Una virtud difícil de practicar Steve Hearts No cabe duda que el

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Una virtud difícil de practicar
Steve Hearts
No cabe duda que el perdón, si bien una característica fundamental de la vida cristiana, resulta sumamente
difícil de practicar. Jesús no solo nos enseñó a practicarlo, sino que dio ejemplo de ello. En Lucas 9:51-56 se
lee que los habitantes de una aldea de Samaria le impidieron a Jesús detenerse en ella porque se dirigía a
Jerusalén. Los discípulos se enojaron tanto que —siguiendo el ejemplo de Elías—1 se ofrecieron a hacer
descender fuego del cielo para destruirlos. Pero Jesús les recordó que no había venido para destruir vidas,
sino para salvarlas. También extendió Su misericordia y perdón a quienes, de lo contrario, habrían sido
castigados. Como la mujer adúltera de Juan 8:3-11 y quienes lo crucificaron. Uno de los ejemplos más
conocidos de Su perdón fue la oración: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» 2.
En el siguiente artículo incluiré algunas de mis vivencias en el camino del perdón. Aún no he llegado al final
del recorrido y lo más probable es que continúe recorriéndolo hasta el fin de mis días. Mi naturaleza es
bastante sensible y debo admitir que tiendo a guardar resentimiento con facilidad. Pero en épocas recientes,
el Señor me ha facilitado bastante munición para combatir con eficacia ese problema. Cada vez que me siento
tentado a guardar rencor por palabras o actos hirientes, procuro reflexionar en las ocasiones en que he
necesitado el perdón de otros por haberlos ofendido.
Cuando tenía 11 años, golpeé a una compañera de estudios por un comentario que hizo. Mi padre presenció el
incidente y me obligó a disculparme, cosa que hice a regañadientes. Pero en mi interior creía que se había
merecido el puñetazo. Solo cuando dejamos de estudiar juntos reconocí que me había precipitado.
Hace unos años, me encontré por sorpresa con la misma chica. Me causaba nerviosismo la manera en que
reaccionaría al verme. Pero me saludó efusivamente, como si nada hubiera pasado. Conversamos por unos
momentos hasta que reuní el valor para ofrecerle las disculpas que —bien sabía— le debía. Pues resulta que
ni siquiera recordaba el incidente. A día de hoy continuamos siendo buenos amigos. Le estoy muy agradecido
por su perdón y capacidad de olvidar mis actos.
Cabe añadir que las situaciones en las que se ha requerido mi perdón no han sido tan sencillas. La defunción
de mi madre me afectó tanto que procuré abandonar todo recuerdo de ella. Con el paso del tiempo, dejé de
contactarme con mis familiares más cercanos. Sentía un resentimiento acentuado hacia una de mis tías quien
—el día después del funeral— solicitó la ayuda de mi padre en la resolución de asuntos personales. No podía
creer que se valiera de esa dolorosa situación para su beneficio. Tanto así que años después, al reunirnos en
un encuentro familiar, ignoré su solicitud de mantenernos en contacto.
Cuando el Señor empezó a cambiar mi actitud hacia la muerte de mi madre, renové contacto con mis
familiares. Excepto con mi tía. Sentía cierta justificación al enterarme que sostenía desacuerdos con otros
familiares. ¿Para qué molestarme?, pensaba. Pero si bien estaba seguro de mi decisión, mi intranquilidad
aumentaba. Escuchaba la voz de mi madre, que me hablaba al corazón y me motivaba a perdonarla. Incapaz
de resistir la convicción, hablé con ella por teléfono. Se alegró mucho de escucharme y a día de hoy nos
comunicamos con regularidad. Lo mejor de todo es la satisfacción de haberme liberado del resentimiento y
saber que hice lo correcto al perdonar a mi tía, con la ayuda del Señor.
Uno de los relatos que escuché de niño habla de un granjero y su mujer que deseaban comprar una granja. La
parcela que querían estaba descuidada y venida a menos, pero la tierra era buena. Al preguntar a los vecinos
el motivo por el que nadie vivía allí, les indicaron que un hombrecillo llamado Grimes hacía la vida imposible
a quienes intentaban asentarse allí. Uno de los vecinos aseguró que se trataba del mismísimo diablo.
Para la sorpresa de todos, el granjero afirmó: «La compraré. Y si el viejo Grimes intenta alguno de sus trucos,
mataré al pobre diablo». Cuando le preguntaron qué quería decir con ese comentario, respondió: «Tengo
maneras de tratar con personajes así».
Fiel a su palabra, el granjero y su mujer compraron la granja y se mudaron. Los problemas no se hicieron
esperar. Cierta mañana, las tuberías de agua amanecieron rotas. Alguien había desenterrado la cañería. Otro
día, al disponerse a ordeñar las vacas, descubrieron que se habían escapado y que alguien había cortado la
reja de su pastizal.
En los días siguientes, el tendedero de la ropa amaneció cortado y el perro fue envenenado. En la mente del
granjero y de su mujer no cabía duda sobre el causante de esos malos actos. Pero en vez de ceder ante el
enojo, siguieron el ejemplo de amor y perdón de Jesús, y le pidieron que les ayudara a practicarlos. Decidieron
hornear barras de pan y dejarlas en el porche de Grimes, junto a otros alimentos. También le pidieron al
Señor la oportunidad de conocer a Grimes y hablarle del Señor.
Cierta mañana, el granjero vio al infame personaje dirigirse a la ciudad. Su coche se había atascado en el lodo,
por lo que el granjero le ayudó a moverlo. Grimes le hizo saber la frustración que sentía cuando el granjero y
su mujer respondían con amabilidad a sus actos malvados. «Me están matando», aseguró. «No lo aguanto
más.»
El granjero estrechó la mano de su enemigo y lo invitó a cenar a su casa y conocer a su familia. La esposa del
granjero, dichosa de ver la respuesta a sus oraciones, invitó al viejo Grimes a sentarse a la mesa y le ofreció
una bebida caliente. Grimes les contó que maldijo a Dios luego de la muerte de su esposa y niño, atropellados
por un conductor embriagado. Les preguntó si a Dios le podía importar un viejo cascarrabias como él. El
granjero y su mujer le hablaron entonces del poder de Dios para sanar y perdonar. El viejo Grimes les pidió
perdón por sus malas acciones y aceptó a Jesús en su vida.
En ese momento cobró sentido la afirmación del granjero de matar a ese pobre diablo. La actitud de Grimes,
hasta ese momento dirigida por el diablo, había sido corregida con amor.
También cuenta la historia de una enfermera a quien se le asignó el cuidado del hombre responsable del
injusto encarcelamiento de su padre. Al principio se negó, pero accedió a ello sabiendo que su padre, un
evangelista, desearía que mantuviera un corazón tierno. A pesar de la malhumorada disposición del enfermo,
ella procuró mantenerse amable y paciente. Con el paso del tiempo, tuvo oportunidad de compartir con él su
fe en Dios. Al final, el amor y la amabilidad de la enfermera lo motivaron a financiar una nueva ala del hospital
y nombrarla como su padre.
Las experiencias de quienes han sufrido dolores más profundos que los míos y que, sin embargo, aprendieron
a perdonar y superaron la adversidad, me han motivado a ejercitar esa virtud. Si bien resulta muy difícil de
practicar, una vez que se obtiene y se ejercita se vuelve un agente liberador y transformador.
Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
© La Familia Internacional, 2014.
Categorías: perdón, perdonarse a uno mismo
Notas a pie de página
1
2
2 Reyes, capítulo 1.
Lucas 23:34.
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