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Es Motiv Prioleau, Betsy - Los Grandes Seductores y por que las Mujeres se Enamoran de Ellos

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Los grandes seductores y por qué
las mujeres se enamoran de ellos
Betsy Prioleau
Traducción de
Ana Mata Buil
www.megustaleerebooks.com
Índice
Los grandes seductores y por qué las mujeres se enamoran de ellos
Introducción. Grandes seductores: los hombres y los mitos
PRIMERA PARTE. Anatomía de los grandes seductores
1. Carisma. Un relámpago en una botella
2. Carácter. Las bondades
SEGUNDA PARTE. Modelo del seductor
3. Echar el lazo al amor. Los sentidos
4. Echar el lazo al amor. La mente
5. Afianzar el amor. La conversación
6. Avivar el amor
7. El gran seductor actual
Agradecimientos
Notas
Créditos de los textos citados en el original
Biografía
Créditos
Acerca de Random House Mondadori
Para Philip,
la Inspiración y el Hombre
Introducción
Grandes seductores:
los hombres y los mitos
Un hombre sin las delicias del amor es poco más que una triste mazorca de maíz.
PEIRE D’ALVERNHE, canción trovadoresca1
Casi todas las mujeres han soñado con un «gran amor».
SIMONE DE BEAUVOIR, El segundo sexo2
Pembroke, una aldea conocida en otra época como Scuffletown (2.800
habitantes), se encuentra en las llanuras del sureste de Carolina del Norte,
junto a la autopista 711. Alberga al equipo de béisbol de los Braves de la
Universidad de Carolina del Norte, a los indios ojizarcos, la iglesia baptista
de Berea, la floreciente cadena de tiendas de un dólar Dollar Tree, la brasería
Papa Bill’s Ribs, una pista para competiciones de acrobacias con vehículos, y
además es el hogar de uno de los seductores más atractivos de nuestros
tiempos. Jack Harris es profesor universitario de psicología, tiene cuarenta y
tantos años y el pelo cortado a cepillo, arrastra las palabras al hablar y tiene
una vocación que no abunda hoy en día: embelesar a las mujeres. «Desde que
tengo uso de razón —comenta mientras bebe una cerveza— siempre ha
habido mujeres (en el ático, en el tren o en el autobús) que se han sentido
atraídas hacia mí. ¿Por qué? Déjeme pensar… Bueno, creo que intuyo lo que
necesitan. Las amo y quiero complacerlas.»
Hay muchas formas de llamar a un hombre así: libertino, crápula,
castigador, casanova, donjuán, seductor, mujeriego, imán sexual y
rompecorazones. En francés lo llaman tombeur; en japonés, ikemen; en ruso,
krasavchik; en chino, «lobo de colores»; en inglés, ladykiller; en portugués,
mulherengo; en alemán, Frauenjäger. Sin embargo, es un misterio en
cualquier idioma, se ve envuelto por un halo de mito, los prejuicios y las
teorías de estar por casa. ¿Quién es en realidad ese donjuán, ese demonio tan
atractivo?
Lo cierto es que no hay un término ideal para definirlo. Un hombre que
enciende la pasión en las mujeres, las adora y las enamora de por vida desafía
todo tipo de modelos conocidos: pícaros con tablas, cachas con un buen
miembro, hombres forrados de pasta o cualquiera de las versiones científicoterapéuticas del macho alfa romántico. El seductor pone en tela de juicio
todas las imágenes arraigadas; es el amante que nadie conoce.
Jack, por ejemplo, no se ajusta a ningún patrón. «Siempre he considerado
que soy bastante normalito», reconoce. Y es verdad. Tiene la cara alargada, al
estilo del Greco, y viste de manera informal, anodina: camiseta de manga
corta, vaqueros sin marca, botas camperas y una cadena con un crucifijo de
oro. No tiene pedigrí, ni riqueza, ni poder, ni recursos, ni los atractivos de la
seguridad y la estabilidad. (Dejó un puesto fijo en el sur de Texas por un
arrebato y reconoce que es bastante «volátil».)
En cuanto a las técnicas de seducción: «No me esfuerzo. Creo que es
instintivo. Simplemente me siento muy cómodo entre las mujeres. Y —apura
la cerveza y aplasta la lata vacía para dar más énfasis al comentario— soy
incapaz de hacer el amor a menos que sienta un vínculo emocional con la otra
persona; no soy del tipo de hombres que ligan y pasan página. Me refiero a
que hay muchas mujeres que me han roto el corazón…».
¿Y este es el famoso Don Irresistible? ¿Este es el hombre al que persiguen
las mujeres, a quien codician y no pueden olvidar en décadas? No me cuadra.
A simple vista, Jack no debería entrar en este grupo, y mucho menos ser
capaz de embelesar a mujeres a diestro y siniestro y tener que rechazar las
proposiciones de las alumnas que se le acercan con notitas arrugadas en las
temblorosas manos.
Durante siglos, los seductores como Jack han quedado encasillados en el
estereotipo, distorsionados y estigmatizados hasta tal punto que resultan
irreconocibles. Sin embargo, los sentimientos hacia ellos están drásticamente
divididos; hay quien los critica y quien los admira, hay quien los censura y
quien los valora aunque no lo reconozca. Son la encarnación de lo prohibido:
una amalgama de envidia, deseos reprimidos y pasiones contenidas.
Muchas veces también han sido silenciados. No obstante, si dejamos que
los hombres irresistibles nos den su opinión, observaremos que son
radicalmente distintos al estereotipo: son personas románticas, complejas y
atípicas que rompen el molde del «seductor» y redefinen el atractivo
masculino. A pesar del concepto del «mapa del amor» individual y la
creencia popular en la media naranja, lo cierto es que un número reducido de
hombres han sido capaces de robar el corazón de la mayor parte de las
mujeres a lo largo de la historia.3 En un estudio transcultural del ADN
llevado a cabo en 2004, el doctor Michael Hammer y sus colaboradores de la
Universidad de Arizona descubrieron que ciertos hombres habían traspasado
buena parte de los genes a la siguiente generación.4 La conclusión del estudio
fue que, al parecer, las mujeres tienen gustos similares;5 hay hombres a
quienes prefieren de manera sistemática en lugar de otros; son más atractivos,
más fascinantes, más «no sé qué». Un crítico proclamaba hace poco que «no
hay nada más que decir acerca de la cuestión [del donjuán]». Bueno, pues
aquí acabamos de empezar.6
Por ejemplo, ¿que es ese «no sé qué»? ¿De dónde sacan los hombres
irresistibles esa garra, ese don para las mujeres? ¿Cómo consiguen crear la
magia: el hechizo con el que enamoran y saben mantener enamoradas a todas
las mujeres que deseen, cuando y donde lo deseen? ¿Quiénes son esos
personajes tan enigmáticos? Para empezar, será preciso que rasquemos todas
las capas acumuladas de detritus culturales del lienzo (las supersticiones
heredadas, los manidos mitos y caricaturas, los sesgos «científicos» y las
teorías peregrinas) para ver por fin la verdadera imagen del cuadro.
Es preciso aclarar que los seductores van acompañados de una advertencia
para las menores de edad. No son guardianes de la moral, ni varas rectas, ni
dóciles gatos domesticados. Nos transportan al territorio prohibido y a los
rincones oscuros de nuestra psique, y no siempre son políticamente correctos.
Pero constituyen una hermandad selecta que ama a las mujeres y las
encandila. Además, pueden enseñarnos algo muy valioso: no solo son
enloquecedoramente atractivos, carismáticos y adorables en todo momento,
sino que conocen uno de los secretos más codiciados: saben qué desean de
verdad las mujeres y cómo proporcionárselo.
En primer lugar, abrámonos paso entre los mitos.
El seductor satánico
¡Abstente, vil embaucador! ¡Puerco libidinoso!
BEN JONSON, Volpone o El zorro7
El malvado castigador es la cara más conocida del seductor. Con su aire
siniestro y sus encantos letales, se pasea por infinidad de novelas, poemas,
obras de teatro y películas, y siembra la desgracia entre el sexo femenino.
Según escribe la crítica Juliet Mitchell, es el prototipo del «tipo más
repugnante de masculinidad».8 Un hombre frío y calculador que se aprovecha
sexualmente de las mujeres y cuyo único objetivo es aumentar el número de
sus conquistas.
Es John Malkovich con su aire maléfico, el siniestro caballero que desflora
a sus desafortunadas víctimas en hoteles franceses y desaparece en plena
noche. Es el amante latino caradura contra el que advierten las madres, un
embaucador que se desliza como un reptil enfundado en sus trajes oscuros de
diseño y emplea ardides sádicos. Puede tener tres colores: negro, negrísimo y
requetenegro.
El historiador Denis de Rougemont cree que hay algo demoníaco en el
donjuán, una idea que arrastramos desde hace miles de años.9 En Sumeria, en
2400 a.C., el seductor tomaba la forma de «Lilu», un demonio nocturno que
asaltaba a las mujeres en el lecho y las dejaba embarazadas. Es el antepasado
del íncubo, un espíritu nocturno de las leyendas occidentales, aficionado a las
bellas durmientes y a las esposas desatendidas. Dante colocó al seductor en el
octavo círculo del infierno, y John Milton lo retrató como una encarnación de
Satán en El paraíso perdido, donde reptaba cual serpiente hacia el Edén para
cautivar a Eva y condenarla para toda la eternidad.
El malévolo Don Juan ha sido una constante en el imaginario cultural.
Desde Lothario, el personaje dieciochesco de La bella penitente (la obra
teatral de Nicholas Rowe), que deshonra a la pura Calista, hasta el romántico
«hombre fatal», pasando por La máquina del amor de Jacqueline Susann, y
por Don Draper, de la serie televisiva Mad Men, ese pícaro personaje que
intenta aprovecharse del sexo femenino aparece por doquier. En la novela
contemporánea de Francesca Stanfill Sombras y luz. Una pasión
irremediable, una sofisticada artista de la sociedad se derrite ante las pérfidas
maquinaciones de un mujeriego. La estrella del rap 50 Cent es una de las
encarnaciones de Satán más recientes. I’m into having sex, I ain’t into making
love / […] the hoes they wanna fuck / But homie… («A mí me va el sexo, no
hacer el amor […] Las tías quieren follar / pero el colega no es fácil de
atrapar»), canta.10
Esos depravados mantienen la actitud despectiva por una serie de
motivaciones muy variadas: poder, dominación, ambición militar frustrada,
lascivia y, en la mayor parte de los casos, pura misoginia. Aborrecen a las
mujeres que caen en sus garras. Lovelace, el disoluto caballero de la novela
Clarissa, de Samuel Richardson, lleva hasta el extremo de la lógica su odio
hacia las mujeres y viola brutalmente a la protagonista. Incapaces de amar,
los enemigos licenciosos ven a sus «presas» como si fueran cifras, no
personas sino objetos intercambiables en un carrusel interminable de parejas
sexuales.
Las mujeres no tienen posibilidad de sobrevivir ante este crápula satánico.
Abducidas por sus sigilosas artes del engaño y la trampa, se enfrentan a un
final trágico. Se les altera la psique y caen en una espiral de enfermedad,
locura y catatonia. Lo más habitual es que terminen en la tumba antes de
tiempo o se arrojen a las vías del tren, como Ana Karenina.
El verdadero seductor satánico
Sin duda existen mujeriegos despiadados y crápulas fríos y calculadores, pero
no son auténticos seductores. Un auténtico cautivador de mujeres no
desprecia sus conquistas ni ansía su destrucción. «El seductor de profesión,
que hace de la seducción un proyecto, es un hombre abominable —insistía
Giacomo Casanova—, sustancialmente enemigo del objeto en el que ha
puesto los ojos. Es un verdadero criminal que, si tiene las cualidades
requeridas para seducir, se vuelve indigno cuando abusa de ellas para hacer
infeliz a una mujer.»11
El propio Casanova es la prueba contra ese estereotipo del seductor villano
al que con el tiempo ha dado nombre. Aventurero veneciano del siglo XVIII
que obtuvo grandes logros (fue escritor, empresario, violinista, estudioso,
diplomático y bon vivant), Casanova fue también uno de los mejores amantes
del mundo. Admiraba y respetaba a las mujeres, y convirtió la felicidad de
todas ellas en su empresa vital. Las trataba «como si fueran sus iguales»,
escribe un biógrafo, «y las desnudaba como si fueran sus superiores».12
Siempre dispuesto a complacer, se especializó en el placer femenino y
llegó a proporcionar catorce orgasmos en una misma velada. Las mujeres
solían ser quienes tomaban la iniciativa y ninguna de ellas se sintió
abandonada ni ultrajada por Casanova; cuando se separaban era de mutuo
acuerdo. En lugar de sentirse destrozadas y con instintos suicidas, a menudo
sus parejas se sentían mejor después de su relación con él, tanto en el plano
material como en el psicológico. Nunca engañaba a sus enamoradas ni tuvo
un número de amantes exagerado para los estándares actuales (unas 120
amantes a lo largo de toda su vida), y siempre las recordaba con afecto.
Si hubiera que definirlo, diríamos que estaba enamorado del amor. Durante
la época que duró su gran idilio amoroso, estuvo a punto de perder el juicio y
la vida. A los veinticuatro años conoció a la misteriosa Henriette, una mujer
francesa que viajaba de incógnito para huir de su familia, y se enamoró
«perdidamente» de ella.13 Henriette era una mujer ingeniosa y culta, con
talento para la música, y juntos pasaron tres meses perfectos en «tierna
unión» sin «un solo instante vacío» ni un «bostezo».14 Cuando los familiares
de la mujer dieron por fin con ella, la joven dejó escrito en el cristal de la
ventana del hotel suizo en el que se alojaban con la punta de un diamante:
«También olvidarás a Henriette».15 Pero no pudo olvidarse de ella, ni
siquiera en la vejez.
Cuando Henriette se marchó, Casanova se refugió en una pensión remota,
se negó a comer y se habría muerto de inanición si no hubiera sido porque
una desconocida irrumpió en su habitación y lo salvó. Dieciséis años después,
estaba de nuevo a las puertas de la muerte cuando volvió a saber de Henriette.
Se hallaba de viaje por la zona de Aix y se puso gravemente enfermo.
Durante los siguientes cuatro meses, una enfermera acudió a su habitación a
diario para cuidarlo, enviada por su antigua amante Henriette, que entonces
era marquesa y vivía en un castillo cercano. Todavía le amaba, y para
demostrárselo le mandó una carta en blanco que iba dirigida «Al hombre más
honrado que he conocido en el mundo». Casanova, emocionado, se preguntó
si no quería volver a verlo porque temía que sus «encantos podían haber
perdido la fuerza con que encadenaron [su] alma hace dieciséis años».16 Una
actitud que dista de la imagen de mujeriego despiadado que ha pasado a la
historia.
Casanova tenía sus vicios (el juego, las estafas y la vanidad), pero, en
conjunto, era un hombre de gran carácter y sensibilidad que se adelantó
varios siglos a su tiempo. Su error fue haber «nacido para el sexo [opuesto]»,
ser demasiado experto en las artes amatorias y ser objeto de envidia allá
donde fuera.17
Los seductores no son en absoluto dechados de virtudes, pero tienden a
parecerse al patrón de Casanova. En lugar de ser los manidos hombres
malvados que se atusan el bigote en el escenario, son una raza mestiza
(hombres como el filósofo francés Albert Camus) que encandilan y
magnetizan a las mujeres. Según el propio Camus, él era el seducido: «Yo no
seduzco —escribió en su diario—. Me rindo».18 Tampoco desprecian a sus
conquistas con frialdad. Aman con intensidad, saben ser fieles y tratan a sus
amadas con respeto, cortesía y genio erótico. Pocas veces acaban las mujeres
destrozadas y hundidas; a menudo salen a flote después de la ruptura y
muchas veces continúan amando a estos donjuanes. De la mano de los
genuinos «seductores», dejaremos atrás a la calaña que se aprovecha de las
mujeres y entraremos en un territorio ignoto y complicado.
El adulador de mujeres patológico
[El donjuán representa] un caso clínico del carácter perverso.
GAIL S. REED, Psychoanalytic Quarterly19
A principios del siglo XX, en la época del modernismo norteamericano, el
seductor adquirió otra personalidad demoníaca. En esta representación, el
donjuán es algo más que un mujeriego amoral y un extorsionador sexual: está
perturbado. Ya sea porque está demente o porque sufrió una infancia cruel, o
por ambos motivos, está obsesionado por las mujeres y presenta una gran
variedad de trastornos mentales. Aunque Freud (por extraño que parezca) no
tenía nada que decir sobre la figura del seductor, sus sucesores se apresuraron
a llevar a Casanova al diván del psicoanalista.
Un médico español20 describió en 1927 al mujeriego como «hombre
histérico», mientras que el psiquiatra Otto Rank le diagnosticó un «complejo
de Edipo», en una búsqueda eterna y frustrada de la posesión materna.21 Una
generación posterior de psicólogos arremetió contra su narcisismo, un
ensimismamiento anormal que impedía la empatía y los vínculos normales.22
El antihéroe de Jules Feiffer en Harry es un perro con las mujeres es un
ejemplo clásico, un «monstruo del amor» que forra su apartamento con
espejos y responde a la pregunta de una de sus novias «¿En qué piensas?»
con un lacónico: «En mí».23
El diagnóstico va de mal en peor. El problema con los mujeriegos, sostiene
Gregory Pacana en el Philadelphia Mental Health Examiner, es que tienen el
«trastorno de Casanova», un subtipo de trastorno de la personalidad límite
que implica once síntomas, que van desde la fobia social hasta la manía.24 El
doctor Gregorio Marañón describió el «donjuanismo» como el «erotismo
deformado hasta el delirio».25 Hoy en día recibe el nombre de adicción al
sexo, y los enfermos vuelven «al buen camino» mediante un programa de
doce pasos de abstinencia sexual impuesta, arrepentimiento público y terapia
de grupo.26
Un perfil psiquiátrico todavía más extremo es el del seductor como
sociópata. Se trata de agresores sexuales carentes de conciencia que dominan
las artes de la seducción y a quienes no importa recurrir al abuso sexual.27 En
el punto más criminal del espectro, son psicópatas: temibles impostores,
como Michael Murphy, de treinta y seis años. Murphy, que cumplía una
condena de veintiséis años en una cárcel de Montana, puso en práctica su
talento como seductor de un modo tan eficaz que convenció al menos a cinco
funcionarias de prisiones para que se acostaran con él y le permitieran
prácticas de contrabando. Su terapeuta, que sin saber cómo acabó besándolo
(y algo más) en su despacho, reconoció: «No pude decirle que no». Y dos de
las guardianas de la cárcel le mandaron cartas de amor. En una se leía: «Estoy
enamorada de ti». El contenido de la otra no puede reproducirse.28
El verdadero adulador de mujeres
Por supuesto, la salud mental es relativa y existe en un continuo. Pocas
personas pueden soportar las tormentas de la vida sin inmutarse. Los
seductores no son una excepción. También tienen su ración de traumas y
momentos de locura. El poeta romántico e ídolo amoroso Alfred de Musset
sufría ataques de nervios de vez en cuando; Casanova se planteó el suicidio
en una ocasión; y tanto Richard Burton como Kingsley Amis eran
alcohólicos. Pero como colectivo, desafían el modelo patológico del
mujeriego. Con bastante frecuencia pertenecen a otra categoría: son hombres
normales y corrientes con psicología positiva.29 Muchos comparten varias o
todas las cualidades actualizadas del «espécimen humano sano»: fortaleza de
ego, vitalidad, resistencia, autenticidad, creatividad, autonomía,
inconformismo, crecimiento personal y capacidad de amar.30
En su estudio revisionista, la psicoanalista Lydia Flem sitúa a Casanova en
esta categoría. Se encaprichaba de forma sincera con todas y cada una de sus
amantes, anhelaba relaciones profundas con ellas y nunca abandonó a
ninguna. Luchador y pasional, vivía con fervor y «completa armonía entre la
mente y los sentidos».31 Llegó a ser un erudito diestro en las normas de
sociedad y entabló amistad con Voltaire, Catalina la Grande y otras
personalidades de la misma talla.
Entre sus amigos se contaba también un seductor de calibre similar que ha
caído en un olvido relativo: Lorenzo Da Ponte. Da Ponte era un homme du
monde, libretista de veintiocho óperas, entre ellas tres de Mozart, y poseía
una habilidad para encandilar que parecía «casi mágica».32 Una mujer tras
otra sucumbían a sus encantos, desde dos venecianas casadas hasta una
posadera austríaca (que le escribió «Ich liebe Sie» en una servilleta el día en
que se conocieron), pasando por «la Bella Inglesina», Nancy Grahl, quien
sería su esposa durante cuarenta años.33 Cuando se casó con Grahl, Da Ponte
estaba en la bancarrota, desdentado, sin trabajo y tenía veinte años más que
ella.
Igual que Casanova, compañero de juventud, Da Ponte tenía la psicología
de un gran triunfador, un hombre imponente que deslumbraba con su ímpetu
y su confianza en sí mismo. Estaba por encima de la simple cordura: era
capaz de crear, amar intensamente, evolucionar y plantar cara a la adversidad.
Nació en 1749 con el nombre de Emmanuele Conegliano, en un gueto judío
de Venecia, y aprendió las lecciones de la vida a golpes. Era pobre, huérfano
de madre desde los cinco años, iletrado (sus compañeros de clase lo llamaban
Idiota) y se vio obligado a convertirse al cristianismo y cambiarse de nombre
cuando su padre se casó con una joven cristiana. Lo internaron en el
seminario y acabó por ordenarse cura católico.
Sin embargo, Da Ponte rompió los moldes. Aprendió de forma autodidacta
a escribir poesía y a los veinticuatro años se escapó del convento y huyó a
Venecia, donde enseñaba y escribía sonetos por encargo. Tenía magnetismo y
era apuesto: con una elegante nariz aquilina, la mandíbula fuerte y unos
radiantes ojos iridiscentes. Las mujeres se fijaban en él. Durante los
siguientes cuatro años les devolvió los favores y fue amante de varias
signoras, antes de que los inquisidores lo obligaran a exiliarse por su moral
disoluta y sus poemas pecaminosos.
En Viena aduló al emperador José II de Habsburgo hasta conseguir que lo
nombraran poeta de la corte. Allí colaboró con los más grandes, en especial
con Mozart, y se convirtió en un célebre libretista. Igual que antes, las
mujeres cayeron rendidas a sus pies. Era un «romántico empedernido»,34
siempre enamoradizo, aunque nunca le decía «Te amo» a una mujer, insistía,
a menos que lo dijera de corazón.35 A lo largo de diez años mantuvo una
«querida» habitual, con la que tuvo un hijo,36 y una tal Calliope que le
ofrecía «café, tartas y besos» cada vez que Da Ponte tocaba la campanilla
mientras escribía Don Giovanni.37
Una de sus inamoratas rechazó la propuesta matrimonial de un cirujano
con demasiado fervor porque prefería seguir con su amante; además de
decirle al cirujano que era feo, añadió que adoraba a Da Ponte. El cirujano se
vengó recetándole ácido nítrico a Da Ponte para remediar un absceso, con el
fin de que se le cayeran todos los dientes. Pues aun así, las mujeres seguían
considerándolo irresistible. Siempre prefirió a las amantes con carácter, y su
último escarceo amoroso fue con una belicosa diva, la Ferrarese, que duró
hasta que se cernió el desastre; su patrón, el emperador, murió y sus
enemigos desterraron de Viena a Da Ponte.
Poco después, conoció a la lingüista de veintidós años Nancy Grahl, con
quien se casó y se mudó a Londres sin un penique. Empezó a trabajar como
librero y más adelante emigró a América con su esposa en 1805, en la
bancarrota y sin contactos. Da Ponte, un verdadero ave Fénix, se reinventó en
Pensilvania y Nueva York, probó fortuna con varias profesiones (entre otras
cosas, fue verdulero) y acabó convirtiéndose en un miembro distinguido de la
sociedad de Manhattan.38 Escribió sus memorias, contribuyó a la fundación
de una ópera italiana, y al final ejerció de profesor de italiano en la
Universidad de Columbia. Poco antes de cumplir los setenta años, sus
cincuenta y ocho alumnas todavía «suspiraban por él en secreto».39
Debemos admitir que Da Ponte tenía sus defectos: era vanidoso, se ofendía
con facilidad y su exagerada ansiedad lo hacía irritante. Pero desde luego, no
era un casanova con complejos. No solo no tenía síntomas patológicos, sino
que sabía salir a flote ante las dificultades y se esforzó al máximo por
desarrollar una identidad plena y creativa. Está a la altura de muchos grandes
amantes (hombres como Denis Diderot, el príncipe Grigori Potemkín y
Benjamin Franklin), adorados precisamente por su personalidad expansiva,
su capacidad de recuperarse ante la tragedia y su furioso espíritu vital.
El macho alfa darwiniano
El despliegue de poder y la abundancia de recursos funcionan en cualquier época.
REUBEN BOLLING,
«Tom the Dancing Bug», Salon40
Los biólogos especializados en la procreación aseguran: «Por supuesto, nadie
que hable en serio pone en duda que las mujeres desean hombres acaudalados
y con un estatus alto».41 Esta imagen del mujeriego nos llega por cortesía de
la psicología evolutiva. Como lleva el sello de la ciencia, el caballero ideal
darwiniano se ha convertido en el dogma establecido en los círculos
dedicados a las relaciones personales.
No obstante, aunque parezca sorprendente, la teoría del macho alfa se basa
en un experimento del pensamiento cuya validez es dudosa. Los
psicobiólogos se proyectan en la remota prehistoria y especulan que las
primeras mujeres, vulnerables y asediadas, buscaban machos poderosos que
las protegieran de los elementos, dieran sustento a la progenie y
proporcionaran genes superiores. Con el transcurso de millones de años,
defienden estos científicos, la preferencia por tales hombres se soldó en la
libido femenina y creó una «fijación» sexual permanente. En consecuencia,
las mujeres persiguen de manera instintiva al galán que les ofrece mejores
opciones de supervivencia y un mejor ADN. Las listas de cualidades que dan
los científicos varían, pero casi todos coinciden en los cuatro requisitos
primordiales. El psicólogo evolutivo David Buss los resume así: 1) capacidad
económica y estatus; 2) estabilidad y fidelidad; 3) afecto y compatibilidad; 4)
inteligencia y superioridad física.42
La primera premisa para el atractivo sexual masculino, riqueza y estatus
social, aparece con frecuencia en casi todas las culturas. Un casanova sin
prestigio y sin dinero es prácticamente un oxímoron. Casi todos los
especialistas en las relaciones de pareja, desde la doctora Helen Fisher hasta
el doctor Phil, lo corroboran. «Un hombre de estatus social elevado —escribe
el conductista Donald Symons— es la mejor opción tanto para marido como
para pareja sexual.»43 Alentados por el patrón del anciano rico con una
amante joven, los hombres pelean con uñas y dientes para ascender en la
escala social y muestran sus flamantes tarjetas de crédito, que destellan como
un relámpago. Es «básico»: los dandis conquistan a las nenas, porque tienen
lo imprescindible para adaptarse: recursos y esperma de primera calidad.
La seguridad es otro artículo de fe. Según los neodarwinistas, las mujeres
quieren hombres «formales»: fieles, comprometidos y con «conductas
equilibradas […] desde el punto de vista emocional».44 El hombre de sus
sueños, declara Richard Dawkins en El gen egoísta, es «un buen ejemplar,
doméstico y leal».45 Con niños pegados a las faldas y tigres con colmillos de
sable acechando en la puerta, a nuestras antepasadas no les convenían las
parejas volubles ni juerguistas. Si aplicamos la lógica darwinista, una mujer
tenía que estar loca para no entregar su corazón a un hombre casero, un
protector capaz de defender el fuerte y de proporcionarle seguridad.
La compatibilidad y la decencia también resultan seductoras. En tiempos
revueltos (guerras entre tribus, caminatas sobre placas de hielo y esfuerzos
por conseguir provisiones), el oscuro desconocido implicaba un peligro
potencial y una dificultad añadida. De ahí la preferencia femenina por el buen
tipo de la misma tribu, alguien con un punto de vista parecido, con las
mismas costumbres, gustos y opiniones. Los puntos en común, aseguran los
científicos, conllevan ventajas evolutivas: cooperación doméstica, menos
discusiones y relaciones más duraderas. Todo eso añade atractivo al vecino.
Luego está la belleza y la musculatura, la quintaesencia del atractivo
masculino. Desde la perspectiva evolutiva, las mujeres están predestinadas
para preferir al hombre fornido y musculoso que augura protección e hijos
hermosos. El sociobiólogo Bruce Ellis insiste en este punto: «Para todas las
mujeres del mundo, el atractivo masculino está ligado a la fuerza […] y la
destreza».46 Los mujeriegos, por obra de la selección natural, son altos,
apuestos y guapos con bíceps como jamones y una entrepierna abultada.
El verdadero macho alfa
Los divulgadores científicos no se cansan de repetirlo: «Desde el punto de
vista biológico, todavía somos prehistóricos».47 Pues de ser así, los
seductores proceden de otra prehistoria. El tipo de hombre que de manera
constante seduce a las mujeres pone en entredicho el modelo del macho alfa
darwinista.
El caso de Gabriele D’Annunzio es prototípico. D’Annunzio, una de las
figuras más atractivas de la Europa de fin de siècle, fue un célebre poeta
italiano, novelista, político, héroe de guerra y seductor nato. «La mujer que
no se había acostado con él —dijo una salonnière parisina— era el
hazmerreír del resto.»48 Las mujeres lo encontraban arrebatador. Lo
perseguían por toda Europa como si fueran ménades enloquecidas, le
dedicaban apasionadas declaraciones de amor, abandonaban a sus familias y,
en dos ocasiones, le ofrecieron una fortuna a cambio de sus favores. La actriz
de teatro Eleonora Duse, diva internacional, nunca se recuperó después de
conocer a su Apolo.
Sin embargo, Apolo no es lo primero que viene a la cabeza al pensar en
D’Annunzio. Como prueba contra el progreso evolutivo, era un espécimen de
físico muy poco agraciado: bajo, calvo y «feo», con dientes «estropeados»,
piernas gordas, caderas anchas, ojos de párpados caídos, labios pálidos y la
piel gruesa y moteada.49
Tampoco irradiaba el atractivo de ser un gran proveedor de riquezas. Casi
siempre tenía deudas y en mitad de su carrera profesional sufrió una
bancarrota estrepitosa, perdió todas sus posesiones, entre ellas sus treinta
perros de caza, en una subasta que duró diez días. Cuando llegó a Roma, era
un don nadie sin pedigrí, sin reputación, ni dinero ni contactos. Los hombres
de su calaña no eran bien recibidos. No obstante, gracias a su influencia sobre
las mujeres, se introdujo en la alta sociedad y acabó abandonando a la hija de
una duquesa… embarazada de tres meses. A pesar del desprecio infligido a
su aristocrática esposa, ella lo amó hasta el final de sus días y acudió para
cuidarlo en la vejez.
La inestabilidad iba de la mano con él en todo momento. De una
infidelidad crónica y siempre de paso, vivía de capricho en capricho. De
todas formas, las mujeres se derretían a sus pies. Eleonora Duse no solo
toleraba sus aventuras, sino que una vez lo arrojó en brazos de una rival.
«Mire, ya que tanto lo ama —le dijo a una de sus invitadas—, ¡aquí lo tiene!»
Y discretamente cerró la puerta.50 Otra pretendiente se negó a marcharse de
forma tan discreta. Una marquesa rusa se enfrentó a la Duse después de un
escarceo con D’Annunzio, sacó una pistola y se la fue pasando «de mano en
mano» hasta que la diva hizo las maletas y se marchó. La Duse intentó «en
vano olvidar a su gran amor» durante el resto de su vida.51
D’Annunzio era también impulsivo y voluble, propenso a los arrebatos y a
las juergas. Tras una de sus escapadas, dijo extasiado: «Preciso de todo lo
superfluo: divanes, telas preciosas, alfombras persas, porcelana japonesa,
adornos de bronce, marfiles, alhajas, todas las cosas inútiles y bellas».52 Ni
siquiera se podía confiar en él ante la adversidad, pues abandonó a algunas
mujeres cuando estaban enfermas o en momentos turbulentos.
No era del estilo fraternal. D’Annunzio era un hombre enigmático, de
rareza exótica, atuendo extraño (plumas de oca y casullas clericales),
escondites misteriosos (un refugio monástico barroco) y afición a
comentarios como «las bocas verdes de las sirenas chuparon mi voluptuosa
sangre».53 En lugar de ser el vecino de al lado, era el hombre de la galaxia de
al lado, un «hechicero», como él mismo se definía.54
Los hechiceros no se caracterizan por jugar limpio, y D’Annunzio hacía
oídos sordos a la moral burguesa. Aunque se mostraba gentil y generoso
cuando se lo proponía, también sabía comportarse mal. Pero nadie era capaz
de cautivar, mimar y arrebatar a las mujeres como lo hacía D’Annunzio. Era
«el amante más extraordinario de [su] época»,55 «un seductor ante cuyas
artes inclinaría la cabeza admirado el más radiante de los donjuanes».56
Igual que D’Annunzio, pocos seductores encajan en el patrón del
neodarwinismo. Por supuesto, sí hay hombres mujeriegos ricos, guapos,
famosos, amables y estables. Pero hay algo más que enciende la chispa de su
poder erótico. Los artistas muertos de hambre y los anodinos obreros
abundan en las listas de grandes amantes. Los impasibles guardianes del
fuego del hogar y de los víveres, conocidos desde la infancia, también entran
en esa lista, pero no predominan…, ni mucho menos. Los casanovas tampoco
son siempre hombres de anuncio. Un tipo puede tener michelines, orejas de
soplillo, genitales diminutos, papada y una piel áspera, y aun así ser el
hombre más deseado del planeta. Hace falta mucho más de lo que concibe la
psicología evolutiva para hechizar a las mujeres.
El seductor cazador
A las mujeres no les atraen los pánfilos.
DAVID DE ANGELO, Dobla tus citas57
El presentador de radio y consejero sentimental Payton Kane promete lo
siguiente a todos los hombres que se sienten solos al otro lado de las ondas:
su «Equipo de Transformación es capaz de convertir a cualquier hombre
normal en un ligón ¡en cuatro horas!».58 El seductor que surge de esa
transfiguración es una de las versiones más convincentes del nuevo casanova.
Es el cazador, el pícaro, el artista del ligoteo. Esta encarnación con pocas
luces del machismo neodarwinista se hizo famosa gracias a Neil Strauss con
su bestseller de 2005, El método, y lo secundan decenas de gurús de las citas
cibernéticas. La premisa que se aplica en este caso es que un maestro del
amor es un machote que conquista a las mujeres con un repertorio de
maniobras paramilitares: bravuconadas, alarde y disparos certeros. Para los
estándares de Casanova, el objetivo es modesto: no se trata de que lo amen
(eso está en otra liga) sino de llevárselas al catre.
Lo fundamental en el sistema del cazador gallito es desplegar la sensación
de dominación. A menos que seas el «jefe de la tribu», no te ligarás a la
chica, exhorta el gurú Mystery, un tipo con aspecto gótico, un sombrero que
recuerda una alfombra con flecos y las uñas pintadas de negro.59 Entra con
aplomo en un bar, indica, actúa como si fueras «el premio» y deja que las
mujeres sepan quién manda.60 Esto requiere un repertorio de bromas y
«desprecios» sarcásticos como: «¿Qué puntuación te dan en la cama?»,
seguido de un: «Pues acabas de bajar de la posición número 1 a la 10».61
La estrategia para cerrar el trato parece sacada de la Operación Cacique. A
menudo con la ayuda de una «mano derecha», el «experto en seducción»
predispone a su objetivo con «palabras mágicas» (términos que despiertan la
sensualidad como «revolcón», «mamada» o «placer») y una buena dosis de
halagos y desprecios combinados.62 Según Mystery, es tan eficaz como un
buen tirón de la correa del perro.63
Cuando la víctima se atusa el pelo y sonríe, ha llegado el momento de la
«cinética», toques estratégicos en la cadera, la cintura y el pecho. Por fin, el
«artista de Venus» aísla a la chica, la besa, le pide el número de teléfono y la
deja ahí como si tuviera cosas mejores que hacer.64 Más tarde la llama y le
propone un «lugar para el sexo»; luego se dirige a la cita, listo para matar.65
En uno de los comentarios de la página alardea Extramask: «Le di unos
buenos azotes».66
A lo largo de esta campaña de seducción y conquista, el mujeriego
mantiene el tipo y se blinda emocionalmente. Un artista del ligoteo aprende a
«eliminar el deseo» (como recomienda el donjuán Dex en la película El tao
de Steve) y a ocultar los deseos, si se interfieren.67 Los seductores mantienen
la cabeza bien fría, huyen de la palabra «amor» y se convencen de que
«siempre habrá otra mujer».68 En su caso, es cierto. Los «logros» que
describen son números intercambiables (valorados del 6 al 10). Suelen ser
mujeres desesperadas: strippers, esposas aburridas, aspirantes a modelo y un
despliegue de solteronas que deambulan por las discotecas.
Neil Strauss, aficionado a la caza femenina, aseguraba haber estudiado a
los artistas del ligoteo durante dos años para «convertirme en lo que todas las
mujeres quieren; no lo que dicen que quieren, sino lo que quieren en
realidad».69 Pero se equivocó de colegio. Los hechizadores del mundo real
proporcionan un mensaje muy distinto y aspiran a una categoría de mujeres
que dista del triste reparto de Strauss, compuesto por camareras adolescentes,
bailarinas exóticas y señoras con habilidades de «actriz porno».70
El verdadero seductor
El príncipe Alí Khan sería la envidia de cualquier seductor cazamujeres.
Apodado «el Príncipe Dorado»,71 Khan fue famosísimo en la década de
1950: galán internacional, soldado condecorado, deportista, filántropo,
vicepresidente de la ONU, líder espiritual de veinte millones de musulmanes
ismailíes, y amante de la crème de la crème. Hubo quien dijo: «No estabas en
la onda, sino déclassé, démodé, no eras nadie, no contaban contigo, si no te
habías acostado con Alí».72 Se hizo famoso por seducir a la Diosa del Amor,
Rita Hayworth, y alejarla de su marido, para después casarse con ella por
todo lo alto junto a una piscina llena de colonia.
No obstante, Khan rechazaba el credo del cazador. «Tiró el manual y
empezó a jugar de manera intuitiva.»73 En lugar de ser frío y arrogante, Khan
era la caballerosidad personificada y se desvivía por complacer a las mujeres.
Era modesto y discreto sobre sus conquistas, que superaban con creces los
sueños más atrevidos de un artista del ligoteo. Aunque su forma de vestir y su
aspecto eran poco espectaculares (de piel cetrina y con entradas), irradiaba
«dulzura», «suavidad» y «una humildad que derretía».74
Cuando quería conquistar a una mujer, desdeñaba las estrategias bélicas,
los despliegues de dominación y la indiferencia fingida. Iba a por todas. Las
amantes decían que les echaba el ojo entre los invitados en las fiestas e iba
directo hacia ellas. Una vez, en Ascot, dio la espalda a las carreras de
caballos y se quedó mirando fijamente a quien después sería su amante, que
se hallaba en la tribuna. En otra ocasión, le dijo a una de las mujeres con las
que compartía mesa en un banquete, a quien acababa de conocer: «Preciosa,
¿quiere casarse conmigo?». La honorable Joan Guinness, esposa del magnate
de la cerveza negra, no tardó en divorciarse de su marido y lo hizo.75
Los desplantes lacónicos no eran de su estilo. La cantante y estrella del
cine francesa Juliette Gréco consideraba que la zalamería era el punto fuerte
de Khan. En su primera cita, recordaba, la aduló «de una forma encantadora,
muy especial».76 Se concentró únicamente en ella, en sus intereses y en su
carrera profesional, sin mirar ni una vez al desfile de chicas glamurosas que
se pasearon por delante de su mesa. Hizo que se sintiera como una «reina».77
Haber echado el anzuelo a una mujer le habría parecido a Khan algo torpe y
pueril; él se dedicaba al afrodisíaco arte del aplauso: piropos, atención
continua y caricias.
Aunque tuvo muchas aventuras amorosas, Khan siempre estaba «loca y
perdidamente enamorado» (si bien de manera fugaz) y dejaba al descubierto
su corazón.78 En lugar de ocultar sus sentimientos, hacía alarde de ellos. En
cuanto vio a Rita Hayworth, suspiró: «¡Dios mío! ¿Quién es esa mujer?» y
empezó a asediarla para conseguir sus favores.79 Contrató un cocinero nuevo,
renovó el castillo en el que vivía (incluso compró manteles nuevos) y la
llamó día y noche hasta que accedió a ir a comer con él.
Después pasó a enviarle tres docenas de rosas rojas a diario desde Cannes.
La llamaba con impaciencia por teléfono para dedicarle todas sus atenciones:
¿cómo se encontraba? ¿Necesitaba algo? Al final Rita Hayworth terminó por
necesitarlo a él, y no tardaron en formar pareja. Pasaron románticas
vacaciones en París, Londres y España. Sin embargo, las habitaciones de
hotel no eran «coordenadas C3» como las llaman los cazadores; Khan era un
artista sexual, cuyo propósito principal y prioritario era la satisfacción
femenina.80 «Hacía que las mujeres se sintieran maravillosas.»81
Todo fascinador que merezca las mujeres que lo aman, desde la
Antigüedad hasta el presente, rechaza el modelo del prepotente cazador;
actúa de otra manera. Incluso Jack Nicholson, con su pose de frialdad, es un
«tipo sentimental» que corteja a las mujeres con piropos, exuberancia y un
deseo y una vulnerabilidad manifiestos. Los grandes amantes tratan a las
mujeres con guante de terciopelo, no con un manual bélico.82
El ídolo de manual
Justo lo que recetó el doctor Amor.
VERONICA HARLEY,
«Best Relationship Books», AOL83
Otra distorsión del personaje del seductor es el Don Perfecto de la terapia de
pareja: el contrario del cazamujeres. En lugar de un duro hombre machista
con esquemas maquiavélicos, este epítome del atractivo masculino ha sido
sensibilizado, civilizado y personalizado para una generación posfeminista.
Es una creación de los kits de identidad, una amalgama artificial del ideal
terapéutico. Liberado y bueno en todo, es empático, casero, una buena
compañía, maduro y educado. Y con la ayuda de un número suficiente de
sesiones, puede producirse en serie.
En el papel parece la fantasía de cualquier mujer. Este ídolo es consciente
de que las mujeres están agotadas, trabajan demasiado y necesitan sustento.
Este sistema de apoyo global sintetizado en un solo hombre proporciona todo
lo que hace falta: verduras, masilla para las juntas de las baldosas, la revisión
del coche y un masaje shiatsu. Asimismo complace a la mujer por dentro. En
el «laboratorio del amor» del doctor John Gottman, en Seattle, los hombres
aprenden a comunicarse, a expresar sus sentimientos, a escuchar y a dar
confianza.84
Este donjuán ideado por los consejeros matrimoniales también aprende a
jugar limpio. Cuando empiezan a saltar chispas, es el paradigma de la
compasión y la calma. Gracias a un autocontrol muy concienzudo, se
contiene para no «explotar» y responde sin ponerse a la defensiva para evitar
las peleas.85 Hay que reformular las quejas de la mujer, aconseja Gottman,
ceder, ser conciliador y no mostrarse nunca intransigente: «Opte por ser
educado».86 Tal como recomienda el doctor Phil, el amante ideal se esfuerza
al máximo, «igual que en cualquier otro proyecto».87
En el tocador es igual de considerado. Las guías para parejas proporcionan
numerosos consejos sobre las habilidades horizontales, descripciones tan
detalladas como los manuales de aviación que desmenuzan las acciones de la
A a la Z. El juego previo debe ser extenso. Hay que empezar por la
preparación cuidadosa del estado de ánimo: música (incluidas las listas de
reproducción), baño de burbujas y velas; seguido de por lo menos «veintiún
minutos de juegos eróticos». El sexo en sí también debería seguir una
coreografía bien ensayada, con juguetes sexuales a mano, dominio de las
posturas y todo un inventario de movimientos sobre el colchón.88
El verdadero ídolo
El casanova de los terapeutas tiene muchísimas cualidades: acierta en todas
las casillas. A una mujer no le iría mal tener a semejante amante perfecto en
su vida, un compañero sin complicaciones que lo hace todo bien y además le
echa una mano. Sus creadores lo han diseñado con buena intención. El único
inconveniente es el deseo. El donjuán característico del manual se ha creado a
partir del diseño racional, sin tener en cuenta el eros, la fuerza vital ajena a
las normas. Los hombres que inspiran y alimentan las grandes pasiones no
son productos prácticos que se pintan copiando el modelo en el laboratorio de
las relaciones personales.
Lord Byron, el poeta británico del siglo XIX, patriota e icono romántico,
habría sido la pesadilla del diván. Irreverente, antojadizo y de carácter airado,
incumplía prácticamente todas las leyes sagradas del terapeuta. Aun así, era
«en una palabra, irresistible». No solo fue un poeta estrella que provocó una
avalancha de admiradoras (la byronmanía), sino que obtuvo la adoración
incondicional de un sinfín de mujeres a lo largo de toda su vida.89
Lejos de ser un marido abnegado, Byron desprendía ganas de conocer
mundo y vivir aventuras en el extranjero, ataviado con una colección de
turbantes albanos y pantalones bombachos turcos. Y parecía a medio
civilizar. Byron, «imposible de olvidar una vez visto», tenía el rostro
cincelado como un Baco antiguo, con ojos azules «salvajes», un labio inferior
carnoso y sensual, y la frente alta cubierta de indomables rizos morenos.90
Tenía un pie deforme y una cojera crónica, que le granjeaba la compasión
femenina, y las mujeres cuidaban de él en lugar de pedirle que las mimara.
Copiaban sus poemas, le dejaban dinero, se preocupaban por su salud y lo
agasajaban como a un maharajá. El papel del hombre protector lo dejaba
indiferente. Cuando llevaba tres meses casado, le preguntó un día a su
esposa: «¿A qué demonios se refiere tu madre cuando me dice que te cuide?
Supongo que ya sabes cuidarte sola».91
La comunicación —al estilo de las terapias de pareja— no era su fuerte.
Aunque estaba en contacto con sus sentimientos (lloraba con facilidad) y era
capaz de mantener largas conversaciones íntimas con sus amadas, tenía un
historial ambivalente como comunicador amoroso. Confundía a su amante,
lady Caroline Lamb, con una mezcla de palabras cariñosas y sarcásticas, y
provocaba a su recién casada esposa con un toma y daca de confesiones
tiernas y crueles desaires.
La conversación era harina de otro costal. Cuando quería, podía ser
adorable. Hablaba con una dulce voz de barítono y un leve ceceo, y
hechizaba a las mujeres con sus chanzas juguetonas y sus alegres pirotecnias
verbales. «Tenía una risa musical», lo alabó lady Blessington en sus
memorias, una forma de hablar «muy fascinante».92
Sin embargo, no era aconsejable pelearse con Byron. Incapaz de escuchar a
la otra parte, no aplacaba las llamas con el bálsamo de la comprensión y la
sobria contención. Una vez zanjó una discusión con su esposa arrojando un
reloj de mesa al suelo y aplastándolo a golpes de atizador. Lady Caroline
Lamb alcanzó tal desesperación por culpa del silencio despectivo con que
respondió él durante una pelea, que lo amenazó con un cuchillo en una fiesta
en Londres, después se lo clavó ella misma en la mano y se marchó del salón
corriendo y chorreando sangre.
Es posible que tampoco fuera siempre un portento sexual. Abundan las
anécdotas de sus excesos y de las mujeres incapaces de alejarse de su cama,
como la hermanastra de Mary Shelley, Claire Clairmont, que le suplicó que
se acostara con ella, lo consiguió y después lo siguió hasta Italia para que la
dejara repetir. Sin embargo, más de una vez trató a su esposa con falta de
tacto: por ejemplo, la desvirgó sin ceremonias en el sofá antes de la boda y
una noche la poseyó a tergo.
A pesar de todo esto —su comportamiento incorrecto a ojos de un
psicoterapeuta y de su naturaleza compleja y poco cooperadora—, Byron era
un «hombre encantador», asediado y mimado por las mujeres.93 Su mujer
pataleó histérica y se tiró al suelo en una «agonía de reproches» cuando se
separaron; Caroline Lamb nunca se recuperó del todo y cayó enferma cuando
lord Byron murió a los treinta y seis años.94 Su última amante, la condesa
Teresa Guiccioli, con quien estuvo cinco años, hizo una peregrinación para
rezar junto a su tumba y, en el salón de tertulias parisino del que era
anfitriona, a sus cincuenta años largos colocó un retrato de Byron en un lugar
bien visible y exclamaba ante todo aquel que quisiera escucharla: «¡Qué
guapo era! ¡Cielo santo, qué guapo!».95
Los seductores casi nunca se ajustan a los estándares de los médicos
especialistas en relaciones personales. Se salen de las tablas del terapeuta. El
pintor vanguardista Willem de Kooning, por ejemplo, era poco comunicativo
y estaba totalmente absorto en sí mismo y en su obra: un «niñito» que
necesitaba una retahíla de mujeres que lo alimentaran.96 Sin embargo, era
una bomba sexual famosa en el mundo de las artes, un amante delicioso que
«dejaba que las mujeres se acercasen a él».97
Muchos casanovas no pasarían la prueba del autocontrol. Frank Sinatra
tenía malas pulgas y no sabía controlar los arrebatos de ira. Se salía de sus
casillas, rompía los muebles y, una vez, enfurecido, pegó un tiro al colchón.
Sin embargo, nada detenía la estampida femenina. Según Ava Gardner, su
segunda esposa: «Me entraban ganas de darle un puñetazo, pero le perdonaba
al cabo de menos de medio minuto».98
Los grandes seductores tampoco siguen los consejos del manual en la
cama. Casanova adaptaba cada cita al gusto de la dama y era capaz de
despertar una lujuria pura y espontánea en el dormitorio. Jack Nicholson, el
«fabuloso amante», no se concentraba tanto en la técnica cuanto en la
creatividad en el lecho: diversión descarada, correteos en cueros por la cocina
y la dedicación al «placer absoluto» de la mujer.99
Los consejeros de pareja admiten que no son capaces de fabricar la pasión.
Su objetivo es un acuerdo de compañerismo, una pareja adulta, pacífica, sin
sobresaltos. Su donjuán es un artefacto hecho a medida: un androide asexual
programado para la población femenina estresada y saturada. Además, el
modelo del terapeuta se ha construido en ausencia de pruebas: los verdaderos
casanovas, las auténticas manos sensuales que derriten a las mujeres.
Las falsificaciones de seductor
Además de los estereotipos más evidentes —el seductor satánico, el macho
darwiniano, el cazamujeres, el ídolo de manual— hay una distorsión más
sutil y omnipresente del seductor: el dios del amor anunciado en los medios
de comunicación, que tantas veces se confunde con el artículo genuino. El
número anual dedicado al hombre más sexy de la revista People («Sexiest
Man Alive»),100 con sus hombres de portada y sus exagerados pies de foto
(«La estrella consigue que las mujeres digan: «Oh… Dios… ¡Sí…!»), puede
ser un buen método para las relaciones públicas, pero no es una guía muy
fidedigna para los seductores. ¿Quién sabe si George Clooney o Matthew
McConaughey son grandes amantes? Ambos son productos de los estudios
cinematográficos, concienzudamente fabricados, hombres espejismo
diseñados para vender películas y series televisivas. De hecho, Valentino
decepcionaba como amante, y es probable que Cary Grant, que vivió durante
años con Randolph Scott, fuera gay. Si lo miramos de cerca, John F. Kennedy
pinchaba en la cama, trataba a las mujeres como si fueran objetos y prefería
la compañía masculina.
Algunos supuestos cautivadores, como el galán Errol Flynn, eran tan
retorcidos que apagaban cualquier sentimiento romántico. Sus libertinajes
épicos anulaban su belleza, su atractivo sexual y su magnetismo. No solo se
relacionaba con criminales nazis y participaba en el tráfico de esclavos de
Nueva Guinea, sino que trataba a las mujeres (y a los muchachos) como si
fueran «papel higiénico», cautivaba a menores de edad y era capaz de
asquerosidades del calibre de masturbarse en una tortilla que estaba
preparando para unos invitados.101
Otros famosos «seductores» de la historia no dan la talla por la misma
razón. El grosero lord Rochester del siglo XVII, alcoholizado y pervertido,
murió a los treinta y tres años de sífilis; el marqués de Sade saciaba su apetito
sexual con flagelaciones que dejaban casi muertas a poules indigentes; y el
pintor Modigliani maltrataba y abusaba de las mujeres: una vez le rasgó el
vestido en público a una amante, y en otra ocasión arrojó a una mujer contra
una ventana cerrada; luego se justificó ante el conserje diciendo que no hacía
más que «pegar a [su] amante como un caballero».102
El verdadero seductor
Con tantas falsas imágenes del donjuán enturbiando el cuadro, no es de
sorprender que no logremos verlo con claridad. Una vez borrados los mitos y
toda la broza cultural que se ha ido acumulando, podremos mirar de manera
más auténtica a este gran seductor. Las mujeres lo aman por una razón: el
seductor las adora a ellas y su compañía, y sabe qué anhelan y tan pocas
veces obtienen. Aunque no es un santo, tampoco se ajusta a los estereotipos,
ni negativos ni de cualquier índole. Trasciende las generalizaciones fáciles y
desafía las categorías (la polaridad ángel/demonio; pelele/macho) y
personifica la complejidad.
Hay seductores de todos los colores. Entre ellos encontramos cualquier
clase y condición de hombres imaginables. Recorren todo el espectro social,
desde los elegantes Romeos con anillos en el meñique hasta los plutócratas
aficionados al polo. Su personalidad puede ser de una extroversión radiante,
como el director de orquesta del siglo XX Leopold Stokowski, o de una
introversión propia de un ratón de biblioteca, como Aldous Huxley. La edad
tampoco es un denominador común: Casanova y el pianista Franz Liszt eran
tan devastadores para el sexo femenino a los sesenta años como lo habían
sido a los dieciséis. Tampoco cuenta la profesión, pues hallamos desde
diplomáticos hasta generales, desde economistas hasta profesionales
autónomos de todo tipo: artistas, actores, taxistas y flâneurs.
Los ídolos del amor están presentes por todo el mundo y recorren toda la
historia de la humanidad. Se remontan por lo menos hasta el rey Gilgamesh
de Sumeria, en 4000 a.C. (tan arrebatador que la diosa del sexo intentó
engañarlo para llevárselo a la cama) y continúan desplegando sus artes en la
actualidad. Parecen un arquetipo universal que surge por doquier: en Oriente,
en Occidente, en las estepas de Rusia y en el sur de Chicago.
Es cierto que las preferencias fluctúan. La época del romanticismo, por
ejemplo, favorecía el melodrama en los casanovas (lágrimas, duelos,
declaraciones dramáticas y despliegues histriónicos), mientras que en la
década de 1990 se prefería la ironía y la sofisticación. Las tendencias de las
mujeres también pueden cambiar a lo largo de su vida, con una predilección
por los hombres experimentados y con autoridad en la juventud y por los
amantes más juguetones y espontáneos más adelante.
Sin embargo, a pesar de estas fluctuaciones en los gustos eróticos y en la
amplia variedad de hombres que han existido, los casanovas comparten unas
características poco comunes, tanto en la personalidad como en las artes
amatorias. Una y otra vez esas cualidades compartidas resurgen, ya sea en la
corte de Luis XV, el Bienamado, o en un bar de solteros del siglo XXI. No se
describen con detalle en los libros dedicados a los mujeriegos; son uno de los
secretos mejor guardados entre los hombres que saben hechizar a las mujeres.
Con unas cuantas herramientas de análisis y siguiendo las pistas,
intentaremos desvelar esos secretos. Descubriremos algunos especímenes
(seductores del pasado y del presente) y los someteremos a un escrutinio.
Diseccionaremos al hombre y extraeremos su carisma y su carácter. ¿Qué son
exactamente esa especie de identificador innato y esos rasgos adquiridos que
las mujeres encuentran tan irresistibles? En la segunda parte del libro nos
centraremos en cómo se logra, cómo encandilan los grandes amantes a las
mujeres, desde los encantos de los sentidos hasta las artes más sofisticadas de
la pasión eterna. Nos adentraremos en un territorio ignoto, más allá de los
manuales de amor convencionales, para comprender el desconocido arte
erótico de los expertos en amatoria.
Al final del libro haremos un balance a partir del estudio de la cultura
contemporánea, para ver de qué modo encajan en ella los seductores, si es
que tienen cabida. Una mesa redonda con algunas de las mujeres más
avispadas de la actualidad se unirá al debate. ¿Cómo podría ser el casanova
del futuro? Sin embargo, como punto de partida debemos recuperar el
original. Bastará con que limpiemos el detritus de falacias, rumores y
caricaturas. Expongamos al seductor a plena luz del día y alegrémonos la
vista.
PRIMERA PARTE
Anatomía de los grandes seductores
1
Carisma
Un relámpago en una botella
Tenía una especie de halo alrededor de la cabeza, que relucía como las estrellas.
Señorita Maryland a propósito de Frank Sinatra, Vancouver Sun1
El padre Jack era un cura sin complejos. Había visto y hecho de todo: ayudar
a presos y gángsteres, trabajar en los suburbios, escuchar confesiones en
bares, llevar un restaurante de beneficencia y dar consejo a los Kennedy, a la
realeza y a las superestrellas. Si había alguien que conociera al género
humano, era él. Pero no sabía qué hacer ante Rick, el jefe de bomberos. «No
lo sé… —me dijo un día por teléfono—. Rick tiene algo. ¿El qué? No tengo
ni idea. Verá, solíamos ir a tomar el café a un local pequeño de MacDougal
Street y ¡tendría que haber visto a las mujeres! Era como si salieran de la
nada y se le echaran encima.»
Un mes después, Rick llama a mi puerta y ding-dong: desde luego que
tiene «algo». Debe de estar a punto de cumplir setenta años, tiene la cara
cuadrada como los polis de los dibujos animados y sus ojos resplandecen
como la mica negra. El hombre posee una presencia imponente, desprende
latigazos de electricidad. Mientras tomamos una copa de oporto (obsequio de
su parte), por fin le pregunto qué esconde que vuelve locas a las mujeres.
No me ayuda mucho. Se apoya en el respaldo, sonríe y rememora. Hace
años, recuerda, se perdió en un laberinto de callejuelas por Dublín cuando
una joven rubia se le acercó y le preguntó si podía ayudarle. La invitó a
comer y dos horas más tarde estaban en la habitación del hotel y «desnudos
en tres minutos». «Pero ahora viene lo mejor —añade—: cada vez que voy a
Dublín desde entonces, quedo con ella. Es una mujer encantadora.»
A lo mejor sabe algo que no quiere decirme, o a lo mejor está igual de
perdido que cualquier otra persona cuando se trata de identificar el carisma,
ese je ne sais quoi que irradian algunas personas. En cuestión de segundos lo
percibimos; nos sentimos fascinados y eufóricos de repente.2 El carisma, que
suele asociarse con los políticos y las personalidades mediáticas, se ha
estudiado, analizado con lupa y reducido a una fórmula conocida: confianza
en uno mismo, un aura de autoridad y dotes comunicativas.3
No obstante, muchos expertos advierten que el hechizo que provocan
algunas personas es «muy complejo», sobre todo cuando se trata de
seductores carismáticos.4 Tal como apunta el psicoanalista Irvine Schiffer,
los hechiceros sexuales son una especie sutil: no son gallitos bravucones sino
personas a veces tímidas, inseguras y enigmáticas.5 El profesor de Yale
Joseph Roach cree que la contradicción es la clave de ese «algo», un juego de
rasgos contrapuestos de la personalidad que nos trastocan.6 Los mitólogos
insisten en la influencia de las deidades antiguas y sobre todo del chamán, «la
figura carismática por excelencia». Esos magos sacerdotes que
proporcionaban el éxtasis y canalizaban la energía sexual cósmica, aseguran,
todavía están anclados en el inconsciente colectivo.7
Nadie se pone de acuerdo en esta cuestión. El carisma, tal como se afirma
en The Social Science Encyclopedia con estudiada prudencia, es uno de los
temas «más polémicos».8 Pero es imposible no percatarse cuando un hombre
posee ese factor «¡guau!». Destacan, relumbran como si fueran
fosforescentes, crean un torbellino de atracción sexual que abduce a todas las
mujeres que se pongan a tiro. ¿Por qué? Nunca lo sabremos con seguridad.
Sin embargo, podemos repasar el conocimiento que tenemos al alcance sobre
el tema y apuntar algunas pistas. Podemos analizar el encanto de los
seductores y concentrarnos en el misterio: la fuerza de arrastre que provoca
ese hombre cuando entra en una habitación atestada con el vigor de una ola.
Ímpetu
Si no sabes vivir con entusiasmo, busca a otro hombre.
Adagio
Ese hombre era pobre, trabajaba poco y vivía en la parte más sórdida de
Venice Beach, en Los Ángeles. Patti Stanger, del programa The Millionaire
Matchmaker lo habría dejado tirado en la cuneta. Y ya puestos, Marisa
Belger tampoco se hubiera molestado en mirarlo; era una escritora freelance
muy culta y aficionada a viajar por todo el mundo, que provenía de un
universo privilegiado. Pero Paul la cautivó con su ímpetu embriagador y su
«sentido del humor explosivo».9 Bailaba como James Brown, tocaba la
guitarra y la hacía reír hasta que le entraban agujetas. Nunca había conocido
una familia como la suya, un enorme clan irlandés muy escandaloso, tocaba
instrumentos y bailaba encima de la mesa. Paul, el hombre más vivaracho de
la sala, contagiaba su vitalidad a todo el mundo. Cuando le pidió que se
casara con él, la mujer contestó: «Sí, sí, sí. Sería un honor pasar mi humilde
vida contigo».10
La joie de vivre alimenta un enorme carisma sexual.11 En palabras de Mae
West: «No son los hombres de mi vida; sino la vida de mis hombres».12 El
sociólogo alemán del siglo XIX Max Weber identificó el carisma con la fuerza
vital, «el empuje de la sabia del árbol y de la sangre en las venas».13 La
exuberancia y el eros están entremezclados en el cerebro humano. Cuando
nos enamoramos con pasión, nos invade la euforia; es como un chute de
adrenalina, dicen los científicos, que induce un subidón frenético casi
maníaco.14 El filósofo Ortega y Gasset incluso define el amor como el
«resorte espléndido de la vitalidad humana»15
Como afrodisíaco, el entusiasmo no tiene parangón. «La exuberancia es
seductora», afirma el premio Nobel Carleton Gajdusek, y puede «engendrar
devoción y amor».16 La mitología puede explicar parte del encanto del
ímpetu vital. Si nos excitamos con el brío del seductor, aseguran los
antropólogos culturales, tenemos que buscar los motivos en los dioses de la
fertilidad. Esas carismáticas deidades, que florecieron en distintas culturas,
personificaban la energía fálica, la fuerza generadora de la existencia. El dios
griego Dioniso, un prototipo occidental del seductor, encarnaba el zöe, el
espíritu de la «vida infinita».17 Fantástico ídolo amoroso, deambulaba por la
tierra repartiendo placer, seguido de un séquito de mujeres enamoradas. Entre
sus apelativos estaban «el [dios] que grita de gozo» y «el lleno de gracias».18
Dioniso creó el molde para los futuros seductores. «No hay ninguna
historia romántica —comenta Roland Barthes— en la que el personaje se
canse.»19 La comadre de Bath de Chaucer consideraba a Salomón el mejor
amante de la historia porque «¡tan lleno de vida estaba!»,20 y las mujeres se
sienten hechizadas en contra de su voluntad en la ópera de Mozart por la
«exuberante alegría de vivir» de Don Giovanni.21 EffiBriest, la protagonista
de la novela homónima del escritor alemán Theodor Fontane, de corte similar
a Madame Bovary, traiciona a un marido perfecto por un libertino «animado
y jocoso».22 Los héroes de las novelas románticas para un público femenino
(una ventana a las fantasías de la mujer) suelen ir acompañados de brío y
vigor masculino.23
Los verdaderos donjuanes desbordan vitalidad. El poeta romántico francés
del siglo XIX Alfred de Musset hizo derramar lágrimas a la mitad de la
población femenina parisina con su «delicioso brío».24 Dandi vivaz, irrumpía
en los salones con unos pantalones ajustados de color azul cielo y las
cautivaba con sus bon mots. La actriz Rachel bebía los vientos por él, y una
duquesa, una princesa y una belle de renombre corrieron a visitarlo cuando
enfermó. De todas formas, su mejor golpe fue la conquista de la famosa
literata George Sand. Emprendió un impetuoso asalto y desplegó su vitalidad
ante ella como «un pavo real ante una recatada y discreta pava».25 Lord
Palmerston, primer ministro de la época victoriana apodado Lord Cupido,
empleó su «pícaro optimismo» con los mismos fines, igual que otros
maestros del amor del siglo XX, como David Niven y Kingsley Amis.26
El compositor estadounidense George Gershwin tenía una personalidad tan
eufórica como su música: clásicos que invitaban a mover los pies como «I
Got Rhythm», «Things Are Looking Up» y «’S Wonderful». Era
«exactamente igual que su obra», dijo una de sus novias;27 disfrutaba de todo
lo que hacía con «auténtico deleite».28 Y lo que hacía, además de producir
algunas de las canciones más bellas de la nación, desde clásicos del
cancionero hasta Porgy and Bess, era cautivar a las mujeres. Fue un
conquistador irresistible, adorado por cientos de féminas.
Gershwin carecía del físico que se espera de los galanes. De estatura media
y tez oscura, tenía la nariz aguileña y ancha, el pelo moreno escaso y una
barbilla prominente. Pero cuando entraba en una habitación, las mujeres se
erguían para contemplarlo. Todas y cada una de ellas mencionaban su poder
afrodisíaco: «su vitalidad exuberante», su «gallardía» y un «polifacético
entusiasmo por la vida».29
Hubo un ejército de mujeres en su vida. Le atraían las mujeres inteligentes
y atractivas, de modo que flirteó con las más famosas de la sociedad y del
mundo del espectáculo y la música. Entre sus amores más serios estuvieron la
actriz francesa Simone Simon y la estrella de Hollywood Ginger Rogers, que
declaró ante los periodistas: «Estaba loca de amor por George Gershwin,
igual que todas las personas que lo conocían».30
Kitty Carlisle, una jovencita promesa del cine en aquella época, describió
lo seductor que era Gershwin cuando flirteaba. Se ponía a cantar al piano en
las fiestas e intercalaba su nombre en las canciones de amor. No se casó, pero
mantuvo una relación durante diez años con la compositora de música Kay
Swift, su colaboradora, musa y «factótum absolutamente entregada».31
Muchos biógrafos han sugerido que conoció a la auténtica mujer de su vida
en 1936, la actriz recién casada Paulette Goddard. Para ella escribió la balada
«They Can’t Take That Away from Me», y la instó a abandonar a su esposo,
Charlie Chaplin, para fugarse con él. Por desgracia, Gershwin murió un año
después, a los treinta y ocho, de un tumor cerebral.
La pérdida para el mundo de la música fue incalculable. Pero la mayor
pérdida, dijeron quienes lo conocieron y amaron, fue su vivacidad. «Amaba
todos los aspectos de la vida, y hacía que todos los aspectos de la vida fueran
dignos de ser amados», decían sus amantes y amigos. «La gente creía que no
sería capaz de experimentar una alegría tan especial.» No es coincidencia que
la palabra «carisma» esté relacionada con el griego chaírein
(«regocijarse»).32
Intensidad
Todo amor empieza con un impacto.
ANDRÉ MAUROIS, «The Art of Loving»33
Si alguien ve a Vance detrás del mostrador de su tienda de delicatessen de
Manhattan es posible que se lleve una impresión equivocada. Vestido con
pantalones anchos de color caqui y zapatos náuticos, parece la versión
madura de Charles Lindbergh salida de una sencilla urbanización de casas
pareadas. Pero al cabo de dos minutos, uno siente, ¡zas!, esa energía sexual.
Cuando le pregunto por su fama de seductor en toda la ciudad (antes de que
se convirtiera a la monogamia), le centellean los ojos de color azul cobalto.
«Créame —me dice mientras tomamos una copa de margaux de 2005 en su
despacho—, fue una época fabulosa. Y muy fácil. Debo reconocer que
muchas me iban detrás. Uf, las mujeres venían en tropel.» «¿Por qué?»
Reflexiona: «En pocas palabras: la pasión que emanaba, la pasión, ¡la
pasión!». Hombre aficionado a la competición, participaba en carreras de
coches y jugaba en el casino, y nunca se mostró tímido con las mujeres. Una
vez, me cuenta, vio a una rubia despampanante en la acera, se dio media
vuelta, fue llamando a las puertas de distintas oficinas hasta encontrarla y
entonces le dijo: «Salgamos de aquí». «Soy muy agresivo, directo, pero a la
vez sincero —se justifica—. Me enamoré de esa chica. Volaba a Los Ángeles
solo para cenar con ella.»
Los seductores no son remansos de paz reposados e impasibles, ni
muestran una indiferencia zen. Disparan toda la munición. «La intensidad
emocional», una fuerza personal excepcional, es uno de los distintivos del
carisma.34 También define la pasión erótica. Casanova decía que lograba sus
conquistas gracias a su estilo ardiente: «Conseguía que cientos de mujeres
volvieran la cabeza para mirarme —escribió— porque no era tierno, ni
galante, ni patético. Era apasionado».35
El amor romántico es una de las experiencias humanas más extremas.36
Como dicen los filósofos, el amor es «droga dura».37 Si se analiza con un
escáner de resonancia magnética, el amor apasionado parece un relámpago;
los centros de la parte interna del diencéfalo (o cerebro intermedio) se
encienden y liberan un torrente de dopamina y norepinefrina.38 Es tan
parecido a lo que ocurre cuando nos enfadamos o nos asustamos que los
psicólogos creen que cualquier sentimiento intenso, de «manera indirecta»,
puede despertar el deseo.39
Una mujer que acaba de salir de un turno doble de trabajo no siempre
quiere una pareja excitante. Pero por norma general, las mujeres prefieren a
los amantes, reales e imaginarios, muy fogosos. Algunas veces eso incluye
una pizca de peligro. Al fin y al cabo, Dioniso era un dios con dos caras,
como el propio eros, con una vena violenta en potencia. Sus apariciones eran
un hecho «sorprendente, inquietante»;40 surgía de la nada con un potente
estallido, a menudo enmascarado o adornado con hiedra.
Los héroes de las fantasías eróticas son criaturas apasionadas que hierven
por dentro, como Heathcliff en Cumbres borrascosas, a causa de un deseo
que les hace apretar los dientes. La ingenua protagonista de Memorias de dos
jóvenes recién casadas de Balzac tiene un bello pretendiente parisino, pero
elige a un feo español cejijunto debido a su ferocidad. Por ese mismo motivo,
la heroína de La segunda de Colette deja a su marido: ha perdido la
fogosidad. «¡Dios mío, qué lento es!», se lamenta; podría mostrar por lo
menos una «apasionada violencia».41 Para entrar en la liga amorosa, el
protagonista debe ser «profundamente intenso», un modelo de aguerrida
masculinidad, tanto si es conde como si es carpintero.42
Muchas veces, los seductores son una fuente de energía inagotable. El
pianista del siglo XIX Franz Liszt tenía un fervor «demoníaco». Puro nervio y
«ardiente hasta la agresividad», Liszt apuntaba a las mujeres con una de sus
miradas feroces y ellas caían a sus pies como sacos de arena.43 Un siglo
después, el director de orquesta Leopold Stokowski fue un fenómeno igual de
fortissimo, equiparable a Frank Lloyd Wright y Frank Sinatra.
De todas formas, nadie ha superado en intensidad carismática a Alcibíades.
Político ateniense de renombre en el siglo V a.C. y general en la guerra del
Peloponeso, era famoso por su atractivo sexual. «Su magnetismo personal —
escribió Plutarco— era tan grande que no había modo alguno de resistirse a
él.»44
En una cultura que ensalzaba la moderación, Alcibíades era un extremista
emocional y «era también sin duda muy inclinado a los placeres».45
Encandilaba a hombres y mujeres por igual cuando pisaba el ágora y el
acertado motivo de su escudo presentaba a Eros blandiendo un rayo. Apuesto
y orgulloso, se vestía con sandalias llamativas y largas túnicas de color
púrpura, en lugar de las discretas togas blancas por la rodilla. Le gustaba la
velocidad, flirteaba con las doncellas flautistas y era tan intenso en sus
afectos que asustaba a su amigo Sócrates. Las mujeres, entre ellas su esposa,
lo adoraban a pesar de todos sus excesos e infidelidades.
No obstante, este «segundo Dioniso» se excedió al imitar a su dios
patrón.46 La víspera del día que tenía que dirigir una expedición siciliana
contra Esparta, desfiguró los sagrados tótems fálicos, un delito castigado con
la muerte. Huyó con el enemigo y vivió en Esparta dos años y medio, donde
enamoraba a la población con su «presencia exótica e incomparable».47 La
esposa del rey era una de sus admiradoras y sentía tan pocos remordimientos
por haber mantenido una aventura amorosa con él que llamaba a su hijo
«Alcibíades» cuando estaba con sus amigas y criadas.48
Obligado a huir una segunda vez, Alcibíades buscó refugio en Persia, pero
lo encontraron las autoridades y tuvo que exiliarse de nuevo de Atenas
después de perder una batalla naval. Una vez más, sus enemigos fueron en su
busca y dieron con él en la frontera de Tracia, en brazos de una cortesana.
Entonces prendieron fuego a la casa en la que se hallaban los amantes y,
cuando Alcibíades salió para huir de las llamas, lo acribillaron con flechas y
dardos. Tras llorar su muerte, la cortesana, con el corazón destrozado,
escribió un poema en recuerdo de su amante: una dínamo carismática cuyo
nombre fue sinónimo de seductor durante miles de años.
Potencia sexual
El tema de este tratado no va dirigido a los hombres que carecen de temperamento sexual.
Kama Sutra49
Las mujeres de Trenton (New Jersey) rondaban por las calles y cometían
delitos con la esperanza de encontrarse con este hombre.50 Joe Morelli, el
robusto policía de la serie de misterio «Stephanie Plum», creada por Janet
Evanovich, es un casanova fumador con una retahíla de conquistas y una
mente obsesionada. Siempre que saluda a Stephanie le mete un dedo como un
gancho en la camiseta y no tardan en soltar jadeos en el dormitorio o en la
ducha, donde le hace lo que ella prefiere. Los lectores del blog
«fierceromance blogspot», dedicado a «amantes fogosos», sitúan a Joe en
primera posición, no solo por sus bromas picantes y sus instintos de salvador,
sino también por su «apasionada libido italiana».51
La energía sexual es el secreto del carisma sexual. Tal como indican los
sexólogos, el impulso sexual se halla en un continuo que va desde «lo tomas
o lo dejas» hasta «siempre quiero más».52 Los seductores ocupan el extremo
más lujurioso del espectro. Según Søren Kierkegaard, ahí está la esencia de
su magnetismo: la pura «sensualidad» y el apetito carnal.53
Las religiones primigenias y la mitología pueden ayudarnos a comprender
este magnetismo. Desde los albores de la historia, nuestros antepasados
adoraban el principio viril y creaban reliquias con forma de pene capaces de
obrar curas milagrosas y hechizos. En las festividades dedicadas a Dioniso
los hombres se paseaban por las calles blandiendo falos enormes para
celebrar la fuerza divina de la energía sexual masculina. Se trata del carisma
sexual en estado puro; la raíz de «fascinante» es fascinum, término latino para
«falo».54
Los amantes ideales de las mujeres son más ardientes y están mejor
dotados de lo que suele creerse. Esos sementales imaginarios son tan
calenturientos que se les empina en cuanto ven la mano de la dama y acaban
quemando las sábanas.55 El «orgasmo con patas» de un relato está listo para
el siguiente asalto pocos minutos después de una sesión tórrida y
desenfrenada en la encimera de la cocina.56 «Es la hora del baño —anuncia
el hombre—. Mírame.» Vadinho, el sátiro brasileño de la novela Doña Flor y
sus dos maridos, muere en carnaval sacudiendo una mandioca, pero vuelve a
la vida, igual que el principio fálico inmortal, para satisfacer sexualmente a su
esposa una vez más.57
Los expertos del siglo XIX y principios del siglo XX defendían que a las
mujeres no les importaban mucho esas groseras satisfacciones; no les gustaba
tanto el sexo como a los hombres, sino que preferían las uniones del alma y
las veladas à deux con un buen libro. Dos grandes amantes de la década de
1950 demostraron que se equivocaban. Alí Khan y Porfirio Rubirosa se
labraron una reputación romántica gracias a la prodigiosa potencia de sus
impulsos sexuales.
«Don Juan Khan»,58 apodo que recibía Alí Khan, poseía «encanto escrito
con luces de neón».59 El último de los galanes posteriores a la Segunda
Guerra Mundial, era único en su especie. En lugar de ser un ligón hastiado,
combinaba la cortesía a la vieja usanza, el aprecio por sus amantes y las
habilidades sexuales con una libido muy fuerte. De niño aprendió las técnicas
esotéricas de Oriente Próximo, y estaba dotado de tanta sensibilidad y tanto
«aguante físico» que era capaz de acostarse con tres mujeres en el mismo día
y dejarlas saciadas.60
Igual que Alí Khan, Porfirio Rubirosa destacaba entre la multitud.
Rubirosa era un diplomático de la República Dominicana, cazador y
cosmopolita, que se forjó una ilustre carrera como amante y semental bien
dotado, y no es una exageración. (De hecho, el nombre extraoficial de los
molinillos de pimienta más largos es «rubirosa».) Se casó cinco veces y sus
enlaces más famosos fueron con las herederas Doris Duke y Barbara Hutton,
y mantuvo un agitado romance con Zsa Zsa Gabor durante años. Sin
embargo, siempre añadía una «clase» superior y un toque de romanticismo a
su enorme potencia sexual, por no hablar de su destreza en el manejo de la
espada.61 Una amante embelesada dijo de él: «Rubi es tan viril que sus
glándulas sexuales seguirán funcionando incluso cuando el resto de su cuerpo
haya muerto».62
De todas formas, se le adelantó el duque de Richelieu, en el siglo XVIII.
Precursor de la figura del playboy, fue una persona distinguida de la historia
francesa: diplomático, mariscal de Francia, mano derecha de Luis XV, y el
general que hizo posibles importantes victorias contra los británicos, como la
espléndida conquista de Menorca. También era un «héroe de la alcoba».63
«Libertino», adorable e hipersexuado, vivió tanto y con tanta pasión que la
gente creía que podía ser inmortal. Concibió un hijo a los ochenta años y
murió, todavía viril, a los noventa y dos.64
No era más apuesto o inteligente que cualquier otro miembro de la corte de
Luis XIV y Luis XV, pero tenía un gancho sensual, un «indómito
magnetismo animal».65 Con su dulzura, su encanto y su expresión pícara, era
«capaz de derretir a una mujer con una sonrisa».66 Incluso cuando era niño,
en Versalles, su precocidad sexual atraía a las admiradoras, y a los quince
años lo metieron en la Bastilla por esconderse en el dormitorio de la delfina.
Más adelante, las mujeres lo asediaban. Recibía unas diez o doce cartas de
amor al día y él respondía en los mismos términos. Tuvo escarceos con dos
princesas, varias comerciantes, cortesanas y casi todas las mujeres de la
nobleza parisina. Las mujeres estaban «locas» por él.67
Tan «locas» que Richelieu generó uno de los escándalos más sonados de
su época. Dos grandes damas que competían por sus favores decidieron
zanjar la cuestión con un duelo al amanecer. El 14 de marzo de 1719, la
condesa de Polignac y la marquesa de Nesle llegaron al Bois de Boulogne
«vestidas de amazonas», se apuntaron con sendas armas y dispararon.
Cuando la marquesa cayó desplomada al suelo, cubierta de sangre, gritó que
su amante «valía eso y más». «¡Ahora mi amor hará que sea enteramente
mío!», chilló. Sobrevivió, pero igual que sus innumerables conquistas, la
dama quedó decepcionada. Este vainqueur de dames era demasiado
carismático, tenía una fuerza sexual demasiado monumental, para pertenecer
por completo a alguien.68
Amor a las mujeres
¡Mujer destructiva, deplorable y falsa!
THOMAS OTWAY, The Orphan69
Ashton Kutcher es algo más que uno de tantos guaperas de Hollywood con
un físico tonificado. Inteligente y con muchas dotes, ha creado y producido
diversos reality shows (entre ellos, Punk’d y Beauty and the Geek), ha
lanzado un sitio de Twitter muy visitado y ha actuado en más de veinte
películas. Al mismo tiempo es, según las revistas del corazón, «un atractivo
imán para las nenas».70 Unido con muchas mujeres codiciadas y casado
durante un tiempo con la megaestrella Demi Moore, tiene un tipo de carisma
único: «Le encanta la compañía de las mujeres», como amigas, como iguales,
como amantes.71 Igual que muchos seductores, tiene que dar las gracias a la
estrecha relación con su madre. Ella le enseñó a «tratar bien a las mujeres, a
cuidarlas y respetarlas».72
Los hombres que valoran a las mujeres y disfrutan con ellas no son tan
frecuentes. Los niños aprenden a boicotear las iniciativas de las pandillas de
chicas y a establecer vínculos con otros niños. La tradición de «camaradería»
es antigua y está muy arraigada.73 La devoción hacia los amigos nace de la
impresión de que la amistad entre hombres puede ser «magnífica, superar el
amor de las mujeres». Llevado al extremo, provoca la misoginia, como
demuestran el auge de los «cazamujeres» y películas como Conocimiento
carnal y Roger Dodger. Por el contrario, los verdaderos seductores aprecian a
las mujeres por dentro y por fuera y buscan su compañía.
Esa filia por las mujeres impregna a un hombre de carisma. Los científicos
lo asocian con el misterio de la conexión. Cuando alguien empatiza y
sintoniza con nosotros, el efecto es electrizante. Las neuronas espejo se
encienden, explica el psicólogo del MIT Alex Pentland, y nuestro organismo
libera endorfinas similares a los opiáceos.74 Dotamos a los artistas de la
comunicación con «química», un atractivo incandescente.
Dioniso, el primer seductor de la mitología, era el dios que más mimaba a
las mujeres. A diferencia de otras deidades machistas del panteón griego,
Dioniso se crió «siempre rodeado de mujeres»: grupos de madrastras, sirenas
y diosas marinas.75 Quería tanto a su madre, Semele, que la devolvió a la
vida y la convirtió en inmortal. Sus compañeras de viaje eran hordas de
mujeres devotas.
Como era de esperar, los seductores amigos de las mujeres triunfan en la
ficción. El vividor de Antón Chéjov en «La dama del perrito» es gris y
anodino, pero enamora a una vivaracha joven casada porque le encanta la
compañía femenina; se siente cómodo con una mujer y «sabe qué decir».76
Rowley Flint en El misterio de la Villa, de Somerset Maugham, es otro
conquistador improbable (poco agraciado y desaliñado) que aprecia
muchísimo a las mujeres y embelesa a una glamurosa invitada en una finca
florentina hasta el punto de alejarla de su apuesto y rico prometido.77 «Las
mujeres son más importantes que el béisbol», dice el protagonista de Una
apuesta peligrosa, de Jennifer Crusie, mientras se pasea con la chica más
guapa del pueblo.78
Casanova nunca fue un hombre masculino, aunque destacaba en algunas
gestas temerarias propias de hombres, como el espionaje y los duelos. De
niño lo cuidó su abuela y otras almas caritativas, así que estaba «locamente
enamorado del eterno femenino» y prefería la compañía de las mujeres.79 El
príncipe Grigori Potemkín fue una de las personalidades más destacadas de la
historia de Rusia —general, hombre de Estado, amante y consejero de
Catalina la Grande—, además de ser un sultán de la seducción. Asediado por
las admiradoras toda su vida, «amaba a las mujeres con pasión»80 y se sentía
muy a gusto con ellas, ya que desde pequeño lo habían mimado su madre y
sus seis hermanas.
Warren Beatty comparte el mismo pedigrí. Se crió en un invernadero de
mujeres fuertes que lo adoraban (su hermana, su tía y su madre), con las que
adquirió un «dulce y simpático aprecio hacia las mujeres»,81 que mantuvo
toda su vida. «Es sencillamente maravilloso con las mujeres —comentó Lana
Wood, hermana de Natalie—, sí, maravilloso. Las ama de forma genuina, a
todas.»82
Duke Ellington, compositor de jazz y director de orquestra, destacó a pesar
de la segregación racial de su época, no solo en el terreno profesional sino
también en el amoroso. Ellington, afroamericano nacido en 1899, en el
momento álgido de la segregación y los prejuicios, acabó siendo un
fenómeno nacional, admirado por la Casa Blanca y las figuras musicales
consagradas. Con el paso de los años se convirtió en el «hombre dulce» por
antonomasia.83 Altísimo e increíblemente atractivo, embelesaba a mujeres de
toda clase y condición. «Malcriado» por su madre y sus tías, «le gustaban las
mujeres además de amarlas», y se sentían tan atraídas por él «como las
moscas a la miel».84
Su vida amorosa fue larga y fructífera. Se casó a los dieciocho años y se
separó, pero luego mantuvo relaciones largas con tres amantes a lo largo de
su vida: Mildred Dixon, Dulce Niñita, una bailarina del Harlem Cotton Club;
Beatrice Ellis, Evie, una modelo afroespañola, y la cantante blanca de club
nocturno Fernanda Castro Monte, apodada la Condesa. A ellas hay que sumar
las mujeres que conocía cuando estaba de gira, las cantantes y las hordas de
fans enamoradas, entre ellas dos debutantes de Chicago que consiguieron
ponerle las manos encima. Las mujeres «simplemente lo adoraban».85
Sin embargo, a pesar de ese concierto amplificado de sexo, Ellington
siempre respetó y valoró a las mujeres. Las comparaba con «flores, cada una
con su propio encanto».86 Zalamero y cautivador, podía preguntarle a una
secretaria por teléfono: «¿Es este el departamento de belleza?»87 o de
comentarle a una actriz: «¿Su contrato estipula que tiene que ser tan
bella?».88 Tocaba el piano para las mujeres; las inmovilizaba con sus ojos
seductores. Pero tal vez la parte más asombrosa de su «presencia carismática»
era algo menos común: apreciaba y honraba a las mujeres de corazón y era
«maravilloso» con ellas.89
Androginia
Cuanto más femenino es un hombre […] más atraerá al sexo opuesto.
«The Evolution of Homosexuality»,
The Economist90
En los desinhibidos años sesenta, Essex Junction (Vermont) era el lugar de
moda: un centro hippy lleno de tipos con coleta y preciosidades sin sujetador
en busca de la liberación sexual. En ese contexto, había un hombre que se
llevaba todos los trofeos. Las mujeres recorrían millas hasta llegar a su casa,
en el bosque, para acostarse con él…, igual que los hombres. El descarado
magnetismo sexual de Clay era la comidilla de todas las comunas. Frágil y
delgado como la vendedora de fósforos del cuento, tenía los dientes
estropeados, un bigote a lo Fu Manchú, y una susurrante voz de contralto. Sin
embargo tenía un mantra: «Bi o nada». En ese hervidero de machismo
contracultural, Clay se sirvió de una de las pócimas de amor más antiguas de
la historia: la androginia.
A pesar de que parezca ir contra la lógica, la ambigüedad sexual resulta
inmensamente seductora.91 En teoría, el macho alfa darwiniano debería
conquistar a todas las doncellas, pero aunque resulte extraño, un hombre que
acepte su feminidad interior suele despertar el romanticismo de las mujeres.
Tal como asegura la crítica cultural Camille Paglia, alguien andrógino «tiene
la personalidad más carismática».92 La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué las
personas a caballo entre los dos géneros desprenden tanta magia erótica y
hechizan de tal manera a las mujeres?
Los científicos han averiguado algunas de las razones. La investigadora
Meredith Chivers ha descubierto que las mujeres y los hombres difieren en
sus gustos sexuales.93 Cuando analizaba a las mujeres participantes en su
estudio con un fotopletismógrafo mientras veían películas eróticas, descubrió
que muchas compartían una predilección muy marcada hacia la bisexualidad.
Otros estudios han demostrado que las mujeres preferían de forma constante
las imágenes por ordenador de rostros masculinos feminizados y también
elegían a los hombres más andróginos cuando los escuchaban en entrevistas
grabadas.94
Esto no es una novedad para la profesión psiquiátrica. Sigmund Freud y
Carl Jung pensaban que ambos géneros poseen una bisexualidad interna en
las reprimidas profundidades de la psique.95 Otros pensadores posteriores
conjeturaron que nunca se llega a perder el anhelo inconsciente de una
síntesis entre lo masculino y lo femenino. Tal amalgama, escribe el filósofo e
historiador de las religiones Mircea Eliade, representa la plenitud ideal, la
cúspide de la «perfección sensual».96
La preferencia está muy arraigada en nuestra mitología cultural. En
muchos relatos de la creación, el «gran Él-Ella» creó la vida en la tierra,97 y
el dios de la fertilidad hindú, Shiva, asumió ambos sexos para obtener el
«gozo sensual divino».98 A menudo los chamanes alcanzaban el «maná»
(halo de sagrada autoridad) al adoptar un personaje bisexual. Dioniso, «el
hombre-mujer», se perfumaba los rizos y lucía vestidos femeninos de color
azafrán que se ajustaba con una faja floreada.99
Las fantasías eróticas están repletas de personas andróginas. Justo en el
momento en que esperamos que un guerrero corpulento se lleve a la
protagonista, nos encontramos con el afeminado Paris, que secuestra a
Helena en la Ilíada, o con el gentil Lanval, quien según el poema de María de
Francia, del siglo XII, embelesa a la reina de las hadas.
En los últimos tiempos se ha producido un giro y los ídolos amorosos han
empezado a borrar las fronteras entre géneros. Cash Hunter, el Hombre que
Susurra a las Mujeres en la obra de Maureen Child Turn My World Upside
Down es un alma gemela femenina en el cuerpo de un defensa de fútbol
americano. Cuando el objeto de sus amores sufre, él le acaricia las mejillas,
consigue que le cuente su historia y se desvive por ella: «Ay, Dios. La
empatía lo embargó».100 Daniel, el protagonista de Blue Shoe, la novela de
Anne Lamott, no solo se comporta como la mejor amiga del mundo (hace
postres, se ocupa del jardín, va a misa), sino que se parece físicamente a una
amiga. Luce faldas de seda verde, sandalias y trenzas perfumadas.
«Como consideraba que había nacido para el bello sexo, lo
he amado siempre y me he dejado amar por él cuanto he
podido.»
Giacomo Casanova
Ya sea de forma sutil o pronunciada, muchos grandes amantes tienen una
clara vena femenina. El homme fatal ateniense Alcibíades hacía gala de su
feminidad, se dejaba el pelo largo y se lo adornaba con flores antes de las
batallas. También Casanova poseía una patente faceta femenina: sensibilidad
estética, sentimentalismo y afición por travestirse. La androginia de Byron
resultaba tan manifiesta que el sultán Mahmud se negó a creer que no era
«una mujer vestida de hombre». Emotivo y afeminado en el atuendo y en la
forma de hablar, Byron parecía una mezcla renacentista entre dios y diosa
griegos.101
Puede resultar irónico que el icono de masculinidad dura y fría, Gary
Cooper, se ganara la fama de donjuán porque era «deliciosamente
andrógino».102 En más de un centenar de películas a lo largo de treinta y
cinco años, cimentó el ideal de «hombre» del siglo XX, porque «irradiaba
nobleza y humanidad». Era un ídolo de voz pausada, puños veloces y nervios
de acero. Sin embargo, las mujeres veían otra de sus facetas. Con sus 6,3 pies
de estatura y «más bello que cualquier mujer, excepto Garbo», mezclaba la
dulzura femenina, la ternura y la sensibilidad artística con su fanfarronería
masculina.103
Está demostrado que el híbrido resulta cautivador. Cooper se vio
perseguido por las mujeres desde el momento en que pisó Hollywood en
1925. Según el director Stuart Heisler: «Las mozas hacían cola para acostarse
con él».104 Y él accedía. Se acostó con casi todas las actrices famosas, desde
Carole Lombard hasta Grace Kelly, pasando por Ingrid Bergman, y logró que
perdieran la cabeza por él. Helen Hayes aseguraba que «con que Gary
hubiera movido un dedo, yo hubiera dejado a Charlie y a mi hijo y todo lo
demás».105
Las mujeres lo amaban de todo corazón. Aun después de que terminara su
aventura amorosa, la estrella del cine de la década de 1920 Clara Bow
continuaba acudiendo a su lado si él silbaba, y la actriz Lupe Vélez le clavó
un cuchillo de cocina cuando Cooper intentó romper con ella. En 1933 se
casó con Veronica Balfe, una mujer de la alta sociedad apodada Rocky, que
lo amó de manera tan incondicional que toleró sus innumerables escarceos
amorosos, incluso la relación seria que Cooper mantuvo con Patricia Neal. En
un intento de explicar su efecto «hipnótico» sobre las mujeres, la célebre
actriz de cine y televisión Arlene Dahl mencionó «una personalidad que
combinaba excepcionales rasgos de carácter».106 El secreto de esa
«combinación», según el actor y escritor Simon Callow, residía en «el
equilibrio perfecto entre sus lados masculino y femenino».107
Creatividad
Los tipos creativos poseen más atractivo sexual.
RUSTY ROCKETS, Science a GoGo108
Adam Levy, pintor de lienzos oscuros y surrealistas en la película Amor y
sexo, no se preocupa por su aspecto: lleva camisas holgadas de manga corta y
pantalones anchos con bolsillos. Además, tiene cara de hámster
sobrealimentado. Pero las mujeres lo adoran y se mete en el bote a la más
guapa e inteligente de todas. «Por eso empecé a pintar —comenta en la
película—, para ligarme a las chicas en el instituto.»
¿Dónde está el secreto de los artistas, esos tíos creativos y «desaliñados»
que siempre tienen suerte con las mujeres? Carecen de los biomarcadores
apropiados (dinero, belleza y estabilidad), pero rebosan carisma sexual.109
Tal como observó el poeta Rainer Maria Rilke, el arte está «increíblemente
próximo» al sexo.110 La creatividad es un afrodisíaco arrebatador, seduce de
forma visceral. Los artistas profesionales y los poetas, confirman algunos
estudios, «poseen más atractivo sexual que otras personas y el doble de
parejas sexuales que el resto».111
El psicólogo evolutivo Geoffrey Miller lo relaciona con la selección
sexual. Según su teoría, el arte se originó como una técnica de cortejo. Más
que una buena condición física y un estatus social, las primeras mujeres
buscaban la excelencia mental, dice Miller, y en concreto, la inteligencia
creativa. El pretendiente que sabía producir las mejores creaciones y
proporcionaba el mayor placer estético se quedaba con las hembras más
valiosas.112 El neurocientífico V. S. Ramachandran ha localizado el centro
neurológico responsable de la habilidad artística: el giro angular, y opina que
es posible que los hombres prehistóricos atrajeran a las parejas mediante el
despliegue de talentos musicales, poéticos y pictóricos como «huella visible
de un cerebro impresionante».113
Las personalidades mitológicas y religiosas primitivas también podrían
haber influido. El chamán, «un prototipo arcaico del artista», exudaba
carisma sexual.114 Su labor era invocar la fuerza sexual de la creación a
través del canto, la interpretación, el baile y al arte visual, todos ellos dotados
de magia. Se cree que las pinturas rupestres eran obra de esta figura mítica,
sus inseminaciones «en el vientre de la tierra».115 La labor de los dioses de la
fertilidad era la creación de formas y figuras nuevas ad infinitum. El dios
griego Dioniso fundó la tragedia y la comedia, inventó bailes y se convirtió
en «señor de las canciones de la noche».116
Al parecer, los amantes-artistas han rondado siempre las fantasías
románticas. Igual que el legendario griego Orfeo, que deleitaba a hombres,
mujeres y bestias con su lira, Nicolás el Espabilado, el personaje de Chaucer
en «El cuento del molinero», seduce a las doncellas cantando y tocando el
arpa. Bob Hampton, el pintor de la novela de Carolyn See The Handyman,
apenas tiene tiempo de limpiar los pinceles en medio de la marabunta de
lujuriosas amas de casa. Los seductores con vena creativa aparecen en
numerosas películas, desde Titanic, donde Jack hace un boceto de la
protagonista, hasta Enamorada de mi ex, con su imponente novelista,
pasando por Cuanto más, mejor, cuyo protagonista es Bleek, un donjuán que
toca el trombón.
Existe un número desproporcionado de conquistadores cuya arma es el
carisma sexual de la creatividad. La historia está plagada de poetas, músicos,
pintores, bailarines, actores y otros ejemplos «creativos» que prosperaron en
el terreno amoroso. Un vistazo rápido a la lista de amantes excepcionales
saca a relucir a unos cuantos hombres de bandera con una personalidad
creativa: lord Byron, Alfred de Musset, Franz Liszt, Gustav Klimt, Frank
Lloyd Wright y Mijaíl Baryshnikov. Casanova destacó en buena medida
gracias a sus logros artísticos como violinista, inventor y autor de poemas,
obras de teatro y novelas.
La estrella del rock Mick Jagger, el Mago, ha sabido sacar un rendimiento
increíble a su atractivo.117 Haciendo gala de todos los ritos del chamán,
reconoce que el sexo es primordial en los espectáculos de los Rolling Stones.
Se mete un calcetín en la entrepierna para simular una erección, se balancea
como «una bailarina de striptease», canta y mece al público hasta llevarlo a
«un orgasmo colectivo».118
Es un donjuán de la cabeza a los pies, de un magnetismo irresistible,
adorable y adictivo. A pesar de su aspecto tan poco atractivo (tiene las
facciones de un chimpancé muy viejo), ha gozado de la admiración de una
lista interminable de mujeres cañón, entre ellas la que fue su esposa, Bianca,
y Marianne Faithfull, Marsha Hunt, Carly Simon, Jerry Hall, Carla Bruni y su
novia más reciente, con la que lleva ocho años, la diseñadora L’Wren Scott.
No es maduro, ni sobrio, ni fiel, y sería la peor pesadilla de un consejero
matrimonial. Sin embargo, tiene de su parte un carisma a prueba de bombas;
tal como dijo Marianne Faithfull, con él sentía como si tuviera «a su propio
Dioniso».119
El atractivo de Lucian Freud, igual que el de Jagger, era irresistible. El
poeta Stephen Spender lo comparó con «el equivalente masculino de la
bruja», y el propio Freud equiparaba su creatividad con «energía fálica».
Considerado «el mejor pintor realista vivo» por John Russell, crítico de arte
del New York Times, Freud no pintaba cuadros para que fueran contemplados
con placidez. Sus retratos de desnudos, crudos y explícitos, pintados desde
ángulos extraños, están ideados para «asombrar, incomodar y seducir».120
Y ya lo creo que sabía seducir. El Freud británico, fallecido en 2011 a los
ochenta y nueve años, dejó a sus espaldas la estela de una supernova del
amor. Se casó dos veces (una de ellas con la sirena Caroline Blackwood),
engendró por lo menos nueve hijos y mantuvo relaciones apasionadas con
«tropecientas» mujeres.121 A los setenta y nueve años, escandalizó al país
porque empezó a salir con una mujer de veintinueve sin oficio ni beneficio, a
quien más adelante dejó por Alexandra Williams-Wynn, cincuenta años más
joven que él. En un cuadro de 2005, The Painter Surprised by a Naked
Admirer, la chica posa desnuda a los pies del pintor, aferrada a su pierna, y le
acaricia el muslo.
Todas las mujeres mencionaban el mismo encanto: su «intenso
magnetismo sexual». Estar con él, dijo una amante, es como «estar conectada
a la red de suministro eléctrico nacional». Freud era un maestro del amor.
Recitaba poesía a sus modelos, les ofrecía champán y delicatessen entre una
sesión y otra, y daba «los mejores abrazos».122 También tenía un porte
elegante, con un perfil fino como un halcón, una espesa mata de pelo canoso
y llevaba un pañuelo informal alrededor del cuello. Pero lo que de verdad
derretía a las mujeres era Freud el artista; según decían, su obra era el
«potente afrodisíaco».123 Posar para él, dijo una de sus amantes, «era como
ser una manzana en el jardín del Edén. Cuando terminaban las sesiones, [se]
sentía como si [la] hubieran expulsado del Paraíso».124 Era la obra de un
artista con mayúsculas, un hechicero sexual con «la clase más primitiva de
carisma».125
El hombre escurridizo
Don’t Fence Me In («No intentes encerrarme»).
COLE PORTER, canción126
Kurt es un fotógrafo alemán de treinta y tantos años, además de un casanova
empedernido que se parece a un bailarín de una compañía de ballet
contemporáneo. Es la fluidez personificada con sus vaqueros anchos, la
media melenita morena y rizada y andares felinos. Cuando le pregunto por su
fama de carismático, levanta las manos y responde sin más: «El magnetismo
forma parte de uno mismo y se irradia de alguna manera, eso es todo».
Lo que irradia Kurt es la luminiscencia de la masculinidad libre y sin
ataduras. Igual que muchos mujeriegos, Kurt es un hombre de acción, un
espíritu libre, indiferente a las limitaciones sociales. A los veinticinco años,
abandonó una incipiente carrera en la banca, se marchó de casa, se forjó un
nombre como fotógrafo de técnicas innovadoras y ahora va donde lo lleva el
viento. «Soy el espíritu de la contradicción», dice entre risas.
Los hombres carismáticos suelen seguir sus propias normas, son almas
renegadas que se mofan de los parámetros establecidos.127 El carisma
siempre contiene una chispa de transgresión. Las personas con ese
«irresistible maná magnético» desafían a la autoridad y viven según sus
propios valores, sin poner límites a su mente ni a su cuerpo.128 Hay una
«exclusión» intangible en ellos.129 Para desgracia de los expertos
convencionales, las mujeres no siempre se enamoran de hombres que las
mantengan y puedan construir un nido sólido para su descendencia; a menudo
pierden la cabeza por los inconformistas de espíritu libre.
Es probable que el carisma de esos aventureros desenfrenados no sea una
casualidad. Muchos psicólogos afirman que una personalidad superior
requiere más espacio psíquico y desafía las normas establecidas. A una mujer
en busca de genes alfa puede interesarle más prendarse de un rebelde
incorregible que de un compañero sumiso.
Una vez más, la historia antigua sale a colación. Las deidades de la
Antigüedad, como Shiva, Osiris, el dios nórdico Freyr y la deidad celta
Dagda, desafiaron las convenciones y viajaron por todo el mundo repartiendo
fertilidad. El fálico Hermes era «el Dios de los Caminos».130 Dioniso,
perpetuo caminante, se mofaba de las instituciones y las costumbres sociales
y «liberaba a sus adoradores de toda ley».131
Los donjuanes de espíritu libre tienen un encanto especial a ojos de las
mujeres. Los «libertinos» presentan la seductora promesa de escapar del
destino femenino tradicional de tareas domésticas y conformidad. El
«excéntrico» trotamundos de la obra Misterios del siglo XIX, escrita por el
premio Nobel de Literatura noruego Knut Hamsun, conoce a un grupo de
mujeres insatisfechas en el momento idóneo.132 A lo largo del verano,
enamora a toda la población femenina de un puerto marítimo de Noruega con
su promesa mística de libertad y revolución. Incluso el epítome de la
domesticidad femenina se rinde ante él y exclama: «¡Perturba mi
equilibrio!».133
Uno de los elementos básicos de las novelas románticas es el héroe
solitario sin ataduras ni compañeros que desdeña los dictados sociales:
renegados aventureros como Robert Kincaid, de Los puentes de Madison. En
El suelo bajo sus pies, Salman Rushdie toma la convención y la transforma
en alta literatura. Ormus Cama, el «Casanova de Bombay», es un
resplandeciente genio musical que renuncia a la cultura ortodoxa, evita el
camino trillado y se «sale del mapa» para entrar en el reino de las
oportunidades.134
No todos los grandes amantes desafían el orden establecido y van por libre.
Pero quienes lo hacen, desprenden un intenso atractivo sexual. Casanova era
su «propio dueño»135 (ajeno a las normas y enamorado del campo abierto), y
nadie fue capaz de poner límites al pianista Franz Liszt, un espíritu
vagabundo que superaba los confines de la civilización. Ambos forman parte
de una flota de originales satélites libres: seductores como sir Walter Raleigh,
Jack London o H. G. Wells.
Este espíritu anárquico y libre como el viento también puede ser cerebral y
desprender la misma fuerza. El filósofo y tombeur del siglo XX Albert Camus
tenía problemas físicos derivados de la tuberculosis, pero a pesar de todo, por
dentro era un trotamundos y aventurero vocacional. La falta de conformismo
y la libertad eran palabras clave de su doctrina «del absurdo». «Me rebelo,
luego existo», escribió.136
Don Juan era uno de estos héroes existenciales, un amante ilustrado que
seducía a las mujeres no para sumar tantos sino para repartir gozo amoroso.
«Es la forma que él tiene de dar y de hacer vivir» antes de que le llegue la
muerte.137 Camus, un romántico aventurero, cumplía su palabra. Las mujeres
lo consideraban atractivo e irresistible (un Humphrey Bogart francés) y lo
amaban «sin límites».138 Un año antes de morir en un accidente de coche, a
los cuarenta y seis años, hacía equilibrios con tres amantes en su vida,
además de una devota esposa. Y «consiguió hacerlas felices a todas».139
De haberlo buscado, Camus habría encontrado a otro Don Juan como él al
otro lado del canal: Denys Finch Hatton. Amante fabuloso, iconoclasta,
temerario y «eterno trotamundos», Finch Hatton fue inmortalizado como
amante excepcional de Isak Dinesen en Memorias de África. Sin embargo, la
autora danesa no logró captar a Finch Hatton en su retrato idealizado, del
mismo modo que no pudo capturarlo en la vida real. Se escabullía ante el
menor intento de retenerlo. Hatton, auténtico espíritu de la contradicción, se
negó a doblegarse ante las sanciones sociales eduardianas, fue un alumno de
lo más insolente y a los veinticuatro años huyó a la naturaleza pura del este
de África en busca de aventura y espacio para respirar.140
Volvía locas a las mujeres. Con 6,3 pies de estatura y muy guapo, tenía un
carisma enorme, un magnetismo que atraía a las personas hacia él «como una
fuerza centrípeta».141 En un momento dado, «por lo menos ocho mujeres
estaban enamoradas de él», y era muy exigente al elegir: siempre mujeres
individualistas y bohemias, fuertes y glamurosas.142
Dinesen, nom de plume de Karen Blixen, fue su amante más duradera. Se
conocieron en 1918 en la plantación de café que ella tenía en Kenia, donde
vivía con su infiel esposo, Bror, y se dedicaba a entretener a asquerosas
hordas de turistas y cazadores de animales grandes. Su idilio duró hasta que
él murió en un accidente de aviación en 1931. Blixen encontraba el aliento
vital en sus esporádicas visitas, obedecía ante cualquier antojo de Hatton, lo
consideraba un dios y confiaba con todas sus fuerzas en poder casarse con él.
Sin embargo, Finch Hatton «pertenecía al salvaje mundo nómada y nunca
tuvo intención de casarse con nadie».143 Al final, se emparejó con la aviadora
y aventurera Beryl Markham, quien aseguró: «Intuyo que Denys fue quien
inventó el encanto».144 El invento no era tan original; era la «magia
indiscutible» del dios del amor, carismático y liberado.145 Era «como un
meteoro», dijo una de sus amigas. «En cuanto llegaba, pensaba en marcharse
[…] Deseaba la libertad y el desenfreno».146
Masculinidad imperfecta
El defecto que corona la perfección.
HILLARY JOHNSON, Los Angeles Times147
Todas las estudiantes de la Universidad de Virginia en la década de 1970
estaban un poco enamoradas (o mucho) de su profesor. Tenía aplomo y
aspecto de estrella del cine: una barba pelirroja muy bien cortada y atuendo
de safari, con botas de motorista y camisas estampadas. El día que lo vi en
clase, hablaba de la culpa en un relato de Kafka. «Supongamos que un policía
llamara a la puerta —les propuso—. ¿Cuántos pensarían que va a buscarles a
ustedes? ¿Yo? Yo estaría seguro.»
Y tal vez tuviera razón. Douglas Day era famoso por sus excesos: coches
rápidos, escapadas al sur de la frontera (en su avión privado) y mujeres por
todas partes. Se casó cinco veces, tenía un atractivo sexual que hacía temblar
las paredes, un carisma que dejaba sin respiración y arrebataba el corazón.
Más que su belleza y su inteligencia, lo que conquistaba era su modo de
andar. Tenía una cojera misteriosa y cuando caminaba cojeando por Cabell
Hall, las mujeres se derretían.
Los psicólogos y consejeros sentimentales famosos que consideran que la
confianza en uno mismo a prueba de bombas es la clave para el magnetismo
sexual deberían contrastar sus opiniones con la realidad. Una fractura mínima
en el aplomo de un hombre, un ápice de vulnerabilidad (ya sea física o
psicológica) puede hacer que una mujer pierda la cabeza. Joseph Roach
explica este fenómeno a partir de la naturaleza del magnetismo en sí, del flujo
necesario de vulnerabilidad y fuerza.148 Para el psicoanalista Irvine Schiffer,
los defectos menores, que denomina «características eludibles», aumentan el
voltaje del atractivo sexual;149 favorecen el acercamiento y generan «un
glamour instantáneo».
Las mujeres consideran que una pizca de falibilidad en un hombre es
especialmente erótica. «Lo que me parece más arrebatador» de los amantes,
dice Erica Jong, «son sus pequeñas imperfecciones.»150 Tal vez se deba a los
impulsos maternales o a un intento de equilibrar el desequilibrio de poder
entre los sexos. El psiquiatra Michael Bader apunta a una razón más
profunda; la debilidad femenina por la masculinidad herida, según su
hipótesis, nace de un impulso de neutralizar el miedo al rechazo y a la
violencia machista.151 La autora Hillary Johnson prefiere la explicación de la
intimidad. En su opinión, las cicatrices y fallos presentan «un modo de
introducirse» en la armadura masculina.152
También hay un componente mítico. Los hombres heridos heredaban parte
del brillo estelar de los antiguos dioses de la fertilidad. Adonis recibió el
zarpazo de un oso salvaje en la ingle, e igual que Osiris, Dioniso y Freyr,
todos ellos lisiados, sanaba y volvía a la vida en primavera. Del mismo modo
que los chamanes sufren la «enfermedad de Dios» durante la iniciación para
acceder a la fuente energética de la creación, los héroes adquieren una
cicatriz permanente (parecida al llamativo corte de Odiseo en el muslo)
durante su viaje arquetípico hacia la ma durez.153
El tropo sigue apareciendo en cientos de historias de amor, desde el
mutilado Guigemar del lais de María de Francia hasta el tullido y ciego señor
Rochester de Jane Eyre. El hombre herido emocional o físicamente, dice la
novelista Mary Jo Putney, es un héroe con una «potencia increíble».154 Los
lectores pueden encontrar seductores heridos para todos los gustos en las
páginas web de temática amorosa: un duque disléxico, un dominicano con la
cadera deformada y un lord Evelyn con problemas psicológicos.155
El hombre más atractivo que ha entrado en la alcoba de los relatos de
ficción es el motorista manco Lefty, del relato de Rebecca Silver «Fearful
Symmetry». Acaricia los pezones de la protagonista con la «delicada punta»
de su gancho de acero, luego se quita la prótesis, se apoya en el muñón y le
hace perder el sentido en el futón de tanto placer.156 Las mujeres de todos los
rincones de Texas se mueren por Hardy Cates, el atormentado «demonio de
ojos azules» de Lisa Kleypas, a quien había traumatizado un padre violento y
alcohólico en un sórdido aparcamiento para camiones.157
Aunque parezca sorprendente, los grandes amantes con un «defecto
divino» son muy numerosos. Aldous Huxley y Potemkín eran casi ciegos, y
Carlomagno, Talleyrand y Gary Cooper cojeaban al andar. Lord Byron, con
su pie deforme y su sensibilidad herida, arrasaba con las mujeres, mientras
que las almas torturadas de Jack London y Richard Burton eran capaces de
romper un sinfín de corazones.158
Una personalidad excepcional que presenta una herida psíquica puede
resultar una mezcla incendiaria. El «gran seductor» Jack Nicholson tiene una
presencia imponente y el ego fuerte de un actor de talento que ha obtenido
tres Oscar.159 Pero lo que derrite a las mujeres es la fisura de dolor que hay
debajo del personaje de «rey de Hollywood», la inseguridad entretejida con la
confianza. Hijo ilegítimo, lo crió su abuela, quien se hacía pasar por su
madre, y de niño era tan gordo que lo excluían en los deportes de equipo y lo
apodaron Gordinflón.160
No oculta sus cicatrices ni la terapia, y sus amantes se muestran a la vez
protectoras y comprometidas con él. El caso más destacado es el de Anjelica
Huston, que permaneció a su lado durante diecisiete años. Aunque le ponía
los cuernos con descaro a la actriz y modelo Cynthia Basinet, la mujer
justificó por qué no podía abandonarlo: «Veía a una persona magnífica pero
vulnerable […] Me prometí que nunca le haría daño».161 Era, en palabras de
Basinet, «su hechizo», la «magia del viejo Jack».162
Cuanto más exagerados son los defectos, mayor es la necesidad de
atractivos compensatorios. El escritor ruso Iván Turguéniev podría ser uno de
los seductores menos heroicos pero más adorables del siglo XIX. Autor de
obras maestras como Padres e hijos y Un mes en el campo, estaba plagado de
neurosis, pues de niño lo había maltratado una madre sádica que fingía la
muerte para salirse con la suya. Era un «gentil gigante» nervioso y
pusilánime, dado a la hipocondría, las alucinaciones y la melancolía.163
Tampoco tenía una figura imponente. Alto y de hombros caídos, tenía unos
ojos grises que observaban como en una ensoñación desde un rostro
levemente afeminado, «redondo, suave y hermoso». Sin embargo, poseía
unas reservas de fuerza sorprendentes y un ingenio audaz y rompedor.164
Haciendo oídos sordos de las maldiciones de su madre, se marchó de su país,
rompió filas y se convirtió en el mayor «innovador» de la literatura rusa.165
Su aleación débil-fuerte, entre otros encantos, lo volvía irresistible.
Turguéniev fue seducido por una camarera a los quince años, y desde
entonces lo avasallaron las mujeres, entre ellas una berlinesa madre de cuatro
hijos, una aristócrata que lo llamaba «Cristo» y la mezzosoprano por
excelencia, Pauline Viardot. La cantante tenía infinidad de pretendientes,
pero el escritor logró desbancarlos a todos con sus dotes y su enérgica mezcla
de fragilidad y fuerza personal. Viardot se lo llevó a Francia y lo alojó en su
casa, donde vivió con él y su marido en un ménage à trois que duró hasta la
muerte de Turguéniev.166
A pesar de la propaganda, una autoestima indestructible y un envoltorio
perfecto no son garantía de éxito. Se necesita una «enigmática pizca» de
sufrimiento, un ápice de imperfección en el caldo de la confianza para hacer
que las mujeres caigan rendidas.167
Carisma: mejorar la definición
Cuando se presenta un seductor, las mujeres son capaces de notarlo de buenas
a primeras. De repente la sala se carga de iones y repica el son de la tensión y
la promesa sexual. No es preciso que el hombre en cuestión posea todos los
atributos del carisma: joie de vivre, intensidad, creatividad, libido titánica,
originalidad desgarradora, aprecio por las mujeres y autoestima masculina
mezclada con androginia y alguna imperfección. Un gran amante puede
relumbrar con unos cuantos encantos bien elegidos; tal es su poder.
No obstante, el magnetismo erótico no es fácil de codificar y formular.
Sigue habiendo misterios. Por ejemplo, ¿por qué no son seductores hombres
como Al Gore, Bill Gates o el cómico Robin Williams, cuando cumplen los
requisitos? ¿Por qué no funcionan siempre las recetas estándar: gran
autoestima, expresividad, compenetración y dotes comunicativas? ¿Y qué
ocurre con los preceptos de los psicólogos evolutivos, como el estatus, la
riqueza y la estabilidad?
El tema, tal como apunta James M. Donovan en el Journal of Scientific
Exploration, no se ha estudiado lo suficiente. Según Donovan, el carisma «es
mucho más extraño de lo que se suele pensar» y no se relaciona apenas con
un tipo de personalidad especial.168 Los estudiosos coinciden en que se ha
dejado «en compás de espera dentro del ámbito científico», de modo que
reina la confusión…, incluso en lo que respecta a la definición del término.
Podemos identificar los rasgos, idear teorías, pero no podemos desvelar el
misterio del mágico resplandor, por ahora.169
De todas formas, lo que sí podemos asegurar es que reconocemos el
carisma cuando lo vemos, y nos hechiza. Cuando las mujeres se topan con un
hombre magnético, le transmiten (en algo parecido a la transferencia en
psicoterapia) sus «impulsos prohibidos y deseos secretos», y vuelcan en él
sus anhelos insatisfechos. En este sentido, el seductor es un dispositivo muy
valioso, un test de Rorschach para los deseos pendientes más profundos de
las mujeres.170
¿Es posible que los hombres adquieran en masa el carisma, o es un «don»
innato tal como se creía en la Antigüedad? Le pregunto a Rick, el jefe de
bomberos, y me contesta que lo único que sabe es lo siguiente: no se puede
fingir.171 El biólogo Amotz Zahavi y otros expertos lo han confirmado en sus
estudios, y aseguran que los mejores amantes son genuinos porque las
mujeres siempre han sabido ver la verdad que subyace bajo la falsa
propaganda sexual.172
«El sentimiento tiene que ser auténtico», continúa Rick. ¿Y qué más? Rick
bebe un sorbo de oporto, espera un segundo y suspira. «Lo único que sé es
que la vida me sonríe, invento cosas, viajo. Nunca sigo a la multitud. Y amo a
las mujeres de verdad. ¿Le he contado que Vivien Leigh me invitó a salir?
Me repitió tres veces: “Si alguna vez existiera un verdadero Rhett Butler,
sería usted”.»
2
Carácter
Las bondades
Solo, pues, la honradez es digna de la corona del amor.
ANDRÉS EL CAPELLÁN,
Libro del amor cortés1
Sus amigos lo llaman el Rey: el hombre que es invencible con las mujeres.
Cuando quedo con Brian por primera vez para comer, entiendo a qué se
refieren cuando dicen: «Este hombre sería capaz de sacar a los perros de un
camión cargado de carne». Me saluda con una sonrisa radiante, y se parece
más al joven actor Matthew Broderick el día de la primera comunión que a
un banquero de veintiséis años con traje de ejecutivo y corbata de Hermès.
Pero el carisma, no tardo en enterarme, constituye solo la mitad de su
encanto. El resto se debe al carácter: cualidades que ha cultivado de forma
consciente.
«Por supuesto que están los aspectos intrínsecos, amar a las mujeres y
tener joie de vivre, sí —comenta—. Pero podría mencionar algunas cosas más
que funcionan en mi caso. Me refiero a que es imprescindible ser
interesante.»
¿En qué sentido?
«Bueno —contesta mientras arquea una ceja—, soy una persona
increíblemente activa. Intento hacer mil cosas a la vez. Leo, estoy al día, sigo
los asuntos controvertidos: religión, política, arte. También es muy
importante —añade mientras da golpecitos con un azucarillo contra la taza de
café para darle más énfasis— saber socializar con los demás, tener facilidad
para sonreír y encandilar. Me gusta mantener el contacto con la gente: dejar
todos los frentes abiertos.»
Y vaya si los deja abiertos. Brian tiene «treinta o cuarenta amigas» en la
agenda a quienes contacta con asiduidad, ya sea para ponerse al día con un
café rápido en el Starbucks, o para verse en algún punto de Europa. No
obstante, cuando menciono la palabra «playboy», se indigna. «¡En absoluto!
Entre mis mejores amigos hay varias mujeres. Hay tíos que son malvados,
pero de verdad, yo soy una buena persona. No quiero hacer daño a nadie.
Intento ser auténtico y fiel a quien soy.»
Sus amigos lo corroboran. Si bien es un auténtico seductor, Brian no se
parece en nada al ligón calavera carente de madurez o principios morales.
Aunque abundan los mujeriegos desalmados y los cazatrofeos, los verdaderos
casanovas son hombres de carácter que poseen rasgos intrínsecos que
perduran a lo largo del tiempo y en las distintas culturas. No es que sean
coherentes o siempre estén hechos «de buena pasta»; tenemos que ampliar los
límites un poco. En realidad, son piezas originales creadas por sí mismas con
una mezcla única de cualidades diseñadas para sacar el mayor partido a la
vida y el amor, así como para fascinar.
Moralidad/Virtud
La bondad moral posee atractivo sexual y romanticismo.
Geoffrey Miller, The Mating Mind 2
Claude Adrien Helvétius era «el terror de los maridos» en la Francia del siglo
XVIII: el hombre más deseado, más sensual y más voluble de la época.3 Era
guapísimo, tenía un hoyuelo en la barbilla y ojos de un azul hielo, y se ganó
el apelativo de «Apolo» de boca de Voltaire.4 Todas las mañanas, su ayuda
de cámara le llevaba la primera amante del día, y todas las tardes y noches
cortejaba a la crème de la crème de París (la condesa d’Autre y la duquesa de
Chaulnes, entre otras) para terminar la velada con la bella actriz
mademoiselle Gaussin. Una vez, cuando un pretendiente rico le ofreció a la
actriz seiscientas libras para que pasase con él la noche, ella señaló a
Helvétius y contestó: «Parézcase a este hombre, monsieur, y yo le daré mil
doscientas libras».5
Acaudalado, ingenioso y un bailarín excelente, podría parecer la
encarnación del cliché del ancient régime: un duro libertino. Salvo porque no
lo era; también era el espíritu de la benevolencia. Según sus coetáneos, nadie
«aunaba tanta delicadeza y tanta amabilidad como él».6 Cuando conoció a la
mujer adecuada, se casaron, se fueron a vivir al campo y Helvétius dedicó el
resto de su vida a las buenas obras. Luego escribió Del espíritu y se convirtió
en uno de los filósofos más destacados de la Ilustración; defendía la igualdad
natural y la «mayor felicidad para el mayor número de personas».7
Aunque es cierto que a algunas mujeres les gustan los depravados salvajes
y despiadados (sobre todo para echar una cana al aire), en realidad son mucho
más atractivos los hombres que mezclan las categorías de bueno y malo, y
que tienen un punto dulce pero picante. La virtud perfecta (o su apariencia)
tiene un encanto nulo. Los seductores la avivan un poco. De moralidad difusa
y con tendencia a adaptar las normas a su antojo, son en esencia decentes y
conocen la respuesta al enigma más antiguo que existe: cómo hacer que la
bondad sea atractiva.8
Hace siglos que la virtud y el amor romántico se entremezclan en la mente
colectiva. En el siglo IV a.C., Platón definía el eros como el amor a la bondad
que ascendía por la escalera trascendental de las esferas. Los expertos en
amatoria medievales reintrodujeron la excelencia moral en las relaciones
románticas gracias al amor cortés, una práctica que ha pervivido en distintos
grados desde entonces.9 «La virtud y la honestidad son grandes motivos [de
amor] y proporcionan un placer tan hermoso como los demás»;10 «No puede
haber amor sin bondad».11 Estas máximas resuenan todavía en la actualidad.
El filósofo Robert Solomon cree que la integridad ética es un eje del amor;
nuestras parejas deben reflejar y ampliar nuestras propias virtudes.12
Según varios estudios, parece que las mujeres mantienen dos opiniones en
cuanto a las parejas virtuosas.13 Por una parte, dicen los investigadores,
quieren estar con un buen tipo, que posea «esa cualidad tan pasada de moda:
integridad»; por otra parte, quieren un hombre gracioso, atrevido, malo.14 El
problema está en esa elección polarizada, escribe Edward Horgan en un
artículo publicado por la Universidad de Harvard; tras analizar los textos
dedicados al tema, llega a la conclusión de que las mujeres desean una
combinación de ambas cosas: un buen corazón mezclado con un espíritu
travieso, y servido de forma seductora.15
De hecho, es posible que la seducción fuera una de las funciones iniciales
de la moralidad. El psicólogo Geoffrey Miller conjetura que el hombre
prehistórico empleaba la moralidad como «ornamento sexual», diseñado para
intrigar y encantar a las mujeres con las delicias del juego limpio, la
generosidad, la decencia y la entrega a los demás.16 «Disfrutamos ayudando
a quienes nos ayudan», escribe el psicólogo Steven Pinker. «Eso explica
también por qué hombres y mujeres se enamoran.» Sobre todo si el amante
no es demasiado perfecto.17
Los antiguos dioses del amor eran los más sexis de todos los tipos buenos;
una especie multicolor con su ración de defectos; deidades glamurosas que
daban voluptuosidad a la virtud. El voluble Dioniso era también amable y
compasivo, y repartía su benevolencia a través del canto, el baile y la
celebración jubilosa. Aunque era un tramposo, el fálico Hermes era el «dador
de cosas buenas»: un seductor con pico de oro que traía buena suerte y sabía
proteger.18 Y el «más que temerario» Cuchulain de la mitología celta
deleitaba a las mujeres irlandesas, jóvenes y maduras por igual, con su
«grata» rectitud y su «amabilidad» con todos.19
Las lectoras siempre coinciden en que el señor Darcy de Orgullo y
prejuicio es uno de sus héroes románticos favoritos porque es deliciosamente
decente.20 Fitzwilliam Darcy es a la vez un esnob odioso y un hombre de
honor que salva a los Bennet de la calamidad y embelesa a Elizabeth con su
elocuente mea culpa: «Usted me enseñó —reconoce— lo insuficientes que
eran mis pretensiones para halagar a una mujer que merece todos los
halagos».21
Las novelas románticas para el gran público a menudo no son más que
fábulas de moralidad en blanco y negro, pero los protagonistas masculinos
«buenos» de esas novelas presentan una moralidad mixta. Harry, el
organizado contable de The Nerd Who Loved Me, esconde en su interior a un
niño salvaje. Es un aficionado a Las Vegas encubierto que se relaciona con la
mafia, da una paliza a un tío y se gana a la protagonista porque anuncia sus
buenas obras a través de una serie de ejemplos de seducción.
Los seductores son famosos por sus mezclas explosivas. Casanova era
capaz de hacer fechorías; exageraba sus hazañas para obtener beneficios y
consiguió sacarle una fortuna a la acaudalada duquesa d’Urfé, que se había
quedado viuda, porque fingió tener poderes ocultos y protagonizó un
«renacer» que incluyó tres escenas de sexo en la bañera. Sin embargo,
irradiaba «amabilidad» y participó en numerosos actos caritativos: tuvo la
delicadeza de visitar a una enamorada agonizante y regaló de forma
impulsiva las hebillas de sus zapatos a una niña.22
El poeta Alfred de Musset también se portaba mal (como cuando fue a un
burdel en Venecia mientras George Sand estaba enferma en la cama), pero
aun así poseía una «dulzura de carácter que lo hacía absolutamente
irresistible».23 Lo mismo ocurría con Warren Beatty: en ocasiones era un
granuja vanidoso, y en otras, una «persona buena, extraordinaria».24
Muy pocas veces se oyen las palabras «estrella del rock» y «virtud» en la
misma frase. Bueno, salvo que se esté hablando de Sam Cooke. Fue la
sensación del rhythm and blues de las décadas de 1950 y 1960, y popularizó
clásicos como «You Send Me» y «Wonderful World», pero no parece una
persona ejemplar a primera vista. Estuvo en la cárcel: condenas breves por
distribuir un libro pornográfico en el instituto y por «fornicación y conducta
indecente» cuando tenía veintitantos.25 Era testarudo, irascible, engreído y un
tormento con las mujeres. «Mujeriego» como pocos, tuvo infinidad de
aventuras, fue padre de cuatro hijos ilegítimos conocidos, y en una ocasión lo
pillaron en la cama con cinco mujeres.26
Sin embargo, el rasgo principal de este carácter híbrido era la decencia.
Según sus amigos, desprendía «autenticidad», era generoso y poseía una
«amabilidad instintiva en cada fibra de su ser». Aunque empezó su carrera
musical como cantante de góspel y era hijo de un predicador baptista de
Chicago, no era un hombre cortado según el patrón de las Sagradas
Escrituras; vivía de acuerdo con sus propias normas morales.27
Parecía que Cooke hubiera nacido para las mujeres. Ya de adolescente
tenía potencial erótico: energía, encanto, vitalidad y una forma de hablar con
las chicas con «afecto y amabilidad», como si cada una de ellas fuera la única
persona del planeta. Directo y sincero, se negaba a jugar con ellas, y enamoró
hasta tal punto a Barbara Campbell, una vecina cuatro años menor que él, que
a los dieciocho la adolescente tuvo una hija suya, fruto de un desliz, y esperó
en vilo a que él volviera a su lado durante siete años.28
Mientras tanto, Sam Cooke se pasó del góspel al rock and roll comercial y
se hizo famoso por su voz dulce y potente. Las mujeres literalmente se
desmayaban cuando lo oían cantar y lo asediaban en el camerino. Nunca fue
«burdo, nunca fue vulgar», pero supo sacar provecho del estrellato: engendró
otros dos hijos ilegítimos y se casó con la cantante de salón Delores Mohawk.
Cuando el matrimonio se separó, su novia de la adolescencia, Barbara
Campbell, reapareció. Se casaron y tuvieron dos hijos más, pero Cooke era
incapaz de quedarse en el redil. Las mujeres lo asaltaban, encandiladas por su
carisma y su mezcla de descaro y bondad.29
Con defectos y un buen corazón, infiel y zalamero; era un cúmulo de todas
esas cosas…, para su desgracia. A los treinta y cinco años, en diciembre de
1964, ligó con una chica en una fiesta después de beber demasiados martinis
y se la llevó a un motel barato, donde la chica cambió de opinión y se largó
con la ropa y el dinero del cantante. Furioso y vestido únicamente con la
americana y los zapatos, se enfrentó con la encargada del motel, Bertha
Franklin, y dio parte del robo, a lo que siguió una trifulca entre ambos.
Durante la discusión, Franklin apuntó a Cooke con una pistola y lo mató.
Mientras la bala lo atravesaba, dijo con una mezcla de shock y perplejidad:
«Señorita, me ha disparado».30 Murió como había vivido, como «un
auténtico caballero», que a pesar de sus defectos (ira, promiscuidad y otros
tantos) era un «joven dulce e inocente».31
La ingenua protagonista de Primrose, un musical antiguo, canta que el
hombre de sus sueños «no tiene por qué ser un santo».32 A pesar de las
exhortaciones de los platónicos y los filósofos del amor, es imposible
convencer a las mujeres de que acepten la pureza moral perfecta en sus
corazones. Para ser seductora, la bondad necesita un poco de salsa picante:
júbilo, dulzura y elocuencia salpicados con alguna debilidad. Aunque, de
todas formas, es mejor decantar la balanza hacia el lado de los ángeles: la
amabilidad, tal como recordaba Ovidio a los hombres en su Arte de amar,
«doma tigres y númidas leones».33
Coraje
El verdadero deseo siempre es peligroso.
ROBERT BLY, Iron John: una nueva visión de la masculinidad 34
Esta historia es tan vieja como la vida. La princesa yace moribunda en un
palacio encantado por culpa de un hechizo maléfico. Los hombres perecen en
el intento de rescatarla, hasta que un día llegan dos príncipes junto con su
hermano más joven, Simpleton. En el palacio se topan con un enano canoso
que les dice que tienen que superar tres pruebas imposibles para romper el
hechizo. Cuando sus dos hermanos, muy cobardes, fracasan y se convierten
en piedra, Simpleton le echa agallas y se adentra en el bosque. Con la ayuda
de las bestias, de las que se hace amigo, recoge un millar de perlas, se
zambulle en el fondo del lago, encuentra la llave de la alcoba de la princesa y
elige a la princesa «correcta» cuando le piden que escoja entre tres doncellas.
Simpleton no es simple, conoce una verdad incuestionable del seductor: solo
los buenos y valientes merecen quedarse con la bella.
En un estudio reciente las mujeres contestaron que valoraban la valentía
más incluso que la amabilidad en los hombres. Hace tiempo que los
moralistas situaron el coraje en el primer puesto de la lista de las virtudes,
porque sin valor ninguna de las otras sería posible. Durante siglos, el valor y
la osadía de espíritu se han considerado la llave que abre los afectos
femeninos. Sin embargo, los seductores aplican ese coraje de una forma tan
poco convencional como todas sus demás acciones. Combinan el riesgo, la
perseverancia, la agudeza mental, la fuerza y el temple con la decencia y el
rechazo a la violencia gratuita. No es imprescindible que sean físicamente
fuertes (no es preciso que domen potros salvajes ni formen parte de equipos
de rescate), pero sí deben tener ánimo y un alma de acero.35
No obstante, no serían grandes amantes si no tuvieran espinas. Eros es un
terreno peligroso; la intimidad está plagada de amenazas. Las mujeres pueden
flotar entre las nubes gracias a estos seductores, pero asimismo puede acabar
abandonadas, relegadas y consumidas por la pasión. Los hombres también
tienen sus terrores particulares: ansiedad por dar la talla y un caldero lleno de
miedos.36 En el amor, las mujeres buscan un hombre capaz de aceptar el reto
de amarlas. Como decían los romanos: «Azar y Venus al audaz ayudan», y
que dios ampare al amante que retrocede en las refriegas amorosas y huye
para buscar cobijo.37
Los psicólogos evolutivos defienden que la predilección femenina por la
valentía en los hombres se remonta a la necesidad física de provisiones,
protección y estatus. Las mujeres prehistóricas buscaban hombres valientes
que las defendieran para poder sobrevivir y prosperar. Otra explicación es
más erótica: es posible que una mujer se excitara al ver el despliegue de
coraje en los combates cuerpo a cuerpo porque le emocionaba pensar que
valía la pena luchar por su amor. En lugar de ser una esclava servil, se
convirtió en el trofeo por el que los hombres estaban dispuestos a arriesgar la
vida.38
También es posible que las mujeres cedan ante un impulso mitológico. Los
dioses de la fertilidad eran infatigables. Dumuzi, el Audaz sumerio,
descendió a los horrores del inframundo y aceptó la «aventura definitiva del
Amante» cuando sedujo a la gran diosa del amor, Inanna.39 Dioniso, poco
aficionado a la guerra por naturaleza, era intrépido en las batallas y derrotaba
a los gigantes con sus gritos. Fue a rescatar a Ariadna con valentía y mantuvo
el tipo cuando el rey Penteo lo encarceló. «¡Qué audaz es el bacante!», se
maravilla el propio Penteo al ver la frialdad con la que lo desafía Dioniso.40
Las mujeres reservan un lugar especial para los amantes valientes en sus
fantasías eróticas. Las novelas románticas están plagadas de comandos,
guerreros, agentes secretos y duques que se baten en duelos de diez pasos,
pero sus hazañas físicas van siempre acompañadas de fortaleza psicológica y
sensibilidad moral. El doctor Zhivago, un ídolo romántico de las mujeres, es
el epítome del coraje: físico, psicológico y erótico. Se adentra en terreno
bélico, ama con pasión peligrosa, y desafía políticamente al Estado soviético
contra todo pronóstico.
Casanova, a pesar de todos sus defectos, destacaba por su osadía. Cuando
la Inquisición lo arrestó en Venecia con acusaciones falsas, se vistió con
plumas y ropajes de satén, como si fuera a un baile, y logró fugarse con
atrevimiento de la hermética cárcel de Leads al cabo de un año. Era igual de
valiente con sus amores. A los veinte años, se enamoró perdidamente de una
talentosa belleza del género equivocado, el cantante castrato Bellino. El
cantante había podido disuadir a todos los pretendientes, pero Casanova
perseveró y descubrió lo que sospechaba: Bellino era una mujer llamada
Teresa dotada con un pene de cuero de casi un palmo de largo. Casanova le
declaró su amor al instante y le pidió que se casara con él. «No me asusta la
desgracia», le aseguró; entre sus mejores cualidades estaban el valor y los
«principios del honor y probidad».41
Aunque todos ellos sean valerosos, los seductores varían en el grado de
valentía física y psicológica. Las personalidades fascinantes como el aviador
y cazador Denys Finch Hatton o el torero Juan Belmonte se encuentran en el
extremo más activo del espectro. Belmonte, el modelo en el que Hemingway
se inspiró para el personaje del amante-torero de Fiesta, era un hombre bajo,
feo, deforme y torturado por el miedo, pero se convirtió en el rey de las
plazas de toros y de la alcoba. «La misma energía que utilizaba en conquistar
al toro la empleaba cuando quería conquistar a una mujer —dijo una actriz
famosa que permanece en el anonimato—. Y fue el mejor amante que he
tenido en la vida.»42 Más típico es el caso de los seductores de fibra moral: el
intelectual de la Ilustración Denis Diderot, que retó a los censores, y Albert
Camus, cuyo credo era «¡valor!» y cuya labor secreta con la Resistencia
durante la Segunda Guerra Mundial estuvo a punto de costarle la vida.
Robert Louis Stevenson es la última persona que uno elegiría de entrada
para un concurso de valientes. Sin embargo, es un candidato ideal, tanto de
palabra como de obra, y muy querido por las mujeres. Esquelético, excéntrico
y enfermizo, se le recuerda por ser el paternal autor de clásicos como La isla
del tesoro y Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero también fue un paladín de la feroz
revuelta contra la respetabilidad victoriana y un «fanático amante de las
mujeres».43 A pesar de la pobreza, las prendas de «pordiosero» y su aspecto
de espantapájaros, poseía una candidez, una bondad y un encanto tremendos,
y atraía «a las mujeres hacia él con hilos de seda». Tuvo infinidad de
enamoradas: una belle de Edimburgo, una «dama oscura» llamada Claire, una
famosa belleza europea, varias queridas y charmeuses francesas, y por
último, su esposa, Fanny Osbourne.44
Mientras cortejaba a Fanny, desplegó el inmenso coraje que caracterizaba
todo lo que hacía. Era decidido contra el peligro, ya se tratase de escalar
montañas traicioneras o de enfrentarse a la autoridad. «Guárdate tus miedos
—aconsejaba—, pero comparte tu valentía con los demás.»45 No era ciego a
los peligros del amor apasionado. Nos «derriba», escribió, y nos arroja a una
zona de riesgo que exploramos como niños «que se aventuran juntos en un
cuarto oscuro». Y Fanny no era la elección más estable. Casada, con dos
niños y diez años mayor que él, padecía depresión y tuvo que dejarlo en
mitad del idilio amoroso para saldar cuentas con su esposo en Estados
Unidos.46
Cuando Stevenson recibió un telegrama de Fanny desde California, levó el
ancla y se embarcó en tercera clase. Cuando se encontró con ella en San
Francisco, no tenía un penique y estaba enfermo, debatiéndose entre la vida y
la muerte. Fanny se divorció de su marido en 1880 para casarse con
Stevenson. Después él escribió sus obras favoritas, entre otras, Secuestrado.
A pesar de una salud cada vez más precaria, continuó siendo un aventurero y
terminó en Samoa, donde escribió, protestó contra las injusticias coloniales y
se ganó la veneración de los samoanos. Sus amigos lo consideraban un
«astuto Hermes», el mítico seductor de espíritu intrépido que robó el ganado
de Apolo y el cinturón de Afrodita.47 «El amor —escribió Stendhal— es una
flor deliciosa, pero hay que tener el valor de ir a cortarla en los bordes de un
horrible precipicio.»48
«En los westerns te dejaban besar al caballo, pero nunca a
la chica.»
Gary Cooper
Alimento espiritual
La determinación del erotismo es primitivamente religiosa.
GEORGES BATAILLE, El erotismo49
Peter K. no fue el único cura episcopal que cometió un delito ese año. Corría
1974. Graduado en teología general, con una esposa de la Junior League y un
hijo pequeño, Peter parecía un buen candidato para St. M., una parroquia
pequeña en una ciudad universitaria de la Virginia rural. Tenía ideas y
presencia. Rubio y desgarbado, con un perfil aquilino, andaba por el pasillo
con su casulla al viento y una estola con bordados dorados e irrumpía en el
coro cantando con su voz de bajo «Faith of Our Fathers». Permitía que los
niños tomaran la comunión, cantaba la letanía y promovió un club de lectura,
una cocina de beneficencia, ayudas sociales y retiros espirituales en Mountain
Lake.
En los retiros fue donde empezó todo: confesiones con toqueteos por el
sendero, una nota que le pasaban a escondidas en el grupo de oración, y una
asistente laica que se coló en su habitación una noche, tapada solo con una
parka. Consoló a demasiadas mujeres. La esposa de un sacristán lo pilló una
tarde en la cima de Bald Knob retozando con una parroquiana encima de una
manta, con el cuello clerical abandonado en una piedra junto a una botella de
Mateus.
El siervo de Dios es uno de los disfraces favoritos del seductor oscuro. Un
estereotipo literario durante cientos de años (pensemos en el lujurioso fraile
de Chaucer), es un fenómeno demasiado real en todas las religiones. Los
testimonios de mujeres conquistadas (y a veces víctimas de abusos) por el
aura del líder espiritual podrían llenar una docena de libros sagrados. La
página web «Boundary Violations without Borders» proporciona más de cien
enlaces a casos semejantes.
La espiritualidad masculina tiene un poder de atracción increíble para las
mujeres, y demasiados hombres babosos con mucha labia la han empleado
con fines sórdidos. Los grandes amantes no se encuentran en ese grupo. En
conjunto, los seductores son personas que no explotan su estatus, sinceras y
poco tradicionales en sus creencias. Kurt, un casanova y fotógrafo alemán al
que entrevisté, es un caso típico. Profundamente devoto, profesa una ecléctica
fe de inspiración taoísta que da forma y aumenta sus relaciones personales.
«Creo que hay que canalizar una fuerza hacia la mujer —comenta—.
Llamémosla Dios, o como se quiera. No voy por ahí rompiendo corazones.
Concibo este planeta como una escuela divina.»
El vínculo entre religión y deseo no es casual. Le pedimos al amor
apasionado que ejecute las mismas funciones que la fe: que llene el vacío de
nuestra alma, que nos santifique y nos salve, que venza la muerte y que nos
eleve al séptimo cielo. El amado se convierte en nuestra deidad, nuestra
«búsqueda de sentido».50 Desde la perspectiva sociobiológica, puede
justificarse que los hombres con fundamentos espirituales sólidos sean
mejores parejas sentimentales. El Centro de Psicología Positiva de la
Universidad de Pensilvania menciona el «fuerte sentido de la trascendencia»
como uno de los seis atributos que conforman el «carácter», y los psiquiatras
recomiendan cada vez más la fe como elemento que fomenta la personalidad
sana.51
La relación entre el sexo y lo sagrado también se remonta a los albores de
la humanidad. Dirigidos por los carismáticos chamanes, los pueblos
prehistóricos bailaban y se golpeaban el pecho hasta conseguir el éxtasis
místico para converger con el principio vital del universo, la energía sexual
divina. La adoración dionisíaca se parecía a un encuentro religioso en el que
los celebrantes buscaban la redención y la transformación a partir de la fusión
extática con el dios fálico. El psicólogo Erich Neumann opina que estos ritos
de fertilidad han dejado una huella psíquica en el inconsciente e influyen en
nuestras inclinaciones sexuales actuales.52
La fusión de amor y religión está muy asentada en la cultura moderna. La
retórica religiosa se filtra en el lenguaje del amor: los anuncios, las tarjetas de
felicitación y las canciones populares nos prometen que nos veremos
arrastrados a «las puertas del cielo» por ángeles a los que «veneraremos y
adoraremos» por siempre. Una retahíla de sex symbols de Hollywood han
encarnado a los santos en el cine: Charlton Heston fue Moisés; Anthony Quin
fue Mahoma; Cary Grant, John Travolta y Warren Beatty hicieron el papel de
ángeles; y Brad Pitt interpretó a un budista en Siete años en el Tíbet.
Hay muchos romances famosos entre mujeres y clérigos. En el relato Dios
en una Harley, el héroe amoroso es el mismo Dios que ha bajado a la Tierra
con vaqueros y una coleta para llevarse a la protagonista en la moto y
redimirla. Y son igual de cariñosos que el apuesto vicario Christy Morrell, de
la novela de Patricia Gaffney Lealtades enfrentadas, con su sentido del
humor, sus tremendas dudas y «su punto atractivo».53 Un sitio web dedicado
a temas sentimentales, «For the Love of God» enumera más de cuarenta
clérigos rompecorazones, por no hablar de la colección de seis libros
dedicados al «Reverendo Feelgood», Nate Thicke.54
El pianista del siglo XIX Franz Liszt cautivaba a las mujeres por muchos
motivos, y uno de ellos, nada desdeñable, era su intensa espiritualidad. Tan
volcado en la religión como en la música, Liszt se planteó en dos ocasiones
hacerse cura, y a los cincuenta años tomó las órdenes menores, se puso la
casulla y escribió música sacra. Sus cortejos se centraban en largas
conversaciones sobre Dios y la eternidad. Con la condesa Marie d’Agoult,
que abandonó a su marido y a sus hijos por él, solo hablaba del «destino de la
humanidad» y de las «promesas de la religión».55 Más tarde cautivó a una
princesa rusa (que también abandonó a su esposo por él) gracias a las
comuniones espirituales llevadas a cabo en su dormitorio, presidido por un
crucifijo. La mujer lo apodaba «la obra maestra de Dios».56
John Humphrey Noyes, del siglo XIX, es un caso menos ortodoxo. Noyes,
un solitario «nada agraciado» de Vermont, vio la luz un día en la Escuela de
Teología de Yale y tuvo la visión de una religión nueva: una orden de
humanos perfeccionados. Según predicaba, ya había ocurrido el Segundo
Advenimiento, que nos había sumido en una era gozosa y sin pecado. Para
ponerlo en práctica, bastaba con que los hombres creasen una sociedad
utópica basada en el comunismo económico, la vida recta, el control de
natalidad y el amor libre.57
El resultado fue la Comunidad Oneida en la parte alta del estado de Nueva
York, donde hombres y mujeres practicaban sexo con quien se les antojara y
lo compartían todo; crearon sus propias escuelas, fabricaban las prendas de
vestir, tenían programas culturales y se ganaban el sustento con la venta de
artesanía. En su punto álgido Oneida contó con más de trescientos miembros
y duró treinta años, más tiempo que ningún otro experimento utópico llevado
a cabo en Estados Unidos.
Durante esos años, Noyes fue el líder espiritual supremo del grupo.
Resultaba «extraordinariamente atractivo para las mujeres», aseguraba su
hijo, gracias a su «magnetismo sexual, sumado a sus intensas convicciones
religiosas».58 Todas las mujeres se «desvivían por acostarse con él» y tuvo
cientos de amantes.59
Es posible que la naturaleza de sus convicciones religiosas aumentase el
encanto de Noyes. Según predicaba, Dios quería que las mujeres disfrutaran
en la cama. Con ese propósito, instruía a los hombres para que practicasen el
placer sexual como una forma artística, les enseñaba a cortejar a sus amantes
con ternura y gentileza y a retrasar la eyaculación para que las mujeres
pudiesen experimentar orgasmos múltiples.
Los miembros del clan tenían libertad de elección sexual, siempre que las
mujeres mantuvieran el derecho de negarse y ninguna de las personas
mostrara un «espíritu de exigencia».60 El propio Noyes estuvo a punto de
caer en esa trampa. En un momento dado mantuvo una historia pasional con
una residente, Mary Cragin, con quien desarrolló un «vínculo de idolatría».61
Tal como apuntaba Noyes, «todos [los que la conocían] la consideraban
increíblemente seductora: era una mujer capaz de volver loco a cualquier
hombre».62 La providencia quiso que la mujer muriera en un naufragio en el
río Hudson, y desde entonces Noyes fue «un amante ejemplar».63
Antes de cumplir sesenta años, Noyes había engendrado al menos a nueve
de los cincuenta y ocho hijos nacidos en la Comunidad Oneida, y continuaba
siendo activo y viril. Pero empezó a haber luchas internas. Algunos disidentes
hicieron campaña por la monogamia y la empresa libre, y los clérigos
conservadores de Syracuse arremetieron contra él. Huyó a Canadá, donde
acabó sus días en compañía de mujeres que aún lo idolatraban, postulantes de
su profeta, cuyo rostro «brillaba como el de un ángel».64
Conocimiento e inteligencia
El deseo de saber es auténtico deseo.
CATHLEEN SCHINE, La sobrina de Rameau65
Esta noche, mientras toman un cóctel de vodka en un bar de Manhattan, el
«mayor amante húngaro» de la ciudad le dice de nuevo a una mujer: «Cuando
te haga el amor, iré muy despacio y tendrás varios orgasmos». ¿Qué más se
puede pedir? Para sentir una gran pasión, es posible que la mujer quiera otra
cosa que también puede proporcionarle este hombre: neuronas. Como me dijo
una de sus amantes: «¿Sabe cuál es su verdadero secreto? Es muy inteligente.
La inteligencia es atractiva». Laszlo habla cinco idiomas, y si uno se lo
encuentra sentado en su banco preferido, junto al cobertizo para botes de
Central Park, le hablará de Lacan, Maimónides o Primo Levi. El intelecto da
todavía más fuerza a sus promesas de alcoba: Tristán e Isolda en la tienda de
electrónica y charlas en la cama sobre Modigliani. «El éxtasis —reconoce su
conquista más reciente— es insoportable.»
Ya no se ven por ahí pegatinas o camisetas que digan como en la década de
1960: «La inteligencia es el afrodisíaco más potente». Ahora se llevan más
los abdominales duros como piedras, las camisas entalladas a medida, las
tácticas de conquista y los sueldos con muchos ceros. Pero el cerebro es el
órgano sexual más grande, y la segunda (o tal vez la primera) parte de la
anatomía masculina que más aprecian las mujeres. Hay estudios que
demuestran que las mujeres valoran la inteligencia más que la belleza o la
riqueza, incluso para las aventuras de una noche.66
El Kama Sutra, manual de sexualidad del siglo IV, alerta a los hombres de
que sin conocimiento nada es posible, y propone un currículum muy
ambicioso para los amantes: conocer catorce ciencias, siete tradiciones
religiosas, los Vedas y seis libros más sobre sexualidad.67 Para recibir el
amor de una mujer, dicen los grandes expertos en amatoria, es preciso
cultivar «los talentos del espíritu».68 Es fácil establecer paralelismos, escribe
la filósofa Martha Nussbaum, «entre el deseo sexual y el deseo de
sabiduría».69
Sí, pero no. Cualquiera que se haya acostado con un experto en economía o
que haya salido con un académico especializado en Proust sabe que una
inteligencia superior no siempre implica un atractivo superior. Los hombres
que miman a las mujeres saben cómo hacer que la inteligencia resulte
seductora; relumbran gracias a su energía mental, sorprenden, divierten,
instruyen, añaden dramatismo y se pasean por todo el reino del conocimiento:
elevado, intermedio y popular. Y entonces, da igual que tengan el mismo
aspecto que Woody Allen en un mal día.
Los psicólogos evolutivos cuentan con diversas explicaciones para el
atractivo sexual del coeficiente intelectual masculino. Los ultradarwinistas
creen que las mujeres ancestrales valoraban la inteligencia en los hombres
porque predecía éxito económico y social. Geoffrey Miller añade un ápice de
atractivo sexual a esta cuestión. El cerebro más grande evolucionó del mismo
modo que el pene, dice su teoría; «para introducirse en el sistema del placer
de la mujer». Los hombres listos y más avispados proporcionaban un mayor
placer a las mujeres y desbancaban a sus contrincantes más torpes y burdos.70
Ninguno de los dioses del amor mitológicos era corto de entendederas.
Ganesha, el Señor de las Letras y el Aprendizaje hindú, adquirió la cabeza de
elefante porque embelesó hasta tal punto a la diosa Parvati que su esposo,
Shiva, tuvo que decapitarlo y deformarlo. Dioniso extendió la civilización
por el mundo durante sus andaduras, y Hermes el Seductor era «el
Inteligente» y un símbolo de cultura.71 Cuchulain, el héroe por antonomasia
del folclore irlandés y dios de la sexualidad, era un estudioso de las
costumbres druidas con dotes para «la comprensión y el cálculo».72
En la actualidad, los intelectuales siguen presentes en la literatura
comercial. Se les retrata como bribones pervertidos y lujuriosos cuyas visitas
a la biblioteca son eufemismos para los escarceos con las jovencitas guapas.
Los sátiros académicos que explotan el atractivo erótico del conocimiento sin
duda existen, pero las mujeres prefieren verlos desde otro prisma en sus
fantasías eróticas.73 Los intelectuales proliferan en las novelas rosas, y los
catedráticos son uno de los ocho arquetipos de amante en la literatura
sentimental.74
Cuando aparecen, igual que en la novela de Nora Roberts Álbum de boda,
son hombres buenos y sobrios, como Carter, cuyo gancho para conquistar a la
protagonista, Mac, es la mente. «Logró que ella pensara que era un hombre
encantador», nos dice.75 En Mortals, de Norman Rush, dos pedantes de
Botsuana compiten en sabiduría para ganarse el afecto de la protagonista.
Ray, su marido, se da cuenta de lo que quieren las mujeres: «ni un buen culo
ni una polla grande», sino «intelecto», y consigue recuperarla gracias a su
agudeza mental.76
Un nutrido grupo de seductores poco previsibles empleaban la mente para
encandilar a las mujeres. Voltaire, el diminuto filósofo del siglo XVIII, erudito
de primera categoría, logró mantener el interés de la alta, lista y hermosísima
Émilie du Châtelet durante trece años. La retaba a participar en
competiciones científicas, le proponía asistir a obras de teatro y lecturas
poéticas, debatía con ella temas de política y mantenía viva la conversación
en cenas que duraban más de cuatro horas.
Otro buen ejemplo es el matemático Bertrand Russell. Demacrado y de
baja estatura, con facciones de «Sombrerero loco», mal aliento y la voz aguda
y aflautada, desmelenaba a las mujeres y llegó a coleccionar cuatro esposas y
muchas amantes.77 (Una fue mi tía abuela Barry Fox, quien lo cazó en Nueva
York y le proporcionó «varias veladas fabulosas».)78 Le bastó con una
conversación nocturna junto a la chimenea para convertir al ave del paraíso
Ottoline Morrell en un gran amor. «A mi pesar —escribió Morrell— me dejé
llevar, pero a veces el destino nos arroja una bola de fuego a la cara.»79
La fabulosa vida amorosa de Aldous Huxley también tuvo que ser un
ejemplo de la victoria de la mente sobre la materia. Apodado Ogro de niño,
medía más de 6,4 pies, llevaba gafas de culo de botella y tenía una cabeza
enorme sobre un cuerpecillo espigado. Y aun con todo, las mujeres lo
adoraban. Entre los distinguidos hermanos Huxley, Aldous, según decía su
hermano Julian, era «el genio de la familia». La amplitud de su mente y el
alcance de sus logros eran apabullantes; escribió novelas famosas como
Contrapunto, Un mundo feliz y La isla, además de poesía, relatos, cuadernos
de viaje, obras teatrales y veintitrés volúmenes de ensayos sobre temas tan
variopintos como la ciencia, la política y la parapsicología. El ensayo Las
puertas de la percepción, que describía sus experimentos con el LSD, lo
convirtió en el padre del movimiento hippy.80
Cuando llegó a Oxford, casi ciego por culpa de una infección ocular
incurable, y más listo que nadie, «causó una impresión tremenda», sobre todo
en sus compañeras. Con un atractivo sexual impresionante, nada puritano y
muy aficionado a las mujeres, era muy codiciado.81 Una joven dramaturga
enamorada recordó que «la abrió a un nuevo mundo» (la poesía francesa y las
bellas artes) y reconoció que se moría de ganas de besarlo. Huxley solía
elegir mujeres dotadas y poco convencionales, como la violinista Jelly
d’Arányi y la artista Dora Carrington. Con Carrington pasó varias noches en
la azotea hablando de libros e ideas, y cantando tonadillas de ragtime.82
En 1919 se casó con Maria Nye, una culta y bella mujer belga que dedicó
su vida al bienestar de Huxley y toleró una unión abierta sin parangón. Con
un punto de rencor, le instigaba a que tuviera aventuras extramatrimoniales,
elegía a sus amantes, apalabraba citas y enviaba libros a las amadas a la
mañana siguiente con la consabida nota atrevida en francés. Huxley
disfrutaba del sexo y de las mujeres, se justificaba su esposa, y necesitaba
esas escapadas para liberarse de la presión mental.
Entre sus amantes más famosas estuvieron una princesa de Rumanía, la
escritora y activista política Nancy Cunard, y una de las amigas bisexuales de
Maria Nye, Mary Hutchinson, que vivió con ellos en un ménage à trois
durante casi una década. Algunas de sus amantes se hacían ilusiones de boda,
pero Aldous y Maria mantuvieron una relación muy unida (aunque única) que
duró treinta y cinco años. Poco antes de morir, Maria eligió a dedo a su
sucesora, una violinista y psicoanalista veinte años más joven que Huxley
que renunció a la música y se entregó a él, a pesar de la consabida falta de
exclusividad.
Las fotografías de Huxley no pueden captar el encanto con el que
hechizaba al sexo femenino. Tal como comentó Virginia Woolf, parecía un
«saltamontes gigantesco».83 Pero bastaban cinco minutos en su compañía
para que la nigromancia de sus saberes encendiera la llama en los ojos de las
mujeres. Una de ellas dijo que cuando Huxley hablaba «era pícaro, cínico y
muy ingenioso».84 Cuando el matrimonio de su hijo empezó a hacer agua, le
contó su secreto: «La inteligencia —le escribió— dota de eficiencia al
amor».85
Inteligencia social
Amar bien requiere una inteligencia social plena.
DANIEL GOLEMAN, Inteligencia social 86
Los círculos sociales están llenos de hombres que no paran de hablar del
trabajo, cantan sus propias virtudes y ahuyentan a las mujeres. El magnate del
negocio inmobiliario Mort Zuckerman no es uno de ellos. Es un hombre
atento, empático y «uno de los mejores compañeros de mesa en las cenas de
gala que he conocido», dice Barbara Walters. Se mueve por las aguas de la
sociedad igual que un submarino guiado por sonar, tanto si se trata de
barbacoas en la playa, comidas de negocios o reuniones políticas de alto
nivel, como si se trata de cenas de etiqueta en áticos de lujo.87
Todas esas virtudes favorecen su vida sentimental. Arrasa con las mujeres
y ha salido con excelentes partidos, como Betty Rollin, Nora Ephron, Diane
von Furstenberg y Marisa Berenson. «Su compañía es divertida» y sabe
adivinar los secretos del corazón femenino.88 Gloria Steinem dijo en una
ocasión que la arropó con una «piel de borreguillo» emocional cuando estaba
en horas bajas.89 Arianna Huffington, una de sus ex novias, comentó sus
«dotes para la intimidad» y lo comparó con el dios Hermes,90 «el maestro de
la magia del amor», que también tiene «sabiduría» social y sabe cómo «tratar
a los desconocidos».91
En el ámbito de la seducción hay dos formas de ser inteligente: tener un
buen coeficiente intelectual o tener un buen coeficiente emocional. La
inteligencia cognitiva, la capacidad de aprendizaje rauda y veloz como el
rayo posee un encanto muy potente, pero la inteligencia emocional también.
Hace poco que los investigadores teóricos han reconocido que la destreza
social es una habilidad crucial para la vida, y cada vez se la relaciona más con
el éxito en el amor y en el terreno laboral. Todo se reduce al savoir faire: un
radar para comprender los sentimientos de las personas, el dominio de la
sincronía y la capacidad práctica de obtener una respuesta afirmativa. El
coeficiente social puede facilitar o no el curso del amor, como defienden
algunos de sus partidarios, pero es evidente que abre las compuertas de la
presa. Los seductores tienen mano maestra.92
El científico Daniel Goleman dice que es preciso que sea así: el cerebro
racional por sí mismo no puede controlar el sentimiento romántico, que es
una actividad subcortical y requiere la compleja coordinación de tres sistemas
cerebrales diferentes. Un gran amante necesita inteligencia social tanto como
el agua. Goleman admite que la idea no es nueva; lo que ocurre es que ahora
se ha visto ratificada por la neurociencia social.93
Hace dos milenios, Ovidio proporcionó pautas concretas sobre habilidades
sociales para los aprendices de amante. En su Arte de amar recomendaba
cortesía, tacto e intuición.94 Todos los manuales de amatoria escritos desde
entonces aconsejan a los hombres que dominen el arte de la socialización.95
Geoffrey Miller cree que debemos el comportamiento civilizado actual a la
preferencia de las mujeres a lo largo de la historia por la delicadeza
interpersonal (la empatía, la comunicación y los buenos modales) por encima
de los alardes de fuerza bruta.96
De todas formas, los mayores seductores practican una forma sofisticada
de inteligencia erótica. Ya sea por un talento innato o mediante la práctica,
consiguen tener un «octavo sentido» (como se afirma de Warren Beatty) para
tratar a las mujeres.97 Esos expertos poseen un sentido casi paranormal para
detectar los deseos ocultos femeninos y conocen la manera óptima de lidiar
con cada situación. El sexólogo Havelock Ellis se refería a esta cualidad
como «afinada arte adivinatoria»,98 y el filósofo Ortega y Gasset decía que
era «tacto»,99 un don para captar de forma intuitiva la psique y las
necesidades del otro.
Los dioses del sexo contaban con ese toque mágico. La deidad sumeria
Dumuzi intuye la raíz de la ira de la diosa del amor Inanna, y presiente cómo
puede aplacarla y hacer que se acerque a él. Le promete el deseo de su
corazón: la igualdad, ninguna tarea propia de mujeres, y un marido que será
para ella como un padre y una madre. Dioniso tranquiliza a Ariadna después
del desengaño amoroso mediante una divina delicadeza; se aproxima a ella
con dulzura, la piropea hasta ponerla por las nubes y le promete fidelidad:
«Aquí estoy. Vengo para ser un amor tuyo más fiel».100
Igual que Dioniso, los héroes románticos embelesan a las heroínas con sus
dotes sociales. La empatía, la sintonía, el gesto adecuado: incluso los
vividores más insensibles hacen alarde de esas cualidades en las novelas
rosas para mujeres. Para explicar por qué se había colado de un tipo en
concreto, la protagonista de una famosa novela romántica dice: «Creo que
tiene don de gentes, es fantástico. Empático».101 En una obra de otro registro,
el crápula checo Tomas, de La insoportable levedad del ser de Milan
Kundera, posee un gen extra para las aptitudes sociales, con una
predisposición para la «telepatía emocional».102
Aunque, según los psicólogos, las artes para desenvolverse en sociedad
hayan caído en desuso, los verdaderos donjuanes las practican con destreza.
David Niven era un virtuoso. Su caballerosidad, su calidez y su mano
izquierda con las personas le abrieron todas las puertas (incluso la de los
dormitorios) de Hollywood. A pesar de ser un hombre poco constante, las
mujeres pasaban por alto sus imperfecciones a cambio de su «preocupación y
afecto» siempre empáticos y sus excelentes dotes para las relaciones
interpersonales.103
Algunas veces la destreza social en el amor puede trasladarse al mundo de
la política. La sinergia de ambas fue la fortuna y la desgracia de sir Walter
Raleigh. Críptico soldado sin rango ni influencias, Raleigh llegó a la corte en
1581 únicamente con sus «modales melosos» y una descarada habilidad para
meterse a la gente en el bolsillo.104 En cuanto se las arregló para conseguir
una audiencia con la reina Isabel, se convirtió en su amante. Le dio a probar
el «engreimiento» que la monarca ansiaba, mezclado con agudeza mental,
pasión, dramatismo y piropos desmedidos. Fue ascendiendo de un puesto a
otro durante doce años, hasta que la reina descubrió su matrimonio secreto
con una de las damas de honor, Bess Throckmorton, y lo encarceló en la
Torre de Londres.105
El príncipe Clemens von Metternich, el Caballero de Europa del siglo XIX,
fundió el amor y la diplomacia con mejores resultados. Apuesto, elegante y
un maestro de las habilidades sociales, Metternich fue uno de los estadistas
más destacados de su época. Desde su cargo de ministro de Austria, participó
en el Congreso de Viena de 1815, que redefinió el mapa de Europa tras la
derrota de Napoleón, y estuvo al mando del Imperio austro-húngaro durante
los siguientes treinta años. Gracias a su destreza para manejar las
negociaciones complicadas, logró pactos, mantuvo un equilibrio de poder e
hizo posible la Alianza Europea precursora de la OTAN.106
Tenía las mismas tablas con las mujeres. Metternich fue educado por una
madre sofisticada, que le enseñó buenos modales y el secreto de la elegancia
(capacidad de adaptación, empatía, dotes de comunicación y gracia). Con el
tiempo se convirtió en un «Adonis del Salón», con una nariz de puente ancho,
una boca sensual y unos ojos azules y penetrantes bajo unas cejas de media
luna.107 Cuando se marchó de casa, su madre dijo a modo de premonición:
«Es cortés con las mujeres. […] Se saldrá con la suya».108
Cuando todavía estaba en la universidad, le echó el ojo una de las mujeres
más hermosas de Francia, quien se lo llevó a su casa, lo tiró encima de un
sofá, lo acosó y se embarcó con él en una relación que duró tres años.109 A
medida que ascendía en la carrera diplomática, «fue enamorando a todas las
mujeres a su paso», incluida su mujer, una heredera con quien se había
casado por un matrimonio de conveniencia.110 A cambio, él también las
amaba, con frecuencia a dos o tres a la vez. Aseguraba que «se preocupaba de
cada una de una forma y las apreciaba por diferentes motivos».111
Sus amantes fueron numerosas: con títulos nobiliarios, casadas y siempre
selectas. Entre ellas estuvieron la esposa de un general ruso que apareció
como un «hermoso ángel desnudo» en la puerta de su casa, en Dresde;112 la
hermana de Napoleón, cuya pulsera con un mechón de su pelo no se quitaba
nunca Metternich; y dos duquesas, una de las cuales le costó Baviera, porque
se quedó dormido cuando estaba con ella y llegó tarde a una reunión del
Congreso de Viena. En total, Metternich tuvo nueve grandes amores,
incluidas dos esposas más tras la muerte de la primera. La última de sus
esposas fue una radiante aristócrata húngara treinta y dos años más joven que
él, con la que tuvo cuatro hijos. A los setenta y cinco, viudo y exiliado en
Inglaterra, seguía recibiendo visitas de las amantes que todavía vivían, entre
ellas una ex amante de setenta y seis años que aún estaba enamorada de él.
Metternich fue «increíblemente guapo» hasta una edad muy avanzada,
cuando se le quedó el rostro consumido y el pelo totalmente blanco.113 Sin
embargo, lo que hacía de él un «homme à femmes» sin precedentes eran sus
antenas sociales afinadas con suma precisión y su naturaleza halagadora.114
Eso logró también convertirlo en una figura dominante del gobierno europeo
hasta nada menos que 1848.115 En su opinión, «la política y el amor van de la
mano».116
Placer
El placer considerado un arte todavía espera que lo estudien los fisiólogos.
HONORÉ DE BALZAC,
Fisiología del matrimonio117
El reparto de actores masculinos de la película de Woody Allen Vicky
Cristina Barcelona está sacado directamente de una lista elaborada por
darwinistas sociales. Todos son especímenes en buena forma física, ricos,
estables, respetados, devotos y rodeados de lujos: barcos, criadas y mansiones
con pistas de tenis. Sin embargo, dejan indiferentes a las dos protagonistas.
Contra todo pronóstico, ambas mujeres se enamoran de un desconocido que
una noche les hace una proposición que no pueden rechazar. Un sensual
pintor español se acerca a ellas mientras cenan en un restaurante de Barcelona
y les dice: «Me gustaría invitaros a las dos a pasar el fin de semana conmigo.
Comeremos bien, beberemos bien y haremos el amor». Les propone visitar
Oviedo y practicar una especie de ménage à trois. «La ciudad es romántica,
la noche es tibia y perfumada. Y estamos vivos, ¿por qué no?» Un maître de
plaisir, Juan Antonio las introduce en el camino del placer ese fin de semana
en Oviedo y los que siguen en Barcelona, y les ofrece un sinfín de delicias
exquisitas para la mente y el cuerpo: arte, viajes, buena cocina, poesía,
música, belleza, aventuras y sexo apasionado. Mientras tanto, los hombres
que en teoría eran «un buen partido» van perdiendo interés, pues dejan al
descubierto su robótico aburrimiento y su falta de atractivo.118
Podemos preguntarnos: ¿qué tiene que ver el placer en todo esto? Para los
acérrimos evolutivos, no mucho, salvo como efecto secundario de la
adaptación, unas velas en la tarta del apareamiento, o «enjuta», como lo
llaman los biólogos.119 Las mujeres desean a los hombres, defienden estos
teóricos, por motivos de mayor peso. No obstante, el deseo resulta incómodo
porque pasa por alto la razón: enamorarse, escribe el psiquiatra Michael
Liebowitz, «implica que el centro del placer se vuelva loco».120 «El amor es
placer», como proclama más de una balada. Y los cautivadores saben
perfectamente cómo proporcionar placer, ya que son expertos en todo un
repertorio de goce y diversión.121
Aunque hoy en día puedan abrumarnos las opciones de entretenimiento, lo
cierto es que los hombres que proporcionan un deleite pleno son
relativamente escasos. El estado de ánimo por defecto en el reino animal,
apunta Geoffrey Miller, es la apatía; los pocos elegidos por «las hembras con
criterio del placer» en la Prehistoria eran hombres con talento para el arte del
goce, desde las caricias de los sentidos hasta los encantos del intelecto. Es
posible que las mujeres hayan heredado un «placerómetro» interno y elijan a
los hombres que mueven los hilos.122
Una segunda teoría parte del principio del placer de Freud, la idea de que
el inconsciente contiene impulsos de gratificación que deben reprimirse por el
bien de la civilización. Según una escuela de neofreudianos, esta represión es
a un tiempo excesiva y perjudicial. Lo que deseamos (en lo más profundo de
nuestros ganglios) son hombres que se salten las normas represivas y
recuperen la sensualidad, la satisfacción y el placer primitivo.123
Los dioses sexuales como Dioniso, «bendición de los hombres», luchaban
por la libertad y el placer.124 Hacían «estallar las ataduras» y colmaban la
tierra de deleites: vino, baile, alegría y satisfacciones para el cuerpo y el
espíritu.125 El «placer» era «la imagen del estado divino» según el antiguo
culto a Shiva.126
¿Son más susceptibles las mujeres ante estas lisonjas? Puede que sí, si los
científicos tienen razón. Tal como indica la investigadora sexual Marta
Meana, las fantasías eróticas femeninas se centran en la obtención de
placer.127 Quizá se deba a la atención extra y a las tensiones vitales que las
mujeres acarrean cuando entran en el dormitorio, o quizá se deba a su mayor
receptividad a los encantos sexuales. Su sentido del oído, la vista, el olfato y
el tacto están más agudizados que en el hombre, y engalanan sus escenas
imaginarias de sexo con un abanico de complementos: velitas, sábanas de
raso, música ambiental.128
El mantra de los mejores amantes es: «relájate, despierta los sentidos, deja
que te haga pasar un buen rato». A Josie, la protagonista de la novela Placer
por placer de Eloisa James, la desflora un «guapo y adorable» conde de
Mayne en un sofá dentro de una cabaña iluminada por la luna, en medio de
una perfumada rosaleda.129
La novela Spending de Mary Gordon se dirige a todas las mujeres, porque
apela a su sed de placer y alivio de la tensión y el exceso de trabajo. Monica
Szabo, una pintora de mediana edad, conoce a su fuente de inspiración ideal,
un rico asesor de bolsa que le ofrece todo lo que ella desea: bailes, cenas de
lujo y baños perfumados; placer sexual y visitas a galerías de arte para
disfrutar de los grandes maestros de la pintura. Embriagada de placer, la
pintora crea su mejor obra.130
Los manuales de amatoria para hombres siempre inciden en las artes del
placer. El Kama Sutra dedica páginas y páginas a los detalles sobre cómo
embriagar a un amante a través de los encantos hedonistas, desde una «sala
destinada al placer» suntuosamente decorada con cojines suaves y juegos,
hasta veladas festivas con canto, música y guerras de flores.131 Ovidio era
menos concreto; se limitaba a exhortar: «agrada con cualquiera de los dones
con que puedas gustar».132 Lo que cuenta es la sugestión mental, escribió
Balzac en el siglo XIX; un hombre debe interesarse por la «ciencia del placer»
para triunfar con las mujeres.133
Casanova, un inteligente y voluptuoso mujeriego, reflexionó sobre el tema
con sumo detalle y llegó a la conclusión de que «placer, placer y placer» era
el secreto de la felicidad; eso siempre y cuando se manejara el placer de
forma inteligente.134 Es preciso un componente espiritual, escribió,
combinado con la pericia del connoisseur y la variedad. Sus tres felices
meses con Henriette estuvieron de lo más compensados: estudios teóricos,
sexo, descanso, y distintas diversiones y óperas a diario.
Durante la campaña contra el trabajo de nueve a cinco llevada a cabo en la
década de 1950, el romántico Porfirio Rubirosa formuló una pregunta
subversiva: «¿Qué tiene de malo el placer?».135 No es preciso tener un
doctorado en psicología para darse cuenta de las consecuencias. «Rubi», que
«sacaba una cabeza a los reyes del placer de todo el mundo», era un galán
sofisticado y un genio de la diversión. Sabía cómo mantener viva la llama del
placer y cómo saciar el espíritu, y además era capaz de adaptarse a cada
mujer.136
Sorprendió a Doris Duke, su tercera esposa, con un viaje dedicado a los
placeres que preparó pensando en los gustos de ella. Llevó a esta libidinosa
heredera (hija del magnate del tabaco «Buck» Duke), a quien mimaba con
locura, a locales nocturnos de la rive gauche de París y a prostíbulos de
Antibes, donde la agasajó con «el pene más magnífico» que Doris Duke
había visto en su vida.137
Tras divorciarse de Duke, Rubirosa conquistó a Zsa Zsa Gabor con otra
táctica. Para liberar el estrés de la agobiada estrella del cine, preparaba
banquetes con comida húngara, escapadas de fin de semana y desinhibidas
fiestas hasta el amanecer en las que Rubi tocaba la batería con un grupo de
música y acababa por invitarlos a todos a desayunar huevos fritos con jamón
en su casa. «Éramos como dos niños —recordaba Gabor—, buscábamos
placer, como los hedonistas.»138 «Soy y siempre seré un hombre dedicado al
placer», decía Rubirosa.139
Que un rey tenga una amante no tiene nada de especial; las bellezas más
ambiciosas se acurrucan ante una cabeza coronada. Pero conseguir que te
amen es otro cantar. Carlos II de Inglaterra adoraba a las mujeres, y ellas le
correspondían con el mismo fervor. Apodado el «Monarca Feliz», ascendió al
trono en 1660 después del duro reinado puritano de Oliver Cromwell, que
duró diecinueve años, y reintrodujo el principio del placer.140 La diversión
volvió del exilio. Y el rey predicó con el ejemplo, «deleitando a todo el que
se acercara a él» con su carácter afable, su trato fácil y talento para el
disfrute.141 Convirtió el palacio en un jardín de las delicias: deportes, bailes,
comedias, pájaros exóticos, parques exuberantes y las artes y las ciencias. Y
lo pobló de Evas. Tuvo por lo menos nueve amantes, a quienes trataba con
generosidad, y ninguna de ellas se mostró indiferente hacia Carlos II. Louise
de Keroualle, su maîtresse en titre francesa, lo consideraba «el amor de su
vida»; la actriz de comedia Nell Gwynne lo amaba con sinceridad; y su
esposa, tantas veces traicionada, Catalina de Braganza, adoraba el suelo por
donde él pisaba.142
A pesar de su hedonismo descarado y la licencia sexual de la vida
moderna, es posible que el placer como virtud esté en declive. Hay estudios
que demuestran que los estadounidenses tienden a huir de la diversión y el
placer; trabajamos muchas horas y seguimos «trabajando» cuando nos
dedicamos al ocio y a las relaciones. Y así no es como funciona eros.143 Tal
como aclara el personaje de Johnny Depp en la película Don Juan DeMarco:
«Les doy placer a las mujeres si lo desean. Por supuesto, se trata del mayor
placer que van a experimentar jamás».144
Realización personal
Soy amplio, contengo multitudes.
WALT WHITMAN, «Canto a mí mismo»145
En el relato de Steven Millhauser «An Adventure of Don Juan», el personaje
de Don Juan es un seductor en su mejor momento y tan harto del éxito que
decide cambiar de escenario e ir a visitar a un hacendado inglés de cara
redonda y muy poco atractivo. En cuanto llega a la inmensa propiedad de
Augustus Hood, posa la mirada en su esposa, Mary, y en su cuñada
Georgiana; ambas son presas fáciles, musita, y «nunca se equivoca en esos
temas».146
Sin embargo, ha subestimado a su anfitrión. A pesar de su aspecto aniñado,
Hood es una dínamo, un «hombre con muchos proyectos» que ha convertido
la finca de Swan Park en una Disneylandia para intelectuales. Cuando no está
en la biblioteca o en el estudio, da tours guiados por su jardín, que imita a los
Campos Elíseos, y modera debates eruditos en el comedor. Don Juan empieza
a sentirse cada vez más fuera de juego. Cuando ve que sus armas de
seducción peligran, una noche se lía la manta a la cabeza y se aventura por la
laberíntica mansión de Hood (una imagen de su dueño) hasta la alcoba de
Georgiana. Abre la puerta y descubre que se le ha adelantado un gran
seductor: Hood está desnudo en la cama con su cuñada.147
Una personalidad completa y polifacética es el mejor aliado del desarrollo
de un personaje… y del encanto para seducir. El filósofo Jean-Paul Sartre
consideraba que era el pase que abría todas las puertas del amor. En su
ensayo El ser y la nada escribió: «El amante, pues, debe seducir al amado» y
avivar el misterio con «un infinito de profundidad».148 Es mucho pedir. El
desarrollo personal completo requiere decisión, valor y un ego sólido. No
todos los seductores dan la talla en este sentido, pero la mayoría poseen una
personalidad rica y de muros fuertes. Las personas realizadas, apuntan los
psicólogos, dicen tener «experiencias amorosas más ricas y satisfactorias»,
algo que podría relacionarse con el hecho de que dichas personas despierten
más deseo en los demás.149 Nos encantan los espíritus «rebosantes», que
evocan «plenitud».150
Un cautivador de naturaleza poliédrica atrae a las mujeres, con
independencia de su rango, sus ingresos o su aspecto. Cuando las mujeres
encuestadas expresan una preferencia por los «triunfadores», pocas veces
mencionan logros tangibles; suelen mencionar la inteligencia, la energía, la
ambición, y una excelencia global.151 Ansían, tal como explica la psiquiatra
Ethel Person, un ser «verdaderamente poderoso».152 La modelo Carla Bruni
dijo que el ex presidente francés Nicolas Sarkozy la conquistó gracias a la
fuerza de su prolífica personalidad. «Tiene cinco o seis cerebros —le contó
Bruni a un entrevistador—, todos ellos muy bien irrigados.»153
La selección sexual y los mitos clásicos también favorecían a los grandes
emprendedores. A nuestros antepasados femeninos, asegura Geoffrey Miller,
les impresionaban menos los recursos materiales que los cerebrales, ya que
preferían hombres polifacéticos y con potencial en lugar de hombres
unidimensionales. Los dioses de la fertilidad tenían cualidades únicas pero a
escala heroica.154 Khonsu, la deidad del amor del antiguo Egipto, fertilizó el
huevo cósmico y era responsable de la salud, la arquitectura, la medida del
tiempo, la caza, los viajes y la sabiduría. Por su parte, Shiva, el dios de los
mil nombres, contenía el cosmos entero, mientras que Dioniso era el amo de
la «multiplicidad» y la «profundidad inescrutable».155
Los seductores legendarios a menudo poseen una personalidad compleja.
Odiseo es un kalokagathos, «hombre completo»; Cuchulain, la maravilla de
muchos dones; y el caballero Lanval, del lais medieval de María de Francia,
era el epítome de masculinidad total, a quien tanto Ginebra como la reina de
las hadas declararon su amor. El duque de Nemours de la novela francesa del
siglo XVII La princesa de Clèves, escrita por madame de La Fayette, hace
alarde de una realización personal sin parangón. Paradigma del cortesano
(con muchas virtudes, bien integrado y entusiasta), enamora a la princesa
casada, con unas consecuencias trágicas.
En la literatura, las mujeres siguen perdiendo la cabeza por esos
protagonistas tan realizados. Grace, una chica pobre del relato de Alice
Munro «Pasión», vive encantada su relación con Maury, acaudalado y
«valiosísimo», hasta que conoce a su complicado hermano, de una
«profundidad insondable», y se fuga con él una noche.156 El poliédrico
doctor David Morel causa una impresión similar en la esposa del agente de la
CIA Ray Finch en Mortals, de Norman Rush. En las novelas de ficción
fantástica para mujeres abundan los hombres con personalidades complejas,
desde el mega versátil Christian Grey de Cincuenta sombras de Grey hasta el
profesor de historia Lincoln Blaise en The Cinderella Deal. «Linc tenía tantas
capas…», reflexiona la protagonista cuando se da cuenta de que él era el
hombre de su vida.157
Aunque un hombre puede ser irresistible sin tener una personalidad tan
enrevesada, lo cierto es que muchos seductores presentan identidades
complicadas con varios elementos en tensión. Florentine Filippo Strozzi fue
un político, banquero y nuncio del Papa del siglo XVI, que en 1537 lideró la
rebelión contra el bastión de los Médicis en Roma. Conocido como «la
sirena», también escribía sonetos de amor, diseñó un palacio del placer y
cantaba de manera profesional todos los años en Semana Santa. Cuando
terminó su idilio con Camilla Pisana, una mujer famosa por su hermosura, lo
recordó con aflicción hasta el día de su muerte.158
Carl Jung, psiquiatra que popularizó conceptos como el arquetipo y el
inconsciente colectivo, pensaba que las buenas relaciones personales
dependían del desarrollo personal y de una complejidad mental «comparable
con una gema de múltiples caras, opuesta a un sencillo cubo». Debía de saber
de qué hablaba. Jung, que despertaba una atracción impresionante en las
mujeres, exploró las profundidades de la psique, escribió sus reflexiones (con
ilustraciones) y estudió filosofía oriental y occidental, alquimia, sociología,
astrología, literatura y las bellas artes hasta la vejez.159
Si lo hubiera buscado, Jung habría encontrado a su álter ego en Estados
Unidos. Benjamin Franklin era otro campeón de la realización personal capaz
de cambiar tanto de máscara que se ha convertido en una leyenda nacional y
sirve de inspiración a millones de personas. Una de esas máscaras
(desempolvada no hace mucho por los estudiosos) es la de seductor. Ilustra,
por excelencia, el atractivo sexual de una personalidad polifacética y
explotada al máximo. Famoso impresor de periódicos, dirigente municipal y
escritor, se retiró de los negocios a los cuarenta y dos años para dedicarse en
cuerpo y alma a los estudios. Experimentó con la electricidad; inventó una
estufa, las lentes bifocales y el pararrayos (y la lista no acaba ahí); y se
embarcó en una carrera política y diplomática que se prolongó cuarenta años
más. Dinámico e inteligente, «no paraba de reinventarse».160
Pero ¿seguro que era un seductor… con esa calvicie, las gafas y la barriga?
El caso es que Franklin era un hombre sano y encantador, que «se rodeaba de
mujeres adorables». De joven, en Boston e Inglaterra, tuvo su ración de
escarceos y engendró un hijo ilegítimo, William, que su esposa Deborah
accedió criar. Durante los cuarenta y cuatro años que duró su matrimonio,
solo vivieron juntos dieciocho. El resto del tiempo, ya fuera en Estados
Unidos o en Inglaterra, Franklin entretenía a jovencitas como Catherine Ray
y Polly Stevenson con su ímpetu y su conversación. Se cree que también fue
amante de la madre de Polly, que vivía en Londres, durante quince años.161
A los setenta años y viudo, Franklin continuaba siendo atractivo a ojos de
las mujeres. Cuando llegó a París en 1776 para apoyar a la nueva nación,
causó furor y enamoró a muchas francesas. Algunas se ponían camafeos con
su imagen, lo rondaban por las noches y lo paraban por la calle para que las
besara en el cuello. Es su «alegría» y «gentileza», dijo una admiradora, lo que
«provoca que todas las mujeres lo amen». Aunque cueste de creer,
protagonizó un escándalo sexual que estuvo a punto de costarle el puesto. La
dama en cuestión no era ninguna jovencita ingenua, sino una vistosa
salonnière de sesenta y un años.162
Minette Helvétius, viuda del aclamado filósofo, vivía en una casa junto al
Bois de Boulogne que atraía al círculo más selecto de intelectuales y políticos
de su tiempo. Se debatían temas serios en un ambiente de relajada festividad,
donde Franklin tocaba la armónica, componía canciones para beber y debatía
el ateísmo. Al cabo de siete semanas, el político estaba tan enamorado que le
dijo a sus amigos que se había propuesto «capturarla y tenerla a su lado de
por vida». Ella rechazó su propuesta de matrimonio pero siguieron siendo
amantes, intercambiaban notas, se veían con frecuencia y se besaban en
público.163
La aventura se convirtió en un escándalo. Abigail Adams conoció a
Helvétius y se quedó horrorizada; era una fresca «arpía» que toqueteaba a
Franklin en público y «dejaba al descubierto algo más que el pie» en el
sofá.164 El futuro presidente John Adams sintió tanta «repulsión» como su
esposa y regresó a toda prisa a Estados Unidos, donde intentó (sin lograrlo)
arruinar la carrera política de Franklin.165
Igual que todos los iconos nacionales, la fama de Benjamin Franklin fue
maquillada para la posteridad, y acabó convertido en un mito de héroe del
pueblo y estadista asexual. Pero Franklin era más que eso: era un apasionado
de las mujeres y un hombre complejo cuyos miles de intereses, talentos y
encantos sirvieron tanto para construir una nación como para cautivar el
corazón femenino.
Carácter desde otro prisma
El carácter es poder.
BOOKER T. WASHINGTON166
En ninguno de los manuales convencionales sobre el carácter se dedica una
sola palabra a cómo ser adorable y sexualmente fascinante. (Franklin
guardaba sus tácticas secretas con siete llaves, ocultas bajo una fachada de
Pobre Richard.) No obstante, las cualidades de los seductores merecen que se
les dedique su tiempo. Es indudable que los grandes amantes están plagados
de defectos (infidelidad, vanidad, temperamento voluble, irresponsabilidad y
otros muchos). Aun así, su personalidad se adapta a voluntad para ganarse el
deseo femenino y mantenerlo. Basta con un cambio de perspectiva y con dar
una definición más amplia del carácter.
Casanova, siempre en cabeza de cartel, era un ferviente defensor de
cultivar el deseo. «Cultivar los placeres de los sentidos fue toda mi vida mi
principal tarea —asegura en sus memorias—. Sintiéndome nacido para el
otro sexo, siempre lo he amado y me he hecho amar por él cuanto he
podido.»167 Y no era algo de lo que se avergonzase. Casanova admite sin
complejos sus limitaciones, y se pasa los siguientes doce volúmenes que
componen su Historia de mi vida documentando las cualidades que adquirió
para ser adorado: inteligencia, valentía, comportamiento «honrado»,
espiritualidad («adoro a Dios», reconoce), artes hedonistas, trucos para estar
en sociedad, y una personalidad óptima.168 Gracias a su agudo poder para
adentrarse en los «miedos, esperanzas y deseos» de las mujeres,169 se
congraciaba con todas las clases sociales, desde las sirvientas hasta Catalina
la Grande, quien se comportaba de forma «dulce y afable» en su presencia y
le concedió cuatro audiencias.170
«Tendrás que merecer, para que te amen, el amor», advertía Ovidio.171
Brian, el banquero, insiste en que es posible aprender a ser así. Ha
perfeccionado su personalidad para resultar encantador a través de un
refinamiento personal deliberado. «Y no es porque fuera un caballero ni nada
por el estilo —asegura—. Fue por diversión, nada más.» A pesar de ser un
humanista que sabe desenvolverse en sociedad, admite que no lo tiene todo.
No es tan arrojado como le gustaría, ni tan espiritual ni tan ducho en las artes
del placer. Pero, añade, «no hace falta que la despensa esté llena a rebosar. Si
cuentas con ocho de las diez características, ya estás siete pasos por delante
del resto». Me dedica una sonrisa pícara: «Es un campo abierto e inmenso».
Echar el lazo al amor
No debe considerarse sencilla la tarea de cazar a ese animal noble que es el amante.
SÓCRATES172
Por norma general, no basta con que un hombre irradie carisma y carácter
para lograr que las mujeres acudan a él en manada. Solo la mitad de la
conquista erótica depende de quién es alguien; la otra mitad depende de lo
que hace. «El hombre —exhorta Havelock Ellis— tiene que tomar la
iniciativa por obligación.» En la segunda parte del libro, contemplaremos a
los grandes seductores en acción, veremos cómo practican unas artes
amatorias que no salen en ningún manual de seducción. Tratan la pasión
como un arte, «una creación de la imaginación humana», y se basan en
principios de una tradición erótica larga y sofisticada.173
En primer lugar está el «lazo»: la forma de atrapar al ser amado. Despertar
el deseo implica algo más que una lista de habilidades: frases hechas, el
aspecto adecuado y la forma correcta de acercarse a una dama. El amor
apasionado es una «violencia del alma», una hipérbole, una función
teatral.174 Los artistas de la amatoria proporcionan excitación y enganchan a
las mujeres gracias a su pormenorizado despliegue de atractivos eróticos:
encantos sensuales, grandes insinuaciones, alabanzas, intimidad y, el hechizo
más fuerte de todos, conversación.
La conversación es un afrodisíaco interminable. La verdadera prueba en el
terreno amoroso es ser capaz de mantener viva la pasión. Si se le deja campar
a sus anchas, el deseo evoluciona a través de la cotidianidad y la costumbre y
se convierte en un aburrido «estar juntos». Los amantes de primera no dejan
que eso ocurra. Logran que sigan saltando chispas y prolongan el éxtasis con
técnicas de una variedad creativa poco común. Después de desmenuzar el
proceso, nos centraremos en la figura del seductor aquí y ahora. ¿Tiene
futuro? ¿Puede enseñarse la seducción y le interesa a alguien aprenderla?
Presentaremos a distintos críticos, hablaremos con algunos casanovas del
siglo XXI y también con varias «hembras con criterio del placer»175 para ver
qué prefieren, y por último, nos preguntaremos si el filósofo Jean Baudrillard
tiene razón: «La seducción es el destino».176
SEGUNDA PARTE
Modelo del seductor
3
Echar el lazo al amor
Los sentidos
El amor es la poesía de los sentidos.
HONORÉ DE BALZAC,
Fisiología del matrimonio1
En cuestión de deseo, los sentidos toman la iniciativa. Una caricia, un aroma,
una mirada, una voz grave y vibrante hacen que nos derritamos. Más tarde,
los encantos intelectuales toman el relevo y afianzan las pasiones serias. Me
dieron referencias de Luke, un experto en informática de Baltimore, cuatro de
sus ex novias, y, al parecer, domina tanto los filtros de amor físicos como los
mentales, pero lo que lo hace irresistible es su toque sensual… y lo logra de
un modo único, a menudo en contra de lo que dicta la intuición.
Su aspecto no juega en su favor. Con sus treinta y un años y sangre
británica, Luke es demasiado alto (mide 6,7 pies), mofletudo como una
ardilla, entradas en el pelo y gafas rectangulares de empollón. A pesar de
todo, es un mago erótico con arte para los placeres de la carne. Su aspecto
pasa a segundo plano enseguida, o mejor dicho, destaca tanto que es su mejor
baza. «Cuando quedo por primera vez con alguien para tomar un café —me
cuenta—, llego un poco desaseado, con mallas cortas, por ejemplo, para que
me vean con mi peor aspecto; a partir de entonces todo es ¡zas!, un extra.»
Y sus extras son de primera clase. En la segunda cita, se presenta con una
cazadora de Savile Row y unos vaqueros y despliega lo que él llama «el gran
acoso y derribo», su toque sensual. En lugar de invitar a la chica a un
restaurante anodino, monta una excursión, pongamos, a la costa de Maryland,
para comer cangrejos al vapor en una tienda de campaña.
En la siguiente cita, lleva a la chica a su casa, el lecho de seducción más
inesperado del mundo. El hogar de Luke es un piso que necesita una buena
reforma en un barrio destartalado de Baltimore. Dejó las paredes originales a
la vista y vació el piso casi por completo; apenas mantuvo una esterilla de
yoga, una cajonera y un muestrario de colores encima de la repisa de la
chimenea. «Es un refugio ideal, aunque cueste creerlo —comenta—. Les pido
su opinión, que me den ideas, y después…»
En ese momento, sus citas saben que es su día de suerte. Luke, un
auténtico enamorado de las mujeres (tanto de la mente como del cuerpo), es
un amante apasionado, generoso y diestro. Su lema es: «Asegúrate de que
ella recibe una doble ración antes de servirte tú la primera», y la pone en
práctica: juegos eróticos en la bañera, risas, «caricias por todas las partes del
cuerpo de la mujer» y manos entrelazadas antes y después. Casi a cualquier
hora del día o de la noche hay un coche junto al portal de Luke con alguna
mujer que le lleva montones de «obsequios de comida» y confía en poder
verlo a solas. «Son mujeres inteligentes —añade— y lo mejor es ver cómo
sonríen mientras ponen en marcha el coche y me dicen adiós con la mano.»
Luke sería la última persona que reconocería, como hacen algunos
materialistas científicos, que el amor puede reducirse a «la parte física»,2 a
una tormenta neuroquímica perfecta. «Es necesario poseer cierta profundidad
—advierte—, o la burbuja explota muy rápido.» Las grandes armas de
seducción son en un 90 por ciento psicológicas. A pesar de todo, los encantos
físicos excitan muchísimo, sobre todo a las mujeres, cuyos sentidos están más
afinados y son más agudos que los de los hombres.
Los seductores son artistas en este terreno. Igual que Luke, evitan los
trucos masculinos más manidos y añaden imaginación, originalidad y estilo a
la seducción de los sentidos. Es posible que no sean tan radicales como Luke
en sus artes amatorias, pero son capaces de trasformar por alquimia los
encantos sensoriales en deseo trascendente, un arrebato que transporta a otra
dimensión.
Aspecto
Fuerza inmanente de la seducción […] el juego puro de las apariencias.
JEAN BAUDRILLARD, De la seducción3
Es un festín para los ojos femeninos. Aunque delgado para los estándares
darwinistas y carente de una mandíbula angulosa y «masculina», la
superestrella del cine Johnny Depp es un ídolo de las mujeres. Votaron que
era el hombre más guapo de Estados Unidos en 2010 y el famoso con el que
preferirían acostarse en 2009. Dos veces elegido «Hombre vivo más sexy»
por la revista People, no tiene el aspecto que uno espera: camiseta, pantalones
cortos anchos y músculos de acero.4
En lugar de eso, Depp se pone ornamentos para conseguir el mayor
impacto erótico. Recupera la nostalgia del plumaje masculino, embellece su
cuerpo con tatuajes y conjuntos capaces de detener el tráfico: sombreros de
fieltro, gafas de sol azules, pulseras, anillos, camisas superpuestas con
abalorios, cadenas y pañuelos al cuello. Una fan reconoce: «Me encaaaaanta
cómo viste». Es su propio estilista y diseña el vestuario de sus películas,
como cuando interpretó al pirata Jack Sparrow en Piratas del Caribe, vestido
de lentejuelas, con las puntas del fajín ondeando al viento, su tricornio
ladeado y las botas altas.5 Su atuendo, dicen los críticos, es «misterioso
(siempre) y mágico».6 Otra actriz del reparto, Missi Pyle, dijo que la primera
vez que lo vio en el plató, «se montó una fiesta dentro» de ella; y otra, Leelee
Sobieski, dijo: «En persona es tan atractivo como la gente cree».7
Belleza corporal
Era un hombre guapo de ojos marrones.
CHUCK BERRY8
Los seductores no tienen por qué ser guapos; algunos son tan feos que hacen
daño a la vista, como el general ruso tuerto Potemkín, que estaba
«desproporcionado», o el desagradable Jean-Paul Sartre. De todas formas, la
belleza tiene su importancia.9 A pesar de los mitos, es posible que a las
mujeres les atraigan los estímulos visuales tanto como a los hombres.10
Tienen un sentido de la vista más aguzado que los hombres, y las pupilas y el
cuello del útero se les dilatan cuando ven a un hombre atractivo.11 Si las
someten a un detector de mentiras, se advierte que eligen a los hombres
guapos con independencia del resto de los factores.12
La belleza tiene que ser proporcionada: estatura media, proporciones
agradables (una relación entre cintura y anchura de hombros de un 60 por
ciento) y facciones simétricas, para que el lado izquierdo y el derecho sean
iguales.13 Un héroe romántico, recomienda el editor de la colección
Harlequin, debería ser «increíblemente guapo», con una constitución robusta
y un «buen bate».14 Tal como descubrió Nancy Friday, «las mujeres sí
miran», aunque sea de reojo, y analizan la cara y el físico.15
Moda y peinado
Las mayores provocaciones para la lujuria son las del atuendo.
ROBERT BURTON,
Anatomía de la melancolía16
A pesar del dicho, el hábito sí hace al monje y es capaz de transformar a un
hombre. Hace tiempo que los psicólogos afirman que es posible convertir a
un sapo en príncipe con un simple cambio de look. Si cogemos a un hombre
del montón, lo peinamos y vestimos con traje de raya diplomática y un Rolex,
casi todas las mujeres lo elegirán antes que a un modelo con el uniforme de
una cadena de comida rápida. Esto indica que lo más eficaz con las mujeres
son los trajes oscuros y serios de triunfador, que denotan solvencia, poder y
estatus social.17
Pero no es obligatorio que sea así. El pavo real macho reprimido tiene una
manera perversa de irrumpir en el statu quo de la franela gris y desplegar su
ancestral reclamo ante la libido femenina. Los seductores son marcadores de
tendencias; destacan para despertar la imaginación sexual. Conscientes del
sentido del olfato más agudizado en las mujeres y de la importancia erótica
que ellas dan al olor corporal (requisito número uno a la hora de elegir
pareja), los cautivadores prestan atención a la fragancia. Y se visten de
manera sensual, para lucirse.18
El embellecimiento masculino está demasiado arraigado en la historia de la
humanidad para suprimirlo así como así. Según cuentan los antropólogos,
nuestros antepasados de la Edad de Piedra «se adornaban más que vestirse».
Se ha hallado un macho alfa del año 25000 a.C. con una pelliza adornada con
casi tres mil abalorios, un sombrero con incrustaciones de dientes de zorro y
veinticinco pulseras de marfil. Los reyes sumerios se engalanaban para el
sexo. En las celebraciones de la fertilidad, se presentaban con faldas de piel
de borreguillo con penachos de plumas y adornos perfumados para la cabeza,
con joyas engarzadas.19 En muchas culturas a lo largo de la historia, «los
hombres se adornan más que las mujeres» para atraer a una pareja.20
Las primeras deidades de la sexualidad eran especímenes masculinos
resplandecientes. El dios hindú Shiva llevaba un taparrabos de piel de tigre,
un peinado cónico con trenzas y una serpiente enroscada alrededor del cuello
teñido de azul. En la moda empleada por los dioses, cada adorno reflejaba
uno de sus atributos cósmicos. Dioniso también adoptó una vestimenta
simbólica y añadió otro aspecto a eros: la ambigüedad sexual. Cubierto de
tótems fálicos, lucía vestidos femeninos y capas, y se peinaba la larga melena
como una mujer.
Los casanovas imaginarios se visten para matar. Antes de que Odiseo
conquiste a la princesa Nausicaa y después a su esposa, la diosa Atenea lo
arrastra hasta el cuarto de baño. El ama de llaves, Eurínoma, lo baña y Atenea
lo unge con aceite, lo viste con una túnica entallada y le arregla el pelo para
que los rizos le caigan sobre los hombros «cual flor de jacinto».21 Es posible
que Emma Bovary no se hubiera enamorado nunca si no hubiese visto a
Rodolphe desde la ventana, arropado con un abrigo de terciopelo verde y
unos guantes amarillos. Cuando el mujeriego Bobby Tom Denton entra en
escena en la novela romántica Heaven, Texas, va como un pincel: recién
duchado, afeitado y enfundado en unos vaqueros ajustados, camisa de seda y
botas de vaquero de color morado.
Los grandes amantes alimentan su sentido de la moda y el gusto.
Casanova, aficionado a la sastrería y el diseño de moda, despertaba miradas
allá donde iba. Ataviado con trajes de tafetán y terciopelo ribeteado de raso,
siempre olía a «perfumes secretos que controlaban el amor» y lucía relojes de
oro, medallones y anillos en todos los dedos.22
Lord Byron, el romántico de la época de Regencia, era poeta tanto del
atuendo como del verso, y preparaba sus conjuntos con sumo esmero para
lograr efectos evocadores y transmitir numerosos mensajes. Con sus rizos
rojizos cuidadosamente despeinados, vestía pantalones bombachos blancos
(en lugar de pantalones estrechos negros) y camisas bordadas adornadas con
cadenas y «accesorios de aventurero».23 Desprendía una elegante
sensualidad: el misterio del extranjero, combinado con señales difusas en
cuanto a género y clase social. Las mujeres se derretían ante la ambigua
«originalidad salvaje» de su mirada.24
En el ámbito militar está arraigada la costumbre del adorno corporal, que
muchos seductores aprovecharon para la seducción, desde sir Walter Raleigh,
con sus plumas e incrustaciones de perlas, hasta Gabriele D’Annunzio, con su
vestimenta casi teatral durante la Primera Guerra Mundial. Uno de los
grandes comandantes de la Antigüedad, Julio César, era tanto un dandi
flagrante como un famoso mujeriego.
César, hombre de facciones anodinas, con el pelo repeinado y la cara
demasiado llena, compensaba sus carencias con un buen armario que hacía
destacar su glamur y singularidad. En lugar de ponerse la habitual túnica de
senador de manga corta, se pavoneaba con un hábito largo, adornado con un
cinturón suelto y con las mangas fruncidas que le llegaban hasta las muñecas.
Siempre se perfumaba y se ponía aceites esenciales, apuraba al máximo
cuando se afeitaba…, incluso en las partes pudendas. Todo lo relacionado
con él anunciaba la excepcionalidad y la mística erótica de César, incluido un
punto andrógino.25
Los hombres imitaban su aspecto y las mujeres pululaban a su alrededor.
Sus aventuras amorosas fueron abundantes y sonadas, y a menudo con
avispadas mujeres casadas de la aristocracia. Durante las guerras galas, los
soldados entonaban esta cancioncilla mientras marchaban: «¡Romanos,
encerrad a vuestras mujeres!». Los idilios continuaron a lo largo de sus tres
matrimonios y culminaron en el más famoso: con Cleopatra.26
Durante los cuatro años que pasó con él (tres en Roma), la reina de Egipto
ejerció una gran influencia en César, tal vez incluso en lo referente al talento
de Cleopatra para los disfraces elaborados. Mientras era su amante, César
hizo una entrada triunfal en la fiesta de la fertilidad Lupercalia. Apareció
disfrazado igual que Cleopatra cuando hacía uno de sus histriónicos
despliegues: ataviado con una corona dorada, la túnica morada de un general
conquistador y las botas altas de color rojo de los reyes legendarios de Italia,
a través de quienes decía estar emparentado con la propia Venus. Sus rivales
vieron la amenaza del despotismo en esos ropajes y lo asesinaron ese mismo
año, en 44 a.C.27
Es posible que la vestimenta masculina haya entrado en una nueva era.
Cada vez más hombres «superan la ropa deportiva» y se someten a la cirugía
estética, se perfuman y se maquillan los ojos. Incluso siguen los pasos de
metrosexuales como el famoso futbolista David Beckham con sus sarongs y
sus uñas de los pies pintadas.28 Bill Cunningham, crítico de moda de New
York Times, augura que es posible que veamos el «regreso del pavo real» en
el futuro, hombres que se convierten en «los objetos sexuales y referentes de
moda para las mujeres».29
Escenario
Ubicación, ubicación, ubicación.
Lema del sector inmobiliario
Semanas antes de casarse con un abogado de prestigio, Allie Nelson, la
protagonista de El cuaderno de Noah, de Nicholas Sparks, ve la fotografía de
la casa de un ex novio y no puede aguantarse. Coge el coche y se desplaza
hasta un pueblo perdido de Carolina del Norte, donde la fuerza del lugar la
sobrecoge. El paisaje de la llanura evoca una «avalancha de sensaciones» y,
una vez que pisa el porche de Noah, el escenario obra la magia y la devuelve
a sus brazos.30 Noah le sirve cangrejos sazonados en su acogedora cocina y
al día siguiente la lleva a un lago secreto, donde los sorprende una tormenta.
Se secan delante del fuego y resisten hasta que ya no pueden resistirse más.
Allie le desabrocha la camisa y se olvida de todo lo demás, su futuro
matrimonio con el abogado y la vida respetable en Raleigh.
Los seductores son poetas de lo que Roland Barthes llama «el espacio
amoroso».31 Huyen de los clichés (románticas habitaciones de hotel con
colchas de pétalos de rosa) y buscan la sorpresa, el arrebato sensual. «La
pasión —escribe el crítico Jeff Turrentine— se cataliza por la fuerza de
atracción erótica del lugar», emplazamientos como un estudio lleno de
detallitos en la parte alta de Londres con una cama oculta en la pared, o un
banco perdido en un laberinto de vegetación, o un castillo «de otro mundo»
con sorpresas de alta tecnología.32 El amor pasional nos arranca de lo
mundano para introducirnos en otro lugar, mágico y exaltado, y la ubicación
física (con un toque de ingenio) puede ayudarnos a entrar en el juego.33
A ambos sexos les influye eróticamente el espacio, pero las mujeres son
más sensibles a la ubicación concreta. El biólogo Richard Dawkins lo
atribuye a una estrategia de «felicidad doméstica»,34 por la que las hembras
de nuestros ancestros buscaban nidos seguros y solvencia por parte de sus
parejas sexuales. De todas formas, es posible que las mujeres también
buscaran algo de encanto. Geoffrey Miller considera que, además de solidez,
buscaban belleza, y animaban a los hombres a adornar los hogares, «ya
fueran cuevas, cabañas o palacios».35 El embellecimiento o «preparación» de
un lugar para potenciar la seducción puede resultar inquietantemente
eficaz.36 La psiquiatra Cynthia Watson habla de una paciente que acompañó
a un hombre poco atractivo a su apartamento, donde el elegante «entorno
cargado de energía positiva» hizo que lo viera con nuevos ojos; al final de la
velada la tenía en el bote.37
El oscuro poder erótico del escenario también puede provenir del
inconsciente colectivo. Es posible que retengamos los recuerdos espaciales
como algo sagrado y anhelemos el momento de la historia en el que las
criptas eran santuarios rebosantes de imágenes eróticas y del mysterium
tremendum de la pasión divina. En Sumeria, en 4000 a.C., el rey y las
sacerdotisas llevaban a cabo su cópula ritual en el sanctasanctórum del
zigurat, y los acólitos de Dioniso copulaban todos los años en un santuario
secreto, la «Casa del Toro».38 Los personajes mitológicos Adonis y Psique se
desposaron en un templo del amor en los Alpes, rodeados de tesoros únicos, y
concibieron con «la picardía de un dios».39
Desde que el mundo es mundo, las mujeres se han sentido extasiadas por
los entornos afrodisíacos. En El paraíso perdido, Eva se acuesta con Adán en
una «gozosa enramada» delimitada por fragantes rosas, jazmines e «iris de
todo matiz».40 Y Emma Bovary cede ante Léon en una ostentosa habitación
de hotel iluminada con la tenue luz que «parecía muy a propósito para las
intimidades de la pasión».41 Las heroínas románticas tienen sensores del
amor vinculados al emplazamiento y se fijan en los detalles igual que los
empleados del sector inmobiliario. Cuando Ann Verlaine ve por primera vez
el dormitorio de Christy Morrell en Lealtades enfrentadas, de Patricia
Gaffney, cataloga los elementos (accesorios bonitos, empapelado con relieve
de terciopelo y pañitos de ganchillo) y se pregunta: «¿Cuál era el motivo por
el que no iba a casarse con él?».42
Gabriele D’Annunzio era un «decorador de interiores nato»43 que recurría
a la poesía, la mitología y el teatro para decorar sus aposentos y creía que «el
amor no era nada sin el escenario».44 Cuando le preguntaban por qué nunca
iba «a casa de ellas», respondía: «¿Y sacrificar mi posición privilegiada de
hechicero, rodeado de mis filtros y encantamientos?».45
Sus dependencias estaban calculadas para embriagar y elevar los sentidos.
Los nardos perfumaban las habitaciones, las cortinas velaban la luz y la
decoración era la del palacio yinn de la última época: cojines de terciopelo,
misteriosos objetos decorativos y una alcoba con brocados rojos en la que
había quimonos de seda y una cama de hierro forjado. Más adelante aumentó
el dramatismo del entorno para provocar y «transmitir la excitación», la
fuerza erótica del miedo. En el lago de Garda construyó una mansión
diseñada para irritar incluso a sus amigas más atrevidas: laberintos de salones
claustrofóbicos, almohadas acolchadas con pelo de otras amantes, lúgubres
reliquias de guerra y una «habitación del leproso» iluminada por una lámpara
de aceite.46
D’Annunzio utilizaba otro potente hechizo escénico: la naturaleza. La
bailarina Isadora Duncan recordaba una cita con él en el bosque que (tal vez
evocando los ritos dionisíacos en el bosque) elevó su espíritu «desde esta
tierra hasta la región celestial».47 D. H. Lawrence, conocedor de los ritos
sexuales, hace que lady Chatterley experimente su despertar erótico con
Mellors en el bosque, donde todo lo demás está «vivo y quieto».48
Uno de los arquitectos y seductores más notables de Estados Unidos
emplea la carga erótica de la naturaleza con unos fines amorosos
espectaculares. Hombre menudo y delicado sin belleza ni dinero, Frank
Lloyd Wright se casó tres veces y tuvo numerosas aventuras amorosas. Las
mujeres lo consideraban irresistiblemente atractivo y ninguna de ellas, según
su biógrafo, «quería separarse de él».49
Aunque se mostraba galante y encantador, su principal atractivo era su
ingenio revolucionario. Para invocar el carácter sobrenatural del escenario,
introducía en el hogar el mundo natural. Una de sus propuestas
arquitectónicas más innovadoras fue una habitación abierta al exterior para
que pareciera una «capilla en medio del bosque».50
Sus clientas, al ver los lugares «tan artísticos y encantadores», se sentían
embelesadas…, a menudo también con el creador.51 Mamah Cheney, una
culta mujer de Chicago, fue un paso más allá y abandonó a su marido y a sus
hijos para fugarse a Europa con Wright (que entonces estaba casado y tenía
seis hijos). Regresaron un año después y el arquitecto construyó un santuario
para Cheney de doscientos acres en un bosque de Wisconsin llamado
Taliesin, en honor del bardo y dios celta de la fertilidad.52
Tres años más tarde, un sirviente enloquecido quemó Taliesin hasta los
cimientos y en el incendio murieron Cheney, sus dos hijos y cuatro
trabajadores. Entonces, las mujeres se volcaron en masa para consolar a
Wright. Miriam Noel, una esteta glamurosa con monóculo, lideraba el grupo.
Aunque al principio Wright le pareció «poco atractivo», la mujer cambió de
opinión cuando vio una de sus mansiones: «tan preciosa como un palacio de
Bagdad en miniatura».53 Se casaron y durante los siete años que siguieron la
mujer se dedicó alternativamente a «besarle los pies» y a desear arrancarle los
ojos por culpa de los ataques de celos, hasta que se divorciaron en 1928.54
Wright se casó una tercera vez con una joven mujer rusa que se dedicó en
cuerpo y alma a su «amo» y su visión arquitectónica durante el resto de la
longeva vida de Wright.55
La ubicación no lo es todo; una verdadera historia de amor no necesita un
«refugio» de diseño ni un «lago azul». Algunos seductores, como Jimi
Hendrix, Warren Beatty y Picasso, se movían por lugares notoriamente
insalubres en sus tiempos mozos. El estudio de Picasso en Bateau-Lavoir, en
el barrio de Montmartre de París, era un tugurio enano y sin agua caliente,
con basura y tubos de pintura empezados por todas partes. Un auténtico
cautivador es capaz de dar la talla en cualquier escenario…, sean cuales sean
los adornos.56
De todas formas, como dicen los antropólogos, «el espacio cuenta». Y para
lograr un potencial erótico no es preciso que siga fórmulas fijas: grandes
despliegues de opulencia o escapadas románticas en mansiones a la orilla del
mar con bañeras de piedra pulida. En lugar de eso, para que un escenario
seduzca debe ser obra de un artista de la ambientación: un refugio con
encanto diseñado para enamorar a la mujer y hacer temblar las paredes.57
Música
La voz dulce y la música son dos armas poderosas para hechizar.
ROBERT BURTON,
Anatomía de la melancolía58
A finales de la década de 1950, una localidad turística de Massachusetts tenía
la envidiada reputación de ser un refugio seguro para los adolescentes;
navegaban, bailaban al son de la banda clásica de Lester Lanin y se divertían
de forma sana. Las madres solían decir (con razón) que en The Point no había
sexo. Bueno, hasta que apareció Bordy. Recién llegado a la Universidad de
Harvard, a este pariente pobre de una familia de rancio abolengo le habían
ofrecido pasar el verano en una cabaña de pescadores en la playa privada de
uno de sus primos. Llegó en una Vespa, vestido con sandalias y vaqueros, el
pelo revuelto y cara infantil, y casi como una maldición, con una guitarra a la
espalda.
De repente empezaron a organizarse fiestas en la playa, en las que Bordy
tocaba melodías con su Gibson y animaba al grupo con su «Bye Bye Love»
cantada con voz de barítono. Las chicas buenas se arracimaban a su alrededor
y empezaron a dejar de ser buenas revolcándose con él detrás de las dunas. El
club náutico perdió interés. Lo que se llevaba ahora era seguir la estela de
Bordy, escuchar sus versiones improvisadas de «Crawlin’ King Snake», y
«hacerlo» por primera vez. No aguantó allí ni quince días. Un celoso
estudiante de último año de la escuela de miss Porter metió cizaña y
mandaron a Bordy a Cape para que continuara seduciendo con la guitarra en
otra parte.
No hay nada que logre apoderarse de la mente y encender la libido como la
música. Es «la más extática de las artes» e inseparable del amor y el sexo.59
Aunque un seductor puede arreglárselas sin saber música, con eso renuncia a
un afrodisíaco fabuloso. Las mujeres tienen un oído más afinado y agudo que
los hombres: un oído más sutil para los tonos más altos y para los matices
auditivos. Además, las han deleitado con serenatas a la luz de la luna desde
los albores de la humanidad.60 Según diversos estudios, las mujeres
consideran a los hombres más atractivos después de escuchar baladas de
rock.61 La música «es alimento de amor»: un entrante aderezado con intensos
elixires.62
El autor del Kama Sutra hindú, del siglo IV, insistía en el tema. «Hace falta
experiencia —adoctrinaba— para conseguir que la música alcance el centro
de la sexualidad femenina.»63 Por ese motivo, los hombres deben prepararse
para tal fin: aprender a cantar, tocar instrumentos de cuerda y percusión, y
dominar la «ciencia de los sonidos».64 Un califa medieval se alarmó tanto al
ver la debilidad de las mujeres por la música que intentó prohibirla en su país,
pues disipaba el «autocontrol», incitaba a la lujuria y conducía a «prácticas
inadmisibles».65
Todavía no se sabe a ciencia cierta por qué la música nos provoca un
torbellino erótico semejante. Una melodía o una cadencia, por ejemplo, puede
«hacernos vibrar» «hasta la médula», «nos pone la piel de gallina»66 y nos
deja «casi indefensos».67 Una explicación es la capacidad de la música para
expresar la inexpresable vida emocional; otra explicación es que involucra a
todo el cerebro y golpea directamente los nódulos límbicos, lugar donde se
experimenta el sexo y al que afectan las dosis de cocaína.68
Darwin propuso una respuesta evolutiva; la música, conjeturó, se originó
para conquistar al sexo opuesto. Las llamadas melodiosas de los machos
abundan en el reino animal; las ballenas macho cantan a las hembras desde
grandes distancias, las ranas croan, los gatos ronronean, los grillos cantan y
las moscas de la fruta baten las alas para hacerlas vibrar como si rascaran una
botella.69 De forma parecida, los hombres del Pleistoceno seguían la misma
estrategia de cortejo y montaban jaleo con tambores, silbatos y palos para
seducir a las mujeres.70
La fuerza erótica de la música también podría derivar de lo sagrado. En los
ritos ancestrales, los creyentes canalizaban la energía sexual cósmica a través
de conciertos de flautas de hueso, carracas, tam-tams y cuernos. Si aceptamos
que somos aleaciones de nuestro pasado remoto, es posible que sigamos
oyendo los ecos subliminales de las flautas y tambores de los dioses sexuales:
la flauta de Krishna que sedujo a novecientas mil vaqueras, o el aulos de caza
y la pandereta de Dioniso. Orfeo, encarnación de Dioniso, encantaba a las
piedras, a las bestias y a la bella Eurídice con las cuerdas de su lira.71
El encantamiento persiste. Ormus Cama, el Orfeo de Salman Rushdie en El
suelo bajo sus pies, vuelve locas a las mujeres y hace que las aceras
serpenteen gracias a su música. Una fuerza «diabólica» de la ópera lleva a la
libretista de Doris Lessing en De nuevo, el amor a sentir pasión por dos
hombres, a uno de los cuales dobla la edad.72 Y la «Sonata a Kreutzer» del
relato de Tolstói embelesa a una mujer hasta tal punto cuando la toca con su
profesor de violín que su marido la mata en un ataque de celos.
La música puede provocar el mismo éxtasis cuando es dulce; un ritmo
lento y constante, como un latido, es increíblemente seductor.73 La Bestia del
cuento seduce a la Bella con suaves melodías durante la cena, y Nicholas
encandila a la esposa del molinero rico en Cuentos de Canterbury al tocar un
dulce «Ángelus» con el arpa. El largo blues al piano interpretado por Tea
Cake atrae a Janie a sus brazos en Sus ojos miraban a Dios. Lo hagan como
lo hagan (ya sea con música apacible o con tempestuosos ritmos que aceleran
las pulsaciones), los seductores hechizan a las mujeres a través del oído;
incluso hay una novela romántica que va acompañada con un CD con
canciones del «galán».
Los amantes siempre han sido conscientes de los efectos que la música
provoca en las mujeres. Durante la época dorada del amor cortés y a lo largo
del Renacimiento, se esperaba que los hombres fueran músicos expertos para
así ganarse el corazón de la dama. Saber tocar un instrumento, el que sea (el
violín como Casanova o el saxo como Bill Clinton) es una baza estupenda a
la hora de enamorar. Cuando Warren Beatty era un actor menor con acné, se
ganó la admiración de la belleza de Hollywood Joan Collins al improvisar
sentado al piano de media cola en una fiesta.74
Franz Liszt fue uno de los grandes músicos seductores, pianista y
compositor que desencadenó una «Lisztmanía» en Europa a lo largo del siglo
XIX. En sus conciertos, este showman virtuoso tocaba con una pasión tan
arrebatadora que las mujeres se desmelenaban. «Temblando como frágiles
alondras» se agolpaban junto a él, se peleaban por las mondas de las naranjas
que tiraba, se metían las colillas de sus cigarros en el escote y lo avasallaban
con cartas de amor.75 Liszt tenía demasiado buen corazón para decirles que
no, así que fue coleccionando amantes. Dos de ellas llegaron a abandonar a
sus maridos por él y le perdonaron sus numerosos deslices. Cuando
envejeció, las mujeres seguían «locas de atar por él», y en dos ocasiones lo
amenazaron con un revólver cargado para que les otorgara sus favores.76
Su equivalente más parecido en el siglo XX fue el director de orquesta
Leopold Stokowski. Alto, rubio y tan guapo como un vikingo salido de un
casting, Stoki combinaba unas dotes musicales impresionantes con un tórrido
atractivo sexual. No parecía que los hados fueran a sonreírle cuando llegó a
Nueva York en 1905 en calidad de organista pobre de la iglesia de Saint
Bartholomew, después de apenas cuatro años de formación en el
Conservatorio Real de Música de Londres. Solo tenía tres cosas a su favor:
un talento enorme, una forma de tocar virtuosa y dramática, y mucha
facilidad con las mujeres.
Al cabo de un año, había conquistado a la famosa pianista de orquesta
Olga Samaroff, que se casó con Stokowski y renunció a su carrera musical
para potenciar la de él. Con el tiempo se convirtió en director de la Orquesta
Sinfónica de Cincinnati y de la Orquesta de Filadelfia…, además de en un
seductor de primera categoría. Sus caprichos eran tan numerosos que el
Conservatorio Curtis de Música (donde daba clases a tiempo parcial) recibió
el nombre de «Conservatorio Coitus». Al final su esposa lo abandonó. A esas
alturas ya era la estrella del mundo de la música, toda una celebridad
conocida por sus innovaciones iconoclastas, como dirigir la orquesta sin
batuta y realizar finales fortissimos, que eran comparados con «orgasmos de
veintidós minutos».77
Su vida amorosa fue de la mano de la vida musical. A los cuarenta y cuatro
años convenció a una debutante de diecinueve para que entrara en un
matrimonio abierto con la poco convencional Evangeline Johnson, aviadora,
espiritualista y heredera de la fortuna de Johnson & Johnson. Convencida de
que Stoki necesitaba aventuras amorosas para alentar su música, su esposa
hizo la vista gorda durante once años. Entonces llegó la diva de la pantalla
Greta Garbo, que vio cómo Stokowski dirigía la orquesta y se quedó
electrificada.78 Su romance, al que se dio bombo y platillo, fue demasiado
incluso para Evangeline, que se divorció de él en 1937. Su tercer matrimonio
con Gloria Vanderbilt duró diecisiete años, tras los cuales se fue a vivir a
Inglaterra en compañía de dos sirvientas del Conservatorio Coitus. Allí
continuó, «glamuroso hasta el final», enamorando a las mujeres y creando
una música espectacular hasta que murió, a los noventa y cinco años de
edad.79
Hay otras formas de crear música espectacular. Cuando canta, la voz
masculina puede ser tan seductora como una orquesta en pleno despliegue
wagneriano. El significado etimológico de «encantar» (incantare) es hechizar
a través del canto. En la antigua Roma una joven patricia escuchó cantar a un
pretendiente y perdió el norte: «Me derrito», le confesó a su hermana. «¡Ay,
qué dulce es su canto! Me muero por él.»80 Maggie Tulliver, de la novela El
molino del Floss, de George Eliot, se ve sobrecogida por el «poder
inexorable» de la «elegante voz de bajo» de un galán y no logra recuperarse
nunca.81
Frank Sinatra, rey de la canción y seductor de primera categoría, habría
quedado descartado en términos darwinistas. Escuálido y con orejas de
soplillo, con un seseo al hablar y procedente del provinciano Hoboken,
Sinatra empezó su carrera de cantante con una retahíla de fracasos laborales y
la cartera vacía. No obstante, en cuanto se levantó y cantó en los primeros
antros, «la muchedumbre se abalanzó sobre él».82 «No era el mejor cantante
del mundo»,83 pero tenía «una voz sexual»84 (un lirismo exuberante aunque
íntimo) y se acercaba al micrófono «como a una chica que espera un beso».85
Volvía locas a las mujeres. Le quitaban el pañuelo, suplicaban al barbero
que les diera mechones de su pelo, se sacaban el sujetador para que les
firmara en él un autógrafo, incluso se ponían delante de su coche. Si bien era
un hombre difícil en todos los sentidos (sujeto a cambios de humor, arrebatos
de ira y desplantes caprichosos), era el rey del amor. Para seducir a una
mujer, se reclinaba en la silla, la miraba con ojos encendidos y cantaba: «I’ve
Got a Crush on You».86 Tanto Lauren Bacall como Sophia Loren y Marlene
Dietrich lo adoraban. La segunda de sus cuatro esposas, Ava Gardner, se
mostraba de lo más efusiva: «¡Dios!, era pura magia. Y ¡sí! Con él pasaban
cosas tremendas».87
Los amantes inteligentes cubren a sus novias y esposas con el sonoro
bálsamo de la melodía y la canción sensual. «Canta —exhortaba Ovidio—, si
tienes voz.»88 Y el cartel de una tienda de música de Saint Thomas dice: «Da
igual lo feo que seas, si tocas la guitarra, tendrás éxito con las mujeres».
Robert Burton, el experto en amatoria isabelino, escribió: «El amor enseña
música».89
Vudú cinético:
lenguaje corporal y baile
Tienes que dejar que tu cuerpo hable.
DADDY DJ90
Jack Harris, psicólogo y auténtico seductor, no se limita a entrar en una
habitación; relumbra. Se sienta en el sofá, cruza una pierna por debajo del
cuerpo, extiende un brazo por encima del respaldo y te atrapa con la mirada.
Cuando rememora su vida amorosa, apunta: «Digamos que todo estalló a los
treinta, ¿y quiere saber dónde estaba el secreto? En el baile». Según dice, fue
por casualidad. Durante una estancia como docente en San Antonio, entró en
un bar y descubrió el tejano, el baile por parejas del sur de Texas en el que se
dan giros muy complicados y pasos rapidísimos. Una de sus alumnas se
ofreció a enseñarle. «Fue asombroso —recuerda—. Cuando uno se pone a
bailar, es como si encendiera una bombilla. Si eres buen bailarín (y yo soy
buen bailarín) las mujeres quieren bailar contigo y de ahí nace la atracción.»
Lenguaje corporal
Los movimientos corporales pueden atraer a la vista casi tanto como las proporciones
corporales.
THEODOOR HENDRIK VAN DE VELDE,
El matrimonio ideal 91
Los seductores son chamanes cinéticos, maestros del movimiento corporal y
(a menudo) del baile. «Además del lenguaje hablado —proclama el Kama
Sutra—, también existe el lenguaje de las partes del cuerpo.»92 Los mejores
amantes dominan ese lenguaje. Y hacen bien en practicarlo: las mujeres
tienen una mayor capacidad para descifrar los gestos, las posturas y las
expresiones faciales, y los psicólogos calculan que entre el 50 y el 90 por
ciento de nuestra comunicación, sobre todo en las relaciones románticas, es
no verbal.93 Ovidio sabía lo que decía cuando advertía a sus aprendices:
«Muchas veces un rostro silencioso posee su propia voz y sus palabras».94
Nuestro rostro es el que más habla. Durante los tres o cuatro primeros
segundos que una mujer ve a un hombre, lo somete a un escáner facial, y
dedica el 75 por ciento del tiempo a contemplar la boca y los ojos.95 Al cabo
de cinco minutos ya le ha tomado la medida. Y el hombre lo lleva crudo si
pone cara de póquer y congela la expresión. A las mujeres les gustan las
facciones plásticas, expresivas y vibrantes.96
Los ojos son artillería pesada. «La seducción de los ojos. La más
inmediata, la más pura», dice Baudrillard.97 En las culturas ancestrales como
la Grecia antigua se creía que poseían poderes ocultos y eran capaces de
contagiar a los incautos con el bacillus eroticus, que flotaba en el ambiente.
Kama, el dios hindú del amor, dirigía su mirada a las víctimas, que se
derretían de deseo, mientras que Dioniso irradiaba la luz de Afrodita por los
ojos.98
Hay hombres que simplemente saben cómo mirar a una mujer. Crean una
«línea del deseo»: mantienen la mirada una fracción de segundo más de lo
habitual y centran la atención solo en la mujer, como si fuera la única persona
a la vista.99 Los gigantes del amor, como Alí Khan, el actor Richard Burton y
el cantante de reggae Bob Marley eran famosos por su «sexo visual».100 La
marca personal de lord Byron era su temida «mirada baja»: bajaba los
párpados ante una mujer como si sintiera un arrebato de excitación sexual.
No en vano las mujeres consideran que los ojos son su parte favorita de la
anatomía masculina.101
Al mismo tiempo, las mujeres observan la boca de los hombres con
«minuciosa atención».102 Si un hombre está interesado en ellas, sus labios se
separan ligeramente, se enrojecen y se hinchan. Las fans del siglo XIX amaban
los gruesos «labios color bermellón» de Alfred de Musset, y las lectoras de
novela romántica moderna exigen que se describa la boca del
protagonista.103 La boca de Dallas Beaudine parece la de «una puta de
doscientos dólares» en Una chica a la moda, y a la protagonista «le cuesta
respirar» cuando él sonríe.104
Una sonrisa dulce se gana a las mujeres. La auténtica «sonrisa de
Duchenne», en la que las mejillas se elevan, se muestran los dientes y los
ojos se entrecierran, es «un arma de cortejo muy poderosa».105 Brian, el
banquero de Nueva York, dice que sonríe de manera compulsiva. Insiste en
que su sonrisa despierta la atracción de forma instintiva y un reflejo de
devolver la sonrisa.106 Warren Beatty, igual que otros muchos donjuanes,
posee «la mejor sonrisa del mundo».107
Herbert Beerbohm Tree conseguía buena parte de su éxito romántico (y
profesional) gracias a su pericia con la expresión facial. Fundador de la Real
Academia de Artes Dramáticas de Su Majestad, fue una luminaria de la
Inglaterra eduardiana, tanto en calidad de director como de actor dramático,
además de como casanova de fama mundial. De joven se aprendió al dedillo
La expresión de las emociones de Darwin, y no tardó en hacerse un hueco en
el mundo del teatro gracias a la expresividad de sus interpretaciones. Los
seductores eran la especialidad de Tree.
Cuando se bajaba del escenario, practicaba lo que había interpretado. Tenía
una capacidad innata para fascinar y atraer a las mujeres. Aunque no era nada
guapo (un hombre alto y huesudo, pelirrojo y de piel macilenta), sus ojos eran
extraordinariamente «expresivos y atentos», y se decía que habían
«petrificado» a su esposa, la actriz Helen Maud Holt, y la habían convencido
para que se casara con él.108
Los empleaba para conseguir los mismos fines eróticos con sus amantes,
entre ellas damas influyentes y una segunda esposa secreta con la que tuvo
seis de sus diez hijos. Una enamorada dijo que la sedujo en un balneario solo
porque la miró como un «verdadero artista», con «profunda admiración».109
Vistos de cerca, ni siquiera los grandes artistas pueden fingir; las
microexpresiones involuntarias nos delatan. El amor de Tree por las mujeres
era genuino.110
En la seducción, el cuerpo entero entra en acción. Los gestos tienen que
sincronizarse y enviar el mismo mensaje. Cada movimiento de cortejo
(palmas abiertas, sutiles encogimientos de hombros, imitación de la postura
del otro, porte expresivo) tiene que acompañar el lenguaje amoroso de la
cara. Y para cautivar, debería hacerse con gracia y sentimiento. Tree también
era un maestro de ese arte y embelesaba a las mujeres gracias a sus
elocuentes manos, su paso «felino» y su porte regio.111
El macho animal en movimiento atrapa de forma primaria la libido
femenina, y la devuelve al pasado remoto en el que los hombres se paseaban
en un desfile de apareamiento para ganarse a las hembras. En distintos
estudios, las mujeres demuestran tener preferencias claras por la forma de
andar de un hombre: prefieren los pasos largos y ligeros, un leve balanceo del
cuerpo y un movimiento seguro de los brazos.112 Rhett Butler conquista a
Scarlett O’Hara con sus andares «de indio sigiloso»,113 y el joven oficial de
Un héroe de nuestro tiempo tiene una zancada «despreocupada y perezosa»
que cautiva a las mujeres más guapas de un centro vacacional del
Cáucaso.114 La escritora Katherine Mansfield recordaba que se había
enamorado de los andares de un desconocido: «Observé el movimiento
rítmico de principio a fin, la absoluta confianza en sí mismo, la belleza de su
cuerpo y [sentí] esa excitación que es eterna».115
Zsa Zsa Gabor aseguraba que a Porfirio Rubirosa le bastó pasearse con
andares «primitivos» por el Salón Persa del hotel Plaza para cautivarla con
sus «misteriosos saltitos» al andar. No fue casualidad. Rubi cultivaba el arte
del movimiento. Desde la adolescencia practicaba todos los deportes posibles
(boxeo, esgrima, natación y equitación) y se mantenía flexible gracias al
yoga.116
Baile
Y entonces bailó…
LORD BYRON, Don Juan117
Sin embargo, la verdadera baza de Rubirosa era el baile. Cuando le
preguntaban por su secreto con las mujeres, respondía: «Las llevo a bailar
muchas veces».118 Experto bailarín, dominaba el merengue, el twist y
cualquier estilo entre uno y otro. Enamoraba a todas sus amantes en la pista
de baile. Numerosos estudios demuestran que «los hombres que se mueven
mejor al bailar tienen el mayor atractivo sexual».119 Los investigadores
Cindy Meston y David Buss descubrieron que a menudo las mujeres se
acuestan con un hombre solo porque baila bien.120 En una encuesta realizada
a quinientas mujeres de entre veinticinco y sesenta años, valoraron la gracia
al bailar por encima del éxito económico o la potencia sexual como el rasgo
más deseable en un hombre.121
El baile forma parte intrínseca del ritual de apareamiento. La vida animal
es una sesión continua de alegres danzas de cortejo. Los somormujos macho
recrean un «ballet acuático» y ciertas especies, como los gamos y los
urogallos, se reúnen en grupos denominados leks, en los que compiten y
saltan, patalean y dan pasitos al compás para atraer a las hembras con las que
aparearse.
Havelock Ellis extrapoló esta práctica a los hombres prehistóricos y afirmó
que debían de comportarse de manera parecida, haciendo alarde de vigor y
gracia para obtener las mejores hembras.122 Los psicólogos evolutivos
corroboran este punto de vista y hablan de las competiciones por ser el más
ágil. Los hombres con pies danzarines, aseguran, salen vencedores porque
demuestran tener una mayor simetría, salud, fuerza, coordinación, velocidad
y (si son capaces de cambiar de pasos y estilos de baile) mayores niveles de
testosterona.123 Asimismo, transmiten un espíritu juguetón y creatividad
artística.124
De todas formas, hay algo más que lógica evolutiva en el deseo que sienten
las mujeres hacia un experto bailarín. Aunque la danza tenía diversos
objetivos, una función primordial era la de servir de afrodisíaco; los seres
humanos de la Prehistoria bailaban en los ritos de la fertilidad para atraer la
energía sexual divina. Al imitar el coito, canalizaban el eros cósmico y se
cubrían del sudor de la cópula.125
En la mitología, los dioses del sexo siempre bailan. Vishnú, el Adonis
hindú, saludaba a los postulantes con el Tandava, un baile en el que sacudía
la entrepierna, y Shiva, el dios del erotismo, bailaba con el pene en la mano y
reproducía nueve posturas: la base del baile hindú clásico. Dioniso, «señor de
las canciones de la noche», bailaba por el campo seguido de un séquito de
frenéticas ninfas y bacantes. Embriagó de tal forma a Ariadna con sus giros
que echó «atrás la cabeza, agitando la melena» y voló a sus brazos.126
Las culturas tradicionales presentan un amplio repertorio de bailes eróticos,
desde la cueca chilena hasta el friss húngaro, un «violento baile por parejas».
Los hombres de la tribu wodaabe, en Nigeria, ofrecen bailes que duran un día
entero para buscar novia. Adornados con pintura facial blanca y negra, se
mecen durante horas hasta que tres mujeres proclaman a los ganadores y les
dejan elegir pareja.127
Los seductores de ficción bailan el vals divinamente y conquistan a las
mujeres mientras bailan con ellas. Olga, en Eugene Onegin, de Alexander
Pushkin, pierde la cabeza por el mejor amigo de su prometido mientras bailan
una mazurca; y Ana Karenina se enamora de Vronski durante una cuadrilla.
Cuando Hardy Cates estrecha a Liberty Jones en sus brazos para bailar una
danza de dos pasos en las fiestas del pueblo en la novela Mi nombre es
Liberty, de Lisa Kleypas, Liberty se ve inundada por un deseo
«incontrolable»;128 y al salir de la pista del baile, lo sigue hasta un solar. Las
películas para adolescentes más famosas presentan «hombres encantadores
que saben mover las caderas», como el sensual bailarín Patrick Swayze de
Dirty Dancing.129
Casanova se tomaba muy en serio esta arte básica de seducción. Contrató
al fabuloso bailarín Marcel para que le enseñara el minuet, y practicó como
un profesional hasta saber bailar una furlana en tiempo de 6/8. En la misma
línea, en la Francia del siglo XVIII, el duque de Richelieu era «uno de los
mejores bailarines» de la corte, y una generación después, el filósofo y
donjuán Claude Helvétius actuó con el ballet de París.130
Mijaíl Baryshnikov, apodado Misha, era «el casanova ruso más famoso,
una estrella», en su faceta de bailarín y en la de homme fatal. A simple vista
no parecía el prototipo de primer bailarín, pues era demasiado bajo, fornido y
masculino para los estándares del ballet. Pero cuando realizaba uno de sus
saltos vertiginosos que desafiaban a la ley de la gravedad, desmontaba el
teatro… y a las mujeres.131 La bailarina Gelsey Kirkland consideraba que era
poca cosa (un «adolescente») hasta que pisó las tablas.132 Después de ver
cómo se movía, proclamó que era «el bailarín más fabuloso del planeta» y
«se enamoró de él en ese preciso instante».133
«El ejercicio físico no solo es una de las claves más
importantes para tener un cuerpo sano, es la base de una
actividad… intelectual dinámica y creativa.»
John F. Kennedy
El suyo no fue más que uno de sus muchos idilios amorosos. Entre sus
parejas románticas estuvo Isabella Rossellini, la prima donna Natalya
Makarova, Liza Minnelli y Jessica Lange. Lange y él vivieron seis años
juntos y tuvieron una hija, Shura. (Baryshnikov ha tenido tres hijos más con
Lisa Rinehart, su pareja desde hace tiempo.) Las mujeres que no se llevaba a
la cama soñaban con que lo hiciera. «Baryshnikov salta más alto que tu
corazón», lo alabó con sumo lirismo una crítica de espectáculos en The New
Yorker. «Te derrites en el terciopelo rojo», escribió la periodista, hasta que te
sientes «presa de un pasional amor imposible, como los decimonónicos».134
Aunque no tienen la culpa, muchos hombres presentan problemas de
coordinación. Es comprensible. La sociedad enseña a los hombres a camuflar
sus emociones, a hacerse los duros, y desprestigia las actividades «fifís»
como bailar. Los libros dirigidos a hombres con mayor difusión perpetúan el
problema, pues recomiendan la falta de expresividad y el lenguaje corporal
frío, con movimientos bruscos para la seducción. «Bailar con una mujer —
instruyen esos libros— no es el objetivo principal»;135 «la pista de baile no
es el hábitat natural del macho alfa».136
Si por «macho alfa» se entiende el rey del patio del colegio, tienen razón.
Pero embelesar a las mujeres es un arte de adultos, diseñado para hombres
animados con poesía corporal que se proclaman los príncipes de la pista de
baile. Como dicen los franceses: «El amor enseña a bailar incluso a los
asnos».137
Experiencia sexual
Echar un clavo con un buen martillo no es sexo; es carpintería.
The Secret Laughter of Women138
Wynn es la última persona que alguien elegiría en Match.com para una noche
de lujuria. Tiene sesenta y muchos, vive en un barrio serio y trabaja de
anticuario. Pero las mujeres suspiran por él. Queda conmigo en un bar de
moda de la parte alta de la ciudad; es más bien robusto, lleva una americana
de tweed y el pelo canoso repeinado con gomina. «Mire —me dice mientras
tomamos un martini—, no tengo dinero, ni poder, ni juventud ya, pero creo
que sé lo que quieren las mujeres. Y —me dedica una miradita desde sus
gafas de media luna— se me da de perlas.»
Repasa las virtudes habituales (buena conversación, ternura, cariño y
delicadeza, amor por las mujeres) antes de pasar al tema del sexo. Entonces
se explaya. «Lo que suelo hacer es preguntarle a la mujer: “Dime qué
quieres”.» Es un hombre serio y lo dice con convencimiento. «Establezco
lazos de unión durante la práctica sexual; el amor surge cuando tienes a una
pareja para la que nada supone un problema grave.»
Se pasó meses flirteando por correo electrónico con una profesora
universitaria de la Costa Oeste y no escatimó en palabras. En un momento
dado le preguntó: «¿Cómo llegas al orgasmo?». Poco después la mujer fue a
verlo a Nueva York, y parece que él había tomado nota de su respuesta. «No
depende de la pistola —me comenta—, sino del hombre que hay detrás.
Depende de lo que uno sepa hacer. A ver, yo tengo una lengua larga ¡con una
batidora en la punta!» No resulta sorprendente que la profesora pidiera un
traslado a Nueva York y se marchara a vivir allí.
La mujer supo reconocer lo que valía cuando lo tuvo delante. Cada vez hay
más mujeres cuya vida sexual no es como desearían. A pesar de la cultura
«avanzada» de la libertad sexual, a pesar de las guías ilustradas, la ayuda
terapéutica y los juguetes eróticos, un número importante de mujeres
experimenta problemas sexuales. En un estudio pionero realizado en 1999, el
43 por ciento de ellas reconocieron dificultades sexuales, como falta de deseo
o incapacidad para llegar al orgasmo.139 Una encuesta más reciente llevada a
cabo a lo largo de cinco años con mil mujeres, descubrió que el 50 por ciento
«tiene problemas para excitarse» y cuando mantienen relaciones sexuales,
suele ser por razones tan prosaicas como robarle la pareja a una amiga (53
por ciento) o mantener la paz en el hogar (84 por ciento).140 Según varias
encuestas realizadas en 2010, solo el 65 por ciento de las mujeres aseguraron
haber tenido un orgasmo en su relación más reciente, y dos tercios de las
mujeres casadas preferirían hacer cualquier otra cosa antes que el amor.141
Por supuesto, la sexualidad femenina es un terreno pantanoso. El cuerpo
femenino «parece» diseñado para experimentar un placer extraordinario: el
clítoris tiene ocho mil fibras nerviosas (el doble que el pene) y los orgasmos
son más fuertes y duran más que en el hombre, y además, pueden ser
múltiples.142 Pero la respuesta sexual de una mujer es caprichosa y frágil. Es
una «operación de todo el cerebro» que depende de un engranaje perfecto
entre la neocorteza racional y el hipotálamo pasional. Luego están los
elementos psíquicos que apagan la pasión, como el estrés, el miedo, la fatiga,
la concepción de una misma y los tabúes culturales. Para complicar las cosas
todavía más, es preciso que las mujeres se exciten antes (algunas veces se
requiere hasta media hora de juegos previos) y el botón del clítoris se
encuentra en el lugar equivocado, a cierta distancia de la zona de fricción
vaginal.143
En estas circunstancias tan complicadas, ¿qué debe hacer un hombre? Los
manuales de sexualidad clásicos dirigidos a hombres hacen hincapié en la
técnica: arte con la lengua, movimientos con los dedos, posición de pitón y
tácticas para retrasar la eyaculación.144 Los terapeutas añaden intimidad y
comunicación, y ponen énfasis en la importancia de los gustos personales.145
Los investigadores del «éxtasis» ponen el listón todavía más alto: para que
una mujer obtenga el placer óptimo, los hombres deben mostrar «empatía de
género» y avivar la libido femenina, de carácter narcisista, con alabanzas
apasionadas. Los seductores ponen en práctica todo esto y mucho más:
habilidad (adaptada a los gustos concretos de cada mujer), implicación
emocional, generosidad, piropos ardientes y orgasmos de calidad.146
Si los grandes amantes no existieran, se habrían inventado. Tal como
demuestran los estudios, hay muchísimas mujeres que dan importancia al
buen sexo.147 Sorprende que sean a menudo las mismas mujeres que ojean la
sección de novela romántica de la librería, el género literario más tórrido y
que más vende.148 El secreto de estas novelas siempre es una escena de sexo
explícito y un donjuán con sentimientos, experto en tocar en todos los puntos
que hay que tocar, y que garantiza unos orgasmos apoteósicos. Jack Travis,
en Buenas vibraciones, de Lisa Kleypas, le dice a la protagonista, después de
una retahíla de piropos: «[Quiero] hacer el amor contigo hasta que gimas y
grites y veas a Dios». Y cumple su palabra.149
En la Antigüedad, el sexo de este calibre era lo que medía a un hombre, en
el aspecto físico y en el espiritual. Dumuzi, el dios de la fertilidad sumerio del
año 3000 a.C., copuló con la diosa Inanna en una ceremonia nupcial sagrada
que culminó en una unión mística con el Todopoderoso. La epifanía dependía
del placer de Inanna. «Murmurándole palabras de amor», Dumuzi deleita con
un cunnilingus a Inanna cincuenta veces, acaricia sus muslos y su sexo «con
sus delicadas manos», la acaricia con ternura y «frota su vulva sagrada» hasta
que llega al orgasmo y grita: «Es [el dios] al que más ama mi vientre».150
Estas civilizaciones antiguas daban por supuesto que el sexo no podía
llegar a semejantes cimas si no era a través de la práctica y el estudio. El
arqueólogo Timothy Taylor calcula que alrededor de 5000 a.C., el coito se
había convertido en una disciplina espiritual,151 y Paul Friedrich, experto en
cultura clásica, describe con detalle las avanzadas artes amatorias en la
antigua Grecia.152 El Kama Sutra dedica cientos de páginas al estudio de la
sexualidad extática. Para pasar la inspección y obtener la «beatitud del ser»,
un hombre debe saber cómo crear el ambiente propicio para «relajar a la
mujer», además de realizar un elaborado preámbulo y dominar sesenta y
cuatro posiciones coitales.153 Si no lo logra, «si se burlan de él las mujeres en
el arte del amor», es «hombre muerto».154
Según Casanova, sus compañeras de lecho no se quejaban. Avanzado para
su tiempo, creía que el sexo no tenía sentido sin una comunicación intelectual
y sin la satisfacción de la mujer. Pedía una «completa armonía de la mente y
los sentidos»155 y recibía «cuatro quintas partes» de su gozo del placer de su
amante.156 En una época en la que primaba un funcional «mete y saca»,
descubrió el vínculo entre el clímax y el clítoris (que acababa de publicarse
en un manual sexual inglés de 1710) y una vez proporcionó a una de sus
amantes más de diez orgasmos en una sola noche.157
No obstante, la potencia física era solo uno de los elementos que influían
en su forma de hacer el amor in excelsis. Antes de acostarse con Henriette,
una aventurera francesa admirable, abonó el terreno psicológico. Le dijo que
nunca había «sentido tanta urgencia» ni amor por una mujer, la obsequió con
unos preliminares de lo más fogosos y le proporcionó una noche de
experiencias casi religiosas.158 Llevó a cabo su historia de amor y las que
mantuvo con otras «igual que una obra de arte fuera del espacio y el
tiempo».159
Llegar al punto álgido del sexo para una mujer lleva su tiempo. «El placer
de Venus —como enseñaba Ovidio— nunca debe apresurarse.»160 Los
seductores defienden el movimiento lento en el sexo; aconsejan seguir el
camino más largo para volver a casa. Rick, el jefe de bomberos jubilado, se
recrea con sus amantes para prolongar el placer. «Es la forma de tocar —
asegura—, esa es la mejor parte. Voy despacio y las acaricio con la yema de
los dedos como una pluma, en puntos que no se esperan, como la parte
interna de la rodilla o el final de la espalda.»
Rick sabe lo que dice.161 Las mujeres poseen una piel más sensible que los
hombres y consideran que el tacto es uno de los elementos primordiales en
las fantasías sexuales. También suelen preferir las caricias suaves y sedosas,
y un circuito gradual que vaya de las zonas erógenas menos estimulantes a las
más excitantes.162 La piel es el órgano más grande del cuerpo («el sentido
más urgente») y responde tanto a los impulsos sexuales, que una mano
caliente puede poner a cien a una mujer.163 El galán de Miénteme, la novela
de Jennifer Crusie, vuelve loca a la protagonista acariciándole el tobillo con
mucha sensualidad solo con el dedo meñique. «Tendría un orgasmo
automático si le ponía las manos encima —dice la narradora—. En cualquier
parte.»164
Un beso es pura dinamita, y las mujeres valoran mucho a «los hombres que
saben besar».165 Es la quintaesencia de la sensualidad y requiere más arte de
lo que imaginan los neófitos. Es preciso averiguar cuándo es el mejor
momento, tener sincronía y dominar un abanico infinito de «músicas con la
boca», que vayan desde el grado de presión y el ritmo adecuados hasta los
movimientos con la lengua.166 Y las películas suelen dar una imagen
equivocada. En lugar de un violento beso de tornillo, las mujeres se excitan
más con los besos suaves y fugaces, como los piquitos.167 El gran experto en
amatoria, Gabriele D’Annunzio, besaba como los ángeles. Era un Miguel
Ángel del placer oral. Acariciaba las pestañas con la lengua y plantaba «besos
como picotazos» en el cuello y en los genitales durante sus largas «noches
embriagadoras».168
Para el acto principal, hay que saber adaptarse al ritmo. Dado que las
mujeres tardan más en alcanzar el clímax que los hombres (quince minutos
de media frente a dos minutos y medio), los artistas de la carne amoldan el
paso y retrasan su propio orgasmo. Se decía que Porfirio Rubirosa, el amante
de la década de 1950, era un «Tarzán de la Alcoba», debido a su imponente
miembro. Sin embargo, es posible que sus artes y su actuación fueran la
verdadera causa de su fama.169 Igual que Alí Khan, quien estudió imsak (el
antiguo arte de la retención de semen) y que «podía controlarse
indefinidamente», Rubi garantizaba la gratificación de su pareja y a menudo
podía aguantar horas enteras sin eyacular.170
John Gray asegura en Marte y Venus en el dormitorio que «una mujer
puede sentirse igual de satisfecha sin llegar al orgasmo».171 Puede ser. Pero
si es así, se perderá algo: las contracciones pélvicas compulsivas y el flujo de
productos químicos (prolactina y oxitocina) que saturan todos los poros de la
piel con euforia, calor y saciedad. Con el hombre adecuado, una mujer puede
perder la cabeza y volar hasta alturas impredecibles. «Esto era lo único que le
faltaba saber sobre Dios», afirma el narrador a propósito de la esposa
protagonista de un relato de Udana Power, después de un maratón de
orgasmos con su marido.172
Pocos seductores han prestado tanta atención al sexo trascendente como
Jack Nicholson. De joven tenía gatillazos, sufría eyaculación precoz y
síndrome del macho depredador, así que Nicholson se sometió a años de
psicoterapia reichiana, un tratamiento basado en la eliminación de la
armadura emocional y la liberación de la «orgona»: la energía cósmica-sexual
primordial. Plantó cara a sus demonios, aprendió a defenderse y abrazó un
nuevo modelo de relaciones sexuales liberadas y holísticas.
«Muchas veces el sexo no implica sentimiento —comenta el actor—, pero
se nota la diferencia cuando haces el amor y hay amor, y… cuando no.»173
Con un sexto sentido para la psique femenina y su idiosincrasia, sabe
masajear a las mujeres hasta que están de humor. Una actriz británica
recordaba el miedo y la vergüenza que sentía al principio, y cómo él «la llevó
de la mano hasta el dormitorio», donde fue «muy gentil, muy cariñoso, muy
romántico».174
Durante el sexo, dijo otra amante, era «infatigable», pero también
«cercano» y «¡muy sonoro!».175 Solía pedir que ella verbalizara lo que
sentía. A Nicholson le gusta que las mujeres sean tan felices que pierdan la
cabeza: «Me dio una satisfacción que ningún hombre me había dado antes.
Solo le preocupaba mi placer», confesó una; es un «ejecutor perfecto del
amor; Dios lo puso en este planeta para amar a las mujeres».176 Y Nicholson
incluye a Dios en el acto sexual. Sus novias solían apelar al sentido
«espiritual y hablaban del carácter sagrado de lo que estaba ocurriendo».177
«En todo momento sentía algo muy fuerte en el corazón —confesó una vez el
actor—. Era como estar en un sublime abrazo sexual.»178
Los hombres no nacen con un gen para el buen sexo que les diga cómo
hacerlo aflorar. Es necesaria la práctica y la predisposición. Pero ni siquiera
un taller con un maestro de sexo tántrico dirigido por el doctor Ruth puede
convertir a un hombre en un amante sobrenatural. Para obtener las notas más
altas en la cama, un hombre debe «tenerlo todo»: cuerpo, alma e intuición
sensual. Y también ayuda si los miembros de la pareja se adoran
mutuamente. Como admite el Kama Sutra, no hacen falta instrucciones ni
consejos «para quienes están enamorados de verdad».179
Regalos y carteras
Los regalos ablandan incluso a los dioses.
EURÍPIDES, Medea180
El desconcierto reinó en Beacon Hill durante años después de este episodio.
El chico de los Cobb (de la familia de rancio abolengo procedente de Boston)
había sido de lo más magnánimo al encargar un retrato de su prometida, Ann,
una estudiante con beca de Smith sin pedigrí. Corría el año 1932 y el artista,
el sobrino del cocinero, necesitaba trabajo. Angus era un emigrante irlandés
de risa nerviosa, con coleta rubia y el cuerpo de un luchador que parecía
siempre en movimiento. Realizaban las sesiones de posado en la biblioteca
abovedada de Cobb y cada vez que el futuro esposo entraba en la sala, se
percataba de cosas raras: un par de gafas pintadas con un ojo guiñado, un
sátiro esculpido en jabón, una guirnalda de dientes de león adornando el
cuello de Ann y, en una ocasión, un sobre en la mano de su prometida.
Antes de que terminara de hacer el retrato, ya habían cancelado la boda.
Ann zarpó en un barco rumbo a México con el paupérrimo Angus y
abandonó al apuesto heredero y todos sus millones. Al día siguiente, la criada
encontró una carta en la biblioteca, debajo del asiento en el que posaba: un
boceto de Ann con aspecto de Venus sobre la media concha, con un abanico
lleno de caricaturas en la mano (algunas de Cobb) y un delfín a sus pies que
cantaba: «Te quiero, Ann».
Según una encuesta reciente, la mayoría de las mujeres se habría quedado
con Cobb & Co.; dos tercios de las mujeres que participaron en el estudio
dijeron que estaban «muy» o «extremadamente» dispuestas a casarse por
dinero.181 En otra encuesta de 2009, el 50 por ciento de las mujeres
contestaron que se casarían con un hombre feo si fuera rico. Desde el punto
de vista pragmático, ese impulso tiene sentido. Incluso en un mundo
posfeminista, los recursos no están repartidos de forma equitativa. Las
mujeres siguen cobrando un 20 por ciento menos que los hombres y cargan
con una cantidad desproporcionada de tareas del hogar y del cuidado de los
hijos. También está la voz práctica de las abuelas de la Edad de la Piedra: los
jefes de la tribu proporcionan poder social y caprichos de lujo, y evitan las
necesidades, las preocupaciones y a los depredadores.182
Sin embargo, el deseo no es razonable. Aunque durante siglos el
apareamiento ha sido una transacción comercial, en la que las mujeres eran la
moneda de cambio, el dinero y el amor sexual son unos compañeros de cama
muy poco naturales. Los motivos económicos, explican los psiquiatras, son la
antítesis del eros, pues la pasión se ve desplazada por la racionalidad «no
humana» y el cálculo.183 Por eso dijo Freud: «La riqueza da muy poca
felicidad»; no es un deseo arcaico y erótico.184 Robert Louis Stevenson
apuntó: «Enamorarse es la aventura más ilógica».185 La pasión romántica,
escribe el psicólogo Rollo May, provoca un «júbilo» irracional que el dinero
no puede comprar.186
Al mismo tiempo, los regalos (ya sean de compra o caseros) tienen su
encanto. Entran en la ideología femenina del amor.187 Las mujeres se toman
muy en serio los regalos; ponen el corazón en ellos y los consideran algo más
íntimo que los hombres. Un regalo indica el interés de un hombre y,
conforme avanza la relación, también su compromiso.188 Los hombres han
regalado detalles románticos desde la Antigüedad, y es una práctica tan
extendida (presente en el 79 por ciento de las sociedades) que podría
considerarse indispensable para el cortejo.189 «El camino que conduce a una
relación íntima duradera —asegura el sociólogo Helmuth Berking— está
marcado con regalos.»190
Los psicólogos evolutivos interpretan este ritual como intercambio de sexo
y recursos. Los hombres hacen trueques con las futuras esposas ofreciéndoles
protección económica y unos recursos superiores. Igual que la mosca
escorpión hembra elige pareja según el tamaño de sus obsequios nupciales,
las mujeres eligen a los hombres basándose en su desprendimiento. La
generosidad sale a cuenta. Según el «principio de la discapacidad» de Amotz
Zahavi, el hombre que demuestra cuánto puede permitirse despilfarrar tiene
ventaja en el cortejo.191 Tal como apunta la filósofa Julia Kristeva, el
derroche es la tarjeta de presentación del seductor; «dilapida el dinero».192
A pesar de todo, hacer regalos románticos no es una simple transacción.
Regalar, como decía Ovidio en Amores, «es algo muy creativo».193 Es difícil
acertar con ellos, pues muchas veces se mete la pata, y están cargados de
intención y significado. Los regalos que hace un hombre lo delatan: desvelan
quién es y quién cree que es ella. Además, en los obsequios está implícita la
delicada dinámica de poder entre prestamista y deudor. Gracie Snow, de la
novela romántica Heaven, Texas, deja plantado a su rico enamorado cuando
descubre que él ha roto la igualdad erótica al pagar en secreto sus compras de
ropa.
La practicidad también está prohibida en el reino de los regalos; nada de
regalar detectores de humo o robots de cocina. Los regalos deben cumplir su
función primaria y principal, como en el pasado, cuando eran objetos
mágicos capaces de hechizar.194 «El verdadero regalo, el más elegante, es
trascendente», escribió el autor Stuart Jacobson, pues «ilumina a la otra
persona».195 Para acabar de asegurar el tiro, debe ser también un objeto
bello.196 En esencia, dice un experto, un regalo es «una emanación de Eros».
E igual que Eros, el regalo ideal implica una sorpresa, un «¡tachán!» teatral
que proclame el placer, la pasión, la novedad, la creatividad, el esfuerzo de
quien lo entrega y su generosidad.197
Los obsequiadores míticos eran maestros del esplendor. Las deidades
fálicas encarnaban la exuberancia lujuriosa de la naturaleza, «la clamorosa
urgencia por derramar sus encantos» y sus regalos eran dignos de un dios.198
Dioniso, el «dispensador de riquezas», proporcionaba magnánimos bienes a
la tierra en primavera y soltaba el freno celestial cuando cortejaba a
Ariadna.199 La ungió como reina de los cielos y colocó su corona entre las
estrellas, a modo de constelación. Odiseo agasajó a Penélope con un regalo
de bodas despampanante: una cama exquisita tallada a mano que ocultaba un
misterio que solo ellos dos conocían.
En el amor cortés de la Edad Media, los regalos formaban parte del
romance. La dama tenía que ser obsequiada con adornos, ramos de flores y
poemas dedicados a ella, y la relación debía mantenerse en secreto.200 En la
novela basada en «Hamlet» de John Updike, Claudius da un giro a esta
convención. Le envía a la reina de manera subrepticia un emblema de su
pasión ciega, salvaje (y reprimida): un halcón con «garras letales» y «ojos
tapados». Ella cede a sus encantos. Ningún héroe romántico va a ver a su
amada con las manos vacías. Cal Morrisey, personaje de Una apuesta
peligrosa, la novela de Jennifer Crusie, adivina el capricho favorito de la
protagonista (las zapatillas de conejito con tacón) y se las regala en privado
con mucha parafernalia.201
Los maestros del amor tienen un don para los regalos. Julio César le
entregó a Cleopatra una estatua de oro de sí misma, que colocó en el templo
de Venus, para elevarla a la categoría de diosa. Casanova, que gastaba tanto
dinero con las mujeres como un marinero borracho, consideraba que los
regalos eran un arte. A una de sus amantes le regaló un spaniel, a otra le
compuso una oda, y a otra le encargó un vestido hecho a medida con el
«mejor encaje de Valenciennes».202
El cazador blanco Denys Finch Hatton le llevaba a Isak Dinesen un cofre
de tesoros cada vez que aterrizaba en su granja africana: pieles de guepardo,
plumas de marabú, piel de serpiente, discos, libros y un anillo de oro abisinio
único, tan blando que podía amoldarse al dedo. El poeta del siglo XIX Alfred
de Musset, «absolutamente irresistible», escribía poemas dedicados a sus
amantes.203 Después de leer la novela de George Sand Indiana, De Musset le
envió unos versos que pasaron a la historia romántica. La describe «en su
ático, fumando un cigarro», mientras su secretaria «todavía borracha de ayer /
le limpia la oreja a él / con total meticulosidad». Al cabo de pocos días eran
pareja.204
Las riquezas hacen subir el listón; «la riqueza crea obligaciones», porque
se espera que de las cajas de regalo salgan efectos cada vez más
cautivadores.205 Las mujeres no se enamoraban de Alí Khan por su fortuna,
sino porque las embelesaba con sus regalos. En lugar de regalar abrigos de
visón y diamantes, obsequiaba a las mujeres con salidas en barco a las dos de
la madrugada y viajes con todos los gastos pagados a lugares desconocidos,
con los que lograba dejar atrás la ciudad y la realidad. «Era como volar en
una alfombra mágica —lo alabó una de sus amantes—. El giroscopio de la
mujer se volvía loco.»206
El empresario italiano Gianni Agnelli, principal accionista de Fiat, estaba
cortado con el mismo patrón iridiscente. A diferencia de otros magnates
vulgares y corrientes, a Agnelli le interesaba menos el negocio y los
beneficios y más el forjarse una reputación… como buen amante. Volvía
locas a las mujeres (tanto Jackie Kennedy como Pamela Harriman quisieron
casarse con él) y «no había nadie a quien no fuera capaz de seducir».207
Desplegaba unas artes dramáticas tan impresionantes que transportaban a las
mujeres de la «mera existencia» a un «mundo de pirotecnia pura»: cenas
improvisadas en su yate negro y cócteles en la azotea a la luz del atardecer, su
tappeto volante («alfombra voladora») con vistas privilegiadas de Turín.208
Regalos comestibles
La mayor parte de los amores son fruto de las buenas cenas.
SÉBASTIEN-ROCH NICOLAS DE CHAMFORT209
Georges Duroy, el seductor de carrera meteórica de Guy de Maupassant en
Bel Ami, pesca a su primera dama de la sociedad en una fiesta después de una
cena de gala en la sala privada de un restaurante. Les sirven un plato sensual
tras otro (ostras como «orejitas encerradas en conchas», trucha «rosada como
la carne de una jovencita») y Duroy dirige la conversación hacia el amor y el
sexo mientras intenta camelarse a la rica matrona, la señora de Marelle.210
Ella le pasa la cuenta para que pague y, cuando se meten en el taxi, ya la tiene
embelesada y a su merced.211
Comida a cambio de sexo: no existe casi ningún otro obsequio romántico
que pueda competir con el lujurioso atractivo de este intercambio. Según el
doctor Balzi, académico alemán, «después de un banquete perfecto [estamos
más] susceptibles al éxtasis del amor».212 El gusto es un sentido
multisensorial en el que participan la vista, el olfato, el oído y el tacto, y
responde al instante a los impulsos sociales y psicológicos.213 (Una palabra
fuera de tono puede arruinar el mejor bogavante a la plancha.) Aunque los
hombres cuentan con la misma cantidad de papilas gustativas, las mujeres
tienen el sentido del gusto más refinado. Distinguen mejor los sabores y son
más sensibles a las dosis fuertes de azúcar, sal y especias. Asimismo les
encanta que las piropeen durante las comidas. Comer tiene un componente
sexual intrínseco. El lenguaje del deseo está plagado de metáforas culinarias
(melones, peras, almejas, nabos…) y el poder afrodisíaco de la comida se
conoce desde hace miles de años.214
Ganarse a las mujeres a través del estómago también se remonta a nuestro
pasado de primates: la alimentación del cortejo. Según los antropólogos
sociales, del mismo modo que algunas especies animales atraen a las hembras
con bocados apetitosos, los protohumanos, agasajaban a las posibles parejas
con una parte de lo que habían cazado.215 Los dioses de la fertilidad tenían
costumbres eróticas parecidas. Dioniso regalaba miel (su invento) y el
«obsequio del vino» a sus devotas féminas,216 y Dumuzi regaló «rica nata» a
Inanna, además de productos de su huerto.217 En la parte rural de Perú, era
costumbre que un pretendiente le ofreciera a su amada cestas llenas de
comida y «ámbar chichi», una dulce bebida nacional.218
Las historias de amor almacenan muchas seducciones gastronómicas.
Drouet cautiva a la hermana Carrie en Nuestra Carrie, la novela de Theodore
Dreiser, con un buen filete acompañado de champiñones; y Robert enamora a
Edna Pontellier en El despertar, de Kate Chopin, mientras comparten un
pollo asado en una excursión a la Grand Isle. Steve, motorista de Wilde
Thing, una de las novelas románticas de Janelle Denison, hace que la
protagonista se derrita cuando le mete en la boca el dedo mojado en un
frappuccino con caramelo. «Rico, cremoso y seductor, no cabe duda —
suspira la mujer—. Creo que acabo de descubrir un nuevo afrodisíaco.»219
Casanova también era un gourmet que disfrutaba de «los platos de sabor
fuerte»: la carne de caza y los quesos azules.220 Sin embargo, para los ágapes
amorosos, cedía ante los gustos femeninos más refinados y les ofrecía lengua
ahumada, ostras, vino de Chipre, pan, fruta y helado. Asimismo era un
maestro del teatro culinario. Para seducir a la esposa del burgomaestre de
Colonia, Casanova preparó un banquete excepcional, diseñado para deleitar
al paladar y a la imaginación. Mandó poner la mesa para veinticuatro
comensales con manteles de lino de damasco, con cubertería de plata y platos
de porcelana, y sirvió un menú de tres tenedores, desde ragú de trufa hasta un
surtido de postres «representativos de todos los reinos de Europa». Al día
siguiente ella le prometió que sería suya.221
Las cenas románticas de Casanova evitaban los excesos del alcohol.
Consciente de que el alcohol desinhibe pero dificulta la acción, bebía poco.
Warren Beatty, que tenía un padre alcohólico y una reputación sexual que
mantener, «no solía beber».222 Ni siquiera un gourmand como el príncipe
Grigori Potemkín se pasaba con la bebida. Sus fabulosas fiestas de champán
y «platos exóticos y exquisitos» eran preludios dramáticos para la «hora del
amor» que llegaba a continuación.223
Cuando un seductor además sabe cocinar, el cortejo culinario se enciende
como la llama de los fogones. Si un hombre domina la cocina y prepara el
ambiente, puede potenciar el atractivo del macho cazador-proveedor. Dirk, un
estudiante de derecho de veintiséis años que conocí hace poco, me ha dicho
que su apartamento, en un edificio sin ascensor, es la cocina de un hechicero.
«Adoro cocinar», reconoce mientras tomamos un café en el Starbucks. Es un
joven delgado que se parece a John Cusack, con unos ojos azules que
centellean cuando se lanza a hablar del tema. «¡Soy el rey de los fogones! Por
ejemplo, este año, para San Valentín, voy a sorprender a mi novia con un
fabuloso tajine de pollo que me enseñó mi madre. Acompañado de… ¡eh!
También estudié teatro.»
Dirk va marcando tendencias. Los chefs de la televisión son los nuevos
dioses del sexo, y en películas como Sin reservas aparecen jóvenes con
delantal de cocinero que dan vueltas a las sartenes y al corazón de las mujeres
simplemente moviendo la espátula. Los investigadores culinarios señalan que
la especie de hombres «gastrosexuales» está aumentando, unos hombres que
«aprenden a cocinar para atraer a las mujeres».224 La escritora Isabel Allende
afirma que, a ojos de una mujer, «Pocas virtudes más eróticas puede poseer
un hombre que la sabiduría culinaria».225
Dicho esto, ¿no sería de esperar que las mujeres prefirieran un cocinero
particular, gentileza de un novio rico, en lugar de un chico con una sartén en
la mano? Al fin y al cabo, un magnate puede permitirse los placeres más
caprichosos de los sentidos: ropa de diseñador, escenarios opulentos, entradas
para conciertos, cenas de gala, discotecas exclusivas, spas y tratamientos de
belleza caros, si es preciso. Además, los hombres ricos tienen el encanto
añadido de dar seguridad en un mundo hostil e incierto. El dinero, dice la
editora de libros y revistas Hilary Black, «simboliza mucho para mucha
gente».226
Pero el dinero no siempre cubre toda la factura simbólica. En la película de
Almodóvar Los abrazos rotos, el personaje de Penélope Cruz, una secretaria
pobre, sucumbe ante el amante rico y madurito por su seguridad, estatus y
buen nivel de vida. Sin embargo, el encanto del lujo se agota en cuanto
aparece la «rutina hedonista», la disminución paulatina del deseo de mejorar
las condiciones materiales. Su amante ricachón resulta ser aburrido, cruel y
repulsivo físicamente. Arriesgando la vida, la secretaria huye con un cineasta,
artista y dramaturgo del mundo de los sentidos.227
Por definición, la pasión romántica es un anhelo de un estado superior del
ser. Los sentidos son poderosos y pueden elevarnos a ese estado. Pero pueden
apagarse por los falsos credos y las promesas del consumismo, así como por
los efectos corrosivos del hábito, la saciedad y la saturación. Los seductores
explotan toda la fuerza de los encantos sensuales, los adaptan a cada mujer y
los cocinan a fuego lento como los antiguos filtros de amor, que penetran en
los rincones más profundos de la psique humana. Nos seducen hasta hacernos
salir del cuerpo y nos catapultan a otro mundo.
4
Echar el lazo al amor
La mente
El amor no mira con los ojos, sino con el alma.
WILLIAM SHAKESPEARE,
Un sueño de la noche de San Juan1
Puede que un casanova domine el arte de conquistar los sentidos, pero si de
verdad quiere estrechar los lazos del amor, es imprescindible que tenga
aptitudes intelectuales. Vance, el propietario de una tienda de delicatessen y
famoso seductor que al principio atribuía su carisma a la «mera pasión»,
accede a explayarse un poco más acerca de su atractivo a ojos de las mujeres.
Esta vez quedamos en una cafetería de la zona e, igual que en la ocasión
anterior, se parece más a un sacristán que a un mujeriego, con sus facciones
de Leslie Howard y su camisa Oxford abrochada hasta el último botón. «Hay
que sentirlo —responde mientras toma un espresso ristretto—. En serio, sale
de dentro.»
Eso no significa que rechace los atractivos sensuales. Al recordar su época
dorada, en las décadas de 1960 y 1970, me cuenta que hacía hincapié en la
seducción de los sentidos. Bailaba «muy, muy bien», vestía camisas de flecos
y capas de ópera, llevaba a las chicas a cenar a Jamaica, hacía unos regalos de
lo más sorprendentes y siempre consideraba prioritario el placer sexual de la
mujer. «Lo único que ha cambiado es la ropa», dice entre risas.
Sin embargo, atribuye sus numerosas «cazas» a algo menos tangible. «No
hablo por hablar —comenta—. Siempre voy con la verdad por delante.» A
modo de ejemplo, me cuenta una anécdota que parece una escena de
Hollywood. En una galería de arte, charló con una modelo noruega, se olvidó
de su nombre y luego corrió seis tramos de escaleras para alcanzarla cuando
la joven salía del ascensor. La tomó de la mano y dijo: «Dígame quién es.
¡Tenemos que estar juntos!». Ella lo siguió y fueron pareja durante dos años.
Vance adora a las mujeres y quiere que se sientan fabulosas. De todas
formas, señala, los halagos deben ser originales: «Uno tiene que arriesgarse».
Cuando conoció al amor de su vida (su pareja hasta el reciente fallecimiento
de la mujer) en una fiesta de Nassau, se presentó diciendo: «¿Le han dicho
alguna vez que tiene un tubérculo de Darwin, esa prominencia peculiar de la
punta de la oreja? Es muy poco común…, herencia de los simios más
atrevidos». No obstante, lo que de verdad la cautivó e hizo que abandonara a
su esposo para irse con Vance fue su encanto en los momentos íntimos.
Conecta mucho con la gente, establece vínculos emocionales fuertes. «Los
dos tocábamos la fibra sensible del otro —comenta Vance—. Era como si nos
hubieran entretejido. Ni un artista habría sido capaz de crear un vínculo tan
estrecho como el nuestro.» ¿Cómo lo consigue? «Me interesa lo que llega al
corazón de la gente. Estrechar los lazos. Así es como manejo la tienda y
también mi vida amorosa.»
En una época posromántica de rollos de una noche, parejas esporádicas y
poliamoríos, puede que Vance suene tan anticuado como sus camisas disco
de flecos. ¿Quién necesita dedicar tanto esfuerzo mental (elección
meticulosa, piropos y vínculos estrechos) para ligarse a una mujer? No es
preciso si uno busca una pareja ocasional o un lío práctico, pero para
encender el deseo apasionado sí se necesitan dotes cognitivas. La mente es la
zona más erógena del cuerpo. El amor romántico es una reacción psicológica
global que, como observa el filósofo Irving Singer, no puede «explicarse por
completo apelando a la vista, el tacto o cualquier otro sentido».2
Puede que las mujeres sean particularmente susceptibles a los hechizos
mentales. Meredith Chivers, investigadora de renombre en el ámbito de la
sexualidad femenina, apunta que las mujeres se excitan más con los estímulos
mentales que los hombres.3 Cuando sienten deseo, su cerebro trabaja más y
almacena montañas de datos culturales, sociales, situacionales y emocionales.
La parte consciente de la mente femenina que inhibe la acción y valora los
sentimientos (la circunvolución del cíngulo anterior y la corteza insular) es
más grande y las amígdalas de la subcorteza inconsciente «recuerdan» los
encuentros amorosos con sumo detalle, en contraste con los hombres, que
recuerdan solo la sensación global.4 Desde el punto de vista de la mujer, la
protagonista de la película Giulietta de los espíritus tiene razón: «Todos los
poderes de seducción están en el interior».5
Algunos encantos cerebrales consiguen desarmar por completo la libido
femenina. Trascienden el tiempo, las tendencias y la cultura, y van directos a
los deseos más profundos de una mujer. Los verdaderos cautivadores, aunque
no esté de moda, llevan toda la vida embelesando así a las mujeres. No
obstante, a diferencia de los aficionados, no practican estos «ataques»
(acercamientos apasionados, halagos e insistencia en los puntos en común) al
pie de la letra. Emplean imaginación, dramatismo, ardor, originalidad,
ingenio y una sensibilidad propia de un sexto sentido para averiguar qué
desea cada mujer.
Un reino a sus pies
Quien ama, delira.
LORD BYRON,
Las peregrinaciones de Childe Harold 6
Sebastian D. sabe mucho sobre el amor y la seducción. Ha escrito novelas y
ha dirigido películas dedicadas al tema, y a sus cuarenta años se ha forjado la
reputación de ser uno de los «seductores más excepcionales» de hoy en día.
Estos últimos meses está absorbido por la promoción de su última película de
cine independiente, pero accede a comer conmigo para hablar de los
casanovas, y de sí mismo en concreto. No cabe duda, es sensacional: una
versión británica de Javier Bardem, de constitución más esbelta y con traje
Brioni y un abrigo con vuelo de estilo vintage. Sin embargo, tiene otros
encantos: una energía nerviosa y muy sensual. «No estoy seguro de qué es —
reconoce con un acento hipercorrecto de Cambridge—. A ver, reconozco que
las mujeres me fascinan constantemente, y si uno quiere ganarse a una mujer,
bueno, claro que hay tácticas…»
Aunque cuanto más habla, más fuerza pierde el argumento de las
«tácticas». En lugar de eso, saca a colación a Freud y la «fascinación», y va
mencionando a sus novias pasadas y presentes. Cuando nos traen el postre,
por fin desvela su mejor estrategia: un ataque frontal y atrevido cuando «se
encapricha» de alguien. Por ejemplo, una vez conoció a una mujer persa en
una discoteca de Los Ángeles, y al final de la noche, se dirigió a ella y le
susurró en farsi: «Eshghe-mani» («Me ha llegado al alma»). Estuvieron
juntos casi un año. «Lo más importante —me cuenta por escrito más adelante
— es que las cosas se expresen con sinceridad. Los seductores tememos la ira
de Eros si empleamos su nombre en vano con cinismo o solo para
conquistar.» En la primera cita, le dijo a la mujer con la que ahora tiene una
hija: «Quiero que seamos amantes; quiero hacerte suspirar más que cualquier
otro hombre de tu vida».7
¿Qué mujer se creería algo así? Más de las que podría parecer a simple
vista. Aunque las mujeres se enorgullecen de tener derecho a tomar la
iniciativa sexual y aceptan la «frialdad» sexual en el hombre como la nueva
norma de cortejo, en el fondo les gusta que un hombre se declare. El amor
romántico, por naturaleza, es una «pasión furiosa» y las mujeres desean que
las deseen y las persigan con pasión. Los amantes de sangre caliente que tiran
por la borda la precaución, impresionan a las mujeres más de lo que están
dispuestas a admitir.8 Mi padre, por ejemplo, conquistó a mi madre con una
declaración directa el primer día: «Me lanzo al ruedo», le advirtió.
Los científicos suponen que es posible que el deseo sexual de la mujer
necesite ver que el otro expresa un deseo ávido para despertarse al máximo.
Se necesita una sacudida fuerte para «encender la libido femenina», escribe
Marta Meana, psicóloga de la Universidad de Nevada. «Sentirse deseadas
resulta muy erótico para las mujeres.»9 Más de la mitad de las fantasías
femeninas encierran el deseo de ser sexualmente irresistibles y, en algunos
casos, les gustaría que las «forzaran».10 Lo que anhela una mujer, según
explica Meredith Chivers, es una pasión tan intensa que rompe las
limitaciones, enciende la llama del deseo y le permite «concentrarse en el
cerebro medio».11 Una entrada ardiente también supone «una situación de
poder para la mujer», ya que le permite aceptar o rechazar la propuesta
erótica.12
Durante miles de años se ha instado a los hombres a que tomen la
iniciativa. «El hombre acérquese en primer lugar, diga el hombre palabras
suplicantes», aconsejaba Ovidio.13 «¡Pregúntale sin rodeos!», exhortaba el
autor hindú del Kama Sutra a los pretendientes, que debían tomar el mando y
confesar una devoción infinita.14 En la Edad Media, se esperaba que los
amantes cortesanos traspasaran el umbral de «la entrada del palacio del
amor».15 Robert Louis Stevenson, un buen seductor, reprendía a los amantes
«anémicos y pusilánimes» que titubeaban en cuestiones pasionales; un
hombre debería verse embargado por la pasión hasta el punto de salir
corriendo «con los brazos abiertos» para declararse ante la dama.16 Según el
psicólogo Henry Finck, las personas sienten aversión por los amantes que
retrasan la decisión y no despiertan «ni frío ni calor».17
Es posible que las mujeres se sientan repelidas de forma inconsciente hacia
los Romeos poco decididos. Según el psicólogo cultural Matt Ridley y otros
investigadores, los machos son quienes seducen en el 99 por ciento de las
especies animales, y están preparados genéticamente para tomar la iniciativa:
«Puede que las mujeres flirteen, pero los hombres atacan».18 La antropóloga
Helen Fisher justifica esta tendencia retrocediendo a la historia de la
Antigüedad, cuando un hombre tenía que recorrer una gran distancia para
convencer a la mujer de que merecía la pena como pareja.19 Los psicólogos
evolutivos ven la ofensiva de cortejo masculina como una estratagema de
compromiso; la constancia y la pasión telegrafiaban un mensaje de «fiel
proveedor para el hogar» a las hembras de nuestros antepasados.20 Sea cual
sea el motivo, argumenta la neuropsiquiatra Louann Brizendine, el
pretendiente apasionado no es un estereotipo que haya pasado de moda; está
imbricado en los «circuitos cerebrales del amor».21
Las leyendas mitológicas también corroboran la iniciativa masculina. En la
mitología griega, Dioniso asalta a Ariadna y, sin preliminares, le dice: «Aquí
estoy. Vengo para ser un amor tuyo más fiel […] esposa tú de Baco vas a
ser».22 Y cuando Freyr, el dios de la fertilidad nórdico, ve a su futura esposa,
Gerd, desde la ventana de Odín que da al mundo, se siente «consumido por el
deseo». Entrega a su siervo su espada mágica todopoderosa y lo envía a
anunciarle su amor a Gerd. Después de que ella acceda a casarse con él nueve
días más tarde, el dios se lamenta angustiado: «Una noche es larga. Dos
noches son aún más largas. ¿Cómo podré soportar tres?».23
Lancelot, la versión anglicanizada del dios fálico celta, era un amante
todavía más impaciente. Cuando Meleagante se lleva a su señora, la hermosa
Ginebra, al país sin retorno, Lancelot se embarca en una misión de rescate.
«Por el amor de dios, sir, cálmese», le suplica Galván, pero Lancelot cabalga
hacia la muerte, cruza el puente de espadas, lucha en combates sangrientos y
rompe los barrotes del dormitorio de Ginebra, aunque se corta el dedo hasta
el hueso. Después de devolverla a Camelot, se siente tan afligido por haberla
entregado al rey que se pasa dos años deambulando por el país, enloquecido y
en la indigencia.24
El ideal del Príncipe Azul sirve de base para casi todos los demás héroes
románticos. El conde Vronski sigue a Ana Karenina hasta San Petersburgo
entre apasionadas confesiones, y el vizconde de Valmont en Las amistades
peligrosas es «violento, desenfrenado», y tenaz en su intento de conquistar a
la señora Tourvel.25 «No, señora, no seré su amigo —le asegura—; la amaré
con el amor más tierno e incluso más ardiente.»26 Y la férrea virtud femenina
de la señora Tourvel cede por fin, como han hecho las mujeres desde tiempos
inmemoriales, ante los hombres que ponen el reino a sus pies y no se
amedrentan.
Cuando las mujeres escriben sobre la figura del seductor, le otorgan un
carácter incondicional. El señor de Nemours, protagonista de la novela de
madame de La Fayette La princesa de Clèves, se fija en la señora de Clèves
en un baile y se queda prendado de ella. Su sentimiento amoroso es como un
torbellino y, después de evitarla a toda costa para que los demás no se den
cuenta de lo que siente, se lo confiesa de manera indirecta pero apasionada.27
En la novela de Mary Wesley Not That Sort of Girl (escrita en 1987), Mylo,
un profesor particular venido a menos, le declara su amor a Rose en cuanto la
descubre en la biblioteca de la casa en la que unos amigos dan una fiesta.
«Vamos a tomar un té —le propone—. Tengo tantas cosas que contarte. Me
voy a desmayar de tanto amor.» Los obstáculos materiales se interponen en
su idilio, pero consiguen llevar una aventura en secreto durante más de tres
décadas hasta que por fin pueden casarse.28
Los héroes románticos más populares son anuncios ambulantes del amante
impetuoso y ferviente. En el primer capítulo del libro de Maureen Child Turn
My World Upside Down, Cash advierte a la protagonista: «No hacerme caso
no logrará que me vaya».29 «El hombre —dice la narradora— está decidido a
conquistarla.»30 Cuando Reggie Davenport, de la novela romántica The
Rake, se da cuenta de que está enamorado de lady Alys, pasa a la acción, le
deshace las trenzas y empieza a acariciarla. Ella se desmorona: «El deseo que
vio en sus ojos fue un poderoso afrodisíaco que liberó la parte escondida de
la naturaleza de lady Alys».31 En este género literario, la seducción siempre
es «intensa y agresiva, y la mujer suele ser el tesoro en lugar de ser quien
busca el tesoro.»32
Los seductores tienen sus defectos, pero ser poco entusiastas no es uno de
ellos. El trovador del siglo XII Peire Vidal, en un relato que se considera
apócrifo, viajó por todo el sur de Francia cantando las beldades de una
castellana llamada Loba, vestido con pieles de lobo en su honor. La hazaña
estuvo a punto de costarle la vida. Una partida de perros de caza que iban con
unos pastores lo tomó por su presa y lo dejaron medio muerto en la cuneta.
Con una suerte providencial, la joven Loba pasó por allí a tiempo de
recogerlo y llevarlo al castillo, donde lo cuidó con devoción hasta que
sanaron sus heridas.
Los caballeros del Renacimiento italiano cortejaban a las reinas cortesanas
con la misma vehemencia. Grababan los nombres de sus amadas en la corteza
de los álamos, componían infinidad de versos y se convertían en sus
paladines personales. El banquero y estadista florentino Filippo Strozzi
cortejó a la gran Tullia d’Aragona con tanto fervor que hizo «el ridículo en
público». Recitaba sonetos de amor, retaba a duelos a sus rivales y le
revelaba secretos de Estado a su amante, hasta el punto de confesarle que era
un agente secreto, con lo que se arruinó la vida.33
Casanova era igual de apasionado. Cuando vio a la amante del duque de
Matalona en el teatro, aprovechó la oportunidad. Después de una retahíla de
frases sobre el amor, se enteró de que Leonilda vivía con el duque sin
mantener relaciones sexuales. «Eso es un cuento, porque vos estáis hecha
para inspirar deseos», exclamó.34 Y le declaró su amor. Le pidió que se
casara con él y la joven aceptó, pero faltaba la aprobación de su madre. Por
desgracia, la visita a Lucrezia salió mal. En cuanto la madre vio a Casanova,
se desmayó: había sido su amante, y en realidad su hija Leonilda era también
hija del famoso seductor.
Benjamin Constant, romántico francés del siglo XIX, filósofo político y
autor de la novela Adolphe, parecía carecer de toda aptitud congénita para la
conquista erótica. Era de temperamento tímido y alma melancólica, asaltado
por «las dudas, los reparos y los escrúpulos». Pero cuando se trataba de
seducir, era un samurái. De sexualidad precoz, empezó a conquistar
corazones femeninos de adolescente con recargadas y fogosas declaraciones
de amor, y en una ocasión, in extremis, se tomó una sobredosis de opio para
conquistar a una amante.35
Antes de cumplir los treinta ya era un seductor veterano, con esposa y
amante fija, y se había forjado una reputación dudosa a pesar de su aspecto.
Era esmirriado, con las piernas arqueadas, llevaba una coleta larga y pelirroja
que contrastaba con unas gafas verdes, y tenía la cara picada de acné. Fue
entonces cuando conoció a Germaine de Staël, una famosa salonnière,
seductora e intelectual, y encontró su destino. No perdió el tiempo; galopó
literalmente tras ella en una persecución ardiente, paró el carruaje en el que
iba la dama y proclamó sus intenciones a los cuatro vientos. «Mi vida entera
está en vuestras manos», podría haber dicho, como Adolphe, su personaje de
ficción. «No puedo vivir sin vos.»36 Su relación sentimental duró doce años
tumultuosos, durante los cuales engendraron una hija, Albertine, en 1797, y
produjeron algunas de sus mejores obras. Después de la separación, Constant
tuvo distintas amantes, dos de las cuales no se recuperaron jamás de sus
irresistibles encantos.
La primera llamada de atención suele realizarse sin palabras. Ese era el
método preferido de Jackson Pollock. El pintor abstracto se ligó a Ruth
Kligman, su última amante, en el bar Cedar, y se la quedó mirando «con tanta
intensidad» y «tanta avidez» que ella se sintió sobrecogida.37 Más tarde, en el
piso de la mujer, ella recordaba que Pollock había acabado de derretirla
susurrando: «Te deseo, te necesito», «Llevaba toda la vida buscando a
alguien [como tú]».38
Los profetas de la seducción como Mystery y sus esbirros se reirían de
Pollock. Para cazar a la «presa», los hombres de verdad «fingen indiferencia»
y dejan que la mujer sea quien los persiga.39 Una mujer «hará casi cualquier
cosa para conseguir su aprobación», prometen los gurús del ligoteo, si uno es
lo bastante cool y la deja con la incógnita.40 Según la revista Maxim, las «tres
sílabas traicioneras» son «Te quiero». Solo los perdedores que no tienen ni
idea persiguen lo que anhelan y exponen su corazón ante la dama.41
Pues si es así, los perdedores tienen mucha suerte; los amantes decididos
dispuestos a morir en el intento cautivan a muchas mujeres, tanto en la
realidad como en la ficción. Warren Beatty puso las cartas sobre la mesa
desde el principio con Annette Bening y reveló su interés al instante: justo
después de una fiesta de fin de rodaje le dijo que quería que Bening tuviera
un hijo suyo y se casara con él. Concibió el hijo esa misma noche.
En la película de 2010 ¿Cómo sabes si…?, George consigue alejar a la
protagonista, Lisa, de su apuesto lanzador de béisbol cortejándola de forma
desenfrenada. Se cuela en una fiesta para ver a Lisa en el ático del jugador, le
confiesa su amor y le dice que la esperará en la parada del autobús el tiempo
que haga falta. El periodista Tom Terell leyó un montón de novelas
románticas para documentarse para un reportaje de Salon y llegó a la
conclusión de que los hombres necesitaban un cursillo donde les enseñaran a
cambiar de táctica. Para enamorar a las mujeres deben «actuar sin esperar a
que les den pie» y «expresar la profundidad de su pasión», «desde el primer
momento».42
Según afirma el antropólogo de la Universidad de Stanford Carl
Bergstrom, las mujeres «valoran mucho a los hombres que las cortejan con
entusiasmo».43 Charleen, personaje del documental La marcha de Sherman,
intenta aconsejar a su amigo Ross McElwee cómo debe dirigirse a las
mujeres: «¡Me da igual, Ross! ¡La pasión es lo único que importa! Tienes que
acercarte a ella y decirle: “Solo tengo ojos para ti. Vivo por ti. Respiro por ti
y moriría por ti. Por favor, ¡te lo suplico! Ven conmigo”».44
El vino de la alabanza
¡Oh! Adúlame a mí, pues el amor se complace con exaltar el objeto amado.
WILLIAM SHAKESPEARE,
Los dos hidalgos de Verona45
Cuando Lisa, su esposa, muere en la película El otro hombre, Peter (Liam
Neeson) descubre un oscuro secreto: hacía años que tenía un amante.
Entonces se embarca en una búsqueda obsesiva del misterioso Rolf. Sin
embargo, Peter no encuentra lo que esperaba. Rolf, interpretado por un
apuesto Antonio Banderas, es un mero conserje que finge ser un aristócrata
que juega al polo. En una serie de partidas de ajedrez entre los dos, en las que
Rolf mata a la «reina» de Peter, sale a la luz la verdad. Lisa conocía el engaño
de Rolf desde el principio, pero lo apoyó y lo amó de todas formas. ¿Sus
motivos? Rolf posee un talento único: «consigue que las mujeres se sientan
bellas […] más bellas que en cualquier otra circunstancia».46 «Estoy hecho
para las mujeres», le confiesa Rolf al patidifuso Peter. «Y las mujeres están
hechas para mí.»47
Las mujeres se mueren por un buen piropo. Por muy cliché y pasado de
moda que parezca, los halagos son un verdadero camino hacia la libido
femenina. En el amor todos buscamos una imagen mejorada de nosotros
mismos, un «yo» perfeccionado. El hombre que logra que una mujer se sienta
esa persona ideal retocada por Photoshop puede ganar el premio gordo. De
todas formas, saber echar piropos es un arte complicado que requiere sutileza,
imaginación, selección, ingenio y una visión infrarroja para discernir la
personalidad de una mujer.
Según los teóricos eróticos, subir el ego es algo inherente al sentimiento
romántico; con las personas a quienes amamos, buscamos exclusividad y una
identidad engrandecida.48 Por definición, el amor, según escribe el filósofo
Robert Solomon, «maximiza la autoestima».49 Algunos extremistas, como el
psiquiatra Theodor Reik, creen que el impulso central de la pasión es la
vanidad, el «sueño de un ser más noble». Puede que el sexo sea como el
conjunto de primeros violines del amor, pero el ego es el violinista principal.
El amor significa saber que eres alguien especial.50
Para las mujeres, ser atractivas tiene un peso todavía mayor. Otorgan más
importancia que los hombres a los cumplidos románticos y les resultan más
eróticos los subidones del ego.51 La sexualidad femenina, dicen los
investigadores actuales, puede depender de la adulación.52 El tipo de deseo
de la mujer, asegura la doctora Meana, es narcisista más que relacional; desea
ser «el objeto de admiración erótica».53 La filósofa Simone de Beauvoir
emplea el mismo argumento en «La narcisista» y lo desarrolla, pues defiende
que las mujeres buscan la exaltación propia en el amor debido a una
personalidad infravalorada.54
Siglos de una inferioridad impuesta culturalmente han contribuido a que
las mujeres busquen los halagos. Aunque ya no son la «puerta del demonio»
ni un bien masculino, el legado del «sexo débil» sigue existiendo.55 Muchas
mujeres todavía necesitan ese chute de confianza. Entre el 55 y el 80 por
ciento de las mujeres no están contentas con su aspecto, y aseguran tener
poca autoestima. Eso quiere decir que la noción de la superioridad masculina
continúa vigente en la cultura occidental. Con frecuencia, las mujeres
necesitan un subidón de confianza en sí mismas para equilibrar el juego
erótico.56
La neuroquímica también influye en la afición de las mujeres por los
halagos. Biológicamente, las mujeres están creadas para basar la autoestima
en las relaciones personales con los demás, y de forma innata tienen «una
alarma mucho más negativa ante el conflicto».57 Su centro de preocupación
mental, la corteza cingulada anterior, es más grande y más activa que la de
los hombres, y ansía que le proporcionen confianza. Como dice la comadre
de Bath de Chaucer: «La lisonja es el mejor método con que un hombre
puede conquistarnos».58
Kudos se pregunta cuál es el centro cerebral de la estima. Según lo que se
denomina «respuesta al aplauso», los piropos proporcionan una sensación de
recompensa comparable a un chute de droga, pues bañan al cerebro de
productos químicos similares a las anfetaminas y elevan nuestra concepción
de nosotros mismos.59 Nos sentimos eufóricos, «más atractivos», seguros y
competentes.60
Los manuales de amor clásicos aconsejaban a los hombres que adulasen a
las mujeres. Las lisonjas se ganan el corazón de una dama «igual que el agua
mina, según fluye, la escarpada ribera», escribió Ovidio. «Y no te importe
alabar su semblante y sus cabellos, sus finos dedos y su pie menudo.»61 En
El libro del amor cortés de la época medieval, la adulación de la amada era
obligatoria. Ningún hombre podía esperar que una mujer le sonriera a menos
que la pusiera por las nubes, y de manera ingeniosa. Una dama de clase
media podía sentirse halagada si se alababan los atributos de su belleza, pero
una mujer noble requería un homenaje más refinado. En el siglo XVIII, lord
Chesterfield eliminó todas estas distinciones; los hombres debían piropear a
las mujeres —todo lo posible—, le advirtió a su hijo, «siempre que sea
posible y de cualquier manera posible».62
Los filósofos del amor más recientes han profundizado un poco más en la
cuestión y han redefinido el papel que tienen las alabanzas en el amor. El
psicoanalista Adam Phillips considera que la exaltación del ego puede ser
crucial para la pasión. «¿Y si nuestro deseo más ferviente fuera ser
alabados?», se pregunta.63 Lo secundan muchos teóricos que defienden que
la idealización es imprescindible en las relaciones personales.64
El arte de la adulación en sí se ha estudiado desde otro ángulo. Saber
piropear, dicen los investigadores, es una cuestión de astucia. El hombre debe
estar atento, cultivar la creatividad, el humor y la sinceridad; añadirle una
pizca de sabor agridulce; y adaptar el piropo a cada persona. Lo peor que se
puede hacer es piropear a medio gas; un estudio descubrió que la mayor parte
de las personas, presas del efecto «superior a la media», tienden a creer los
superlativos que les aplican. La exageración sale a cuenta en el amor.65
Los dioses de la fertilidad sabían cómo hacerlo; entronizaban y
glorificaban a las mujeres. El dios hindú Shiva, el sumerio Dumuzi y el dios
egipcio Osiris alababan a sus reinas y las ponían en un pedestal. Dioniso
rescató a su madre del fondo del mar y la coronó a ella (y a Ariadna) con la
inmortalidad. En los ritos de estas deidades sexuales, las mujeres actuaban
como poderosas sacerdotisas, avatares de la deidad, y establecían un contacto
directo con lo divino.
Los seductores de fábulas y novelas suelen adular a las mujeres con fines
menos honorables. La inferioridad femenina ha estado tan patente en toda la
historia que las mujeres son capaces de perder la cabeza si las alaban. Odiseo,
adulador como pocos, se aprovecha del anhelo femenino de estatus en el
patriarcado griego. Cuando su nave naufraga en la isla de Esqueria, declara su
amor a la princesa Nausicaa (y así obtiene acceso a la corte) porque la
«confunde» con un ser elevado. En lugar de referirse a la persona subyugada
e insignificante que es, Odiseo dice que es la única diosa con poder para
salvarlo: «Yo te imploro, ¡oh princesa!, ¿eres diosa o mortal?».66
La serpiente de El paraíso perdido emplea una forma similar de adulación
para subir el ego. Va directa a la yugular del estatus. El personaje de Eva que
retrata Milton forma parte de la clase baja del siglo XVII: «débil», sin voz ni
voto y sometida a la autoridad masculina.67 El astuto Satán la manipula como
si fuera de barro. Si muerde la manzana será una «Emperatriz» (como
merece) igual o superior a Adán, «la más hermosa imagen del Creador».68
En el mundo lleno de estratos sociales descrito por Edith Wharton en Estío,
la humilde protagonista es tan fácil de conquistar como Eva. El arquitecto
cosmopolita Lucius Harney va a pasar el verano a un paraje rural perdido y
allí conoce a Charity, la montañesa insegura y sin trampa ni cartón a quien
corteja prometiéndole un ascenso social. Admira que la joven sea «diferente»,
le dice, e insinúa que es una de las elegidas mientras la lleva a una cabaña
abandonada.69 «La admiraba —se regocija la protagonista mientras él le besa
los nudillos—, y la admiraba porque era de la montaña.»70
Daryl Van Horne utiliza una versión del siglo XX de esta estrategia para
seducir a las amas de casa de Las brujas de Eastwick, de John Updike. En
pleno gulag doméstico de Estados Unidos en la década de 1950, este Satán
tienta con la manzana de la distinción a tres «brujas» reprimidas. Aunque lo
«calan» enseguida, tienen tantas ansias de reconocimiento profesional que
sucumben a sus halagos. Transforma las figuritas femeninas que modela
Alexandra en exitosas piezas de museo y convence a Jane, una violonchelista,
de que tiene un talento extraordinario. También insta a Sukie, la periodista
del pueblo, a que deje ese trabajo de chupatintas; es una intelectual que puede
«pensar» y comprender los complejos experimentos químicos de Satán.71
Kate Alexander, personaje posfeminista de Blue Skies, No Candy, la
novela de Gael Greene, carece de todas esas inseguridades de antaño; es una
guionista con éxito, dinero, hermosura y clase, y elige a su antojo a los
amantes más devotos para que la alaben como es debido. Le aseguran que es
perfecta (además de «un polvo espectacular») y ella flota por las nubes.72 Se
cree «excepcional, maravillosa y adorable».73
Las novelas románticas se adentran todavía más en el territorio de la
imaginación. En este tipo de libros, las mujeres quieren lo que según los
psiquiatras subyace en el centro del inconsciente: ser una diosa para el
hombre, la única mujer del cosmos.74 Los auténticos héroes, los «buenos» de
estos relatos se quedan estupefactos al ver a la protagonista; es la «hembra
más magnífica» de la creación, una diosa que eclipsa a las demás mujeres.75
Rick Chandler, de El rompecorazones, ha visto mucho mundo, pero en
cuanto tiene ante él a la actriz, experimenta una revelación religiosa: «Rick se
había expuesto a muchas mujeres en su vida, pero ninguna lo había cautivado
así». Se lo repite a la chica sin cesar y exagera sus méritos con
grandilocuencia.76
Lo único que puede superar algo así es tener a dos galanes echándote
piropos. En The Sweetest Thing, un deportista con medalla olímpica en vela,
además de piloto de élite de la asociación nacional de carreras NASCAR, se
desvive por el amor incomparable de Tara Daniels. Para Logan, el piloto de
carreras, Tara es la mejor del mundo, un ídolo, y no piensa marcharse de la
ciudad hasta que ella lo acepte. Mientras tanto, el navegante incrementa el
nivel de sus alabanzas: ninguna mujer ha alcanzado jamás tal cota de
perfección femenina. Incluso se ofrece a ser su «esclavo sexual» si ella
quiere.77
Los verdaderos seductores son expertos en alabanzas capaces de enternecer
a casi todas las mujeres. Igual que Casanova, son creativos y saben leer el
corazón femenino. Cuando era seminarista, el joven Casanova regaló los
oídos a la esposa de un abogado en un carruaje público durante un viaje a
Roma. Primero le dijo a la mujer, en presencia de su marido, que había
apagado su deseo de ser monje, y después se dirigió a ella a solas, llamándola
«ángel mío». Se disculpó por ser tan ardiente y le dijo que «en Italia no puede
haber más que una sola Lucrezia».78 De un plumazo, dejó de ser la propiedad
anónima de un abogado aburrido y, de la mano de Casanova, se convirtió en
una heroína celestial de un drama amoroso cósmico. Cuando el carruaje llegó
a Roma, ya era su amante.
Algunos grandes amantes son prodigiosos cuando se trata de halagar. Sir
Walter Raleigh consiguió ser el «querido de la Cleopatra inglesa», la reina
Isabel, gracias a una ingeniosa ofensiva de lisonjas. En lugar de recurrir a los
manidos piropos de los aduladores de la corte, apeló a la inteligencia y al brío
de la reina Isabel. Grabó un ingenioso pareado en el cristal de la celosía del
palacio con un diamante, la ensalzaba con frases cargadas de indirectas y le
escribía poemas de amor llenos de juegos de palabras y enigmas para el
intelecto.79
Gabriele D’Annunzio también era famoso por sus recargadísimas
alabanzas. Otorgaba a cada una de sus amantes una identidad semidivina y un
nombre especial, además de abrirles la puerta a una sociedad selecta. La
dama era «única en el mundo», tenía el corazón más noble, era el ser más
radiante.80 La famosa bailarina Isadora Duncan aseguró: «Ser alabada con
esa magia propia de D’Annunzio era una experiencia similar a la que Eva
debió de sentir cuando oyó la voz de la serpiente en el Paraíso».81
El estadista británico del siglo XX Duff Cooper es la prueba fehaciente de
cómo el poder de las lisonjas supera los obstáculos físicos y prácticos. No
solo era rechoncho y tenía la cabeza enorme y la cara redonda como un pan;
además le faltaban los elementos sine qua non apuntados por los
evolucionistas: atractivo sexual, riqueza y estatus social. No obstante, aun
siendo un funcionario londinense de baja estofa, logró la lista de amantes más
larga de la década. La señorita Diana Manners era una belleza famosa en su
época, aristócrata poco acaudalada con afición a «las cosas que el dinero
puede comprar» y una retahíla de pretendientes ricos y con títulos.82 Sin
embargo, fue incapaz de resistirse al cortejo adulador de Cooper, a sus
innumerables cartas en las que decía que ella era «el color más brillante, el
calor más dulce, el rayo que ilumina [la vida]».83
Su matrimonio resultó más parecido a un «arreglo» de lo que presagiaban
sus cartas. Con el consentimiento tácito de Diana, Duff tuvo una amante
estable durante los treinta y cinco años que pasaron juntos. No había mujer
atractiva a la que viera y no deseara adular para que tuviera una aventura con
él. El caso de la actriz Catherine Nesbitt, otra gran belleza, fue un clásico.
Cooper enumeró con destreza las mejores actuaciones de la artista, le confesó
su pasión y le suplicó que le dejara besarle los pies, que había visto descalzos
en el escenario. Ella se bajó las medias y se rindió ante él.
Cuando cortejaba a la princesa de Broglie, se obsesionó con sus manos.
Primero las fue besando mientras iban de ruta en el Hispano Suiza de la
dama, y después le escribió un poema: «Dos manos de azucena son mi único
deseo. / Mantienen mi esperanza, mi placer / y mi desespero». Al final ella
alivió el desespero y le proporcionó un nido de amor en Londres, además de
invitarlo a algunas escapadas en su chalet de la Riviera francesa.84
De todas formas, la aventura más sonada de Cooper fue la que mantuvo
con la «emperatriz de la seducción» de Francia, Louise de Vilmorin, poeta,
novelista y seductora que había rechazado a tres maridos y acababa de
regresar a París.85 A primera vista, no le atrajo demasiado el nuevo
embajador británico. No obstante, tras una noche escuchando sus hábiles
alabanzas mientras cenaban, lo siguió y «correspondió a [sus] besos».86
«Eres un tesoro —le escribió al día siguiente—. Lo quiero todo para mí.»
Ella cedió y se mudó a la embajada, donde vivió con el matrimonio Cooper
durante tres años en un escandaloso ménage à trois. El estadista la idolatraba:
admiraba sus poemas, aplaudía en sus recitales de guitarra e incluso tradujo
su famosa novela corta Madame de.87
Tiempo después, cuando contaba casi sesenta años, sedujo a Susan Mary
Patten, la esposa de un diplomático de veintinueve años que tiempo después
se casó con un periodista amigo de John F. Kennedy, Joseph Alsop. Con su
característica labia, Cooper la agasajó con cartas de amor graciosas e
hiperbólicas, hasta que ella confesó que lo amaba tanto que se ponía
«enferma».88
El autor Evelyn Waugh apodaba Canalla a Duff Cooper. Pero las mujeres
(incluida su indulgente esposa) nunca lo consideraron un canalla. Sabía
satisfacer con demasiada pericia el anhelo femenino (y universal) de
aplausos, distinción y una imagen personal enaltecida y glorificada.89
En el ambiente actual de escepticismo romántico, parejas pragmáticas y
amor efímero, el arte de la lisonja ha palidecido. Los consejeros de citas más
modernos fomentan el antipiropo, los «cortes» que devuelven a las mujeres a
su lugar con comentarios desagradables como: «Seguro que a tu ex novio le
sacaba de quicio que hicieras eso, ¿no?» o «¿Ese pelo es natural o teñido?».
La industria de las postales de felicitación también cuenta con un buen
surtido de frases sensibleras genéricas y de bromas sarcásticas.90
«Aunque en la pantalla vaya de macho ibérico, me es difícil
seducir a las mujeres; en cambio, a los hombres les gusto
más.»
Javier Bardem
Todo esto hace que los premios y las mujeres queden reservados para los
auténticos seductores. Hace poco hablé con uno de ellos, un estudiante de
empresariales del MIT, que considera que su éxito con las chicas se debe a
los halagos personalizados: «Con un buen piropo se llega a cualquier parte —
comentó—, pero tiene que ser inteligente y estar bien elegido». Además,
debe ser sincero: una mujer segura de sí misma siempre sabe distinguirlo.
Como sentencia el filósofo William Gass, en el fondo «el amor es un tipo de
adulación».91
Fusión de los corazones e intimidad
Será ayuda perfecta, tu otro tú, / el justo anhelo de tu corazón.
JOHN MILTON, El paraíso perdido92
Esta dama no tiene remedio. Adicta al láudano, propensa a la histeria, a los
ataques de ansiedad, a la claustrofobia y los desmayos, la señora Carleton de
la época dorada de Nueva York ha sido considerada un «caso perdido» por
diez médicos distintos. Bueno, hasta que el doctor Victor Seth, un
carismático neurólogo, aparece en escena. En cuanto Lucy Carleton se topa
con su penetrante mirada en la novela de Megan Chance An Inconvenient
Wife, empieza la «cura». El doctor Seth posee un talento único: el don más
clarividente del seductor, la intimidad. (También maneja estupendamente una
nueva varita mágica vibradora, pero ese es otro tema.) Cuando Lucy va a la
primera sesión, el médico se sienta a su lado como si «fueran amantes
enfrascados en una conversación íntima», y la hipnotiza para sondear las
profundidades de su ser.93
A lo largo del tratamiento, descubre el «manantial de su vida interior» y la
anima a zafarse de las cadenas del decoro y a desafiar a su marido déspota,
hasta que se enamora perdidamente de Seth.94 «Yo te comprendo, Lucy», le
asegura cuando ya son amantes. «Mírame. Sabes que es verdad. Yo sé lo que
quieres.»95 Y eso provoca el violento desenlace de la novela. Desesperada
por estar con el hombre que la comprende «mejor que ningún otro», mata a
tiros a su marido, consigue escapar antes de que la detengan y se fuga a
Europa con «Víctor el mago».96
Las cosas que una mujer es capaz de hacer para lograr la confianza de un
hombre son infinitas. Aunque parezca un tópico, es cierto que las mujeres
desean que los hombres sondeen su interior y conecten con ellas
emocionalmente. Suplican ese grado de intimidad a sus parejas: apertura,
empatía, conexión de corazón a corazón y la promesa de una unión profunda.
Los seductores prácticos saben responder a sus plegarias.
El amor se construye de tal forma que anhelamos una compenetración
semejante. Buscamos, según los filósofos de la erótica, «la unión total con el
amado», la transparencia psíquica y la pérdida del «yo» para obtener un
trascendente «nosotros». Platón proporcionó la base mítica de esta idea en El
banquete. En la leyenda del filósofo, hubo un tiempo en el que la tierra estaba
poblada por una raza de criaturas con ambos sexos, tan poderosas que Zeus
acabo por dividirlas y condenó a la humanidad a buscar eternamente la otra
mitad para alcanzar la plenitud.97
Aunque ambos sexos ansiamos la fusión de los egos a través del amor, las
mujeres parecen anhelarlo con más fuerza.98 En las encuestas se observa la
queja crónica de la falta de una buena intimidad con los hombres, y una de
las motivaciones frecuentes que dan al sexo es la esperanza de alcanzar una
«conexión emocional».99 La investigadora Lisa Diamond cree que la
voluntad de establecer vínculos es uno de los cuatro detonantes del deseo
femenino, tan potente que una mujer es capaz de reconducir sus afectos para
lograrlo.100 Las mujeres están creadas para la intimidad. Incluso en el vientre
materno, el contacto emocional está muy arraigado en el cerebro femenino, y
en la adolescencia el aumento de estrógeno favorece un fuerte impulso de
comunicarse y afianzar vínculos afectivos.101 El hombre que identifica esa
necesidad, que posee el «don de la intimidad», escribió un columnista de
Cosmopolitan en 1901, logrará retener a las mujeres con «cadenas de
acero».102
Los narradores relatan el poder erótico de la intimidad desde hace siglos.
En la mitología egipcia clásica, Isis se ve atraída hacia Osiris como un
«hermano»; cuando el enemigo lo deja hecho trizas, ella le cura las heridas y
acoge «su esencia en su propio cuerpo».103 Del mismo modo Kali, la energía
hindú del universo, entra en el ser de Shiva y «se funde en su corazón».104 El
propósito de los ritos de la religión dionisíaca era que sus seguidoras llegaran
a «abrazar a la divinidad» y fundirse con ella.105
Tal vez no sea coincidencia que las mujeres de mitos y leyendas mezclen
filtros de amor para fundir a los enamorados en un todo «completo y
unido».106 La madre de Isolda prepara la poción que su hija bebe por error
con Tristán (en lugar de hacerlo con su pretendiente, el rey Marcos de
Cornualles). Así se enciende la llama de su fatídica unión amorosa. En una
leyenda italiana del siglo XII, tres brujas buenas de Benevento preparan una
pócima de la intimidad. Destilan un licor a partir de setenta hierbas (que hoy
en día se bebe embotellado con el nombre de Strega) y se la ofrecen a la
princesa Bianca Lancia, quien no tarda en unir su alma a la de Federico II,
«rojo, calvo y miope», y vive con él hasta el día de su muerte.107
El escritor alemán Goethe pensaba que la ciencia podía explicar esa
necesidad de fundirse con el ser amado. Eduard, el protagonista de su novela
de 1809, Las afinidades electivas, invita a la sobrina de su esposa a su castillo
y la química se apodera de ambos. Impelida por la misma fuerza de atracción
que las partículas físicas, la joven Otilia ve nacer una afinidad espiritual con
Eduardo que no tarda en absorberlos a ambos. Los pensamientos y la letra de
Otilia se mimetizan con los de él; su dolor de cabeza en la parte izquierda es
un reflejo del dolor en la parte derecha de la cabeza que experimenta él, y sus
improvisados conciertos musicales se hacen eco de la armonía de las esferas:
«Eran una sola persona, un solo ente con un bienestar perfecto e
irreflexivo».108 Embriagada por una poción de inspiración más oscura, Cathy
Linton, en Cumbres borrascosas de Emily Brontë, exclama: «¡Nelly, yo soy
Heathcliff!». Está «en mi propio ser».109
Los cautivadores modernos de ficción están más que versados en esas
artes. Ludovic Seeley, el pícaro adulador de Los hijos del emperador, de
Claire Messud, tiene una estrategia infalible que aplica con las mujeres: la
intimidad, «o la sensación de ofrecerla».110 Se inclina hacia la dama, le
susurra como un confidente, la mira sin despegar los ojos como si fuera la
única y provoca un terremoto erótico. Otro seductor, Jonathan Speedwell, en
la obra Griego para principiantes de James Collins, es como un bandido del
amor, porque puede «introducirse en la mente de las mujeres».111 «¡El
corazón humano, preciosa!», le dice a una hermosa mujer casada antes de
hacer el amor con ella en el césped de un club de campo. «Esa es mi
especialidad.»112
Los héroes de las novelas románticas van un paso más allá y adentran a las
mujeres en el dominio mítico primigenio de la fusión erótica y la unión
oceánica. Estos hombres de ensueño insisten en el ser compartido y poseen
una visión telepática que les permite ver la psique de la mujer de sus sueños.
Juliet, protagonista de Unravel Me, de Christie Ridgway, se maravilla: su
amante «¡le lee el pensamiento!».113 El crítico Amber Botts apunta que en
realidad él y ella son la misma persona; el galán de esa novela es una
proyección del ser oculto de la protagonista, su doble disfrazado.114
«En realidad no eres un tío, ¿verdad?», le pregunta Libby a su novio en la
novela Nadie es perfecto, de Jane Green. «Eres una chica.»115 Nick es la
intimidad personificada, capaz de sintonizar hasta fundirse con la otra mente
y romper barreras. Comparte secretos con Libby, escucha sus deseos ocultos
y la hace sentir tan cómoda que ella accede a meterse con él en la bañera la
primera noche. Es un tipo cualquiera, un aspirante a escritor sin blanca, pero
Libby abandona a su acaudalado prometido por Nick. Todo da igual, comenta
la chica, hasta que «encuentras a tu otra mitad».116
Los galanes de las películas de sobremesa (y sus sucesores, los seductores
de las comedias románticas para chicas) también se dedican en cuerpo y alma
a estrechar los lazos del amor. Se compenetran con las protagonistas, intuyen
sus emociones como si fueran detectives parapsicológicos y murmuran:
«Nunca haré nada que pueda romperte el corazón».117 «El deseo de
intimidad afectiva —escribe la doctora Martha Nochimson— subyace en el
argumento de todas las series televisivas.»118
Desde que se tiene constancia, los manuales de amatoria han situado la
intimidad en uno de los primeros puestos de la lista de virtudes que debe
tener un buen amante. El Kama Sutra daba pautas a los aprendices para que
interpretaran los sentimientos femeninos y consideraba que el objetivo del
amor era la unión trascendente; la vida de una pareja debería estar unida
«como dos ruedas de un carro».119 Ovidio también era un ferviente defensor
de la seducción íntima. Ganad confianza enseguida, instaba a los
pretendientes, alimentad e imitad su estado de ánimo, haceros amigos suyos y
deleitadla con «un grato cuidado».120 En el capítulo «De la intimidad» del
libro Del amor, Stendhal apremiaba a los hombres a cultivar la naturalidad y
la transparencia para alimentar la pasión erótica.121
De todas formas, es posible que se necesite algo más. Las críticas más
recientes al concepto de la intimidad apuntan que la unión total de las almas
no siempre es ideal. El concepto de unión espiritual es tremendamente
atractivo, pues promete el fin de la soledad existencial y la realización de las
fantasías infantiles de fusión con el otro.122 Pero la unión absoluta también
puede deprimir el deseo sexual y alimentar demonios: codependencia,
sensación de asfixia y aburrimiento. El castigo de Francesca y Paolo en el
infierno de Dante es estar soldados uno al otro para siempre y condenados a
girar en la misma órbita claustrofóbica toda la eternidad.123
Por el contrario, la intimidad radiante y atractiva mantiene la tensión entre
el vínculo y la separación, la unión de la pareja y la independencia, y
conserva las diferencias entre los amantes. Es una operación sutil y
complicada, que no está al alcance de cualquier neófito del amor. Requiere un
carácter decidido, mucho tacto y unas antenas emocionales muy sensibles.
Casanova, que durante mucho tiempo fue vilipendiado como un mujeriego
enemigo de las emociones, en realidad era uno de los maestros de la
intimidad más sutiles y avezados.124 Se desvivía por adentrarse en la psique
femenina y buscaba «el beso que une a dos almas en el lecho».125 Fue el
único que logró ver a través de la máscara del castrato Bellino y descubrió a
la verdadera Teresa que se escondía detrás, para abandonarse en una aventura
extática con su «doble». Sin embargo, Casanova siempre mantuvo el
equilibrio entre la cercanía y el alejamiento con esa amante. Le gustaba jugar
a disfrazarse con Teresa, fingió y luego confesó su verdadera riqueza, y se
acercó al altar para después alejarse.126
El reverendo C. L. Franklin no suele aparecer en los anales de la
seducción. Sin embargo, fue una sensación para los baptistas africanos en la
década de 1950, un predicador y seductor cuya especialidad era la relación
empática y sincera. Pionero del soul en sus sermones cantados (era el padre
de Aretha Franklin) y defensor de los derechos humanos, también era un
mujeriego empedernido. Tal como apuntó Mary Wilson, una de las
componentes originales de las Supremes, las mujeres «lo adoraban» y a lo
largo de su vida pasaron decenas por sus brazos, entre ellas dos esposas y la
estrella del rhythm and blues Ruth Brown.127 Al preguntarle por la causa de
su atractivo, la respuesta era siempre «su asombrosa capacidad para acceder a
los rincones más recónditos del alma de la otra persona» a la vez que
mantenía «un muro interno de intimidad».128
Al principio, Monica Lewinsky no consideraba al presidente Bill Clinton
nada atractivo; era «un viejo» con «la nariz roja».129 Eso fue antes del
incidente tan sonado de 1995, cuando la penetró como un láser con su
«mirada» y ella cayó en sus brazos como un pájaro herido. A pesar de sus
sórdidas aventuras y sus escándalos sexuales, las mujeres siguen amando a
Clinton… con locura. Gail Sheehy apunta que sabe cómo hacer que
«ronroneen».130 Su secreto: una ardiente intimidad. Según una de sus ex
novias: «Te hace sentir como si fueras la única mujer sobre la faz de la
tierra».131 Se abre paso y parece «reptar hasta colarse en el alma».132
Muchas enamoradas han permanecido cerca de Clinton a pesar del paso del
tiempo, y su esposa, según fuentes cercanas, sigue «colada» por él. Al mismo
tiempo, el ex presidente mantiene una parcela cerrada e inaccesible que
favorece la dinámica yo-nosotros.133
El psiquiatra Carl Jung era un virtuoso de la intimidad, pero de otro
calibre. También él estaba obsesionado con la vida interior femenina y era un
genio del arte de la conexión. Sin embargo, convirtió la exploración del
«espacio interior» en el centro de su carrera y acabó siendo el padre fundador
de la psicología analítica. Siempre ávido de conocer el amor romántico, Jung
rescató la metáfora de Platón de la búsqueda del alma gemela y le dio un giro
hacia la psicología profunda. Según la teoría de Jung, cada uno de nosotros
posee una imagen de nuestro otro yo en el inconsciente (un anima para los
hombres y un animus para las mujeres), lo cual explica por qué determinadas
personas nos hechizan.134
Jung, que se autoproclamaba «un gran amante», se sentía hechizado con
facilidad.135 Aunque desde muy joven atrajo al sexo opuesto, conoció a su
primera anima a los veintiún años: una adolescente de quince años con
trenzas que vio en una escalera y con quien se casó seis años más tarde.
Emma Rauschenbach y él tuvieron cinco hijos pero, conforme aumentó su
práctica psiquiátrica, también lo hicieron sus admiradoras y sus intereses
extramaritales. En su opinión, tal práctica formaba parte de su trabajo (antes
de la censura de las relaciones entre médico y paciente). Durante la terapia,
los pacientes proyectaban en él aspectos de figuras formativas del pasado, un
proceso llamado «transferencia» que puede crear una «intimidad irreal» y
ansias eróticas.136 Parece que esas ansias eróticas afloraban con facilidad. La
manera de ser de Jung alentaba la confianza y era un hombre increíblemente
guapo: «un toro» de más de seis pies de estatura con ojos penetrantes y
facciones marcadas.137
A su primera amante, Sabina Spielrein, le habían diagnosticado histeria y
la habían derivado a Jung con la advertencia de que era un caso incurable.
Con la ayuda de un régimen revolucionario, liberó las represiones enterradas
de la mujer y durante el tratamiento descubrió su «profunda afinidad
espiritual».138 Su idilio duró dos años y, contrariamente a lo que alegan los
tabús modernos contra las relaciones entre analista y analizado, se recuperó
por completo y llegó a ser una psiquiatra de renombre. Más tarde, en Zurich,
Jung atrajo a un séquito de mujeres de la sociedad, que recibieron el nombre
de «Jungfrauen».139 Abarrotaban sus conferencias y le pedían que fuera a sus
hogares para realizar las sesiones de terapia, en las que a menudo había sexo.
En 1910 otra paciente, llamada Toni Wolff, se cruzó en su camino, y Jung,
que entonces tenía treinta y cinco años, volvió a quedarse prendado; en esa
ocasión había encontrado su mitad cerebral complementaria. «¿Qué podía
esperarse de mí?», preguntó resignado. «El anima me mordió en la frente y
no quiso soltarme.» El ménage à trois duró cuarenta años. La llevó a casa
para que viviera con Emma y sus cinco hijos, y pasaba parte del día y algunas
de las noches con Toni, otra parte con su esposa, y el resto con otras mujeres
hambrientas de comprensión y contacto físico. Parece que ninguna de ellas
salió mal parada de esas uniones tan poco ortodoxas.140
A pesar del interés de Jung por la realización personal a través del amor
sexual, huía de la fusión perfecta de dos en uno. La interdependencia
emocional, en su opinión, suponía la muerte de la identidad y el sentimiento
romántico. Decía que la libido era «como los dos polos de una pila»: una
oscilación continua entre polos opuestos.141 Era un hombre complicado que
alimentaba la confianza con su cariño y su apertura, si bien al mismo tiempo
solía retirarse en largos silencios meditativos. Jung escribió que la «historia
de [su] vida» era la de su «experiencia interior». Pero también fue la historia
de una seducción a gran escala a través de un afrodisíaco muy sofisticado: la
intimidad concentrada, aliñada con la dedicación adaptada a cada persona y la
ilusión, aunque fuera efímera, de un cuerpo y un espíritu.142
La palabra «intimidad» hace que muchos hombres pongan pies en
polvorosa. Se ha convertido en un precepto sagrado y en la piedra de toque de
las terapias de pareja. Evoca la imagen de un policía del amor en la puerta, un
registro exhaustivo para encontrar los secretos del alma y una vida entera
metido en una caja explosiva de emociones excesivamente compartidas. Para
contrarrestar, los nerviosos consejeros en materia de seducción recomiendan
a los hombres que mantengan «una buena armadura mental», que «se retiren
y no muestren las emociones» si quieren ganarse a las mujeres. Pero el
verdadero éxito (obtener la pasión completa y duradera de una mujer)
requiere compromiso, aprender a percibir el ser implícito de la otra persona,
esforzarse por ir al compás y aderezarlo con un flujo vital de individualidad y
simbiosis.143
No obstante, incluso los mejores «trucos» psicológicos pueden fallar a
veces. Puede que un hombre afine el radar, aplauda a una mujer hasta que le
duelan las manos y le ofrezca la unión astral de sus almas. Pero no le saldrá
bien si no dice las palabras adecuadas. Si no sabe hablar, si aburre a las
piedras o no deja de decir bravuconadas, nunca le echará el lazo a la dama,
por muchos encantos sensuales o mentales que tenga. La conversación es el
nudo corredizo de la seducción, el primer movimiento (y el más olvidado)
cuando se quiere atrapar al amor y retenerlo para impedir que se escape.
5
Afianzar el amor
La conversación
El amor consiste casi siempre en conversar.
HONORÉ DE BALZAC,
Fisiología del matrimonio1
«Créame —me dice una de las presentadoras de televisión más importantes
de Nueva York—, todas las mujeres que conozco matarían por este hombre.
Hable con él y verá.» Cuando me presentan a George Reese en casa de esa
mujer mientras tomamos algo antes de cenar, no le veo el encanto por
ninguna parte. Se parece a un sheriff de un estado sureño vestido con traje de
domingo: de constitución corpulenta, espesas cejas canosas y un amago de
papada por encima del cuello Windsor de la camisa.
Cuando nos sentamos juntos en el salón, me dedica una mirada divertida y
luminosa.
—Me encanta esa pulsera de alambre de espino —dice con voz de bajo y
acento de Georgia—. No va a hacerme daño, ¿verdad? Bueno, cuénteme,
¿cómo es que ha recalado en Nueva York?
Mientras empiezo a largar, él va emitiendo sonidos enfáticos tipo «ajá»,
«mmm».
—Pero ¿y usted? —reconduzco por fin la conversación—. Me he enterado
de que tiene mucho éxito con las mujeres de esta ciudad.
—Suzanne [la mujer que nos ha presentado] es un encanto, ya sabe —
responde antes de dar un sorbo a su cóctel Manhattan—. Pero si yo tuviera
que puntuarme, me daría un siete sobre diez. —Al final reconoce—: Bueno,
en realidad siempre me han gustado las mujeres. Cuando iba al instituto en
Shiloh y me presenté a delegado, se formó un grupo de fans femenino. Las
llamaban «Mini Reeses».
—¿Y por qué resulta tan atractivo? —le pregunto.
Hace una pausa y luego responde:
—No sé. Supongo que en mi caso es gracias a la conversación. A ver, no
era uno de esos estudiantes futbolistas que volvían locas a las chicas. Pero se
me daba bien conversar. Y estoy convencido de que eso es una ventaja con
las mujeres. —Se inclina hacia delante y abre la mano para dar más énfasis al
comentario—. De todas formas, tiene que ser espontáneo. Me interesan
muchos temas e intento adivinar de qué le apetece hablar a una mujer.
Ponerle un poco de teatro también facilita las cosas, ¿no cree?
Durante la cena no es el tipo de conversador ocurrente que yo esperaba
encontrar. Hasta que no termina de tomar la sopa, no deja la charla sobre
genética que ha mantenido con la mujer que tiene sentada al lado, una
cirujana rubia, para dirigirse a toda la mesa. Hace un comentario sobre las
bodas y empiezan a surgir anécdotas: un novio desnudo con sombrero de
copa, una niña encargada de llevar las alianzas que se tragó el anillo, la dama
de honor solterona y la típica caída en el pasillo que conduce al altar.
La anécdota que aporta Reese no es especialmente graciosa. Nos cuenta
que en la boda de su hijo, de alto copete, bailó un vals con uno de los jóvenes
amigos que ayudaban a recibir a los invitados. Pero nos hace «picar el
anzuelo», como suele decirse. Describe la escena en una carpa enorme con
todo lujo de detalles irónicos, imita a los parientes políticos que cotilleaban al
verlos bailar y va creando expectación hasta llegar al momento en el que el
cura se acercó a la pista de baile y lo sacó de allí. Las mujeres de la mesa
están encantadas. La cirujana que tiene al lado le da una tarjeta de visita y al
final Reese se marcha con una periodista sueca recién divorciada.
Un seductor que sabe conversar hace algo más que conectar en el terreno
verbal; genera un hechizo de amor… y de los fuertes. Un hombre con
palabras aladas y dotes para la conversación, por muy feo que sea, es capaz
de encandilar a una mujer. «Dadme diez minutos —se vanagloriaba Voltaire
— y con mis palabras haré que olvidéis mi feo rostro. Podría llevarme a la
cama a la reina de Francia.»2 Y conseguir que se quede allí, si se lo
propusiera. La conversación es un encanto prolongado que enciende y
alimenta el deseo femenino y se perfecciona con el tiempo. «Las mujeres —
escribió el novelista victoriano Wilkie Collins— pueden resistirse al amor de
un hombre, a la fama de un hombre, al aspecto físico de un hombre y al
dinero de un hombre, pero no pueden resistirse a la lengua de un hombre,
cuando sabe cómo hablarles.»3
Y tenía bastante razón. Además de ser más comunicativa y dada a
verbalizar que el hombre, la mujer se «enciende» eróticamente con la
conversación. El cerebro con cromosoma XX está diseñado para saborear las
palabras. Las mujeres poseen un centro comunicativo más grande que los
hombres y las áreas verbales de su cerebro son más activas; además, las
mujeres tienen más en cuenta las emociones a la hora de procesar el
lenguaje.4 Las zonas emocionales y lingüísticas de su cerebro están muy
entrelazadas y son extremadamente sensibles a las relaciones sociales.5
Cuando las mujeres congenian gracias a la conversación, señala Louann
Brizendine, experimentan un aumento enorme de dopamina y oxitocina, la
recompensa neurológica más grande después de un orgasmo o una dosis de
heroína.6
En demasiadas ocasiones, la conversación masculina no es capaz de
proporcionar ese aumento de sustancias euforizantes. En una encuesta tras
otra, las mujeres se quejan de la incapacidad de los hombres para mantener
un diálogo fructífero: saber escuchar, involucrarse e interesarse por el tema.7
El silencio es la epidemia más extendida.8 Hay estudios que indican que las
secuelas de esta enfermedad pueden ser graves, a juzgar por el alto porcentaje
de peleas, divorcios e infidelidades femeninas.9 Los sociolingüistas atribuyen
el problema a una diferencia innata entre el estilo de hablar de un género y
otro, y dicen que la «comunicación intercultural» no funciona.10 Sin
embargo, eso no sirve de consuelo a muchas mujeres que ansían, como
escribe la columnista del New York Times Maureen Dowd, «mantener una
relación con un hombre con el que puedan hablar en serio».11
El mundo fantástico de las mujeres está lleno de hombres así. En el cuento
de hadas «The Blue Bird», escrito en el siglo XVII por madame D’Aulnoy, el
príncipe se transforma en un pájaro azulejo que visita la celda de su amada
todas las noches a lo largo de siete años y le habla durante horas. En los
relatos contemporáneos, las protagonistas dejan plantados a novios más que
dignos en cuanto conocen a otros hombres con talento para la conversación.
Irina McGovern, personaje de la novela El mundo después del cumpleaños,
de Lionel Shriver, abandona a su fiel pareja, con quien lleva nueve años, por
un hechicero de la palabra, la estrella del billar Ramsey Acton. Dentro y fuera
de la cama, la hechiza con su acento de clase baja «meloso y marcado», con
su oído intuitivo, sus historias divertidas y sus interminables charlas subidas
de tono cuando conversa con ella hasta el amanecer, mientras gesticula con
sus dedos finos y delgados.12 En el libro de Elin Hilderbrand A Summer
Affair, una artista y madre que vive en la isla de Nantucket le pone los
cuernos a su apuesto marido «sin nada que decir» con un jubilado rechoncho
y medio calvo dispuesto a charlar sobre «su obra», hablar de cultura y de
otras «ideas importantes» con ella.13
Los galanes de las novelas románticas para el gran público cumplen los
sueños más desenfrenados de las mujeres: se trata de amigas habladoras en el
cuerpo de hombretones que son todo músculo. Los cuatro hermanos Travis
de la trilogía de Texas escrita por Lisa Kleypas son unos cachas imponentes,
pero hablan por los codos: sobre sueños, ambiciones, heridas psíquicas, amor
y los infinitos atractivos de la protagonista. El apuesto Mat Jorick de la
novela de Susan Elizabeth Phillips First Lady mide 6,6 pies, pero es un
conversador ideal salido del cielo femenino. Inteligente, empático y sociable,
embelesa a una mujer que hace autoestop (en realidad se trata de la viuda del
presidente disfrazada) en el trayecto que hacen juntos en su RV gracias al
diálogo lúcido y atinado que mantienen.
Los dioses mitológicos del amor, como era de esperar, también poseían el
don celestial de la palabra. El dios irlandés Ogma tenía «la lengua de miel», y
Hermes, «el dios de la elocuencia», llevaba una cadena de oro que le colgaba
de los labios y sabía descifrar los significados ocultos del lenguaje.14 Dioniso
no solo fue el fundador del diálogo dramático en la comedia y la tragedia,
sino que logró despertar la ira del rey Penteo con sus «ejercicios de retórica»
y sus «perversos sofismas».15 Y Paris sedujo a Helena de Troya mediante un
habla «dulce y persuasiva» que le afectó igual que «un hechizo» o el «poder
de las drogas».16
Es posible que los buenos conversadores también fueran unos privilegiados
en materia erótica durante la historia de la evolución. Según muchos teóricos
(entre ellos Darwin), los hombres que sabían conversar con su pareja tenían
más atractivo que los que solo gruñían o blandían el garrote, y
monopolizaban a las mujeres más codiciadas. «El cortejo verbal —apunta
Geoffrey Miller— es la esencia de la selección sexual humana.»17 El propio
lenguaje está «hecho de amor», ya que el habla pudo haber evolucionado a
partir de las llamadas de apareamiento o de los mantras y palabras mágicas
pronunciadas por los chamanes en los ritos de fertilidad.18 La fluidez en la
conversación suele indicar «inteligencia para el apareamiento» y equivale al
despliegue del plumaje masculino. Los grandes conversadores transmiten
empatía, buen humor, agudeza mental, salud psicológica y aptitudes sociales,
y saben arrebatarles las mujeres a los sementales mudos.19
Desde hace siglos, los expertos en amatoria han implorado a los hombres
que fomenten sus capacidades dialógicas para ponerse a la altura. «Oh
juventud romana […] tu amada / vencida tenderá ante tu elocuencia / sus
manos», proclamaba Ovidio en la antigua Roma.20 La literatura amorosa
europea, igual que la árabe y la india, eran igual de enfáticas: un hombre debe
tener «facilidad de palabra» para lograr que la mujer se enamore gracias a
una retórica adecuada.21 «El hombre que tiene lengua —decía Shakespeare—
no es hombre, a mi juicio, si no puede con ella conquistar a una mujer.»22
Desde Balzac hasta nuestros días, el consejo sigue vigente.23 «Las palabras
son el verdadero reino del erotismo», escribe la profesora universitaria
Shoshana Felman. «Seducir es producir palabras que hacen disfrutar»,
palabras «placenteras».24
Cuando hablaban de «conversación», esos autores no se referían a
monólogos interminables de oratoria deslumbrante. Aunque el dominio de las
palabras, los temas y los recursos narrativos son parte del encanto
conversacional, el resto debe ser interactivo, un diálogo que recuerde a un
pas de deux complicado y erótico. Los seductores son expertos coreógrafos.
Saben destacar solos pero también coordinar una conversación para dos: su
charla tranquiliza, divierte, entretiene e informa, además de embelesar como
la poesía. No todo lo que se dice requiere palabras; gran parte de lo que se
transmite depende de cómo se mueve un hombre, de cómo emplea la voz y su
forma de escuchar. Un gran seductor muestra elocuencia verbal y no verbal,
sabe sacar lo mejor de cada mujer y crea una «zona de magia» improvisada
que rebosa dramatismo y brujería sexual.25
Elocuencia implícita: el gesto, la voz, la atención
Sentíase la elocuencia en su mutismo. Cada uno de sus gestos tenía su lenguaje.
WILLIAM SHAKESPEARE,
El cuento de invierno26
Es fácil pasar por alto la tienda que tiene en el SoHo si uno no se fija en la
placa pequeña que reza «Bryce Green, Couturier» en una puerta nada
llamativa. Pero resulta imposible pasar por alto sus diseños de estilo años
cincuenta punteros en los círculos de la moda, igual que es imposible no
fijarse en el hombre en sí. Es alto, flaco como un palo y con una melena de
pelo cobrizo; el primer día que fui a la tienda, iba vestido con vaqueros
negros, una camisa entallada de cuadros, calcetines de color rosa y zapatos de
torero. En su mundo, los heterosexuales son la excepción… y todavía son
más excepcionales los amados mujeriegos como Bryce.
—¡Un mujeriego! —exclama indignado Bryce cuando nos sentamos en su
estudio—. Eso suena peyorativo. Prefiero decir que soy un hombre que ama a
las mujeres.
Tiene la voz suave, afectada y sazonada con un inconfundible acento de su
Escocia natal. Se inclina hacia delante, coloca los largos brazos sobre las
rodillas y dice:
—Florecí tarde, me casé dos veces y ahora, aquí me tiene, con una lista
larguísima de amigas. Debe de ser porque escasean los hombres decentes —
añade entre risas.
—Hay algo más —le azuzo.
—Bueno, pues claro. —Extiende los brazos—. Hago que las mujeres se
sientan valoradas. Igual que casi todos los buenos amantes, supongo…
Entonces empiezo a enumerar las estrategias de Casanova (sus dotes, la
veneración por las mujeres y sus innumerables aventuras), mientras a Bryce
se le ilumina la cara y escucha con atención. «¡Exacto!», «¡Sí, eso es!», «¡Sí,
sí!», va diciendo.
Suena el teléfono, le avisan de que ha llegado un cliente y me acompaña a
la puerta. Me pone la mano con delicadeza sobre el hombro:
—Me encantaría charlar con usted otro día. Ha sido fascinante.
Al encontrarme de nuevo en Broome Street, de repente me admira lo que
«no» ha dicho Bryce, el encanto de su voz, sus gestos sutiles y su avidez a la
hora de escuchar.
El gesto
Cuando se trata de conversar, hablamos como un libro abierto sin pronunciar
ni una palabra. Por lo menos el 60 por ciento del contenido de una
conversación es «silencioso». Las mujeres saben leer ese subtexto no verbal
mejor que los hombres, y se fijan con más atención en todo lo que acompaña
a las palabras de los hombres, en especial en la interacción amorosa.27
En un estudio de la Universidad de Harvard, el 87 por ciento de las
mujeres, frente al 42 por ciento de los hombres, interpretaron bien el
contenido de una conversación de pareja en cortometrajes sin sonido.28 La
mujer está siempre alerta para captar los mensajes implícitos, pues se fija en
los movimientos corporales más sutiles.29
A diferencia de los hombres normales y corrientes, los grandes amantes
son profesionales de la comunicación no verbal. T. C. Boyle describe a un
experto en su novela The Inner Circle, basada en la figura del sexólogo
Alfred Kinsey. Corcoran, miembro del «Olimpo sexual», seduce a la
prometida del narrador, Iris, gracias a su milimetrado «ataque» no verbal. Se
le acerca con sigilo y responde con una sonrisa a su sonrisa, imita sus
movimientos.30 Según los estudiosos del lenguaje corporal Barbara y Allan
Pease, la mayor parte de los hombres muestran pocas expresiones faciales
(apenas un tercio de las que emplean las mujeres) mientras conversan, y
recurren al contacto visual mutuo solo un 31 por ciento del tiempo. Como
contraste, Corcoran mira fijamente a Iris, mientras sus expresivas facciones
se iluminan animadas. La chica no tarda mucho en hacer las maletas y
embarcarse en una aventura con él.31
Gabriele D’Annunzio era famoso por su elocuencia «sin palabras».
Aunque tenía en su contra una cara fea y un cuerpo encorvado, hechizaba a
las mujeres con sus gestos amorosos. En una fotografía en la que aparece
hablando con su amante rusa, se le ve inclinado hacia ella, con la cabeza
ladeada, el brazo extendido y un pie con la punta hacia delante. Según
afirman los expertos en quinesiología, era una postura erótica muy acertada.
La postura inclinada y asimétrica transmite proximidad y compromiso; si se
asiente con la cabeza, se da confianza; si se adelanta el pie, se incluye a la
otra persona; y el brazo extendido y relajado indica atracción.32 La
expresividad de las manos (uno de los elementos favoritos de las mujeres) era
otra de las especialidades de D’Annunzio.33 La actriz madame Simone
opinaba que el poeta tenía un aspecto repulsivo, pero reconocía que la
hechizaba en cuanto abría la boca y «gesticulaba con esas hermosas manos
blancas».34
También es preciso ser un romántico con los ojos bien abiertos para saber
manejar el espacio personal como es debido. El amante necesita un radar para
calibrar el estado de ánimo del otro y la mejor ocasión, además de nociones
sobre el funcionamiento de la «proxemia» femenina. Durante las
conversaciones íntimas, las mujeres tienden a acercarse más y pueden ser
generosas en sus favores si el hombre las roza con delicadeza.35 Bill Clinton,
experto en el arte de la conversación, conoce muy bien estos trucos. Cuando
habla con las mujeres (y con los hombres) es «casi carnal», aprieta la mano
de su interlocutor, les pasa los brazos por los hombros y establece contacto
visual.36
La voz
Además del dominio de la palabra, Casanova tenía otro don conversacional
que lo hacía irresistible para las mujeres: su voz sonora con «seductoras
inflexiones».37 Tal como reconocía el Kama Sutra, una mujer puede «quedar
hipnotizada por la voz de un hombre».38 La debilidad femenina por la
seducción de la voz queda reflejada en las leyendas y cuentos populares
desde el antiguo Egipto, donde la vulva recibía el nombre de «la oreja que
hay entre las piernas». Las mujeres oyen mejor que los hombres y escuchan
con la libido.39 Incluso de recién nacidas, las niñas tienen más facilidad para
detectar los tonos de voz y mantienen esa habilidad el resto de su vida, hasta
el punto de que escogen a las parejas potenciales por el timbre de voz.40 Las
mujeres, que cuentan con voces muy expresivas, prefieren las voces
masculinas moduladas, profundas, graves y musicales, algo que podría
relacionarse con el hecho de que la «voz cantarina y con cadencia» va unida a
una disposición más empática.41
Los hombres más irresistibles podrían compararse con barítonos de voz
aterciopelada y con cuerpo. En una ocasión, un actor cautivó a su público
femenino recitando con voz melosa nombres de verduras en francés. La
autora Alice Ferney escribe en La conversación amorosa: «Una voz puede
penetrar en tu cuerpo más que el falo»; «puede alojarse en ti, instalarse en la
boca del estómago» y azuzar el deseo como «el viento azuza la superficie del
mar».42
Para obtener el efecto más seductor, la voz tiene que ser suave. Hermes, el
dios griego de la seducción, era «el susurrador»; en los ritos mágicos
primitivos, los hechizos de amor tenían que pronunciarse sotto voce para que
funcionaran.43 Vronski aborda a Ana Karenina (con resultados fatídicos)
gracias a su «voz suave, dulce y tranquila»,44 y el mujeriego Lorcan,
personaje de la novela de Marian Keyes Por los pelos, embelesa a las
mujeres cuando les habla con un tono melodioso y «en voz baja».45 Los
héroes de las novelas románticas, como Rick Chandler en El
rompecorazones, pueden permitirse hablar de sandeces, pero sus «voces de
alcoba» desbordan «carisma».46
Un gran amante puede hechizar a las mujeres con la voz. Lady Blessington
visitó a lord Byron en Italia y dijo entusiasmada que «su voz y su acento son
tan claros y armoniosos que no se pierde ni una sola palabra».47 Una pista
para entender el éxito que Aldous Huxley tenía con las mujeres (a pesar de su
aspecto de espárrago subido) podría ser su famosa voz. Era un «instrumento
musical», dijo el violinista Yehudi Menuhin, «hermosamente articulada,
modulada [y] argentina».48 En opinión de sus compañeros de banda, Duke
Ellington también hablaba como si cantara, con «una variedad extraordinaria
de tonos, inflexiones y patrones rítmicos».49 Mika Brzezinski,
copresentadora del programa matutino Morning Joe, le dijo hace poco al ex
presidente Bill Clinton en una entrevista: «Habla usted en voz baja. Muy
suave. Hay que acercarse para oírle bien».50
Saber escuchar
La primera tarea [del amor] es escuchar.
PAUL TILLICH, Amor, poder y justicia51
No hay casi ningún deseo femenino comparable al deseo de ser escuchada.
Casi todos los estudios sobre relaciones personales documentan el ansia de
las mujeres por lograr captar la atención de los hombres, su compromiso y su
empatía.52 «El amor consiste en escuchar»,53 afirman las mujeres, es como
una forma de decir «Te quiero».54 De ser así, montones de mujeres deben de
sentirse faltas de amor; una de sus quejas más recurrentes es que los hombres
se niegan a escucharlas.55 Mike Torchia, entrenador personal que ha tenido
aventuras con más de cuarenta mujeres casadas, contó en la revista Newsweek
que está tan solicitado porque los maridos desconectan. «Para un entrenador
personal, es primordial saber escuchar.»56
Para los amantes también es primordial. Los manuales tradicionales
señalan la importancia de escuchar «con atención» a las mujeres y captar los
significados subyacentes a sus palabras.57 El enamoramiento es, aseguran
varios filósofos, «un fenómeno de la atención».58 Lo que más ansiamos en la
pasión romántica es ser el único foco de atención de la otra persona, que
nuestro ser se perciba y se aprecie como si fuera único e irrepetible. Una
mujer resplandece cuando nota que un hombre se concentra por completo en
ella, y le devuelve el favor, colmándolo de superlativos. Brian, el joven
banquero, me dijo que una vez escuchó a una chica hablándole a un ligue sin
parar durante cuarenta y cinco minutos seguidos, y cuando se despidieron ella
le dijo que era el mejor conversador que había conocido en su vida.
Sin embargo, la función del que escucha no es fácil, y mucho menos en los
encuentros amorosos en los que tanto está en juego. El psicoanalista Erich
Fromm compara la capacidad de escuchar con la interpretación de poesía, un
arte intuitivo y creativo.59 En lugar de ser una labor pasiva y retirada, saber
escuchar exige tanto como hablar. El hombre debe estar totalmente
concentrado en la conversación, sin distracciones mentales, y debe vincular el
cerebro y las emociones. Si dice la menor mentira, el detector de
bravuconadas femenino, muy afinado, lo descubrirá.60 Además, debe
proporcionar una respuesta alentadora: expresiones faciales enfáticas,
contacto visual, señales de «ánimo» como «ajá» y «sí, sí»… Y deseos divinos
subyacentes a sus palabras.61
Algunos dioses del sexo tenían una capacidad de escucha sublime. Hermes
era capaz de adivinar los significados ocultos de las palabras, y Shiva poseía
unos oídos extremadamente afinados que sabían oír las verdades «más allá de
la percepción normal».62 Incluso Pan, el más lascivo del panteón griego y
discípulo de Dioniso, escuchaba con astucia. Sus largas orejas puntiagudas
denotaban tanto su naturaleza animal como su don para la profecía y la
interpretación. Los griegos lo consideraban el patrono de la crítica teatral.63
Los amantes de las fantasías femeninas escuchan igual que los dioses;
están atentos, son empáticos, sinceros y emotivos, y saben leer entre líneas.
Cuando Annie, de la novela First Husband, de Laura Dave, entra hecha polvo
en un bar restaurante después de una desagradable ruptura, se topa con un
cocinero que la escucha como si no pasara nada más en la ciudad. Griffin, el
cocinero, le pregunta mientras le roza la mejilla con el dedo: «¿Tienes ganas
de contármelo?». Annie se lo cuenta todo y se queda tan prendada de él que
terminan casándose y mudándose a Nowhere (Massachusetts). Durante el
tiempo que dura su matrimonio, él es una mezcla de sacerdote y psiquiatra
que comprende todas las palabras y deseos ocultos de su mujer y la anima a
aceptar un trabajo en Londres, a un paso de su ex, que intenta recuperarla. Al
cabo de menos de una semana, la chica vuelve a los brazos de Griffin.64
Los seductores de las novelas rosas suelen parecerse más al macho alfa.
Son héroes con caparazones duros pero un corazón de oro que comprenden a
las protagonistas y empatizan con ellas. Gabe St. James, el personaje de la
novela de JoAnn Ross One Summer, es un marine que rebosa testosterona
aunque cuenta con un sensor psicológico. En cuanto conoce a Charity
Tiernan, una joven vegetariana, percibe que algo no marcha bien y la invita a
cenar. Durante la velada la anima a que le cuente qué le pasa. La contempla
«con interés, despacio y en silencio», escucha la historia del fiasco de su boda
e intenta consolarla.65 «Gracias por escucharme», le dice la joven mientras se
quita la ropa. A lo que él contesta en un murmullo: «Puedes compartir
conmigo lo que quieras».66
Saber escuchar es un arma infalible para cualquier seductor. Charles
Maurice de Talleyrand, el primer ministro de Napoleón y un político europeo
muy influyente, recibía el apodo de «Rey de la Conversación».67 También
reinaba sobre todas las mujeres. En los salones, donde el éxito dependía del
diálogo, las précieuses se sentían atraídas hacia él como los pájaros
«fascinados por el ojo de la serpiente». Pero tal como les decía a su harén de
amantes y al mismo Napoleón, era una ilusión auditiva. Según contaba, su
fama de buen conversador residía no tanto en su ingenio cuanto en su
capacidad de escuchar. Y era un experto, pues escuchaba a los demás con una
atención absoluta, les daba la razón y los miraba con ojos encendidos.68
Benjamin Disraeli, otro gran estadista (fue primer ministro dos veces
durante el reinado de la reina Victoria), era muy codiciado por las mujeres y
poseía el mismo talento para escuchar. Se cuenta la anécdota de que una
dama de sociedad fue a cenar con su rival, William Gladstone. Después de la
velada dijo que tenía la impresión de haber estado «en presencia del hombre
más inteligente de Inglaterra». Al día siguiente, se sentó al lado de Disraeli y
se dio cuenta de que ella misma «era la mujer más inteligente de
Inglaterra».69 Disraeli, que sabía ser elocuente al hablar si se lo proponía,
creía que la mejor manera de cautivar a las mujeres (y en su vida hubo
muchas, desde su enamorada esposa hasta todas sus amantes) era escucharlas
con aprecio. Algunas veces el silencio, aseguraba, «es la madre de la
verdad»… y del deseo.70
Fiel a su estirpe, Gary Cooper «siempre se interesaba por ellas y las
escuchaba como nadie», igual que Warren Beatty, que se zambullía en la
conversación cuando estaba con una mujer.71 «Es como si prestara atención a
todas y cada una de las palabras —recordaba la hermana de Natalie Wood—.
Todo lo que sale de tu boca tiene una importancia vital para él.»72
El bálsamo de la conversación
Su murmullo lleno está de ternuras y palabras…
OVIDIO, Arte de amar73
La viuda está desconsolada. Se ha arrojado a la cripta funeraria de su marido
y hace cinco días que se niega a comer. Una noche, según el cuento del
Satiricón de Petronio, un soldado de Roma que monta guardia oye sus
sollozos y desciende a la cripta para investigar. En voz muy baja, le da el
pésame y habla con ella hasta que la mujer se calma. Acepta la comida que le
ofrece y empieza a ver los atractivos de los vivos, en concreto los del soldado
que tiene delante. No tardan en darle un uso mejor al ataúd y pasan tres
noches juntos en la tumba cerrada.
El poder seductor de la conversación alcanza el grado máximo si se habla
despacio y susurrando. Los antropólogos lo llaman «habla fática», el tipo de
comentarios que sedan, aplacan los nervios, establecen vínculos y
proporcionan alimento al alma y consuelo amoroso. Los machos de macaco
cortejan a las hembras con sonidos atractivos antes de aparearse con ellas, del
mismo modo que los seductores más experimentados regalan los oídos de sus
amantes durante el cortejo. El contenido de lo que se dice importa poco; el
objetivo es crear lazos, lograr la compenetración y relajarse. Es como aceite
para engrasar las ruedas del amor, diseñado para calmar, dar seguridad y
acunar a la dama para que sienta el cariño.
Las mujeres son particularmente sensibles a los comentarios alentadores. A
diferencia de los hombres, según los lingüistas, las mujeres hablan con más
frecuencia solo para mostrar afecto, para sentirse acompañadas y conectar
con la otra persona.74 En realidad, son quienes cantan la rondalla de la
cohesión social, comentó el ensayista J. B. Priestley.75 Mientras tanto,
experimentan una compensación neural que inunda los circuitos del placer
con paz y serenidad, y que mitiga la ansiedad.76
A los hombres les convendría practicar sus dotes fáticas. A diferencia de la
sexualidad masculina, la femenina es caprichosa y compleja, y se apaga con
facilidad; la sexualidad de las mujeres está vinculada con el «cerebro grande»
en el que los miedos atávicos y las órdenes imperiosas de la neocorteza
pueden interrumpir los movimientos amorosos.77 Para que el deseo femenino
se libere, la mente debe estar tranquila. A propósito del orgasmo, dice
Brizendine: «Este no se producirá probablemente si no estás relajada,
cómoda, abrigada y mimada».78 Pocos bálsamos sexuales funcionan de
manera tan infalible con las mujeres como la música para el ánimo que
favorece la conversación, algo que la antropóloga Helen Fisher asegura que
procede ya de nuestros ancestros femeninos, que precisaban de la
conversación y las caricias antes del coito para sentirse seguras.79
Las palabras relajantes son un elixir muy poderoso. Nos retrotraen a las
maravillas de la primera infancia, a la «voluptuosa somnolencia» del abrazo
materno, al «momento de la voz encantadora».80 Los sonidos cariñosos
también contienen una magia que estrecha lazos. Los amantes a veces se
hablan como niños, y eso logra que el centro de la recompensa del cerebro
rebose de productos químicos euforizantes y favorece el vínculo amoroso.81
Richard Burton sabía lo que hacía cuando llamaba a Elizabeth Taylor «Gordi
mía», «Querida cotorra» o «Queridísimo dolor de muelas».82
«Relajar a la chica» mediante los comentarios fáticos es un consejo clásico
de los manuales de amatoria.83 El Kama Sutra dedica un capítulo entero a las
artes del discurso cariñoso,84 y Ovidio aconsejaba a los hombres que imitaran
el lenguaje meloso y el arrullo de las palomas cuando se dirigieran a sus
amantes.85 Otros expertos aconsejaban técnicas casi hipnóticas: la repetición
de palabras suaves y sugerentes.86 Dumuzi emplea esta estrategia con la
diosa Inanna para que se someta sexualmente a él: «Hermana mía, os llevaría
a mi jardín», entona. «Inanna, os llevaría a mi jardín. / Os llevaría a mi
huerto.»87
El «dios del amor» de Thomas Mann, Felix Krull, habla el lenguaje fático
con soltura y seduce a una mujer tras otra con su «comprensión» y su
dominio de las «regiones principales de las relaciones humanas».88 Es capaz
de camelarse a una huésped rubia y guapa del hotel en el que trabaja
simplemente porque se da cuenta de que la mujer parece fatigada y le
pregunta si ha dormido bien. Luego le ofrece «con dulzura» llevarle el
desayuno a la habitación: «Se está tan tranquilo y tan a gusto en la habitación,
en la cama…».89
Un donjuán igual de tierno es el evangelista del sexo eduardiano Herbert
Methley, de la novela El libro de los niños de A. S. Byatt. Cuando Olive
Wellwood, una escritora casada y con hijos, concierta con él una cita, se
queda petrificada junto a la puerta del dormitorio. Methley, que anticipa su
miedo, corre el pestillo y le dice en un susurro que es normal que esté
nerviosa: «Pero tengo intención de hacerte olvidar todos esos miedos pronto,
muy muy pronto». «No pienses, deja de pensar —le susurra—. Es el
momento de que dejes de pensar, querida mía, preciosa.» Después de esas
palabras, ella experimenta un orgasmo sísmico.90
«Me he acostado con demasiadas mujeres, he tomado
demasiadas drogas y he estado en demasiadas fiestas.»
George Clooney
En las novelas románticas para el gran público, los hombres proporcionan
un hilo musical continuo de erotismo. El casanova de Texas que aparece en la
novela de Lisa Kleypas Buenas vibraciones se camela a la protagonista con
palabras bonitas para llevársela a la cama, y John Wright, el Romeo
afroamericano de Hot Johnny, la obra de Sandra Jackson-Opoku, canta nanas
a todas sus amantes. «Ea, ea, ea, niñita —le canta a una—, no llores», «deja
que te eleve al cielo al que perteneces».91
El «hechicero» de la Francia napoleónica François-René Chateaubriand
debía gran parte de su fama erótica a su genialidad a la hora de relacionarse
con las mujeres.92 Aunque era un hombre de letras (diplomático y autor de
veinte libros en prosa, entre ellos las novelas fundamentales Atala y René), a
Chateaubriand se le daba fatal hablar en público. Sin embargo, cuando estaba
a solas con las mujeres, se sentía en su salsa. Se fundía con las alegrías y las
penas de esas mujeres, las escuchaba, lograba que le contaran sus secretos y
las arrullaba con voz «cálida y comprensiva».93 Después de esa fusión de las
almas, las mujeres más imponentes quedaban «súbitamente transidas de amor
para siempre».94
Chateaubriand no parece el candidato ideal a Casanova. Taciturno y a
menudo «malhumorado»,95 era bajo de estatura y tenía las piernas combadas;
«cargado de espaldas» como un jorobado.96 Casi nunca tomaba la iniciativa;
las mujeres «se acercaban a él». Era el hijo menor de una familia bretona de
origen aristocrático venida a menos, que volvió del exilio después de la
Revolución francesa para hacer carrera en la Francia de Napoleón, y contrajo
matrimonio por conveniencia con una vecina que poseía títulos, Céleste
Buisson.97
Fue una unión desdichada y quejumbrosa. No tardaron en aparecer las
amantes; la primera fue la salonnière Pauline de Beaumont, que admiraba su
forma de hablar «acariciadora», y más adelante llegó la «Reina de las Rosas»,
madame de Custine, quien compró el castillo de Enrique IV para que él lo
disfrutara. «Estaba en disposición de llenar de dulzura tu vida —dijo una de
sus admiradoras—, aunque también podía romperla en añicos.»98
Enganchado a los escarceos en cadena, Chateaubriand era incapaz de ser
fiel, ni siquiera cuando conoció a su gran amor, Juliette Récamier, una
charmeuse culta, considerada «la mujer más preciosa de su época».99 Con
ella empleó el mismo filtro de amor, ideado para estrechar los lazos: «¿Has
dormido bien?», preguntaba en muchas de sus cartas. «¿Todavía estás
enferma? ¡Ojalá pudiera saber todo lo que te pasa! Iré a verte a las cuatro
para averiguarlo.» Durante los treinta años que duró su relación amorosa, las
mujeres lo persiguieron sin cesar, no solo por su fama, sino por su buena
conversación, símbolo de sus caricias, de su comprensión y de la red de unión
y compenetración que sabía tejer.100
La risa
Las mujeres necesitan cuatro animales: un visón en la espalda, un jaguar en el garaje, un
tigre en la cama y un burro que lo pague todo.
Chiste popular
Dos seductoras con experiencia, Lisa y Carol, charlan conmigo sobre sus ex
parejas mientras tomamos un vino con gaseosa. Lisa recuerda a un novio del
instituto:
—¡Johnny H! —exclama—. Era bajito y poco atractivo a primera vista.
Pero, Dios mío, era el Hombre Ideal; divertido, y sabía reírse de sí mismo…
—¡Igual que Ben! —interviene Carol—. ¿Te acuerdas del chico con el que
estuve nueve años? No diría que fuera «especialmente atractivo» —reconoce
mientras dibuja las comillas con los dedos—. Pero madre mía, tenía un
sentido del humor alucinante. Muchos de los mejores ratos que se pasan en la
cama son cuando te empiezas a reír y a tontear con el otro por cualquier
bobada. Y se te olvida todo.
Lisa da una palmada en la mesa.
—Creo que la risa es un tipo de orgasmo.
Para las mujeres, el hueso de la risa es una zona erógena de alto voltaje.
Según los investigadores, el sentido del humor «es la táctica más eficaz que
pueden emplear los hombres para atraer a las mujeres», y uno de los
requisitos habituales de las mujeres en las páginas web para encontrar
pareja.101 Si una mujer se ríe mientras charla con un hombre que acaba de
conocer, aumentan sus deseos de volver a verlo, y si cree que su marido es
ingenioso, estará más satisfecha con su matrimonio.102 «Comienza con un
tema intrascendente y a ser posible divertido», recomiendan los pensadores
desde la Edad Media, pues no hay nada que deleite más a las mujeres.103
Tiene lógica que las mujeres deseen reírse: es posible que les divierta más
que a los hombres el humor verbal. En un estudio sobre el sentido del humor
llevado a cabo por la Universidad de Stanford, los investigadores
descubrieron más actividad en las zonas del lenguaje del cerebro femenino
que en las del cerebro masculino, además de una estimulación más
pronunciada de la región mesolímbica, que alberga la euforia. Los hombres
que divierten a las mujeres también anuncian la promesa de buenas
capacidades cognitivas.104 Un conversador ingenioso demuestra habilidad
social, confianza en sí mismo, capacidad de adaptación, empatía, energía e
inteligencia creativa. Y es menos probable que aburra a una mujer, a corto o
largo plazo.105
Además, el sentido del humor resulta atractivo, así de sencillo. «¿Hay algo
más seductor que la ocurrencia?», escribió el filósofo Jean Baudrillard.106 ¿O
que los juegos de palabras, los chistes y las «chifladuras lingüísticas» en
general?107 Una frase con doble sentido escrita en una notita (por ejemplo,
«Los miembros del equipo son inigualables») puede hacer más por ganarse a
la guapa doctora que una Visa platino. Las situaciones cómicas reducen las
inhibiciones, excitan gracias a la incongruencia y la sorpresa, liberan
endorfinas y crean intimidad. Cuando nos reímos, nos despojamos de los
grilletes impuestos por la cultura y nos burlamos de la civilización y su
negatividad. Por naturaleza, la comedia, según apunta la crítica Susanne
Langer, es transgresora y erótica: «sensual, irreverente e incluso
malévola».108
Langer asegura que el poder de la risa surge de los antiguos ritos de la
fertilidad y de la celebración de la vitalidad cósmica. Dioniso, el mítico
fundador de la comedia, iba acompañado de un grupo de hombres graciosos:
sátiros y varios diablillos. Hermes era un bromista cuyos acertijos
«engañaban a la mente, incluso de los sabios», mientras que su equivalente
en la cultura nórdica, Loki, iba haciendo payasadas por el Eddas, y tuvo dos
mujeres y numerosas amantes.109 Pertenecen a la hermandad del
embaucador, son famosos por canalizar los impulsos irracionales y seducir a
las mujeres con su sentido del humor irreverente.110 Don Juan, el burlador de
Sevilla, atrapaba a las mujeres con sus atrevidas artimañas y su ingenio, y en
una versión de la historia, provoca «que se partan de risa».111
Una y otra vez, los casanovas cautivan el corazón de las mujeres a través
de la risa. Will Ladislaw, el artista con aspecto de duendecillo de
Middlemarch, la novela de George Eliot, aparta a Dorothea de su marido con
su seductora «alegría». Después de una disputa horrorosa con el taciturno
Casaubon, Dorothea se encuentra en Roma con Will, quien conquista sus
afectos con su sentido del humor y un relato hilarante de su primera cita. Por
otra parte, Mary Stanger posee al príncipe de los prometidos, un financiero
apuesto y enamoradísimo de la novela de Somerset Maugham El misterio de
la Villa. Pero el ingenioso Rowley Flint lo barre de un plumazo. Mientras
viajan en coche a la luz de la luna por la Toscana, Rowley se mofa del tieso
banquero con una parodia tan divertida que Mary empieza reírse a mandíbula
batiente y cambia los planes de boda.112
«El héroe debería hacer reír a la protagonista —exhorta Leslie Wainger,
editora de los libros románticos de Harlequin—. La risa es sexy.»113 Salvo
por un reducido número de vizcondes torturados y sombríos motoristas, los
Romeos más apreciados enseñan a las mujeres el lado más divertido de la
vida. Reginald Davenport, de la novela romántica The Rake, encandila a su
encantadora encargada de la finca, lady Alys, con sentido del humor, pues se
burla cuando ella le recomienda que cambie de cosecha: «Uno de los
mayores misterios de la vida —comenta Davenport sonriendo— es el de la
manida remolacha forrajera». Alys se echa a reír y piensa: «Qué íntima puede
ser la risa compartida».114
También se comparte muchas veces el guión cómico. A pesar del tópico de
las mujeres como público agradecido de los chistes de los hombres, que
serían quienes generarían las bromas, en muchas novelas los protagonistas de
ambos sexos intercambian ocurrencias divertidas en los encuentros eróticos
más tórridos. En la novela de Susan Elizabeth Phillips Una chica a la moda,
los protagonistas van muy igualados en la carrera por ver quién es más
ingenioso. Francesca Day, una mujer deslenguada, se escapa del plató de una
película porno y le gorronea un viaje a un divertido golfista profesional,
Dallie Beaudine. A lo largo de todo el circuito de golf por la parte sur del
país, intercambian chascarrillos y burlas, hasta que aparcan al lado de una
ciénaga. Él le toma el pelo hablándole de los lagartos que comen de noche,
ella le suelta otra fresca y al final terminan apoyados en el maletero del
Riviera que tiene el golfista. La chica apoya el pie en la matrícula mientras
grita: «¡Sí, sí… Dallie!».115
Casanova, famoso por su ingenio, sabía muy bien que Venus es una diosa
amante de la risa. Con experiencia en la comedia improvisada, consideraba el
sentido del humor su mejor defensa contra la desesperación y la forma ideal
de entrarles a las mujeres. Empezó pronto a cultivar sus artes y a los once
años divirtió a su madre con una ocurrencia subida de tono. Un invitado le
preguntó por qué en latín la palabra cunnus («vagina») era masculina y
mantula («pene») era femenino, a lo que él respondió: «Has de saber que el
esclavo siempre lleva el nombre de su amo».116 De adolescente, se valió de
su sentido del humor para reír las gracias de un influyente veneciano, Alvise
Gasparo Malipiero, quien lo alojó en su palacio y lo presentó a su círculo de
amantes. No obstante, en alguna ocasión el ingenio le salió caro a Casanova.
Una vez estaba sentado con la favorita de su patrón, una voluptuosa y joven
aventurera llamada Teresa Imer, y en un momento dado, cuenta Casanova,
«nos entraron ganas, en la inocente alegría de nuestros temperamentos, de
confrontar las diferencias que había entre nuestros cuerpos». Cuando
Malipiero los pilló con las manos en la masa, lo expulsó de su hogar sin
dilación. Pero Casanova abandonó el palacio entre risas y utilizó la anécdota
para sus bromas futuras y como gancho para seducir a otras mujeres.117
Para el escritor británico del siglo XX Roald Dahl, la comedia era la reina,
tanto en lo profesional como en lo amoroso. Autor de Charlie y la fábrica de
chocolate y de otros clásicos, Dahl, alto y apuesto, enamoraba a infinidad de
mujeres con su ingenio mítico. Su sentido del humor (enrevesado, pícaro y a
menudo grotesco) no era apto para pusilánimes. Sin embargo, a las mujeres
les encantaba. Estaban «locas por él» y según decían sus amigos, se acostó
«con todas las mujeres de la costa Este y Oeste».118
En el relato de Dahl «El visitante», su álter ego escribe un diario que hace
que la biografía de Casanova parezca «una hoja dominical». Dejando a un
lado la exageración propia de Dahl, el caso es que la vida de Roald no fue en
absoluto aburrida. Nació en Gales, de padres noruegos, y se crió solo con su
madre (su padre murió cuando él era pequeño). Era un chico rebelde y
contestón que no paraba de meterse en líos con la policía. Más tarde participó
como piloto de caza en la Segunda Guerra Mundial, pero el avión en el que
volaba se estrelló y sufrió lesiones en la columna vertebral. A partir de
entonces, el humor fue su mejor arma (y su afrodisíaco).119
Lo destinaron a Estados Unidos una temporada como agente británico y
allí las mujeres lo inundaban a besos. Igual que el seductor Oswall de su
relato «El visitante», bastaba con que les hablara «con más ingenio que
nadie».120 Una de sus conquistas, la actriz francesa Annabella, recordaba que
la sedujo en una fiesta de estreno con un cuento cargado de humor negro
acerca de un hombre rico que hacía apuestas monstruosas. Encandiló y se
relacionó con la crème de la crème; entre otras, con mujeres tan famosas
como Ginger Rogers, Clare Booth Luce y la periodista Martha Gellhorn.
En 1952 conoció a la estrella del cine Patricia Neal y la cautivó con su
humor alocado. A pesar de que ella lo amaba con pasión, su matrimonio, que
duró treinta años, fue tormentoso. No se llevaban bien y las Furias les dieron
golpes fuertes: uno de sus hijos contrajo hidrocefalia en un accidente atroz;
una hija murió a los siete años; Neal tuvo una embolia en 1962 y Dahl tuvo
que someterse a una tortura de operaciones quirúrgicas. Además, el escritor
no era fiel. En 1972 conoció a la imaginativa y llamativa Felicity Crosland, se
divorció de Neal y se casó con Liccy en 1983. Vivieron en la casa de campo
de él, a la que llamaban «Barraca de Gitanos», hasta que el escritor murió a
los setenta y cuatro años, desternillantemente gracioso y fascinante hasta el
último día.
En la actualidad, según un estudio publicado en The New York Post, los
humoristas son las estrellas de rock del momento, alentados por groupies
«que se mueren de risa y por acostarse con ellos», actúen donde actúen.
Muchos de ellos son bufones ridículos y unos cuantos son verdaderos
seductores.121 El monologuista de humor David Spade es bajo y tiene cara de
comadreja, pero su historial romántico es digno de Casanova. Otro
compañero, James Corden, la estrella indiscutible de los programas de humor
de la BBC, dijo: «El peso nunca me ha preocupado» en la relación con las
mujeres; «siempre era capaz de hacerlas reír, así que tendían a pasar por alto
mis imperfecciones físicas».122 A veces se dice que se puede conquistar a
una mujer a través de la risa. Y es cierto. Según un columnista británico:
«Considerar que alguien es gracioso es el primer paso para acostarse con él.
Es más fácil hacerse rico que ser realmente divertido y carismático».123
Coito mental
El acto de enfrascarse en una conversación inteligente e interesante.
Urban Dictionary
En la novela La mujer del viajero en el tiempo de Audrey Niffenegger
conocemos a Clare, cuyo marido la cortejó durante veinte años antes de que
se conocieran siquiera. Henry DeTamble posee una facultad paranormal que
le permite viajar en el continuo espacio temporal, y se va ganando el afecto
de su futura esposa desde que la chica tiene seis años. En lo que tal vez sean
los preliminares amorosos más largos de la literatura, flirtea con Clare en
todas las etapas de su vida mediante conversaciones interesantísimas y
variopintas en tres idiomas distintos. Le habla con elocuencia e ingenio
acerca de la sabiduría de las diferentes épocas (el hombre posee cuatro mil
libros) y le relata sus aventuras con suma viveza.
Próxima al humor y a menudo mezclada con él está el tipo de conversación
que rezuma excitación intelectual y narrativa. La mente es un motor de
encandilamiento; el sexo late en las ideas bien articuladas, el aprendizaje y
los relatos emocionantes. La preferencia femenina por los hombres listos y
entretenidos no es nueva, pero un estudio reciente demuestra que las mujeres
buscan pruebas de la inteligencia en la conversación.124 Las charlas
estimulantes, dicen tanto por internet como en persona, «siempre tienen
morbo».125
El diálogo ingenioso, asegura Geoffrey Miller, podría ser una estrategia de
cortejo muy arraigada. En su teoría de la evolución del «cerebro ornamental»,
las hembras alfa elegían a los pretendientes que mostraban un mayor
despliegue intelectual, que ostentaban un factor G (inteligencia general) más
alto y un vocabulario más amplio, y que contaban las historias más
entretenidas. Para que la llama del amor se avivara de verdad, hombres y
mujeres participaban en un intercambio recíproco de historias e ideas.126
El aprendizaje y las habilidades narrativas son dos elementos
profundamente seductores. Aunque los cerebritos pueden ser unos plastas, los
hombres que combinan los conocimientos con el aplomo verbal pueden
llevarse al huerto a muchas mujeres. «Toda esa información que viene y va
como un torrente», escribe la autora Francine Prose, es como un «fluido
corporal» sexual.127 Según el filósofo Guy Sircello, percibimos «el dominio
intelectual», si está expresado con las palabras adecuadas, «en nuestras zonas
más erógenas».128 Lo mismo ocurre con las narraciones. Los relatos, dicen
los críticos literarios, son en el fondo «discursos de deseo» que multiplican la
experiencia de hacer el amor en estructura y temas y que agitan nuestra vena
erótica más profunda.129
Los expertos en amatoria de todas las épocas han reconocido el poder del
hechizo del intelecto. Ovidio creía que el amor se veía alimentado por la
inteligencia, la conversación elocuente. Exhortaba a los hombres a adquirir
cultura, a aprender «las dos lenguas» (latín y griego) y a evitar aburrir a una
mujer.130 Para cautivar a las mujeres, instruye el Kama Sutra, los hombres
deben dominar sesenta y cuatro ramas del saber y ser expertos en el arte de la
narración. En una de sus historias ejemplares, el autor visualiza a un
pretendiente que lleva a su amante a la azotea, donde la deleita con una
«agradable conversación» que va desde la astronomía hasta las historias de
amor más picantes.131 Honoré de Balzac advertía a los hombres del siglo XIX:
a menos que un amante proporcione una conversación culta y estimulante, la
mujer lo despreciará por ser una criatura «carente de vigor mental».132
Trilby, la campesina y modelo de la novela homónima de George du
Maurier, no ama al taciturno Svengali, que la invita a su mundo, sino al
artista Little Billee, que habla «como los dioses del Olimpo»: alta cultura
mezclada con anécdotas entretenidas.133
El profesor de filosofía creado por Jonathan Franzen, Ron, emplea su
cultura para fines menos benévolos. Sus comentarios elitistas en «Breakup
Stories» le han permitido cumplir la mayor ambición de su vida: «insertar el
pene en la vagina del mayor número de mujeres posible». Ni siquiera después
de conocer a su compañera intelectual, Lidia, es capaz de resistirse a la
seducción cerebral de otras mujeres.134
Las novelas románticas siguen otro patrón. Aquí, en el país de las
maravillas de la fantasía femenina, los héroes románticos se enamoran de su
media naranja mental y conversacional y le son fieles. La doctora Lynn
Wyman, de la novela Female Intelligence de Jane Hiller, es una lingüista de
renombre, cinturón negro del arte de la conversación con una misión clara:
enseñar a hablar a los hombres. Sin embargo, su cliente, que tiene el trastorno
del habla más atractivo que existe, resulta ser su hombre ideal. Brandon
Brock, un «cerebrín» que es director ejecutivo de una multinacional, termina
la terapia y vuelve a quedar con ella, esta vez para un intercambio verbal de
tú a tú, en el que la deleita con sus anécdotas, hace alarde de su cociente
intelectual y acaba por seducirla y lograr que se case con él.
Los seductores de verdad harían las delicias de las lectoras de novela
romántica más exigentes. Abelardo, el estudioso francés de la Edad Media,
no solo era «el filósofo y teólogo más destacado del siglo XII», sino que
también era carismático: divertido, apuesto y un ídolo para las mujeres.135
Los pensadores viajaban desde todos los rincones de Europa hasta París para
escuchar sus clases magistrales ocurrentes y plagadas de chistes, y la
población femenina ansiaba «meterse en su lecho».136 En una época de laxa
castidad eclesiástica, parece que Abelardo supo sacar partido a su atractivo.
«Nunca he temido el rechazo de una mujer a la que haya elegido honrar con
mi amor.»137
La mujer a la que honró con su amor fue la sobrina del canónigo de la
catedral de Notre Dame, una niña prodigio llamada Heloísa a la que sedujo
durante las tutorías y los largos debates mantenidos en su estudio. Por
desgracia, su mítica historia de amor terminó fatal. Heloísa se quedó
embarazada, se casaron y los parientes del canónigo se enteraron y castraron
a Abelardo. Obligaron a Heloísa a abandonar a su hijo recién nacido y a
retirarse a un convento, y Abelardo tuvo que entrar en un monasterio.
Durante el resto de su vida continuaron sus apasionadas conversaciones
mediante cientos de cartas en latín, pero Heloísa nunca halló consuelo.
«Estuvo siempre absoluta e incondicionalmente enamorada de él, en cuerpo y
alma.»138
Junto con sus dotes para el amor, la conversación era el «mayor talento» de
Casanova.139 Considerado el «hombre más entretenido de la Europa de su
tiempo», era un narrador amenísimo y gran conversador que dominaba un
abanico muy amplio de temas, desde la horticultura hasta la medicina,
pasando por la metafísica.140 Era incapaz de concebir la pasión romántica sin
la conversación. «Sin la palabra —escribió—, el placer del amor mengua dos
tercios por lo menos.»141 Y las mujeres que elegía también sabían cómo
emplear las palabras y se expresaban igual o mejor que él. Con una
enamorada comentaba los epigramas de La Fontaine; con otra, filosofía
trascendental; y con Henriette, superior a él en el arte de la conversación,
hablaba de Cicerón, de ópera y del significado de la felicidad.
Tal vez Iván Turguéniev no hubiera logrado embelesar a las mujeres como
lo hizo de no haber sido por su «preciosa facultad para hablar».142 En la
novela Rudin traza un autorretrato en acción, y describe cómo roba el corazón
a las mujeres mediante la conversación. En una fiesta privada, Dmitri Rudin,
de facciones «irregulares», entretiene a los invitados con anécdotas de su vida
de estudiante en Alemania. Emplea unas imágenes tan vivas y coloridas,
evoca unas ideas tan astutas y añade unos detalles tan descarados que la hija
de diecisiete años de los anfitriones se enamora perdidamente de él (igual que
le pasó al propio Turguéniev).143 Escribe el autor que Rudin «poseía algo
que es casi un secreto: la música de la elocuencia. Tocaba ciertas cuerdas del
corazón y lograba que todas las demás se pusieran a vibrar y a tintinear de
manera misteriosa.»144
Ese fue el «secreto» que permitió que Turguéniev conquistase a Pauline
Viardot. Diva de la ópera y seductora, Viardot era una mujer excepcional:
fabulosa cantante, compositora, escritora y una conversadora muy
estimulante. La primera vez que la oyó cantar en San Petersburgo en 1843,
sintió un flechazo. Todas las noches, Turguéniev se reunía con los demás
pretendientes de la joven sobre una alfombra de piel de oso y contaba unos
cuentos tan vivaces y con tantos toques divertidos que ella terminó
correspondiéndole con la misma pasión. Su aventura (llena de conversaciones
ocurrentes y vivida delante de las narices de su marido, «casi mudo»), duró
cuatro décadas.145
Con una actitud seductora, el hecho de aprender puede ser «erótico por su
urgencia y su intensidad».146 El filósofo Michel Serres creía que el «seductor
ideal es un hombre con ideas».147 De todas formas, depende del caso, claro.
Los grandes pensadores, como los desgarbados Bertrand Russell y Jean-Paul
Sartre, por ejemplo, embriagaban a las mujeres porque convertían las ideas en
canción. Sartre fue el caso más desconcertante. Medía apenas cinco pies,
tenía aspecto de gárgola y era estrábico, pero al mismo tiempo era «listo,
fogoso y muy divertido», y encandilaba a sus numerosas amantes
«hablándoles toda la noche».148 «La seducción —decía el filósofo Sartre—
es íntegramente realización del lenguaje»,149 de un lenguaje fascinante.
El philosophe del siglo XVIII Denis Diderot poseía una combinación
irresistible: belleza, una mente monumental y un «pico de oro».150 Y además,
era el diablo personificado con las mujeres. Hombre de letras, fue coeditor de
la impresionante Encyclopédie, un proyecto que se prolongó veinte años y
que cubrió cualquier tema imaginable, desde el arte hasta las matemáticas y
la política, pasando por la religión, la ciencia e incluso los viajes fantásticos.
Hablar con él era como haber nacido junto «a un río fresco y límpido cuyas
riberas estaban adornadas con fincas imponentes y casas preciosas.»151
Desde el momento en que Diderot se marchó de casa a los dieciséis años
para buscar fortuna en París, su vida se convirtió en una lista interminable de
romances. Rubio, atractivo y guapísimo, era «locuaz y expansivo» y le
sobraban líos amorosos: con actrices, con la esposa de un vecino, con una
librera con ganas de flirtear y con muchas mujeres más.152 No obstante, a los
veintiocho años, su famosa capacidad de raciocinio le falló y se casó con la
mujer equivocada, la dependienta de una mercería «arrebatadoramente
guapa» y muy devota. Su incompatibilidad no tardó en quedar patente y
Diderot fue a buscar sus placeres en otro sitio, para lo cual eligió mujeres con
mentalidad más parecida a la suya: la escritora Madeleine de Puisieux y su
alma gemela durante dos décadas, Sophie Volland, una alegre savante con
gafas.153
Sedujo a ambas, pero sobre todo a Sophie, gracias a su radiante despliegue
intelectual. Las cartas que le mandaba (escritas como «si la tuviera delante»)
demuestran que daba prioridad a la faceta mental de la seducción.154 Le
ofrecía los «frutos de la mente» igual que un banquete: desde descripciones
detalladas de las comidas al aire libre en la granja hasta digresiones sobre el
amor y la metafísica.155
Aunque los días de revolotear de flor en flor de Diderot terminaron con
Sophie, las mujeres siguieron persiguiéndole. Se cuenta que la salonnière
madame Necker estaba «enamorada de él», y Catalina la Grande lo
consideraba tan encantador que le compró una biblioteca, le pagó para que la
mantuviera y lo invitó a ir a Rusia a condición de que hablara con ella todos
los días.156 Acostumbrada a los virtuosos de la conversación, Catalina incluía
a «Diderot entre los hombres más extraordinarios que han existido jamás».157
La poción poética
[La poesía] es la mejor arma del amor […] Más amorosa que el propio amor.
MICHEL DE MONTAIGNE,
«Sobre unos versos de Virgilio»158
Es el ideal de los hombres a los que siempre dan calabazas. Cyrano de
Bergerac, con su enorme «narizota», es tan feo que se convierte en el
hazmerreír de todo el mundo y las mujeres siempre lo rechazan. Pero tiene un
don del que carecen los hombres inferiores: es un prodigio verbal capaz de
batirse en duelo con cuartetos rimados y de componer apasionados poemas
amorosos. Por miedo a que su aspecto físico provoque repulsión en su amada
Roxanne, le ofrece su poesía a Christian, un hombre de pocas luces con el
que la chica se casa. Después de la muerte de Christian, Roxanne se retira a
un convento donde Cyrano la visita durante años.159 Al final, herido de
muerte, le cuenta la verdad; ella se da cuenta de que la poesía «pasional y
emotiva» que la ha «embriagado de amor» la había escrito él, y Cyrano
muere en los adorables brazos de su amada.160
La poesía es la seducción lingüística a la enésima potencia. «Tras grandes
elogios a una tierna muchacha, ella se entrega al poeta», sentenciaba Ovidio.
«Son versos los que logran que aparezcan los cuernos de la sangrienta
luna.»161 Nadie sabe a ciencia cierta a qué se debe el atractivo erótico de la
poesía. Una de las teorías se basa en la similitud entre la expresión poética y
la pasión; comparten la misma intensidad emocional y tienen el mismo
impacto visceral en el cuerpo.162 «Sé que es poesía», decía Emily Dickinson,
cuando siento «como si me quitaran la tapa de los sesos.»163 En los
experimentos con imágenes térmicas, se aprecia que la poesía amorosa
«reseca la boca» y «calienta la frente», lo que Andrew Marvell llamaba
«fuego instantáneo en todos los poros del cuerpo».164 Según el crítico Jon
Stallworhty, puede ocasionar «una exaltación comparable a hacer el
amor».165
El legado de la Prehistoria también podría explicar el meneo que la poesía
provoca en la libido. Tal como observa el historiador cultural Mircea Eliade,
los cantos afrodisíacos del chamán son «fuentes universales de poesía lírica»
y, según Joseph Campbell y otros pensadores, pertenecen a nuestra herencia
mitológica.166 Es posible que los ritos de apareamiento ancestrales asimismo
contuvieran concursos de prosodia. Geoffrey Miller defiende que el hombre
del Pleistoceno necesitaba emplear el mejor idioma para el cortejo, es decir,
la poesía. Ninguna otra forma de hablar requiere tanto encanto ni es capaz de
medir la aptitud como la poesía. La métrica, la rima y las palabras idóneas en
el orden adecuado imponen un importante reto mental y el despliegue de
todas las artes verbales.167
En muchas culturas distintas las mujeres valoran la poesía. Una mujer
reconoció en una encuesta que su recuerdo más tórrido era del día en que su
marido le obsequió con unos poemas eróticos con espacios en blanco para
que ella completara la rima.168 El profesor de psicología Richard Wiseman,
que estudió a sesenta y cinco mil sujetos de todo el mundo, situó la poesía en
el tercer puesto de la lista de herramientas más persuasivas que los hombres
emplean para conquistar.169 Las mujeres están de acuerdo; cuando tienen que
dar consejos sobre lo que prefieren que hagan los hombres con quienes
mantienen citas, son unánimes.170 Que nos dejen «una nota romántica y
cautivadora», escriben, o que reciten un poema, «aunque sea malo».171 Así
pues, no es de sorprender que los poetas tengan el doble de parejas sexuales
que otros hombres.172
No se sabe con certeza por qué las mujeres sienten tal debilidad erótica por
la poesía. Puede que la biología tenga parte de responsabilidad. Las mujeres
son más expresivas desde el punto de vista verbal y emocional, y más
propensas a utilizar ambos hemisferios cerebrales, como requiere la poesía.
Asimismo les gustan los preliminares amorosos que incluyen cierto juego
lingüístico. La poesía es el medio ideal para lograrlo.173 Cuando invertimos
energía en el lenguaje, recibimos a cambio otra energía que, según explica la
psicóloga Ilana Simons, puede «hacer surgir una chispa amorosa».174 Los
poemas también combinan la sorpresa neuronal con «el sortilegio de la
palabra mágica», que supera la razón y apunta a la parte más instintiva y
sensual del ser. Además, las mujeres se han visto condicionadas
culturalmente durante siglos y siglos a esperar y desear poemas de amor por
parte de los hombres.175
Si nos remontamos al antiguo Egipto, veremos que los pretendientes
adulaban a las mujeres con poemas de amor escritos con jeroglíficos, y en
Sumeria, en el siglo IV a.C., los sacerdotes atraían a las sacerdotisas hacia el
lecho nupcial ritual con estrofas trocaicas. Dentro de su aprendizaje sobre el
amor, los jóvenes atenienses adquirían «habilidades para componer y recitar»
en verso, y los aristócratas japoneses del siglo XI escribían haikus de treinta y
una sílabas a sus amantes antes y después de las citas.176 «El primer recurso»
para el cortejo, decían los estudiosos medievales árabes, era la expresión
poética.177 Para hechizar a una mujer, el hombre debería «citar un verso de
un poema, o exponer una alegoría, o recitar un acertijo rimado, o proponer un
enigma, o utilizar el lenguaje elaborado».178 Con el amor cortés, la poesía
entró en el repertorio romántico masculino de Occidente, donde ha perdurado
desde los poetas isabelinos hasta los raperos del siglo XXI.179
Es tradición que los protagonistas de las obras dramáticas enamoren a las
damas con sus versos. Christy Mahon, de la obra de teatro del dramaturgo
John Millington Synge Playboy of the Western World, seduce a un pueblo
irlandés y a la bella joven que reina en él con sus «palabras poéticas»; y el
Don Juan de la obra de teatro The Joker of Seville de Derek Walcott es un
poeta que teje círculos de métrica alrededor de su presa.180 En la película
Antes del amanecer, Jesse conmemora su noche con Celine recitando el
poema de W. H. Auden «As I Walked Out One Evening» a su amada bajo
una estatua en Viena al amanecer. La chica no se olvida de él. Nueve años
después, tal como relata Antes del atardecer, vuelve a ver a Jesse por
casualidad y abandona a su novio para estar con él.181
Alexander Portnoy, el frustrado adolescente torpón de El lamento de
Portnoy, de Philip Roth, acierta en una cosa: le lee a su novia «Leda and the
Swan», de Yeats, y desencadena una tormenta de estrógenos. El poder
afrodisíaco de la poesía es capaz de generar las parejas más inverosímiles; en
la obra de A. S. Byatt Posesión, dos intelectuales cínicos que no pegan ni con
cola se enamoran mientras analizan juntos una serie de poemas eróticos. El
antihéroe de Marge Piercy, Phil, protagonista de Small Changes, es un
drogadicto marginado, pero embelesa a las mujeres con su «danzarina nube
de palabras» y rescata a Miriam de su prosaico marido.182 Cuando Phil
vuelve a entrar en su vida, ella recupera las ganas de vivir: «Su poeta había
vuelto».183
Puede que un hombre sea tan cojo y arisco como lord Byron, pero si evoca
la «música del alma» ante una mujer, logrará que se derrita.184 O la alentará a
escribir poesía ella también.185 Niccolò Martelli, el «famoso Don Juan» de la
Italia renacentista, intercambiaba versos con la poeta Tullia d’Aragona, y
embelesaba a las signoras florentinas con sus sonetos.186 Uno de los
«mujeriegos» modernos con más dotes para la poesía, el cantante Leonard
Cohen, muchas veces escribe las letras pensando en una novia concreta.
Algunas de ellas, como Joni Mitchell y Anjani Thomas, también son
cantautoras.187
El actor Richard Burton denominaba este tipo de seducción «amor
poético».188 «Yo empleaba un sistema sincero e infalible —decía—. [Les]
ofrecía poesía.»189 Además de ser uno de los mejores actores del siglo XX y
estar dotado con una voz de ambrosía y «lirismo y pasión en los huesos», fue
un amante legendario.190 Aunque no era el hombre más guapo del mundo
(tenía la cara marcada de viruela y era de constitución robusta), hechizaba a
las mujeres y llegó a acostarse con casi todas las que había en Hollywood.
Bastó con que le recitara «unos poemas maravillosos» a Marilyn Monroe
para que ella lo colmara de besos y se lo llevara al camerino.191 Claire
Bloom, su amante durante cinco años, recordaba que se tumbaba en la cama
mientras él, sentado a su lado, le «recitaba poemas hasta altas horas de la
noche» con «su hermosa voz».192 A pesar de los amantes que tuvo después,
Claire Bloom decía que Burton era «el único hombre a quien se lo he dado
todo con fervor».193
Provocó la misma reacción multiplicada por diez en Elizabeth Taylor, que
entonces era la diosa del amor que reinaba en el universo del cine. Durante su
relación, que duró una década, la deleitó con sus versos y le cantó una
serenata en Broadway con el erótico poema de Andrew Marvell «To His Coy
Mistress», y «The Snake» de D. H. Lawrence. Las cartas que le escribía
Burton contienen muchos poemas (algunos de ellos propios) así como
reflexiones sobre el deseo, el alcohol y la muerte: «La poesía y la bebida son
lo mejor de este mundo. Junto con las mujeres. Algo tiene la muerte, y algo
tiene la verdad…».194 Entre otros excesos, el alcohol fue lo que destruyó el
«matrimonio del siglo» y acabó con la vida de Burton a los cincuenta y nueve
años. Aun así, su hechizo era tan grande que hacía que las mujeres no
quisieran estar con ningún otro hombre y siguiesen pensando en él.195
«Imagínate tener en el oído la voz de Richard Burton mientras haces el amor
—dijo exultante Taylor en una ocasión—. Borraba todas las preocupaciones
y las penas. Lo demás se esfumaba.» Y tiempo después la actriz escribió: «Ha
susurrado poesía. Nos hemos besado… ¡La felicidad!».196
La mezcla de prosa y poesía del habla cotidiana también puede ser un filtro
de amor. Desmond MacCarthy, miembro menor del grupo literario de
Bloomsbury en la década de 1920, «hechizaba con las palabras», pues su
forma de hablar fluía como el verso libre.197 Conocido como el «encantador
Desmond», «acariciaba con una voz ondulante», al estilo de un
«trovador».198 A pesar de que no consiguió gran cosa como escritor (solo
cuatro recopilaciones de artículos), Virginia Woolf pensaba que MacCarthy
era «el más dotado» de todos los miembros del grupo. Sus coetáneas
femeninas iban más allá; a sus ojos, era un hechicero.199
No lo amaban por su belleza física. Tenía «genitales bastante pequeños», le
faltaban dientes y su cara era «la de un emperador romano calvo y
demacrado».200 Sin embargo, una mujer tras otra sucumbía ante su
incandescente conversación. Le gustaba «la compañía de las mujeres bellas»
y no tardaba en seducirlas; entre ellas, destaca la glamurosa castellana de una
isla griega y la literata Mollie Warre-Cornish, con quien se casó en 1906.201
De todas formas, la monogamia le resultaba difícil. Las admiradoras
revoloteaban a su alrededor. La carismática lady Cynthia Asquith, una de sus
«distracciones», dijo que hablar con él era como «bailar en una pista
suspendido de cadenas».202 Incapaz de dejarlo, su esposa soportó sus
escarceos amorosos durante décadas. Más adelante, cuando tenía cuarenta
años, MacCarthy conoció a la artista Betsy Reyneau y su matrimonio se fue a
pique. La apasionada aventura entre MacCarthy y Reyneau duró veinte años,
alimentada en parte por las líricas cartas del escritor. Cuando en plena
Segunda Guerra Mundial ella se fue a vivir a Nueva York, MacCarthy le
escribió: imaginemos que estamos en un restaurante de Manhattan, rodeados
de «gente asombrada» incapaz de comprender por qué vemos «un mundo de
deleites el uno en el otro». «¿Absurdo? —se preguntaba el escritor—. No,
visto desde dentro.»203
¿Ha llegado el fin de la conversación seductora? Los críticos culturales temen
que este arte acabe por desaparecer con el auge de la comunicación
cibernética y el entretenimiento pasivo. Vivimos en una época posverbal en la
que reina el amor sin palabras. La pareja romántica típica de las películas,
según escribe el crítico David Denby, ahora nos aburre porque «no
articula».204 En la realidad también reina la falta de conversación y los
diálogos de besugos entre los dos sexos. No es de sorprender. Los hombres
ya no tienen que cortejar verbalmente a las mujeres en un mundo en el que
predominan la «seducción en siete minutos», los mensajes directos y los
rollos fáciles sin necesidad de intercambia r ni una palabra. En este impasse,
los consejeros amorosos recomiendan la «comunicación» (diálogos aburridos
que ambas partes comprenden) pero pasan por alto el arte de la conversación
atractiva e ingeniosa.205
A pesar de todo, creemos que la conversación amorosa es el ventrículo
izquierdo del deseo. Bombea y conserva la pasión y mantiene el riego
sanguíneo. El amor romántico nunca está asegurado y necesita ayuda para
vivir. La buena conversación (un dueto erótico entre lo que se dice y lo que
se calla) calma, encanta, deleita, informa y emociona. Robert Louis
Stevenson pensaba que hombres y mujeres debían conversar «como
cautivadores rivales».206 Hay que ser un «hombre con quien se pueda
hablar», instaba Stevenson, saber dar dramatismo, usar palabras
«atolondradas e inspiradoras» y transportar a la mujer «a nuevos mundos del
pensamiento».207 En la película Sade, el marqués es más directo. Cuando
habla con un pretendiente novato, le aconseja: «Primero habla con ella. Las
mujeres se excitan por el oído». Solo los más elocuentes merecen a las
bellas.208
6
Avivar el amor
[Sin arte] las hierbas de Medea no lograrán / que el amor sobreviva.
OVIDIO, Arte de amar1
Sam es un empresario que dirige un conglomerado de empresas de ropa y
podría elegir a la amante que quisiera. Resulta muy atractivo para las mujeres
y sigue siendo guapo a sus cincuenta y cinco años: bajo pero esbelto, con una
buena mata de pelo moreno, barba y unos ojos menudos y vivarachos en un
rostro mediterráneo. Esta noche me ha invitado a ir a una cena de
beneficencia, y estoy sentada junto a él y enfrente de su esposa, Lynn.
Intercambian una mirada con aspecto de «broma privada» y Lynn, una rubia
sin bótox que lleva un sencillo vestido de terciopelo negro, le guiña un ojo.
Mientras tomamos los entrantes le pregunto a Sam por su relación de
pareja.
—Cuénteme su secreto. Lynn y usted parecen tan… ¡así! Y eso después de
¿cuánto? Treinta años.
Sam baja la cuchara, mira a Lynn y habla casi sin parar durante toda la
cena.
—El único consejo que le doy a mi hijo Josh es: «Cásate con una mujer
que se despierte contenta, y si no se despierta así, tienes la obligación de
conseguir que lo haga».
—¿Y cómo?
—Bueno, para empezar —continúa bajando un punto la voz—, hay que
llevar a la mujer a un sitio en el que uno esté seguro al cien por cien de que
no ha estado nunca. Además, a mí me gusta prepararle sorpresillas, como el
viaje que hicimos el año pasado a la bacanal de Halloween en el Key West
Fantasy.
—Pero tiene que haber algo más —insisto—. Lograr que el otro se siga
excitando al cabo de los años es poco común.
—¡Vale, me rindo! —Pasa un brazo por detrás de mi silla—. Compartimos
un montón de intereses. Nos reímos. Y luego pasa otra cosa: ella es abogada,
¿sabe?, una feminista de la vieja escuela, y mantiene su parcela. Discutimos
sobre muchas cosas. Además, aunque parezca extraño, yo soy una persona
que ve «el vaso medio lleno», soy extrovertido, mientras que Lynn es lo
contrario: una mujer misteriosa en muchos sentidos. Y eso supone un reto, es
interesante. Aparte de eso, no somos precisamente de los que se paran a
descansar: siempre tenemos algo entre manos. Ahora mismo, me he
aficionado a estudiar la Ruta de la Seda; en pocas palabras, me he puesto a
estudiar mandarín. Lynn ha empezado a estudiar la historia del Imperio
romano.
Se vuelve de repente. Lynn le dirige una mirada que transmite un «no
hables tanto, por favor». Él le lanza un beso, se encoge de hombros y
mientras vuelve a atacar la bomba de chocolate que tiene delante dice:
—¡Hay que flirtear todos los días! Hay que mimar al otro.
Casi cualquier hombre es capaz de conseguir que una mujer se enamore de
él; lo difícil es mantener encendida la llama del amor. Las probabilidades son
escasas. El amor romántico, por mucho que nos empeñemos en creer lo
contrario, es fugaz, inestable y se degrada con rapidez. Después de un primer
subidón eufórico, el deseo disminuye, se erosiona con el tiempo hasta
convertirse en un amor que hace compañía en el mejor de los casos, y en un
aburrimiento en el peor de los casos. Con este panorama, las mujeres suelen
ponerse más nerviosas que los hombres. Se queman antes en las relaciones
personales, desencadenan el 60 por ciento de las rupturas y, según algunos
teóricos, son más propensas a apartarse del otro. Desde los albores de la
humanidad, los amantes han soñado con contener esta marea y mantener la
pasión inicial.2
Los científicos han descubierto un reducido grupo de parejas, como Lynn y
Sam, que han conseguido que no se extinga la llama. Cuando los psicólogos
observaron el cerebro de esas personas a través de una resonancia magnética,
descubrieron la misma respuesta en el circuito de recompensa que
experimentan los amantes que acaban de empezar una relación, además de
una actividad extra en los centros de estrechamiento de lazos y de formación
de vínculos de pareja.3 No obstante, advierte la neurocientífica Stephanie
Ortigue, dichos estudios solo llegan hasta ahí; comprender por qué el amor
puede durar toda la vida continúa siendo una tarea «frustrante y
escurridiza».4 Desde el punto de vista científico, estamos al mismo nivel de
conocimiento que cuando se escribió el antiguo manual hindú Kama Sutra,
que atribuía la pasión duradera a las «técnicas de hechizo».5
De todas formas, sí existe una larga tradición filosófica dedicada a
mantener el deseo. «En el arte del amor —instruye Havelock Ellis— es más
importante saber mantener el amor que saber despertarlo», y cita docenas de
estudios realizados sobre el tema desde la Antigüedad.6 Tal como apuntan él
y otros muchos expertos, se trata de una seducción avanzada. Requiere
dedicación y creatividad y todo un repertorio de hechizos eróticos, desde el
carisma y el carácter hasta los encantos físicos y psicológicos.7 Las mujeres
deben cumplir su parte, por supuesto, pero los hombres son los que cargan
con el peso de la responsabilidad. Están obligados, dicen los expertos en
amatoria, a llevar la iniciativa e invertir más «esfuerzo en el cortejo» para
mantener la llama del amor.8
Los grandes amantes nunca se cansan de conquistar a la dama. En lugar de
relajarse después de «pescarla», intensifican el cortejo. Antes de que se
imponga el hastío, aumentan las alabanzas, el humor, el buen sexo y la
conversación, y favorecen la calma con intimidad e intereses compartidos.
Mantienen el murmullo de la tensión erótica. El amor apasionado es una
dinámica muy activa (no tiene nada de inerte) que exige una mano
experimentada en los controles, un artista que mantenga el flujo de la
atracción sexual y el equilibrio entre la calma y el arrebato, la costumbre y la
novedad, la presencia y la ausencia, el placer y el dolor, la intimidad y el
misterio, el acuerdo y el desacuerdo, el sí y el no. Los seductores no aburren
nunca. Combinan los encantos del amor acelerado con una alternancia de
opuestos y una personalidad polifacética. Adaptan los pasos de baile a la
melodía de cada mujer, como si la música no acabase nunca.
Diversión y jolgorio
¿Es divertido vivir contigo?
Dr. PHIL9
Todas las mañanas, cuando Gustin sale del sedán con el emblema de la
compañía Top Transport, los taxistas que hay apostados junto a la estación de
tren de Darien (Connecticut) dicen: «Por ahí viene lo mejor de Hollywood».
Es fácil saber por qué. Con el pelo canoso cortado a cepillo, un bigote fino, la
camisa blanca almidonada y un porte leonino, parece una versión criolla de
Errol Flynn de mediana edad. «Estos tíos —comenta y chasquea la lengua
(algunos de los cuales trabajan para su empresa de vehículos de sustitución)
— no entienden cómo puede ser que a mi edad siga conquistando a las
mujeres.» Se quita importancia: en realidad, es una máquina del amor. Se
separó de su esposa, con la que mantiene una relación cordial, y a los sesenta
y siete años lo adoran tantas mujeres que no sabe qué hacer con ellas; vive
con una novia desde hace tres años, además tiene a una enamorada que lo
llama a diario desde el Caribe y encandila a más de una soltera cuando va a
bares y discotecas.
Una calurosa mañana de junio me invita a entrar en el Lincoln que tiene
aparcado, enciende el aire acondicionado e intenta desvelarme cuál es ese
«algo especial» que le hace triunfar con las mujeres. «Soy de Trinidad —me
dice con ese acento meloso propio de la isla—. Dios no nos dio dinero, pero
nos dio felicidad.» Y eso, en su opinión, es la clave para todo lo demás.
Bueno, eso unido a «la clase, el carácter, por supuesto» y «un sexo
excepcional». «El secreto está en conseguir que la mujer se relaje. ¿Y cómo
se hace? A través de la risa, la risa y la risa. Si discuto con mi novia, siempre
acabamos riéndonos, y nos abrazamos para consolarnos.»
Gustin también es partidario de la fiesta y el jolgorio. «En Trinidad nos
pasamos todo el año de fiesta. Cuando uno se divierte, la sangre empieza a
fluir, la música contagia el ritmo al cuerpo.» Y las mujeres pueden soltarse y
dejar que aflore su lado salvaje. Así es como conoció a su ex esposa, también
sedujo así a otras mujeres, y en una ocasión cabreó tantísimo a un marido
bailando en carnaval con su mujer que no puede volver a su pueblo. «Dice
que me matará si vuelvo.»
Mientas tanto, vive a tope. La última vez que fue al dentista, cayó en la
cuenta de que se había acostado con todas las personas que trabajaban en la
consulta, salvo el doctor. «Las mujeres hablan entre ellas —comenta— y
quieren averiguar si es verdad lo que dicen las otras… Quieren saber si a
ellas también les divertirá.» Disfrutar hasta partirse de risa; ese es su mantra
amoroso. Mientras se marcha a buscar al cliente que tiene que recoger, baja la
ventanilla del coche y me hace un gesto con el pulgar hacia arriba.
«¡Atrévete! —exclama—. ¡Vive la vida!»
La pasión depende de la diversión; sin el juego, el júbilo y la permisividad
propia de carnaval, el deseo acaba por apagarse. El compromiso conspira
contra nosotros; la costumbre y la cotidianidad agostan el deseo con insidia y
provocan aburrimiento. Por ese motivo, los terapeutas aconsejan a las parejas
que fomenten el lado lúdico de la relación: que jugueteen, salgan por la noche
y pasen las vacaciones en centros turísticos. Howard Markman, un psicólogo
que dirige un programa de prevención de rupturas sentimentales en la
Universidad de Denver, descubrió que el grado de diversión de una relación
predecía sus posibilidades de éxito.10
Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo. Un ethos consumista
capitalista saturado de trabajo y el entretenimiento pasivo que se puede
comprar militan contra la celebración jubilosa. Alimentar el espíritu festivo
también es un arte. Para que la diversión sea máxima, debe ser espontáneo y
alternarse con la realidad cotidiana. (Sería impensable un carnaval que durase
todo el año…) Y es primordial tener un talante alegre; a Eros «le encanta
jugar» e insiste en que la alegría, las tonterías, el canto y el baile deben ser
abundantes. Los seductores no solo mantienen el ritmo entre el cachondeo y
la jornada de nueve a cinco; son los reyes de las fiestas.11
El Homo festivus tiene un encanto especial a ojos de las mujeres. El
«Hombre perfecto», escribe Erica Jong, debe tener «espíritu juguetón».12
Esto podría deberse a la tendencia femenina a estar excesivamente alerta en
momentos apasionados (a causa de la neocorteza que lo juzga todo) y a la
sobrecarga de estrés actual. En varios estudios, las respuestas de las mujeres
indican que han padecido más tensión que los hombres en los últimos cinco
años, y mencionan que el estrés es uno de los motivos principales por los que
pierden el deseo sexual.13 La crítica Laura Kipnis cree que con frecuencia las
mujeres tienen aventuras solo para huir de la presión sociocultural y para
«divertirse».14 El cachondeo proporciona unas vacaciones sexuales perfectas
para la mente: los receptores de la recompensa se encienden y unos productos
químicos similares a los opiáceos fluyen libremente por el cerebro.15
Puede que los hombres que introducen el factor «fiesta» en el vínculo
amoroso toquen una cuerda adaptativa en la libido femenina. Además de la
desinhibición, la alegría y la descarga emocional, las celebraciones ayudan a
que la mujer calibre al hombre. El carácter juguetón, según observan los
psicólogos Geoffrey Miller y Kay Redfield Jamison, es un indicador
excelente de aptitud física, pues denota juventud, creatividad, flexibilidad,
inteligencia, optimismo y falta de agresividad.16 Los hombres prehistóricos
tendían a ser violentos con los hijastros y eran autoritarios con sus parejas,
como algunos de los «troles» modernos. La diversión compartida diluye la
agresividad y asegura a las mujeres que están a salvo en compañía del
hombre.17 Bromear juntos supone un «despliegue de afinidad» que afianza el
vínculo de la pareja y crea un espacio de juego seguro en el que uno puede
desinhibirse, hacer el payaso y celebrar.18
Los arquetipos mitológicos también podrían haber dejado huella. Dioniso,
como otros dioses del sexo, era «el liberador».19 Los dioses se saltaban las
normas, la jerarquía y las prohibiciones e imitaban la pródiga exuberancia de
la naturaleza. Los sumerios celebraban el Año Nuevo por todo lo alto con una
fiesta desenfrenada después de la conmemoración del matrimonio sagrado
entre los dioses de la fertilidad Dumuzi e Inanna; y en el antiguo Egipto, las
mujeres enseñaban dibujos de genitales, decían obscenidades y bailaban por
las calles en honor de Osiris, el espíritu creador. Dioniso era «el benefactor»
portador de alegrías que liberaba todo lo que estuviera constreñido e invitaba
a las mujeres al goce y el desenfreno.20
Los expertos en amatoria recomiendan que haya «paz con nuestra fina
amiga, y diversión» para mantener la frescura de la pasión.21 El Kama Sutra
dedica casi tanto espacio a las artes del festejo como a las posturas sexuales,
y El cortesano de Castiglione recomienda a los amantes del Renacimiento
que proporcionen «magníficos banquetes» y alegría si quieren tener éxito en
el amor.22 Los pensadores modernos están de acuerdo: Ethel Person, autora
de Dreams of Love and Fateful Encounters, considera que el espíritu lúdico y
las delicias de la regresión son indispensables para que dure el deseo,
mientras que el psiquiatra británico Adam Phillips apunta que «lo más cruel
que puede hacer alguien con su pareja es ser bueno en el tema de la fidelidad
pero malo en la celebración».23
Si Charles Bovary y otros maridos apáticos no hubieran provocado este
tipo de crueldad, existirían menos novelas de adulterio. Es la tediosa seriedad
del doctor Bovary la que pone contra las cuerdas a Emma y la arroja en
brazos del atractivo Rodolphe. Como era de esperar, Rodolphe seduce a
Emma en una feria agrícola donde el ambiente carnavalesco elimina las
limitaciones sociales. «¿Por qué predicar contra las pasiones?», le espeta
Rodolphe. Hay que despreciar «las convenciones sociales». Cuando el juez
anuncia quién ha ganado el premio al mejor cerdo, Emma le da la mano a
Rodolphe.24
La novela de Carol Edgarian Three Stages of Amazement actualiza la
figura del cornudo triste para el siglo XXI. Charlie Pepper, cirujano y experto
en el campo de la robótica, aspira a destacar en ambos ámbitos con tanto
ahínco que se olvida de la alegría y deja en la estacada a su esposa, Lena, con
una avalancha de entregas de freelance y el cuidado de su hijo. Por lo menos,
hasta que un antiguo amor, el deportista Alessandro, resurge y se la lleva de
escapada. Cuando un atónito Charles se lo echa en cara, Lena responde:
«Eres bueno, inteligente. Eres estable, cariñoso, amable», pero «queremos
reírnos. ¡Queremos reírnos!».25
En las novelas románticas populares se fantasea con algo más que
aventuras divertidas; en ellas, las protagonistas exigen parejas comprometidas
que disfruten de la fiesta. Colt Rafferty, el personaje de Hummingbird Lake,
de Emily March, es algo más que un ingeniero de seguridad con un
doctorado; es el rey de la celebración, justo lo que el médico le había
recomendado a la pediatra traumatizada Sage Anderson. Cuando se hacen
pareja y se casan, él le enseña a jugar. Se presenta con unos vaqueros y una
chaqueta de Papá Noel y le da una funda de almohadón en la que ha metido
un muelle «gusi gusano», plastilina y botellas de vino de Napa, y al final del
libro se la lleva en una Honda Gold Wing mientras ella suelta «una alegre
carcajada».26
La historia clásica cuenta con la figura de Marco Antonio, político romano
y general, a quien se presenta como la marioneta de Cleopatra, juerguista y
«colosal adolescente».27 No obstante, Marco Antonio era una personalidad
pública formidable, además de un seductor que traía de calle a las mujeres.
Su aspecto físico ayudaba: alto, musculoso y tan guapo que quitaba el hipo,
con una corona de tirabuzones y una «túnica enrollada sobre las ondulantes
caderas». También constituía una seductora mezcla de señor del desenfreno y
señor del reino.28
Nacido para liderar a las masas, Marco Antonio estuvo al mando de
campañas espléndidas y fue ascendiendo de rango político hasta llegar a
gobernador de la parte oriental del Imperio romano en el triunvirato después
de derrotar a los asesinos de Julio César. Al mismo tiempo, era un fiestero
empedernido que viajaba con una caravana de músicos, actores y tarambanas
y se empapaba de todos los excesos hedonistas. En los desfiles llevaba
siempre copas doradas de vino, como si fueran cálices religiosos, y entró en
Éfeso como el nuevo Dioniso, acompañado de bacantes, sátiros y panes.
Las mujeres se arremolinaban junto a él. Además de amantes, Marco
Antonio tuvo cinco esposas, y ninguna de ellas se cansó del gobernador. Su
tercera esposa, Fulvia (a quien encantaban las bromas de Marco Antonio), fue
a la guerra en su honor, y después de que muriera en el intento, Marco
Antonio se casó con la hermana de su rival, Octavia. Ella también siguió
siempre enamorada de él, así que intercedió ante su hermano y mandó tropas
a Marco Antonio, a pesar de que él ya sentía debilidad por Cleopatra.
El encuentro entre Marco Antonio y Cleopatra, ocurrido en Tarso en el año
42 a.C. fue el encuentro de dos campos de fuerza. Ataviada con la ropa de
Isis, Cleopatra era su equivalente femenino mitológico, una gobernadora que
compaginaba la política y la festividad aún mejor que Marco Antonio.
Mientras planeaban formar la dinastía romano-egipcia, fundaron la Sociedad
de Vividores Inimitables, dedicada a las artes de la celebración. Juntos
estuvieron a punto de conseguir su ambición dinástica. Pero después de la
derrota naval en Actium en 30 a.C., cayeron al abismo de una manera digna
de los dioses. Antes de su suicidio conjunto, Marco Antonio celebró una
fiesta apoteósica, con entretenimiento, música, los mejores vinos y platos
suculentos. Según cuentan, esa noche los habitantes oyeron el «maravilloso
son de la música» y el canto de las bacantes mientras el dios Dioniso y su
cortejo abandonaban la ciudad.29
Si el espíritu festivo de Marco Antonio cautivaba a las mujeres, el truco
funcionó todavía mejor para los Romeos de la década de 1950. Cuando las
«damas» estaban reprimidas y condenadas a la asexualidad de las «niñas
buenas», los hombres que se saltaban las normas y sabían divertirse poseían
un atractivo irresistible. David Niven, la estrella del cine británico
protagonista de más de cien películas, era uno de los más atractivos. Mezcla
apasionante entre caballero inglés y chulo ligón, las mujeres se desvivían por
él…, algunas durante mucho tiempo. Según dijo una de sus conquistas, todas
«estaban locas por él».30
En cuanto llegó a Hollywood en 1934 empezó a llevarse a las mujeres a la
cama gracias a la risa, desde las debutantes como Marilyn Monroe hasta
actrices consolidadas como Rita Hayworth, Merle Oberon y Grace Kelly.
Rey de la juerga, era un comediante, bromista amigo de los comentarios
picantes, y el anfitrión perfecto de las fiestas locas. Aunque se casó dos
veces, una de ellas con su gran amor, que murió en un accidente cuando tenía
veintiocho años, fue un mujeriego crónico. A pesar de eso, las mujeres se lo
perdonaban todo cuando aparecía con su típica sonrisa pícara. Era la
«diversión total», recordaban sus amantes, y tenía un sentido del humor «tan
delicioso como la pastelería francesa».31 Se dice que las mujeres lo miraban
«como si se hubiera aparecido Dios».32 Y en cierto sentido, así era: el dios
más querido por las mujeres, el «lleno de gracia» que rompe las ataduras y
fomenta el juego y el júbilo.33
Otro bon vivant británico, Kingsley Amis, logró que las mujeres de la
generación de los años cincuenta se desmelenaran. Profesor, poeta y autor de
La suerte de Jim y otras novelas de humor, era un excitante híbrido entre león
literario y Liber, el dios romano de la fertilidad y la fiesta. Con Amis, las
mujeres «parecían olvidarse de las inhibiciones verbales y sexuales». Era
divertidísimo: juguetón, irreverente y gracioso de la cabeza a los pies.34
Su primera esposa, Hilary Bardwell, recordaba que al principio le había
desencantado un poco. Tenía los dientes «amarillos y torcidos», un corte de
pelo horrible, llevaba la ropa arrugada y carecía de dinero y distinción.35
Pero era la alegría de la huerta, pues «hacía reír a todo el mundo». También
se tomaba libertades con las mujeres. Después de casarse con Bardwell en
1948, continuó siendo un mujeriego empedernido, y una vez animó a los
invitados de una fiesta a que salieran al jardín a echar un polvo rápido.36
Aun con todo, Hilary estaba demasiado embelesada para abandonarlo. No
le importó permanecer al margen durante la estancia docente de Amis en
Estados Unidos en 1959, cuando convirtió Princeton en un Woodstock
académico una década antes de que naciera el festival: picnics con alcohol,
juergas y escarceos con las esposas de otros miembros de la facultad. Una de
ellas atribuyó su atractivo sexual a su falta de sentido del ridículo: «la
seducción más poderosa de todas». Para él, comentó la mujer, «Estados
Unidos, con sus estirados puritanos, era desternillante».37
Al cabo de quince años, su esposa se divorció de Amis, que se casó
entonces con la novelista Elizabeth Jane Howard. La escritora lo acompañó a
lo largo de su caída en picado en un círculo de bebida y disipación. Al final,
Hilly se lo llevó a vivir con ella y su tercer esposo, lord Kilmarnock. Allí lo
cuidó con cariño hasta el día de su muerte, porque conocía «sus debilidades»
pero «lo adoraba de todas formas».38
Hoy en día, la permisividad del carnaval está a nuestro alcance en
cualquier momento: entretenimiento porno, centros vacacionales nudistas,
fiestas orgiásticas y lugares como Las Vegas. Sin embargo, hay bastantes
pruebas de que la diversión nacional ha caído en picado. La autora Pamela
Haag habla de «matrimonios melancólicos» semifelices,39 y la crítica
Barbara Ehrenreich cree que hemos perdido el arte de la festividad y hemos
entrado en una era «sosa y apática».40 A pesar de todo, eros siempre
desencadena el principio del placer, los instintos ancestrales, y es quien ríe el
último. En el ámbito de la selección sexual, en el fondo triunfa la
supervivencia del que ríe más fuerte. La pareja que juega unida, permanece
unida.
Novedad, curiosidad
Renovarse o morir.
Refrán
Aprovechando que el profesor Jack Harris está de vacaciones, realizamos una
segunda entrevista. Esta vez me habla de su matrimonio. «Hoy en día una
mujer no puede hacer prácticamente nada —dice mientras sube los pies a una
otomana— para conseguir llevarme a la cama.» Su voz presenta el mismo
deje de Tidewater, pero su aspecto ha cambiado sutilmente desde la última
vez que nos vimos. Lleva barba de tres días y ropa de un estilo diferente:
camisa de rayas de color lavanda, pantalones negros y una pulsera. Le da
vueltas alrededor de la muñeca mientras me cuenta: «Es de Japón, de cuando
fui a visitar a la familia de mi mujer. Hace un mes, habría sido imposible
verme con una cosa así. Ser impredecible: esa es una de las mayores
cualidades de un gran amante».
Desde que se casó hace ocho años, ha convertido en su costumbre romper
las costumbres. «Hay que ser atrevido —aconseja—. La sorpresa y la
espontaneidad son dos de los mejores trucos para mantener encendida la
llama. Mi esposa nunca sabe qué se encontrará cuando llegue a casa. Algunas
veces compro flores o preparo sashimi, o cambio de planes y le propongo
algo nuevo, como una temporada sabática en Zaire. Si alguien le pregunta
qué opina, contestará que es parte del encanto y la atracción. Aun con todo —
reconoce— me casé por la seguridad.» Entonces entrelaza las manos detrás
de la cabeza, como si estuviéramos en una de sus tutorías. «Pero el
aburrimiento… ¡jamás!», exclama. «Un seductor es alguien que continúa
seduciendo y enamorándose siempre, y que recibe una respuesta equivalente
durante toda su vida. ¡Ahí está el secreto!»
El amor romántico requiere seguridad y confianza en el otro, aunque en su
justa medida. Cuanto todo es predecible (lo mismo de siempre…), el deseo se
apaga. Para mantener la pasión vibrante, los amantes experimentados
inyectan un poco de novedad, cambio y misterio en lo cotidiano. Según los
científicos, lo inesperado se cuela en el cerebro, lanza corrientes de placer y
libera dopamina y norepinefrina, dos neurotransmisores asociados con la
energía y la euforia.41 Estas sacudidas son primordiales para mantener la
pasión ardiente. Las cosas novedosas y excitantes, según los expertos en
amatoria, conservan «el clima del romance» y mitigan los efectos nocivos de
la tolerancia.42 Lo inesperado puede conseguir que el corazón sienta más
afecto.43
Según la sabiduría popular, los hombres son perros hambrientos de
novedad erótica y tienen una pasión innata por la variedad. Puede que esa
perspectiva esté cambiando. Los psicólogos Cindy Meston y David Buss
descubrieron que las mujeres podrían sentir la misma avidez que los hombres
por lo novedoso y lo diferente.44 Darwin creía que la búsqueda de novedad,
«el cambio por el cambio en sí mismo, era atractivo para las hembras»,
además de ser el motor de la selección sexual.45 Esto llevó a los hombres,
según conjetura Geoffrey Miller, a ingeniar maniobras de cortejo nuevas y
sorprendentes. Los pretendientes prehistóricos incluían en su arsenal amoroso
deliciosas maravillas y misterios, comenta Miller, para mantener la atención
de las mujeres y asegurar que las relaciones serían más duraderas y
producirían más descendencia. El romanticismo, tal vez inherente en las
mujeres, requiere un toque de misterio, novedad y sorpresa.46
De hecho, los secretos y las sorpresas son herramientas habituales de los
seductores. Johannes, el personaje de Diario de un seductor, de Kierkegaard,
basa su campaña para conquistar a la cándida Cordelia en el principio de
«asombra y conquistarás». «Si uno sabe cómo sorprender, siempre gana la
partida», se regodea.47 Según el lingüista y crítico literario Roland Barthes, la
curiosidad puede ser tan erótica que es casi «equivalente al amor»; nos
excitan quienes nos descolocan e intrigan.48
Estas armas de seducción sirven para prolongar la pasión en las relaciones.
Honoré de Balzac advertía a los esposos que si no proporcionaban variedad,
sorpresa y curiosidad, lo haría otra persona. Los hombres que se interponen
en una pareja, advertía, llegan «ataviados con todas las gracias de la novedad
y todo el encanto del misterio».49 Sin un toque enigmático y novedoso en una
relación, señala el psiquiatra Michael Liebowitz, es probable que una mujer
contraiga el «síndrome del ex novio» y convierta su amor en un recuerdo.50
Tal como avisan los expertos en amatoria, los afectos femeninos pueden
fluctuar; un hombre debe prevenir el hastío con «una frescura perpetua».51
Las primeras mujeres que fueron objeto del amor no estaban creadas para
lo predecible ni lo aburrido. Dioniso, el dios de «carácter misterioso y
paradójico», se desvanecía de maneras incomprensibles y reaparecía en
apoteosis fascinantes.52 Shiva personificaba los misterios y aparecía sin
avisar con docenas de formas distintas, mientras que el dios nórdico de la
fertilidad, Odín, no era sino una caja de sorpresas. Odín, objeto de culto
extático de todas las mujeres, negociaba con lo oculto y realizaba visitas
inesperadas, transformado en viejo hechicero, águila, ardilla o campesino.53
Los amantes de este calibre en la literatura casi nunca son aptos como
maridos. Son seductores compulsivos, como Tomas, el protagonista de La
insoportable levedad del ser de Milan Kundera, cuya estrategia preferida era
el misterio y el asombro. Se asoma por la parte exterior de la ventana de la
casa de una mujer como si fuera un limpiacristales y entra y sale de los
dormitorios ajenos como un íncubo. Gareth van Meer, en la novela Special
Topics in Calamity Physics, de Marisha Pessl, es un maestro sofisticado de la
maravilla. Su cara pública es la de eminente profesor de ciencias políticas,
pero este «playboy en pijama» dirige una organización política clandestina y
se disfraza para mantenerse oculto.54 Las mujeres literalmente tiran la puerta
abajo para llegar a él. «Tener un secreto —le dice a su hija—. No hay nada
más delirante para la mente humana.»55
Como era de esperar, las lectoras de literatura romántica no necesitan a
estos depravados; sus héroes son a la vez hombres «de una sola mujer» y
fuentes de novedad incesante. Uno de los temas principales de las novelas
eróticas, según escribe la editora Lonnie Barbach, es el componente
«inesperado o desconocido» dentro de las relaciones estables. Las novelas
románticas se especializan en hombres misteriosos con chisteras de mago
cargadas de sorpresas: son agentes dobles, o terratenientes exiliados, o
periodistas de incógnito… Pero a la vez son hombres caseros y dedicados en
cuerpo y alma a la protagonista que los enamora.56
No hay mejor ejemplo que el de sir Percy Blakeney, un esposo sometido y
«Pimpinela escarlata», la mente que controla una misión de rescate
clandestina durante la Revolución francesa. Cuando deja boquiabierta a su
esposa al confesarle su verdadera identidad, lady Blakeney se exalta: su
«héroe misterioso» es «la misma persona» que su queridísimo marido.57
El aventurero Cam Rohan de la novela de Lisa Kleypas Tuya a
medianoche es el sueño de las adictas a la novedad. Este hombre medio
gitano con un pendiente de diamante, regenta un local de apuestas y se
materializa como por arte de magia en los salones, donde se camela a la
protagonista, Amelia, para hacer el amor bajo las estrellas. No obstante, el
amor verdadero se apodera de él y acaba dándole a su esposa lo mejor de
ambos mundos. Una vez instalada con él en la mansión familiar, Amelia
suspira embelesada: «¿Cómo podría alguien vivir un día a día normal
contigo?».58
Casanova, famoso por su poder para anidar en el corazón de las mujeres, se
percató de que el amor se compone en «tres cuartas partes de curiosidad».59
Aunque siempre estaba «disponible» para las mujeres que amaba, se
preocupaba de proporcionar a sus amantes suficientes novedades e
interrogantes.60 «Quiero gozar de vuestra bella sorpresa —escribió a una de
sus amantes—. Los golpes de teatro me apasionan.»61 Entre esos golpes de
efecto está el obsequio de un retrato escondido en una joya con un resorte
secreto, o los exóticos trajes confeccionados para dos marquesas antes de un
baile, o la repentina llegada a una fiesta en barco de una compañía de teatro.
Teatral por naturaleza, disfrutaba del misterio y el camuflaje, y una vez
sorprendió a su amante, una monja lasciva, al colarse en una fiesta del
convento disfrazado de Pierrot enmascarado.
El duque de Richelieu, diplomático y héroe de guerra del siglo XVIII, debía
su «fantástica fama» con las mujeres a algo más que el encanto, el carisma y
las habilidades de alcoba. Era una mezcla cautivadora de genio y gran señor.
Y lograba mantener hechizadas a sus amantes. Un regimiento de ex amantes
unió fuerzas para liberarlo de la Bastilla en 1718; una antigua llama del amor
hizo campaña para que ascendiera en la corte años después, y lo consiguió; y
quien fue su esposa durante seis años le agradeció al morir que le hubiera
dado permiso para amarlo.62
Amar a Richelieu era una actividad de todo menos tranquila. A este
«elegante duquecillo» le gustaba asombrar y rodearse de misterio. Durante
una de sus intrigas amorosas, se coló en el dormitorio de una amante bajando
por la chimenea y, en otra, se vistió con un hábito de monja y se citó con su
amante en el convento. Pero su osadía más famosa ocurrió durante la
aventura con la hija del regente a quien había planeado derrocar. Cuando el
regente descubrió a Richelieu y lo sentenció a muerte, la princesa Carlota
obligó a su padre a perdonarlo… con una condición. A cambio accedió a
casarse con el abominable duque de Módena y vivir exiliada con él en la zona
rural de Italia.63
Sin pensarlo dos veces, Richelieu se disfrazó de harapiento vendedor de
libros y viajó a Módena. Allí se infiltró en el palacio, reveló su identidad ante
una atónita Carlota y se reunió con ella todas las tardes a partir de entonces
mientras el duque cazaba. Un día, el duque volvió antes de lo previsto, vio al
«marginado» con su esposa y, sin sospechar nada, le preguntó si tenía
noticias de París.64
—¿Y qué sabéis sobre el granuja del duque de Richelieu?
—Ah, sé que es un perro astuto —respondió el vendedor ambulante—.
Dicen que ha apostado que entrará en vuestro palacio a pesar de vuestra
reticencia y se embarcará en una aventura extraordinaria.
Al oírlo, el duque soltó una sonora carcajada.
—¡Le reto a que lo intente! Qué gracioso sois… Podéis venir siempre que
queráis.
Richelieu le obedeció y continuó en palacio varias semanas, hasta que sus
admiradoras lo obligaron a regresar a París. La princesa no se recuperó nunca
de la pérdida. A diario se retiraba a una «capilla» privada, donde lloraba ante
un altar que había construido para adorarlo, adornado con recuerdos y un
mechón de pelo del duque, «rematado con una corona de corazones
entrelazados».65
Gustav Klimt, el pintor vienés de la belle époque, era tan sensual y
enigmático como sus famosas obras de arte eróticas, entre ellas El beso y
Danae. Serio pintor de sociedad y soltero burgués que vivía con su madre y
sus hermanas, en realidad era un seductor que guardaba muchos secretos. No
llevaba nada debajo del traje azul y mantuvo una relación pasional con la
diseñadora de moda Emilie Flöge durante veintisiete años. Ella era la
misteriosa dama de El beso, además de su compañera y adoradora de por
vida.66
De todas formas, no fue la única adoradora que tuvo. Las esposas
acaudaladas que pintaba, como Adele Bloch-Bauer del lienzo Judith y la
cabeza de Holofernes, con frecuencia terminaban siendo sus amantes, y sus
modelos formaban un pequeño serrallo del que (según se dice) nacieron
catorce de sus hijos. El atractivo de Klimt tenía mucho que ver con su genio
creativo, una libido fuerte y la celebración de la sexualidad femenina. Sin
embargo, poseía además otro don: era un mago de los acertijos y las
sorpresas.
Al rememorar su obsesión con Klimt, la seductora Alma Mahler dijo que
se vio «arrebatada» por su carácter inescrutable y cautivada por el beso
espontáneo que le dio en medio de la plaza de San Marcos.67 Como era
propio de él, llegó sin avisar a un balneario con el fin de visitar a Emilie en
1912 y le envió cuatrocientas postales crípticas. Y a las mujeres que iban a su
estudio las obsequiaba con una estampa digna de Alí Babá. Por fuera veían
un acogedor estudio en una cabaña rodeada de flores; por dentro, una «sala
de maravillas» que hacía que abrieran los ojos como platos: brillantes cuadros
con pan de oro expuestos en los caballetes, quimonos japoneses y chinos,
bancos africanos y un sofá de rayas blancas y negras abarrotado de telas y
periódicos…, además de unas cuantas modelos que se paseaban en ropa
interior. A Klimt le gustaba repetir que no era «una persona especialmente
interesante», pero no se trataba más que de uno de sus trompe l’oeils
calculado para ofuscar, atraer y sorprender.68
Duelos y estocadas
[El amor es] un tipo refinado y delicado de combate.
HAVELOCK ELLIS, Psicología de los sexos69
Amanda y Adam son una pareja de anuncio del amor eterno. Siguen
prendados el uno del otro. Preparan cenas íntimas en pijama, se ríen, tontean,
retozan y se hacen regalitos sorpresa con cualquier excusa. Sus apodos
cariñosos son Pinkie y Pinky. Pero no son un matrimonio de abuelos de
postal de felicitación. Son dos abogados rivales que se esfuerzan por ganar el
mismo caso, combatientes con lengua afilada en la película La costilla de
Adán, interpretados por Katharine Hepburn y Spencer Tracy.
«Aquí estoy,
soy tu hombre.
Si quieres a un boxeador
entraré en el ring por ti,
y si quieres a un médico
examinaré cada pulgada de ti.»
Leonard Cohen
Y ahí está el secreto de las chispas de pasión: la tensión entre la concordia
y los fuegos artificiales. Y esos fuegos artificiales están a punto de incendiar
la casa. Cuando la defensa que Amanda hace de su clienta (una esposa que
hirió de un disparo a su marido y a la amante) en un caso en el que su marido
es fiscal empieza a obtener resultados cada vez mejores, la cosa se caldea aún
más. Adam la provoca y la amenaza con descuartizarla para que se la coma el
jurado, a lo que Amanda responde con toda la artillería. Cuando Amanda
gana el caso, Adam ya se ha marchado del hogar común y un vecino
depredador, armado con champán, ha ocupado su lugar al lado de su esposa.
Adam los pilla en pleno abrazo y monta un cisco: insultos a diestro y
siniestro, portazos, muebles rotos… Después, cuando están a punto de
divorciarse, se reconcilian. Ambos se acercan hasta llegar a un punto
intermedio y viajan juntos al campo, donde se meten en la cama justo antes
de que aparezcan las letras de «Fin».
Las parejas que nunca intercambian palabras malsonantes y que viven en
una armonía sin fisuras durante décadas son los ídolos de la industria del
amor. Los terapeutas y consejeros predican la concordia en las relaciones
personales: hay que contener la ira y los celos, aconsejan, y sustituir el
conflicto por un diálogo racional y una preocupación afectuosa por el otro.
De todas formas, una compañía demasiado tranquila tiene un precio: el
estancamiento del amor. Aunque las relaciones sean remansos de confianza y
paz, necesitan alguna sacudida periódica. La agresividad, el miedo y las
luchas de poder subyacen en el amor apasionado, y los amantes expertos
saben aprovecharlas y transformarlas. En lugar de alimentar las emociones
adversas, las convierten en excitación erótica a través de un delicado juego de
combate y tregua, dolor y placer. Para los seductores, el amor es un duelo y
un dueto al mismo tiempo.70
Por lógica, las mujeres deberían huir del torbellino romántico. Debido a su
hipersensibilidad cerebral al miedo y la ansiedad, manifiestan una «evitación
del conflicto y la cólera» instintiva.71 No obstante, las mujeres parecen ser
extrañamente parciales cuando se trata de peleas de pareja.72 «El conflicto —
escriben los editores de la antología Let’s Call the Whole Thing Off [«Vamos
a cancelarlo todo»]— es el ingrediente secreto del amor, una gota de vermut
sin la cual el martini resultaría empalagoso.»73
Cindy Meston y David Buss confirmaron esta tendencia: la ansiedad y los
celos, según descubrieron, pueden estimular el deseo femenino.74 Asimismo
descubrieron que las mujeres suelen disfrutar con las discusiones encendidas
porque liberan adrenalina y otros estimulantes y les ayudan a conectar
emocionalmente con los hombres antes del sexo.75 El poder también entra en
juego. Si la «guerra de los sexos» es en esencia una lucha por lograr un
equilibrio de poder, las peleas pueden ser la lucha por la paridad en un mundo
de desigualdad entre hombres y mujeres. En una ocasión, Elizabeth Taylor
dijo que las peleas con Richard Burton la estimulaban porque hacían que se
sintiera «a su altura en el terreno intelectual».76
Los expertos en amor romántico recomiendan hasta la saciedad las
rencillas, los celos y unos toques de aflicción para mantener viva la pasión.
Según el filósofo Robert Solomon, las peleas «son señal de fortaleza en el
amor»; no solo ponen a prueba el compromiso, sino que mantienen la
autonomía, la tensión vital y el deseo sexual.77 Pueden servir de bacanales
periódicas, explica Ethel Person, pues liberan los rencores contenidos y
permiten que el deseo perdure.78 Igual que la discusión, los celos tienen una
función afrodisíaca. En opinión de los historiadores, la triangulación puede
reavivar el amor y activar los estímulos del miedo, la posesión y la
rivalidad.79
Sin embargo, el conflicto y el dolor deben tomarse con mucha precaución.
La sensibilidad de las personas varía mucho y lo que sirve para avivar una
relación puede echar a perder otra. Algunas mujeres tienen un umbral del
desacuerdo muy bajo y se apocan ante los ataques. Los grandes amantes
saben advertir esas diferencias y evitan la «auténtica crueldad».80 Es fácil
entrar en el terreno de los gritos anárquicos. El truco, dice Adam Phillips, está
en mantener «la cantidad adecuada de incomprensión» para alternar la
hostilidad con la armonía y gozar de las mieles de la reconciliación y el
reposo después de la tormenta verbal.81
El modelo mítico de deseo eterno, aunque no es plácido, sí evita despertar
el odio. Inanna y Dumuzi empiezan su aventura amorosa con una pelea,
situación que Dumuzi apacigua con dulzura: «Reina del Palacio, permitid que
lo hablemos», le suplica. Y así, «Lo que empezó como una pelea / acabó
convertido en deseo entre los amantes». La primera pareja hindú, los dioses
del amor Shiva y Parvati, discuten y se reconcilian eternamente. Encarnan la
juguetona guerra de los sexos y se pasan la vida peleándose, intentando
imponerse, alimentando los celos y haciendo el amor.82
En la literatura, los amantes no tienen tantas tablas a la hora de lidiar con el
demonio de la discordia. Eric, el aspirante a tenista profesional de Double
Fault, la novela de Lionel Shriver, se casa con la campeona Willy, y al
principio todo va bien. El lascivo entrenador de Willy alimenta su pasión y
los recién casados desplazan la agresividad al terreno del juego competitivo,
que conlleva una mayor excitación sexual para ambos. Entonces Eric
empieza a superarla en la pista de tenis y Willy se hace daño en la rodilla, con
lo que se invierte el equilibrio de poder y se despiertan los perros del infierno.
Las peleas se descontrolan por completo y el matrimonio se rompe.
Las novelas románticas ven las peleas amorosas de color de rosa. Los
héroes saben entender a las protagonistas y convierten las amenazas de celos
y las peleas angustiosas en el acicate perfecto para el amor pasional que
termina en la cama. Gerard, el marqués de Grayson en la novela de Sylvia
Day Un extraño en mi cama, es una joya del erotismo. Aunque lleva bien el
matrimonio abierto con lady Pelham, monta una ofensiva para monopolizarla.
Con pullas, burlas y provocaciones, consigue incitarla a discutir y se marcha
algunas noches, que pasa misteriosamente en la ciudad. Al final, en medio de
una pelea, le increpa a su esposa: «Mira lo excitada que estás, aun a pesar de
la furia y la angustia».83 Mientras le acaricia los pezones con el pulgar y ella
se somete a su abrazo y a la monogamia que le propone, el marqués de
Grayson le promete que no la aburrirá: «Me queda el punto justo de pícaro
para querer que sufras un poco, igual que sufriré yo».84
Por norma general, los verdaderos seductores compensan los piques con el
amor e infligen un dolor leve, moviéndose en todo momento entre el
desacuerdo y la concordia. El pianista Franz Liszt sabía manejar a la que fue
su amante durante cinco años, la sensible condesa Marie d’Agoult, con un
toque de delicadeza. Alternaba las peleas con reconciliaciones amorosas, y
cuando estaba de gira le escribía recargadas cartas de amor salpicadas de
comentarios para provocarla: evasivas o menciones a admiradoras. Cuando se
despedían, amortiguaba el golpe; le decía que él era el «afligido, el más
apenado» de los dos.85
A las mujeres que trataban con Gabriele D’Annunzio, sin embargo, les
hacía falta una piel más curtida. Podía ser combativo y cruel (cartas
desagradables e infidelidades), pero este «prodigio del amor» ofrecía
recompensas incomparables.86 Cantaba las beldades de sus enamoradas como
si fueran divinidades y las rechazaba con tanta gentileza que seguían
amándolo. «Aunque todas las mujeres de los sueños de Don Juan llegaran a
pasar por mi cama —le dijo a una ex amante—, no lograrían eliminar el
anhelo y el feroz deseo que siento de estar con vos.»87
En el caso de la actriz Eleonora Duse, que fue su pareja durante nueve
años, D’Annunzio amplificó todavía más el grado de dramatismo. Provocaba
peleas violentas, flirteaba con las rivales de su novia y una vez la perdió en
un laberinto de cactus en El Cairo y no fue a buscarla hasta que ella gritó de
desesperación. Después de este «juego», la estrechó en un voluptuoso abrazo
y le proporcionó una noche de «incalculable intensidad y una ternura
infinita».88 «Odio a D’Annunzio, pero a la vez lo adoro», exclamaba Duse.89
El cortés dibujante del New Yorker y casanova declarado Charles Addams
poseía la extraña distinción de no haberse enemistado con nadie en toda su
vida. Debido al rostro alargado y la nariz protuberante, a menudo lo
confundían con Walter Matthau, pero a pesar de eso consiguió encandilar a
un ejército de mujeres, que lo amaron con pasión toda la vida. Tenía un gusto
exquisito para las féminas: Greta Garbo, Joan Fontaine y Jackie Kennedy, por
citar solo algunas de ellas. «Hombre galante», era amable, divertido,
ocurrente, auténtico y maravilloso en la cama. Sus amantes decían que
aceptaban sus numerosas infidelidades porque el tiempo que pasaban con él,
por muy breve que fuese, era valiosísimo.90
Por desgracia, Addams tenía un lado oscuro y agresivo: una casa encantada
en su interior, igual que la mansión de sus viñetas. Esa dualidad servía para
aumentar la fascinación que provocaba el dibujante, aunque también sacaba
lo peor de las mujeres. Barbara Skelton, novelista y femme fatale británica,
no paró de discutir con él desde que lo conoció, y en una ocasión acabó
enfrascada en una pelea con Addams a puñetazo limpio. Otra Barbara, su
segunda esposa, se salió de sus casillas. Lo atacó con una lanza africana,
rompió los faros del Mercedes de 1928 de Addams y les cortó la manga
izquierda a todas sus americanas. Sin embargo, después de esas peleas,
Addams siempre la aplacaba y reinstauraba la paz. La unión entre ambos
duró dos años, pero el afecto de Barbara perduró. Reapareció en su vida a los
sesenta años y, tras la muerte del dibujante, era incapaz de hablar de él sin
echarse a llorar.91
Su tercera esposa, Tee Miller, aseguraba: «Era imposible seguir enfadada
con él».92 Antes de que se casaran en 1980, mantuvieron una discusión
sonada por culpa de unas focas en Long Island Sound y se marcharon cada
uno por su lado. Al día siguiente, el cartero llegó a casa de ella con un cuadro
sin firma de la foca que había visto él. Ninguna de las amantes de Addams, ni
siquiera la estrella de cine Joan Fontaine, pudieron olvidarse de él, y en su
funeral, la sala estaba abarrotada de «todas las damas enamoradas de
Addams».93
Es posible que un seductor provoque tensiones y aun así asegure la pasión,
pero tiene que elegir a conciencia con quién lo hace. Jack London, «el loco
amante del mismo Dios», tenía un ojo clínico para detectar el tipo de mujer
adecuado.94 Este aventurero estadounidense de finales de siglo XIX y autor de
La llamada de la selva, entre otras obras, provocaba efectos devastadores en
las mujeres. «Su destino» era, según decía, «ser capaz de enamorar con
facilidad». Rudo y musculoso, su cara podía alimentar miles de fantasías:
unos enormes ojos azules de pestañas largas y una boca sensual con las
facciones clásicas de Fidias.95
Pero su encanto para las mujeres iba más allá de su belleza. Poseía una
mezcla intrigante: un macho alfa dominante y al mismo tiempo un poeta
sensible que embelesaba a mujeres independientes, listas y con talento. Sus
aventuras empezaron a una edad temprana y siempre con fuertes feministas
en potencia que competían con él en igualdad de condiciones: Maggie, la
única mujer «pirata de ostras» de San Francisco; una intelectual que
frecuentaba los círculos de la alta sociedad; una actriz; una escritora; y la
profesora de matemáticas Bess Madden, con quien contrajo un «matrimonio
científico».96 Durante los tres años que pasaron juntos, él continuó
abiertamente con sus escarceos, y elegía a sus amantes como solía hacerse
antaño en Londres. Cuando las embelesadas candidatas llegaban a su casa de
California, les daba guantes de boxeo y floretes de esgrima y las sometía a
«un combate feroz pero divertido».97
A los veintiséis años conoció a la horma de su zapato, Charmian Kittredge,
que entró como un torbellino en su vida y lo venció en todos los combates,
con armas y cuerpo a cuerpo. La primera vez que le ganó en un combate de
esgrima, «él la agarró y la besó».98 La proclamó su «Compañera», se
divorció de Bess y se casó con Charmian en 1905.99 Su unión fue un
culebrón que se prolongó catorce años: tórridas rupturas y reconciliaciones,
canas al aire y exóticas repeticiones de la luna de miel con su «Queridísima
mujer».100 Justo antes de la prematura muerte de London de una enfermedad
hepática a los cuarenta años, Charmian se rindió, agotada, y empezó a dormir
en otra habitación. Pero era difícil desengancharse de London. Aunque ella
tuvo muchas aventuras tras su muerte (una de ellas con Houdini), siempre
mantuvo una foto de su «Compañero» desnudo pegada en el alféizar de la
ventana que tenía detrás del escritorio.
Como es natural, no todas las parejas aguantan las mismas cosas, y la
mayor parte de ellas se esfuerzan al máximo por mantener la armonía. Todo
el mundo teme acabar en la pesadilla de ¿Quién teme a Virginia Woolf? No
obstante, el amor apasionado va acompañado de algunos apéndices: rabia,
miedo y ansiedad. Los amantes ideales saben darle la vuelta a la situación.
Siempre atentos a las diferencias individuales, se enfrentan a las fuerzas
demoníacas y las transforman, mediante una mezcla de positivo y negativo,
para convertirlas en un afrodisíaco infalible, que no tiene fecha de caducidad.
Personalidad inagotable
Cuando termina el aprendizaje personal, termina el amor.
ROBERT SOLOMON, About Love101
Esta unión amorosa parece inconcebible: una rubia atractiva y ambiciosa de
veintitantos con un hombre en paro que le saca quince años. Pero tal como lo
describe la autora Christiane Bird, el hombre tenía un magnetismo
inexplicable. La noche que lo conoció en un encuentro de escritores, lo siguió
por la nieve hasta una casa de piedra rojiza vacía en la que se alojaba
entonces, y vivió con él de manera intermitente durante tres años.
Lo que ella se pregunta es por qué. Más allá de su complejo de rescatadora,
de la diversión y del buen sexo, llega a la conclusión de que es por el hombre
en sí. Era un tipo siempre interesante: complicado, reflexivo, entretenido,
curioso y con conocimientos sobre «cualquier cosa».102 En comparación con
él, el resto de los hombres parecían muñecos de cartón. Eso es lo que quieren
las mujeres, concluye Bird. «Alguien que agrande nuestro mundo, que
expanda las posibilidades de la vida y haga de nosotras algo más que la suma
de las partes.» «Algunas veces —asegura— el hombre equivocado es el
hombre ideal.»103
Para que la pasión dure, un hechizo casi infalible es tener una personalidad
inagotable y expansiva. El deseo es glotón y está ávido de muchas cosas:
enriquecimiento personal continuo, complejidad y amplitud de horizontes.
«Lo que unas personas quieren de otras no tiene fin», declara el historiador
Roberto Unger.104 Los hombres que mantienen el encanto eternamente son
polifacéticos. Son «como una mina —escribió Christopher Isherwood—. Uno
va adentrándose más y más. Contienen pasadizos, cuevas, estratos
enteros».105
Al contrario de lo que marca el dogma darwiniano, las mujeres no se
contentan con meros proveedores que las abastezcan de lo material; buscan
bienes interiores: hombres polifacéticos, intrincados y en progresión. Los
expertos apuntan que hay varios motivos. En primer lugar, un hombre con
varias facetas y ansias de crecimiento evita el aburrimiento del consumidor y
proporciona un estímulo mental continuo.106 En segundo lugar, es menos
probable que frustre el desarrollo femenino. Y teniendo en cuenta el
menosprecio sistemático de las mujeres a lo largo de la historia, es un punto
muy importante a su favor. No sorprende que en las encuestas las mujeres
expresen continuamente el deseo de tener una pareja comprometida con el
cambio y el crecimiento mutuo, y que prefieran dejar a las parejas aburridas y
monótonas que les cortan las alas.107 Una esposa que tenía un amante se
quejaba: «Vamos a ver, mi marido no se preocupa de mi crecimiento como
ser humano, así que me ocupo yo».108
En el mejor de los casos, el amor, según los estudiosos de psicología
amorosa, es un impulso que busca la salud psíquica.109 Eros, la fuerza vital,
nos empuja a salir de nosotros mismos; a expandirnos, marcar nuestra
individualidad y trascender los límites. El psiquiatra humanista Abraham
Maslow distinguía este «amor B positivo» de la variante «D», que se concreta
en estancamiento y necesidad neurótica.110 Las mujeres cada vez son menos
propensas a aceptar un amor del tipo D. Tal como señala Erica Jong, una
relación positiva y dinámica «siempre está en fase de metamorfosis»; «el
hombre perfecto transforma a la mujer perfecta».111
Los dioses del sexo estaban en proceso de construcción: eran seres
prolíficos, complejos y múltiples. El polifacético Shiva presentaba un estado
permanente de transformación y bailaba la interminable Danza de la Vida,
mientras que Dioniso se convirtió en una de las deidades más contradictorias
y exuberantes del panteón. El fálico Hermes, por su parte, se expandió a lo
largo de los siglos hasta llegar a ser un maestro en todos los campos: ladrón,
orador, seductor, literato, contable, inventor y guía del averno. Cuando
adoraban a estos dioses, las mujeres también se expandían, rompían los
grilletes del patriarcado y ascendían al rango de lo divino.
La novela posmoderna de Jan Kjærstad Forføreren (Seductor) reinterpreta
la figura de Don Juan y lo dota de esos atributos de la mitología antigua. En
lugar de ser un crápula con conducta misógina, Jonas Wergeland es un dios
del amor futurista que posee «todo» y atesora mujeres, a la vez que eleva a
cada una de sus amantes a la cima de su profesión.112 Mientras las veintitrés
mujeres con las que mantiene relaciones florecen gracias a su influjo, él pasa
de ser geólogo a ser músico, arquitecto, aventurero, atleta e intelectual, para
luego convertirse en el «mayor talento de la televisión» y presentar el
programa «Thinking Big».113 Su inspiración es recíproca; la pasión que las
mujeres sienten por él, sobre todo la de su mujer, lo hace «invencible».114
Los seductores del calibre de Wergeland no son el prototipo más común en
literatura. Thomas Chippering, de la obra Gato enamorado, de Tim O’Brien,
asegura: «Yo no era un simple Lothario; yo era [un hombre] complicado».115
Es profesor universitario de lingüística, soldado condecorado y erudito
inmerso en una cruzada por el crecimiento personal. Las mujeres lo
consideran «indeciblemente atractivo»,116 se derriten ante sus múltiples
encantos y lo arrastran hasta la cama. Pero igual que la vida, su historia es un
cuento contado por un idiota. Chippering, el narrador, está demente (es un
adicto al sexo acosador) que entra en una espiral de locura y reduce a su
esposa al papel de enfermera psiquiátrica.
En las novelas románticas populares las cosas no acaban así. Tal como
señalan los críticos de novela rosa, el nuevo héroe es un «Hombre Omega»
multidimensional que «crece con la heroína» y revela «aspectos [siempre]
nuevos de sí mismo».117 En la novela Flores en la tormenta de Laura
Kinsale, Christian, el duque de Jervaulx, es la plenitud interior personificada:
asceta, atleta, amante y matemático destacado. Cuando le disparan en un
duelo y pierde la capacidad de hablar, se casa con una formal cuáquera,
Maddy Timms, y juntos se embarcan en un viaje psicológico paralelo.
Mientras Christian aprende a hablar, a resolver ecuaciones cada vez más
difíciles y a acceder a su lado más sensible, Maddy integra su sensualidad
reprimida y madura hasta convertirse en una adulta culta y abierta de miras.
«Haces que sea mejor», se dicen el uno al otro en el desenlace de la novela,
cuando vuelven a comprometerse a potenciar el desarrollo conjunto.118
En la realidad, los seductores, por muy realizados y comprometidos con el
crecimiento personal que estén, no siempre logran mejorar la personalidad de
las mujeres. Aunque algunos sí lo hacen. El duque de Richelieu, dotado de
muchas inquietudes, nutrió el genio intelectual de Émilie du Châtelet; Denis
Diderot inspiró los seis libros de Madeleine de Puisieux; y Franz Liszt, a
pesar de todos sus defectos, rescató a la condesa Marie d’Agoult de la vida
estéril de dama de la sociedad y la convirtió en una autora apreciada, Daniel
Stern. Mamah Cheney, que vivió con Frank Lloyd Wright durante su fase
más prolífica, rompió el molde del «Ángel Guardián», enseñó idiomas en la
Universidad de Leipzig y tradujo la obra de la feminista Ellen Key.
Casanova, hombre de muchos intereses, fue a lo largo de su vida sacerdote,
abogado, científico, violinista, novelista, empresario y biógrafo. Mientras
tanto, ayudó a ascender a muchas amantes; redimió a una condesa
«arruinada» gracias al apoyo social y económico; fue el impulsor de la
carrera de Angiola Calori como cantante de ópera; y animó a Henriette a
estudiar y a desafiar las restricciones de género que marcaba el siglo XVIII.
El escritor estadounidense de la época victoriana Harold Frederic
sintetizaba el concepto alemán del Bildung : el despliegue continuo del
potencial de uno mismo. Frederic, un hombre que evolucionaba sin cesar,
poseía una personalidad colosal que «pillaba a las mujeres por sorpresa».
Autor de diez novelas y de dos libros de ensayo, escribió uno de los estudios
más acertados sobre la seducción en literatura, The Damnation of Theron
Ware, donde presentaba a una Venus de vanguardia. Apreciaba mucho a las
mujeres y favoreció el crecimiento de sus amadas. Además, sabía cómo
fascinarlas.
Para los estándares de los seductores, era un hombre grandullón y poco
atractivo. Con «barriga prominente», labios gruesos y un bigote de morsa,
parecía un «pepino» gigante con esa larga gabardina verde que siempre
llevaba. Se crió en Utica (Nueva York), pero trabajó en Londres como
corresponsal británico para el New York Times desde los veintiocho años
hasta que murió. Aunque tendía a fantasear acerca de sus orígenes (pobreza
extrema y un desprecio tan grande por lo intelectual en su familia que
aprendió a leer a partir de las cajas de detergente), en realidad su pasado fue
más prosaico. Provenía de un hogar de clase media con una madre devota,
recibió una educación convencional, se casó con una chica del pueblo igual
de convencional, y solo contaba veintiséis años cuando ascendió a editor de
la revista Albany Evening Standard. Sin embargo, él no tenía nada de
prosaico. Frederic lo llenaba todo con su presencia: era exagerado, con una
mente prodigiosa y un carácter imponente.119
Desde el momento en que llegó a Londres, las mujeres de talento se
acercaron a él. Se fue apartando de su esposa, que se retiró a las afueras con
sus cinco hijos, y cultivó la amistad de las damas más sobresalientes de la
ciudad, entre ellas tres poetas «jóvenes y atractivas».120 Una de ellas lo alabó
diciendo que Frederic era «un hombre con poder», un «rey bárbaro que
merece la pena domesticar».121 De todas formas, no era de los que se dejan
domesticar; le gustaba saltarse la vigilancia, llevaba vidas paralelas en los
clubes masculinos, se escondía en callejones laberínticos y se entregaba a los
abrazos de una segunda «esposa», Kate Lyon.122
Lyon, expatriada de Estados Unidos que lucía quevedos y rezumaba «sexo
por todos los poros de la piel», compartió un hogar secreto con Frederic
durante ocho años y tuvo tres hijos con él. La pasión que sentía por su amado
no se apagó nunca. Frederic, siempre ávido de conocimientos nuevos, estudió
plantas exóticas, encuadernación, filatelia, fotografía, política, teoría musical,
alta cocina y teología. Su complejidad mental era cada vez mayor.
Contradictorio y volátil, llevaba camisas chinas bohemias pero pertenecía al
movimiento antibohemio, y era tanto vanidoso como inseguro, tanto elitista
como demócrata. A diferencia de la esposa de Frederic, marginada y recluida,
Lyon floreció y llegó a convertirse en una intelectual notable que organizaba
tertulias y escribía relatos.123
La muerte repentina de Frederic a los cuarenta y dos años fue tan
misteriosa y complicada como su propia persona. Hubo tantas versiones
inverosímiles de los hechos (resurrecciones en el lecho de muerte,
apariciones en bares y visitas a curanderos) que llegaron a acusar de asesinato
a Kate Lyon. Después de ese escándalo, se mantuvo soltera, pero salió
adelante (en parte como escritora «negra» para el prolífico Stephen Crane en
una etapa de su vida) y, gracias a las ganancias de los derechos de autor, se
retiró a Chicago, donde murió a los ochenta años. Los británicos
consideraban a Harold Frederic «el hombre más franco de los dos
hemisferios», pero las mujeres que atrajo a su penumbra conocían su otra
faceta menos luminosa. Era un hombre de lo más complicado y polifacético,
por no hablar del encanto cautivador que desprendía.124
El año de la muerte de Harold Frederic coincidió con el ascenso de otro
titán del horizonte literario británico: H. G. Wells. En 1898, Wells, que
contaba treinta y dos años, acababa de publicar tres novelas científicas, entre
ellas, La guerra de los mundos, y estaba a punto de escribir más de cien
libros de ficción y no ficción con una variedad enciclopédica de temas.
También estaba a punto de empezar su carrera como «gran experto en
amatoria». Aunque lo negó por pudor en su autobiografía, lo cierto es que era
un peso pesado de la seducción, a quien amaron para siempre un ejército de
mujeres de bandera.125
Si alguien lo ve en las cintas viejas de la BBC, resulta imposible de creer.
Wells era un hombre bajo y rechoncho con el pelo liso y repeinado con raya
en medio y una aguda voz de pito. Consciente de sus deficiencias físicas, las
compensaba con un «sistema sexual» cerebral propio. Dinámico y vivaracho,
tenía una mente siempre curiosa y era capaz de hablar de cualquier tema con
las mujeres.126
Para un hombre con sus inclinaciones racionales (zoólogo de formación y
lógico de temperamento), era a la vez sorprendentemente romántico con las
mujeres. Buscaba «reflejos en las amantes», personalidades gemelas que
fueran inteligentes, pioneras de espíritu libre. Después de un primer
matrimonio desgraciado con su prima, Wells acumuló un séquito de mujeres
de armas tomar. En parte, una excepción fue la de su segunda esposa, Jane,
antigua alumna de biología de Wells y madre de sus dos hijos, quien escribía
relatos de segunda, se ocupaba de la casa y no se entrometía en los asuntos
del escritor.127
En todos los casos, aseguraba Wells, eran las mujeres quienes lo
conquistaban: triunfadoras como la escritora y periodista Dorothy
Richardson; la académica Amber Reeves, que tuvo una hija con él; y
Elizabeth von Arnim, una autora de gran éxito. Todas ellas consiguieron
logros aún mayores tras estar con él y le tuvieron siempre mucho afecto.
Richardson escribió por lo menos dieciséis libros; Reeves, tres novelas, y
Von Arnim, veinte, entre ellas Un abril encantado, cinco veces adaptada al
cine y al teatro.
La fama de Wells fue aumentando y el escritor potenció aún más sus
cualidades intelectuales; mientras tanto, el séquito de mujeres inteligentes no
le daba tregua. Su aventura amorosa más sonada fue con la escritora Rebecca
West y duró diez años, durante los cuales tuvieron un hijo y ella escribió
artículos muy aclamados para The New Yorker. A pesar de las elucubraciones
de Rebecca West acerca del efecto destructivo que Wells tenía en su obra, lo
cierto es que publicó dos novelas bajo sus auspicios y admitió que estar con
él era como «ver bailar a Nureyev u oír cantar a Tito Gobbi».128
Con la edad, Wells fue involucrándose más en política e hizo campaña por
la paz mundial, e incluso llegó a predecir la guerra atómica. Estudió religión,
historia del mundo, arte y diseño, cine, el racismo y la eugenesia. Siempre se
le veía rodeado de mujeres destacadas, entre ellas la activista en defensa del
control de natalidad Margaret Sanger, la corresponsal de guerra Martha
Gellhorn y su «principal amante», Moura Budberg, lingüista y agente secreta
rusa.129 Wells creía que cualquier hombre que hubiera tenido sus
oportunidades amorosas habría actuado en consonancia.130 Pero él no era
como cualquier hombre; era una personalidad múltiple, sin límites, que atraía
a mujeres excepcionales y lograba que destacaran con él. Como dijo Margaret
Sanger, a quien seguía excitando años después de su relación: «Para estar a
su altura en su compañía, hay que elevarse y mantenerse viva en todo
momento».131
En resumidas cuentas, la personalidad consigue que el filtro de amor
burbujee. Un Mr. Big cualquiera, como el de Sexo en Nueva York, puede
reunir todos los ingredientes y seguir los pasos para obtener la pasión eterna
—desde la conversación hasta el espíritu festivo, pasando por la mezcla
magistral entre deleite y dificultades—, pero si no tiene personalidad, pasará
por la garganta de la amada como un jarabe para la tos. El propio seductor,
con su riqueza interior de elementos fascinantes, es la gran pócima mágica, y
es tan potente que no necesita tenerlo todo. Puede añadir o restar encantos,
olvidarse de algún aderezo y cocer el brebaje el tiempo que más se ajuste a
sus fuerzas. Puede ser un cocinero de temperamento voluble: caprichoso e
irritable.
Sin embargo, debe tener la fórmula de la que otros carecen: el secreto del
hechicero para entrar en el corazón femenino. Los grandes seductores
adivinan lo que anhelan las mujeres en lo más profundo de su ser. Poseen una
identidad a prueba de aburrimiento y practican unas artes amatorias de
fiabilidad probada, que no se estropean con el tiempo y que se adaptan a cada
mujer. Son los eternos románticos que mantienen encendida la llama del
amor. Como dice el amante de ensueño a la protagonista en la película El día
de la boda: se trata de «darte lo que necesitas». «¡Santo Dios! —exclama ella
—. Vales cada céntimo que cuestas.»132
7
El gran seductor actual
Os aconsejo que os convirtáis en seductores en la medida de lo posible.
WILLIAM MAKEPEACE THACKERAY,
Sketches and Travels1
Si los hombres supieran todo lo que piensan las mujeres, serían veinte veces más audaces.
ALPHONSE KARR, Les Guêpes2
Estoy en el salón de casa con cinco mujeres «con criterio del placer» (dos
casadas, dos divorciadas y una soltera) a quienes les encantan los hombres y
que siempre han tenido facilidad para conseguirlos. Han venido para charlar
sobre la figura del gran seductor.
—¡Don Juan! ¡Casanova! —exclama Anne, una psicoanalista de cuarenta
y tantos con un moño rubio y vistosos anillos de plata—. Ninguna de esas
etiquetas sirve. ¿No podemos hablar simplemente de los hombres que nos
enamoran?
Capta nuestra atención. El resto del grupo se arremolina alrededor de la
mesita de centro: Karen, una economista jubilada de muy buen ver; Zoe, una
marchante de arte euroasiática de veintisiete años; Trina, una menuda
directora de documentales envuelta en un chal con estampado de cachemir; y
Roxie, la más madura del clan, una periodista de gafas redondas de color rojo
y una melenita corta canosa.
Karen es la primera en intervenir.
—No puedo generalizar, solo puedo hablar por mi propia experiencia. Lo
primero que me atrajo no fue el dinero, pero algo tuvo que ver. Nunca diría
que Mac es el hombre más atractivo del mundo. Aunque tenía cierta
presencia.
Trina se recoloca la punta del chal por encima del hombro y apunta:
—¡«Sello de calidad», un brillo especial!
—Exacto —corrobora Karen. Y continúa—: Y ya sabéis, Mac era un
aventurero, original ¡y muy divertido! De pronto se le ocurría: «Vamos al
Aria [una discoteca] a divertirnos». Y sabía comunicarse; me encanta que los
hombres sean así. También se aseguraba de que yo supiera que le importaba;
conectábamos a la perfección. Pasé diez años fabulosos con él.
—Una temporada salí con un tal Pierre —dice Roxie, mientras balancea las
gafas sujetándolas por las patillas—. Era un hombre muy bajo, corpulento,
parecía un gorila. Pero era… ¡guau! Ni siquiera mi madre me mimaba tanto.
Que se desvivan por ti resulta muy atractivo. Si tuviera que elegir, me
decantaría por alguien que se fijase solo en mí: concentración e intensidad.
Supongo que los seductores tienen la capacidad de concentrarse en una sola
mujer y hacer que se sienta nueva y mejore el concepto que tiene de sí
misma.
Zoe se da un golpe en la rodilla para indicar que está de acuerdo.
—¡Sí! Conocí a un tío de un grupo de música que me recuerda a Russell
Brand. Era incapaz de bajar la basura o de ducharse a diario. Pero me hacía
sentir tan especial… Como si fuera la única persona de la sala que le
interesase. Sabía apreciar a las mujeres.
«Solo tomo Viagra
cuando estoy con más de una mujer.»
Jack Nicholson
Anne añade mientras asiente con la cabeza como si estuviera en la
consulta:
—Un hombre que ama a las mujeres hace que las mujeres lo amen a él.
Uno de los hombres con los que he salido era así, y adoraba a su madre y sus
dos hermanas. Además, a ese tipo de hombres les encanta el cuerpo
femenino.
Trina abraza el chal y suelta una larga carcajada de contralto.
—A ver, el sexo es lo más importante. Todo lo demás puede hacerse con
un amigo. Yo me limito a seguir a mi clítoris por el mundo.
Karen y Roxie fruncen el ceño.
—Pero puedes acostarte con alguien sin enamorarte —protesta Karen.
—Es verdad —se suma Roxie—. A mí me gusta la conversación, la
comunicación, el contacto, el humor.
—Pero reconoced —dice Trina mientras se inclina hacia delante— que
solo nosotras sabemos lo que ocurre cuando se cierra la puerta y podemos
hablar de los hombres que nos han hecho sentir fabulosas. Hace doce años
estuve liada con un hombre que irradiaba fogosidad. Fue uno de los amantes
que mejor supo encender la chispa en mí. Cada día me sorprendía con algo
nuevo: libros, ideas y emoción. Fue una relación fenomenal. Me aportó unas
vivencias increíbles. ¡Eso no me lo quita nadie! Y me sentía tan bien
conmigo misma y…
—Los seductores —la interrumpe Anne— hacen que te sientas capaz de
cualquier cosa en el terreno sexual. Te sientes increíblemente deseada.
—En el fondo —dice Trina mientras pasea una mirada cargada de
intención entre el grupo de mujeres—, haríamos lo que fuera por un hombre
de este tipo.
Zoe se recuesta en el sofá y suspira:
—Ojalá conociera a algún hombre así.
El panorama romántico
«¿Qué posibilidades hay?», como canta Irving Berlin en la balada «How’s
chances?». ¿En qué clase de panorama erótico se halla inmersa Zoe? A
primera vista, parece que no es una buena época para el amor; de hecho,
según escribe Maryanne Fisher en Psychology Today, el tema de las citas está
peor que nunca.3 Atrás quedaron los viejos rituales y las normas, y en su
lugar reinan ahora la confusión, la permisividad, la superficialidad y el
cinismo. «La experiencia amorosa», dicen los estudiosos de tendencias como
la teórica sexual Feona Attwood, se ha «aplanado y fragmentado».4 En lugar
de contar con grandes amores, tenemos «calor frío», deseo sin pasión y
apegos plurales y superficiales. A pesar de que suponen un avance para la
liberación sexual, las parejas esporádicas y los rollos de una noche han
apagado el eros.5
La cultura hipersexual actual tampoco nos ayuda a ponernos a tono para el
amor. Un exceso de desnudez explícita y burda, unido a las abundantes
escenas de cama, aunque resulte paradójico, ha neutralizado el deseo. Nos
abruman con escotes hasta el ombligo, pechos al descubierto, primeros
planos de la entrepierna masculina y escenas de sexo en vivo. «El
aburrimiento sexual —afirma Judith Seifer, antigua presidenta de la
Asociación Estadounidense de Educadores, Consejeros y Terapeutas
Sexuales— es la disfunción más extendida de este país.»6
Internet ha abierto de par en par la puerta a las posibilidades eróticas, pero
también ha hecho disminuir el romanticismo. Pasamos más tiempo en
Facebook que cara a cara con personas que nos importen, y siempre es más
fácil encontrar algo mejor y más grande en el ciberespacio, donde se abren
ante nosotros infinitas opciones. El amor es «líquido»; los vínculos son más
frágiles; podemos rechazar a alguien en un chat o apretar la tecla de
«borrar».7 Asimismo el porno online le ha quitado atractivo a la rosa del
amor. La revista Scientific American Mind informa de que un consumo
moderado de porno puede provocar «insatisfacción ante la respuesta sexual
de la pareja y ante su apariencia» y sembrar dudas acerca de una relación
existente.8 La cultura de la comodidad también contribuye a erosionar el
amor erótico. El deseo ha emigrado insidiosamente al centro comercial,
donde los zares de la belleza lo han trivializado y mercantilizado, hasta
enredarlo en una «red de gasto consumista».9
Mientras tanto, el propio deseo parece ir menguando. La crítica Camille
Paglia cree que «un malestar sexual [ha] arraigado en el país».10 Ya no hay
nada que resulte sexy; tenemos una fuga de energía erótica, pues los géneros
se hallan en estado terminal de indiferencia y apatía.11 El optimismo sexual
de la década de 1960, apuntan los expertos en estudios culturales, entre ellos
Maureen Dowd, se ha visto reducido a la amargura y la desilusión, atrapado
en una era de ironía y descontento, de matrimonios plácidos pero
melancólicos.12
Hombres desubicados
Nadie parece satisfecho con el panorama amoroso actual, y en escasas épocas
de la historia han sido tan poco felices hombres y mujeres con sus relaciones.
En la actualidad, muchos hombres son incapaces de sentir amor. En un
cambio cultural sin precedentes, las mujeres han fulminado la dominación
masculina, han ido ganando terreno en los negocios, en la educación y en la
vida pública y privada. En medio de esta desubicación, el ego y la libido de
muchos hombres se han visto resentidos.13 Los hombres se sienten cada vez
más desmoralizados y castrados por este cambio de los papeles tradicionales,
hasta el punto de reconocer tener problemas eréctiles a una edad cada vez
más temprana, en algunos casos con apenas dieciocho años.14
La rabia también se ha introducido en las relaciones personales entre
hombres y mujeres. Desquiciados por la pérdida de las prerrogativas y el
poder históricos, y sin saber cómo adaptarse a la situación, algunos hombres
han recurrido al machismo. «Los hombres de mi generación están furiosos,
gritan y pierden el respeto», acusa el corresponsal del New York Times
Charlie LeDuff, y no están dispuestos a «perder el tiempo intentando
comprender a las mujeres».15 En un reciente ejemplo de retroceso sexista
presente en Yale, los hombres les gritaban obscenidades a las estudiantes de
primer año y las puntuaban en listas por internet según el número de cervezas
que harían falta para acostarse con ellas.16 Las aventuras misóginas tipo
«aquí te pillo aquí te mato» de Tucker Max con «guarras» en I Hope They
Serve Beer in Hell han vendido más de 1,5 millones de ejemplares. En el cine
y la televisión, apunta el periodista de The New Yorker Anthony Lane, «la
política sexual está retrocediendo a pasos de gigante».17
Otro grupo numeroso de hombres se ha retirado del campo de batalla para
huir del compromiso amoroso en cuevas para hombres que comparte con sus
colegas. El director Judd Apatow ha creado un género cinematográfico
bastante popular, podríamos llamar «películas de colegas», en el que refleja
esa tendencia: tíos que prefieren dar la espalda a las relaciones sentimentales
y refugiarse en la compañía de sus amigos, con los que tocan la guitarra,
juegan a videojuegos y no se complican la vida.
El machismo también está dando los últimos coletazos, pues los hombres
intentan salvar los restos del naufragio de la identidad masculina. Los artistas
del ligoteo alardean de tener los «cojones» bien puestos y se enfrascan en
maniobras paramilitares para cazar carne fresca por los bares cuando quieren
echar un polvo rápido. En general, los hombres se sienten asediados en el
terreno amoroso, y se enfrentan a las mujeres con mirada vengativa y puños
apretados.
Mujeres desubicadas
Las mujeres están igual de insatisfechas con los hombres. La mayor sorpresa
que se llevaron los investigadores de una encuesta realizada a más de dos mil
mujeres fue advertir la rabia femenina hacia los hombres.18 Por cada Tucker
Max misógino, podemos encontrar una mujer que despotrica de los hombres
a los cuatro vientos y se pone camisetas con lemas como «Los chicos son
tontos. ¡Tírales piedras!».19 Dos estudios académicos han documentado el
aumento en la misandría (aversión a los hombres) y los chistes
descalificadores pueblan internet:20 «¿Cómo se llama esa parte insensible que
hay pegada al pene?». «Hombre.» O: «¿Qué tienen en común el clítoris, el
cumpleaños y el váter?». «Que los hombres nunca aciertan.»21
Si los hombres se sienten irritados y nerviosos por culpa del cambio en las
relaciones de género, las mujeres se sienten amargamente decepcionadas por
él. Se suponía que la revolución sexual y la feminista de hace medio siglo
tenían que haber propiciado un festival del amor (sexualidad centrada en la
mujer, igualdad y felicidad romántica), sobre todo conforme las mujeres
ganaran terreno en el mundo. Cuando vieron que la cosa no salía así y que los
hombres reaccionaban de manera violenta, varias generaciones de mujeres se
sintieron estafadas.
La libido femenina se ha visto tan resentida como la masculina por todo
esto. Dos tercios de las mujeres encuestadas preferían hacer cualquier otra
cosa antes que el amor en 2010, y la disfunción sexual femenina persiste en
un número elevado de mujeres.22 «La vida sexual de la mujer —dice Leonore
Tiefer, profesora de psicología de la Universidad de Nueva York— suele ser
una lucha, una decepción, un archipiélago de reproches.»23
La calidad de las relaciones afectivas tampoco ha mejorado como se
esperaba. Desde 1972, las mujeres se sienten cada vez más insatisfechas,
según varios estudios realizados en 2009,24 y dicha tendencia se debe en
parte, afirma la periodista del Huffington Post Lisa Solod Warren, a que los
hombres no superan la prueba de calidad que les imponen las mujeres.25 Los
esposos y novios no son «malos» per se, escribe Solod Warren, sino que son
«obtusos», «despistados» y siguen dormidos a pesar de «todos los esfuerzos
de las mujeres por despertarlos».26 Y ya se sabe que dormirse en el trabajo
tiene consecuencias negativas. La infidelidad femenina va en aumento, y las
razones que se aducen con más frecuencia son el aburrimiento y la dejadez
del otro.27 «Las mujeres —afirmó un cicisbeo (amante de mujeres casadas)
con mucha experiencia— solo quieren que las quieran.»28
Y no solo que las quieran, sino que las amen con pasión y exuberancia.
Aunque parezca inverosímil, en medio de esta hambruna erótica y del
desencanto hacia los hombres, las mujeres nunca han exigido tanto de sus
parejas amorosas. La periodista Jillian Straus y otras fuentes documentan las
expectativas tan altas de la mujer contemporánea, mientras que por las
novelas románticas se pasean numerosos amantes superlativos: casanovas
con todo el equipo.29 La voz de la razón aconseja buscar a un Don Casi
Perfecto, además de un compañero comprensivo, pero como dice Zoe, la
marchante de arte: «¿Para qué iba a sentar cabeza? Me gano bien la vida por
mí misma. Lo que quiero es conocer a alguien que me vuelva loca». Las
mujeres con opciones, apuntan los investigadores, ya no se sienten
satisfechas con «hombres simpáticos, buenos y estables»; también buscan
pasión y emoción dentro de una unión «hedonista» y equitativa con un
hombre.30
Ideal del nuevo seductor
Entonces, ¿cómo sería un hombre «hedonista» si Zoe consiguiera encontrarlo
en este panorama tan poco alentador? Aunque cada mujer tiene sus
preferencias a la hora de escoger pareja, los seductores han mantenido unas
características casi constantes a lo largo de la historia. En una encuesta
llevada a cabo en 2012 acerca de los valores románticos, se llegó a la
conclusión de que «las necesidades de las mujeres no han cambiado en
absoluto»; a grandes rasgos, lo que cautivaba a la reina de la antigua Esparta
y a una salonnière del siglo XVIII sigue cautivando a la banquera, la jefa de
producción y la decana de una facultad hoy en día. Con algunas salvedades,
claro, porque cada época tiene su lista de encantos particular.31
El siglo XXI, con sus movimientos tectónicos, está modificando (aunque
sea levemente) el rostro del seductor. Es improbable que las mujeres,
estresadas y muy exigentes consigo mismas, reciban con los brazos abiertos a
hombres que requieren demasiados cuidados y esfuerzo, como el agitado y
voluble Gabriele D’Annunzio y el alcohólico Kingsley Amis. De hecho,
«demasiado esfuerzo» es uno de los cinco motivos principales de ruptura para
las mujeres, según un estudio reciente, y tanto Karen como Trina, de mi
grupo de análisis, reconocieron que habían rechazado a algún amante cuando
se volvía demasiado dependiente o no cumplía con el programa de
Alcohólicos Anónimos.32
El dinero y el estatus social de los hombres, encantos menores en cualquier
época, han perdido todavía más fuelle en la actualidad. Como reflejo de un
sentimiento común, ninguna de las mujeres «con criterio del placer» con las
que me reuní prestaban atención a esos aspectos. Un estudio de la
Universidad de Michigan descubrió que cuanto más inteligente es una mujer,
menos se deja deslumbrar por el tamaño del billetero de un hombre, y en una
encuesta de la Universidad de Louisville, tres cuartas partes de las mujeres
contestaron que preferirían a un maestro con jornada reducida que a un
cirujano que ganara ocho veces más.33
De todas formas, hay algunos encantos que sí tienen mucha influencia
sobre las mujeres. Uno puede ser el aspecto físico. Como repiten las novelas
rosas, la «mirada femenina» se ha liberado en las últimas décadas.34 Las
mujeres se fijan en los hombres guapos con buenos músculos y son menos
tolerantes con los hombres fofos.35 En un artículo breve del Psychology
Today se apunta que, cuanto más atractiva y autosuficiente es una mujer, más
valora el aspecto masculino.36 En consecuencia, la cirugía estética ha
empezado a aumentar entre los hombres, y reconocen que «en el fondo es por
las mujeres».37 Tanto Karen como Roxie, Anne, Trina y Zoe mencionaron
«la química de la hermosura», pero en cuanto se pusieron a hablar de amantes
concretos, cambiaron de cantinela: de manera sistemática, sus favoritos eran
hombres nada guapos y «por debajo de la media». En la línea del fenómeno
de la seducción de lo que nos resulta familiar, el psiquiatra Michael Pertschuk
descubrió en un estudio de amplio espectro que las mujeres tienden a ver con
buenos ojos el físico de la persona amada, con independencia de los ideales
de belleza que aseguren tener.38
El virtuosismo sexual también hace ganar muchos puntos al perfil del
seductor. El profesor de Stanford Shelby Martin, que ha estudiado el
«desajuste orgásmico», cree que las mujeres llegan al orgasmo mucho
después que los hombres en gran parte por ignorancia o ineptitud
masculina.39 Otro factor es la ingenuidad femenina, algo que está cambiando
a pasos agigantados. La colaboradora del Huffington Post Gail Konop Baker
escribió que conforme aumenta el poder de las mujeres en el mercado laboral,
la «arpía que llevan dentro aflora y saluda a gritos». Y esta arpía reclama su
parte. Las novelas románticas para el gran público, con sus sementales y sus
detalladas maratones orgásmicas, han anticipado este deseo desde hace años.
Ningún gran seductor decepciona a una mujer en la cama, pero hoy en día
debe poner toda la carne en el asador si quiere estar a la altura de las
exigencias de placer actuales. Todas las mujeres con las que me reuní
escribieron en letras mayúsculas la palabra «sexo».40
Además, las mujeres piden una dosis extra de espíritu romántico al
seductor posmoderno. A pesar de que ahora ellas también pueden tomar la
iniciativa sexual, «las mujeres quieren que los hombres manifiesten un deseo
urgente».41 Los hombres irresistibles que mencionaron el grupo de mujeres a
quienes entrevisté eran del tipo Alí Khan, amantes que daban el primer paso
como el tal Pierre del que habló Roxie. En el estudio que llevaron a cabo en
2011, los neurocientíficos Ogi Ogas y Sai Gaddam llegaron a la conclusión
de que las mujeres anhelan que las deseen y persigan con vehemencia.42 La
periodista Laura Sessions Stepp obtuvo los mismos resultados con su muestra
de mujeres jóvenes.43 Cansadas de intentar seducir a los hombres, ansiaban
pretendientes como los héroes de las novelas románticas, que levantan en
volandas a las protagonistas y les dicen: «Tienes algo a lo que soy incapaz de
resistirme».44 Según la psicóloga sexual Marta Meana, una pasión masculina
rotunda y ardiente es crucial para despertar la libido femenina.45 El
«principal defecto» del personaje de Ashton Kutcher en la película El amor
es lo que tiene (y lo que impide durante siete años que la protagonista se
comprometa con él) es que no «da el primer paso».46
La diversión y la novedad en la cultura de la tecnología y la
sobreestimulación son otras dos prioridades. Mientras los medios de
comunicación nos saturan con entretenimiento continuo y la ubicuidad del
sexo ha apagado el deseo sexual y el ánimo, las mujeres van a buscar, tal
como dice la economista Karen, «entretenimiento de calidad». El 75 por
ciento de las mujeres que participaron en una encuesta sobre «relaciones
amorosas» en 2012 se quejaron de que se aburrían con sus ligues o parejas.47
El historiador cultural Paul Hollander escribe que en su estudio de miles de
anuncios de contactos, el descubrimiento «más inesperado» fue el deseo de
divertirse, que ocupó el primer puesto desde Alabama hasta California. Nos
morimos por divertirnos de forma espontánea y comprometida. Anne, la
psicoanalista de mi grupo de mujeres, vinculaba este deseo con el secreto de
la excitación duradera: «La costumbre mata —asegura—. Los amantes
maravillosos saben mantener el interés de las cosas, y así es como crece y se
intensifica el deseo».48
Con los cautivadores, «macho», por citar a Zsa Zsa Gabor, nunca ha sido
sinónimo de «mucho».49 Y los casanovas del futuro tendrán que dejar atrás el
machismo y afianzar sus atractivos andróginos. Los autores de The Future of
Men anticipan un giro hacia la «M-idad», masculinidad que combina lo mejor
de los rasgos masculinos tradicionales, como el coraje o el honor, con rasgos
femeninos positivos, como la expresividad, la preocupación por los demás y
la comunicación.50
Estos héroes «M» son una fantasía habitual de las novelas románticas
desde hace años (soldados de las SEALS con la sensibilidad de un
parapsicólogo) y últimamente se han convertido en la elección preferida de
las mujeres a la hora de buscar pareja esporádica o padre para sus hijos.51 En
nuestra reunión, Zoe alaba más que a ningún otro amante a un amigo cuya
madre «lo había educado como si fuera una chica» sin afeminarlo.
—Acabó adquiriendo un aprecio especial por las mujeres y por las cosas
más delicadas —comenta.
—El lado femenino de Mac era uno de sus mayores encantos; era capaz de
conectar conmigo, estábamos en el mismo plano —añade Karen.
Si la igualdad de géneros se da por sentada en las relaciones modernas, los
seductores del futuro tendrán que ser «buenos contrincantes intelectuales»,
como se deduce de las respuestas de las mujeres encuestadas por Stepp: se
requiere un hombre cuyo carácter, cociente intelectual y capacidad de
conversar sean equiparables al de una mujer, o superiores.52 Las estudiantes
de medicina de otro estudio aseguraron que buscaban hombres que estuvieran
por lo menos a su altura. Una de ellas apuntó que debían tener conocimientos
de «arte, historia, filosofía y literatura». «Si una mujer tiene éxito —comenta
Karen— ve a los hombres con otros ojos porque desea mantener la
igualdad.»53
Igual que las protagonistas de las novelas románticas, las mujeres
ambiciosas quieren que sus amantes estén en pie de igualdad con ellas. Tanto
en los anuncios personales como en las encuestas, la inteligencia es uno de
los rasgos más deseados, y en todas partes, las mujeres expresan su deseo de
conversar. En esta era de la tecnología que ha puesto en peligro la buena
conversación, el arte de la palabra será una cualidad cada vez más seductora.
Roxie, la periodista del grupo de mujeres con las que me reuní, dijo que
prefería la conversación al sexo.54
Conforme los horizontes y las oportunidades de crecimiento se expandan
para las mujeres, valorarán aún más a los hombres polifacéticos y que
practican la superación personal, a los H. G. Wells del mundo, y se verán
menos atraídas por seductores como Porfirio Rubirosa, cuyo crecimiento
personal se limitaba a practicar polo. En las páginas de citas por internet,
observa Hollander, «abundan los humanistas»; los hombres se vanaglorian de
pasarse la vida aprendiendo y de tener una amplitud de intereses propia de un
Leonardo, desde la escultura hasta la filosofía, desde Matisse al reggae.55
Lo hacen para adaptarse a un deseo femenino muy actual. Las estudiantes
de medicina querían a un hombre que «creciera intelectualmente al mismo
ritmo que ellas»,56 y el ideal femenino de The Future of Men era un «tipo de
hombre en crecimiento», «bien torneado». Anne, la psicoanalista, define a los
seductores como «personas que se desviven por mejorar, y desean mantener
siempre su atractivo, para trasformar su vida y la nuestra».57
De todas formas, el hechizo de amor más eficaz que puede emplear un
seductor hoy en día es el más sencillo: la atención. Roxie asegura que la clave
de un cautivador nato está en la «concentración» y la «atención». En medio
de una explosión demográfica y del intercambio cibernético, tenemos que
competir con miles de millones de personas para destacar, y después de una
milésima de segundo, nos desvanecemos sin dejar rastro. En lugar de
observar con atención a la persona con la que estamos, a menudo leemos
mensajes del móvil, consultamos el portátil, jugamos con la consola y vemos
la pantalla plana, y a veces hacemos todas esas cosas a la vez, mientras salta
el temporizador y hierve el agua. Todos realizamos tantas tareas al mismo
tiempo que nos despistamos. Una de las mayores quejas de las mujeres
actuales es la fijación de los hombres por los smartphones y las imágenes
virtuales.58
Sin embargo, «el «enamoramiento»» es ante todo «un fenómeno de la
atención».59 Todos los héroes románticos fijan su atención únicamente en la
amada y la hacen sentir que es «tan especial» que la adoran.60 La atención es
el alimento del amor, y los investigadores Cindy Meston y David Buss
descubrieron que el «déficit de atención» anima a muchas mujeres a echar
una cana al aire. Sentirse admirada, percibida como ser único, puede provocar
una descarga de alto voltaje en una mujer.61
«El broche de oro del seductor —escribe la poeta Molly Peacock en un
correo electrónico— es saber mirar a la amada con ojos nuevos. El secreto
reside en la capacidad de hacer destacar a la mujer, de eliminar la sensación
de invisibilidad, como si fuera un animal camuflado en un bosque que ha sido
descubierto por fin.» «Un hombre así —continúa la escritora— puede ser
rematadamente feo, pero si es un encanto, si es atento y expresa cierta
vulnerabilidad, tendrá la receta mágica para enamorar. Con alguien así, la
mujer se siente atrapada, rendida, y tiene que luchar con todas sus fuerzas por
mantener la cordura social antes de entregarse.»62
El nuevo seductor:
la realidad
Las mujeres están dispuestas a entregarse. «En nuestra era posfeminista, ¿qué
problema hay con el seductor? —pregunta la periodista británica Glenda
Cooper—. La propia palabra evoca una sensualidad y un placer de alto
octanaje.»63 El «eterno seductor» es «un regalo divino para las mujeres —
corrobora Marina Warner— que no hace más que darles lo que desean».64 La
actriz Sienna Miller comenta: «He conocido unos cuantos casanovas que me
gustan y otros tantos que no me gustan, y confío en conocer aún a unos
cuantos más».65
Uno de los casanovas a los que se refiere Miller es Jude Law, el mujeriego
con el que estuvo prometida. Como en realidad los hombres seductores con
frecuencia no pueden evitar desplegar sus talentos fuera de casa, ¿qué tiene
que hacer la mujer liberada? Para empezar, si quiere que un hombre
irresistible sea únicamente para ella, como suele desear la mayoría de las
mujeres, hoy en día cuenta con suficientes atractivos propios para retenerlo,
siguiendo los pasos de Minette Helvétius y Pauline Viardot.
Por otra parte, es posible que los amantes libertinos permitan que la mujer
también alimente la libido y le den espacio para picotear aquí y allá. O tal vez
la magia de su presencia valga la pena el sufrimiento. «Si Liszt —dijo una de
sus admiradoras— me amara, aunque fuera solo una hora, sería el mayor
placer de mi vida.»66 La novelista Jane Smiley explica el fenómeno:
«Algunos hombres tienen tanto encanto, embelesan de tal modo, que estar
con ellos vale la pena, pase lo que pase».67
Llegados a este punto, los consejeros sentimentales se tiran de los pelos: la
terapia existe para crear armonía social, y estos fantásticos seductores (reales
e imaginarios) solo sirven para exacerbar las crisis eróticas, ya que
desencadenan la decepción de las mujeres, lo que aleja aún más a los
hombres y destruye los hogares. No obstante, algunas investigaciones
recientes demuestran que las aspiraciones amorosas más elevadas fomentan
las relaciones de mayor calidad. Merece la pena tener ilusiones.68
Muy pocos hombres, como reconoció con tristeza el filósofo Ortega y
Gasset, «pueden ser amantes, y muy pocos amados».69 Frente a ellos, hay un
grupo selecto universalmente adorado. ¿Cuál es el secreto?, se preguntaba el
pensador. Honoré de Balzac comparaba al hombre corriente con «un
orangután que intenta tocar el violín», y pensaba que la respuesta estaba en el
ejemplo del genio erótico. Igual que la filosofía tiene a Descartes y la guerra
tiene a Napoleón, escribió: «el amor tiene a sus grandes ejemplos, aunque no
se les reconozca el mérito».70
Es posible que a estos genios no se les reconozca el mérito, pero he
descubierto que distan de haberse extinguido. Los hombres que entrevisté
llegaron a mi puerta sin haber hecho una búsqueda exhaustiva, y su número
se habría duplicado si hubiera tenido tiempo para seguir las pistas. No cabe
duda de que son una sociedad clandestina, pero son mucho más abundantes
de lo que creemos, incluso en el yermo romántico actual, y pueden servir de
inspiración.
Siguiendo el consejo de Balzac, me dirijo a un Paganini del amor para
obtener una lectura realista de si los hombres están dispuestos a dejarse
inspirar por las grandes figuras. Bryce Green, el modisto escocés que fui a
ver al SoHo, me saluda con dos besos en las mejillas, y su melena rubia rojiza
encrespada se desparrama por el cuello de la americana de cuello mao.
—Ha venido al sitio idóneo —me dice mientras se pasea por el estudio con
los vaqueros desteñidos y unas botas de cowboy en color verde—. ¡Si supiera
de qué hombres me hablan!
—Supongo que no se refiere a grandes amantes. A diferencia de usted…
—Por supuesto que no —responde—. No me parezco a los esposos ni a los
novios de mis compañeras. Tampoco me comporto como ellos. No sé
hacerme el frío. Tengo sangre escocesa en las venas… Fuego. Pero sé cómo
ser encantador.
—Madre mía, seguro que las mujeres lo acosan.
—Bueno, casi —reconoce mientras se da golpecitos en el muslo con una
rueda de trazado de modista—. Pero me gusta mucho más tomar la iniciativa,
seducir a una mujer y hacer que se sienta amada y apreciada. Creo que eso es
lo que quieren las mujeres: alguien que enseñe todas las cartas y les ofrezca
un amor incondicional. El humor también es muy importante. Y los
estímulos.
—Y si volvemos a esos hombres —insisto—. ¿No les gustaría aprender
estos consejos?
—Bueno —reflexiona un momento—, los hombres están pasando una
crisis. Tienen mucha inseguridad, miedo y una falta de encanto preocupante.
No me gusta generalizar, pero los europeos sintonizan mejor con su parte
femenina. Y ser respetuoso, amable y romántico no entra en la idea de
masculinidad del «gallito».
—Entonces, ¿diría que los hombres no se acercan a pedirle consejo?
—¡Desde luego que no! —exclama mientras nos separamos al llegar a
Broome Street.
Ese mismo día, hablo por teléfono con Rick, el jefe de bomberos a quien
Vivien Leigh comparó en una ocasión con Rhett Butler, y expresa con
vehemencia que no está de acuerdo con esa opinión: «Por supuesto que hay
hombres física o mentalmente incapaces de seducir, los falsos, los cobardes,
los adictos al porno, los tíos que se lían con cualquiera, los borrachos y los
ricachones que compran a las mujeres… Pero ¿y el resto? Eh, todo el mundo
quiere aprender a amar y conseguir que le amen».
Vender la imagen del seductor
a los hombres
¿Podría tener razón Rick? ¿Acaso debajo de la armadura de fríos e
insensibles los hombres ansían tanto como las mujeres la conexión con el
otro y la gran pasión? Aunque las revistas masculinas preferirían dar consejos
de limpieza que contar historias de amor y relaciones sentimentales, una
investigación reciente ha demostrado que los hombres son románticos a
escondidas.71 Se enamoran a primera vista más veces que las mujeres y
sufren más que ellas después de las rupturas. Los hombres prefieren las
imágenes románticas a las sexuales y también desean tener hijos y casarse. El
84 por ciento de los hombres de menos treinta y cinco años creen que
seguirán casados con la misma persona para siempre.72 El amor, escribió
Garrison Keillor, «es el motor principal de nuestra vida».73
Con las definiciones tradicionales de masculinidad en entredicho, los
seductores podrían convertirse en el nuevo modelo de identidad masculina. El
hombre dionisíaco nunca ha sido la estrella del panteón masculino occidental,
pero su pedigrí se remonta a los orígenes de la virilidad. Dioniso
personificaba la energía sexual masculina y sus antepasados eran los dioses
fálicos de la Antigüedad más remota. Si, según los estudiosos culturales, «es
preciso un mito amoroso nuevo» para nuestro siglo, también es preciso un
nuevo mito del amante que sirva de referencia y sea vital, holístico y viril.74
«El comportamiento sexual», el éxito romántico con las mujeres, escribe el
psiquiatra Willard Gaylin, «es la expresión definitiva» de la virilidad.75
Enamorar y lograr que una mujer siga enamorada no es cosa de niños ni de
blandengues. Las artes del amor exigen delicadeza, inteligencia, un ego
fuerte, imaginación y temple. El amor romántico es un «tema peliagudo»,
repleto de peligros y riesgos.76 El poeta Robert Bly define al «amante» como
un parangón de masculinidad que navega por el terreno peligroso del deseo
con «la energía de un fuerte guerrero».77 Para los terapeutas Robert Moore y
Douglas Gillette, el amor constituye uno de los cuatro arquetipos principales
de la masculinidad, una imagen de la fuerza vital y la sensualidad gozosa que
los hombres pasan por alto, en su perjuicio. «Los arquetipos no pueden
desvanecerse ni barrerse de un plumazo; los hombres deben integrarlos.»78
La formación de un seductor
La integración del «amante», explica Bly, ha sido un rito de iniciación
masculino a lo largo de la historia. Durante el Renacimiento, señala, se
entrenaba a los jóvenes en el arte de hacer el amor con virtuosismo, para que
desarrollaran el seductor que llevaban dentro «desde la semilla hasta la flor».
Este concepto es prácticamente desconocido hoy en día. Los hombres
obtienen su educación erótica del porno, los reservados, las superficiales
clases de educación sexual y los bálsamos de la terapia de pareja, y ninguna
de esas cosas se centra en el arte de la amatoria.79
Quizá sea imposible enseñar a ser deseado, pero los educadores del pasado
creían que un hombre podía aumentar las posibilidades de seducir si cultivaba
el arte del amor. Aspasia, la filósofa erótica y cortesana del siglo III a.C., tenía
una escuela en la que instruía a los hombres en las artes amorosas. Sus
enseñanzas, conocidas como «el camino de Aspasia», ponían énfasis en la
superación personal continua, además de incidir en «las palabras
encantadoras», «los halagos sinceros» y un «filtro de amor».80 Más adelante,
en el París del siglo XVII, la cortesana Ninon de Lenclos abrió una academia
para formar caballeros expertos en amatoria. «Se necesita una habilidad cien
veces mayor para hacer el amor —sentenciaba— que para dirigir un
ejército.»81
Aldous Huxley, autor de la distopía Un mundo feliz, también escribió la
contraparte utópica, La isla, donde los hombres de la mítica Pala aprenden a
ser amantes sobrenaturales. Tras aprender «técnicas especiales», que
fomentan el placer femenino, son maestros del «arte de amar» y tienen «el
vocabulario erótico y sentimental más rico del sureste asiático».82 Los
hombres se liberan de los estrechos confines de la masculinidad y se
desarrollan hasta convertirse en seres humanos únicos, plenos, que son un
«doscientos por ciento masculinos» y «casi un cincuenta por ciento sensibles
y femeninos». Las parejas hacen el amor como Shiva con su diosa en uniones
extáticas con el cosmos.83
Huxley soñaba a lo grande; fue el gran amante de su tiempo. A pesar de
todo, los educadores sexuales piden de forma unánime que haya una
formación mejor en el terreno del amor romántico; una de las disciplinas más
novedosas es la «inteligencia para aparearse».84 Si los hombres dedicaran al
amor solo «una décima parte» del tiempo que dedican al trabajo, aseguró en
el siglo XX el sexólogo holandés Theodoor Hendrik van de Velde, las
relaciones sentimentales ganarían fuerza.85 Pero ¿cómo hay que actuar? La
mayoría de los hombres, según el investigador sobre sexualidad Timothy
Perper, están en la casilla de salida.86 Gracias a una serie de tests, descubrió
que casi todos los hombres que participaron en el estudio eran «ajenos» al
«arte de la seducción»; por no mencionar el crucial arte de mantener la
seducción, imprescindible para que las uniones sean duraderas.87 Al final de
la película Blue Valentine, una crónica brutal de una ruptura matrimonial, el
marido, desquiciado, suplica: «¡Dime qué es lo que quieres! ¡Lo haré! ¡Haré
lo que sea!».88
La formación de un nuevo seductor
Supongamos que fuera posible hacerlo: formar a seductores. ¿Cómo sería el
proceso? En primer lugar, habría que seleccionar a los candidatos, elegir a los
hombres que aman a las mujeres y que no tienen miedo de cambiar. A
continuación tendríamos que eliminar obstáculos; los hombres se aproximan
a las mujeres cargados de lastre: información errónea, sesgos y emociones
contradictorias. Aunque dicen admirar a Casanova, también lamentan que se
lleve la parte del león de la carne erótica. Como dice el «libertino» de la obra
de teatro de Stephen Jeffrey: «Los caballeros tendrán envidia».89
Además de la envidia, están los prejuicios que anidan en los hombres.
Como los grandes seductores ponen en peligro el orden social, desde la
juventud los hombres aprenden que los mujeriegos son seres anómalos,
enemigos del Estado. Los favoritos de las mujeres también son afeminados
en ciertos círculos, un estigma que se remonta a la antigua Grecia, donde los
auténticos hombres se escindían «del dominio de lo femenino».90 Son
«peleles soñadores —escribe el sociólogo Anthony Giddens— que han
sucumbido al poder de las mujeres».91 El nuevo seductor tendrá que superar
todo eso (los celos y la doctrina aprendida) y prepararse para los vientos
culturales en contra. El catedrático de filosofía Irving Singer lo resume así:
los casanovas «suelen ser el hazmerreír de los demás hombres».92
Primer nivel
Es fácil imaginar cómo ven los demás hombres a Hugh Jackman, el
devorador de la franquicia X-Men y «uno de los hombres más atractivos que
existen».93 Es posible que sea un producto de Hollywood, pero podría dar
más de una lección a los aprendices de seductor. Jackman reconoce que es un
romántico y sigue enamorando a su esposa, con la que lleva dieciséis años
casado, con veladas de tango, sorpresas para el aniversario de bodas
(trescientas rosas atadas a cien globos de helio) y homenajes en público. Es
decir, es tanto un buen tipo como un fascinador polifacético. Las mujeres lo
aman «por todas sus formas de ser», tal como escribió el crítico de teatro Ben
Brantley a propósito de este hombre orquesta. «Si no contiene multitudes
como Walt Whitman, por lo menos contiene un montón de elementos
duales.» Tiene dos caras para todo: hombre masculino y hombre cantarín;
rudo y caballero; mejor novio y mejor amiga.94
De todas formas, es un zalamero que reduce a las mujeres a «un charco de
deseo».95 En películas como Kate & Leopold y en distintas entrevistas,
demuestra que es un pretendiente apasionado que despliega todo el equipo de
encantos físicos y psicológicos del seductor. Tiene aspecto de Adonis y se
mueve como él, y corteja a las mujeres con baile, música, halagos,
confidencias y una conversación atenta sobre «toda clase de temas».96
Cuando le preguntan por su modus operandi, responde que es un proceso
adquirido. Menciona los modales y la galantería que aprendió en casa, los
entrenamientos en el gimnasio, las clases de teatro y, como si tal cosa, las
lecciones de etiqueta. Mientras se preparaba para su papel de Leopold, un
tutor le instruía dos veces al día acerca de la olvidada disciplina de saber
complacer: gestos con gracia y aplomo para relacionarse; «saber escuchar»,
demostrar «presencia e inteligencia» y hacerlo todo con franqueza y de
corazón.97
La socióloga Marlene Powell, estudiosa de sexualidad contemporánea, cree
que el método de Jackman puede considerarse el primer paso para los
aspirantes a seductor. La etiqueta, escribe en un correo electrónico, puede
fomentar la capacidad de cautivar. Enumera títulos de capítulo de un libro de
etiqueta de 1901 («El cortejo y sus exigencias», «Efemérides y cómo
celebrarlas» y «El lenguaje de las manos») y llega a la conclusión de que «en
el pasado, por lo menos algunas personas aprendían y practicaban el arte de
la seducción y el romance». Podemos «reinstaurarlo en parte», sugiere, de la
misma forma.98
Pero tal como le dice el maestro de flauta del cuento popular japonés a su
pupilo, que ha dedicado varios años al aprendizaje de la técnica: «Falta algo».
Es el gancho del carisma.99 (Cuando vi a Hugh Jackman en Broadway, no
encontré ningún portento que me hiciera exclamar «¡guau!», sino un mero
seductor en serie.) ¿Es posible enseñar «la carga erótica, el voltaje, el tirón»
del gran seductor?100
Trina, la productora de cine independiente de mi reunión de mujeres,
insiste en que es imposible: «Los oteadores de Disney solían pasearse por los
patios de recreo —comenta— y siempre escogían al niño que tenía algo». El
psicólogo Jack Harris le da la razón. «A ver, se pide a los niños de preescolar
que se pongan en fila y ¡pam! —exclama mientras da una palmada—. Se
reconoce al niño con carisma. Es algo innato, lo siento.» Powell no comparte
esa opinión. «El carisma erótico —asegura— puede adquirirse con un
refuerzo positivo sistemático, si se alienta al otro para que gane confianza y
sepa manejar sus impresiones.»101
Segundo nivel
Kurt, el fotógrafo y galán alemán que conocí hace un tiempo, ve desde un
prisma totalmente distinto el tema del carisma sexual. Su enfoque recuerda la
gesta del héroe de Joseph Campbell o la odisea interior del chamán, gracias a
la cual adquiere «voltaje psicológico»102 y resurge con un «irresistible maná
magnético».103
—No es algo que pueda aprenderse; solo puede desaprenderse —comenta
Kurt de manera críptica.
Estamos en un bar de tapas de Greenwich Village de Nueva York después
de la inauguración de su última exposición, una instalación multimedia sobre
un mafioso con ínfulas artísticas y cuatro generaciones de sus amantes.
Pincha un calamarcito frito mientras reflexiona.
—Se trata de dejar que se esfume el ego, todas esas viejas historias sobre
uno mismo, para conectar con un poder más elevado, una fuerza, como se
quiera llamar. Y eso —añade, y chasquea la lengua en voz baja— es muy,
muy atractivo.
—Pero ¿cómo se logra exactamente?
—De acuerdo. —Baja el tenedor, da un sorbo al rioja y se pasa los dedos
por el flequillo alborotado—. Mi historia es bastante triste. Hasta los veinte
años, me rechazaban todas las chicas. Me sentía feo, peor, horroroso.
Entonces llegué a Nueva York y empezó mi desarrollo personal.
»Fue increíblemente intenso. Realicé terapia durante ocho años y por fin
descubrí la fuente de mi dolor; mi madre era un monstruo, me… Es igual, me
eché a llorar en la consulta del psiquiatra. Tuve que soltar ese pasado, ese yo
ilusorio.
Después de terminarnos unas mini raciones de paella y una frittata, retoma
la palabra:
—Entonces mi terapeuta me miró y me dijo: «Kurt, tiene que convencerse
de que las mujeres sí se sienten atraídas por usted». Y eso fue lo que provocó
el cambio radical. Ahora, con las mujeres, digamos que sigo una voz interior
que me dice lo que tengo que hacer. Y siempre acierto. Me limito a ser yo
mismo.
Se encoge de hombros.
—Está bien —reconoce, y me mira con ojos pícaros—. Sé comprender a
las mujeres; soy un gay en el cuerpo de un heterosexual. —Sonríe—. Soy
muy apasionado. Me encanta ver que una chica se divierte; creo que soy el
alemán más divertido que conozco. Y bailar es casi mejor que el sexo. Pero
todos los hombres pueden ser seductores, lo que pasa es que hemos
desconectado esa parte de nosotros. El carisma consiste en ser uno mismo. En
no dudar de quién se es. Aunque, claro, hay que irlo trabajando.
La forma que tiene Kurt de irlo trabajando no sirve para todo el mundo.
Tal vez no exista una única vía para llegar a ser un seductor. La firma de un
gran amante está en su singularidad, su «inefable toque especial».104 Al fin y
al cabo, es probable que la formación estandarizada no sea lo mejor para los
casanovas. Si se fuerza demasiado la situación, acaban produciéndose
seductores de anuncio. Tal vez el consejo de Roland Barthes en cuanto a la
educación erótica continúe siendo el mejor: «Hay que dejarle vía libre —
escribe—, igual que esas personas amables que te muestran por dónde tienes
que ir pero no insisten en acompañarte todo el camino».105
Panorama futuro
Nadie prevé un resurgimiento del seductor en el futuro próximo. Jack Harris
me recuerda que los grandes seductores «siempre serán una minoría, una
tipología extrema». Pero también eran minoría las mujeres soldado de la
marina y las cirujanas afroamericanas hace un siglo; es imposible predecir el
futuro. Algunas veces las mujeres obtienen lo que quieren del amor. La
experta en biología de la conducta Mary Batten explica que las mujeres son
quienes de forma natural eligen a la hora de aparearse, a menos que sean
víctimas de un engaño o las obliguen a elegir a la fuerza; se trata únicamente
de recuperar los poderes perdidos de elección y seducción.106 Incluso David
Buss, firme defensor de la doctrina evolucionista, admite: «Si las mujeres
empezaran a preferir practicar sexo con hombres que caminaran con las
manos, al cabo de poco tiempo la mitad de la raza humana caminaría del
revés».107 Geoffrey Miller se imagina un futuro en el que las mujeres
prefieren algo más ambicioso: los hombres que «proporcionan el éxtasis más
absoluto».108
En un viaje de cumpleaños a París me topo con uno de esos artistas del
éxtasis hechos a la medida de la mujer y contemplo una muestra de cómo
será el futuro. Salgo a dar un paseo por la rive gauche y me meto en una
joyería de diseño del tamaño de un vestidor. Hay un mostrador de cristal y
dos paredes recubiertas de collares que son piezas de arte: brillantes
gargantillas de Lucite, pulseras de diamantes, cadenas, collares de cuentas y
colgantes inspirados en los móviles del techo. Mientras escudriño los
pendientes de la caja, oigo una voz melosa a mi espalda que se dirige a mí:
—¡Oh, ahí está! Formidable.
Me doy la vuelta y es como si hubiera tocado una toma de corriente. Todo
el mundo dice lo mismo cuando lo conoce, incluso antes de que se hiciera
famoso. Gérard Depardieu, con el casco de la moto bajo el brazo y su novia
Clémentine Igou al otro lado, me dedica esa célebre media sonrisa y una
mirada fija y centelleante.
Actor y estrella del cine más ilustre de Francia (protagonista de Cyrano de
Bergerac, El conde de Montecristo y otras ciento cincuenta películas más),
Depardieu es la imagen opuesta del clásico amante francés. De cuerpo tosco
y grandón, con la nariz aplastada de boxeador, se parece más al gorila de un
tugurio que a un tombeur, un seductor de renombre. Ha mantenido seis
relaciones famosas con las mujeres más glamurosas y dotadas de su
generación, entre ellas el icono de Chanel Carole Bouquet (la relación duró
ocho años) y lo han acusado de poseer «un magnetismo casi indecente».109
En estos momentos lo pone en práctica conmigo. Con la misma delicadeza
que si sujetase un pedazo de coral, muestra un medallón metálico formado
por cuatro óvalos asimétricos y un pequeño cero torcido en el extremo.
Al principio me habla en francés:
—Es exquisito, ¿lo ve? Original, nada visto.
Entonces, cuando intento contestarle, cambia enseguida al inglés y me
pregunta de dónde soy.
—¡Sí, me encanta Nueva York!
De repente se pone a reír y a gesticular y entiendo por qué una vez dijo que
la joie de vivre era su «algo especial».110
—Viví… ¿dónde era? —recuerda—, entre la Setenta y seis y Madison. —
Se refiere a durante el rodaje de Matrimonio de conveniencia—. Y en el piso
de arriba estaba… ¡ay, un pintor famoso! Estaba loco, ¡era fabuloso!
Con un giro del brazo propio de una bailarina de ballet, incluye a
Clémentine en la conversación, quien me habla de los dos años que pasó en la
calle Diez.
Al cabo de un rato nos despedimos con un apretón de manos y le digo:
—Es un artista fabuloso.
Para mi sorpresa, se sonroja y me mira con unos ojos que transmiten una
infinita dulzura.
—Gracias —se limita a contestar, y sale por la puerta después de hablar
maravillas de la colección delante de los dueños de la tienda.
(Sí, compré el collar.)
La actriz francesa Miou-Miou no es la única que se ha dado cuenta de que
«Gérard sabe cómo seducir a las mujeres».111 Pero pocas saben cómo llegó a
ser tan «adorable» (por citar a la estrella Andie MacDowell) y carismático.
No nació así. Depardieu es el fruto de la buena suerte, el encanto innato y una
sucesión de mentoras femeninas.112
Se crió en una familia taciturna en el umbral de la pobreza, en la decrépita
ciudad de Châteauroux, con una madre que le decía que había intentado
abortarlo y que pensaba que era un burro. Tenía graves problemas de dicción
y un temperamento escandaloso. A los trece años, dejó los estudios y parecía
destinado a acabar en una banda callejera. Se juntaba con maleantes, hurtaba
y sobrevivía con trapicheos y el fruto de delitos menores. Aunque era tan
tímido que le costaba horrores hablar con las chicas, entabló amistad de
adolescente con dos prostitutas que se convirtieron en sus «tutoras
sexuales».113
Su destino como marginado de una ciudad de provincias se habría
cumplido si no hubiera ido a ver a un amigo a París un fin de semana. Se coló
en una clase de interpretación y le enganchó. Gracias a un profesor inspirado,
aprendió a liberar sus emociones reprimidas, accedió a la «delicadeza y la
sensibilidad» que llevaba dentro y aprendió a hablar con fluidez mediante un
curso experimental de audio-psicoterapia.114 Adquirió «un lenguaje
completamente nuevo compuesto de música, poesía, intuición y
emociones».115
Sin embargo, seguía sin poder hablar con las mujeres. Una compañera del
curso de interpretación dramática, Elisabeth Guignot, psicóloga y culta
femme du monde, cambió su suerte. Se enamoraron y, en una historia
contraria a Pigmalión, le enseñó las nociones básicas del encanto, la
conversación, la intimidad, el estilo, la cultura y el buen gusto. Durante sus
veinticinco años de matrimonio, «lo introdujo en el lenguaje y la sensibilidad
femenina».116
Guignot no fue más que la primera de una larga lista de mujeres mentoras
que lo instruyeron en todo, desde la generosidad y el valor hasta la
autenticidad, mujeres tan destacadas como la directora de cine de la nouvelle
vague Agnès Varda, la escritora Marguerite Duras y las actrices Jeanne
Moreau y Catherine Deneuve. «Siempre me dirigía a esas mujeres —decía
Depardieu— porque podían enseñarme el camino, paso a paso.»117
Después de la película Matrimonio de conveniencia en 1991 y de haber
confesado una violación a los nueve años en una entrevista para la revista
Time, las mujeres lo denunciaron en masa por machista y violento. La crítica
de cine feminista Molly Haskell se desplazó a Francia para investigar el caso
y volvió con una imagen totalmente distinta. Llegó a la conclusión de que lo
habían manipulado los agentes de prensa y se había producido un
malentendido durante el proceso de traducción. Haskell decidió presentarse
en el plató en el que rodaba para ver al hombre por sí misma. «Ahí estaba,
juguetón, sonriente; no había barreras entre los dos. Me sonrió —escribió en
el artículo— y yo le devolví la sonrisa. Es posible que me sonrojara […]
Depardieu es el símbolo de un mundo nuevo, la regeneración, la esperanza, la
atracción, Eros.»118
Erasmus Darwin, pensador del siglo XVIII, consideraba a «Eros la obra
maestra de la creación»,119 y su nieto Charles colocaba al amante por lo
menos al mismo nivel que el guerrero: «En algunos casos, la capacidad de
conquistar a una mujer es más importante que la capacidad de conquistar a
otros hombres con la batalla». A pesar de eso, la figura del seductor se ha
visto obviada por los historiadores tradicionales y ha sido arrojada a los lobos
de los estereotipos y los prejuicios populares.120
Los estudiosos que han tomado en serio esta figura dan la razón a Darwin.
El gran seductor, afirman, es un fenotipo potente, enraizado en miles de
millones de años de mitos y fábulas, y albergado en los rincones más
recónditos de la fantasía femenina. Es lo que Ortega y Gasset denominaba un
«hombre interesante»,121 una especie erótica superior que irradia fascinación
y embelesa a las mujeres, a muchas mujeres, de por vida. Sus artes, advierten
dos autoridades en amatoria, no deberían ser exclusivas de un reducido
número de mujeriegos empedernidos. Van de Velde y Havelock Ellis
instaban a los hombres a cultivar algunos aspectos del seductor para
aplicarlos a las uniones convencionales. Todos los hombres, escribían,
deberían ser «Don Juan para su esposa sin descanso»;122 «al arte del adúltero
debería ser el arte del marido».123
Pocos son los elegidos para ser un casanova. De todas formas, la figura del
seductor no debería aumentar la presión de los hombres desesperados, ni
poner el listón de los estándares sexuales a una altura imposible de alcanzar.
En lugar de eso, el gran seductor y sus artes pueden convertirse en un
movimiento de liberación masculina, una forma de burlar el dominio de las
«conquistas», la rueda interminable, la inercia y la ignorancia, para recuperar
el poder erótico, la pasión y el gozo. Los parámetros son extensos, sin contar
el dinero y la belleza, y permiten que un hombre potencie sus puntos fuertes
dentro de un amplio espectro de encantos amorosos.
Puede que el enfrentamiento entre los géneros y los problemas sexuales
persistan por un cúmulo de razones que ni todos los esfuerzos de los
seductores podrán eliminar, por mucho que se engrosen sus filas. Sin
embargo, el amante ideal es una ventana privilegiada hacia los deseos
eróticos más profundos de la mujer. Ni los terapeutas ni los científicos
pueden decirnos cómo manifestar y alimentar la pasión. Y al mismo tiempo,
¿qué podría ser más codiciado en todos los tiempos que el amor apasionado?
Para muchos, es «la culminación de la vida»,124 «el elemento supremo del
mundo». A pesar de todos sus defectos, los grandes seductores son los primo
uomos de la pasión romántica; asimilan los deseos eróticos femeninos y no
solo los cumplen, sino que los superan.125
El patriarca agonizante de la película ¿Conoces a Joe Black? le dice a su
hija que se entregue a uno de sus hombres, un artista de la pasión que la hace
subir al séptimo cielo y que consigue que «cante extasiada».126 «Notarás la
fuerza del rayo», le dice.127
Cinco meses después de mi mesa redonda sobre los casanovas, recibo un
mensaje de Zoe, la joven marchante de arte decidida a esperar hasta que un
seductor la transportara a otro mundo: «¡Dios mío, lo he encontrado! —me
escribe—. Blaise me ama y desde el principio me dijo que soy muy
inteligente y guapa, y que tiene mucha suerte de poder estar conmigo. Me
hace reír. Es una de las personas más interesantes que he conocido en la vida.
Además, es adorable. J»
Ni los algoritmos de internet, ni las consideraciones sensatas, ni las
promesas de estatus, riqueza, compatibilidad o seguridad pueden conseguir
que una mujer se enamore locamente de un hombre. El seductor no puede
hacer trampas, engañar ni convencerla con zalamerías para que lo ame. Como
aclara el filósofo francés Georges Bataille: «En cada caso, lo que seduce (lo
que fascina, lo que arrebata) triunfa».128 Y añade Bette Midler en la película
¿En qué piensan las mujeres?: «Si sabes lo que quieren las mujeres, serás el
rey».129
Agradecimientos
Ninguna búsqueda del misterioso hombre irresistible, del verdadero seductor,
podría llevarse a cabo en solitario. En mi caso, un ejército de guías, ángeles
de la guarda y personas inteligentes me han ayudado a que este libro sea
posible. Gracias en primer lugar a la generosidad de los hombres y las
mujeres (con nombres ficticios) a quienes entrevisté. Sus expresivas voces,
sus historias y pistas iluminan el camino y dan vida al seductor.
También me siento en deuda con el Programa de Estudios Liberales de la
Universidad de Nueva York, donde tuve la oportunidad de explorar la figura
del seductor en la historia y la literatura con mis estudiantes de los cursos de
bases de la cultura. Allí tuve la gran suerte de conocer a Walter J. Miller, un
seductor por derecho propio, quien leyó y corrigió una primera versión del
libro.
Entre las personas que me ayudaron a perfilar las ideas durante el proceso
están los doctores Marlene Powell, Robert E. Harrist Jr., Michael Parker,
John Clubbe y Joan Blythe. Asimismo fueron de mucha ayuda el profesor
István Deák, Gloria Deák, la doctora Sylvia Karasu, Peter Buckley, Maxine
Antell, Scott Goldsmith, y Monica Peacocke. Igualmente fueron muy
valiosas las contribuciones de Marc Daniels, Kate Hurney, Bob Braverman,
Joni Evans, Barbara Stern, Sheila Kohler, Kathryn Staley, Catherine Hiller,
John Pritchard y Molly Peacock.
Me gustaría dar las gracias a los estudiosos de Praga que me abrieron sus
archivos y compartieron conmigo una amplia información, a menudo
desconocida, sobre Casanova: el doctor Paolo Sabbatini, Miloš Cˇurˇík,
Maria Tarantova y Marcela Gottliebová.
Mis amigos y conocidos me pusieron en la pista del seductor y me
ilustraron con ejemplos del pasado y el presente, ofreciéndome datos muy
interesantes. Gracias a Theodora Simons, Bette y Francis Mooney, Carol
Curtis, Selva Ozelli, Hannah Solomon, Sylvia Chavkin, Finn MacEoin,
Michael Rosker, Neide Hucks, Delores Cook, Jenni Kirby, Helen Rogers,
Jean-Jacques Célérier y muchas otras personas que me hicieron comentarios
certeros mientras escribía este libro.
En especial estoy muy agradecida a mi excelente editora, Amy Cherry,
cuya visión de conjunto mantuvo el rumbo del proyecto y cuyo ojo de lince
logró que no me desviara. Gracias también a Laira Romain por su
colaboración durante todo el proceso editorial; a la infalible correctora Mary
Babcock; al departamento de diseño de Norton y a mi extraordinaria agente
literaria, Lynn Nesbit. Mi más sincero agradecimiento va también para el
experto en tecnología de la información Frank Vasquez y la ayudante de
derechos, Kristen Lefevre.
Y sobre todo, me gustaría agradecer de forma infinita a mi familia, que
soportó el período de investigación y redacción del libro y que me apoyó en
el día a día. Mis familiares fueron los primeros lectores y mis críticos más
puntill osos: mi hija Phoebe y mi marido Philip, el ejemplo e inspiración de
esta obra.
Notas
Introducción. Grandes seductores: los hombres y los mitos
1. Anthony Bonner, A Handbook of the Troubadours, F.R. P. Akehurst, y Judith M.
Davis, eds., Berkeley, University of California Press, 1995, p. 77.
2. Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Juan García Puente, trad., Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1999. Cita extraída de la p. 638.
3. Véase John Money, Love Maps, Buffalo (NY), Prometheus Books, 1986, XV, pp. 19 y
ss.
4. «A History of Sex», Economist (23 de septiembre de 2004).
5. Ibid.
6. Peter Conrad, «The Libertine’s Progress», en Jonathan Miller, ed., Don Giovanni:
Myths of Seduction and Betrayal, Nueva York, Schocken Books, 1990, p. 92.
7. Ben Jonson, Volpone; or, The Fox, Boston, Phillips, Sampson, 1857, acto 3, escena 6,
vv. 267-268 y 291. [Hay trad. cast.: Volpone o El zorro, X. A. Sarabia Santander, trad.,
Barcelona, Bosch, 1980 (1996, 2.ª ed).]
8. Juliet Mitchell, «Preface», en Sarah Wright, Tales of Seduction: The Figure of Don
Juan in Spanish Culture, Nueva York, Tauris Academic Studies, 2007, p. 10.
9. Denis de Rougemont, «Don Juan», en Isidor Schneider, ed., The World of Love,
Nueva York, George Braziller, 1964, vol. 1, pp. 480-481.
10. 50 Cent, «In Da Club», www.azlyrics.com/lyrics/50cent/indaclub.html (consulta: 9
de mayo de 2012).
11. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, trad. de Mauro Armiño, prólogo de Félix de
Ázua, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo II, vol. 12, cap. 5, p. 3.265.
12. Judith Summers, Casanova’s Women: The Great Seducer and the Women He Loved,
Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 2. [Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova: el gran
seductor y las mujeres que amó, Ernesto Junquera, trad., Madrid, Siruela, 2007.]
13. Casanova, Historia de mi vida…, cita extraída del tomo I, vol. 3, cap. 2, p. 586.
14. Ibid., vol. 3, cap. 4, p. 614.
15. Ibid., vol. 3, cap. 5, p. 623.
16. Ibid., tomo II, vol. 9, cap. 4, pp. 2.259-2.260.
17. Ibid., tomo I, vol. 1, prefacio, p. 32.
18. Albert Camus, Notebooks, 1951-1959, Ryan Bloom, trad., Chicago, Ivan R. Dee,
2008, p. 11.
19. Gail S. Reed, reseña, «The Quadrille of Gender: Casanova’s Memoirs»,
Psychoanalytic Quarterly, 61 (1992), p. 101.
20. El médico era Gonzalo Rodríguez Lafore. Véase el debate en Sarah Wright, Tales of
Seduction: The Figure of Don Juan in Spanish Culture, Nueva York, Tauris Academic
Studies, 2007, pp. 5657.
21. Otto Rank, The Don Juan Legend, David G. Winter, trad., Princeton (NJ), Princeton
University Press, 1975, pp. 18 y 22.
22. Para un breve resumen, véase «A Field Guide to narcissism», Psychology Today (9
de diciembre de 2005).
23. Jules Feiffer, Harry, the Rat with Women, Seattle, Fantagraphics Books, 2007, pp. 93
y 119. [Hay trad. cast.: Harry es un perro con las mujeres, México, Joaquín Mortiz, 1965.]
24. Véase Gregory Pacana, «The Casanova Disorder», Philadelphia Mental Health
Examiner (14 de octubre de 2010).
25. El doctor Gregorio Marañón (discurso «Psicopatología del donjuanismo», 1924)
citado en Lawrence Osborne, The Poisoned Embrace: A Brief History of Sexual Pessimism,
Nueva York, Pantheon Books, 1993, p. 161.
26. Véase Donald G. McNeil Jr., «An Apology with Echoes of Twelve Steps», New York
Times (23 de febrero de 2010). Véase la obra fundamental de Peter Trachtenberg Casanova
Complex: Compulsive Lovers and Their Women, Nueva York, Poseidon Press, 1988. [Hay
trad. cast.: El complejo de Casanova, Barcelona, Ediciones B, «Dolce Vita», 1989.]
27. Véase Martha Stout, The Sociopath Next Door, Nueva York, Broadway Books, 2005.
28. «Locked Up Lothario», Smoking Gun (15 de marzo de 2010),
www.thesmokinggun.com.
29. Véase Christopher Peterson, A Primer in Positive Psychology, Nueva York, Oxford
University Press, 2006, pp. 236-244.
30. Véase, en especial, Abraham H. Maslow, Toward a Psychology of Being, Nueva
York, Van Nostrand Reinhold, 1968, p. 157; y «Normality», en Burness E. More y Bernard
D. Fine, eds., Psychiatric Terms and Concepts, New Haven (CT), American
Psychoanalytic Association and Yale University Press, 1990, pp. 127-129.
31. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar,
Straus and Giroux, 1997, p. 74. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad
amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.]
32. Rodney Bolt, The Librettist of Venice: The Remarkable Life of Lorenzo Da Ponte,
Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 108.
33. Ibid., p. 69.
34. Ibid., p. 82.
35. Citado en ibid., p. 82.
36. Citado en ibid., p. 221.
37. Ibid., p. 165.
38. Véase ibid., cap. 9, «That True Phoenix», p. 158.
39. Citado en ibid., p. 285.
40. Ruben Bolling, «Tom the Dancing Bug», Salon (25 de marzo de 2004), salon.com.
41. Citado en Matt Ridley, The Red Queen: Sex and Evolution of Human Nature, Nueva
York, HarperCollins, 1993, p. 267.
42. David M. Buss, The Evolution of Desire: Strategies of Human Mating, Nueva York,
Basic Books, 1994, pp. 19-48. [Hay trad. cast.: La evolución del deseo. Estrategias del
emparejamiento humano, Celina González Serrano, trad., Madrid, Alianza, 1996 (2011, 4.ª
reimp.). Véase el capítulo «Lo que quieren las mujeres», pp. 41-90.]
43. Donald Symons, The Evolution of Human Sexuality, Nueva York, Oxford University
Press, 1979, p. 193.
44. Buss, The Evolution of Desire…, pp. 32-33. [Hay trad. cast.: La evolución del
deseo…, citas extraídas de la p. 65.]
45. Richard Dawkins, The Selfish Gene, Nueva York, Oxford University Press, 1989, p.
154. [Hay trad. cast.: El gen egoísta, Juana Robles Suárez y José Manuel Tola Alonso,
trads., Barcelona, Salvat, 1993 (2000), cita extraída de la p. 201.]
46. Citado en Mary Batten, Sexual Strategies; How Females Choose Their Mates, Nueva
York, Putnam, 1992, p. 62.
47. Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, Henry Holt, 2001, p.
391.
48. Citado en Philippe Jullian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1971, p. 245.
49. Citado en Anthony Rhodes, The Poet as Superman: D’Annunzio, Londres,
Weidenfeld and Nicolson, 1957, pp. 20 y 133.
50. Citado en Jullian, D’Annunzio…, p. 122.
51. Gerald Griffin, Gabriele D’Annunzio: The Warrior Bard, Nueva York, Kennikat
Press, 1970, p. 47.
52. Citado en John Woodhouse, Gabriele D’Annunzio: Defiant Archangel, Nueva York,
Oxford University Press, 1998, p. 61.
53. Citado en Jullian, D’Annunzio…, p. 121.
54. Citado en Tom Antongini, D’Annunzio, Boston, Little, Brown, 1936, p. 71.
55. Citado en Rhodes, The Poet as Superman…, p. 20.
56. Antongini, D’Annunzio, p. 59.
57. David de Angelo, correo electrónico, «Why a Wussy Can’t Attract Women», Double
Your Dating, [email protected] (28 de febrero de 1007, 2:34:13 EST).
[Hay trad. cast.: Dobla tus citas.]
58. Seduce & Conquer, www.seduceandconquer.com/guys/ (consulta: 2 de marzo de
2007).
59. Mystery, The Mystery Method: How to get Beautiful Women into Bed, Nueva York,
St. Martin’s Press, 2007, p. 8.
60. Ibid., p. 21.
61. Neil Strauss, The Game: Penetrating the Secret Society of Pickup Artists, Nueva
York, Regan Books, 2005, p. 137. [Hay trad. cast.: El método, Agustín Vergara, trad.,
Barcelona, Planeta, 2006.]
62. Ibid., p. 42; véase también «Player Guide: Rolling Stone Article about Speed
Seduction»,
Eric
Hedegaad,
en
3/5/98
Rolling
Stone,
www.pickupguide.com/layguide/r.article.htm (consulta: 14 de mayo de 2012).
63. Paráfrasis de las palabras de Mystery, que escribe: «una corrección rápida y severa,
como a un perro durante el adiestramiento», Mystery Method, p. 172.
64. Ibid., p. 25.
65. Ibid., p. 205.
66. Citado en Strauss, The Game…, p. 71. [Hay trad. cast.: El método…]
67. Mystery, Mystery Method…, p. 25; véase también «The Tao of Steve», www.scripto-rama.com/movie_scripts/t/tao-of-steve-transcript. html (consulta: 24 de abril de 2010).
68. Tony Clink, The Layguide: How to Seduce Women More Beautiful Than You Ever
Dreamed Possible, Nueva York, Citadel Press/Kensington, 2004, p. 17. [Hay trad. cast.:
Cómo follar con todas, José Gortázar, trad., DeBolsillo, Barcelona, 2008.]
69. Strauss, The Game…, p. 12. [Hay trad. cast.: El método…]
70. Ibid., p. 211.
71. Véase el título del libro, Gordon Young, Golden Prince: The Remarkable Life of
Prince Aly Khan, Londres, Robert Hale, 1955.
72. Leonard Slater, Aly: A Biography, Nueva York, Random House, 1964, p. 7. [Hay
trad. cast.: Alí Khan: príncipe divino, aventurero, diplomático y quizás el primer galán de
nuestro tiempo, Mercedes Montané, trad., Barcelona, Grijalbo, 1967.]
73. Ibid., p. 7.
74. Ibid., p. 59.
75. Citado en ibid., p. 91.
76. Citado en ibid., p. 240.
77. Citado en ibid., p. 239.
78. Citado en ibid., p. 6.
79. Ibid., p. 152.
80. Mystery, Mystery Method…, p. 205.
81. Citado en Slater, Aly…, p. 138. [Hay trad. cast.: Alí Khan…]
82. Citado en Edward Douglas, Jack: The Great Seducer, Nueva York, HarperCollins,
2004, p. 314.
83. Veronica Harley, «Just What the Love Dr. Ordered: Best Relationship Books» (15 de
abril de 2010), http://shopping.aol.com.
84. John Gottman, Why Marriages Succeed or Fail, Nueva York, Fireside Books/Simon
& Schuster, 1994, p. 185.
85. Ibid., p. 176.
86. Ibid., p. 207.
87. Citado en Philip C. McGraw, «Dr. Phil: So Much Intimacy Based on Imagination»,
O, The Oprah Magazine (1 de octubre de 2006).
88. Eva Salinger, The Complete Idiot’s Guide to Pleasing Your Woman, Nueva York,
Alpha Books, 2005, p. 186.
89. Citado en Benita Eisler, Byron: Child of Passion, Fool of Fame, Nueva York,
Vintage Books, 1999, p. 266.
90. Citado en Fiona MacCarthy, Byron: Life and Legend, Nueva York, Farrar, Straus and
Giroux, 2002, pp. 271 y 144.
91. Citado en Andrew Maurois, Byron, Hamish Miles, trad., Nueva York, P. Appleton,
1930, p. 296.
92. Marguerite Blessington, A Journal of Conversations with Lord Byron, With a Sketch
of the Life of the Author, Boston, G. W. Cotterel, 1839, p. 23.
93. Citado en Maurois, Byron…, p. 374.
94. Citado en MacCarthy, Byron…, p. 268.
95. Citado en Maurois, Byron…, pp. 557-558.
96. Mark Stevens y Annalyn Swan, De Kooning; An American Master, Nueva York,
Alfred A. Knopf, 2007, p. 75.
97. Ibid., p. 116.
98. Citado en Anthony Summers y Robbyn Swan, Sinatra: The Life, Nueva York,
Vintage Books, 2005, p. 161.
99. Citado en Douglas, Jack…, p. 246.
100. People (18 de noviembre de 2008).
101. David Bret, Satan’s Angel, Londres, Robson Books, 2000, p. 253.
102. Modigliani, citado en Nigel Cawthorne, Sex Lives of the Great Artists, Londres,
Prion, 1998, p. 154.
1. Carisma. Un relámpago en la botella
1. Citado en Jurgen Hesse, «From Champion Majorette to Frank Sinatra Date»,
Vancouver Sun (31 de agosto de 1970).
2. Véase «The X-Factors of Success», Psychology Today (1 de mayo de 2005). Los
científicos apuntan que es posible «identificarlo [el carisma] en cuestión de segundos».
Véase también Mark Greer, «The Science of Savoir Faire», American Psychological
Association, 36, n.º 1 (enero de 2005).
3. Para leer un resumen de la investigación en este ámbito, véase Jessica Winter, «How
to Light Up a Room», O, The Oprah Magazine (octubre de 2010), y también
http:/cbea.nmsu.edu/~dboje/teaching/338/ charisma.htm (consulta: 18 de febrero de 2011).
4. Ernest Becker, The Denial of Death, Nueva York, Free Press Paperbacks/Simon &
Schuster, 1973, p. 136. [Hay trad. cast.: La negación de la muerte, Alicia Sánchez Millet,
trad., Barcelona, Kairós, 2003.]
5. Irvine Schiffer, Charisma: A Psychoanalytic Look at Mass Society, Nueva York, Free
Press/Macmillan, 1973, pp. 43-48.
6. Joseph Roach, It, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2007, pp. 8-12.
7. Charles Lindholm, Charisma, Cambridge (MA), Basil Blackwell, 1990, p. 158. [Hay
trad. cast.: Carisma: análisis del fenómeno carismático y su relación con la conducta
humana y los cambios sociales, Carlos Gardini, trad., Barcelona, Gedisa, 2012.]
8. «Charisma», en Adam Kuper y Jessica Kuper, eds., The Social Science Encyclopedia,
Nueva York, Routledge, 1996, www.bookrags. com/charisma (consulta: 14 de mayo de
2012).
9. Marisa Belger, «For Richer or For Poorer», en Hilary Black, ed., The Secret Currency
of Love, Nueva York, Harper, 2010, p. 31.
10. Ibid., p. 34.
11. Véase Psychology Today (1 de mayo de 2005); la joie de vivre es uno de los cinco
componentes del carisma.
12. Citado en Peter Haining, ed., The Essential Seducer, Londres, Robert Hale, 1994, p.
49.
13. Citado en Len Oakes, Prophetic Charisma: The Psychology of Revolutionary
Religious Personalities, Syracuse (NY), Syracuse University Press, 1997, p. 29.
14. Michael R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p. 96.
15. José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1943
(nueva ed.), cita extraída de la p. 96.
16. Citado en Kay Redfield Jamison, Exuberance: The Passion for Life, Nueva York,
Vintage Books, 2004, p. 210.
17. Carl Kerényi, Dionysos: Archetypal Image of Indestructible Life, Bollingen Series,
vol. 65, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1976, p. XXXVI. [Hay trad. cast.:
Dionisos: raíz de la vida indestructible, Adan Kovacksics, trad., Magda Kerényi, ed. lit.,
Barcelona, Herder, 2011.]
18. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid, Siruela,
1997 (2006, 3.ª reimp.), citas extraídas de las pp. 62 y 78.
19. Citado en Helen Handley, ed., The Lover’s Quotation Book, Nueva York, Barnes and
Noble, 2000, p. 22.
20. Geoffrey Chaucer, «The Wife of Bath’s Tale», en The Canterbury Tales, Nevill
Coghill, trad. y adap., Nueva York, Penguin, 2003, p. 259. [Hay trad. cast.: Los cuentos de
Canterbury, Pedro Guardia Massó, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1991, 2.ª ed., cita extraída
de la p. 196.]
21. Bernard Williams, «Don Juan as an Idea», en Lydia Goehr y Daniel Herwitz, eds.,
The Don Giovanni Moment, Nueva York, Columbia University Press, 2006, p. 111.
22. Theodor Fontane, EffiBriest (1895), Nueva York, Penguin, 2000, p. 77. [Hay trad.
cast.: EffiBriest, Pablo Sorozábal Serrano, trad., Madrid, Alianza, 2004.]
23. Véase, por ejemplo, Jack Travis, «el gato atractivo y grande» de la novela de Lisa
Kleypas Buenas vibraciones, cuyo cóctel erótico es una combinación de «vitalidad,
confianza y masculinidad», Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2009, p. 46. [Hay trad.
cast.: Buenas vibraciones, Ana Isabel Domínguez Palomo y María del Mar Rodríguez
Barrena, trads., Barcelona, Vergara, 2010.]
24. Charlotte Haldane, Alfred: The Passionate Life of Alfred de Musset, Nueva York,
Roy, 1960, p. 45.
25. Ibid., p. 47.
26. Margaret Nicholas, ed., The World’s Greatest Lovers, Londres, Octopus Books,
1985, p. 39.
27. Citado en William G. Hyland, George Gershwin: A New Biography, Westport (CT),
Praeger, 2003, p. 215.
28. Citado en Howard Pollack, George Gershwin: His Life and Work, Berkeley,
University of California Press, 2006, p. 205.
29. Citado en ibid., pp. 112 y 205.
30. Citado en ibid., p. 115.
31. Hyland, George Gershwin…, p. 115.
32. Citado en ibid., p. 116.
33. André Maurois, «The Art of Loving», en The Art of Living, Nueva York, Harper and
Row, 1959, p. 17. [Hay trad. cast.: Un arte de vivir, Buenos Aires, Librería Hachette,
1978.]
34. Lindholm, Charisma…, p. 20.
35. Citado en Peter Trachtenberg, The Casanova Complex: Compulsive Lovers and Their
Women, Nueva York, Poseidon Press, 1988, p. 32. [Hay trad. cast.: El complejo de
Casanova, Susana Constante Lamy, trad., Barcelona, Ediciones B, 1989.]
36. Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva York,
Touchstone/Simon & Schuster, 1988, p. 23.
37. William Gass, «Throw the Emptiness out of Your Arms: Rilke’s Doctrine of
Nonpossessive Love», en Robert C. Solomon y Kathleen M. Higgins, eds., The Philosophy
of (Erotic) Love, Lawrence, University of Kansas Press, 1991, p. 463.
38. Véase Helen Fisher, «The Drive to Love: The Neural Mechanism for Mate
Selection», en Robert J. Sternberg y Karen Weis, eds., The New Psychology of Love, New
Haven (CT), Yale University Press, 2006, p. 91.
39. Véase Elaine Hatfield, «Passionate and Compassionate Love», en Robert J.
Sternberg y Michael L. Barnes, eds., The Psychology of Love, New Haven (CT), Yale
University Press, 1988, pp. 199-205.
40. Otto, Dioniso: mito y culto…, cita extraída de la p. 60.
41. Colette, The Other One, Nueva York, New American Library, 1960, p. 130. [Hay
trad. cast.: La segunda, E. Piñas, trad., Cerdanyola, Argos Vergara, 1982.]
42. Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart Bitches’ Guide to
Romance Novels, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 2009, p. 70.
43. Ernest Newman, The Man Liszt, Nueva York, Charles Scribner’s, 1935, pp. 14 y 40.
44. Citado en Lucy Hughes-Hallett, Heroes: A History of Hero Worship, Nueva York,
Anchor Books, 2005, p. 36.
45. Plutarco, «Alcibíades», en Vidas paralelas. Alejandro-César, Pericles-Fabio
Máximo, Alcibíades-Coriolano, Emilio Crespo, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1999, pp. 357410, cita extraída de la p. 367.
46. Hughes-Hallett, Heroes…, p. 14.
47. E. F. Benson, The Life of Alcibiades, Londres, Ernest Benn, 1928, p. 109.
48. Plutarco, «Alcibíades», en Vidas paralelas…, véase la p. 388.
49. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, ed. y trad., Rochester (VT), Park Street
Press, 1994, p. 111. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià
(Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt.,
Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.]
50. Véase Janet Evanovich, Ten Big Ones, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2004,
pp. 290-291.
51. Carly Carson, «Heros in Romantic Fiction» (16 de junio de 2009),
http://fierceromance.blogspot.com; y Evanovich, Ten Big Ones…, p. 390.
52. Para leer el estudio más completo sobre el tema, véase John Money, Love and Love
Sickness: The Science of Sex: Gender Differences and Pair Bonding, Baltimore, Johns
Hopkins University Press, 1980, pp. 78100 y 118.
53. Citado en Otto Rank, The Don Juan Legend, David G. Winter, trad., Princeton (NJ),
Princeton University Press, 1975, p. 18.
54. Para obtener más información sobre los «efectos mágicos» de la indulgencia sexual y
las imágenes fálicas, véase George Ryley Scott, Phallic Worship: A History of Sex and
Sexual Rites, Londres, Senate/Random House UK, 1966, pp. 42-45.
55. Las personas que no suelan leer novelas de género romántico se sorprenderán ante la
cantidad de sexo explícito que contienen. Sarah Wendell y Candy Tan comentan este tema
en el capítulo «The Hero’s Wang of Mighty Lovin’», en Beyond Heaving Bosoms…, p. 83.
56. E. C. Sheehy, «Midnight Plane to Georgia», en Bad Boys Southern Style, Nueva
York, Brava/Kensington, 2006, p. 125.
57. Ibid., p. 167.
58. Leonard Slater, Aly: A Biography, Nueva York, Random House, 1964, p. 6. [Hay
trad. cast.: Alí Khan: príncipe divino, aventurero, diplomático y quizás el primer galán de
nuestro tiempo, Mercedes Montané, trad., Barcelona, Grijalbo, 1967.]
59. Definición de «carisma» extraída de «Fast Forces of Attraction», Psychology Today
(enero de 2008).
60. Ibid., p. 4.
61. En una entrevista dijo que la «clase», el deseo de hacer felices a las mujeres y «una
rosa en un momento especial» eran sus secretos para lograr ser un gran amante. Citado en
la reedición de una entrevista con Porfirio Rubirosa publicada en El Universal (1955):
«Porfirio Rubirosa: What Women Need», Repeating Islands (6 de junio de 2010),
http://repeatingislands.com/ 2010/ 06/ 21/porfirio-rubirosa-what-women-need.
62. Citado en Shawn Levy, The Last Playboy: The High Life of Porfirio Rubirosa,
Nueva York, HarperCollins, 2005, p. 160.
63. Citado en H. Noel Williams, The Fascinating Duc de Richelieu: Louis François
Armand du Plessis, Nueva York, Charles Scribner’s, 1910, p. 51.
64. Cliff Howe, «Duc de Richelieu», en Lovers and Libertines, Nueva York, Ace Books,
1958, p. 7.
65. Ibid., p. 9.
66. Williams, The Fascinating Duc de Richelieu…, p. 51.
67. Howe, «Duc de Richelieu», p. 7.
68. Citado en Williams, The Fascinating Duc de Richelieu…, pp. 50-51.
69. Thomas Otway, The Orphan: or, the Unhappy Marriage, Londres, W. Feales, 1735,
acto 3, escena 1.
70. Marc Shapiro, Ashton Kutcher: The Life and Loves of the King of Punk’d, Nueva
York, Pocket Books, 2004, p. 4.
71. Ibid., p. 5.
72. Citado en ibid., p. 23.
73. Se manifiesta ya en el amor de David por Jonatán en el Antiguo Testamento, II
Samuel 1:26: «estoy angustiado por ti, hermano mío, Jonatán. Me eras carísimo. Tu amor
era para mí más dulce que el amor de las mujeres».
74. Véase el comentario sobre la obra de Pentland en Winter, «How to Light Up a
Room».
75. Otto, Dioniso: mito y leyenda… Cita extraída de la p. 58.
76. Anton Chéjov, «The Lady with Lapdog», en Lady with Lapdog and Other Stories,
David Magarshack, trad., Nueva York, Penguin, 1964, p. 265. [Hay trad. cast.: La dama del
perrito y otros relatos, Madrid, Aguilar, 1995 (2.ª ed.).]
77. W. Somerset Maugham, Up at the Villa, Nueva York, Vintage Books, 1940, p. 57.
[Hay trad. cast.: Misterio de la Villa, Ana María de la Fuente Rodríguez, trad., Barcelona,
Plaza & Janés, 2000.]
78. Jennifer Crusie, Bet Me, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2004, p. 213. [Hay
trad. cast.: Una apuesta peligrosa, Enrique Alda Delgado, trad., Madrid, Punto de Lectura,
2007.]
79. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Catherine Temerson,
trad., Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 80. [Hay trad. cast.: Casanova. El
hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.]
80. Simon Sebag Montefiore, Potemkin: Catherine the Great’s Imperial Partner, Nueva
York, Vintage, 2005, p. 183.
81. Citado en Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three
Rivers Press, 2005, p. 86.
82. Citado en ibid., p. 293.
83. Citado en James Lincoln Collier, Duke Ellington, Nueva York, Macmillan/McGrawHill, 1991, p. 10.
84. Citado en John Edward Hasse, Beyond Category: The Life and Genius of Duke
Ellington, Nueva York, Da Capo Press, 1993, pp. 22 y 256.
85. Ibid., p. 257.
86. Citado en ibid.
87. Citado en ibid.
88. Citado en «The Duke», en Irving Wallace, et al., The Intimate Sex Lives of Famous
People, Nueva York, Delacorte Press, 1981, p. 262.
89. Don George, Sweet Man: The Real Duke Ellington, Nueva York, Putnam’s, 1981, p.
109.
90. «The Evolution of Homosexuality: Gender Bending. Genes That Make Some People
Gay Make Their Brothers and Sisters Fecund», Economist (23 de octubre de 2008), p. 97.
91. Véase Roach, It…, pp. 4 y 11.
92. Camille Paglia, Sexual Personae: Art and Decadence from Nefertiti to Emily
Dickinson, Nueva York, Vintage, 1990, p. 441. [Hay trad. cast.: Sexual personae: arte y
decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, Pilar Vázquez Álvarez, trad., Madrid,
Valdemar, 2006.]
93. Véase el debate sobre el tema en Andy Newman, «What Women Want (Maybe)»,
New York Times (12 de junio de 2008).
94. Véase «The Evolution of Homosexuality…», p. 97, y Lois Rogers, «Feminine Face
Is Key to a Woman’s Heart», Sunday Times, Londres (8 de diciembre de 2002).
95. Véase el debate recogido en June Singer, Androgyny: Toward a new Theory of
Sexuality, Garden City (NY), Anchor Books, 1977, pp. 29-33.
96. Citado en «Androgyny», Parabola: Myth and the Quest for Meaning, 3, n.º 4 (1997),
p. 27.
97. Citado en ibid., p. 24.
98. Alain Daniélou, Gods of Love and Ecstasy: The Traditions of Shiva, Rochester (VT),
Inner Traditions, 1992, p. 63.
99. Lo denominaban thelymorphus («hombre con apariencia de mujer»). Arthur Evans,
The God of Ecstasy: Sex Roles and the Madness of Dionysos, Nueva York, St. Martin’s
Press, 1988, p. 21.
100. Maureen Child, Turn My World Upside Down, Nueva York, St. Martin’s
Paperbacks, 2005, p. 1.
101. Benita Eisler, Byron: Child of Passion, Fool of Fame, Nueva York, Vintage Books,
1999, p. 267.
102. Citado en Jeffrey Meyers, Gary Cooper: American Hero, Nueva York, William
Morrow, 1998, p. 88. [Hay trad. cast.: Gary Cooper: el héroe americano, Gustavo Vecino,
trad., Madrid, T&B, 2011, cita extraída de la p. 99.]
103. Meyers, Gary Cooper: el héroe americano…, citas extraídas de la p. 47.
104. Citado en Meyers, Gary Cooper: el héroe americano…, cita extraída de la p. 48.
105. Citado en ibid., p. 100.
106. Citado en ibid., p. 48.
107. Citado en ibid., p. 99.
108. Rusty Rockets, «Sexual Success and the Schizoid Factor», Science a GoGo (28 de
abril de 2006), www.scienceagogo.com/news/ creativity.shtml.
109. Véase Len Oakes, quien cita a Weber a propósito del carisma: «Es creativo
[porque] en su forma pura, podría decirse que el carisma […] solo existe en el proceso de
creación». Oakes, Prophetic Charisma…, p. 27.
110. Citado en Handley, ed., Lover’s Quotation Book…, p. 23.
111. Los estudios de 2008 se llevaron a cabo en Newcastle upon Tyne y en la
Universidad Abierta. «Sex Appeal», Peterman’s Eye (7 de enero de 2009),
www.petermanseye.com/curiosities/notables-gossip/467sex-appeal.
112. Véase Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the
Evolution of Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, pp. 258-291.
113. Citado en Rockets, «Sexual Success and the Schizoid Factor».
114. Paglia, Sexual Personae…, p. 45. [Hay trad. cast.: Sexual personae: arte y
decadencia…]
115. Weston La Barre, «Shamanic Origins of Religion and Medicine», Journal of
Psychedelic Drugs, 11, n.os 1-2 (enero-junio de 1979).
116. Otto, Dioniso: mito y leyenda…, cita extraída de la p. 65.
117. Laura Jackson, Heart of Stone: The Unauthorized Life of Mick Jagger, Londres,
Blake, 1997, p. 58. [Hay trad. cast.: Insaciable: los excesos sexuales de Mick Jagger, José
Ángel Pastor Anka, trad., Valencia, La Máscara, 2000.]
118. Ibid., p. 49.
119. Citado en ibid., p. 75.
120. Todas las citas del párrafo extraídas de Marina Warner, «Lucian Freud: The
Unblinking Eye», New York Times Magazine (4 de diciembre de 1989).
121. «Lucian Freud: The Life», Independent (30 de mayo de 2002).
122. Simon Edge, «Lucian Freud the Lothario», Daily Express (6 de agosto de 2009).
123. Rowan Pelling, «A Woman of Easel Virtue», Independent (17 de abril de 2005).
124. Citado en Edge, «Lucian Freud the Lothario».
125. Oakes, Prophetic Charisma…, p. 26.
126. Cole Porter, «Don’t Fence Me In», Warner Brothers, 1944.
127. Philip Rieff escribe: «Una persona carismática es la que rompe con el orden
establecido». Philip Rieff, Charisma: The Gift of Grace, and How It Has Been Taken Away
From, Nueva York, Vintage Books, 2007, p. 160.
128. Citado en Oakes, Prophetic Charisma…, p. 26.
129. Roach, It…, p. 8.
130. Norman O. Brown, Hermes the Thief: The Evolution of a Myth, Nueva York,
Vintage Books, 1969, p. 34.
131. Eurípides, «The Bacchae», en The Bacchae and Other Plays, Philip Vellacott, trad.,
Nueva York, Penguin, 1954, p. 214. [Hay trad. cast.: Eurípides, «Bacantes», en Tragedias
III, Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca, introd. y trad., Madrid, Gredos, 1979.
Verso omitido en la traducción de García Gual y De Cuenca. En nota al pie advierten los
traductores: «Murray, siguiendo una hipótesis de Reiske, señala la falta de un verso tras el
651…». Por lo tanto, la traducción es nuestra.]
132. Knut Hamsun, Mysteries (1891), Gerry Bothmer, trad., Nueva York, Farrar, Straus
and Giroux, 2006, p. 3. [Hay trad. cast.: Misterios, K. Baggethun y R. García-Badell, trads.,
Madrid, Alfaguara, 2002.]
133. Ibid., p. 165.
134. Salman Rushdie, The Ground Beneath Her Feet, Nueva York, Picador USA/Henry
Holt, 1999, pp. 190 y 177. [Hay trad. cast.: El suelo bajo sus pies, Miguel Sáenz, trad.,
Barcelona, Plaza & Janés, 1999, citas extraídas de las pp. 236 y 221.]
135. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua,
prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo I, vol. 2, cap. 2, p. 307.]
136. Albert Camus, The Rebel: An Essay on Man in Revolt, Nueva York, Vintage, 1956,
p. 22. [Hay trad. cast.: El hombre rebelde, Josep Escué, trad., Alianza, Madrid, 2005 (2011,
8.ª reimpr.).]
137. Albert Camus, El mito de Sísifo, Esther Benítez, trad., Madrid, Alianza, 1999 (2002,
3.ª reimp.), cita extraída de la p. 98.
138. Herbert R. Lottman, Albert Camus: A Biography, Corte Madera (CA), Gingko
Press, 1997, p. 125. [Hay trad. cast.: Albert Camus, Amalia Álvarez Fraile, Francisco
Javier Muñoz Martín e Inés Ortega, trads., Madrid, Taurus, 2006.]
139. Olivier Todd, Albert Camus: A Life, Benjamin Ivry, trad., Nueva York, Carroll and
Graf, 1997, p. 413. [Hay trad. cast.: Albert Camus: una vida, Encarna Castejón, trad.,
Barcelona, Tusquets, 2002.]
140. Sara Wheeler, Too Close to the Sun: The Life and Times of Denys Finch Hatton,
Londres, Jonathan Cape, 2006, p. 203.
141. Citado en ibid., p. 32.
142. Ibid., p. 22.
143. Errol Trzebinski, Silence Will Speak, Chicago, University of Chicago Press, 1977,
p. 156.
144. Beryl Markham, West with the Night, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1942,
p. 120. [Hay trad. cast.: Al Oeste con la noche, Miguel Izquierdo Ramón, trad., Barcelona,
Libros del Asteroide, 2012.]
145. Trzebinski, Silence Will Speak…, p. 156.
146. Citado en ibid., p. 156.
147. Hillary Johnson, «The Flaw That Punctuates Perfection», Los Angeles Times (30 de
noviembre de 2001).
148. Roach, It…, p. 17.
149. Schiffer, Charisma…, p. 30.
150. Erica Jong, «The Perfect Man», en What Do Women Want, Nueva York, Jeremy P.
Tarcher/Penguin, 1998, p. 173.
151. Véase Michael J. Bader, Arousal: The Secret Logic of Sexual Fantasies, Nueva
York, Thomas Dunne Books/St. Martin’s Press, 2002, p. 140.
152. Johnson, «Flaw That Punctuates Perfection».
153. Citado en Oakes, Prophetic Charisma…, p. 26.
154. Mary Jo Putney, «Welcome to the Dark Side», en Jayne Ann Krentz, ed.,
Dangerous Men and Adventurous Women of the Romance: Romance Writers on the Appeal
of the Romance, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1992, p. 101.
155. Véase «Wounded Heroes», Listmania, www.amazon.com/ WoundedHeroes/lm/1W95CIQLARZYP (consulta: 23 de octubre de 2009).
156. Rebecca Silver, «Fearful Symmetry», en Lonnie Barach, ed., Erotic Interludes,
Nueva York, HarperPerennial, 1986, p. 225.
157. Véanse las dos novelas de Lisa Kleypas sobre Hardy Cates: Sugar Daddy, Nueva
York, St. Martin’s Paperbacks, 2007, [hay trad. cast.: Mi nombres es Liberty, Victoria
Morera, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2009], y Blue-Eyed Devil, Nueva York, St.
Martin’s Paperbacks, 2008. [Hay trad. cast.: El diablo tiene ojos azules, Albert Solè, trad.,
Barcelona, Ediciones B, 2008.]
158. Edward Craig, Routledge Encyclopedia of Philosophy: Questions to Sociobiology,
Nueva York, Routledge, 1998, p. 60.
159. Cita extraída del título del libro de Edward Douglas, Jack the Great Seducer, Nueva
York, HarperEntertainment, 2004.
160. Citado en ibid., p. 221.
161. Citado en ibid., p. 268.
162. Citado en ibid., p. 6.
163. Citado en Ann Pasternak Slater, «Introduction», en Iván Turguéniev, Fathers and
Sons, Elizabeth Cheresh Allen y Constance Garnett, eds., Nueva York, Modern Library,
2001, p. XII. [Hay trad. cast.: Padres e hijos, Víctor Andresco, trad., Barcelona, El Cobre,
2003.]
164. Avraham Yarmolinsky, Turgenev: The Man, His Art and His Age, Nueva York,
Orion Press, 1959, p. 41.
165. V. S. Pritchett, The Gentle Barbarian: The Work and Life of Turgenev, Nueva
York, Ecco Press, 1977, p. 86.
166. Citado en Yarmolinsky, Turgenev…, p. 57.
167. Schiffer, Charisma…, p. 44.
168. James A. Donovan, «Toward a Model Relating to Empathy, Charisma, and
Telepathy», en Journal of Scientific Exploration, 11, n.º 4 (1997), pp. 455 y 464. Véase
también el artículo completo en pp. 455-471.
169. Citado en Mark Greer, «The Science of Savoir Faire» (enero de 2005), y también
Carlin Flora, «The X-Factors of Success», Psychology Today (mayo-junio de 2005).
170. Becker, Denial of Death…, p. 135.
171. Rieff, Charisma…, p. 105
172. Zahavi defiende que las mujeres más valoradas escogen hombres que son sinceros
en sus promesas durante el cortejo. Para un buen resumen de su punto de vista, véanse
Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, W. H. Freeman/Times
Books/Henry Holt, 2001, pp. 221-223; y «Deceit versus Honest Signaling»,
www.animalbehavioronline.com (consulta: 14 de mayo de 2012).
Para consultar estudios en los que se afirma que el carisma no puede fingirse, véase la
obra de la investigadora Nada Gada, comentada en Greer, «Science of Savoir Faire»; y el
test de comunicación afectiva del psicólogo Howard S. Friedman, que mide el carisma.
Friedman aporta la siguiente conclusión: «Las personas verdaderamente carismáticas son
auténticas». Winter, «How to Light up a Room».
2. Carácter. Las bondades
1. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad. y
notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 41.
2. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of
Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, p. 293.
3. Jules Bertaut, Égéries du XVIIIe siècle, París, Librarie Plon, 1928, p. 147.
4. Citado en la «Introducción» de C. A. Helvétius, De L’esprit or Essays on the Mind
and Its Several Faculties, Londres, J. M. Richardson, 1809, p. VI. [Hay trad. cast.: Del
espíritu, José Manuel Bermudo Ávila, trad., Pamplona, Laetoli, 2012.]
5. Citado en Bertaut, Égéries…, p. 148.
6. Citado en ibid., p. 149.
7. Citado en Darrin M. McMahon, Happiness: A History, Nueva York, Grove Press,
2006, p. 217. [Hay trad. cast.: Una historia de la felicidad, Amado Diéguez Rodríguez,
trad., Madrid, Taurus, 2006.]
8. Para esta reflexión y el estudio sobre el tema, véase Helen Fisher, Why Him? Why
Her?, Nueva York, Henry Holt, 2010, p. 206.
9. Capellán, Libro del amor cortés…. Véanse las pp. 40-41. Escribe Andrés el Capellán:
«La belleza no atrae si carece de bondad y la integridad moral es lo único que hace que el
hombre se enriquezca con la verdadera nobleza y brille de resplandeciente belleza» (p. 41).
10. Robert Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, eds.,
Nueva York, Tudor, 1927, p. 631. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto
Manguel, prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor,
trads., Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.). Cita extraída de la p. 329.]
11. Baldassare Castiglione, The Book of the Courtier, Charles S. Singleton, trad., Garden
City (NY), Anchor Books, 1959, p. 335. [Hay trad. cast.: El cortesano, Juan Boscán, trad.,
Madrid, Alianza, 2008.]
12. Véase Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva
York, Touchstone Books/Simon & Schuster, 1989, pp. 240-246.
13. Es un tema polémico con varios estudios contradictorios. Para la preferencia
femenina por la amabilidad y la sinceridad masculinas, por el hombre bueno, véase David
M. Buss, The Evolution of Desire: Strategies of Human Mating, Nueva York, Basic
Books/HarperCollins, 1994, pp. 44-45. [Hay trad. cast.: La evolución del deseo. Estrategias
del emparejamiento humano, Celina González Serrano, trad., Alianza, Madrid, 1996 (2011,
4.ª reimp). Véanse las pp. 83-84.] Para el punto de vista contrario, véase Mason Inman,
«Bad Guys Really Do Get the Most Girls», New Scientist (18 de junio de 2008).
14. Erica Jong, «The Perfect Man», en What Do Women Want?, Nueva York, Jeremy P.
Tarcher/Penguin, 1998, p. 172.
15. Véase Edward Horgan, «Exceeding the Threshold: Why Women Prefer Bad Boys»,
Exposé:
Writing
from
the
Harvard
Community
(2011),
pp.
1-14,
expose.fas.harvard.edu/issues/issues_2011/horgan.html (consulta: 26 de enero de 2012).
16. Geoffrey Miller, «Virtues of Good Breeding», en Miller, The Mating Mind…, p. 339.
Véanse también las pp. 292-340.
17. Steven Pinker, How the Mind Works, Nueva York, W.W. Norton, 1997, p. 400. [Hay
trad. cast.: Cómo funciona la mente, Ferran Meler Ortí, trad., Barcelona, Destino, 2004
(2008, 3.ª reimp.).]
18. Norman O. Brown, Hermes the Thief: The Evolution of a Myth, Nueva York, Vintage
Books, 1947, p. 23.
19. Norma Lorre Goodrich, Medieval Myths, Nueva York, Meridian Books/Penguin,
1961, p. 186.
20. Según una encuesta reciente llevada a cabo por Orange Prize for Fiction, 1.900
mujeres votaron por «el señor Darcy como el hombre con el que preferirían tener una cita».
Cherry Potter, ««Why Do We Still Fall for Mr. Darcy?», Guardian (29 de septiembre de
2004).
21. Jane Austen, Pride and Prejudice, Nueva York, Middleton Classics, 2009, p. 317.
[Hay trad. cast.: Orgullo y prejuicio, María Antonia Ibáñez, trad., Madrid, Cátedra, 1993,
cita extraída de la p. 452.]
22. Citado en Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York,
Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 217. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de
verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.]
23. Charlotte Haldane, Alfred: The Passionate Life of Alfred de Musset, Nueva York,
Roy, 1961, p. 67.
24. Citado en Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three
Rivers Press, 2005, p. 350.
25. Peter Guralnick, Dream Boogie: The Triumph of Sam Cooke, Nueva York, Back Bay
Books, 2005, p. 229.
26. Ibid., p. 496.
27. Citado en ibid., pp. 101 y 142.
28. Ibid., p. 210.
29. Ibid., p. 195.
30. Citado en ibid., p. 619.
31. Citado en ibid., pp. 361 y 275.
32. George Gershwin, «Boy Wanted», WB Music, 1924.
33. Ovidio, Arte de amar, en Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias,
ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 446.
34. Robert Bly, Iron John: A Book about Men, Nueva York, Addison-Wesley, 1990, p.
132. [Hay trad. cast.: Iron John: una nueva visión de la masculinidad, Daniel Loks Adler,
trad., Móstoles, Gaia, 1994 (2011, 4.ª reimp.).]
35. Citado en Mark Tyrrell, «Fortune Favours the Brave (and So Does Dating)»,
Uncommon Knowledge, www.uncommon-knowledge. co.uk/dating.html (consulta: 17 de
marzo de 2011).
36. Para más información sobre el tema, véanse Wolfgang Lederer, The Fear of Women,
Nueva York, Grune and Stratton, 1968; y Karen Horney, «The Dread of Women», en
Harold Kelman, ed., Feminine Psychology, Nueva York, W.W. Norton, 1967, pp. 133-146.
37. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 418.
38. El antropólogo social Fernando Henriques afirma que uno de los objetivos de los
combates masculinos por el amor de una dama era despertar la excitación de las mujeres.
Véase Henriques, Love in Action: The Sociology of Sex, Nueva York, E. P. Dutton, 1960,
pp. 156-163.
39. Citado en Diane Wolkstein, «Inanna and Dumuzi», en The First Love Stories: From
Isis and Osiris to Tristan and Iseult, Nueva York, HarperPerennial/HarperCollins, 1991, p.
52; y «Dumuzi (Tammuz), Lord of Love and Fertility, the Divine Bridegroom»,
www.gatewaystobabylon.com/gods/lords/lordumuzi.htm (consulta: 27 de marzo de 2009).
40. Eurípides, «Bacantes», en Tragedias III, Carlos García Gual y Luis Alberto de
Cuenca, introd. y trad., Madrid, Gredos, 1979, pp. 323410, cita extraída de la p. 369.
41. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua,
prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, citas extraídas del tomo I, vol. 2, cap. 2, p. 307.
42. Citado en «Juan Belmonte», en Irving Wallace et al., The Intimate Sex Lives of
Famous People; Nueva York, Delacorte Press, 1981, p. 524. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas
de gente famosa, María Antonia Menini, trad., Barcelona, Grijalbo, 1982.]
43. Frank McLynn, Robert Louis Stevenson: A Biography, Nueva York, Random House,
1993, p. 94.
44. Ibid., pp. 97 y 101.
45. Robert Louis Stevenson, fuente desconocida, citado en «Quotations Book»,
http://quotationsbook.com/quote/14862 (consulta: 14 de mayo de 2012).
46. Robert Louis Stevenson, «On Falling in Love», en Isidor Schneider, ed., The World
of Love, Nueva York, George Braziller, 1964, vol. 2, p. 261.
47. Citado en McLynn, Robert Louis Stevenson…, p. 27.
48. Stendhal, Del amor, Consuelo Berges, trad., prólogo y notas, Madrid, Alianza, 1968
(2003), cita extraída de la p. 212.
49. Georges Bataille, El erotismo, Antoni Vicens Lorente y MariePaule Sarazin, trads.,
Barcelona, Tusquets, 1997 (2005, 4.ª ed.), cita extraída de la p. 36.
50. David Holbrook, Sex and Dehumanization in Art, Thought and Life in Our Time,
Nueva York, Pittman, 1972, p. 31.
51. Véanse Christopher Peterson, A Primer in Positive Psychology, Nueva York, Oxford
University Press, 2006, p. 145; y T. Byram Karasu, The Spirit of Happiness: Discovering
God’s Purpose in Your Life, Nueva York, Simon & Schuster, 2006, passim.
52. Erich Neumann, The Great Mother: An Analysis of the Archetype, Bollingen Series,
vol. 47, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1963, p. 97. [Hay trad. cast.: La gran
madre: una fenomenología de las creaciones femeninas de lo inconsciente, Rafael
Fernández de Maruri, trad., Madrid, Trotta, 2009.]
53. Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart Bitches’ Guide to
Romance Novels, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 2009, p. 70.
54. Véase «For the Love of God», All About Romance, www.likesbooks.
com/religion.html (consulta: 21 de marzo de 2011).
55. Citado en Ernest Newman, The Man Liszt, Nueva York, Scribner’s, 1935, p. 32.
56. Citado en ibid., p. 161.
57. Citado en Spencer Klaw, Without Sin: The Life and Death of the Oneida Community,
Nueva York, Penguin, 1993, p. 12.
58. Citado en ibid., p. 12.
59. Wallace et al., Intimate Sex Lives…, p. 553. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas…]
60. Klaw, Without Sin…, p. 12.
61. Ibid., p. 11.
62. Citado en ibid.
63. Ibid.
64. Citado en ibid., p. 36.
65. Cathleen Schine, Rameau’s Niece, Nueva York, Houghton Mifflin, 1993, p. 132.
[Hay trad. cast.: La sobrina de Rameau, Patricia Antón de Vez Ayala-Duarte, y Ana
Herrera Ferrer, trads., Barcelona, Planeta, 2001.]
66. Véase Ewen Callaway, «Nerds Rejoice: Braininess Boosts Likelihood of Sex», New
Scientist (3 de octubre de 2008).
67. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, ed. y trad., Rochester (VT), Park Street
Press, 1994, p. 45. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià
(Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt.,
Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.]
68. Ovidio, Amores. El arte de amar…, cita extraída de la p. 440.
69. Martha Nussbaum, «The Speech of Alcibiades: A Reading of Plato’s Symposium»,
en Robert C. Solomon y Kathleen M. Higgins, eds., The Philosophy of (Erotic) Love,
Lawrence, University Press of Kansas, 1991, p. 302.
70. Miller, The Mating Mind…, p. 237.
71. Brown, Hermes the Thief…, p. 23.
72. Norma Lorre Goodrich, «Chuchulain», en Medieval Myths, Nueva York, Meridian
Books, 1966, p. 183.
73. Para acceder a una lista de películas y novelas que retratan a los profesores
universitarios en relación con este tema, véase William Deresiewicz, «Love on Campus»,
American Scholar (1 de junio de 2007).
74. En el estudio de Jane A. Radway, la «inteligencia» se valora como la cualidad más
importante del héroe romántico. Véase Jane A. Radway, Reading the Romance: Women,
Patriarchy, and Popular Literature, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1984,
p. 82. Para los profesores universitarios como arquetipo erótico, véase Tami Cowden, «We
Need a Hero: A Look at Eight Hero Archetypes», All About Romance (14 de mayo de
1999), www.likesbooks.com/eight.html.
75. Nora Roberts, Vision in White, Nueva York, Berkley Books/ Penguin, 2009, p. 116.
[Hay trad. cast.: Álbum de boda, Slvia Alemany, trad., Barcelona, Círculo de Lectores,
2011.]
76. Norman Rush, Mortals, Nueva York, Vintage, 2004, p. 213.
77. Citado en Caroline Moorehead, Bertrand Russell: A Life, Nueva York, Viking, 1992,
p. 303.
78. Ibid., p. 388.
79. Citado en Miranda Seymour, Ottoline Morrell: Life on the Grand Scale, Nueva
York, Farrar, Straus and Giroux, 1992, p. 109.
80. Citado en Sybille Bedford, Aldous Huxley: A Biography, Chicago, Ivan R. Dee,
1973, p. 74.
81. Citado en ibid., p. 43.
82. Citado en ibid., p. 40.
83. Citado en Nicholas Murray, Aldous Huxley: A Biography, Nueva York, Thomas
Dunne, 2005, p. 5.
84. Citado en Bedford, Aldous Huxley…, p. 74.
85. Citado en ibid., p. 627.
86. Daniel Goleman, Social Intelligence: The New Science of Human Relationships,
Nueva York, Bantam Books, 2006, p. 190. [Hay trad. cast.: Inteligencia social: la nueva
ciencia de las relaciones humanas, David González Raga, trad., Barcelona, Kairós, 2006
(2012, 6.ª reimp.).]
87. Citado en Nick Paumgarten, «The Tycoon: The Making of Mort Zuckerman», New
Yorker (23 de julio de 2007), p. 46.
88. Ibid., p. 45.
89. Citado en ibid., p. 55.
90. Citado en ibid.
91. Brown, Hermes the Thief…, pp. 15 y 35.
92. Para consultar un resumen, véase John F. Kihlstrom y Nancy Cantor, «Social
Intelligence», socrates.berkeley.edu/~kihlstrm/social_ intelligence.htm (consulta: 24 de
marzo de 2011). Véanse también los libros de Daniel Goleman: Social Intelligence… [Hay
trad. cast.: Inteligencia social…] y Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than
IQ, Nueva York, Bantam Books, 1994. [Hay trad. cast: Inteligencia emocional, David
Gonzáles Raga y Fernando Mora Zahonero, trads., Barcelona, Kairós, 2010.]
93. Véase la entrevista a Daniel Goleman emitida por la emisora NPR, «Is Social
Intelligence More Useful Than IQ?», Neal Conan, presentador, Talk of the Nation (23 de
octubre de 2006), www.npr.org/ templates/story/story.php?storyid=6368484.
94. Véase Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, pp. 429 y 443-445.
95. Véase sobre todo The Complete Kama Sutra…, p. 319, y Andrea Hopkins, The Book
of Courtly Love: The Passionate Code of the Troubadours, Nueva York, Harper
SanFrancisco, 1994, p. 43.
96. Véase Miller, The Mating Mind…, cap. 9, pp. 292-340.
97. Finstad, Warren Beatty…, p. 38.
98. Havelock Ellis, «Art of Love», en Studies in the Psychology of Sex, Nueva York,
Random House, 1936, vol. 2, p. 544.
99. José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1943
(nueva ed.), cita extraída de la p. 98.
100. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 414.
101. Jennifer Crusie, Bet Me, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2004, p. 168. [Hay
trad. cast.: Una apuesta peligrosa, Enrique Alda Delgado, trad., Madrid, Punto de Lectura,
2007.]
102. Milan Kundera, The Unbearable Lightness of Being, Nueva York, Perennial
Classics/HarperCollins, 1984, p. 20. [Hay trad. cast.: La insoportable levedad del ser,
Fernando de Valenzuela Villaverde, trad., Barcelona, Tusquets, 2008.]
103. «David Niven», Answers, www.answers.com/topic/david-niven ?print=true
(consulta: 31 de octubre de 2008).
104. «Sir Walter Raleigh (1552-1618)», Luminarium: Anthology of English Literature,
www.luminarium.org/renlit/raleghbio.htm (consulta: 31 de octubre de 2008).
105. Robert Lacey, Sir Walter Ralegh, Londres, Phoenix Press, 1973, p. 43.
106. Raoul Auernheimer, Prince Metternich Statesman and Lover, Binghamton (NY),
Alliance Books, 1940, p. 214.
107. Citado en ibid., p. 214.
108. Citado en ibid., p. 19.
109. Margaret Nicholas, ed., «Metternich», en The World’s Greatest Lovers, Londres,
Octopus Books, 1985, p. 50.
110. Ibid., p. 50.
111. Ibid., p. 52.
112. Ibid., p. 50.
113. Auernheimer, Prince Metternich…, p. 25.
114. Desmond Seward, Metternich: The First European, Nueva York, Viking, 1991, p.
140.
115. «Modern History Sourcebook: Prince Klemens von Metternich: Political
Confession
of
Faith,
1820»,
Fordham
University,
www.
fordham.edu/halsall/mod/1820metternich.html (consulta: 7 de febrero de 2009).
116. Auernheimer, Prince Metternich…, p. 224.
117. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, J.
Walker McSpadden, ed., Filadelfia, Avil, 1901, p. 62. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.]
118. Woody Allen, dir., Vicky Cristina Barcelona, Weinstein Company, 2008.
119. «Enjuta» (spandrel ) es el término acuñado por Stephen Jay Gould y Richard
Lewontin. Véase Paul Bloom, How Pleasure Works: The New Science of Why We Like
What We Like, Nueva York, W.W. Norton, 2010, p. XIII.
120. Michael R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p. 69.
121. Frankie Goes to Hollywood, «The Power of Love», www. elyrics.net/read/f/frankiegoes-to-hollywood-lyrics/the-power-of-lovelyrics.html (consulta: 14 de mayo de 2012).
122. Véase Miller, The Mating Mind…, pp. 148-176. Con la expresión «hembras con
criterio del placer» Miller se refiere a las hembras que podían permitirse elegir pareja para
procrear basándose en el placer. Véase ibid., p. 149.
123. Los neomarxistas de la década de 1960 Herbert Marcuse y Norman O. Brown
defendían una civilización no represiva que reinstaurase los principios eróticos del disfrute,
el juego, el placer y la satisfacción dentro del principio de realidad. Véanse sobre todo Eros
and Civilization: A Philosophical Inquiry into Freud, Boston, Beacon, 1955; y Norman O.
Brown, Life against Death: The Psychoanalytical Meaning of History, Middletown (CT),
Wesleyan University Press, 1959.
124. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid,
Siruela, 1997 (2006, 3.ª reimp.), cita extraída de la p. 47.
125. Ibid., p. 74.
126. Alain Daniélou, Shiva and Dionysus, Nueva York, Inner Traditions International,
1984, p. 57. [Hay trad. cast.: Shiva y Dionisos: la religión de la naturaleza y del Eros,
Manuel Serrat Crespo, trad., Barcelona, Kairós, 1987 (2006, 3.ª reimp.).]
127. Citado en Daniel Bergner, «What Do Women Want», New York Times Magazine
(25 de enero de 2009).
128. Para el tema de la angustia y la ansiedad, véase Cindy M. Meston y David Buss,
Why Women Have Sex: Understanding Sexual Motivations: Women Reveal the Truth about
Their Sex Lives, From Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva York,
Times Books/Henry Holt, 2009, p. 45. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos
de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] Para
la descripción de los sentidos más despiertos en las mujeres, véase también Helen Fisher,
The First Sex: The Natural Talents of Women and How They Are Changing the World,
Nueva York, Ballantine Books, 1999, pp. 85-91. [Hay trad. cast.: El primer sexo. Las
capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo, Eva Rodríguez
Halffter y Pilar Vázquez, trads., Buenos Aires/México/Bogota/Madrid, Taurus, 2000,
véanse las pp. 124-130.] Para el tema de cómo afecta el estado de ánimo a la sexualidad
femenina y la importancia de los cinco sentidos, véase asimismo Natalie Angier, Woman:
An Intimate Geography, Nueva York, Anchor Books, 1999, pp. 75-78 y 346-351. [Hay
trad. cast.: Mujer. Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011,
véanse las pp. 98-99 y 375-379.]
129. Véase Eloisa James, Pleasure for Pleasure, Nueva York, Avon Books, 2006, pp. 43
y 286-302. [Hay trad. cast.: Placer por placer, Madrid, Suma de Letras, 2007.]
130. Véase Mary Gordon, Spending: A Utopian Divertimento, Nueva York, Simon &
Schuster, 1998.
131. The Complete Kama Sutra…, p. 65.
132. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 417.
133. Balzac, Physiology of Marriage…, p. 68. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio…]
134. Casanova, Historia de mi vida…, cita extraída del tomo I, vol. 4., cap. 2., p. 870.
135. Citado en Shawn Levy, The Last Playboy: The High Life of Porfirio Rubirosa,
Nueva York, HarperCollins, 2005, p. 304.
136. William Grimes, «A Jet-Set Don Juan, Right Up to the Final Exit», New York Times
(16 de septiembre de 2005).
137. Citado en Levy, The Last Playboy…, p. 126.
138. Citado en ibid., p. 178.
139. Citado en ibid., p. 19.
140. Tim Harris, Restoration: Charles II and His Kingdoms, Nueva York, Penguin,
2005, p. 46.
141. Stephen Coote, Royal Survivor: A Life of Charles II, Londres, Sceptre, 1999, p. 46.
142. «“The French Mistress”: The Interview», The Word Wenches,
wordwenches.typepad.com/word_wenches/2009/07/fre.html (consulta: 14 de mayo de
2012).
143. Véanse John Tierney, «Carpe Diem? Maybe Tomorrow», New York Times (29 de
diciembre de 2009); y Lauren Sandler, «The American Nightmare», Psychology Today
(marzo-abril de 2011).
144. Jeremy Leven, dir., Don Juan DeMarco, New Line Cinema, American Zoetrope y
Outlaw Productions, 1995.
145. Walt Whitman, «Song of Myself», en Leaves of Grass, Boston, Small, Maynard,
1904, sec. 51, v. 78. [Hay trad. cast.: «Canto a mí mismo», en Hojas de hierba, Jorge Luis
Borges, trad., Barcelona, Lumen, 1972, cita extraída de la sec. 51, v. 78, p. 105.]
146. Steven Millhauser, «An Adventure of Don Juan», en The King in the Tree, Nueva
York, Vintage Books, 2003, p. 79.
147. Ibid., p. 69.
148. Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Juan Valmar, trad., Buenos Aires, Losada, 2008,
citas extraídas de las pp. 508-509.
149. Véase W. Keith Campbell, Craig A. Foster y Eli Finkle, «Does Self-Love Lead to
Love for Others? A Story of Narcissistic Game Playing», Journal of Personality and Social
Psychology, 83, n.º 2 (2002), p. 343. Estos investigadores advierten que los «individuos
con una autoestima alta [las personas más realizadas] experimentan el amor de forma más
pasional que los individuos con poca autoestima».
150. Paráfrasis de Nietzsche extraída de su obra Así habló Zarathustra: «Amo a aquel
cuya alma está […] rebosante», en The Portable Nietzsche, Nueva York, Penguin Books,
1968, p. 128.
151. Véase John Marshall Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the
Sexes Still See Love and Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University
Press, 1998, p. 150.
152. Ethel S. Person, Feeling Strong: The Achievement of Authentic Power, Nueva York,
William Morrow/HarperCollins, 2002, p. XVII.
153. Citado en Maureen Dowd, «The Carla Effect», New York Times (22 de junio de
2008).
154. Miller, The Mating Mind…, pp. 211 y 213. Miller explica el atractivo del intelecto a
partir de una teoría de la mente como ornamento; véase la p. 153.
155. Otto, Dioniso: mito y leyenda…, citas extraídas de la p. 43; y Carl Kerenyi,
Dionysus. Archetypal Image of Indestructible Life, Bollingen Series, vol. 65, Ralph
Manheim, trad., Princeton (NJ), Princeton University Press, 176, p. XXXIV. [Hay trad.
cast.: Dionisos: raíz de la vida indestructible, Adan Kovacksics, trad., Barcelona, Herder,
2011.]
156. Alice Munro, «Passion», en Runaway, Nueva York, Vintage Books/Random House,
2004, pp. 174 y 168. [Hay trad. cast.: Escapada, Carmen Aguilar, trad., Barcelona, RBA,
2009.]
157. Jennifer Crusie, The Cinderella Deal, Nueva York, Bantam Books, 2010, p. 208.
158. Georgina Masson, Courtesans of the Italian Renaissance, Nueva York, St. Martin’s
Press, 1975, p. 65.
159. Carl Jung, Aspects of the Feminine, Bollingen Series, vol. 20, R. F. C. Hull, trad.,
Princeton (NJ), Princeton University Press, 1983, p. 47.
160. Walter Isaacson, Benjamin Franklin: An American Life, Nueva York, Simon &
Schuster, 2003, p. 2.
161. Claude-Anne Lopez, «Why He Was a Babe-Magnet», Time (7 de julio de 2003), p.
64. Véase también Isaacson, Benjamin Franklin…, a propósito del tema de su «deseo
sexual» y su papel de seductor, pp. 68-72.
162. Citado en Isaacson, Benjamin Franklin…, p. 362.
163. Citado en Carl van Doren, Benjamin Franklin, Nueva York, Viking, 1938, p. 651.
164. Citado en Sydney George Fisher, The True Benjamin Franklin, Filadelfia,
Lippincott, 1899, p. 329.
165. Citado en ibid.
166. Booker T. Washington, de «Quotes on Character from Various Sources», Character
Above All, PBS, www.pbs.org/newshour/character/ quotes/ (consulta: 2 de febrero de
2012).
167. Casanova, Historia de mi vida…, tomo I, vol. 1, prefacio, p. 9.
168. Ibid., tomo II, vol. 9, cap. 4, p. 2.259, y tomo I, vol. 1, prefacio, p. 7.
169. Judith Summers, Casanova’s Women: The Great Seducer and the Women He
Loved, Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 2. [Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova: el
gran seductor y las mujeres que amó, Ernesto Junquera, trad., Madrid, Siruela, 2007.]
170. Citado en Catherine: Empress of All the Russias, Nueva York, William Morow,
1978, p. 197.
171. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 440.
172. Citado en Morton M. Hunt, The Natural History of Love, Nueva York, Alfred A.
Knopf, 1959, p. 32.
173. Ellis, «Art of Love», pp. 530-531.
174. Solomon, About Love…, p. 23.
175. Miller, The Mating Mind…, p. 149.
176. Jean Baudrillard, De la seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981
(2008, 12.ª ed.), cita extraída de la p. 169.
3. Echar el lazo al amor. Los sentidos
1. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, ed. J.
Walker McSpadden, Filadelfia, Avil, 1901, p. 61. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.]
2. Citado en Morton H. Hunt, The Natural History of Love, Nueva York, Aldred A.
Knopf, 1959, p. 256. La cita completa procede del conde de Buffon: «No hay nada bueno
en el amor salvo la parte física».
3. Jean Baudrillard, De la seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981
(2008, 12.ª ed.), cita extraída de la p. 16.
4. Véase la encuesta de Esquire realizada a 10.000 mujeres, en «The Esquire Survey of
the American Woman», Esquire (mayo de 2010), p. 77; así como una encuesta que estudió
tres sitios web de contactos: Date.com, Matchmaker.com, and Amor.com, en 2009. Véase
http://
entertainmentrundown.com/8573/top-celebrities-people-would-havesex-with-ifthey-had-a-pass (consulta: 19 de abril de 2011).
5. www.youtube.com/user/laudepp/26x-1/15/10.
6. Citado en Brian J. Robb, Johnny Depp: A Modern Rebel, Londres, Plexus, 2006, p.
196.
7. Citado en «Johnny Depp, Sexiest Man Alive», People (30 de noviembre de 2009), p.
80. Missi Pyle fue la coprotagonista en Charlie y la fábrica de chocolate, y Leelee Sobieski
en la película biográfica de John Dillinger Enemigos públicos.
8. Chuck Berry, «Brown Eyed Handsome Man», Chess Records, 1956.
9. Citado en Simon Sebag Montefiore, Potemkin: Catherine the Great’s Imperial
Partner, Nueva York, Vintage Books/Random House, 2000, p. 110.
10. Véase la investigación de Jim Dryden para la Facultad de Medicina de la
Universidad de Washington, «Erotic Images Elicit Strong Response from the Brain»,
Newsroom, Universidad de Washington en Saint Louis (8 de junio de 2006),
http://mednews.wustl.edu/tips/page/ normal/7319.html.
11. Para las características de la vision femenina, véase Helen Fisher, The First Sex: The
Natural Talents of Women and How They Are Changing the World, Nueva York,
Ballantine, 1999, p. 90. [Hay trad. cast.: El primer sexo. Las capacidades innatas de las
mujeres y cómo están cambiando el mundo, Eva Rodríguez Halffter y Pilar Vázquez,
trads., Buenos Aires/México/Bogotá/Madrid, Taurus, 2000, véanse las pp. 130131.] Para el
estudio sobre la dilatación de la pupila y el cuello del útero, véase Diane Ackerman, A
Natural History of the Senses, Nueva York, Vintage/Random House, 1990, p. 27.
12. Véase el estudio de Judy Dutton, Secrets from the Sex Lab, Nueva York, Broadway
Books, 2009, p. 35.
13. Véase ibid., pp. 41 y 34-35.
14. Leslie Wainger, Writing a Romance Novel for Dummies, Hoboken (NJ), Wiley,
2004, p. 65, así como Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart
Bitches’ Guide to Romance Novels, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 2009,
p. 83. Se enumeran los requisitos de la belleza masculina en las pp. 83-95.
15. Nancy Friday, My Secret Garden, Nueva York, Pocket Books, 1973, p. 214. [Hay
trad. cast.: Mi jardín secreto, J. Ferrer Aleu, trad., Barcelona, Ediciones B, 1993.]
16. Robert Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, ed.,
Nueva York, Tudor, 1927, p. 687. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto
Manguel, prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor,
trads., Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.).]
17. Para los dos estudios experimentales sobre el atuendo, véase John Marshall
Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the Sexes Still See Love and
Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pp. 63 y 71.
18. En un estudio, las mujeres puntuaron el olor corporal como la percepción sensorial
más importante. Cindy M. Meston y David M. Buss, Why Women Have Sex: Women
Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to Revenge (and Everything in
Between), Nueva York, St. Martin’s Griffin, 2009, pp. 5-9. [Hay trad. cast.: Why Women
Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona,
Ediciones B, 2010.]
19. François Boucher, 20,000 Years of Fashion, Nueva York, Harry N. Abrams, 1987, p.
22.
20. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of
Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, p. 271.
21. Homero, Odisea, Manuel Fernández Galeano, trad., Madrid, Biblioteca Clásica
Gredos, 1982, canto XXIII, vv. 156-157.
22. Cliffe Howe, Lovers and Libertines, Nueva York, Ace Books, 1958, p. 75.
23. Benita Eisler, Byron: Child of Passion, Fool of Fame, Nueva York, Vintage/Random
House, 1999, p. 156.
24. Claire Clairmont citada en John Clubbe, Byron, Sully, and the Power of Portraiture,
Burlington (VT), Ashgate, 2005, p. 33.
25. Julio César tenía una «constitución enclenque y era pálido», con la cara «demasiado
llena». Adrian Goldsworth, Caesar: Life of a Colossus, New Haven (CT), Yale University
Press, 2006, pp. 61-62.
26. Citado en Cayo Suetonio Tranquilo, The Twelve Caesars, Robert Graves, trad.,
Harmondsworth (GB), Penguin, 1960, p. 31. [Hay trad. cast.: Vida de los doce Césares,
Alfonso Cuatrecasas, trad., Barcelona, Espasa, 2003 (2006, 2.ª reimp.).]
27. Para obtener más información sobre el alcance de la influencia de Cleopatra, véase la
obra del historiador Michael Grant, Cleopatra, Nueva York, Barnes and Noble, 1972, pp.
88-91.
28. Paul Janka, experto en seducción, famoso de la televisión y autor de Attraction
Formula, email, «Affects of a “Rock Star Look”» (29 de abril de 2009),
http://webmail.aol.com/42679/aol/en-us/mail/Print Message.aspx.
29. «On the Street», «Dash», Sunday Styles (suplemento), New York Times (2 de febrero
de 2010).
30. Nicholas Sparks, The Notebook, Nueva York, Warner Books, 1996, p. 33. [Hay trad.
cast.: El cuaderno de Noah, María Eugenia Ciocchini Suárez, trad., Barcelona, Salamandra,
2000 (2002, 2.ª ed.).]
31. Roland Barthes, A Lover’s Discourse: Fragments, Nueva York, Hill and
Wang/Farrar, Straus and Giroux, 1978, p. 92. [Hay trad. cast.: Fragmentos de un discurso
amoroso, Eduardo Molina, trad., Madrid, Siglo XXI, 2007.]
32. Jeff Turrentine, «The Pull of Place», reseña de Martha McPhee, L’America, New
York Times Book Review (4 de junio de 2008), p. 8. Los emplazamientos descritos se
refieren al despacho de Herbert Beerbohm Tree, a la escena de Casanova con Lucrezia en
un banco de piedra de un laberinto de setos, y a la mansión de Bob Evans en Hollywood,
mencionados en Edward Douglas, Jack: The Great Seducer, Nueva York,
HarperEntertainment/HarperCollins, 2004, p. 248.
33. El espacio puede tener efectos psicoactivos en el cerebro y guiar nuestro
comportamiento hasta un punto inimaginable. Véase sobre todo Gaston Bachelard, The
Poetics of Space, Boston, Beacon Press, 1964, p. 6. [Hay trad. cast.: La poética del espacio,
Ernestina de Champourcin, trad., Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 1993
(2000).]
34. Richard Dawkins, The Selfish Gene, Nueva York, Oxford University Press, 1989, p.
153. [Hay trad. cast.: El gen egoísta, Juana Robles Suárez y José Manuel Tola Alonso,
trads., Barcelona, Salvat, 1993 (2000), cita extraída de la p. 201.]
35. Miller, The Mating Mind…, p. 271.
36. Véase Andrew Trees, Decoding Love, Nueva York, Avery/Penguin, 2009, p. 10. Los
estudios demuestran que el hechizo de un lugar determinado puede potenciar el atractivo
sexual de una persona, p. 12.
37. Cynthia Mervis Watson, Love Potions: A Guide to Aphrodisiacs and Sexual
Pleasures, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Perigee, 1993, p. 19.
38. Arthur Evans, The God of Ecstasy: Sex Roles and the Madness of Dionysos, Nueva
York, St. Martin’s Press, 1988, p. 59.
39. Erich Neumann, Amor and Psyche: The Psychic Development of the Feminine: A
Commentary of the Tale by Apuleius, Bollingen Series, vol. 54, Princeton (NJ), Princeton
University Press, 1956, p. 9.
40. John Milton, Paradise Lost, Gordon Teskey, ed., Nueva York, W.W. Norton, 2005,
libro 4, ll. 690 y 693. [Hay trad. cast.: El paraíso perdido, Esteban Pujals, ed. y trad.,
Madrid, Cátedra, 1996, cita extraída de la p. 207.]
41. Gustave Flaubert, Madame Bovary, Germán Palacios, ed. y trad., Madrid, Cátedra,
1993, 5.ª ed., cita extraída de las pp. 328-329.
42. Patricia Gaffney, To Love and To Cherish, Nueva York, New American Library,
1995, p. 215. [Hay trad. cast.: Lealtades enfrentadas, Susana Camps Perarnau, trad.,
Barcelona, Plaza & Janés, s.f.]
43. Philippe Jullian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1972, p. 63.
44. Gabriele D’Annunzio, The Child of Pleasure, Boston, Page, 1898, p. 193.
45. Tom Antongini, D’Annunzio, Boston, Little, Brown, 1938, p. 71.
46. Dutton, Secrets from the Sex Lab…, p. 46.
47. Citado en Jullian, D’Annunzio…, p. 243.
48. D. H. Lawrence, Lady Chatterley’s Lover and A Propos of «Lady Chatterley’s
Lover» (1928), Michael Squires, ed., Nueva York, Penguin, 2006, p. 166. [Hay trad. cast.:
El amante de lady Chatterley, Andrés Bosch Vilalta, trad., Barcelona, Planeta, 1999.]
49. Meryle Secrest, Frank Lloyd Wright: A Biography, Chicago, University of Chicago
Press, 1992, p. 314.
50. Nancy Horan, Loving Frank, Nueva York, Ballantine Books, 2007, p. 4. [Hay trad.
cast.: Amar a Frank, Ezequiel Martínez Llorente, trad., Madrid, Alfaguara, 2009.]
51. Ada Louise Huxtable, Frank Lloyd Wright: A Life, Nueva York, Penguin, 2004, p.
66.
52. Aunque Taliesin no es una encarnación reconocida oficialmente, su muerte y renacer
mediante el agua, un motivo clásico de los dioses de la fertilidad, indica su afinidad con
ellos.
53. Citado en Secrest, Frank Lloyd Wright…, p. 240.
54. Citado en Huxley, Frank Lloyd Wright…, p. 143.
55. Roger Friedland y Harold Zellman, The Fellowship: The Untold Story of Frank
Lloyd Wright and the Taliesin Fellowship, Nueva York, HarperCollins, 2006, p. 435.
56. Richard Rodgers y Lorenz Hart, «My Romance», en The Rodgers and Hart
Songbook, Nueva York, Simon & Schuster, 1951, p. 151.
57. Citado en David Givens, Love Signals, Nueva York, St. Martin’s Press, 2005, p. 175.
[Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción, Jorge Rizo Tortuero, trad., Barcelona, RBA,
2008.]
58. Burton, The Anatomy of Melancholy…, p. 699. [Hay trad. cast.: Anatomía de la
melancolía… Fragmento no recogido en la selección de Manguel. La traducción es
nuestra.]
59. Robert Jourdain, Music, the Brain, and Ecstasy: How Music Captures Our
Imagination, Nueva York, Avon Books, 1997, p. 328.
60. Para obtener información sobre el sentido del oído más agudizado en las mujeres,
véase Fisher, The First Sex…, pp. 86-87. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, véanse las pp.
126-127.] Louann Brizendine analiza la capacidad femenina de percibir un rango más
amplio de tonos emocionales, en The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006,
p. 17. [Hay trad. cast: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona, RBA, 2007,
véase la p. 27.]
61. Citado en Givens, Love Signals…, p. 175. [Hay trad. cast.: El lenguaje del amor…]
62. William Shakespeare, Twelfth Night or What You Will, Charles T. Prouty, ed.,
Baltimore, Penguin, 1958, acto I, escena 1. [Hay trad. cast.: Noche de Reyes, Manuel Ángel
Conejero y Jenaro Talens, trads., Madrid, Cátedra, 1991, cita extraída del acto I, escena 1,
verso 1.]
63. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, ed. y trad., Rochester (VT), Park Street
Press, 1994, p. 11. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià
(Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt.,
Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.]
64. Ibid., p. 48.
65. Wendy Buonaventura, Serpent of the Nile: Women and Dance in the Arab World,
Nueva York, Interlink Books, 1994, p. 183.
66. Jourdain, Music, the Brain, and Ecstasy…, p. XII.
67. Oliver Sacks, Musicophilia: Tales of Music and the Brain, Nueva York, Vintage
Books, 2007, p. 52. [Hay trad. cast.: Musicofilia: relatos de la música y el cerebro, Damià
Alou, trad., Barcelona, Anagrama, 2009 (2010, 3.ª reimp.).]
68. Véase Daniel J. Levitin, This Is Your Brain on Music, Nueva York, Plume, 2006, pp.
85-87 y 248-249. [Hay trad. cast.: Tu cerebro y la música, José Manuel Álvarez Flórez,
trad., Barcelona, RBA, 2008.]
69. Para la explicación de Darwin, véase ibid., p. 251.
70. Miller, The Mating Mind…, p. 276.
71. Para obtener información sobre el origen sagrado de la música, véanse Jourdain,
Music, the Brain, and Ecstasy, pp. 305, 307; y Geoffrey Miller, «Evolution of Human
Music through Sexual Selection», en Nils L. Wallin, Björn Merker y Steven Brown, eds.,
The Origins of Music, Cambridge (MA), MIT Press, 2000, p. 353.
72. Doris Lessing, Love, Again, Nueva York, HarperPerennial, 1997, p. 241. [Hay trad.
cast.: De nuevo, el amor, Marta Pessarrodona, trad., Barcelona, Planeta, 2000.]
73. Véase Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, Times
Books/Henry Holt, 2001, pp. 245-247; y Ackerman, Natural History of the Senses…, p.
179.
74. Véase Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three Rivers
Press, 2005, p. 209.
75. Citado en Nigel Cawthorne, Sex Lives of the Great Composers; Londres, Prion,
2004, p. 93.
76. La pianista Amy Fay, citada en ibid., p. 97.
77. Kate Botting y Douglas Botting, Sex Appeal: The Art and Science of Sexual
Attraction, Nueva York, St. Martin’s Press, 1996, p. 110.
78. La mujer «notó que la electricidad [la] recorría de la cabeza a los pies». Véase
Abram Chasins, Leopold Stokowski: A Profile, Nueva York, Hawthorne Books, 1979, p.
255.
79. Ibid., p. XIII.
80. Citado en Burton, Anatomy of Melancholy…, p. 699. [Hay trad. cast.: Anatomía de la
melancolía…]
81. George Eliot, The Mill on the Floss (1860), Gordon S. Haight, ed., Boston, Houghton
Mifflin, 1961, pp. 365 y 335. [Hay trad. cast.: El molino del Floss, Carmen Francí Ventosa,
trad., Barcelona, Alba, 2003.]
82. Anthony Summers y Robbyn Swan, Sinatra: The Life, Nueva York, Vintage Books,
2005, p. 52.
83. Kitty Kelley, His Way: The Unauthorized Biography of Frank Sinatra, Nueva York,
Bantam Books, 1986, p. 37. [Hay trad. cast.: A su manera: biografía no autorizada de
Frank Sinatra, Barcelona, Plaza & Janés, 1987.]
84. John Lahr, Sinatra: The Artist and the Man, Nueva York, Phoenix
Paperback/Random House, 1997, p. 16.
85. Citado en Summers y Swan, Sinatra…, p. 33.
86. Ibid., p. 122.
87. Citado en Lahr, Sinatra…, p. 38.
88. Ovidio, Arte de amar, en Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias,
ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 417.
89. Burton, Anatomy of Melancholy…, p. 757. [Hay trad. cast.: Anatomía de la
melancolía…]
90. Daddy DJ, «Let Your Body Talk», Radikal Records, 2003.
91. Theodoor Hendrik van de Velde, Ideal Marriage: Its Physiology and Technique,
Stella Browne, trad., Nueva York, Random House, 1930, p. 39. [Hay trad. cast.: El
matrimonio ideal, Barcelona, Bruguera, 1968.]
92. The Complete Kama Sutra…, p. 114.
93. Véanse Fisher, First Sex…, pp. XVII, 91-93. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, pp.
15 y 132-135.] Brizendine, The Female Brain…, pp. 120-123. [Hay trad. cast.: El cerebro
femenino…, véanse las pp. 142145.] Para saber más sobre la influencia de la comunicación
no verbal, véase el artículo clásico de David B. Givens «The Nonverbal Basis of
Attraction: Flirtation, Courtship, and Seduction», Psychiatry, 41 (noviembre de 1978), pp.
346-359.
94. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 416.
95. Martin Lloyd-Elliott, Secrets of Sexual Body Language, Berkeley (CA), Ulysses
Press, 2005, p. 70. Véase Michael R. Cunningham et al., «What Do Women Want? Facial
Metric Assessment of Multiple Motives in the Perception of Male Facial Physical
Attractiveness», Journal of Personality and Social Psychology 59, n.º 1 (julio de 1990), pp.
61-72.
96. Véase Lloyd-Elliott, Secrets of Sexual Body Language…, p. 10.
97. Baudrillard, De la seducción…, p. 75.
98. Véase Hans Licht, Sexual Life in Ancient Greece, Londres, Abbey Library, 1932, p.
309. [Hay trad. cast.: La vida sexual de la Antigua Grecia, Dolores Sánchez de Aleu, trad.,
Madrid, Quatto Ediciones, 1976.]
99. E. C. Sheedy, «Midnight Plane to Georgia», en Bad Boys Southern Style, Nueva
York, Brava Books/Kensington, 2006, p. 125. Véase Givens, Love Signals…, pp. 54 y 82.
[Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción…]
100. Se refiere a mirar a alguien «de manera tan lujuriosa» que la persona siente «que
podría estar haciéndolo». Urban Dictionary, Aaron Peckam, ed., Kansas City (MO),
Andrews McMeel, 2005, p. 123.
101. Givens, Love Signals…, p. 124. [Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción…]
102. Ibid., p. 26.
103. Citado en Henry Dwight Sedgwick, Alfred de Musset, Indianapolis, Bobbs-Merrill,
1931, p. 51. Sarah Wendell y Candy Tan escriben que los labios del galán son
invariablemente «¡Sensuales! ¡Apetitosos! ¡Carnosos!». Véase el análisis en Beyond
Heaving Bosoms…, p. 89.
104. Susan Elizabeth Phillips, Fancy Pants, Nueva York, Pocket Books/Simon &
Schuster, 1989, pp. 48 y 121. [Hay trad. cast.: Una chica a la moda, Daniel Hernández
Chambers, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2012.]
105. Givens, Love Signals…, p. 126. [Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción…]
106. Para la respuesta refleja a una sonrisa, véase Lloyd-Elliot, Secrets of Sexual Body
Language…, p. 89, y Gordon R. Wainwright, Body Language, Nueva York,
NTC/Contemporary, 1985, p. 31.
107. Citado en Finstad, Warren Beatty…, p. 164.
108. Margaret Nicholas, ed., The World’s Greatest Lovers, Londres, Octopus Books,
1985, p. 87.
109. Citado en Madeleine Bingham, The Great Lover: The Life and Art of Herbert
Beerbohm Tree, Nueva York, Atheneum, 1979, p. 93.
110. Véase el estudio sobre el tema del psicólogo Paul Ekman, en Emotions Revealed:
Recognizing Faces and Feelings to Improve Communication and Emotional Life,
NuevaYork, Henry Holt, 2003, pp. 221-223, passim.
111. Bingham, The Great Lover…, p. 37.
112. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 17-19. [Hay trad. cast.: Why
Women Have Sex: los secretos…]
113. Margaret Mitchell, Gone with the Wind (1936), Nueva York, Avon, 1973, p. 179.
[Hay trad. cast.: Lo que el viento se llevó, Juan G. de Luaces y Julio Gómez de la Serna,
trads., Madrid, Punto de Lectura, 2002.]
114. Mijaíl Lérmontov, A Hero of Our Time (1839), Nueva York, Modern Library, 2004,
p. 49. [Hay trad. cast.: Un héroe de nuestro tiempo, Benjamin Alcalde, trad., Barcelona, La
Gaya Ciencia, 1981.]
115. Citado en Botting y Botting, Sex Appeal…, p. 104.
116. Citado en Shawn Levy, The Last Playboy: The High Life of Porfirio Rubirosa,
Nueva York, HarperCollins, 2005, p. 168.
117. Lord Byron, Don Juan, Londres, Hamblin, 1828, vol. 2, canto 38, p. 279. [Hay trad.
cast.: Don Juan, Juan V. Martínez Luciano, ed. lit., Pedro Ugalde, trad., Madrid, Cátedra,
1994.]
118. Citado en Levy, The Last Playboy…, p. 224.
119. Alok Jha, «It’s True, Dancing Does Lead to Sex», Sydney Morning Herald (23 de
diciembre de 2005), y Nic Fleming, «Good Dancers Make the Fittest Mates», New Scientist
(2 de julio de 2009).
120. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 17-18. [Hay trad. cast.: Why
Women Have Sex: los secretos…]
121. Gail Arias, «Dance Survey: What Women Want from Men!»,
www.dancedancedance.com/whtwomen.htm (consulta: 1 de enero de 2010).
122. Véase Havelock Ellis, «Analysis of the Sexual Impulse», Studies in the Psychology
of Sex, Nueva York, Random House, 1936, pp. 3132 y 25.
123. Véase un resumen de la labor de la Universidad Rutgers sobre la relación entre la
destreza para bailar y la aptitud como pareja de cópula: «Rutgers Researchers Scientifically
Link Dancing Ability to Mate Quality», Bio-Medicine, http://news.biomedicine.org/biology-news/
Rutgers-researchers-scientifically-link-dancing-ability-tomate-quality-1904-1/ (consulta: 30 de marzo de 2009).
124. Miller, The Mating Mind…, p. 407.
125. Véase Curs Sachs, World History of the Dance, Nueva York, W.W. Norton, 1963,
p. 3.
126. Citado en Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad.,
Madrid, Siruela, 1997, p. 65.
127. Sachs, World History of the Dance…, p. 96.
128. Lisa Kleypas, Sugar Daddy, Nueva York, St. Martin’s Press, 2007, p. 135. [Hay
trad. cast.: Mi nombres es Liberty, Victoria Morera, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2009.]
129. Bloguera «Susan», Romance Bandits (23 de marzo de 2011),
http://romancebandits.blogspot.com/2011/03/isnt-it-romantic.html.
130. Citado en H. Noel Williams, The Fascinating duc de Richelieu: Louis Francois
Armand du Plessis, Nueva York, Charles Scribner’s, 1910, p. 1.
131. Reseña de Barbara Aria, Misha! The Mikhail Baryshnikov Story, Publishers’
Weekly (marzo de 1989).
132.
«Biography
for
Mikhail
Baryshnikov»,
IMDb.com,
www.
imdb.com/name/nm0000864/bio (consulta: 14 de mayo de 2012).
133. Ibid.
134. Katha Politt, «Ballet Blanc», New Yorker (19 de febrero de 1979).
135. Tony Clink, Layguide, Nueva York, Citadel Press, 2004, p. 112. [Hay trad. cast.:
Cómo follar con todas, José Gortázar, trad., Barcelona, Debolsillo, 2008.]
136. Tom Jackson, «Real Men Don’t Dance», The Yorker (30 de octubre de 2008),
www.theyorker.co.uk/news/alphamale/2191.
137.
Thinkexist.com,
http://thinkexist.com/dommon/print.
asp?
id=176496&quote=love_teaches_even_asses_to (consulta: 21 de junio de 2011).
138. Peter Schwabach, dir., The Secret Laughter of Women, Paragon Entertainment,
1999.
139. Véase el estudio de Edward O. Laumann et al., «Sexual Dysfunction in the United
States: Prevalence and Predictors», Journal of the American Medical Association, 281 (10
de febrero de 1999), pp. 537-544.
140. Véase el estudio llevado a cabo por Meston y Buss a lo largo de cinco años con más
de mil mujeres, recogido en Why Women Have Sex…, pp. 78-210. [Hay trad. cast.: Why
Women Have Sex: los secretos…] Para una panorámica sobre el tema, véanse Elizabeth
Landau, «Love, Pleasure, Duty: Why Women Have Sex», CNN.com (30 de septiembre de
2009), edition.cnn.com; y Jessica Bennett, «The Pursuit of Sexual Happiness», Newsweek
(28 de septiembre de 2009).
141. Véase el estudio sobre sexualidad incluido en el número especial de Journal of
Sexual Medicine, 7 (octubre de 2010), pp. 243-373, para el que se realizó una encuesta a
5.865 personas de entre catorce y noventa y cuatro años. Para el estudio sobre las mujeres
casadas, véanse las encuestas online de 2010 y 2011 de iVillage resumidas en «Sex in
Marriage: Survey Reveals What Women Want», Huffington Post (7 de febrero de 2012),
www.huffingtonpost.com/2012/02/07/sex-in-marriage-study-rev_n_1260699.html?vie.
142. Para un resumen, véase Fisher, The First Sex…, pp. 201-205. [Hay trad. cast.: El
primer sexo…, pp. 270-275].
143. Natalie Angier, Woman: An Intimate Geography, Nueva York, Anchor Books,
1999, pp. 77 y 78. [Hay trad. cast.: Mujer. Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad.,
Madrid, Espasa, 2011, véanse las pp. 100 y 101.]
144. Para los típicos consejos de hombre a hombre, véanse Ian Kerner, She Comes First:
The Thinking Man’s Guide to Pleasuring Women, Nueva York, ReganBooks, 2004. [Hay
trad. cast.: Ellas llegan primero, Catalina Martínez Muñoz, trad., Madrid, Aguilar, 2006.]
Lou Paget, The Great Lover Playbook, Nueva York, Gotham Books, 2005; y Paul
Joannides, Guide to Getting It On, Oregon, Goofy Foot Press, 2000.
145. Para un resumen acerca de la opinión de los terapeutas de que «potenciar la
intimidad mejora el sexo», véase Daniel Bergner, «What Do Women Want?», New York
Times Magazine (25 de enero de 2009).
146. Si se desea leer un debate sobre las últimas tendencias en la investigación sobre
sexualidad, véase Mary Roach: Bonk: The Curious Coupling of Science and Sex, Nueva
York, W.W. Norton, 2008, p. 302; véase también la opinión de Marta Meana acerca del
narcisismo femenino en Bergner, «What Do Women Want?».
147. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex…, pp. 156, 166 y 29. [Hay trad. cast.:
Why Women Have Sex: Los secretos…]
148. La novela romántica, el género literario más difundido, generó un beneficio de más
de 1.300 millones de dólares en 2010. Véase «Romance Literature Statistics: Overview»,
About
the
Romance
Genre,
www.rwa.org/cs/the_romance_genre/romance_literature_statistics (consulta 14 de mayo de
2012).
149. Lisa Kleypas, Smooth Talking Stranger; Nueva York, St. Martin’s Paperbacks,
2009, p. 152. [Hay trad. cast.: Buenas vibraciones, Ana Isabel Domínguez Palomo y María
del Mar Rodríguez Barrena, trads., Barcelona, Vergara, 2010.]
150. Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, eds., Inanna, Queen of Heaven and
Earth: Her Stories and Hymns from Sumer, Nueva York, Harper and Row, 1983, pp. 108,
46, 108, 37-38.
151. Timothy Taylor, The Prehistory of Sex: Four Million Years of Human Sexual
Culture, Nueva York, Bantam Books, 1996, p. 18.
152. Paul Friedrich, The Meaning of Aphrodite, Chicago, University of Chicago Press,
1978, pp. 143-144.
153. Complete Kama Sutra…, pp. 179 y 229. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria
Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez
Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos
sobre el placer, León-Ignacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.]
154. Ibid., p. 113.
155. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar,
Straus and Giroux, 1997, p. 74. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad
amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.]
156. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua,
prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo I, vol. 2, cap. 2, p. 300.
157. Véase Judith Summers, Casanova’s Women, Londres, Bloomsbury, 2006, p. 15.
[Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova: el gran seductor y las mujeres que amó,
Ernesto Junquera, trad., Madrid, Siruela, 2007.]
158. Casanova, Historia de mi vida…, véase el tomo I, vol. 3, cap. 2, p. 589, y el tomo I,
vol. 3, cap. 3, p. 590.
159. Flem, Casanova…, p. 112. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre…]
160. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 489.
161. Givens, Love Signals…, p. 111. [Hay trad. cast.: El lenguaje del amor…] David
Givens explica que las mujeres prefieren las caricias muy suaves que activan las tiernas
fibras C, que penetran hasta «los centros sensoriales del cerebro emocional», pp. 92-93.
162. Ibid., pp. 99 y 111.
163. Ackerman, Natural History of the Senses, p. 80.
164. Jennifer Crusie, Tell Me Lies, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 1998, p. 199.
[Hay trad. cast.: Miénteme, María Isabel Merino Sánchez, trad., Barcelona, Debolsillo,
2008.]
165. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 68-69. [Hay trad. cast.: Why
Women Have Sex…]
166. Véase Susan Quilliam, Sexual Body Talk: Understanding the Body Language of
Attraction from First Glance to Sexual Happiness, Nueva York, Carroll and Graf, 1992, pp.
58-59. [Hay trad. cast.: El lenguaje sexual del cuerpo, Jordi Vidal i Tubau, trad., Madrid,
Martínez Roca, 1992.]
167. Véase Givens, Love Signals, p. 104. [Hay trad. cast.: El lenguaje del amor…]
168. Jullian, D’Annunzio…, pp. 131 y 243.
169. Levy, The Last Playboy…, p. 225.
170. Leonard Slater, Aly: A Biography, Nueva York, Random House, 1964, p. 139. [Hay
trad. cast.: Alí Khan: príncipe divino, aventurero, diplomático y quizás el primer galán de
nuestro tiempo, Mercedes Montané, trad., Barcelona, Grijalbo, 1967.]
171. John Gray, Venus and Mars in the Bedroom: A Guide to Lasting Romance and
Passion, Nueva York, HarperTorch, 1995, p. 116. [Hay trad. cast.: Marte y Venus en el
dormitorio, Mercedes Cernínharo y Dimas Mas, trads., Barcelona, Debolsillo, 2003 (2004,
2.ª reimpr.).]
172. Udana Powers, «The Private Life of Mrs. Herman», en Lonnie Barbach, ed., Erotic
Interludes, Nueva York, Harper Perennial, 1987, p. 29. [Hay trad. cast.: Interludios
eróticos: nuevos placeres, Elisa Sonia Tapia, trad., Madrid, Mr Ediciones, 1990.]
173. Citado en Douglas, Great Seducer…, p. 97.
174. Citado en ibid., p. 219.
175. Citado en ibid., p. 221.
176. Citado en ibid., pp. 246 y 177.
177. Citado en ibid., p. 268.
178. Citado en Dennis McDougal, Five Easy Decades: How Jack Nicholson Became the
Biggest Movie Star in Modern Times, Hoboken (NJ), John Wiley, 2008, p. 351. [Hay trad.
cast.: Jack Nicholson: biografía. Cómo Jack se convirtió en la estrella de cine más
importante de los tiempos modernos, Rocío Valero Lucas, trad., Madrid, T & B Ediciones,
2010.]
179. Hugo Williams, «Some Kisses from the Kama Sutra», en Jon Stall wor thy, ed., The
Penguin Book of Love Poetry, Nueva York, Penguin, 1973, p. 110. El Kama Sutra también
defiende que el amor está por encima de la técnica: «cuando los amantes están encendidos
por la pasión, no es preciso seguir ninguna orden», Complete Kama Sutra, p. 119.
180. Eurípides, Medea, Ramón Irigoyen, introd. y trad., Barcelona, Random House
Mondadori, 2006, vv. 964-965, p. 81.
181. Citado en Hilary Black, «Introduction», en Hilary Black, ed., The Secret Currency
of Love, Nueva York, Harper, 2010, p. XVI.
182. «Bad Week, Good Week», Week (3 de abril de 2009), n.º 4.
183. Para un resumen sobre el tema, véase Norman O. Brown, Life against Death: The
Psychoanalytical Meaning of History, Middletown (CT), Wesleyan University Press, 1959,
pp. 238, 234-304. [Hay trad. cast.: Eros y Tánatos: el sentido psicoanalítico de la historia,
Francisca Perujo Álvarez, trad., La Roca del Vallés (Barcelona), Santa & Cole, 2007.]
184. Citado en ibid., p. 254. Véase también Georges Bataille: «Within the Dionysiac
cult, money in principle played no part», Bataille, The Tears of Eros, San Francisco, City
Lights Books, 1989, p. 64. [Hay trad. cast.: Las lágrimas de Eros, David Fernández, trad.,
Barcelona, Tusquets, 1981 (1997)].
185. Robert Louis Stevenson, «On Falling in Love», en James L. Malfetti y Elizabeth M.
Eidlitz, eds., Perspectives on Sexuality: A Literary Collection, Nueva York, Holt, Rinehart,
and Winston, 1972, p. 238.
186. Rollo May, Love and Will, Nueva York, W.W. Norton, 1969, p. 122. [Hay trad.
cast.: Amor y voluntad, Alfredo Báez, trad., Barcelona, Gedisa, 1985.] Entre las
características del amor recogidas en el Kama Sutra está la «indiferencia ante el dinero»,
The Complete Kama Sutra…, p. 417.
187. Observación expresada por David Cheal, citado en Helmuth Berking, The Sociology
of Giving, Londres, SAGE, 1999, p. 13.
188. Véase Ellen Chrismer, «Researcher Examines Gender, Other Gift-Giving Trends»
(13 de diciembre de 2002), dateline.ucdavis. edu/121302/dl_rucker.html, en el que realiza
un análisis de la obra de Margaret Rucker dedicada a la ciencia de hacer regalos. Según la
investigadora, las mujeres tienen un «punto de vista personal» acerca de los regalos y
muestran preferencias por «el gesto romántico».
189. Berking, The Sociology of Giving…, p. 11.
190. Ibid., p. 12.
191. Véase el debate de Miller sobre el tema en The Mating Mind…, pp. 122-129,
passim. Se trata del viejo principio popularizado por Thorsten Veblen en The Theory of
Leisure Class, que asegura que la mejor forma de demostrar riqueza es derrocharla en
lujos. [Hay trad. cast.: Teoría de la clase ociosa, Carlos Mellizo, trad., Madrid, Alianza,
2004 (2011, 3.ª reimp.).]
192. Julia Kristeva, Tales of Love, Nueva York, Columbia University Press, 1987, p.
196.
193. Ovidio, Amores, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 175.
194. Véase Marcel Mauss, The Gift: The Form and Reason for Exchange in Archaic
Societies, W. D. Halls, trad., Nueva York, W.W. Norton, 1990, pp. 10, 24-25, 37-38, 7475. [Hay trad. cast.: Ensayo sobre el don: forma y función del intercambio en las
sociedades arcaicas, Julia Bucci, trad., Móstoles, Katz, 2009.]
195. Citado en J. D. Sunwolf, «The Shadow Side of Social Giving: Miscommunication
and Failed Gifts», Communication Research Trends (1 de septiembre de 2006).
196. Véase la teoría de Miller sobre el tema en The Mating Mind…, pp. 258-291.
197. Lewis Hyde, The Gift, Nueva York, Vintage Books, 1979, p. 27.
198. Georges Bataille, Eroticism: Death and Sensuality, Mary Dalwood, trad., San
Francisco, City Lights Books, 1986, p. 231. [Hay trad. cast.: El erotismo, Antoni Vincens
Lorente y Marie-Paule Sarazin, trad., Barcelona, Tusquets, 2007.]
199. Otto, Dioniso: mito y culto…, véase la p. 63.
200. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd.,
trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, pp. 183-185.
201. John Updike, Gertrude and Claudius, Nueva York, Ballantine Books, 2000, pp. 62
y 64. [Hay trad. cast.: Gertrudis y Claudio, Jordi Fibla, trad., Barcelona, Tusquets, 2000.]
202. Derek Parker, Casanova, Gloucestershire (GB), Sutton, 2002, p. 136.
203. Citado en Charlotte Haldane, Alfred: The Passionate Life of Alfred de Musset,
Nueva York, Roy, 1960, p. 64.
204. Citado en ibid., p. 67.
205. Berking, Sociology of Giving…, p. 41.
206. Citado en Slater, Aly Khan…, p. 9. [Hay trad. cast.: Alí Khan…]
207. Judy Bachrach, «La Vita Agnelli», Vanity Fair (mayo de 2003), p. 202.
208. Ibid., pp. 214 y 205.
209. Citado en A Thousand Flashes of French Wit, Wisdom, and Wickedness, J. De
Finod, recop. y trad., Nueva York, D. Appleton, 1886, p. 142.
210. Guy de Maupassant, Bel-Ami (1885), Nueva York, Penguin, 1975, pp. 105 y 108.
[Hay trad. cast.: Bel Ami, Carlos de Arce, trad., Barcelona, Debate, 2001.]
211. En realidad Duroy no paga con su dinero, sino que le coge los billetes del monedero
a la señora de Marelle porque ella se lo pide. El simbolismo sexual queda patente.
212. Citado en Botting y Botting, Sex Appeal…, p. 168.
213. Para un resumen, véase Kate Hilpern, «Taste the Difference: How Our Genes,
Gender and Even Hormones Affect the Way We Eat, Independent (GB) (11 de noviembre
de 2010).
214.
Véanse
«Male
vs.
Female:
The
Brain
Difference»,
www.columbia.edu/itc/anthropology/v1007/jakabovics/mf2.html (consulta: 14 de mayo de
2011); «Girls Have Superior Sense of Taste to Boys», Science Daily (18 de diciembre de
2008), www.sciencedaily.com/releases/ 2008/12/081216104035.htm.
215. Véase Miller, The Mating Mind…, p. 209.
216. Citado en Arthur Evans, The God of Ecstasy: Sex-Roles and the Madness of
Dionysos, Nueva York, St. Martin’s Press, 1988, p. 58.
217. Wolkstein y Kromer, eds., Inanna…, p. 33.
218. Botting y Botting, Sex Appeal…, p. 81.
219. Janelle Denison, Wilde Thing, Nueva York, Brava Books/Kensington, 2003, p. 101.
220. Casanova, Historia de mi vida…, cita extraída del tomo I, vol. 1, prefacio, p. 10.
221. Flem, Casanova…, p. 18.
222. Peter Biskin, Star: How Warren Beatty Seduced America, Nueva York, Simon &
Schuster, 2010, p. 18.
223. Simon Sebag Montefiore, Potemkin: Catherine the Great’s Imperial Partner,
Nueva York, Vintage Books, 2005, citado en pp. 339 y 341.
224. Véase Eleanor Glover, «Rise of the “Gastrosexual” as Men Take Up Cooking in a
Bid
to
Seduce
Women»,
Mail
Online
(21
de
julio
de
2008),
www.dailymail.co.uk/femail/article-1036921/Rise-gastrosexualmen-cooking-bid-seducewomen.html.
225. Isabel Allende, Afrodita: cuentos, recetas y otros afrodisíacos, Robert Shekter,
ilustr., Panchita Llona, recetas, Barcelona, Plaza & Janés, 1997, cita extraída de la p. 37.
226. Kate Ashford, «Women, Men & Money — How It Can Muck Up True Love»,
HerTwoCents.com (15 de febrero de 2010), entrevista con Hilary Black, ed., The Secret
Currency of Love, www.lemondrop. com/2010/02/15/the-secret-currency-of-love-truthabout-men-women-and-money/.
227. La noción de «rutina hedonista» (hedonic treadmill), acuñada por Brickman y
Campbell en 1971, defendía que un aumento en la riqueza no provoca un aumento
permanente de la felicidad. En lugar de eso, nos adaptamos y experimentamos tanto una
disminución del placer como un aumento del deseo de poseer más bienes materiales. Véase
P. Brickman y D. T. Campbell, «Hedonic Relativism and Planning the Good Society», en
Adaption Level Theory: A Symposium, Nueva York, Academic Press, 1971, pp. 287-230.
4. Echar el lazo al amor. La mente
1. William Shakespeare, A Midsummer Night’s Dream, en Complete Works, Stanley
Wells y Gary Taylor, eds., Oxford, Clarendon Press/Oxford University Press, 1988, acto I,
escena 1, verso 23. [Hay trad. cast.: Un sueño de la noche de San Juan, en Un sueño de la
noche de San Juan. Las alegres casadas de Windsor, José M.ª Valverde, introd. y trad.,
Barcelona, Planeta, 1981, cita extraída del acto I, escena 1, p. 10.]
2. Irving Singer, Sex: A Philosophical Primer, Nueva York, Rowman and Littlefield,
2001, p. 32.
3. Véase Daniel Bergner, «What Do Women Want?», New York Times Magazine (25 de
enero de 2009).
4. Véase la obra de los neurocientíficos cognitivos Ogi Ogas y Sai Gaddam, A Billion
Wicked Thoughts: What the World’s Largest Experiment Reveals about Human Desire,
Nueva York, Dutton/Penguin Group, 2011, pp. 76-83, donde debaten acerca de esta
compleja operación neuronal femenina.
5. Federico Fellini, dir., Julia de los espíritus, Rizzoli Film, Francoriz Production, 1965.
6. Barón George Gordon Byron, Childe Harold’s Pilgrimage: A Romaunt, Londres, G.
S. Appleton, 1851, canto 4, estrofa 123 y 182. [Hay trad. cast.: Las peregrinaciones de
Childe Harold, Madrid, Club Internacional del Libro, 2006.]
7. Correo electrónico (30 de mayo de 2009).
8. Robert Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, eds.,
Nueva York, Tudor, 1927, p. 840. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto
Manguel, prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor,
trads., Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.).]
9. Citado en Bergner, «What Do Women Want?», p. 51.
10. Véanse B. J. Ellis y D. Symons, «Sex-Differences in Sexual Fantasy — An
Evolutionary Psychological Approach», Journal of Sex Research, 27, n.º 4 (1990), pp. 527555; y Bergner, «What Do Women Want?».
11. Citado en Bergner, «What Do Women Want?», p. 51.
12. Stephen Kern, The Culture of Love: Victorians to Moderns, Cambridge (MA),
Harvard University Press, 1992, p. 307.
13. Ovidio, Amores. Arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad., Madrid,
Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.)], cita extraída de la p. 425.
14. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, trad., Rochester (VT), Park Street Press,
1994, p. 252. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià
(Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt.,
Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997 y otras.]
15. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad.
y notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 85.
16. Robert Louis Stevenson, «On Falling in Love», en Jeremy Treglown, ed., The
Lantern-Bearers and Other Essays, Nueva York, First Cooper Square Press, 1999, pp. 44 y
45.
17. Henry T. Finck citado en Elaine Walster, «Passionate Love», en Bernard I. Murstein,
ed., Theories of Attraction and Love, Nueva York, Springer, 1971, p. 91.
18. Matt Ridley, The Red Queen: Sex and the Evolution of Human Nature, Nueva York,
HarperCollins, 1993, p. 178.
19. Helen Fisher, Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love, Nueva
York, Henry Holt, 2004, p. 111. [Hay trad. cast.: Por qué amamos, Victoria Gordo del Rey,
trad., Madrid, Taurus, 2005.]
20. Véase David M. Buss, quien escribe: «Una intensa señal inequívoca de compromiso
masculino es la persistencia en cortejar a una mujer», en The Evolution of Desire:
Strategies of Human Mating…, Nueva York, Basic Books/ HarperCollins, 1994, pp. 102103. [Hay trad. cast.: La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento humano,
Celina González Serrano, trad., Madrid, Alianza, 1996 (2011, 4.ª reimp.), cita extraída de la
p. 178.]
21. Louann Brizendine, The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006, p. 59.
[Hay trad. cast.: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona, RBA, 2007, cita
extraída de la p. 80.]
22. Ovidio, Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad.,
Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 414.
23. Freyr: www.hurstwic.org/history/articles/mythology/myths/ text/freyr.htm (consulta:
7 de julio de 2011).
24. Chrétien de Troyes, «The Knight of the Cart (Lancelot)», en Arthurian Romances,
Nueva York, Penguin, 1991, p. 214. [Hay trad. cast.: El caballero de la carreta, Carlos
García Gual y Luis Alberto de Cuenca, trads., Madrid, Alianza, 1998 (2012, 8.ª reimp.).]
25. Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, Almudena Montojo Micó, trad.,
Madrid, Cátedra, 1993, cita extraída de la carta 83, p. 264.
26. Ibid., carta 68, p. 216.
27. Madame de La Fayette, La princesa de Clèves, Ana María Holzbacher, ed. y trad.,
Madrid, Cátedra, 1987, pp. 156-157.
28. Mary Wesley, Not That Sort of Girl, Nueva York, Penguin Books, 1987, p. 66.
29. Maureen Child, Turn My World Upside Down, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks,
2005, p. 1.
30. Ibid.
31. Mary Jo Putney, The Rake, Nueva York, Topaz Books/Penguin, 1998, p. 172.
32. Mary Jo Putney, «Welcome to the Dark Side», en Jayne Ann Krentz, ed., Dangerous
Men and Adventurous Women: Romance Writers on the Appeal of the Romance, Filadelfia,
University of Pennsylvania Press, 1992, p. 110.
33. Georgina Masson, The Courtesans of the Italian Renaissance, Nueva York, St.
Martin’s Press, 1975, p. 95.
34. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, tomo II, vol. 7, cap. 10, p. 1.849.
35. Dan Hofstander, The Love Affair as a Work of Art, Nueva York, Farrar, Straus and
Giroux, 1996, p. 6.
36. Benjamin Constant, Adolphe, Nueva York, Penguin, 1964, pp. 54 y 55. [Hay trad.
cast.: Adolphe, Marta Hernández Pibernat, trad., Barcelona, Acantilado, 2002.]
37. Ruth Kligman, Love Affair: A Memoir of Jackson Pollock, Nueva York, Cooper
Square Press, 1974, p. 31.
38. Citado en ibid., pp. 41 y 44.
39. Neil Strauss, The Game: Penetrating the Secret Society of Pickup Artists, Nueva
York, HarperCollins, 2005, p. 21. [Hay trad. cast.: El método, Agustín Vergara, trad.,
Barcelona, Planeta, 2008.]
40. David DeAngelo, correo electrónico (2 de junio de 2007), y Jenniphr Goodman, dir.,
El tao de Steve, Good Machine, Thunderhead Productions, 2000.
41. Lisa Lombardi, «Conquer Her», Maxim (noviembre de 2001), p. 50.
42. Tom Terell, «Ten Ways to Be a Lover: A Man Looks at Romance Novels», Salon
(12 de agosto de 2004), salon.com; y «Why Your Wife Won’t Have Sex with You», blog
de Julia Grey, http://juliagrey. wordpress.com/contributors-stories/ten-ways-to-be-a-lovera-manlooks-at-romance-novels/ (consulta: 24 de abril de 2012).
43. Citado en Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, W. H.
Freeman Books/Times Books/Henry Holt, 2001, p. 221.
44. Ross McElwee, dir., La marcha de Sherman, First Run Features, 1986.
45. William Shakespeare, Two Gentlemen of Verona, en Complete Works, Stanley Wells
y Gary Taylor, ed., Oxford, Clarendon Press/ Oxford University Press, 1988, acto II,
escena 4, verso 146. [Hay trad. cast.: Los dos hidalgos de Verona, en Los dos hidalgos de
Verona. Sueño de una noche de San Juan, Luis Astrana Marín, Madrid, Austral, 1967, cita
extraída del acto II, escena 4, p. 36.]
46. Bernhard Schlink, «The Other Man», en Flights of Love, Nueva York, Pantheon,
2001, p. 138. [Hay trad. cast.: Amores en fuga, Joan Parra Contreras, trad., Barcelona,
Anagrama, 2002.]
47. Ibid., pp. 145 y 121.
48. Véase Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva
York, Touchstone Books/Simon & Schuster, 1988, pp. 40-41, 199, 148, passim; véase
también Ethel S. Person, Dreams of Love and Fateful Encounters: The Power of Romantic
Passion, Nueva York, Penguin, 1988, pp. 29, 30, 259, passim, donde señala que una
característica que define el amor romántico es ser «la persona más importante de la vida de
otro».
49. Solomon, About Love…, p. 199.
50. Véase Theodor Reik, Psychology of Sex Relations, Nueva York, Farrar and Rinehart,
1945, pp. 91 y 243.
51. Véase el studio de Anne M. Doohan y Valerie Mausov, «The Communication of
Compliments in Romantic Relationships: An Investigation of Relational Satisfaction and
Sex Differences and Similarities in Compliment Behavior», Western Journal of
Communications (Salt Lake City) 68, n.º 2 (primavera de 2004), pp. 170-195.
52. Para un resumen de los efectos eróticos de piropear a las mujeres, véase Tracy ClarkFlory, «Narcissism: The Secret to Women’s Sexuality!», Salon (24 de enero de 2009),
www.salon.com/2009/01/24/female_desire/.
53. Citado en Bergner, «What Do Women Want?».
54. Véase Simone de Beauvoir, «La narcisista», en El segundo sexo, Juan García Puente,
trad., Buenos Aires, Sudamericana, 1999, pp. 619-635.
55. Palabras del padre de la Iglesia Tertuliano, citado en Susan Grag Bell, ed., Women:
From the Greeks to the French Revolution, Stanford (CA), Stanford University Press,
1973, p. 85.
56. La cifra del 55 por ciento está extraída de Cindy M. Meston y David M. Buss, Why
Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to
Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Press, 2009, p. 193. [Hay
trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín
Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] Acerca de la poca autoestima femenina, véase
Ulrich Orth, Kali H. Trzesniewski y Richard W. Robins, «Self-Esteem Development from
Young Adulthood to Old Age: A Cohort-Sequential Longitudinal Study», Journal of
Personality and Social Psychology, 98, n.º 4 (2010), pp. 645-658.
57. Véase el debate en Louann Brizendine, The Female Brain…, pp. 40-41. [Hay trad.
cast.: El cerebro femenino…, cita extraída de la p. 62.] Para un resumen de la cuestión,
véase Aimee Lee Ball, «Women and the Negativity Receptor», O, The Oprah Magazine
(agosto de 2008).
58. Geoffrey Chaucer, «The Wife of Bath’s Tale», en The Canterbury Tales, Nevill
Coghill, trad. adap., Nueva York, Penguin, 2003, p. 259. [Hay trad. cast.: «El cuento de la
comadre de Bath», en Cuentos de Canterbury, Pedro Guardia Massó, ed. y trad., Madrid,
Cátedra, «Letras Universales», 1991, 2.ª ed., pp. 217-227, cita extraída de la p. 219.]
59. Véase Michael R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p.
102.
60. Ibid, p. 91.
61. Ovidio, Amores. Arte de amar…, citas extraídas de la p. 419.
62. Citado en Richard Stengel, You’re Too Kind, Nueva York, Simon & Schuster, 2002,
p. 155.
63. Adam Phillips, Monogamy, Nueva York, Vintage Books/Random House, 1996, p.
43.
64. Véanse, por ejemplo, Jean Baudrillard, De la seducción, Elena Benarroch, trad.,
Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), pp. 68-69. Dice Baudrillard: «Cualquier seducción
en este sentido es narcisista» / «La estrategia de la seducción es la de la ilusión» (p. 69);
Solomon, About Love…, p. 239; Roland Barthes, A Lover’s Discourse, Nueva York, Hill
and Wang, 1978, pp. 19, 28 y 158. [Hay trad. cast.: El discurso amoroso, Alicia Martorell
Linares, trad., Barcelona, Paidós, 2011.] Ronald de Sousa, «Love as Theater», en Robert C.
Solomon y Kathleen M. Higgins, eds., The Philosophy of (Erotic) Love, Lawrence,
University Press of Kansas, 1991, p. 477.
65. Véase el estudio acerca del «efecto superior a la media» en 2010 Scientific American,
comentado en «Health & Science», Week (29 de enero de 2010), p. 23.
66. Homero, Odisea, Manuel Fernández Galeano, trad., Madrid, Biblioteca Clásica
Gredos, 1982, canto VI, verso 149.
67. Para un resumen acerca de la posición de la mujer en la Inglaterra de Milton, véase
Antonia Fraser, The Weaker Vessel, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1984.
68. John Milton, Paradise Lost, Gordon Teskey, ed., Nueva York, W.W. Norton, 2005,
pp. 212-213. [Hay trad. cast.: El Paraíso perdido, Esteban Pujals, ed. y trad., Madrid,
Cátedra, 1996, citas extraídas de las pp. 375 y 373.]
69. Edith Wharton, Summer, Nueva York, Harper and Row, 1979, p. 67. [Hay trad. cast:
Estío, Diana Falcón Zas, trad., Madrid, Veintisiete Letras, 2011.]
70. Ibid.
71. John Updike, The Witches of Eastwick, Nueva York, Ballantine, 1984, p. 46. [Hay
trad. cast.: Las brujas de Eastwick, J. Ferrer Aleu, trad., Barcelona, Tusquets, 2010.]
72. Gael Greene, Blue Skies, No Candy, Nueva York, William Morrow, 1976, pp. 20 y
43.
73. Ibid., p. 33.
74. Véase Denis de Rougemont, Love in the Western World, Princeton (NJ), Princeton
University Press, 1983, p. 260. [Hay trad. cast.: El amor y Occidente, Antoni Vicens
Lorente, trad., Barcelona, Kairós, 2010 (10.ª reimp.).] Rougemont apunta que, en esencia,
«la pasión requiere que el ser se convierta en algo más grande que cualquier otra cosa, algo
tan solitario y poderoso como Dios».
75. Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart Bitches’ Guide to
Romance Novels, Nueva York, Simon & Schuster, 2009, p. 233.
76. Carly Phillips, The Playboy, Nueva York, Grand Central, 2003, p. 13. [Hay trad.
cast.: El rompecorazones, Abel Debritto Cabezas, trad., Barcelona, Planeta, 2008.]
77. Jill Shalvis, The Sweetest Thing, Nueva York, Forever, 2011, p. 228.
78. Casanova, Historia de mi vida, tomo I, vol. 1, cap. 9, pp. 239-240.
79. Robert Lacey, Sir Walter Ralegh, Londres, Phoenix Press, 1973, p. 51.
80. Gabriele D’Annunzio, L’Innocente (1892), Nueva York, Hippocrene Books, 1991, p.
12.
81. Isadora Duncan, Isadora (1927, con el título My Life), Nueva York, Award Books,
1968, «Introductory», p. 11. [Hay trad. cast.: Mi vida, Luis Calvo Andaluz, trad.,
Barcelona, Debate, 1995.]
82. Philip Ziegler, Diana Cooper, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1982, p. 94.
83. Citado en ibid., p. 97.
84. Citado en John Julius Norwich, ed., The Duff Cooper Diaries: 1915-1951, Londres,
Weidenfeld and Nicolson, 2005, p. 154.
85. Citado en Jean Bothorel, Louise ou la vie de Louise de Vilmorin, París, Gernard
Gasset, 1993, p. 290.
86. Norwich, ed., Duff Cooper Diaries…, p. 332.
87. Citado en Botherel, Louise ou la vie de Louise de Vilmorin…, p. 160.
88. Norwich, ed., Duff Cooper Diaries…, p. 436.
89. Citado en Selina Hastings, «A Dedicated Hedonist Duff Cooper Was the
Consummate Diplomat — Except in his Love Life, Says Selina Hastings», Sunday
Telegraph, Londres (2 de octubre de 2005).
90. Mystery, Mystery Method…, pp. 96 y 97.
91. William Gass, «Throw the Emptiness out of Your Arms: Rilke’s Doctrine of
Nonpossessive Love», en Solomon y Higgins, eds., Philosophy of (Erotic) Love…, p. 453.
92. John Milton, Paradise Lost, Londres, Bensley, 1802, vol. 2, libro 8, versos 450-451,
455. [Hay trad. cast.: El Paraíso perdido…, cita extraída de la p. 341.]
93. Megan Chance, An Inconvenient Wife, Nueva York, Grand Central, 2005, p. 64.
94. Ibid., p. 109.
95. Ibid., p. 156.
96. Ibid., p. 233.
97. Barthes, Lover’s Discourse…, pp. 228 y 226 [hay trad. cast.: El discurso
amoroso…]; Solomon, About Love…, 24, passim., sobre todo el capítulo sobre «La
intimidad», pp. 272-283; Robert Sternberg, para quien la «intimidad» es uno de los tres
componentes esenciales del amor, «Triangulating Love», en Robert J. Sternberg y Michael
L. Barnes, eds., The Psychology of Love, New Haven (CT), Yale University Press, 1988, p.
120; y John R. Haule, Divine Madness: Archetypes of Romantic Love, Boston, Shambhala,
1990, pp. 42-61.
98. Desde el punto de vista hormonal, el deseo genera la liberación de vasopresina en los
hombres y oxitocina, «la hormona del amor», en las mujeres, que favorece la intimidad y el
vínculo afectivo. Véase Liebowitz, Chemistry of Love…, p. 116.
99. Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 51. [Hay trad cast.: Why Women Have
Sex: los secretos…] Muchísimas encuestas documentan este fenómeno. El aumento de la
infidelidad en las mujeres, según un estudio de Newsweek, se debe en parte a las vidas
paralelas «en lugar de vidas en intersección», Lorraine Ali y Lisa Miller, «The Secret Lives
of Wives», Newsweek (12 de julio de 2004). Véase también Nancy Friday, Women on Top:
How Real Life Has Changed Women’s Sexual Fantasies, Nueva York, Pocket Books, 1991,
p. 50. [Hay trad. cast.: Mujeres arriba, Sonia Tapia y Gemma Moral, trads., Barcelona,
Ediciones B, 1992.]
100. Citado en Bergner, «What Do Women Want?».
101. Véanse Brizendine, The Female Brain…, pp. 37, 67-70, passim. [Hay trad. cast.: El
cerebro femenino…, véanse las pp. 60, 87-91.] Natalie Angier, Woman: An Intimate
Geography, Nueva York, Anchor Books, 1999, pp. 330-348. [Hay trad. cast.: Mujer. Una
geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, véanse las pp. 357-380
(capítulo «Trabajos de amor: la química de los vínculos humanos»).]
102. Rafford Pyke, «What Women Like in Men (1901)», en Susan Ostrov Weisser, ed.,
Women and Romance, Nueva York, New York University Press, 2001, p. 48.
103. «Isis and Osiris», en Diane Wolkstein, ed., The First Love Stories: From Isis and
Osiris to Tristan and Iseult, Nueva York, HarperPerennial, 1991, p. 14.
104. «Shiva and Sati», en ibid., p. 79.
105. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid,
Siruela, 1997, cita extraída de la p. 95.
106. Haule, Divine Madness…, p. 51.
107. Citado en «Frederick II», GluedIdeas.com, http://gluedideas. com/EncyclopediaBritannica-Volume-9-Part-2-Extraction-Gambrinus/Frederick-Ii.html (consulta: 21 de
agosto de 2011).
108. Johann Wolfgang von Goethe, Elective Affinities (1809), Nueva York, Penguin,
1971, p. 286. [Hay trad. cast.: Las afinidades electivas, José María Valverde, trad.,
Barcelona, Mondadori, 2007.]
109. Emily Brontë, Wuthering Heights (1847), Pauline Nestor, ed., Nueva York,
Penguin, 1995, p. 82. [Hay trad. cast.: Cumbres borrascosas, Rosa Castillo, trad., Madrid,
Espasa, 2000.]
110. Claire Messud, The Emperor’s Children, Nueva York, Vintage, 2006, p. 10. [Hay
trad. cast.: Los hijos del emperador, Patricia Antón de Vez Ayala-Duarte, trad., Barcelona,
RBA, 2007.]
111. James Collins, Beginners’ Greek, Nueva York, Little, Brown, 2008, p. 64. [Hay
trad. cast.: Griego para principiantes, Paz Pruneda Gonzálvez, trad., Madrid, Espasa,
2008.]
112. Ibid., p. 111.
113. Christie Ridgway, Unravel Me, Nueva York, Berkley, 2008, p. 221.
114. Amber Botts, «Cavewoman Impulses: The Jungian Shadow Archetype in Popular
Romance Fiction», en Anne K. Kaler y Rosemary E. Johnson-Kurek, eds., Romantic
Conventions, Bowling Green (OH), Bowling Green State University Popular Press, 1999,
pp. 62-74.
115. Jane Green, Mr. Maybe, Nueva York, Broadway Books, 1999, p. 19. [Hay trad.
cast.: Nadie es perfecto, Víctor Aldea Lorente, trad., Barcelona, Salamandra, 2000.]
116. Ibid., p. 298.
117. Paul a Meg, TV Megasite, «As the World Turns Transcript 3/27/08»,
http://tvmegasite.net/transcripts/atwt/main/2008transcripts. html (consulta: 15 de mayo de
2012).
118. Martha Nochimson, No End to Her: Soap Opera and the Female Subject, Berkeley,
University of California Press, 1992, p. 127.
119. The Complete Kama Sutra…, p. 76. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total…, y otros.]
120. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 458.
121. Stendhal, Del amor, Consuelo Berges, trad., prólogo y notas, Madrid, Alianza, 1968
(2003), véanse las pp. 173-178.
122. Para un resumen acerca de este anhelo, véase Norman O. Brown, Life against
Death: The Psychoanalytical Meaning of History, Middleton (CT), Wesleyan University
Press, 1959, pp. 43 y 40-53.
123. Véase Esther Perel, Mating in Captivity: Reconciling the Erotic and the Domestic,
Nueva York, HarperCollins, 2006, p. 24, donde llega a la siguiente conclusión a partir de
sus estudios: «la intimidad emocional suele ir acompañada de un descenso en el deseo
sexual». [Hay trad. cast.: Inteligencia erótica: claves para mantener la pasión en la pareja,
Madrid, Temas de Hoy, 2007.]
124. John Lahr describe a Frank Sinatra como «creador de intimidad» en Sinatra: The
Artist and Man, Nueva York, Random House, 1997, p. 22.
125. Judith Summers, Casanova’s Women: The Great Seducer and the Women He
Loved, Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 14. [Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova:
el gran seductor y las mujeres que amó, Ernesto Junquera, trad., Siruela, Madrid, 2007.]
126. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar,
Straus and Giroux, 1997, p. 101. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad
amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.]
127. Citado en Nick Salvatore, Singing in a Strange Land: C. L. Franklin: The Black
Church and the Transformation of America, Nueva York, Little, Brown, 2005, p. 205.
128. Citado en ibid., pp. 157 y 209.
129. Citado en John D. Gartner, In Search of Bill Clinton: A Psychological Biography,
Nueva York, St. Martin’s Press, 2008, p. 308.
130. Gail Sheehy, Hillary’s Choice, Nueva York, Ballantine Books, 2000, p. 99.
131. Citado en Gartner, In Search of Bill Clinton…, p. 304.
132. Citado en ibid., p. 99.
133. Véanse ibid., p. 44; Sheehy, Hillary’s Choice…, pp. 186-188, y también Joe Klein,
The Natural: The Misunderstood Presidency of Bill Clinton, Nueva York, Broadway
Books, 2002, p. 115. [Hay trad. cast.: Bill Clinton: una presidencia incomprendida,
Vicente Campos González, trad., Barcelona, Tusquets, 2004.]
134. Doctor C. George Boeree, «Personality Theories: Carl Jung: 1875-1961»,
webspace.ship.edu/cgboer/jung.html (consulta: 29 de mayo de 2009). Véase Sara Corbett,
quien afirma que «Carl Jung fundó el campo de la psicología analítica», en «The Holy
Grail of the Unconscious», New York Times Magazine (16 de septiembre de 2009).
135. Citado en Ronald Hayman, A Life of Jung, Nueva York, W.W. Norton, 1999, p.
147.
136. C. G. Jung, The Psychology of Transference (Bollingen Series, vol. 16), Princeton
(NJ), Princeton University Press, 1966, p. 14. [Hay trad. cast.: La práctica de la
psicoterapia: contribuciones al problema de la psicoterapia y a la psicología de la
transferencia, Jorge Navarro Pérez, trad., Madrid, Trotta, 2006.]
137. Irving Wallace et al., The Intimate Sex Lives of Famous People, Nueva York,
Delacorte Press, 1981, p. 428. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas de gente famosa, María
Antonia Menini, trad., Barcelona, Grijalbo, 1982.]
138. Person, Dreams of Love…, p. 251.
139. Término que juega con la palabra alemana Jungfrau («doncella», «virgen») y con el
compuesto Jungfrauen («mujeres de Jung»).
140. Citado en Deidre Bair, Jung: A Biography, Nueva York, Little, Brown, 2003, p.
248.
141. Boeree, «Personality Theories: Carl Jung».
142. «Jung on Freud», extracto de Memories, Dreams, Reflections, de C. G. Jung, Aniela
Jaffe, ed., en Atlantic Monthly (noviembre de 1962), pp. 47-48.
143. Paul Janka, ebook, «Attraction Formula—Step-by-Step Secrets to Meeting
Women», 2008, p. 30, y Paul Janka, e-mail, «Lose My Number» (18 de marzo de 2009).
5. Afianzar el amor
1. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, J.
Walker McSpadden, ed., Filadelfia, Avil, 1901, p. 195. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.]
2. Atribuido a Voltaire, tal vez de forma apócrifa, en wikiquote. org/wiki/Talk:Voltaire
(consulta: 22 de julio de 2010).
3. Wilkie Collins, The Woman in White, Nueva York, New American Library, 1985, p.
259. [Hay trad. cast.: La mujer de blanco, Miguel Martínez-Lage, trad., Barcelona,
Verticales de Bolsillo, 2008.]
4. Véase Louann Brizendine, The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006,
pp. 36 y 131. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona,
RBA, 2007, véanse las pp. 58 y 151-152.]
5. Véase Brizendine, El cerebro femenino…, pp. 60 y 147-148.
6. Ibid., pp. 59-60.
7. Laurence Roy Stains y Stefan Bechtel, What Women Want: What Every Man Needs to
Know about Sex, Romance, Passion, and Pleasure, Nueva York, Ballantine, 2000, p. 149;
Fiona M. Wilson, Organizational Behaviour and Gender, Hants (GB), Ashgate, 2003, p.
179; John Townsend, What Women Want — What Men Want, Nueva York, Oxford
University Press, 1998, pp. 11-13; así como Cindy M. Meston y David M. Buss, Why
Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to
Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Griffin, 2009, p. 134.
[Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina
Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.]
8. Stains y Bechtel, What Women Want…, p. 149; y Deborah Tannen, You Just Don’t
Understand: Women and Men in Conversation, Nueva York, Ballantine Books, 1990, p.
81. [Hay trad. cast.: Tú no me entiendes, Adelaida Susana Ruiz, trad., Barcelona, Círculo
de Lectores, 1992.]
9. A modo de muestra, véanse Deborah Tannen, «Sex, Lies, and Conversation; Why Is It
So Hard for Men and Women to Talk to Each Other?», Washington Post (24 de junio de
1990), www9.georgetown. edu/faculty/tannend/sexlies.htm (consulta: 19 de noviembre de
2011); así como Lorraine Ali y Lisa Miller, «The Secret Lives of Wives», Newsweek (12
de julio de 2004). Véase sobre todo John Gottman, Why Marriages Succeed or Fail… And
How You Can Make Yours Last, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 1994,
donde predice con un 91 por ciento de fiabilidad quién se divorciará por culpa de un
problema de comunicación.
10. Véase la obra fundamental de Tannen You Just Don’t Understand, p. 42, passim.
[Hay trad. cast.: Tú no me entiendes…] Simon Baron-Cohen, doctor en psicopatología del
desarrollo arguye que el cerebro masculino está ideado para la visión de túnel (construir
sistemas y negociar el poder a través de la conversación), no para la empatía y la confianza.
Véase la exposición sobre el tema en Sabine Durant, «Are Men Boring?», Intelligent Life
(11 de junio de 2008), www.moreintelligentlife.com/story/are-men-boring.
11. Maureen Dowd, Are Men Necessary? When Sexes Collide, Nueva York, Berkley
Books/Penguin, 2006, p. 47. [Hay trad. cast.: ¿Son necesarios los hombres?, Elena
Gosálvez Blanco, trad., Barcelona, Antoni Bosch, 2006.]
12. Lionel Shriver, The Post-Birthday World, Nueva York, HarperPerennial, 2007, p. 6.
[Hay trad. cast.: El mundo después del cumpleaños, Daniel Najmías Bentolilla, trad.,
Barcelona, Anagrama, 2009.]
13. Elin Hilderbrand, A Summer Affair, Nueva York, Little, Brown, 2008, pp. 233, 177 y
234.
14. Gertrude Jobes, Dictionary of Mythology, Folklore and Symbols, Nueva York,
Scarecrow Press, 1961, pp. 1, 200 y 761.
15. Citado en Eurípides, Eurípides, «Bacantes», en Tragedias III, Carlos García Gual y
Luis Alberto de Cuenca, introd. y trad., Madrid, Gredos, 1979, p. 369.
16. Citado en Adam, «Gorgias + Derrida = Seductive Communication», New Media and
the
Futures
of
Writing
(21
de
marzo
de
2011),
http://fow.jamesjbrownjr.net/2011/03/gorgias-derrida-seductivecommunication//.
17. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of
Human Nature, Nueva York, Anchor Books/Random House, 2001, p. 35.
18. Norman O. Brown, Life against Death: The Psychoanalytic Meaning of History,
Middletown (CT), Wesleyan University Press, 1959, p. 69. Véanse el artículo del doctor C.
George
Boeree,
«The
Origins
of
Language»,
http://webspace.ship.edu/cgboer/langorigins.html (consulta: 15 de mayo de 2012), así como
Jean Baudrillard, quien analiza la «seducción primitiva del lenguaje» en De la seducción,
Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), p. 56; y Timothy Taylor,
The Prehistory of Sex, Nueva York, Bantam, 1996, pp. 48-49.
19. Glenn Geher, Geoffrey Miller, y Jeremy Murphy, «Mating Intelligence: Toward an
Evolutionarily Informed Construct», en Glenn Geher y Geoffrey Miller, eds., Mating
Intelligence: Sex, Relationships, and the Mind’s Reproductive System, Nueva York,
Psychology Press, Taylor and Frances Group, 2007, p. 20.
20. Ovidio, Arte de amar, en Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias,
ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 407.
21. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad.
y notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 39. El jardín perfumado árabe insiste
mucho en el cortejo verbal y asegura que «siempre es posible excitar a una mujer con
palabras de amor». Jeque Nefzaqui, The Perfumed Garden, Nueva York, Putnam, 1964, p.
85. [Hay trad. cast.: El jardín perfumado: para el deleite del corazón, Enrique GonzálesRubio Montoya, Madrid, Dilema, 2007.] El Kama Sutra hindú todavía es más enfático
acerca de la necesidad de que los hombres dominen el lenguaje seductor: un hombre,
aunque reciba «cierto desprecio, tendrá éxito con las mujeres si es buen conversador». The
Complete Kama Sutra, Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 56. [Hay trad. cast.:
Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama
Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el
libro del amor: aforismos sobre el placer, León-Ignacio, trad., Barcelona, Ediciones 29,
1997, entre otras.]
22. William Shakespeare, Two Gentlemen of Verona, en Complete Works, Stanley Wells
y Gary Taylor, eds., Oxford, Clarendon Press/ Oxford University Press, 1988, acto III,
escena 1, vv. 104-105. [Hay trad. cast.: Los dos hidalgos de Verona, en Los dos hidalgos de
Verona. Sueño de una noche de San Juan, Luis Astrana Marín, Madrid, Austral, 1967, cita
extraída del acto II, escena 1, p. 48.]
23. Honoré de Balzac aseguraba que «el amor consiste casi siempre en conversar».
Balzac, Physiology of Marriage…, p. 69 [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio,
Barcelona, Petronio, 1973.] A lo largo de los siglos, decenas de manuales sobre «el
lenguaje del amor» han echado una mano a los hombres y les han enseñado «elocuencia», o
como dicen los italianos, bel parlare. Citado en Nina Epton, Love and the French, Nueva
York, World, 1959, pp. 123 y 122. Véanse, por ejemplo, André Maurois, «The Art of
Loving», en The Art of Living, Nueva York, Harper and Row, 1959; Roland Barthes, A
Lover’s Discourse, Nueva York, Hill and Wang/Farrar, Straus and Giroux, 1978, pp. 73,
167 y 192; Theodore Zeldin, Conversation, Londres, Harvill Press, 1998, p. 32. [Hay trad.
cast.: Conversación, Belén Urrutia Domínguez, trad., Madrid, Alianza, 1999.] John
Chandos, A Guide to Seduction, Londres, Frederick Muller, 1957; y Erich Fromm, The Art
of Loving, Nueva York, Harper and Row, 1956, pp. 102-104. [Hay trad. cast.: El arte de
amar: una investigación sobre la naturaleza del amor, Noemí Rosenblatt, trad., Barcelona,
Paidós, 2000 (2009, 10.ª reimp.).]
24. Citado en Sarah Wright, Tales of Seduction: The Figure of Don Juan in Spanish
Culture, Londres, Tauris Academic Studies, 2007, p. 3.
25. Citado en Vera John-Steiner, Creative Collaboration, Nueva York, Oxford
University Press, 2000, p. 191.
26. William Shakespeare, A Winter’s Tale, en Complete Works, Wells y Taylor, ed., acto
V, escena 2, vv. 13-14. [Hay trad. cast.: El cuento de invierno, Luis Astrana Marín, trad.,
Buenos Aires/México, Espasa-Calpe, 1947, cita extraída del acto V, escena 2, vv. 13-14, p.
138.]
27. Para obtener más información sobre el tema de la superioridad femenina para leer las
señales corporales, véase Helen Fisher, The First Sex: The Natural Talents of Women and
How They Are Changing the World, Nueva York, Ballantine Books, 1999, pp. 91-94. [Hay
trad. cast.: El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están
cambiando el mundo, Eva Rodríguez Halffter y Pilar Vázquez, trads., Buenos
Aires/México/Bogotá/Madrid, Taurus, 2000, véanse las pp. 132-135.]
28. Estudio recogido en Barbara y Allan Pease, The Definitive Book of Body Language,
Nueva York, Bantam Books, 2004, p. 13. [Hay trad. cast.: El lenguaje del cuerpo: cómo
interpretar a los demás a través de sus gestos, Isabel Murillo Fort, trad., Barcelona, Amat,
2006, pp. 29-30.]
29. Cuando las mujeres perciben la incongruencia entre las palabras y los movimientos,
confían en el mensaje no verbal y desdeñan el verbal, según Pease y Pease en El lenguaje
del cuerpo…, p. 39.
30. T. C. Boyle, The Inner Circle, Nueva York, Penguin Books, 2004, p. 197.
31. Barbara y Allan Pease aseguran que los hombres presentan menos de un tercio de las
expresiones faciales que ponen las mujeres, y que si un hombre imita la expresión de la
mujer mientras conversan, ella lo describirá como «un hombre preocupado, inteligente,
interesante y atractivo». Pease y Pease, Definitive Book of Body Language…, p. 255. [Hay
trad. cast.: El lenguaje del cuerpo…, cita extraída de la p. 274.] Para ampliar el tema,
véanse las pp. 193, 203-204 y 273 de la edición en castellano.
32. Para el significado de la «inclinación hacia delante» durante el cortejo, véase David
Givens, Love Signals: A Practical Field Guide to the Body Language of Courtship, Nueva
York, St. Martin’s Press, 2005, pp. 61-62 y 139-140 [hay trad. cast.: El lenguaje de la
seducción, Jorge Rizo Tortuero, trad., Barcelona, RBA, 2008] y Gordon R. Wainright,
Body Language, Lincolnwood (IL), NTC/Contemporary, 1999, p. 125. Para entender el
significado de los movimientos de cabeza y las inclinaciones hacia delante, véase Pease y
Pease, Definitive Book of Body Language…, pp. 230-232. [Hay trad. cast.: El lenguaje del
cuerpo…, pp. 248-250.] Para la posición del pie, El lenguaje del cuerpo…, pp. 228-229,
244 y 305, y para las posturas abiertas, ibid., pp. 300-301.
33. Según el antropólogo David Givens, las mujeres encuentran muy atractivas las
manos y las muñecas masculinas. Givens, Love Signals…, pp. 5 y 6. [Hay trad. cast.: El
lenguaje de la seducción…]
34. Philippe Julian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1971, p. 125.
35. Pease y Pease, Definitive Book of Body Language…, p. 196. [Hay trad. cast.: El
lenguaje del cuerpo…, p. 215.] Algunas pruebas indican que un ligero roce de los dedos
puede tener una carga erótica asombrosa, y triplica las posibilidades de éxito, sobre todo si
se toca el codo de la otra persona. Los autores citan muchas de estas pruebas y tests en las
pp. 119-122 de la edición en castellano.
36. Joe Klein, The Natural: The Misunderstood Presidency of Bill Clinton, Nueva York,
Broadway Books, 2002, p. 40. [Hay trad. cast.: Bill Clinton: una presidencia
incomprendida, Vicente Campos González, trad., Barcelona, Tusquets, 2004.]
37. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar,
Straus and Giroux, 1997, p. 84. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad
amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.]
38. The Complete Kama Sutra…, p. 211.
39. Kate Botting y Douglas Botting, Sex Appeal: The Art and Science of Sexual
Attraction, Nueva York, St. Martin’s Press, 1996, p. 113.
40. Véanse Fisher, The First Sex…, p. 60. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, p. 92]; y
Brizendine, The Female Brain…, p. 14. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, p. 36.]
41. Se ha documentado en numerosas ocasiones el hecho de que a las mujeres les
atraigan las voces profundas y suaves. Véanse, por ejemplo, Sindya N. Bhanoo, «A Magnet
for Women? Try a Deep Male Voice», New York Times (19 de septiembre de 2011), y para
la referencia a las voces «cantarinas», «Attuned to Feelings», Scientific American Mind
(julio-agosto de 2010), p. 9.
42. Citado en Elaine Scolino, Seduction: How the French Play the Game of Life, Nueva
York, Times Books/Henry Holt, 2011, p. 49.
43. Norman O. Brown, Hermes the Thief: The Evolution of a Myth, Madison, University
of Wisconsin Press, 1947, p. 15.
44. Liev Tolstói, Anna Karenina, Nueva York, Penguin Books, 2000, p. 76. [Hay trad.
cast.: Ana Karenina, Alexis Marcoff, trad., Madrid, Espasa, 2000.]
45. Marian Keyes, Last Chance Saloon, Nueva York, Avon Books/ HarperCollins, 1999,
p. 20. [Hay trad. cast.: Por los pelos, María Eugenia Ciocchini Suárez, trad., Barcelona,
Plaza & Janés, 2000.]
46. Carly Phillips, The Playboy, Nueva York, Grand Central, 2003, pp. 18 y 20. [Hay
trad. cast.: El rompecorazones, Mercè Diago Esteva y Abel Debritto Cabezas, trads.,
Barcelona, Planeta, 2008.]
47. Citado en Derek Parker, Byron and His World, Nueva York, Studio Books/Viking,
1968, p. 103. [Hay trad. cast.: Byron, Rosario León Cuyas, trad., Barcelona, Salvat, 1988.]
48. Citado en Nicholas Murray, Aldous Huxley: A Biography, Nueva York, Thomas
Dunne Books/St. Martin’s Press, 2002, pp. 6 y 7.
49. Citado en John Edward Hasse, Beyond Category: The Life and Genius of Duke
Ellington, Nueva York, Da Capo Press, 1993, p. 347.
50. Mika Brezinski, Morning Joe, MSNBC (23 de septiembre de 2011).
51. Paul Tillich, Love, Power, and Justice: Ontological Analysis and Ethical
Applications, Nueva York, Oxford University Press, 1980, p. 84. [Hay trad cast.: Amor,
poder y justicia, Madrid, Ariel, 1970.]
52. Véanse, por ejemplo, Stains y Bechtel, What Women Want…, pp. 151-156; Helen
Fisher, Anatomy of Love: The Mysteries of Mating, Marriage, and Why We Stray, Nueva
York, Fawcett Columbine, 1992, pp. 27 y 191; Townsend, What Women Want — What
Men Want…, p. 11; y Alon Gratch, If Men Could Talk: Unlocking the Secret Language of
Men, Nueva York, Little, Brown, 2001, p. 132. [Hay trad. cast.: Si los hombres pudieran
hablar… Descubre lo que dirían, Alberto Coscarelli Guaschino, trad., Barcelona, Grijalbo,
2001.]
53. Ann Lamott, Blue Shoe, Nueva York, Riverhead Books, 2002, p. 78.
54. Citado en Stains y Bechtel, What Women Want…, p. 158.
55. Deborah Tannen, That’s Not What I Meant: How Conversational Style Makes or
Breaks Relationships, Nueva York, Ballantine Books, 1986, p. 133. [Hay trad. cast.: ¡Yo no
quise decir eso!: cómo la manera de hablar facilita o dificulta nuestra relación con los
demás, Isabel M. Valle, trad., Barcelona, Paidós, 1999.] Tannen, «Sex, Lies, and
Conversation».
56. Citado en Ali y Miller, «Secret Life of Wives», p. 53.
57. Véanse, por ejemplo, Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez
Santidrián, introd., trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, p. 42, y The Complete Kama
Sutra…, p. 246.
58. Véanse Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente,
1943 (nueva ed.), pp. 43-47, cita extraída de la p. 43; Robert C. Solomon, About Love:
Reinventing Romance for Our Times, Nueva York, Touchstone/Simon & Schuster, 1989, p.
334; Eric Fromm, The Art of Listening, Nueva York, Continuum, 1994, p. 193; y Theodor
Reik, Psychology of Sex Relations, Nueva York, Farrar and Rinehart, 1945, p. 210.
59. Fromm, The Art of Listening…, p. 197.
60. Véase Pease y Pease, Definitive Book of Body Language, pp. 178 y 254. [Hay trad.
cast.: El lenguaje del cuerpo…, pp. 196-197 y 273.]
61. Véanse Deborah Tannen, That’s Not What I Meant, p. 137. [Hay trad. cast.: ¡Yo no
quise decir eso!…] Y Barbara Pease y Allan Pease, Why Men Don’t Listen and Women
Can’t Read Maps: How We’re Different and What to Do about It, Nueva York, Three
Rivers Press, 2001, pp. 8795. [Hay trad. cast.: Por qué los hombres no escuchan y las
mujeres no entienden de mapas: por qué somos tan diferentes y qué hacemos para llevarlo
bien, Esther Gil San Millán, trad., Barcelona, Amat, 2003.]
62.
«Lord
Shiva»,
Hindu
Deities,
Kashmiri
Overseas
Association,
www.koausa.org/Gods/God9.html (consulta: 29 de septiembre de 2011).
63. Véase «Pan & Satyrs», Carnaval.com, www.carnaval.com./pan (consulta: 29 de
septiembre de 2011). Para obtener información acerca de Pan como deidad fundador de la
crítica teatral, véase Alfred Wagner, Das historische Drama der Griechen Münster (1878),
citado en «Pan (God)», Wikipedia, http://en.wikipedia.org/wiki/Pan(god) (consulta: 29 de
septiembre de 2011).
64. Laura Dave, The First Husband, Nueva York, Viking, 2011, p. 32.
65. JoAnn Ross, One Summer, Nueva York, Signet/Penguin Group, 2011, p. 147.
66. Ibid., p. 199.
67. Citado en David Lawday, Napoleon’s Master: A Life of Prince Talley rand, Nueva
York, Thomas Dunne Books/St. Martin’s Press, 2006, p. 36.
68. Citado en ibid., p. 35.
69. Citado en John C. Maxwell, «Charismatic Leadership», Mindful Network (22 de
mayo de 2008), www.themeetupprofessor.com/ readings.html.
70. Benjamin Disraeli, Wit and Wisdom of Benjamin Disraeli, Earl of Beaconsfield,
Londres, Longmans, Green, 1881, p. 320.
71. Citado en Jeffrey Meyers, Gary Cooper: American Hero, Nueva York, William
Morrow, 1998, p. 88. [Hay trad. cast.: Gary Cooper: el héroe americano, Gustavo Vecino,
trad., Madrid, T&B Editores, 2011, cita extraída de la p. 48.]
72. Citado en Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three
Rivers Press, 2005, p. 293.
73. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, p. 468.
74. Véanse Tannen, You Just Don’t Understand…, pp. 42 y 100. [Hay trad. cast.: Tú no
me entiendes…] Brizendine, The Female Brain…, p. 21. [Hay trad. cast.: El cerebro
femenino…, p. 43.]
75. J. B. Priestley, Talking: An Essay, Nueva York, Harper and Brothers, 1925, p. 5.
76. Véase Brizendine, The Female Brain…, p. 36. [Hay trad. cast.: El cerebro
femenino…, p. 58.]
77. Natalie Angier, Woman: An Intimate Geography, Nueva York, Anchor/Random
House, 1999, p. 77, véanse también las pp. 78-79. [Hay trad. cast.: Mujer. Una geografía
íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, cita extraída de la p. 100, véanse
también las pp. 101 y 102.] Véase asimismo el apartado de Brizendine titulado «Sexo,
estrés y el cerebro femenino», en The Female Brain…, pp. 72-73. [Hay trad. cast.: El
cerebro femenino…, pp. 94-95.] Según la autora, «La angustia [provocada por el estrés] es
cuatro veces más corriente en las mujeres» (El cerebro femenino…, p. 154).
78. Brizendine, The Female Brain…, p. 78. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, cita
extraída de la p. 100.]
79. Fisher, The First Sex…, p. 198. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, pp. 266-267.]
80. Barthes, Lover’s Discourse…, p. 104.
81. Véase Jena Pincott, «What Can Singles Learn from Baby Talk?», Psychology Today
(28 de marzo de 2011).
82. Citado en Sam Kashner y Nancy Schoenberger, Furious Love: Elizabeth Taylor and
Richard Burton and the Marriage of the Century, Nueva York, HarperCollins, 2010, pp.
360, 312 y 301. [Hay trad. cast.: El amor y la furia, Jofre Homedes Beutnagel, trad.,
Barcelona, Lumen, 2010. Citas extraídas de las pp. 361, 314 y 304.]
83. The Complete Kama Sutra, p. 229. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total…, y otras.]
84. Ibid., pp. 229-238.
85. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, p. 468.
86. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…, pp. 64-65; Jean Baudrillard, De la
seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), p. 73; Reik,
Psychology of Sex Relations…, p. 207; también Joseph O’Connor y John Seymour,
Introducing Neuro-Linguistic Programming, Londres, Element/HarperCollins, 1990. [Hay
trad. cast.: Introducción a la programación neurolingüística, Eduardo Rodríguez Pérez,
trad., Barcelona, Urano, 1992.]
87. Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, eds., Inanna, Queen of Heaven and Earth:
Her Stories and Hymns from Sumer, Nueva York, Harper and Row, 1983, p. 40.
88. Frederick A. Lubich, «The Confessions of Felix Krull, Confidence Man», en Ritchie
Robertson, ed., The Cambridge Companion to Thomas Mann, Cambridge (GB), Cambridge
University Press, 2002, p. 208; y Thomas Mann, Confessions of Felix Krull Confidence
Man, Nueva York, Vintage Books/Random House, 1969, p. 20. [Hay trad. cast.:
Confesiones del estafador Félix Krull, Isabel García Adánez, trad., Barcelona, Edhasa,
2009.]
89. Mann, Confessions of Felix Krull…, p. 203. [Hay trad. cast.: Confesiones del
estafador…]
90. A. S. Byatt, The Children’s Book, Nueva York, Alfred A. Knopf, 2009, p. 249. [Hay
trad. cast.: El libro de los niños, Miguel Temprano García, trad., Barcelona, Lumen, 2010.]
91. Sandra Jackson-Opoku, Hot Johnny (And the Women Who Loved Him), Nueva York,
Ballantine Books, 2001, p. 7.
92. André Maurois, Chateaubriand: Poet, Statesman, Lover, Nueva York, Harper and
Brothers, 1938, p. 131.
93. Francis Gribble, Chateaubriand and His Court of Women, Nueva York, Charles
Scribner’s, 1909, p. 78.
94. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…, p. 26.
95. Ibid., p. 29.
96. Ibid.
97. Maurois, Chateaubriand…, p. 67.
98. Citado en ibid., pp. 115-116.
99. Ibid., p. 101.
100. Citado en Memoirs and Correspondence of Madame Récamier (1867), Honolulu,
University Press of the Pacific, 2002, p. 135.
101. Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 21. [Hay trad. cast.: Why Women Have
Sex: los secretos…]
102. Véanse el estudio sobre citas exprés en Robert R. Provine, Laughter: A Scientific
Investigation, Nueva York, Penguin, 2000, p. 34, así como Meston y Buss, Why Women
Have Sex, p. 21. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…]
103. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd.,
trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 43; y Baldassare Castiglione, The
Book of the Courtier, Garden City (NY), Anchor Books/Doubleday, 1959, p. 167. [Hay
trad. cast.: El cortesano, Juan Boscán, trad., Madrid, Alianza, 2008.]
104. Eleanor Hayes, «The Science of Humour: Allan Reiss», Science in School (6 de
diciembre de 2010), www.scienceinschool.org/2010/ issue17/allenreiss.
105. Véase «Fast Forces of Attraction», Psychology Today (28 de diciembre de 2007).
106. Baudrillard, De la seducción…, cita extraída de la p. 98.
107. Original expresión que emplea Steven Pinker para todas las formas utilizadas por
los «expertos en el carácter lúdico del lenguaje». Pinker, The Language Instinct, Nueva
York, HarperPerennial/HarperCollins, 1994, p. 386. [Hay trad. cast.: El instinto del
lenguaje: cómo la mente construye el lenguaje, José Manuel Igoa González y Alejandro
Pradera Sánchez, trads., Madrid, Alianza, 1996 (2012, 2.ª ed).]
108. Susanne K. Langer, Feeling and Form: A Theory of Art, Nueva York, Scribner’s,
1953, pp. 84-85.
109. Brown, Hermes the Thief…, p. 14.
110. Véase Stephen Nachmanovitch, Free Play: Improvisation in Life and Art, Nueva
York, Jeremy P. Tarcher/Putnam, 1990, pp. 46-47.
111. Derek Walcott, The Joker of Seville and O Babylon: Two Plays, Londres, Jonathan
Cape, 1928, p. 30.
112. George Eliot, Middlemarch, Bert G. Hornback, ed. (1873), Nueva York, W.W.
Norton, 2000, p. 131. [Hay trad. cast.: Middlemarch, José Luis López Muñoz, trad.,
Barcelona, RBA, 2009.]
113. Leslie Wainger, Writing a Romance Novel for Dummies, Nueva York, Wiley, 2004,
p. 66.
114. Mary Jo Putney, The Rake, Nueva York, Topaz/Penguin Group, 1998, p. 135.
115. Susan Elizabeth Phillips, Fancy Pants, Nueva York, Pocket Books/Simon &
Schuster, 1989, pp. 185-186. [Hay trad. cast.: Una chica a la moda, Daniel Hernández
Chambers, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2012.]
116. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua,
prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo I, vol. 1, cap. 2, p. 39.
Casanova escribe la respuesta en latín: «Disce quod a domino nomina servus habet».
117. Ibid., tomo I, vol. 1, cap. 6, p. 128.
118. Citado en Donal Sturrock, Storyteller: The Authorized Biography of Roald Dahl,
Nueva York, Simon & Schuster, 2010, pp. 182 y 230.
119. Roald Dahl, «The Visitor», en The Best of Roald Dahl, introd. de James Cameron,
Nueva York, Vintage Books, 1978, p. 287. [Hay trad. cast.: «El visitante», en El gran
cambiazo, Jordi Beltrán, trad., Barcelona, Anagrama, 1999 (2009, 6.ª reimp.).]
120. Ibid., p. 289.
121. Mandy Stadtmiller, «New York Comedians Score with Ha-Ha Hottie Groupies»,
New York Post (12 de enero de 2010).
122. Citado en Fiona MacCrae, «Who Gets the Girl? Funny Men Have the Last
Laugh…», Mail Online (2 de abril de 2009), www.dailymail.co.uk/femail/article1166610/who-gets-girl-funny-men-laugh-. html.
123. Tad Safran y Molly Watson, «Tad & Molly: Do Women Prefer Rich or Funny
Men?», Times (17 de julio de 2008).
124. Ewen Callaway, «Nerds Rejoice: Braininess Boosts Likelihood of Sex», ABC News
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125. Ceri Marsh y Kim Izzo, «A Fine Romance», Globe and Mail (9 de febrero de
2002).
126. Miller, The Mating Mind…, p. 386.
127. Francine Prose, Blue Angel, Nueva York, Harper-Collins, 2006, p. 22.
128. Guy Sircello, «Beauty and Sex» en Alan Soble, ed., The Philosophy of Sex, Savage
(MD), Rowan and Littlefield, 1991, p. 132.
129. Lawrence D. Kritzman, «Roland Barthes: The Discourse of Desire and the Question
of Gender», MLN: Modern Language Notes, 103, n.º 4 (edición francesa, septiembre de
1988), pp. 848-864.
130. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, pp. 440-441.
131. The Complete Kama Sutra, p. 200.
132. Balzac, The Physiology of Marriage…, p. 104. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio…]
133. George du Maurier, Trilby (1894), Nueva York, Penguin Books, 1994, p. 58. [Hay
trad. cast.: Trilby, Max Lacruz Bassols, trad., Madrid, Funambulista, 2006.]
134. Jonathan Franzen, «Breakup Stories», New Yorker (8 de noviembre de 2004).
135. «Peter Abelard», Stanford Encyclopedia of Philosophy (9 de noviembre de 2010),
http://plato.stanford.edu/entries/abelard/.
136. Citado en James Burge, Heloise and Abelard, San Francisco, HarperSanFrancisco,
2003, p. 30.
137. Citado en ibid., p. 90.
138. M. T. Clanchy, Abelard: A Medieval Life, Oxford (GB), Blackwell, 1997, p. 5.
139. Flem, Casanova…, p. 84.
140. Derek Parker, Casanova, Gloucestershire (GB), Sutton, 2002, p. 36.
141. Casanova, Historia de mi vida…, tomo I, vol. 6, cap. 5, cita extraída de la p. 1.483.
142. Henry James, «Ivan Turgenev», 1903, www.eldritch.press.org/ list/hj2.htm
(consulta: 15 de mayo de 2012).
143. Iván Turguéniev, Rudin, Nueva York, Penguin Books, 1974, p. 52. [Hay trad. cast.:
Rudin, Jesús García Gabaldón, trad., Barcelona, Alba, 1997.]
144. Ibid., p. 63.
145. V. S. Pritchett, The Gentle Barbarian: The Work and Life of Turgenev, Nueva
York, Ecco Press, 1977, p. 168.
146. William Deresiewicz, «Love on Campus», American Scholar (1 de junio de 2007).
147. Michel Serres, Hermes: Literature, Science, Philosophy, Josué V. Harari y David F.
Bell, eds., Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1982, p. 3.
148. Louis Menand, «Stand by Your Man», New Yorker (26 de septiembre de 2005).
149. Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Juan Valmar, trad., Buenos Aires, Losada, 2008,
cita extraída de la p. 510.
150. Citado en Arthur M. Wilson, Diderot, Nueva York, Oxford University Press, 1957,
p. 39.
151. Citado en «Chattering Classes», The Economist (23 de diciembre de 2006).
152. Leslie Gilbert Crocker, The Embattled Philosopher: A Biography of Denis Diderot,
East Lansing, Michigan State College Press, 1954, p. 20.
153. R. N. Furbank, Diderot: A Critical Biography, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1992,
p. 17. [Hay trad. cast.: Diderot, María Teresa La Valle, trad., Barcelona, Salamandra,
1994.]
154. Citado en Wilson, Diderot…, p. 449.
155. Deresiewicz, «Love on Campus».
156. Wilson, Diderot…, p. 295.
157. Ibid., p. 639.
158. Michel de Montaigne, «On Some Verses of Virgil», en The Complete Essays of
Montaigne, Garden City (NY), Anchor Books/Doubleday, 1960, vol. 3, pp. 66-67. [Hay
trad. cast.: «Sobre unos versos de Virgilio», en Ensayos completos, Juan G. de Luaces,
trad., Barcelona, Omega, 2002.]
159. Edmond Rostand, Cyrano de Bergerac, Luis Vía, et al., trads., Madrid, Espasa,
1998 (2011, 3.ª reimp.), acto I, escena 4, v. 39.
160. Ibid., acto III, escena 7, v. 130.
161. Ovidio, Amores, en Amores. Arte de amar, libro II, cita extraída de las pp. 211-212.
162. Véase Jon Stallworthy, «Introduction», en Jon Stallworthy, ed., The New Penguin
Book of Love Poetry, Nueva York, Penguin Books, 2003, p. XXIV; y J. B. Broadbent,
Poetic Love, Londres, Chatto and Windus, 1964.
163. Citado en Thomas H. Johnson, ed., The Letters of Emily Dickinson, Cambridge
(MA), Belknap Press/Harvard University Press, 1958, carta 342 al coronel T.W. Higginson
(agosto de 1870); y www. wisdomportal.com/Poems/DickinsonDefinitionPoetry.html
(consulta: 28 de octubre de 2010). [Hay trad. cast.: Cartas, Nicole d’Amonville Alegría,
trad., Barcelona, Lumen, 2009.]
164. Carl Yapp y Andrew Marvell citado en «Love Poetry’s ‘Fevered Brow’ Test», BBC
News
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2010),
http://news.bbc.co.
uk/2/hi/uk_news/wales/mid_/8504616.stm.
165. Stallworthy, «Introduction», p. XXIV.
166. Mircea Eliade, Shamanism: Archaic Techniques of Ecstasy (Bollingen Series, vol.
76), Princeton (NJ), Princeton University Press, 1964, p. 510. [Hay trad. cast.: El
chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Ernestina de Champourcín, trad., Madrid,
Fondo de Cultura Económica de España, 2001.] Joseph Campbell, The Masks of God:
Primitive Mythology, Nueva York, Arkana/Penguin, 1969, p. 4. [Hay trad. cast.: Las
máscaras de Dios, Madrid, Alianza, s.f.]
167. Véase Miller, The Mating Mind…, p. 380.
168. Véase Stains y Bechtel, What Women Want…, p. 147.
169. «What Women Want: Top Ten Romantic Gestures», Telegraph, GB (15 de julio de
2009).
170. Véanse, por ejemplo, Barbara De Angelis, What Women Want Men to Know: The
Ultimate Book about Love, Sex, and Relationships for You — And the Man You Love,
Nueva York, Hyperion, 2001, pp. 305-306. [Hay trad. cast.: ¡Entérate ya! Lo que las
mujeres quieren que los hombres sepan. El libro imprescindible sobre el amor, sexo y
relaciones para usted y su pareja, Aida Santapau Santapau, trad., Barcelona, Amat, 2002.]
Felicity Huffman y Patricia Wolff, A Practical Handbook for the Boyfriend, Nueva York,
Hyperion, 2007, p. 90; Lucy Sanna con Kathy Miller, How to Romance the Woman You
Love, Nueva York, Three Rivers Press, 1995, pp. 93-109, y «Why Do Women Love
Poems?»,
Yahoo!
Ans
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qid=20110728093928AAKJ9VW (consulta: 20 de octubre de 2011).
171. Eve Salinger, Pleasing Your Woman: Complete Idiot’s Guide, Nueva York,
Alpha/Penguin Group, 2005, p. 35, y el foro online femenino de citas: «Sex Tips for
Geeks:
How
to
Be
Sexy»
(25
de
septiembre
de
2000),
catb.org/~esr/writings/sextips/sexy.html.
172. Extraído del estudio del doctor Daniel Nettle, profesor de psicología en la Facultad
de Biología de la Universidad de Newcastle, recogido en la publicación Proceedings of the
Royal Society (29 de noviembre de 2005). Véase también «Creative Spark Fuels Active
Sex Life», HealthDay News (30 de noviembre de 2005), sexualhealth.e-healthsource.
com/?p=news1&id=529379.
173. Para obtener más información sobre el lenguaje y la expresión de sentimientos,
véase Larry Cahill, «His Brain, Her Brain», Scientific American (mayo de 2005), pp. 41 y
46. Acerca de si la poesía emplea ambos hemisferios cerebrales, véase Kenn Nesbitt, «Left
Brain, Right Brain, and the Power of Poetry», Kenn Nesbitt’s Poetry4kids.com (11 de
octubre
de
2011),
www.poetry4kids.com/modules.php?name=News
&file=article&sid=249.
174. Ilana Simons, «You Look Nasty in That Dress», Psychology Today (25 de marzo de
2009).
175. Baudrillard, De la seducción…, cita extraída de la p. 74. Según Science Daily: «El
efecto que tiene [la poesía] en el cerebro es similar a un truco de magia; sabemos lo que
pasa en el truco, pero no cómo ha ocurrido». «Sorprende al cerebro», «Reading
Shakespeare Has Dramatic Effect on Human Brain», Science Daily (16 de diciembre de
2006), www.sciencedaily.com/releases/2006/12/061218122613.htm. T. S. Eliot escribió
que un poema es como el «ladrón astuto que siempre se provee de un hueso para el perro
de la casa», lo mejor para entrar en el inconsciente. T. S. Eliot, The Use of Poetry and the
Use of Criticism: Studies in Relation to Criticism to Poetry in England (Conferencias
Charles Eliot Norton para el curso 1932-1933), Londres, Faber and Faber, 1939, p. 151.
[Hay trad. cast.: Función de la poesía y función de la crítica, Jaime Gil de Biedma, trad.,
Barcelona, Tusquets, 1999, cita extraída de la p. 192.]
176. Paul Friedrich, The Meaning of Aphrodite, Chicago, University of Chicago Press,
1978, p. 144.
177. Ibn Hazm (994-1064), The Ring of the Dove, Londres, Luzac Oriental, 1994, p. 65.
[Hay trad. cast.: El collar de la paloma: tratado sobre el amor y los amantes, prólogo de
José Ortega y Gasset, Emilio García Gómez, trad., Madrid, Alianza, 1997.]
178. Ibid., p. 65.
179. En la época de Shakespeare, «la habilidad para la rima era una cualidad
indispensable del galán». Véase E. S. Turner, History of Courting, Nueva York, E. P.
Dutton, 1955, pp. 54 y 134. [Hay trad. cast.: Historia de la galantería, Fernando Sánchez
Dragó, trad., Barcelona, Caralt, 1977.]
180. J. M. Synge, The Playboy of the Western World, en Ann Saddlemyer, ed., The
Playboy of the Western World and Other Plays, Nueva York, Oxford University Press,
1995, acto 3, verso 137.
181. Véanse otros dos ejemplos de película: Elliott (Michael Caine), que cita a e.e.
cummings («un lugar al que nunca he viajado, y más allá, encantado») para seducir a Lee
en Hannah y sus hermanas, y Mr. Big, quien recupera a Carrie gracias a unos correos
electrónicos con poemas en la versión cinematográfica de Sexo en Nueva York.
182. Marge Piercy, Small Changes, Nueva York, Fawcett Crest, 1972, p. 101.
183. Ibid., p. 463.
184. Citado en Danielle Hollister, «Top 20 Poetry Quotations», http://ezinearticles.com/?
Top-20-Poetry-Quotations&id=5061 (consulta: 17 de febrero de 2012).
185. Annabella Milbank, la esposa de Byron, captó la atención del escritor gracias a los
poemas que escribía. Véase Fiona MacCarthy, Byron: Life and Legend, Nueva York,
Farrar, Straus and Giroux, 2002, p. 172. Véase asimismo el cortejo poético mutuo de los
poetas Robert Browning y Elizabeth Barrett Browning; así como la relación
(probablemente platónica) entre el poeta y seductor de la Restauración John Wilmot,
vizconde de Rochester, y la dramaturga y poeta Aphra Behn, quien lo llamaba «el gran
Rochester, par de los dioses». Citado en Graham Greene, Lord Rochester’s Monkey, Nueva
York, Penguin, 1974, p. 220. [Hay trad. cast.: El mono de lord Rochester o La vida de John
Wilmot, segundo conde de Rochester, María Luz García de la Hoz, trad., Barcelona,
Península, 2007.]
186. Georgina Masson, Courtesans of the Italian Renaissance, Nueva York, St. Martin’s
Press, 1975, p. 113.
187. Andrew Mullins y Patrick McDonagh, «A Poet’s Life», McGill News: Alumni
Quarterly (invierno de 1997). Entre las canciones que Leonard Cohen dedicó a mujeres
concretas están: «So Long, Marianne», «Suzanne» y «Sisters of Mercy».
188. Citado en Michael Munn, Richard Burton: Prince of Players, Nueva York, Herman
Graf Books/Skyhorse, 2008, p. 74.
189. Citado en ibid., p. 74.
190. Kashner y Schoenberger, Furious Love…, p. 102. [Hay trad. cast.: El amor y la
furia… Cita extraída de la p. 113.]
191. Citado en Munn, Richard Burton, p. 74.
192. Citado en Kashner y Schoenberger, Furious Love…, p. 121. [Hay trad. cast.: El
amor y la furia…, citas extraídas de las pp. 131-132.]
193. Citado en El amor y la furia…, p. 132.
194. Citado en ibid., p. 382.
195. Subtítulo de la edición original de Furious Love: Elizabeth Taylor, Richard Burton,
and the Love of the Century («Elizabeth Taylor, Richard Burton y el amor del siglo»). El
subtítulo de la edición en castellano de El amor y la furia es: «La verdadera historia de
amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton».
196. Citado en El amor y la furia…, pp. 60 y 389.
197. Citado en Hugh y Mirabel Cecil, Clever Hearts: Desmond and Molly MacCarthy: A
Biography, Londres, Victor Gollancz, 1991, p. 202.
198. Citado en ibid., pp. 173, 180 y 192.
199. Citado en ibid., p. 188.
200. Ibid., p. 239.
201. Ibid., p. 173.
202. Citado en ibid., p. 180.
203. Citado en ibid., p. 273.
204. David Denby, «Just the Sex», reseña de Crazy, Stupid, Love y Friends with
Benefits, New Yorker (1 de agosto de 2011).
205. Tom Wolfe, I Am Charlotte Simmons, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux,
2004, p. 195. [Hay trad. cast.: Soy Charlotte Simmons, Carlos Mayor Ortega y Eduardo
Iriarte, trads., Barcelona, Ediciones B, 2005.]
206. Robert Louis Stevenson, «Talk and Talkers», Literature Network, www.onlineliterature.com/stevenson/essays-of-stevenson/4/,1 (consulta: 11 de septiembre de 2011).
207. Ibid., pp. 3 y 9.
208. Benoît Jacquot Alicéléo, dir., Sade, Canal+ et al., 2000.
6. Avivar el amor
1. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y
trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 439.
2. Para los estudios sobre el estrés y la ansiedad en la pareja, véase Ayala Malach Pines,
Couple Burnout: Causes and Cures, Nueva York, Routledge, 1995, p. 112. Estas causas
provocan entre el 60 y el 75 por ciento de las rupturas. Véase Scott Haltzman, The Secrets
of Happily Married Men, San Francisco, Jossey-Bass/Wiley, 2006, p. 1.
Según algunos teóricos, como Sarah Blaffer Hrdy y Natalie Anfier, las mujeres son más
propensas a alejarse de sus parejas. Véanse Natalie Angier, Woman: An Intimate
Geography, Nueva York, Anchor Books/Random House, 1999. [Hay trad. cast.: Mujer.
Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, pp. 96-97.] Sarah
Blaffer Hrdy, The Woman That Never Evolved, Cambridge (MA), Harvard University
Press, 1981; Mary Jane Sherfey, The Nature and Evolution of Female Sexuality, Nueva
York, Vintage Books/Random House, 1966, pp. 136-140. [Hay trad. cast.: Naturaleza y
evolución de la sexualidad femenina, Gerardo Espinosa, trad., Barcelona, Barral, 1977.]
Barbara Ehrenreich, «The Real Truth about the Female Body», Time (8 de marzo de 1999).
3. Para estos estudios, véase Adoree Durayappah, «Brain Study Reveals Secrets of
Staying Madly in Love», Psychology Today (3 de febrero de 2011).
4. Citado en Emily Sohn, «How Love Lasts», Discovery News (10 de febrero de 2011),
http://news.discovery.com/human/valentine’s-daylove-first-sight-110210.html?print=true.
5. The Complete Kama Sutra, Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 505. [Hay trad.
cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007;
Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra:
el libro del amor: aforismos sobre el placer, León-Ignacio, trad., Barcelona, Ediciones 29,
1997, entre otras.]
6. Havelock Ellis, «The Art of Love», en Studies in the Psychology of Sex, Nueva York,
Random House, 1936, vol. 2, p. 561. [Hay trad. cast.: Estudio de psicología sexual,
Madrid, Reus, s.f.]
7. Ibid., p. 544.
8. Helen Fisher, Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love, Nueva
York, Henry Holt, 2004, p. 112. [Hay trad. cast.: Por qué amamos, Victoria Gordo del Rey,
trad., Madrid, Taurus, 2005.] Véanse, por ejemplo, Ellis, «Art of Love», pp. 530 y 548549; Bertrand Russell, Marriage and Morals, Nueva York, Bantam, 1959, p. 93. [Hay trad.
cast.: Matrimonio y moral, Manuel Azaña, trad., Madrid, Cátedra, 2001.] Honoré de
Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, ed. J. Walker
McSpadden, Filadelfia, Avil, 1901, p. 58, passim. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] Theodor Reik, Psychology of Sex Relations,
Nueva York, Farrar and Rinehart, 1945, p. 95.
9.
Dr.
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«Roles
in
Marriage»,
http://drphil.
com/articles/arcticle/322 (consulta: 25 de abril de 2012).
10. Véase la entrada sobre el Programa de Prevención y Mejora de Relaciones (PREP)
del doctor Markman, www.du.edu/psychology/ people/markman.htm (consulta: 21 de
febrero de 2012).
11. Simon Blackburn, Lust, Nueva York, Oxford University Press, 2004, p. 81. [Hay
trad. cast.: Lujuria, Barcelona, Paidós, 2005.] Ellis, «Prostitution», en Studies in the
Psychology of Sex…, vol. 2, p. 222.
12. Erica Jong, «The Perfect Man», en What Do Women Want?, Nueva York, Jeremy P.
Tarcher/Penguin, 2007, p. 171. [Hay trad. cast.: ¿Qué queremos las mujeres?, Cecilia
Ceriani, trad., Madrid, Aguilar, 2000.]
13. Véase B. J. Gallagher, «America’s Working Women Stress, Health and Wellbeing»,
Huffington Post (8 de marzo de 2011), www. huffingtonpost.com/bjgallagher/international-women’s-day_b_ 831811. html. El tema del estrés como uno de los
motivos principales del desinterés sexual se documenta en Esther Perel, Mating in
Captivity: Unlocking Erotic Intelligence, Nueva York, Harper, 2007, p. 88. [Hay trad. cast.:
Inteligencia erótica, Madrid, Temas de Hoy, 2007.]
14. Laura Kipnis, Against Love: A Polemic, Nueva York, Vintage Books/Random
House, 2003, p. 135. [Hay trad. cast.: Contra el amor: una diatriba, Pilar Cercadillo
Villazán, trad., Madrid, Algaba, 2005.]
15. Véase Kay Redfield Jamison, Exuberance: The Passion for Life, Nueva York,
Random House, 2004, p. 147.
16. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of
Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, pp. 408, passim; y Jamison, Exuberance…,
pp. 53-63.
17. Véase Hara Estroff Marano, «The Power of Play», Psychology Today (julio-agosto
de 1999), p. 39.
18. Jamison, Exuberance…, p. 144.
19. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid, Siruela,
1997, cita extraída de la p. 74.
20. Ibid., pp. 53 y 85.
21. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 445.
22. Baldassare Castiglione, The Book of the Courtier, Garden City (NY), Anchor Books,
1959, p. 320. [Hay trad. cast.: El cortesano, Juan Boscán, trad., Madrid, Alianza, 2008.]
23. Ethel S. Person, Dreams of Love and Fateful Encounters: The Power of Romantic
Passion, Nueva York, Penguin Books, 1988, p. 336; y también Adam Phillips, Monogamy,
Nueva York, Vintage Books, 1996, p. 43. [Hay trad. cast.: Monogamia, Daniel Najmías,
trad., Barcelona, Anagrama, 1998.]
24. Gustave Flaubert, Madame Bovary, Germán Palacios, ed. y trad., Madrid, Cátedra,
1993, 5.ª ed., citas extraídas de las pp. 217 y 211.
25. Carol Edgarian, Three Stages of Amazement, Nueva York, Scribner, 2011, p. 233.
26. Emily March, Hummingbird Lake, Nueva York, Ballantine Books, 2011, p. 307.
27. Ernle Bradford, Cleopatra, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich, 1972, p. 151.
[Hay trad. cast.: Cleopatra, V. Villacampa, trad., Barcelona, Salvat, 1995.]
28. Stacy Schiff, Cleopatra: A Life, Nueva York, Back Bay Books/ Little, Brown, 2010,
p. 129. [Hay trad. cast.: Cleopatra, David Paradela López, trad., Barcelona, Círculo de
Lectores, 2011.]
29. Ibid., p. 340.
30. Citado en Graham Lord, Niv: The Authorized Biography of David Nive, Londres,
Orion, 2003, p. 1.
31. Citado en ibid., pp. 248 y 90.
32. Citado en ibid., p. 157.
33. Otto, Dioniso: mito y culto…, cita extraída de la p. 78.
34. Zachary Leader, The Life of Kingsley Amis, Londres, Jonathan Cape, 2006, p. 421.
35. Ibid., p. 166.
36. Citado en ibid., p. 228.
37. Citado en ibid., pp. 420 y 421.
38. Clive James, «Kingsley without the Women», reseña de Zachary Leader, The Life of
Kingsley Amis, Times Literary Supplement (2 de febrero de 2007),
www.clivejames.com/kingsleyamis.
39. Pamela Haag, Marriage Confidential: The Post-Romantic Age of Workhorse Wives,
Royal Children, Undersexed Spouses, and Rebel Couples Who Are Rewriting the Rules,
Nueva York, Harper/HarperCollins, 2011, p. 4. [Hay trad. cast.: Matrimonio confidencial,
Javier Huerrero Gimeno, trad., Barcelona, Ediciones B, 2013.]
40. Barbara Ehrenreich, Dancing in the Streets: A History of Collective Joy, Nueva
York, Holt Paperback/Metropolitan Books/Henry Holt, 2006, p. 249. [Hay trad. cast.: Una
historia de la alegría: el éxtasis colectivo de la Antigüedad a nuestros días, Magdalena
Teresa Palmer Molera, trad., Barcelona, Paidós, 2008.]
41. Véanse Eric Nagourney, «Vital Signs», New York Times (17 de abril de 2001); y
Helen Fisher entrevista, Judy Dutton, «Love Explained», chemistry.com,
www.chemistry.com/Help/Advice/Love Explained (consulta: 14 de diciembre de 2011).
42. Helen Fisher, Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love, Nueva
York, Owl Books/Henry Holt, 2004, p. 206. [Hay trad. cast.: Por qué amamos…] Michael
R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p. 131.
43. De todas formas, el deseo que sienten las personas varía mucho de unas a otras.
Véanse Natalie Angier, «Variant Gene Tied to a Love of New Thrills», New York Times (2
de enero de 1996); Anil K. Malhorta y David Goldman, «The Dopamine D4 Receptor Gene
and Novelty Seeking», American Journal of Psychiatry 157, n.º 11 (1 de noviembre de
2000).
44. Cindy M. Meston y David M. Buss, Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth
about Their Sex Lives, from Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva
York, St. Martin’s Griffin, 2009, pp. 152 y 161-165. [Hay trad. cast.: Why Women Have
Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona,
Ediciones B, 2010.]
45. Citado en Miller, The Mating Mind…, p. 411.
46. Véase ibid., pp. 411-425.
47. Søren Kierkegaard, The Seducer’s Diary, Howard Vincent Hong y Edna Hatlestad
Hong, eds., Princeton (NJ), Princeton University Press, 1997, p. 90. [Hay trad. cast.: Diario
de un seductor, Valentín de Pedro, trad., Madrid, Espasa, 2003.]
48. Roland Barthes, A Lover’s Discourse, Nueva York, Hill and Wang/Farrar, Straus and
Giroux, 1978, pp. 199, 135. [Hay trad. cast.: El discurso amoroso, Alicia Martorell Linares,
trad., Barcelona, Paidós, 2011.]
49. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, ed.
J. Walker McSpadden Filadelfia, Avil, 1901, pp. 64 y 106. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.]
50. Liebowitz, Chemistry of Love…, p. 131.
51. André Maurois, «The Art of Loving», en The Art of Living, Nueva York, Harper and
Row, 1959, p. 25. La tradición de las mujeres volubles en sus afectos es larga. Véanse, por
ejemplo, William Shakespeare, As You Like It (Como gustéis), acto III, escena 2; Robert
Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, eds., (1651), Nueva
York, Tudor, 1927, p. 791. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto Manguel,
prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor, trads.,
Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.).] Michel de Montaigne, «On Some Verses of
Virgil», en The Complete Essays of Montaigne, Garden City (NY), Anchor
Books/Doubleday, 1960), vol. 3, p. 109. [Hay trad. cast.: «Sobre unos versos de Virgilio»,
en Ensayos completos, Juan G. de Luaces, trad., Barcelona, Omega, 2002.]
52. Otto, Dioniso: mito y culto…, p. 53.
53. Para más información sobre Odín como dios de la fertilidad, véase Folke Ström,
extracto «Odin and the Dísir: Dísir, Norns, and Valkyrias — Fertility Cult and Sacred
Kingship in the North», Odin and the dísir/The Old Norse Ritual of Initiation,
http://mardallar.wordpress.com/odin-and-the-disir/ (consulta: 16 de diciembre de 2011).
54. Marisha Pessl, Special Topics in Calamity Physics, Nueva York, Penguin Books,
2006, p. 101.
55. Ibid., p. 82.
56. Lonnie Barbach, Erotic Interludes: Tales Told by Women, Nueva York,
HarperPerennial/HarperCollins, 1986, p. 6.
57. Baronesa Orczy, The Scarlet Pimpernel, Nueva York, Signet/ Penguin Group, 1974,
p. 155.
58. Lisa Kleypas, Mine Till Midnight, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2007, p. 31.
[Hay trad. cast.: Tuya a medianoche, María José Losada Rey y Rufina Moreno Ceballos,
trads., Barcelona, Ediciones B, 2009.]
59. Citado en Reik, Psychology of Sex Relations…, p. 165.
60. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Loved Women, Nueva York, Farrar, Straus
and Giroux, 1997, p. 68. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las
mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.]
61. Historia de mi vida…, tomo II, vol. 8, cap. 8, p. 2.107.
62. H. Noel Williams, The Fascinating duc de Richelieu: Louis Francois Armand du
Plessis (1696-1788), Nueva York, Charles Scribner’s, 1910, p. VII.
63. Título de un musical británico del siglo XIX dedicado a Richelieu, citado en ibid., p.
VIII, nota 1.
64. Citas extraídas de Cliff Howe, «Duc de Richelieu», en Lovers and Libertines, Nueva
York, Ace Books, 1958, p. 12.
65. Andrew C. P. Haggard, The Regent of the Roués (1905), Londres, Elibron Classics,
2006, p. 165.
66. En el boceto que Klimt realizó para El beso, escribió «Emil[i]e». Véase Susanna
Partsch, Gustav Klimt: Painter of Women, Nueva York, Prestel, 1994, p. 87. [Hay trad.
cast.: Klimt: vida y obra, José Luis Tamayo e Inés Martín, trads., Alcobendas, Libsa,
1997.]
67. Véase el relato de esta anécdota en ibid., p. 73.
68. Nina Kränsel, Gustav Klimt, Nueva York, Prestel, 2007, p. 48.
69. Colin Scott citado en Havelock Ellis, «Love and Pain», en Studies in the Psychology
of Sex, Nueva York, Random House, 1933, vol. 1, p. 67. [Hay trad. cast.: Psicología de los
sexos, Manuel Scholz Rich, Madrid, Iberia, 1965.]
70. Véase Reik, Psychology of Sex Relations…, pp. 94-96, donde afirma que sin retos y
emociones negativas que superar no puede existir el amor romántico. Muchos estudiosos
han dado su opinión sobre este tema tan controvertido. Véanse en especial Elaine Walster,
«Passionate Love», en Bernard I. Murstein, ed., Theories of Attraction and Love, Nueva
York, Springer, 1971, p. 87; Robert J. Stoller, Sexual Excitement: Dynamics of Erotic Life,
Nueva York, Simon & Schuster, 1979, p. 6, passim; y las teorías de Konrad Lorenz,
comentadas en Irenaus Eibl-Eibesfeldt, Love and Hate: The Natural History of Behavior
Patterns, Nueva York, Schocken Books, 1978, pp. 126-128. [Hay trad. cast.: Amor y odio:
historia natural del comportamiento humano, Féliz Blanco, trad., Barcelona, Salvat, 1995.]
71. Louann Brizendine, The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006, p. 130.
[Hay trad. cast.: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona, RBA, 2007, cita
extraída de la p. 152.]
72. Véase un estudio reciente del Hospital General de Massachusetts en el que los
investigadores averiguaron a partir de las grabaciones de 156 parejas que «las mujeres
tratan de provocar una discusión» porque la intensidad de la respuesta de sus parejas
demuestra que les importa la relación. Véanse las palabras de la psicóloga Shiri Cohen,
citadas en «Health & Science», Week (23 de marzo de 2012), p. 21.
73. Citado en Jane Shilling, reseña de Let’s Call the Whole Thing Off: Love Quarrels
from Anton Chekov to ZZ Packer, Kasia Boddy, Ali Smith y Sarah Wood, eds., Telegraph
(Londres) (14 de febrero de 2009).
74. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 245, 241, 249-250. [Hay trad.
cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] Para el tema del poder afrodisíaco de los
celos, véanse ibid., pp. 100-106; y David M. Buss, The Dangerous Passion: Why Jealousy
Is Necessary as Love and Sex, Nueva York, Free Press, 2000, p. 217.
75. Véanse Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 134. [Hay trad. cast.: Why
Women Have Sex: los secretos…] Fisher, Why We Love…, p. 195. [Hay trad. cast.: Por qué
amamos…]
76. Citado en Michael Munn, Richard Burton: Prince of Players, Nueva York, Herman
Graf Books/Skyhorse, 2008, p. 151.
77. Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva York,
Touchstone Books/Simon & Schuster, 1988 p. 312.
78. Paráfrasis de las palabras de la psiquiatra Ethel Person, quien dice que la liberación
de una pelea suele vivirse como «una bacanal o un carnaval periódico» y que «permite que
la pasión continúe». Person, Dreams of Love…, p. 65.
79. Los celos son un afrodisíaco clásico. El teórico René Girard cree que el «triángulo»
es el motor principal del deseo y coincide con Buss y otros pensadores en que los celos
sirven para encender la llama y reavivar la pasión sexual en las relaciones. Véanse
Montaigne, «On Some Verses of Virgil», p. 72. [Hay trad. cast.: «Sobre unos versos de
Virgilio», en Ensayos completos…] René Girard, A Theatre of Envy: William Shakespeare,
Nueva York, Oxford University Press, 1991. [Hay trad. cast.: Shakespeare: los fuegos de la
envidia, Barcelona, Anagrama, 1995.] Buss, Dangerous Passion….
80. Havelock Ellis, «Love and Pain», en Studies in the Psychology of Sex, vol. 1, p. 185.
81. Phillips, Monogamy…, pp. 84 y 28.
82. Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, eds., Inanna, Queen of Heaven and Earth:
Her Stories and Hymns from Sumer, Nueva York, Harper and Row, 1983, p. 34.
83. Sylvia Day, The Stranger I Married, Nueva York, Brava/Kensington, 2007, p. 44.
[Hay trad. cast.: Un extraño en mi cama, Barcelona, Planeta, 2013.]
84. Ibid., p. 70.
85. Derek Watson, Liszt, Nueva York, Schirmer Books/Macmillan, 1989, p. 70.
86. Tom Antongini, D’Annunzio, Boston, Little, Brown, 1938, p. 59.
87. Citado en Philippe Jullian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1971, p. 92.
88. Citado en ibid., p. 121.
89. Citado en ibid., p. 112.
90. Linda H. Davis, Charles Addams: A Cartoonist’s Life, Nueva York, Random House,
2006, p. 127.
91. Ibid., p. 168.
92. Citado en ibid., p. 306.
93. Ibid., p. 312.
94. Irving Wallace et al., The Intimate Sex Lives of Famous People, Nueva York,
Delacourt Press, 1981, p. 156. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas de gente famosa, María
Antonia Menini, trad., Barcelona, Grijalbo, 1982.]
95. Citado en James L. Haley, Wolf: The Lives of Jack London, Nueva York, Basic
Books, 2010, p. 163.
96. Clarice Stasz, Jack London’s Women, Amherst, University of Massachusetts Press,
2001, p. 62.
97. Haley, Wolf…, p. 190.
98. Clarice Stasz, American Dreamers: Charmian and Jack London, Lincoln (NE),
iUniverse, 1988, p. 101.
99. Ibid., p. 166.
100. Citado en Haley, Wolf…, p. 279.
101. Solomon, About Love…, p. 156.
102. Christiane Bird, «Almost Homeless», en Harriet Brown, ed., Mr. Wrong: Real Life
Stories about the Men We Used to Love, Nueva York, Ballantine Books, 2007, p. 71.
103. Ibid., p. 77.
104. Roberto Mangabeira Unger, Passion: An Essay on Personality, Nueva York, Free
Press/Macmillan, 1984, p. 95.
105. Citado en Helen Handley, ed., The Lover’s Quotation Book: A Literary Companion,
Nueva York, Barnes and Noble, 2000, p. 67.
106. Véanse Miller, The Mating Mind…, pp. 151-157; David Schnarch, Passionate
Marriage: Love, Sex, and Intimacy in Emotionally Committed Relationships, Nueva York,
Owl Books/Henry Holt, 1997, p. 73, y Solomon, About Love, p. 341.
107. Véanse John Marshall Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the
Sexes Still See Love and Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University
Press, 1998, pp. 150-151; Laurence Roy Stains y Stefan Bechtel, What Women Want: What
Every Man Needs to Know about Sex, Romance, Passion, and Pleasure Nueva York,
Ballantine Books, 2000, p. 507; y Dalma Heyn, The Erotic Silence of the American Wife,
Nueva York, Plume/Penguin Books, 1997, pp. 146-147, 258, passim.
108. Ibid., p. 147.
109. Véase Rollo May, Love and Will, Nueva York, W.W. Norton, 1969, p. 81. [Hay
trad. cast.: Amor y voluntad, Alfredo Báez, trad., Barcelona, Gedisa, 1985.]
110. Abraham H. Maslow, Toward a Psychology of Being, Nueva York, Van Nostrand
Reinhold, 1968, pp. 43 y 55. [Hay trad. cast.: El hombre autorrealizado: hacia una
psicología del ser, Barcelona, Kairós, 1998, 2012 (19ª reimp.).]
111. Jong, «Perfect Man…», p. 179.
112. Jan Kjærstad, The Seducer, Londres, Arcadia Books, 2003, p. 4.
113. Ibid., pp. 144 y 99.
114. Ibid., p. 148.
115. Tim O’Brien, Tomcat in Love, Nueva York, Broadway Books, 1998, p. 173. [Hay
trad. cast.: Gato enamorado, Daniel Najmías Bentolilla, trad., Barcelona, Anagrama, 1998,
cita extraída de la p. 210.]
116. O’Brien, Tomcat in Love…, p. 27. [Hay trad. cast., Gato enamorado…, cita extraída
de la p. 41.]
117. El empleo de la expresión «hombre omega» como individualista todopoderoso y
atractivo está tomado de Stephanie Burkhart, «Genre Tuesday — Types of Romantic
Men», Romance under the Moonlight (blog) (13 de abril de 2010),
http://sgcardin.blogspot.com/2010/04/
genre-tuesday-types-of-romantica-men.html.
Aunque hay otras variantes de significado para «hombre omega», aquí utilizamos la
segunda acepción del Urban Dictionary: «El estatus más alto que puede alcanzar un
hombre. Se merienda a los machos alfa. Cuando nace un macho omega, se acaba la partida.
Fin». www.urbandictionary.com/define. pht?term=omega%20male (consulta: 27 de febrero
de 2012).
118. Laura Kinsale, Flowers from the Storm, Nueva York, Avon Books/ HarperCollins,
1992, p. 526. [Hay trad. cast.: Flores en la tormenta, Ana Eiroa Guillén, trad., Barcelona,
Plaza & Janés, 2006.]
119. Robert M. Myers, Reluctant Expatriate: The Life of Harold Frederic, Westport
(CT), Greenwood Press, 1995, p. 86; y Bridget Bennett, The Damnation of Harold
Frederic, Syracuse (NY), Syracuse University Press, 1997, p. 39.
120. Citado en Myers, Reluctant Expatriate…, p. 87.
121. Citado en ibid., p. 87.
122. Ibid., p. 44.
123. Citado en ibid., p. 93.
124. Scott Donaldson, «Introduction», en Stanton Garner y Scott Donaldson, eds., The
Damnation of Theron Ware: Or the Illumination, Nueva York, Penguin, 1986, p. ix.
125. Extraído de H. G. Wells, Experiment in Autobiography, 1934, citado en Prose &
Poetry
—
H.
G.
Wells,
firstworldwar.com,
www.first_
worldwar.com/poetsandprose/wells.htm (consulta: 16 de mayo de 2012). [Hay trad. cast.:
Experimento en autobiografía, Antonio Rivero Taravillo, trad., Córdoba, Berenice, 2009.]
126. Citado en Michael Sherborne, H. G. Wells: Another Kind of Life, Londres, Peter
Owen, 2010, p. 170.
127. H. G. Wells, H. G. Wells in Love: Postscript to an Experiment in Autobiography, G.
P. Wells, ed., Londres, Faber and Faber, 2008, pp. 5157. [Hay trad. cast.: H. G. Wells
enamorado, María Francisca Graells, trad., Barcelona, Plaza & Janés, 1986.]
128. Citado en Sherborne, H. G. Wells…, p. 261.
129. Ibid., p. 298.
130. Véase Wells, H. G. Wells in Love…, p. 53. [Hay trad. cast.: H. G. Wells
enamorado…]
131. Citado en Sherborne, H. G. Wells…, p. 256.
132. Clare Kilner, dir., El día de la boda, Gold Circle Films, 26 Films and Visionview
Production, 2005.
7. El gran seductor actual
1. William Makepeace Thackeray, Sketches and Travels, en Miscellanies (1847),
Londres, Wildside Press, 2009, vol. 3, p. 111.
2. Citado en Peter Haining, ed., The Essential Seducer, Londres, Robert Hale, 1994, p.
54.
3. Maryanne Fisher, «Romance Is Dead: Reflections on Today’s Dating Scene»,
Psychology Today (2 de junio de 2010). Véase también Anahad O’Connor, «Has Romance
Gone? Was It the Drug?», New York Times (4 de mayo de 2004).
4. Feona Attwood, «Sexed Up: Theorizing the Sexualization of Culture»,
Communication and Computing Research Centre Papers, Sheffield Hallam University,
2006, 13, http://digitalcommons.shu.ac.uk/ ccrc_papers/22 (consulta: 11 de septiembre de
2011).
5. Stephen Holden, «Trailblazers, but Selling a Romantic Kind of Love», New York
Times (13 de mayo de 2008).
6. Citado en Laura Kipnis, Against Love: A Polemic, Nueva York, Vintage/Random
House, 2003, p. 191. [Hay trad. cast.: Contra el amor: una diatriba, Pilar Cercadillo
Villazán, trad., Madrid, Algaba, 2005.]
7. Véase Zygmunt Bauman, Liquid Love: On the Frailty of Human Bonds, Malden
(MA), Polity Press, 2003. [Hay trad. cast.: Amor líquido: acerca de la fragilidad de los
vínculos humanos, Mirta Rosenberg, Jaime Arrambide, trads., Madrid, Fondo de Cultura
Económica de España, 2005, 2007 (3.ª reimp.).]
8. Hal Arkowitz y Scott O. Lilienfield, «Sex in Bits and Bytes», Scientific American
Mind (julio-agosto de 2010), p. 64.
9. Jonathan Franzen, «Anti-Climax: No Sex Please, We’re Readers», New Yorker (21 de
abril de 1997).
10. Camille Paglia, «No Sex Please, We’re Middle Class», New York Times (26 de junio
de 2010).
11. Véase Erica Jong, «Is Sex Passe?», New York Times (9 de julio de 2011).
12. Véanse Maureen Dowd, «What a Girl Wants…», New York Times (24 de mayo de
2000); Maureen Dowd, «Liberties; Pretty Mean Women», New York Times (1 de agosto de
1999); y Maureen Dowd, Are Men Necessary? When the Sexes Collide, Nueva York,
Berkley Books, 2005), p. 178, passim. [Hay trad. cast.: ¿Son necesarios los hombres?,
Elena Gosálvez Blanco, trad., Barcelona, Antonio Bosch, 2006.] Véanse, por ejemplo,
Pamela Haag, Marriage Confidential: The Post-Romantic Age of Workhorse Wives, Royal
Children, Undersexed Spouses and Rebel Couples Who Are Rewriting the Rules, Nueva
York, Harper/HarperCollins, 2011. [Hay trad. cast.: Matrimonio confidencial, Javier
Guerrero Gimeno, trad., Barcelona, Ediciones B, 2013.] Alessandra Stanley, «Say, Darling,
Is It Frigid in Here?», New York Times (19 de agosto de 2007).
13. Véanse Hanna Rosin, «The End of Men», Atlantic (julio-agosto de 2010), y «Female
Power», Economist (2 de enero de 2010).
14. Véase Joe Macfarlane, «Men Aged 18 to 30 on Viagra to Keep Up with Sex and the
City Generation», Mail Online (14 de junio de 2008), www.dailymail.co.uk/health/article1026523/men-aged-18-30viagra-Sex-And-The.
15. Citado en Allison Glock, «The Man Show», reseña de Charlie LeDuff, The True and
Twisted Mind of the American Man, New York Times (11 de febrero de 2007).
16. Para el incidente ocurrido en Yale, véase «Title IX Complaint Press Release», Yale
Herald (31 de marzo de 2011).
17. Anthony Lane, «Big Men», reseña de This Means War and Bullhead, New Yorker
(27 de febrero de 2012).
18. Laurence Roy Stains y Stefan Bechtel, What Women Want: What Every Man Needs
to Know about Sex, Romance, Passion, and Pleasure, Nueva York, Ballantine Books,
2000, p. 15.
19. Jeffrey Zaslow, «Girl Power as Boy Bashing: Evaluating the Latest Twist in the War
of the Sexes», Wall Street Journal (21 de abril de 2005).
20. Véanse Paul Nathanson y Katherine K. Young, The Teaching of Contempt for Men in
Popular Culture, Montreal, McGill-Queens University Press, 2003; así como Paul
Nathanson y Katherine K. Young, Legalizing Misandry: From Public Shame to Systematic
Discrimination against Men, Montreal, McGill-Queens University Press, 2007.
21. Véase «Bashing Men Jokes» (8 de noviembre de 1997), http://
ifag.wap.org/sex/bashingmenjokes.html (consulta: 20 de noviembre de 2011).
22. Kim I. Hartman, «Study: Two-Thirds of Married Women Opt for Anything but Sex»,
Digital Journal (21 de mayo de 2010), www.digitaljournal.com/print/article/292307.
Véanse Jessica Bennett, «The Pursuit of Sexual Happiness», Newsweek (28 de septiembre
de 2009); y Rohi Caryn Rabin, «Condom Use Is Highest for Young, Study Finds», New
York Times (4 de octubre de 2010).
23. Citado en Duff Wilson, «Push Market Pill Stirs Debate on Sexual Desire», New York
Times (16 de junio de 2010).
24. Como ejemplo paradigmático de esos estudios, véanse Betsey Stevenson y Justin
Wolfers, «The Paradox of Declining Female Happiness», American Economic Journal:
Economic Policy, American Economic Association, n.º 2 (agosto de 2009), pp. 190-225; y
Maria Shriver y el Centro para el Progreso Estadounidense, «The Shriver Report: A
Woman’s Nation Changes Everything», Heather Boushey y Ann O’Leary, eds., Centro
para el Progreso Estadounidense (octubre de 2009).
25. Lisa Solod Warren, «Who Is Kidding Whom? The Shriver Report on Women»,
Huffington Post (22 de octubre de 2009), www.huffingtonpost.com/lisa-solod-warren/whois-kidding-whom-the-s_b_ 330060. html.
26. Warren, «Who is Kidding Whom?…».
27. Un cálculo prudente es de entre el 40 y el 50 por ciento, y los sondeos apuntan que
crece sin cesar y pronto podría superar el número de aventuras extramatrimoniales de los
hombres. Véase el artículo de portada de Lorrain Ali y Lisa Miller, «The Secret Lives of
Wives», Newsweek (12 de julio de 2004). Véase también Jagpreet Kaur, «The Anatomy of
Extramarital Affairs, Part II», de Consumer Electronics (27 de noviembre de 2007),
accesible en http://articles.maxabout.com/marriage-divorce/the-anatomy-of-extramarital-
affairs-part-ii/article-6411, que refleja el impresionante aumento en la cantidad de
aventuras extramatrimoniales de las mujeres, y las identifica con la entrada de la mujer en
el mundo laboral.
28. Mike Torchia, citado en Ali y Miller, «Secret Lives of Wives».
29. Jillian Straus, Unhooked Generation, Nueva York, Hyperion, 2006, pp. 36-39,
passim; y Laura Sessions Stepp, Unhooked: How Young Women Pursue Sex, Delay Love
and Lose at Both, Nueva York, Riverhead/ Penguin Group, 2007, p. 251, passim.
30. Monique Honaman, «I Just Wish He Would Have an Affair», Huffington Post (8 de
marzo de 2012), www.huffingtonpost.com/monique-honaman/i-just-wish-he-wouldhave_b_129799.html. Véanse también Stepp, Unhooked, 37, donde descubrió que una
relación estable «no obtenía una puntuación muy alta en la escala del deseo» entre las
mujeres jóvenes; y Justin Wolfers, «How Marriage Survives», New York Times (12 de
octubre de 2010).
31. «Harlequin’s 2012 Romance Report Findings Indicate Romance + Technology =
#ITSCOMPLICATED», PRNewswire (9 de febrero de 2012), www.prnewswire.com/newsreleases/harlequins-2012-romance-report-findings-indicate-romance-technologyitscomplicated-13900.html.
32. Ibid.
33. «Money Ain’t a Thing», Psychology Today (julio-agosto de 2008); y véase Ginia
Bellafante, «A Romance Novelist’s Heroines Prefer Lover over Money», New York Times
(23 de agosto de 2006). Para el estudio de la Universidad de Louisville, véase Michael R.
Cunningham, New York Times (23 de septiembre de 2007).
34. Véase el debate sobre la «Mirada femenina» en las novelas románticas mantenido
entre las estudiosas Catherine Asaro y Kay Mussell en Linda Ledford-Miller, «Gender and
Genre Bending: The Futuristic Detective Fiction of J. D. Robb», Reconstruction: Studies in
Contemporary Culture 11, n.º 3 (2011), http://reconstruction.eserver.irg/113/LedfordMiller_Linda.shtml (consulta: 11 de diciembre de 2011).
35. Véanse Paul Hollander, Extravagant Expectations: New Ways to Find Romantic
Love in America, Chicago, Ivan R. Dee, 2011, p. 7; y Cindy M. Meston y David M. Buss,
Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to
Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Griffin, 2009, pp. 1216.
[Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina
Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.]
36. Jill Neimark, «The Beefcaking of America», Psychology Today (1 de noviembre de
1994).
37. Citado en Matt Rudd, «Ripped: Man’s Cosmetic Pursuit of Perfection», Sunday
Times (Londres) (23 de octubre de 2011), pp. 1113. Barbara Thau informa de que el
número de intervenciones de estética entre los hombres aumentó un 2 por ciento en 2010
respecto del año anterior. Del 1,1 millones de intervenciones, las diez que están creciendo a
un ritmo más rápido implican cirugía. Thau, «Plastic Surgery Procedures Rise… and Men
Are
Fueling
the
Trend»,
DailyFinance
(23
de
marzo
de
2011),
www.dailyfinance.com/2011/03/23/plastic-surgery-procedures-rise-and-men-are-fuelingthe-trend/.
38. Citado en Neimark, «Beefcaking of America…».
39. Shelby Martin, «Stanford Sociology Professor Details Gender “Orgasm Gap”»,
Stanford Daily (6 de noviembre de 2007), http://archive.stanforddaily.com/?p=1025749.
Véase también Laura Kipnis, The Female Thing: Dirt, Sex, Envy, Vulnerability, Nueva
York, Pantheon Books, 2006, p. 57. La ginecóloga Monica Peacocke me contó que el
problema tiene dos partes: las mujeres no conocen bien su propia anatomía y «los hombres
son perezosos».
40. Gail Konop Baker, «Do Women Now Want Sex More Than Men?», Huffington Post
(25 de octubre de 2011), www.huffingtonpost. com/gail-konop-baker/women-want-sexmore-than-men_b_977416. html.
41. Norman Rush, Mortals, Nueva York, Vintage, 2003, p. 213.
42. Ogi Ogas y Sai Gaddam, A Billion Wicked Thoughts: What the World’s Largest
Experiment Reveals about Human Desire, Nueva York, Dutton/Penguin, 2011, p. 109.
43. Véase Stepp, Unhooked…, pp. 14, 57 y 126-137.
44. E. L. James, Fifty Shades of Grey, Waxahachie (TX), Writer’s Coffeeshop, 2011, p.
52. [Hay trad. cast.: Cincuenta sombras de Grey, Helena Trías Bello y Pilar de la Peña
Minguel, trads., Barcelona, Grijalbo, 2012.]
45. Citado en Daniel Bergner, «What Do Women Want?», New York Times Magazine
(25 de enero de 2009).
46. Nigel Cole, dir., A Lot Like Love, Walt Disney Studios, 2005.
47. «Harlequin’s 2012 Romance Report».
48. Hollander, Extravagant Expectations…, p. 191.
49. QuotationsBook.com, Google (2011), p. 7.
50. Marian Salzman, Ira Matathia, y Ann O’Reilly, The Future of Men, Nueva York,
Palgrave/Macmillan, 2005, p. 213.
51. Abby Zidle, «From Bodice-Ripper to Baby-Sitter: The New Hero in Mass-Market
Romance», en Anne K. Kaler y Rosemary E. Johnson-Kurek, eds., Romantic Conventions,
Bowling Green (OH), Bowling Green University Press, 1999, p. 28. Véanse «GenderBending», Economist (25 de octubre de 2008), p. 97; Lois Rogers, «Feminine Face Is Key
to a Woman’s Heart», Sunday Times (Londres) (8 de diciembre de 2002); y Ayala Malach
Pines, Falling in Love: Why We Choose the Lovers We Choo se, Nueva York, Routledge,
1999, pp. 114-115.
52. Stepp, Unhooked…, p. 61.
53. John Marshall Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the Sexes
Still See Love and Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University Press,
1998, p. 150.
54. Hollander, Extravagant Expectations…, pp. 156, 190; y para el tema de la
conversación, véase el cap. 13 de Stains y Bechtel, What Women Want…, pp. 148-171.
55. Hollander, Extravagant Expectations…, p. 111.
56. Townsend, What Women Want…, p. 151.
57. Salzman et al., The Future of Men…, p. 207.
58. Véase «Harlequin’s 2012 Romance Report».
59. José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1943
(nueva ed.), cita extraída de la p. 43.
60. Rosemary E. Johnson-Kurek, «Leading Us into Temptation: The Language of Sex
and the Power of Love», en Kaler and JohnsonKurek, eds., Romantic Conventions…, p.
130.
61. Véanse Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 201. [Hay trad. cast.: Why
Women Have Sex: los secretos…] James V. Cordova, «Attention Is the Most Basic Form of
Love», Psychology Today (6 de mayo de 2011).
62. Molly Peacock, correo electrónico (28 de febrero de 2012).
63. Glenda Cooper, «May the Worst Man Win: A New Study Has Proved beyond Doubt
That Women Love Cads and Bounders. Of Course They Do, Says Glenda Cooper», Daily
Telegraph (GB) (28 de septiembre de 2007).
64. Marina Warner, «Valmont — or the Marquise Unmasked», en Jonathan Miller, ed.,
Don Giovanni: Myths of Seduction and Betrayal, Nueva York, Schocken Books, 1990, pp.
99 y 98.
65. «Sienna’s Casanova Hopes», Mail Online (3 de septiembre de 2005),
www.dailymail.co.uk/tvshowbiz/article-361175/Sienna’s-Casanova-hopes.html.
66. Citado en Nigel Cawthorne, «Lisztomania», en Sex Lives of the Great Composers,
Londres, Prion, 2004, p. 93.
67. Jane Smiley, «Why Do We Marry?», Utne Reader (septiembreoctubre de 2000), p.
51.
68. Tara Parker-Pope informa de que «las personas con mayores expectativas para el
matrimonio suelen conseguir matrimonios de mayor calidad». Tara Parker-Pope, «Can
Eye-Rolling Ruin a Marriage? Researchers Study Divorce Risk», Wall Street Journal (6 de
agosto de 2002).
69. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…, p. 181.
70. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, J.
Walker McSpadden, ed., Filadelfia, Avil, 1901, p. 70. [Hay trad. cast.: Fisiología del
matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.]
71. Véase Helen Fisher en el estudio «Single in America», en «The Forgotten Sex»,
match.com, blog.match.com/2011/04/the-forgottensex-men (consulta: 5 de febrero de
2012), y Nancy Kalish, «Are Men Romantic?» Psychology Today (1 de junio de 2009).
Para consultar los resultados de un estudio de Wake Forest, véase Robin Simon,
«Nonmarital Romantic Relationships and Mental Health in Early Adulthood: Does the
Association Differ for Women and Men?», Journal of Health and Social Behaviors, 51
(junio de 2010), pp. 168-182.
72. Fisher, «Forgotten Sex…».
73. Garrison Keillor, «The Heart of the Matter», New York Times, ed. ab. (14 de febrero
de 1989).
74. Michael Vincent Miller, Intimate Terrorism: The Crisis of Love in an Age of
Disillusion, Nueva York, W.W. Norton, 1995, p. 224. [Hay trad. cast.: Terrorismo íntimo:
el deterioro de la vida erótica, Silvia Alemany Vilalta, trad., Barcelona, Destino, 1996.]
Véase también Rollo May, The Cry for Myth, Nueva York, W.W. Norton, 1991, pp. 15-21,
passim. [Hay trad. cast.: La necesidad del mito, Luis Botella García del Cid, trad.,
Barcelona, Paidós, 1998.]
75. Willard Gaylin, The Male Ego, Nueva York, Viking, 1992, p. 117.
76. Stephen A. Mitchell, Can Love Last? The Fate of Romance over Time, Nueva York,
W.W. Norton, 2002, p. 139.
77. Robert Bly, Iron John: A Book about Men, Nueva York, Addison-Wesley, 1990, p.
151. [Hay trad. cast.: Iron John: una nueva visión de la masculinidad, Daniel Loks Adler,
trad., Móstoles Gaia, 1994 (2011, 4.ª reimp.).]
78. Robert Moore y Douglas Gillette, King, Warrior, Magician Lover: Rediscovering the
Archetypes of the Mature Masculine, Nueva York, Harper One/HarperCollins, 1991, p.
127. [Hay trad. cast.: La nueva masculinidad: rey, guerrero, mago y amante, Maricel Ford,
trad., Barcelona, Paidós, 1993.]
79. Bly, Iron John…, p. 133. [Hay trad. cast.: Iron John: una nueva visión…]
80. Madeleine M. Henry, Prisoner of History: Aspasia of Miletus and Her Biographical
Tradition, Nueva York, Oxford University Press, 1995, p. 47.
81. Citado en Edgar H. Cohen, Mademoiselle Libertine: A Portrait of Ninon de Lenclos,
Boston, Houghton Mifflin, 1970, p. 92.
82. Aldous Huxley, Island, Nueva York, Perennial Classics/Harper and Row, 1962, pp.
63, 126 y 158. [Hay trad. cast.: La isla, Floreal Mazía, trad., Barcelona, Edhasa, 1984
(2003, 6.ª reimp.).]
83. Ibid., p. 241.
84. Véase Glenn Geher y Geoffrey Miller, eds., Mating Intelligence: Sex, Relationships,
and the Mind’s Reproductive System, Nueva York, Psychology Press/Taylor and Francis,
2007. Véase D. F. Jansen acerca de la ausencia de educación sexual en general: «Sex
Training: The Neglected Fourth Dimension in Erotagogical Ideologies», Growing Up
Sexually:
The
Sexual
Curriculum
3
(octubre
de
2002),
www.2.huberlin.de./sexology/GESUND/ARCHIV/GUS/GUSVOL11CH7.HTM (consulta:
10 de mayo de 2011). Asimismo, acerca de la falta de educación amorosa en Estados
Unidos, véase John Money, Love and Love Sickness: The Science of Sex, Gender
Difference, and Pair Bonding, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1980, p. 63.
85. Paráfrasis de Robert Haas, citado en Theodoor Hendrik van de Velde, Ideal
Marriage: Its Physiology and Technique, Nueva York, Random House, 1926, p. 125.
86. Estudio de Perper comentado en Andrew Trees, Decoding Love: Why It Takes
Twelve Frogs to Find a Prince and Other Revelations from the Science of Attraction,
Nueva York, Avery/Penguin, 2009, p. 175.
87. Ibid.
88. Derek Cianfrance, dir., Blue Valentine, Incentive Filmed Entertainment, 2010.
89. Stephen Jeffreys, The Libertine, Londres, Nick Hern Books, 1994, p. 3.
90. Lucy Hughes-Hallet, Heroes: A History of Hero Worship, Nueva York, Anchor
Books/Random House, 2004, p. 9; y Ruth Karrass, Sexuality in Medieval Europe: Doing
unto Others, Nueva York, Routledge, 2005, p. 129.
91. Anthony Giddens, The Transformation of Intimacy: Sexuality, Love and Eroticism in
Modern Society, Stanford (CA), Stanford University Press, 1992, p. 59. [Hay trad. cast.: La
transformación de la intimidad, Benito Herrero, trad., Madrid, Cátedra, 1995.]
92. Irving Singer, Sex: A Philosophic Primer, Nueva York, Rowman and Littlefield,
2001, p. 47.
93. «Jackman, Hugh: Someone Like You», urban cinefile (13 de diciembre de 2011),
www.urbancinefile.comau/home/view.asp? ArticleID= 5040.
94. Ben Brantley, «Hugh Jackman Keeps His Pants On», New York Times (8 de
diciembre de 2011).
95. La crítica de cine Carrie Rickey, del Philadelphia Inquirer, citada en Glenn Whipp,
«Ladies’ Man», Los Angeles Daily News (1 de enero de 2002).
96. Tim Struby, «Hugh Jackman: Hollywood’s Baddest Good Guy», Men’s Fitness
(octubre de 2011).
97. «Jackman, Hugh.»
98. Correo electrónico de la profesora Marlene Powell (29 de enero de 2011).
99. Véase la historia en Stephen Nachmanovitch, Free Play: Improvisation in Life and
Art, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Penguin Putnam, 1990, pp. 1-3.
100. Jonathan Glazer, dir., Sexy Beast, Recorded Picture Company, 2001.
101. Correo electrónico de la profesora Marlene Powell (26 de enero de 2011).
102. Véase Joseph Campbell, The Hero with a Thousand Faces, Bollingen Series, vol.
17, (1949), Princeton (NJ), Princeton University Press, 1972. [Hay trad. cast.: El héroe de
las mil caras: psicoanálisis del mito, Luisa Josefina Hernández, trad., Madrid, Fondo de
Cultura Económica de España, 2005.]
103. Citado en Len Oakes, Prophetic Charisma: The Psychology of Revolutionary
Religious Personalities, Syracuse (NY), Syracuse University Press, 1997, p. 26.
104. Sara Wheeler, Too Close to the Sun: The Life and Times of Denys Finch Hatton,
Londres, Jonathan Cape, 2006, p. 10.
105. Roland Barthes, A Lover’s Discourse: Fragments, Nueva York, Hill and
Wang/Farrar, Straus and Giroux, 1978, p. 137. [Hay trad. cast.: El discurso amoroso,
Alicia Martorell Linares, trad., Barcelona, Paidós, 2011.]
106. Mary Batten, Sexual Strategies: How Females Choose Their Mates, Nueva York,
Jeremy P. Tarcher/Putnam’s, 1992, p. 97; y Miller, Mating Mind…, pp. 39-45.
107. Citado en William F. Allman, «The Mating Game», U.S. News and World Report
(19 de julio de 1993).
108. Miller, The Mating Mind…, p. 156.
109. Citado en Paul Chutcow, Depardieu: A Biography, Nueva York, Alfred A. Knopf,
1994, p. 251.
110. Citado en ibid., p. 187.
111. Citado en ibid., p. 87.
112. Citado en Glenn Collins, «The Mystery of Depardieu: A Gentle Heart in a Boxer’s
Body», New York Times (4 de junio de 1990).
113. Chutcow, Depardieu…, p. 107.
114. Ibid., p. 130.
115. Ibid., p. 148.
116. Ibid., p. 173.
117. Citado en ibid.
118. Citado en ibid., p. 266.
119. Citado en Roy Porter, «Libertinism and Promiscuity», en Jonathan Miller, ed., Don
Giovanni: Myths of Seduction and Betrayal, Nueva York, Shocken Books, 1990, p. 8.
120. Charles Darwin, The Descent of Man, Michael T. Ghiselin, ed. (1871), Nueva York,
Dover, 2010, p. 172.
121. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…, cita extraída de la p. 110.
122. Van de Velde, Ideal Marriage…, p. 10.
123. Havelock Ellis, Studies in the Psychology of Sex, Nueva York, Random House,
1936, vol. 2, p. 547.
124. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…
125. Citado en Havelock Ellis, «The Valuation of Sexual Love», en Studies in the
Psychology of Sex, vol. 2, p. 141.
126. Martin Brest, dir., ¿Conoces a Joe Black?, City Light Films, Universal Pictures,
1998.
127. Ibid.
128. Georges Bataille, El erotismo, Antoni Vincens Lorente y Marie-Paule Sarazin,
trads., Barcelona, Tusquets, 2007. Cita extraída de la p. 241.
129. Nancy Meyers, dir., ¿En qué piensan las mujeres?, Paramount Pictures, 2000.
Nacida en los años cincuenta en una localidad de Virginia e hija de un
retratista, Betsy Prioleau creció rodeada de libros y arte. Ha sido alumna
residente de la New York University y es profesora asociada al Manhattan
College. Ha publicado Seductress: Women Who Ravished the World and
Their Lost Art of Love (2004) y Circle of Eros, además de otras
colaboraciones en distintas revistas y periódicos sobre el tema de la
sexualidad y el erotismo a lo largo de la historia.
Créditos de los textos citados en el original
Fragmento de la canción de Peire de Valeira, in A Handbook of the
Troubadours, F. R. P. Akehurst y Judith M. Davis, eds. © 1995 Regents of
the University of California. Reproducido con permiso de la University of
California Press.
Fragmento de «Brown Eyed Handsome Man». Letras y música de Chuck
Berry. Copyright © 1956 (Renovado) Arc Music Corp. (BMI) Arc Music
Corp. Administrado por BMG Rights Management (US) LLC para todo el
mundo salvo Japón y Asia Suroriental. Autorización de copyright
internacional. Todos los derechos reservados. Reproducido con permiso de
Hal Leonard Corporation.
Fragmento de «In Da Club». Letra y música de Curtis Jackson, Andre
Young y Michael Elizondo. Copyright © 2003 Universal Music Corp., 50
Cent Music, Bug Music-Music of Windswept, Blotter Music, Elvis Mambo
Music, WB Music Corp. y Ain’t Nothin’ but Funkin’ Music. Todos los
derechos de 50 Cent Music controlados y administrados por Universal Music
Corp. Todos los derechos de Bug Music-Music of Windswept, Blotter Music
y Elvis Mambo Music administrados por BMG Rights Management (US)
LLC. Todos los derechos de Ain’t Nothin’ but Funkin’ Music controlados y
administrados por WB Music Corp. Todos los derechos reservados. Utilizado
con autorización. Reproducido con permiso de Hal Leonard Corporation.
Fragmento de «Just What the Love Dr. Ordered: Best Relationship Books»
de Veronica Harley (15 de abril de 2010).
Fragmento de «The Quadrille of Gender, Casanova’s “Memoirs”», de Gail
S. Reed, en: The Psychoanalytic Quarterly, 61 (1992), p. 102.
Fragmento de «From Champion Majorette to Frank Sinatra Date»,
Vancouver Sun (31 de agosto de 1970). Jurgen Hesse/Vancouver Sun.
Fragmento de «The Art of Loving», en The Art of Living © the Estate of
André Maurois 1940.
Fragmento de The Complete Kama Sutra: The First Unabridged Modern
Translation of the Classic Indian Text, A. Danielou, ed. y trad., Rochester:
Park Street Press/Inner- Traditions, 1993, 1.ª ed., p. 111.
Fragmento de «The Evolution of Homosexuality: Gender Bending: Genes
that make some people gay make their brothers and sisters fecund», The
Economist, Newspaper Ltd. (25 de octubre de 2008).
Fragmento de «Sexual Success and the Schizoid Factor», Rusty Rockets,
Science a GoGo (26 de abril de 2006).
Fragmento de «The Flaw That Punctuates Perfection», de Hillary Johnson,
Los Angeles Times (30 de noviembre de 2011).
Fragmento de The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution
of Human Nature, de Geoffrey Miller, copyright © 2000 Geoffrey Miller.
Utilizado con permiso de Doubleday, división de Random House, Inc.
Fragmento de Social Intelligence: The New Science of Human
Relationships, de Daniel Goleman, copyright © 2006 Daniel Goleman.
Utilizado con permiso de Bantam Books, división de Random House, Inc.
Fragmento de Iron John: A Book About Men, de Robert Bly, copyright ©
1990 Robert Bly. (Addison-Wesley Publishing Co., Reading, Mass.)
Reproducido con permiso de Georges Borchardt, Inc., para Robert Bly. [Hay
trad. cast.: Iron John: una nueva visión de la masculinidad, Daniel Loks
Adler, trad., Móstoles Gaia, 1994 (2011, 4.ª reimp.).]
Fragmento de Rameau’s Niece de Cathleen Schine. Copyright © 1993
Cathleen Schine. Reproducido con permiso de Houghton Mifflin Harcourt
Publishing Company. Todos los derechos reservados.
Fragmento de The Natural History of Love, de Morton Hunt, copyright ©
1959 Morton Hunt. Utilizado con permiso de Alfred A. Knopf, división de
Random House, Inc.
Fragmento de «Let Your Body Talk» de Daddy DJ. Radikal Records,
2003.
Fragmento de Love, Power, and Justice (relanzamiento 9/92), de Paul
Tillich (1954), (GB 1960).
Fragmento de Urban Dictionary, copyright © 2005 Aaron Peckham.
Fragmento de The Complete Essays of Montaigne, Donald M. Frame, trad.,
y publicado por Stanford University Press.
Fragmento de «Love and Pain», en Studies in the Psychology of Sex de
Havelock Ellis, © 1933, publicado por Random House, Inc.
Fragmento de About Love: Reinventing Romance for Our Times, de Robert
C. Solomon, © 1988, publicado por Touchstone Books. Tom the Dancing
Bug © 1992 Ruben Bolling. Reproducido con permiso de Universal Uclick.
Todos los derechos reservados.
Fragmento de The Essential Seducer, de A. Karr, Peter Haining, ed.,
Londres, Robert Hale Ltd., 1994.
Fragmento de «Why a Wussy Can’t Attract Women», de David DeAngelo,
DoubleYourDating.com (28 de febrero de 2007).
Título original: Swoon
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© 2013, Random House Mondadori, S. A.
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© Fernando Vicente, por las ilustraciones del interior
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