habitantes dentro de una población mundial de 1000 millones3. En las postrimerías del siglo, en 1696, King, un estudioso inglés, se contentaba con 65 millones de americanos4. Ya en el siglo XVIII, Süssmilch calculaba 150 millones de habitantes en América y 1080 millones en todo el mundo. Y no ha faltado un teólogo y matemático eminente, Whiston, que ha calculado para el año 1700 una población mundial de 4000 millones de habitantes: partía del Diluvio universal, de las ocho personas del Arca de Noé, y suponía que la población se duplicaba en el término de sesenta años5. Damos estas noticias como simple curiosidad histórica, para mostrar con cuánta ligereza se barajan cifras, aun en épocas relativamente recientes6. Pasemos ahora a la investigación científica. Walter Wilcox, que ha consagrado tantos años al estudio de los problemas demográficos, ha analizado el desarrollo de la población americana desde el siglo XVIII7. Incluyendo la población de todas las razas, llega a las siguientes cifras: 15 Año 1800……………24,550,000 habitantes 1750……………12,424,000 1650……………13,111,000 Los cálculos de Wilcox sobre mediados del siglo XVII se basan en una serie de datos parciales recogidos por el geógrafo Schmieder8. Hoy, con materiales mucho más cuantiosos, aunque, desde luego, siempre insuficientes, hemos elaborado, con carácter hipotético y provisional, el siguiente cuadro de la población americana hacia 16509. Tenemos, pues, hacia mediados del siglo XVII, una población de 10,035,000 indios dentro de una población americana de 12,411,000 habitantes. Se plantean, ante todo, dos interrogantes: ¿Cómo es posible que en la misma extensión del continente, donde viven hoy 270 millones de hombres, no hubiera entonces más que 12 millones? ¿Cómo se explica, además, esa disminución de 1,400,000 indios desde 1650 hasta 1825, en casi dos siglos, en un periodo en que la población total del continente casi se ha triplicado? Analicemos rápidamente ambas cuestiones. Las cifras de Riccioli y de King representan la repercusión europea de dos realidades: 1ª, la enorme extensión del continente nuevo (40 millones de kilómetros cuadrados); 2ª , la densidad de los dos grandes núcleos de la civilización americana, el Virreinato de la Nueva España y el Virreinato del Perú. Y quizá también de algo más: los relatos fantásticos que llegaban a Europa sobre la grandeza y la riqueza americanas10. En 1653, cuando el P. Bernabé Cobo, después de 57 años de permanencia en América, se pone a escribir su Historia del Nuevo Mundo, dedica un capítulo a estudiar “de como tierra tan extensa, rica y fértil como ésta y de quien tantas riquezas y maravillas ha publicado la fama por todo el mundo, fuese tan poco poblada”11. Y lo explica por causas diversas: la falta de agua en algunas regio nes, el exceso de agua en otras, la abundancia de montes, el rigor del 16 POBLACIÓN DE AMÉRICA HACIA 1650 I. América al Norte de México BLANCOS NEGROS MESTIZOS MULATOS 120,000 22,000 200,000 50,000 80,000 30,000 20,000 400,000 150,000 30,000 10,000 20,000 10,000 114,000 330,000 450,000 190,000 144,000 50,000 30,000 4,000 40,000 70,000 50,000 70,000 20,000 60,000 30,000 20,000 60,000 60,000 30,000 100,000 10,000 20,000 20,000 3,000 20,000 40,000 15,000 50,000 15,000 20,000 10,000 3,000 10,000 30,000 5,000 30,000 5,000 50,000 15,000 10,000 5,000 20,000 8,000 10,000 2,000 399,000 385,000 211,000 125,000 120,000 330,000 399,000 22,000 450,000 385,000 190,000 211,000 144,000 125,000 849,000 7 857,000 7 401,000 3 269,000 2 II. México, Centroamérica y Antillas: México……………………………………………………… América Central…………………………………………… Antillas……………………………………………………… Total …………………….. III. América del Sur: Colombia…………………………………………………… Venezuela…………………………………………………… Guayanas…………………………………………………… Ecuador……………………………………………………… Perú………………………………………………………… Bolivia……………………………………………………… Brasil………………………………………………………… Paraguay…………………………………………………… Uruguay……...…………………………. Argentina…………………………………………………… Chile………………………………………………………… Total …………………….. Resumiendo los resultados: I. América el norte de México………………………. II. México, Centroamérica y Antillas…………….. III. América del Sur………………………………………. Total de América hacia 1650……………. Porcentaje……………...…… 17 clima, los salitrales, las tierras arenosas, fragosas y empinadas, y las guerras entre los indios. En aquella época los viajeros que se alejaban de los grandes centros virreinales recibían la impresión de un vasto desierto, y las expediciones misioneras o conquistadoras caían en el desamparo y en la indigencia. Aun hoy no es otra la impresión que se recoge apenas traspone uno el umbral de las grandes capitales, enteramente modernas. Es aleccionador el ejemplo de los Estados Unidos. Los cálculos sobre la población que albergaba el actual territorio estadounidense antes de la llegada del blanco oscilan entre 400,000 y dos millones (846,000 calcula un investigador tan autorizado como James Mooney). ¿Está ello en relación con los 130 millones de la población de 1940? La faz de América se ha transformado a tal punto que las regiones más desiertas de la época del descubrimiento son hoy las más ricas y pobladas. En los cálculos hay que atenerse, pues, a las condiciones históricas, y no proyectar al pasado las imágenes de la actualidad. Además, las cifras de Riccioli y de King no fueron la única repercusión europea de la realidad americana. La escasa población de América preocupó a los naturalistas y pensadores europeos desde el día siguiente de la conquista. Bacon la explicaba por un diluvio reciente; Buffon porque había sido poblada en época cercana a la llegada de los españoles; Voltaire porque estaba cubierta de pantanos que infestaban el aire y llena de un número prodigioso de ponzoñas. Raynal se apiadaba de “este hemisferio baldío y despoblado”12. Dos pensadores europeos del siglo XVIII dicen algo más. Montesquieu atribuye la despoblación a la conquista española: “Los españoles, desesperando de retener en la fidelidad a las naciones vencidas, tomaron el partido del exterminio y de enviar en su lugar, desde España, pueblos fieles. ¡Jamás un designio tan horrible fue ejecutado más puntualmente! Y así se vio que un pueblo como todos los de Europa juntos desaparecía de la tierra a la llegada de estos bárbaros, que pa18 recían, al descubrir las Indias, no haber pensado más que en descubrir a los hombres cuál era el último extremo de la crueldad”. Después de cumplido puntualmente ese designio, habían fracasado —por una fatalidad que se llama justicia divina— en la repoblación, “porque los destructores se destruyen a sí mismos y se consumen todos los días”. Con más hondura se ocupaba de América Adam Smith. Después de analizar el grado de cultura material de la América precolombina, se refiere especialmente a México y el Perú: “A pesar de la disminución que no pudo menos de ocasionar en sus naturales el hecho de la conquista, estos dos imperios están al presente mucho más poblados que lo que pudieron estar antes de ella; porque no podemos negar que las colonias españolas son por muchos respectos y ventajas muy superiores al estado de los antiguos indios”13. Si la imaginación europea pudo deslumbrarse con los fantásticos relatos de la jornada de Cortés hasta México o de Pizarro hasta el Cuzco, y aun enceguecerse con el fulgor de sus triunfos, la mirada serena debía ver también la expedición de Cabeza de Vaca o de Hernando de Soto a la Florida, la de Ambrosio Alfinger a Venezuela, la de Almagro a Chile, la de Garcilaso a la Buenaventura, la de Gonzalo Pizarro a la Canela o la de Pedro de Mendoza al Río de la Plata. Penurias tales no las conoció la historia de las empresas humanas en ninguna otra región del globo. En 1650 era todavía raro en América el empleo de un rudimentario arado introducido por el colonizador europeo. Subsistían en casi todas partes los instrumentos de madera o de piedra de la agricultura indígena. América había hecho enormes progresos en el cultivo ganadero, de introducción europea (antes de Colón sólo se criaban llamas y alpacas en el Perú). La mayor parte del continente era selva o estepa. Inmensas regiones de los Estados Unidos, Canadá y la Argentina, hoy el granero del mundo, desconocían enteramente la agricultura y estaban casi despobladas. Los restos del imperio azteca y del imperio 19 incaico constituían un oasis dentro del inmenso desierto americano14. En Europa persistía, sin embargo, el espejismo de la grandeza americana. Con Cervantes, que intentó en vano venir a América, suena ya la nota de desencanto: las Indias, “engaño común de muchos y remedio particular de pocos”. ¿En qué circunstancias se produce el retroceso de la población indígena de América en este periodo? Estaban cumplidas las grandes empresas conquistadoras del siglo XVI, y la obra colonizadora abarcaba ya los grandes núcleos de la civilización americana. Pero no estaba terminada la conquista, que, en rigor, se prolonga hasta nuestros días. En 1606 se inició la colonización inglesa en América, que adquirió en seguida caracteres violentos; el colono no se propuso convivir con el indio, sino desalojarlo; aunque hubo tentativas de convivencia pacífica y se firmaron tratados de paz y alianzas militares (el hecho más notable en este sentido fue el casamiento, en Virginia, de Pocahontas, hijas del cacique Powhatan, con un gentilhombre inglés) y hasta se reguló la compra de tierras, la guerra fue casi continua en los siglos XVII y XVIII, y la frontera se desplazaba cada vez más hacia el oeste; los indios capturados se vendían como esclavos, y así llegaron hasta los puertos de Marruecos, Argelia. Túnez y Trípoli; los incidentes de frontera provocaban expediciones punitivas, que alguna vez se organizaron con la idea de exterminar a los pieles rojas; se acusa a los colonos de haber difundido bebidas alcohólicas, de haber puesto veneno en los alimentos y bebidas, y hasta de haber llegado a propagar entre los indios, intencionalmente, epidemias de viruelas; en la lucha con los indios los colonos adoptaron la costumbre indígena de traer como trofeo de guerra las cabelleras de los vencidos, práctica defendida en el Parlamento inglés por Lord Suffolk, Secretario de Estado, y hasta se dedicaron a la caza de cabelleras, estimulada a un buen precio; el país fue ganado para el colono blanco y para el esclavo negro; el indio quedó confinado en las reservas15. 20 En el Brasil, sertanistas y bandeirantes abrían el camino del interior, asaltando las poblaciones indígenas a sangre y fuego y capturando indios esclavos para venderlos en los puertos de la costa y hasta en los puertos de Portugal; todavía en el siglo XVIII se acusa a los portugueses de haber utilizado perros en la cacería de indios, de haber envenenado los comestibles de los indios y de haber llevado su espíritu de venganza hasta el punto de atar indios en la boca de los cañones16. Se hizo proverbial en el Brasil que los indios necesitaban tres p : palo, paño, pan (pao, pano, pão). Pero no todo es historia luctuosa: un cacique tupí de Río de Janeiro y otro cacique pitiguar, llamado Antonio Phillipe Camarão, recibieron título de condes por servicios prestados a la corona portuguesa. En el río de la Plata y Chile alternaban dos políticas, según las circunstancias: a veces la política de mano tendida, la prohibición del repartimiento y del servicio personal, la conquista pacífica y, cuanto más, la guerra defensiva; otras veces la guerra exterminadora, sin cuartel, la caza de indios esclavos, a los que se llegó a marcar en la frente17. Los siglos XVII y XVIII están llenos de incursiones de los indios contra las poblaciones blancas (malones) para robar caballos, ganado o cautivas o para vengar agravios, y de expediciones contra los indios (malocas) para cazar esclavos y hasta para exterminar tribus rebeldes, en las que casi siempre pagaban justos por pecadores, tribus pacíficas por tribus guerreras. A mediados del siglo XVII, Chile —la más rebelde de las colonias españolas— se transformó en campo de cacería; la venta de indios era remuneradora, y ante la dificultad de apresar indios rebeldes se empezó a vender indios pacíficos18. La guerra de fronteras era general en toda la periferia del imperio colonial. En el Orinoco los misioneros organizaban periódicamente incursiones entre los indios infieles y se apoderaban de niños, mujeres y viejos; asignaban los niños a las misiones como poitos —dice Humboldt—, “de hecho esclavos durante ocho o diez años, hasta que 21 se casaban”19. Y en todo el continente proseguían su marcha las pequeñas expediciones, fundadoras de pueblos y fortines y pacificadoras de pueblos bravos, o las entradas, no siempre pacíficas de los misioneros para engrosar con indios cimarrones o montaraces la población fluctuante de las reducciones. En la conquista del interior del continente y en la pacificación del indio bravo el conquistador blanco contó siempre con la ayuda de los indios de paz o los indios amigos, que en las malocas, en las incursiones de los bandeirantes o en las cacerías de los anglosajones se ensañaron a veces más que el europeo en acciones de venganza. Indios tuvo también el blanco como auxiliar en la lucha contra otros blancos: en las guerras entre españoles e ingleses, entre ingleses y franceses, entre portugueses y españoles, entre portugueses y franceses, entre portugueses y holandeses. Y es curioso señalar que en la expedición holandesa a África para conquistar São Paulo de Loanda participaron 200 guerreros tapuyos del Brasil como tropas auxiliares20. La historia se detiene a veces con especial delectación en el relato de los actos de crueldad y de barbarie, en los hechos monstruosos, en las arbitrariedades e injusticias, en lo catastrófico. Las luchas fronterizas entre los colonos e indios, con sus contornos de ferocidad, no se pueden reducir esquemáticamente a una lucha entre civilización y barbarie: la frontera fue muchas veces la frontera de dos barbaries. Pero de todos modos es más decisiva, en el destino de la población indígena del continente, la situación del indio en la zona nuclear, en las vastas regiones del imperio colonial español. Veamos el reflejo de la obra colonizadora de España en uno de los núcleos fundamentales de la América india: el Virreinato del Perú. Al superponerse las pequeñas huestes de conquistadores sobre las jerarquías caciquiles del régimen indígena, el indio se transformó en abastecedor de mano de obra. La política colonial —por imperativos de subsistencia— procuró mantener y aumentar esa mano de 22 obra. La historia del indio en este periodo es la historia del régimen de trabajo, en lo fundamental de la encomienda y de la mita. El viejo sistema del repartimiento, que tan malos frutos había dado en las Antillas, se había modificado bastante en el proceso de adaptación a las nuevas ideas jurídicas de España y a las condiciones americanas21. Se había llegado a prohibir, en general, el reparto de indios con servicio personal, antiguo trofeo de la conquista, aunque circunstancialmente se aplicó en muchas regiones contra las disposiciones legales22. El que tenía una cantidad de indios en encomienda, o bien el rey, recibía del indio el pago de un tributo: en general un peso y media fanega de maíz al año por cada indio de dieciocho a cincuenta años; a veces el monto del tributo lo tasaban a su arbitrio las autoridades locales. La encomienda se había transformado, pues, en un medio de recaudación en beneficio de particulares o de la corona. En 1631, por ejemplo, las encomiendas de particulares de toda la América española tributaban la cantidad de 871,000 ducados23, que se cobraban en dinero, en especie o bajo la forma de trabajo personal. La corona empezó poco a poco a absorber las encomiendas de particulares, hasta que las abolió por Real Cédula del 12 de julio de 1720; en Chile se restablecieron en 1724 y fueron abolidas definitivamente en 1789. Supervivencias de la encomienda quedaron, sin embargo, hasta las postrimerías del régimen colonial. La administración empezó a vender las tierras. De las formas señoriales el indio fue pasando al régimen de la propiedad privada. Pero en la medida en que la encomienda dejó de resolver el apremiante problema de la mano de obra, surgió el servicio personal forzoso, que en Perú se hizo célebre con el nombre indígena de mita (en México se llamó cuatequil). El indio tuvo que servir periódicamente, por tandas (palabra también indígena), en la explotación minera, en la agricultura, en los obrajes, y hasta en el servicio doméstico. Los testimonios sobre la práctica de la mita son divergentes. Por un 23 lado hablan de miles de indios reclutados militarmente, que abandonan sus tierras y marchan, con sus mujeres y sus hijos, con su ganado y sus provisiones, a través de centenares de kilómetros, para ir a trabajar medio año en las minas, en condiciones que no les permitían el regreso y los obligaban a continuar el trabajo para poder vivir. Y así don Diego de Luna, hacia 1630, en un memorial dirigido a Su Majestad24, afirma que sólo quedaba un tercio de los indios apartados por el virrey Toledo para trabajar en las minas de mercurio de Huancavelica y que la mita amenazaba con la extinción total de los indios. Por el otro lado testimonios de una mita bienhechora, que en el servicio doméstico duraba de ocho a quince días, que ofrecía salarios razonables, aun durante el viaje de ida y vuelta, y que se desenvolvía en condiciones de trabajo mejores que las europeas de la época. Y no falta quien presenta al indio ofreciéndose voluntariamente para la mita minera: el indio prolonga por sí solo el trabajo “y hasta se convida a doblarlo” para ganar más25. Las dos imágenes responden sin duda a una visión de propaganda, sin matices. La historia del trabajo humano confirma más bien la primera que la segunda. Quizá más que la mita misma, lo que repercutía desfavorablemente sobre el desarrollo de la población era el traslado de los indios de unas regiones a otras. Todavía en 1804 observaba Humboldt que los campos del Perú, al menos en su parte más meridional, se despoblaba a causa de la mita, “ley bárbara que fuerza al indio a dejar sus hogares y trasplantarse a provincias lejanas, en donde faltan brazos para beneficiar las riquezas subterráneas”. Pero agrega: “No es tanto el trabajo como la mudanza repentina de clima lo que hace la mita tan perniciosa para la conservación de los indios”. Aunque la legislación colonial —que prolongaba en esto la política incaica— estipulaba que los indios no debían ser trasladados de un clima a otro contrario, en la práctica las disposiciones se desatendieron con frecuencia, ocasionando lo que Carlos Monge llama “la agresión climática”. En 1621 el 24 Príncipe de Esquilache se quejaba de que se permitiera que los indios “se muden a servir de unos temples a otros”, y hacia fines del siglo, Melchor de Liñán (1678-1681) decía que los indios de la Sierra trasladados a los Llanos se mueren o se vuelven26. El régimen de trabajo involucraba también formas políticas. Del engranaje colonial —Rey, Consejo de Indias, Virrey, Audiencia— el indio conoció poco. Para él el régimen era el corregidor, en el que convergían atribuciones ejecutivas, legislativas y judiciales. Al corregidor le correspondía —directamente o por medio de tenientes— la recaudación de los tributos, la vigilancia de las encomiendas y de la mita y la fiscalización del comercio local. Además, mantener la paz, asegurar el orden y contribuir a la propagación del cristianismo entre los indios. Agréguese que se transformaron en comerciantes, a favor de una autorización limitada, y que, comerciantes privilegiados, tuvieron a su servicio todos los resortes del poder para imponer la mercancía. La ley hizo de ellos —dice Solórzano— “ángeles custodios de las provincias e indios”. La realidad los transformó —es la expresión de un virrey— en “diptongos de comerciantes y jueces”. En 1688 la marquesa de Barinas, en carta al rey, decía —jugando con las cifras, como era habitual— que la crueldad de los corregidores y de otros funcionarios había exterminado a unos 12 millones de indios en Hispanoamérica27. No es extraño, pues, que en 1780, Túpac Amaru, al querer vengar los agravios de su raza, ordene continuamente a sus subordinados el exterminio de los corregidores. Y pretende hacerlo en nombre del rey de España: “Tengo orden superior para extinguir corregidores”28. La sociedad colonial estaba estructurada en una serie de castas, delineadas con más nitidez en México y Lima que en las restantes regiones, aunque sin llegar nunca, desde luego, al rigor de las castas en la India. Había varias castas principales: 1ª los blancos o españoles, entre los cuales se distinguían los españoles europeos, llamados en México vulgarmente gachupines y en el Perú chapetones, y los espa25 ñoles americanos, llamados también simplemente americanos o criollos; 2ª los indios; 3ª los mestizos, mezcla de indios y blancos; 4ª los negros, que podían ser libres o esclavos; 5ª los mulatos, descendientes de negro y blanco, que también podían ser libres o esclavos; 6ª los zambos o zambaigos, descendientes de negro e indio. Los mestizos, mulatos y zambos, así como los resultados de la mezcla de estos tres, se designaban con el nombre de castas de mezcla. Los distintos resultados del mestizaje tenían designaciones variadísimas, algunas muy pintorescas: castizo, morisco, albino, tornaatrás, o saltaatrás, lobo, cambujo, albarazado, barcino, coyote, chamizo, ahí te estás, tente en el aire, no te entiendo y muchas otras, sin contar la nomenclatura, de apariencia más científica, como tercerón, cuarterón, quinterón, etcétera29. El indio se estaba diluyendo en el mestizaje. Legalmente era libre —salvo, como hemos visto, el indio apresado en guerra—, y su situación jurídica era superior a la del negro o el mulato. La introducción del negro, destinada en parte a relevar al indio de ciertas formas de trabajo, vino a empeorar la situación de la población indígena. El negro fracasó en el trabajo minero, pero desplazó al indio de las plantaciones, lo desalojó de la costa y lo sustituyó en gran parte del trabajo urbano. Los negros y mulatos llegaron hasta las poblaciones apartadas del interior, participando aun en el trabajo indígena. Las autoridades y los particulares preferían los negros esclavos a los indios, protegidos por la legislación. Aun en un país de gran población indígena como el Perú, Mendo de Mota y el Conde de Villamar se dirigen a Felipe III señalando la escasez de gente para la labranza, “porque fueron faltando los naturales de la tierra y los españoles no se ocupan en esos servicios”, y defendiendo la introducción de negros esclavos, “que son de grandísima utilidad”30. Pero ya a los ocho meses de la fundación de Lima el Cabildo de la Ciudad daba ordenanzas sobre los daños que los negros, que debían trabajar en las haciendas de la costa, hacían a los indios. Y en las trágicas gue26 rras del Perú hubo negros esclavos que sembraron el espanto entre los pobladores. Las Leyes de Indias (Recopilación, libro VI, título III, ley XXI) tuvieron que prohibir que los negros y mulatos viviesen en pueblos de indios. En 1615 dice el marqués de Montesclaros, virrey del Perú: “Cada uno de estos negros y mulatos es rayo contra los indios”31. El indio quedó relegado a la gleba, y su industria fue suplantada por la industria occidental, en la que era más hábil el blanco y más resistente el negro. La población indígena disminuía. En las postrimerías del régimen colonial estudiaba Humboldt las causas que detenían periódicamente el crecimiento de la población mexicana, especialmente de la india. Señala entre esas causas las viruelas, el matlazáhuatl (una especie de fiebre amarilla, de origen indígena) y sobre todo el hambre. En 1779 las viruelas mataron más de 9,000 personas en la ciudad de México. El matlazáhuatl, que se manifestaba de siglo en siglo, se desencadenó en 1736-1737, y a él se atribuye —sin duda exageradamente— la muerte de las dos terceras partes de la población del virreinato; el terror persistió durante varias generaciones32. En la noche del 28 de agosto de 1784 se heló la cosecha de maíz, y la falta de alimentos causó enfermedades asténicas que ocasionaron la muerte de más de 300, 000 personas en todo el reino de la Nueva España33. Las enfermedades del viejo mundo —viruelas, sarampión, escarlatina, malaria, difteria, influenza, tuberculosis, cólera—, para algunas de las cuales el europeo tenía cierta inmunidad, fueron particularmente mortíferas para los indios, y es opinión general que causaron más estragos que las armas europeas. El indio tuvo un extraño privilegio: el matlazáhuatl —de origen americano— no atacaba al blanco. Esa vulnerabilidad del indio ante las epidemias, en contraste con su extraordinaria resistencia para los malos tratos y para el trabajo, se expresó en una fórmula, que se remonta a Cosme Bueno: “los indios tienen los huesos duros y las carnes blandas”. 27 El indio no contempló impasible y manso el juego de las fuerzas destructoras. ¿Podía ser una raza caduca y decadente la que, desde la conquista hasta nuestros días, no ha abandonado la esperanza de restaurar el imperio de sus antepasados y se ha lanzado tantas veces a vengar agravios y abusos con el ansia de sobreponerse a la servidumbre económica y política y volver a ser dueña de su tierra? Las guerras de los creeks contra los norteamericanos, las sublevaciones siempre renovadas de los araucanos, las múltiples tentativas para restaurar el imperio de Moctezuma y de Atahualpa o la monarquía de los mayas y de los zipas, los levantamientos repetidos en toda la amplitud del continente y a todo lo largo de la historia moderna34, representan, sin duda, la lucha por la existencia por la existencia de una raza dotada de vitalidad. Se estrellaron —y no podía ser de otro modo— ante la enorme superioridad política y militar de la organización europea. Sin embargo, por sombríos que sean los colores con que se pinte la mita y las condiciones de trabajo del régimen colonial, por abusivos que imaginemos a los corregidores, por violenta que haya sido la represión de las sublevaciones y de las incursiones indígenas, por frecuentes que hayan sido las epidemias y los periodos de hambre, ello no explica por sí solo esa disminución de casi un millón y medio de indios. Un enorme continente como el americano, ofrece, para todos esos factores, como hemos visto en el estudio del siglo XIX, un amplio margen de nivelación. Por otra parte, la mita no abarcaba —así rezan las ordenanzas— más que 1/7 de los indios del Perú, 1/4 en la Nueva España, 1/3 en Chile, 1/2 en el Paraguay, Tucumán y Río de la Plata. Las minas, a las que se ha atribuido gran parte de la obra exterminadora (alguien ha llegado a calcular que han muerto 8,285,000 indios en las minas peruanas)35, ocupaban relativamente muy pocos indios: la mita del “maldito cerro de Potosí” oscilaba, desde 1583 hasta 1633, entre 4,000 y 4,500 indios (en 1688 se redujo a 1674); en la época de 28 Humboldt no llegaba a 30,000 el número de personas que trabajaban en las explotaciones mineras de todo el reino de la Nueva España, es decir, menos de 1/200 de la población total36. Además, la mita no existía en la Nueva España en la época de Humboldt y el indio no trabajaba en las minas si no le convenía. Antonio de Ulloa, que había estado en el Perú y que no ha idealizado de ningún modo las excelencias del régimen, decía en sus Noticias americanas, publicadas en 1772: “El aguardiente mata cada año cincuenta veces más indios que las minas”. A pesar de la minería, la economía mexicana y la economía peruana eran fundamentalmente agrícolas. Y hay un hecho evidente: en las postrimerías del régimen colonial las comunidades indígenas, casi intactas, conservaban sus tierras. Además, junto a los factores destructivos, que respondían al juego natural de las fuerzas económicas, el régimen se esforzó, por imperativos naturales de subsistencia, en estimular el crecimiento de la población. Las misiones mejoraron sin duda la situación material de los indios, y en la región del Río de la Plata las misiones jesuíticas llegaron a reunir alrededor de 100,000 indios durante un siglo y medio (1610-1678). Las autoridades peninsulares y americanas veían con angustia la disminución de los indios, y el anhelo de conservarlos respondía a la legislación, muchas veces tutelar. Las medidas profilácticas y sanitarias amortiguaron a veces la mortalidad de las epidemias, y ya en las postrimerías de la colonia, en 1804, llegaron a América las comisiones reales encargadas de introducir la vacuna. El régimen colonial introdujo, además, nuevos procedimientos agrícolas y nuevos productos (desde el segundo viaje de Colón), destinados a revolucionar la agricultura del Nuevo Mundo: trigo, cebada, arroz, caña de azúcar, vid, olivo, lino, naranja, etcétera. Además, el ganado vacuno, lanar, porcino y caballar y las aves domésticas de Europa, que proliferaron extraordinariamente (ya en los siglos XVII y XVIII había ganado salvaje abundante en algunas regiones), proporcionaron nuevos 29 medios de subsistencia y fueron con el tiempo las base de nuevas industrias y de nueva riqueza, con el consiguiente desarrollo demográfico. Aunque el cambio en el régimen alimenticio produjo trastornos iniciales (los indios se quejaban de que las comidas calientes y el exceso de carne acortaban la duración de la vida), la población se fue adaptando en gran parte. Ya en los documentos de los siglos XVI y XVII es frecuente encontrar noticias de caciques dueños de tierras y de ganado. Y hemos visto que Humboldt, que registraba el grado de barbarie, abyección y miseria del indio americano a fines del siglo XVIII, decía que la población indígena de México no había cesado de aumentar en el último siglo. Se ha querido estudiar el desarrollo de la colectividad humana como el de los hongos en medio del cultivo, pero los pueblos crecen de manera irregular, con periodos de estancamiento y de retroceso. En América, en el curso de los últimos siglos, se extinguieron, sin dejar rastros, pueblos antes florecientes; otros, en cambio, transformados de nómades en agricultores, alcanzan hoy un desarrollo que nunca tuvieron. Hemos visto que, a pesar de todos los factores destructivos, la población indígena ha aumentado en el siglo XIX y sigue aumentando en la actualidad. Los hechos catastróficos no son por sí solos una causa de descenso demográfico. La población del mundo, que se calcula hoy en algo más de 2,000 millones de habitantes, ¿no ha aumentado en unos 500 millones desde 1914? El crecimiento vertiginoso de la población es un fenómeno moderno, ligado al desarrollo de la riqueza, a la expansión comercial e industrial y al surgimiento de grandes centros urbanos. En los siglos XVII y XVIII las condiciones eran muy distintas. Willcox, que calculaba la población total de América, en 1650, en 13,111,000, cree que un siglo después, en 1750, sólo llegaba a 12,424,000; en 1825 esa población ascendía a unos 35 millones. La misma población europea ha tenido un ritmo lento en ese periodo: Willcox calcula 100 mi30 llones de habitantes para 1650 y 140 millones para 1750, o sea un aumento anual medio de 940,000 habitantes37. Veamos en especial el desarrollo de la población de España. Las voces sobre la despoblación de la Península se hacen oír en los siglos XVII y XVIII con el mismo tono angustioso que en los memoriales enviados desde América38. A fines del siglo XV (censo de los Reyes Católicos) se calculaban unos 10 millones de habitantes; hacia 1594, ocho millones; hacia 1610, siete millones y medio, y, de nuevo, en la época de Carlos III (censo de 1787) 10,409,87939. ¿Cómo se explican las oscilaciones? No basta la expulsión de los judíos y moriscos, ni la emigración a América40, ni las guerras, ni la carestía de la vida y los impuestos, ni otros hechos episódicos o externos. Es indudable que esos fueron factores de disminución, pero ¿porqué no los compensó y superó la vida española? Un pueblo dotado de condiciones biológicas de supervivencia presenta históricamente, según esté animado o no de un impulso de expansión vital, épocas de proliferación y de estancamiento. El crecimiento o el retroceso demográfico son índices de prosperidad o de decadencia (sólo esporádicamente se deben a causas catastróficas como guerras, epidemias, etc.). Decadencia y despoblación tienen la misma causa. Decadencia es factor de despoblación y despoblación es factor de decadencia. La disminución de la población indígena de América desde 1650 hasta 1825 ¿no será como las oscilaciones de la población peninsular, un signo más de la decadencia de España? Como empresa económica las Indias ya no eran lo que habían sido. El Inca Garcilaso podía, a principios del siglo XVII, enorgullecerse de que el Perú había enriquecido a España y a todo el Viejo Mundo: “Es cosa cierta y notoria —dice— que dentro de pocos días que la armada del Perú entra en Sevilla sueña su voz hasta las últimas provincias del viejo orbe; porque como el trato y contrato de los hombres se comunique y pase de una provincia a otra y de un reino a 31 otro, y todo esté colgado de la esperanza del dinero, y aquel Imperio sea un mar de oro y plata, llegan sus crecientes a bañar y llenar de contento y riquezas a todas las naciones del mundo” 41. Se calcula que entre 1590 y 1600 el producto neto de la explotación española del Nuevo Mundo llegó a siete millones de pesos anuales. En 1651 bajó a un millón de pesos42. De todos modos, de esa disminución de un millón y medio de indios sólo corresponde poco más de medio millón a la América española. El resto se distribuya entre la América portuguesa, inglesa, francesa, holandesa y danesa. 32 LA POBLACIÓN INDÍGENA HACIA 1570 S obre esta época, que representa el momento culminante del imperio colonial español, abunda la documentación impresa e inédita. Tomaremos como base de nuestros cálculos los datos de la Geografía de López de Velasco (1571-1574), que completaremos con noticias de otras fuentes43. López de Velasco, cosmógrafo-cronista de las Indias, dispuso de toda clase de documentos, especialmente las tasaciones y libros de la Real Hacienda. Sus cifras no tienen, sin embargo, mas que un valor aproximado. Aun prescindiendo de las frecuentes inexactitudes (a veces resulta que una de las partes es mayor que el todo), hay que tener en cuenta que las Indias de su tiempo eran sólo una parte del continente. Quedaba aún por conquistar y colonizar, apenas exploradas, las inmensas regiones al norte de California y de la Florida y el corazón mismo del continente. Además, López de Velasco y la documentación coetánea no registran casi nunca mas que la cantidad de indios tributarios. ¿Es posible reducir esas cifras a la población indígena? No había aún una legislación uniforme sobre los tributos de los indios: la ley que limitaba el tributo a los indios de dieciocho a cincuenta años es del 5 de julio de 1578, y la que eximía de él a las mujeres, del 10 de octubre de 161844. López de Velasco, al consignar la cantidad de tributarios, repite insistentemente que no figuran los viejos, las mujeres, los niños, los por casar, los viudos, los muchos que se esconden para rehuir los tributos, los que no están pacíficos, y, en fin, los que no están 33 convertidos ni reducidos a pueblos. Pero parece que no siempre era así. Hacia la misma época, Alonso de Zurita45 escribía a Felipe II un informe apasionado contra los tributos. Se ha dado ocasión —dice— de que se cobren a “cojos, lisiados, ciegos, pobres y otros miserables que no pueden trabajar ni tienen qué comer” y “de los menores y de mozas doncellas que no tienen con qué sustentar” y “hasta se ponen en cuenta los niños de teta y todos los que están en poder de los padres”. Vargas y Machuca, en sus Apologías y discursos de las conquistas occidentales, obra terminada en 1602, menciona la gente que no pagaba tributo, además de los mestizos y zambaigos: muchos indios ladinos yanaconas, que sirven como domésticos en las ciudades españolas, así varones como hembras, “que es una grande cantidad”; y los numerosos oficiales que habitan en las ciudades; los indios que andan vagando fuera de sus pueblos originarios, ocupados en tierras extrañas, en estancias de ganados, ingenios de azúcar, minas u otras granjerías y en jornadas, “que también multiplican el número y accidentan la tierra, y no se acuerdan los caciques de ellos”, y aun muchos indios que los caciques ocultan porque los reservan para tener de ellos particular tributo y servidumbre46. En la Nueva España y en Guatemala pagaban tributo las mujeres, hasta las doncellas, pero no en el Perú: “Nunca vi ni entendí —dice Solórzano Pereyra, que fue oidor de la Audiencia de Lima— que a las mujeres se les cargase tributo alguno, teniéndolas por libres y exentas de él, como lo son de los demás cargos, oficios y servicios personales y corporales, por razón de la flaqueza de su sexo”47. El distinto criterio en la tributación tiene que reflejarse de manera distinta en la estadística. El licenciado Matienzo, el famoso jurista indiano, escribió su Gobierno del Perú en la misma época de Velasco48. Era oidor de la Audiencia de la Plata (Charcas), y en la visita que se hizo al reino del 34 POBLACIÓN DE AMÉRICA HACIA 1570 PUEBLOS DE VECINOS BLANCOS POBLACIÓN NEGROS, MEST. INDIOS POBLACIÓN BLANCA MULATOS TRIBUTARIOS INDÍGENA TOTAL 1,000,000 1,004,500 POBLACION 2 300 2,000 2,500 35 26 10 8 3 3 6,464 3,050 1,000 240 200 30,000 15,000 5,000 1,200 1,000 300 25,000 10,000 30,000 15,000 10,000 1,000 773,000 120,000 100 270 3,500,000 3,555,000 550,000 575,000 500 35,500 1,350 17,550 300 11,300 Extinguidos 1,300 20,000 20,000 85 10,954 52,500 91,000 893,370 4,072,150 4,215,650 30 12 2,000 260 10,000 2,000 15,000 5,000 170,000 60,000 30 15 6 6,500 25,000 7,000 20,000 3,000 10,000 60,000 30,000 30,000 5,000 190,000 300,000 160,000 1 1,300 5,000 1,350 2,340 300 2 11 1,900 2,000 10,000 4,000 10,000 100,000 800,000 300,000 100,000 400,000 1,500,000 700,000 800,000 250,000 5,000 300,000 600,000 825,000 307,000 100,000 416,500 1,585,000 737,000 850,000 258,000 5,000 306,000 620,000 107 14,450 85,500 169,000 980,000 5,755,000 6,009,500 I. América el norte de México II. México, Centroamérica y Antillas III. América del Sur 2 85 107 300 10,954 14,450 2,000 52,500 85,500 2,500 91,000 169,000 893,370 980,000 1,000,000 4,072,150 5,755,000 1,004,500 4,215,650 6,009,500 Total de América hacia 1650 194 25,704 140,000 1.25 262,500 2.34 1,873,370 10,827,150 11,229,650 96.42 100.00 I. América al Norte de México II. México, Centroamérica y Antillas: México América Central Haití y Santo Domingo Cuba Puerto Rico Jamaica Resto de las Antillas Total III. América del Sur: Colombia Venezuela Guayanas Ecuador Perú Bolivia Brasil Paraguay Uruguay Argentina Chile Total Resumiendo los resultados: Porcentaje 35 Perú, de 1560 a 1561, dice que había 535,000 indios tributarios “y cinco tantos que no eran tributarios”. Un documento de 1561, que encontramos en la Colección Muñóz49, nos lleva más cerca de la realidad. Registra para el virreinato del Perú 396.866 indios tributarios de dieciséis a cincuenta años y una población (“personas de todas edades”) de 1,785,563 habitantes, es decir, una relación de 1 por 4.43. Pero aun hay más; en ese documento hay dos clases de cifras: en unos casos se multiplica automáticamente el número de tributarios por cinco; en otros casos, en que parece que efectivamente se ha hecho un recuento, la proporción entre ambas cifras es mucho menor, y a veces de 1 por 250. A conclusiones semejantes se llega si de las estadísticas actuales de los países americanos, especialmente de los que tienen abundante población indígena, se toman los grupos de edades. La población masculina en edad de trabajar (de 15 a 60 años) oscila alrededor del 25 por ciento de la población total51. En vista de estas consideraciones, y teniendo en cuenta que los testimonios divergentes indican criterio divergente en la tributación, utilizamos en cada país, para reducir indios tributarios a población indígena, un factor variable entre 4 y 552. Agregamos, además, con ayuda de datos suplementarios, y teniendo en cuenta el desarrollo histórico, una cantidad aproximada que nos permita llegar a cifras de conjunto. Con un criterio análogo reducimos también la cantidad de vecinos españoles que nos dan los padrones a población blanca53. Hemos elaborado así el siguiente cuadro de la población americana hacia el año 1570: Comparando las cifras de este cuadro54 con las de 1650, resulta que en el término de ochenta años la población ha disminuido en unos 800,000 indios y ha aumentado en 1,200,000 habitantes aproximadamente. En 1570 había terminado la conquista propiamente dicha y estaba en pleno proceso la colonización: las capitulaciones —por orden de Felipe II, desde julio de 1573— evitaban la palabra conquista y usa36 ban pacificación o población. Dado el valor puramente hipotético de las cifras de 1570 y 1560, sería aventurado ensayar interpretaciones. Parece evidente que en conjunto la población india disminuyó en esa época. La documentación lo registra de manera reiterada, insistente. Las cifras, más que un valor real, tienen un valor simbólico. Así nos dicen que en el Nuevo Reino de Granada (actualmente Colombia), Antioquia pasa de 100,000 indios a 800 en cincuenta años; la provincia de Anzerma, de 40,000 a 800; Timaná, de 20,000 a 700 en cuarenta años; Almaguer, de 15,000 a 2,000 en treinta años. En la Audiencia de Quito, la ciudad de Jaén pasa de 20,000 indios de repartimiento a 1,500. En México, de 10,000 indios de Cholula y otros tantos de Tlaxcala no quedan más que 300, y Ocelotepeque, que tenía 300,00, no tiene mas que 800 en 1609. En la región del Río de la Plata, Santiago del Estero tenía, en 1583, 12,000 indios de encomiendas; en menos de un siglo no quedaban 500; Córdoba en las mismas fechas había disminuido de 12,000 indios de encomienda a 100. En el Perú, de unos dos millones que había en los llanos, desde Lima a Paita, no quedaban mas de 16,000. Los testimonios de este tipo son abundantísimos y se repiten en toda la extensión del continente55, alternando alguna vez con noticias de que los indios aumentan56. Se ha llegado a hablar de “catástrofe demográfica”. En 1586, fray Rodrigo de Loaysa, en un Memorial dirigido desde el Perú al rey de España dice: “avisaré a Vuestra Católica Majestad de los trabajos que los miserables indios padecen, con los cuales se van consumiendo y acabando con tanta prisa que, de ocho años a esta parte, faltan la mitad de los indios, y de aquí a otros ocho todos si no pone remedio57”. Las causas que se dan son en todas partes las mismas: las formas de trabajo, el régimen de las encomiendas, los abusos y arbitrariedades, las guerras entre las tribus o contra los españoles y, sobre todo, las epidemias, los temidos cocolistes, como los llamaban en México (del mexicano cocoliztli)58. Si esas cifras hubieran sido aproximadas, 37 no habría quedado efectivamente ni un solo indio en pocos años. Hay que admitir que la realidad americana era mucho más compleja que la imagen que nos proporcionan. De todos modos, dentro de su exageración testimonian un hecho: en general el indio era reacio a la obra colonizadora y abandonaba con frecuencia las ciudades, las aldeas y las reducciones; tribus indígenas que poblaban las costas o regiones del interior se replegaban hacia zonas más inaccesibles —como pasa aun hoy—ante la proximidad de las nuevas poblaciones y del engranaje colonizador. “Hacen y deshacen sus casas con poco trabajo” dice un informe mexicano de 153259. La colonización representó el surgimiento repentino de miles de nuevos centros poblados, a veces superpuestos a los antiguos, a veces muy distantes, con escasa población española y abundante población india; significó la reagrupación indígena del continente y su incorporación a formas nuevas de vida y de trabajo. Desaparecían unas ciudades y aparecían otras, animadas de nuevo impulso. Se despoblaban unas regiones para poblarse otras, más ricas o más explotables. El proceso es de todos los tiempos, más rápido y visible, desde luego, en los periodos de conquista y colonización. Más que una extinción a ritmo vertiginoso, se trataba en unos casos de desplazamiento de pueblos ante las nuevas necesidades; en otros, de la continuación, ante el avance del blanco, del viejo proceso migratorio, tan animado en la América precolombina. Esos testimonios son también expresión de otra realidad: el clamor de las autoridades civiles y eclesiásticas a favor del indio. El régimen colonial se encontraba en uno de sus momentos de mayor esplendor, y también de mayor actividad. La corona, con la conciencia de la grandeza de su mundo colonial, desplegaba verdadero fervor constructivo, quería regular la vida administrativa, reglamentar el trabajo, fomentar la riqueza. Pedía para ello continuos informes sobre la situación de los reinos, de las gobernaciones y hasta de los pueblos de españoles y de indios; quería saber cuál era la situación de los indios 38 antes y después de la conquista, si los indios habían aumentado o disminuido, y las causas, y estimulaba el afán de estudio y la preocupación por las poblaciones indígenas60. De ningún periodo abundan tanto los memoriales, los informes, las relaciones históricas y geográficas, los recuentos estadísticos. Era la época de Felipe II, “el rey papelero”. La corona, para responder a las crecientes necesidades de la colonización, quería salvaguardar la población indígena. Necesidades cristianas y humanitarias se unían sin duda a la necesidad de mano de obra. El encomendero debía tener interés en conservar la vida de los indios, sus indios. Y ese interés se extendía a las autoridades, que debían percibir el tributo de las encomiendas reales. A principios del siglo XVII, en tiempos del virrey Montesclaros—según Coroléu—, se oía decir a los descendientes de los conquistadores: “más quisiera descubrir aumento de indios que minas de oro y plata”61. Las fuerzas destructivas fueron sin duda grandes. La colonización fue en general negativa para el desarrollo de la población indígena, al menos en las primeras generaciones. Cronistas y misioneros se han detenido en el relato de los hechos de violencia, de terror y de crueldad, en las arbitrariedades e injusticias. Con estos elementos, acumulados pacientemente, ha habido autores que han elaborado una historia macabra de la colonización. Tarea fácil, pero que da una imagen inexacta, por incompleta. Esos cronistas y esos misioneros que describieron con tanto patetismo los horrores de la conquista y de la colonización y se convirtieron en campeones de la población indígena representan también una actitud frente al indio. El instinto moral y humano del español, que se manifestó en una legislación ejemplar, en la proclamación de la libertad del indio, con el frecuente matrimonio legal con mujeres indias y en la incorporación de los mestizos a la sociedad, ha de haber tenido también su repercusión en la suerte de la población indígena. Las fuerzas destructivas, sin duda muy grandes, estuvieron compensadas —como en todas las épocas de la historia 39 americana, como en todas las épocas de la historia humana— por factores constructivos. La colonización no fue, de ninguna manera, sólo obra negativa para la población indígena. Corresponde a esta época la obra del Virrey Toledo en el Perú. Las ordenanzas del Virrey Toledo, al que se llamó el Solón del Perú, reunieron a los indios en poblaciones, los defendieron contra las arbitrariedades de los encomenderos, organizaron las comunidades indígenas sobre la base del respeto a la propiedad del indio y a sus propias autoridades e instituciones, y reglamentaron el trabajo en la minas. El entrecruzamiento de lo positivo y lo negativo en la obra colonizadora lo expresó don Rafael Altamira del modo siguiente: “Actuaron a la vez, luchando entre sí o buscando su mejor armonía, la tendencia utilitaria a explotar al inferior y el sentimiento de igualdad jurídica, que venció en las clases superiores intelectualmente, pero que fue tantas veces vencido en la realidad inaccesible a la acción del Estado o poco permeable a ella”62. Hacia 1570 la población indígena de todo el continente no llegaba seguramente a 11 millones. Todos los testimonios conducen a cifras moderadas. Poco tiempo después de los cálculos de López de Velasco, en 1602, el contador Martín de Irigoyen presentaba un informe a la corona. Se pensaba en la corte —dice— que, vendidos los indios de toda América a 2500 pesos el millar, se obtendrían 20 millones de pesos63. Este cálculo presupone una población de 8 millones de indios sometidos a la corona española. Hacia 1570, o poco después, escribía también Gabriel de Villalobos su Grandeza de las Indias, aún inédita. A pesar de crueles guerras y pestes —dice— “apenas se puede andar en España, Francia, Inglaterra, Flandes, Alemania, una jornada en que a tres o cuatro leguas no se hallen lugares poblados; y en las Indias se andan 20, 30, 50 y 100 leguas despobladas, siendo más fecundas y fértiles, y habiendo sido, poco ha, más pobladas que todas las restantes del mundo”64. 40 ¿Es posible que en tan poco tiempo se hubiese alterado hasta ese punto la fisonomía del Nuevo Mundo? En 1570 estamos al día siguiente de la conquista. Aunque el primer viaje de Colón fue en 1492, la conquista se hizo por etapas: Puerto Rico y Jamaica en 1509; Cuba en 1511; México en 1521; El Salvador en 1523-1524; Santa Marta (Colombia) en 1525; Venezuela (la costa de Tierra Firme) en 1527; Guatemala en 1528; Perú en 1532; Chile en 1536-1541; el Río de la Plata en la segunda mitad del XVI y el interior de Venezuela a mediados del siglo XVIII. La empresa militar de la conquista había terminado, pero la mayor parte del continente apenas había entrado en contacto con el blanco. Puede afirmarse que hacia 1570 la población indígena del continente no pasaba de 11 millones. ¿Pudo haber sido mucho mayor en el momento de la llegada de Colón? 41 42 LA POBLACIÓN AMERICANA EN 1492 H emos seguido paso a paso el movimiento de la población indígena de América retrocediendo desde la actualidad hasta 1570. Estamos, pues, en condiciones de plantearnos el problema final: la población que tenía el continente a la llegada de Colón. De más está decir que la fecha de 1492 tiene sólo un valor convencional. Significa, en términos generales, el momento en que se produce el contacto entre el mundo americano y la civilización europea. Ya hemos visto que ese contacto se produjo por etapas y que en 1570 una gran parte del continente, apenas descubierta, seguía sometida a sus propias leyes demográficas. Las apreciaciones de los contemporáneos y de los autores coloniales, que juegan muchas veces con los millones, están falseadas fundamentalmente en varios sentidos: 1º Cuando Fray Toribio de Benavente o Motolinía dice que en México los padres franciscanos bautizaron, de 1521 a 1536, cerca de 5 millones de indios (según Pedro Férnandez de Quirós, en 1609, 16 millones; según Fray Buenaventura Salinas, en 1631, más de 18 millones; según Juan Diéz de la Calle, en 1647, 43 millones) trata indudablemente de exaltar la obra evangelizadora de la Orden65. 2º Cuando Hernán Cortés, en carta a Carlos V, describe una lucha contra más de 149,000 tlaxcaltecas “que cubrían toda la tierra” (el número tiene apariencias de precisión), trata sin duda de destacar el valor temerario de los 400 soldados que le acompañaban y su maestría de capitán66. 43 3º Cuando el historiador mexicano Clavijero cree verosímil que hayan acudido seis millones de indios a las fiestas de inauguración del templo de la ciudad de México en 1486, se deja llevar, sin duda, por la tendencia, bastante general, a engrandecer el pasado indígena67. 4º Cuando Fray Juan de Zumárraga, en 1531, dice que sólo en la ciudad de México sacrificaban a los ídolos más de 20,000 víctimas al año, o Fray Juan de Torquemada dice que en todo el país inmolaban 72244 víctimas por año, cifras que otros hacen ascender a 100,000, se hace expresión del horror que produjo a los españoles esta manifestación del culto azteca y tratan, sin duda, de justificar la destrucción de los templos y la conquista misma68. 5º Finalmente, cuando el P. Las Casas afirma que los conquistadores de México exterminaron más de cuatro millones de indios en los doce años que siguieron a la entrada de Cortés, no hace indudablemente una afirmación de tipo estadístico, sino que maneja la cifra con espíritu de hombre de partido, como defensor apasionado de la causa de los indios y detractor del poder civil y militar69. Podrían agregarse otras causas de deformación, entre ellas la siguiente, anotada ya por Clavijero: el afán universal de agrandar las cosas nuevas que se describen. Al encontrarse con el Nuevo Mundo, el descubridor y el conquistador tuvieron una primera visión de deslumbramiento. Toda visión global, sobre todo del número de habitantes o de casas de una ciudad, el cómputo de una muchedumbre o de un ejército, se expresa siempre hiperbólicamente, como puede comprobarse con la experiencia cotidiana. Esas cifras tienen sin duda un valor histórico, aunque no, desde luego, un valor estadístico. ¿Hay acaso cifras de otro género? Evidentemente sí. Cuando se aparta uno de las polémicas político-religiosas, debido a veces a rivalidades entre las órdenes, a conflictos entre el poder eclesiástico y el temporal o a rencillas y rivalidades entre los mismos capitanes y gobernadores, se encuentran abundantes elemen44 tos que se prestan para un cálculo aproximado: empadronamientos parciales, repartimientos de indios realizados al día siguiente de la conquista, y a veces también la magnitud de los ejércitos. Con ayuda de estos elementos, tomando en cuenta el desarrollo histórico y analizando los medios de vida de las poblaciones precolombinas y los restos de sus culturas, hemos elaborado el cuadro que damos a continuación70: POBLACIÓN DE AMÉRICA HACIA 1492 I. Norteamérica, al Norte del Río Grande 1,000,000 II. México, América Central y Antillas 5,600,000 México Haití y Santo Domingo (la Española) Cuba Puerto Rico Jamaica Antillas Menores y Bahamas América Central 4,500,000 100,000 80,000 50,000 40,000 30,000 800,000 III. América del Sur: 6,785,000 Colombia Venezuela Guayanas Ecuador Perú Bolivia Brasil Paraguay Uruguay Argentina Chile 850,000 350,000 100,000 500,000 2,000,000 800,000 1,000,000 280,000 5,000 300,000 600,000 Población total de América en 1492 13,385,000 Esta cantidad de casi trece millones y medio de habitantes, con un margen de error que en conjunto no creemos mayor del 20 por ciento, está de acuerdo con las líneas que se desprenden del conocimiento histórico. 45 Está también de acuerdo con el conocimiento del grado del cultural que había alcanzado el continente en 1492. La densidad de población depende, en efecto, no sólo del medio, sino también de la estructura económica y social. En el estudio de todos los pueblos se ha observado, como es natural, cierto paralelismo entre densidad de población y nivel cultural. Se da particularmente un gran centro de población allí donde cristaliza una gran formación política bajo formas agrícolas de existencia. Tal fue, en América, el caso de las civilizaciones azteca, maya, chibcha e incaica. En ellas alcanzó su apogeo la agricultura precolombina y se congregaron densos núcleos de población. El maíz (América se ha llamado la “civilización del maíz”) era la base de la alimentación y se cosechaba en algunas partes dos veces al año. La zona agrícola abarcaba toda la región alta del Occidente americano, especialmente la meseta, desde Arizona hasta Chile. Pero ni siquiera el maíz era general; el cultivo se reducía, en gran parte de esa zona, a plantas tuberculosas como la patata o la mandioca, a granos como la quinua (“el trigo de la puna”), a legumbres como los frijoles o las calabazas. La irrigación, el abono artificial, y el empleo de instrumentos agrícolas, de madera o piedra, eran excepcionales. Las crónicas mexicanas han conservado el recuerdo de horribles periodos de hambre anteriores a la llegada de Cortés71. Pero si las grandes culturas llegaron a la etapa agrícola, y en el Perú se llegó a domesticar la llama y la alpaca, la mayor parte del continente vivía de la caza, de la pesca y de la recolección. Los pueblos cazadores necesitan extensas praderas y no crean que por sí solos grandes centros urbanos, que resultan de la convergencia de los resortes políticos, el comercio y la producción industrial. Se han analizado admirablemente los medios de vida de la América precolombina72. Las regiones polares y subtropicales llegan muy pronto a un grado de superpoblación. Los pueblos que se alimentan de la caza y de la pesca están obligados a cierto nomadismo intermitente. La selva no 46 ha albergado nunca grandes poblaciones, por la gran mortalidad, las condiciones climatológicas difíciles, la lucha con insectos y fieras y la escasez de plantas alimenticias. Contra lo que se cree, los recursos alimenticios de la selva son tan limitados —dice Sapper— que el viajero que no vaya bien provisto se morirá seguramente de hambre. Es paradójico —dice por su parte Humboldt— pero en la zona tórrida, “donde una mano benéfica parece haber derramado el germen de la abundancia, el hombre indolente y flemático se encuentra periódicamente falto de alimentos”73. Aun hoy las expediciones científicas que llegan a regiones inexploradas se encuentran con poblaciones poco numerosas que se han creado a través de una lucha secular con los elementos, un pequeño oasis habitable. Fuera de la zona agrícola, que se escalonaba en una estrecha franja a lo largo de los Andes (en la región atlántica sólo hubo islotes, seguramente puntos de expansión), en continente era en 1492 una inmensa selva o una estepa. Ya hemos visto que Kroeber, que aplica exclusivamente el criterio de la densidad de población de las áreas culturales, sin detenerse en los datos históricos, calcula para toda América una población de 8,400,000 habitantes. Por nuestra parte hemos llegado a casi trece millones y medio. Según nuestros cálculos, desde 1492 hasta 1570 se ha producido una disminución de 2,557,850 indios, balance negativo del primer periodo de contacto del blanco y el indio en toda la amplitud del continente. ¿A que se debe que se haya hablado de la extinción de decenas de millones de indios? Sería pueril explicarlo simplemente por la fabricación deliberada de una leyenda negra. Por una parte se ha creído en una grandeza legendaria de América; por otra se ha generalizado a todo el continente el proceso de extinción cumplido en las Antillas y se han tomado los hechos aislados —el proceso que hemos llamado periférico— como índice de una evolución general. Analicemos, pues, con alguna detención, el proceso 47 que condujo a la desaparición del indio antillano. Dos cuestiones vamos a considerar: 1ª ¿Cómo se explican los millones de indios atribuidos a esas islas cuando nosotros apenas encontramos un total de 300,000? 2ª ¿Cómo se explica la extinción vertiginosa del indio antillano? Veámoslo en la Española, el primer ensayo de colonización americana. Es un hecho comprobado repetidas veces que los primeros viajeros que se han puesto en contacto con un país exótico han exagerado considerablemente su población, en muchos casos decuplicarla. Es lo que pasó con Groenlandia, con Thaití y las islas Sandwich, con Marruecos y el África Occidental. Es lo que pasó también con las Antillas. El navegante, propenso siempre a descubrir grandezas, calcula la población total por las gentes que sus barcos atraen a la costa o generaliza a todo el país la densidad de población del punto hospitalario donde desembarca74. La Española fue por unos años el Dorado americano. Colón, sugestionado por su propio descubrimiento, o calculando sus frases con frialdad de propagandista, había visto en ella un puerto hondo “para cuantas naos hay en la Cristiandad” , un río en el que cabían “cuantos navíos hay en España”, y hasta montañas “que no las hay más altas en el mundo”75. La Española era el Ofir de las Sagradas Escrituras. Pero la realidad fue algo distinta. El segundo viaje de Colón —17 naves, 1500 hombres— debía iniciar la gran empresa colonizadora. Años después apenas quedaban mas que recuerdos fatídicos: por las ruinas de la Isabela, la primera colonia, vagaban, según la leyenda, los espectros blasfemantes de los que habían muerto de hambre. El Nuevo Mundo no era aún capaz de alimentar a 1500 europeos. Hubo que expedir urgentemente barcos a España en busca de víveres. Hubo 48 que desistir de expediciones iniciadas, por miedo a morir de hambre en el trayecto, Sin embargo, la isla, fuera de las cordilleras casi inaccesibles, de las depresiones áridas y de los bosques espinosos, era de una fertilidad extraordinaria, “un verdadero Paraíso arahuaco”, como dice Sven Lovén en su estudio la agricultura de los taínos76. Los indios vivían fundamentalmente de los productos del suelo y cultivaban de manera intensiva la yuca o mandioca, la batata, el aje, el maíz, los frijoles o porotos, la yautía, el lerén, etcétera. Tenían, además, gran riqueza de árboles frutales, silvestres o de huerta. Pero el único instrumento agrícola era la coa, una especie de azada de madera: “unos palos tostados que usan por azada”, según la definición del P. Las Casas. La base de la alimentación era el pan de yuca, el famoso cazabe antillano. La cultura taína, que dominaba en la isla, una rama de la cultura arahuca del continente, se encontraba aún en la edad de piedra y no había alcanzado un grado avanzado de agregación social, la única base para le existencia de poblaciones densas. La isla estaba dividida en una serie de cacicatos independientes (cinco al menos, “los cinco reinos” del P. Las Casas) y no presentaba mas que pequeñas aldeas de bohíos y caneyes77. Una población de 100,000 habitantes nos parece lo máximo que podía haber sustentado la isla en 1494, cuando se inició el choque con el blanco, y es también lo máximo que permiten suponer los 600,00 habitantes con que contaba, según parece, en 1508 y los 30,000 de 151478. La fama de las isla, como expresión de la riqueza de las Indias, debió difundirse rápidamente por España. No fue ajeno a ello, sin duda, la necesidad de alentar la empresa colonizadora y de neutralizar los primeros fracasos. Rápidamente surgieron villas y ciudades: en 1502 había 3 pueblos; en tres o cuatro años se fundaron quince, “con mucha gente de vezinos, tratantes e trabajadores de minas y granjerías”79. Las ilusiones crearon una grandeza ficticia que pronto se des49 moronó. Cuando se percibió el fracaso de la explotación minera, y el Dorado se desplazó hacia tierra firme, sobre todo hacia México y el Perú, los colonos empezaron a emigrar. Sólo quedó el recuerdo de una grandeza; mejor dicho, de la ilusión de una grandeza. Colón había creído luchar con 100,000 indios en la Vega Real, había creído que la isla era tan grande como Portugal, aunque con el doble de población, y que con los indios había “para hinchar a Castilla y a Portugal, y a Aragón, y a Italia, a Sicilia, e las islas de Portugal y de Aragón, y las Canarias”. ¿Qué tenía de extraño que Las Casas, que había visto 25,000 ríos riquísimos de oro sólo en la Vega de Maguá, hubiera visto también tres o cuatro millones de indios en la isla? Con todo, ¿cómo se reducen esos 100,000 indios de la Española a 60,000 en 1508, a 30,000 en 1514, incluyendo en este número los introducidos de otras islas y de Tierra Firme, y a unos 500 escasos en 1570, para desaparecer lentamente en los siglos siguientes, absorbidos en la población blanca y negra? El proceso, al mismo ritmo, se repite en Cuba, Puerto Rico y Jamaica, y luego, con un siglo de intervalo, en las Antillas Menores y Bahamas, colonizadas por franceses, ingleses, daneses y holandeses. Siempre que se ha puesto en contacto una raza conquistadora con un pueblo aborigen, ese contacto, aunque haya sido pacífico, se ha producido a expensas del pueblo conquistado: su población ha decrecido necesariamente, al menos en la primera etapa. Este hecho ha sido estudiado entre los pueblos coloniales de África y Asia, y sobre todo en las islas de Oceanía. El mismo proceso se ha registrado aun en la conquista de un pueblo de cultura superior: la Grecia antigua, sometida al Imperio Romano. Es el “clash of peoples” de los ingleses, choque entre pueblos, tantas veces mortal. Aun en los casos en que el conquistador, por propia necesidad, ha puesto todos sus esfuerzos para estimular el crecimiento demográfico de la colonia, la población ha descendido día a día, en forma incontenible. Se ha llegado a ha50 blar de “una atmósfera pestilencial” creada por la raza vencedora, de pueblos destinados por la naturaleza a la extinción como una especie de vegetación inferior, y hasta se ha pensado en una acción oculta de carácter misterioso80. Y no ha faltado quien sostuviera la necesidad de apresurar por todos les medios el proceso para que “sobre las ruinas de los pueblos desaparecidos se pueda desarrollar la vida superior de razas mejor dotadas”. Pero la extinción del indio antillano no tiene nada de misterioso ni de oculto. Un siglo antes de la llegada de Colón los taínos de la Española y de Puerto Rico se encontraban en una fase expansiva: colonizaron el este de Cuba, superponiéndose a la cultura, más primitiva, de los siboneyes. Les detuvo el avance de otro pueblo, el caribe, que en 1492 había conquistado ya gran parte de las Antillas Menores y había invadido el extremo oriental de Puerto Rico, llegando a hacer incursiones, según parece, hasta en la costa de Haití. Por un lado, “los indios cobardes y fuera de razón” de Colón frente a la “gente sin miedo”. Expresión clara de este proceso era la coexistencia en algunas islas de dos lenguas, una lengua de las mujeres, de origen arahuaco, otra de los guerreros, de la familia caribe, manifestación lingüística de un sistema de conquista bastante general en el mundo primitivo: exterminio de los hombres y apropiación de las mujeres. La llegada del blanco vino a interrumpir la expansión caribe y a inaugurar un periodo nuevo81. Resumamos ahora brevemente los hechos externos de la extinción del indio haitiano. El primer contacto entre Colón y los “indios cobardes” fue pacífico. Pero al volver en su segundo viaje, con instrucción expresa de que tratara a los indios “muy bien y amorosamente”, encontró las ruinas del pequeño fortín que había dejado, y muertos los 40 hombres de la guarnición. A principios de 1494, fundada la Isabela, comenzaron las expediciones a la “gran Vega”, el Dorado haitiano. Las ansiadas riquezas seguían ocultas. Colón inició una activa 51 campaña contra los indios, que duró casi un año, con el empleo de armas de fuego, caballos, perros de caza. Los indios se sometieron. Pero cuando se les impusieron tributos de oro y algodón, o el servicio personal en minas y granjerías, talaron los campos y huyeron al monte. Era imprescindible llevar oro a España, pagar las primeras expediciones, apaciguar a los colonos descontentos y desmentir a los que se habían fugado a la Península pregonando la pobreza de las decantadas Indias. Esta misión debía recaer sobre los indios. Prosiguió la campaña (la caza del indio) hasta lo más intrincado de los bosques. Se les esclavizó, se les marcó a fuego en la frente, como a los negros (la prohibición de herrar a los indios es del 13 de enero de 1532), y aun se inició el envío de cargamentos de indios esclavos para ser vendidos en la Península, hasta que lo prohibió la reina Isabel82. Los primeros años transcurrieron en luchas contra los indios y disensiones entre los españoles. Hasta 1500 la empresa era un fracaso. Símbolo de ese fracaso, Colón volvió a España con grillos en las manos y cargado de cadenas. Las instrucciones de 1501 y de 1503 a Ovando, y la Real Cédula del 20 de diciembre de 1503, especificaban la libertad del indio, pero también el derecho de compelerlo, mediante salario, para el trabajo en las minas o en los edificios, y para la labranza y granjería. En ese compeler está el destino de la población indígena, porque el indio rehuía el trabajo, y su rebeldía ya era motivo de justa guerra, y por lo tanto de esclavitud. Las instrucciones de 1503 establecían, además, que debía juntárseles “para ser adoctrinados, como personas libres que son y no como siervos”. Desde 1502 surgieron ciudades y comenzó la explotación intensiva. A cada colono se le concedió una cantidad de indios, a veces cincuenta, a veces ciento (a los oficiales del Rey mucho más). Los indios repartidos trabajaban a la fuerza en la construcción de edificios, en la agricultura, en las minas. Era preciso alternar la vigilancia 52 del trabajo con cruentas expediciones punitivas y con la caza constantes de indios. La Reina Isabel murió en 1504. En el codicilo de su testamento suplicaba al Rey, y encargaba y mandaba a su hija la Princesa, y al Príncipe, su yerno, que procuraran atraer e instruir a los indios en la fe católica y mandaran “que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien”83. En 1508 quedaban, según parece, unos 60,000 indios. Como los indios no alcanzaban para las necesidades de la colonia, se empezaron a traer indios caribes, los temidos antropófagos de las Lucayas y de Tierra Firme, que la legislación autorizaba a capturar y vender como esclavos, y aun indios pacíficos de las islas no colonizadas todavía. Pero las cantidades fueron sin duda reducidas84. En 1509, al llegar Diego Colón con su nueva corte de favoritos, se hicieron otros repartos de los indios de la Española. Entonces comenzó en favor de los indios la violenta campaña de los dominicos, que culminó con el apostolado vehemente y fanático de Las Casas85. Fray Antonio de Montesinos dio carácter público a la protesta dominica. En 1511 predicó en una iglesia de Santo Domingo, con violenta elocuencia, contra los abusos de los colonos y contra la encomienda como atentado a la naturaleza libre del indio86. Diego Colón le acusó ante los superiores de su Orden, que se solidarizaron con el predicador. Se desencadenó una violenta hostilidad entre dominicos y el poder temporal. Los franciscanos se pronunciaron contra la orden rival. Los dominicos llegaron a negar los sacramentos a los que tenían indios encomendados. La lucha se enconó. El provincial dominico de España reprendió a sus hermanos de la Española y les anunció que en la corte se había pensado expulsarlos de la isla. Fray Antonio fue a España y se presentó ante Fernando el Católico. El rey convocó una Junta de letrados, que promulgó, el 27 de diciembre de 1512, las famosas leyes de Burgos, el primer código que reglamenta la situación del indio. Las leyes proclamaron la libertad del indio, pero sanciona53 ron la encomienda como forma obligatoria, aunque paternal, de trabajo asalariado87. Entonces se produjo en la Española el repartimiento de Alburquerque. El repartimiento de indios hecho por Rodrigo de Alburquerque en 1514 muestra el proceso de la extinción indígena en una fase aguda. El dinamismo demográfico de la Española estaba ya roto. Hay repartimientos de 40 y 50 indios en que consta expresamente que no hay un solo niño; sobre un total de 22,336 hombres y mujeres de servicio, no había con seguridad más de 3,000 niños, a juzgar por los datos parciales (hemos contado 1515, pero no siempre consta el número). Hay aún otro factor de desequilibrio: había más hombres que mujeres, contra lo que se podía esperar después de un periodo de guerra (en la Concepción, por ejemplo, contamos 1,072 hombres por 880 mujeres). Consta que 60 encomenderos estaban casados con cacicas. ¿Y el resto de los varios miles de españoles que poblaban la isla? Se sabe que muchos de ellos vivían con mujeres indígenas, y de la época de Roldán y de Bobadilla hay testimonios de que muchos tenían un harén de indias. La escasez de niños está relacionada indudablemente con la escasez de mujeres y los cronistas dicen que el indio ponía además trabas a la procreación. Es indudable que en 1514 la población indígena de la Española —unas 30,000 almas— estaba a un paso de la extinción. Pocos años después casi no quedaban indios, y casi tampoco quedaban colonos, ahuyentados por la miseria. El repartimiento de Alburquerque, con su cohorte de favoritismos, injusticias y venalidades, desencadenó la lucha entre dominicos y el poder temporal. Las Casas había llegado a la Española en 1502. En 1511 había acompañado a Velázquez en la conquista de Cuba mientras fray Antonio predicaba contra las encomiendas en Santo Domingo. Luego, en 1514, se siente iluminado, vende sus tierras, pone el libertad a los indios que tenía en encomienda y se entrega, durante cincuenta años, incansable, heroico, fanático, manejando el ruego o 54 el anatema, arrostrando burlas, amenazas y persecuciones, acusado de delirante, loco, bellaco, desvergonzado, revoltoso y sedicioso, y a pesar de fracasos, derrotas y humillaciones, a la lucha contra “la codicia insaciable” y “la innata ambición” de “los tiranos que comen la carne y beben la sangre de sus ovejas” y a su fervoroso apostolado: la defensa del indio, que para él era manso, dócil, débil, fiel, humilde, paciente, delicado, pacífico, tierno, sufrido, sin maldad ni doblez, sin rencor ni odio, sin soberbia ni ambición ni codicia. El P. Las Casas quería la conquista pacífica y una especie de república india bajo la tutela de los dominicos. La campaña de Las Casas, proseguida ante el rey y ante el cardenal Cisneros, determinó el envío, en 1516, de tres padres Jerónimos para que pusieran paz en la isla. Las instrucciones que llevaban habían sido redactadas por el mismo Las Casas, con modificaciones del Cardenal y de su Consejo. Los padres Jerónimos llegaron en diciembre de 1516; según algunos creían, para asegurar la libertad de los indios. Encontraron a los nativos “derramados por toda la isla e tan pocos en cada asiento, por estar todos divididos por las minas e estancias de los castellanos”, que no era posible ni convertirlos en buenos cristianos ni asegurar su procreación. Decidieron entonces reunirlos en pueblos de 400 o 500, manteniendo las encomiendas. Las Casas, de nuevo inquieto, volvió a España con el propósito de mudar “el tirano gobierno” de la encomienda por otra manera “razonable y humana” de regir a los indios. El poder temporal, que no podía renunciar al indio —la principal, casi la única riqueza— puso todos sus esfuerzos en conservar y aumentar la población indígena. Entonces, para relevar al indio del trabajo exterminador de las minas, y ante las demandas insistentes de los colonos, apoyados por los Jerónimos y por Las Casas, se intensificó el comercio negrero, practicado ya intermitentemente desde 1511, pero suspendido por temores políticos88. El negro, más fuerte, más resistente, con mayor capacidad de adaptación a las formas europeas 55 de trabajo, desplazó al indio. Los colonos preferían un negro a cinco indios. Para el cultivo de la yuca un indio podía hacer 12 montones diarios; un negro podía hacer 14089. Hacia 1520 escribía Fernández de Oviedo “Ya hay tantos en esta isla, a causa destos ingenios de azúcar, que paresce esta tierra una efigie o imagen de la misma Ethiopía”. En 1545 —cuenta Benzoni— muchos españoles de Tierra Firme estaban seguros de que los negros se iban a apoderar de la isla. En 1560, cuando apenas quedaban unos centenares de indios, había ya unos 20,000 negros90. El negro agravó la situación del indio aun desde otro punto de vista: las epidemias. A las enfermedades introducidas por el blanco, para las que el indio carecía de inmunidad (epidemias exterminadoras de sarampión o de viruelas), vinieron a agregarse las enfermedades africanas. Se ha dicho que la caballería invisible de los microbios ha hecho en toda la conquista más víctimas que las armas. El antropólogo alemán Waitz ha llegado a atribuir a las viruelas el exterminio de la mitad de la población indígena de América. En diciembre de 1518, cuando los indios de la Española iban a abandonar las minas para ir a sus pueblos, los treinta pueblos en donde los padres Jerónimos esperaban que se harían buenos cristianos y podrían procrear, “ha placido a Nuestro Señor —dicen los padres— de dar una pestilencia de viruelas que no cesa, e en que se han muerto e mueren hasta el presente [10 de enero de 1519] casi la tercera parte de los dichos indios”. Los oficiales y oidores reales, en carta al rey, calculaban el 20 de mayo de 1519 que de esa pestilencia habían muerto más de la mitad de los indios. Las viruelas, el sarampión, el romadizo y cualquier enfermedad infecciosa cobran especial virulencia cuando son el sello de la conquista en una población desnutrida. La gran mortalidad de las epidemias en la Española es un síntoma de que la población indígena estaba derrotada. Frente a la extraordinaria receptividad para el germen, y ante los estragos de la enfermedad, el indio no tenía más defensa que los recursos de su magia. Los esfuerzos para salvar al indio fueron infructuosos. 56 Irremediablemente, entró en franca extinción. Su vida espiritual (sentimientos, creencias, jerarquías) estaba aniquilada, su sistema de vida desintegrado, sus clases dirigentes destruidas. Tuvo la sensación de su impotencia, de su inferioridad, de su esterilidad. La anarquía se adueñó de su mundo moral y psíquico. Lo que pasaba a su alrededor era superior a su capacidad intelectual. De su familia poligámica, de su desnudez, de sus placeres primitivos, se le quería llevar a la monogamia rígida, al trabajo forzado, a vestirse, a un Dios único. Se sintió abandonado por sus “zemíes” protectores. Su “perversidad” llegó entonces hasta el punto de negarse “a los deberes de la reproducción” o a usar hierbas para practicar el aborto. Para “sustraerse del trabajo” se suicidaba (con zumo de yuca brava, ahorcándose, despeñándose de las rocas o comiendo tierra), y lo hacían familias enteras, grupos de 50 indios, y aun pueblos íntegros que ”se convidaban a ello”; su crueldad llegaba hasta el punto de hacerlo “por pasatiempo”91. Sin embargo, todavía fue capaz de una insurrección cruenta y larga: desde 1519 hasta 1533, Enriquillo, un indio educado por los franciscanos, con 4,000 indios según unos, con 50 según otros, dirigía la resistencia. Hubo que llevar 200 hombres de la Península y movilizar más soldados que los que acompañaron a Cortés en la conquista de México. En 1542, cuando se dictaron las Leyes Nuevas, con disposiciones de favor para el indio antillano92 —era el triunfo de Las Casas—, sólo quedaban para poner en libertad unos centenares de indígenas. Y todavía hubo resistencias para ponerlos en libertad, porque los colonos alegaban que sus indios no eran los autóctonos, sino comprados en el continente y en otras islas. El proceso de la Española se repitió, con variantes, en Cuba y Puerto Rico. En las Antillas Menores, pobladas por indios belicosos, los caribes o caníbales, el proceso fue más violento: la legislación permitió capturarlos, marcarlos a fuego en la frente,, venderlos y hasta mandarlos a España. En último término, el mismo proceso de las 57 Antillas españolas se cumplió luego en las francesas, inglesas, holandesas y danesas. ¿Era el indio antillano tan débil que su existencia constituía —como se ha dicho— “un milagro fisiológico”? Su historia prueba evidentemente que no. Además, la desaparición fue más lenta de lo que se cree. En Cuba quedaban indios casi en nuestros días, y también en Santo Domingo. Los últimos indios antillanos se diluyeron el la mezcla con el blanco y con el negro. ¿Por qué se ha extinguido entonces en las Antillas mientras se conserva hasta nuestros días, con bastante vitalidad, el indio continental? Sin duda por su carácter de indio insular . El mismo proceso de extinción se ha cumplido —como hemos visto— en grandes regiones del continente, desde el descubrimiento hasta nuestros días. En los Estados Unidos, en la Argentina, en todos los países, el indio ha sido arrojado hacia las zonas del interior, hacia las tierras de renta más baja. El indio se ha visto obligado a replegarse hacia lo que hemos llamado zona nuclear. En las Antillas, prescindiendo de los indios que huyeron de isla en isla hasta el continente, en proporciones difíciles de determinar93, en el cual, por otra parte, se conservan restos densos del indio antillano, ese proceso tenía poco margen. La zona de extinción debía abrazar pronto todo el ámbito de las islas. Se explica así que mientras la población indígena del continente ha aumentado, al parecer, en sus cifras de conjunto, desde 1492 hasta la actualidad , en las islas del Mar Caribe no hayan quedado mas que familias aisladas en las que el ojo experto puede reconocer, a través del mestizaje con el blanco y con el negro, un resto de la antigua población antillana. El proceso antillano no se puede generalizar a toda América, sino a la que hemos llamado zona periférica. De todos modos, el primer contacto entre el blanco y el indio fue fatal para el indio en toda la amplitud del continente. Lo fue en las regiones donde el contacto se produjo en forma pacífica, pero aún más en México y el Perú, donde 58 adquirió caracteres de gran violencia. La primera época fue sombría. La historia se detiene en los hechos que más impresionan: la persecución del indio con perros de caza, la venta de indios esclavos, marcados con hierro en la frente. ¿No se les llegó a negar el carácter de seres racionales, y fue necesario que el Papa Paulo III afirmara, en su bula del 2 de junio de 1537, que los indios eran verdaderamente hombres, capaces de adoptar la fe de Cristo? Aun un espíritu bastante mesurado como el P. Toribio de Benavente o Motolinía, que era contrario a que se imprimieran las obras del P. Las Casas y escribía a Carlos V que “los indios desta Nueva España están bien tratados y tienen menos pecho y tributo que los labradores de la vieja España, cada uno en su manera”, analiza diez causas de la despoblación de la Nueva España, “diez plagas con que Dios hirió las tierras y los habitantes de México”: las epidemias, las guerras con los españoles, el hambre, los tributos y servicios de los indios, el trabajo en las minas, la esclavitud, etc. Un dominico, Fr. Domingo de Betanzos, profetizó la extinción total de la raza indígena si continuaban los desastres94. Los testimonios son coincidentes en toda la extensión de la América, y a veces se apoyan en cifras para presentar más gráfica y elocuentemente la destrucción de las Indias. Fuera de los círculos afectos afectos al P. Las Casas, un cronista de su majestad, Francisco López de Gómara, dice que en las guerras civiles entre Pizarros y Almagros murió un millón y medio de indios. Nada se presta más para las cifras hiperbólicas que los cálculos de la mortandad bélica. Y, sin embargo, no hay que olvidar que las huestes españolas nunca pasaron de varios centenares de hombres, y muchas veces no llegaron al centenar. En 1580 el padre jesuita Luis López, en Lima, dice que la guerra de Vilcabamba, en que se apresó a Túpac Amaru, y la guerra contra los chiriguanos se han hecho “con injusticia y mucha costa de indios y españoles y muertes, y particularmente la de los chiriguanes”. A lo cual contestaba el virrey Toledo: “solos murieron cuatro 59 entrambas guerras, y el indio no entiendo que veinte: los ocho u diez mataron los indios de guerra, y los demás se murieron de sus enfermedades”95. Más verosímiles son las cifras de la mortandad producida por las epidemias: en la mayoría de las provincias de México —dice Motolinía— murió la mitad de la gente de las viruelas introducidas en 1520 por el negro de Narváez; según Torquemada murieron 800,000 indios en las epidemias de 1545 y dos millones en la de 1576. Pero son siempre sospechosas las cifras inspiradas en el terror. Con todo, por más discutibles que sean los números, parece evidente que el contacto violento o pacífico, las epidemias, las guerras, la migración de pueblos a consecuencia de la conquista, el nuevo régimen de trabajo y de vida, y aun las arbitrariedades y abusos de autoridades y encomenderos, repercutieron desfavorablemente en el desarrollo de la población indígena en el siglo XVI. Pero ya hemos visto que ese contacto no fue simultáneo en todas partes, y hemos visto también, a través de cuatro siglos de historia indígena que aun en las condiciones más desfavorables una población concentrada en núcleos densos, manteniendo casi intactas su cultura, su familia, su organización social, puede rehacerse después de la hecatombe inicial. George Kubler, que ha estudiado detenidamente el movimiento de la población mexicana en el siglo XVI, cree que ha habido un gran descenso de 1520 a 1545, un aumento apreciable de 1546 a 1575 y un periodo estacionario de 1577 a 160096. Los hechos luctuosos no constituyeron toda la historia. La acción indianófila de fuertes núcleos misioneros, que ganaron muchas veces para su causa a las autoridades y a al corona, el apostolado tan discutido del padre Las Casas y el apostolado indiscutido de Vasco de Quiroga, la actitud generosa de una parte de los nuevos pobladores, las reformas administrativas y judiciales, la legislación protectora, y aun el matrimonio legal entre españoles e indias, junto a la necesidad de mantener al indio para la obra de la colonización, han de haber repercutido también en el desarrollo de la 60 población indígena. Sin dejarnos llevar por la tentación de una leyenda negra o de una leyenda áurea —a ninguna de las dos se ajusta la historia del hombre, y menos la del hombre hispano —, hemos llegado a calcular una disminución de unos dos millones y medio de indios de 1492 a 1570, y una población americana de unos trece millones y medio en 1492. 61 62 CONCLUSIONES GENERALES H emos seguido hasta ahora un camino inverso al de toda investigación histórica: desde la actualidad nos hemos remontado paulatinamente hacia el pasado. Desandemos ahora el camino recorrido. El desarrollo de la población indígena y el proceso demográfico de América desde la llegada del blanco se expresan en las siguientes cifras: AÑO POBLACIÓN N POBLACIÓN INDÍGENA N TOTAL 1492 1570 1650 1825 1940 13,385,000 10,827,150 10,035,000 8,634,301 16,211,670 0 11,229,650 12,411,000 34,531,536 274,275,111 % INDÍGENA 0 96.42 80.86 25.00 5.91 Y la relación numérica entre la población indígena y el resto de la población del continente, desde 1492 hasta la actualidad, se manifiesta en el siguiente esquema gráfico. Dentro de su valor relativo e hipotético, esos números constituyen un índice de la historia de América. La población indígena, sometida a un proceso continuo de extinción por el juego de diversos factores destructivos (epidemias de origen europeo, guerras de conquista, régimen de trabajo, sistema colonizador, alcoholismo, despojos y arbitrariedades, nuevas condiciones de vida, derrota material y moral, mestizaje), llega hasta nuestros días, acrecida en número, pero muy mermada en su integridad racial. Pueblos enteros, y hasta una cultura floreciente como la chibcha, han desaparecido casi sin dejar rastros. 63 En la mayor parte del continente no quedan hoy ni las huellas del indio. Pero las cifras muestran al mismo tiempo un proceso acelerado de reestructuración étnica y cultural. Más que de una extinción del indio, hay que hablar de una absorción del indio. 350,000,000 300,000,000 250,000,000 200,000,000 POBLACIÓN TOTAL POBLACIÓN INDÍGENA 150,000,000 100,000,000 50,000,000 0 1492 1570 1650 1825 1940 Hace unos cuarenta siglos que un conjunto de pueblos, portadores de la lengua y de la cultura indoeuropeas, penetraron en Europa. Por todos los procedimientos, desde la conquista pacífica hasta el exterminio, se superpusieron a los pueblos primitivos del continente, creando lo que llamamos hoy civilización occidental. La historia moderna de América no es más que una fase de ese mismo proceso. En cuatro siglos de expansión indoeuropea, el continente americano se ha incorporado al mundo occidental. Aun los grandes núcleos de la América india (México, Perú) o de la cultura negra (Haití) viven, en su vida histórica, dentro de los moldes culturales y económicos de Europa. Desde luego, se han incorporado a la vida americana muchos elementos de la cultura material y espiritual del indio; en amplias zonas se conservan poblaciones indígenas casi intactas y en zonas aún 64 más amplias el indio sobrevive en el mestizo, “el neo-indio”. Pero en conjunto, culturalmente, aun más que étnicamente, el continente está ganado para la raza blanca. ¿Cabe esperar —como hoy tiende a afirmarse— un renacimiento de la cultura autóctona? Después de cuatro siglos de desintegración étnica, política, cultural y lingüística, parece evidente que no. Pero el indio no ha muerto. Si la cultura propiamente indígena quedó paralizada en su desarrollo desde el momento de la conquista, el indio se fue incorporando a la vida social y cultural de América, y su aportación fue fecunda desde la primera generación americana. Una figura del siglo XVI puede simbolizar esa fusión del alma americana con la cultura europea: el Inca Garcilaso de la Vega, hijo de conquistador y de princesa indígena, criado en el Cuzco hasta los veinte años entre duros conquistadores españoles y los restos de la destronada monarquía incaica, y que supo, en la más pura y armoniosa lengua de Castilla, traducir los Diálogos de amor de León Hebreo, historiar dramáticamente la conquista de la Florida y reconstruir el pasado incaico y la conquista del Perú en sus magníficos Comentarios Reales, “el libro más genuinamente americano que en tiempo alguno se ha escrito —según Menéndez y Pelayo—, y quizá el único en que verdaderamente se ha quedado un reflejo del alma de las razas vencidas”. Parece que el porvenir está decidido, y que el pasado americano podrá, cuanto más, sobrevivir como matiz, como estilo, en la gran obra colectiva y universal de nuestra cultura. 65 66 APÉNDICE III. LA POBLACION AMERICANA HACIA 1650 Reunimos a continuación todos los datos que hemos podido encontrar sobre la población americana en este período, como complemento de nuestro cuadro III: CÁLCULOS GENERALES Willcox, l. c., da el siguiente cálculo para 1650: Canadá y Alaska, 294,000 habitantes; Estados Unidos, 708,000; México, 3,630,000; América Central, 1,485,000; Antillas, 614,000; meseta sudamericana (460,000 millas cuadradas), 3,036,000; resto de Sudamérica, 3,344,000. Total 13,111,000 habitantes. Barros Arana calcula que en 1650 había un millón de españoles en todo el continente (Historia general de Chile, V, 291); en 1750, según Robertson, había 3 millones entre españoles y mestizos (Ibid.). ALASKA James Mooney (véase nuestro Apéndice V) calculaba 72,000 habitantes en el momento de contacto con el blanco (los primeros establecimientos rusos son de 1784-1786}. Según Kroeber, Cultural and natural areas, pág. 157, el total de esquimales llegaba a 89,700, de los cuales 53,000 vivían en Alaska, desde Behring hacia el sur. GROENLANDIA El misionero danés Hans Hegede, en 1721, fecha del primer contacto con Europa, calculaba 30.000 habitantes. Según James Mooney sólo había 10,000 habitantes a principios del siglo XVI (véase nuestro Apéndice V). Paw, Recherches philosophiques sur les américains, I, 67 Londres, 1770, pág. 56, nota, dice que en 1730 se calculaban 30,000 habitantes y en 1764 sólo 7,000, y atribuye la disminución a la terrible mortandad producida por las viruelas bobas que llevaron los misioneros daneses; actualmente (1770) - dice - apenas se cuentan unas veinte antiguas familias groenlandesas en la costa occidental. CANADÁ En 1663 unos 2,500 europeos; 1666, 3,418; 1679, 9,400; 1683, unos 10,000; 1713, unos 20.000; 1721, unos 25,000; en 1748 los franceses de Norteamérica eran menos de 80,000 (The Cambridge Modern History, VII, 75, 90); en 1679 Nueva Francia tenía 8,515 almas (Bancroft, History of the United States), en 1754 había alrededor de 55,000 personas (Carr-Saunders, op. cit., 48). James Mooney calcula que había 220,000 indios antes de la llegada del blanco (véase nuestro Apéndice V). ESTADOS UNIDOS Warren S. Thompson and P. K. Whelpton, Population trends in the United States, Nueva York y Londres, 1933, dan las siguientes cifras (no incluyen la población indígena): año 1610, menos de 500 habitantes (210 en Virginia); 1620, 2,000; 1630, 6,000; 1640, 28,000; 155, 1650, 52,000; 1700, 275,000; 1750, 1,207,000. Según Brancoft, en 1688 las doce colonias norteamericanas no tenían mucho más de 200,000 habitantes. Según Humboldt, Viaje, libro IX, cap. XXVI, se calcula para 1700 una población de 262,000 habitantes (incierta); para 1753, 1,046,000 (incierta); para 1774, 2,141,307. The Cambridge Modern History, VII, dice que en 1748 las colonias inglesas tenían un millón de blancos. Spence Robertson, en Historia de América, Buenos Aires, ed. Jackson, IV, 294, ha reunido las siguientes noticias para 1760: la población total, sin incluir indios, era de 1,500,000, de los cuales en Nueva Inglaterra 473,000, en las colonias del centro 405,000, en Maryland y colonias del sur 718,000; la población negra era de unos 386,000 (87,000 al norte de Maryland y 299,000 entre Maryland y el 68 sur); un tercio de la población había nacido en América. Carr-Saunders, op. cit., 48, dice que es posible que unas 250,000 personas hayan ido de las Islas Británicas al Nuevo Mundo en el siglo XVII; en el XVIII quizá 1,500,000. Recogemos, además, algunos datos parciales. George Bancroft, History of the United States, 5a ed., Boston, 1852, I, págs. 180, 210, 232, 265, 321, 415, II, 92-93, 417, 450, III, 253, 371, 407, da los siguientes: Virginia, en 1648, tenía unos 20,000 colonos, y hacia 1660 unas 30,000 almas; Maryland, en 1660, unas 8 a 12,000 almas; Nueva Inglaterra, hacia 1641, 21,200 colonos, y en 1675 unas 55,000 almas (el número de indios no pasaba probablemente de 30,000). Carr-Saunders, op. cit., 48, da las noticias siguientes: Poco después de 1650 había unos 80,000 inmigrantes en Nueva Inglaterra, otros tantos en Virginia y unos 20,000 en Maryland. The Cambridge Modern History, VII, 64, 75, 90, 93, 117, da los siguientes datos: en 1663 la ciudad de Bastan tenía 14,300 habitantes; en 1713, Nueva Inglaterra 158,000 y Virginia 80,000 habitantes; Georgia, en 1752, 2,381 blancos y 1.066 negros esclavos; Luisiana, hacia 1770, 7.000 habitantes, sin contar las tropas. A fines de 1619 o principios de 1620 se inició la introducción de negros: un barco holandés vendió 20 negros a los colonos de Jamestown (Virginia). A fines del siglo todavía había pocos esclavos en Nueva Inglaterra, pero sí hubo muchos desde el comienzo en South Carolina (en 1671 se comenzaron a introducir desde Barbados; en 1733 había 3 negros por cada blanco, en 1738 se duplicó el número de negros). En 1700 sólo había unos 6.000 esclavos en todo el territorio entre Kennebec y Long Island; pero en 1709 se calculaban 58,850 y hacia 1740 ya unos 130,000 (Bancroft, 1. c.; The Cambridge Modern History, VII, 55). Sobre la población indígena a principios del siglo XVII, que James Mooney calcula en 846,000 almas, véase nuestro Apéndice V. 69 No hemos podido consultar el trabajo de Evarts B. Greene and Virginia D. Harrington, American population before the Federal Census, 1790, Nueva York, Columbia University Press, 1932, 228 págs. (reseña en The American Anthropologist, 1936, pág. 113), que contiene documentación sobre número de blancos, negros e indios en el oeste de 103 Estados Unidos antes de 1790. MÉXICO Según Juan Díez de la Calle, Noticias sacras y reales de los dos imperios de las Indias Occidentales, 1657 (ms. núm. 3023-4 de la Bibl. Nac. de Madrid), fol. 120 v., había en la jurisdicción de la ciudad de México 250 pueblos de indios, y en ellos y en más de 5,000 estancias cerca de 600.000 indios tributarios; la ciudad de México tenía más de 8,000 vecinos españoles; otros datos en fols. 191 r., 200 v., 201 r., 202 v. (en Veracruz, 600 vecinos españoles y 5,000 negros y mulatos), 209 r., 222 r., 231 r., 236 v., 242 r. (en 1642, en la provincia de Yucatán, 113,964 cristianos), 249 v., 251, 267 v., 270 r., 271 v., 275. Hay también datos parciales en la Nouvelle relation contenant les voyages de Thomas Gage dans la Nouvelle Espagne, Amsterdam, 1695, 2 vols., I, págs. 59, 68, 76, 84, 92, 117, 161-162 (dice que en su tiempo, hacia 1630, no quedaban arriba de 2,000 indios naturales y un millar de mestizos en la ciudad de México), II, 65. 71, 112, 118-119. Cálculo de Villaseñor en 1746: Felipe V, en 1741, ordenó a los virreyes y gobernadores de Indias que hicieran un empadronamiento de los habitantes de sus distritos. El conde de Fuenclara, virrey de la Nueva España, encomendó la ejecución a D. José Antonio de Villaseñor y Sánchez. Villaseñor se apoyó en las informaciones de los magistrados y en la propia observación, y publicó los resultados en su Teatro americano. Descripción general de los reinos y provincias de la Nueva España y sus jurisdicciones, Madrid, 1746, 2 vols. Sus resultados —incompletos— son los siguientes: 70 Familias de españoles, Familias mestizos, negros y mulatos de indios Arzobispado de México105 202119 511 Obispado de los Ángeles 30 600 88 240 Obispado de Michoacán 30 840 36 196 Obispado de Guadalajara 16 770 6 222 Obispado de Oaxaca 7 296 44 222 190 708294 391 A razón de 5 personas por familia 953 5401 471 391 No hace mención de los obispados de Yucatán, Verapaz, Chiapa, y Guatemala, aunque los indios eran más numerosos en este último que en cualquier parte de la Nueva España; en el padrón de la dilatadísima diócesis de Guadalajara describe bien la situación de los diferentes pueblos de indios, pero sólo especifica una parte, porque el poder de los españoles no estaba bien establecido en toda la región. Humboldt, Ensayo, I, 111, dice: “lo que Villaseñor nos ha conservado es no menos inexacto que incompleto”. William Robertson, que resume esos resultados (Historia de América, ed. Barcelona, 1840, IV, 87, 340-341; Histoire de l’ Amérique, III, París, 1818, 432-436), concluye que hacia 1780 el número de indios de todo el virreinato pasaba de dos millones. El cálculo de indios de Villaseñor le parece exacto porque está tomado de los registros de la tributación, pero el de españoles no. Si se agregan los de las diócesis omitidas, cree que el número de españoles, mestizos, negros y mulatos puede subir verosímil mente a un millón y medio, de los cuales quizásólo medio millón fueran españoles. Según los datos de Villaseñor, la ciudad de México tenía por lo menos 150,000 habitantes, Los Angeles más de 60,000 (así españoles como castas) y Guadalajara más de 30,000, sin contar los indios (Ibid., 542). Una hoja manuscrita de la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 18.71430), aproximadamente de 1770, asigna a la Audiencia de 71 México 2,617,602 indios, 598,959 españoles (incluyendo sin duda los “españoles americanos”) y 385,808 mestizos, mulatos y negros. En otros manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid, que no podemos consultar ahora, hay noticias sobre población en esta época: número de casas y padrón de algunas calles de la ciudad de México en el siglo XVIII, y reino de la Nueva España en 1774 (Mss. 4532). Carlos Basauri, en Estadística, México, diciembre de 1943, dice que en el siglo XVII entraron unos 120,000 esclavos en la Nueva España. Ciudad de México: Gage, op. cit., dice que había en su tiempo (hacia 1630) 40,000 familias de mestizos, mulatos y negros, 50,000 familias de españoles y 8,000 de indios, cifras evidentemente muy exageradas. G. Loyo, La política demográfica de México, 1935, pág. 479, registra los siguientes cálculos: en 1624, 36,000 (según Mora, México y sus revoluciones); en 1646, 30,000 casas (según el Memorial de Díez de la Calle); en 1691, 140,000 (según Bancroft); en 1723, 15,000 vecinos (según Torquemada); en 1747, 38,000 familias (según Villaseñor y Sánchez); en 1772, 112,462 habitantes (según Orozco y Berra); en 1790, 112,926 según el censo de Revillagigedo, y 131,000 según Galindo y Villa. Gage, que describe la ciudad hacia 1625, habla mucho de las negras y mulatas, y dice que “hay una infinidad de negros y mulatos que se han vuelto altivos e insolentes hasta el extremo de poner a los españoles en recelo de una rebelión” (cit. por Valle-Arizpe, op. cit., 329). Según Juan Díez de la Calle, a mediados del siglo XVII había en la ciudad 8,000 habitantes españoles, sin contar las castas ni los indios, “y estos últimos debían ser en gran número, pues en el tumulto contra el conde de Galve, en el año de 1692, dominaron a la población española y a la mestiza, que no se atrevieron a hacer resistencia” (México a través de los siglos, II, 665). En 1678 Mr. Leonel Waffer decía que la ciudad tenía 22,000 españoles avecindados con sus familias, cerca de 20,000 que sólo residían temporariamente y 30,000 mujeres españolas (téngase en cuenta que se 72 llamaba también españoles a los descendientes de españoles nacidos en América); los indios establecidos no pasaban de 80,000, pero el número de los no establecidos era mayor; había más de 10,000 esclavos de ambos sexos; en total suponía una población de 400,000 habitantes sin contar los niños. Según Pedro de Ordóñez, Viaje alrededor del mundo, en sus tiempos había 200,000 indios y mayor número de indias; 20,000 negros y mayor número de negras; 30,000 españoles y mayor número de españolas (Valle-Arizpe, Historia de la ciudad de México, México, 1939, págs. 454-455). En 1697, Gemelli Carreri, que parece que estuvo en México, aunque sus relatos fantásticos han hecho suponer durante mucho tiempo que su viaje había sido ficticio, decía que la ciudad tenía 100,000 vecinos, la mayor parte negros y mulatos (ibid., 375). Paw atribuía a la ciudad, en su tiempo, 60,000 habitantes, incluyendo 20,000 negros y mulatos, pero Clavijero, Storia, IV, 278, replicaba —hacia 1774— que México era la ciudad más populosa de los dominios del rey Católico: por las cifras de natalidad y mortalidad calculaba que era 1/4 mayor que Madrid, y que si esta ciudad tenía 160,000 habitantes México tendría más de 200,000; se apoyaba además para este cálculo en el número de parroquias y de magistrados, y en el consumo de pulque y tabaco. Un viajero europeo moderno llegó a calcular un millón y medio. ANTILLAS Cuba: La población total (614,000) es la calculada por Willcox. Según Jacobo de la Pezuela, Crónica de lasAntillas, Madrid, 1871, pág. 82, Cuba no contaba en 1610 más que con unos 20,000 habitantes de todas clases y sexos; en el pueblo nuevo del Cobre, pocos más de 300 entre blancos, negros e indios mineros. Hasta 1763 se calcula que habían entrado 60,000 negros en toda la isla (Documentos de que hasta ahora se compone el expedienle que principiaron las Cortes Extraordinarias sobre el tráfico y esclavitud de los negros, Madrid, 1814, pág. 118). En 1791 la población total de Cuba era de 280,000 73 habitantes (Navarro Lamarca, Compendio, I, 317). En 1657, Habana tenía más de 2,000 vecinos españoles y más de 1,000 negros y mulatos (Juan Díez de la Calle, Noticias sacras y reales, ms. 3023-4 de la Biblioteca Nacional de Madrid, año 1657, fol. 47 r.). Felipe Pichardo Moya, La Edad Media cubana, en la Revista Cubana, XVII, abril-diciembre de 1943, 288-325, da las siguientes noticias sobre supervivencia de los indios cubanos: Los pueblos de indios (Ovejas, Guanabacoa, Jiguaní, Caney, Tarraco, etc.) gozaban de privilegios especiales y perduraron mucho tiempo; en las actas capitulares se alude, además, con frecuencia a indios en villas españolas; hasta el siglo XVIII hubo indios refugiados en las regiones semidesiertas, y aun quedan hoy núcleos de pobladores en el Oriente que proclaman su origen indio y su derecho a la tierra; grupos de ignorados indios cimarrones sobrevivieron cuando ya se había extinguido el indio manso (indios de Yateras, Caujerí, Yaguaramas, etc., y guajiros de otras regiones); a fines del XVI y principios del XVII había más de 40 indios en la Habana; en Guane hubo bautizos de indios después de 1600; en 1612 el obispo Armendáriz encontró unos pocos indios puros en Santiago, Bayamo y Puerto Príncipe, y mestizos en Trinidad; en Guanabacoa encontró más de 50); en 1673 el obispo Gabriel Díaz Vara Calderón organizó misiones para ilustrar los indios de Guanabacoa (en este pueblo todavía quedaba una familia india a principios del XIX); en 1669 los indios tenían a su cuidado la conservación del camino de Bayamo a Santiago; a mediado del XVII hubo un pueblo de indios rebeldes en Maurijes (provincia de Matanza); en el siglo XVII abundaban los indios en Caunao. Véase también Apéndice II. Puerto Rico: Los indios no habían desaparecido en este período. Brau, Historia de Puerto Rico, Nueva York, 1904, págs. 199-200, recoge de los censos de población las siguientes noticias: en 1777 había 1,756 indios puros; en 1787, 2.302; en 1797, 2.312. Tomás Blanco, Prontuario histórico de Puerto Rico, 2ª edición, 1943, pág. 15, dice: 74 “a fines del XVIII los censos arrojan unos 2,000 indios puros”. Hacia 1600, según Pezuela, op. cit., 223, no existían más que los pueblos de San Juan y San Germán, con apenas mil vecinos el primero y menos de quinientos el segundo. En 1646 López de Haro calculaba 200 vecinos y 300 soldados en la ciudad de San Juan, y Torres Vargas 500 vecinos en la ciudad y otros 200 en la jurisdicción de San Germán (Tomás Blanco, Prontuario de P. Rico). En 1673, según el censo del obispo García de Escañuela, la ciudad tenía 565 hombres libres (blancos y pardos), con sus familias y esclavos negros, y contaba con 259 casas (Ibid., 35). En 1700, según la revista de milicias, había 1,000 hombres de 16 a 60 años en toda la isla. Hacia 1740 se calculaba la población de la isla en 40,000 almas; en 1759 había 5,611 hombres aptos para tomar las armas. En 1765, según la Memoria de O’Reylly, había 44,883 habitantes (entre ellos 5,037 esclavos). En 1777, según el empadronamiento, 70,210 habitantes; en 1786, 96,000; en 1787, 103,051 habitantes, entre ellos 2,302 indios puros (sin contar los mestizos) y 11,260 esclavos negros. 75 76 APÉNDICE IV. LA POBLACION DE AMÉRICA HACIA 1570 Damos a continuación todas las noticias generales y parciales que hemos podido reunir sobre esta época, como complemento de nuestro Cuadro IV: CÁLCULOS GENERALES: López de Velasco registra un total de 200 pueblos de españoles con 32,000 casas de vecinos, y 8,000 69,000 poblaciones de indios con 1,500,000 indios tributarios; además, 40,000 negros y “mucho número” de mestizos y mulatos. Esos totales no constituyen de ningún modo la suma de los datos parciales que da en el libro. Ya al dividir el continente en Indias del Norte (con Venezuela, Río de la Hacha, Antillas y Panamá) e Indias del Mediodía, asigna a las primeras 91 pueblos de españoles con 16,000 casas de vecinos y 5,600-5,700 poblaciones de indios con 800,000 indios tributarios, y a las segundas 100 pueblos de españoles con 13,500 casas de vecinos y unos 3,000 pueblos de indios con 880,000 indios tributarios. En general asignamos mayor validez a sus datos parciales. Sumando éstos, resultan 26,199 vecinos en toda América, que si se multiplicaran por cinco, como se hace en España, daría una población española de 130,995, pero él mismo ha dado un total de 160,000 habitantes. Benzoni, Hist. novi orbis, libro III, cap. 21, dice que sesenta años después del descubrimiento el número de españoles no pasaba de 15,000 en toda América. La frase de Benzoni es de 1550, y Robertson, Historia de América, ed. Barcelona, IV, 100 (ed. francesa, III, 77 129, 439, nota 29), dice que “escribió animado de un descontento que le inducía a difamar en todo a los españoles”. Posiblemente en 1550 había unos 15,000 vecinos españoles; quizá Benzoni no sabía que había que multiplicar esa cifra por 5 ó por 6 para obtener el número de habitantes españoles del Nuevo Mundo. Sólo en el Perú había unos 6,000 hombres en 1547. Juan Canelas Albarrán calculó en 1586 la población de América del Sur: 3,529,402 indios y 135,200 españoles y otras gentes, lo cual da un total de 3,664,602 habitantes (véase nuestra pág. 73, nota). Damos a continuación todos los datos que hemos podido reunir sobre esta época. Los hemos ordenado por países, en lo posible dentro de los límites actuales. En primer lugar daremos siempre las cifras de López de Velasco. ALASKA, GROENLANDIA, ESTADOS UNIDOS Y CANADA Para cálculos sobre la primera época de contacto véase nuestro Apéndice V. López de Velasco menciona dos fuertes de la Florida, en que había como 150 hombres de guarnición y otros tantos labradores, y agrega: “Hay en esta tierra cantidad de indios” (pág. 159); el fuerte de San Felipe tenía mil [¿cien?] soldados y otros tantos pobladores (pág. 161). Y de Bacallaos y Terranova dice: “poblada de naturales en muchas partes”, pero de carácter miserable; “ingleses y franceses. .. la han costeado algunas veces, y hay noticia de pueblos que en ella han fundado” (pág. 170). De la ciudad de Los Ángeles dice: “tiene 500 vecinos poco más o menos; habrá 1,500 españoles”. MÉXICO López de Velasco da las siguientes cifras: 1. Arzobispado de México, nueve pueblos de españoles con 2,794 casas, y 247 pueblos de indios con 336,000 indios tributarios y 739,000 de confesi6n (en la provincia de México, una de las trece del Arzobispado, 33,000 tributarios y 87,000 de confesi6n, «aunque otros dicen mucho más»); 2. 78 Obispado de Tlaxcala, dos pueblos de españoles con 400 vecinos, y 200 pueblos de indios con 215,000 tributarios; 3. Obispado de Oaxaca, cuatro pueblos de españoles con 420 vecinos, y 350 pueblos de indios con 96,000 tributarios; 4. Obispado de Michoacán, siete pueblos de españoles con 1,000 vecinos, y 330 pueblos de indios con 44,000 tributarios; 5. Nueva Galicia o Jalisco, ocho pueblos de españoles con 1,500 vecinos, y 104 pueblos de indios con 20,000 tributarios, «sin otros muchos rebeldes y sin poblaciones»; 6. Yucatán (sin Tabasco), cuatro pueblos con 300 vecinos españoles, y 200 pueblos con 60,000 tributarios; 7. Tabasco, un pueblo con 50 vecinos y 28 pueblos con 2,000 tributarios (entre los tributarios» no figuraban los viejos, las mujeres y los niños que habían comulgado, y que entraban en las cifras de «indio~ de confesi6n», procedentes sin duda de los libros de confesi6n de las iglesias; la ley 25, libro I, tit. 13 de la Recopilación de Leyes de Indias dispone que los prelados y ministros de doctrina lleven los padrones que hiciesen en las Semanas Santas para las confesiones). M. de Mendizábal, La demografía mexicana, en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, XLVIII, 341, agrega 26,000 para Chiapas y 2,000 para Soconusco, y llega al total de 799,000 de López de Velasco. A esa cantidad de indios tributarios le aplica el coeficiente de 3,2 que encontr6 estudiando la composici6n de las familias de Xilotepec y de Tleotlalpan, con lo que obtiene 2,556,800 indios; como en 1574 no estaban conquistados gran parte de los territorios de Nayarit, Sinaloa, Zacatecas, San Luis Potosí y Durango, y la totalidad de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, que en conjunto - dice - no podían tener menos de 500,000 indios, obtiene un total de 3,056,800 indios para 1570-1574. Dice que a fines del XVI, a consecuencia de las epidemias de 1576, 1588 y 1595 la poblaci6n era aún menor (la cuarta parte de la que había al llegar los españoles: 9,170,400/4 = 2,292,600). C. Pérez Bustamante, P. Lorenzana, y S. González García, La población de Nueva España en el siglo XVI, en el 79 Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo, Santander, X, 1928, 5873, calculan, sobre los datos parciales de López de Velasco, 806,215 tributarios, 7,067. vecinos españoles y 3,470 negros (estudian además la procedencia de los pobladores españoles). George Kubler, Populalion movements in Mexico 1520-1600, en The Hispanic American Historical Review, noviembre de 1942, XXII, 606-643, sumando los datos parciales de López de Velasco sobre los obispados de México, Tlaxcala, Oaxaca, Michoacán y Nueva Galicia obtiene 711,000 indios tributarios; en 1597, según un documento publicado en el Epistolario de la Nueva España de Paso y Troncoso, el total de indios tributarios pertenecientes a la corona, al Marqués y a los particulares llegaba en la misma región a 500,000 (pág. 623). D. Martín Cortés, segundo Marqués del Valle, escribía a Felipe II el 10 de octubre de 1563: “Los indios que V. M. tiene en su real cabeza pasan de 440,000 en toda esta Nueva España” (Colecc. de docs. inéd. de Torres de Mendoza, IV, 441); en esta cifra no estaban incluídas las encomiendas de particulares. Un documento del Archivo de Indias, de 1550-1570 (Doc. 12, Exped. México 256, informaci6n de Silvio Zavala) registra 210,000 tributarios del rey en la Nueva España (los indios realengos eran aproximadamente 3/4 del total), distribuídos del modo siguiente: Huejotzingo, 25,000; Cholula, 25,000; Tlaxcala, 50,000; Chalco, 45,000; Texcoco, 25,000; Xochimilco, 25,000; México y sus barrios, 20,000. En 1551 el virrey don Luis de Velasco puso en aplicación las Leyes Nuevas: según el P. Cabo, “los gobernadores y corregidores del virrey dieron libres a más de 150,000 esclavos, sin contar las mujeres y los niños, que seguían la condici6n de las madres” (Tres siglos de México, I, 159, cit. por Mendizábal, op. cit., 310). Pero según las noticias de Silvio Zavala, que ha revisado toda la documentaci6n, sólo se libertaron 3,000 indios en la Audiencia de México en el transcurso de diez años (Ensayos sobre la colonización española, Buenos Aires, 1944, pág. 114). 80 Herrera, en su Descripción de las Indias Occidentales, cap. IX, después de describir la ciudad de México, dice que “serán cerca de tres mil castellanos los que están poblados en los lugares comarcanos de los indios y estancias de ganados, y habrá en las provincias referidas [de la Nueva España] 250 pueblos de indios, los 105 cabeceras de doctrina, y en ellos y en seis mil estancias, más de quinientos mil indios tributarios”. Esta cifra coincide con la del documento de 1597 que ya hemos mencionado. En cambio Clavijero, IV, 283, le atribuye otras cifras: “a fines del XVI, basándose en documentos enviados por el Virrey de México, dice que sólo en las diócesis de Angelópolis, de Oaxaca y en las provincias de la diócesis de México vecinas a la Capital se contaban entonces 655 lugares principales de indios e innumerables otros menores dependientes de ellos, en los que había 900,000 familias de indios tributarios” (esta cifra no la hemos encontrado en Herrera). Agrega, además, que en todas las provincias del Arzobispado de México no hay más que cuatro pueblos de castellanos, aunque «hay muchos castellanos poblados en los lugares de indios” (Ibid., cap. IX). C. Pérez Bustamante, Don Antonio de Mendoza, pág. 121, dice que la relación de conquistadores y pobladores publicada por Icaza comprende 1,385 cabezas de familia, lo que supone alrededor de 7,000 habitantes de origen europeo a los 30 años de haberse cumplido la conquista de México (en la pág. 120 habla de vecinos con diez y siete hijos, etc.). En cuanto a población de color, en 1553 el virrey Velasco dice que había más de 20,000 negros; un padrón algo posterior arrojó 18,569 negros, 1,495 mulatos, 2,415 mestizos y 14,711 españoles (Carlos Basauri, en Estadística, México, diciembre de 1943, págs. 96-107). Ya a principios del XVI había negros hasta en las pequeñas poblaciones del interior. Noticias parciales de población hay en las siguientes fuentes y publicaciones: Informe de Melchor de Legazpi en 1571 y un documento de 1573 del Archivo de Indias (Patronato 182, Ramos 40 y 81 44, información de Sil vio Zavala: 116,000 tributarios en 47 pueblos administrados por los agustinos); Resultado de las visitas de Quiñones y Ramírez. Libro de tasaciones de Nueva España, ms. del Archivo de Indias, México, 256; Colección de documentos inéditos para la historia de España, tomos LVII y LVIII (Relación de las cosas que sucedieron al P. Fr. Alonso Ponce a fines del XVI; trae noticias de población, especialmente cantidad de vecinos españoles de las ciudades), Colección de documentos inéditos del Archivo de Indias, tomo IX, 120-247, 309316, 386-393 (relaciones sobre los pueblos y villas de México hacia 1608-1609); Carl Sauer and Donald Brand, Aztlán. Prehistoric Mexican Frontier on the Pacific Coast, en Ibero-Americana, n°.1, Berkeley, California (págs. 41-51: “Native population at the time of the Spanish entrada”); Epistolario de Nueva España, 1565-1818, recogido por Francisco del Paso y Troncoso, México, 1939-1940, 15 vols. (numerosos documentos con tasaciones de pueblos e indios encomendados); Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de Nueva España, Madrid, 1905, Segunda Serie, 7 vols. (relaciones geográficas y descripciones de la segunda mitad del XVI); Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, con nota individual de los descendientes legítimos de los conquistadores y primeros pobladores españoles, México, 1902 (trae la lista de los conquistadores y de sus descendientes); Tributos de indios de la Nueva España, en el Boletín del Archivo General de la Nación, VII, 1936, 185-226 (apud Kubler, op. cit., 608); Bartolomé de Ledesma, Despcripción del Arzobispado de México, en Papeles de la Nueva España, III, Madrid, 1905 (apud Kubler, 613, nota 28); Colección de documentos inéditos para la historia de México, publicada por J. García Icazbalceta, México, 18581866, II, 503 (20 de enero de 1570: 24,300 indios en la provincia de Guadalajara); Nueva Colección de documentos para la historia de México, publicada por J. García Icazbalceta, México, 1886-1892, 5 vols. (II, 1, 3-4, 8-23, 25-30, 167-8; IV, 212); Federico Gómez de Oro82 zco, Catálogo de la Colecc. de mss. rel. a la hist. de Am. formado por J. García Icazbalceta, México, 1927 (pág. 30: “Lista de los pueblos de indios”; hay otros documentos de interés en la colección); Relación de los Obispados de Tlaxcala, Michoacán y otros lugares en el siglo XVI, México, 1904 (pág. 163: “Lista de los pueblos de indios”); Rafael García Granados, Capillas de indios en Nueva España (15301605), en Archivo Español de Arte y Arqueología, núm. 31, Madrid, 1935, 1-27 (trata del problema de la población y de la disminución de los indios en el siglo XVI, con abundante material bibliográfico); Germán Latorre, Relaciones geográficas de Indias, tomo IV, Sevilla, 1920, págs. 97-103 (estudia los censos de la población del Virreinato de Nueva España hasta la actualidad; en págs. 98-99 resume un documento de la segunda mitad del XVI que registra 17,711 españoles, 18,567 negros esclavos, 2,445 mestizos y 1,465 mulatos; la cantidad de negros y españoles le parece excesiva a Pérez Bustamante, op. cit., 73, quizá por no tener en cuenta que otros cálculos registran sólo padres de familia; véase, además, en las mismas Relaciones geográficas, IV, 10, 18, 24, 41, 44, 73 y 112-115); George Kubler, op. cit., 606643 (recoge abundante documentación); M. de Mendizábal, op. cit., 307-341; Silvio Zavala, La encomienda indiana, Madrid, 1935, págs. 310-323. Según el licenciado Toro, en la segunda mitad del XVI había 18,569 negros, sin contar los cimarrones (Influencia de la raza negra en la formación del pueblo mexicano, en Ethnos, México, 1920-1922, citado por Nicolás León, Las castas, pág. 7). Véase también Luis Querol y Roso, Negros y mulatos de Nueva España. Historia de un alzamiento en México en 1612, en Anales de la Universidad de Valencia, XII, 1931-1932, Valencia, 1935, 121-165. Enrique Ruiz Guiñazú, La magistratura indiana, Buenos Aires, 1916, pág. 189, dice que México tenía 35,000 negros en 1590, pero no indica la fuente. Ciudad de México: El Obispo Zumárraga decía en 1529 que había en la ciudad 8,000 españoles (cit. en la Enciclopedia Italiana). 83 Diego Fernández Palentino, Historia del Perú (la licencia es de 1568), describe la ciudad de México hacia el año 1544, en que llegó el visitador Tello de Sandoval, y dice: “La población de los indios de esta ciudad está en dos grandes barrios, que llaman Santiago y México, en que estarían en este tiempo dozientos mil indios” (cit. por el Inca Garcilaso, Comentarios Reales, 2a parte, libro III, cap. XXI). El virrey Velasco, en carta del 4 de mayo de 1553 (Cartas de Indias, 256), le decía al rey que había en la ciudad de México, entre españoles, indios, mestizos, negros y forasteros, 200,000 bocas. Un documento de Luis Malbán, de la segunda mitad del siglo XVI, asigna a la ciudad 4,000 vecinos españoles, o sea unos 12,000 hombres (Relaciones geográficas de Germán Latorre, IV, 112). López de Velasco, hacia 1570, dice que tenía 3,000 vecinos españoles y unas 30,000 o más casas de indios (pág. 189). F. Alonso Ponce, hacia 1585, dice que tenía más de 3,000 vecinos españoles (México a través de los siglos, II, 467). Según Vargas Machuca, Milicia de Indias, foI. 174 v., en 1591 había en la ciudad y sus arrabales alrededor de 7,000 vecinos españoles sobre un total de 50,000 pobladores. A fines del XVI dice Herrera que hay en la ciudad 4,000 vecinos castellanos y 30,000 casas de indios, o más, “en los cuatro barrios antiguos en que estaba repartida la ciudad en tiempo de su gentilidad” (Descripción, cap. IX). Torquemada, en 1609, dice: “según me han certificado, tiene 7,000 españoles vecinos, y son los indios, con el barrio de Tlatelulco, ocho mil; por manera que por todos son quince mil, poco más o menos”. ANTILLAS La Española: En 1542, cuando escribía Las Casas su Destruición, no quedaban —dice— más que 200 indios, cifra que ya daba Fr. Tomás de Angulo en 1535 (véase nuestra pág. 13, notas 1 y 2). En 1568 escribía Echagoyan su Relación de la Isla Española (publicada en Relaciones históricas de Santo Domingo, colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Ciudad Trujillo, I, 1942); había estado en la isla 84 de 1557 a 1564 y da las siguientes noticias: entre los negros de estancia y de ingenios y los que están en la ciudad trabajando y sirviendo a sus amos, hay unos 20,000 negros (pág. 131); “La mayor población de esta ciudad de Santo Domingo y lugares declarados son negros, y, como está dicho, cada ingenio es un lugar y estancia” (pág. 137); la ciudad de Santo Domingo tiene 500 vecinos cuando mucho (pág. 135); Santiago, 20 ó 30 vecinos; Cotui, 100 vecinos; Monte Christi, 20 vecinos; Puerto de Plata, 30 ó 40 vecinos; Puerto Real, poco más de 20 vecinos; San Germán, unos 10 vecinos; en el puerto de la Mona no “hay español alguno, sino hasta 50 indios. .. Son indios entendidos, y en cuanto a lo espiritual están a cargo del Obispo de Puerto Rico; es poco o ninguno el cuidado que de éstos se tiene” (pág. 136). Según Benzoni, “los negros se han multiplicado de tal manera en Santo Domingo que en 1545, cuando yo estaba —dice— en Tierra Firme (en la costa de Caracas) he visto muchos españoles que no dudaban de que dentro de poco esta isla sería propiedad de los negros” (Historia del Nuevo Mundo, cit. por Humboldt, Viaje, ed. Caracas, II, 303). Hacia 1570, según López de Velasco, no había sino dos pueblos, “de hasta 50 indios” (pág. 99) y de 12,000 a 13,000 negros. A fines del siglo la ciudad de Santo Domingo tenía —según Herrera— más de 600 vecinos (Descripción, cap. VI). Cuba: López de Velasco menciona 270 indios casados, que no tributaban ni estaban encomendados (pág. 110). Sin embargo, todavía en 1555 se calculaba que había unos 5,000, y en 1556 el gobernador Mazariego creía que existían 2,000. En 1559 todavía sustentaban a algunos de los primeros pobladores (Actas capitulares del Ayuntamiento de la Habana, I, Habana, 1937, pág. 53). En 1567, Bartolomé Barcaso pidió que se le autorizara a reducir a población... 85 86 APÉNDICE V. LA POBLACION DE AMÉRICA HACIA 1492 CÁLCULOS GENERALES El cálculo de Karl Sapper para el momento de contacto entre el blanco y el indio es el siguiente (véase nuestra pág. 14, nota 6): Norteamérica hasta los grandes lagos, medio millón de indios; Norteamérica, desde los lagos hasta la frontera mexicana, 2 a 3 millones; México, 12 a l5 millones; Centroamérica, 5 a 6 millones; las Antillas, 3 a 4 millones; países tropicales de los Andes, 12 a 15 millones; oriente tropical de Sudamérica, 2 a 3 millones; Sudamérica fuera de los trópicos, 1 a 2 millones. Total, 40 a 50 millones de indios. El mismo Sapper envió al Congreso de Americanistas de Sevilla, de 1935, otro cálculo, en que había reducido las cifras, pero no sabemos si se ha publicado en alguna parte. Kroeber, sobre la base de las áreas culturales (véase nuestra pág. 15, nota 1), ha elaborado el siguiente cálculo: Al norte del Río Grande, 900,000; NO. y NE. de México, probablemente menos de 200,000; Centro y Sur de México, con Guatemala y Salvador, 3,000,000; Honduras y Nicaragua, 100,000. Total de Norteamérica, 4,200,000. Imperio Incaico, 3,000,000; resto de Sudamérica, con Panamá y Costa Rica, 1,000,000; Antillas, 200,000. Total de Sudamérica, 4,200,000. Total de América en 1492, 8,400,000. Ya hemos visto que Paul Rivet admite un máximo de 40 a 45 millones, y que Spinden suponía 40 a 50 millones. Los cálculos antiguos son siempre hiperbólicos. 87 El capitán Pedro Fernández de Quirós, en 1609, dice: “... se tiene por cierto que cuando se descubrieron las Indias del Occidente había en ellas 30 millones de sus naturales...”. (Colección de documentos inéditos de Luis Torres de Mendoza, Madrid, V, 507511), pero él cree que serían 60 millones o más, a juzgar por las cantidades de los bautizados por los franciscanos y otros frailes (véase nuestra pág. 83 Y nota). En 1631 Fr. Buenaventura Salinas (véase nuestra pág. 52, nota 1), creía que cuando se descubrió América había en todo el continente 170 millones de indios. Barberena, op. cit., 82, afirma que en los tres siglos de régimen colonial la población indígena se redujo a la décima parte, es decir que era mayor de 80 millones al empezar la conquista. Sin embargo, Carr-Saunders, especializado en problemas de población, dice: “Parece cierto que hay ahora más indios americanos de sangre pura en el mundo que en 1492; se han recobrado de las fuertes pérdidas” (op. cit., 308). Lo cual hace pensar que calculaba una población precolombina de menos de l5 millones de indios. Reunimos a continuación, por países, todos los cálculos y noticias que hemos podido encontrar sobre la población en el momento del descubrimiento y de la conquista. En lo posible hemos agrupado los datos ateniéndonos a los límites actuales. Estos materiales servirán pala discutir el valor de nuestro cuadro de 1492 y como aportación para futuros estudios especiales sobre cada uno de los países. GROENLANDIA Según los cálculos de James Mooney (véase Estados Unidos), había 10,000 habitantes antes de la llegada del blanco. El Ewald Banse’ s Lexicon der Geographie dice que en el siglo XII había 4,000 colonos. La Géographie de La Blanche et Gaulois calcula unos 2,000 colonos en 1492. Véase nuestro Apéndice III. MÉXICO Ya hemos visto que Karl Sapper calculaba 12 a 15 millones para 88 el México antiguo. Reunimos a continuación otros cálculos y una serie de datos parciales. Kroeber, en su Cultural and natural areas, aplica al estudio de la población mexicana la experiencia adquirida en el estudio de la población norteamericana, y llega al siguiente cuadro (incluyendo América Central y algunas áreas de los Estados Unidos): Cáhita, Sonora, norte de Sierra Madre, costa de Sonora y península de California, 100,000 habitantes; Nicaragua y Honduras, 100,000; El Salvador, meseta de Guatemala, península de Yucatán, Oaxaca-Tehuantepec, Guerrero, Veracruz, mesa central del SE., Michoacán, meseta de Jalisco, costa de Jalisco, mesa central del NO. (cultura otomí), sur de Sinaloa, sierra del Nayarit, 3,000,000; Sierra Madre central, meseta interior del norte de México, Tamaulipas, 100,000. Total 3,300,000 habitantes en el año 1500. Descontando la población centroamericana y las áreas norteamericanas, corresponden de ese total, al actual territorio mexicano, 2,400,000 habitantes (págs. 158-163). Pala llegar a esas cifras analiza las condiciones de vida del país antes de la conquista: “El área de México moderno es, en números redondos, de 750,000 millas cuadradas, o sea unos 480,000,000 de acres; se considera que una cuarta parte, o sea 120 millones de acres, son cultivables (real o nominalmente) y que 30 millones son cultivados actualmente aunque sólo para la mitad de estos 30 millones está especificada la producción, de modo que la otra mitad puede considerarse en estado de cultivo latente o relegada a productos como maguey o henequén. La mayor extensión está dedicada al maíz: 7,5 millones de acres en 1925. Luego vienen los frijoles, con 2.2 miIlones, el trigo con 1.2 millones y el algodón con 0.6 millones. .. No hay ningún indicio de que alguna extensión apreciable de tierras de las que hoy no se cultivan se haya cultivado antes de la conquista. Más bien hay que admitir que el sistema de las haciendas y la técnica moderna han aumentado el área cultivada. Si suponemos que un acre puede proporcionar alimento para una persona, la produc89 ción actual de maíz y frejoles, llevada al máximo podría sostener una población de diez millones de personas. Si se agrega la cantidad de acres consagrados a otros cultivos, se aumentaría la cantidad a quince millones de personas, o sea, el total de la población actual. Sería probablemente una exageración atribuir esta cifra al pasado. Significaría que el país, en la época del descubrimiento, estaba colonizado hasta el límite extremo y que había alcanzado el máximo de población que podía sostener con la técnica agrícola de que disponía. No hay indicación de que haya sido así. Yo me inclino a reducir la cifra en 3/4 o más. Y aun así eso significaría que estaban en explotación 1/4 ó 1/5 de las mejores tierras de labranza, y quizá la mayoría de las mejores. Alrededor de los grandes centros de población, como en el valle de México, debía haber poquísima tierra sin cultivar, salvo la de calidad muy inferior. La historia indígena muestra que en el valle de México la tierra de labranza estaba muy solicitada y que, bien bajo la forma de tributo en especie o de apropiación directa, fue botín de conquista. La situación era análoga a la de los actuales países civilizados, y aun se aproximaban a ello las áreas menos densamente pobladas del centro y del sur. El hecho de que la tierra fuera propiedad de las ciudades o barrios o grupos de familias, y no propiedad individual, tiene importancia social y jurídica, pero no afecta al cuadro de la población y de los medios de subsistencia. Mientras que los indios del este cultivaban sólo el 1 % de la tierra cultivable, los mexicanos cultivaban una parte considerable del total, y prácticamente toda la tierra fértil en las áreas congestionadas, dominantes políticamente y ricas. Era, pues, casi inevitable que en México hubiera clases económicas, organización política, grandes empresas comunales y guerras de botín. Había los equivalentes del campesinado y de la aristocracia. Sin esas clases, la población difícilmente hubiera podido acumular en la medida en que lo hizo; y al mismo tiempo su crecimiento debió tender a hacer la organización desea ble, si no necesaria. Aunque libre en principio, 90 el mexicano medio del año 1500 no era más libre que un creek, un iroqués o un illinois. No podía cultivar la tierra cuando quería o donde quería. Estaba atado por la necesidad económica de subsistencia, tanto como por su Estado y sus gobernantes. Quizás los españoles encontraron más peones en México que los que ellos conviertieron en peones” (págs. 150-151). Agrega, además, en nota: «La mitad septentrional de la actual república estaba muy poco poblada, y en gran parte no era agrícola» (pág. 151, nota 19). Kroeber mismo observa que sus cálculos son bajos en relación con los de otros investigadores: Carl Sauer calculó 300,000 habitantes para una gran parte del noroeste de México, mientras que Kroeber calculó 70,000 (pág. 177; lo mismo dice de los cálculos de Meigs sobre la Baja California). En consideraciones análogas se basaba Humboldt, el cual creía que la población mexicana antes de la llegada de Cortés era menor que a fines del siglo XVIII (el censo de Revillagigedo, en 1793, arrojó 4,483,569 habitantes, pero ya entonces se calculaba que la población llegaba a 5,200,000). La superficie de la parte del Anáhuac que componía el reino de Moctezuma II —dice— no abarcaba ni la octava parte de la Nueva España de fines del XVIII; los reyes de Acolhuacán, Tlacopán y Michoacán eran príncipes independientes; las grandes ciudades de los aztecas y los terrenos mejor cultivados se hallaban en las inmediaciones de la ciudad de México, y principalmente en el hermoso valle de TenochtitIán (Ensayo político, I, 106; libro II, cap. IV). Y agregaba: “Las frecuentes ruinas de ciudades y pueblos que se encuentran bajo los 18 y 20° de latitud, en el interior de México, prueban, con toda certidumbre, que la población de esta parte del reino fue en otro tiempo muy superior a la que hay en el día. Pero aquella gran población estaba encerrada en muy pequeño espacio. Toda la extensa región que comprendemos hoy bajo el nombre general de Nueva España está hoy más habitada que antes de la entrada de los europeos” (Ibid., 91 107, 110, y ed. francesa, I, 56-57). Dentro de esta misma línea, Willcox, op. cit., 56, calcula cinco millones de habitantes o quizá menos. Tres estudios monográficos se han publicado últimamente sobre demografía mexicana del siglo XVI: Dino Camavitto, La decadenza della popolazione messicana al tempo della conquista, Roma, 1935; M. de Mendizábal, La demografía mexicana. Época colonial: 15191810, en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, tomo XLVIII, febrero de 1939, págs. 301-341; George Kubler, Population movements in Mexico 1520-1600, en The Hispanic American Historical Review, noviembre de 1942, págs. 606-643. Camavitto (cit. por Mendizábal, op. cit., 305-306), basándose en los datos de los conquistadores y cronistas primitivos, en padrones, tasaciones y material estadístico editado e inédito, llega a elaborar el siguiente cuadro de la población mexicana en el momento de la conquista: (cuadro) Es interesante señalar que Mendizábal, op. cit., 306, que lo considera acertado en el resultado total, casi igual al suyo, lo encuentra exagerado en cuanto a Michoacán, por ejemplo: Camavitto calcula 1 millón, pero un documento anterior a 1552 registra 21,660 tributarios, cifra de la que Mendizábal deduce una población total de 106,322 indios a mediados del XVI; no cree de ninguna manera en una disminución del 90 por ciento en tan poco tiempo en el reino de Michoacán. Una vez más comprobamos que los cálculos globales llevan a cifras elevadas, y el estudio concreto y detenido de la realidad conduce a cifras bajas. Mendizábal parte en sus cálculos de las cifras de López de Velasco: 799,00 tributarios en 1570, que representan para él una población de 2,556,800 personas (véase nuestro Apéndice IV); agrega 500,000 indios por las regiones aun no conquistadas de Nayarit, Sinaloa, Zacatecas, San Luis Potosí y Durango, y partes de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, con lo que obtiene una población total de 3,056,800 habitantes en 1570-1574. Men92 dizábal cree que desde la conquista la población disminuyó sistemáticamente (epidemias, hambre, etc.), y supone que desde 1519 a 1574 el coeficiente de despoblación ha sido de 2/3. Para obtener la población de 1519 multiplica así por 3 la población de 1574, y obtiene 9,170,400 habitantes (pág. 340). Aun admitiendo ese coeficiente de destrucción, se justificaría multiplicar por 3 la cantidad de 2,556,800, pero no los 500,000 de las regiones que en 1574 todavía no estaban conquistadas y en las que no hay razón para admitir ningún coeficiente de destrucción. La cifra de Mendizábal hay que rebajada, pues, por lo menos en un millón, Además, como se ve por el trabajo de Kubler, la población no disminuyó constante y sistemáticamente en el siglo XVI. Kubler hace una curva del desarrollo de 1520 a 1600, y puede observarse que desde 1545 a 1575 hay un aumento considerable (la población baja luego por la epidemia de 1576, y de 1577 a 1600 permanece estacionaria). Kubler no llega a cifras de conjunto para 1519. Según los datos parciales que ha reunido de 156 localidades y repartimientos del Arzobispado de México, del Obispado de Oaxaca, de Michoacán, del Obispado de Tlaxcala, de la provincia de Pánuco, de la Provincia de Colima, y de Zacatula y Mar del Sur, obtiene las siguientes cifras: en 1546-1547 había 116,706 tributarios; en 1569-1571, 159,278; en 1595-1597, 88,635. “Las fuentes son unánimes —dice— sobre la espantosa mortalidad indígena en el siglo XVI”. Cree, pues, que de 1520 a 1545 la población indígena bajó enormemente, y para las localidades estudiadas supone (gráfico de la pág. 622), que había unos 210,000 indios tributarios en 1520. Si por nuestra parte admitiéramos esos números como índice para toda la población mexicana, y tomáramos como base para 1569-1571 la cantidad de 3,500,000 indios que hemos deducido de las cifras de López de Velasco (véase nuestro Apéndice IV), cifra aún mayor que la que admite Mendizábal, el estudio de Kubler nos conduciría a admitir una población total de 4,614,573 93 habitantes, que coincide extraordinariamente con los 4,500,000 que dábamos nosotros en 1935 y que mantenemos hoy. Tienen también validez general, aunque están dedicados a áreas limitadas, los importantes trabajos de Carl Sauer: Aztlán, Berkeley, 1932 (en colaboración con Donald Brand) y Aboriginal population of Northwestern Mexico, Berkeley, 1935 (lbero-americana, nos. 1 y 10). Sauer analiza los medios de vida y reúne abundante documentación histórica (especialmente, en el segundo de los trabajos, los informes de los primeros misioneros sobre el número de niños bautizados). En general, llega a la conclusión de que las poblaciones indígenas rurales han tenido en el momento de la conquista más o menos la misma población actual y que entre los dos períodos hubo una disminución inicial desastrosa y una lenta recuperación (Aboriginal population, págs. 32, 33). Kroeber ha dado cifras mucho más bajas que Sauer para algunas de las áreas estudiadas. Pero aun admitiendo sus cifras, si se extendieran en escala general las conclusiones de los trabajos de Sauer, hechos sobre regiones rurales indígenas, obtendríamos en conjunto, para el momento de la conquista, una población que se acerca a la actual (en 1930, 4,620,886 indios; en 1940, 5,427,396 indios). Casi a la misma cifra que Camavitto y Mendizábal llegaba, en 1870, C. A. Nieve: 9,120,000 habitantes en 1521. Se basaba para ese cálculo en una estadística del Anáhuac mandada hacer por Hernán Cortés después de la toma de México (que arrojó —dice— 600,000 familias) y en las noticias de los primeros historiadores ( Boletín de la Sociedad de Geograjía y Estadística, México, 1870, cit. por el Anuario estadístico de 1940, pág. 25); esa supuesta estadística del Anáhuac (como el supuesto empadronamiento del Obispo Loaysa en el Perú) no parece haber existido; el primer documento estadístico de la Nueva España, dice Kubler, op. cit., 608, es la tasa de tributos de 1536, publicada en el Boletín del Archivo General de la Nación, VII, 1936, 185-226. Poco antes de ese cálculo de Nieve, J. M. Pérez 94 Hernández, Estadística de la República Mexicana, 1862, calculó para el Anáhuac 7,264,059 habitantes (cit. por el Anuario estadístico, l. c.). Rafael García Granados, Capillas de indios en Nueva España (15301605), en Archivo Español de Arte y Arqueología, núm. XXXI, Centro de Estudios Históricos, Madrid, 1935, págs. 3-29, admite “una gran disminución de las poblaciones indígenas [de México] en el curso de los dos últimos tercios del siglo XVI”, y cree “de una manera arbitraria, casi intuitiva”, que “en 1519 habría en México (incluyendo a Guatemala y excluyendo a los Estados del Norte) un mínimo de doce millones de habitantes”, de los que hasta 1540 habrían disminuído unos dos millones (el trabajo contiene abundante bibliografía; cita afirmaciones poco concretas de Fr. Diego Durán, Pedro Mártir de Anglería, Hernán Cortés, Francisco López de Gómara, Andrés Pérez de Rivas, G. Fernández de Oviedo, Fr. Alonso La Rea, Fr. Diego Basalenque, Fr. Antonio Tello, Fr. Jerónimo Mendieta y Fr. Francisco de Bolonia) Ya hemos visto (pág. 14) que Domingo Amunátegui Solar calculaba un mínimo de 10 a 12 millones para el antiguo Anáhuac. Cifras mucho más elevadas admite Artemio de Valle Arizpe. En su Historia de la ciudad de México, México, 1939, 153-154, dice de la población del país en la época de la conquista: «De los historiadores antiguos que tratan acerca de la materia, los de más nota convienen en que la población ascendía a 30 millones de habitantes. Haciendo un cálculo prudente sobre la base del número de pueblos feudatarios del imperio mexicano,y comparándolo con las cifras que arrojó la estadística mandada hacer por don Hernando Cortés después de la toma de la capital, se viene en conocimiento de que la nación de los mexicanos contaba aproximadamente con una población de diez y ocho millones de habitantes, y con ciudades populosas como México, con más de trescientos mil; Tlascallan, con ciento veinticinco mil; Huexotzinco, sesenta mil; Cholollan, cien mil; Texcoco, ciento sesenta mil; Xochimilco y Atzcapotzalco cien mil, y otras muchas de menor importancia. 95 Por tanto, los treinta millones expresados por nuestros primeros historiadores no debe parecemos exagerado si consideramos las cifras que a los diez y ocho millones hay que agregar relativos a tantos reinos, señoríos y tribus independientes derramadas en la vasta extensión del territorio. Los grandes ejércitos que se levantaban para despedazarse unos contra otros, los numerosos prisioneros que se hacían para ser sacrificados en aras de los dioses, los auxiliares de Cortés que en gran muchedumbre acudían a su defensa y los bautizos que por centenares de miles efectuaban los misioneros, todo viene en apoyo de la aserción con la cual está de acuerdo nuestro insigne historiador Clavijero». Efectivamente, Clavijero, Storia antica del Messico, Disertación VII, § II (tomo IV, 271-287), se ocupa de la antigua población del Anáhuac y sostiene esa cifra de 30 millones: todos los testimonios coinciden en que el país tenía gran población; algunos autores afirman que la corona de México tenía treinta feudatarios, cada uno de ellos con 100,000 súbditos, y otros 3,000 señores con un número menor de vasallos (cita a Gómara, cap. 76, y Herrera, década II, libro 7, cap. 12); el valle de México estaba tan poblado como el país más poblado de Europa, y tenía cuarenta ciudades considerables e innumerables lugares poblados; la ciudad de México tenía unas 60,000 casas; la corte de Tezcuco 30,000 casas, y con Coatlichan, Huexotla y Ateneo formaban una ciudad mayor que México (según Torquemada, que se apoyaba en Sahagún y en los testimonios indígenas, contenían 140,000 casas; «aunque quitáramos la mitad seguiría siendo una ciudad bastante grande»); Tlacopán era grande; Xochimilco era la mayor de las capitales; Iztapalapan tenía 12,000 a 15,000 vecinos, según Cortés; Mixcoac unos 6,000; Huitzilopochco de 4 a 5,000; Acolman y Otompan, 4,000 cada una; Mexicaltzingo 3,000; Chalco, Azcapozalco, Cojoacan, Quahtitlán eran mucho mayores que esas ciudades; Tlascala estaba más poblada que Granada, según Cortés; Tzimpantzinco tenía, según Cortés, más de 20,000 casas; Huejotli96 pan tenía 3 a 4,000 vecinos; Cholula unas 20,000 casas y casi otras tantas en los lugares vecinos; Huexotzinco y Tepejacac rivalizaban con Cholula; hay que tomar en cuenta la multitud que acudía a los mercados y los efectivos de los ejércitos (pudieron haber exagerado las fuerzas enemigas, pero no las fuerzas aliadas); el número de bautismos, y sobre todo el testimonio unánime de todos, sin que haya uno solo que lo contradiga; las afirmaciones no son sólo impresión ocular, pues Cortés dice que hizo contar las casas del distrito de Tlascala y eran 50,000, y las de la ciudad de Tzimpantzinco y eran más de 20,000. Rebate así las opiniones de Paw, Recherches philosophiques sur les américaines, y de Robertson, Histoire, que tendían a reducir las cifras de la población mexicana (Paw, op. cit., Londres, I, 1770, pág. 65, consideraba una visible exageración de los autores españoles atribuir 30 millones a México en 1518). Dentro de la misma tendencia a reducir las cifras está Raynal, el cual dice que los españoles, para exagerar sus triunfos, dijeron en sus historias que la población de México ascendía, cuando ellos llegaron, a diez millones, pero que es mucho admitir «que no haya sido exagerada más que en la mitad» (cit. por Nuix, Reflexiones, Cervera, 1783, págs. 44, 382). Hemos analizado diversas causas de exageración en los cálculos de la población mexicana (véase abundante documentación en las notas correspondientes). Ya Bernal Díaz del Castillo, cap. CXXIX, ridiculiza las exageraciones de Gómara sobre el número de combatientes indios (“eso se le da poner ocho milI que ochenta mill”), y sobre los habitantes de las “ciudades y pueblos y poblazones, que eran tantos millares de casas, no siendo la quinta parte, que, si se suma todo lo que pone en su historia son más millones de hombres que en todo el Universo están poblados” (la edición de Remón, Madrid, 1632, dice: “si se suma todo lo que pone en su historia, son más millones de hombres que en toda Castilla están poblados”). Bernal Díaz y Hernán Cortés dan numerosas noticias sobre las poblacio97 nes que encontraban a su paso, pero las cifras tienen sólo un valor relativo. En las Cartas de relación de Hernán Cortés, Madrid, 1922, anotamos los siguientes pasajes: J, pág. 45, una población de 5 a 6,000 vecinos; pág. 50, “hubo pueblo de más de 3,000 casas”; un pueblo de más de 20,000 casas; pág. 56, la ciudad de Tlaxcala “muy mayor que Granada” y con un mercado en que cuotidianamente. .. hay en él de 30,000 ánimas arriba vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos”; pág. 57, “hay en esta provincia [Tlaxcala), por visitación que yo en ella mandé hacer, 500,000 vecinos”; pág. 64, descripción de Cholula, con cuatrocientas y tantas torres y gran multitud de gente; pág. 71, Amaqueruca (prov. de Chalco), con más de 20,000 vecinos; pág. 73, Iztapalapa, con 12,000 ó 15,000 vecinos; pág. 74, Mesicalsingo con 3,000 vecinos, Niciaca con más de 6,000 y Huchilohuchico con 4,000 ó 5,000; pág. 90, Tezcuco, con 30,000 vecinos; Acurumán y Otumba, con 3,000 a 4,000 cada una; págs. 97-98, la ciudad de México, tan grande como Sevilla y Córdoba, con cuya plaza “tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca..., donde hay cotidianamente arriba de 60,000 ánimas comprando y vendiendo»; etc. Torquemada, Monarqula indiana, extrema la actitud hiperbólica; el capítulo V del libro III se titula: “De las grandes poblaciones que había en la Nueva España cuando los españoles entraron en ella; de sus muy grandes ciudades y ricos edificios y torres”; Cempoala tiene para él 25 a 30,000 vecinos; hay millares de pueblos de 3 y 4 y 5,000 vecinos; la ciudad de Tumpantcinco tiene 20,000 casas; dicen que Cholula tenía 40,000 vecinos, porque tenía 20,000 casas en la ciudad y otras 20,000 fuera (cap. XVIII). Carl Sauer, Aboriginal population, pág. 9, nota 10, dice que la afirmación de Torquemada de que la provincia de Culiacán tenía más de 600,000 habitantes “es una suposición pintoresca, sin autoridad y sin delimitación de lo que era provincia de Culuacán; tampoco se pueden tomar seriamente las cifras de Antonio Tello. Ambos padres escribieron so98 bre cosas ocurridas antes de ellos, y ambos embellecían sus crónicas con noticias legendarias y sensacionales”. Ciudad de México: Los cálculos de los autores oscilan entre 60,000 habitantes y 1,500,000. La mayoría concuerda en que tenía 60,000 casas o vecinos antes de la conquista, lo que equivale a unos 300,000 habitantes (el Conquistador Anónimo, Pedro Mártir, López de Gómara, Herrera, Solís, López de Velasco, el licenciado Zuazo, Cervantes de Salazar, Clavijero, etc.). Hernán Cortés dice que la ciudad era tan grande como Sevilla y Córdoba, con una plaza “tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca. . ., donde hay cotidianamente arriba de 60,000 ánimas comprando y vendiendo” (I, págs. 97-98). Según Torqueniada, Monarquía indiana, libro III, cap. XXIII, se dice que cuando entraron los españoles tenía 120,000 casas, y en cada una 3 y 4 Y hasta 10 vecinos, en conjunto más de 300,000 vecinos (quizá aquí vecinos esté tomado como “habitantes”; algunos le atribuyen a Torquemada la cantidad de 1,500,000 habitantes, sin duda multiplicando por 5 su número de vecinos). Clavigero, Storia antica del Messico, libro IX, § 3 (III, 86) dice que el ámbito de la ciudad, sin incluir los suburbios, era de nueve millas, y el número de las casas de 60,000 por lo menos. Dice que Torquemada da 120,000 casas, pero el Conquistador Anónimo, Gómara, Herrera y otros historiadores concuerdan en el número de 60,000 casas y no 60,000 habitantes, como dice Robertson; es verdad que en la versión italiana de la relación del Conquistador Anónimo dice sessanta mile abitanti, pero es sin duda errata del traductor, que tradujo así sesenta mil vecinos. Las casas se continuaban a uno y otro lado del camino de Tlacopán por un espacio de unas dos millas, y hay que mencionar los suburbios de Aztacalco, Acatlán, Malcuitlapilco, Atenco, Iztacalco, Huitznáhuac, Xocotitlan, Coltonco y otros. De todos modos, aun con los suburbios, a Clavijero le parece exagerada la cifra de 120,000 casas. En la Disertación VII (tomo IV, 277) vuelve a tratar Clavijero el problema de la población, 99 y dice: según el cronista Herrera era el doble que la ciudad de Milán; Cortés afirma que era tan grande como Córdoba y Sevilla; Lorenzo Surio, citando documentos del Archivo real de Carlos V, dice que se componía de 130,000 casas; Torquemada, siguiendo a Sahagún y a otros historiadores de Indias, dice que tenía 120,000 casas, y en cada una de ellas de 4 a 10 habitantes; el Conquistador Anónimo dice que los que han visto la ciudad de Temistitlán juzgan que tiene 60,000 vecinos, más bien más que menos; “este cálculo, adoptado por Gómara y Herrera, es el que me parece más verosímil en vista de la extensión de la ciudad y la manera de vivir de esas gentes”. Clavijero combate la opinión de Paw, que le atribuía menos de 60,000 habitantes. Paw creía que 60,000 casas equivalían a 350,000 habitantes, lo que le parecía exagerado, porque la ciudad, que había aumentado bajo la dominación española, no llegaba a tener en su tiempo 60,000 habitantes, incluyendo sus 20,000 negros y mulatos (véase nuestro Apéndice IV). Robertson, Historia de América, IV, 56, dice: “Aquéllos de entre los españoles que han sido más moderados en sus cálculos dan a México por lo menos 60,000 habitantes; la industria humana, privada del uso del hierro y del auxilio de todo ariimal doméstico, jamás ha levantado un monumento tan grandioso”. Humboldt, tan moderado en sus cálculos, dice: “a juzgar por las ruinas, el relato de los primeros conquistadores y, sobre todo, el número de combatientes que los reyes Cuitlahuatzín y Quauhtimotzín opusieron a los traxcaltecas y a los españoles, la población de Tenochtitlán parece haber sido por lo menos tres veces la de la moderna ciudad de México» (Essai, 77-78; libro II, cap. VIII); es decir, 137,000 X 3 = 411,000 habitantes97. Más o menos lo mismo dice Prescott, Conquest of Mexico, libro III, cap.1: “Ningún escritor contemporáneo le asigna menos de 60,000 casas o sea unos 300,000 habitantes», y por su parte creía en una población numerosa, mucho mayor que la de su tiempo. Alfredo Chavero, en México a través de los siglos, I, 818, se inclina a favor 100 de 65,000 habitantes para la ciudad de los Moctezumas, de los cuales unos 40,000 en Tenochtitlán y 20 a 30,000 en Tlatelolco (se apoya en la versión italiana del ConquistadorAnónimo, que había traducido 60,000 abitatori por 60,000 vecinos). Remi Siméon, en la Introducción a la Histoire générale des choses de la Nouvelle-Espagne de Fr. Bernardino de Sahagún, París, 1880, págs. XXIV-XXV, cree que puede calcularse 300,000 almas, incluyendo Tlatelolco (en realidad distinta de Tenochtitlán), donde estaba el famoso mercado. Gilberto Loyo, La política demográfica, 1935, págs. 478-479, recoge otra serie de cálculos: 120,000 habitantes según N. de Zamacois, Historia de México; 80,000 casas según Tomás Gage, Nueva relación; 300,000 habitantes según García Cubas y Orozco y Berra; 436,912 habitantes según J. M. Pérez Hernández; 200,000 habitantes según González Dávila, Teatro eclesiático; 70,000 casas, según A. de Vetancourt. Beuchat, Manuel d’archéologie américaine, París, 1912, pág. 366, se inclina más bien a las cifras de Robertson: “Los autores modernos tienden a reducir considerablemente ese número y atribuyen a México una población de 50 a 60,000 habitantes. Varias particularidades de la historia de la conquista parecen indicar que la población de la ciudad no pasó nunca de ese número. Los aliados tlaxcaltecas y cholultecas del ejército de Cortés sumaban 75,000 hombres, y los acompañaban además varios cientos de soldados españoles. México, ciudad situada en medio de un lago y sólo accesible por caminos fáciles de cerrar con parapetos, fue tomada, aunque con dificultad, por ese ejército, la mayoría armado a la manera indígena. Si la ciudad hubiera tenido 100,000 habitantes hubiera sido intomable para el ejército del conquistador”. Encontramos un testimonio del primer momento (30 de agosto de 1520) que reduce la cantidad de casas a 30,000. Cuenta el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, que fue con intenciones pacificadoras en la armada de Pánfilo de Narváez, que cuando llegaron a San Juan de Ulúa se les presentó uno de los españoles de la compañía de Cortés, )’ le dijo que 101 Hernán Cortés estaba “en una población que se llamaba Tenestatán e los españoles le habían puesto Venecia la Rica..., e que la dicha población tiene treinta mil casas de cal y canto” (sigue una descripción de la ciudad de México). Sin embargo, últimamente Vaillant, Aztecs of Mexico, Garden City, 1941, págs. 122, 134, cree que tenía 60,000 casas, o sea 300,000 habitantes. Noticias parciales sobre la población mexicana hay en los siguientes trabajos: Miguel O. Mendizábal, Influencia de la sal en la distribución geográfica de los grupos indígenas de México, México, 1928 (estudia documentadamente el sistema alimenticio de las distintas tribus indígenas antes de la conquista; en el Apéndice, págs. 71-109, recoge datos numéricos de población, muy parciales); Walter Krickeberg, Los totonaca. Contribución a la etnografía histórica de la América Central, México, 1935 (en las págs. 35-45 recoge muchos datos de los cronistas sobre la antigua población de Totonacapan y resume los resultados de las modernas investigaciones arqueológicas); The Census of Tepuztlan, con un comentario de Ernesto Noyes, New Orleans (reproducción facsímil, en colores, de 11 págs. de jeroglíficos aztecas relativos a un censo de 10 ciudades del distrito de Tepuztlán, en México central; data del año 1550 y es de Lorenzo de Aguila). Es posible que de los antiguos jeroglíficos indígenas llegue a obtenerse cifras de población precolombina. Según Brasseur, hacia el año 1068-1080, el rey de los chichimecas Xólotl, en la gran migración de su pueblo, decidió el recuento de su hueste, para lo cual hizo que todos desfilaran llevando una piedra en la mano y que la depositaran en un lugar designado al efecto; en la época de Moctezuma había registros en colores de la población (Barón Castro, La población de El Salvador, 160, 161). Sobre el carácter de la conquista y la disminución de los indios mexicanos se ha escrito abundantemente y en todos los tonos: Fr. Toribio Paredes de Benavente (Motolinia), y luego Fr. Alonso Zorita, op. cit., 37, 102 108-119, pássim, han dado dos versiones de las diez plagas de la Nueva España: las viruelas y el sarampión, la guerra y el hambre, los abusos, trabajos forzados y tributos, la utilización del indio como bestia de carga y el comercio de esclavos; Motolinia, págs. 307, 310, creía, sin embargo, que no debían imprimirse los escritos del P. Las Casas y decía en carta a Carlos V que “los indios desta Nueva España están bien tratados y tienen menos pecho y tributo que los labradores de la vieja España, cada uno en su manera” ; dice que Las Casas habla de 3 ó 4 millones de esclavos hechos por los españoles cuando en realidad no llegaban a 200,000; que las viruelas de 1520 —introducidas, según Bernal Díaz, cap. CXXIV (lo niega Herrera, Década II, libro 10, cap. IV), por un negro de Cuba que iba entre los soldados de Narváez— exterminaron a la mitad de la población. Ya hemos citado a Torquemada sobre las epidemias de matlazáhuatl de 1545 y 1576 (800,000 Y 2,000,000 de víctimas, respectivamente; es poco probable — dice Humboldt, Essai, I, 334 — que esos cálculos se funden en datos exactos). Véanse, además, Colección de documentos de G. Icazbalceta, II, 237 (carta del Dr. Ceynos, 1565); Colección de documentos inéditos de L. Torres de Mendoza, VII, Madrid, 1867,250 (alusión a la gran epidemia de viruelas), 254-289, (carta contra Las Casas atribuída a Fr. Toribio de Motolinia); Ibid., tomo XII, 291-297 (merced de 23,000 indios a Hernán Cortés); Jerónimo de Mendieta, Historia eclasiástica indiana, ed. de García Icazbalceta, México, 1870, libro IV, cap. 36 (sobre desaparición de la población); Kubler, op. cit., 638-639 (sublevaciones indígenas en el siglo XVI); Clavijero, op. cit. (afirma que la conquista de México costó más vidas que las sacrificadas a sus dioses en toda la duración del imperio mexicano y que la población se redujo a la décima parte, cit. por Gerland, op. cit., 106); C. Pérez Bustamante, Don Antonio de Mendoza, Santiago, 1928, 107 y sigs.; Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, París, 1928, 118-122; Nuix, op. cit., 218-221 (edic. Cervera); Fernando de Alva Ixtlllxóchitl, Horribles crueldades de los conqusrtadores de México, México, 1829 (pág. 13: 20,000 tlascaltecas, 60,000 soldados de 103 Ixtlilxóchitl; pág. 16: 60,000 hombres de guerra; pág. 18: 15,000 hombres de guerra; pág. 20: 200,000 hombres de guerra y 50,000 labradores de parte de Cortés; pág. 21: casi 300,000 mexicanos para defender la ciudad de México; pág. 60: más de 400,000 hombres ocupados en reconstruir la ciudad de México, etc. (el trabajo forma parte de las Obras históricas publicadas por Alfredo Chavero, México, 1891, I, 335-451). En cuanto al México precolombino, Torquemada, op. cit., pág. 38 (libro I, cap. 14), registra un mito que revela sin duda una epidemia tolteca que había hecho emigrar a este pueblo; pág. 44 (libro I, cap. 19) dice que, según las pinturas antiguas, fueron más de un millón los chichimecas que invadieron la llanura de México. Spinden, op. cit., habla de las civilizaciones tolteca y maya hacia el año 1200. Diego de Landa, Relation des choses de Yucatan, París, 1928, págs. 93-94: una grave pestilencia en Yucatán antes del descubrimiento. Clavijero, Historia antigua de México, libro IV, cap. XII (I, pág. 181 de la edic. inglesa de 1787), menciona una gran carestía en 1448-1449 a consecuencia de una inundación; libro I, § 2 (tomo I, págs. 35-36 de la edición italiana de 1780), “las ciudades antiguas, como la de México, de Orizaba y alguna otra, apenas tienen la cuarta parte del número de edificios y de habitantes que tenían, y muchas sólo la décima parte, y algunas ni la vigésima. Comparando lo que dicen de su número los primeros historiadores españoles y los escritores nacionales con lo que hemos visto por nuestros propios ojos, podemos afirmar que de las diez partes de los antiguos habitantes apenas subsiste una actualmente: efecto lamentable de las calamidades que han sufrido”. Ya en 1537 hubo una conjuración de negros en la ciudad de México: eligieron un rey y reunieron armas, pero los delataron y los jefes fueron descuartizados. Los negros eran numerosos, por introducción legal (asientos) o por contrabando. El virrey D. Antonio de Mendoza pidió que no se enviasen más negros a México. 104 APÉNDICE VI. EL MESTIZAJE Y LAS CASTAS COLONIALES Una historia de la población indígena de América no puede prescindir del estudio del mestizaje. Tampoco puede prescindir de él una historia de América, por poco que quiera remontarse de los hechos externos a la estructura social y política, por poco que quiera ver el funcionamiento de las sociedades americanas y la gestación misma de los hechos históricos. La colonización del vasto continente americano por los pequeños núcleos de conquistadores y pobladores españoles hubiera sido enteramente imposible sin la formación inmediata de una dinámica generación de mestizos, que intervinieron en la conquista y población de tierras nuevas, que fueron conglomerado inicial de importantes ciudades del interior y puente de unión con vastas y lejanas poblaciones indias. La sociedad americana del pasado y del presente, el papel íntimo y social de la mujer, la relación de padres e hijos, la entonación peculiar del habla regional, supervivencias de lenguaje, creencias, supersticiones, fiestas, bailes, formas de la pintura y la escultura, y hasta manifestaciones del alma individual y colectiva, no se explican sino como continuidad de aquella familia un poco extraña que formó el poblador español con la mujer de la tierra98. Y la historia misma de América en sus tres siglos de vida colonial y su siglo de independencia sería enteramente incomprensible sin ese elemento de equilibrio inestable —o de desequilibrio— que implicaba la existencia, junto al blanco conquistador y al indio conquistado, de núcleos de población que llevaban vivo el conflicto entre conquistador y conquis105 tado y que pugnaban por adquirir e imponer una conciencia propia en la vida americana. El proceso del mestizaje ha sido en algunos países el proceso de formación del alma nacional. Subterráneos conflictos raciales que han producido más de una sacudida en el desarrollo de los pueblos americanos, conflictos que se manifiestan en la literatura y en el arte, que conducen en cierto momento a la creación de castas y en otro momento a la abolición violenta de todas las castas, se remontan a esa fusión de sangre europea e indígena. Algunos han llegado a sostener —Spencer por ejemplo— que la revolución hispanoamericana del siglo XIX fue resultado de conflictos raciales. Y aunque nosotros creemos que no fue así, que el conflicto económico-político-social que hizo crisis con la revolución fue, como en los Estados Unidos, un conflicto entre europeos y criollos, entre españoles peninsulares y españoles americanos, es evidente también que la revolución produjo una reagrupación política de los distintos estratos étnicos: en la colonia la hegemonía la tenían los blancos peninsulares, en la época independiente pasó en casi todas partes a los núcleos mestizos. El proceso de fusión étnica continúa aún hoy, y continuará seguramente durante varios siglos antes de que se llegue a un tipo relativamente homogéneo. Se ha hablado mucho en el último tiempo de un problema indígena, en casi todos los países. ¿No hay también un problema mestizo? ¿No se ha hablado de una “raza” mestiza, y no se ha querido convertirIa en tipo nacional por excelencia? ¿No aparecen de vez en cuando, en el panorama de la política hispanoamericana o de la cultura, plataformas criollistas, expresión de lo autóctono frente a un supuesto peligro de europeización? Los problemas políticos, sociales y culturales de América se entrecruzan a cada paso con problemas étnicos. Vamos a emprender, pues, el estudio histórico del mestizaje. La mezcla del blanco con el indio es un proceso ininterrumpido desde el descubrimiento hasta la actualidad, y aunque no puede exceptuarse 106 de él ninguna de las regiones del continente, tiene indudablemente importancia excepcional en toda la América española y portguesa. A la mezcla del blanco y del indio vino a agregarse en seguida la mezcla del blanco con el negro y del indio con el negro, y luego la mezcla entre los diversos tipos resultantes. La población americana llegó así a presentar una serie crecida de tipos étnicos, y la sociedad colonial y la legislación española establecieron distinciones basadas en la mayor o menor pureza de sangre. Hubo quizá dos momentos: un momento inicial en que los conquistadores se unieron —legal o ilegalmente— con las indias (asi lo hicieron Cortés, Pizarro, Almagro, Pedro de Alvarado, Benalcázar, Garcilaso de la Vega, Irala y casi todos los conquistadores), y sus hijos mestizos se incorporaron a la clase social de sus padres y se emparentaron con la nobleza española, que recibió durante mucho tiempo la aportación de sangre indígena. Y hubo otro momento, en que la organización colonial, comolidada sobre la base de funcionarios llegados de la metrópoli, fue arrojando las capas mestizas hacia la periferia, y se estructuró un verdadero régimen de castas. Las castas coloniales fueron un resultado del mestizaje; el proceso mismo del mestizaje tendió a la disolución de las castas99. La revolución de la Independencia fue un momento decisivo en esa disolución, que se continúa aún en nuestros días, con la tendencia, que hemos visto en el estudio histórico, a fundir en un tipo uniforme toda la población americana. Vamos a estudiar en líneas generales el proceso del mestizaje y luego el régimen de castas de la época colonial. a) EL. MESTIZAJE El mestizaje se inició el día mismo del descubrimiento, primero en las Antillas, luego en el continente. Se debió, en general, a que los españoles y portugueses carecían de prejuicios raciales y a que llegaron a América sin mujeres. La falta de prejuicio racial del español y del portugués se debe a la formación misma del hombre ibérico, resultado de la mezcla de 107 los pueblos más diversos: pueblos procedentes de Europa a través de los Pirineos, pueblos procedentes de Africa a través del Mediterráneo, fenicios, griegos, cartagineses, judíos, celtas, romanos, germanos, árabes, y con éstos una amalgama de pueblos diversos del norte de Africa. En su expansión americana el hombre hispano no tenía que defender ninguna pureza racial: le interesaba sobre todo su religión, de la que España era entonces campeona en el mundo. Preocupaciones de pureza de sangre surgieron más tarde, como derivación de conflictos religiosos, y fueron, además de artificiales, muy pasajeras. España y Portugal legaron a América su libertad de espíritu en materia racial, no sólo frente al indio, sino también frente al negro, absorbido enteramente en la Península Ibérica, donde era elemento numeroso en tiempos pasados (recuérdese su trascendencia en la literatura de los siglos XVI y XVII), y fundido enteramente en algunos de los países hispanoamericanos y en vías de fundirse en otros. Los pueblos de estirpe hispánica han resuelto siempre sus conflictos raciales mediante la amalgama de razas. Esa falta de prejuicio racial en las relaciones amorosas estaba unida también, en el español y en el portugués, a un reconocimiento del hijo natural, que no fue nunca despreciado en la Península como lo fue en Inglaterra o Alemania, y que pudo alcanzar las más altas jerarquías sociales y eclesiásticas. Muchos de los héroes de los libros de caballerías eran hijos bastardos. Lo fueron, además varios reyes: Mauregato, rey de Asturias, hijo de Alfonso I de Asturias y de una esclava mora; Ramiro I, rey de Aragón, hijo de Sancho III de Navarra y de una concubina; Enrique de Trastamara, rey de Castilla con el nombre de Enrique II, hijo de Alfonso I y de doña Leonor de Guzmán, hermano bastardo de don Pedro el Cruel. El rey Alfonso de Aragón, que murió sin sucesión legítima, legó el reino de Aragón a don Fernando, su hijo bastardo. Don Alvaro de Luna, condestable de Castilla, era bastardo, y un sobrino suyo, don Rodrigo de Luna, bastardo también, llegó a ser 108 Arzobispo de Santiago. Fernando el Católico dejó una serie de hijos bastardos, y una de sus hijas, Juana de Aragón, fue dama de Isabel la Católica. El famoso don Juan de Austria era hijo natural de Carlos V y el también famoso Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV. Hijos bastardos como Mira de Amescua, Tirso, Mariana y Cascales alcanzaron el primer plano de la vida intelectual española. Lo mismo pasaba en Portugal: el rival de Felipe II en la suceción del trono, don Antonio, prior de Ocrato, proclamado por sus partidarios rey de Portugal en 1580, era hijo de una judía y del infante don Luis, hermano del rey don Juan III. Si la sociedad hispánica carecía de prejuicios en este sentido, mucho menos podía tenerlos la sociedad americana de los siglos XVI y XVII. Cristóbal Colón tenía un hijo natural, el famoso don Fernando. Muchos de los conquistadores eran hijos bastardos, el más ilustre de ellos Francisco Pizarro, que ganó con la conquista del Perú el título de Marqués. Bernal Díaz del Castillo menciona, entre los compañeros de Cortés, al capitán Francisco de Lugo, “hombre muy esforzado”, hijo bastardo de un caballero de Medina del Campo que se decía Alvaro de Lugo el viejo, y a Juan de Alvarado, hermano bastardo de Pedro de Alvarado (cap. CCV). En la conquista del Perú tuvo papel destacado el mariscal Alonso de Alvarado, también bastardo. Y en la de Venezuela, el capitán Diego García de Paredes, hijo del capitán Diego García de Paredes que había luchado con Carlos V. Los conquistadores, “señores de vasallos”, procedieron como los señores de la Península. En muchos casos, Cortés, Pizarro, Benalcázar, Irala, etc., reconocieron y legitimaron sus hijos, aun sin legitimar el matrimonio, y los hicieron partícipes de la herencia. El Papa Clemente VII , al legitimar tres hijos naturales de Hernán Cortés por bula del 16 de abril de 1529, sienta el siguiente principio: “La hermosura de las virtudes limpia en los hijos la mancha del nacimiento, y con la limpieza de costumbres se borra la vergüenza del origen”. El mestizaje fue además inevitable, ya que la mujer española 109 llegó tardíamente a Indias y en proporción reducida. La conquista fue, como es natural, obra de hombres solos, pero también lo fue la colonización. Ni en el primero ni en el segundo100 viaje de Colón llegó ninguna mujer. Luego se le autorizó a traer a Indias 30 mujeres. En los viajes sucesivos fueron llegando algunas, con sus maridos. El comendador Ovando, en 1502, llevó a la Española algunas familias principales. Estaba prohibida la inmigración de solteras, o de casadas sin sus maridos (Recopilación, libro IX, título XXVI, ley XXIV). Pero el 18 de mayo de 1511 se encargó a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla que dejasen pasar a las mujeres solteras cuando lo creyesen conveniente101. Una real cédula del 23 de febrero de 1512 autorizó la introducción en Indias de esclavas blancas (moriscas), “para que se puedan servir los vecinos de aquellas partes”, y evitar que se casen con indias, “que son gente tan apartada de razón”; consta que efectivamente pasaron algunas, al menes a Cuba, y que se casaron y dejaron descendencia102. Pronto las autoridades españolas se esforzaron por establecer en las Indias el matrimonio español. Ante el aumento de los mestizos, con el desequilibrio social consiguiente, y ante los clamores del clero sobre el régimen familiar irregular e inmoral de las Indias, la Corona empezó a instar a los encomenderos a que se casaran con españolas. Había que incrementar la población blanca y dar estabilidad y moralidad a la Colonia. Se ordenó que los casados no pudieran pasar a Indias sin permiso especial y que los que estaban en Indias y tenían mujeres en España fueran repatriados en el primer barco (Recopilación, libro VI, título IX, ley XXXVI). Las disposiciones en este sentido se repitieron desde el reinado de Carlos V hasta el de Felipe IV y Carlos II: la ley fundamental se promulgó cinco veces en el transcurso de 70 años103. Pero las disposiciones legales no siempre se cumplieron, y el colono trató de burlarlas muchas veces por todos los medios a su alcance, a pesar de las penalidades establecidas por la ley y de la persecución de las autoridaes. Al mismo tiempo se dispuso 110 el envío a Indias, bajo la protección de los funcionarios, de mujeres españolas que se casasen con los pobladores: después de la conquista de México, la reina envió cien mujeres; el P. Las Casas llevó mujeres a Cumaná, y Vázquez de Ayllón a Norteamérica. Familias aisladas llegaron al continente tentadas por la fortuna. Consta que había españolas en la colonia del Darién en tiempos de Balboa. Las mujeres de los gobernadores llevaron frecuentemente mujeres de compañía, de buenas familias españolas, para casarlas en América: las de doña María de Toledo, esposa de Diego Colón, en la Española; las de doña Beatriz de la Cueva, esposa de Pedro de Alvarado, en Guatemala; las de doña Isabel de Bobadilla, esposa de Pedrarias Dávila, en el Darién; las de doña María Carvajal, esposa del mariscal Jorge Robledo, en Cartagena; las de doña Menda de Sanabria en el Paraguay; las de doña Teresa de Castro, esposa del Marqués de Cañete, en el Perú. Hubo españoles que llevaron a sus amigas104 y hasta llegaron mujeres de mala vida, algunas de las cuales se casaron ventajosamente: “añagaza general de mujeres públicas” llamó Cervantes a América105. Al Perú acudieron muchas mujeres atraídas por la fama de sus riquezas. Mujeres españolas hubo en casi todas las expediciones, aun en las más temerarias y penosas: la de Garay en Pánuco, la de Hernando de Soto en la Florida, la de Pedro de Orsúa en busca del Dorado. Las que llevó Sarmiento de Gamboa al Estrecho de Magallanes en 1581 perecieron después de varios años de abandono, aislamiento, hambre y penalidades. Hubo también expediciones pobladoras que llevaron familias con mujeres e hijos. Pero en conjunto la mujer española fue tan rara que pueden seguirse los pasos de casi todas ellas en los relatos de los cronistas106: en la vida de las expediciones y de las nuevas pobla ciones americanas pusieron una nota de ternura, de aventura, de intriga, de escándalo, y hasta de valor y fiereza. La mujer española escaseó en toda la historia colonial. Aun en la época en que estuvo estabilizada la colonización, siempre venían a In111 dias más hombres que mujeres, fenómeno general de toda emigración. En tiempos de Humboldt, en las postrimerías de la época colonial, había en la ciudad de México 2,118 europeos hombres y 217 mujeres, y probablemente la proporción era semejante, o aun más desmedida, en el interior del país. Esa desproporción se compensaba ya con las mujeres blancas nacidas en América, las llamadas criollas que eran numerosas, a juzgar por la estadística107. Las relaciones entre el conquistador y la mujer indígena fueron de carácter muy variado, según las regiones, el momento histórico y las personas. La primera colonia fundada por los españoles en América, la Navidad, fue destruída por los indios y muertos sus pobladores, para vengar el robo de mujeres. Pero pronto se dió el matrimonio con la mujer ind’gena, previo bautizo de la india. Una instrucción real del 20 y 29 de marzo de 1503 al gobernador Ovando le recomendó que los indios se casaran con las indias “en haz de la Santa Madre Iglesia” y que procurara que “algunos cristianos se casen con algunas mujeres indias, e las mujeres cristianas con algunos indios, por que los unos e los otros se comuniquen e enseñen»108. Ovando ordenó el casamiento con las cacicas, como recurso económico y político, y por el repartimiento de Alburquerque sabemos que en 1514 había sesenta encomenderos casados con cacicas. El 6 de junio de 1511 el rey escribió a Diego Colón, desde Sevilla, que evitara que hubiera amancebados, pero sin escandalizar a los que no quisieran casarse ni apremiarlos, y le dice: “e para con Dios cúmplese con procurar que se casen, sin les fazer premia ni ley para que lo fagan por fuerza, cuanto más que esto toca a los perlados e no a vos”109. Transitoriamente la corona fue contraria al matrimonio mixto, pero los Padres Jerónimos y el P. Las Casas se manifestaron a favor. Por real cédula del 14 de enero de 1514 Fernando el Católico autorizó el casamiento de españoles con indias, legalizando la situación: “Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, 112 así con indios como con naturales de estos nuestros reinos o españoles nacidos en las Indias, y que en esto no se les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado o por Nos fuere dada pueda impedir ni impida el matrimonio entre los indios e indias con españoles o españolas, y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren, y nuestras Audiencias procuren que así se guarde y cumpla”110. Luego, por real cédula de Carlos V, de Burgos, 21 de mayo de 1524, se estableció ademas que el español podía llevarse a su mujer india y sus hijos a España o a cualquier provincia de Indias111. Pero en la historia del mestizaje tuvo sin duda muchísima mayor importancia la unión que se produjo fuera del matrimonio. Los relatos de cronistas y misioneros proporcionan muchas veces un cuadro sombrío de las relaciones entre el conquistador y la mujer india: violaciones, robos, venta y canje de mujeres, régimen de concubinato y harén, etc. No conoce enteramente la sociedad española ni la mentalidad del español el que se deje llevar exclusivamente por representaciones de ese género. Además de la existencia del matrimonio con la india, el frecuente reconocimiento de los hijos naturales por capitanes y soldados presenta ya otra fase de esas relaciones. La vida familiar, con su moral estricta, con su moral española, pudo seguir su curso independientemente de las relaciones extramatrimoniales. Es verdad que ha habido casos como el de aquel Alvaro, compañero de Bernal Díaz, hombre de la mar, que en obra de tres años tuvo en indias treinta hijos, o el del capitán Francisco de Aguirre, que además de sus hijos legítimos tuvo en indias, según se dice, más de cincuenta hijos varones y se preció de haber poblado con ellos las Indias. Es verdad que ha habido españoles, en las Antillas, en el Paraguay, y seguramente en todas partes, que han tenido varias concubinas indias (se ha hablado de veinte, treinta, cuarenta y aun más) o indias de servicio que eran al mismo tiempo concubinas. Es verdad que ha habido, en aquella 113 Asunción que llamaban “el Paraíso de Mahoma”, españoles como Irala y otros que tenían un verdadero harén de indias. Pero esos hechos, magnificados por los moralizadores o esgrimidos como arma política en denuncias a la corona, aunque son los más historiables no son los más generales. La crónica americana de los primeros días ha recogido también episodios de humanidad española, de cariño del español por la india, y también de cariño de la mujer indígena por el conquistador, y hasta de identificación absoluta de la india con la causa española. El ejemplo más brillante es sin duda el de Marina, que tanta importancia tuvo en la conquista de México, pero hubo casos análogos desde el norte hasta el Río de la Plata: la hija de Careta y Núñez de Balboa, en el Darién; la india Catalina y Miguel Díaz, en Santo Domingo: la hermana de Agueybaná y Juan Ponce de León, en Puerto Rico; etc. La mujer indígena fue eficaz colaboradora del español en la conquista y colonización del continente112. El español carecía de prejuicio racial y no necesitaba la consagración eclesiástica para unirse con la india y tener hijos, pero sí trató de que la india se bautizara, y a ello tendieron diversas disposiciones. Las instrucciones de Diego Velázquez a Hernán Cortés, cuando éste partió a la conquista de México, dicen: “. . . por que más cumplidamente en este viaje podáis servir a Dios Nuestro Señor, no consentiréis ningún pecado público, ansí como amancebados públicamente, ni que ninguno de los cristianos españoles de vuestra compañía haya aceso ni ayunta carnal con ninguna mujer fuera de nuestra ley, porque es pecado a Dios muy odioso e las leyes divinas e humanas lo prohiben; e procederéis con todo rigor contra el que tal pecado o delito cometiere, e castigarlo heis conforme a derecho por las leyes que en tal caso hablan e disponen”. Si el español carecía de prejuicio racial, y para unirse con la india no tenía más que las débiles restricciones que le imponía su religión, por parte de la raza indígena, que vivía en régimen poligámico, las dificultades fueron aún menores. En muchas 114 regiones los indios ofrecieron mujeres a los españoles, y a veces sus mujeres, sus hermanas, sus hijas: el 15 de marzo de 1519 se presentaron a Cortés muchos caciques y principales del pueblo de Tabasco, y entre otros presentes le entregaron veinte mujeres, entre ellas la famosa doña Marina; más adelante los caciques de Tlaxcala le regalaron cinco mujeres, entre ellas la hija de Xicotenga (la famosa doña Luisa, que Cortés entregó a Alvarado) y una hija o sobrina de Maseescasi; cuando los españoles, al mando de Ayolas, llegaron a Lambaré, base de lo que después fue la Asunción, y firmaron la paz con los indios, éstos regalaron al capitán seis mujeres, la mayor de las cuales —cuenta Schmiedel— tenía 18 años y dieron a cada soldado dos mujeres, “para que cuidaran de nosotros, cocinaran, lavaran y atendieran en otras cosas más, de las que uno en aquel tiempo ha necesitado”. Pero en otras partes los indios ocultaban sus mujeres, y a veces, por defenderlas, se empeñaron en violenta guerra. El matrimonio indígena tenía formas variadas en las distintas regiones del continente, y también era muy distinta la posición de la mujer y su carácter. Fernández de Oviedo ha pintado a la mujer de la Española como la más lujuriosa de las Indias, y a Anacaona como a una especie de Semíramis indígena, pero él mismo tuvo ocasión de conocer otro tipo de mujer. En 1514, en el Darién, sus soldados tomaron prisionera a una cacica joven que murió a los pocos días, “a mi parescer —dice—, de coraje de se ver presa, puesto que en la verdad no fue tratada sino muy bien”. Y agrega: “Dije desuso que esta india principal era hermosa, porque en verdad parecía mujer de Castilla en la blancura, y en su manera y gravedad era para admirar viéndola desnuda, sin risa ni liviandad, sino con un semblante austero, pero honesto, puesto que no podía haber de diez y seis o diez y siete años adelante» (libro XXVI, cap. X). El mismo cuenta otro caso, también del Darién, de amor de la mujer india a su marido, que equipara con los casos de la antigüedad clásica (libro VI, cap. XLI): cuando era 115 capitán y justicia en Santa Marta de la Antigua del Darién, prendió a un capitán indígena llamado Gonzalo, que se había sublevado contra los españoles, “y al tiempo que se estaba fijando la horca, la mujer de aquel capitán Gonzalo, con muchas lágrimas, me estuvo rogando que ahorcase a ella y perdonase a su marido. Y desque vido que yo negué su petición e la justicia se ejecutó en él, comenzó a me rogar e importunar mucho, e dijo que pues no había querido hacer lo que me había pedido, que a lo menos le concediese que en la misma horca quedase ella con su marido ahorcada de la una parte, e que de la otra pusiesen dos hijos que tenían, muchachos de ocho hasta diez años, e que a par della se pusiese colgada una niña de cinco o seis años, su hija. E como vid o que yo respondí que no se había de hacer, e que ella ni sus hijos no tenían culpa..., cesaron sus lágrimas e limpióse los ojos e dijo: “Capitán, sábete que yo aconsejé a mi marido que hiciese rebelar al cacique y que matase a todos los cristianos, y que yo tengo más culpa que todos, e mi marido en todo se aconsejaba conmigo e no hacía más de lo que yo le decía”... Después que aquella mujer vido que no pudo conseguir sus peticiones, tornó a sus lágrimas primeras”. Y todavía la misma india intercedió ante Fernández de Oviedo para que no la separaran de sus hijos cuando se hizo el repartimiento de indios, y dice este autor: “Grande amor fue el que mostró tener esta mujer a su marido y, como ella lo dijo muchas veces, el que tenía a sus hijos no era por haberlos parido, sino por haberlos engendrado su marido, a quien ella tanto amó”. El matrimonio del español con la mujer indígena llegó también a ser un acto de política colonizadora. Ya hemos visto que Ovando ordenó en la Española el matrimonio con las cacicas. En el Perú fue frecuente el matrimonio de conquistadores con las princesas incaicas. El presidente La Gasca, después de pacificado el Perú, al hacer su primer repartimiento de encomiendas, dispuso una serie de matrimonios, no sólo con viudas españolas, sino hmbién con viudas indias. El 116 más interesante, quizá porque lo ha contado el Inca Garcilaso, con su notable genio narrativo, es el de la viuda de Martín de Bustincia: “A la mujer de Martín de Bustincia, que era hija de Huaina Cápac, y los indios eran suyos y no de su marido, casaron con un buen soldado, muy hombre de bien, que se llamaba Diego Hernández, de quien se decía (más con mentira que con verdad) que en sus mocedades había sido sastre. Lo cual sabido por la infanta, rehusó el casamiento, diciendo que no era justo casar la hija de Huaina Cápac con un ciracamayo, que quiere decir sastre; y aunque se lo rogó e importunó el Obispo del Cozco y el capitán Diego Centeno, con otras personas graves que fueron a hallarse en el desposorio, no aprovechó cosa alguna. Entonces embiaron a llamar a, don Cristóbal Paullu, su hermano; el cual, venido que fue, apartó la hermana a un rincón de la sala, y a solas le dijo que no le convenía rehusar aquel casamiento, que era hacer odiosos a todos los de su linaje real para que los españoles los tuviesen por enemigos mortales y nunca les hiciesen amistad. Ella consintió en lo que le mandaba el hermano, aunque de muy mala gana, y así se pusieron delante del obispo, que quiso hacer su oficio de cura por honrar los desposados. Y preguntando, con un indio intérprete, a la novia si se otorgaba por mujer y esposa del susodicho, el intérprete dijo si quería ser mujer de aquel hombre... La desposada respondió en su lenguaje, diciendo: «Ichach munani, Íchach manamunani», que quiere decir: “Quizá quiero, quizá no quiero”. Con esto pasó el desposorio adelante, y se celebró en casa de Diego de Ríos, vecino del Cozco, y yo los dejé vivos, que hacían su vida maridable cuando salí del Cozco” (Comentarios Reales, 2ª parte, libro VI, cap. III). El matrimonio con la mujer india debía ser más frecuente en las capas inferiores. Pero aun sin la consagración eclesiástica había formas de unión estable, duradera, casi equiparable al matrimonio mismo. El capitán Garcilaso de la Vega se unió con la ñusta Isabel Chimpu Ocllo, sobrina de Huaina Cápac, y de esa unión nacieron el 117 Inca Garcilaso y una hermana; en la casa señorial que tenían en el Cuzco llegaban a sentarse diariamente a la mesa ciento cincuenta o doscientos españoles, entre ellos algunos caballeros principales; la princesa hacía los honores de la casa. Luego, ya mayor de cincuenta años, el capitán Garcilaso se casó con doña Luisa Martel de los Ríos, dama castellana de ilustre linaje. El Inca Garcilaso permaneció en la casa paterna. La ñusta Isabel se casó, gracias a la dote que le concedió el capitan Garcilaso, con un oscuro soldado español. De esta multiplicidad de formas de la relación de español e india surgieron desde la primera hora varias capas de mestizos. Hijos mestizos tuvieron Hernán Cortés, Francisco, Gonzalo y Juan Pizarro, Pedro y Alonso de Alvarado, Diego de Almagro, Benalcázar y casi todos los conquistadores, desde los capitanes hasta los soldados. Hubo, pues, distintas jerarquías de mestizos: los que se incorporaron plenamente a la sociedad española y lograron penetrar en la milicia o en el clero, mezclándose luego con el blanco y llegando a diluir o borrar su sangre indígena; los que permanecieron llevando vivo el conflicto de las dos sangres, conflicto que se manifestó muchas veces bajo la forma de disconformismo social, que alcanzó su expresión en el arte y en la historiografía; los que permanecieron vinculados a la madre y a la comunidad indígena, en una posición social inferior, muchos de los cuales llegaron a indianizarse de nuevo en la tribu, diluyendo, hasta borrar en el curso de varias generaciones, su sangre blanca; por último, capas diversas de mestizos que oscilaron entre los dos extremos, nexo de unión (o de desunión) entre blancos e indios, y fuente a su vez de nuevo mestizaje. Para apreciar la trascendencia cultural de las primeras generaciones de mestizos bastará con citar algunos nombres: el Inca Garcilaso, el mejor prosista de América; el P. Bias Valera, cronista latino de la historia del Perú; Pedro Gutiérrez de Santa Clara, historiador de las guerras civiles del Perú; Diego Muñoz Camargo, historiador de Tlaxcala; Juan de Betanzos, maestro de quechua; Lucas 118 Fernández Piedrahita y Alonso de Zamora, historiadores de la Nueva Granada; Ruy Díaz de Guzmán, cronista del Río de la Plata, etc. Casi puede hablarse de una generación de historiadores mestizos: la lucha de las dos tradiciones, la fuerza del sentimiento nativo junto a la violencia de la fe nueva, les impulsaba a escribir, a poner en claro, para ellos y para los demás, ese pasado americano que llevaban dentro. Y en esa afición a la historia les acompañaban indios puros: Fernando de Alba IxtIilxóchitI, “el Tito Livio del Anáhuac”, descendiente de los reyes de Texcoco; Hernando de Alvarado Tezozómoc, descendiente de los reyes Acolhuas; Domingo de San Antón Muñoz Chimalpáin Quauhtlehuanitzin; el Inca Titu Cusi Yupanqui, bautizado con el nombre de Diego de Castro; Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamayhua y Huaman Poma de Ayala113. Esos nombres de mestizos ilustres, que emergen con significación propia en la historia de la cultura americana, que testimonian la asimilación de la sangre indígena y su incorporación al proceso de la vida occidental, no son caso aislado: surgen de toda una generación de mestizos ilustrados, muchos de los cuales se consagraron a la carrera eclesiástica y alcanzaron altas dignidades. Y se destacan en el panorama de la historia americana junto a los mestizos que brillaron en las armas, como aquel don Diego de Almagro el mozo, jefe de los almagristas rebelados del Perú, notable por su bravura, “el mejor mestizo que ha nacido en todo el Nuevo Mundo —según la expresión del Inca Garcilaso— si obedeciera al ministro de su Rey”114, o aquel otro. mestizo, el capitán Francisco Fajardo, uno de los más eficaces conquistadores de Venezuela en el siglo XVI. Esta primera generación de mestizos alcanzó verdadera trascendencia. Tuvieron el espíritu inquieto aventurero, móvil y audaz de sus padres: mestizos de las Antillas aparecen en la conquista de la Florida; mestizos de México actúan en las luchas civiles del Perú o en la conquista de Chile; mestizos del Perú acompañan a Pedro de Orsúa en su expedición en busca del Dorado y luchan en el Tucumán y en 119 Chile; mestizos del Paraguay pueblan las ciudades de Buenos Aires y Santa Fe. La administración española y el clero se preocuparon por asimilarlos a la sociedad nueva: en México hubo desde mediados del XVI escuelas de niños y niñas mestizos; en el Perú el Inca Garcilaso estudiaba gramática latina junto con otros condiscípulos mestizos Pero la cantidad de mestizos aumentaba en proporciones mucho mayores que las posibilidades de adaptarlos por parte de la administración, el clero o la enseñanza. Y surgieron legiones de mestizos inadaptados, en que el conflicto social y racial se manifestó en reacciones hostiles a veces contra los indios, a veces contra los blancos; los mestizos desarraigados, fluctuantes entre el indio y el blanco, sin asidero étnico, familiar ni moral, que han hecho afirmar a muchos —hasta en nuestros días— que el mestizo hereda las malas cualidades del blanco y del indio, y no sus virtudes. La existencia de esos núcleos de mestizos inadaptados fue uná preocupación social y política desde los primeros tiempos de la Colonia. La población mestiza crecía continuamente y era más numerosa que la blanca. A veces se creyó que podían aliarse con los indios para restablecer la dominación indígena. Abundan los testimonios contra ellos desde la primera época. Ya en 1535 Fernández de Oviedo (Historia, libro IV, cap. I) habla de los mestizos, que “con grandísimo trabajo se crían, e con mucho mayor no los pueden apartar de vicios e malas costumbres e inclinaciones a algunos” Hacia 1570 la Geografía de López de Velasco habla de los mestizos; negros y zambaigos, y dice: “Hay muchos mestizos, que son hijos dé españoles e indias, o por el contrario, y cada día se van acrecentando más en todas partes; los cuales todos salen por la mayor parte bien dispuestos, ágiles y de buenas fuerzas e industria y maña para cualquier cosa, pero mal inclinados a la virtud, y por la mayor parte dados a vicios; y así no gozan del derecho y libertades que los españoles, ni pueden tener indios, sino los nacidos de legítimo ma120 trimonio” (pág. 43). Y agrega que a causa de esos mestizos, y de los zambaigos, “por haber tantos, vienen a estar algunas partes en peligro de desasosiego y rebelión” Juan de Solórzano, en 1647 (Política indiana, libro II, cap. XXX), se ocupa de los mestizos y mulatos, “de que hay gran copia en las Provincias de estas Indias”. De los mestizos dice que “los más salen de viciosas y depravadas costumbres, y son los que más daños y vejaciones suelen hacer a los mismos indios”. Luego se refiere a las cédulas de 1600 y 1608 dirigidas a los virreyes del Perú D. Luis de Velasco y Marqués de Montes Claros, en que se les dice haberse entendido que crece mucho el número de los mestizos, mulatos y zamba higos . . . y les mandan que estén con el cuidado conveniente “para que hombres de tales mezclas, y viciosos por la mayor parte, no ocasionen daños y alteraciones en el reino” En 1773 publica su Lazarillo Concolorcorvo. “Los serranos — dice— , hablo de los mestizos, son más hábiles en picardías y ruindades que los de la costa» (ed. de la Biblioteca de Cultura Peruana, pág. 25). Y advierte al lector: “¡Cuidado con mestizos de leche, que son peores que los gitanos, aunque por distinto rumbo!” (Ibid.). El autor, aunque se hace pasar por “indio neto” (D. Calixto Bustamante Carlos Inca), es posible que sea un español peninsular, muy familiarizado con la vida del virreinato del Perú y quizá funcionario virreinal Abundan sobre todo los testimonios regionales, que recogeremos luego ar tratar de cada país. Esa campaña contra los mestizos, y sobre todo el temor de que llegaran a predóminar políticamente, hicieron que se reglamentaran sus derechos y deberes, como veremos al estudiar el régimen de castas El menosprecio del mestizo, que en algunos sectores se conserva hasta hoy, buscó algún asidero en los últimos tiempos en la literatura racista. La antropología germánica, y aun la filosofía, representada en este caso por figuras como Herder y Kant, se manifestaron contra todo 121 mestizaje. “La mezcla de razas —decía Kant— conduce a la atenuación gradual de los caracteres, y no es favorable a la especie humana, a pesar de las tendencias pretendidamente filantrópicas”. Ultimamente esa reacción trató de apoyarse en el charlatanismo pseudo-antropológico del Conde de Gobineau, que veía en la mezcla de razas de América del Sur una “yuxtaposición incoherente de los seres más degradados”. Hay en todo ello una visión unilateral y falsa. Las abundantes diatribas contra los mestizos que se encuentran en la literatura colonial están inspiradas, como hemos visto, en ciertos sectores mestizos, los inadaptados, los desarraigados, sectores que en toda la historia colonial han estado fluctuando entre la población indígena y la española, sin encontrar su equilibrio en ninguna de las dos. O bien se apoyan en cierto tipo de mestizos, los que han resultado de uniones accidentales, abandonados por los padres, criados al azar, despreciados por los blancos y temidos por los indios. Esos mestizos han constituído siempre, efectivamente, un problema social y político. La reacción contra el mestizaje se ha apoyado también otras veces en los resultados desarmónicos, en los descendientes que han resultado inferiores a sus padres. Pero los mismos argumentos que se han usado contra los mestizos se pueden usar contra los españoles en América (recuérdense las cruentas guerras civiles del Perú o la sublevación de Lope de Aguirre) y contra sus hijos americanos (recuérdese la sublevación de los criollos de Santa Fe), es decir, que no puede hablarse de una cuestión racial, sino social. Además, productos desarmónicos, inferiores física e intelectualmente a sus padres, resultan también del matrimonio entre personas de la raza blanca. Sólo arbitrariamente se han podido hacer valer contra el mestizaje humano los resultados disformes, inarmónicos, de la hibridación de “razas” de mariposas y de “razas” caninas. Hay razas de mariposas y razas caninas que se hibridan ventajosamente, y no hay ninguna razón para aplicar a las variedades humanas lo primero y no lo segundo115 122 Nobles figuras de mestizos, como la del Inca Garcilaso, o bien, con un mestizaje más lejano y diluído, la de Rubén Darío116, una legión de escritores y artistas que se han destacado en toda la historia colonial y ocupan el primer plano de la vida intelectual de todos los países hispanoamericanos en la actualidad, desautorizan toda afirmación negadora. Además, esas diatribas implican una enorme injusticia: sin el mestizaje hubiera sido imposible la obra colonizadora de España en la inmensidad del territorio que le asignó la bula de Alejandro VI. Las huestes conquistadoras eran exiguas: unos seiscientos hombres emprendieron con Cortés la conquista de un imperio que tenía —en nuestra opinión— cuatro millones y medio de habitantes117; menos de doscientos hombres entraron en el Perú con Francisco Pizarro y apresaron al emperador Atahualpa, señor de un Imperio autocrático de varios millones de habitantes. Varios centenares de hombres más se agregaron luego, al esparcirse la fama de la riqueza de Méjico y del Perú. La inmigración de colonos fue siempre escasa, y aunque en el siglo XVI algunas regiones de Andalucía y Extremadura pudieron dar a los viajeros la impresión de que estaban despobladas por la emigración a Indias, el continente era inmenso para las posibilidades de la emigración peninsular. En 1545, a 30 años de la conquista, parece que no había en la Nueva España más que 1,385 pobladores españoles, de los cuales 577 eran encomenderos. En 1570 se calcula que había en toda la América española 25,704 vecinos, es decir, jefes de familia, en lo cual se incluían ya muchos criollos y mestizos. El mestizaje fue esencial para la población e hispanización del continente. Ya a mediados del XVI los mestizos participaban en las nuevas expediciones a fines del XVI colaboraban en la fundación de ciudades nuevas. Con todos sus peligros, sin el mestizaje no hubiera sido posible la obra colonizadora de España. También se encuentra desde la primera hora la defensa del mestizo y hasta la apología del mestizo. El Inca Garcilaso, que se llamaba 123 a sí mismo, con cierto orgullo, mestizo o indio, sostuvo con mucho énfasis la tesis de la capacidad del americano, y decía: “De sus agudos y sutiles ingenios, hábiles para todo género de letras, valga el voto del doctor Juan de Cuéllar, canónigo de la Santa Iglesia Catedral de la Imperial Cozco, que, siendo maestro de los de mi edad y suerte, solía, con tiernas lágrimas, decirnos: “¡Oh hijos, y cómo quisiera ver una docena de vosotros en la Universidad de Salamanca!”, pareciéndole podían florecer las nuevas plantas del Perú en aquel jardín y vergel de sabiduría. Y por cierto que tierra tan fértil de ricos minerales y metales preciosos era razón criase venas de sangre generosa y minas de entendimientos despiertos para todas artes y facultades, para las cuales no falta habilidad a los indios naturales y sobra capacidad a los mestizos, hijos de indias y españoles o de españolas e indios, y a los criollos, oriundos de acá, nacidos y connaturalizados allá”118 Otro americano, el historiador mexicano Clavijero, de la Compañía de Jesús, llegó a un extremo mayor. No sólo defendía el mestizaje, sino que lamentaba que no hubiese sido más completo: “No hay duda —dice— de que hubiera sido más sabia la política de los españoles si en vez de conducir a México mujeres de Europa y esclavos de África se hubiesen empeñado en formar de ellos mismos y de los mexicanos una sola nación, por medio de enlaces matrimoniales”. Además, nada justifica la opinión de que el mestizaje sea perjudicial desde el punto de vista social o biológico. Por el contrario, en muchas regiones del continente el conquistador sólo pudo persistir gracias al mestizaje. El doctor Carlos Monge, que ha hecho estudios renovadores sobre biología del hombre andino, señaló, apoyado en numerosos testimonios, la esterilidad de diversos animales europeos y del hombre blanco a ciertas alturas; en Potosí, a 4,300 metros de altura, pasaron 53 años desde la fundación antes de que naciera el primer hijo de matrimonio español, y el hecho se atribuyó a milagro de San Nicolás de Tolentino119; los blancos necesitaban allí un período 124 previo de aclimatación, y las madres tenían que descender a los valles para dar a luz, porque sus hijos no sobrevivían120; en cambio los hijos mestizos se desarrollaban normalmente y aumentaban en número121. Los etnólogos y antropólogos modernos rechazan la presunta inferioridad biológica o psicológica del mestizo. D’orbigny, L’ homme américain, 1839, págs. 139-144, analiza los resultados de la mezcla de las distintas tribus con españoles, y dice: “Si hemos visto diferencias notables entre los resultados de las mezclas, según las naciones y los lugares, en cuanto al aspecto físico, en cambio reina la mayor uniformidad en cuanto a las facultades intelectuales: los mestizos están dotados de extrema facilidad y no tienen nada que envidiar, a este respecto, a la raza blanca” (I, pág. 142). Más detenidamente ha estudiado el problema el gran antropólogo Franz Boas. Sus trabajos están recogidos en Race, language and culture, Nueva York, 1940. Las conclusiones de Boas son: Los descendientes mixtos de europeos e indios tienen mayor talla y son más fecundos que los indios de raza pura (págs. 7, 51, 138-148); las mujeres de procedencia mestiza se desprenden de la tribu con mayor rapidez y se sumergen en la población general, mientras que los hombres permanecen en la tribu y contribuyen a una continua infusión de sangre blanca entre los nativos (pág. 19); no puede admitirse la reiterada afirmación de que mulatos y mestizos sean inferiores, ni física ni mentalmente, a las razas puras (págs. 19-20). Cuando se habla de mestizaje desde un punto de vista biológico, se pueden establecer proporciones más o menos exactas: se puede decir de un individuo que tiene 1/4, 1/8, 1/16, 1/32, etc., de sangre blanca. Pero desde el punto de vista cultural no tienen validez esas proporciones: en general, el mestizaje se produjo a favor de la raza blanca. Claro que ha habido excepciones y que una gran parte de los mestizos han quedado sumidos de nuevo en la tribu. Y aun más: ha habido en todo el continente casos de españoles y españolas, náu125 fragos, cautivos, fugitivos de la sociedad colonial, etc., incorporados a las tribus e indianizados rápidamente, no sin dejar en ellas, además del tributo de su sangre, algunos elementos de su cultura. El caso más interesante parece ser el de Gonzalo Guerrero, náufrago de un bergantín que iba en 1512 desde la Antigua del Darién hacia Santo Domingo y que cayó en manos de los mayas. Gonzalo Guerrero se pintó la piel, se tatuó, se perforó las orejas y los labios y se cásó con varias mujeres a la usanza indígena; en 1519, cuando llegaron a la costa las naves de Hernán Cortés y quisieron rescatarlo junto con Jerónimo de Aguilar, que había sido su compañero y fue luego intérprete de Cortés, Gonzalo Guerrero, que tenía ya varios hijos, no quiso irse con los españoles y prefirió “perder el ánima” entre los infieles122. Tampoco quiso volver cuando se lo requirió el adelantado Francisco de Montejo, y se dice que adiestró a los indios en la lucha; durante mucho tiempo se le atribuyó la resistencia indígena contra los españoles. Donde los casos de indianización de blancos y mestizos fueron más frecuentes, y hasta llegaron a poner en peligro el poderío español, fue en Chile. Varios centenares de mujeres cautivas tuvieron hijos en las tribus, algunos de los cuales llegaron a caciques: así don Antonio Chicahuala, hijo del cacique Gualacán y de doña Aldonza Aguilera y Castro, de alto linaje español, capturada cuando era niña. Un clérigo de misa, Juan Barba, que se pasó a los indios, blasfemaba de la misa y de los sacramentos, predicaba contra el cristianismo y les decía a los indios que su vida era la verdadera. Mestizos incorporados a las tribus les enseñaron a manejar las armas de fuego, a forjar el hierro y estuvieron a punto de enseñarles la fabricación de pólvora (véanse págs. 258-260). Los casos de indianización del francés fueron abundantísimos, como veremos al estudiar el mestizaje del Canadá y del Brasil. Casos de indianización del español hubo en todas partes, pero fueron relativamente muy escasos123. En general, el proceso del mestizaje se produjo a favor del blanco. 126 MÉXICO En junio de 1518, cuando la armada de Juan de Grijalva costeaba la península de Yucatán, uno de los caciques de la costa le regaló al capitán, entre otras cosas, “una india moza con una vestidura delgada de algodón, e dijo que por la moza no quería premio ni rescate, e que aquélla le daba graciosa”; Grijalva la entregó a Pedro de Alvarado para que la llevara en una de las naves a Cuba124 El regalo de mujeres fue frecuente cuando llegó Cortés. El 15 de marzo de 1519 se presentaron a Cortés muchos caciques y principales del pueblo de Tabasco y de otros comarcanos y le entregaron un gran presente de oro y mantas. “Y no fue nada todo este presente —dice Bernal Díaz del Castillo, cap. XXXVI— en comparación de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer que se dijo doña Marina”. El Padre Olmedo, por intermedio de un intérprete, predicó a las veinte indias cosas de la fe católica, y luego las bautizaron: “y se puso por nombre doña Marina [a] aquella india e señora que allí nos dieron, y verdaderamente era gran cacica e hija de grandes caciques y señora de vasallos, y bien se le parescía en su persona. .. Estas fueron las primeras cristianas que hobo en la Nueva España, y Cortés las repartió, a cada capitán la suya, y a esta doña Marina, como era de buen parescer y entre metida y desenvuelta, dió a Alonso Hernández Puertocarrero, que ya he dicho otra vez que era muy buen caballero, primo del conde de Medellín, y desque fue a Castilla el Puertocarrero estuvo la doña Marina con Cortés, e hobo allí un hijo que se dijo don Martín Cortés”. Luego explica Bernal (cap. XXXVII) el origen de doña Marina: “Sus padres eran caciques de un pueblo llamado Painala, a unas ocho leguas de la villa de Guazagualco, y tenían otros pueblos sujetos a él. Murió el padre dejando a Marina muy niña; la madre se casó con otro cacique, con el que tuvo un hijo, al que quiso dar el cacicazgo. La entregaron entonces una noche a unos indios de Xicalango y anunciaron que se había muerto. Los de Xicalango la dieron a los de Tabasco y los 127 de Tabasco a Cortés. Doña Marina sabía bien la lengua de Tabasco y la de México, y “como doña Marina en todas las guerras de la Nueva España y Tascala y México fue tan excelente mujer y de buena lengua, a esta causa la traía siempre Cortés consigo. Y en aquella sazón y viaje [1523, viaje a las Higüeras] se casó con ella un hidalgo que se decía Juan Jaramillo... Y doña Marina tenía mucho ser y mandaba asolutamente entre los indios en toda la Nueva España”. Ya se sabe la importancia extraordinaria que tuvo esta mujer en la conquista de México, como colaboradora de Cortés. Con ella tuvo un hijo, Martín Cortés, que nació en 1523. Doña Marina, casada luego con don Juan Jaramillo, pasó también a España, donde la trataron como a gran señora. Prosiguiendo Cortés en la conquista, los caciques de Tlaxcala, Maseescasi y Xicotenga, le hicieron otro presente: “Otro día —dice Bernal, cap. LXXVII— vinieron los mismos caciques viejos y trujeron cinco indias, hermosas doncellas y mozas, y para ser indias eran de buen parecer y bien ataviadas, y traían para cada india otra india moza para su servicio, y todas eran hijas de caciques. Y dijo Xicotenga a Cortés: “Malinche, ésta es mi hija, e no ha sido casada, que es doncella, y tomalla para vos”. La cual le dió por la mano, y las demás que las diese a los capitanes. Y Cortés se lo agradeció, y con buen semblante que mostró dijo quéllas rescibía y tomaba por suyas, y que agora al presente que las tuviesen en poder sus padres”. Los caciques preguntaron por qué causa no las tomaba en seguida, y Cortés les respondió que quería que antes quitaran sus ídolos. Luego “se bautizaron aquellas cacicas y se puso nombre a la hija de Xicotenga el ciego, doña Luisa; y Cortés la tomó por la mano y se la dió a Pedro de Alvarado, y dijo al Xicotenga que aquél a quien la daba era su hermano y su capitán, y que lo hobiese por bien, porque sería dél muy bien tratada, y el Xicotenga recibió contentamiento dello; y la hija o sobrina de Maseescasi se puso nombre doña Elvira, y era muy hermosa, y parésceme que la dió a Juan Velázquez de León, y 128 las demás se pusieron sus nombres de pila,y todas con dones, y Cortés las dió a Gonzalo de Sandoval y a Cristóbal de Olí y Alonso de Avila”125. De doña Luisa tuvo Pedro de Alvarado, “siendo soltero”, un hijo llamado don Pedro y una hija llamada doña Leonor, “mujer que agora es de don Francisco de la Cueva, buen caballero, primo del duque de Alburquerque, e ha habido en ella cuatro o cinco hijos, muy buenos caballeros; y aquesta señora doña Leonor es tan excelente señora, en fin, como hija de tal padre, que fue comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala, y es el que fue al Perú con grande armada, y por la parte del Xicotenga gran señor de Tascala». En cuanto al hijo, llamado también Diego de Alvarado, el Inca Garcilaso dice que fue “hijo digno de tal padre”.126 El mismo Bernal cuenta que él, cuando tenían preso a Moctezuma en la ciudad de México, le dijo a Orteguilla, el paje del emperador mexicano, “que le quería demandar a Montezuma que me hiciese merced de una india muy hermosa, y como lo supo el Montezuma me mandó llamar e me dijo: “Bernal Díaz del Castillo, hanme dicho que tenéis motolínea de ropa y oro, y os mandaré dar hoy una buena moza; tratalda muy bien, ques hija de hombre principal; y también os darán oro y mantas” (cap. XCVII). Y agrega Bernal: “Y entonces alcanzamos a saber que las muchas mujeres que tenía por amigas, casaba dellas con sus capitanes o personas principales muy privados, y aun dellas dió a nuestros soldados, y la que me dió a mí era una señora dellas, e bien me paresció en ella, que se dijo doña Francísca”. Un día Moctezuma le dijo a Cortés (Bernal, cap. CVII): “Mirá, Malinche, qué tanto os amo, que os quiero dar a una hija mía muy hermosa para que os caséis con ella y que la tengáis por vuestra legítima mujer”. Cortés le dijo que estaba casado y que los cristianos no podían tener más que una mujer, pero la aceptó y le dijo “que él la ternía en aquel grado que hija de tan gran señor meresce”, e hizo que la bautizaran. 129 Cuando los indios de México se rebelaron, los conquistadores tomaron frecuente botín de indias cautivas, a las que herraban en la frente y vendían en pública almoneda. Pero parece que los capitanes elegían las mejores para ellos. Bernal Díaz, cap. CXXXV, haciéndose eco de las quejas de los soldados, dice que cuando se recogieron las mujeres y esclavas y esclavos que se habían hecho en la guerra contra los indios rebelados de Tepeaca, Cachila, Tecamachalco y Castil Blanco para herrados, los soldados se quejaron de que otros habían ya escondido y tomado las mejores indias, que no pareció allí ninguna buena, y al tiempo de repartir dábannos las viejas y ruines”. En Tezcoco las cosas fueron aún peor para los soldados, y entonces —dice Bernal, cap. CXLIII— “desde allí adelante, muchos soldados que tomábamos algunas buenas indias, por que no nos las tomasen como las pasadas, las escondíamos y no las llevábamos a herrar, y decíamos que se habían huído; ...y muchas se quedaban en nuestros aposentos, y decíamos que eran naborías que habían venido de paz de los pueblos comarcanos y de Tlascala”. Y añade: “También quiero decir que como ya había dos o tres meses pasados que algunas de las esclavas que estaban en nuestra compañía y en todo el real conocían a los soldados, cuál era bueno e cuál malo, y trataba bien a las indias naborías que tenía o cuál las trataba mal, y tenían fama de caballeros y de otra manera, cuando las vendían en almoneda, y si las sacaban algunos soldados que las tales indias o indios no les contentaban o las habían tratado mal, de presto se les desaparecían que no las vía n más, y preguntar por ellas era por demás y, en fin, todo se quedaba por deuda en los libros del Rey”127. Y cuenta Fr. Bernardino de Sahagún que cuando los españoles tomaron la ciudad de México se dedicaron a buscar el oro. Y además agrega: “Y ellos cogieron, eligieron las mujeres bonitas, las de color moreno claro. Y algunas mujeres, cuando eran atacadas, se untaban (el rostro) de barro y envolvían las caderas con un sarape viejo, destrozado, se ponían un trapo viejo como camisa sobre el busto, se vestían con meros trapos viejos”128 130 Dice Torquemada, Monarqufa indiana, II, 540 b, que los indios principales entregaban a los conquistadores las propias hijas a fin de que quedaran entre ellos “generaciones de hombres tan valientes”. Sin embargo, después de la conquista de México muchos señores vencidos pidieron que les devolvieran las indias principales que vivían con los españoles. Cortés así lo ordenó, pero hubo muchas mujeres que no quisieron volver con sus padres o maridos; algunas de ellas estaban encinta; sólo se devolvieron tres129. Bernal Díaz nos ha trasmitido también noticias valiosísimas sobre los otros capitanes y sobre los soldados de Cortés, sus compañeros de armas. Juan de Cuéllar se casó por primera vez con una hija del señor de Tezcoco; un soldado llamado Alonso Pérez Maite fue a México casado con una india muy hermosa del Bayamo (cap. CCV). De la hueste conquistadora poquísimos estaban casados con españolas: Pedro de Guzmán, que se casó con una valenciana y pasó al Perú, y hubo fama de que murieron helados; un soldado llamado Yáñez que fue a las Higüeras, y entretanto se le casó la mujer con otro marido; Maldonado de la Veracruz, marido que fue de doña María del Rincón; Hernán Martín, herrero, que casó con la Bermuda, que se llamaba Catalina Márquez; Lucas Ginovés, soldado, marido de una portuguesa vieja; Tarifa, vecino de Oaxaca, marido de una mujer llamada Catalina Muñoz; Aparicio Martín, que se casó con una que se decía la Medina, natural de Medina de Rioseco; Navarro, un soldado que después se casó en Veracruz; un soldado Escobar, que «murió ahorcado porque forzó a una mujer casada y por revoltoso; un Pedro de Palma, primer marido que tuvo Elvira López la Larga (Ibid.). En total parece que había ocho españoles casados con mujeres peninsulares130. Luego llegaron otras mujeres, traídas por sus maridos o por sus padres131 Algunos de los conquistadores se casaron con princesas indígenas e hijas de los caciques. Doña Isabel, hija de Moctezuma y viuda de Guatemozín, se casó con Pedro Gallego de Andrada132 3 y en segundas 131 nupcias con Juan Cano, dejando descendencia de ambos matrimonios (del primero un hijo al menos, del segundo cuatro varones y dos mujeres); doña Marina casó con el capitán Juan Jaramillo; Juan de Cuéllar con la hija del señor de Tezcoco. Del Diccionario de conquistadores y pobladores de Francisco A. de Icaza tomamos las siguientes noticias: Sebastián de Moscoso casó con una india principal de la tierra, y tuvo dos hijas y un hijo; Francisco Mibierzas, casado con mujer de la tierra, tuvo dos hijas y un hijo; Pedro Moreno de Nájara, que pasó con Narváez, casó con Leonor, india mexicana, y tuvo cuatro hijos y una hija; Cristóbal Hernández casó con Catalina, natural de la tierra, y tuvo una hija; Francisco García casó con Leonor, india; Pedro Gallardo, casado con india mexicana, tuvo dos hijos; Melchor de Villacorta casó con Isabel, natural de la provincia de Tlaxcala, hija de persona principal, y tuvo dos hijas (ella casó luego en segundas nupcias con Antonio Ortiz y tuvo otras dos hijas); Juan Serrano, de los primeros conquistadores, casó con Catalina de Escobar, natural de la tierra; Juan de Villacorta, de los primeros conquistadores, casó con Ana González, natural de la tierra; etc.133. Más frecuente era el concubinato o la unión ocasional134. Bernal Díaz, cap. CCV, cuenta de uno de sus compañeros de la conquista: “E pasó [a México] un soldado que se decía Alvaro, hombre de la mar, natural de Palos, que dicen que tuvo en indias de la tierra treinta hijos en obra de tres años; matáronlo los indios en lo de las Higüeras”. Fray Juan de Zumárraga, Obispo de México, escribió a Su Majestad el 27 de agosto de 1529: “... porque ha acaecido que algunos de los que tienen indios de repartimientos han tomado a los señores principales de sus pueblos sus hijas, sobrinas, hermanas y mujeres, so color que las traen a sus casas, para servirse dellas, como todo sea suyo, y traerlas para mancebas..., Vuestra Majestad sea servido de mandar señalar la pena en que incurrirá el que tal delito cometiere”135. El clero cumplía su función moralizadora; las autoridades aplicaron la política de no intervención. 132 Una parte de los hijos mestizos se incorporaron firmemente a la sociedad española. El mismo Cortés reconoció cuatro hijos mestizos (Martín y Catalina fueron legitimados por el Papa Clemente VII por bula del 16 de abril de 1529), a los que favoreció en su testamento: don Martín, el hijo de Marina, al que no quería menos —decía él— que al que tuvo después en el matrimonio con doña Juana de Zúñiga, sobrina del Duque de Béjar; doña Catalina, hija de Leonor Pizarro, india de Cuba; doña Leonor y doña María, hijas seguramente de indias nobles que le regalaron los caciques136. Don Martín Cortés, el mestizo, recibió del rey el hábito de Santiago137, participó en las guerras de Argel y Alemania, en las que recibió varias heridas, y volvió a México en 1563, donde se asoció con su hermano legítimo, el Marqués Martín Cortés, y el virrey casi lo hizo ejecutar por tentativa de rebelión; pasó de nuevo a España, donde murió en 1569 en las guerras de Granada; dejó en España un hijo ilegítimo, don Fernando, que tuvo en una señora de Castilla. Pronto hubo una primera generación de mestizos, de gran importancia política y social. Ya el 3 de octubre de 1533, el rey, desde Monzón, despachó una cédula que dice: “He sido informado que en toda esa tierra hay mucha cantidad de hijos de españoles que han habido de indias, los cuales andan perdidos entre los indios, e muchos dellos, por mal recaudo, se mueren y los sacrifican, de que Nuestro Señor es muy deservido; e que para evitar lo susodicho e otros daños e malos recaudos que de andar ansí perdidos podría recrescer, me fue suplicado mandase que fuesen recogidos en un lugar que para ello fuese señalado, adonde se curasen o fuesen mantenidos ellos e sus madres; e queriendo proveer en el remedio de lo susodicho visto en el nuestro Consejo de Indias fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos; por ende yo vos mando que luego que ésta recibáis procuréis cómo los hijos de españoles que hubieren habido en indias e anduvieren fuera de su poder en esa tierra entre los indios 133 della, se recojan y alberguen todos en esa dicha ciudad y en los otros pueblos de españoles cristianos que os parecieren, o ansí recogidos los que dellos vos constaren que tuvie ren padres y que tienen hacienda o aparejo para los poder sustentar, hagáis cómo luego los tomen en su poder e los sustenten de lo necesario; e a los que no tuvieren padres, los que dellos fueren de edad los hagáis poner a oficios para que lo aprendan, e a los que no lo fueren encargarlos heis a las personas que tuvieren encomienda de indios, dando a cada uno el suyo para que los tengan e mantengan hasta tanto que st:an de edad y que puedan aprender oficio y hacer de sí lo que quisiere, encargándoles que los traten bien”138. En 1557 se creó en la ciudad de México un colegio para recoger a los niños pobres y mestizos, para enseñarles la doctrina, cristiana, “procurando que no se críen viciosos y vagabundos”139. Herrera, en su descripción de la ciudad de México140, menciona además un colegio de niñas mestizas141. Esa primera generación de mestizos fue ya una preocupación para el primer virrey, don Luis de Velasco, que escribió a Su Majestad, desde México, el 4 de mayo de 1553: “. .. está la tierra tan llena de negros y mestizos, que exceden en gran cantidad a los españoles, y todos desean comprar su libertad con las vidas de sus amos..., y juntarse han con los que se rebelaren, ahora sean españoles o indios” (Cartas de Indias, 263-264). Luego, el 28 de abril de 1572, el virrey don Martín Enríquez, en carta a Felipe II, dice que eran frecuentes los rumores de sublevación: “Aquí es muy ordinario decir unas veces que se levantan los indios, otras veces que ya se levantan los mestizos y mulatos, y otras que ya se levantan los negros” (Ibid., 283). Y en carta del 9 de enero de 1574, el mismo virrey expresa sus temores sobre los mulatos, y alude a los mestizos: “Sola una cosa va cada día poniéndose en peor estado, y si Dios y Vuestra Majestad no lo remedian temo que no venga a ser la perdición desta tierra, y es el crecimiento grande en que van los mulatos, que de los mestizos no hago 134 tanto caudal, aunque hay muchos entre ellos de muy ruin vivienda y de ruines costumbres, mas al fin son hijos de españoles y todos se crían con sus padres, que, como pasen de cuatro o cinco años, salen de poder de las indias, y siempre han de seguir el bando de los españoles, como la parte de que ellos más se honran” (Ibid. 298-299). El virrey Enríquez temía realmente a los mulatos, que consideraba muy superiores en habilidad y fuerza a los mestizos, “como de hombres a muñecas, con ser hijos de españoles los mestizos”. Socialmente esa primera generación de mestizos se iba escalonando desde los hijos naturales de Hernán Cortés hasta los hijos de los soldados y pobladores. Algunos de ellos se destacaron en la vida política y cultural de la colonia. Pedro Gutiérrez de Santa Clara, autor de las Guerras civiles del Perú, que relató en parte como actor y testigo, era mestizo nacido en México, aunque se supone que de india antillana. Diego Muñoz Camargo, autor de la Hisloria de Tlaxcala, era hijo mestizo de Diego Muñoz, que llegó a México con el factor Gonzalo de Salazar. El proceso de mestización de la población mexicana es un proceso creciente desde la llegada de Hernán Cortés hasta nuestros días142. Los mestizos tuvieron una participación muy importante en la lucha por la independencia. Mestizos fueron Morelos y Vicente Guerrero. Todavía en la primera mitad del siglo XIX predominaban los indios sobre los mestizos: en 1810, D. Francisco Navarro y Noriega calculaba 3,676,281 indios y 1,338,706 mestizos y mulatos; en 1823, según Humboldt, había 3,700,000 indios y 1,860,000 “castas de sangre mezclada”. A principios de nuestro siglo se habían invertido las proporciones numéricas: según el censo de 1930 había 4,620,886 indios y 9,040,590 mestizos. No se puede hablar, pues, en México de una indianización progresiva, sino de una mestización general. b ) CASTAS COLONIALES Hemos estudiado, en líneas generales, el mestizaje en todas las 135 regiones americanas y su trascendencia en el desarrollo de la población. Hemos apuntado también, de manera escueta, la influencia del negro. Blancos, indios y negros, al mezclarse en el primer grado, dieron mestizos, mulatos y zambos. Estos mestizos, mulatos y zambos se mezclaron a su vez con blancos, indios y negros, y también entre sí, resultando una serie indefinida de tipos étnicos, que tuvieron una nomenclatura pintoresquísima: castizos, mariscos, albinos, tornaatrás, sambayos, cambujos, albarazados, barcinos, coyotes, chamizos, chinos, ahí te estás, tente en el aire, no te entiendo, etc. A través de las generaciones la composición étnica de la población se fue haciendo cada vez más compleja. En el siglo XVI se hacía distinción entre españoles, indios y negros, pero los mestizos tenían todos los derechos del padre. Pronto, ya — el temor a las sublevaa fines del XVI, por razones políticas ciones— comenzaron las restricciones en sus derechos. A medida que la sociedad colonial se fue estructurando y adquiriendo contornos más precisos fue dando más importancia a la pureza de sangre y adoptó, sobre la base de esa pureza, un sentido jerárquico y aristocrático, que no se completó al parecer hasta el siglo XVIII. El régimen colonial español designó entonces los resultados de la mezcla de razas con el nombre de castas y la legislación indiana precisó claramente los derechos y deberes de cada una de ellas. La legislación asignaba a las personas distinta posición según la composición étnica. El régimen colonial llegó a ser un régimen de castas143. Claro que este régimen de castas no tenía la rigidez del de la India antes de la penetración europea. Con todo, las distintas castas se diferenciaban por el origen racial, tenían posibilidades distintas para el acceso a los cargos públicos, distinta función en la milicia, diferentes ocupaciones y trabajos, estaban organizadas a veces en gremios distintos, tenían posibilidades diferentes para el acceso a los establecimientos de enseñanza, estaban sometidas a un régimen distinto de 136 tributación, vestían de manera distinta, tenían limitaciones en cuanto a la residencia en las ciudades o pueblos, llegando aun a la segregación racial en un mismo territorio (separación en las ciudades, prohibición de que los blancos residieran en pueblos de indios o viceversa) y hasta en muchos casos prohibiciones o restricciones matrimoniales entre castas diferentes144. Estas diferencias se esfumaban en gran parte en la práctica, y era muy fácil que mestizos y mulatos de sangre india o negra atenuada y de buena posición económica o social pasaran por blancos. Además, estas diferencias tenían, sin duda, más importancia en las grandes ciudades virreinales como México y Lima que en la periferia del territorio virreinal. Pero que las distinciones eran reales y que se sentían como un peso odioso, y hasta como un oprobio, lo prueban las primeras proclamas revolucionarias, que declararon abolidas en todas partes las distinciones de casta. La Revolución inició una nueva era en la fusión de las dis,tintas capas de la población. No faltaron, sin embargo, ciertas aberraciones, reflujo tardío del resentimiento de las castas: la política contra los españoles del tirano Francia en la república mestiza del Paraguay, las matanzas de blancos, y hasta de mulatos, en la república negra de Haití145: y también, esporádicamente, todavía en el siglo XIX, el estallido de la guerra de castas, la rebelión de los indios que se lanzaban a matar blancos y destruir sus propiedades, plantaciones e industrias. Veamos cuáles eran las castas principales: 1) LOS BLANCOS O ESPAÑOLES. El blanco tenía la hegemonía política, económica y social. Formaba el núcleo gobernante y poseía casi toda la riqueza (había también caciques ricos, pero era la excepción). En las ciudades tenía la categoría de vecino, que a veces fue equivalente de encomendero, (en el siglo XVI también fueron vecinos los mestizos, que figuran en muchas partes como fundadores de pueblos), lo cual implicaba una serie de derechos y deberes: tener casa, caballo, armas, participar del gobierno civil, formar parte de la milicia (desde 137 el principio hubo, sin embargo, regimientos indios, y luego de pardos y morenos, pero tenían que tener oficialidad blanca y sólo se los utilizaba con carácter auxiliar). El blanco estaba obligado a servir en la milicia personalmente o pagando un sustituto. En general a ellos estaban destinados los beneficios de la instrucción y de la cultura, aunque también hubo preocupación por instruir a los indios y mestizos, sobre todo en los establecimientos de las órdenes religiosas. Ninguna de sus prerrogativas era exclusiva en forma absoluta. Se distinguían, en realidad, por la suma de todas ellas y porque no regían con ellos las limitaciones dispuestas para las otras castas. Sobre esa superioridad legal y social se basó el orgullo del blanco, más ostensible en las postrimerías del régimen colonial que en la época inicIal de la conquista y de la colonización. Dice Humboldt, Ensayo, I, 262, que un blanco, “aunque monte descalzo a caballo, se imagina ser de la nobleza del país. Y cuando un blanco tiene un altercado con uno de los señores de título del país, suele muy comúnmente decir: “¿Pues que cree vuestra merced ser más blanco que yo?”. Ya veremos después, al estudiar las limitaciones impuestas a los mestizos, cuáles eran los privilegios de los blancos y los conflictos sociales que surgieron entre las dos castas. Hay que tener en cuenta que el concepto mismo de blanco no implicaba absoluta pureza de sangre. El mestizo cruzado con español se llamaba castizo; el castizo con español se llamaba español; es decir, era blanco el que tenía 1/8 de sangre indígena. Del mismo modo, el cruce de mulato con blanco daba cuarterón; de cuarterón y blanco daba quinterón; de quinterón y blanco daba blanco; es decir, que era blanco el que tenía 1/16 de sangre negra. Estamos, pues, algo lejos, en este régimen de castas, de una concepción racista extrema. La legislación daba los mismos derechos a todos los blancos, pero desde el principio se estableció una distinción de hecho entre 138 españoles europeos (en México se los llamaba gachupines, en el Perú, Bogotá y otras regiones chapetones, etc.), y españoles americanos, los “mancebos de la tierra”, llamados también americanos o criollos. La rivalidad data del siglo XVI. El 1º de enero de 1562 el P. Mendieta, en una exposición enviada al comisario general de su orden, pedía que los nacidos en la Nueva España no fueran admitidos ni para clérigos, “sino muy raros, aprobados y conocidos, y en ninguna manera mestizos”146. Ya en 1580 se sublevaron los criollos de Santa Fe, en el Río de la Plata, y expulsaron de la ciudad a todos los españoles: por haber nacido en las Indias se consideraban dueños de las Indias. Los peninsulares reaccionaron contra los criollos e hicieron recaer sobre ellos sus diatriba s contra los mestizos: “los soberbios e inquietos mozos criollos y mestizos” del Paraguay. La elección de Hernandarias, criollo paraguayo, como teniente de gobernador por el cabildo de la Asunción, en febrero de 1590, desató los temores de los españoles peninsulares, y si el gobernador Diego Rodríguez Valdés y de la Banda escribía en 1599 a Felipe III que de los mestizos toda prevención era poca, decía también que de los criollos había que fiarse poco. Rivalidades y temores prosiguieron durante todo el período colonial hasta la Revolución de la independencia, que fue su consecuencia. Vamos a reunir algunos testimonios de esa rivalidad, que se manifestaba en desdén del europeo por el criollo y en orgullo del hijo de la tierra, en la tendencia del peninsular a acaparar todos los altos cargos, civiles, eclesiásticos y militares, yel resentimiento del criollo, que anhelaba compartir esos cargos y se sentía muchas veces relegado a una posición inferior. En México, donde la rivalidad entre criollos y peninsulares se manifestó ya en, la primera generación criolla, con la conspiración de los hijos de Hernán Cortés y de los Avilas147, las órdenes religiosas declararon en el siglo XVI que ni indios ni mestizos ni criollos debían recibir las órdenes sagradas. Pero esa declaración no se aplicó, y el 139 papa Urbano VIII beatificó en 1627 a San Felipe de Jesús, nacido en la Nueva España en 1575. El virrey D. Antonio Sebastián de Toledo, Marqués de Mancera, en la instrucción que dejó al Duque de Veraguas, su sucesor, en 22 de octubre de 1673, dice: “Queda insinuado en su lugar la poca unión que de ordinario corre entre los sujetos nacidos en las Indias y los que vienen de España. De esta inveterada costumbre, que ya pasa a ser naturaleza, no se libran el más austero sayal ni el claustro más retirado, porque en todas partes resuenan, cuando no los ecos de la enemistad (que nunca deben suponerse entre personas que profesan virtud y religión), los de la desconformidad, pretendiendo los criollos, por la mayor parte, no ser inferiores a los de Europa, y desdeñando éstos la igualdad”148. En 1647, Solórzano Pereira, en su Política indiana, libro II, cap. XXX, dice: “no se puede dudar que sean verdaderos españoles, y como tales hayan de gozar sus derechos, honras y privilegios, y ser juzgados por ellos; supuesto que las provincias de las Indias son como auctuario de las de España,... estos hijos de españoles vienen a ser y son oriundos de España”. Y refiere lo siguiente: “se sentenció estos días por 1a Rota Romana un pleito del Reverendo Padre Fray Alonso de Agüero, criollo de Lima, a quien en Nápoles habían hecho prior del colegio que allí hay del Orden de San Agustín, cuya fundación pide que sea español el prior, y le querían quitar el priorato diciendo que no lo era”. Se refiere a la “ignorancia o mala intención” de “los que no quieren que los criollos participen del derecho y estimación de españoles, tomando por achaque que degeneran tanto con el cielo y temperamento de aquellas provincias que pierden cuanto bueno. les pudo influir la sangre de España, y apenas los quieren juzgar dignos del nombre de racionales”: Y agrega: “Los que más se estreman en decir y publicar esto son algunos religiosos que pasan de España, pretendiendo excluirles por ello del todo de las prelacías y cargos honrosos de sus órdenes o que se han de proveer por alternativa. . . Llegó esto 140 a tanto que un Obispo de México puso en duda si los criollos podrían ser ordenados de sacerdotes, y parece haber perseverado en ello hasta que por el Consejo de Indias se le respondió y encargó que los ordenase”. Y cita la opinión del P. Fr. Juan de la Puente, que atribuye los males que de ellos dice. “a la constelación de la tierra, la cual juzga ser mejor para criar yervas y metales que hombres de provecho, pues aun degeneran luego los que proceden de los de España”. Y la del P. José de Acosta: “maman en la leche los vicios o lascivia de los indios y de las indias, y que de otra suerte fueran muy a propósito para encargarles la conversión de ellos”. Por su parte Solórzano discute esas afirmaciones, y dice que ha conocido de vistas o de oídas a criollos insignes en armas y letras, y de virtudes heroicas y ejemplares, con los que podría formar un copioso catálogo. Cita como ejemplo a Fr. Francisco Naranjo; dominico de México, “que, sobre otras virtudes, letras y buenas partes que en él concurrían; sabía de memoria las de Santo Tomás, y de ello se hizo experiencia en el Teatro público de la Universidad”. También se queja de esas afirmaciones injustas Fr. Juan Zapata, que llegó a ser Obispo de Guatemala, “diciendo la siniestra intención que han tenido y tienen los que las esparcen, y que no sólo no deben ser excluídos de las prelacías regulares y seculares, oficios y dignidades, como algunos pretenden, sino en igualdad de méritos han de ser preferidos a los de España”. En el siglo XVIII; Feijóo, que no creía que los indios fueran inferiores a los blancos, defendió en España la capacidad de los americanos, entre ellos Garcilaso, Peralta, Franklin. “Muchos han observado —dice— que los criollos o hijos de españoles que nacen en aquella tierra son de más viveza o agilidad intelectual que los que produce España, a lo que añaden otros que aquellos ingenios, así como amanecen más temprano, también se anochecen más presto; no sé que esté justificado”. Y documentó luego la brillante actuación que han tenido en España hombres nacidos en América149. 141 Del siglo XVIII abundan los testimonios. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que apoyaban las opiniones de Feijóo sobre los americanos, pero que tenían mala opinión de los indios, aunque creían que eran educables, proporcionan algunas noticias sobre el Perú150: “No deja de parecer cosa impropia —dicen— que entre gentes de una nación, de una misma religión, y aun de una misma sangre, haya tanta enemistad, encono y odio como se observa en el Perú, donde las ciudades y poblaciones grandes son un teatro de discordias y de continua oposición entre españoles y criollos. .. Basta ser europeo, o chapetón, como le llaman en el Perú, para declararse inmediatamente contrario a los criollos; y es suficiente. el haber nacido en Indias para aborrecer a los europeos... Desde que los hijos de los europeos nacen y sienten las luces aunque endebles dé la razón..., principia en ellos la oposición a los europeos... Es cosa muy común el oír repetir a algunos que si pudieran sacarse de las venas la sangre de españoles que tienen por sus padres lo harían, por que no estuviese mezclada con la que adquirieron de las madres”151. A fines del XVIII, Félix de Azara, Descripción, I, 300, habla del aborrecimiento que los criollos profesan (se refiere sólo a las ciudades) a todo europeo, y a su metrópoli principalmente, “de modo que es frecuente odiar la mujer al marido y el hijo al padre”. Y a principios del XIX observaba Humboldt, en la Nueva España, que el más miserable europeo, sin educación ni cultivo, se creía superior a los criollos; los criollos, por su parte, decían con orgullo, sobre todo después de 1789: “Yo no soy español, soy americano”. Los criollos eran admitidos en la milicia, pero sucedía con frecuencia que tenían que formar cuerpos propios y a su propia costa, cuando eran indispensables: recuérdese el Regimiento de Patricios en Buenos Aires, con motivo de las invasiones inglesas., En principio, tenían acceso a todos los cargos públicos, y hubo efectivamente, en la historia colonial hispanoamericana, criollos que alcanzaron puestos eminentes: Hernandarias fue gobernador de la Asunción durante 142 varios períodos, y su hermano, Fr. Hernando de Trejo, fue obispo de Tucumán (1598); Fr. Pedro de Agurto, mexicano, fue nombrado, en 1595, obispo de Zebú, en Filipinas; Fr. Agustín Dávila y Padilla (1562-1604), mexicano también, fue arzobispo ilustre de Santo Domingo; Fr. Rodrigo de Bastidas, hijo del conquistador Bastidas, fue obispo gobernador de Coro; Vértiz, nacido en México, fue gran virrey del Río de la Plata. Relativamente hubo pocos152. Carbia ha estudiado el inconformismo americano de fines del XVIII: los americanos se sentían desamparados, hicieron circular panfletos considerando ofensivo su alejamiento de los puestos públicos, y hasta enviaron un documento a Carlos III exponiéndole sus agravios por no tenérseles en cuenta para esos puestos153. Y sin embargo, a los funcionarios españoles les parecía que unían una intervención excesiva y los consideraban inferiores y hasta herejes. El cabildo de México, en memorial al rey, e1 2 de.mayo de 1771, le dice: “Días ha reflexionabamos, n sin el mayor desconsuelo, que se habían hecho más raras que nunca las gracias y privisiones de Vuestra Majestad a favor de los españoles americanos, no sólo en la línea secular, sino aun en la edesiástica, en que hasta aquí habíamos logrado atención. Lo observábamos, pero conteníamos nuestro dolor dentro del más respetuoso silencio, y no lo romperíamos jamás aunque no lográramos otro beneficio de Vuestra Majestad que el incomparable de reconocernos sus vasallos”...154. Se ve que a medida que aumentaba la importancia, social y política de los americanos se quería restringir su poder. El 14 de diciembre de 1795 el presbítero Cipriano Santiago ViIlota, en carta de Arequipa, decía que había ciudades en las que, desde el alcalde hasta el último. regidor, todos eran españoles. Y no satisfecho aún, en vísperas de la Revolución, el virrey del Río, de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, proponía a la metrópoli que los magistrados americanos de las audiencias de Buenos Aires y Charcas fueran reemplazados por peninsulares155. 143 Esa rivalidad entre peninsulares, y americanos se manifestó en una serie de movimientos políticos a todo lo largo del período colonial. Túpac Amaru, en 1780, que se propuso la total expulsión de América de los españoles europeos, trató de atraer a la sublevación no sólo a los mestizos, que tenían con los indios el parentesco de la sangre (él mismo era, además, mestizo), sino también a los criollos, a los que llamaba “mis amados criollos”; “quiero —les dice— que vivamos como hermanos y congregados en un cuerpo, destruyendo a los europeos”; a algunos los atrajo efectivamente a la causa indígena, y el criollo cuzqueño Felipe Miguel Bermúdez figuró en su gobierno. Aun después de la Independencia, el resentimiento antiespañol se manifestó, desorbitado, en el régimen del tirano Francia, que prohibió el matrimonio de paraguayos y españoles y persiguió y encarceló a los españoles. II) LOS INDIOS. En principio eran vasallos libres de la corona, pero desde el primer momento hubo varias categorías de indios. Los caribes de las Antillas y los indios sublevados de todas las regiones fueron sometidos a la condición de esclavos y se les podía marcar en la frente y venderlos, aunque se prohibió que se les sacara de las Indias. Luego hubo una categoría de indios, los naborías, sometidos a una especie de esclavitud limitada, pues no podían venderse (por lo común criados de la casa a los que se atribuía incapacidad para ser libres). En las postrimerías del régimen colonial todavía se podían hacer incursiones periódicas entre los indios bravos en busca de esclavos; a veces las organizaban los misioneros y volvían con niños, mujeres y ancianos; los niños quedaban en categoríá de poitos (de hecho esclavos, dice Humboldt, hasta que se casaban); esas incursiones se hicieron en el Orinoco y en México entre los mecos y apaches; las autoridades eclesiásticas las reprobaron, y cesaron al finalizar el siglo XVIII. Para el estudio de las castas interesa sobre todo el indio libre. Aunque el indio era vasallo libre, estaba sometido a una serie de dis144 posiciones especiales (deberes y derechos) que lo distinguían jurídica y socialmente de las demás castas: a) Tributo personal. La encomienda del siglo XVI se disolvió paulatinamente en el tributo personal. Los indios pagaban un tributo por cabeza. Desde 1578 sólo lo pagaban los indios de 18 a 50 años, y desde 1618 sólo los varones. En 1746 el tributo indígena llegó a sumar la cantidad de 650.000 pesos, y en 1807 1.200.000 pesos (Humboldt, Ensayo, IV, 226, libro II, cap. XIII; en otro pasaje dice que el tributo indígena sumaba 1,300,000 pesos sobre una renta total de 20 millones). En cambio, los indios estaban exentos de todo impuesto directo y no pagaban alcabala. El importe del tributo variaba en las distintas regiones, y según Humboldt había disminuído en los últimos 200 años: en 1601 era de 32 reales de plata y 4 reales de servicio real, en algunas intendencias se redujo a menos de la mitad y hasta a un sexto (Carrancá y Trujillo dice que era de 16 reales anuales o sea 2 pesos, y además un real para ministros del culto y hospital). Pagaban además derechos parroquiales (por bautismo, casamiento o entierro) y ofrendas voluntarias. Los caciques y herederos de los monarcas indígenas estaban exentos del pago de tributo156. También, por los servicios prestados a la corona, los tlaxcaltecas. En casos de escasez o calamidad pública había moratoria para el pago, o se les podía dispensar del pago cuando había causa justificada. Una parte del tributo se dedicaba a los hospitales indígenas157. b) Se gobernaban en sus comunidades por sus propias autoridades y de acuerdo con las leyes y costumbres propias, siempre que no estuvieran en contradicción con la religión católica y con las leyes de Indias158. c) Debían vivir en sus pueblos o reducciones y gobernados por ellos mismos. En sus pueblos conservaban sus costumbres, sus idiomas y sus trajes, cultivaban sus tierras o se distribuían el trabajo de acuerdo con su propia organización y tenían plena libertad para, la 145 venta del producto de su trabajo (en México se les llegó a prohibir que se vistieran a la manera española y que aprendiesen ciertos oficios, como el de armeros). En esos pueblos y reducciones no podían vivir ni españoles, ni negros, mestizos o mulatos, aunque hubiesen comprado tierras en ellos (ni siquiera los encomenderos), y únicamente los mestizos o zambos hijos de indias, que hubieren nacido en esos pueblos o heredasen allí las casas o haciendas; transitoriamente podían los españoles estar dos días en pueblo de indios, y los mercaderes hasta tres159. Al aumentar los españoles y mestizos que participaban en las labores del campo fue fatal la convivencia, y aun con pardos, negros y mulatos libres; así quedan testimonios —de América Central, por ejemplo— de que pueblos de indios pedían en ocasiones a las autoridades que echaran de sus términos a mestizos, negros y mulatos160 5. En las ciudades españolas los indios debían vivir separados de las otras castas, pero esa separación casi nunca se aplicó rigurosamente: en la ciudad de México la traza que separaba la población española de la indígena se había perdido a fines del XVII, y en las casas de los españoles había grandes patios o corrales en los que vivía gran número de indios, aun en el centro de la ciudad; a consecuencia del tumulto de 1692, los bandos del conde de Galve tendieron a arrojarlos a los suburbios, separados de los españoles161 6. Una real cédula del 13 de noviembre de 1781 prohibía a los indios toda clase de trato y comunicación con los mulatos, negros y demás castas semejantes, “por los males y vicios que aprenden con su trato y amistad”. Se quería evitar así el concubinato, y aun el matrimonio, de indias con negros y mulatos. Y se quería evitar también el de indias con blancos: además de la prohibición de que los blancos vivieran en pueblos de indios, los navegantes o viajeros no podían llevar consigo indias casadas o solteras, “porque peligra la honestidad”162. d) Estaban exentos del servicio militar y se les prohibía llevar armas. También se pro hibía que se les vendiesen armas163. Pero desde 146 la época de la conquista hasta la independencia actuaron en tropas auxiliares. Más tarde, como consta para el Río de la Plata, a comienzos del XIX, se los incorporó a regimientos de pardos y morenos, con oficialidad blanca. e) No hubo nunca, para los indios, restricción de orden educativo. Una real cédula de 1513 dispuso que los hijos de los caciques de la Española fuesen enseñados en el arte de la gramática (gramática era gramática latina) por el bachiller Hernán Juárez164. Desde la época de la conquista los sacerdotes y misioneros se preocuparon por enseñarles doctrina cristiana y las primeras letras, sobre todo en los conventos franciscanos y jesuíticos; Fr. Pedro de Gante fundó una escuela en Tezcoco en 1523, y luego en México la escuela de San José de Belén de los Naturales, a la que acudieron los hijos de los principales señores; antes de que hubiera ningún establecimiento de enseñanza para españoles, los franciscanos fundaron en la Nueva España el Colegio de Santa Cruz para los indios nobles, en el Convento de Santiago Tlaltelolco, que inauguró solemnemente el primer virrey de México, D. Antonio de Mendoza, el 6 de enero de 1536 y que tuvo como rector a Fr. Bernardino de Sahagún165 4. Una real cédula del 17 de julio de 1550 ordenaba que se les enseñase gratuitamente la lengua castellana a los que voluntariamente la quisiesen aprender (indica que esa enseñanza podían impartirla los sacristanes); en cada pueblo indígena debía señalarse hora para que los indios acudieran a oír la doctrina cristiana166; en el siglo XVI, en el Colegio de Vasco de Quiroga, en San Nicolás, los hijos de los caciques tarascos recibían instrucción general, y muchos de ellos se volvieron excelentes latinistas. En el Cuzco se fundó el Colegio de San Francisco de Borja, dedicado a los hijos de indios nobles y de caciques, en el que se educó José Gabriel Condorcanqui, proclamado luego Inca Túpac Amaru. Con el tiempo, el afán de educar a los indios se relajó bastante, y se dice que D. Juan de Castilla, cacique de Puebla, se afanó en vano en Madrid, en el año 1700, para que se fundara un colegio en su patria167. 147 j) Una serie de disposiciones jurídicas de carácter tutelar: los delitos contra los indios eran considerados delitos públicos y castigados con mayor rigor que contra españoles; los pleitos de indios debían resolverse gratuitamente y a verdad sabida (es decir, sumariamente) y tenían defensores gratuitos (protectores de indios); palabras injuriosas o riñas sin intervención de armas no eran materia de proceso, sino de reprensión; la Inquisición no tenía jurisdicción sobre ellos; las leyes favorables a los indios debían ejecutarse aunque hubiera apelación; no se les podía utilizar en obrajes de paños, lana, seda o algodón, ni en ingenios de azúcar168. g) Una serie de restricciones: no se les podía vender vino ni armas, no podían andar a caballo ni trasladarse de un pueblo a otro (bajo pena de veinte azotes) o vivir fuera de sus reducciones169. El licenciado Palacio decía que había una república de españoles y una república de indios. Todas esas disposiciones, restricciones, medidas tutelares, segregación racial, etc., tendían efectivamente a ello. Pero la realidad fue en gran parte distinta. El continuo mestizaje entre indias y españoles tendió un puente entre ambas repúblicas y llegó en muchas partes a fundirlas170. III. LOS MESTIZOS. En la primera época de la conquista y de la colonización, los mestizos adoptados por sus padres, ya fuesen legítimos o legitimados, tenían todos los derechos de los blancos: Martín Cortés, hijo de doña Marina, recibió de Su Majestad el hábito de Santiago, peleó como capitán en Argel y Alemania y murió en España en las guerras de Granada; Diego de Almagro el mozo, hijo de una india de Panamá, fue elegido por sus partidarios gobernador del Perú; Juana de Zárate, hija natural de una india del Perú, heredó, para cuando se casara, el cargo de adelantado y gobernador del Río de la Plata y el título de Marquesa del Paraguay; el Inca Garcilaso de la Vega llegó a ser en España capitán de Su Majestad. En todo el siglo XVI los mestizos fueron jefes de expediciones conquistadoras, 148 fundadores de pueblos, vecinos, encomenderos, sacerdotes. Tenían acceso a la milicia, al clero y a la universidad (véase pág; 246). Pero pronto, ya en el siglo XVI, los temores políticos inspiraron una serie de medidas restrictivas que los convirtieron poco a poco en una de las castas de la población: 1) El emperador Carlos V dispuso que en los casos permitidos de cargar indios no se concediera esa licencia a ningún mestizo que no fuera vecino o hijo legítimo de vecino, ni aun en lugares donde no hubiera caminos abiertos, ni siquiera cuando lo consintieran los indios y fuera ya costumbre171. 2) Una real cédula de Felipe II, del 19 de diciembre de 1568, reiterada el 1º de diciembre dé 1573, prohibía que llevaran armas los mulatos y zambos, pero autorizaba que las llevaran los mestizos que vivieran en lugares de españoles y mantuvieran casa y labranza, pero no los otros, y siempre con licencia del que gobernare172. De hecho era una prohibición. Cristóbal Maldonado, desterrado en España por el licenciado Castro a causa de una presunta sublevación de mestizos, en un Memorial presentado al Consejo de Indias, en 1574, sobre socorro que se podían prestar a Chile, donde los indios estaban sublevados, aconsejaba: “Dése licencia a los mestizos que traigan armas, que están afrentados de no las traer y son más de 500, y entre ellos gente principal, cargándoles dos años de servicio en Chile”. En esa ocasión el Consejo de Indias dió respuesta negativa173. Luego veremos que llegó a prohibírseles que fueran soldados. 3) Una real cédula de Felipe II, del 11 de enero y 5 de marzo de 1576, dispone que los mestizos no pueden ser caciques, y que si algunos lo fueren sean removidos, y los cacicazgos se den a indios174. 4) Una real cédula de Felipe II, Madrid, 15 de noviembre de 1576, reiterada por Felipe IV el 7 de junio de 1621, establecía que los virreyes y audiencias no admitiesen ni consintiesen informaciones a mestizos y mulatos para ser escribanos y notarios públicos175. 149 5) Una real cédula de Felipe II, de Madrid, 20 de noviembre de 1578, dispone que los mestizos no pueden ser elegidos protectores de indios, “porque así conviene a su defensa, y de lo contrario se les puede seguir daño y perjuicio”176. 6) Las órdenes religiosas de México se opusieron en repetidas ocasiones a que indios, mestizos o criollos recibieran órdenes sagradas. El III Concilio Mexicano, en 1585, ordenó (canon III, título III, libro I) que “no se admita a las órdenes, sin grande consideración y cuidado, a los que descienden en primer grado de indios o de moros o de aquéllos que tuvieron por padre o madre algún negro”. A pesar de ello, una cédula real de Felipe II, de San Lorenzo del Escorial, 31 de agosto y 28 de septiembre de 1588, encarga que los arzobispos y obispos de Indias ordenen de sacerdotes a los mestizos, previa averiguación de su capacidad, vida y costumbres, y siempre que sean “de legítimo matrimonio nacidos”; igualmente establece que las mestizas sean admitidas en los monasterios y profesiones monásticas, previa información sobre la vida y costumbres177. Esa condición —de que fueran hijos legítimos— rezaba también para los blancos: los hijos ilegítimos necesitaban dispensa papal para ordenarse178. Las corporaciones eclesiásticas renovaron constantemente las trabas, y una bula de Clemente XII, del 6 de agosto de 1739, prohibió que se recibiera en la orden de San Agustín de México a mestizos y mulatos, por ser individuos generalmente despreciados por la sociedad, indignos de ocupar puestos públicos y de hallarse al frénte de la dirección de las almas179. 7) Una real cédula de Felipe III, Valladolid, 30 de agosto de 1608, establece que en los socorros que fueren de Nueva España a Filipinas no vayan mestizos ni mulatos “por los inconvenientes que se han experimentado”180 8) Una real cédula de Felipe IV, del 23 de julio de 1643, reiterada cuatro veces, la última el 23 de marzo de 1654, dispone que no 150 se asienten plazas de soldados a mulatos, morenos ni mestizos181. Sin embargo, circunstancialmente se formaron regimientos de mestizos en las distintas regiones, cuando lo imponían las necesidades. En 1647 observaba Solórzano Pereira que había muchos soldados mestizos en Portobelo. En 1763, los voluntarios españoles de la milicia de Huancavelica desobedecieron la orden de Antonio de Ulloa de marchar junto con algunas compañías de mestizos; producido el conflicto, el Virrey dió la razón a los españoles y Ulloa tuvo que humillarse ante el capitán de los voluntarios182. La actitud de Solórzano Pereira hacia estas medidas fue ecléctica (Política indiana, libro II, cap. XXX): Los nacidos de legítimo matrimonio y que manifiesten virtudes adecuadas deben ser admitidos —dice— a todas las honras y oficios, y los hijos de adulterio o de concubinato no; pero si en ellos concurriese virtud conocida y segura, y habilidad y doctrina, cree que pueden ser provechosos para adoctrinar a los indios. Y agrega: “es necesario ir en ello con mucho tiento, porque vemos que los más salen de viciosas y depravadas costumbres y son los que más daños y vejaciones suelen hacer a los mismos indios”. Le parece duro e inconsecuente, “si no es que se entienda con mestizos ilegítimos”, que no se les permita sentar plaza de soldados (dice que en Portobelo hay muchos soldados mestizos). También la prohibición de que puedan ser escribanos se ha de entender —cree— para los ilegítimos, a no ser que mestizos en ese caso equivalga a zambos o zambaigos. En resumen dice: “Los mestizos es la mejor mezcla que hay en las Indias”. Las restricciones no eran muy numerosas y seguramente no afectaban a los mestizos de posición destacada, que estaban en general en la misma situación que los criollos, con los cuales se confundían en la práctica. Ya veremos después que los mestizos con 1/8 de sangre indígena eran considerados blancos. Pasaban también por blancos los que tenían ascendencia indígena algo lejana, aunque la proporción de 151 sangre fuera mayor. Los padrones coloniales prueban que los mestizos eran pocos y los blancos muchos183. Más que las restricciones de orden legal pesaban sobre ellos las de orden.social. El 8 de marzo de 1723 el Cabildo..de Buenos Aires acordó que el maestro de niños Alonso Pacheco enseñara a leer y escribir a españoles e indios, pero sólo doctrina cristiana a mestizos y mulatos, teniéndolos apartados en la escuela y en los actos públicos. Ya hemos visto la reacción de la milicia española de Huancavelica, que hubiera sido inconcebible en el siglo XVI. En 1801 al publicar el coronel Cabello, en Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil y lanzar la iniciativa de creaci6n de una Sociedad Patriótica, inspirada en una ideología liberal, dice en la enunciación de los estatutos: “no se ha de poder admitir en ella ningún extranjero, negro, mulato, chino, zambo, cuarterón o mestizo. . ., porque se ha de procurar que esta Sociedad Argentina se componga de hombres de honrados nacimientos y buenos procederes”184. Es en la última época del período colonial cuando puede hablarse realmente de los mestizos como de una casta social. Sin duda el nombre de mestizos no designaba entonces a todos los que tuvieran algún antepasado indígena, sino únicamente a las personas aindiadas que se encontraban en los peldaños más bajos de la escala social. IV. LOS NEGROS. — Podían ser esclavos o libres. Los esclavos se marcaban a fuego en la frente o en las espaldas, práctica que se abolió por real orden del 4 de noviembre de 1784. Los esclavos podían adquirir su libertad por merced de sus amos (carta de Libertad) o porque la comprasen ellos mismos (rescate), por una cantidad que en la época de Humboldt era de 300 6,400 pesos. Tanto los libres como los esclavos estaban sujetos a una serie de medidas restrictivas que los diferenciaban de las otras castas: no podían andar de noche por ciudades, villas o lugares, llevar armas y tener indios o indias a su servicio («porque hemos entendido —dice la real cédula del 14 de noviembre de 1551— que muchos negros tienen a las indias por mancebas o las 152 tratan mal y oprimen”); sus mujeres no podían llevar oro, seda, mantos y perlas185, y sus hijos no podían ingresar en los establecimientos de enseñanza (sólo había que enseñarles la doctrina cristiana)186. El régimen jurídico de la esclavitud está detallado en la Recopilación, libros III, VIII y IX. Los negros (y también los mulatos y zambos) no podían llevar armas, pero la necesidad hizo que se los incorporara a la milicia. Francisco Hernández Girón, sublevado en el Perú, organizó un ejército de más de 300 negros, con capitán general, que tuvieron actuación destacada en las luchas civiles. El gobierno colonial convocaba y organizaba a los negros y mulatos en los momentos de peligro, sin duda por su gran valor combativo, y finalmente llegó a formar compañías, batallones y regimientos de negros y mulatos (a los que se llamaba éufemísticamente morenos y pardos), con oficialidad blanca. Una cédula real de Felipe IV, de Madrid, 24 de julio de 1623, manda: “Los morenos libres de algunos puertos, que no siendo labradores se ocupan en la agricultura, y todas las veces que hay necesidad de tomar las armas en defensa de ellos proceden con valor, y guardando los puestos señalados por los oficiales de guerra arriesgan sus vidas y hacen lo que deben en buena milicia, acudiendo a las faginas y cosas necesarias a la guerra y defensa de los castillos y fuerzas, deben ser muy biep tratados por los gobernadores, castellanos y capitanes generales, pues están a su cargo, y gozar de todas las’ preeminencias que se les hubieren concedido”. Y en real orden del 19 de marzo de 1625 dice: “La compañía de morenos libres de Panamá acude a todas las ocasiones que se ofrecen de nuestro real servicio muy a satisfacción de los gobernadores, haciendo las trincheras y acudiendo a las guardias ordinarias de día y de noche, y se les ha fiado siempre el cuerpo de guardia principal y dado socorro como a los demás soldados que van de otras partes en ocasiones de guerra. Ordenamos y mandamos al gobernador y capitán general de Tierra Firme que les guarde y haga guardar las preeminen153 cias que hubieren gozado, y en las ocasiones sean socorridos como los demás soldados que sirvieren en aquella tierra, y en todo lo posible los ayude y fortalezca”187. Así como tenían lugar aparte en la milicia, lo tenían también en los gremios: los maestros zapateros pardos y morenos de Buenos Aires, por ejemplo, solicitaron en 1794 permiso para establecer gremio propio, pues en el formado por los españoles e indios, con cofradía y estatutos, y aprobado por el virrey, se excluye de les empleos del gremio, voz activa y pasiva, a los de color pardo188. A los espectáculos asistían en lugar aparte: en las representaciones del Teatro de la Ranchería de Buenos Aires, en 1783, los blancos pagaban dos reales el asiento, y un real los negros y mulatos. Manuel Belgrano, en una memoria presentada al Consulado dice “Los blancos prefieren la miseria y la holgazanería antes de ir al trabajo alIado de negros y mulatos”. Ya hemos visto que la Sociedad Patriótica de Buenos Aires no aceptaba en su seno ni extranjeros, ni negros, ni mulatos, ni chinos, ni zambos, ni cuarterones, ni mestizos. Los españoles podían casarse con negras, mulatas, etc., pero se llegó a limitar en parte esta libertad. El Ayuntamiento de Santo Domingo dirigió un Memorial al Rey quejándose de lo frecuentes que eran en la isla los matrimonios de militares de cierta graduación con negras y mulatas, que de esclavas pasaban a ser esposas, lo cual estaba mal visto por los inferiores jerárquicos; el Ayuntamiento proponía que a los casados con negras o mulatas no se les diesen ciertos cargos de elevada categoría. El Rey, por cédula del 2 de septiembre de 1687, accedió, pero con la salvedad de que los gobernadores comunicasen a la Junta de Guerra de Indias los militares que se hallasen en esas condiciones y que por antigüedad o servicios fuesen acreedores a recompensa o ascenso189. Pcsteriormente la real pragmática de los matrimonios, del 7 de abril de 1778, trató de evitar “los esponsales entre personas notablemente desiguales”, con el fin de que se restableciera 154 “el respeto debido a los padres y mayores”; la real cédula del 13 de noviembre de 1781 puso también trabas al matrimonio con indios al prohibir a éstos “todo trato y comunicación con mulatos, negros y demás castas semejantes, por los males y vicios que aprenden en su trato y amistad”190. El 31 de mayo de 1779, por real cédula de Aranjuez, Carlos IV dictó un verdadero código negrero para las colonias españolas, que resumimos a continuación191. Los amos tenían la obligación de instruir a los esclavos en la religión cató1ica y en las verdades necesarias para que fueran bautizados en el término de un año de residencia en las colonias (se les debía explicar la doctrina los días de precepto, hacerles oír misa y costear un sacerdote que les instruyera y les administrara los sacramentos; los días de trabajo, después de cumplida la labor, debían rezar el rosário en presencia del mayordomo o del amo). El amo debía alimentarlos y vestirlos adecuadamente, y también a sus hijos (niñas menores de 12 años y varones menores de 14), aunque éstos fueran libres. Debían descansar los días de fiesta de precepto. Se les reservaba principalmente el trabajo del campo y no las labores sedentarias, y el trabajo debía ser proporcionado a la fuerza y edad de cada uno. El trabajo era obligatorio de los 17 a los 60 años, y la jornada de sol a sol. Las mujeres debían tener labores adecuadas, separadas de los hombres, y nó podían ser jornaleras. Se reglamentaban sus diversiones y se prohibía que se reunieran los de haciendas diferentes. Debía proporcionárseles habitación y cama, asistencia en caso de enfermedad, los gastos de defunción, y mantenimiento en caso de invalidez. Tenían el derecho de libre elección matrimonial (el dueño del marido debía comprar a la mujer, o el dueño de la mujer al marido). Las sanciones contra amos o mayordomos de haciendas eran muy severas. Los amos y mayordomos podían imponer penas corporales a sus esclavos, sin contusión grave ni efusión de sangre; las penas mayores (muerte o mutilación) 155 debía decidirlas la audiencia. Se debía llevar un padrón de los esclavos; no podían ausentarse sin permiso y había que dar cuenta de su defunción. Una serie de tribunales y funcionarios estaban encargados de la salvaguardia de estas disposiciones. La Real Cédula de 1789 tendía a humanizar el trato de los esclavos. Humboldt observaba en su tiempo que estaban más protegidos en las colonias españolas que en otras partes. Azara observaba que eran mejor tratados en el Paraguay que en ninguna parte. Su situación real varió en las distintas regiones y dependió de los amos y del trabajo: labranza de la tierra, pastoreo, servicio doméstico, etc. Hay testimonios de que en el Perú podían trabajar varias horas en provecho propio. Podían comprar su libertad y la de sus hijos, y consta que algunos llegaron a tener granjerías y haciendas192. Los libertos debían pagar tributo y vivir con amo conocido. Jurídica y socialmente la posición del negro era inferior a la del indio. Económicamente era sin duda superior. V. LOS MULATOS. — Los hijos de negras esclavas y de españoles eran esclavos; pero cuando se los vendía, los padres que quisieran manumitirlos eran preferidos entre otros compradores193. Su situación jurídica era, por lo demás, igual que la de los negros, con las mismas restricciones, ya fueran libres o esclavos. Socialmente su posición era mucho más favorable. En la expedición de Pedro de Orsúa al Dorado figuraba un mulato, Pedro de Miranda, que tuvo parte importante en la muerte de su general, en 1561, y al que los conjurados nombraron después alguacil mayor del campo194. El mulato Juan Valiente, en Chile, “era un hidalgo español que a pesar de su piel se captó el cariño y el respeto de los propios conquistadores”, incorporándose a la aristocracia chilena. El 9 de enero de 1574 el virrey Enríquez de México señala a Su Majestad el peligro que constituyen los mulatos en la Nueva España, que son superiores en habilidad y fuerza a los mestizos, “como de hombres a muñecas, con ser hijos de españoles los mestizos”, y propone que los hijos de 156 negros y mulatos con indias sean declarados esclavos y que Su Santidad prohiba que las indias se casen con negros y mulatos195. Los mulatos — como los negros — no podían ingresar en establecimientos de enseñanza, para que no se rozaran con los niños blancos. Aunque no encontramos prohibición expresa en las leyes de la Recopilación, figuraba la prohibición en las constituciones de las universidades y en los reglamentos de las escuelas. Parece que tampoco se toleraba que se educaran por sí mismos, y Juan P. Ramos recoge la noticia de que un mulato de Catamarca fue castigado con 25 azotes en la plaza pública por haberse descubierto que sabía leer y escribir, “pena aplicada —dicen las actas capitulares— para escarmiento de indios y mulatos tinterillos, metidos a españoles”196. Pero este caso fue sin duda excepcionalísimo. En el mismo virreinato del Río de la Plata consta que la escuela de la Compañía de Jesús de Santiago del Estero había llegado en 1778 a tal decadencia que no había en ella más que “unos mulatos, negros y pardos, y éstos al parecer cuasi obligados, por indignos que son de letras, pues éstas se encaminan —dice el documento de la época— sólo al adorno de los jóvenes republicanos, como que en ellos ha de caer el gobierno de ella”197. La prohibición no era realmente absoluta, y los mulatos y zambos que encontraban protectores adecuados podían elevarse en algunos casos hasta el sacerdocio y las profesiones liberales, no sin tener que vencer grandes dificultades. Una real orden de 1765 reprendió al Obispo Salguero y Carrera por haber ordenado de sacerdotes a tres mulatos. El virrey Amat del Perú escribió en 1767 al Rey que existían profesionales de oscuro nacimiento y malas costumbres, manchados “con el feo borrón de un vilísimo nacimiento de zambos, mulatos y otras peores castas, con quienes se avergonzaban de alternar y rozarse los hombres de la más mediana esfera”, y que deseaba remediar un mal tan vergonzoso. Y ante la petición de que se calificara la legitimidad y la pureza de sangre 157 para ingresar en la universidad, el Rey contestó, por real cédula del 14 de julio de 1768, que debían observarse puntualmente las ordenanzas, constituciones y estatutos198. Que las dificultades no fueron invencibles lo prueba el hecho de que en los tres siglos de historia colonial ,emergieron algunas figuras de mulatos y de zambos notables por su capacidad y por su cultura: Fr. Martín de Porras, de la orden de Santo Domingo, que fue beatificado por bula del 8 de agosto de 1837199; el P. Tomás Rodríguez de Sosa, predicador de la Audiencia de Santo Domingo en la segunda mitad del siglo XVII, “sujeto docto, teólogo, virtuoso, de gran fruto en el púlpito, en la cátedra, en el confesionario”, según el arzobispo Francisco Pío de Guadalupe y Téllez, era pardo, esclavo de nacimiento, manumitido por su amo y ordenado por un prelado que apreció sus condiciones200; el P. Francisco Javier de Luna, arzobispo de Chuquisaca, fundador de la Universidad de Panamá; Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, una de las primeras figuras de las letras del Ecuador y prohombre de su revolución201; el doctor José Manuel Valdés, médico, catedrático de la escuela de San Fernando de la Universidad de Lima y poeta neoclásico202. Además; en época más tardía, poetas de Cuba como Juan Francisco Manzano y Gabriel de la Concepción Valdés, negro esclavo el primero (sus amigos le costearon el rescate a 1os cuarenta años), hijo ilegítimo de blanca y mulato el segundo203. A pesar de las dificultades, hubo negros, mutatos y zambos que pudieron instruirse, y el tan mentado caso de Catamarca habría que estudiarlo en sus detalles. Además, como veremos, había la posibilidad de eximirse de la condición de mulato por una cantidad de dinero, por merced real. Dice Solórzano, Política indiana, libro II, cap. XXX: “Si estos hombres hubiesen nacido de legítimo matrimonio y no se hallase en ellos otro vicio o defecto que lo impidiese, tenerse y contarse podrán y debrían por ciudadanós de dichas provincias y ser admitidos a las honras y oficios de ellas, como lo resuelven Victoria y Zapata, y a eso 158 puedo creer que miraron algunas cédulas reales que permiten ser ordenados los mestizos, y las mestizas recibidas por monjas, y admitidos a escribanías y regimientos”: (ley, VII, título VII, libro I, de la Recopilación). “Pero porque lo más ordinario es que nacen de adulterió o de otros ilícitos y punibles ayuntamientos; porque pocos españoles de honra hay que casen con indias o negras, el cual defecto de los natales les hace infames, por lo menos infamia facti, según la más grave y común opinión de graves autores, sobre él cae la mancha del color vario, y otros vicios, que suelen ser como naturales y mamados en 1a leche: en estos hombres hallo que por muchas otras cédulas no se les permite entrada para oficios algunos autorizados y de república, aunque sean protectorías, regimientos o escribanías sin que hayan expresado este defecto cuando los impetraron...También hay otras que prohiben que se les den ótdenes sacros, hasta que en otra cosa se mande”. Como se ve, involucra y confunde mestizos y mulatos. Y por su parte dice Félix De Azara, Descripción; I, 295: “Las leyes ponen al mulato en lá última clase, después de los europeos y sus hijos, de los indios, mestizos y aun negros; pero la opinión corriente los gradúa iguales a los negros y mestizos y superiores a los indios” . En sus Viajes por la América meridional; II, 159 (cap: XIV), después de haber hecho la apología de los mestizos del Paraguay, hace la de los mulatos: “Las mulatas —dice— son espirituales, finas y tienen aptitud para todo; saben escoger; son limpias, generosas y hasta magníficas cuando pueden: Lós mulatos tienen las mismas cualidades morales y la misma finura. Sus vicios más comunes son el juego de cartas, la borrachera y la trampa, pero los hay muy honrados”. Los considera muy superiores a los zambos, en lo físico y en lo moral, y más activos, ágiles, vigorosos, vivos y espirituales que aquellos mismos a quienes deben la vida. VI. LOS ZAMBOS. — Eran los hijos de négro e india, o viceversa, aunqúe el término designó también otras mezclas. Los hijos de es159 clava y de indio tenían la condición de esclavos; los hijos de negros (esclavos o libres) con indias tenían que tributar como los indios204. La legislación española trató de que los negros se casaran con negras, de que los negros de los encomenderos no tuvieran ninguna comunicación con indios, prohibió el amancebamiento de negros y mulatos con indias, y puso trabas al matrimonio ya toda clase de trato entre las dos castas. Los zambos vinieron así a estar en condición social inferiorísima. Todo lo que se prohibía a los negros (llevar armas, vestirse a la manera española, ir a las escuelas, vivir sin amo conocido, etc.) estaba prohibido también a los zambos. Hacia 1570 decía de ellos (los llama zambaigos) López de Velasco: “... vienen a ser la gente más peor y vil que en aquellas tierras hay”. Casi lo mismo dice Alcedo: “la casta más despreciada de todos, por sus perversas costumbres”, pero para él era zambo “el hijo de negro y mulata, o al contrario”. Y de ellos ha dicho el naturalista Felipe Gómez de Vidaurre: “Las dotes del alma malas, nada fieles, sumamente iracundos, crueles, traidores, y, en suma, gente cuyo trato debe rehuirse”205. Ya hemos visto que en las letras coloniales se destacaron sobre todo dos zambos: Manuel José Valdés en el Perú, Espejo en el Ecuador206. VII. OTROS TIPOS ÉTNICOS.— Además de estos tipos generales, había una serie de subtipos, resultantes de la mezcla entre esos seis. Los mestizos, mulatos y zambos y todos esos subtipos se comprendían con la designación general de castas de mezcla. La diferenciación de estos subtipos tenía importancia en la sociedad colonial, y hay una serie de pinturas del siglo XVIII que los ilustran gráficamente207. Vamos a estudiar esos cuadros de mestizaje y la variada nomenclatura de los tipos étnicos: 1) Una serie de 16 cuadros de 50 centímetros de alto por 40 centímetros de ancho, de la sección de etnología del Museo Nacional de México, con el título “Castas de México, época colonial”. Pertenecieron al general Riva Palacio, y Nicolás León cree que son copias 160 de principios del siglo XIX. En cada uno aparecen pintados el padre, la madre y el hijo, con sus colores, trajes y actividades características. Cada uno lleva su leyenda: 1. De español e india, mestizo; 2. De mestizo y española, castiza; 3. De castiza y español, español; 4. De española y negro, mulata; 5. De español y mulata, morisco, 6. De español y morisca, albino; 7. De español y albina, torna atrás, 8. De indio y torna atrás, lobo; 9. De lobo e india, sanbayo, 10. De sambayo e india, cambujo; 11. De cambujo y mulata, alvarazado; 12. De alvarazado y coyote, barzina; 13. De barcino y mulata, coyote; 14. De coyota e indio, chamiso; 15. De chamiso y mestiza, coyote mestizo; 16. De coyote y mestiza, ahí te estás208. 2. Una gran tela pintada del Museo Nacional de México, de 1.50 m. de alto por 1.06 m. de ancho, con 16 compartimientos ( de 0.357 m. de alto por 0.265 m. de ancho cada uno), elaboración distinta del mismo tema anterior y de fines del siglo XVIII. La reproducimos nosotros en este volumen (separando sus compartimientos), por ser mucho menos conocida209. El texto es el siguiente: 1. Español con india, mestizo; 2. Mestizo con española, castizo; 3. Castizo con española, español; 4. Español con negra, mulato; 5. Mulato con española, morisco; 6. Morisco con española, chino; 7. Chino con india, salta atrás; 8. Salta atrás con mulata, lobo; 9. Lobo con china, gíbaro; 10. Gíbaro con mulata, albarazado; 11. Albarazado con negra, cambiujo; 12. Cambujo con india, sambaigo; 13. Sambaigo con loba, calpamulato; 14. Calpamulato con cambuja, tente en el aire; 15. Tente en el aire con mulata, no te entiendo; 16. No te entiendo con india, torna atrás210. 3. Una serie de 16 pequeños cuadros, análoga a la anterior, existente en Michoacán (México), que llevan las siguientes inscripciones: “Modo de cómo se deben entender las generaciones de este reino de las Indias. l. Generación de español y de india produce mestizo. 2. De español y de mestiza produce castizo. 3. De español y de castiza produce español. 4. De español y de negra produce mulato. 5. De español 161 y de mulata produce morisco. 6. De español y de morisca produce albina. 7. De español y de albina produce tornatrás. 8. De español y de tornatrás produce tente en el aire. 9. De indio y de negra produce cambujo. 10. De chino cambujo y de india produce lobo. 11. De lobo y de india produce albarazado. 12. De albarazado y de mestiza produce barnocino. 13. De indio y de barnocina produce zambaigo. 14. De mestizo y castiza produce chamizo. 15. De mestizo y de india produce coyote. 16. De dicha y de indios gentiles”211. 4. Una serie de diez pinturas, cada una de 34 X 46 cm., del Muséum d’histoire naturelle de París, pintadas en el siglo XVIII en México por Ignacio de Castro, pintor de Puebla, y descubiertas por el profesor E. T. Hamy en una pequeña librería de París. La serie está incompleta: faltan los números 1-4 y 6-7. Llevan las siguientes designaciones: 5. De español y mulata nace morisco; 8. De indio y negra nace lobo; 9. De lobo y negra nace chino; 10. De chino e india nace cambujo; 11. De cambujo e india nace tente en el aire; 12. De tente en el aire y mulata nace albarazado; 13. De albarazado e india nace barzino; 14. De barzino e india nace campa mulalo; 15. De indio y mestiza nace coyote; 16. Indios pecos nombrados apaches212. 5. Una serie de diez telas mexicanas de la colección etnográfica del Museo de Historia Natural de Viena, resto de una serie mayor, posiblemente de veinte. Llevan la siguiente leyenda: 1. De español e india produce mestizo; 2. De mestiza y español produce castiza; 4. De negro y español[a] produce mulato; 5. De mulato y española produce morisco; 6. De español y morisca produce albino; 9. De indio y loba produce zambaigo; 10. De sambaigo e india produce albarrasada; 15. De mestiza y mulato produce campamulata; 18. De gíbaro y loba produce barcino; 19. De barcino y sambaiga produce genízaro213. 6. Una serie de 16 óleos del Museo Antropológico de Madrid (hoy Museo Etnológico del Instituto Bernardino de Sahagún) pintados por el artista poblano José Joaquín Magón a fines del siglo XVIII. 162 Proceden del reino de Guatemala; el cardenal Lorenzana los adquirió en México cuando fue arzobispo de esa ciudad y los llevó luego a Toledo. El no 1 lleva el título general: “Calidades que de la mezcla de españoles, negros e indias proceden en la América, y , son como se siguen por los números”. Llevan las siguientes inscripciones: 1. De español e india nace mestiza; 2. Español y mestiza producen castiza; 3. Español y castiza, torna a español; De español y negra sale mulato; 5. De español y mulata sale morisca; 6. De morisco y española, albino; 7. De albino y española, lo que nace torna atrás; 8. Mulato e india engendran calpamulato; 9. De calpamulato e india sale jívaro; 10. De negro e india sale lobo; 11. De lobo e india sale cambuja; 12. De indio y cambuja nace sambahiga; 13. De mulato y mestiza nace cuarterón; 14. De cuarterón y mestiza, coyote; 15. De coyote y morisca nace albarazado; 16. De albarazada y salta atrás sale tente en el aire214. 7. Una serie de veinte óleos procedentes del Perú, de autor anónimo, existentes en el Museo Antropológico de Madrid (actualmente Museo Etnológico del Instituto Bernardino de Sahagún). Es la misma que Blanchard describe como serie de diez y siete óleos de 0,91 m. de altura y 1,15 m. de ancho. Llevan, según Blanchard, las siguientes leyendas: 1. Indios infieles de montaña; 2. Indios serranos tributarios, civilizados; 3. Español. India serrana o civilizada. Produce mestizo; 4. Mestizo. Mestiza. Mestiza. 5. Español. Mestiza. Producen cuarterona de mestizo: 6. Cuarterona de mestizo. Español. Producen quinterona de mestizo; 7. Español con quinterona de mestizo producen español o requinterón de mestizo; 8. Negros bozales de Guinea; 9. Negra de Guinea o criolla. Español. Producen mulatos; 10. Mulata. Hija mulata. Padre mulato; 11. Mulata con español. Produce cuarterón de mulato; 12. Español. Cuarterona de mulato. Produce quinterona de mulato; 13. Quinterona de mulato. Requinterona de mulato. Español. 14. Español. Requinterón de mulato. Produce gente blanca; 15. Español. Gente blanca. Casi limpios de su origen; 16. Mestizo con india. 163 Producen cholo; 17. India con mulato producen chino; 18. Español con china producen cuarterón de chino; 19. Negro con india producen sambo de indio; 20. Negro con mulata producen zambo215. 8. Una serie de catorce cuadros de la casa Beamore Hants, exhibidos por lady Hulse con motivo del XVIII Congreso Internacional de Americanistas, que son el resto de una serie mayor. Se cree que los pintó un hijo ilegítimo de Murillo que estuvo en México. Según noticias de los poseedores, iban destinados como presente para el Rey de España, pero los capturó en el mar el almirante Westrow, que los cedió a su hermana Dorothy, casada hacia 1652 (?), madre del primer Sir Edward Hulse. Si estas noticias son exactas, esta serie es la más antigua que ha quedado y precede por lo menos en un siglo a todas las demás. Los cuadros llevan la siguiente leyenda (la ordenación numérica es, desde luego, incorrecta): 1. Indios bárbaros; 2. Indios mexicanos; 3. Indios otomites que van a la feria; 4. De español y india produce mestizo; 5. De español y mestiza produce castizo; 6. De castizo y española produce español; 7. De mestizo y de india produce coyote; 8. De mulato y mestiza produce mulato. Es torna atrás; 9. De indio y loba produce grifo. Que es tente en el aire; 10. De lobo y de india produce lobo. Que es torna atrás; 11. De negro y de india produce lobo; 12. De español y de morisca produce albino; 13. De español y mulata produce morisca; 14. De español y negra produce mulato216. 9. Una serie incompleta de 7 cuadros, del Museo Nacional de México, pintados al óleo sobre láminas de cobre —según Nicolás León— por J. Ignacio Castro, a fines del siglo XVIII. Miden 43 cm. x 73 cm. y llevan las siguientes inscripciones: 2. De español y mestiza nace castizo; 4. De español y negra nace mulata; 7. De español y albina nace torna atrás; 9. De lobo y negra nace china; 12. De tente en el aire y mulata nace alvarrasado; 13. De alvarrasado e india nace varsino; 15. De indio y mestiza nace mestindio. Según Nicolás León, están mal dibujadas, peor coloridas y es defectuosa su composición217. 164 Hasta ahora sólo se conocen estas nueve series; sin duda hay otras, que irán apareciendo. No tienen un valor antropológico riguroso, y a veces parecen fantasías de los pintores del siglo XVIII, que quizá procedían por encargo. Nicolás León, op. cit., 66, dice que se representaron además las castas en muebles y objetos diversos. Así, en biombos, en las antiguas bateas de Peribán (Michoacán), en algunas de Oliná (Guerrero) y en baúles, aparecen parejas de blancos, mestizos y negros que se pueden reconocer por el color y la indumentaria. Las denominaciones, como hemos visto, varían bastante de una serie a otra, y tal vez tenían validez regional. Además, la nomenclatura fue variando mucho en el curso del tiempo. Sin representación pictórica hay una serie de descripciones y gráficos que enriquecen aún más esa nomenclatura. Recogemos las siguientes: a) El Inca Garcilaso de la Vega da los siguientes nombres de las diversas generaciones del Perú: español o castellano, el procedente de España; criollo hijo de español y española nacido, en Indias (“es nombre que lo inventaron los negros”); negro o guineo, el negro procedente de Africa; mulato, hijo de negro e india; cholo, los hijos de mulatos (”los españoles usan dél por infamia y vituperio”); mestizo, hijo de español e india (“me lo llamo yo a boca llena y me honro con él”; rechaza el nombre de montañés que otros han abrazado con entusiasmo y que él dice que se impuso a los mestizos por menosprecio, para significar salvaje); cuatralbo, hijo de español y de mestizo (tiene la cuarta parte de sangre india); tresalbo, hijo de mestizo y de india (tres cuartos de sangre india)218. b) Jorge Juan y Antonio de Ulloa usan las siguiente nomenclatura, que es quizá la que se aplicaba en Cartagena de Indias o en el Perú en la primera mitad del siglo XVIII: 1. Blanco con negro, mulato; 2. Blanco con mulato, tercerón; 3. Blanco con tercerón, cuarterón; 4. Blanco con cuarterón, quinterón; 5. Blanco con quinterón, español; 6. Negro y sus mezclas (mulato, tercerón, cuarterón, quinterón), con 165 indio da zambo de negro, de mulato, de tercerón, de cuarterón y de quinterón; 7. Cuarterón o quinterón con mulato o tercerón, o bien tercerón con negro, da salto atrás; 8. Tercerón con mulato, o cuarterón con tercerón, etc., da tente en el aire219. c) El licenciado José Lebrón y Cuervo, en 1789, recogió en México la siguiente nomenclatura: 1. De español con mestiza, castizo; 2. Español con castiza, español; 3. Español con negra, mulato; 4. Español con mulata, morisco; 5. Español con morisca, albino; 6. Español con albina, negro, torna atrás; 7. Indio con mestiza, coyote; 8. Negro con india, lobo; 9. Lobo con india, zambaigo; 10. Indio con zambaiga, albazarrado; 11. Indio con albazarrada, chamizo; 12. Indio con chamiza, cambujo; 13. Indio con cambuja, negro, torna atrás con pelo liso220. d) A fines del siglo XVIII el P. José Sánchez Labrador sólo registra: 1. De europeo e india sale mestiza; 2. De europeo y mestiza sale cuarterona; 3. De europeo y cuarterona sale ochavona; 4. De europeo y ochavona sale puchuela, “enteramente blanca”221. e) En 1806, D. Hipólito Unanue, en sus Observaciones sobre el clima de Lima222, publicó una “Tabla de las diferentes castas que habitan en Lima, su origen, color y propiedades”. Usa la siguiente nomenclatura: 1. Blanco e india, mestizo; 2. Blanco y mestiza, criollo; 3. Blanco y negra, mulato; 4. Blanco y mulata, cuarterón; 5. Blanca y cuarterón, quinterón; 6. Blanca y quinterón, blanco; 7. Negro e india, chino; 8.. Negro y mulato, zambo; 9. Negra y zambo, zambo prieto; 10. Negro y zamba prieta, negro; 11. Negro y china, zambo. f) A principios del siglo XIX hizo Virey un estudio detenido de los distintos tipos de mezcla y su nomenclatura. Damos a continuación su cuadro223: 166 1. Blanco er 1 Grado 2. Blanco 3. Negro x negro x indio x indio : mulato : mestizo : zambo, lobo o chino (en México) 4. Negro 5. Negro 6. Blanco 2° Grado 7. Blanco 8. Indio 9. Indio 10. Indio 11. Negro x mulata x china x mulata x mestizo x zambo x mestizo x mulato x zambo : zambo, grifo o cabro : zambo : tercerón o morisco (a veces llamado cuarterón ) : cuatralbo, castizo : zambaigo : tresalbo : mulato prieto : zambo prieto 12. Blanco x tercerón er 3 Grado 13. Blanco x castizo Blanco x cuatralbo : cuarterón, albino : postizo u octavón 14. Mulato 15. Mestizo 16. Grifo 17. Mulato 18. Blanco 4° Grado 19. Blanco 20. Blanco 21. Blanco 22. Blanco 23. Negro 24. Negro : salta atrás : coyote : jíbaro : cambujo : quinterón : puchuelas : harnizos : albarrazado* : barzinos : cuarterón salta atrás : quinterón salta atrás x tercerón x cuarterón x zambo x zambaigo x cuarterón x octavón indio x coyote x cambujo x albarrazado x tercerón x cuarterón g) Humboldt, en su Ensayo político sobre la Nueva España, libro II, cap. VII, da las siguientes denominaciones: 1. blanco + indio = mestizo; 2. negro + indio = chino (en México, Lima, Habana) o zambo (en Caracas, México)224; 3. negro + zambo = zambo prieto; 4; blanco + mulato = cuarterón; 5. cuarterón + blanco = quinterón; 6. quinterón + blanco = blanco, Registra además la designación de satla atrás para el hijo que es más oscuro que la madre. h) México a través de los siglos, II, 472, reconstruye la siguiente nomenclatura: 1. El hijo de español e india se llamaba mestizo o 167 coyote; 2. De mestizo y española, castizo; 3. De castizo con española, español; 4. De español con negra, mulato; 5. De mulato con española, morisco; 6. De morisco con blanca, salta atrás (se creía que este fenómeno de atavismo se producía a la 3ª o 4ª generación, de una abuela negra con un blanco); 7. De salta atrás o torna atrás con india, chino; 8. De chino con mulata, lobo; 9. De lobo con mulata, jíbaro; 10. De jíbaro con india, albarrazado; 11. De albarrazado con negra, cambujo; 12. De cambujo con india, zambo o zambaigo; 13. De negro con india, también zambo o zambaigo; 14. De negro con zamba, zambo prieto; 15. De zambo con mulata, calpanmulata; 16. De calpanmulata con zamba, tente en el aire; 17. De tente en el aire con mulata, no te entiendo; 18. De no te entiendo con india, ahí te estás225. i) Ricardo E. Cicero, en el Catálogo de la colección de antropología del Museo Nacional, México, 1895, págs. 89-90, ha elaborado los siguientes esquemas de mestizaje226: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 Español Español Negro Mestizo Mulato Negro Castizo Morisco Zambo Salta atrás Calpán mulata Chino Tente en el aire Lobo No te entiendo Jíbaro Albarrazado Cambujo con con con con con con con con con con con con con con con con con con india negra india española española zamba española española mulata india zambo mulata mulata mulata india india negra india : mestizo : mulato : zambo o zambaigo : castizo : morisco : zambo prieto : español : salta atrás : calpán mulata : chino : tente en el aire : lobo : no te entiendo : jíbaro : ahí te estas : albarrazado : cambuja : zamba o zambaigo J) Nicolas León, Las castas del México colonial, México, 1924, ha elaborado unas representaciones gráficas de los porcentajes san168 guíneas de las distintas mezclas, con la siguiente nomenclatura, que resume las denominaciones usadas a través de la historia en las distintas regiones: 1 De no te entiendo con india, ahí te estás; 2. De tente en el aire y mulata, albararsado; 3. De español y morisca, albino; 4. De albarazado e india, barzino; 5. De chino e india, cambujo; 6. De barzino e india, campamulato; 7 De mestizo y blanca, castizo; 8. De blanco y mestiza, castizo cuatralbo; 9. De indio y mestiza, coyote; 10. De chamizo y mestiza, coyote mestizo; 11. De blanco y tercerona, cuarterón; 12. De blanco y china, cuarterón de chino; 13. De blanco y mestiza, cuarterón de mestizo o español; 14. De mulata y blanco, cuarterón de mulata: 15. De coyota e indio, chamizo; 16. De lobo y negra, chino; 17. De mestizo e india, cholo; 18. De castiza y blanco, español o españolo; 19. De negro y mulato, galfarro; 19 bis. De barcino y sambaiga, genízaro; 20. De blanco y requinterona de mulato, gente blanca; 21. De lobo con china, gíbaro; 22. De indio y loba, grifo o tente en el aire227; 23. De blanco y coyote, chamizo; 24. De negro e india, jarocho; 25. De blanco y gente blanca, limpios; 26. De indio y negra, lobo228; 27. (?) Lunarejo229; 28. (?) Mequimixtos; 29. De indio y mestiza, mestindio; 30. De blanco e india, mestizo; 31. De blanco y mulata, Morisco; 32. De blanco y negra, mulato; 33. De indio y mulata, mulato obscuro; 34. De tente en el aire y mulata, no te entiendo; 35. De blanco y cuatralba, octavón u ochavón; 36. De blanco y octavón indio, puchuela; 37. De blanco y octavón negro, puchuela de negro; 38. De blanco y tercerón negro, quinterón; 39. De blanco y cuarterona de mestizo, quinterón de mestizo; 40. De blanco y cuarterón de mulato, quinterón de mulato; 41. De quinterón de mestizo y requinterona de mestizo, requinterón de mestizo o español; 42. De quinterón de mulato y requinterona de mulato, requinterón de mulato; 43. (?) Rayados; 44. De cambujo e india, sambayo, sambahigo o sambaigo; 45. De blanco y albina, saltatrás (en México torna atrás)230; 46. De negro y tercerona, saltatrás cuarterón; 47. De negro y cuarterona, saltatrás quinterón; 48. De cambujo e india, 169 tente en el aire; 49. De blanco y mulata, tercerón o cuarterón cuatralbo; 50. De indio y mestiza, tresalbo; 51. De indio y negra, zambo; 52. De negro y zamba, zambo prieto. Es la nomenclatura más rica que hemos encontrado; Nicolás León ha recogido para ello las noticias de diversos autores, sobre México y sobre Amédel Sur, de los siglos XVI, XVII y XVIII. Quizá sería preferible una ordenación genealógica en vez de la alfabética. Como se ve, la nomenclatura varía bastante en los distintos autores y en las distintas regiones. Muchos de los nombres proceden de la nomenclatura de la cruza de animales: albarazado, barcino, cambujo, etc. Parece que la burocracia colonial se atuvo en gran parte a esos nombres, pero al pueblo llegaron muy pocos. Para designación de negros y mulatos el habla popular prefirió las designaciones eufemísticas de morenos y pardos, y aun éstas variaron en su contenido en el curso del tiempo231 . Independientemente de las divergencias de nomenclatura ¿cual era el valor real de todos esos cuadros y denominaciones? Una documentación abundantísima prueba su validez jurídica y social. El color de la piel decidía, en general, de la posición social. La sociedad del siglo XVIII daba importancia a la pureza de sangre, y a veces un rumor bastaba para desprestigiar a una familia. El color era decisivo, si no enteramente para ingresar en la milicia, sí para hacer carrera en ella. Era decisivo además para aspirar a cargos públicos. La vanidad social se entretenía en analizar y valorar la limpieza de sangre, proyección por lo demás de la tendencia española tardía a rechazar, ocultar y hurgar la contaminación con judíos y moriscos, que también tuvo sus manifestaciones en la América colonial. En el siglo XVIII se recurría con frecuencia a la Audiencia para que certificase la limpieza de sangre. Limpieza de sangre no significaba, sin embargo, absoluta pureza de sangre blanca. A principios del siglo XVIII una bula de Clemente XI establecía que los cuarterones y ochavones bautizados debían considerarse blancos. Ya hemos visto que los cuadros del siglo XVIII consi170 deraban español al que tenía 1/8 de sangre india y 1/16 de sangre negra232. Por Real Cédula de Aranjuez, del 10 de febrero de 1795, se podía obtener la dispensa de la calidad de pardo por la suma de 500 reales de vellón, y la dispensa de la calidad de quinterón por 800 reales de vellón. Otra real cédula, del 3 de agosto de 1801, concedía la dispensa de la calidad de pardo por 700 reales y la de quinterón por 1.100. Estas se llamaban gracias al sacar 233 2. El régimen de castas tendía a disolverse en una serie de diferencias económicas. Aun sin eso parece que la justicia procedía con generosidad, y que era muy frecuente la sentencia: “Que se tenga por blanco”. Sabemos además que a petición del Ayuntamiento y el Cabildo de Lima, Carlos IV dispensó a José Manuel Valdés, hijo ilegítimo de mulata y de indio, su condición de color y nacimiento, lo cual le permitió llegar a ser profesor de medicina de la Universidad de Lima. La sociedad era quizá menos generosa, y aun ciertos sectores del clero. El mismo José Manuel Valdés obtuvo del Papa una bula que le dispensaba del color para poder recibir órdenes sagradas, pero el Cabildo Metropolitano de Lima se alborotó y tuvo que retirarla234. Dicen Jorge Juan y Antonio de Ulloa en 1748: “Es tanto lo que cada uno estima la jerarquía de su casta y se desvanece en ella, que si por inadvertencia se les trata de algún grado menos que el que les pertenece, se sonrojan y lo tienen a cosa injuriosa, aunque la inadvertencia no haya tenido ninguna parte de malicia; y avisan ellos al que cayó en el defecto que no son lo que les ha nombrado, y que no les quieran sustraer lo que les dió su fortuna”235. La sublevación de Túpac Amaru en el Perú, en 1780, fue en gran parte expresión de la lucha de castas: el Inca tomó medidas “para el amparo, protección y conservación de los españoles criollos, de los mestizos, zambos e indios, y su tranquilidad, por ser todos paisanos y compatriotas, como nacidos en nuestras tierras, y de un mismo origen de los naturales, y de haber padecido todos igualmente dichas opresiones y tiranías de los europeos”; en cambio quería la total expulsión de América de los españoles europeos236. 171 Ya hemos visto que en 1801 el coronel Cabello, al enunciar los estatutos de la Sociedad Patriótica de Buenos Aires, no quería que entraran en ella negros, mulatos, chinos, zambos, cuarterones ni mestizos. En cuanto a los mestizos de español e india; hijos de legítimo matrimonio, los consideró después admisibles, y además llegó a pedir que Su Majestad aboliese todas las diferencias de casta. En su Memoria sobre que conviene limitar la infamia anexa a varias castas diferentes que hay en nuestra América, dice: “Todos los que habitamos esta parte del globo sabemos cuánta es la multitud y variedad de razas o castas de gentes que hay en la América que se juzgan y tienen por viles e infames, ya sea por derecho, ya por costumbre o por abuso, tales son: negros, zambos, mulatos, mestizos, cuarterones, puchuelos, etc. Es mi pensamiento que la demasiada extensión de esta infamia y la multitud de gente tenida y reputada por vil e infame es sumamente perniciosa a la religión y al estado”. Y agrega: “Es constante que las innumerables personas que hay en la América de las referidas castas, envilecidas por sola su condición y nacimiento, no son admitidas en las escuelas públicas de primeras letras a fin de que no se junten ni rocen con los hijos de los españoles. Por la misma razón no son admitidas en la carrera de las armas ni en alguna otra junta, congregación o comunidad de españoles. Si delinquen son castigados con los vergonzosos y afrentosos castigos que las leyes previenen para las personas viles e infames”. Y después: “¿Qué diré de las disensiones y pleitos que suelen originarse por razón de la vileza e infamia aneja a estas castas de gentes? Un falso popular rumor que se levante y difunda sin fundamento alguno basta para infamar las familias más acreditadas y para que los mal intencionados se juzguen autorizados a injuriarlas con los más viles sarcasmos. Si algún joven pretende tomar el estado del matrimonio con alguna persona de quien se sospeche o se diga que participa algo de semejantes razas o castas, aunque de muy remotas generaciones, aquí es el desacreditarse unas familias a otras, aquí las 172 disensiones, las enemistades perpetuas, los pleitos y los males sin fin... Envilecida esta clase de gentes con la bajeza de su nacimiento, se priva la iglesia de ministros y obreros evangélicos..., las artes y ciencias de sabios profesores, el reino de valientes y esforzados soldados, y finalmente el estado y la patria de ciudadanos que pudieran servirle de notable utilidad y esplendor”237. Y aun después de 1810 se cuenta que en las antesalas de la Asamblea de 1813 el general Pueyrredón ponía reparos a la limpieza de sangre de Monteagudo, del que se decía que tenía ascendencia negra. Iguales testimonios hay de la Capitanía General de Caracas. El acta del Ayuntamiento de Caracas, del 14 de abril de 1796, dice: “Los pardos, mulatos y zambos, cuya diferencia en la común acepción no es conocida o casi es ninguna”, tienen “el infame origen de la esclavitud yel torpe de la ilegitimidad”238. Y en un juicio seguido en Aroa por don Domingo Arocha contra Manuel León Arráez por haberle llamado zambo, dice el abogado de Arocha: “En cuanto a suponer a mi poderdante la cualidad de zambo, es lo mismo que suponerlo esclavo o descendiente de esclavos, pagano o descendiente de proscripta unión de sangres, incapaz de obtener los empleos eclesiásticos, políticos o militares del Reino, negado a todas las honras y preeminencias, despedido de las concurrencias entre personas de distinción, nacido en la última y más baja clase del pueblo, condenado a la privación de todas las cualidades de ciudadanos; en una palabra, que es Arocha persona infame, pues de hecho lo son todos los zambos, y como tales son contados entre los hombres”239. Y finalmente hay una serie de testimonios de México. El obispo de Michoacán, en 1799, decía que entre mestizos y mulatos “hay muchas familias que por su color, su fisonomía y modales podrían confundirse con los españoles, pero la ley los mantiene envilecidos y menospreciados”. Lucas Alamán, a principios del XIX, decía que las castas, infamadas por la ley y condenadas por las preocupacio173 nes, eran la parte más útil de la población”240. Y Humboldt (Ensayo, I, 262), hacia ese mismo tiempo, observaba: “El color de la piel decide en América de la clase social; las castas descendientes de los negros esclavos están notadas de infames por la ley”. El régimen de castas tenía que disolverse pór la continuación misma de ciertas trabas legales. Las castas eran una consecuencia del mestizaje, pero el mestizaje mismo tendía a la disolución de las castas, a la nivelación étnica. La revolución de la Independencia le asestó el golpe de gracia, al menos de derecho, aunque no puede negarse que quedan supervivencias sociales hasta la actualidad. En 1813, Morelos ordenó por bando que quedase abolida “la hermosísima jerigonza de calidades, indio, mulato, mestizo, tente en el aire, etc., y que sólo se distinguiese la regional, nombrándose todos generalmente americanos”. Con la Independencia se aceleró la fusión de todas las capas de la población y se dió un gran paso hacia la homogeneidad étnica de los distintos países de América. 174 NOTAS Memorial de las historias del Nuevo Mundo, Lima, 1631. Dice en la página 288: “cuando se descubrieron las Indias de todo el Occidente avía en ellas más de 170 millones de indios naturales”, como lo afirman Pedro Fernández de Quirós, en sus memoriales a Felipe III; Juan Metello, a quien cita Sanguinero, y lo afirma en su Teatro de la vida humana, vol. 12, libro 3. 2 Pedro Mexía de Ovando, Libro o memorial práctico del Nuevo Mundo, 1639 (ms. 3083 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 106). Lo mismo dice en su Epítome del Gobierno de Indias, ms. de 1638, fol. 38 r.: “De más de ducientos millones que había de indios tributarios en la Nueva España, en el Pirú, Nuevo Reino y las islas referidas [las Antillas], apenas se hallan dos millones, porque se han consumido y retirado muchos dellos a los llanos, con los gentiles, por justos juicios” (cit. por Manuel Serrano y Sanz, en el prólogo de la Ovandina, tomo XVII de la Colección de libros y documentos referentes a la historia de América, Madrid, 1915, pág. XLV. Las cifras de Mexía de Ovando no tienen valor objetivo. Forman parte de un alegato violento contra los abusos de la colonización, y hay que interpretarlas como las del P. Las Casas. 3 V. B. Riccioli, Geographiae et Hydrographiae Reformatae, Libri Duodecim, Bolonia, 1661, Venecia, 1672, Appendix: De Veririmili Hominum Numero, págs. 630-634 (cit. por Walter Willcox, Increase in the population of the earth and of the continents, en International Migrations, vol. II, National Bureau of Economic Research, Washington, 1931, p. 641.) Calculaba 100 millones en Europa, 500 en Asia, 100 en África y 100 en Oceanía. 1 175 G. King, Natural and political observations and conclusions upon the state and condition of England, 1696, cit. por Willcox, op. cit.). Calculaba una población mundial de 700 millones: 100 en Europa, 340 en Asia, 95 en África, 65 en América, 100 en Oceanía. 5 Encyclopedie Française, París, 1936, tomo VII, cuaderno 78, pág. 4. 6 No es extraña esa disparidad de cifras para América si se observa la disparidad de cifras para Europa: Riccioli, en 1661, calculaba unos 100 millones de habitantes; Vossius, en 1685, unos 30 millones (Savoignan, en Scientia, 1º de octubre de 1935). Clavijero, Storia antica del Messico, IV, 271, dice que Riccioli calculaba para América 300 millones de habitantes y Süssmilch en una ocasión 100 millones y en otra 150 millones. Ambos cálculos le parecen exagerados; en cambio le parece demasiado reducido el cálculo de Pauw, que asigna al continente de 30 a 40 millones de verdaderos americanos. 7 Willcox, op. cit., págs. 33-82. 8 Oscar Schmieder, en University of California Publications in Geography, vol. II (1926-1928). Cit. por Willcox, op. cit. Sólo algunos de esos datos están incorporados a la reciente obra de Schmieder, Länderkunde Südamerikas, Leipzig-Viena, 1932. 9 La población de cada país está calculada, en lo posible, dentro de las fronteras actuales. 10 Dice Humboldt, Ensayo, II, 98 (libro III, cap. VIII): “La vanidad nacional se complace en ensanchar los espacios y apartar, si no en la realidad, al menos en la imaginación, los límites del país ocupado por los españoles…Por la misma razón, y sobre todo para conciliarse el favor de la corte, los conquistadores, los frailes misioneros, y los primeros colonos dieron nombres grandes a cosas pequeñas. Más arriba hemos descrito un reino, cual es el de León, cuya población entera no iguala al número de los frailes franciscanos de España. Algunas chozas reunidas toman muchas veces el pomposo título de ciudades. Una cruz plantada en los bosques de la Guayana, figura en los mapas de 4 176 las misiones que se han enviado a Madrid y a Roma como un pueblo habitado por indios. Sólo cuando se ha vivido mucho tiempo en las colonias españolas, y se han visto de cerca estas ficciones de reinos, ciudades y lugares, puede el viajero formar una escala de proporción para reducir los objetos a su valor justo. La tendencia a magnificar la realidad americana, o a magnificarla en los informes enviados a Europa, se remonta a los primeros momentos de la conquista y de la colonización. Sobre las fundaciones del XVI hay una sátira de Mateo Rosas de Oquendo: refiere en sus versos que una vez salió con una expedición militar por el Tucumán, y después de caminar tres días fundaron una ciudad, “si son ciudad cuatro corrales”; se juntaron en cabildo y escribieron al virrey un pliego relatando cómo estuvieron tres días combatiendo contra 20.000 indios cayapanes, y pidiendo por lo tanto como recompensa libertades y franquicias, cuando “la verdad fue que los infelices naturales nos dieron de muy buena gana su tierra, sus chozas, y sus pobres ajuares, y de sangre no se ha derramado una onza” (citado por Alfonso Reyes, Sobre Mateo Rosas de Oquendo, en Revista de Filología Española, Madrid, 1917, IV, pág. 343). El comandante Oña, en el siglo XVIII definía así lo que llaman fuerte en el Río de la Plata: “llaman fuerte un corral…; toda su fortificación se reduce a cuatro frentes, los dos de 25 pasos y los otros dos de 40: éstos cubiertos con maderas que hasta ahora mantienen la misma tosquedad con que se criaron, muy desiguales…, y unos cueros que sirven de parapetos” (cit. por Vicente G. Quesada, en Historia, I, pág. 385). 11 P. Bernabé Cobo, Historia del Nuevo Mundo, 1890-1893, 4 volúmenes. Véase t. III, pág. 6. En la página 5 dice: es “muy poca la gente que la habitaba y menos la que tiene al presente”. 12 Véase el magnífico libro de Antonello Gerbi, Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo, Lima, 1944, págs. 34, 37, 50, 57. 13 Montesquieu, Lettres persanes, (carta CXXI; también carta CXVIII); Adam Smith, Investigación de la naturaleza y causas de la 177 riqueza de las naciones, libro IV, cap. VII. Los dos pasajes los cita Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador, Madrid, 1942, págs. 126, 142-143. 14 Sobre agricultura y ganadería coloniales véanse Emilio A. Coni, La agricultura, ganadería e industrias, en Historia de la Nación Argentina, IV, 1ª sección, 357-371 (se refiere al Río de la Plata); Ricardo Levene, Riqueza, industrias y comercio durante el virreinato, en Ibid., 373-429. Ricardo Cappa, Estudios críticos acerca de la dominación española en América: dedica los volúmenes V y VI a estudiar la Industria agrícola-pecuaria llevada a América por los españoles, Madrid, 1890. 15 Sobre la conquista y la colonización de los Estados Unidos y la actitud del conquistador anglosajón frente al indio, comparada con la de los franceses, véanse la Cambridge Modern History, VII, págs. 2-3, 6, 7, 8, 18, 27, 32, 36, 39, 42, 75, 97, 98, 101, 159, 171, 172, 174-175, 194, 220, 239, 337 y sigs. También John Bartlet Brebner, The explorers of North America, 1492-1806, Londres, 1933, págs. 117, 119-120, 124, 126, 139-140, 151, 153-154, 157, 158, 171, 194; Justin Winsor, Narrative and critical history of America, Boston, 1889 (un capítulo sobre tratamiento de los indios por ingleses y franceses); R. R. McMahon, The Anglo-Saxon and the North-American Indian, Baltimore, 1876; Friederici, Der Charakter der Entdeckung und Eroberung Amerikas durch die Europäer, III, Stuttgart, 1936, 345-427; Theodor Waitz, Anthropologie der Naturvölker, Leipzig, III, 1862, 241-299. Tenemos noticia de los siguientes trabajos que no hemos podido manejar: James A. James, English institutions and the American Indian, John Hopkins University Studies in Historical and Political Sciences, Baltimore, 1894; Ellery B. Crane, The treatment of the indians by the colonists, Proccedings of the Worcester Society of Antiquity, Worcester, Mass., 1904; Thomas P. Christensen, The historic trail of the American Indians, Iwoa, Laurance Press Co., 1933, 193 págs.; Foreman Grant, In178 dian removal. The emigration of the five civilized tribes of Indians, University of Oklahoma, 1932. Igualmente implacable fue la actitud de los conquistadores ingleses en las Antillas menores. Según el Père du Tertre, el gobernador inglés de Montserrat, para impedir que los indios huyeran del trabajo, les hizo sacar los ojos (Fernando Ortiz, en la Introducción a la Historia de la esclavitud de Saco, págs. XXXV a XXXIV). 16 Sobre la conquista portuguesa véase Friederici, op. cit., II, 150191, 198-224; Euclides da Cunha, Los sertones, Buenos Aires, 1938, 2 tomos; Enrique de Gandía, Las misiones jesuíticas y los bandeirantes paulistas, Buenos Aires, 1936; Theodor Waitz, Anthropologie, III, 448-467, etc. Bandeiras “banderas”, se llamaban las compañías, a veces de unos cuarenta hombres organizados por iniciativa personal, que salían en busca de oro, piedras preciosas e indios esclavos (resgatar indios); los miembros de las bandeiras se llamaban bandeirantes (es el nombre que tenían en el Sur, en S. Pablo, por ejemplo; los españoles los llamaban generalmente paulistas). Sertão era “la comarca inexplorada del interior”, y se llamaban sertanistas los exploradores o conquistadores del interior que se dedicaban a capturar indios. Pedro Mexía de Ovando, Libro o memorial práctico del Nuevo Mundo, año 1639, se ocupa en el Título XXI de las incursiones de los mamelucos o paulistas (resumido por Serrano y Sanz en el prólogo a la Ovandina, el cual cita además los informes del P. Ruiz de Montoya, P. Techo y Colección de documentos inéditos, CIV, 305-343). La colonización portuguesa tuvo también su P. Las Casas: el P. Antonio Vieira, de la Compañía de Jesús. Su sermón contra los esclavistas en 1653, en la iglesia de S. Luis de Marañón, se ha comparado con el célebre sermón de Fr. Antonio Montesinos en la iglesia de S. Domingo. 17 Las Ordenanzas de Alfaro (del oidor D. Francisco de Alfaro, aprobadas por Su Majestad en 1621, prohibían la guerra ofensiva contra los 179 indios. Luego se concedió permiso para hacerles guerra, cautivarlos y repartirlos, autorizándose (Real Cédula del 16 de abril de 1625) a marcarlos con hierro candente y venderlos dentro y fuera del país (Feliú Cruz y Monge Alfaro, Las encomiendas, 176). Dice D. Rafael Altamira: “El Estado español fue el primero en el mundo y en la historia que proclamó jurídicamente el reconocimiento sobre base de igualdad de un pueblo de los que entonces (y ahora) se estimaban como “inferiores”; y el primero también que reaccionó contra la teoría llamada “aristotélica”, (Resultados generales en el estudio de la historia colonial americana. Criterio histórico resultante, XXI Congreso Internacional de Americanistas, La Haya, 1924, pág. 431). 18 Sobre el Río de la Plata, véanse Vicente G. Quesada, Los indios en las provincias del Río de la Plata, en la revista Historia, Buenos Aires, I, 1903, 305-404 (estudia la lucha entre el español y el indio en los siglos XVII y XVIII); Id., Las fronteras y los indios, en la Revista de Buenos Aires, V, 1864; Rómulo Carbia, Los orígenes de Chascomús, La Plata, 1930; Roberto H. Marfany, Fronteras con los indios en el Sud y fundación de Pueblos en Historia de la Nación Argentina, IV, 1ª sección, 443 y sigs.; Id. El indio en la colonización de Buenos Aires, Buenos Aires, 1940; José Torre Revello, en Historia de la Nación Argentina, IV, 1ª sección. 529-536. Sobre Chile véase Guillermo Feliú Cruz y Carlos Monge Alfaro, Las encomiendas según tasas y ordenanzas, Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, Nº LXXVII, Buenos Aires, 1941, 90-124. 19 La Recopilación de las Leyes de Indias, promulgada en 1680, autorizaba que se hicieran esclavos, por actos de rebelión o crueldad, los caribes, araucanos y mindanaos (véase José María Ots, Sobre la esclavitud de indios y negros en la América española del periodo colonial, en la Revista Javeriana, julio de 1942, 22-26). Humboldt dice que en México se procedió así con los mecos y los apaches, pero observa que el procedimiento fue cada vez más raro en las postrimerías del periodo colonial y reprobado por las autoridades eclesiásticas. 180 Véase Friederici, op. cit., 36, 380, 381, 384, etc. Continuamente menciona este autor la intervención del indio en las guerras contra otros indios y en las luchas entre las distintas potencias conquistadoras. Los holandeses favorecieron las incursiones de los caribes en la Guayana española, les enseñaron a manejar armas de fuego y les compraban los indios capturados. Los españoles tomaron la Colonia del Sacramento, ocupada por los portugueses, en la Banda Oriental (Uruguay), con un ejército de guaraníes. Con guaraníes también derrotó el gobernador Zabala, en 1735, a los comuneros del Paraguay. A veces los blancos estimulaban la guerra entre las tribus indígenas, los portugueses incitaron a las tribus uruguayas de los yaros, charrúas y mboanes contra los guaraníes (años 1701, 1707, 1798), etc. Sobre la intervención de los indios de las misiones guaraníticas en las luchas entre España y Portugal y en expediciones contra otros indios, véase Guillermo Furlong, en Historia de la Nación Argentina, III, 613. 21 Silvio A. Zavala, La encomienda indiana, Madrid, 1935, Sección Hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos, vol. II; José María Ots, Instituciones sociales de la América Española en el periodo colonial, La Plata (Argentina), 1934, págs. 17-20, 35-36, 71-113; Simpson, The Encomienda in New Spain, Berkeley, 1929, y Studies in the administration of the indians in New Spain, Berkeley, 1938; Domingo Amunátegui Solar, Las encomiendas de indígenas en Chile, S. de Chile, 1909-1910; Enrique Torres Saldamando, Libro primero de los Cabildos de Lima, 1888, II, 137-151, (apuntes históricos sobre las encomiendas del Perú); Guillermo Feliú Cruz y Carlos Monge Alfaro, Las encomiendas según tasas y ordenanzas, Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, Nº LXXVII, Buenos Aires, 1941, (págs. 90-124: La encomienda en Chile). 22 En el norte de México hubo, en el siglo XVII, una especie de repartimientos, sin fundamento legal, con el nombre de congregas (véase México a través de los siglos, II, 672-673). Vicente G. Quesada, op. 20 181 cit., menciona casos de repartimientos de indios en el Río de la Plata, desaprobados enérgicamente por la corona. 23 Se distribuían en la siguiente forma: Charcas, 80,000 ducados; Cuzco, 130,000; La Paz, 80,000, Arequipa, 25,000; Guamanga, 8,000; Lima, 60,000; Guánuco, 8,000; Trujillo, 20,000; Piura, 2,000, Guayaquil, y Puertoviejo, 2,000; Tucumán, 20,000; Santa Cruz de la Sierra, 4,000; Paraguay, 6,000, Río de la Plata, 2,000; Quixos, 8,000; Chile, 12,000; Nuevo Reino de Granada, 50,000; Popayán, 20,000; Antioquía, 4,000, Los Musos, 2,000; Santa Marta, 4,000; La Garita, 2,000; Cartagena, 2,000; Veragua, 2,000; Venezuela, 12,000; Cumaná, 6,000; Nueva España, 150,000; Yucatán (con los tributos de Montixos), 100,000; Guatemala, 50,000; (ms. 3048 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 162, al parecer, del lic. Antonio de León.) 24 Ms. Del Museo Británico, citado por Means, op. cit., 181-182. Diego de Luna fue, durante cinco años, Protector General de los indios del Perú. 25 Dice Antonio Ulloa, Noticias Americanas, Madrid, 1772: “Es vulgaridad muy errada la de que el trabajo de las minas es recio y que aniquila a esta gente, porque ni uno ni otro sucede, siendo buena prueba la de acudir los mestizos y otros indios a quienes no toca la mita ofrecerse voluntariamente, y que los mismos mitayos, concluidas las horas de su trabajo, se convidan a doblarlo, que es trabajar noche y día para ganar más, o todos los días seguidos” (cit. por Viñas Mey, en Humanidades, La Plata, VIII, 75). Sobre la mita véanse Carmelo Viñas y Mey, El estatuto del obrero indígena en la colonización española, Madrid, 1929, págs. 27-90; Id., El derecho obrero en la colonización española, en Humanidades, La Plata, VIII, 1924, 49-102; Jerónimo Becker, La política española en las Indias, Madrid, 1920, 197-204; Ots, op. cit., 21-29; Means, op. cit., 185 y sigs.; Colec. de doc. inéd. de Torres de Mendoza, Madrid, 1866, VI, 213-220; Feliú Cruz y Monge Alfaro, op. cit., 62-66. El Conde de 182 Salvatierra, virrey del Perú (1648-1659), decía en sus Memorias que “si bien es verdad que todas las provincias de adonde se dan las mitas referidas…han venido, desde que se instituyeron, en disminución, se ha reconocido esto con más exceso desde el año de 640” (Memorias de los Virreyes del Perú Marqués de Mancera y Conde de Salvatierra, publicadas por José Toribio Polo, Lima, 1899, pág. 37). Algunas de las imágenes idealizadas del régimen de trabajo surgen, no del conocimiento de la realidad americana, sino del estudio de la Recopilación de leyes de Indias. Pero de la legislación a la realidad, y sobre todo a la realidad americana, había una gran distancia. 26 Citado por Carlos Monge, Política sanitaria indiana y colonial, en los Anales de la Facultad de Ciencias Médicas, Lima, XVII, 1935, 266. En el mismo sentido se expresaba Pedro Mexía de Ovando, en su alegato de 1638 contra los repartimientos para las minas, en los que no se reparaba “en lo que más importa a la vida de aquellos tristes, que es no sacarlos de sus temperamentos, porque se mueren”. Y agrega: “como ellos son de tan flaca naturaleza y sus comidas son tan pobres, se destemplan luego y mueren de cámaras o pasmo, de ciento en ciento” (Epítome del Gobierno de Indias, cit. por Serrano y Sanz en el prólogo a la Ovandina, pág. XL). También Fr. Diego de Loaysa, en su Memorial de las cosas del Pirú tocantes a los indios (Madrid, 5 de mayo de 1586): “Sobre todo lo demás, conviene poner remedio en que por ninguna vía ni manera los indios de tierra fría vengan a hacer estas cosas a tierras calientes, porque es su total destrucción, ni vayan los de tierra caliente a la fría. Son tantos los indios que por esta ocasión mueren, que vemos por experiencia que los indios mas consumidos y acabados son los que siendo de tierra fría están cercanos a la caliente y los que siendo de tierra caliente están cercanos a la fría, porque con la ocasión que tienen de esta cercanía pasan de una tierra a otra y se mueren y acaban todos; y así se ha de evitar, con todo el rigor posible, de manera que los indios 183 serranos no vengan a los llanos a hacer mitas” (Colec. de documentos inéditos para la historia de España, t. XCIV, Madrid, pág. 599). Carlos Monge observa que la política de mantener a los indios en su clima desatendió en la época independiente aún más que la colonial: “El estudio de las guerras de emancipación y de las repúblicas en la América del Sur revela la ignorancia y el desconocimiento de esa política, que tantos daños ha causado” (Ibid., 271). Véase también Carlos Monge, Influencia biológica del Altiplano en el individuo, la raza, las sociedades y la historia de América, Lima, Universidad Mayor de San Marcos. 27 Colección de documentos inéditos, 2ª serie, XII, Madrid, 1899, 57-63 (cit. por Means, op. cit., 244). Sobre los corregidores y sus atribuciones, véanse Recopilación de Leyes de Indias, tít. 2, libro 5; Fr. Miguel de Monsalve, Reducción Universal del todo el Pirú [sin fecha], fol. 25; Means, op.cit., 147, 149 y sigs; Ballesteros, op. cit., VI, 668 y sigs.; Felipe Guaman Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno, Institut d´Ethnologie, París, 1936, fols. 487-515. Al corregidor peruano correspondía en México el alcalde mayor, suprimido por la Revolución y reemplazado por los subdelegados. 28 La misma fórmula se repite en una serie de documentos recogidos por Boleslao Lewin, Túpac Amaru, Buenos Aires, 1943. 29 Véase al final de este volumen nuestro Apéndice VI: “El mestizaje y las castas coloniales” 30 Citado por Ricardo Cappa, Ensayos críticos, VI, 344. En 1586, Fr. Rodrigo de Loaysa, en su Memorial, aconsejaba que cuando faltaran indios para hacer las sementeras, guardar los ganados y edificar las casas, no se llevase indios de otros climas, sino que se buscasen otras soluciones, “pues hay tantos negros, mulatos y zambaigos” (Colección de documentos inéditos para la historia de España, t. XCIV, pág. 599). El Tratado de Asiento (1713) autorizaba a Inglaterra a introducir en las Indias 4.800 negros por un año 184 durante un plazo de 30 años, lo cual equivalía a la introducción de 144,000 negros (Emilio Ravignani, en Historia de la Nación Argentina, IV, 1ª sección, pág. 35); Diego Luis Molinari, La trata de negros, 52-55, registra los asientos firmados por la corona para la introducción de negros desde 1595 hasta 1787, (en este año se instauró la libertad de tráfico). 31 Colección de documentos inéditos de Torres de Mendoza, Madrid, 1866, VI, 224-225. Véase además Means, op. cit., 203, y Viñas Mey, El estatuto del obrero indígena, 90-93. Sobre el proceso de desplazamiento del indio en la costa peruana damos el siguiente dato: en el valle de Chimu, donde está Trujillo, había en 1763, sobre 9,289 habitantes, 3,650 negros y mulatos, 2,300 mestizos, 3,050 blancos y 289 indios (Feijóo, Relación descriptiva de la ciudad y provincia de Truxillo del Perú, pàg. 29). 32 La ciudad de México perdió 40,157 personas según los registros parroquiales, no muy exactos. Puebla perdió 50,000 (Manuel Orozco y Berra, Historia de la dominación española en México, México, IV, 1938, 64-67). Humboldt, Ensayo, IV, 156, menciona otra epidemia de matlazáhuatl, en 1761-1762. 33 Humboldt, Essai, I, 328, 333, 336; Ballesteros, op. cit., V, 351; Coreléu, op. cit., I, 212. En el Perú se ha señalado, en este periodo, la epidemia de 1700, y sobre todo la de 1718-1719, extendida por todo el virreinato, hasta las misiones del Paraguay. Catorce hambres terribles consignan las crónicas de Yucatán en menos de tres siglos de dominación española: 1535, 1550-1552, 1571, 1628, 1651, 1625-1627, 1765, 1769-1770, 1805, 1807, 1809, 1817 (Mendizábal, La demografía mexicana, 330). Según el censo mexicano de 1793 las personas de más de 50 años se distribuían así: 8% blancos, 7% mulatos, 6.8% indios, 6% castas de mezcla (Humboldt, Ensayo, libro II, cap. VII). Toda la historia americana está llena con el eco de las grandes epidemias: 185 Una epidemia de viruelas originada en el alto Misisipi, en 17811782 se extendió hasta en Norte, hacia el Gran lago de los esclavos, hacia el Este, hasta el Lago Superior, y hacia el Oeste hasta el Pacífico. Otra, en 1801-1802, asoló desde el Río Grande hasta Dakota, y otra en 1837-38 redujo los efectivos de las tribus de los llanos del norte aproximadamente a la mitad. Una fiebre en 1850 se calculó oficialmente que había matado 70,000 indios en California; hacia el mismo tiempo una epidemia de malaria en Oregon y en Columbia —producida, según se dice por el arado de la tierra cerca de los pueblos comerciales— asoló las tribus de la región y exterminó prácticamente las de la familia chinnok. La destrucción por enfermedades u disipación fue mayor a lo largo de la costa del Pacífico, donde también era más numerosa la población (folleto 23976, sin autor ni título). En Buenos Aires las pestes de 1535, 1580, 1608, la de indios y ganado en 1609, la de 1621 (murió mucho servicio), 1641 a 1643, la de 1652, la de entre 1652 y 1672, la de 1671, la de 1717, la de 1727, las de 1734 y 1739, la de 1778, la de 1796 (en la cárcel): Alberto B. Martínez, 335-339. En el Canadá las viruelas aparecieron pro primera vez en 1635 entre los montagnais, que habitaban cerca de Tadoussac, en el bajo San Lorenzo, desde donde se difundieron en todas direcciones; hacia 1700 habían llegado a la mitad del continente norteamericano y en 1738 alcanzaron las orillas del Pacífico. Epidemias de viruelas asolaron todas las tribus hasta mediados del XIX; David Thompson cuenta los estragos de 1781. Otras enfermedades que contribuyeron a la disminución de la población fueron el tifus, la escarlatina, la roseóla, la tuberculosis y la influenza; el tifus, en 1746 destruyó un tercio de los micmac que habitaban la Acadid; entre 1891 y 1900 los sarceos, que eran más de 200, perdieron 65 individuos por la tuberculosis; graves epidemias de influenza hubo en 1830, en 1918 y en 1928 (en este año, en el valle de Mackenzie, murió de influenza el 10% de la población): Riccardo 186 Riccardi, Carta dll´attuale distribuzione degli indianinel Canada, en el Boletino de la R. Società Geografica Italiana, mayo de 1936. 34 He aquí un ligero resumen. En el Perú, en 1742, el indio Juan Santos, presunto descendiente de los incas se hizo coronar con el nombre de Apu-Inca-Atahualpa, se apoderó de las misiones y desencadenó una insurrección general que continuó hasta 1745; al mismo tiempo se sublevaron los chunchos, que siguieron inquietos hasta 1780; en 1748, un levantamiento de los indios de las provincias de Cauta y Huarochiri, para restaurar el imperio incaico; luego, frecuentes tumultos en las provincias de Chuco, Sicasica y Pacages. En 1771 se levantaron los indios de Chipa y Chilimani. Pero el movimiento de mayor repercusión histórica, por su amplitud, por la figura de su jefe, y sin duda también por su muerte, fue el de Túpac Amaru. Desde el 4 de noviembre de 1780 hasta 1783 la sublevación indígena mantuvo en jaque a las fuerzas coligadas del Perú y del Río de la Plata. Los mismos episodios se repitieron en toda América, aun en la anglosajona. En México, en 1660, se sublevaron los indios de Tehuantepec, y a principios del XVIII, en repetidas ocasiones, los de Nueva Vizcaya, Nayarit, Nuevo Reino de León y California; luego los seris, pimas y pápagos; en 1761 un amplio movimiento de los indios de Yucatán, dirigido por Juan Canec, un panadero que se proclamó rey de los mayas; en 1781 sublevación de los indios de Izúcar; hacia fines del siglo, bajo el gobierno de Bucareli (1777-79), una sublevación de los indios de Chihuahua y Sonora; en 1801-1802, el indio Mariano intentó restaurar la Monarquía de Moctezuma. En la América Central, sublevaciones continuas de los indios de Talamanca (desde1790 hasta mediados de siglo) y de los tzentales de Chiapas (1708-1712). En el Reino de Nueva Granada, sublevación de los indios del Darién (17331737); luego, los indios de Guatavita, Tenjo, Suba, Guasca, Tabio y Chía apoyaron el movimiento de los comuneros, y uno de los criollos proclamó como jefe de su provincia a un indio de Güespa, que se de187 cía descendiente de los zipas de Bogotá. En Quito se sublevaron los indios en 1755. En La Paz, un mestizo, Antonio Gallardo, encabezó una sublevación indígena en 1661. En el Río de la Plata, el gran alzamiento calchaquí (1631-1637; en 1657 un segundo alzamiento), las insurrecciones de los indios de Cuyo en 1632, 1658, 1659, etc., y las continuas insurrecciones de los pampas, tehuelches y charrúas (17411749). En Chile los indomables araucanos renovaron, durante los siglos XVII y XVIII, sus levantamientos contra el poderío español; en 1655 la sublevación fue general y se extendió a todo el país, desde el Maule al Bío-Bío. En el Paraguay la sublevación Guaraní de 1628. Además, durante este periodo, la población indígena ha servido de instrumento en el juego internacional de las potencias: los ingleses fomentaron durante mucho tiempo las insurrecciones del Darién (hasta 1787) y de los mosquitos, zambos y caribes de Nicaragua (1750-1775); los norteamericanos sostuvieron siempre que la guerra de los creeks (1786) fue provocada por los españoles. 35 Según Miller, citado por Koebel, The romance of River Plate, Londres, 1914, pág. 178. 36 Descripción geográfica, histórica, física y natural de la Villa Imperial y Cerro Rico de Potosí, por el doctor don Pedro Vicente Cañete y Domínguez, Potosí, 1789, ms. del Archivo de Indias (información de don Jorge Basadre); Humboldt, Essai, I, 139. Carlos Pereyra, L´ouvre de l´Espagne en Amerique, París, pág. II, dice que no pasaban de 50.000 los mineros de toda la América Española. Viñas Mey, en Humanidades, VIII, 74 y sigs., recoge las siguientes noticias sobre la mita peruana: Hacia 1609 Alonso de Messía dice que a Potosí iban anualmente 1600 indios a trabajar de 4 a 6 meses; la Cédula Real de 1609 dice que hay que traer de lejos 5,000 indios cada cuatro meses para los 15,000 que hacen falta anualmente en Potosí; Mexía de Ovando, en un Memorial contra la mita, dice que hay en la región de Potosí 20,000 188 indios trabajadores, estantes y libres, y otros 20,000 indios forasteros. La mita de Potosí tenía, hacia 1609, 15,000 indios (4,200 permanentes y el resto por turno). Alonso de Messía, hacia 1609, describe la mita de Chucuyto: de ella salían 2,200 indios cada año, que con sus mujeres y sus niños serían 7,000 almas. Trabajaban 6 meses, y con viaje de ida y vuelta 10 meses, a razón de 10 horas diarias. Iban a Potosí desde sitios distantes: a veces 130 leguas. Para todas las minas hubo servicio personal. La mina de Huancavelica tenía menos, y una cédula de 1682 indica que no se podía completar el número de 620 mitayos porque a los indios de la mita se les pagaba menos que a los voluntarios. La de Castro Virreina tenía 1.600 indios; la mita de Vilcumbamba, 480 indios; la mita de Salinas, 600 indios. Según la reglamentación del virrey Toledo, el servicio personal era cada siete años, pero en la época de Messía cada tres años. A medida que aumentaban los indios voluntarios, disminuían los mitayos. En 1609, se ordenó que cesara la mita de las minas pobres y en 1610 se reprendió al príncipe de Esquilache por haber repartido 200 indios para las minas de Anglamarca y 550 para las de Oruro. Para la segunda mitad del siglo XVI (1579-1580), M. de Mendizábal, La demografía mexicana, en Bol. de la Soc. De Geogr. y Estadística, XLVIII, 309-310, ha elaborado el siguiente cuadro de la población minera de los actuales estados de Michoacán, Guerrero y México: Minas Tlalpujahua Temascaltepec Sultepec Taxco Zacualpan Espíritu Santo Total 5 30 10 30 5 1 81 Españoles Esclavos Indios Naborías Total 20 50 200 275 50 250 100 150 580 50 50 250 360 150 600 200 2,300 3,280 50 150 150 355 2 50 53 322 1,100 800 2,600 4,903 (Entre indios y naborías eran 3,400; naborías eran indios que estaban en la situación de esclavos, pero que no se podían vender). 189 Tomamos estos datos del trabajo de F. Savoignan sobre el desarrollo de la población de Europa, en Scientia, 1º de octubre de 1935, pág. 240 y sigs. Según Sundbärg el crecimiento medio anual de la población europea es el siguiente: de 1800 a 1850, 1,580,000; de 1850 a 1900, 2,700,000; de 1900 a 1930, 2,800,000.M. Carr-Saunders, Población Mundial, México, 1939, da el siguiente dato cuadro del aumento de la población europea y americana desde 1650: 37 Europa 1650 1750 1800 1850 1900 1929 1933 100 140 187 266 401 478 519 Norte América 1 1.3 5.7 26 81 133 137 Centro y Sudamérica 12 11.1 18.9 33 63 106 125 En 1619 el rey Felipe III consulta al Consejo de Castilla acerca de la decadencia económica de España y la despoblación, “la mayor que se ha visto y oído en estos reinos” (cit. por Ricardo Levene, en la Historia de América, ed. Jackson, Buenos Aires, III, 1940, 179, que menciona una serie de documentos del siglo XVII sobre los males económicos y la despoblación). Lo mismo que en América, la miseria presente se contrapone hiperbólicamente a una supuesta grandeza pasada: Miguel Álvarez Osorio, en su Apéndice a la Educación popular de Campomanes, después de establecer una relación entre la población y los millones de fanegas de cebada, trigo y centeno, afirma que España tenía 78 millones de personas “y en el tiempo presente habrá catorce millones, con poca diferencia. Por esta cuenta tengo probado se han disminuido en estos reinos setenta y cuatro millones de personas (citado por Ricardo Levene, op. cit., 182-3). Sobre la decadencia española del siglo XVII véase Rafael Altamira, en Historia de la Nación Argentina, III, Buenos Aires, 1937, pág. 3 y sigs. 39 Otros cálculos hacen ascender la población, en 1619, a 6 millones, y en 1715 a 4 millones y medio. Véanse Aportación de los 38 190 colonizadores españoles a la prosperidad de América, 163-169; Ballesteros, Historia de España, IV, 137-145; Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia, en la recepción pública de don Antonio Blázquez y Delgado Aguilera, el día 16 de mayo de 1909, Madrid, 1909, págs. 69-71, 78. Véase También un resumen en la obra ya citada de Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador, Madrid, 1942, págs. 164-166. 40 En el siglo XVII Sancho de Moncada sostuvo que la pobreza de España era una consecuencia del descubrimiento de América; a principios del siglo XVIII el economista español José de Ustáriz observa que las provincias de donde salían más emigrantes para Indias (Asturias, Burgos, Galicia, Cantabria, Navarra) eran las más pobladas (cit. por Ricardo Levene, Historia de América, ed. Jackson, Buenos Aires, III, 182, 183). El embajador de Venecia Andrea Navagero, que había viajado por España en 1525, afirmaba que Andalucía, y sobre todo Sevilla, eran presas de la fiebre de la emigración, hasta el punto de que sólo habían quedado las mujeres (cit. por Max Leopold Wagner, El español de América y el latín vulgar, en Cuadernos del Instituto de Filología, Buenos Aires, I, 1924, pág. 53); Pedro Henríquez Ureña, Sobre el problema del andalucismo dialectal de América, Instituto de Filología, Buenos Aires, 1932, ha estudiado detenidamente la procedencia de más de 13.000 viajeros. Se desconoce el volumen de la emigración española al Nuevo Mundo, pero de ninguna manera debe atribuirse a ella la despoblación de España. Los registros de Sevilla, el único puerto de embarque autorizado, acusan 150,000 salidas entre1509 y 1740, pero la inmigración ha sido mayor (Carr-Saunders, op. cit., 48). El Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos, XVI, XVII y XVIII publicado por el Archivo General de Indias, vol. I, Madrid, 1930, registra, de 1509 a 1533, 4,600 pasajeros (distribuidos en 3,914 cédulas); la 2ª edición, Sevilla, 1940, trae noticias de 5.320 viajeros de 1509 a 1534. Se calcula que en el Brasil 191 entraron unos 300,000 portugueses hasta 1822 (Luzzeti, en Cursos y Conferencias, Buenos Aires, agosto de 1941, pág. 462). Pero la prueba de que la emigración no es causa de decadencia la proporciona Inglaterra: se calcula que en los Estados Unidos entraron 1,200,000 inmigrantes hasta mediados del siglo XVIII. 41 Inca Garcilaso de la Vega, Segunda parte de los Comentarios Reales, Córdoba, 16717, libro I, cap. VI. 42 Roland Denis Hussey, Colonial economic life, en Colonial Hispanic America, Washington, 1936, págs. 308-309. Cit. por Kubler, obra cit., 607. 43 Geografía y descripción universal de las Indias, recopilada por el cosmógrafo-cronista Juan López de Velasco desde el año de 1571 al de 1574. Con adiciones e ilustraciones por don Justo Zaragoza, Madrid, 1894. El autor proporciona no sólo datos generales de cada una de las grandes divisiones coloniales, sino también de las aldeas más pequeñas. La Colección de documentos inéditos del Archivo de Indias, tomo XV, Madrid, 1871, publica (págs. 409-539) una Demarcación y división de las Indias (ms. 2825 de la Biblioteca Nacional de Madrid) que parece un resumen de la obra de López de Velasco. Sin caer en ningún momento en la idea inocente de que las tasas de tributos sean cálculos exactos, se las puede utilizar como puntos de partida. Georg Kubler, Population movements in Mexico, 15201600, en The Hispanic American Historical Review, noviembre de 1942, pág. 613, ha comparado las cifras de López de Velasco sobre 25 pueblos del Arzobispado de México con las de un informe exhaustivo y minucioso de Bartolomé de Ledesma (publicado en los Papeles de Paso y Troncoso) y ha encontrado una diferencia de menos del 10%. Encontramos, además, una relación relativamente completa sobre la población de la América del Sur: Descripción de todos los reinos del Perú, Chile y Tierra Firme, con declaración de los pueblos, ziudades, naturales, españoles y otras generaciones que tienen en cada provin192 cia de por sí, hecho por Juan Canelas Albarrán, año de 1586, ms. 3178 de la Bibl. Nac. de Madrid, 15 fols. Registra la población indígena total y aparte la población española y de otras razas (negros, mulatos, mestizos y zambos). Sus datos se basan a veces en visitas oficiales, otras en información privada. Tomamos los datos de la descripción detallada y no del cuadro preliminar (al cual le faltan dos provincias y que copia erróneamente alguna cifra): Tierra Firme, 45000 indios de todas edades y sexos y 9000 españoles, mulatos, negros, mestizos y zambos de todas edades y sexos; Antioquia, 100,000 y 2,000; Anzerma, 50,000 y 1000; Arma, 10,0000 y 2000, Cartago, 220,000 y 2,000; Cali y Popayán, 100,000 y 5,000; Pasto, 100,000 y 4,000; Quito, 118,141 y 100,00; Quijos, 10,000 y 500; Puerto Viejo, 4,102 y 500; Guayaquil, 7,355 y 1,000; Loxa, 16,000 y 1,000; Zamora, 8,100 y 1,000; Juan de Salinas, 40,000 y 500; Jaén y Bracamoros, 11,397 y 500; Santiago de Moyobamba, 3,993 y 200; Chucuito, 81,698 y 1,000; Arequipa, 93,975 y 2,000; Cuzco, 400,075 y 10,000; La Paz, 131,189 y 4,000; Santa Cruz de la Sierra (con Moxos), 150,000 y 1,000; Río de la Plata y Paraguay, 60,000 y 9,000; Tucumán, 270,000 y 6,000; Charcas y Potosí, 144,436 y 10,000; Chile, 800,000 y 10,000. Total: 3,529,402 indios y 135,200 españoles y otras gentes, lo cual da una población de 3,664,602 (el total está además citado en Juan Díaz de la Calle, Noticias Sacras, ms. 3023 de la Bibl. Nac. de Madrid, fol. 7 v.) 44 Recopilación de leyes de Indias, leyes 7 y 9,, libro 6, título 5. 45 Breve y sumaria relación de los señores y maneras y diferencias que había de ellos en la Nueva España y en otras provincias, sus comarcas, y de sus leyes, usos y costumbres, y la forma que tenían en tributar a sus vasallos en tiempos de su gentilidad y las que después de conquistadas se ha tenido y tiene en los tributos que pagan a su Magestad y a otros en su real nombre. En Colección de documentos inéditos, sacados en su mayor parte del Real Archivo de indias, t. II, Madrid, 1864, págs. 1-126 (cit. págs. 120-121). El autor fue oidor 193 de la Real Audiencia de México y anteriormente de Santo Domingo, Nueva Granada y Guatemala, habiendo estado diez años en las Indias al servicio de S.M. La relación es anterior a 1573 y posterior a 1561. 46 Citado por Rodolfo Barón Castro, obra citada, pág. 198, nota. 47 Política Indiana, libro II, cap. XX, 15. Citado por Rodolfo Barón Castro, obra citada, pág. 181. 48 Gobierno del Perú. Obra escrita en el siglo XVI por el licenciado don Juan Matienzo, oidor de la Real Audiencia de Charcas, Buenos Aires, 1910, pág. 55, 60. La obra es anterior a 1573; fue oidor desde 1560. 49 Relación de los naturales que ay en los repartimientos del Perú, en la Nueba-Castilla y Nuebo-Toledo, así de todas hedades como tributarios, conforme a lo que resulta de la visita que dello se hizo por horden del visorrey Marqués de Cañete. El valor de los tributos en que están tasados hasta el año de mil e quinientos e sesenta e uno. Colección Muñoz, [manuscritos de la Academia de Historia, Madrid], t. LXV, fol. 46. 50 Hay también cálculos modernos de las distintas regiones americanas. Por ejemplo, el P. Baltasar de Lodares da los siguientes datos de algunas misiones capuchinas de Venezuela: 160 indios casados, y un total de 659 indios, 134 y 540, 210 y 886, 207 y 946, etc. (Los franciscanos capuchinos en Venezuela, 2ª ed., Caracas, II, 1930, págs. 269-285). En ningún caso el factor llega a 5. En el censo de los indios de las misiones jesuíticas del obispado de Buenos Aires en 1750 figuran 12,613 familias con un total de 53,064 indios (véase el detalle en nuestro apéndice III): el factor es 4.2. 51 Sobre la base de los datos publicados por el Annuaire Statistique de la Societè des Nations, 1933-34, Ginebra, 1934, págs. 27-28, y por algunos censos, obtenemos los siguientes resultados: Honduras (censo de 1930), varones de quince a sesenta años, 25.9%; de quince a cincuenta, 23.6%. México: varones de dieciséis a cincuenta y un años, 194 24.11% según el censo de 1896, 24.16% según el de 1900 y 32.76% según el de 1910; de quince a sesenta años, el 25.9%. 52 El criterio de multiplicar por 5, que es el que aplica el oidor Matienzo y que encontramos en infinidad de documentos de la época, es una extensión automática del criterio español de multiplicar por cinco el número de cabezas de familia para obtener la población. De ninguna manera se puede aplicar sistemáticamente al número de indios tributarios de cualquier época. M. de Mendizábal, La demografía mexicana, en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, tomo 48, México, febrero de 1939, pág. 341, multiplica las cifras de López de Velasco por 3.2 que obtuvo estudiando la composición de la familia indígena en algunos padrones de la época (hay que tener en cuenta que Mendizábal se inclina hacia las cifras elevadas). Rodolfo Barón Castro, que ha estudiado tan seriamente la población de El Salvador, reduce 16,640 indios tributarios de 1548-1551 a 41716 indios de todas las edades, es decir, aplica un factor de 2.51 (La población de El Salvador, págs. 190-195). En 1935, cuando tuvimos la ocasión de leer la obra de Barón Castro en manuscrito, calculaba 105837 indios para 1550, al publicar la obra, calcula unos 50,000. Hemos podido observar constantemente lo mismo: un estudio profundo siempre lleva a reducir las cifras. 53 Por lo común se ha aplicado automáticamente, como en España, el criterio de multiplicar por 5 el número de vecinos para obtener población española. La realidad americana es, sin embargo, distinta, y es además distinta en las diferentes regiones. López de Velasco, al darnos la población de Asunción del Paraguay, dice que había como 300 vecinos españoles y “más de 2,900 hijos de españoles y españolas nacidos en la tierra”. Si se toman en cuenta los datos parciales de López de Velasco resultan para toda América 26,199 vecinos y un total de 160,000 españoles (se llamaba también españoles a los nacidos en América). Vargas Machuca, Milicia, 174, registra en la ciudad de México y sus 195 arrabales, en 1591, alrededor de 7,000 vecinos españoles sobre 50,000 pobladores (López de Velasco, 3,000 sobre 30,000 “o más”). Un documento de la segunda mitad del siglo XVI (Luis Malbán, en las Relaciones geográficas de Germán Latorre, IV, 112-115) aplica el criterio de multiplicar por 3: “La ciudad de México tiene 4,000 vezinos; abrá 12,000 hombres. La ciudad de los Ángeles tiene 500 vezinos más o menos; abrá 1,500 españoles”, etc. Modernamente Schäfer, en IberoAmerikanisches Archiv, XI, 1937, pág. 158, cree que hay que multiplicar por 6 la cantidad de vecinos que da López de Velasco, “en vista de la gran cantidad de los hijos de los españoles”. La calidad de vecino le correspondía al blanco, aunque en el siglo XVI también lo fue el mestizo, que intervenía en la fundación de las ciudades. Esa calidad —dice Torre Revello— “se adquiría haciendo constar el pretendiente, ante el Cabildo, que tenía residencia y casa habitada en el lugar, que poseía en propiedad caballos y armas y que había hecho presentación de servicios en las milicias. Cumplidos estos requisitos, el Cabildo ordenaba que su nombre se anotara en un libro o registro especial, en el cual se hacía constar su calidad de vecino” (Historia de la Nación Argentina, IV, 1ª parte, 506). El Inca Garcilaso de la Vega dice: “También se advierte que este nombre vezino se entendía en el Perú por los españoles que tenían repartimiento de indios, y en este sentido lo pondremos siempre que se ofrezca” (Comentarios Reales, 1ª parte, “Advertencias”; repite lo mismo en distintos pasajes de la 1ª y 2ª parte, y también dice lo mismo de México). Sin embargo, no todos los vecinos eran encomenderos, ni en el siglo XVI ni después. Véase también Actas capitulares del Ayuntamiento de la Habana, Habana, I, 1937, págs. 163-169. 54 Recogemos todos los datos complementarios de este cuadro y la documentación que hemos podido encontrar sobre esta época en nuestro Apéndice IV, al final de este volumen. Los cálculos están hechos, en lo posible, dentro de los límites actuales. Sobre las divisio196 nes territoriales en la época colonial desde el siglo XVI, véase Ernst Schäfer Das spanisch-amerikanische Kolonialreich. Grundzüge eines historisch-geographischen Kartenwerkes, en Ibero-Amerikanisches Archiv, XI, 1937, 151-165. 55 Enciclopedia italiana, II, 947; Colec. de doc. inéd. de Torres de Mendoza, IX, 357; Villalobos, op. cit., 404, 405; Fr. Gil Fernández en la Colección de documentos inéditos para la historia de España, XLIV, 75-80 (sobre los indios de Chile); Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de Nueva España, 2ª serie: Biografía y Estadística, t. IV, 303, 309-310, 316 (disminución de los indios de Ocelotepeque, Coatlán y Amatlán); Silvio Zavala, La encomienda, 167; Ricardo Levene, en Historia de la Nación Argentina, III, 206, etc. M. de Mendizábal, La demografía mexicana, en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, tomo 48, 316-323, recoge numerosos testimonios del mismo tipo en 1579-1580: Coatepec Alto (Estado de México) tiene 700 tributarios y unos 400 niños y niñas; tuvo más de 10,000 hombres de guerra cuando llegaron los españoles; Chimalhuacán Atenco, (Estado de México): había más de 8,000 indios; ahora hay 300 escasos y 190 niños; Tenango del Valle (Estado de México): tenía más de 3,000 habitantes cuando llegó Cortés; al presente 440 tributarios; Chiconautla (Estado de México): hay en la comarca 2,500 indios, pero había cuatro veces más; Uexutla (Estado de Hidalgo): han desaparecido tres cuartos en 15-20 años; Tepeaca y su partido ((Estado de Puebla): faltan desde la entrada de los españoles “de diez partes las nueve”; Colipa (Estado de Veracruz): tiene 100 indios tributarios; tenía 6000; Yucatán: de 32 pueblos consta los indios encomendados que tenían en 1549 y 1579, en conjunto 12,995 en 1549 y 4,913 en 1579, o sea, una disminución del 62% en 30 años. No pueden tomarse las cifras como testimonios históricos para extraer de ellas un coeficiente de extinción. Las cifras del pasado 197 son pura fantasía. Kubler, que ha estudiado la población mexicana de esa época, nos da un ejemplo (p. 621): una relación de 1583 registraba 639 tributarios en Jalapa y calculaba la población antigua en 30,000; pero resulta que en 1570, según otras fuentes sólo había 35 o 40 tributarios. 56 En las Relaciones geográficas publicadas por Jiménez de la Espada, t. III, pág. 24, hay un testimonio de fines del siglo XVI sobre Quito: “van los naturales cada día en grandísimo aumento”. Según Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador, Madrid, 1942, pág. 210, la alcaldía mayor del Salvador (departamentos de Ahuachapán y Sonsonate) tenían hacia 1549-1551 unos 4,673 indios; hacia 1672-1679 unos 5,000. 57 Memorial de las cosas de Perú tocante a los indios, en la Colección de documentos inéditos de la historia de España XCIV, 554-605 (la cita es de la pág. 586). 58 La historia indígena aparece a veces como una sucesión de epidemias que van segando las vidas por etapas. Las cifras hay que tomarlas siempre con prudencia: nada más exagerado que las cifras que nacen del terror. Según Torquemada, Monarquía Indiana, Madrid, 1723, 1ª parte, libro V, caps. XIII y XXII, págs. 615, 642, 643, una epidemia de matlazáhuatl ocasionó 800,000 muertos en 1545 y otra exterminó a dos millones de indios mexicanos en 1576. En la Nueva Inglaterra, en 1614, una epidemia terminó —según Humboldt, Essai, I, 333— con los 19/20 de la población india. Véase también México a través de los siglos, II, 479, que menciona la epidemia de viruelas de 1520, la de sarampión de 1531, la de tifus en 1545 (sólo en Tlaxcala murieron 150000, en Cholla 100000), otra epidemia en 1564 y las de 1576 y 1588; otra en 1595-1596. Sin mencionar las de los siglos XVII y XVIII 59 Citado por Kubler, op.cit., pág. 611. 60 Una Real Cédula de Madrid, 23 de enero de 1569, con una serie de instrucciones anejas, ordenaba levantar padrones y relaciones 198 para la descripción de las Indias, “que su majestad manda hacer para el buen gobierno y ennoblecimiento dellas”. Otra Real Cédula, del 25 de mayo de 1577, en el mismo sentido, incluía un interrogatorio de cincuenta capítulos. En 1604 se envió un nuevo interrogatorio de 350 capítulos . Paso Y Troncoso, Papeles de Nueva España, IV, 17, 273-288, publica estos dos cuestionarios (véase también Rodolfo Barón Castro obra citada, Apéndice I). A esas disposiciones se deben los datos de López de Velasco y las numerosos relaciones geográficas publicadas por Jiménez de Espada, por la Colección de documentos inéditos para la historia de España, por Paso y Troncoso y por otros autores, y muchísimas más de quedan inéditas en el Archivo de Indias, en la Academia de la Historia de Madrid, en la Biblioteca Nacional de Madrid, etc. El mismo espíritu se manifiesta en las instrucciones y en el cuestionario que el Virrey Toledo del Perú envió a los visitadores de virreinato sobre lo que debían hacer y preguntar (véase Libro de la visita general del virrey don Francisco de Toledo, 1570-1575. Publicado por don Carlos A. Romero en la Revista Histórica, Lima, VII, 1924, 112-216). Además, una Real Cédula del 19 de abril de 1583 prescribió que los curas de la Nueva España llevasen registros de defunción. 61 Coroléu y Anglada, op.cit., II, 102. 62 En Historia de la Nación Argentina, II, 301. 63 Ms. núm. 3045 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 410 y siguientes. 64 Ms. núm. 2933 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 175. Gabriel de Villalobos contrapone la miseria presente a la grandeza pasada. Cuando entraron Cortés y Pizarro —dice—”se juntaban de la misma manera 300,000 hombres como pudieran en Europa juntarse 100 al [son] de las trompas y clarines militares”. 65 Historia de los Indios de Nueva España, México, 1941: “Yo creo que después que la tierra se ganó, que fue el año 1521, hasta el tiempo que esto escribo, que es en el año de 1536, más de cuatro millones de 199 ánimas se bautizaron”. En la pág. 121 hace el cálculo: De los sesenta sacerdotes franciscanos que hay, veinte todavía no habían bautizado y de los cuarenta restantes calcula que cada uno ha bautizado cien mil o más, “porque algunos de ellos hay que han bautizado cerca de trescientos mil, otros hay de doscientos mil y a ciento cincuenta mil y algunos que mucho menos, de manera que con los que bautizaron los difuntos y los que se volvieron a España, serán hoy día bautizados cerca de cinco millones”. Y luego hace el recuento por pueblos y provincias de la manera siguiente:”México y sus pueblos, y a Xochimilco con los pueblos de la laguna dulce, y a Tlalmanalco y Chalco, Cuauhuáhuac con Ecapiztlán, y a Cuauhquechollan y Chietla, más de un millón. A Tezcoco, Otompa y Tepepolco, y Tollantzinco, Cuautitlán, Tollan, Xilotepec con sus provincias y pueblos, más de otro millón. A Tlaxcallan, la ciudad de los Angeles, Cholollan, Huexotzinco, Calpa, Tepeyacac, Zacatlán, Hueytlalpan, más de otro millón. En los pueblos del mar del sur, más de otro millón. Y después que esto se ha sacado en blanco se han bautizado más de quinientos mil, porque en esta cuaresma pasada del año 1536, en sola la provincia de Tepeyacac se han bautizado por cuenta más de sesenta mil ánimas; por manera que a mi juicio y verdaderamente serán bautizados en este tiempo que digo, que serán quince años más de nueve millones de ánimas de indios”. Motolonía alude a los debates producidos entre los frailes por el hecho de que los misioneros, que tenían que bautizar a veces dos y tres mil indios por día, abreviaban las ceremonias. Véase también a este respecto Clavijero, Storia, IV, 282 (dice que, según Motolinía, entre 1524 y 1540 fueron bautizados en el Valle de México y provincias vecinas más de seis millones de habitantes, y que él mismo bautizó 400,000, “de los que dejó el recuento escrito por su mano”. Humboldt, Essai, edic. París, 1825, I, 298, dice: “Todos los partidos estaban igualmente interesados en exagerar el estado floreciente de los países recién descubiertos: los padres de San Francisco se vanagloriaban de haber 200 bautizado, desde 1524 hasta 1540, más de seis millones de indios y, lo que es más, de indios que no habitaban mas que las regiones vecinas a la capital”. Ezequiel A. Chavez, Fray Pedro de Gante, le atribuye a Fr. Pedro el haber bautizado en la provincia de México, con otros compañeros, más de 200,000 indios, “y aun tantos que ya no sabía el número: en un día 14,000 personas; a veces diez y a veces ocho mil” (cit. por Granados, op.cit., 5). Fr. Martín de Valencia le escribía en 1531 al Comisario General de la Orden Franciscana, Fr. Matías Weynssen:… ”hablando con verdad, y no por vía de enrarecimiento, más de un millón de indios han sido bautizados por vuestros hijos, cada uno de los cuales ha bautizado más de cien mil” (Torquemada, libro XX, cap. XVI, apud Román Zulaica Gárate, Los franciscanos y la imprenta en México en el siglo XVI, México, 1939, pag.86). Gil González Dávila, Teatro eclesiástico de la primitiva iglesia de las Indias Occidentales, Madrid, I, pág. 25, afirma que los dominicos y franciscanos bautizaron en México y sus contornos, de 1524 a 1539, 10,500,000 indios (ibid.). Prescott dice que los misioneros pregonan que han convertido 9 millones de indios, “suma probablemente superior a la población del país” (cit. por Chase, Mexico, 102). En 1609 el capitán Pedro Fernández de Queirós, en un Memorial dirigido a S.M. (Colección de documentos inéditos de L. Torres de Mendoza, Madrid, V, 507-511), dice lo siguiente “Se tiene por cierto que cuando se descubrieron las Indias de Occidente había en ellas 30 millones de naturales…; no se deben tener por mucho los 30 millones de naturales que digo, pues yo mismo vi escrito en un convento de San Francisco que está en un lugar que se llama Suchimilco, cinco leguas mas acá de la ciudad de México, que solos los frailes de su orden bautizaron 16 millones dellos, y estos, juntados con los que bautizaron todos los otros sacerdotes y con los que no se bautizaron y con más de 14 millones que se dice había en las islas Española, Cuba, Jamaica, P. Rico, o otras, parece que serían 60 y más millones” (págs. 201 507-508). Casi en los mismos términos se expresa Fr. Buenaventura Salinas, Memorial de las historias del Nuevo Mundo, Lima, 1631, pág. 291…: “se dize en las historias de México que solos los frailes de S. Francisco baptizaron en aquellos reinos más de diez y ocho millones; y éstos sin los que baptizaron los otros saceerdotes y otros que no se baptizaron”. Diéz de la Calle, Noticias sacras y reales de los dos Imperios de las Indias Occidentales, año 1657 (Ms. de la Biblioteca Nacional de Madrid, nº 3023-4, fol.7 r.), dice: “En el gobierno de México sólo los religiosos de la Orden de San Francisco le administraron el bautizo a 43 millones de indios, sin los que bautizaron los de Santo Domingo y el clero”. Esta cantidad de 43 millones la da ya antes (¿hacia 1613?) el P. Fr. Baltasar Maldonado, lector de Teología y custodio de la Provincia de San Pablo y S. Pedro y calificador del Santo Oficio: los franciscanos en sólo el gobierno de México bautizaron 43 millones de indios, sin los que bautizaron los dominicos, agustinos y el clero, y dice, “que lo tiene averiguado con muy grande satisfacción”, y que “ahora cinco años halló por los libros del rey que había solos 300,000 tributarios, que son 700,000, y que por los hijos y personas que no tributan se podría a todo lo más tener un millón, que son 1,700,000 de lo cual se colige los muchos millones que han perecido con estos malos tratamientos en Nueva España, y cuán cerca están de acabar de perecer todos” (Nota marginal para reforzar el alegato de don Juan de Silva contra las encomiendas y servicios personales, Memorial de 1613, ms. de la Biblioteca Nacional de Madrid). 66 Hernán Cortés, Cartas de Relación de la conquista de México, Madrid, 1922, p. 49: “así nos llevaron peleando hasta nos meter entre más de cien mil hombres de pelea, que por todas partes nos tenían cercados...; otro día, en amaneciendo, dan sobre nuestro real más de ciento y cuarenta y nueve mil hombres, que cubrían toda la tierra”. Cortés estuvo peleando una hora con los indios de Yucatán, “y era 202 tanta la multitud de indios —dice— que ni los que estaban peleando con la gente de pie de los españoles veían a los de a caballo ni sabían a qué partes andaban, ni los mismos de a caballo, entrando y saliendo en los indios, se veían unos a otros”; “y preguntó el capitán a los dichos indios...que qué gente era la que en la batalla se había hallado y respondiéronle que de ocho provincias se habían juntado los que allí habían venido, y que, según la cuenta y copia que dellos tenían, serían por todos cuarenta mil hombres”. Pag. 61: 100,000 tlascaltecas “muy bien aderezados de guerra” le custodian hasta dos leguas de Cholla. Pag. 63: 63,500 soldados de Moctezuma, etc. Más moderado en general, aunque juega a veces con las cifras, es Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Madrid, 1928. Anotamos los siguientes pasajes: Página 102 (capítulo XXXIV, en una batalla contra los indios de Tabasco, Diego de Ordaz dice que había 300 indios para cada uno de los españoles [400x300 = 120,000]; página 200 (cap. LXII), un escuadrón de 3,000 tlascaltecas; pág. 201 (cap. LXIII), dos escuadrones de guerreros, que habría 6,000; más de 40,000 guerreros tlascaltecas, con su capitán general Xicotenga; pág. 206 (cap. LXIV), el capitán Xicotenga traía consigo cinco capitanes, y cada capitanía 10,000 guerreros; pág. 226 (cap. LXX), el capitán Xicotenga tenía apercibidos 20,000 guerreros escogidos; pág. 471(cap. CXXVI), los mexicanos “tenían tantos escuadrones que se reanudaban de rato en rato, que aunque estuvieran allí 10,000 Héctores troyanos y otros tantos Roldanes no les pudieran entrar...”; “unos tres o cuatro soldados que se habían hallado en Italia... juraron muchas veces a Dios que guerras tan bravosas jamás habían visto en algunas que se habían hallado entre cristianos y contra la artillería del Rey de Francia ni del Gran Turco”; pág. 496 (cap. CXXVIII), Xicotenga hace juntar 30,000 guerreros trascaltecas para ir en socorro de Cortés; etc. Es característico, para la significación de sus cifras, el siguiente pasaje: en el fol. 139 v. del Ms. de Guatemala (pág. 299, de 203 la edición crítica que preparó Ramón Iglesia en la Sección Hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos de Madrid y que acaba de publicarse de manera fragmentaria) dice que salen al encuentro de Gonzalo de Sandoval sobre 15,000 mexicanos; primeramente había escrito 30,000, luego 200,00 y, por fin, se decidió por 15,000. Correcciones de este tipo son frecuentes en el ms. de Bernal. Tiene más valor estadístico, como observa Clavijero, Storia antica, IV, 281, 287, el recuento de los ejércitos aliados del conquistador (el conquistador Ojeda contó 150,000 indios aliados de Cortés, de Tlascala, Cholula, Tepeyacac y Huexotzinco, que se dirigen a cercar la ciudad de México; Cortés afirma que más de 100,000 indios le acompañaban en la guerra contra Quauhquechollan y más de 200,000 en el asedio de México). Clavijero calcula así (III, 202) que el ejército sitiador de Cortés llegó a sumar 240,000 hombres (sólo el rey de Tezcuco le envió 50,000). Agrega (IV, 281) que durante el sitio murieron 150,000 hombres en la ciudad. 67 Clavijero, Storia, IV, 185, nota. Clavijero escribe hacia 1780 y dedica la Disertación VII, § 11, de su Storia (IV, 271-287) al estudio de la población del Anáhuac y a combatir la tendencia de Paw, Recherches philosophiques, y de Robertson, Histoire, a reducir las cifras de la población mexicana (Paw consideraba una exageración de los autores españoles atribuir 30 millones de habitantes a México en 1518). Clavijero afirma que el Valle de México estaba al menos tan poblado como el más poblado de Europa, con cuarenta ciudades enormes, y que la corona de México tenía 30 grandes feudatarios con 100,000 vasallos cada uno y 3,000 señores con menor número de vasallos. Analiza también la población de la ciudad de México y de otras ciudades. La tendencia a engrandecer e idealizar el pasado indígena se manifiesta en forma más exagerada en otro historiador mexicano, descendiente de los reyes de Texcoco; Fernando de Alva Ixtlixóchitl, Obras históricas, publicadas y anotadas por Alfredo Chavero, México, 1891, 204 págs. 57-58: según la historia de los toltecas (del periodo precolombino), en la guerra que sostuvieron contra los tres reyes rivales, murieron por ambas partes 5,600,000 personas, y era tal la población del reino tolteca “que hasta los muy altos montes estaban cubiertos de casas y sementeras, pues no había palmo de tierra que estuviese baldío”; págs. 82-83: en el año 1012 de nuestra era, Xólotl conducía 3,002,200 chichimecas, hombres y mujeres, al valle de México (el rey contó exactamente el número de los invasores, dando una piedra a cada uno antes de la partida; en la pág. 268 dice 1,600,000 hombres); en las págs. 169-170 habla de muchos millones “de la gente común” de la nación Aculhua, y que había el doble de gente que cuando vino Cortés, que el más pequeño pueblo “que hoy ya no tiene ninguna persona”, pasaba de 30,000 vecinos. La misma tendencia a engrandecer e idealizar el pasado indígena se encuentra también el Las Casas y su escuela. También, desde luego, en el Inca Garcilaso: más de 300,000 indios presencian en el Cuzco la ejecución de Túpac Amaru en 1572, (Segunda parte de los Comentarios Reales, libro VIII, cap. XIX), cifra que queda reducida a 15,000 en Roberto Levillier, Don Francisco de Toledo, I, Buenos Aires, 1935, pág. 348, el cual se basa en otras fuentes. Y cuando Fuentes y Guzmán cree que los reyes de Quiché tenían, al llegar Alvarado, 1,400,000 hombres en estado de tomar las armas, exalta a la vez el pasado indígena y el valor de los conquistadores. 68 Fr. Juan de Zumárraga, obispo de México, en carta del 12 de junio de 1531, dirigida al Capítulo general de su Orden reunido en Tolosa (cit. por Clavijero, Storia, libro VI, §19). Torquemada, Monarquía Indiana, libro VII, cap. XXI, dice que según Fr. Juan de Zumárraga sacrificaban 20,000 niños por año, pero Clavijero dice que la cita es inexacta. No hemos podido encontrar en Torquemada la cifra 72,244 víctimas (construida sobre el sistema vigesimal azteca) que le atribuye Friederici, Der Charakter der Entdeckung und Eroberung, 205 I, 255. Torquemada, libro VII, cap. XVII, dice que los mexicanos llevan la palma “en el horrendo modo y cruel acto de sacrificar hombres, de los cuales, si se pudiera dar cuenta cierta de los que desde su principio fueron hasta que por la misericordia de Dios cesaron, tengo para mí que se pudiera poblar otro Nuevo Mundo, tan poderoso y cuajado de moradores como lo era éste cuando entraron en él los españoles”. Las cifras de los diversos autores varían mucho, Friederici, op. cit., I, 255-256, recoge algunas: 1,000, 2,000, 2,300, 3,000, 5,000 y hasta 8,000 en un día, 20,000 por año, 80,400 por motivo de la consagración del gran templo de la Ciudad de México; Cortés admitía 3,000 a 4,000 por año y Torquemada 72,244, mientras que Las Casas decía que no pasaban de 50 por año. Fr. Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España y islas de tierra firme, México, 1867, 430-431, después de describir las ceremonias de la coronación de Moctezuma y los sacrificios, dice: “había días de dos mil, tres mil hombres sacrificados, y día de ocho mil, y otros de cinco mil, la cual carne se comían, y hacían fiesta con ella, después de haber ofrecido el corazón al demonio” (José Fernando Ramírez, que anota la edición, dice que eso sólo pasaba después de las guerras o en grandes solemnidades, y que aun en ese caso hay que rebajar las cifras; dice que hoy se conoce el ritual y se sabe el número ordinario de víctimas, según la festividad. Motolinía, op.cit., se ocupa detalladamente de los sacrificios sangrientos, pero no da cifras globales (en la pág. 67 describe la fiesta del año en Tlascallan, en la que sacrificaban 800 hombres en la ciudad y provincia, etc.). Francisco Antonio de Lorenzana, Historia de Nueva España, 181, nota, dice que en Cholla se sacrificaban 6,000 niños por año. Clavijero, l. c., resume las cifras de diversos autores: según el obispo Zumárraga sólo en la capital se sacrificaban anualmente 20,000 víc206 timas humanas; Gómara afirma que el número de sacrificados llegaba a 50,000; según Acosta había días, en diversos lugares del Imperio, en que se sacrificaban 5,000, y en alguno hasta 20,000; otros creen que sólo en el monte Tepeyac se sacrificaban 20,000 a la diosa Tonantzin; en cambio Las Casa restringe el número y da a entender que la cifra era de diez o cuanto más ciento por año. El número de 20,000 víctimas por año en todo el Imperio le parece a Clavijero el más aproximado a la verdad, pero restringida a los niños o a los sacrificios en el monte Tepeyac o sólo en la capital, esa cifra le parece inverosímil. El número de sacrificados —dice— no era fijo, y estaba en relación con el número de prisioneros de guerra, las necesidades del Estado y la calidad de las fiestas (por ejemplo, en la consagración del templo mayor de la ciudad de México la crueldad de los mexicanos sobrepasó todo lo verosímil). A los prisioneros de guerra hay que agregar los esclavos comprados expresamente y los delincuentes. Los sacrificios aumentaban en los años divinos y en los años seculares. Georges Montadon, en la Enciclopedia Italiana, XII, 112-113, dice que los sacrificios humanos costaban entre los aztecas de México 100,000 vidas por año, de donde deduce que esta civilización estaba condenada y que su destrucción por la conquista española era inevitable. Sobre los cautivos de guerra y los sacrificios sangrientos, véase también Carlos Bosch García, La esclavitud prehispánica entre los aztecas, México, 1944. 69 El P. Niux, Reflexiones imparciales, págs. 13-14, para ilustrar las exageraciones del P. Las Casas extracta de su Destruición el siguiente resumen de los indios muertos por los conquistadores: En Santo Domingo En San Juan, Jamaica, Cuba, Lucayas y otras islas En Nicaragua 3 millones y más 3 millones 1 millón y más en sólo 14 años 207 En México En Honduras En Guatemala En Costa de Paria En el Perú Total 4 millones y más en sólo 12 años 2 millones y más en menos de 20 años 5 millones y más 2 millones y más 4 millones y más 24 millones y más Sin contar los muchos millares exterminados en Quito, en el reino de Granada, en Popayán, Xalisco, costa de santa Marta, etc., y los muertos después de esos catorce años en Nicaragua, de los 20 de Honduras y los 12 de México. Véase también Rómulo D. Carbia, Historia de la leyenda negra hispano-americana, Buenos Aires, 1943. El P. Las Casas tenía una personalidad extraordinaria de escritor y de observador. Las cifras tienen para él un valor polémico y las maneja como arma. Desglosadas fríamente y convertidas en dato estadístico, carecen en absoluto de valor. Del mismo modo, Alonso de Zorita, enemigo de los tributos y de utilizar a los indios en los trabajos públicos, que eran para él una de las peores plagas de la Nueva España, dice que “pasó de dos millones la gente de peones y albañiles que se ocupó en hacer la albarada de México”, en cuatro meses o poco menos (Torres de Mendoza, op.cit., II, 115). Fernando de Alva Ixtlixochitl, Horribles crueldades de los conquistadores de México, México, 1829, pág. 19, dice que tardaron en hacer la zanja “50 días, más de cuatrocientos mil hombres de los reinos de Texcoco que tenía puestos allí Ixtlixochitl...; trabajaban ocho o diez mil cada día” (el editor corrige en el texto 40,000, considerando 400,000 como “yerro de pluma”, en vista, sin duda, de la cantidad que trabajaba diariamente y de que en las págs. 13 y 16 habla de 60,000 hombres de Ixtlixochitl). 70 La población está calculada dentro de los límites actuales. Damos al final, en nuestro Apéndice V, todos los datos y elementos 208 bibliográficos que hemos podido reunir sobre esta época. Servirán para discutir el valos de nuestro cuadro y como aportación para estudios especiales. 71 Torquemada, en su Monarquía Indiana, y Clavijero en su Storia antica del Messico, describen un periodo terrible de hambre en el reinado de Moctezuma I, hacia el año 1453. El hambre duró tres años, y los mexicanos se alimentaban de raíces, hierbas, insectos y peces. El emperador permitió a sus súbditos emigrar para preservar la vida, y hombres y mujeres se vendían como esclavos para poderse mantener (Clavijero, libro IV, 612; México a través de los siglos, I, 558-559). Véase también Clavijero, libro V, § 7, sobre un periodo de hambre en las provincias del Imperio en 1504 por las guerras con los tlaxcaltecas y por la sequía. Además, Ricardo Molina Solís, Las hambres en Yucatán, Mérida, 1935 (citado por Mendizábal, obra cit., 329) y Carlos Bosch García, La esclavitud prehispánica entre los aztecas, México, 1944. Sobre epidemias prehispánicas trae abundante bibliografía Kubler, obra, cit., p. 631. No faltaban en América guerras de conquista y de exterminio, venta de esclavos, sacrificios sangrientos, antropofagia, división en clases y en castas, arbitrariedades e injusticias, epidemias y años de hambre y se sequía. Cuando Cortés llegó a Yucatán encontró gran cantidad de ciudades en guerra entre sí, diezmadas las poblaciones por las luchas, el hambre y la peste (Historia de América, I, 269). No es simple azar que al llegar a los umbrales de los dos grandes imperios americanos el conquistador español se haya encontrado con la disensión y la guerra: aztecas y tlaxcaltecas, Huáscar y Atahualpa. Conocemos bastante las imperfecciones del régimen político y social europeo, lo cual no autoriza a idealizar el régimen precolombino. Las utopías sobre una edad de oro americana son expresión del espíritu utopista de la civilización occidental y tienen su fuente común en el sueño humano y universal de un pasado mejor. 209 Karl Sapper, Die Zahl und die Volksdichte der indianischen Bevölkerung in Amerika, en Proceedings of the twentyfirst international Congress of Americanists, La Haya, 1924, págs. 95-102; id., Der Kulturzustand dei Indianer vor der Berührung mit den Europäern und in der Gegenwart, en Verhandlungen des XXIV, Internationalen Amerikanisten-Kongresses, Hamburgo,1934, pág. 73 y sigs. Id., Beiträge zur Geographie und Geschichte der Indianischen Landwirtschaft, Ibero-Amerikanisches Institut, Hamburgo, 1935; J. Spinden, The origin and distribution of agriculture in America, en Proccedings of the 19th. International Congress of Americanists, Washington, 1917, pág. 269 y sigs.; Ricardo E. Lachtan, La agricultura precolombina en Chile y los países vecinos, Ediciones de la Universidad de Chile, 1936; id., Los animales domésticos de la América precolombina, Publicaciones del Museo de Etnología y Antropología de Chile, Santiago, 1922, III, Nº 1, 1-99; Schmieder, Länderkunde, 9-11, 4142, 59-61, etc.; Carlos Pereyra, Historia de América, t.III; Clark Wissler, The American Indian, Nueva York, 1917, (págs. 1-40); A. L. Kroeber, Cultural and natural areas of native North America, Berkeley, 1939. 73 Ensayos, I, 147. 74 Véase Gastón Bouthoul, La population dans le monde, París, 1935, pág.75; Humboldt, Ensayo político de la isla de Cuba, I, 133, 138 (Essai, I, 299: “Cook calculó en 100000 el número de habitantes de la isla de Taithí; los misioneros protestantes de la Gran Bretaña no suponían más que una población de 49000 almas; el capitán Wilson la fija en 16000; Turnbull cree probar que el número de habitantes no pasa de 5000. Dudo que estas diferencias sean efecto de una disminución progresiva”). Todavía en la segunda mitad del siglo XVIII los testimonios sobre la población de París varían entre 500,000, 700,000 y un millón (Clavijero, Storia, IV, 278, nota). 75 Véase a este respecto el interesantísimo trabajo de Ramón Iglesia Parga, El hombre Colón, en Revista de Occidente, Madrid, febrero de 1930, 156-192. 72 210 Sven Lovén, Über die Wurzeln der tainischen Kultur, Gotemburgo, 1924, págs. 326 y sigs. (2ª edición revisada y al día, en inglés: Origins of the Tainan Culture, West Indies, Gotemburgo, 1935). 77 Colón —nada parco en sus cálculos— alcanzó cuanto más a ver (cerca de Puerto de Paz, en la costa norte de la actual República de Haití) una población de 1000 casas y 3000 habitantes (cit. por Sven Lovén, op. cit., pág. 336 de la versión inglesa). Sven Lovén habla también de la abundancia de peces en los ríos y costas, y de roedores y aves. Pero dice que no practicaban la gran caza y que su alimentación procedía fundamentalmente del suelo. 78 Véase en nuestro Apéndice V la población de la Española. 79 Memorial de Hernando de Gorjón acerca de la despoblación de la Isla Española, en Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización, Madrid, 1864, I, 428-429. En el mismo volumen hay numerosos documentos que atestiguan los dos momentos, el apogeo y la decadencia de la isla. 80 Véanse Georg Gerland, Das Aussterben der Naturvölker, Lepizig, 1868; René Maunier, Les causes de la dépopulation des indigènes dans les colonies, en Actas del Congreso Internacional de Estudios sobre la Población, Roma, VI, 1934, 235 y sigs. (con bibliografía); Carr-Saunders, Población Mundial, México, 1939, pág. 304; Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador, Madrid, 1942, 130-132; Indians at work, Nueva York, enero-febrero de 1944, nº 5, págs. 1-5. 81 Fernando Ortíz, Historia de la Arqueología Indocubana, Habana, 1922, resume los trabajos actuales sobre arqueología cubana, especialmente los de Fewkes y Harrington. 82 En un Memorial del 30 de enero de 1494 Colón anunciaba a los Reyes Católicos el envío de hombres, mujeres, niños y niñas para que fueran puestos en poder de personas que les enseñaran la lengua castellana y los ejercitaran en cosas de servicio, poniendo en ellos “algún más cuidado que en otros esclavos”, para que dejaran de co76 211 mer carne humana y se bautizaran. Colón pedía que se autorizara el comercio de caníbales, al menos durante uno o dos años, hasta que la colonización se arraigara. El 24 de febrero de 1495 envió a España, desde la Española, un cargamento de 500 esclavos de 12 a 35 años, que llegaron a la Península en abril; los Reyes ordenaron la venta, preferentemente en Andalucía (Cédula de 12 de abril de 1495), pero en seguida concibieron dudas sobre la legitimidad de la venta, y al día siguiente decidieron consultar a una junta de teólogos y juristas (Cédula del 13 de abril de 1495); en tanto, la venta se hizo, y se entregaron al menos 50 para las galeras. El 24 de marzo de 1495 Colón hizo más esclavos, luchando en la Vega Real contra el cacique Coanabó. En junio de 1496 Francisco Roldán, que quedó de Alcalde Mayor por haber regresado Colón a España, envió a Cádiz 300 indios. Al volver Colón a la Española habló de la posibilidad de vender 4000 indios y obtener 20 cuentos. La sublevación de Roldán intensificó el tráfico: Colón envió en octubre de 1498 otro cargamento de indios, y además entregó indios a los maestres, para cubrir los fletes, y a cada pasajero. Cuando los indios llegaron a España y lo supo la reina Isabel, “recibió grandísimo enojo y dijo que el Almirante no tenía su poder para dar a nadie sus vasallos”, una Cédula de Granada, de 20 de junio de 1500, ordenó la libertad de los indios y la restitución a los lugares de origen. Cristóbal Guerra cautivó también indios en la isla de Bonaire y los vendió en Sevilla, Cádiz, Jerez y Córdoba en 1501; por Cédula Real se dispuso el rescate de todos los indios y el regreso a la isla de origen. Una Cédula Real de Segovia, 30 de octubre de 1503, prohibió que nadie cautivara indios para llevarlos a España ni a ninguna otra parte, pero los caníbales, que habían sido requeridos y evitaron ser doctrinados, que agredían a los españoles que idolatraban y comían carne humana, podían ser cautivados y vendidos en otras tierras, en España inclusive. Por esta excepción se explica que haya noticias de venta de indios en España por aquella época, aun 212 de indios de la Española, que no eran caribes. En 1511 se repite la prohibición de llevar indios esclavos de la Española a los reinos de Castilla, para evitar la despoblación y el desvío de las minas, el 23 de diciembre de ese mismo año el rey D. Fernando, al autorizar la captura y venta de los indios caribes de las otras islas, prohibe que se los saque de las Indias. No debe haber cesado los envíos, a juzgar por los hechos siguientes, que parece que no refieren ya a las Antillas: en agosto de 1529 los oficiales de Sevilla recibieron la orden de exigir la certificación del estado legal de los indios esclavos que se introdujeran; en diciembre de 1531 se les ordenó visitar los navíos para evitar introducciones clandestinas; en enero de 1536 se les encargó revisar los títulos para aceptar o prohibir el desembarco; en marzo de 1536 y abril de 1538 se ordenó a las justicias de España que reconocieran el estado de esclavitud de los indios cuando se exhibiera la prueba respectiva; en mayo de 1549 se comisionó a los oficiales de Sevilla que libertaran a los indios existentes en España; en agosto de 1549 se mandó que aunque los indios hubieran sido dados por esclavos, si volvían a pedir libertad fueran oídos y se les hiciera justicia, y que el fiscal de la Casa de Contratación de Sevilla fuera su procurador; en junio de 1555 se dispuso que el asesor de la Casa de Contratación actuara como letrado y el fiscal como procurador en la comisión conferida el tesorero Francisco Tello para entender en la libertad de los indios. Complementariamente, una Cédula de Valladolid, 23 de septiembre de 1543, prohibió la conducción por mar de los indios libres o esclavos de unas provincias a otras de las Indias. Resumimos estas noticias del estudio de Silvio Zavala, Los trabajadores antillanos en el siglo XVI, en la Revista de Historia de América, nº 2, junio de 1938, págs. 32-35, 38,40. 83 Incorporado a la Recopilación de Leyes de Indias, ley I, título X, libro VI. 213 Los dominicos protestaron contra ese traslado de indios. Los dominicos de la Española escribían en 1519 que se despoblaron más de 40 islas de Lucayos y tres de Gigantes, tomando en total, 50, 60 ó 70,000 indios; aún admitiendo —dicen — que no se introdujeran más de 20,000, no quedaban vivos ni 800. Fray Pedro de Córdoba, básandose en el testimonio del P. Las Casas, decía que se llevaron a la Española más de 30 ó 40,000 indios de las islas de Lucayos y Gigantes y no quedaban 5,000 (citado por Silvio Zavala, Los trabajadores antillanos, 47, que cree que esas cifras eran elementos de la protesta). También se enviaron a las islas muchos indios esclavos de Pánuco en la época de Nuño de Guzmán, hasta que lo prohibió la segunda Audiencia de México, en 1530 (Ibíd., 50). 85 Véase Serrano y Sanz, op. cit., y Silvio A. Zavala, La encomienda indiana, Madrid, 1935, págs, 1-39. 86 Damos a continuación un fragmento del sermón que hizo temblar al Almirante Diego Colón y a los funcionarios y encomenderos de la Española: “Soy voz de Cristo, en el desierto de esta isla...Esta voz es que todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid: ¿con qué derecho y con que justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quién los doctrine y conozcan a su Dios y Criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no os podéis más salvar 84 214 que los moros o turcos, que carecen y no quieren la fe de Cristo”. (El texto del sermón lo ha reconstruido el P. Las Casas en su Historia de las Indias, libro III, cap. IV; con algunas variantes figura en las Obras de Manuel José Quintana, págs. 504-505). El P. Las Casas describe la honda repercusión de la palabra del P. Montesinos. 87 El texto, descubierto recientemente, ha sido publicado por varios autores: Roland D. Hussey, Text of the Laws of Burgos: 1512-1513, concerning the treatment of the indians, en la Hispanic American Historical Review, 1932; Lesley Byrd Simpson, Studies in the administration of the Indians in New Spain, Berkeley, 1934, Ibero-Americana, nº7; Rafael Altamira, El texto de las leyes de Burgos de 1512, en la Revista de Historia de América, nº4, diciembre de 1938, 5-77. Para estos comienzos de la legislación indiana y para le época posterior véanse además los siguientes trabajos: Diego Luis Molinari, Las encomiendas y la esclavitud en Indias, 1501-1516, Introducción a la reproducción en facsímil de las Leyes y ordenanzas nuevamente hechas, Instituto de Investigaciones Históricas, Biblioteca Argentina de Libros Raros Americanos, tomo II, Buenos Aires, 1923; id., Introducción a la edición de las Confirmaciones Reales (Ibíd., tomo I); Rómulo D, Carbia, Los orígenes de Chascomús, 1752-1825. Con una introducción sobre los problemas del indígena en América durante los siglos XVI a XVIII, La Plata, 1930; Rafael Altamira, La legislación indiana como elemento de la historia de las ideas coloniales españolas, en Revista de Historia de América, México, 1938, págs. 1-24; Genaro Vázquez, Legislación para los indios; Luis Aznar, Legislación sobre los indios en la América hispano-colonial, en Humanidades, La Plata, XXV, 233274; Silvio Zavala, Los trabajadores antillanos en el siglo XVI, en la Revista de Historia de América, nº2, junio de 1938, págs. 31-67; nº3, septiembre de 1938, 60-88, nº4, diciembre de 1938, 211-216; etc. 88 Negros penetraron en América desde las primeras expediciones, como esclavos de los navegantes. Pero el tráfico es más tardío. Un 215 Real Decreto de 1502 permitió introducir negros esclavos en Santo Domingo, pero los Reyes católicos prohibieron la introducción en 1503, para evitar la propagación de la idolatría. Los primeros negros no llegaron hasta 1508. Las reales cédulas del 22 de enero y 15 de febrero de 1510, de Fernando el Católico, inauguraron la trata. Una cédula del 22 de julio de 1513, impone la licencia. En 1516 el Cardenal Cisneros dio permiso para llevar negros esclavos a las Indias. En 1517, muerto el Cardenal, Carlos V dio otras licencias, y después de algunos trámites concedió al gobernador de Brescia una licencia por 4,000 esclavos, el cual vendió a los genoveses. En 1518, concedió también unas licencias menores (400, 50, 10, 20). En 1523 se concedió permiso para llevar 1500 negros a la Española, 300 a Cuba, 500 a Puerto Rico, 300 a Jamaica y 500 a Castilla del Oro. Luego hubo un abuso de licencias, sin contar el tráfico clandestino. Véanse Ildefonso Pereda Valdés, Negros esclavos y negros libres, Montevideo, 1941; Alberto Arredondo, El negro en Cuba, La Habana, 1939; Diego Luis Molinari, La trata de negros. Datos para su estudio en el Río de la Plata, Prólogo al tomo VII de los Documentos para la Historia Argentina, publicados por la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1916, 97 p.; Agustín Alcalá y Henke, La esclavitud de los negros en la América Española, Madrid, 1919; Arthur Ramos, Las culturas negras en el Nuevo Mundo, México, 1943 (comentado por Román Beltrán en Cuadernos Americanos, marzo-abril de 1944, págs. 184-189); Silvio Zavala, ¿Las Casa esclavista? en Cuadernos Americanos, México, marzo-abril de 1944, págs. 149-154; Actas capitulares del Ayuntamiento de la Habana, con un estudio de Emilio Roig de Leuchrenring, I, Habana, 1937, págs. 113-119. El tráfico existía, pues, antes de la intervención del P. Las Casas. Los Jerónimos, el 22 de junio de 1517, aconsejaron al Cardenal Cisneros la introducción de “negros bozales” en las Antillas. Abundan en esa época los clamores sobre la falta de indios y su incapacidad para el trabajo, y las demandas a favor de la 216 introducción de negros. De esos clamores se hace eco el P. Las Casas: “y porque algunos de los españoles desta isla dijeron al clérigo Las Casas, viendo lo que pretendía y que los religiosos de Santo Domingo no querían absolver a lo que tenían indios si no los dejaban, que si les traía licencia del Rey para que pudiesen traer de Castilla una docena de negros esclavos, que abrirían mano de los indios; acordándose desto el clérigo, dijo en sus memoriales que le hiciese merced a los españoles vecinos dellas de darles licencia para traer de España una docena, mas o menos, de esclavos negros, porque con ellos se sustentarían en la tierra y dejarían libres los indios”. Este aviso de que se diese licencia para traer negros a estas tierras dio el primero el clérigo Casas, “no advirtiendo la injusticia con que los portugueses los toman y hacen esclavos; el cual después de que cayó en ello, no lo diera por cuanto había en el mundo, porque siempre los tuvo por injusticia y tiránicamente hechos esclavos, porque la misma razón es dellos que de los indios” (Las Casas, Historia de las Indias, libro III, cap. CII). 89 Carlos Pereyra, Historia de la América Española, vol. V, cap. II. 90 El licenciado Echagoyen escribe a Su Majestad en 1561 que en la Española había más de 20 ingenios de azúcar; dos de esos ingenios tenían más de 900 negros, y los demás a 200, 300, 100 y 150; sólo el mayordomo y algunos maestros eran españoles; calculaba que en las estancias e ingenios y en la ciudad había 20,000 negros (citado por Silvio Zavala, en Revista de Historia de América, nº4, dic. 1938, 214). 91 J. Wisse, Selbstmord und Todesfurcht bein den Naturvölkern, Zuhpen, 1933, págs. 207-220 (el suicidio en las Antillas). El supuesto suicidio comiendo tierra podría ser un síntoma de anquilostomiasis, enfermedad introducida por los negros, o bien una manifestación de geofagia, bastante frecuente entre los indios de América (véase Tierra Firme, II, 1936, 259-266). Dice Fernández de Oviedo: “Muchos dellos, por su passatiempo, se matan con ponçoña para no trabajar, y otros se ahorcaron son sus manos propias, y a otros se les recrescieron 217 tales dolencias...que en breve tiempo los indios se acabaron” (Historia, parte I, libro III, cap. VI, pág. 71). El suicidio colectivo, que se práctica entre numerosos pueblos, pudo tener el valor de una venganza de orden mágico contra el conquistador. 92 Dicen expresamente: “Es nuestra voluntad y mandamos que los indios que al presente son vivos en las Islas de San Juan y Cuba y la Española, por agora y el tiempo que fuere nuestra voluntad, no sean molestados con tributos ni otros servicios reales ni personales ni mixtos más de como lo son los españoles que en las dichas islas residen, y se dexen holgar para que mejor puedan multiplicar y ser instruidos en las cosas de nuestra santa fe cathólica, para lo cual se les den personas religiosas cuales convengan para tal efecto” (Leyes y ordenanzas nuevamente hechas para la gobernación de las Indias, ed. 1603, pág. 9). Y en cuanto a los indios de toda América las Nuevas Leyes disponen: “Ordenamos y mandamos que de aquí en adelante por ninguna causa de guerra ni por otra alguna, aunque sea so título de rebelión, ni por rescate ni de otra manera, que no se pueda hazer esclavo indio alguno, y queremos que sean tratados como vasallos nuestros de la Corona de Castilla, pues lo son” (Ibíd., pág. 12). Ya se sabe que estas Leyes produjeron la revuelta de Gonzalo Pizarro y la guerra civil en el Perú. En la Nueva España en virrey D. Antonio de Mendoza suspendió su aplicación, y lo mismo hizo Díez de Almendáriz en la Nueva Granada. 93 Du Tertre, op. cit., II, 363, dice que por informes de M. de l´Olive, sieur de la Ramé y de los habitantes más viejos de “nuestas islas”, había dicho en la 1ª edición que los habitantes de las Antillas francesas eran restos de las matanzas de los españoles en Cuba, la Española y P. Rico; ahora dice que ello no está tan lejos de lo verosímil como cree el sieur de Rochefort. Humboldt, Ensayo político sobre la Isla de Cuba, I, 36, dice que si es cierta la afirmación de Gómara de que en 15541564 ya no existía ningún indio, “es absolutamente preciso convenir que los que se escaparon a la Florida en sus piraguas eran restos muy 218 considerables de aquella población, creyendo, según antiguas tradiciones, volver al país de sus antepasados”. Abbad, op. cit., 122, dice que los indios de P. Rico desampararon la isla (hacia 1530), pasándose a las circunvecinas de Mona, Monico, Vieques y otras de la costa, donde se alimentaban con la pesca y algunas cortas sementeras. El informe de capitán Melgarejo dice que, al conquistarse la isla, una porción de los indígenas se pasó a otras islas con los caribes (Brau, Puerto Rico y su historia, 313). Ignacio J. de Urrutia y Montoya, Teatro histórico, jurídico y político-militar de la isla Fernandina de Cuba, en Los tres primeros hist. de la isla de Cuba, II, Habana, 1876, 109-110, habla de los muchos indios que de la Española se retiraron a la isla de Cuba, entre ellos el cacique Hatuey. 94 Fray Toribio de Benavente, Historia de los indios de la Nueva España, México, 1941, págs. 12-22; Agustín Dávila Padilla, Historia de la fundación de la provincia de Santiago, de México, Madrid, 1625, pág. 100. 95 Véase, Pietschmann, Geschichte des Inkareiches, Berlín, 1906, pág. LXXI. 96 George Kubler, Population movements in Mexico, 1520-1600, en Hispanic American Historical Review, 1942, págs. 606-643. 97 En 1524, después del sitio, la ciudad tenía 3.0.000 habitantes, según noticias de Hernán Cortés (el concurso de los artesanos mexicanos que trabajaban para los españoles corno carpinteros, albañiles, tejedores y fundidores, era tan considerable - dice -, que en 1524 la nueva ciudad de México contaba ya con 30.000 habitantes). Clavijero dice que murieron más de 150.000 indios en el asedio; según el historiador mexicano Nicolás de León, las pérdidas de los mexicanos durante los 85 días de sitio de la ciudad de México fue de unas 140.000 personas, de las cuales 50.000 debidas a la peste; las bajas de los indios auxiliares de Cortés se calculan en 30.000 (J. Becker, La política española en las Indias, Madrid, 1920, 384, nota 1). 219 Véase Mariano Picón Salas, De la conquista a la independencia, México, Fondo de Cultura Econ6mica, 1944. Véase también, aunque en distinto sentido, Bernardo Canal Feijóo, Proposiciones en torno al problema de una cultura nacional argentina, Buenos Aires, Instituci6n Cultural Española, 1944. Dice Juan B. Terán: “La incomunicaci6n intelectual de hombres y mujeres de la primera época se ha prolongado hasta nuestros días” (El nacimienlo de la América española, Tucumán, 1927, pág. 82). 99 El profesor Lipschutz, de Chile, lo ha expresado en términos muy claros: el mestizaje comienza a roer al blanco y finalmente lo traga; tiene tendencia niveladora (El indioamericanismo y el problema racial en las Américas, Santiago, 1944, pág. 74). Claro que también roe al indio y ha terminado por absorberlo en grandes regiones. 100 Según Cesáreo Fernández Duro hubo mujeres ya en el segundo, pero no hemos encontrado noticias concretas. 101 Es posible que lo hayan creldo conveniente con excesiva facilidad. Los oficiales de la Casa de Contratación escriben al Rey el 26 de septiembre de 1537: “En lo que Vuestra Majestad manda que no dejemos pasar a las Indias ninguna mujer soltera que nos parezca que traerá mal ejemplo dejalla pasar, as! lo haremos como Vuestra Majestad envía a mandar” (Anales de la Biblioteca, Buenos Aires, VIII, 1912,181-182). 102 José Torre Revello, Esclavas blancas en las Indias Occidentales, en el Boletón del Instituto de Investigaciones Históricas, 1927, V, 263-271. El Almirante y oficiales de la Española se opusieron a esa real cédula, alegando que habla en la isla “muchas mujeres y doncellas de Castilla que eran conversas, y por no casarse con ellas se casarian con las dichas esclavas, de que podría resultar mucho deservicio a nos e daño a la dicha isla”. Sin embargo, el Rey reiteró la cédula el 10.de diciembre de 1512 (lbíd., 266). 98 220 Recopilación, libro VII, titulo III, ley I: “Que les casados o desposados en estos reino sean remitidos con sus bienes, y las justicias lo executen” (19 de octubre ae 1544,7 de julio de 1550, 10 de mayo de 1569, 29de junio de 1579, lo de junio de 1607, 3 de octubre de 1614). Ley II: -Que no se den licencia ni prorrogaciones de tiempo a los casados en estos reinos, si no fuere en casos muy raros” (29 de julio de 1565, etc.). Ley III: Especifica castigos para los casados en España que se vuelven a casar en Indias. Ley IV: Que los casados se envíen a España aunque contraigan deudas u obligaciones para evitarlo. Leyes V y VI: Para evitar otros subterfugios. Ley VII: Que a ningunos casados en las Indias se dé licencia para venir a estos reinos sin las calidades de esta ley. .Ley VIII: Que los que estuvieren ausentes de sus mujeres en las Indias vayan a hacer vida con ellas. También la ley. IX. Todo el Titulo III se encamina a asegurar el matrimonio concertado en España. 104 Valdivia trajo consigo a doña Inés Suárez, su amante, que tuvo papel destacado en la conquista. Por cédula del 20 de enero .de 1544 le concedió una encomienda en reconocimiento de sus méritos y de los pelirgros por que habla pasado. Tenia asl. unos quinientos indios (Jerónimo de.Alderete tenia unos cuatrocientos); en 1563 consta que doña Mariana Ortiz de Gaete tenia 4.000 a 5.000. 105 La primera noticia que tenemos sobre autorización para establecer casas públicas en América es una real provisión del 4 de agosto de 1526, de Granada, refrendada por el secretario Cabos y firmada por el Obispo de Osma y de Canarias, Beltrán, y Obispo de Ciudad Rodrigo, por la que se concede licencia y facultad a Bartolomé Conejo para que “por la honestidad de la ciudad y mujeres casadas della, e por escusar otros daños e inconvenientes”, edifique y haga casa de mujeres públicas en San Juan de Puerto Rico (citado por Fernández Duro, en Memorias de la Real Academia de la Historia, Madrid, XII, 1910, pág. 190, nota 30). 106 En el Catálogo de pasajeros a Indias (volumen I: 1509-1533), Madrid, 1930, hemos contado unas 470 mujeres de toda edad (180 casadas, 103 221 que viajaban con 111 hijas; 176 solteras y viudas), esposas, hijas, hermanas y criadas de pobladores, sobre un total de unos 4.600 pasajeros. En general puede decirse que pasó en ese periodo inicial un 10 % de mujeres. En la obra de Luis Rubio y Moreno, Pasajeros a Indias, tomo I (Colección de documentos inéditos para la historia de Hispanoamérica, tomo IX), pág. 45, hay un cuadro sobre el estado civil de 5,894 pobladores del siglo XVI: 2,565 solteros, 1.082 casados, 1,771 sin estado conocido, 376 clérigos. Parece que una quinta parte eran casados, pero sabemos que en muchos casos no llevaron sus mu. jeres a Indias. Véase el hermoso trabajo de Cesáreo Fernández Duro, La mujer española en Indias, en Memorias de la Real Academia de la Historia, XII, Madrid, 1910, págs. 157194 (también en la Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, año IV, tomo XIII, 1902, 165-182); publicó una ampliación en el Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, XLI, 1902, págs. 437-444. Noticias diversas hay en las siguientes obras: José Maria Ots, Bosquejo histórico de los derechos de la mujer en la legislación de Indias, Madrid, 1920; Idem, Instituciones sociales de la América española en el período colonial, La Plata, 1934, págs. 205-264 (cap. IV: “La situación jurídica de la mujer”; Germán Arciniegas, América, Tierra Firme, Buenos Aires, 1944, págs. 99-114; Genaro García, Carácter de la conquista española, México, 1901, págs. 52-53 (sobre las mujeres que pasaron a México); Juan de Dios de la Rada y Delgado, Mujeres célebres de España y Portugal, Buenos Aires, 1942, segunda selección, págs. 133-141 (sobre Catalina Erauso, “la monja alférez”. Hay algunas noticias en los siguientes cronistas: Fernández de Oviedo, Historia de las Indias, libro XLIX, cap. X; Cieza De León, Guerra de Quito, ed. de Historiadores de Indias de Serrano y Sanz, II, Madrid, 1909, págs. 215, 216, 234; Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, 1ª parte, libro IX, caps. XXIV, XXX (sobre María de Escobar, introductora del trigo en el Perú, y Catalina de Retes, introductora del lino); Pedro Gutiérrez de Santa Clara, Historia de las guerras civiles del Perú, Madrid, 1904, II, 407-408; Fr. Pedro de Aguado, 222 Historia de Venezuela, Madrid, 1918.1919, 1, 426, 445-449 y II, 297, 299, 333, 381; Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, México; 1902, pág. 17. 107 Humboldt da los siguientes datos sobre tres ciudades de la Nueva España: En españoles de Querétaro y Valladolid están incluidos los españoles americanos o criollos. Nombre de la ciudad MÉXICO QUERÉTARO VALLADOLID Raza Europeos Españoles americanos Indios Mulatos Otras castas o sangre de mezcla Españoles Indios Castas de mezcla Españoles Mulatos Indios Total Hombres 2,118 21,338 11,232 2,958 7,832 Mujeres 217 29,033 14,371 4,136 11,525 Proporción 100:10 100:136 100:138 100:140 100:147 2,207 2,929 100:133 5,394 4,639 6,190 5,490 100:115 100:118 2,207 1,445 2,419 63,789 2,929 1,924 2,276 81,020 100:135 100:133 100:93 100:127 En los cuadros que da para varias intendencias y gobernaciones llama la atención el predominio general de los hombres sobre las mujeres: 90:95 término medio. 108 Colección de documentos inéditos del Archivo de Indias,XXXI, 163-164. 109 Citado por Cesáreo Fernández Duro, La mujer española en Indias, en Memorias de la Real Academia de la Historia, XII, Madrid, 1910, pág. 188. 110 Recopilación, libro VI, título I, ley II Fernando V y doña Juana, en Balbuena a 19 de octubre de 1514, y en Valladolid a 5 de febrero de 1515. Don Felipe II y la Princesa Gobernadora, allí a 22 de octubre de 1556. 111 Recopilación, libro VI, título I, ley VIII. La ley X, de Felipe III, Madrid, 10 de octubre de 1618, establece que los hijos de indias casadas deben residir en el pueblo del padre y los de indias solteras en el de la madre. 223 Actuó además en muchos casos como intérprete. Baltasar de Obregón, un criollo mexicano, en su Historia de los descubrimienios antiguos y modernos de la Nueva España, México, 1924, obra escrita en 1584, hace un retrato de una india bautizada, Luisa, que había sido cacica de Ocoroni y que actuó de intérprete en la expedición del capitán Francisco de Ibarra en busca de Clbola y Quivira. 113 Hubo además, entre los cronistas, dos indios guatemaltecos bautizados: Hernández Arana Xajilá y Francisco Díaz Gebuta Quej, que escribieron en 1564 el Memorial de Tecpán-Atitlán (Anales de los cakchiqueles). Hay también una crónica maya del cacique Ah Nakuk Pech, señor de Chac-Xulub-Chen, traducida al español por Héctor Pérez Martlnez (algunos trozos ha publicado Agustín Yáñez en Crónicas de la conquista de México, México, 1939, págs. 195-215). Estos cronistas constituyen una prolongación de la rica historiografía precolombina. 114 Comentarios Reales, 2a parte, libro II, cap. XVIII. 115 Véase el estudio del mestizaje en el volumen dedicado a la especie humana, a cargo de Paul Rivet (volumen VII), de la Encyclopédie Francaise, París, 1936. 116 En los rasgos físicos de Rubén Darío se ha notado una lejana ascendencia indígena. Él mismo, en el prólogo de Prosas profanas, dice: “¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqués”. 117 Según los cálculos de Manuel Orozco y Berra, con Cortés entraron 607 soldados, con Narváez 387 y con Garay, Salceda, Ponce de León, Alderete, etc., 147, lo que arroja un total de 1.141 conquistadores (Conquistadores de México, en el Apéndice de la Sumaria relación de Dorantes de Carranza, México, 1902, 3~9-360. Dorantes de Carranza da un total de 1.326 conquistadores: dice que Cortés trajo 550, entre ellos 50 marineros, y además 200 indios de Cuba, y que los demás entraron con Narváez, Francisco de Garáy y Camargo, Je112 224 rónimo Ruiz de la Mota, Miguel Díaz de Auz, Julián de Alderete y otros (Sumaria relación, pág. 13). Dice que en 1604 sólo quedaban en Mexico 196 conquistadores, 109 hijos de conquistadores, 65 yernos, 479 nietos y 85 bisnietos, o sea 934 personas, cantidad que .le parecía asombrosamente pequeña (pág. 234). Hay que suponer que no incluía los herederos ilegítimos. 118 Comentarios Reales, 2a parte: “Pr6logo a los indios, mestizos y criollos”. 119 Nicolás Flores, nacido el 24 de diciembre de 1598, fue el primer criollo nacido en Potosí. 120 Cuenta el Inca Garcilaso, Comentarios Reales, la parte, libro IX, cap. XXIII, que las gallinas introducidas por los españoles no sacaban pollos en la ciudad del Cuzco ni en todo su valle, “aunque les hacían todos los regalos posibles” y en cambio en Yúcay y Muina, a cuatro leguas de. la ciudad, que son valles más calientes, sacaban muchos pollos. “Duró la esterilidad del Cozco —dice— más de treinta años, que el año de mil y quinientos y sesenta, cuando yo salí de aquella ciudad. aún no los sacaban. Algunos años después, entre otras nuevas, me escribi6 un caballero, que se decía Garci Sánchez de Figueroa, que las gallinas sacaban ya pollos en el Cozco, en gran abundancia”. 121 Política sanitaria indiana y colonial en el Tahuantinsuyo, en Anales de la Facultad de Ciencias Médicas, Lima, XVII, 1935, págs. 248-249. 122 Cuenta Bernal Díaz, cap. XVII, que cuando Jerónimo de Aguilar fue a buscar a Gonzalo Guerrero para ir ambos en busca de Cortés, Gonzalo Guerrero le contestó: “Hermano Aguilar, yo soy casado, tengo tres hijos y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras. Íos vos con Dios, que yo tengo labrada la cara e horadadas las orejas. ¿Qué dirán de mí desque me vean esos españoles ir desta manera? E ya veis estos mis tres hijitos cuán bonitos son. Por vida vuestra, que me deis desas cuentas verdes que traéis. para ellos, y diré que mis her225 manos me las envían de mi tierra”. Y también la india. mujer de Gonzalo Guerrero. le dijo: “¡Mirá con qué viene este esclavo a llamar a mi marido! Íos vos y no curéis de más pláticas” Y continúa Bernal Díaz: “Y el Aguilar tornó a hablar al Gonzalo que mirase que era cristiano, que por una india no se perdiese el ánima. y si por mujer e hijos lo había, que la llevase consigo si no los queda dejar. Y por más que le dijo e amonistó, no quiso venir”. Genaro García, Carácter de la conquista española, México. 1901, págs. 134-135, recoge, además, los testimonios de Landa y Gómara. Veáse además en Bernal Díaz. cap. XXIX, el encuentro de Aguilar con los españoles: todos lo tomaron por indio. 123 Fernández de Oviedo, Historia, libro XXIV. cap. XVII, menciona otro caso de gran interés: el año 1532 los arahuacos del río Uyapari se encontraron con un morisco, esclavo de los Silvas. (tres hermanos que degolló el licenciado Gil González Dávila); el morisco se fue con los arahuacos, con los que estuvo doce años; en 1544 llegó a las islas de Margarita y Cubagua como jefe de una flota de cincuenta navíos indígenas, y contó que los señores principales le habían dado sus hijas por mujeres y que tenía siete u ocho de ellas, y que lo llevaban por capitán general en la lucha contra otras tribus. Este morisco dió además noticia de algunos españoles que estaban en otro pueblo de indios, casados con mujeres indias. y con hijos. que se creía que eran restos de los trescientos españoles perdidos en 1532 por el gobernador Diego de Ordaz en las costas del Marañón. Fr. Pedro de Aguado cuenta la historia de Francisco Martín. uno de los soldados perdidos de la expedición de Gascuña: Francisco Martín fue recogido por los indios, se casó con la hija del cacique y se convirtió en su capitán, y en tres años tuvo dos o tres hijos; luego lo recogió el capitán Juan de San Martín, pero echaba de menos a su mujer y a sus hijos y finalmente volvió a la tribu (H¿’/oria de Venezuela. Madrid, 1918. 1, 96-97. 104; también Fernández de Oviedo. libro XXV, cap. VI). Juan B. Terán, El nacimiento de la América española. Tucumán, 1927, págs. 112-115, 226 reúne algunas noticias más: Juan Bautista Bernio, hijo del conquistador Juan Muñoz. abrazó la vida salvaje en el antiguo Tucumán. y fue necesario que una expedición española lo arrancara del seno de la tribu; los hijos y nietos de Luis de Mudelo, en Popayán, vivían y vestían como indios, y se les acusaba de hechiceros; un andaluz. Pedro Chamijo, conocido en las crónicas como Pedro Bohórquez, se incorporó en el siglo XVIII a las tribus calchaquíes del Tucumán, se adaptó a la vida de los indios, vistió como ellos, practicó sus ritos, tuvo varias esposas indias, llegó a ser cacique y se hizo coronar Inca. También hubo mujeres españolas incorporadas a las tribus (además de las de Chile). Cuando Tristán de Luna hIzo. a jornada de la Florida encontró a cuatro españolas que vivían entre los indios a consecuencia de un naufragio; lloraban de alegría al verse entre españoles. pero se quedaron entre los indios por no abandonar a los hijos que habían tenido (Cesáreo Fernández Duro, en Revista de Derecho, Historia y Letras, XIII, 179). El P. Las Casas,Historia, libro III, cap. XXI. relata el rescate de dos españolas que vivían entre los indios de Cuba, una de unos 40 años, la otra de 18 a 20: “vellas no era menos que si se vieran nuestros primeros padres, Adan y Eva, cuando estaban en el Paraíso terrenal”; los soldados españoles tuvieron que vestidas. 124 Fernández de Oviedo, Hisloria, libro XVII, cap. XV. 125 Fr. Bernardino de Sahagún dice que los señores y principales de Tlaxcala aposentaron a los españoles “y también les dieron a sus hijas doncellas, muchas, y ellos las recibieron y usaron de ellas como de sus mujeres” (Historia general de las cosas de Nueva España, México, 1938, IV. pág. 45). Fernando de Alva Ixtlilxóchitl dice que Cortés mandó prender al cacique de Tezcoco y le ordenó que hiciese traer algunas mujeres, hijas de principales; el señor de Tezcoco mandó traer cuatro hermanas suyas y se.las dió a Cortés. Dice también que Cortés mandó recoger en México y Tlacopan a hijas de los señores y principales, y cogiendo a muchas, se las dieron. (Obras históricas, México, 227 1891, I, 439-440). Fernández de Oviedo cuenta que cuando Cortés llegó a la ciudad de México, Moctezuma aposentó a los españoles, le hizo a Cortés un presente de oro, plata, mantas e indias, y luego se informó por los intérpretes de la calidad de cada uno de los españoles y de lo que les faltaba, y les hacía proveer de todo, “assí de mujeres de servicio como de cama” (libro XXXIII, cap. XLV). 126 Comentarios Reales, 2a parte, libro II, cap, XVI. 127 Las noticias de Bernal en el mismo sentido son insistentes: en Tepoztlán “se hubieron muy buenas indias y despojos”; en Cuernavaca “se hubo gran despojo, ansí de mantas muy grandes como de buenas indias” (cap. CXLIV); “si eran hermosas y buenas indias las que metíamos a herrar, las hurtaban de noche del montón que no aparecían hasta de ahí a buenos días, y por esta causa se dejaban de herrar muchas piezas que después teníamos por naborías” (cap. CXLVI). 128 Historia general de las cosas de Nueva España, ed. de México, 1938, IV. 220. Otra versi6n de la misma Historia dice: “y ninguna otra cosa tomaban sino el oro y las mujeres mozas hermosas, y algunas de las mujeres, por escaparse, disfrazábanse poniendo lodo en la cara y vistiéndose de andrajos” (lbid., 109). 129 Carlos Pereyra, prólogo a La población de El Salvador de Rodolfo Barón Castro, pág. 17. 130 Cuando Cortés se retiró de la ciudad de México, “la noche triste”, llevaba —dice Carlos Pereyra—, entre los 1.300 españoles que le acompañaban, 8 mujeres españolas (Hernán Cortés, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1941, pág. 183). Según las listas de Orozco y Berra, con Cortés llegaron a México ocho mujeres: Beatriz Hernández, María de Vera, Elvira Hernández, Beatriz Hernández (hija de la anterior), Isabel Rodrigo, Catarina Márquez, Beatriz Ordaz y Francisca Ordaz. Con Narváez llegaron otras cuatro: Marla de Estrada, Beatriz Bermúdez de Yelasco, Beatriz Palacios (parda) y Juana Martín (Manuel Orozco y Berra, Los conquistadores de México, en el Apéndice de la Historia 228 de Sahagún, México, 1938, IV, págs. 388, 401 y en el Apéndice de la Sumaria relación de Baltasar Dorantes de Carranza, México, 1902, págs. 381, 392). Nicolás León ha recogido, de un manuscrito antiguo, un “Memorial de nueve mujeres conquistadoras que se hallaron en la toma de México, dignas de gran memoria, que por sus buenos hechos a algunas de ellas les dieron pueblos y a otras ayuda de costa”. Esas nueve mujeres son: Marla de Estrada, mujer de Pedro Sánchez Farfán; Marla de Vera; Francisca de Ordaz, que casó con Juan González de León; Elvira González, que casó con Tomás de Rijoles; N. de T., que no tuvo hijos ni se quiso casar; Beatriz Hernández, mujer de Francisco de Olmos, que no tuvo hijos; Beatriz Hernández, hija de Beatriz Hernández [quizá sea hija de Elvira Hernández, que casó con Tomás de Rijoles]; Beatriz Hernández, que casó con Benito de Cuenca y no tuvo hijos; Beatriz de Ordaz, mujer de Hernando Alonso (Apéndice de la Sumaria relación de Dorantes de Carranza, 456-457). En el Diccionario de Icaza hay algunas noticias sobre mujeres que dicen haber pasado con Cortés y Narváez (n.os 178, 181, 184, 186, 187, 191, 192, 193, 195, 199, 534). Baltasar Dorantes, op. cit., pág. 17, habla de once mujeres que vinieron a la conquista; siete de ellas, casadas. 131 Del Diccionario de conquistadores de Icaza extractamos dos casos excepcionales: Francisco de Orduña trajo de España 6 hijas y un hijo; cinco de las hijas se casaron con conquistadores y le dieron 41 nietos (no 129); Inés de Sigüenza, mujer del licenciado Gamboa, médico, pasó con seis hijas doncellas (no 633). 132 AsI le llaman Dorantes de Carranza, op. cit., 225, y Francisco de Icaza, Diccionario, no 1277. En cambio Orozco y Berra le.llama Juan Gallegos de Andrada. Bernal. Díaz dice que Isabel, la hija de Moctezuma, casó con el tesorero Alonso de Grado (cap. CCV), pero es seguramente un error. En el Diccionario de Icaza la única noticia que encontramos sobre Alonso de Grado es que tenia una hija natural que casó con Alonso Hernández (no 264). 229 Francisco A. de Icaza, Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva España, Madrid, 1923, 2 tomos, números 153, 158, 219, 233, 240, 295, 302, 342. BaItasar Dorantes de Carranza menciona además a Gregorio de las Rivas, conquistador, alcalde de Tulancingo; casado con una india, de la que tuvo dos hijos (Sumaria relación de las Cosas de la Nueva España, México, 1902, 197-198). El prologuista de la Sumaria relación, José Marla de Agreda y Sánchez, pág. IV, supone que la madre de BaItasar Dorantes era india, y se basa en que el cronista, que se detiene tanto en el padre, no dice nada de la madre. Consta que se llamaba doña Marla de la Torre, que se habla casado con Alonso de Benavides (conquistador que entró con Francisco Hernández de Córdoba; con él tuvo una hija), que era encomendera de los pueblos de Azala y Jalatzingo, y que, al enviudar el virrey Don Antonio de Mendoza la casó con Andrés Dorantes de Carranza, que habla sido compañero de Alvar Núñez (Sumaria relación, págs. 460 y sigs.; Diccionario de Icaza, nos 281, 379). 134 En el Diccionario de Icaza figuran muchos de los primeros conquistadores y pobladores con hijos naturales: Alonso Guisado tiene un hijo y una hija naturales (no 108); Pedro de Carranza, dos hijos mestizos (no 261); Juan Gómez de Estarcena, una hija ilatural, casada (no 353); Garda del Pilar, una hija natural (no 361); Hernando de Lorita, una hija natural (no 450); Alonso Mateos, una hija natural (no 605); Antonio de Anguiano, una hija natural (no 895); Alonso Muñoz, dos hijas naturales (no 1054); etc. La Sumaria relación de Dorantes de Carranza, que sólo se ocupa de los descendientes legítimos, da sin embargo algunas noticias sobre ilegltimos: Bernal Diaz tuvo un hijo mestizo ilegítimos, Diego Díaz del Castillo, “que tiene cédulas de Su Majestad para que le provean” (pág. 169); Bernardino de Santa Clara, conquistador que vino con Narváez, tuvo un hijo natural llamado Pedro de Santa Clara (pág. 169) [¿será el autor de las Guerras civiles del Perú?); Jerónimo de Aguilar, el intérprete, tuvo un hijo y una hija en una india principal 133 230 de Topayanco, provincia de Tlaxcala (pág. 141, 201); Juan Cansino, que llegó con Cortés, secuestró en su tienda, durante el cerco de México, a la. hija del cacique de Culhua y la herró en la frente para tenerla de esclava, al parecer con consentimiento de ella; el cacique se quejó a Cortés, el cual estuvo a punto de hacer degollar a Cansino, pero luego lo desterró (págs. 203-204); Juan de Leiva el sordo, conquistador, tuvo descendencia en indias (pág. 212); Diego Muñoz, “padre de los Muñozes de Tlascala”, tuvo dos hijos mestizos (pág. 178) [uno de ellos, Diego Muñoz Camargo, es el autor de la Historia de Tlaxcala. Un Memorial de los conquistadores de esta Nueva España publicado por Nicolás León (Apéndice de la Sumaria relación de Dorantes de Carranza, págs. 435-457) da las siguientes noticias: Alonso de Solís dejó un hijo mestizo (pág. 438); Diego Diez del Castillo, hijo bastardo de Bernal Diez (pág. 439); Diego de Rozas tuvo un hijo mestizo de su mismo nombre (pág. 440); Francisco Granados dejó muchos hijos e hijas mestizos y pobres (pág. 442); Francisco Hernández el aserrador dejó dos hijas y un hijo mestizos y pobres (págs. 442-443); Pedro Cermeño tuvo una hija natural mestiza (pág. 451). Más frecuente es el caso de conquistadores y pobladores que además de su prole legitima han reconocido algunos hijos ilegltimos, naturales o bastardos. En el Diccionario de Icaza encontramos los siguientes casos: Juan Ortiz de Zúñiga, 4 legitimos. 3 ilegitimos (no 57); Juan Pérez de Herrera, 10 y 4 (no 66); Gonzalo Hernández de Mosquera 5 y 8 (no 68) Diego de Porras, 4 y 3 (no 70); Pedro Moreno, 1 y 2 (no 73); Juan Bautista, 4 y 2 (no 86); Juan Hernández de Prada, 2 (en España) y 2 (no 118); Alonso Hidalgo, 7 y “muchos” (no 119); Serván Bejarano, 8 (muertos) y 2 (no 128); Juan Sánchez Galindo, 4 y 3 (no 141); Gregorio de las Ribas, 2 y 2 (no 162); Juan de Ledesma, 7 y 3 (no 170); Pero Franco, 6 y I (no 175); Francisco de Portillo, 5 y “otros” (no 358); Pero Núñez. 5 y 3 (no 409); Juan Antonio, 4 y 2 (no 437); licenciado Angulo, 3 y 3 (no 551); Bartolomé de Celi, 7 y 4 (no 653); JuanGallego,4 y 1 (no 731); Diego 231 Sánchez,6 y 2 (no 736); Juan de Torres, 2 y 2 (no 769); Martín de Rifareche, 1 y 3 (no 1135); etcétera. 135 Colección de documenlos inéditos del Archivo de Indias, XIII, 175. 136 Carlos Pereyra, Hernán Cortés, Buenos Aires, 1941, pág. 275. 137 Fidel Fita publicó el Expediente de Martín Cortés, niño de siete años, hijo de Hernán Cortés y de la india doña Marina, Toledo, 19 de julio de 1529, que es la información para concederle el hábito de Santiago (Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1892, XXI, 199-206). 138 Cedulario de Puga, I, 316, citado en México a través de los siglos, II, 477. 139 Recopilación, libro I, titulo XXIII, ley 14. 140 Antonio de Herrera, Descripción de las Indias, cap. IX. 141 Sobre educación de mestizos en México, véase Tomás Zepeda Rincón, La instrucción pública en la Nueva España en el siglo XVI, México, 1933, págs. 81-88. 142 En los padrones y relaciones geográficas de la época colonial se ve como se iba mezclando la población: en Guachinango un vecino, hijo de español y mulata, está casado con una india y tiene una hija (Colección de documentos inéditos, IX, 123; otras noticias análogas en págs. 152-153, 173, 202, etcétera). 143 El profesor Lipschutz, de Chile, lo llama pigmentocracia. Y lo explica con la siguiente f6rmula: “A toda la escala de las funciones sociales, desde arriba hasta abajo, corresponde toda una escala o espectro de colores raciales intermedios entre blanco e indio” (El indoamericanismo y el problema racial de las Américas, Santiago, 1944, págs. 70-71 y sigs.). Es verdad, siempre que no se tome con demasiado rigidez. 144 La legislaci6n tendió, como veremos, a la endogamia de las castas (medidas contra la desigualdad en los matrimonios, alejamiento entre indios y negros, separación entre blancos e indios. etc.). Pero por 232 encima de la legislaci6n, el mestizaje prosiguió su curso: fue nivelador, tendió a la disoluci6n de las castas. 145 Véase Spenser St. John, Haïti ou la République noire, París, 1886. Al proclamarse en 1804 la independencia de Haití, los negros se dedicaron a matar, por orden de Dessalines, a todos los franceses, hombres, mujeres y niños. Haití llevó una política hostil a los extranjeros: se prohibió la inmigraci6n de blancos o bien se les prohibió que pudieran ser propietarios o amos; la Constituci6n de 1879, aunque les permitió que se ciudadanizaran, les prohibía toda clase de funciones legislativas y ejecutivas. Sobre el Paraguay véase Rengger y Longchamp, Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay, París, 1828, págs. 113, 148-149. 146 Citado por Juan Probst, en el prólogo de Documentos para la historia argentina; tomo XVIII, Buenos Aires, 1924, pág. XXIV 147 El resentimiento de los criollos de la primera generación tuvo numerosas manifestaciones literarias: véase, por ejemplo, la Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, de Baltasar Dorantes de Carranza. criollo mexicano. 148 Citado en México a través de los siglos, II, 669. 149 Teatro critico universal, ed. 1777, tomo II, 312-313 y IV, 119 y sigs. (citado por Rómulo D. Carbia, Historia de la leyenda negra hispano-americana, Buenos Aires, 1943, pág. 18). 150 Noticias secretas de América, ed. Londres, 1826, II, 415-420. 151 El final de la frase manifiesta el resentimiento del mestizo, y no del criollo. El mismo concepto lo versificó, a fines del siglo, D. Esteban de Terralla y Landa, un andaluz que habia sido coplero aúlico del virrey Don Teodoro de la Croix: “La propiedad más laudable / que saca el niño, / en efecto, es ser mortal enemigo / de cualquier hombre europeo, / pues a cada instante dice: / — Si yo supiera de cierto lla vena por donde corre / sangre de españoles; luego / sin duda me la sacara” (cit. por Jorge Basadre, La multilud, la ciudad 233 y el campo en la historia del Perú, en Revista Universitaria, Lima, 1929, 3er, trimestre; pág. 427). 152 C. Parra Pérez, El régimen español en Venezuela. Madrid. 1932, págs. 49-50. cita otros casos. Recoge además, sin:responsabilizarse por la exactitud. los cálculos de un autor que se hacía pasar por inglés. publicados en 1811: en todo el período co!onial español hubo 287 obispos y arzobispos americanos y 702 españoles; 4 virreyes americanos y 166 españoles; 14 capitanes generales americanos y 588 españoles. 153 Rómulo D. Carbia, Historia de la leyenda negra hispano-americana, Buenos Aires, 1943, págs. 19, 143-164. 154 Enrique Ruíz Guiñazú, La magistratura indiana, Buenos Aires, 1916, pág. 273 (cita a Barros Arana). 155 José Torre Revello, en Historia de la Nación Argentina, IV 1ª sección, pág. 509. 156 El Inca Garcilaso refiere las gestiones hechas por los descendientes de los Incas ante la corte de España para que se les exceptuara “de los tributos que pagan y de otras vejaciones que como los demás indios padecen” (Comentarios Reales, la parte, libro IX, cap. XL). 157 Recopilación de leyes de Indias, libro VI, título V; Ibid., libro V, titulo XIV, ley XV; Ordenanza de intendentes, 1786, art. 141 (cit. por Raúl Carrancá y Trujillo, en la Revista de Historia de América, no. 3, septiembre de 1932). 158 Recopilación, libro II, titulo I, ley IV (del 6 de agosto de 1555); ibid., libro VI, título VII: “De los caciques” (conservándoles sus derechos). 159 Recopilación, libro VI, título III, leyes XXI-XXIV (reiterada desde 1563 a 1646). Por real cédula del 16 de abril de 1585 los blancos no podían tener asiento en el ayuntamiento de Tlaxcala (Humboldt, Ensayo, II, pág. 9). 160 Rodolfo Barón C., La población de El Salvador, Madrid, 1942, pág. 394. 161 México a través de los siglos, II, 665. 234 Recopilación, libro VI, título I, ley XLVIII. Recopilación, libro VI, título I, ley XXXI: “Que no se puedan vender armas a los indios, ni ellos las tengan” (1501 hasta 1570). Véase además Juan Matienzo, Gobierno del Perú (obra escrita hacia 1570), Buenos Aires, 1910, pág. 43 (primera parte, cap. XIX). 164 Noticia de Emilio Rodríguez Demorizi, en su discurso de ingreso en la Academia Dominicana de la Lengua, Ciudad Trujillo, 1944, pág. 9. 165 Véanse Paula Alegría, La educación en México antes y después de la conquista, México, 1936, págs. 93-120, y Tomás Zepeda Rincón, La instrucción pública en la Nueva España en el siglo XVI, México, 1933, págs. 31-79. 166 Recopilación, libro VI, titulo I, ley 18 y libro I, ley 12. Algunas noticias sobre escuelas para niños ind¡genas trae Desdevises de Dezert, L’ église espagnoles des Indes, en Revue Hispanique, París, XXXIX, 1917, págs. 242-245. 167 Nicolás León, Las castas del México colonial, México, 1924, p.p. 12-13. 168 Recopilación; libro VI, título X, ley XXI (19 de diciembre de 1593); libro V, título X, leyes X-XIV; libro II, titulo I, ley V (4 de diciembre de 1528); libro VI. título XIII, ley VIII (23 de diciembre de 1595). 169 Recopilación, libro VI, título I, leyes XXXIII y XXXIV (19 de julio de 1568 y 15 de mayo de 1594); título III, leyes XVIII y XIX (10 de octubre de 1618 y 4 de agosto de 1604). 170 En México, en el siglo XVIII, se usó la expresión indios contrapuesta a gentes de razón (también blancos contrapuesto a gente de color). Esa terminología es supervivencia jurídica de términos usados en la primera hora del descubrimiento, cuando algunos dudaban de que los indios fueran seres racionales. El Papado puso término a las discusiones muy pronto. No creemos que el español, en su contacto con el indio, por más violento que haya sido a veces ese contacto, haya dudado nunca de la naturaleza racional del indio. En el siglo XVIII 162 163 235 el P. Clavijero tomó la defensa de la capacidad intelectual del indio frente a la negación de Pauw: “Aseguro a Mr. de Pauw y a toda Europa —dice— que las almas de los americanos no son en nada inferiores a las de los europeos; que son capaces de todas las ciencias, aun de las más abstractas”. Si se les impartiese instrucción —agrega— “se verían entre ellos fil6sofos, matemáticos y teólogos que podrían rivalizar con los más famosos de Europa” (citado por Antonello Gerbi, op. cit., 76). 171 Recopilación, libro VI, título XII, ley XIII. 172 Recopilación, libro VII, titulo V, ley XIV. 173 Colección de documentos inéditos para la historia de España, tomo XCIV, pág. 390. 174 Recopilación, libro VI, título VII, ley VI. 175 Recopilación, libro V, título VIII, ley XL. 176 Recopilación, libró VI, título VI, ley VII. 177 Recopilación, libro I, titulo VII, ley VII. 178 Véase Juan de Hevia Bolaños, Curia Filípica, Madrid, 1776, pág. 12 (§ 2, n.os 21-22). 179 Nicolás León, Las castas del México colonial o Nueva España, México, 1924, pág. 6. Esa bula establecía severas penas para las contravenciones y anulaba la recepción y la profesión de los mestizos y mulatos. 180 Recopilación, libro III, titulo IV, ley XV. 181 Recopilación, libro III, título X, ley XII. 182 Citado por Antonello Gerbi, Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo, Lima, 1944, pág. 129, nota 1. 183 Por ejemplo, el empadronamiento chileno de 1778 arrojó 20.651 mestizos y 190.919 blancos, cuando los mestizos —como sostiene Barros Arana, Historia general de Chile, VII, 441— formaban la gran mayoria del bajo pueblo de las ciudades y una parte muy considerable de la población general del reino. 236 Telégrafo Mercantil, 1º de abril de 1801, pág. 41 (reimpresión en facsimil de la Junta de Historia y Numismática Americana, Buenos Aires, 1914). Luego, en el n° del 27 de junio de 1801, en respuesta a la carta de un extranjero, rectifica en parte y dice: “Los extranjeros naturalizados y los mestizos de español e indio no han sido ni pueden ser excluidos de socios vocales, respecto a la habilitación que les franquean las leyes del reino para ser iguales a todos los españoles nacidos en España o América, y siempre que tengan las precisas cualidades de limpieza de sangre y buenas costumbres”. Y a continuación publica su Memoria sobre que conviene limitar la infamia anexa a varias castas de gentes que hay en nuestra América, en la que propone precisamente que el Rey declare abolidas todas las diferencias de casta y señala las ventajas que ello tendría. 185 Las negras y mulatas horras casadas con españoles podian llevar unos sarcillos de oro con perlas y una gargantilla, y en la saya un ribete de terciopelo (Recopilación, libro VII, titulo V, ley XXVIII: real cédula del 11 de febrero de 1571). Cuenta Concolorcorvo de su paso por Córdoba: “No permiten a los esclavos, y aun a los libres que tengan mezcla de negro, usen otra ropa que la que se trabaja en el pais, que es bastantemente grosera. Me contaron que recientemente se habla aparecido en Córdoba cierta mulatilla muy adornada, a quien enviaron a decir las señoras se vistiese según su calidad, y, no habiendo hecho caso de esta reconvención, la dejaron descuidar, y, lIamándola una de ellas a su casa con otro pretexto, hizo que sus criadas la desnudasen, azotasen, quemasen a su vista las galas y le vistiesen las que correspondian por su nacimiento, y, sin embargo de que a la mulata no le faltaban protectores, se desapareció, por que no se repitiese la tragedia” (ed. de la Biblioteca de Cultura Peruana, págs. 67-68). Dice Mariano Picón Salas que las leyes suntuarias, que determinaban la vestimenta de las castas, produjeron el motín de negros de 1609 y de la plebe mexicana en 1692 (De la conquista a la independencia, 184 237 México, Fondo de Cultura Económica, 1944). Dicen Jorge Juan y Antonlo de Ulloa, en la Relación histórica, Madrid, 1748, hablando de la ciudad de Lima: “no es reparable el ver un mulato u otro hombre de oficio con un rico tisú, cuando el sujeto de la mayor calidad no halla otro más sobresaliente con que poderse distinguir” (III, 71). Y después de describir la forma como se visten las señoras, agregan: “Las demás clases de mujeres siguen el ejemplo de las señoras, asi en la moda de su vestuario como en la pompa de él, llegando la suntuosidad de las galas hasta las negras, según corresponde a su esfera” (III, 81). Pero al tratar de las castas de Cartagena de Indias (I, 45) describen el vestido de las blancas y de las que no lo son: “Aquellas que legitimamente no son blancas se ponen sobre las polleras una basquiña de tafetán de distinto color (pero nunca negro), la cual está toda picada para que se vea la de abajo, y cubren la cabeza con una como mitra de un lienzo blanco, fino y muy lleno de encajes, el cual, quedando tieso a fuerza de almidón, forma arriba una punta, que es la que corresponde a la frente: llámanle el pañilo, y nunca salen fuera de las casas sin él y una mantilla terciada sobre el hombro. Las señoras y demás mujeres blancas se visten a esta moda de noche, y el traje les sienta mejor que el suyo. 186 La prohibición no figura con carácter expreso en la Recopilación. 187 Recopilación, libro VII, título V, leyes XI y XII. En 1739 hubo en Mendoza un cuerpo de indios y pardos, y afines del siglo, en la época de Vértiz, habia en el Rio de la Plata un cuerpo de milicias de castas para servicios auxiliares de las fuerzas en campaña (José Torre Revello, en Historia de la Nación Argentina, IV, 1ª secci6n, 507). En 1801 se creó en el Rio de la Plata la primera compañia de pardos libres, compuesta de 100 plazas, y otra de morenos, de 70 plazas (Pereda Valdés, op. cit., 4546). Lo mismo pasaba en las otras regiones: en Santiago de Chile habia a principios del siglo XIX un batallón de pardos de 200 hombres, que luego se llamaron Infantes de la Patria y se distinguieron en la batalla de Maipo (Diego Barros Arana, Historia general de Chile, VII, 448). 238 Diego Luis Mollnari, La trata de negros, pág. 37 (Introducción del tomo VII de Documentos para la historia argentina, Instituto de Investigaciones Históricas, Buenoa Aires). 189 José María Ots, Instituciones sociales de la América española en el período colonial, La Plata, 1934, pág. 118. 190 Citado por José Torre Revello, en Historia de la Nación Argentina, IV, la sección, pág. 507. Las leyes ;y las convenciones sociales restringieron los matrimonios entre castas diferentes, pero la consecuencia fue una gran natalidad ilegítima, en todos los paises indoamericanos (véase Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador, Madrid, 1942, págs. 531, 541, 542). 191 Nos valemos para ello del estudio de Raúl Carrancá y Trujillo, El estatuto jurídico de los esclavos, en la Revista de Historia de América, no. 3, septiembre de 1938, págs. 20-59. 192 Ya a principios del siglo XVII el Príncipe de Esquilache, virrey del Perú, en su relación al Marqués de Guadalcázar, su sucesor, le dice: “Los negros y mulatos se enriquecen mediante los tratos y granjerías que tienen con la grosedad de la tierra” (Colección de las Memorias o Relaciones que escribieron los Virreyes del Perú, ed. de Ricardo BeItrán y Róspide, Madrid, 1921, I, 287). Véase además Viñas Mey, en Humanidades, La Plata, VIII, págs. 100-102. 193 Recopilación, libro VII, titulo V, ley VI. 194 Fr. Pedro de Aguado, Historia de Venezuela, libro X, cap. XXIII(II, 313 de la edición de Madrid, 1919). 195 Cartas de Indias, págs. 299-300. 196 Juan P. Ramos, Historia de la instrucción púíblica en la República Argentina, Buenos Aires, 1910, II, pág. 497. No indica la fecha del episodio. 197 Juan Probst, La instrucción primaria durante la dominación española, Buenos Aires, 1940, pág. 35 (véase además pág. 7 Y sigs.); Idem, en Historia de la Nación Argentina, IV, 2ª sección, pág. 157. En 188 239 el acuerdo del Cabildo de Buenos Aires de 8 de marzo de 1723 hay la siguiente noticia: “Tratóse sobre el Memorial presentado por Alonso Pacheco, maestro de niños, en que pide lo que ha de hacer en orden a que se ha de enseñar también a leer y escribir a los hijos de mulatos y mestizos. Que habiéndose conferido, acordaron que el dicho Alonso Pacheco solamente enseñe a leer y escribir a los españoles e indios, y la doctrina cristiana sola a los mulatos y mestizos, teniéndolos separados, y no los saque a los actos públicos sino apartados, para que no se junten” (Archivo General de la Nación, Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, Buenos Aires, 1928, serie II, tomo V, pág. 51). Esa prohibición de enseñar a los mestizos, contraria a toda la legislación indiana, estaba dedicada seguramente a los mestizos de baja categoría social. 198 Fernando Romero, José Manuel Valdés, gran mulato del Perú, en la Revisa Bimestre Cubana, XLIII, no. 2, marzo-abril de 1939, págs. 183, 186. 199 Era hijo natural de don Juan de Porras, caballero de la orden de Alcántara, vecino de Lima, y de Ana Velázquez, negra nacida en Panamá (de padres africanos). Fue reconocido por su padre. Aprendió a leer y escribir en Guayaquil. En Lima tomó el oficio de sangrador y luego obtuvo el hábito de donado en el Convento del Rosario de Santo Domingo. Nació en Lima el 9 de diciembre de 1579 y murió en 1639, después de 39 años de vida religiosa. Asistieron a su entierro la audiencia, el cabildo y las comunidades religiosas; el féretro lo llevaron el arzobispo, el obispo, oidores, etc. (Noticias del Diccionario de Mendiburu). Hay una Vida admirable del Beato Fr. Martín de Porras por José Manuel Valdés, zambo peruano. 200 Pedro Henriquez Ureña, La cultura y las letras coloniales de Santo Domingo, Buenos Aires, Instituto de Filología, 1936, págs. 101, 103. 201 Nació en Quito en 1747. Su padre era un indio de Cajamarca que estaba al servicio del religioso bethlemita Fr. José del Rosario. La madre era una mulata, hija de una esclava manumitida por el presbítero 240 Aldaz. A los 20 años se graduó de doctor en medicina. Fue Director de la Biblioteca Pública de Quito hasta 1795. Murió en la cárcel a consecuencia de sus escritos revolucionarios. Su hermano, Juan Pablo de Santa Cruz y Espejo, era clérigo. Véase Francisco Javier Eugenio De Santa Cruz Y Espejo, El nuevo Luciano de Quito, prólogo de Isaac J. Barrera, Quito, 1943. 202 Nació en Saña (Perú) el 29 de julio de 1726, hijo ilegítimo de María def Carmen Cavada (lavandera mulata) y Baltasar Valdés (músico indio). Protegido por el boticario y su mujer, fue a la escuela y luego al colegio de los agustinos de Lima; en el Hospital de San Andrés obtuvo el titulo de “cirujano latino”. Carlos IV, a petición del Ayuntamiento y Cabildo de Lima, le dispensó del color y nacimiento, y pudo graduarse en la universidad en 1807, de la que llegó a ser profesor. En 1815 fue nombrado miembro de la Real Academia de Medicina de.Madrid. El Papa le dispensó el color para recibir órdenes sagradas, pero Valdés retiró la bula por la oposición del Cabildo Metropolitano de Lima. La Revolucióñ le concedió los máximos honores., Véase Fernando Romero, José Manuel Valdés, gran mulato del Perú, en la Revisa Bimestre Cubana, XLIII, no. 2, marzo-abril de 1939, págs. 178-219. Este autor menciona también otro mulato, Dávalos, que se había graduado de médico en Francia y que tomó el examen de tesis a José Mánuel Valdés (pág. 186), y dice que el P. Juan Goniález, hijo de “la Redentora”, mulata cuarterona, llegó a capellán de Santa Liberata (pág. 183). 203 En el Perú independiente se destacó también un mulato de gran talento para la pintura humorística: Pancho Fierro, (1803-1.879). Tenía también sangre negra don Bernardo de Monteagudo, una de las figuras más destacadas de la revólución argentina. El padre, Miguel de Monteagudo, era español, natural de Cuenca, soldado de dragones; la madre era mulata, quizá cuarterona u octavona. Bernardo de Monteagudo fue hijo natural, aunque sus padres se casaron posterior241 mente. En Jujuy, donde su padre llegó a ser alcalde, hizo sus primeros estudios. El canónigo Troncoso, de Chuquisaca, lo tomó bajo su protección, y así se doctoró en leyes en 1808. Se cuenta que Pueyrredón, en antesaleas de la Asamblea de 1813, ponía reparos a la limpieza de sangre de Monteagudo. También se ha señalado sangre negra en una de la figuras más limpias y grandes de la historia argentina: Bernardino Rivadavia. 204 Recopilación, ,libro VII, título V, ley II, libro, VI, título V, ley VIII. 205 Citado por Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, Santiago, III, 1944, pág. 56. 206 Parece que fue también zambo don Vicente Rocafuerte (17851847); presidente ecuatoriano. Rocafuerte, “nuestro máximo repúblico —dice Rodrigo A. Chávez González— ostentó su zambismo afroamericano con mucho garbo y talento” (El mestizaje y su influencia social en América; Guayaquil, 1937, pág. 112), pero para este autor eran mulatos, no sabemos con qué fundamento, Olmedo, Bolivar, Sucre, Sarmiento, Castilla y cien más. 207 Han sido estudiados por R. Blanchard, Le tableaux de métissage au Méxique, en el Journal de la Société des Américanites, París, V, 1908, 59-66; Id., Encore sur le tableaux de métissage du Musée de Mexico, Ibidem, VII, 1910, 37-60. Posteriormente por Nicolás León, Las castas de mestizaje del México colonial o Nueva España, México, 1924. Véase también el artículo sobre mestizaje de la Enciclopedia Espasa. No hemos podido consultar el articulo de Laureano Vallenilla Lanz, Las castas coloniales, en Cultura Venezolana, Caracas, no. 31, noviembre de 1921, págs. 108-114. 208 Han sido reproducidos por R. Blanchard, Le tableaux de métissage au Méxique, en el Journal de la Société des Américanites, París, VII, 1910, planchas III-X, en los Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, IV, México, 1912, láminas 19-26; por Nicolás León, en su estudio de las Castas y en la Enciclopedia Espasa, 242 s. v. mestizaje, Blanchard, op. cit., 42-43, ha elaborado un cuadro centesimal del mestizaje correspondiente a cada uno de los tipos étnicos. Nicolás León, op. cit., 48-58, hace una descripción analítica de cada uno de los cuadros. 209 La reprodujeron también R. Blanchard, en el Journal de la Société des Américanites, París, VII, 1910, plancha, IX; los Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, IV, México, 1912, lámina 27, y Nicolás León, op. cit., , que la describe detenidamente. 210 Blanchard, op. cit., pág. 44, elabora un cuadro centesimal del mestizaje correspondiente a cada uno de estos tipos. 211 La noticia la da Garcia Icazbalceta, en su Vocabulario de mexicanismos, México, 1905, s. v. Castas. Nicolás León, op. cit., 41, dice que pertenecía a la familia Larrauri-Montaño, de Morelia (Michoacán), y agrega: “No sé si aún exista esta colección que ha más de 35 años vi colgada en la pared de un corredor, expuesta al sol y a la lluvia y muy maltratada”. 212 Blanchard, Joumal, VII, 1910, págs. 46.47, estudia los porcentajes de sangre de cada uno de los tipos. No hemos encontrado el trabajo de E. T. Hamy, Peinture ethnographique d’ Ignacio de Castro, Parls, en Decades americanae 1 y 2, no. 14, pero Nicolás León, op. cit., 30-36, lo resume integramente. 213 Reproducidos por Franz Heger, Eine weitere neue Serie von Oelbildern, welche die Mischungsverhältnisse der Rassen in Mexico zur Darstellung bringt, en las Proceedings of the XVIII session del International Congress of Americanists, London, 1912, tomo n, págs. 461-463, 3 láminas (también Nicolás León. op. cit., págs. 40 y sigs). Cree que posiblemente las ha enviado a la corte de Austria el emperador Maximiliano de México. 214 Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador, Madrid, 1942, láminas XXXIII y XXXIV, ha reproducido los números 1, 2, 4 y 5. Blanchard, op. cit., 56-57, sólo tuvo noticias del no 1. Nosotros toma243 mos las noticias de Nicolás León, op. cit., 37-39, el cual las toma a su vez de un trabajo de Antón y Ferrándiz (coinciden con las noticias de Barón Castro, op. cit., 525). 215 Barón Castro, op. cit., láminas XXXV-XXXVII, reproduce los números 4, 6, 7, 12 y 13. Blanchard. op. cit., 58-59, reproduce el no 11 y estudia los porcentajes sanguíneos de los diez y siete primeros. Según Blanchard, .por noticias que le comunicó el doctor Bolívar. director del Museo, la serie era de 17 cuadros. Completamos sus noticias con las descripciones de Barón Castro, l. c., y Nicolás León, op. cit., 39, el cual toma las suyas de Antón y Ferrándiz. 216 Descritos por Franz Heger, op. cit., 462-463. Noticias complementarias en Nicolás León, op. cit., 40-41. 217 Nicolás León, op. cit., 29, 58-65, describe detenidamente cada uno de los cuadros. Los números 2, 7, 12 y 15 se reprodujeron pésimamente —dice— en Ethnos, I, México, 1920, págs. 156-158. 218 Comentarios Reales de los Incas, 1a parte, Lisboa, 1609, libro IX, cap. XXXI. 219 Relación histórica, Madrid, 1748, I, págs. 41-42. 220 Segunda parte, tocante a las Indias, de las anotacionres a la Real Pragmática sanción de los matrimonios, México, 1789, ms. citado por José Torre Revello, en Historia de la nación argentina, IV, 1ª sección, 503-504. 221 El Paraguay católico, Buenos Aires, 1910, pág. 128. 222 En Documentos literarios del Perú, tomo VI, Lima, 1874, págs. 60-61 (reproduce la 2a edición, de Madrid, 1815). 223 J. J. Virey, Histoire naturelle du genie humain, París, 1a ed., 1809 (2 vols), 2a ed., 1824, 3 vols., que es la que utilizamos (II, 183195). Blanchard, op. cit., 48-49, estudia los porcentajes sanguíneos de los tipos de Virrey. 224 Agrega que en su tiempo se llamaba zambos principalmente a los descendientes de negro y mulata o de negro y china. 244 Es la misma nomenclatura del Diccionario de historia y geografía, s. v. castas, reproducida por Nicolás León, op. cit., 9. 226 El Calálogo lo ha publicado Cicero en colaboración con A. L. Herrera. Tomamos todos los datos de Blanchard, op. cit., 50-56, que ha calculado para cada tipo los porcentajes sanguineos. Cicero se apoya, para su nomenclatura, en tres obras: Diccionario universal de historia y geografía, México, 1855, tomo VIII (1º del Apéndice), pág. 534, s. v. Castas, México a través de los siglos, tomo 11, pág. 472; Concilio III Provincial Mexicano. 227 Según Alcedo tente en el aire procede de cuarterón y mulata, “porque no adelanta nada en la raza”; se dice también del hijo del mestizo y mestiza de indio (Nicolás León, op. cit., 23). 228 Según Alzate es sinónimo de cambujo, zambo y zambis. 229 Figura en las Ordenanzas del Baratillo, sin explicación. 230 Según Alcedo llaman también así al hijo de mestiza e indio. 231 La Recopilación habla a veces de “negros y loros” (libro VII, título V, ley XV), entendiendo sin duda por loros (del latín laurus) a los mulatos y descendientes de negros. Solórzano dice que los hijos de negros y negras libres se llaman morenos y pardos (el nombre de mulatos —dice— se debe a “tenerse esta mezcla por más fea y extraordinaria, y dar a entender con tal nombre que le comparan a la naturaleza del mulo” (Política Indiana, libro, II, cap. XXX). Morenos ha sido designación general del negro en toda América. Pardo fue una designación menos precisa y más general: hoy designa al mulato en Cuha y Puerto Rico (Dicc. Acad.; Malaret, Americanismos, s. v.) pero según Azara comprendía al mestizo (hijo de india .y blanco), al mulato (hijo de africano con blanco o indio), al cuarterón (hijo de mulato y hlanco) y al salta atrás (hijo de mulato y negro), y además agrega que bajo el nombre de pardos se incluía a los negros; en las compañías de pardos y morenos de Buenos Aires, hasta 1810, se incluían tamhién los indios. Hay documentaciím de El Salvador, de fines del siglo XVIII. en la que se llama mulatos o ladinos a los mestizos de blanco e india 225 245 (Barón Castro, op. cit., 255, nota 1); hoy es general llamar ladinos a los mestizos en casi toda Centroamérica. Es interesante sseñalar, a propósito de nomeuclatura, que hoy se llama mestizo al indio en Yucatán y en cambio se llama indio al mestizo en Santo Domingo. 232 Español y castizo, español; español y quinterón, español. Otros cuadros eran más conservadores: el III Concilio Mexicano llama puchuel al cruce de castizo y español, y español al de puchuel y español; de quinterón .y española, requinterón; y de requinterón y española, tente en el aire; etc. 233 Diego Luis Molinari, op. cit., pág. 37. En 1796 el Ayuntamiento de Caracas acordó suplicar al Rey que suspendiese la real cédula de Aranjuez que dispensaha de la calidad de pardo por una suma de dinero (Juan Oropesa, Breve historia de Venezuela, México, 1945, pág. 19; C. Parra Pérez, op. cit., 54.56). 234 Fernando Romero, op. cit., págs. 187-188. 235 Relación histórica del viaje a la América meridional, Madrid, 1748, I, 41. 236 Boleslao Lewin, Tupac Amaru, Buenos Aires, 1943. 237 Telégrafo Mercantil {I, 27 de junio de 1801. La Memoria debía continuarse, pero sólo se publicó en ese número, no sabemos por que razón. 238 Citado por Diego Luis Molinari, op. cit., pág. 36. 239 Citado por Carlos Siso, La formación del pueblo venezolano, Caracas, 1941, pág. 353, nota. No indica la fecha, pero debe ser de fines del XVIII o comienzos del XIX. 240 Decía además: “Eran hombres endurecidos por el trabajo de las minas, por el manejo del caballo; proveían de soldados al ejército, no sólo en los cuerpos de pardos y morenos de las costas, sino también en las milicias del interior, que por ley debian ser de españoles; eran criados de confianza en el campo y en la ciudad; ejercían los oficios y las artes mecánicas, y de las castas se sacaban los brazos que se empleaban en todo”. 246 247 Angel Rosenblat y la población novohispana, siglos XVI-XVII se terminó de imprimir en diciembre de 2005 con un tiraje de 500 ejemplares más sobrantes de reposición. 248