IES LLANES. Departamento de Lengua y Literatura españolas, 4º ESO Textos para comentario 1. Textos periodísticos: Texto 1 Si no hay retrasos de última hora, la compañía Kuma Games pondrá hoy a la venta un videojuego sobre la captura y muerte de Gadafi. No sé qué me resulta más repugnante de la noticia, si el hecho mismo de crear un juego sobre la brutal caza del tirano, o la celeridad de buitres carroñeros con que se han lanzado a picotear los despojos. Aunque por otra parte no sé por qué me escandalizo: desde el asesinato del dictador, las terribles imágenes de su final no hacen más que dar vueltas por todas partes. Una orgía de sangre y necrofilia, una fiesta de Halloween en carne real. Gadafi era sin duda un monstruo, y que Occidente lo haya tenido de aliado no atenúa su monstruosidad: solo muestra la vileza de la política internacional. Pero, aunque fuera un criminal, el horror tumultuoso de su ejecución y la ferocidad de los que le acosaban son espeluznantes. En la agonía final, en la indefensión de la carne lacerada, en el pringoso color de la sangre todos somos iguales. Es inevitable sentir compasión ante su cadáver maltratado, y esa compasión es lo que nos hace humanos. Desde el principio de los tiempos, tácitos acuerdos de honor y respeto detenían por unas horas las batallas más bárbaras para que los contendientes pudieran rescatar a sus muertos. Y el hecho más horroroso que describe La Iliada no es el violento fin de Héctor, sino que Aquiles mancillara su cadáver y lo arrastrara durante nueve días llevándolo atado a su carro de combate. Sin esa piedad final, sin esa empatía que te permite reconocerte en el cadáver del otro, aunque sea tu enemigo, no somos más que alimañas (como los etarras incapaces de compadecerse de sus víctimas). El respeto y el honor que antes mencioné no son en realidad a los muertos, sino a nosotros mismos. Por eso me parece tan preocupante una sociedad que hace un videojuego de un linchamiento. Rosa Montero, El País, 25 de octubre de 2011 Texto 2 Ya se sabe que las cosas sólo existen si salen en las noticias, pero este axioma mediático parece ser cada día más verdadero. Por ejemplo, me pregunto por qué el caso de Marta del Castillo se ha convertido en un acontecimiento de semejante magnitud. Desde luego es una tragedia y, para los padres, un infierno absoluto. En su lugar, todos estaríamos igual de convencidos de que no ha sucedido nada más atroz. Pero, por desgracia, la vida abunda en atrocidades. A juzgar por los indicios, en el drama de Marta no parece haber habido el horror añadido que hubo en otras muertes, como, por ejemplo, la de Sandra Palo. Quiero decir que hay demasiadas historias espantosas, adolescentes violadas y asesinadas, mujeres apaleadas y quemadas, niños torturados hasta dejarlos inválidos, y ninguna de estas brutalidades se convierte en un asunto de prioridad nacional ni los familiares de las víctimas son recibidos por Zapatero como ocurre con Marta. ¿Qué ha pasado en esta ocasión? Puede que una pura casualidad informativa: alguien de la prensa local que se fija en el tema, alguien de la nacional que lo recoge porque tal vez esté flojo de noticias... Así se va formando una pelota histérica. Los medios construyendo la realidad. Más aún: los medios suplantando nuestra vida. La británica Jade, disparatada concursante de Gran Hermano y enferma de cáncer terminal, piensa morir ante las cámaras previo pago de un pastón. En esta sociedad somos capaces de chatear en directo con Australia, pero puede que no sepamos que nuestro vecino está moribundo. Cada vez huimos más de nuestras responsabilidades personales: nos escaqueamos del cuidado de nuestros enfermos y de sus agonías. Pero el final de Jade será contemplado por millones. Es como convertir la experiencia de la muerte en un descafeinado y manejable tamagotchi. Qué mundo tan raro. Rosa Montero, El País, 24 de febrero de 2009 Texto 3 El 25 de abril de 1998 fue el día del desastre del vertido tóxico de Aznalcóllar. Ante el mayor desastre ecológico de Europa todos estuvieron a una para hacerlo irreversible. Hoy, la Junta de Andalucía puede decir con orgullo que la zona está en mejores condiciones que antes de que se produjera el vertido. El Centro Superior de Investigaciones Científicas, la Estación Biológica de Doñana, los técnicos, científicos, políticos, ciudadanos de a pie que participaron en los titánicos trabajos de limpieza; todos los que han trabajado y siguen trabajando en la recuperación de la zona, pueden estar orgullosos de haber demostrado que si se quiere se puede y que nada reversible tiene que ser irreversible, si se pone empeño político, conocimiento, voluntad y dinero para que las cosas funcionen como tienen que funcionar. La recuperación de lo que fue un mar de lodos; la vuelta al lugar de pájaros, peces, reptiles, insectos, la vida en fin, es una realidad que debe ser celebrada. La imagen de las instalaciones de explotaciones fotovoltaicas, productoras de energía limpia, sobre lo que fue la balsa de la que salió el veneno; cada uno de los logros tras la gesta de limpieza de los suelos envenenados, debe conocerse. En los días del desastre hubo quienes se excedieron en la apreciación sobre la imposibilidad de recuperar el lugar, a la vista está que, felizmente, se equivocaron. El pesimismo recorrió el mundo y, por lo mismo, sería justo que de lo hecho se supiera en el mundo o, al menos, en la España presta a atender noticias de desastres, siempre que se sirvan desde una Andalucía tantas veces mal contada. Mª Esperanza Sánchez, El Correo de Andalucía, 26 de abril de 2008 Texto 4 De niños, buscábamos en la playa una botella con un mensaje dentro porque se nos había metido en la cabeza que uno venía al mundo para salvar a un náufrago. No imaginábamos que de mayores, en lugar de encontrar la botella, encontraríamos al mismísimo náufrago. Y no sería uno, sino miles. Ahí están, llegan todos los días a nuestras costas, procedentes de países que se han ido a pique y por cuya borda han logrado saltar en el último instante. Algunos llegan muertos y no nos dejan otra oportunidad que la de enterrarlos, pero los vivos tienen todo lo que se espera de un verdadero náufrago: hambre, sed, pánico, fiebre, frío. Llevamos toda la vida esperándolos y ahora no somos capaces de reconocerlos. A lo mejor resulta que nos conmueve más un grito de socorro escrito en un papel que salido de la propia garganta del desventurado. De hecho, si encontráramos el mensaje de un náufrago dentro de una botella, nos pelearíamos por dar con él para contar su historia en exclusiva. Las empresas de alimentación, de ropa, de ocio y de informática pagarían enormes sumas de dinero para apropiarse del cuerpo del infeliz, de modo que la noticia de su salvamento quedara unida para siempre al logotipo de su marca. Los políticos desbaratarían sus agendas para entregar al desdichado las llaves de la ciudad y proveerle de la documentación precisa para que circulara sin problemas. Por fin, dirían algunos, hemos hallado al náufrago cuya salvación justificaba nuestra vida. En lugar de eso, los burocratizamos con una eficacia tal que cuando la marea abandona sus cuerpos en la playa han dejado de ser personas con una biografía dentro (con dos, en el caso de las mujeres embarazadas) para convertirse en un objeto de consumo de las leyes. ¿Qué diríamos de alguien que frente a una catástrofe natural se pusiera a legislar la catástrofe en vez de acudir en ayuda de los damnificados? Pues eso es lo que están haciendo los políticos: negociar el modo de regular los naufragios, lo que, además de ser una locura, no soluciona el problema, ni siquiera lo alivia. Mientras los cuerpos de los náufragos que han venido a salvarnos se amontonan en el depósito, aún seguimos buscando la botella. Juan José Millás: "El mensaje" en El País, 12-09-2003 Texto 5 Jugar en la calle. Jugar en grupo. Esa es la actividad extraescolar que un grupo de educadores y psicólogos americanos han señalado como la asignatura pendiente en la educación actual de un niño. Parecería simple remediarlo. No lo es. La calle ya no es un sitio seguro en casi ninguna gran ciudad. La media que un niño americano pasa ante las numerosas pantallas que la vida le ofrece es hoy de siete horas y media. La de los niños españoles estaba en tres. Cualquiera de las dos cifras es una barbaridad. Cuando los expertos hablan de juego no se refieren a un juego de ordenador o una playstation ni tampoco al juego organizado por los padres, que en ocasiones se ven forzados a remediar la ausencia de otros niños. El juego más educativo sigue siendo aquel en que los niños han de luchar por el liderazgo o la colaboración, rivalizar o apoyarse, pelearse y hacer las paces para sobrevivir. Esto no significa que el ordenador sea una presencia nociva en sus vidas. Al contrario, es una insustituible herramienta de trabajo, pero en cuanto a ocio se refiere, el juego a la antigua sigue siendo el gran educador social. Leía ayer a Rodríguez Ibarra hablar de esa gente que teme a los ordenadores y relacionaba ese miedo con los derechos de propiedad intelectual. No comprendí muy bien la relación, porque es precisamente entre los trabajadores de la cultura (el técnico de sonido, el músico, el montador, el diseñador o el escritor) donde el ordenador se ha convertido en un instrumento fundamental. Pero conviene no convertir a las máquinas en objetos sagrados y, de momento, no hay nada comparable en la vida de un niño a un partidillo de fútbol en la calle, a las casitas o al churro-media-manga. Y esto nada tiene que ver con un terror a las pantallas sino con la defensa de un tipo de juego necesario para hacer de los niños seres sociales. Elvira Lindo, El País (12/01/2011) Texto 6 Somos la última generación que come. Algunos de sus miembros, se entiende, porque, aunque convendría generalizar, no es posible. Quienes nos releven y pasen una pequeña temporada en este planeta no van a comer y tendrán que conformarse con ingerir. La gastronomía, que es el sutil arte de transformar en placer una necesidad, va a ser cada vez más minoritaria. Los alimentos transgénicos, por una parte, y los adulterados, por otra, nos invaden. En vista de eso, el Consejo de Ministros ha aprobado la creación de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, que pretende controlar los alimentos y garantizar los productos que consumimos, para que a su vez no nos consuman a nosotros. Se veía venir desde hace tiempo. Cuando los pollos dejaron de ser el sueño posbélico de Carpanta y desde que a la leche no hubo necesidad de quitarle la nata. Antes, incluso, del advenimiento de las indescifrables hamburguesas y de la fuga del peculiar aroma de algunas frutas prohibidas. Vino la llamada comida rápida, que ocasiona lentas digestiones, y alguna gente se acostumbró a que llegaran los platos en moto o por correo certificado. Posteriormente vino la adulteración, que nunca se había ido del todo. El tristísimo caso de la colza fue un aviso que previno a muchas personas, pero a otras se las llevó por delante. (Ha tenido plagiarios y ahora mismo se ha desmantelado una red de falsificadores de aceite, que daban gato por liebre y orujo y girasol por oliva). Todo un largo proceso que está culminando con las vacas esquizofrénicas para las que no estaban previstos los manicomios. El Gobierno ha aprobado la Agencia de Seguridad, pero se resiste a darle nueva financiación, con lo que nosotros vamos a tener la seguridad de que se seguirán adulterando los alimentos, bajo el conocido lema de lo que no mata engorda. Quizá sea conveniente seguir el consejo de Umberto Eco, que todas las semanas se pone a dieta, igual que todas las semanas deja de fumar. Es cuestión de voluntad y yo sé poco de eso. Manuel Alcántara, El Sur (21/12/2007) Texto 7 Los humanos somos animales sociales, y no sólo necesitamos vivir con los demás, sino que además o sobre todo anhelamos ser comprendidos, es decir, ser capaces de comunicar hasta el más remoto rincón de nuestra intimidad con los seres queridos. De hecho, creo que éste es uno de los mayores malentendidos de la vida en pareja, un espejismo que puede provocar la ruina de la relación, porque muchos enamorados, sobre todo si son jóvenes, aspiran a la fusión absoluta con el amado, a quien imaginan como el alma gemela con quien compartirlo todo; y luego, claro, cuando la pareja muestra inevitablemente otros gustos o no entiende determinadas emociones, entonces algunos se lo toman a la tremenda, como si eso fuera la prueba irrefutable de que se han enamorado del hombre o la mujer equivocados. Pero el caso es que la media naranja idéntica no existe, y es ilusorio pensar que pueda haber en el mundo una persona con quien entenderte al cien por cien. ¿A quién se le puede decir todo? Obviamente, a nadie. Uno es tantas cosas. Tantas pequeñas, ínfimas cosas. Esa luz entrevista en el agua negra. Un estremecimiento de alegría al escuchar una canción. Una reflexión, una pena, una caricia. Sentimientos, conocimientos y memorias. Todo un universo de menudencias imposible de transmitir a los demás. En uno de sus libros de memorias, Simone de Beauvoir decía que lo que más le apenaba de envejecer y de su cada vez más cercano horizonte de mortalidad era la desasosegante idea de que se perdieran todos los conocimientos que había acumulado en su ya larga vida. Todos los libros leídos. Las películas vistas. Los pensamientos hilvanados. Las músicas disfrutadas. Ese largo esfuerzo, esa compleja edificación intelectual y ese deleite desaparecerían sin dejar rastro al morir ella, como una bonita pompa de jabón al estallar. Y es que uno es eso, justamente. Somos una suma de bagatelas. Por eso en su precioso y premiado libro Tiempo de vida, escrito tras la muerte de su padre, Marcos Giralt Torrente se embarca en unas cuantas retahílas descriptivas de los gustos paternos: "Tenía debilidad por los fritos y por todo lo que llevara bechamel (...), le gustaban los embutidos, los macarrones, las albóndigas; le gustaba el repollo, la remolacha, el atún...". Unos párrafos tan triviales que resultan profundamente conmovedores. El leve y enredado garabato de nuestra identidad también se construye sobre el placer con que te comes unas croquetas. Rosa Montero, El País, 8 de enero de 2012 Texto 8 El próximo viernes se cumplirá un año del terremoto de Lorca. Recuerdo la emoción y la conmoción que nos embargó a todos con la catástrofe; la solidaridad, las grandilocuentes promesas de reconstrucción de los políticos. Hoy me escribe José Alberto Lario, portavoz de la Asamblea de Vecinos Afectados por el Seísmo. Y me habla desde el olvido y el abandono: “Aún hay 7.000 personas desplazadas de sus hogares; han demolido 1.200 viviendas y 160 edificios siguen en estado de indefinición, sin saberse si los tirarán. Dos Institutos de Enseñanza Secundaria y un centro sanitario están derruidos sin que haya un proyecto real de reconstrucción, de modo que hay cerca de 1.200 alumnos desplazados y un tercio de la comunidad recibe asistencia sanitaria fuera de su centro habitual. Un 30% de los comercios no han vuelto a abrir sus puertas y la población, en suma, vive una situación agónica porque ha tenido que hacer frente desde el primer momento a todos los gastos, soportando el abandono institucional y el acoso de las entidades financieras, que han demostrado una falta de sensibilidad rayana en el insulto”. Que quede dicho esto para compensar el trompeteo triunfal que quizá se organice en torno al aniversario. Y sí, ya sé que son tiempos malos y que los presupuestos no son de chicle. Pero no entiendo que en este país en el que abandonamos a su suerte a los lorquinos se pacte, por ejemplo, un convenio tan delirante como el de la Junta de Castilla y León, que piensa destinar 303.000 euros para, entre otras cosas, dar clases de caza en los colegios públicos a los niños entre 7 y 12 años de edad. Eso, eso, enseñémosles a pegarse tiros en los pies, que es una cosa muy fina. Froilanear: nuevo término para definir el olvido de los problemas reales y la toma de medidas políticas disparatadas, retrógradas, despilfarradoras y ridículas. Rosa Montero, El País, 8 de mayo de 2012 Texto 9 Con nuestra habitual estrechez de miras, tendemos a pensar que el momento histórico que vivimos es el más moderno y sofisticado de todos los tiempos. Como si el progreso fuera algo inevitable y nosotros mismos la cúspide del desarrollo humano. Nada más lejos de la verdad; los logros sociales son resbaladizos y volátiles y a menudo se producen regresiones: por ejemplo, la situación de la mujer era mejor a principios del siglo XIX que 100 años más tarde. Nunca hay que bajar la guardia en la defensa de nuestros valores, aunque parezcan sólidos y obvios. A veces los pueblos eligen la involución e incluso el suicidio, como sucedió con la Alemania nazi. Digo todo esto ante la coincidencia en las últimas semanas de noticias homófobas. La muerte en el civilizado Chile de Daniel Zamudio, de 24 años, tras haber sido torturado durante seis horas por ser gay; la entrada en vigor de la nueva ley rusa contra los homosexuales, a quienes compara con los pedófilos; o las palabras del obispo de Alcalá de Henares, que no pasarían de ser una mentecatez petarda si no fuera porque las dijo en una misa, o sea, revestido de su poder de brujo, y porque para soltar una homilía así tiene que sentirse socialmente amparado y acompañado. Sí, me temo que damos demasiadas cosas por seguras. Por ejemplo, que los gays ya no tienen ningún problema en Occidente; o que el machismo está superado y hablar de los derechos de las mujeres es una anticualla; o que no existe ningún antisemitismo en España sino indignación por la cuestión palestina (y es verdad que el maltrato a los palestinos es un escándalo, pero además creo ver un antisemitismo creciente y preocupante). Y así, mientras nuestros valores se llenan de polvo arrumbados en una estantería, los retrógrados medran. Y, para peor, en el caldo de cultivo de una recesión. Cuidado con las crisis: engordan a las bestias. Rosa Montero, El País, 10 de abril de 2012 Texto 10 Un puñado de profesionales del teatro han puesto en marcha en Madrid un experimento genial que empieza a ser famoso; han alquilado un modesto piso bajo de un edificio antiguo, lo han redecorado y bautizado con el apropiado nombre de La Casa de la Portera y se han puesto a representar allí Iván-Off, una adaptación modernizada de la obra de Chejov. La acción se desarrolla en las dos pequeñas habitaciones de la vivienda; los espectadores, sólo 22 personas, porque no caben más, han de trasladarse de un cuarto al otro al cambiar de acto. Estuve el otro día y el resultado es prodigioso. Los actores y actrices son espléndidos, la arriesgada proximidad galvanizante, la versión a la vez conmovedora y muy divertida. Se trata de un teatro pobre, por lo baratísimo de la producción y porque no se van a hacer ricos con ello; pero derrochan talento, que es algo que cuesta poco y vale muchísimo. Vi Iván-Off al día siguiente de que se publicaran las cifras de los 5,6 millones de parados y los 1,7 millones de hogares carentes de ingresos. Y, ante la congoja de esos números terribles que caen sobre nosotros como guillotinas, el ingenio de La Casa de la Portera para saber adaptarse a los malos tiempos me resultó muy consolador. Quién sabe, quizá pueda haber salidas incluso en lo más negro de la crisis si logramos pensar el mundo de otro modo. Pero ojo, esto hay que decirlo con cuidado; verán, hace poco escuché una aguda observación sobre los enfermos de cáncer: “Me irritan los que sostienen que te curas si eres lo bastante optimista, como si encima de tener un tumor tuvieras que estar siempre animoso y no curarte fuera culpa tuya”. Pues lo mismo: a ver si los parados encima van a tener la culpa por no ser lo suficientemente imaginativos para reinventarse. Pero, dicho esto, ¿no es un alivio comprobar que se puede crear trabajo (y belleza) de la nada? Rosa Montero, El País, 1 de mayo de 2012 Texto 11 Antológica esa primera plana de un periódico en la que aparecía el titular Fin del terror, referido al abandono de las armas de ETA, y al lado, como si se tratara de una broma pesada, la foto de Gadafi destripado, desprovisto ya de su aura de dictador y convertido en un ser humano derrotado por la tortura y la humillación. El terror no da tregua. Hay terrores grandes, los que amenazan a un pueblo, inoculan el miedo en el corazón de la gente y toman como rehenes la libertad de pensamiento y palabra, secuestrando la memoria y la angustia de las sociedades. Hay otros terrores, tan particulares que minan la vida de personas concretas sin afectar a la convivencia colectiva. No es otra cosa sino terror lo que sintieron los padres de Marta del Castillo cuando una tarde de 2009 vieron que su hija no llegaba a casa. No es sino terror lo que les atenaza cada noche, cuando tratan de conciliar el sueño desconociendo dónde unos desgraciados carentes de compasión y aleccionados por profesionales sin escrúpulos abandonaron los restos de la muchacha. Es un terror sin consuelo, que no enturbia los discursos electorales y ni tan siquiera puede desahogarse en una asociación de víctimas. Es un terror íntimo, que se rumia en solitario. Lo estarán padeciendo los familiares de Ruth y José, los niños que el padre dice haber perdido en un parque, señalando desde el primer día una arboleda carnívora, que al parecer los devoró sin dejar rastro de ellos. Sus cuerpos sin reposo son el paradigma de los miedos infantiles y, por un momento, se imponen a todos los grandes terrores. Elvira Lindo, El País, 26 de octubre de 2011 Texto 12 Se admite como un hecho probado el que la gente, no sólo en España sino en el mundo entero, lee menos cada día que pasa y, cuando lo hace, lo hace mal y sin demasiado deleite ni aprovechamiento. Es probable que sean varias y muy complejas las causas de esta situación no buena para nadie y se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a la televisión. Yo creo que esto no es así porque los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no estaba inventada, tampoco leían sino que mataban el tiempo que les quedaba libre, que era mucho, jugando a las cartas o al dominó o discutiendo en la tertulia del café de todo lo humano y gran parte de lo divino. La televisión incluso puede animar al espectador a que pruebe a leer; bastaría con que se ofreciese algún programa capaz de interesar a la gente por alguna de las muchas cuestiones que tiene planteado el pensamiento, en lugar de probar a anestesiarla o a entontecerla. Los gobiernos, con manifiesta abdicación de sus funciones, agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad: por eso le merman y desvirtúan el lenguaje con el mal ejemplo de los discursos políticos; le fomentan el gusto por las inútiles y engañadoras manifestaciones y los ripios de los eslóganes; le aficionan a la música estridente, a los concursos millonarios y a las loterías; le animan a gastar el dinero y a no ahorrar; le cantan las excelencias del Estado benéfico y providencial; le consienten el uso de la droga asegurándole el amparo en la caída, y le sirven una televisión que le borra cualquier capacidad de discernimiento. El hábito de la lectura entre los ciudadanos no es cómodo para el gobernante porque, en cuanto razonan, se resisten a dejarse manejar. nejar manejar manejar manejar manejar. A mí me reconfortaría poder pregonar a los cuatro vientos la idea de Descartes de que la lectura de los grandes libros nos lleva a conversar con los mejores hombres de los siglos pasados, y la otra idea, esta de Montesquieu y más doméstica, pero no menos cierta, de que el amor por la lectura lleva al cambio de las horas aburridas por las deleitosas. La afición a la lectura no es difícil de sembrar entre el paisanaje; bastaría con servirle, a precios asequibles, buenas ediciones de buena literatura, que en España la hubo en abundancia. Este menester incumbiría al Estado, claro es, pero no necesariamente a través de cualquier angosto y poco flexible organismo oficial, sino pactando las campañas con las editoriales privadas. La culpa de que se haya perdido en proporciones ya preocupantes el hábito de la lectura y no sólo en España, repito, es culpa de los gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre advenedizos, picarillos y funcionarios. Echarle la culpa del desastre a la televisión es demasiado cómodo, sí, pero no es cierto. Camilo José Cela, Diario ABC Texto 13 Antiguamente teníamos más metros cuadrados que cosas. Ahora, en cambio, tenemos más cosas que metros cuadrados. Hace años, podías recorrer un pasillo de 15 metros sin tropezar con un solo mueble. Ahora no puedes dar dos pasos sin estrellarte contra una bicicleta estática, una vajilla de Chillida o la armadura de una tienda de campaña. Mucha gente cambiaría los objetos por metros cuadrados; el problema es que la mayoría de esos trastos sólo tienen un valor romántico, sentimental, que no cotiza ni en los mercadillos de pueblo. Ya me dirán para qué sirve la maleta de madera con la que papá se fue a Alemania, el televisor en blanco y negro que conservamos absurdamente debajo de una cama o la impresora portátil que compramos hace 15 años por si acaso (¿por si acaso qué?). Lo bueno, ahora lo comprendemos, eran los metros cuadrados. No hay cosa mejor que cien o doscientos metros cuadrados, todos juntos, sin más objetos que la foto del abuelo en la pared del pasillo y una alacena en el comedor. Construir viviendas pequeñas por sistema es como escribir frases cortas por obligación. La frase corta funciona bien como desván, como cuarto trastero, como altillo en el que introducir una o dos ideas pequeñas (las que caben en una columna como esta, por ejemplo). Pero para vivir, para respirar, para estar a gusto, nada como un piso de seis o siete habitaciones, cuatro exteriores y tres interiores, además de la cocina, el baño y los aseos. Hemos vendido el alma (o los metros cuadrados) a cambio de cosas que brillaban, de espejuelos con los que no sabemos qué hacer. Deberíamos regresar a la frase larga, a la oración compuesta, al pasillo de 15 metros de largo. A la conciencia. ABC Texto 14 ¿En qué consiste el "Proceso de Bolonia", esto es, el Espacio Europeo de Educación Superior? No es un simple cambio en el plan de estudios, ya lo verán. Lo más complicado a la hora de explicarlo es separar los principios teóricos de las ejecuciones prácticas y, dentro de aquellos, los que se declaran patentes y viajan en cubierta de los que, dicen los críticos, no están confesados y pueden ir en un submarino. Hoy toca cubierta. Veremos lo más significativo y, por ello, más conflictivo. Empecemos por la enseñanza propiamente dicha. Bolonia intenta crear un sistema educativo común para Europa, extensible a otros países. Pero lo que va a ser común son los nombres de las titulaciones y los créditos (o sea, el número de horas) para el estudiante, pero no los contenidos, que se dejan a disposición de las universidades: como ahora, pues, si no se remedia. Dichos créditos se otorgarán por el trabajo realizado dentro y fuera del aula, y esto último es muy importante por dos razones: una, por la dificultad que siempre ha habido en el control de tales trabajos y más aún con la facilidad que hoy se tiene para "inspirarse" en Internet, y otra porque se va a reducir la clase tradicional, presencial, a favor de enseñanzas teóricas y prácticas dirigidas por tutores (es el sistema inglés y, sobre todo, americano, que han sido el imán de Bolonia). No sé por qué la clase directa (la magistral) tiene tan mala prensa: es en ella donde se vierte la experiencia nunca escrita del profesor, sus vivencias, su entusiasmo por la materia. No pocos estudiantes cambiaron su rumbo motivados por las clases presenciales. Dudo que hubiera pasado lo mismo con esas clases virtuales y deseo vivamente que la antorcha de la experiencia sepa transmitirla al sistema tutorial que se nos viene encima, sistema que funciona en los países que siempre lo han tenido, los anglosajones, y que en nosotros será una dificultad añadida muy a tener en cuenta. José Ignacio Cubero, ABC, 24 de marzo de 2009 Texto 15 La lectura de periódicos supone una novedad en el aprendizaje de niños y adolescentes. El Ministerio de Educación y Cultura y la Asociación de Diarios Españoles han debatido la posibilidad de incorporar el periódico del día a la escolaridad de una manera fácil y espontánea. A uno le parece un proyecto sugestivo, ya que nuestra enseñanza tiende a ser una enseñanza de lo antiguo, con lo que se consigue que el chico odie a los clásicos y ese lenguaje altoparlante que usaban. La enseñanza de la lectura debe llevarse de adelante a atrás. Recuerda uno el tedio de las clases de infantiles y adolescentes donde nunca acabábamos de dialogar con los Reyes Godos, con los Reyes Católicos o con los otros reyes, que siempre había un rey a mano dispuesto a escolarizarnos con su lenguaje retórico. Por el contrario, el periódico del día supone una intromisión alegre y despejada en mil temas diversos, desde la rotura de una cañería en el barrio de al lado hasta la visita de un general extranjero. Y encima venía el fútbol, con fotos y apuntes del periódico local. El periódico del día suscita siempre mil noticias vivas que tienen todas un perfume de actualidad e interesan al joven estudiante. Para la imaginación impaciente del chico es más importante el periódico, con su información trepidante. Quiere decirse que si la paloma de papel del periódico se hubiese posado más en nuestra aula nos habríamos bañado todas las mañanas en la actualidad de la calle, porque el periódico reciente huele a calle y a tinta fresca. La televisión y otros medios informativos sí se utilizan en muchos colegios para la enseñanza de distintas materias y para el conocimiento mismo de la técnica comunicacional. ¿Y por qué no se hace lo mismo con el periódico? Los escritores de periódicos son más amenos y callejeros que los clásicos de plazuelas y los técnicos de ordenador. La prueba es que el público lo sigue leyendo como lectura imprescindible al margen del electrodoméstico televisión. La lectura del periódico es la lectura de la actualidad pasando ante nuestros ojos con su glosa como banderola. Enhorabuena y que salga la cosa. Francisco Umbral, El Mundo, noviembre de 2003. Texto 16 Esta mañana han llegado a mi ordenador ocho mensajes electrónicos. Cuatro procedían de desconocidos, mensajes indeseados, y algunos indeseables, que he borrado sin leer. Los otros cuatro eran de amigos y conocidos que me ofrecían informaciones concretas, me planteaban demandas o respondían a solicitaciones mías. Hoy también el cartero ha dejado en casa un fajo de correspondencia postal, una buena parte comercial y administrativa, y la mayoría pura propaganda. Pero ninguna carta personal. De hecho hace semanas y quizá meses que no he recibido una carta, quiero decir un papel escrito un poco extenso con una firma al final. La conclusión parece fácil de extraer. El mensaje electrónico está sustituyendo a la carta. Y con notable ventaja además, porque llega mucho más rápido y porque la respuesta puede ser inmediata. Y la combinación del mensaje e internet abre posibilidades de comunicación inimaginables en otro tiempo. Entre los que he recibido hoy, uno procedía de la capital de la Manchuria, donde alguien había leído por internet un artículo mío publicado el día anterior en un diario barcelonés y me hacía un comentario al respecto. Una inmediatez comunicativa que sin duda enriquece. La carta, en principio, tenía contenidos más amplios, informaba sobre la situación del escritor y de su entorno, exponía intenciones y sentimientos, era en definitiva más personal. De forma que a pesar de que era más lenta en llegar, una vez que llegaba, su presencia producía una mayor intimidad entre el escritor y el receptor, (...). Se podía leer, mejor devorar, de corrido y se podía esperar el momento más apropiado para leerla o para releerla, y se podía incluso guardarla como prenda que resistiría el paso del tiempo. En un rincón de algún cajón descansaban las cartas de los tiempos del noviazgo, las primeras cartas de los hijos, la correspondencia con un amigo que se fue al extranjero, las postales que mandaban amigos y conocidos cuando se iban de viaje... Miquel Siguan, El Periódico Texto 17 De nuevo malas noticias para nuestra educación en el tramo de la enseñanza secundaria. Los resultados del último Informe PISA, que analiza periódicamente el nivel de capacidades y conocimientos de los jóvenes que están en esta franja de edad en 57 países, incluidos todos los pertenecientes a la OCDE, muestran un estancamiento en las ya mediocres prestaciones en conocimiento científico básico o en comprensión y uso del lenguaje de los alumnos españoles. Nunca estará de más insistir en la importancia crucial de la educación para el futuro de nuestro país. En otros países, los malos resultados en alguno de los informes PISA u otros similares han desencadenado una reacción de búsqueda de soluciones en la que ha participado la sociedad en su conjunto. No parece que esté ocurriendo lo mismo en España, donde tantos problemas de menor enjundia agotan nuestra energía y nuestra imaginación. El gasto dedicado a la educación, y más en concreto a la educación secundaria, es un factor que influye en los resultados obtenidos, pero no de forma mecánica. Es necesario partir de un volumen de recursos suficientes pero, a partir de ahí, países con niveles de gasto similares obtienen resultados diferentes. Hay otros factores que influyen, dentro de la escuela y fuera de ella. Los primeros se refieren a la organización de la enseñanza, los contenidos, el tamaño y la composición de los grupos o la atención que cada alumno recibe en función de sus necesidades educativas, así como el reconocimiento de la labor de los profesores por parte de las familias y las autoridades. Los factores externos a la escuela son también esenciales en la mejora de nuestro nivel educativo. En los países que registran mejores resultados existe una clara percepción social de la importancia de la educación y se respeta el esfuerzo necesario para aprender y hacer aprender; muy lejos de la frivolidad o incluso el menosprecio con que se tratan estos temas aquí. Tenemos un problema que afecta a los políticos, pero no sólo a ellos, y a los profesionales de la enseñanza, pero no sólo a ellos. Es toda la sociedad la que debe participar en un debate sobre las medidas que deben tomarse, sabiendo que éstas, por eficaces que sean, tardarán tiempo en hacer su efecto. Razón de más para iniciarlo rápidamente. El País, 3 de diciembre de 2007 Texto 18 Puede ocurrir que en circunstancias extremas el pueblo se eche a la calle motivado por una pasión ciega y que en ese caso no pueda decirse que la suya es una actitud sensata, la consecuencia de un análisis previo y exhaustivo. Y sin embargo, conviene advertir que en las contadas ocasiones en las que la sociedad decidió históricamente contestar rabiosamente en la calle las decisiones de los políticos, lo hizo porque el suyo era un impulso natural e incontenible, una decisión desesperada y perentoria, casi la consecuencia de un instinto. ¿Cabe esperar sensatez en medio de la angustia? Cuando arde un edificio, el tipo que siente las llamas a su espalda asomado a la ventana cincuenta metros sobre el suelo, no se lo piensa dos veces y salta al vacío. No lo hace como consecuencia de un razonamiento, sino como resultado del miedo. Sólo puede elegir su manera de perder la vida y decide que estrellarse contra la acera es mejor que morir quemado. Algo parecido ocurre cuando, asfixiado por una angustia insoportable, el pueblo llano se echa a la calle. Se trata de elegir entre el estoicismo y la furia. Es inútil que en un momento de franca desesperación al pueblo se le pida que insista en reflexionar. No lo necesita. Es más, no le conviene. Sabe que él, el pueblo, es en sí mismo la razón. Lo que les asusta a los políticos es que la ciudadanía se plante y diga que está harta de ser considerada un simple ingrediente de la estadística, un recurso plural y amorfo del que echar mano para que acuda a las urnas y regrese luego a la duermevela de la resignación frente a esa inclemente rutina política que amenaza con convertir en cementerios las escuelas. José Luis Alvite, La Razón, 24 de septiembre de 2012 Texto 19 Esta tarde de lluvias antiguas, tarde en la que el viento suelta el chaparrón como si restallara un látigo; esta tarde que en el reloj cierra los ojos una hora antes, recuerdo una vieja letra de sevillana: «Mazagón es el vigía / de la entrada de la barra». Más vigías hacen falta, por lo que nos dice la noticia. El mar nos duele todos los días, porque todos los días nos deja una patera cargada de miseria, o los restos de un naufragio. Todos los días nos escribe el mar. El mar es una rotativa, una editorial que lanza su diario periódico, su crónica diaria; una editorial que publica las efímeras memorias de la aventura con más desventaja: la de los negros que quieren cruzar el Estrecho, o la de los pescadores andaluces que ya no saben hacia dónde remar. Todos los días, todos, el mar nos deja en el zaguán de la arena la realidad del hambre. Edición de mañana y edición de tarde, y, muchas veces, edición de noche. Ya no hay manos para sujetar tanta desesperación. Y los vigilantes de la costa, de todas las costas, sobre todo, de las costas andaluzas, ya no saben qué hacer, porque si sólo miran con el ojo que divisa pateras, en un descuido se les cuela un barco, una lancha, una embarcación peligrosa, sospechosa, un «crucero del delito». Por esto, esta tarde de lluvias me acordé de la copla: «Mazagón es el vigía / de la entrada de la barra...». Mil ojos necesita esa costa huelvana, porque, ya ven, se nos cuelan sin chistar. Más de mil kilos de cocaína traía el catamarán de bandera gibraltareña y tripulación francesa. ¿Qué vigías no hacen falta en nuestras orillas, y no tanto para sujetar la marea del hambre de los desesperados, como para sujetar, detener, encarcelar a los canallas que vienen a matar criaturas? ¿Cuántos jóvenes muertos, enloquecidos, al menos, caben en mil cien kilos de cocaína? O sea, también ese catamarán traía muerte, aunque ajena. Mercancía para matar, muerte blanca, muerte en polvo, muerte cara. Todos los días nos golpea el mar. Abramos los brazos para acoger a quienes, desesperados, nos buscan como salvación. Y cerremos el mar, como lo cerró Moisés, a quienes vienen a matar con mil kilos de cocaína. Antonio García Barbeito: “El mar”, en El Mundo, octubre, 2003 Texto 20 Por raro y anacrónico que parezca, hay desgracias a las que, por alguna postura, se les escapa un halo positivo. Y está llegando el momento en que todos tengamos que bendecir aquel aciago momento de triste recuerdo en que las primeras manchas del malhadado fuel empezaron a mancillar las playas gallegas. Gracias a las desgracias de mariscadores, marineros y percebeiros, el hundimiento de una gabarra en la Bahía de Algeciras se ha convertido en noticia de primera magnitud, ha concentrado a políticos de todas las administraciones, alertado a los técnicos y puesto a prueba todas las medidas de seguridad habidas y por haber. Gracias a las desgracias del pueblo gallego, los gobiernos central y andaluz han empezado a ver la realidad que se oculta tras los vaticinios de ecologistas y ayuntamientos campogibraltareños sobre la peligrosa sombra que se cierne sobre las aguas del Estrecho. Gracias a las desgracias que padecen la flora y la fauna de la Costa de la Muerte, se está atendiendo con preocupación a las decenas de aves que cada año aparecen muertas en las costas andaluzas, se empieza a observar la degradación medioambiental que sufren nuestros fondos marinos y se otea con desvelo el horizonte para certificar que el alquitrán también mancha nuestras orillas hace décadas. Y mire usted por dónde que hasta para emular desgracias hemos tenido suerte: porque no se ha escapado el fuel de los tanques de la embarcación, porque sólo está a medio centenar de metros de profundidad, porque el lugar donde se hundió la gabarra es el mejor de todo el Estrecho y, además, llueve sobre mojado... Pero qué pena más grande que la atención a la degradación medioambiental, la prevención ante acontecimientos contaminantes, las sanciones a los desalmados armadores, y las ayudas a esas zonas dejadas de la mano de Dios, sólo lleguen después de una desgracia de las proporciones del «Prestige», el «Venamagna» o el «Spabunker IV». Qué pena haber tenido que sufrir... Mar Correa, ABC Texto 21 El miércoles pasado, los talibanes pusieron una bomba en una escuela de niñas en el noroeste de Pakistán (y de paso se cargaron a tres soldados estadounidenses). Ya se sabe que los talibanes prohíben educar a las mujeres; este verano hubo 102 ataques a escuelas en Afganistán y 196 niñas fueron envenenadas. La bomba del miércoles mató instantáneamente a tres alumnas e hirió a un centenar. Es probable que después fallecieran unas cuantas más, pero eso ya no lo recogieron los periódicos. Hoy día importan muy poco estas víctimas. Tuvieron su momento cuando la guerra contra Afganistán, porque daban argumentos éticos a la incursión militar. Así supimos de ese infierno; de la prohibición a salir solas de casa y a estudiar, del burka y la absoluta carencia de derechos. Occidente se horrorizó, pero luego, con esa volatilidad que caracteriza a la memoria humana, nos las hemos apañado para olvidarlo. Y somos tan buenos en esto de la amnesia que ahora la comunidad internacional ha sacado un plan para reintegrar a los talibanes en Afganistán. Basta con que renuncien a Al Qaeda, y entonces les pagaremos 350 millones de euros para que sigan torturando a sus mujeres tan campantes. Es el cinismo de la alta política; y es el incomprensible desamparo de las mujeres en el planeta. Porque, además de los talibanes, hay otros horrores en otros lugares: lapidaciones, ablaciones, adolescentes enterradas vivas por sus padres. Como decía Gabriela Cañas en un magnífico artículo, el mundo es capaz de luchar contra la discriminación racial y, por ejemplo, en su momento se prohibió la participación en los Juegos Olímpicos de los atletas surafricanos del apartheid. Pero 26 países siguen en los JJ OO a pesar de vetar a las mujeres en sus delegaciones, porque la discriminación sexual todavía es una causa menor. Mujeres de la Tierra, olvidadas víctimas. Rosa Montero, El País (09-02-2010) Texto 22 Aumenta día tras día la desconfianza hacia los políticos; y crecen también las voces de alarma que sostienen que hablar siempre tan mal de ellos conduce a la ruptura del sistema democrático. Tienen su punto de razón y es cierto que la credibilidad del sistema está en juego. Como yo pienso que la democracia es sin lugar a dudas el mejor marco social, quiero decir aquí que a mí los profesionales de la política me parecen extremadamente respetables y necesarios. Lo que no me gusta son estos políticos, o la forma de hacer política que se ha implantado en este país. Hace poco, César Molinas sacó un artículo demoledor (que ha sido criticado ferozmente, prueba de que puso el dedo en una llaga, y que, entre otras cosas, viene a decir (traducción mía de un texto largo) que nuestros partidos se han convertido en empresas dirigidas al lucro de sus socios, en contra del interés general y con negocios vidriosos (y no veo espíritu de enmienda: mira Eurovegas y el megaparque catalán). Gabriela Cañas, en otro gran artículo, habla del peso de la sociedad mediática. Cierto: en las democracias avanzadas los partidos se asemejan cada vez más, y el mensaje ha sido suplantado por la pura apariencia. No importa lo que se hace y ni siquiera lo que de verdad se dice, sino el eslogan, la imagen comercial, salir en los medios; por eso los partidos son cada día más sectarios, porque, sin contenidos que discutir, sólo cabe la adhesión irracional del forofo. A este mal, que es común, nosotros le hemos añadido el toque cañí del pelotazo. En fin, nuestros políticos no son los únicos culpables, pero forman parte del problema. ¡Hay que cambiarlos! Probemos con un sistema electoral mayoritario y listas abiertas. Rosa Montero, El País, 25 de septiembre de 2012 Texto 23 Escribo este artículo todavía horrorizada por el caso de esa joven rociada en Madrid con un ácido que le abrasó la carne hasta llegar al hueso. Días antes había iniciado los trámites de separación de su marido, cuya implicación aún no ha sido probada (está denunciado por malos tratos). Este suceso atroz, y otros semejantes, aviva en muchas mujeres un núcleo instintivo de desconfianza y rencor hacia los hombres, aunque a la inmensa mayoría de ellos les espante lo del ácido tanto como a nosotras. Pero el sexismo deja heridas que terminan convirtiéndose en prejuicios. Digo esto por la reforma del Código Civil para que la custodia compartida deje de ser un régimen excepcional (hasta ahora prima la custodia materna: se otorga en el 90% de los divorcios). Enseguida se ha reactivado la polémica y, para mi asombro, muchas mujeres y en general la izquierda se han declarado en contra, como si la custodia materna fuera algo progresista. Es cierto que hay padres que reclaman la custodia sólo para fastidiar a la mujer, cuando jamás han hecho caso de los niños. Pero también es cierto que hay mujeres que dificultan el contacto de los padres con sus hijos como venganza. La prioridad en la custodia materna es un concepto sexista, una predeterminación social que nos vuelve a encerrar en el destino de madres y sólo madres. ¿Queremos que los padres cuiden más de sus hijos? En primer lugar, ya lo están haciendo: hay un claro corrimiento de muchos varones hacia papeles menos machistas. Pero, además, para que se desarrolle esa tendencia hay que cambiar las leyes, porque el marco legal nos da la forma social. Superemos los prejuicios y reconozcamos estas obviedades: los niños necesitan a sus padres y a sus madres. Los hijos no deberían ser munición de ataque. Los padres tienen el derecho y el deber de ser padres. Rosa Montero, El País, 26 de junio de 2012 Texto 24 En un mundo agobiado por la devaluación del euro, por el agujero de ozono y la desaparición de especies animales, por la pérdida en general, aún no hemos entonado un miserere por el cierre de los quioscos de prensa. Y se cierran todos los días, mayormente al ritmo de la jubilación de sus dueños. Salía uno ayer mismo del dentista de pago, valga la redundancia, y el quiosco en el que compraba El País para leerlo minuciosamente en la cafetería de la esquina, bajo los efectos del virtuoso Nolotil, había desaparecido de la acera. Se acercaba uno, incrédulo, al lugar del crimen, por si se tratara de un problema de la vista, y donde hasta ayer había un quiosco, con su matrimonio de quiosqueros dentro, había un hueco rojizo, hinchado, un poco sangrante todavía, como el que queda en la encía tras la extracción de una muela del juicio. Un hueco por el que uno pasaba la vista obsesivamente, como la punta de la lengua por el empaste, sin que el puesto de periódicos volviera a manifestarse siquiera fuera en su versión fantasma. Y miraba uno alrededor, en busca de otro, pues su dentista se encuentra en una zona de mucho paso, y no veía ninguno, aunque si caminaba unos metros observando atentamente el firme, descubría más huecos sin cicatrizar resultantes de la extracción indolora de otros quioscos que se extendían hasta hace poco por el barrio. Se habían quedado las aceras desdentadas. Y ni un miserere, ya decimos, ni una misa de funeral por todas esas revistas y periódicos de papel en los que uno se demoraba como un niño ante un escaparate de golosinas antes de decir este y este y estas dos revistas y también este libro que se me escapó en su día. De todos los fármacos eliminados por Ana Mato del catálogo de la Seguridad Social, el único que no necesitaré son las lágrimas artificiales. He vuelto a llorar de forma natural. Juan José Millás, El País, 29 de junio de 2012 Texto 25 Son muchísimos los jóvenes campeones que en estos últimos años han situado a España en la cima del éxito deportivo. No puede decirse lo mismo en el apartado de la enseñanza obligatoria. También en ella España es campeona de Europa: campeona en fracaso escolar. Según los datos recogidos por la Unesco en la edición 2012 del estudio anual Educación para todos, uno de cada tres jóvenes españoles de entre 15 y 24 años dejó sus estudios antes de acabar la enseñanza secundaria. La media española de fracaso escolar es muy superior a la europea, que registra un abandono bastante menor: uno de cada cinco. Si el éxito deportivo causa tanta felicidad social, estas deprimentes cifras de fracaso deberían inquietar a toda la sociedad. ¿Qué será de estos jóvenes en la edad adulta? En los tiempos de la economía del conocimiento y en una sociedad en crisis como la española, ¿es sostenible una bolsa tan enorme de personas sin formación mínima? […] El informe de la Unesco se aparta de las soluciones paternalistas: "Crear puestos de trabajo per se no va a ayudarnos a salir de la crisis". Incluso en el improbable supuesto de que España (o Europa) estuviera en condiciones de subvencionar el empleo juvenil, esta sería una salida en falso. En tiempos de crisis, lo esencial es dotar a los jóvenes de herramientas: enseñarles a pescar. En este sentido, la Unesco insiste en recomendar dos medidas: el fomento de las prácticas y pasantías; y la mejora de la formación profesional. Tales medidas se han aplicado en Alemania "con gran éxito". El ministro Wert propone algunas soluciones en línea alemana en el proyecto de ley que se convertirá en la séptima reforma de la enseñanza española en democracia (siete reformas convierten el fracaso de la escuela en el más transversal de los fracasos de la democracia). Pero, en lugar de buscar los males de la escuela en la cuestión identitaria (los males de nuestra educación están territorialmente repartidos), Wert debería plantearse un reto digno de la dificultad actual: lograr que la sociedad española tome consciencia de la enorme gravedad de los índices de fracaso escolar. Ello le permitiría desarrollar la reforma educativa en el marco de un gran pacto social. Un pacto de emergencia contra el fracaso escolar que no puede hacerse sin las autonomías, pues tienen plena competencia en esta materia. Combatir con el máximo consenso y ambición el fracaso escolar es la única manera de conquistar el futuro. La Vanguardia, 17 de octubre de 2012 Texto 26 Se habla mucho de lo que sufren quienes son objeto de despidos, de reajustes, de rebajas y de, en general, lo que ahora se denomina como “adecuación a las circunstancias actuales”, sutil metáfora de escabechina. Demagogia. Es fácil ponerse del lado del débil. Sin embargo, nadie se compadece de los jefes. Son ellos, no obstante, desde los más altos lugares en la cadena de mando hasta los útiles capataces, los que, en silencio y en soledad, se encierran entre las cuarenta paredes de sus pisos de trescientos metros y lloran dolorosamente por los otros. A mí se me encoge el corazón cuando pienso en esos ejecutivos que vuelan en business o en primera —algunos, incluso, en el pavoroso aislamiento de su jet privado, propio o de alquiler—, y que no pueden hacer otra cosa, entiéndanlo bien. No pueden sino aceptar el horror que les ha tocado ejecutar, y emprenderlo con la misma responsabilidad con que, cuando se trata de sacar una media de sueldos por trabajador, y con objeto de disimular lo poco que cobran muchos, arriman sus emolumentos a la suma total, logrando así que salga una cifra presentable y decente, que legitime la carnicería ante los ciudadanos lampantes. Esos hombres y mujeres, solitarios y heroicos, hacen lo que tienen que hacer para seguir cobrando y preservando los intereses de los accionistas: porque de ellos dependen muchas familias. La del que prepara el catering en la fiesta de cumpleaños, las de los profesores del colegio de los niños en Estados Unidos, la de esa pobre chica que les hace la manicura. Por no hablar del señor Armani ni del señor Audi, que tienen que comer gracias a ellos. No me digan nada de los trabajadores. Piensen en los jefes. Y en todo lo que han tenido que traicionar un día tras otro. Los pobres. Maruja Torres, El País, 11 de octubre de 2012 Texto 27 Antiguamente a las calles se les quedaba el nombre del oficio o la procedencia de cuantos vivían en ellas o de algo notable que las distinguía de otras. Aún sobreviven la de los odreros y los boteros, la de los tintes, cuyas industrias aprovechaban que el río Tagarete aún corría por delante de la Puerta de Carmona, la de los que se dedicaban al arte de la seda; cerca, la de Hombre de Piedra debe su rótulo al busto romano encastrado en un muro; la de la Alhóndiga, al almacén del trigo que abastecía la ciudad. En fin: los topónimos son (o eran) también la Historia que vivía fuera de los archivos. Hace ya tiempo esta ciudad prefirió dividir su pasado en minifundios, refugiarse en la salvaguarda de lo más cercano, encerrarse por las parcelas de pequeños mundos tribales. Hago la reflexión –yo, que debo gran parte de mi formación a la Compañía de Jesús y presumo de ello– a propósito de la glorieta que va a dedicarse a un sacerdote, profesor del Portaceli y que corrobora la tendencia. Se dedican las calles, plazas o lugares señalados a Vírgenes, Cristos o personas de cada barrio en un intento –que, como Buzz Light Year, amenaza con llegar al infinito y más allá– de patrimonializar la cercanía. Cada uno de esos nuevos y volubles topónimos, demandados casi siempre por grupos que buscan una efímera notoriedad y dedicados a personas o cosas que no alcanzarán la trascendencia, entierra un pedazo de Historia, la disuelve en un magma amorfo y, en consecuencia, hace menos cultas y más desarraigadas de su entorno a las próximas generaciones. Perdido su ayer, Sevilla habrá de añadir a los títulos de Noble y Heroica el de Invisible. Antonio Zoido, El Correo de Andalucía, 9 de octubre de 2012 Texto 28 El pasado miércoles 26 de septiembre conversaba con algunas personas sobre los sucesos ocurridos en Madrid el día anterior, en esa manifestación de decenas (sí, decenas) de miles de ciudadanos a las puertas del Congreso de los Diputados. Y no pude soportar mi perplejidad: esas personas habían reducido su visión de los hechos a una sola imagen, esa en la que se ve a un encapuchado pegar una patada a un policía. Luego recordé que, efectivamente, esa había sido la escena que más veces se repitió en la mayoría de los espacios informativos de las principales cadenas de televisión. Juan Goytisolo nos advertía de cómo los medios de comunicación "construyen realidades" que pueden no corresponderse, en absoluto, con lo real, con lo verdadero. Y que, por tanto, era necesario estar atentos a lo que no es noticia, para tener una percepción objetiva de la realidad. No obstante, en cuanto a los acontecimientos del 25-S, hay que decir que solo aquel que no ha querido ver, no ha visto, pues son toneladas de imágenes, de informaciones alternativas a las oficialistas, a las manipuladoras, las que están ahí (internet, prensa extranjera, etc.) por si alguien, de verdad, quiere abrir los ojos. Pero es cierto, debemos tener siempre presente que son los medios (con sus oscuros intereses) los que deciden apuntar con sus cámaras a un lugar, o a otro totalmente distinto. Y con esa decisión, que solo ellos toman, pueden (lo hacen, constantemente) distorsionar la realidad y, consecuentemente, modelar nuestro pensamiento, nuestra actitud ante la vida. Manuel Vicent, El País Texto 29 Una joven atractiva, mientras se maquilla ante el espejo del cuarto de baño para ir a trabajar, recita una nueva versión del monólogo de Hamlet: ser o no ser, esta es la cuestión, levantarse todos los días a las siete de la mañana y tener que aguantar a un jefe despótico, machista e incompetente, todo por mil y pico euros al mes, o renunciar a esta lucha agotadora y quedarme en la cama para dormir, tal vez soñar, junto a un marido vulgar, a quien con un poco de maña puedo dominar a mi antojo. Este dilema aciago parece haber arraigado en buena parte de la juventud femenina. Frente a aquella generación de mujeres, que en los años sesenta del siglo pasado decidió ser libre y realizó un arduo sacrificio para equipararse a los hombres en igualdad de derechos e imponer su presencia en la primera línea de la sociedad, cada día es más visible una clase nueva de mujer joven, incluso adolescente, que ha elegido utilizar las clásicas armas femeninas, que parecían ya periclitadas, la seducción, la belleza física y el gancho del sexo para buscar amparo a la sombra de su pareja y recuperar el papel de reina del hogar. Puede que la moral de la iglesia católica se haya aliado con la crisis económica para imbuir tenazmente en la mujer la idea que vuelva a casa, críe hijos, se ponga guapa y complazca en todo a su marido. Si una chica acude a diario a machacarse en el gimnasio, si se atiborra de silicona, si camina sobre unas plataformas increíbles, si decora su piel con toda suerte de tatuajes, ¿busca sentirse saludable y fuerte para luchar por sus derechos o, tal vez, solo trata de convertir su cuerpo en un objeto de deseo, en un arma de combate frente a los hombres? Ser o no ser. ¿Qué es mejor, soportar a un jefe tirano que me explota o a un marido mediocre que me llevará a París si le hago un mohín de gatita? Puede que el dilema no sea tan rudo, pero aquellas mujeres que en el siglo pasado lucharon como panteras por su dignidad, sin tiempo para pintarse los labios, tienen ahora unas nietas hermosas, siliconadas, tatuadas con serpientes y mariposas, dispuestas a claudicar en sus derechos, con tal de ganar la otra batalla, el viejo sueño de sentirse adorables y tener al macho de nuevo a sus pies en la alfombra. Manuel Vicent, El País, 16-09-2012 Texto 30 No es cierto que todos los partidos políticos sean iguales, pero sí que todos obedecen al mismo jefe. Este jefe es un gánster capitalista, valga la redundancia, sin rostro y sin nombre, o de rostro y nombre cambiantes. Hablamos de un tipo con pistola en la sobaquera que permite a los políticos jugar a las derechas y a las izquierdas a condición de que no se salgan del tablero. Así, el PSOE está autorizado a mostrar una mayor preocupación social que el PP, lo que se traduce, por ejemplo, en disputas acerca del regreso de la tartera a los colegios. Podemos discutir acerca de todo sin poner en cuestión las reglas del juego, que incluyen la eventualidad de que votes a un tipo que una vez en el poder diga sí donde juró no y proclame no donde declaró sí. Todo depende de las instrucciones que reciba del gánster. Si el gánster ordena que por robar una barra de pan te juzguen a las 48 horas y por robar 10.000 millones no te juzguen jamás, el sistema judicial, más plástico que el chicle, se encoge o se estira en función de esas disposiciones. No todos los políticos son iguales, claro que no, unos son más simpáticos que otros. Pero las SICAV, por poner un ejemplo, no las toca ninguno, aunque les está permitido prometerlo desde la oposición para animar la fiesta. Quien dice las SICAV dice el fraude fiscal (90.000 millones de euros) o las triquiñuelas para que a Fulano o Mengano les prescriban los desfalcos millonarios. Distintas sensibilidades, ya decimos, pero el mismo jefe, que las alienta para provocar sensación de democracia. El modelo es la Iglesia, donde los teólogos progresistas ponen a parir a los teólogos conservadores, sin romper, increíblemente, con la institución. Definitivamente, hemos sustituido la democracia por el teatro, de modo que no necesitamos analistas políticos, sino críticos literarios. El País, 14-09-2012 Texto 31 El jueves, por primera vez en mi vida, recibí una denuncia. Del Ayuntamiento de Madrid: falta leve. Se me acusa de tirar «una bolsa con residuos domiciliarios a la vía pública, fuera del horario y recipiente normalizado». Sanción prevista: diez mil pesetas. Puedo presentar alegaciones en mi defensa en el plazo de quince días. El impreso facilita un teléfono para obtener información complementaria. Llamo. Una funcionaria extraordinariamente amable me explica, respondiendo a mis preguntas, lo siguiente: fui denunciado por un vigilante municipal que, encontrando una bolsa de basura en la acera la abrió y halló una carta dirigida a mi nombre y dirección. De ello dedujo que la bolsa había sido depositada por mí en la acera, y procedió a denunciarme. El asunto es muy grave, y yo, desde luego, no tenía la menor idea de que una cosa así pudiera ocurrir. ¿Está permitido que un empleado del Ayuntamiento pueda abrir bolsas de basura y hurgar en su interior? La basura refleja la intimidad de las personas. La intimidad no es una parte de uno, es la esencia de la totalidad de uno, es el espejo de su identidad. Por el contenido de una bolsa de basura se pueden deducir informaciones sobre los hábitos de una persona: lo que come, lo que bebe, medicinas que toma, entidades bancarias donde tiene el dinero —números de cuentas, saldos, operaciones financieras—, pistas posibles sobre prácticas sexuales, nombres y direcciones de remitentes de correspondencia y, en fin, una variadísima gama de datos que, en manos inadecuadas, pudieran proporcionar oportunidades de lesionar los intereses del espiado. En mi casa, el portero recoge cada noche la basura puerta a puerta. No creo haber dejado aquella bolsa en la calle, bien pudo caer del sobrado cubo de la comunidad o ir a parar al suelo por la acción de un gamberro o de un buscador de desperdicios reciclables. Esto es lo de menos. Lo importante es que esta práctica municipal, con el feo agravante de buscar pruebas acusatorias en el confiado espacio de lo privado, es una muestra gravísima de una falta de cultura del respeto. La cultura de un país no se sustancia con una exposición sobre Goya, sino, por ejemplo, en el delicado cultivo del derecho a la intimidad. Diario El Público Texto 32 Que me los presenten. Que me presenten a esos 7.000 madrileños que abandonaron a sus perros para irse con toda tranquilidad de vacaciones. Que me presenten a esos 7.000 energúmenos capaces de dejar atrás, con impavidez espeluznante y una pachorra inmensa, los hocicos temblorosos y las miradas dolientes de sus animales. ¿Cómo lo harán? ¿Apearán al perro en mitad de un campo solitario y huirán después a todo rugir de coche, con el pobre bicho galopando espantado detrás del guardabarros hasta que su aliento ya no dé para más? ¿O quizá lo llevarán a algún barrio lejano y escaparán aprovechando algún descuido, un amistoso encuentro con otros perros o un goloso olfatear de algún alcorque? No les importa que luego el animal, al descubrirse solo, repase una vez y otra, con zozobra creciente y morro en tierra, la borrosa huella de sus dueños, intentando encontrar inútilmente el rastro hacia el único mundo que conoce. Son 7.000 sólo en Madrid: el censo estatal de malas bestias puede aumentar bastante. Que me presenten a esos tipos que tuvieron el cuajo de tumbarse con la barriga al sol en una playa, plácidos y satisfechos tras haber condenado a sus perros, en el mejor de los casos, al exterminio en la perrera, y, más probablemente, a una atroz y lenta agonía en cualquier cuneta, con el cuerpo roto tras un atropello. O a servir de cobaya en un laboratorio, o a morir en las peleas de perros, espeluznantes carnicerías que, aunque ilegales, parecen estar en pleno auge como juego de apuestas. Que me presenten a esos seres de conciencia de piedra. Quiero saber quiénes son, porque me asustan: si han cometido un acto tan miserable e inhumano, ¿cómo no esperar de ellos todo tipo de traiciones y barbaries? Probablemente pululan por la vida disfrazados de gente corriente: es una pena que las canalladas no dejen impresa una marca indeleble. El País, 16 de junio de 1998 Texto 33 Los espejos también se comportan como las personas: unos nos quieren, otros nos odian, otros simplemente nos ignoran. Todos tenemos al menos un espejo que es nuestro amigo íntimo. Cuando entro por las mañanas en el baño veo en la repisa del lavabo frascos de cremas y colonias con nombres de dioses. En medio de este Olimpo cosmético y envasado me afeito contemplando mi rostro en un espejo muy amigo que se porta bien conmigo: hace que me acostumbre lentamente a la crueldad del tiempo. Por eso le amo. Lo elegí entre otros muchos. Este espejo no sólo devuelve mejorada mi imagen: también busca el residuo de viejos ideales que haya podido quedar en mi interior para rejuvenecer con ellos mi cara Pero caminando por la calle a lo largo de los escaparates uno se vuelve a crear a si mismo. De pronto en la luna de una mercería te enfrentas con ese desconocido que tú eres. Le miras de reojo y ves que su silueta aún es aceptable; en el siguiente escaparate lo descubres como un ser derrotado, en otro percibos por primera vez que ya camina como un viejo, en otro él se esfuerza por pasar con la tripa metida, en otro yergue la espalda para simular que es un ciudadano jovial. Las distintas imágenes que a uno le devuelven esos cristales pueden ser amables, indiferentes o desoladas. Por fin concluyes que la vida no es sino ir reflejando tu figura en el escaparate de los demás como una prenda que con el tiempo va generando menos interés en ser adquirida hasta que un día te encuentras formando parte de una rebaja de grandes almacenes. Pero existen otros espejos que son enemigos declarados. De pronto al entrar en un probador te sientes acuchillado por la espalda. Son innumerables los crímenes que los espejos de los probadores han cometido. Algunas personas se han salvado huyendo de allí en calzoncillos, aunque son muchas más las que han perecido con el ego destrozado dentro de esos cubículos de las tiendas de ropa entre lunas que no cesan de dar cuchilladas desde los cuatro ángulos. (El País, 23 de enero de 2000) Texto 34 No había nadie en el bar salvo ellos dos, una pareja de adolescentes sentados frente a frente, bebiendo inocentes refrescos de naranja. En la mesa entre los vasos habían dejado abiertos los teléfonos móviles, que sonaban a veces y entonces él o ella se ponía a charlar alegremente con un ser ajeno e invisible mientras el otro se quedaba hierático. El chico estaba muy enamorado de la chica, pero era incapaz de manifestarle su pasión. Sólo se atrevía a mirarla con intensidad a los ojos y ella ya había captado las turbulencias del corazón de su amigo y también le amaba, pero no podía ayudarle en nada, debido a su extremada timidez. Hablaban de cosas anodinas, sin comprometerse en absoluto. Las palabras iban del uno al otro directamente a través de la vibración del aire sobre el mármol de la mesa. El chico necesitaba declararle su amor y la chica esperaba que lo hiciera ya de una vez, un sueño imposible, porque entre ellos había una barrera psicológica insalvable. (...) El corazón de los adolescentes tiene hoy un compartimento más. Se compone de dos ventrículos, de dos aurículas y de un teléfono móvil, que también bombea sangre. De pronto, este joven tímido y enamorado tuvo una inspiración. Usó el móvil para hablar con la chica que tenía delante sin dejar de mirarla profundamente a los ojos. Cuando sonó la llamada la chica descolgó. La pareja comenzó a hablarse de forma descarnada como si fueran invisibles. Ninguno de los dos ignoraba que a través de los móviles su voz se convertía en ondas electromagnéticas, viajaba al espacio sideral y luego volvía para penetrar en el cerebro del otro. Brutalmente desinhibido el chico le dijo que la amaba. La chica le contestó que todas las noches soñaba con él, pero sus expresiones de amor sin amarras tenían dos vehículos: una voz recorría el aire sobre la mesa del bar por medio de la vibración natural y sonaba terriblemente vulgar, la otra bajaba desde un satélite de la estratosfera cargada de libertad e imaginación. "Te amo, te amo", le decía el chico. "Oigo dos voces a la vez, ¿a cuál de ellas debo creer?", preguntó ella. El chico le dijo que creyera en el amor. Manuel Vicent, El País Texto 35 No es casual que los temas de Haider y de El Ejido hayan coincidido últimamente en los periódicos, porque la marcha de la sociedad va por ahí: por la multiplicación de los movimientos migratorios y por el mestizaje. El mundo es hoy más heterogéneo y multicultural que nunca, y uno de los mayores retos de la modernidad consiste en digerir esa realidad sin degollarnos. Los progres solemos decir alegremente que la mezcla de razas es estupenda. Y desde luego lo es, lo creo firmemente: nos hace más cultos y nos enriquece. Pero para eso hay que vencer un recelo ancestral, un miedo primitivo al otro, al diferente. Un prejuicio racista milenario que se cuela, insidioso, por todas partes: por ejemplo, el más reciente programa Word de Microsoft ofrece la palabra "degeneración" como sinónimo de "mestizaje". No sabemos qué hacer con esa bicha que nos habita; nos tenemos miedo a nosotros mismos y con razón, porque espeluzna ver esos reportajes de El Ejido en los que unos energúmenos que tal vez sean buenos padres de familia persiguen a un marroquí y berrean "¡Por ahí abajo va, por ahí abajo!", convertidos en perfectos linchadores. Llevamos a un asesino dentro, a una alimaña, y no nos atrevemos a enfrentarnos a ella, que es el único modo de derrotarla. El espléndido reportaje de Joaquina Prades sobre El Ejido lo dejaba muy claro: los ejidenses son 50.000, los inmigrantes 15.000. Un porcentaje altísimo y de llegada muy reciente. Esos extranjeros han sido la clave de la prosperidad del pueblo. De la noche a la mañana, los ejidenses se han hecho ricos, pero no más cultos: según un informe oficial, hay un 54% de analfabetismo funcional. Y muchísimo miedo a esos seres distintos a los que mantienen marginados. Ha aumentado la delincuencia, desde luego (aunque, según la policía, mucho menos de lo que creen los vecinos): lo trae la riqueza, y el desarraigo y aislamiento de los inmigrantes, que, a su vez, también temen y desprecian lo distinto. Entiendo muy bien la inquietud de los ejidenses: les ha cambiado tanto la vida, y tan deprisa. La solución no es fácil: aumentar el nivel cultural, dar condiciones dignas a los inmigrantes... Y reconocer que llevamos una bicha en el corazón, y no sólo los ejidenses, sino todos. Rosa Montero, El País, 15 de febrero de 2000 NOTA ACLARATORIA: este texto se hace eco de los disturbios racistas que se produjeron en la localidad almeriense de El Ejido en contra de la población marroquí que trabajaba en las explotaciones agrícolas de los invernaderos ejidenses. Texto 36 La discriminación laboral que se inflige a las mujeres españolas se traduce aún en una tasa de paro que es más del doble de la correspondiente a los hombres, pero ésta no es la única desventaja que padecen, pues otros agravios, como el despido o la marginación por embarazo, agravan la desigualdad efectiva entre ambos sexos en el mercado laboral. Esta situación, sin embargo, ofrece algunos síntomas de mejoría cuando se toma como modelo de referencia una ciudad moderna y desarrollada como Barcelona, donde un reciente informe del Ayuntamiento revela no sólo una inflexión ligada al cambio generacional, sino también un notable progreso de las mujeres, que prácticamente las iguala a los hombres, si bien este cambio está relacionado con el grado de formación y también con la edad. Según dicho informe, la tasa de actividad de las jóvenes tituladas se equipara al de los hombres de su misma generación. En este marco, sólo aparentemente contradictorio, y en puertas del día internacional de la Mujer Trabajadora, se pone de manifiesto que la igualdad social de ambos sexos es también una realidad laboral cuando no se interfieren ni los criterios derivados de un productivismo a ultranza (el temor a que una embarazada pueda causar baja) ni los tópicos y abusos derivados de una concepción machista y discriminatoria de las relaciones laborales. Con demasiada frecuencia la mujer debe aceptar puestos de trabajo en condiciones desfavorables respecto a sus colegas masculinos y cuando llega la penalización del despido o la marginación de poco le vale denunciar. Ellas padecen las consecuencias, pero mientras esto sucede, la sociedad está perdiendo su valiosa aportación. La Vanguardia, 07/03/2001 Texto 37 Se ha dicho que el partido de fútbol ideal es aquel que se gana con un penalti injusto fuera del tiempo reglamentario. El error constituye la esencia de este deporte, generalmente aburrido, que utiliza la mayor parte de los noventa minutos de juego en un insulso peloteo en medio del campo, carente de emoción. Solo el error clamoroso del árbitro es capaz de encender el fuego en las gradas, que al día siguiente llenará de disputas, de burlas y de gritos las oficinas y las barras de los bares. Aparte de esto, es el único deporte que muestra ante el público el vigor de un veredicto inapelable. En la vida ordinaria cualquier acción ante la justicia tiene posibilidad de recurso. El delito tiene mil formas de escabullirse o de aplazar la sentencia y el agravio puede tardar años en ser reparado. Solo en el fútbol sucede un hecho ejemplar. A estos futbolistas de élite, divos multimillonarios con novias espectaculares, con escudería de ferraris y maseratis, miles de fanáticos que les piden autógrafos y niñas adolescentes que se arañan el rostro al verlos de cerca y se agolpan para arrancarles los botones y llevárselos de recuerdo, he aquí que un árbitro, ante una simple protesta, les muestra la tarjeta roja, les manda a la caseta y ellos agachan la cabeza y obedecen. Solo en el fútbol sucede que el acta redactada por el árbitro, en general, sea la primera y última instancia acatada por las autoridades deportivas. De otro lado, el árbitro concierta todas las iras del público y asume los insultos, blasfemias y desplantes que el subordinado no puede lanzar contra su jefe en la oficina o en la fábrica. Cuantos más errores cometa el árbitro más limpios y purificados por dentro salen del campo los espectadores al final del partido. Me gustaban más los árbitros cuando vestían de negro. Ese atuendo era más acorde con el efecto expiatorio que tienen atribuido por la sociedad. Hay partidarios de introducir la tecnología en el terreno de juego, pero si el fútbol es un deporte todavía excitante se debe al elemento irracional que introduce el árbitro con esa sensación de que su error en el penalti puede desencadenar un cataclismo en el universo. No hay nada más ejemplar que esta justicia expeditiva: error, tarjeta roja y a la calle. Atrévase usted a hacer eso con su jefe. Manuel Vicent, El País, julio de 2010 Texto 38 Las noticias sobre cultura suelen venir acompañadas estos días de la palabra cierre. Se suspenden festivales, se despiden músicos y bibliotecarios, se apaga la luz de las fundaciones y se niegan ayudas a programas de conferencias. Llueve sobre mojado en los dividendos de las grandes empresas, pero cae un sol implacable sobre la sequía de la educación y la cultura. El panorama es aún más grave después de la bancarización de las cajas de ahorros. Por lo que se refiere a patrimonio y actividades culturales, el Estado sólo llegaba a muchos territorios a través de la obra social de las cajas. Es verdad que estos recortes llaman menos la atención que el candado en quirófanos y salas de urgencia. Pero merece la pena preocuparse de ellos, aunque sea en voz baja, en medio de la escandalera de la crisis. ¿Qué nos queda a los ciudadanos? Puede resumirse en una palabra: la telebasura. Dentro del horizonte social ilustrado, la cultura se identificó con el conocimiento y la educación. Los estudios realizados en los últimos años sobre esta materia indican que los europeos identificamos ya cultura con espectáculo. Y el espectáculo no se concibe como propuesta de pensamiento o belleza, sino como un modo de diversión fácil. Filósofos y tertulianos del corazón pertenecen al mismo circo. Albert Camus nos avisó de que la zafiedad y la degradación en el tiempo de ocio son tan graves como la precariedad laboral y la falta de libertad. El populismo grotesco de la política dominante, los chistes, las tonterías y los silencios de los candidatos, el papel de las mentiras en las campañas electorales, serían poco efectivos sin ciudadanos adictos a unos entretenimientos insustanciales y frívolos, acostumbrados a despreciar la cultura, orgullosos de su propio analfabetismo y banalidad. Este es el horizonte que se cultiva con el cierre de fundaciones, festivales, orquestas y bibliotecas, y la permisividad ética ante las atrocidades y perversiones que se emiten en televisión. Se trata de recortes en la capacidad de pensar al margen del populismo dominante. El compromiso intelectual es doble: dejarse ver con seriedad en la política y dar un poco la lata en el trabajo profesional. La cultura no tiene por qué someterse a las exigencias del entretenimiento facilón. Luis García Montero, www.publico.es Texto 39 Este es el panorama que auguran los profetas. Si la crisis económica persiste con esta virulencia, la sociedad quedará dividida en tres partes incomunicadas: unos pocos ricos serán cada día más ricos; la clase media se verá reducida a la pobreza; los pobres de toda la vida bajarán otro escalón y se convertirán en mendigos. Los ricos se harán invisibles en sus yates y en los clubes financieros insonorizados; tramarán negocios redondos en los reservados de los restaurantes de superlujo; delante de la tienda de ropa exclusiva esperarán los mecánicos en tercera fila al volante de un cochazo a que salgan las señoras con varias bolsas y los viernes en su todoterreno con las ventanillas tintadas se irán a sus fincas a matar venados. La clase media comenzará a contar los euros uno a uno hasta los céntimos de cobre para congraciar el sueldo o el subsidio con las necesidades básicas. Los caballeros honorables deberán adaptar el estómago a la comida basura. Adiós al solomillo, bienvenido el reino del pollo y del pollo se bajará directamente a las gallinejas. Habrá que elegir entre el coche o el autobús, el cine o el helado, la copa en el bar o la rebusca en el mercadillo guineano. Volverán a oler a repollo los portales donde antes había un conserje de uniforme. Después de dar una vuelta al abrigo, los ciudadanos de clase media llevarán la pobreza con resignación y dignidad, pero sus hijos cabreados saldrán los sábados noche a romper escaparates con un horizonte iluminado por el cóctel molotov. Los mendigos que antes limpiaban el parabrisas o hacían de saltimbanquis en los semáforos, ahora pondrán solo la mano. Dado que la justicia social ha sido suplantada por la caridad estarán de enhorabuena las antiguas damas del ropero parroquial y los ricos de buen corazón porque se va a imponer de nuevo el placer de la limosna. El bodrio era un caldo que antiguamente se impartía en la trasera de las catedrales y conventos a la hora del ángelus a la cuerda de mendigos que esperaba remediar el hambre. Hoy una legión de verónicas y samaritanos ejerce también la misericordia de dar de comer a los hambrientos. Pero los hambrientos deberán aceptar su destino. Para ellos solo habrá una disyuntiva: si son buenos, tendrán sopa; si se rebelan, rebotará en su espalda la verga de la policía. Manuel Vicent, El País, 21-10-2012 Texto 40 Sísifo había sido condenado por los dioses a cargar con una pesada roca hasta la cima de un monte. Logrado su propósito la roca se le escapaba de las manos y rodaba hasta el fondo del valle. Sísifo debía empezar de nuevo. Una y otra vez. El mito de Sísifo es eterno y puede aplicarse, como castigo, a cualquier orden de la vida. Hace ya muchos años mi generación comenzó a acarrear esa roca de Sísifo a la cumbre de la montaña. Primero con alpargatas, luego con zapatos de Segarra, después con gasógeno, con el biscúter, con la vespa, con el seiscientos. Los obreros se fueron a Alemania y aquí la clase media jadeaba con la piedra al hombro, pero comenzó a celebrar la vida con un pollo al ast y los domingos al salir de misa unos pedían una de calamares o de gambas al ajillo en el bar y otros se iban a la sierra a comer una tortilla de patatas con la suegra. Los Beatles se pusieron a cantar, murió aquel sátrapa, llegó la libertad y la democracia con el diario EL PAÍS bajo el brazo. Con el golpe del 23-F la roca de Sísifo estuvo a punto de rodar hasta el fondo del valle, pero la ascensión siguió su curso. Del chato de vino se pasó al gin tonic, llegó el gobierno socialista, Europa, la movida, la cultura del pelotazo, el milagro español, la fiebre del ladrillo, el crédito a mansalva, el placer de la especulación y la codicia. La derecha se instaló en el gobierno y con ella siguió la fiesta procaz de los bonus, el impúdico despilfarro político, los banqueros y consejeros delegados que cargaban con pala los millones de euros y blindaban sus contratos con cifras fuera de la imaginación de los simples empleados. Sísifo llegó, por fin, a la cima del monte y, como es lógico, la roca se le fue de las manos y ahora está rodando cuesta abajo. Nadie sabe a qué altura de la ladera se detendrá, si en los años cincuenta del siglo pasado ante la cola del aceite o en los sesenta ante unas sardinas en papel de estraza, pero eso solo es economía. Puede que la roca de Sísifo en su caída se lleve consigo por delante la democracia, la cultura, la libertad de expresión y todos los sueños de una generación que no ha tenido la culpa de que los políticos, los banqueros y ejecutivos fueran unos tan golfos y otros tan ineptos. Manuel Vicent, El País, 14-10-2012 Texto 41 En el periodismo español las mejores palabras, las más limpias, están secuestradas por la política. Es una maldición. Antes, el periodista que sintiera cierto amor por el oficio podía escribir el pormenor de un crimen o de un viaje, el análisis de un acometimiento internacional, una crónica parlamentaria al estilo del fino Azorín o del cáustico Josep Pla o relatar la minuciosa sangre que sigue a un bombardeo y las palabras discurrían libres, limpias, incontaminadas. Otras veces las palabras se detenían en torno a un pequeño suceso de la vida cotidiana, reflejo de una pasión que servía de ejemplo moral. Hoy la mayor parte del periodismo español está cautiva de la baja política, que fluye como un río contaminado y cuya corriente genera unos remolinos que se tragan las palabras más puras hasta el fondo del légamo. Díganme si no es una desgracia tener que escribir inevitablemente, un día tras otro, de un gobierno inútil, de una oposición inoperante, de un reiterado caso de corrupción, de una crisis económica que no cesa, de la prima de riesgo, del jodido rescate, de ese tornado de miles de millones de euros que todo el mundo espera y que, tal vez, ni siquiera existe. Díganme si no es una tortura verse condenado a ensalivar las tertulias comentando la idiotez que ha soltado un político inane recién salido de una reunión en Bruselas, reiterar el lugar común de la Europa invertebrada, de una Alemania que se comporta con los países del sur como un gorila en la cama. Es exactamente lo que estoy haciendo ahora mismo, escribir palabras inútiles, consabidas, previsibles, mil veces repetidas, con la certeza que no van a servir de nada. Díganme si no es un aciago destino el del periodista que, después de haber estudiado una carrera, se ve obligado a vincular para siempre su talento literario o su pensamiento elaborado, con verbos y predicados muy escogidos, a la trayectoria de políticos mediocres, que se irán por el sumidero y en breve pasarán al absoluto anonimato. He aquí el dilema. Si escribes de la política diaria las palabras más bellas que uses se llenarán de basura; si tratas de huir de esa miseria y te subes al puente sobre ese río contaminado algunos te insultarán con desprecio llamándote poeta. Manuel Vicent, El País, 09-09-2012 Texto 42 No puedo evitarlo. Veo a cada persona con un nubarrón sobre su cabeza, una sombra triste que se desplaza a su ritmo, que dibuja sombras de apatía en los gestos, que impide que los colores sean claros y los movimientos precisos. Algunas llevan nubarrones amplios, de trazos oscuros y otros una montera más liviana, pero percibo en todas partes las malditas sombras que ocultan la luz. El lunes (será septiembre, el verano habrá oficialmente acabado) cada persona y su sombra volverán a sus quehaceres pero la alegría del retorno ha desaparecido. Quien tiene un puesto de trabajo fijo sabe que su trabajo será más duro e ingrato, sus retribuciones más magras, su estima profesional más baja; el que trabaja en el sector privado se pregunta si será ella la próxima víctima del ERE que se rumorea, o si solo se trata de una amenaza para rebajar salarios, aunque también pueden suceder las dos cosas consecutivamente. Los que no tienen trabajo, volverán a las colas del paro, más largas y silenciosas, más rápidas porque al final solo hay un rotundo NO que el funcionario anuncia cada vez con más tristeza. […] Nos quieren como pequeñas nubes al viento de la crisis, mecidas por las jaculatorias de un lenguaje tecnocrático que nos paraliza, que nos amenaza con males mayores, que nos priva del control de nuestras vidas. Dicen que la capacidad de pensar a largo plazo muestra el control de nuestra existencia. Pues bien, prueben a imaginar el futuro y si pueden hacerlo, verán lo difícil que es desprenderse de los tonos sombríos, del miedo y la incertidumbre. Nos quieren asustados, deprimidos, nubes al viento sin control de nuestra existencia. Han conseguido convertir los problemas reales del paro, la desesperanza, la falta de oportunidades para la juventud, en nuestra nube particular mientras que convierten en fetiche de nuestros tiempos sus problemas financieros o especulativos y nos mecen al vaivén de sus intereses. Pero es justo al revés de esta terrible pesadilla: nuestro trabajo, nuestra preparación, nuestra profesionalidad, produce bienes físicos o inmateriales que existen realmente mientras que su mercado del dinero es pura ficción. Somos necesarios y ellos inútiles. Si nos sacudimos la nube que nos impide pensar con claridad y recuperamos nuestra autoestima, es posible cambiar la situación o, al menos, no ser víctimas en este otoño que nos han dibujado con todos los colores de la desolación. Concha Caballero, El País, 31 de agosto de 2012 Texto 43 ¡Ahora resulta que la culpa es de los chinos! Nos dicen que la vasta red de contrabando y blanqueo de dinero de la Operación Emperador distorsionaba la economía española, y como prueba muestran carritos de supermercado llenos de billetes, la más perfecta representación del robo a mansalva. ¿El mensaje subliminal? Ni el frenesí financiero ni la burbuja del ladrillo ni las tropelías políticas ni los especuladores son responsables de esta asquerosa crisis: fueron ellos, los chinos, reconocidísimos villanos desde Fu Manchú. ¡Y encima la trama está decorada con un actor porno! Sexo y pasta: una combinación de innegable éxito comercial. Es una operación policial que parece diseñada por Santiago Segura para su próximo Torrente. Considero que la caída de la banda es un gran logro de las fuerzas de seguridad, lo digo de verdad y sin pitorreo, pero, viendo la noticia en la tele, Julia, mi asistenta, nacida en Perú, comentó con fatal sabiduría: “Ah, esto es como en mi país: cuando las cosas van muy mal, siempre sacan una de estas noticias para que la gente se olvide de sus problemas”. Pero lo peor es que, si se nos da tan bien esto de culpar de la crisis a los malvados chinos, por ejemplo, o a la falta de imaginación de unos parados que no saben reciclarse, o a esos empleados tan egoístas que se empeñan en no facilitarles las cosas a sus empresarios para que puedan despedirlos cómodamente; si nos es tan fácil acusar a todo quisque, digo, es porque en España la culpa anda suelta, quiero decir que la pobre culpa vaga como perro sin amo sin que nadie la haya hecho suya todavía. Aquí estamos, hundidos en el lodo hasta las cejas y nadie ha dicho aún: lo siento. Nadie ha pedido perdón por las faltas cometidas, por las pifias políticas, empresariales, financieras, por haber metido la mano o la pata. Sinceramente, creo que ayudaría mucho que alguien lo hiciera. Rosa Montero, El País, 23 de octubre de 2012 Texto 44 Ningún imperio se ha hecho sin eslavos. Egipto y Mesopotamia dominaron grandes territorios e impusieron su hegemonía gracias a un genio que, en vez de pasar a cuchillo al enemigo después de la victoria, pensó que era mucho más rentable respetarle la vida, hacerlo prisionero y condenarlo a trabajar como esclavo hasta la muerte. El latido de la Historia comenzó a exigir esta carne humana cada vez en mayor cantidad para erigir templos a los dioses y morir en los campos de batalla. Fueron sus esclavos los que permitieron a los griegos y romanos tener tiempo libre crear la democracia y el derecho mientras ellos levantaban el Partenón y el Coliseo a golpe de látigo. Los romanos creían que la familia estaba protegida por los dioses lares, pero en realidad los dioses lares eran los propios esclavos sin los cuales resultaba imposible mantener el fuego sagrado del hogar. Aun hoy la falta de criados es la que ha destruido a la familia burguesa. El Papado tuvo esclavos mientras ejerció el poder temporal y el negrero fue la figura crucial del siglo de oro español e inglés, la correa de transmisión de la conquista de América. Tampoco en nuestros días se puede desarrollar un imperio hegemónico sin la esclavitud. Hoy la carne humana más barata se halla en China y en la India. Son más de 1.500 millones de seres dispuestos a ser sacrificados al dios del mercado a cambio de una ración de subsistencia, la necesaria para seguir trabajando. Norteamérica aún es asaltada por las oleadas de hambrientos hispanos que suben desde el fondo de los países del sur a ofrecerse como carne de cañón. Alemania, el motor de la economía europea, solo tiene la cantidad ridícula de 80 millones de habitantes para hacer frente a esa infame necesidad de empujar la Historia hacia adelante. Europa no puede hacer nada porque carece de esclavos y si los hay son todos renuentes a humillar la cerviz, acostumbrados al bienestar social y a toda clase de derechos humanos. ¿Dónde están los esclavos italianos, franceses, ingleses, escandinavos y españoles? En este momento los está fabricando la crisis económica. Si por casualidad oyes sonar de noche las trompetas del Apocalipsis, deberás saber cual es su pérfido augurio: solo si te conviertes en esclavo podrás sobrevivir. Manuel Vicent, El País Texto 45 No es que no tenga temas sobre los que escribir. En realidad, lo único que sobra últimamente en España son argumentos de ficción y no ficción, casi todos, por desgracia, del género de terror. Corralito sí, corralito no, los recortes de los viernes, la prima por las nubes, la Bolsa por los suelos, la soledad del banco azul, el talento de Rato, el porvenir del Estado de las Autonomías... Y así, hasta el infinito. Podría escribir muchas columnas diferentes, todas de rabiosa actualidad. Pero la actualidad últimamente es tan efímera, que las verdades como catedrales de hoy resultarían pasado mañana delirantes ensueños de optimismo. Por eso prefiero volver la vista atrás, hacia nuestros antepasados latinos, que para los bárbaros del Norte eran un hatajo de holgazanes hedonistas y derrochadores, ensimismados en placeres estériles, tan improductivos como la filosofía. Ellos nos lo enseñaron, disfruta del día, no desperdicies las horas de hoy, porque son únicas e irrepetibles, porque son tuyas, y cuando vuelen, no las recuperarás. Eso es todo lo que puedo decirles hoy, carpe diem, porque ni siquiera Merkel tiene poder para arruinar la dulzura de la primavera en el sur de Europa, el aire fresco, crujiente, de estas mañanas que parecen estrenar el universo entero en cada amanecer. Disfrútenlas, salgan a la calle, siéntense al sol y resistan en el bendito nombre de la felicidad. Niéguense a acatar una angustia mucho más estéril, más improductiva que el optimista hedonismo que nos reprochan, porque los que dicen que saben, no saben nada, porque los que Niéguense la clave, no tienen ni puñetera idea, porque la verdad de ahora, será mentira mañana, pero el día de hoy nunca volverá. Carpe diem. Piensen en latín, porque si alguien ha sabido alguna vez lo que significa perder un imperio, fueron ellos, y sin embargo, aquí seguimos estando. Rosa Montero. El País, 21-05-2012