INDUCCIÓN JORNADAS DE TEOLOGÍA 2013 Tema: Constitución “Sacrosanctum Concilium” Antecedentes Reforma Litúrgica en curso Para entender algunas de las propuestas de la Constitución “Sacrosanctum Concilium”, conviene asomarse a ciertos datos que influirán en el “modus celebrandi” y, por lo tanto en la pastoral litúrgica (si la hubo) desde el Concilio Tridentino y hasta los esfuerzos que realizara SS Pío XII. San Pío V, en 1566, prohibió celebrar misa por la tarde. Entonces se pasó la misa pascual a la mañana del sábado. La vigila pascual había desaparecido. Siglos más tarde el movimiento litúrgico originado por Dom Gueranger, nos lleva a los esfuerzos que SS Pío X propusiera con el motu proprio “Tra le sollecitudini”; posteriormente la revisión exhaustiva acerca del Misterio Pascual que realizó el monje benedictino O. Casel, el seguimiento y la difusión que su alumno Romano Guardini le diera a dicha reflexión y la encíclica “Mediator Dei” (1947) de SS Pío XII, llevarían a un proyecto inmediato de Reforma Litúrgica que en 1951 lleva a la restauración de la Vigilia Pascual, haciéndola obligatoria en 1955 y que se había trastocado por el ayuno eucarístico propuesto por SS Pío V. Así volvió a colocar la celebración de la vigilia pascual en el corazón de la noche, haciendo que la misa no empezara antes de la media-noche. De este modo recobró su carácter pascual, es decir, su carácter expresivo del tránsito de la muerte a la vida. Volvía a significar el paso del Cristo muerto y sepultado al Cristo resucitado al tercer día. También restauró Pío XII el único triduo, iniciado ahora el jueves santo por la tarde con la misa in Coena Domini. De este modo la plataforma teológico litúrgica en la que el Misterio Pascual se coloca al centro de toda la Celebración del Misterio cristiano (base del pensamiento de Casel), se convierte en la fuerza motriz del desarrollo de la Constitución “Sacrosanctum Concilium” de la cual ahora veremos brevemente su preparación y fases de trabajo. Preparativos y desarrollo Durante la celebración de la fiesta de la Conversión de san Pablo el 25 de enero de 1959, en un consistorio que el Papa Juan XXIII tuvo con los cardenales tras la celebración en la basílica de san Pablo Extramuros, anunció su intención de convocar un concilio ecuménico. El 17 de mayo de 1959, Juan XXIII anunció la creación de la comisión ante-preparatoria. El 15 de julio de 1959, el Papa Juan XXIII comunicó al Card. Domenico Tardini que el concilio se llamaría «Vaticano II». Para el 30 de octubre siguiente se habían recibido ya 1600 respuestas de obispos, superiores generales y facultades de teología o de derecho canónico. En la fecha límite, 30 de abril de 1960, se contó con 2109 respuestas, a cuya catalogación y ordenamiento se procedió de manera que Ficha 1: Constitución Sacrosanctum Concilium fuera posible su síntesis. El documento final se llamó Analyticus conspectus consiliorum et votorum quae ab episcopis et praelatis data sunt. La fase preparatoria propiamente dicha se inició el 5 de junio de 1960 con la publicación del motu proprio Superno Dei nutu10 que fue redactado por el Cardenal Tardini. Este documento fijó las comisiones preparatorias por temas en 10 con una comisión central que supervisaba y coordinaba los trabajos de todas. Pericle Felici fue nombrado secretario general de esta comisión central. Los presidentes de las comisiones temáticas preparatorias eran los prefectos de los dicasterios correspondientes de la curia. Tras un año y medio de trabajos, las comisiones y el Secretariado para la unión de los cristianos produjeron un total de 75 esquemas. Estos esquemas fueron revisados luego por la comisión central que incluyó diversas modificaciones y recortes. El 25 de diciembre de 1961, el papa Juan XXIII convocó la celebración del concilio para 1962 con la bula Humanae salutis y el 2 de febrero siguiente, por medio del motu proprio Consilium diu fijó la fecha de apertura para el 11 de octubre. Participantes del concilio Los 2450 obispos de la Iglesia católica. El único grupo que fue excluido fue el de los obispos del bloque comunista chino, por lo que estuvieron ausentes unos 200 obispos. Existía un convenio con los soviéticos para permitir a los obispos salir de y entrar a sus países sin problemas. Así, fue el concilio más grande en cuanto a cantidad (a los efectos de comparar, el concilio de Calcedonia contó con unos 200 participantes y el concilio de Trento, unos 950) y en cuanto a catolicidad, pues fue la primera vez que participaron de modo sustancial los obispos no europeos (sobre todo africanos y asiáticos). En los primeros dos años, predominaron las intervenciones de los obispos europeos, pero las siguientes sesiones fueron más participadas. Incluso participaron algunos cardenales teólogos o no obispos, pero por insistencia de Juan XXIII fueron ordenados obispos. Además participaron algunos abades, superiores o maestros de grandes órdenes religiosas; Teólogos invitados del Papa como consultores; Observadores, y católicos laicos; Periodistas. La comisión de coordinación comenzó sus trabajos el 21 de enero. El 22 de abril, Juan XXIII aprobó 12 de los 17 esquemas que la comisión le había hecho llegar. Estos fueron enviados a los obispos en mayo y se iniciaron reuniones de grupos de obispos en todo el mundo para discutir juntos los esquemas y llegar así a la segunda sesión con propuestas conjuntas de enmiendas. El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció. El 21 de junio siguiente fue elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963. El 29 de septiembre, tras una sencilla ceremonia inaugural y un discurso de Pablo VI, los trabajos recomenzaron en San Pedro. La Constitución se promulga el 4 de dic. De 1963 con un total de 2152 votantes, de los cuales 2147 placet, 4 non placet y 1 voto nulo. Cuenta con 130 números en siete capítulos y un apéndice. Ficha 1: Constitución Sacrosanctum Concilium Números para reflexionar Con la finalidad de atender específicamente a las indicaciones de la Carta Apostólica en forma de motu proprio del Papa Benedicto XVI “Porta fidei”, además de leer la Constitución, propongo los siguientes números que se relacionan concretamente con el tema de la fe. A saber: 9. La sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión: “¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en El sin haber oído de El? ¿Y como oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?” (Rom., 10,14-15). Por eso, a los no creyentes la Iglesia proclama el mensaje de salvación para que todos los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia. Y a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos, además, para los Sacramentos, enseñarles a cumplir todo cuanto mandó Cristo y estimularlos a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, para que se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser de este mundo, son la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres. 10. No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados “con los sacramentos pascuales”, sean “concordes en la piedad”; ruega a Dios que “conserven en su vida lo que recibieron en la fe”, y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin. 37. La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva integro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo acepta en la misma Liturgia, con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico. 48. Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos. 52. Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más aún, en las Misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto, con asistencia del pueblo, nunca se omita si no es por causa grave. Ficha 1: Constitución Sacrosanctum Concilium 59. Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la “fe”. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a dios y practicar la caridad. Pbro. Dr. Ricardo Valenzuela P.