Los grandes seductores y por qué las mujeres se enamoran de ellos Betsy Prioleau Traducción de Ana Mata Buil www.megustaleerebooks.com Índice Los grandes seductores y por qué las mujeres se enamoran de ellos Introducción. Grandes seductores: los hombres y los mitos PRIMERA PARTE. Anatomía de los grandes seductores 1. Carisma. Un relámpago en una botella 2. Carácter. Las bondades SEGUNDA PARTE. Modelo del seductor 3. Echar el lazo al amor. Los sentidos 4. Echar el lazo al amor. La mente 5. Afianzar el amor. La conversación 6. Avivar el amor 7. El gran seductor actual Agradecimientos Notas Créditos de los textos citados en el original Biografía Créditos Acerca de Random House Mondadori Para Philip, la Inspiración y el Hombre Introducción Grandes seductores: los hombres y los mitos Un hombre sin las delicias del amor es poco más que una triste mazorca de maíz. PEIRE D’ALVERNHE, canción trovadoresca1 Casi todas las mujeres han soñado con un «gran amor». SIMONE DE BEAUVOIR, El segundo sexo2 Pembroke, una aldea conocida en otra época como Scuffletown (2.800 habitantes), se encuentra en las llanuras del sureste de Carolina del Norte, junto a la autopista 711. Alberga al equipo de béisbol de los Braves de la Universidad de Carolina del Norte, a los indios ojizarcos, la iglesia baptista de Berea, la floreciente cadena de tiendas de un dólar Dollar Tree, la brasería Papa Bill’s Ribs, una pista para competiciones de acrobacias con vehículos, y además es el hogar de uno de los seductores más atractivos de nuestros tiempos. Jack Harris es profesor universitario de psicología, tiene cuarenta y tantos años y el pelo cortado a cepillo, arrastra las palabras al hablar y tiene una vocación que no abunda hoy en día: embelesar a las mujeres. «Desde que tengo uso de razón —comenta mientras bebe una cerveza— siempre ha habido mujeres (en el ático, en el tren o en el autobús) que se han sentido atraídas hacia mí. ¿Por qué? Déjeme pensar… Bueno, creo que intuyo lo que necesitan. Las amo y quiero complacerlas.» Hay muchas formas de llamar a un hombre así: libertino, crápula, castigador, casanova, donjuán, seductor, mujeriego, imán sexual y rompecorazones. En francés lo llaman tombeur; en japonés, ikemen; en ruso, krasavchik; en chino, «lobo de colores»; en inglés, ladykiller; en portugués, mulherengo; en alemán, Frauenjäger. Sin embargo, es un misterio en cualquier idioma, se ve envuelto por un halo de mito, los prejuicios y las teorías de estar por casa. ¿Quién es en realidad ese donjuán, ese demonio tan atractivo? Lo cierto es que no hay un término ideal para definirlo. Un hombre que enciende la pasión en las mujeres, las adora y las enamora de por vida desafía todo tipo de modelos conocidos: pícaros con tablas, cachas con un buen miembro, hombres forrados de pasta o cualquiera de las versiones científicoterapéuticas del macho alfa romántico. El seductor pone en tela de juicio todas las imágenes arraigadas; es el amante que nadie conoce. Jack, por ejemplo, no se ajusta a ningún patrón. «Siempre he considerado que soy bastante normalito», reconoce. Y es verdad. Tiene la cara alargada, al estilo del Greco, y viste de manera informal, anodina: camiseta de manga corta, vaqueros sin marca, botas camperas y una cadena con un crucifijo de oro. No tiene pedigrí, ni riqueza, ni poder, ni recursos, ni los atractivos de la seguridad y la estabilidad. (Dejó un puesto fijo en el sur de Texas por un arrebato y reconoce que es bastante «volátil».) En cuanto a las técnicas de seducción: «No me esfuerzo. Creo que es instintivo. Simplemente me siento muy cómodo entre las mujeres. Y —apura la cerveza y aplasta la lata vacía para dar más énfasis al comentario— soy incapaz de hacer el amor a menos que sienta un vínculo emocional con la otra persona; no soy del tipo de hombres que ligan y pasan página. Me refiero a que hay muchas mujeres que me han roto el corazón…». ¿Y este es el famoso Don Irresistible? ¿Este es el hombre al que persiguen las mujeres, a quien codician y no pueden olvidar en décadas? No me cuadra. A simple vista, Jack no debería entrar en este grupo, y mucho menos ser capaz de embelesar a mujeres a diestro y siniestro y tener que rechazar las proposiciones de las alumnas que se le acercan con notitas arrugadas en las temblorosas manos. Durante siglos, los seductores como Jack han quedado encasillados en el estereotipo, distorsionados y estigmatizados hasta tal punto que resultan irreconocibles. Sin embargo, los sentimientos hacia ellos están drásticamente divididos; hay quien los critica y quien los admira, hay quien los censura y quien los valora aunque no lo reconozca. Son la encarnación de lo prohibido: una amalgama de envidia, deseos reprimidos y pasiones contenidas. Muchas veces también han sido silenciados. No obstante, si dejamos que los hombres irresistibles nos den su opinión, observaremos que son radicalmente distintos al estereotipo: son personas románticas, complejas y atípicas que rompen el molde del «seductor» y redefinen el atractivo masculino. A pesar del concepto del «mapa del amor» individual y la creencia popular en la media naranja, lo cierto es que un número reducido de hombres han sido capaces de robar el corazón de la mayor parte de las mujeres a lo largo de la historia.3 En un estudio transcultural del ADN llevado a cabo en 2004, el doctor Michael Hammer y sus colaboradores de la Universidad de Arizona descubrieron que ciertos hombres habían traspasado buena parte de los genes a la siguiente generación.4 La conclusión del estudio fue que, al parecer, las mujeres tienen gustos similares;5 hay hombres a quienes prefieren de manera sistemática en lugar de otros; son más atractivos, más fascinantes, más «no sé qué». Un crítico proclamaba hace poco que «no hay nada más que decir acerca de la cuestión [del donjuán]». Bueno, pues aquí acabamos de empezar.6 Por ejemplo, ¿que es ese «no sé qué»? ¿De dónde sacan los hombres irresistibles esa garra, ese don para las mujeres? ¿Cómo consiguen crear la magia: el hechizo con el que enamoran y saben mantener enamoradas a todas las mujeres que deseen, cuando y donde lo deseen? ¿Quiénes son esos personajes tan enigmáticos? Para empezar, será preciso que rasquemos todas las capas acumuladas de detritus culturales del lienzo (las supersticiones heredadas, los manidos mitos y caricaturas, los sesgos «científicos» y las teorías peregrinas) para ver por fin la verdadera imagen del cuadro. Es preciso aclarar que los seductores van acompañados de una advertencia para las menores de edad. No son guardianes de la moral, ni varas rectas, ni dóciles gatos domesticados. Nos transportan al territorio prohibido y a los rincones oscuros de nuestra psique, y no siempre son políticamente correctos. Pero constituyen una hermandad selecta que ama a las mujeres y las encandila. Además, pueden enseñarnos algo muy valioso: no solo son enloquecedoramente atractivos, carismáticos y adorables en todo momento, sino que conocen uno de los secretos más codiciados: saben qué desean de verdad las mujeres y cómo proporcionárselo. En primer lugar, abrámonos paso entre los mitos. El seductor satánico ¡Abstente, vil embaucador! ¡Puerco libidinoso! BEN JONSON, Volpone o El zorro7 El malvado castigador es la cara más conocida del seductor. Con su aire siniestro y sus encantos letales, se pasea por infinidad de novelas, poemas, obras de teatro y películas, y siembra la desgracia entre el sexo femenino. Según escribe la crítica Juliet Mitchell, es el prototipo del «tipo más repugnante de masculinidad».8 Un hombre frío y calculador que se aprovecha sexualmente de las mujeres y cuyo único objetivo es aumentar el número de sus conquistas. Es John Malkovich con su aire maléfico, el siniestro caballero que desflora a sus desafortunadas víctimas en hoteles franceses y desaparece en plena noche. Es el amante latino caradura contra el que advierten las madres, un embaucador que se desliza como un reptil enfundado en sus trajes oscuros de diseño y emplea ardides sádicos. Puede tener tres colores: negro, negrísimo y requetenegro. El historiador Denis de Rougemont cree que hay algo demoníaco en el donjuán, una idea que arrastramos desde hace miles de años.9 En Sumeria, en 2400 a.C., el seductor tomaba la forma de «Lilu», un demonio nocturno que asaltaba a las mujeres en el lecho y las dejaba embarazadas. Es el antepasado del íncubo, un espíritu nocturno de las leyendas occidentales, aficionado a las bellas durmientes y a las esposas desatendidas. Dante colocó al seductor en el octavo círculo del infierno, y John Milton lo retrató como una encarnación de Satán en El paraíso perdido, donde reptaba cual serpiente hacia el Edén para cautivar a Eva y condenarla para toda la eternidad. El malévolo Don Juan ha sido una constante en el imaginario cultural. Desde Lothario, el personaje dieciochesco de La bella penitente (la obra teatral de Nicholas Rowe), que deshonra a la pura Calista, hasta el romántico «hombre fatal», pasando por La máquina del amor de Jacqueline Susann, y por Don Draper, de la serie televisiva Mad Men, ese pícaro personaje que intenta aprovecharse del sexo femenino aparece por doquier. En la novela contemporánea de Francesca Stanfill Sombras y luz. Una pasión irremediable, una sofisticada artista de la sociedad se derrite ante las pérfidas maquinaciones de un mujeriego. La estrella del rap 50 Cent es una de las encarnaciones de Satán más recientes. I’m into having sex, I ain’t into making love / […] the hoes they wanna fuck / But homie… («A mí me va el sexo, no hacer el amor […] Las tías quieren follar / pero el colega no es fácil de atrapar»), canta.10 Esos depravados mantienen la actitud despectiva por una serie de motivaciones muy variadas: poder, dominación, ambición militar frustrada, lascivia y, en la mayor parte de los casos, pura misoginia. Aborrecen a las mujeres que caen en sus garras. Lovelace, el disoluto caballero de la novela Clarissa, de Samuel Richardson, lleva hasta el extremo de la lógica su odio hacia las mujeres y viola brutalmente a la protagonista. Incapaces de amar, los enemigos licenciosos ven a sus «presas» como si fueran cifras, no personas sino objetos intercambiables en un carrusel interminable de parejas sexuales. Las mujeres no tienen posibilidad de sobrevivir ante este crápula satánico. Abducidas por sus sigilosas artes del engaño y la trampa, se enfrentan a un final trágico. Se les altera la psique y caen en una espiral de enfermedad, locura y catatonia. Lo más habitual es que terminen en la tumba antes de tiempo o se arrojen a las vías del tren, como Ana Karenina. El verdadero seductor satánico Sin duda existen mujeriegos despiadados y crápulas fríos y calculadores, pero no son auténticos seductores. Un auténtico cautivador de mujeres no desprecia sus conquistas ni ansía su destrucción. «El seductor de profesión, que hace de la seducción un proyecto, es un hombre abominable —insistía Giacomo Casanova—, sustancialmente enemigo del objeto en el que ha puesto los ojos. Es un verdadero criminal que, si tiene las cualidades requeridas para seducir, se vuelve indigno cuando abusa de ellas para hacer infeliz a una mujer.»11 El propio Casanova es la prueba contra ese estereotipo del seductor villano al que con el tiempo ha dado nombre. Aventurero veneciano del siglo XVIII que obtuvo grandes logros (fue escritor, empresario, violinista, estudioso, diplomático y bon vivant), Casanova fue también uno de los mejores amantes del mundo. Admiraba y respetaba a las mujeres, y convirtió la felicidad de todas ellas en su empresa vital. Las trataba «como si fueran sus iguales», escribe un biógrafo, «y las desnudaba como si fueran sus superiores».12 Siempre dispuesto a complacer, se especializó en el placer femenino y llegó a proporcionar catorce orgasmos en una misma velada. Las mujeres solían ser quienes tomaban la iniciativa y ninguna de ellas se sintió abandonada ni ultrajada por Casanova; cuando se separaban era de mutuo acuerdo. En lugar de sentirse destrozadas y con instintos suicidas, a menudo sus parejas se sentían mejor después de su relación con él, tanto en el plano material como en el psicológico. Nunca engañaba a sus enamoradas ni tuvo un número de amantes exagerado para los estándares actuales (unas 120 amantes a lo largo de toda su vida), y siempre las recordaba con afecto. Si hubiera que definirlo, diríamos que estaba enamorado del amor. Durante la época que duró su gran idilio amoroso, estuvo a punto de perder el juicio y la vida. A los veinticuatro años conoció a la misteriosa Henriette, una mujer francesa que viajaba de incógnito para huir de su familia, y se enamoró «perdidamente» de ella.13 Henriette era una mujer ingeniosa y culta, con talento para la música, y juntos pasaron tres meses perfectos en «tierna unión» sin «un solo instante vacío» ni un «bostezo».14 Cuando los familiares de la mujer dieron por fin con ella, la joven dejó escrito en el cristal de la ventana del hotel suizo en el que se alojaban con la punta de un diamante: «También olvidarás a Henriette».15 Pero no pudo olvidarse de ella, ni siquiera en la vejez. Cuando Henriette se marchó, Casanova se refugió en una pensión remota, se negó a comer y se habría muerto de inanición si no hubiera sido porque una desconocida irrumpió en su habitación y lo salvó. Dieciséis años después, estaba de nuevo a las puertas de la muerte cuando volvió a saber de Henriette. Se hallaba de viaje por la zona de Aix y se puso gravemente enfermo. Durante los siguientes cuatro meses, una enfermera acudió a su habitación a diario para cuidarlo, enviada por su antigua amante Henriette, que entonces era marquesa y vivía en un castillo cercano. Todavía le amaba, y para demostrárselo le mandó una carta en blanco que iba dirigida «Al hombre más honrado que he conocido en el mundo». Casanova, emocionado, se preguntó si no quería volver a verlo porque temía que sus «encantos podían haber perdido la fuerza con que encadenaron [su] alma hace dieciséis años».16 Una actitud que dista de la imagen de mujeriego despiadado que ha pasado a la historia. Casanova tenía sus vicios (el juego, las estafas y la vanidad), pero, en conjunto, era un hombre de gran carácter y sensibilidad que se adelantó varios siglos a su tiempo. Su error fue haber «nacido para el sexo [opuesto]», ser demasiado experto en las artes amatorias y ser objeto de envidia allá donde fuera.17 Los seductores no son en absoluto dechados de virtudes, pero tienden a parecerse al patrón de Casanova. En lugar de ser los manidos hombres malvados que se atusan el bigote en el escenario, son una raza mestiza (hombres como el filósofo francés Albert Camus) que encandilan y magnetizan a las mujeres. Según el propio Camus, él era el seducido: «Yo no seduzco —escribió en su diario—. Me rindo».18 Tampoco desprecian a sus conquistas con frialdad. Aman con intensidad, saben ser fieles y tratan a sus amadas con respeto, cortesía y genio erótico. Pocas veces acaban las mujeres destrozadas y hundidas; a menudo salen a flote después de la ruptura y muchas veces continúan amando a estos donjuanes. De la mano de los genuinos «seductores», dejaremos atrás a la calaña que se aprovecha de las mujeres y entraremos en un territorio ignoto y complicado. El adulador de mujeres patológico [El donjuán representa] un caso clínico del carácter perverso. GAIL S. REED, Psychoanalytic Quarterly19 A principios del siglo XX, en la época del modernismo norteamericano, el seductor adquirió otra personalidad demoníaca. En esta representación, el donjuán es algo más que un mujeriego amoral y un extorsionador sexual: está perturbado. Ya sea porque está demente o porque sufrió una infancia cruel, o por ambos motivos, está obsesionado por las mujeres y presenta una gran variedad de trastornos mentales. Aunque Freud (por extraño que parezca) no tenía nada que decir sobre la figura del seductor, sus sucesores se apresuraron a llevar a Casanova al diván del psicoanalista. Un médico español20 describió en 1927 al mujeriego como «hombre histérico», mientras que el psiquiatra Otto Rank le diagnosticó un «complejo de Edipo», en una búsqueda eterna y frustrada de la posesión materna.21 Una generación posterior de psicólogos arremetió contra su narcisismo, un ensimismamiento anormal que impedía la empatía y los vínculos normales.22 El antihéroe de Jules Feiffer en Harry es un perro con las mujeres es un ejemplo clásico, un «monstruo del amor» que forra su apartamento con espejos y responde a la pregunta de una de sus novias «¿En qué piensas?» con un lacónico: «En mí».23 El diagnóstico va de mal en peor. El problema con los mujeriegos, sostiene Gregory Pacana en el Philadelphia Mental Health Examiner, es que tienen el «trastorno de Casanova», un subtipo de trastorno de la personalidad límite que implica once síntomas, que van desde la fobia social hasta la manía.24 El doctor Gregorio Marañón describió el «donjuanismo» como el «erotismo deformado hasta el delirio».25 Hoy en día recibe el nombre de adicción al sexo, y los enfermos vuelven «al buen camino» mediante un programa de doce pasos de abstinencia sexual impuesta, arrepentimiento público y terapia de grupo.26 Un perfil psiquiátrico todavía más extremo es el del seductor como sociópata. Se trata de agresores sexuales carentes de conciencia que dominan las artes de la seducción y a quienes no importa recurrir al abuso sexual.27 En el punto más criminal del espectro, son psicópatas: temibles impostores, como Michael Murphy, de treinta y seis años. Murphy, que cumplía una condena de veintiséis años en una cárcel de Montana, puso en práctica su talento como seductor de un modo tan eficaz que convenció al menos a cinco funcionarias de prisiones para que se acostaran con él y le permitieran prácticas de contrabando. Su terapeuta, que sin saber cómo acabó besándolo (y algo más) en su despacho, reconoció: «No pude decirle que no». Y dos de las guardianas de la cárcel le mandaron cartas de amor. En una se leía: «Estoy enamorada de ti». El contenido de la otra no puede reproducirse.28 El verdadero adulador de mujeres Por supuesto, la salud mental es relativa y existe en un continuo. Pocas personas pueden soportar las tormentas de la vida sin inmutarse. Los seductores no son una excepción. También tienen su ración de traumas y momentos de locura. El poeta romántico e ídolo amoroso Alfred de Musset sufría ataques de nervios de vez en cuando; Casanova se planteó el suicidio en una ocasión; y tanto Richard Burton como Kingsley Amis eran alcohólicos. Pero como colectivo, desafían el modelo patológico del mujeriego. Con bastante frecuencia pertenecen a otra categoría: son hombres normales y corrientes con psicología positiva.29 Muchos comparten varias o todas las cualidades actualizadas del «espécimen humano sano»: fortaleza de ego, vitalidad, resistencia, autenticidad, creatividad, autonomía, inconformismo, crecimiento personal y capacidad de amar.30 En su estudio revisionista, la psicoanalista Lydia Flem sitúa a Casanova en esta categoría. Se encaprichaba de forma sincera con todas y cada una de sus amantes, anhelaba relaciones profundas con ellas y nunca abandonó a ninguna. Luchador y pasional, vivía con fervor y «completa armonía entre la mente y los sentidos».31 Llegó a ser un erudito diestro en las normas de sociedad y entabló amistad con Voltaire, Catalina la Grande y otras personalidades de la misma talla. Entre sus amigos se contaba también un seductor de calibre similar que ha caído en un olvido relativo: Lorenzo Da Ponte. Da Ponte era un homme du monde, libretista de veintiocho óperas, entre ellas tres de Mozart, y poseía una habilidad para encandilar que parecía «casi mágica».32 Una mujer tras otra sucumbían a sus encantos, desde dos venecianas casadas hasta una posadera austríaca (que le escribió «Ich liebe Sie» en una servilleta el día en que se conocieron), pasando por «la Bella Inglesina», Nancy Grahl, quien sería su esposa durante cuarenta años.33 Cuando se casó con Grahl, Da Ponte estaba en la bancarrota, desdentado, sin trabajo y tenía veinte años más que ella. Igual que Casanova, compañero de juventud, Da Ponte tenía la psicología de un gran triunfador, un hombre imponente que deslumbraba con su ímpetu y su confianza en sí mismo. Estaba por encima de la simple cordura: era capaz de crear, amar intensamente, evolucionar y plantar cara a la adversidad. Nació en 1749 con el nombre de Emmanuele Conegliano, en un gueto judío de Venecia, y aprendió las lecciones de la vida a golpes. Era pobre, huérfano de madre desde los cinco años, iletrado (sus compañeros de clase lo llamaban Idiota) y se vio obligado a convertirse al cristianismo y cambiarse de nombre cuando su padre se casó con una joven cristiana. Lo internaron en el seminario y acabó por ordenarse cura católico. Sin embargo, Da Ponte rompió los moldes. Aprendió de forma autodidacta a escribir poesía y a los veinticuatro años se escapó del convento y huyó a Venecia, donde enseñaba y escribía sonetos por encargo. Tenía magnetismo y era apuesto: con una elegante nariz aquilina, la mandíbula fuerte y unos radiantes ojos iridiscentes. Las mujeres se fijaban en él. Durante los siguientes cuatro años les devolvió los favores y fue amante de varias signoras, antes de que los inquisidores lo obligaran a exiliarse por su moral disoluta y sus poemas pecaminosos. En Viena aduló al emperador José II de Habsburgo hasta conseguir que lo nombraran poeta de la corte. Allí colaboró con los más grandes, en especial con Mozart, y se convirtió en un célebre libretista. Igual que antes, las mujeres cayeron rendidas a sus pies. Era un «romántico empedernido»,34 siempre enamoradizo, aunque nunca le decía «Te amo» a una mujer, insistía, a menos que lo dijera de corazón.35 A lo largo de diez años mantuvo una «querida» habitual, con la que tuvo un hijo,36 y una tal Calliope que le ofrecía «café, tartas y besos» cada vez que Da Ponte tocaba la campanilla mientras escribía Don Giovanni.37 Una de sus inamoratas rechazó la propuesta matrimonial de un cirujano con demasiado fervor porque prefería seguir con su amante; además de decirle al cirujano que era feo, añadió que adoraba a Da Ponte. El cirujano se vengó recetándole ácido nítrico a Da Ponte para remediar un absceso, con el fin de que se le cayeran todos los dientes. Pues aun así, las mujeres seguían considerándolo irresistible. Siempre prefirió a las amantes con carácter, y su último escarceo amoroso fue con una belicosa diva, la Ferrarese, que duró hasta que se cernió el desastre; su patrón, el emperador, murió y sus enemigos desterraron de Viena a Da Ponte. Poco después, conoció a la lingüista de veintidós años Nancy Grahl, con quien se casó y se mudó a Londres sin un penique. Empezó a trabajar como librero y más adelante emigró a América con su esposa en 1805, en la bancarrota y sin contactos. Da Ponte, un verdadero ave Fénix, se reinventó en Pensilvania y Nueva York, probó fortuna con varias profesiones (entre otras cosas, fue verdulero) y acabó convirtiéndose en un miembro distinguido de la sociedad de Manhattan.38 Escribió sus memorias, contribuyó a la fundación de una ópera italiana, y al final ejerció de profesor de italiano en la Universidad de Columbia. Poco antes de cumplir los setenta años, sus cincuenta y ocho alumnas todavía «suspiraban por él en secreto».39 Debemos admitir que Da Ponte tenía sus defectos: era vanidoso, se ofendía con facilidad y su exagerada ansiedad lo hacía irritante. Pero desde luego, no era un casanova con complejos. No solo no tenía síntomas patológicos, sino que sabía salir a flote ante las dificultades y se esforzó al máximo por desarrollar una identidad plena y creativa. Está a la altura de muchos grandes amantes (hombres como Denis Diderot, el príncipe Grigori Potemkín y Benjamin Franklin), adorados precisamente por su personalidad expansiva, su capacidad de recuperarse ante la tragedia y su furioso espíritu vital. El macho alfa darwiniano El despliegue de poder y la abundancia de recursos funcionan en cualquier época. REUBEN BOLLING, «Tom the Dancing Bug», Salon40 Los biólogos especializados en la procreación aseguran: «Por supuesto, nadie que hable en serio pone en duda que las mujeres desean hombres acaudalados y con un estatus alto».41 Esta imagen del mujeriego nos llega por cortesía de la psicología evolutiva. Como lleva el sello de la ciencia, el caballero ideal darwiniano se ha convertido en el dogma establecido en los círculos dedicados a las relaciones personales. No obstante, aunque parezca sorprendente, la teoría del macho alfa se basa en un experimento del pensamiento cuya validez es dudosa. Los psicobiólogos se proyectan en la remota prehistoria y especulan que las primeras mujeres, vulnerables y asediadas, buscaban machos poderosos que las protegieran de los elementos, dieran sustento a la progenie y proporcionaran genes superiores. Con el transcurso de millones de años, defienden estos científicos, la preferencia por tales hombres se soldó en la libido femenina y creó una «fijación» sexual permanente. En consecuencia, las mujeres persiguen de manera instintiva al galán que les ofrece mejores opciones de supervivencia y un mejor ADN. Las listas de cualidades que dan los científicos varían, pero casi todos coinciden en los cuatro requisitos primordiales. El psicólogo evolutivo David Buss los resume así: 1) capacidad económica y estatus; 2) estabilidad y fidelidad; 3) afecto y compatibilidad; 4) inteligencia y superioridad física.42 La primera premisa para el atractivo sexual masculino, riqueza y estatus social, aparece con frecuencia en casi todas las culturas. Un casanova sin prestigio y sin dinero es prácticamente un oxímoron. Casi todos los especialistas en las relaciones de pareja, desde la doctora Helen Fisher hasta el doctor Phil, lo corroboran. «Un hombre de estatus social elevado —escribe el conductista Donald Symons— es la mejor opción tanto para marido como para pareja sexual.»43 Alentados por el patrón del anciano rico con una amante joven, los hombres pelean con uñas y dientes para ascender en la escala social y muestran sus flamantes tarjetas de crédito, que destellan como un relámpago. Es «básico»: los dandis conquistan a las nenas, porque tienen lo imprescindible para adaptarse: recursos y esperma de primera calidad. La seguridad es otro artículo de fe. Según los neodarwinistas, las mujeres quieren hombres «formales»: fieles, comprometidos y con «conductas equilibradas […] desde el punto de vista emocional».44 El hombre de sus sueños, declara Richard Dawkins en El gen egoísta, es «un buen ejemplar, doméstico y leal».45 Con niños pegados a las faldas y tigres con colmillos de sable acechando en la puerta, a nuestras antepasadas no les convenían las parejas volubles ni juerguistas. Si aplicamos la lógica darwinista, una mujer tenía que estar loca para no entregar su corazón a un hombre casero, un protector capaz de defender el fuerte y de proporcionarle seguridad. La compatibilidad y la decencia también resultan seductoras. En tiempos revueltos (guerras entre tribus, caminatas sobre placas de hielo y esfuerzos por conseguir provisiones), el oscuro desconocido implicaba un peligro potencial y una dificultad añadida. De ahí la preferencia femenina por el buen tipo de la misma tribu, alguien con un punto de vista parecido, con las mismas costumbres, gustos y opiniones. Los puntos en común, aseguran los científicos, conllevan ventajas evolutivas: cooperación doméstica, menos discusiones y relaciones más duraderas. Todo eso añade atractivo al vecino. Luego está la belleza y la musculatura, la quintaesencia del atractivo masculino. Desde la perspectiva evolutiva, las mujeres están predestinadas para preferir al hombre fornido y musculoso que augura protección e hijos hermosos. El sociobiólogo Bruce Ellis insiste en este punto: «Para todas las mujeres del mundo, el atractivo masculino está ligado a la fuerza […] y la destreza».46 Los mujeriegos, por obra de la selección natural, son altos, apuestos y guapos con bíceps como jamones y una entrepierna abultada. El verdadero macho alfa Los divulgadores científicos no se cansan de repetirlo: «Desde el punto de vista biológico, todavía somos prehistóricos».47 Pues de ser así, los seductores proceden de otra prehistoria. El tipo de hombre que de manera constante seduce a las mujeres pone en entredicho el modelo del macho alfa darwinista. El caso de Gabriele D’Annunzio es prototípico. D’Annunzio, una de las figuras más atractivas de la Europa de fin de siècle, fue un célebre poeta italiano, novelista, político, héroe de guerra y seductor nato. «La mujer que no se había acostado con él —dijo una salonnière parisina— era el hazmerreír del resto.»48 Las mujeres lo encontraban arrebatador. Lo perseguían por toda Europa como si fueran ménades enloquecidas, le dedicaban apasionadas declaraciones de amor, abandonaban a sus familias y, en dos ocasiones, le ofrecieron una fortuna a cambio de sus favores. La actriz de teatro Eleonora Duse, diva internacional, nunca se recuperó después de conocer a su Apolo. Sin embargo, Apolo no es lo primero que viene a la cabeza al pensar en D’Annunzio. Como prueba contra el progreso evolutivo, era un espécimen de físico muy poco agraciado: bajo, calvo y «feo», con dientes «estropeados», piernas gordas, caderas anchas, ojos de párpados caídos, labios pálidos y la piel gruesa y moteada.49 Tampoco irradiaba el atractivo de ser un gran proveedor de riquezas. Casi siempre tenía deudas y en mitad de su carrera profesional sufrió una bancarrota estrepitosa, perdió todas sus posesiones, entre ellas sus treinta perros de caza, en una subasta que duró diez días. Cuando llegó a Roma, era un don nadie sin pedigrí, sin reputación, ni dinero ni contactos. Los hombres de su calaña no eran bien recibidos. No obstante, gracias a su influencia sobre las mujeres, se introdujo en la alta sociedad y acabó abandonando a la hija de una duquesa… embarazada de tres meses. A pesar del desprecio infligido a su aristocrática esposa, ella lo amó hasta el final de sus días y acudió para cuidarlo en la vejez. La inestabilidad iba de la mano con él en todo momento. De una infidelidad crónica y siempre de paso, vivía de capricho en capricho. De todas formas, las mujeres se derretían a sus pies. Eleonora Duse no solo toleraba sus aventuras, sino que una vez lo arrojó en brazos de una rival. «Mire, ya que tanto lo ama —le dijo a una de sus invitadas—, ¡aquí lo tiene!» Y discretamente cerró la puerta.50 Otra pretendiente se negó a marcharse de forma tan discreta. Una marquesa rusa se enfrentó a la Duse después de un escarceo con D’Annunzio, sacó una pistola y se la fue pasando «de mano en mano» hasta que la diva hizo las maletas y se marchó. La Duse intentó «en vano olvidar a su gran amor» durante el resto de su vida.51 D’Annunzio era también impulsivo y voluble, propenso a los arrebatos y a las juergas. Tras una de sus escapadas, dijo extasiado: «Preciso de todo lo superfluo: divanes, telas preciosas, alfombras persas, porcelana japonesa, adornos de bronce, marfiles, alhajas, todas las cosas inútiles y bellas».52 Ni siquiera se podía confiar en él ante la adversidad, pues abandonó a algunas mujeres cuando estaban enfermas o en momentos turbulentos. No era del estilo fraternal. D’Annunzio era un hombre enigmático, de rareza exótica, atuendo extraño (plumas de oca y casullas clericales), escondites misteriosos (un refugio monástico barroco) y afición a comentarios como «las bocas verdes de las sirenas chuparon mi voluptuosa sangre».53 En lugar de ser el vecino de al lado, era el hombre de la galaxia de al lado, un «hechicero», como él mismo se definía.54 Los hechiceros no se caracterizan por jugar limpio, y D’Annunzio hacía oídos sordos a la moral burguesa. Aunque se mostraba gentil y generoso cuando se lo proponía, también sabía comportarse mal. Pero nadie era capaz de cautivar, mimar y arrebatar a las mujeres como lo hacía D’Annunzio. Era «el amante más extraordinario de [su] época»,55 «un seductor ante cuyas artes inclinaría la cabeza admirado el más radiante de los donjuanes».56 Igual que D’Annunzio, pocos seductores encajan en el patrón del neodarwinismo. Por supuesto, sí hay hombres mujeriegos ricos, guapos, famosos, amables y estables. Pero hay algo más que enciende la chispa de su poder erótico. Los artistas muertos de hambre y los anodinos obreros abundan en las listas de grandes amantes. Los impasibles guardianes del fuego del hogar y de los víveres, conocidos desde la infancia, también entran en esa lista, pero no predominan…, ni mucho menos. Los casanovas tampoco son siempre hombres de anuncio. Un tipo puede tener michelines, orejas de soplillo, genitales diminutos, papada y una piel áspera, y aun así ser el hombre más deseado del planeta. Hace falta mucho más de lo que concibe la psicología evolutiva para hechizar a las mujeres. El seductor cazador A las mujeres no les atraen los pánfilos. DAVID DE ANGELO, Dobla tus citas57 El presentador de radio y consejero sentimental Payton Kane promete lo siguiente a todos los hombres que se sienten solos al otro lado de las ondas: su «Equipo de Transformación es capaz de convertir a cualquier hombre normal en un ligón ¡en cuatro horas!».58 El seductor que surge de esa transfiguración es una de las versiones más convincentes del nuevo casanova. Es el cazador, el pícaro, el artista del ligoteo. Esta encarnación con pocas luces del machismo neodarwinista se hizo famosa gracias a Neil Strauss con su bestseller de 2005, El método, y lo secundan decenas de gurús de las citas cibernéticas. La premisa que se aplica en este caso es que un maestro del amor es un machote que conquista a las mujeres con un repertorio de maniobras paramilitares: bravuconadas, alarde y disparos certeros. Para los estándares de Casanova, el objetivo es modesto: no se trata de que lo amen (eso está en otra liga) sino de llevárselas al catre. Lo fundamental en el sistema del cazador gallito es desplegar la sensación de dominación. A menos que seas el «jefe de la tribu», no te ligarás a la chica, exhorta el gurú Mystery, un tipo con aspecto gótico, un sombrero que recuerda una alfombra con flecos y las uñas pintadas de negro.59 Entra con aplomo en un bar, indica, actúa como si fueras «el premio» y deja que las mujeres sepan quién manda.60 Esto requiere un repertorio de bromas y «desprecios» sarcásticos como: «¿Qué puntuación te dan en la cama?», seguido de un: «Pues acabas de bajar de la posición número 1 a la 10».61 La estrategia para cerrar el trato parece sacada de la Operación Cacique. A menudo con la ayuda de una «mano derecha», el «experto en seducción» predispone a su objetivo con «palabras mágicas» (términos que despiertan la sensualidad como «revolcón», «mamada» o «placer») y una buena dosis de halagos y desprecios combinados.62 Según Mystery, es tan eficaz como un buen tirón de la correa del perro.63 Cuando la víctima se atusa el pelo y sonríe, ha llegado el momento de la «cinética», toques estratégicos en la cadera, la cintura y el pecho. Por fin, el «artista de Venus» aísla a la chica, la besa, le pide el número de teléfono y la deja ahí como si tuviera cosas mejores que hacer.64 Más tarde la llama y le propone un «lugar para el sexo»; luego se dirige a la cita, listo para matar.65 En uno de los comentarios de la página alardea Extramask: «Le di unos buenos azotes».66 A lo largo de esta campaña de seducción y conquista, el mujeriego mantiene el tipo y se blinda emocionalmente. Un artista del ligoteo aprende a «eliminar el deseo» (como recomienda el donjuán Dex en la película El tao de Steve) y a ocultar los deseos, si se interfieren.67 Los seductores mantienen la cabeza bien fría, huyen de la palabra «amor» y se convencen de que «siempre habrá otra mujer».68 En su caso, es cierto. Los «logros» que describen son números intercambiables (valorados del 6 al 10). Suelen ser mujeres desesperadas: strippers, esposas aburridas, aspirantes a modelo y un despliegue de solteronas que deambulan por las discotecas. Neil Strauss, aficionado a la caza femenina, aseguraba haber estudiado a los artistas del ligoteo durante dos años para «convertirme en lo que todas las mujeres quieren; no lo que dicen que quieren, sino lo que quieren en realidad».69 Pero se equivocó de colegio. Los hechizadores del mundo real proporcionan un mensaje muy distinto y aspiran a una categoría de mujeres que dista del triste reparto de Strauss, compuesto por camareras adolescentes, bailarinas exóticas y señoras con habilidades de «actriz porno».70 El verdadero seductor El príncipe Alí Khan sería la envidia de cualquier seductor cazamujeres. Apodado «el Príncipe Dorado»,71 Khan fue famosísimo en la década de 1950: galán internacional, soldado condecorado, deportista, filántropo, vicepresidente de la ONU, líder espiritual de veinte millones de musulmanes ismailíes, y amante de la crème de la crème. Hubo quien dijo: «No estabas en la onda, sino déclassé, démodé, no eras nadie, no contaban contigo, si no te habías acostado con Alí».72 Se hizo famoso por seducir a la Diosa del Amor, Rita Hayworth, y alejarla de su marido, para después casarse con ella por todo lo alto junto a una piscina llena de colonia. No obstante, Khan rechazaba el credo del cazador. «Tiró el manual y empezó a jugar de manera intuitiva.»73 En lugar de ser frío y arrogante, Khan era la caballerosidad personificada y se desvivía por complacer a las mujeres. Era modesto y discreto sobre sus conquistas, que superaban con creces los sueños más atrevidos de un artista del ligoteo. Aunque su forma de vestir y su aspecto eran poco espectaculares (de piel cetrina y con entradas), irradiaba «dulzura», «suavidad» y «una humildad que derretía».74 Cuando quería conquistar a una mujer, desdeñaba las estrategias bélicas, los despliegues de dominación y la indiferencia fingida. Iba a por todas. Las amantes decían que les echaba el ojo entre los invitados en las fiestas e iba directo hacia ellas. Una vez, en Ascot, dio la espalda a las carreras de caballos y se quedó mirando fijamente a quien después sería su amante, que se hallaba en la tribuna. En otra ocasión, le dijo a una de las mujeres con las que compartía mesa en un banquete, a quien acababa de conocer: «Preciosa, ¿quiere casarse conmigo?». La honorable Joan Guinness, esposa del magnate de la cerveza negra, no tardó en divorciarse de su marido y lo hizo.75 Los desplantes lacónicos no eran de su estilo. La cantante y estrella del cine francesa Juliette Gréco consideraba que la zalamería era el punto fuerte de Khan. En su primera cita, recordaba, la aduló «de una forma encantadora, muy especial».76 Se concentró únicamente en ella, en sus intereses y en su carrera profesional, sin mirar ni una vez al desfile de chicas glamurosas que se pasearon por delante de su mesa. Hizo que se sintiera como una «reina».77 Haber echado el anzuelo a una mujer le habría parecido a Khan algo torpe y pueril; él se dedicaba al afrodisíaco arte del aplauso: piropos, atención continua y caricias. Aunque tuvo muchas aventuras amorosas, Khan siempre estaba «loca y perdidamente enamorado» (si bien de manera fugaz) y dejaba al descubierto su corazón.78 En lugar de ocultar sus sentimientos, hacía alarde de ellos. En cuanto vio a Rita Hayworth, suspiró: «¡Dios mío! ¿Quién es esa mujer?» y empezó a asediarla para conseguir sus favores.79 Contrató un cocinero nuevo, renovó el castillo en el que vivía (incluso compró manteles nuevos) y la llamó día y noche hasta que accedió a ir a comer con él. Después pasó a enviarle tres docenas de rosas rojas a diario desde Cannes. La llamaba con impaciencia por teléfono para dedicarle todas sus atenciones: ¿cómo se encontraba? ¿Necesitaba algo? Al final Rita Hayworth terminó por necesitarlo a él, y no tardaron en formar pareja. Pasaron románticas vacaciones en París, Londres y España. Sin embargo, las habitaciones de hotel no eran «coordenadas C3» como las llaman los cazadores; Khan era un artista sexual, cuyo propósito principal y prioritario era la satisfacción femenina.80 «Hacía que las mujeres se sintieran maravillosas.»81 Todo fascinador que merezca las mujeres que lo aman, desde la Antigüedad hasta el presente, rechaza el modelo del prepotente cazador; actúa de otra manera. Incluso Jack Nicholson, con su pose de frialdad, es un «tipo sentimental» que corteja a las mujeres con piropos, exuberancia y un deseo y una vulnerabilidad manifiestos. Los grandes amantes tratan a las mujeres con guante de terciopelo, no con un manual bélico.82 El ídolo de manual Justo lo que recetó el doctor Amor. VERONICA HARLEY, «Best Relationship Books», AOL83 Otra distorsión del personaje del seductor es el Don Perfecto de la terapia de pareja: el contrario del cazamujeres. En lugar de un duro hombre machista con esquemas maquiavélicos, este epítome del atractivo masculino ha sido sensibilizado, civilizado y personalizado para una generación posfeminista. Es una creación de los kits de identidad, una amalgama artificial del ideal terapéutico. Liberado y bueno en todo, es empático, casero, una buena compañía, maduro y educado. Y con la ayuda de un número suficiente de sesiones, puede producirse en serie. En el papel parece la fantasía de cualquier mujer. Este ídolo es consciente de que las mujeres están agotadas, trabajan demasiado y necesitan sustento. Este sistema de apoyo global sintetizado en un solo hombre proporciona todo lo que hace falta: verduras, masilla para las juntas de las baldosas, la revisión del coche y un masaje shiatsu. Asimismo complace a la mujer por dentro. En el «laboratorio del amor» del doctor John Gottman, en Seattle, los hombres aprenden a comunicarse, a expresar sus sentimientos, a escuchar y a dar confianza.84 Este donjuán ideado por los consejeros matrimoniales también aprende a jugar limpio. Cuando empiezan a saltar chispas, es el paradigma de la compasión y la calma. Gracias a un autocontrol muy concienzudo, se contiene para no «explotar» y responde sin ponerse a la defensiva para evitar las peleas.85 Hay que reformular las quejas de la mujer, aconseja Gottman, ceder, ser conciliador y no mostrarse nunca intransigente: «Opte por ser educado».86 Tal como recomienda el doctor Phil, el amante ideal se esfuerza al máximo, «igual que en cualquier otro proyecto».87 En el tocador es igual de considerado. Las guías para parejas proporcionan numerosos consejos sobre las habilidades horizontales, descripciones tan detalladas como los manuales de aviación que desmenuzan las acciones de la A a la Z. El juego previo debe ser extenso. Hay que empezar por la preparación cuidadosa del estado de ánimo: música (incluidas las listas de reproducción), baño de burbujas y velas; seguido de por lo menos «veintiún minutos de juegos eróticos». El sexo en sí también debería seguir una coreografía bien ensayada, con juguetes sexuales a mano, dominio de las posturas y todo un inventario de movimientos sobre el colchón.88 El verdadero ídolo El casanova de los terapeutas tiene muchísimas cualidades: acierta en todas las casillas. A una mujer no le iría mal tener a semejante amante perfecto en su vida, un compañero sin complicaciones que lo hace todo bien y además le echa una mano. Sus creadores lo han diseñado con buena intención. El único inconveniente es el deseo. El donjuán característico del manual se ha creado a partir del diseño racional, sin tener en cuenta el eros, la fuerza vital ajena a las normas. Los hombres que inspiran y alimentan las grandes pasiones no son productos prácticos que se pintan copiando el modelo en el laboratorio de las relaciones personales. Lord Byron, el poeta británico del siglo XIX, patriota e icono romántico, habría sido la pesadilla del diván. Irreverente, antojadizo y de carácter airado, incumplía prácticamente todas las leyes sagradas del terapeuta. Aun así, era «en una palabra, irresistible». No solo fue un poeta estrella que provocó una avalancha de admiradoras (la byronmanía), sino que obtuvo la adoración incondicional de un sinfín de mujeres a lo largo de toda su vida.89 Lejos de ser un marido abnegado, Byron desprendía ganas de conocer mundo y vivir aventuras en el extranjero, ataviado con una colección de turbantes albanos y pantalones bombachos turcos. Y parecía a medio civilizar. Byron, «imposible de olvidar una vez visto», tenía el rostro cincelado como un Baco antiguo, con ojos azules «salvajes», un labio inferior carnoso y sensual, y la frente alta cubierta de indomables rizos morenos.90 Tenía un pie deforme y una cojera crónica, que le granjeaba la compasión femenina, y las mujeres cuidaban de él en lugar de pedirle que las mimara. Copiaban sus poemas, le dejaban dinero, se preocupaban por su salud y lo agasajaban como a un maharajá. El papel del hombre protector lo dejaba indiferente. Cuando llevaba tres meses casado, le preguntó un día a su esposa: «¿A qué demonios se refiere tu madre cuando me dice que te cuide? Supongo que ya sabes cuidarte sola».91 La comunicación —al estilo de las terapias de pareja— no era su fuerte. Aunque estaba en contacto con sus sentimientos (lloraba con facilidad) y era capaz de mantener largas conversaciones íntimas con sus amadas, tenía un historial ambivalente como comunicador amoroso. Confundía a su amante, lady Caroline Lamb, con una mezcla de palabras cariñosas y sarcásticas, y provocaba a su recién casada esposa con un toma y daca de confesiones tiernas y crueles desaires. La conversación era harina de otro costal. Cuando quería, podía ser adorable. Hablaba con una dulce voz de barítono y un leve ceceo, y hechizaba a las mujeres con sus chanzas juguetonas y sus alegres pirotecnias verbales. «Tenía una risa musical», lo alabó lady Blessington en sus memorias, una forma de hablar «muy fascinante».92 Sin embargo, no era aconsejable pelearse con Byron. Incapaz de escuchar a la otra parte, no aplacaba las llamas con el bálsamo de la comprensión y la sobria contención. Una vez zanjó una discusión con su esposa arrojando un reloj de mesa al suelo y aplastándolo a golpes de atizador. Lady Caroline Lamb alcanzó tal desesperación por culpa del silencio despectivo con que respondió él durante una pelea, que lo amenazó con un cuchillo en una fiesta en Londres, después se lo clavó ella misma en la mano y se marchó del salón corriendo y chorreando sangre. Es posible que tampoco fuera siempre un portento sexual. Abundan las anécdotas de sus excesos y de las mujeres incapaces de alejarse de su cama, como la hermanastra de Mary Shelley, Claire Clairmont, que le suplicó que se acostara con ella, lo consiguió y después lo siguió hasta Italia para que la dejara repetir. Sin embargo, más de una vez trató a su esposa con falta de tacto: por ejemplo, la desvirgó sin ceremonias en el sofá antes de la boda y una noche la poseyó a tergo. A pesar de todo esto —su comportamiento incorrecto a ojos de un psicoterapeuta y de su naturaleza compleja y poco cooperadora—, Byron era un «hombre encantador», asediado y mimado por las mujeres.93 Su mujer pataleó histérica y se tiró al suelo en una «agonía de reproches» cuando se separaron; Caroline Lamb nunca se recuperó del todo y cayó enferma cuando lord Byron murió a los treinta y seis años.94 Su última amante, la condesa Teresa Guiccioli, con quien estuvo cinco años, hizo una peregrinación para rezar junto a su tumba y, en el salón de tertulias parisino del que era anfitriona, a sus cincuenta años largos colocó un retrato de Byron en un lugar bien visible y exclamaba ante todo aquel que quisiera escucharla: «¡Qué guapo era! ¡Cielo santo, qué guapo!».95 Los seductores casi nunca se ajustan a los estándares de los médicos especialistas en relaciones personales. Se salen de las tablas del terapeuta. El pintor vanguardista Willem de Kooning, por ejemplo, era poco comunicativo y estaba totalmente absorto en sí mismo y en su obra: un «niñito» que necesitaba una retahíla de mujeres que lo alimentaran.96 Sin embargo, era una bomba sexual famosa en el mundo de las artes, un amante delicioso que «dejaba que las mujeres se acercasen a él».97 Muchos casanovas no pasarían la prueba del autocontrol. Frank Sinatra tenía malas pulgas y no sabía controlar los arrebatos de ira. Se salía de sus casillas, rompía los muebles y, una vez, enfurecido, pegó un tiro al colchón. Sin embargo, nada detenía la estampida femenina. Según Ava Gardner, su segunda esposa: «Me entraban ganas de darle un puñetazo, pero le perdonaba al cabo de menos de medio minuto».98 Los grandes seductores tampoco siguen los consejos del manual en la cama. Casanova adaptaba cada cita al gusto de la dama y era capaz de despertar una lujuria pura y espontánea en el dormitorio. Jack Nicholson, el «fabuloso amante», no se concentraba tanto en la técnica cuanto en la creatividad en el lecho: diversión descarada, correteos en cueros por la cocina y la dedicación al «placer absoluto» de la mujer.99 Los consejeros de pareja admiten que no son capaces de fabricar la pasión. Su objetivo es un acuerdo de compañerismo, una pareja adulta, pacífica, sin sobresaltos. Su donjuán es un artefacto hecho a medida: un androide asexual programado para la población femenina estresada y saturada. Además, el modelo del terapeuta se ha construido en ausencia de pruebas: los verdaderos casanovas, las auténticas manos sensuales que derriten a las mujeres. Las falsificaciones de seductor Además de los estereotipos más evidentes —el seductor satánico, el macho darwiniano, el cazamujeres, el ídolo de manual— hay una distorsión más sutil y omnipresente del seductor: el dios del amor anunciado en los medios de comunicación, que tantas veces se confunde con el artículo genuino. El número anual dedicado al hombre más sexy de la revista People («Sexiest Man Alive»),100 con sus hombres de portada y sus exagerados pies de foto («La estrella consigue que las mujeres digan: «Oh… Dios… ¡Sí…!»), puede ser un buen método para las relaciones públicas, pero no es una guía muy fidedigna para los seductores. ¿Quién sabe si George Clooney o Matthew McConaughey son grandes amantes? Ambos son productos de los estudios cinematográficos, concienzudamente fabricados, hombres espejismo diseñados para vender películas y series televisivas. De hecho, Valentino decepcionaba como amante, y es probable que Cary Grant, que vivió durante años con Randolph Scott, fuera gay. Si lo miramos de cerca, John F. Kennedy pinchaba en la cama, trataba a las mujeres como si fueran objetos y prefería la compañía masculina. Algunos supuestos cautivadores, como el galán Errol Flynn, eran tan retorcidos que apagaban cualquier sentimiento romántico. Sus libertinajes épicos anulaban su belleza, su atractivo sexual y su magnetismo. No solo se relacionaba con criminales nazis y participaba en el tráfico de esclavos de Nueva Guinea, sino que trataba a las mujeres (y a los muchachos) como si fueran «papel higiénico», cautivaba a menores de edad y era capaz de asquerosidades del calibre de masturbarse en una tortilla que estaba preparando para unos invitados.101 Otros famosos «seductores» de la historia no dan la talla por la misma razón. El grosero lord Rochester del siglo XVII, alcoholizado y pervertido, murió a los treinta y tres años de sífilis; el marqués de Sade saciaba su apetito sexual con flagelaciones que dejaban casi muertas a poules indigentes; y el pintor Modigliani maltrataba y abusaba de las mujeres: una vez le rasgó el vestido en público a una amante, y en otra ocasión arrojó a una mujer contra una ventana cerrada; luego se justificó ante el conserje diciendo que no hacía más que «pegar a [su] amante como un caballero».102 El verdadero seductor Con tantas falsas imágenes del donjuán enturbiando el cuadro, no es de sorprender que no logremos verlo con claridad. Una vez borrados los mitos y toda la broza cultural que se ha ido acumulando, podremos mirar de manera más auténtica a este gran seductor. Las mujeres lo aman por una razón: el seductor las adora a ellas y su compañía, y sabe qué anhelan y tan pocas veces obtienen. Aunque no es un santo, tampoco se ajusta a los estereotipos, ni negativos ni de cualquier índole. Trasciende las generalizaciones fáciles y desafía las categorías (la polaridad ángel/demonio; pelele/macho) y personifica la complejidad. Hay seductores de todos los colores. Entre ellos encontramos cualquier clase y condición de hombres imaginables. Recorren todo el espectro social, desde los elegantes Romeos con anillos en el meñique hasta los plutócratas aficionados al polo. Su personalidad puede ser de una extroversión radiante, como el director de orquesta del siglo XX Leopold Stokowski, o de una introversión propia de un ratón de biblioteca, como Aldous Huxley. La edad tampoco es un denominador común: Casanova y el pianista Franz Liszt eran tan devastadores para el sexo femenino a los sesenta años como lo habían sido a los dieciséis. Tampoco cuenta la profesión, pues hallamos desde diplomáticos hasta generales, desde economistas hasta profesionales autónomos de todo tipo: artistas, actores, taxistas y flâneurs. Los ídolos del amor están presentes por todo el mundo y recorren toda la historia de la humanidad. Se remontan por lo menos hasta el rey Gilgamesh de Sumeria, en 4000 a.C. (tan arrebatador que la diosa del sexo intentó engañarlo para llevárselo a la cama) y continúan desplegando sus artes en la actualidad. Parecen un arquetipo universal que surge por doquier: en Oriente, en Occidente, en las estepas de Rusia y en el sur de Chicago. Es cierto que las preferencias fluctúan. La época del romanticismo, por ejemplo, favorecía el melodrama en los casanovas (lágrimas, duelos, declaraciones dramáticas y despliegues histriónicos), mientras que en la década de 1990 se prefería la ironía y la sofisticación. Las tendencias de las mujeres también pueden cambiar a lo largo de su vida, con una predilección por los hombres experimentados y con autoridad en la juventud y por los amantes más juguetones y espontáneos más adelante. Sin embargo, a pesar de estas fluctuaciones en los gustos eróticos y en la amplia variedad de hombres que han existido, los casanovas comparten unas características poco comunes, tanto en la personalidad como en las artes amatorias. Una y otra vez esas cualidades compartidas resurgen, ya sea en la corte de Luis XV, el Bienamado, o en un bar de solteros del siglo XXI. No se describen con detalle en los libros dedicados a los mujeriegos; son uno de los secretos mejor guardados entre los hombres que saben hechizar a las mujeres. Con unas cuantas herramientas de análisis y siguiendo las pistas, intentaremos desvelar esos secretos. Descubriremos algunos especímenes (seductores del pasado y del presente) y los someteremos a un escrutinio. Diseccionaremos al hombre y extraeremos su carisma y su carácter. ¿Qué son exactamente esa especie de identificador innato y esos rasgos adquiridos que las mujeres encuentran tan irresistibles? En la segunda parte del libro nos centraremos en cómo se logra, cómo encandilan los grandes amantes a las mujeres, desde los encantos de los sentidos hasta las artes más sofisticadas de la pasión eterna. Nos adentraremos en un territorio ignoto, más allá de los manuales de amor convencionales, para comprender el desconocido arte erótico de los expertos en amatoria. Al final del libro haremos un balance a partir del estudio de la cultura contemporánea, para ver de qué modo encajan en ella los seductores, si es que tienen cabida. Una mesa redonda con algunas de las mujeres más avispadas de la actualidad se unirá al debate. ¿Cómo podría ser el casanova del futuro? Sin embargo, como punto de partida debemos recuperar el original. Bastará con que limpiemos el detritus de falacias, rumores y caricaturas. Expongamos al seductor a plena luz del día y alegrémonos la vista. PRIMERA PARTE Anatomía de los grandes seductores 1 Carisma Un relámpago en una botella Tenía una especie de halo alrededor de la cabeza, que relucía como las estrellas. Señorita Maryland a propósito de Frank Sinatra, Vancouver Sun1 El padre Jack era un cura sin complejos. Había visto y hecho de todo: ayudar a presos y gángsteres, trabajar en los suburbios, escuchar confesiones en bares, llevar un restaurante de beneficencia y dar consejo a los Kennedy, a la realeza y a las superestrellas. Si había alguien que conociera al género humano, era él. Pero no sabía qué hacer ante Rick, el jefe de bomberos. «No lo sé… —me dijo un día por teléfono—. Rick tiene algo. ¿El qué? No tengo ni idea. Verá, solíamos ir a tomar el café a un local pequeño de MacDougal Street y ¡tendría que haber visto a las mujeres! Era como si salieran de la nada y se le echaran encima.» Un mes después, Rick llama a mi puerta y ding-dong: desde luego que tiene «algo». Debe de estar a punto de cumplir setenta años, tiene la cara cuadrada como los polis de los dibujos animados y sus ojos resplandecen como la mica negra. El hombre posee una presencia imponente, desprende latigazos de electricidad. Mientras tomamos una copa de oporto (obsequio de su parte), por fin le pregunto qué esconde que vuelve locas a las mujeres. No me ayuda mucho. Se apoya en el respaldo, sonríe y rememora. Hace años, recuerda, se perdió en un laberinto de callejuelas por Dublín cuando una joven rubia se le acercó y le preguntó si podía ayudarle. La invitó a comer y dos horas más tarde estaban en la habitación del hotel y «desnudos en tres minutos». «Pero ahora viene lo mejor —añade—: cada vez que voy a Dublín desde entonces, quedo con ella. Es una mujer encantadora.» A lo mejor sabe algo que no quiere decirme, o a lo mejor está igual de perdido que cualquier otra persona cuando se trata de identificar el carisma, ese je ne sais quoi que irradian algunas personas. En cuestión de segundos lo percibimos; nos sentimos fascinados y eufóricos de repente.2 El carisma, que suele asociarse con los políticos y las personalidades mediáticas, se ha estudiado, analizado con lupa y reducido a una fórmula conocida: confianza en uno mismo, un aura de autoridad y dotes comunicativas.3 No obstante, muchos expertos advierten que el hechizo que provocan algunas personas es «muy complejo», sobre todo cuando se trata de seductores carismáticos.4 Tal como apunta el psicoanalista Irvine Schiffer, los hechiceros sexuales son una especie sutil: no son gallitos bravucones sino personas a veces tímidas, inseguras y enigmáticas.5 El profesor de Yale Joseph Roach cree que la contradicción es la clave de ese «algo», un juego de rasgos contrapuestos de la personalidad que nos trastocan.6 Los mitólogos insisten en la influencia de las deidades antiguas y sobre todo del chamán, «la figura carismática por excelencia». Esos magos sacerdotes que proporcionaban el éxtasis y canalizaban la energía sexual cósmica, aseguran, todavía están anclados en el inconsciente colectivo.7 Nadie se pone de acuerdo en esta cuestión. El carisma, tal como se afirma en The Social Science Encyclopedia con estudiada prudencia, es uno de los temas «más polémicos».8 Pero es imposible no percatarse cuando un hombre posee ese factor «¡guau!». Destacan, relumbran como si fueran fosforescentes, crean un torbellino de atracción sexual que abduce a todas las mujeres que se pongan a tiro. ¿Por qué? Nunca lo sabremos con seguridad. Sin embargo, podemos repasar el conocimiento que tenemos al alcance sobre el tema y apuntar algunas pistas. Podemos analizar el encanto de los seductores y concentrarnos en el misterio: la fuerza de arrastre que provoca ese hombre cuando entra en una habitación atestada con el vigor de una ola. Ímpetu Si no sabes vivir con entusiasmo, busca a otro hombre. Adagio Ese hombre era pobre, trabajaba poco y vivía en la parte más sórdida de Venice Beach, en Los Ángeles. Patti Stanger, del programa The Millionaire Matchmaker lo habría dejado tirado en la cuneta. Y ya puestos, Marisa Belger tampoco se hubiera molestado en mirarlo; era una escritora freelance muy culta y aficionada a viajar por todo el mundo, que provenía de un universo privilegiado. Pero Paul la cautivó con su ímpetu embriagador y su «sentido del humor explosivo».9 Bailaba como James Brown, tocaba la guitarra y la hacía reír hasta que le entraban agujetas. Nunca había conocido una familia como la suya, un enorme clan irlandés muy escandaloso, tocaba instrumentos y bailaba encima de la mesa. Paul, el hombre más vivaracho de la sala, contagiaba su vitalidad a todo el mundo. Cuando le pidió que se casara con él, la mujer contestó: «Sí, sí, sí. Sería un honor pasar mi humilde vida contigo».10 La joie de vivre alimenta un enorme carisma sexual.11 En palabras de Mae West: «No son los hombres de mi vida; sino la vida de mis hombres».12 El sociólogo alemán del siglo XIX Max Weber identificó el carisma con la fuerza vital, «el empuje de la sabia del árbol y de la sangre en las venas».13 La exuberancia y el eros están entremezclados en el cerebro humano. Cuando nos enamoramos con pasión, nos invade la euforia; es como un chute de adrenalina, dicen los científicos, que induce un subidón frenético casi maníaco.14 El filósofo Ortega y Gasset incluso define el amor como el «resorte espléndido de la vitalidad humana»15 Como afrodisíaco, el entusiasmo no tiene parangón. «La exuberancia es seductora», afirma el premio Nobel Carleton Gajdusek, y puede «engendrar devoción y amor».16 La mitología puede explicar parte del encanto del ímpetu vital. Si nos excitamos con el brío del seductor, aseguran los antropólogos culturales, tenemos que buscar los motivos en los dioses de la fertilidad. Esas carismáticas deidades, que florecieron en distintas culturas, personificaban la energía fálica, la fuerza generadora de la existencia. El dios griego Dioniso, un prototipo occidental del seductor, encarnaba el zöe, el espíritu de la «vida infinita».17 Fantástico ídolo amoroso, deambulaba por la tierra repartiendo placer, seguido de un séquito de mujeres enamoradas. Entre sus apelativos estaban «el [dios] que grita de gozo» y «el lleno de gracias».18 Dioniso creó el molde para los futuros seductores. «No hay ninguna historia romántica —comenta Roland Barthes— en la que el personaje se canse.»19 La comadre de Bath de Chaucer consideraba a Salomón el mejor amante de la historia porque «¡tan lleno de vida estaba!»,20 y las mujeres se sienten hechizadas en contra de su voluntad en la ópera de Mozart por la «exuberante alegría de vivir» de Don Giovanni.21 EffiBriest, la protagonista de la novela homónima del escritor alemán Theodor Fontane, de corte similar a Madame Bovary, traiciona a un marido perfecto por un libertino «animado y jocoso».22 Los héroes de las novelas románticas para un público femenino (una ventana a las fantasías de la mujer) suelen ir acompañados de brío y vigor masculino.23 Los verdaderos donjuanes desbordan vitalidad. El poeta romántico francés del siglo XIX Alfred de Musset hizo derramar lágrimas a la mitad de la población femenina parisina con su «delicioso brío».24 Dandi vivaz, irrumpía en los salones con unos pantalones ajustados de color azul cielo y las cautivaba con sus bon mots. La actriz Rachel bebía los vientos por él, y una duquesa, una princesa y una belle de renombre corrieron a visitarlo cuando enfermó. De todas formas, su mejor golpe fue la conquista de la famosa literata George Sand. Emprendió un impetuoso asalto y desplegó su vitalidad ante ella como «un pavo real ante una recatada y discreta pava».25 Lord Palmerston, primer ministro de la época victoriana apodado Lord Cupido, empleó su «pícaro optimismo» con los mismos fines, igual que otros maestros del amor del siglo XX, como David Niven y Kingsley Amis.26 El compositor estadounidense George Gershwin tenía una personalidad tan eufórica como su música: clásicos que invitaban a mover los pies como «I Got Rhythm», «Things Are Looking Up» y «’S Wonderful». Era «exactamente igual que su obra», dijo una de sus novias;27 disfrutaba de todo lo que hacía con «auténtico deleite».28 Y lo que hacía, además de producir algunas de las canciones más bellas de la nación, desde clásicos del cancionero hasta Porgy and Bess, era cautivar a las mujeres. Fue un conquistador irresistible, adorado por cientos de féminas. Gershwin carecía del físico que se espera de los galanes. De estatura media y tez oscura, tenía la nariz aguileña y ancha, el pelo moreno escaso y una barbilla prominente. Pero cuando entraba en una habitación, las mujeres se erguían para contemplarlo. Todas y cada una de ellas mencionaban su poder afrodisíaco: «su vitalidad exuberante», su «gallardía» y un «polifacético entusiasmo por la vida».29 Hubo un ejército de mujeres en su vida. Le atraían las mujeres inteligentes y atractivas, de modo que flirteó con las más famosas de la sociedad y del mundo del espectáculo y la música. Entre sus amores más serios estuvieron la actriz francesa Simone Simon y la estrella de Hollywood Ginger Rogers, que declaró ante los periodistas: «Estaba loca de amor por George Gershwin, igual que todas las personas que lo conocían».30 Kitty Carlisle, una jovencita promesa del cine en aquella época, describió lo seductor que era Gershwin cuando flirteaba. Se ponía a cantar al piano en las fiestas e intercalaba su nombre en las canciones de amor. No se casó, pero mantuvo una relación durante diez años con la compositora de música Kay Swift, su colaboradora, musa y «factótum absolutamente entregada».31 Muchos biógrafos han sugerido que conoció a la auténtica mujer de su vida en 1936, la actriz recién casada Paulette Goddard. Para ella escribió la balada «They Can’t Take That Away from Me», y la instó a abandonar a su esposo, Charlie Chaplin, para fugarse con él. Por desgracia, Gershwin murió un año después, a los treinta y ocho, de un tumor cerebral. La pérdida para el mundo de la música fue incalculable. Pero la mayor pérdida, dijeron quienes lo conocieron y amaron, fue su vivacidad. «Amaba todos los aspectos de la vida, y hacía que todos los aspectos de la vida fueran dignos de ser amados», decían sus amantes y amigos. «La gente creía que no sería capaz de experimentar una alegría tan especial.» No es coincidencia que la palabra «carisma» esté relacionada con el griego chaírein («regocijarse»).32 Intensidad Todo amor empieza con un impacto. ANDRÉ MAUROIS, «The Art of Loving»33 Si alguien ve a Vance detrás del mostrador de su tienda de delicatessen de Manhattan es posible que se lleve una impresión equivocada. Vestido con pantalones anchos de color caqui y zapatos náuticos, parece la versión madura de Charles Lindbergh salida de una sencilla urbanización de casas pareadas. Pero al cabo de dos minutos, uno siente, ¡zas!, esa energía sexual. Cuando le pregunto por su fama de seductor en toda la ciudad (antes de que se convirtiera a la monogamia), le centellean los ojos de color azul cobalto. «Créame —me dice mientras tomamos una copa de margaux de 2005 en su despacho—, fue una época fabulosa. Y muy fácil. Debo reconocer que muchas me iban detrás. Uf, las mujeres venían en tropel.» «¿Por qué?» Reflexiona: «En pocas palabras: la pasión que emanaba, la pasión, ¡la pasión!». Hombre aficionado a la competición, participaba en carreras de coches y jugaba en el casino, y nunca se mostró tímido con las mujeres. Una vez, me cuenta, vio a una rubia despampanante en la acera, se dio media vuelta, fue llamando a las puertas de distintas oficinas hasta encontrarla y entonces le dijo: «Salgamos de aquí». «Soy muy agresivo, directo, pero a la vez sincero —se justifica—. Me enamoré de esa chica. Volaba a Los Ángeles solo para cenar con ella.» Los seductores no son remansos de paz reposados e impasibles, ni muestran una indiferencia zen. Disparan toda la munición. «La intensidad emocional», una fuerza personal excepcional, es uno de los distintivos del carisma.34 También define la pasión erótica. Casanova decía que lograba sus conquistas gracias a su estilo ardiente: «Conseguía que cientos de mujeres volvieran la cabeza para mirarme —escribió— porque no era tierno, ni galante, ni patético. Era apasionado».35 El amor romántico es una de las experiencias humanas más extremas.36 Como dicen los filósofos, el amor es «droga dura».37 Si se analiza con un escáner de resonancia magnética, el amor apasionado parece un relámpago; los centros de la parte interna del diencéfalo (o cerebro intermedio) se encienden y liberan un torrente de dopamina y norepinefrina.38 Es tan parecido a lo que ocurre cuando nos enfadamos o nos asustamos que los psicólogos creen que cualquier sentimiento intenso, de «manera indirecta», puede despertar el deseo.39 Una mujer que acaba de salir de un turno doble de trabajo no siempre quiere una pareja excitante. Pero por norma general, las mujeres prefieren a los amantes, reales e imaginarios, muy fogosos. Algunas veces eso incluye una pizca de peligro. Al fin y al cabo, Dioniso era un dios con dos caras, como el propio eros, con una vena violenta en potencia. Sus apariciones eran un hecho «sorprendente, inquietante»;40 surgía de la nada con un potente estallido, a menudo enmascarado o adornado con hiedra. Los héroes de las fantasías eróticas son criaturas apasionadas que hierven por dentro, como Heathcliff en Cumbres borrascosas, a causa de un deseo que les hace apretar los dientes. La ingenua protagonista de Memorias de dos jóvenes recién casadas de Balzac tiene un bello pretendiente parisino, pero elige a un feo español cejijunto debido a su ferocidad. Por ese mismo motivo, la heroína de La segunda de Colette deja a su marido: ha perdido la fogosidad. «¡Dios mío, qué lento es!», se lamenta; podría mostrar por lo menos una «apasionada violencia».41 Para entrar en la liga amorosa, el protagonista debe ser «profundamente intenso», un modelo de aguerrida masculinidad, tanto si es conde como si es carpintero.42 Muchas veces, los seductores son una fuente de energía inagotable. El pianista del siglo XIX Franz Liszt tenía un fervor «demoníaco». Puro nervio y «ardiente hasta la agresividad», Liszt apuntaba a las mujeres con una de sus miradas feroces y ellas caían a sus pies como sacos de arena.43 Un siglo después, el director de orquesta Leopold Stokowski fue un fenómeno igual de fortissimo, equiparable a Frank Lloyd Wright y Frank Sinatra. De todas formas, nadie ha superado en intensidad carismática a Alcibíades. Político ateniense de renombre en el siglo V a.C. y general en la guerra del Peloponeso, era famoso por su atractivo sexual. «Su magnetismo personal — escribió Plutarco— era tan grande que no había modo alguno de resistirse a él.»44 En una cultura que ensalzaba la moderación, Alcibíades era un extremista emocional y «era también sin duda muy inclinado a los placeres».45 Encandilaba a hombres y mujeres por igual cuando pisaba el ágora y el acertado motivo de su escudo presentaba a Eros blandiendo un rayo. Apuesto y orgulloso, se vestía con sandalias llamativas y largas túnicas de color púrpura, en lugar de las discretas togas blancas por la rodilla. Le gustaba la velocidad, flirteaba con las doncellas flautistas y era tan intenso en sus afectos que asustaba a su amigo Sócrates. Las mujeres, entre ellas su esposa, lo adoraban a pesar de todos sus excesos e infidelidades. No obstante, este «segundo Dioniso» se excedió al imitar a su dios patrón.46 La víspera del día que tenía que dirigir una expedición siciliana contra Esparta, desfiguró los sagrados tótems fálicos, un delito castigado con la muerte. Huyó con el enemigo y vivió en Esparta dos años y medio, donde enamoraba a la población con su «presencia exótica e incomparable».47 La esposa del rey era una de sus admiradoras y sentía tan pocos remordimientos por haber mantenido una aventura amorosa con él que llamaba a su hijo «Alcibíades» cuando estaba con sus amigas y criadas.48 Obligado a huir una segunda vez, Alcibíades buscó refugio en Persia, pero lo encontraron las autoridades y tuvo que exiliarse de nuevo de Atenas después de perder una batalla naval. Una vez más, sus enemigos fueron en su busca y dieron con él en la frontera de Tracia, en brazos de una cortesana. Entonces prendieron fuego a la casa en la que se hallaban los amantes y, cuando Alcibíades salió para huir de las llamas, lo acribillaron con flechas y dardos. Tras llorar su muerte, la cortesana, con el corazón destrozado, escribió un poema en recuerdo de su amante: una dínamo carismática cuyo nombre fue sinónimo de seductor durante miles de años. Potencia sexual El tema de este tratado no va dirigido a los hombres que carecen de temperamento sexual. Kama Sutra49 Las mujeres de Trenton (New Jersey) rondaban por las calles y cometían delitos con la esperanza de encontrarse con este hombre.50 Joe Morelli, el robusto policía de la serie de misterio «Stephanie Plum», creada por Janet Evanovich, es un casanova fumador con una retahíla de conquistas y una mente obsesionada. Siempre que saluda a Stephanie le mete un dedo como un gancho en la camiseta y no tardan en soltar jadeos en el dormitorio o en la ducha, donde le hace lo que ella prefiere. Los lectores del blog «fierceromance blogspot», dedicado a «amantes fogosos», sitúan a Joe en primera posición, no solo por sus bromas picantes y sus instintos de salvador, sino también por su «apasionada libido italiana».51 La energía sexual es el secreto del carisma sexual. Tal como indican los sexólogos, el impulso sexual se halla en un continuo que va desde «lo tomas o lo dejas» hasta «siempre quiero más».52 Los seductores ocupan el extremo más lujurioso del espectro. Según Søren Kierkegaard, ahí está la esencia de su magnetismo: la pura «sensualidad» y el apetito carnal.53 Las religiones primigenias y la mitología pueden ayudarnos a comprender este magnetismo. Desde los albores de la historia, nuestros antepasados adoraban el principio viril y creaban reliquias con forma de pene capaces de obrar curas milagrosas y hechizos. En las festividades dedicadas a Dioniso los hombres se paseaban por las calles blandiendo falos enormes para celebrar la fuerza divina de la energía sexual masculina. Se trata del carisma sexual en estado puro; la raíz de «fascinante» es fascinum, término latino para «falo».54 Los amantes ideales de las mujeres son más ardientes y están mejor dotados de lo que suele creerse. Esos sementales imaginarios son tan calenturientos que se les empina en cuanto ven la mano de la dama y acaban quemando las sábanas.55 El «orgasmo con patas» de un relato está listo para el siguiente asalto pocos minutos después de una sesión tórrida y desenfrenada en la encimera de la cocina.56 «Es la hora del baño —anuncia el hombre—. Mírame.» Vadinho, el sátiro brasileño de la novela Doña Flor y sus dos maridos, muere en carnaval sacudiendo una mandioca, pero vuelve a la vida, igual que el principio fálico inmortal, para satisfacer sexualmente a su esposa una vez más.57 Los expertos del siglo XIX y principios del siglo XX defendían que a las mujeres no les importaban mucho esas groseras satisfacciones; no les gustaba tanto el sexo como a los hombres, sino que preferían las uniones del alma y las veladas à deux con un buen libro. Dos grandes amantes de la década de 1950 demostraron que se equivocaban. Alí Khan y Porfirio Rubirosa se labraron una reputación romántica gracias a la prodigiosa potencia de sus impulsos sexuales. «Don Juan Khan»,58 apodo que recibía Alí Khan, poseía «encanto escrito con luces de neón».59 El último de los galanes posteriores a la Segunda Guerra Mundial, era único en su especie. En lugar de ser un ligón hastiado, combinaba la cortesía a la vieja usanza, el aprecio por sus amantes y las habilidades sexuales con una libido muy fuerte. De niño aprendió las técnicas esotéricas de Oriente Próximo, y estaba dotado de tanta sensibilidad y tanto «aguante físico» que era capaz de acostarse con tres mujeres en el mismo día y dejarlas saciadas.60 Igual que Alí Khan, Porfirio Rubirosa destacaba entre la multitud. Rubirosa era un diplomático de la República Dominicana, cazador y cosmopolita, que se forjó una ilustre carrera como amante y semental bien dotado, y no es una exageración. (De hecho, el nombre extraoficial de los molinillos de pimienta más largos es «rubirosa».) Se casó cinco veces y sus enlaces más famosos fueron con las herederas Doris Duke y Barbara Hutton, y mantuvo un agitado romance con Zsa Zsa Gabor durante años. Sin embargo, siempre añadía una «clase» superior y un toque de romanticismo a su enorme potencia sexual, por no hablar de su destreza en el manejo de la espada.61 Una amante embelesada dijo de él: «Rubi es tan viril que sus glándulas sexuales seguirán funcionando incluso cuando el resto de su cuerpo haya muerto».62 De todas formas, se le adelantó el duque de Richelieu, en el siglo XVIII. Precursor de la figura del playboy, fue una persona distinguida de la historia francesa: diplomático, mariscal de Francia, mano derecha de Luis XV, y el general que hizo posibles importantes victorias contra los británicos, como la espléndida conquista de Menorca. También era un «héroe de la alcoba».63 «Libertino», adorable e hipersexuado, vivió tanto y con tanta pasión que la gente creía que podía ser inmortal. Concibió un hijo a los ochenta años y murió, todavía viril, a los noventa y dos.64 No era más apuesto o inteligente que cualquier otro miembro de la corte de Luis XIV y Luis XV, pero tenía un gancho sensual, un «indómito magnetismo animal».65 Con su dulzura, su encanto y su expresión pícara, era «capaz de derretir a una mujer con una sonrisa».66 Incluso cuando era niño, en Versalles, su precocidad sexual atraía a las admiradoras, y a los quince años lo metieron en la Bastilla por esconderse en el dormitorio de la delfina. Más adelante, las mujeres lo asediaban. Recibía unas diez o doce cartas de amor al día y él respondía en los mismos términos. Tuvo escarceos con dos princesas, varias comerciantes, cortesanas y casi todas las mujeres de la nobleza parisina. Las mujeres estaban «locas» por él.67 Tan «locas» que Richelieu generó uno de los escándalos más sonados de su época. Dos grandes damas que competían por sus favores decidieron zanjar la cuestión con un duelo al amanecer. El 14 de marzo de 1719, la condesa de Polignac y la marquesa de Nesle llegaron al Bois de Boulogne «vestidas de amazonas», se apuntaron con sendas armas y dispararon. Cuando la marquesa cayó desplomada al suelo, cubierta de sangre, gritó que su amante «valía eso y más». «¡Ahora mi amor hará que sea enteramente mío!», chilló. Sobrevivió, pero igual que sus innumerables conquistas, la dama quedó decepcionada. Este vainqueur de dames era demasiado carismático, tenía una fuerza sexual demasiado monumental, para pertenecer por completo a alguien.68 Amor a las mujeres ¡Mujer destructiva, deplorable y falsa! THOMAS OTWAY, The Orphan69 Ashton Kutcher es algo más que uno de tantos guaperas de Hollywood con un físico tonificado. Inteligente y con muchas dotes, ha creado y producido diversos reality shows (entre ellos, Punk’d y Beauty and the Geek), ha lanzado un sitio de Twitter muy visitado y ha actuado en más de veinte películas. Al mismo tiempo es, según las revistas del corazón, «un atractivo imán para las nenas».70 Unido con muchas mujeres codiciadas y casado durante un tiempo con la megaestrella Demi Moore, tiene un tipo de carisma único: «Le encanta la compañía de las mujeres», como amigas, como iguales, como amantes.71 Igual que muchos seductores, tiene que dar las gracias a la estrecha relación con su madre. Ella le enseñó a «tratar bien a las mujeres, a cuidarlas y respetarlas».72 Los hombres que valoran a las mujeres y disfrutan con ellas no son tan frecuentes. Los niños aprenden a boicotear las iniciativas de las pandillas de chicas y a establecer vínculos con otros niños. La tradición de «camaradería» es antigua y está muy arraigada.73 La devoción hacia los amigos nace de la impresión de que la amistad entre hombres puede ser «magnífica, superar el amor de las mujeres». Llevado al extremo, provoca la misoginia, como demuestran el auge de los «cazamujeres» y películas como Conocimiento carnal y Roger Dodger. Por el contrario, los verdaderos seductores aprecian a las mujeres por dentro y por fuera y buscan su compañía. Esa filia por las mujeres impregna a un hombre de carisma. Los científicos lo asocian con el misterio de la conexión. Cuando alguien empatiza y sintoniza con nosotros, el efecto es electrizante. Las neuronas espejo se encienden, explica el psicólogo del MIT Alex Pentland, y nuestro organismo libera endorfinas similares a los opiáceos.74 Dotamos a los artistas de la comunicación con «química», un atractivo incandescente. Dioniso, el primer seductor de la mitología, era el dios que más mimaba a las mujeres. A diferencia de otras deidades machistas del panteón griego, Dioniso se crió «siempre rodeado de mujeres»: grupos de madrastras, sirenas y diosas marinas.75 Quería tanto a su madre, Semele, que la devolvió a la vida y la convirtió en inmortal. Sus compañeras de viaje eran hordas de mujeres devotas. Como era de esperar, los seductores amigos de las mujeres triunfan en la ficción. El vividor de Antón Chéjov en «La dama del perrito» es gris y anodino, pero enamora a una vivaracha joven casada porque le encanta la compañía femenina; se siente cómodo con una mujer y «sabe qué decir».76 Rowley Flint en El misterio de la Villa, de Somerset Maugham, es otro conquistador improbable (poco agraciado y desaliñado) que aprecia muchísimo a las mujeres y embelesa a una glamurosa invitada en una finca florentina hasta el punto de alejarla de su apuesto y rico prometido.77 «Las mujeres son más importantes que el béisbol», dice el protagonista de Una apuesta peligrosa, de Jennifer Crusie, mientras se pasea con la chica más guapa del pueblo.78 Casanova nunca fue un hombre masculino, aunque destacaba en algunas gestas temerarias propias de hombres, como el espionaje y los duelos. De niño lo cuidó su abuela y otras almas caritativas, así que estaba «locamente enamorado del eterno femenino» y prefería la compañía de las mujeres.79 El príncipe Grigori Potemkín fue una de las personalidades más destacadas de la historia de Rusia —general, hombre de Estado, amante y consejero de Catalina la Grande—, además de ser un sultán de la seducción. Asediado por las admiradoras toda su vida, «amaba a las mujeres con pasión»80 y se sentía muy a gusto con ellas, ya que desde pequeño lo habían mimado su madre y sus seis hermanas. Warren Beatty comparte el mismo pedigrí. Se crió en un invernadero de mujeres fuertes que lo adoraban (su hermana, su tía y su madre), con las que adquirió un «dulce y simpático aprecio hacia las mujeres»,81 que mantuvo toda su vida. «Es sencillamente maravilloso con las mujeres —comentó Lana Wood, hermana de Natalie—, sí, maravilloso. Las ama de forma genuina, a todas.»82 Duke Ellington, compositor de jazz y director de orquestra, destacó a pesar de la segregación racial de su época, no solo en el terreno profesional sino también en el amoroso. Ellington, afroamericano nacido en 1899, en el momento álgido de la segregación y los prejuicios, acabó siendo un fenómeno nacional, admirado por la Casa Blanca y las figuras musicales consagradas. Con el paso de los años se convirtió en el «hombre dulce» por antonomasia.83 Altísimo e increíblemente atractivo, embelesaba a mujeres de toda clase y condición. «Malcriado» por su madre y sus tías, «le gustaban las mujeres además de amarlas», y se sentían tan atraídas por él «como las moscas a la miel».84 Su vida amorosa fue larga y fructífera. Se casó a los dieciocho años y se separó, pero luego mantuvo relaciones largas con tres amantes a lo largo de su vida: Mildred Dixon, Dulce Niñita, una bailarina del Harlem Cotton Club; Beatrice Ellis, Evie, una modelo afroespañola, y la cantante blanca de club nocturno Fernanda Castro Monte, apodada la Condesa. A ellas hay que sumar las mujeres que conocía cuando estaba de gira, las cantantes y las hordas de fans enamoradas, entre ellas dos debutantes de Chicago que consiguieron ponerle las manos encima. Las mujeres «simplemente lo adoraban».85 Sin embargo, a pesar de ese concierto amplificado de sexo, Ellington siempre respetó y valoró a las mujeres. Las comparaba con «flores, cada una con su propio encanto».86 Zalamero y cautivador, podía preguntarle a una secretaria por teléfono: «¿Es este el departamento de belleza?»87 o de comentarle a una actriz: «¿Su contrato estipula que tiene que ser tan bella?».88 Tocaba el piano para las mujeres; las inmovilizaba con sus ojos seductores. Pero tal vez la parte más asombrosa de su «presencia carismática» era algo menos común: apreciaba y honraba a las mujeres de corazón y era «maravilloso» con ellas.89 Androginia Cuanto más femenino es un hombre […] más atraerá al sexo opuesto. «The Evolution of Homosexuality», The Economist90 En los desinhibidos años sesenta, Essex Junction (Vermont) era el lugar de moda: un centro hippy lleno de tipos con coleta y preciosidades sin sujetador en busca de la liberación sexual. En ese contexto, había un hombre que se llevaba todos los trofeos. Las mujeres recorrían millas hasta llegar a su casa, en el bosque, para acostarse con él…, igual que los hombres. El descarado magnetismo sexual de Clay era la comidilla de todas las comunas. Frágil y delgado como la vendedora de fósforos del cuento, tenía los dientes estropeados, un bigote a lo Fu Manchú, y una susurrante voz de contralto. Sin embargo tenía un mantra: «Bi o nada». En ese hervidero de machismo contracultural, Clay se sirvió de una de las pócimas de amor más antiguas de la historia: la androginia. A pesar de que parezca ir contra la lógica, la ambigüedad sexual resulta inmensamente seductora.91 En teoría, el macho alfa darwiniano debería conquistar a todas las doncellas, pero aunque resulte extraño, un hombre que acepte su feminidad interior suele despertar el romanticismo de las mujeres. Tal como asegura la crítica cultural Camille Paglia, alguien andrógino «tiene la personalidad más carismática».92 La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué las personas a caballo entre los dos géneros desprenden tanta magia erótica y hechizan de tal manera a las mujeres? Los científicos han averiguado algunas de las razones. La investigadora Meredith Chivers ha descubierto que las mujeres y los hombres difieren en sus gustos sexuales.93 Cuando analizaba a las mujeres participantes en su estudio con un fotopletismógrafo mientras veían películas eróticas, descubrió que muchas compartían una predilección muy marcada hacia la bisexualidad. Otros estudios han demostrado que las mujeres preferían de forma constante las imágenes por ordenador de rostros masculinos feminizados y también elegían a los hombres más andróginos cuando los escuchaban en entrevistas grabadas.94 Esto no es una novedad para la profesión psiquiátrica. Sigmund Freud y Carl Jung pensaban que ambos géneros poseen una bisexualidad interna en las reprimidas profundidades de la psique.95 Otros pensadores posteriores conjeturaron que nunca se llega a perder el anhelo inconsciente de una síntesis entre lo masculino y lo femenino. Tal amalgama, escribe el filósofo e historiador de las religiones Mircea Eliade, representa la plenitud ideal, la cúspide de la «perfección sensual».96 La preferencia está muy arraigada en nuestra mitología cultural. En muchos relatos de la creación, el «gran Él-Ella» creó la vida en la tierra,97 y el dios de la fertilidad hindú, Shiva, asumió ambos sexos para obtener el «gozo sensual divino».98 A menudo los chamanes alcanzaban el «maná» (halo de sagrada autoridad) al adoptar un personaje bisexual. Dioniso, «el hombre-mujer», se perfumaba los rizos y lucía vestidos femeninos de color azafrán que se ajustaba con una faja floreada.99 Las fantasías eróticas están repletas de personas andróginas. Justo en el momento en que esperamos que un guerrero corpulento se lleve a la protagonista, nos encontramos con el afeminado Paris, que secuestra a Helena en la Ilíada, o con el gentil Lanval, quien según el poema de María de Francia, del siglo XII, embelesa a la reina de las hadas. En los últimos tiempos se ha producido un giro y los ídolos amorosos han empezado a borrar las fronteras entre géneros. Cash Hunter, el Hombre que Susurra a las Mujeres en la obra de Maureen Child Turn My World Upside Down es un alma gemela femenina en el cuerpo de un defensa de fútbol americano. Cuando el objeto de sus amores sufre, él le acaricia las mejillas, consigue que le cuente su historia y se desvive por ella: «Ay, Dios. La empatía lo embargó».100 Daniel, el protagonista de Blue Shoe, la novela de Anne Lamott, no solo se comporta como la mejor amiga del mundo (hace postres, se ocupa del jardín, va a misa), sino que se parece físicamente a una amiga. Luce faldas de seda verde, sandalias y trenzas perfumadas. «Como consideraba que había nacido para el bello sexo, lo he amado siempre y me he dejado amar por él cuanto he podido.» Giacomo Casanova Ya sea de forma sutil o pronunciada, muchos grandes amantes tienen una clara vena femenina. El homme fatal ateniense Alcibíades hacía gala de su feminidad, se dejaba el pelo largo y se lo adornaba con flores antes de las batallas. También Casanova poseía una patente faceta femenina: sensibilidad estética, sentimentalismo y afición por travestirse. La androginia de Byron resultaba tan manifiesta que el sultán Mahmud se negó a creer que no era «una mujer vestida de hombre». Emotivo y afeminado en el atuendo y en la forma de hablar, Byron parecía una mezcla renacentista entre dios y diosa griegos.101 Puede resultar irónico que el icono de masculinidad dura y fría, Gary Cooper, se ganara la fama de donjuán porque era «deliciosamente andrógino».102 En más de un centenar de películas a lo largo de treinta y cinco años, cimentó el ideal de «hombre» del siglo XX, porque «irradiaba nobleza y humanidad». Era un ídolo de voz pausada, puños veloces y nervios de acero. Sin embargo, las mujeres veían otra de sus facetas. Con sus 6,3 pies de estatura y «más bello que cualquier mujer, excepto Garbo», mezclaba la dulzura femenina, la ternura y la sensibilidad artística con su fanfarronería masculina.103 Está demostrado que el híbrido resulta cautivador. Cooper se vio perseguido por las mujeres desde el momento en que pisó Hollywood en 1925. Según el director Stuart Heisler: «Las mozas hacían cola para acostarse con él».104 Y él accedía. Se acostó con casi todas las actrices famosas, desde Carole Lombard hasta Grace Kelly, pasando por Ingrid Bergman, y logró que perdieran la cabeza por él. Helen Hayes aseguraba que «con que Gary hubiera movido un dedo, yo hubiera dejado a Charlie y a mi hijo y todo lo demás».105 Las mujeres lo amaban de todo corazón. Aun después de que terminara su aventura amorosa, la estrella del cine de la década de 1920 Clara Bow continuaba acudiendo a su lado si él silbaba, y la actriz Lupe Vélez le clavó un cuchillo de cocina cuando Cooper intentó romper con ella. En 1933 se casó con Veronica Balfe, una mujer de la alta sociedad apodada Rocky, que lo amó de manera tan incondicional que toleró sus innumerables escarceos amorosos, incluso la relación seria que Cooper mantuvo con Patricia Neal. En un intento de explicar su efecto «hipnótico» sobre las mujeres, la célebre actriz de cine y televisión Arlene Dahl mencionó «una personalidad que combinaba excepcionales rasgos de carácter».106 El secreto de esa «combinación», según el actor y escritor Simon Callow, residía en «el equilibrio perfecto entre sus lados masculino y femenino».107 Creatividad Los tipos creativos poseen más atractivo sexual. RUSTY ROCKETS, Science a GoGo108 Adam Levy, pintor de lienzos oscuros y surrealistas en la película Amor y sexo, no se preocupa por su aspecto: lleva camisas holgadas de manga corta y pantalones anchos con bolsillos. Además, tiene cara de hámster sobrealimentado. Pero las mujeres lo adoran y se mete en el bote a la más guapa e inteligente de todas. «Por eso empecé a pintar —comenta en la película—, para ligarme a las chicas en el instituto.» ¿Dónde está el secreto de los artistas, esos tíos creativos y «desaliñados» que siempre tienen suerte con las mujeres? Carecen de los biomarcadores apropiados (dinero, belleza y estabilidad), pero rebosan carisma sexual.109 Tal como observó el poeta Rainer Maria Rilke, el arte está «increíblemente próximo» al sexo.110 La creatividad es un afrodisíaco arrebatador, seduce de forma visceral. Los artistas profesionales y los poetas, confirman algunos estudios, «poseen más atractivo sexual que otras personas y el doble de parejas sexuales que el resto».111 El psicólogo evolutivo Geoffrey Miller lo relaciona con la selección sexual. Según su teoría, el arte se originó como una técnica de cortejo. Más que una buena condición física y un estatus social, las primeras mujeres buscaban la excelencia mental, dice Miller, y en concreto, la inteligencia creativa. El pretendiente que sabía producir las mejores creaciones y proporcionaba el mayor placer estético se quedaba con las hembras más valiosas.112 El neurocientífico V. S. Ramachandran ha localizado el centro neurológico responsable de la habilidad artística: el giro angular, y opina que es posible que los hombres prehistóricos atrajeran a las parejas mediante el despliegue de talentos musicales, poéticos y pictóricos como «huella visible de un cerebro impresionante».113 Las personalidades mitológicas y religiosas primitivas también podrían haber influido. El chamán, «un prototipo arcaico del artista», exudaba carisma sexual.114 Su labor era invocar la fuerza sexual de la creación a través del canto, la interpretación, el baile y al arte visual, todos ellos dotados de magia. Se cree que las pinturas rupestres eran obra de esta figura mítica, sus inseminaciones «en el vientre de la tierra».115 La labor de los dioses de la fertilidad era la creación de formas y figuras nuevas ad infinitum. El dios griego Dioniso fundó la tragedia y la comedia, inventó bailes y se convirtió en «señor de las canciones de la noche».116 Al parecer, los amantes-artistas han rondado siempre las fantasías románticas. Igual que el legendario griego Orfeo, que deleitaba a hombres, mujeres y bestias con su lira, Nicolás el Espabilado, el personaje de Chaucer en «El cuento del molinero», seduce a las doncellas cantando y tocando el arpa. Bob Hampton, el pintor de la novela de Carolyn See The Handyman, apenas tiene tiempo de limpiar los pinceles en medio de la marabunta de lujuriosas amas de casa. Los seductores con vena creativa aparecen en numerosas películas, desde Titanic, donde Jack hace un boceto de la protagonista, hasta Enamorada de mi ex, con su imponente novelista, pasando por Cuanto más, mejor, cuyo protagonista es Bleek, un donjuán que toca el trombón. Existe un número desproporcionado de conquistadores cuya arma es el carisma sexual de la creatividad. La historia está plagada de poetas, músicos, pintores, bailarines, actores y otros ejemplos «creativos» que prosperaron en el terreno amoroso. Un vistazo rápido a la lista de amantes excepcionales saca a relucir a unos cuantos hombres de bandera con una personalidad creativa: lord Byron, Alfred de Musset, Franz Liszt, Gustav Klimt, Frank Lloyd Wright y Mijaíl Baryshnikov. Casanova destacó en buena medida gracias a sus logros artísticos como violinista, inventor y autor de poemas, obras de teatro y novelas. La estrella del rock Mick Jagger, el Mago, ha sabido sacar un rendimiento increíble a su atractivo.117 Haciendo gala de todos los ritos del chamán, reconoce que el sexo es primordial en los espectáculos de los Rolling Stones. Se mete un calcetín en la entrepierna para simular una erección, se balancea como «una bailarina de striptease», canta y mece al público hasta llevarlo a «un orgasmo colectivo».118 Es un donjuán de la cabeza a los pies, de un magnetismo irresistible, adorable y adictivo. A pesar de su aspecto tan poco atractivo (tiene las facciones de un chimpancé muy viejo), ha gozado de la admiración de una lista interminable de mujeres cañón, entre ellas la que fue su esposa, Bianca, y Marianne Faithfull, Marsha Hunt, Carly Simon, Jerry Hall, Carla Bruni y su novia más reciente, con la que lleva ocho años, la diseñadora L’Wren Scott. No es maduro, ni sobrio, ni fiel, y sería la peor pesadilla de un consejero matrimonial. Sin embargo, tiene de su parte un carisma a prueba de bombas; tal como dijo Marianne Faithfull, con él sentía como si tuviera «a su propio Dioniso».119 El atractivo de Lucian Freud, igual que el de Jagger, era irresistible. El poeta Stephen Spender lo comparó con «el equivalente masculino de la bruja», y el propio Freud equiparaba su creatividad con «energía fálica». Considerado «el mejor pintor realista vivo» por John Russell, crítico de arte del New York Times, Freud no pintaba cuadros para que fueran contemplados con placidez. Sus retratos de desnudos, crudos y explícitos, pintados desde ángulos extraños, están ideados para «asombrar, incomodar y seducir».120 Y ya lo creo que sabía seducir. El Freud británico, fallecido en 2011 a los ochenta y nueve años, dejó a sus espaldas la estela de una supernova del amor. Se casó dos veces (una de ellas con la sirena Caroline Blackwood), engendró por lo menos nueve hijos y mantuvo relaciones apasionadas con «tropecientas» mujeres.121 A los setenta y nueve años, escandalizó al país porque empezó a salir con una mujer de veintinueve sin oficio ni beneficio, a quien más adelante dejó por Alexandra Williams-Wynn, cincuenta años más joven que él. En un cuadro de 2005, The Painter Surprised by a Naked Admirer, la chica posa desnuda a los pies del pintor, aferrada a su pierna, y le acaricia el muslo. Todas las mujeres mencionaban el mismo encanto: su «intenso magnetismo sexual». Estar con él, dijo una amante, es como «estar conectada a la red de suministro eléctrico nacional». Freud era un maestro del amor. Recitaba poesía a sus modelos, les ofrecía champán y delicatessen entre una sesión y otra, y daba «los mejores abrazos».122 También tenía un porte elegante, con un perfil fino como un halcón, una espesa mata de pelo canoso y llevaba un pañuelo informal alrededor del cuello. Pero lo que de verdad derretía a las mujeres era Freud el artista; según decían, su obra era el «potente afrodisíaco».123 Posar para él, dijo una de sus amantes, «era como ser una manzana en el jardín del Edén. Cuando terminaban las sesiones, [se] sentía como si [la] hubieran expulsado del Paraíso».124 Era la obra de un artista con mayúsculas, un hechicero sexual con «la clase más primitiva de carisma».125 El hombre escurridizo Don’t Fence Me In («No intentes encerrarme»). COLE PORTER, canción126 Kurt es un fotógrafo alemán de treinta y tantos años, además de un casanova empedernido que se parece a un bailarín de una compañía de ballet contemporáneo. Es la fluidez personificada con sus vaqueros anchos, la media melenita morena y rizada y andares felinos. Cuando le pregunto por su fama de carismático, levanta las manos y responde sin más: «El magnetismo forma parte de uno mismo y se irradia de alguna manera, eso es todo». Lo que irradia Kurt es la luminiscencia de la masculinidad libre y sin ataduras. Igual que muchos mujeriegos, Kurt es un hombre de acción, un espíritu libre, indiferente a las limitaciones sociales. A los veinticinco años, abandonó una incipiente carrera en la banca, se marchó de casa, se forjó un nombre como fotógrafo de técnicas innovadoras y ahora va donde lo lleva el viento. «Soy el espíritu de la contradicción», dice entre risas. Los hombres carismáticos suelen seguir sus propias normas, son almas renegadas que se mofan de los parámetros establecidos.127 El carisma siempre contiene una chispa de transgresión. Las personas con ese «irresistible maná magnético» desafían a la autoridad y viven según sus propios valores, sin poner límites a su mente ni a su cuerpo.128 Hay una «exclusión» intangible en ellos.129 Para desgracia de los expertos convencionales, las mujeres no siempre se enamoran de hombres que las mantengan y puedan construir un nido sólido para su descendencia; a menudo pierden la cabeza por los inconformistas de espíritu libre. Es probable que el carisma de esos aventureros desenfrenados no sea una casualidad. Muchos psicólogos afirman que una personalidad superior requiere más espacio psíquico y desafía las normas establecidas. A una mujer en busca de genes alfa puede interesarle más prendarse de un rebelde incorregible que de un compañero sumiso. Una vez más, la historia antigua sale a colación. Las deidades de la Antigüedad, como Shiva, Osiris, el dios nórdico Freyr y la deidad celta Dagda, desafiaron las convenciones y viajaron por todo el mundo repartiendo fertilidad. El fálico Hermes era «el Dios de los Caminos».130 Dioniso, perpetuo caminante, se mofaba de las instituciones y las costumbres sociales y «liberaba a sus adoradores de toda ley».131 Los donjuanes de espíritu libre tienen un encanto especial a ojos de las mujeres. Los «libertinos» presentan la seductora promesa de escapar del destino femenino tradicional de tareas domésticas y conformidad. El «excéntrico» trotamundos de la obra Misterios del siglo XIX, escrita por el premio Nobel de Literatura noruego Knut Hamsun, conoce a un grupo de mujeres insatisfechas en el momento idóneo.132 A lo largo del verano, enamora a toda la población femenina de un puerto marítimo de Noruega con su promesa mística de libertad y revolución. Incluso el epítome de la domesticidad femenina se rinde ante él y exclama: «¡Perturba mi equilibrio!».133 Uno de los elementos básicos de las novelas románticas es el héroe solitario sin ataduras ni compañeros que desdeña los dictados sociales: renegados aventureros como Robert Kincaid, de Los puentes de Madison. En El suelo bajo sus pies, Salman Rushdie toma la convención y la transforma en alta literatura. Ormus Cama, el «Casanova de Bombay», es un resplandeciente genio musical que renuncia a la cultura ortodoxa, evita el camino trillado y se «sale del mapa» para entrar en el reino de las oportunidades.134 No todos los grandes amantes desafían el orden establecido y van por libre. Pero quienes lo hacen, desprenden un intenso atractivo sexual. Casanova era su «propio dueño»135 (ajeno a las normas y enamorado del campo abierto), y nadie fue capaz de poner límites al pianista Franz Liszt, un espíritu vagabundo que superaba los confines de la civilización. Ambos forman parte de una flota de originales satélites libres: seductores como sir Walter Raleigh, Jack London o H. G. Wells. Este espíritu anárquico y libre como el viento también puede ser cerebral y desprender la misma fuerza. El filósofo y tombeur del siglo XX Albert Camus tenía problemas físicos derivados de la tuberculosis, pero a pesar de todo, por dentro era un trotamundos y aventurero vocacional. La falta de conformismo y la libertad eran palabras clave de su doctrina «del absurdo». «Me rebelo, luego existo», escribió.136 Don Juan era uno de estos héroes existenciales, un amante ilustrado que seducía a las mujeres no para sumar tantos sino para repartir gozo amoroso. «Es la forma que él tiene de dar y de hacer vivir» antes de que le llegue la muerte.137 Camus, un romántico aventurero, cumplía su palabra. Las mujeres lo consideraban atractivo e irresistible (un Humphrey Bogart francés) y lo amaban «sin límites».138 Un año antes de morir en un accidente de coche, a los cuarenta y seis años, hacía equilibrios con tres amantes en su vida, además de una devota esposa. Y «consiguió hacerlas felices a todas».139 De haberlo buscado, Camus habría encontrado a otro Don Juan como él al otro lado del canal: Denys Finch Hatton. Amante fabuloso, iconoclasta, temerario y «eterno trotamundos», Finch Hatton fue inmortalizado como amante excepcional de Isak Dinesen en Memorias de África. Sin embargo, la autora danesa no logró captar a Finch Hatton en su retrato idealizado, del mismo modo que no pudo capturarlo en la vida real. Se escabullía ante el menor intento de retenerlo. Hatton, auténtico espíritu de la contradicción, se negó a doblegarse ante las sanciones sociales eduardianas, fue un alumno de lo más insolente y a los veinticuatro años huyó a la naturaleza pura del este de África en busca de aventura y espacio para respirar.140 Volvía locas a las mujeres. Con 6,3 pies de estatura y muy guapo, tenía un carisma enorme, un magnetismo que atraía a las personas hacia él «como una fuerza centrípeta».141 En un momento dado, «por lo menos ocho mujeres estaban enamoradas de él», y era muy exigente al elegir: siempre mujeres individualistas y bohemias, fuertes y glamurosas.142 Dinesen, nom de plume de Karen Blixen, fue su amante más duradera. Se conocieron en 1918 en la plantación de café que ella tenía en Kenia, donde vivía con su infiel esposo, Bror, y se dedicaba a entretener a asquerosas hordas de turistas y cazadores de animales grandes. Su idilio duró hasta que él murió en un accidente de aviación en 1931. Blixen encontraba el aliento vital en sus esporádicas visitas, obedecía ante cualquier antojo de Hatton, lo consideraba un dios y confiaba con todas sus fuerzas en poder casarse con él. Sin embargo, Finch Hatton «pertenecía al salvaje mundo nómada y nunca tuvo intención de casarse con nadie».143 Al final, se emparejó con la aviadora y aventurera Beryl Markham, quien aseguró: «Intuyo que Denys fue quien inventó el encanto».144 El invento no era tan original; era la «magia indiscutible» del dios del amor, carismático y liberado.145 Era «como un meteoro», dijo una de sus amigas. «En cuanto llegaba, pensaba en marcharse […] Deseaba la libertad y el desenfreno».146 Masculinidad imperfecta El defecto que corona la perfección. HILLARY JOHNSON, Los Angeles Times147 Todas las estudiantes de la Universidad de Virginia en la década de 1970 estaban un poco enamoradas (o mucho) de su profesor. Tenía aplomo y aspecto de estrella del cine: una barba pelirroja muy bien cortada y atuendo de safari, con botas de motorista y camisas estampadas. El día que lo vi en clase, hablaba de la culpa en un relato de Kafka. «Supongamos que un policía llamara a la puerta —les propuso—. ¿Cuántos pensarían que va a buscarles a ustedes? ¿Yo? Yo estaría seguro.» Y tal vez tuviera razón. Douglas Day era famoso por sus excesos: coches rápidos, escapadas al sur de la frontera (en su avión privado) y mujeres por todas partes. Se casó cinco veces, tenía un atractivo sexual que hacía temblar las paredes, un carisma que dejaba sin respiración y arrebataba el corazón. Más que su belleza y su inteligencia, lo que conquistaba era su modo de andar. Tenía una cojera misteriosa y cuando caminaba cojeando por Cabell Hall, las mujeres se derretían. Los psicólogos y consejeros sentimentales famosos que consideran que la confianza en uno mismo a prueba de bombas es la clave para el magnetismo sexual deberían contrastar sus opiniones con la realidad. Una fractura mínima en el aplomo de un hombre, un ápice de vulnerabilidad (ya sea física o psicológica) puede hacer que una mujer pierda la cabeza. Joseph Roach explica este fenómeno a partir de la naturaleza del magnetismo en sí, del flujo necesario de vulnerabilidad y fuerza.148 Para el psicoanalista Irvine Schiffer, los defectos menores, que denomina «características eludibles», aumentan el voltaje del atractivo sexual;149 favorecen el acercamiento y generan «un glamour instantáneo». Las mujeres consideran que una pizca de falibilidad en un hombre es especialmente erótica. «Lo que me parece más arrebatador» de los amantes, dice Erica Jong, «son sus pequeñas imperfecciones.»150 Tal vez se deba a los impulsos maternales o a un intento de equilibrar el desequilibrio de poder entre los sexos. El psiquiatra Michael Bader apunta a una razón más profunda; la debilidad femenina por la masculinidad herida, según su hipótesis, nace de un impulso de neutralizar el miedo al rechazo y a la violencia machista.151 La autora Hillary Johnson prefiere la explicación de la intimidad. En su opinión, las cicatrices y fallos presentan «un modo de introducirse» en la armadura masculina.152 También hay un componente mítico. Los hombres heridos heredaban parte del brillo estelar de los antiguos dioses de la fertilidad. Adonis recibió el zarpazo de un oso salvaje en la ingle, e igual que Osiris, Dioniso y Freyr, todos ellos lisiados, sanaba y volvía a la vida en primavera. Del mismo modo que los chamanes sufren la «enfermedad de Dios» durante la iniciación para acceder a la fuente energética de la creación, los héroes adquieren una cicatriz permanente (parecida al llamativo corte de Odiseo en el muslo) durante su viaje arquetípico hacia la ma durez.153 El tropo sigue apareciendo en cientos de historias de amor, desde el mutilado Guigemar del lais de María de Francia hasta el tullido y ciego señor Rochester de Jane Eyre. El hombre herido emocional o físicamente, dice la novelista Mary Jo Putney, es un héroe con una «potencia increíble».154 Los lectores pueden encontrar seductores heridos para todos los gustos en las páginas web de temática amorosa: un duque disléxico, un dominicano con la cadera deformada y un lord Evelyn con problemas psicológicos.155 El hombre más atractivo que ha entrado en la alcoba de los relatos de ficción es el motorista manco Lefty, del relato de Rebecca Silver «Fearful Symmetry». Acaricia los pezones de la protagonista con la «delicada punta» de su gancho de acero, luego se quita la prótesis, se apoya en el muñón y le hace perder el sentido en el futón de tanto placer.156 Las mujeres de todos los rincones de Texas se mueren por Hardy Cates, el atormentado «demonio de ojos azules» de Lisa Kleypas, a quien había traumatizado un padre violento y alcohólico en un sórdido aparcamiento para camiones.157 Aunque parezca sorprendente, los grandes amantes con un «defecto divino» son muy numerosos. Aldous Huxley y Potemkín eran casi ciegos, y Carlomagno, Talleyrand y Gary Cooper cojeaban al andar. Lord Byron, con su pie deforme y su sensibilidad herida, arrasaba con las mujeres, mientras que las almas torturadas de Jack London y Richard Burton eran capaces de romper un sinfín de corazones.158 Una personalidad excepcional que presenta una herida psíquica puede resultar una mezcla incendiaria. El «gran seductor» Jack Nicholson tiene una presencia imponente y el ego fuerte de un actor de talento que ha obtenido tres Oscar.159 Pero lo que derrite a las mujeres es la fisura de dolor que hay debajo del personaje de «rey de Hollywood», la inseguridad entretejida con la confianza. Hijo ilegítimo, lo crió su abuela, quien se hacía pasar por su madre, y de niño era tan gordo que lo excluían en los deportes de equipo y lo apodaron Gordinflón.160 No oculta sus cicatrices ni la terapia, y sus amantes se muestran a la vez protectoras y comprometidas con él. El caso más destacado es el de Anjelica Huston, que permaneció a su lado durante diecisiete años. Aunque le ponía los cuernos con descaro a la actriz y modelo Cynthia Basinet, la mujer justificó por qué no podía abandonarlo: «Veía a una persona magnífica pero vulnerable […] Me prometí que nunca le haría daño».161 Era, en palabras de Basinet, «su hechizo», la «magia del viejo Jack».162 Cuanto más exagerados son los defectos, mayor es la necesidad de atractivos compensatorios. El escritor ruso Iván Turguéniev podría ser uno de los seductores menos heroicos pero más adorables del siglo XIX. Autor de obras maestras como Padres e hijos y Un mes en el campo, estaba plagado de neurosis, pues de niño lo había maltratado una madre sádica que fingía la muerte para salirse con la suya. Era un «gentil gigante» nervioso y pusilánime, dado a la hipocondría, las alucinaciones y la melancolía.163 Tampoco tenía una figura imponente. Alto y de hombros caídos, tenía unos ojos grises que observaban como en una ensoñación desde un rostro levemente afeminado, «redondo, suave y hermoso». Sin embargo, poseía unas reservas de fuerza sorprendentes y un ingenio audaz y rompedor.164 Haciendo oídos sordos de las maldiciones de su madre, se marchó de su país, rompió filas y se convirtió en el mayor «innovador» de la literatura rusa.165 Su aleación débil-fuerte, entre otros encantos, lo volvía irresistible. Turguéniev fue seducido por una camarera a los quince años, y desde entonces lo avasallaron las mujeres, entre ellas una berlinesa madre de cuatro hijos, una aristócrata que lo llamaba «Cristo» y la mezzosoprano por excelencia, Pauline Viardot. La cantante tenía infinidad de pretendientes, pero el escritor logró desbancarlos a todos con sus dotes y su enérgica mezcla de fragilidad y fuerza personal. Viardot se lo llevó a Francia y lo alojó en su casa, donde vivió con él y su marido en un ménage à trois que duró hasta la muerte de Turguéniev.166 A pesar de la propaganda, una autoestima indestructible y un envoltorio perfecto no son garantía de éxito. Se necesita una «enigmática pizca» de sufrimiento, un ápice de imperfección en el caldo de la confianza para hacer que las mujeres caigan rendidas.167 Carisma: mejorar la definición Cuando se presenta un seductor, las mujeres son capaces de notarlo de buenas a primeras. De repente la sala se carga de iones y repica el son de la tensión y la promesa sexual. No es preciso que el hombre en cuestión posea todos los atributos del carisma: joie de vivre, intensidad, creatividad, libido titánica, originalidad desgarradora, aprecio por las mujeres y autoestima masculina mezclada con androginia y alguna imperfección. Un gran amante puede relumbrar con unos cuantos encantos bien elegidos; tal es su poder. No obstante, el magnetismo erótico no es fácil de codificar y formular. Sigue habiendo misterios. Por ejemplo, ¿por qué no son seductores hombres como Al Gore, Bill Gates o el cómico Robin Williams, cuando cumplen los requisitos? ¿Por qué no funcionan siempre las recetas estándar: gran autoestima, expresividad, compenetración y dotes comunicativas? ¿Y qué ocurre con los preceptos de los psicólogos evolutivos, como el estatus, la riqueza y la estabilidad? El tema, tal como apunta James M. Donovan en el Journal of Scientific Exploration, no se ha estudiado lo suficiente. Según Donovan, el carisma «es mucho más extraño de lo que se suele pensar» y no se relaciona apenas con un tipo de personalidad especial.168 Los estudiosos coinciden en que se ha dejado «en compás de espera dentro del ámbito científico», de modo que reina la confusión…, incluso en lo que respecta a la definición del término. Podemos identificar los rasgos, idear teorías, pero no podemos desvelar el misterio del mágico resplandor, por ahora.169 De todas formas, lo que sí podemos asegurar es que reconocemos el carisma cuando lo vemos, y nos hechiza. Cuando las mujeres se topan con un hombre magnético, le transmiten (en algo parecido a la transferencia en psicoterapia) sus «impulsos prohibidos y deseos secretos», y vuelcan en él sus anhelos insatisfechos. En este sentido, el seductor es un dispositivo muy valioso, un test de Rorschach para los deseos pendientes más profundos de las mujeres.170 ¿Es posible que los hombres adquieran en masa el carisma, o es un «don» innato tal como se creía en la Antigüedad? Le pregunto a Rick, el jefe de bomberos, y me contesta que lo único que sabe es lo siguiente: no se puede fingir.171 El biólogo Amotz Zahavi y otros expertos lo han confirmado en sus estudios, y aseguran que los mejores amantes son genuinos porque las mujeres siempre han sabido ver la verdad que subyace bajo la falsa propaganda sexual.172 «El sentimiento tiene que ser auténtico», continúa Rick. ¿Y qué más? Rick bebe un sorbo de oporto, espera un segundo y suspira. «Lo único que sé es que la vida me sonríe, invento cosas, viajo. Nunca sigo a la multitud. Y amo a las mujeres de verdad. ¿Le he contado que Vivien Leigh me invitó a salir? Me repitió tres veces: “Si alguna vez existiera un verdadero Rhett Butler, sería usted”.» 2 Carácter Las bondades Solo, pues, la honradez es digna de la corona del amor. ANDRÉS EL CAPELLÁN, Libro del amor cortés1 Sus amigos lo llaman el Rey: el hombre que es invencible con las mujeres. Cuando quedo con Brian por primera vez para comer, entiendo a qué se refieren cuando dicen: «Este hombre sería capaz de sacar a los perros de un camión cargado de carne». Me saluda con una sonrisa radiante, y se parece más al joven actor Matthew Broderick el día de la primera comunión que a un banquero de veintiséis años con traje de ejecutivo y corbata de Hermès. Pero el carisma, no tardo en enterarme, constituye solo la mitad de su encanto. El resto se debe al carácter: cualidades que ha cultivado de forma consciente. «Por supuesto que están los aspectos intrínsecos, amar a las mujeres y tener joie de vivre, sí —comenta—. Pero podría mencionar algunas cosas más que funcionan en mi caso. Me refiero a que es imprescindible ser interesante.» ¿En qué sentido? «Bueno —contesta mientras arquea una ceja—, soy una persona increíblemente activa. Intento hacer mil cosas a la vez. Leo, estoy al día, sigo los asuntos controvertidos: religión, política, arte. También es muy importante —añade mientras da golpecitos con un azucarillo contra la taza de café para darle más énfasis— saber socializar con los demás, tener facilidad para sonreír y encandilar. Me gusta mantener el contacto con la gente: dejar todos los frentes abiertos.» Y vaya si los deja abiertos. Brian tiene «treinta o cuarenta amigas» en la agenda a quienes contacta con asiduidad, ya sea para ponerse al día con un café rápido en el Starbucks, o para verse en algún punto de Europa. No obstante, cuando menciono la palabra «playboy», se indigna. «¡En absoluto! Entre mis mejores amigos hay varias mujeres. Hay tíos que son malvados, pero de verdad, yo soy una buena persona. No quiero hacer daño a nadie. Intento ser auténtico y fiel a quien soy.» Sus amigos lo corroboran. Si bien es un auténtico seductor, Brian no se parece en nada al ligón calavera carente de madurez o principios morales. Aunque abundan los mujeriegos desalmados y los cazatrofeos, los verdaderos casanovas son hombres de carácter que poseen rasgos intrínsecos que perduran a lo largo del tiempo y en las distintas culturas. No es que sean coherentes o siempre estén hechos «de buena pasta»; tenemos que ampliar los límites un poco. En realidad, son piezas originales creadas por sí mismas con una mezcla única de cualidades diseñadas para sacar el mayor partido a la vida y el amor, así como para fascinar. Moralidad/Virtud La bondad moral posee atractivo sexual y romanticismo. Geoffrey Miller, The Mating Mind 2 Claude Adrien Helvétius era «el terror de los maridos» en la Francia del siglo XVIII: el hombre más deseado, más sensual y más voluble de la época.3 Era guapísimo, tenía un hoyuelo en la barbilla y ojos de un azul hielo, y se ganó el apelativo de «Apolo» de boca de Voltaire.4 Todas las mañanas, su ayuda de cámara le llevaba la primera amante del día, y todas las tardes y noches cortejaba a la crème de la crème de París (la condesa d’Autre y la duquesa de Chaulnes, entre otras) para terminar la velada con la bella actriz mademoiselle Gaussin. Una vez, cuando un pretendiente rico le ofreció a la actriz seiscientas libras para que pasase con él la noche, ella señaló a Helvétius y contestó: «Parézcase a este hombre, monsieur, y yo le daré mil doscientas libras».5 Acaudalado, ingenioso y un bailarín excelente, podría parecer la encarnación del cliché del ancient régime: un duro libertino. Salvo porque no lo era; también era el espíritu de la benevolencia. Según sus coetáneos, nadie «aunaba tanta delicadeza y tanta amabilidad como él».6 Cuando conoció a la mujer adecuada, se casaron, se fueron a vivir al campo y Helvétius dedicó el resto de su vida a las buenas obras. Luego escribió Del espíritu y se convirtió en uno de los filósofos más destacados de la Ilustración; defendía la igualdad natural y la «mayor felicidad para el mayor número de personas».7 Aunque es cierto que a algunas mujeres les gustan los depravados salvajes y despiadados (sobre todo para echar una cana al aire), en realidad son mucho más atractivos los hombres que mezclan las categorías de bueno y malo, y que tienen un punto dulce pero picante. La virtud perfecta (o su apariencia) tiene un encanto nulo. Los seductores la avivan un poco. De moralidad difusa y con tendencia a adaptar las normas a su antojo, son en esencia decentes y conocen la respuesta al enigma más antiguo que existe: cómo hacer que la bondad sea atractiva.8 Hace siglos que la virtud y el amor romántico se entremezclan en la mente colectiva. En el siglo IV a.C., Platón definía el eros como el amor a la bondad que ascendía por la escalera trascendental de las esferas. Los expertos en amatoria medievales reintrodujeron la excelencia moral en las relaciones románticas gracias al amor cortés, una práctica que ha pervivido en distintos grados desde entonces.9 «La virtud y la honestidad son grandes motivos [de amor] y proporcionan un placer tan hermoso como los demás»;10 «No puede haber amor sin bondad».11 Estas máximas resuenan todavía en la actualidad. El filósofo Robert Solomon cree que la integridad ética es un eje del amor; nuestras parejas deben reflejar y ampliar nuestras propias virtudes.12 Según varios estudios, parece que las mujeres mantienen dos opiniones en cuanto a las parejas virtuosas.13 Por una parte, dicen los investigadores, quieren estar con un buen tipo, que posea «esa cualidad tan pasada de moda: integridad»; por otra parte, quieren un hombre gracioso, atrevido, malo.14 El problema está en esa elección polarizada, escribe Edward Horgan en un artículo publicado por la Universidad de Harvard; tras analizar los textos dedicados al tema, llega a la conclusión de que las mujeres desean una combinación de ambas cosas: un buen corazón mezclado con un espíritu travieso, y servido de forma seductora.15 De hecho, es posible que la seducción fuera una de las funciones iniciales de la moralidad. El psicólogo Geoffrey Miller conjetura que el hombre prehistórico empleaba la moralidad como «ornamento sexual», diseñado para intrigar y encantar a las mujeres con las delicias del juego limpio, la generosidad, la decencia y la entrega a los demás.16 «Disfrutamos ayudando a quienes nos ayudan», escribe el psicólogo Steven Pinker. «Eso explica también por qué hombres y mujeres se enamoran.» Sobre todo si el amante no es demasiado perfecto.17 Los antiguos dioses del amor eran los más sexis de todos los tipos buenos; una especie multicolor con su ración de defectos; deidades glamurosas que daban voluptuosidad a la virtud. El voluble Dioniso era también amable y compasivo, y repartía su benevolencia a través del canto, el baile y la celebración jubilosa. Aunque era un tramposo, el fálico Hermes era el «dador de cosas buenas»: un seductor con pico de oro que traía buena suerte y sabía proteger.18 Y el «más que temerario» Cuchulain de la mitología celta deleitaba a las mujeres irlandesas, jóvenes y maduras por igual, con su «grata» rectitud y su «amabilidad» con todos.19 Las lectoras siempre coinciden en que el señor Darcy de Orgullo y prejuicio es uno de sus héroes románticos favoritos porque es deliciosamente decente.20 Fitzwilliam Darcy es a la vez un esnob odioso y un hombre de honor que salva a los Bennet de la calamidad y embelesa a Elizabeth con su elocuente mea culpa: «Usted me enseñó —reconoce— lo insuficientes que eran mis pretensiones para halagar a una mujer que merece todos los halagos».21 Las novelas románticas para el gran público a menudo no son más que fábulas de moralidad en blanco y negro, pero los protagonistas masculinos «buenos» de esas novelas presentan una moralidad mixta. Harry, el organizado contable de The Nerd Who Loved Me, esconde en su interior a un niño salvaje. Es un aficionado a Las Vegas encubierto que se relaciona con la mafia, da una paliza a un tío y se gana a la protagonista porque anuncia sus buenas obras a través de una serie de ejemplos de seducción. Los seductores son famosos por sus mezclas explosivas. Casanova era capaz de hacer fechorías; exageraba sus hazañas para obtener beneficios y consiguió sacarle una fortuna a la acaudalada duquesa d’Urfé, que se había quedado viuda, porque fingió tener poderes ocultos y protagonizó un «renacer» que incluyó tres escenas de sexo en la bañera. Sin embargo, irradiaba «amabilidad» y participó en numerosos actos caritativos: tuvo la delicadeza de visitar a una enamorada agonizante y regaló de forma impulsiva las hebillas de sus zapatos a una niña.22 El poeta Alfred de Musset también se portaba mal (como cuando fue a un burdel en Venecia mientras George Sand estaba enferma en la cama), pero aun así poseía una «dulzura de carácter que lo hacía absolutamente irresistible».23 Lo mismo ocurría con Warren Beatty: en ocasiones era un granuja vanidoso, y en otras, una «persona buena, extraordinaria».24 Muy pocas veces se oyen las palabras «estrella del rock» y «virtud» en la misma frase. Bueno, salvo que se esté hablando de Sam Cooke. Fue la sensación del rhythm and blues de las décadas de 1950 y 1960, y popularizó clásicos como «You Send Me» y «Wonderful World», pero no parece una persona ejemplar a primera vista. Estuvo en la cárcel: condenas breves por distribuir un libro pornográfico en el instituto y por «fornicación y conducta indecente» cuando tenía veintitantos.25 Era testarudo, irascible, engreído y un tormento con las mujeres. «Mujeriego» como pocos, tuvo infinidad de aventuras, fue padre de cuatro hijos ilegítimos conocidos, y en una ocasión lo pillaron en la cama con cinco mujeres.26 Sin embargo, el rasgo principal de este carácter híbrido era la decencia. Según sus amigos, desprendía «autenticidad», era generoso y poseía una «amabilidad instintiva en cada fibra de su ser». Aunque empezó su carrera musical como cantante de góspel y era hijo de un predicador baptista de Chicago, no era un hombre cortado según el patrón de las Sagradas Escrituras; vivía de acuerdo con sus propias normas morales.27 Parecía que Cooke hubiera nacido para las mujeres. Ya de adolescente tenía potencial erótico: energía, encanto, vitalidad y una forma de hablar con las chicas con «afecto y amabilidad», como si cada una de ellas fuera la única persona del planeta. Directo y sincero, se negaba a jugar con ellas, y enamoró hasta tal punto a Barbara Campbell, una vecina cuatro años menor que él, que a los dieciocho la adolescente tuvo una hija suya, fruto de un desliz, y esperó en vilo a que él volviera a su lado durante siete años.28 Mientras tanto, Sam Cooke se pasó del góspel al rock and roll comercial y se hizo famoso por su voz dulce y potente. Las mujeres literalmente se desmayaban cuando lo oían cantar y lo asediaban en el camerino. Nunca fue «burdo, nunca fue vulgar», pero supo sacar provecho del estrellato: engendró otros dos hijos ilegítimos y se casó con la cantante de salón Delores Mohawk. Cuando el matrimonio se separó, su novia de la adolescencia, Barbara Campbell, reapareció. Se casaron y tuvieron dos hijos más, pero Cooke era incapaz de quedarse en el redil. Las mujeres lo asaltaban, encandiladas por su carisma y su mezcla de descaro y bondad.29 Con defectos y un buen corazón, infiel y zalamero; era un cúmulo de todas esas cosas…, para su desgracia. A los treinta y cinco años, en diciembre de 1964, ligó con una chica en una fiesta después de beber demasiados martinis y se la llevó a un motel barato, donde la chica cambió de opinión y se largó con la ropa y el dinero del cantante. Furioso y vestido únicamente con la americana y los zapatos, se enfrentó con la encargada del motel, Bertha Franklin, y dio parte del robo, a lo que siguió una trifulca entre ambos. Durante la discusión, Franklin apuntó a Cooke con una pistola y lo mató. Mientras la bala lo atravesaba, dijo con una mezcla de shock y perplejidad: «Señorita, me ha disparado».30 Murió como había vivido, como «un auténtico caballero», que a pesar de sus defectos (ira, promiscuidad y otros tantos) era un «joven dulce e inocente».31 La ingenua protagonista de Primrose, un musical antiguo, canta que el hombre de sus sueños «no tiene por qué ser un santo».32 A pesar de las exhortaciones de los platónicos y los filósofos del amor, es imposible convencer a las mujeres de que acepten la pureza moral perfecta en sus corazones. Para ser seductora, la bondad necesita un poco de salsa picante: júbilo, dulzura y elocuencia salpicados con alguna debilidad. Aunque, de todas formas, es mejor decantar la balanza hacia el lado de los ángeles: la amabilidad, tal como recordaba Ovidio a los hombres en su Arte de amar, «doma tigres y númidas leones».33 Coraje El verdadero deseo siempre es peligroso. ROBERT BLY, Iron John: una nueva visión de la masculinidad 34 Esta historia es tan vieja como la vida. La princesa yace moribunda en un palacio encantado por culpa de un hechizo maléfico. Los hombres perecen en el intento de rescatarla, hasta que un día llegan dos príncipes junto con su hermano más joven, Simpleton. En el palacio se topan con un enano canoso que les dice que tienen que superar tres pruebas imposibles para romper el hechizo. Cuando sus dos hermanos, muy cobardes, fracasan y se convierten en piedra, Simpleton le echa agallas y se adentra en el bosque. Con la ayuda de las bestias, de las que se hace amigo, recoge un millar de perlas, se zambulle en el fondo del lago, encuentra la llave de la alcoba de la princesa y elige a la princesa «correcta» cuando le piden que escoja entre tres doncellas. Simpleton no es simple, conoce una verdad incuestionable del seductor: solo los buenos y valientes merecen quedarse con la bella. En un estudio reciente las mujeres contestaron que valoraban la valentía más incluso que la amabilidad en los hombres. Hace tiempo que los moralistas situaron el coraje en el primer puesto de la lista de las virtudes, porque sin valor ninguna de las otras sería posible. Durante siglos, el valor y la osadía de espíritu se han considerado la llave que abre los afectos femeninos. Sin embargo, los seductores aplican ese coraje de una forma tan poco convencional como todas sus demás acciones. Combinan el riesgo, la perseverancia, la agudeza mental, la fuerza y el temple con la decencia y el rechazo a la violencia gratuita. No es imprescindible que sean físicamente fuertes (no es preciso que domen potros salvajes ni formen parte de equipos de rescate), pero sí deben tener ánimo y un alma de acero.35 No obstante, no serían grandes amantes si no tuvieran espinas. Eros es un terreno peligroso; la intimidad está plagada de amenazas. Las mujeres pueden flotar entre las nubes gracias a estos seductores, pero asimismo puede acabar abandonadas, relegadas y consumidas por la pasión. Los hombres también tienen sus terrores particulares: ansiedad por dar la talla y un caldero lleno de miedos.36 En el amor, las mujeres buscan un hombre capaz de aceptar el reto de amarlas. Como decían los romanos: «Azar y Venus al audaz ayudan», y que dios ampare al amante que retrocede en las refriegas amorosas y huye para buscar cobijo.37 Los psicólogos evolutivos defienden que la predilección femenina por la valentía en los hombres se remonta a la necesidad física de provisiones, protección y estatus. Las mujeres prehistóricas buscaban hombres valientes que las defendieran para poder sobrevivir y prosperar. Otra explicación es más erótica: es posible que una mujer se excitara al ver el despliegue de coraje en los combates cuerpo a cuerpo porque le emocionaba pensar que valía la pena luchar por su amor. En lugar de ser una esclava servil, se convirtió en el trofeo por el que los hombres estaban dispuestos a arriesgar la vida.38 También es posible que las mujeres cedan ante un impulso mitológico. Los dioses de la fertilidad eran infatigables. Dumuzi, el Audaz sumerio, descendió a los horrores del inframundo y aceptó la «aventura definitiva del Amante» cuando sedujo a la gran diosa del amor, Inanna.39 Dioniso, poco aficionado a la guerra por naturaleza, era intrépido en las batallas y derrotaba a los gigantes con sus gritos. Fue a rescatar a Ariadna con valentía y mantuvo el tipo cuando el rey Penteo lo encarceló. «¡Qué audaz es el bacante!», se maravilla el propio Penteo al ver la frialdad con la que lo desafía Dioniso.40 Las mujeres reservan un lugar especial para los amantes valientes en sus fantasías eróticas. Las novelas románticas están plagadas de comandos, guerreros, agentes secretos y duques que se baten en duelos de diez pasos, pero sus hazañas físicas van siempre acompañadas de fortaleza psicológica y sensibilidad moral. El doctor Zhivago, un ídolo romántico de las mujeres, es el epítome del coraje: físico, psicológico y erótico. Se adentra en terreno bélico, ama con pasión peligrosa, y desafía políticamente al Estado soviético contra todo pronóstico. Casanova, a pesar de todos sus defectos, destacaba por su osadía. Cuando la Inquisición lo arrestó en Venecia con acusaciones falsas, se vistió con plumas y ropajes de satén, como si fuera a un baile, y logró fugarse con atrevimiento de la hermética cárcel de Leads al cabo de un año. Era igual de valiente con sus amores. A los veinte años, se enamoró perdidamente de una talentosa belleza del género equivocado, el cantante castrato Bellino. El cantante había podido disuadir a todos los pretendientes, pero Casanova perseveró y descubrió lo que sospechaba: Bellino era una mujer llamada Teresa dotada con un pene de cuero de casi un palmo de largo. Casanova le declaró su amor al instante y le pidió que se casara con él. «No me asusta la desgracia», le aseguró; entre sus mejores cualidades estaban el valor y los «principios del honor y probidad».41 Aunque todos ellos sean valerosos, los seductores varían en el grado de valentía física y psicológica. Las personalidades fascinantes como el aviador y cazador Denys Finch Hatton o el torero Juan Belmonte se encuentran en el extremo más activo del espectro. Belmonte, el modelo en el que Hemingway se inspiró para el personaje del amante-torero de Fiesta, era un hombre bajo, feo, deforme y torturado por el miedo, pero se convirtió en el rey de las plazas de toros y de la alcoba. «La misma energía que utilizaba en conquistar al toro la empleaba cuando quería conquistar a una mujer —dijo una actriz famosa que permanece en el anonimato—. Y fue el mejor amante que he tenido en la vida.»42 Más típico es el caso de los seductores de fibra moral: el intelectual de la Ilustración Denis Diderot, que retó a los censores, y Albert Camus, cuyo credo era «¡valor!» y cuya labor secreta con la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial estuvo a punto de costarle la vida. Robert Louis Stevenson es la última persona que uno elegiría de entrada para un concurso de valientes. Sin embargo, es un candidato ideal, tanto de palabra como de obra, y muy querido por las mujeres. Esquelético, excéntrico y enfermizo, se le recuerda por ser el paternal autor de clásicos como La isla del tesoro y Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero también fue un paladín de la feroz revuelta contra la respetabilidad victoriana y un «fanático amante de las mujeres».43 A pesar de la pobreza, las prendas de «pordiosero» y su aspecto de espantapájaros, poseía una candidez, una bondad y un encanto tremendos, y atraía «a las mujeres hacia él con hilos de seda». Tuvo infinidad de enamoradas: una belle de Edimburgo, una «dama oscura» llamada Claire, una famosa belleza europea, varias queridas y charmeuses francesas, y por último, su esposa, Fanny Osbourne.44 Mientras cortejaba a Fanny, desplegó el inmenso coraje que caracterizaba todo lo que hacía. Era decidido contra el peligro, ya se tratase de escalar montañas traicioneras o de enfrentarse a la autoridad. «Guárdate tus miedos —aconsejaba—, pero comparte tu valentía con los demás.»45 No era ciego a los peligros del amor apasionado. Nos «derriba», escribió, y nos arroja a una zona de riesgo que exploramos como niños «que se aventuran juntos en un cuarto oscuro». Y Fanny no era la elección más estable. Casada, con dos niños y diez años mayor que él, padecía depresión y tuvo que dejarlo en mitad del idilio amoroso para saldar cuentas con su esposo en Estados Unidos.46 Cuando Stevenson recibió un telegrama de Fanny desde California, levó el ancla y se embarcó en tercera clase. Cuando se encontró con ella en San Francisco, no tenía un penique y estaba enfermo, debatiéndose entre la vida y la muerte. Fanny se divorció de su marido en 1880 para casarse con Stevenson. Después él escribió sus obras favoritas, entre otras, Secuestrado. A pesar de una salud cada vez más precaria, continuó siendo un aventurero y terminó en Samoa, donde escribió, protestó contra las injusticias coloniales y se ganó la veneración de los samoanos. Sus amigos lo consideraban un «astuto Hermes», el mítico seductor de espíritu intrépido que robó el ganado de Apolo y el cinturón de Afrodita.47 «El amor —escribió Stendhal— es una flor deliciosa, pero hay que tener el valor de ir a cortarla en los bordes de un horrible precipicio.»48 «En los westerns te dejaban besar al caballo, pero nunca a la chica.» Gary Cooper Alimento espiritual La determinación del erotismo es primitivamente religiosa. GEORGES BATAILLE, El erotismo49 Peter K. no fue el único cura episcopal que cometió un delito ese año. Corría 1974. Graduado en teología general, con una esposa de la Junior League y un hijo pequeño, Peter parecía un buen candidato para St. M., una parroquia pequeña en una ciudad universitaria de la Virginia rural. Tenía ideas y presencia. Rubio y desgarbado, con un perfil aquilino, andaba por el pasillo con su casulla al viento y una estola con bordados dorados e irrumpía en el coro cantando con su voz de bajo «Faith of Our Fathers». Permitía que los niños tomaran la comunión, cantaba la letanía y promovió un club de lectura, una cocina de beneficencia, ayudas sociales y retiros espirituales en Mountain Lake. En los retiros fue donde empezó todo: confesiones con toqueteos por el sendero, una nota que le pasaban a escondidas en el grupo de oración, y una asistente laica que se coló en su habitación una noche, tapada solo con una parka. Consoló a demasiadas mujeres. La esposa de un sacristán lo pilló una tarde en la cima de Bald Knob retozando con una parroquiana encima de una manta, con el cuello clerical abandonado en una piedra junto a una botella de Mateus. El siervo de Dios es uno de los disfraces favoritos del seductor oscuro. Un estereotipo literario durante cientos de años (pensemos en el lujurioso fraile de Chaucer), es un fenómeno demasiado real en todas las religiones. Los testimonios de mujeres conquistadas (y a veces víctimas de abusos) por el aura del líder espiritual podrían llenar una docena de libros sagrados. La página web «Boundary Violations without Borders» proporciona más de cien enlaces a casos semejantes. La espiritualidad masculina tiene un poder de atracción increíble para las mujeres, y demasiados hombres babosos con mucha labia la han empleado con fines sórdidos. Los grandes amantes no se encuentran en ese grupo. En conjunto, los seductores son personas que no explotan su estatus, sinceras y poco tradicionales en sus creencias. Kurt, un casanova y fotógrafo alemán al que entrevisté, es un caso típico. Profundamente devoto, profesa una ecléctica fe de inspiración taoísta que da forma y aumenta sus relaciones personales. «Creo que hay que canalizar una fuerza hacia la mujer —comenta—. Llamémosla Dios, o como se quiera. No voy por ahí rompiendo corazones. Concibo este planeta como una escuela divina.» El vínculo entre religión y deseo no es casual. Le pedimos al amor apasionado que ejecute las mismas funciones que la fe: que llene el vacío de nuestra alma, que nos santifique y nos salve, que venza la muerte y que nos eleve al séptimo cielo. El amado se convierte en nuestra deidad, nuestra «búsqueda de sentido».50 Desde la perspectiva sociobiológica, puede justificarse que los hombres con fundamentos espirituales sólidos sean mejores parejas sentimentales. El Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Pensilvania menciona el «fuerte sentido de la trascendencia» como uno de los seis atributos que conforman el «carácter», y los psiquiatras recomiendan cada vez más la fe como elemento que fomenta la personalidad sana.51 La relación entre el sexo y lo sagrado también se remonta a los albores de la humanidad. Dirigidos por los carismáticos chamanes, los pueblos prehistóricos bailaban y se golpeaban el pecho hasta conseguir el éxtasis místico para converger con el principio vital del universo, la energía sexual divina. La adoración dionisíaca se parecía a un encuentro religioso en el que los celebrantes buscaban la redención y la transformación a partir de la fusión extática con el dios fálico. El psicólogo Erich Neumann opina que estos ritos de fertilidad han dejado una huella psíquica en el inconsciente e influyen en nuestras inclinaciones sexuales actuales.52 La fusión de amor y religión está muy asentada en la cultura moderna. La retórica religiosa se filtra en el lenguaje del amor: los anuncios, las tarjetas de felicitación y las canciones populares nos prometen que nos veremos arrastrados a «las puertas del cielo» por ángeles a los que «veneraremos y adoraremos» por siempre. Una retahíla de sex symbols de Hollywood han encarnado a los santos en el cine: Charlton Heston fue Moisés; Anthony Quin fue Mahoma; Cary Grant, John Travolta y Warren Beatty hicieron el papel de ángeles; y Brad Pitt interpretó a un budista en Siete años en el Tíbet. Hay muchos romances famosos entre mujeres y clérigos. En el relato Dios en una Harley, el héroe amoroso es el mismo Dios que ha bajado a la Tierra con vaqueros y una coleta para llevarse a la protagonista en la moto y redimirla. Y son igual de cariñosos que el apuesto vicario Christy Morrell, de la novela de Patricia Gaffney Lealtades enfrentadas, con su sentido del humor, sus tremendas dudas y «su punto atractivo».53 Un sitio web dedicado a temas sentimentales, «For the Love of God» enumera más de cuarenta clérigos rompecorazones, por no hablar de la colección de seis libros dedicados al «Reverendo Feelgood», Nate Thicke.54 El pianista del siglo XIX Franz Liszt cautivaba a las mujeres por muchos motivos, y uno de ellos, nada desdeñable, era su intensa espiritualidad. Tan volcado en la religión como en la música, Liszt se planteó en dos ocasiones hacerse cura, y a los cincuenta años tomó las órdenes menores, se puso la casulla y escribió música sacra. Sus cortejos se centraban en largas conversaciones sobre Dios y la eternidad. Con la condesa Marie d’Agoult, que abandonó a su marido y a sus hijos por él, solo hablaba del «destino de la humanidad» y de las «promesas de la religión».55 Más tarde cautivó a una princesa rusa (que también abandonó a su esposo por él) gracias a las comuniones espirituales llevadas a cabo en su dormitorio, presidido por un crucifijo. La mujer lo apodaba «la obra maestra de Dios».56 John Humphrey Noyes, del siglo XIX, es un caso menos ortodoxo. Noyes, un solitario «nada agraciado» de Vermont, vio la luz un día en la Escuela de Teología de Yale y tuvo la visión de una religión nueva: una orden de humanos perfeccionados. Según predicaba, ya había ocurrido el Segundo Advenimiento, que nos había sumido en una era gozosa y sin pecado. Para ponerlo en práctica, bastaba con que los hombres creasen una sociedad utópica basada en el comunismo económico, la vida recta, el control de natalidad y el amor libre.57 El resultado fue la Comunidad Oneida en la parte alta del estado de Nueva York, donde hombres y mujeres practicaban sexo con quien se les antojara y lo compartían todo; crearon sus propias escuelas, fabricaban las prendas de vestir, tenían programas culturales y se ganaban el sustento con la venta de artesanía. En su punto álgido Oneida contó con más de trescientos miembros y duró treinta años, más tiempo que ningún otro experimento utópico llevado a cabo en Estados Unidos. Durante esos años, Noyes fue el líder espiritual supremo del grupo. Resultaba «extraordinariamente atractivo para las mujeres», aseguraba su hijo, gracias a su «magnetismo sexual, sumado a sus intensas convicciones religiosas».58 Todas las mujeres se «desvivían por acostarse con él» y tuvo cientos de amantes.59 Es posible que la naturaleza de sus convicciones religiosas aumentase el encanto de Noyes. Según predicaba, Dios quería que las mujeres disfrutaran en la cama. Con ese propósito, instruía a los hombres para que practicasen el placer sexual como una forma artística, les enseñaba a cortejar a sus amantes con ternura y gentileza y a retrasar la eyaculación para que las mujeres pudiesen experimentar orgasmos múltiples. Los miembros del clan tenían libertad de elección sexual, siempre que las mujeres mantuvieran el derecho de negarse y ninguna de las personas mostrara un «espíritu de exigencia».60 El propio Noyes estuvo a punto de caer en esa trampa. En un momento dado mantuvo una historia pasional con una residente, Mary Cragin, con quien desarrolló un «vínculo de idolatría».61 Tal como apuntaba Noyes, «todos [los que la conocían] la consideraban increíblemente seductora: era una mujer capaz de volver loco a cualquier hombre».62 La providencia quiso que la mujer muriera en un naufragio en el río Hudson, y desde entonces Noyes fue «un amante ejemplar».63 Antes de cumplir sesenta años, Noyes había engendrado al menos a nueve de los cincuenta y ocho hijos nacidos en la Comunidad Oneida, y continuaba siendo activo y viril. Pero empezó a haber luchas internas. Algunos disidentes hicieron campaña por la monogamia y la empresa libre, y los clérigos conservadores de Syracuse arremetieron contra él. Huyó a Canadá, donde acabó sus días en compañía de mujeres que aún lo idolatraban, postulantes de su profeta, cuyo rostro «brillaba como el de un ángel».64 Conocimiento e inteligencia El deseo de saber es auténtico deseo. CATHLEEN SCHINE, La sobrina de Rameau65 Esta noche, mientras toman un cóctel de vodka en un bar de Manhattan, el «mayor amante húngaro» de la ciudad le dice de nuevo a una mujer: «Cuando te haga el amor, iré muy despacio y tendrás varios orgasmos». ¿Qué más se puede pedir? Para sentir una gran pasión, es posible que la mujer quiera otra cosa que también puede proporcionarle este hombre: neuronas. Como me dijo una de sus amantes: «¿Sabe cuál es su verdadero secreto? Es muy inteligente. La inteligencia es atractiva». Laszlo habla cinco idiomas, y si uno se lo encuentra sentado en su banco preferido, junto al cobertizo para botes de Central Park, le hablará de Lacan, Maimónides o Primo Levi. El intelecto da todavía más fuerza a sus promesas de alcoba: Tristán e Isolda en la tienda de electrónica y charlas en la cama sobre Modigliani. «El éxtasis —reconoce su conquista más reciente— es insoportable.» Ya no se ven por ahí pegatinas o camisetas que digan como en la década de 1960: «La inteligencia es el afrodisíaco más potente». Ahora se llevan más los abdominales duros como piedras, las camisas entalladas a medida, las tácticas de conquista y los sueldos con muchos ceros. Pero el cerebro es el órgano sexual más grande, y la segunda (o tal vez la primera) parte de la anatomía masculina que más aprecian las mujeres. Hay estudios que demuestran que las mujeres valoran la inteligencia más que la belleza o la riqueza, incluso para las aventuras de una noche.66 El Kama Sutra, manual de sexualidad del siglo IV, alerta a los hombres de que sin conocimiento nada es posible, y propone un currículum muy ambicioso para los amantes: conocer catorce ciencias, siete tradiciones religiosas, los Vedas y seis libros más sobre sexualidad.67 Para recibir el amor de una mujer, dicen los grandes expertos en amatoria, es preciso cultivar «los talentos del espíritu».68 Es fácil establecer paralelismos, escribe la filósofa Martha Nussbaum, «entre el deseo sexual y el deseo de sabiduría».69 Sí, pero no. Cualquiera que se haya acostado con un experto en economía o que haya salido con un académico especializado en Proust sabe que una inteligencia superior no siempre implica un atractivo superior. Los hombres que miman a las mujeres saben cómo hacer que la inteligencia resulte seductora; relumbran gracias a su energía mental, sorprenden, divierten, instruyen, añaden dramatismo y se pasean por todo el reino del conocimiento: elevado, intermedio y popular. Y entonces, da igual que tengan el mismo aspecto que Woody Allen en un mal día. Los psicólogos evolutivos cuentan con diversas explicaciones para el atractivo sexual del coeficiente intelectual masculino. Los ultradarwinistas creen que las mujeres ancestrales valoraban la inteligencia en los hombres porque predecía éxito económico y social. Geoffrey Miller añade un ápice de atractivo sexual a esta cuestión. El cerebro más grande evolucionó del mismo modo que el pene, dice su teoría; «para introducirse en el sistema del placer de la mujer». Los hombres listos y más avispados proporcionaban un mayor placer a las mujeres y desbancaban a sus contrincantes más torpes y burdos.70 Ninguno de los dioses del amor mitológicos era corto de entendederas. Ganesha, el Señor de las Letras y el Aprendizaje hindú, adquirió la cabeza de elefante porque embelesó hasta tal punto a la diosa Parvati que su esposo, Shiva, tuvo que decapitarlo y deformarlo. Dioniso extendió la civilización por el mundo durante sus andaduras, y Hermes el Seductor era «el Inteligente» y un símbolo de cultura.71 Cuchulain, el héroe por antonomasia del folclore irlandés y dios de la sexualidad, era un estudioso de las costumbres druidas con dotes para «la comprensión y el cálculo».72 En la actualidad, los intelectuales siguen presentes en la literatura comercial. Se les retrata como bribones pervertidos y lujuriosos cuyas visitas a la biblioteca son eufemismos para los escarceos con las jovencitas guapas. Los sátiros académicos que explotan el atractivo erótico del conocimiento sin duda existen, pero las mujeres prefieren verlos desde otro prisma en sus fantasías eróticas.73 Los intelectuales proliferan en las novelas rosas, y los catedráticos son uno de los ocho arquetipos de amante en la literatura sentimental.74 Cuando aparecen, igual que en la novela de Nora Roberts Álbum de boda, son hombres buenos y sobrios, como Carter, cuyo gancho para conquistar a la protagonista, Mac, es la mente. «Logró que ella pensara que era un hombre encantador», nos dice.75 En Mortals, de Norman Rush, dos pedantes de Botsuana compiten en sabiduría para ganarse el afecto de la protagonista. Ray, su marido, se da cuenta de lo que quieren las mujeres: «ni un buen culo ni una polla grande», sino «intelecto», y consigue recuperarla gracias a su agudeza mental.76 Un nutrido grupo de seductores poco previsibles empleaban la mente para encandilar a las mujeres. Voltaire, el diminuto filósofo del siglo XVIII, erudito de primera categoría, logró mantener el interés de la alta, lista y hermosísima Émilie du Châtelet durante trece años. La retaba a participar en competiciones científicas, le proponía asistir a obras de teatro y lecturas poéticas, debatía con ella temas de política y mantenía viva la conversación en cenas que duraban más de cuatro horas. Otro buen ejemplo es el matemático Bertrand Russell. Demacrado y de baja estatura, con facciones de «Sombrerero loco», mal aliento y la voz aguda y aflautada, desmelenaba a las mujeres y llegó a coleccionar cuatro esposas y muchas amantes.77 (Una fue mi tía abuela Barry Fox, quien lo cazó en Nueva York y le proporcionó «varias veladas fabulosas».)78 Le bastó con una conversación nocturna junto a la chimenea para convertir al ave del paraíso Ottoline Morrell en un gran amor. «A mi pesar —escribió Morrell— me dejé llevar, pero a veces el destino nos arroja una bola de fuego a la cara.»79 La fabulosa vida amorosa de Aldous Huxley también tuvo que ser un ejemplo de la victoria de la mente sobre la materia. Apodado Ogro de niño, medía más de 6,4 pies, llevaba gafas de culo de botella y tenía una cabeza enorme sobre un cuerpecillo espigado. Y aun con todo, las mujeres lo adoraban. Entre los distinguidos hermanos Huxley, Aldous, según decía su hermano Julian, era «el genio de la familia». La amplitud de su mente y el alcance de sus logros eran apabullantes; escribió novelas famosas como Contrapunto, Un mundo feliz y La isla, además de poesía, relatos, cuadernos de viaje, obras teatrales y veintitrés volúmenes de ensayos sobre temas tan variopintos como la ciencia, la política y la parapsicología. El ensayo Las puertas de la percepción, que describía sus experimentos con el LSD, lo convirtió en el padre del movimiento hippy.80 Cuando llegó a Oxford, casi ciego por culpa de una infección ocular incurable, y más listo que nadie, «causó una impresión tremenda», sobre todo en sus compañeras. Con un atractivo sexual impresionante, nada puritano y muy aficionado a las mujeres, era muy codiciado.81 Una joven dramaturga enamorada recordó que «la abrió a un nuevo mundo» (la poesía francesa y las bellas artes) y reconoció que se moría de ganas de besarlo. Huxley solía elegir mujeres dotadas y poco convencionales, como la violinista Jelly d’Arányi y la artista Dora Carrington. Con Carrington pasó varias noches en la azotea hablando de libros e ideas, y cantando tonadillas de ragtime.82 En 1919 se casó con Maria Nye, una culta y bella mujer belga que dedicó su vida al bienestar de Huxley y toleró una unión abierta sin parangón. Con un punto de rencor, le instigaba a que tuviera aventuras extramatrimoniales, elegía a sus amantes, apalabraba citas y enviaba libros a las amadas a la mañana siguiente con la consabida nota atrevida en francés. Huxley disfrutaba del sexo y de las mujeres, se justificaba su esposa, y necesitaba esas escapadas para liberarse de la presión mental. Entre sus amantes más famosas estuvieron una princesa de Rumanía, la escritora y activista política Nancy Cunard, y una de las amigas bisexuales de Maria Nye, Mary Hutchinson, que vivió con ellos en un ménage à trois durante casi una década. Algunas de sus amantes se hacían ilusiones de boda, pero Aldous y Maria mantuvieron una relación muy unida (aunque única) que duró treinta y cinco años. Poco antes de morir, Maria eligió a dedo a su sucesora, una violinista y psicoanalista veinte años más joven que Huxley que renunció a la música y se entregó a él, a pesar de la consabida falta de exclusividad. Las fotografías de Huxley no pueden captar el encanto con el que hechizaba al sexo femenino. Tal como comentó Virginia Woolf, parecía un «saltamontes gigantesco».83 Pero bastaban cinco minutos en su compañía para que la nigromancia de sus saberes encendiera la llama en los ojos de las mujeres. Una de ellas dijo que cuando Huxley hablaba «era pícaro, cínico y muy ingenioso».84 Cuando el matrimonio de su hijo empezó a hacer agua, le contó su secreto: «La inteligencia —le escribió— dota de eficiencia al amor».85 Inteligencia social Amar bien requiere una inteligencia social plena. DANIEL GOLEMAN, Inteligencia social 86 Los círculos sociales están llenos de hombres que no paran de hablar del trabajo, cantan sus propias virtudes y ahuyentan a las mujeres. El magnate del negocio inmobiliario Mort Zuckerman no es uno de ellos. Es un hombre atento, empático y «uno de los mejores compañeros de mesa en las cenas de gala que he conocido», dice Barbara Walters. Se mueve por las aguas de la sociedad igual que un submarino guiado por sonar, tanto si se trata de barbacoas en la playa, comidas de negocios o reuniones políticas de alto nivel, como si se trata de cenas de etiqueta en áticos de lujo.87 Todas esas virtudes favorecen su vida sentimental. Arrasa con las mujeres y ha salido con excelentes partidos, como Betty Rollin, Nora Ephron, Diane von Furstenberg y Marisa Berenson. «Su compañía es divertida» y sabe adivinar los secretos del corazón femenino.88 Gloria Steinem dijo en una ocasión que la arropó con una «piel de borreguillo» emocional cuando estaba en horas bajas.89 Arianna Huffington, una de sus ex novias, comentó sus «dotes para la intimidad» y lo comparó con el dios Hermes,90 «el maestro de la magia del amor», que también tiene «sabiduría» social y sabe cómo «tratar a los desconocidos».91 En el ámbito de la seducción hay dos formas de ser inteligente: tener un buen coeficiente intelectual o tener un buen coeficiente emocional. La inteligencia cognitiva, la capacidad de aprendizaje rauda y veloz como el rayo posee un encanto muy potente, pero la inteligencia emocional también. Hace poco que los investigadores teóricos han reconocido que la destreza social es una habilidad crucial para la vida, y cada vez se la relaciona más con el éxito en el amor y en el terreno laboral. Todo se reduce al savoir faire: un radar para comprender los sentimientos de las personas, el dominio de la sincronía y la capacidad práctica de obtener una respuesta afirmativa. El coeficiente social puede facilitar o no el curso del amor, como defienden algunos de sus partidarios, pero es evidente que abre las compuertas de la presa. Los seductores tienen mano maestra.92 El científico Daniel Goleman dice que es preciso que sea así: el cerebro racional por sí mismo no puede controlar el sentimiento romántico, que es una actividad subcortical y requiere la compleja coordinación de tres sistemas cerebrales diferentes. Un gran amante necesita inteligencia social tanto como el agua. Goleman admite que la idea no es nueva; lo que ocurre es que ahora se ha visto ratificada por la neurociencia social.93 Hace dos milenios, Ovidio proporcionó pautas concretas sobre habilidades sociales para los aprendices de amante. En su Arte de amar recomendaba cortesía, tacto e intuición.94 Todos los manuales de amatoria escritos desde entonces aconsejan a los hombres que dominen el arte de la socialización.95 Geoffrey Miller cree que debemos el comportamiento civilizado actual a la preferencia de las mujeres a lo largo de la historia por la delicadeza interpersonal (la empatía, la comunicación y los buenos modales) por encima de los alardes de fuerza bruta.96 De todas formas, los mayores seductores practican una forma sofisticada de inteligencia erótica. Ya sea por un talento innato o mediante la práctica, consiguen tener un «octavo sentido» (como se afirma de Warren Beatty) para tratar a las mujeres.97 Esos expertos poseen un sentido casi paranormal para detectar los deseos ocultos femeninos y conocen la manera óptima de lidiar con cada situación. El sexólogo Havelock Ellis se refería a esta cualidad como «afinada arte adivinatoria»,98 y el filósofo Ortega y Gasset decía que era «tacto»,99 un don para captar de forma intuitiva la psique y las necesidades del otro. Los dioses del sexo contaban con ese toque mágico. La deidad sumeria Dumuzi intuye la raíz de la ira de la diosa del amor Inanna, y presiente cómo puede aplacarla y hacer que se acerque a él. Le promete el deseo de su corazón: la igualdad, ninguna tarea propia de mujeres, y un marido que será para ella como un padre y una madre. Dioniso tranquiliza a Ariadna después del desengaño amoroso mediante una divina delicadeza; se aproxima a ella con dulzura, la piropea hasta ponerla por las nubes y le promete fidelidad: «Aquí estoy. Vengo para ser un amor tuyo más fiel».100 Igual que Dioniso, los héroes románticos embelesan a las heroínas con sus dotes sociales. La empatía, la sintonía, el gesto adecuado: incluso los vividores más insensibles hacen alarde de esas cualidades en las novelas rosas para mujeres. Para explicar por qué se había colado de un tipo en concreto, la protagonista de una famosa novela romántica dice: «Creo que tiene don de gentes, es fantástico. Empático».101 En una obra de otro registro, el crápula checo Tomas, de La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, posee un gen extra para las aptitudes sociales, con una predisposición para la «telepatía emocional».102 Aunque, según los psicólogos, las artes para desenvolverse en sociedad hayan caído en desuso, los verdaderos donjuanes las practican con destreza. David Niven era un virtuoso. Su caballerosidad, su calidez y su mano izquierda con las personas le abrieron todas las puertas (incluso la de los dormitorios) de Hollywood. A pesar de ser un hombre poco constante, las mujeres pasaban por alto sus imperfecciones a cambio de su «preocupación y afecto» siempre empáticos y sus excelentes dotes para las relaciones interpersonales.103 Algunas veces la destreza social en el amor puede trasladarse al mundo de la política. La sinergia de ambas fue la fortuna y la desgracia de sir Walter Raleigh. Críptico soldado sin rango ni influencias, Raleigh llegó a la corte en 1581 únicamente con sus «modales melosos» y una descarada habilidad para meterse a la gente en el bolsillo.104 En cuanto se las arregló para conseguir una audiencia con la reina Isabel, se convirtió en su amante. Le dio a probar el «engreimiento» que la monarca ansiaba, mezclado con agudeza mental, pasión, dramatismo y piropos desmedidos. Fue ascendiendo de un puesto a otro durante doce años, hasta que la reina descubrió su matrimonio secreto con una de las damas de honor, Bess Throckmorton, y lo encarceló en la Torre de Londres.105 El príncipe Clemens von Metternich, el Caballero de Europa del siglo XIX, fundió el amor y la diplomacia con mejores resultados. Apuesto, elegante y un maestro de las habilidades sociales, Metternich fue uno de los estadistas más destacados de su época. Desde su cargo de ministro de Austria, participó en el Congreso de Viena de 1815, que redefinió el mapa de Europa tras la derrota de Napoleón, y estuvo al mando del Imperio austro-húngaro durante los siguientes treinta años. Gracias a su destreza para manejar las negociaciones complicadas, logró pactos, mantuvo un equilibrio de poder e hizo posible la Alianza Europea precursora de la OTAN.106 Tenía las mismas tablas con las mujeres. Metternich fue educado por una madre sofisticada, que le enseñó buenos modales y el secreto de la elegancia (capacidad de adaptación, empatía, dotes de comunicación y gracia). Con el tiempo se convirtió en un «Adonis del Salón», con una nariz de puente ancho, una boca sensual y unos ojos azules y penetrantes bajo unas cejas de media luna.107 Cuando se marchó de casa, su madre dijo a modo de premonición: «Es cortés con las mujeres. […] Se saldrá con la suya».108 Cuando todavía estaba en la universidad, le echó el ojo una de las mujeres más hermosas de Francia, quien se lo llevó a su casa, lo tiró encima de un sofá, lo acosó y se embarcó con él en una relación que duró tres años.109 A medida que ascendía en la carrera diplomática, «fue enamorando a todas las mujeres a su paso», incluida su mujer, una heredera con quien se había casado por un matrimonio de conveniencia.110 A cambio, él también las amaba, con frecuencia a dos o tres a la vez. Aseguraba que «se preocupaba de cada una de una forma y las apreciaba por diferentes motivos».111 Sus amantes fueron numerosas: con títulos nobiliarios, casadas y siempre selectas. Entre ellas estuvieron la esposa de un general ruso que apareció como un «hermoso ángel desnudo» en la puerta de su casa, en Dresde;112 la hermana de Napoleón, cuya pulsera con un mechón de su pelo no se quitaba nunca Metternich; y dos duquesas, una de las cuales le costó Baviera, porque se quedó dormido cuando estaba con ella y llegó tarde a una reunión del Congreso de Viena. En total, Metternich tuvo nueve grandes amores, incluidas dos esposas más tras la muerte de la primera. La última de sus esposas fue una radiante aristócrata húngara treinta y dos años más joven que él, con la que tuvo cuatro hijos. A los setenta y cinco, viudo y exiliado en Inglaterra, seguía recibiendo visitas de las amantes que todavía vivían, entre ellas una ex amante de setenta y seis años que aún estaba enamorada de él. Metternich fue «increíblemente guapo» hasta una edad muy avanzada, cuando se le quedó el rostro consumido y el pelo totalmente blanco.113 Sin embargo, lo que hacía de él un «homme à femmes» sin precedentes eran sus antenas sociales afinadas con suma precisión y su naturaleza halagadora.114 Eso logró también convertirlo en una figura dominante del gobierno europeo hasta nada menos que 1848.115 En su opinión, «la política y el amor van de la mano».116 Placer El placer considerado un arte todavía espera que lo estudien los fisiólogos. HONORÉ DE BALZAC, Fisiología del matrimonio117 El reparto de actores masculinos de la película de Woody Allen Vicky Cristina Barcelona está sacado directamente de una lista elaborada por darwinistas sociales. Todos son especímenes en buena forma física, ricos, estables, respetados, devotos y rodeados de lujos: barcos, criadas y mansiones con pistas de tenis. Sin embargo, dejan indiferentes a las dos protagonistas. Contra todo pronóstico, ambas mujeres se enamoran de un desconocido que una noche les hace una proposición que no pueden rechazar. Un sensual pintor español se acerca a ellas mientras cenan en un restaurante de Barcelona y les dice: «Me gustaría invitaros a las dos a pasar el fin de semana conmigo. Comeremos bien, beberemos bien y haremos el amor». Les propone visitar Oviedo y practicar una especie de ménage à trois. «La ciudad es romántica, la noche es tibia y perfumada. Y estamos vivos, ¿por qué no?» Un maître de plaisir, Juan Antonio las introduce en el camino del placer ese fin de semana en Oviedo y los que siguen en Barcelona, y les ofrece un sinfín de delicias exquisitas para la mente y el cuerpo: arte, viajes, buena cocina, poesía, música, belleza, aventuras y sexo apasionado. Mientras tanto, los hombres que en teoría eran «un buen partido» van perdiendo interés, pues dejan al descubierto su robótico aburrimiento y su falta de atractivo.118 Podemos preguntarnos: ¿qué tiene que ver el placer en todo esto? Para los acérrimos evolutivos, no mucho, salvo como efecto secundario de la adaptación, unas velas en la tarta del apareamiento, o «enjuta», como lo llaman los biólogos.119 Las mujeres desean a los hombres, defienden estos teóricos, por motivos de mayor peso. No obstante, el deseo resulta incómodo porque pasa por alto la razón: enamorarse, escribe el psiquiatra Michael Liebowitz, «implica que el centro del placer se vuelva loco».120 «El amor es placer», como proclama más de una balada. Y los cautivadores saben perfectamente cómo proporcionar placer, ya que son expertos en todo un repertorio de goce y diversión.121 Aunque hoy en día puedan abrumarnos las opciones de entretenimiento, lo cierto es que los hombres que proporcionan un deleite pleno son relativamente escasos. El estado de ánimo por defecto en el reino animal, apunta Geoffrey Miller, es la apatía; los pocos elegidos por «las hembras con criterio del placer» en la Prehistoria eran hombres con talento para el arte del goce, desde las caricias de los sentidos hasta los encantos del intelecto. Es posible que las mujeres hayan heredado un «placerómetro» interno y elijan a los hombres que mueven los hilos.122 Una segunda teoría parte del principio del placer de Freud, la idea de que el inconsciente contiene impulsos de gratificación que deben reprimirse por el bien de la civilización. Según una escuela de neofreudianos, esta represión es a un tiempo excesiva y perjudicial. Lo que deseamos (en lo más profundo de nuestros ganglios) son hombres que se salten las normas represivas y recuperen la sensualidad, la satisfacción y el placer primitivo.123 Los dioses sexuales como Dioniso, «bendición de los hombres», luchaban por la libertad y el placer.124 Hacían «estallar las ataduras» y colmaban la tierra de deleites: vino, baile, alegría y satisfacciones para el cuerpo y el espíritu.125 El «placer» era «la imagen del estado divino» según el antiguo culto a Shiva.126 ¿Son más susceptibles las mujeres ante estas lisonjas? Puede que sí, si los científicos tienen razón. Tal como indica la investigadora sexual Marta Meana, las fantasías eróticas femeninas se centran en la obtención de placer.127 Quizá se deba a la atención extra y a las tensiones vitales que las mujeres acarrean cuando entran en el dormitorio, o quizá se deba a su mayor receptividad a los encantos sexuales. Su sentido del oído, la vista, el olfato y el tacto están más agudizados que en el hombre, y engalanan sus escenas imaginarias de sexo con un abanico de complementos: velitas, sábanas de raso, música ambiental.128 El mantra de los mejores amantes es: «relájate, despierta los sentidos, deja que te haga pasar un buen rato». A Josie, la protagonista de la novela Placer por placer de Eloisa James, la desflora un «guapo y adorable» conde de Mayne en un sofá dentro de una cabaña iluminada por la luna, en medio de una perfumada rosaleda.129 La novela Spending de Mary Gordon se dirige a todas las mujeres, porque apela a su sed de placer y alivio de la tensión y el exceso de trabajo. Monica Szabo, una pintora de mediana edad, conoce a su fuente de inspiración ideal, un rico asesor de bolsa que le ofrece todo lo que ella desea: bailes, cenas de lujo y baños perfumados; placer sexual y visitas a galerías de arte para disfrutar de los grandes maestros de la pintura. Embriagada de placer, la pintora crea su mejor obra.130 Los manuales de amatoria para hombres siempre inciden en las artes del placer. El Kama Sutra dedica páginas y páginas a los detalles sobre cómo embriagar a un amante a través de los encantos hedonistas, desde una «sala destinada al placer» suntuosamente decorada con cojines suaves y juegos, hasta veladas festivas con canto, música y guerras de flores.131 Ovidio era menos concreto; se limitaba a exhortar: «agrada con cualquiera de los dones con que puedas gustar».132 Lo que cuenta es la sugestión mental, escribió Balzac en el siglo XIX; un hombre debe interesarse por la «ciencia del placer» para triunfar con las mujeres.133 Casanova, un inteligente y voluptuoso mujeriego, reflexionó sobre el tema con sumo detalle y llegó a la conclusión de que «placer, placer y placer» era el secreto de la felicidad; eso siempre y cuando se manejara el placer de forma inteligente.134 Es preciso un componente espiritual, escribió, combinado con la pericia del connoisseur y la variedad. Sus tres felices meses con Henriette estuvieron de lo más compensados: estudios teóricos, sexo, descanso, y distintas diversiones y óperas a diario. Durante la campaña contra el trabajo de nueve a cinco llevada a cabo en la década de 1950, el romántico Porfirio Rubirosa formuló una pregunta subversiva: «¿Qué tiene de malo el placer?».135 No es preciso tener un doctorado en psicología para darse cuenta de las consecuencias. «Rubi», que «sacaba una cabeza a los reyes del placer de todo el mundo», era un galán sofisticado y un genio de la diversión. Sabía cómo mantener viva la llama del placer y cómo saciar el espíritu, y además era capaz de adaptarse a cada mujer.136 Sorprendió a Doris Duke, su tercera esposa, con un viaje dedicado a los placeres que preparó pensando en los gustos de ella. Llevó a esta libidinosa heredera (hija del magnate del tabaco «Buck» Duke), a quien mimaba con locura, a locales nocturnos de la rive gauche de París y a prostíbulos de Antibes, donde la agasajó con «el pene más magnífico» que Doris Duke había visto en su vida.137 Tras divorciarse de Duke, Rubirosa conquistó a Zsa Zsa Gabor con otra táctica. Para liberar el estrés de la agobiada estrella del cine, preparaba banquetes con comida húngara, escapadas de fin de semana y desinhibidas fiestas hasta el amanecer en las que Rubi tocaba la batería con un grupo de música y acababa por invitarlos a todos a desayunar huevos fritos con jamón en su casa. «Éramos como dos niños —recordaba Gabor—, buscábamos placer, como los hedonistas.»138 «Soy y siempre seré un hombre dedicado al placer», decía Rubirosa.139 Que un rey tenga una amante no tiene nada de especial; las bellezas más ambiciosas se acurrucan ante una cabeza coronada. Pero conseguir que te amen es otro cantar. Carlos II de Inglaterra adoraba a las mujeres, y ellas le correspondían con el mismo fervor. Apodado el «Monarca Feliz», ascendió al trono en 1660 después del duro reinado puritano de Oliver Cromwell, que duró diecinueve años, y reintrodujo el principio del placer.140 La diversión volvió del exilio. Y el rey predicó con el ejemplo, «deleitando a todo el que se acercara a él» con su carácter afable, su trato fácil y talento para el disfrute.141 Convirtió el palacio en un jardín de las delicias: deportes, bailes, comedias, pájaros exóticos, parques exuberantes y las artes y las ciencias. Y lo pobló de Evas. Tuvo por lo menos nueve amantes, a quienes trataba con generosidad, y ninguna de ellas se mostró indiferente hacia Carlos II. Louise de Keroualle, su maîtresse en titre francesa, lo consideraba «el amor de su vida»; la actriz de comedia Nell Gwynne lo amaba con sinceridad; y su esposa, tantas veces traicionada, Catalina de Braganza, adoraba el suelo por donde él pisaba.142 A pesar de su hedonismo descarado y la licencia sexual de la vida moderna, es posible que el placer como virtud esté en declive. Hay estudios que demuestran que los estadounidenses tienden a huir de la diversión y el placer; trabajamos muchas horas y seguimos «trabajando» cuando nos dedicamos al ocio y a las relaciones. Y así no es como funciona eros.143 Tal como aclara el personaje de Johnny Depp en la película Don Juan DeMarco: «Les doy placer a las mujeres si lo desean. Por supuesto, se trata del mayor placer que van a experimentar jamás».144 Realización personal Soy amplio, contengo multitudes. WALT WHITMAN, «Canto a mí mismo»145 En el relato de Steven Millhauser «An Adventure of Don Juan», el personaje de Don Juan es un seductor en su mejor momento y tan harto del éxito que decide cambiar de escenario e ir a visitar a un hacendado inglés de cara redonda y muy poco atractivo. En cuanto llega a la inmensa propiedad de Augustus Hood, posa la mirada en su esposa, Mary, y en su cuñada Georgiana; ambas son presas fáciles, musita, y «nunca se equivoca en esos temas».146 Sin embargo, ha subestimado a su anfitrión. A pesar de su aspecto aniñado, Hood es una dínamo, un «hombre con muchos proyectos» que ha convertido la finca de Swan Park en una Disneylandia para intelectuales. Cuando no está en la biblioteca o en el estudio, da tours guiados por su jardín, que imita a los Campos Elíseos, y modera debates eruditos en el comedor. Don Juan empieza a sentirse cada vez más fuera de juego. Cuando ve que sus armas de seducción peligran, una noche se lía la manta a la cabeza y se aventura por la laberíntica mansión de Hood (una imagen de su dueño) hasta la alcoba de Georgiana. Abre la puerta y descubre que se le ha adelantado un gran seductor: Hood está desnudo en la cama con su cuñada.147 Una personalidad completa y polifacética es el mejor aliado del desarrollo de un personaje… y del encanto para seducir. El filósofo Jean-Paul Sartre consideraba que era el pase que abría todas las puertas del amor. En su ensayo El ser y la nada escribió: «El amante, pues, debe seducir al amado» y avivar el misterio con «un infinito de profundidad».148 Es mucho pedir. El desarrollo personal completo requiere decisión, valor y un ego sólido. No todos los seductores dan la talla en este sentido, pero la mayoría poseen una personalidad rica y de muros fuertes. Las personas realizadas, apuntan los psicólogos, dicen tener «experiencias amorosas más ricas y satisfactorias», algo que podría relacionarse con el hecho de que dichas personas despierten más deseo en los demás.149 Nos encantan los espíritus «rebosantes», que evocan «plenitud».150 Un cautivador de naturaleza poliédrica atrae a las mujeres, con independencia de su rango, sus ingresos o su aspecto. Cuando las mujeres encuestadas expresan una preferencia por los «triunfadores», pocas veces mencionan logros tangibles; suelen mencionar la inteligencia, la energía, la ambición, y una excelencia global.151 Ansían, tal como explica la psiquiatra Ethel Person, un ser «verdaderamente poderoso».152 La modelo Carla Bruni dijo que el ex presidente francés Nicolas Sarkozy la conquistó gracias a la fuerza de su prolífica personalidad. «Tiene cinco o seis cerebros —le contó Bruni a un entrevistador—, todos ellos muy bien irrigados.»153 La selección sexual y los mitos clásicos también favorecían a los grandes emprendedores. A nuestros antepasados femeninos, asegura Geoffrey Miller, les impresionaban menos los recursos materiales que los cerebrales, ya que preferían hombres polifacéticos y con potencial en lugar de hombres unidimensionales. Los dioses de la fertilidad tenían cualidades únicas pero a escala heroica.154 Khonsu, la deidad del amor del antiguo Egipto, fertilizó el huevo cósmico y era responsable de la salud, la arquitectura, la medida del tiempo, la caza, los viajes y la sabiduría. Por su parte, Shiva, el dios de los mil nombres, contenía el cosmos entero, mientras que Dioniso era el amo de la «multiplicidad» y la «profundidad inescrutable».155 Los seductores legendarios a menudo poseen una personalidad compleja. Odiseo es un kalokagathos, «hombre completo»; Cuchulain, la maravilla de muchos dones; y el caballero Lanval, del lais medieval de María de Francia, era el epítome de masculinidad total, a quien tanto Ginebra como la reina de las hadas declararon su amor. El duque de Nemours de la novela francesa del siglo XVII La princesa de Clèves, escrita por madame de La Fayette, hace alarde de una realización personal sin parangón. Paradigma del cortesano (con muchas virtudes, bien integrado y entusiasta), enamora a la princesa casada, con unas consecuencias trágicas. En la literatura, las mujeres siguen perdiendo la cabeza por esos protagonistas tan realizados. Grace, una chica pobre del relato de Alice Munro «Pasión», vive encantada su relación con Maury, acaudalado y «valiosísimo», hasta que conoce a su complicado hermano, de una «profundidad insondable», y se fuga con él una noche.156 El poliédrico doctor David Morel causa una impresión similar en la esposa del agente de la CIA Ray Finch en Mortals, de Norman Rush. En las novelas de ficción fantástica para mujeres abundan los hombres con personalidades complejas, desde el mega versátil Christian Grey de Cincuenta sombras de Grey hasta el profesor de historia Lincoln Blaise en The Cinderella Deal. «Linc tenía tantas capas…», reflexiona la protagonista cuando se da cuenta de que él era el hombre de su vida.157 Aunque un hombre puede ser irresistible sin tener una personalidad tan enrevesada, lo cierto es que muchos seductores presentan identidades complicadas con varios elementos en tensión. Florentine Filippo Strozzi fue un político, banquero y nuncio del Papa del siglo XVI, que en 1537 lideró la rebelión contra el bastión de los Médicis en Roma. Conocido como «la sirena», también escribía sonetos de amor, diseñó un palacio del placer y cantaba de manera profesional todos los años en Semana Santa. Cuando terminó su idilio con Camilla Pisana, una mujer famosa por su hermosura, lo recordó con aflicción hasta el día de su muerte.158 Carl Jung, psiquiatra que popularizó conceptos como el arquetipo y el inconsciente colectivo, pensaba que las buenas relaciones personales dependían del desarrollo personal y de una complejidad mental «comparable con una gema de múltiples caras, opuesta a un sencillo cubo». Debía de saber de qué hablaba. Jung, que despertaba una atracción impresionante en las mujeres, exploró las profundidades de la psique, escribió sus reflexiones (con ilustraciones) y estudió filosofía oriental y occidental, alquimia, sociología, astrología, literatura y las bellas artes hasta la vejez.159 Si lo hubiera buscado, Jung habría encontrado a su álter ego en Estados Unidos. Benjamin Franklin era otro campeón de la realización personal capaz de cambiar tanto de máscara que se ha convertido en una leyenda nacional y sirve de inspiración a millones de personas. Una de esas máscaras (desempolvada no hace mucho por los estudiosos) es la de seductor. Ilustra, por excelencia, el atractivo sexual de una personalidad polifacética y explotada al máximo. Famoso impresor de periódicos, dirigente municipal y escritor, se retiró de los negocios a los cuarenta y dos años para dedicarse en cuerpo y alma a los estudios. Experimentó con la electricidad; inventó una estufa, las lentes bifocales y el pararrayos (y la lista no acaba ahí); y se embarcó en una carrera política y diplomática que se prolongó cuarenta años más. Dinámico e inteligente, «no paraba de reinventarse».160 Pero ¿seguro que era un seductor… con esa calvicie, las gafas y la barriga? El caso es que Franklin era un hombre sano y encantador, que «se rodeaba de mujeres adorables». De joven, en Boston e Inglaterra, tuvo su ración de escarceos y engendró un hijo ilegítimo, William, que su esposa Deborah accedió criar. Durante los cuarenta y cuatro años que duró su matrimonio, solo vivieron juntos dieciocho. El resto del tiempo, ya fuera en Estados Unidos o en Inglaterra, Franklin entretenía a jovencitas como Catherine Ray y Polly Stevenson con su ímpetu y su conversación. Se cree que también fue amante de la madre de Polly, que vivía en Londres, durante quince años.161 A los setenta años y viudo, Franklin continuaba siendo atractivo a ojos de las mujeres. Cuando llegó a París en 1776 para apoyar a la nueva nación, causó furor y enamoró a muchas francesas. Algunas se ponían camafeos con su imagen, lo rondaban por las noches y lo paraban por la calle para que las besara en el cuello. Es su «alegría» y «gentileza», dijo una admiradora, lo que «provoca que todas las mujeres lo amen». Aunque cueste de creer, protagonizó un escándalo sexual que estuvo a punto de costarle el puesto. La dama en cuestión no era ninguna jovencita ingenua, sino una vistosa salonnière de sesenta y un años.162 Minette Helvétius, viuda del aclamado filósofo, vivía en una casa junto al Bois de Boulogne que atraía al círculo más selecto de intelectuales y políticos de su tiempo. Se debatían temas serios en un ambiente de relajada festividad, donde Franklin tocaba la armónica, componía canciones para beber y debatía el ateísmo. Al cabo de siete semanas, el político estaba tan enamorado que le dijo a sus amigos que se había propuesto «capturarla y tenerla a su lado de por vida». Ella rechazó su propuesta de matrimonio pero siguieron siendo amantes, intercambiaban notas, se veían con frecuencia y se besaban en público.163 La aventura se convirtió en un escándalo. Abigail Adams conoció a Helvétius y se quedó horrorizada; era una fresca «arpía» que toqueteaba a Franklin en público y «dejaba al descubierto algo más que el pie» en el sofá.164 El futuro presidente John Adams sintió tanta «repulsión» como su esposa y regresó a toda prisa a Estados Unidos, donde intentó (sin lograrlo) arruinar la carrera política de Franklin.165 Igual que todos los iconos nacionales, la fama de Benjamin Franklin fue maquillada para la posteridad, y acabó convertido en un mito de héroe del pueblo y estadista asexual. Pero Franklin era más que eso: era un apasionado de las mujeres y un hombre complejo cuyos miles de intereses, talentos y encantos sirvieron tanto para construir una nación como para cautivar el corazón femenino. Carácter desde otro prisma El carácter es poder. BOOKER T. WASHINGTON166 En ninguno de los manuales convencionales sobre el carácter se dedica una sola palabra a cómo ser adorable y sexualmente fascinante. (Franklin guardaba sus tácticas secretas con siete llaves, ocultas bajo una fachada de Pobre Richard.) No obstante, las cualidades de los seductores merecen que se les dedique su tiempo. Es indudable que los grandes amantes están plagados de defectos (infidelidad, vanidad, temperamento voluble, irresponsabilidad y otros muchos). Aun así, su personalidad se adapta a voluntad para ganarse el deseo femenino y mantenerlo. Basta con un cambio de perspectiva y con dar una definición más amplia del carácter. Casanova, siempre en cabeza de cartel, era un ferviente defensor de cultivar el deseo. «Cultivar los placeres de los sentidos fue toda mi vida mi principal tarea —asegura en sus memorias—. Sintiéndome nacido para el otro sexo, siempre lo he amado y me he hecho amar por él cuanto he podido.»167 Y no era algo de lo que se avergonzase. Casanova admite sin complejos sus limitaciones, y se pasa los siguientes doce volúmenes que componen su Historia de mi vida documentando las cualidades que adquirió para ser adorado: inteligencia, valentía, comportamiento «honrado», espiritualidad («adoro a Dios», reconoce), artes hedonistas, trucos para estar en sociedad, y una personalidad óptima.168 Gracias a su agudo poder para adentrarse en los «miedos, esperanzas y deseos» de las mujeres,169 se congraciaba con todas las clases sociales, desde las sirvientas hasta Catalina la Grande, quien se comportaba de forma «dulce y afable» en su presencia y le concedió cuatro audiencias.170 «Tendrás que merecer, para que te amen, el amor», advertía Ovidio.171 Brian, el banquero, insiste en que es posible aprender a ser así. Ha perfeccionado su personalidad para resultar encantador a través de un refinamiento personal deliberado. «Y no es porque fuera un caballero ni nada por el estilo —asegura—. Fue por diversión, nada más.» A pesar de ser un humanista que sabe desenvolverse en sociedad, admite que no lo tiene todo. No es tan arrojado como le gustaría, ni tan espiritual ni tan ducho en las artes del placer. Pero, añade, «no hace falta que la despensa esté llena a rebosar. Si cuentas con ocho de las diez características, ya estás siete pasos por delante del resto». Me dedica una sonrisa pícara: «Es un campo abierto e inmenso». Echar el lazo al amor No debe considerarse sencilla la tarea de cazar a ese animal noble que es el amante. SÓCRATES172 Por norma general, no basta con que un hombre irradie carisma y carácter para lograr que las mujeres acudan a él en manada. Solo la mitad de la conquista erótica depende de quién es alguien; la otra mitad depende de lo que hace. «El hombre —exhorta Havelock Ellis— tiene que tomar la iniciativa por obligación.» En la segunda parte del libro, contemplaremos a los grandes seductores en acción, veremos cómo practican unas artes amatorias que no salen en ningún manual de seducción. Tratan la pasión como un arte, «una creación de la imaginación humana», y se basan en principios de una tradición erótica larga y sofisticada.173 En primer lugar está el «lazo»: la forma de atrapar al ser amado. Despertar el deseo implica algo más que una lista de habilidades: frases hechas, el aspecto adecuado y la forma correcta de acercarse a una dama. El amor apasionado es una «violencia del alma», una hipérbole, una función teatral.174 Los artistas de la amatoria proporcionan excitación y enganchan a las mujeres gracias a su pormenorizado despliegue de atractivos eróticos: encantos sensuales, grandes insinuaciones, alabanzas, intimidad y, el hechizo más fuerte de todos, conversación. La conversación es un afrodisíaco interminable. La verdadera prueba en el terreno amoroso es ser capaz de mantener viva la pasión. Si se le deja campar a sus anchas, el deseo evoluciona a través de la cotidianidad y la costumbre y se convierte en un aburrido «estar juntos». Los amantes de primera no dejan que eso ocurra. Logran que sigan saltando chispas y prolongan el éxtasis con técnicas de una variedad creativa poco común. Después de desmenuzar el proceso, nos centraremos en la figura del seductor aquí y ahora. ¿Tiene futuro? ¿Puede enseñarse la seducción y le interesa a alguien aprenderla? Presentaremos a distintos críticos, hablaremos con algunos casanovas del siglo XXI y también con varias «hembras con criterio del placer»175 para ver qué prefieren, y por último, nos preguntaremos si el filósofo Jean Baudrillard tiene razón: «La seducción es el destino».176 SEGUNDA PARTE Modelo del seductor 3 Echar el lazo al amor Los sentidos El amor es la poesía de los sentidos. HONORÉ DE BALZAC, Fisiología del matrimonio1 En cuestión de deseo, los sentidos toman la iniciativa. Una caricia, un aroma, una mirada, una voz grave y vibrante hacen que nos derritamos. Más tarde, los encantos intelectuales toman el relevo y afianzan las pasiones serias. Me dieron referencias de Luke, un experto en informática de Baltimore, cuatro de sus ex novias, y, al parecer, domina tanto los filtros de amor físicos como los mentales, pero lo que lo hace irresistible es su toque sensual… y lo logra de un modo único, a menudo en contra de lo que dicta la intuición. Su aspecto no juega en su favor. Con sus treinta y un años y sangre británica, Luke es demasiado alto (mide 6,7 pies), mofletudo como una ardilla, entradas en el pelo y gafas rectangulares de empollón. A pesar de todo, es un mago erótico con arte para los placeres de la carne. Su aspecto pasa a segundo plano enseguida, o mejor dicho, destaca tanto que es su mejor baza. «Cuando quedo por primera vez con alguien para tomar un café —me cuenta—, llego un poco desaseado, con mallas cortas, por ejemplo, para que me vean con mi peor aspecto; a partir de entonces todo es ¡zas!, un extra.» Y sus extras son de primera clase. En la segunda cita, se presenta con una cazadora de Savile Row y unos vaqueros y despliega lo que él llama «el gran acoso y derribo», su toque sensual. En lugar de invitar a la chica a un restaurante anodino, monta una excursión, pongamos, a la costa de Maryland, para comer cangrejos al vapor en una tienda de campaña. En la siguiente cita, lleva a la chica a su casa, el lecho de seducción más inesperado del mundo. El hogar de Luke es un piso que necesita una buena reforma en un barrio destartalado de Baltimore. Dejó las paredes originales a la vista y vació el piso casi por completo; apenas mantuvo una esterilla de yoga, una cajonera y un muestrario de colores encima de la repisa de la chimenea. «Es un refugio ideal, aunque cueste creerlo —comenta—. Les pido su opinión, que me den ideas, y después…» En ese momento, sus citas saben que es su día de suerte. Luke, un auténtico enamorado de las mujeres (tanto de la mente como del cuerpo), es un amante apasionado, generoso y diestro. Su lema es: «Asegúrate de que ella recibe una doble ración antes de servirte tú la primera», y la pone en práctica: juegos eróticos en la bañera, risas, «caricias por todas las partes del cuerpo de la mujer» y manos entrelazadas antes y después. Casi a cualquier hora del día o de la noche hay un coche junto al portal de Luke con alguna mujer que le lleva montones de «obsequios de comida» y confía en poder verlo a solas. «Son mujeres inteligentes —añade— y lo mejor es ver cómo sonríen mientras ponen en marcha el coche y me dicen adiós con la mano.» Luke sería la última persona que reconocería, como hacen algunos materialistas científicos, que el amor puede reducirse a «la parte física»,2 a una tormenta neuroquímica perfecta. «Es necesario poseer cierta profundidad —advierte—, o la burbuja explota muy rápido.» Las grandes armas de seducción son en un 90 por ciento psicológicas. A pesar de todo, los encantos físicos excitan muchísimo, sobre todo a las mujeres, cuyos sentidos están más afinados y son más agudos que los de los hombres. Los seductores son artistas en este terreno. Igual que Luke, evitan los trucos masculinos más manidos y añaden imaginación, originalidad y estilo a la seducción de los sentidos. Es posible que no sean tan radicales como Luke en sus artes amatorias, pero son capaces de trasformar por alquimia los encantos sensoriales en deseo trascendente, un arrebato que transporta a otra dimensión. Aspecto Fuerza inmanente de la seducción […] el juego puro de las apariencias. JEAN BAUDRILLARD, De la seducción3 Es un festín para los ojos femeninos. Aunque delgado para los estándares darwinistas y carente de una mandíbula angulosa y «masculina», la superestrella del cine Johnny Depp es un ídolo de las mujeres. Votaron que era el hombre más guapo de Estados Unidos en 2010 y el famoso con el que preferirían acostarse en 2009. Dos veces elegido «Hombre vivo más sexy» por la revista People, no tiene el aspecto que uno espera: camiseta, pantalones cortos anchos y músculos de acero.4 En lugar de eso, Depp se pone ornamentos para conseguir el mayor impacto erótico. Recupera la nostalgia del plumaje masculino, embellece su cuerpo con tatuajes y conjuntos capaces de detener el tráfico: sombreros de fieltro, gafas de sol azules, pulseras, anillos, camisas superpuestas con abalorios, cadenas y pañuelos al cuello. Una fan reconoce: «Me encaaaaanta cómo viste». Es su propio estilista y diseña el vestuario de sus películas, como cuando interpretó al pirata Jack Sparrow en Piratas del Caribe, vestido de lentejuelas, con las puntas del fajín ondeando al viento, su tricornio ladeado y las botas altas.5 Su atuendo, dicen los críticos, es «misterioso (siempre) y mágico».6 Otra actriz del reparto, Missi Pyle, dijo que la primera vez que lo vio en el plató, «se montó una fiesta dentro» de ella; y otra, Leelee Sobieski, dijo: «En persona es tan atractivo como la gente cree».7 Belleza corporal Era un hombre guapo de ojos marrones. CHUCK BERRY8 Los seductores no tienen por qué ser guapos; algunos son tan feos que hacen daño a la vista, como el general ruso tuerto Potemkín, que estaba «desproporcionado», o el desagradable Jean-Paul Sartre. De todas formas, la belleza tiene su importancia.9 A pesar de los mitos, es posible que a las mujeres les atraigan los estímulos visuales tanto como a los hombres.10 Tienen un sentido de la vista más aguzado que los hombres, y las pupilas y el cuello del útero se les dilatan cuando ven a un hombre atractivo.11 Si las someten a un detector de mentiras, se advierte que eligen a los hombres guapos con independencia del resto de los factores.12 La belleza tiene que ser proporcionada: estatura media, proporciones agradables (una relación entre cintura y anchura de hombros de un 60 por ciento) y facciones simétricas, para que el lado izquierdo y el derecho sean iguales.13 Un héroe romántico, recomienda el editor de la colección Harlequin, debería ser «increíblemente guapo», con una constitución robusta y un «buen bate».14 Tal como descubrió Nancy Friday, «las mujeres sí miran», aunque sea de reojo, y analizan la cara y el físico.15 Moda y peinado Las mayores provocaciones para la lujuria son las del atuendo. ROBERT BURTON, Anatomía de la melancolía16 A pesar del dicho, el hábito sí hace al monje y es capaz de transformar a un hombre. Hace tiempo que los psicólogos afirman que es posible convertir a un sapo en príncipe con un simple cambio de look. Si cogemos a un hombre del montón, lo peinamos y vestimos con traje de raya diplomática y un Rolex, casi todas las mujeres lo elegirán antes que a un modelo con el uniforme de una cadena de comida rápida. Esto indica que lo más eficaz con las mujeres son los trajes oscuros y serios de triunfador, que denotan solvencia, poder y estatus social.17 Pero no es obligatorio que sea así. El pavo real macho reprimido tiene una manera perversa de irrumpir en el statu quo de la franela gris y desplegar su ancestral reclamo ante la libido femenina. Los seductores son marcadores de tendencias; destacan para despertar la imaginación sexual. Conscientes del sentido del olfato más agudizado en las mujeres y de la importancia erótica que ellas dan al olor corporal (requisito número uno a la hora de elegir pareja), los cautivadores prestan atención a la fragancia. Y se visten de manera sensual, para lucirse.18 El embellecimiento masculino está demasiado arraigado en la historia de la humanidad para suprimirlo así como así. Según cuentan los antropólogos, nuestros antepasados de la Edad de Piedra «se adornaban más que vestirse». Se ha hallado un macho alfa del año 25000 a.C. con una pelliza adornada con casi tres mil abalorios, un sombrero con incrustaciones de dientes de zorro y veinticinco pulseras de marfil. Los reyes sumerios se engalanaban para el sexo. En las celebraciones de la fertilidad, se presentaban con faldas de piel de borreguillo con penachos de plumas y adornos perfumados para la cabeza, con joyas engarzadas.19 En muchas culturas a lo largo de la historia, «los hombres se adornan más que las mujeres» para atraer a una pareja.20 Las primeras deidades de la sexualidad eran especímenes masculinos resplandecientes. El dios hindú Shiva llevaba un taparrabos de piel de tigre, un peinado cónico con trenzas y una serpiente enroscada alrededor del cuello teñido de azul. En la moda empleada por los dioses, cada adorno reflejaba uno de sus atributos cósmicos. Dioniso también adoptó una vestimenta simbólica y añadió otro aspecto a eros: la ambigüedad sexual. Cubierto de tótems fálicos, lucía vestidos femeninos y capas, y se peinaba la larga melena como una mujer. Los casanovas imaginarios se visten para matar. Antes de que Odiseo conquiste a la princesa Nausicaa y después a su esposa, la diosa Atenea lo arrastra hasta el cuarto de baño. El ama de llaves, Eurínoma, lo baña y Atenea lo unge con aceite, lo viste con una túnica entallada y le arregla el pelo para que los rizos le caigan sobre los hombros «cual flor de jacinto».21 Es posible que Emma Bovary no se hubiera enamorado nunca si no hubiese visto a Rodolphe desde la ventana, arropado con un abrigo de terciopelo verde y unos guantes amarillos. Cuando el mujeriego Bobby Tom Denton entra en escena en la novela romántica Heaven, Texas, va como un pincel: recién duchado, afeitado y enfundado en unos vaqueros ajustados, camisa de seda y botas de vaquero de color morado. Los grandes amantes alimentan su sentido de la moda y el gusto. Casanova, aficionado a la sastrería y el diseño de moda, despertaba miradas allá donde iba. Ataviado con trajes de tafetán y terciopelo ribeteado de raso, siempre olía a «perfumes secretos que controlaban el amor» y lucía relojes de oro, medallones y anillos en todos los dedos.22 Lord Byron, el romántico de la época de Regencia, era poeta tanto del atuendo como del verso, y preparaba sus conjuntos con sumo esmero para lograr efectos evocadores y transmitir numerosos mensajes. Con sus rizos rojizos cuidadosamente despeinados, vestía pantalones bombachos blancos (en lugar de pantalones estrechos negros) y camisas bordadas adornadas con cadenas y «accesorios de aventurero».23 Desprendía una elegante sensualidad: el misterio del extranjero, combinado con señales difusas en cuanto a género y clase social. Las mujeres se derretían ante la ambigua «originalidad salvaje» de su mirada.24 En el ámbito militar está arraigada la costumbre del adorno corporal, que muchos seductores aprovecharon para la seducción, desde sir Walter Raleigh, con sus plumas e incrustaciones de perlas, hasta Gabriele D’Annunzio, con su vestimenta casi teatral durante la Primera Guerra Mundial. Uno de los grandes comandantes de la Antigüedad, Julio César, era tanto un dandi flagrante como un famoso mujeriego. César, hombre de facciones anodinas, con el pelo repeinado y la cara demasiado llena, compensaba sus carencias con un buen armario que hacía destacar su glamur y singularidad. En lugar de ponerse la habitual túnica de senador de manga corta, se pavoneaba con un hábito largo, adornado con un cinturón suelto y con las mangas fruncidas que le llegaban hasta las muñecas. Siempre se perfumaba y se ponía aceites esenciales, apuraba al máximo cuando se afeitaba…, incluso en las partes pudendas. Todo lo relacionado con él anunciaba la excepcionalidad y la mística erótica de César, incluido un punto andrógino.25 Los hombres imitaban su aspecto y las mujeres pululaban a su alrededor. Sus aventuras amorosas fueron abundantes y sonadas, y a menudo con avispadas mujeres casadas de la aristocracia. Durante las guerras galas, los soldados entonaban esta cancioncilla mientras marchaban: «¡Romanos, encerrad a vuestras mujeres!». Los idilios continuaron a lo largo de sus tres matrimonios y culminaron en el más famoso: con Cleopatra.26 Durante los cuatro años que pasó con él (tres en Roma), la reina de Egipto ejerció una gran influencia en César, tal vez incluso en lo referente al talento de Cleopatra para los disfraces elaborados. Mientras era su amante, César hizo una entrada triunfal en la fiesta de la fertilidad Lupercalia. Apareció disfrazado igual que Cleopatra cuando hacía uno de sus histriónicos despliegues: ataviado con una corona dorada, la túnica morada de un general conquistador y las botas altas de color rojo de los reyes legendarios de Italia, a través de quienes decía estar emparentado con la propia Venus. Sus rivales vieron la amenaza del despotismo en esos ropajes y lo asesinaron ese mismo año, en 44 a.C.27 Es posible que la vestimenta masculina haya entrado en una nueva era. Cada vez más hombres «superan la ropa deportiva» y se someten a la cirugía estética, se perfuman y se maquillan los ojos. Incluso siguen los pasos de metrosexuales como el famoso futbolista David Beckham con sus sarongs y sus uñas de los pies pintadas.28 Bill Cunningham, crítico de moda de New York Times, augura que es posible que veamos el «regreso del pavo real» en el futuro, hombres que se convierten en «los objetos sexuales y referentes de moda para las mujeres».29 Escenario Ubicación, ubicación, ubicación. Lema del sector inmobiliario Semanas antes de casarse con un abogado de prestigio, Allie Nelson, la protagonista de El cuaderno de Noah, de Nicholas Sparks, ve la fotografía de la casa de un ex novio y no puede aguantarse. Coge el coche y se desplaza hasta un pueblo perdido de Carolina del Norte, donde la fuerza del lugar la sobrecoge. El paisaje de la llanura evoca una «avalancha de sensaciones» y, una vez que pisa el porche de Noah, el escenario obra la magia y la devuelve a sus brazos.30 Noah le sirve cangrejos sazonados en su acogedora cocina y al día siguiente la lleva a un lago secreto, donde los sorprende una tormenta. Se secan delante del fuego y resisten hasta que ya no pueden resistirse más. Allie le desabrocha la camisa y se olvida de todo lo demás, su futuro matrimonio con el abogado y la vida respetable en Raleigh. Los seductores son poetas de lo que Roland Barthes llama «el espacio amoroso».31 Huyen de los clichés (románticas habitaciones de hotel con colchas de pétalos de rosa) y buscan la sorpresa, el arrebato sensual. «La pasión —escribe el crítico Jeff Turrentine— se cataliza por la fuerza de atracción erótica del lugar», emplazamientos como un estudio lleno de detallitos en la parte alta de Londres con una cama oculta en la pared, o un banco perdido en un laberinto de vegetación, o un castillo «de otro mundo» con sorpresas de alta tecnología.32 El amor pasional nos arranca de lo mundano para introducirnos en otro lugar, mágico y exaltado, y la ubicación física (con un toque de ingenio) puede ayudarnos a entrar en el juego.33 A ambos sexos les influye eróticamente el espacio, pero las mujeres son más sensibles a la ubicación concreta. El biólogo Richard Dawkins lo atribuye a una estrategia de «felicidad doméstica»,34 por la que las hembras de nuestros ancestros buscaban nidos seguros y solvencia por parte de sus parejas sexuales. De todas formas, es posible que las mujeres también buscaran algo de encanto. Geoffrey Miller considera que, además de solidez, buscaban belleza, y animaban a los hombres a adornar los hogares, «ya fueran cuevas, cabañas o palacios».35 El embellecimiento o «preparación» de un lugar para potenciar la seducción puede resultar inquietantemente eficaz.36 La psiquiatra Cynthia Watson habla de una paciente que acompañó a un hombre poco atractivo a su apartamento, donde el elegante «entorno cargado de energía positiva» hizo que lo viera con nuevos ojos; al final de la velada la tenía en el bote.37 El oscuro poder erótico del escenario también puede provenir del inconsciente colectivo. Es posible que retengamos los recuerdos espaciales como algo sagrado y anhelemos el momento de la historia en el que las criptas eran santuarios rebosantes de imágenes eróticas y del mysterium tremendum de la pasión divina. En Sumeria, en 4000 a.C., el rey y las sacerdotisas llevaban a cabo su cópula ritual en el sanctasanctórum del zigurat, y los acólitos de Dioniso copulaban todos los años en un santuario secreto, la «Casa del Toro».38 Los personajes mitológicos Adonis y Psique se desposaron en un templo del amor en los Alpes, rodeados de tesoros únicos, y concibieron con «la picardía de un dios».39 Desde que el mundo es mundo, las mujeres se han sentido extasiadas por los entornos afrodisíacos. En El paraíso perdido, Eva se acuesta con Adán en una «gozosa enramada» delimitada por fragantes rosas, jazmines e «iris de todo matiz».40 Y Emma Bovary cede ante Léon en una ostentosa habitación de hotel iluminada con la tenue luz que «parecía muy a propósito para las intimidades de la pasión».41 Las heroínas románticas tienen sensores del amor vinculados al emplazamiento y se fijan en los detalles igual que los empleados del sector inmobiliario. Cuando Ann Verlaine ve por primera vez el dormitorio de Christy Morrell en Lealtades enfrentadas, de Patricia Gaffney, cataloga los elementos (accesorios bonitos, empapelado con relieve de terciopelo y pañitos de ganchillo) y se pregunta: «¿Cuál era el motivo por el que no iba a casarse con él?».42 Gabriele D’Annunzio era un «decorador de interiores nato»43 que recurría a la poesía, la mitología y el teatro para decorar sus aposentos y creía que «el amor no era nada sin el escenario».44 Cuando le preguntaban por qué nunca iba «a casa de ellas», respondía: «¿Y sacrificar mi posición privilegiada de hechicero, rodeado de mis filtros y encantamientos?».45 Sus dependencias estaban calculadas para embriagar y elevar los sentidos. Los nardos perfumaban las habitaciones, las cortinas velaban la luz y la decoración era la del palacio yinn de la última época: cojines de terciopelo, misteriosos objetos decorativos y una alcoba con brocados rojos en la que había quimonos de seda y una cama de hierro forjado. Más adelante aumentó el dramatismo del entorno para provocar y «transmitir la excitación», la fuerza erótica del miedo. En el lago de Garda construyó una mansión diseñada para irritar incluso a sus amigas más atrevidas: laberintos de salones claustrofóbicos, almohadas acolchadas con pelo de otras amantes, lúgubres reliquias de guerra y una «habitación del leproso» iluminada por una lámpara de aceite.46 D’Annunzio utilizaba otro potente hechizo escénico: la naturaleza. La bailarina Isadora Duncan recordaba una cita con él en el bosque que (tal vez evocando los ritos dionisíacos en el bosque) elevó su espíritu «desde esta tierra hasta la región celestial».47 D. H. Lawrence, conocedor de los ritos sexuales, hace que lady Chatterley experimente su despertar erótico con Mellors en el bosque, donde todo lo demás está «vivo y quieto».48 Uno de los arquitectos y seductores más notables de Estados Unidos emplea la carga erótica de la naturaleza con unos fines amorosos espectaculares. Hombre menudo y delicado sin belleza ni dinero, Frank Lloyd Wright se casó tres veces y tuvo numerosas aventuras amorosas. Las mujeres lo consideraban irresistiblemente atractivo y ninguna de ellas, según su biógrafo, «quería separarse de él».49 Aunque se mostraba galante y encantador, su principal atractivo era su ingenio revolucionario. Para invocar el carácter sobrenatural del escenario, introducía en el hogar el mundo natural. Una de sus propuestas arquitectónicas más innovadoras fue una habitación abierta al exterior para que pareciera una «capilla en medio del bosque».50 Sus clientas, al ver los lugares «tan artísticos y encantadores», se sentían embelesadas…, a menudo también con el creador.51 Mamah Cheney, una culta mujer de Chicago, fue un paso más allá y abandonó a su marido y a sus hijos para fugarse a Europa con Wright (que entonces estaba casado y tenía seis hijos). Regresaron un año después y el arquitecto construyó un santuario para Cheney de doscientos acres en un bosque de Wisconsin llamado Taliesin, en honor del bardo y dios celta de la fertilidad.52 Tres años más tarde, un sirviente enloquecido quemó Taliesin hasta los cimientos y en el incendio murieron Cheney, sus dos hijos y cuatro trabajadores. Entonces, las mujeres se volcaron en masa para consolar a Wright. Miriam Noel, una esteta glamurosa con monóculo, lideraba el grupo. Aunque al principio Wright le pareció «poco atractivo», la mujer cambió de opinión cuando vio una de sus mansiones: «tan preciosa como un palacio de Bagdad en miniatura».53 Se casaron y durante los siete años que siguieron la mujer se dedicó alternativamente a «besarle los pies» y a desear arrancarle los ojos por culpa de los ataques de celos, hasta que se divorciaron en 1928.54 Wright se casó una tercera vez con una joven mujer rusa que se dedicó en cuerpo y alma a su «amo» y su visión arquitectónica durante el resto de la longeva vida de Wright.55 La ubicación no lo es todo; una verdadera historia de amor no necesita un «refugio» de diseño ni un «lago azul». Algunos seductores, como Jimi Hendrix, Warren Beatty y Picasso, se movían por lugares notoriamente insalubres en sus tiempos mozos. El estudio de Picasso en Bateau-Lavoir, en el barrio de Montmartre de París, era un tugurio enano y sin agua caliente, con basura y tubos de pintura empezados por todas partes. Un auténtico cautivador es capaz de dar la talla en cualquier escenario…, sean cuales sean los adornos.56 De todas formas, como dicen los antropólogos, «el espacio cuenta». Y para lograr un potencial erótico no es preciso que siga fórmulas fijas: grandes despliegues de opulencia o escapadas románticas en mansiones a la orilla del mar con bañeras de piedra pulida. En lugar de eso, para que un escenario seduzca debe ser obra de un artista de la ambientación: un refugio con encanto diseñado para enamorar a la mujer y hacer temblar las paredes.57 Música La voz dulce y la música son dos armas poderosas para hechizar. ROBERT BURTON, Anatomía de la melancolía58 A finales de la década de 1950, una localidad turística de Massachusetts tenía la envidiada reputación de ser un refugio seguro para los adolescentes; navegaban, bailaban al son de la banda clásica de Lester Lanin y se divertían de forma sana. Las madres solían decir (con razón) que en The Point no había sexo. Bueno, hasta que apareció Bordy. Recién llegado a la Universidad de Harvard, a este pariente pobre de una familia de rancio abolengo le habían ofrecido pasar el verano en una cabaña de pescadores en la playa privada de uno de sus primos. Llegó en una Vespa, vestido con sandalias y vaqueros, el pelo revuelto y cara infantil, y casi como una maldición, con una guitarra a la espalda. De repente empezaron a organizarse fiestas en la playa, en las que Bordy tocaba melodías con su Gibson y animaba al grupo con su «Bye Bye Love» cantada con voz de barítono. Las chicas buenas se arracimaban a su alrededor y empezaron a dejar de ser buenas revolcándose con él detrás de las dunas. El club náutico perdió interés. Lo que se llevaba ahora era seguir la estela de Bordy, escuchar sus versiones improvisadas de «Crawlin’ King Snake», y «hacerlo» por primera vez. No aguantó allí ni quince días. Un celoso estudiante de último año de la escuela de miss Porter metió cizaña y mandaron a Bordy a Cape para que continuara seduciendo con la guitarra en otra parte. No hay nada que logre apoderarse de la mente y encender la libido como la música. Es «la más extática de las artes» e inseparable del amor y el sexo.59 Aunque un seductor puede arreglárselas sin saber música, con eso renuncia a un afrodisíaco fabuloso. Las mujeres tienen un oído más afinado y agudo que los hombres: un oído más sutil para los tonos más altos y para los matices auditivos. Además, las han deleitado con serenatas a la luz de la luna desde los albores de la humanidad.60 Según diversos estudios, las mujeres consideran a los hombres más atractivos después de escuchar baladas de rock.61 La música «es alimento de amor»: un entrante aderezado con intensos elixires.62 El autor del Kama Sutra hindú, del siglo IV, insistía en el tema. «Hace falta experiencia —adoctrinaba— para conseguir que la música alcance el centro de la sexualidad femenina.»63 Por ese motivo, los hombres deben prepararse para tal fin: aprender a cantar, tocar instrumentos de cuerda y percusión, y dominar la «ciencia de los sonidos».64 Un califa medieval se alarmó tanto al ver la debilidad de las mujeres por la música que intentó prohibirla en su país, pues disipaba el «autocontrol», incitaba a la lujuria y conducía a «prácticas inadmisibles».65 Todavía no se sabe a ciencia cierta por qué la música nos provoca un torbellino erótico semejante. Una melodía o una cadencia, por ejemplo, puede «hacernos vibrar» «hasta la médula», «nos pone la piel de gallina»66 y nos deja «casi indefensos».67 Una explicación es la capacidad de la música para expresar la inexpresable vida emocional; otra explicación es que involucra a todo el cerebro y golpea directamente los nódulos límbicos, lugar donde se experimenta el sexo y al que afectan las dosis de cocaína.68 Darwin propuso una respuesta evolutiva; la música, conjeturó, se originó para conquistar al sexo opuesto. Las llamadas melodiosas de los machos abundan en el reino animal; las ballenas macho cantan a las hembras desde grandes distancias, las ranas croan, los gatos ronronean, los grillos cantan y las moscas de la fruta baten las alas para hacerlas vibrar como si rascaran una botella.69 De forma parecida, los hombres del Pleistoceno seguían la misma estrategia de cortejo y montaban jaleo con tambores, silbatos y palos para seducir a las mujeres.70 La fuerza erótica de la música también podría derivar de lo sagrado. En los ritos ancestrales, los creyentes canalizaban la energía sexual cósmica a través de conciertos de flautas de hueso, carracas, tam-tams y cuernos. Si aceptamos que somos aleaciones de nuestro pasado remoto, es posible que sigamos oyendo los ecos subliminales de las flautas y tambores de los dioses sexuales: la flauta de Krishna que sedujo a novecientas mil vaqueras, o el aulos de caza y la pandereta de Dioniso. Orfeo, encarnación de Dioniso, encantaba a las piedras, a las bestias y a la bella Eurídice con las cuerdas de su lira.71 El encantamiento persiste. Ormus Cama, el Orfeo de Salman Rushdie en El suelo bajo sus pies, vuelve locas a las mujeres y hace que las aceras serpenteen gracias a su música. Una fuerza «diabólica» de la ópera lleva a la libretista de Doris Lessing en De nuevo, el amor a sentir pasión por dos hombres, a uno de los cuales dobla la edad.72 Y la «Sonata a Kreutzer» del relato de Tolstói embelesa a una mujer hasta tal punto cuando la toca con su profesor de violín que su marido la mata en un ataque de celos. La música puede provocar el mismo éxtasis cuando es dulce; un ritmo lento y constante, como un latido, es increíblemente seductor.73 La Bestia del cuento seduce a la Bella con suaves melodías durante la cena, y Nicholas encandila a la esposa del molinero rico en Cuentos de Canterbury al tocar un dulce «Ángelus» con el arpa. El largo blues al piano interpretado por Tea Cake atrae a Janie a sus brazos en Sus ojos miraban a Dios. Lo hagan como lo hagan (ya sea con música apacible o con tempestuosos ritmos que aceleran las pulsaciones), los seductores hechizan a las mujeres a través del oído; incluso hay una novela romántica que va acompañada con un CD con canciones del «galán». Los amantes siempre han sido conscientes de los efectos que la música provoca en las mujeres. Durante la época dorada del amor cortés y a lo largo del Renacimiento, se esperaba que los hombres fueran músicos expertos para así ganarse el corazón de la dama. Saber tocar un instrumento, el que sea (el violín como Casanova o el saxo como Bill Clinton) es una baza estupenda a la hora de enamorar. Cuando Warren Beatty era un actor menor con acné, se ganó la admiración de la belleza de Hollywood Joan Collins al improvisar sentado al piano de media cola en una fiesta.74 Franz Liszt fue uno de los grandes músicos seductores, pianista y compositor que desencadenó una «Lisztmanía» en Europa a lo largo del siglo XIX. En sus conciertos, este showman virtuoso tocaba con una pasión tan arrebatadora que las mujeres se desmelenaban. «Temblando como frágiles alondras» se agolpaban junto a él, se peleaban por las mondas de las naranjas que tiraba, se metían las colillas de sus cigarros en el escote y lo avasallaban con cartas de amor.75 Liszt tenía demasiado buen corazón para decirles que no, así que fue coleccionando amantes. Dos de ellas llegaron a abandonar a sus maridos por él y le perdonaron sus numerosos deslices. Cuando envejeció, las mujeres seguían «locas de atar por él», y en dos ocasiones lo amenazaron con un revólver cargado para que les otorgara sus favores.76 Su equivalente más parecido en el siglo XX fue el director de orquesta Leopold Stokowski. Alto, rubio y tan guapo como un vikingo salido de un casting, Stoki combinaba unas dotes musicales impresionantes con un tórrido atractivo sexual. No parecía que los hados fueran a sonreírle cuando llegó a Nueva York en 1905 en calidad de organista pobre de la iglesia de Saint Bartholomew, después de apenas cuatro años de formación en el Conservatorio Real de Música de Londres. Solo tenía tres cosas a su favor: un talento enorme, una forma de tocar virtuosa y dramática, y mucha facilidad con las mujeres. Al cabo de un año, había conquistado a la famosa pianista de orquesta Olga Samaroff, que se casó con Stokowski y renunció a su carrera musical para potenciar la de él. Con el tiempo se convirtió en director de la Orquesta Sinfónica de Cincinnati y de la Orquesta de Filadelfia…, además de en un seductor de primera categoría. Sus caprichos eran tan numerosos que el Conservatorio Curtis de Música (donde daba clases a tiempo parcial) recibió el nombre de «Conservatorio Coitus». Al final su esposa lo abandonó. A esas alturas ya era la estrella del mundo de la música, toda una celebridad conocida por sus innovaciones iconoclastas, como dirigir la orquesta sin batuta y realizar finales fortissimos, que eran comparados con «orgasmos de veintidós minutos».77 Su vida amorosa fue de la mano de la vida musical. A los cuarenta y cuatro años convenció a una debutante de diecinueve para que entrara en un matrimonio abierto con la poco convencional Evangeline Johnson, aviadora, espiritualista y heredera de la fortuna de Johnson & Johnson. Convencida de que Stoki necesitaba aventuras amorosas para alentar su música, su esposa hizo la vista gorda durante once años. Entonces llegó la diva de la pantalla Greta Garbo, que vio cómo Stokowski dirigía la orquesta y se quedó electrificada.78 Su romance, al que se dio bombo y platillo, fue demasiado incluso para Evangeline, que se divorció de él en 1937. Su tercer matrimonio con Gloria Vanderbilt duró diecisiete años, tras los cuales se fue a vivir a Inglaterra en compañía de dos sirvientas del Conservatorio Coitus. Allí continuó, «glamuroso hasta el final», enamorando a las mujeres y creando una música espectacular hasta que murió, a los noventa y cinco años de edad.79 Hay otras formas de crear música espectacular. Cuando canta, la voz masculina puede ser tan seductora como una orquesta en pleno despliegue wagneriano. El significado etimológico de «encantar» (incantare) es hechizar a través del canto. En la antigua Roma una joven patricia escuchó cantar a un pretendiente y perdió el norte: «Me derrito», le confesó a su hermana. «¡Ay, qué dulce es su canto! Me muero por él.»80 Maggie Tulliver, de la novela El molino del Floss, de George Eliot, se ve sobrecogida por el «poder inexorable» de la «elegante voz de bajo» de un galán y no logra recuperarse nunca.81 Frank Sinatra, rey de la canción y seductor de primera categoría, habría quedado descartado en términos darwinistas. Escuálido y con orejas de soplillo, con un seseo al hablar y procedente del provinciano Hoboken, Sinatra empezó su carrera de cantante con una retahíla de fracasos laborales y la cartera vacía. No obstante, en cuanto se levantó y cantó en los primeros antros, «la muchedumbre se abalanzó sobre él».82 «No era el mejor cantante del mundo»,83 pero tenía «una voz sexual»84 (un lirismo exuberante aunque íntimo) y se acercaba al micrófono «como a una chica que espera un beso».85 Volvía locas a las mujeres. Le quitaban el pañuelo, suplicaban al barbero que les diera mechones de su pelo, se sacaban el sujetador para que les firmara en él un autógrafo, incluso se ponían delante de su coche. Si bien era un hombre difícil en todos los sentidos (sujeto a cambios de humor, arrebatos de ira y desplantes caprichosos), era el rey del amor. Para seducir a una mujer, se reclinaba en la silla, la miraba con ojos encendidos y cantaba: «I’ve Got a Crush on You».86 Tanto Lauren Bacall como Sophia Loren y Marlene Dietrich lo adoraban. La segunda de sus cuatro esposas, Ava Gardner, se mostraba de lo más efusiva: «¡Dios!, era pura magia. Y ¡sí! Con él pasaban cosas tremendas».87 Los amantes inteligentes cubren a sus novias y esposas con el sonoro bálsamo de la melodía y la canción sensual. «Canta —exhortaba Ovidio—, si tienes voz.»88 Y el cartel de una tienda de música de Saint Thomas dice: «Da igual lo feo que seas, si tocas la guitarra, tendrás éxito con las mujeres». Robert Burton, el experto en amatoria isabelino, escribió: «El amor enseña música».89 Vudú cinético: lenguaje corporal y baile Tienes que dejar que tu cuerpo hable. DADDY DJ90 Jack Harris, psicólogo y auténtico seductor, no se limita a entrar en una habitación; relumbra. Se sienta en el sofá, cruza una pierna por debajo del cuerpo, extiende un brazo por encima del respaldo y te atrapa con la mirada. Cuando rememora su vida amorosa, apunta: «Digamos que todo estalló a los treinta, ¿y quiere saber dónde estaba el secreto? En el baile». Según dice, fue por casualidad. Durante una estancia como docente en San Antonio, entró en un bar y descubrió el tejano, el baile por parejas del sur de Texas en el que se dan giros muy complicados y pasos rapidísimos. Una de sus alumnas se ofreció a enseñarle. «Fue asombroso —recuerda—. Cuando uno se pone a bailar, es como si encendiera una bombilla. Si eres buen bailarín (y yo soy buen bailarín) las mujeres quieren bailar contigo y de ahí nace la atracción.» Lenguaje corporal Los movimientos corporales pueden atraer a la vista casi tanto como las proporciones corporales. THEODOOR HENDRIK VAN DE VELDE, El matrimonio ideal 91 Los seductores son chamanes cinéticos, maestros del movimiento corporal y (a menudo) del baile. «Además del lenguaje hablado —proclama el Kama Sutra—, también existe el lenguaje de las partes del cuerpo.»92 Los mejores amantes dominan ese lenguaje. Y hacen bien en practicarlo: las mujeres tienen una mayor capacidad para descifrar los gestos, las posturas y las expresiones faciales, y los psicólogos calculan que entre el 50 y el 90 por ciento de nuestra comunicación, sobre todo en las relaciones románticas, es no verbal.93 Ovidio sabía lo que decía cuando advertía a sus aprendices: «Muchas veces un rostro silencioso posee su propia voz y sus palabras».94 Nuestro rostro es el que más habla. Durante los tres o cuatro primeros segundos que una mujer ve a un hombre, lo somete a un escáner facial, y dedica el 75 por ciento del tiempo a contemplar la boca y los ojos.95 Al cabo de cinco minutos ya le ha tomado la medida. Y el hombre lo lleva crudo si pone cara de póquer y congela la expresión. A las mujeres les gustan las facciones plásticas, expresivas y vibrantes.96 Los ojos son artillería pesada. «La seducción de los ojos. La más inmediata, la más pura», dice Baudrillard.97 En las culturas ancestrales como la Grecia antigua se creía que poseían poderes ocultos y eran capaces de contagiar a los incautos con el bacillus eroticus, que flotaba en el ambiente. Kama, el dios hindú del amor, dirigía su mirada a las víctimas, que se derretían de deseo, mientras que Dioniso irradiaba la luz de Afrodita por los ojos.98 Hay hombres que simplemente saben cómo mirar a una mujer. Crean una «línea del deseo»: mantienen la mirada una fracción de segundo más de lo habitual y centran la atención solo en la mujer, como si fuera la única persona a la vista.99 Los gigantes del amor, como Alí Khan, el actor Richard Burton y el cantante de reggae Bob Marley eran famosos por su «sexo visual».100 La marca personal de lord Byron era su temida «mirada baja»: bajaba los párpados ante una mujer como si sintiera un arrebato de excitación sexual. No en vano las mujeres consideran que los ojos son su parte favorita de la anatomía masculina.101 Al mismo tiempo, las mujeres observan la boca de los hombres con «minuciosa atención».102 Si un hombre está interesado en ellas, sus labios se separan ligeramente, se enrojecen y se hinchan. Las fans del siglo XIX amaban los gruesos «labios color bermellón» de Alfred de Musset, y las lectoras de novela romántica moderna exigen que se describa la boca del protagonista.103 La boca de Dallas Beaudine parece la de «una puta de doscientos dólares» en Una chica a la moda, y a la protagonista «le cuesta respirar» cuando él sonríe.104 Una sonrisa dulce se gana a las mujeres. La auténtica «sonrisa de Duchenne», en la que las mejillas se elevan, se muestran los dientes y los ojos se entrecierran, es «un arma de cortejo muy poderosa».105 Brian, el banquero de Nueva York, dice que sonríe de manera compulsiva. Insiste en que su sonrisa despierta la atracción de forma instintiva y un reflejo de devolver la sonrisa.106 Warren Beatty, igual que otros muchos donjuanes, posee «la mejor sonrisa del mundo».107 Herbert Beerbohm Tree conseguía buena parte de su éxito romántico (y profesional) gracias a su pericia con la expresión facial. Fundador de la Real Academia de Artes Dramáticas de Su Majestad, fue una luminaria de la Inglaterra eduardiana, tanto en calidad de director como de actor dramático, además de como casanova de fama mundial. De joven se aprendió al dedillo La expresión de las emociones de Darwin, y no tardó en hacerse un hueco en el mundo del teatro gracias a la expresividad de sus interpretaciones. Los seductores eran la especialidad de Tree. Cuando se bajaba del escenario, practicaba lo que había interpretado. Tenía una capacidad innata para fascinar y atraer a las mujeres. Aunque no era nada guapo (un hombre alto y huesudo, pelirrojo y de piel macilenta), sus ojos eran extraordinariamente «expresivos y atentos», y se decía que habían «petrificado» a su esposa, la actriz Helen Maud Holt, y la habían convencido para que se casara con él.108 Los empleaba para conseguir los mismos fines eróticos con sus amantes, entre ellas damas influyentes y una segunda esposa secreta con la que tuvo seis de sus diez hijos. Una enamorada dijo que la sedujo en un balneario solo porque la miró como un «verdadero artista», con «profunda admiración».109 Vistos de cerca, ni siquiera los grandes artistas pueden fingir; las microexpresiones involuntarias nos delatan. El amor de Tree por las mujeres era genuino.110 En la seducción, el cuerpo entero entra en acción. Los gestos tienen que sincronizarse y enviar el mismo mensaje. Cada movimiento de cortejo (palmas abiertas, sutiles encogimientos de hombros, imitación de la postura del otro, porte expresivo) tiene que acompañar el lenguaje amoroso de la cara. Y para cautivar, debería hacerse con gracia y sentimiento. Tree también era un maestro de ese arte y embelesaba a las mujeres gracias a sus elocuentes manos, su paso «felino» y su porte regio.111 El macho animal en movimiento atrapa de forma primaria la libido femenina, y la devuelve al pasado remoto en el que los hombres se paseaban en un desfile de apareamiento para ganarse a las hembras. En distintos estudios, las mujeres demuestran tener preferencias claras por la forma de andar de un hombre: prefieren los pasos largos y ligeros, un leve balanceo del cuerpo y un movimiento seguro de los brazos.112 Rhett Butler conquista a Scarlett O’Hara con sus andares «de indio sigiloso»,113 y el joven oficial de Un héroe de nuestro tiempo tiene una zancada «despreocupada y perezosa» que cautiva a las mujeres más guapas de un centro vacacional del Cáucaso.114 La escritora Katherine Mansfield recordaba que se había enamorado de los andares de un desconocido: «Observé el movimiento rítmico de principio a fin, la absoluta confianza en sí mismo, la belleza de su cuerpo y [sentí] esa excitación que es eterna».115 Zsa Zsa Gabor aseguraba que a Porfirio Rubirosa le bastó pasearse con andares «primitivos» por el Salón Persa del hotel Plaza para cautivarla con sus «misteriosos saltitos» al andar. No fue casualidad. Rubi cultivaba el arte del movimiento. Desde la adolescencia practicaba todos los deportes posibles (boxeo, esgrima, natación y equitación) y se mantenía flexible gracias al yoga.116 Baile Y entonces bailó… LORD BYRON, Don Juan117 Sin embargo, la verdadera baza de Rubirosa era el baile. Cuando le preguntaban por su secreto con las mujeres, respondía: «Las llevo a bailar muchas veces».118 Experto bailarín, dominaba el merengue, el twist y cualquier estilo entre uno y otro. Enamoraba a todas sus amantes en la pista de baile. Numerosos estudios demuestran que «los hombres que se mueven mejor al bailar tienen el mayor atractivo sexual».119 Los investigadores Cindy Meston y David Buss descubrieron que a menudo las mujeres se acuestan con un hombre solo porque baila bien.120 En una encuesta realizada a quinientas mujeres de entre veinticinco y sesenta años, valoraron la gracia al bailar por encima del éxito económico o la potencia sexual como el rasgo más deseable en un hombre.121 El baile forma parte intrínseca del ritual de apareamiento. La vida animal es una sesión continua de alegres danzas de cortejo. Los somormujos macho recrean un «ballet acuático» y ciertas especies, como los gamos y los urogallos, se reúnen en grupos denominados leks, en los que compiten y saltan, patalean y dan pasitos al compás para atraer a las hembras con las que aparearse. Havelock Ellis extrapoló esta práctica a los hombres prehistóricos y afirmó que debían de comportarse de manera parecida, haciendo alarde de vigor y gracia para obtener las mejores hembras.122 Los psicólogos evolutivos corroboran este punto de vista y hablan de las competiciones por ser el más ágil. Los hombres con pies danzarines, aseguran, salen vencedores porque demuestran tener una mayor simetría, salud, fuerza, coordinación, velocidad y (si son capaces de cambiar de pasos y estilos de baile) mayores niveles de testosterona.123 Asimismo, transmiten un espíritu juguetón y creatividad artística.124 De todas formas, hay algo más que lógica evolutiva en el deseo que sienten las mujeres hacia un experto bailarín. Aunque la danza tenía diversos objetivos, una función primordial era la de servir de afrodisíaco; los seres humanos de la Prehistoria bailaban en los ritos de la fertilidad para atraer la energía sexual divina. Al imitar el coito, canalizaban el eros cósmico y se cubrían del sudor de la cópula.125 En la mitología, los dioses del sexo siempre bailan. Vishnú, el Adonis hindú, saludaba a los postulantes con el Tandava, un baile en el que sacudía la entrepierna, y Shiva, el dios del erotismo, bailaba con el pene en la mano y reproducía nueve posturas: la base del baile hindú clásico. Dioniso, «señor de las canciones de la noche», bailaba por el campo seguido de un séquito de frenéticas ninfas y bacantes. Embriagó de tal forma a Ariadna con sus giros que echó «atrás la cabeza, agitando la melena» y voló a sus brazos.126 Las culturas tradicionales presentan un amplio repertorio de bailes eróticos, desde la cueca chilena hasta el friss húngaro, un «violento baile por parejas». Los hombres de la tribu wodaabe, en Nigeria, ofrecen bailes que duran un día entero para buscar novia. Adornados con pintura facial blanca y negra, se mecen durante horas hasta que tres mujeres proclaman a los ganadores y les dejan elegir pareja.127 Los seductores de ficción bailan el vals divinamente y conquistan a las mujeres mientras bailan con ellas. Olga, en Eugene Onegin, de Alexander Pushkin, pierde la cabeza por el mejor amigo de su prometido mientras bailan una mazurca; y Ana Karenina se enamora de Vronski durante una cuadrilla. Cuando Hardy Cates estrecha a Liberty Jones en sus brazos para bailar una danza de dos pasos en las fiestas del pueblo en la novela Mi nombre es Liberty, de Lisa Kleypas, Liberty se ve inundada por un deseo «incontrolable»;128 y al salir de la pista del baile, lo sigue hasta un solar. Las películas para adolescentes más famosas presentan «hombres encantadores que saben mover las caderas», como el sensual bailarín Patrick Swayze de Dirty Dancing.129 Casanova se tomaba muy en serio esta arte básica de seducción. Contrató al fabuloso bailarín Marcel para que le enseñara el minuet, y practicó como un profesional hasta saber bailar una furlana en tiempo de 6/8. En la misma línea, en la Francia del siglo XVIII, el duque de Richelieu era «uno de los mejores bailarines» de la corte, y una generación después, el filósofo y donjuán Claude Helvétius actuó con el ballet de París.130 Mijaíl Baryshnikov, apodado Misha, era «el casanova ruso más famoso, una estrella», en su faceta de bailarín y en la de homme fatal. A simple vista no parecía el prototipo de primer bailarín, pues era demasiado bajo, fornido y masculino para los estándares del ballet. Pero cuando realizaba uno de sus saltos vertiginosos que desafiaban a la ley de la gravedad, desmontaba el teatro… y a las mujeres.131 La bailarina Gelsey Kirkland consideraba que era poca cosa (un «adolescente») hasta que pisó las tablas.132 Después de ver cómo se movía, proclamó que era «el bailarín más fabuloso del planeta» y «se enamoró de él en ese preciso instante».133 «El ejercicio físico no solo es una de las claves más importantes para tener un cuerpo sano, es la base de una actividad… intelectual dinámica y creativa.» John F. Kennedy El suyo no fue más que uno de sus muchos idilios amorosos. Entre sus parejas románticas estuvo Isabella Rossellini, la prima donna Natalya Makarova, Liza Minnelli y Jessica Lange. Lange y él vivieron seis años juntos y tuvieron una hija, Shura. (Baryshnikov ha tenido tres hijos más con Lisa Rinehart, su pareja desde hace tiempo.) Las mujeres que no se llevaba a la cama soñaban con que lo hiciera. «Baryshnikov salta más alto que tu corazón», lo alabó con sumo lirismo una crítica de espectáculos en The New Yorker. «Te derrites en el terciopelo rojo», escribió la periodista, hasta que te sientes «presa de un pasional amor imposible, como los decimonónicos».134 Aunque no tienen la culpa, muchos hombres presentan problemas de coordinación. Es comprensible. La sociedad enseña a los hombres a camuflar sus emociones, a hacerse los duros, y desprestigia las actividades «fifís» como bailar. Los libros dirigidos a hombres con mayor difusión perpetúan el problema, pues recomiendan la falta de expresividad y el lenguaje corporal frío, con movimientos bruscos para la seducción. «Bailar con una mujer — instruyen esos libros— no es el objetivo principal»;135 «la pista de baile no es el hábitat natural del macho alfa».136 Si por «macho alfa» se entiende el rey del patio del colegio, tienen razón. Pero embelesar a las mujeres es un arte de adultos, diseñado para hombres animados con poesía corporal que se proclaman los príncipes de la pista de baile. Como dicen los franceses: «El amor enseña a bailar incluso a los asnos».137 Experiencia sexual Echar un clavo con un buen martillo no es sexo; es carpintería. The Secret Laughter of Women138 Wynn es la última persona que alguien elegiría en Match.com para una noche de lujuria. Tiene sesenta y muchos, vive en un barrio serio y trabaja de anticuario. Pero las mujeres suspiran por él. Queda conmigo en un bar de moda de la parte alta de la ciudad; es más bien robusto, lleva una americana de tweed y el pelo canoso repeinado con gomina. «Mire —me dice mientras tomamos un martini—, no tengo dinero, ni poder, ni juventud ya, pero creo que sé lo que quieren las mujeres. Y —me dedica una miradita desde sus gafas de media luna— se me da de perlas.» Repasa las virtudes habituales (buena conversación, ternura, cariño y delicadeza, amor por las mujeres) antes de pasar al tema del sexo. Entonces se explaya. «Lo que suelo hacer es preguntarle a la mujer: “Dime qué quieres”.» Es un hombre serio y lo dice con convencimiento. «Establezco lazos de unión durante la práctica sexual; el amor surge cuando tienes a una pareja para la que nada supone un problema grave.» Se pasó meses flirteando por correo electrónico con una profesora universitaria de la Costa Oeste y no escatimó en palabras. En un momento dado le preguntó: «¿Cómo llegas al orgasmo?». Poco después la mujer fue a verlo a Nueva York, y parece que él había tomado nota de su respuesta. «No depende de la pistola —me comenta—, sino del hombre que hay detrás. Depende de lo que uno sepa hacer. A ver, yo tengo una lengua larga ¡con una batidora en la punta!» No resulta sorprendente que la profesora pidiera un traslado a Nueva York y se marchara a vivir allí. La mujer supo reconocer lo que valía cuando lo tuvo delante. Cada vez hay más mujeres cuya vida sexual no es como desearían. A pesar de la cultura «avanzada» de la libertad sexual, a pesar de las guías ilustradas, la ayuda terapéutica y los juguetes eróticos, un número importante de mujeres experimenta problemas sexuales. En un estudio pionero realizado en 1999, el 43 por ciento de ellas reconocieron dificultades sexuales, como falta de deseo o incapacidad para llegar al orgasmo.139 Una encuesta más reciente llevada a cabo a lo largo de cinco años con mil mujeres, descubrió que el 50 por ciento «tiene problemas para excitarse» y cuando mantienen relaciones sexuales, suele ser por razones tan prosaicas como robarle la pareja a una amiga (53 por ciento) o mantener la paz en el hogar (84 por ciento).140 Según varias encuestas realizadas en 2010, solo el 65 por ciento de las mujeres aseguraron haber tenido un orgasmo en su relación más reciente, y dos tercios de las mujeres casadas preferirían hacer cualquier otra cosa antes que el amor.141 Por supuesto, la sexualidad femenina es un terreno pantanoso. El cuerpo femenino «parece» diseñado para experimentar un placer extraordinario: el clítoris tiene ocho mil fibras nerviosas (el doble que el pene) y los orgasmos son más fuertes y duran más que en el hombre, y además, pueden ser múltiples.142 Pero la respuesta sexual de una mujer es caprichosa y frágil. Es una «operación de todo el cerebro» que depende de un engranaje perfecto entre la neocorteza racional y el hipotálamo pasional. Luego están los elementos psíquicos que apagan la pasión, como el estrés, el miedo, la fatiga, la concepción de una misma y los tabúes culturales. Para complicar las cosas todavía más, es preciso que las mujeres se exciten antes (algunas veces se requiere hasta media hora de juegos previos) y el botón del clítoris se encuentra en el lugar equivocado, a cierta distancia de la zona de fricción vaginal.143 En estas circunstancias tan complicadas, ¿qué debe hacer un hombre? Los manuales de sexualidad clásicos dirigidos a hombres hacen hincapié en la técnica: arte con la lengua, movimientos con los dedos, posición de pitón y tácticas para retrasar la eyaculación.144 Los terapeutas añaden intimidad y comunicación, y ponen énfasis en la importancia de los gustos personales.145 Los investigadores del «éxtasis» ponen el listón todavía más alto: para que una mujer obtenga el placer óptimo, los hombres deben mostrar «empatía de género» y avivar la libido femenina, de carácter narcisista, con alabanzas apasionadas. Los seductores ponen en práctica todo esto y mucho más: habilidad (adaptada a los gustos concretos de cada mujer), implicación emocional, generosidad, piropos ardientes y orgasmos de calidad.146 Si los grandes amantes no existieran, se habrían inventado. Tal como demuestran los estudios, hay muchísimas mujeres que dan importancia al buen sexo.147 Sorprende que sean a menudo las mismas mujeres que ojean la sección de novela romántica de la librería, el género literario más tórrido y que más vende.148 El secreto de estas novelas siempre es una escena de sexo explícito y un donjuán con sentimientos, experto en tocar en todos los puntos que hay que tocar, y que garantiza unos orgasmos apoteósicos. Jack Travis, en Buenas vibraciones, de Lisa Kleypas, le dice a la protagonista, después de una retahíla de piropos: «[Quiero] hacer el amor contigo hasta que gimas y grites y veas a Dios». Y cumple su palabra.149 En la Antigüedad, el sexo de este calibre era lo que medía a un hombre, en el aspecto físico y en el espiritual. Dumuzi, el dios de la fertilidad sumerio del año 3000 a.C., copuló con la diosa Inanna en una ceremonia nupcial sagrada que culminó en una unión mística con el Todopoderoso. La epifanía dependía del placer de Inanna. «Murmurándole palabras de amor», Dumuzi deleita con un cunnilingus a Inanna cincuenta veces, acaricia sus muslos y su sexo «con sus delicadas manos», la acaricia con ternura y «frota su vulva sagrada» hasta que llega al orgasmo y grita: «Es [el dios] al que más ama mi vientre».150 Estas civilizaciones antiguas daban por supuesto que el sexo no podía llegar a semejantes cimas si no era a través de la práctica y el estudio. El arqueólogo Timothy Taylor calcula que alrededor de 5000 a.C., el coito se había convertido en una disciplina espiritual,151 y Paul Friedrich, experto en cultura clásica, describe con detalle las avanzadas artes amatorias en la antigua Grecia.152 El Kama Sutra dedica cientos de páginas al estudio de la sexualidad extática. Para pasar la inspección y obtener la «beatitud del ser», un hombre debe saber cómo crear el ambiente propicio para «relajar a la mujer», además de realizar un elaborado preámbulo y dominar sesenta y cuatro posiciones coitales.153 Si no lo logra, «si se burlan de él las mujeres en el arte del amor», es «hombre muerto».154 Según Casanova, sus compañeras de lecho no se quejaban. Avanzado para su tiempo, creía que el sexo no tenía sentido sin una comunicación intelectual y sin la satisfacción de la mujer. Pedía una «completa armonía de la mente y los sentidos»155 y recibía «cuatro quintas partes» de su gozo del placer de su amante.156 En una época en la que primaba un funcional «mete y saca», descubrió el vínculo entre el clímax y el clítoris (que acababa de publicarse en un manual sexual inglés de 1710) y una vez proporcionó a una de sus amantes más de diez orgasmos en una sola noche.157 No obstante, la potencia física era solo uno de los elementos que influían en su forma de hacer el amor in excelsis. Antes de acostarse con Henriette, una aventurera francesa admirable, abonó el terreno psicológico. Le dijo que nunca había «sentido tanta urgencia» ni amor por una mujer, la obsequió con unos preliminares de lo más fogosos y le proporcionó una noche de experiencias casi religiosas.158 Llevó a cabo su historia de amor y las que mantuvo con otras «igual que una obra de arte fuera del espacio y el tiempo».159 Llegar al punto álgido del sexo para una mujer lleva su tiempo. «El placer de Venus —como enseñaba Ovidio— nunca debe apresurarse.»160 Los seductores defienden el movimiento lento en el sexo; aconsejan seguir el camino más largo para volver a casa. Rick, el jefe de bomberos jubilado, se recrea con sus amantes para prolongar el placer. «Es la forma de tocar — asegura—, esa es la mejor parte. Voy despacio y las acaricio con la yema de los dedos como una pluma, en puntos que no se esperan, como la parte interna de la rodilla o el final de la espalda.» Rick sabe lo que dice.161 Las mujeres poseen una piel más sensible que los hombres y consideran que el tacto es uno de los elementos primordiales en las fantasías sexuales. También suelen preferir las caricias suaves y sedosas, y un circuito gradual que vaya de las zonas erógenas menos estimulantes a las más excitantes.162 La piel es el órgano más grande del cuerpo («el sentido más urgente») y responde tanto a los impulsos sexuales, que una mano caliente puede poner a cien a una mujer.163 El galán de Miénteme, la novela de Jennifer Crusie, vuelve loca a la protagonista acariciándole el tobillo con mucha sensualidad solo con el dedo meñique. «Tendría un orgasmo automático si le ponía las manos encima —dice la narradora—. En cualquier parte.»164 Un beso es pura dinamita, y las mujeres valoran mucho a «los hombres que saben besar».165 Es la quintaesencia de la sensualidad y requiere más arte de lo que imaginan los neófitos. Es preciso averiguar cuándo es el mejor momento, tener sincronía y dominar un abanico infinito de «músicas con la boca», que vayan desde el grado de presión y el ritmo adecuados hasta los movimientos con la lengua.166 Y las películas suelen dar una imagen equivocada. En lugar de un violento beso de tornillo, las mujeres se excitan más con los besos suaves y fugaces, como los piquitos.167 El gran experto en amatoria, Gabriele D’Annunzio, besaba como los ángeles. Era un Miguel Ángel del placer oral. Acariciaba las pestañas con la lengua y plantaba «besos como picotazos» en el cuello y en los genitales durante sus largas «noches embriagadoras».168 Para el acto principal, hay que saber adaptarse al ritmo. Dado que las mujeres tardan más en alcanzar el clímax que los hombres (quince minutos de media frente a dos minutos y medio), los artistas de la carne amoldan el paso y retrasan su propio orgasmo. Se decía que Porfirio Rubirosa, el amante de la década de 1950, era un «Tarzán de la Alcoba», debido a su imponente miembro. Sin embargo, es posible que sus artes y su actuación fueran la verdadera causa de su fama.169 Igual que Alí Khan, quien estudió imsak (el antiguo arte de la retención de semen) y que «podía controlarse indefinidamente», Rubi garantizaba la gratificación de su pareja y a menudo podía aguantar horas enteras sin eyacular.170 John Gray asegura en Marte y Venus en el dormitorio que «una mujer puede sentirse igual de satisfecha sin llegar al orgasmo».171 Puede ser. Pero si es así, se perderá algo: las contracciones pélvicas compulsivas y el flujo de productos químicos (prolactina y oxitocina) que saturan todos los poros de la piel con euforia, calor y saciedad. Con el hombre adecuado, una mujer puede perder la cabeza y volar hasta alturas impredecibles. «Esto era lo único que le faltaba saber sobre Dios», afirma el narrador a propósito de la esposa protagonista de un relato de Udana Power, después de un maratón de orgasmos con su marido.172 Pocos seductores han prestado tanta atención al sexo trascendente como Jack Nicholson. De joven tenía gatillazos, sufría eyaculación precoz y síndrome del macho depredador, así que Nicholson se sometió a años de psicoterapia reichiana, un tratamiento basado en la eliminación de la armadura emocional y la liberación de la «orgona»: la energía cósmica-sexual primordial. Plantó cara a sus demonios, aprendió a defenderse y abrazó un nuevo modelo de relaciones sexuales liberadas y holísticas. «Muchas veces el sexo no implica sentimiento —comenta el actor—, pero se nota la diferencia cuando haces el amor y hay amor, y… cuando no.»173 Con un sexto sentido para la psique femenina y su idiosincrasia, sabe masajear a las mujeres hasta que están de humor. Una actriz británica recordaba el miedo y la vergüenza que sentía al principio, y cómo él «la llevó de la mano hasta el dormitorio», donde fue «muy gentil, muy cariñoso, muy romántico».174 Durante el sexo, dijo otra amante, era «infatigable», pero también «cercano» y «¡muy sonoro!».175 Solía pedir que ella verbalizara lo que sentía. A Nicholson le gusta que las mujeres sean tan felices que pierdan la cabeza: «Me dio una satisfacción que ningún hombre me había dado antes. Solo le preocupaba mi placer», confesó una; es un «ejecutor perfecto del amor; Dios lo puso en este planeta para amar a las mujeres».176 Y Nicholson incluye a Dios en el acto sexual. Sus novias solían apelar al sentido «espiritual y hablaban del carácter sagrado de lo que estaba ocurriendo».177 «En todo momento sentía algo muy fuerte en el corazón —confesó una vez el actor—. Era como estar en un sublime abrazo sexual.»178 Los hombres no nacen con un gen para el buen sexo que les diga cómo hacerlo aflorar. Es necesaria la práctica y la predisposición. Pero ni siquiera un taller con un maestro de sexo tántrico dirigido por el doctor Ruth puede convertir a un hombre en un amante sobrenatural. Para obtener las notas más altas en la cama, un hombre debe «tenerlo todo»: cuerpo, alma e intuición sensual. Y también ayuda si los miembros de la pareja se adoran mutuamente. Como admite el Kama Sutra, no hacen falta instrucciones ni consejos «para quienes están enamorados de verdad».179 Regalos y carteras Los regalos ablandan incluso a los dioses. EURÍPIDES, Medea180 El desconcierto reinó en Beacon Hill durante años después de este episodio. El chico de los Cobb (de la familia de rancio abolengo procedente de Boston) había sido de lo más magnánimo al encargar un retrato de su prometida, Ann, una estudiante con beca de Smith sin pedigrí. Corría el año 1932 y el artista, el sobrino del cocinero, necesitaba trabajo. Angus era un emigrante irlandés de risa nerviosa, con coleta rubia y el cuerpo de un luchador que parecía siempre en movimiento. Realizaban las sesiones de posado en la biblioteca abovedada de Cobb y cada vez que el futuro esposo entraba en la sala, se percataba de cosas raras: un par de gafas pintadas con un ojo guiñado, un sátiro esculpido en jabón, una guirnalda de dientes de león adornando el cuello de Ann y, en una ocasión, un sobre en la mano de su prometida. Antes de que terminara de hacer el retrato, ya habían cancelado la boda. Ann zarpó en un barco rumbo a México con el paupérrimo Angus y abandonó al apuesto heredero y todos sus millones. Al día siguiente, la criada encontró una carta en la biblioteca, debajo del asiento en el que posaba: un boceto de Ann con aspecto de Venus sobre la media concha, con un abanico lleno de caricaturas en la mano (algunas de Cobb) y un delfín a sus pies que cantaba: «Te quiero, Ann». Según una encuesta reciente, la mayoría de las mujeres se habría quedado con Cobb & Co.; dos tercios de las mujeres que participaron en el estudio dijeron que estaban «muy» o «extremadamente» dispuestas a casarse por dinero.181 En otra encuesta de 2009, el 50 por ciento de las mujeres contestaron que se casarían con un hombre feo si fuera rico. Desde el punto de vista pragmático, ese impulso tiene sentido. Incluso en un mundo posfeminista, los recursos no están repartidos de forma equitativa. Las mujeres siguen cobrando un 20 por ciento menos que los hombres y cargan con una cantidad desproporcionada de tareas del hogar y del cuidado de los hijos. También está la voz práctica de las abuelas de la Edad de la Piedra: los jefes de la tribu proporcionan poder social y caprichos de lujo, y evitan las necesidades, las preocupaciones y a los depredadores.182 Sin embargo, el deseo no es razonable. Aunque durante siglos el apareamiento ha sido una transacción comercial, en la que las mujeres eran la moneda de cambio, el dinero y el amor sexual son unos compañeros de cama muy poco naturales. Los motivos económicos, explican los psiquiatras, son la antítesis del eros, pues la pasión se ve desplazada por la racionalidad «no humana» y el cálculo.183 Por eso dijo Freud: «La riqueza da muy poca felicidad»; no es un deseo arcaico y erótico.184 Robert Louis Stevenson apuntó: «Enamorarse es la aventura más ilógica».185 La pasión romántica, escribe el psicólogo Rollo May, provoca un «júbilo» irracional que el dinero no puede comprar.186 Al mismo tiempo, los regalos (ya sean de compra o caseros) tienen su encanto. Entran en la ideología femenina del amor.187 Las mujeres se toman muy en serio los regalos; ponen el corazón en ellos y los consideran algo más íntimo que los hombres. Un regalo indica el interés de un hombre y, conforme avanza la relación, también su compromiso.188 Los hombres han regalado detalles románticos desde la Antigüedad, y es una práctica tan extendida (presente en el 79 por ciento de las sociedades) que podría considerarse indispensable para el cortejo.189 «El camino que conduce a una relación íntima duradera —asegura el sociólogo Helmuth Berking— está marcado con regalos.»190 Los psicólogos evolutivos interpretan este ritual como intercambio de sexo y recursos. Los hombres hacen trueques con las futuras esposas ofreciéndoles protección económica y unos recursos superiores. Igual que la mosca escorpión hembra elige pareja según el tamaño de sus obsequios nupciales, las mujeres eligen a los hombres basándose en su desprendimiento. La generosidad sale a cuenta. Según el «principio de la discapacidad» de Amotz Zahavi, el hombre que demuestra cuánto puede permitirse despilfarrar tiene ventaja en el cortejo.191 Tal como apunta la filósofa Julia Kristeva, el derroche es la tarjeta de presentación del seductor; «dilapida el dinero».192 A pesar de todo, hacer regalos románticos no es una simple transacción. Regalar, como decía Ovidio en Amores, «es algo muy creativo».193 Es difícil acertar con ellos, pues muchas veces se mete la pata, y están cargados de intención y significado. Los regalos que hace un hombre lo delatan: desvelan quién es y quién cree que es ella. Además, en los obsequios está implícita la delicada dinámica de poder entre prestamista y deudor. Gracie Snow, de la novela romántica Heaven, Texas, deja plantado a su rico enamorado cuando descubre que él ha roto la igualdad erótica al pagar en secreto sus compras de ropa. La practicidad también está prohibida en el reino de los regalos; nada de regalar detectores de humo o robots de cocina. Los regalos deben cumplir su función primaria y principal, como en el pasado, cuando eran objetos mágicos capaces de hechizar.194 «El verdadero regalo, el más elegante, es trascendente», escribió el autor Stuart Jacobson, pues «ilumina a la otra persona».195 Para acabar de asegurar el tiro, debe ser también un objeto bello.196 En esencia, dice un experto, un regalo es «una emanación de Eros». E igual que Eros, el regalo ideal implica una sorpresa, un «¡tachán!» teatral que proclame el placer, la pasión, la novedad, la creatividad, el esfuerzo de quien lo entrega y su generosidad.197 Los obsequiadores míticos eran maestros del esplendor. Las deidades fálicas encarnaban la exuberancia lujuriosa de la naturaleza, «la clamorosa urgencia por derramar sus encantos» y sus regalos eran dignos de un dios.198 Dioniso, el «dispensador de riquezas», proporcionaba magnánimos bienes a la tierra en primavera y soltaba el freno celestial cuando cortejaba a Ariadna.199 La ungió como reina de los cielos y colocó su corona entre las estrellas, a modo de constelación. Odiseo agasajó a Penélope con un regalo de bodas despampanante: una cama exquisita tallada a mano que ocultaba un misterio que solo ellos dos conocían. En el amor cortés de la Edad Media, los regalos formaban parte del romance. La dama tenía que ser obsequiada con adornos, ramos de flores y poemas dedicados a ella, y la relación debía mantenerse en secreto.200 En la novela basada en «Hamlet» de John Updike, Claudius da un giro a esta convención. Le envía a la reina de manera subrepticia un emblema de su pasión ciega, salvaje (y reprimida): un halcón con «garras letales» y «ojos tapados». Ella cede a sus encantos. Ningún héroe romántico va a ver a su amada con las manos vacías. Cal Morrisey, personaje de Una apuesta peligrosa, la novela de Jennifer Crusie, adivina el capricho favorito de la protagonista (las zapatillas de conejito con tacón) y se las regala en privado con mucha parafernalia.201 Los maestros del amor tienen un don para los regalos. Julio César le entregó a Cleopatra una estatua de oro de sí misma, que colocó en el templo de Venus, para elevarla a la categoría de diosa. Casanova, que gastaba tanto dinero con las mujeres como un marinero borracho, consideraba que los regalos eran un arte. A una de sus amantes le regaló un spaniel, a otra le compuso una oda, y a otra le encargó un vestido hecho a medida con el «mejor encaje de Valenciennes».202 El cazador blanco Denys Finch Hatton le llevaba a Isak Dinesen un cofre de tesoros cada vez que aterrizaba en su granja africana: pieles de guepardo, plumas de marabú, piel de serpiente, discos, libros y un anillo de oro abisinio único, tan blando que podía amoldarse al dedo. El poeta del siglo XIX Alfred de Musset, «absolutamente irresistible», escribía poemas dedicados a sus amantes.203 Después de leer la novela de George Sand Indiana, De Musset le envió unos versos que pasaron a la historia romántica. La describe «en su ático, fumando un cigarro», mientras su secretaria «todavía borracha de ayer / le limpia la oreja a él / con total meticulosidad». Al cabo de pocos días eran pareja.204 Las riquezas hacen subir el listón; «la riqueza crea obligaciones», porque se espera que de las cajas de regalo salgan efectos cada vez más cautivadores.205 Las mujeres no se enamoraban de Alí Khan por su fortuna, sino porque las embelesaba con sus regalos. En lugar de regalar abrigos de visón y diamantes, obsequiaba a las mujeres con salidas en barco a las dos de la madrugada y viajes con todos los gastos pagados a lugares desconocidos, con los que lograba dejar atrás la ciudad y la realidad. «Era como volar en una alfombra mágica —lo alabó una de sus amantes—. El giroscopio de la mujer se volvía loco.»206 El empresario italiano Gianni Agnelli, principal accionista de Fiat, estaba cortado con el mismo patrón iridiscente. A diferencia de otros magnates vulgares y corrientes, a Agnelli le interesaba menos el negocio y los beneficios y más el forjarse una reputación… como buen amante. Volvía locas a las mujeres (tanto Jackie Kennedy como Pamela Harriman quisieron casarse con él) y «no había nadie a quien no fuera capaz de seducir».207 Desplegaba unas artes dramáticas tan impresionantes que transportaban a las mujeres de la «mera existencia» a un «mundo de pirotecnia pura»: cenas improvisadas en su yate negro y cócteles en la azotea a la luz del atardecer, su tappeto volante («alfombra voladora») con vistas privilegiadas de Turín.208 Regalos comestibles La mayor parte de los amores son fruto de las buenas cenas. SÉBASTIEN-ROCH NICOLAS DE CHAMFORT209 Georges Duroy, el seductor de carrera meteórica de Guy de Maupassant en Bel Ami, pesca a su primera dama de la sociedad en una fiesta después de una cena de gala en la sala privada de un restaurante. Les sirven un plato sensual tras otro (ostras como «orejitas encerradas en conchas», trucha «rosada como la carne de una jovencita») y Duroy dirige la conversación hacia el amor y el sexo mientras intenta camelarse a la rica matrona, la señora de Marelle.210 Ella le pasa la cuenta para que pague y, cuando se meten en el taxi, ya la tiene embelesada y a su merced.211 Comida a cambio de sexo: no existe casi ningún otro obsequio romántico que pueda competir con el lujurioso atractivo de este intercambio. Según el doctor Balzi, académico alemán, «después de un banquete perfecto [estamos más] susceptibles al éxtasis del amor».212 El gusto es un sentido multisensorial en el que participan la vista, el olfato, el oído y el tacto, y responde al instante a los impulsos sociales y psicológicos.213 (Una palabra fuera de tono puede arruinar el mejor bogavante a la plancha.) Aunque los hombres cuentan con la misma cantidad de papilas gustativas, las mujeres tienen el sentido del gusto más refinado. Distinguen mejor los sabores y son más sensibles a las dosis fuertes de azúcar, sal y especias. Asimismo les encanta que las piropeen durante las comidas. Comer tiene un componente sexual intrínseco. El lenguaje del deseo está plagado de metáforas culinarias (melones, peras, almejas, nabos…) y el poder afrodisíaco de la comida se conoce desde hace miles de años.214 Ganarse a las mujeres a través del estómago también se remonta a nuestro pasado de primates: la alimentación del cortejo. Según los antropólogos sociales, del mismo modo que algunas especies animales atraen a las hembras con bocados apetitosos, los protohumanos, agasajaban a las posibles parejas con una parte de lo que habían cazado.215 Los dioses de la fertilidad tenían costumbres eróticas parecidas. Dioniso regalaba miel (su invento) y el «obsequio del vino» a sus devotas féminas,216 y Dumuzi regaló «rica nata» a Inanna, además de productos de su huerto.217 En la parte rural de Perú, era costumbre que un pretendiente le ofreciera a su amada cestas llenas de comida y «ámbar chichi», una dulce bebida nacional.218 Las historias de amor almacenan muchas seducciones gastronómicas. Drouet cautiva a la hermana Carrie en Nuestra Carrie, la novela de Theodore Dreiser, con un buen filete acompañado de champiñones; y Robert enamora a Edna Pontellier en El despertar, de Kate Chopin, mientras comparten un pollo asado en una excursión a la Grand Isle. Steve, motorista de Wilde Thing, una de las novelas románticas de Janelle Denison, hace que la protagonista se derrita cuando le mete en la boca el dedo mojado en un frappuccino con caramelo. «Rico, cremoso y seductor, no cabe duda — suspira la mujer—. Creo que acabo de descubrir un nuevo afrodisíaco.»219 Casanova también era un gourmet que disfrutaba de «los platos de sabor fuerte»: la carne de caza y los quesos azules.220 Sin embargo, para los ágapes amorosos, cedía ante los gustos femeninos más refinados y les ofrecía lengua ahumada, ostras, vino de Chipre, pan, fruta y helado. Asimismo era un maestro del teatro culinario. Para seducir a la esposa del burgomaestre de Colonia, Casanova preparó un banquete excepcional, diseñado para deleitar al paladar y a la imaginación. Mandó poner la mesa para veinticuatro comensales con manteles de lino de damasco, con cubertería de plata y platos de porcelana, y sirvió un menú de tres tenedores, desde ragú de trufa hasta un surtido de postres «representativos de todos los reinos de Europa». Al día siguiente ella le prometió que sería suya.221 Las cenas románticas de Casanova evitaban los excesos del alcohol. Consciente de que el alcohol desinhibe pero dificulta la acción, bebía poco. Warren Beatty, que tenía un padre alcohólico y una reputación sexual que mantener, «no solía beber».222 Ni siquiera un gourmand como el príncipe Grigori Potemkín se pasaba con la bebida. Sus fabulosas fiestas de champán y «platos exóticos y exquisitos» eran preludios dramáticos para la «hora del amor» que llegaba a continuación.223 Cuando un seductor además sabe cocinar, el cortejo culinario se enciende como la llama de los fogones. Si un hombre domina la cocina y prepara el ambiente, puede potenciar el atractivo del macho cazador-proveedor. Dirk, un estudiante de derecho de veintiséis años que conocí hace poco, me ha dicho que su apartamento, en un edificio sin ascensor, es la cocina de un hechicero. «Adoro cocinar», reconoce mientras tomamos un café en el Starbucks. Es un joven delgado que se parece a John Cusack, con unos ojos azules que centellean cuando se lanza a hablar del tema. «¡Soy el rey de los fogones! Por ejemplo, este año, para San Valentín, voy a sorprender a mi novia con un fabuloso tajine de pollo que me enseñó mi madre. Acompañado de… ¡eh! También estudié teatro.» Dirk va marcando tendencias. Los chefs de la televisión son los nuevos dioses del sexo, y en películas como Sin reservas aparecen jóvenes con delantal de cocinero que dan vueltas a las sartenes y al corazón de las mujeres simplemente moviendo la espátula. Los investigadores culinarios señalan que la especie de hombres «gastrosexuales» está aumentando, unos hombres que «aprenden a cocinar para atraer a las mujeres».224 La escritora Isabel Allende afirma que, a ojos de una mujer, «Pocas virtudes más eróticas puede poseer un hombre que la sabiduría culinaria».225 Dicho esto, ¿no sería de esperar que las mujeres prefirieran un cocinero particular, gentileza de un novio rico, en lugar de un chico con una sartén en la mano? Al fin y al cabo, un magnate puede permitirse los placeres más caprichosos de los sentidos: ropa de diseñador, escenarios opulentos, entradas para conciertos, cenas de gala, discotecas exclusivas, spas y tratamientos de belleza caros, si es preciso. Además, los hombres ricos tienen el encanto añadido de dar seguridad en un mundo hostil e incierto. El dinero, dice la editora de libros y revistas Hilary Black, «simboliza mucho para mucha gente».226 Pero el dinero no siempre cubre toda la factura simbólica. En la película de Almodóvar Los abrazos rotos, el personaje de Penélope Cruz, una secretaria pobre, sucumbe ante el amante rico y madurito por su seguridad, estatus y buen nivel de vida. Sin embargo, el encanto del lujo se agota en cuanto aparece la «rutina hedonista», la disminución paulatina del deseo de mejorar las condiciones materiales. Su amante ricachón resulta ser aburrido, cruel y repulsivo físicamente. Arriesgando la vida, la secretaria huye con un cineasta, artista y dramaturgo del mundo de los sentidos.227 Por definición, la pasión romántica es un anhelo de un estado superior del ser. Los sentidos son poderosos y pueden elevarnos a ese estado. Pero pueden apagarse por los falsos credos y las promesas del consumismo, así como por los efectos corrosivos del hábito, la saciedad y la saturación. Los seductores explotan toda la fuerza de los encantos sensuales, los adaptan a cada mujer y los cocinan a fuego lento como los antiguos filtros de amor, que penetran en los rincones más profundos de la psique humana. Nos seducen hasta hacernos salir del cuerpo y nos catapultan a otro mundo. 4 Echar el lazo al amor La mente El amor no mira con los ojos, sino con el alma. WILLIAM SHAKESPEARE, Un sueño de la noche de San Juan1 Puede que un casanova domine el arte de conquistar los sentidos, pero si de verdad quiere estrechar los lazos del amor, es imprescindible que tenga aptitudes intelectuales. Vance, el propietario de una tienda de delicatessen y famoso seductor que al principio atribuía su carisma a la «mera pasión», accede a explayarse un poco más acerca de su atractivo a ojos de las mujeres. Esta vez quedamos en una cafetería de la zona e, igual que en la ocasión anterior, se parece más a un sacristán que a un mujeriego, con sus facciones de Leslie Howard y su camisa Oxford abrochada hasta el último botón. «Hay que sentirlo —responde mientras toma un espresso ristretto—. En serio, sale de dentro.» Eso no significa que rechace los atractivos sensuales. Al recordar su época dorada, en las décadas de 1960 y 1970, me cuenta que hacía hincapié en la seducción de los sentidos. Bailaba «muy, muy bien», vestía camisas de flecos y capas de ópera, llevaba a las chicas a cenar a Jamaica, hacía unos regalos de lo más sorprendentes y siempre consideraba prioritario el placer sexual de la mujer. «Lo único que ha cambiado es la ropa», dice entre risas. Sin embargo, atribuye sus numerosas «cazas» a algo menos tangible. «No hablo por hablar —comenta—. Siempre voy con la verdad por delante.» A modo de ejemplo, me cuenta una anécdota que parece una escena de Hollywood. En una galería de arte, charló con una modelo noruega, se olvidó de su nombre y luego corrió seis tramos de escaleras para alcanzarla cuando la joven salía del ascensor. La tomó de la mano y dijo: «Dígame quién es. ¡Tenemos que estar juntos!». Ella lo siguió y fueron pareja durante dos años. Vance adora a las mujeres y quiere que se sientan fabulosas. De todas formas, señala, los halagos deben ser originales: «Uno tiene que arriesgarse». Cuando conoció al amor de su vida (su pareja hasta el reciente fallecimiento de la mujer) en una fiesta de Nassau, se presentó diciendo: «¿Le han dicho alguna vez que tiene un tubérculo de Darwin, esa prominencia peculiar de la punta de la oreja? Es muy poco común…, herencia de los simios más atrevidos». No obstante, lo que de verdad la cautivó e hizo que abandonara a su esposo para irse con Vance fue su encanto en los momentos íntimos. Conecta mucho con la gente, establece vínculos emocionales fuertes. «Los dos tocábamos la fibra sensible del otro —comenta Vance—. Era como si nos hubieran entretejido. Ni un artista habría sido capaz de crear un vínculo tan estrecho como el nuestro.» ¿Cómo lo consigue? «Me interesa lo que llega al corazón de la gente. Estrechar los lazos. Así es como manejo la tienda y también mi vida amorosa.» En una época posromántica de rollos de una noche, parejas esporádicas y poliamoríos, puede que Vance suene tan anticuado como sus camisas disco de flecos. ¿Quién necesita dedicar tanto esfuerzo mental (elección meticulosa, piropos y vínculos estrechos) para ligarse a una mujer? No es preciso si uno busca una pareja ocasional o un lío práctico, pero para encender el deseo apasionado sí se necesitan dotes cognitivas. La mente es la zona más erógena del cuerpo. El amor romántico es una reacción psicológica global que, como observa el filósofo Irving Singer, no puede «explicarse por completo apelando a la vista, el tacto o cualquier otro sentido».2 Puede que las mujeres sean particularmente susceptibles a los hechizos mentales. Meredith Chivers, investigadora de renombre en el ámbito de la sexualidad femenina, apunta que las mujeres se excitan más con los estímulos mentales que los hombres.3 Cuando sienten deseo, su cerebro trabaja más y almacena montañas de datos culturales, sociales, situacionales y emocionales. La parte consciente de la mente femenina que inhibe la acción y valora los sentimientos (la circunvolución del cíngulo anterior y la corteza insular) es más grande y las amígdalas de la subcorteza inconsciente «recuerdan» los encuentros amorosos con sumo detalle, en contraste con los hombres, que recuerdan solo la sensación global.4 Desde el punto de vista de la mujer, la protagonista de la película Giulietta de los espíritus tiene razón: «Todos los poderes de seducción están en el interior».5 Algunos encantos cerebrales consiguen desarmar por completo la libido femenina. Trascienden el tiempo, las tendencias y la cultura, y van directos a los deseos más profundos de una mujer. Los verdaderos cautivadores, aunque no esté de moda, llevan toda la vida embelesando así a las mujeres. No obstante, a diferencia de los aficionados, no practican estos «ataques» (acercamientos apasionados, halagos e insistencia en los puntos en común) al pie de la letra. Emplean imaginación, dramatismo, ardor, originalidad, ingenio y una sensibilidad propia de un sexto sentido para averiguar qué desea cada mujer. Un reino a sus pies Quien ama, delira. LORD BYRON, Las peregrinaciones de Childe Harold 6 Sebastian D. sabe mucho sobre el amor y la seducción. Ha escrito novelas y ha dirigido películas dedicadas al tema, y a sus cuarenta años se ha forjado la reputación de ser uno de los «seductores más excepcionales» de hoy en día. Estos últimos meses está absorbido por la promoción de su última película de cine independiente, pero accede a comer conmigo para hablar de los casanovas, y de sí mismo en concreto. No cabe duda, es sensacional: una versión británica de Javier Bardem, de constitución más esbelta y con traje Brioni y un abrigo con vuelo de estilo vintage. Sin embargo, tiene otros encantos: una energía nerviosa y muy sensual. «No estoy seguro de qué es — reconoce con un acento hipercorrecto de Cambridge—. A ver, reconozco que las mujeres me fascinan constantemente, y si uno quiere ganarse a una mujer, bueno, claro que hay tácticas…» Aunque cuanto más habla, más fuerza pierde el argumento de las «tácticas». En lugar de eso, saca a colación a Freud y la «fascinación», y va mencionando a sus novias pasadas y presentes. Cuando nos traen el postre, por fin desvela su mejor estrategia: un ataque frontal y atrevido cuando «se encapricha» de alguien. Por ejemplo, una vez conoció a una mujer persa en una discoteca de Los Ángeles, y al final de la noche, se dirigió a ella y le susurró en farsi: «Eshghe-mani» («Me ha llegado al alma»). Estuvieron juntos casi un año. «Lo más importante —me cuenta por escrito más adelante — es que las cosas se expresen con sinceridad. Los seductores tememos la ira de Eros si empleamos su nombre en vano con cinismo o solo para conquistar.» En la primera cita, le dijo a la mujer con la que ahora tiene una hija: «Quiero que seamos amantes; quiero hacerte suspirar más que cualquier otro hombre de tu vida».7 ¿Qué mujer se creería algo así? Más de las que podría parecer a simple vista. Aunque las mujeres se enorgullecen de tener derecho a tomar la iniciativa sexual y aceptan la «frialdad» sexual en el hombre como la nueva norma de cortejo, en el fondo les gusta que un hombre se declare. El amor romántico, por naturaleza, es una «pasión furiosa» y las mujeres desean que las deseen y las persigan con pasión. Los amantes de sangre caliente que tiran por la borda la precaución, impresionan a las mujeres más de lo que están dispuestas a admitir.8 Mi padre, por ejemplo, conquistó a mi madre con una declaración directa el primer día: «Me lanzo al ruedo», le advirtió. Los científicos suponen que es posible que el deseo sexual de la mujer necesite ver que el otro expresa un deseo ávido para despertarse al máximo. Se necesita una sacudida fuerte para «encender la libido femenina», escribe Marta Meana, psicóloga de la Universidad de Nevada. «Sentirse deseadas resulta muy erótico para las mujeres.»9 Más de la mitad de las fantasías femeninas encierran el deseo de ser sexualmente irresistibles y, en algunos casos, les gustaría que las «forzaran».10 Lo que anhela una mujer, según explica Meredith Chivers, es una pasión tan intensa que rompe las limitaciones, enciende la llama del deseo y le permite «concentrarse en el cerebro medio».11 Una entrada ardiente también supone «una situación de poder para la mujer», ya que le permite aceptar o rechazar la propuesta erótica.12 Durante miles de años se ha instado a los hombres a que tomen la iniciativa. «El hombre acérquese en primer lugar, diga el hombre palabras suplicantes», aconsejaba Ovidio.13 «¡Pregúntale sin rodeos!», exhortaba el autor hindú del Kama Sutra a los pretendientes, que debían tomar el mando y confesar una devoción infinita.14 En la Edad Media, se esperaba que los amantes cortesanos traspasaran el umbral de «la entrada del palacio del amor».15 Robert Louis Stevenson, un buen seductor, reprendía a los amantes «anémicos y pusilánimes» que titubeaban en cuestiones pasionales; un hombre debería verse embargado por la pasión hasta el punto de salir corriendo «con los brazos abiertos» para declararse ante la dama.16 Según el psicólogo Henry Finck, las personas sienten aversión por los amantes que retrasan la decisión y no despiertan «ni frío ni calor».17 Es posible que las mujeres se sientan repelidas de forma inconsciente hacia los Romeos poco decididos. Según el psicólogo cultural Matt Ridley y otros investigadores, los machos son quienes seducen en el 99 por ciento de las especies animales, y están preparados genéticamente para tomar la iniciativa: «Puede que las mujeres flirteen, pero los hombres atacan».18 La antropóloga Helen Fisher justifica esta tendencia retrocediendo a la historia de la Antigüedad, cuando un hombre tenía que recorrer una gran distancia para convencer a la mujer de que merecía la pena como pareja.19 Los psicólogos evolutivos ven la ofensiva de cortejo masculina como una estratagema de compromiso; la constancia y la pasión telegrafiaban un mensaje de «fiel proveedor para el hogar» a las hembras de nuestros antepasados.20 Sea cual sea el motivo, argumenta la neuropsiquiatra Louann Brizendine, el pretendiente apasionado no es un estereotipo que haya pasado de moda; está imbricado en los «circuitos cerebrales del amor».21 Las leyendas mitológicas también corroboran la iniciativa masculina. En la mitología griega, Dioniso asalta a Ariadna y, sin preliminares, le dice: «Aquí estoy. Vengo para ser un amor tuyo más fiel […] esposa tú de Baco vas a ser».22 Y cuando Freyr, el dios de la fertilidad nórdico, ve a su futura esposa, Gerd, desde la ventana de Odín que da al mundo, se siente «consumido por el deseo». Entrega a su siervo su espada mágica todopoderosa y lo envía a anunciarle su amor a Gerd. Después de que ella acceda a casarse con él nueve días más tarde, el dios se lamenta angustiado: «Una noche es larga. Dos noches son aún más largas. ¿Cómo podré soportar tres?».23 Lancelot, la versión anglicanizada del dios fálico celta, era un amante todavía más impaciente. Cuando Meleagante se lleva a su señora, la hermosa Ginebra, al país sin retorno, Lancelot se embarca en una misión de rescate. «Por el amor de dios, sir, cálmese», le suplica Galván, pero Lancelot cabalga hacia la muerte, cruza el puente de espadas, lucha en combates sangrientos y rompe los barrotes del dormitorio de Ginebra, aunque se corta el dedo hasta el hueso. Después de devolverla a Camelot, se siente tan afligido por haberla entregado al rey que se pasa dos años deambulando por el país, enloquecido y en la indigencia.24 El ideal del Príncipe Azul sirve de base para casi todos los demás héroes románticos. El conde Vronski sigue a Ana Karenina hasta San Petersburgo entre apasionadas confesiones, y el vizconde de Valmont en Las amistades peligrosas es «violento, desenfrenado», y tenaz en su intento de conquistar a la señora Tourvel.25 «No, señora, no seré su amigo —le asegura—; la amaré con el amor más tierno e incluso más ardiente.»26 Y la férrea virtud femenina de la señora Tourvel cede por fin, como han hecho las mujeres desde tiempos inmemoriales, ante los hombres que ponen el reino a sus pies y no se amedrentan. Cuando las mujeres escriben sobre la figura del seductor, le otorgan un carácter incondicional. El señor de Nemours, protagonista de la novela de madame de La Fayette La princesa de Clèves, se fija en la señora de Clèves en un baile y se queda prendado de ella. Su sentimiento amoroso es como un torbellino y, después de evitarla a toda costa para que los demás no se den cuenta de lo que siente, se lo confiesa de manera indirecta pero apasionada.27 En la novela de Mary Wesley Not That Sort of Girl (escrita en 1987), Mylo, un profesor particular venido a menos, le declara su amor a Rose en cuanto la descubre en la biblioteca de la casa en la que unos amigos dan una fiesta. «Vamos a tomar un té —le propone—. Tengo tantas cosas que contarte. Me voy a desmayar de tanto amor.» Los obstáculos materiales se interponen en su idilio, pero consiguen llevar una aventura en secreto durante más de tres décadas hasta que por fin pueden casarse.28 Los héroes románticos más populares son anuncios ambulantes del amante impetuoso y ferviente. En el primer capítulo del libro de Maureen Child Turn My World Upside Down, Cash advierte a la protagonista: «No hacerme caso no logrará que me vaya».29 «El hombre —dice la narradora— está decidido a conquistarla.»30 Cuando Reggie Davenport, de la novela romántica The Rake, se da cuenta de que está enamorado de lady Alys, pasa a la acción, le deshace las trenzas y empieza a acariciarla. Ella se desmorona: «El deseo que vio en sus ojos fue un poderoso afrodisíaco que liberó la parte escondida de la naturaleza de lady Alys».31 En este género literario, la seducción siempre es «intensa y agresiva, y la mujer suele ser el tesoro en lugar de ser quien busca el tesoro.»32 Los seductores tienen sus defectos, pero ser poco entusiastas no es uno de ellos. El trovador del siglo XII Peire Vidal, en un relato que se considera apócrifo, viajó por todo el sur de Francia cantando las beldades de una castellana llamada Loba, vestido con pieles de lobo en su honor. La hazaña estuvo a punto de costarle la vida. Una partida de perros de caza que iban con unos pastores lo tomó por su presa y lo dejaron medio muerto en la cuneta. Con una suerte providencial, la joven Loba pasó por allí a tiempo de recogerlo y llevarlo al castillo, donde lo cuidó con devoción hasta que sanaron sus heridas. Los caballeros del Renacimiento italiano cortejaban a las reinas cortesanas con la misma vehemencia. Grababan los nombres de sus amadas en la corteza de los álamos, componían infinidad de versos y se convertían en sus paladines personales. El banquero y estadista florentino Filippo Strozzi cortejó a la gran Tullia d’Aragona con tanto fervor que hizo «el ridículo en público». Recitaba sonetos de amor, retaba a duelos a sus rivales y le revelaba secretos de Estado a su amante, hasta el punto de confesarle que era un agente secreto, con lo que se arruinó la vida.33 Casanova era igual de apasionado. Cuando vio a la amante del duque de Matalona en el teatro, aprovechó la oportunidad. Después de una retahíla de frases sobre el amor, se enteró de que Leonilda vivía con el duque sin mantener relaciones sexuales. «Eso es un cuento, porque vos estáis hecha para inspirar deseos», exclamó.34 Y le declaró su amor. Le pidió que se casara con él y la joven aceptó, pero faltaba la aprobación de su madre. Por desgracia, la visita a Lucrezia salió mal. En cuanto la madre vio a Casanova, se desmayó: había sido su amante, y en realidad su hija Leonilda era también hija del famoso seductor. Benjamin Constant, romántico francés del siglo XIX, filósofo político y autor de la novela Adolphe, parecía carecer de toda aptitud congénita para la conquista erótica. Era de temperamento tímido y alma melancólica, asaltado por «las dudas, los reparos y los escrúpulos». Pero cuando se trataba de seducir, era un samurái. De sexualidad precoz, empezó a conquistar corazones femeninos de adolescente con recargadas y fogosas declaraciones de amor, y en una ocasión, in extremis, se tomó una sobredosis de opio para conquistar a una amante.35 Antes de cumplir los treinta ya era un seductor veterano, con esposa y amante fija, y se había forjado una reputación dudosa a pesar de su aspecto. Era esmirriado, con las piernas arqueadas, llevaba una coleta larga y pelirroja que contrastaba con unas gafas verdes, y tenía la cara picada de acné. Fue entonces cuando conoció a Germaine de Staël, una famosa salonnière, seductora e intelectual, y encontró su destino. No perdió el tiempo; galopó literalmente tras ella en una persecución ardiente, paró el carruaje en el que iba la dama y proclamó sus intenciones a los cuatro vientos. «Mi vida entera está en vuestras manos», podría haber dicho, como Adolphe, su personaje de ficción. «No puedo vivir sin vos.»36 Su relación sentimental duró doce años tumultuosos, durante los cuales engendraron una hija, Albertine, en 1797, y produjeron algunas de sus mejores obras. Después de la separación, Constant tuvo distintas amantes, dos de las cuales no se recuperaron jamás de sus irresistibles encantos. La primera llamada de atención suele realizarse sin palabras. Ese era el método preferido de Jackson Pollock. El pintor abstracto se ligó a Ruth Kligman, su última amante, en el bar Cedar, y se la quedó mirando «con tanta intensidad» y «tanta avidez» que ella se sintió sobrecogida.37 Más tarde, en el piso de la mujer, ella recordaba que Pollock había acabado de derretirla susurrando: «Te deseo, te necesito», «Llevaba toda la vida buscando a alguien [como tú]».38 Los profetas de la seducción como Mystery y sus esbirros se reirían de Pollock. Para cazar a la «presa», los hombres de verdad «fingen indiferencia» y dejan que la mujer sea quien los persiga.39 Una mujer «hará casi cualquier cosa para conseguir su aprobación», prometen los gurús del ligoteo, si uno es lo bastante cool y la deja con la incógnita.40 Según la revista Maxim, las «tres sílabas traicioneras» son «Te quiero». Solo los perdedores que no tienen ni idea persiguen lo que anhelan y exponen su corazón ante la dama.41 Pues si es así, los perdedores tienen mucha suerte; los amantes decididos dispuestos a morir en el intento cautivan a muchas mujeres, tanto en la realidad como en la ficción. Warren Beatty puso las cartas sobre la mesa desde el principio con Annette Bening y reveló su interés al instante: justo después de una fiesta de fin de rodaje le dijo que quería que Bening tuviera un hijo suyo y se casara con él. Concibió el hijo esa misma noche. En la película de 2010 ¿Cómo sabes si…?, George consigue alejar a la protagonista, Lisa, de su apuesto lanzador de béisbol cortejándola de forma desenfrenada. Se cuela en una fiesta para ver a Lisa en el ático del jugador, le confiesa su amor y le dice que la esperará en la parada del autobús el tiempo que haga falta. El periodista Tom Terell leyó un montón de novelas románticas para documentarse para un reportaje de Salon y llegó a la conclusión de que los hombres necesitaban un cursillo donde les enseñaran a cambiar de táctica. Para enamorar a las mujeres deben «actuar sin esperar a que les den pie» y «expresar la profundidad de su pasión», «desde el primer momento».42 Según afirma el antropólogo de la Universidad de Stanford Carl Bergstrom, las mujeres «valoran mucho a los hombres que las cortejan con entusiasmo».43 Charleen, personaje del documental La marcha de Sherman, intenta aconsejar a su amigo Ross McElwee cómo debe dirigirse a las mujeres: «¡Me da igual, Ross! ¡La pasión es lo único que importa! Tienes que acercarte a ella y decirle: “Solo tengo ojos para ti. Vivo por ti. Respiro por ti y moriría por ti. Por favor, ¡te lo suplico! Ven conmigo”».44 El vino de la alabanza ¡Oh! Adúlame a mí, pues el amor se complace con exaltar el objeto amado. WILLIAM SHAKESPEARE, Los dos hidalgos de Verona45 Cuando Lisa, su esposa, muere en la película El otro hombre, Peter (Liam Neeson) descubre un oscuro secreto: hacía años que tenía un amante. Entonces se embarca en una búsqueda obsesiva del misterioso Rolf. Sin embargo, Peter no encuentra lo que esperaba. Rolf, interpretado por un apuesto Antonio Banderas, es un mero conserje que finge ser un aristócrata que juega al polo. En una serie de partidas de ajedrez entre los dos, en las que Rolf mata a la «reina» de Peter, sale a la luz la verdad. Lisa conocía el engaño de Rolf desde el principio, pero lo apoyó y lo amó de todas formas. ¿Sus motivos? Rolf posee un talento único: «consigue que las mujeres se sientan bellas […] más bellas que en cualquier otra circunstancia».46 «Estoy hecho para las mujeres», le confiesa Rolf al patidifuso Peter. «Y las mujeres están hechas para mí.»47 Las mujeres se mueren por un buen piropo. Por muy cliché y pasado de moda que parezca, los halagos son un verdadero camino hacia la libido femenina. En el amor todos buscamos una imagen mejorada de nosotros mismos, un «yo» perfeccionado. El hombre que logra que una mujer se sienta esa persona ideal retocada por Photoshop puede ganar el premio gordo. De todas formas, saber echar piropos es un arte complicado que requiere sutileza, imaginación, selección, ingenio y una visión infrarroja para discernir la personalidad de una mujer. Según los teóricos eróticos, subir el ego es algo inherente al sentimiento romántico; con las personas a quienes amamos, buscamos exclusividad y una identidad engrandecida.48 Por definición, el amor, según escribe el filósofo Robert Solomon, «maximiza la autoestima».49 Algunos extremistas, como el psiquiatra Theodor Reik, creen que el impulso central de la pasión es la vanidad, el «sueño de un ser más noble». Puede que el sexo sea como el conjunto de primeros violines del amor, pero el ego es el violinista principal. El amor significa saber que eres alguien especial.50 Para las mujeres, ser atractivas tiene un peso todavía mayor. Otorgan más importancia que los hombres a los cumplidos románticos y les resultan más eróticos los subidones del ego.51 La sexualidad femenina, dicen los investigadores actuales, puede depender de la adulación.52 El tipo de deseo de la mujer, asegura la doctora Meana, es narcisista más que relacional; desea ser «el objeto de admiración erótica».53 La filósofa Simone de Beauvoir emplea el mismo argumento en «La narcisista» y lo desarrolla, pues defiende que las mujeres buscan la exaltación propia en el amor debido a una personalidad infravalorada.54 Siglos de una inferioridad impuesta culturalmente han contribuido a que las mujeres busquen los halagos. Aunque ya no son la «puerta del demonio» ni un bien masculino, el legado del «sexo débil» sigue existiendo.55 Muchas mujeres todavía necesitan ese chute de confianza. Entre el 55 y el 80 por ciento de las mujeres no están contentas con su aspecto, y aseguran tener poca autoestima. Eso quiere decir que la noción de la superioridad masculina continúa vigente en la cultura occidental. Con frecuencia, las mujeres necesitan un subidón de confianza en sí mismas para equilibrar el juego erótico.56 La neuroquímica también influye en la afición de las mujeres por los halagos. Biológicamente, las mujeres están creadas para basar la autoestima en las relaciones personales con los demás, y de forma innata tienen «una alarma mucho más negativa ante el conflicto».57 Su centro de preocupación mental, la corteza cingulada anterior, es más grande y más activa que la de los hombres, y ansía que le proporcionen confianza. Como dice la comadre de Bath de Chaucer: «La lisonja es el mejor método con que un hombre puede conquistarnos».58 Kudos se pregunta cuál es el centro cerebral de la estima. Según lo que se denomina «respuesta al aplauso», los piropos proporcionan una sensación de recompensa comparable a un chute de droga, pues bañan al cerebro de productos químicos similares a las anfetaminas y elevan nuestra concepción de nosotros mismos.59 Nos sentimos eufóricos, «más atractivos», seguros y competentes.60 Los manuales de amor clásicos aconsejaban a los hombres que adulasen a las mujeres. Las lisonjas se ganan el corazón de una dama «igual que el agua mina, según fluye, la escarpada ribera», escribió Ovidio. «Y no te importe alabar su semblante y sus cabellos, sus finos dedos y su pie menudo.»61 En El libro del amor cortés de la época medieval, la adulación de la amada era obligatoria. Ningún hombre podía esperar que una mujer le sonriera a menos que la pusiera por las nubes, y de manera ingeniosa. Una dama de clase media podía sentirse halagada si se alababan los atributos de su belleza, pero una mujer noble requería un homenaje más refinado. En el siglo XVIII, lord Chesterfield eliminó todas estas distinciones; los hombres debían piropear a las mujeres —todo lo posible—, le advirtió a su hijo, «siempre que sea posible y de cualquier manera posible».62 Los filósofos del amor más recientes han profundizado un poco más en la cuestión y han redefinido el papel que tienen las alabanzas en el amor. El psicoanalista Adam Phillips considera que la exaltación del ego puede ser crucial para la pasión. «¿Y si nuestro deseo más ferviente fuera ser alabados?», se pregunta.63 Lo secundan muchos teóricos que defienden que la idealización es imprescindible en las relaciones personales.64 El arte de la adulación en sí se ha estudiado desde otro ángulo. Saber piropear, dicen los investigadores, es una cuestión de astucia. El hombre debe estar atento, cultivar la creatividad, el humor y la sinceridad; añadirle una pizca de sabor agridulce; y adaptar el piropo a cada persona. Lo peor que se puede hacer es piropear a medio gas; un estudio descubrió que la mayor parte de las personas, presas del efecto «superior a la media», tienden a creer los superlativos que les aplican. La exageración sale a cuenta en el amor.65 Los dioses de la fertilidad sabían cómo hacerlo; entronizaban y glorificaban a las mujeres. El dios hindú Shiva, el sumerio Dumuzi y el dios egipcio Osiris alababan a sus reinas y las ponían en un pedestal. Dioniso rescató a su madre del fondo del mar y la coronó a ella (y a Ariadna) con la inmortalidad. En los ritos de estas deidades sexuales, las mujeres actuaban como poderosas sacerdotisas, avatares de la deidad, y establecían un contacto directo con lo divino. Los seductores de fábulas y novelas suelen adular a las mujeres con fines menos honorables. La inferioridad femenina ha estado tan patente en toda la historia que las mujeres son capaces de perder la cabeza si las alaban. Odiseo, adulador como pocos, se aprovecha del anhelo femenino de estatus en el patriarcado griego. Cuando su nave naufraga en la isla de Esqueria, declara su amor a la princesa Nausicaa (y así obtiene acceso a la corte) porque la «confunde» con un ser elevado. En lugar de referirse a la persona subyugada e insignificante que es, Odiseo dice que es la única diosa con poder para salvarlo: «Yo te imploro, ¡oh princesa!, ¿eres diosa o mortal?».66 La serpiente de El paraíso perdido emplea una forma similar de adulación para subir el ego. Va directa a la yugular del estatus. El personaje de Eva que retrata Milton forma parte de la clase baja del siglo XVII: «débil», sin voz ni voto y sometida a la autoridad masculina.67 El astuto Satán la manipula como si fuera de barro. Si muerde la manzana será una «Emperatriz» (como merece) igual o superior a Adán, «la más hermosa imagen del Creador».68 En el mundo lleno de estratos sociales descrito por Edith Wharton en Estío, la humilde protagonista es tan fácil de conquistar como Eva. El arquitecto cosmopolita Lucius Harney va a pasar el verano a un paraje rural perdido y allí conoce a Charity, la montañesa insegura y sin trampa ni cartón a quien corteja prometiéndole un ascenso social. Admira que la joven sea «diferente», le dice, e insinúa que es una de las elegidas mientras la lleva a una cabaña abandonada.69 «La admiraba —se regocija la protagonista mientras él le besa los nudillos—, y la admiraba porque era de la montaña.»70 Daryl Van Horne utiliza una versión del siglo XX de esta estrategia para seducir a las amas de casa de Las brujas de Eastwick, de John Updike. En pleno gulag doméstico de Estados Unidos en la década de 1950, este Satán tienta con la manzana de la distinción a tres «brujas» reprimidas. Aunque lo «calan» enseguida, tienen tantas ansias de reconocimiento profesional que sucumben a sus halagos. Transforma las figuritas femeninas que modela Alexandra en exitosas piezas de museo y convence a Jane, una violonchelista, de que tiene un talento extraordinario. También insta a Sukie, la periodista del pueblo, a que deje ese trabajo de chupatintas; es una intelectual que puede «pensar» y comprender los complejos experimentos químicos de Satán.71 Kate Alexander, personaje posfeminista de Blue Skies, No Candy, la novela de Gael Greene, carece de todas esas inseguridades de antaño; es una guionista con éxito, dinero, hermosura y clase, y elige a su antojo a los amantes más devotos para que la alaben como es debido. Le aseguran que es perfecta (además de «un polvo espectacular») y ella flota por las nubes.72 Se cree «excepcional, maravillosa y adorable».73 Las novelas románticas se adentran todavía más en el territorio de la imaginación. En este tipo de libros, las mujeres quieren lo que según los psiquiatras subyace en el centro del inconsciente: ser una diosa para el hombre, la única mujer del cosmos.74 Los auténticos héroes, los «buenos» de estos relatos se quedan estupefactos al ver a la protagonista; es la «hembra más magnífica» de la creación, una diosa que eclipsa a las demás mujeres.75 Rick Chandler, de El rompecorazones, ha visto mucho mundo, pero en cuanto tiene ante él a la actriz, experimenta una revelación religiosa: «Rick se había expuesto a muchas mujeres en su vida, pero ninguna lo había cautivado así». Se lo repite a la chica sin cesar y exagera sus méritos con grandilocuencia.76 Lo único que puede superar algo así es tener a dos galanes echándote piropos. En The Sweetest Thing, un deportista con medalla olímpica en vela, además de piloto de élite de la asociación nacional de carreras NASCAR, se desvive por el amor incomparable de Tara Daniels. Para Logan, el piloto de carreras, Tara es la mejor del mundo, un ídolo, y no piensa marcharse de la ciudad hasta que ella lo acepte. Mientras tanto, el navegante incrementa el nivel de sus alabanzas: ninguna mujer ha alcanzado jamás tal cota de perfección femenina. Incluso se ofrece a ser su «esclavo sexual» si ella quiere.77 Los verdaderos seductores son expertos en alabanzas capaces de enternecer a casi todas las mujeres. Igual que Casanova, son creativos y saben leer el corazón femenino. Cuando era seminarista, el joven Casanova regaló los oídos a la esposa de un abogado en un carruaje público durante un viaje a Roma. Primero le dijo a la mujer, en presencia de su marido, que había apagado su deseo de ser monje, y después se dirigió a ella a solas, llamándola «ángel mío». Se disculpó por ser tan ardiente y le dijo que «en Italia no puede haber más que una sola Lucrezia».78 De un plumazo, dejó de ser la propiedad anónima de un abogado aburrido y, de la mano de Casanova, se convirtió en una heroína celestial de un drama amoroso cósmico. Cuando el carruaje llegó a Roma, ya era su amante. Algunos grandes amantes son prodigiosos cuando se trata de halagar. Sir Walter Raleigh consiguió ser el «querido de la Cleopatra inglesa», la reina Isabel, gracias a una ingeniosa ofensiva de lisonjas. En lugar de recurrir a los manidos piropos de los aduladores de la corte, apeló a la inteligencia y al brío de la reina Isabel. Grabó un ingenioso pareado en el cristal de la celosía del palacio con un diamante, la ensalzaba con frases cargadas de indirectas y le escribía poemas de amor llenos de juegos de palabras y enigmas para el intelecto.79 Gabriele D’Annunzio también era famoso por sus recargadísimas alabanzas. Otorgaba a cada una de sus amantes una identidad semidivina y un nombre especial, además de abrirles la puerta a una sociedad selecta. La dama era «única en el mundo», tenía el corazón más noble, era el ser más radiante.80 La famosa bailarina Isadora Duncan aseguró: «Ser alabada con esa magia propia de D’Annunzio era una experiencia similar a la que Eva debió de sentir cuando oyó la voz de la serpiente en el Paraíso».81 El estadista británico del siglo XX Duff Cooper es la prueba fehaciente de cómo el poder de las lisonjas supera los obstáculos físicos y prácticos. No solo era rechoncho y tenía la cabeza enorme y la cara redonda como un pan; además le faltaban los elementos sine qua non apuntados por los evolucionistas: atractivo sexual, riqueza y estatus social. No obstante, aun siendo un funcionario londinense de baja estofa, logró la lista de amantes más larga de la década. La señorita Diana Manners era una belleza famosa en su época, aristócrata poco acaudalada con afición a «las cosas que el dinero puede comprar» y una retahíla de pretendientes ricos y con títulos.82 Sin embargo, fue incapaz de resistirse al cortejo adulador de Cooper, a sus innumerables cartas en las que decía que ella era «el color más brillante, el calor más dulce, el rayo que ilumina [la vida]».83 Su matrimonio resultó más parecido a un «arreglo» de lo que presagiaban sus cartas. Con el consentimiento tácito de Diana, Duff tuvo una amante estable durante los treinta y cinco años que pasaron juntos. No había mujer atractiva a la que viera y no deseara adular para que tuviera una aventura con él. El caso de la actriz Catherine Nesbitt, otra gran belleza, fue un clásico. Cooper enumeró con destreza las mejores actuaciones de la artista, le confesó su pasión y le suplicó que le dejara besarle los pies, que había visto descalzos en el escenario. Ella se bajó las medias y se rindió ante él. Cuando cortejaba a la princesa de Broglie, se obsesionó con sus manos. Primero las fue besando mientras iban de ruta en el Hispano Suiza de la dama, y después le escribió un poema: «Dos manos de azucena son mi único deseo. / Mantienen mi esperanza, mi placer / y mi desespero». Al final ella alivió el desespero y le proporcionó un nido de amor en Londres, además de invitarlo a algunas escapadas en su chalet de la Riviera francesa.84 De todas formas, la aventura más sonada de Cooper fue la que mantuvo con la «emperatriz de la seducción» de Francia, Louise de Vilmorin, poeta, novelista y seductora que había rechazado a tres maridos y acababa de regresar a París.85 A primera vista, no le atrajo demasiado el nuevo embajador británico. No obstante, tras una noche escuchando sus hábiles alabanzas mientras cenaban, lo siguió y «correspondió a [sus] besos».86 «Eres un tesoro —le escribió al día siguiente—. Lo quiero todo para mí.» Ella cedió y se mudó a la embajada, donde vivió con el matrimonio Cooper durante tres años en un escandaloso ménage à trois. El estadista la idolatraba: admiraba sus poemas, aplaudía en sus recitales de guitarra e incluso tradujo su famosa novela corta Madame de.87 Tiempo después, cuando contaba casi sesenta años, sedujo a Susan Mary Patten, la esposa de un diplomático de veintinueve años que tiempo después se casó con un periodista amigo de John F. Kennedy, Joseph Alsop. Con su característica labia, Cooper la agasajó con cartas de amor graciosas e hiperbólicas, hasta que ella confesó que lo amaba tanto que se ponía «enferma».88 El autor Evelyn Waugh apodaba Canalla a Duff Cooper. Pero las mujeres (incluida su indulgente esposa) nunca lo consideraron un canalla. Sabía satisfacer con demasiada pericia el anhelo femenino (y universal) de aplausos, distinción y una imagen personal enaltecida y glorificada.89 En el ambiente actual de escepticismo romántico, parejas pragmáticas y amor efímero, el arte de la lisonja ha palidecido. Los consejeros de citas más modernos fomentan el antipiropo, los «cortes» que devuelven a las mujeres a su lugar con comentarios desagradables como: «Seguro que a tu ex novio le sacaba de quicio que hicieras eso, ¿no?» o «¿Ese pelo es natural o teñido?». La industria de las postales de felicitación también cuenta con un buen surtido de frases sensibleras genéricas y de bromas sarcásticas.90 «Aunque en la pantalla vaya de macho ibérico, me es difícil seducir a las mujeres; en cambio, a los hombres les gusto más.» Javier Bardem Todo esto hace que los premios y las mujeres queden reservados para los auténticos seductores. Hace poco hablé con uno de ellos, un estudiante de empresariales del MIT, que considera que su éxito con las chicas se debe a los halagos personalizados: «Con un buen piropo se llega a cualquier parte — comentó—, pero tiene que ser inteligente y estar bien elegido». Además, debe ser sincero: una mujer segura de sí misma siempre sabe distinguirlo. Como sentencia el filósofo William Gass, en el fondo «el amor es un tipo de adulación».91 Fusión de los corazones e intimidad Será ayuda perfecta, tu otro tú, / el justo anhelo de tu corazón. JOHN MILTON, El paraíso perdido92 Esta dama no tiene remedio. Adicta al láudano, propensa a la histeria, a los ataques de ansiedad, a la claustrofobia y los desmayos, la señora Carleton de la época dorada de Nueva York ha sido considerada un «caso perdido» por diez médicos distintos. Bueno, hasta que el doctor Victor Seth, un carismático neurólogo, aparece en escena. En cuanto Lucy Carleton se topa con su penetrante mirada en la novela de Megan Chance An Inconvenient Wife, empieza la «cura». El doctor Seth posee un talento único: el don más clarividente del seductor, la intimidad. (También maneja estupendamente una nueva varita mágica vibradora, pero ese es otro tema.) Cuando Lucy va a la primera sesión, el médico se sienta a su lado como si «fueran amantes enfrascados en una conversación íntima», y la hipnotiza para sondear las profundidades de su ser.93 A lo largo del tratamiento, descubre el «manantial de su vida interior» y la anima a zafarse de las cadenas del decoro y a desafiar a su marido déspota, hasta que se enamora perdidamente de Seth.94 «Yo te comprendo, Lucy», le asegura cuando ya son amantes. «Mírame. Sabes que es verdad. Yo sé lo que quieres.»95 Y eso provoca el violento desenlace de la novela. Desesperada por estar con el hombre que la comprende «mejor que ningún otro», mata a tiros a su marido, consigue escapar antes de que la detengan y se fuga a Europa con «Víctor el mago».96 Las cosas que una mujer es capaz de hacer para lograr la confianza de un hombre son infinitas. Aunque parezca un tópico, es cierto que las mujeres desean que los hombres sondeen su interior y conecten con ellas emocionalmente. Suplican ese grado de intimidad a sus parejas: apertura, empatía, conexión de corazón a corazón y la promesa de una unión profunda. Los seductores prácticos saben responder a sus plegarias. El amor se construye de tal forma que anhelamos una compenetración semejante. Buscamos, según los filósofos de la erótica, «la unión total con el amado», la transparencia psíquica y la pérdida del «yo» para obtener un trascendente «nosotros». Platón proporcionó la base mítica de esta idea en El banquete. En la leyenda del filósofo, hubo un tiempo en el que la tierra estaba poblada por una raza de criaturas con ambos sexos, tan poderosas que Zeus acabo por dividirlas y condenó a la humanidad a buscar eternamente la otra mitad para alcanzar la plenitud.97 Aunque ambos sexos ansiamos la fusión de los egos a través del amor, las mujeres parecen anhelarlo con más fuerza.98 En las encuestas se observa la queja crónica de la falta de una buena intimidad con los hombres, y una de las motivaciones frecuentes que dan al sexo es la esperanza de alcanzar una «conexión emocional».99 La investigadora Lisa Diamond cree que la voluntad de establecer vínculos es uno de los cuatro detonantes del deseo femenino, tan potente que una mujer es capaz de reconducir sus afectos para lograrlo.100 Las mujeres están creadas para la intimidad. Incluso en el vientre materno, el contacto emocional está muy arraigado en el cerebro femenino, y en la adolescencia el aumento de estrógeno favorece un fuerte impulso de comunicarse y afianzar vínculos afectivos.101 El hombre que identifica esa necesidad, que posee el «don de la intimidad», escribió un columnista de Cosmopolitan en 1901, logrará retener a las mujeres con «cadenas de acero».102 Los narradores relatan el poder erótico de la intimidad desde hace siglos. En la mitología egipcia clásica, Isis se ve atraída hacia Osiris como un «hermano»; cuando el enemigo lo deja hecho trizas, ella le cura las heridas y acoge «su esencia en su propio cuerpo».103 Del mismo modo Kali, la energía hindú del universo, entra en el ser de Shiva y «se funde en su corazón».104 El propósito de los ritos de la religión dionisíaca era que sus seguidoras llegaran a «abrazar a la divinidad» y fundirse con ella.105 Tal vez no sea coincidencia que las mujeres de mitos y leyendas mezclen filtros de amor para fundir a los enamorados en un todo «completo y unido».106 La madre de Isolda prepara la poción que su hija bebe por error con Tristán (en lugar de hacerlo con su pretendiente, el rey Marcos de Cornualles). Así se enciende la llama de su fatídica unión amorosa. En una leyenda italiana del siglo XII, tres brujas buenas de Benevento preparan una pócima de la intimidad. Destilan un licor a partir de setenta hierbas (que hoy en día se bebe embotellado con el nombre de Strega) y se la ofrecen a la princesa Bianca Lancia, quien no tarda en unir su alma a la de Federico II, «rojo, calvo y miope», y vive con él hasta el día de su muerte.107 El escritor alemán Goethe pensaba que la ciencia podía explicar esa necesidad de fundirse con el ser amado. Eduard, el protagonista de su novela de 1809, Las afinidades electivas, invita a la sobrina de su esposa a su castillo y la química se apodera de ambos. Impelida por la misma fuerza de atracción que las partículas físicas, la joven Otilia ve nacer una afinidad espiritual con Eduardo que no tarda en absorberlos a ambos. Los pensamientos y la letra de Otilia se mimetizan con los de él; su dolor de cabeza en la parte izquierda es un reflejo del dolor en la parte derecha de la cabeza que experimenta él, y sus improvisados conciertos musicales se hacen eco de la armonía de las esferas: «Eran una sola persona, un solo ente con un bienestar perfecto e irreflexivo».108 Embriagada por una poción de inspiración más oscura, Cathy Linton, en Cumbres borrascosas de Emily Brontë, exclama: «¡Nelly, yo soy Heathcliff!». Está «en mi propio ser».109 Los cautivadores modernos de ficción están más que versados en esas artes. Ludovic Seeley, el pícaro adulador de Los hijos del emperador, de Claire Messud, tiene una estrategia infalible que aplica con las mujeres: la intimidad, «o la sensación de ofrecerla».110 Se inclina hacia la dama, le susurra como un confidente, la mira sin despegar los ojos como si fuera la única y provoca un terremoto erótico. Otro seductor, Jonathan Speedwell, en la obra Griego para principiantes de James Collins, es como un bandido del amor, porque puede «introducirse en la mente de las mujeres».111 «¡El corazón humano, preciosa!», le dice a una hermosa mujer casada antes de hacer el amor con ella en el césped de un club de campo. «Esa es mi especialidad.»112 Los héroes de las novelas románticas van un paso más allá y adentran a las mujeres en el dominio mítico primigenio de la fusión erótica y la unión oceánica. Estos hombres de ensueño insisten en el ser compartido y poseen una visión telepática que les permite ver la psique de la mujer de sus sueños. Juliet, protagonista de Unravel Me, de Christie Ridgway, se maravilla: su amante «¡le lee el pensamiento!».113 El crítico Amber Botts apunta que en realidad él y ella son la misma persona; el galán de esa novela es una proyección del ser oculto de la protagonista, su doble disfrazado.114 «En realidad no eres un tío, ¿verdad?», le pregunta Libby a su novio en la novela Nadie es perfecto, de Jane Green. «Eres una chica.»115 Nick es la intimidad personificada, capaz de sintonizar hasta fundirse con la otra mente y romper barreras. Comparte secretos con Libby, escucha sus deseos ocultos y la hace sentir tan cómoda que ella accede a meterse con él en la bañera la primera noche. Es un tipo cualquiera, un aspirante a escritor sin blanca, pero Libby abandona a su acaudalado prometido por Nick. Todo da igual, comenta la chica, hasta que «encuentras a tu otra mitad».116 Los galanes de las películas de sobremesa (y sus sucesores, los seductores de las comedias románticas para chicas) también se dedican en cuerpo y alma a estrechar los lazos del amor. Se compenetran con las protagonistas, intuyen sus emociones como si fueran detectives parapsicológicos y murmuran: «Nunca haré nada que pueda romperte el corazón».117 «El deseo de intimidad afectiva —escribe la doctora Martha Nochimson— subyace en el argumento de todas las series televisivas.»118 Desde que se tiene constancia, los manuales de amatoria han situado la intimidad en uno de los primeros puestos de la lista de virtudes que debe tener un buen amante. El Kama Sutra daba pautas a los aprendices para que interpretaran los sentimientos femeninos y consideraba que el objetivo del amor era la unión trascendente; la vida de una pareja debería estar unida «como dos ruedas de un carro».119 Ovidio también era un ferviente defensor de la seducción íntima. Ganad confianza enseguida, instaba a los pretendientes, alimentad e imitad su estado de ánimo, haceros amigos suyos y deleitadla con «un grato cuidado».120 En el capítulo «De la intimidad» del libro Del amor, Stendhal apremiaba a los hombres a cultivar la naturalidad y la transparencia para alimentar la pasión erótica.121 De todas formas, es posible que se necesite algo más. Las críticas más recientes al concepto de la intimidad apuntan que la unión total de las almas no siempre es ideal. El concepto de unión espiritual es tremendamente atractivo, pues promete el fin de la soledad existencial y la realización de las fantasías infantiles de fusión con el otro.122 Pero la unión absoluta también puede deprimir el deseo sexual y alimentar demonios: codependencia, sensación de asfixia y aburrimiento. El castigo de Francesca y Paolo en el infierno de Dante es estar soldados uno al otro para siempre y condenados a girar en la misma órbita claustrofóbica toda la eternidad.123 Por el contrario, la intimidad radiante y atractiva mantiene la tensión entre el vínculo y la separación, la unión de la pareja y la independencia, y conserva las diferencias entre los amantes. Es una operación sutil y complicada, que no está al alcance de cualquier neófito del amor. Requiere un carácter decidido, mucho tacto y unas antenas emocionales muy sensibles. Casanova, que durante mucho tiempo fue vilipendiado como un mujeriego enemigo de las emociones, en realidad era uno de los maestros de la intimidad más sutiles y avezados.124 Se desvivía por adentrarse en la psique femenina y buscaba «el beso que une a dos almas en el lecho».125 Fue el único que logró ver a través de la máscara del castrato Bellino y descubrió a la verdadera Teresa que se escondía detrás, para abandonarse en una aventura extática con su «doble». Sin embargo, Casanova siempre mantuvo el equilibrio entre la cercanía y el alejamiento con esa amante. Le gustaba jugar a disfrazarse con Teresa, fingió y luego confesó su verdadera riqueza, y se acercó al altar para después alejarse.126 El reverendo C. L. Franklin no suele aparecer en los anales de la seducción. Sin embargo, fue una sensación para los baptistas africanos en la década de 1950, un predicador y seductor cuya especialidad era la relación empática y sincera. Pionero del soul en sus sermones cantados (era el padre de Aretha Franklin) y defensor de los derechos humanos, también era un mujeriego empedernido. Tal como apuntó Mary Wilson, una de las componentes originales de las Supremes, las mujeres «lo adoraban» y a lo largo de su vida pasaron decenas por sus brazos, entre ellas dos esposas y la estrella del rhythm and blues Ruth Brown.127 Al preguntarle por la causa de su atractivo, la respuesta era siempre «su asombrosa capacidad para acceder a los rincones más recónditos del alma de la otra persona» a la vez que mantenía «un muro interno de intimidad».128 Al principio, Monica Lewinsky no consideraba al presidente Bill Clinton nada atractivo; era «un viejo» con «la nariz roja».129 Eso fue antes del incidente tan sonado de 1995, cuando la penetró como un láser con su «mirada» y ella cayó en sus brazos como un pájaro herido. A pesar de sus sórdidas aventuras y sus escándalos sexuales, las mujeres siguen amando a Clinton… con locura. Gail Sheehy apunta que sabe cómo hacer que «ronroneen».130 Su secreto: una ardiente intimidad. Según una de sus ex novias: «Te hace sentir como si fueras la única mujer sobre la faz de la tierra».131 Se abre paso y parece «reptar hasta colarse en el alma».132 Muchas enamoradas han permanecido cerca de Clinton a pesar del paso del tiempo, y su esposa, según fuentes cercanas, sigue «colada» por él. Al mismo tiempo, el ex presidente mantiene una parcela cerrada e inaccesible que favorece la dinámica yo-nosotros.133 El psiquiatra Carl Jung era un virtuoso de la intimidad, pero de otro calibre. También él estaba obsesionado con la vida interior femenina y era un genio del arte de la conexión. Sin embargo, convirtió la exploración del «espacio interior» en el centro de su carrera y acabó siendo el padre fundador de la psicología analítica. Siempre ávido de conocer el amor romántico, Jung rescató la metáfora de Platón de la búsqueda del alma gemela y le dio un giro hacia la psicología profunda. Según la teoría de Jung, cada uno de nosotros posee una imagen de nuestro otro yo en el inconsciente (un anima para los hombres y un animus para las mujeres), lo cual explica por qué determinadas personas nos hechizan.134 Jung, que se autoproclamaba «un gran amante», se sentía hechizado con facilidad.135 Aunque desde muy joven atrajo al sexo opuesto, conoció a su primera anima a los veintiún años: una adolescente de quince años con trenzas que vio en una escalera y con quien se casó seis años más tarde. Emma Rauschenbach y él tuvieron cinco hijos pero, conforme aumentó su práctica psiquiátrica, también lo hicieron sus admiradoras y sus intereses extramaritales. En su opinión, tal práctica formaba parte de su trabajo (antes de la censura de las relaciones entre médico y paciente). Durante la terapia, los pacientes proyectaban en él aspectos de figuras formativas del pasado, un proceso llamado «transferencia» que puede crear una «intimidad irreal» y ansias eróticas.136 Parece que esas ansias eróticas afloraban con facilidad. La manera de ser de Jung alentaba la confianza y era un hombre increíblemente guapo: «un toro» de más de seis pies de estatura con ojos penetrantes y facciones marcadas.137 A su primera amante, Sabina Spielrein, le habían diagnosticado histeria y la habían derivado a Jung con la advertencia de que era un caso incurable. Con la ayuda de un régimen revolucionario, liberó las represiones enterradas de la mujer y durante el tratamiento descubrió su «profunda afinidad espiritual».138 Su idilio duró dos años y, contrariamente a lo que alegan los tabús modernos contra las relaciones entre analista y analizado, se recuperó por completo y llegó a ser una psiquiatra de renombre. Más tarde, en Zurich, Jung atrajo a un séquito de mujeres de la sociedad, que recibieron el nombre de «Jungfrauen».139 Abarrotaban sus conferencias y le pedían que fuera a sus hogares para realizar las sesiones de terapia, en las que a menudo había sexo. En 1910 otra paciente, llamada Toni Wolff, se cruzó en su camino, y Jung, que entonces tenía treinta y cinco años, volvió a quedarse prendado; en esa ocasión había encontrado su mitad cerebral complementaria. «¿Qué podía esperarse de mí?», preguntó resignado. «El anima me mordió en la frente y no quiso soltarme.» El ménage à trois duró cuarenta años. La llevó a casa para que viviera con Emma y sus cinco hijos, y pasaba parte del día y algunas de las noches con Toni, otra parte con su esposa, y el resto con otras mujeres hambrientas de comprensión y contacto físico. Parece que ninguna de ellas salió mal parada de esas uniones tan poco ortodoxas.140 A pesar del interés de Jung por la realización personal a través del amor sexual, huía de la fusión perfecta de dos en uno. La interdependencia emocional, en su opinión, suponía la muerte de la identidad y el sentimiento romántico. Decía que la libido era «como los dos polos de una pila»: una oscilación continua entre polos opuestos.141 Era un hombre complicado que alimentaba la confianza con su cariño y su apertura, si bien al mismo tiempo solía retirarse en largos silencios meditativos. Jung escribió que la «historia de [su] vida» era la de su «experiencia interior». Pero también fue la historia de una seducción a gran escala a través de un afrodisíaco muy sofisticado: la intimidad concentrada, aliñada con la dedicación adaptada a cada persona y la ilusión, aunque fuera efímera, de un cuerpo y un espíritu.142 La palabra «intimidad» hace que muchos hombres pongan pies en polvorosa. Se ha convertido en un precepto sagrado y en la piedra de toque de las terapias de pareja. Evoca la imagen de un policía del amor en la puerta, un registro exhaustivo para encontrar los secretos del alma y una vida entera metido en una caja explosiva de emociones excesivamente compartidas. Para contrarrestar, los nerviosos consejeros en materia de seducción recomiendan a los hombres que mantengan «una buena armadura mental», que «se retiren y no muestren las emociones» si quieren ganarse a las mujeres. Pero el verdadero éxito (obtener la pasión completa y duradera de una mujer) requiere compromiso, aprender a percibir el ser implícito de la otra persona, esforzarse por ir al compás y aderezarlo con un flujo vital de individualidad y simbiosis.143 No obstante, incluso los mejores «trucos» psicológicos pueden fallar a veces. Puede que un hombre afine el radar, aplauda a una mujer hasta que le duelan las manos y le ofrezca la unión astral de sus almas. Pero no le saldrá bien si no dice las palabras adecuadas. Si no sabe hablar, si aburre a las piedras o no deja de decir bravuconadas, nunca le echará el lazo a la dama, por muchos encantos sensuales o mentales que tenga. La conversación es el nudo corredizo de la seducción, el primer movimiento (y el más olvidado) cuando se quiere atrapar al amor y retenerlo para impedir que se escape. 5 Afianzar el amor La conversación El amor consiste casi siempre en conversar. HONORÉ DE BALZAC, Fisiología del matrimonio1 «Créame —me dice una de las presentadoras de televisión más importantes de Nueva York—, todas las mujeres que conozco matarían por este hombre. Hable con él y verá.» Cuando me presentan a George Reese en casa de esa mujer mientras tomamos algo antes de cenar, no le veo el encanto por ninguna parte. Se parece a un sheriff de un estado sureño vestido con traje de domingo: de constitución corpulenta, espesas cejas canosas y un amago de papada por encima del cuello Windsor de la camisa. Cuando nos sentamos juntos en el salón, me dedica una mirada divertida y luminosa. —Me encanta esa pulsera de alambre de espino —dice con voz de bajo y acento de Georgia—. No va a hacerme daño, ¿verdad? Bueno, cuénteme, ¿cómo es que ha recalado en Nueva York? Mientras empiezo a largar, él va emitiendo sonidos enfáticos tipo «ajá», «mmm». —Pero ¿y usted? —reconduzco por fin la conversación—. Me he enterado de que tiene mucho éxito con las mujeres de esta ciudad. —Suzanne [la mujer que nos ha presentado] es un encanto, ya sabe — responde antes de dar un sorbo a su cóctel Manhattan—. Pero si yo tuviera que puntuarme, me daría un siete sobre diez. —Al final reconoce—: Bueno, en realidad siempre me han gustado las mujeres. Cuando iba al instituto en Shiloh y me presenté a delegado, se formó un grupo de fans femenino. Las llamaban «Mini Reeses». —¿Y por qué resulta tan atractivo? —le pregunto. Hace una pausa y luego responde: —No sé. Supongo que en mi caso es gracias a la conversación. A ver, no era uno de esos estudiantes futbolistas que volvían locas a las chicas. Pero se me daba bien conversar. Y estoy convencido de que eso es una ventaja con las mujeres. —Se inclina hacia delante y abre la mano para dar más énfasis al comentario—. De todas formas, tiene que ser espontáneo. Me interesan muchos temas e intento adivinar de qué le apetece hablar a una mujer. Ponerle un poco de teatro también facilita las cosas, ¿no cree? Durante la cena no es el tipo de conversador ocurrente que yo esperaba encontrar. Hasta que no termina de tomar la sopa, no deja la charla sobre genética que ha mantenido con la mujer que tiene sentada al lado, una cirujana rubia, para dirigirse a toda la mesa. Hace un comentario sobre las bodas y empiezan a surgir anécdotas: un novio desnudo con sombrero de copa, una niña encargada de llevar las alianzas que se tragó el anillo, la dama de honor solterona y la típica caída en el pasillo que conduce al altar. La anécdota que aporta Reese no es especialmente graciosa. Nos cuenta que en la boda de su hijo, de alto copete, bailó un vals con uno de los jóvenes amigos que ayudaban a recibir a los invitados. Pero nos hace «picar el anzuelo», como suele decirse. Describe la escena en una carpa enorme con todo lujo de detalles irónicos, imita a los parientes políticos que cotilleaban al verlos bailar y va creando expectación hasta llegar al momento en el que el cura se acercó a la pista de baile y lo sacó de allí. Las mujeres de la mesa están encantadas. La cirujana que tiene al lado le da una tarjeta de visita y al final Reese se marcha con una periodista sueca recién divorciada. Un seductor que sabe conversar hace algo más que conectar en el terreno verbal; genera un hechizo de amor… y de los fuertes. Un hombre con palabras aladas y dotes para la conversación, por muy feo que sea, es capaz de encandilar a una mujer. «Dadme diez minutos —se vanagloriaba Voltaire — y con mis palabras haré que olvidéis mi feo rostro. Podría llevarme a la cama a la reina de Francia.»2 Y conseguir que se quede allí, si se lo propusiera. La conversación es un encanto prolongado que enciende y alimenta el deseo femenino y se perfecciona con el tiempo. «Las mujeres — escribió el novelista victoriano Wilkie Collins— pueden resistirse al amor de un hombre, a la fama de un hombre, al aspecto físico de un hombre y al dinero de un hombre, pero no pueden resistirse a la lengua de un hombre, cuando sabe cómo hablarles.»3 Y tenía bastante razón. Además de ser más comunicativa y dada a verbalizar que el hombre, la mujer se «enciende» eróticamente con la conversación. El cerebro con cromosoma XX está diseñado para saborear las palabras. Las mujeres poseen un centro comunicativo más grande que los hombres y las áreas verbales de su cerebro son más activas; además, las mujeres tienen más en cuenta las emociones a la hora de procesar el lenguaje.4 Las zonas emocionales y lingüísticas de su cerebro están muy entrelazadas y son extremadamente sensibles a las relaciones sociales.5 Cuando las mujeres congenian gracias a la conversación, señala Louann Brizendine, experimentan un aumento enorme de dopamina y oxitocina, la recompensa neurológica más grande después de un orgasmo o una dosis de heroína.6 En demasiadas ocasiones, la conversación masculina no es capaz de proporcionar ese aumento de sustancias euforizantes. En una encuesta tras otra, las mujeres se quejan de la incapacidad de los hombres para mantener un diálogo fructífero: saber escuchar, involucrarse e interesarse por el tema.7 El silencio es la epidemia más extendida.8 Hay estudios que indican que las secuelas de esta enfermedad pueden ser graves, a juzgar por el alto porcentaje de peleas, divorcios e infidelidades femeninas.9 Los sociolingüistas atribuyen el problema a una diferencia innata entre el estilo de hablar de un género y otro, y dicen que la «comunicación intercultural» no funciona.10 Sin embargo, eso no sirve de consuelo a muchas mujeres que ansían, como escribe la columnista del New York Times Maureen Dowd, «mantener una relación con un hombre con el que puedan hablar en serio».11 El mundo fantástico de las mujeres está lleno de hombres así. En el cuento de hadas «The Blue Bird», escrito en el siglo XVII por madame D’Aulnoy, el príncipe se transforma en un pájaro azulejo que visita la celda de su amada todas las noches a lo largo de siete años y le habla durante horas. En los relatos contemporáneos, las protagonistas dejan plantados a novios más que dignos en cuanto conocen a otros hombres con talento para la conversación. Irina McGovern, personaje de la novela El mundo después del cumpleaños, de Lionel Shriver, abandona a su fiel pareja, con quien lleva nueve años, por un hechicero de la palabra, la estrella del billar Ramsey Acton. Dentro y fuera de la cama, la hechiza con su acento de clase baja «meloso y marcado», con su oído intuitivo, sus historias divertidas y sus interminables charlas subidas de tono cuando conversa con ella hasta el amanecer, mientras gesticula con sus dedos finos y delgados.12 En el libro de Elin Hilderbrand A Summer Affair, una artista y madre que vive en la isla de Nantucket le pone los cuernos a su apuesto marido «sin nada que decir» con un jubilado rechoncho y medio calvo dispuesto a charlar sobre «su obra», hablar de cultura y de otras «ideas importantes» con ella.13 Los galanes de las novelas románticas para el gran público cumplen los sueños más desenfrenados de las mujeres: se trata de amigas habladoras en el cuerpo de hombretones que son todo músculo. Los cuatro hermanos Travis de la trilogía de Texas escrita por Lisa Kleypas son unos cachas imponentes, pero hablan por los codos: sobre sueños, ambiciones, heridas psíquicas, amor y los infinitos atractivos de la protagonista. El apuesto Mat Jorick de la novela de Susan Elizabeth Phillips First Lady mide 6,6 pies, pero es un conversador ideal salido del cielo femenino. Inteligente, empático y sociable, embelesa a una mujer que hace autoestop (en realidad se trata de la viuda del presidente disfrazada) en el trayecto que hacen juntos en su RV gracias al diálogo lúcido y atinado que mantienen. Los dioses mitológicos del amor, como era de esperar, también poseían el don celestial de la palabra. El dios irlandés Ogma tenía «la lengua de miel», y Hermes, «el dios de la elocuencia», llevaba una cadena de oro que le colgaba de los labios y sabía descifrar los significados ocultos del lenguaje.14 Dioniso no solo fue el fundador del diálogo dramático en la comedia y la tragedia, sino que logró despertar la ira del rey Penteo con sus «ejercicios de retórica» y sus «perversos sofismas».15 Y Paris sedujo a Helena de Troya mediante un habla «dulce y persuasiva» que le afectó igual que «un hechizo» o el «poder de las drogas».16 Es posible que los buenos conversadores también fueran unos privilegiados en materia erótica durante la historia de la evolución. Según muchos teóricos (entre ellos Darwin), los hombres que sabían conversar con su pareja tenían más atractivo que los que solo gruñían o blandían el garrote, y monopolizaban a las mujeres más codiciadas. «El cortejo verbal —apunta Geoffrey Miller— es la esencia de la selección sexual humana.»17 El propio lenguaje está «hecho de amor», ya que el habla pudo haber evolucionado a partir de las llamadas de apareamiento o de los mantras y palabras mágicas pronunciadas por los chamanes en los ritos de fertilidad.18 La fluidez en la conversación suele indicar «inteligencia para el apareamiento» y equivale al despliegue del plumaje masculino. Los grandes conversadores transmiten empatía, buen humor, agudeza mental, salud psicológica y aptitudes sociales, y saben arrebatarles las mujeres a los sementales mudos.19 Desde hace siglos, los expertos en amatoria han implorado a los hombres que fomenten sus capacidades dialógicas para ponerse a la altura. «Oh juventud romana […] tu amada / vencida tenderá ante tu elocuencia / sus manos», proclamaba Ovidio en la antigua Roma.20 La literatura amorosa europea, igual que la árabe y la india, eran igual de enfáticas: un hombre debe tener «facilidad de palabra» para lograr que la mujer se enamore gracias a una retórica adecuada.21 «El hombre que tiene lengua —decía Shakespeare— no es hombre, a mi juicio, si no puede con ella conquistar a una mujer.»22 Desde Balzac hasta nuestros días, el consejo sigue vigente.23 «Las palabras son el verdadero reino del erotismo», escribe la profesora universitaria Shoshana Felman. «Seducir es producir palabras que hacen disfrutar», palabras «placenteras».24 Cuando hablaban de «conversación», esos autores no se referían a monólogos interminables de oratoria deslumbrante. Aunque el dominio de las palabras, los temas y los recursos narrativos son parte del encanto conversacional, el resto debe ser interactivo, un diálogo que recuerde a un pas de deux complicado y erótico. Los seductores son expertos coreógrafos. Saben destacar solos pero también coordinar una conversación para dos: su charla tranquiliza, divierte, entretiene e informa, además de embelesar como la poesía. No todo lo que se dice requiere palabras; gran parte de lo que se transmite depende de cómo se mueve un hombre, de cómo emplea la voz y su forma de escuchar. Un gran seductor muestra elocuencia verbal y no verbal, sabe sacar lo mejor de cada mujer y crea una «zona de magia» improvisada que rebosa dramatismo y brujería sexual.25 Elocuencia implícita: el gesto, la voz, la atención Sentíase la elocuencia en su mutismo. Cada uno de sus gestos tenía su lenguaje. WILLIAM SHAKESPEARE, El cuento de invierno26 Es fácil pasar por alto la tienda que tiene en el SoHo si uno no se fija en la placa pequeña que reza «Bryce Green, Couturier» en una puerta nada llamativa. Pero resulta imposible pasar por alto sus diseños de estilo años cincuenta punteros en los círculos de la moda, igual que es imposible no fijarse en el hombre en sí. Es alto, flaco como un palo y con una melena de pelo cobrizo; el primer día que fui a la tienda, iba vestido con vaqueros negros, una camisa entallada de cuadros, calcetines de color rosa y zapatos de torero. En su mundo, los heterosexuales son la excepción… y todavía son más excepcionales los amados mujeriegos como Bryce. —¡Un mujeriego! —exclama indignado Bryce cuando nos sentamos en su estudio—. Eso suena peyorativo. Prefiero decir que soy un hombre que ama a las mujeres. Tiene la voz suave, afectada y sazonada con un inconfundible acento de su Escocia natal. Se inclina hacia delante, coloca los largos brazos sobre las rodillas y dice: —Florecí tarde, me casé dos veces y ahora, aquí me tiene, con una lista larguísima de amigas. Debe de ser porque escasean los hombres decentes — añade entre risas. —Hay algo más —le azuzo. —Bueno, pues claro. —Extiende los brazos—. Hago que las mujeres se sientan valoradas. Igual que casi todos los buenos amantes, supongo… Entonces empiezo a enumerar las estrategias de Casanova (sus dotes, la veneración por las mujeres y sus innumerables aventuras), mientras a Bryce se le ilumina la cara y escucha con atención. «¡Exacto!», «¡Sí, eso es!», «¡Sí, sí!», va diciendo. Suena el teléfono, le avisan de que ha llegado un cliente y me acompaña a la puerta. Me pone la mano con delicadeza sobre el hombro: —Me encantaría charlar con usted otro día. Ha sido fascinante. Al encontrarme de nuevo en Broome Street, de repente me admira lo que «no» ha dicho Bryce, el encanto de su voz, sus gestos sutiles y su avidez a la hora de escuchar. El gesto Cuando se trata de conversar, hablamos como un libro abierto sin pronunciar ni una palabra. Por lo menos el 60 por ciento del contenido de una conversación es «silencioso». Las mujeres saben leer ese subtexto no verbal mejor que los hombres, y se fijan con más atención en todo lo que acompaña a las palabras de los hombres, en especial en la interacción amorosa.27 En un estudio de la Universidad de Harvard, el 87 por ciento de las mujeres, frente al 42 por ciento de los hombres, interpretaron bien el contenido de una conversación de pareja en cortometrajes sin sonido.28 La mujer está siempre alerta para captar los mensajes implícitos, pues se fija en los movimientos corporales más sutiles.29 A diferencia de los hombres normales y corrientes, los grandes amantes son profesionales de la comunicación no verbal. T. C. Boyle describe a un experto en su novela The Inner Circle, basada en la figura del sexólogo Alfred Kinsey. Corcoran, miembro del «Olimpo sexual», seduce a la prometida del narrador, Iris, gracias a su milimetrado «ataque» no verbal. Se le acerca con sigilo y responde con una sonrisa a su sonrisa, imita sus movimientos.30 Según los estudiosos del lenguaje corporal Barbara y Allan Pease, la mayor parte de los hombres muestran pocas expresiones faciales (apenas un tercio de las que emplean las mujeres) mientras conversan, y recurren al contacto visual mutuo solo un 31 por ciento del tiempo. Como contraste, Corcoran mira fijamente a Iris, mientras sus expresivas facciones se iluminan animadas. La chica no tarda mucho en hacer las maletas y embarcarse en una aventura con él.31 Gabriele D’Annunzio era famoso por su elocuencia «sin palabras». Aunque tenía en su contra una cara fea y un cuerpo encorvado, hechizaba a las mujeres con sus gestos amorosos. En una fotografía en la que aparece hablando con su amante rusa, se le ve inclinado hacia ella, con la cabeza ladeada, el brazo extendido y un pie con la punta hacia delante. Según afirman los expertos en quinesiología, era una postura erótica muy acertada. La postura inclinada y asimétrica transmite proximidad y compromiso; si se asiente con la cabeza, se da confianza; si se adelanta el pie, se incluye a la otra persona; y el brazo extendido y relajado indica atracción.32 La expresividad de las manos (uno de los elementos favoritos de las mujeres) era otra de las especialidades de D’Annunzio.33 La actriz madame Simone opinaba que el poeta tenía un aspecto repulsivo, pero reconocía que la hechizaba en cuanto abría la boca y «gesticulaba con esas hermosas manos blancas».34 También es preciso ser un romántico con los ojos bien abiertos para saber manejar el espacio personal como es debido. El amante necesita un radar para calibrar el estado de ánimo del otro y la mejor ocasión, además de nociones sobre el funcionamiento de la «proxemia» femenina. Durante las conversaciones íntimas, las mujeres tienden a acercarse más y pueden ser generosas en sus favores si el hombre las roza con delicadeza.35 Bill Clinton, experto en el arte de la conversación, conoce muy bien estos trucos. Cuando habla con las mujeres (y con los hombres) es «casi carnal», aprieta la mano de su interlocutor, les pasa los brazos por los hombros y establece contacto visual.36 La voz Además del dominio de la palabra, Casanova tenía otro don conversacional que lo hacía irresistible para las mujeres: su voz sonora con «seductoras inflexiones».37 Tal como reconocía el Kama Sutra, una mujer puede «quedar hipnotizada por la voz de un hombre».38 La debilidad femenina por la seducción de la voz queda reflejada en las leyendas y cuentos populares desde el antiguo Egipto, donde la vulva recibía el nombre de «la oreja que hay entre las piernas». Las mujeres oyen mejor que los hombres y escuchan con la libido.39 Incluso de recién nacidas, las niñas tienen más facilidad para detectar los tonos de voz y mantienen esa habilidad el resto de su vida, hasta el punto de que escogen a las parejas potenciales por el timbre de voz.40 Las mujeres, que cuentan con voces muy expresivas, prefieren las voces masculinas moduladas, profundas, graves y musicales, algo que podría relacionarse con el hecho de que la «voz cantarina y con cadencia» va unida a una disposición más empática.41 Los hombres más irresistibles podrían compararse con barítonos de voz aterciopelada y con cuerpo. En una ocasión, un actor cautivó a su público femenino recitando con voz melosa nombres de verduras en francés. La autora Alice Ferney escribe en La conversación amorosa: «Una voz puede penetrar en tu cuerpo más que el falo»; «puede alojarse en ti, instalarse en la boca del estómago» y azuzar el deseo como «el viento azuza la superficie del mar».42 Para obtener el efecto más seductor, la voz tiene que ser suave. Hermes, el dios griego de la seducción, era «el susurrador»; en los ritos mágicos primitivos, los hechizos de amor tenían que pronunciarse sotto voce para que funcionaran.43 Vronski aborda a Ana Karenina (con resultados fatídicos) gracias a su «voz suave, dulce y tranquila»,44 y el mujeriego Lorcan, personaje de la novela de Marian Keyes Por los pelos, embelesa a las mujeres cuando les habla con un tono melodioso y «en voz baja».45 Los héroes de las novelas románticas, como Rick Chandler en El rompecorazones, pueden permitirse hablar de sandeces, pero sus «voces de alcoba» desbordan «carisma».46 Un gran amante puede hechizar a las mujeres con la voz. Lady Blessington visitó a lord Byron en Italia y dijo entusiasmada que «su voz y su acento son tan claros y armoniosos que no se pierde ni una sola palabra».47 Una pista para entender el éxito que Aldous Huxley tenía con las mujeres (a pesar de su aspecto de espárrago subido) podría ser su famosa voz. Era un «instrumento musical», dijo el violinista Yehudi Menuhin, «hermosamente articulada, modulada [y] argentina».48 En opinión de sus compañeros de banda, Duke Ellington también hablaba como si cantara, con «una variedad extraordinaria de tonos, inflexiones y patrones rítmicos».49 Mika Brzezinski, copresentadora del programa matutino Morning Joe, le dijo hace poco al ex presidente Bill Clinton en una entrevista: «Habla usted en voz baja. Muy suave. Hay que acercarse para oírle bien».50 Saber escuchar La primera tarea [del amor] es escuchar. PAUL TILLICH, Amor, poder y justicia51 No hay casi ningún deseo femenino comparable al deseo de ser escuchada. Casi todos los estudios sobre relaciones personales documentan el ansia de las mujeres por lograr captar la atención de los hombres, su compromiso y su empatía.52 «El amor consiste en escuchar»,53 afirman las mujeres, es como una forma de decir «Te quiero».54 De ser así, montones de mujeres deben de sentirse faltas de amor; una de sus quejas más recurrentes es que los hombres se niegan a escucharlas.55 Mike Torchia, entrenador personal que ha tenido aventuras con más de cuarenta mujeres casadas, contó en la revista Newsweek que está tan solicitado porque los maridos desconectan. «Para un entrenador personal, es primordial saber escuchar.»56 Para los amantes también es primordial. Los manuales tradicionales señalan la importancia de escuchar «con atención» a las mujeres y captar los significados subyacentes a sus palabras.57 El enamoramiento es, aseguran varios filósofos, «un fenómeno de la atención».58 Lo que más ansiamos en la pasión romántica es ser el único foco de atención de la otra persona, que nuestro ser se perciba y se aprecie como si fuera único e irrepetible. Una mujer resplandece cuando nota que un hombre se concentra por completo en ella, y le devuelve el favor, colmándolo de superlativos. Brian, el joven banquero, me dijo que una vez escuchó a una chica hablándole a un ligue sin parar durante cuarenta y cinco minutos seguidos, y cuando se despidieron ella le dijo que era el mejor conversador que había conocido en su vida. Sin embargo, la función del que escucha no es fácil, y mucho menos en los encuentros amorosos en los que tanto está en juego. El psicoanalista Erich Fromm compara la capacidad de escuchar con la interpretación de poesía, un arte intuitivo y creativo.59 En lugar de ser una labor pasiva y retirada, saber escuchar exige tanto como hablar. El hombre debe estar totalmente concentrado en la conversación, sin distracciones mentales, y debe vincular el cerebro y las emociones. Si dice la menor mentira, el detector de bravuconadas femenino, muy afinado, lo descubrirá.60 Además, debe proporcionar una respuesta alentadora: expresiones faciales enfáticas, contacto visual, señales de «ánimo» como «ajá» y «sí, sí»… Y deseos divinos subyacentes a sus palabras.61 Algunos dioses del sexo tenían una capacidad de escucha sublime. Hermes era capaz de adivinar los significados ocultos de las palabras, y Shiva poseía unos oídos extremadamente afinados que sabían oír las verdades «más allá de la percepción normal».62 Incluso Pan, el más lascivo del panteón griego y discípulo de Dioniso, escuchaba con astucia. Sus largas orejas puntiagudas denotaban tanto su naturaleza animal como su don para la profecía y la interpretación. Los griegos lo consideraban el patrono de la crítica teatral.63 Los amantes de las fantasías femeninas escuchan igual que los dioses; están atentos, son empáticos, sinceros y emotivos, y saben leer entre líneas. Cuando Annie, de la novela First Husband, de Laura Dave, entra hecha polvo en un bar restaurante después de una desagradable ruptura, se topa con un cocinero que la escucha como si no pasara nada más en la ciudad. Griffin, el cocinero, le pregunta mientras le roza la mejilla con el dedo: «¿Tienes ganas de contármelo?». Annie se lo cuenta todo y se queda tan prendada de él que terminan casándose y mudándose a Nowhere (Massachusetts). Durante el tiempo que dura su matrimonio, él es una mezcla de sacerdote y psiquiatra que comprende todas las palabras y deseos ocultos de su mujer y la anima a aceptar un trabajo en Londres, a un paso de su ex, que intenta recuperarla. Al cabo de menos de una semana, la chica vuelve a los brazos de Griffin.64 Los seductores de las novelas rosas suelen parecerse más al macho alfa. Son héroes con caparazones duros pero un corazón de oro que comprenden a las protagonistas y empatizan con ellas. Gabe St. James, el personaje de la novela de JoAnn Ross One Summer, es un marine que rebosa testosterona aunque cuenta con un sensor psicológico. En cuanto conoce a Charity Tiernan, una joven vegetariana, percibe que algo no marcha bien y la invita a cenar. Durante la velada la anima a que le cuente qué le pasa. La contempla «con interés, despacio y en silencio», escucha la historia del fiasco de su boda e intenta consolarla.65 «Gracias por escucharme», le dice la joven mientras se quita la ropa. A lo que él contesta en un murmullo: «Puedes compartir conmigo lo que quieras».66 Saber escuchar es un arma infalible para cualquier seductor. Charles Maurice de Talleyrand, el primer ministro de Napoleón y un político europeo muy influyente, recibía el apodo de «Rey de la Conversación».67 También reinaba sobre todas las mujeres. En los salones, donde el éxito dependía del diálogo, las précieuses se sentían atraídas hacia él como los pájaros «fascinados por el ojo de la serpiente». Pero tal como les decía a su harén de amantes y al mismo Napoleón, era una ilusión auditiva. Según contaba, su fama de buen conversador residía no tanto en su ingenio cuanto en su capacidad de escuchar. Y era un experto, pues escuchaba a los demás con una atención absoluta, les daba la razón y los miraba con ojos encendidos.68 Benjamin Disraeli, otro gran estadista (fue primer ministro dos veces durante el reinado de la reina Victoria), era muy codiciado por las mujeres y poseía el mismo talento para escuchar. Se cuenta la anécdota de que una dama de sociedad fue a cenar con su rival, William Gladstone. Después de la velada dijo que tenía la impresión de haber estado «en presencia del hombre más inteligente de Inglaterra». Al día siguiente, se sentó al lado de Disraeli y se dio cuenta de que ella misma «era la mujer más inteligente de Inglaterra».69 Disraeli, que sabía ser elocuente al hablar si se lo proponía, creía que la mejor manera de cautivar a las mujeres (y en su vida hubo muchas, desde su enamorada esposa hasta todas sus amantes) era escucharlas con aprecio. Algunas veces el silencio, aseguraba, «es la madre de la verdad»… y del deseo.70 Fiel a su estirpe, Gary Cooper «siempre se interesaba por ellas y las escuchaba como nadie», igual que Warren Beatty, que se zambullía en la conversación cuando estaba con una mujer.71 «Es como si prestara atención a todas y cada una de las palabras —recordaba la hermana de Natalie Wood—. Todo lo que sale de tu boca tiene una importancia vital para él.»72 El bálsamo de la conversación Su murmullo lleno está de ternuras y palabras… OVIDIO, Arte de amar73 La viuda está desconsolada. Se ha arrojado a la cripta funeraria de su marido y hace cinco días que se niega a comer. Una noche, según el cuento del Satiricón de Petronio, un soldado de Roma que monta guardia oye sus sollozos y desciende a la cripta para investigar. En voz muy baja, le da el pésame y habla con ella hasta que la mujer se calma. Acepta la comida que le ofrece y empieza a ver los atractivos de los vivos, en concreto los del soldado que tiene delante. No tardan en darle un uso mejor al ataúd y pasan tres noches juntos en la tumba cerrada. El poder seductor de la conversación alcanza el grado máximo si se habla despacio y susurrando. Los antropólogos lo llaman «habla fática», el tipo de comentarios que sedan, aplacan los nervios, establecen vínculos y proporcionan alimento al alma y consuelo amoroso. Los machos de macaco cortejan a las hembras con sonidos atractivos antes de aparearse con ellas, del mismo modo que los seductores más experimentados regalan los oídos de sus amantes durante el cortejo. El contenido de lo que se dice importa poco; el objetivo es crear lazos, lograr la compenetración y relajarse. Es como aceite para engrasar las ruedas del amor, diseñado para calmar, dar seguridad y acunar a la dama para que sienta el cariño. Las mujeres son particularmente sensibles a los comentarios alentadores. A diferencia de los hombres, según los lingüistas, las mujeres hablan con más frecuencia solo para mostrar afecto, para sentirse acompañadas y conectar con la otra persona.74 En realidad, son quienes cantan la rondalla de la cohesión social, comentó el ensayista J. B. Priestley.75 Mientras tanto, experimentan una compensación neural que inunda los circuitos del placer con paz y serenidad, y que mitiga la ansiedad.76 A los hombres les convendría practicar sus dotes fáticas. A diferencia de la sexualidad masculina, la femenina es caprichosa y compleja, y se apaga con facilidad; la sexualidad de las mujeres está vinculada con el «cerebro grande» en el que los miedos atávicos y las órdenes imperiosas de la neocorteza pueden interrumpir los movimientos amorosos.77 Para que el deseo femenino se libere, la mente debe estar tranquila. A propósito del orgasmo, dice Brizendine: «Este no se producirá probablemente si no estás relajada, cómoda, abrigada y mimada».78 Pocos bálsamos sexuales funcionan de manera tan infalible con las mujeres como la música para el ánimo que favorece la conversación, algo que la antropóloga Helen Fisher asegura que procede ya de nuestros ancestros femeninos, que precisaban de la conversación y las caricias antes del coito para sentirse seguras.79 Las palabras relajantes son un elixir muy poderoso. Nos retrotraen a las maravillas de la primera infancia, a la «voluptuosa somnolencia» del abrazo materno, al «momento de la voz encantadora».80 Los sonidos cariñosos también contienen una magia que estrecha lazos. Los amantes a veces se hablan como niños, y eso logra que el centro de la recompensa del cerebro rebose de productos químicos euforizantes y favorece el vínculo amoroso.81 Richard Burton sabía lo que hacía cuando llamaba a Elizabeth Taylor «Gordi mía», «Querida cotorra» o «Queridísimo dolor de muelas».82 «Relajar a la chica» mediante los comentarios fáticos es un consejo clásico de los manuales de amatoria.83 El Kama Sutra dedica un capítulo entero a las artes del discurso cariñoso,84 y Ovidio aconsejaba a los hombres que imitaran el lenguaje meloso y el arrullo de las palomas cuando se dirigieran a sus amantes.85 Otros expertos aconsejaban técnicas casi hipnóticas: la repetición de palabras suaves y sugerentes.86 Dumuzi emplea esta estrategia con la diosa Inanna para que se someta sexualmente a él: «Hermana mía, os llevaría a mi jardín», entona. «Inanna, os llevaría a mi jardín. / Os llevaría a mi huerto.»87 El «dios del amor» de Thomas Mann, Felix Krull, habla el lenguaje fático con soltura y seduce a una mujer tras otra con su «comprensión» y su dominio de las «regiones principales de las relaciones humanas».88 Es capaz de camelarse a una huésped rubia y guapa del hotel en el que trabaja simplemente porque se da cuenta de que la mujer parece fatigada y le pregunta si ha dormido bien. Luego le ofrece «con dulzura» llevarle el desayuno a la habitación: «Se está tan tranquilo y tan a gusto en la habitación, en la cama…».89 Un donjuán igual de tierno es el evangelista del sexo eduardiano Herbert Methley, de la novela El libro de los niños de A. S. Byatt. Cuando Olive Wellwood, una escritora casada y con hijos, concierta con él una cita, se queda petrificada junto a la puerta del dormitorio. Methley, que anticipa su miedo, corre el pestillo y le dice en un susurro que es normal que esté nerviosa: «Pero tengo intención de hacerte olvidar todos esos miedos pronto, muy muy pronto». «No pienses, deja de pensar —le susurra—. Es el momento de que dejes de pensar, querida mía, preciosa.» Después de esas palabras, ella experimenta un orgasmo sísmico.90 «Me he acostado con demasiadas mujeres, he tomado demasiadas drogas y he estado en demasiadas fiestas.» George Clooney En las novelas románticas para el gran público, los hombres proporcionan un hilo musical continuo de erotismo. El casanova de Texas que aparece en la novela de Lisa Kleypas Buenas vibraciones se camela a la protagonista con palabras bonitas para llevársela a la cama, y John Wright, el Romeo afroamericano de Hot Johnny, la obra de Sandra Jackson-Opoku, canta nanas a todas sus amantes. «Ea, ea, ea, niñita —le canta a una—, no llores», «deja que te eleve al cielo al que perteneces».91 El «hechicero» de la Francia napoleónica François-René Chateaubriand debía gran parte de su fama erótica a su genialidad a la hora de relacionarse con las mujeres.92 Aunque era un hombre de letras (diplomático y autor de veinte libros en prosa, entre ellos las novelas fundamentales Atala y René), a Chateaubriand se le daba fatal hablar en público. Sin embargo, cuando estaba a solas con las mujeres, se sentía en su salsa. Se fundía con las alegrías y las penas de esas mujeres, las escuchaba, lograba que le contaran sus secretos y las arrullaba con voz «cálida y comprensiva».93 Después de esa fusión de las almas, las mujeres más imponentes quedaban «súbitamente transidas de amor para siempre».94 Chateaubriand no parece el candidato ideal a Casanova. Taciturno y a menudo «malhumorado»,95 era bajo de estatura y tenía las piernas combadas; «cargado de espaldas» como un jorobado.96 Casi nunca tomaba la iniciativa; las mujeres «se acercaban a él». Era el hijo menor de una familia bretona de origen aristocrático venida a menos, que volvió del exilio después de la Revolución francesa para hacer carrera en la Francia de Napoleón, y contrajo matrimonio por conveniencia con una vecina que poseía títulos, Céleste Buisson.97 Fue una unión desdichada y quejumbrosa. No tardaron en aparecer las amantes; la primera fue la salonnière Pauline de Beaumont, que admiraba su forma de hablar «acariciadora», y más adelante llegó la «Reina de las Rosas», madame de Custine, quien compró el castillo de Enrique IV para que él lo disfrutara. «Estaba en disposición de llenar de dulzura tu vida —dijo una de sus admiradoras—, aunque también podía romperla en añicos.»98 Enganchado a los escarceos en cadena, Chateaubriand era incapaz de ser fiel, ni siquiera cuando conoció a su gran amor, Juliette Récamier, una charmeuse culta, considerada «la mujer más preciosa de su época».99 Con ella empleó el mismo filtro de amor, ideado para estrechar los lazos: «¿Has dormido bien?», preguntaba en muchas de sus cartas. «¿Todavía estás enferma? ¡Ojalá pudiera saber todo lo que te pasa! Iré a verte a las cuatro para averiguarlo.» Durante los treinta años que duró su relación amorosa, las mujeres lo persiguieron sin cesar, no solo por su fama, sino por su buena conversación, símbolo de sus caricias, de su comprensión y de la red de unión y compenetración que sabía tejer.100 La risa Las mujeres necesitan cuatro animales: un visón en la espalda, un jaguar en el garaje, un tigre en la cama y un burro que lo pague todo. Chiste popular Dos seductoras con experiencia, Lisa y Carol, charlan conmigo sobre sus ex parejas mientras tomamos un vino con gaseosa. Lisa recuerda a un novio del instituto: —¡Johnny H! —exclama—. Era bajito y poco atractivo a primera vista. Pero, Dios mío, era el Hombre Ideal; divertido, y sabía reírse de sí mismo… —¡Igual que Ben! —interviene Carol—. ¿Te acuerdas del chico con el que estuve nueve años? No diría que fuera «especialmente atractivo» —reconoce mientras dibuja las comillas con los dedos—. Pero madre mía, tenía un sentido del humor alucinante. Muchos de los mejores ratos que se pasan en la cama son cuando te empiezas a reír y a tontear con el otro por cualquier bobada. Y se te olvida todo. Lisa da una palmada en la mesa. —Creo que la risa es un tipo de orgasmo. Para las mujeres, el hueso de la risa es una zona erógena de alto voltaje. Según los investigadores, el sentido del humor «es la táctica más eficaz que pueden emplear los hombres para atraer a las mujeres», y uno de los requisitos habituales de las mujeres en las páginas web para encontrar pareja.101 Si una mujer se ríe mientras charla con un hombre que acaba de conocer, aumentan sus deseos de volver a verlo, y si cree que su marido es ingenioso, estará más satisfecha con su matrimonio.102 «Comienza con un tema intrascendente y a ser posible divertido», recomiendan los pensadores desde la Edad Media, pues no hay nada que deleite más a las mujeres.103 Tiene lógica que las mujeres deseen reírse: es posible que les divierta más que a los hombres el humor verbal. En un estudio sobre el sentido del humor llevado a cabo por la Universidad de Stanford, los investigadores descubrieron más actividad en las zonas del lenguaje del cerebro femenino que en las del cerebro masculino, además de una estimulación más pronunciada de la región mesolímbica, que alberga la euforia. Los hombres que divierten a las mujeres también anuncian la promesa de buenas capacidades cognitivas.104 Un conversador ingenioso demuestra habilidad social, confianza en sí mismo, capacidad de adaptación, empatía, energía e inteligencia creativa. Y es menos probable que aburra a una mujer, a corto o largo plazo.105 Además, el sentido del humor resulta atractivo, así de sencillo. «¿Hay algo más seductor que la ocurrencia?», escribió el filósofo Jean Baudrillard.106 ¿O que los juegos de palabras, los chistes y las «chifladuras lingüísticas» en general?107 Una frase con doble sentido escrita en una notita (por ejemplo, «Los miembros del equipo son inigualables») puede hacer más por ganarse a la guapa doctora que una Visa platino. Las situaciones cómicas reducen las inhibiciones, excitan gracias a la incongruencia y la sorpresa, liberan endorfinas y crean intimidad. Cuando nos reímos, nos despojamos de los grilletes impuestos por la cultura y nos burlamos de la civilización y su negatividad. Por naturaleza, la comedia, según apunta la crítica Susanne Langer, es transgresora y erótica: «sensual, irreverente e incluso malévola».108 Langer asegura que el poder de la risa surge de los antiguos ritos de la fertilidad y de la celebración de la vitalidad cósmica. Dioniso, el mítico fundador de la comedia, iba acompañado de un grupo de hombres graciosos: sátiros y varios diablillos. Hermes era un bromista cuyos acertijos «engañaban a la mente, incluso de los sabios», mientras que su equivalente en la cultura nórdica, Loki, iba haciendo payasadas por el Eddas, y tuvo dos mujeres y numerosas amantes.109 Pertenecen a la hermandad del embaucador, son famosos por canalizar los impulsos irracionales y seducir a las mujeres con su sentido del humor irreverente.110 Don Juan, el burlador de Sevilla, atrapaba a las mujeres con sus atrevidas artimañas y su ingenio, y en una versión de la historia, provoca «que se partan de risa».111 Una y otra vez, los casanovas cautivan el corazón de las mujeres a través de la risa. Will Ladislaw, el artista con aspecto de duendecillo de Middlemarch, la novela de George Eliot, aparta a Dorothea de su marido con su seductora «alegría». Después de una disputa horrorosa con el taciturno Casaubon, Dorothea se encuentra en Roma con Will, quien conquista sus afectos con su sentido del humor y un relato hilarante de su primera cita. Por otra parte, Mary Stanger posee al príncipe de los prometidos, un financiero apuesto y enamoradísimo de la novela de Somerset Maugham El misterio de la Villa. Pero el ingenioso Rowley Flint lo barre de un plumazo. Mientras viajan en coche a la luz de la luna por la Toscana, Rowley se mofa del tieso banquero con una parodia tan divertida que Mary empieza reírse a mandíbula batiente y cambia los planes de boda.112 «El héroe debería hacer reír a la protagonista —exhorta Leslie Wainger, editora de los libros románticos de Harlequin—. La risa es sexy.»113 Salvo por un reducido número de vizcondes torturados y sombríos motoristas, los Romeos más apreciados enseñan a las mujeres el lado más divertido de la vida. Reginald Davenport, de la novela romántica The Rake, encandila a su encantadora encargada de la finca, lady Alys, con sentido del humor, pues se burla cuando ella le recomienda que cambie de cosecha: «Uno de los mayores misterios de la vida —comenta Davenport sonriendo— es el de la manida remolacha forrajera». Alys se echa a reír y piensa: «Qué íntima puede ser la risa compartida».114 También se comparte muchas veces el guión cómico. A pesar del tópico de las mujeres como público agradecido de los chistes de los hombres, que serían quienes generarían las bromas, en muchas novelas los protagonistas de ambos sexos intercambian ocurrencias divertidas en los encuentros eróticos más tórridos. En la novela de Susan Elizabeth Phillips Una chica a la moda, los protagonistas van muy igualados en la carrera por ver quién es más ingenioso. Francesca Day, una mujer deslenguada, se escapa del plató de una película porno y le gorronea un viaje a un divertido golfista profesional, Dallie Beaudine. A lo largo de todo el circuito de golf por la parte sur del país, intercambian chascarrillos y burlas, hasta que aparcan al lado de una ciénaga. Él le toma el pelo hablándole de los lagartos que comen de noche, ella le suelta otra fresca y al final terminan apoyados en el maletero del Riviera que tiene el golfista. La chica apoya el pie en la matrícula mientras grita: «¡Sí, sí… Dallie!».115 Casanova, famoso por su ingenio, sabía muy bien que Venus es una diosa amante de la risa. Con experiencia en la comedia improvisada, consideraba el sentido del humor su mejor defensa contra la desesperación y la forma ideal de entrarles a las mujeres. Empezó pronto a cultivar sus artes y a los once años divirtió a su madre con una ocurrencia subida de tono. Un invitado le preguntó por qué en latín la palabra cunnus («vagina») era masculina y mantula («pene») era femenino, a lo que él respondió: «Has de saber que el esclavo siempre lleva el nombre de su amo».116 De adolescente, se valió de su sentido del humor para reír las gracias de un influyente veneciano, Alvise Gasparo Malipiero, quien lo alojó en su palacio y lo presentó a su círculo de amantes. No obstante, en alguna ocasión el ingenio le salió caro a Casanova. Una vez estaba sentado con la favorita de su patrón, una voluptuosa y joven aventurera llamada Teresa Imer, y en un momento dado, cuenta Casanova, «nos entraron ganas, en la inocente alegría de nuestros temperamentos, de confrontar las diferencias que había entre nuestros cuerpos». Cuando Malipiero los pilló con las manos en la masa, lo expulsó de su hogar sin dilación. Pero Casanova abandonó el palacio entre risas y utilizó la anécdota para sus bromas futuras y como gancho para seducir a otras mujeres.117 Para el escritor británico del siglo XX Roald Dahl, la comedia era la reina, tanto en lo profesional como en lo amoroso. Autor de Charlie y la fábrica de chocolate y de otros clásicos, Dahl, alto y apuesto, enamoraba a infinidad de mujeres con su ingenio mítico. Su sentido del humor (enrevesado, pícaro y a menudo grotesco) no era apto para pusilánimes. Sin embargo, a las mujeres les encantaba. Estaban «locas por él» y según decían sus amigos, se acostó «con todas las mujeres de la costa Este y Oeste».118 En el relato de Dahl «El visitante», su álter ego escribe un diario que hace que la biografía de Casanova parezca «una hoja dominical». Dejando a un lado la exageración propia de Dahl, el caso es que la vida de Roald no fue en absoluto aburrida. Nació en Gales, de padres noruegos, y se crió solo con su madre (su padre murió cuando él era pequeño). Era un chico rebelde y contestón que no paraba de meterse en líos con la policía. Más tarde participó como piloto de caza en la Segunda Guerra Mundial, pero el avión en el que volaba se estrelló y sufrió lesiones en la columna vertebral. A partir de entonces, el humor fue su mejor arma (y su afrodisíaco).119 Lo destinaron a Estados Unidos una temporada como agente británico y allí las mujeres lo inundaban a besos. Igual que el seductor Oswall de su relato «El visitante», bastaba con que les hablara «con más ingenio que nadie».120 Una de sus conquistas, la actriz francesa Annabella, recordaba que la sedujo en una fiesta de estreno con un cuento cargado de humor negro acerca de un hombre rico que hacía apuestas monstruosas. Encandiló y se relacionó con la crème de la crème; entre otras, con mujeres tan famosas como Ginger Rogers, Clare Booth Luce y la periodista Martha Gellhorn. En 1952 conoció a la estrella del cine Patricia Neal y la cautivó con su humor alocado. A pesar de que ella lo amaba con pasión, su matrimonio, que duró treinta años, fue tormentoso. No se llevaban bien y las Furias les dieron golpes fuertes: uno de sus hijos contrajo hidrocefalia en un accidente atroz; una hija murió a los siete años; Neal tuvo una embolia en 1962 y Dahl tuvo que someterse a una tortura de operaciones quirúrgicas. Además, el escritor no era fiel. En 1972 conoció a la imaginativa y llamativa Felicity Crosland, se divorció de Neal y se casó con Liccy en 1983. Vivieron en la casa de campo de él, a la que llamaban «Barraca de Gitanos», hasta que el escritor murió a los setenta y cuatro años, desternillantemente gracioso y fascinante hasta el último día. En la actualidad, según un estudio publicado en The New York Post, los humoristas son las estrellas de rock del momento, alentados por groupies «que se mueren de risa y por acostarse con ellos», actúen donde actúen. Muchos de ellos son bufones ridículos y unos cuantos son verdaderos seductores.121 El monologuista de humor David Spade es bajo y tiene cara de comadreja, pero su historial romántico es digno de Casanova. Otro compañero, James Corden, la estrella indiscutible de los programas de humor de la BBC, dijo: «El peso nunca me ha preocupado» en la relación con las mujeres; «siempre era capaz de hacerlas reír, así que tendían a pasar por alto mis imperfecciones físicas».122 A veces se dice que se puede conquistar a una mujer a través de la risa. Y es cierto. Según un columnista británico: «Considerar que alguien es gracioso es el primer paso para acostarse con él. Es más fácil hacerse rico que ser realmente divertido y carismático».123 Coito mental El acto de enfrascarse en una conversación inteligente e interesante. Urban Dictionary En la novela La mujer del viajero en el tiempo de Audrey Niffenegger conocemos a Clare, cuyo marido la cortejó durante veinte años antes de que se conocieran siquiera. Henry DeTamble posee una facultad paranormal que le permite viajar en el continuo espacio temporal, y se va ganando el afecto de su futura esposa desde que la chica tiene seis años. En lo que tal vez sean los preliminares amorosos más largos de la literatura, flirtea con Clare en todas las etapas de su vida mediante conversaciones interesantísimas y variopintas en tres idiomas distintos. Le habla con elocuencia e ingenio acerca de la sabiduría de las diferentes épocas (el hombre posee cuatro mil libros) y le relata sus aventuras con suma viveza. Próxima al humor y a menudo mezclada con él está el tipo de conversación que rezuma excitación intelectual y narrativa. La mente es un motor de encandilamiento; el sexo late en las ideas bien articuladas, el aprendizaje y los relatos emocionantes. La preferencia femenina por los hombres listos y entretenidos no es nueva, pero un estudio reciente demuestra que las mujeres buscan pruebas de la inteligencia en la conversación.124 Las charlas estimulantes, dicen tanto por internet como en persona, «siempre tienen morbo».125 El diálogo ingenioso, asegura Geoffrey Miller, podría ser una estrategia de cortejo muy arraigada. En su teoría de la evolución del «cerebro ornamental», las hembras alfa elegían a los pretendientes que mostraban un mayor despliegue intelectual, que ostentaban un factor G (inteligencia general) más alto y un vocabulario más amplio, y que contaban las historias más entretenidas. Para que la llama del amor se avivara de verdad, hombres y mujeres participaban en un intercambio recíproco de historias e ideas.126 El aprendizaje y las habilidades narrativas son dos elementos profundamente seductores. Aunque los cerebritos pueden ser unos plastas, los hombres que combinan los conocimientos con el aplomo verbal pueden llevarse al huerto a muchas mujeres. «Toda esa información que viene y va como un torrente», escribe la autora Francine Prose, es como un «fluido corporal» sexual.127 Según el filósofo Guy Sircello, percibimos «el dominio intelectual», si está expresado con las palabras adecuadas, «en nuestras zonas más erógenas».128 Lo mismo ocurre con las narraciones. Los relatos, dicen los críticos literarios, son en el fondo «discursos de deseo» que multiplican la experiencia de hacer el amor en estructura y temas y que agitan nuestra vena erótica más profunda.129 Los expertos en amatoria de todas las épocas han reconocido el poder del hechizo del intelecto. Ovidio creía que el amor se veía alimentado por la inteligencia, la conversación elocuente. Exhortaba a los hombres a adquirir cultura, a aprender «las dos lenguas» (latín y griego) y a evitar aburrir a una mujer.130 Para cautivar a las mujeres, instruye el Kama Sutra, los hombres deben dominar sesenta y cuatro ramas del saber y ser expertos en el arte de la narración. En una de sus historias ejemplares, el autor visualiza a un pretendiente que lleva a su amante a la azotea, donde la deleita con una «agradable conversación» que va desde la astronomía hasta las historias de amor más picantes.131 Honoré de Balzac advertía a los hombres del siglo XIX: a menos que un amante proporcione una conversación culta y estimulante, la mujer lo despreciará por ser una criatura «carente de vigor mental».132 Trilby, la campesina y modelo de la novela homónima de George du Maurier, no ama al taciturno Svengali, que la invita a su mundo, sino al artista Little Billee, que habla «como los dioses del Olimpo»: alta cultura mezclada con anécdotas entretenidas.133 El profesor de filosofía creado por Jonathan Franzen, Ron, emplea su cultura para fines menos benévolos. Sus comentarios elitistas en «Breakup Stories» le han permitido cumplir la mayor ambición de su vida: «insertar el pene en la vagina del mayor número de mujeres posible». Ni siquiera después de conocer a su compañera intelectual, Lidia, es capaz de resistirse a la seducción cerebral de otras mujeres.134 Las novelas románticas siguen otro patrón. Aquí, en el país de las maravillas de la fantasía femenina, los héroes románticos se enamoran de su media naranja mental y conversacional y le son fieles. La doctora Lynn Wyman, de la novela Female Intelligence de Jane Hiller, es una lingüista de renombre, cinturón negro del arte de la conversación con una misión clara: enseñar a hablar a los hombres. Sin embargo, su cliente, que tiene el trastorno del habla más atractivo que existe, resulta ser su hombre ideal. Brandon Brock, un «cerebrín» que es director ejecutivo de una multinacional, termina la terapia y vuelve a quedar con ella, esta vez para un intercambio verbal de tú a tú, en el que la deleita con sus anécdotas, hace alarde de su cociente intelectual y acaba por seducirla y lograr que se case con él. Los seductores de verdad harían las delicias de las lectoras de novela romántica más exigentes. Abelardo, el estudioso francés de la Edad Media, no solo era «el filósofo y teólogo más destacado del siglo XII», sino que también era carismático: divertido, apuesto y un ídolo para las mujeres.135 Los pensadores viajaban desde todos los rincones de Europa hasta París para escuchar sus clases magistrales ocurrentes y plagadas de chistes, y la población femenina ansiaba «meterse en su lecho».136 En una época de laxa castidad eclesiástica, parece que Abelardo supo sacar partido a su atractivo. «Nunca he temido el rechazo de una mujer a la que haya elegido honrar con mi amor.»137 La mujer a la que honró con su amor fue la sobrina del canónigo de la catedral de Notre Dame, una niña prodigio llamada Heloísa a la que sedujo durante las tutorías y los largos debates mantenidos en su estudio. Por desgracia, su mítica historia de amor terminó fatal. Heloísa se quedó embarazada, se casaron y los parientes del canónigo se enteraron y castraron a Abelardo. Obligaron a Heloísa a abandonar a su hijo recién nacido y a retirarse a un convento, y Abelardo tuvo que entrar en un monasterio. Durante el resto de su vida continuaron sus apasionadas conversaciones mediante cientos de cartas en latín, pero Heloísa nunca halló consuelo. «Estuvo siempre absoluta e incondicionalmente enamorada de él, en cuerpo y alma.»138 Junto con sus dotes para el amor, la conversación era el «mayor talento» de Casanova.139 Considerado el «hombre más entretenido de la Europa de su tiempo», era un narrador amenísimo y gran conversador que dominaba un abanico muy amplio de temas, desde la horticultura hasta la medicina, pasando por la metafísica.140 Era incapaz de concebir la pasión romántica sin la conversación. «Sin la palabra —escribió—, el placer del amor mengua dos tercios por lo menos.»141 Y las mujeres que elegía también sabían cómo emplear las palabras y se expresaban igual o mejor que él. Con una enamorada comentaba los epigramas de La Fontaine; con otra, filosofía trascendental; y con Henriette, superior a él en el arte de la conversación, hablaba de Cicerón, de ópera y del significado de la felicidad. Tal vez Iván Turguéniev no hubiera logrado embelesar a las mujeres como lo hizo de no haber sido por su «preciosa facultad para hablar».142 En la novela Rudin traza un autorretrato en acción, y describe cómo roba el corazón a las mujeres mediante la conversación. En una fiesta privada, Dmitri Rudin, de facciones «irregulares», entretiene a los invitados con anécdotas de su vida de estudiante en Alemania. Emplea unas imágenes tan vivas y coloridas, evoca unas ideas tan astutas y añade unos detalles tan descarados que la hija de diecisiete años de los anfitriones se enamora perdidamente de él (igual que le pasó al propio Turguéniev).143 Escribe el autor que Rudin «poseía algo que es casi un secreto: la música de la elocuencia. Tocaba ciertas cuerdas del corazón y lograba que todas las demás se pusieran a vibrar y a tintinear de manera misteriosa.»144 Ese fue el «secreto» que permitió que Turguéniev conquistase a Pauline Viardot. Diva de la ópera y seductora, Viardot era una mujer excepcional: fabulosa cantante, compositora, escritora y una conversadora muy estimulante. La primera vez que la oyó cantar en San Petersburgo en 1843, sintió un flechazo. Todas las noches, Turguéniev se reunía con los demás pretendientes de la joven sobre una alfombra de piel de oso y contaba unos cuentos tan vivaces y con tantos toques divertidos que ella terminó correspondiéndole con la misma pasión. Su aventura (llena de conversaciones ocurrentes y vivida delante de las narices de su marido, «casi mudo»), duró cuatro décadas.145 Con una actitud seductora, el hecho de aprender puede ser «erótico por su urgencia y su intensidad».146 El filósofo Michel Serres creía que el «seductor ideal es un hombre con ideas».147 De todas formas, depende del caso, claro. Los grandes pensadores, como los desgarbados Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre, por ejemplo, embriagaban a las mujeres porque convertían las ideas en canción. Sartre fue el caso más desconcertante. Medía apenas cinco pies, tenía aspecto de gárgola y era estrábico, pero al mismo tiempo era «listo, fogoso y muy divertido», y encandilaba a sus numerosas amantes «hablándoles toda la noche».148 «La seducción —decía el filósofo Sartre— es íntegramente realización del lenguaje»,149 de un lenguaje fascinante. El philosophe del siglo XVIII Denis Diderot poseía una combinación irresistible: belleza, una mente monumental y un «pico de oro».150 Y además, era el diablo personificado con las mujeres. Hombre de letras, fue coeditor de la impresionante Encyclopédie, un proyecto que se prolongó veinte años y que cubrió cualquier tema imaginable, desde el arte hasta las matemáticas y la política, pasando por la religión, la ciencia e incluso los viajes fantásticos. Hablar con él era como haber nacido junto «a un río fresco y límpido cuyas riberas estaban adornadas con fincas imponentes y casas preciosas.»151 Desde el momento en que Diderot se marchó de casa a los dieciséis años para buscar fortuna en París, su vida se convirtió en una lista interminable de romances. Rubio, atractivo y guapísimo, era «locuaz y expansivo» y le sobraban líos amorosos: con actrices, con la esposa de un vecino, con una librera con ganas de flirtear y con muchas mujeres más.152 No obstante, a los veintiocho años, su famosa capacidad de raciocinio le falló y se casó con la mujer equivocada, la dependienta de una mercería «arrebatadoramente guapa» y muy devota. Su incompatibilidad no tardó en quedar patente y Diderot fue a buscar sus placeres en otro sitio, para lo cual eligió mujeres con mentalidad más parecida a la suya: la escritora Madeleine de Puisieux y su alma gemela durante dos décadas, Sophie Volland, una alegre savante con gafas.153 Sedujo a ambas, pero sobre todo a Sophie, gracias a su radiante despliegue intelectual. Las cartas que le mandaba (escritas como «si la tuviera delante») demuestran que daba prioridad a la faceta mental de la seducción.154 Le ofrecía los «frutos de la mente» igual que un banquete: desde descripciones detalladas de las comidas al aire libre en la granja hasta digresiones sobre el amor y la metafísica.155 Aunque los días de revolotear de flor en flor de Diderot terminaron con Sophie, las mujeres siguieron persiguiéndole. Se cuenta que la salonnière madame Necker estaba «enamorada de él», y Catalina la Grande lo consideraba tan encantador que le compró una biblioteca, le pagó para que la mantuviera y lo invitó a ir a Rusia a condición de que hablara con ella todos los días.156 Acostumbrada a los virtuosos de la conversación, Catalina incluía a «Diderot entre los hombres más extraordinarios que han existido jamás».157 La poción poética [La poesía] es la mejor arma del amor […] Más amorosa que el propio amor. MICHEL DE MONTAIGNE, «Sobre unos versos de Virgilio»158 Es el ideal de los hombres a los que siempre dan calabazas. Cyrano de Bergerac, con su enorme «narizota», es tan feo que se convierte en el hazmerreír de todo el mundo y las mujeres siempre lo rechazan. Pero tiene un don del que carecen los hombres inferiores: es un prodigio verbal capaz de batirse en duelo con cuartetos rimados y de componer apasionados poemas amorosos. Por miedo a que su aspecto físico provoque repulsión en su amada Roxanne, le ofrece su poesía a Christian, un hombre de pocas luces con el que la chica se casa. Después de la muerte de Christian, Roxanne se retira a un convento donde Cyrano la visita durante años.159 Al final, herido de muerte, le cuenta la verdad; ella se da cuenta de que la poesía «pasional y emotiva» que la ha «embriagado de amor» la había escrito él, y Cyrano muere en los adorables brazos de su amada.160 La poesía es la seducción lingüística a la enésima potencia. «Tras grandes elogios a una tierna muchacha, ella se entrega al poeta», sentenciaba Ovidio. «Son versos los que logran que aparezcan los cuernos de la sangrienta luna.»161 Nadie sabe a ciencia cierta a qué se debe el atractivo erótico de la poesía. Una de las teorías se basa en la similitud entre la expresión poética y la pasión; comparten la misma intensidad emocional y tienen el mismo impacto visceral en el cuerpo.162 «Sé que es poesía», decía Emily Dickinson, cuando siento «como si me quitaran la tapa de los sesos.»163 En los experimentos con imágenes térmicas, se aprecia que la poesía amorosa «reseca la boca» y «calienta la frente», lo que Andrew Marvell llamaba «fuego instantáneo en todos los poros del cuerpo».164 Según el crítico Jon Stallworhty, puede ocasionar «una exaltación comparable a hacer el amor».165 El legado de la Prehistoria también podría explicar el meneo que la poesía provoca en la libido. Tal como observa el historiador cultural Mircea Eliade, los cantos afrodisíacos del chamán son «fuentes universales de poesía lírica» y, según Joseph Campbell y otros pensadores, pertenecen a nuestra herencia mitológica.166 Es posible que los ritos de apareamiento ancestrales asimismo contuvieran concursos de prosodia. Geoffrey Miller defiende que el hombre del Pleistoceno necesitaba emplear el mejor idioma para el cortejo, es decir, la poesía. Ninguna otra forma de hablar requiere tanto encanto ni es capaz de medir la aptitud como la poesía. La métrica, la rima y las palabras idóneas en el orden adecuado imponen un importante reto mental y el despliegue de todas las artes verbales.167 En muchas culturas distintas las mujeres valoran la poesía. Una mujer reconoció en una encuesta que su recuerdo más tórrido era del día en que su marido le obsequió con unos poemas eróticos con espacios en blanco para que ella completara la rima.168 El profesor de psicología Richard Wiseman, que estudió a sesenta y cinco mil sujetos de todo el mundo, situó la poesía en el tercer puesto de la lista de herramientas más persuasivas que los hombres emplean para conquistar.169 Las mujeres están de acuerdo; cuando tienen que dar consejos sobre lo que prefieren que hagan los hombres con quienes mantienen citas, son unánimes.170 Que nos dejen «una nota romántica y cautivadora», escriben, o que reciten un poema, «aunque sea malo».171 Así pues, no es de sorprender que los poetas tengan el doble de parejas sexuales que otros hombres.172 No se sabe con certeza por qué las mujeres sienten tal debilidad erótica por la poesía. Puede que la biología tenga parte de responsabilidad. Las mujeres son más expresivas desde el punto de vista verbal y emocional, y más propensas a utilizar ambos hemisferios cerebrales, como requiere la poesía. Asimismo les gustan los preliminares amorosos que incluyen cierto juego lingüístico. La poesía es el medio ideal para lograrlo.173 Cuando invertimos energía en el lenguaje, recibimos a cambio otra energía que, según explica la psicóloga Ilana Simons, puede «hacer surgir una chispa amorosa».174 Los poemas también combinan la sorpresa neuronal con «el sortilegio de la palabra mágica», que supera la razón y apunta a la parte más instintiva y sensual del ser. Además, las mujeres se han visto condicionadas culturalmente durante siglos y siglos a esperar y desear poemas de amor por parte de los hombres.175 Si nos remontamos al antiguo Egipto, veremos que los pretendientes adulaban a las mujeres con poemas de amor escritos con jeroglíficos, y en Sumeria, en el siglo IV a.C., los sacerdotes atraían a las sacerdotisas hacia el lecho nupcial ritual con estrofas trocaicas. Dentro de su aprendizaje sobre el amor, los jóvenes atenienses adquirían «habilidades para componer y recitar» en verso, y los aristócratas japoneses del siglo XI escribían haikus de treinta y una sílabas a sus amantes antes y después de las citas.176 «El primer recurso» para el cortejo, decían los estudiosos medievales árabes, era la expresión poética.177 Para hechizar a una mujer, el hombre debería «citar un verso de un poema, o exponer una alegoría, o recitar un acertijo rimado, o proponer un enigma, o utilizar el lenguaje elaborado».178 Con el amor cortés, la poesía entró en el repertorio romántico masculino de Occidente, donde ha perdurado desde los poetas isabelinos hasta los raperos del siglo XXI.179 Es tradición que los protagonistas de las obras dramáticas enamoren a las damas con sus versos. Christy Mahon, de la obra de teatro del dramaturgo John Millington Synge Playboy of the Western World, seduce a un pueblo irlandés y a la bella joven que reina en él con sus «palabras poéticas»; y el Don Juan de la obra de teatro The Joker of Seville de Derek Walcott es un poeta que teje círculos de métrica alrededor de su presa.180 En la película Antes del amanecer, Jesse conmemora su noche con Celine recitando el poema de W. H. Auden «As I Walked Out One Evening» a su amada bajo una estatua en Viena al amanecer. La chica no se olvida de él. Nueve años después, tal como relata Antes del atardecer, vuelve a ver a Jesse por casualidad y abandona a su novio para estar con él.181 Alexander Portnoy, el frustrado adolescente torpón de El lamento de Portnoy, de Philip Roth, acierta en una cosa: le lee a su novia «Leda and the Swan», de Yeats, y desencadena una tormenta de estrógenos. El poder afrodisíaco de la poesía es capaz de generar las parejas más inverosímiles; en la obra de A. S. Byatt Posesión, dos intelectuales cínicos que no pegan ni con cola se enamoran mientras analizan juntos una serie de poemas eróticos. El antihéroe de Marge Piercy, Phil, protagonista de Small Changes, es un drogadicto marginado, pero embelesa a las mujeres con su «danzarina nube de palabras» y rescata a Miriam de su prosaico marido.182 Cuando Phil vuelve a entrar en su vida, ella recupera las ganas de vivir: «Su poeta había vuelto».183 Puede que un hombre sea tan cojo y arisco como lord Byron, pero si evoca la «música del alma» ante una mujer, logrará que se derrita.184 O la alentará a escribir poesía ella también.185 Niccolò Martelli, el «famoso Don Juan» de la Italia renacentista, intercambiaba versos con la poeta Tullia d’Aragona, y embelesaba a las signoras florentinas con sus sonetos.186 Uno de los «mujeriegos» modernos con más dotes para la poesía, el cantante Leonard Cohen, muchas veces escribe las letras pensando en una novia concreta. Algunas de ellas, como Joni Mitchell y Anjani Thomas, también son cantautoras.187 El actor Richard Burton denominaba este tipo de seducción «amor poético».188 «Yo empleaba un sistema sincero e infalible —decía—. [Les] ofrecía poesía.»189 Además de ser uno de los mejores actores del siglo XX y estar dotado con una voz de ambrosía y «lirismo y pasión en los huesos», fue un amante legendario.190 Aunque no era el hombre más guapo del mundo (tenía la cara marcada de viruela y era de constitución robusta), hechizaba a las mujeres y llegó a acostarse con casi todas las que había en Hollywood. Bastó con que le recitara «unos poemas maravillosos» a Marilyn Monroe para que ella lo colmara de besos y se lo llevara al camerino.191 Claire Bloom, su amante durante cinco años, recordaba que se tumbaba en la cama mientras él, sentado a su lado, le «recitaba poemas hasta altas horas de la noche» con «su hermosa voz».192 A pesar de los amantes que tuvo después, Claire Bloom decía que Burton era «el único hombre a quien se lo he dado todo con fervor».193 Provocó la misma reacción multiplicada por diez en Elizabeth Taylor, que entonces era la diosa del amor que reinaba en el universo del cine. Durante su relación, que duró una década, la deleitó con sus versos y le cantó una serenata en Broadway con el erótico poema de Andrew Marvell «To His Coy Mistress», y «The Snake» de D. H. Lawrence. Las cartas que le escribía Burton contienen muchos poemas (algunos de ellos propios) así como reflexiones sobre el deseo, el alcohol y la muerte: «La poesía y la bebida son lo mejor de este mundo. Junto con las mujeres. Algo tiene la muerte, y algo tiene la verdad…».194 Entre otros excesos, el alcohol fue lo que destruyó el «matrimonio del siglo» y acabó con la vida de Burton a los cincuenta y nueve años. Aun así, su hechizo era tan grande que hacía que las mujeres no quisieran estar con ningún otro hombre y siguiesen pensando en él.195 «Imagínate tener en el oído la voz de Richard Burton mientras haces el amor —dijo exultante Taylor en una ocasión—. Borraba todas las preocupaciones y las penas. Lo demás se esfumaba.» Y tiempo después la actriz escribió: «Ha susurrado poesía. Nos hemos besado… ¡La felicidad!».196 La mezcla de prosa y poesía del habla cotidiana también puede ser un filtro de amor. Desmond MacCarthy, miembro menor del grupo literario de Bloomsbury en la década de 1920, «hechizaba con las palabras», pues su forma de hablar fluía como el verso libre.197 Conocido como el «encantador Desmond», «acariciaba con una voz ondulante», al estilo de un «trovador».198 A pesar de que no consiguió gran cosa como escritor (solo cuatro recopilaciones de artículos), Virginia Woolf pensaba que MacCarthy era «el más dotado» de todos los miembros del grupo. Sus coetáneas femeninas iban más allá; a sus ojos, era un hechicero.199 No lo amaban por su belleza física. Tenía «genitales bastante pequeños», le faltaban dientes y su cara era «la de un emperador romano calvo y demacrado».200 Sin embargo, una mujer tras otra sucumbía ante su incandescente conversación. Le gustaba «la compañía de las mujeres bellas» y no tardaba en seducirlas; entre ellas, destaca la glamurosa castellana de una isla griega y la literata Mollie Warre-Cornish, con quien se casó en 1906.201 De todas formas, la monogamia le resultaba difícil. Las admiradoras revoloteaban a su alrededor. La carismática lady Cynthia Asquith, una de sus «distracciones», dijo que hablar con él era como «bailar en una pista suspendido de cadenas».202 Incapaz de dejarlo, su esposa soportó sus escarceos amorosos durante décadas. Más adelante, cuando tenía cuarenta años, MacCarthy conoció a la artista Betsy Reyneau y su matrimonio se fue a pique. La apasionada aventura entre MacCarthy y Reyneau duró veinte años, alimentada en parte por las líricas cartas del escritor. Cuando en plena Segunda Guerra Mundial ella se fue a vivir a Nueva York, MacCarthy le escribió: imaginemos que estamos en un restaurante de Manhattan, rodeados de «gente asombrada» incapaz de comprender por qué vemos «un mundo de deleites el uno en el otro». «¿Absurdo? —se preguntaba el escritor—. No, visto desde dentro.»203 ¿Ha llegado el fin de la conversación seductora? Los críticos culturales temen que este arte acabe por desaparecer con el auge de la comunicación cibernética y el entretenimiento pasivo. Vivimos en una época posverbal en la que reina el amor sin palabras. La pareja romántica típica de las películas, según escribe el crítico David Denby, ahora nos aburre porque «no articula».204 En la realidad también reina la falta de conversación y los diálogos de besugos entre los dos sexos. No es de sorprender. Los hombres ya no tienen que cortejar verbalmente a las mujeres en un mundo en el que predominan la «seducción en siete minutos», los mensajes directos y los rollos fáciles sin necesidad de intercambia r ni una palabra. En este impasse, los consejeros amorosos recomiendan la «comunicación» (diálogos aburridos que ambas partes comprenden) pero pasan por alto el arte de la conversación atractiva e ingeniosa.205 A pesar de todo, creemos que la conversación amorosa es el ventrículo izquierdo del deseo. Bombea y conserva la pasión y mantiene el riego sanguíneo. El amor romántico nunca está asegurado y necesita ayuda para vivir. La buena conversación (un dueto erótico entre lo que se dice y lo que se calla) calma, encanta, deleita, informa y emociona. Robert Louis Stevenson pensaba que hombres y mujeres debían conversar «como cautivadores rivales».206 Hay que ser un «hombre con quien se pueda hablar», instaba Stevenson, saber dar dramatismo, usar palabras «atolondradas e inspiradoras» y transportar a la mujer «a nuevos mundos del pensamiento».207 En la película Sade, el marqués es más directo. Cuando habla con un pretendiente novato, le aconseja: «Primero habla con ella. Las mujeres se excitan por el oído». Solo los más elocuentes merecen a las bellas.208 6 Avivar el amor [Sin arte] las hierbas de Medea no lograrán / que el amor sobreviva. OVIDIO, Arte de amar1 Sam es un empresario que dirige un conglomerado de empresas de ropa y podría elegir a la amante que quisiera. Resulta muy atractivo para las mujeres y sigue siendo guapo a sus cincuenta y cinco años: bajo pero esbelto, con una buena mata de pelo moreno, barba y unos ojos menudos y vivarachos en un rostro mediterráneo. Esta noche me ha invitado a ir a una cena de beneficencia, y estoy sentada junto a él y enfrente de su esposa, Lynn. Intercambian una mirada con aspecto de «broma privada» y Lynn, una rubia sin bótox que lleva un sencillo vestido de terciopelo negro, le guiña un ojo. Mientras tomamos los entrantes le pregunto a Sam por su relación de pareja. —Cuénteme su secreto. Lynn y usted parecen tan… ¡así! Y eso después de ¿cuánto? Treinta años. Sam baja la cuchara, mira a Lynn y habla casi sin parar durante toda la cena. —El único consejo que le doy a mi hijo Josh es: «Cásate con una mujer que se despierte contenta, y si no se despierta así, tienes la obligación de conseguir que lo haga». —¿Y cómo? —Bueno, para empezar —continúa bajando un punto la voz—, hay que llevar a la mujer a un sitio en el que uno esté seguro al cien por cien de que no ha estado nunca. Además, a mí me gusta prepararle sorpresillas, como el viaje que hicimos el año pasado a la bacanal de Halloween en el Key West Fantasy. —Pero tiene que haber algo más —insisto—. Lograr que el otro se siga excitando al cabo de los años es poco común. —¡Vale, me rindo! —Pasa un brazo por detrás de mi silla—. Compartimos un montón de intereses. Nos reímos. Y luego pasa otra cosa: ella es abogada, ¿sabe?, una feminista de la vieja escuela, y mantiene su parcela. Discutimos sobre muchas cosas. Además, aunque parezca extraño, yo soy una persona que ve «el vaso medio lleno», soy extrovertido, mientras que Lynn es lo contrario: una mujer misteriosa en muchos sentidos. Y eso supone un reto, es interesante. Aparte de eso, no somos precisamente de los que se paran a descansar: siempre tenemos algo entre manos. Ahora mismo, me he aficionado a estudiar la Ruta de la Seda; en pocas palabras, me he puesto a estudiar mandarín. Lynn ha empezado a estudiar la historia del Imperio romano. Se vuelve de repente. Lynn le dirige una mirada que transmite un «no hables tanto, por favor». Él le lanza un beso, se encoge de hombros y mientras vuelve a atacar la bomba de chocolate que tiene delante dice: —¡Hay que flirtear todos los días! Hay que mimar al otro. Casi cualquier hombre es capaz de conseguir que una mujer se enamore de él; lo difícil es mantener encendida la llama del amor. Las probabilidades son escasas. El amor romántico, por mucho que nos empeñemos en creer lo contrario, es fugaz, inestable y se degrada con rapidez. Después de un primer subidón eufórico, el deseo disminuye, se erosiona con el tiempo hasta convertirse en un amor que hace compañía en el mejor de los casos, y en un aburrimiento en el peor de los casos. Con este panorama, las mujeres suelen ponerse más nerviosas que los hombres. Se queman antes en las relaciones personales, desencadenan el 60 por ciento de las rupturas y, según algunos teóricos, son más propensas a apartarse del otro. Desde los albores de la humanidad, los amantes han soñado con contener esta marea y mantener la pasión inicial.2 Los científicos han descubierto un reducido grupo de parejas, como Lynn y Sam, que han conseguido que no se extinga la llama. Cuando los psicólogos observaron el cerebro de esas personas a través de una resonancia magnética, descubrieron la misma respuesta en el circuito de recompensa que experimentan los amantes que acaban de empezar una relación, además de una actividad extra en los centros de estrechamiento de lazos y de formación de vínculos de pareja.3 No obstante, advierte la neurocientífica Stephanie Ortigue, dichos estudios solo llegan hasta ahí; comprender por qué el amor puede durar toda la vida continúa siendo una tarea «frustrante y escurridiza».4 Desde el punto de vista científico, estamos al mismo nivel de conocimiento que cuando se escribió el antiguo manual hindú Kama Sutra, que atribuía la pasión duradera a las «técnicas de hechizo».5 De todas formas, sí existe una larga tradición filosófica dedicada a mantener el deseo. «En el arte del amor —instruye Havelock Ellis— es más importante saber mantener el amor que saber despertarlo», y cita docenas de estudios realizados sobre el tema desde la Antigüedad.6 Tal como apuntan él y otros muchos expertos, se trata de una seducción avanzada. Requiere dedicación y creatividad y todo un repertorio de hechizos eróticos, desde el carisma y el carácter hasta los encantos físicos y psicológicos.7 Las mujeres deben cumplir su parte, por supuesto, pero los hombres son los que cargan con el peso de la responsabilidad. Están obligados, dicen los expertos en amatoria, a llevar la iniciativa e invertir más «esfuerzo en el cortejo» para mantener la llama del amor.8 Los grandes amantes nunca se cansan de conquistar a la dama. En lugar de relajarse después de «pescarla», intensifican el cortejo. Antes de que se imponga el hastío, aumentan las alabanzas, el humor, el buen sexo y la conversación, y favorecen la calma con intimidad e intereses compartidos. Mantienen el murmullo de la tensión erótica. El amor apasionado es una dinámica muy activa (no tiene nada de inerte) que exige una mano experimentada en los controles, un artista que mantenga el flujo de la atracción sexual y el equilibrio entre la calma y el arrebato, la costumbre y la novedad, la presencia y la ausencia, el placer y el dolor, la intimidad y el misterio, el acuerdo y el desacuerdo, el sí y el no. Los seductores no aburren nunca. Combinan los encantos del amor acelerado con una alternancia de opuestos y una personalidad polifacética. Adaptan los pasos de baile a la melodía de cada mujer, como si la música no acabase nunca. Diversión y jolgorio ¿Es divertido vivir contigo? Dr. PHIL9 Todas las mañanas, cuando Gustin sale del sedán con el emblema de la compañía Top Transport, los taxistas que hay apostados junto a la estación de tren de Darien (Connecticut) dicen: «Por ahí viene lo mejor de Hollywood». Es fácil saber por qué. Con el pelo canoso cortado a cepillo, un bigote fino, la camisa blanca almidonada y un porte leonino, parece una versión criolla de Errol Flynn de mediana edad. «Estos tíos —comenta y chasquea la lengua (algunos de los cuales trabajan para su empresa de vehículos de sustitución) — no entienden cómo puede ser que a mi edad siga conquistando a las mujeres.» Se quita importancia: en realidad, es una máquina del amor. Se separó de su esposa, con la que mantiene una relación cordial, y a los sesenta y siete años lo adoran tantas mujeres que no sabe qué hacer con ellas; vive con una novia desde hace tres años, además tiene a una enamorada que lo llama a diario desde el Caribe y encandila a más de una soltera cuando va a bares y discotecas. Una calurosa mañana de junio me invita a entrar en el Lincoln que tiene aparcado, enciende el aire acondicionado e intenta desvelarme cuál es ese «algo especial» que le hace triunfar con las mujeres. «Soy de Trinidad —me dice con ese acento meloso propio de la isla—. Dios no nos dio dinero, pero nos dio felicidad.» Y eso, en su opinión, es la clave para todo lo demás. Bueno, eso unido a «la clase, el carácter, por supuesto» y «un sexo excepcional». «El secreto está en conseguir que la mujer se relaje. ¿Y cómo se hace? A través de la risa, la risa y la risa. Si discuto con mi novia, siempre acabamos riéndonos, y nos abrazamos para consolarnos.» Gustin también es partidario de la fiesta y el jolgorio. «En Trinidad nos pasamos todo el año de fiesta. Cuando uno se divierte, la sangre empieza a fluir, la música contagia el ritmo al cuerpo.» Y las mujeres pueden soltarse y dejar que aflore su lado salvaje. Así es como conoció a su ex esposa, también sedujo así a otras mujeres, y en una ocasión cabreó tantísimo a un marido bailando en carnaval con su mujer que no puede volver a su pueblo. «Dice que me matará si vuelvo.» Mientas tanto, vive a tope. La última vez que fue al dentista, cayó en la cuenta de que se había acostado con todas las personas que trabajaban en la consulta, salvo el doctor. «Las mujeres hablan entre ellas —comenta— y quieren averiguar si es verdad lo que dicen las otras… Quieren saber si a ellas también les divertirá.» Disfrutar hasta partirse de risa; ese es su mantra amoroso. Mientras se marcha a buscar al cliente que tiene que recoger, baja la ventanilla del coche y me hace un gesto con el pulgar hacia arriba. «¡Atrévete! —exclama—. ¡Vive la vida!» La pasión depende de la diversión; sin el juego, el júbilo y la permisividad propia de carnaval, el deseo acaba por apagarse. El compromiso conspira contra nosotros; la costumbre y la cotidianidad agostan el deseo con insidia y provocan aburrimiento. Por ese motivo, los terapeutas aconsejan a las parejas que fomenten el lado lúdico de la relación: que jugueteen, salgan por la noche y pasen las vacaciones en centros turísticos. Howard Markman, un psicólogo que dirige un programa de prevención de rupturas sentimentales en la Universidad de Denver, descubrió que el grado de diversión de una relación predecía sus posibilidades de éxito.10 Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo. Un ethos consumista capitalista saturado de trabajo y el entretenimiento pasivo que se puede comprar militan contra la celebración jubilosa. Alimentar el espíritu festivo también es un arte. Para que la diversión sea máxima, debe ser espontáneo y alternarse con la realidad cotidiana. (Sería impensable un carnaval que durase todo el año…) Y es primordial tener un talante alegre; a Eros «le encanta jugar» e insiste en que la alegría, las tonterías, el canto y el baile deben ser abundantes. Los seductores no solo mantienen el ritmo entre el cachondeo y la jornada de nueve a cinco; son los reyes de las fiestas.11 El Homo festivus tiene un encanto especial a ojos de las mujeres. El «Hombre perfecto», escribe Erica Jong, debe tener «espíritu juguetón».12 Esto podría deberse a la tendencia femenina a estar excesivamente alerta en momentos apasionados (a causa de la neocorteza que lo juzga todo) y a la sobrecarga de estrés actual. En varios estudios, las respuestas de las mujeres indican que han padecido más tensión que los hombres en los últimos cinco años, y mencionan que el estrés es uno de los motivos principales por los que pierden el deseo sexual.13 La crítica Laura Kipnis cree que con frecuencia las mujeres tienen aventuras solo para huir de la presión sociocultural y para «divertirse».14 El cachondeo proporciona unas vacaciones sexuales perfectas para la mente: los receptores de la recompensa se encienden y unos productos químicos similares a los opiáceos fluyen libremente por el cerebro.15 Puede que los hombres que introducen el factor «fiesta» en el vínculo amoroso toquen una cuerda adaptativa en la libido femenina. Además de la desinhibición, la alegría y la descarga emocional, las celebraciones ayudan a que la mujer calibre al hombre. El carácter juguetón, según observan los psicólogos Geoffrey Miller y Kay Redfield Jamison, es un indicador excelente de aptitud física, pues denota juventud, creatividad, flexibilidad, inteligencia, optimismo y falta de agresividad.16 Los hombres prehistóricos tendían a ser violentos con los hijastros y eran autoritarios con sus parejas, como algunos de los «troles» modernos. La diversión compartida diluye la agresividad y asegura a las mujeres que están a salvo en compañía del hombre.17 Bromear juntos supone un «despliegue de afinidad» que afianza el vínculo de la pareja y crea un espacio de juego seguro en el que uno puede desinhibirse, hacer el payaso y celebrar.18 Los arquetipos mitológicos también podrían haber dejado huella. Dioniso, como otros dioses del sexo, era «el liberador».19 Los dioses se saltaban las normas, la jerarquía y las prohibiciones e imitaban la pródiga exuberancia de la naturaleza. Los sumerios celebraban el Año Nuevo por todo lo alto con una fiesta desenfrenada después de la conmemoración del matrimonio sagrado entre los dioses de la fertilidad Dumuzi e Inanna; y en el antiguo Egipto, las mujeres enseñaban dibujos de genitales, decían obscenidades y bailaban por las calles en honor de Osiris, el espíritu creador. Dioniso era «el benefactor» portador de alegrías que liberaba todo lo que estuviera constreñido e invitaba a las mujeres al goce y el desenfreno.20 Los expertos en amatoria recomiendan que haya «paz con nuestra fina amiga, y diversión» para mantener la frescura de la pasión.21 El Kama Sutra dedica casi tanto espacio a las artes del festejo como a las posturas sexuales, y El cortesano de Castiglione recomienda a los amantes del Renacimiento que proporcionen «magníficos banquetes» y alegría si quieren tener éxito en el amor.22 Los pensadores modernos están de acuerdo: Ethel Person, autora de Dreams of Love and Fateful Encounters, considera que el espíritu lúdico y las delicias de la regresión son indispensables para que dure el deseo, mientras que el psiquiatra británico Adam Phillips apunta que «lo más cruel que puede hacer alguien con su pareja es ser bueno en el tema de la fidelidad pero malo en la celebración».23 Si Charles Bovary y otros maridos apáticos no hubieran provocado este tipo de crueldad, existirían menos novelas de adulterio. Es la tediosa seriedad del doctor Bovary la que pone contra las cuerdas a Emma y la arroja en brazos del atractivo Rodolphe. Como era de esperar, Rodolphe seduce a Emma en una feria agrícola donde el ambiente carnavalesco elimina las limitaciones sociales. «¿Por qué predicar contra las pasiones?», le espeta Rodolphe. Hay que despreciar «las convenciones sociales». Cuando el juez anuncia quién ha ganado el premio al mejor cerdo, Emma le da la mano a Rodolphe.24 La novela de Carol Edgarian Three Stages of Amazement actualiza la figura del cornudo triste para el siglo XXI. Charlie Pepper, cirujano y experto en el campo de la robótica, aspira a destacar en ambos ámbitos con tanto ahínco que se olvida de la alegría y deja en la estacada a su esposa, Lena, con una avalancha de entregas de freelance y el cuidado de su hijo. Por lo menos, hasta que un antiguo amor, el deportista Alessandro, resurge y se la lleva de escapada. Cuando un atónito Charles se lo echa en cara, Lena responde: «Eres bueno, inteligente. Eres estable, cariñoso, amable», pero «queremos reírnos. ¡Queremos reírnos!».25 En las novelas románticas populares se fantasea con algo más que aventuras divertidas; en ellas, las protagonistas exigen parejas comprometidas que disfruten de la fiesta. Colt Rafferty, el personaje de Hummingbird Lake, de Emily March, es algo más que un ingeniero de seguridad con un doctorado; es el rey de la celebración, justo lo que el médico le había recomendado a la pediatra traumatizada Sage Anderson. Cuando se hacen pareja y se casan, él le enseña a jugar. Se presenta con unos vaqueros y una chaqueta de Papá Noel y le da una funda de almohadón en la que ha metido un muelle «gusi gusano», plastilina y botellas de vino de Napa, y al final del libro se la lleva en una Honda Gold Wing mientras ella suelta «una alegre carcajada».26 La historia clásica cuenta con la figura de Marco Antonio, político romano y general, a quien se presenta como la marioneta de Cleopatra, juerguista y «colosal adolescente».27 No obstante, Marco Antonio era una personalidad pública formidable, además de un seductor que traía de calle a las mujeres. Su aspecto físico ayudaba: alto, musculoso y tan guapo que quitaba el hipo, con una corona de tirabuzones y una «túnica enrollada sobre las ondulantes caderas». También constituía una seductora mezcla de señor del desenfreno y señor del reino.28 Nacido para liderar a las masas, Marco Antonio estuvo al mando de campañas espléndidas y fue ascendiendo de rango político hasta llegar a gobernador de la parte oriental del Imperio romano en el triunvirato después de derrotar a los asesinos de Julio César. Al mismo tiempo, era un fiestero empedernido que viajaba con una caravana de músicos, actores y tarambanas y se empapaba de todos los excesos hedonistas. En los desfiles llevaba siempre copas doradas de vino, como si fueran cálices religiosos, y entró en Éfeso como el nuevo Dioniso, acompañado de bacantes, sátiros y panes. Las mujeres se arremolinaban junto a él. Además de amantes, Marco Antonio tuvo cinco esposas, y ninguna de ellas se cansó del gobernador. Su tercera esposa, Fulvia (a quien encantaban las bromas de Marco Antonio), fue a la guerra en su honor, y después de que muriera en el intento, Marco Antonio se casó con la hermana de su rival, Octavia. Ella también siguió siempre enamorada de él, así que intercedió ante su hermano y mandó tropas a Marco Antonio, a pesar de que él ya sentía debilidad por Cleopatra. El encuentro entre Marco Antonio y Cleopatra, ocurrido en Tarso en el año 42 a.C. fue el encuentro de dos campos de fuerza. Ataviada con la ropa de Isis, Cleopatra era su equivalente femenino mitológico, una gobernadora que compaginaba la política y la festividad aún mejor que Marco Antonio. Mientras planeaban formar la dinastía romano-egipcia, fundaron la Sociedad de Vividores Inimitables, dedicada a las artes de la celebración. Juntos estuvieron a punto de conseguir su ambición dinástica. Pero después de la derrota naval en Actium en 30 a.C., cayeron al abismo de una manera digna de los dioses. Antes de su suicidio conjunto, Marco Antonio celebró una fiesta apoteósica, con entretenimiento, música, los mejores vinos y platos suculentos. Según cuentan, esa noche los habitantes oyeron el «maravilloso son de la música» y el canto de las bacantes mientras el dios Dioniso y su cortejo abandonaban la ciudad.29 Si el espíritu festivo de Marco Antonio cautivaba a las mujeres, el truco funcionó todavía mejor para los Romeos de la década de 1950. Cuando las «damas» estaban reprimidas y condenadas a la asexualidad de las «niñas buenas», los hombres que se saltaban las normas y sabían divertirse poseían un atractivo irresistible. David Niven, la estrella del cine británico protagonista de más de cien películas, era uno de los más atractivos. Mezcla apasionante entre caballero inglés y chulo ligón, las mujeres se desvivían por él…, algunas durante mucho tiempo. Según dijo una de sus conquistas, todas «estaban locas por él».30 En cuanto llegó a Hollywood en 1934 empezó a llevarse a las mujeres a la cama gracias a la risa, desde las debutantes como Marilyn Monroe hasta actrices consolidadas como Rita Hayworth, Merle Oberon y Grace Kelly. Rey de la juerga, era un comediante, bromista amigo de los comentarios picantes, y el anfitrión perfecto de las fiestas locas. Aunque se casó dos veces, una de ellas con su gran amor, que murió en un accidente cuando tenía veintiocho años, fue un mujeriego crónico. A pesar de eso, las mujeres se lo perdonaban todo cuando aparecía con su típica sonrisa pícara. Era la «diversión total», recordaban sus amantes, y tenía un sentido del humor «tan delicioso como la pastelería francesa».31 Se dice que las mujeres lo miraban «como si se hubiera aparecido Dios».32 Y en cierto sentido, así era: el dios más querido por las mujeres, el «lleno de gracia» que rompe las ataduras y fomenta el juego y el júbilo.33 Otro bon vivant británico, Kingsley Amis, logró que las mujeres de la generación de los años cincuenta se desmelenaran. Profesor, poeta y autor de La suerte de Jim y otras novelas de humor, era un excitante híbrido entre león literario y Liber, el dios romano de la fertilidad y la fiesta. Con Amis, las mujeres «parecían olvidarse de las inhibiciones verbales y sexuales». Era divertidísimo: juguetón, irreverente y gracioso de la cabeza a los pies.34 Su primera esposa, Hilary Bardwell, recordaba que al principio le había desencantado un poco. Tenía los dientes «amarillos y torcidos», un corte de pelo horrible, llevaba la ropa arrugada y carecía de dinero y distinción.35 Pero era la alegría de la huerta, pues «hacía reír a todo el mundo». También se tomaba libertades con las mujeres. Después de casarse con Bardwell en 1948, continuó siendo un mujeriego empedernido, y una vez animó a los invitados de una fiesta a que salieran al jardín a echar un polvo rápido.36 Aun con todo, Hilary estaba demasiado embelesada para abandonarlo. No le importó permanecer al margen durante la estancia docente de Amis en Estados Unidos en 1959, cuando convirtió Princeton en un Woodstock académico una década antes de que naciera el festival: picnics con alcohol, juergas y escarceos con las esposas de otros miembros de la facultad. Una de ellas atribuyó su atractivo sexual a su falta de sentido del ridículo: «la seducción más poderosa de todas». Para él, comentó la mujer, «Estados Unidos, con sus estirados puritanos, era desternillante».37 Al cabo de quince años, su esposa se divorció de Amis, que se casó entonces con la novelista Elizabeth Jane Howard. La escritora lo acompañó a lo largo de su caída en picado en un círculo de bebida y disipación. Al final, Hilly se lo llevó a vivir con ella y su tercer esposo, lord Kilmarnock. Allí lo cuidó con cariño hasta el día de su muerte, porque conocía «sus debilidades» pero «lo adoraba de todas formas».38 Hoy en día, la permisividad del carnaval está a nuestro alcance en cualquier momento: entretenimiento porno, centros vacacionales nudistas, fiestas orgiásticas y lugares como Las Vegas. Sin embargo, hay bastantes pruebas de que la diversión nacional ha caído en picado. La autora Pamela Haag habla de «matrimonios melancólicos» semifelices,39 y la crítica Barbara Ehrenreich cree que hemos perdido el arte de la festividad y hemos entrado en una era «sosa y apática».40 A pesar de todo, eros siempre desencadena el principio del placer, los instintos ancestrales, y es quien ríe el último. En el ámbito de la selección sexual, en el fondo triunfa la supervivencia del que ríe más fuerte. La pareja que juega unida, permanece unida. Novedad, curiosidad Renovarse o morir. Refrán Aprovechando que el profesor Jack Harris está de vacaciones, realizamos una segunda entrevista. Esta vez me habla de su matrimonio. «Hoy en día una mujer no puede hacer prácticamente nada —dice mientras sube los pies a una otomana— para conseguir llevarme a la cama.» Su voz presenta el mismo deje de Tidewater, pero su aspecto ha cambiado sutilmente desde la última vez que nos vimos. Lleva barba de tres días y ropa de un estilo diferente: camisa de rayas de color lavanda, pantalones negros y una pulsera. Le da vueltas alrededor de la muñeca mientras me cuenta: «Es de Japón, de cuando fui a visitar a la familia de mi mujer. Hace un mes, habría sido imposible verme con una cosa así. Ser impredecible: esa es una de las mayores cualidades de un gran amante». Desde que se casó hace ocho años, ha convertido en su costumbre romper las costumbres. «Hay que ser atrevido —aconseja—. La sorpresa y la espontaneidad son dos de los mejores trucos para mantener encendida la llama. Mi esposa nunca sabe qué se encontrará cuando llegue a casa. Algunas veces compro flores o preparo sashimi, o cambio de planes y le propongo algo nuevo, como una temporada sabática en Zaire. Si alguien le pregunta qué opina, contestará que es parte del encanto y la atracción. Aun con todo — reconoce— me casé por la seguridad.» Entonces entrelaza las manos detrás de la cabeza, como si estuviéramos en una de sus tutorías. «Pero el aburrimiento… ¡jamás!», exclama. «Un seductor es alguien que continúa seduciendo y enamorándose siempre, y que recibe una respuesta equivalente durante toda su vida. ¡Ahí está el secreto!» El amor romántico requiere seguridad y confianza en el otro, aunque en su justa medida. Cuanto todo es predecible (lo mismo de siempre…), el deseo se apaga. Para mantener la pasión vibrante, los amantes experimentados inyectan un poco de novedad, cambio y misterio en lo cotidiano. Según los científicos, lo inesperado se cuela en el cerebro, lanza corrientes de placer y libera dopamina y norepinefrina, dos neurotransmisores asociados con la energía y la euforia.41 Estas sacudidas son primordiales para mantener la pasión ardiente. Las cosas novedosas y excitantes, según los expertos en amatoria, conservan «el clima del romance» y mitigan los efectos nocivos de la tolerancia.42 Lo inesperado puede conseguir que el corazón sienta más afecto.43 Según la sabiduría popular, los hombres son perros hambrientos de novedad erótica y tienen una pasión innata por la variedad. Puede que esa perspectiva esté cambiando. Los psicólogos Cindy Meston y David Buss descubrieron que las mujeres podrían sentir la misma avidez que los hombres por lo novedoso y lo diferente.44 Darwin creía que la búsqueda de novedad, «el cambio por el cambio en sí mismo, era atractivo para las hembras», además de ser el motor de la selección sexual.45 Esto llevó a los hombres, según conjetura Geoffrey Miller, a ingeniar maniobras de cortejo nuevas y sorprendentes. Los pretendientes prehistóricos incluían en su arsenal amoroso deliciosas maravillas y misterios, comenta Miller, para mantener la atención de las mujeres y asegurar que las relaciones serían más duraderas y producirían más descendencia. El romanticismo, tal vez inherente en las mujeres, requiere un toque de misterio, novedad y sorpresa.46 De hecho, los secretos y las sorpresas son herramientas habituales de los seductores. Johannes, el personaje de Diario de un seductor, de Kierkegaard, basa su campaña para conquistar a la cándida Cordelia en el principio de «asombra y conquistarás». «Si uno sabe cómo sorprender, siempre gana la partida», se regodea.47 Según el lingüista y crítico literario Roland Barthes, la curiosidad puede ser tan erótica que es casi «equivalente al amor»; nos excitan quienes nos descolocan e intrigan.48 Estas armas de seducción sirven para prolongar la pasión en las relaciones. Honoré de Balzac advertía a los esposos que si no proporcionaban variedad, sorpresa y curiosidad, lo haría otra persona. Los hombres que se interponen en una pareja, advertía, llegan «ataviados con todas las gracias de la novedad y todo el encanto del misterio».49 Sin un toque enigmático y novedoso en una relación, señala el psiquiatra Michael Liebowitz, es probable que una mujer contraiga el «síndrome del ex novio» y convierta su amor en un recuerdo.50 Tal como avisan los expertos en amatoria, los afectos femeninos pueden fluctuar; un hombre debe prevenir el hastío con «una frescura perpetua».51 Las primeras mujeres que fueron objeto del amor no estaban creadas para lo predecible ni lo aburrido. Dioniso, el dios de «carácter misterioso y paradójico», se desvanecía de maneras incomprensibles y reaparecía en apoteosis fascinantes.52 Shiva personificaba los misterios y aparecía sin avisar con docenas de formas distintas, mientras que el dios nórdico de la fertilidad, Odín, no era sino una caja de sorpresas. Odín, objeto de culto extático de todas las mujeres, negociaba con lo oculto y realizaba visitas inesperadas, transformado en viejo hechicero, águila, ardilla o campesino.53 Los amantes de este calibre en la literatura casi nunca son aptos como maridos. Son seductores compulsivos, como Tomas, el protagonista de La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, cuya estrategia preferida era el misterio y el asombro. Se asoma por la parte exterior de la ventana de la casa de una mujer como si fuera un limpiacristales y entra y sale de los dormitorios ajenos como un íncubo. Gareth van Meer, en la novela Special Topics in Calamity Physics, de Marisha Pessl, es un maestro sofisticado de la maravilla. Su cara pública es la de eminente profesor de ciencias políticas, pero este «playboy en pijama» dirige una organización política clandestina y se disfraza para mantenerse oculto.54 Las mujeres literalmente tiran la puerta abajo para llegar a él. «Tener un secreto —le dice a su hija—. No hay nada más delirante para la mente humana.»55 Como era de esperar, las lectoras de literatura romántica no necesitan a estos depravados; sus héroes son a la vez hombres «de una sola mujer» y fuentes de novedad incesante. Uno de los temas principales de las novelas eróticas, según escribe la editora Lonnie Barbach, es el componente «inesperado o desconocido» dentro de las relaciones estables. Las novelas románticas se especializan en hombres misteriosos con chisteras de mago cargadas de sorpresas: son agentes dobles, o terratenientes exiliados, o periodistas de incógnito… Pero a la vez son hombres caseros y dedicados en cuerpo y alma a la protagonista que los enamora.56 No hay mejor ejemplo que el de sir Percy Blakeney, un esposo sometido y «Pimpinela escarlata», la mente que controla una misión de rescate clandestina durante la Revolución francesa. Cuando deja boquiabierta a su esposa al confesarle su verdadera identidad, lady Blakeney se exalta: su «héroe misterioso» es «la misma persona» que su queridísimo marido.57 El aventurero Cam Rohan de la novela de Lisa Kleypas Tuya a medianoche es el sueño de las adictas a la novedad. Este hombre medio gitano con un pendiente de diamante, regenta un local de apuestas y se materializa como por arte de magia en los salones, donde se camela a la protagonista, Amelia, para hacer el amor bajo las estrellas. No obstante, el amor verdadero se apodera de él y acaba dándole a su esposa lo mejor de ambos mundos. Una vez instalada con él en la mansión familiar, Amelia suspira embelesada: «¿Cómo podría alguien vivir un día a día normal contigo?».58 Casanova, famoso por su poder para anidar en el corazón de las mujeres, se percató de que el amor se compone en «tres cuartas partes de curiosidad».59 Aunque siempre estaba «disponible» para las mujeres que amaba, se preocupaba de proporcionar a sus amantes suficientes novedades e interrogantes.60 «Quiero gozar de vuestra bella sorpresa —escribió a una de sus amantes—. Los golpes de teatro me apasionan.»61 Entre esos golpes de efecto está el obsequio de un retrato escondido en una joya con un resorte secreto, o los exóticos trajes confeccionados para dos marquesas antes de un baile, o la repentina llegada a una fiesta en barco de una compañía de teatro. Teatral por naturaleza, disfrutaba del misterio y el camuflaje, y una vez sorprendió a su amante, una monja lasciva, al colarse en una fiesta del convento disfrazado de Pierrot enmascarado. El duque de Richelieu, diplomático y héroe de guerra del siglo XVIII, debía su «fantástica fama» con las mujeres a algo más que el encanto, el carisma y las habilidades de alcoba. Era una mezcla cautivadora de genio y gran señor. Y lograba mantener hechizadas a sus amantes. Un regimiento de ex amantes unió fuerzas para liberarlo de la Bastilla en 1718; una antigua llama del amor hizo campaña para que ascendiera en la corte años después, y lo consiguió; y quien fue su esposa durante seis años le agradeció al morir que le hubiera dado permiso para amarlo.62 Amar a Richelieu era una actividad de todo menos tranquila. A este «elegante duquecillo» le gustaba asombrar y rodearse de misterio. Durante una de sus intrigas amorosas, se coló en el dormitorio de una amante bajando por la chimenea y, en otra, se vistió con un hábito de monja y se citó con su amante en el convento. Pero su osadía más famosa ocurrió durante la aventura con la hija del regente a quien había planeado derrocar. Cuando el regente descubrió a Richelieu y lo sentenció a muerte, la princesa Carlota obligó a su padre a perdonarlo… con una condición. A cambio accedió a casarse con el abominable duque de Módena y vivir exiliada con él en la zona rural de Italia.63 Sin pensarlo dos veces, Richelieu se disfrazó de harapiento vendedor de libros y viajó a Módena. Allí se infiltró en el palacio, reveló su identidad ante una atónita Carlota y se reunió con ella todas las tardes a partir de entonces mientras el duque cazaba. Un día, el duque volvió antes de lo previsto, vio al «marginado» con su esposa y, sin sospechar nada, le preguntó si tenía noticias de París.64 —¿Y qué sabéis sobre el granuja del duque de Richelieu? —Ah, sé que es un perro astuto —respondió el vendedor ambulante—. Dicen que ha apostado que entrará en vuestro palacio a pesar de vuestra reticencia y se embarcará en una aventura extraordinaria. Al oírlo, el duque soltó una sonora carcajada. —¡Le reto a que lo intente! Qué gracioso sois… Podéis venir siempre que queráis. Richelieu le obedeció y continuó en palacio varias semanas, hasta que sus admiradoras lo obligaron a regresar a París. La princesa no se recuperó nunca de la pérdida. A diario se retiraba a una «capilla» privada, donde lloraba ante un altar que había construido para adorarlo, adornado con recuerdos y un mechón de pelo del duque, «rematado con una corona de corazones entrelazados».65 Gustav Klimt, el pintor vienés de la belle époque, era tan sensual y enigmático como sus famosas obras de arte eróticas, entre ellas El beso y Danae. Serio pintor de sociedad y soltero burgués que vivía con su madre y sus hermanas, en realidad era un seductor que guardaba muchos secretos. No llevaba nada debajo del traje azul y mantuvo una relación pasional con la diseñadora de moda Emilie Flöge durante veintisiete años. Ella era la misteriosa dama de El beso, además de su compañera y adoradora de por vida.66 De todas formas, no fue la única adoradora que tuvo. Las esposas acaudaladas que pintaba, como Adele Bloch-Bauer del lienzo Judith y la cabeza de Holofernes, con frecuencia terminaban siendo sus amantes, y sus modelos formaban un pequeño serrallo del que (según se dice) nacieron catorce de sus hijos. El atractivo de Klimt tenía mucho que ver con su genio creativo, una libido fuerte y la celebración de la sexualidad femenina. Sin embargo, poseía además otro don: era un mago de los acertijos y las sorpresas. Al rememorar su obsesión con Klimt, la seductora Alma Mahler dijo que se vio «arrebatada» por su carácter inescrutable y cautivada por el beso espontáneo que le dio en medio de la plaza de San Marcos.67 Como era propio de él, llegó sin avisar a un balneario con el fin de visitar a Emilie en 1912 y le envió cuatrocientas postales crípticas. Y a las mujeres que iban a su estudio las obsequiaba con una estampa digna de Alí Babá. Por fuera veían un acogedor estudio en una cabaña rodeada de flores; por dentro, una «sala de maravillas» que hacía que abrieran los ojos como platos: brillantes cuadros con pan de oro expuestos en los caballetes, quimonos japoneses y chinos, bancos africanos y un sofá de rayas blancas y negras abarrotado de telas y periódicos…, además de unas cuantas modelos que se paseaban en ropa interior. A Klimt le gustaba repetir que no era «una persona especialmente interesante», pero no se trataba más que de uno de sus trompe l’oeils calculado para ofuscar, atraer y sorprender.68 Duelos y estocadas [El amor es] un tipo refinado y delicado de combate. HAVELOCK ELLIS, Psicología de los sexos69 Amanda y Adam son una pareja de anuncio del amor eterno. Siguen prendados el uno del otro. Preparan cenas íntimas en pijama, se ríen, tontean, retozan y se hacen regalitos sorpresa con cualquier excusa. Sus apodos cariñosos son Pinkie y Pinky. Pero no son un matrimonio de abuelos de postal de felicitación. Son dos abogados rivales que se esfuerzan por ganar el mismo caso, combatientes con lengua afilada en la película La costilla de Adán, interpretados por Katharine Hepburn y Spencer Tracy. «Aquí estoy, soy tu hombre. Si quieres a un boxeador entraré en el ring por ti, y si quieres a un médico examinaré cada pulgada de ti.» Leonard Cohen Y ahí está el secreto de las chispas de pasión: la tensión entre la concordia y los fuegos artificiales. Y esos fuegos artificiales están a punto de incendiar la casa. Cuando la defensa que Amanda hace de su clienta (una esposa que hirió de un disparo a su marido y a la amante) en un caso en el que su marido es fiscal empieza a obtener resultados cada vez mejores, la cosa se caldea aún más. Adam la provoca y la amenaza con descuartizarla para que se la coma el jurado, a lo que Amanda responde con toda la artillería. Cuando Amanda gana el caso, Adam ya se ha marchado del hogar común y un vecino depredador, armado con champán, ha ocupado su lugar al lado de su esposa. Adam los pilla en pleno abrazo y monta un cisco: insultos a diestro y siniestro, portazos, muebles rotos… Después, cuando están a punto de divorciarse, se reconcilian. Ambos se acercan hasta llegar a un punto intermedio y viajan juntos al campo, donde se meten en la cama justo antes de que aparezcan las letras de «Fin». Las parejas que nunca intercambian palabras malsonantes y que viven en una armonía sin fisuras durante décadas son los ídolos de la industria del amor. Los terapeutas y consejeros predican la concordia en las relaciones personales: hay que contener la ira y los celos, aconsejan, y sustituir el conflicto por un diálogo racional y una preocupación afectuosa por el otro. De todas formas, una compañía demasiado tranquila tiene un precio: el estancamiento del amor. Aunque las relaciones sean remansos de confianza y paz, necesitan alguna sacudida periódica. La agresividad, el miedo y las luchas de poder subyacen en el amor apasionado, y los amantes expertos saben aprovecharlas y transformarlas. En lugar de alimentar las emociones adversas, las convierten en excitación erótica a través de un delicado juego de combate y tregua, dolor y placer. Para los seductores, el amor es un duelo y un dueto al mismo tiempo.70 Por lógica, las mujeres deberían huir del torbellino romántico. Debido a su hipersensibilidad cerebral al miedo y la ansiedad, manifiestan una «evitación del conflicto y la cólera» instintiva.71 No obstante, las mujeres parecen ser extrañamente parciales cuando se trata de peleas de pareja.72 «El conflicto — escriben los editores de la antología Let’s Call the Whole Thing Off [«Vamos a cancelarlo todo»]— es el ingrediente secreto del amor, una gota de vermut sin la cual el martini resultaría empalagoso.»73 Cindy Meston y David Buss confirmaron esta tendencia: la ansiedad y los celos, según descubrieron, pueden estimular el deseo femenino.74 Asimismo descubrieron que las mujeres suelen disfrutar con las discusiones encendidas porque liberan adrenalina y otros estimulantes y les ayudan a conectar emocionalmente con los hombres antes del sexo.75 El poder también entra en juego. Si la «guerra de los sexos» es en esencia una lucha por lograr un equilibrio de poder, las peleas pueden ser la lucha por la paridad en un mundo de desigualdad entre hombres y mujeres. En una ocasión, Elizabeth Taylor dijo que las peleas con Richard Burton la estimulaban porque hacían que se sintiera «a su altura en el terreno intelectual».76 Los expertos en amor romántico recomiendan hasta la saciedad las rencillas, los celos y unos toques de aflicción para mantener viva la pasión. Según el filósofo Robert Solomon, las peleas «son señal de fortaleza en el amor»; no solo ponen a prueba el compromiso, sino que mantienen la autonomía, la tensión vital y el deseo sexual.77 Pueden servir de bacanales periódicas, explica Ethel Person, pues liberan los rencores contenidos y permiten que el deseo perdure.78 Igual que la discusión, los celos tienen una función afrodisíaca. En opinión de los historiadores, la triangulación puede reavivar el amor y activar los estímulos del miedo, la posesión y la rivalidad.79 Sin embargo, el conflicto y el dolor deben tomarse con mucha precaución. La sensibilidad de las personas varía mucho y lo que sirve para avivar una relación puede echar a perder otra. Algunas mujeres tienen un umbral del desacuerdo muy bajo y se apocan ante los ataques. Los grandes amantes saben advertir esas diferencias y evitan la «auténtica crueldad».80 Es fácil entrar en el terreno de los gritos anárquicos. El truco, dice Adam Phillips, está en mantener «la cantidad adecuada de incomprensión» para alternar la hostilidad con la armonía y gozar de las mieles de la reconciliación y el reposo después de la tormenta verbal.81 El modelo mítico de deseo eterno, aunque no es plácido, sí evita despertar el odio. Inanna y Dumuzi empiezan su aventura amorosa con una pelea, situación que Dumuzi apacigua con dulzura: «Reina del Palacio, permitid que lo hablemos», le suplica. Y así, «Lo que empezó como una pelea / acabó convertido en deseo entre los amantes». La primera pareja hindú, los dioses del amor Shiva y Parvati, discuten y se reconcilian eternamente. Encarnan la juguetona guerra de los sexos y se pasan la vida peleándose, intentando imponerse, alimentando los celos y haciendo el amor.82 En la literatura, los amantes no tienen tantas tablas a la hora de lidiar con el demonio de la discordia. Eric, el aspirante a tenista profesional de Double Fault, la novela de Lionel Shriver, se casa con la campeona Willy, y al principio todo va bien. El lascivo entrenador de Willy alimenta su pasión y los recién casados desplazan la agresividad al terreno del juego competitivo, que conlleva una mayor excitación sexual para ambos. Entonces Eric empieza a superarla en la pista de tenis y Willy se hace daño en la rodilla, con lo que se invierte el equilibrio de poder y se despiertan los perros del infierno. Las peleas se descontrolan por completo y el matrimonio se rompe. Las novelas románticas ven las peleas amorosas de color de rosa. Los héroes saben entender a las protagonistas y convierten las amenazas de celos y las peleas angustiosas en el acicate perfecto para el amor pasional que termina en la cama. Gerard, el marqués de Grayson en la novela de Sylvia Day Un extraño en mi cama, es una joya del erotismo. Aunque lleva bien el matrimonio abierto con lady Pelham, monta una ofensiva para monopolizarla. Con pullas, burlas y provocaciones, consigue incitarla a discutir y se marcha algunas noches, que pasa misteriosamente en la ciudad. Al final, en medio de una pelea, le increpa a su esposa: «Mira lo excitada que estás, aun a pesar de la furia y la angustia».83 Mientras le acaricia los pezones con el pulgar y ella se somete a su abrazo y a la monogamia que le propone, el marqués de Grayson le promete que no la aburrirá: «Me queda el punto justo de pícaro para querer que sufras un poco, igual que sufriré yo».84 Por norma general, los verdaderos seductores compensan los piques con el amor e infligen un dolor leve, moviéndose en todo momento entre el desacuerdo y la concordia. El pianista Franz Liszt sabía manejar a la que fue su amante durante cinco años, la sensible condesa Marie d’Agoult, con un toque de delicadeza. Alternaba las peleas con reconciliaciones amorosas, y cuando estaba de gira le escribía recargadas cartas de amor salpicadas de comentarios para provocarla: evasivas o menciones a admiradoras. Cuando se despedían, amortiguaba el golpe; le decía que él era el «afligido, el más apenado» de los dos.85 A las mujeres que trataban con Gabriele D’Annunzio, sin embargo, les hacía falta una piel más curtida. Podía ser combativo y cruel (cartas desagradables e infidelidades), pero este «prodigio del amor» ofrecía recompensas incomparables.86 Cantaba las beldades de sus enamoradas como si fueran divinidades y las rechazaba con tanta gentileza que seguían amándolo. «Aunque todas las mujeres de los sueños de Don Juan llegaran a pasar por mi cama —le dijo a una ex amante—, no lograrían eliminar el anhelo y el feroz deseo que siento de estar con vos.»87 En el caso de la actriz Eleonora Duse, que fue su pareja durante nueve años, D’Annunzio amplificó todavía más el grado de dramatismo. Provocaba peleas violentas, flirteaba con las rivales de su novia y una vez la perdió en un laberinto de cactus en El Cairo y no fue a buscarla hasta que ella gritó de desesperación. Después de este «juego», la estrechó en un voluptuoso abrazo y le proporcionó una noche de «incalculable intensidad y una ternura infinita».88 «Odio a D’Annunzio, pero a la vez lo adoro», exclamaba Duse.89 El cortés dibujante del New Yorker y casanova declarado Charles Addams poseía la extraña distinción de no haberse enemistado con nadie en toda su vida. Debido al rostro alargado y la nariz protuberante, a menudo lo confundían con Walter Matthau, pero a pesar de eso consiguió encandilar a un ejército de mujeres, que lo amaron con pasión toda la vida. Tenía un gusto exquisito para las féminas: Greta Garbo, Joan Fontaine y Jackie Kennedy, por citar solo algunas de ellas. «Hombre galante», era amable, divertido, ocurrente, auténtico y maravilloso en la cama. Sus amantes decían que aceptaban sus numerosas infidelidades porque el tiempo que pasaban con él, por muy breve que fuese, era valiosísimo.90 Por desgracia, Addams tenía un lado oscuro y agresivo: una casa encantada en su interior, igual que la mansión de sus viñetas. Esa dualidad servía para aumentar la fascinación que provocaba el dibujante, aunque también sacaba lo peor de las mujeres. Barbara Skelton, novelista y femme fatale británica, no paró de discutir con él desde que lo conoció, y en una ocasión acabó enfrascada en una pelea con Addams a puñetazo limpio. Otra Barbara, su segunda esposa, se salió de sus casillas. Lo atacó con una lanza africana, rompió los faros del Mercedes de 1928 de Addams y les cortó la manga izquierda a todas sus americanas. Sin embargo, después de esas peleas, Addams siempre la aplacaba y reinstauraba la paz. La unión entre ambos duró dos años, pero el afecto de Barbara perduró. Reapareció en su vida a los sesenta años y, tras la muerte del dibujante, era incapaz de hablar de él sin echarse a llorar.91 Su tercera esposa, Tee Miller, aseguraba: «Era imposible seguir enfadada con él».92 Antes de que se casaran en 1980, mantuvieron una discusión sonada por culpa de unas focas en Long Island Sound y se marcharon cada uno por su lado. Al día siguiente, el cartero llegó a casa de ella con un cuadro sin firma de la foca que había visto él. Ninguna de las amantes de Addams, ni siquiera la estrella de cine Joan Fontaine, pudieron olvidarse de él, y en su funeral, la sala estaba abarrotada de «todas las damas enamoradas de Addams».93 Es posible que un seductor provoque tensiones y aun así asegure la pasión, pero tiene que elegir a conciencia con quién lo hace. Jack London, «el loco amante del mismo Dios», tenía un ojo clínico para detectar el tipo de mujer adecuado.94 Este aventurero estadounidense de finales de siglo XIX y autor de La llamada de la selva, entre otras obras, provocaba efectos devastadores en las mujeres. «Su destino» era, según decía, «ser capaz de enamorar con facilidad». Rudo y musculoso, su cara podía alimentar miles de fantasías: unos enormes ojos azules de pestañas largas y una boca sensual con las facciones clásicas de Fidias.95 Pero su encanto para las mujeres iba más allá de su belleza. Poseía una mezcla intrigante: un macho alfa dominante y al mismo tiempo un poeta sensible que embelesaba a mujeres independientes, listas y con talento. Sus aventuras empezaron a una edad temprana y siempre con fuertes feministas en potencia que competían con él en igualdad de condiciones: Maggie, la única mujer «pirata de ostras» de San Francisco; una intelectual que frecuentaba los círculos de la alta sociedad; una actriz; una escritora; y la profesora de matemáticas Bess Madden, con quien contrajo un «matrimonio científico».96 Durante los tres años que pasaron juntos, él continuó abiertamente con sus escarceos, y elegía a sus amantes como solía hacerse antaño en Londres. Cuando las embelesadas candidatas llegaban a su casa de California, les daba guantes de boxeo y floretes de esgrima y las sometía a «un combate feroz pero divertido».97 A los veintiséis años conoció a la horma de su zapato, Charmian Kittredge, que entró como un torbellino en su vida y lo venció en todos los combates, con armas y cuerpo a cuerpo. La primera vez que le ganó en un combate de esgrima, «él la agarró y la besó».98 La proclamó su «Compañera», se divorció de Bess y se casó con Charmian en 1905.99 Su unión fue un culebrón que se prolongó catorce años: tórridas rupturas y reconciliaciones, canas al aire y exóticas repeticiones de la luna de miel con su «Queridísima mujer».100 Justo antes de la prematura muerte de London de una enfermedad hepática a los cuarenta años, Charmian se rindió, agotada, y empezó a dormir en otra habitación. Pero era difícil desengancharse de London. Aunque ella tuvo muchas aventuras tras su muerte (una de ellas con Houdini), siempre mantuvo una foto de su «Compañero» desnudo pegada en el alféizar de la ventana que tenía detrás del escritorio. Como es natural, no todas las parejas aguantan las mismas cosas, y la mayor parte de ellas se esfuerzan al máximo por mantener la armonía. Todo el mundo teme acabar en la pesadilla de ¿Quién teme a Virginia Woolf? No obstante, el amor apasionado va acompañado de algunos apéndices: rabia, miedo y ansiedad. Los amantes ideales saben darle la vuelta a la situación. Siempre atentos a las diferencias individuales, se enfrentan a las fuerzas demoníacas y las transforman, mediante una mezcla de positivo y negativo, para convertirlas en un afrodisíaco infalible, que no tiene fecha de caducidad. Personalidad inagotable Cuando termina el aprendizaje personal, termina el amor. ROBERT SOLOMON, About Love101 Esta unión amorosa parece inconcebible: una rubia atractiva y ambiciosa de veintitantos con un hombre en paro que le saca quince años. Pero tal como lo describe la autora Christiane Bird, el hombre tenía un magnetismo inexplicable. La noche que lo conoció en un encuentro de escritores, lo siguió por la nieve hasta una casa de piedra rojiza vacía en la que se alojaba entonces, y vivió con él de manera intermitente durante tres años. Lo que ella se pregunta es por qué. Más allá de su complejo de rescatadora, de la diversión y del buen sexo, llega a la conclusión de que es por el hombre en sí. Era un tipo siempre interesante: complicado, reflexivo, entretenido, curioso y con conocimientos sobre «cualquier cosa».102 En comparación con él, el resto de los hombres parecían muñecos de cartón. Eso es lo que quieren las mujeres, concluye Bird. «Alguien que agrande nuestro mundo, que expanda las posibilidades de la vida y haga de nosotras algo más que la suma de las partes.» «Algunas veces —asegura— el hombre equivocado es el hombre ideal.»103 Para que la pasión dure, un hechizo casi infalible es tener una personalidad inagotable y expansiva. El deseo es glotón y está ávido de muchas cosas: enriquecimiento personal continuo, complejidad y amplitud de horizontes. «Lo que unas personas quieren de otras no tiene fin», declara el historiador Roberto Unger.104 Los hombres que mantienen el encanto eternamente son polifacéticos. Son «como una mina —escribió Christopher Isherwood—. Uno va adentrándose más y más. Contienen pasadizos, cuevas, estratos enteros».105 Al contrario de lo que marca el dogma darwiniano, las mujeres no se contentan con meros proveedores que las abastezcan de lo material; buscan bienes interiores: hombres polifacéticos, intrincados y en progresión. Los expertos apuntan que hay varios motivos. En primer lugar, un hombre con varias facetas y ansias de crecimiento evita el aburrimiento del consumidor y proporciona un estímulo mental continuo.106 En segundo lugar, es menos probable que frustre el desarrollo femenino. Y teniendo en cuenta el menosprecio sistemático de las mujeres a lo largo de la historia, es un punto muy importante a su favor. No sorprende que en las encuestas las mujeres expresen continuamente el deseo de tener una pareja comprometida con el cambio y el crecimiento mutuo, y que prefieran dejar a las parejas aburridas y monótonas que les cortan las alas.107 Una esposa que tenía un amante se quejaba: «Vamos a ver, mi marido no se preocupa de mi crecimiento como ser humano, así que me ocupo yo».108 En el mejor de los casos, el amor, según los estudiosos de psicología amorosa, es un impulso que busca la salud psíquica.109 Eros, la fuerza vital, nos empuja a salir de nosotros mismos; a expandirnos, marcar nuestra individualidad y trascender los límites. El psiquiatra humanista Abraham Maslow distinguía este «amor B positivo» de la variante «D», que se concreta en estancamiento y necesidad neurótica.110 Las mujeres cada vez son menos propensas a aceptar un amor del tipo D. Tal como señala Erica Jong, una relación positiva y dinámica «siempre está en fase de metamorfosis»; «el hombre perfecto transforma a la mujer perfecta».111 Los dioses del sexo estaban en proceso de construcción: eran seres prolíficos, complejos y múltiples. El polifacético Shiva presentaba un estado permanente de transformación y bailaba la interminable Danza de la Vida, mientras que Dioniso se convirtió en una de las deidades más contradictorias y exuberantes del panteón. El fálico Hermes, por su parte, se expandió a lo largo de los siglos hasta llegar a ser un maestro en todos los campos: ladrón, orador, seductor, literato, contable, inventor y guía del averno. Cuando adoraban a estos dioses, las mujeres también se expandían, rompían los grilletes del patriarcado y ascendían al rango de lo divino. La novela posmoderna de Jan Kjærstad Forføreren (Seductor) reinterpreta la figura de Don Juan y lo dota de esos atributos de la mitología antigua. En lugar de ser un crápula con conducta misógina, Jonas Wergeland es un dios del amor futurista que posee «todo» y atesora mujeres, a la vez que eleva a cada una de sus amantes a la cima de su profesión.112 Mientras las veintitrés mujeres con las que mantiene relaciones florecen gracias a su influjo, él pasa de ser geólogo a ser músico, arquitecto, aventurero, atleta e intelectual, para luego convertirse en el «mayor talento de la televisión» y presentar el programa «Thinking Big».113 Su inspiración es recíproca; la pasión que las mujeres sienten por él, sobre todo la de su mujer, lo hace «invencible».114 Los seductores del calibre de Wergeland no son el prototipo más común en literatura. Thomas Chippering, de la obra Gato enamorado, de Tim O’Brien, asegura: «Yo no era un simple Lothario; yo era [un hombre] complicado».115 Es profesor universitario de lingüística, soldado condecorado y erudito inmerso en una cruzada por el crecimiento personal. Las mujeres lo consideran «indeciblemente atractivo»,116 se derriten ante sus múltiples encantos y lo arrastran hasta la cama. Pero igual que la vida, su historia es un cuento contado por un idiota. Chippering, el narrador, está demente (es un adicto al sexo acosador) que entra en una espiral de locura y reduce a su esposa al papel de enfermera psiquiátrica. En las novelas románticas populares las cosas no acaban así. Tal como señalan los críticos de novela rosa, el nuevo héroe es un «Hombre Omega» multidimensional que «crece con la heroína» y revela «aspectos [siempre] nuevos de sí mismo».117 En la novela Flores en la tormenta de Laura Kinsale, Christian, el duque de Jervaulx, es la plenitud interior personificada: asceta, atleta, amante y matemático destacado. Cuando le disparan en un duelo y pierde la capacidad de hablar, se casa con una formal cuáquera, Maddy Timms, y juntos se embarcan en un viaje psicológico paralelo. Mientras Christian aprende a hablar, a resolver ecuaciones cada vez más difíciles y a acceder a su lado más sensible, Maddy integra su sensualidad reprimida y madura hasta convertirse en una adulta culta y abierta de miras. «Haces que sea mejor», se dicen el uno al otro en el desenlace de la novela, cuando vuelven a comprometerse a potenciar el desarrollo conjunto.118 En la realidad, los seductores, por muy realizados y comprometidos con el crecimiento personal que estén, no siempre logran mejorar la personalidad de las mujeres. Aunque algunos sí lo hacen. El duque de Richelieu, dotado de muchas inquietudes, nutrió el genio intelectual de Émilie du Châtelet; Denis Diderot inspiró los seis libros de Madeleine de Puisieux; y Franz Liszt, a pesar de todos sus defectos, rescató a la condesa Marie d’Agoult de la vida estéril de dama de la sociedad y la convirtió en una autora apreciada, Daniel Stern. Mamah Cheney, que vivió con Frank Lloyd Wright durante su fase más prolífica, rompió el molde del «Ángel Guardián», enseñó idiomas en la Universidad de Leipzig y tradujo la obra de la feminista Ellen Key. Casanova, hombre de muchos intereses, fue a lo largo de su vida sacerdote, abogado, científico, violinista, novelista, empresario y biógrafo. Mientras tanto, ayudó a ascender a muchas amantes; redimió a una condesa «arruinada» gracias al apoyo social y económico; fue el impulsor de la carrera de Angiola Calori como cantante de ópera; y animó a Henriette a estudiar y a desafiar las restricciones de género que marcaba el siglo XVIII. El escritor estadounidense de la época victoriana Harold Frederic sintetizaba el concepto alemán del Bildung : el despliegue continuo del potencial de uno mismo. Frederic, un hombre que evolucionaba sin cesar, poseía una personalidad colosal que «pillaba a las mujeres por sorpresa». Autor de diez novelas y de dos libros de ensayo, escribió uno de los estudios más acertados sobre la seducción en literatura, The Damnation of Theron Ware, donde presentaba a una Venus de vanguardia. Apreciaba mucho a las mujeres y favoreció el crecimiento de sus amadas. Además, sabía cómo fascinarlas. Para los estándares de los seductores, era un hombre grandullón y poco atractivo. Con «barriga prominente», labios gruesos y un bigote de morsa, parecía un «pepino» gigante con esa larga gabardina verde que siempre llevaba. Se crió en Utica (Nueva York), pero trabajó en Londres como corresponsal británico para el New York Times desde los veintiocho años hasta que murió. Aunque tendía a fantasear acerca de sus orígenes (pobreza extrema y un desprecio tan grande por lo intelectual en su familia que aprendió a leer a partir de las cajas de detergente), en realidad su pasado fue más prosaico. Provenía de un hogar de clase media con una madre devota, recibió una educación convencional, se casó con una chica del pueblo igual de convencional, y solo contaba veintiséis años cuando ascendió a editor de la revista Albany Evening Standard. Sin embargo, él no tenía nada de prosaico. Frederic lo llenaba todo con su presencia: era exagerado, con una mente prodigiosa y un carácter imponente.119 Desde el momento en que llegó a Londres, las mujeres de talento se acercaron a él. Se fue apartando de su esposa, que se retiró a las afueras con sus cinco hijos, y cultivó la amistad de las damas más sobresalientes de la ciudad, entre ellas tres poetas «jóvenes y atractivas».120 Una de ellas lo alabó diciendo que Frederic era «un hombre con poder», un «rey bárbaro que merece la pena domesticar».121 De todas formas, no era de los que se dejan domesticar; le gustaba saltarse la vigilancia, llevaba vidas paralelas en los clubes masculinos, se escondía en callejones laberínticos y se entregaba a los abrazos de una segunda «esposa», Kate Lyon.122 Lyon, expatriada de Estados Unidos que lucía quevedos y rezumaba «sexo por todos los poros de la piel», compartió un hogar secreto con Frederic durante ocho años y tuvo tres hijos con él. La pasión que sentía por su amado no se apagó nunca. Frederic, siempre ávido de conocimientos nuevos, estudió plantas exóticas, encuadernación, filatelia, fotografía, política, teoría musical, alta cocina y teología. Su complejidad mental era cada vez mayor. Contradictorio y volátil, llevaba camisas chinas bohemias pero pertenecía al movimiento antibohemio, y era tanto vanidoso como inseguro, tanto elitista como demócrata. A diferencia de la esposa de Frederic, marginada y recluida, Lyon floreció y llegó a convertirse en una intelectual notable que organizaba tertulias y escribía relatos.123 La muerte repentina de Frederic a los cuarenta y dos años fue tan misteriosa y complicada como su propia persona. Hubo tantas versiones inverosímiles de los hechos (resurrecciones en el lecho de muerte, apariciones en bares y visitas a curanderos) que llegaron a acusar de asesinato a Kate Lyon. Después de ese escándalo, se mantuvo soltera, pero salió adelante (en parte como escritora «negra» para el prolífico Stephen Crane en una etapa de su vida) y, gracias a las ganancias de los derechos de autor, se retiró a Chicago, donde murió a los ochenta años. Los británicos consideraban a Harold Frederic «el hombre más franco de los dos hemisferios», pero las mujeres que atrajo a su penumbra conocían su otra faceta menos luminosa. Era un hombre de lo más complicado y polifacético, por no hablar del encanto cautivador que desprendía.124 El año de la muerte de Harold Frederic coincidió con el ascenso de otro titán del horizonte literario británico: H. G. Wells. En 1898, Wells, que contaba treinta y dos años, acababa de publicar tres novelas científicas, entre ellas, La guerra de los mundos, y estaba a punto de escribir más de cien libros de ficción y no ficción con una variedad enciclopédica de temas. También estaba a punto de empezar su carrera como «gran experto en amatoria». Aunque lo negó por pudor en su autobiografía, lo cierto es que era un peso pesado de la seducción, a quien amaron para siempre un ejército de mujeres de bandera.125 Si alguien lo ve en las cintas viejas de la BBC, resulta imposible de creer. Wells era un hombre bajo y rechoncho con el pelo liso y repeinado con raya en medio y una aguda voz de pito. Consciente de sus deficiencias físicas, las compensaba con un «sistema sexual» cerebral propio. Dinámico y vivaracho, tenía una mente siempre curiosa y era capaz de hablar de cualquier tema con las mujeres.126 Para un hombre con sus inclinaciones racionales (zoólogo de formación y lógico de temperamento), era a la vez sorprendentemente romántico con las mujeres. Buscaba «reflejos en las amantes», personalidades gemelas que fueran inteligentes, pioneras de espíritu libre. Después de un primer matrimonio desgraciado con su prima, Wells acumuló un séquito de mujeres de armas tomar. En parte, una excepción fue la de su segunda esposa, Jane, antigua alumna de biología de Wells y madre de sus dos hijos, quien escribía relatos de segunda, se ocupaba de la casa y no se entrometía en los asuntos del escritor.127 En todos los casos, aseguraba Wells, eran las mujeres quienes lo conquistaban: triunfadoras como la escritora y periodista Dorothy Richardson; la académica Amber Reeves, que tuvo una hija con él; y Elizabeth von Arnim, una autora de gran éxito. Todas ellas consiguieron logros aún mayores tras estar con él y le tuvieron siempre mucho afecto. Richardson escribió por lo menos dieciséis libros; Reeves, tres novelas, y Von Arnim, veinte, entre ellas Un abril encantado, cinco veces adaptada al cine y al teatro. La fama de Wells fue aumentando y el escritor potenció aún más sus cualidades intelectuales; mientras tanto, el séquito de mujeres inteligentes no le daba tregua. Su aventura amorosa más sonada fue con la escritora Rebecca West y duró diez años, durante los cuales tuvieron un hijo y ella escribió artículos muy aclamados para The New Yorker. A pesar de las elucubraciones de Rebecca West acerca del efecto destructivo que Wells tenía en su obra, lo cierto es que publicó dos novelas bajo sus auspicios y admitió que estar con él era como «ver bailar a Nureyev u oír cantar a Tito Gobbi».128 Con la edad, Wells fue involucrándose más en política e hizo campaña por la paz mundial, e incluso llegó a predecir la guerra atómica. Estudió religión, historia del mundo, arte y diseño, cine, el racismo y la eugenesia. Siempre se le veía rodeado de mujeres destacadas, entre ellas la activista en defensa del control de natalidad Margaret Sanger, la corresponsal de guerra Martha Gellhorn y su «principal amante», Moura Budberg, lingüista y agente secreta rusa.129 Wells creía que cualquier hombre que hubiera tenido sus oportunidades amorosas habría actuado en consonancia.130 Pero él no era como cualquier hombre; era una personalidad múltiple, sin límites, que atraía a mujeres excepcionales y lograba que destacaran con él. Como dijo Margaret Sanger, a quien seguía excitando años después de su relación: «Para estar a su altura en su compañía, hay que elevarse y mantenerse viva en todo momento».131 En resumidas cuentas, la personalidad consigue que el filtro de amor burbujee. Un Mr. Big cualquiera, como el de Sexo en Nueva York, puede reunir todos los ingredientes y seguir los pasos para obtener la pasión eterna —desde la conversación hasta el espíritu festivo, pasando por la mezcla magistral entre deleite y dificultades—, pero si no tiene personalidad, pasará por la garganta de la amada como un jarabe para la tos. El propio seductor, con su riqueza interior de elementos fascinantes, es la gran pócima mágica, y es tan potente que no necesita tenerlo todo. Puede añadir o restar encantos, olvidarse de algún aderezo y cocer el brebaje el tiempo que más se ajuste a sus fuerzas. Puede ser un cocinero de temperamento voluble: caprichoso e irritable. Sin embargo, debe tener la fórmula de la que otros carecen: el secreto del hechicero para entrar en el corazón femenino. Los grandes seductores adivinan lo que anhelan las mujeres en lo más profundo de su ser. Poseen una identidad a prueba de aburrimiento y practican unas artes amatorias de fiabilidad probada, que no se estropean con el tiempo y que se adaptan a cada mujer. Son los eternos románticos que mantienen encendida la llama del amor. Como dice el amante de ensueño a la protagonista en la película El día de la boda: se trata de «darte lo que necesitas». «¡Santo Dios! —exclama ella —. Vales cada céntimo que cuestas.»132 7 El gran seductor actual Os aconsejo que os convirtáis en seductores en la medida de lo posible. WILLIAM MAKEPEACE THACKERAY, Sketches and Travels1 Si los hombres supieran todo lo que piensan las mujeres, serían veinte veces más audaces. ALPHONSE KARR, Les Guêpes2 Estoy en el salón de casa con cinco mujeres «con criterio del placer» (dos casadas, dos divorciadas y una soltera) a quienes les encantan los hombres y que siempre han tenido facilidad para conseguirlos. Han venido para charlar sobre la figura del gran seductor. —¡Don Juan! ¡Casanova! —exclama Anne, una psicoanalista de cuarenta y tantos con un moño rubio y vistosos anillos de plata—. Ninguna de esas etiquetas sirve. ¿No podemos hablar simplemente de los hombres que nos enamoran? Capta nuestra atención. El resto del grupo se arremolina alrededor de la mesita de centro: Karen, una economista jubilada de muy buen ver; Zoe, una marchante de arte euroasiática de veintisiete años; Trina, una menuda directora de documentales envuelta en un chal con estampado de cachemir; y Roxie, la más madura del clan, una periodista de gafas redondas de color rojo y una melenita corta canosa. Karen es la primera en intervenir. —No puedo generalizar, solo puedo hablar por mi propia experiencia. Lo primero que me atrajo no fue el dinero, pero algo tuvo que ver. Nunca diría que Mac es el hombre más atractivo del mundo. Aunque tenía cierta presencia. Trina se recoloca la punta del chal por encima del hombro y apunta: —¡«Sello de calidad», un brillo especial! —Exacto —corrobora Karen. Y continúa—: Y ya sabéis, Mac era un aventurero, original ¡y muy divertido! De pronto se le ocurría: «Vamos al Aria [una discoteca] a divertirnos». Y sabía comunicarse; me encanta que los hombres sean así. También se aseguraba de que yo supiera que le importaba; conectábamos a la perfección. Pasé diez años fabulosos con él. —Una temporada salí con un tal Pierre —dice Roxie, mientras balancea las gafas sujetándolas por las patillas—. Era un hombre muy bajo, corpulento, parecía un gorila. Pero era… ¡guau! Ni siquiera mi madre me mimaba tanto. Que se desvivan por ti resulta muy atractivo. Si tuviera que elegir, me decantaría por alguien que se fijase solo en mí: concentración e intensidad. Supongo que los seductores tienen la capacidad de concentrarse en una sola mujer y hacer que se sienta nueva y mejore el concepto que tiene de sí misma. Zoe se da un golpe en la rodilla para indicar que está de acuerdo. —¡Sí! Conocí a un tío de un grupo de música que me recuerda a Russell Brand. Era incapaz de bajar la basura o de ducharse a diario. Pero me hacía sentir tan especial… Como si fuera la única persona de la sala que le interesase. Sabía apreciar a las mujeres. «Solo tomo Viagra cuando estoy con más de una mujer.» Jack Nicholson Anne añade mientras asiente con la cabeza como si estuviera en la consulta: —Un hombre que ama a las mujeres hace que las mujeres lo amen a él. Uno de los hombres con los que he salido era así, y adoraba a su madre y sus dos hermanas. Además, a ese tipo de hombres les encanta el cuerpo femenino. Trina abraza el chal y suelta una larga carcajada de contralto. —A ver, el sexo es lo más importante. Todo lo demás puede hacerse con un amigo. Yo me limito a seguir a mi clítoris por el mundo. Karen y Roxie fruncen el ceño. —Pero puedes acostarte con alguien sin enamorarte —protesta Karen. —Es verdad —se suma Roxie—. A mí me gusta la conversación, la comunicación, el contacto, el humor. —Pero reconoced —dice Trina mientras se inclina hacia delante— que solo nosotras sabemos lo que ocurre cuando se cierra la puerta y podemos hablar de los hombres que nos han hecho sentir fabulosas. Hace doce años estuve liada con un hombre que irradiaba fogosidad. Fue uno de los amantes que mejor supo encender la chispa en mí. Cada día me sorprendía con algo nuevo: libros, ideas y emoción. Fue una relación fenomenal. Me aportó unas vivencias increíbles. ¡Eso no me lo quita nadie! Y me sentía tan bien conmigo misma y… —Los seductores —la interrumpe Anne— hacen que te sientas capaz de cualquier cosa en el terreno sexual. Te sientes increíblemente deseada. —En el fondo —dice Trina mientras pasea una mirada cargada de intención entre el grupo de mujeres—, haríamos lo que fuera por un hombre de este tipo. Zoe se recuesta en el sofá y suspira: —Ojalá conociera a algún hombre así. El panorama romántico «¿Qué posibilidades hay?», como canta Irving Berlin en la balada «How’s chances?». ¿En qué clase de panorama erótico se halla inmersa Zoe? A primera vista, parece que no es una buena época para el amor; de hecho, según escribe Maryanne Fisher en Psychology Today, el tema de las citas está peor que nunca.3 Atrás quedaron los viejos rituales y las normas, y en su lugar reinan ahora la confusión, la permisividad, la superficialidad y el cinismo. «La experiencia amorosa», dicen los estudiosos de tendencias como la teórica sexual Feona Attwood, se ha «aplanado y fragmentado».4 En lugar de contar con grandes amores, tenemos «calor frío», deseo sin pasión y apegos plurales y superficiales. A pesar de que suponen un avance para la liberación sexual, las parejas esporádicas y los rollos de una noche han apagado el eros.5 La cultura hipersexual actual tampoco nos ayuda a ponernos a tono para el amor. Un exceso de desnudez explícita y burda, unido a las abundantes escenas de cama, aunque resulte paradójico, ha neutralizado el deseo. Nos abruman con escotes hasta el ombligo, pechos al descubierto, primeros planos de la entrepierna masculina y escenas de sexo en vivo. «El aburrimiento sexual —afirma Judith Seifer, antigua presidenta de la Asociación Estadounidense de Educadores, Consejeros y Terapeutas Sexuales— es la disfunción más extendida de este país.»6 Internet ha abierto de par en par la puerta a las posibilidades eróticas, pero también ha hecho disminuir el romanticismo. Pasamos más tiempo en Facebook que cara a cara con personas que nos importen, y siempre es más fácil encontrar algo mejor y más grande en el ciberespacio, donde se abren ante nosotros infinitas opciones. El amor es «líquido»; los vínculos son más frágiles; podemos rechazar a alguien en un chat o apretar la tecla de «borrar».7 Asimismo el porno online le ha quitado atractivo a la rosa del amor. La revista Scientific American Mind informa de que un consumo moderado de porno puede provocar «insatisfacción ante la respuesta sexual de la pareja y ante su apariencia» y sembrar dudas acerca de una relación existente.8 La cultura de la comodidad también contribuye a erosionar el amor erótico. El deseo ha emigrado insidiosamente al centro comercial, donde los zares de la belleza lo han trivializado y mercantilizado, hasta enredarlo en una «red de gasto consumista».9 Mientras tanto, el propio deseo parece ir menguando. La crítica Camille Paglia cree que «un malestar sexual [ha] arraigado en el país».10 Ya no hay nada que resulte sexy; tenemos una fuga de energía erótica, pues los géneros se hallan en estado terminal de indiferencia y apatía.11 El optimismo sexual de la década de 1960, apuntan los expertos en estudios culturales, entre ellos Maureen Dowd, se ha visto reducido a la amargura y la desilusión, atrapado en una era de ironía y descontento, de matrimonios plácidos pero melancólicos.12 Hombres desubicados Nadie parece satisfecho con el panorama amoroso actual, y en escasas épocas de la historia han sido tan poco felices hombres y mujeres con sus relaciones. En la actualidad, muchos hombres son incapaces de sentir amor. En un cambio cultural sin precedentes, las mujeres han fulminado la dominación masculina, han ido ganando terreno en los negocios, en la educación y en la vida pública y privada. En medio de esta desubicación, el ego y la libido de muchos hombres se han visto resentidos.13 Los hombres se sienten cada vez más desmoralizados y castrados por este cambio de los papeles tradicionales, hasta el punto de reconocer tener problemas eréctiles a una edad cada vez más temprana, en algunos casos con apenas dieciocho años.14 La rabia también se ha introducido en las relaciones personales entre hombres y mujeres. Desquiciados por la pérdida de las prerrogativas y el poder históricos, y sin saber cómo adaptarse a la situación, algunos hombres han recurrido al machismo. «Los hombres de mi generación están furiosos, gritan y pierden el respeto», acusa el corresponsal del New York Times Charlie LeDuff, y no están dispuestos a «perder el tiempo intentando comprender a las mujeres».15 En un reciente ejemplo de retroceso sexista presente en Yale, los hombres les gritaban obscenidades a las estudiantes de primer año y las puntuaban en listas por internet según el número de cervezas que harían falta para acostarse con ellas.16 Las aventuras misóginas tipo «aquí te pillo aquí te mato» de Tucker Max con «guarras» en I Hope They Serve Beer in Hell han vendido más de 1,5 millones de ejemplares. En el cine y la televisión, apunta el periodista de The New Yorker Anthony Lane, «la política sexual está retrocediendo a pasos de gigante».17 Otro grupo numeroso de hombres se ha retirado del campo de batalla para huir del compromiso amoroso en cuevas para hombres que comparte con sus colegas. El director Judd Apatow ha creado un género cinematográfico bastante popular, podríamos llamar «películas de colegas», en el que refleja esa tendencia: tíos que prefieren dar la espalda a las relaciones sentimentales y refugiarse en la compañía de sus amigos, con los que tocan la guitarra, juegan a videojuegos y no se complican la vida. El machismo también está dando los últimos coletazos, pues los hombres intentan salvar los restos del naufragio de la identidad masculina. Los artistas del ligoteo alardean de tener los «cojones» bien puestos y se enfrascan en maniobras paramilitares para cazar carne fresca por los bares cuando quieren echar un polvo rápido. En general, los hombres se sienten asediados en el terreno amoroso, y se enfrentan a las mujeres con mirada vengativa y puños apretados. Mujeres desubicadas Las mujeres están igual de insatisfechas con los hombres. La mayor sorpresa que se llevaron los investigadores de una encuesta realizada a más de dos mil mujeres fue advertir la rabia femenina hacia los hombres.18 Por cada Tucker Max misógino, podemos encontrar una mujer que despotrica de los hombres a los cuatro vientos y se pone camisetas con lemas como «Los chicos son tontos. ¡Tírales piedras!».19 Dos estudios académicos han documentado el aumento en la misandría (aversión a los hombres) y los chistes descalificadores pueblan internet:20 «¿Cómo se llama esa parte insensible que hay pegada al pene?». «Hombre.» O: «¿Qué tienen en común el clítoris, el cumpleaños y el váter?». «Que los hombres nunca aciertan.»21 Si los hombres se sienten irritados y nerviosos por culpa del cambio en las relaciones de género, las mujeres se sienten amargamente decepcionadas por él. Se suponía que la revolución sexual y la feminista de hace medio siglo tenían que haber propiciado un festival del amor (sexualidad centrada en la mujer, igualdad y felicidad romántica), sobre todo conforme las mujeres ganaran terreno en el mundo. Cuando vieron que la cosa no salía así y que los hombres reaccionaban de manera violenta, varias generaciones de mujeres se sintieron estafadas. La libido femenina se ha visto tan resentida como la masculina por todo esto. Dos tercios de las mujeres encuestadas preferían hacer cualquier otra cosa antes que el amor en 2010, y la disfunción sexual femenina persiste en un número elevado de mujeres.22 «La vida sexual de la mujer —dice Leonore Tiefer, profesora de psicología de la Universidad de Nueva York— suele ser una lucha, una decepción, un archipiélago de reproches.»23 La calidad de las relaciones afectivas tampoco ha mejorado como se esperaba. Desde 1972, las mujeres se sienten cada vez más insatisfechas, según varios estudios realizados en 2009,24 y dicha tendencia se debe en parte, afirma la periodista del Huffington Post Lisa Solod Warren, a que los hombres no superan la prueba de calidad que les imponen las mujeres.25 Los esposos y novios no son «malos» per se, escribe Solod Warren, sino que son «obtusos», «despistados» y siguen dormidos a pesar de «todos los esfuerzos de las mujeres por despertarlos».26 Y ya se sabe que dormirse en el trabajo tiene consecuencias negativas. La infidelidad femenina va en aumento, y las razones que se aducen con más frecuencia son el aburrimiento y la dejadez del otro.27 «Las mujeres —afirmó un cicisbeo (amante de mujeres casadas) con mucha experiencia— solo quieren que las quieran.»28 Y no solo que las quieran, sino que las amen con pasión y exuberancia. Aunque parezca inverosímil, en medio de esta hambruna erótica y del desencanto hacia los hombres, las mujeres nunca han exigido tanto de sus parejas amorosas. La periodista Jillian Straus y otras fuentes documentan las expectativas tan altas de la mujer contemporánea, mientras que por las novelas románticas se pasean numerosos amantes superlativos: casanovas con todo el equipo.29 La voz de la razón aconseja buscar a un Don Casi Perfecto, además de un compañero comprensivo, pero como dice Zoe, la marchante de arte: «¿Para qué iba a sentar cabeza? Me gano bien la vida por mí misma. Lo que quiero es conocer a alguien que me vuelva loca». Las mujeres con opciones, apuntan los investigadores, ya no se sienten satisfechas con «hombres simpáticos, buenos y estables»; también buscan pasión y emoción dentro de una unión «hedonista» y equitativa con un hombre.30 Ideal del nuevo seductor Entonces, ¿cómo sería un hombre «hedonista» si Zoe consiguiera encontrarlo en este panorama tan poco alentador? Aunque cada mujer tiene sus preferencias a la hora de escoger pareja, los seductores han mantenido unas características casi constantes a lo largo de la historia. En una encuesta llevada a cabo en 2012 acerca de los valores románticos, se llegó a la conclusión de que «las necesidades de las mujeres no han cambiado en absoluto»; a grandes rasgos, lo que cautivaba a la reina de la antigua Esparta y a una salonnière del siglo XVIII sigue cautivando a la banquera, la jefa de producción y la decana de una facultad hoy en día. Con algunas salvedades, claro, porque cada época tiene su lista de encantos particular.31 El siglo XXI, con sus movimientos tectónicos, está modificando (aunque sea levemente) el rostro del seductor. Es improbable que las mujeres, estresadas y muy exigentes consigo mismas, reciban con los brazos abiertos a hombres que requieren demasiados cuidados y esfuerzo, como el agitado y voluble Gabriele D’Annunzio y el alcohólico Kingsley Amis. De hecho, «demasiado esfuerzo» es uno de los cinco motivos principales de ruptura para las mujeres, según un estudio reciente, y tanto Karen como Trina, de mi grupo de análisis, reconocieron que habían rechazado a algún amante cuando se volvía demasiado dependiente o no cumplía con el programa de Alcohólicos Anónimos.32 El dinero y el estatus social de los hombres, encantos menores en cualquier época, han perdido todavía más fuelle en la actualidad. Como reflejo de un sentimiento común, ninguna de las mujeres «con criterio del placer» con las que me reuní prestaban atención a esos aspectos. Un estudio de la Universidad de Michigan descubrió que cuanto más inteligente es una mujer, menos se deja deslumbrar por el tamaño del billetero de un hombre, y en una encuesta de la Universidad de Louisville, tres cuartas partes de las mujeres contestaron que preferirían a un maestro con jornada reducida que a un cirujano que ganara ocho veces más.33 De todas formas, hay algunos encantos que sí tienen mucha influencia sobre las mujeres. Uno puede ser el aspecto físico. Como repiten las novelas rosas, la «mirada femenina» se ha liberado en las últimas décadas.34 Las mujeres se fijan en los hombres guapos con buenos músculos y son menos tolerantes con los hombres fofos.35 En un artículo breve del Psychology Today se apunta que, cuanto más atractiva y autosuficiente es una mujer, más valora el aspecto masculino.36 En consecuencia, la cirugía estética ha empezado a aumentar entre los hombres, y reconocen que «en el fondo es por las mujeres».37 Tanto Karen como Roxie, Anne, Trina y Zoe mencionaron «la química de la hermosura», pero en cuanto se pusieron a hablar de amantes concretos, cambiaron de cantinela: de manera sistemática, sus favoritos eran hombres nada guapos y «por debajo de la media». En la línea del fenómeno de la seducción de lo que nos resulta familiar, el psiquiatra Michael Pertschuk descubrió en un estudio de amplio espectro que las mujeres tienden a ver con buenos ojos el físico de la persona amada, con independencia de los ideales de belleza que aseguren tener.38 El virtuosismo sexual también hace ganar muchos puntos al perfil del seductor. El profesor de Stanford Shelby Martin, que ha estudiado el «desajuste orgásmico», cree que las mujeres llegan al orgasmo mucho después que los hombres en gran parte por ignorancia o ineptitud masculina.39 Otro factor es la ingenuidad femenina, algo que está cambiando a pasos agigantados. La colaboradora del Huffington Post Gail Konop Baker escribió que conforme aumenta el poder de las mujeres en el mercado laboral, la «arpía que llevan dentro aflora y saluda a gritos». Y esta arpía reclama su parte. Las novelas románticas para el gran público, con sus sementales y sus detalladas maratones orgásmicas, han anticipado este deseo desde hace años. Ningún gran seductor decepciona a una mujer en la cama, pero hoy en día debe poner toda la carne en el asador si quiere estar a la altura de las exigencias de placer actuales. Todas las mujeres con las que me reuní escribieron en letras mayúsculas la palabra «sexo».40 Además, las mujeres piden una dosis extra de espíritu romántico al seductor posmoderno. A pesar de que ahora ellas también pueden tomar la iniciativa sexual, «las mujeres quieren que los hombres manifiesten un deseo urgente».41 Los hombres irresistibles que mencionaron el grupo de mujeres a quienes entrevisté eran del tipo Alí Khan, amantes que daban el primer paso como el tal Pierre del que habló Roxie. En el estudio que llevaron a cabo en 2011, los neurocientíficos Ogi Ogas y Sai Gaddam llegaron a la conclusión de que las mujeres anhelan que las deseen y persigan con vehemencia.42 La periodista Laura Sessions Stepp obtuvo los mismos resultados con su muestra de mujeres jóvenes.43 Cansadas de intentar seducir a los hombres, ansiaban pretendientes como los héroes de las novelas románticas, que levantan en volandas a las protagonistas y les dicen: «Tienes algo a lo que soy incapaz de resistirme».44 Según la psicóloga sexual Marta Meana, una pasión masculina rotunda y ardiente es crucial para despertar la libido femenina.45 El «principal defecto» del personaje de Ashton Kutcher en la película El amor es lo que tiene (y lo que impide durante siete años que la protagonista se comprometa con él) es que no «da el primer paso».46 La diversión y la novedad en la cultura de la tecnología y la sobreestimulación son otras dos prioridades. Mientras los medios de comunicación nos saturan con entretenimiento continuo y la ubicuidad del sexo ha apagado el deseo sexual y el ánimo, las mujeres van a buscar, tal como dice la economista Karen, «entretenimiento de calidad». El 75 por ciento de las mujeres que participaron en una encuesta sobre «relaciones amorosas» en 2012 se quejaron de que se aburrían con sus ligues o parejas.47 El historiador cultural Paul Hollander escribe que en su estudio de miles de anuncios de contactos, el descubrimiento «más inesperado» fue el deseo de divertirse, que ocupó el primer puesto desde Alabama hasta California. Nos morimos por divertirnos de forma espontánea y comprometida. Anne, la psicoanalista de mi grupo de mujeres, vinculaba este deseo con el secreto de la excitación duradera: «La costumbre mata —asegura—. Los amantes maravillosos saben mantener el interés de las cosas, y así es como crece y se intensifica el deseo».48 Con los cautivadores, «macho», por citar a Zsa Zsa Gabor, nunca ha sido sinónimo de «mucho».49 Y los casanovas del futuro tendrán que dejar atrás el machismo y afianzar sus atractivos andróginos. Los autores de The Future of Men anticipan un giro hacia la «M-idad», masculinidad que combina lo mejor de los rasgos masculinos tradicionales, como el coraje o el honor, con rasgos femeninos positivos, como la expresividad, la preocupación por los demás y la comunicación.50 Estos héroes «M» son una fantasía habitual de las novelas románticas desde hace años (soldados de las SEALS con la sensibilidad de un parapsicólogo) y últimamente se han convertido en la elección preferida de las mujeres a la hora de buscar pareja esporádica o padre para sus hijos.51 En nuestra reunión, Zoe alaba más que a ningún otro amante a un amigo cuya madre «lo había educado como si fuera una chica» sin afeminarlo. —Acabó adquiriendo un aprecio especial por las mujeres y por las cosas más delicadas —comenta. —El lado femenino de Mac era uno de sus mayores encantos; era capaz de conectar conmigo, estábamos en el mismo plano —añade Karen. Si la igualdad de géneros se da por sentada en las relaciones modernas, los seductores del futuro tendrán que ser «buenos contrincantes intelectuales», como se deduce de las respuestas de las mujeres encuestadas por Stepp: se requiere un hombre cuyo carácter, cociente intelectual y capacidad de conversar sean equiparables al de una mujer, o superiores.52 Las estudiantes de medicina de otro estudio aseguraron que buscaban hombres que estuvieran por lo menos a su altura. Una de ellas apuntó que debían tener conocimientos de «arte, historia, filosofía y literatura». «Si una mujer tiene éxito —comenta Karen— ve a los hombres con otros ojos porque desea mantener la igualdad.»53 Igual que las protagonistas de las novelas románticas, las mujeres ambiciosas quieren que sus amantes estén en pie de igualdad con ellas. Tanto en los anuncios personales como en las encuestas, la inteligencia es uno de los rasgos más deseados, y en todas partes, las mujeres expresan su deseo de conversar. En esta era de la tecnología que ha puesto en peligro la buena conversación, el arte de la palabra será una cualidad cada vez más seductora. Roxie, la periodista del grupo de mujeres con las que me reuní, dijo que prefería la conversación al sexo.54 Conforme los horizontes y las oportunidades de crecimiento se expandan para las mujeres, valorarán aún más a los hombres polifacéticos y que practican la superación personal, a los H. G. Wells del mundo, y se verán menos atraídas por seductores como Porfirio Rubirosa, cuyo crecimiento personal se limitaba a practicar polo. En las páginas de citas por internet, observa Hollander, «abundan los humanistas»; los hombres se vanaglorian de pasarse la vida aprendiendo y de tener una amplitud de intereses propia de un Leonardo, desde la escultura hasta la filosofía, desde Matisse al reggae.55 Lo hacen para adaptarse a un deseo femenino muy actual. Las estudiantes de medicina querían a un hombre que «creciera intelectualmente al mismo ritmo que ellas»,56 y el ideal femenino de The Future of Men era un «tipo de hombre en crecimiento», «bien torneado». Anne, la psicoanalista, define a los seductores como «personas que se desviven por mejorar, y desean mantener siempre su atractivo, para trasformar su vida y la nuestra».57 De todas formas, el hechizo de amor más eficaz que puede emplear un seductor hoy en día es el más sencillo: la atención. Roxie asegura que la clave de un cautivador nato está en la «concentración» y la «atención». En medio de una explosión demográfica y del intercambio cibernético, tenemos que competir con miles de millones de personas para destacar, y después de una milésima de segundo, nos desvanecemos sin dejar rastro. En lugar de observar con atención a la persona con la que estamos, a menudo leemos mensajes del móvil, consultamos el portátil, jugamos con la consola y vemos la pantalla plana, y a veces hacemos todas esas cosas a la vez, mientras salta el temporizador y hierve el agua. Todos realizamos tantas tareas al mismo tiempo que nos despistamos. Una de las mayores quejas de las mujeres actuales es la fijación de los hombres por los smartphones y las imágenes virtuales.58 Sin embargo, «el «enamoramiento»» es ante todo «un fenómeno de la atención».59 Todos los héroes románticos fijan su atención únicamente en la amada y la hacen sentir que es «tan especial» que la adoran.60 La atención es el alimento del amor, y los investigadores Cindy Meston y David Buss descubrieron que el «déficit de atención» anima a muchas mujeres a echar una cana al aire. Sentirse admirada, percibida como ser único, puede provocar una descarga de alto voltaje en una mujer.61 «El broche de oro del seductor —escribe la poeta Molly Peacock en un correo electrónico— es saber mirar a la amada con ojos nuevos. El secreto reside en la capacidad de hacer destacar a la mujer, de eliminar la sensación de invisibilidad, como si fuera un animal camuflado en un bosque que ha sido descubierto por fin.» «Un hombre así —continúa la escritora— puede ser rematadamente feo, pero si es un encanto, si es atento y expresa cierta vulnerabilidad, tendrá la receta mágica para enamorar. Con alguien así, la mujer se siente atrapada, rendida, y tiene que luchar con todas sus fuerzas por mantener la cordura social antes de entregarse.»62 El nuevo seductor: la realidad Las mujeres están dispuestas a entregarse. «En nuestra era posfeminista, ¿qué problema hay con el seductor? —pregunta la periodista británica Glenda Cooper—. La propia palabra evoca una sensualidad y un placer de alto octanaje.»63 El «eterno seductor» es «un regalo divino para las mujeres — corrobora Marina Warner— que no hace más que darles lo que desean».64 La actriz Sienna Miller comenta: «He conocido unos cuantos casanovas que me gustan y otros tantos que no me gustan, y confío en conocer aún a unos cuantos más».65 Uno de los casanovas a los que se refiere Miller es Jude Law, el mujeriego con el que estuvo prometida. Como en realidad los hombres seductores con frecuencia no pueden evitar desplegar sus talentos fuera de casa, ¿qué tiene que hacer la mujer liberada? Para empezar, si quiere que un hombre irresistible sea únicamente para ella, como suele desear la mayoría de las mujeres, hoy en día cuenta con suficientes atractivos propios para retenerlo, siguiendo los pasos de Minette Helvétius y Pauline Viardot. Por otra parte, es posible que los amantes libertinos permitan que la mujer también alimente la libido y le den espacio para picotear aquí y allá. O tal vez la magia de su presencia valga la pena el sufrimiento. «Si Liszt —dijo una de sus admiradoras— me amara, aunque fuera solo una hora, sería el mayor placer de mi vida.»66 La novelista Jane Smiley explica el fenómeno: «Algunos hombres tienen tanto encanto, embelesan de tal modo, que estar con ellos vale la pena, pase lo que pase».67 Llegados a este punto, los consejeros sentimentales se tiran de los pelos: la terapia existe para crear armonía social, y estos fantásticos seductores (reales e imaginarios) solo sirven para exacerbar las crisis eróticas, ya que desencadenan la decepción de las mujeres, lo que aleja aún más a los hombres y destruye los hogares. No obstante, algunas investigaciones recientes demuestran que las aspiraciones amorosas más elevadas fomentan las relaciones de mayor calidad. Merece la pena tener ilusiones.68 Muy pocos hombres, como reconoció con tristeza el filósofo Ortega y Gasset, «pueden ser amantes, y muy pocos amados».69 Frente a ellos, hay un grupo selecto universalmente adorado. ¿Cuál es el secreto?, se preguntaba el pensador. Honoré de Balzac comparaba al hombre corriente con «un orangután que intenta tocar el violín», y pensaba que la respuesta estaba en el ejemplo del genio erótico. Igual que la filosofía tiene a Descartes y la guerra tiene a Napoleón, escribió: «el amor tiene a sus grandes ejemplos, aunque no se les reconozca el mérito».70 Es posible que a estos genios no se les reconozca el mérito, pero he descubierto que distan de haberse extinguido. Los hombres que entrevisté llegaron a mi puerta sin haber hecho una búsqueda exhaustiva, y su número se habría duplicado si hubiera tenido tiempo para seguir las pistas. No cabe duda de que son una sociedad clandestina, pero son mucho más abundantes de lo que creemos, incluso en el yermo romántico actual, y pueden servir de inspiración. Siguiendo el consejo de Balzac, me dirijo a un Paganini del amor para obtener una lectura realista de si los hombres están dispuestos a dejarse inspirar por las grandes figuras. Bryce Green, el modisto escocés que fui a ver al SoHo, me saluda con dos besos en las mejillas, y su melena rubia rojiza encrespada se desparrama por el cuello de la americana de cuello mao. —Ha venido al sitio idóneo —me dice mientras se pasea por el estudio con los vaqueros desteñidos y unas botas de cowboy en color verde—. ¡Si supiera de qué hombres me hablan! —Supongo que no se refiere a grandes amantes. A diferencia de usted… —Por supuesto que no —responde—. No me parezco a los esposos ni a los novios de mis compañeras. Tampoco me comporto como ellos. No sé hacerme el frío. Tengo sangre escocesa en las venas… Fuego. Pero sé cómo ser encantador. —Madre mía, seguro que las mujeres lo acosan. —Bueno, casi —reconoce mientras se da golpecitos en el muslo con una rueda de trazado de modista—. Pero me gusta mucho más tomar la iniciativa, seducir a una mujer y hacer que se sienta amada y apreciada. Creo que eso es lo que quieren las mujeres: alguien que enseñe todas las cartas y les ofrezca un amor incondicional. El humor también es muy importante. Y los estímulos. —Y si volvemos a esos hombres —insisto—. ¿No les gustaría aprender estos consejos? —Bueno —reflexiona un momento—, los hombres están pasando una crisis. Tienen mucha inseguridad, miedo y una falta de encanto preocupante. No me gusta generalizar, pero los europeos sintonizan mejor con su parte femenina. Y ser respetuoso, amable y romántico no entra en la idea de masculinidad del «gallito». —Entonces, ¿diría que los hombres no se acercan a pedirle consejo? —¡Desde luego que no! —exclama mientras nos separamos al llegar a Broome Street. Ese mismo día, hablo por teléfono con Rick, el jefe de bomberos a quien Vivien Leigh comparó en una ocasión con Rhett Butler, y expresa con vehemencia que no está de acuerdo con esa opinión: «Por supuesto que hay hombres física o mentalmente incapaces de seducir, los falsos, los cobardes, los adictos al porno, los tíos que se lían con cualquiera, los borrachos y los ricachones que compran a las mujeres… Pero ¿y el resto? Eh, todo el mundo quiere aprender a amar y conseguir que le amen». Vender la imagen del seductor a los hombres ¿Podría tener razón Rick? ¿Acaso debajo de la armadura de fríos e insensibles los hombres ansían tanto como las mujeres la conexión con el otro y la gran pasión? Aunque las revistas masculinas preferirían dar consejos de limpieza que contar historias de amor y relaciones sentimentales, una investigación reciente ha demostrado que los hombres son románticos a escondidas.71 Se enamoran a primera vista más veces que las mujeres y sufren más que ellas después de las rupturas. Los hombres prefieren las imágenes románticas a las sexuales y también desean tener hijos y casarse. El 84 por ciento de los hombres de menos treinta y cinco años creen que seguirán casados con la misma persona para siempre.72 El amor, escribió Garrison Keillor, «es el motor principal de nuestra vida».73 Con las definiciones tradicionales de masculinidad en entredicho, los seductores podrían convertirse en el nuevo modelo de identidad masculina. El hombre dionisíaco nunca ha sido la estrella del panteón masculino occidental, pero su pedigrí se remonta a los orígenes de la virilidad. Dioniso personificaba la energía sexual masculina y sus antepasados eran los dioses fálicos de la Antigüedad más remota. Si, según los estudiosos culturales, «es preciso un mito amoroso nuevo» para nuestro siglo, también es preciso un nuevo mito del amante que sirva de referencia y sea vital, holístico y viril.74 «El comportamiento sexual», el éxito romántico con las mujeres, escribe el psiquiatra Willard Gaylin, «es la expresión definitiva» de la virilidad.75 Enamorar y lograr que una mujer siga enamorada no es cosa de niños ni de blandengues. Las artes del amor exigen delicadeza, inteligencia, un ego fuerte, imaginación y temple. El amor romántico es un «tema peliagudo», repleto de peligros y riesgos.76 El poeta Robert Bly define al «amante» como un parangón de masculinidad que navega por el terreno peligroso del deseo con «la energía de un fuerte guerrero».77 Para los terapeutas Robert Moore y Douglas Gillette, el amor constituye uno de los cuatro arquetipos principales de la masculinidad, una imagen de la fuerza vital y la sensualidad gozosa que los hombres pasan por alto, en su perjuicio. «Los arquetipos no pueden desvanecerse ni barrerse de un plumazo; los hombres deben integrarlos.»78 La formación de un seductor La integración del «amante», explica Bly, ha sido un rito de iniciación masculino a lo largo de la historia. Durante el Renacimiento, señala, se entrenaba a los jóvenes en el arte de hacer el amor con virtuosismo, para que desarrollaran el seductor que llevaban dentro «desde la semilla hasta la flor». Este concepto es prácticamente desconocido hoy en día. Los hombres obtienen su educación erótica del porno, los reservados, las superficiales clases de educación sexual y los bálsamos de la terapia de pareja, y ninguna de esas cosas se centra en el arte de la amatoria.79 Quizá sea imposible enseñar a ser deseado, pero los educadores del pasado creían que un hombre podía aumentar las posibilidades de seducir si cultivaba el arte del amor. Aspasia, la filósofa erótica y cortesana del siglo III a.C., tenía una escuela en la que instruía a los hombres en las artes amorosas. Sus enseñanzas, conocidas como «el camino de Aspasia», ponían énfasis en la superación personal continua, además de incidir en «las palabras encantadoras», «los halagos sinceros» y un «filtro de amor».80 Más adelante, en el París del siglo XVII, la cortesana Ninon de Lenclos abrió una academia para formar caballeros expertos en amatoria. «Se necesita una habilidad cien veces mayor para hacer el amor —sentenciaba— que para dirigir un ejército.»81 Aldous Huxley, autor de la distopía Un mundo feliz, también escribió la contraparte utópica, La isla, donde los hombres de la mítica Pala aprenden a ser amantes sobrenaturales. Tras aprender «técnicas especiales», que fomentan el placer femenino, son maestros del «arte de amar» y tienen «el vocabulario erótico y sentimental más rico del sureste asiático».82 Los hombres se liberan de los estrechos confines de la masculinidad y se desarrollan hasta convertirse en seres humanos únicos, plenos, que son un «doscientos por ciento masculinos» y «casi un cincuenta por ciento sensibles y femeninos». Las parejas hacen el amor como Shiva con su diosa en uniones extáticas con el cosmos.83 Huxley soñaba a lo grande; fue el gran amante de su tiempo. A pesar de todo, los educadores sexuales piden de forma unánime que haya una formación mejor en el terreno del amor romántico; una de las disciplinas más novedosas es la «inteligencia para aparearse».84 Si los hombres dedicaran al amor solo «una décima parte» del tiempo que dedican al trabajo, aseguró en el siglo XX el sexólogo holandés Theodoor Hendrik van de Velde, las relaciones sentimentales ganarían fuerza.85 Pero ¿cómo hay que actuar? La mayoría de los hombres, según el investigador sobre sexualidad Timothy Perper, están en la casilla de salida.86 Gracias a una serie de tests, descubrió que casi todos los hombres que participaron en el estudio eran «ajenos» al «arte de la seducción»; por no mencionar el crucial arte de mantener la seducción, imprescindible para que las uniones sean duraderas.87 Al final de la película Blue Valentine, una crónica brutal de una ruptura matrimonial, el marido, desquiciado, suplica: «¡Dime qué es lo que quieres! ¡Lo haré! ¡Haré lo que sea!».88 La formación de un nuevo seductor Supongamos que fuera posible hacerlo: formar a seductores. ¿Cómo sería el proceso? En primer lugar, habría que seleccionar a los candidatos, elegir a los hombres que aman a las mujeres y que no tienen miedo de cambiar. A continuación tendríamos que eliminar obstáculos; los hombres se aproximan a las mujeres cargados de lastre: información errónea, sesgos y emociones contradictorias. Aunque dicen admirar a Casanova, también lamentan que se lleve la parte del león de la carne erótica. Como dice el «libertino» de la obra de teatro de Stephen Jeffrey: «Los caballeros tendrán envidia».89 Además de la envidia, están los prejuicios que anidan en los hombres. Como los grandes seductores ponen en peligro el orden social, desde la juventud los hombres aprenden que los mujeriegos son seres anómalos, enemigos del Estado. Los favoritos de las mujeres también son afeminados en ciertos círculos, un estigma que se remonta a la antigua Grecia, donde los auténticos hombres se escindían «del dominio de lo femenino».90 Son «peleles soñadores —escribe el sociólogo Anthony Giddens— que han sucumbido al poder de las mujeres».91 El nuevo seductor tendrá que superar todo eso (los celos y la doctrina aprendida) y prepararse para los vientos culturales en contra. El catedrático de filosofía Irving Singer lo resume así: los casanovas «suelen ser el hazmerreír de los demás hombres».92 Primer nivel Es fácil imaginar cómo ven los demás hombres a Hugh Jackman, el devorador de la franquicia X-Men y «uno de los hombres más atractivos que existen».93 Es posible que sea un producto de Hollywood, pero podría dar más de una lección a los aprendices de seductor. Jackman reconoce que es un romántico y sigue enamorando a su esposa, con la que lleva dieciséis años casado, con veladas de tango, sorpresas para el aniversario de bodas (trescientas rosas atadas a cien globos de helio) y homenajes en público. Es decir, es tanto un buen tipo como un fascinador polifacético. Las mujeres lo aman «por todas sus formas de ser», tal como escribió el crítico de teatro Ben Brantley a propósito de este hombre orquesta. «Si no contiene multitudes como Walt Whitman, por lo menos contiene un montón de elementos duales.» Tiene dos caras para todo: hombre masculino y hombre cantarín; rudo y caballero; mejor novio y mejor amiga.94 De todas formas, es un zalamero que reduce a las mujeres a «un charco de deseo».95 En películas como Kate & Leopold y en distintas entrevistas, demuestra que es un pretendiente apasionado que despliega todo el equipo de encantos físicos y psicológicos del seductor. Tiene aspecto de Adonis y se mueve como él, y corteja a las mujeres con baile, música, halagos, confidencias y una conversación atenta sobre «toda clase de temas».96 Cuando le preguntan por su modus operandi, responde que es un proceso adquirido. Menciona los modales y la galantería que aprendió en casa, los entrenamientos en el gimnasio, las clases de teatro y, como si tal cosa, las lecciones de etiqueta. Mientras se preparaba para su papel de Leopold, un tutor le instruía dos veces al día acerca de la olvidada disciplina de saber complacer: gestos con gracia y aplomo para relacionarse; «saber escuchar», demostrar «presencia e inteligencia» y hacerlo todo con franqueza y de corazón.97 La socióloga Marlene Powell, estudiosa de sexualidad contemporánea, cree que el método de Jackman puede considerarse el primer paso para los aspirantes a seductor. La etiqueta, escribe en un correo electrónico, puede fomentar la capacidad de cautivar. Enumera títulos de capítulo de un libro de etiqueta de 1901 («El cortejo y sus exigencias», «Efemérides y cómo celebrarlas» y «El lenguaje de las manos») y llega a la conclusión de que «en el pasado, por lo menos algunas personas aprendían y practicaban el arte de la seducción y el romance». Podemos «reinstaurarlo en parte», sugiere, de la misma forma.98 Pero tal como le dice el maestro de flauta del cuento popular japonés a su pupilo, que ha dedicado varios años al aprendizaje de la técnica: «Falta algo». Es el gancho del carisma.99 (Cuando vi a Hugh Jackman en Broadway, no encontré ningún portento que me hiciera exclamar «¡guau!», sino un mero seductor en serie.) ¿Es posible enseñar «la carga erótica, el voltaje, el tirón» del gran seductor?100 Trina, la productora de cine independiente de mi reunión de mujeres, insiste en que es imposible: «Los oteadores de Disney solían pasearse por los patios de recreo —comenta— y siempre escogían al niño que tenía algo». El psicólogo Jack Harris le da la razón. «A ver, se pide a los niños de preescolar que se pongan en fila y ¡pam! —exclama mientras da una palmada—. Se reconoce al niño con carisma. Es algo innato, lo siento.» Powell no comparte esa opinión. «El carisma erótico —asegura— puede adquirirse con un refuerzo positivo sistemático, si se alienta al otro para que gane confianza y sepa manejar sus impresiones.»101 Segundo nivel Kurt, el fotógrafo y galán alemán que conocí hace un tiempo, ve desde un prisma totalmente distinto el tema del carisma sexual. Su enfoque recuerda la gesta del héroe de Joseph Campbell o la odisea interior del chamán, gracias a la cual adquiere «voltaje psicológico»102 y resurge con un «irresistible maná magnético».103 —No es algo que pueda aprenderse; solo puede desaprenderse —comenta Kurt de manera críptica. Estamos en un bar de tapas de Greenwich Village de Nueva York después de la inauguración de su última exposición, una instalación multimedia sobre un mafioso con ínfulas artísticas y cuatro generaciones de sus amantes. Pincha un calamarcito frito mientras reflexiona. —Se trata de dejar que se esfume el ego, todas esas viejas historias sobre uno mismo, para conectar con un poder más elevado, una fuerza, como se quiera llamar. Y eso —añade, y chasquea la lengua en voz baja— es muy, muy atractivo. —Pero ¿cómo se logra exactamente? —De acuerdo. —Baja el tenedor, da un sorbo al rioja y se pasa los dedos por el flequillo alborotado—. Mi historia es bastante triste. Hasta los veinte años, me rechazaban todas las chicas. Me sentía feo, peor, horroroso. Entonces llegué a Nueva York y empezó mi desarrollo personal. »Fue increíblemente intenso. Realicé terapia durante ocho años y por fin descubrí la fuente de mi dolor; mi madre era un monstruo, me… Es igual, me eché a llorar en la consulta del psiquiatra. Tuve que soltar ese pasado, ese yo ilusorio. Después de terminarnos unas mini raciones de paella y una frittata, retoma la palabra: —Entonces mi terapeuta me miró y me dijo: «Kurt, tiene que convencerse de que las mujeres sí se sienten atraídas por usted». Y eso fue lo que provocó el cambio radical. Ahora, con las mujeres, digamos que sigo una voz interior que me dice lo que tengo que hacer. Y siempre acierto. Me limito a ser yo mismo. Se encoge de hombros. —Está bien —reconoce, y me mira con ojos pícaros—. Sé comprender a las mujeres; soy un gay en el cuerpo de un heterosexual. —Sonríe—. Soy muy apasionado. Me encanta ver que una chica se divierte; creo que soy el alemán más divertido que conozco. Y bailar es casi mejor que el sexo. Pero todos los hombres pueden ser seductores, lo que pasa es que hemos desconectado esa parte de nosotros. El carisma consiste en ser uno mismo. En no dudar de quién se es. Aunque, claro, hay que irlo trabajando. La forma que tiene Kurt de irlo trabajando no sirve para todo el mundo. Tal vez no exista una única vía para llegar a ser un seductor. La firma de un gran amante está en su singularidad, su «inefable toque especial».104 Al fin y al cabo, es probable que la formación estandarizada no sea lo mejor para los casanovas. Si se fuerza demasiado la situación, acaban produciéndose seductores de anuncio. Tal vez el consejo de Roland Barthes en cuanto a la educación erótica continúe siendo el mejor: «Hay que dejarle vía libre — escribe—, igual que esas personas amables que te muestran por dónde tienes que ir pero no insisten en acompañarte todo el camino».105 Panorama futuro Nadie prevé un resurgimiento del seductor en el futuro próximo. Jack Harris me recuerda que los grandes seductores «siempre serán una minoría, una tipología extrema». Pero también eran minoría las mujeres soldado de la marina y las cirujanas afroamericanas hace un siglo; es imposible predecir el futuro. Algunas veces las mujeres obtienen lo que quieren del amor. La experta en biología de la conducta Mary Batten explica que las mujeres son quienes de forma natural eligen a la hora de aparearse, a menos que sean víctimas de un engaño o las obliguen a elegir a la fuerza; se trata únicamente de recuperar los poderes perdidos de elección y seducción.106 Incluso David Buss, firme defensor de la doctrina evolucionista, admite: «Si las mujeres empezaran a preferir practicar sexo con hombres que caminaran con las manos, al cabo de poco tiempo la mitad de la raza humana caminaría del revés».107 Geoffrey Miller se imagina un futuro en el que las mujeres prefieren algo más ambicioso: los hombres que «proporcionan el éxtasis más absoluto».108 En un viaje de cumpleaños a París me topo con uno de esos artistas del éxtasis hechos a la medida de la mujer y contemplo una muestra de cómo será el futuro. Salgo a dar un paseo por la rive gauche y me meto en una joyería de diseño del tamaño de un vestidor. Hay un mostrador de cristal y dos paredes recubiertas de collares que son piezas de arte: brillantes gargantillas de Lucite, pulseras de diamantes, cadenas, collares de cuentas y colgantes inspirados en los móviles del techo. Mientras escudriño los pendientes de la caja, oigo una voz melosa a mi espalda que se dirige a mí: —¡Oh, ahí está! Formidable. Me doy la vuelta y es como si hubiera tocado una toma de corriente. Todo el mundo dice lo mismo cuando lo conoce, incluso antes de que se hiciera famoso. Gérard Depardieu, con el casco de la moto bajo el brazo y su novia Clémentine Igou al otro lado, me dedica esa célebre media sonrisa y una mirada fija y centelleante. Actor y estrella del cine más ilustre de Francia (protagonista de Cyrano de Bergerac, El conde de Montecristo y otras ciento cincuenta películas más), Depardieu es la imagen opuesta del clásico amante francés. De cuerpo tosco y grandón, con la nariz aplastada de boxeador, se parece más al gorila de un tugurio que a un tombeur, un seductor de renombre. Ha mantenido seis relaciones famosas con las mujeres más glamurosas y dotadas de su generación, entre ellas el icono de Chanel Carole Bouquet (la relación duró ocho años) y lo han acusado de poseer «un magnetismo casi indecente».109 En estos momentos lo pone en práctica conmigo. Con la misma delicadeza que si sujetase un pedazo de coral, muestra un medallón metálico formado por cuatro óvalos asimétricos y un pequeño cero torcido en el extremo. Al principio me habla en francés: —Es exquisito, ¿lo ve? Original, nada visto. Entonces, cuando intento contestarle, cambia enseguida al inglés y me pregunta de dónde soy. —¡Sí, me encanta Nueva York! De repente se pone a reír y a gesticular y entiendo por qué una vez dijo que la joie de vivre era su «algo especial».110 —Viví… ¿dónde era? —recuerda—, entre la Setenta y seis y Madison. — Se refiere a durante el rodaje de Matrimonio de conveniencia—. Y en el piso de arriba estaba… ¡ay, un pintor famoso! Estaba loco, ¡era fabuloso! Con un giro del brazo propio de una bailarina de ballet, incluye a Clémentine en la conversación, quien me habla de los dos años que pasó en la calle Diez. Al cabo de un rato nos despedimos con un apretón de manos y le digo: —Es un artista fabuloso. Para mi sorpresa, se sonroja y me mira con unos ojos que transmiten una infinita dulzura. —Gracias —se limita a contestar, y sale por la puerta después de hablar maravillas de la colección delante de los dueños de la tienda. (Sí, compré el collar.) La actriz francesa Miou-Miou no es la única que se ha dado cuenta de que «Gérard sabe cómo seducir a las mujeres».111 Pero pocas saben cómo llegó a ser tan «adorable» (por citar a la estrella Andie MacDowell) y carismático. No nació así. Depardieu es el fruto de la buena suerte, el encanto innato y una sucesión de mentoras femeninas.112 Se crió en una familia taciturna en el umbral de la pobreza, en la decrépita ciudad de Châteauroux, con una madre que le decía que había intentado abortarlo y que pensaba que era un burro. Tenía graves problemas de dicción y un temperamento escandaloso. A los trece años, dejó los estudios y parecía destinado a acabar en una banda callejera. Se juntaba con maleantes, hurtaba y sobrevivía con trapicheos y el fruto de delitos menores. Aunque era tan tímido que le costaba horrores hablar con las chicas, entabló amistad de adolescente con dos prostitutas que se convirtieron en sus «tutoras sexuales».113 Su destino como marginado de una ciudad de provincias se habría cumplido si no hubiera ido a ver a un amigo a París un fin de semana. Se coló en una clase de interpretación y le enganchó. Gracias a un profesor inspirado, aprendió a liberar sus emociones reprimidas, accedió a la «delicadeza y la sensibilidad» que llevaba dentro y aprendió a hablar con fluidez mediante un curso experimental de audio-psicoterapia.114 Adquirió «un lenguaje completamente nuevo compuesto de música, poesía, intuición y emociones».115 Sin embargo, seguía sin poder hablar con las mujeres. Una compañera del curso de interpretación dramática, Elisabeth Guignot, psicóloga y culta femme du monde, cambió su suerte. Se enamoraron y, en una historia contraria a Pigmalión, le enseñó las nociones básicas del encanto, la conversación, la intimidad, el estilo, la cultura y el buen gusto. Durante sus veinticinco años de matrimonio, «lo introdujo en el lenguaje y la sensibilidad femenina».116 Guignot no fue más que la primera de una larga lista de mujeres mentoras que lo instruyeron en todo, desde la generosidad y el valor hasta la autenticidad, mujeres tan destacadas como la directora de cine de la nouvelle vague Agnès Varda, la escritora Marguerite Duras y las actrices Jeanne Moreau y Catherine Deneuve. «Siempre me dirigía a esas mujeres —decía Depardieu— porque podían enseñarme el camino, paso a paso.»117 Después de la película Matrimonio de conveniencia en 1991 y de haber confesado una violación a los nueve años en una entrevista para la revista Time, las mujeres lo denunciaron en masa por machista y violento. La crítica de cine feminista Molly Haskell se desplazó a Francia para investigar el caso y volvió con una imagen totalmente distinta. Llegó a la conclusión de que lo habían manipulado los agentes de prensa y se había producido un malentendido durante el proceso de traducción. Haskell decidió presentarse en el plató en el que rodaba para ver al hombre por sí misma. «Ahí estaba, juguetón, sonriente; no había barreras entre los dos. Me sonrió —escribió en el artículo— y yo le devolví la sonrisa. Es posible que me sonrojara […] Depardieu es el símbolo de un mundo nuevo, la regeneración, la esperanza, la atracción, Eros.»118 Erasmus Darwin, pensador del siglo XVIII, consideraba a «Eros la obra maestra de la creación»,119 y su nieto Charles colocaba al amante por lo menos al mismo nivel que el guerrero: «En algunos casos, la capacidad de conquistar a una mujer es más importante que la capacidad de conquistar a otros hombres con la batalla». A pesar de eso, la figura del seductor se ha visto obviada por los historiadores tradicionales y ha sido arrojada a los lobos de los estereotipos y los prejuicios populares.120 Los estudiosos que han tomado en serio esta figura dan la razón a Darwin. El gran seductor, afirman, es un fenotipo potente, enraizado en miles de millones de años de mitos y fábulas, y albergado en los rincones más recónditos de la fantasía femenina. Es lo que Ortega y Gasset denominaba un «hombre interesante»,121 una especie erótica superior que irradia fascinación y embelesa a las mujeres, a muchas mujeres, de por vida. Sus artes, advierten dos autoridades en amatoria, no deberían ser exclusivas de un reducido número de mujeriegos empedernidos. Van de Velde y Havelock Ellis instaban a los hombres a cultivar algunos aspectos del seductor para aplicarlos a las uniones convencionales. Todos los hombres, escribían, deberían ser «Don Juan para su esposa sin descanso»;122 «al arte del adúltero debería ser el arte del marido».123 Pocos son los elegidos para ser un casanova. De todas formas, la figura del seductor no debería aumentar la presión de los hombres desesperados, ni poner el listón de los estándares sexuales a una altura imposible de alcanzar. En lugar de eso, el gran seductor y sus artes pueden convertirse en un movimiento de liberación masculina, una forma de burlar el dominio de las «conquistas», la rueda interminable, la inercia y la ignorancia, para recuperar el poder erótico, la pasión y el gozo. Los parámetros son extensos, sin contar el dinero y la belleza, y permiten que un hombre potencie sus puntos fuertes dentro de un amplio espectro de encantos amorosos. Puede que el enfrentamiento entre los géneros y los problemas sexuales persistan por un cúmulo de razones que ni todos los esfuerzos de los seductores podrán eliminar, por mucho que se engrosen sus filas. Sin embargo, el amante ideal es una ventana privilegiada hacia los deseos eróticos más profundos de la mujer. Ni los terapeutas ni los científicos pueden decirnos cómo manifestar y alimentar la pasión. Y al mismo tiempo, ¿qué podría ser más codiciado en todos los tiempos que el amor apasionado? Para muchos, es «la culminación de la vida»,124 «el elemento supremo del mundo». A pesar de todos sus defectos, los grandes seductores son los primo uomos de la pasión romántica; asimilan los deseos eróticos femeninos y no solo los cumplen, sino que los superan.125 El patriarca agonizante de la película ¿Conoces a Joe Black? le dice a su hija que se entregue a uno de sus hombres, un artista de la pasión que la hace subir al séptimo cielo y que consigue que «cante extasiada».126 «Notarás la fuerza del rayo», le dice.127 Cinco meses después de mi mesa redonda sobre los casanovas, recibo un mensaje de Zoe, la joven marchante de arte decidida a esperar hasta que un seductor la transportara a otro mundo: «¡Dios mío, lo he encontrado! —me escribe—. Blaise me ama y desde el principio me dijo que soy muy inteligente y guapa, y que tiene mucha suerte de poder estar conmigo. Me hace reír. Es una de las personas más interesantes que he conocido en la vida. Además, es adorable. J» Ni los algoritmos de internet, ni las consideraciones sensatas, ni las promesas de estatus, riqueza, compatibilidad o seguridad pueden conseguir que una mujer se enamore locamente de un hombre. El seductor no puede hacer trampas, engañar ni convencerla con zalamerías para que lo ame. Como aclara el filósofo francés Georges Bataille: «En cada caso, lo que seduce (lo que fascina, lo que arrebata) triunfa».128 Y añade Bette Midler en la película ¿En qué piensan las mujeres?: «Si sabes lo que quieren las mujeres, serás el rey».129 Agradecimientos Ninguna búsqueda del misterioso hombre irresistible, del verdadero seductor, podría llevarse a cabo en solitario. En mi caso, un ejército de guías, ángeles de la guarda y personas inteligentes me han ayudado a que este libro sea posible. Gracias en primer lugar a la generosidad de los hombres y las mujeres (con nombres ficticios) a quienes entrevisté. Sus expresivas voces, sus historias y pistas iluminan el camino y dan vida al seductor. También me siento en deuda con el Programa de Estudios Liberales de la Universidad de Nueva York, donde tuve la oportunidad de explorar la figura del seductor en la historia y la literatura con mis estudiantes de los cursos de bases de la cultura. Allí tuve la gran suerte de conocer a Walter J. Miller, un seductor por derecho propio, quien leyó y corrigió una primera versión del libro. Entre las personas que me ayudaron a perfilar las ideas durante el proceso están los doctores Marlene Powell, Robert E. Harrist Jr., Michael Parker, John Clubbe y Joan Blythe. Asimismo fueron de mucha ayuda el profesor István Deák, Gloria Deák, la doctora Sylvia Karasu, Peter Buckley, Maxine Antell, Scott Goldsmith, y Monica Peacocke. Igualmente fueron muy valiosas las contribuciones de Marc Daniels, Kate Hurney, Bob Braverman, Joni Evans, Barbara Stern, Sheila Kohler, Kathryn Staley, Catherine Hiller, John Pritchard y Molly Peacock. Me gustaría dar las gracias a los estudiosos de Praga que me abrieron sus archivos y compartieron conmigo una amplia información, a menudo desconocida, sobre Casanova: el doctor Paolo Sabbatini, Miloš Cˇurˇík, Maria Tarantova y Marcela Gottliebová. Mis amigos y conocidos me pusieron en la pista del seductor y me ilustraron con ejemplos del pasado y el presente, ofreciéndome datos muy interesantes. Gracias a Theodora Simons, Bette y Francis Mooney, Carol Curtis, Selva Ozelli, Hannah Solomon, Sylvia Chavkin, Finn MacEoin, Michael Rosker, Neide Hucks, Delores Cook, Jenni Kirby, Helen Rogers, Jean-Jacques Célérier y muchas otras personas que me hicieron comentarios certeros mientras escribía este libro. En especial estoy muy agradecida a mi excelente editora, Amy Cherry, cuya visión de conjunto mantuvo el rumbo del proyecto y cuyo ojo de lince logró que no me desviara. Gracias también a Laira Romain por su colaboración durante todo el proceso editorial; a la infalible correctora Mary Babcock; al departamento de diseño de Norton y a mi extraordinaria agente literaria, Lynn Nesbit. Mi más sincero agradecimiento va también para el experto en tecnología de la información Frank Vasquez y la ayudante de derechos, Kristen Lefevre. Y sobre todo, me gustaría agradecer de forma infinita a mi familia, que soportó el período de investigación y redacción del libro y que me apoyó en el día a día. Mis familiares fueron los primeros lectores y mis críticos más puntill osos: mi hija Phoebe y mi marido Philip, el ejemplo e inspiración de esta obra. Notas Introducción. Grandes seductores: los hombres y los mitos 1. Anthony Bonner, A Handbook of the Troubadours, F.R. P. Akehurst, y Judith M. Davis, eds., Berkeley, University of California Press, 1995, p. 77. 2. Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Juan García Puente, trad., Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999. Cita extraída de la p. 638. 3. Véase John Money, Love Maps, Buffalo (NY), Prometheus Books, 1986, XV, pp. 19 y ss. 4. «A History of Sex», Economist (23 de septiembre de 2004). 5. Ibid. 6. Peter Conrad, «The Libertine’s Progress», en Jonathan Miller, ed., Don Giovanni: Myths of Seduction and Betrayal, Nueva York, Schocken Books, 1990, p. 92. 7. Ben Jonson, Volpone; or, The Fox, Boston, Phillips, Sampson, 1857, acto 3, escena 6, vv. 267-268 y 291. [Hay trad. cast.: Volpone o El zorro, X. A. Sarabia Santander, trad., Barcelona, Bosch, 1980 (1996, 2.ª ed).] 8. Juliet Mitchell, «Preface», en Sarah Wright, Tales of Seduction: The Figure of Don Juan in Spanish Culture, Nueva York, Tauris Academic Studies, 2007, p. 10. 9. Denis de Rougemont, «Don Juan», en Isidor Schneider, ed., The World of Love, Nueva York, George Braziller, 1964, vol. 1, pp. 480-481. 10. 50 Cent, «In Da Club», www.azlyrics.com/lyrics/50cent/indaclub.html (consulta: 9 de mayo de 2012). 11. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, trad. de Mauro Armiño, prólogo de Félix de Ázua, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo II, vol. 12, cap. 5, p. 3.265. 12. Judith Summers, Casanova’s Women: The Great Seducer and the Women He Loved, Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 2. [Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova: el gran seductor y las mujeres que amó, Ernesto Junquera, trad., Madrid, Siruela, 2007.] 13. Casanova, Historia de mi vida…, cita extraída del tomo I, vol. 3, cap. 2, p. 586. 14. Ibid., vol. 3, cap. 4, p. 614. 15. Ibid., vol. 3, cap. 5, p. 623. 16. Ibid., tomo II, vol. 9, cap. 4, pp. 2.259-2.260. 17. Ibid., tomo I, vol. 1, prefacio, p. 32. 18. Albert Camus, Notebooks, 1951-1959, Ryan Bloom, trad., Chicago, Ivan R. Dee, 2008, p. 11. 19. Gail S. Reed, reseña, «The Quadrille of Gender: Casanova’s Memoirs», Psychoanalytic Quarterly, 61 (1992), p. 101. 20. El médico era Gonzalo Rodríguez Lafore. Véase el debate en Sarah Wright, Tales of Seduction: The Figure of Don Juan in Spanish Culture, Nueva York, Tauris Academic Studies, 2007, pp. 5657. 21. Otto Rank, The Don Juan Legend, David G. Winter, trad., Princeton (NJ), Princeton University Press, 1975, pp. 18 y 22. 22. Para un breve resumen, véase «A Field Guide to narcissism», Psychology Today (9 de diciembre de 2005). 23. Jules Feiffer, Harry, the Rat with Women, Seattle, Fantagraphics Books, 2007, pp. 93 y 119. [Hay trad. cast.: Harry es un perro con las mujeres, México, Joaquín Mortiz, 1965.] 24. Véase Gregory Pacana, «The Casanova Disorder», Philadelphia Mental Health Examiner (14 de octubre de 2010). 25. El doctor Gregorio Marañón (discurso «Psicopatología del donjuanismo», 1924) citado en Lawrence Osborne, The Poisoned Embrace: A Brief History of Sexual Pessimism, Nueva York, Pantheon Books, 1993, p. 161. 26. Véase Donald G. McNeil Jr., «An Apology with Echoes of Twelve Steps», New York Times (23 de febrero de 2010). Véase la obra fundamental de Peter Trachtenberg Casanova Complex: Compulsive Lovers and Their Women, Nueva York, Poseidon Press, 1988. [Hay trad. cast.: El complejo de Casanova, Barcelona, Ediciones B, «Dolce Vita», 1989.] 27. Véase Martha Stout, The Sociopath Next Door, Nueva York, Broadway Books, 2005. 28. «Locked Up Lothario», Smoking Gun (15 de marzo de 2010), www.thesmokinggun.com. 29. Véase Christopher Peterson, A Primer in Positive Psychology, Nueva York, Oxford University Press, 2006, pp. 236-244. 30. Véase, en especial, Abraham H. Maslow, Toward a Psychology of Being, Nueva York, Van Nostrand Reinhold, 1968, p. 157; y «Normality», en Burness E. More y Bernard D. Fine, eds., Psychiatric Terms and Concepts, New Haven (CT), American Psychoanalytic Association and Yale University Press, 1990, pp. 127-129. 31. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 74. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.] 32. Rodney Bolt, The Librettist of Venice: The Remarkable Life of Lorenzo Da Ponte, Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 108. 33. Ibid., p. 69. 34. Ibid., p. 82. 35. Citado en ibid., p. 82. 36. Citado en ibid., p. 221. 37. Ibid., p. 165. 38. Véase ibid., cap. 9, «That True Phoenix», p. 158. 39. Citado en ibid., p. 285. 40. Ruben Bolling, «Tom the Dancing Bug», Salon (25 de marzo de 2004), salon.com. 41. Citado en Matt Ridley, The Red Queen: Sex and Evolution of Human Nature, Nueva York, HarperCollins, 1993, p. 267. 42. David M. Buss, The Evolution of Desire: Strategies of Human Mating, Nueva York, Basic Books, 1994, pp. 19-48. [Hay trad. cast.: La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento humano, Celina González Serrano, trad., Madrid, Alianza, 1996 (2011, 4.ª reimp.). Véase el capítulo «Lo que quieren las mujeres», pp. 41-90.] 43. Donald Symons, The Evolution of Human Sexuality, Nueva York, Oxford University Press, 1979, p. 193. 44. Buss, The Evolution of Desire…, pp. 32-33. [Hay trad. cast.: La evolución del deseo…, citas extraídas de la p. 65.] 45. Richard Dawkins, The Selfish Gene, Nueva York, Oxford University Press, 1989, p. 154. [Hay trad. cast.: El gen egoísta, Juana Robles Suárez y José Manuel Tola Alonso, trads., Barcelona, Salvat, 1993 (2000), cita extraída de la p. 201.] 46. Citado en Mary Batten, Sexual Strategies; How Females Choose Their Mates, Nueva York, Putnam, 1992, p. 62. 47. Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, Henry Holt, 2001, p. 391. 48. Citado en Philippe Jullian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1971, p. 245. 49. Citado en Anthony Rhodes, The Poet as Superman: D’Annunzio, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1957, pp. 20 y 133. 50. Citado en Jullian, D’Annunzio…, p. 122. 51. Gerald Griffin, Gabriele D’Annunzio: The Warrior Bard, Nueva York, Kennikat Press, 1970, p. 47. 52. Citado en John Woodhouse, Gabriele D’Annunzio: Defiant Archangel, Nueva York, Oxford University Press, 1998, p. 61. 53. Citado en Jullian, D’Annunzio…, p. 121. 54. Citado en Tom Antongini, D’Annunzio, Boston, Little, Brown, 1936, p. 71. 55. Citado en Rhodes, The Poet as Superman…, p. 20. 56. Antongini, D’Annunzio, p. 59. 57. David de Angelo, correo electrónico, «Why a Wussy Can’t Attract Women», Double Your Dating, [email protected] (28 de febrero de 1007, 2:34:13 EST). [Hay trad. cast.: Dobla tus citas.] 58. Seduce & Conquer, www.seduceandconquer.com/guys/ (consulta: 2 de marzo de 2007). 59. Mystery, The Mystery Method: How to get Beautiful Women into Bed, Nueva York, St. Martin’s Press, 2007, p. 8. 60. Ibid., p. 21. 61. Neil Strauss, The Game: Penetrating the Secret Society of Pickup Artists, Nueva York, Regan Books, 2005, p. 137. [Hay trad. cast.: El método, Agustín Vergara, trad., Barcelona, Planeta, 2006.] 62. Ibid., p. 42; véase también «Player Guide: Rolling Stone Article about Speed Seduction», Eric Hedegaad, en 3/5/98 Rolling Stone, www.pickupguide.com/layguide/r.article.htm (consulta: 14 de mayo de 2012). 63. Paráfrasis de las palabras de Mystery, que escribe: «una corrección rápida y severa, como a un perro durante el adiestramiento», Mystery Method, p. 172. 64. Ibid., p. 25. 65. Ibid., p. 205. 66. Citado en Strauss, The Game…, p. 71. [Hay trad. cast.: El método…] 67. Mystery, Mystery Method…, p. 25; véase también «The Tao of Steve», www.scripto-rama.com/movie_scripts/t/tao-of-steve-transcript. html (consulta: 24 de abril de 2010). 68. Tony Clink, The Layguide: How to Seduce Women More Beautiful Than You Ever Dreamed Possible, Nueva York, Citadel Press/Kensington, 2004, p. 17. [Hay trad. cast.: Cómo follar con todas, José Gortázar, trad., DeBolsillo, Barcelona, 2008.] 69. Strauss, The Game…, p. 12. [Hay trad. cast.: El método…] 70. Ibid., p. 211. 71. Véase el título del libro, Gordon Young, Golden Prince: The Remarkable Life of Prince Aly Khan, Londres, Robert Hale, 1955. 72. Leonard Slater, Aly: A Biography, Nueva York, Random House, 1964, p. 7. [Hay trad. cast.: Alí Khan: príncipe divino, aventurero, diplomático y quizás el primer galán de nuestro tiempo, Mercedes Montané, trad., Barcelona, Grijalbo, 1967.] 73. Ibid., p. 7. 74. Ibid., p. 59. 75. Citado en ibid., p. 91. 76. Citado en ibid., p. 240. 77. Citado en ibid., p. 239. 78. Citado en ibid., p. 6. 79. Ibid., p. 152. 80. Mystery, Mystery Method…, p. 205. 81. Citado en Slater, Aly…, p. 138. [Hay trad. cast.: Alí Khan…] 82. Citado en Edward Douglas, Jack: The Great Seducer, Nueva York, HarperCollins, 2004, p. 314. 83. Veronica Harley, «Just What the Love Dr. Ordered: Best Relationship Books» (15 de abril de 2010), http://shopping.aol.com. 84. John Gottman, Why Marriages Succeed or Fail, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 1994, p. 185. 85. Ibid., p. 176. 86. Ibid., p. 207. 87. Citado en Philip C. McGraw, «Dr. Phil: So Much Intimacy Based on Imagination», O, The Oprah Magazine (1 de octubre de 2006). 88. Eva Salinger, The Complete Idiot’s Guide to Pleasing Your Woman, Nueva York, Alpha Books, 2005, p. 186. 89. Citado en Benita Eisler, Byron: Child of Passion, Fool of Fame, Nueva York, Vintage Books, 1999, p. 266. 90. Citado en Fiona MacCarthy, Byron: Life and Legend, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2002, pp. 271 y 144. 91. Citado en Andrew Maurois, Byron, Hamish Miles, trad., Nueva York, P. Appleton, 1930, p. 296. 92. Marguerite Blessington, A Journal of Conversations with Lord Byron, With a Sketch of the Life of the Author, Boston, G. W. Cotterel, 1839, p. 23. 93. Citado en Maurois, Byron…, p. 374. 94. Citado en MacCarthy, Byron…, p. 268. 95. Citado en Maurois, Byron…, pp. 557-558. 96. Mark Stevens y Annalyn Swan, De Kooning; An American Master, Nueva York, Alfred A. Knopf, 2007, p. 75. 97. Ibid., p. 116. 98. Citado en Anthony Summers y Robbyn Swan, Sinatra: The Life, Nueva York, Vintage Books, 2005, p. 161. 99. Citado en Douglas, Jack…, p. 246. 100. People (18 de noviembre de 2008). 101. David Bret, Satan’s Angel, Londres, Robson Books, 2000, p. 253. 102. Modigliani, citado en Nigel Cawthorne, Sex Lives of the Great Artists, Londres, Prion, 1998, p. 154. 1. Carisma. Un relámpago en la botella 1. Citado en Jurgen Hesse, «From Champion Majorette to Frank Sinatra Date», Vancouver Sun (31 de agosto de 1970). 2. Véase «The X-Factors of Success», Psychology Today (1 de mayo de 2005). Los científicos apuntan que es posible «identificarlo [el carisma] en cuestión de segundos». Véase también Mark Greer, «The Science of Savoir Faire», American Psychological Association, 36, n.º 1 (enero de 2005). 3. Para leer un resumen de la investigación en este ámbito, véase Jessica Winter, «How to Light Up a Room», O, The Oprah Magazine (octubre de 2010), y también http:/cbea.nmsu.edu/~dboje/teaching/338/ charisma.htm (consulta: 18 de febrero de 2011). 4. Ernest Becker, The Denial of Death, Nueva York, Free Press Paperbacks/Simon & Schuster, 1973, p. 136. [Hay trad. cast.: La negación de la muerte, Alicia Sánchez Millet, trad., Barcelona, Kairós, 2003.] 5. Irvine Schiffer, Charisma: A Psychoanalytic Look at Mass Society, Nueva York, Free Press/Macmillan, 1973, pp. 43-48. 6. Joseph Roach, It, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2007, pp. 8-12. 7. Charles Lindholm, Charisma, Cambridge (MA), Basil Blackwell, 1990, p. 158. [Hay trad. cast.: Carisma: análisis del fenómeno carismático y su relación con la conducta humana y los cambios sociales, Carlos Gardini, trad., Barcelona, Gedisa, 2012.] 8. «Charisma», en Adam Kuper y Jessica Kuper, eds., The Social Science Encyclopedia, Nueva York, Routledge, 1996, www.bookrags. com/charisma (consulta: 14 de mayo de 2012). 9. Marisa Belger, «For Richer or For Poorer», en Hilary Black, ed., The Secret Currency of Love, Nueva York, Harper, 2010, p. 31. 10. Ibid., p. 34. 11. Véase Psychology Today (1 de mayo de 2005); la joie de vivre es uno de los cinco componentes del carisma. 12. Citado en Peter Haining, ed., The Essential Seducer, Londres, Robert Hale, 1994, p. 49. 13. Citado en Len Oakes, Prophetic Charisma: The Psychology of Revolutionary Religious Personalities, Syracuse (NY), Syracuse University Press, 1997, p. 29. 14. Michael R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p. 96. 15. José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1943 (nueva ed.), cita extraída de la p. 96. 16. Citado en Kay Redfield Jamison, Exuberance: The Passion for Life, Nueva York, Vintage Books, 2004, p. 210. 17. Carl Kerényi, Dionysos: Archetypal Image of Indestructible Life, Bollingen Series, vol. 65, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1976, p. XXXVI. [Hay trad. cast.: Dionisos: raíz de la vida indestructible, Adan Kovacksics, trad., Magda Kerényi, ed. lit., Barcelona, Herder, 2011.] 18. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid, Siruela, 1997 (2006, 3.ª reimp.), citas extraídas de las pp. 62 y 78. 19. Citado en Helen Handley, ed., The Lover’s Quotation Book, Nueva York, Barnes and Noble, 2000, p. 22. 20. Geoffrey Chaucer, «The Wife of Bath’s Tale», en The Canterbury Tales, Nevill Coghill, trad. y adap., Nueva York, Penguin, 2003, p. 259. [Hay trad. cast.: Los cuentos de Canterbury, Pedro Guardia Massó, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1991, 2.ª ed., cita extraída de la p. 196.] 21. Bernard Williams, «Don Juan as an Idea», en Lydia Goehr y Daniel Herwitz, eds., The Don Giovanni Moment, Nueva York, Columbia University Press, 2006, p. 111. 22. Theodor Fontane, EffiBriest (1895), Nueva York, Penguin, 2000, p. 77. [Hay trad. cast.: EffiBriest, Pablo Sorozábal Serrano, trad., Madrid, Alianza, 2004.] 23. Véase, por ejemplo, Jack Travis, «el gato atractivo y grande» de la novela de Lisa Kleypas Buenas vibraciones, cuyo cóctel erótico es una combinación de «vitalidad, confianza y masculinidad», Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2009, p. 46. [Hay trad. cast.: Buenas vibraciones, Ana Isabel Domínguez Palomo y María del Mar Rodríguez Barrena, trads., Barcelona, Vergara, 2010.] 24. Charlotte Haldane, Alfred: The Passionate Life of Alfred de Musset, Nueva York, Roy, 1960, p. 45. 25. Ibid., p. 47. 26. Margaret Nicholas, ed., The World’s Greatest Lovers, Londres, Octopus Books, 1985, p. 39. 27. Citado en William G. Hyland, George Gershwin: A New Biography, Westport (CT), Praeger, 2003, p. 215. 28. Citado en Howard Pollack, George Gershwin: His Life and Work, Berkeley, University of California Press, 2006, p. 205. 29. Citado en ibid., pp. 112 y 205. 30. Citado en ibid., p. 115. 31. Hyland, George Gershwin…, p. 115. 32. Citado en ibid., p. 116. 33. André Maurois, «The Art of Loving», en The Art of Living, Nueva York, Harper and Row, 1959, p. 17. [Hay trad. cast.: Un arte de vivir, Buenos Aires, Librería Hachette, 1978.] 34. Lindholm, Charisma…, p. 20. 35. Citado en Peter Trachtenberg, The Casanova Complex: Compulsive Lovers and Their Women, Nueva York, Poseidon Press, 1988, p. 32. [Hay trad. cast.: El complejo de Casanova, Susana Constante Lamy, trad., Barcelona, Ediciones B, 1989.] 36. Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva York, Touchstone/Simon & Schuster, 1988, p. 23. 37. William Gass, «Throw the Emptiness out of Your Arms: Rilke’s Doctrine of Nonpossessive Love», en Robert C. Solomon y Kathleen M. Higgins, eds., The Philosophy of (Erotic) Love, Lawrence, University of Kansas Press, 1991, p. 463. 38. Véase Helen Fisher, «The Drive to Love: The Neural Mechanism for Mate Selection», en Robert J. Sternberg y Karen Weis, eds., The New Psychology of Love, New Haven (CT), Yale University Press, 2006, p. 91. 39. Véase Elaine Hatfield, «Passionate and Compassionate Love», en Robert J. Sternberg y Michael L. Barnes, eds., The Psychology of Love, New Haven (CT), Yale University Press, 1988, pp. 199-205. 40. Otto, Dioniso: mito y culto…, cita extraída de la p. 60. 41. Colette, The Other One, Nueva York, New American Library, 1960, p. 130. [Hay trad. cast.: La segunda, E. Piñas, trad., Cerdanyola, Argos Vergara, 1982.] 42. Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart Bitches’ Guide to Romance Novels, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 2009, p. 70. 43. Ernest Newman, The Man Liszt, Nueva York, Charles Scribner’s, 1935, pp. 14 y 40. 44. Citado en Lucy Hughes-Hallett, Heroes: A History of Hero Worship, Nueva York, Anchor Books, 2005, p. 36. 45. Plutarco, «Alcibíades», en Vidas paralelas. Alejandro-César, Pericles-Fabio Máximo, Alcibíades-Coriolano, Emilio Crespo, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1999, pp. 357410, cita extraída de la p. 367. 46. Hughes-Hallett, Heroes…, p. 14. 47. E. F. Benson, The Life of Alcibiades, Londres, Ernest Benn, 1928, p. 109. 48. Plutarco, «Alcibíades», en Vidas paralelas…, véase la p. 388. 49. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, ed. y trad., Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 111. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.] 50. Véase Janet Evanovich, Ten Big Ones, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2004, pp. 290-291. 51. Carly Carson, «Heros in Romantic Fiction» (16 de junio de 2009), http://fierceromance.blogspot.com; y Evanovich, Ten Big Ones…, p. 390. 52. Para leer el estudio más completo sobre el tema, véase John Money, Love and Love Sickness: The Science of Sex: Gender Differences and Pair Bonding, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1980, pp. 78100 y 118. 53. Citado en Otto Rank, The Don Juan Legend, David G. Winter, trad., Princeton (NJ), Princeton University Press, 1975, p. 18. 54. Para obtener más información sobre los «efectos mágicos» de la indulgencia sexual y las imágenes fálicas, véase George Ryley Scott, Phallic Worship: A History of Sex and Sexual Rites, Londres, Senate/Random House UK, 1966, pp. 42-45. 55. Las personas que no suelan leer novelas de género romántico se sorprenderán ante la cantidad de sexo explícito que contienen. Sarah Wendell y Candy Tan comentan este tema en el capítulo «The Hero’s Wang of Mighty Lovin’», en Beyond Heaving Bosoms…, p. 83. 56. E. C. Sheehy, «Midnight Plane to Georgia», en Bad Boys Southern Style, Nueva York, Brava/Kensington, 2006, p. 125. 57. Ibid., p. 167. 58. Leonard Slater, Aly: A Biography, Nueva York, Random House, 1964, p. 6. [Hay trad. cast.: Alí Khan: príncipe divino, aventurero, diplomático y quizás el primer galán de nuestro tiempo, Mercedes Montané, trad., Barcelona, Grijalbo, 1967.] 59. Definición de «carisma» extraída de «Fast Forces of Attraction», Psychology Today (enero de 2008). 60. Ibid., p. 4. 61. En una entrevista dijo que la «clase», el deseo de hacer felices a las mujeres y «una rosa en un momento especial» eran sus secretos para lograr ser un gran amante. Citado en la reedición de una entrevista con Porfirio Rubirosa publicada en El Universal (1955): «Porfirio Rubirosa: What Women Need», Repeating Islands (6 de junio de 2010), http://repeatingislands.com/ 2010/ 06/ 21/porfirio-rubirosa-what-women-need. 62. Citado en Shawn Levy, The Last Playboy: The High Life of Porfirio Rubirosa, Nueva York, HarperCollins, 2005, p. 160. 63. Citado en H. Noel Williams, The Fascinating Duc de Richelieu: Louis François Armand du Plessis, Nueva York, Charles Scribner’s, 1910, p. 51. 64. Cliff Howe, «Duc de Richelieu», en Lovers and Libertines, Nueva York, Ace Books, 1958, p. 7. 65. Ibid., p. 9. 66. Williams, The Fascinating Duc de Richelieu…, p. 51. 67. Howe, «Duc de Richelieu», p. 7. 68. Citado en Williams, The Fascinating Duc de Richelieu…, pp. 50-51. 69. Thomas Otway, The Orphan: or, the Unhappy Marriage, Londres, W. Feales, 1735, acto 3, escena 1. 70. Marc Shapiro, Ashton Kutcher: The Life and Loves of the King of Punk’d, Nueva York, Pocket Books, 2004, p. 4. 71. Ibid., p. 5. 72. Citado en ibid., p. 23. 73. Se manifiesta ya en el amor de David por Jonatán en el Antiguo Testamento, II Samuel 1:26: «estoy angustiado por ti, hermano mío, Jonatán. Me eras carísimo. Tu amor era para mí más dulce que el amor de las mujeres». 74. Véase el comentario sobre la obra de Pentland en Winter, «How to Light Up a Room». 75. Otto, Dioniso: mito y leyenda… Cita extraída de la p. 58. 76. Anton Chéjov, «The Lady with Lapdog», en Lady with Lapdog and Other Stories, David Magarshack, trad., Nueva York, Penguin, 1964, p. 265. [Hay trad. cast.: La dama del perrito y otros relatos, Madrid, Aguilar, 1995 (2.ª ed.).] 77. W. Somerset Maugham, Up at the Villa, Nueva York, Vintage Books, 1940, p. 57. [Hay trad. cast.: Misterio de la Villa, Ana María de la Fuente Rodríguez, trad., Barcelona, Plaza & Janés, 2000.] 78. Jennifer Crusie, Bet Me, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2004, p. 213. [Hay trad. cast.: Una apuesta peligrosa, Enrique Alda Delgado, trad., Madrid, Punto de Lectura, 2007.] 79. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Catherine Temerson, trad., Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 80. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.] 80. Simon Sebag Montefiore, Potemkin: Catherine the Great’s Imperial Partner, Nueva York, Vintage, 2005, p. 183. 81. Citado en Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three Rivers Press, 2005, p. 86. 82. Citado en ibid., p. 293. 83. Citado en James Lincoln Collier, Duke Ellington, Nueva York, Macmillan/McGrawHill, 1991, p. 10. 84. Citado en John Edward Hasse, Beyond Category: The Life and Genius of Duke Ellington, Nueva York, Da Capo Press, 1993, pp. 22 y 256. 85. Ibid., p. 257. 86. Citado en ibid. 87. Citado en ibid. 88. Citado en «The Duke», en Irving Wallace, et al., The Intimate Sex Lives of Famous People, Nueva York, Delacorte Press, 1981, p. 262. 89. Don George, Sweet Man: The Real Duke Ellington, Nueva York, Putnam’s, 1981, p. 109. 90. «The Evolution of Homosexuality: Gender Bending. Genes That Make Some People Gay Make Their Brothers and Sisters Fecund», Economist (23 de octubre de 2008), p. 97. 91. Véase Roach, It…, pp. 4 y 11. 92. Camille Paglia, Sexual Personae: Art and Decadence from Nefertiti to Emily Dickinson, Nueva York, Vintage, 1990, p. 441. [Hay trad. cast.: Sexual personae: arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, Pilar Vázquez Álvarez, trad., Madrid, Valdemar, 2006.] 93. Véase el debate sobre el tema en Andy Newman, «What Women Want (Maybe)», New York Times (12 de junio de 2008). 94. Véase «The Evolution of Homosexuality…», p. 97, y Lois Rogers, «Feminine Face Is Key to a Woman’s Heart», Sunday Times, Londres (8 de diciembre de 2002). 95. Véase el debate recogido en June Singer, Androgyny: Toward a new Theory of Sexuality, Garden City (NY), Anchor Books, 1977, pp. 29-33. 96. Citado en «Androgyny», Parabola: Myth and the Quest for Meaning, 3, n.º 4 (1997), p. 27. 97. Citado en ibid., p. 24. 98. Alain Daniélou, Gods of Love and Ecstasy: The Traditions of Shiva, Rochester (VT), Inner Traditions, 1992, p. 63. 99. Lo denominaban thelymorphus («hombre con apariencia de mujer»). Arthur Evans, The God of Ecstasy: Sex Roles and the Madness of Dionysos, Nueva York, St. Martin’s Press, 1988, p. 21. 100. Maureen Child, Turn My World Upside Down, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2005, p. 1. 101. Benita Eisler, Byron: Child of Passion, Fool of Fame, Nueva York, Vintage Books, 1999, p. 267. 102. Citado en Jeffrey Meyers, Gary Cooper: American Hero, Nueva York, William Morrow, 1998, p. 88. [Hay trad. cast.: Gary Cooper: el héroe americano, Gustavo Vecino, trad., Madrid, T&B, 2011, cita extraída de la p. 99.] 103. Meyers, Gary Cooper: el héroe americano…, citas extraídas de la p. 47. 104. Citado en Meyers, Gary Cooper: el héroe americano…, cita extraída de la p. 48. 105. Citado en ibid., p. 100. 106. Citado en ibid., p. 48. 107. Citado en ibid., p. 99. 108. Rusty Rockets, «Sexual Success and the Schizoid Factor», Science a GoGo (28 de abril de 2006), www.scienceagogo.com/news/ creativity.shtml. 109. Véase Len Oakes, quien cita a Weber a propósito del carisma: «Es creativo [porque] en su forma pura, podría decirse que el carisma […] solo existe en el proceso de creación». Oakes, Prophetic Charisma…, p. 27. 110. Citado en Handley, ed., Lover’s Quotation Book…, p. 23. 111. Los estudios de 2008 se llevaron a cabo en Newcastle upon Tyne y en la Universidad Abierta. «Sex Appeal», Peterman’s Eye (7 de enero de 2009), www.petermanseye.com/curiosities/notables-gossip/467sex-appeal. 112. Véase Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, pp. 258-291. 113. Citado en Rockets, «Sexual Success and the Schizoid Factor». 114. Paglia, Sexual Personae…, p. 45. [Hay trad. cast.: Sexual personae: arte y decadencia…] 115. Weston La Barre, «Shamanic Origins of Religion and Medicine», Journal of Psychedelic Drugs, 11, n.os 1-2 (enero-junio de 1979). 116. Otto, Dioniso: mito y leyenda…, cita extraída de la p. 65. 117. Laura Jackson, Heart of Stone: The Unauthorized Life of Mick Jagger, Londres, Blake, 1997, p. 58. [Hay trad. cast.: Insaciable: los excesos sexuales de Mick Jagger, José Ángel Pastor Anka, trad., Valencia, La Máscara, 2000.] 118. Ibid., p. 49. 119. Citado en ibid., p. 75. 120. Todas las citas del párrafo extraídas de Marina Warner, «Lucian Freud: The Unblinking Eye», New York Times Magazine (4 de diciembre de 1989). 121. «Lucian Freud: The Life», Independent (30 de mayo de 2002). 122. Simon Edge, «Lucian Freud the Lothario», Daily Express (6 de agosto de 2009). 123. Rowan Pelling, «A Woman of Easel Virtue», Independent (17 de abril de 2005). 124. Citado en Edge, «Lucian Freud the Lothario». 125. Oakes, Prophetic Charisma…, p. 26. 126. Cole Porter, «Don’t Fence Me In», Warner Brothers, 1944. 127. Philip Rieff escribe: «Una persona carismática es la que rompe con el orden establecido». Philip Rieff, Charisma: The Gift of Grace, and How It Has Been Taken Away From, Nueva York, Vintage Books, 2007, p. 160. 128. Citado en Oakes, Prophetic Charisma…, p. 26. 129. Roach, It…, p. 8. 130. Norman O. Brown, Hermes the Thief: The Evolution of a Myth, Nueva York, Vintage Books, 1969, p. 34. 131. Eurípides, «The Bacchae», en The Bacchae and Other Plays, Philip Vellacott, trad., Nueva York, Penguin, 1954, p. 214. [Hay trad. cast.: Eurípides, «Bacantes», en Tragedias III, Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca, introd. y trad., Madrid, Gredos, 1979. Verso omitido en la traducción de García Gual y De Cuenca. En nota al pie advierten los traductores: «Murray, siguiendo una hipótesis de Reiske, señala la falta de un verso tras el 651…». Por lo tanto, la traducción es nuestra.] 132. Knut Hamsun, Mysteries (1891), Gerry Bothmer, trad., Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2006, p. 3. [Hay trad. cast.: Misterios, K. Baggethun y R. García-Badell, trads., Madrid, Alfaguara, 2002.] 133. Ibid., p. 165. 134. Salman Rushdie, The Ground Beneath Her Feet, Nueva York, Picador USA/Henry Holt, 1999, pp. 190 y 177. [Hay trad. cast.: El suelo bajo sus pies, Miguel Sáenz, trad., Barcelona, Plaza & Janés, 1999, citas extraídas de las pp. 236 y 221.] 135. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua, prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo I, vol. 2, cap. 2, p. 307.] 136. Albert Camus, The Rebel: An Essay on Man in Revolt, Nueva York, Vintage, 1956, p. 22. [Hay trad. cast.: El hombre rebelde, Josep Escué, trad., Alianza, Madrid, 2005 (2011, 8.ª reimpr.).] 137. Albert Camus, El mito de Sísifo, Esther Benítez, trad., Madrid, Alianza, 1999 (2002, 3.ª reimp.), cita extraída de la p. 98. 138. Herbert R. Lottman, Albert Camus: A Biography, Corte Madera (CA), Gingko Press, 1997, p. 125. [Hay trad. cast.: Albert Camus, Amalia Álvarez Fraile, Francisco Javier Muñoz Martín e Inés Ortega, trads., Madrid, Taurus, 2006.] 139. Olivier Todd, Albert Camus: A Life, Benjamin Ivry, trad., Nueva York, Carroll and Graf, 1997, p. 413. [Hay trad. cast.: Albert Camus: una vida, Encarna Castejón, trad., Barcelona, Tusquets, 2002.] 140. Sara Wheeler, Too Close to the Sun: The Life and Times of Denys Finch Hatton, Londres, Jonathan Cape, 2006, p. 203. 141. Citado en ibid., p. 32. 142. Ibid., p. 22. 143. Errol Trzebinski, Silence Will Speak, Chicago, University of Chicago Press, 1977, p. 156. 144. Beryl Markham, West with the Night, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1942, p. 120. [Hay trad. cast.: Al Oeste con la noche, Miguel Izquierdo Ramón, trad., Barcelona, Libros del Asteroide, 2012.] 145. Trzebinski, Silence Will Speak…, p. 156. 146. Citado en ibid., p. 156. 147. Hillary Johnson, «The Flaw That Punctuates Perfection», Los Angeles Times (30 de noviembre de 2001). 148. Roach, It…, p. 17. 149. Schiffer, Charisma…, p. 30. 150. Erica Jong, «The Perfect Man», en What Do Women Want, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Penguin, 1998, p. 173. 151. Véase Michael J. Bader, Arousal: The Secret Logic of Sexual Fantasies, Nueva York, Thomas Dunne Books/St. Martin’s Press, 2002, p. 140. 152. Johnson, «Flaw That Punctuates Perfection». 153. Citado en Oakes, Prophetic Charisma…, p. 26. 154. Mary Jo Putney, «Welcome to the Dark Side», en Jayne Ann Krentz, ed., Dangerous Men and Adventurous Women of the Romance: Romance Writers on the Appeal of the Romance, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1992, p. 101. 155. Véase «Wounded Heroes», Listmania, www.amazon.com/ WoundedHeroes/lm/1W95CIQLARZYP (consulta: 23 de octubre de 2009). 156. Rebecca Silver, «Fearful Symmetry», en Lonnie Barach, ed., Erotic Interludes, Nueva York, HarperPerennial, 1986, p. 225. 157. Véanse las dos novelas de Lisa Kleypas sobre Hardy Cates: Sugar Daddy, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2007, [hay trad. cast.: Mi nombres es Liberty, Victoria Morera, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2009], y Blue-Eyed Devil, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2008. [Hay trad. cast.: El diablo tiene ojos azules, Albert Solè, trad., Barcelona, Ediciones B, 2008.] 158. Edward Craig, Routledge Encyclopedia of Philosophy: Questions to Sociobiology, Nueva York, Routledge, 1998, p. 60. 159. Cita extraída del título del libro de Edward Douglas, Jack the Great Seducer, Nueva York, HarperEntertainment, 2004. 160. Citado en ibid., p. 221. 161. Citado en ibid., p. 268. 162. Citado en ibid., p. 6. 163. Citado en Ann Pasternak Slater, «Introduction», en Iván Turguéniev, Fathers and Sons, Elizabeth Cheresh Allen y Constance Garnett, eds., Nueva York, Modern Library, 2001, p. XII. [Hay trad. cast.: Padres e hijos, Víctor Andresco, trad., Barcelona, El Cobre, 2003.] 164. Avraham Yarmolinsky, Turgenev: The Man, His Art and His Age, Nueva York, Orion Press, 1959, p. 41. 165. V. S. Pritchett, The Gentle Barbarian: The Work and Life of Turgenev, Nueva York, Ecco Press, 1977, p. 86. 166. Citado en Yarmolinsky, Turgenev…, p. 57. 167. Schiffer, Charisma…, p. 44. 168. James A. Donovan, «Toward a Model Relating to Empathy, Charisma, and Telepathy», en Journal of Scientific Exploration, 11, n.º 4 (1997), pp. 455 y 464. Véase también el artículo completo en pp. 455-471. 169. Citado en Mark Greer, «The Science of Savoir Faire» (enero de 2005), y también Carlin Flora, «The X-Factors of Success», Psychology Today (mayo-junio de 2005). 170. Becker, Denial of Death…, p. 135. 171. Rieff, Charisma…, p. 105 172. Zahavi defiende que las mujeres más valoradas escogen hombres que son sinceros en sus promesas durante el cortejo. Para un buen resumen de su punto de vista, véanse Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, W. H. Freeman/Times Books/Henry Holt, 2001, pp. 221-223; y «Deceit versus Honest Signaling», www.animalbehavioronline.com (consulta: 14 de mayo de 2012). Para consultar estudios en los que se afirma que el carisma no puede fingirse, véase la obra de la investigadora Nada Gada, comentada en Greer, «Science of Savoir Faire»; y el test de comunicación afectiva del psicólogo Howard S. Friedman, que mide el carisma. Friedman aporta la siguiente conclusión: «Las personas verdaderamente carismáticas son auténticas». Winter, «How to Light up a Room». 2. Carácter. Las bondades 1. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 41. 2. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, p. 293. 3. Jules Bertaut, Égéries du XVIIIe siècle, París, Librarie Plon, 1928, p. 147. 4. Citado en la «Introducción» de C. A. Helvétius, De L’esprit or Essays on the Mind and Its Several Faculties, Londres, J. M. Richardson, 1809, p. VI. [Hay trad. cast.: Del espíritu, José Manuel Bermudo Ávila, trad., Pamplona, Laetoli, 2012.] 5. Citado en Bertaut, Égéries…, p. 148. 6. Citado en ibid., p. 149. 7. Citado en Darrin M. McMahon, Happiness: A History, Nueva York, Grove Press, 2006, p. 217. [Hay trad. cast.: Una historia de la felicidad, Amado Diéguez Rodríguez, trad., Madrid, Taurus, 2006.] 8. Para esta reflexión y el estudio sobre el tema, véase Helen Fisher, Why Him? Why Her?, Nueva York, Henry Holt, 2010, p. 206. 9. Capellán, Libro del amor cortés…. Véanse las pp. 40-41. Escribe Andrés el Capellán: «La belleza no atrae si carece de bondad y la integridad moral es lo único que hace que el hombre se enriquezca con la verdadera nobleza y brille de resplandeciente belleza» (p. 41). 10. Robert Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, eds., Nueva York, Tudor, 1927, p. 631. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto Manguel, prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor, trads., Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.). Cita extraída de la p. 329.] 11. Baldassare Castiglione, The Book of the Courtier, Charles S. Singleton, trad., Garden City (NY), Anchor Books, 1959, p. 335. [Hay trad. cast.: El cortesano, Juan Boscán, trad., Madrid, Alianza, 2008.] 12. Véase Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva York, Touchstone Books/Simon & Schuster, 1989, pp. 240-246. 13. Es un tema polémico con varios estudios contradictorios. Para la preferencia femenina por la amabilidad y la sinceridad masculinas, por el hombre bueno, véase David M. Buss, The Evolution of Desire: Strategies of Human Mating, Nueva York, Basic Books/HarperCollins, 1994, pp. 44-45. [Hay trad. cast.: La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento humano, Celina González Serrano, trad., Alianza, Madrid, 1996 (2011, 4.ª reimp). Véanse las pp. 83-84.] Para el punto de vista contrario, véase Mason Inman, «Bad Guys Really Do Get the Most Girls», New Scientist (18 de junio de 2008). 14. Erica Jong, «The Perfect Man», en What Do Women Want?, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Penguin, 1998, p. 172. 15. Véase Edward Horgan, «Exceeding the Threshold: Why Women Prefer Bad Boys», Exposé: Writing from the Harvard Community (2011), pp. 1-14, expose.fas.harvard.edu/issues/issues_2011/horgan.html (consulta: 26 de enero de 2012). 16. Geoffrey Miller, «Virtues of Good Breeding», en Miller, The Mating Mind…, p. 339. Véanse también las pp. 292-340. 17. Steven Pinker, How the Mind Works, Nueva York, W.W. Norton, 1997, p. 400. [Hay trad. cast.: Cómo funciona la mente, Ferran Meler Ortí, trad., Barcelona, Destino, 2004 (2008, 3.ª reimp.).] 18. Norman O. Brown, Hermes the Thief: The Evolution of a Myth, Nueva York, Vintage Books, 1947, p. 23. 19. Norma Lorre Goodrich, Medieval Myths, Nueva York, Meridian Books/Penguin, 1961, p. 186. 20. Según una encuesta reciente llevada a cabo por Orange Prize for Fiction, 1.900 mujeres votaron por «el señor Darcy como el hombre con el que preferirían tener una cita». Cherry Potter, ««Why Do We Still Fall for Mr. Darcy?», Guardian (29 de septiembre de 2004). 21. Jane Austen, Pride and Prejudice, Nueva York, Middleton Classics, 2009, p. 317. [Hay trad. cast.: Orgullo y prejuicio, María Antonia Ibáñez, trad., Madrid, Cátedra, 1993, cita extraída de la p. 452.] 22. Citado en Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 217. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.] 23. Charlotte Haldane, Alfred: The Passionate Life of Alfred de Musset, Nueva York, Roy, 1961, p. 67. 24. Citado en Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three Rivers Press, 2005, p. 350. 25. Peter Guralnick, Dream Boogie: The Triumph of Sam Cooke, Nueva York, Back Bay Books, 2005, p. 229. 26. Ibid., p. 496. 27. Citado en ibid., pp. 101 y 142. 28. Ibid., p. 210. 29. Ibid., p. 195. 30. Citado en ibid., p. 619. 31. Citado en ibid., pp. 361 y 275. 32. George Gershwin, «Boy Wanted», WB Music, 1924. 33. Ovidio, Arte de amar, en Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 446. 34. Robert Bly, Iron John: A Book about Men, Nueva York, Addison-Wesley, 1990, p. 132. [Hay trad. cast.: Iron John: una nueva visión de la masculinidad, Daniel Loks Adler, trad., Móstoles, Gaia, 1994 (2011, 4.ª reimp.).] 35. Citado en Mark Tyrrell, «Fortune Favours the Brave (and So Does Dating)», Uncommon Knowledge, www.uncommon-knowledge. co.uk/dating.html (consulta: 17 de marzo de 2011). 36. Para más información sobre el tema, véanse Wolfgang Lederer, The Fear of Women, Nueva York, Grune and Stratton, 1968; y Karen Horney, «The Dread of Women», en Harold Kelman, ed., Feminine Psychology, Nueva York, W.W. Norton, 1967, pp. 133-146. 37. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 418. 38. El antropólogo social Fernando Henriques afirma que uno de los objetivos de los combates masculinos por el amor de una dama era despertar la excitación de las mujeres. Véase Henriques, Love in Action: The Sociology of Sex, Nueva York, E. P. Dutton, 1960, pp. 156-163. 39. Citado en Diane Wolkstein, «Inanna and Dumuzi», en The First Love Stories: From Isis and Osiris to Tristan and Iseult, Nueva York, HarperPerennial/HarperCollins, 1991, p. 52; y «Dumuzi (Tammuz), Lord of Love and Fertility, the Divine Bridegroom», www.gatewaystobabylon.com/gods/lords/lordumuzi.htm (consulta: 27 de marzo de 2009). 40. Eurípides, «Bacantes», en Tragedias III, Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca, introd. y trad., Madrid, Gredos, 1979, pp. 323410, cita extraída de la p. 369. 41. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua, prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, citas extraídas del tomo I, vol. 2, cap. 2, p. 307. 42. Citado en «Juan Belmonte», en Irving Wallace et al., The Intimate Sex Lives of Famous People; Nueva York, Delacorte Press, 1981, p. 524. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas de gente famosa, María Antonia Menini, trad., Barcelona, Grijalbo, 1982.] 43. Frank McLynn, Robert Louis Stevenson: A Biography, Nueva York, Random House, 1993, p. 94. 44. Ibid., pp. 97 y 101. 45. Robert Louis Stevenson, fuente desconocida, citado en «Quotations Book», http://quotationsbook.com/quote/14862 (consulta: 14 de mayo de 2012). 46. Robert Louis Stevenson, «On Falling in Love», en Isidor Schneider, ed., The World of Love, Nueva York, George Braziller, 1964, vol. 2, p. 261. 47. Citado en McLynn, Robert Louis Stevenson…, p. 27. 48. Stendhal, Del amor, Consuelo Berges, trad., prólogo y notas, Madrid, Alianza, 1968 (2003), cita extraída de la p. 212. 49. Georges Bataille, El erotismo, Antoni Vicens Lorente y MariePaule Sarazin, trads., Barcelona, Tusquets, 1997 (2005, 4.ª ed.), cita extraída de la p. 36. 50. David Holbrook, Sex and Dehumanization in Art, Thought and Life in Our Time, Nueva York, Pittman, 1972, p. 31. 51. Véanse Christopher Peterson, A Primer in Positive Psychology, Nueva York, Oxford University Press, 2006, p. 145; y T. Byram Karasu, The Spirit of Happiness: Discovering God’s Purpose in Your Life, Nueva York, Simon & Schuster, 2006, passim. 52. Erich Neumann, The Great Mother: An Analysis of the Archetype, Bollingen Series, vol. 47, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1963, p. 97. [Hay trad. cast.: La gran madre: una fenomenología de las creaciones femeninas de lo inconsciente, Rafael Fernández de Maruri, trad., Madrid, Trotta, 2009.] 53. Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart Bitches’ Guide to Romance Novels, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 2009, p. 70. 54. Véase «For the Love of God», All About Romance, www.likesbooks. com/religion.html (consulta: 21 de marzo de 2011). 55. Citado en Ernest Newman, The Man Liszt, Nueva York, Scribner’s, 1935, p. 32. 56. Citado en ibid., p. 161. 57. Citado en Spencer Klaw, Without Sin: The Life and Death of the Oneida Community, Nueva York, Penguin, 1993, p. 12. 58. Citado en ibid., p. 12. 59. Wallace et al., Intimate Sex Lives…, p. 553. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas…] 60. Klaw, Without Sin…, p. 12. 61. Ibid., p. 11. 62. Citado en ibid. 63. Ibid. 64. Citado en ibid., p. 36. 65. Cathleen Schine, Rameau’s Niece, Nueva York, Houghton Mifflin, 1993, p. 132. [Hay trad. cast.: La sobrina de Rameau, Patricia Antón de Vez Ayala-Duarte, y Ana Herrera Ferrer, trads., Barcelona, Planeta, 2001.] 66. Véase Ewen Callaway, «Nerds Rejoice: Braininess Boosts Likelihood of Sex», New Scientist (3 de octubre de 2008). 67. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, ed. y trad., Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 45. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.] 68. Ovidio, Amores. El arte de amar…, cita extraída de la p. 440. 69. Martha Nussbaum, «The Speech of Alcibiades: A Reading of Plato’s Symposium», en Robert C. Solomon y Kathleen M. Higgins, eds., The Philosophy of (Erotic) Love, Lawrence, University Press of Kansas, 1991, p. 302. 70. Miller, The Mating Mind…, p. 237. 71. Brown, Hermes the Thief…, p. 23. 72. Norma Lorre Goodrich, «Chuchulain», en Medieval Myths, Nueva York, Meridian Books, 1966, p. 183. 73. Para acceder a una lista de películas y novelas que retratan a los profesores universitarios en relación con este tema, véase William Deresiewicz, «Love on Campus», American Scholar (1 de junio de 2007). 74. En el estudio de Jane A. Radway, la «inteligencia» se valora como la cualidad más importante del héroe romántico. Véase Jane A. Radway, Reading the Romance: Women, Patriarchy, and Popular Literature, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1984, p. 82. Para los profesores universitarios como arquetipo erótico, véase Tami Cowden, «We Need a Hero: A Look at Eight Hero Archetypes», All About Romance (14 de mayo de 1999), www.likesbooks.com/eight.html. 75. Nora Roberts, Vision in White, Nueva York, Berkley Books/ Penguin, 2009, p. 116. [Hay trad. cast.: Álbum de boda, Slvia Alemany, trad., Barcelona, Círculo de Lectores, 2011.] 76. Norman Rush, Mortals, Nueva York, Vintage, 2004, p. 213. 77. Citado en Caroline Moorehead, Bertrand Russell: A Life, Nueva York, Viking, 1992, p. 303. 78. Ibid., p. 388. 79. Citado en Miranda Seymour, Ottoline Morrell: Life on the Grand Scale, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1992, p. 109. 80. Citado en Sybille Bedford, Aldous Huxley: A Biography, Chicago, Ivan R. Dee, 1973, p. 74. 81. Citado en ibid., p. 43. 82. Citado en ibid., p. 40. 83. Citado en Nicholas Murray, Aldous Huxley: A Biography, Nueva York, Thomas Dunne, 2005, p. 5. 84. Citado en Bedford, Aldous Huxley…, p. 74. 85. Citado en ibid., p. 627. 86. Daniel Goleman, Social Intelligence: The New Science of Human Relationships, Nueva York, Bantam Books, 2006, p. 190. [Hay trad. cast.: Inteligencia social: la nueva ciencia de las relaciones humanas, David González Raga, trad., Barcelona, Kairós, 2006 (2012, 6.ª reimp.).] 87. Citado en Nick Paumgarten, «The Tycoon: The Making of Mort Zuckerman», New Yorker (23 de julio de 2007), p. 46. 88. Ibid., p. 45. 89. Citado en ibid., p. 55. 90. Citado en ibid. 91. Brown, Hermes the Thief…, pp. 15 y 35. 92. Para consultar un resumen, véase John F. Kihlstrom y Nancy Cantor, «Social Intelligence», socrates.berkeley.edu/~kihlstrm/social_ intelligence.htm (consulta: 24 de marzo de 2011). Véanse también los libros de Daniel Goleman: Social Intelligence… [Hay trad. cast.: Inteligencia social…] y Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ, Nueva York, Bantam Books, 1994. [Hay trad. cast: Inteligencia emocional, David Gonzáles Raga y Fernando Mora Zahonero, trads., Barcelona, Kairós, 2010.] 93. Véase la entrevista a Daniel Goleman emitida por la emisora NPR, «Is Social Intelligence More Useful Than IQ?», Neal Conan, presentador, Talk of the Nation (23 de octubre de 2006), www.npr.org/ templates/story/story.php?storyid=6368484. 94. Véase Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, pp. 429 y 443-445. 95. Véase sobre todo The Complete Kama Sutra…, p. 319, y Andrea Hopkins, The Book of Courtly Love: The Passionate Code of the Troubadours, Nueva York, Harper SanFrancisco, 1994, p. 43. 96. Véase Miller, The Mating Mind…, cap. 9, pp. 292-340. 97. Finstad, Warren Beatty…, p. 38. 98. Havelock Ellis, «Art of Love», en Studies in the Psychology of Sex, Nueva York, Random House, 1936, vol. 2, p. 544. 99. José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1943 (nueva ed.), cita extraída de la p. 98. 100. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 414. 101. Jennifer Crusie, Bet Me, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2004, p. 168. [Hay trad. cast.: Una apuesta peligrosa, Enrique Alda Delgado, trad., Madrid, Punto de Lectura, 2007.] 102. Milan Kundera, The Unbearable Lightness of Being, Nueva York, Perennial Classics/HarperCollins, 1984, p. 20. [Hay trad. cast.: La insoportable levedad del ser, Fernando de Valenzuela Villaverde, trad., Barcelona, Tusquets, 2008.] 103. «David Niven», Answers, www.answers.com/topic/david-niven ?print=true (consulta: 31 de octubre de 2008). 104. «Sir Walter Raleigh (1552-1618)», Luminarium: Anthology of English Literature, www.luminarium.org/renlit/raleghbio.htm (consulta: 31 de octubre de 2008). 105. Robert Lacey, Sir Walter Ralegh, Londres, Phoenix Press, 1973, p. 43. 106. Raoul Auernheimer, Prince Metternich Statesman and Lover, Binghamton (NY), Alliance Books, 1940, p. 214. 107. Citado en ibid., p. 214. 108. Citado en ibid., p. 19. 109. Margaret Nicholas, ed., «Metternich», en The World’s Greatest Lovers, Londres, Octopus Books, 1985, p. 50. 110. Ibid., p. 50. 111. Ibid., p. 52. 112. Ibid., p. 50. 113. Auernheimer, Prince Metternich…, p. 25. 114. Desmond Seward, Metternich: The First European, Nueva York, Viking, 1991, p. 140. 115. «Modern History Sourcebook: Prince Klemens von Metternich: Political Confession of Faith, 1820», Fordham University, www. fordham.edu/halsall/mod/1820metternich.html (consulta: 7 de febrero de 2009). 116. Auernheimer, Prince Metternich…, p. 224. 117. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, J. Walker McSpadden, ed., Filadelfia, Avil, 1901, p. 62. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] 118. Woody Allen, dir., Vicky Cristina Barcelona, Weinstein Company, 2008. 119. «Enjuta» (spandrel ) es el término acuñado por Stephen Jay Gould y Richard Lewontin. Véase Paul Bloom, How Pleasure Works: The New Science of Why We Like What We Like, Nueva York, W.W. Norton, 2010, p. XIII. 120. Michael R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p. 69. 121. Frankie Goes to Hollywood, «The Power of Love», www. elyrics.net/read/f/frankiegoes-to-hollywood-lyrics/the-power-of-lovelyrics.html (consulta: 14 de mayo de 2012). 122. Véase Miller, The Mating Mind…, pp. 148-176. Con la expresión «hembras con criterio del placer» Miller se refiere a las hembras que podían permitirse elegir pareja para procrear basándose en el placer. Véase ibid., p. 149. 123. Los neomarxistas de la década de 1960 Herbert Marcuse y Norman O. Brown defendían una civilización no represiva que reinstaurase los principios eróticos del disfrute, el juego, el placer y la satisfacción dentro del principio de realidad. Véanse sobre todo Eros and Civilization: A Philosophical Inquiry into Freud, Boston, Beacon, 1955; y Norman O. Brown, Life against Death: The Psychoanalytical Meaning of History, Middletown (CT), Wesleyan University Press, 1959. 124. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid, Siruela, 1997 (2006, 3.ª reimp.), cita extraída de la p. 47. 125. Ibid., p. 74. 126. Alain Daniélou, Shiva and Dionysus, Nueva York, Inner Traditions International, 1984, p. 57. [Hay trad. cast.: Shiva y Dionisos: la religión de la naturaleza y del Eros, Manuel Serrat Crespo, trad., Barcelona, Kairós, 1987 (2006, 3.ª reimp.).] 127. Citado en Daniel Bergner, «What Do Women Want», New York Times Magazine (25 de enero de 2009). 128. Para el tema de la angustia y la ansiedad, véase Cindy M. Meston y David Buss, Why Women Have Sex: Understanding Sexual Motivations: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, From Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva York, Times Books/Henry Holt, 2009, p. 45. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] Para la descripción de los sentidos más despiertos en las mujeres, véase también Helen Fisher, The First Sex: The Natural Talents of Women and How They Are Changing the World, Nueva York, Ballantine Books, 1999, pp. 85-91. [Hay trad. cast.: El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo, Eva Rodríguez Halffter y Pilar Vázquez, trads., Buenos Aires/México/Bogota/Madrid, Taurus, 2000, véanse las pp. 124-130.] Para el tema de cómo afecta el estado de ánimo a la sexualidad femenina y la importancia de los cinco sentidos, véase asimismo Natalie Angier, Woman: An Intimate Geography, Nueva York, Anchor Books, 1999, pp. 75-78 y 346-351. [Hay trad. cast.: Mujer. Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, véanse las pp. 98-99 y 375-379.] 129. Véase Eloisa James, Pleasure for Pleasure, Nueva York, Avon Books, 2006, pp. 43 y 286-302. [Hay trad. cast.: Placer por placer, Madrid, Suma de Letras, 2007.] 130. Véase Mary Gordon, Spending: A Utopian Divertimento, Nueva York, Simon & Schuster, 1998. 131. The Complete Kama Sutra…, p. 65. 132. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 417. 133. Balzac, Physiology of Marriage…, p. 68. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio…] 134. Casanova, Historia de mi vida…, cita extraída del tomo I, vol. 4., cap. 2., p. 870. 135. Citado en Shawn Levy, The Last Playboy: The High Life of Porfirio Rubirosa, Nueva York, HarperCollins, 2005, p. 304. 136. William Grimes, «A Jet-Set Don Juan, Right Up to the Final Exit», New York Times (16 de septiembre de 2005). 137. Citado en Levy, The Last Playboy…, p. 126. 138. Citado en ibid., p. 178. 139. Citado en ibid., p. 19. 140. Tim Harris, Restoration: Charles II and His Kingdoms, Nueva York, Penguin, 2005, p. 46. 141. Stephen Coote, Royal Survivor: A Life of Charles II, Londres, Sceptre, 1999, p. 46. 142. «“The French Mistress”: The Interview», The Word Wenches, wordwenches.typepad.com/word_wenches/2009/07/fre.html (consulta: 14 de mayo de 2012). 143. Véanse John Tierney, «Carpe Diem? Maybe Tomorrow», New York Times (29 de diciembre de 2009); y Lauren Sandler, «The American Nightmare», Psychology Today (marzo-abril de 2011). 144. Jeremy Leven, dir., Don Juan DeMarco, New Line Cinema, American Zoetrope y Outlaw Productions, 1995. 145. Walt Whitman, «Song of Myself», en Leaves of Grass, Boston, Small, Maynard, 1904, sec. 51, v. 78. [Hay trad. cast.: «Canto a mí mismo», en Hojas de hierba, Jorge Luis Borges, trad., Barcelona, Lumen, 1972, cita extraída de la sec. 51, v. 78, p. 105.] 146. Steven Millhauser, «An Adventure of Don Juan», en The King in the Tree, Nueva York, Vintage Books, 2003, p. 79. 147. Ibid., p. 69. 148. Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Juan Valmar, trad., Buenos Aires, Losada, 2008, citas extraídas de las pp. 508-509. 149. Véase W. Keith Campbell, Craig A. Foster y Eli Finkle, «Does Self-Love Lead to Love for Others? A Story of Narcissistic Game Playing», Journal of Personality and Social Psychology, 83, n.º 2 (2002), p. 343. Estos investigadores advierten que los «individuos con una autoestima alta [las personas más realizadas] experimentan el amor de forma más pasional que los individuos con poca autoestima». 150. Paráfrasis de Nietzsche extraída de su obra Así habló Zarathustra: «Amo a aquel cuya alma está […] rebosante», en The Portable Nietzsche, Nueva York, Penguin Books, 1968, p. 128. 151. Véase John Marshall Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the Sexes Still See Love and Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University Press, 1998, p. 150. 152. Ethel S. Person, Feeling Strong: The Achievement of Authentic Power, Nueva York, William Morrow/HarperCollins, 2002, p. XVII. 153. Citado en Maureen Dowd, «The Carla Effect», New York Times (22 de junio de 2008). 154. Miller, The Mating Mind…, pp. 211 y 213. Miller explica el atractivo del intelecto a partir de una teoría de la mente como ornamento; véase la p. 153. 155. Otto, Dioniso: mito y leyenda…, citas extraídas de la p. 43; y Carl Kerenyi, Dionysus. Archetypal Image of Indestructible Life, Bollingen Series, vol. 65, Ralph Manheim, trad., Princeton (NJ), Princeton University Press, 176, p. XXXIV. [Hay trad. cast.: Dionisos: raíz de la vida indestructible, Adan Kovacksics, trad., Barcelona, Herder, 2011.] 156. Alice Munro, «Passion», en Runaway, Nueva York, Vintage Books/Random House, 2004, pp. 174 y 168. [Hay trad. cast.: Escapada, Carmen Aguilar, trad., Barcelona, RBA, 2009.] 157. Jennifer Crusie, The Cinderella Deal, Nueva York, Bantam Books, 2010, p. 208. 158. Georgina Masson, Courtesans of the Italian Renaissance, Nueva York, St. Martin’s Press, 1975, p. 65. 159. Carl Jung, Aspects of the Feminine, Bollingen Series, vol. 20, R. F. C. Hull, trad., Princeton (NJ), Princeton University Press, 1983, p. 47. 160. Walter Isaacson, Benjamin Franklin: An American Life, Nueva York, Simon & Schuster, 2003, p. 2. 161. Claude-Anne Lopez, «Why He Was a Babe-Magnet», Time (7 de julio de 2003), p. 64. Véase también Isaacson, Benjamin Franklin…, a propósito del tema de su «deseo sexual» y su papel de seductor, pp. 68-72. 162. Citado en Isaacson, Benjamin Franklin…, p. 362. 163. Citado en Carl van Doren, Benjamin Franklin, Nueva York, Viking, 1938, p. 651. 164. Citado en Sydney George Fisher, The True Benjamin Franklin, Filadelfia, Lippincott, 1899, p. 329. 165. Citado en ibid. 166. Booker T. Washington, de «Quotes on Character from Various Sources», Character Above All, PBS, www.pbs.org/newshour/character/ quotes/ (consulta: 2 de febrero de 2012). 167. Casanova, Historia de mi vida…, tomo I, vol. 1, prefacio, p. 9. 168. Ibid., tomo II, vol. 9, cap. 4, p. 2.259, y tomo I, vol. 1, prefacio, p. 7. 169. Judith Summers, Casanova’s Women: The Great Seducer and the Women He Loved, Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 2. [Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova: el gran seductor y las mujeres que amó, Ernesto Junquera, trad., Madrid, Siruela, 2007.] 170. Citado en Catherine: Empress of All the Russias, Nueva York, William Morow, 1978, p. 197. 171. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 440. 172. Citado en Morton M. Hunt, The Natural History of Love, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1959, p. 32. 173. Ellis, «Art of Love», pp. 530-531. 174. Solomon, About Love…, p. 23. 175. Miller, The Mating Mind…, p. 149. 176. Jean Baudrillard, De la seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), cita extraída de la p. 169. 3. Echar el lazo al amor. Los sentidos 1. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, ed. J. Walker McSpadden, Filadelfia, Avil, 1901, p. 61. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] 2. Citado en Morton H. Hunt, The Natural History of Love, Nueva York, Aldred A. Knopf, 1959, p. 256. La cita completa procede del conde de Buffon: «No hay nada bueno en el amor salvo la parte física». 3. Jean Baudrillard, De la seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), cita extraída de la p. 16. 4. Véase la encuesta de Esquire realizada a 10.000 mujeres, en «The Esquire Survey of the American Woman», Esquire (mayo de 2010), p. 77; así como una encuesta que estudió tres sitios web de contactos: Date.com, Matchmaker.com, and Amor.com, en 2009. Véase http:// entertainmentrundown.com/8573/top-celebrities-people-would-havesex-with-ifthey-had-a-pass (consulta: 19 de abril de 2011). 5. www.youtube.com/user/laudepp/26x-1/15/10. 6. Citado en Brian J. Robb, Johnny Depp: A Modern Rebel, Londres, Plexus, 2006, p. 196. 7. Citado en «Johnny Depp, Sexiest Man Alive», People (30 de noviembre de 2009), p. 80. Missi Pyle fue la coprotagonista en Charlie y la fábrica de chocolate, y Leelee Sobieski en la película biográfica de John Dillinger Enemigos públicos. 8. Chuck Berry, «Brown Eyed Handsome Man», Chess Records, 1956. 9. Citado en Simon Sebag Montefiore, Potemkin: Catherine the Great’s Imperial Partner, Nueva York, Vintage Books/Random House, 2000, p. 110. 10. Véase la investigación de Jim Dryden para la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, «Erotic Images Elicit Strong Response from the Brain», Newsroom, Universidad de Washington en Saint Louis (8 de junio de 2006), http://mednews.wustl.edu/tips/page/ normal/7319.html. 11. Para las características de la vision femenina, véase Helen Fisher, The First Sex: The Natural Talents of Women and How They Are Changing the World, Nueva York, Ballantine, 1999, p. 90. [Hay trad. cast.: El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo, Eva Rodríguez Halffter y Pilar Vázquez, trads., Buenos Aires/México/Bogotá/Madrid, Taurus, 2000, véanse las pp. 130131.] Para el estudio sobre la dilatación de la pupila y el cuello del útero, véase Diane Ackerman, A Natural History of the Senses, Nueva York, Vintage/Random House, 1990, p. 27. 12. Véase el estudio de Judy Dutton, Secrets from the Sex Lab, Nueva York, Broadway Books, 2009, p. 35. 13. Véase ibid., pp. 41 y 34-35. 14. Leslie Wainger, Writing a Romance Novel for Dummies, Hoboken (NJ), Wiley, 2004, p. 65, así como Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart Bitches’ Guide to Romance Novels, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 2009, p. 83. Se enumeran los requisitos de la belleza masculina en las pp. 83-95. 15. Nancy Friday, My Secret Garden, Nueva York, Pocket Books, 1973, p. 214. [Hay trad. cast.: Mi jardín secreto, J. Ferrer Aleu, trad., Barcelona, Ediciones B, 1993.] 16. Robert Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, ed., Nueva York, Tudor, 1927, p. 687. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto Manguel, prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor, trads., Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.).] 17. Para los dos estudios experimentales sobre el atuendo, véase John Marshall Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the Sexes Still See Love and Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pp. 63 y 71. 18. En un estudio, las mujeres puntuaron el olor corporal como la percepción sensorial más importante. Cindy M. Meston y David M. Buss, Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Griffin, 2009, pp. 5-9. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] 19. François Boucher, 20,000 Years of Fashion, Nueva York, Harry N. Abrams, 1987, p. 22. 20. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, p. 271. 21. Homero, Odisea, Manuel Fernández Galeano, trad., Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1982, canto XXIII, vv. 156-157. 22. Cliffe Howe, Lovers and Libertines, Nueva York, Ace Books, 1958, p. 75. 23. Benita Eisler, Byron: Child of Passion, Fool of Fame, Nueva York, Vintage/Random House, 1999, p. 156. 24. Claire Clairmont citada en John Clubbe, Byron, Sully, and the Power of Portraiture, Burlington (VT), Ashgate, 2005, p. 33. 25. Julio César tenía una «constitución enclenque y era pálido», con la cara «demasiado llena». Adrian Goldsworth, Caesar: Life of a Colossus, New Haven (CT), Yale University Press, 2006, pp. 61-62. 26. Citado en Cayo Suetonio Tranquilo, The Twelve Caesars, Robert Graves, trad., Harmondsworth (GB), Penguin, 1960, p. 31. [Hay trad. cast.: Vida de los doce Césares, Alfonso Cuatrecasas, trad., Barcelona, Espasa, 2003 (2006, 2.ª reimp.).] 27. Para obtener más información sobre el alcance de la influencia de Cleopatra, véase la obra del historiador Michael Grant, Cleopatra, Nueva York, Barnes and Noble, 1972, pp. 88-91. 28. Paul Janka, experto en seducción, famoso de la televisión y autor de Attraction Formula, email, «Affects of a “Rock Star Look”» (29 de abril de 2009), http://webmail.aol.com/42679/aol/en-us/mail/Print Message.aspx. 29. «On the Street», «Dash», Sunday Styles (suplemento), New York Times (2 de febrero de 2010). 30. Nicholas Sparks, The Notebook, Nueva York, Warner Books, 1996, p. 33. [Hay trad. cast.: El cuaderno de Noah, María Eugenia Ciocchini Suárez, trad., Barcelona, Salamandra, 2000 (2002, 2.ª ed.).] 31. Roland Barthes, A Lover’s Discourse: Fragments, Nueva York, Hill and Wang/Farrar, Straus and Giroux, 1978, p. 92. [Hay trad. cast.: Fragmentos de un discurso amoroso, Eduardo Molina, trad., Madrid, Siglo XXI, 2007.] 32. Jeff Turrentine, «The Pull of Place», reseña de Martha McPhee, L’America, New York Times Book Review (4 de junio de 2008), p. 8. Los emplazamientos descritos se refieren al despacho de Herbert Beerbohm Tree, a la escena de Casanova con Lucrezia en un banco de piedra de un laberinto de setos, y a la mansión de Bob Evans en Hollywood, mencionados en Edward Douglas, Jack: The Great Seducer, Nueva York, HarperEntertainment/HarperCollins, 2004, p. 248. 33. El espacio puede tener efectos psicoactivos en el cerebro y guiar nuestro comportamiento hasta un punto inimaginable. Véase sobre todo Gaston Bachelard, The Poetics of Space, Boston, Beacon Press, 1964, p. 6. [Hay trad. cast.: La poética del espacio, Ernestina de Champourcin, trad., Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 1993 (2000).] 34. Richard Dawkins, The Selfish Gene, Nueva York, Oxford University Press, 1989, p. 153. [Hay trad. cast.: El gen egoísta, Juana Robles Suárez y José Manuel Tola Alonso, trads., Barcelona, Salvat, 1993 (2000), cita extraída de la p. 201.] 35. Miller, The Mating Mind…, p. 271. 36. Véase Andrew Trees, Decoding Love, Nueva York, Avery/Penguin, 2009, p. 10. Los estudios demuestran que el hechizo de un lugar determinado puede potenciar el atractivo sexual de una persona, p. 12. 37. Cynthia Mervis Watson, Love Potions: A Guide to Aphrodisiacs and Sexual Pleasures, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Perigee, 1993, p. 19. 38. Arthur Evans, The God of Ecstasy: Sex Roles and the Madness of Dionysos, Nueva York, St. Martin’s Press, 1988, p. 59. 39. Erich Neumann, Amor and Psyche: The Psychic Development of the Feminine: A Commentary of the Tale by Apuleius, Bollingen Series, vol. 54, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1956, p. 9. 40. John Milton, Paradise Lost, Gordon Teskey, ed., Nueva York, W.W. Norton, 2005, libro 4, ll. 690 y 693. [Hay trad. cast.: El paraíso perdido, Esteban Pujals, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1996, cita extraída de la p. 207.] 41. Gustave Flaubert, Madame Bovary, Germán Palacios, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 5.ª ed., cita extraída de las pp. 328-329. 42. Patricia Gaffney, To Love and To Cherish, Nueva York, New American Library, 1995, p. 215. [Hay trad. cast.: Lealtades enfrentadas, Susana Camps Perarnau, trad., Barcelona, Plaza & Janés, s.f.] 43. Philippe Jullian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1972, p. 63. 44. Gabriele D’Annunzio, The Child of Pleasure, Boston, Page, 1898, p. 193. 45. Tom Antongini, D’Annunzio, Boston, Little, Brown, 1938, p. 71. 46. Dutton, Secrets from the Sex Lab…, p. 46. 47. Citado en Jullian, D’Annunzio…, p. 243. 48. D. H. Lawrence, Lady Chatterley’s Lover and A Propos of «Lady Chatterley’s Lover» (1928), Michael Squires, ed., Nueva York, Penguin, 2006, p. 166. [Hay trad. cast.: El amante de lady Chatterley, Andrés Bosch Vilalta, trad., Barcelona, Planeta, 1999.] 49. Meryle Secrest, Frank Lloyd Wright: A Biography, Chicago, University of Chicago Press, 1992, p. 314. 50. Nancy Horan, Loving Frank, Nueva York, Ballantine Books, 2007, p. 4. [Hay trad. cast.: Amar a Frank, Ezequiel Martínez Llorente, trad., Madrid, Alfaguara, 2009.] 51. Ada Louise Huxtable, Frank Lloyd Wright: A Life, Nueva York, Penguin, 2004, p. 66. 52. Aunque Taliesin no es una encarnación reconocida oficialmente, su muerte y renacer mediante el agua, un motivo clásico de los dioses de la fertilidad, indica su afinidad con ellos. 53. Citado en Secrest, Frank Lloyd Wright…, p. 240. 54. Citado en Huxley, Frank Lloyd Wright…, p. 143. 55. Roger Friedland y Harold Zellman, The Fellowship: The Untold Story of Frank Lloyd Wright and the Taliesin Fellowship, Nueva York, HarperCollins, 2006, p. 435. 56. Richard Rodgers y Lorenz Hart, «My Romance», en The Rodgers and Hart Songbook, Nueva York, Simon & Schuster, 1951, p. 151. 57. Citado en David Givens, Love Signals, Nueva York, St. Martin’s Press, 2005, p. 175. [Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción, Jorge Rizo Tortuero, trad., Barcelona, RBA, 2008.] 58. Burton, The Anatomy of Melancholy…, p. 699. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía… Fragmento no recogido en la selección de Manguel. La traducción es nuestra.] 59. Robert Jourdain, Music, the Brain, and Ecstasy: How Music Captures Our Imagination, Nueva York, Avon Books, 1997, p. 328. 60. Para obtener información sobre el sentido del oído más agudizado en las mujeres, véase Fisher, The First Sex…, pp. 86-87. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, véanse las pp. 126-127.] Louann Brizendine analiza la capacidad femenina de percibir un rango más amplio de tonos emocionales, en The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006, p. 17. [Hay trad. cast: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona, RBA, 2007, véase la p. 27.] 61. Citado en Givens, Love Signals…, p. 175. [Hay trad. cast.: El lenguaje del amor…] 62. William Shakespeare, Twelfth Night or What You Will, Charles T. Prouty, ed., Baltimore, Penguin, 1958, acto I, escena 1. [Hay trad. cast.: Noche de Reyes, Manuel Ángel Conejero y Jenaro Talens, trads., Madrid, Cátedra, 1991, cita extraída del acto I, escena 1, verso 1.] 63. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, ed. y trad., Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 11. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.] 64. Ibid., p. 48. 65. Wendy Buonaventura, Serpent of the Nile: Women and Dance in the Arab World, Nueva York, Interlink Books, 1994, p. 183. 66. Jourdain, Music, the Brain, and Ecstasy…, p. XII. 67. Oliver Sacks, Musicophilia: Tales of Music and the Brain, Nueva York, Vintage Books, 2007, p. 52. [Hay trad. cast.: Musicofilia: relatos de la música y el cerebro, Damià Alou, trad., Barcelona, Anagrama, 2009 (2010, 3.ª reimp.).] 68. Véase Daniel J. Levitin, This Is Your Brain on Music, Nueva York, Plume, 2006, pp. 85-87 y 248-249. [Hay trad. cast.: Tu cerebro y la música, José Manuel Álvarez Flórez, trad., Barcelona, RBA, 2008.] 69. Para la explicación de Darwin, véase ibid., p. 251. 70. Miller, The Mating Mind…, p. 276. 71. Para obtener información sobre el origen sagrado de la música, véanse Jourdain, Music, the Brain, and Ecstasy, pp. 305, 307; y Geoffrey Miller, «Evolution of Human Music through Sexual Selection», en Nils L. Wallin, Björn Merker y Steven Brown, eds., The Origins of Music, Cambridge (MA), MIT Press, 2000, p. 353. 72. Doris Lessing, Love, Again, Nueva York, HarperPerennial, 1997, p. 241. [Hay trad. cast.: De nuevo, el amor, Marta Pessarrodona, trad., Barcelona, Planeta, 2000.] 73. Véase Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, Times Books/Henry Holt, 2001, pp. 245-247; y Ackerman, Natural History of the Senses…, p. 179. 74. Véase Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three Rivers Press, 2005, p. 209. 75. Citado en Nigel Cawthorne, Sex Lives of the Great Composers; Londres, Prion, 2004, p. 93. 76. La pianista Amy Fay, citada en ibid., p. 97. 77. Kate Botting y Douglas Botting, Sex Appeal: The Art and Science of Sexual Attraction, Nueva York, St. Martin’s Press, 1996, p. 110. 78. La mujer «notó que la electricidad [la] recorría de la cabeza a los pies». Véase Abram Chasins, Leopold Stokowski: A Profile, Nueva York, Hawthorne Books, 1979, p. 255. 79. Ibid., p. XIII. 80. Citado en Burton, Anatomy of Melancholy…, p. 699. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía…] 81. George Eliot, The Mill on the Floss (1860), Gordon S. Haight, ed., Boston, Houghton Mifflin, 1961, pp. 365 y 335. [Hay trad. cast.: El molino del Floss, Carmen Francí Ventosa, trad., Barcelona, Alba, 2003.] 82. Anthony Summers y Robbyn Swan, Sinatra: The Life, Nueva York, Vintage Books, 2005, p. 52. 83. Kitty Kelley, His Way: The Unauthorized Biography of Frank Sinatra, Nueva York, Bantam Books, 1986, p. 37. [Hay trad. cast.: A su manera: biografía no autorizada de Frank Sinatra, Barcelona, Plaza & Janés, 1987.] 84. John Lahr, Sinatra: The Artist and the Man, Nueva York, Phoenix Paperback/Random House, 1997, p. 16. 85. Citado en Summers y Swan, Sinatra…, p. 33. 86. Ibid., p. 122. 87. Citado en Lahr, Sinatra…, p. 38. 88. Ovidio, Arte de amar, en Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 417. 89. Burton, Anatomy of Melancholy…, p. 757. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía…] 90. Daddy DJ, «Let Your Body Talk», Radikal Records, 2003. 91. Theodoor Hendrik van de Velde, Ideal Marriage: Its Physiology and Technique, Stella Browne, trad., Nueva York, Random House, 1930, p. 39. [Hay trad. cast.: El matrimonio ideal, Barcelona, Bruguera, 1968.] 92. The Complete Kama Sutra…, p. 114. 93. Véanse Fisher, First Sex…, pp. XVII, 91-93. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, pp. 15 y 132-135.] Brizendine, The Female Brain…, pp. 120-123. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, véanse las pp. 142145.] Para saber más sobre la influencia de la comunicación no verbal, véase el artículo clásico de David B. Givens «The Nonverbal Basis of Attraction: Flirtation, Courtship, and Seduction», Psychiatry, 41 (noviembre de 1978), pp. 346-359. 94. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 416. 95. Martin Lloyd-Elliott, Secrets of Sexual Body Language, Berkeley (CA), Ulysses Press, 2005, p. 70. Véase Michael R. Cunningham et al., «What Do Women Want? Facial Metric Assessment of Multiple Motives in the Perception of Male Facial Physical Attractiveness», Journal of Personality and Social Psychology 59, n.º 1 (julio de 1990), pp. 61-72. 96. Véase Lloyd-Elliott, Secrets of Sexual Body Language…, p. 10. 97. Baudrillard, De la seducción…, p. 75. 98. Véase Hans Licht, Sexual Life in Ancient Greece, Londres, Abbey Library, 1932, p. 309. [Hay trad. cast.: La vida sexual de la Antigua Grecia, Dolores Sánchez de Aleu, trad., Madrid, Quatto Ediciones, 1976.] 99. E. C. Sheedy, «Midnight Plane to Georgia», en Bad Boys Southern Style, Nueva York, Brava Books/Kensington, 2006, p. 125. Véase Givens, Love Signals…, pp. 54 y 82. [Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción…] 100. Se refiere a mirar a alguien «de manera tan lujuriosa» que la persona siente «que podría estar haciéndolo». Urban Dictionary, Aaron Peckam, ed., Kansas City (MO), Andrews McMeel, 2005, p. 123. 101. Givens, Love Signals…, p. 124. [Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción…] 102. Ibid., p. 26. 103. Citado en Henry Dwight Sedgwick, Alfred de Musset, Indianapolis, Bobbs-Merrill, 1931, p. 51. Sarah Wendell y Candy Tan escriben que los labios del galán son invariablemente «¡Sensuales! ¡Apetitosos! ¡Carnosos!». Véase el análisis en Beyond Heaving Bosoms…, p. 89. 104. Susan Elizabeth Phillips, Fancy Pants, Nueva York, Pocket Books/Simon & Schuster, 1989, pp. 48 y 121. [Hay trad. cast.: Una chica a la moda, Daniel Hernández Chambers, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2012.] 105. Givens, Love Signals…, p. 126. [Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción…] 106. Para la respuesta refleja a una sonrisa, véase Lloyd-Elliot, Secrets of Sexual Body Language…, p. 89, y Gordon R. Wainwright, Body Language, Nueva York, NTC/Contemporary, 1985, p. 31. 107. Citado en Finstad, Warren Beatty…, p. 164. 108. Margaret Nicholas, ed., The World’s Greatest Lovers, Londres, Octopus Books, 1985, p. 87. 109. Citado en Madeleine Bingham, The Great Lover: The Life and Art of Herbert Beerbohm Tree, Nueva York, Atheneum, 1979, p. 93. 110. Véase el estudio sobre el tema del psicólogo Paul Ekman, en Emotions Revealed: Recognizing Faces and Feelings to Improve Communication and Emotional Life, NuevaYork, Henry Holt, 2003, pp. 221-223, passim. 111. Bingham, The Great Lover…, p. 37. 112. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 17-19. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] 113. Margaret Mitchell, Gone with the Wind (1936), Nueva York, Avon, 1973, p. 179. [Hay trad. cast.: Lo que el viento se llevó, Juan G. de Luaces y Julio Gómez de la Serna, trads., Madrid, Punto de Lectura, 2002.] 114. Mijaíl Lérmontov, A Hero of Our Time (1839), Nueva York, Modern Library, 2004, p. 49. [Hay trad. cast.: Un héroe de nuestro tiempo, Benjamin Alcalde, trad., Barcelona, La Gaya Ciencia, 1981.] 115. Citado en Botting y Botting, Sex Appeal…, p. 104. 116. Citado en Shawn Levy, The Last Playboy: The High Life of Porfirio Rubirosa, Nueva York, HarperCollins, 2005, p. 168. 117. Lord Byron, Don Juan, Londres, Hamblin, 1828, vol. 2, canto 38, p. 279. [Hay trad. cast.: Don Juan, Juan V. Martínez Luciano, ed. lit., Pedro Ugalde, trad., Madrid, Cátedra, 1994.] 118. Citado en Levy, The Last Playboy…, p. 224. 119. Alok Jha, «It’s True, Dancing Does Lead to Sex», Sydney Morning Herald (23 de diciembre de 2005), y Nic Fleming, «Good Dancers Make the Fittest Mates», New Scientist (2 de julio de 2009). 120. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 17-18. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] 121. Gail Arias, «Dance Survey: What Women Want from Men!», www.dancedancedance.com/whtwomen.htm (consulta: 1 de enero de 2010). 122. Véase Havelock Ellis, «Analysis of the Sexual Impulse», Studies in the Psychology of Sex, Nueva York, Random House, 1936, pp. 3132 y 25. 123. Véase un resumen de la labor de la Universidad Rutgers sobre la relación entre la destreza para bailar y la aptitud como pareja de cópula: «Rutgers Researchers Scientifically Link Dancing Ability to Mate Quality», Bio-Medicine, http://news.biomedicine.org/biology-news/ Rutgers-researchers-scientifically-link-dancing-ability-tomate-quality-1904-1/ (consulta: 30 de marzo de 2009). 124. Miller, The Mating Mind…, p. 407. 125. Véase Curs Sachs, World History of the Dance, Nueva York, W.W. Norton, 1963, p. 3. 126. Citado en Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid, Siruela, 1997, p. 65. 127. Sachs, World History of the Dance…, p. 96. 128. Lisa Kleypas, Sugar Daddy, Nueva York, St. Martin’s Press, 2007, p. 135. [Hay trad. cast.: Mi nombres es Liberty, Victoria Morera, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2009.] 129. Bloguera «Susan», Romance Bandits (23 de marzo de 2011), http://romancebandits.blogspot.com/2011/03/isnt-it-romantic.html. 130. Citado en H. Noel Williams, The Fascinating duc de Richelieu: Louis Francois Armand du Plessis, Nueva York, Charles Scribner’s, 1910, p. 1. 131. Reseña de Barbara Aria, Misha! The Mikhail Baryshnikov Story, Publishers’ Weekly (marzo de 1989). 132. «Biography for Mikhail Baryshnikov», IMDb.com, www. imdb.com/name/nm0000864/bio (consulta: 14 de mayo de 2012). 133. Ibid. 134. Katha Politt, «Ballet Blanc», New Yorker (19 de febrero de 1979). 135. Tony Clink, Layguide, Nueva York, Citadel Press, 2004, p. 112. [Hay trad. cast.: Cómo follar con todas, José Gortázar, trad., Barcelona, Debolsillo, 2008.] 136. Tom Jackson, «Real Men Don’t Dance», The Yorker (30 de octubre de 2008), www.theyorker.co.uk/news/alphamale/2191. 137. Thinkexist.com, http://thinkexist.com/dommon/print. asp? id=176496&quote=love_teaches_even_asses_to (consulta: 21 de junio de 2011). 138. Peter Schwabach, dir., The Secret Laughter of Women, Paragon Entertainment, 1999. 139. Véase el estudio de Edward O. Laumann et al., «Sexual Dysfunction in the United States: Prevalence and Predictors», Journal of the American Medical Association, 281 (10 de febrero de 1999), pp. 537-544. 140. Véase el estudio llevado a cabo por Meston y Buss a lo largo de cinco años con más de mil mujeres, recogido en Why Women Have Sex…, pp. 78-210. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] Para una panorámica sobre el tema, véanse Elizabeth Landau, «Love, Pleasure, Duty: Why Women Have Sex», CNN.com (30 de septiembre de 2009), edition.cnn.com; y Jessica Bennett, «The Pursuit of Sexual Happiness», Newsweek (28 de septiembre de 2009). 141. Véase el estudio sobre sexualidad incluido en el número especial de Journal of Sexual Medicine, 7 (octubre de 2010), pp. 243-373, para el que se realizó una encuesta a 5.865 personas de entre catorce y noventa y cuatro años. Para el estudio sobre las mujeres casadas, véanse las encuestas online de 2010 y 2011 de iVillage resumidas en «Sex in Marriage: Survey Reveals What Women Want», Huffington Post (7 de febrero de 2012), www.huffingtonpost.com/2012/02/07/sex-in-marriage-study-rev_n_1260699.html?vie. 142. Para un resumen, véase Fisher, The First Sex…, pp. 201-205. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, pp. 270-275]. 143. Natalie Angier, Woman: An Intimate Geography, Nueva York, Anchor Books, 1999, pp. 77 y 78. [Hay trad. cast.: Mujer. Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, véanse las pp. 100 y 101.] 144. Para los típicos consejos de hombre a hombre, véanse Ian Kerner, She Comes First: The Thinking Man’s Guide to Pleasuring Women, Nueva York, ReganBooks, 2004. [Hay trad. cast.: Ellas llegan primero, Catalina Martínez Muñoz, trad., Madrid, Aguilar, 2006.] Lou Paget, The Great Lover Playbook, Nueva York, Gotham Books, 2005; y Paul Joannides, Guide to Getting It On, Oregon, Goofy Foot Press, 2000. 145. Para un resumen acerca de la opinión de los terapeutas de que «potenciar la intimidad mejora el sexo», véase Daniel Bergner, «What Do Women Want?», New York Times Magazine (25 de enero de 2009). 146. Si se desea leer un debate sobre las últimas tendencias en la investigación sobre sexualidad, véase Mary Roach: Bonk: The Curious Coupling of Science and Sex, Nueva York, W.W. Norton, 2008, p. 302; véase también la opinión de Marta Meana acerca del narcisismo femenino en Bergner, «What Do Women Want?». 147. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex…, pp. 156, 166 y 29. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: Los secretos…] 148. La novela romántica, el género literario más difundido, generó un beneficio de más de 1.300 millones de dólares en 2010. Véase «Romance Literature Statistics: Overview», About the Romance Genre, www.rwa.org/cs/the_romance_genre/romance_literature_statistics (consulta 14 de mayo de 2012). 149. Lisa Kleypas, Smooth Talking Stranger; Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2009, p. 152. [Hay trad. cast.: Buenas vibraciones, Ana Isabel Domínguez Palomo y María del Mar Rodríguez Barrena, trads., Barcelona, Vergara, 2010.] 150. Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, eds., Inanna, Queen of Heaven and Earth: Her Stories and Hymns from Sumer, Nueva York, Harper and Row, 1983, pp. 108, 46, 108, 37-38. 151. Timothy Taylor, The Prehistory of Sex: Four Million Years of Human Sexual Culture, Nueva York, Bantam Books, 1996, p. 18. 152. Paul Friedrich, The Meaning of Aphrodite, Chicago, University of Chicago Press, 1978, pp. 143-144. 153. Complete Kama Sutra…, pp. 179 y 229. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, León-Ignacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, y otras.] 154. Ibid., p. 113. 155. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 74. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.] 156. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua, prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo I, vol. 2, cap. 2, p. 300. 157. Véase Judith Summers, Casanova’s Women, Londres, Bloomsbury, 2006, p. 15. [Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova: el gran seductor y las mujeres que amó, Ernesto Junquera, trad., Madrid, Siruela, 2007.] 158. Casanova, Historia de mi vida…, véase el tomo I, vol. 3, cap. 2, p. 589, y el tomo I, vol. 3, cap. 3, p. 590. 159. Flem, Casanova…, p. 112. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre…] 160. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 489. 161. Givens, Love Signals…, p. 111. [Hay trad. cast.: El lenguaje del amor…] David Givens explica que las mujeres prefieren las caricias muy suaves que activan las tiernas fibras C, que penetran hasta «los centros sensoriales del cerebro emocional», pp. 92-93. 162. Ibid., pp. 99 y 111. 163. Ackerman, Natural History of the Senses, p. 80. 164. Jennifer Crusie, Tell Me Lies, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 1998, p. 199. [Hay trad. cast.: Miénteme, María Isabel Merino Sánchez, trad., Barcelona, Debolsillo, 2008.] 165. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 68-69. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex…] 166. Véase Susan Quilliam, Sexual Body Talk: Understanding the Body Language of Attraction from First Glance to Sexual Happiness, Nueva York, Carroll and Graf, 1992, pp. 58-59. [Hay trad. cast.: El lenguaje sexual del cuerpo, Jordi Vidal i Tubau, trad., Madrid, Martínez Roca, 1992.] 167. Véase Givens, Love Signals, p. 104. [Hay trad. cast.: El lenguaje del amor…] 168. Jullian, D’Annunzio…, pp. 131 y 243. 169. Levy, The Last Playboy…, p. 225. 170. Leonard Slater, Aly: A Biography, Nueva York, Random House, 1964, p. 139. [Hay trad. cast.: Alí Khan: príncipe divino, aventurero, diplomático y quizás el primer galán de nuestro tiempo, Mercedes Montané, trad., Barcelona, Grijalbo, 1967.] 171. John Gray, Venus and Mars in the Bedroom: A Guide to Lasting Romance and Passion, Nueva York, HarperTorch, 1995, p. 116. [Hay trad. cast.: Marte y Venus en el dormitorio, Mercedes Cernínharo y Dimas Mas, trads., Barcelona, Debolsillo, 2003 (2004, 2.ª reimpr.).] 172. Udana Powers, «The Private Life of Mrs. Herman», en Lonnie Barbach, ed., Erotic Interludes, Nueva York, Harper Perennial, 1987, p. 29. [Hay trad. cast.: Interludios eróticos: nuevos placeres, Elisa Sonia Tapia, trad., Madrid, Mr Ediciones, 1990.] 173. Citado en Douglas, Great Seducer…, p. 97. 174. Citado en ibid., p. 219. 175. Citado en ibid., p. 221. 176. Citado en ibid., pp. 246 y 177. 177. Citado en ibid., p. 268. 178. Citado en Dennis McDougal, Five Easy Decades: How Jack Nicholson Became the Biggest Movie Star in Modern Times, Hoboken (NJ), John Wiley, 2008, p. 351. [Hay trad. cast.: Jack Nicholson: biografía. Cómo Jack se convirtió en la estrella de cine más importante de los tiempos modernos, Rocío Valero Lucas, trad., Madrid, T & B Ediciones, 2010.] 179. Hugo Williams, «Some Kisses from the Kama Sutra», en Jon Stall wor thy, ed., The Penguin Book of Love Poetry, Nueva York, Penguin, 1973, p. 110. El Kama Sutra también defiende que el amor está por encima de la técnica: «cuando los amantes están encendidos por la pasión, no es preciso seguir ninguna orden», Complete Kama Sutra, p. 119. 180. Eurípides, Medea, Ramón Irigoyen, introd. y trad., Barcelona, Random House Mondadori, 2006, vv. 964-965, p. 81. 181. Citado en Hilary Black, «Introduction», en Hilary Black, ed., The Secret Currency of Love, Nueva York, Harper, 2010, p. XVI. 182. «Bad Week, Good Week», Week (3 de abril de 2009), n.º 4. 183. Para un resumen sobre el tema, véase Norman O. Brown, Life against Death: The Psychoanalytical Meaning of History, Middletown (CT), Wesleyan University Press, 1959, pp. 238, 234-304. [Hay trad. cast.: Eros y Tánatos: el sentido psicoanalítico de la historia, Francisca Perujo Álvarez, trad., La Roca del Vallés (Barcelona), Santa & Cole, 2007.] 184. Citado en ibid., p. 254. Véase también Georges Bataille: «Within the Dionysiac cult, money in principle played no part», Bataille, The Tears of Eros, San Francisco, City Lights Books, 1989, p. 64. [Hay trad. cast.: Las lágrimas de Eros, David Fernández, trad., Barcelona, Tusquets, 1981 (1997)]. 185. Robert Louis Stevenson, «On Falling in Love», en James L. Malfetti y Elizabeth M. Eidlitz, eds., Perspectives on Sexuality: A Literary Collection, Nueva York, Holt, Rinehart, and Winston, 1972, p. 238. 186. Rollo May, Love and Will, Nueva York, W.W. Norton, 1969, p. 122. [Hay trad. cast.: Amor y voluntad, Alfredo Báez, trad., Barcelona, Gedisa, 1985.] Entre las características del amor recogidas en el Kama Sutra está la «indiferencia ante el dinero», The Complete Kama Sutra…, p. 417. 187. Observación expresada por David Cheal, citado en Helmuth Berking, The Sociology of Giving, Londres, SAGE, 1999, p. 13. 188. Véase Ellen Chrismer, «Researcher Examines Gender, Other Gift-Giving Trends» (13 de diciembre de 2002), dateline.ucdavis. edu/121302/dl_rucker.html, en el que realiza un análisis de la obra de Margaret Rucker dedicada a la ciencia de hacer regalos. Según la investigadora, las mujeres tienen un «punto de vista personal» acerca de los regalos y muestran preferencias por «el gesto romántico». 189. Berking, The Sociology of Giving…, p. 11. 190. Ibid., p. 12. 191. Véase el debate de Miller sobre el tema en The Mating Mind…, pp. 122-129, passim. Se trata del viejo principio popularizado por Thorsten Veblen en The Theory of Leisure Class, que asegura que la mejor forma de demostrar riqueza es derrocharla en lujos. [Hay trad. cast.: Teoría de la clase ociosa, Carlos Mellizo, trad., Madrid, Alianza, 2004 (2011, 3.ª reimp.).] 192. Julia Kristeva, Tales of Love, Nueva York, Columbia University Press, 1987, p. 196. 193. Ovidio, Amores, en Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 175. 194. Véase Marcel Mauss, The Gift: The Form and Reason for Exchange in Archaic Societies, W. D. Halls, trad., Nueva York, W.W. Norton, 1990, pp. 10, 24-25, 37-38, 7475. [Hay trad. cast.: Ensayo sobre el don: forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas, Julia Bucci, trad., Móstoles, Katz, 2009.] 195. Citado en J. D. Sunwolf, «The Shadow Side of Social Giving: Miscommunication and Failed Gifts», Communication Research Trends (1 de septiembre de 2006). 196. Véase la teoría de Miller sobre el tema en The Mating Mind…, pp. 258-291. 197. Lewis Hyde, The Gift, Nueva York, Vintage Books, 1979, p. 27. 198. Georges Bataille, Eroticism: Death and Sensuality, Mary Dalwood, trad., San Francisco, City Lights Books, 1986, p. 231. [Hay trad. cast.: El erotismo, Antoni Vincens Lorente y Marie-Paule Sarazin, trad., Barcelona, Tusquets, 2007.] 199. Otto, Dioniso: mito y culto…, véase la p. 63. 200. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, pp. 183-185. 201. John Updike, Gertrude and Claudius, Nueva York, Ballantine Books, 2000, pp. 62 y 64. [Hay trad. cast.: Gertrudis y Claudio, Jordi Fibla, trad., Barcelona, Tusquets, 2000.] 202. Derek Parker, Casanova, Gloucestershire (GB), Sutton, 2002, p. 136. 203. Citado en Charlotte Haldane, Alfred: The Passionate Life of Alfred de Musset, Nueva York, Roy, 1960, p. 64. 204. Citado en ibid., p. 67. 205. Berking, Sociology of Giving…, p. 41. 206. Citado en Slater, Aly Khan…, p. 9. [Hay trad. cast.: Alí Khan…] 207. Judy Bachrach, «La Vita Agnelli», Vanity Fair (mayo de 2003), p. 202. 208. Ibid., pp. 214 y 205. 209. Citado en A Thousand Flashes of French Wit, Wisdom, and Wickedness, J. De Finod, recop. y trad., Nueva York, D. Appleton, 1886, p. 142. 210. Guy de Maupassant, Bel-Ami (1885), Nueva York, Penguin, 1975, pp. 105 y 108. [Hay trad. cast.: Bel Ami, Carlos de Arce, trad., Barcelona, Debate, 2001.] 211. En realidad Duroy no paga con su dinero, sino que le coge los billetes del monedero a la señora de Marelle porque ella se lo pide. El simbolismo sexual queda patente. 212. Citado en Botting y Botting, Sex Appeal…, p. 168. 213. Para un resumen, véase Kate Hilpern, «Taste the Difference: How Our Genes, Gender and Even Hormones Affect the Way We Eat, Independent (GB) (11 de noviembre de 2010). 214. Véanse «Male vs. Female: The Brain Difference», www.columbia.edu/itc/anthropology/v1007/jakabovics/mf2.html (consulta: 14 de mayo de 2011); «Girls Have Superior Sense of Taste to Boys», Science Daily (18 de diciembre de 2008), www.sciencedaily.com/releases/ 2008/12/081216104035.htm. 215. Véase Miller, The Mating Mind…, p. 209. 216. Citado en Arthur Evans, The God of Ecstasy: Sex-Roles and the Madness of Dionysos, Nueva York, St. Martin’s Press, 1988, p. 58. 217. Wolkstein y Kromer, eds., Inanna…, p. 33. 218. Botting y Botting, Sex Appeal…, p. 81. 219. Janelle Denison, Wilde Thing, Nueva York, Brava Books/Kensington, 2003, p. 101. 220. Casanova, Historia de mi vida…, cita extraída del tomo I, vol. 1, prefacio, p. 10. 221. Flem, Casanova…, p. 18. 222. Peter Biskin, Star: How Warren Beatty Seduced America, Nueva York, Simon & Schuster, 2010, p. 18. 223. Simon Sebag Montefiore, Potemkin: Catherine the Great’s Imperial Partner, Nueva York, Vintage Books, 2005, citado en pp. 339 y 341. 224. Véase Eleanor Glover, «Rise of the “Gastrosexual” as Men Take Up Cooking in a Bid to Seduce Women», Mail Online (21 de julio de 2008), www.dailymail.co.uk/femail/article-1036921/Rise-gastrosexualmen-cooking-bid-seducewomen.html. 225. Isabel Allende, Afrodita: cuentos, recetas y otros afrodisíacos, Robert Shekter, ilustr., Panchita Llona, recetas, Barcelona, Plaza & Janés, 1997, cita extraída de la p. 37. 226. Kate Ashford, «Women, Men & Money — How It Can Muck Up True Love», HerTwoCents.com (15 de febrero de 2010), entrevista con Hilary Black, ed., The Secret Currency of Love, www.lemondrop. com/2010/02/15/the-secret-currency-of-love-truthabout-men-women-and-money/. 227. La noción de «rutina hedonista» (hedonic treadmill), acuñada por Brickman y Campbell en 1971, defendía que un aumento en la riqueza no provoca un aumento permanente de la felicidad. En lugar de eso, nos adaptamos y experimentamos tanto una disminución del placer como un aumento del deseo de poseer más bienes materiales. Véase P. Brickman y D. T. Campbell, «Hedonic Relativism and Planning the Good Society», en Adaption Level Theory: A Symposium, Nueva York, Academic Press, 1971, pp. 287-230. 4. Echar el lazo al amor. La mente 1. William Shakespeare, A Midsummer Night’s Dream, en Complete Works, Stanley Wells y Gary Taylor, eds., Oxford, Clarendon Press/Oxford University Press, 1988, acto I, escena 1, verso 23. [Hay trad. cast.: Un sueño de la noche de San Juan, en Un sueño de la noche de San Juan. Las alegres casadas de Windsor, José M.ª Valverde, introd. y trad., Barcelona, Planeta, 1981, cita extraída del acto I, escena 1, p. 10.] 2. Irving Singer, Sex: A Philosophical Primer, Nueva York, Rowman and Littlefield, 2001, p. 32. 3. Véase Daniel Bergner, «What Do Women Want?», New York Times Magazine (25 de enero de 2009). 4. Véase la obra de los neurocientíficos cognitivos Ogi Ogas y Sai Gaddam, A Billion Wicked Thoughts: What the World’s Largest Experiment Reveals about Human Desire, Nueva York, Dutton/Penguin Group, 2011, pp. 76-83, donde debaten acerca de esta compleja operación neuronal femenina. 5. Federico Fellini, dir., Julia de los espíritus, Rizzoli Film, Francoriz Production, 1965. 6. Barón George Gordon Byron, Childe Harold’s Pilgrimage: A Romaunt, Londres, G. S. Appleton, 1851, canto 4, estrofa 123 y 182. [Hay trad. cast.: Las peregrinaciones de Childe Harold, Madrid, Club Internacional del Libro, 2006.] 7. Correo electrónico (30 de mayo de 2009). 8. Robert Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, eds., Nueva York, Tudor, 1927, p. 840. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto Manguel, prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor, trads., Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.).] 9. Citado en Bergner, «What Do Women Want?», p. 51. 10. Véanse B. J. Ellis y D. Symons, «Sex-Differences in Sexual Fantasy — An Evolutionary Psychological Approach», Journal of Sex Research, 27, n.º 4 (1990), pp. 527555; y Bergner, «What Do Women Want?». 11. Citado en Bergner, «What Do Women Want?», p. 51. 12. Stephen Kern, The Culture of Love: Victorians to Moderns, Cambridge (MA), Harvard University Press, 1992, p. 307. 13. Ovidio, Amores. Arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.)], cita extraída de la p. 425. 14. The Complete Kama Sutra, Alain Daniélou, trad., Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 252. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, LeónIgnacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997 y otras.] 15. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 85. 16. Robert Louis Stevenson, «On Falling in Love», en Jeremy Treglown, ed., The Lantern-Bearers and Other Essays, Nueva York, First Cooper Square Press, 1999, pp. 44 y 45. 17. Henry T. Finck citado en Elaine Walster, «Passionate Love», en Bernard I. Murstein, ed., Theories of Attraction and Love, Nueva York, Springer, 1971, p. 91. 18. Matt Ridley, The Red Queen: Sex and the Evolution of Human Nature, Nueva York, HarperCollins, 1993, p. 178. 19. Helen Fisher, Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love, Nueva York, Henry Holt, 2004, p. 111. [Hay trad. cast.: Por qué amamos, Victoria Gordo del Rey, trad., Madrid, Taurus, 2005.] 20. Véase David M. Buss, quien escribe: «Una intensa señal inequívoca de compromiso masculino es la persistencia en cortejar a una mujer», en The Evolution of Desire: Strategies of Human Mating…, Nueva York, Basic Books/ HarperCollins, 1994, pp. 102103. [Hay trad. cast.: La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento humano, Celina González Serrano, trad., Madrid, Alianza, 1996 (2011, 4.ª reimp.), cita extraída de la p. 178.] 21. Louann Brizendine, The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006, p. 59. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona, RBA, 2007, cita extraída de la p. 80.] 22. Ovidio, Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 414. 23. Freyr: www.hurstwic.org/history/articles/mythology/myths/ text/freyr.htm (consulta: 7 de julio de 2011). 24. Chrétien de Troyes, «The Knight of the Cart (Lancelot)», en Arthurian Romances, Nueva York, Penguin, 1991, p. 214. [Hay trad. cast.: El caballero de la carreta, Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca, trads., Madrid, Alianza, 1998 (2012, 8.ª reimp.).] 25. Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, Almudena Montojo Micó, trad., Madrid, Cátedra, 1993, cita extraída de la carta 83, p. 264. 26. Ibid., carta 68, p. 216. 27. Madame de La Fayette, La princesa de Clèves, Ana María Holzbacher, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1987, pp. 156-157. 28. Mary Wesley, Not That Sort of Girl, Nueva York, Penguin Books, 1987, p. 66. 29. Maureen Child, Turn My World Upside Down, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2005, p. 1. 30. Ibid. 31. Mary Jo Putney, The Rake, Nueva York, Topaz Books/Penguin, 1998, p. 172. 32. Mary Jo Putney, «Welcome to the Dark Side», en Jayne Ann Krentz, ed., Dangerous Men and Adventurous Women: Romance Writers on the Appeal of the Romance, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1992, p. 110. 33. Georgina Masson, The Courtesans of the Italian Renaissance, Nueva York, St. Martin’s Press, 1975, p. 95. 34. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, tomo II, vol. 7, cap. 10, p. 1.849. 35. Dan Hofstander, The Love Affair as a Work of Art, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1996, p. 6. 36. Benjamin Constant, Adolphe, Nueva York, Penguin, 1964, pp. 54 y 55. [Hay trad. cast.: Adolphe, Marta Hernández Pibernat, trad., Barcelona, Acantilado, 2002.] 37. Ruth Kligman, Love Affair: A Memoir of Jackson Pollock, Nueva York, Cooper Square Press, 1974, p. 31. 38. Citado en ibid., pp. 41 y 44. 39. Neil Strauss, The Game: Penetrating the Secret Society of Pickup Artists, Nueva York, HarperCollins, 2005, p. 21. [Hay trad. cast.: El método, Agustín Vergara, trad., Barcelona, Planeta, 2008.] 40. David DeAngelo, correo electrónico (2 de junio de 2007), y Jenniphr Goodman, dir., El tao de Steve, Good Machine, Thunderhead Productions, 2000. 41. Lisa Lombardi, «Conquer Her», Maxim (noviembre de 2001), p. 50. 42. Tom Terell, «Ten Ways to Be a Lover: A Man Looks at Romance Novels», Salon (12 de agosto de 2004), salon.com; y «Why Your Wife Won’t Have Sex with You», blog de Julia Grey, http://juliagrey. wordpress.com/contributors-stories/ten-ways-to-be-a-lovera-manlooks-at-romance-novels/ (consulta: 24 de abril de 2012). 43. Citado en Joann Ellison Rodgers, Sex: A Natural History, Nueva York, W. H. Freeman Books/Times Books/Henry Holt, 2001, p. 221. 44. Ross McElwee, dir., La marcha de Sherman, First Run Features, 1986. 45. William Shakespeare, Two Gentlemen of Verona, en Complete Works, Stanley Wells y Gary Taylor, ed., Oxford, Clarendon Press/ Oxford University Press, 1988, acto II, escena 4, verso 146. [Hay trad. cast.: Los dos hidalgos de Verona, en Los dos hidalgos de Verona. Sueño de una noche de San Juan, Luis Astrana Marín, Madrid, Austral, 1967, cita extraída del acto II, escena 4, p. 36.] 46. Bernhard Schlink, «The Other Man», en Flights of Love, Nueva York, Pantheon, 2001, p. 138. [Hay trad. cast.: Amores en fuga, Joan Parra Contreras, trad., Barcelona, Anagrama, 2002.] 47. Ibid., pp. 145 y 121. 48. Véase Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva York, Touchstone Books/Simon & Schuster, 1988, pp. 40-41, 199, 148, passim; véase también Ethel S. Person, Dreams of Love and Fateful Encounters: The Power of Romantic Passion, Nueva York, Penguin, 1988, pp. 29, 30, 259, passim, donde señala que una característica que define el amor romántico es ser «la persona más importante de la vida de otro». 49. Solomon, About Love…, p. 199. 50. Véase Theodor Reik, Psychology of Sex Relations, Nueva York, Farrar and Rinehart, 1945, pp. 91 y 243. 51. Véase el studio de Anne M. Doohan y Valerie Mausov, «The Communication of Compliments in Romantic Relationships: An Investigation of Relational Satisfaction and Sex Differences and Similarities in Compliment Behavior», Western Journal of Communications (Salt Lake City) 68, n.º 2 (primavera de 2004), pp. 170-195. 52. Para un resumen de los efectos eróticos de piropear a las mujeres, véase Tracy ClarkFlory, «Narcissism: The Secret to Women’s Sexuality!», Salon (24 de enero de 2009), www.salon.com/2009/01/24/female_desire/. 53. Citado en Bergner, «What Do Women Want?». 54. Véase Simone de Beauvoir, «La narcisista», en El segundo sexo, Juan García Puente, trad., Buenos Aires, Sudamericana, 1999, pp. 619-635. 55. Palabras del padre de la Iglesia Tertuliano, citado en Susan Grag Bell, ed., Women: From the Greeks to the French Revolution, Stanford (CA), Stanford University Press, 1973, p. 85. 56. La cifra del 55 por ciento está extraída de Cindy M. Meston y David M. Buss, Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Press, 2009, p. 193. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] Acerca de la poca autoestima femenina, véase Ulrich Orth, Kali H. Trzesniewski y Richard W. Robins, «Self-Esteem Development from Young Adulthood to Old Age: A Cohort-Sequential Longitudinal Study», Journal of Personality and Social Psychology, 98, n.º 4 (2010), pp. 645-658. 57. Véase el debate en Louann Brizendine, The Female Brain…, pp. 40-41. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, cita extraída de la p. 62.] Para un resumen de la cuestión, véase Aimee Lee Ball, «Women and the Negativity Receptor», O, The Oprah Magazine (agosto de 2008). 58. Geoffrey Chaucer, «The Wife of Bath’s Tale», en The Canterbury Tales, Nevill Coghill, trad. adap., Nueva York, Penguin, 2003, p. 259. [Hay trad. cast.: «El cuento de la comadre de Bath», en Cuentos de Canterbury, Pedro Guardia Massó, ed. y trad., Madrid, Cátedra, «Letras Universales», 1991, 2.ª ed., pp. 217-227, cita extraída de la p. 219.] 59. Véase Michael R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p. 102. 60. Ibid, p. 91. 61. Ovidio, Amores. Arte de amar…, citas extraídas de la p. 419. 62. Citado en Richard Stengel, You’re Too Kind, Nueva York, Simon & Schuster, 2002, p. 155. 63. Adam Phillips, Monogamy, Nueva York, Vintage Books/Random House, 1996, p. 43. 64. Véanse, por ejemplo, Jean Baudrillard, De la seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), pp. 68-69. Dice Baudrillard: «Cualquier seducción en este sentido es narcisista» / «La estrategia de la seducción es la de la ilusión» (p. 69); Solomon, About Love…, p. 239; Roland Barthes, A Lover’s Discourse, Nueva York, Hill and Wang, 1978, pp. 19, 28 y 158. [Hay trad. cast.: El discurso amoroso, Alicia Martorell Linares, trad., Barcelona, Paidós, 2011.] Ronald de Sousa, «Love as Theater», en Robert C. Solomon y Kathleen M. Higgins, eds., The Philosophy of (Erotic) Love, Lawrence, University Press of Kansas, 1991, p. 477. 65. Véase el estudio acerca del «efecto superior a la media» en 2010 Scientific American, comentado en «Health & Science», Week (29 de enero de 2010), p. 23. 66. Homero, Odisea, Manuel Fernández Galeano, trad., Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1982, canto VI, verso 149. 67. Para un resumen acerca de la posición de la mujer en la Inglaterra de Milton, véase Antonia Fraser, The Weaker Vessel, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1984. 68. John Milton, Paradise Lost, Gordon Teskey, ed., Nueva York, W.W. Norton, 2005, pp. 212-213. [Hay trad. cast.: El Paraíso perdido, Esteban Pujals, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1996, citas extraídas de las pp. 375 y 373.] 69. Edith Wharton, Summer, Nueva York, Harper and Row, 1979, p. 67. [Hay trad. cast: Estío, Diana Falcón Zas, trad., Madrid, Veintisiete Letras, 2011.] 70. Ibid. 71. John Updike, The Witches of Eastwick, Nueva York, Ballantine, 1984, p. 46. [Hay trad. cast.: Las brujas de Eastwick, J. Ferrer Aleu, trad., Barcelona, Tusquets, 2010.] 72. Gael Greene, Blue Skies, No Candy, Nueva York, William Morrow, 1976, pp. 20 y 43. 73. Ibid., p. 33. 74. Véase Denis de Rougemont, Love in the Western World, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1983, p. 260. [Hay trad. cast.: El amor y Occidente, Antoni Vicens Lorente, trad., Barcelona, Kairós, 2010 (10.ª reimp.).] Rougemont apunta que, en esencia, «la pasión requiere que el ser se convierta en algo más grande que cualquier otra cosa, algo tan solitario y poderoso como Dios». 75. Sarah Wendell y Candy Tan, Beyond Heaving Bosoms: The Smart Bitches’ Guide to Romance Novels, Nueva York, Simon & Schuster, 2009, p. 233. 76. Carly Phillips, The Playboy, Nueva York, Grand Central, 2003, p. 13. [Hay trad. cast.: El rompecorazones, Abel Debritto Cabezas, trad., Barcelona, Planeta, 2008.] 77. Jill Shalvis, The Sweetest Thing, Nueva York, Forever, 2011, p. 228. 78. Casanova, Historia de mi vida, tomo I, vol. 1, cap. 9, pp. 239-240. 79. Robert Lacey, Sir Walter Ralegh, Londres, Phoenix Press, 1973, p. 51. 80. Gabriele D’Annunzio, L’Innocente (1892), Nueva York, Hippocrene Books, 1991, p. 12. 81. Isadora Duncan, Isadora (1927, con el título My Life), Nueva York, Award Books, 1968, «Introductory», p. 11. [Hay trad. cast.: Mi vida, Luis Calvo Andaluz, trad., Barcelona, Debate, 1995.] 82. Philip Ziegler, Diana Cooper, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1982, p. 94. 83. Citado en ibid., p. 97. 84. Citado en John Julius Norwich, ed., The Duff Cooper Diaries: 1915-1951, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 2005, p. 154. 85. Citado en Jean Bothorel, Louise ou la vie de Louise de Vilmorin, París, Gernard Gasset, 1993, p. 290. 86. Norwich, ed., Duff Cooper Diaries…, p. 332. 87. Citado en Botherel, Louise ou la vie de Louise de Vilmorin…, p. 160. 88. Norwich, ed., Duff Cooper Diaries…, p. 436. 89. Citado en Selina Hastings, «A Dedicated Hedonist Duff Cooper Was the Consummate Diplomat — Except in his Love Life, Says Selina Hastings», Sunday Telegraph, Londres (2 de octubre de 2005). 90. Mystery, Mystery Method…, pp. 96 y 97. 91. William Gass, «Throw the Emptiness out of Your Arms: Rilke’s Doctrine of Nonpossessive Love», en Solomon y Higgins, eds., Philosophy of (Erotic) Love…, p. 453. 92. John Milton, Paradise Lost, Londres, Bensley, 1802, vol. 2, libro 8, versos 450-451, 455. [Hay trad. cast.: El Paraíso perdido…, cita extraída de la p. 341.] 93. Megan Chance, An Inconvenient Wife, Nueva York, Grand Central, 2005, p. 64. 94. Ibid., p. 109. 95. Ibid., p. 156. 96. Ibid., p. 233. 97. Barthes, Lover’s Discourse…, pp. 228 y 226 [hay trad. cast.: El discurso amoroso…]; Solomon, About Love…, 24, passim., sobre todo el capítulo sobre «La intimidad», pp. 272-283; Robert Sternberg, para quien la «intimidad» es uno de los tres componentes esenciales del amor, «Triangulating Love», en Robert J. Sternberg y Michael L. Barnes, eds., The Psychology of Love, New Haven (CT), Yale University Press, 1988, p. 120; y John R. Haule, Divine Madness: Archetypes of Romantic Love, Boston, Shambhala, 1990, pp. 42-61. 98. Desde el punto de vista hormonal, el deseo genera la liberación de vasopresina en los hombres y oxitocina, «la hormona del amor», en las mujeres, que favorece la intimidad y el vínculo afectivo. Véase Liebowitz, Chemistry of Love…, p. 116. 99. Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 51. [Hay trad cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] Muchísimas encuestas documentan este fenómeno. El aumento de la infidelidad en las mujeres, según un estudio de Newsweek, se debe en parte a las vidas paralelas «en lugar de vidas en intersección», Lorraine Ali y Lisa Miller, «The Secret Lives of Wives», Newsweek (12 de julio de 2004). Véase también Nancy Friday, Women on Top: How Real Life Has Changed Women’s Sexual Fantasies, Nueva York, Pocket Books, 1991, p. 50. [Hay trad. cast.: Mujeres arriba, Sonia Tapia y Gemma Moral, trads., Barcelona, Ediciones B, 1992.] 100. Citado en Bergner, «What Do Women Want?». 101. Véanse Brizendine, The Female Brain…, pp. 37, 67-70, passim. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, véanse las pp. 60, 87-91.] Natalie Angier, Woman: An Intimate Geography, Nueva York, Anchor Books, 1999, pp. 330-348. [Hay trad. cast.: Mujer. Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, véanse las pp. 357-380 (capítulo «Trabajos de amor: la química de los vínculos humanos»).] 102. Rafford Pyke, «What Women Like in Men (1901)», en Susan Ostrov Weisser, ed., Women and Romance, Nueva York, New York University Press, 2001, p. 48. 103. «Isis and Osiris», en Diane Wolkstein, ed., The First Love Stories: From Isis and Osiris to Tristan and Iseult, Nueva York, HarperPerennial, 1991, p. 14. 104. «Shiva and Sati», en ibid., p. 79. 105. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid, Siruela, 1997, cita extraída de la p. 95. 106. Haule, Divine Madness…, p. 51. 107. Citado en «Frederick II», GluedIdeas.com, http://gluedideas. com/EncyclopediaBritannica-Volume-9-Part-2-Extraction-Gambrinus/Frederick-Ii.html (consulta: 21 de agosto de 2011). 108. Johann Wolfgang von Goethe, Elective Affinities (1809), Nueva York, Penguin, 1971, p. 286. [Hay trad. cast.: Las afinidades electivas, José María Valverde, trad., Barcelona, Mondadori, 2007.] 109. Emily Brontë, Wuthering Heights (1847), Pauline Nestor, ed., Nueva York, Penguin, 1995, p. 82. [Hay trad. cast.: Cumbres borrascosas, Rosa Castillo, trad., Madrid, Espasa, 2000.] 110. Claire Messud, The Emperor’s Children, Nueva York, Vintage, 2006, p. 10. [Hay trad. cast.: Los hijos del emperador, Patricia Antón de Vez Ayala-Duarte, trad., Barcelona, RBA, 2007.] 111. James Collins, Beginners’ Greek, Nueva York, Little, Brown, 2008, p. 64. [Hay trad. cast.: Griego para principiantes, Paz Pruneda Gonzálvez, trad., Madrid, Espasa, 2008.] 112. Ibid., p. 111. 113. Christie Ridgway, Unravel Me, Nueva York, Berkley, 2008, p. 221. 114. Amber Botts, «Cavewoman Impulses: The Jungian Shadow Archetype in Popular Romance Fiction», en Anne K. Kaler y Rosemary E. Johnson-Kurek, eds., Romantic Conventions, Bowling Green (OH), Bowling Green State University Popular Press, 1999, pp. 62-74. 115. Jane Green, Mr. Maybe, Nueva York, Broadway Books, 1999, p. 19. [Hay trad. cast.: Nadie es perfecto, Víctor Aldea Lorente, trad., Barcelona, Salamandra, 2000.] 116. Ibid., p. 298. 117. Paul a Meg, TV Megasite, «As the World Turns Transcript 3/27/08», http://tvmegasite.net/transcripts/atwt/main/2008transcripts. html (consulta: 15 de mayo de 2012). 118. Martha Nochimson, No End to Her: Soap Opera and the Female Subject, Berkeley, University of California Press, 1992, p. 127. 119. The Complete Kama Sutra…, p. 76. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total…, y otros.] 120. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 458. 121. Stendhal, Del amor, Consuelo Berges, trad., prólogo y notas, Madrid, Alianza, 1968 (2003), véanse las pp. 173-178. 122. Para un resumen acerca de este anhelo, véase Norman O. Brown, Life against Death: The Psychoanalytical Meaning of History, Middleton (CT), Wesleyan University Press, 1959, pp. 43 y 40-53. 123. Véase Esther Perel, Mating in Captivity: Reconciling the Erotic and the Domestic, Nueva York, HarperCollins, 2006, p. 24, donde llega a la siguiente conclusión a partir de sus estudios: «la intimidad emocional suele ir acompañada de un descenso en el deseo sexual». [Hay trad. cast.: Inteligencia erótica: claves para mantener la pasión en la pareja, Madrid, Temas de Hoy, 2007.] 124. John Lahr describe a Frank Sinatra como «creador de intimidad» en Sinatra: The Artist and Man, Nueva York, Random House, 1997, p. 22. 125. Judith Summers, Casanova’s Women: The Great Seducer and the Women He Loved, Nueva York, Bloomsbury, 2006, p. 14. [Hay trad. cast.: Las mujeres de Casanova: el gran seductor y las mujeres que amó, Ernesto Junquera, trad., Siruela, Madrid, 2007.] 126. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 101. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.] 127. Citado en Nick Salvatore, Singing in a Strange Land: C. L. Franklin: The Black Church and the Transformation of America, Nueva York, Little, Brown, 2005, p. 205. 128. Citado en ibid., pp. 157 y 209. 129. Citado en John D. Gartner, In Search of Bill Clinton: A Psychological Biography, Nueva York, St. Martin’s Press, 2008, p. 308. 130. Gail Sheehy, Hillary’s Choice, Nueva York, Ballantine Books, 2000, p. 99. 131. Citado en Gartner, In Search of Bill Clinton…, p. 304. 132. Citado en ibid., p. 99. 133. Véanse ibid., p. 44; Sheehy, Hillary’s Choice…, pp. 186-188, y también Joe Klein, The Natural: The Misunderstood Presidency of Bill Clinton, Nueva York, Broadway Books, 2002, p. 115. [Hay trad. cast.: Bill Clinton: una presidencia incomprendida, Vicente Campos González, trad., Barcelona, Tusquets, 2004.] 134. Doctor C. George Boeree, «Personality Theories: Carl Jung: 1875-1961», webspace.ship.edu/cgboer/jung.html (consulta: 29 de mayo de 2009). Véase Sara Corbett, quien afirma que «Carl Jung fundó el campo de la psicología analítica», en «The Holy Grail of the Unconscious», New York Times Magazine (16 de septiembre de 2009). 135. Citado en Ronald Hayman, A Life of Jung, Nueva York, W.W. Norton, 1999, p. 147. 136. C. G. Jung, The Psychology of Transference (Bollingen Series, vol. 16), Princeton (NJ), Princeton University Press, 1966, p. 14. [Hay trad. cast.: La práctica de la psicoterapia: contribuciones al problema de la psicoterapia y a la psicología de la transferencia, Jorge Navarro Pérez, trad., Madrid, Trotta, 2006.] 137. Irving Wallace et al., The Intimate Sex Lives of Famous People, Nueva York, Delacorte Press, 1981, p. 428. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas de gente famosa, María Antonia Menini, trad., Barcelona, Grijalbo, 1982.] 138. Person, Dreams of Love…, p. 251. 139. Término que juega con la palabra alemana Jungfrau («doncella», «virgen») y con el compuesto Jungfrauen («mujeres de Jung»). 140. Citado en Deidre Bair, Jung: A Biography, Nueva York, Little, Brown, 2003, p. 248. 141. Boeree, «Personality Theories: Carl Jung». 142. «Jung on Freud», extracto de Memories, Dreams, Reflections, de C. G. Jung, Aniela Jaffe, ed., en Atlantic Monthly (noviembre de 1962), pp. 47-48. 143. Paul Janka, ebook, «Attraction Formula—Step-by-Step Secrets to Meeting Women», 2008, p. 30, y Paul Janka, e-mail, «Lose My Number» (18 de marzo de 2009). 5. Afianzar el amor 1. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, J. Walker McSpadden, ed., Filadelfia, Avil, 1901, p. 195. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] 2. Atribuido a Voltaire, tal vez de forma apócrifa, en wikiquote. org/wiki/Talk:Voltaire (consulta: 22 de julio de 2010). 3. Wilkie Collins, The Woman in White, Nueva York, New American Library, 1985, p. 259. [Hay trad. cast.: La mujer de blanco, Miguel Martínez-Lage, trad., Barcelona, Verticales de Bolsillo, 2008.] 4. Véase Louann Brizendine, The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006, pp. 36 y 131. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona, RBA, 2007, véanse las pp. 58 y 151-152.] 5. Véase Brizendine, El cerebro femenino…, pp. 60 y 147-148. 6. Ibid., pp. 59-60. 7. Laurence Roy Stains y Stefan Bechtel, What Women Want: What Every Man Needs to Know about Sex, Romance, Passion, and Pleasure, Nueva York, Ballantine, 2000, p. 149; Fiona M. Wilson, Organizational Behaviour and Gender, Hants (GB), Ashgate, 2003, p. 179; John Townsend, What Women Want — What Men Want, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pp. 11-13; así como Cindy M. Meston y David M. Buss, Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Griffin, 2009, p. 134. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] 8. Stains y Bechtel, What Women Want…, p. 149; y Deborah Tannen, You Just Don’t Understand: Women and Men in Conversation, Nueva York, Ballantine Books, 1990, p. 81. [Hay trad. cast.: Tú no me entiendes, Adelaida Susana Ruiz, trad., Barcelona, Círculo de Lectores, 1992.] 9. A modo de muestra, véanse Deborah Tannen, «Sex, Lies, and Conversation; Why Is It So Hard for Men and Women to Talk to Each Other?», Washington Post (24 de junio de 1990), www9.georgetown. edu/faculty/tannend/sexlies.htm (consulta: 19 de noviembre de 2011); así como Lorraine Ali y Lisa Miller, «The Secret Lives of Wives», Newsweek (12 de julio de 2004). Véase sobre todo John Gottman, Why Marriages Succeed or Fail… And How You Can Make Yours Last, Nueva York, Fireside Books/Simon & Schuster, 1994, donde predice con un 91 por ciento de fiabilidad quién se divorciará por culpa de un problema de comunicación. 10. Véase la obra fundamental de Tannen You Just Don’t Understand, p. 42, passim. [Hay trad. cast.: Tú no me entiendes…] Simon Baron-Cohen, doctor en psicopatología del desarrollo arguye que el cerebro masculino está ideado para la visión de túnel (construir sistemas y negociar el poder a través de la conversación), no para la empatía y la confianza. Véase la exposición sobre el tema en Sabine Durant, «Are Men Boring?», Intelligent Life (11 de junio de 2008), www.moreintelligentlife.com/story/are-men-boring. 11. Maureen Dowd, Are Men Necessary? When Sexes Collide, Nueva York, Berkley Books/Penguin, 2006, p. 47. [Hay trad. cast.: ¿Son necesarios los hombres?, Elena Gosálvez Blanco, trad., Barcelona, Antoni Bosch, 2006.] 12. Lionel Shriver, The Post-Birthday World, Nueva York, HarperPerennial, 2007, p. 6. [Hay trad. cast.: El mundo después del cumpleaños, Daniel Najmías Bentolilla, trad., Barcelona, Anagrama, 2009.] 13. Elin Hilderbrand, A Summer Affair, Nueva York, Little, Brown, 2008, pp. 233, 177 y 234. 14. Gertrude Jobes, Dictionary of Mythology, Folklore and Symbols, Nueva York, Scarecrow Press, 1961, pp. 1, 200 y 761. 15. Citado en Eurípides, Eurípides, «Bacantes», en Tragedias III, Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca, introd. y trad., Madrid, Gredos, 1979, p. 369. 16. Citado en Adam, «Gorgias + Derrida = Seductive Communication», New Media and the Futures of Writing (21 de marzo de 2011), http://fow.jamesjbrownjr.net/2011/03/gorgias-derrida-seductivecommunication//. 17. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of Human Nature, Nueva York, Anchor Books/Random House, 2001, p. 35. 18. Norman O. Brown, Life against Death: The Psychoanalytic Meaning of History, Middletown (CT), Wesleyan University Press, 1959, p. 69. Véanse el artículo del doctor C. George Boeree, «The Origins of Language», http://webspace.ship.edu/cgboer/langorigins.html (consulta: 15 de mayo de 2012), así como Jean Baudrillard, quien analiza la «seducción primitiva del lenguaje» en De la seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), p. 56; y Timothy Taylor, The Prehistory of Sex, Nueva York, Bantam, 1996, pp. 48-49. 19. Glenn Geher, Geoffrey Miller, y Jeremy Murphy, «Mating Intelligence: Toward an Evolutionarily Informed Construct», en Glenn Geher y Geoffrey Miller, eds., Mating Intelligence: Sex, Relationships, and the Mind’s Reproductive System, Nueva York, Psychology Press, Taylor and Frances Group, 2007, p. 20. 20. Ovidio, Arte de amar, en Amores. El arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 407. 21. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 39. El jardín perfumado árabe insiste mucho en el cortejo verbal y asegura que «siempre es posible excitar a una mujer con palabras de amor». Jeque Nefzaqui, The Perfumed Garden, Nueva York, Putnam, 1964, p. 85. [Hay trad. cast.: El jardín perfumado: para el deleite del corazón, Enrique GonzálesRubio Montoya, Madrid, Dilema, 2007.] El Kama Sutra hindú todavía es más enfático acerca de la necesidad de que los hombres dominen el lenguaje seductor: un hombre, aunque reciba «cierto desprecio, tendrá éxito con las mujeres si es buen conversador». The Complete Kama Sutra, Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 56. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, León-Ignacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, entre otras.] 22. William Shakespeare, Two Gentlemen of Verona, en Complete Works, Stanley Wells y Gary Taylor, eds., Oxford, Clarendon Press/ Oxford University Press, 1988, acto III, escena 1, vv. 104-105. [Hay trad. cast.: Los dos hidalgos de Verona, en Los dos hidalgos de Verona. Sueño de una noche de San Juan, Luis Astrana Marín, Madrid, Austral, 1967, cita extraída del acto II, escena 1, p. 48.] 23. Honoré de Balzac aseguraba que «el amor consiste casi siempre en conversar». Balzac, Physiology of Marriage…, p. 69 [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] A lo largo de los siglos, decenas de manuales sobre «el lenguaje del amor» han echado una mano a los hombres y les han enseñado «elocuencia», o como dicen los italianos, bel parlare. Citado en Nina Epton, Love and the French, Nueva York, World, 1959, pp. 123 y 122. Véanse, por ejemplo, André Maurois, «The Art of Loving», en The Art of Living, Nueva York, Harper and Row, 1959; Roland Barthes, A Lover’s Discourse, Nueva York, Hill and Wang/Farrar, Straus and Giroux, 1978, pp. 73, 167 y 192; Theodore Zeldin, Conversation, Londres, Harvill Press, 1998, p. 32. [Hay trad. cast.: Conversación, Belén Urrutia Domínguez, trad., Madrid, Alianza, 1999.] John Chandos, A Guide to Seduction, Londres, Frederick Muller, 1957; y Erich Fromm, The Art of Loving, Nueva York, Harper and Row, 1956, pp. 102-104. [Hay trad. cast.: El arte de amar: una investigación sobre la naturaleza del amor, Noemí Rosenblatt, trad., Barcelona, Paidós, 2000 (2009, 10.ª reimp.).] 24. Citado en Sarah Wright, Tales of Seduction: The Figure of Don Juan in Spanish Culture, Londres, Tauris Academic Studies, 2007, p. 3. 25. Citado en Vera John-Steiner, Creative Collaboration, Nueva York, Oxford University Press, 2000, p. 191. 26. William Shakespeare, A Winter’s Tale, en Complete Works, Wells y Taylor, ed., acto V, escena 2, vv. 13-14. [Hay trad. cast.: El cuento de invierno, Luis Astrana Marín, trad., Buenos Aires/México, Espasa-Calpe, 1947, cita extraída del acto V, escena 2, vv. 13-14, p. 138.] 27. Para obtener más información sobre el tema de la superioridad femenina para leer las señales corporales, véase Helen Fisher, The First Sex: The Natural Talents of Women and How They Are Changing the World, Nueva York, Ballantine Books, 1999, pp. 91-94. [Hay trad. cast.: El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo, Eva Rodríguez Halffter y Pilar Vázquez, trads., Buenos Aires/México/Bogotá/Madrid, Taurus, 2000, véanse las pp. 132-135.] 28. Estudio recogido en Barbara y Allan Pease, The Definitive Book of Body Language, Nueva York, Bantam Books, 2004, p. 13. [Hay trad. cast.: El lenguaje del cuerpo: cómo interpretar a los demás a través de sus gestos, Isabel Murillo Fort, trad., Barcelona, Amat, 2006, pp. 29-30.] 29. Cuando las mujeres perciben la incongruencia entre las palabras y los movimientos, confían en el mensaje no verbal y desdeñan el verbal, según Pease y Pease en El lenguaje del cuerpo…, p. 39. 30. T. C. Boyle, The Inner Circle, Nueva York, Penguin Books, 2004, p. 197. 31. Barbara y Allan Pease aseguran que los hombres presentan menos de un tercio de las expresiones faciales que ponen las mujeres, y que si un hombre imita la expresión de la mujer mientras conversan, ella lo describirá como «un hombre preocupado, inteligente, interesante y atractivo». Pease y Pease, Definitive Book of Body Language…, p. 255. [Hay trad. cast.: El lenguaje del cuerpo…, cita extraída de la p. 274.] Para ampliar el tema, véanse las pp. 193, 203-204 y 273 de la edición en castellano. 32. Para el significado de la «inclinación hacia delante» durante el cortejo, véase David Givens, Love Signals: A Practical Field Guide to the Body Language of Courtship, Nueva York, St. Martin’s Press, 2005, pp. 61-62 y 139-140 [hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción, Jorge Rizo Tortuero, trad., Barcelona, RBA, 2008] y Gordon R. Wainright, Body Language, Lincolnwood (IL), NTC/Contemporary, 1999, p. 125. Para entender el significado de los movimientos de cabeza y las inclinaciones hacia delante, véase Pease y Pease, Definitive Book of Body Language…, pp. 230-232. [Hay trad. cast.: El lenguaje del cuerpo…, pp. 248-250.] Para la posición del pie, El lenguaje del cuerpo…, pp. 228-229, 244 y 305, y para las posturas abiertas, ibid., pp. 300-301. 33. Según el antropólogo David Givens, las mujeres encuentran muy atractivas las manos y las muñecas masculinas. Givens, Love Signals…, pp. 5 y 6. [Hay trad. cast.: El lenguaje de la seducción…] 34. Philippe Julian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1971, p. 125. 35. Pease y Pease, Definitive Book of Body Language…, p. 196. [Hay trad. cast.: El lenguaje del cuerpo…, p. 215.] Algunas pruebas indican que un ligero roce de los dedos puede tener una carga erótica asombrosa, y triplica las posibilidades de éxito, sobre todo si se toca el codo de la otra persona. Los autores citan muchas de estas pruebas y tests en las pp. 119-122 de la edición en castellano. 36. Joe Klein, The Natural: The Misunderstood Presidency of Bill Clinton, Nueva York, Broadway Books, 2002, p. 40. [Hay trad. cast.: Bill Clinton: una presidencia incomprendida, Vicente Campos González, trad., Barcelona, Tusquets, 2004.] 37. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Really Loved Women, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 84. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.] 38. The Complete Kama Sutra…, p. 211. 39. Kate Botting y Douglas Botting, Sex Appeal: The Art and Science of Sexual Attraction, Nueva York, St. Martin’s Press, 1996, p. 113. 40. Véanse Fisher, The First Sex…, p. 60. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, p. 92]; y Brizendine, The Female Brain…, p. 14. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, p. 36.] 41. Se ha documentado en numerosas ocasiones el hecho de que a las mujeres les atraigan las voces profundas y suaves. Véanse, por ejemplo, Sindya N. Bhanoo, «A Magnet for Women? Try a Deep Male Voice», New York Times (19 de septiembre de 2011), y para la referencia a las voces «cantarinas», «Attuned to Feelings», Scientific American Mind (julio-agosto de 2010), p. 9. 42. Citado en Elaine Scolino, Seduction: How the French Play the Game of Life, Nueva York, Times Books/Henry Holt, 2011, p. 49. 43. Norman O. Brown, Hermes the Thief: The Evolution of a Myth, Madison, University of Wisconsin Press, 1947, p. 15. 44. Liev Tolstói, Anna Karenina, Nueva York, Penguin Books, 2000, p. 76. [Hay trad. cast.: Ana Karenina, Alexis Marcoff, trad., Madrid, Espasa, 2000.] 45. Marian Keyes, Last Chance Saloon, Nueva York, Avon Books/ HarperCollins, 1999, p. 20. [Hay trad. cast.: Por los pelos, María Eugenia Ciocchini Suárez, trad., Barcelona, Plaza & Janés, 2000.] 46. Carly Phillips, The Playboy, Nueva York, Grand Central, 2003, pp. 18 y 20. [Hay trad. cast.: El rompecorazones, Mercè Diago Esteva y Abel Debritto Cabezas, trads., Barcelona, Planeta, 2008.] 47. Citado en Derek Parker, Byron and His World, Nueva York, Studio Books/Viking, 1968, p. 103. [Hay trad. cast.: Byron, Rosario León Cuyas, trad., Barcelona, Salvat, 1988.] 48. Citado en Nicholas Murray, Aldous Huxley: A Biography, Nueva York, Thomas Dunne Books/St. Martin’s Press, 2002, pp. 6 y 7. 49. Citado en John Edward Hasse, Beyond Category: The Life and Genius of Duke Ellington, Nueva York, Da Capo Press, 1993, p. 347. 50. Mika Brezinski, Morning Joe, MSNBC (23 de septiembre de 2011). 51. Paul Tillich, Love, Power, and Justice: Ontological Analysis and Ethical Applications, Nueva York, Oxford University Press, 1980, p. 84. [Hay trad cast.: Amor, poder y justicia, Madrid, Ariel, 1970.] 52. Véanse, por ejemplo, Stains y Bechtel, What Women Want…, pp. 151-156; Helen Fisher, Anatomy of Love: The Mysteries of Mating, Marriage, and Why We Stray, Nueva York, Fawcett Columbine, 1992, pp. 27 y 191; Townsend, What Women Want — What Men Want…, p. 11; y Alon Gratch, If Men Could Talk: Unlocking the Secret Language of Men, Nueva York, Little, Brown, 2001, p. 132. [Hay trad. cast.: Si los hombres pudieran hablar… Descubre lo que dirían, Alberto Coscarelli Guaschino, trad., Barcelona, Grijalbo, 2001.] 53. Ann Lamott, Blue Shoe, Nueva York, Riverhead Books, 2002, p. 78. 54. Citado en Stains y Bechtel, What Women Want…, p. 158. 55. Deborah Tannen, That’s Not What I Meant: How Conversational Style Makes or Breaks Relationships, Nueva York, Ballantine Books, 1986, p. 133. [Hay trad. cast.: ¡Yo no quise decir eso!: cómo la manera de hablar facilita o dificulta nuestra relación con los demás, Isabel M. Valle, trad., Barcelona, Paidós, 1999.] Tannen, «Sex, Lies, and Conversation». 56. Citado en Ali y Miller, «Secret Life of Wives», p. 53. 57. Véanse, por ejemplo, Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, p. 42, y The Complete Kama Sutra…, p. 246. 58. Véanse Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1943 (nueva ed.), pp. 43-47, cita extraída de la p. 43; Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva York, Touchstone/Simon & Schuster, 1989, p. 334; Eric Fromm, The Art of Listening, Nueva York, Continuum, 1994, p. 193; y Theodor Reik, Psychology of Sex Relations, Nueva York, Farrar and Rinehart, 1945, p. 210. 59. Fromm, The Art of Listening…, p. 197. 60. Véase Pease y Pease, Definitive Book of Body Language, pp. 178 y 254. [Hay trad. cast.: El lenguaje del cuerpo…, pp. 196-197 y 273.] 61. Véanse Deborah Tannen, That’s Not What I Meant, p. 137. [Hay trad. cast.: ¡Yo no quise decir eso!…] Y Barbara Pease y Allan Pease, Why Men Don’t Listen and Women Can’t Read Maps: How We’re Different and What to Do about It, Nueva York, Three Rivers Press, 2001, pp. 8795. [Hay trad. cast.: Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden de mapas: por qué somos tan diferentes y qué hacemos para llevarlo bien, Esther Gil San Millán, trad., Barcelona, Amat, 2003.] 62. «Lord Shiva», Hindu Deities, Kashmiri Overseas Association, www.koausa.org/Gods/God9.html (consulta: 29 de septiembre de 2011). 63. Véase «Pan & Satyrs», Carnaval.com, www.carnaval.com./pan (consulta: 29 de septiembre de 2011). Para obtener información acerca de Pan como deidad fundador de la crítica teatral, véase Alfred Wagner, Das historische Drama der Griechen Münster (1878), citado en «Pan (God)», Wikipedia, http://en.wikipedia.org/wiki/Pan(god) (consulta: 29 de septiembre de 2011). 64. Laura Dave, The First Husband, Nueva York, Viking, 2011, p. 32. 65. JoAnn Ross, One Summer, Nueva York, Signet/Penguin Group, 2011, p. 147. 66. Ibid., p. 199. 67. Citado en David Lawday, Napoleon’s Master: A Life of Prince Talley rand, Nueva York, Thomas Dunne Books/St. Martin’s Press, 2006, p. 36. 68. Citado en ibid., p. 35. 69. Citado en John C. Maxwell, «Charismatic Leadership», Mindful Network (22 de mayo de 2008), www.themeetupprofessor.com/ readings.html. 70. Benjamin Disraeli, Wit and Wisdom of Benjamin Disraeli, Earl of Beaconsfield, Londres, Longmans, Green, 1881, p. 320. 71. Citado en Jeffrey Meyers, Gary Cooper: American Hero, Nueva York, William Morrow, 1998, p. 88. [Hay trad. cast.: Gary Cooper: el héroe americano, Gustavo Vecino, trad., Madrid, T&B Editores, 2011, cita extraída de la p. 48.] 72. Citado en Suzanne Finstad, Warren Beatty: A Private Man, Nueva York, Three Rivers Press, 2005, p. 293. 73. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, p. 468. 74. Véanse Tannen, You Just Don’t Understand…, pp. 42 y 100. [Hay trad. cast.: Tú no me entiendes…] Brizendine, The Female Brain…, p. 21. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, p. 43.] 75. J. B. Priestley, Talking: An Essay, Nueva York, Harper and Brothers, 1925, p. 5. 76. Véase Brizendine, The Female Brain…, p. 36. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, p. 58.] 77. Natalie Angier, Woman: An Intimate Geography, Nueva York, Anchor/Random House, 1999, p. 77, véanse también las pp. 78-79. [Hay trad. cast.: Mujer. Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, cita extraída de la p. 100, véanse también las pp. 101 y 102.] Véase asimismo el apartado de Brizendine titulado «Sexo, estrés y el cerebro femenino», en The Female Brain…, pp. 72-73. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, pp. 94-95.] Según la autora, «La angustia [provocada por el estrés] es cuatro veces más corriente en las mujeres» (El cerebro femenino…, p. 154). 78. Brizendine, The Female Brain…, p. 78. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino…, cita extraída de la p. 100.] 79. Fisher, The First Sex…, p. 198. [Hay trad. cast.: El primer sexo…, pp. 266-267.] 80. Barthes, Lover’s Discourse…, p. 104. 81. Véase Jena Pincott, «What Can Singles Learn from Baby Talk?», Psychology Today (28 de marzo de 2011). 82. Citado en Sam Kashner y Nancy Schoenberger, Furious Love: Elizabeth Taylor and Richard Burton and the Marriage of the Century, Nueva York, HarperCollins, 2010, pp. 360, 312 y 301. [Hay trad. cast.: El amor y la furia, Jofre Homedes Beutnagel, trad., Barcelona, Lumen, 2010. Citas extraídas de las pp. 361, 314 y 304.] 83. The Complete Kama Sutra, p. 229. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total…, y otras.] 84. Ibid., pp. 229-238. 85. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, p. 468. 86. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…, pp. 64-65; Jean Baudrillard, De la seducción, Elena Benarroch, trad., Madrid, Cátedra, 1981 (2008, 12.ª ed.), p. 73; Reik, Psychology of Sex Relations…, p. 207; también Joseph O’Connor y John Seymour, Introducing Neuro-Linguistic Programming, Londres, Element/HarperCollins, 1990. [Hay trad. cast.: Introducción a la programación neurolingüística, Eduardo Rodríguez Pérez, trad., Barcelona, Urano, 1992.] 87. Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, eds., Inanna, Queen of Heaven and Earth: Her Stories and Hymns from Sumer, Nueva York, Harper and Row, 1983, p. 40. 88. Frederick A. Lubich, «The Confessions of Felix Krull, Confidence Man», en Ritchie Robertson, ed., The Cambridge Companion to Thomas Mann, Cambridge (GB), Cambridge University Press, 2002, p. 208; y Thomas Mann, Confessions of Felix Krull Confidence Man, Nueva York, Vintage Books/Random House, 1969, p. 20. [Hay trad. cast.: Confesiones del estafador Félix Krull, Isabel García Adánez, trad., Barcelona, Edhasa, 2009.] 89. Mann, Confessions of Felix Krull…, p. 203. [Hay trad. cast.: Confesiones del estafador…] 90. A. S. Byatt, The Children’s Book, Nueva York, Alfred A. Knopf, 2009, p. 249. [Hay trad. cast.: El libro de los niños, Miguel Temprano García, trad., Barcelona, Lumen, 2010.] 91. Sandra Jackson-Opoku, Hot Johnny (And the Women Who Loved Him), Nueva York, Ballantine Books, 2001, p. 7. 92. André Maurois, Chateaubriand: Poet, Statesman, Lover, Nueva York, Harper and Brothers, 1938, p. 131. 93. Francis Gribble, Chateaubriand and His Court of Women, Nueva York, Charles Scribner’s, 1909, p. 78. 94. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…, p. 26. 95. Ibid., p. 29. 96. Ibid. 97. Maurois, Chateaubriand…, p. 67. 98. Citado en ibid., pp. 115-116. 99. Ibid., p. 101. 100. Citado en Memoirs and Correspondence of Madame Récamier (1867), Honolulu, University Press of the Pacific, 2002, p. 135. 101. Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 21. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] 102. Véanse el estudio sobre citas exprés en Robert R. Provine, Laughter: A Scientific Investigation, Nueva York, Penguin, 2000, p. 34, así como Meston y Buss, Why Women Have Sex, p. 21. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] 103. Andrés el Capellán, Libro del amor cortés, Pedro Rodríguez Santidrián, introd., trad. y notas, Madrid, Alianza, 2006, cita extraída de la p. 43; y Baldassare Castiglione, The Book of the Courtier, Garden City (NY), Anchor Books/Doubleday, 1959, p. 167. [Hay trad. cast.: El cortesano, Juan Boscán, trad., Madrid, Alianza, 2008.] 104. Eleanor Hayes, «The Science of Humour: Allan Reiss», Science in School (6 de diciembre de 2010), www.scienceinschool.org/2010/ issue17/allenreiss. 105. Véase «Fast Forces of Attraction», Psychology Today (28 de diciembre de 2007). 106. Baudrillard, De la seducción…, cita extraída de la p. 98. 107. Original expresión que emplea Steven Pinker para todas las formas utilizadas por los «expertos en el carácter lúdico del lenguaje». Pinker, The Language Instinct, Nueva York, HarperPerennial/HarperCollins, 1994, p. 386. [Hay trad. cast.: El instinto del lenguaje: cómo la mente construye el lenguaje, José Manuel Igoa González y Alejandro Pradera Sánchez, trads., Madrid, Alianza, 1996 (2012, 2.ª ed).] 108. Susanne K. Langer, Feeling and Form: A Theory of Art, Nueva York, Scribner’s, 1953, pp. 84-85. 109. Brown, Hermes the Thief…, p. 14. 110. Véase Stephen Nachmanovitch, Free Play: Improvisation in Life and Art, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Putnam, 1990, pp. 46-47. 111. Derek Walcott, The Joker of Seville and O Babylon: Two Plays, Londres, Jonathan Cape, 1928, p. 30. 112. George Eliot, Middlemarch, Bert G. Hornback, ed. (1873), Nueva York, W.W. Norton, 2000, p. 131. [Hay trad. cast.: Middlemarch, José Luis López Muñoz, trad., Barcelona, RBA, 2009.] 113. Leslie Wainger, Writing a Romance Novel for Dummies, Nueva York, Wiley, 2004, p. 66. 114. Mary Jo Putney, The Rake, Nueva York, Topaz/Penguin Group, 1998, p. 135. 115. Susan Elizabeth Phillips, Fancy Pants, Nueva York, Pocket Books/Simon & Schuster, 1989, pp. 185-186. [Hay trad. cast.: Una chica a la moda, Daniel Hernández Chambers, trad., Barcelona, Zeta Bolsillo, 2012.] 116. Giacomo Casanova, Historia de mi vida, Mauro Armiño, trad., Félix de Ázua, prólogo, Girona, Atalanta, 2009, 2 tomos, cita extraída del tomo I, vol. 1, cap. 2, p. 39. Casanova escribe la respuesta en latín: «Disce quod a domino nomina servus habet». 117. Ibid., tomo I, vol. 1, cap. 6, p. 128. 118. Citado en Donal Sturrock, Storyteller: The Authorized Biography of Roald Dahl, Nueva York, Simon & Schuster, 2010, pp. 182 y 230. 119. Roald Dahl, «The Visitor», en The Best of Roald Dahl, introd. de James Cameron, Nueva York, Vintage Books, 1978, p. 287. [Hay trad. cast.: «El visitante», en El gran cambiazo, Jordi Beltrán, trad., Barcelona, Anagrama, 1999 (2009, 6.ª reimp.).] 120. Ibid., p. 289. 121. Mandy Stadtmiller, «New York Comedians Score with Ha-Ha Hottie Groupies», New York Post (12 de enero de 2010). 122. Citado en Fiona MacCrae, «Who Gets the Girl? Funny Men Have the Last Laugh…», Mail Online (2 de abril de 2009), www.dailymail.co.uk/femail/article1166610/who-gets-girl-funny-men-laugh-. html. 123. Tad Safran y Molly Watson, «Tad & Molly: Do Women Prefer Rich or Funny Men?», Times (17 de julio de 2008). 124. Ewen Callaway, «Nerds Rejoice: Braininess Boosts Likelihood of Sex», ABC News (6 de octubre de 2008), abcnews.go.com/Technology/story? id=595197&page=1#T5_vRYvgE. 125. Ceri Marsh y Kim Izzo, «A Fine Romance», Globe and Mail (9 de febrero de 2002). 126. Miller, The Mating Mind…, p. 386. 127. Francine Prose, Blue Angel, Nueva York, Harper-Collins, 2006, p. 22. 128. Guy Sircello, «Beauty and Sex» en Alan Soble, ed., The Philosophy of Sex, Savage (MD), Rowan and Littlefield, 1991, p. 132. 129. Lawrence D. Kritzman, «Roland Barthes: The Discourse of Desire and the Question of Gender», MLN: Modern Language Notes, 103, n.º 4 (edición francesa, septiembre de 1988), pp. 848-864. 130. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar…, pp. 440-441. 131. The Complete Kama Sutra, p. 200. 132. Balzac, The Physiology of Marriage…, p. 104. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio…] 133. George du Maurier, Trilby (1894), Nueva York, Penguin Books, 1994, p. 58. [Hay trad. cast.: Trilby, Max Lacruz Bassols, trad., Madrid, Funambulista, 2006.] 134. Jonathan Franzen, «Breakup Stories», New Yorker (8 de noviembre de 2004). 135. «Peter Abelard», Stanford Encyclopedia of Philosophy (9 de noviembre de 2010), http://plato.stanford.edu/entries/abelard/. 136. Citado en James Burge, Heloise and Abelard, San Francisco, HarperSanFrancisco, 2003, p. 30. 137. Citado en ibid., p. 90. 138. M. T. Clanchy, Abelard: A Medieval Life, Oxford (GB), Blackwell, 1997, p. 5. 139. Flem, Casanova…, p. 84. 140. Derek Parker, Casanova, Gloucestershire (GB), Sutton, 2002, p. 36. 141. Casanova, Historia de mi vida…, tomo I, vol. 6, cap. 5, cita extraída de la p. 1.483. 142. Henry James, «Ivan Turgenev», 1903, www.eldritch.press.org/ list/hj2.htm (consulta: 15 de mayo de 2012). 143. Iván Turguéniev, Rudin, Nueva York, Penguin Books, 1974, p. 52. [Hay trad. cast.: Rudin, Jesús García Gabaldón, trad., Barcelona, Alba, 1997.] 144. Ibid., p. 63. 145. V. S. Pritchett, The Gentle Barbarian: The Work and Life of Turgenev, Nueva York, Ecco Press, 1977, p. 168. 146. William Deresiewicz, «Love on Campus», American Scholar (1 de junio de 2007). 147. Michel Serres, Hermes: Literature, Science, Philosophy, Josué V. Harari y David F. Bell, eds., Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1982, p. 3. 148. Louis Menand, «Stand by Your Man», New Yorker (26 de septiembre de 2005). 149. Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Juan Valmar, trad., Buenos Aires, Losada, 2008, cita extraída de la p. 510. 150. Citado en Arthur M. Wilson, Diderot, Nueva York, Oxford University Press, 1957, p. 39. 151. Citado en «Chattering Classes», The Economist (23 de diciembre de 2006). 152. Leslie Gilbert Crocker, The Embattled Philosopher: A Biography of Denis Diderot, East Lansing, Michigan State College Press, 1954, p. 20. 153. R. N. Furbank, Diderot: A Critical Biography, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1992, p. 17. [Hay trad. cast.: Diderot, María Teresa La Valle, trad., Barcelona, Salamandra, 1994.] 154. Citado en Wilson, Diderot…, p. 449. 155. Deresiewicz, «Love on Campus». 156. Wilson, Diderot…, p. 295. 157. Ibid., p. 639. 158. Michel de Montaigne, «On Some Verses of Virgil», en The Complete Essays of Montaigne, Garden City (NY), Anchor Books/Doubleday, 1960, vol. 3, pp. 66-67. [Hay trad. cast.: «Sobre unos versos de Virgilio», en Ensayos completos, Juan G. de Luaces, trad., Barcelona, Omega, 2002.] 159. Edmond Rostand, Cyrano de Bergerac, Luis Vía, et al., trads., Madrid, Espasa, 1998 (2011, 3.ª reimp.), acto I, escena 4, v. 39. 160. Ibid., acto III, escena 7, v. 130. 161. Ovidio, Amores, en Amores. Arte de amar, libro II, cita extraída de las pp. 211-212. 162. Véase Jon Stallworthy, «Introduction», en Jon Stallworthy, ed., The New Penguin Book of Love Poetry, Nueva York, Penguin Books, 2003, p. XXIV; y J. B. Broadbent, Poetic Love, Londres, Chatto and Windus, 1964. 163. Citado en Thomas H. Johnson, ed., The Letters of Emily Dickinson, Cambridge (MA), Belknap Press/Harvard University Press, 1958, carta 342 al coronel T.W. Higginson (agosto de 1870); y www. wisdomportal.com/Poems/DickinsonDefinitionPoetry.html (consulta: 28 de octubre de 2010). [Hay trad. cast.: Cartas, Nicole d’Amonville Alegría, trad., Barcelona, Lumen, 2009.] 164. Carl Yapp y Andrew Marvell citado en «Love Poetry’s ‘Fevered Brow’ Test», BBC News (9 de febrero de 2010), http://news.bbc.co. uk/2/hi/uk_news/wales/mid_/8504616.stm. 165. Stallworthy, «Introduction», p. XXIV. 166. Mircea Eliade, Shamanism: Archaic Techniques of Ecstasy (Bollingen Series, vol. 76), Princeton (NJ), Princeton University Press, 1964, p. 510. [Hay trad. cast.: El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Ernestina de Champourcín, trad., Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2001.] Joseph Campbell, The Masks of God: Primitive Mythology, Nueva York, Arkana/Penguin, 1969, p. 4. [Hay trad. cast.: Las máscaras de Dios, Madrid, Alianza, s.f.] 167. Véase Miller, The Mating Mind…, p. 380. 168. Véase Stains y Bechtel, What Women Want…, p. 147. 169. «What Women Want: Top Ten Romantic Gestures», Telegraph, GB (15 de julio de 2009). 170. Véanse, por ejemplo, Barbara De Angelis, What Women Want Men to Know: The Ultimate Book about Love, Sex, and Relationships for You — And the Man You Love, Nueva York, Hyperion, 2001, pp. 305-306. [Hay trad. cast.: ¡Entérate ya! Lo que las mujeres quieren que los hombres sepan. El libro imprescindible sobre el amor, sexo y relaciones para usted y su pareja, Aida Santapau Santapau, trad., Barcelona, Amat, 2002.] Felicity Huffman y Patricia Wolff, A Practical Handbook for the Boyfriend, Nueva York, Hyperion, 2007, p. 90; Lucy Sanna con Kathy Miller, How to Romance the Woman You Love, Nueva York, Three Rivers Press, 1995, pp. 93-109, y «Why Do Women Love Poems?», Yahoo! Ans wer, http://answers.yahoo.com/question/ index? qid=20110728093928AAKJ9VW (consulta: 20 de octubre de 2011). 171. Eve Salinger, Pleasing Your Woman: Complete Idiot’s Guide, Nueva York, Alpha/Penguin Group, 2005, p. 35, y el foro online femenino de citas: «Sex Tips for Geeks: How to Be Sexy» (25 de septiembre de 2000), catb.org/~esr/writings/sextips/sexy.html. 172. Extraído del estudio del doctor Daniel Nettle, profesor de psicología en la Facultad de Biología de la Universidad de Newcastle, recogido en la publicación Proceedings of the Royal Society (29 de noviembre de 2005). Véase también «Creative Spark Fuels Active Sex Life», HealthDay News (30 de noviembre de 2005), sexualhealth.e-healthsource. com/?p=news1&id=529379. 173. Para obtener más información sobre el lenguaje y la expresión de sentimientos, véase Larry Cahill, «His Brain, Her Brain», Scientific American (mayo de 2005), pp. 41 y 46. Acerca de si la poesía emplea ambos hemisferios cerebrales, véase Kenn Nesbitt, «Left Brain, Right Brain, and the Power of Poetry», Kenn Nesbitt’s Poetry4kids.com (11 de octubre de 2011), www.poetry4kids.com/modules.php?name=News &file=article&sid=249. 174. Ilana Simons, «You Look Nasty in That Dress», Psychology Today (25 de marzo de 2009). 175. Baudrillard, De la seducción…, cita extraída de la p. 74. Según Science Daily: «El efecto que tiene [la poesía] en el cerebro es similar a un truco de magia; sabemos lo que pasa en el truco, pero no cómo ha ocurrido». «Sorprende al cerebro», «Reading Shakespeare Has Dramatic Effect on Human Brain», Science Daily (16 de diciembre de 2006), www.sciencedaily.com/releases/2006/12/061218122613.htm. T. S. Eliot escribió que un poema es como el «ladrón astuto que siempre se provee de un hueso para el perro de la casa», lo mejor para entrar en el inconsciente. T. S. Eliot, The Use of Poetry and the Use of Criticism: Studies in Relation to Criticism to Poetry in England (Conferencias Charles Eliot Norton para el curso 1932-1933), Londres, Faber and Faber, 1939, p. 151. [Hay trad. cast.: Función de la poesía y función de la crítica, Jaime Gil de Biedma, trad., Barcelona, Tusquets, 1999, cita extraída de la p. 192.] 176. Paul Friedrich, The Meaning of Aphrodite, Chicago, University of Chicago Press, 1978, p. 144. 177. Ibn Hazm (994-1064), The Ring of the Dove, Londres, Luzac Oriental, 1994, p. 65. [Hay trad. cast.: El collar de la paloma: tratado sobre el amor y los amantes, prólogo de José Ortega y Gasset, Emilio García Gómez, trad., Madrid, Alianza, 1997.] 178. Ibid., p. 65. 179. En la época de Shakespeare, «la habilidad para la rima era una cualidad indispensable del galán». Véase E. S. Turner, History of Courting, Nueva York, E. P. Dutton, 1955, pp. 54 y 134. [Hay trad. cast.: Historia de la galantería, Fernando Sánchez Dragó, trad., Barcelona, Caralt, 1977.] 180. J. M. Synge, The Playboy of the Western World, en Ann Saddlemyer, ed., The Playboy of the Western World and Other Plays, Nueva York, Oxford University Press, 1995, acto 3, verso 137. 181. Véanse otros dos ejemplos de película: Elliott (Michael Caine), que cita a e.e. cummings («un lugar al que nunca he viajado, y más allá, encantado») para seducir a Lee en Hannah y sus hermanas, y Mr. Big, quien recupera a Carrie gracias a unos correos electrónicos con poemas en la versión cinematográfica de Sexo en Nueva York. 182. Marge Piercy, Small Changes, Nueva York, Fawcett Crest, 1972, p. 101. 183. Ibid., p. 463. 184. Citado en Danielle Hollister, «Top 20 Poetry Quotations», http://ezinearticles.com/? Top-20-Poetry-Quotations&id=5061 (consulta: 17 de febrero de 2012). 185. Annabella Milbank, la esposa de Byron, captó la atención del escritor gracias a los poemas que escribía. Véase Fiona MacCarthy, Byron: Life and Legend, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2002, p. 172. Véase asimismo el cortejo poético mutuo de los poetas Robert Browning y Elizabeth Barrett Browning; así como la relación (probablemente platónica) entre el poeta y seductor de la Restauración John Wilmot, vizconde de Rochester, y la dramaturga y poeta Aphra Behn, quien lo llamaba «el gran Rochester, par de los dioses». Citado en Graham Greene, Lord Rochester’s Monkey, Nueva York, Penguin, 1974, p. 220. [Hay trad. cast.: El mono de lord Rochester o La vida de John Wilmot, segundo conde de Rochester, María Luz García de la Hoz, trad., Barcelona, Península, 2007.] 186. Georgina Masson, Courtesans of the Italian Renaissance, Nueva York, St. Martin’s Press, 1975, p. 113. 187. Andrew Mullins y Patrick McDonagh, «A Poet’s Life», McGill News: Alumni Quarterly (invierno de 1997). Entre las canciones que Leonard Cohen dedicó a mujeres concretas están: «So Long, Marianne», «Suzanne» y «Sisters of Mercy». 188. Citado en Michael Munn, Richard Burton: Prince of Players, Nueva York, Herman Graf Books/Skyhorse, 2008, p. 74. 189. Citado en ibid., p. 74. 190. Kashner y Schoenberger, Furious Love…, p. 102. [Hay trad. cast.: El amor y la furia… Cita extraída de la p. 113.] 191. Citado en Munn, Richard Burton, p. 74. 192. Citado en Kashner y Schoenberger, Furious Love…, p. 121. [Hay trad. cast.: El amor y la furia…, citas extraídas de las pp. 131-132.] 193. Citado en El amor y la furia…, p. 132. 194. Citado en ibid., p. 382. 195. Subtítulo de la edición original de Furious Love: Elizabeth Taylor, Richard Burton, and the Love of the Century («Elizabeth Taylor, Richard Burton y el amor del siglo»). El subtítulo de la edición en castellano de El amor y la furia es: «La verdadera historia de amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton». 196. Citado en El amor y la furia…, pp. 60 y 389. 197. Citado en Hugh y Mirabel Cecil, Clever Hearts: Desmond and Molly MacCarthy: A Biography, Londres, Victor Gollancz, 1991, p. 202. 198. Citado en ibid., pp. 173, 180 y 192. 199. Citado en ibid., p. 188. 200. Ibid., p. 239. 201. Ibid., p. 173. 202. Citado en ibid., p. 180. 203. Citado en ibid., p. 273. 204. David Denby, «Just the Sex», reseña de Crazy, Stupid, Love y Friends with Benefits, New Yorker (1 de agosto de 2011). 205. Tom Wolfe, I Am Charlotte Simmons, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2004, p. 195. [Hay trad. cast.: Soy Charlotte Simmons, Carlos Mayor Ortega y Eduardo Iriarte, trads., Barcelona, Ediciones B, 2005.] 206. Robert Louis Stevenson, «Talk and Talkers», Literature Network, www.onlineliterature.com/stevenson/essays-of-stevenson/4/,1 (consulta: 11 de septiembre de 2011). 207. Ibid., pp. 3 y 9. 208. Benoît Jacquot Alicéléo, dir., Sade, Canal+ et al., 2000. 6. Avivar el amor 1. Ovidio, Arte de amar, en Amores. Arte de amar, Juan Antonio González Iglesias, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 2006 (5.ª ed.), cita extraída de la p. 439. 2. Para los estudios sobre el estrés y la ansiedad en la pareja, véase Ayala Malach Pines, Couple Burnout: Causes and Cures, Nueva York, Routledge, 1995, p. 112. Estas causas provocan entre el 60 y el 75 por ciento de las rupturas. Véase Scott Haltzman, The Secrets of Happily Married Men, San Francisco, Jossey-Bass/Wiley, 2006, p. 1. Según algunos teóricos, como Sarah Blaffer Hrdy y Natalie Anfier, las mujeres son más propensas a alejarse de sus parejas. Véanse Natalie Angier, Woman: An Intimate Geography, Nueva York, Anchor Books/Random House, 1999. [Hay trad. cast.: Mujer. Una geografía íntima, Isabel Febrián, trad., Madrid, Espasa, 2011, pp. 96-97.] Sarah Blaffer Hrdy, The Woman That Never Evolved, Cambridge (MA), Harvard University Press, 1981; Mary Jane Sherfey, The Nature and Evolution of Female Sexuality, Nueva York, Vintage Books/Random House, 1966, pp. 136-140. [Hay trad. cast.: Naturaleza y evolución de la sexualidad femenina, Gerardo Espinosa, trad., Barcelona, Barral, 1977.] Barbara Ehrenreich, «The Real Truth about the Female Body», Time (8 de marzo de 1999). 3. Para estos estudios, véase Adoree Durayappah, «Brain Study Reveals Secrets of Staying Madly in Love», Psychology Today (3 de febrero de 2011). 4. Citado en Emily Sohn, «How Love Lasts», Discovery News (10 de febrero de 2011), http://news.discovery.com/human/valentine’s-daylove-first-sight-110210.html?print=true. 5. The Complete Kama Sutra, Rochester (VT), Park Street Press, 1994, p. 505. [Hay trad. cast.: Kama Sutra total, Valeria Marcó del Pont, trad., Teià (Barcelona), Robinbook, 2007; Kama Sutra, Miguel Giménez Sales, trad. y adapt., Barcelona, Editors, 2005; Kama Sutra: el libro del amor: aforismos sobre el placer, León-Ignacio, trad., Barcelona, Ediciones 29, 1997, entre otras.] 6. Havelock Ellis, «The Art of Love», en Studies in the Psychology of Sex, Nueva York, Random House, 1936, vol. 2, p. 561. [Hay trad. cast.: Estudio de psicología sexual, Madrid, Reus, s.f.] 7. Ibid., p. 544. 8. Helen Fisher, Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love, Nueva York, Henry Holt, 2004, p. 112. [Hay trad. cast.: Por qué amamos, Victoria Gordo del Rey, trad., Madrid, Taurus, 2005.] Véanse, por ejemplo, Ellis, «Art of Love», pp. 530 y 548549; Bertrand Russell, Marriage and Morals, Nueva York, Bantam, 1959, p. 93. [Hay trad. cast.: Matrimonio y moral, Manuel Azaña, trad., Madrid, Cátedra, 2001.] Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, ed. J. Walker McSpadden, Filadelfia, Avil, 1901, p. 58, passim. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] Theodor Reik, Psychology of Sex Relations, Nueva York, Farrar and Rinehart, 1945, p. 95. 9. Dr. Phil, Relationship/Sex, «Roles in Marriage», http://drphil. com/articles/arcticle/322 (consulta: 25 de abril de 2012). 10. Véase la entrada sobre el Programa de Prevención y Mejora de Relaciones (PREP) del doctor Markman, www.du.edu/psychology/ people/markman.htm (consulta: 21 de febrero de 2012). 11. Simon Blackburn, Lust, Nueva York, Oxford University Press, 2004, p. 81. [Hay trad. cast.: Lujuria, Barcelona, Paidós, 2005.] Ellis, «Prostitution», en Studies in the Psychology of Sex…, vol. 2, p. 222. 12. Erica Jong, «The Perfect Man», en What Do Women Want?, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Penguin, 2007, p. 171. [Hay trad. cast.: ¿Qué queremos las mujeres?, Cecilia Ceriani, trad., Madrid, Aguilar, 2000.] 13. Véase B. J. Gallagher, «America’s Working Women Stress, Health and Wellbeing», Huffington Post (8 de marzo de 2011), www. huffingtonpost.com/bjgallagher/international-women’s-day_b_ 831811. html. El tema del estrés como uno de los motivos principales del desinterés sexual se documenta en Esther Perel, Mating in Captivity: Unlocking Erotic Intelligence, Nueva York, Harper, 2007, p. 88. [Hay trad. cast.: Inteligencia erótica, Madrid, Temas de Hoy, 2007.] 14. Laura Kipnis, Against Love: A Polemic, Nueva York, Vintage Books/Random House, 2003, p. 135. [Hay trad. cast.: Contra el amor: una diatriba, Pilar Cercadillo Villazán, trad., Madrid, Algaba, 2005.] 15. Véase Kay Redfield Jamison, Exuberance: The Passion for Life, Nueva York, Random House, 2004, p. 147. 16. Geoffrey Miller, The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of Human Nature, Nueva York, Doubleday, 2000, pp. 408, passim; y Jamison, Exuberance…, pp. 53-63. 17. Véase Hara Estroff Marano, «The Power of Play», Psychology Today (julio-agosto de 1999), p. 39. 18. Jamison, Exuberance…, p. 144. 19. Walter F. Otto, Dioniso: mito y culto, Cristina García Ohlrich, trad., Madrid, Siruela, 1997, cita extraída de la p. 74. 20. Ibid., pp. 53 y 85. 21. Ovidio, Amores. Arte de amar…, cita extraída de la p. 445. 22. Baldassare Castiglione, The Book of the Courtier, Garden City (NY), Anchor Books, 1959, p. 320. [Hay trad. cast.: El cortesano, Juan Boscán, trad., Madrid, Alianza, 2008.] 23. Ethel S. Person, Dreams of Love and Fateful Encounters: The Power of Romantic Passion, Nueva York, Penguin Books, 1988, p. 336; y también Adam Phillips, Monogamy, Nueva York, Vintage Books, 1996, p. 43. [Hay trad. cast.: Monogamia, Daniel Najmías, trad., Barcelona, Anagrama, 1998.] 24. Gustave Flaubert, Madame Bovary, Germán Palacios, ed. y trad., Madrid, Cátedra, 1993, 5.ª ed., citas extraídas de las pp. 217 y 211. 25. Carol Edgarian, Three Stages of Amazement, Nueva York, Scribner, 2011, p. 233. 26. Emily March, Hummingbird Lake, Nueva York, Ballantine Books, 2011, p. 307. 27. Ernle Bradford, Cleopatra, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich, 1972, p. 151. [Hay trad. cast.: Cleopatra, V. Villacampa, trad., Barcelona, Salvat, 1995.] 28. Stacy Schiff, Cleopatra: A Life, Nueva York, Back Bay Books/ Little, Brown, 2010, p. 129. [Hay trad. cast.: Cleopatra, David Paradela López, trad., Barcelona, Círculo de Lectores, 2011.] 29. Ibid., p. 340. 30. Citado en Graham Lord, Niv: The Authorized Biography of David Nive, Londres, Orion, 2003, p. 1. 31. Citado en ibid., pp. 248 y 90. 32. Citado en ibid., p. 157. 33. Otto, Dioniso: mito y culto…, cita extraída de la p. 78. 34. Zachary Leader, The Life of Kingsley Amis, Londres, Jonathan Cape, 2006, p. 421. 35. Ibid., p. 166. 36. Citado en ibid., p. 228. 37. Citado en ibid., pp. 420 y 421. 38. Clive James, «Kingsley without the Women», reseña de Zachary Leader, The Life of Kingsley Amis, Times Literary Supplement (2 de febrero de 2007), www.clivejames.com/kingsleyamis. 39. Pamela Haag, Marriage Confidential: The Post-Romantic Age of Workhorse Wives, Royal Children, Undersexed Spouses, and Rebel Couples Who Are Rewriting the Rules, Nueva York, Harper/HarperCollins, 2011, p. 4. [Hay trad. cast.: Matrimonio confidencial, Javier Huerrero Gimeno, trad., Barcelona, Ediciones B, 2013.] 40. Barbara Ehrenreich, Dancing in the Streets: A History of Collective Joy, Nueva York, Holt Paperback/Metropolitan Books/Henry Holt, 2006, p. 249. [Hay trad. cast.: Una historia de la alegría: el éxtasis colectivo de la Antigüedad a nuestros días, Magdalena Teresa Palmer Molera, trad., Barcelona, Paidós, 2008.] 41. Véanse Eric Nagourney, «Vital Signs», New York Times (17 de abril de 2001); y Helen Fisher entrevista, Judy Dutton, «Love Explained», chemistry.com, www.chemistry.com/Help/Advice/Love Explained (consulta: 14 de diciembre de 2011). 42. Helen Fisher, Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love, Nueva York, Owl Books/Henry Holt, 2004, p. 206. [Hay trad. cast.: Por qué amamos…] Michael R. Liebowitz, The Chemistry of Love, Boston, Little, Brown, 1983, p. 131. 43. De todas formas, el deseo que sienten las personas varía mucho de unas a otras. Véanse Natalie Angier, «Variant Gene Tied to a Love of New Thrills», New York Times (2 de enero de 1996); Anil K. Malhorta y David Goldman, «The Dopamine D4 Receptor Gene and Novelty Seeking», American Journal of Psychiatry 157, n.º 11 (1 de noviembre de 2000). 44. Cindy M. Meston y David M. Buss, Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Griffin, 2009, pp. 152 y 161-165. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] 45. Citado en Miller, The Mating Mind…, p. 411. 46. Véase ibid., pp. 411-425. 47. Søren Kierkegaard, The Seducer’s Diary, Howard Vincent Hong y Edna Hatlestad Hong, eds., Princeton (NJ), Princeton University Press, 1997, p. 90. [Hay trad. cast.: Diario de un seductor, Valentín de Pedro, trad., Madrid, Espasa, 2003.] 48. Roland Barthes, A Lover’s Discourse, Nueva York, Hill and Wang/Farrar, Straus and Giroux, 1978, pp. 199, 135. [Hay trad. cast.: El discurso amoroso, Alicia Martorell Linares, trad., Barcelona, Paidós, 2011.] 49. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, ed. J. Walker McSpadden Filadelfia, Avil, 1901, pp. 64 y 106. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] 50. Liebowitz, Chemistry of Love…, p. 131. 51. André Maurois, «The Art of Loving», en The Art of Living, Nueva York, Harper and Row, 1959, p. 25. La tradición de las mujeres volubles en sus afectos es larga. Véanse, por ejemplo, William Shakespeare, As You Like It (Como gustéis), acto III, escena 2; Robert Burton, The Anatomy of Melancholy, Floyd Dell y Paul Jordan-Smith, eds., (1651), Nueva York, Tudor, 1927, p. 791. [Hay trad. cast.: Anatomía de la melancolía, Alberto Manguel, prólogo y selec., Ana Sáez Hidalgo, Raquel Álvarez Peláez y Cristina Corredor, trads., Madrid, Alianza, 2006 (2010, 3.ª reimpr.).] Michel de Montaigne, «On Some Verses of Virgil», en The Complete Essays of Montaigne, Garden City (NY), Anchor Books/Doubleday, 1960), vol. 3, p. 109. [Hay trad. cast.: «Sobre unos versos de Virgilio», en Ensayos completos, Juan G. de Luaces, trad., Barcelona, Omega, 2002.] 52. Otto, Dioniso: mito y culto…, p. 53. 53. Para más información sobre Odín como dios de la fertilidad, véase Folke Ström, extracto «Odin and the Dísir: Dísir, Norns, and Valkyrias — Fertility Cult and Sacred Kingship in the North», Odin and the dísir/The Old Norse Ritual of Initiation, http://mardallar.wordpress.com/odin-and-the-disir/ (consulta: 16 de diciembre de 2011). 54. Marisha Pessl, Special Topics in Calamity Physics, Nueva York, Penguin Books, 2006, p. 101. 55. Ibid., p. 82. 56. Lonnie Barbach, Erotic Interludes: Tales Told by Women, Nueva York, HarperPerennial/HarperCollins, 1986, p. 6. 57. Baronesa Orczy, The Scarlet Pimpernel, Nueva York, Signet/ Penguin Group, 1974, p. 155. 58. Lisa Kleypas, Mine Till Midnight, Nueva York, St. Martin’s Paperbacks, 2007, p. 31. [Hay trad. cast.: Tuya a medianoche, María José Losada Rey y Rufina Moreno Ceballos, trads., Barcelona, Ediciones B, 2009.] 59. Citado en Reik, Psychology of Sex Relations…, p. 165. 60. Lydia Flem, Casanova: The Man Who Loved Women, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1997, p. 68. [Hay trad. cast.: Casanova. El hombre que de verdad amaba a las mujeres, Buenos Aires, Editorial De la Flor, 1999.] 61. Historia de mi vida…, tomo II, vol. 8, cap. 8, p. 2.107. 62. H. Noel Williams, The Fascinating duc de Richelieu: Louis Francois Armand du Plessis (1696-1788), Nueva York, Charles Scribner’s, 1910, p. VII. 63. Título de un musical británico del siglo XIX dedicado a Richelieu, citado en ibid., p. VIII, nota 1. 64. Citas extraídas de Cliff Howe, «Duc de Richelieu», en Lovers and Libertines, Nueva York, Ace Books, 1958, p. 12. 65. Andrew C. P. Haggard, The Regent of the Roués (1905), Londres, Elibron Classics, 2006, p. 165. 66. En el boceto que Klimt realizó para El beso, escribió «Emil[i]e». Véase Susanna Partsch, Gustav Klimt: Painter of Women, Nueva York, Prestel, 1994, p. 87. [Hay trad. cast.: Klimt: vida y obra, José Luis Tamayo e Inés Martín, trads., Alcobendas, Libsa, 1997.] 67. Véase el relato de esta anécdota en ibid., p. 73. 68. Nina Kränsel, Gustav Klimt, Nueva York, Prestel, 2007, p. 48. 69. Colin Scott citado en Havelock Ellis, «Love and Pain», en Studies in the Psychology of Sex, Nueva York, Random House, 1933, vol. 1, p. 67. [Hay trad. cast.: Psicología de los sexos, Manuel Scholz Rich, Madrid, Iberia, 1965.] 70. Véase Reik, Psychology of Sex Relations…, pp. 94-96, donde afirma que sin retos y emociones negativas que superar no puede existir el amor romántico. Muchos estudiosos han dado su opinión sobre este tema tan controvertido. Véanse en especial Elaine Walster, «Passionate Love», en Bernard I. Murstein, ed., Theories of Attraction and Love, Nueva York, Springer, 1971, p. 87; Robert J. Stoller, Sexual Excitement: Dynamics of Erotic Life, Nueva York, Simon & Schuster, 1979, p. 6, passim; y las teorías de Konrad Lorenz, comentadas en Irenaus Eibl-Eibesfeldt, Love and Hate: The Natural History of Behavior Patterns, Nueva York, Schocken Books, 1978, pp. 126-128. [Hay trad. cast.: Amor y odio: historia natural del comportamiento humano, Féliz Blanco, trad., Barcelona, Salvat, 1995.] 71. Louann Brizendine, The Female Brain, Nueva York, Broadway Books, 2006, p. 130. [Hay trad. cast.: El cerebro femenino, María José Buxó, trad., Barcelona, RBA, 2007, cita extraída de la p. 152.] 72. Véase un estudio reciente del Hospital General de Massachusetts en el que los investigadores averiguaron a partir de las grabaciones de 156 parejas que «las mujeres tratan de provocar una discusión» porque la intensidad de la respuesta de sus parejas demuestra que les importa la relación. Véanse las palabras de la psicóloga Shiri Cohen, citadas en «Health & Science», Week (23 de marzo de 2012), p. 21. 73. Citado en Jane Shilling, reseña de Let’s Call the Whole Thing Off: Love Quarrels from Anton Chekov to ZZ Packer, Kasia Boddy, Ali Smith y Sarah Wood, eds., Telegraph (Londres) (14 de febrero de 2009). 74. Véase Meston y Buss, Why Women Have Sex, pp. 245, 241, 249-250. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] Para el tema del poder afrodisíaco de los celos, véanse ibid., pp. 100-106; y David M. Buss, The Dangerous Passion: Why Jealousy Is Necessary as Love and Sex, Nueva York, Free Press, 2000, p. 217. 75. Véanse Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 134. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] Fisher, Why We Love…, p. 195. [Hay trad. cast.: Por qué amamos…] 76. Citado en Michael Munn, Richard Burton: Prince of Players, Nueva York, Herman Graf Books/Skyhorse, 2008, p. 151. 77. Robert C. Solomon, About Love: Reinventing Romance for Our Times, Nueva York, Touchstone Books/Simon & Schuster, 1988 p. 312. 78. Paráfrasis de las palabras de la psiquiatra Ethel Person, quien dice que la liberación de una pelea suele vivirse como «una bacanal o un carnaval periódico» y que «permite que la pasión continúe». Person, Dreams of Love…, p. 65. 79. Los celos son un afrodisíaco clásico. El teórico René Girard cree que el «triángulo» es el motor principal del deseo y coincide con Buss y otros pensadores en que los celos sirven para encender la llama y reavivar la pasión sexual en las relaciones. Véanse Montaigne, «On Some Verses of Virgil», p. 72. [Hay trad. cast.: «Sobre unos versos de Virgilio», en Ensayos completos…] René Girard, A Theatre of Envy: William Shakespeare, Nueva York, Oxford University Press, 1991. [Hay trad. cast.: Shakespeare: los fuegos de la envidia, Barcelona, Anagrama, 1995.] Buss, Dangerous Passion…. 80. Havelock Ellis, «Love and Pain», en Studies in the Psychology of Sex, vol. 1, p. 185. 81. Phillips, Monogamy…, pp. 84 y 28. 82. Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, eds., Inanna, Queen of Heaven and Earth: Her Stories and Hymns from Sumer, Nueva York, Harper and Row, 1983, p. 34. 83. Sylvia Day, The Stranger I Married, Nueva York, Brava/Kensington, 2007, p. 44. [Hay trad. cast.: Un extraño en mi cama, Barcelona, Planeta, 2013.] 84. Ibid., p. 70. 85. Derek Watson, Liszt, Nueva York, Schirmer Books/Macmillan, 1989, p. 70. 86. Tom Antongini, D’Annunzio, Boston, Little, Brown, 1938, p. 59. 87. Citado en Philippe Jullian, D’Annunzio, Nueva York, Viking, 1971, p. 92. 88. Citado en ibid., p. 121. 89. Citado en ibid., p. 112. 90. Linda H. Davis, Charles Addams: A Cartoonist’s Life, Nueva York, Random House, 2006, p. 127. 91. Ibid., p. 168. 92. Citado en ibid., p. 306. 93. Ibid., p. 312. 94. Irving Wallace et al., The Intimate Sex Lives of Famous People, Nueva York, Delacourt Press, 1981, p. 156. [Hay trad. cast.: Vidas íntimas de gente famosa, María Antonia Menini, trad., Barcelona, Grijalbo, 1982.] 95. Citado en James L. Haley, Wolf: The Lives of Jack London, Nueva York, Basic Books, 2010, p. 163. 96. Clarice Stasz, Jack London’s Women, Amherst, University of Massachusetts Press, 2001, p. 62. 97. Haley, Wolf…, p. 190. 98. Clarice Stasz, American Dreamers: Charmian and Jack London, Lincoln (NE), iUniverse, 1988, p. 101. 99. Ibid., p. 166. 100. Citado en Haley, Wolf…, p. 279. 101. Solomon, About Love…, p. 156. 102. Christiane Bird, «Almost Homeless», en Harriet Brown, ed., Mr. Wrong: Real Life Stories about the Men We Used to Love, Nueva York, Ballantine Books, 2007, p. 71. 103. Ibid., p. 77. 104. Roberto Mangabeira Unger, Passion: An Essay on Personality, Nueva York, Free Press/Macmillan, 1984, p. 95. 105. Citado en Helen Handley, ed., The Lover’s Quotation Book: A Literary Companion, Nueva York, Barnes and Noble, 2000, p. 67. 106. Véanse Miller, The Mating Mind…, pp. 151-157; David Schnarch, Passionate Marriage: Love, Sex, and Intimacy in Emotionally Committed Relationships, Nueva York, Owl Books/Henry Holt, 1997, p. 73, y Solomon, About Love, p. 341. 107. Véanse John Marshall Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the Sexes Still See Love and Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pp. 150-151; Laurence Roy Stains y Stefan Bechtel, What Women Want: What Every Man Needs to Know about Sex, Romance, Passion, and Pleasure Nueva York, Ballantine Books, 2000, p. 507; y Dalma Heyn, The Erotic Silence of the American Wife, Nueva York, Plume/Penguin Books, 1997, pp. 146-147, 258, passim. 108. Ibid., p. 147. 109. Véase Rollo May, Love and Will, Nueva York, W.W. Norton, 1969, p. 81. [Hay trad. cast.: Amor y voluntad, Alfredo Báez, trad., Barcelona, Gedisa, 1985.] 110. Abraham H. Maslow, Toward a Psychology of Being, Nueva York, Van Nostrand Reinhold, 1968, pp. 43 y 55. [Hay trad. cast.: El hombre autorrealizado: hacia una psicología del ser, Barcelona, Kairós, 1998, 2012 (19ª reimp.).] 111. Jong, «Perfect Man…», p. 179. 112. Jan Kjærstad, The Seducer, Londres, Arcadia Books, 2003, p. 4. 113. Ibid., pp. 144 y 99. 114. Ibid., p. 148. 115. Tim O’Brien, Tomcat in Love, Nueva York, Broadway Books, 1998, p. 173. [Hay trad. cast.: Gato enamorado, Daniel Najmías Bentolilla, trad., Barcelona, Anagrama, 1998, cita extraída de la p. 210.] 116. O’Brien, Tomcat in Love…, p. 27. [Hay trad. cast., Gato enamorado…, cita extraída de la p. 41.] 117. El empleo de la expresión «hombre omega» como individualista todopoderoso y atractivo está tomado de Stephanie Burkhart, «Genre Tuesday — Types of Romantic Men», Romance under the Moonlight (blog) (13 de abril de 2010), http://sgcardin.blogspot.com/2010/04/ genre-tuesday-types-of-romantica-men.html. Aunque hay otras variantes de significado para «hombre omega», aquí utilizamos la segunda acepción del Urban Dictionary: «El estatus más alto que puede alcanzar un hombre. Se merienda a los machos alfa. Cuando nace un macho omega, se acaba la partida. Fin». www.urbandictionary.com/define. pht?term=omega%20male (consulta: 27 de febrero de 2012). 118. Laura Kinsale, Flowers from the Storm, Nueva York, Avon Books/ HarperCollins, 1992, p. 526. [Hay trad. cast.: Flores en la tormenta, Ana Eiroa Guillén, trad., Barcelona, Plaza & Janés, 2006.] 119. Robert M. Myers, Reluctant Expatriate: The Life of Harold Frederic, Westport (CT), Greenwood Press, 1995, p. 86; y Bridget Bennett, The Damnation of Harold Frederic, Syracuse (NY), Syracuse University Press, 1997, p. 39. 120. Citado en Myers, Reluctant Expatriate…, p. 87. 121. Citado en ibid., p. 87. 122. Ibid., p. 44. 123. Citado en ibid., p. 93. 124. Scott Donaldson, «Introduction», en Stanton Garner y Scott Donaldson, eds., The Damnation of Theron Ware: Or the Illumination, Nueva York, Penguin, 1986, p. ix. 125. Extraído de H. G. Wells, Experiment in Autobiography, 1934, citado en Prose & Poetry — H. G. Wells, firstworldwar.com, www.first_ worldwar.com/poetsandprose/wells.htm (consulta: 16 de mayo de 2012). [Hay trad. cast.: Experimento en autobiografía, Antonio Rivero Taravillo, trad., Córdoba, Berenice, 2009.] 126. Citado en Michael Sherborne, H. G. Wells: Another Kind of Life, Londres, Peter Owen, 2010, p. 170. 127. H. G. Wells, H. G. Wells in Love: Postscript to an Experiment in Autobiography, G. P. Wells, ed., Londres, Faber and Faber, 2008, pp. 5157. [Hay trad. cast.: H. G. Wells enamorado, María Francisca Graells, trad., Barcelona, Plaza & Janés, 1986.] 128. Citado en Sherborne, H. G. Wells…, p. 261. 129. Ibid., p. 298. 130. Véase Wells, H. G. Wells in Love…, p. 53. [Hay trad. cast.: H. G. Wells enamorado…] 131. Citado en Sherborne, H. G. Wells…, p. 256. 132. Clare Kilner, dir., El día de la boda, Gold Circle Films, 26 Films and Visionview Production, 2005. 7. El gran seductor actual 1. William Makepeace Thackeray, Sketches and Travels, en Miscellanies (1847), Londres, Wildside Press, 2009, vol. 3, p. 111. 2. Citado en Peter Haining, ed., The Essential Seducer, Londres, Robert Hale, 1994, p. 54. 3. Maryanne Fisher, «Romance Is Dead: Reflections on Today’s Dating Scene», Psychology Today (2 de junio de 2010). Véase también Anahad O’Connor, «Has Romance Gone? Was It the Drug?», New York Times (4 de mayo de 2004). 4. Feona Attwood, «Sexed Up: Theorizing the Sexualization of Culture», Communication and Computing Research Centre Papers, Sheffield Hallam University, 2006, 13, http://digitalcommons.shu.ac.uk/ ccrc_papers/22 (consulta: 11 de septiembre de 2011). 5. Stephen Holden, «Trailblazers, but Selling a Romantic Kind of Love», New York Times (13 de mayo de 2008). 6. Citado en Laura Kipnis, Against Love: A Polemic, Nueva York, Vintage/Random House, 2003, p. 191. [Hay trad. cast.: Contra el amor: una diatriba, Pilar Cercadillo Villazán, trad., Madrid, Algaba, 2005.] 7. Véase Zygmunt Bauman, Liquid Love: On the Frailty of Human Bonds, Malden (MA), Polity Press, 2003. [Hay trad. cast.: Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Mirta Rosenberg, Jaime Arrambide, trads., Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2005, 2007 (3.ª reimp.).] 8. Hal Arkowitz y Scott O. Lilienfield, «Sex in Bits and Bytes», Scientific American Mind (julio-agosto de 2010), p. 64. 9. Jonathan Franzen, «Anti-Climax: No Sex Please, We’re Readers», New Yorker (21 de abril de 1997). 10. Camille Paglia, «No Sex Please, We’re Middle Class», New York Times (26 de junio de 2010). 11. Véase Erica Jong, «Is Sex Passe?», New York Times (9 de julio de 2011). 12. Véanse Maureen Dowd, «What a Girl Wants…», New York Times (24 de mayo de 2000); Maureen Dowd, «Liberties; Pretty Mean Women», New York Times (1 de agosto de 1999); y Maureen Dowd, Are Men Necessary? When the Sexes Collide, Nueva York, Berkley Books, 2005), p. 178, passim. [Hay trad. cast.: ¿Son necesarios los hombres?, Elena Gosálvez Blanco, trad., Barcelona, Antonio Bosch, 2006.] Véanse, por ejemplo, Pamela Haag, Marriage Confidential: The Post-Romantic Age of Workhorse Wives, Royal Children, Undersexed Spouses and Rebel Couples Who Are Rewriting the Rules, Nueva York, Harper/HarperCollins, 2011. [Hay trad. cast.: Matrimonio confidencial, Javier Guerrero Gimeno, trad., Barcelona, Ediciones B, 2013.] Alessandra Stanley, «Say, Darling, Is It Frigid in Here?», New York Times (19 de agosto de 2007). 13. Véanse Hanna Rosin, «The End of Men», Atlantic (julio-agosto de 2010), y «Female Power», Economist (2 de enero de 2010). 14. Véase Joe Macfarlane, «Men Aged 18 to 30 on Viagra to Keep Up with Sex and the City Generation», Mail Online (14 de junio de 2008), www.dailymail.co.uk/health/article1026523/men-aged-18-30viagra-Sex-And-The. 15. Citado en Allison Glock, «The Man Show», reseña de Charlie LeDuff, The True and Twisted Mind of the American Man, New York Times (11 de febrero de 2007). 16. Para el incidente ocurrido en Yale, véase «Title IX Complaint Press Release», Yale Herald (31 de marzo de 2011). 17. Anthony Lane, «Big Men», reseña de This Means War and Bullhead, New Yorker (27 de febrero de 2012). 18. Laurence Roy Stains y Stefan Bechtel, What Women Want: What Every Man Needs to Know about Sex, Romance, Passion, and Pleasure, Nueva York, Ballantine Books, 2000, p. 15. 19. Jeffrey Zaslow, «Girl Power as Boy Bashing: Evaluating the Latest Twist in the War of the Sexes», Wall Street Journal (21 de abril de 2005). 20. Véanse Paul Nathanson y Katherine K. Young, The Teaching of Contempt for Men in Popular Culture, Montreal, McGill-Queens University Press, 2003; así como Paul Nathanson y Katherine K. Young, Legalizing Misandry: From Public Shame to Systematic Discrimination against Men, Montreal, McGill-Queens University Press, 2007. 21. Véase «Bashing Men Jokes» (8 de noviembre de 1997), http:// ifag.wap.org/sex/bashingmenjokes.html (consulta: 20 de noviembre de 2011). 22. Kim I. Hartman, «Study: Two-Thirds of Married Women Opt for Anything but Sex», Digital Journal (21 de mayo de 2010), www.digitaljournal.com/print/article/292307. Véanse Jessica Bennett, «The Pursuit of Sexual Happiness», Newsweek (28 de septiembre de 2009); y Rohi Caryn Rabin, «Condom Use Is Highest for Young, Study Finds», New York Times (4 de octubre de 2010). 23. Citado en Duff Wilson, «Push Market Pill Stirs Debate on Sexual Desire», New York Times (16 de junio de 2010). 24. Como ejemplo paradigmático de esos estudios, véanse Betsey Stevenson y Justin Wolfers, «The Paradox of Declining Female Happiness», American Economic Journal: Economic Policy, American Economic Association, n.º 2 (agosto de 2009), pp. 190-225; y Maria Shriver y el Centro para el Progreso Estadounidense, «The Shriver Report: A Woman’s Nation Changes Everything», Heather Boushey y Ann O’Leary, eds., Centro para el Progreso Estadounidense (octubre de 2009). 25. Lisa Solod Warren, «Who Is Kidding Whom? The Shriver Report on Women», Huffington Post (22 de octubre de 2009), www.huffingtonpost.com/lisa-solod-warren/whois-kidding-whom-the-s_b_ 330060. html. 26. Warren, «Who is Kidding Whom?…». 27. Un cálculo prudente es de entre el 40 y el 50 por ciento, y los sondeos apuntan que crece sin cesar y pronto podría superar el número de aventuras extramatrimoniales de los hombres. Véase el artículo de portada de Lorrain Ali y Lisa Miller, «The Secret Lives of Wives», Newsweek (12 de julio de 2004). Véase también Jagpreet Kaur, «The Anatomy of Extramarital Affairs, Part II», de Consumer Electronics (27 de noviembre de 2007), accesible en http://articles.maxabout.com/marriage-divorce/the-anatomy-of-extramarital- affairs-part-ii/article-6411, que refleja el impresionante aumento en la cantidad de aventuras extramatrimoniales de las mujeres, y las identifica con la entrada de la mujer en el mundo laboral. 28. Mike Torchia, citado en Ali y Miller, «Secret Lives of Wives». 29. Jillian Straus, Unhooked Generation, Nueva York, Hyperion, 2006, pp. 36-39, passim; y Laura Sessions Stepp, Unhooked: How Young Women Pursue Sex, Delay Love and Lose at Both, Nueva York, Riverhead/ Penguin Group, 2007, p. 251, passim. 30. Monique Honaman, «I Just Wish He Would Have an Affair», Huffington Post (8 de marzo de 2012), www.huffingtonpost.com/monique-honaman/i-just-wish-he-wouldhave_b_129799.html. Véanse también Stepp, Unhooked, 37, donde descubrió que una relación estable «no obtenía una puntuación muy alta en la escala del deseo» entre las mujeres jóvenes; y Justin Wolfers, «How Marriage Survives», New York Times (12 de octubre de 2010). 31. «Harlequin’s 2012 Romance Report Findings Indicate Romance + Technology = #ITSCOMPLICATED», PRNewswire (9 de febrero de 2012), www.prnewswire.com/newsreleases/harlequins-2012-romance-report-findings-indicate-romance-technologyitscomplicated-13900.html. 32. Ibid. 33. «Money Ain’t a Thing», Psychology Today (julio-agosto de 2008); y véase Ginia Bellafante, «A Romance Novelist’s Heroines Prefer Lover over Money», New York Times (23 de agosto de 2006). Para el estudio de la Universidad de Louisville, véase Michael R. Cunningham, New York Times (23 de septiembre de 2007). 34. Véase el debate sobre la «Mirada femenina» en las novelas románticas mantenido entre las estudiosas Catherine Asaro y Kay Mussell en Linda Ledford-Miller, «Gender and Genre Bending: The Futuristic Detective Fiction of J. D. Robb», Reconstruction: Studies in Contemporary Culture 11, n.º 3 (2011), http://reconstruction.eserver.irg/113/LedfordMiller_Linda.shtml (consulta: 11 de diciembre de 2011). 35. Véanse Paul Hollander, Extravagant Expectations: New Ways to Find Romantic Love in America, Chicago, Ivan R. Dee, 2011, p. 7; y Cindy M. Meston y David M. Buss, Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth about Their Sex Lives, from Adventure to Revenge (and Everything in Between), Nueva York, St. Martin’s Griffin, 2009, pp. 1216. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos de la sexualidad femenina, Cristina Martín Sanz, trad., Barcelona, Ediciones B, 2010.] 36. Jill Neimark, «The Beefcaking of America», Psychology Today (1 de noviembre de 1994). 37. Citado en Matt Rudd, «Ripped: Man’s Cosmetic Pursuit of Perfection», Sunday Times (Londres) (23 de octubre de 2011), pp. 1113. Barbara Thau informa de que el número de intervenciones de estética entre los hombres aumentó un 2 por ciento en 2010 respecto del año anterior. Del 1,1 millones de intervenciones, las diez que están creciendo a un ritmo más rápido implican cirugía. Thau, «Plastic Surgery Procedures Rise… and Men Are Fueling the Trend», DailyFinance (23 de marzo de 2011), www.dailyfinance.com/2011/03/23/plastic-surgery-procedures-rise-and-men-are-fuelingthe-trend/. 38. Citado en Neimark, «Beefcaking of America…». 39. Shelby Martin, «Stanford Sociology Professor Details Gender “Orgasm Gap”», Stanford Daily (6 de noviembre de 2007), http://archive.stanforddaily.com/?p=1025749. Véase también Laura Kipnis, The Female Thing: Dirt, Sex, Envy, Vulnerability, Nueva York, Pantheon Books, 2006, p. 57. La ginecóloga Monica Peacocke me contó que el problema tiene dos partes: las mujeres no conocen bien su propia anatomía y «los hombres son perezosos». 40. Gail Konop Baker, «Do Women Now Want Sex More Than Men?», Huffington Post (25 de octubre de 2011), www.huffingtonpost. com/gail-konop-baker/women-want-sexmore-than-men_b_977416. html. 41. Norman Rush, Mortals, Nueva York, Vintage, 2003, p. 213. 42. Ogi Ogas y Sai Gaddam, A Billion Wicked Thoughts: What the World’s Largest Experiment Reveals about Human Desire, Nueva York, Dutton/Penguin, 2011, p. 109. 43. Véase Stepp, Unhooked…, pp. 14, 57 y 126-137. 44. E. L. James, Fifty Shades of Grey, Waxahachie (TX), Writer’s Coffeeshop, 2011, p. 52. [Hay trad. cast.: Cincuenta sombras de Grey, Helena Trías Bello y Pilar de la Peña Minguel, trads., Barcelona, Grijalbo, 2012.] 45. Citado en Daniel Bergner, «What Do Women Want?», New York Times Magazine (25 de enero de 2009). 46. Nigel Cole, dir., A Lot Like Love, Walt Disney Studios, 2005. 47. «Harlequin’s 2012 Romance Report». 48. Hollander, Extravagant Expectations…, p. 191. 49. QuotationsBook.com, Google (2011), p. 7. 50. Marian Salzman, Ira Matathia, y Ann O’Reilly, The Future of Men, Nueva York, Palgrave/Macmillan, 2005, p. 213. 51. Abby Zidle, «From Bodice-Ripper to Baby-Sitter: The New Hero in Mass-Market Romance», en Anne K. Kaler y Rosemary E. Johnson-Kurek, eds., Romantic Conventions, Bowling Green (OH), Bowling Green University Press, 1999, p. 28. Véanse «GenderBending», Economist (25 de octubre de 2008), p. 97; Lois Rogers, «Feminine Face Is Key to a Woman’s Heart», Sunday Times (Londres) (8 de diciembre de 2002); y Ayala Malach Pines, Falling in Love: Why We Choose the Lovers We Choo se, Nueva York, Routledge, 1999, pp. 114-115. 52. Stepp, Unhooked…, p. 61. 53. John Marshall Townsend, What Women Want — What Men Want: Why the Sexes Still See Love and Commitment So Differently, Nueva York, Oxford University Press, 1998, p. 150. 54. Hollander, Extravagant Expectations…, pp. 156, 190; y para el tema de la conversación, véase el cap. 13 de Stains y Bechtel, What Women Want…, pp. 148-171. 55. Hollander, Extravagant Expectations…, p. 111. 56. Townsend, What Women Want…, p. 151. 57. Salzman et al., The Future of Men…, p. 207. 58. Véase «Harlequin’s 2012 Romance Report». 59. José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid, Revista de Occidente, 1943 (nueva ed.), cita extraída de la p. 43. 60. Rosemary E. Johnson-Kurek, «Leading Us into Temptation: The Language of Sex and the Power of Love», en Kaler and JohnsonKurek, eds., Romantic Conventions…, p. 130. 61. Véanse Meston y Buss, Why Women Have Sex…, p. 201. [Hay trad. cast.: Why Women Have Sex: los secretos…] James V. Cordova, «Attention Is the Most Basic Form of Love», Psychology Today (6 de mayo de 2011). 62. Molly Peacock, correo electrónico (28 de febrero de 2012). 63. Glenda Cooper, «May the Worst Man Win: A New Study Has Proved beyond Doubt That Women Love Cads and Bounders. Of Course They Do, Says Glenda Cooper», Daily Telegraph (GB) (28 de septiembre de 2007). 64. Marina Warner, «Valmont — or the Marquise Unmasked», en Jonathan Miller, ed., Don Giovanni: Myths of Seduction and Betrayal, Nueva York, Schocken Books, 1990, pp. 99 y 98. 65. «Sienna’s Casanova Hopes», Mail Online (3 de septiembre de 2005), www.dailymail.co.uk/tvshowbiz/article-361175/Sienna’s-Casanova-hopes.html. 66. Citado en Nigel Cawthorne, «Lisztomania», en Sex Lives of the Great Composers, Londres, Prion, 2004, p. 93. 67. Jane Smiley, «Why Do We Marry?», Utne Reader (septiembreoctubre de 2000), p. 51. 68. Tara Parker-Pope informa de que «las personas con mayores expectativas para el matrimonio suelen conseguir matrimonios de mayor calidad». Tara Parker-Pope, «Can Eye-Rolling Ruin a Marriage? Researchers Study Divorce Risk», Wall Street Journal (6 de agosto de 2002). 69. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor…, p. 181. 70. Honoré de Balzac, The Physiology of Marriage: Petty Troubles of Married Life, J. Walker McSpadden, ed., Filadelfia, Avil, 1901, p. 70. [Hay trad. cast.: Fisiología del matrimonio, Barcelona, Petronio, 1973.] 71. Véase Helen Fisher en el estudio «Single in America», en «The Forgotten Sex», match.com, blog.match.com/2011/04/the-forgottensex-men (consulta: 5 de febrero de 2012), y Nancy Kalish, «Are Men Romantic?» Psychology Today (1 de junio de 2009). Para consultar los resultados de un estudio de Wake Forest, véase Robin Simon, «Nonmarital Romantic Relationships and Mental Health in Early Adulthood: Does the Association Differ for Women and Men?», Journal of Health and Social Behaviors, 51 (junio de 2010), pp. 168-182. 72. Fisher, «Forgotten Sex…». 73. Garrison Keillor, «The Heart of the Matter», New York Times, ed. ab. (14 de febrero de 1989). 74. Michael Vincent Miller, Intimate Terrorism: The Crisis of Love in an Age of Disillusion, Nueva York, W.W. Norton, 1995, p. 224. [Hay trad. cast.: Terrorismo íntimo: el deterioro de la vida erótica, Silvia Alemany Vilalta, trad., Barcelona, Destino, 1996.] Véase también Rollo May, The Cry for Myth, Nueva York, W.W. Norton, 1991, pp. 15-21, passim. [Hay trad. cast.: La necesidad del mito, Luis Botella García del Cid, trad., Barcelona, Paidós, 1998.] 75. Willard Gaylin, The Male Ego, Nueva York, Viking, 1992, p. 117. 76. Stephen A. Mitchell, Can Love Last? 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Aldous Huxley, Island, Nueva York, Perennial Classics/Harper and Row, 1962, pp. 63, 126 y 158. [Hay trad. cast.: La isla, Floreal Mazía, trad., Barcelona, Edhasa, 1984 (2003, 6.ª reimp.).] 83. Ibid., p. 241. 84. Véase Glenn Geher y Geoffrey Miller, eds., Mating Intelligence: Sex, Relationships, and the Mind’s Reproductive System, Nueva York, Psychology Press/Taylor and Francis, 2007. Véase D. F. Jansen acerca de la ausencia de educación sexual en general: «Sex Training: The Neglected Fourth Dimension in Erotagogical Ideologies», Growing Up Sexually: The Sexual Curriculum 3 (octubre de 2002), www.2.huberlin.de./sexology/GESUND/ARCHIV/GUS/GUSVOL11CH7.HTM (consulta: 10 de mayo de 2011). Asimismo, acerca de la falta de educación amorosa en Estados Unidos, véase John Money, Love and Love Sickness: The Science of Sex, Gender Difference, and Pair Bonding, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1980, p. 63. 85. Paráfrasis de Robert Haas, citado en Theodoor Hendrik van de Velde, Ideal Marriage: Its Physiology and Technique, Nueva York, Random House, 1926, p. 125. 86. Estudio de Perper comentado en Andrew Trees, Decoding Love: Why It Takes Twelve Frogs to Find a Prince and Other Revelations from the Science of Attraction, Nueva York, Avery/Penguin, 2009, p. 175. 87. Ibid. 88. Derek Cianfrance, dir., Blue Valentine, Incentive Filmed Entertainment, 2010. 89. Stephen Jeffreys, The Libertine, Londres, Nick Hern Books, 1994, p. 3. 90. Lucy Hughes-Hallet, Heroes: A History of Hero Worship, Nueva York, Anchor Books/Random House, 2004, p. 9; y Ruth Karrass, Sexuality in Medieval Europe: Doing unto Others, Nueva York, Routledge, 2005, p. 129. 91. Anthony Giddens, The Transformation of Intimacy: Sexuality, Love and Eroticism in Modern Society, Stanford (CA), Stanford University Press, 1992, p. 59. [Hay trad. cast.: La transformación de la intimidad, Benito Herrero, trad., Madrid, Cátedra, 1995.] 92. 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Véase Joseph Campbell, The Hero with a Thousand Faces, Bollingen Series, vol. 17, (1949), Princeton (NJ), Princeton University Press, 1972. [Hay trad. cast.: El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito, Luisa Josefina Hernández, trad., Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2005.] 103. Citado en Len Oakes, Prophetic Charisma: The Psychology of Revolutionary Religious Personalities, Syracuse (NY), Syracuse University Press, 1997, p. 26. 104. Sara Wheeler, Too Close to the Sun: The Life and Times of Denys Finch Hatton, Londres, Jonathan Cape, 2006, p. 10. 105. Roland Barthes, A Lover’s Discourse: Fragments, Nueva York, Hill and Wang/Farrar, Straus and Giroux, 1978, p. 137. [Hay trad. cast.: El discurso amoroso, Alicia Martorell Linares, trad., Barcelona, Paidós, 2011.] 106. Mary Batten, Sexual Strategies: How Females Choose Their Mates, Nueva York, Jeremy P. Tarcher/Putnam’s, 1992, p. 97; y Miller, Mating Mind…, pp. 39-45. 107. Citado en William F. 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Havelock Ellis, Studies in the Psychology of Sex, Nueva York, Random House, 1936, vol. 2, p. 547. 124. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor… 125. Citado en Havelock Ellis, «The Valuation of Sexual Love», en Studies in the Psychology of Sex, vol. 2, p. 141. 126. Martin Brest, dir., ¿Conoces a Joe Black?, City Light Films, Universal Pictures, 1998. 127. Ibid. 128. Georges Bataille, El erotismo, Antoni Vincens Lorente y Marie-Paule Sarazin, trads., Barcelona, Tusquets, 2007. Cita extraída de la p. 241. 129. Nancy Meyers, dir., ¿En qué piensan las mujeres?, Paramount Pictures, 2000. Nacida en los años cincuenta en una localidad de Virginia e hija de un retratista, Betsy Prioleau creció rodeada de libros y arte. Ha sido alumna residente de la New York University y es profesora asociada al Manhattan College. Ha publicado Seductress: Women Who Ravished the World and Their Lost Art of Love (2004) y Circle of Eros, además de otras colaboraciones en distintas revistas y periódicos sobre el tema de la sexualidad y el erotismo a lo largo de la historia. Créditos de los textos citados en el original Fragmento de la canción de Peire de Valeira, in A Handbook of the Troubadours, F. R. P. Akehurst y Judith M. Davis, eds. © 1995 Regents of the University of California. Reproducido con permiso de la University of California Press. Fragmento de «Brown Eyed Handsome Man». Letras y música de Chuck Berry. Copyright © 1956 (Renovado) Arc Music Corp. (BMI) Arc Music Corp. Administrado por BMG Rights Management (US) LLC para todo el mundo salvo Japón y Asia Suroriental. Autorización de copyright internacional. Todos los derechos reservados. Reproducido con permiso de Hal Leonard Corporation. Fragmento de «In Da Club». Letra y música de Curtis Jackson, Andre Young y Michael Elizondo. Copyright © 2003 Universal Music Corp., 50 Cent Music, Bug Music-Music of Windswept, Blotter Music, Elvis Mambo Music, WB Music Corp. y Ain’t Nothin’ but Funkin’ Music. Todos los derechos de 50 Cent Music controlados y administrados por Universal Music Corp. Todos los derechos de Bug Music-Music of Windswept, Blotter Music y Elvis Mambo Music administrados por BMG Rights Management (US) LLC. Todos los derechos de Ain’t Nothin’ but Funkin’ Music controlados y administrados por WB Music Corp. Todos los derechos reservados. Utilizado con autorización. Reproducido con permiso de Hal Leonard Corporation. Fragmento de «Just What the Love Dr. Ordered: Best Relationship Books» de Veronica Harley (15 de abril de 2010). Fragmento de «The Quadrille of Gender, Casanova’s “Memoirs”», de Gail S. Reed, en: The Psychoanalytic Quarterly, 61 (1992), p. 102. Fragmento de «From Champion Majorette to Frank Sinatra Date», Vancouver Sun (31 de agosto de 1970). Jurgen Hesse/Vancouver Sun. Fragmento de «The Art of Loving», en The Art of Living © the Estate of André Maurois 1940. Fragmento de The Complete Kama Sutra: The First Unabridged Modern Translation of the Classic Indian Text, A. Danielou, ed. y trad., Rochester: Park Street Press/Inner- Traditions, 1993, 1.ª ed., p. 111. Fragmento de «The Evolution of Homosexuality: Gender Bending: Genes that make some people gay make their brothers and sisters fecund», The Economist, Newspaper Ltd. (25 de octubre de 2008). Fragmento de «Sexual Success and the Schizoid Factor», Rusty Rockets, Science a GoGo (26 de abril de 2006). Fragmento de «The Flaw That Punctuates Perfection», de Hillary Johnson, Los Angeles Times (30 de noviembre de 2011). Fragmento de The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of Human Nature, de Geoffrey Miller, copyright © 2000 Geoffrey Miller. Utilizado con permiso de Doubleday, división de Random House, Inc. Fragmento de Social Intelligence: The New Science of Human Relationships, de Daniel Goleman, copyright © 2006 Daniel Goleman. Utilizado con permiso de Bantam Books, división de Random House, Inc. Fragmento de Iron John: A Book About Men, de Robert Bly, copyright © 1990 Robert Bly. (Addison-Wesley Publishing Co., Reading, Mass.) Reproducido con permiso de Georges Borchardt, Inc., para Robert Bly. [Hay trad. cast.: Iron John: una nueva visión de la masculinidad, Daniel Loks Adler, trad., Móstoles Gaia, 1994 (2011, 4.ª reimp.).] Fragmento de Rameau’s Niece de Cathleen Schine. Copyright © 1993 Cathleen Schine. Reproducido con permiso de Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. Todos los derechos reservados. Fragmento de The Natural History of Love, de Morton Hunt, copyright © 1959 Morton Hunt. Utilizado con permiso de Alfred A. Knopf, división de Random House, Inc. Fragmento de «Let Your Body Talk» de Daddy DJ. Radikal Records, 2003. Fragmento de Love, Power, and Justice (relanzamiento 9/92), de Paul Tillich (1954), (GB 1960). Fragmento de Urban Dictionary, copyright © 2005 Aaron Peckham. Fragmento de The Complete Essays of Montaigne, Donald M. Frame, trad., y publicado por Stanford University Press. Fragmento de «Love and Pain», en Studies in the Psychology of Sex de Havelock Ellis, © 1933, publicado por Random House, Inc. Fragmento de About Love: Reinventing Romance for Our Times, de Robert C. Solomon, © 1988, publicado por Touchstone Books. Tom the Dancing Bug © 1992 Ruben Bolling. Reproducido con permiso de Universal Uclick. Todos los derechos reservados. Fragmento de The Essential Seducer, de A. Karr, Peter Haining, ed., Londres, Robert Hale Ltd., 1994. Fragmento de «Why a Wussy Can’t Attract Women», de David DeAngelo, DoubleYourDating.com (28 de febrero de 2007). Título original: Swoon Edición en formato digital: noviembre de 2013 © 2013, Elizabeth S. Prioleau © 2013, Random House Mondadori, S. A. Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona © 2013, Ana Mata Buil, por la traducción © Fernando Vicente, por las ilustraciones del interior Diseño de la cubierta: Nora Grosse / Random House Mondadori, S. A. Fotografía de la cubierta: © Fernando Vicente Con el fin de mantener la privacidad, algunos nombres, lugares y anécdotas han sido modificados. Dado que en esta página no pueden incluirse de manera legible todas las menciones a los derechos de autor de las citas reproducidas, el apartado «Créditos de los textos citados en el original» debe considerarse un anexo a la página de créditos. Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. ISBN: 978-84-264-0052-9 Conversión a formato digital: Newcomlab, S.L. www.megustaleer.com Consulte nuestro catálogo en: www.megustaleer.com Random House Mondadori, S.A., uno de los principales líderes en edición y distribución en lengua española, es resultado de una joint venture entre Random House, división editorial de Bertelsmann AG, la mayor empresa internacional de comunicación, comercio electrónico y contenidos interactivos, y Mondadori, editorial líder en libros y revistas en Italia. Forman parte de Random House Mondadori los sellos Beascoa, Caballo de Troya, Collins, Conecta, Debate, Debolsillo, Electa, Endebate, Fantascy, Grijalbo, Grijalbo Ilustrados, Lumen, Mondadori, Montena, Nube de Tinta, Plaza & Janés, Random, RHM Flash, Rosa dels Vents y Sudamericana. 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