Subido por Daniela Vásquez Moncaleano

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Pedro Moreno Abellán, Antonia Mª Sánchez Lázaro y José Romero Sánchez
Envejecer se entiende hoy como un proceso dinámico, puesto que
envejecer no es otra cosa que cambiar, acumular saberes y experiencias
que pueden (son) muy útiles para las generaciones más jóvenes, pero
también para los mayores, por sus implicaciones en la adaptación y desarrollo a nivel personal y social. Por eso, un envejecimiento activo es un
recurso fundamental que serviría de apoyo y ayuda a las cohortes más
jóvenes, y a los propios mayores, para realizar y desarrollar su potencial
de calidad de vida, participando en la sociedad, al tiempo que ésta les
proporcionará apoyos, protección y seguridad (Giró, 2010). Es un intercambio necesario que dotará a los mayores de seguridad y autoestima
imprescindible para vivir esta etapa de su vida de una manera positiva.
Pero todo este proceso, impulsado por este nuevo concepto de envejecimiento activo y apuesta por las relaciones intergeneracionales, va a
suponer un gran esfuerzo por parte de la persona mayor y de la propia
sociedad. Todo cambio es difícil, el camino es largo, difícil y a veces problemático, pero puede suponer una verdadera revolución; y ya por eso
merece la pena intentarlo.
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1.1. EL ENVEJECIMIENTO SALUDABLE
Como se ha señalado en la Introducción, el número de personas
mayores está aumentando exponencialmente; así a finales de 2014,
aproximadamente el 12% de la población mundial tenía 65 o más años,
y se espera que esta cifra aumente al 14% en 2017 y al 20% en 2025
(Huber, Knottnerus, Green et al, 2011; Unión Europea, 2014). Este envejecimiento de la población supone implicaciones de todo tipo: políticas,
sociales, económicas y, por supuesto, educativas complejas, tanto a
nivel individual como social. No obstante, es necesario poner de manifiesto que, aunque las personas viven más años, la calidad de vida no ha
acompañado esta evolución (Cabral, Santos, Menezes, Albuquerque, y
Medeiros, 2013), por lo que se hace imprescindible analizar y revisar los
elementos que proporcionen un envejecimiento saludable, entendido
genéricamente como un proceso de optimización de las oportunidades
para la salud física, mental y social de las personas mayores, de modo
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que éstas puedan tomar parte activa en la sociedad, sin discriminación
y disfrutar de calidad de vida (OMS, 2002).
Para que este propósito general sea posible, es necesario abordar los
componentes principales que están implicados en el proceso de envejecimiento saludable, entre los que destacan la ausencia de enfermedad
y discapacidad, el mantenimiento de la función física y cognitiva, y la
continua participación en actividades tanto sociales como productivas.
Profundizar en estos factores de impacto de un envejecimiento saludable
sería útil y fundamental para conocer cuáles son las estrategias a poner
en marcha para favorecer estilos promocionales de salud en nuestros mayores, comprendiendo la heterogeneidad en la composición de perfiles
de salud y los factores que influyen en ésta a lo largo de la vida.
A este respecto, algunos autores (Cereza, et al., 2013) examinaron
las relaciones entre el compromiso social, los comportamientos positivos para la salud, y la salud física, y encontraron que el compromiso
social sigue siendo un determinante importante para la salud física en el
colectivo de personas mayores, como ya se puso de manifiesto en otras
investigaciones anteriores (Rowe y Kahn, 1997). Por eso, dada la repercusión de este factor de salud y su influencia en la calidad de vida de las
personas mayores, es importante seguir reflexionando sobre diferentes
concepciones en torno al proceso de envejecimiento.
Junto con el envejecimiento saludable, y relacionado con el envejecimiento activo, aparece el concepto de envejecimiento exitoso (successful
aging) (Rowe y Kahn, 1997), en el que la dimensión social adquiere un
carácter prominente entre la población mayor, teniendo muy presente
que hay una clara vinculación entre un sistema de relaciones y de actividades sociales heredado en la edad adulta y el sentimiento de estar
satisfecho con la experiencia de vida. No es de extrañar, por tanto, que
este término se haya convertido en los últimos años en un concepto muy
relevante en gerontología social.
Aunque se reconoce ampliamente que no hay acuerdo sobre la
definición del envejecimiento exitoso (Bowling, 2007), se identifican
diferentes elementos: buena salud (healthy aging), actividad (active
aging) y éxito individual (successful aging) y que se ve condicionado, en
otros estudios, por la introducción del valor económico del tiempo, que
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desde finales del siglo XXI, está vinculado con actividades de tiempo libre
y participación, provisión de cuidados y apoyo (Fernández-Ballesteros
et al, 2011).
Tener en cuenta las influencias de los factores sociales determinantes
del envejecimiento saludable permite abordar la vejez como una época
vital y activa en lugar de un momento de mala salud y la dependencia
(Morrow, 2001). Además, hay autores que, cuando hablan de envejecimiento exitoso, se refieren al estado en que las personas sienten
satisfacción por poder adaptarse a las situaciones cambiantes de su vida
(Ministerio de Salud y Bienestar, 2013); concepto, ligado a la calidad de
vida, entendida ésta como la interacción entre la satisfacción de vida y
las condiciones objetivas de vida (Sarabia, 2009). Estas últimas engloban
la salud, el cuidado familiar, las actitudes laborales o recreativas, las
prestaciones estatales y la satisfacción de las necesidades de relación
social (Lafortune, 2009). La calidad de vida se presenta aquí como un
concepto multidimensional que integra una serie de áreas circunscritas
a ciertas variables personales y contextuales (Phelan y Larson, 2002).
De esta manera, las estrategias que se pueden poner en marcha desde
cualquier ámbito serán más holísticas y encaminadas a favorecer ese
envejecimiento exitoso que aborde estrategias de acción cada vez más
realistas (Sarabia, 2009).
En ese sentido, la OMS (2002) ya hablaba de prestar mayor atención
a las políticas de la mejora de la situación del colectivo de personas
mayores, favoreciendo la autonomía personal. La participación social
se identificó como un factor de protección de la salud importante; esto
significa que los comportamientos saludables y las relaciones sociales,
específicamente los que se extienden más allá de sus relaciones familiares, se mostraron como factores de protección claves de una mejor salud
en general (Bogers, Tijhuis y Kromhout, 2006). Así, mediante el uso de
un enfoque centrado en la persona, se toman múltiples indicadores de
salud en cuenta para describir un concepto de salud más integral.
Como también especifica la OMS (2002), el envejecimiento general
de la sociedad ha puesto un mayor énfasis en la importancia de la salud
integral; el envejecimiento saludable podría ser más significativo si se
considera a la persona en su contexto y se contempla desde una pers-
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pectiva del ciclo de vida de las personas mayores. Para los individuos y la
sociedad, el objetivo debe centrarse en tomar conciencia de la necesidad
de mantener una buena salud y tener una vida relativamente sana, a través de la formulación de políticas, vinculadas a las experiencias, hábitos,
relaciones, etc., a lo largo de toda la vida, para mantener una buena salud
a lo largo de todo el proceso vital.
El envejecimiento saludable dependerá, entonces, de las estructuras
de apoyo institucionales y sociales que permitan a las personas mayores
encontrar su equilibrio en la sociedad. Como Rowe y Kahn (2015) han
destacado, los cambios sociales, la familia, la educación, la participación
ciudadana, el trabajo y la jubilación, deben ser tenidos en cuenta a la
hora de lograr un envejecimiento exitoso. Por lo tanto, los responsables
de las políticas que buscan promover el envejecimiento saludable deberían apoyar las actividades a nivel individual y comunitario, incluyendo
actividades de participación social para promover la salud (Hank, 2011).
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1.2. LA INTEGRACIÓN SOCIAL VINCULADA AL ENVEJECIMIENTO
SALUDABLE. HACIA EL ENVEJECIMIENTO ACTIVO
Dos aspectos interrelacionados con la calidad de vida de las personas mayores, reciben una atención especial en el contexto del envejecimiento de la población y sus desafíos: la integración social y la salud
(Cornwell, Laumann, & Schumm., 2008; Parker y Thorslund, 2007). Son
numerosas las investigaciones que confirman el efecto beneficioso de
las redes sociales sobre la salud en las personas mayores (Hank, 2011;
Kohli, Hank & Künemund 2009), en los que la cohesión social juega un
papel importante. Reconocen la relación de las redes sociales personales
y la cohesión social en la conformación de la salud individual subjetiva y
objetiva, centrándose en la población mayor (Shen, Yeatts, Cai, Yang, &
Cready (2014). Como ya quedó demostrado hace unos años, “se deben
tener en cuenta las fuerzas sociales que actúan sobre la salud tales como:
la integración y la cohesión social (Kawachi y Berkman 2000, p.174).
Si se atiende a la relación entre las redes sociales de los individuos
y su salud, la literatura propone tres mecanismos principales que subyacen a la relación positiva observada con frecuencia: el apoyo social,
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la influencia social, y la participación (Thoits, 2011). El apoyo social, en
edades avanzadas, se presenta como un potencial importante que se asocia con un mejor estado de salud (Deindl, Hank & Brandt . 2013; Fiorillo
y Sabatini 2011). Por tanto, las redes sociales personales y la cohesión
social se asocian positivamente con la salud de las personas mayores
(Poortinga, 2006a; Shen et al., 2014), y el apoyo social parece tener un
efecto protector o saludable. La promoción de la salud contribuye, en
este sentido, a reducir las desigualdades, favoreciendo las relaciones
sociales de las personas mayores, y es tanto una cuestión individual como
de responsabilidad social (Umberson y Montez 2010).
Por otra parte, y en referencia al contexto europeo, recordar que
subyace un concepto de envejecimiento relacionado con la actividad,
que encierra la idea de que envejecer supone, más que la aceptación
de las disfunciones y alteraciones asociadas al avance de la edad, la
optimización de las potencialidades y posibilidades de crecimiento y
desarrollo personal: desarrollo del autoconcepto, nuevos retos personales, adquisición y/o consolidación de competencias, toma de decisiones,
implicación en el contexto, etc. Ello porque es un hecho incontestable
que las generaciones de mayores en este siglo están mejor preparadas y
son más sanas, activas y participativas que las anteriores generaciones,
por lo que la atención tradicional a este colectivo, basada en la recepción
pasiva de bienes y servicios cambia (o debe cambiar) radicalmente. Y
este es un gran desafío para las sociedades actuales y futuras: que las
personas mayores (y las demás generaciones) vivan activamente. Así, la
preocupación por la calidad de vida, ante el hecho de llegar, cada vez más,
a la vejez en un estado saludable, con el incremento de oportunidades
de bienestar, ha ido ganando terreno en las sociedades avanzadas. Con
este propósito, las personas mayores reclaman un nuevo modelo de participación e integración social acorde con la nueva realidad, en el marco
del denominado envejecimiento activo.
Las implicaciones y posibilidades que a todos los niveles este hecho
pueda tener son enormes, toda vez que la actual generación de mayores
está marcando para las generaciones venideras un modelo y un referente
que anteriormente no existía, redimensionando y reconociendo la gran
responsabilidad social que deben ejercer y, en muchos casos, ejercen.
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Así, Gil (2003), sostiene que en un futuro próximo habrá un cierto poder
gris en las sociedades occidentales.
En ese sentido, y considerando la tercera acepción del término
envejecer registrado en el diccionario de la Real Academia Española
(RAE, 2014), se comprueba que se traduce por durar, permanecer por
mucho tiempo, se refiere a un estado cronológico que pone de relieve
la elongación de la vida. Si se añade el adjetivo activo (del latín activus,
que obra o tiene virtud de obrar, que es diligente y eficaz, que obra con
rapidez), se podría entender que se habla de la capacidad de llevar a cabo
una acción permanente de manera rápida y eficaz. Así, y desde el punto
de vista etimológico, se entendería el envejecimiento activo como clara
superación del tradicional concepto de vejez y envejecimiento, términos
que se asociaban a inactividad, dependencia, consumición de bienes y
recursos, etc.
Al respecto, aclara Pérez Serrano (2012), siguiendo a Walker (2006),
que la noción anglosajona de active ageing, optimización de la salud y
la participación social para aumentar la calidad de vida en la vejez, ha
sido la adoptada en Europa como una buena solución a los retos del
envejecimiento de las poblaciones; esta actitud hace que se pase desde
planteamientos de necesidad a otros fundados en los derechos de los
mayores y su contribución a la sociedad (Villar, 2012); de unas personas
mayores que son biológicamente ‘jóvenes’ pero socialmente ‘viejos’.
Es un concepto el de envejecimiento activo que tiene su precedente de
alguna manera en la teoría de la actividad de Havighurst, acuñada en los
años sesenta del pasado siglo frente a la tristemente famosa teoría de la
desvinculación de Cumming y Henry.
Por su parte, el Libro Blanco del Envejecimiento Activo (IMSERSO,
2011, pp. 572-573), destaca cinco definiciones, extraídas de diversas instituciones: la primera y la segunda se refieren a que los mayores puedan
llevar una vida productiva en la sociedad y la economía, animando a los
trabajadores mayores a permanecer en el mercado laboral; la tercera
es la clásica de la Organización Mundial de la Salud, que concretaremos
después; la cuarta hace mención a las posibilidades productivas de los
mayores, pero también a sus derechos y a la calidad de vida; la quinta
hace mención a todas las anteriores, y pone énfasis a la importancia de
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las políticas sociales. De este modo, el concepto de envejecimiento activo
es generalmente aceptado como un proceso de adaptación a través del
cual se logra un óptimo desarrollo físico, psicológico y social (Rodríguez,
2013).
Es así porque es un término que ha ido construyéndose en conexión
con otros, como se ha visto: saludable, satisfactorio, autónomo, independiente, participativo, productivo, solidario, dialógico…, gracias a los
cuales hoy es considerado como un nuevo paradigma de la vejez que,
como sintetiza el Libro Blanco del Envejecimiento Activo (IMSERSO, 2011,
pp. 287), “refuerza la idea de participación continua de los mayores,
busca el protagonismo de los mismos, remarca las características personales de cada mayor a la hora del quehacer pro-activo, tiene un enfoque
comunitario, garantiza los derechos ciudadanos a todos los mayores y
complementa el concepto de aprendizaje a lo largo de la vida”.
De este modo, calidad de vida y envejecimiento activo estarían tan
imbricados que trascienden el plano teórico para adentrarse en objetivos
y desarrollo prácticos, por lo que el envejecimiento activo supondría,
como se ha dicho, un nuevo paradigma sobre la vejez que apunta claramente hacia la autonomía y la calidad de vida en su doble vertiente:
responsabilidad de acción y compromiso de participación en diferentes
espacios sociales (Del Valle y Coll, 2011), por lo que no solamente beneficia a las personas mayores, sino a todos los colectivos y cohortes sociales
(Fernández y Limón, 2012). No obstante, es evidente que la calidad de
vida está determinada por factores como la personalidad del sujeto, su
grado de bienestar y satisfacción vital, y que evidentemente está íntimamente relacionada a su experiencia personal, a su salud, así como a
su grado de integración social y otros múltiples factores individuales y
sociales (Vera, 2007).
Esta filosofía tiene su historia, que hay que recordar sucintamente
en sus momentos claves, pues ya en los años sesenta del pasado siglo se
estaba pergeñando la idea de un envejecimiento óptimo y saludable que
tenía mucho que ver con la actividad de las personas tras la jubilación
(Escarbajal de Haro y Martínez de Miguel, 2012). Pero fue en la primera
Asamblea Mundial sobre envejecimiento, organizada por Naciones Unidas y celebrada en Viena en 1982, donde se aprobó un Plan de Acción
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Internacional sobre diferentes aspectos de las personas mayores tendentes a lo que después se conceptualizaría como envejecimiento activo. Lo
mismo sucedió en 1999 con el Año Internacional de las Personas Mayores
y la II Asamblea Mundial de Envejecimiento, que tuvo lugar en Madrid
en el año 2002, concretándose aquél propósito en la plasmación de una
serie de derechos económicos, sociales y culturales de los mayores, para
dignificar al colectivo y fomentar su independencia y participación social.
Igualmente, la Organización Mundial de la Salud planteó la renovación del paradigma de envejecimiento saludable por el de envejecimiento
activo (OMS, 2002), con el objetivo de transmitir un mensaje más completo e integrador del derecho de las personas mayores; concretamente,
este organismo definió el paradigma de envejecimiento activo como “el
proceso en el que se optimizan las oportunidades de salud, participación
y seguridad con el objetivo de mejorar la calidad de vida a medida que
las personas envejecen” (p.19). Y remarca: “es el proceso que permite a
las personas realizar su potencial de bienestar psíquico, social y mental
a lo largo de todo su ciclo vital y participar en la sociedad de acuerdo
con sus necesidades, deseos y capacidades, mientras que les proporciona protección, seguridad y cuidados adecuados cuando necesiten
asistencia” (p. 79). De este modo, y como explicó la OMS, se envejece
bien en la medida en que se participa y se contribuye socialmente, se es
autónomo e independiente, dentro de las posibilidades y circunstancias
de cada persona. También se insiste desde la OMS en la diversidad del
colectivo de mayores, por lo que hay que desterrar, de una vez por todas,
el tratamiento homogéneo que tradicionalmente se aplicaba.
Esta conceptualización fue recogida posteriormente por el Parlamento Europeo (Decisión 940/2011) en la proclamación y desarrollo del Año
Europeo del Envejecimiento Activo y de la Solidaridad Intergeneracional
de 2012, con el objetivo general de que las personas mayores, como
cohorte e intergeneracionalmente, optimizasen su potencial de bienestar físico, social y mental a lo largo de toda su vida, participando en
la sociedad y ofreciendo mayores coberturas de protección y seguridad
en un mundo convulso. Concretamente, la Unión Europea remarcó la
necesidad de:
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a) Sensibilizar a la sociedad sobre el valor del envejecimiento activo y sus distintas dimensiones, y garantizar que se le concede
prioridad en las agendas políticas, a fin de destacar y apreciar en
mayor medida la valiosa contribución que las personas mayores
hacen a la sociedad y a la economía.
b) Estimular el debate y el intercambio de información sobre estos
temas entre los Estados miembros, para promover políticas de
envejecimiento activo, identificar y difundir las buenas prácticas
y fomentar la cooperación y las sinergias.
c) Ofrecer un marco para asumir compromisos y realizar acciones
concretas que desarrollen soluciones, políticas y estrategias innovadoras y de largo plazo, incluidas las estrategias globales de
gestión de la edad relacionadas con el empleo y el trabajo, mediante actividades específicas en relación con el envejecimiento
activo y la solidaridad entre las generaciones.
d) Promover estrategias y actividades que sirvan para luchar contra
la discriminación por razón de edad.
En esta línea de actuación promovida por la UE, hay que subrayar
la “Estrategia Europa 2020” como iniciativa de crecimiento sostenible.
Entre ellas destaca el documento Una estrategia para un crecimiento
inteligente, sostenible e integrador. En él se enfatiza la importancia del
envejecimiento activo como canalizador del acceso de las personas
mayores a todo tipo de actividades orientadas a la igualdad de oportunidades en cualquier etapa vital. En ese marco, el Fondo Europeo de
Desarrollo Regional (FEDE) puso en marcha la Red ESF-AGE para impulsar
el envejecimiento activo, facilitando conocimientos y buenas prácticas
como herramienta a los agentes políticos u otras organizaciones que
deseen implicarse en la elaboración y desarrollo de programas dirigidos
a las personas mayores y las relaciones intergeneracionales (UE, 2013).
Por tanto, desde la teoría y praxis del envejecimiento activo se pretende optimizar la calidad de vida y autonomía de las personas mayores,
potenciando su salud (bienestar físico y mental), seguridad e inclusión
social a través de la participación comunitaria en todos los asuntos sociales, cívicos y culturales, incluidos los económicos y productivos, pues los
mayores no son tanto una carga social como un grupo social que ‘genera’
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riqueza: por las aportaciones sociales que realizan en el sostenimiento
del Estado de Bienestar y otras acciones de apoyo familiar y comunitario…, y por el pago de impuestos directos e indirectos (López, González y
Sánchez, 2015); de ahí que el colectivo de personas mayores, en su gran
mayoría, sean un recurso privilegiado para los Estados. Naturalmente,
siempre desde la voluntad de cada persona mayor, sin imposiciones; el
envejecimiento activo tiene que ver directamente con los deseos, intereses, situaciones y capacidades de las personas mayores. Las diferentes
Administraciones tienen que propiciarlo, nunca imponerlo.
A tal fin, la Comisión Europea y la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa (UNECE), y a la luz de las conclusiones del Año
Europeo del Envejecimiento Activo y la Solidaridad Intergeneracional de
2012, establecieron en marzo de 2013 el Índice de Envejecimiento Activo
(AAI son sus siglas en inglés) como herramienta informática-estadística
que sirviese para tener una evaluación constante y sistemática del potencial integral de las personas mayores, tanto a nivel individual como en
relación con su contexto vital. De los países europeos, sobresalen Suecia,
Noruega y Finlandia, Gran Bretaña e Irlanda, y este éxito no tiene tanto
que ver con la riqueza de un país como de las políticas sociales que se
pongan en marcha (Zamarrón, 2013). España se encuentra por debajo
de la media europea, tras Francia, Portugal, Bélgica, Estonia…
Pero no es que España ignore los presupuestos del envejecimiento
activo, pues en abril de 2010, ostentando la presidencia de la Unión
Europea, se desarrolló en Logroño la Conferencia Europea sobre Envejecimiento Activo y Saludable, y entre sus conclusiones es de destacar,
además de la importancia de la salud en la etapa vital de la vejez, la conexión del envejecimiento activo con la salud y la calidad de vida, la apuesta
por la autonomía de los mayores y de la solidaridad intergeneracional,
así como la necesidad de vehicular buenas prácticas sobre la temática,
implicando directamente a las Administraciones locales, regionales y
estatales (IMSERSO, 2011, p. 20).
Igualmente, en España, desde la conocida como “ley de dependencia” (ley 39/2006: Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención
a las Personas en Situación de Dependencia), en relación a la vejez y el
envejecimiento, se pueden desarrollar actualmente dos grandes para-
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digmas: el de la dependencia y el del envejecimiento activo. Mientras
que el primero está más centrado en el envejecimiento patológico y en
los modos de abordarlo, prevenirlo y paliarlo, el segundo se centra en las
capacidades de los mayores y en los modos de mantenerlas, potenciarlas
y optimizarlas.
Todo ello porque, como expone Bausela (2012), “el problema no es la
vejez, el problema son las condiciones físicas, psíquicas y sociales en que
se vive esta etapa del ciclo vital que permiten satisfacer las necesidades
que presentan las personas mayores” (p. 216). Por tanto, el envejecimiento activo pretende que las personas mayores sean capaces de implicarse
en sus respectivos escenarios comunitarios, orientar el rumbo de sus
vidas hacia el bienestar físico, social, económico y cultural. En definitiva,
se pretende “aumentar la calidad, productividad y esperanza de vida a
una mayor edad para seguir siendo activo” (Zamarrón, 2007, p.7). Y, a
juicio de algunos autores (García Mínguez, 2004; Gómez, 2008; Martínez
de Miguel y Escarbajal de Haro, 2009), la animación sociocultural sería el
principal instrumento para promover el envejecimiento activo a través de
adecuadas y contextualizadas intervenciones socioeducativas (Montero,
García y Bedmar, 2011).
Por tanto, los retos del envejecimiento de las sociedades occidentales
pueden ser afrontados desde dos vertientes paradigmáticas: la referida
a la dependencia (en el sentido de tratarlo, prevenirlo y paliarlo) y la
orientada hacia el envejecimiento activo (Giró, 2010; Hessel, 2008; Rojo
y Fernández, 2011; Salmerón, 2013). En nuestro caso, y como se desprende de lo anteriormente escrito, entendemos que se debe apostar
por el envejecimiento activo de las personas mayores como un rechazo al
tradicional compartimento estanco de las etapas vitales, como oposición
al enfoque del bienestar subjetivo heredado o de actividades del llamado
ocio pasivo (Fernández y Limón, 2012).
Y, ante la situación de los mayores en el siglo XXI, con ‘extraños’ y acelerados cambios difícilmente entendibles y asumibles, se hace imprescindible un aprendizaje para la adaptación al nuevo estatus de los mayores,
por la importancia que tendrá este colectivo en un futuro muy próximo.
Al respecto, resaltan Del Valle y Coll (2011) que el paradigma del envejecimiento activo implica para las personas mayores tomar decisiones
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sobre los temas que se valoran personalmente en la vida diaria, dando
respuesta a cómo se pretende vivir, de qué manera se quiere disfrutar
del ocio y tiempo libre, representar espacios de participación educativa,
implicaciones en asociaciones de tipo generacional e intergeneracional,
así como de aquellos aspectos que atañen a la salud y calidad de vida. Por
eso, envejecer bien es envejecer activamente si ello implica tener un rol
social que ejercer, tener una vida saludable y tener seguridad (Martínez
Rodríguez, 2006).
Por tanto, el envejecimiento activo, interpretando a Pinazo, Lorente,
Limón, Fernández y Bermejo (2010), hace referencia a:
a) La participación e implicación de las personas mayores en las
cuestiones sociales, económicas, culturales, espirituales y cívicas
que les atañe.
b) Un nuevo modelo de sociedad en el que las personas mayores
envejecen siendo protagonistas de su vida, y no son consideradas
como meras receptoras de bienes y servicios.
c) Que cada persona mayor pueda ser activo de muy diferentes
maneras, según sus circunstancias e intereses.
d) Un enfoque comunitario en el que las personas mayores son
parte esencial de su contexto.
e) Requiere que la sociedad garantice que los ciudadanos mayores
puedan continuar informados, a la vez que vela por que sean
reconocidos todos sus derechos.
f) Un enfoque intergeneracional, al reconocer la importancia de las
relaciones y de la ayuda que se ofrecen entre sí los miembros de
una y otra generación.
g) Al desarrollo integral de la persona a lo largo de todo su ciclo
vital.
De todas formas, hay que insistir en que el envejecimiento, en general, no será bien entendido hasta que dejen de prevalecer las connotaciones negativas asentadas en esquemas biologicistas del siglo pasado
no superados todavía, identificando erróneamente el aumento de la
edad con procesos de deterioro, síntomas de decadencia, desaceleración, pérdida de vigor, etc. Tampoco, como señala Pérez Díaz (2006), han
ayudado, en absoluto, las previsiones catastrofistas acerca del aumento
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demográfico de mayores, donde se vaticinaba un futuro problemático
causado por el crecimiento de la franja de edad de personas entre los
65 y 85 años, o como consecuencia de ello. Se habla concretamente de
factores socioeconómicos como el gasto en pensiones y el aumento de la
relación de dependencia. Sin embargo, no es infrecuente que se obvien
o se trivialicen los roles tan importantes que están llevando a cabo los
mayores en nuestra sociedad, además del soporte económico que suponen para las familias en, por ejemplo, momentos de crisis económica. Por
consiguiente, el proceso de envejecimiento no ha de ser observado como
un problema, sino como un desafío para todos, tanto para la sociedad
como para el individuo que envejece (Abellán y Esparza, 2009; Meléndez,
Navarro, Oliver, y Tomás, 2009).
Teniendo en cuenta lo anterior, parece evidente que las relaciones
intergeneracionales deban tener un lugar predominante en el envejecimiento activo, como un planteamiento sociopolítico y educativo clave
para mejorar las relaciones interpersonales dentro de cualquier colectivo
social (Friedman, 1999; Fundación PFIZER, 2015). Tal y como se verá posteriormente, el contacto directo entre diferentes generaciones produce
innegables beneficios físicos, cognitivos y sociales (Martínez de Miguel,
Escarbajal de Haro y Moreno Abellán, 2012). Por consiguiente, si el término activo implica la participación continua de las personas mayores
en cualquier ámbito de la esfera comunitaria, del mismo modo puede
serlo en un enfoque de ayuda, solidaridad y ofrecimiento recíproco entre
distintas generaciones (López, González y Sánchez, 2015). En el caso de
los mayores, diversos autores (Braveman, Egeter & Williams, 2011; García
Mínguez, 2002, 2004; Sánchez, 2007) defienden la idea de la influencia
positiva en la salud y la calidad de vida en esta forma de implicación
colaborativa.
Conviene recordar que Giró (2010), expuso que las personas mayores
llegan a envejecer cuando abandonan el aprendizaje y no se sienten ciudadanos activos y participativos. De ahí que, si mantienen durante todo
el proceso de envejecimiento una postura de participación constante en
su construcción personal e implicación en su comunidad, resultará esta
actitud esencial para mejorar su calidad de vida. Se trata de una condición
que, además de impulsar el bienestar emocional y físico, ofrece un mayor
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valor a la iniciativa y experiencia vital de las personas mayores (Pinazo,
Lorente, Limón, Fernández y Bermejo, 2010).
Otro aspecto ligado visiblemente al envejecimiento activo puede ser
el bienestar subjetivo emparentado al nivel de felicidad, a la sensación
de emociones experimentadas de carácter positivo o negativo como
un compendio de valoración a lo largo de la vida (Zamarrón, 2006). Esa
valoración puede depender de la forma de actuar y entender los hechos
y experiencias acontecidos: nivel de motivación, propia personalidad y
carácter ante el dinamismo de actividad y participación.
Llegados a este punto, parece oportuno y pertinente resaltar los
beneficios del envejecimiento activo a niveles personal, social y cultural.
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1.3. A NIVEL PERSONAL
Alguna investigación (Abad, 2013) ha estudiado los aspectos que preocupan a las personas mayores en relación a su inclusión social: acceso a
la sanidad universal (51%), rechazo de la discriminación por edad (46,6%),
presencia de tópicos negativos sobre el envejecimiento (44,7%) y formación permanente para todas las edades (35,8%). Otra investigación
(Urquijo, Monchietti y Krzemien, 2008) concluyó que los mayores que
utilizaban estrategias de afrontamiento activas, cognitivas y conductuales
mejoran su calidad de vida y exploran alternativas de acción para superar
los obstáculos que se les presenta en la vida. De ahí la importancia de un
envejecimiento activo como referente de vital, buscando nuevos caminos
creativos para cada persona mayor. Por eso, se habla de nuevos retos y
estrategias de intervención social que tengan en cuenta las diversas variables que inciden en el envejecimiento, facilitando estrategias y medios
para que los mayores interactúen según sus preferencias y necesidades,
buscando siempre la participación e implicación de los mismos. Ello
buscando el bienestar psicológico de los mayores, con la pretensión de
alcanzar un envejecimiento saludable y un aumento de la calidad de vida
(De Juanas, Limón y Navarro, 2013); que los mayores puedan sentirse
como “sujetos del futuro, protagonistas activos, dispuestos a redefinirse a
sí mismos mediante su capacidad de ser mentalmente abiertos a nuevas
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experiencias, a los cambios y a las oportunidades que puedan desarrollar
ellos mismos” (Escotorin y Roche, 2011, p. 18).
Esta visión positiva del período de la jubilación, incluso antes de la
misma, rechaza claramente la tradición de pasividad, auto-exclusión y
aislamiento. Es preferible propiciar el aprendizaje continuo y la participación de los mayores, sobre todo en su contexto social (Aparicio, 2013;
Martínez de Miguel y Escarbajal de Haro, 2009). De esta manera, las
personas mayores se mantendrán activos e implementarán su trayectoria
cultural y vital, fomentarán su creatividad y serán constructores activos
de su entorno. Todo ello, a juicio de Alcalá (2000, pp. 233-234) conlleva
una serie beneficios para las personas mayores:
a) Manteniéndose activas, las personas mayores disfrutarán de un
mayor bienestar físico y psíquico.
b) Se sentirán útiles y aumentarán su autoestima, al ofrecer su
aportación a la sociedad.
c) Se alejarán de la tradicional exclusión social.
d) Podrán lograr una mayor independencia y autonomía siendo
responsables de las acciones realizadas y, no serán considerados
socialmente como meros receptores pasivos de bienes y servicios.
Todo ello requiere el ejercicio del control vital, que puede ser considerado como “el producto del proceso de adaptación que ocurre a lo
largo de la vida, a través del cual se logra un óptimo desarrollo físico
(incluyendo la salud), psicológico (óptimo funcionamiento cognitivo y
autorregulación emocional) y social del individuo” (Fernández Ballesteros, 2009, p. 182).
No obstante, conviene resaltar que las estrategias y actividades concretas que se proyecten para ‘mantener’ activas a las personas mayores
deben tener sentido y ser muy significativas para ellos. No se trata de
mantener activos artificialmente a los mayores, sino aprovechar los desarrollos de las prácticas para aumentar las posibilidades de bienestar
del colectivo. Para conseguir ese propósito es ineludible tener una visión
positiva del envejecimiento; y, para tenerla, la educación y la participación social son elementos esenciales (Villaplana, 2010).
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1.4. A NIVEL SOCIAL
Hay que recordar que, desde posturas sociocríticas, las personas
mayores son consideradas como elemento fundamental de la estructura
social y las relaciones de producción, por lo que se demanda que no sean
tratados como dependientes del sistema, sino como sustentadores del
mismo; es el propio Estado quien genera dependencia, aislamiento y
exclusión de los mayores.
En ese sentido, Kofi Annan, Ex Secretario General de Naciones Unidas
(ONU), y premio Nobel de la Paz en 2001, pronunció estas palabras en la
II Asamblea Mundial de Envejecimiento celebrada, en Madrid, en abril
de 2002:
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Debemos reconocer, que al ser mayor el número de personas que
reciben una mejor educación y gozan de longevidad y buena salud,
las Personas Mayores pueden contribuir más que nunca a la sociedad
y de hecho lo hacen. Si fomentamos su participación activa en la sociedad y el desarrollo, podemos asegurarnos de que se aprovechará
su talento y experiencia inestimable. En el siglo XXI brindaremos a
las personas de edad lo que necesiten y también las necesitaremos.
(p. 83)
Y es sabido que la idea de participación fue aprobada en el informe
publicado por Naciones Unidas en dicha Asamblea, al poner de relieve
en su artículo 10, la siguiente declaración política:
El potencial de las personas de edad es una sólida base para el
desarrollo futuro. Permite a la sociedad recurrir cada vez más a las
competencias, la experiencia y la sabiduría que las personas de edad
aportan, no sólo para asumir la iniciativa de su propia mejora, sino
también para participar activamente en la de toda la sociedad.
Además, en este informe se establecieron una serie de recomendaciones (apartado segundo), sobre la participación activa en la sociedad
y en el desarrollo donde destacan los siguientes aspectos de relevada
importancia:
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a) La participación en actividades sociales, económicas, culturales,
deportivas, recreativas y de voluntariado. Las organizaciones de
personas de edad constituyen un medio importante para facilitar
la participación mediante la realización de actividades de promoción y el fomento de la interacción entre las generaciones.
b) Ofrecer oportunidades, programas y apoyo para alentar a las
personas mayores a participar, o seguir participando en su caso,
en la vida cultural, económica, política y social y en el aprendizaje
a lo largo de toda la vida.
c) Proporcionar información y acceso para facilitar la participación
de las personas mayores en los grupos comunitarios, intergeneracionales y de ayuda mutua, así como brindar oportunidades
para la realización de todo su potencial.
d) Crear un entorno que posibilite la prestación de servicios voluntarios en todas las edades, que incluya el reconocimiento público,
y facilitar la participación de las personas mayores.
e) Promover la participación cívica y cultural como estrategia para
luchar contra el aislamiento social. Adoptar medidas para permitir
la participación plena e igualitaria de las personas mayores en su
comunidad, en particular de las mujeres.
Efectivamente, está demostrado (Gómez, 2008) que las personas
mayores tienen un profundo sentido de la participación social, a poco
que se den las circunstancias que la propicien, sobre todo en el plano
del asociacionismo, pero no sólo desde él, pues no es inusual que encabecen posturas críticas frente a la Administración en todos los órdenes
de la vida. Naturalmente, las formas de participación de los mayores son
múltiples, y ello dependerá tanto de cada persona mayor como de los
contextos sociales en los que vivan y, por supuesto, del concepto de participación que se adopte (Raymond, Gagné, Sévigny, & Tourigny, 2008).
De este modo, son determinantes para esa concepción la vida cotidiana,
las interacciones sociales, el voluntariado, las prácticas de reciprocidad,
el asociacionismo y la capacidad para la toma de decisiones (Pratchett,
Durose, Lowndes, Smith, Stoker & Wales, 2009).
En relación a esas propuestas, Montero, García y Bedmar (2011) expresan uno de los sentidos de la ciudadanía activa a través de un modelo
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pedagógico que incluya el efecto constructivo de la vida en comunidad en
su carácter relacional (sin olvidar la dimensión individual), apostando por
la justicia y democracia social, porque, según afirman los autores citados:
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Si, verdaderamente, las personas mayores se sienten ‘llamadas’,
reconocidas, valoradas e implicadas en la promoción social, política,
económica... más allá de la esfera de los derechos individuales; si
realmente existe en este colectivo una ‘conciencia ciudadana’, un
sentido de pertenencia e identidad, que defendería la perspectiva
comunitaria, y una efectiva participación. (p. 6)
Abundando en ello, Martín (2006), añade que el ámbito educativo
en una sociedad democrática requiere “el desarrollo de un tipo de ciudadanía comprometida, no sólo con el mantenimiento de la ‘anatomía
democrática de la comunidad’, sino también dispuesta a implicarse
cotidianamente en hacer democrática la convivencia social” (p. 79).
Efectivamente, desde modelos educativos sociocríticos (Escarbajal de
Haro, 2004; García Mínguez, 2004; Martínez de Miguel y Escarbajal de
Haro, 2009; Yuni y Urbano, 2005) se pretende alcanzar la participación
e implicación de los mayores en su comunidad, basándose más en sus
capacidades que en sus carencias, considerando al colectivo como constructor activo de conocimiento y sociedad (Salmerón, Martínez de Miguel
y Escarbajal de Haro, 2014).
Más recientemente, los datos de investigación recogidos por el International Longevity Centre (ILC, 2015) encargado de la promulgación de
ideas y orientaciones normativas para avanzar en el proceso de envejecimiento, destacan cuatro pilares fundamentales para el envejecimiento
activo: salud, aprendizaje a lo largo de la vida, participación y seguridad.
El tercero de ellos, la participación, traduce este concepto en cualquier
tipo de actividad social, cívica, de ocio y cultural que de sentido de pertenencia a un grupo o conjunto social, dando lugar a valores comunitarios
que susciten actuaciones voluntarias y desinteresadas.
Para conseguir esos propósitos es necesario una visión positiva del
envejecimiento (Lehr, 2009); y la participación social influye positivamente en esa visión. Se entiende por tanto, la necesidad de una nueva
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cultura de envejecimiento en la que sus protagonistas adquieran una
predisposición participativa tanto en su grupo de iguales como de otras
generaciones y, que ello garantice in crescendo esa longevidad saludable, así como el hecho de satisfacer su conocimiento e inquietudes de
realización personal.; porque, efectivamente, “todas” las personas mayores pueden contribuir de múltiples formas a la sociedad actual. Como
escriben Tobío, Agulló, Gómez y Martín (2010):
El envejecimiento activo no es sólo una expresión de moda o una
propuesta de vanguardia. Constituye un reto y una realidad constatable. Si bien casi una tercera parte de los mayores son dependientes,
las aportaciones del otro 70% merecen ser destacadas. Ello implica
que las personas mayores van más allá de la reciprocidad: generalmente dan más que reciben, sea en un contexto familiar o extrafamiliar. (p. 61)
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1.4.1. El voluntariado como estrategia para promover el envejecimiento activo
El voluntariado abarca una amplia gama de actividades no remuneradas que benefician a las personas, la comunidad en general, o de
la sociedad. El voluntariado puede ser formal (puede tener lugar en un
entorno de la organización) o puede ser informal. Se ha descrito como
una solución de ganar-ganar, ya que beneficia tanto a la sociedad y los
voluntarios de mayor edad (Morroww-Howell, 2010). Los voluntarios
obtienen múltiples beneficios individuales, incluyendo una mayor socialización y autoestima (Connolly y O’Shea, 2015), así como beneficios
relacionados con la salud. Por eso el voluntariado en las personas mayores ha sido identificado como importante mecanismo para ayudar a
hacer frente a los retos que plantea el envejecimiento de la población
en Europa (Walker, 2011). Promover a través del voluntariado acciones
solidarias, posibilita la construcción de lazos sociales, formación de
redes, el intercambio de experiencias, construcción del capital social
y deconstrucción de los estereotipos sobre la vejez (Molina, Martínez,
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Bordes, López y Piñero, 2015). El voluntariado se presenta aquí como una
herramienta de participación activa en la comunidad.
Son numerosos los estudios de investigación (Murayama, Kondo y
Fujiwara, (2013; Ichida et al, 2013) que relacionan las actividades de
voluntariado intergeneracional y la participación social de programas
de intervención sobre el capital social entre los personas mayores con
efectos positivos para la salud. Además, este tipo de proyectos tienen
una dimensión social bastante importante, que puede repercutir positivamente en la comunidad en la que se está trabajando, favoreciendo la
equidad y la solidaridad entre el colectivo de mayores y aquellos grupos
o instituciones que necesitan de colaboración para mejorar sus acciones.
Así, la aparición de proyectos locales a través de acciones de voluntariado
social contribuye a desarrollar acciones en un sentido social compartido
(proyecto común) a partir de capacidades endógenas presentes en cada
lugar (ámbito local).
Los programas de voluntariado tienen una función clave en cuanto al
empoderamiento de las personas mayores y su contribución a la sociedad
tal y como han recogido Molina et al. (2015):
a) Destacar, recuperar y legitimar los conocimientos de los mayores
a través de su articulación con la promoción de iniciativas grupales orientadas a recuperar o mantener habilidades funcionales
(personales, sociales y culturales).
b) Desencadenar procesos que valoricen el rol de la persona mayor
como promotor y referente local y eleven su grado de satisfacción a través de una relación útil y solidaria por parte y produzca
modificaciones sobre la imagen que de los mayores tienen otros
miembros de la comunidad, por otra.
c) Proporcionar la participación de este colectivo en procesos que
fomenten que las personas con limitaciones funcionales o desventajas sociales aumenten sus niveles de autonomía a partir
del acceso-construcción-detección de recursos disponibles y
capacitación en la gestión de sus derechos.
A su vez, el voluntariado cuenta con una serie de ventajas que benefician la salud y la calidad de vida de los mayores y que han de ser tenidas
en cuenta, entre las que es importante destacar que:
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a) Permite superar la exclusión social en aquellos casos en los que
las personas mayores se encuentran en situación vulnerable.
Así, el voluntariado se considera una herramienta para reducir el
aislamiento social de las persona mayores que viven solas (Foster
& Walter, 2013).
b) Está comprobado que los voluntarios experimentan emociones
positivas, bienestar psicológico, y menos depresión, en comparación con los no voluntarios (Meier y Stutzer, 2008).
c) El voluntariado también influye positivamente sobre la salud a
través del enriquecimiento de las redes sociales de las personas
y la participación, que se han relacionado con una variedad de
resultados saludables (Smith & Chistakis, 2008).
d) Ser voluntario, puede ser una estrategia ideal de bajo coste
para ayudar a mejorar la salud de las personas mayores. Como
se recoge en revisiones recientes, el voluntariado se asocia con
mejores resultados para la salud física (Konrath, 2014 y Konrath
& Brown, 2013). Los voluntarios también tienen una mejor salud
subjetiva (Piliavin & Siegl, 2007).
e) Estos programas pueden ofrecer nuevas formas prevenir la enfermedad y disminuir el consumo de asistencia sanitaria, y por
tanto, reducir el gasto económico (Principi et al., 2016).
En definitiva, la participación de las personas mayores en los programas de voluntariado ofrece a la sociedad fórmulas para abordar factores
socioculturales, y a su vez favorecer el envejecimiento activo, y todo
ello contando con su participación activa. Como se ha puesto de manifiesto, la promoción del voluntariado en la población de más edad es
importante para la integración social y la prevención de enfermedades,
mejorando su calidad de vida, lo que favorece un envejecimiento activo.
1.5. A NIVEL CULTURAL
La cultura hace referencia a valores, saber, conocimiento, etc. Por
ello, “la educación de personas mayores, fuera de su connotación
formal, puede dirigirse a procesos activos y participativos que formen
parte de sus experiencias culturales” (Escarbajal de Haro, 2004, p. 38).
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Pero, como referencia a una cultura de actividad educativa que pueda
acceder, alcanzar y participar todo el mundo, sea cual sea su estatus
social. En este sentido, se refuerza la creación de cultura en los mayores
a través de lo que se ha llamado democracia cultural, cuando no sólo se
tiene el derecho de acceder al legado cultural de una comunidad, sino
fundamentalmente cuando se está en condiciones de incidir y modelar
la cultura del contexto en que se habita. Con la democracia cultural se
asegura a cada persona de cualquier edad y cultura los instrumentos de
creación cultural para que ejerza esa construcción con libertad, responsabilidad y autonomía.
De otro lado, la cultura puede ser concebida desde distintos puntos
de vista tales como el ocio (espacio fuera del ámbito laboral), el tiempo
libre (el enriquecer personal y formativo) y la animación sociocultural.
A este entendimiento y, en cierto modo, las personas mayores disponen
de más tiempo de ocio, es por tanto, el mejor pretexto desde la mirada
socioeducativa para encaminar el mismo “hacia la creación sociocultural, personal o colectiva en diferentes ejes comunitarios” (Martínez de
Miguel y Escarbajal de Haro, 2009, pp. 146-147); eso sí, habrá que ofrecer las estrategias y recursos necesarios para que toda persona mayor
aproveche adecuadamente ese ocio. Sería entonces una forma idónea
de cumplir los beneficios del ocio en los mayores respecto a la dimensión
cultural, satisfacción y creatividad.
Anteriormente, se relataba la importancia de la participación y la
educación en personas mayores para seguir activos; y conviene trasladar esta idea al espacio cultural: cuando a los mayores se les ofrece una
alternativa cultural correctamente articulada, consiguen avivar la raíz
necesaria para participar activamente y disfrutar de la cultura manifestada (en realidad, sería la puerta de entrada hacia el constructivismo y
continuidad constante de nuevas prácticas vitales). Por tanto, la cultura
es un referente primordial para crear un cauce de valores y nuevos aprendizajes en los mayores, siendo además un eje vertebral de conocimiento,
desarrollo y enriquecimiento personal.
En definitiva, y como han puesto de manifiesto organismos, investigaciones y especialistas de diversos ámbitos relacionados con las
personas mayores, es ineludible en la sociedad actual el protagonismo
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del envejecimiento activo en el desarrollo social, cultural y económico
de Europa. De todos modos, y a pesar de que el concepto y la filosofía
del envejecimiento activo se encuentran asentados más de una década,
todavía existen ciertos interrogantes por consolidar, sobre todo en lo
referente a las políticas públicas de bienestar y su traducción práctica, así
como hacer realidad el encuentro y la solidaridad intergeneracional, por
lo que se debe ser conscientes de que el paradigma del envejecimiento
activo todavía sigue siendo un propósito más que una realidad.
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1.6. LA SOLIDARIDAD INTERGENERACIONAL
El 29 de abril se celebra en Europa el Día de la Solidaridad Intergeneracional, que comenzó a conmemorarse en 2009 por iniciativa de organizaciones como la Plataforma Europea de Personas Mayores (AGE) y el
European Youth Forum (YFJ), a tenor de las recomendaciones del Libro
Verde de la Comisión Europea sobre retos demográficos (2005).
Para la OMS (2002), la solidaridad intergeneracional significa “dar
y recibir de manera recíproca entre individuos, así como entre generaciones de mayores y jóvenes” (p. 79). Ello comporta la equidad entre
las generaciones, pero también el compromiso de construir juntos el
futuro, tanto jóvenes como mayores. Es un elemento de solidaridad clave
en todos los tiempos y en todas las sociedades, pero mucho más desde
planteamientos modernos de envejecimiento activo (Baschiera, Deluigi
& Luppi, 2014; Walker, 2006). Si envejecer bien es cosa de toda la sociedad, las relaciones intergeneracionales solidarias deben ser el motor de
ese empeño. Y, al respecto, algún autor (Lloyd, 2008) ha identificado las
funciones educativas más importantes de las relaciones intergeneracionales: transmisión de habilidades útiles, de normas y valores, de cultura,
identidad e historia y diversidad de conocimientos indispensables para
la vida.
Haciendo una revisión de los diferentes acontecimientos que apoyan
la solidaridad intergeneracional, se debe partir de 1993, con el Año Europeo de las Personas Mayores y de la Solidaridad entre las Generaciones;
continuando con la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, desarrollada
en Copenhague en marzo de 1995, donde su capítulo 4 sobre integración
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