La economía y la política en la apropiación de los territorios Thierry LINCK INRA – Systèmes de Décision pour le Développement 20250 CORTE Francia [email protected] De la globalización al territorio 1. El territorio instrumentalizado Más aún que la oposición local - global, las nociones de territorio y de globalización son radicalmente antinómicas y por eso mismo complementarias e inseparables. La globalización suena como algo que tanto le rebasa a uno que queda totalmente fuera de alcance. Minimamente, remite a un movimiento planetario (abarca al globo terraqueo en su conjunto)... que cobra además las dimensiones de un hecho social total (o global, en el sentido de que abarca todos los aspectos de la vida social y cultural y no solamente sus componentes económicos) . En sus expresiones más temibles, es un movimiejnto totalizador que llega a percibirse como un molde fantástico, una máquina implacable que amenaza con borrar todas las especificidades culturales y locales. En esta visión, de las presiones que ejerce la globalización no se espera más que un cuestionamiento y la desaparición de los territorios. El territorio se desdibuja en contraste de este panorama sombrio. Se nos pinta con todos los atributos emblemáticos de la resistencia y de la nostalgia. El territorio se vuelve símbolo y lema, es una promesa, una respuesta y un recuerdo : el territorio es lo que la globalización no es, es todo aquello que la globalización amenaza y destruye : por esas razones, el territorio no puede ser otra cosa que el producto antitético de la globalización. Todo eso suena demasiado simple: el territorio es algo más que una simple antitesis. La globalización también ejerce un efecto perverso. Más allá de sus expresiones concretas difunde a lo largo y ancho del planeta nuevas representaciones del mundo y de las dinámicas sociales que prosperan en los espejismos de la ilusión neoliberal. Por cierto, hoy en día, poca gente se la cree del todo: predomina el sentimiento de que en un mundo imperfecto dificilmente puede esperarse que la competencia y el mercado vayan a generar, por sus propias virtudes, prosperidad y justicia social. El mercado despierta ahora menos expectativas que dudas y fatalismo: nos guste o no, el mercado está. El decaimiento de las grandes instituciones y el debilitamiento de los Estados nacionales confirman esta evidencia: el mercado se ha convertido en el principal, sino el único dispositivo 1 de regulación económica. Esta evidencia y esta renuncia entretienen un consenso bastante perverso: si el mercado domina la economía, es de vital importancia disociar la construcción de las elecciones colectivas –o sea lo político- de la esfera de la economía. Y reciprocamente. Se unen en una misma postura dos puntos de vista radicalmente opuestos. De un lado se considera necesario disociar ambas ésferas para preservar el mercado y la economía de la ingerencia de lo político (el principio de eficiencia según el punto de vista liberal). Por el otro, la disociación es necesaria para proteger los espacios públicos del emporio del mercado (punto de vista radical). Que se trate de fatalismo, de convicción, de renuncia o de resistencia se asume una separación tajante entre lo económico (lo que remite y/o se abandona a las fuerzas del mercado) y lo político (el ámbito de la concertación y de la expresión ciudadana). De un lado está lo que (se supone) procede del cálculo y del interés privado y del otro lo que remite a los valores superiores de solidaridad y de ciudadanía… Desde luego, esta representación se sustenta en una visión bastante pobre y corta de lo que es la economía y que tendremos que replantear. Sobre todo, legitima un despojo de capacidades: el ciudadano no tiene porque – ni puede – opinar sobre la producción de riquezas, sobre su reparto entre los diferentes componentes de la sociedad, sobre los flujos de inversiones (y la idea misma de planeación económica), sobre las contradicciones entre el capital y el trabajo y sobre la justicia social… En este sentido la globalización instruye una dilución de la sustancia misma del debate político: la globalización es negación de lo político. Esta dimensión en parte explica la reinvención de los territorios. Si el territorio es lo que la globalización no es y si la globalización es el imperio del mercado, entonces el territorio tiene que excluir los pincipios de cálculo y de interés individual que sustentan el rational choice de los economistas liberales. Si no alcanza siempre un estatuto de santuario, el territorio suele reconocerse como el escenario predilecto de los valores sociales que forman consenso, marcan identidad y generan solidaridad. Se percibe como un espacio de dimenciones humanas, con connotaciones comunitarias, donde impera la confianza y el interconocimiento y que no manchan ni asperidades ni contradicciones relevantes para el acceso a las riquezas y el control de los procesos productivos. El territorio define así el marco idoneo para el desenvolvimiento de una democracia directa: la boga que tienen las nociones de participación, de concertación, de adesión, de cohesión social y su confusión con las ambiguedades de la « buena gobernancia » lo sugieren. Pero esta no es más que la otra cara de la misma moneda : en la escala de los territorios, el corte entre lo económico y lo político sigue igual de tajante. Más allá de las expresiones formales de la democracia, esa visión del territorio procede también de una negación de lo político. El territorio puede ser un espacio ciudadano predilecto, sólo pone en escena a ciudadanos despojados de sus atributos y de sus capacidades más elementales. En este sentido no sólo puede afirmarse que esta visión del territorio procede de la globalización sino que también, es la globalización. Lo que se acaba de presentar no es sino una representación sesgada e instrumentalizada de la noción de territorio. Resulta útil para poner énfasis en las ambiguedades del término y poner en evidencia algunas de sus trampas. Pero el territorio es un concepto que también puede plantearse independientemente de la globalización. Al menos lo han movilizado la geografía humana, la antropología, la arqueología, la entomología y hasta la sociología y la economía… con sentidos muy distintos de los que se acaban de exponer y mucho antes de que se empezara a hablar de globalización. Más que definiciones - que tendremos que ajustar al 2 contexto actual - podemos rescatar del viejo debate científico en torno al concepto de territorio un enfoque y una guía argumentaria. Hablar de territorio resulta útil para abrir perspectivas y plantear interrogantes que nos permitirán entender mejor tanto el mundo que nos rodea como la forma en que analizar y representarlo. La construcción de esta guía argumentaria sólo moviliza algunos referentes sencillos. Afirmar que el territorio no debe confundirse con la noción de espacio o de área procede de una evidencia : el territorio es un espacio con personalidad propia que ninguna ley geométrica permite entender. También es una evidencia afirmar que el territiorio es una construcción social: el territorio tiene historia, marca identidad… y es precisamente eso que el enfoque territorial permite entender. No resultarán tal vez tán evidentes todas las implicaciones de esa aserción. En primer lugar, el territorio es un espacio apropiado: reconocer las formas de esa apropiación, entender las modalidades de su legitimación e identificar a sus beneficiarios plantea ya algunas fuertes dificultades. Lógico, pero no por eso muy evidente, es el hecho de que tanto la apropiación como la construcción del territorio son colectivas: producir el territorio no es obra de un individuo aislado sino de un grupo… mismo que tampoco resulta siempre fácil de identificar. De ahi derivan otras preguntas: ¿cómo se construye el colectivo?, ¿cómo logran interactuar unos con otros los individuos que componen el grupo? En adeante, las preguntas se enredan: ¿no dependerá el compromiso del individuo con el grupo del tipo de apropiación del territorio y de la forma en que se definen los derechos individuales de acceso o de uso? Pero las preguntas no tardan en hilarse unas con otras en el momento en que se asume que el territorio es a la vez el escenario y el objetivo de la acción colectiva. Ayuda entender que el territorio focaliza simultaneamente relaciones de competencia y de cooperación, que es objeto de conflictos que suelen resolverse y superarse en la construcción de solidaridad y/o de jerarquía. Es en este punto donde el territorio puede tomar su sentido verdadero de patrimonio colectivo que se moviliza en un proceso de producción de la sociedad. Es precisamente en torno al manejo y a las modalidades de apropriación de este patrimonio compartido que cobran sentido las interacciones y las contradicciones entre territorios y globalización. La definición resulta bastante escueta, pero marca algunos interrogantes claves. El territorio se proyecta en la historia y en el espacio de de las construcciones institucionales: plantea una exigencia de ruptura con el universo unidimensional del intercambio mercantil, del cálculo y del interés individual. El territorio es un recurso producido y manejado y valorado en forma colectiva: plantea por lo tanto una exigencia de gestión social que remite a criterios y estrategias que ninguna regla natural ni principio superior permite entender. Esa definición pone en el corazón mismo del debate la cuestión de la construcción de las decisiones colectivas y delmanejo de recursos compartidos. El territorio se vuelve entonces objeto de conflitos y de rivalidades entre usuario al mismo tiempo que conforma la sustancia de un proyecto colectivo. En este sentido, la construcción de la elección colectiva no se resuelve del todo ni en el universo del cálculo oportunista (las lógicas de acaparamiento en beneficio individual) ni en el espacio superior de los valores de abnegación y de solidaridad (y de renuncia amenudo ficticia y engañosa a los interes privados). Hablar de territorio, y más aún en relación con la globalización implica que se quiebre un consenso: tenemos que rebasar la disociación entre lo económico y lo político poniendo énfasis en el hecho de que la construccion y la valoracion de los territorios se encuentre en la intersecion de ambos campos. Siguiendo esta pista, ¿no puede plantear la globalización como un proceso de 3 acaparamiento de recurso colectivos y de destrucción de la propiedad colectiva? Vale como hipótesis, pero el énfasis que se pone en la organización y en los conflictos abre nuevos interrogantes sobre la globalización, el desarrollo y el pensamiento económico. 2. globalización La crisis que nace en el transcurso de los años setenta ha generado un cambio radical en las políticas públicas que se han implementado a lo largo de los ochenta. En el Norte, Ronald reagan y Margarett Thatcher se han convertido en apóstoles de la lucha contra el Estado-providencia. En el Sur, el peso de la deuda y la agravación de la pobreza tanto como las desilusiones que han dejado los modelos de sustitución de importaciones han impulsado un cuestionamiento radical de las antiguas opciones de desarrollo. Entre ajuste estructural y estabilización, América latina atraviesa una larga « década perdida ». El Este, por último, con la crisis del modelo soviético y la caida del muro de Berlín en 1989, se ha vuelto en el escenario inesperado de la instauración de un nuevo orden liberal. El planeta en su conjunto parece así inmerso en un mismo movimiento marcado por el debilitamiento de los Estados y emporio creciente del mercado. Mucho se ha dicho y debatido acerca de la globalización. Desde el punto de vista de la economía, marca la fase más reciente de evolución del capitalismo. El movimiento viene impulsado a la vez por el agotamiento del fordismo y por los avances espectaculares logrados en materia de comunicaciones. La globalización remite básicamente a un movimiento mundial de unificación espacial de los mercados. Hablamos del mercado de los bienes (incluyendo, en forma creciente a los bienes no materiales), pero también y sobre todo del mercado de los capitales (o de los productos financieros) y del mercado de las técnicas. La globalización no puede reducirse asi a un simple proceso de expansión del comercio mundial: de hecho, medido en relación al producto interno de las principales economías del planeta, el comercio exterior no ha crecido en forma notable a lo largo del siglo XX. En cambio si tienen sentido el incremento de los movimientos financieros y el crecimiento de los flujos de conocimientos técnicos y de patentes. Ambos movimientos han encontrado un notable respaldo en la revolución de los medios de comunicación y de tratamiento de la información (telefonía, informática, computación…) : las distancias no oponen ya ningún obstáculo notable a la circulación ni de los capitales ni de la información. La unificación de los mercados – entiendese la existencia de un proceso único de formación de los precios –, la uniformización de los procesos técnicos y la circulación de los capitales tienden a regir, en base a una trama unica, las modalidades de producción de las riquezas hasta en los rincones más apartados del mundo. Entendida en su triple dimención, el proceso de unificación de los mercados puede identificarse así como la fuente básica de las presiones uniformizadoras que genera la globalización. No se trata simplemente de la formación de los precios, de la orientación y de la intensidad de los flujos de inversión: el movimiento genera nuevas pautas de estructuración de la economía mundial. La globalización revela la figura de la corporación multinacional que se encuentra ya en óptimas condiciones para localizar sus actividades tomando en cuenta sus costos de producción (materias primas trabajo), la proximidad de sus mercados y un balance de las reglamentaciones nacionales (políticas ambientales, reglamentación del trabajo, 4 fiscalidad, etc.). El orden economico mundial se sustenta en nuevas bases. El acceso discriminatorio a las técnicas y a los capitales no estructura ya la organización piramidal que oponía países ricos, intermedios y pobres. La vieja organización internacional del trabajo que diferenciaba las economías fincadas en actividades primarias (agricultura tradicional y minería) o de mano de obra (desde luego barrata, dócil y poco calificada) a las potencias industriales que disponían de los capitales y de las tecnologías necesarias para desarrollar las actividades que generan un elevado valor agregado ha pasado a la historia. Hoy en día el panoramá es bastante más complejo. Los capitales, las técnicas y la información circulan en forma intensa e instantánea… mas no sin control ni trabas. La linea parte aguas que estructura la nueva división internacional del trabajo atraviesa tanto los paises del sur como los del norte. Se sustenta esencialmente en la capacidad de ejercer un control sobre la producción de la información, sobre su tratamiento y sobre su manejo. Varios elementos explican esta evolución. Esta, como primera evidencia el hecho de que la producción de bienes no materiales se ha convertido por mucho en el componente mas relevante -alrededor de dos tercios de los productos internos- de las economias modernas, tanto desde el punto de vista de la producción de riquezas como en relacion a la estrucura del empleo. Las actividades que se relacionan directamente con la producción y el manejo de la información conforman una parte muy significativa del sector terciario. Otra evidencia es que la produccion y el manejo de bienes no materiales no son propios del sector: los encontramos también y en forma creciente en los sectores primario y secundario, en las tareas de producción de conocimentos (especialmente la llamada investigacion-desarrollo), de administracion y de organización o sea y en dos palabras, en la gestión de la información. La extension y la unificacion de los mercados, los espectaculares avances logrados en las técnicas de comunicacion y tratamiento de la información, los avances en la productica sustentan nuevas estrategias de expansión industrial. Los gastos muy importantes en la investigacion-desarrollo (a menudo del orden de 30 a 40% de los costos de producción en la industria), el peso de las imovilizaciones en equipos modifican radicalmente las reglas de la competencia. A contracorriente de las ensenanzas basicas de la economia neoclasica (la empresa optimiza su eficiencia cuando su costo marginal iguala el precio de venta) la industria suele encontrarse en la situacion paradoja de rendimientos de escala crecientes: son tan altos los costos fijos que los costos marginales bajan cuando la teoria ensena que deberian subir. En otros términos, producir una unidad más no cuesta mucho, pero si, permite repartir los costos fijos entre un mayor número de unidades. En adelante, la traza de la linea parte aguas puede entenderse. Por un lado estan las actividades sometidas a un régimen de competencia bastante estricta: la circulacion libre de la información técnica y de los capitales propicia un incremento excesivo de las capacidades de produccion, genera una disminucion de los precios y rentas bajas. Por el otro estan los negocios que logran eludir la competencia y para las cuales la relación entre precio y costos se vuelve puramente virtual. En tal caso, el incremento de las capacidades de produccion permite reforzar las barreras a la entrada y consolidar su posicion monopolistica. Tratese de un monopolio clasico o de una red de empresas solidarias, la implementacion de politicas de diferenciacion de la oferta permite sacarle provecho a un mercado segmentado de acuerdo con una escala de capacidades de compra. Mas que la flexibilidad que les permite a las empresas ajustar su oferta a una demanda « impredictible y volátil », la incorporacion en los productos de algún signo distintivo les permite diferenciarlos para venderlos caro a los consumidores que disponen de una mayor capacidad de compra y barato -hasta en un nivel cercano a su costo marginal o hasta con pérdidas- a los mas pobres o mas indecisos. Con tales practicas vuela el mito del 5 precio unico, en teoria atributo necesario de cualquier mercado competitivo. La multiplicacion de las « distorciones » de competencia se convierte en el signo distintivo de la globalizacion y en el criterio en torno al cual se orientan los flujos de inversiones y se definen las modalidades de reparto de las riquezas. Importa no caer del lado equivocado de la linea parte aguas. El dominio de la informacion es el criterio decisivo como lo evidencian la multiplicacion de los patentes y la explosión de las transacciones sobre derechos de propiedad intelectuel que se observan desde hace ya un cuarto de siglo Marca jerarquía el acceso privilegiado a los conociamientos técnicos y a las capacidades. Es importante, más no suficiente: más que el dominio de los conocimientos sobre los procesos de elaboracion de los bienes materiales, desempena un papel decisivo la informacion que condiciona el acceso a la informacion , que abre acceso a los recursos no materiales y que, por ende, permite dominar los procesos organizativos. Es una evidencia, esa clase de propiedad intelectual (un logiciel, un sistema de normas técnicas...) es no dividible y, de hecho, no limitada en el tiempo (piensese en Microsoft) : tiene un grado de proteccion infinidamente superior a la que se aplica a simples procesos técnicos para la elaboración de bienes materiales. Expresado con otros términos y tal como se expondra a continuacion, la linea parte aguas se establece en torno a la capacidad de establecer una exclusividad de acceso duradera a recursos colectivos. Información, recursos colectivos, organización… son nociones que los avances de la globalización han puesto en el orden del día del debate científico. Encuentran notables ecos tanto en lo que remite a la difusión de un nuevo orden planetario como en lo que procede de las resistencias que se expresan en la escala de los territorios. En ambos contextos, cobra relevancia la necesidad de rechazar el corte que el fatalismo o las ilusiones neoliberales han ergido entre lo económico y lo político… Ahora bien, suprimir la brecha que separa lo económico de lo político implica encontrar elementos comunes a ambos campos disciplinarios y, desde luego, pensar diferente la política y la economía. En lo referente a la política, procede regresar a las fuentes origninales del concepto : la política es el arte que se estructura en torno al manejo de la « cosa pública » o sea en torno a la adminbistración de los recursos colectivos. En cambio, colocar al concepto de recurso colectivo (y las nociones asociadas de organización, coordinación, información) implica un profundo cuestionamiento de la disciplina y de sus paradigmas fundadores. 3. El territorio como concepto transdisciplinario Los términos desarrollo y territorio ejercen una fascinación que rebasa por mucho los límites de la geografía, de la economía y de las ciencias sociales afines. Son términos transversales, movilizados en campos disciplinarios distintos, que han construido a lo largo del tiempo categorías análiticas, paradigmas y métodos propios. Por ello, se prestan a interpretaciones contradictorias y ambiguas, despiertan dudas y temores, a tal punto que caen a veces en desuso. Están muy presentes en la academia, pero también, y cada día más, en múltiples escenarios del debate político. Desarrollo y territorio son en parte también nociones forjadas dentro y para la acción. Han cobrado y perdido sentido ajustándose a objetivos ajenos (al menos en teoría) al universo aséptico y contemplativo de la academia. Sujetos a las presiones contradictorias de los universitarios, de los políticos, de los militantes y de los burócratas, ambos términos suelen tener una fuerte connotación : no resulta anódino o indiferente hablar de desarrollo y de territorio, 6 es algo así como tomar partido sin querrerlo en un debate que dificilmente se llega a dominar del todo. Muy pronto surgen malentendidos y controversias que derivan de la confrontación de valores, de perspectivas y de planteamientos contradictorios, profundamente arraigados, pero no siempre explícitos. Entre controversias y distorsiones, el sentido de las nociones de desarrollo y de territorio ha sido alterado y diluido al punto de volver ambos términos tan polisémicos e imprecisos que resulta casi imposible dar de ellos una definición clara, minimamente consensual, congruente y pertinente. La tarea es dificil, plantea primero una exigencia de rigor y de sentido crítico : hay que devolver a los dos conceptos su proyección heuristica original « limpiandolos » de los sentidos, valores, paradigmas implicitos frecuentemente asociados con ellos. Tampoco hay que olvidar que son nociones transversales : su manejo plantea una fuerte exigencia de apertura de los campos disciplinarios. Es una necesidad que no es carente de riesgos ya que de la apertura de los campos a la transgresión de las fronteras disciplinarias, el trecho es corto : la interdisciplinariedad implica así una revisión crítica, a menudo radical, de los conceptos y de las tramas argumentarias de los paradigmas disciplinarios. La exploración y la remodelación de los contornos de los campos disciplinarios invita así a una revisión de algunos de sus principios más fundamentales. No resulta en efecto posible investigar conceptos transversales sin al mismo tiempo cuestionar lo que conforma la sustancia misma de los paradigmas fundadores de las diferentes disciplinas y, tal vez, hasta cierto punto quebrarlos. Aunque suene fastidioso, empezaremos por dar una definición renovada de la economía. No parece tal vez tan radical como se podría esperar, pero sí, más allá de las aparencias, conduce a una identificación polémica de algunos planteamientos claves, permite abrir puentes entre los campos disciplinarios y cuestionar fundamentos implícitos. Hacia una definición del desarrollo : hablemos de economía Habrá una infinidad de definiciones de la economía. La opción que se propone a continuación es aún inédita. No contradice ninguna de las grandes corrientes del pensamiento económico y permite identificar los referentes claves que permitirán estructurar el debate en torno de las nociones de des arrollo y de territorio. Se sustenta en la siguiente pregunta : ¿Cómo logran los hombres coordinar sus esfuerzos para incrementar la producción de riquezas ? De este interrogante pueden desprenderse tres elementos claves que han marcado en forma decisiva la historia del pensamiento económico y que se pueden retomar con mucho provecho para abonar el debate sobre desarrollo y territorio. Se trata de las nociones de coordinación, producción y riqueza. 7 1. Coordinación Como tal, el término no les ha llamado mucho la atención a los economistas sino, tal vez, hasta una fecha reciente. Pero el tema tiene mucha transcendencia ya que se hable de organización del trabajo o simplemente de intercambio. Remite a algo bastante trivial e importante, a una evidencia que ha marcado a las ciencias económicas desde sus inicio : el hombre es un animal social. La economía no puede pensarse sin referencia a las interacciones que los hombres establecen entre sí, o sea haciendo caso omiso de las relaciones de competencia y/o de cooperación y/o de explotación que los hombres establecen entre sí en la producción y el intercambio de riquezas. Entender como los hombres logran combinar sus esfuerzos constituye asi el interrogante clave en torno al cual se estructuran todos los discursos de la economía. El punto tiene mucha presencia, notablemente en la obra de A. Smith cuando relaciona el desenvolvimiento de los intercambios, los progresos de la división del trabajo y los avances de la civilización. El sustento de la coordinación se encuentra en un principio de competencia : la imagen de la « mano invisible » del mercado revela un dispositivo « natural », perfecto (rebasa el entendimiento y la voluntad del hombre) de coordinación fincado en el interés privado, fuente a la vez de armonía y de progreso. El mercado asegura la combinación de los esfuerzos productivos individuales sobreponiendose a las expetativas de los individuos y a sus valores éticos. Pensar la economía como coordinación tampoco contradice los paradigmas fundamentales del marxismo. Con un marcado énfasis en la dimensión histórica de los procesos económicos y sociales, Marx plantea un análisis de la coordinación fincada en una relación de explotación : el control de los medios de producción le permite a la clase capitalista acaparar el producto del plustrabajo y, por ende, dirigir el proceso de acumulación. Los institucionalistas (veanse a Williamson, Coase…) plantean una tercera modalidad de coordinación que se asienta en las convenciones (o sea en los acuerdos o contratos) que los hombres establecen para compensar las « fallas » del mercado y enfrentar situaciones de incertidumbre. La coordinación remite aqui tanto a un principio de cooperación como de competencia : la construcción de reglas (que se sustituyen al mercado o lo complementan) procede de una lógica de cooperación mientras las hipotesis de racionalidad remiten a un principio de competencia y al individualismo metodológico propio de las 8 corrientes clásicas y neoclásicas. 2. Producción La producción suele definirse como un proceso de transformación de la materia mediante la aplicación de un trabajo. Hablar de trabajo y de materia pone en evidencia el caracter finito del mundo que nos rodea y, por ende, la existencia de limites a la expansión de la producción de riquezas. Esta representación pesimista, claramente expresada en autores como D. Ricardo, deriva en parte del hecho de que los recursos naturales no son inagotables. También procede de una asimilación en exceso reductora del trabajo a un gasto energético. Por una parte, la expansión de la producción implica un alargamiento de los procesos productivos y un incremento del gasto energético total. Por otra parte, el segundo principio, de la termodinámica (o principio de entropía : la energía no se genera ex nihilo y al cambiar de forma, parte de ella se disipa y se pierde) evidencia que el alargamiento de los procesos productivos encuentra un limite absoluto en la disminución de los rendimientos energéticos. El planteamiento no resulta del todo convincente si asumimos que el trabajo no puede reducirse en un simple gasto energético. Es también incorporación de conocimientos (directamente en los procesos de trabajo mismos o indirectamente en la producción de herramientas y de conocimientos) y por ese medio ganancia en eficiencia productiva. Ahora bien, no sucede con los conocimientos lo que se observa en el caso de la materia y de la energía : un conocimiento no se desgasta ni se pierde cuando se usa, sino más bien al revés. Es más, su costo de reproducción puede considerarse como virtualmente nulo : no rebasa en principio el costo del soporte material (algo de papel y tinta o un disco informático) que se requiere. Bajo esta perspectiva, la creciente incorporación de conocimientos en los procesos de producción – junto con el incremento notable de bienes no materiales – sustenta un principio de neguentropía, que permite a su vez concebir la acumulación de riquezas y, por ende, el desarrollo, como un proceso potencialmente inagotable. En otros términos, el trabajo es a la vez gasto energético e incorporación de conocimientos. La producción y la movilización de nuevos conocimientos propician un incremento de la eficiencia (individual y colectiva) productiva que puede contraponerse a la disminución de los rendimientos energéticos. El planteamiento permite darle sentido y contenido a la noción de desarrollo. El desarrollo no es ni una utopía, ni una necesidad, ni una fatalidad. Es simplemente la expresión, historicamente marcada y socialmente condicionada, de la capacidad que tiene una población de producir negentropía, o sea de generar y movilizar conocimientos nuevos… lo que resulta menos evidente de lo que parece. En efecto, el potencial de expansión de un sistema depende del incremento de excedente generado por la incorporación de conocimientos nuevos, pero también de su reparto (por ejemplo en forma de plus valía) entre los diferentes componentes de la sociedad y de su aprovechamiento preferente para incrementar las capacidades de producción. El tema tiene por lo tanto que relativizarse y contextualizarse, lo que conduce a plantear el desarrollo como la expresión de una elección colectiva que procede tanto del campo de la economía en un sentido estricto que de la Ciencia política. La exploración del tema pone en el centro del debate la nociones de información y de organización. 9 Podemos aclarar el tema de la producción y de la movilización de los conocimientos partiendo de una definición amplia y genérica de la noción de información : todo conocimiento es una información aunque cualquier información no puede considerarse siempre como un conocimiento. En adelante, sugiero definir la información como cualquier elemento – representación, dato, referencia, regla formal o tácita – popio para auxiliar la toma de decisiones. En este sentido, una información es una representación del mundo que nos rodea, que movilizamos para entender y transformarlo. En el caso, hablar de representación da a entender que una información siempre es una construcción : las representaciones no existen en la naturaleza, elaboramos imagenes del mundo con el único auxilio de lo que nuestros sentidos y entendimiento nos dan a ver. Es más, esa construcción es fundamentalmente colectiva ya que en nuestros esfuerzos por entender y conocer el mundo tenemos que mobilizar criterios y conocimientos que, en su mayor parte han sido producido por otros seres humanos… En este sentido queda claro que la información en sí, digamos, algún dato ailsado, desconectado de su contexto, no tiene interés alguno. Para incrementar nuestra capacidad de acción y de entendimiento del mundo es preciso enlazar esos datos : tener una mayor capacidad de tratamiento de la información y una creciente aptitud a organizarla en sistemas complejos. En este sentido, podemos apuntar que lo que nos interesa es la información vuelta conocimiento, o sea incorporada en un acervo de conocimientos y organizada en torno a las tramas interpretativas y a los códigos que estructuran los llamados sistemas cognitivos. En ellos se encuentra la llave para enfrentar situaciones inéditas, para generar nuevos conocimientos y para tener una base informativa compartida que permite y propicia las interacciones sociales. Desde el punto de vista de la Ciencia económica, la acumulación y la incorporación de conocimientos en los procesos productivos sustenta un proceso de « complejificación » que contrarresta la caída de los rendimientos energéticos. Ello se puede lograr porque el proceso tiene un carácter marcadamente colectivo, llegando a expresarse en la escala de la sociedad en su conjunto. En primer lugar, puede destacarse que la acumulación de conocimientos no procede de una lógica individual : no podemos concibir manera alguna de generar nuevos conocimientos sin enlazar con el acervo de conocimientos existentes. En el mismo sentido, la acumulación de conocimientos sólo llega a cobrar sentido cuando los conocimientos nuevos integran acervos compartidos y amplian en esa forma la base de producción de nuevos conocimientos. El acceso compartido (no forzozamente libre, como se verá adelante) a esos acervos los convierte en poderosos dispositivos de comunicación y de coordinación. El acceso a una información congruente (no significa uniforme ni tampoco verídica) integrada en sistemas relativamente flexibles reduce los niveles de incertidumbre y propicia condiciones idóneas para desarrollar mayores niveles de coordinación. Por último, la información también marca orden : estructura. No solamente configura los procesos de producción, marcando sus secuencias, sino que organiza también a los grupos humanos involucrados en ellos. En el caso, la información estructura, diferencia, sustenta el poder, marca coherencia y fija orientación asignando a cada sujeto el lugar que le corresponde y el beneficio que puede esperar. En este sentido, puede afirmarse que la información es a la vez soporte y finalidad (simultaneamente condicionante y producto) de la organización : para cerrar el punto, la información es organización. Marca estructura, permite y propicia las interacciones sociales y encuentra su finalidad en la producción de más información y más estructura. Ahora bien, en la medida en que el trabajo presupone la incorporación directra o 10 indirecta de conocimientos, puede afirmarse que no existe trabajo alguno que no sea, al mismo tiempo, un trabajo organizado. La mención del término « organización » no viene por casualidad : de por su esencia misma, los conocimientos son recursos colectivos, no son dividibles ni pueden ser, por lo tanto, apropiados individualmente. No son mercancias : su producción y su utilización no pueden regirse por medio del mercado, dependen de dispositivos institucionales, o sea de reglas. En este sentido, los procesos de trabajo y la producción de riquezas enlazan íntimamente con el tema de la coordinación en modalidades que suelen fincarse simultaneamente en un principio de competencia (el mercado oppera como instancia de regulación que asigna precios y fija volumenes), en una lógica de cooperación, mediante la construcción de reglas o en base a relaciones de exploctación. 3. Riquezas El término de riqueza ha caido en un relativo desuso desde finales del siglo XIX. El hecho coincide con el auge de la corriente neoclásica, la boga de la economía formal y un notable empobrecimiento del debate : • sobre la finalidad de la actividad económica (¿acumular con el simple objeto de acumular o para producir más valores de uso ?), • sobre la delimitación del campo epistemológico de la economía (tiende a reducirse al simple ámbito del intercambio mercantil), • sobre la naturaleza de los procesos económico (se centra en el análisis de la construcción de elecciones individuales, pasando totalmente por alto la cuestión de las decisiones colectivas). Al reducir su discurso a la producción y al intercambio de mercancias, los economistas dan de la noción de riqueza un sentido muy restringido. En este entendimiento, la riqueza se reduciría exclusivamente a aquellos bienes que pueden intercambiarse en el mercado, que tienen un precio y son, por lo tanto, dividibles y se prestan a una apropiación individual. La existencia de bienes y recursos colectivos (hemos visto qure los conocimientos son bienes colectivos) casi no se toma en cuenta : o bien se enmarcan en el campo de la economía pública (sería por ejemplo el caso de infraestructuras de comunicación, de servicios de educación o de defensa del territorio) o bien los postulan « libres » : el recurso se supone tan abundante que, por muy elevado que sea, el sobre consumo de un individuo no puede llegar a perjudicar a ningún otro usuario (vease Mancour Olson, la lógica de la acción colectiva). La ausencia de escasez es un postulado bastante cómodo. Un recurso abundante no plantea problema : no tiene que administrarse, no genera competencia ni rivalidad entre sus usuarios. Consumir un recurso abundante no implica renunciar a otro, no genera ni elección ni sacrificio ni tiene por lo tanto que llamar la atención del economista. Bajo este planteamiento, el discurso de la ciencia económica puede dedicarse exclusivamente a la construcción de las decisiones individuales y aferrarse al individualisme metodológico (la economía sólo procede de la agregación de comportamientos individuales fincados en un principio de racionalidad) e identificar el mercado (y su principio de libre competencia) como el único dispositivo de coordinación. Además de cómoda, esa opción resulta de pilón bastante elegante : enfatizar el papel del intercambio y de la competencia permite 11 pasar por alto las referencias a la historia y a las instituciones y, por lo tanto, colocar la economía en un universo unidimensional que se precisa para poder recurir a las matemáticas. Este postulado sobre la abundancia de los recursos colectivos no tiene fundamento alguno. No lo tiene poprque existe una gran cantidad de recursos colectivos escasos, física o socialmente limitados, cuyo manejo requiere restricciones de uso. Este es tipícamente el caso del agua, tanto en escalas locales como globales, es el caso muy frecuente de los bosques, de las reservas halieuticas o de la biodiversidad en la escala de un ecosistema o de la biosfera... Es también el caso de los conocimientos y de muchos recursos no materiales que pueden alterarse o desaparecer si carecen de protección. Lo ilustra el caso de las cadenas del sector agroalimenticio: el control de la producción del cambio técnico, de los canales de comercialización y de financiamiento por grandes corporaciones propicia procesos de usurpación de atributos de calidad (presentar como típico un producto que no lo es) y de destrucción de los conocimientos locales y savoir-faire asociados con la elaboración de alimentos tradicionales. El tema del manejo de recursos colectivos escasos ha suscitado un elevado número de estudios entre los cuales se han vuelto clásicos los de G. Hardín sobre la “tragedia de los comunes” o de E. Ostrom sobre el uso de infraestructuras de riego. Todos coinciden en el hecho de que existen recursos colectivos escasos y que la escasez plantea una exigencia de control colectivo: la ausencia de administración del recurso conduce a un verdadero saqueo que puede culminar en la destrucción del recurso. Medido en relación con los avances de la globalización, no sobran motivos para pensar que, en un mundo regido por el interés individual y la competencia, la ausencia de reglas conduce ineludiblemente a una destrucción de muchos recursos colectivos que pone en peligro a la humanidad misma. Al menos puede interpretarse en este sentido los grandes problemeas ambientales que padece nuestro planeta (las emisiones de cárbono y el recalentamiento del planeta, los huecos en la capa de orzono, la erosión de la biodiversidad...). Cuestionar el postulado sobre abundancia permite abrir el campo problemático sobre el manejo de recursos colectivos. La exigencia de administración del recurso no sólo procede la necesidad de restricciones de uso, abre también un interrogante sobre la forma en que se resuelven las rivalidades entre los usuarios. No tenemos porque suponer que los usuarios se encuentran todos en estrictas condiciones de igualdad ante el acceso a los recursos comunes ni porque esperar que alguna mecanica superior y ajena defina los derechos individuales de uso. En su esencia, la fijación de los derechos individuales de acceso proceden de una elección colectiva y por ende de las modalidades de administración del recurso. Como podía esperarse, el asunto no ha despertado mucho interés entre los economistas, pero no deja de tener mucha transcendiencia: los objetivo de reparto (en beneficio de tal o cual usuario o sector social) muy bien pueden anteponerse a las exigencias de preservación y de renovación de los recursos comunes y por ende, prevalecer sobre el interés colectivo. Los recursos colectivos tienen que reconocerse como auténticos recursos económicos. Desde luego se diferencian por el hecho de no tener valor de intercambio. Pero ello no resulta tan importante si, a falta de precio, alguna regla permite imponer restricciones y asentar una exclusividad de uso en beneficio del grupo de usuarios. En el caso, el derecho de exclusividad no sólo asienta las restricciones de uso en vista a la preservación del recurso sino que también sustenta un monopolio colectivo y una renta. Así es como se logra explicar una aparente paradoja: o sea cómo un recurso que no tiene valor de cambio puede generar valor agregado y ganancia además de asegurar las condiciones de su propia 12 reproducción. El tema cobra una pertinencia mayor aún si se considera que la escasez puede proceder también de una construcción deliberada para proteger recursos no materiales (algún vallor simbólico o conocimiento específico como sucede en el caso de los alimentos con denominación de origen). La problematica de los recursos colectivos enlaza con la problemática de la acción colectiva y de la organización. Recordando lo que se ha comentado acerca de la información, debe considerarse al recurso colectivo simulataneamente como la finalidad y el soporte (el móbil y el medio) de la organización. Esta le permite a los individuos tener acceso a bienes que no se pueden producir en forma individual al mismo tiempo que genera llos medios (fundamentalmente, los conocimiento y la capacidad de tratar la información) imprescidibles para construir más organización y producir más riqueza. Esta última advertencia nos remite a la definición genérica de la economía que se ha planteado lineas arriba (¿cómo logran los hombres coordinar sus esfuerzos para producir más riquezas?). Podemos asumir así que la noción de coordinación remite simultaneamente a relaciones de competencia (el, papel del mercado en el discurso de los economistas liberales), relaciones de concertación (mediante la construcción de acuerdos y a relaciones de explotación (cuando predomina la busqueda de un reparto asimétrico de llos derechos individuales de uso en provecho de una categoría de usuarios). A esta visión amplia de la noción de coordinación le tiene que corresponder una interpretación flexible y problematizada de la noción de riqueza. Se les dará en adelante la definición amplia de satisfactores, o sea de valores de uso. Se trata de bienes útiles que pueden ser de apropiación individual o colectiva, que pueden ser dividibles o no, pero que siempre quedan asociados a principios de restricciones de uso, de rivalidad y de exclusión. Esta definición puede resultar algo amplia, tiene en cambio la ventaja de identificar el punto a partir de cual cobra sentido el debate sobre desarrollo y territorio. Ambos conceptos se encuentran en efecto en la linea parte aguas entre el campo propio de la economía y los de las disciplinas afines; entre lo que remite a la producción de la sociedad (la construcción de una memoria colectiva – conocimientos, representaciones, reglas y valores comunes –) y lo que se relaciona en forma más estricta con la producción de mercancias. En este campo problemático, la cuestión de los recursos colectivos es de suma importancia: ¿cómo se producen? ¿cómo se manejan? ¿cómo inciden en la producción de la sociedad? y, sobre todo, ¿cúales son las modalidades de acceso y de uso individual? 4. Desarrollo El énfasis que se ha puesto en el concepto de coordinación y en el papel que desempeñan los recursos colectivos en la construcción de las organizaciones permite afinar la noción de desarrollo. François Perroux define el desarrollo como “el conjunto de los cambios mentales y sociales que le permiten a una población incrementar en forma duradera y cumulativa su producto real global”. Esta definición clásica opone desarrollo y crecimiento: el crecimiento remite al incremento de algún agregado (usualmente el producto interno bruto por habitante) mientras el desarrollo se percibe ante todo como un potencial o una capacidad: “son los cambios (...) que (...) permiten(...)”. Más allá de lo directamente cuantificable, el desarrollo remite al universo de los cambios cualitativos que afectan las estructuras de la economía y de la sociedad. Existe una relación estrecha entre ambos conceptos, al menos en la medida en que el crecimiento tiene que sustentarse en los cambios estructurales y cualitativos que acompañan el 13 desarrollo (se trata de “incrementar en forma duradera y cumulativa el producto real global”). Pero se oponen en este mislmo punto: el crecimiento suele identificarse como un acontecimiento genuinamente económico (se mide el incremento de los valores de cambio) mientras los cambios estructurales propios del desarrollo se enmarcan en una dimensión social, histórica y política. Es en en este punto donde se queda la gran mayoría de los economistas. Dan por entendido que lo que sigue procede de un discurso de corte filosófico del todo ajeno al argumentario y a los paradigmas propios de la ciencia económica: han tocado las fronteras de su campo epistemológico y no tienen el valor que requiere su transgresión. Podrían repetirse a propósito del concepto de desarrollo las mismas observciones que se hicieron sobre la noción de riqueza o de coordinación: el desarrollo deja de ser objeto de debate cuando abre un cuestionamiento sobre las modalidades de construcción de dedcisiones colectivas. Y de eso se trata precisamente cuando se habla de cambios estructurales y cualitativos: repuntan detrás de estas expresiones interrogantes sobre el “tipo de sociedad” que se quiere, sobre las modalidades de reparto de las riquezas , sobre la exclusión, sobre el manejo de los recursos ambientales o la preservación de los patrimonios culturales. En este sentido, el desarrollo dista mucho de ser una “emergencia económica” (algo que ocurre en forma espontanea o imposible de anticipar): es una construcción social, o sea la expresión de una decisión colectiva. La ausencia de proyección interdisciplinaria no estimula el rigor científico. Los cambios sociales y mentales a los cuales alude François Perroux no dejan de ser ambiguos, imprecisos e insatisfactorios. ¿de qué se trata?, ¿qué clase de tensiones y de rivalidades inducen esos cambios? ¿cómo actuar para inducir y dirigir el desarrollo?, ¿cúal es la finalidad del desarrollo?... La búsqueda de una respuesta a estas preguntas ha desembocado en la definición de la economía que se ha presentado páginas arriba y en la problematización de las nociones de coordinación, recursos colectivos y riqueza. Siguiendo esta pista, el desarrollo puede identificarse como el proceso que le permite a una población generar nuevas capacidades de coordinación. El planteamiento liberal sostiene que estas capacidades derivan del desenvolvimiento de las comunicaciones y de los intercambios. Pero se trata de una visón parcial y sumamente sesgada puesto que pasa por alto la cuestión de la producción y del manejo de los recursos colectivos. Es probable que el auge de las comunicaciones y de los intercambios propicie un incremento de la producción de valores de cambio mas no asegura que se trate de un desarrollo: el empuje de la producción de mercancias bien puede lograrse a costas de una destrucción del medio ambiente, de una fragilización de los patrimonios culturales o de una disminución de los satisfactores de amplios sectores de la población mundial... En una perspectiva complementaria, el crecimiento, en la medida en que se obtiene a costa de la destrucción de recursos colectivos, puede inducir una disminución de las aptitudes a coordinarse, o sea puede convertirse en antidesarrollo: los problemas ambientales mayores, el debilitamiento de los tejidos sociales, la exclusión y la diferenciación social, la violencia, los repliegues identitarios son señales preocupantes que apuntan en este sentido. Debe tomarse en cuenta (principio de neguentropía) que el “incremento cumulativo y duradero del producto real global” se sustenta en la producción e incorporación de conocimientos y remite por lo tanto a una dinámica que no es totalmente mercantil. Por lo tanto, si bien puede definirse el desarrollo como incremento de la 14 capacidad de coordinación, es evidente que ésta no puede asentarse exclusivamente en el mercado y en un principio de competencia: el desarrollo también es organización. Ahora bien, la construcción de las reglas que sustentan las organizaciones tienen que fundamentarse en algún objeto compartido y en la información que permite su movilización, o sea tiene que fundamentarse en un recurso común. En esta perspectiva, el desarrollo puede identificarse como un proceso de acumulación de recursos colectivos, tanto materiales como no materiales. Por último, el acceso a recursos colectivos no es una condición suficiente para el desarrollo. Como se ha visto, el “incremento cumulativo y duradero” plantea un interrogante sobre el acceso individual y sobre la repartición de los beneficios entre los usuarios. Plantea así un interrogante sobre el tipo de uso (consumo o inversión) del excedente que la organización genera. En este sentido, el desarrollo puede definirse como la expresión de una elección colectiva que tiene que plantearse por igual en el ámbito de lo económico y en el campo de lo político. Ya se puede hablar de territorio 1. El territorio como espacio El término de territorio remite a un lugar y a una extensión. Por lo tanto, el término de espacio ofrece un primer acercamiento pertinente a la noción de territorio. Intuitivamente, el espacio se reconoce como área concreta (o sea, material, que tiene una realidad propia), compacta y delimitada. En este entendimiento, no resulta nada sorprendente que la noción de frontera (o de límite) sea objeto de intensos debates. No solamente porque de la identificación de limites permite diferenciar un territorio de los espacios circunvecinos, sino también y en forma mas significativa porque la identificación de las funciones y de la forma de las fronteras proporciona llaves para entender la configuración de los territorios. La noción de frontera resulta a los efectos mucho mas ambigua y controvertida que la noción de limites en la geometría. La frontera puede entenderse como linea divisora, como ruptura que opone dos realidades espaciales disociadas. Pero una frontera puede ser, al mismo tiempo, linea de enlace, que marca diferencia, pero sobre todo estructura flujos e intercambios y, en fin de cuentas, estructura interacciones. En el mismo sentido, una frontera puede ser porosa, hermética, conflictiva, discontinuada... La noción de frontera tiene sus ambigüedades que en fin de cuentas pueden solicitar nuestra atención sobre lo que realmente importa: considerar la frontera no como criterio definitorio del territorio sino como un aspecto que evidencia la relación entre territorio y apropiación: en este sentido, un territorio es un espacio apropiado. En otros términos, un territorio no es un espacio delimitado, sino un espacio para el cual la noción de límite genera un debate. Algo semejante puede decirse acerca de la noción de compacidad: el territorio no conforma siempre un espacio continuo o compacto: pensemos simplemente en los territorios-archipiélagos que llegan a conformar a menudo islas del Pacifico... En este caso también, la ambigüedad puede llamar nuestra atención: lo que define el territorio procede indudablemente más de un principio organizador que de una realidad asociada a un principio propio de la geometría. Explorar y establecer lo que une a la gente que pobla este espacio discontinuado son pasos imprescindibles para entender lo que marca su territorialidad: en este sentido, el territorio debe 15 plantearse ante todo como una construcción social. El principio de realidad intuitivamente asociado al término de espacio también despierta dudas, sobre todo si pensamos el territorio a la luz de los progresos logrados en materia de comunicación. El territorio puede pensarse independientemente de su soporte físico, estructurado por medio, por ejemplo de una red informática. Sin ahondar más en este punto algo controvertido, podemos afirmar que el territorio puede ser virtual y existir tan solo en la mente de los hombres, como cemento de una comunidad que ha roto sus vínculos materiales con su lugar de origen. Tal seria el caso de los territorios virtuales de los migrantes, de los desplazados o de las diásporas: Israel, como territorio existía antes de la creación del Estado judío en 1948 ; pese a la ausencia de vínculos objetivos, el territorio de los desplazados colombianos sigue existiendo en la construcción de sus alianzas y de sus estrategias de integración... Bajo esta perspectiva, el territorio es ante todo una memoria colectiva. En síntesis, mas allá de sus expresiones espaciales, la referencia a las formas de apropiación, a la organización, a una memoria compartida y, en resumen, a procesos de construcción social son criterios imprescindibles para entender y definir el territorio. 2. El territorio como espacio-recurso Plantear el territorio como espacio-recurso procede de una evidencia. El lenguaje commún precisa esa visión con la imagen del territorio visto como espacio vivido. Es algo que tiene sentido en una triple perspectiva. Por una parte, el territorio se proyecta como un importante escenario, inscrito en lo cotidiano, en lo familiar, de las actividades sociales y productivas del hombre. Es también un ámbito que el hombre marca de su sello, transformándolo y acomodándolo. Por último, es el medio de referencia que le brinda lo que necesita para asegurar sus condiciones materiales y sociales de existencia. A esa triple dimensión, le tiene que corresponder una visión amplia y flexible de la noción de recurso. El concepto remite, desde luego, a lo que se reconoce usualmente como recurso productivo o sea a los medios de producción que se compran y a los conocimientos que se incorporan en los procesos de producción. Remite también, en una perspectiva mucho más amplia y flexible a los medios que se mobilizan en los procesos de producción de la sociedad misma, o sea a los valores sociales, a las representaciones y a las reglas que le dan sentido y permanencia a las inteacciones que los hombres establecen entre sí en la construccion del territorio. No resulta fácil sacar un inventario claro de los recursos que componen un territorio. No tanto porque la lista se alargaría en forma infinita, sino más bién porque resulta dificil disociar los recursos unos de otros. En un primer acercamiento, podemos pensar en los recursos naturales: los que definen la fertilidad de un suelo, aquellos que derivan de la biodiversidad del ecosistema o a elementos inertes del subsuelo... Lo cierto es que no tiene mucho sentido hablar de los recursos en sí, independientemente de sus usos potenciales y de los conocimientos que permiten su aprovechamioento. Aunque parezca trivial, para que el recurso exista como tal, es preciso que se pueda reconocer y localizar, que se sepa como utilizarlo y combinarlo con otros recursos y, en muchas ocasiones, que también esté previamente ordenado, o sea preaparado o acomodado. 16 De estas advertencias podemos sacar observaciones que no dejan de ser llamativas. En primer lugar, el territorio - recurso es un espacio producido. La marca que deja el hombre en la producción de los territorios se advierte, en forma evidente, en los equipos y en las obras de ordenamiento (caminos, canales, terrazas, configuración de las parcelas, vegetación, etc.) pero también en los conocimientos, en los valores y en las representaciones que estructuran las interacciones entre los hombres y el espacio... y que nos proporcionan las llaves del aceso al territorio-recurso. En segundo lugar, el territorio tiene que conformar un recurso complejo. Es dificil aislar un componente de los demás: forman sistemas, se relacionan unos con otros por medio de las prácticas y de los conocimientos que los hombres han desarrollando en la producción del territorio. En tercer lugar, el territorio puede reconocerse como un espacio producido colectivamente: la construccion de los paisajes, lo mismo que los conocimientos y los valores territoriales son expresiones de la capacidad de los hombres a coordinar sus esfuerzos. Es más, el desarrollo territorial puede, como se ha visto, entenderse como capacidad a desarrollar e implementar nuevas capacidades de coordinación. En cuarto lugar, el territorio, en tanto que objeto de las interacciones sociales, puede reconocerse como recurso colectivo. No puede ser objeto de apropiación individual ni de transacciones, pero sí, es una riqueza, un recurso dotado de un valor de uso específico: la producción del enlace social propio del territorio. En cuarto lugar y en síntesis, el territorio define un patrimonio común. Es una riqueza apropiada colectivamente por el grupo social asociado al territorio. Es un bien complejo que se define en los tiempos largos de los flujos intergeneracionales: un territorio tanto en sus componentes ambientales, paisajisticos o simbólicos, prospera, se recibe y se transmite de manera similar a una herencia. Por último, el territorio también tiene este componente afectivo que caracteriza a menudo los patrimonios familiares: esos componentes, materiales o no, propiedad del grupo, pero con los cuales uno se identifica y gracias a los cuales uno construye su proyección en su universo temporal y social. La dimensión colectiva que, necesariamente, marca los territorios, sus atributos patrimoniales, su relación con los procesos de construcción de la sociedad son algunos elementos claves en la noción de territorio. Más allá de las expresiones espaciales de los territorios, todos esos elementos enlazan con un aspecto clave: las dinámicas de apropiación y la dialéctica sutíl y ambigua entre apropiación colectiva e individual. 3. El territorio como espacio apropiado Se trata sin duda de un criterio que genera un amplio consenso. Más que la forma de sus fronteras, su extensión o su configuración, lo que especifica un espacio en tanto que territorio es el hecho de que es objeto de apropiación. Pensemos simplemente en el territorio de algún animal salvaje o de cualquier colectividad humana: pronto caeremos en la cuenta de que siempre queda asociado con una relación de fuerza (un territorio se conquista y se defiende) y con el establecimiento de algún grado de exclusividad de uso. Bajo esta perspectiva, el territorio siempre viene asociado con instituciones, o sea con un cuerpo de reglas que define las modalidades de apropiación y especifica el territorio. Este cuerpo de reglas puede reconocerse como componente de la memoria colectiva del territorio que se mencionó lineas arriba. Las instituciones del territorio conforman así su principio organizador básico y, mas que las fronteras en si, definen lo que marca diferencia entre lo “exterior” y lo propio o “interior”. 17 Ahora bien, no resulta de mucha ayuda definir el territorio como espacio apropiado si no se precisa lo que cubre la noción de apropiación, o sea como caracterizar las relaciones que se entablan entre los individuos y los grupos sociales en torno espacio. En un primer acercamiento, podemos comprobar que la apropiación, cualquiera sea su modalidad (individual o colectiva), su intensidad o su objeto (un componente material o no), siempre implica, en algún grado, un derecho de exclusividad: no se puede ser propiedad de algo sin al mismo marcar una diferencia y, por lo taénto, sin excluir. En este sentido, e independiente del discurso que se puede tener sobre el tema de la solidaridad (definiendo por ejemplo la solidaridad en contraste con a la mecánica fría y egoista del mercado), hablar de territorio implica hablar también de exclusión. Como veremos, la exclusión puede pensarse para foráneos – o sea sujetos que no pertenecen al territorio – pero también hacia adentro: en este caso, la exclusión cobra la forma de una jerarquización (diferenciación) de los derechos individuales sobre el territorio. Las rivalidades de acceso, las modalidades de resolución (o de no resolución) de los conflictos se encuentran así en las bases mismas de los procesos de construcción territorial. En un segundo acercamiento, podemos caer en otra evidencia: nos referimos a una apropiación colectiva. En este entendimiento, un territorio es un espacio apropiado por un grupo social determinado. Se trata de una definición que no es ausente de ambigüedades. En primer lugar porque hablar de apropiación colectiva plantea fuertes interrogantes sobre la relación que se establece entre el individuo y el grupo social, y por ende, sobre el papel que desempeña el territorio tanto en los procesos de socialización de los individuos como el los procesos de producción de la sociedad. En segundo lugar, porque no existe propiedad colectiva pura (que no sea combinada con alguna forma de apropiación individual) como tampoco existe la propiedad individual absoluta (o sea totalmente desligada de restricciones colectivas). La clave del entendimiento de la dialéctica apropiación colectiva versus apropiación individual radica menos en la oposición que en la asociación y en el respaldo mutuo de ambos términos. Con estas advertencias, pueden identificarse los matices, grados, ámbitos y ambigüedades de la dialéctica de la apropiación. 31. Reconocer y nombrar El nivel mas elemental ed la apropiación procede sin duda de la capacidad de nombrar el territorio y los elementos (materiales o no) que lo componen. Los estudios toponomicos, los inventarios de expresiones locales y términos técnicos verniculares conforman un paso a menudo imprescindible y siempre instructivo de los estudios territoriales. La capacidad de nombrar los componentes de un territorio es una manera de establecer, ostentar y legitimar una relación privilegiada con un espacio dado. Se trata, en su esencia, de una apropiación colectiva: dar y usar un nombre tiene sentido siempre y cuando este nombre llega a ser parte de un lenguaje, de un código de comunicación compartido, o sea si es aceptado y utilizado por terceros. En este sentido, el nombre y la capacidad de nombrar forman parte de la memoria colectiva del grupo social asociado al territorio. Como tales, estructuran el grupo (su memoria colectiva le da congruencia) al mismo tiempo que sustentan y legitiman (hacia si mismo y hacia el exterior) la relación privilegiada que el grupo establece con el espacio. En el mismo sentido, la capacidad de nombrar revela la 18 cohesión social del grupo, la aptitud de los individuos que lo componen de interactuar en forma positiva (o sea en función de algún objetivo) unos con otros. 32. Identificación e identidad De la capacidad de nombrar deriva en corolario otro nivel elemental de la apropiación: la identificación, o sea el establecimiento de una relación privelegiada entre el individuo y las expresiones simbólicas del patrimonio territorial. Se trata en el caso de la otra cara (individual) del mismo proceso. Por una parte, usar un nombre determinado marca en sí una relación de apropiación individual: al nombrarlo, se integra la representación del objeto considerado en un universo cognitivo que le es propio al sujeto. Pero la identificacion es también una integración con atributos: además de la representación en sí, se integran en los sistemas cognitivos las normas y los códigos que rigen las modalidades de apropiación y de uso del patrimonio territorial. Bajo esta doble perspectiva, la identificación revela una relación dinámica de apropiación individual del patrimonio común, de pertenencia al grupo y de respaldo del grupo (se aceptan las normas y valores que lo rigen) por parte del individuo. El ser miembro de un grupo social le permite a uno desarrollar una relación privilegiada con el patrimonio colectivo. En corolario, la pertenencia del sujeto al grupo se sustenta en las relaciones privilegiadas que tiene capacidad de establecer con los objetos que son propiedad del grupo. En síntesis, al tener relaciones privilegiadas con los objetos que le pertenecen colectivamente al grupo le permite al individuo proyectarse con mayor fuerza en el grupo: interactuar con él y, potencialmente, orientar sus decisiones en beneficio propio. De la nocion de identificacion planteada como ralcion de apropiacion podemos sacar argumentos para instruir el debate sobre un concepto muy de boga y por cierto algo ambiguo: el concepto de identidad. Siguiendo la pista que se acaba de abrir, podemos afirmar que la identidad no se sustenta en otra cosa que en las relaciones que unen los individuos con su (o sus) grupo(s) social(es) y los objetos que este(estos) posee(n) colectivamente. Osea, la identidad es la relación que se establece entre el individuo y el grupo por medio de los objetos que este posee colectivamente. Plantrear la identidad en estos términos tiene varias ventajas. En primer lugar, abre la posibilidad de calificar la relación que se establece entre el individuo y el grupo. La relación individual de apropiación puede resultar más o menos intensa y exhaustiva, tener un reconocimiento variable y, por ende, sustentar una diferenciación más o menos marcada en el seno mismo del grupo. En este sentido, la identidad, en una multiplicidad de expresiones y de modalidades de la apropiación individual y de su legitimación, marca la forma en que le grupo se estructura y se jerjarquiza. En segundo lugar, la identidad marca capacidad, tanto de los individuos como de los grupos. Por un lado, un mayor acceso a los objetos propios del grupo le garantiza legitimidad al sujeto, le brinda una mayor capacidad de inteacción con los demás y de proyectartsde en el tiempo y en su universo social. Del otro lado, la construcción identitaria, le da vida, contenido y coherencia a los componentes no materiales del patrimonio territorial y, por ende, cohesión y legitimidad al grupo social. En este sentido, puede afirmarse que la construcción identitaria se encuentra en la base misma de los procesos de producción de la sociedad. En tercer lugar, la identidad constituye un criterio útil para entender la relación 19 entre globalización y territorio. En tanto que proceso de apropiación colectiva y sustento de la construcción del enlace social, la identidad territorial dificilmente es compatible con las presiones que proceden de la globalización. Entendida como movimiento de unificación y de extensión de los mercados, la globalización alimenta un proceso de privatización y de deconstrucción de las identidades y de los territorios. En corrolario, la construcción identitaria llega a cobrar un fuerte sentido en tanto que proceso de reapropiación de los territorios (y, en términos generalesde los objetos compartidos que forman el cemento de los grupos sociales). 33. uso y acceso La identificación, en tanto que proceso de apropiación simbólica de los territorios, no conforma el eslabón elemental en una gradación progresiva de los derechos de exclusividad. Será en parte el caso cuando la identificación se entiende como adhesión, cuando se percibe, ante todo, en sus expresiones afectivas: “me identifico a este territorio porque su suerte y la de su gente me afecta, genera emociones”. Deja de serlo cuanto se hace patente que la relación que enlaza el individuo con el patrimonio territorial no tiene nunca exactamente ni el mismo contenido ni la misma intensidad de un caso a otro. La identificación puede sustentarse simplemente en la capacidad de referirse a algún valor simbólico, de usarlo sin tener capacidad de modificar su sentido. También puede, en un extremo opuesto, sustentarse en una relación mucho más intensa que le permite al sujeto manejarlos, o sea, intervenir directamente en su producción y en su legitimación. De un extremo a otro, entre uso y manejo, la identificación o bien expresa adhesión pasiva, sumisión y respaldo, o bien sustenta una relación de dominio y capacidad de control: como se ha visto, la identificación también marca jerarquía. En este sentido, la apropiación simbólica delimita un campo problemático muy cercano al que le corresponde al concepto de capital social en la obra de Bourdieu: en nuestra opinión, el capital social corresponde a la magnitud de los derechos de uso del patrimonio social que el individuo logra acumular en beneficio propio. Ahora bien, el control de los sistemas cognitivos (las representaciones y las tramas interpretativas que movilizan los actores para entender el mundo y actuar) sustenta una relación de dominio que cubre potencialmente el territorio en su conjunto, incluyendo también sus componentes materiales. Así, la dialéctica entre apropiación privada y colectiva no se expresa sólo en los niveles elementales de la identificación. La construcción identitaria y la apropiación pueden cobrar un contenido más concreto y sustantivo cuando ponen en juego un derecho de exclusividad sobre objetos materiales: algun recurso productivo (ambiental, reserva de agua, bosque, o simplemente una porcion de espacio...). Usualmente, la gradacion opone, por una parte, aceso y uso y, por la otra, capacidad de manejo, o sea la posibilidad de administrar y eventualmente de "ordenar" o alterar el objeto considerado. La gradacion está, pero la dialéctica entre apropiación individual y colectiva no deja de ser borrosa y ambigua. El acceso individual, en la medida en que no tiene límites, puede generar presiones excesivas y poner en peligro la existencia misma del recurso. Por otra parte, la distribución de derechos de uso no deja de tener efectos en la cohesión del grupo social, en la forma en que maneja el recurso y construye sus decisiones. La posibilidad de franquear los limites o de desplazarse dentro de una propiedad privada, el pepeneo (la recolección de lo que se dejo en una parcela despues de cosechada), el derecho de libre pastoreo (la posibilidad de mandar los animales en 20 una parcela en descanso o a una tierra de uso común), de caza, de recoleccion de frutos salvajes, o de leña no generan, en teoría, ninguna capacidad de decisión, pero si llegan a significar mucho en términos de expectativas individuales, de conflictos, de cohesión social y de construccion del territorio. Expresa tanto rivalidades entre idividuos y competencia como cooperacion y solidadridad territorial. Históricamente, los derechos de pepeneo, de libre pastoreo, de recolección... han desempenado un importante papel como cemento de la vida comunitaria tradicional. A tal punto que los avances del individualismo agrario (el reforzamiento de la propiedad individual del suelo entre el fin de la edad media y el siglo XIX en la Europa continental) y el cuestionamiento de los derechos individuales (las famosas enclosures de la acumulacion primitiva planteada por C. Marx) han condicionado la intensificacion asociada con la primera revolucion agricola (la difusion del "sistema de Norfolk"). Esos cambios en las modalidads de uso y de acceso individuales han suscitado profundos cambios no sólo en la organización y en la vida social de las áreas rurales sino también en la forma que se han manejado los recursos productivos y en los cambios tecnológicos: piensese en las ovejas de Tomas Moore (desarrollo de la cria de oveja en las tierras privatizadas para el abasto de las hiladeras de Holanda a expensas de la produccion de viveres) o en las unidades intensivas de los siglos XVIII y XIX propias de la primera revolución agrícola. En el otro sentido, el reforzamiento de los derechos individuales de uso y de acceso -o sea el fomento de la apropiacion colectiva a expensas de la privada- puede contribuir al reforzamiento de las solidaridades territoriales abriendo la opcion de permitir el sustento de una poblacion mayor o de contrarrestar la pobreza rural - e inclusive el desarrollo de opciones de multifuncionalidad (abre mayores posibilidades de asociacion de actividades) o de fomento del ecoturismo (apertura del territorio) asi como el reforzamiento de la cohesion social (construccion identitaria). 34. manejo y construcción La dialéctica entre apropiacion privada y colectiva no remite simplemente una cuestion de derecho o de acceso a instituciones idoneas: remite a la capacidad de manejo social, o si se prefiere, a las modalidades de la administracion colectiva de los recursos y de la construcción de decisiones colectivas. Esta capacidad plantea a su vez una exigencia de definicion clara de los derechos y obligaciones individuales. Una relectura del modelo planteado por G Hardín en "La tragedia de los comunes" (Science, 1968) permite aclarar el problema. Imaginese un agostadero colectivo, o sea, en el caso planteado por Hardín, una parcela que aprovecha sin costo ni restricion alguna un grupo de ganaderos. La fábula nos dice que son individuos perfectamente racionales y que su relacion con el agostadero al igual que la suerte de éste no deja lugar a dudas para nadie. Dado que son racionales y, por lo tanto, plenamente informados de las consecuencias de sus decisiones, saben que una sobrecarga animal tendrá como desenlace ineludible la destruccion del recurso común. Lo saben, pero ninguno de ellos reducirá el tamano de su hato puesto que nada le garantiza que todos actuarán en el mismo sentido. Sucede más bien lo contrario: en asusencia de restricciones individuales de acceso, cada uno de ellos incrementará la presion que ejerce sobre el recurso para quedarse con una mayor parte del botín o, al menos, para procurar que nadie les gane en esa carrera absurda para el saqueo del recurso común. La primera conclusión que suele sacarse de ésta parábola remite a la superioridad de la propiedad privada sobre el libre acceso. La apropiacion privada implica una responsabilizacion individual: una vez convertido en propietario, el ganadero de la 21 parábola, al igual que cualquier empresario de la teoría, tendrá que velar por la preservacion del capital que sustenta su actividad. Es más, la apropiación individual permite realizar transacciones y recurrir al mercado como dispositivo de regulación: las incitaciones y las sancionnes del mercado prometen dejar el recurso en manos de los productores más eficientes. En realidad, la opción no es siempre viable: no todos los recursos colectivos pueden parcelarse y privatizarse. Tampoco resulta necesariamente deseable: la privatización del recurso implica que su manejo se realice totalmente en una perspectiva mercantil, lo que no siempre coincide con el interés y los objectivos del grupo social que lo posee. Otra conclusion notable derivada de una visón “estratégica” (se topman en cuenta las interacciones dinámicas) evidencia que, en ausencia de privatización, el manejo de un recurso colectivo tiene que sustentarse en la construcción y el respeto de reglas. Una vision prospectiva llevará los ganaderos a concertarse para regular la presion que ejercen sobre el recurso. Es un avance, pero no resulta suficiente: sigue remitiendo al universo unidimensional e idílico de la concertación voluntaria y del rational choice. ¿Podrá afirmarse que los ganaderos tienen siempre, todos, interés en que se aplique una regla? No es así, simplemente porque todos no tienen las mismas expectativas. La acumulación de animales arroja beneficios individuales mientras la saturación de los agostaderos que induce se convierte en una carga colectiva que no todos pueden enfrentar con la misma suerte. Les conviene a los grandes ganaderos oponerse a la aplicación de restricciones de uso. Su tamaño les asegura notables ventajas competitivas: saben que el sobre-pastoreo lleva a la eliminación de los pequeños y medianos ganaderos y que quedarán ellos, a la poste, con el control de la totalidad del agostadero. En otros términos, el libre acceso a un recurso colectivo limitado tiene que resolverse en una dinámica de acaparamiento individual o de destrucción del recurso común. Una tercera opción ha entrado en boga. Si bien no es siempre posible privatizar los recursos colectivos, se puede proceder a la definición de cuotas y a una distribución de derechos individuales de uso por medio de subastas. Es una opción cómoda que puede aplicarse tanto a recursos no materiales (es el caso de los derechos de propiedad intelectual, de los patentes) como materiales (los derechos de agua que promueve la FAO o los derechos a contaminar que sustentan las políticas ambientales de los estados Unidos...). Combina la supuesta eficiencia del mercado con cierta responsabilización de los usuarios y minimas exigencias de ética (derivados del principio “quien contamina paga”…). La opción, en realidad se inscribe en la lógica de una disociación estricta entre la economía y lo político. Remite a un proceso de mercantilización de los recursos que se asienta en un despojo de los derechos colectivos. Bajo este planteamiento, el recurso tiene que formatearse y manejarse conforme lo que dicta la mecánica del mercado: satisfacer las exigencias de homogeneidad que derivan de la unificación de los mercados, ajustarse a un objetivo exclusivo de producción de valores de cambio, circunscribirse en los tiempos cortos propios del mercado (Como decia Keynes, en el largo tiempo, todos estaremos muertos)... 35. globalización y desarrollo territorial Esta disyuntiva delimita el campo problemático que enlaza globalización y territorio. La globalización, vista como movimiento que se sustenta en una negación de lo político y que circunscribe la economía en el universo unidimensional de los intercambios mercantiles, se encuentra en la antitesis de los territorios: los avances de la globalización instruyen ineludiblemente un proceso de deconstrucción de los 22 territorios. En esta perspectiva, el territorio tiene que definirse fundamentalmente como espacio (o recurso) apropiado colectivamente. Tenemos que verlo así no sólo porque se trata de la dimensión más relevante, sino, y ante todo, porque es una dimensión amenazada. No deja de llamar la atención que el derecho internacional o los acuerdos que se establecen al margen de la Organización Mundial del Comercio, desconozcan casi por completo los regimenes de apropiación colectiva. También es llamativo el hecho de que los progresos de la globalización coinciden con avances de la desreglamentación y un marcado retroceso de las instituciones. En ausencia de marco institucional adecuado, la unificación de los mercados nos coloca en la peor de las alternativas de la tragedia de Hardín. La dimensión patrimonial de los territorios se debilita: desaparecen o se diluyen los conocimientos, las creencias y los valores que garantizaban la cohesion social, les daban personalidad a los territorios y aseguraban su permanencia en el tiempo, de una generación a otra: simplemente no tienen valor de cambio. Se diluyen o se desvirtuan los sistemas cognitivos locales, no tanto como un efecto de la apertura de los territorios y de los nuevos medios de comunicación, sino como consecuencia de la unificación de los mercados y de las riñas planetarias por el control de la información. Desaparecen o se debilitan las reglas que rigen el manejo de los recursos comunes: se convierten en recursos de libre acceso. La tierra, los bosques, los recursos bióticos, el agua... son presas de lógicas de acaparamiento individual y de saqueo. Al privatizarse quedan sumidos en el universo unidimensional del intercambio mercantil: la desaparición progresiva de sus atributos de bienes colectivos implica también la de los valores sociales que fincan la integración de los individuos en el grupo y garantizan su cohesió. El desarrollo territorial puede abrir alternativas. Construir el desarrollo, rehabilitar los territorios presuponen, como primera evidencia, la reinvención de un diálogo entre lo económico (la producción de riquezas) y lo político (la construcción de decisiones colectivas para el manejo de recursos compartidos). Uno y otro plantean una exigencia de densificación de las interacciones sociales. En la escala de los territorios, tanto la construcción del desarrollo como la producción de la sociedad tienen que sustentarse en la producción de recursos colectivos. Bajo esa perspectiva, la reapropiación de los territorios define la etapa previa y necesaria del proceso. Esta exigencia básica no queda libre de ambigüedades. La reapropiación de los recursos colectivos se sustenta en la construcción de una capacidad de manejo colectivo; implica por lo tanto una codificación rigorosa de los derechos individuales de uso. Es algo que suena paradójico; la consolidación de la apropiación colectiva exige que se definan con precisión los beneficios que cada uno puede sacar del territorio asi como sus derechos de acceso y de uso de los recursos. En este sentido, la dialéctica entre apropiación colectiva e individual, no se resuelve en la apertura o en la liberación de los derechos individuales de uso, sino al contrario, en la construcción de reglas tendientes a fijar el acceso y a reforzar las exclusividades… y la exclusuón. De por su naturaleza misma, estas reglas son contingentes, o sea, no previsibles ni reductibles a alguna mecánica social transcendental. Al igual que los valores que le dan sentido a las nociones de justicia social o de equidad, las modalidades de repartición de los derechos individuales de uso no proceden de ninguna suerte de ley natural: son expresiones de una decisión colectiva. No podemos asegurar que, 23 aún liberados de las presiones uniformizantes de la globalización, prevalezca un principio de equidad en el acceso individual al territorio o en la construcción de las decisiones colectivas. En este sentido, puede afirmarse también que el desarrollo es la expresión de una lucha social. 24