Subido por Diego Echeverry Rengifo

De la Globalización al Territorio

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La economía y la política
en la apropiación de los territorios
Thierry LINCK
INRA – Systèmes de Décision pour le Développement
20250 CORTE
Francia
[email protected]
De la globalización al territorio
1. El territorio instrumentalizado
Más aún que la oposición local - global, las nociones de territorio y de globalización
son radicalmente antinómicas y por eso mismo complementarias e inseparables. La
globalización suena como algo que tanto le rebasa a uno que queda totalmente
fuera de alcance. Minimamente, remite a un movimiento planetario (abarca al globo
terraqueo en su conjunto)... que cobra además las dimensiones de un hecho social
total (o global, en el sentido de que abarca todos los aspectos de la vida social y
cultural y no solamente sus componentes económicos) . En sus expresiones más
temibles, es un movimiejnto totalizador que llega a percibirse como un molde
fantástico, una máquina implacable que amenaza con borrar todas las
especificidades culturales y locales. En esta visión, de las presiones que ejerce la
globalización no se espera más que un cuestionamiento y la desaparición de los
territorios.
El territorio se desdibuja en contraste de este panorama sombrio. Se nos pinta con
todos los atributos emblemáticos de la resistencia y de la nostalgia. El territorio se
vuelve símbolo y lema, es una promesa, una respuesta y un recuerdo : el territorio
es lo que la globalización no es, es todo aquello que la globalización amenaza y
destruye : por esas razones, el territorio no puede ser otra cosa que el producto
antitético de la globalización.
Todo eso suena demasiado simple: el territorio es algo más que una simple
antitesis. La globalización también ejerce un efecto perverso. Más allá de sus
expresiones concretas difunde a lo largo y ancho del planeta nuevas
representaciones del mundo y de las dinámicas sociales que prosperan en los
espejismos de la ilusión neoliberal. Por cierto, hoy en día, poca gente se la cree del
todo: predomina el sentimiento de que en un mundo imperfecto dificilmente puede
esperarse que la competencia y el mercado vayan a generar, por sus propias
virtudes, prosperidad y justicia social. El mercado despierta ahora menos
expectativas que dudas y fatalismo: nos guste o no, el mercado está. El decaimiento
de las grandes instituciones y el debilitamiento de los Estados nacionales confirman
esta evidencia: el mercado se ha convertido en el principal, sino el único dispositivo
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de regulación económica. Esta evidencia y esta renuncia entretienen un consenso
bastante perverso: si el mercado domina la economía, es de vital importancia
disociar la construcción de las elecciones colectivas –o sea lo político- de la esfera
de la economía. Y reciprocamente. Se unen en una misma postura dos puntos de
vista radicalmente opuestos. De un lado se considera necesario disociar ambas
ésferas para preservar el mercado y la economía de la ingerencia de lo político (el
principio de eficiencia según el punto de vista liberal). Por el otro, la disociación es
necesaria para proteger los espacios públicos del emporio del mercado (punto de
vista radical). Que se trate de fatalismo, de convicción, de renuncia o de resistencia
se asume una separación tajante entre lo económico (lo que remite y/o se abandona
a las fuerzas del mercado) y lo político (el ámbito de la concertación y de la
expresión ciudadana). De un lado está lo que (se supone) procede del cálculo y del
interés privado y del otro lo que remite a los valores superiores de solidaridad y de
ciudadanía… Desde luego, esta representación se sustenta en una visión bastante
pobre y corta de lo que es la economía y que tendremos que replantear. Sobre todo,
legitima un despojo de capacidades: el ciudadano no tiene porque – ni puede –
opinar sobre la producción de riquezas, sobre su reparto entre los diferentes
componentes de la sociedad, sobre los flujos de inversiones (y la idea misma de
planeación económica), sobre las contradicciones entre el capital y el trabajo y
sobre la justicia social… En este sentido la globalización instruye una dilución de la
sustancia misma del debate político: la globalización es negación de lo político.
Esta dimensión en parte explica la reinvención de los territorios. Si el territorio es lo
que la globalización no es y si la globalización es el imperio del mercado, entonces el
territorio tiene que excluir los pincipios de cálculo y de interés individual que
sustentan el rational choice de los economistas liberales. Si no alcanza siempre un
estatuto de santuario, el territorio suele reconocerse como el escenario predilecto de
los valores sociales que forman consenso, marcan identidad y generan solidaridad.
Se percibe como un espacio de dimenciones humanas, con connotaciones
comunitarias, donde impera la confianza y el interconocimiento y que no manchan
ni asperidades ni contradicciones relevantes para el acceso a las riquezas y el
control de los procesos productivos. El territorio define así el marco idoneo para el
desenvolvimiento de una democracia directa: la boga que tienen las nociones de
participación, de concertación, de adesión, de cohesión social y su confusión con
las ambiguedades de la « buena gobernancia » lo sugieren. Pero esta no es más que
la otra cara de la misma moneda : en la escala de los territorios, el corte entre lo
económico y lo político sigue igual de tajante. Más allá de las expresiones formales
de la democracia, esa visión del territorio procede también de una negación de lo
político. El territorio puede ser un espacio ciudadano predilecto, sólo pone en
escena a ciudadanos despojados de sus atributos y de sus capacidades más
elementales. En este sentido no sólo puede afirmarse que esta visión del territorio
procede de la globalización sino que también, es la globalización.
Lo que se acaba de presentar no es sino una representación sesgada e
instrumentalizada de la noción de territorio. Resulta útil para poner énfasis en las
ambiguedades del término y poner en evidencia algunas de sus trampas. Pero el
territorio es un concepto que también puede plantearse independientemente de la
globalización. Al menos lo han movilizado la geografía humana, la antropología, la
arqueología, la entomología y hasta la sociología y la economía… con sentidos muy
distintos de los que se acaban de exponer y mucho antes de que se empezara a
hablar de globalización. Más que definiciones - que tendremos que ajustar al
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contexto actual - podemos rescatar del viejo debate científico en torno al concepto
de territorio un enfoque y una guía argumentaria. Hablar de territorio resulta útil
para abrir perspectivas y plantear interrogantes que nos permitirán entender mejor
tanto el mundo que nos rodea como la forma en que analizar y representarlo.
La construcción de esta guía argumentaria sólo moviliza algunos referentes
sencillos. Afirmar que el territorio no debe confundirse con la noción de espacio o
de área procede de una evidencia : el territorio es un espacio con personalidad
propia que ninguna ley geométrica permite entender. También es una evidencia
afirmar que el territiorio es una construcción social: el territorio tiene historia,
marca identidad… y es precisamente eso que el enfoque territorial permite
entender. No resultarán tal vez tán evidentes todas las implicaciones de esa
aserción. En primer lugar, el territorio es un espacio apropiado: reconocer las
formas de esa apropiación, entender las modalidades de su legitimación e
identificar a sus beneficiarios plantea ya algunas fuertes dificultades. Lógico, pero
no por eso muy evidente, es el hecho de que tanto la apropiación como la
construcción del territorio son colectivas: producir el territorio no es obra de un
individuo aislado sino de un grupo… mismo que tampoco resulta siempre fácil de
identificar. De ahi derivan otras preguntas: ¿cómo se construye el colectivo?, ¿cómo
logran interactuar unos con otros los individuos que componen el grupo? En
adeante, las preguntas se enredan: ¿no dependerá el compromiso del individuo con
el grupo del tipo de apropiación del territorio y de la forma en que se definen los
derechos individuales de acceso o de uso? Pero las preguntas no tardan en hilarse
unas con otras en el momento en que se asume que el territorio es a la vez el
escenario y el objetivo de la acción colectiva. Ayuda entender que el territorio
focaliza simultaneamente relaciones de competencia y de cooperación, que es objeto
de conflictos que suelen resolverse y superarse en la construcción de solidaridad
y/o de jerarquía. Es en este punto donde el territorio puede tomar su sentido
verdadero de patrimonio colectivo que se moviliza en un proceso de producción de
la sociedad. Es precisamente en torno al manejo y a las modalidades de
apropriación de este patrimonio compartido que cobran sentido las interacciones y
las contradicciones entre territorios y globalización.
La definición resulta bastante escueta, pero marca algunos interrogantes claves. El
territorio se proyecta en la historia y en el espacio de de las construcciones
institucionales: plantea una exigencia de ruptura con el universo unidimensional
del intercambio mercantil, del cálculo y del interés individual. El territorio es un
recurso producido y manejado y valorado en forma colectiva: plantea por lo tanto
una exigencia de gestión social que remite a criterios y estrategias que ninguna
regla natural ni principio superior permite entender. Esa definición pone en el
corazón mismo del debate la cuestión de la construcción de las decisiones
colectivas y delmanejo de recursos compartidos. El territorio se vuelve entonces
objeto de conflitos y de rivalidades entre usuario al mismo tiempo que conforma la
sustancia de un proyecto colectivo. En este sentido, la construcción de la elección
colectiva no se resuelve del todo ni en el universo del cálculo oportunista (las
lógicas de acaparamiento en beneficio individual) ni en el espacio superior de los
valores de abnegación y de solidaridad (y de renuncia amenudo ficticia y engañosa
a los interes privados). Hablar de territorio, y más aún en relación con la
globalización implica que se quiebre un consenso: tenemos que rebasar la
disociación entre lo económico y lo político poniendo énfasis en el hecho de que la
construccion y la valoracion de los territorios se encuentre en la intersecion de
ambos campos.
Siguiendo esta pista, ¿no puede plantear la globalización como un proceso de
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acaparamiento de recurso colectivos y de destrucción de la propiedad colectiva?
Vale como hipótesis, pero el énfasis que se pone en la organización y en los
conflictos abre nuevos interrogantes sobre la globalización, el desarrollo y el
pensamiento económico.
2. globalización
La crisis que nace en el transcurso de los años setenta ha generado un cambio
radical en las políticas públicas que se han implementado a lo largo de los ochenta.
En el Norte, Ronald reagan y Margarett Thatcher se han convertido en apóstoles de
la lucha contra el Estado-providencia. En el Sur, el peso de la deuda y la agravación
de la pobreza tanto como las desilusiones que han dejado los modelos de
sustitución de importaciones han impulsado un cuestionamiento radical de las
antiguas opciones de desarrollo. Entre ajuste estructural y estabilización, América
latina atraviesa una larga « década perdida ». El Este, por último, con la crisis del
modelo soviético y la caida del muro de Berlín en 1989, se ha vuelto en el escenario
inesperado de la instauración de un nuevo orden liberal. El planeta en su conjunto
parece así inmerso en un mismo movimiento marcado por el debilitamiento de los
Estados y emporio creciente del mercado.
Mucho se ha dicho y debatido acerca de la globalización. Desde el punto de vista de
la economía,
marca la fase más reciente de evolución del capitalismo. El
movimiento viene impulsado a la vez por el agotamiento del fordismo y por los
avances espectaculares logrados en materia de comunicaciones. La globalización
remite básicamente a un movimiento mundial de unificación espacial de los
mercados. Hablamos del mercado de los bienes (incluyendo, en forma creciente a
los bienes no materiales), pero también y sobre todo del mercado de los capitales (o
de los productos financieros) y del mercado de las técnicas. La globalización no
puede reducirse asi a un simple proceso de expansión del comercio mundial: de
hecho, medido en relación al producto interno de las principales economías del
planeta, el comercio exterior no ha crecido en forma notable a lo largo del siglo XX.
En cambio si tienen sentido el incremento de los movimientos financieros y el
crecimiento de los flujos de conocimientos técnicos y de patentes. Ambos
movimientos han encontrado un notable respaldo en la revolución de los medios de
comunicación y de tratamiento de la información (telefonía, informática,
computación…) : las distancias no oponen ya ningún obstáculo notable a la
circulación ni de los capitales ni de la información. La unificación de los mercados –
entiendese la existencia de un proceso único de formación de los precios –, la
uniformización de los procesos técnicos y la circulación de los capitales tienden a
regir, en base a una trama unica, las modalidades de producción de las riquezas
hasta en los rincones más apartados del mundo. Entendida en su triple dimención,
el proceso de unificación de los mercados puede identificarse así como la fuente
básica de las presiones uniformizadoras que genera la globalización.
No se trata simplemente de la formación de los precios, de la orientación y de la
intensidad de los flujos de inversión: el movimiento genera nuevas pautas de
estructuración de la economía mundial. La globalización revela la figura de la
corporación multinacional que se encuentra ya en óptimas condiciones para
localizar sus actividades tomando en cuenta sus costos de producción (materias
primas trabajo), la proximidad de sus mercados y un balance de las
reglamentaciones nacionales (políticas ambientales, reglamentación del trabajo,
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fiscalidad, etc.). El orden economico mundial se sustenta en nuevas bases. El
acceso discriminatorio a las técnicas y a los capitales no estructura ya la
organización piramidal que oponía países ricos, intermedios y pobres. La vieja
organización internacional del trabajo que diferenciaba las economías fincadas en
actividades primarias (agricultura tradicional y minería) o de mano de obra (desde
luego barrata, dócil y poco calificada) a las potencias industriales que disponían de
los capitales y de las tecnologías necesarias para desarrollar las actividades que
generan un elevado valor agregado ha pasado a la historia. Hoy en día el panoramá
es bastante más complejo. Los capitales, las técnicas y la información circulan en
forma intensa e instantánea… mas no sin control ni trabas. La linea parte aguas
que estructura la nueva división internacional del trabajo atraviesa tanto los paises
del sur como los del norte. Se sustenta esencialmente en la capacidad de ejercer un
control sobre la producción de la información, sobre su tratamiento y sobre su
manejo.
Varios elementos explican esta evolución. Esta, como primera evidencia el hecho de
que la producción de bienes no materiales se ha convertido por mucho en el
componente mas relevante -alrededor de dos tercios de los productos internos- de
las economias modernas, tanto desde el punto de vista de la producción de riquezas
como en relacion a la estrucura del empleo. Las actividades que se relacionan
directamente con la producción y el manejo de la información conforman una parte
muy significativa del sector terciario. Otra evidencia es que la produccion y el
manejo de bienes no materiales no son propios del sector: los encontramos también
y en forma creciente en los sectores primario y secundario, en las tareas de
producción de conocimentos (especialmente la llamada investigacion-desarrollo), de
administracion y de organización o sea y en dos palabras, en la gestión de la
información. La extension y la unificacion de los mercados, los espectaculares
avances logrados en las técnicas de comunicacion y tratamiento de la información,
los avances en la productica sustentan nuevas estrategias de expansión industrial.
Los gastos muy importantes en la investigacion-desarrollo (a menudo del orden de
30 a 40% de los costos de producción en la industria), el peso de las imovilizaciones
en equipos modifican radicalmente las reglas de la competencia. A contracorriente
de las ensenanzas basicas de la economia neoclasica (la empresa optimiza su
eficiencia cuando su costo marginal iguala el precio de venta) la industria suele
encontrarse en la situacion paradoja de rendimientos de escala crecientes: son tan
altos los costos fijos que los costos marginales bajan cuando la teoria ensena que
deberian subir. En otros términos, producir una unidad más no cuesta mucho,
pero si, permite repartir los costos fijos entre un mayor número de unidades. En
adelante, la traza de la linea parte aguas puede entenderse. Por un lado estan las
actividades sometidas a un régimen de competencia bastante estricta: la circulacion
libre de la información técnica y de los capitales propicia un incremento excesivo de
las capacidades de produccion, genera una disminucion de los precios y rentas
bajas. Por el otro estan los negocios que logran eludir la competencia y para las
cuales la relación entre precio y costos se vuelve puramente virtual. En tal caso, el
incremento de las capacidades de produccion permite reforzar las barreras a la
entrada y consolidar su posicion monopolistica. Tratese de un monopolio clasico o
de una red de empresas solidarias, la implementacion de politicas de diferenciacion
de la oferta permite sacarle provecho a un mercado segmentado de acuerdo con una
escala de capacidades de compra. Mas que la flexibilidad que les permite a las
empresas ajustar su oferta a una demanda « impredictible y volátil », la
incorporacion en los productos de algún signo distintivo les permite diferenciarlos
para venderlos caro a los consumidores que disponen de una mayor capacidad de
compra y barato -hasta en un nivel cercano a su costo marginal o hasta con
pérdidas- a los mas pobres o mas indecisos. Con tales practicas vuela el mito del
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precio unico, en teoria atributo necesario de cualquier mercado competitivo. La
multiplicacion de las « distorciones » de competencia se convierte en el signo
distintivo de la globalizacion y en el criterio en torno al cual se orientan los flujos de
inversiones y se definen las modalidades de reparto de las riquezas.
Importa no caer del lado equivocado de la linea parte aguas. El dominio de la
informacion es el criterio decisivo como lo evidencian la multiplicacion de los
patentes y la explosión de las transacciones sobre derechos de propiedad intelectuel
que se observan desde hace ya un cuarto de siglo Marca jerarquía el acceso
privilegiado a los conociamientos técnicos y a las capacidades. Es importante, más
no suficiente: más que el dominio de los conocimientos sobre los procesos de
elaboracion de los bienes materiales, desempena un papel decisivo la informacion
que condiciona el acceso a la informacion , que abre acceso a los recursos no
materiales y que, por ende, permite dominar los procesos organizativos. Es una
evidencia, esa clase de propiedad intelectual (un logiciel, un sistema de normas
técnicas...) es no dividible y, de hecho, no limitada en el tiempo (piensese en
Microsoft) : tiene un grado de proteccion infinidamente superior a la que se aplica a
simples procesos técnicos para la elaboración de bienes materiales. Expresado con
otros términos y tal como se expondra a continuacion, la linea parte aguas se
establece en torno a la capacidad de establecer una exclusividad de acceso
duradera a recursos colectivos.
Información, recursos colectivos, organización… son nociones que los avances de la
globalización han puesto en el orden del día del debate científico. Encuentran
notables ecos tanto en lo que remite a la difusión de un nuevo orden planetario
como en lo que procede de las resistencias que se expresan en la escala de los
territorios. En ambos contextos, cobra relevancia la necesidad de rechazar el corte
que el fatalismo o las ilusiones neoliberales han ergido entre lo económico y lo
político… Ahora bien, suprimir la brecha que separa lo económico de lo político
implica encontrar elementos comunes a ambos campos disciplinarios y, desde
luego, pensar diferente la política y la economía. En lo referente a la política,
procede regresar a las fuentes origninales del concepto : la política es el arte que se
estructura en torno al manejo de la « cosa pública » o sea en torno a la
adminbistración de los recursos colectivos. En cambio, colocar al concepto de
recurso colectivo (y las nociones asociadas de organización, coordinación,
información) implica un profundo cuestionamiento de la disciplina y de sus
paradigmas fundadores.
3. El territorio como concepto transdisciplinario
Los términos desarrollo y territorio ejercen una fascinación que rebasa por
mucho los límites de la geografía, de la economía y de las ciencias sociales afines.
Son términos transversales, movilizados en campos disciplinarios distintos, que
han construido a lo largo del tiempo categorías análiticas, paradigmas y métodos
propios. Por ello, se prestan a interpretaciones contradictorias y ambiguas,
despiertan dudas y temores, a tal punto que caen a veces en desuso. Están muy
presentes en la academia, pero también, y cada día más, en múltiples escenarios
del debate político. Desarrollo y territorio son en parte también nociones forjadas
dentro y para la acción. Han cobrado y perdido sentido ajustándose a objetivos
ajenos (al menos en teoría) al universo aséptico y contemplativo de la academia.
Sujetos a las presiones contradictorias de los universitarios, de los políticos, de los
militantes y de los burócratas, ambos términos suelen tener una fuerte
connotación : no resulta anódino o indiferente hablar de desarrollo y de territorio,
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es algo así como tomar partido sin querrerlo en un debate que dificilmente se llega
a dominar del todo. Muy pronto surgen malentendidos y controversias que derivan
de la confrontación de valores, de perspectivas y de planteamientos contradictorios,
profundamente arraigados, pero no siempre explícitos.
Entre controversias y distorsiones, el sentido de las nociones de desarrollo y de
territorio ha sido alterado y diluido al punto de volver ambos términos tan
polisémicos e imprecisos que resulta casi imposible dar de ellos una definición
clara, minimamente consensual, congruente y pertinente. La tarea es dificil, plantea
primero una exigencia de rigor y de sentido crítico : hay que devolver a los dos
conceptos su proyección heuristica original « limpiandolos » de los sentidos, valores,
paradigmas implicitos frecuentemente asociados con ellos. Tampoco hay que olvidar
que son nociones transversales : su manejo plantea una fuerte exigencia de
apertura de los campos disciplinarios. Es una necesidad que no es carente de
riesgos ya que de la apertura de los campos a la transgresión de las fronteras
disciplinarias, el trecho es corto : la interdisciplinariedad implica así una revisión
crítica, a menudo radical, de los conceptos y de las tramas argumentarias de los
paradigmas disciplinarios. La exploración y la remodelación de los contornos de los
campos disciplinarios invita así a una revisión de algunos de sus principios más
fundamentales. No resulta en efecto posible investigar conceptos transversales sin
al mismo tiempo cuestionar lo que conforma la sustancia misma de los paradigmas
fundadores de las diferentes disciplinas y, tal vez, hasta cierto punto quebrarlos.
Aunque suene fastidioso, empezaremos por dar una definición renovada de la
economía. No parece tal vez tan radical como se podría esperar, pero sí, más allá de
las aparencias, conduce a una identificación polémica de algunos planteamientos
claves, permite abrir puentes entre los campos disciplinarios y cuestionar
fundamentos implícitos.
Hacia una definición del desarrollo :
hablemos de economía
Habrá una infinidad de definiciones de la economía. La opción que se propone a
continuación es aún inédita. No contradice ninguna de las grandes corrientes del
pensamiento económico y permite identificar los referentes claves que permitirán
estructurar el debate en torno de las nociones de des
arrollo y de territorio.
Se sustenta en la siguiente pregunta :
¿Cómo logran los hombres coordinar sus esfuerzos para incrementar la producción
de riquezas ?
De este interrogante pueden desprenderse tres elementos claves que han marcado
en forma decisiva la historia del pensamiento económico y que se pueden retomar
con mucho provecho para abonar el debate sobre desarrollo y territorio. Se trata de
las nociones de coordinación, producción y riqueza.
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1. Coordinación
Como tal, el término no les ha llamado mucho la atención a los
economistas sino, tal vez, hasta una fecha reciente. Pero el tema tiene
mucha transcendencia ya que se hable de organización del trabajo o
simplemente de intercambio. Remite a algo bastante trivial e
importante, a una evidencia que ha marcado a las ciencias económicas
desde sus inicio : el hombre es un animal social. La economía no
puede pensarse sin referencia a las interacciones que los hombres
establecen entre sí, o sea haciendo caso omiso de las relaciones de
competencia y/o de cooperación y/o de explotación que los hombres
establecen entre sí en la producción y el intercambio de riquezas.
Entender como los hombres logran combinar sus esfuerzos constituye
asi el interrogante clave en torno al cual se estructuran todos los
discursos de la economía.
El punto tiene mucha presencia, notablemente en la obra de A. Smith
cuando relaciona el desenvolvimiento de los intercambios, los
progresos de la división del trabajo y los avances de la civilización. El
sustento de la coordinación se encuentra en un principio de
competencia : la imagen de la « mano invisible » del mercado revela
un dispositivo « natural », perfecto (rebasa el entendimiento y la
voluntad del hombre) de coordinación fincado en el interés privado,
fuente a la vez de armonía y de progreso. El mercado asegura la
combinación
de
los
esfuerzos
productivos
individuales
sobreponiendose a las expetativas de los individuos y a sus valores
éticos.
Pensar la economía como coordinación tampoco contradice los
paradigmas fundamentales del marxismo. Con un marcado énfasis en
la dimensión histórica de los procesos económicos y sociales, Marx
plantea un análisis de la coordinación fincada en una relación de
explotación : el control de los medios de producción le permite a la
clase capitalista acaparar el producto del plustrabajo y, por ende,
dirigir el proceso de acumulación.
Los institucionalistas (veanse a Williamson, Coase…) plantean una
tercera modalidad de coordinación que se asienta en las convenciones
(o sea en los acuerdos o contratos) que los hombres establecen para
compensar las « fallas » del mercado y enfrentar situaciones de
incertidumbre. La coordinación remite aqui tanto a un principio de
cooperación como de competencia : la construcción de reglas (que se
sustituyen al mercado o lo complementan) procede de una lógica de
cooperación mientras las hipotesis de racionalidad remiten a un
principio de competencia y al individualismo metodológico propio de las
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corrientes clásicas y neoclásicas.
2. Producción
La producción suele definirse como un proceso de transformación de la materia
mediante la aplicación de un trabajo. Hablar de trabajo y de materia pone en
evidencia el caracter finito del mundo que nos rodea y, por ende, la existencia de
limites a la expansión de la producción de riquezas. Esta representación pesimista,
claramente expresada en autores como D. Ricardo, deriva en parte del hecho de que
los recursos naturales no son inagotables. También procede de una asimilación en
exceso reductora del trabajo a un gasto energético. Por una parte, la expansión de
la producción implica un alargamiento de los procesos productivos y un incremento
del gasto energético total. Por otra parte, el segundo principio, de la termodinámica
(o principio de entropía : la energía no se genera ex nihilo y al cambiar de forma,
parte de ella se disipa y se pierde) evidencia que el alargamiento de los procesos
productivos encuentra un limite absoluto en la disminución de los rendimientos
energéticos.
El planteamiento no resulta del todo convincente si asumimos que el trabajo no
puede reducirse en un simple gasto energético. Es también incorporación de
conocimientos (directamente en los procesos de trabajo mismos o indirectamente en
la producción de herramientas y de conocimientos) y por ese medio ganancia en
eficiencia productiva. Ahora bien, no sucede con los conocimientos lo que se
observa en el caso de la materia y de la energía : un conocimiento no se desgasta ni
se pierde cuando se usa, sino más bien al revés. Es más, su costo de reproducción
puede considerarse como virtualmente nulo : no rebasa en principio el costo del
soporte material (algo de papel y tinta o un disco informático) que se requiere.
Bajo esta perspectiva, la creciente incorporación de conocimientos en los procesos
de producción – junto con el incremento notable de bienes no materiales – sustenta
un principio de neguentropía, que permite a su vez concebir la acumulación de
riquezas y, por ende, el desarrollo, como un proceso potencialmente inagotable. En
otros términos, el trabajo es a la vez gasto energético e incorporación de
conocimientos. La producción y la movilización de nuevos conocimientos propician
un incremento de la eficiencia (individual y colectiva) productiva que puede
contraponerse a la disminución de los rendimientos energéticos.
El planteamiento permite darle sentido y contenido a la noción de desarrollo. El
desarrollo no es ni una utopía, ni una necesidad, ni una fatalidad. Es simplemente
la expresión, historicamente marcada y socialmente condicionada, de la capacidad
que tiene una población de producir negentropía, o sea de generar y movilizar
conocimientos nuevos… lo que resulta menos evidente de lo que parece. En efecto,
el potencial de expansión de un sistema depende del incremento de excedente
generado por la incorporación de conocimientos nuevos, pero también de su reparto
(por ejemplo en forma de plus valía) entre los diferentes componentes de la sociedad
y de su aprovechamiento preferente para incrementar las capacidades de
producción. El tema tiene por lo tanto que relativizarse y contextualizarse, lo que
conduce a plantear el desarrollo como la expresión de una elección colectiva que
procede tanto del campo de la economía en un sentido estricto que de la Ciencia
política. La exploración del tema pone en el centro del debate la nociones de
información y de organización.
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Podemos aclarar el tema de la producción y de la movilización de los conocimientos
partiendo de una definición amplia y genérica de la noción de información : todo
conocimiento es una información aunque cualquier información no puede
considerarse siempre como un conocimiento. En adelante, sugiero definir la
información como cualquier elemento – representación, dato, referencia, regla
formal o tácita – popio para auxiliar la toma de decisiones. En este sentido, una
información es una representación del mundo que nos rodea, que movilizamos para
entender y transformarlo. En el caso, hablar de representación da a entender que
una información siempre es una construcción : las representaciones no existen en
la naturaleza, elaboramos imagenes del mundo con el único auxilio de lo que
nuestros sentidos y entendimiento nos dan a ver. Es más, esa construcción es
fundamentalmente colectiva ya que en nuestros esfuerzos por entender y conocer el
mundo tenemos que mobilizar criterios y conocimientos que, en su mayor parte han
sido producido por otros seres humanos…
En este sentido queda claro que la información en sí, digamos, algún dato ailsado,
desconectado de su contexto, no tiene interés alguno. Para incrementar nuestra
capacidad de acción y de entendimiento del mundo es preciso enlazar esos datos :
tener una mayor capacidad de tratamiento de la información y una creciente
aptitud a organizarla en sistemas complejos. En este sentido, podemos apuntar que
lo que nos interesa es la información vuelta conocimiento, o sea incorporada en un
acervo de conocimientos y organizada en torno a las tramas interpretativas y a los
códigos que estructuran los llamados sistemas cognitivos. En ellos se encuentra la
llave para enfrentar situaciones inéditas, para generar nuevos conocimientos y para
tener una base informativa compartida que permite y propicia las interacciones
sociales.
Desde el punto de vista de la Ciencia económica, la acumulación y la incorporación
de conocimientos en los procesos productivos sustenta un proceso de
« complejificación » que contrarresta la caída de los rendimientos energéticos. Ello
se puede lograr porque el proceso tiene un carácter marcadamente colectivo,
llegando a expresarse en la escala de la sociedad en su conjunto. En primer lugar,
puede destacarse que la acumulación de conocimientos no procede de una lógica
individual : no podemos concibir manera alguna de generar nuevos conocimientos
sin enlazar con el acervo de conocimientos existentes. En el mismo sentido, la
acumulación de conocimientos sólo llega a cobrar sentido cuando los conocimientos
nuevos integran acervos compartidos y amplian en esa forma la base de producción
de nuevos conocimientos. El acceso compartido (no forzozamente libre, como se
verá adelante) a esos acervos los convierte en poderosos dispositivos de
comunicación y de coordinación. El acceso a una información congruente (no
significa uniforme ni tampoco verídica) integrada en sistemas relativamente
flexibles reduce los niveles de incertidumbre y propicia condiciones idóneas para
desarrollar mayores niveles de coordinación. Por último, la información también
marca orden : estructura. No solamente configura los procesos de producción,
marcando sus secuencias, sino que organiza también a los grupos humanos
involucrados en ellos. En el caso, la información estructura, diferencia, sustenta el
poder, marca coherencia y fija orientación asignando a cada sujeto el lugar que le
corresponde y el beneficio que puede esperar. En este sentido, puede afirmarse que
la información es a la vez soporte y finalidad (simultaneamente condicionante y
producto) de la organización : para cerrar el punto, la información es organización.
Marca estructura, permite y propicia las interacciones sociales y encuentra su
finalidad en la producción de más información y más estructura.
Ahora bien, en la medida en que el trabajo presupone la incorporación directra o
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indirecta de conocimientos, puede afirmarse que no existe trabajo alguno que no
sea, al mismo tiempo, un trabajo organizado. La mención del término
« organización » no viene por casualidad : de por su esencia misma, los
conocimientos son recursos colectivos, no son dividibles ni pueden ser, por lo tanto,
apropiados individualmente. No son mercancias : su producción y su utilización no
pueden regirse por medio del mercado, dependen de dispositivos institucionales, o
sea de reglas. En este sentido, los procesos de trabajo y la producción de riquezas
enlazan íntimamente con el tema de la coordinación en modalidades que suelen
fincarse simultaneamente en un principio de competencia (el mercado oppera como
instancia de regulación que asigna precios y fija volumenes), en una lógica de
cooperación, mediante la construcción de reglas o en base a relaciones de
exploctación.
3. Riquezas
El término de riqueza ha caido en un relativo desuso desde finales del siglo XIX. El
hecho coincide con el auge de la corriente neoclásica, la boga de la economía formal
y un notable empobrecimiento del debate :
•
sobre la finalidad de la actividad económica (¿acumular con el simple objeto
de acumular o para producir más valores de uso ?),
•
sobre la delimitación del campo epistemológico de la economía (tiende a
reducirse al simple ámbito del intercambio mercantil),
•
sobre la naturaleza de los procesos económico (se centra en el análisis de la
construcción de elecciones individuales, pasando totalmente por alto la
cuestión de las decisiones colectivas).
Al reducir su discurso a la producción y al intercambio de mercancias, los
economistas dan de la noción de riqueza un sentido muy restringido. En este
entendimiento, la riqueza se reduciría exclusivamente a aquellos bienes que pueden
intercambiarse en el mercado, que tienen un precio y son, por lo tanto, dividibles y
se prestan a una apropiación individual. La existencia de bienes y recursos
colectivos (hemos visto qure los conocimientos son bienes colectivos) casi no se
toma en cuenta : o bien se enmarcan en el campo de la economía pública (sería por
ejemplo el caso de infraestructuras de comunicación, de servicios de educación o de
defensa del territorio) o bien los postulan « libres » : el recurso se supone tan
abundante que, por muy elevado que sea, el sobre consumo de un individuo no
puede llegar a perjudicar a ningún otro usuario (vease Mancour Olson, la lógica de
la acción colectiva).
La ausencia de escasez es un postulado bastante cómodo. Un recurso abundante
no plantea problema : no tiene que administrarse, no genera competencia ni
rivalidad entre sus usuarios. Consumir un recurso abundante no implica renunciar
a otro, no genera ni elección ni sacrificio ni tiene por lo tanto que llamar la atención
del economista. Bajo este planteamiento, el discurso de la ciencia económica puede
dedicarse exclusivamente a la construcción de las decisiones individuales y
aferrarse al individualisme metodológico (la economía sólo procede de la agregación
de comportamientos individuales fincados en un principio de racionalidad) e
identificar el mercado (y su principio de libre
competencia) como el único
dispositivo de coordinación. Además de cómoda, esa opción resulta de pilón
bastante elegante : enfatizar el papel del intercambio y de la competencia permite
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pasar por alto las referencias a la historia y a las instituciones y, por lo tanto,
colocar la economía en un universo unidimensional que se precisa para poder
recurir a las matemáticas.
Este postulado sobre la abundancia de los recursos colectivos no tiene fundamento
alguno. No lo tiene poprque existe una gran cantidad de recursos colectivos
escasos, física o socialmente limitados, cuyo manejo requiere restricciones de uso.
Este es tipícamente el caso del agua, tanto en escalas locales como globales, es el
caso muy frecuente de los bosques, de las reservas halieuticas o de la biodiversidad
en la escala de un ecosistema o de la biosfera... Es también el caso de los
conocimientos y de muchos recursos no materiales que pueden alterarse o
desaparecer si carecen de protección. Lo ilustra el caso de las cadenas del sector
agroalimenticio: el control de la producción del cambio técnico, de los canales de
comercialización y de financiamiento por grandes corporaciones propicia procesos
de usurpación de atributos de calidad (presentar como típico un producto que no lo
es) y de destrucción de los conocimientos locales y savoir-faire asociados con la
elaboración de alimentos tradicionales. El tema del manejo de recursos colectivos
escasos ha suscitado un elevado número de estudios entre los cuales se han vuelto
clásicos los de G. Hardín sobre la “tragedia de los comunes” o de E. Ostrom sobre el
uso de infraestructuras de riego. Todos coinciden en el hecho de que existen
recursos colectivos escasos y que la escasez plantea una exigencia de control
colectivo: la ausencia de administración del recurso conduce a un verdadero saqueo
que puede culminar en la destrucción del recurso. Medido en relación con los
avances de la globalización, no sobran motivos para pensar que, en un mundo
regido por el interés individual y la competencia, la ausencia de reglas conduce
ineludiblemente a una destrucción de muchos recursos colectivos que pone en
peligro a la humanidad misma. Al menos puede interpretarse en este sentido los
grandes problemeas ambientales que padece nuestro planeta (las emisiones de
cárbono y el recalentamiento del planeta, los huecos en la capa de orzono, la
erosión de la biodiversidad...).
Cuestionar el postulado sobre abundancia permite abrir el campo problemático
sobre el manejo de recursos colectivos. La exigencia de administración del recurso
no sólo procede la necesidad de restricciones de uso, abre también un interrogante
sobre la forma en que se resuelven las rivalidades entre los usuarios. No tenemos
porque suponer que los usuarios se encuentran todos en estrictas condiciones de
igualdad ante el acceso a los recursos comunes ni porque esperar que alguna
mecanica superior y ajena defina los derechos individuales de uso. En su esencia,
la fijación de los derechos individuales de acceso proceden de una elección colectiva
y por ende de las modalidades de administración del recurso. Como podía
esperarse, el asunto no ha despertado mucho interés entre los economistas, pero no
deja de tener mucha transcendiencia: los objetivo de reparto (en beneficio de tal o
cual usuario o sector social) muy bien pueden anteponerse a las exigencias de
preservación y de renovación de los recursos comunes y por ende, prevalecer sobre
el interés colectivo.
Los recursos colectivos tienen que reconocerse como auténticos recursos
económicos. Desde luego se diferencian por el hecho de no tener valor de
intercambio. Pero ello no resulta tan importante si, a falta de precio, alguna regla
permite imponer restricciones y asentar una exclusividad de uso en beneficio del
grupo de usuarios. En el caso, el derecho de exclusividad no sólo asienta las
restricciones de uso en vista a la preservación del recurso sino que también
sustenta un monopolio colectivo y una renta. Así es como se logra explicar una
aparente paradoja: o sea cómo un recurso que no tiene valor de cambio puede
generar valor agregado y ganancia además de asegurar las condiciones de su propia
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reproducción. El tema cobra una pertinencia mayor aún si se considera que la
escasez puede proceder también de una construcción deliberada para proteger
recursos no materiales (algún vallor simbólico o conocimiento específico como
sucede en el caso de los alimentos con denominación de origen).
La problematica de los recursos colectivos enlaza con la problemática de la acción
colectiva y de la organización. Recordando lo que se ha comentado acerca de la
información, debe considerarse al recurso colectivo simulataneamente como la
finalidad y el soporte (el móbil y el medio) de la organización. Esta le permite a los
individuos tener acceso a bienes que no se pueden producir en forma individual al
mismo tiempo que genera llos medios (fundamentalmente, los conocimiento y la
capacidad de tratar la información) imprescidibles para construir más organización
y producir más riqueza.
Esta última advertencia nos remite a la definición genérica de la economía que se
ha planteado lineas arriba (¿cómo logran los hombres coordinar sus esfuerzos para
producir más riquezas?). Podemos asumir así que la noción de coordinación remite
simultaneamente a relaciones de competencia (el, papel del mercado en el discurso
de los economistas liberales), relaciones de concertación (mediante la construcción
de acuerdos y a relaciones de explotación (cuando predomina la busqueda de un
reparto asimétrico de llos derechos individuales de uso en provecho de una
categoría de usuarios). A esta visión amplia de la noción de coordinación le tiene
que corresponder una interpretación flexible y problematizada de la noción de
riqueza. Se les dará en adelante la definición amplia de satisfactores, o sea de
valores de uso. Se trata de bienes útiles que pueden ser de apropiación individual o
colectiva, que pueden ser dividibles o no, pero que siempre quedan asociados a
principios de restricciones de uso, de rivalidad y de exclusión. Esta definición puede
resultar algo amplia, tiene en cambio la ventaja de identificar el punto a partir de
cual cobra sentido el debate sobre desarrollo y territorio. Ambos conceptos se
encuentran en efecto en la linea parte aguas entre el campo propio de la economía y
los de las disciplinas afines; entre lo que remite a la producción de la sociedad (la
construcción de una memoria colectiva – conocimientos, representaciones, reglas y
valores comunes –) y lo que se relaciona en forma más estricta con la producción de
mercancias. En este campo problemático, la cuestión de los recursos colectivos es
de suma importancia: ¿cómo se producen? ¿cómo se manejan? ¿cómo inciden en la
producción de la sociedad? y, sobre todo, ¿cúales son las modalidades de acceso y
de uso individual?
4. Desarrollo
El énfasis que se ha puesto en el concepto de coordinación y en el papel que
desempeñan los recursos colectivos en la construcción de las organizaciones
permite afinar la noción de desarrollo. François Perroux define el desarrollo como
“el conjunto de los cambios mentales y sociales que le permiten a una población
incrementar en forma duradera y cumulativa su producto real global”. Esta
definición clásica opone desarrollo y crecimiento: el crecimiento remite al
incremento de algún agregado (usualmente el producto interno bruto por habitante)
mientras el desarrollo se percibe ante todo como un potencial o una capacidad:
“son los cambios (...) que (...) permiten(...)”. Más allá de lo directamente
cuantificable, el desarrollo remite al universo de los cambios cualitativos que
afectan las estructuras de la economía y de la sociedad. Existe una relación
estrecha entre ambos conceptos, al menos en la medida en que el crecimiento tiene
que sustentarse en los cambios estructurales y cualitativos que acompañan el
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desarrollo (se trata de “incrementar en forma duradera y cumulativa el producto
real global”). Pero se oponen en este mislmo punto: el crecimiento suele
identificarse como un acontecimiento genuinamente económico (se mide el
incremento de los valores de cambio) mientras los cambios estructurales propios
del desarrollo se enmarcan en una dimensión social, histórica y política. Es en en
este punto donde se queda la gran mayoría de los economistas. Dan por entendido
que lo que sigue procede de un discurso de corte filosófico del todo ajeno al
argumentario y a los paradigmas propios de la ciencia económica: han tocado las
fronteras de su campo epistemológico y no tienen el valor que requiere su
transgresión.
Podrían repetirse a propósito del concepto de desarrollo las mismas observciones
que se hicieron sobre la noción de riqueza o de coordinación: el desarrollo deja de
ser objeto de debate cuando abre un cuestionamiento sobre las modalidades de
construcción de dedcisiones colectivas. Y de eso se trata precisamente cuando se
habla de cambios estructurales y cualitativos: repuntan detrás de estas expresiones
interrogantes sobre el “tipo de sociedad” que se quiere, sobre las modalidades de
reparto de las riquezas , sobre la exclusión, sobre el manejo de los recursos
ambientales o la preservación de los patrimonios culturales. En este sentido, el
desarrollo dista mucho de ser una “emergencia económica” (algo que ocurre en
forma espontanea o imposible de anticipar): es una construcción social, o sea la
expresión de una decisión colectiva.
La ausencia de proyección interdisciplinaria no estimula el rigor científico. Los
cambios sociales y mentales a los cuales alude François Perroux no dejan de ser
ambiguos, imprecisos e insatisfactorios. ¿de qué se trata?, ¿qué clase de tensiones y
de rivalidades inducen esos cambios? ¿cómo actuar para inducir y dirigir el
desarrollo?, ¿cúal es la finalidad del desarrollo?... La búsqueda de una respuesta a
estas preguntas ha desembocado en la definición de la economía que se ha
presentado páginas arriba y en la problematización de las nociones de
coordinación, recursos colectivos y riqueza. Siguiendo esta pista, el desarrollo
puede identificarse como el proceso que le permite a una población generar nuevas
capacidades de coordinación.
El planteamiento liberal sostiene que estas capacidades derivan del
desenvolvimiento de las comunicaciones y de los intercambios. Pero se trata de una
visón parcial y sumamente sesgada puesto que pasa por alto la cuestión de la
producción y del manejo de los recursos colectivos. Es probable que el auge de las
comunicaciones y de los intercambios propicie un incremento de la producción de
valores de cambio mas no asegura que se trate de un desarrollo: el empuje de la
producción de mercancias bien puede lograrse a costas de una destrucción del
medio ambiente, de una fragilización de los patrimonios culturales o de una
disminución de los satisfactores de amplios sectores de la población mundial... En
una perspectiva complementaria, el crecimiento, en la medida en que se obtiene a
costa de la destrucción de recursos colectivos, puede inducir una disminución de
las aptitudes a coordinarse, o sea puede convertirse en antidesarrollo: los
problemas ambientales mayores, el debilitamiento de los tejidos sociales, la
exclusión y la diferenciación social, la violencia, los repliegues identitarios son
señales preocupantes que apuntan en este sentido.
Debe tomarse en cuenta (principio de neguentropía) que el “incremento cumulativo
y duradero del producto real global” se sustenta en la producción e incorporación
de conocimientos y remite por lo tanto a una dinámica que no es totalmente
mercantil. Por lo tanto, si bien puede definirse el desarrollo como incremento de la
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capacidad de coordinación, es evidente que ésta no puede asentarse exclusivamente
en el mercado y en un principio de competencia: el desarrollo también es
organización. Ahora bien, la construcción de las reglas que sustentan las
organizaciones tienen que fundamentarse en algún objeto compartido y en la
información que permite su movilización, o sea tiene que fundamentarse en un
recurso común. En esta perspectiva, el desarrollo puede identificarse como un
proceso de acumulación de recursos colectivos, tanto materiales como no
materiales.
Por último, el acceso a recursos colectivos no es una condición suficiente para el
desarrollo. Como se ha visto, el “incremento cumulativo y duradero” plantea un
interrogante sobre el acceso individual y sobre la repartición de los beneficios entre
los usuarios. Plantea así un interrogante sobre el tipo de uso (consumo o inversión)
del excedente que la organización genera. En este sentido, el desarrollo puede
definirse como la expresión de una elección colectiva que tiene que plantearse por
igual en el ámbito de lo económico y en el campo de lo político.
Ya se puede hablar de territorio
1. El territorio como espacio
El término de territorio remite a un lugar y a una extensión. Por lo tanto, el término
de espacio ofrece un primer acercamiento pertinente a la noción de territorio.
Intuitivamente, el espacio se reconoce como área concreta (o sea, material, que
tiene una realidad propia), compacta y delimitada. En este entendimiento, no
resulta nada sorprendente que la noción de frontera (o de límite) sea objeto de
intensos debates. No solamente porque de la identificación de limites permite
diferenciar un territorio de los espacios circunvecinos, sino también y en forma mas
significativa porque la identificación de las funciones y de la forma de las fronteras
proporciona llaves para entender la configuración de los territorios. La noción de
frontera resulta a los efectos mucho mas ambigua y controvertida que la noción de
limites en la geometría. La frontera puede entenderse como linea divisora, como
ruptura que opone dos realidades espaciales disociadas. Pero una frontera puede
ser, al mismo tiempo, linea de enlace, que marca diferencia, pero sobre todo
estructura flujos e intercambios y, en fin de cuentas, estructura interacciones. En
el mismo sentido, una frontera puede ser porosa, hermética, conflictiva,
discontinuada... La noción de frontera tiene sus ambigüedades que en fin de
cuentas pueden solicitar nuestra atención sobre lo que realmente importa:
considerar la frontera no como criterio definitorio del territorio sino como un
aspecto que evidencia la relación entre territorio y apropiación: en este sentido, un
territorio es un espacio apropiado. En otros términos, un territorio no es un espacio
delimitado, sino un espacio para el cual la noción de límite genera un debate.
Algo semejante puede decirse acerca de la noción de compacidad: el territorio no
conforma siempre un espacio continuo o compacto: pensemos simplemente en los
territorios-archipiélagos que llegan a conformar a menudo islas del Pacifico... En
este caso también, la ambigüedad puede llamar nuestra atención: lo que define el
territorio procede indudablemente más de un principio organizador que de una
realidad asociada a un principio propio de la geometría. Explorar y establecer lo que
une a la gente que pobla este espacio discontinuado son pasos imprescindibles para
entender lo que marca su territorialidad: en este sentido, el territorio debe
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plantearse ante todo como una construcción social.
El principio de realidad intuitivamente asociado al término de espacio también
despierta dudas, sobre todo si pensamos el territorio a la luz de los progresos
logrados en materia de comunicación. El territorio puede pensarse
independientemente de su soporte físico, estructurado por medio, por ejemplo de
una red informática. Sin ahondar más en este punto algo controvertido, podemos
afirmar que el territorio puede ser virtual y existir tan solo en la mente de los
hombres, como cemento de una comunidad que ha roto sus vínculos materiales con
su lugar de origen. Tal seria el caso de los territorios virtuales de los migrantes, de
los desplazados o de las diásporas: Israel, como territorio existía antes de la
creación del Estado judío en 1948 ; pese a la ausencia de vínculos objetivos, el
territorio de los desplazados colombianos sigue existiendo en la construcción de sus
alianzas y de sus estrategias de integración... Bajo esta perspectiva, el territorio es
ante todo una memoria colectiva.
En síntesis, mas allá de sus expresiones espaciales, la referencia a las formas de
apropiación, a la organización, a una memoria compartida y, en resumen, a
procesos de construcción social son criterios imprescindibles para entender y
definir el territorio.
2. El territorio como espacio-recurso
Plantear el territorio como espacio-recurso procede de una evidencia. El lenguaje
commún precisa esa visión con la imagen del territorio visto como espacio vivido. Es
algo que tiene sentido en una triple perspectiva. Por una parte, el territorio se
proyecta como un importante escenario, inscrito en lo cotidiano, en lo familiar, de
las actividades sociales y productivas del hombre. Es también un ámbito que el
hombre marca de su sello, transformándolo y acomodándolo. Por último, es el
medio de referencia que le brinda lo que necesita para asegurar sus condiciones
materiales y sociales de existencia. A esa triple dimensión, le tiene que
corresponder una visión amplia y flexible de la noción de recurso. El concepto
remite, desde luego, a lo que se reconoce usualmente como recurso productivo o
sea a los medios de producción que se compran y a los conocimientos que se
incorporan en los procesos de producción. Remite también, en una perspectiva
mucho más amplia y flexible a los medios que se mobilizan en los procesos de
producción de la sociedad misma, o sea a los valores sociales, a las
representaciones y a las reglas que le dan sentido y permanencia a las inteacciones
que los hombres establecen entre sí en la construccion del territorio.
No resulta fácil sacar un inventario claro de los recursos que componen un
territorio. No tanto porque la lista se alargaría en forma infinita, sino más bién
porque resulta dificil disociar los recursos unos de otros. En un primer
acercamiento, podemos pensar en los recursos naturales: los que definen la
fertilidad de un suelo, aquellos que derivan de la biodiversidad del ecosistema o a
elementos inertes del subsuelo... Lo cierto es que no tiene mucho sentido hablar de
los recursos en sí, independientemente de sus usos potenciales y de los
conocimientos que permiten su aprovechamioento. Aunque parezca trivial, para que
el recurso exista como tal, es preciso que se pueda reconocer y localizar, que se
sepa como utilizarlo y combinarlo con otros recursos y, en muchas ocasiones, que
también esté previamente ordenado, o sea preaparado o acomodado.
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De estas advertencias podemos sacar observaciones que no dejan de ser llamativas.
En primer lugar, el territorio - recurso es un espacio producido. La marca que deja
el hombre en la producción de los territorios se advierte, en forma evidente, en los
equipos y en las obras de ordenamiento (caminos, canales, terrazas, configuración
de las parcelas, vegetación, etc.) pero también en los conocimientos, en los valores y
en las representaciones que estructuran las interacciones entre los hombres y el
espacio... y que nos proporcionan las llaves del aceso al territorio-recurso. En
segundo lugar, el territorio tiene que conformar un recurso complejo. Es dificil
aislar un componente de los demás: forman sistemas, se relacionan unos con otros
por medio de las prácticas y de los conocimientos que los hombres han
desarrollando en la producción del territorio. En tercer lugar, el territorio puede
reconocerse como un espacio producido colectivamente: la construccion de los
paisajes, lo mismo que los conocimientos y los valores territoriales son expresiones
de la capacidad de los hombres a coordinar sus esfuerzos. Es más, el desarrollo
territorial puede, como se ha visto, entenderse como capacidad a desarrollar e
implementar nuevas capacidades de coordinación. En cuarto lugar, el territorio, en
tanto que objeto de las interacciones sociales, puede reconocerse como recurso
colectivo. No puede ser objeto de apropiación individual ni de transacciones, pero
sí, es una riqueza, un recurso dotado de un valor de uso específico: la producción
del enlace social propio del territorio. En cuarto lugar y en síntesis, el territorio
define un patrimonio común. Es una riqueza apropiada colectivamente por el grupo
social asociado al territorio. Es un bien complejo que se define en los tiempos largos
de los flujos intergeneracionales: un territorio tanto en sus componentes
ambientales, paisajisticos o simbólicos, prospera, se recibe y se transmite de
manera similar a una herencia. Por último, el territorio también tiene este
componente afectivo que caracteriza a menudo los patrimonios familiares: esos
componentes, materiales o no, propiedad del grupo, pero con los cuales uno se
identifica y gracias a los cuales uno construye su proyección en su universo
temporal y social.
La dimensión colectiva que, necesariamente, marca los territorios, sus atributos
patrimoniales, su relación con los procesos de construcción de la sociedad son
algunos elementos claves en la noción de territorio. Más allá de las expresiones
espaciales de los territorios, todos esos elementos enlazan con un aspecto clave: las
dinámicas de apropiación y la dialéctica sutíl y ambigua entre apropiación colectiva
e individual.
3. El territorio como espacio apropiado
Se trata sin duda de un criterio que genera un amplio consenso. Más que la forma
de sus fronteras, su extensión o su configuración, lo que especifica un espacio en
tanto que territorio es el hecho de que es objeto de apropiación. Pensemos
simplemente en el territorio de algún animal salvaje o de cualquier colectividad
humana: pronto caeremos en la cuenta de que siempre queda asociado con una
relación de fuerza (un territorio se conquista y se defiende) y con el establecimiento
de algún grado de exclusividad de uso. Bajo esta perspectiva, el territorio siempre
viene asociado con instituciones, o sea con un cuerpo de reglas que define las
modalidades de apropiación y especifica el territorio. Este cuerpo de reglas puede
reconocerse como componente de la memoria colectiva del territorio que se
mencionó lineas arriba. Las instituciones del territorio conforman así su principio
organizador básico y, mas que las fronteras en si, definen lo que marca diferencia
entre lo “exterior” y lo propio o “interior”.
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Ahora bien, no resulta de mucha ayuda definir el territorio como espacio apropiado
si no se precisa lo que cubre la noción de apropiación, o sea como caracterizar las
relaciones que se entablan entre los individuos y los grupos sociales en torno
espacio.
En un primer acercamiento, podemos comprobar que la apropiación, cualquiera sea
su modalidad (individual o colectiva), su intensidad o su objeto (un componente
material o no), siempre implica, en algún grado, un derecho de exclusividad: no se
puede ser propiedad de algo sin al mismo marcar una diferencia y, por lo taénto,
sin excluir. En este sentido, e independiente del discurso que se puede tener sobre
el tema de la solidaridad (definiendo por ejemplo la solidaridad en contraste con a la
mecánica fría y egoista del mercado), hablar de territorio implica hablar también de
exclusión. Como veremos, la exclusión puede pensarse para foráneos – o sea
sujetos que no pertenecen al territorio – pero también hacia adentro: en este caso,
la exclusión cobra la forma de una jerarquización (diferenciación) de los derechos
individuales sobre el territorio. Las rivalidades de acceso, las modalidades de
resolución (o de no resolución) de los conflictos se encuentran así en las bases
mismas de los procesos de construcción territorial.
En un segundo acercamiento, podemos caer en otra evidencia: nos referimos a una
apropiación colectiva. En este entendimiento, un territorio es un espacio apropiado
por un grupo social determinado. Se trata de una definición que no es ausente de
ambigüedades. En primer lugar porque hablar de apropiación colectiva plantea
fuertes interrogantes sobre la relación que se establece entre el individuo y el grupo
social, y por ende, sobre el papel que desempeña el territorio tanto en los procesos
de socialización de los individuos como el los procesos de producción de la
sociedad. En segundo lugar, porque no existe propiedad colectiva pura (que no sea
combinada con alguna forma de apropiación individual) como tampoco existe la
propiedad individual absoluta (o sea totalmente desligada de restricciones
colectivas). La clave del entendimiento de la dialéctica apropiación colectiva versus
apropiación individual radica menos en la oposición que en la asociación y en el
respaldo mutuo de ambos términos.
Con estas advertencias, pueden identificarse los matices, grados, ámbitos y
ambigüedades de la dialéctica de la apropiación.
31. Reconocer y nombrar
El nivel mas elemental ed la apropiación procede sin duda de la capacidad de
nombrar el territorio y los elementos (materiales o no) que lo componen. Los
estudios toponomicos, los inventarios de expresiones locales y términos técnicos
verniculares conforman un paso a menudo imprescindible y siempre instructivo de
los estudios territoriales. La capacidad de nombrar los componentes de un territorio
es una manera de establecer, ostentar y legitimar una relación privilegiada con un
espacio dado. Se trata, en su esencia, de una apropiación colectiva: dar y usar un
nombre tiene sentido siempre y cuando este nombre llega a ser parte de un
lenguaje, de un código de comunicación compartido, o sea si es aceptado y utilizado
por terceros. En este sentido, el nombre y la capacidad de nombrar forman parte de
la memoria colectiva del grupo social asociado al territorio. Como tales, estructuran
el grupo (su memoria colectiva le da congruencia) al mismo tiempo que sustentan y
legitiman (hacia si mismo y hacia el exterior) la relación privilegiada que el grupo
establece con el espacio. En el mismo sentido, la capacidad de nombrar revela la
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cohesión social del grupo, la aptitud de los individuos que lo componen de
interactuar en forma positiva (o sea en función de algún objetivo) unos con otros.
32. Identificación e identidad
De la capacidad de nombrar deriva en corolario otro nivel elemental de la
apropiación: la identificación, o sea el establecimiento de una relación privelegiada
entre el individuo y las expresiones simbólicas del patrimonio territorial. Se trata en
el caso de la otra cara (individual) del mismo proceso. Por una parte, usar un
nombre determinado marca en sí una relación de apropiación individual: al
nombrarlo, se integra la representación del objeto considerado en un universo
cognitivo que le es propio al sujeto. Pero la identificacion es también una
integración con atributos: además de la representación en sí, se integran en los
sistemas cognitivos las normas y los códigos que rigen las modalidades de
apropiación y de uso del patrimonio territorial. Bajo esta doble perspectiva, la
identificación revela una relación dinámica de apropiación individual del patrimonio
común, de pertenencia al grupo y de respaldo del grupo (se aceptan las normas y
valores que lo rigen) por parte del individuo. El ser miembro de un grupo social le
permite a uno desarrollar una relación privilegiada con el patrimonio colectivo. En
corolario, la pertenencia del sujeto al grupo se sustenta en las relaciones
privilegiadas que tiene capacidad de establecer con los objetos que son propiedad
del grupo. En síntesis, al tener relaciones privilegiadas con los objetos que le
pertenecen colectivamente al grupo le permite al individuo proyectarse con mayor
fuerza en el grupo: interactuar con él y, potencialmente, orientar sus decisiones en
beneficio propio.
De la nocion de identificacion planteada como ralcion de apropiacion podemos
sacar argumentos para instruir el debate sobre un concepto muy de boga y por
cierto algo ambiguo: el concepto de identidad. Siguiendo la pista que se acaba de
abrir, podemos afirmar que la identidad no se sustenta en otra cosa que en las
relaciones que unen los individuos con su (o sus) grupo(s) social(es) y los objetos
que este(estos) posee(n) colectivamente. Osea, la identidad es la relación que se
establece entre el individuo y el grupo por medio de los objetos que este posee
colectivamente. Plantrear la identidad en estos términos tiene varias ventajas.
En primer lugar, abre la posibilidad de calificar la relación que se establece entre el
individuo y el grupo. La relación individual de apropiación puede resultar más o
menos intensa y exhaustiva, tener un reconocimiento variable y, por ende,
sustentar una diferenciación más o menos marcada en el seno mismo del grupo. En
este sentido, la identidad, en una multiplicidad de expresiones y de modalidades de
la apropiación individual y de su legitimación, marca la forma en que le grupo se
estructura y se jerjarquiza.
En segundo lugar, la identidad marca capacidad, tanto de los individuos como de
los grupos. Por un lado, un mayor acceso a los objetos propios del grupo le
garantiza legitimidad al sujeto, le brinda una mayor capacidad de inteacción con los
demás y de proyectartsde en el tiempo y en su universo social. Del otro lado, la
construcción identitaria, le da vida, contenido y coherencia a los componentes no
materiales del patrimonio territorial y, por ende, cohesión y legitimidad al grupo
social. En este sentido, puede afirmarse que la construcción identitaria se
encuentra en la base misma de los procesos de producción de la sociedad.
En tercer lugar, la identidad constituye un criterio útil para entender la relación
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entre globalización y territorio. En tanto que proceso de apropiación colectiva y
sustento de la construcción del enlace social, la identidad territorial dificilmente es
compatible con las presiones que proceden de la globalización. Entendida como
movimiento de unificación y de extensión de los mercados, la globalización alimenta
un proceso de privatización y de deconstrucción de las identidades y de los
territorios. En corrolario, la construcción identitaria llega a cobrar un fuerte sentido
en tanto que proceso de reapropiación de los territorios (y, en términos generalesde
los objetos compartidos que forman el cemento de los grupos sociales).
33. uso y acceso
La identificación, en tanto que proceso de apropiación simbólica de los territorios,
no conforma el eslabón elemental en una gradación progresiva de los derechos de
exclusividad. Será en parte el caso cuando la identificación se entiende como
adhesión, cuando se percibe, ante todo, en sus expresiones afectivas: “me identifico
a este territorio porque su suerte y la de su gente me afecta, genera emociones”.
Deja de serlo cuanto se hace patente que la relación que enlaza el individuo con el
patrimonio territorial no tiene nunca exactamente ni el mismo contenido ni la
misma intensidad de un caso a otro. La identificación puede sustentarse
simplemente en la capacidad de referirse a algún valor simbólico, de usarlo sin
tener capacidad de modificar su sentido. También puede, en un extremo opuesto,
sustentarse en una relación mucho más intensa que le permite al sujeto
manejarlos, o sea, intervenir directamente en su producción y en su legitimación.
De un extremo a otro, entre uso y manejo, la identificación o bien expresa adhesión
pasiva, sumisión y respaldo, o bien sustenta una relación de dominio y capacidad
de control: como se ha visto, la identificación también marca jerarquía. En este
sentido, la apropiación simbólica delimita un campo problemático muy cercano al
que le corresponde al concepto de capital social en la obra de Bourdieu: en nuestra
opinión, el capital social corresponde a la magnitud de los derechos de uso del
patrimonio social que el individuo logra acumular en beneficio propio.
Ahora bien, el control de los sistemas cognitivos (las representaciones y las tramas
interpretativas que movilizan los actores para entender el mundo y actuar) sustenta
una relación de dominio que cubre potencialmente el territorio en su conjunto,
incluyendo también sus componentes materiales.
Así, la dialéctica entre apropiación privada y colectiva no se expresa sólo en los
niveles elementales de la identificación. La construcción identitaria y la apropiación
pueden cobrar un contenido más concreto y sustantivo cuando ponen en juego un
derecho de exclusividad sobre objetos materiales: algun recurso productivo
(ambiental, reserva de agua, bosque, o simplemente una porcion de espacio...).
Usualmente, la gradacion opone, por una parte, aceso y uso y, por la otra,
capacidad de manejo, o sea la posibilidad de administrar y eventualmente de
"ordenar" o alterar el objeto considerado. La gradacion está, pero la dialéctica entre
apropiación individual y colectiva no deja de ser borrosa y ambigua. El acceso
individual, en la medida en que no tiene límites, puede generar presiones excesivas
y poner en peligro la existencia misma del recurso. Por otra parte, la distribución de
derechos de uso no deja de tener efectos en la cohesión del grupo social, en la
forma en que maneja el recurso y construye sus decisiones.
La posibilidad de franquear los limites o de desplazarse dentro de una propiedad
privada, el pepeneo (la recolección de lo que se dejo en una parcela despues de
cosechada), el derecho de libre pastoreo (la posibilidad de mandar los animales en
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una parcela en descanso o a una tierra de uso común), de caza, de recoleccion de
frutos salvajes, o de leña no generan, en teoría, ninguna capacidad de decisión,
pero si llegan a significar mucho en términos de expectativas individuales, de
conflictos, de cohesión social y de construccion del territorio. Expresa tanto
rivalidades entre idividuos y competencia como cooperacion y solidadridad
territorial. Históricamente, los derechos de pepeneo, de libre pastoreo, de
recolección... han desempenado un importante papel como cemento de la vida
comunitaria tradicional. A tal punto que los avances del individualismo agrario (el
reforzamiento de la propiedad individual del suelo entre el fin de la edad media y el
siglo XIX en la Europa continental) y el cuestionamiento de los derechos
individuales (las famosas enclosures de la acumulacion primitiva planteada por C.
Marx) han condicionado la intensificacion asociada con la primera revolucion
agricola (la difusion del "sistema de Norfolk"). Esos cambios en las modalidads de
uso y de acceso individuales han suscitado profundos cambios no sólo en la
organización y en la vida social de las áreas rurales sino también en la forma que se
han manejado los recursos productivos y en los cambios tecnológicos: piensese en
las ovejas de Tomas Moore (desarrollo de la cria de oveja en las tierras privatizadas
para el abasto de las hiladeras de Holanda a expensas de la produccion de viveres)
o en las unidades intensivas de los siglos XVIII y XIX propias de la primera
revolución agrícola. En el otro sentido, el reforzamiento de los derechos individuales
de uso y de acceso -o sea el fomento de la apropiacion colectiva a expensas de la
privada- puede contribuir al reforzamiento de las solidaridades territoriales abriendo la opcion de permitir el sustento de una poblacion mayor o de
contrarrestar la pobreza rural - e inclusive el desarrollo de opciones de
multifuncionalidad (abre mayores posibilidades de asociacion de actividades) o de
fomento del ecoturismo (apertura del territorio) asi como el reforzamiento de la
cohesion social (construccion identitaria).
34. manejo y construcción
La dialéctica entre apropiacion privada y colectiva no remite simplemente una
cuestion de derecho o de acceso a instituciones idoneas: remite a la capacidad de
manejo social, o si se prefiere, a las modalidades de la administracion colectiva de
los recursos y de la construcción de decisiones colectivas. Esta capacidad plantea a
su vez una exigencia de definicion clara de los derechos y obligaciones individuales.
Una relectura del modelo planteado por G Hardín en "La tragedia de los comunes"
(Science, 1968) permite aclarar el problema. Imaginese un agostadero colectivo, o
sea, en el caso planteado por Hardín, una parcela que aprovecha sin costo ni
restricion alguna un grupo de ganaderos. La fábula nos dice que son individuos
perfectamente racionales y que su relacion con el agostadero al igual que la suerte
de éste no deja lugar a dudas para nadie. Dado que son racionales y, por lo tanto,
plenamente informados de las consecuencias de sus decisiones, saben que una
sobrecarga animal tendrá como desenlace ineludible la destruccion del recurso
común. Lo saben, pero ninguno de ellos reducirá el tamano de su hato puesto que
nada le garantiza que todos actuarán en el mismo sentido. Sucede más bien lo
contrario: en asusencia de restricciones individuales de acceso, cada uno de ellos
incrementará la presion que ejerce sobre el recurso para quedarse con una mayor
parte del botín o, al menos, para procurar que nadie les gane en esa carrera
absurda para el saqueo del recurso común.
La primera conclusión que suele sacarse de ésta parábola remite a la superioridad
de la propiedad privada sobre el libre acceso. La apropiacion privada implica una
responsabilizacion individual: una vez convertido en propietario, el ganadero de la
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parábola, al igual que cualquier empresario de la teoría, tendrá que velar por la
preservacion del capital que sustenta su actividad. Es más, la apropiación
individual permite realizar transacciones y recurrir al mercado como dispositivo de
regulación: las incitaciones y las sancionnes del mercado prometen dejar el recurso
en manos de los productores más eficientes. En realidad, la opción no es siempre
viable: no todos los recursos colectivos pueden parcelarse y privatizarse. Tampoco
resulta necesariamente deseable: la privatización del recurso implica que su manejo
se realice totalmente en una perspectiva mercantil, lo que no siempre coincide con
el interés y los objectivos del grupo social que lo posee.
Otra conclusion notable derivada de una visón “estratégica” (se topman en cuenta
las interacciones dinámicas) evidencia que, en ausencia de privatización, el manejo
de un recurso colectivo tiene que sustentarse en la construcción y el respeto de
reglas. Una vision prospectiva llevará los ganaderos a concertarse para regular la
presion que ejercen sobre el recurso. Es un avance, pero no resulta suficiente: sigue
remitiendo al universo unidimensional e idílico de la concertación voluntaria y del
rational choice. ¿Podrá afirmarse que los ganaderos tienen siempre, todos, interés
en que se aplique una regla? No es así, simplemente porque todos no tienen las
mismas expectativas. La acumulación de animales arroja beneficios individuales
mientras la saturación de los agostaderos que induce se convierte en una carga
colectiva que no todos pueden enfrentar con la misma suerte. Les conviene a los
grandes ganaderos oponerse a la aplicación de restricciones de uso. Su tamaño les
asegura notables ventajas competitivas: saben que el sobre-pastoreo lleva a la
eliminación de los pequeños y medianos ganaderos y que quedarán ellos, a la poste,
con el control de la totalidad del agostadero. En otros términos, el libre acceso a un
recurso colectivo limitado tiene que resolverse en una dinámica de acaparamiento
individual o de destrucción del recurso común.
Una tercera opción ha entrado en boga. Si bien no es siempre posible privatizar los
recursos colectivos, se puede proceder a la definición de cuotas y a una distribución
de derechos individuales de uso por medio de subastas. Es una opción cómoda que
puede aplicarse tanto a recursos no materiales (es el caso de los derechos de
propiedad intelectual, de los patentes) como materiales (los derechos de agua que
promueve la FAO o los derechos a contaminar que sustentan las políticas
ambientales de los estados Unidos...). Combina la supuesta eficiencia del mercado
con cierta responsabilización de los usuarios y minimas exigencias de ética
(derivados del principio “quien contamina paga”…). La opción, en realidad se
inscribe en la lógica de una disociación estricta entre la economía y lo político.
Remite a un proceso de mercantilización de los recursos que se asienta en un
despojo de los derechos colectivos. Bajo este planteamiento, el recurso tiene que
formatearse y manejarse conforme lo que dicta la mecánica del mercado: satisfacer
las exigencias de homogeneidad que derivan de la unificación de los mercados,
ajustarse a un objetivo exclusivo de producción de valores de cambio,
circunscribirse en los tiempos cortos propios del mercado (Como decia Keynes, en el
largo tiempo, todos estaremos muertos)...
35. globalización y desarrollo territorial
Esta disyuntiva delimita el campo problemático que enlaza globalización y territorio.
La globalización, vista como movimiento que se sustenta en una negación de lo
político y que circunscribe la economía en el universo unidimensional de los
intercambios mercantiles, se encuentra en la antitesis de los territorios: los avances
de la globalización instruyen ineludiblemente un proceso de deconstrucción de los
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territorios. En esta perspectiva, el territorio tiene que definirse fundamentalmente
como espacio (o recurso) apropiado colectivamente. Tenemos que verlo así no sólo
porque se trata de la dimensión más relevante, sino, y ante todo, porque es una
dimensión amenazada.
No deja de llamar la atención que el derecho internacional o los acuerdos que se
establecen al margen de la Organización Mundial del Comercio, desconozcan casi
por completo los regimenes de apropiación colectiva. También es llamativo el hecho
de que los progresos de la globalización coinciden con avances de la
desreglamentación y un marcado retroceso de las instituciones.
En ausencia de marco institucional adecuado, la unificación de los mercados nos
coloca en la peor de las alternativas de la tragedia de Hardín. La dimensión
patrimonial de los territorios se debilita: desaparecen o se diluyen los
conocimientos, las creencias y los valores que garantizaban la cohesion social, les
daban personalidad a los territorios y aseguraban su permanencia en el tiempo, de
una generación a otra: simplemente no tienen valor de cambio. Se diluyen o se
desvirtuan los sistemas cognitivos locales, no tanto como un efecto de la apertura
de los territorios y de los nuevos medios de comunicación, sino como consecuencia
de la unificación de los mercados y de las riñas planetarias por el control de la
información. Desaparecen o se debilitan las reglas que rigen el manejo de los
recursos comunes: se convierten en recursos de libre acceso. La tierra, los bosques,
los recursos bióticos, el agua... son presas de lógicas de acaparamiento individual y
de saqueo. Al privatizarse quedan sumidos en el universo unidimensional del
intercambio mercantil: la desaparición progresiva de sus atributos de bienes
colectivos implica también la de los valores sociales que fincan la integración de los
individuos en el grupo y garantizan su cohesió.
El desarrollo territorial puede abrir alternativas. Construir el desarrollo, rehabilitar
los territorios presuponen, como primera evidencia, la reinvención de un diálogo
entre lo económico (la producción de riquezas) y lo político (la construcción de
decisiones colectivas para el manejo de recursos compartidos). Uno y otro plantean
una exigencia de densificación de las interacciones sociales. En la escala de los
territorios, tanto la construcción del desarrollo como la producción de la sociedad
tienen que sustentarse en la producción de recursos colectivos. Bajo esa
perspectiva, la reapropiación de los territorios define la etapa previa y necesaria del
proceso.
Esta exigencia básica no queda libre de ambigüedades. La reapropiación de los
recursos colectivos se sustenta en la construcción de una capacidad de manejo
colectivo; implica por lo tanto una codificación rigorosa de los derechos individuales
de uso. Es algo que suena paradójico; la consolidación de la apropiación colectiva
exige que se definan con precisión los beneficios que cada uno puede sacar del
territorio asi como sus derechos de acceso y de uso de los recursos. En este sentido,
la dialéctica entre apropiación colectiva e individual, no se resuelve en la apertura o
en la liberación de los derechos individuales de uso, sino al contrario, en la
construcción de reglas tendientes a fijar el acceso y a reforzar las exclusividades… y
la exclusuón.
De por su naturaleza misma, estas reglas son contingentes, o sea, no previsibles ni
reductibles a alguna mecánica social transcendental. Al igual que los valores que le
dan sentido a las nociones de justicia social o de equidad, las modalidades de
repartición de los derechos individuales de uso no proceden de ninguna suerte de
ley natural: son expresiones de una decisión colectiva. No podemos asegurar que,
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aún liberados de las presiones uniformizantes de la globalización, prevalezca un
principio de equidad en el acceso individual al territorio o en la construcción de las
decisiones colectivas. En este sentido, puede afirmarse también que el desarrollo es
la expresión de una lucha social.
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