Subido por Emilia Márquez Collazo

textos periodísticos 4 ESO

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IES LLANES. Departamento de Lengua y Literatura españolas, 4º ESO
Textos para comentario
1. Textos periodísticos:
Texto 1
Si no hay retrasos de última hora, la compañía Kuma Games pondrá hoy a la venta un videojuego
sobre la captura y muerte de Gadafi. No sé qué me resulta más repugnante de la noticia, si el hecho
mismo de crear un juego sobre la brutal caza del tirano, o la celeridad de buitres carroñeros con
que se han lanzado a picotear los despojos. Aunque por otra parte no sé por qué me escandalizo:
desde el asesinato del dictador, las terribles imágenes de su final no hacen más que dar vueltas por
todas partes. Una orgía de sangre y necrofilia, una fiesta de Halloween en carne real.
Gadafi era sin duda un monstruo, y que Occidente lo haya tenido de aliado no atenúa su
monstruosidad: solo muestra la vileza de la política internacional. Pero, aunque fuera un criminal,
el horror tumultuoso de su ejecución y la ferocidad de los que le acosaban son espeluznantes. En la
agonía final, en la indefensión de la carne lacerada, en el pringoso color de la sangre todos somos
iguales. Es inevitable sentir compasión ante su cadáver maltratado, y esa compasión es lo que nos
hace humanos. Desde el principio de los tiempos, tácitos acuerdos de honor y respeto detenían por
unas horas las batallas más bárbaras para que los contendientes pudieran rescatar a sus muertos. Y
el hecho más horroroso que describe La Iliada no es el violento fin de Héctor, sino que Aquiles
mancillara su cadáver y lo arrastrara durante nueve días llevándolo atado a su carro de combate.
Sin esa piedad final, sin esa empatía que te permite reconocerte en el cadáver del otro, aunque sea
tu enemigo, no somos más que alimañas (como los etarras incapaces de compadecerse de sus
víctimas). El respeto y el honor que antes mencioné no son en realidad a los muertos, sino a
nosotros mismos. Por eso me parece tan preocupante una sociedad que hace un videojuego de un
linchamiento.
Rosa Montero, El País, 25 de octubre de 2011
Texto 2
Ya se sabe que las cosas sólo existen si salen en las noticias, pero este axioma mediático parece ser
cada día más verdadero. Por ejemplo, me pregunto por qué el caso de Marta del Castillo se ha
convertido en un acontecimiento de semejante magnitud. Desde luego es una tragedia y, para los
padres, un infierno absoluto. En su lugar, todos estaríamos igual de convencidos de que no ha
sucedido nada más atroz. Pero, por desgracia, la vida abunda en atrocidades. A juzgar por los
indicios, en el drama de Marta no parece haber habido el horror añadido que hubo en otras
muertes, como, por ejemplo, la de Sandra Palo. Quiero decir que hay demasiadas historias
espantosas, adolescentes violadas y asesinadas, mujeres apaleadas y quemadas, niños torturados
hasta dejarlos inválidos, y ninguna de estas brutalidades se convierte en un asunto de prioridad
nacional ni los familiares de las víctimas son recibidos por Zapatero como ocurre con Marta. ¿Qué
ha pasado en esta ocasión? Puede que una pura casualidad informativa: alguien de la prensa local
que se fija en el tema, alguien de la nacional que lo recoge porque tal vez esté flojo de noticias... Así
se va formando una pelota histérica. Los medios construyendo la realidad.
Más aún: los medios suplantando nuestra vida. La británica Jade, disparatada concursante de Gran
Hermano y enferma de cáncer terminal, piensa morir ante las cámaras previo pago de un pastón.
En esta sociedad somos capaces de chatear en directo con Australia, pero puede que no sepamos
que nuestro vecino está moribundo. Cada vez huimos más de nuestras responsabilidades
personales: nos escaqueamos del cuidado de nuestros enfermos y de sus agonías. Pero el final de
Jade será contemplado por millones. Es como convertir la experiencia de la muerte en un
descafeinado y manejable tamagotchi. Qué mundo tan raro.
Rosa Montero, El País, 24 de febrero de 2009
Texto 3
El 25 de abril de 1998 fue el día del desastre del vertido tóxico de Aznalcóllar. Ante el mayor
desastre ecológico de Europa todos estuvieron a una para hacerlo irreversible. Hoy, la Junta de
Andalucía puede decir con orgullo que la zona está en mejores condiciones que antes de que se
produjera el vertido. El Centro Superior de Investigaciones Científicas, la Estación Biológica de
Doñana, los técnicos, científicos, políticos, ciudadanos de a pie que participaron en los titánicos
trabajos de limpieza; todos los que han trabajado y siguen trabajando en la recuperación de la
zona, pueden estar orgullosos de haber demostrado que si se quiere se puede y que nada reversible
tiene que ser irreversible, si se pone empeño político, conocimiento, voluntad y dinero para que las
cosas funcionen como tienen que funcionar.
La recuperación de lo que fue un mar de lodos; la vuelta al lugar de pájaros, peces, reptiles,
insectos, la vida en fin, es una realidad que debe ser celebrada. La imagen de las instalaciones de
explotaciones fotovoltaicas, productoras de energía limpia, sobre lo que fue la balsa de la que salió
el veneno; cada uno de los logros tras la gesta de limpieza de los suelos envenenados, debe
conocerse. En los días del desastre hubo quienes se excedieron en la apreciación sobre la
imposibilidad de recuperar el lugar, a la vista está que, felizmente, se equivocaron. El pesimismo
recorrió el mundo y, por lo mismo, sería justo que de lo hecho se supiera en el mundo o, al menos,
en la España presta a atender noticias de desastres, siempre que se sirvan desde una Andalucía
tantas veces mal contada.
Mª Esperanza Sánchez, El Correo de Andalucía, 26 de abril de 2008
Texto 4
De niños, buscábamos en la playa una botella con un mensaje dentro porque se nos había
metido en la cabeza que uno venía al mundo para salvar a un náufrago. No imaginábamos que de
mayores, en lugar de encontrar la botella, encontraríamos al mismísimo náufrago. Y no sería uno,
sino miles. Ahí están, llegan todos los días a nuestras costas, procedentes de países que se han ido a
pique y por cuya borda han logrado saltar en el último instante. Algunos llegan muertos y no nos
dejan otra oportunidad que la de enterrarlos, pero los vivos tienen todo lo que se espera de un
verdadero náufrago: hambre, sed, pánico, fiebre, frío. Llevamos toda la vida esperándolos y ahora
no somos capaces de reconocerlos. A lo mejor resulta que nos conmueve más un grito de socorro
escrito en un papel que salido de la propia garganta del desventurado.
De hecho, si encontráramos el mensaje de un náufrago dentro de una botella, nos
pelearíamos por dar con él para contar su historia en exclusiva. Las empresas de alimentación, de
ropa, de ocio y de informática pagarían enormes sumas de dinero para apropiarse del cuerpo del
infeliz, de modo que la noticia de su salvamento quedara unida para siempre al logotipo de su
marca. Los políticos desbaratarían sus agendas para entregar al desdichado las llaves de la ciudad y
proveerle de la documentación precisa para que circulara sin problemas. Por fin, dirían algunos,
hemos hallado al náufrago cuya salvación justificaba nuestra vida.
En lugar de eso, los burocratizamos con una eficacia tal que cuando la marea abandona sus
cuerpos en la playa han dejado de ser personas con una biografía dentro (con dos, en el caso de las
mujeres embarazadas) para convertirse en un objeto de consumo de las leyes. ¿Qué diríamos de
alguien que frente a una catástrofe natural se pusiera a legislar la catástrofe en vez de acudir en
ayuda de los damnificados? Pues eso es lo que están haciendo los políticos: negociar el modo de
regular los naufragios, lo que, además de ser una locura, no soluciona el problema, ni siquiera lo
alivia. Mientras los cuerpos de los náufragos que han venido a salvarnos se amontonan en el
depósito, aún seguimos buscando la botella.
Juan José Millás: "El mensaje" en El País, 12-09-2003
Texto 5
Jugar en la calle. Jugar en grupo. Esa es la actividad extraescolar que un grupo de educadores
y psicólogos americanos han señalado como la asignatura pendiente en la educación actual de un
niño. Parecería simple remediarlo. No lo es. La calle ya no es un sitio seguro en casi ninguna gran
ciudad. La media que un niño americano pasa ante las numerosas pantallas que la vida le ofrece es
hoy de siete horas y media. La de los niños españoles estaba en tres. Cualquiera de las dos cifras es
una barbaridad. Cuando los expertos hablan de juego no se refieren a un juego de ordenador o una
playstation ni tampoco al juego organizado por los padres, que en ocasiones se ven forzados a
remediar la ausencia de otros niños. El juego más educativo sigue siendo aquel en que los niños
han de luchar por el liderazgo o la colaboración, rivalizar o apoyarse, pelearse y hacer las paces
para sobrevivir. Esto no significa que el ordenador sea una presencia nociva en sus vidas. Al
contrario, es una insustituible herramienta de trabajo, pero en cuanto a ocio se refiere, el juego a la
antigua sigue siendo el gran educador social.
Leía ayer a Rodríguez Ibarra hablar de esa gente que teme a los ordenadores y relacionaba
ese miedo con los derechos de propiedad intelectual. No comprendí muy bien la relación, porque es
precisamente entre los trabajadores de la cultura (el técnico de sonido, el músico, el montador, el
diseñador o el escritor) donde el ordenador se ha convertido en un instrumento fundamental. Pero
conviene no convertir a las máquinas en objetos sagrados y, de momento, no hay nada comparable
en la vida de un niño a un partidillo de fútbol en la calle, a las casitas o al churro-media-manga. Y
esto nada tiene que ver con un terror a las pantallas sino con la defensa de un tipo de juego
necesario para hacer de los niños seres sociales.
Elvira Lindo, El País (12/01/2011)
Texto 6
Somos la última generación que come. Algunos de sus miembros, se entiende, porque,
aunque convendría generalizar, no es posible. Quienes nos releven y pasen una pequeña
temporada en este planeta no van a comer y tendrán que conformarse con ingerir. La gastronomía,
que es el sutil arte de transformar en placer una necesidad, va a ser cada vez más minoritaria. Los
alimentos transgénicos, por una parte, y los adulterados, por otra, nos invaden. En vista de eso, el
Consejo de Ministros ha aprobado la creación de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria,
que pretende controlar los alimentos y garantizar los productos que consumimos, para que a su
vez no nos consuman a nosotros.
Se veía venir desde hace tiempo. Cuando los pollos dejaron de ser el sueño posbélico de
Carpanta y desde que a la leche no hubo necesidad de quitarle la nata. Antes, incluso, del
advenimiento de las indescifrables hamburguesas y de la fuga del peculiar aroma de algunas frutas
prohibidas. Vino la llamada comida rápida, que ocasiona lentas digestiones, y alguna gente se
acostumbró a que llegaran los platos en moto o por correo certificado. Posteriormente vino la
adulteración, que nunca se había ido del todo. El tristísimo caso de la colza fue un aviso que
previno a muchas personas, pero a otras se las llevó por delante. (Ha tenido plagiarios y ahora
mismo se ha desmantelado una red de falsificadores de aceite, que daban gato por liebre y orujo y
girasol por oliva). Todo un largo proceso que está culminando con las vacas esquizofrénicas para
las que no estaban previstos los manicomios. El Gobierno ha aprobado la Agencia de Seguridad,
pero se resiste a darle nueva financiación, con lo que nosotros vamos a tener la seguridad de que se
seguirán adulterando los alimentos, bajo el conocido lema de lo que no mata engorda. Quizá sea
conveniente seguir el consejo de Umberto Eco, que todas las semanas se pone a dieta, igual que
todas las semanas deja de fumar. Es cuestión de voluntad y yo sé poco de eso.
Manuel Alcántara, El Sur (21/12/2007)
Texto 7
Los humanos somos animales sociales, y no sólo necesitamos vivir con los demás,
sino que además o sobre todo anhelamos ser comprendidos, es decir, ser capaces de comunicar
hasta el más remoto rincón de nuestra intimidad con los seres queridos. De hecho, creo que éste es
uno de los mayores malentendidos de la vida en pareja, un espejismo que puede provocar la ruina
de la relación, porque muchos enamorados, sobre todo si son jóvenes, aspiran a la fusión absoluta
con el amado, a quien imaginan como el alma gemela con quien compartirlo todo; y luego, claro,
cuando la pareja muestra inevitablemente otros gustos o no entiende determinadas emociones,
entonces algunos se lo toman a la tremenda, como si eso fuera la prueba irrefutable de que se han
enamorado del hombre o la mujer equivocados. Pero el caso es que la media naranja idéntica no
existe, y es ilusorio pensar que pueda haber en el mundo una persona con quien entenderte al cien
por cien. ¿A quién se le puede decir todo? Obviamente, a nadie.
Uno es tantas cosas. Tantas pequeñas, ínfimas cosas. Esa luz entrevista en el agua
negra. Un estremecimiento de alegría al escuchar una canción. Una reflexión, una pena, una caricia.
Sentimientos, conocimientos y memorias. Todo un universo de menudencias imposible de
transmitir a los demás. En uno de sus libros de memorias, Simone de Beauvoir decía que lo que
más le apenaba de envejecer y de su cada vez más cercano horizonte de mortalidad era la
desasosegante idea de que se perdieran todos los conocimientos que había acumulado en su ya
larga vida. Todos los libros leídos. Las películas vistas. Los pensamientos hilvanados. Las músicas
disfrutadas. Ese largo esfuerzo, esa compleja edificación intelectual y ese deleite desaparecerían
sin dejar rastro al morir ella, como una bonita pompa de jabón al estallar. Y es que uno es eso,
justamente. Somos una suma de bagatelas. Por eso en su precioso y premiado libro Tiempo de vida,
escrito tras la muerte de su padre, Marcos Giralt Torrente se embarca en unas cuantas retahílas
descriptivas de los gustos paternos: "Tenía debilidad por los fritos y por todo lo que llevara
bechamel (...), le gustaban los embutidos, los macarrones, las albóndigas; le gustaba el repollo, la
remolacha, el atún...". Unos párrafos tan triviales que resultan profundamente conmovedores. El
leve y enredado garabato de nuestra identidad también se construye sobre el placer con que te
comes unas croquetas.
Rosa Montero, El País, 8 de enero de 2012
Texto 8
El próximo viernes se cumplirá un año del terremoto de Lorca. Recuerdo la emoción
y la conmoción que nos embargó a todos con la catástrofe; la solidaridad, las grandilocuentes
promesas de reconstrucción de los políticos. Hoy me escribe José Alberto Lario, portavoz de la
Asamblea de Vecinos Afectados por el Seísmo. Y me habla desde el olvido y el abandono: “Aún hay
7.000 personas desplazadas de sus hogares; han demolido 1.200 viviendas y 160 edificios siguen
en estado de indefinición, sin saberse si los tirarán. Dos Institutos de Enseñanza Secundaria y un
centro sanitario están derruidos sin que haya un proyecto real de reconstrucción, de modo que hay
cerca de 1.200 alumnos desplazados y un tercio de la comunidad recibe asistencia sanitaria fuera
de su centro habitual. Un 30% de los comercios no han vuelto a abrir sus puertas y la población, en
suma, vive una situación agónica porque ha tenido que hacer frente desde el primer momento a
todos los gastos, soportando el abandono institucional y el acoso de las entidades financieras, que
han demostrado una falta de sensibilidad rayana en el insulto”. Que quede dicho esto para
compensar el trompeteo triunfal que quizá se organice en torno al aniversario.
Y sí, ya sé que son tiempos malos y que los presupuestos no son de chicle. Pero no
entiendo que en este país en el que abandonamos a su suerte a los lorquinos se pacte, por ejemplo,
un convenio tan delirante como el de la Junta de Castilla y León, que piensa destinar 303.000 euros
para, entre otras cosas, dar clases de caza en los colegios públicos a los niños entre 7 y 12 años de
edad. Eso, eso, enseñémosles a pegarse tiros en los pies, que es una cosa muy fina. Froilanear:
nuevo término para definir el olvido de los problemas reales y la toma de medidas políticas
disparatadas, retrógradas, despilfarradoras y ridículas.
Rosa Montero, El País, 8 de mayo de 2012
Texto 9
Con nuestra habitual estrechez de miras, tendemos a pensar que el momento
histórico que vivimos es el más moderno y sofisticado de todos los tiempos. Como si el progreso
fuera algo inevitable y nosotros mismos la cúspide del desarrollo humano. Nada más lejos de la
verdad; los logros sociales son resbaladizos y volátiles y a menudo se producen regresiones: por
ejemplo, la situación de la mujer era mejor a principios del siglo XIX que 100 años más tarde.
Nunca hay que bajar la guardia en la defensa de nuestros valores, aunque parezcan sólidos y
obvios. A veces los pueblos eligen la involución e incluso el suicidio, como sucedió con la Alemania
nazi.
Digo todo esto ante la coincidencia en las últimas semanas de noticias homófobas. La
muerte en el civilizado Chile de Daniel Zamudio, de 24 años, tras haber sido torturado durante seis
horas por ser gay; la entrada en vigor de la nueva ley rusa contra los homosexuales, a quienes
compara con los pedófilos; o las palabras del obispo de Alcalá de Henares, que no pasarían de ser
una mentecatez petarda si no fuera porque las dijo en una misa, o sea, revestido de su poder de
brujo, y porque para soltar una homilía así tiene que sentirse socialmente amparado y
acompañado. Sí, me temo que damos demasiadas cosas por seguras. Por ejemplo, que los gays ya
no tienen ningún problema en Occidente; o que el machismo está superado y hablar de los
derechos de las mujeres es una anticualla; o que no existe ningún antisemitismo en España sino
indignación por la cuestión palestina (y es verdad que el maltrato a los palestinos es un escándalo,
pero además creo ver un antisemitismo creciente y preocupante). Y así, mientras nuestros valores
se llenan de polvo arrumbados en una estantería, los retrógrados medran. Y, para peor, en el caldo
de cultivo de una recesión. Cuidado con las crisis: engordan a las bestias.
Rosa Montero, El País, 10 de abril de 2012
Texto 10
Un puñado de profesionales del teatro han puesto en marcha en Madrid un
experimento genial que empieza a ser famoso; han alquilado un modesto piso bajo de un edificio
antiguo, lo han redecorado y bautizado con el apropiado nombre de La Casa de la Portera y se han
puesto a representar allí Iván-Off, una adaptación modernizada de la obra de Chejov. La acción se
desarrolla en las dos pequeñas habitaciones de la vivienda; los espectadores, sólo 22 personas,
porque no caben más, han de trasladarse de un cuarto al otro al cambiar de acto. Estuve el otro día
y el resultado es prodigioso. Los actores y actrices son espléndidos, la arriesgada proximidad
galvanizante, la versión a la vez conmovedora y muy divertida. Se trata de un teatro pobre, por lo
baratísimo de la producción y porque no se van a hacer ricos con ello; pero derrochan talento, que
es algo que cuesta poco y vale muchísimo.
Vi Iván-Off al día siguiente de que se publicaran las cifras de los 5,6 millones de
parados y los 1,7 millones de hogares carentes de ingresos. Y, ante la congoja de esos números
terribles que caen sobre nosotros como guillotinas, el ingenio de La Casa de la Portera para saber
adaptarse a los malos tiempos me resultó muy consolador. Quién sabe, quizá pueda haber salidas
incluso en lo más negro de la crisis si logramos pensar el mundo de otro modo. Pero ojo, esto hay
que decirlo con cuidado; verán, hace poco escuché una aguda observación sobre los enfermos de
cáncer: “Me irritan los que sostienen que te curas si eres lo bastante optimista, como si encima de
tener un tumor tuvieras que estar siempre animoso y no curarte fuera culpa tuya”. Pues lo mismo:
a ver si los parados encima van a tener la culpa por no ser lo suficientemente imaginativos para
reinventarse. Pero, dicho esto, ¿no es un alivio comprobar que se puede crear trabajo (y belleza) de
la nada?
Rosa Montero, El País, 1 de mayo de 2012
Texto 11
Antológica esa primera plana de un periódico en la que aparecía el titular Fin del terror,
referido al abandono de las armas de ETA, y al lado, como si se tratara de una broma pesada, la foto
de Gadafi destripado, desprovisto ya de su aura de dictador y convertido en un ser humano
derrotado por la tortura y la humillación. El terror no da tregua. Hay terrores grandes, los que
amenazan a un pueblo, inoculan el miedo en el corazón de la gente y toman como rehenes la
libertad de pensamiento y palabra, secuestrando la memoria y la angustia de las sociedades.
Hay otros terrores, tan particulares que minan la vida de personas concretas sin afectar a
la convivencia colectiva. No es otra cosa sino terror lo que sintieron los padres de Marta del Castillo
cuando una tarde de 2009 vieron que su hija no llegaba a casa. No es sino terror lo que les atenaza
cada noche, cuando tratan de conciliar el sueño desconociendo dónde unos desgraciados carentes
de compasión y aleccionados por profesionales sin escrúpulos abandonaron los restos de la
muchacha.
Es un terror sin consuelo, que no enturbia los discursos electorales y ni tan siquiera puede
desahogarse en una asociación de víctimas. Es un terror íntimo, que se rumia en solitario. Lo
estarán padeciendo los familiares de Ruth y José, los niños que el padre dice haber perdido en un
parque, señalando desde el primer día una arboleda carnívora, que al parecer los devoró sin dejar
rastro de ellos. Sus cuerpos sin reposo son el paradigma de los miedos infantiles y, por un
momento, se imponen a todos los grandes terrores.
Elvira Lindo, El País, 26 de octubre de 2011
Texto 12
Se admite como un hecho probado el que la gente, no sólo en España sino en el mundo
entero, lee menos cada día que pasa y, cuando lo hace, lo hace mal y sin demasiado deleite ni
aprovechamiento. Es probable que sean varias y muy complejas las causas de esta situación no
buena para nadie y se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a
la televisión. Yo creo que esto no es así porque los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no
estaba inventada, tampoco leían sino que mataban el tiempo que les quedaba libre, que era mucho,
jugando a las cartas o al dominó o discutiendo en la tertulia del café de todo lo humano y gran parte
de lo divino. La televisión incluso puede animar al espectador a que pruebe a leer; bastaría con que
se ofreciese algún programa capaz de interesar a la gente por alguna de las muchas cuestiones que
tiene planteado el pensamiento, en lugar de probar a anestesiarla o a entontecerla. Los gobiernos,
con manifiesta abdicación de sus funciones, agradecen y aplauden y premian el que la masa se
entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad: por eso le merman y
desvirtúan el lenguaje con el mal ejemplo de los discursos políticos; le fomentan el gusto por las
inútiles y engañadoras manifestaciones y los ripios de los eslóganes; le aficionan a la música
estridente, a los concursos millonarios y a las loterías; le animan a gastar el dinero y a no ahorrar;
le cantan las excelencias del Estado benéfico y providencial; le consienten el uso de la droga
asegurándole el amparo en la caída, y le sirven una televisión que le borra cualquier capacidad de
discernimiento. El hábito de la lectura entre los ciudadanos no es cómodo para el gobernante
porque, en cuanto razonan, se resisten a dejarse manejar.
nejar manejar manejar
manejar
manejar.
A mí me reconfortaría poder pregonar a los cuatro vientos la idea de Descartes de que la
lectura de los grandes libros nos lleva a conversar con los mejores hombres de los siglos pasados, y
la otra idea, esta de Montesquieu y más doméstica, pero no menos cierta, de que el amor por la
lectura lleva al cambio de las horas aburridas por las deleitosas. La afición a la lectura no es difícil
de sembrar entre el paisanaje; bastaría con servirle, a precios asequibles, buenas ediciones de
buena literatura, que en España la hubo en abundancia. Este menester incumbiría al Estado, claro
es, pero no necesariamente a través de cualquier angosto y poco flexible organismo oficial, sino
pactando las campañas con las editoriales privadas. La culpa de que se haya perdido en
proporciones ya preocupantes el hábito de la lectura y no sólo en España, repito, es culpa de los
gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre advenedizos,
picarillos y funcionarios. Echarle la culpa del desastre a la televisión es demasiado cómodo, sí, pero
no es cierto.
Camilo José Cela, Diario ABC
Texto 13
Antiguamente teníamos más metros cuadrados que cosas. Ahora, en cambio, tenemos más
cosas que metros cuadrados. Hace años, podías recorrer un pasillo de 15 metros sin tropezar con
un solo mueble. Ahora no puedes dar dos pasos sin estrellarte contra una bicicleta estática, una
vajilla de Chillida o la armadura de una tienda de campaña. Mucha gente cambiaría los objetos por
metros cuadrados; el problema es que la mayoría de esos trastos sólo tienen un valor romántico,
sentimental, que no cotiza ni en los mercadillos de pueblo. Ya me dirán para qué sirve la maleta de
madera con la que papá se fue a Alemania, el televisor en blanco y negro que conservamos
absurdamente debajo de una cama o la impresora portátil que compramos hace 15 años por si
acaso (¿por si acaso qué?).
Lo bueno, ahora lo comprendemos, eran los metros cuadrados. No hay cosa mejor que cien o
doscientos metros cuadrados, todos juntos, sin más objetos que la foto del abuelo en la pared del
pasillo y una alacena en el comedor. Construir viviendas pequeñas por sistema es como escribir
frases cortas por obligación. La frase corta funciona bien como desván, como cuarto trastero, como
altillo en el que introducir una o dos ideas pequeñas (las que caben en una columna como esta, por
ejemplo). Pero para vivir, para respirar, para estar a gusto, nada como un piso de seis o siete
habitaciones, cuatro exteriores y tres interiores, además de la cocina, el baño y los aseos. Hemos
vendido el alma (o los metros cuadrados) a cambio de cosas que brillaban, de espejuelos con los
que no sabemos qué hacer. Deberíamos regresar a la frase larga, a la oración compuesta, al pasillo
de 15 metros de largo. A la conciencia.
ABC
Texto 14
¿En qué consiste el "Proceso de Bolonia", esto es, el Espacio Europeo de Educación Superior?
No es un simple cambio en el plan de estudios, ya lo verán. Lo más complicado a la hora de
explicarlo es separar los principios teóricos de las ejecuciones prácticas y, dentro de aquellos, los
que se declaran patentes y viajan en cubierta de los que, dicen los críticos, no están confesados y
pueden ir en un submarino. Hoy toca cubierta. Veremos lo más significativo y, por ello, más
conflictivo. Empecemos por la enseñanza propiamente dicha. Bolonia intenta crear un sistema
educativo común para Europa, extensible a otros países. Pero lo que va a ser común son los
nombres de las titulaciones y los créditos (o sea, el número de horas) para el estudiante, pero no
los contenidos, que se dejan a disposición de las universidades: como ahora, pues, si no se remedia.
Dichos créditos se otorgarán por el trabajo realizado dentro y fuera del aula, y esto último es
muy importante por dos razones: una, por la dificultad que siempre ha habido en el control de tales
trabajos y más aún con la facilidad que hoy se tiene para "inspirarse" en Internet, y otra porque se
va a reducir la clase tradicional, presencial, a favor de enseñanzas teóricas y prácticas dirigidas por
tutores (es el sistema inglés y, sobre todo, americano, que han sido el imán de Bolonia).
No sé por qué la clase directa (la magistral) tiene tan mala prensa: es en ella donde se vierte
la experiencia nunca escrita del profesor, sus vivencias, su entusiasmo por la materia. No pocos
estudiantes cambiaron su rumbo motivados por las clases presenciales. Dudo que hubiera pasado
lo mismo con esas clases virtuales y deseo vivamente que la antorcha de la experiencia sepa
transmitirla al sistema tutorial que se nos viene encima, sistema que funciona en los países que
siempre lo han tenido, los anglosajones, y que en nosotros será una dificultad añadida muy a tener
en cuenta.
José Ignacio Cubero, ABC, 24 de marzo de 2009
Texto 15
La lectura de periódicos supone una novedad en el aprendizaje de niños y adolescentes. El
Ministerio de Educación y Cultura y la Asociación de Diarios Españoles han debatido la posibilidad
de incorporar el periódico del día a la escolaridad de una manera fácil y espontánea. A uno le
parece un proyecto sugestivo, ya que nuestra enseñanza tiende a ser una enseñanza de lo antiguo,
con lo que se consigue que el chico odie a los clásicos y ese lenguaje altoparlante que usaban. La
enseñanza de la lectura debe llevarse de adelante a atrás.
Recuerda uno el tedio de las clases de infantiles y adolescentes donde nunca
acabábamos de dialogar con los Reyes Godos, con los Reyes Católicos o con los otros reyes, que
siempre había un rey a mano dispuesto a escolarizarnos con su lenguaje retórico. Por el contrario,
el periódico del día supone una intromisión alegre y despejada en mil temas diversos, desde la
rotura de una cañería en el barrio de al lado hasta la visita de un general extranjero. Y encima venía
el fútbol, con fotos y apuntes del periódico local. El periódico del día suscita siempre mil noticias
vivas que tienen todas un perfume de actualidad e interesan al joven estudiante. Para la
imaginación impaciente del chico es más importante el periódico, con su información trepidante.
Quiere decirse que si la paloma de papel del periódico se hubiese posado más en nuestra
aula nos habríamos bañado todas las mañanas en la actualidad de la calle, porque el periódico
reciente huele a calle y a tinta fresca. La televisión y otros medios informativos sí se utilizan en
muchos colegios para la enseñanza de distintas materias y para el conocimiento mismo de la
técnica comunicacional. ¿Y por qué no se hace lo mismo con el periódico? Los escritores de
periódicos son más amenos y callejeros que los clásicos de plazuelas y los técnicos de ordenador.
La prueba es que el público lo sigue leyendo como lectura imprescindible al margen del
electrodoméstico televisión. La lectura del periódico es la lectura de la actualidad pasando ante
nuestros ojos con su glosa como banderola. Enhorabuena y que salga la cosa.
Francisco Umbral, El Mundo, noviembre de 2003.
Texto 16
Esta mañana han llegado a mi ordenador ocho mensajes electrónicos. Cuatro procedían de
desconocidos, mensajes indeseados, y algunos indeseables, que he borrado sin leer. Los otros
cuatro eran de amigos y conocidos que me ofrecían informaciones concretas, me planteaban
demandas o respondían a solicitaciones mías. Hoy también el cartero ha dejado en casa un fajo de
correspondencia postal, una buena parte comercial y administrativa, y la mayoría pura
propaganda. Pero ninguna carta personal. De hecho hace semanas y quizá meses que no he
recibido una carta, quiero decir un papel escrito un poco extenso con una firma al final.
La conclusión parece fácil de extraer. El mensaje electrónico está sustituyendo a la carta. Y
con notable ventaja además, porque llega mucho más rápido y porque la respuesta puede ser
inmediata. Y la combinación del mensaje e internet abre posibilidades de comunicación
inimaginables en otro tiempo. Entre los que he recibido hoy, uno procedía de la capital de la
Manchuria, donde alguien había leído por internet un artículo mío publicado el día anterior en un
diario barcelonés y me hacía un comentario al respecto. Una inmediatez comunicativa que sin duda
enriquece.
La carta, en principio, tenía contenidos más amplios, informaba sobre la situación del
escritor y de su entorno, exponía intenciones y sentimientos, era en definitiva más personal. De
forma que a pesar de que era más lenta en llegar, una vez que llegaba, su presencia producía una
mayor intimidad entre el escritor y el receptor, (...). Se podía leer, mejor devorar, de corrido y se
podía esperar el momento más apropiado para leerla o para releerla, y se podía incluso guardarla
como prenda que resistiría el paso del tiempo. En un rincón de algún cajón descansaban las cartas
de los tiempos del noviazgo, las primeras cartas de los hijos, la correspondencia con un amigo que
se fue al extranjero, las postales que mandaban amigos y conocidos cuando se iban de viaje...
Miquel Siguan, El Periódico
Texto 17
De nuevo malas noticias para nuestra educación en el tramo de la enseñanza secundaria. Los
resultados del último Informe PISA, que analiza periódicamente el nivel de capacidades y
conocimientos de los jóvenes que están en esta franja de edad en 57 países, incluidos todos los
pertenecientes a la OCDE, muestran un estancamiento en las ya mediocres prestaciones en
conocimiento científico básico o en comprensión y uso del lenguaje de los alumnos españoles.
Nunca estará de más insistir en la importancia crucial de la educación para el futuro de nuestro
país. En otros países, los malos resultados en alguno de los informes PISA u otros similares han
desencadenado una reacción de búsqueda de soluciones en la que ha participado la sociedad en su
conjunto. No parece que esté ocurriendo lo mismo en España, donde tantos problemas de menor
enjundia agotan nuestra energía y nuestra imaginación.
El gasto dedicado a la educación, y más en concreto a la educación secundaria, es un factor
que influye en los resultados obtenidos, pero no de forma mecánica. Es necesario partir de un
volumen de recursos suficientes pero, a partir de ahí, países con niveles de gasto similares
obtienen resultados diferentes. Hay otros factores que influyen, dentro de la escuela y fuera de ella.
Los primeros se refieren a la organización de la enseñanza, los contenidos, el tamaño y la
composición de los grupos o la atención que cada alumno recibe en función de sus necesidades
educativas, así como el reconocimiento de la labor de los profesores por parte de las familias y las
autoridades.
Los factores externos a la escuela son también esenciales en la mejora de nuestro nivel
educativo. En los países que registran mejores resultados existe una clara percepción social de la
importancia de la educación y se respeta el esfuerzo necesario para aprender y hacer aprender;
muy lejos de la frivolidad o incluso el menosprecio con que se tratan estos temas aquí. Tenemos un
problema que afecta a los políticos, pero no sólo a ellos, y a los profesionales de la enseñanza, pero
no sólo a ellos. Es toda la sociedad la que debe participar en un debate sobre las medidas que
deben tomarse, sabiendo que éstas, por eficaces que sean, tardarán tiempo en hacer su efecto.
Razón de más para iniciarlo rápidamente.
El País, 3 de diciembre de 2007
Texto 18
Puede ocurrir que en circunstancias extremas el pueblo se eche a la calle motivado por una
pasión ciega y que en ese caso no pueda decirse que la suya es una actitud sensata, la consecuencia
de un análisis previo y exhaustivo. Y sin embargo, conviene advertir que en las contadas ocasiones
en las que la sociedad decidió históricamente contestar rabiosamente en la calle las decisiones de
los políticos, lo hizo porque el suyo era un impulso natural e incontenible, una decisión
desesperada y perentoria, casi la consecuencia de un instinto. ¿Cabe esperar sensatez en medio de
la angustia? Cuando arde un edificio, el tipo que siente las llamas a su espalda asomado a la
ventana cincuenta metros sobre el suelo, no se lo piensa dos veces y salta al vacío. No lo hace como
consecuencia de un razonamiento, sino como resultado del miedo. Sólo puede elegir su manera de
perder la vida y decide que estrellarse contra la acera es mejor que morir quemado. Algo parecido
ocurre cuando, asfixiado por una angustia insoportable, el pueblo llano se echa a la calle. Se trata
de elegir entre el estoicismo y la furia. Es inútil que en un momento de franca desesperación al
pueblo se le pida que insista en reflexionar. No lo necesita. Es más, no le conviene. Sabe que él, el
pueblo, es en sí mismo la razón. Lo que les asusta a los políticos es que la ciudadanía se plante y
diga que está harta de ser considerada un simple ingrediente de la estadística, un recurso plural y
amorfo del que echar mano para que acuda a las urnas y regrese luego a la duermevela de la
resignación frente a esa inclemente rutina política que amenaza con convertir en cementerios las
escuelas.
José Luis Alvite, La Razón, 24 de septiembre de 2012
Texto 19
Esta tarde de lluvias antiguas, tarde en la que el viento suelta el chaparrón como si restallara
un látigo; esta tarde que en el reloj cierra los ojos una hora antes, recuerdo una vieja letra de
sevillana: «Mazagón es el vigía / de la entrada de la barra». Más vigías hacen falta, por lo que nos
dice la noticia. El mar nos duele todos los días, porque todos los días nos deja una patera cargada
de miseria, o los restos de un naufragio.
Todos los días nos escribe el mar. El mar es una rotativa, una editorial que lanza su diario
periódico, su crónica diaria; una editorial que publica las efímeras memorias de la aventura con
más desventaja: la de los negros que quieren cruzar el Estrecho, o la de los pescadores andaluces
que ya no saben hacia dónde remar.
Todos los días, todos, el mar nos deja en el zaguán de la arena la realidad del hambre.
Edición de mañana y edición de tarde, y, muchas veces, edición de noche. Ya no hay manos para
sujetar tanta desesperación. Y los vigilantes de la costa, de todas las costas, sobre todo, de las
costas andaluzas, ya no saben qué hacer, porque si sólo miran con el ojo que divisa pateras, en un
descuido se les cuela un barco, una lancha, una embarcación peligrosa, sospechosa, un «crucero del
delito». Por esto, esta tarde de lluvias me acordé de la copla: «Mazagón es el vigía / de la entrada de
la barra...».
Mil ojos necesita esa costa huelvana, porque, ya ven, se nos cuelan sin chistar. Más de mil
kilos de cocaína traía el catamarán de bandera gibraltareña y tripulación francesa. ¿Qué vigías no
hacen falta en nuestras orillas, y no tanto para sujetar la marea del hambre de los desesperados,
como para sujetar, detener, encarcelar a los canallas que vienen a matar criaturas? ¿Cuántos
jóvenes muertos, enloquecidos, al menos, caben en mil cien kilos de cocaína? O sea, también ese
catamarán traía muerte, aunque ajena. Mercancía para matar, muerte blanca, muerte en polvo,
muerte cara.
Todos los días nos golpea el mar. Abramos los brazos para acoger a quienes, desesperados,
nos buscan como salvación. Y cerremos el mar, como lo cerró Moisés, a quienes vienen a matar con
mil kilos de cocaína.
Antonio García Barbeito: “El mar”, en El Mundo, octubre, 2003
Texto 20
Por raro y anacrónico que parezca, hay desgracias a las que, por alguna postura, se les
escapa un halo positivo. Y está llegando el momento en que todos tengamos que bendecir aquel
aciago momento de triste recuerdo en que las primeras manchas del malhadado fuel empezaron a
mancillar las playas gallegas. Gracias a las desgracias de mariscadores, marineros y percebeiros, el
hundimiento de una gabarra en la Bahía de Algeciras se ha convertido en noticia de primera
magnitud, ha concentrado a políticos de todas las administraciones, alertado a los técnicos y puesto
a prueba todas las medidas de seguridad habidas y por haber. Gracias a las desgracias del pueblo
gallego, los gobiernos central y andaluz han empezado a ver la realidad que se oculta tras los
vaticinios de ecologistas y ayuntamientos campogibraltareños sobre la peligrosa sombra que se
cierne sobre las aguas del Estrecho.
Gracias a las desgracias que padecen la flora y la fauna de la Costa de la Muerte, se está
atendiendo con preocupación a las decenas de aves que cada año aparecen muertas en las costas
andaluzas, se empieza a observar la degradación medioambiental que sufren nuestros fondos
marinos y se otea con desvelo el horizonte para certificar que el alquitrán también mancha
nuestras orillas hace décadas. Y mire usted por dónde que hasta para emular desgracias hemos
tenido suerte: porque no se ha escapado el fuel de los tanques de la embarcación, porque sólo está
a medio centenar de metros de profundidad, porque el lugar donde se hundió la gabarra es el
mejor de todo el Estrecho y, además, llueve sobre mojado...
Pero qué pena más grande que la atención a la degradación medioambiental, la prevención
ante acontecimientos contaminantes, las sanciones a los desalmados armadores, y las ayudas a
esas zonas dejadas de la mano de Dios, sólo lleguen después de una desgracia de las proporciones
del «Prestige», el «Venamagna» o el «Spabunker IV». Qué pena haber tenido que sufrir...
Mar Correa, ABC
Texto 21
El miércoles pasado, los talibanes pusieron una bomba en una escuela de niñas en el
noroeste de Pakistán (y de paso se cargaron a tres soldados estadounidenses). Ya se sabe que los
talibanes prohíben educar a las mujeres; este verano hubo 102 ataques a escuelas en Afganistán y
196 niñas fueron envenenadas. La bomba del miércoles mató instantáneamente a tres alumnas e
hirió a un centenar. Es probable que después fallecieran unas cuantas más, pero eso ya no lo
recogieron los periódicos.
Hoy día importan muy poco estas víctimas. Tuvieron su momento cuando la guerra
contra Afganistán, porque daban argumentos éticos a la incursión militar. Así supimos de ese
infierno; de la prohibición a salir solas de casa y a estudiar, del burka y la absoluta carencia de
derechos. Occidente se horrorizó, pero luego, con esa volatilidad que caracteriza a la memoria
humana, nos las hemos apañado para olvidarlo.
Y somos tan buenos en esto de la amnesia que ahora la comunidad internacional ha
sacado un plan para reintegrar a los talibanes en Afganistán. Basta con que renuncien a Al Qaeda, y
entonces les pagaremos 350 millones de euros para que sigan torturando a sus mujeres tan
campantes. Es el cinismo de la alta política; y es el incomprensible desamparo de las mujeres en el
planeta. Porque, además de los talibanes, hay otros horrores en otros lugares: lapidaciones,
ablaciones, adolescentes enterradas vivas por sus padres. Como decía Gabriela Cañas en un
magnífico artículo, el mundo es capaz de luchar contra la discriminación racial y, por ejemplo, en su
momento se prohibió la participación en los Juegos Olímpicos de los atletas surafricanos del
apartheid. Pero 26 países siguen en los JJ OO a pesar de vetar a las mujeres en sus delegaciones,
porque la discriminación sexual todavía es una causa menor. Mujeres de la Tierra, olvidadas
víctimas.
Rosa Montero, El País (09-02-2010)
Texto 22
Aumenta día tras día la desconfianza hacia los políticos; y crecen también las voces de alarma
que sostienen que hablar siempre tan mal de ellos conduce a la ruptura del sistema democrático.
Tienen su punto de razón y es cierto que la credibilidad del sistema está en juego. Como yo pienso
que la democracia es sin lugar a dudas el mejor marco social, quiero decir aquí que a mí los
profesionales de la política me parecen extremadamente respetables y necesarios. Lo que no me
gusta son estos políticos, o la forma de hacer política que se ha implantado en este país. Hace poco,
César Molinas sacó un artículo demoledor (que ha sido criticado ferozmente, prueba de que puso el
dedo en una llaga, y que, entre otras cosas, viene a decir (traducción mía de un texto largo) que
nuestros partidos se han convertido en empresas dirigidas al lucro de sus socios, en contra del
interés general y con negocios vidriosos (y no veo espíritu de enmienda: mira Eurovegas y el
megaparque catalán). Gabriela Cañas, en otro gran artículo, habla del peso de la sociedad
mediática. Cierto: en las democracias avanzadas los partidos se asemejan cada vez más, y el
mensaje ha sido suplantado por la pura apariencia. No importa lo que se hace y ni siquiera lo que
de verdad se dice, sino el eslogan, la imagen comercial, salir en los medios; por eso los partidos son
cada día más sectarios, porque, sin contenidos que discutir, sólo cabe la adhesión irracional del
forofo. A este mal, que es común, nosotros le hemos añadido el toque cañí del pelotazo. En fin,
nuestros políticos no son los únicos culpables, pero forman parte del problema. ¡Hay que
cambiarlos! Probemos con un sistema electoral mayoritario y listas abiertas.
Rosa Montero, El País, 25 de septiembre de 2012
Texto 23
Escribo este artículo todavía horrorizada por el caso de esa joven rociada en Madrid con un ácido
que le abrasó la carne hasta llegar al hueso. Días antes había iniciado los trámites de separación de
su marido, cuya implicación aún no ha sido probada (está denunciado por malos tratos). Este
suceso atroz, y otros semejantes, aviva en muchas mujeres un núcleo instintivo de desconfianza y
rencor hacia los hombres, aunque a la inmensa mayoría de ellos les espante lo del ácido tanto como
a nosotras. Pero el sexismo deja heridas que terminan convirtiéndose en prejuicios.
Digo esto por la reforma del Código Civil para que la custodia compartida deje de ser un régimen
excepcional (hasta ahora prima la custodia materna: se otorga en el 90% de los divorcios).
Enseguida se ha reactivado la polémica y, para mi asombro, muchas mujeres y en general la
izquierda se han declarado en contra, como si la custodia materna fuera algo progresista. Es cierto
que hay padres que reclaman la custodia sólo para fastidiar a la mujer, cuando jamás han hecho
caso de los niños. Pero también es cierto que hay mujeres que dificultan el contacto de los padres
con sus hijos como venganza. La prioridad en la custodia materna es un concepto sexista, una
predeterminación social que nos vuelve a encerrar en el destino de madres y sólo madres.
¿Queremos que los padres cuiden más de sus hijos? En primer lugar, ya lo están haciendo: hay un
claro corrimiento de muchos varones hacia papeles menos machistas. Pero, además, para que se
desarrolle esa tendencia hay que cambiar las leyes, porque el marco legal nos da la forma social.
Superemos los prejuicios y reconozcamos estas obviedades: los niños necesitan a sus padres y a sus
madres. Los hijos no deberían ser munición de ataque. Los padres tienen el derecho y el deber de
ser padres.
Rosa Montero, El País, 26 de junio de 2012
Texto 24
En un mundo agobiado por la devaluación del euro, por el agujero de ozono y la desaparición de
especies animales, por la pérdida en general, aún no hemos entonado un miserere por el cierre de
los quioscos de prensa. Y se cierran todos los días, mayormente al ritmo de la jubilación de sus
dueños. Salía uno ayer mismo del dentista de pago, valga la redundancia, y el quiosco en el que
compraba El País para leerlo minuciosamente en la cafetería de la esquina, bajo los efectos del
virtuoso Nolotil, había desaparecido de la acera. Se acercaba uno, incrédulo, al lugar del crimen, por
si se tratara de un problema de la vista, y donde hasta ayer había un quiosco, con su matrimonio de
quiosqueros dentro, había un hueco rojizo, hinchado, un poco sangrante todavía, como el que queda
en la encía tras la extracción de una muela del juicio. Un hueco por el que uno pasaba la vista
obsesivamente, como la punta de la lengua por el empaste, sin que el puesto de periódicos volviera
a manifestarse siquiera fuera en su versión fantasma. Y miraba uno alrededor, en busca de otro,
pues su dentista se encuentra en una zona de mucho paso, y no veía ninguno, aunque si caminaba
unos metros observando atentamente el firme, descubría más huecos sin cicatrizar resultantes de
la extracción indolora de otros quioscos que se extendían hasta hace poco por el barrio. Se habían
quedado las aceras desdentadas. Y ni un miserere, ya decimos, ni una misa de funeral por todas esas
revistas y periódicos de papel en los que uno se demoraba como un niño ante un escaparate de
golosinas antes de decir este y este y estas dos revistas y también este libro que se me escapó en su
día. De todos los fármacos eliminados por Ana Mato del catálogo de la Seguridad Social, el único que
no necesitaré son las lágrimas artificiales. He vuelto a llorar de forma natural.
Juan José Millás, El País, 29 de junio de 2012
Texto 25
Son muchísimos los jóvenes campeones que en estos últimos años han situado a España en la cima
del éxito deportivo. No puede decirse lo mismo en el apartado de la enseñanza obligatoria. También
en ella España es campeona de Europa: campeona en fracaso escolar. Según los datos recogidos por
la Unesco en la edición 2012 del estudio anual Educación para todos, uno de cada tres jóvenes
españoles de entre 15 y 24 años dejó sus estudios antes de acabar la enseñanza secundaria. La
media española de fracaso escolar es muy superior a la europea, que registra un abandono bastante
menor: uno de cada cinco. Si el éxito deportivo causa tanta felicidad social, estas deprimentes cifras
de fracaso deberían inquietar a toda la sociedad. ¿Qué será de estos jóvenes en la edad adulta? En
los tiempos de la economía del conocimiento y en una sociedad en crisis como la española, ¿es
sostenible una bolsa tan enorme de personas sin formación mínima?
[…]
El informe de la Unesco se aparta de las soluciones paternalistas: "Crear puestos de trabajo per
se no va a ayudarnos a salir de la crisis". Incluso en el improbable supuesto de que España (o
Europa) estuviera en condiciones de subvencionar el empleo juvenil, esta sería una salida en falso.
En tiempos de crisis, lo esencial es dotar a los jóvenes de herramientas: enseñarles a pescar. En este
sentido, la Unesco insiste en recomendar dos medidas: el fomento de las prácticas y pasantías; y la
mejora de la formación profesional. Tales medidas se han aplicado en Alemania "con gran éxito".
El ministro Wert propone algunas soluciones en línea alemana en el proyecto de ley que se
convertirá en la séptima reforma de la enseñanza española en democracia (siete reformas
convierten el fracaso de la escuela en el más transversal de los fracasos de la democracia). Pero, en
lugar de buscar los males de la escuela en la cuestión identitaria (los males de nuestra educación
están territorialmente repartidos), Wert debería plantearse un reto digno de la dificultad actual:
lograr que la sociedad española tome consciencia de la enorme gravedad de los índices de fracaso
escolar. Ello le permitiría desarrollar la reforma educativa en el marco de un gran pacto social. Un
pacto de emergencia contra el fracaso escolar que no puede hacerse sin las autonomías, pues tienen
plena competencia en esta materia. Combatir con el máximo consenso y ambición el fracaso escolar
es la única manera de conquistar el futuro.
La Vanguardia, 17 de octubre de 2012
Texto 26
Se habla mucho de lo que sufren quienes son objeto de despidos, de reajustes, de rebajas y de, en
general, lo que ahora se denomina como “adecuación a las circunstancias actuales”, sutil metáfora
de escabechina. Demagogia. Es fácil ponerse del lado del débil. Sin embargo, nadie se compadece de
los jefes.
Son ellos, no obstante, desde los más altos lugares en la cadena de mando hasta los útiles capataces,
los que, en silencio y en soledad, se encierran entre las cuarenta paredes de sus pisos de trescientos
metros y lloran dolorosamente por los otros. A mí se me encoge el corazón cuando pienso en esos
ejecutivos que vuelan en business o en primera —algunos, incluso, en el pavoroso aislamiento de su
jet privado, propio o de alquiler—, y que no pueden hacer otra cosa, entiéndanlo bien. No pueden
sino aceptar el horror que les ha tocado ejecutar, y emprenderlo con la misma responsabilidad con
que, cuando se trata de sacar una media de sueldos por trabajador, y con objeto de disimular lo
poco que cobran muchos, arriman sus emolumentos a la suma total, logrando así que salga una cifra
presentable y decente, que legitime la carnicería ante los ciudadanos lampantes.
Esos hombres y mujeres, solitarios y heroicos, hacen lo que tienen que hacer para seguir cobrando
y preservando los intereses de los accionistas: porque de ellos dependen muchas familias. La del
que prepara el catering en la fiesta de cumpleaños, las de los profesores del colegio de los niños en
Estados Unidos, la de esa pobre chica que les hace la manicura. Por no hablar del señor Armani ni
del señor Audi, que tienen que comer gracias a ellos.
No me digan nada de los trabajadores. Piensen en los jefes. Y en todo lo que han tenido que
traicionar un día tras otro. Los pobres.
Maruja Torres, El País, 11 de octubre de 2012
Texto 27
Antiguamente a las calles se les quedaba el nombre del oficio o la procedencia de cuantos vivían en
ellas o de algo notable que las distinguía de otras. Aún sobreviven la de los odreros y los boteros, la
de los tintes, cuyas industrias aprovechaban que el río Tagarete aún corría por delante de la Puerta
de Carmona, la de los que se dedicaban al arte de la seda; cerca, la de Hombre de Piedra debe su
rótulo al busto romano encastrado en un muro; la de la Alhóndiga, al almacén del trigo que
abastecía la ciudad. En fin: los topónimos son (o eran) también la Historia que vivía fuera de los
archivos.
Hace ya tiempo esta ciudad prefirió dividir su pasado en minifundios, refugiarse en la
salvaguarda de lo más cercano, encerrarse por las parcelas de pequeños mundos tribales. Hago la
reflexión –yo, que debo gran parte de mi formación a la Compañía de Jesús y presumo de ello– a
propósito de la glorieta que va a dedicarse a un sacerdote, profesor del Portaceli y que corrobora la
tendencia. Se dedican las calles, plazas o lugares señalados a Vírgenes, Cristos o personas de cada
barrio en un intento –que, como Buzz Light Year, amenaza con llegar al infinito y más allá– de
patrimonializar la cercanía.
Cada uno de esos nuevos y volubles topónimos, demandados casi siempre por grupos que
buscan una efímera notoriedad y dedicados a personas o cosas que no alcanzarán la trascendencia,
entierra un pedazo de Historia, la disuelve en un magma amorfo y, en consecuencia, hace menos
cultas y más desarraigadas de su entorno a las próximas generaciones. Perdido su ayer, Sevilla
habrá de añadir a los títulos de Noble y Heroica el de Invisible.
Antonio Zoido, El Correo de Andalucía, 9 de octubre de 2012
Texto 28
El pasado miércoles 26 de septiembre conversaba con algunas personas sobre los sucesos
ocurridos en Madrid el día anterior, en esa manifestación de decenas (sí, decenas) de miles de
ciudadanos a las puertas del Congreso de los Diputados. Y no pude soportar mi perplejidad: esas
personas habían reducido su visión de los hechos a una sola imagen, esa en la que se ve a un
encapuchado pegar una patada a un policía. Luego recordé que, efectivamente, esa había sido la
escena que más veces se repitió en la mayoría de los espacios informativos de las principales
cadenas de televisión.
Juan Goytisolo nos advertía de cómo los medios de comunicación "construyen realidades" que
pueden no corresponderse, en absoluto, con lo real, con lo verdadero. Y que, por tanto, era
necesario estar atentos a lo que no es noticia, para tener una percepción objetiva de la realidad. No
obstante, en cuanto a los acontecimientos del 25-S, hay que decir que solo aquel que no ha querido
ver, no ha visto, pues son toneladas de imágenes, de informaciones alternativas a las oficialistas, a
las manipuladoras, las que están ahí (internet, prensa extranjera, etc.) por si alguien, de verdad,
quiere abrir los ojos.
Pero es cierto, debemos tener siempre presente que son los medios (con sus oscuros intereses) los
que deciden apuntar con sus cámaras a un lugar, o a otro totalmente distinto. Y con esa decisión,
que solo ellos toman, pueden (lo hacen, constantemente) distorsionar la realidad y,
consecuentemente, modelar nuestro pensamiento, nuestra actitud ante la vida.
Manuel Vicent, El País
Texto 29
Una joven atractiva, mientras se maquilla ante el espejo del cuarto de baño para ir a trabajar, recita
una nueva versión del monólogo de Hamlet: ser o no ser, esta es la cuestión, levantarse todos los
días a las siete de la mañana y tener que aguantar a un jefe despótico, machista e incompetente,
todo por mil y pico euros al mes, o renunciar a esta lucha agotadora y quedarme en la cama para
dormir, tal vez soñar, junto a un marido vulgar, a quien con un poco de maña puedo dominar a mi
antojo. Este dilema aciago parece haber arraigado en buena parte de la juventud femenina. Frente a
aquella generación de mujeres, que en los años sesenta del siglo pasado decidió ser libre y realizó
un arduo sacrificio para equipararse a los hombres en igualdad de derechos e imponer su presencia
en la primera línea de la sociedad, cada día es más visible una clase nueva de mujer joven, incluso
adolescente, que ha elegido utilizar las clásicas armas femeninas, que parecían ya periclitadas, la
seducción, la belleza física y el gancho del sexo para buscar amparo a la sombra de su pareja y
recuperar el papel de reina del hogar. Puede que la moral de la iglesia católica se haya aliado con la
crisis económica para imbuir tenazmente en la mujer la idea que vuelva a casa, críe hijos, se ponga
guapa y complazca en todo a su marido. Si una chica acude a diario a machacarse en el gimnasio, si
se atiborra de silicona, si camina sobre unas plataformas increíbles, si decora su piel con toda
suerte de tatuajes, ¿busca sentirse saludable y fuerte para luchar por sus derechos o, tal vez, solo
trata de convertir su cuerpo en un objeto de deseo, en un arma de combate frente a los hombres?
Ser o no ser. ¿Qué es mejor, soportar a un jefe tirano que me explota o a un marido mediocre que
me llevará a París si le hago un mohín de gatita? Puede que el dilema no sea tan rudo, pero aquellas
mujeres que en el siglo pasado lucharon como panteras por su dignidad, sin tiempo para pintarse
los labios, tienen ahora unas nietas hermosas, siliconadas, tatuadas con serpientes y mariposas,
dispuestas a claudicar en sus derechos, con tal de ganar la otra batalla, el viejo sueño de sentirse
adorables y tener al macho de nuevo a sus pies en la alfombra.
Manuel Vicent, El País, 16-09-2012
Texto 30
No es cierto que todos los partidos políticos sean iguales, pero sí que todos obedecen al mismo jefe.
Este jefe es un gánster capitalista, valga la redundancia, sin rostro y sin nombre, o de rostro y
nombre cambiantes. Hablamos de un tipo con pistola en la sobaquera que permite a los políticos
jugar a las derechas y a las izquierdas a condición de que no se salgan del tablero. Así, el PSOE está
autorizado a mostrar una mayor preocupación social que el PP, lo que se traduce, por ejemplo, en
disputas acerca del regreso de la tartera a los colegios. Podemos discutir acerca de todo sin poner
en cuestión las reglas del juego, que incluyen la eventualidad de que votes a un tipo que una vez en
el poder diga sí donde juró no y proclame no donde declaró sí. Todo depende de las instrucciones
que reciba del gánster. Si el gánster ordena que por robar una barra de pan te juzguen a las 48
horas y por robar 10.000 millones no te juzguen jamás, el sistema judicial, más plástico que el
chicle, se encoge o se estira en función de esas disposiciones.
No todos los políticos son iguales, claro que no, unos son más simpáticos que otros. Pero las
SICAV, por poner un ejemplo, no las toca ninguno, aunque les está permitido prometerlo desde la
oposición para animar la fiesta. Quien dice las SICAV dice el fraude fiscal (90.000 millones de euros)
o las triquiñuelas para que a Fulano o Mengano les prescriban los desfalcos millonarios. Distintas
sensibilidades, ya decimos, pero el mismo jefe, que las alienta para provocar sensación de
democracia. El modelo es la Iglesia, donde los teólogos progresistas ponen a parir a los teólogos
conservadores, sin romper, increíblemente, con la institución. Definitivamente, hemos sustituido la
democracia por el teatro, de modo que no necesitamos analistas políticos, sino críticos literarios.
El País, 14-09-2012
Texto 31
El jueves, por primera vez en mi vida, recibí una denuncia. Del Ayuntamiento de Madrid: falta leve.
Se me acusa de tirar «una bolsa con residuos domiciliarios a la vía pública, fuera del horario y
recipiente normalizado». Sanción prevista: diez mil pesetas. Puedo presentar alegaciones en mi
defensa en el plazo de quince días. El impreso facilita un teléfono para obtener información
complementaria. Llamo. Una funcionaria extraordinariamente amable me explica, respondiendo a
mis preguntas, lo siguiente: fui denunciado por un vigilante municipal que, encontrando una bolsa
de basura en la acera la abrió y halló una carta dirigida a mi nombre y dirección. De ello dedujo que
la bolsa había sido depositada por mí en la acera, y procedió a denunciarme. El asunto es muy
grave, y yo, desde luego, no tenía la menor idea de que una cosa así pudiera ocurrir. ¿Está permitido
que un empleado del Ayuntamiento pueda abrir bolsas de basura y hurgar en su interior?
La basura refleja la intimidad de las personas. La intimidad no es una parte de uno, es la
esencia de la totalidad de uno, es el espejo de su identidad. Por el
contenido de una bolsa de basura se pueden deducir informaciones sobre los hábitos de una
persona: lo que come, lo que bebe, medicinas que toma, entidades bancarias donde tiene el dinero
—números de cuentas, saldos, operaciones financieras—, pistas posibles sobre prácticas sexuales,
nombres y direcciones de remitentes de correspondencia y, en fin, una variadísima gama de datos
que, en manos inadecuadas, pudieran proporcionar oportunidades de lesionar los intereses del
espiado.
En mi casa, el portero recoge cada noche la basura puerta a puerta. No creo haber dejado
aquella bolsa en la calle, bien pudo caer del sobrado cubo de la comunidad o ir a parar al suelo por
la acción de un gamberro o de un buscador de desperdicios reciclables. Esto es lo de menos. Lo
importante es que esta práctica municipal, con el feo agravante de buscar pruebas acusatorias en el
confiado espacio de lo privado, es una muestra gravísima de una falta de cultura del respeto. La
cultura de un país no se sustancia con una exposición sobre Goya, sino, por ejemplo, en el delicado
cultivo del derecho a la intimidad.
Diario El Público
Texto 32
Que me los presenten. Que me presenten a esos 7.000 madrileños que abandonaron a sus
perros para irse con toda tranquilidad de vacaciones. Que me presenten a esos 7.000 energúmenos
capaces de dejar atrás, con impavidez espeluznante y una pachorra inmensa, los hocicos
temblorosos y las miradas dolientes de sus animales.
¿Cómo lo harán? ¿Apearán al perro en mitad de un campo solitario y huirán después a todo
rugir de coche, con el pobre bicho galopando espantado detrás del guardabarros hasta que su
aliento ya no dé para más? ¿O quizá lo llevarán a algún barrio lejano y escaparán aprovechando
algún descuido, un amistoso encuentro con otros perros o un goloso olfatear de algún alcorque? No
les importa que luego el animal, al descubrirse solo, repase una vez y otra, con zozobra creciente y
morro en tierra, la borrosa huella de sus dueños, intentando encontrar inútilmente el rastro hacia el
único mundo que conoce. Son 7.000 sólo en Madrid: el censo estatal de malas bestias puede
aumentar bastante.
Que me presenten a esos tipos que tuvieron el cuajo de tumbarse con la barriga al sol en una
playa, plácidos y satisfechos tras haber condenado a sus perros, en el mejor de los casos, al
exterminio en la perrera, y, más probablemente, a una atroz y lenta agonía en cualquier cuneta, con
el cuerpo roto tras un atropello. O a servir de cobaya en un laboratorio, o a morir en las peleas de
perros, espeluznantes carnicerías que, aunque ilegales, parecen estar en pleno auge como juego de
apuestas. Que me presenten a esos seres de conciencia de piedra. Quiero saber quiénes son, porque
me asustan: si han cometido un acto tan miserable e inhumano, ¿cómo no esperar de ellos todo tipo
de traiciones y barbaries? Probablemente pululan por la vida disfrazados de gente corriente: es una
pena que las canalladas no dejen impresa una marca indeleble.
El País, 16 de junio de 1998
Texto 33
Los espejos también se comportan como las personas: unos nos quieren, otros nos odian, otros
simplemente nos ignoran. Todos tenemos al menos un espejo que es nuestro amigo íntimo. Cuando
entro por las mañanas en el baño veo en la repisa del lavabo frascos de cremas y colonias con
nombres de dioses. En medio de este Olimpo cosmético y envasado me afeito contemplando mi
rostro en un espejo muy amigo que se porta bien conmigo: hace que me acostumbre lentamente a la
crueldad del tiempo. Por eso le amo. Lo elegí entre otros muchos. Este espejo no sólo devuelve
mejorada mi imagen: también busca el residuo de viejos ideales que haya podido quedar en mi
interior para rejuvenecer con ellos mi cara Pero caminando por la calle a lo largo de los escaparates
uno se vuelve a crear a si mismo. De pronto en la luna de una mercería te enfrentas con ese
desconocido que tú eres. Le miras de reojo y ves que su silueta aún es aceptable; en el siguiente
escaparate lo descubres como un ser derrotado, en otro percibos por primera vez que ya camina
como un viejo, en otro él se esfuerza por pasar con la tripa metida, en otro yergue la espalda para
simular que es un ciudadano jovial. Las distintas imágenes que a uno le devuelven esos cristales
pueden ser amables, indiferentes o desoladas. Por fin concluyes que la vida no es sino ir reflejando
tu figura en el escaparate de los demás como una prenda que con el tiempo va generando menos
interés en ser adquirida hasta que un día te encuentras formando parte de una rebaja de grandes
almacenes. Pero existen otros espejos que son enemigos declarados. De pronto al entrar en un
probador te sientes acuchillado por la espalda. Son innumerables los crímenes que los espejos de
los probadores han cometido. Algunas personas se han salvado huyendo de allí en calzoncillos,
aunque son muchas más las que han perecido con el ego destrozado dentro de esos cubículos de las
tiendas de ropa entre lunas que no cesan de dar cuchilladas desde los cuatro ángulos.
(El País, 23 de enero de 2000)
Texto 34
No había nadie en el bar salvo ellos dos, una pareja de adolescentes sentados frente a frente,
bebiendo inocentes refrescos de naranja. En la mesa entre los vasos habían dejado abiertos los
teléfonos móviles, que sonaban a veces y entonces él o ella se ponía a charlar alegremente con un
ser ajeno e invisible mientras el otro se quedaba hierático. El chico estaba muy enamorado de la
chica, pero era incapaz de manifestarle su pasión. Sólo se atrevía a mirarla con intensidad a los ojos
y ella ya había captado las turbulencias del corazón de su amigo y también le amaba, pero no podía
ayudarle en nada, debido a su extremada timidez. Hablaban de cosas anodinas, sin comprometerse
en absoluto. Las palabras iban del uno al otro directamente a través de la vibración del aire sobre el
mármol de la mesa. El chico necesitaba declararle su amor y la chica esperaba que lo hiciera ya de
una vez, un sueño imposible, porque entre ellos había una barrera psicológica insalvable. (...) El
corazón de los adolescentes tiene hoy un compartimento más. Se compone de dos ventrículos, de
dos aurículas y de un teléfono móvil, que también bombea sangre. De pronto, este joven tímido y
enamorado tuvo una inspiración. Usó el móvil para hablar con la chica que tenía delante sin dejar
de mirarla profundamente a los ojos. Cuando sonó la llamada la chica descolgó. La pareja comenzó a
hablarse de forma descarnada como si fueran invisibles. Ninguno de los dos ignoraba que a través
de los móviles su voz se convertía en ondas electromagnéticas, viajaba al espacio sideral y luego
volvía para penetrar en el cerebro del otro. Brutalmente desinhibido el chico le dijo que la amaba.
La chica le contestó que todas las noches soñaba con él, pero sus expresiones de amor sin amarras
tenían dos vehículos: una voz recorría el aire sobre la mesa del bar por medio de la vibración
natural y sonaba terriblemente vulgar, la otra bajaba desde un satélite de la estratosfera cargada de
libertad e imaginación. "Te amo, te amo", le decía el chico. "Oigo dos voces a la vez, ¿a cuál de ellas
debo creer?", preguntó ella. El chico le dijo que creyera en el amor.
Manuel Vicent, El País
Texto 35
No es casual que los temas de Haider y de El Ejido hayan coincidido últimamente en los periódicos,
porque la marcha de la sociedad va por ahí: por la multiplicación de los movimientos migratorios y por el
mestizaje. El mundo es hoy más heterogéneo y multicultural que nunca, y uno de los mayores retos de la
modernidad consiste en digerir esa realidad sin degollarnos.
Los progres solemos decir alegremente que la mezcla de razas es estupenda. Y desde luego lo es, lo creo
firmemente: nos hace más cultos y nos enriquece. Pero para eso hay que vencer un recelo ancestral, un miedo
primitivo al otro, al diferente. Un prejuicio racista milenario que se cuela, insidioso, por todas partes: por
ejemplo, el más reciente programa Word de Microsoft ofrece la palabra "degeneración" como sinónimo de
"mestizaje". No sabemos qué hacer con esa bicha que nos habita; nos tenemos miedo a nosotros mismos y con
razón, porque espeluzna ver esos reportajes de El Ejido en los que unos energúmenos que tal vez sean buenos
padres de familia persiguen a un marroquí y berrean "¡Por ahí abajo va, por ahí abajo!", convertidos en
perfectos linchadores. Llevamos a un asesino dentro, a una alimaña, y no nos atrevemos a enfrentarnos a ella,
que es el único modo de derrotarla.
El espléndido reportaje de Joaquina Prades sobre El Ejido lo dejaba muy claro: los ejidenses son
50.000, los inmigrantes 15.000. Un porcentaje altísimo y de llegada muy reciente. Esos extranjeros han sido la
clave de la prosperidad del pueblo. De la noche a la mañana, los ejidenses se han hecho ricos, pero no más
cultos: según un informe oficial, hay un 54% de analfabetismo funcional. Y muchísimo miedo a esos seres
distintos a los que mantienen marginados. Ha aumentado la delincuencia, desde luego (aunque, según la
policía, mucho menos de lo que creen los vecinos): lo trae la riqueza, y el desarraigo y aislamiento de los
inmigrantes, que, a su vez, también temen y desprecian lo distinto. Entiendo muy bien la inquietud de los
ejidenses: les ha cambiado tanto la vida, y tan deprisa. La solución no es fácil: aumentar el nivel cultural, dar
condiciones dignas a los inmigrantes... Y reconocer que llevamos una bicha en el corazón, y no sólo los
ejidenses, sino todos.
Rosa Montero, El País, 15 de febrero de 2000
NOTA ACLARATORIA: este texto se hace eco de los disturbios racistas que se produjeron en la localidad almeriense de El Ejido en
contra de la población marroquí que trabajaba en las explotaciones agrícolas de los invernaderos ejidenses.
Texto 36
La discriminación laboral que se inflige a las mujeres españolas se traduce aún en una tasa de paro
que es más del doble de la correspondiente a los hombres, pero ésta no es la única desventaja que
padecen, pues otros agravios, como el despido o la marginación por embarazo, agravan la
desigualdad efectiva entre ambos sexos en el mercado laboral. Esta situación, sin embargo, ofrece
algunos síntomas de mejoría cuando se toma como modelo de referencia una ciudad moderna y
desarrollada como Barcelona, donde un reciente informe del Ayuntamiento revela no sólo una
inflexión ligada al cambio generacional, sino también un notable progreso de las mujeres, que
prácticamente las iguala a los hombres, si bien este cambio está relacionado con el grado de
formación y también con la edad. Según dicho informe, la tasa de actividad de las jóvenes tituladas
se equipara al de los hombres de su misma generación.
En este marco, sólo aparentemente contradictorio, y en puertas del día internacional de la
Mujer Trabajadora, se pone de manifiesto que la igualdad social de ambos sexos es también una
realidad laboral cuando no se interfieren ni los criterios derivados de un productivismo a ultranza
(el temor a que una embarazada pueda causar baja) ni los tópicos y abusos derivados de una
concepción machista y discriminatoria de las relaciones laborales. Con demasiada frecuencia la
mujer debe aceptar puestos de trabajo en condiciones desfavorables respecto a sus colegas
masculinos y cuando llega la penalización del despido o la marginación de poco le vale denunciar.
Ellas padecen las consecuencias, pero mientras esto sucede, la sociedad está perdiendo su valiosa
aportación.
La Vanguardia, 07/03/2001
Texto 37
Se ha dicho que el partido de fútbol ideal es aquel que se gana con un penalti injusto fuera del
tiempo reglamentario. El error constituye la esencia de este deporte, generalmente aburrido, que
utiliza la mayor parte de los noventa minutos de juego en un insulso peloteo en medio del campo,
carente de emoción. Solo el error clamoroso del árbitro es capaz de encender el fuego en las gradas,
que al día siguiente llenará de disputas, de burlas y de gritos las oficinas y las barras de los bares.
Aparte de esto, es el único deporte que muestra ante el público el vigor de un veredicto inapelable.
En la vida ordinaria cualquier acción ante la justicia tiene posibilidad de recurso. El delito tiene mil
formas de escabullirse o de aplazar la sentencia y el agravio puede tardar años en ser reparado.
Solo en el fútbol sucede un hecho ejemplar. A estos futbolistas de élite, divos multimillonarios con
novias espectaculares, con escudería de ferraris y maseratis, miles de fanáticos que les piden
autógrafos y niñas adolescentes que se arañan el rostro al verlos de cerca y se agolpan para
arrancarles los botones y llevárselos de recuerdo, he aquí que un árbitro, ante una simple protesta,
les muestra la tarjeta roja, les manda a la caseta y ellos agachan la cabeza y obedecen. Solo en el
fútbol sucede que el acta redactada por el árbitro, en general, sea la primera y última instancia
acatada por las autoridades deportivas. De otro lado, el árbitro concierta todas las iras del público y
asume los insultos, blasfemias y desplantes que el subordinado no puede lanzar contra su jefe en la
oficina o en la fábrica. Cuantos más errores cometa el árbitro más limpios y purificados por dentro
salen del campo los espectadores al final del partido. Me gustaban más los árbitros cuando vestían
de negro. Ese atuendo era más acorde con el efecto expiatorio que tienen atribuido por la sociedad.
Hay partidarios de introducir la tecnología en el terreno de juego, pero si el fútbol es un deporte
todavía excitante se debe al elemento irracional que introduce el árbitro con esa sensación de que
su error en el penalti puede desencadenar un cataclismo en el universo. No hay nada más ejemplar
que esta justicia expeditiva: error, tarjeta roja y a la calle. Atrévase usted a hacer eso con su jefe.
Manuel Vicent, El País, julio de 2010
Texto 38
Las noticias sobre cultura suelen venir acompañadas estos días de la palabra cierre. Se suspenden
festivales, se despiden músicos y bibliotecarios, se apaga la luz de las fundaciones y se niegan
ayudas a programas de conferencias. Llueve sobre mojado en los dividendos de las grandes
empresas, pero cae un sol implacable sobre la sequía de la educación y la cultura. El panorama es
aún más grave después de la bancarización de las cajas de ahorros. Por lo que se refiere a
patrimonio y actividades culturales, el Estado sólo llegaba a muchos territorios a través de la obra
social de las cajas. Es verdad que estos recortes llaman menos la atención que el candado en
quirófanos y salas de urgencia. Pero merece la pena preocuparse de ellos, aunque sea en voz baja,
en medio de la escandalera de la crisis. ¿Qué nos queda a los ciudadanos? Puede resumirse en una
palabra: la telebasura.
Dentro del horizonte social ilustrado, la cultura se identificó con el conocimiento y la educación. Los
estudios realizados en los últimos años sobre esta materia indican que los europeos identificamos
ya cultura con espectáculo. Y el espectáculo no se concibe como propuesta de pensamiento o
belleza, sino como un modo de diversión fácil. Filósofos y tertulianos del corazón pertenecen al
mismo circo. Albert Camus nos avisó de que la zafiedad y la degradación en el tiempo de ocio son
tan graves como la precariedad laboral y la falta de libertad. El populismo grotesco de la política
dominante, los chistes, las tonterías y los silencios de los candidatos, el papel de las mentiras en las
campañas electorales, serían poco efectivos sin ciudadanos adictos a unos entretenimientos
insustanciales y frívolos, acostumbrados a despreciar la cultura, orgullosos de su propio
analfabetismo y banalidad. Este es el horizonte que se cultiva con el cierre de fundaciones,
festivales, orquestas y bibliotecas, y la permisividad ética ante las atrocidades y perversiones que se
emiten en televisión. Se trata de recortes en la capacidad de pensar al margen del populismo
dominante.
El compromiso intelectual es doble: dejarse ver con seriedad en la política y dar un poco la lata en el
trabajo profesional. La cultura no tiene por qué someterse a las exigencias del entretenimiento
facilón.
Luis García Montero, www.publico.es
Texto 39
Este es el panorama que auguran los profetas. Si la crisis económica persiste con esta virulencia, la
sociedad quedará dividida en tres partes incomunicadas: unos pocos ricos serán cada día más ricos;
la clase media se verá reducida a la pobreza; los pobres de toda la vida bajarán otro escalón y se
convertirán en mendigos. Los ricos se harán invisibles en sus yates y en los clubes financieros
insonorizados; tramarán negocios redondos en los reservados de los restaurantes de superlujo;
delante de la tienda de ropa exclusiva esperarán los mecánicos en tercera fila al volante de un
cochazo a que salgan las señoras con varias bolsas y los viernes en su todoterreno con las
ventanillas tintadas se irán a sus fincas a matar venados. La clase media comenzará a contar los
euros uno a uno hasta los céntimos de cobre para congraciar el sueldo o el subsidio con las
necesidades básicas. Los caballeros honorables deberán adaptar el estómago a la comida basura.
Adiós al solomillo, bienvenido el reino del pollo y del pollo se bajará directamente a las gallinejas.
Habrá que elegir entre el coche o el autobús, el cine o el helado, la copa en el bar o la rebusca en el
mercadillo guineano. Volverán a oler a repollo los portales donde antes había un conserje de
uniforme. Después de dar una vuelta al abrigo, los ciudadanos de clase media llevarán la pobreza
con resignación y dignidad, pero sus hijos cabreados saldrán los sábados noche a romper
escaparates con un horizonte iluminado por el cóctel molotov. Los mendigos que antes limpiaban el
parabrisas o hacían de saltimbanquis en los semáforos, ahora pondrán solo la mano. Dado que la
justicia social ha sido suplantada por la caridad estarán de enhorabuena las antiguas damas del
ropero parroquial y los ricos de buen corazón porque se va a imponer de nuevo el placer de la
limosna. El bodrio era un caldo que antiguamente se impartía en la trasera de las catedrales y
conventos a la hora del ángelus a la cuerda de mendigos que esperaba remediar el hambre. Hoy una
legión de verónicas y samaritanos ejerce también la misericordia de dar de comer a los
hambrientos. Pero los hambrientos deberán aceptar su destino. Para ellos solo habrá una
disyuntiva: si son buenos, tendrán sopa; si se rebelan, rebotará en su espalda la verga de la policía.
Manuel Vicent, El País, 21-10-2012
Texto 40
Sísifo había sido condenado por los dioses a cargar con una pesada roca hasta la cima de un monte.
Logrado su propósito la roca se le escapaba de las manos y rodaba hasta el fondo del valle. Sísifo
debía empezar de nuevo. Una y otra vez. El mito de Sísifo es eterno y puede aplicarse, como castigo,
a cualquier orden de la vida. Hace ya muchos años mi generación comenzó a acarrear esa roca de
Sísifo a la cumbre de la montaña. Primero con alpargatas, luego con zapatos de Segarra, después
con gasógeno, con el biscúter, con la vespa, con el seiscientos. Los obreros se fueron a Alemania y
aquí la clase media jadeaba con la piedra al hombro, pero comenzó a celebrar la vida con un pollo al
ast y los domingos al salir de misa unos pedían una de calamares o de gambas al ajillo en el bar y
otros se iban a la sierra a comer una tortilla de patatas con la suegra. Los Beatles se pusieron a
cantar, murió aquel sátrapa, llegó la libertad y la democracia con el diario EL PAÍS bajo el brazo. Con
el golpe del 23-F la roca de Sísifo estuvo a punto de rodar hasta el fondo del valle, pero la ascensión
siguió su curso. Del chato de vino se pasó al gin tonic, llegó el gobierno socialista, Europa, la movida,
la cultura del pelotazo, el milagro español, la fiebre del ladrillo, el crédito a mansalva, el placer de la
especulación y la codicia. La derecha se instaló en el gobierno y con ella siguió la fiesta procaz de los
bonus, el impúdico despilfarro político, los banqueros y consejeros delegados que cargaban con
pala los millones de euros y blindaban sus contratos con cifras fuera de la imaginación de los
simples empleados. Sísifo llegó, por fin, a la cima del monte y, como es lógico, la roca se le fue de las
manos y ahora está rodando cuesta abajo. Nadie sabe a qué altura de la ladera se detendrá, si en los
años cincuenta del siglo pasado ante la cola del aceite o en los sesenta ante unas sardinas en papel
de estraza, pero eso solo es economía. Puede que la roca de Sísifo en su caída se lleve consigo por
delante la democracia, la cultura, la libertad de expresión y todos los sueños de una generación que
no ha tenido la culpa de que los políticos, los banqueros y ejecutivos fueran unos tan golfos y otros
tan ineptos.
Manuel Vicent, El País, 14-10-2012
Texto 41
En el periodismo español las mejores palabras, las más limpias, están secuestradas por la política.
Es una maldición. Antes, el periodista que sintiera cierto amor por el oficio podía escribir el
pormenor de un crimen o de un viaje, el análisis de un acometimiento internacional, una crónica
parlamentaria al estilo del fino Azorín o del cáustico Josep Pla o relatar la minuciosa sangre que
sigue a un bombardeo y las palabras discurrían libres, limpias, incontaminadas. Otras veces las
palabras se detenían en torno a un pequeño suceso de la vida cotidiana, reflejo de una pasión que
servía de ejemplo moral. Hoy la mayor parte del periodismo español está cautiva de la baja política,
que fluye como un río contaminado y cuya corriente genera unos remolinos que se tragan las
palabras más puras hasta el fondo del légamo. Díganme si no es una desgracia tener que escribir
inevitablemente, un día tras otro, de un gobierno inútil, de una oposición inoperante, de un
reiterado caso de corrupción, de una crisis económica que no cesa, de la prima de riesgo, del jodido
rescate, de ese tornado de miles de millones de euros que todo el mundo espera y que, tal vez, ni
siquiera existe. Díganme si no es una tortura verse condenado a ensalivar las tertulias comentando
la idiotez que ha soltado un político inane recién salido de una reunión en Bruselas, reiterar el lugar
común de la Europa invertebrada, de una Alemania que se comporta con los países del sur como un
gorila en la cama. Es exactamente lo que estoy haciendo ahora mismo, escribir palabras inútiles,
consabidas, previsibles, mil veces repetidas, con la certeza que no van a servir de nada. Díganme si
no es un aciago destino el del periodista que, después de haber estudiado una carrera, se ve
obligado a vincular para siempre su talento literario o su pensamiento elaborado, con verbos y
predicados muy escogidos, a la trayectoria de políticos mediocres, que se irán por el sumidero y en
breve pasarán al absoluto anonimato. He aquí el dilema. Si escribes de la política diaria las palabras
más bellas que uses se llenarán de basura; si tratas de huir de esa miseria y te subes al puente sobre
ese
río
contaminado
algunos
te
insultarán
con
desprecio
llamándote
poeta.
Manuel Vicent, El País, 09-09-2012
Texto 42
No puedo evitarlo. Veo a cada persona con un nubarrón sobre su cabeza, una sombra triste que se
desplaza a su ritmo, que dibuja sombras de apatía en los gestos, que impide que los colores sean
claros y los movimientos precisos. Algunas llevan nubarrones amplios, de trazos oscuros y otros
una montera más liviana, pero percibo en todas partes las malditas sombras que ocultan la luz. El
lunes (será septiembre, el verano habrá oficialmente acabado) cada persona y su sombra volverán a
sus quehaceres pero la alegría del retorno ha desaparecido. Quien tiene un puesto de trabajo fijo
sabe que su trabajo será más duro e ingrato, sus retribuciones más magras, su estima profesional
más baja; el que trabaja en el sector privado se pregunta si será ella la próxima víctima del ERE que
se rumorea, o si solo se trata de una amenaza para rebajar salarios, aunque también pueden
suceder las dos cosas consecutivamente. Los que no tienen trabajo, volverán a las colas del paro,
más largas y silenciosas, más rápidas porque al final solo hay un rotundo NO que el funcionario
anuncia cada vez con más tristeza.
[…]
Nos quieren como pequeñas nubes al viento de la crisis, mecidas por las jaculatorias de un lenguaje
tecnocrático que nos paraliza, que nos amenaza con males mayores, que nos priva del control de
nuestras vidas. Dicen que la capacidad de pensar a largo plazo muestra el control de nuestra
existencia. Pues bien, prueben a imaginar el futuro y si pueden hacerlo, verán lo difícil que es
desprenderse de los tonos sombríos, del miedo y la incertidumbre. Nos quieren asustados,
deprimidos, nubes al viento sin control de nuestra existencia. Han conseguido convertir los
problemas reales del paro, la desesperanza, la falta de oportunidades para la juventud, en nuestra
nube particular mientras que convierten en fetiche de nuestros tiempos sus problemas financieros
o especulativos y nos mecen al vaivén de sus intereses. Pero es justo al revés de esta terrible
pesadilla: nuestro trabajo, nuestra preparación, nuestra profesionalidad, produce bienes físicos o
inmateriales que existen realmente mientras que su mercado del dinero es pura ficción. Somos
necesarios y ellos inútiles. Si nos sacudimos la nube que nos impide pensar con claridad y
recuperamos nuestra autoestima, es posible cambiar la situación o, al menos, no ser víctimas en
este otoño que nos han dibujado con todos los colores de la desolación.
Concha Caballero, El País, 31 de agosto de 2012
Texto 43
¡Ahora resulta que la culpa es de los chinos! Nos dicen que la vasta red de contrabando y blanqueo
de dinero de la Operación Emperador distorsionaba la economía española, y como prueba
muestran carritos de supermercado llenos de billetes, la más perfecta representación del robo a
mansalva. ¿El mensaje subliminal? Ni el frenesí financiero ni la burbuja del ladrillo ni las tropelías
políticas ni los especuladores son responsables de esta asquerosa crisis: fueron ellos, los chinos,
reconocidísimos villanos desde Fu Manchú. ¡Y encima la trama está decorada con un actor porno!
Sexo y pasta: una combinación de innegable éxito comercial. Es una operación policial que parece
diseñada por Santiago Segura para su próximo Torrente. Considero que la caída de la banda es un
gran logro de las fuerzas de seguridad, lo digo de verdad y sin pitorreo, pero, viendo la noticia en la
tele, Julia, mi asistenta, nacida en Perú, comentó con fatal sabiduría: “Ah, esto es como en mi país:
cuando las cosas van muy mal, siempre sacan una de estas noticias para que la gente se olvide de
sus problemas”. Pero lo peor es que, si se nos da tan bien esto de culpar de la crisis a los malvados
chinos, por ejemplo, o a la falta de imaginación de unos parados que no saben reciclarse, o a esos
empleados tan egoístas que se empeñan en no facilitarles las cosas a sus empresarios para que
puedan despedirlos cómodamente; si nos es tan fácil acusar a todo quisque, digo, es porque en
España la culpa anda suelta, quiero decir que la pobre culpa vaga como perro sin amo sin que nadie
la haya hecho suya todavía. Aquí estamos, hundidos en el lodo hasta las cejas y nadie ha dicho aún:
lo siento. Nadie ha pedido perdón por las faltas cometidas, por las pifias políticas, empresariales,
financieras, por haber metido la mano o la pata. Sinceramente, creo que ayudaría mucho que
alguien lo hiciera.
Rosa Montero, El País, 23 de octubre de 2012
Texto 44
Ningún imperio se ha hecho sin eslavos. Egipto y Mesopotamia dominaron grandes territorios e
impusieron su hegemonía gracias a un genio que, en vez de pasar a cuchillo al enemigo después de
la victoria, pensó que era mucho más rentable respetarle la vida, hacerlo prisionero y condenarlo a
trabajar como esclavo hasta la muerte. El latido de la Historia comenzó a exigir esta carne humana
cada vez en mayor cantidad para erigir templos a los dioses y morir en los campos de batalla.
Fueron sus esclavos los que permitieron a los griegos y romanos tener tiempo libre crear la
democracia y el derecho mientras ellos levantaban el Partenón y el Coliseo a golpe de látigo. Los
romanos creían que la familia estaba protegida por los dioses lares, pero en realidad los dioses
lares eran los propios esclavos sin los cuales resultaba imposible mantener el fuego sagrado del
hogar. Aun hoy la falta de criados es la que ha destruido a la familia burguesa. El Papado tuvo
esclavos mientras ejerció el poder temporal y el negrero fue la figura crucial del siglo de oro
español e inglés, la correa de transmisión de la conquista de América. Tampoco en nuestros días se
puede desarrollar un imperio hegemónico sin la esclavitud. Hoy la carne humana más barata se
halla en China y en la India. Son más de 1.500 millones de seres dispuestos a ser sacrificados al dios
del mercado a cambio de una ración de subsistencia, la necesaria para seguir trabajando.
Norteamérica aún es asaltada por las oleadas de hambrientos hispanos que suben desde el fondo de
los países del sur a ofrecerse como carne de cañón. Alemania, el motor de la economía europea, solo
tiene la cantidad ridícula de 80 millones de habitantes para hacer frente a esa infame necesidad de
empujar la Historia hacia adelante. Europa no puede hacer nada porque carece de esclavos y si los
hay son todos renuentes a humillar la cerviz, acostumbrados al bienestar social y a toda clase de
derechos humanos. ¿Dónde están los esclavos italianos, franceses, ingleses, escandinavos y
españoles? En este momento los está fabricando la crisis económica. Si por casualidad oyes sonar
de noche las trompetas del Apocalipsis, deberás saber cual es su pérfido augurio: solo si te
conviertes en esclavo podrás sobrevivir.
Manuel Vicent, El País
Texto 45
No es que no tenga temas sobre los que escribir. En realidad, lo único que sobra últimamente en
España son argumentos de ficción y no ficción, casi todos, por desgracia, del género de terror.
Corralito sí, corralito no, los recortes de los viernes, la prima por las nubes, la Bolsa por los suelos,
la soledad del banco azul, el talento de Rato, el porvenir del Estado de las Autonomías... Y así, hasta
el infinito. Podría escribir muchas columnas diferentes, todas de rabiosa actualidad. Pero la
actualidad últimamente es tan efímera, que las verdades como catedrales de hoy resultarían pasado
mañana delirantes ensueños de optimismo.
Por eso prefiero volver la vista atrás, hacia nuestros antepasados latinos, que para los bárbaros del
Norte eran un hatajo de holgazanes hedonistas y derrochadores, ensimismados en placeres
estériles, tan improductivos como la filosofía. Ellos nos lo enseñaron, disfruta del día, no
desperdicies las horas de hoy, porque son únicas e irrepetibles, porque son tuyas, y cuando vuelen,
no las recuperarás.
Eso es todo lo que puedo decirles hoy, carpe diem, porque ni siquiera Merkel tiene poder para
arruinar la dulzura de la primavera en el sur de Europa, el aire fresco, crujiente, de estas mañanas
que parecen estrenar el universo entero en cada amanecer. Disfrútenlas, salgan a la calle, siéntense
al sol y resistan en el bendito nombre de la felicidad. Niéguense a acatar una angustia mucho más
estéril, más improductiva que el optimista hedonismo que nos reprochan, porque los que dicen que
saben, no saben nada, porque los que Niéguense la clave, no tienen ni puñetera idea, porque la
verdad de ahora, será mentira mañana, pero el día de hoy nunca volverá. Carpe diem. Piensen en
latín, porque si alguien ha sabido alguna vez lo que significa perder un imperio, fueron ellos, y sin
embargo, aquí seguimos estando.
Rosa Montero. El País, 21-05-2012
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