Subido por Jesús Rivera

La-Nueva-Filosofia-de-La-Mente

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Ciencias Cognitivas
Pascual F. Martínez-Freire
La nueva
filosofía
de la mente
Ciencias Cognitivas
La nueva filosofía de la mente
Este libro presenta lo que Pascual F. Martínez-Freire
denomina “la nueva filosofía de la mente”, es decir, la filoso
fía de la mente surgida tras la constitución de las ciencias
cognitivas (básicamente psicología cognitiva e inteligencia
artificial).
Esta obra ofrece las discusiones y temas básicos de la
filosofía de la mente de una forma clara y autocontenida, de
tal modo que para su comprensión no se requiere ningún
conocimiento previo especializado. Además, el libro no se
limita a la exposición de los autores más relevantes, sino que
a lo largo de sus páginas se toma postura en cada tema, apor­
tando comentarios personales, críticas y evaluaciones. Tras la
discusión en los primeros capítulos de los autores clásicos, se
dedica la mayor parte de la obra al estudio de los autores
contemporáneos, por lo que el libro es en gran medida una
historia de la filosofía actual. La nueva filo so fía d e la m ente
está destinada a un público amplio, incluyendo los estudiosos
y estudiantes de filosofía, psicología o informática.
Pascual F. M artínez-Freire ha ejercido docencia regu­
lar en la Universidad Pontificia de Porto Alegre (Brasil), en la
Complutense de Madrid y en la de Málaga. Ha sido profesor
visitante en la Universidad de París IV, en la de Berkeley
(California) y en la Sophia de Tokio (Japón). Actualmente es
c a te d rá tic o de Lógica y F ilo so fía de la C ien cia en la
Universidad de Málaga y director del Título de Especialista en
Ciencias Cognitivas Aplicadas. Es autor de libros de lógica y
de filosofía de la ciencia y de numerosos
ISBN 8 4 -743 3-5 80-3
artículos en diversas revistas científicas.
C ód igo: 2 .4 1 8
gedisa
CJ
editorial
788474 325805
Colección Hombre y Sociedad
S e rie
LA NUEVA FILOSOFÍA
DE LA MENTE
por
Pascual F. Martínez Freire
En coedición con el Servicio de Publicaciones
e Intercambio Científico de la Universidad
de Málaga
gedisa
O
editorial
Diseño de la cubierta: Marc Valls
Primera edición, Septiembre de 1995, Barcelona
Derechos para todas las ediciones en castellano
© by Editorial Gedlsa. S. A.
Muntaner. 460, entlo., 1.*
Tel. 201 60 00
08006 - Barcelona. España
ISBN: 84-74 32 -5 7 5-7
Depósito legal: B. 3 2.195-1995
Esta obra fue realizada en coedición con el Servicio de Publicaciones
e Intercambio Científico de la Universidad de Málaga
Impreso en Limpergjraf
Calle del Río. 17, nave 3 - RJpollet
Impreso en España
Printed ín Spain
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio
de Impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano
o cualquier otro idioma.
Indice
P r e f a c i o ...........................................................................................13
1. B r e v e h is t o r ia y te m a s d e la f ilo s o f ía d e
la m e n t e ....................................................................................17
1. Prim era aproxim ación a la noción de m e n t e .............. 17
2. Raíces antiguas en el estudio de la m e n te ...................18
3. El punto de partida clásico: D escartes.......................... 19
4. La posibilidad histórica de una filosofía de la m ente
basada en la ciencia: el com ienzo de la psicología
c ie n tíñ c a ............................................................................. 20
5. El desarrollo de la filosofía de la m e n te ...................... 21
6. Tem as principales de la filosofía de la m en te............ 22
2. E l p r o b le m a r e s cogitans-res extensa e n
D e s c a r t e s ............................................................................... 25
1. El contexto m etafísico del p r o b le m a .............................25
2. El hom bre com o res cogitans ..........................................26
3. Interacción entre m ente y cuerpo h u m a n o s .............. 27
4. La unión del cuerpo con la m e n t e .................................29
3. L a c r ít ic a d e R y le al m it o d e D e s c a r t e s .................. 31
1. El m ito ca rte sia n o ..............................................................31
2. El dualism o cartesiano com o un error ca tegoria l......32
3. La naturaleza de los procesos m e n ta le s ......................34
4. El antim entalism o en la postura de R y l e ....................37
5. Conclusiones crítica s..........................................................38
7
4. M e n t a lis m o y a n t im e n t a lis m o e n W ittg e n s te in ...41
1. W ittgenstein y la filosofía de la m e n t e .........................41
2. Filosofía de la m ente y el argum ento del lenguaje
p r iv a d o ................................................................................... 43
3. Conductism o y m e n ta lis m o ............................................. 46
4. La tarea de la p sico lo g ía ................................................... 49
5. C r ít ic a d e l c o n d u c t i s m o .................................................. 53
1. Conductism o m etodológico y conductism o
on tológ ico...............................................................................53
2. Breve presentación del con d u ctism o..............................54
3. Valoración crítica del conductism o................................. 58
6. M e n t a lis m o y p s ic o lo g ía p o p u l a r ................................ 63
1. M entalism o frente a con d u ctism o.................................. 63
2. Caracteres de la psicología p o p u la r ...............................64
3. Jerry Fodor y la psicología p op u la r................................66
4. Reservas y ataques a la psicología p o p u la r .................69
5. C on clu sion es......................................................................... 72
7. T e o r ía c a u s a l d e la m e n te : m a t e r ia lis m o
y f u n c i o n a l i s m o ................................................................... 77
1. La teoría causal de la m e n t e ........................................... 77
2. La teoría de la identidad m ente-cerebro:
A rm stron g..............................................................................78
3. La teoría de la identidad m ente-cerebro: L e w is ........ 82
4. Evaluación del m a terialism o........................................... 83
5. La invención del funcionalism o: P u tn am ..................... 89
6. M icroanálisis y análisis funcional en F o d o r ................94
7. Funcionalism o y el problem a de los q u a lia .................. 96
8. I n t e lig e n c ia n a t u r a l e in t e lig e n c ia a r t i f i c i a l ........ 99
1. La cuestión de T u r in g ........................................................99
2. La inteligencia artificial y sus prim eros c r ític o s .....102
3. T est de Turing y habitaciones orien tales................... 112
4. C on clu sion es....................................................................... 119
9. E l p r o b le m a m e n t e -c e r e b r o : d a t o s e h i p ó t e s i s ... 123
1. Introducción al p rob lem a ................................................ 123
2. Las soluciones al problem a m en te-cerebro................ 125
8
3. El em ergentism o de S e a rle ............................................128
4. El dualism o de Eccles y su trasfondo m eta físico.....132
5. Fundam entos neurológicos del dualism o de
E c c le s ..................................................................................134
6. La hipótesis dualista in teraccion ista..........................136
7. Evaluación del dualism o de E ccles............................. 139
10. Mentalismo y psicología cognitiva......................143
1. Origen y desarrollo de la psicología c o g n itiv a ......... 143
2. Caracteres de la psicología co g n itiv a ......................... 145
3. Psicología cognitiva clá sica ............................................149
4. Psicología cognitiva con ex ion ista ................................ 151
R eferencias
Indice
bibliográficas .........................................................
155
de autores ............................................................................163
9
Prefacio
La filosofía de la m ente constituye una de las disciplinas
filosóficas más pujantes en nuestros tiem pos, interesando no
sólo a las personas preocupadas por la filosofía, la psicología,
la lingüística o la inteligencia artificial, sino tam bién al
público culto en general, en cuanto ofrece el estudio y discu­
sión de una serie de tem as que están en el centro de atención
de las personas de nuestra época.
La filosofía de la m ente, aunque tiene raíces antiguas, se
ha consolidado com o disciplina filosófica en torno a 1950,
gracias a los trabajos de G ilbert Ryle y Ludw ig W ittgenstein,
entre otros. Sin em bargo, lo que denom ino “la nueva filosofía
de la m ente” surge a partir de 1977, cuando se consolidan de
modo definitivo las llam adas “ciencias cognitivas”. Las cien­
cias cognitivas com ponen un cam po de investigación interdis­
ciplinar cuyo tem a aglutinador es el estudio del fenóm eno de
la cognición (conocim iento com o recepción y m anipulación de
inform ación), tanto en seres hum anos com o en anim ales y en
m áquinas. En este estudio están interesadas básicam ente la
psicología de orientación cognitiva y la ciencia de la inteligen­
cia artificial, pero tam bién la lingüística, la neurociencia, la
inform ática y la lógica. La nueva filosofía de la m ente se
desarrolla teniendo en cuenta y valorando los descubrim ien­
tos de las ciencias cognitivas y, en particular, de la psicología
cognitiva y de la inteligencia artificial.
El presente libro ofrece las discusiones y tem as básicos de
la filosofía de la m ente de una form a clara y autocontenida, de
tal m odo que para su com prensión no se requiere ningún
13
conocim iento previo especializado. El libro está destinado al
gran público, incluyendo los estudiantes y estudiosos de estos
temas.
Por otra parte, el libro no se lim ita a la exposición de los
autores relevantes en filosofía de la m ente, sino que a lo largo
de toda la obra se tom a postura en cada tem a aportando
com entarios personales, críticas y evaluaciones.
Finalm ente, la tercera característica de este libro consis­
te en que, tras la discusión en los prim eros capítulos de los
autores clásicos, se dedica la m ayor parte de la obra al estudio
de los autores actuales, razón por la cual el libro es en gran
m edida una historia de la filosofía actual.
En el prim er capítulo se traza una breve historia de la
filosofía de la m ente, desde sus raíces antiguas hasta el
surgim iento de las ciencias cognitivas, y asim ism o se presen­
tan los principales tem as de la filosofía de la m ente. El
capítulo segundo está dedicado a D escartes, en cuanto cons­
tituye el punto de partida clásico en filosofía de la m ente. Los
capítulos tercero y cuarto estudian la constitución de la
filosofía de la m ente com o disciplina filosófica, analizando la
obra de Ryle y de W ittgenstein respectivam ente.
Tras estos cuatro capítulos introductorios, el resto del
libro se dedica a la nueva filosofía de la m ente, es decir, al
estudio de los problem as en to m o a los procesos m entales en
relación con las ciencias cognitivas de nuestra época. El
capítulo quinto realiza una crítica del conductism o, crítica
necesaria para com prender las razones de la psicología cognitiva actual. A su vez, el capítulo sexto com pleta al anterior al
analizar la presencia del m entalism o en la llam ada “psicolo­
gía p op u lar” , m en talism o com p a rtid o por la p sicología
cognitiva, y al evaluar tal psicología popular.
El capítulo séptim o discute am pliam ente la teoría causal
de la m ente, opuesta al conductism o, en sus dos variedades
centrales: m aterialism o y funcionalismo. Se expone el m ateria­
lism o o teoría de la identidad m ente-cerebro en A rm strong y
Lewis, haciendo una detallada evaluación del m aterialism o.
Asim ism o, se expone el funcionalism o en Putnam y Fodor,
presentando las dificultades del funcionalism o.
14
En el capítulo octavo se caracteriza la inteligencia artifi­
cial, esto es, las capacidades de las m áquinas inteligentes,
com parándola con la inteligencia natural hum ana, discutien­
do los argum entos a favor y en contra de la posibilidad de
pensam iento en las m áquinas, adoptando un punto de vista
personal.
El capítulo noveno está dedicado al problem a m entecerebro, analizando las diferentes posturas generales. En
particular se estudia y discute el em ergentism o de John
Searle, así com o la hipótesis dualista interaccionista de John
Eccles, que es objeto de una evaluación detallada.
Finalm ente, el capítulo décim o se ocupa de caracterizar
la psicología cognitiva, dentro del m arco general de las cien­
cias cognitivas, señalando sus dos variantes básicas: la psico­
logía com putacional clásica y la psicología com putacional
conexionista.
M álaga, 12 de octubre de 1993
Pascual F. M artínez-Freire
15
1
Breve historia y temas de la
filosofía de la mente
1. Primera aproximación a la noción de mente
Es de la m ayor im portancia resaltar que la m ente, en
oposición a una larga tradición ñlosóñca, no es una substancia,
es decir, no es una “cosa” individual, sino que es una colección
de varios tipos de procesos, de tal m anera que, inicialm ente,
podemos definir la m ente como los procesos mentales.
Es evidente que tal caracterización tiene todo el aspecto
de una definición circular, pero ello no debe im portam os en
este com ienzo ya que podem os realizar una descripción,
aunque sea somera, de los principales procesos m entales, con
lo que la explicación inicial de la m ente puede resultar
suficiente a estas alturas.
En efecto, entre los procesos m entales se encuentran las
sensaciones cinestésicas (es decir, las relativas a nuestro
propio cuerpo), las sensaciones acerca del m undo extem o, las
percepciones, los recuerdos, las im ágenes m entales, los senti­
mientos, los deseos, las creencias, etcétera.
Utilizando conceptos tom ados del punto de vista de la
teoría de la inform ación, podem os distinguir cuatro grupos
principales de procesos m entales: 1) percepciones, esto es,
recepción de inform ación, 2) recuerdos o alm acenam iento de
información, 3) creencias, es decir, disposición y ordenación
de la inform ación, y 4) voliciones o disposición de la inform a­
ción con vistas a la ejecución de una acción. Por ejem plo, si
vamos a una fiesta tendrem os, entre otros, los siguientes
17
procesos mentales: percepciones acerca del lugar, sus m ue­
bles, alim entos y bebidas preparadas, las personas asistentes
y sus nom bres, etc., recordarem os algunos de los datos ante­
riores para su utilización posterior, form arem os creencias
sobre m ovim ientos en el lugar, así como sobre características
de los alim entos y bebidas, cualidades de la gente, etc. y,
tam bién, establecerem os planes y objetivos acerca de acciones
durante la fiesta o con m otivo de la fiesta.
2. Raíces antiguas en el estudio de la mente
Com o todos los tem as de im portancia, el asunto de la
m ente ya fue preocupación desde los tiem pos antiguos. Por
supuesto, entre los filósofos griegos podem os encontrar doc­
trinas de interés al respecto. La existencia de razón en los
seres hum anos, ju n to con ciertas ideas religiosas, condujo a
los griegos a establecer una teoría del alm a (psique).
Los dos principales filósofos de Grecia, Platón y A ristóte­
les, sostuvieron puntos de vista de influencia a lo largo de la
historia al tiem po que enfrentados.
Platón (428-347) distinguió tres partes en el alm a hum a­
na. Por un lado, el alm a racional, caracterizada por su capa­
cidad para pensar y para contem plar las Ideas (arquetipos
eternos de las cosas). Por otro lado, el alm a irascible, dotada
de los sentim ientos nobles, tales com o la am bición o la valen­
tía. Finalm ente, el alm a concupiscible, dotada con los senti­
m ientos inferiores, com o el placer o el instinto sexual. Para
Platón se trata de tres partes que constituyen una unidad. Por
ejem plo, en la obra platónica Fedro estas tres partes se
com paran al conjunto form ado por un auriga (alm a racional)
y los dos caballos (alm as irascible y concupiscible) de su biga,
los cuales ejecutan un esfuerzo único.
Pero en otros textos de Platón el alm a auténtica es el
alm a racional (por ejem plo en el Fedón), que adem ás es
inm ortal. Tal alm a racional tiene que actuar sobre el m undo
sensible, pero es enteram ente diferente de él. A sí pues, Platón
ha defendido un dualism o de cuerpo y alm a, que tuvo gran
influencia en el m undo cristiano.
18
A su vez, Aristóteles (384-322), en su obra De Anima,
concibe el alm a (psique) com o principio de la vida. En conse­
cuencia hay tantos tipos de alm a com o tipos de vida. En
prim er lugar, tenem os el alma vegetativa, propia de las
plantas, que es principio de crecim iento y de nutrición. En
segundo lugar, tenem os el alma sensitiva, propia de los
animales, dotada de las potencialidades de las plantas más
las capacidades de m ovim iento y percepción. Y finalm ente
tenemos el alma intelectiva, propia de los hom bres, que añade
a las potencialidades de los anim ales la razón, tanto teorética
como práctica.
Para Aristóteles todos los seres vivos tienen un alm a, con
lo que defiende cierto panpsiquism o. Por otra parte, el alm a la
entiende com o form a del cuerpo, que es a su vez m ateria del
alma, dentro de su concepción general hilem órfica. Por ello
para este filósofo griego la psicología es una ram a de la
biología. Sin em bargo, en De generatione animalium, señala
que el alm a inteligente ( nous) puede ser “separable” del
cuerpo. En todo caso, frente al dualism o de Platón, Aristóteles
sostiene preferentem ente un m onism o de cuerpo y alm a. Para
él, las facultades psicológicas son poderes de los cuerpos y en
los cuerpos.
Este breve exam en de las concepciones platónica y aristo­
télica nos m uestra que ya desde tiem pos antiguos aparecen
las dos posturas básicas acerca del problem a m ente-cuerpo, a
saber, dualism o y m onism o.
3. El punto de partida clásico: Descartes
Aunque desde la G recia Antigua hasta el siglo xvn distin­
tos autores han sostenido doctrinas acerca del alma y de su
relación con el cuerpo, es D escartes el filósofo que planteó en
toda su crudeza y dificultad el problem a m ente-cuerpo, de tal
manera que sus consideraciones son calificadas com o el punto
de partida clásico en filosofía de la mente. En un capítulo
posterior exam inarem os en detalle las teorías cartesianas al
respecto, lim itándonos de m om ento a presentar su plantea­
miento general.
19
René D escartes (1596-1650) estableció la radical distin­
ción entre pensam iento, atributo de la m ente, y extensión,
atributo del cuerpo, y al m ism o tiem po sostuvo que el pensa­
m iento carecía de extensión. Esta radical distinción im plica
dos espinosos problem as. Por un lado, el dualism o claro sobre
m ente y cuerpo conduce al problem a de la explicación psicoló­
gica, es decir, a la posibilidad de una explicación de los
procesos m entales que debe ser enteram ente diferente de la
explicación física. En segundo lugar, el dualism o m entecuerpo plantea un conjunto de enigm as acerca de la relación
entre m ente y cuerpo, lo cual constituye propiam ente el
problem a m ente-cuerpo. Q uiero decir que el problem a m e n t e -.
cuerpo no se plantea si no se sostiene algún tipo de dualism o
m ente-cuerpo o, lo que es lo m ism o, que aquél no existe si
tam poco se da el segundo.
Pues bien, am bos problem as, la explicación psicológica y
la relación m ente-cuerpo, están situados en el núcleo de la
tem ática de la filosofía de la m ente y, por ello, Descartes es
considerado el punto de partida clásico.
4. La posibilidad histórica de una filosofía de la
mente basada en la ciencia: el comienzo de la
psicología científica
Posteriorm ente a Descartes tam bién podem os encontrar
doctrinas sobre la m ente, com o las de Spinoza o Leibniz, pero
sólo el nacim iento de la psicología experim ental hizo posible
un tratam iento científico de los procesos m entales y, por
tanto, una filosofía de la m ente basada en consideraciones
científicas.
Debe quedar claro que aquí, com o en otros terrenos
filosóficos, son realizables dos filosofías de corte bien distinto.
Por un lado, la filosofía de la m ente como una em presa ente­
ram ente especulativa, condicionada por ideas religiosas o por
prejuicios m aterialistas o animistas. Y por otro lado, una fi­
losofía de la m ente com o un conjunto de hipótesis basadas en
datos científicos, no condicionada por religión o prejuicio al­
guno. Indudablem ente es el segundo tipo de filosofía de la
20
mente el que m erece respeto y estudio. Por ello es muy im ­
portante reseñar cóm o y cuándo surge la psicología científica.
Los datos históricos relevantes son la creación en 1874
del laboratorio de W ilhelm W u n dty en 1876 del laboratorio de
W illiam Jam es. W undt (1832-1920) es reconocido como el
fundador de la psicología experim ental; su obra Grundzüge
der physiologischen Psychologie (1873-1874) fue de hecho el
prim er libro de texto de psicología científica, y el laboratorio
que estableció en Leipzig fue el prim er laboratorio de psicolo­
gía. A su vez, Jam es (1842-1910) fue anim ado en sus estudios
de psicología fisiológica por el conocim iento de la labor de
W undt m ientras visitaba Alem ania, estableciendo su propio
laboratorio (peor dotado que el de W undt) en Harvard. Así
pues, a fines del siglo xjx la psicología se constituye como
ciencia, saliendo del ám bito de la filosofía. La filosofía de la
mente, desde entonces, ha de ser tam bién una filosofía de la
psicología.
5. El desarrollo de la filosofía de la mente
La filosofía de la m ente, basada ya en los avances cientí­
ficos de la psicología, se desarrolla con fuerza durante el siglo
xx a través del Círculo de V iena y de la filosofía analítica.
El neopositivism o o Círculo de Viena, com o es sabido, fue
fundado por M oritz Schlick (1882-1936) en 1928, en la ciudad
de Viena, cuando se constituye la Sociedad E m s t M ach y
Schlick es nom brado su presidente. Este notable físico y
filósofo agrupó en to m o a él a varios pensadores de indudable
m érito y preparación científica y filosófica. Entre ellos destaca
R u dolf Carnap (1891-1970), quien se ocupó, entre otros m u­
chos tem as, de filosofía de la m ente, en particular en su
artículo Psychologie in physikalischer Sprache (1932-33).
Carnap defendió la reducción de la psicología a la física,
dentro del fisicalism o general que propuso, es decir, la cons­
titución de un lenguaje científico universal reducido al len­
guaje propio de la ciencia física. Por otra parte, para los
neopositivistas la filosofía de la m ente no era sino un aspecto
de la filosofía de la ciencia.
21
Dentro de la filosofía analítica cabe destacar, en primer
lugar, la obra de Bertrand Russell (1872-1970) TheAnalysis o f
Mind (1921). En este libro Russell, además de examinar los
principales conceptos psicológicos con gran agudeza, sostuvo
su doctrina del m onismo neutral; según ella, la mente y la
materia no son dos tipos radicalm ente diferentes de entidades,
sino que ambas están construidas a partir de una m ism a estofa
o material. El carácter m etafísico de tal conjetura ha hecho del
m onismo neutral una pieza de m useo sin vigencia actual.
M ucho m ayor interés tiene la obra de G ilbert Ryle (19001976) titulada The Concept o f Mind (1949), que estudiarem os
en detalle más adelante. De m om ento direm os que en este
trabajo Ryle se enfrenta decididamente al dualismo cartesiano,
denunciándolo com o un error categorial del lenguaje. Esta
obra de Ryle constituye una obra clásica en la filosofía de la
m ente y su discusión es inevitable.
Tam bién son de gran im portancia los estudios de Ludwig
W ittgenstein (1889-1951) acerca de filosofía de la m ente. Este
tema, ju n to con la filosofía de la m atem ática, ocuparon los
esfuerzos intelectuales del filósofo vienés durante la segunda
época de su actividad filosófica (segundo W ittgenstein). Su
obra más destacada al respecto es Philosophische Untersuchungen (1953). Aunque su publicación fue postum a, W itt­
genstein había revisado toda la obra y la había dejado prácti­
cam ente lista para ser publicada, cosa que no ocurre con los
dem ás trabajos póstum os de este autor. Adem ás, las ideas de
W ittgenstein sobre filosofía de la m ente ya eran conocidas por
sus discípulos antes de la publicación de la citada obra.
En todo caso, y esto es lo que interesa a nuestra breve
historia, lo cierto es que en torno a 1950 es cada vez más usual
hablar de la filosofía de la m ente com o una actividad y
disciplina filosófica diferenciada, gracias en particular a las
contribuciones de Ryle y de W ittgenstein.
6. Temas principales de la filosofía de la mente
Al señalar los tem as de la filosofía de la m ente, debemos
distinguir, y ésta es una de las tesis básicas de este libro, entre
22
lo que ha sido a lo largo de su historia la filosofía de la m ente
(desde sus m om entos incipientes hasta 1977) y lo que es
actualmente la filosofía de la m ente (desde 1977) dentro del
marco de las ciencias cognitivas. Es decir, debem os distinguir
entre la filosofía de la m ente anterior al desarrollo de las cien­
cias cognitivas y lo que llam aré la nueva filosofía de la mente.
Tradicionalm ente la filosofía de la m ente ha sido, en sus
mejores m om entos, filosofía de la psicología. D esde este punto
de vista, son tres los tem as generales de la filosofía de la
mente, enum erados sin orden de prelación: 1) análisis de la
explicación psicológica, 2) estudio de la naturaleza de los
procesos m entales, y 3) el problem a m ente-cuerpo.
En efecto, y en prim er lugar, la filosofía de la m ente en
cuanto aspecto de la filosofía de la ciencia se ocupa de analizar
las peculiaridades de la explicación en psicología distinguién­
dola, si hay lugar a ello, de la explicación en otras ciencias, en
particular en la ciencia física.
En segundo lugar, la filosofía de la m ente considera la
naturaleza y características de los procesos m entales, ya
tom ados globalm ente o bien analizando sus diferentes clases.
Esta tarea se ha cum plido con dos estilos o form as distintas.
Por un lado, análisis de los conceptos psicológicos tal com o se
presentan y funcionan en el lenguaje ordinario o tam bién tal
como los utiliza la llam ada psicología popular (es decir,
nuestro conocim iento ordinario de la conducta y m otivaciones
de las personas). P or otro lado, estudio de los fenóm enos
psicológicos a la luz de los descubrim ientos de la psicología
científica.
Finalm ente, la filosofía de la m ente aborda el problem a
clásico de la posible distinción entre m ente y cuerpo y, en caso
positivo, de la relación entre procesos m entales y procesos
corporales. Las soluciones fundam entales actuales, com o ten­
dremos ocasión de analizar en detalle, son la teoría de la
identidad entre procesos m entales y procesos cerebrales (m a­
terialism o), el dualism o o distinción radical entre lo m ental y
lo físico, el em ergentism o (que sostiene que aunque lo m ental
no es independiente de los procesos cerebrales tam poco se
reduce a éstos) y el funcionalism o, que define los procesos
23
m entales com o ciertas funciones realizables (tam bién) por los
cerebros.
Sin em bargo, cabe hablar de la nueva filosofía de la
mente, encuadrada en el ám bito de las ciencias cognitivas.
Dicho de m odo rápido, las ciencias cognitivas constituyen un
campo de investigación interdisciplinar cuyo tem a aglutinador
es el estudio del fenóm eno de la cognición, tanto en seres
humanos como en animales y en m áquinas. En este estudio
están interesadas básicam ente la psicología de orientación
cognitiva y la inteligencia artificial, pero tam bién la lingüísti­
ca, la neurociencia, la inform ática y la lógica. Aunque hay
antecedentes en la constitución de este nuevo cam po de inves­
tigación, podemos considerar que las ciencias cognitivas se
consolidan definitivam ente cuando en 1977 se crea la revista
Cognitive Science, seguida dos años más tarde de la primera
reu n ión de la C og n itiv e S cien ce S ociety en La J o lla
(California).Tras la consolidación de las ciencias cognitivas, la
filosofía de la m ente recibe nuevo im pulso y nueva orientación.
La nueva filosofía de la m ente, según entiendo, debe
trabajar en tres niveles distintos: 1) com o filosofía de las
ciencias cognitivas, 2) com o nueva teoría del conocim iento, y
3) com o sem ántica filosófica. En cuanto al prim er nivel, la
filosofía de la m ente ya no es solam ente filosofía de la psico­
logía sino tam bién de la inteligencia artificial, siendo aquí su
tem a central la elucidación de la naturaleza de la m ente en
general y la discusión de la m ente hum ana, la m ente anim al
y las m entes m ecánicas. A su vez, en cuanto nueva teoría del
conocim iento, contrapuesta a la vieja teoría m etafísica del
conocim iento, su tem a central es el fenóm eno de la cognición
en sus diferentes aspectos y variantes. Finalm ente, como
sem ántica filosófica debería denom inarse teoría de la repre­
sentación, ocupándose del análisis de los sentidos, significa­
dos y referencias. Si en el prim er nivel la filosofía de la mente
es parte de la filosofía de la ciencia y en el segundo nivel es la
nueva filosofía del conocim iento, en este tercer nivel la filoso­
fía de la m ente es parte de la filosofía del lenguaje.
24
2
El problema res cogitans-res
extensa en Descartes
1. El contexto metafísico del problema
René Descartes (1596-1650), en sus Principia Philosophiae (1644), establece una definición de substancia en térm i­
nos m uy exigentes, ya que dice que cuando concebim os la
substancia concebim os únicam ente una cosa (res) que existe
de tal m anera que no tiene necesidad más que de sí m ism a
para existir. A sí pues, para D escartes la substancia se carac­
teriza por la autosuficiencia, por ser una entidad radical. Por
ello no resultará extraño que Spinoza, siguiendo a D escartes,
sostenga que sólo Dios es substancia puesto que sólo la
realidad divina posee auténtica autosuficiencia.
Ahora bien, en la filosofía cartesiana la substancia tiene
atributos y tiene m odos, siendo los prim eros propiedades
esenciales y siendo los segundos propiedades accidentales
(color, form a, etc.). Por otro lado, aparte de la substancia
infinita o Dios, existen según D escartes dos tipos de substan­
cias, am bas finitas, que son la res cogitans y la res extensa. La
primera se caracteriza por su atributo o propiedad esencial
que es el pensam iento, careciendo en cam bio de extensión. La
res cogitans no ocupa lugar alguno y es sim ple, sin partes, y no
es sino la m ente. A su vez, la res extensa tiene com o atributo
o propiedad esencial la extensión, ocupa un lugar y es com ple­
ja, con partes, y no es sino el cuerpo.
Dada la radical oposición establecida por Descartes entre
los atributos de pensam iento y de extensión, existe tam bién
25
una radical oposición entre las m entes y los cuerpos, caracte­
rizados respectivam ente por tales atributos. Surge así el
problem a res cogitans-res extensa , es decir, la dificultad de
establecer relaciones entre m entes y cuerpos en virtud de su
disparidad com o substancias. Tal problem a, según Descartes,
sólo surge en los seres hum anos, ya que los anim ales y las
m áquinas no tienen m ente. Para este filósofo la evidencia de
que algo tiene m ente es su posesión de lenguaje, pero anim a­
les y m áquinas carecen de lenguaje. U n discípulo de Descar­
tes, G erauld de Cordem oy (1626-1684), en su obra Discours
physique de la parole (1677), va aún m ás lejos al sostener que
el lenguaje es la propiedad específica de los seres hum anos.
Así pues, el problem a res cogitans-res extensa consiste en
la dificultad de explicar la posibilidad y la realidad de las
relaciones entre la m ente y el cuerpo hum anos, dada la radical
oposición entre am bos tipos de realidades. El m ism o D escar­
tes señala que la propia experiencia plantea tal problem a, ya
que tenem os sensaciones, sentim ientos y apetitos (de ham ­
bre, sed, etc.) que no pertenecen ni sólo a la m ente ni sólo al
cuerpo, sino a la unión entre cuerpo y m ente. En consecuencia,
y ateniéndonos a las distinciones m etafísicas cartesianas,
tenem os un dualism o radical entre mente y cuerpo, ju n to con
la necesidad de explicar las relaciones entre cuerpo y m ente
en el ser humano.
2. El hombre como res cogitans
Las dificultades se hacen m ayores al encontrar textos
cartesianos en los que se asevera que nosotros nos conocem os
com o m entes, com o res cogitans. En efecto, en el Discours de
la méthode (1637), Descartes dice que conoce que él es una
substancia cuya esencia o naturaleza entera no es sino pensar
y que para ser no tiene necesidad de ningún lugar ni depende
de ninguna cosa m aterial. M ás aún, sigue Descartes, el yo, es
decir el alma, por la cual es lo que es, es enteram ente distinta
del cuerpo, es m ás fácil de conocer que el cuerpo, y aunque éste
no existiese el alm a no dejaría de ser todo lo que es. Este texto,
en la cuarta parte del Discours, viene a continuación de la
26
tesis cartesiana de que la proposición “pienso, luego existo” es
el prim er principio de la filosofía. Por ello no es de extrañar la
reducción del yo al pensam iento.
En consecuencia, hay una distinción real entre la mente
y el cuerpo del hom bre, con lo que la relación entre m ente y
cuerpo hum anos se to m a aún m ás problem ática. Pero al
mismo tiem po, y puesto que el hom bre se conoce com o res
cogitans, el dualism o parece desvanecerse; cada ser hum ano
es únicam ente su alm a o m ente y su cuerpo es ajeno a él
mismo.
N o tengo especial interés en salvar a Descartes de esta
contradicción, a saber, que, por un lado, el hom bre es una
realidad dual de m ente y cuerpo m ientras que, por otro lado,
el hom bre es únicam ente su m ente, pero en todo caso parece
claro que el filósofo francés no puede establecer de modo
legítim o que el ser hum ano es solam ente m ente. En efecto, del
hecho de que Descartes, o cualquier otro hom bre, pueda
im aginarse com o reducido a su m ente no se sigue que el ser
hum ano sólo es res cogitans. Adem ás nuestro autor, en otros
textos, sostiene la interacción entre cuerpo hum ano y m ente
hum ana, con lo que se retom a el dualism o asum ido por
razones m etafísicas, e incluso en otros textos se habla de
cierta unión entre cuerpo y m ente, con lo que se m atiza el
dualismo. En suma, el dualism o cartesiano no es una tesis tan
clara com o pudiera parecer a sim ple vista.
3. Interacción entre mente y cuerpo humanos
El filósofo francés, en Les Passions de l’ ame (1649),
distingue tres tipos de procesos hum anos. En prim er lugar,
procesos corporales y m ecánicos, com o la digestión o los
reflejos m usculares, que sólo dependen del cuerpo. En segun­
do lugar, procesos en los que colaboran cuerpo y m ente, tales
como las sensaciones, sentim ientos o el conocim iento de otros
cuerpos. Y finalm ente, procesos que sólo dependen de la
mente, com o la percepción de las ideas claras y distintas. Por
tanto, la relación entre m ente y cuerpo hum anos se plantea en
el segundo tipo de procesos del hom bre, no en todos los
27
procesos, habiendo, podem os decir, algunos estrictam ente
corporales y otros que son propiam ente mentales.
En la Antigüedad, Aristóteles pensaba que el corazón era
la sede de la m ente m ientras que Hipócrates ya había defen­
dido que el cerebro era el lugar de la m ente; posteriorm ente
Galeno (siglo n después de Cristo) siguió el punto de vista de
Hipócrates y sostuvo adem ás que los nervios eran conductos
huecos por los que fluyen los spiritus animales (una especie de
soplos de anim ación o activación) pasando m ensajes entre el
cerebro y los m úsculos.
D escartes m antuvo la teoría de los spiritus animales e
insistió en la im portancia del cerebro. De hecho la teoría de los
spiritus animales fue sustentada hasta el siglo xvm, cuando
Luigi Galvani (1737-1798) descubrió la naturaleza eléctrica
de la transm isión nerviosa.
Para Descartes, lam ente, aunquees incorporal, interactúa
con el cuerpo hum ano en la glándula pineal. Tal órgano
(tam bién llam ado epífisis) se encuentra en el centro del
cerebro m edio y cabe pensar que nuestro filósofo le atribuyó el
papel de punto de encuentro entre la m ente y el cuerpo
hum anos a causa de su posición central en el cerebro y porque,
erróneam ente por cierto, Descartes creía que los anim ales no
tenían glándula pineal. (Hoy día no se atribuye un papel
preem inente a la glándula pineal, aunque se cree que tiene
que ver de algún m odo con la regulación sexual).
Así pues, según D escartes, es en la glándula pineal donde
los spiritus animales son m ovidos por la m ente y a su vez la
m ente es influida por tales spiritus. Tal com o dice en Les
Passions de l’ &me, estos espíritus anim ales son las partes más
vivas y m ás sutiles de la sangre, las cuales entran en las
cavidades del cerebro, llegan hasta los nervios y m ediante
éstos hasta los m úsculos, de tal m anera que m ueven el cuerpo
de todas las m aneras que puede ser movido. Por tanto,
Descartes presenta al cuerpo y a la m ente hum anos com o dos
entidades que, aunque distintas, se influyen entre sí, ofre­
ciendo así un dualism o interaccionista.
28
4. La unión del cuerpo con la mente
A pesar de la distinción, por razones m etafísicas, entre
m ente y cuerpo hum anos, D escartes defendió asim ism o la
unión entre ellos, esto es, que la m ente está unida a todo el
cuerpo. Tal tesis evidentem ente contraría las consideraciones
anteriores, ya que de la interacción entre m ente y cuerpo en
la glándula pineal pasam os a la doctrina, de abolengo escolás­
tico, de la unión entre cuerpo y mente.
Esta tesis aparece en las Meditationes de Prima Philosophia (1641), donde dice que la naturaleza le enseña que no
está solam ente alojado en su cuerpo, com o un piloto en su
navio, sino que está tan estrecham ente y de tal m anera
confundido y m ezclado con su cuerpo que com pone com o un
solo todo con él; e incluso habla explícitam ente de la unión y
com o m ezcla del espíritu con el cuerpo. En esa m ism a obra, en
respuesta a una objeción de Arnauld, Descartes declara que el
espíritu y el cuerpo son substancias incom pletas en relación
con el hom bre que com ponen, aunque espíritu y cuerpo consi­
derados por separado son substancias com pletas. Desde este
punto de vista podríam os decir, en una tentativa por aclarar
la filosofía cartesiana, que m ente y cuerpo serían distintos
considerados abstractam ente pero que están unidos conside­
rados realm ente en el ser humano. Sin em bargo, entonces la
substancia no sería ni el cuerpo ni la m ente sino el propio ser
humano. En todo caso, aquí la distinción res cogitans-res
extensa es dism inuida, ya que en el hom bre am bas substan­
cias se necesitan entre sí para com poner el hom bre. Con ello
el dualism o m etafísico entre res cogitans y res extensa es
reducido al analizar la com posición del ser humano.
Para m ayor confusión, en Les Passions de Vame, Descar­
tes afirm a sucesivam ente, en los artículos 30 y 31, que el alma
está unida a todas las partes del cuerpo conjuntam ente y,
tam bién, que el alm a ejerce sus funciones de m odo particular
en la glándula pineal.
En conclusión, el dualism o cartesiano no es una tesis
clara, ya que Descartes sostiene respecto del asunto tres
posturas distintas: radical distinción entre cuerpo y m ente
29
hum anas, al tiem po que interacción entre am bos (dualism o
fuerte interaccionista), reducción del hom bre a su m ente
(m onism o espiritualista) y unión estrecha entre cuerpo y
m ente hum anas (m onism o anim ista o hilem orfism o).
De todas form as, los principales errores de D escartes en
filosofía de la m ente son los tres siguientes. En prim er lugar,
al concebir la m ente com o una substancia, dejó la cuestión en
el terreno abstracto de la m etafísica, no estim ulando la
necesaria investigación em pírica. En segundo lugar, su idea
de que una realidad extensa no puede pensar contraría la
evidencia em pírica de que el cerebro, que es extenso y real,
efectivam ente piensa. Y finalm ente, Descartes rechazó la
posibilidad de una m ente m ecánica, ya que el ám bito del
m ecanicism o se reduce a los cuerpos extensos y las m entes no
son extensas, y sin em bargo hoy en día tenem os la evidencia
em pírica de m áquinas que piensan (com o los ordenadores que
juegan al ajedrez).
30
3
La crítica de Ryle al mito de
Descartes
1. El mito cartesiano
En 1949 G ilbert R yle(1900-1976), filósofo analítico del
grupo de Oxford, publicó un libro, The Concept ofM ind , que
supuso un fuerte im pulso a la filosofía de la mente.
En esta obra, Ryle sostiene que Descartes dejó com o
legado la teoría que defiende el dualism o entre m ente y
cuerpo. Tal teoría, a los ojos del filósofo inglés, constituye una
especie de doctrina oficial, que está incorporada en el lenguaje
y que deriva asim ism o de los teólogos escolásticos y de la
Reforma. M ás aún, tal dualism o cartesiano es un dualismo
popular. Según tal dualism o, el cuerpo es espacial y observa­
ble, sujeto a las leyes m ecánicas, m ientras que la m ente no es
espacial ni observable (sino privada), siendo independiente de
las leyes de la mecánica.
En cada hom bre hay, según el dualism o cartesiano, dos
historias paralelas: la historia física y pública del cuerpo, y la
historia privada y no-física de la mente. O dicho de otro modo,
en cada hom bre hay una existencia física y una existencia
mental. En consecuencia, insiste Ryle, las conexiones entre
los episodios de la vida privada y los episodios de la vida
pública son m isteriosas. Tal teoría cartesiana es denom inada
por Ryle “el dogm a del fantasm a en la m áquina” (es decir, la
m ente inobservable en la m áquina del cuerpo), y adem ás
constituye un “m ito filosófico” , el mito cartesiano.
Com o prim eras observaciones a los cargos de Ryle contra
31
D escartes podem os señalar lo siguiente. Para em pezar, es
m uy notable que las aseveraciones del filósofo inglés acerca
del filósofo francés no van acom pañadas de cita alguna de las
obras cartesianas, lo cual hace sospechar que se trata de
inventar un autor m ás que de estudiarlo. En segundo lugar,
y tal com o hem os visto, cuando D escartes propone el dualism o
(y no es su única postura) tal dualism o es interaccionista y no
se trata de un paralelism o (tal com o, en cam bio, encontram os
en Leibniz). En tercer lugar, Descartes rechaza explícitam en­
te la tesis del “fantasm a en la m áquina”, al decir literalm ente
que el alm a no está alojada en el cuerpo com o un piloto en su
navio. Y finalm ente, en últim a instancia, tal com o verem os
más adelante, el ataque de Ryle a Descartes es contra el
m entalism o, es decir, contra la tesis de que los procesos
m entales son internos y privados, no necesariam ente m ani­
festados en la conducta; con ello Ryle se m ostrará m uy
próxim o a la psicología conductista, defendiendo un conductism o filosófico.
2. El dualismo cartesiano como un error
categorial
Para G ilbert Ryle la filosofía es el esfuerzo para sustituir
hábitos categoriales (inapropiados) por una disciplinada categorización. Tal concepción de la filosofía se enm arca en el
ám bito de la filosofía analítica com o filosofía lingüística o,
más exactam ente, dentro de la consigna del segundo W ittgenstein de reordenar el uso del lenguaje.
En efecto, para nuestro autor hablar de la m ente como
algo diferente del cuerpo y al m ism o tiem po sem ejante a él en
cierto sentido es un error categorial. El dualism o cartesiano,
según Ryle, considera que, como el cuerpo hum ano es una
unidad com pleja organizada, la m ente hum ana tam bién debe
ser una unidad com pleja organizada, aunque constituida por
elem entos y estructura diferentes. Es decir (aclarando el
punto de vista ryleano) Descartes creería que la m ente es
distinta del cuerpo pero som etida a causas y efectos al igual
que el cuerpo. Los ejem plos de Ryle intentan aclarar el error
32
categorial de, digam os, tom ar a la m ente com o otro tipo de
cuerpo aunque diferente del cuerpo.
Supongam os que un extranjero visita O xford por prim e­
ra vez y se le m uestran los colleges, bibliotecas, cam pos de
deporte, m useos y oficinas adm inistrativas, y, tras todo ello,
pregunta dónde está la Universidad de Oxford. Entonces
debem os explicarle que la Universidad no es un edificio más,
com parable a los que ya ha visto, sino la m anera en que todo
lo que ha visto se encuentra organizado. Tal extranjero
com ete el error categorial de confundir la Universidad con
algún edificio aún no visto del tipo de los edificios que ha visto.
Asim ism o com ete error categorial el niño que observa el
desfile de una división y que, tras señalársele los batallones,
baterías y escuadrones, pregunta cuándo va a desfilar la
división, suponiendo (erróneam ente) que la división es sim i­
lar a las unidades que ha visto pasar aunque diferente de
ellas. Entonces se le m ostraría su error diciendo que al ver
pasar los batallones, baterías y escuadrones ya estaba viendo
desfilar la división.
Análogam ente, podem os añadir para aclarar la exposi­
ción de Ryle, es un error categorial creer que la m ente es algo
tan substancial com o el cuerpo aunque distinto del cuerpo.
Para el filósofo inglés, los procesos m entales no son realidades
fantasm agóricas que existen separadam ente del cuerpo, pero
los procesos m entales tam poco son exactam ente procesos
corporales (al igual que la Universidad no existe al m argen de
sus edificios pero tam poco es un edificio más). Com o verem os
a continuación, para Ryle los procesos m entales son disposi­
ciones a la conducta.
En esta línea de argum entación del error categorial
nuestro autor extrae algunas consecuencias. En prim er lugar,
la tradicional oposición entre m ente y m ateria queda diluida,
aunque de un m odo distinto a com o se la diluye en las tam bién
tradicionales reducciones de la m ateria a la m ente o de la
mente a la m ateria. En segundo lugar, queda claro que tanto
el idealism o (que reduce el m undo m aterial a procesos y
estados m entales) com o el m aterialism o (que reduce los pro­
cesos m entales a estados y procesos físicos) son respuestas
33
inadecuadas. Nos convendrá recordar esta oposición de Ryle
al m aterialism o.
3. La naturaleza de los procesos mentales
Para G ilbert Ryle la expresión “m i m ente” no se refiere a
órgano alguno, es decir, no existe un órgano especial (corporal
o incorporal) que podam os denom inar “m ente” . En todo caso
no siem pre es posible evitar el uso de la palabra “m ente” , pero
cuando se nos exige pureza lógica debem os seguir, según
nuestro autor, el ejem plo que nos ofrecen los novelistas,
biógrafos y escritores de diarios personales, quienes hablan
de personas que hacen o experim entan cosas. A sí pues, de
algún m odo la palabra “persona” puede sustituir a la palabra
“m ente”. Sin em bargo, lo definitivo para Ryle es que mi m ente
quiere decir mi aptitud y disposición a hacer determ inado tipo
de cosas, y no significa una especie de aparato personal sin el
cual no podría hacerlas.
Por tanto, podem os com entar, la m ente no es una subs­
tancia sino que la m ente son procesos m entales, y esto es
correcto tal como señalé en el principio de este libro. Pero
adem ás, para nuestro autor, los procesos m entales no son
propiedades actuales sino disposiciones para la conducta, y
aquí encontrarem os problemas.
Para Ryle, no todas las disposiciones son relevantes
cuando pretendem os hablar acerca de la mente. Los térm inos
disposicionales (significativos de disposiciones) que nos con­
ciernen son, en prim er lugar, aquellos apropiados para la
caracterización de seres humanos. M ás aún, la clase relevan­
te de térm inos disposicionales es todavía m ás lim itada, ya que
se refiere a aquellos térm inos apropiados para caracterizar
aspectos de la conducta hum ana que exhiben cualidades de
intelecto y de carácter. N o nos interesan, pues, reflejos que
pudieran ser peculiares de los hom bres ni elem entos fisiológi­
cos propios de la anatom ía hum ana. A sí pues, debem os seña­
lar que, en Ryle, la m ente es excluida de los anim ales (y a
fortiori de las m áquinas), al igual que ocurría en Descartes,
siendo referida a capacidades hum anas en relación con la
34
conducta inteligente y con la conducta moral, no con la
conducta en general.
Expresando la m ente disposiciones a la conducta inteli­
gente o m oral, debem os caracterizar antes los térm inos dispo­
sicionales en sentido am plio, tal com o hace este filósofo.
Ejem plos de térm inos disposicionales son “frágil” o bien “so­
luble”. Cuando decim os que un objeto de vidrio es frágil no
pretendem os que en un m om ento dado tal objeto deba rom per­
se, ya que puede ser frágil sin que se haya roto; lo que
querem os decir es que si alguna vez tal objeto es golpeado
entonces se hará añicos. Asim ism o, cuando decim os que el
azúcar es soluble querem os indicar que si sum ergim os un
trozo de azúcar en un líquido entonces se disolverá. Por tanto,
poseer una propiedad disposicional (disposición) no consiste,
señala Ryle, en encontrarse en un estado particular o experi­
m entar determ inado cam bio, sino ser susceptible de encon­
trarse en un estado particular o de experim entar un cam bio
cuando se cum ple cierta condición. A sí pues, a estas alturas
podem os precisar que según el filósofo inglés los procesos
m entales no son estados conductuales ni cam bios corporales,
sino disposiciones a la conducta.
D ejando los ejem plos generales de térm inos disposicio­
nales, podem os seguir a Ryle en un ejem plo ya específicam en­
te psicológico. Considerem os el talento de un payaso. Tal
talento se m uestra en su com portam iento visible, porque es el
ejercicio de una habilidad. Ahora bien, una habilidad no es un
acto, con lo que, dice literalm ente nuestro autor, no es algo
observable ni tam poco no observable; pero esto no se debe a
que sea un acontecim iento oculto o fantasm al, sino a que no es
un acontecim iento. El talento del payaso es una disposición o
com plejo de disposiciones, y una disposición, añade Ryle, es
un factor de tipo lógico tal que no puede ser visto o no visto,
grabado o no grabado.
A sí pues, podem os com entar, los procesos m entales en
cuanto disposiciones se m anifiestan en la conducta, aunque
no aparecen por sí mismos. Pero, desde este punto de vista, no
podemos dejar de advertir el extraño carácter que a los
procesos m entales atribuye Ryle, ya que son entidades ni
observables ni no-observables.
35
En todo caso, nuestro filósofo intenta aclarar la natura­
leza de los procesos m entales com o disposiciones a la conducta
distinguiendo entre saber-que y saber-cóm o (knowing that y
knowing how). Tal distinción señala la diferencia entre he­
chos y disposiciones. En efecto, m ientras el saber-que se
refiere al conocim iento teorético, el saber-cóm o hace referen­
cia al conocim iento de reglas y criterios; pero el conocim iento
teorético es acerca de hechos, en cuanto que el conocim iento
de reglas y criterios supone disponer de un conjunto de
disposiciones. El saber-cóm o, dice Ryle, no es una disposición
simple, com o un reflejo o un hábito, sino que su actualización
com prende la observancia de reglas o cánones o la aplicación
de criterios. N uestro autor denuncia lo que califica de “leyen­
da intelectualista”, esto es, la creencia en la superioridad del
conocim iento teorético, o conocim iento acerca de hechos, so­
bre el saber-cóm o. Pero adem ás, añade, cuando se predican de
una persona epítetos psicológicos tales com o astuto, tonto,
prudente o im prudente, no se le atribuye conocim iento o
ignorancia de alguna verdad sino la habilidad o ineptitud
para hacer cierto tipo de cosas.
Así pues, según Ryle, al ir m ás allá del com portam ien­
to m ism o no está tratando de aprehender un com portam iento
oculto que es la contrapartida del prim ero y que acaece en un
escenario secreto de la vida interna del sujeto, sino que
considera las aptitudes e inclinaciones (en sum a, disposicio­
nes) de las cuales su conducta es una actualización. H ablar de
la m ente de una persona, dice este autor, no es hablar de un
depósito en el que se pueden alojar objetos que nos está
prohibido alojar en otro depósito llam ado “m undo físico”; es
más bien hablar de las aptitudes, debilidades y propensiones
de esa persona para hacer y padecer determ inados tipos de
cosas en el m undo de todos los días.
En resum en, podem os decir, para Ryle los procesos m en­
tales no son procesos conductuales aunque están m anifesta­
dos en la conducta. Sin em bargo, subsiste el problem a de
señalar la ubicación de las disposiciones, ya que nuestro autor
no considera en m odo alguno el papel del cerebro o del sistem a
nervioso en general. Y adem ás, en cuanto a la contraposición
36
entre conocim iento teorético y disposiciones, Ryle no puede
tom arla com o ilustrativa de la naturaleza de los procesos
m entales, so pena de negar que teorizar es un proceso mental.
4. El antimentalismo en la postura de Ryle
El objetivo últim o de la filosofía de la m ente de G ilbert
Ryle es elim inar el “m undo m ental” . Para él, no existen
“episodios privados” y a que éstos pertenecerían al fantasm a
en la m áquina, el cual resulta inadm isible. En consecuencia,
tam poco existe un acceso privilegiado de cada uno a su propia
m ente: en ninguno de los sentidos en que com únm ente apre­
ciam os si una persona sabe, o no, algo acerca de sí m ism a, es
necesario o útil postular un “acceso privilegiado” para expli­
car cóm o es que ha obtenido o podría haber obtenido tal
conocim iento. Llego a valorar, dice tam bién Ryle, la habilidad
y las tácticas de un ju g a d or de ajedrez observando su ju eg o y
el de otros jugadores, y el que yo m ism o sea el ju gad or no
m arca ninguna diferencia.
En esta línea antim entalista, el ñlósofo inglés condena la
introspección. Nos recuerda que la introspección se considera
un supuesto tipo de observación, consistente en la observa­
ción por cada persona de sus estados o procesos m entales en
cuanto escrutados deliberadam ente y con atención, con la
particularidad de que sólo el poseedor de tal estado o proceso
puede observarlo y de que tal observación es infalible. Para
Ryle, no existe tal percepción interna, distinta de la percep­
ción sensorial, por la sencilla razón de que no existen los
eventos internos que serían su objeto. Pero adem ás, tal
percepción interna, en caso de existir, requeriría que el
observador pudiera prestar atención a dos cosas al m ism o
tiem po, lo cual no es posible según nuestro autor; por ejem plo,
estaría a la vez atendiendo a un program a de preguntas y
respuestas y tam bién prestando atención a su acto de atender
al program a. Finalm ente, Ryle recuerda la objeción de David
H um e (1711-1776) al carácter infalible de la introspección:
algunos estados m entales no pueden ser escrutados fríam en­
te debido al hecho de que encontrarnos en ellos im plica estar
envueltos en ellos, tales com o los estados de pánico o de ira.
37
Estas críticas a la introspección, podem os comentar,
pasan por alto el hecho m ism o de la existencia de procesos de
introspección, que Ryle se vé obligado a aceptar de algún modo
al reducir la introspección a retrospección o recuerdo; pero
tam bién el recuerdo exige la existencia de eventos m entales
internos. El m alabarism o doctrinal de este autor le lleva a
perder el equilibrio cuando dice que los objetos de nuestras
retrospecciones, aunque personales, no es necesario que sean,
pero pueden serlo, aspectos privados. Por otra parte, es
posible atender a dos tareas al m ism o tiem po y, adem ás, la
caracterización de la introspección como infalible no es una
exigencia aceptable, con lo que no cabe argum entar en base a
la ausencia de infalibilidad.
El antim entalism o de Ryle es coherente con su simpatía
por el conductism o, la cual m aniñesta al final de su libro,
aunque declara que no ha tenido la ñnalidad de proponer a la
psicología una m etodología especial ni tam poco de criticar las
hipótesis de tal o cual ciencia. En un capítulo posterior
analizarem os el conductism o, pero podem os señalar ya que el
conductism o, fundado por John W atson (1878-1958) con la
publicación de su artículo “Psychology as the behaviourist
views it” (1913), sostiene que los datos psicológicos deben
referirse únicam ente a la conducta públicam ente observada
de los organism os vivos (incluidos los anim ales), desechando
la introspección y negando la existencia de una “vida m ental”
al m argen de la conducta. Ryle, a su vez, declara que el plan
m etodológico del conductism o ha tenido una influencia revo­
lucionaria para el plan de la psicología y, m ás aún, ha sido una
de las fuentes de la sospecha filosófica de que la teoría de los
dos m undos (físico y m ental) es un mito.
5. Conclusiones críticas
U na prim era conclusión acerca de la filosofía de la m ente
de Ryle es que nuestro autor no tiene en cuenta la psicología
científica. En efecto, él m ism o confiesa que a lo largo de su
libro ha dicho m uy poco acerca de la psicología, y que su obra
puede describirse com o un ensayo de psicología filosófica, no
38
de psicología científica. Los conceptos analizados, com o apren­
dizaje, intento, fingir, querer o estar perturbado, no son,
según Ryle, conceptos técnicos sino cotidianos. Su opinión
acerca de la psicología com o ciencia no es m uy alta, ya que
estim a que debe abandonarse la idea de que la “psicología” es
el nom bre de una investigación única o de un conjunto de
investigaciones íntim am ente conectadas, para aceptar que
denota una federación fortuita de investigaciones y técnicas.
Más aún, para Ryle la verificación de las aptitudes e inclina­
ciones m entales de una persona es un proceso inductivo que
no se lleva a cabo en el laboratorio o ayudados por métodos
estadísticos. En suma, tenem os aquí un caso de filosofía de la
m ente elaborada sobre el análisis del lenguaje cotidiano, y no
teniendo en cuenta la psicología científica.
Adem ás de este error de procedim iento, Ryle incurre en
otros errores de carácter doctrinal. En prim er lugar, el recha­
zo de los procesos internos constituye una renuncia a la
explicación de la conducta, ya que, com o resulta evidente
desde el punto de vista de la psicología cognitiva actual (de la
que nos ocuparem os al final de este libro), la conducta requie­
re una explicación en térm inos de los procesos internos que la
producen, ya sea una explicación específicam ente psicológica
o una explicación neurológica (si ésta llega a ser suficiente y
relevante). De hecho, Ryle no se m olesta en considerar el
papel del cerebro en los procesos m entales, siendo en este
punto inferior al propio Descartes a quien tanto critica.
En segundo lugar, tal com o pusim os de relieve, la natu­
raleza de los procesos m entales com o disposiciones a la con­
ducta no queda debidam ente aclarada, resultando extraño el
carácter de las disposiciones com o entidades que no son ni
observables ni no-observables.
Y finalm ente, frente a lo que parece la disyuntiva de Ryle,
es decir, dualism o o antim entalism o, no tenem os que elegir
exclusivam ente entre ambos. Es perfectam ente posible dejar
de lado el antim entalism o sin adoptar el dualism o cartesiano,
ya que si nos adherim os al m entalism o, adoptando un progra­
ma de investigación sobre las causas internas de la conducta,
no estam os obligados a abrazar el esplritualism o, ya que los
39
procesos internos pueden ser considerados incluso en su
totalidad procesos cerebrales (aunque sobre este punto nos
extenderem os en un capítulo ulterior).
40
4
Mentalismo y antimentalismo
en Wittgenstein
1. Wittgenstein y la filosofía de la mente
Ludw ig W ittgenstein (1889-1951) es sin duda uno de los
filósofos más originales e influyentes del siglo xx. Sus preocu­
paciones intelectuales fueron m uy am plias, desde la m etafí­
sica y la ética a la lógica y la m atem ática pasando por el
lenguaje y la psicología. Pero adem ás su honestidad intelec­
tual le llevó a una m arcada evolución en su pensam iento,
hasta el punto de que es legítim o (y habitual) hablar de un
primer W ittgenstein y de un segundo W ittgenstein para
indicar los dos períodos diferentes de su actividad filosófica.
Cada uno de estos períodos va unido a un libro distinto de
nuestro filósofo. El prim er W ittgenstein, en efecto, es el autor
del Tractatus logico-philosophicus (1921) m ientras que el
segundo es el autor de Philosophical Jnvestigations (1953),
obra aparecida tras su m uerte pero que él m ism o había
preparado y revisado para su publicación. Tam bién pueden
darse fechas para situar am bos períodos. El prim ero iría
desde 1912, cuando se incorpora com o estudiante al Trinity
College de Cam bridge, hasta 1921, cuando tras la publicación
del Tractatus abandona la actividad filosófica. A su vez, el
segundo período iría desde 1929, fecha en que W ittgenstein
(según su propio testim onio) volvió a escribir filosofía, hasta
1951, fecha en que falleció de cáncer.
En cuanto a una breve descripción del diferente conteni­
do filosófico de am bas fases del pensam iento de W ittgenstein
41
podemos resum irla como sigue. M ientras para el primer
W ittgenstein existe el lenguaje (en singular), con estructura
coincidente con la de la realidad, y m ás allá del lenguaje está
lo inefable, en cam bio para el segundo W ittgenstein existen
tantos lenguajes com o usos lingüísticos y las cuestiones filo­
sóficas (antes más allá del lenguaje) deben ser objeto de
descripción superadora del em brujo del lenguaje. M ientras el
prim er W ittgenstein influyó en el positivism o lógico, en cam ­
bio el segundo influyó en la filosofía analítica, en especial en
el llam ado grupo de Oxford (Austin, Ryle, Strawson,etc.).
Pues bien, el segundo W ittgenstein dedicó sus esfuerzos
intelectuales fundam entalm ente a la filosofía de la m atem á­
tica y a la filosofía de la mente. El m ism o, al final de Philosophical Investigations (obra en la que centrarem os nuestro
estudio), señala un paralelism o entre am bas disciplinas filo­
sóficas, al decir que es posible una investigación en conexión
con las m atem áticas que es enteram ente análoga a su inves­
tigación sobre la psicología, que tal investigación es tan poco
una investigación m atem ática com o la segunda es una inves­
tigación psicológica, y que podría m erecer el nom bre de
investigación sobre los fundam entos de la m atem ática. Es
decir, podem os com entar, que para W ittgenstein la filosofía
de la m ente no es psicología científica sino fundam entación
filosófica de la psicología.
La filosofía del segundo W ittgenstein posee dos caracte­
rísticas externas que dan razón de algunas peculiaridades de
sus doctrinas. En prim er lugar, una extraordinaria honradez
intelectual que le lleva a crear una nueva filosofía, sin preten­
der m antener o salvar las ideas del Tractatus, así com o a no
escam otear tem as o aspectos en el análisis de las expresiones
y conceptos psicológicos, por incóm odos que sean. En el
prefacio de las Philosophical Investigations, escrito en 1945,
nuestro autor nos dice que desde que ha com enzado de nuevo
a ocuparse en la filosofía se ha visto forzado a reconocer graves
errores en lo que escribió en su prim er libro. A su vez, la otra
característica externa de la filosofía del segundo W ittgenstein
es su constante duda acerca de las soluciones que encuentra,
lo cual da razón de lo m ucho que escribió sin llegar a publicarlo
42
y, asim ism o, de las vacilaciones y estilo adogm ático de sus
Philosophical Investigations, que com o ya hem os dicho él
mismo preparó para la publicación.
2. Filosofía de la mente y el argumento del
lenguaje privado
Una tentación frecuente y fácil es estudiar las doctrinas
de W ittgenstein en filosofía de la m ente ciñéndose a su
discusión contra la posibilidad de un lenguaje privado. Noso­
tros em pezarem os por ahí, ya que al hilo del argum ento de
W ittgenstein contra el lenguaje privado encontrarem os tesis
de interés, pero tam bién nos ocuparem os de otros argum entos
y consideraciones.
Es característico del segundo W ittgenstein la atención
que presta a lo que considera los diversos juegos lingüísticos
realm ente practicados por los seres hum anos. D icho rápida­
mente, un juego lingüístico (language-game, en alemán Sprachspiel) es un uso de un tipo de lenguaje. N uestro autor acuñó
este térm ino por la com paración constante que es posible
hacer, y él hace, entre ju egos lingüísticos y ju egos en general.
Ejemplos de ju egos lingüísticos, puestos por W ittgenstein,
son: dar órdenes y obedecerlas, describir la apariencia de un
objeto o dar sus m edidas, construir un objeto a partir de una
descripción (un dibujo), contar un suceso, especular acerca de
un suceso, form ar y com probar una hipótesis, presentar los
resultados de un experim ento en cuadros y diagram as, inven­
tar una historia y leerla, representar teatro, ju g a r al corro,
adivinar acertijos, hacer una brom a, contarla, resolver un
problem a en aritm ética práctica, traducir de un lenguaje a
otro, pedir, agradecer, m aldecir, saludar, rezar. Puede adver­
tirse que la noción de ju ego lingüístico es m uy am plia, ya que
incluye actividades específicam ente basadas en palabras (ora­
les o escritas), actividades donde las palabras son un com po­
nente m ás, e incluso actividades sin palabras que son expre­
sivas de algún m odo. Por tanto, el lenguaje se refiere en este
contexto a cualquier tipo de signos, m ientras que la noción de
juego lingüístico se refiere a cualquier uso de un tipo de signos.
43
A su vez, cada ju ego lingüístico supone una determ inada
conducta o com portam iento de quien lo juega, puesto que,
podem os decir, no nos com portam os de la m ism a m anera al
m aldecir que al rezar, al ordenar que al obedecer, etcétera.
Los ju egos lingüísticos interesan a W ittgenstein no en
cuanto a la descripción estática de sus elem entos sino en
cuanto a la observación dinám ica de sus reglas. Para él,
hablam os acerca de los fenóm enos del lenguaje espaciales y
tem porales, no acerca de un absurdo inespacial e intem poral,
pero hablam os acerca de ello tal com o lo hacem os acerca de las
piezas del ajedrez, al indicar sus reglas de ju ego, no al
describir sus propiedades físicas. A sí pues, la observación del.
uso del lenguaje no es sino una observación de sus reglas. Y
ju sto en este punto la noción fundam ental para W ittgenstein
es la noción de seguir una regla.
¿Qué es seguir una regla? En prim er lugar, seguir una
regla u obedecerla supone una obligación por parte del que la
sigue así com o un aprem io o fuerza por parte de la regla, de
modo que el que sigue la regla advierte que algo debe ser
hecho. En segundo lugar, una regla no es una invitación a una
acción aislada o a una persona determ inada, sino que tiene un
carácter m ás o m enos general, siendo algo repetitivo y com ­
partido socialmente. Y finalm ente, una regla puede resultar
dudosa en su aplicación, de tal m anera que al seguir una regla
podemos equivocarnos. M ás profundam ente, según W itt­
genstein, una regla es una praxis social y pública. En efecto,
en el parágrafo 202 de Philosophical Investigations nos dice
que obedecer una regla es una práctica y que creer que uno
está obedeciendo una regla no es (sin más, podem os añadir)
obedecer una regla; por ello, continúa, no es posible obedecer
una regla “privadam ente”, ya que de lo contrario creer que
uno está obedeciendo una regla sería lo m ism o que obedecerla.
En sum a, para seguir una regla no basta con creer que se la
sigue, sino que es preciso seguirla realm ente, y para ello debe
ser seguida públicam ente.
Con esta consideración se abre el debatido tem a del
rechazo por W ittgenstein de un lenguaje privado, así com o de
sus im plicaciones. Al respecto sostendrem os dos tesis: 1) el
44
carácter público de las reglas determ ina la propia publicidad
del lenguaje, y 2) W ittgenstein adm ite experiencias privadas
aunque no adm ite un lenguaje privado. En efecto, y respecto
de la prim era tesis, las reglas son, según W ittgenstein, insti­
tuciones, costum bres, en definitiva algo social y público, pero
no algo individual y privado; ahora bien, com o las reglas del
lenguaje determ inan el lenguaje o, m ás exactam ente, cada
ju eg o lingüístico está caracterizado por ciertas reglas, tal
carácter público de las reglas exige la publicidad del lenguaje;
en consecuencia, no existe un lenguaje privado que m erezca
llam arse lenguaje propiam ente dicho.
Respecto de la segunda tesis, nuestro autor adm ite el
carácter privado de nuestras experiencias, de tal m odo que,
por ejem plo, nuestras sensaciones no son com partidas por los
demás. Es indudable que si alguien golpea tanto a m í com o a
mi acom pañante, m i dolor no es el suyo ni el suyo es el m ío. Y
sin em bargo, cuando hablam os de dolor, al nom brarlo en un
lenguaje, ninguno de am bos resulta privilegiado. A sí pues,
m ientras las sensaciones, por ejem plo, son privadas, en cam ­
bio el lenguaje que las expresa es público y com partido. Para
W ittgenstein, la propia palabra “sensación” es una palabra de
nuestro lenguaje com ún, y no de un lenguaje privado que sólo
yo entienda. En resum en, nuestra experiencia privada se
expresa en un lenguaje necesariam ente público.
Al hilo del argum ento de W ittgenstein contra el lenguaje
privado, parece claro que para nuestro filósofo los procesos
m entales sólo pueden ser estudiados m ediante su m anifesta­
ción en un lenguaje público. Esto supone una actitud antim entalista que es general, com o verem os, en W ittgenstein, aun­
que tal actitud es m atizada en diversas ocasiones con reservas
de tipo m entalista. Asim ism o tal posición antim entalista
supone favorecer una psicología conductista; en efecto, si los
procesos m entales (y el análisis de W ittgenstein de las sensa­
ciones puede generalizarse) sólo se conocen públicam ente, es
forzoso recurrir a la conducta, sea o no específicam ente
lingüística, para conocer tales procesos, pues sólo la conducta
es pública. Com o dice nuestro autor, si tengo que im aginar el
dolor de otro según el m odelo de mi propio dolor, entonces esto
45
no es una cosa tan fácil, ya que tengo que im aginar un dolor
que no siento según el m odelo de un dolor que siento. Es decir,
no podría proyectar mi dolor sobre el dolor del otro, sino que
tendría que atenerm e a la conducta, que es pública.
3. Conductismo y mentalismo
De acuerdo con esta inclinación al conductism o, Wittgenstein m uestra grandes reservas respecto de la introspec­
ción. En la segunda parte de las Philosophical Inuestigations
dice tajantem ente: “no intentes analizar tu propia experien­
cia interna”. Y en el parágrafo 587 declara que a veces se podrá
decir que sabem os algo por introspección, pero que en la
m ayoría de los casos no se podrá decir tal cosa. A sí pues,
podemos advertir que para W ittgenstein la introspección es
un hecho real, pero no es fuente de auténtico conocim iento.
Nuestro filósofo analiza los fenóm enos psicológicos de
hablar para sí o internam ente (sin proferir palabra alguna)
así como los de los cálculos m entales. Tales fenóm enos intere­
san en cuanto no suponen conducta visible alguna. Sin em bar­
go, W ittgenstein considera que estos fenóm enos especiales
están supeditados respectivam ente al habla externa y al
cálculo perceptible. El psicólogo conductista W atson, en su
libro de 1925, Behaviorism, había escrito que su teoría sostie­
ne que los hábitos m usculares aprendidos en el habla externa
son responsables del habla interna o im plícita (pensam iento).
A su vez, nuestro autor señala que el íntim o parentesco entre
el “habla interna” y el “habla” se m anifiesta en la posibilidad
de decir en voz alta lo que uno dijo internam ente y en que al
habla interna la puede acom pañar una acción externa. Por
otra parte, en el caso de los cálculos m entales, según
W ittgenstein, sólo podem os aprender a calcular “en la cabeza”
si aprendem os a calcular de m odo perceptible. En sum a, no se
rechaza la legítim a existencia de estos fenóm enos, pero se
insiste en la prim acía de la conducta. O dicho de otra m anera,
W ittgenstein acepta la existencia de procesos m entales inter­
nos (m entalism o) pero sitúa en la conducta la m edida objetiva
de tales procesos.
46
Sin em bargo, y para incom odidad del intérprete sim plis­
ta, en el parágrafo 308, donde nuestro autor se plantea el
problem a de los procesos m entales en relación con el conduc­
tism o, se m uestra inclinado a cierto grado de m entalism o que,
no obstante, disolverá en gran m edida en otros textos. En ese
parágrafo advierte dos etapas o fases al plantearnos la rela­
ción entre procesos m entales y la conducta. En una primera
etapa hablam os de los procesos y estados m entales dejando
indeterm inada su naturaleza, pensando que en algún mo­
m ento podrem os llegar a saber algo preciso sobre tal natura­
leza. Esta prim era etapa, podem os com entar, sería la propia
de una psicología conductista no beligerante, es decir, de un
conductism o m etodológico: debem os atenernos a la conducta
aunque sin negar procesos m entales al m argen de la conduc­
ta. Pero para W ittgenstein tal prim era etapa nos ata a una
segunda etapa, donde los procesos m entales ya no son puestos
entre paréntesis sino negados: por tanto hem os de negar el
proceso aún incom prendido en el m edio aún inexplorado.
N uestro filósofo com para esta situación a un truco de prestidigitación: prim ero parece que tenem os procesos m entales y
a continuación éstos desaparecen. Podríam os decir que de la
sim ple supresión m etodológica hem os pasado a la supresión
ontológica. Y sin em bargo, el parágrafo 308 term ina diciendo
que no querem os negar tales procesos espirituales (geistige
Vorgánge), con lo que tenem os aquí una clara apertura al
m entalismo. En sum a, podem os añadir, W ittgenstein consi­
dera natural el paso al conductism o, aunque los procesos
m entales, incluso desconocidos, perm anecen; según ello, el
conductism o sería la m anera norm al de considerar las cosas
en psicología, pero no podem os elim inar los procesos m entales
(m entalism o).
Con todo, esta concesión al m entalism o parece ser para
nuestro filósofo tan necesaria com o inútil, con lo que su
posición básica seguirá siendo antim entalista. En efecto, y en
un parágrafo algo anterior, donde se refiere al proceso psico­
lógico de recordar, adm ite que hay un proceso interno pero
añade que tal figura de un proceso interno resulta inútil para
el em pleo de la palabra “recordar”. W ittgenstein sabe que
47
podem os fingir y que, en esa m edida, la conducta no es
enteram ente fiable, y sabe tam bién que hay procesos m enta­
les distinguibles de la conducta, pero con todo y de nuevo, para
él, el proceso m ental interno no presta servicio alguno y es
com o nada. Por supuesto, señala, hay una diferencia entre
conducta de dolor con dolor y conducta de dolor sin dolor, pero
acerca de la sensación (interna) nada puede decirse. Esta idea
de que el proceso m ental no se puede decir o describir aparece
tam bién en el parágrafo 662: uno puede decir que las palabras
“yo quisiera que fulanito viniera a verm e” describen un estado
m ental, pero eso no se puede decir.
Las reticencias de W ittgenstein respecto del m entalism o
son m ás evidentes cuando dice que los procesos m entales, en
cuanto internos o ajenos a la conducta, son curiosos o extra­
ños, que su naturaleza es com parable a la del tiem po y que,
com o de éste, hablam os de procesos m entales sin saber a
ciencia cierta de qué hablam os.
Pero aunque W ittgenstein es ante todo un autor antim entalista, aunque rechaza la utilidad para la psicología
científica de recurrir a nociones puram ente m entalistas, con
todo (y para desesperación de dogm áticos) el ingrediente
m entalista aparece reiteradam ente en sus textos, a pesar de
sus dificultades. Un nuevo ejem plo: en el parágrafo 421 señala
que nos parece paradójico que, en un m ism o inform e, m ezcle­
m os los estados del cuerpo y los estados de la conciencia, ya
que lo primero es tangible mientras que lo segundo es intangible
y, sin em bargo, lo intangible tam bién proporciona un uso.
Podría pensarse que las vacilaciones de W ittgenstein se
resolverían si hubiese optado por una teoría de la identidad
entre cerebro y m ente en térm inos tales que los procesos
m entales internos, no elim inables, se reducirían a procesos
cerebrales, que serían a su vez irrelevantes para la explica­
ción psicológica, ya que ésta radicaría en un m ero análisis
conductual. Pero, aparte de que el problem a en las Philosophical Investigations no es la relación m ente-cerebro sino la
relación m ente-conducta, hay textos de W ittgenstein que
rechazan la identificación entre cerebro y m ente. En el
parágrafo 427 nos dice que cuando hablam os de lo que ocurre
48
“dentro de la cabeza” no se piensa en procesos cerebrales sino
en procesos de pensam iento. A su vez, en Zettel, obra póstuma
editada en 1967, en los parágrafos 605 y siguiente, Wittgenstein
sostiene que una de las ideas más peligrosas para un filósofo
es que pensam os con nuestras cabezas o en nuestras cabezas,
añadiendo que la idea del pensam iento com o un proceso en la
cabeza, en un espacio com pletam ente cerrado, nos da algo
oculto. En suma, los procesos m entales no se encierran en el
cerebro, de tal m anera que el m entalism o problem ático e
inseguro de nuestro autor perm anece com o tal.
4. La tarea de la psicología
Dados estos presupuestos, ¿cuál es la tarea de la psicolo­
gía, cómo debe proceder? En la sección V de la segunda parte
de las Philosophical Investigations W ittgenstein escribe so­
bre este asunto oscilando com o de costum bre entre un antim entalism o básico y un m entalism o residual. En efecto, la
psicología para él se ocupa de la conducta pero pretende saber
de la m ente a través de la conducta; y por otra parte la m ente,
en cuanto distinta de la conducta, constituye una presuposi­
ción tácita. Los psicólogos, viene a decirnos, registran y
observan la conducta de los seres hum anos, pero tales obser­
vaciones conductuales pueden estar al servicio del conoci­
m iento de los estados m entales expresados, y entonces la
m ente aparece com o un supuesto im plícito. A sí pues, en
psicología hay dos distintos ju egos lingüísticos: uno es la
“expresión” de estados aním icos, otro es la “com unicación” de
conducta.
Estas consideraciones pueden aclararse recurriendo al
p arágrafo472 de Zettel, donde W ittgenstein establece un plan
para el tratam iento de los conceptos psicológicos. A quí distin­
gue entre las sentencias en tercera persona del presente, que
dan inform ación o com unicación, y las sentencias en prim era
persona del presente, que proporcionan expresión; aunque
nuestro autor advierte que la distinción no es com pletam ente
exacta. Podem os pensar que tal distinción no es enteram ente
exacta porque los inform es en tercera persona pueden incluir
49
expresiones, com o al decir “él se queja de dolor” puedo incluir
la expresión de m i sim patía hacia el otro hasta pensar que se
queja de dolor cuando sólo está inquieto; a su vez, una
expresión en prim era persona puede incluir com unicación,
com o al decir “yo tengo dolor” si no finjo. En todo caso, resulta
claro que una psicología conductista es una psicología de
inform es o com unicaciones en tercera persona: “él hace cálcu­
los”, “él se ríe”, “él se agita de dolor”, etc. En cam bio, una
psicología no-conductista es una psicología de expresiones en
prim era persona: “yo hago cálculos”, “yo m e río”, “yo m e agito
de dolor” , etcétera.
En la sección X I de la segunda parte de las Philosophical
Inuestigations varios textos apuntan la idea de que para
W ittgenstein saber o conocer quiere decir adquirir evidencia
o recibir inform ación, que en cuanto tales son falibles. En
efecto, alguien no “sabe” algo cuando la duda que existe para
m í no existe para él; o tam bién, el saber no excluye lógicam en­
te la duda, de tal m anera que hablam os de saber cuando
podem os convencem os de algo. De m odo aún m ás claro,
nuestro autor dice, en la m ism a sección, que yo puedo saber lo
que el otro piensa, pero no puedo saber lo que yo pienso, siendo
correcto decir “sé lo que piensas” y siendo falso decir “ sé lo que
pienso”. Esto es, podem os com entar, el saber acerca de mis
pensam ientos tiene una certeza que hace que no sea propia­
m ente saber o conocer. En estas circunstancias, ya que sólo
hay saber o conocim iento cuando la duda es posible, sólo habrá
conocim iento o saber en una psicología conductista de tercera
persona. O dicho de otro m odo, las certezas que yo puedo tener
acerca de m is estados m entales no son ciencia psicológica, las
sentencias en prim era persona no son propias de la psicología;
en cam bio, los conocim ientos (susceptibles de duda) acerca de
la conducta de otros son ciencia psicológica, las sentencias en
tercera persona son propias de la psicología.
El antim entalism o de W ittgenstein, que con todo adm ite
la existencia de la m ente com o presupuesto im plícito, tam bién
se advierte al señalar la necesidad de criterios extem os para
poder llegar a conocer los procesos mentales. En el parágrafo
580 de Philosophical Inuestigations afirm a tajantem ente que
50
un “proceso interno” necesita criterios externos. Los procesos
mentales pueden disponer de criterios para su aclaración ante
el sujeto, criterios que serán privados e internos, pero para su
conocim iento en sentido estricto, para su saber objetivo, es
preciso criterios externos apreciables en la conducta. W itt­
genstein nos dice que no nos interesa nada de lo que ocurre
dentro del ju gad or de ajedrez cuando querem os saber si sabe
ju gar al ajedrez, sino que nos interesan los criterios (externos)
que nos dem uestran su capacidad, y que tales criterios son
distintos de los criterios de los “estados internos”. M ás aún, los
criterios externos son los m odelos de esos posibles criterios
internos, al igual que, com o vim os anteriorm ente, el cálculo
perceptible es el m odelo del cálculo mental.
En resum en, W ittgenstein sim patiza con una psicología
científica básicam ente conductista, centrada en el análisis de
la conducta, lingüística o no, en cuanto algo público y objetivo.
Y sin em bargo, no com parte la elim inación de la “vida m ental”
habitual entre los psicólogos conductistas. Tal vida m ental,
constituida por procesos internos, no es identificada con los
procesos cerebrales, perm aneciendo com o algo tan nebuloso
como recalcitrante a su desaparición. Antim entalism o y mentalismo coexisten, a pesar de las dificultades, en la filosofía de
la m ente del dubitativo y adogm ático filósofo vienés.
51
5
Crítica del conductismo
1. Conductismo metodológico y conductismo
ontológico
H emos considerado hasta aquí, entre otras cosas, la
filosofía d éla m ente de G ilbert R y ley de Ludw ig W ittgenstein,
filósofos am bos inclinados a la psicología conductista. Corres­
ponde ahora exam inar el conductism o entre los propios psicó­
logos.
Podem os com enzar señalando qué es el conductism o en
general y distinguir luego entre conductism o m etodológico y
conductism o ontológico. En general, el conductism o es la
doctrina que sostiene que la psicología debe lim itarse al
estudio de la conducta, tanto en los anim ales com o en las
personas, es decir, debe lim itarse al estudio de la actividad de
los sujetos que sea públicam ente observable y registrable,
incluyendo en tal actividad los m ovim ientos corporales, rui­
dos producidos, substancias quím icas em itidas, interacciones
con el am biente, etc. En consecuencia, debem os rechazar
cualquier aproxim ación a la psicología de corte dualista o de
sesgo introspectivo, de tal m anera que no es aceptable intro­
ducir distinción alguna entre cuerpo y m ente, ni tam poco
recurrir a la introspección (o exam en por el propio sujeto de
sus procesos m entales) com o m étodo de la psicología. El
conductism o concibe la psicología com o una ciencia natural,
análoga a la física o a la quím ica, y entiende que el único
ám bito de su estudio es el m undo m aterial, tal com o ocurre en
53
estas ciencias. La introspección, en cuanto algo privado e
individual, no es fiable cuando, com o sucede en el conductismo, lo que im porta es la observación pública e intersubjetiva.
Ahora bien, cabe distinguir dos form as posibles de con*
ductism o. Por un lado, lo que podem os denom inar conductism o m etodológico, esto es, la doctrina según la cual la lim ita­
ción de la psicología al estudio de la conducta está justificada
porque la investigación acerca de cualquier otro aspecto de los
sujetos no puede ser com probada de acuerdo con un m étodo
científico; para el conductism o m etodológico la lim itación al
estudio de la conducta es consecuencia del hecho de que sólo
la conducta puede som eterse al m étodo científico. En este
punto debe señalarse que, salvo algún autor aislado o algunas
declaraciones no sistem áticas, la m ayoría de los psicólogos
conductistas practican el conductism o m etodológico, es decir,
se lim itan al estudio de la conducta ignorando cualquier otro
aspecto por razones de (supuesta) eficacia m etodológica. Por
otro lado, cabe hablar de conductism o ontológico, esto es, la
doctrina según la cual la lim itación de la psicología al estudio
de la conducta está justificada plenam ente porque lisa y
llanam ente no existen procesos m entales ajenos a la conduc­
ta, es decir, la única realidad que existe para el psicólogo es la
conducta; en este caso, pues, sólo tiene sentido ocuparse de
procesos conductuales y no tiene sentido ocuparse de procesos
m entales porque la m ente com o tal no existe.
2. Breve presentación del conductismo
El fundador de la psicología conductista fue el am ericano
John W atson (1878-1958). H abiéndose doctorado en psicolo­
gía en la Universidad de Chicago en 1903, W atson fue nom ­
brado ayudante en esta Universidad. Adm irador de los traba­
jos de Edward Thorndike (1874-1949) acerca de la inteligen­
cia animal, desarrolló am plias observaciones de m onos, ratas
blancas y pájaros para intentar com prender su conducta. De
este m odo, desde sus inicios W atson asoció estrecham ente la
investigación de la conducta anim al con la investigación de la
conducta hum ana.
54
En 1908 W atson fue nom brado catedrático de psicología
en la U niversidad Johns Hopkins, de Baltim ore, donde esta­
bleció un laboratorio de investigación en psicología animal. A
esta época pertenece su célebre artículo “Psychology as a
Behaviorist Views it” (1913), que constituye el prim er m aniñesto de la psicología conductista. La tesis central de este
trabajo es que la psicología debe ser la ciencia de la conducta
hum ana, la cual, al igual que la conducta anim al, tiene que ser
estudiada en las condiciones de precisión y exactitud propias
del análisis de laboratorio.
W atson publicó otros trabajos que alcanzaron gran éxito
e incluso divulgación popular. Citem os, a título de ejem plos,
su libro Behavior.'An Introduction to Comparative Psychology
(1914) y Psychology from the Standpoint o f a Behaviorist
(1919), un libro donde establece sus tesis definitivas. En 1921,
tras dejar la U niversidad Johns H opkins, em pezó su carrera
en el m undo del negocio publicitario, del cual se retiró en 1946.
Entretanto, en 1925, publicó su libro Behaviorism, destinado
al gran público y en donde expone en térm inos de divulgación
sus ideas acerca del conductism o.
Sería m uy largo y tarea fuera de lugar exponer de m odo
com pleto la psicología conductista de W atson, razones por las
cuales me lim itaré a resum ir sus principales puntos de vista
en relación con el conductism o. Ya en su citado artículo de
1913, W atson establece que la finalidad de la psicología
conductista es la predicción de la conducta, hum ana y anim al,
así com o su control. Precisam ente esta idea del control de la
conducta, presente en la m ayoría de los psicólogos conductistas,
im plica un program a am bicioso de control del hom bre por la
ciencia, con consecuencias evidentes actualm ente en la tecno­
logía publicitaria. A sim ism o nuestro autor rechaza enérgica­
m ente la introspección, declarando en el citado artículo que la
observación introspectiva no form a parte esencial de los
m étodos de la psicología. Finalm ente, en el m ism o lugar,
W atson m antiene que se debe excluir en una psicología
científica cualquier referencia a la conciencia y a sus estados,
lo cual hará posible elim inar la barrera entre la psicología y
la ciencia natural.
55
Para W atson la cadena estím ulo-respuesta explica cual­
quier fenóm eno psicológico, tanto de los seres hum anos como
de los animales. Y, en cuanto al m étodo, el psicólogo no debe
estudiar su propia conducta sino la de los otros. En concreto,
el objetivo de los estudios psicológicos es encontrar los datos
y leyes m ediante los cuales, dado el estím ulo, se puede
predecir la respuesta, o bien, dada la respuesta, se puede
determ inar la naturaleza del estím ulo. En consecuencia, el
estím ulo aparece com o la causa de la respuesta, sin referencia
a factor interno alguno.
Así pues, el par estím ulo-respuesta constituye el resorte
explicativo básico de los fenóm enos psicológicos para el conductism o, de tal m anera que el estudio de la conducta consiste
en establecer relaciones entre estím ulos y respuestas en
cualquier organism o. Ahora bien, estím ulo es el conjunto de
las excitaciones que actúan sobre el organism o en un m om en­
to dado, y a su vez el am biente del organism o constituye un
com plejo de estím ulos para él, com plejo que determ ina la
conducta. En este punto podem os observar que la conducta es
básicam ente un conjunto de respuestas, de tal m odo que,
aunque el esquem a concreto conductista es el par estím ulorespuesta, el esquem a general es el par am biente-conducta.
Sin em bargo, y com o prim era observación crítica, frecuente­
m ente es difícil decir si una determ inada acción (tal com o una
secreción glandular) es estím ulo o respuesta. A su vez, res­
puesta es el conjunto de cam bios que se producen en los
m úsculos y en las secreciones glandulares.
Por otra parte, una característica notable del conductism o es la exclusión de las explicaciones neurológicas. W atson
llega a decir que es perfectam ente posible estudiar la conduc­
ta sin saber nada acerca del sistem a nervioso periférico e
incluso acerca del sistem a nervioso central. Con ello no sólo
rechazaba el recurso a la conciencia propio de la psicología
tradicional sino tam bién el recurso a la neurología. En conse­
cuencia, el ser hum ano que estudia la psicología conductista
está enteram ente desposeído de estados internos, ni m entales
en el sentido tradicional ni tam poco estados cerebrales.
El otro gran representante de la psicología conductista es
56
Burrhus Skinner (1904-1990), a quien su larga vida y su
constante actividad de investigador y escritor perm itieron
ejercer una gran influencia sobre la psicología del siglo xx. Su
primera gran obra fue publicada en 1938 bajo el título The
Behavior o f Organisms, en la que asum ía el conductism o de su
com patriota W atson. D urante la Segunda G uerra M undial
entrenó palom as para pilotar torpedos y bom bas, aunque
nunca fueron utilizadas. Su fe en la posibilidad de desarrollar
una tecnología de la conducta, tanto en hum anos com o en
animales, le llevó a sobrevalorar la capacidad de entrena­
miento de los anim ales. Esta m ism a fe en la tecnología de la
conducta se m anifiesta en su popular novela Walden Two
(1948), donde se presenta una com unidad utópica organizada
y desarrollada según los principios de la tecnología conductista.
En 1948, Skinner fue nom brado catedrático de psicología
en la Universidad de H arvard, donde perm aneció hasta su
jubilación en 1972. A quí escribió su obra fundam ental Science
and Human Behavior (1953), seguida algunos años m ás tarde
de Verbal Behavior (1957). Skinner incorporó a la psicología
conductista la noción de conducta operante (contrapuesta a lo
que podem os denom inar conducta pasiva); con ella se refiere
a la conducta que depende m ás del refuerzo o recom pensa,
tras el éxito alcanzado, que de los estím ulos espontáneos; en
efecto, el refuerzo aum enta la probabilidad de la conducta en
cuestión. En este punto cabe observar que tenem os un caso de
respuesta activa, no m eram ente pasiva, ya que el sujeto
modifica su conducta en función del éxito alcanzado
En cuanto a la posición general conductista, m ientras
Watson m antuvo básicam ente un conductism o m etodológico
con algunas declaraciones a favor del conductism o ontológico,
en cam bio Skinner, en su larga actividad científica, sostuvo
diversas posturas. En “Behaviorism at fifty” (1964) defendió
el conductism o ontológico, es decir, la negación explícita de la
mente com o algo distinto de la conducta. A su vez, en su
polémico libro Beyond Freedom and Dignity (1971), donde
considera que las nociones de libertad y dignidad pueden
conducir a los seres hum anos a la autodestrucción, adem ás de
insistir en el papel del am biente com o determ inante de las
57
peculiaridades de las personas, Skinner sostiene que el campo
de la conciencia existe realm ente aunque quede fuera de la
consideración científica por su m ism a naturaleza. Finalm en­
te, enAbout Behaviorism (1974) nuestro autor propone una
versión del conductism o en la que se asevera la realidad de los
fenóm enos internos e incluso el acceso introspectivo a ellos,
aunque tal realidad de los fenóm enos m entales no es no-física
sino fisiológica y adem ás la introspección tiene un carácter
lim itado y poco fiable. En sum a, lo que perm anece constante
en los escritos de Skinner es la im portancia decisiva otorgada
al am biente en la m odelación de la conducta, así com o su fe en
la posibilidad de desarrollar una eficaz y benéfica tecnología
de la conducta que produzca m ejores seres hum anos.
3. Valoración crítica del conductismo
Aunque la psicología conductista está aún viva y presen­
te entre num erosos investigadores, ha perdido su hegem onía
desde m ás o m enos 1960 en favor de la psicología cognitiva (de
la cual nos ocuparem os en detalle más adelante), la cual se
caracteriza básicam ente por postular en cada sujeto un siste­
m a de estados m entales internos gobernado por procedim ien­
tos com putacionales. Estos dos elem entos, m entalism o y
tratam iento com putacional, son com pletam ente ajenos al
conductism o. Sin em bargo, no ha sido solam ente la fuerza de
la psicología cognitiva la razón del progresivo desplazam iento
de la psicología conductista sino de m odo aún más definitivo
las debilidades del conductism o que pasam os a analizar.
Para el conductism o cualquier tipo de fenóm eno psicoló­
gico (com o una sensación, un sentim iento, una im agen m ental
o un pensam iento) se identifica, o al m enos se asocia estrecha­
m ente, con un tipo determ inado de conducta. Pero tal tesis,
sostenida de m odo general, es falsa. Para que fuese verdadera
debería ocurrir siem pre que cualquier fenóm eno psicológico
estuviese asociado o identificado con cierta conducta específi­
ca, y asim ism o que cualquier conducta estuviese asociada o
identificada con cierto fenóm eno psicológico tam bién especí­
fico. Sin em bargo, existen fenóm enos psicológicos a los que no
58
corresponde conducta alguna (en cuanto actividad pública­
m ente observable y registrable), y asim ism o existen conduc­
tas que no corresponden a un fenóm eno psicológico determ i­
nado de m odo inequívoco. Véam oslo por separado.
En efecto, y en prim er lugar, un sujeto puede tener un
fuerte dolor de cabeza y no m anifestarlo, o bien sentir un
cosquilleo en la espalda y prescindir de rascarse. Consideran­
do fenóm enos psicológicos m ás elaborados, una persona pue­
de experim entaren un m om ento determ inado un sentim iento
de odio o de envidia hacia otra persona y ocultar tales senti­
m ientos, de tal m odo que no se m anifiesten en su conducta; o
bien, un hom bre puede im aginar que besa apasionadam ente
a la m ujer con la que está hablando y tal im agen m ental pasa
enteram ente desapercibida para aquéllos que le observan.
M ás aún, cuando com prendem os una idea o una teoría tal
com prensión no se m anifiesta necesariam ente en conducta
alguna, de tal m anera que, por ejem plo, a un profesor le
resulta im posible saber, sin interrogatorio adicional, si deter­
m inado alum no ha entendido o no la lección im partida. La
razón de todo ello es que sensaciones, sentim ientos, im ágenes
m entales, pensam ientos y, en general, los fenóm enos psicoló­
gicos, son, contrariam ente a lo que sostiene el conductism o,
procesos m entales internos, que pueden reflejarse o no en la
conducta, pero que no están necesariam ente asociados ni
tam poco identificados con una conducta determ inada. En
suma, y frente al conductism o, son posibles estados m entales
sin conducta.
En segundo lugar, un sujeto puede d ecim os que le duele
la cabeza de un m odo terrible, o incluso quejarse y llevarse las
m anos a la cabeza m ostrando una conducta de dolor de
cabeza, y sin em bargo no tener dolor de cabeza alguno. O
tam bién puede rascarse frenéticam ente la espalda sin sentir
cosquilleo alguno en tal lugar. En el caso de fenóm enos
psicológicos m ás elaborados, una persona puede com portarse
respecto de otra dando m uestras de am istad o adm iración sin
que realm ente tenga tales sentim ientos hacia ella; es m ás
puede ocurrir que realm ente la odie y la desprecie. Asim ism o
una persona puede declarar que recuerda la conversación
59
m antenida con otra, cuando en realidad no existe en ella tal
recuerdo. Finalm ente, un sujeto puede decir que ha entendido
una teoría o una idea y, sin em bargo, no existe en su m ente la
com prensión de tal teoría o idea. Todos estos ejem plos son
casos de fingim iento de conducta y señalan claram ente que
hay conductas que no corresponden a los fenóm enos psicoló­
gicos a los cuales habitualm ente se asocian. U na vez m ás se
pone de relieve que los fenóm enos psicológicos son procesos
m entales internos, que pueden, en estos casos, estar ausentes
a pesar de estar presentes las conductas habitualm ente aso­
ciadas. En sum a, y frente al conductism o, son posibles conduc­
tas sin los correspondientes estados m entales.
En consecuencia, puesto que son posibles estados m enta­
les sin conducta y asim ism o conductas sin estados m entales,
no existe ninguna identidad o asociación estrecha entre esta­
dos m entales y conducta.
W atson y otros psicólogos conductistas han intentado
explicar el fenóm eno psicológico del pensam iento, al cual no
corresponde en num erosas ocasiones una conducta (en cuanto
actividad públicam ente observable y registrable), señalando
que se produce una conducta especial consistente en un
lenguaje subvocal, con ligeros m ovim ientos de los labios, de la
garganta y de las cuerdas vocales. Sin em bargo, la investiga­
ción experim ental dem uestra que si a un sujeto se le paralizan
los labios, garganta y cuerdas vocales, con todo, su pensa­
m iento continúa. Ello indica una vez m ás que el pensam iento
es un proceso m ental interno no reducible a conducta.
El conductism o está expuesto adem ás a otras objeciones
básicas que lo refutan. Para em pezar, la psicología conductista, en buena parte de sus autores, supone una decidida actitud
am bientalista que resulta insostenible. Por actitud am bien­
talista se entiende el apoyo a la tesis de que la conducta del
sujeto se determ ina exclusivam ente, o al m enos de form a m uy
determ inante, por las circunstancias de su am biente. Con ello
se niega o se m inim iza la influencia de los aspectos heredita­
rios en la conducta. Skinner, en Beyond Freedom and Dignity,
insiste en este punto defendiendo que las personas son ex­
traordinariam ente diferentes en diferentes lugares ju sta ­
60
m ente por causa de los lugares; m ás aún, para Skinner, el
am biente reem plaza la función y el papel del hom bre autóno­
mo. Asim ism o la actitud am bientalista elim ina cualquier
com petencia que pueda considerarse innata. Precisam ente
Noam Chom sky, en “A Review o f B. F. Skinner’s Verbal
Behavior” (1959), sostiene que la predicción de la conducta de
un organism o com plejo requiere, adem ás de la inform ación
acerca de la estim ulación externa (a la que se lim ita Skinner),
un conocim iento de la estructura interna del organism o, así
com o de los m odos en los que tal organism o procesa la
inform ación de entrada y organiza su propia conducta. Tales
características del organism o son, señala Chom sky, un com ­
plicado producto de una estructura innata.
Existe evidencia experim ental en contra de la tesis de­
fendida por m uchos psicólogos conductistas de que la conduc­
ta es función exclusiva de la estim ulación externa. Por ejem ­
plo Karl Lashley( 1890-1958), discípulo inicialm ente de W atson
y autor de Brain Mechanisms and Intelligence (1929), ha
probado m ediante experim entos que la eficacia de un estím u­
lo depende de m anera decisiva de la preparación o disposición
del sujeto, la cual no siem pre es controlable por el psicólogo.
Por otra parte, el am bientalism o supone lo que M ario
Bunge y Rubén Ardila, en su libro Filosofía de la Psicología
(1988), han denom inado caja-negrism o, es decir, la estrategia
de m odelar sistem as com o cajas vacías que responden única­
m ente a estím ulos del medio. La psicología que resulta de la
adopción de la estrategia de la caja negra, señalan Bunge y
Ardila, se denom ina psicología de estím ulo-respuesta (E-R),
m ientras que si tam bién tom a en cuenta los estados internos
del organism o tenem os una psicología de estím ulo-organis­
m o-respuesta (E-O-R), y si adem ás explica las consecuencias
que la respuesta tiene sobre la m odalidad en que el sujeto
elabora el input o entrada (esto es, si se tom a en cuenta los
giros de la retroalim entación), tenem os una psicología de
estím ulo-organism o-respuesta-retroalim entación(E -O -R-R).
M uchos psicólogos conductistas adoptaron el caja-negrism o,
es decir, una sim ple psicología de estím ulo-respuesta, pero
esto constituye un grave error. En efecto, la respuesta de
61
cualquier sujeto es una función no sólo del estím ulo sino
tam bién del estado interno del sujeto. M ás aún, podem os
añadir, la psicología de sim ple estím ulo-respuesta no propor­
ciona explicaciones auténticas, ya que no explícita un m eca­
nism o explicativo que m edie entre estím ulo y respuesta, sino
que solam ente describe una supuesta causa para un supuesto
efecto.
Algunos psicólogos conductistas, conscientes de las defi­
ciencias del caja-negrism o, decidieron introducir variables
interm ediarias entre estím ulo y respuesta, construyendo así
una psicología de estím ulo-organism o-respuesta. Surgió de
este modo el llam ado neoconductism o, representado, entre
otros, por Clark Hull (1884-1952), Edward Tolm an(18861959) y K enneth Spence (1907-1967). Sin em bargo, el
neoconductism o llevaba en sí m ism o la ruina del conductism o.
En efecto, y por un lado, la introducción de variables interm e­
diarias carecía en algunos casos de un criterio, de tal m odo que
recurrir o no a ellas se convertía en asunto de pura conven­
ción. Y por otro lado, tal introducción de variables interm edia­
rias aproxim aba inevitablem ente el conductism o al m entalismo, su enem igo inicial, ya que algunas variables se enten­
dían com o im pulsos, propósitos o expectativas. Por ejem plo,
Tolm an, en Purposive Behavior in Animáis and Men (1932),
sostenía la idea de conducta dotada de propósitos y que busca
la obtención de una m eta determ inada; pero tal idea general
aparece en psicólogos cognitivos, de corte m entalista, com o
M iller, G alanter y Pribram en su libro conjunto Plans and the
Structure o f Behavior { 1960), obra que constituyó un auténti­
co m anifiesto de la psicología cognitiva.
62
6
Mentalismo y psicología popular
1. Mentalismo frente a conductismo
El m entalism o es una doctrina, popular, filosófica y
científica, que insiste en el carácter interno y privado de los
procesos m entales. En cuanto internos, el m entalism o consi­
dera que los procesos m entales no son conducta públicam ente
observable y registrable, sino o bien ajenos a la conducta o
bien causas de la conducta (y com o tales distintos de ella).
Adem ás, en principio, este carácter interno puede estar deter­
m inado por la índole cerebral del proceso m ental, pero tam ­
bién puede venir determ inado por la índole no-física del
proceso m ental; por ello, en principio, “interno” es un térm ino
neutral, en el sentido de que puede querer decir cerebral pero
no necesariam ente.
A su vez, en cuanto privados, el m entalism o sostiene que
los procesos m entales de cada individuo no son com partidos
por los dem ás (y así, por ejem plo, mi pena no es tu pena), y
sobre todo sólo el propio individuo tiene acceso directo a sus
procesos m entales, debiendo recurrir los dem ás individuos a
vias indirectas para el conocim iento de tales procesos, ya sea
el testim onio del sujeto en cuestión ya sea el conocim iento por
analogía. Este privilegio del acceso directo de cada individuo
a sus propios procesos m entales puede ir unido al carácter
incorregible de tal conocim iento directo. Con ello se quiere
indicar que nadie puede corregir o desm entir a un sujeto
respecto de lo que establece acerca de sus propios procesos
63
m entales; por ejem plo, nadie puede decirm e que yo no siento
pena si en realidad siento pena. Sin em bargo, tal carácter
incorregible de nuestro conocim iento directo de nuestros
procesos m entales no debe exagerarse ni pretender su validez
universal, puesto que es posible equivocam os en la evalua­
ción de nuestros propios procesos m entales y adem ás la
psicología científica puede ayudarnos, y norm alm ente nos
ayuda, a conocer m ejor lo que para nosotros son datos inm e­
diatos.
De lo expuesto resulta claro que hay una oposición
radical entre m entalism o y conductism o, ya que para el
conductism o no existen procesos m entales ni internos ni
privados. Por ello es presum ible que el declive del conductis­
mo im plique un auge del m entalism o y, en particular, que
dado el desprestigio general actual del conductism o se dé un
paralelo prestigio del m entalism o. Tal m entalism o puede
apreciarse en la llam ada psicología popular, que será objeto
de análisis y discusión en este capítulo.
2. Caracteres de la psicología popular
La psicología popular (Folk Psychology), que tam bién
puede denom inarse psicología del sentido com ún o bien psico­
logía ordinaria, es el conjunto de conocim ientos que todos los
seres hum anos poseem os de fado acerca de los procesos
m entales en sí m ism os y en su relación con la conducta, en
cuanto tal conjunto no procede de una enseñanza de la
psicología científica sino de nuestras experiencias personales
y de una transm isión informal de conocim iento por parte de
las personas que a lo largo de nuestras vidas nos rodean.
La psicología popular constituye al m ism o tiem po un
m arco conceptual y una serie de generalizaciones explicativas
que em plean los conceptos de tal marco. En este m arco se
encuentran las nociones de creencia, deseo, tem or, etc. A su
vez, las generalizaciones explicativas son de los tipos “una
persona no hará algo que cree que la perjudica”, “una persona
se em peñará en hacer algo que desea fervientem ente”, “una
persona que tem e a otra evitará tratarla”, etc. Cada una de
64
ellas es utilizada espontáneam ente para explicar la conducta
de los seres hum anos o sus estados de ánimo. Por ejem plo, y
respectivam ente, “Juan no votó a los socialistas porque cree
que subirán los im puestos”, “Antonio invita todos los fines de
semana a Ana porque desea ser su novio” , “Paco no asistió a
la fiesta porque tiene m iedo de encontrarse con Pepe”.
Este acervo de conceptos y generalizaciones es com ún a
todos los seres hum anos, aunque no es exactam ente igual en
todos ni tam poco es infalible. En efecto, la psicología popular
ha cam biado a lo largo de los tiem pos, aunque sus nociones y
resortes básicos sigan inalterables, incorporando o abando­
nando algunos elem entos que tienen que ver con la populari­
zación de la propia psicología científica. Asim ism o tam poco es
la m ism a en una u otra cultura, en función de la incorporación
o no de los aspectos popularizados de la psicología científica y
en función de las características de las m entalidades de los
pueblos. Por ejem plo, un español dirá que “Pepe es agresivo
porque tiene com plejo de inferioridad”, pero es m uy im proba­
ble este m odo de explicación en un pigm eo africano. Por otra
parte, es indudable que ciertas personas poseen m ás talento
natural que otras para entender los procesos m entales y la
conducta del prójim o, y por ello decim os que fulanito es un
buen psicólogo m ientras m enganito no es un buen psicólogo
(sin pretender valorar sus conocim ientos científicos).
M ás im portante es el hecho de que las generalizaciones
de la psicología popular no pretenden ser, ni tam poco son,
leyes estrictas, sino únicam ente m ecanism os útiles de expli­
cación y de predicción en casos sencillos y cotidianos, y que
incluso con estas lim itaciones con frecuencia fallan. Ninguna
persona razonable pretende explicar con sus dotes m eram en­
te naturales com portam ientos com plejos o estados de ánim o
de personalidades extraordinarias. Puedo prever que Antonio
me ayudará porque tiene sentim ientos de am istad hacia m í,
pero no pretendo evaluar con exactitud el alcance y duración
de su ayuda.
La psicología popular puede com pararse con la lógica
natural y con la física popular. D icho rápidam ente, la lógica
natural es el conocim iento que todos tenem os acerca de las
65
form as de argum entar y que no procede del estudio de la lógica
científica, sino que poseem os de modo innato y es desarrollado
ju n to con el aprendizaje del lenguaje. A su vez, la física popular
es el conocim iento y habilidades que todos poseem os para
m overnos en nuestro entorno físico con éxito, y que no debem os
al estudio de la física científica. No necesitam os estudiar lógica
para argum entar que “si bebo m ucho vino entonces m e em bo­
rracho, y si estoy borracho entonces no conduzco bien, con lo
que si bebo m ucho vino no podré conducir bien” . Tam poco
necesito estudiar física para saber que no puedo pasar a través
de una pared. Aunque la psicología popular, la lógica natural
y la física popular atienden a necesidades distintas del ser
hum ano, todas ellas coinciden precisam ente en eso: son cono­
cim ientos ajustados a nuestras necesidades, presum iblem ente
presentes en los seres hum anos desde el homo sapiens, y una
conquista más de la evolución.
Ahora bien, la psicología popular va unida de m odo m uy
estrecho a una actitud m entalista. Justam ente por ello los
psicólogos conductistas despreciaban la psicología popular y
sostenían que las nociones de deseo, creencia, intención,
sentim iento y, en general, cualquier noción que pretenda
denotar un proceso mental interno deben ser elim inadas de la
psicología científica. Com o ya indicam os, el conductism o per­
dió su hegem onía en torno a 1960, siendo sustituido por la
psicología cognitiva, la cual adopta una actitud m entalista
frente al conductism o. Esta actitud m entalista se m anifiesta
asim ism o en la psicología popular, ya que las creencias,
sentim ientos, deseos, tem ores, etc. se consideran popular­
m ente com o procesos m entales que son internos y privados.
Popularm ente entendem os que nuestros procesos m entales
son episodios de nuestra vida interior, que sólo nosotros
norm alm ente sabem os bien lo que nos pasa y que los demás
han de lim itarse a barruntarlo.
3. Jerry Fodor y la psicología popular
Puesto que la psicología cognitiva y la psicología popular
coinciden en la actitud m entalista, no resultará extraño
66
encontrar firm es defensores de la psicología popular entre los
psicólogos cognitivos. El autor m ás notable al respecto, al
tiem po que uno de los m áxim os representantes de la psicolo­
gía cognitiva, es Jerry Fodor. Sus puntos de vista sobre el
valor de la psicología popular y sobre la relación entre psico­
logía popular y psicología cognitiva se exponen nítidam ente
en su libro Psychosemantics (1987). Fodor se refiere a la
psicología popular llam ándola psicología del sentido com ún o,
también, psicología de creencia/deseo del sentido com ún en
atención al papel que estas nociones desem peñan en las
explicaciones psicológicas del sentido com ún.
Para Fodor, la psicología popular está m uy próxim a a la
verdad, ya que explica m uchas cosas acerca de la conducta y
su adecuación predictiva está m ás allá de la disputa racional.
Por otra parte, la psicología popular resulta indispensable,
puesto que no existe alternativa al vocabulario de la explica­
ción psicológica del sentido com ún. Pero asim ism o la psicolo­
gía popular, según Fodor, es una psicología de actitudes
proposicionales, ya que creencia y deseo son actitudes prepo­
sicionales. (Aclararé brevem ente que una creencia o un deseo
se consideran por m uchos autores com o actitudes proposi­
cionales porque se supone que cuando un individuo cree o
desea algo m antiene una actitud respecto de una proposición
que expresa lo creído o lo deseado.)
Ahora bien, siem pre según Fodor, las actitudes proposi­
cionales se caracterizan de m odo esencial por satisfacer las
siguientes condiciones: 1) son sem ánticam ente evaluables, es
decir, sus contenidos poseen valores de verdad, 2) tienen
poderes causales, sobre otras actitudes o sobre la conducta, y
3) las generalizaciones im plícitas de la psicología de creencia/
deseo del sentido com ún son am pliam ente verdaderas de
ellas. Según lo prim ero, actitudes proposicionales com o los
deseos, creencias o corazonadas son verdaderos o falsos, y ello
en relación con el m undo. De acuerdo con lo segundo, podem os
hablar de causación m ental, en el sentido de que la conducta
es causada por estados m entales y tam bién, lo cual es m ás
interesante para Fodor, en el sentido de que unos estados
mentales son causados por otros estados m entales; asim ism o
67
hay un tercer tipo de causación m ental, la de los estados
m entales por sucesos del am biente afectante, esto es, m edian­
te estim ulación próxima. Justam ente cualquier psicología
que es realista acerca de lo m ental reconoce ipso facto los
poderes causales de los estados m entales (frente al conductism o, que rechaza tales poderes causales). Finalm ente, según el
tercer punto, una buena parte de las generalizaciones de la
psicología del sentido com ún son verdaderas en relación con
las actitudes preposicionales, entendidas tal com o se estable­
ce en los dos puntos anteriores.
En cuanto a la relación entre psicología popular y psicolo­
gía científica (que para Fodor es obviam ente la psicología cognitiva) este autor defiende que es posible una psicología
científica que reivindica la explicación de creencia/deseo del
sentido común. Tal psicología científica asum e la teoría representacional de la m ente (una de las tesis básicas de Fodor) o
TRM. Esta teoría postula la existencia de un lenguaje del
pensam iento, esto es, un conjunto infinito de representacio­
nes m entales que funcionan com o los objetos inm ediatos de
las actitudes proposicionales y com o los dom inios de los
procesos m entales. De un m odo m ás preciso TR M es la
conjunción de dos tesis.
La prim era tesis especifica la naturaleza de las actitudes
proposicionales y dice: para cualquier organism o O y cual­
quier actitud A hacia la proposición P, existe una relación R
(funcional/com putacional) y una representación m ental RM
tal que, RM quiere decir P y O tiene A si y sólo si O tiene la
relación R con RM. Es decir, podem os aclarar, existe una
representación m ental del objeto de una actitud proposicional
y el organism o tiene tal actitud proposicional si y sólo si el
organism o m antiene una relación funcional/com putacional
con aquella representación m ental.(Com o verem os en otro
capítulo, la psicología cognitiva postula que los procesos
m entales están gobernados por procedim ientos com putacionales). En sum a, tener una actitud proposicional es tener una
relación funcional/com putacional con una representación
mental.
A su vez, la segunda tesis establece la naturaleza de los
68
procesos m entales y dice: los procesos m entales son secuen­
cias causales de m uestras (tokenings) de representaciones
m entales. Por ejem plo, una cadena de pensam ientos, dice
Fodor, es una secuencia causal de m uestras de representacio­
nes m entales que expresan las proposiciones que son los
objetos de los pensam ientos.
En resum en, la psicología popular debe ser reivindicada
e incorporada a una psicología científica de corte m entalista
y m étodo com putacional, tal cual ocurre con la psicología
cognitiva.
Sim plem ente quisiera apuntar dos observaciones críti­
cas a la TRM de Fodor. Por un lado, deseos y creencias son ante
todo representaciones m entales que no necesitan para su
existencia de una proposición explícita y que se cualifican
com o deseos o creencias por su específico papel com o represen­
taciones. Y por otro lado, y en conexión con lo anterior, no
existe un nivel de actitudes y otro de proposiciones m entales
sino que unas y otras constituyen un único nivel de represen­
taciones mentales.
4. Reservas y ataques a la psicología popular
N o todos los autores defienden la psicología popular, tal
com o hace Fodor, sino que algunos, com o Stich, dudan de su
fiabilidad, y otros, com o Paul Churchland, la rechazan com ­
pletam ente.
Stephen Stich, tanto en su artículo “Autonom ous Psychology and the Belief-Desire Thesis” (1978) com o en su libro
From Folk Psychology to Cognitive Science (1983), considera
que la psicología popular no debe desem peñar un papel
im portante en la psicología científica. En efecto, en una
psicología científica que acogiera la psicología popular debe­
ría estar presente la tesis de creencia-deseo y, al m ism o
tiem po, lo que denom ina Stich “principio de autonom ía psico­
lógica”, pero am bos elem entos entran frecuentem ente en
conflicto según este autor.
L a tesis de creencia-deseo no es sino la asunción popular
de que la acción hum ana debe explicarse, al m enos en parte,
69
en térm inos de creencias y deseos. A su vez, debo hacer
observar que el principio de autonom ía psicológica de Stich no
tiene el significado fuerte que podría esperarse según la
propia denom inación, ya que tiene un sentido reductivo de los
procesos m entales a los procesos físicos internos del organis­
mo. Tal principio establece que los procesos que deben intere­
sar al psicólogo son aquéllos que sobrevienen (supervene) al
estado físico interno del sujeto. Con ello se sostiene que los
procesos m entales están com pletam ente determ inados por
los estados físicos correspondientes. Una réplica exacta (áto­
mo por átomo y m olécula por m olécula) de mí sería psicológi­
cam ente idéntica a mí, cualquier propiedad psicológica
instanciada por mí sería tam bién instanciada por mi réplica.
Ahora bien, según Stich, la tesis de creencia-deseo de la
psicología popular y este principio de autonom ía psicológica
m antienen tal tensión que las nociones psicológicas populares
no deben desem peñar papel alguno en las teorías de la ciencia
cognitiva actual. Me lim itaré a señalar uno de los ejem plos de
esta tensión (m ejorando la exposición) aducidos por Stich.
Supongam os que en el pasado he probado una botella de
Chateau d 'Yquem 1962 y que ahora se construye una réplica
de mí. Si se nos pregunta a m í y a mi réplica si hem os probado
tal vino direm os que sí, entendiéndose (según la tesis de
creencia-deseo) que nuestras respectivas creencias son causas
de nuestras respectivas proferencias afirm ativas; sin em bar­
go, m ientras m i creencia es verdadera la creencia de mi réplica
(que acaba de ser creada y no ha probado vino alguno) es falsa.
Pero este diferente valor de verdad de tales creencias contraría
el principio de autonom ía psicológica, según el cual m i réplica
y yo debem os instanciar las m ism as propiedades psicológicas.
Sim plem ente apuntaré una observación crítica a este
argum ento. N o es extraño que el principio de autonom ía
psicológica de Stich entre en conflicto con la tesis de creenciadeseo, puesto que en la psicología popular se asum e un
dualism o entre procesos m entales y procesos físicos (com o
verem os m ás adelante) que es excluido por el principio de
autonom ía de Stich.
En el caso de Paul Churchland nos encontram os con una
70
posición m ás radical contra la psicología popular. En varios de
sus escritos, y en particular en su artículo “Elim inative
M aterialism and the Propositional A ttitudes” (1981), Churchland considera que la psicología popular es realm ente una
teoría, pero una teoría falsa. A su vez, el m aterialism o
elim inativo que propone constituye un program a de investi­
gación conducente a sustituir la psicología popular, tanto en
sí m ism a com o en cuanto presente en la ciencia cognitiva, por
una neurociencia debidam ente com pleta.
Para Churchland, la estructura psicológica de nuestro
sentido com ún es una concepción falsa y radicalm ente enga­
ñosa de las causas de la conducta hum ana y de la naturaleza
de la actividad cognitiva. En prim er lugar, la psicología
popular fracasa am pliam ente en la explicación y predicción de
los procesos m entales (no sabem os lo que es el sueño, no
com prendem os cóm o se desarrolla el aprendizaje, no tenem os
la m enor idea de cóm o funciona la m em oria, no conocem os lo
que es la enferm edad m ental), de m odo que las cosas m ás
centrales acerca de nosotros perm anecen casi enteram ente
m isteriosas dentro de la psicología popular. En segundo
lugar, si la psicología popular ha sobrevivido hasta ahora no
es a causa de su carácter correcto sino porque los fenóm enos
m entales son tan difíciles de explicar que cualquier recurso,
aunque sea débil, consigue m antenerse. Y en tercer lugar, una
neurociencia que no refleje la psicología popular tendrá m u­
cho m ás éxito explicativo que una neurociencia que refleje la
estructura psicológica de nuestro sentido com ún. En conse­
cuencia, elim inem os la psicología popular y apostem os por la
neurociencia.
Creo que Churchland argum enta dialécticam ente, en el
sentido de que inventa una psicología popular m uy am biciosa
para a continuación im putarle fracasos en tareas que la
psicología popular real no em prende. En concreto, tal com o
señalé al principio, las generalizaciones de la psicología popu­
lar no son, ni pretenden ser, leyes estrictas, sino m ecanism os
útiles de explicación y predicción que funcionan en casos
sencillos, con lo cual, frente a Churchland, la psicología
popular no es una auténtica teoría.
71
5. Conclusiones
Si nos preguntam os si debem os seguir defendiendo la
psicología popular, a pesar de las citadas reservas y ataques,
creo que debem os responder afirm ativam ente, aunque siendo
conscientes de las lim itaciones y del valor precientífico de la
psicología popular.
En prim er lugar, las generalizaciones de la psicología
popular constituyen un depósito de conocim ientos com partido
por todos los seres hum anos, con una alta capacidad explica­
tiva y predictiva en los casos cotidianos de nuestras vidas
(aunque no en los casos extraordinarios o anorm ales). En
segundo lugar, el m arco conceptual de la psicología popular
(esto es, las nociones de creencia, deseo, sentim iento e inten­
ción) es indispensable en buena parte del lenguaje de la
psicología científica. Y en tercer lugar, la actitud m entalista
propia de la psicología popular tiene plena vigencia con el
desarrollo de la psicología cognitiva actual. En suma, pode­
m os hablar de una prolongación natural desde la psicología
popular a la psicología científica, paralela a la prolongación
desde la lógica natural a la lógica científica. La psicología
científica, una vez superado el conductism o, contendrá con­
ceptos y generalizaciones de la psicología popular, aunque
dejará de lado algunos elem entos suyos, transform ará otros e
incorporará, por supuesto, nuevas construcciones más sofisti­
cadas para ajustar la explicación psicológica a los casos m enos
triviales o anorm ales.
De todas form as, lo que la psicología científica no deberá
acoger de la psicología popular es el dualism o ingenuo o
acrítico. En efecto, en la psicología del sentido com ún está
incorporado un cartesianismo popular , es decir, la tesis de la
distinción entre cuerpo y m ente ju n to con la aceptación
acrítica de una m ente inm aterial. La psicología científica, o
bien su filosofía, debe plantearse en térm inos críticos, de
discusión libre y racional, el problem a de la relación entre
procesos m entales y procesos físicos (problem a m ente-cuer­
po). Creo que la radical hostilidad de Paul Churchland a la
psicología popular tiene com o fundam ento últim o la postura
72
m aterialista de este autor, totalm ente incom patible con el
dualism o ingenuo presente en la psicología del sentido común.
Por otra parte, el materialismo eliminativo de Churchland,
tal com o señalam os antes, propone sustituir la psicología en
general por la neurociencia, suprim iendo así cualquier resi­
duo de psicología popular que pudiera subsistir en la psicolo­
gía científica. En su libro Matter and Consciousness (1988,
edición revisada), Paul Churchland defiende la idea de que
cuando la neurociencia haya m adurado y se haya establecido
la superioridad de su nueva estructura entonces seremos
capaces de com enzar a concebir de otra m anera nuestros
estados y actividades internas. Entonces nuestras explicacio­
nes de la conducta recurrirán a cosas tales com o nuestros
estados neurofarm acológicos, la actividad neuronal en áreas
anatóm icas especializadas y cualesquiera otros estados que
parezcan relevantes para la nueva teoría. Y entonces también
nuestra introspección privada será transform ada y podrá ser
profundam ente aum entada gracias a la estructura más pre­
cisa y penetrante con la que será tratada. Según Churchland,
todo esto supondrá una revolución conceptual de enorm e
m agnitud así com o grandes beneficios para la hum anidad.
El m aterialism o elim inativo va unido, tal com o se indica
en Matter and Consciousness, al m aterialism o m etodológico.
Esta m etodología practica una aproxim ación de abajo hacia
arriba ( bottom-up) en lugar de la aproxim ación de arriba
hacia abajo ( top-down ). La psicología cognitiva habitual,
señala C hurchland, sigue una aproxim ación de arriba hacia
abajo porque com ienza con nuestra com prensión corriente de
lo que hacen las criaturas inteligentes y luego se pregunta
qué tipo de operaciones subyacentes podrían producir o
explicar tales actividades cognitivas. En cam bio, el m ateria­
lismo m etodológico que va unido al m aterialism o elim inativo
sigue una aproxim ación contraría de abajo hacia arriba, ya
que sostiene la idea básica de que las actividades cognitivas
son en últim a instancia actividades del sistem a nervioso, de
tal m anera que com enzarem os por com prender el com porta­
miento físico, quím ico, eléctrico y de desarrollo de las neuronas,
y en especial de los sistem as de neuronas, y luego podrem os
73
com prender todo lo que hay que saber acerca de la inteligen­
cia natural.
Esta propuesta de elim inar la psicología en favor de la
neurociencia es fuertem ente seductora, puesto que supone
sustituir las categorías m entalistas propias de la psicología,
que son difíciles de m anejar, por las categorías físicas propias
de la neurociencia, que parecen m ás concretas y m anejables.
Sin em bargo, personalm ente entiendo que la explicación
psicológica no es reducible a la explicación neurobiológica, ni
por tanto elim inable en favor de la neurociencia. Aunque
fuese posible deducir los fenóm enos psicológicos a partir de los
fenóm enos neurológicos, no será posible explicar los fenóm e­
nos psicológicos neurológicam ente. Esta distinción entre de­
ducción y explicación ha sido form ulada por Hilary Putnam ,
y con su análisis term inarem os este capítulo.
En efecto, en “Reductionism and the Nature o f Psychology” (1973), Putnam sostiene que la doctrina de la Unidad de la
Ciencia es errónea. Según tal doctrina (que, podem os añadir,
constituye una tesis básica del neopositivism o) las leyes de las
ciencias de “nivel superior” , com o la psicología o la sociología,
son reducibles a las leyes de las ciencias de nivel inferior, com o
la biología, la quím ica y en últim a instancia la física de las
partículas elem entales. Sin em bargo, arguye Putnam , del
hecho de que la conducta de un sistema pueda deducirse de su
descripción com o un sistema de partículas elem entales no se
sigue que pueda explicarse desde tal descripción.
Nuestro autor aclara su punto de vista con el siguiente
ejem plo. Supongam os que tenem os un sistem a constituido
por dos objetos m acroscópicos, que son una tabla con dos
agujeros, uno cuadrado de una pulgada de ancho y otro
redondo de una pulgada de diám etro, y una estaca cuadrada
algo m enor de una pulgada de ancho. El hecho a explicar es
que la estaca pasa por el agujero cuadrado pero no pasa por el
agujero redondo. Una explicación aceptable es que, siendo la
tabla y la estaca dos objetos aproxim adam ente rígidos, la
estaca pasa por el agujero que es bastante am plio y no por el
que es dem asiado pequeño. A hora bien, en tal explicación la
m icroestructura de am bos objetos es irrelevante.
74
Supongam os ahora, sigue Putnam, que podemos descri­
bir la estaca y la tabla com o nubes de partículas elementales
(newtonianas, para m ayor sim plicidad) de modo que la estaca
es la nube A y la tabla es la nube B; a su vez, el agujero redondo
es descrito com o región 1 y el agujero cuadrado como región 2.
Finalm ente, supongam os que, gracias a una hazaña heroica
de cálculo, conseguim os probar que la nube A pasará por la
región 2 pero no por la región 1. Putnam no cree que esto sea
una auténtica explicación, ya que la deducción del hecho a
partir de las posiciones y velocidades de las partículas elem en­
tales y de sus atracciones y repulsiones eléctricas no es una
explicación. En efecto, los rasgos relevantes de la situación,
esto es, que tabla y estaca son aproxim adam ente rígidos y que
un agujero es bastante grande para la estaca mientras que el
otro no lo es, no aparecen en la deducción, sino que desapare­
cen en m edio de una masa de información irrelevante.
En general, señala Putnam, ciertos sistem as pueden
tener conductas respecto de las cuales su m icroestructura es
am pliam ente irrelevante. Por ejem plo, en sociología, dada la
m icroestructura del cerebro y del sistem a nervioso, no es
posible determ inar que existirán relaciones de producción
capitalistas, sino que las m ism as criaturas pueden existir en
producción de m ercancías precapitalista, feudal o socialista.
En particular, la psicología está tan subdeterm inada por la
biología com o por la física de partículas elem entales.
75
7
Teoría causal de la mente:
materialismo y funcionalismo
1. La teoría causal de la mente
En contraposición al conductism o, que sostiene que los
fenóm enos psicológicos se reducen a conducta y que por lo
tanto no tiene sentido hablar de la m ente com o algo distinto
de la conducta, podem os hablar en térm inos generales de la
teoría causal de la m ente com o aquella doctrina am plia que
defiende que la m ente es causa de la conducta y por tanto
distinta de ella.
M ás concretam ente, la teoría causal de la m ente, en sus
diferentes versiones, sustenta que la conducta es efecto de
causas m entales y que tales causas son procesos internos; en
suma, que la conducta es producida por causas m entales
internas. Según ello, por ejem plo, m i creencia de que vendrá
Fulano es un estado interno que causa m is acciones de
reservarle hotel, enterarm e de que vendrá en avión, ir a
esperarle al aeropuerto, etc. Para la teoría causal de la m ente
los procesos m entales son algo interno y distinto de la conduc­
ta, y asim ism o factores causales de la conducta. Por ello, com o
fácilm ente podrá apreciarse, la teoría causal de la m ente
suscribe el m entalismo.
Con todo, debe hacerse una precisión im portante. A un­
que para esta teoría la conducta es siem pre efecto de procesos
m entales internos, sin em bargo los procesos m entales no
necesariam ente producen conducta, ya que es posible tener
procesos m entales internos que no se traducen en conducta
alguna.
77
Podem os señalar dos variantes principales, opuestas en­
tre sí, dentro de la teoría causal de la mente. Por un lado, la
teoría m aterialista de la m ente o teoría de la identidad mentecerebro, y, por otro lado, el funcionalismo. Dicho rápidamente
(de m om ento), para la prim era los procesos m entales internos,
que son causa de la conducta, son idénticos a los procesos
cerebrales; en cam bio, para el funcionalism o no es legítim a la
identificación entre procesos m entales y procesos cerebrales,
sino que los procesos m entales internos, que son causa de
conducta, son estados funcionales cuyo órgano (por así decir)
no es necesariam ente el cerebro. Tam bién podem os señalar los
autores y obras básicos de una y de otra variante de la teoría
causal de la mente. Dentro de la teoría de la identidad m entecerebro los autores m ás destacados son los australianos David
Arm strong, cuya obra fundam ental es A Materialist Theory o f
the Mind (1968), y David Lewis, cuyo trabajo básico es “Psychophysical and Theoretical Identifications” (1972). A su vez,
dentro del funcionalism o los autores más destacados son los
americanos Hilary Putnam, con su im portante trabajo “Psychological Predicates” (1967), y Jerry Fodor, con su obra
Psychological Explanation (1968). (Respecto de Putnam y de
Fodor debe precisarse que estos autores han m odificado sus
ideas iniciales; Putnam sigue aceptando el funcionalismo
aunque insiste en la determ inación de la psicología por la
sociología en lo que llam a sociofuncionalism o; Fodor ha evolu­
cionado hacia posturas cogni ti vistas, tal como ya hemos visto).
2. La teoría de la identidad mente-cerebro:
Armstrong
La postura m aterialista en psicología de David Arm strong
aparece ya expuesta y justificada en su artículo ‘T h e Nature
o f M ind” (1966), publicado dos años antes de su obra funda­
m ental A Materialist Theory o f the Mind, razón por la cual
analizarem os los argum entos contenidos en tal artículo.
Arm strong com ienza señalando que, puesto que los hom ­
bres tienen m ente (es decir, perciben, tienen sensaciones,
em ociones, creencias, pensam ientos, propósitos y deseos), la
78
pregunta por la naturaleza de la m ente debe ir unida a la pre­
gunta por la naturaleza del hom bre. Y respecto de esta
cuestión sobre la naturaleza del hom bre debem os atender a
las respuestas de la ciencia actual. A pesar de los desacuerdos
y divergencias entre los científicos, puede considerarse, según
nuestro autor, que la doctrina científica establecida es el
punto de vista de que podem os dar una explicación com pleta
del hom bre en térm inos puram ente físico-quím icos. Tal cosa
prom ete en efecto la biología m olecular que pretende desvelar
los m ecanism os físicos y quím icos que están en la base de la
vida. En consecuencia, debem os intentar desarrollar, conclu­
ye Arm strong, una explicación de la naturaleza de la m ente
que sea com patible con la tesis de que el hom bre no es sino un
m ecanism o físico-quím ico. A sí pues, nuestro autor propone
explícita y abiertam ente una explicación m aterialista o
fisicalista de la m ente.
Ahora bien, cabe preguntarse por qué conceder m ayor
autoridad a la ciencia que a la religión, a la filosofía, a la ética,
o a la literatura y el arte (si éstas, podem os añadir, difieren de
la ciencia). En sum a, cabe pedir una justificación del cientifism o (que podem os definir com o la postura general que sostiene
que en cualquier cuestión la últim a palabra la tiene la cien­
cia). Arm strong, de m odo coherente y honrado, se plantea en
efecto esta pregunta y contesta que la ciencia tiene m ayor
autoridad que las otras instancias u opciones señaladas
porque sólo la ciencia, después de investigación prolongada y
extendida durante siglos, ha alcanzado un consenso intelec­
tual, especialm ente a partir del siglo xvn, y porque adem ás
dispone de un m étodo para decidir las cuestiones disputadas,
m ientras que las otras opciones no disfrutan ni de tal consenso
intelectual ni de tal m étodo.
Sin em bargo, y com o observación crítica, podem os apun­
tar que el cientifism o de A rm strong adolece de ingenuidad y
de una valoración excesivam ente optim ista acerca de la natu­
raleza de la ciencia. En efecto, el consenso intelectual no es
algo firm e y definitivo en la ciencia, y de hecho ésta no sólo es
falible sino que cam bia constantem ente, y adem ás, com o ha
puesto de relieve reiteradam ente Paul Feyerabend, la ciencia
79
no dispone ni de un único m étodo ni de un m étodo que asegure
la verdad de los resultados. En todo caso, podem os conceder a
Arm strong, si ésta fuese su tesis, que la ciencia desde un
punto de vista racional es un conocim iento m ás firm e que la
religión, la filosofía o el arte, pero sin olvidar la posibilidad de
la existencia de lím ites para la razón.
Asim ism o nos interesa reseñar la crítica del conductism o
que plantea nuestro autor en el artículo que estam os com en­
tando. M ientras la filosofía tradicional, en especial Descartes,
había concebido la m ente com o un cam po interno m isterioso
que yace detrás de la conducta física o externa de nuestros
cuerpos, en cam bio el conductism o sostuvo que la m ente es
conducta o bien disposición a la conducta. Para Arm strong, el
conductism o es erróneo en am bas versiones. Si la m ente es
conducta, entonces quedan sin explicar todos los procesos
m entales que no van acom pañados de conducta alguna. Y si la
m ente es disposición a la conducta, tal com o insistió G ilbert
Ryle, entonces tal disposición debe ser algo real, frente a la
tesis de Ryle de que una disposición no es un estado o cam bio
particular; cuando pienso pero mis pensam ientos no producen
acción alguna, hay algo que sucede realm ente en m í y que
constituye mi pensam iento, no tratándose de que hablaría o
actuaría si se cum pliesen ciertas condiciones.
Aunque el conductism o, insiste Arm strong, es com pati­
ble con el m aterialism o, es una explicación insatisfactoria de
los procesos m entales. El habla y la acción son expresión del
pensam iento, no idénticos con él. En general, los procesos
m entales no pueden identificarse con la conducta, sino que los
procesos m entales son la causa interna de la conducta. Queda
clara pues la postura m entalista de nuestro autor, dentro de
una teoría causal de la mente. Para Arm strong esta concep­
ción de la m ente com o causa interna de la conducta no
convierte al m aterialism o o fisicalism o en inevitable pero lo
hace posible, no im plica un punto de vista puramente fisicalista
acerca del hom bre pero es com patible con tal punto de vista.
De nuevo advertim os la honradez y coherencia de nuestro
autor, puesto que en cierta m edida adm ite la posibilidad de
una causa interna no-física de la conducta.
80
A hora bien, prosigue Arm strong, si nuestra noción de la
m ente y de los estados m entales no es sino la de una causa,
dentro de la persona, de ciertos tipos de conducta, entonces la
naturaleza intrínseca de esa causa se convierte en una cues­
tión científica, y no en una cuestión de análisis lógico. Y es
ahora cuando se im pone el m aterialism o. Pues no es en la tesis
de la substancia espiritual de D escartes, sino en el veredicto
de la ciencia actual, donde encontram os la respuesta adecua­
da. Tal respuesta es que la única causa de la conducta en el
hombre y en los anim ales superiores es el funcionam iento
físico-quím ico del sistem a nervioso central. En sum a, pode­
mos identificar los estados m entales con estados puram ente
físicos del sistem a nervioso central. Esta es la teoría de la
identidad m ente-cerebro.
A su vez, en su libro A Materialist Theory ofth e Mind,
Arm strong reitera y desarrolla las tesis anteriores. En esta
obra distingue de m odo claro y explícito las dos etapas que
llevan a la teoría m aterialista de la m ente: en una prim era
etapa se cum ple el análisis causal de los conceptos m entales,
es decir, la tesis de que los estados m entales son causa interna
de la conducta, m ientras que en la segunda etapa se identifi­
can tales estados internos con los estados físico-quím icos del
cerebro, proporcionando así el m aterialism o de estado central
(reducción de la m ente a los estados físicos del sistem a
nervioso central). Según ello, el libro se articula en tres partes.
En la prim era parte, se estudian las teorías de la m ente,
criticando el conductism o así com o las doctrinas dualistas de
la m ente (que defienden algún tipo de distinción entre m ente
y cerebro) y señalando los aspectos y ventajas de la teoría
m aterialista de la mente. En la segunda parte, que es la más
extensa, se desarrolla el análisis causal de los conceptos
m entales, considerando los diferentes tipos de procesos m en­
tales. Finalm ente, en la tercera parte, se insiste brevem ente
en la identificación de lo m ental con lo físico, de los procesos
m entales con los procesos cerebrales.
81
3. La teoría de la identidad mente-cerebro: Lewis
El otro gran autor, adem ás de Arm strong, que deñende
la teoría de la identidad entre procesos m entales y procesos
cerebrales es D avid Lewis, en especial en sus artículos “An
A rgum ent for the Identity Theory” (1966) y “Psychophysical
and Theoretical Identifications” (1972). Realizaré mi exposi­
ción y com entarios ciñéndom e al segundo de tales trabajos.
Lewis com ienza poniendo de relieve que los teóricos de la
identidad psicofísica sostienen a m enudo que las identifica­
ciones que anticipan entre estados m entales y estados
neuronales (del sistem a nervioso central) son en lo esencial
com o algunas identiñcaciones teoréticas que adm itim os sin
controversia, por ejem plo la identificación entre el agua y la
fórm ula H20 o bien entre la luz y la radiación electrom agné­
tica. Asim ism o estas identificaciones teoréticas se conciben
usualm ente com o avances teoréticos que hacen posible sim ­
plificar la ciencia total postulando leyes-puente que identifi­
can algunas de las entidades discutidas en una teoría con
entidades discutidas en otra teoría.
Sin em bargo, Lewis considera que la identificación psico­
física que debe defenderse no corresponde a esta descripción
de la identificación teorética, ya que una teoría fisiológica ade­
cuada puede implicar identidades psicofisicas, y no m eram en­
te postularlas. En “An Argum ent for the Identity Theory”, en
efecto, Lewis concluye la identificación entre estados mentales
y estados neuronales de acuerdo con la siguiente im plicación.
Como primera premisa tenemos la identificación entre esta­
dos mentales y los ocupantes de papel causal (según la defini­
ción de estado mental, es decir, podemos añadir, según la
teoría causal de la mente, esto es, la teoría de que los estados
m entales son causa de la conducta). Como segunda premisa
tenemos la identificación entre estados neuronales y los ocu­
pantes de papel causal (según la teoría fisiológica, es decir,
podemos añadir, ya que la fisiología atribuye papeles causales
sobre la conducta a los procesos neuronales). Ahora bien, se­
gún la propiedad transitiva de la identidad (esto es, si A=B y
C=B, entonces A=C), ambas premisas im plican (lógicam ente)
82
que los estados mentales son idénticos a los estados neuronales.
A sí pues, si los significados de los nom bres de los estados
m entales proporcionan realm ente la prim era prem isa (es
decir, si los estados m entales se definen com o factores causales
de la conducta), y si los avances de la fisiología proporcionan
la segunda prem isa (esto es, si la fisiología m uestra que los
estados neuronales son factores causales de la conducta),
entonces se sigue la conclusión de la identificación psicofísica.
Com o Lewis acepta am bas prem isas, tam bién defiende que
los estados m entales son idénticos a los estados neuronales.
Pero tal identificación psicofísica no es una identifica­
ción teorética en el sentido usual antes señalado, sino una
identificación teorética en un sentido m ás fuerte, precisam en­
te en el nuevo sentido de que tal identificación psicofísica está
im plicada por las teorías que la hacen posible, y no sim ple­
m ente postulada por ellas.
4. Evaluación del materialismo
El m aterialism o o teoría de la identidad m ente-cerebro
tiene un indudable atractivo doble, ya que tiene el aspecto de
una teoría con aureola de progresism o y porque adem ás
prom ete o cum ple una clara sim plificación dentro del cuerpo
de la ciencia total.
En cuanto a lo prim ero, oponerse al m aterialism o parece
cosa de curas, de filósofos poco inform ados de la ciencia actual,
o de científicos trasnochados, m ientras que defender la teoría
de la identidad m ente-cerebro parece cosa de personas ilus­
tradas, de filósofos al día, o de científicos de vanguardia. En
sum a, el m aterialism o parece ser lo progre m ientras que
contradecir el m aterialism o parece ser lo carca , y ya se sabe
que en general si se quiere figurar y aparecer hay que ser
progresista. Evidentem ente este atractivo del aspecto progre­
sista del m aterialism o no es, en absoluto, un argum ento, ni
filosófico ni científico, razón por la cual, tras haberlo señalado,
no m e m olestaré en dedicarle m ás tiempo.
El segundo atractivo señalado es ya serio. El m aterialis­
m o prom ete (aunque no ha cum plido) elim inar el lenguaje
83
m entalista en favor del lenguaje neurofisiológico, y esto sí que
sería un gran avance y un buen progreso. N o im portaría que
los psicólogos se quedasen sin trabajo y que la psicología com o
ciencia desapareciese del reino o república de los saberes,
puesto que habríam os reducido la psicología a neuroñsiología
(al reducir los procesos m entales a procesos neuronales) y con
ello habríam os sim plificado el cuerpo de la ciencia total.
Sin em bargo, esta reducción no parece posible. Y a seña­
lamos en el capítulo anterior que, aunque fuese posible dedu­
cir los fenóm enos psicológicos a partir de los fenóm enos
neurológicos, no será posible explicar los fenóm enos psicológi­
cos neurológicam ente. La razón básica es que el lenguaje
m entalista (con térm inos com o deseo, creencia, em oción,
sentim iento, percepción, sensación, recuerdo, inferencia o
introspección) no es reducible al lenguaje neurológico (con
térm inos com o neurona, sinapsis, neurotransm isor, fibras
aferentes o fibras eferentes). Sin duda alguna, la neurociencia
en general puede ayudar a com prender un gran núm ero de
fenóm enos psicológicos, pero no puede proporcionar explica­
ciones com pletas de nuestra vida m ental. Y a su vez, la razón
profunda de esta situación fáctica es que la experiencia de lo
m ental es irreducible a cualquier explicación neurológica.
Con ello quiero decir que nuestro m odo de experim entar y, en
consecuencia, de conocer los procesos m entales no puede ser
sustituido por una explicación de los procesos neurológicos
que puedan subyacer en la producción de los procesos m enta­
les. Para decirlo aun más concisam ente, una cosa es mi
experiencia de los estados m entales y otra cosa su eventual
m odo de producción neurológica.
A este respecto, com o dice el filósofo neozelandés Keith
Cam pbell, en su lib ro Body andM ind( 1984, segunda edición),
el dolor puede explicarse com o un cam bio en el patrón y
frecuencia de las descargas de neuronas en el cortex o corteza
cerebral, pero yo no soy consciente del dolor com o una agita­
ción de disparos de neuronas. M ás en general, podem os decir
que los procesos m entales son vividos y, por ende, conocidos en
térm inos de fenóm enos internos de conocim iento, recuerdo,
creencia o volición (esto es, en térm inos del lenguaje m enta-
84
lista), y no son vividos ni, por tanto, conocidos en térm inos de
procesos físico-quím icos del cerebro, aunque el estudio de
estos procesos pueda resultar esclarecedor e ilustrativo.
De todas form as, dejaré de m om ento los argumentos
generales para intentar responder a las tesis m aterialistas de
Arm strong y de Lewis.
En el caso de la teoría de la identidad m ente-cerebro de
David Arm strong, la identidad psicofísica, o identidad entre
procesos m entales y procesos cerebrales, es m eram ente una
propuesta alentada por el prestigio de la ciencia. En A
Materialist Theory oftk e Mind, nuestro autor señala que la
identificación de los estados m entales con los estados físicoquím icos del cerebro es una apuesta (bet), una apuesta casi
tan buena, en el actual estado del conocim iento, com o la
identificación del gen con la m olécula de AD N (ácido desoxirribonucleico). Sin em bargo, A rm strong pierde de vista que
am bas situaciones no son com parables. El gen era, antes de su
identificación con el AD N , la unidad de herencia biológica
concebida en térm inos abstractos e indeterm inados, m ientras
que un proceso m ental particular (com o un sentim iento de
odio) es algo concreto y determ inado, em píricam ente contrastable. D icho de otro m odo, la identificación de los genes con
m oléculas de ADN dota de sentido concreto a aquéllos, m ien­
tras que la identificación de los procesos m entales con los
procesos cerebrales reduce el sentido concreto de los prim eros
al sentido concreto de los segundos sin que tal reducción se
justifique salvo apoyándose en el principio de econom ía. Con
todo, com o sim ple propuesta, la identificación psicofísica es
un program a de investigación que deberá justificarse a la
larga, pero que no parece aceptable por la razón ya aludida de
la escasa viabilidad de elim inar el lenguaje m entalista en
favor del lenguaje neurológico.
En el caso de la teoría de la identidad m ente-cerebro de
David Lewis, la identidad psicofísica aparece ya no com o una
propuesta sino com o una conclusión lógica im plicada por pre­
misas supuestam ente científicas. Sin em bargo, am bas prem i­
sas pueden ser puestas en duda. En prim er lugar, la identifi­
cación entre estados m entales y factores causales de la con­
85
ducta no es en general verdadera. En efecto, y com o se señaló
anteriorm ente, hay estados m entales que no producen efecto
alguno en la conducta; por ejem plo, nuestros sentim ientos
pueden no m anifestarse en com portam iento alguno, o nues­
tras im ágenes m entales pueden perm anecer perfectam ente
secretas; en ambos casos incluso no es necesario que estos
procesos m entales produzcan efectos en otros procesos m en­
tales. En segundo lugar, la identificación entre estados neuronales y factores causales de la conducta tam poco es en
general verdadera. Efectivam ente, hay procesos neurológicos
que no producen acciones que puedan calificarse de conducta
en el sentido que interesa al psicólogo; por ejem plo, en la zona
de la corteza cerebral m otora responsable de los m ovim ientos
de la lengua se registran procesos neurológicos que producen
la actividad de la lengua durante la m asticación de alim entos,
pero esta actividad del sistem a digestivo no m erece la aten­
ción del psicólogo.
Por otra parte, la propia conclusión de Lewis, es decir, la
identidad entre procesos m entales y procesos neurológicos se
enfrenta desde el desarrollo de las ciencias cognitivas (y en
especial de la inteligencia artificial) al argum ento que deno­
m inaré argumento antimaterialista de las máquinas y que
discurre del modo siguiente. Tal com o verem os en el capítulo
próxim o, existe evidencia em pírica de que algunas m áquinas
tienen procesos m entales. La ciencia de la inteligencia artifi­
cial y su tecnología correspondiente han desarrollado m áqui­
nas “inteligentes” que ejecutan procesos que en los seres
hum anos calificam os de procesos m entales; no sólo hacen
com plicados cálculos aritm éticos y pruebas de teorem as lógi­
cos y m atem áticos, sino que tam bién juegan a las dam as o al
ajedrez e incluso realizan diagnósticos m édicos. Y, sin em bar­
go, en estas m áquinas no existen procesos neurológicos, por la
sencilla razón de que no están constituidas de neuronas o
células nerviosas. Siendo así, la identidad entre procesos
m entales y procesos neurológicos queda refutada, puesto que
se dan procesos m entales enteram ente ajenos a los procesos
neurológicos. E n este punto es interesante poner de relieve
que el desarrollo de las m áquinas, tarea alentada por el
86
m aterialism o m ecanicista, se vuelve contra tal m aterialism o
en su tentativa de reducir la m ente a los m ecanism os físicoquímicos del sistem a nervioso central.
Volviendo a los argum entos generales, podem os señalar
en los seres humanos distintos tipos de procesos m entales que
no parecen poder adm itir una explicación en térm inos pura­
mente físico-quím icos y que, por lo tanto, podrían calificarse
de procesos no-físicos o incluso espirituales. En prim er lugar,
tenemos los fenóm enos de autoconciencía. Por “autoconciencia” podem os entender dos cosas bien diferentes: 1) la con­
ciencia de nuestros propios procesos m entales, y 2) la concien­
cia de nosotros m ism os com o sujetos de los procesos mentales.
En el prim er caso, tenem os procesos de conciencia introspec­
tivos, que se reducen en últim a instancia a m em oria concreta.
Pero en el segundo caso tenem os autoconciencia en sentido
propio, es decir, la conciencia de nuestra identidad personal;
en virtud de ella sé que soy el mismo ahora, en mi juventud y
en mi infancia y que esta perm anencia de m í m ism o tam bién
se proyecta hacia el futuro. Tal autoconciencia, en cuanto nos
sum inistra el conocim iento de nuestra identidad, a lo largo del
pasado, presente y futuro, parece escapar a cualquier proceso
neurológico o físico en general.
B em ard Baars, en su libro A Cognitive Theory ofConsciousness (1988), considera el sistem a ERTAS (Extended
Reticular-Thalamic Activating System), constituido por la
form ación reticular del tronco cerebral y del cerebro m edio, la
capa exterior del tálam o y el conjunto de neuronas que se
proyectan desde el tálam o a la corteza cerebral, com o el
espacio de trabajo ( workspace) global neuronal responsable
de los procesos conscientes. Esta tesis es sum am ente prom e­
tedora y atractiva, al señalar una base neuronal de los
procesos conscientes que pone de relieve el carácter integrado
de los procesos neuronales. Sin em bargo, el sistem a ERTAS
puede dar razón de la conciencia en el prim er sentido señalado
de autoconciencia, es decir, com o conjunto de procesos cons­
cientes, pero no en el segundo sentido, esto es, com o conciencia
de nuestra identidad personal. El propio Baars, cuando en la
obra citada se ocupa de la noción del yo (self ), lo considera
87
com o un contexto (context) englobante de experiencia, pero en
la doctrina de nuestro autor un contexto es un sistem a que
constriñe contenidos conscientes sin ser él m ism o consciente;
por tanto, el yo en el sentido de Baars no se corresponde con
la autoconciencia en sentido propio.
En segundo lugar, y ligada al fenóm eno de la autocon­
ciencia, tam bién es un fenóm eno típicam ente hum ano la
form ación de un proyecto vital personal (idea en la que insistió
José Ortega y Gasset). Según ello, cada ser hum ano no está
obligado a vivir según los dictados de sus instintos y según el
im perio de las condiciones de su entorno, sino que puede
form ar un proyecto de vida que guía su actividad personal. Tal
proyecto vital supone la elección de un sentido o finalidad para
nuestras vidas tom adas globalm ente y, en cuanto viniendo
desde el pasado y atravesando nuestro huidizo presente se
prolonga en nuestro futuro, no parece responder a cualquier
proceso neurológico o físico en general. D icho de otro m odo,
nuestro program a genético o genom a determ ina nuestra
constitución física y condiciona nuestras posibilidades de
acción, pero la elección de nuestro proyecto de vida supone
una sobredeterm inación en nuestra actividad que se añade a
nuestra dim ensión física.
Finalm ente, y asim ism o ligada a la form ación de un
proyecto vital personal, tam bién es un fenóm eno típicam ente
hum ano la libertad entendida en sentido propio. Las volicio­
nes (deseos o intenciones) son obviam ente un tipo im portante
de procesos m entales. Mi deseo de ganar un buen sueldo o mi
intención de escribir un buen libro son procesos m entales,
caracterizados por ser disposiciones o esquem as para ejecutar
acciones. Pero las voliciones pueden ser simples o deterministas
o bien libres e indeterm inistas. Por ejem plo, m i deseo de
com er a las tres de la tarde, habiendo perm anecido sin ingerir
alim entos desde las ocho de la m añana, o m i intención de
vengarm e de fulanito, quien me ha ofendido gravem ente, son
simples voliciones determ inadas por estím ulos y condiciones
a los que van norm al y habitualm ente asociadas. En cam bio,
mi deseo de hacer una huelga de ham bre o m i decisión de
perdonar a fulanito sus graves ofensas son voliciones libres,
88
en cuanto contrarias a la determ inación de los estím ulos e
incluso a nuestro propio talante. Es aquí, en las voliciones
indeterm inistas, donde radica la libertad. A sí pues, la liber­
tad o conjunto de voliciones libres son decisiones o deseos que
el ser hum ano adopta contrariando los esquem as habituales
de acción y el determ inism o de la inform ación operante; por
ejemplo, la decisión del prisionero ham briento y sediento de
no traicionar a sus com pañeros, a pesar de que se le ofrece
comida y bebida a cam bio de sus denuncias. Pues bien, tales
voliciones libres parecen indicar una causalidad no-física (y
quizás espiritual) y por ello no son reducibles a procesos
puramente neurológicos.
En resum en, existen en los seres hum anos varios tipos de
procesos m entales (procesos de autoconciencia, procesos de
form ación de un proyecto vital personal, voliciones libres o
indeterm inistas) que no parecen reducibles a los procesos
neurológicos. Y esto im plica que es posible distinguir en el ser
humano entre m ente y espíritu; es decir, hay en los seres
hum anos procesos m entales de índole no-física.
Por otra parte, y tal com o hem os indicado antes y vere­
mos en detalle en el próxim o capítulo, existen en las m áquinas
“inteligentes” procesos m entales que tam poco son procesos
neurológicos, aunque son procesos físicos. En consecuencia, la
teoría de la identidad m ente-cerebro no es válida sostenida en
térm inos generales.
Podem os defender la tesis (aunque volverem os sobre este
punto m ás adelante) de que los procesos m entales pueden
pertenecer a tres categorías distintas: procesos m entalescerebrales (y por tanto físicos), procesos m entales físicos
aunque no cerebrales, y procesos m entales no-físicos (y posi­
blem ente espirituales).
5. La invención del funcionalismo: Putnam
Tal com o señalam os al principio de este capítulo, la teoría
causal de la m ente (doctrina que defiende que la m ente es
causa de la conducta y por ende distinta de ella) tiene dos
variantes principales: la teoría m aterialista de la m ente o
89
teoría de la identidad m ente-cerebro, que ya hem os analizado,
y el funcionalism o, que estudiam os a continuación.
Hilary Putnam ha sido el primer autor en exponer y
justificar las tesis del funcionalismo, concretam ente en su
artículo de 1967 titulado “Psychological Predicates”, luego
reeditado bajo el nuevo título de “The Nature o f Mental
States”. En tal trabajo, Putnam centra su discusión acerca de
la naturaleza de los procesos m entales en la cuestión de si el
dolor es un estado cerebral, con la intención de generalizar la
respuesta obtenida a todos los estados mentales. En principio,
señala nuestro autor, son posibles dos respuestas a tal cues­
tión. Por un lado, cabe sostener que decir que los dolores son
estados cerebrales es perfectam ente significativo, esto es, no
envuelve ninguna “extensión de uso” (del térm ino “dolores”).
Pero por otro lado, cabe defender que decir que los dolores son
estados cerebrales no es significativo, porque envuelve una
“extensión de uso” o un cam bio de significado” (del término
“dolores”). La posición propia de Putnam no está expresada
por ninguna de am bas respuestas, ya que las nociones de
cambio de significado y de extensión de uso están tan mal
definidas que no es posible sostener ninguna de am bas res­
puestas. En efecto, según nuestro autor, ni el lingüista ni el
hom bre de la calle ni el filósofo poseen actualm ente una noción
de cam bio de significado que resulte aplicable a casos de
identificación de térm inos, tal com o el caso presente (donde se
identifican los términos “dolores” y “estados cerebrales” ). En
estas circunstancias, la respuesta a la cuestión de si el dolor es
un estado cerebral debe perm itir enunciados de la form a “el
dolor es A ”, donde “el dolor” y “A ” no son sinónim os en sentido
alguno (esto es, podem os añadir, no se determ inan recurrien­
do a la noción de significado), sino que tales enunciados
resultan o no aceptables recurriendo a fundam entos em píricos
o metodológicos. Tal es el cam ino seguido por Putnam.
N uestro autor sostiene que el dolor no es un estado
cerebral, es decir, no es un estado físico-quím ico del cerebro (y
tam poco un estado del sistem a nervioso entero), sino que es
otro tipo de estado. L a hipótesis propuesta, en lugar de la
identidad entre procesos m entales y procesos cerebrales, es
90
que el dolor, o el estado de tener dolor, es un estado funcional
de un organism o tom ado en su totalidad. Pero para aclarar tal
hipótesis Putnam utiliza la noción de autóm ata probabilístico.
A su vez, la noción de autóm ata probabilístico supone el
concepto de m áquina de Turing. P or ello, expondré brevem en­
te el concepto de m áquina de Turing y luego nos ocuparem os
de la noción de autóm ata probabilístico de Putnam.
En 1936, el m atem ático y lógico británico Alan Turing
(1912-1954) publicó un artículo con el título “On Com putable
Num bers, with an Application to the Entscheidungsproblem ”,
en el que describió en térm inos generales cualquier com puta­
dor, llam ándose desde entonces m áquina de Turing a cual­
quier com putador así descrito. U na m áquina de Turing es
esencialm ente un dispositivo de exam en de una cinta poten­
cialm ente infinita; tal cinta está dividida en cuadros, que
pueden tener o no un sím bolo determ inado escrito, y sólo se
examina cada vez un cuadro de la cinta. Por otra parte, las
operaciones de la m áquina se reducen a las cuatro acciones
siguientes: im prim ir un sím bolo en la cinta (lo cual supone, si
ya hay un sím bolo escrito, borrar éste), borrar un símbolo,
desplazarse un cuadro a la izquierda y, por último, desplazar­
se un cuadro a la derecha. Pero resulta m uy im portante
entender que el curso de acción de la m áquina está determ i­
nado por cuatro elem entos: 1) el estado interno actual de la
máquina, 2) el contenido del cuadro que está exam inando, 3)
la operación realizada por la máquina, y 4) el nuevo estado
interno que adopta tras la operación. Así pues, un com puta­
dor, en la descripción general de Turing, posee estados inter­
nos, que deben entenderse como la suma total de la inform a­
ción alm acenada en la máquina en un m om ento dado. Dicho
sea de paso, tal concepción de un com putador recuerda la tesis
mentalista de los procesos psicológicos, ya que explícitam ente
se establecen estados internos.
En “Psychological Predicates”, Putnam propone a su vez
la noción de autóm ata probabilístico. Por tal entiende una
máquina de Turing con la peculiaridad de que las transiciones
entre los estados internos de la máquina pueden responder a
variadas probabilidades en vez de ser determ inistas. Un
91
autóm ata probabilístico tiene entradas sensoriales y asim is­
m o salidas m otoras. Con ello, la tabla de la m áquina (esto es,
podem os aclarar, el conjunto de especificaciones de su curso
de acción) establece, para cualquier com binación posible de
un estado interno y un conjunto com pleto de entradas senso­
riales, una instrucción que determ ina la probabilidad del
siguiente estado así com o tam bién las probabilidades de las
salidas m otoras. Podem os com entar que la idea del autóm ata
probabilístico consiste en “sim ular” un organism o con conduc­
ta flexible; es decir, dadas ciertas entradas sensoriales y dado
un estado interno del organism o, las salidas m otoras y el
nuevo estado interno no están determ inados de m odo fijo, sino
que responden a ciertas probabilidades.
A hora bien, sigue Putnam , un sistem a dado em pírica­
m ente puede ser al m ism o tiem po la realización física de
m uchos diferentes autóm atas probabilísticos. Es decir, cabe
añadir, que podem os para un m ism o sistem a u organism o
diseñar varios diferentes autóm atas probabilísticos. Por ello
nuestro autor se ve obligado a introducir la noción clave de
descripción de un sistema. En efecto, la descripción de un
sistem a S es cualquier enunciado verdadero que señala que S
posee distintos estados Sj, s2,....... sn que están relacionados
entre sí, y con las entradas sensoriales así com o con las salidas
m otoras, por m edio de las probabilidades de transición entre
los estados dadas en cierta tabla de m áquina (esto es, el
conjunto de especificaciones de su curso de acción). Pues bien,
tal tabla de m áquina, m encionada en la descripción del
sistem a, será la organización funcional del sistem a relativa a
tal descripción. A su vez, un estado cualquiera s¡, tal que el
sistem a S está en ese estado s¡ en un tiem po dado, será el
estado total de S (en ese tiem po) relativo a esa descripción.
Putnam pone de relieve que conocer el estado total de un
sistem a relativo a una descripción envuelve conocer m ucho
acerca de cóm o se com portará probablem ente el sistema,
dadas varias com binaciones de entradas sensoriales, pero no
envuelve conocer la realización física de tal estado total; en
particular, no envuelve conocer si tal estado es un estado
físico-quím ico del cerebro. Podem os apreciar que nuestro
92
autor entiende que el com portam iento de un sistem a u orga­
nism o se define ante todo por su organización funcional,
siendo de im portancia secundaria la constitución física del
sistema. En térm inos de teoría de la com putación, podem os
decir, de m odo aproxim ado, que lo im portante no es tanto el
hardware (o arquitectura del sistem a) com o el software (o
program a que ejecuta el sistem a).
D espués del análisis de estas nociones técnicas previas,
volvem os a la hipótesis de Putnam de que el dolor es un estado
funcional de un organism o. Tal hipótesis, siguiendo a nuestro
autor, puede desarrollarse en los cuatro puntos siguientes: 1)
todos los organism os capaces de sentir dolor son autóm atas
probabilísticos, 2) cualquier organism o capaz de sentir dolor
posee un tipo apropiado de organización funcional, 3) ningún
organism o capaz de sentir dolor posee una descom posición en
partes que separadam ente posean la citada organización
funcional (con ello se indica, podem os añadir, que el dolor es
un estado funcional del organism o entero), y 4) para cualquier
organización funcional, existe un subconjunto de entradas
sensoriales tal que un organism o con la citada organización
funcional tiene dolor cuando y sólo cuando algunas de sus
entradas sensoriales están en tal subconjunto. En resum en, el
dolor es un estado funcional y, en general, los procesos
mentales son estados funcionales.
Putnam añade que la organización funcional debe incluir
algo parecido a una función de preferencia (y con ello, podemos
precisar, la posibilidad de seleccionar entradas sensoriales y
salidas m otoras, ya que el autóm ata es probabilístico), asim is­
mo debe incluir algo parecido a una lógica inductiva, es decir,
el organism o debe ser capaz de aprender de la experiencia, y
finalmente el organism o debe disponer de órganos sensoriales.
Aunque tal hipótesis, que identifica procesos m entales y
estados funcionales, pueda parecer vaga, es para nuestro
autor m ucho m enos vaga que la hipótesis m aterialista, que
identifica procesos m entales y estados físico-quím icos del
cerebro. De hecho, la hipótesis funcionalista es para Putnam
más plausible, ya que perm ite más investigación m atem ática
y em pírica y porque conduce a cuestiones y predicciones
93
fructíferas. Por otro lado, la hipótesis funcionalista, según
declaración expresa de nuestro autor, no es incom patible con
el dualism o, puesto que un sistem a, si lo hubiera, com puesto
de cuerpo y alma puede ser un autóm ata probabilístico. Fi­
nalmente, y contra la tesis conductista, la conducta del organis­
mo dependerá no sólo de las entradas sensoriales sino también
de su estado total, incluyendo valores, creencias, etcétera.
6. Microanálisis y análisis funcional en Fodor
Adem ás de Hilary Putnam , el otro gran autor que ha
propuesto el funcionalism o es Jerry Fodor, al cual ya nos
referim os al discutir la psicología popular. Las doctrinas de
este autor sobre el funcionalism o se encuentran en especial en
su libro de 1968 Psychological Explanation, en el cual centra­
rem os nuestro estudio.
Para Fodor, el reduccionism o de las teorías psicológicas
a las teorías neurológicas es básicam ente erróneo, aunque sea
positivo relacion ar los con stru ctos psicológicos con los
constructos neurológicos. El m aterialism o reduccionista se
caracteriza por practicar el m icroanálisis en cuanto opuesto al
análisis funcional. En el análisis reduccionista o m icroanálisis
la pregunta usual es “¿de qué consta X ?”, buscando una
respuesta que consista en la especificación de la m icroestructura de X. Por ejem plo, son cuestiones de m icroanálisis las
preguntas “¿de qué consta el agua?” o bien “¿de qué consta un
rayo de lu z ? ” , sie n d o su s r e sp u e s ta s r e s p e c tiv a s en
m icroanálisis “de dos átom os de hidrógeno unidos a uno de
oxígeno” y “de una corriente de electrones” .
Contrariam ente, el análisis funcional pregunta acerca
del papel que ju ega una parte de un m ecanism o en las
actividades características de tal m ecanism o considerado
com o un todo. Por ejem plo, una cuestión de análisis funcional
es la pregunta “¿qué hace el árbol de levas?” y su respuesta es
“abre las válvulas, perm itiendo la entrada de com bustible en
el cilindro, para que al hacer explosión se m ueva el pistón”.
Por tanto, dice Fodor, m ientras el progreso del m icroaná­
lisis depende del desarrollo de poderosos instrum entos de
94
observación y de m étodos m uy precisos de disección, en
cambio el análisis funcional requiere una estim ación de los
tipos de actividad característicos de un determ inado m ecanis­
mo así com o de la contribución de cada una de las partes al
funcionam iento del todo. Por otro lado, el m icroanálisis y el
análisis funcional constituyen dos form as muy diferentes de
establecer relaciones tanto entre las teorías científicas como
entre las descripciones del lenguaje ordinario, razón por la
cual no deben confundirse. Cuando consideram os un determ i­
nado aparato, por ejem plo un árbol de levas, podem os referir­
nos a su estructura física y, por tanto, lo entendem os com o
susceptible de una descom posición en partes. Si en vez de ello
hablam os de tal aparato com o un elevador de válvulas, enton­
ces nos referim os a su función o papel, sin que interese ahora
su posible descom posición en partes. En el prim er caso hace­
mos m icroanálisis m ientras que en el segundo caso hacem os
análisis funcional.
Fodor adm ite y defiende establecer relaciones entre los
constructos psicológicos y los constructos neurológicos, pero
entiende que se podrán evitar m uchas confusiones si, al
interpretar los enunciados que relacionan los constructos
psicológicos y los constructos neurológicos, no los concebim os
como expresión de un m icroanálisis, sino com o una form a de
atribuir ciertas funciones psicológicas a los correspondientes
sistemas neurológicos. Por ejem plo, añade nuestro autor, para
algunos filósofos y psicólogos es posible seguir la trayectoria de
una entrada o input a través de los sistem as neurológicos
aferentes, centrales y eferentes sin que nos encontrem os con
nada parecido a m otivos, im pulsos, estrategias y dem ás inven­
ciones de las teorías psicológicas. Pero esto es tan erróneo com o
afirmar que en la descripción com pleta de un m otor de com bus­
tión interna nunca aparecerá un elevador de válvulas. En
am bos casos se con fu n d iría n los térm in os propios del
microanálisis con los térm inos propios del análisis funcional.
Com entando estos puntos de vista, la identificación entre
procesos m entales y procesos cerebrales, propia de la teoría
reduccionista, sería análoga a la identificación entre elevado­
res de válvulas (que se caracterizan funcionalm ente) y árboles
95
de levas (que se caracterizan refiriéndonos a su estructura
física). Sin em bargo, no todo elevador de válvulas es un árbol
de levas, ya que existen otros m ecanism os que cum plen la
función de elevar válvulas; y análogam ente, podem os añadir,
no todo proceso m ental, que se caracteriza por el rol causal o
función que desem peña, es un proceso cerebral, puesto que,
adem ás del cerebro, existen otros m ecanism os que cum plen
funciones m entales, com o, por ejem plo, un com putador al
establecer la dem ostración de un teorema.
Keith Cam pbell, en el ya citado libro Body and Mind
(1984), se pregunta si es legítim o negar la existencia de
actividad m ental en algo hecho de chips de silicio y alam bres
de cobre (es decir, en un ordenador) si puede ejecutar tan bien
com o un ser hum ano tareas de calcular, resolver problem as o
diagnosticar. Para este autor, siguiendo los argum entos funcionalistas, lo que im porta para la posesión de características
m entales no es de qué está hecha una realidad sino lo que hace
y cóm o lo hace. Si es la función lo que im porta, y la estructura
física (o incluso espiritual) subyacente que hace posible las
funciones puede variar según los casos, entonces seres hum a­
nos, perros, com putadores y m arcianos (aunque hechos de
silicio) pueden tener procesos mentales.
7. Funcionalismo y el problema de los qualia
El funcionalism o es una teoría general de los procesos
m entales que ha sido am pliam ente aceptada entre los filóso­
fos, los psicólogos y los científicos de inteligencia artificial.
Para el funcionalism o, los procesos m entales son procesos
internos con un rol causal sobre la conducta, que constituyen
funciones m ediadoras entre entradas sensoriales y salidas
m otoras, y que se definen independientem ente de su soporte
físico. Tal concepción de los procesos m entales resulta útil
tanto a psicólogos cognitivos com o a los científicos de la
inteligencia artificial (siendo la psicología de orientación
cognitiva y la inteligencia artificial las ciencias cognitivas
principales). Pero adem ás esta concepción tam bién resulta
útil al filósofo en cuanto supone lo que podem os calificar de
96
“tiem po m uerto” en la discusión sobre si la m ente hum ana es
o no es una realidad exclusivam ente física.
Sin em bargo, el funcionalism o se enfrenta a una seria
objeción. En efecto, para la teoría funcionalista un estado
psicológico es idéntico a un estado funcional; en consecuencia,
el estado psicológico de experim entar la cualidad de azul
deberá ser idéntico a cierto estado funcional; pero puede
ocurrir que una experiencia de rojo desem peñe el papel o
función correspondiente a la experiencia de azul. En tal caso
el estado psicológico ya no puede identificarse, com o quiere el
funcionalism o, con un estado funcional. Tal es el problem a de
los qualia o caracteres cualitativos de las sensaciones.
El propio H ilary Putnam , en su libro Reason, Truth and
History (1981), concretam ente en el capítulo titulado “M ind
and Body” , se plantea e intenta resolver esta objeción. Catorce
años después de “The N ature o f M ental States” (artículo que
hem os expuesto y com entado anteriorm ente), Putnam se
inclina a pensar que el funcionalism o es una teoría correcta.
Para é l, un espíritu incorpóreo podría presentar cierto progra­
ma, un cerebro podría presentar cierto program a, una m áqui­
na podría presentar cierto program a, pero la organización
funcional de los tres (el espíritu incorpóreo, el cerebro y la
m áquina) podría ser exactam ente la m ism a aun cuando su
m ateria, su substancia, sea totalm ente diferente. Y la razón
de ello es que un estado psicológico se identifica y define com o
un estado funcional.
Ahora bien, sigue Putnam , la teoría funcionalista de la
m ente halla dificultades con el carácter cualitativo de las
sensaciones. Cuando se piensa en un estado psicológico com o
el de estar enfadado su definición o identificación con un
estado funcional de todo el sistem a parece m uy plausible, pero
cuando se piensa en un estado psicológico com o el de experi­
m entar una tonalidad particular de azul su identificación con
un estado funcional no es plausible. El ejem plo, que ya
aparece en Locke, del “espectro invertido” desafía la identifi­
cación entre estado m ental y estado funcional. Im aginem os (y,
podem os añadir, los casos reales de daltonism o, en los que no
se perciben determ inados colores, hacen la situación algo
97
fácilm ente im aginable) que un individuo ve las cosas de tal
m odo que las cosas azules le parecen rojas y las cosas rojas le
parecen azules; sin em bargo, im aginem os que tal individuo
ha sido adiestrado desde su infancia de tal m anera que cuando
ve rojo llam a “azul” a ese color y cuando ve azul llam a “rojo”
a tal color; en estas circunstancias, las dem ás personas no
saben de su anorm alidad, ya que habla de azul y habla de rojo
com o nosotros, aunque percibe respectivam ente rojo y azul
contrariam ente a nosotros.
El problem a en esta situación, podem os com entar, es que
si la sensación de azul, pongam os por caso, se define o
identifica con su función de señalar la presencia de cosas
azules y, por otro lado, en un sujeto que padece espectro
invertido es su sensación de rojo (y ya no de azul) la que
desem peña la función de señalar la presencia de cosas azules,
entonces ya no podem os caracterizar las sensaciones de colo­
res com o estados funcionales, quedando así refutado el
funcionalism o. D icho brevem ente, la función no coincide con
la cualidad porque cabe la m ism a función para distintas
cualidades.
Putnam resuelve la objeción haciendo, en este caso de los
qualia o caracteres cualitativos de las sensaciones, una conce­
sión a la teoría m aterialista. Para él, si estos casos son
realm ente posibles entonces el funcionalista debe adm itir que
el carácter cualitativo de una sensación es precisam ente su
m ateria liza ción física (y no u n a fu n ción ); con ello el
funcionalista afirma que para este tipo especial de propieda­
des psicológicas, los qualia, la form ulación correcta es la de la
teoría de la identidad m ente-cerebro.
Posteriorm ente, en su libro Representation and Reality
(1988), Putnam ha m odificado su actitud funcionalista, aun­
que sin abandonarla enteram ente. La novedad fundam ental
es que aquí nuestro autor piensa que no podem os caracterizar
los procesos m entales sin referencia al am biente y, en concre­
to, sin referencia al am biente tanto social com o no-hum ano.
La nueva form a que adopta ahora el funcionalism o es el
sociofuncionalism o. Pero para ello Putnam renuncia en gran
m edida al m entalism o, que fue, podem os añadir, una victoria
positiva sobre el conductism o.
98
8
Inteligencia natural e
inteligencia artificial
1. La cuestión de Turing
Tal com o hem os visto en el capítulo anterior, según el
funcionalism o los procesos m entales son definibles indepen­
dientem ente de su soporte físico o arquitectura, es decir, sin
considerar lo que los inform áticos denom inan hardw are en un
ordenador. Los procesos m entales, según las tesis funcionalistas, son análogos (o incluso de algún m odo equivalentes) a lo
que los inform áticos llam an softw are en un ordenador, esto es,
al conjunto de program as ejecutables por un ordenador.
Ahora bien, tal com paración entre procesos m entales y pro­
gram as de ordenador plantea la cuestión de si es posible que
una m áquina tenga procesos m entales e incluso de si una
máquina puede “pensar”.
Lo cierto es que, aún antes del surgim iento del funciona­
lismo, el m atem ático y lógico inglés Alan Turing (del cual ya
hem os hablado) se planteó la cuestión de si pueden pensar las
m áquinas, en un célebre trabajo titulado “Com puting M achinery and Intelligence” , publicado en la revista Mind en 1950.
Turing com ienza este artículo señalando que la cuestión
de si pueden pensar las m áquinas exigiría, en principio,
definir previam ente los térm inos “m áquina” y “pensar”, lo
cual, podem os añadir, sería tarea inabarcable ya que podría
conducir a una discusión filosófica sin fin. A fin de evitar
definir esos térm inos, nuestro autor propone un juego, que
denom ina ju eg o de im itación, el cual perm ite form ular una
99
cuestión inequívoca que es equivalente, según Turing, a la
cuestión inicial de si pueden pensar las m áquinas. Veam os,
pues, en qué consiste el ju ego de im itación y cuál es esa nueva
cuestión equivalente a la primera.
El ju eg o de im itación, en su form a inicial, com prende tres
jugadores: un hom bre, una m ujer y un interrogador (que
puede ser hom bre o m ujer). El interrogador no ve a los otros
dos jugadores e incluso, para el m ejor funcionam iento del
ju ego, recibe sus respuestas escritas a m áquina. El objeto del
ju eg o consiste en que el interrogador acierte quién es el
hom bre y quién es la m ujer, utilizando para ello las respues­
tas de los dos jugadores a sus preguntas. Por otro lado, la
dificultad del ju eg o estriba en que m ientras la m ujer ayuda al
interrogador en cam bio el hom bre trata de engañarle. Por
ejem plo, podem os decir, si el interrogador pregunta a am bos
jugadores si pueden dejarse la barba, la m ujer dirá que no
puede pero el hom bre m entirá y dirá tam bién que no puede
dejarse la barba.
Ahora bien, Turing propone introducir en el juego la
m odificación consistente en sustituir al hom bre por una
m áquina. En esta nueva form a del juego de im itación pode­
mos plantear la cuestión de si el interrogador se equivoca con
la m ism a frecuencia que cuando jugaba el hom bre. Tal es la
cuestión inequívoca que, según nuestro autor, equivale a la
cuestión de si puede pensar una máquina. En efecto, podem os
añadir, si la frecuencia de errores del interrogador es sensible­
mente la m ism a cuando se enfrenta a una máquina engañadora
y cuando se enfrenta a un hom bre engañador, entonces la
m áquina puede “pensar” igual que el hombre.
La respuesta del propio Turing es que dentro de unos
cincuenta años (es decir, para el año 2000, ya que su artículo
es de 1950) será posible program ar com putadores con una alta
capacidad de m em oria que jueguen tan bien el ju ego de
im itación que un interrogador norm al será engañado por la
m áquina en el treinta por ciento de los casos. En concreto,
nuestro autor cree que a finales de este siglo se hablará del
pensam iento de las m áquinas sin que nadie se oponga a ello.
Pero debem os hacer algunos com entarios para com pren­
100
der m ejor el ju ego de im itación en su versión final (también
llam ado test de Turing). Aunque Alan Turing pretendía
evitar, con su ju ego de im itación, discutir las nociones de
m áquina y de pensam iento, lo cierto es que el propio juego
asum e de m odo explícito una noción de m áquina y tam bién
asum e, aunque de m odo im plícito, una noción de lo que es
pensar. En efecto, la m áquina que interviene en el ju ego
sustituyendo e im itando al hom bre no es una m áquina cual­
quiera sino precisam ente un com putador digital universal.
Com o es sabido, un com putador digital consta de tres partes
centrales: 1) unidad de m em oria, que es el depósito de la
inform ación, 2) unidad ejecutiva, que es la parte que realiza
las diversas operaciones, y 3) unidad de control, que es la parte
que controla que las operaciones se ejecuten correctam ente y
en el orden adecuado. Adem ás de estas partes centrales la
m áquina debe poseer (y ello evidentem ente es esencial para el
ju ego) una unidad de entrada de datos y una unidad de salida
de datos. Por otra parte, un com putador digital es una m áqui­
na de estado discreto, es decir, que pasa de un estado a otro
estado por un salto y no de m odo continuo. Finalm ente, la
m áquina im plicada en el test de Turing está dotada de
universalidad, esto es, puede im itar cualquier m áquina de
estado discreto, con lo cual puede realizar procesos de com pu­
tación m uy distintos (que, en principio, precisarían de m áqui­
nas distintas).
Más im portante es la noción de pensam iento im plícita en
el test de Turing. Tal com o se desarrolla el juego de imitación,
el “pensam iento” de la máquina que sustituye al ser hum ano
supone com portarse como un ser hum ano en cuanto a dar
muestras de las capacidades de entender preguntas y de dar
respuestas así como de engañar al interrogador. En suma, el
test indica que una máquina (com putador digital universal)
piensa si su conducta es com parable a la de una persona hasta
el punto de que el interrogador no distingue entre máquina y
persona.
101
2. La inteligencia artificial y sus primeros críticos
Precisam ente la ciencia de la inteligencia artificial o, de
m odo más breve y habitual, la inteligencia artificial se carac­
teriza por el estudio del diseño y construcción de m áquinas
inteligentes, entendiendo por tales los m ecanism os capaces
de realizar tareas que hechas por un ser hum ano serían
atribuidas a su inteligencia.
El desarrollo de la inteligencia artificial fue posible a
partir de la creación de los prim eros com putadores electróni­
cos en los años cuarenta. Las prim eras m áquinas de este tipo
fueron construidas por el ingeniero alem án K onrad Zuse,
antes y durante la Segunda G uerra M undial, pero tras la
derrota alem ana su trabajo fue ignorado durante m ucho
tiempo. Por otro lado, tam bién durante la Segunda Guerra
M undial, un grupo de m atem áticos británicos, entre los que
estaba Turing, construyeron un com putador electrónico lla­
m ado Colossus en 1943, cuya tarea principal fue la de desci­
frar los códigos secretos alem anes. Pero lo cierto es que dado
el carácter secreto de estos trabajos tam poco el Colossus fue
conocido durante bastante tiem po. En cam bio, tuvo m ás
fortuna el prim er com putador electrónico am ericano, el céle­
bre ENIAC (Electronic Num erical Integrator and Calculator),
construido en 1946 en la Escuela M oore de Ingeniería Eléctri­
ca de la U niversidad de Pensilvania. Esta m áquina fue am ­
pliam ente conocida y divulgada, de tal m anera que fue consi­
derada habitualm ente durante m uchos años com o el prim er
com putador electrónico del m undo. Tras estos com ienzos, las
m áquinas se m ultiplicaron aum entando su velocidad de cál­
culo, su m em oria y su versatilidad, es decir, su capacidad para
ejecutar tareas muy diversas.
En los años cincuenta algunos científicos americanos
creían de modo firme que los rasgos característicos de la
inteligencia hum ana podían ser descritos en form a tan precisa
que pudieran ser simulados por un computador. Con esta idea
revolucionaria, un grupo de diez m atem áticos y lógicos se
reunieron, en el verano de 1956, en el Dartm outh College, en
Hanover (New Hampshire). Tal reunión, conocida com o la
102
conferencia de Dartm outh, supuso el punto de partida defini­
tivo de la inteligencia artificial. En ella estaban presentes los
más destacados científicos de inteligencia artificial del m o­
mento. Arthur Samuel, que había diseñado program as para
que un ordenador jugase a las dam as, era uno de los asistentes.
También estaban Alien Newell y H erbert Simón, quienes
presentaron un program a para dem ostrar teorem as lógicos
m ediante odenador. Otro participante fue M arvin Minsky,
uno de los m ás entusiastas y gran propagandista de la inteli­
gencia artificial. Finalm ente, debe destacarse tam bién la
presencia de John M cCarthy, quien acuñó la expresión “inte­
ligencia a rtificia r para referirse a los trabajos que todos ellos
estaban realizando. M cCarthy fundó en 1957 el laboratorio de
inteligencia artificial del Instituto Tecnológico de M assachusetts y, m ás tarde, en 1963 el laboratorio de inteligencia
artificial de la U niversidad de Stanford; por otra parte, in­
ventó el lenguaje de com putación LISP, en el cual se escribie­
ron buena parte de los program as de com putación inteligente.
Desde los años cincuenta el cam po de investigación en
inteligencia artificial ha avanzado notablem ente, con im por­
tantes éxitos, aunque tam bién m ostrando grandes lim itacio­
nes. En prim er lugar, se han creado program as de ju eg os para
ordenador, en particular el juego de dam as, tres en raya y
ajedrez. Y a hem os m encionado los program as del ju ego de
dam as de Sam uel; en cuanto al ajedrez, los cam peones inter­
nacionales han sido derrotados en ocasiones por com putado­
res con program as adecuados (com o el Chess Cham pion M ark
V). En segundo lugar, se han desarrollado program as para
dem ostrar teorem as lógicos y m atem áticos. Tam bién hem os
m encionado el Logic Theorist, de Newell, Shaw y Simón
(publicado en 1956) que probaba la m ayoría de los teorem as
de los Principia Mathematica (obra lógica de W hitehead y
Russell); asim ism o, por ejem plo, en 1976 se dem ostró m edian­
te com putador el fam oso teorem a de los cuatro colores. (Tal
teorema, que durante más de un siglo se intentó dem ostrar sin
éxito, establece que es posible colorear un mapa político con
sólo cuatro colores de m odo que los países lim ítrofes tengan
distintos colores).
103
En tercer lugar, tam bién se han diseñado program as de
ordenador para tratar la sintaxis y la sem ántica de los
lenguajes naturales. Existen varios program as de análisis
sintáctico y asim ism o program as de traducción autom ática;
por ejem plo, Anthony O ettinger creó en 1955 un program a
para traducir del ruso al inglés. Sin em bargo, las lim itaciones
en el cam po del procesam iento del lenguaje natural son
grandes, ya que las reglas sintácticas de los idiom as poseen
excepciones y los significados de las palabras varían sensible­
m ente según los contextos. O tra parcela de investigación en
inteligencia artificial es la del reconocim iento de im ágenes,
com o rostros, huellas dactilares u objetos determ inados. En
1965, Roberts creó un program a para reconocer objetos tridi­
m ensionales que era capaz, por ejem plo, de identificar los
objetos en una fotografía. La investigación en reconocim iento
de im ágenes es im portante para la robótica, ya que perm ite
dotar a los robots de la capacidad de ver su situación y los
objetos que m anejan. Pero tam bién aquí existen lim itaciones,
puesto que los program as perm iten al com putador reconocer
ciertos patrones de objetos bien definidos pero no otros patro­
nes ajenos al program a ni tam poco objetos de escasa defini­
ción.
Finalm ente, en esta enum eración no exhaustiva de las
parcelas de investigación en inteligencia artificial, se han
diseñado con notable éxito los denom inados “sistem as exper­
tos", es decir, program as de ordenador que perm iten a la
máquina dar para problem as específicos soluciones sensible­
mente iguales a las que daría el experto hum ano en tales
problem as, pudiendo adem ás la m áquina justificar las solu­
ciones ofrecidas. Este es sin duda el cam po de m ayor éxito de
la inteligencia artificial ya que iguala el com portam iento de
una m áquina a la conducta de un experto hum ano. En 1964,
Joshua Lederberg creó el sistem a experto D EN D RAL para
realizar análisis quím icos, sistem a que fue perfeccionado en
la U niversidad de Stanford. Asim ism o, en 1968, se diseñó el
sistema M ACSYM A, que llegó a em ular a los expertos m ate­
m áticos al poder realizar más de seiscientos tipos diferentes
de operaciones m atem áticas, incluyendo diferenciación e in­
104
tegración. Otros sistem as expertos im portantes son INTERNIST, que es utilizado para el diagnóstico en m edicina inter­
na, M YCIN, que es em pleado para el diagnóstico y tratam ien­
to de las enfermedades infecciosas, o el sistema PROSPECTOR,
que es usado para la exploración geológica.
Todas estas conquistas de la inteligencia artificial lleva­
ron a m uchos de sus autores a creer firm em ente que las
m áquinas podían sim ular de m anera adecuada la inteligencia
hum ana o inteligencia natural, y los argum entos eran la
propia evidencia em pírica de la existencia de diferentes m á­
quinas inteligentes. Algunos autores incluso fueron m ás lejos
y sostuvieron que estas m áquinas no sólo sim ulaban la inte­
ligencia natural sino que eran realm ente inteligentes, con lo
que la inteligencia dejaba de ser un atributo reservado al ser
humano. Bertram Raphael, en The Thinking Computer{ 1976),
llega a afirm ar que la evidente inteligencia de los com putado­
res está lim itada principalm ente por la incapacidad de los
seres hum anos de program arlos para ser m ás inteligentes,
añadiendo que esta incapacidad se está superando. A su vez,
M arvin M insky ha afirm ado que próxim as generaciones de
com putadores serán tan inteligentes que los seres hum anos
deberíam os estar contentos si estos com putadores estuvieran
dispuestos a m antenernos en torno a la casa com o anim alitos
domésticos.
Sin em bargo, esta creencia de que las m áquinas simulan
de modo adecuado la inteligencia hum ana o inteligencia
natural así com o la tesis más fuerte de que las m áquinas
realm ente piensan han encontrado fuertes críticas.
El m ayor y más perseverante crítico de la inteligencia
artificial es el filósofo am ericano H ubert Dreyfus. En 1972
publicó su libro What Computers Can’tDo, obra que tuvo una
edición revisada en 1979. En 1986 volvió a la carga, al publicar
con su herm ano Stuart Dreyfus el libro Mind over Machine .
Recientem ente ha vuelto a insistir en sus críticas en una
nueva edición de su antigua obra, titulada What Computers
Still Can’t Do (1992).
Hubert Dreyfus rechaza no sólo que los com putadores
realm ente piensen sino también que puedan sim ular de
105
m anera adecuada la inteligencia hum ana. Sus críticas a la
inteligencia artificial se desarrollan poniendo de relieve la
falsedad, según él, de las asunciones subyacentes a este nuevo
cam po de investigación, y asim ism o destacando los caracteres
específicos del ser hum ano que n o pueden ser im itados por las
m áquinas.
En cuanto a las falsas asunciones de la inteligencia
artificial, D reyfus denuncia la asunción biológica, la asunción
psicológica, la asunción epistem ológica y la asunción ontológica
que subyacen en la investigación de la inteligencia artificial.
La asunción biológica consiste en creer que el cerebro procesa
la inform ación en operaciones discretas m ediante algún equi­
valente biológico de los interruptores de encendido o apagado
(on/off). La asunción psicológica sostiene que la m ente puede
considerarse com o un m ecanism o que opera sobre unidades
de información según reglas formales. La asunción epistem oló­
gica defiende que todo conocim iento puede ser form alizado, es
decir, que todo lo que puede ser com prendido puede expresar­
se en térm inos de relaciones lógicas. Finalm ente, la asunción
ontológica presupone que toda la inform ación relevante acer­
ca del m undo tiene que ser analizable com o un conjunto de
elem entos determ inados independientes de la situación.
Para Hubert Dreyfus, estas cuatro asunciones son consi­
deradas por los científicos de inteligencia artificial com o algo
autoevidente, como auténticos axiomas, m ientras que en
realidad sólo son m eras hipótesis y adem ás cuestionables. La
asunción biológica de que el cerebro tiene que funcionar com o
un com putador digital no se ajusta a la evidencia, y las otras
tres asunciones conducen a dificultades conceptuales. Sobre
la asunción psicológica, nuestro autor señala que hay crecien­
te evidencia de que el procesam iento de inform ación hum ano
y el m ecánico proceden de m aneras enteram ente distintas. Y
en cuanto a las asunciones epistem ológica y ontológica, que
conjuntam ente pretenden que toda la conducta hum ana tiene
que ser analizable en térm inos de reglas (lógicas) que relacio­
nan hechos atóm icos, para Dreyfus la form alización de con­
textos restringidos en inteligencia artificial es una “solución”
ad hoc que no resuelve el problem a de cóm o form alizar la
106
totalidad del conocim iento hum ano presupuesto en la conduc­
ta inteligente.
En cuanto a los caracteres específicos de los seres hum a­
nos que no pueden ser sim ulados por las m áquinas, nuestro
autor destaca tres aspectos que han sido, según él, descuida­
dos por los científicos de la inteligencia artificial a pesar de que
parecen subyacer a toda conducta inteligente. Tales aspectos
son el papel del cuerpo en la organización y unificación de
nuestra experiencia de los objetos, el papel de la situación para
proporcionar una trastienda ( background) m erced a la cual la
conducta puede ser ordenada sin ser regulada, y finalm ente el
papel de los propósitos y necesidades hum anas para organizar
la situación de m odo que los objetos sean reconocidos com o
relevantes y accesibles.
Dreyfus recurre a filósofos com o M artin H eidegger (18891976), Ludw ig W ittgenstein y M aurice M erleau-Ponty (19081961) para apoyar su visión del hom bre com o una realidad
inserta en una situación, determ inada por el cuerpo y sujeta
a propósitos y necesidades. Desde esta concepción del hom bre,
la diferencia entre inteligencia m ecánica e inteligencia hum a­
na aparece com o fundam ental. La inteligencia artificial abs­
trae los hechos con los que trabaja de la situación en la que
están organizados e intenta usar los resultados para sim ular
conducta inteligente. Pero estos hechos tom ados fuera de
contexto (fuera de la situación, podem os decir) constituyen
una m asa difícilm ente m anejable de datos neutrales. Adem ás
los objetivos y necesidades hum anas son indeterm inados con
lo que no pueden ser simulados en una m áquina digital cuyo
único m odo de existencia es una serie de estados determ ina­
dos. Por ello la inteligencia artificial, en cuanto pretende
sim ular la inteligencia natural o hum ana, está condenada al
fracaso.
Por otra parte, en Mind over Machine (1986), H ubert
Dreyfus y Stuart Dreyfus (su herm ano) evalúan los resulta­
dos de la inteligencia artificial considerando que esta investi­
gación ha cum plido pocas de sus prom esas y ha fracasado en
proporcionar evidencias de que algún día cum plirá sus pro­
yectos. El libro atiende de m odo especial al análisis de los
107
sistem as expertos en inteligencia artificial, gracias a los
cuales un com putador dotado del program a adecuado puede
im itar a un experto hum ano (quím ico, m atem ático, m édico o
geólogo), para concluir que los com putadores no pueden igua­
lar la intuición y pericia hum anas. Para los herm anos Dreyfus,
los com putadores pueden lograr un saber-que (know that)
pero no alcanzan el saber-cóm o (know how ), esto es, pueden
argum entar sobre hechos determ inados siguiendo reglas fi­
ja s, pero no alcanzan un m odo holístico (globalizador, pode­
m os decir) e intuitivo de resolución de problem as. En suma,
sería una auténtica estupidez confundir el sentido común,
sabiduría y ju icio m aduro del experto (hum ano) con la inteli­
gencia artificial actual.
Finalm ente, para term inar la exposición de las críticas
de Hubert Dreyfus a la ciencia de la inteligencia artificial, me
referiré brevem ente a las nuevas observaciones que ofrece en
What Computers Still CarCt Do (1992), nueva edición del libro
que antes fue considerado. N uestro autor utiliza la distinción,
establecida por John Haugeland en su obra Artificial Intelligence. The V ery /d ea (1985), entre G O FAK G ood Oíd Fashioned
Artificial Intelligence) y otras posibles alternativas de inves­
tigación en inteligencia artificial. Según H augeland, la “bue­
na inteligencia artificial a la antigua usanza” o GOFAI se
caracteriza por sostener que los procesos que subyacen a la
inteligencia son simbólicos; dicho de m odo m ás explícito, para
una teoría GOFAI nuestra capacidad para tratar con las cosas
inteligentem ente se debe a nuestra capacidad para pensar
acerca de ellas razonablem ente, y adem ás esta capacidad pa­
ra pensar sobre las cosas razonablem ente se reduce a una
facultad de m anipulación de sím bolos “autom ática” e interna.
En suma, podem os decir, una teoría GOFAI sostiene que la
inteligencia es esencialm ente m anipulación de sím bolos in­
terna y autom ática.
Pues bien, el dictam en de D reyfus en 1992 es que GOFAI,
esto es, la inteligencia artificial clásica, constituye un caso
paradigm ático de program a de investigación degenerante y
que otras alternativas dentro de la inteligencia artificial
(com o los trabajos en redes neuronales y el aprendizaje por
108
refuerzo), aunque m ás interesantes y prom etedoras que
GOFAI, no parece que puedan sim ular de m odo adecuado la
inteligencia humana.
Un program a de investigación degenerante, en la term i­
nología del filósofo de la ciencia Im re Lakatos (1922-1974), es
una em presa científica que com ienza con grandes promesas al
tiem po que ofrece una nueva aproxim ación que conduce a
resultados im presionantes en un dom inio limitado. A conti­
nuación los investigadores intentan aplicar esa nueva aproxi­
m ación a nuevos dom inios y, en la m edida en que se producen
éxitos, el program a de investigación se expande y atrae
seguidores. Sin em bargo, surgen fenóm enos inesperados e
im portantes que resisten las nuevas técnicas y, finalm ente, el
program a se estanca provocando el abandono de los investiga­
dores en cuanto surge alguna aproxim ación alternativa. Tal
es, según Dreyfus, la historia de GOFAI, es decir, de la
inteligencia artificial clásica preconizada por N ewell, Simón
y M insky, entre otros. N uestro autor sostiene que este fracaso
de GOFAI fue previsto por él desde 1965, al com prender que
nuestro sentido de la relevancia es holístico (globalizador) y
que requiere com prom iso con la actividad en m archa, m ien­
tras que las representaciones sim bólicas, propias de GOFAI,
son atom ísticas y totalm ente separadas de tal actividad.
La degeneración del program a G OFAI, según Dreyfus, se
com pletó con la llegada triunfante de los revolucionarios de
las redes neuronales o conexionistas. Aunque tendrem os
otras ocasiones para referirnos a la teoría de redes neuronales
o conexionism o, direm os de m om ento que esta nueva aproxi­
m ación en inteligencia artificial defiende que las unidades de
inform ación se representan m ediante elem entos m uy sim ples
de com putación que intercam bian m ensajes sim ples, y que las
com putaciones com plejas se realizan m ediante redes de esos
elem entos sim ples conexionados de m anera m asivam ente
paralela. U na m áquina conexionista im ita el cerebro hum ano
o, m ás exactam ente, las redes de neuronas, y adem ás procesa
la inform ación en paralelo y no, com o en GOFAI, de m odo
serial o secuencial.
H ubert Dreyfus se m uestra m uy interesado en señalar la
109
idea de Paul Sm olensky (expuesta en su artículo de 1987
“Connectionist AI, Sym bolic AI, and the Brain” ) de que en los
sistem as conexionistas el conocim iento es codificado no en
estructuras sim bólicas (com o en la inteligencia artificial clá­
sica) sino en la configuración de las fuerzas num éricas de las
conexiones entre los procesadores. En efecto, tal idea parece
encajar con la tesis de Dreyfus de que los com putadores en
cuanto sistem as sim bólicos físicos no pueden simular la inte­
ligencia. Sin em bargo, tam poco la aproxim ación conexionista,
según nuestro autor, ofrece éxitos que puedan generalizarse
com o una sim ulación adecuada de la inteligencia hum ana, ya
que en últim a instancia el problem a de sim ular el conocim ien­
to de sentido común hum ano tam poco se resuelve en esta
nueva tendencia de la inteligencia artificial.
Por últim o, la aproxim ación m ás reciente de inteligencia
artificial, a saber, el aprendizaje por refuerzo, tal com o apare­
ce en el núm ero de m ayo de 1992 de la revista Machine
Learning, tam poco consigue, según Dreyfus, sim ular adecua­
dam ente la inteligencia humana. Los teóricos del aprendizaje
por refuerzo intentan diseñar sistem as que aprendan por sí
m ism os cóm o enfrentarse con el am biente y cóm o m odificar
sus propias respuestas conform e cam bia el am biente. Sin
em bargo, según nuestro autor, una m áquina de aprendizaje
por refuerzo no consigue dom inar el problem a de todo lo que
es relevante en cada situación. En cam bio, los seres hum anos
disponen de necesidades, deseos e incluso em ociones que les
proporcionan de m odo directo el sentido de lo que es apropiado
para cada conducta.
Otro de los prim eros críticos de la inteligencia artificial
es Joseph W eizenbaum , autor del libro Computer Power and
Human Reason (1976). M ientras las críticas de Hubert Dreyfus
fueron, en general, recibidas con desprecio por los investiga­
dores de inteligencia artificial, considerando que D reyfus era
ajeno e ignorante del cam po de investigación que criticaba, en
cam bio esta actitud de desprecio hacia un extraño no fue
posible en el caso de W eizenbaum , ya que éste había hecho
notables aportaciones a la inteligencia artificial, por lo que
sus críticas fueron, en general, recibidas com o las de un
110
traidor. En efecto, W eizenbaum creó un program a de com pu­
tador llam ado ELIZA, descrito en su trabajo “ELIZA. A
Com puter Program for the Study o f N atural Language
Com m unication between M an and M achine” (1965), diseñado
para sim ular una conversación entre un psicoanalista (papel
atribuido a la m áquina) y un paciente. El program a no
pretendía curar al paciente, aunque sí perm itirle explayarse
en sus problem as, y la m áquina daba respuestas a las pregun­
tas que le form ulaba el paciente siguiendo el hilo de su
conversación o respondiendo con frases m uy generales cuan­
do las preguntas pretendían una respuesta técnica en psicoa­
nálisis.
En el citado libro Computer Power and Human Reason
(1976), nuestro autor sostiene la tesis general de que el
hom bre no es una m áquina y, aunque ciertam ente procesa
inform ación, no lo hace com o un ordenador necesariam ente.
De donde podem os concluir, siguiendo a W eizenbaum , que
ningún ordenador podrá sim ular de m odo adecuado la inteli­
gencia hum ana o natural. De m odo m ás concreto, nuestro
autor pone de relieve que la inteligencia por sí m ism a es un
concepto sin sentido, siendo preciso un punto de referencia, la
especiñcación de un dom inio de pensam iento y acción, a fin de
que adquiera significado. Por ello al hablar de “inteligencia”
hem os de hacer explícito el dom inio de pensam iento y acción
que hace inteligible el térm ino, con lo que hablar de inteligen­
cia absoluta (y no relativa a una tarea, podem os añadir) lleva
al debate estéril acerca de si es posible construir ordenadores
más inteligentes que el ser hum ano. Para responder, cabe
com entar, será preciso tener en cuenta tareas concretas.
Com o dice nuestro autor, los ordenadores derrotan a cam peo­
nes de ajedrez y resuelven grandes sistem as de ecuaciones,
pero son incapaces de cam biar el pañal de un niño.
W eizenbaum señala las lim itaciones de los ordenadores
frente a las específicas capacidades del saber humano. En
prim er lugar, el poder de los ordenadores para obtener cono­
cim iento a partir del lenguaje natural que se les adm inistra se
lim ita a una m ínim a parte de conocim iento im portante, sien­
do en esto un ordenador inferior a un niño de dos años. En
111
segundo lugar, el ser hum ano dispone de conocim ientos que
adquiere en virtud de poseer un cuerpo hum ano y que ningún
organism o, incluido por supuesto un com putador, que carezca
de tal cuerpo llegará a adquirirlos de la m ism a form a. En
tercer lugar, hay ciertos hechos que el individuo hum ano logra
saber únicam ente com o consecuencia de haber sido tratado
com o ser hum ano por sus sem ejantes; aún adm itiendo que un
ordenador desarrolle un sentido de sí m ism o y sea capaz de
m odiñcarse por sus experiencias, la socialización hum ana
perm anecerá com o necesariam ente distinta de la socializa­
ción de la m áquina. Por m ucha inteligencia que puedan
alcanzar los ordenadores, será una inteligencia extraña a las
cuestiones y problem as genuinam ente hum anos.
Por últim o, el contenido de la inform ación de un m ensaje
no es sólo una función del m ensaje, sino que depende funda­
m entalm ente del estado de conocim iento y de las expectativas
de quien lo recibe. Así, el m ensaje “Llego en el avión de las
siete. Con amor, Bill” tiene un contenido inform ativo distinto
para la esposa de Bill, quien sabía que regresaba aunque no en
qué avión, del que tiene para la joven que no esperaba a Bill y
que adem ás se ve sorprendida por su declaración de amor. El
lenguaje hum ano, señala W eizenbaum , incluye la historia de
quienes lo utilizan y, por tanto, la historia de la sociedad y de
la hum anidad entera. En cam bio, el lenguaje de los ordenado­
res es sólo funcional, identificando hechos y palabras única­
m ente con las m etas inm ediatas que han de lograrse o con los
objetos que deben ser transform ados. Pues bien, según nues­
tro autor, estos cuatro tipos de lim itaciones no sólo son lim ita­
ciones técnicas de los ordenadores, sino que adem ás indican la
diferencia entre ser un ser hum ano o ser un ordenador.
3. Test de Turing y habitaciones orientales
El debate acerca de la inteligencia artificial, en cuanto a
sus pretensiones de crear program as de com putador que
igualen o incluso superen la inteligencia hum ana o natural,
ha continuado con nuevos argum entos en favor y en contra.
El filósofo am ericano John Searle, en su trabajo “M inds,
112
Brains, and Program s” (1980), presenta un ingenioso argu­
mento, el experim ento m ental de la habitación china, para
m ostrar que es posible superar el test de Turing (es decir,
com portarse com o si se pensase) y sin em bargo no pensar
realm ente. Antes de exponer tal argum ento, Searle distingue
entre lo que llam a inteligencia artificial fuerte y lo que estim a
inteligencia artificial débil o prudente. La segunda se carac­
teriza por considerar los com putadores com o poderosos ins­
trum entos para el estudio de la m ente, perm itiéndonos for­
m ular y com probar hipótesis de un m odo más riguroso y
preciso. En cam bio, la inteligencia artificial fuerte considera
los com putadores com o m ás que un instrum ento en el estudio
de la m ente, ya que sostiene que un com putador program ado
de m anera apropiada es realm ente una m ente al poder literal­
m ente pensar y tener otros estados cognitivos. N uestro autor
no pone objeciones a la inteligencia artificial débil, es decir,
podem os añadir, al em pleo de los com putadores com o un
recurso instrum ental y conceptual para la com prensión de la
mente, pero ataca de m odo decidido la pretensión de la
inteligencia artificial fuerte de que los com putadores real­
m ente piensan.
Para John Searle, los partidarios de la inteligencia arti­
ficial fuerte sostienen que, en un diálogo entre un ser hum ano
y un com putador (com o, por ejem plo, el diálogo entre un
hom bre y una m áquina con el program a ELIZA de W eizen­
baum, citado antes), la m áquina no sólo está sim ulando una
capacidad hum ana sino que tam bién puede decirse que la
m áquina literalm ente comprende y que lo que hace la m áqui­
na explica la capacidad hum ana de com prensión. Para refutar
tal pretensión nuestro autor presenta el siguiente experim en­
to m ental (o im aginado), que denom ina argum ento de la
habitación china.
Supongam os que un hom bre, que no sabe nada de chino
aunque sí dom ina el inglés, está encerrado en una habitación.
Este hom bre dispone de instrucciones en inglés para m anejar
listas de sím bolos en chino y correlacionarlas teniendo en
cuenta únicam ente las form as de los sím bolos, de tal m anera
que cuando recibe una lista de sím bolos en chino entrega otra
113
lista de sím bolos en chino que es una respuesta adecuada a la
primera. En estas condiciones, para un observador exterior a
la habitación, las respuestas del hom bre encerrado a las
preguntas en chino no se distinguen de las respuestas que
daría un hablante chino. Y sin em bargo el hom bre encerrado
produce sus respuestas sim plem ente m anipulando símbolos
no interpretados.
Según Searle, un com putador se com porta exactam ente
igual que el hom bre encerrado en la habitación china, es decir,
da la im presión de pensar y com prender pero en realidad se
lim ita a m anipular sím bolos form ales que no com prende. El
hom bre encerrado en la habitación china supera el test de
Turing, esto es, se com porta com o si pensase en chino, y sin
em bargo es incapaz de pensar en chino. Del m ism o m odo un
com putador digital puede superar el test de Turing, dando la
im presión de que piensa, y sin em bargo realm ente no piensa,
puesto que se lim ita a una m anipulación de sím bolos form ales
sin significado alguno, porque sus símbolos sólo tienen sintaxis
pero no semántica. En suma, podem os decir, superar el test de
Turing no equivale ni im plica pensar (frente a las pretensio­
nes del propio Turing).
Para Searle, la única m áquina que puede pensar es el
cerebro, o bien m áquinas que tuvieran los m ism os poderes
causales que el cerebro. Sobre esta idea vuelve en su artículo
“M inds and Brains W ithout Program s” (1987). En este traba­
jo resume sus puntos de vista en una serie de “axiom as” y
conclusiones derivadas, de los que destacam os los m ás im por­
tantes. El prim er axiom a establece que los cerebros causan las
m entes, con lo que para nuestro autor queda excluida de
entrada cualquier m ente m ecánica. El segundo axiom a de­
fiende que la sintaxis no es suficiente para la sem ántica,
m arcando así una radical distinción entre el nivel form al y el
nivel de los significados. El tercer axiom a señala que las
m entes tienen contenidos, específicam ente contenidos inten­
cionales o sem ánticos. A su vez, com o contrapunto al anterior
axiom a, Searle defiende en el cuarto axiom a que los progra­
m as (de com putador) se definen de m anera puram ente form al
o sintáctica.
114
De tales axiom as, que nuestro autor considera puntos
obvios (y que al final de este apartado criticaré), extrae
algunas conclusiones. De ellas, la m ás relevante es la siguien­
te: instanciar un program a (es decir, ser un caso de ejecución
de un program a) no es nunca por sí m ism o suficiente para
tener una m ente. Tal conclusión, según Searle, refuta la
inteligencia artificial fuerte, esto es, la pretensión de que las
m áquinas tienen mente. Podem os aclarar este dictam en se­
ñalando que la habitación china constituye, para Searle, una
instanciación de un program a (el de las instrucciones que
correlacionan las listas de sím bolos en chino) y sin em bargo la
habitación china no tiene m ente; dicho de otro m odo, aunque
la habitación china realiza un program a de entender y hablar
chino, sin em bargo la habitación china no com prende el chino.
El experim ento m ental de Searle ha sido am pliam ente
com entado y discutido. N os lim itarem os a exponer las críticas
de Rapaport y de Paul y Patricia Churchland.
W illiam Rapaport, en su trabajo “Syntactic Sem antics:
Foundations o f Com putational N atural-Language U nderstanding” (1988), corrige el argum ento de la habitación china
exponiendo una variación que denom ina argum ento de la
habitación coreana (aunque en realidad aquí no hay habita­
ción alguna). Supongam os un catedrático coreano de literatu­
ra inglesa en la U niversidad de Seúl que no com prende el
inglés, ñi hablado ni escrito, pero que no obstante es una
autoridad m undial en Shakespeare. Tal autoridad la ha
alcanzado leyendo a Shakespeare en excelentes traducciones
coreanas y habiendo escrito varios artículos en coreano sobre
el autor inglés, artículos que a su vez han sido traducidos al
inglés por otras personas y publicados en revistas eruditas de
fama, donde han sido recibidos con gran éxito.
Podem os decir que la situación del catedrático coreano
respecto de la obra de Shakespeare es com parable a la situa­
ción del hom bre encerrado en la habitación respecto del chino.
La cuestión ahora es si el catedrático coreano “com prende” a
Shakespeare y la respuesta es obviam ente afirm ativa, de tal
m anera que el profesor coreano com prende algo. De m odo
similar, según Rapaport, el hom bre encerrado en la habita­
115
ción com prende algo. Podem os añadir que, aunque ni el
profesor coreano com prende el inglés ni el hom bre encerrado
en la habitación com prende el chino, ambos com prenden algo,
el uno a Shakespeare y el otro cóm o relacionar listas de
sím bolos chinos (aunque Rapaport va m ás lejos, insistiendo
en que el hom bre de la habitación com prende chino). En
general, un com putador con un program a de com prensión del
lenguaje natural supera el test de Turing, es decir, se com por­
ta com o si pensase, y ello es una señal de inteligencia. Por
tanto, podríam os concluir la existencia de inteligencia artifi­
cial, aunque personalm ente dudo que tal inteligencia iguale,
en el caso de la com prensión del lenguaje natural, a la
inteligencia humana.
A su vez, Paul Churchland y Patricia Churchland, en su
artículo conjunto “Could a M achine Think?”, publicado en
Scientific American (enero de 1990), tam bién critican el argu­
m ento de la habitación china. La tesis general de estos autores
es que la inteligencia artificial clásica tiene dificultades para
crear m áquinas que piensen, pero que en cam bio la nueva
inteligencia artificial inspirada en la estructura cerebral
hum ana puede crear m áquinas que piensen. Con ello volve­
m os al tema, ya aludido antes, de la distinción entre inteligen­
cia artificial clásica (que llam ábam os GOFAI, siguiendo a
H augeland) y la inteligencia artificial conexionista. La prim e­
ra concibe los com putadores com o m áquinas m anipuladoras
de símbolos de acuerdo con reglas sensibles a estructuras
form ales y que trabajan de m anera serial o secuencial. En
cam bio, la inteligencia artificial conexionista concibe los com ­
putadores com o m áquinas de procesam iento m asivam ente
paralelo que imitan el funcionam iento de las redes neuronales.
Para Paul y Patricia Churchland, si analizam os la es­
tructura del cerebro encontram os tres rasgos que contrastan
con la arquitectura de los com putadores electrónicos conven­
cionales. Para em pezar, el sistem a nervioso es una máquina
paralela, es decir, las señales se procesan en m illones de
sendas diferentes de m odo sim ultáneo. En segundo lugar, la
unidad de procesam iento básico, la neurona, es com parativa­
m ente sim ple y su respuesta a las señales que recibe es
116
análoga, no digital, en la m edida en que varía de modo
continuo. Y en tercer lugar, las conexiones que van de una
población de neuronas a otra se em parejan a m enudo con
conexiones de retom o, haciendo así del cerebro un sistem a
dinám ico genuino.
N uestros autores son partidarios del desarrollo de una
inteligencia artificial que explote e im ite nuestro conocim ien­
to del funcionam iento del cerebro, sin descartar por ello la
existencia de m áquinas clásicas, que son útiles para ciertas
tareas. U na arquitectura paralela, en vez de serial, de los
com putadores proporciona una superior velocidad en com pa­
ración con un com putador convencional, ya que las m uchas
conexiones en distintos niveles ejecutan sim ultáneam ente
m uchas com putaciones en vez de en form a secuencial. Ade­
más, el paralelism o m asivo hace al sistem a tolerante con los
fallos y persistente en su función, pues la pérdida de algunas
conexiones tiene un efecto despreciable en la transform ación
general ejecutada por la red total. Tam bién un sistem a para­
lelo alm acena cantidades am plias de inform ación de una
manera distribuida, siendo accesible cada una en milisegundos.
Finalm ente los Churchland destacan que una m áquina
conexionista no es un sistem a m anipulador de sím bolos según
reglas form ales. Sin em bargo, la crítica de Searle contenida en
su argum ento de la habitación china va dirigida contra las
m áquinas m anipuladoras de sím bolos, que se com paran,
podem os añadir, con el hom bre encerrado en la habitación y
que se lim ita a m anipular listas de sím bolos chinos. Al
m argen de que tal sistem a m anipulador de sím bolos pueda
generar significados (lo cual es tajantem ente rechazado por
Searle, m ientras que los Churchland adm iten tal posibilidad),
en todo caso la inteligencia artificial a la usanza conexionista,
im itadora del cerebro hum ano, prom ete crear m áquinas con
auténtico pensam iento según la opinión de nuestros autores.
Para term inar este apartado, señalaré por mi parte
algunas otras lim itaciones en el argum ento de la habitación
china. En prim er lugar, el argum ento supone una distinción
tajante entre sintaxis y sem ántica que no es adm isible de
modo tan radical. En efecto, podem os distinguir entre, por un
117
lado, la form a o sintaxis de una cadena de enunciados del
lenguaje natural y, por otro lado, su sem ántica o significados
concretos; pero las form as o estructuras del lenguaje son tipos
de ordenación o disposición de las palabras en virtud de la cual
las frases o cadenas de enunciados tienen una u otra m anera
general de significar. Por tanto, cada form a o estructura del
lenguaje tiene una m anera de significar, no siendo posible una
distinción tajante entre sintaxis y semántica. Por ejem plo,
una conjunción de enunciados se distingue de una im plicación
de enunciados en cuanto en la prim era significam os una
acum ulación de enunciados m ientras que en la segunda
significam os que dado un enunciado debe producirse el otro;
estas estru ctu ras o form as del len gu aje (con ju n ción e
im plicación) son distintas por esa m anera distinta de signifi­
car, independientem ente de los significados concretos de sus
enunciados com ponentes. En sum a, las form as o sintaxis
prescinden de los significados concretos (y en este sentido es
posible distinguir entre sintaxis y sem ántica), pero las form as
del lenguaje no prescinden de sus específicas m aneras de
significar o decir (y en este otro sentido no es posible la
distinción tajante entre sintaxis y semántica).
En segundo lugar, el hom bre encerrado en la habitación
china produce significados, contrariam ente a lo que sostiene
John Searle, si adm itim os la noción de significado del segundo
W ittgenstein. En efecto, W ittgenstein, en la segunda fase de
su actividad filosófica, defendió la idea de que el significado de
las palabras se define m ediante su uso en el lenguaje y no
m ediante su referencia, puesto que una palabra tiene signifi­
cado aún en el caso de que nada real corresponda a ella. Las
palabras por tanto tienen significado para nosotros si com ­
prendem os su uso. Adm itiendo esto, el uso que el hom bre
encerrado en la habitación hace de las listas de sím bolos en
chino, según las instrucciones que ha recibido en inglés y que
com prende, confiere significado a tales listas de sím bolos, con
lo que el sistem a, frente a Searle, tiene contenido sem ántico.
Finalm ente, el “axiom a” de John Searle de que sólo los
cerebros producen m ente constituye una clara petición de
principio, ya que contiene en sí m ism o el rechazo de una
118
m áquina que piense, conclusión a la que pretende no obstante
llegar más tarde. Adem ás tal axiom a supone un ingenuo
chauvinism o hum ano y la creencia en la radical y substancial
superioridad de la quím ica del carbono, propia de los seres
vivos, sobre la quím ica del silicio, propia de los com putadores.
4. Conclusiones
El surgim iento de la inteligencia artificial ha despertado
entre los seres hum anos pasiones encontradas. Por una parte,
algunos científicos han visto en las llam adas m áquinas inte­
ligentes nada m enos que los sustitutos perfeccionados de la
raza hum ana, m ientras que otros científicos consideran que
las denom inadas m áquinas inteligentes son un rem edo im ­
perfecto del hom bre y perm anecerán siem pre com o tales. Un
ejemplo de la prim era actitud, de fervoroso entusiasm o, es
Robert Jastrow quien, en su libro TheEnchantedLoom (1981)
considera a los com putadores com o los sucesores evolutivos de
los seres hum anos. Para Jastrow , destacado científico de la
NASA, la hum anidad está destinada a tener un sucesor aún
más inteligente, las poderosas fuerzas evolutivas (m ás cultu­
rales que biológicas) conducirán a una form a de vida inteli­
gente, m ás exótica y evolucionada a partir del hom bre, pero
que será hija de su cerebro y no de sus órganos sexuales; tal
nueva form a de vida será el com putador.
En general, los filósofos han visto con escepticism o el
desarrollo de la inteligencia artificial, actitud unida al senti­
miento, m ás profundo, de que las m áquinas inteligentes po­
drían destronar al hom bre de su privilegiada situación en el
mundo. Desde los com ienzos de la actividad intelectual, el
hombre se ha definido a sí m ism o com o un ser inteligente,
excluyendo así la inteligencia no sólo de los otros anim ales sino
también de cualquier máquina imaginable. Y sin em bargo su
esencia y su puesto central en el mundo están am enazados por
la posibilidad de m áquinas inteligentes. Ello ha provocado
reacciones violentas, com o en el caso de H ubert Dreyfus.
D ejando de lado el ám bito de las pasiones (fervoroso
entusiasm o o violenta hostilidad), lo cierto es que a lo largo de
119
la breve historia de la inteligencia artificial, apenas cincuenta
años, se han producido notables éxitos y tam bién estruendosos
fracasos. La dem ostración autom ática de teorem as lógicos y
m atem áticos, los program as de ju egos o los sistem as expertos
(que sim ulan a expertos hum anos, com o los m atem áticos,
m édicos, quím icos o geólogos) han proporcionado notables
éxitos. Pero los program as de procesam iento del lenguaje
natural o los sistem as de reconocim iento de im ágenes han
fracasado en gran medida. Tras una prim era época de éxitos
sorprendentes, los fracasos o éxitos lim itados fueron surgien­
do conform e el program a de investigación en inteligencia
artificial se hacía más ambicioso.
Adem ás la inteligencia artificial no obedece a un único
paradigm a de investigación. Y a hem os visto que, ju n to a la
buena inteligencia artificial a la antigua usanza (GO FAI), se
está desarrollando de m odo m uy prom etedor la inteligencia
artificial a la usanza conexionista. Justam ente el conexionism o
está logrando avances en cam pos difíciles para la inteligencia
artificial clásica, com o program as de tratam iento del lenguaje
natural, sistem as de reconocim iento visual de objetos, o desa­
rrollo de detectores de rasgos especiales. A sim ism o los traba­
jo s en m áquinas de aprendizaje por refuerzo tam bién resultan
prom etedores, y nada excluye nuevos paradigm as dentro de
la inteligencia artificial.
Sin em bargo, cuando nos planteam os la cuestión de la
inteligencia de los com putadores (y ya no el éxito o el fracaso
de la ciencia de la inteligencia artificial), debem os adoptar el
punto de vista, ya señalado, de W eizenbaum de que no tiene
sentido una caracterización abstracta o absoluta de la inteli­
gencia, sino que es preciso una estipulación concreta y relati­
va a las tareas que en el ser hum ano (punto de referencia
histórico) consideram os inteligentes. Entendidas así las co­
sas, resulta evidente que existe inteligencia artificial, ya que
existen m áquinas inteligentes, es decir, m áquinas con progra­
mas para ejecutar tareas que en el ser hum ano atribuim os a
su inteligencia; por ejem plo, m áquinas para dem ostrar teore­
mas difíciles, o para diagnosticar enferm edades infecciosas, o
para resolver com plicadas ecuaciones m atem áticas.
120
Pero no es m enos cierto que las m áquinas, aunque en
ciertas tareas igualen e incluso superen a la inteligencia
hum ana, no consiguen igualar al ser hum ano en todas sus
tareas inteligentes. El punto decisivo en esta cuestión es la
(aparentem ente) insuperable dificultad de las m áquinas en
igualar algo tan sencillo en el hom bre com o es su sentido
común. En virtud del sentido com ún, el ser hum ano tiene unas
capacidades intuitivas, que no parecen poder representarse
en un procedim iento m ecánico, de distinguir lo relevante de lo
irrelevante en la inform ación, de advertir lo que cam bia y lo
que perm anece en una situación, y de revisar sus conocim ien­
tos y conclusiones según se producen nuevos datos. Precisa­
m ente buena parte de la investigación lógica actual en co­
nexión con la inteligencia artificial dirige sus esfuerzos hacia
los objetivos de form alizar y m ecanizar el razonam iento del
sentido com ún, habiendo surgido una veintena de nuevas
lógicas, tal como puede verse en el libro de W itold Lukaszewicz
de 1990 Non-MonotonicReasoning. FormalizationofCommon-
sense Reasoning.
Otro punto decisivo en las diferencias entre la inteligen­
cia artificial y la inteligencia hum ana lo constituye la existen­
cia de procesos “espirituales” en los seres hum anos, a los que
nos hem os referido en el capítulo anterior. Los procesos
m entales de autoconciencia (o conciencia de sí m ism o com o
sujeto de los procesos m entales), los procesos de form ación de
un proyecto vital personal y las voliciones libres o indeterm i­
nistas parecen ser características exclusivas de los seres
humanos, que m uy im probablem ente llegarán a poseer las
m áquinas y que de m odo m uy plausible suponen una índole
no-física (espiritual).
A ello podríam os añadir los fenóm enos parapsicológicos,
que suscitan m uchas dudas y frecuentem ente son casos de
fraude, pero que en num erosas ocasiones han sido constata­
dos em píricam ente. Los fenóm enos de telepatía (com unica­
ción de pensam ientos a distancia), de precognición (conoci­
miento intuido de sucesos futuros) o de psicocinesis (m ovi­
miento de objetos m ediante concentración m ental) no parece
que puedan ser com partidos con las m áquinas. De hecho,
121
cuando Turing, en su ya citado “C om puting M achinery and
Intelligence” , responde a los argum entos en contra de su tesis
de que las m áquinas pueden llegar a pensar, sólo considera
com o argum ento en contra de m ucho peso los casos de fenóm e­
nos parapsicológicos.
En resum en, podem os decir que algunas m áquinas dota­
das de program as adecuados en efecto piensan y están dota­
das de m ente, aunque sus procesos m entales, superiores en
algunas tareas a los procesos hum anos correspondientes, no
agotan la enorm e variedad y capacidades de tareas de los
procesos m entales de los seres hum anos. El hom bre es y
seguirá siendo el paradigm a de la inteligencia.
122
9
El problema mente-cerebro:
datos e hipótesis
1. Introducción al problema
Repetidam ente, a lo largo de este libro, han aparecido
referencias al denom inado problem a m ente-cuerpo. Sin em ­
bargo, debem os aclarar las distintas form ulaciones de este
problema y centram os en aquella form ulación que m ás inte­
rese al planteam iento actual de la filosofía de la m ente, para
luego señalar las soluciones de m ayor interés o vigencia.
Desde la prehistoria hum ana el hom bre se ha entendido
a sí m ism o com o una realidad dual, al m enos usando dos
argum entos distintos. Por un lado, distinguía entre su vida
actual y una vida im aginada después de la m uerte en la que
podría sobrevivir algo de su naturaleza. P or otro lado, distin­
guía entre su cuerpo, en m edio de otros cuerpos, y su voluntad,
que podía sentirse ajena a su propio cuerpo y no satisfecha con
él. A l m enos este dualism o entre lo que som os y lo que serem os
o podríam os ser es algo presente en el ser hum ano desde que
es homo sapiens. Las m ás prim itivas religiones y los m itos
más antiguos testim onian esta idea del hom bre com o realidad
dual.
Es a esta dualidad apercibida o im aginada del ser hum a­
no a lo que se refiere en prim era instancia el problem a m entecuerpo. Sin em bargo, podem os distinguir tres form ulaciones
distintas de tal problem a, las cuales inciden en un aspecto u
otro del m ism o según el contexto de su propia form ulación.
Tales form ulaciones son la religiosa, la filosófica y la que
123
consideram os propiam ente científica. La form ulación religio­
sa del problem a m ente-cuerpo entiende que la dualidad es
entre cuerpo y alm a, es decir, entre lo que tenem os de común
con las realidades m ateriales de este m undo y nuestra alm a o
espíritu en cuanto realidad inm aterial y ajena a este m undo.
Llam aré a esta form ulación del problem a “el problem a de San
Agustín”, ya que este santo experim entó com o pocas personas
el enfrentam iento doloroso entre las pasiones de su cuerpo y
el anhelo de inm ortalidad y paz de su alma.
La form ulación filosófica del problem a m ente-cuerpo
entiende que la dual idad se da entre el cuerpo, que es público,
observable por los dem ás y som etido a las leyes m ecánicas, y
la m ente o pensam iento, que es una realidad privada, obser­
vable sólo por ella m ism a y en apariencia no som etida a las
leyes m ecánicas. Llam aré a esta form ulación del problem a “el
problem a de D escartes”, ya que, com o vim os en el capítulo 2,
fue René Descartes quien, al haber defendido la radical
diferencia entre extensión corporal y pensam iento inextenso,
dejó planteadas las dificultades para explicar las relaciones
que, por otra parte, todos podem os experim entar entre cuerpo
y mente. Tal es el tradicional problem a m ente-cuerpo o, si se
prefiere, el problem a m ente-cuerpo por antonom asia.
Sin em bargo, existe una tercera form ulación del proble­
m a m ente-cuerpo, que es su form ulación científica actual.
Para tal form ulación la dualidad se da, o se daría, por un lado,
entre el cerebro (o bien el sistem a nervioso central), en cuanto
centro que realiza las funciones de recibir los estím ulos del
am biente, procesarlos de acuerdo con la experiencia acum u­
lada y con ciertas estructuras y, por último, poner en m archa
las respuestas adecuadas, y, por otro lado, la m ente, en cuanto
los procesos m ism os de recepción de información, de procesa­
m iento de la inform ación recibida y de ejecución o inhibición
de respuestas. Tal es el problem a m ente-cerebro, en el que se
discute si los procesos m entales (tal com o los estudia la
psicología cognitiva o la inteligencia artificial) se identifican
o no con los procesos cerebrales (tal com o los estudia la
neurociencia), y en caso de no identificarse cuáles son las
relaciones entre unos y otros. Llam aré a esta nueva form ula­
124
ción del problem a “el problem a de Penfield”, ya que fue W ilder
Penfield (1891-1976), célebre neurocirujano am ericano, uno
de los científicos m ás destacados en el estudio de las relacio­
nes entre m ente y cerebro, en particular en su libro The
Mystery ofthe Mind (1975).
De las tres form ulaciones del problem a m ente-cuerpo,
nos interesa el problem a de Penfield o problem a m entecerebro. El problem a de San Agustín, aunque perfectam ente
legítim o e im portante, es una cuestión teológica en la que no
pretendo entrar. Con todo, las soluciones al problem a de
Penfield no deberán ser indiferentes para el problem a cuerpoalma. En cuanto al problem a de Descartes, ya pusim os de
relieve sus presupuestos erróneos, es decir, que la m ente debe
concebirse com o una substancia, que una realidad extensa no
puede pensar y, por últim o, su rechazo de las m entes m ecáni­
cas. Con todo, al analizar la solución de John Eccles al
problem a m ente-cerebro verem os reaparecer de algún m odo
el problem a m ente-cuerpo.
2. Las soluciones al problema mente-cerebro
Respecto del problem a de Penfield o problem a m entecerebro, podemos enum erar distintas posturas actuales. En
primer lugar, y puesto que la psicología conductista aún está
viva y coleando, debem os anotar el conductism o, que estudia­
mos en el capítulo V, com o postura que sostiene que el proble­
ma no es un auténtico problem a y ni siquiera debe plantearse.
En segundo lugar, debem os anotar el m aterialism o o teoría de
la identidad m ente-cerebro, que estudiam os en el capítulo VII,
para el cual el problem a puede plantearse pero queda disuelto
tras su consideración. En tercer lugar, tenem os el funcionalis­
mo, que tam bién consideram os en el capítulo VII, que significa
una especie de “tiem po m uerto” en el problema, puesto que
defiende que los procesos m entales son independientes de su
eventual soporte físico o de los órganos específicos que los
produzcan. Finalm ente, podem os registrar las soluciones fie­
les al planteam iento del problema, esto es, que m antienen
algún tipo o grado de dualismo entre m ente y cerebro, ya que
125
sin la admisión de algún tipo o grado de dualism o entre m ente
y cerebro no existe propiam ente el problem a mente-cerebro.
Tales soluciones son el em ergentism o, el dualism o radical y lo
que denom iné en mi trabajo “Procesos m entales y cognitivismo” (1992) dualism o razonable.
Estudiarem os con cierto detalle el em ergentism o, tal
com o aparece en John Searle, y el dualism o radical, tal com o
es defendido por John Eccles, y me referiré, al criticar la
posición de Eccles a mi dualism o razonable. De m om ento,
recordarem os algunas ideas propias de las otras soluciones,
esto es, el conductism o, el m aterialism o y el funcionalism o.
Para el conductism o el problem a de Penfield es un pseudoproblem a, ya que para esta postura la m ente no existe
propiam ente y el cerebro es irrelevante para el estudio de los
fenóm enos psicológicos. El conductism o propugna el abando­
no del lenguaje m entalista (térm inos com o deseo, creencia,
sentim iento o propósito) en las explicaciones psicológicas,
donde sólo debe estar presente el lenguaje relativo a la
descripción de estím ulos y respuestas así com o a las leyes que
gobiernan la conducta. La m ente, com o resulta obvio, es un
concepto m entalista (que refleja una supuesta interioridad
del ser hum ano) y por ende es ajena a una postura filosófica
y científica centrada en la exterioridad del hom bre, en su
am biente y en sus respuestas públicam ente observables. Por
otra parte, los conductistas llevan su insistencia en la
exterioridad de la conducta hasta tal punto que m enosprecian
o bien descuidan el estudio de los procesos cerebrales, sospe­
choso de llevarnos a algún tipo de retorno m entalista. En
consecuencia, puesto que no existe la m ente ni im porta el ce­
rebro, no tiene sentido hablar de un problem a m ente-cerebro.
En cuanto al m aterialism o, se plantea la posibilidad de
distinguir entre m ente y cerebro, o m ejor, entre procesos
m entales y procesos cerebrales, pero sostiene que una consi­
deración de am bas clases de procesos lleva de m odo contun­
dente a la identificación entre una y otra, en el específico
sentido de que cualquier tipo de proceso m ental es idéntico a
un tipo determ inado de proceso cerebral. El m aterialism o o
teoría de la identidad m ente-cerebro, aunque considera legí­
126
tim o el problem a de Penfield, procede a su elim inación tras
dar su solución. Esta doctrina, com o señalé en su m om ento,
tiene un indudable atractivo, ya que prom ete (aunque no ha
cum plido) la elim inación de la psicología y con ello una
sim plificación en el cuerpo general de la ciencia. Pero adem ás
tam bién prom ete sustituir las especulaciones e hipótesis a las
que a veces se ven obligados los psicólogos por los estudios
concretos y positivos del neurocientífico (si en verdad siem pre
tienen tal carácter). Pero, com o ya vim os, la teoría de la
identidad m ente-cerebro se enfrenta a lo que denom iné argu­
m ento antim aterialista de las m áquinas, es decir, a la eviden­
cia em pírica de que algunas m áquinas, carentes de procesos
cerebrales, tienen no obstante procesos m entales.
Respecto del funcionalism o debem os recordar que cons­
tituye una teoría general de los procesos m entales que goza de
gran prestigio y de aceptación generalizada entre los filósofos,
los psicólogos cognitivistas y los científicos de la inteligencia
artificial. Para el funcionalism o, los procesos m entales son
procesos internos con un papel o rol causal sobre la conducta,
que constituyen funciones m ediadoras entre entradas senso­
riales y salidas m otoras, y que se definen y caracterizan con
total independencia de su soporte físico. Com o dice Putnam ,
en Reason, Truth and History (1981), la m ism a propiedad
psicológica (por ejem plo, estar iracundo) puede ser una pro­
piedad perteneciente a m iem bros de m iles de especies dife­
rentes, que pueden poseer una com posición física o quím ica
com pletam ente distinta (algunas de estas especies podrían
ser extraterrestres y quizás algún día los robots m uestren
ira).
Tal teoría es, en efecto, general, ya que puede ser
aceptada por el psicólogo cognitivo (para quien el sopórte de
los procesos m entales puede ser el cerebro), tam bién puede
ser aceptada por el científico de inteligencia artificial (para
quien el soporte de los procesos m entales son los circuitos
electrónicos), por el filósofo de orientación m aterialista (para
quien el soporte de los procesos m entales es el cerebro) e
incluso por el filósofo de orientación espiritualista (para quien
algunos o todos los procesos m entales tendrían su soporte
127
últim o en el espíritu). Por ello he calificado al funcionalism o
de “tiem po m uerto” en la discusión m ente-cerebro, ya que el
problem a de Penfield queda en suspenso o aplazado con el
funcionalism o, en espera de m ejor m om ento para su discusión
o en espera de nuevas evidencias em píricas.
3. El emergentismo de Searle
John Searle, de cuya célebre habitación china nos hemos
ocupado en el capítulo anterior, defiende, en su libro Minds,
Brains and Science (1984), la tesis general de que la m ente y
el cuerpo interactúan aunque no son dos cosas diferentes,
puesto que los fenóm enos m entales son solam ente rasgos del
cerebro. Para Searle, tal postura es a la vez una aserción de
fisicalism o y de m entalism o, esto es, podem os añadir, se trata
de defender al m ism o tiem po que los procesos m entales no son
independientes de los procesos físicos (en concreto, de los
procesos cerebrales) y que los procesos m entales no se reducen
a los procesos cerebrales tal com o los estudia el neurocientífico.
Esta posición puede denom inarse em ergentism o, ya
que, cuando se sostiene que los procesos m entales no pueden
darse sin procesos cerebrales pero tam poco se reducen a éstos,
los procesos m entales aparecen com o fenóm enos o propieda­
des que emergen de los procesos cerebrales. El propio Searle,
en su trabajo “M inds and Brains W ithout Program s” (1987)
acepta el térm ino em ergentism o para indicar su postura de
que las propiedades m entales son propiedades em ergentes de
los sistem as neurofisiológicos, aunque no acepta tal térm ino
para indicar su postura si con tal térm ino se defiende que las
propiedades m entales em ergen m ediante algún proceso nofísico de carácter misterioso.
Para nuestro autor, tal com o señala en Minds, Brains
and Science, hay cuatro rasgos de los fenóm enos m entales
(tom ados globalm ente) difíciles de encajar en la concepción
del m undo com o com puesto de cosas m ateriales. El más
im portante de tales rasgos es la conciencia (aunque no todos
los procesos m entales sean conscientes), en el sentido, pode­
m os añadir, de d a m os cuenta de lo que hacem os. Para Searle,
128
la conciencia es el hecho central de la existencia específica­
mente hum ana y, sin em bargo, es difícil ver cóm o sistem as
m eram ente físicos pueden tener conciencia. El segundo rasgo
de la m ente difícil de encajar en una concepción m aterialista
del m undo es la intencionalidad (aunque tam poco todos los
procesos m entales son intencionales), es decir, el rasgo m e­
diante el cual nuestros estados m entales se dirigen o refieren
a objetos o estados de cosas del m undo distintos de los propios
estados mentales. N uestros deseos, esperanzas, tem ores,
creencias o intenciones (entendidas éstas com o propósitos)
tienen intencionalidad en cuanto se refieren al m undo distin­
to de la m ente y, sin em bargo, es difícil concebir que una
realidad m eram ente m aterial pueda representar algo.
El tercer rasgo de la m ente difícil de acom odar en una
concepción m aterialista de la realidad es la subjetividad de los
estados m entales (y ahora podem os decir que todos los proce­
sos m entales son subjetivos). Tal subjetividad indica el hecho
de que cada cual puede conocer sus estados m entales internos
m ientras que los dem ás no pueden conocerlos (directam ente).
Esto es, se trata de lo que denom inam os el privilegio del acceso
directo de cada sujeto hum ano a sus propios procesos m enta­
les. Sin em bargo, parece difícil acom odar este carácter subje­
tivo de los estados m entales con el carácter objetivo de la
concepción científica m aterialista. Finalm ente, Searle señala
un cuarto problem a, el problem a de la causación mental.
Nuestros pensam ientos y sensaciones tienen de hecho algún
efecto causal sobre el m undo físico; por ejem plo, decido levan­
tar mi brazo y mi brazo se levanta. En sum a, nuestros pro­
cesos m entales (aunque no todos) causan efectos físicos. Y sin
em bargo, no se com prende fácilm ente que algo m ental pueda
tener influencia física.
La respuesta de John Searle a estas dificultades consiste
en sostener lo que podríam os calificar de un cierto dualism o
entre m ente y cerebro, pero un dualism o que no adm ite que
m ente y cerebro sean dos cosas distintas, sino que los procesos
m entales en cuanto tales son aspectos o rasgos diferenciables
de los procesos neurofisiológicos aunque no independientes de
éstos. En concreto, la tesis (em ergentista) de Searle es que
129
todos los fenómenos m entales, ya sean conscientes o inconscien­
tes, están causados por procesos cerebrales (y en esta m edida
em ergen de ellos) y al m ism o tiem po están realizados en los
procesos cerebrales (y en esta m edida no son radicalm ente
distintos de ellos).
Para aclarar su tesis, nuestro autor recurre a la distin­
ción entre m icropropiedades y m acropropiedades de los siste­
m as físicos. Si, por ejem plo, consideram os una m esa o un vaso
de agua, cada uno de estos objetos está com puesto de m icropartículas, que tienen rasgos al nivel de m oléculas y átom os;
tales son sus m icropropiedades. Pero adem ás, cada objeto
tiene rasgos, com o la solidez de la mesa, la liquidez del agua
o la transparencia del vaso, que son propiedades superficiales
o globales; tales son sus m acropropiedades. Por otra parte,
ocurre que m uchas de esas propiedades superficiales o globa­
les pueden explicarse causalm ente por la conducta de los
elem entos del m icronivel; por ejem plo, la solidez de la m esa se
explica por la estructura de enrejado ocupada por las m olécu­
las de las que se com pone. Es decir, hay m acropropiedades que
se explican causalm ente por la conducta de los elem entos del
micronivel. De m odo más claro, el rasgo superficial o m acropropiedad es causado por la conducta de los m icroelem entos,
pero al m ism o tiem po está realizado en el sistem a que está
com puesto de los m icroelem entos.
Podem os, según Searle, aplicar esta distinción al estudio
de la m ente para dar cuenta de las relaciones de la m ente con
el cerebro. Lo m ism o que la solidez de la m esa es causada por
la conducta de elem entos del m icronivel y, con todo, es al
m ism o tiem po un rasgo realizado en el sistem a de m icroele­
m entos, así exactam ente los fenóm enos m entales son causa­
dos por procesos que tienen lugar en el cerebro en el m icronivel
neuronal y, al m ism o tiem po, son rasgos que están realizados
en el sistem a neuronal. Para nuestro autor, nada hay m ás
com ún en la naturaleza que el que rasgos superficiales (m a­
cropropiedades) sean a la vez causados por y realizados en una
m icroestructura, y tal es la relación entre m ente y cerebro. En
el cerebro hay dos niveles de descripción causalm ente reales:
el m acronivel de procesos m entales y el m icronivel de procesos
130
neuronales. Podem os resum ir la tesis de Searle diciendo que
los procesos m entales están causados por los procesos cere­
brales y al tiem po están realizados en los procesos cerebrales.
En su trabajo de 1987 “M inds and Brains W ithout Program s”, Searle insiste en la distinción entre m acropropieda­
des y m icropropiedades, y señala que los rasgos intrínseca­
m ente m entales del universo (conciencia, intencionalidad,
subjetividad y causación intencional) son justam ente rasgos
físicos de nivel superior de los cerebros. Pero las propiedades
m entales se caracterizan explícitam ente com o propiedades
em ergentes de los sistem as neuroñsiológicos. Asim ism o, el
axiom a prim ero de las conclusiones de este artículo dice
tajantem ente que los cerebros causan las m entes. En suma,
podem os com entar, para Searle los procesos m entales son
algo diferenciado de los procesos cerebrales en cuanto neuro­
nales, aunque no existan al m argen de los procesos neurona­
les; de esta m anera podrá distinguirse entre los procesos
m entales tal com o los estudia la psicología y los procesos ce­
rebrales tal com o los estudia la neurociencia.
Por últim o, en su libro The Rediscovery o f the Mind
(1992), que dedica de m odo preferente al estudio de la concien­
cia, Searle critica tanto el dualism o com o el m aterialism o,
reafirm ando su posición em ergentista. Para él, la conciencia
es un rasgo irreducible de la realidad física o, m ás precisa­
mente, es un rasgo em ergente de ciertos sistem as de neuronas,
de la m ism a m anera que la solidez y la liquidez son rasgos
em ergentes de sistem as de m oléculas.
El em ergentism o de Searle tiene un aspecto positivo y
otro negativo. Por un lado, al no sucum bir al reduccionism o
m antiene la autonom ía de la psicología, la cual, firm em ente
apoyada en la neurociencia, no se confunde ni reduce a la
neurociencia. Con ello, la explicación psicológica sigue tenien­
do su dom inio propio de aplicación y la m ente es un tem a que
debe reabrirse o redescubrirse. Pero, por otro lado, la depen­
dencia de los procesos m entales exclusivam ente de los proce­
sos cerebrales lleva a Searle a excluir la posibilidad de m entes
m ecánicas, frente a la evidencia em pírica de la existencia de
m áquinas que piensan. El biologism o de nuestro autor le
131
im pide aceptar que los procesos m entales pueden tener una
base física distinta de los sistem as neuronales.
4. El dualismo de Eccles y su trasfondo metafísico
El neurólogo John Eccles (nacido en Australia en 1903),
Prem io Nobel de M edicina de 1963, ha defendido en nuestros
días un dualism o radical interaccionista entre la m ente y el
cerebro. Su hipótesis general es que la m ente autoconsciente
es distinta del cerebro y ejerce una función superior de
interpretación y control de los procesos neuronales, en virtud
de la interacción entre m ente y cerebro.
Inicialm ente, en su libro TheNeurophysiological Basis o f
Mind: The Principies o f Neurophysiology (1953), Eccles, si­
guiendo al gran neurólogo Sherrington, había postulado la
existencia de un área especial del cerebro en enlace con la
conciencia. Posteriorm ente, tras los trabajos de Roger Sperry
sobre com isurotom ía (o corle del cuerpo calloso que une am bos
hem isferios cerebrales), y tras la presentación por Karl Popper
(nacido en Viena en 1902) de su teoría de los tres m undos,
Eccles elaboró su hipótesis dualista. Tal hipótesis ya aparece
en su trabajo “Cerebral Activity and Consciousness” (1974),
pero está desarrollada en detalle en el libro que escribieron
Popper y el propio Eccles titulado The S elf and its Brain
(1977).
M ás adelante analizarem os los experim entos de Roger
Sperry sobre pacientes con com isurotom ía, así com o la inter­
pretación que hace Eccles de los resultados de tales experi­
m entos. De m om ento nos centrarem os en la exposición de la
teoría de Popper de los tres mundos.
El filósofo Karl Popper presentó, en el III Congreso
Internacional de Lógica, M etodología y Filosofía de la Ciencia
(Am sterdam , 1967), una ponencia sobre su teoría de los tres
m undos, publicada por prim era vez en las A ctas del Congreso
(1968) y luego incorporada a su libro Objective Knowledge
(1972). Según esta teoría, todo lo que existe y toda nuestra
experiencia está contenida en uno de estos m undos: 1) M undo
1, que está constituido por los objetos y estados físicos (objetos
132
naturales, inanim ados o biológicos, incluido el cerebro, así
com o los objetos artificiales), 2) M undo 2, que está constituido
por las conciencias y los conocim ientos subjetivos (percepcio­
nes, sentim ientos, intenciones, recuerdos, etc.), y 3) M undo 3,
que es el m undo de la cultura creada por el hom bre, incluidos
todos los conocim ientos objetivos (problem as científicos, ar­
gum entos críticos y sistem as teóricos). Esta teoría supone
distinguir dos sentidos de conocim iento: conocim iento en
sentido subjetivo, que consiste en un estado m ental o de
conciencia, y conocim iento en sentido objetivo, que consiste en
problem as, teorías y argum entos en cuanto tales.
Adem ás, según Popper, se dan interacciones entre los
tres m undos. H ay interacciones entre el m undo 2 (m undo de
las conciencias) y el m undo 3 (m undo de los productos cultu­
rales), ya que el m undo 3 es una creación hum ana, aunque,
según nuestro autor, una vez creado es en gran m edida
autónom o. A su vez, tam bién hay interacciones entre el
m undo 1 (m undo de los objetos físicos) y el m undo 3, puesto
que algunas realidades físicas, com o los aviones, son tam bién
productos culturales. Finalm ente, y es lo que m ás interesa a
nuestro problem a de la relación m ente-cerebro, existen
interacciones entre el m undo 1 (donde se incluye el cerebro) y
el m undo 2 (m undo de los estados m entales); la relación del
m undo 1 al m undo 2 se advierte, por ejem plo, en la percepción
consciente, m ientras que la relación del m undo 2 al m undo 1
se advierte, por ejem plo, en el acto voluntario.
Eccles acepta toda esta teoría de los tres m undos, aña­
diendo que el m undo 2 tiene tres com ponentes principales: 1)
el sentido externo, o percepciones producidas por los datos de
los órganos sensoriales, 2) el sentido interno, que com prende
pensam ientos, recuerdos, intenciones, representaciones, em o­
ciones o sentim ientos, y 3) el yo, que está situado en el núcleo
del m undo 2 y que es la base de la identidad y continuidad
personal que experim entam os. N inguno de estos com ponen­
tes, según Eccles, existe com o tal en el m undo 1, m ientras que
el cerebro se da en el m undo 1.
Este trasfondo metafíisico del dualism o de John Eccles
aparece en todas las obras en que defiende el dualism o m ente-
133
cerebro. N o sólo en The Selfand its Brain, libro escrito, com o
dijim os, en colaboración con Popper, sino en sus libros poste­
riores, com o The Human Psyche (1980), Gehirn und Geist
(1980) escrito con la colaboración del biólogo suizo H ans Zeier,
o Evolution ofth e Brain: Creation o f the S elf (1989).
5. Fundamentos neurológicos del dualismo de
Eccles
Tal com o señala H ans Zeier, en el libro que acabam os de
citar, el neocortex o corteza cerebral constituye la más im por­
tante conquista de los m am íferos. En los seres hum anos, el
neocortex es tan extenso que cubre com pletam ente las otras
porciones del cerebro y adem ás se presenta m uy plegado con
lo que aum enta de m odo considerable su superficie. Desde el
punto de vista funcional, la corteza cerebral se divide en tres
tipos de áreas: áreas m otoras, áreas sensoriales y áreas de
asociación. La estim ulación eléctrica de las áreas m otoras
provoca contracciones en los músculos correspondientes, m ien­
tras que la estim ulación eléctrica de las áreas sensoriales
produce las sensaciones correspondientes. Am bos tipos de
áreas están subordinadas a las áreas de asociación, las cuales
no poseen conexión directa con la periferia, siendo su m isión
principal la de relacionar entre sí las diversas áreas de la
corteza cerebral. La corteza de asociación es la sede de las
funciones de integración y coordinación.
A su vez, el propio Eccles, tam bién en Gehirn und Geist
(así com o en otras obras suyas), se refiere a los estudios de
Janos Szentágothai, tal com o se exponen en su "The Basic
Neuronal C ircuit o f the N eocortex” (1972), sobre la m icroestructura del neocortex. Este autor tras analizar la estructura
de áreas sensoriales específicas generaliza sus resultados a
toda la corteza cerebral. En resum en, para Szentágothai, el
neocortex está com puesto por colum nas verticales con una
sección m edia de 0’2 m m 2 y unas diez mil neuronas por
colum na. Tales colum nas, llam adas m ódulos, son la unidad
básica de la corteza cerebral, tanto en el plano estructural
com o en el plano funcional, siendo com parables a los m icro-
134
circuitos integrados de la electrónica. Los m ódulos, o circuitos
neuronales básicos, tienen canales de entrada (fibras aferen­
tes), conexiones neuronales com plejas en el interior del m ódu­
lo, y canales de salida (básicam ente axones de las neuronas
piram idales). Por otra parte, entre los distintos m ódulos se
producen excitaciones de diferentes intensidades así com o
tam bién inhibiciones, adem ás de circuitos de retom o con
acción sostenida.
Sin em bargo, el fundam ento neurológico inm ediato del
dualism o de Eccles, tal com o se expone tam bién en varias de
sus obras, se encuentra en el distinto carácter de los dos
hem isferios cerebrales así com o en los experim entos de com isurotom ía realizados por Sperry. En efecto, es habitual
distinguir entre hem isferio cerebral izquierdo y hem isferio
cerebral derecho en cuanto, en la m ayoría de los individuos
hum anos, desem peñan papeles distintos. El hem isferio iz­
quierdo o dom inante posee las facultades verbales e ideacionales, siendo adem ás el hem isferio analítico y aritm ético. En
cam bio, el hem isferio derecho o subordinado carece de capa­
cidad verbal o lingüística y posee escasa capacidad ideacional,
aunque posee las capacidades pictórica y m usical, siendo
adem ás el hem isferio sintético y geom étrico.
A partir de los años sesenta, Roger Sperry y sus colabo­
radores realizaron en el Instituto de Tecnología de California
(en Pasadena) una serie de experim entos con pacientes a los
que se había practicado la operación de com isurotom ía. Tal
operación consiste en el corte total del cuerpo calloso, es decir,
del paquete de unos doscientos m illones de fibras nerviosas
que unen los dos hem isferios cerebrales asegurando así la
cooperación entre ambos. La com isurotom ía se realiza en
pacientes epilépticos m uy graves, consiguiéndose una notable
mejoría. Esta operación se había realizado en varias ocasio­
nes no advirtiéndose nada im portante en la conducta del
paciente, ya que las actividades del cuerpo de m antenerse en
pie, pasear, nadar, dorm ir o despertarse continuaban coordi­
nadas m erced a las uniones de los hem isferios con las regiones
del cerebro inferior, que no habían sido afectadas por el corte
del cuerpo calloso; adem ás la unión de am bos hem isferios
135
anterior a la operación garantizaba en cada hem isferio el
recuerdo de esos años de ejecución conjunta. Sólo los estudios
detallados de Sperry, G azzaniga y Bogen, publicados en
“Interhem ispheric relationships: the neocortical com missures;
syndrom es o f hem isphere disconnection” (1969), revelaron
notables alteraciones en los pacientes.
En efecto, se proporcionaba inform ación visual a los
sujetos con el cerebro dividido, o bien a su cam po visual
derecho, captado por el hem isferio izquierdo, o bien a su
cam po visual izquierdo, captado por el hem isferio derecho.
(Este cruce de la percepción visual es habitual en todo cere­
bro). Los sujetos tenían, com o es corriente, sus áreas de
lenguaje en el hem isferio izquierdo. El resultado fue que las
actividades neuronales en el hem isferio derecho, en concreto
sus percepciones visuales, no eran com unicadas verbalm ente
por el sujeto, m ientras que las percepciones visuales en el
hem isferio izquierdo eran com unicadas verbalm ente por el
sujeto. Es decir, el sujeto sólo com unicaba m ediante el lengua­
je las percepciones recibidas en el hem isferio izquierdo, donde
se encuentran las áreas de lenguaje, procedentes del cam po
visual derecho.
La interpretación que hace Eccles de estos experim entos
es que la m ente autoconsciente se relaciona con el hem isferio
izquierdo, pero no (o bien sólo de m odo escaso y ocasional) con
el hem isferio derecho. En general, pues, las experiencias
conscientes del ser hum ano surgen sólo en relación con las
actividades neuronales del hem isferio izquierdo o dom inante.
6. La hipótesis dualista interaccionista
Tom ando com o base esos datos y experim entos neurológicos, y utilizando la teoría de los tres m undos popperiana,
John Eccles form ula su hipótesis dualista radical interaccio­
nista, esto es, m ente y cerebro son dos entidades distintas (la
una perteneciente al m undo 2 y la otra al m undo 1) aunque
entre am bas existen interacciones.
M ás en detalle, y tal com o dice en Gehirn und Geist, cabe
establecer los seis principios siguientes. En prim er lugar, las
136
experiencias de la m ente autoconsciente están en relación con
los procesos neuronales que tienen lugar en las áreas asocia­
tivas del neocortex; tal relación es una interacción, producien­
do, por tanto, cierto grado de correspondencia pero no identi­
dad (frente, podemos decir, al materialism o). En segundo
lugar, la experiencia de la m ente autoconsciente tiene un
carácter unitario, y además podemos concentrarnos en éste o
aquél aspecto de la actividad cerebral (fenóm eno de atención).
Asim ism o, las informaciones procedentes de los órganos sen­
soriales son transm itidas al cerebro, pero, al cruzar la frontera
entre la corteza cerebral asociativa y la mente, se transforman
m ilagrosam ente en las variadas experiencias de nuestro m un­
do perceptivo, que son distintas de los procesos cerebrales.
En cuarto lugar, la mente autoconsciente es capaz de
actuar sobre los procesos cerebrales; esto resulta obvio en los
actos voluntarios, pero tam bién durante nuestro estado de
vigilia desencadenam os procesos en la m aquinaria neuronal
com o, por ejem plo, al recordar algo, hacer un cálculo mental
o buscar la frase apropiada para expresar una idea. En quinto
lugar, la interacción a través de la frontera entre la m ente y
la corteza cerebral asociativa sólo tiene lugar cuando existe
un elevado nivel de actividad diversificada en el m ecanism o
neuronal del cerebro asociativo; cuando el nivel de actividad
es m uy bajo, com o, por ejem plo, en la anestesia o en estado de
com a, el sujeto se halla inconsciente. Finalm ente, debem os
establecer que el m undo 1 (m undo de los objetos físicos) es
incom pleto, pudiendo ser influido por el m undo 2 (m undo de
los estados m entales) y a su vez actuar sobre él; esto es, el
m undo 1 está abierto causalm ente al m undo 2.
Sobre estos principios, Eccles form ula de m odo más
com pleto su hipótesis dualista. Según tal hipótesis, la m ente
autoconsciente se dedica activam ente a leer los m ensajes de
m ultitud de centros con el m ás alto nivel de actividad cere­
bral, a saber, las zonas asociativas del hem isferio cerebral
dom inante o izquierdo. L a m ente autoconsciente escoge entre
las inform aciones de estos centros según la orientación de su
atención, y las integra en un todo. Por otra parte, la m ente
autoconsciente actúa sobre esos centros nerviosos, m odifican­
137
do las pautas espaciotem porales dinám icas de los procesos
neuronales. En suma, la m ente autoconsciente ejerce una
función superior de interpretación y control de los procesos
neuronales. A su vez, la unidad de la experiencia consciente
la produce la m ente y no la m aquinaria neuronal de la corteza
asociativa del cerebro.
De m anera aún m ás concreta, según Eccles, la mente
explora y también m odifica las actividades de los m ódulos de
la corteza cerebral asociativa. Por tanto, son los m ódulos, con
su com pleja organización e intensa actividad, los com ponen­
tes del m undo físico abiertos al m undo de la m ente, tanto en
el sentido de dar com o de recibir. Ahora bien, no todos los
m ódulos, añade Eccles, poseen esta propiedad de estar abier­
tos al m undo de la m ente, sino solam ente los m ódulos del
cerebro asociativo con un adecuado nivel de actividad.
La acción de la m ente autoconsciente (que, para nuestro
autor, es una entidad autosubsistente ajena al m undo físico)
sobre los procesos neuronales parece difícil de aceptar. Sin
em bargo, Eccles se refiere a los experim entos de Benjam ín
Libet y de H ans H elm ut K om h u ber para poner de relieve el
papel activo de la m ente autoconsciente sobre los procesos
cerebrales.
Por un lado, Benjam ín Libet, tal com o aparece publicado
en su trabajo “Electrical stim ulation o f cortex in hum an
subjects, and conscious sensory aspects” (1973), realizó expe­
rim entos sobre el tiem po en la percepción consciente. En ellos
se m anifestó que entre la estim ulación eléctrica directa repe­
tida de la corteza cerebral som atosensorial y la aparición de
la percepción consciente correspondiente, tal com o inform aba
el sujeto, había un intervalo tem poral de 0’5 segundos en caso
de estim ulaciones débiles. Si la estim ulación era periférica,
en la piel, y tam bién débil, podría esperarse que su percepción
consciente fuese m ás tardía y, sin em bargo, el sujeto la
experim entaba antes que la estim ulación correspondiente
directa en la corteza cerebral. Eccles interpreta estos resulta­
dos diciendo que esta anticipación de la percepción consciente
es atribuible a la capacidad de la m ente autoconsciente para
m anipular el tiem po neuronal.
138
Por otro lado, Hans H elm ut K om huber, en su trabajo
“Cerebral cortex, cerebellum and basal ganglia: An introduction to their m otor functions” (1974), publicó los resultados de
sus experim entos sobre la acción voluntaria. El sujeto de
experim entación hacía voluntariam ente una flexión rápida
del dedo índice derecho, a intervalos irregulares de varios
segundos. Se trazaron las curvas m edias correspondientes a
doscientos cincuenta registros de potenciales eléctricos en
varias zonas de la superficie craneal. Lo sorprendente es que
se encontró un potencial eléctrico generado en la corteza
cerebral antes de la ejecución de la acción voluntaria; tal
potencial eléctrico, denom inado “potencial de alerta”, com en­
zaba casi 800 m ilisegundos antes del inicio de los potenciales
de acción m usculares. La interpretación de Eccles es que la
mente autoconsciente constituye y aprovecha tal potencial de
alerta para configurar las pautas de actividad de los m ódulos
de la corteza cerebral.
7. Evaluación del dualismo de Eccles
El dualism o radical m ente-cerebro interaccionista de­
fendido por John Eccles tiene el atractivo inicial de estar
aparentem ente apoyado en datos y experim entos neurológicos
que son utilizados por un neurólogo de indudable prestigio.
Sin em bargo, cabe tener dudas sobre si la interpretación de
Eccles de tales experim entos es la correcta.
Para em pezar, Roger Sperry, en “M ind-Brain Interaction:
m entalism , yes; dualism , no” (1980), desautoriza la interpre­
tación dualista que Eccles (y Popper) hace de sus trabajos e
hipótesis neurológicas. Para Sperry, los fenóm enos conscien­
tes son propiedades funcionales em ergentes del procesam ien­
to cerebral y, al tiem po, ejercen un papel de control activo
com o determ inantes causales en la configuración de los patro­
nes de flujo de la excitación cerebral. Una vez generados a
partir de los eventos neuronales, los patrones y program as
m entales tienen sus propias cualidades subjetivas y (lo que es
m ás im portante) operan e interactúan de acuerdo con sus
propias leyes y principios causales, que son diferentes y no
pueden reducirse a los de la neurofisiología.
139
Para este autor, las entidades m entales transcienden lo
fisiológico al igual que lo fisiológico transciende lo m olecular
y lo m olecular lo atómico. Esta idea (que podemos calificar de
em ergentism o), señala Sperry, es muy diferente de las de
intervención fantasmal extrafísica defendidas por Eccles y
Popper. Más aún, esta idea de la relación entre m ente y
cerebro, añade nuestro autor, no sólo refuta las doctrinas del
conductism o y del m aterialism o, com o Popper y Eccles infie­
ren con razón, sino que tam bién con igual fuerza descarta el
dualismo. En suma, podem os añadir, el propio Sperry, en
cuyos trabajos se ha basado Eccles para concluir su dualism o,
rechaza tal interpretación dualista de sus trabajos defendien­
do, por su parte, un em ergentism o de los procesos m entales,
que no es un dualism o radical sino, a lo sumo, un dualism o
mitigado.
Por otra parte, los experim entos de Benjam in Libet
acerca del tiem po neuronal (en cuanto distinto aparentem en­
te del tiem po físico) y los experim entos de K ornhuber acerca
del potencial de alerta (en cuanto anterior a los potenciales de
acción m usculares) son argum entos de peso a favor de un
factor no-físico en la percepción consciente y en la acción
voluntaria respectivam ente. Sin em bargo, Roger Penrose, en
su libro The Emperor's New Mind (1989), hace la sugerencia
de que es probable que estem os equivocados al aplicar las
reglas físicas usuales para el tiem po cuando consideram os la
conciencia. Con todo, me parece que la sugerencia de Penrose
puede lleva m os en dos direcciones distintas. Por un lado,
podem os pensar que el tiem po de la conciencia tiene un
carácter especial que, no obstante, no rebasa las coordenadas
y pautas físicas (aunque sea otra ciencia física). Por otro lado,
podem os creer que el tiem po de la conciencia hum ana no es
reducible a categoría física alguna.
De todas m aneras, el m ayor problem a del dualism o de
Eccles está en su form ulación en térm inos de la teoría de los
tres m undos de Popper. En efecto, tal form ulación supone una
clara petición de principio, ya que, de entrada, el cerebro se
incluye en el m u n d ol (m undo de los objetos físicos), lo cual no
suscita recelo alguno, m ientras que la m ente se declara
140
constituyendo el m undo 2, siendo, por definición, distintos
am bos m undos. A partir de aquí ya está decidido todo, y los
argum entos son sim ples adornos añadidos a una tarta prefa­
bricada.
Otra seria dificultad del dualism o de Eccles es que
considera, por ejem plo en The Human Psyche (1980), que el
dualism o cerebro-m ente debe transform arse en el dualism o
cerebro-psique y asim ism o que la psique es el alm a, objeto de
creación divina. Según ello, los procesos m entales serían
espirituales y entonces nuestro autor se vería obligado a
adm itir que los anim ales tam bién tienen alm a o espíritu, ya
que es evidente que los anim ales tienen procesos m entales. El
propio Eccles parece responder a esta objeción cuando en su
libro Evolution ofth e Brain: Creation o f the S elf (1989) dis­
tingue entre el m undo 2 de un m am ífero y el m undo 2 de un
ser hum ano (figuras 8.5 y 10.4). En efecto, el m undo 2 de un
m am ífero consta de sentido interno y de sentido externo,
careciendo del com ponente central que es la psique o alm a,
m ientras que el m undo 2 de un ser hum ano posee los tres
com ponentes (que analizam os anteriorm ente).
Cuando discutim os el m aterialism o, señalam os la exis­
tencia en los seres hum anos de distintos tipos de procesos
m entales que no parecen poder adm itir una explicación en
térm inos puram ente físico-quím icos y que, por tanto, podrían
calificarse de procesos no-físicos o incluso espirituales. Tales
tipos de procesos m entales eran los fenóm enos de autoconciencia (en el sentido de conciencia de nuestra identidad per­
sonal), los fenóm enos de form ación de un proyecto vital
personal, y las voliciones libres o indeterm inistas.
Podem os adm itir, y esta es mi creencia, que estos proce­
sos m entales hum anos son no-físicos, pero no podem os adm i­
tir con Eccles que todos los procesos m entales hum anos son
no-físicos. Es decir, frente a la hipótesis de Eccles, los procesos
m entales hum anos no son globalm ente no-físicos ni pertene­
cen todos ellos al m undo 2, sino que algunos son no-físicos
m ientras que la inm ensa m ayoría son físicos, perteneciendo
por tanto al m undo 1 popperiano.
La hipótesis de John Eccles fracasa como teoría general
141
de la m ente. Por una parte, no explica adecuadam ente la
m ente anim al, ya que, si su hipótesis se aplica a los anim ales,
resulta m uy aventurado atribuir a los anim ales una m ente
autoconsciente de carácter no-físico. Por otra parte, no explica
en absoluto la m ente m ecánica, puesto que los procesos
m entales que se dan en algunas m áquinas (com o vim os en el
capítulo anterior) n o tienen interacción alguna con procesos
cerebrales.
M i propia hipótesis, que califico de dualism o razonable,
defiende la existencia de tres categorías generales de procesos
m entales. En prim er lugar, procesos m entales-cerebrales (y
por tanto físicos), que se dan tanto en los seres hum anos com o
en los anim ales (en particular en los vertebrados). E n segundo
lugar, procesos m entales-físicos (aunque no cerebrales), que
se presentan en algunas m áquinas. Y en tercer lugar, proce­
sos m entales no-físicos (y probablem ente espirituales), que se
dan exclusivam ente en los seres hum anos. Por otra parte,
respecto de las dos prim eras categorías debe defenderse una
postura em ergentista; los procesos m entales-cerebrales son
p ro p ie d a d e s fu n c io n a le s e m e r g e n te s de lo s p ro ce s o s
neuronales, m ientras que los procesos m entales-físicos son
propiedades funcionales em ergentes de los procesos físicos de
com putación. Tal em ergentism o supone un dualism o m itiga­
do, ya que los procesos m entales de am bas categorías no se
reducen a sus soportes físicos. En cam bio, respecto de los
procesos m entales no-físicos puede defenderse una postura
dualista más fuerte, en el sentido de que estos procesos
m entales aparecen desarrollando una causación no-física
independiente de los procesos neuronales y al m ism o tiem po
utilizando estos procesos neuronales.
142
10
Mentalismo y psicología
cognitiva
1. Origen y desarrollo de la psicología cognitiva
El origen de la psicología cognitiva, a la que ya nos hem os
referido anteriorm ente en varias ocasiones, está unido al
surgim iento de las ciencias cognitivas. A su vez, las ciencias
cognitivas constituyen un cam po de investigación interdisci­
plinar cuyo tem a aglutinante y central es el estudio del
fenóm eno de la cognición en seres hum anos, anim ales y
máquinas. No podem os pretender aquí una caracterización
detallada de la cognición, pero podem os indicar que, en
primera instancia, puede entenderse com o sinónim o de cono­
cim iento, en cuanto recepción de inform ación, aunque, de
modo m ás preciso, debe entenderse tam bién com o uso y
m anejo de conocim iento, es decir, com o m anipulación de
información.
D entro del cam po de las ciencias cognitivas, las ciencias
básicas son la psicología cognitiva y la inteligencia artificial,
mientras que la lógica, la inform ática, la neurociencia y la
lingüística son ciencias de carácter instrum ental. Por últim o,
la filosofía de la m ente, debidam ente entendida, puede des­
em peñar el papel de m etaciencia cognitiva o filosofía de las
ciencias cognitivas.
Podem os aceptar la idea de H oward G ardner, expuesta
en su libro The Mind’sN ew Science. A History ofthe Cognitive
Revolution (1985), de que las ciencias cognitivas se abren
cam ino en 1948 en el sim posio celebrado en Pasadena (Cali-
143
fornia) patrocinado por la Fundación Hixon. En tal simposio,
sobre “Los m ecanism os cerebrales en la conducta”, ocurrieron
cosas im portantes y novedosas. Por ejem plo, el m atem ático y
lógico John von N eum ann (1903-1957) habló de la analogía
entre el com putador y el cerebro, el neurocientífico W arren
M cCulloch (1898-1969) explicó el m odo en que el cerebro
procesa inform ación, y, entre otras novedades, el psicólogo
Karl Lashley (1890-1958), inicialm ente discípulo de W atson,
atacó sin piedad el conductism o dom inante por entonces,
estableciendo de m odo solem ne que la organización de la
conducta no es im puesta desde el exterior sino que em ana del
interior del organism o.
Incluso un análisis superficial de este sim posio de Pasadena de 1948 m uestra aspectos interesantes. En prim er
lugar, el carácter interdisciplinar del program a de investiga­
ción que se ponía en m archa. Y en segundo lugar, la aparición
de rasgos básicos en las ciencias cognitivas: la analogía entre
com putador y cerebro, el interés por los procesos de inform a­
ción y el anticonductism o que será tan típico de la psicología
cognitiva.
Otro hito en la revolución cognitiva, tam bién señalado
por Gardner en el libro citado, fue el Sim posio sobre Teoría de
la Inform ación que tuvo lugar en el fam oso Instituto de
Tecnología de M assachusetts (M IT) en 1956. Alien Newell y
H erbert Simón, dos im portantes inform áticos, presentaron la
primera dem ostración com pleta de un teorem a realizada por
un com putador, en la línea de lo que se denom inaría inteligen­
cia artificial. A su vez, el lingüista Noam Chom sky presentó
su enfoque transform acional de la gram ática, que supone una
actitud m entalista, frente al conductism o, insistiendo en que
la organización del lenguaje “viene de dentro” y es universal.
Tam bién, el psicólogo George M iller presentó un estudio sobre
los lím ites hum anos en la capacidad de procesar inform ación,
señalando que nuestra m em oria inm ediata se lim ita a aproxi­
m adam ente siete Ítems, aunque son posibles agrupaciones.
Su célebre trabajo se tituló “The M agical N um ber Seven, Plus
or M inus Two: Som e Lim its on Our Capacity for Processing
Inform ation” (1956).
144
Tam bién aquí incluso un análisis superficial del simposio
resulta revelador. Se m uestra el carácter interdisciplinar del
nuevo cam po de investigación, así com o rasgos básicos de las
ciencias cognitivas: interés por los com putadores, m entalismo,
y concepción de la actividad m ental com o procesam iento de
información.
Sin em bargo, el com ienzo institucional de la psicología
cognitiva puede situarse en el año 1960, cuando los psicólogos
George M iller y Jerom e Bruner fundan el Harvard Center for
Cognitive Studies en la U niversidad de Harvard. En ese
mismo año aparece el libro Plans and the Structure ofBehavior,
escrito por M iller, G alanter y Pribram , que constituye un
auténtico m anifiesto de la psicología cognitiva. Asim ism o, en
1967 U lric N eisser publica Cognitive Psychology, que es el
primer libro de texto im portante de la psicología cognitiva.
Para Neisser, los procesos m entales hum anos son m ás com ­
plejos que los program as de los com putadores, por lo cual en
vez de hablar de analogía del com putador (para referim os al
parecido entre el procesam iento de inform ación en los hom ­
bres y el procesam iento de inform ación en un com putador)
prefiere hablar de analogía del program a, para indicar el
hecho de que los seres hum anos siguen un program a o conjun­
to de instrucciones al m anipular la inform ación.
2. Caracteres de la psicología cognitiva
La psicología cognitiva tam bién puede denom inarse psi­
cología de procesam iento de inform ación e incluso psicología
com putacional. Estos nom bres atienden a la tesis básica de la
psicología cognitiva de que los seres hum anos (así com o los
anim ales superiores) al igual que los com putadores son siste­
m as de procesam iento de inform ación; dicho de m odo más
exacto, hom bres (así com o algunos anim ales) y com putadores
constituyen dos especies, con evidentes diferencias, del géne­
ro que podem os llam ar sistem a de procesam iento de inform a­
ción. U na clara ilustración de esta asociación entre psicología
cognitiva y procesam iento de la inform ación es el contenido y
el propio título del libro de R. Lachm an, J. L. Lachm an y E. C.
145
Butterfield: Cognitive Psychology and Information Processing
(1979).
La psicología cognitiva se opone, tanto en su desarrollo
histórico com o en sus ideas centrales, al conductism o clásico,
ya que postula la existencia de un sistem a de estados internos
en las criaturas inteligentes a fin de explicar su conducta. Es
decir, entre los estím ulos y respuestas, a los que se lim ita el
conductism o clásico, se supone que existen procesos (que son
precisam ente los auténticos procesos m entales) que son causa
de la conducta o bien funciones causales m ediadoras entre
estím ulos y respuestas. Por ello, el m entalism o es esencial a
la psicología cognitiva. Por otro lado, los estados internos
postulados son portadores así com o m anipuladores de infor­
m ación, razón por la cual los procesos m entales o estados
in tem os son procesos de cognición.
M argaret Boden, en su libro Computer Models ofM ind
(1988), señala tres m odos característicos de teorizar com par­
tidos por los psicólogos cognitivos o com putacionales. En
prim er lugar, los psicólogos com putacionales adoptan una
aproxim ación funcionalista de la m ente, en cuanto que los
estados m entales se definen abstractam ente en térm inos de
su rol causal (con respecto a otros estados m entales y con
respecto a la conducta observable). Se asum e que cualquier
fenóm eno psicológico es generado por algún procedim iento
efectivo, es decir, por algún conjunto de instrucciones, espe­
c ific a r e de m anera precisa, que define la sucesión de estados
m entales dentro de la mente.
Respecto de este prim er punto, m e gustaría m atizar que
los procedim ientos efectivos o algoritm os que siguen los pro­
cesos m entales no siem pre son algoritm os en su sentido
fuerte, esto es, procedim ientos m ecánicos som etidos a reglas
fijas, sino que frecuentem ente son algoritm os en sentido
débil, esto es, ordenación racional de pasos caracterizada por
la posibilidad de im provisar o com pletar algún paso, con lo que
cabe un resultado variable dentro de un esquem a genérico.
Esto apunta, a mi entender, a la diferencia entre los procesos
m entales hum anos y los procesos m ecánicos de los com puta­
dores clásicos, aunque am bos sean sistem as procesadores de
146
inform ación, evitando tom ar literalm ente la com paración de
la m ente con el com putador.
En segundo lugar, añade Boden, los psicólogos com pu­
tacionales conciben la m ente como un sistem a representacional y consideran la psicología com o el estudio de los diversos
procesos com putacionales según los cuales se construyen,
organizan, interpretan y transform an las representaciones
mentales. Com o corolario, los psicólogos cognitivos usan una
term inología “intencional” (o m ejor dicho, me perm ito m ati­
zar, “representacional”), incluyendo gran parte del vocabula­
rio propio de la psicología popular, es decir, piensan que los
fenóm enos m entales tienen un significado o contenido se­
m ántico y versan sobre algún objeto.
Y en tercer lugar, según Boden, los psicólogos com pu­
tacionales o cognitivos se interesan en la neurociencia (cuan­
do se interesan por ella) de una m anera am pliam ente com putacional, preguntándose qué tipos de operaciones lógicas o
relaciones funcionales podrían incorporarse en las redes
neuronales. N o im porta el cerebro com o un sistem a físico en
sí m ism o, sino en cuanto incorpora las funciones m entales.
Estos tres m odos de teorizar, que caracterizan la psicolo­
gía cognitiva o com putacional, constituyen una descripción
general, pero dentro de la psicología cognitiva cabe distinguir
dos grandes ram as, a saber, la psicología com putacional clá­
sica y la psicología com putacional conexionista. Am bas ram as
o tendencias básicas actuales se establecen según la relación
de la psicología cognitiva con los m odelos de com putación
em pleados en la inteligencia artificial, ya que, com o hem os
visto en el capítulo 8, cabe distinguir dos m odalidades básicas
en los trabajos de inteligencia artificial, a saber, la inteligen­
cia artificial clásica o GOFAI (esto es, la buena inteligencia
artificial a la antigua usanza) y la inteligencia artificial
conexionista.
Podem os caracterizar am bos tipos de psicología cogniti­
va de modo general, aunque luego harem os una caracteriza­
ción m ás detallada. Para la psicología cognitiva clásica, los
m odelos de procesam iento de inform ación responden a una
com putación consistente en m anipulación de sím bolos defini­
147
da en térm inos de reglas form ales y realizada por un com pu­
tador digital de propósito general con procesam iento serial, lo
cual se denom ina com putador tipo von Neum ann, en atención
al célebre m atem ático e inform ático John von Neum ann. En
cam bio, para la psicología cognitiva conexionista, los m odelos
de procesam iento de la inform ación responden a una com pu­
tación diseñada com o m anipulación de unidades con cierto
grado de activación y que están m asivam ente interconectadas,
de tal m anera que se producen entre las unidades excitaciones
e inhibiciones, y adem ás tal com putación diseñada sigue una
pauta de procesam iento paralelo.
Dicho de otro m odo, el m odelo de com putación que cons­
tituye el ideal de la psicología cognitiva clásica consiste en la
aplicación serial o sucesiva de reglas form ales alm acenadas
de m anera explícita sobre representaciones sim bólicas explí­
citas y localizables de m anera deñnida. En cam bio, el m odelo
de computación que constituye el ideal de la psicología cognitiva
conexionista consiste en la aplicación en paralelo de reglas no
predeterm inadas de m anera fija (sino flexibles) sobre unida­
des de activación conexionadas que representan al nivel de la
red constituida por las unidades y no al nivel de cada unidad
localizable.
Con todo, debem os establecer dos observaciones para
una m ejor comprensión. Por un lado, los modelos conexionistas
de la psicología cognitiva conexionista suelen ser sim ulados
de hecho en com putadores tipo von Neum ann (de procesa­
m iento serial o sucesivo), aunque ya se han desarrollado
arquitecturas típicam ente paralelas, como, por ejem plo, en la
obra de H illis The Connection Machine (1985). Por otro lado,
debe quedar claro que la psicología cognitiva en general
concibe, tal com o hem os señalado, los procesos m entales como
procesos cognitivos (y de ahí su nom bre), esto es, com o proce­
sos de recepción y m anipulación de información. Por ello, la
psicología cognitiva se esfuerza por enfocar sus investigacio­
nes y presentar sus resultados en térm inos com putacionales,
usando los conceptos y m odelos de la teoría de la com putación.
Sin em bargo, éste es el ideal propuesto, ya que con frecuencia
los resultados no llegan a presentar el aspecto “inform ático”
acorde con aquel ideal.
148
3. Psicología cognitiva clásica
Tal com o se acaba de indicar, para la psicología cognitiva
clásica los tipos de procesos m entales son, o bien deben ser
explicados com o, tipos de com putaciones form ales del estilo de
la inteligencia artificial clásica. Es decir, los procesos m enta­
les son o se explican com o m anipulación de sím bolos según
program as de la clase de los em pleados en los com putadores
de tipo von Neum ann.
A hora bien, esta asim ilación de los procesos m entales con
los procesos com putacionales puede ser débil (m etafórica) o
bien fuerte (real). Según el prim er punto de vista, la psicología
cognitiva debe utilizar los conceptos y recursos com putacio­
nales para enfocar sus estudios y form ular sus resultados, sin
que se defienda que los procesos m entales son realm ente
com putaciones iguales a las de un com putador. A su vez, el
segundo punto de vista sostiene que la m ente realm ente
ejecuta com putaciones iguales a las de un com putador, es
decir, la cognición en general se identifica con la com putación
m ecánica.
Un autor representativo de este segundo punto de vista
es el psicólogo Zenon Pylyshyn, tal com o podem os advertir en
su obra Computation and Cognition (1984). Pylyshyn señala
que la posibilidad de im itar la vida m ediante un artefacto ha
intrigado a la gente a lo largo de la historia, pero que sólo en
la segunda m itad del siglo X X se ha considerado seriam ente
la posibilidad de usar el especial tipo de artefacto llam ado
com putador com o un m edio de com prender los fenóm enos
m entales, en cuanto procesos internos no (públicam ente)
observables. La extrem a plasticidad de la conducta de los
com putadores es una razón por la que estos artefactos han
sido considerados com o capaces de exhibir inteligencia. Ha
sido el fracaso en distinguir entre la com putación com o un tipo
de proceso y la form a física particular que adopta en las
m áquinas de com putación actuales lo que ha im pedido a
m ucha gente tom ar la com putación com o una explicación
literal de los procesos m entales. Si com prendem os, concluye
nuestro autor, la com putación en un nivel com pletam ente
149
general (com o, de hecho, se com prende en teoría de la com pu­
tación) podem os ver que la idea de que el procesam iento
m ental es com putación es una hipótesis em pírica seria y no
una m etáfora.
Ahora bien, el psicólogo que m ás esfuerzos ha dedicado a
la justificación, explicación y defensa de la psicología cognitiva
clásica es Jerry Fodor, del cual ya nos hem os ocupado en los
capítulos 6 y 7. Para este autor, la psicología cognitiva o
com putacional clásica es la única psicología científica que
puede llegar a realizarse. Sin em bargo, Fodor ha m antenido
dos posturas sucesivas respecto del carácter form al de los
procesos m entales com o m anipulación de símbolos.
En efecto, en “M ethodological Solipsism Considered as a
Research Strategy in Cognitive Psychology” (1980), Jerry
Fodor ha defendido una condición de form alidad que le lleva
a un solipsism o m etodológico, el cual, a su vez, pone en peligro
la referencia de los procesos m entales a la realidad externa.
Para nuestro autor, los procesos m entales son a la vez sim bó­
licos y form ales; los procesos m entales son sim bólicos porque
se defínen sobre representaciones y son form ales porque se
aplican a las representaciones en virtud de la sintaxis de
éstas. Pero esto últim o supone aceptar una condición de
form alidad, consistente en que los estados m entales pueden
ser de distinto tipo sólo si las representaciones que constitu­
yen sus objetos son form alm ente distintas. (Dicho de m anera
concreta, un estado mental es una percepción visual o es una
imagen m ental según el distinto carácter form al o com pu­
tacional de sus representaciones).
A hora bien, esta condición de form alidad im plica el
solipsism o m etodológico. H ilary Putnam , en “The M eañing o f
‘M eaning’” (1975) había distinguido entre estados psicológi­
cos en sentido estrecho (narrow sense) y estados psicológicos
en sentido am plio (wide sense); los prim eros son atribuidos a
un sujeto sin presuponer ningún otro sujeto, m ientras que los
segundos son atribuidos a un sujeto presuponiendo la existen­
cia de otro sujeto (por ejem plo, “x está celoso de y ” ). Putnam
acuña la expresión “solipsism o m etodológico” para indicar la
exigencia de que sólo los estados psicológicos en sentido
150
estrecho son aceptados dentro de las teorías psicológicas. El
propio Putnam considera que tal solipsism o m etodológico
constituye un program a restrictivo, pero Fodor, en el citado
trabajo de 1980, acepta tal solipsism o m etodológico com o la
estrategia de investigación propia de la psicología cognitiva.
Para Jerry Fodor, los estados psicológicos estrechos son aque­
llos individualizados a la luz de la condición de form alidad, es
decir, sin relación alguna con propiedades sem ánticas tales
com o verdad y referencia (al m undo externo).
Fodor, en su libro Psychosemantics. The Problem o f
Meaning in the Philosophy ofM iad (1987), ha corregido, o bien
com pletado, su oposición a la introducción de categorías
sem ánticas en la psicología. El recurso em pleado ha sido
reivindicar la psicología popular o psicología del sentido
común com o parte de la psicología científica (tal com o vim os
en el capítulo 6). La psicología cognitiva recupera u obtiene la
referencia al m undo externo a través de la psicología popular,
que atribuye contenidos sem ánticos a los procesos m entales
(al ser una psicología intencional). La explicación intencional
es consubstancial con nuestro núcleo cognitivo, y los estados
m entales no sólo tienen estructura sintáctica o form al sino
tam bién contenido.
4. Psicología cognitiva conexionista
Fodor y Pylyshyn unieron sus fuerzas para criticar la
psicología conexionista, en su trabajo conjunto “Connectionism
and cognitive architecture: A critical analysis” (1988). Sin
em bargo, no voy a com entar tales críticas, ni la respuesta de
Paul Sm olensky en “Connectionism , Constituency, and the
Language o f Thought” (1991). En lugar de ello, prefiero
exponer las tesis positivas y la m etodología especial propia de
la psicología cognitiva conexionista. M i punto de vista en la
discusión entre psicólogos cognitivos clásicos y conexionistas
es que am bos representan recursos y m etodologías diferentes
dentro de un m ism o paradigm a, a saber, el paradigm a centra­
do en la idea de que los procesos m entales son estados internos
(orientalismo) que m anipulan inform ación. Por otra parte,
151
entiendo que com pete directam ente a la inteligencia artificial
evaluar am bas m etodologías en cuanto técnicas y, a su vez,
com pete a la psicología cognitiva decidir la aplicación de una
u otra según criterios de oportunidad.
Las redes neuronales, m odelos conexionistas o, con un
térm ino más reciente, sistem as neurom órficos son m odelos de
com putación construidos expresam ente para reflejar los prin­
cipios de organización y funcionam iento del cerebro humano.
Este consta de muchas neuronas o células nerviosas, en torno
a diez billones. Cada neurona recibe inputs o entradas de
otras células, integra tales inputs y genera un output o salida,
que envía a otras neuronas, o bien, en algunos casos, a órganos
efectores com o m úsculos o glándulas. Las uniones o sinapsis
entre neuronas son de dos tipos generales, excitatorias e
inhibitorias. Los neurocientíficos suelen m edir la actividad de
una neurona m ediante su frecuencia de disparo. Las neuronas
no son digitales, esto es, no tienen solam ente estados de
encendido o apagado en sus outputs, sino que tienen valores
continuos en sus outputs, aunque a veces pueden ser analiza­
das como si fuesen digitales.
Pues bien, una red neuronal o m odelo conexionista trata
de reflejar esa estructura de las células nerviosas. Existen
una serie de unidades sim ples de com putación, con distintos
valores de activación y con papeles de excitación o inhibición,
que están m asivam ente conexionadas y operan en paralelo.
Las unidades sim ples de la red se distribuyen en capas.
Cuando hay sólo una capa de unidades tenem os un sistema
autoasociativo; con dos capas una de ellas procesa el input del
sistem a y la otra proporciona el otput del sistema. Pero con
frecuencia la red tiene varias capas de tal m anera que,
adem ás de las capas externas de entrada y de salida del
sistema, existe una o varias capas de unidades denom inadas
ocultas.
Las redes neuronales o m odelos conexionistas se em ­
plean tanto en inteligencia artificial com o en psicología cogni­
tiva, y adem ás cabe señalar distintos grupos de investigación
que los em plean, sin em bargo, desde el punto de vista de la
psicología cognitiva, el grupo más im portante es el autode­
152
nom inado grupo de investigación PD P (Parallel Distributed
Processing), o grupo de procesam iento paralelo distribuido,
con investigadores de la U niversidad de San D iego (Califor­
nia), Universidad de Stanford y Universidad Cam egie-M ellon.
Centrarem os en este grupo nuestras consideraciones.
Los estudios de la aplicación de los m odelos de procesa­
m iento paralelo a los fenóm enos psicológicos constituye el
aspecto conexionista de este grupo PD P que com parte con
otros grupos conexionistas. A su vez, el aspecto específico de
este grupo es el em pleo de representaciones distribuidas, en
lugar de representaciones locales. Tal com o señalan G eoffrey
H inton, Jam es M cClelland y David Rum elhart, m iem bros del
grupo PDP, en su trabajo conjunto “Distributed Representations” (1986), dada una red de elem entos simples de com puta­
ción y dadas algunas entidades a representar, el esquem a más
directo de representación es usar un elem ento de com putación
para cada entidad, y en tal caso tenem os una representación
local. Pero, añaden estos autores, otro tipo de representación
consiste en representar cada entidad por un patrón de activa­
ción distribuido entre m uchos elem entos de com putación, con
lo que cada elem ento de com putación está im plicado en
representar m uchas entidades diferentes; y en este caso
tenem os representaciones distribuidas. Conviene resaltar
que existen grupos conexionistas, com o el de Feldm an y
Bailará, de la Universidad de Rochester, que utilizan siste­
m as conexionistas locales.
D onald Norm an, otro m iem bro del grupo PDP, en su
trabajo “Reflections on Cognition and Parallel D istributed
Processing” (1986), explica de m odo lúcido las características,
y novedades respecto de los m odelos de com putación clásica,
de los m odelos de procesam iento paralelo distribuido. En la
com putación clásica, el procesam iento se hace m ediante com ­
ponentes separados que se com unican pasando entre sí m en­
sajes sim bólicos, que se interpretan recurriendo a un sistem a
representacional que im plica una correspondencia entre el
sím bolo y el referente y, por ende, un m ecanism o interpreta­
tivo. Por tanto, el énfasis se pone en la representación sim bó­
lica. En cam bio, en la com putación conexionista PDP, el
153
procesam iento se hace m ediante redes de procesam iento
paralelo distribuido que se configuran a sí m ism as para
acom odarse a los datos que se reciben con discrepancia m íni­
ma. En consecuencia, los sistem as se ajustan continuam ente,
de m odo que el aprendizaje es continuo, natural y fundam en­
tal. La inform ación pasa entre las unidades de la red, no
m ediante m ensajes, sino m ediante valores de activación, es
decir, em pleando valores num éricos y no símbolos.
A su vez, Rum elhart, H inton y M cClelland, en su trabajo
“A General Fram ework for Parallel D istributed Processing”
(1986), enum eran los ocho aspectos básicos de un modelo
PDP: 1) un conjunto de unidades de procesam iento, 2) un
estado de activación del sistema, 3) una función de output
para cada unidad, 4) un patrón de conectividad entre las
unidades, 5) una regla de propagación para los patrones de
actividades a través de la red de conectividades, 6) una regla
de activación para com binar los inputs que afectan a una
unidad con su estado actual para producir un nuevo nivel de
activación para la unidad, 7) una regla de aprendizaje por la
que los patrones de conectividad se m odifican m ediante la
experiencia, y 8) un am biente dentro del cual el sistem a debe
operar. U na explicación detallada de estos aspectos obligaría
a la introducción del com plejo aparato m atem ático de los
m odelos conexionistas.
154
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162
Indice de autores
163
Ardila, Rubén 61
Aristóteles 18, 19, 28
Armstrong, David 14, 78-81, 82,
85
Arnauld, Antoine 29
Austin, John 42
Baars, Bemard 87, 88
Ballard, Dana 153
Boden, Margaret 146, 147
Bogen, Joseph 136
Bruner, Jerome 145
Bunge, Mario 61
Butterfield, Earl 146
Campbell, Keith 84, 96
Camap, Rudolf21
Cordemoy, Gerauld de 26
Chomsky, Noam 61, 144
Churchland, Patricia 115, 116-7
Churchland, Paul 69, 70, 71,
72-3, 115, 116-7
Descartes, René 14,19-20,25-40,
80, 124, 125
Dreyfus, Hubert 105-110, 119
Dreyfus, Stuart 105, 107, 108
Eccles, John 15,125,126,132-42
Feldman, Jerome 153
Feyerabend, Paul 79
Fodor, Jerry 14, 66-9, 78, 94-6,
150,151
Galanter, Eugene 62, 145
Galeno 28
Galvani, Luigi 28
Gardner, Howard 143, 144
Gazzaniga, Michael 136
Gil de Pareja, José Luis 158
Haugeland, John 108, 116
Heidegger, Martin 107
Hillis, Daniel 148
Hinton, Geoffrey 153, 154
Hipócrates 28
Hull, Clark 62
Hume, David 37
James, William 21
Jastrow, Robert 119
Korahuber, Hans Helmut 138,
139,140
Lachman, Janet 145
Lachman, Roy 145
Lakatos, Imre 109
Lashley, Karl 61, 144
165
Lederberg, Joshua 104
Leibniz, Gottfried Wilhelm 20,32
Lewis, David 14, 78, 82-3, 85, 86
Libet, Benjamín 138, 140
Locke, John 97
Lukaszewicz, Witold 121
Martínez-Freire, Pascual F. 159
McCarthy, John 103
McClelland, James 153,154
McCulloch, Warren 144
Merleau-Ponty, Maurice 107
Miller, George 62, 144, 145
Minsky, Marvin 103, 105, 109
Neisser, Ulric 145
Newell, Alien 103, 109,144
Norman, Donald 153
Oettinger, Anthony 104
Ortega y Gasset, José 88
Penfield, Wilder 125, 127, 128
Penrose, Roger 140
Platón 18, 19
Popper, Karl 132, 139, 140
Pribram, Karl 62, 145
Putnam, Hilary 14,74,78,89-94,
97, 98, 127, 150-1
Pylyshyn, Zenon 149, 151
Rapaport, William 115
Raphael, Bertram 105
Roberts, Larry 104
Rumelhart, David 153, 154
Russell, Bertrand 22, 103
Ryle, Gilbert 13,14,22,31-40,42,
53, 80
166
San Agustín 124, 125
Samuel, Arthur 103
Schlick, Moritz 21
Searle, John 15, 112-18, 126,
128-32
Shaw, Cliff 103
Sherrington, Charles 132
Simón, Herbert 103, 109, 144
Skinner, Burrhus 57, 60, 61
Smolensky, Paul 110, 151
Spence, Kenneth 62
Sperry, Roger 132,135,136,139,
140
Spinoza, Benito 20, 25
Stich, Stephen 69, 70
Strawson, Peter 42
Szentágothai, Janos 134
Thorndike, Edward 54
Tolman, Edward 62
Turing, Alan 91,99-101,102,112,
114,122
Von Neumann, John 144, 148,
149
Watson, John 38,46,54,55-6,57,
61, 144
Weizenbaum, Joseph 110-2,113,
120
Whitehead, Alfred 103
Wittgenstein, Ludwig 13,14, 22,
32, 41-51, 53, 107, 118
Wundt, Wilhelm 21
Zeier, Hans 134
Zuse, Konrad 102
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