Subido por pedro montero

3 F Marin

Anuncio
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
PROLEGÓMENOS A LA OPORTUNIDAD DE LOS
TRABAJOS ACADÉMICOS FINALES EN HUMANIDADES
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
Introducción
El abracadabra de lo que va de nuevo milenio es la “innovación”.
Sobre todo, y cada vez más, en la esfera cultural. Y más aún en la
académica en su doble faceta docente e investigadora. Cual llave
maestra la innovación abre las puertas de todo proyecto académico.
Sin innovación se quedan definitivamente cerradas. Aquí vamos a
comprobar de dónde procede la actual mentalidad innovadora,
cómo choca con la mentalidad filosófica clásica, cómo, en cambio,
es tributaria de la mentalidad bíblica y cómo se identifica con la
mentalidad moderna en tanto que se pueda considerar que ésta
replica secularizadamente el imaginario religioso. De hecho, el
programa de la Modernidad, con las armas culminantes de la
Teodicea, canoniza el imaginario innovador. Asimismo,
buscaremos la raíz antropológica de la cultura de la innovación en
la brevedad de la vida. Pero precisamente veremos que esa raíz lo
es también, pues la exige, de la cultura antitética y compensatoria
de la innovación, la cultura de la continuidad, que es la propia de
las Humanidades. En último lugar, veremos cómo afecta el par de
fuerzas innovación/tradición a los trabajos de investigación en
Humanidades.
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
Tecnociencia y mercado: el modelo lineal economicista de
innovación
La genealogía más reciente del marco conceptual de la innovación
se remonta -ya es un tópico reconocerlo así- al pensamiento
económico, de mediados del s. XX, de Joseph A. Schumpeter,
quien fue, si no el único, sí el primero en aparejar la noción
confiriéndole el sentido actual empleado en Economía. Su
influencia se proyecta hasta las políticas económicas que desde los
años noventa de la centuria pasada implementa la Unión Europea al
convertir la innovación en el motor del desarrollo económico de la
eurozona. Contemporáneamente también el “toyotismo” nipón se
basa en y exhibe los lazos entre la innovación y la producción y
gestión del conocimiento. Y más recientemente la economía
estadounidense refleja este modo de pensar evidenciando la
eficacia de integrar la innovación como importante función de la
empresa.
Para Schumpeter la economía se desarrolla en ciclos de producción
y demanda que se perpetúan, cada ciclo indica cuál va a ser el
desarrollo del ciclo siguiente, de modo que la experiencia
económica heredada por los agentes en cada período viene a
predeterminar el sucesivo. La tendencia de los ciclos a perpetuarse
la evita la innovación. Y es que un ciclo cerrado dejaría muy poco
espacio para el desarrollo, dado que los clientes futuros sólo
tendrían expectativas sobre los productos que conocen, y los
productores solo ofrecerían productos cuya venta estuviese
asegurada, con lo que el crecimiento se limitaría al incremento de
la población de consumidores. El equilibrio tiende a repetirse en
cada ciclo. La innovación es pensada entonces como el revulsivo
contra la estabilización o estancamiento, toda vez que la
introducción de nuevas mercancías o nuevos métodos de
producción o nuevas posibilidades comerciales en la estructura
industrial es lo que revoluciona la economía y previene el
30
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
estancamiento. La innovación desestabiliza el equilibrio, dinamiza
el sistema impidiendo que el crecimiento económico se vuelva
estacionario y fomentando el desarrollo económico. Sólo
innovando se detiene la inercia económica y el ciclo estanco se
abre creativamente. Es la “destrucción creadora” -valga el
oxímoron- de la innovación1.
Dada la relación ontológica entre la economía (se entiende que de
mercado) y el conocimiento (se entiende que operativo y no
especulativo, o más específicamente, el conocimiento
tecnocientífico) el paradigma económico de Schumpeter ha dado
lugar al modelo lineal de innovación que irradia su influencia a
todas las esferas de la ciencia (y, en último término de la existencia
occidental). Las políticas europeas de innovación, de I+D primero,
y luego de I+D+i, siguen este modelo. Así, el Manual de Oslo, de
1992, primer hito de la política de la innovación sigue el paradigma
lineal economicista de Schumpeter con la intención de servir como
referencia para medir y analizar la innovación de los distintos
países. Aquí la innovación es considerada únicamente en el ámbito
económico y el único conocimiento considerado es el producido
por las ciencias duras. Todas las políticas europeas responden a
este manual, el cual, sin cambiar de paradigma, vio cambiar sus
contenidos en 1997: se añadió a la innovación en los productos y en
los procesos tecnológicos un análisis de las innovaciones en los
servicios. En 2005 se innovó este manual añadiendo innovaciones
de marketing y en el campo de la organización. Se amplía así
levemente la noción de “innovación”, con todo no se trasciende los
límites del mercado.
Que tecnología, ciencia y mercado se entreveran mutuamente hoy y
que la innovación afecta a esos tres elementos es un hecho. Por ello
1
Cfr. PIAZUELO LAMOTE DE GRIGNON, Clara & EQUIPO
YPRODUCTIONS: Innovación en cultura: una aproximación crítica a la
genealogía y usos del concepto, YProductions, Barcelona, 2008.
31
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
la innovación es la meta a la que se encaminan todos los esfuerzos2.
A ello responde el Manual de Oslo en todas sus versiones. También
la Agenda de Lisboa, del año 2000. En ella se planteaba el objetivo
de que Europa consiguiese a la altura del año 2010 el liderazgo
económico mediante el conocimiento y el empleo, manteniendo el
paradigma economicista. En 2003 se revisó para incorporar
innovaciones no sólo en lo relativo a los productos, sino también a
los procesos y al mercado. De la no consecución de esa meta nace
el actual Proyecto Europa 2020. Quizá buena parte del fracaso
venga del carácter lineal y economicista del paradigma que
auspicia los distintos esfuerzos, donde las Humanidades y todo lo
que escape a la tecnociencia o es visto desde ésta como modelo o
simplemente soslayado. Ejemplo conspicuo de esto último es la
institucionalización de la separación entre ciencia y educación y
que la política de ciencia e innovación dependa no ya instrumental
sino finalmente de los responsables de Economía y Hacienda, como
se refleja en los organigramas ministeriales de los estados actuales,
incluido el Estado español. Es hora, sin embargo, de extender la
innovación más allá del ámbito empresarial considerando también
los procesos de innovación en los niveles teóricos, literarios o
artísticos. A ello corresponden las nuevas reivindicaciones
multilineales de “innovación cultural”. De hecho, ya en Inglaterra
(Young Foundation y NESTA) y en Canadá (Grupo Crises) se
están desplegando políticas innovadoras que no dejan de lado todo
aquello que no es ciencia, pero sin lo cual ésta no puede asumir su
responsabilidad social. Así, se están llevando a cabo relevantes
estudios sobre las prácticas sociales innovadoras y la contribución
de las Ciencias sociales y las Humanidades a la innovación en
general. El informe Goldenberg (2004) en Canadá y en Inglaterra el
escrito de Geoff Mulgan Social Innovation son feliz ejemplo de un
2
Cfr. ECHEVERRÍA, Javier: Innovation and Values. A European Perspective,
University of Nevada Reno/Center for Basque Studies, Reno, NV, 2014.
32
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
cambio de modelo en los estudios de innovación, del giro social en
las políticas de innovación. Se trata de la emergencia del
“paradigma de la innovación social”3.
La apuesta filosófica por la continuidad: sin novedad en Grecia
Ahora bien, visto el origen próximo de la mentalidad innovadora,
aún podemos preguntarnos por el origen remoto, por las
condiciones de posibilidad de esa mentalidad, toda vez que, desde
el punto de vista clásico no hay lugar natural para la novedad. Y es
que si hay un prejuicio constituyente del pensamiento filosófico,
una premisa fundacional, y resistente al paso del tiempo, es que
nada surge de la nada4 y que, por tanto, lo nuevo naturalmente es
imposible. En el plano ontológico lo nuevo es un hecho sin valor.
Una Filosofía de la innovación sería algo literalmente inconcebible.
Los eléatas, con Parménides como égida, negaron el movimiento.
Platón negó la realidad del devenir haciendo de la novedad
apariencia. Aristóteles fue más sensible al movimiento, pero
considerándolo mero accidente. Y aunque la escuela atomista parte
de la idea de recombinación, lo cierto es que hasta el propio adalid
de la fluidez de todo, Heráclito, retrata como nadie la reluctancia
griega a la novedad substancial. De hecho, uno de sus fragmentos,
el B 30, es quizá el más emblemático a la hora de representar la
perspectiva clásica, el sentido cosmológico de la realidad: “El
cosmos que tenemos delante y es el mismo para todos no lo hizo
ninguno de los dioses ni ninguno de los hombres, sino que siempre
3
Cfr. ECHEVERRÍA EZPONDA, Javier & MERINO MALILLOS, Lucía:
“Cambio de paradigma en los estudios de innovación: el giro social de las
políticas europeas de innovación”, en Arbor. Ciencia, Pensamiento y Cultura,
Vol. 187–752, Madrid, 2011 (noviembre-diciembre). Págs. 1031-1043.
4
Cfr. NORTH, Michael: Novelty. A history of the new, University of Chicago
Press, Chicago, 2015.
33
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
fue, es y será fuego siempre vivo que se enciende según medida y
se apaga según medida”.
He ahí la antonomasia de la perspectiva filosófica clásica que
presenta una naturaleza autónoma, absoluta e incondicionada. La
naturaleza tiene en sí su norma necesaria, todo es relativo a ella,
nada la condiciona, ella condiciona todo: es absoluta. La naturaleza
griega es el límite necesario, el horizonte intraspasable de toda
acción humana. Sea del jaez que sea la acción, sea, pues, teórica,
práctica o técnica la acción rebota necesariamente en el muro
vertical de la naturaleza. Dado el orden necesario de la naturaleza,
dado que todo es según naturaleza, no hay propiamente innovación.
No se puede cambiar lo que es natural. La naturaleza que es causa
omnímoda no puede alterarse, no puede ser dominada, sino a lo
sumo contemplada. De ahí que la acción más noble, la primera, sea
la teoría. Nace de aquí la concepción griega de la verdad como
desvelamiento (a-létheia) de la naturaleza (phýsis), de cuya
contemplación (theoría) nacen los conocimientos que regulan el
comportarse y el hacer humanos.
La theoría prima sobre la acción práctica y la técnica. Esa primacía
deriva de la conciencia cosmológica griega, es decir, de la
conciencia de que no se da acción correcta ya ética ya poética, sino
conociendo las leyes inmutables que presiden la regularidad de los
movimientos de la naturaleza, los cuales no puede modificar la
acción humana, no tanto por la modestia, insuficiencia o
precariedad de las disponibilidades técnicas, cuanto porque la
naturaleza es pensada como inmutable y por eso mismo como
indomeñable. La naturaleza es el paradigma de toda acción: son la
ética y la técnica quienes tienen que mirarse en el orden
paradigmático o regla natural para reparar respectivamente en las
reglas del comportamiento “recto”, del hacer “recto”.
En la cosmología clásica la técnica se inscribe en el registro de la
verdad pensada no como dominio de la naturaleza, sino como su
contemplación. La naturaleza con su sello de necesidad no
34
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
consiente a la técnica el traspasar su límite vertical ni, en
consecuencia, al tiempo el configurarse como historia del
progresivo dominio de los procesos naturales. Esto es algo que le
estaba reservado a un genio distinto y mucho del filosófico, el
genio religioso.
Es en el seno del sentido cosmológico de lo real que el espíritu
griego dio lugar a la primera gran revolución occidental 5: la
invención de la filosofía o ciencia como saber, que a diferencia de
los saberes pre-científicos se presenta como construcción teórica,
que se añade a la componente de la constatación de hecho
permitiendo hacer avanzar el conocimiento mucho más allá de
cuanto es constatable. Es justo en este punto en el que la conciencia
griega ha introducido, como apunta Agazzi, esa “revolución” de la
cual ha nacido la filosofía y, con ella, la ciencia en el sentido
occidental que aún hoy persiste y se ha hecho patrimonio común de
la humanidad, y ello simplemente por el hecho de que los griegos
elaboraron un nuevo y original modelo del saber.
Ese modelo presupone que cuando aspiramos a conocer plena y
adecuadadamente una cierta realidad, no podemos limitarnos a
cerciorar que existe y a describir cuidadosamente cómo está hecha,
sino que debemos tratar de comprender por qué existe y está hecha
como se muestra. Para lograr este ulterior objetivo ya no es
suficiente atenerse a la experiencia inmediata de las cosas, sino que
hay que hacer intervenir a la razón, la cual viene a aclarar que
cuanto constatamos no es casual, sino que entra en un marco dentro
del cual resulta explicable. Se trata de la exigencia de hacer
explícitas las “razones” mediante una demostración, susceptible de
remontarse a principios universales y ya no a historias singulares.
De manera que la explicación de los modos de aparecer de las
cosas se buscó en el qué son, es decir, en su naturaleza o esencia, y
5
En este párrafo y los tres siguientes seguimos fielmente las tesis del libro,
editado por nosotros, de AGAZZI, Evandro: La ciencia y el alma de Occidente,
Tecnos, Madrid, 2011.
35
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
en las causas que las hacen reales. Se planteó así explícitamente el
tema de los requisitos del lógos, empiría aparte.
En esta búsqueda de las razones generales en lugar de
explicaciones particulares ad hoc, y de un método demostrativo
para establecerlas, se reconocen los rasgos distintivos del saber
científifico en contraste con los del pre-científico. Esta creación es,
siempre según Agazzi, un evento histórico “revolucionario” de
enorme alcance, que comienza a producirse a comienzos de la
civilización griega, pero que, justo por el hecho de haber
inaugurado una nueva forma de saber y de pensar, ha quedado
como característica constante de la civilización occidental que de
ella deriva. Según el modelo de conocimiento explícitamente
teorizado por la filosofía griega, el saber auténtico sólo se consigue
cuando, tras haber atestado una verdad, se está asimismo en
disposición de garantizarla con la ostensión de sus razones, o sea,
de su porqué. No es hiperbólico, por tanto, afirmar que la Grecia
clásica introduce en la civilización “la invención del porqué”, la
cual supone al mismo tiempo el nacimiento de la filosofía y de la
ciencia.
“Dar las razones”, “mostrar el porqué” significa ofrecer una
demostración. El saber auténtico es un saber demostrativo, o sea,
basado en razonamientos correctos. Una demostración consiste en
una cadena de proposiciones en la cual la verdad de las premisas se
transfiere necesariamente también a las conclusiones. Aristóteles
expone el Órganon, la lógica, una teoría exhaustiva, según la cual
un saber auténtico es aquel que se funda sobre principios evidentes,
universales y necesarios, de los cuales se deducen, mediante
razonamientos correctos, conclusiones verdaderas, hasta el punto
de que si se da el caso de que las conclusiones deducidas
rigurosamente de principios chocan con lo dado por la experiencia,
nunca serán los principios los que deban desmentirse, sino siempre
la verdad de los resultados observacionales. He aquí el método
axiomático, presentado como estructura canónica del saber.
36
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
Pero espíritu clásico también es el espíritu de la tragedia. El genio
griego, fiel a la tierra, describe el círculo eterno de nacimientos y
muertes, un ciclo donde toda forma de existencia alcanza su propio
cumplimiento (télos) al final de su ciclo, donde se extingue para
permitir el nacimiento de nuevas formas. En el ciclo natural el
poder que genera es el mismo que disuelve. Por lo que la crueldad
de la existencia y el dolor que la expresa no se inscriben en un
escenario de culpa, sino que son figuras de inocencia. Así en el
primer texto de la Filosofía, en la sentencia de Anaximandro
leemos que “De donde los seres tienen su origen, de ahí tienen
también su destrucción según necesidad”.
El eterno retorno comporta la inocencia del devenir. La culpa sólo
comparece allí donde se pretende ir más allá del límite natural,
cuando la soberbia (hýbris) hace creer al individuo que puede
sobrepasar la justa medida natural de sus condiciones de existencia.
Entonces la crueldad, que estando al servicio de la vida eterna de la
naturaleza en la que toda vida vive de la muerte del otro, es
inocente, empleada soberbiamente al servicio extralimitado de la
propia vida, en el individuo se hace culpable. La culpa nace cuando
la parte en beneficio propio quiere servirse de la totalidad. El
hombre trágico perece porque no está a las leyes del todo, porque
con su acto supera la medida que le ha sido naturalmente asignada
cuando en el intento de salvar la propia vida, en la adversidad de
las circunstancias, pierde el discernimiento (phrónesis).
El dolor, la crueldad, el mal no son imputables a una culpa, sino al
ataque de locura (até) subsecuente a la pérdida del discernimiento
en la gestión del dolor. Es el dolor, que forma parte de la vida, no
consecuencia de la culpa, sino, antes al contrario, el que la genera.
Se es culpable porque se sufre y no viceversa. Y por ello no hay
redención posible, del destino natural no se salva nadie: queda
excluida la salvación. La atribución de la culpa a la ceguera de la
mente, presente en la tragedia, pero también en la épica o en el
37
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
intelectualismo moral socrático, no es una forma de decir, es una
forma de pensar, una expresión genuina del espíritu clásico.
La apuesta religiosa por la innovación: el nuevo órgano de
poder
En cambio, el espíritu religioso, que ve la naturaleza como efecto
de una voluntad, la de su Creador, autor así de la mayor innovación
posible, la Creación, va a reemplazar el sentido cosmológico de lo
que hay por el sentido antropoteológico, la conciencia natural por
la conciencia histórica, el saber teórico por el saber operativo, la
tragedia por el drama, la nostalgia por la esperanza. La fe religiosa
abre el horizonte de la salvación, sin el cual la ciencia moderna no
sería moderna. Veamos, por contraposición al clásico, el espíritu
religioso, para evaluar en qué medida éste, secularizado, anima a la
nueva ciencia, hasta el punto de poder afirmar que las raíces de la
ciencia moderna son antes bíblicas que griegas.
En la Modernidad, se invierte, así pues, la perspectiva clásica: la
actividad intelectual, que los griegos llamaban theoría y los latinos
contemplatio, ya no fue pensada como el fin último al que
subordinar el hacer político, sino como instrumento operativo6. El
programa baconiano, scientia est potentia, establece que el destino
del saber es su funcionalidad al poder: poder de hacer y de
modificar la naturaleza en vista de la proyectualidad humana. Para
los antiguos el conocimiento de la naturaleza se paraba delante de
su inmodificabilidad, para los modernos la naturaleza forma parte
de la proyectualidad humana: el proyecto se convierte en medida de
6
El contraste que hacemos entre la mentalidad filosófica y la religiosa se
encuentra exhaustivamente expuesto en la megatérica obra de GALIMBERTI,
Umberto: Psiche e techne. L’uomo nell’età della tecnica, Feltrinelli, Milano,
2000 (véanse sobre la moderna secularización baconiana que exponemos a
continuación las págs. 293-301).
38
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
un hacer que ya no asume la inmodificabilidad de la naturaleza
como límite.
La raíz de esta actitud innovadora no es griega, sino judeocristiana. Según esta tradición, Dios ha colocado al humano en el
mundo con el fin de que fuese su dueño y que dominando el mundo
hiciese obra de verdad. Pero esta verdad ya no es la verdad en la
acepción griega de alétheia, que significa “desvelamiento” de las
leyes inmutables de la naturaleza a la que se remite la theoría. Esta
otra verdad es la verdad en la acepción hebrea de émet, que
significa hacer lo que Dios ha prescrito al hombre. Se trata
entonces de una verdad que no se contrapone al “error” o la
“falsedad”, sino a la “infidelidad” al mandato divino o a la ignavia.
Luego, a diferencia de la verdad clásica, la verdad religiosa no es
algo que se conoce, sino algo que se practica. En este sentido San
Juan (Jn 3, 21) habla de “quien no hace la verdad” o se lamenta
epistolarmente de que “no hagamos la verdad” (I Juan 1, 16).
Abandonada la verdad griega que se contempla, la modernidad
adopta la verdad hebrea que se hace en el tiempo, con la
consiguiente primacía indiscutible del hacer sobre el contemplar,
de la innovación sobre la repetición. Cuando Bacon subordina el
saber al poder y Marx la contemplación del mundo a su
transformación, aun cuando bajo registros distintos, ambos están
confirmando el “hacer verdad” religioso, que se despide definitiva
e innovadoramente de la naturaleza contemplativa clásica.
Gozne de la tradición judeo-cristiana es la voluntad de Dios, que
quiere el señorío del hombre sobre el mundo. “Hacer verdad”, es
decir, ser fieles a la orden de Dios significa entonces derecho al
dominio. La técnica, que ofrece las condiciones para el ejercicio de
este derecho, se inscribe en el horizonte teológico, donde Dios es el
fundamento que justifica la bondad del operar técnico y su
consiguiente obligatoriedad.
De una verdad que se hace más que se contempla es exponente el
proyecto tecno-científico baconiano, que expresa una fe
39
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
incondicionada en las posibilidades de la ciencia y la técnica con el
fin de innovar, mejorarándola, la condición del hombre. El
programa que este primer moderno ofreció careció de resultados
científicos concretos y convincentes, pero estaba fuertemente
animado por la convicción de que esa transformación tecnocientífica del mundo no es algo que esté por suceder, sino de que es
algo que debe suceder, que se debe hacer suceder. La praxis se
supraordina a la theoría, toda vez que el conocer adquiere una
insuprimible tonalidad moral y religiosa: el saber para poder
dominar el mundo innovándolo en cumplimiento del deber
asignado por Dios.
Y eso es invertir la jerarquía clásica que supraordinaba la theoría a
la praxis y a la poíesis o téchne, por mucho que, en cuanto a
eficacia, el saber baconiano no fuese superior al griego y por
mucho que la misma noción de “forma” que Bacon introduce como
fundamento de la “nueva ciencia” no se distinga de la propia forma
de la física aristotélica. De hecho, la parte segunda del gran
proyecto baconiano, la Instauratio Magna, la gran instauración de
la ciencia, parte relativa al método científico y más conocida obra
de Bacon, el Novum Organum, se presenta como alternativa al
viejo método, el Organum, la lógica aristotélica.
La nueva ciencia es nueva precisamente por contraposición a la
ciencia clásica tal y como la dejó modelada Aristóteles y el motivo
de la novedad es religioso, no filosófico: el saber-poder, el hacerverdad. De hecho, Aristóteles es equiparado por Bacon, en el De
dignitate et augmentis scientiarum, con el mismo Anticristo. Y en
la Redargutio philosophiarum es acusado junto con Platón de
soberbia intelectual por haber intentado conocer la naturaleza con
los solos recursos de la propia mente. Y en Temporis partus
masculus el ataque a Aristóteles se hace feroz acusándolo de ser un
miserable sofista, considerando a su Lógica un manual de
estupideces y a su Metafísica una telaraña elevada sobre un
fundamento de realidad exiguo. Y a Platón lo ve como un cavilador
40
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
descarado, cuando no como un poeta vacío o un teólogo delirante,
reprochándole como a Aristóteles también una culpa, un pecado
monstruoso.
Esa culpa la describe Bacon en el prefacio de la Historia ventorum,
donde acusa a Platón y a Aristóteles de haber cometido el mismo
pecado de nuestros progenitores, los cuales quisieron ser similares
a Dios. De hecho, en lugar de intentar descubrir la huella de Dios
en las cosas, prefirieron seguir los dictámenes de nuestra sola
razón. No se puede soslayar el horizonte teológico que promueve el
programa baconiano; si no, no comprenderemos el alcance de esta
polémica, que fija la diferencia entre la ciencia nueva y la ciencia
antigua, que libera el hacer técnico inscribiéndolo en el propio
querer de Dios.
La especulación platónico-aristotélica, en cuanto que pura theoría,
que promovía un conocimiento de la naturaleza por deducción de la
pura mente, en lugar de por inducción o, como dice Bacon, por la
paciente investigación en el libro de la creación, es como el gesto
de Adán, signo de soberbia y, en cuanto fin en sí misma,
contemplación estéril e ineficaz. La ciencia innovadora, que Bacon
pretende inaugurar, renuncia a la soberbia de los antiguos y, en vez
de imponer la impronta de la imaginación humana sobre las
criaturas y sobre las obras de Dios, persigue con humildad y
diligencia descubrir la impronta de Dios en las cosas.
De este modo la indagación experimental de la naturaleza puesta en
acto para descubrir las leyes de la naturaleza se lee como
investigación de la huella de Dios, una investigación que en su
humildad no sólo corrige, según Bacon, la soberbia estéril de la
teoría de los antiguos, de esas filosofías inconsistentes y absurdas
que prefieren las tesis a las hipótesis, que han tenido aprisionada a
la experiencia y pisoteado las obras de Dios, sino que, además,
adquiere el lenguaje de la naturaleza que, dice Bacon, es el único
que no ha sufrido la confusión de Babel. Éste es el lenguaje que
deben aprender los hombres. Una vez en posesión de este alfabeto,
41
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
el humano puede dominar la naturaleza por cuanto ha descubierto
sus leyes y, gracias a este dominio, puede probar respeto y
admiración por el Creador que se hace manifiesto en sus obras, y
desplegar la caridad hacia los hombres disminuyendo las
necesidades y los sufrimientos humanos.
Así, inscrito en un programa religioso, el proyecto de innovación
que inaugura la Modernidad se piensa a sí mismo, por un lado,
como ejecutor de un programa divino, y, por otro lado, como
eficaz actuación de una tarea moral. En este contexto, el poder
cognoscitivo implícito en la “nueva ciencia” aparece como un acto
de humildad, como forma de expiación de esa culpa expresada en
la soberbia intelectual del pecado original a la que no es inmune la
antigua especulación griega. Y si ésta última subordinaba el
“hacer” al “ver contemplativo”, que tenía por objeto una naturaleza
en su conjunto inmutable, la ciencia moderna subordina el “ver” al
“hacer manipulativo”, que en las leyes de la naturaleza busca la
marca divina, y en su descubrimiento las condiciones del rescate
humano.
En esta cornisa religiosa hace su aparición la idea de innovación o
progreso, que la ciencia no tardará en asumir como directiva y
sentido de su propia investigación. A esta idea hay que reconducir
la crítica baconiana a la filosofía antigua, por ser contemplación
estéril e infecunda, por ser incapaz de elevarse a ese operativismo
activo que, mejorando las condiciones de vida, permite un progreso
efectivo para la humanidad. También hay que reconducir a la idea
de progreso la primacía concedida por Bacon a la inducción, la cual
no es sólo la supraordinación de un método sobre otro, sino de una
mentalidad, la mentalidad que, frente a la contemplación de la
verdad, prefiere el descubrimiento de nuevas verdades que no se
obtienen de los silogismos de la propia mente (deducción), sino de
la búsqueda paciente en el libro de la naturaleza (inducción). A este
propósito es bastante elocuente el parangón con las vírgenes
infecundas, como lo es también el título De dignitate et augmentis
42
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
scientiarum, que Bacon asigna a esa obra que pone la dignidad de
la ciencia en el progresivo incremento del saber operativo.
Y es que el origen de la idea de progreso se da en el contexto
religioso cristiano que, proponiendo a la meditación medieval la
figura del éschaton, abrió la perspectiva del futuro. Con Bacon el
contenido escatológico se sustrae de su matriz religiosa, pues la
utopía de la Nueva Atlántida se resuelve en la inmanencia futura.
Ahora bien, ese futuro fue abierto por la idea escatológica
propagada por la religión. Y a esta idea harán referencia todas las
utopías, desde las científicas a las revolucionarias, a cuya base
siempre será posible reencontrar la idea cristiana del “hombre
nuevo”, destinado a cielos nuevos y tierras nuevas, a un “tiempo
nuevo”, a la Modernidad. Éstos ya no se proyectarán en la
transcendencia, pero serán proyectados en un futuro inmanente que
ya no hay que esperar, sino realizar ya, en conformidad con el
progresivo dominio del hombre sobre la naturaleza asignado por
Bacon como objetivo a la ciencia y la técnica, tras haberlo
deducido de la enseñanza bíblica7. De hecho, aun cuando en Bacon
la esperanza era cristiana y la espera estaba vuelta originariamente
hacia el reino de Dios, lo que, en efecto, se estaba preparando era el
“reino del hombre”, de ese hombre que justo a partir de Bacon
había comenzado a considerarse creador del propio mundo y del
propio futuro.
Pero el futuro queda cerrado si se atribuye a la naturaleza un
carácter orgánico-vitalista, pues la mente humana no es idónea para
7
Al inaugurar la revolución científica Bacon observaba, en De dignitate, que la
investigación de las causas finales es estéril como una virgen infecunda que no
pare nada o pare monstruos ladradores. Dos siglos y cuarto después, al auspiciar
la revolución social, Proudhon, en Idée génerale de la révolution au XIX siècle,
reparará en que la investigación de las causas finales es eliminada por las
ciencias económicas y por las ciencias naturales y paralelamente en que la idea
de Progreso reemplaza en la filosofía a la de Absoluto y así la revolución sucede
a la revelación.
43
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
penetrar y dirigir el proceso de la vida, como se podía deducir en
los tiempos de Bacon, de los fracasos del intento de la magia a la
hora de patronear la energía primordial supuestamente presente en
todos los entes naturales. Para ser dominada, la naturaleza debía
ofrecerse con otro rostro, con un rostro exclusivamente mecánico,
porque el hombre, si bien no es capaz de crecer ni una pulgada
sobre su propia estatura, sin embargo, sabe mover la tierra con tal
de que se le dé un punto de apoyo. Las trasposiciones mecánicas no
requieren, de hecho, de otra actitud que no sea la de numerar, pesar,
desplazar, transferir en un espacio matemáticamente precalculado.
La concepción mecanicista de la naturaleza, la traducción del orden
cualitativo en el orden cuantitativo, el abandono de las causas
primeras por el estudio de las causas empíricamente verificables, la
medida del tiempo y la determinación del espacio se presentan
como condiciones prejudiciales para la instauración del regnum
hominis, porque solamente un mundo que se puede resolver en
relaciones mecánicas y mensurables puede someterse al pleno
dominio de la mente humana. En vistas del regnum hominis, la
phýsis, la naturaleza como había sido concebida por los griegos, de
originaria manifestación del ser, se convierte en física expresada
por puntos, líneas, fuerzas y medidas que tienen en el proyecto
matemático de la mente humana su comprensión anticipada. Por
eso Bacon, a quien tanto se le reprocha la escasa atención prestada
a las matemáticas, advierte, en Novum Organum, II, 8, que la
investigación de la naturaleza encuentra su mejor actuación cuando
el dato físico se concluye en el matemático. Y es que las
matemáticas garantizan ese “saber que es poder”, poder capaz de
reducir todas las cosas a la medida del control humano. Inscrito en
el proyecto matemático, el mundo se abría así a su omnímoda
innovación.
44
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
La innovación que excita: la autoimposición de la novedad
Se ponía de este modo en marcha el programa de la Modernidad,
entendiendo por ésta la era del carácter autoimpositivo de lo
novum, donde el hecho de la novedad se hace un valor8, ese
programa que iba a permitir la conversión del mal del devenir en el
devenir del mal. El culmen teórico de tal programa novador quizá
se encuentre en la Teodicea de Leibniz, en cuya frase “la sagesse
doit varier” (§124) se encuentra el lema vertebral de la Filosofía de
la innovación. Y es que la Providencia moderna no ama la pesadez
del pasado sino la alacridad del futuro. Lo importante no es el
provenir, sino el porvenir. Mientras el clásico quería repetir un
mismo paradigma teniendo el pasado como modelo, el moderno
quiere innovar teniendo el futuro como modelo. Se trata de variar a
ultranza, de modelar el tiempo en una “época en la que el hecho de
ser moderno se ha convertido en un valor determinante”9, en un
momento en que el mundo se acelera y se intenta dominar la
aceleración mediante el “conformismo con la aceleración”10: “si la
historia está dotada de este sentido progresivo es evidente que
tendrá más valor lo más ‘avanzado’ en el camino hacia la
conclusión, aquello que esté más cerca del término del proceso”11.
El intento innovador de dominar la aceleración mediante la
conformidad con la misma aceleración comporta cuatro premisas,
8
CHIURAZZI, Gaetano: Il postmoderno. Il pensiero nella società della
comunicazione, Paravia, Torino, 1999. Pág 13: “Como ley necesaria de la
historia, el progreso implica la identidad axiológica entre melius y novus, esto es,
la idea de que lo que es moderno, actual, es de por sí mejor que lo que ha
pasado”.
9
VATTIMO, Gianni: La sociedad transparente, Paidós/I.C.E.-U.A.B.,
Barcelona, 1989. Pág. 73.
10
MARQUARD, Odo: Apologie des Zufälligen, Reclam, Stuttgart, 1986. Pág.
60.
11
VATTIMO, Gianni: La sociedad transparente, Paidós/I.C.E.-U.A.B.,
Barcelona, 1989. Pág. 75.
45
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
las premisas que Marquard atribuye a la Teodicea: a) positivación
ontológica de la mutabilidad, b) positivación ontológica de la
fugacidad, c) positivación ontológica de la temporalidad y d)
subjetivación “hipertribunalizadora” de la realidad. Aplicando
libérrimamente el esquema marquardiano al respecto 12,
expliquemos una a una dichas premisas, que hacen, a nuestro
juicio, del concepto de progreso innovador una, quizá la principal,
de las etiquetas de la Modernidad filosófica.
La innovación comporta efectivamente la positivación ontológica
de la mutabilidad, de la variabilidad, en definitiva, del cambio. El
relato metafísico clásico tomaba al movimiento como expresión del
mal: predicar el devenir de una cosa indicaba el carácter limitado
de la cosa, su imperfección, su maldad ontológica. El bien, por
definición de la Metafísica, era como Dios, inmutable e invariable,
la estabilidad en sí. Dios era el bien. Pero henos aquí que la
Modernidad con el desarrollo de las Ciencias naturales iba gozando
cada vez más de una capacidad prodigiosa para distanciarse —esto
es, para controlarlo disponiendo de él— del mal físico: la
enfermedad y sus dolores iban dejando de obedecer a
encantamientos para entregarse a razones sobre las que la mano
podía operar: la “quir-urgia”, la cirujía, desmedula el mal físico, lo
desmalifica o bonifica. La Metafísica moderna, por medio de la
Teodicea, hará lo propio con el mal metafísico, y a la larga, en un
proceso metamórfico cuyo eco alcanza a nuestros días (¿no se nos
hace hoy responsables de nuestra infelicidad, de nuestra ignorancia
y hasta de nuestra fealdad?) con el mal gnoseológico, el moral y el
estético. La Teodicea de Leibniz teleologiza el mal mediante la
idea de compensación (el mal se halla doquier compensado por el
bien) y el denominado “pensamiento bonum via malum” (hay bien
gracias al mal): el mal posee, así pues, una razón suficiente, ser
condición de posibilidad del bien. Y esto es conjurar el mal,
12
Cfr. MARQUARD, Odo: Apologie des Zufälligen, cit. Págs. 60-64.
46
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
privarlo de su substancia, hacerlo bueno ex tunc, ab origine. Con lo
que el pecado original empalidece: la felix culpa se hace más felix
que culpa, casi sólo felix. O dicho con más redondez: no hay mal,
sólo bien. Lo que nos parece malo realmente no es, según el
optimismo leibniciano, malo, sino requisito “permitido” por Dios
para el mayor de los bienes: la libertad13 . De modo que en la
Modernidad, donde todo fluye y se disuelve, termina también
disolviéndose la estabilidad como medida ontológica. Ahora la
medida es lo propio de la innovación: el cambio entendido como
progreso y evolución. La Modernidad pasa así del mal de la fluidez
a la fluidez del mal: haciendo de la necesidad virtud, conformismo
con la aceleración mediante, la mutabilidad pasa de vicio a virtud,
la virtud de la innovación.
Ligada a la de la mutabilidad se encuentra la positivación
ontológica de la fugacidad o transitoriedad, de lo efímero y
alterable. Al igual que le acontecía a la finitud, la vertiente del mal
metafísico consistente en la caducidad encuentra acogida
metamórfica en el relato de la Teodicea: el mal de la transitoriedad
se convierte en la transitoriedad del mal. En el relato moderno lo
transitorio, lo novedoso, la moda, se convierte en lo bueno. La
innovación saluda lo efímero, y lo cultiva. Lo que adviene siempre
es mejor pues acerca el presente de la historia a su meta: todo lo
que surge ha de perecer para que la libertad se acerque cada vez
más. Es más, hay que, con tal de lograr el objetivo cuanto antes,
acelerar la quema de las naves del progreso. Y comoquiera que la
distancia más corta entre el momento actual y la meta futura es la
Revolución, hay que emprenderla, como mal menor, como mal
bueno, como la quintaesencia del último, y ya definitivamente
desmalificado, mal, como el ultramalo superbien de la meta final de
la historia. No hay tortilla sin huevos rotos, ni parto sin sangre:
13
Cfr. MARQUARD, Odo: Schwierigkeiten mit der Geschichtsphilosophie,
Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1982. Págs. 52-65; y MARQUARD, Odo: Abschied
vom Prinzipiellen, Reclam, Stuttgart, 1981. Págs. 39-66.
47
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
haciendo de la necesidad virtud, conformismo con la aceleración
mediante, la Revolución pasa de vicio a virtud, la virtud de la
innovación.
Positivizado el cambio, y convertida en deber histórico la
aceleración de la velocidad, también han de positivizarse
ontológicamente las, en consecuencia, incrementadas turbulencias
del presente, ha de bonificarse la temporalidad. El discurso de la
Metafísica clásica condenaba la finitud en el tiempo de las cosas: la
duración de algo señalaba su maldad ontológica. La novedad, su
temporalidad, era un faible, otro modo de mostrar la debilidad o
falibilidad de un ente. El bien se asociaba, por el contrario, a la
eternidad, al espacio donde no hay tiempo, pues era todo el tiempo,
el transtiempo. El clásico entendía, por consiguiente, la novedad, su
historicidad, como índice de corrupción, de decadencia, de
degeneración. La Modernidad, sin embargo, mediante el
mecanismo optimizador del relato de la Teodicea, acogía arrobada
el transcurso agitado de las novedades, invirtiendo la Ontología de
lo inmutable. Y es la innovación quien eso justifica, por cuanto lo
turbulento del presente se explica como consecuencia de un largo
pasado que teleológicamente ha estado operando con el fin de
preparar un futuro mejor del que las agitaciones actuales, las
innovaciones, serán causa o medio. La dimensión temporal es
entonces imprescindible cauce para el despliegue universal del
género humano. Con lo que, haciendo de la necesidad virtud,
conformismo con la aceleración mediante, la temporalidad pasa de
vicio a virtud, la virtud de la innovación.
La innovación representa, por último, la expresión, por
antonomasia, del carácter “tribunalizador” de la Modernidad. Ésta
comienza sospechando de todo, dudando de la legitimidad de
cualquier cosa presente. Todo ha de mostrar o exhibir su credencial
de inocencia ante el más alto tribunal, el de la Razón, la hodierna
agencia de evaluación. Y bajo un presupuesto de este cuño la
realidad (también la existencia, sobre todo, la académica) resulta
48
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
cada vez más procesualizada, vista como una vista, como proceso.
La Teodicea da un paso adelante en esta dirección, en tanto que se
atreve a sentar a Dios en el banquillo de los acusados para que dé
cuenta o razón (es idéntica cosa), como creador del mundo, de la
presencia del mal en el mismo. El proceso, como es sabido, se
vendrá a saldar con la eliminación de su poder redentor en la
medida en que el mal es teleologizado de modo inmanente, pues en
este mismo mundo hay una razón suficiente que lo autoriza: la
libertad humana. Pero a Dios aún le quedaba el atributo de creador.
Lo perderá conforme el sujeto moderno se vaya constituyendo en
yo trascendental que dicta las leyes de la objetividad: el ich del
idealismo alemán ya ha desdivinizado el mundo y se ha hecho a sí
mismo divino: el yo es Dios. A ese yo que se ha convertido en
condición de posibilidad de toda experiencia, no sólo de la natural,
sino también de la histórica, a ese sujeto de la historia, la Historia
Universal lo llamará “Humanidad”. Y claro es, de la misma manera
que la Teodicea le exigió a Dios rendir explicación del mal,
también su metamorfosis, la Filosofía de la historia innovadora,
procesa al nuevo creador, la Humanidad. La innovación comporta
así una “Antropodicea” (a la que sigue hoy sometido el académico
como creador científico) donde el hombre tiene que defenderse de
la imputación de responsabilidad por el mal (no sólo el
gnoseológico) en el mundo. La innovación resulta ser, como dice
Hegel de la Historia Universal parafraseando un verso (se trata del
conocido poema Entschluss) de Schiller, el Juicio Universal. Y en
este juicio el argumento de la defensa ha sido muchas veces el de
acusar a los hombres, pero no a todos: los responsables son los
demás, pero nunca los agentes del bien futuro, los benefactores del
porvenir, la vanguardia innovadora. Con lo que, haciendo de la
necesidad virtud, conformismo con la aceleración mediante, el
proceso (el progreso) pasa de vicio a virtud, la virtud de la
innovación.
49
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
Innovación y tradición: la brevedad de la vida
Por mucho que el nuevo mito, el mito de lo nuevo, la innovación,
se presente como relato totalizador, como configuración global de
sentido, por mucho rechazo que pueda provocarnos su
ideologización, por desagradables que hoy sean las consecuencias
de su puesta en práctica en todas partes y especialmente en las
académicas, cabe preguntarse si la innovación es necesaria nos
guste o no. Para responder a una pregunta sobre la necesidad
humana de algo lo mejor es confrontar esa presunta necesidad con
la mayor necesidad humana: la necesidad de tiempo. El tiempo es
nuestro recurso más escaso y por ello el más valioso. Si algo nos
falta, es tiempo. Y si nos falta, es porque nos vamos a morir. El
futuro de todos es la muerte. La muerte es nuestra mayor certeza y,
aunque no se tenga esa certeza, afecta al cien por cien de la
humanidad. Afecte antes o después, con conciencia o sin ella,
siempre afecta prematuramente: Ars longa, vita brevis.
La brevedad de la vida14 nos torna impacientes, nos obliga a la
rapidez, pues no podemos esperar demasiado para conseguir lo que
nos proponemos. Dejando pasar las oportunidades, dejamos pasar
la vida. La muerte se anticipa siempre por definición, por la definición de nuestra finitud; por mucho que se retrase, siempre llega
antes de tiempo: toda muerte es prematura. Hay que apresurarse a
llegar a donde queremos ir antes de que llegue la muerte. No
podemos procrastinar en la consecución de las transformaciones
14
Cfr. MARQUARD, Odo: “Zeit und Endlchkeit”, en Skepsis und Zustimmung,
Reclam, Stuttgart, 1994. Págs. 45-58. Es significativo que su última obra se
presente como una Filosofía de la finitud, y que en ella se reedite el capítulo
citado. Nos referimos a sus reflexiones sobre el hacerse viejo en MARQUARD,
Odo: Endlichkeitsphilosophisches. Über das Altern, Reclam, Leipzig, 2013. Ya
en MARQUARD, Odo: Abschied vom Prinzipiellen, cit. Pág. 119, se había
presentado la Hermenéutica como “réplica a la finitud humana”.
50
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
que anhelamos. Las cosas nuevas deseadas debemos hacerlas
deprisa, más pronto que tarde, pues si no, puede ser demasiado
tarde. El hambre de futuro hay que saciarla ya. A la brevedad de la
vida responde la innovación.
Ahora bien, por paradójico que resulte, la misma brevedad de la
vida nos torna pacientes, nos obliga a la lentitud. La muerte limita
nuestra capacidad de innovación. Los cambios que podemos
experimentar son limitados por nuestra limitación esencial. Por eso
toda transformación requiere de conexión: no vivimos tiempo
bastante para renovar todo, para innovar absolutamente. No hay
tiempo para empezar de cero, para orientaciones absolutas. No
sería humano cuestionar todo, examinando su legitimidad, pues la
mortalidad constitutiva, la brevedad de la vida, no nos deja el
tiempo exigido por la innovación como fundamento. Una vida
finita no puede fundar, como exigiría la prisa innovadora, ni el ser
ni el ser así. Sólo tenemos tiempo, si acaso, para fundamentar las
desviaciones de lo que ya es. Podemos y debemos innovar los
hábitos, pero sólo a partir de los hábitos. No podemos dejar de
conectarnos con lo ya dado en el tiempo, que nunca es absoluto,
sino siempre contingente. La vida breve impide la fundamentación
última y pide las fundamentaciones próximas. Esta ineludible
continuidad “hipoléptica” con lo ya sido ralentiza la vida, exige la
pausa en el cambio, la vida lenta. Como no podemos transformar
todo lo que quisiéramos por falta de tiempo, estamos vinculados
permanentemente a nuestro origen. No hay porvenir sin provenir 15.
No hay advenimiento sin devenimiento. Lo inicial vive de lo
inercial. La innovación vive de la tradición.
15
Es éste un Leitmotiv transversal de la obra marcuardiana, que verbatim pasa a
dar título a un artículo luego publicado como capítulo en MARQUARD, Odo:
Philosophie des Stattdessen, Reclam, Stuttgart, 2000. Págs. 66-78, y que termina
intitulando el libro, antológico de su obra, como Jubiläumsband por su
septuagésimo quinto cumpleaños, MARQUARD, Odo: Zukunft braucht
Herkunft, Reclam, Leipzig, 2003.
51
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
Sobrecarga de la innovación y cultura de la continuidad: las
Humanidades compensatorias
Pigricia y agilidad, ociosidad y laboriosidad, negligencia y
diligencia, pasividad y actividad, parsimonia y frenesí, lentitud y
rapidez son cualidades humanas que se requieren mutua y
contrastivamente. En definitiva, innovación y continuidad son
categorías que se pueden predicar tal vez de cualquier ser humano.
Odo Marquard va más allá para señalar que el predicamento de
esos conceptos rige en particular para el hombre moderno:
El mundo moderno aumenta simultáneamente la velocidad de
innovación y la humana necesidad de lentitud. Pues cuanto más
conduce la aceleración de la innovación a una sobrecarga de
innovación, tanto más fuertemente crece la necesidad de compensar las
rupturas de la continuidad: mediante el cultivo de la lentitud, mediante
la cultura de la continuidad16
Precisamente Marquard con su enfoque compensatorio, con su
“Filosofía del en lugar de” (Philosophie des Stattdessen) va a ligar
la génesis de las Ciencias del espíritu o Humanidades, en general, y
de la Hermenéutica, en particular, a la compensación de esa
aceleración innovadora que, a su vez, caracteriza a la Modernidad.
Antes de entrar en los detalles que afectan específicamente a la
Hermenéutica, es conveniente subrayar de antemano que con la
tesis marcuardiana de la cultura de la continuidad como
compensación de la sobrecarga de innovación se rompe con el
prejuicio histórico (principalmente de raigambre positivista) que
presenta a las Ciencias de la naturaleza, a las “Naturalidades”, que
diría Ortega, como un intento (consumado o no) de superar a las
16
MARQUARD, Odo: Individuum und Gewaltenteilung, Reclam, Stuttgart,
2004. Pág. 10.
52
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
Humanidades, como un avance o progreso sobre las (falsas)
Ciencias narrativas o la cultura literaria. Brevemente, la idea es la
siguiente: el éxito de las Ciencias naturales exactas, cuyo
establecimiento empieza en el siglo XVI, no elimina ni disminuye
la necesidad de las Ciencias narrativas17, sino que, antes al
contrario, engendra y aumenta su necesidad, las hace inevitables18,
lo que explica que las Ciencias del espíritu sean más recientes que
las Ciencias naturales, pues su periodo de establecimiento
comienza dos siglos después, en el s. XVIII. Conforme el mundo
moderno se va modernizando y así va haciéndose más ahistórico,
se hacen más imprescindibles, como compensación, las
Humanidades. Cuanto más moderno es el mundo moderno, más
hay que contar, pues ante la rapidez acelerada del mundo del
cambio tecnocientífico, el humano lento es el más preparado. De
ahí el bajo continuo de Marquard que resuena así: narrare necesse
est19:
los humanos en sí son lentos, el mundo moderno mismo es rápido. Y ni
el mundo rápido ni los humanos lentos pueden ser suprimidos. Quien
niega el mundo del cambio acelerado renuncia a irrenunciables medios
de supervivencia del ser humano; quien niega a los lentos humanos
reniega de los humanos. Lo cual significa que en el mundo moderno
debemos tener vivencia de ambas cosas: de la rapidez (porvenir) y de
la lentitud (provenir). No se trata ahora de liberarse de la tensión entre
rapidez y lentitud de una manera antimoderna, obligando al mundo
moderno a elegir entre tomar el camino de la revolución o apearse del
tren, sino que se trata, antes al contrario, de conservar la tensión entre
rapidez y lentitud, conservando -dada la aceleración del cambio en el
mundo moderno- la posibilidad de vivir lentamente como humanos.
Por ello pertenece al mundo moderno, en medio de su rapidez -de
17
Cfr. MARQUARD, Odo: Philosophie des Stattdessen, cit. Pág. 63.
Cfr. MARQUARD, Odo: “Über die Unvermeidlichkeit des
Geisteswissenschaften”, en Apologie des Zufälligen, cit. Págs. 98-116.
19
Cfr. MARQUARD, Odo: “Narrare necesse est”, en Philosophie des
Stattdessen, cit. Págs. 60-65.
18
53
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
manera compensatoria- el desarrollo de formas que permiten al
humano vivir lenta y confiadamente dentro de un mundo rápido 20
Y uno de los modos de lograrlo es precisamente la
Hermenéutica y, en especial, la “Hermenéutica adaptativa”.
Efectivamente, cuando la caducidad de lo que hay pide retener y
no cabe retener, se debe hacer otra cosa: en vez de retener, hay
que hacer lo que compensatoriamente hace la Hermenéutica,
hay que interpretar. Es lo que da lugar a la “Hermenéutica de la
restauración en el reino del espíritu”21. Hay que interpretar para
salvar la comprensibilidad de cosas y textos en contextos
aceleradamente cambiantes:
Es una réplica a la caducidad, que adquiere mayor actualidad cuanto
más se acelera la transformación de la realidad y, en consecuencia, se
producen más pérdidas de familiaridad, esto es, se genera
extrañamiento. Tal es el caso del mundo moderno. Puesto que en este
mundo porvenir y provenir se desconectan de modo excepcional […],
nacen precisamente en su seno –de forma compensatoria, como decía
Joachim Ritter- las Ciencias hermenéuticas, las Ciencias del espíritu. Y
cuanto más velozmente cambia todo sin pausa en la realidad actual,
tanto más urge el arte de la refamiliarización, la Hermenéutica. Al
mismo tiempo, debido al aumento del ritmo de las transformaciones, se
dan oportunidades particulares para practicar la Hermenéutica 22
En efecto, aquí está la oportunidad particular de los trabajos finales
para la colación del grado (TFG) y de la maestría (TFM) en
Humanidades, así como también de los otros trabajos académicos
de mayor envergadura. Todos estos trabajos pueden entenderse
como la respuesta a la aceleración de las transformaciones del
mundo contemporáneo, como una réplica a las innovaciones que
20
MARQUARD, Odo: Philosophie des Stattdessen, cit. Págs. 71-72.
MARQUARD, Odo: Glück im Unglück. Normen, Üblichkeiten,
Kompensationen, Fink, München, 1995. Pág. 69.
22
MARQUARD, Odo: Abschied vom Prinzipiellen, cit. Pág. 126.
21
54
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
hacen que lo más propio se nos haga extraño, que perdamos la
experiencia y se nos extrañe el mundo23, que se disocien las
expectativas de la vida de las experiencias de la vida. El sentido
innovador de los trabajos finales académicos en Humanidades
estribaría paradójicamente en responder hermenéuticamente con su
lentitud compensatoria al frenesí innovador. De modo que el
objetivo de la investigación en Humanidades consistiría en aspirar
no ya sólo a reapropiarnos de lo extrañado, sino a apropiarnos de lo
extraño. De realizar este desideratum, podríamos incluso “volver” a
los paraísos de los que nunca nos echaron, recordando lo que no
habíamos olvidado, pues ni siquiera lo conocíamos. De ahí su
carácter paradójicamente innovador: merced a las investigaciones
en Humanidades, el mundo moderno no sería sólo la época de la
caducidad radical, sino a la vez la época de la respuesta radical a
esa pregunta que es la caducidad: también la auténtica época de las
Humanidades24.
Apostilla breve en homenaje a Umberto Eco
Revisando este texto nos llega la más que triste noticia del
fallecimiento de Umberto Eco, maestro entre los maestros. Al
planear esta redacción, dudábamos, por mor del espacio, si incluir
alguna consideración de las que hace Eco en una obra, la cual, por
cierto, no hemos visto recogida en los numerosos obituarios
publicados por la prensa tanto nacional como internacional. Es una
obra menor, pues no incluye ninguna de las tesis que le han dado y
darán fama inmortal como humanista, como el hombre que sabía
23
MARQUARD, Odo: “Zeitalter der Weltfremdheit”, en Apologie des
Zufälligen, cit. Págs. 76-97. MARQUARD, Odo: “Krise der Erwartung – Stunde
der Erfahrung”, en Skepsis und Zustimmung, Reclam, Stuttgart, 1994. Págs. 7092.
24
MARQUARD, Odo: Abschied vom Prinzipiellen, cit. Pág. 127.
55
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
casi todo de casi todo, meritoria labor novelística aparte. Sin
embargo, sin menoscabo de la conveniencia de “aggiornarla”,
adaptándola a la incorporación de las TICs a la investigación
académica, es una obra instrumental que todo aquel que desee
hacer una memoria de grado o máster, o incluso una tesis doctoral,
en Humanidades, debiera leer, pues se nos antoja de perenne
actualidad. Nos referimos a su libro Come si fa una tesi di laurea,
volumen volcado a buena parte de los idiomas cultos del mundo.
Su muerte despeja ahora esa duda inicial.
En efecto, la distinción que al comienzo de esta obra hace Eco
entre la tesi di laurea y el PhD, equivalente a la que hoy se puede
hacer entre TFG o TFM y TD, es parangonable a la distinción que
hemos hecho entre continuidad e innovación. La innovación
propiamente dicha se le puede exigir a la tesis doctoral, pero menos
al TFM y mucho menos al TFG. Dejando a un lado las razones
arriba expuestas sobre la paradoja de que la innovación en
Humanidades estriba en el fomento de la cultura de la continuidad
como respuesta compensatoria a la sobrecarga de innovación
tecnocientífica, el sabio recién desaparecido da razones para
distinguir, precisamente en función de lo que podríamos llamar la
carga innovadora de la memoria académica final, entre “tesis de
compilación” y “tesis de investigación”, siendo la primera, a
nuestro entender, el tipo aconsejable para las investigaciones
predoctorales, y la segunda para las tesis propiamente dichas.
Ciertamente, a la tesis doctoral (como al artículo de revista
académica) se le debe pedir que se trate de una investigación
innovadora, esto es, de un trabajo original donde el autor ha de
acreditar ser un estudioso capaz de hacer avanzar la disciplina
universitaria en la que se ha formado. El aspirante ha de exhibir la
madurez que se supone a quien no sólo tiene que estar al tanto de
los conocimientos que todos los estudiosos de la materia
investigada han aportado, sino que además ha de ser competente en
acto para ampliar significativamente los límites de esos
56
INNOVACIÓN Y CONTINUIDAD
conocimientos, es decir, para hacer una aportación que los innove,
una aportación que, en consecuencia, teóricamente, al menos, no
podrían desconocer en lo sucesivo el resto de los estudiosos del
área.
Una tesis de investigación, a tenor de lo que teóricamente se le
exige, siempre vendrá a ser más o menos, más más que menos,
larga, fatigosa y esforzada, lo que normalmente sólo está al alcance
del investigador de cierta madurez personal. En cambio, la tesis de
compilación, la que consideramos modélica para TFGs y TFMs,
dada la edad habitualmente no provecta de quien acaba de finalizar
sus estudios de grado o máster, no puede incluir el prerrequisito de
la madurez que es ineludible en la investigación innovadora.
Aunque como desiderátum, al menos, esos trabajos finales lo sean
también de investigación; en cualquier caso, ese tipo de trabajos
han de hacerse en menos tiempo, con menos fatigas y no tantos
riesgos:
En una tesis de compilación el estudiante demuestra simplemente que
ha revisado críticamente la mayor parte de la “literatura” existente
(esto es, de los escritos publicados sobre ese tema), ha sido capaz de
exponerla con claridad intentando interrelacionar los diversos puntos
de vista, ofreciendo así una panorámica inteligente, quizá útil desde el
punto de vista informativo para un especialista de la rama que no haya
llevado a cabo estudios profundos sobre ese singular problema 25
De un trabajo de compilación no se espera que diga realmente
cosas nuevas, no escritas nunca antes, ni siquiera que revise con
óptica distinta las ya escritas. Desde luego, no es esa la expectativa
de un TFG, puede serlo, como algo excepcional, en un TFM, y lo
es, como algo normal, en sentido normativo, en la TD. La
innovación de un trabajo científico de compilación hay que
buscarla en el hecho que, a nuestro juicio, la distingue de un mero
25
ECO, Umberto: Come si fa una tesi di laurea. Le materie umanistiche,
Bompiani, Milano, 1977. Pág. 13.
57
JOSE ANTONIO MARÍN-CASANOVA
trabajo de divulgación científica: que sea un trabajo único y, por
tanto, nuevo en su campo. Sólo en su innovadora unicidad tiene
sentido y utilidad científica la compilación y correlación orgánicas
de opiniones científicas ya expuestas por otros, el cultivo de la
continuidad.
58
Descargar