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HERSKOVITS (1968) El Hombre y sus obras. Cap. 2

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HERSKOVITS, M. (1968) El Hombre y sus obras. Fondo de Cultura Económica, México.
Cap. 2 . (2.1, características básicas)
CAPÍTULO II
LA REALIDAD DE LA CULTURA
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El hombre vive en varias dimensiones. Se mueve en el espacio, donde el ambiente natural
ejerce sobre él una influencia que nunca termina. Existe en el tiempo, lo cual le provee de
un pasado histórico y un sentido del futuro. Lleva adelante sus actividades como miembro
de una sociedad, identificándose él mismo con sus compañeros y cooperando con ellos en
el mantenimiento de su grupo y en asegurarle su continuidad.
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Pero el hombre no es único en esto. Todos los animales deben tomar en cuenta el espacio y
el tiempo. Muchas formas viven en agregados donde la necesidad de adaptarse a sus
compañeros es un factor siempre presente en sus vidas. Lo que distingue al hombre, el
animal social que nos importa ahora, entre todos aquéllos, es la cultura. Esta tendencia a
desarrollar culturas consolida en un conjunto unificado todas las fuerzas que actúan en el
hombre, integrando para el individuo el ambiente natural en que se encuentra él mismo, el
pasado histórico de su grupo y las relaciones sociales que tiene que asumir. La cultura
reúne todo esto y así aporta al hombre el medio de adaptarse a las complejidades del mundo
en que nació, dándole el sentido, y algunas veces la realidad, de ser creador de ese mundo,
al mismo tiempo que criatura de él.
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Definiciones de la cultura hay muchas. Todas están acordes en reconocer que es aprendida;
que permite al hombre adaptarse a su ambiente natural; que es por demás variable que se
manifiesta en instituciones, normas de pensamiento y objetos materiales. Una de las
primeras definiciones aceptables fue dada por E.B. Tylor, al decir que la cultura es "el
conjunto complejo que incluye conocimiento, creencias, arte, moral, ley, costumbre y otras
capacidades, y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad".
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Un sinónimo de cultura es tradición, otro civilización; pero el empleo de tales términos
viene sobrecargado de implicaciones diferentes o de matizaciones de la conducta habitual.
Una breve y útil definición de cultura es: Cultura es la parte del ambiente hecha por
el hombre.
Va implícita en ella el reconocimiento de que la vida del hombre transcurre en dos
escenarios, el natural o hábitat y el social, el "ambiente" natural y el social. La definición
implica también que la cultura es más que un fenómeno biológico. Abarca todos los
elementos que hay en la madurez del hombre, dotación que él ha adquirido de su grupo por
aprendizaje consciente, o, en un nivel un poco diferente, por un proceso de
acondicionamiento; técnicas de varios géneros, instituciones sociales u otras, creencias y
modos normalizados de conducta. La cultura, en resumen, puede ser contrastada con los
materiales brutos, externos o internos, de los cuales se deriva. A recursos presentados por el
mundo natural se les da forma para satisfacer necesidades existentes; y los rasgos
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congénitos son moldeados de modo que de las disposiciones congénitas surjan los reflejos
que dominan en las manifestaciones externas de la conducta. Apenas si es menester
diferenciar el concepto de cultura que se emplea en el estudio del hombre del significado
popular de la palabra "culto". Mas, para los no familiarizados con un sentido antropológico,
la aplicación del concepto "cultura" a una azada o a una receta de cocina necesita algún
reajuste de pensamiento. La idea popular de cultura la tenemos en lo que podríamos llamar
una definición escolar y equivale a "refinamiento". Tal definición implica la habilidad de
una persona "culta" para manipular ciertos aspectos de nuestra civilización que aportan
prestigio. En realidad, esos aspectos son dominados por personas que disponen de ocio para
aprenderlos. Para el científico, sin embargo, una "persona culta", en el sentido popular, no
domina sino un fragmento especializado de nuestra cultura, de la que es partícipe, en
mucho mayor grado de lo que sospecha, con el hacendado, el albañil, el ingeniero, el
cavador, el profesional. La economía más ruda, el más frenético rito religioso, un simple
cuento popular, son todos igualmente partes de una cultura. El estudio comparado de la
costumbre nos muestra esto con mucha claridad. En los pequeños grupos aislados, donde la
base económica es estrecha y el conocimiento técnico escaso, no hay lugar para la
extracción social que debe estar presente si una persona "culta", en el sentido popular, ha de
tener ifilos recursos económicos necesarios para que pueda entregarse a su afición.
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Para entender la naturaleza esencial de la cultura hay que resolver una serie de aparentes
paradojas que no deben ignorarse. Estas paradojas pueden enunciarse de diversos modos,
uno de ellos el siguiente:
1. La cultura es universal en la experiencia, del hombre; sin embargo, cada
manifestación local o regional de aquélla es única.
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2. L a c u l t u r a , e s e s t a b l e , y n o o b s t a n t e , l a c u l t u r a e s d i n á m i c a
t a m b i é n , y m a n i f i e s t a , c o n t i n u o y constante cambio.
3. La cultura llena y determina ampliamente el curso de nuestras vidas , y,
sin embargo, raramente se entremete en el pensamiento consciente.
No se verá plenamente cuan fundamentales son los problemas planteados por estas
formulaciones, y cuan difícil resulta reconciliar sus aparentes contradicciones, hasta que no
hayamos examinado sus muchas implicaciones, para lo cual hay que esperar a la
terminación del libro. Por el momento veamos cómo repercuten en el problema de
la realidad de la cultura.
1. El hecho de que se diga a menudo del hombre que es un "animal constructor de cultura"
es un reconocimiento de la universalidad de la misma; que es un atributo de todos los seres
humanos, vivan donde fuere o cualquiera que pudiera ser su manera ordenada de vivir. Esta
universalidad puede describirse en términos exactamente específicos. Todas las culturas, al
menos cuando se consideran objetivamente, poseen un restringido número de aspectos, los
cuales son convenientemente divididos para su estudio. Documentar tal sencilla afirmación
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requiere muchas páginas, y ocupará una sección entera de este libro, donde esos aspectos
serán tratados uno por uno. Pero, en este apartado podemos inspeccionarlos brevemente
para darnos cuenta de cómo la idea de la universalidad de la cultura se ex-tiende hasta
recaer también sobre aquellas amplias subdivisiones de la experiencia humana que
invariablemente abarca. En primer lugar, todos los pueblos tienen algún modo de
proporcionarse el vivir. Lo consiguen por medio del equipo tecnológico empleado para
arrancar de su ambiente natural los medios de sostener la vida y llevar adelante sus
actividades diarias. Conocen algún modo de distribuir lo que así producen, sistema
económico que les permite sacar el mayor partido a los "escasos medios" de que disponen.
Todos los pueblos dan expresión formal a la institución de la familia o a varios géneros de
estructura demás amplio parentesco, y a asociaciones basadas en lazos que no son de
sangre. Ninguno vive en completa anarquía, sino que en todas partes se han hallado
muestras de algún género de control político. Ninguno hay sin una filosofía de la vida, un
concepto del origen y funcionamiento del universo y de cómo debe tratarse con los poderes
del mundo sobrenatural para conseguir los fines deseados; en síntesis, un sistema religioso.
Con cantos, danzas, consejas, y formas de arte gráficas y plásticas para obtener satisfacción
estética, lenguaje para dar paso a las ideas, y un sistema de sanciones y metas para dar
significación y dirección al vivir, redondeamos este sumario de aquellos aspectos de la
cultura que, como la cultura en su conjunto, son atributos de todos los grupos humanos,
dondequiera que ellos puedan vivir. Mas, como es sabido por cualquiera que haya tenido
contacto con personas de diferente modo de vida que la suya, aun con un grupo de otra
parte de su propio país, no hay dos cuerpos de costumbres que sean idénticos en detalle. Por
esto puede decirse que cada cultura es el resultado de las experiencias particulares de la
población, pasada y presente, que vive de acuerdo con ella. En otras palabras, cada cuerpo
de tradición debe considerarse como la encarnación viva de su pasado. Dedúcese así que
una cultura no puede comprenderse a menos que se tenga en cuenta su pasado lo más
plenamente posible, empleando todos los recursos admisibles —fuentes históricas,
comparaciones con otros modos de vivir, manifestaciones arqueológicas—para entender su
fondo y su desarrollo. Nuestra primera paradoja debe resolverse aceptando sus dos
términos. Significa por tanto que la universalidad de la cultura es un atributo de la
existencia humana. Hasta su división en series de aspectos queda probada por lo que
conocernos de los más diversos modos de vida, en todas las partes del globo, dondequiera
que se han estudiado las culturas. Por otra parte, es igualmente susceptible de prueba
objetiva que jamás dos culturas son iguales. Cuando las observaciones de este hecho,
conseguidas por la investigación de nuestro presente, se vierten en la dimensión temporal,
quiere expresarse que cada cultura ha tenido un desarrollo peculiar y único. Los
"universales" de la cultura, podemos decir, proporcionan el cañamazo en el cual se dibujan
las particulares experiencias de un pueblo en las formas particulares adoptadas por su
cuerpo de costumbres. Y, en este punto, podemos dejar descansar la primera de nuestras
paradojas, reservando para posteriores capítulos la explicación de por qué puede ser tratada
de este modo.
2. Al sopesar la estabilidad cultural frente al cambio cultural, debemos reconocer en primer
lugar que la prueba de que disponemos demuestra irremisiblemente que la cultura es
dinámica; que las únicas culturas completamente estáticas son las muertas. No tenemos más
que mirar en nuestra propia experiencia para ver cómo el cambio viene sobre nosotros, a
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menudo de modo tan sutil que no lo sospechamos hasta que proyectamos el presente sobre
el pasado. Basta con el ejemplo de una fotografía nuestra, acaso de pocos años atrás, la cual
nos divierte porque advertimos diferencia en el estilo del vestir. No hay que pensar que esta
tendencia a cambiar las costumbres es exclusiva de nuestra propia cultura. El mismo
fenómeno se puede observar en cualquier pueblo, no importa cuan poco denso, cuan aislado
o cuan sencillo en sus costumbres. Quizá el cambio se manifieste solo en pequeños detalles,
por ejemplo, en una variación de una aceptada pauta de dibujo, o en un nuevo modo de
preparar un alimento. Pero siempre se nos hará patente algún cambio si tal pueblo puede ser
estudiado a lo largo de un período de tiempo, si podemos extraer del suelo restos de su
cultura, o si podemos comparar sus costumbres con las de otro pueblo vecino, de cultura
parecida en general, pero que varía en detalles .Si bien el cambio cultural es ubicuo y su
análisis, por tanto, fundamental en el estudio de la vida de los grupos humanos, no hay que
olvidar que, como en cualquier aspecto del estudio de la cultura, seda en términos de
ambiente y trasfondo, y no en términos absolutos, en sí y por sí. En consecuencia,
escapamos de nuestra segunda aparente antítesis y quedamos confortablemente instalados
entre sus dos cuernos. La cultura es a la vez estable y cambiante.
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El cambio cultural se puede estudiar sólo como una parte del problema de la estabilidad
cultural; la estabilidad cultural puede ser entendida solamente cuando se mide el cambio
respecto al conservatismo.
Además, ambas expresiones no sólo son relativas en general, sino que deben considerarse
en relación recíproca. Las conclusiones que se extraigan respecto a la permanencia y al
cambio en una cultura dada dependen en gran medida del hincapié que haga el particular
observador de esa cultura en su conservatismo o en su flexibilidad. Acaso la dificultad
básica surge del hecho de no haber criterios objetivos de permanencia y cambio. Es una
cuestión viva, ya que es casi artículo de fe que la cultura euro-americana es más receptiva a
los cambios que ninguna otra, y que esta receptividad explica su preeminencia. Cuan
relativo es tal punto de vista se infiere de la diversidad de las opiniones al respecto, pues
hay quienes celebran esa hospitalidad para el cambio mientras que otros la deploran. La
manera de pensar contemporánea acoge, por lo general, como favorables las
modificaciones en los aspectos materiales de nuestra civilización. Por otra parte;cambios en
elementos tan intangibles de nuestra cultura como código de moral, estructura de la familia
o sanciones políticas fundamentales, desagradan o son denunciados. El resultado es que
siendo los desarrollos «técnicos tan importantes para nuestro modo de ver, los cambios en
esta Tarea de nuestra vida simbolizan para nosotros la tendencia a cambiar de nuestra
cultura tomada en conjunto. Nuestra cultura se diferencia entonces de las otras sobre esta
base de receptividad a cambios técnicos, de suerte que su estabilidad, en contraste con su
propensión a cambiar, queda reducida al mínimo.
3. El problema que nos impone la tercera paradoja, que la cultura llena nuestras vidas y, sin
embargo, somos ampliamente inconscientes de ello, difiere de los precedentes porque
implica algo más que un sopesar las posibles alternativas. Nos enfrentamos con cuestiones
básicas psicológicas y filosóficas. Tenemos que tratar de comprender el problema
psicológico de cómo los seres humanos aprenden sus culturas y actúan como miembros de
una sociedad y encontrar una respuesta a la interrogación filosófica de si la cultura es una
función de la mente humana o si existe por sí misma. La cuestión que se nos plantea es que,
estando la cultura humana como tributo restringida al hombre, la cultura en su conjunto, o
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cualquier cultura concreta, representa mucho más de lo que ningún ser humano puede
captar o manejar. Puede, por eso, defenderse la conveniencia de estudiar la cultura como si
fuera independiente del hombre; crear lo que ha llamado White una ciencia de
"culturología". Pero también puede defenderse la inconveniencia de estudiarla
considerando que sólo tiene realidad psicológica, que existe meramente como una
serie de ideas en la mente del individuo. Filosóficamente, no se trata sino de
otro ejemplo de la vieja polémica entre realismo e idealismo, polémica que
define una diferencia fundamental en el concepto y en la manera de abordar el
estudio del mundo y del hombre. Bidney ha mostrado que cada una de estas posiciones, si
se persigue con exclusión de la otra, crea una falacia lógica que sólo se puede
evitar con una actitud ecléctica frente al problema que plantean. Como dice ese autor,
"ni las fuerzas naturales ni los logros culturales tomados separadamente o por sí mismos
pueden explicar la aparición y la evolución de la vida c u l t u r a ” Ambos puntos de vista,
sin embargo, contienen mucho que es esencial a un entendimiento de la cultura, así que es
importante examinar los argumentos que presentan antes de intentar resolverla cuestión
de la naturaleza de la cultura.
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Poca duda hay de que la cultura puede estudiarse sin tener en cuenta a los seres humanos.
La mayor parte de las más antiguas etnografías, descripciones de los modos de vida de
determinados pueblos están escritas solamente en términos de instituciones, como
asimismo los más de los estudios sobre "difusión" —que examinan la expansión geográfica
de un determinado elemento, cultural—se presentan sin ninguna mención de los individuos
que usan los objetos u observan costumbres dadas. Sería difícil, hasta para el investigador
más psicológicamente orientado, negar valor a tales estudios. Es esencial que se comprenda
primero la estructura de una cultura si queremos darnos cuenta de las razones por las cuales
un pueblo se comporta como lo hace; tal comportamiento no tendrá sentido sino se toma
plenamente en cuenta la estructura de las costumbres. El argumento en favor de la
realidad objetiva de la cultura —admitiendo por el momento quesea posible y aun
esencial estudiar las costumbres como si tuvieran una realidad objetiva—viene a decir que
la cultura, siendo extrahumana, "superorgánica", está más allá del control del
hombre y opera en términos de sus propias leyes. Al considerar esta posición, no hacemos
sino analizar uno de los varios determinismos que se han expuesto para explicar la
naturaleza de la cultura, en este caso, d e t e r m i n i s m o c u l t u r a l .
Examinemos la afirmación de que "cualquier cultura es más que lo que cada individuo
puede captar o manejar", puesto que es punto crucial para la posición que estamos
considerando ahora. Nuestra propia cultura nos puede servir de ilustración tan bien como
cualquier otra. En nuestros días, muchos millones de individuos de nuestra sociedad, en
situaciones dadas de su vida diaria, se comportan en ciertos modos predecibles, dentro de
límites determinados. Contamos con que la palabra "sí" significará una respuesta afirmativa
a una pregunta; en nuestras tierras, las mujeres no labrarán la tierra a menos de
excepcionales circunstancias; en las canciones que cantamos, la melodía es mas importante
que el ritmo; nuestras familias, de modo general, estarán compuestas de padre, madre e
hijos, más que de un hombre, varias mujeres y sus retoños. Ahora bien, por dada a cambios
que pueda ser nuestra cultura "sí" ha significado afirmación durante muchas centurias; el
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arar la tierra durante incontables décadas ha sido admitido como trabajo de hombres, y lo
mismo ocurre con infinitas otras cosas. Pero de las gentes que se han comportado con
arreglo a esas convenciones, es claro que ninguna de las que usaron hace doscientos años el
vocablo "sí" para significar afirmación o que vivieron entonces en unión monogámica vive
todavía. Los que sostienen que la cultura vive en sí y por sí dan gran importancia al hecho
de que los modos tradicionales de vida continúan de generación en generación sin
referencia al espacio de vida de ninguna persona dada. Tal argumento es impresionante.
Podemos considerar dos entidades: el siempre cambiante grupo formado por seres humanos
que entran en él al nacer viven sus vidas y mueren, y el sólido cuerpo de costumbres que lo
impregna, intacta su identidad, desarrollando los cambios que experimenta de su propio
pasado histórico. Que existe una interrelación entre pueblo y cultura no lo puede negar ni el
más resuelto determinista, lo mismo que quienes afirman que la cultura solo existe como
ideas en las mentes individuales reconocen la necesidad de estudiar sus formas instituidas.
Hay que subrayar, por consiguiente, que estamos considerando una cuestión de peso
relativo y no alternativas qué se excluyen. Hecha esta reserva, el hecho de que exista un
continuim cultural, a pesar del personal constantemente cambiante cuya conducta define la
cultura, constituye un argumento para considerarla como una entidad en su propio derecho.
No sólo cuando se la considera a lo largo, a través de los siglos, puede demostrarse que la
cultura es más que los hombres; dentro de un grupo determinado, en un momento dado de
su historia, ningún miembro individual de una sociedad es competente en todos los detalles
de los modos de vida de su grupo. Todavía más, ningún individuo, aunque sea miembro de
la más pequeña tribu, con la cultura más simple, conoce su herencia cultural en su totalidad.
Para no fijarnos más que en un ejemplo clarísimo, tan importante, sin embargo, que le
prestaremos detallada atención más adelante, recordemos el hecho de las diferencias que
impone el sexo en los modos de conducta aceptados. No sólo tropezamos con una división
económica del trabajo entre hombres y mujeres, que se da en todas partes, sino; que, en la
mayor parte de las culturas, las actividades de los hombres difieren de las delas mujeres por
la índole de sus preocupaciones en el seno de la familia, en sus intervenciones religiosas o
en los tipos de satisfacciones estéticas que encuentran en su cultura. Algunas veces es
cuestión de hábito: que en África occidental hagan alfarería las mujeres y los hombres
cosan los vestidos, no es ni más ni menos racional que lo que Ocurre entre nosotros, donde
los hombres son alfareros y las mujeres costureras. Ahora bien, la división puede ser
conscientemente impuesta y penada si se infringe, tal como la no autorizada manipulación
de lo sobrenatural entre los aborígenes australianos, o el uso por los hombres de trajes de
mujer en nuestra sociedad. En poblaciones grandes, en las que existe un alto grado de
especialización y una estructura de clases marca distintamente a un elemento respecto de
otro en la sociedad, excede a la capacidad de cualquier persona el conocer por entero su
cultura. El aldeano chino del siglo XIX y e Ilustrado mandarín, ambos ordenaron sus vidas
de acuerdo con los dictados de una cultura común, pero ambos siguieron sus separados
caminos, apegándose cada cual a su particular género de vida y sin preocuparse
probablemente de cómo sus vidas diferían. No sólo cuando existen componentes urbanos y
rurales, sino cuando los sacerdotes se destacan del pueblo laico, los gobernantes de los
gobernados, los industriales especialistas como los nativos forjadores de África oriental o
los constructores de canoas polinesios delos que tienen otros oficios, se ve que el individuo
conoce solamente un segmento de su cultura total. Esto es verdad a despecho de que la total
cultura del individuo señala las orientaciones básicas en términos de las cuales su grupo,
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considerado como un todo, regulariza su conducta diaria. La cultura, considerada como más
que el hombre, constituye el tercer término de la progresión inorgánica, orgánica y
supraorgánica, formulada por primera vez por Herbert Spencer como armazón conceptual
de su esquema evolucionista. Más de medio siglo más tarde, la palabra supraorganico fue
empleada por Kroeber para subrayar el hecho de que, de igual modo que la cultura y las
disposiciones biológicas son fenómenos de orden diferente, la cultura debe mirarse como
existiendo en sí y por sí, actuando en las vidas de los seres humanos, los cuales no son sino
instrumentos pasivos bajo su dominio. “El mahometismo, fenómeno social”, dice Kroeber,
“al suprimir las posibilidades imitativas de las artes pictóricas y plásticas, ha afectado
obviamente la civilización de muchos pueblos, pero también tiene que haber alterado la
profesión de muchas personas nacidas en tres continentes durante un millar de años". O
también: “aun dentro de una esfera de civilización limitada nacionalmente, tienen que
ocurrir resultados semejantes. El lógico o el administrador por temperamento, nacido en
una casta de pescadores o de barrenderos, no conseguirá, tal vez, las satisfacciones, y
ciertamente que no el éxito que hubiera logrado de haber nacido de padres brahmanes o
ksatzias; y lo que es verdad para la India es verdad también para Europa”.
Hay muchas más pruebas en la actualidad en favor de la posición de Kroeber que cuando
escribió lo antedicho. Pero los ejemplos que puso sirven todavía para ilustrar el punto de
vista que él fué el primero en defender. El descubrimiento de Darwin del concepto de
evolución, hecho paralelamente por Wallace, que trabajaba en el otro lado del globo, es uno
de los ejemplos más sorprendentes. De Darwin dice Kroeber: "Nadie puede creer
sensatamente que el mérito de la más grande proeza de Darwin, la formulación de la
doctrina de la evolución por la selección natural, se lo atribuiríamos a él de haber nacido
cincuenta años más pronto o más tarde. De haber nacido más tarde, se le habrían adelantado
Wallace; u otros, si una muerte prematura se hubiera llevado a Wallace." El caso de la obra
de Gregor Mendel sobre la herencia, que pasó inadvertida porque, según este punto de
vista, nuestra cultura no estaba aún madura para acogerla, es igualmente bien conocido.
Recordemos como, publicada en 1865, fue ignorada hasta 1900, año en el que tres
investigadores, cada uno de por sí y a escasos meses de distancia, descubrieron el
descubrimiento de Mendel y dieron nuevo giro a la ciencia biológica. Otros ejemplos de
este género expuestos por Kroeber incluyen el descubrimiento independiente del teléfono
por Alejandro Bell y Elisha Gray, del oxígeno por Priestley y Scheele, de la hipótesis de la
nebulosa por Kant y Laplace, de la predicción de la existencia de Neptuno, en el espacio de
pocos meses, por Adams y Leverrier. Alguno de los libros que Kroeber predijo que serían
escritos para acumular ejemplos sobre ejemplos de descubrimientos múltiples, por ejemplo,
el de Stern, análisis detallado de la inevitabilidad social de los descubrimientos médicos, o
el de Gilfillan, que examina cuan directos fueron los progresos que llevaron al desarrollo
del barco de vapor, han sido publicados ya. Como Kroeber lo predijo, todas estas últimas
obras no hacen sino reforzar la conclusión expuesta por él en su primer libro: "La marcha
de la historia, o como se dice corrientemente, los progresos de la civilización, son
independientes del nacimiento de los diversos individuos; como éstos dan una media
sustancialmente idéntica en lo que se refiere a genialidad y mediocridad, en todos tiempos y
lugares, suministran el mismo sustrato para lo social... El efecto concreto de cada individuo
sobre la civilización es determinado por la civilización misma... La psique y el cuerpo no
son sino facetas del mismo material orgánico o actividad; la substancia social —o la fábrica
insubstancial, si se prefiere llamarla así—, eso que denominamos civilización, los
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trasciende por todo su ser arraigado en la vida."El estudio de los estilos del vestido de
mujer hecho por Kroeber y Richardson, basado en un ensayo previo del mismo Kroeber,
constituye uno de los análisis más cuidadosos del cambio experimentado por un elemento
específico de la cultura. Sirviéndose de varias guías de modas, como dispararon las
medidas y proporciones de ciertos aspectos de los patrones de vestidos de mujer, año por
año, desde 1787 hasta 1936. Para el período de 1605 a 1787, reunieron la misma
información respecto a los años cuyos datos pudieron hallar. Los aspectos analizados
fueron largos y anchos de la falda,
posición y diámetro de la cintura, y largo y ancho del escote. Se encontraron con cambios
en sucesión regular, que mostraban una periodicidad en las oscilaciones de las medidas
amplias a las pequeñas que parecía trascender la acción de cualquier factor que se debiera
únicamente al azar. Entonces podríamos preguntar ¿qué importancia tienen las actividades
de los diseñadores de modas de París, que se afanan año tras año en inventar nuevas modas
y que han perfeccionado a un alto grado las técnicas para inducir a las mujeres a la
aceptación del cambio en los vestidos? Gracias, precisamente, al factor de planeamiento
deliberado, de consciente elección por parte de los individuos, que opera tan fuertemente en
este fenómeno, ha sido escogido como un caso crucial. Por eso los resultados parecen tan
impresionantes para probar cómo la corriente histórica de su cultura lleva al hombre, lo
desee o no, allí donde ella va.
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El argumento en pro de la realidad psicológica de la cultura descansa, sobre todo, en lo
inconveniente que resulta dividir la experiencia humana de suerte que el hombre, el
organismo, se encuentre conceptualmente fuera de los aspectos de su conducta que
constituyen los elementos "supraorgánicos" de su existencia. Toda cultura observada
durante años aparece, ciertamente, como si tuviera una vitalidad que trasciende la vida de
cualquier miembro del grupo en que se manifiesta. Mas, por otra parte, la cultura no puede
subsistir sin el hombre. Por consiguiente, objetivar un fenómeno que no se manifiesta sino
en el pensamiento y la acción humanos, equivale a proclamar la existencia separada de algo
que realmente no existe sino en la mente del investigador. Se puede establecer un paralelo
entre la concepción "supraorgánica", de la cultura y la hipótesis de la psique colectiva, que
fue sostenida por varios psicólogos y hecho famosa por autores como Le Bony Tortter. La
psique colectiva se concibió como algo más que las reacciones de todos los individuos que
componen un grupo. La cuestión que surgía respecto a la sede de esa psique, ya que se
proclamaba que era distinta de las psiques individuales, hizo que se rechazara la hipótesis
como no susceptible de verificación científica. La más clara definición de cultura en
términos psicológicos reza: cultura es la porción aprendida de la conducta humana.
Es esencial la palabra "aprendida", porque todos reconocen que cualesquiera sean las
formas, susceptibles de descripción objetiva, que constituyen una cultura, deben ser
aprendidas por las sucesivas generaciones de una población si no se han de perder. De lo
contrario, habría que suponer, no sólo que el hombre es un animal dotado de impulso
congénito de construcción de cultura; sino de impulsos tan específicos que orientan su
conducta según líneas invariables, como ocurre con formas inferiores, en las cuales unos
impulsos limitados guían las reacciones-que pueden predecirse. Éste, ciertamente, fue el
punto, de vista adoptado por los psicólogos del "instinto ". Postulaban un instinto tras otro
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para explicar reacciones que luego se encontró que no eran en absoluto instintivas. Se
trataba de reacciones tan efectivamente asimiladas que se habían hecho automáticas.
Resultaba imposible determinar si esas reacciones fueron aprendidas o se debían á
disposiciones congénitas. Los argumentos de la escuela "instintivista" parecían
convincentes porque los seres humanos aprenden realmente bien sus culturas, y por medio
de un proceso qué es tan penetrante como completo. Cuando empleamos la palabra
educación tendemos a fijarnos en el aprendizaje dirigido. Pero la mayor parte de la cultura,
en todos los grupos humanos, se adquiere mediante un proceso que se denomina
indistintamente habituación, imitación acaso mejor, condicionamiento inconsciente,
expresión qué pone en relación esta forma de aprender con los otros tipos donde se aplica el
condicionamiento consciente (preparación).Este proceso puede ser extraordinariamente
sutil. Así, por ejemplo, aunque un ser humano debe cesar en toda actividad periódicamente,
por razones orgánicas, la manera en que descansa se halla determinada culturalmente. En
una cultura en que la gente duerme sobre esterillas en el suelo, les resulta intolerable dormir
en camas con blandos colchones. La inversa es igualmente cierta. Cuando se usan cabezales
de madera, las almohadas se hacen molestas. Si las circunstancias obligaran a una
readaptación, entonces es menester un proceso de reaprendizaje, o reacondicionamiento,
para acomodar la estructura corporal de uno a las nuevas circunstancias. El lenguaje nos
ofrece una infinidad de ejemplos sobre cuan meticulosamente está condicionada el habla.
Las diferencias regionales, tales como la a larga de Boston comparada con la corta de
Cleveland; o diferencias de clase, como el hablar del mendigo de Londres comparado con
el de un londinense de clase superior, proporcionan excelentes ejemplos. Algunas, formas
son tan matizadas que no las percibe más que el oído experto, como en la transmutación, en
Chicago, de la a llana del oeste en una palabra como cab, en keb, con una e breve. Otros
ejemplos, como los hábitos motores característicos de tribus, regiones, naciones o clases —
el modo de andar o de sentarse—, no son sino dos ejemplos más entre los muchos que
podríamos citar para demostrar cómo, sin aportar pausas para nada en el proceso y sin
enseñanza consciente, el hombre aprende su cultura. Por tanto, la eficacia con que las
técnicas, los modos aceptados de conducta y creencias varias son transmitidos de
generación en generación proporciona a la cultura el grado de estabilidad que permite
considerarla como algo que tiene existencia propia. Hay que observar, sin embargo, que lo
que se transmite no es jamás una prescripción de conducta tan rígida que no deje ninguna
elección al individuo. Uno de los factores primarios del cambio cultural es, como veremos,
la variación en un determinado modo de conducta que toda la sociedad acepta. Así ocurre
que la gente, en nuestra propia cultura, habitualmente descansa sentándose en sillas. Pero
unas sillas son blandas y otras duras, algunas se mecen y otras no, algunas tienen el
respaldo derecho y otras son redondas. Ordinariamente, nosotros no nos sentamos delante
de mesas bajas, con las piernas cruzadas, ni en taburetes, ni descansamos apoyados en una
sola pierna. Sin embargo, la idea de la conducta condicionada por la tradición, ¿no apoyaría
la suposición de que el hombre no es sino hijo de su cultura? La contestación se halla en el
hecho de la variación permitida en la conducta a cada cual. En toda cultura hay lugar
siempre para la elección, hasta, no lo olvidemos, entre los grupos más simples y más
conservadores. Pues aunque pueda afirmarse que mucha de la conducta del hombre es de
tipo automático, no se puede concluir de ello que el hombre es un autómata. Cuando se
amenaza un aspecto de su cultura que el individuo ha dado siempre por garantizada —la
creencia en una divinidad particular, acaso, o la validez de cierta manera de manejarlos
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negocios, o algún precepto de etiqueta—, su defensa puede no ser más que una
racionalización. No obstante, sobre todo si lo que ha sido combatido carece de prueba
objetiva, aquél hace su defensa con un grado de emoción que revela elocuentemente sus
sentimientos. Esto significa que la cultura está llena de sentido.
Aunque la conducta puede ser automática y las sanciones dadas por supuestas, cualquier
forma aceptada de acción o de creencia, cualquier institución dentro de una cultura "tiene
sentido". Es el principal argumento de quienes sostienen que la cultura representa la
integración de las creencias, hábitos, puntos de vista de las gentes, y no una cosa en sí
misma.
La experiencia se define culturalmente, definición que implica que la cultura tiene un
significado para los que viven de acuerdo con ella. Hasta para los bienes materiales la
definición es esencial. Un objeto, tal como una mesa, figura en la vida de un pueblo
únicamente si es reconocido como tal. Para un miembro de una aislada tribu de Nueva
Guinea serían tan incomprensible como el simbolismo de sus dibujos lo sería para nosotros.
Sólo después que un objeto ha cobrado sentido mediante explicación, definición y
captación de su función llega a entrar culturalmente en la vida. El punto de vista sostenido
por el filósofo Ernst Cassirer es significativo a este respecto. Su examen del simbolismo del
lenguaje como factor que permite al hombre marchar adelante eficazmente como un animal
que construye cultura, revela cómo ha penetrado en el problema de la distinción entre el
hombre como miembro de una serie biológica y como creador y heredero de cultura. "El
hombre —escribe—vive en un universo simbólico-. Lenguaje, mito, arte y religión son
parte de este universo. Constituyen los diversos hilos que tejen la red simbólica, la
complicada trama de la experiencia humana. El nombre ya no puede enfrentarse con la
realidad directamente; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física
parece retroceder en la medida en que avanza la actividad simbólica del hombre. En lugar
de tratar con las cosas mismas, el hombre está, en cierto sentido, conversando
constantemente consigo mismo. Se ha envuelto de tal modo en formas lingüísticas, en
imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, que no puede ver o conocer
nada si no es por la interposición de este medio artificial. Su situación es la misma, en la
esfera teórica que en la práctica. Tampoco en ésta vive el hombre en un mundo de hechos
brutos o de acuerdo con sus necesidades y deseos inmediatos. Vive más bien en la niebla de
emociones imaginarias, entre esperanzas y temores, en ilusiones y desilusiones, en sus
fantasías y sueños. “Lo que perturba y alarma al hombre —dice Epicteto—, no son las
cosas, sino sus opiniones y fantasía sobre las cosas."
La conducta humana ha sido definida como "conducta simbólica". Fijándonos en este
factor del simbolismo, es fácil ver que mediante el empleo de símbolos el hombre da
sentido a su vida. Así define culturalmente su experiencia, que ordena en función de los
modos de vida del grupo en el cual ha nacido y, a través del proceso de aprendizaje, se
desarrolla hasta convertirse en un miembro pleno y activo del mismo.
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¿Debemos elegir entre el punto de vista que sostiene que la cultura es una entidad
autónoma, que se desenvuelve por sí con independencia del hombre, y el que afirma que la
cultura no es sino una manifestación de la psique humana? ¿O será posible conciliar ambos
puntos de vista?
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Tan profundamente actúan los condicionamientos de la sede concreta de la conducta
humana, tan automáticas son sus respuestas, tan suave la línea histórica que se puede trazar
cuando se siguen los cambios de una cultura dada en un período de años, que resulta difícil
no considerar la cultura como una cosa fuera del hombre, que lo domina, llevándolo,
quiéralo o no, hacia un destino que él no puede fraguar ni ver. Es difícil, ciertamente,
incluso hablar o escribir de cultura sin que se implique esta idea. Sin embargo, como ya lo
hemos visto, cuando se analiza cuidadosamente la cultura nos encontramos con una serie de
reacciones normadas que caracterizan La conducta de los individuos que constituyen un
grupo dado. Esto es, que tropezamos con gentes que reaccionan, con gentes que se
comportan de alguna manera, con gentes que piensan, con gentes que racionalizan. De este
modo queda perfectamente claro que lo que hacemos es "cosificar", es decir,
objetivar y hacer concretas las discretas experiencias de los individuos de un grupo en un
tiempo dado. Experiencia que reunimos en una totalidad a la que llamamos su cultura. Y, a
los fines del estudio, está muy bien. El peligro asoma cuando "cosificamos" las semejanzas
de los comportamientos, que son resultado del hecho de que un grupo de individuos se
hallan parejamente condicionados por su sede o ambiente común, convirtiéndolos en algo
que existiría fuera del hombre, en algo supraorgánico.
No quiere decir esto que neguemos la utilidad, para ciertos problemas antropológicos, de
estudiar la cultura como si tuviera una existencia objetiva. No hay otro modo de llegar a
comprender la amplitud de la variación en los tipos de conducta reconocida o consagrada
con los que se logran los fines que todos los hombres tienen que conseguir. Pero debemos
evitar que el reconocimiento de una necesidad metodológica oscurezca el hecho de que
estamos tratando con una "construcción" mental, y que, como en toda ciencia, utilizamos
esta construcción como guía de nuestro pensamiento y como ayuda en el análisis.
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