Subido por Maredgaris Colina

13- Consejería Pastoral 2011 ERM

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CONTENIDO
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 1: La ética del consejero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 2: Los recursos espirituales y las limitaciones en la consejería . . . . . .
Capítulo 3: Las razones del comportamiento humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 4: La visión integral del aconsejado
.........................
Capítulo 5: Definición de crisis, sus causas, y resolución . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 6: Los agentes de las tensiones y patrones de resolución
......
Capítulo 7: Los conflictos interpersonales.
.........................
Capítulo 8: Las diferentes técnicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 9: La sexualidad y la homosexualidad, las desviaciones . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 10: El noviazgo
............................................
Capítulo 11: El asesoramiento pre-nupcial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 12: Problemáticas del matrimonio, la violencia familiar y la separación
Capítulo 13: La paternidad, la niñez y la adolescencia
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Capítulo 14: Las adicciones, la depresión y el suicidio
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Capítulo 15: Las enfermedades, la muerte y el duelo
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Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Nota: Los trabajos para la lección 1 se hacen antes de presentarse para la segunda lección con su
profesor. Este mismo sistema de trabajos anticipados seguirá durante todo el estudio de esta
asignatura.
Consejería Pastoral
Edgardo Muñoz
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PREFACIO
El ministerio de la consejería es mi favorito. Siento enorme placer en ponerme en las manos del
Señor para escuchar y ser su portavoz. Por otra parte, me atrae todo lo que se relaciona con la
naturaleza humana. La declaración de Dios sobre el corazón del hombre (Jer. 17:9) no deja de ser
una verdad permanentemente actual que cada día compruebo en mí y en los demás.
Cuando tomé la materia de Psicología Pastoral con el excelente profesor, Pablo Hoff se me abrió un
universo fascinante. Cada clase era una delicia. En aquel seminario me afectó un problema de
salud que me postró en cama por algunos días. ¡Cómo lamentaba la pérdida de esas
enriquecedoras horas! Pero allí aprendí lo que es un consejero. El Hermano Pablo llegó hasta mi
casa y me dispensó un tiempo especial. ¡Nada menos que el autor del mejor libro de consejería que
había leído hasta aquel entonces me había visitado! El ánimo recibió una inyección capaz de
retomar las clases con nuevas fuerzas en mi convalecencia.
Por esas cosas que sólo Dios sabe, llegó la hora de enseñar esta materia, primero en el Instituto
Bíblico Río de la Plata y luego en el ISUM. Sabía que los niveles eran distintos entre un seminario y
el ISUM, pero no podía evitar el referirme a Hoff cada vez en las clases del instituto.
Lo mismo ha ocurrido con casi todos los profesores de consejería que tomaron el ISUM. “El Pastor
como Consejero” tiene temas tan oportunos y necesarios que nadie quiere dejarlos fuera de sus
clases en los seminarios. Cuando el Instituto de Superación Ministerial entendió que Hoff era de
dominio público, y que los que tomaban la materia de Psicología Pastoral ya lo habían leído,
comenzó la búsqueda de un texto nuevo. ¡Nada se halló con un contenido tan amplio como su
antiguo libro!
Otra vez, el sentido del humor del Señor hizo que me involucre en el tema. Me puse a escribir un
texto nuevo. Con orgullo y vergüenza al mismo tiempo debo reconocer que Pablo Hoff, sus
contenidos y temario aparecerán una y otra vez. Además, lo que en este texto figura es producto
de todo lo leído, aprendido y experimentado en todos mis años de ministerio. ¿Cómo saber cuál es
la obra y quién el autor de algo que ya forma parte de mis venas? Como dijera Salomón: Nada
nuevo hay bajo el sol… todo ya está inventado.
Intenté enfatizar algunos temas de mayor necesidad o actualidad como así también conceptos
prácticos para el ejercicio del ministerio. Este manual llevó dos años y medio, combinando un
temario piloto en clase y recabando datos. El trabajo de mi ministerio y luchas personales detenían
el movimiento del teclado de las dos computadoras a las que sobrevivió la obra. Mi oración es que
la misma sirva de puente para que el estudiante se interese en cada tema e investigue más,
mientras surja, ante los desafíos de una sociedad cambiante, una obra de mayor actualidad.
Edgardo Muñoz , Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina, 2010
Consejería Pastoral
Edgardo Muñoz
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CONSEJERÍA PASTORAL
Por Edgardo Muñoz
INTRODUCCIÓN
La consejería es una de las prácticas más frecuentes del ministro del Evangelio. Sea cual
fuere el ministerio, siempre habrá personas que necesitan consejo en el Señor para continuar con
su camino cristiano.
A veces, por erróneas razones vinculadas a deseos de notoriedad, asociamos el ministerio
a un púlpito y a las multitudes. Es la época de las grandes concentraciones, la moda de lo
mediático. Pero, más allá de los énfasis volátiles de turno, jamás habrá un contacto eficaz con las
masas sin pensar en los individuos. Podemos ministrar al “montón”, pero necesitamos llegar a
“cada uno”.
Al presentarse Jesús como el buen pastor, dejó varias características a nuestro alcance
para que las consideremos. Una de las señales de un buen pastor es el conocimiento de las ovejas
por nombre. Tal vez, gracias a esta condición, el pastor de las 100 ovejas de la parábola se haya
percatado de la ausencia de una. Podemos convertir a las personas en número y hacer un censo
estadístico. Luego de un nuevo conteo advertiremos la ausencia de alguien. Allí nos veremos en
problemas: ¿A quién buscaremos? ¿Por dónde lo haremos? ¿Desde cuándo faltó? ¿Por qué ya no
está en el redil?
Hubiera sido más fácil conocer a cada uno. El día que fulano de tal no esté, nos daremos
cuenta. No hará falta pasar lista, simplemente veremos que alguien con nombre y apellido a quien
conocemos bien, no está presente.
Circula entre los pastores un chiste sarcástico descriptivo de algunos malos ministros:
“Amo a las multitudes… lo que en realidad detesto son las personas.” Esta afirmación paradójica
no está tan lejos de algunas tendencias contemporáneas. La imagen de este tipo de pastores ha
reemplazado la oficina pastoral por un camarín, el púlpito por un escenario, el culto por un show y
a los creyentes como público consumidor de un producto religioso. Sin dudas, esta tendencia
conducirá a la ruina de las iglesias en sólo un cambio de generación.
Para que la iglesia se mantenga vital hasta que Cristo venga a buscarla, hacen falta
pastores que amen a las ovejas responsablemente. Son necesarios ministros que conozcan a la
feligresía. Para lograr esto, la consejería deberá ocupar un lugar prioritario por sobre otras
actividades.
Antiguamente, quien deseaba adquirir un traje debía recurrir a un sastre para que se lo
confeccionara a medida. Con la demanda masiva de trajes, las sastrerías prepararon moldes de
diferentes talles y de esta manera comenzaron a producir ropa en cantidades industriales. De esta
manera, los compradores se conducen a los percheros donde prueban la medida que mejor les
quede. Sin embargo, siempre hará falta un retoque final, porque nadie hay exactamente igual a
otro. De la misma manera la predicación de un púlpito se envía en una medida estándar. Pero la
consejería ayudará en los retoques personalizados que nos permitirán servir efectivamente a la
comunidad que Dios nos asignó.
El ejemplo de Cristo marca la tendencia que debería regir al ministerio. A pesar de predicar
a las multitudes, jamás se privó de tomar tiempo con los individuos. Lo hizo con una mujer
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samaritana. Un judío prefería morir de sed antes que pedir agua a un samaritano, pero Jesús se
metió en una situación incómoda a cualquier amor propio para bendecir a aquella mujer.
Nicodemo se acercó al Maestro con una serie de elogios que intuitivamente pedían
atención. La prudencia con la que lo arribó era suficiente como para que Jesús agradeciese y
continuase su camino. Pero le hizo al líder un desafío que despertó una larga conversación. No fue
tiempo perdido… hubo frutos (Jn. 19:39). Las personas que se acercan para mostrarnos su afecto o
adhesión, no siempre esperan nuestro agrado, sino tal vez buscan entablar un diálogo que
satisfaga su necesidad.
La mujer sirofenicia, en cambio, fue al grano con una necesidad. Jesús no se conformó con
la concesión de lo demandado, sino que provocó una conversación reveladora de la actitud de
aquella.
Cuando se presentaron al Señor aquellos postulantes al discipulado, recibieron de Cristo
un planteo capaz de atravesar sus almas y poner en relieve la motivación de su ofrecimiento. Algo
parecido ocurrió con el joven rico, que podría haber recibido una respuesta convencional a su
pregunta, pero Jesús lo amó y se interesó en él. No podía dejarlo ir sin confrontarlo con su
verdadero problema.
De la misma manera, nuestra tarea demanda interés en cada uno de los que se nos
acercan, una verdadera relación de profundidad.
Siempre habrá personas con necesidad de trato individual. La vara y el cayado del Salmo
23 son instrumentos que se usan con una oveja por vez. La vara para corregir, el cayado para
rescatar y encaminar. Tanto la parábola del Hijo Pródigo como la de la Oveja Perdida apuntan al
trato individual. Las personas con diferentes heridas o situaciones especiales no pueden sanarse
con predicaciones generalizadas, requieren atención, amor dirigido, respuestas concretas. Somos
individuos con nombre, y así necesitamos que se nos trate.
Mientras estamos sobre esta tierra nos exponemos a circunstancias capaces de
tambalearnos en la fe y también en el ánimo. En esos momentos no podemos encontrarnos solos,
necesitamos que alguno se ponga a nuestro lado y nos oriente. Veamos algunas circunstancias
bien especiales.
Los más fuertes de los golpes en la vida son las grandes pérdidas. Cada vez que se nos va
un ser querido nuestra alma sufre un quebrantamiento. El duelo requiere compañía, comprensión,
soporte y cuántas otras asistencias más que la consejería ofrece. Los robos también nos marcan.
Tenemos que contar con un ministro que nos ayude a reacomodarnos luego de la sustracción
injusta de algo valioso. Las pérdidas del trabajo y la vivienda suelen ser devastadoras. Sin estos dos
elementos los humanos reducimos toda dignidad. Hay personas que enloquecieron luego de estas
circunstancias, simplemente porque nadie los ayudó a sobreponerse y darle una correcta lectura
de los hechos. Sin ir tan lejos, cuántas personas abandonaron la fe por enfrentarse a alguna de
estas pérdidas sin la asistencia de un siervo de Dios.
Existen otras condiciones, menos traumáticas, pero que no nos pueden encontrar solos:
La paternidad, la maternidad, la enfermedad, el nido vacío, la jubilación y otros cambios
significativos poseen la propiedad de quitarnos el equilibrio y someternos a una serie de
sentimientos contraproducentes. Quizás, el lector haya pasado por alguna de estas condiciones y
hoy pueda valorar la importancia de haber recibido consejo.
En la vida, invariablemente todo humano pasará por etapas de conflicto superables si se
proporciona una buena consejería. La adolescencia, paso obligado hacia la madurez manifiesta un
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movimiento pendular en la conducta y actitudes. El adolescente no se siente ni de aquí ni de allá,
sufre, desarrolla ideales utópicos y carentes de experiencia, se decepciona, se deprime y a veces
se exacerba. Algunos ministros asumen un perfil demasiado alejado de los adolescentes, que
termina distanciándolos de la misma iglesia. Una buena charla de cuarenta minutos podría evitar
decisiones capaces de arruinar cuarenta años.
La menopausia, conocida en algunos como la edad crítica, se caracteriza por cambios
químicos, físicos y también anímicos. Algunas mujeres que atraviesan esta etapa suelen encubrir
estados de angustia bajo otro tipo de conflictos. Un buen tiempo de consejería podría aliviar el
sufrimiento ocasionado por perspectivas distorsionadas. La andropausia, si bien difiere en sus
características de su versión femenina, requiere en algunos casos de buen tiempo de asesoría. La
ancianidad también presenta cambios significativos que a veces se viven de manera solitaria. El
tiempo que un pastor dedica a un anciano, de ninguna manera es tiempo perdido. No ministrar a
una persona que por sus años se ve impedida de producir, es una actitud muy cruel.
Las parejas que están por contraer matrimonio requieren un buen asesoramiento. Cada
vez, las uniones matrimoniales se ven menos comprometidas y por consiguiente menos pensadas.
La fragilidad del núcleo familiar quebranta a los hijos que a su vez trasmitirán sus problemas a las
generaciones sucesivas. ¡Cuánto dolor se evitaría si los novios contasen con un ministro capaz de
orientarlos paso a paso!
Los tiempos actuales se caracterizan por una obsesiva búsqueda de seguridad.
Antiguamente se asumía que una cosecha podía fracasar, que una sequía podía sobrevenir o que
una enfermedad tenía el potencial de terminar con todo. Pero en los últimos dos siglos nos han
vendido la idea de omnipotencia humana. Con la revolución francesa, se instaló la deificación de
los humanos y la predicación demagógica de que por fin se podían combatir los cardos y espinos
de la tierra. Frente a esta idea, los mínimos cambios de la vida se tornan trágicos y enferman a una
sociedad sustentada en fantasías. ¡Qué bien viene charlar con un pastor para entender que la
única seguridad está en Cristo, y desarrollar una escala de valores sana!
Cada cambio de escenario desorienta a los protagonistas. Allí está el consejero para evitar
que alguien se pierda. A veces los creyentes no saben que necesitan orientación. Pero la mayoría
de las veces, la comunión cristiana permite un único intercambio dado por la iniciativa de los
necesitados.
RAZONES POR LAS QUE SE BUSCA CONSEJERÍA
Pablo Polischuk, en su libro “El consejo terapéutico”1, enlista cuatro tipos de problemas
por los que se pide consejería. Veremos algunas de ellos para saber cuál es nuestro campo y, en
base a ello prepararnos en las respuestas necesarias.
1.
Problemas personales intrapsíquicos: Son aquellos esenciales del individuo que,
separados de las circunstancias se manifiestan con sufrimiento.
Dentro de este tipo de problemas tenemos los estados depresivos, en los que el
individuo no puede gozar de la vida debidamente.
Los sentimientos de culpa son el resultante entre lo que se debería ser o hacer y lo
que se es o se hace. Todos los seres humanos cometen acciones opuestas a un
determinado ideal. Esto deja un sentimiento de deuda imposible de saldar. En algunos
casos las personas tratan de compensar este déficit de su conciencia con acciones
1
Pablo Polischuk, El consejo terapéutico, (Terrasa, Barcelona, CLIE, 1995), pág. 246
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filantrópicas que calman temporalmente su malestar. Pero la mayoría experimenta cierta
infelicidad.
La ansiedad es otro problema frecuente de este tipo. Las personas se sienten
nerviosas y tensas. Algunos presentan una abrumadora intranquilidad respecto al futuro.
La falta de paz es el común denominador de las ansiedades.
El temor es otro de los problemas comunes que llevan a pedir ayuda. El temor
posee diferentes niveles de los cuales la preocupación es el más bajo y el pavor o pánico el
más elevado. El temor se asocia a menudo con la ansiedad y ambos llevan a los individuos
a perder el gozo y buscar ayuda porque “se sienten nerviosos o turbados”.
Las expectativas sociales, a veces son tan fuertes que tienen la propiedad de hacer
sentir descalificados a los que no las cumplen. La vergüenza no es otra cosa que el sentirse
fuera de competencia, por debajo del estándar y expuesto al desprecio. Muchas personas
piden ayuda a los ministros por sentirse avergonzados de sus acciones, su pasado o
condiciones que las rodean.
La angustia también lleva a pedir consejería. La palabra “angustia” proviene de
“angostura”. Quienes la padecen poseen la sensación de encontrarse en un túnel muy
estrecho. Se identifica a la angustia con el dolor por situaciones presentes, preocupación
hacia un futuro difícil o bien un estado depresivo sin aparente origen.
Como anteriormente decíamos, la variante más leve del temor es la preocupación.
Las personas suelen buscar alivio en un consejero que les ayude a disipar algunos
nubarrones y les muestre probabilidades más optimistas acerca del futuro.
La ira suele atormentar a las personas, no tanto por tenerla como por sus
consecuencias sobre las relaciones humanas, la salud física y la relación con el Creador. A
veces llegan al despacho de un ministro hombres y mujeres que esconden tras una
aparente depresión un estado iracundo.
Nuestra sociedad vive a un ritmo demasiado acelerado. Los enemigos a los que
nos enfrentamos ya no son fieras, soldados o tormentas. Aquellos agentes a los que
tememos no son físicos. La inestabilidad económica, la lucha de poderes, las presiones
laborales, las malas noticias del mundo son adversarios demasiado complejos contra los
que nuestra adrenalina queda sin consumirse por el uso de nuestros músculos. Vivimos
tensos, preparados para el ataque o la huída… pero no hay a quien atacar ni de quien
escapar. La consecuencia de la realidad presente es el estrés.
El agotamiento o colapso suelen suceder al estrés. Cada vez encontramos más
personas con sensación de no hallarse a la altura de la realidad.
Los estados de confusión o perplejidad se presentan con más frecuencia que
nunca en los últimos años. Hay demasiada información, muchísima comunicación
unilateral, los formadores de opinión pública arrojan gran cantidad de datos, la gente no
sabe qué hacer. También los problemas individuales dejan a las personas anuladas y sin
saber qué camino tomar.
En los tiempos de Hipócrates se creía que las personas eran gobernadas por
ciertos fluidos que determinaban su comportamiento. En la actualidad se sabe a ciencia
cierta que las glándulas segregan diferentes hormonas capaces de afectar los estados de
ánimo. Además circulan en las células del cerebro “neurotransmisores”, cuya carencia
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produce verdaderas alteraciones en el ánimo y hasta en la conducta. Es por ello que los
desequilibrios químicos son capaces de sumir a los individuos en estados que los llevan a
pedir ayuda por malestares inespecíficos. Debemos estar preparados para encontrarnos
en la consejería con personas de dolencias de este tipo.
Las adicciones conducen a quienes las padecen a estados complicados. Allí
golpearán la puerta de la oficina pastoral.
En plena época del libertinaje sexual y la desinhibición, nos encontramos con
seres que advierten luchas en su identidad sexual. Sea por valores morales, religiosos o de
otra índole, no están tranquilos con sus inclinaciones. Debemos prepararnos para que nos
consulten.
Finalmente, Polischuk cita como problemas intrapsíquicos a los relacionados con la
autoestima. Los seres humanos solemos pasar por épocas de pronunciada desvalorización
de nuestra persona. De los que no pueden resolver tales estados, los más sensatos piden
ayuda a algún tipo de consejero.
2.
Los problemas interpersonales: Se presentan en el trato entre dos o más personas. Somos
seres sociales y resulta sumamente perturbador no vivir en armonía con nuestros
semejantes.
Entre los problemas interpersonales están los familiares. Las familias interactúan
con diversas normas que a veces son alteradas por algunos integrantes llevando a
desentendimientos, distanciamientos y enemistades. Los que más sufren seguramente
buscarán asesoramiento, sea cual fuere su real motivación.
Los problemas interpersonales más frecuentes son los matrimoniales. Nadie nace
sabiendo cómo comportarse con su cónyuge, sobre todo si sus padres no han sido un
ejemplo satisfactorio.
La amistad es un tipo de relación indispensable para los humanos. Pero cuando las
expectativas que cada uno posee del otro fallan surgen los desengaños y las peleas. No
faltarán personas que lleguen quebrantadas a la oficina del pastor por perder un amigo.
La iglesia suele brindar múltiples amistades de diversos grados. La variedad de
interacciones de personas tan distintas hace que sea un verdadero milagro la convivencia.
Sin embargo, la vieja naturaleza aflora y los problemas se hacen notar en unos y otros. El
pastor es parte clave en este punto.
Finalmente, nuestras relaciones interpersonales van más allá que nuestra familia,
matrimonio, amigos o iglesia. El trabajo, los vecinos, los compañeros de estudio y hasta el
empleado que frecuentamos pertenecen a nuestro mundo. Los problemas con ellos nos
hacen angustiar.
3.
Los problemas situacionales: No están vinculados ni al interior de cada individuo, ni en
relación a sus semejantes. Son simplemente circunstancias muy difíciles de asociar a
personas, aunque no es difícil responsabilizar a los humanos por ello.
En esta categoría encontramos a los problemas financieros. Las crisis de este tipo,
cuando adquieren cierta severidad, sumen a la gente a fuertes patologías.
Las catástrofes no se relacionan con las personas, pero poseen la característica de
ubicar a los individuos en verdaderos estados de confusión.
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Los cambios drásticos en la composición familiar, eclesiástica o social también son
objeto de consultas.
4.
Los problemas espirituales: Son nuestra área específica y en la que mejor nos sentiremos.
Se refieren a la relación del individuo con Dios.
Polischuk, con muy buen acierto los divide en: personales-doctrinales, donde las
personas presentan dilemas de su fe, personales-habituales de conducta, donde las
personas manifiestan preocupación por lo que hacen en relación con lo que creen,
interpersonales-doctrinales, cuando dos o más individuos entran en conflicto por
diferencias en su fe y ajuste a la comunidad, que son las situaciones en las que un creyente
ha cambiado de grupo de comunión y debe adaptarse al nuevo sistema.
LAS METAS DE LA CONSEJERÍA
No siempre el acto de aconsejar ocasiona placer. A veces se torna una fuerte carga y
tensión para el que ejecuta la acción. Sin embargo el llamado a esta tarea es ineludible. ¿Qué
buscamos al aconsejar a una persona?
Ojalá hubiese una respuesta única a esta pregunta. Pero, si los problemas que conducen a
la búsqueda de un orientador son múltiples, de ninguna manera podemos imaginar que los
objetivos sean pocos. Una buena lista de metas está a nuestro alcance para darle dirección a una
charla con un necesitado.
1- Aceptación de la realidad
Los humanos solemos experimentar situaciones más que incómodas. Nuestra mente no
termina de prepararse para los golpes de la vida. Hacen falta mecanismos que amortigüen el
trauma para que el quebranto no sea irreparable. En esos momentos la negación se comporta
como un escudo transitorio que sólo permite pasar unos pocos dardos por vez. Tarde o temprano
habrá que asumir lo ocurrido.
En otras oportunidades la fantasía o las justificaciones engañosas descomponen el impacto
por un tiempo hasta que por fin se acomodan los pedazos esparcidos. Cada uno de los ardides
mentales que fabricamos frente a lo que nos hiere se llama mecanismo de defensa.
Los mecanismos de defensa son importantes para reducir el golpe inicial de un problema.
Pero tarde o temprano se debe tener una idea clara del estado de las cosas, las causas y los
efectos. Caso contrario nunca aprenderemos y siempre cometeremos los mismos errores. Quienes
se aferran invariablemente a sus mecanismos de defensa caen en una suerte de locura en la que
se aíslan del mundo que los rodea y terminan solos.
El consejero tiene el deber de ayudar al aconsejado a adoptar una percepción adecuada de
los hechos y situaciones. Sobre esta base real se podrán elaborar estrategias coherentes y útiles.
2- Objetividad del problema
Cuando David escuchó de Natán la historia del hombre cruel que mató para guisar a la
única corderita que tenía el hombre pobre, reaccionó con mucha indignación (2S. 12.1-10). Como
el corazón del hombre es engañoso y perverso, David no sintió que fuese tan grave acostarse con
la mujer de uno de sus soldados más leales. Al evaluarnos a nosotros mismos oscilamos de lo
severo a lo transigente, simplemente porque nuestros afectos tuercen nuestra percepción.
A menudo decimos de algunas personas que se ahogan en un vaso de agua. Esta es una
manera de expresar que perdió objetividad en su problema y lo sobredimensionó.
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El consejero debe ayudar a sus aconsejados a ver las cosas de una manera clara, alejada de
subjetividades distorsivas. Muchos sentimientos de culpa son producto de haber perdido la
objetividad y juzgarse de acuerdo a expectativas exageradas.
3- Alivio de la tensión
Cuando visitamos al dentista por un fuerte dolor de muelas, el profesional nos envía de
vuelta con dos tipos de medicamento: un antibiótico y un anti-inflamatorio. Por más que le
roguemos que extraiga aquella muela se negará aduciendo que una extracción en medio de la
infección, simplemente desparramará los microbios y agravará la dolencia.
De la misma manera, las tensiones endurecen el trato, impiden el buen razonamiento,
inducen a errores, complican las relaciones humanas y ocasionan bastante malestar.
Existen personas que con sólo tranquilizarse pueden hallar solución a su inconveniente. En
ocasiones, el simple hecho de escuchar con cordialidad sin emitir consejo, permite que el
aconsejado se calme y pueda valerse por sí mismo sin riesgos de complicar las cosas.
4- Sentirse amado y aceptado
Entre las necesidades básicas de los individuos hay un aspecto social. Dios nos creó como
seres interrelacionados. Dependemos de los demás al igual que ellos de nosotros. El amor y el
afecto permiten una convivencia armoniosa. A su vez, el amor y la aceptación suavizan las heridas
que nos producimos cuando nos auto-descalificamos. Es una manera de entender que no
debemos ser tan severos al juzgarnos.
Un ambiente tierno y sin rechazo crea condiciones óptimas para sanar el alma. A su vez
reivindica el valor de los seres humanos.
5- Resolución de las crisis
Las crisis de la vida representan la gran oportunidad de crecimiento y superación. Pero en
medio de ellas resulta fácil caer en un laberinto y no saber resolverlas. Una cosa es salir de las
crisis y otra es encontrarles solución. Los evangélicos tendemos a huir de las crisis, en lugar de
resolverlas. Echar el polvo bajo la alfombra es la manera más fácil de anestesiarnos y enfermarnos
sin dolor. La buena consejería propone patrones de resolución que, en lugar de posponer los
problemas los confronta para salir definitivamente, o al menos para encarar una estrategia que
permita pilotearlos.
6- Recibir una perspectiva divina
Jamás deberíamos olvidar que somos pastores. La distorsión de la imagen pastoral lleva a
que deseemos invadir otros roles. Buscamos añadirnos títulos, anexar profesiones y volvernos
hombres orquesta por creer que es poca cosa lo que somos y hacemos. Un pastor es un siervo de
Dios, alguien que recibió el llamado a actuar en nombre de Cristo.
Nuestra comunidad provee muchísimos profesionales relacionados con la tarea de
aconsejar. Pero los ministros del evangelio contamos con un recurso único: El Espíritu Santo que
nos permite ser fieles representantes de Cristo.
Dios ve lo que los hombres no podemos descubrir. Lo que a cualquier mortal se esconde,
para el Señor es patente. Por lo tanto, cuando Cristo nos inspira podemos pronunciar palabras,
consejos y sentencias que superan a cualquier ayuda humana. Jamás subestimemos esta área, que
será la mejor arma.
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7- Rectificación de actitudes o conductas erróneas
Errare est humanum reza el proverbio latino. No se puede esperar otra cosa de nuestro
género que las equivocaciones. Afortunadamente Dios nos permite aprender, ya que somos seres
educables. Una actitud incorrecta hacia una circunstancia de la vida, deriva en un serio problema.
A veces, por no saber cómo enfrentar una situación, nos comportamos de maneras inapropiadas,
que alteran las relaciones interpersonales, la relación con Dios o consumen muchas energías
propias.
8- Crecimiento en la confianza en Dios
Si somos ministros de Cristo, no podemos eludir la responsabilidad encomendada de
estimular la fe de nuestros aconsejados.
La fe viene por el oír y el oír de la Palabra de Dios. En medio de una sesión podemos emitir
variados conceptos empapados de la Palabra de Cristo. Si estamos llenos de la Palabra de Dios,
nuestro discurso lo reflejará. Todo esto ayudará a que las personas puedan ver al Señor tras los
nubarrones de tormenta.
9- Eliminación de los sentimientos negativos
¡El que se cree libre de sentimientos negativos, que tire la primera piedra! La tristeza
descontrolada, el enojo perdurable, los malos recuerdos o la mala lectura de estos y tantos otros
frutos de la carne, nos acosan a menudo. El mayor problema consiste en que, por lo general no
advertimos en nosotros mismos estos sentimientos.
Nuestros aconsejados, de igual manera pensarán que sus sentimientos, al menos que les
causen algún tipo de angustia, son absolutamente normales. La injerencia pastoral permitirá, con
la perspectiva bíblica y la asistencia del Espíritu Santo, a quienes buscan ayuda, mayor objetividad
en cuanto a sus sentimientos y en la lucha contra ellos.
10- Aliento a las acciones positivas
A los cristianos se nos suele acusar de activistas. Hacemos y trabajamos incansablemente
hasta colapsar. Casi nos parecemos a Marta, que evidenciaba un gran estrés frente al Maestro. No
obstante, cuando se trata de personas que buscan consejo, rehuimos plantearles una acción
determinada. No nos conformemos con servir de mera válvula de escape para que la persona
descargue su ansiedad y se vaya. Más bien tenemos las herramientas para señalarles a los
desorientados un camino a seguir.
11- Incrementar la autoconfianza y la autoestima
Algunas experiencias de la vida tienen la propiedad de humillarnos traumáticamente.
Alguien dijo que Moisés, en sus primeros 40 años se sentía un perfecto líder. Los segundos 40 años
de su vida sirvieron para que este se viera como un perfecto inútil. Pero en los finales 40, Dios le
mostró lo que podía hacer con un perfecto inútil. El fracaso con sus congéneres lo sumió en el
autoexilio. Allí Dios lo llamó y sacó con mano poderosa.
De la misma manera, los pastores podemos actuar como instrumentos de Dios para
realzar a los que se sienten perfectos inútiles y ponerlos en carrera.
12- Fortalecer el sentido de responsabilidad
Pareciera característica de algunos grupos evangélicos librar a sus fieles de todo sentido
de responsabilidad. Fácil resulta tomar las decisiones por los creyentes y volverse una suerte de
padre que mantiene a sus subalternos sumisos y dependientes. Algunas iglesias se tornaron
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numerosas gracias a este modelo. Pero mucha de su gente quedó anulada y sin fructificar cuando
el pastor murió. Nadie sabía qué hacer.
Por el contrario, el correcto pastoreo consiste en lograr que los creyentes asuman sus
responsabilidades y midan las consecuencias de sus acciones. Asimismo, la madurez de un hijo de
Dios se manifiesta en el grado en que se hace cargo de su rol en la vida.
EL CONCEPTO DE UN CONSEJERO
Con dolor he visto, a lo largo del ministerio cómo se ha tergiversado la tarea del Pastor en
cuanto a la consejería. Incluso algunos siervos del Señor, fascinados por los misterios de la mente,
ingresaron al mundo de la “sanidad interior” con el único resultado de meter a las personas en un
laberinto emocional, en el que complicaron el estado de los sufrientes.
En el plano de lo legal, cada país posee sus normas acerca de las limitaciones de los que no
son profesionales de la salud. Existen naciones que tildarían de ejercicio ilegal de la medicina a
cualquier maniobra que ostente parecerse a una terapia.
Por su parte, las malas consecuencias de una consejería pastoral pueden desembocar en
juicios por mala praxis.
Estas y otras razones nos obligan a ofrecer una posición muy clara de lo que es nuestra
tarea y, obviamente lo que no lo es.
En primer lugar, un pastor consejero no es un psicólogo. Estudiar unas pocas horas de
psicología y leer un par de libros no nos amerita para ocupar el lugar de este tipo de profesionales.
Los psicólogos pueden diagnosticar diferentes trastornos, patologías o disfunciones. A su
vez pueden ofrecer tratamientos o terapias que permiten la resolución, el alivio o la estrategia
para sobrellevar algunas enfermedades de la mente. El psicólogo puede detectar la lectura que el
paciente posee de la vida y reeducarlo para lograr una interpretación más o menos coherente.
Estos profesionales han leído innumerables libros de decenas de autores que pasaron su vida
observando a las personas con problemas afectivos, cognoscitivos o conductuales. Conocen
técnicas y saben buena parte de los mecanismos de la mente. Además, su tarea se da
exclusivamente en el marco de un espacio terapéutico, mediante un contrato con el paciente, y
están capacitados para responder ante los posibles desajustes.
Sin dudas, la psicología no es lo nuestro. Nuestra especialidad es la Palabra de Dios. Si Dios
nos va a usar para sanar una mente, será por la acción del Espíritu Santo y no por tocar de oído lo
referente a la ciencia de la mente.
Mucho menos, el pastor consejero es un psiquiatra. Los psiquiatras son médicos que,
además de haberse adentrado en el terreno de la psicología, conocen el aspecto orgánico de la
mente y los efectos de los fármacos sobre la misma. Los psiquiatras conocen muy bien las
patologías de la psiquis y pueden tratar a los pacientes con buenos resultados. A veces, los
psiquiatras regulan la farmacoterapia, mientras los psicólogos trabajan en las conductas y
actitudes.
Figuraría en la tapa de los diarios si un pastor intentase comportarse como un psiquiatra.
Una vez fijada la posición de los profesionales de la salud, estamos en condiciones de
establecer lo que es un pastor consejero.
El pastor consejero es UN ORIENTADOR. En otras palabras, la consejería cristiana de un
ministro se limita a la ayuda a las personas que en su vida cristiana requieren saber qué les sucede
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y qué deben hacer. Para decirlo con mayor sencillez, el consejero NO CURA O SANA, sino que
simplemente orienta.
A veces subestimamos a los que nos vienen a pedir consejo y creemos que ellos de por sí
jamás hallarán salida a su problema. Pero debemos poner en firme, para nuestra humillación, que
la gran mayoría de los que nos buscan para consejo, hallarán la solución a su interrogante por sí
mismos y sin el auxilio de nadie. ¿Para qué estamos entonces? Para contener, para servir de
testimonio divino, para evitar que en la búsqueda de una solución de la emergencia los creyentes
se desvíen o sufran innecesariamente.
La Biblia destaca una palabra que sintetiza la labor del consejero: “paraklesis”, la cual se
suele traducir como: “exhortar”. Etimológicamente paraklesis significa ponerse al lado, lo que por
extensión denota consolar, confortar, aconsejar, rectificar, alentar, fortalecer y aún defender. Por
alguna razón Jesús llamó al Espíritu Santo el otro Parakleto, mientras que Él mismo es llamado así
por Juan (1 Jn. 2.1). Los “parakletos” de los griegos eran los que acompañaban a su amigo al
tribunal, para alentarlo y asesorarlo de tal manera que saliese airoso de la presencia del juez. No
hay mejor ilustración para describir nuestra labor.
LA FUNCIÓN Y METAS DEL PASTOR ORIENTADOR
Una vez que hemos fijado posiciones de lo que es y lo que no es un pastor consejero,
necesitamos detallar con más profundidad su función. Cualquier otra tarea no especificada podría
considerarse una extralimitación en las funciones del ministro. Por alguna razón compleja de
explicar, los siervos del Dios omnipotente aspiramos a sentimientos de omnipotencia que nos
estrellan con la triste realidad de los fracasos. Si nos circunscribiéramos a nuestro deber primario,
tendríamos suficiente trabajo.
1- La primera tarea a cumplir consiste en ayudar al aconsejado a tomar sus propias
decisiones. Nos resultaría muy fácil dar algunas directivas a cumplir y crear así un puñado de gente
dependiente e inútil. Por otra parte, cuando decidimos por los que nos consultan los exponemos a
consecuencias que ellos, y sólo ellos, deberán enfrentar. Si los resultados fueran positivos no
habría problemas. Pero muchas ocasiones la acción a tomar se torna compleja, trabajosa y de alto
riesgo. Seríamos irresponsables si enviáramos a la batalla a personas que simplemente nos hacen
caso y nosotros no nos moviésemos de nuestro escritorio.
En cierta oportunidad sugerí a una pareja de novios que se encontraban más que tentados
en el área sexual, que se casaran de una vez, dado el tiempo que llevaban en esta relación
sentimental. Hicieron caso, pero ante una gran crisis que enfrentaron, no titubearon en culparme
por “empujarlos” a la decisión de casarse. Más allá de sus razones y las mías, aprendí que se debe
dejar bien en claro que un consejero jamás debe decidir por sus aconsejados, sino dejar que ellos
escojan el camino que crean más conveniente.
2- La acción inmediata a la toma de las propias decisiones es asumir las consecuencias de
lo decidido. Esto es actuar con responsabilidad.
Cuando dejamos una franja de opciones amplia, permitimos a los aconsejados ejercer su
propio juicio y no el nuestro. La libertad de elegir, aunque no siempre concluya con decisiones
aceptables, contribuye a la maduración de los que solicitan nuestra ayuda. No son pocas las
ocasiones en que se aprende más por los errores cometidos que por los consejos a priori. Los
árboles pequeños, cuando se trasplantan requieren una guía al lado que lleva el nombre de
“tutor”. Con el tiempo el tutor desaparece para permitir el crecimiento de la planta. De la misma
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manera los heridos de la vida pueden requerir un tutor hasta afianzarse pero con el tiempo
necesitarán crecer solos.
3- La tercera tarea, que se comporta correlativa a las dos anteriores, es la de mostrar las
diferentes alternativas a seguir. Cada vez que alguien llega con un determinado problema,
debemos optimizar la creatividad que Cristo nos dio, presentando distintos caminos a seguir. En
pocas ocasiones existe una única salida. Por lo general hay variantes que sacan de la angustia al
aconsejado. Cuando una persona debe apostar todo su capital en una sola opción, el pánico se
apodera, ya que la posibilidad del fracaso lo sumiría en una pérdida definitiva. Por el otro lado,
cuando mostramos diferentes opciones, se puede elaborar una escala que comienza con las
mejores alternativas y finaliza con las menos afortunadas.
Todo individuo que encuentra diferentes opciones, siente el alivio de la libertad de
elección y la seguridad de un plan “B” si el original falla.
4- El consejero es una especie de atalaya, que puede ver lo que los demás no. Por este
motivo, la cuarta tarea, que se desprende de las anteriores, consiste en adelantar las
consecuencias. Alguien que se muestra afligido por su situación estará abrumado al punto de
perder la capacidad de pronosticar los resultados de su acción. Los estados de ánimo conllevan a
tomar decisiones que favorecen el bienestar inmediato al precio de perjudicar el futuro.
Nuestra tarea, sin dudas, nos obliga a que, en medio de las diferentes opciones se
conozcan los precios a pagar y las consecuencias de lo hecho.
5- La quinta tarea pertenece a la esencia del ministerio. No podemos despegar nuestra
función de la identidad que poseemos: somos siervos de Dios y por lo tanto debemos hablar de
parte de Dios. El mayor consejero, el Parakleto siempre nos lleva hacia el Gran Pastor y Amigo
Jesucristo quien nunca nos abandona y siempre nos muestra la verdad. Así también, el pastor
consejero encamina al aconsejado hacia una relación más cercana con Cristo e insta a la persona a
reflexionar sobre principios bíblicos y a medir sus pensamientos y conducta a la luz de ellas para
determinar cuáles cambios o decisiones debería tomar. Somos responsables de enseñar la
perspectiva de Dios en cada situación.
A menudo llegan personas cuyo conflicto es el saber qué aprueba el Señor y qué condena.
Si alguien experimentase alguna crisis en la que Dios no tuviera nada que ver, que vaya a un
consejero secular o a un sicólogo. Pero si recurren a nosotros, los ministros, es porque esperan
que les digamos lo preferible ante el Señor.
6- En sexto lugar, debemos aplicar la Palabra de Dios en cada situación. Imposible sería
deslindar la perspectiva de Dios de su Palabra. Así como los dictados paternos poseen la propiedad
de predisponer a los niños, la cita bíblica puede incorporarse a los aconsejados y tornarse directriz
de sus pensamientos. Que nunca deje de haber una Biblia en el escritorio del Pastor Orientador.
7- Comportarse como un instrumento del amor de Dios es la séptima tarea y motivación
de lo demás. Somos reflejos de Cristo, sus representantes. Vivir en el nombre de Jesús significa
hacer todo por Él y para Él. Cada aconsejado verá a Cristo en nosotros. Nuestro trato al prójimo se
interpretará como el trato de Dios hacia él. Por eso debemos transmitir el amor de Cristo a cada
uno. Se suele decir por ahí que el amor es terapéutico, y es la verdad. Una buena parte de las
heridas de la vida posee el ingrediente de la falta de amor, o al menos el amor mal expresado.
Cuando nos dejamos usar como instrumentos del amor de Cristo ejercemos una tarea sanadora.
8- La octava tarea es la intercesión. Nuestro sacerdocio incluye la tarea de orar por los
afligidos en presencia de ellos mismos y cuando no los tenemos delante. La Biblia dedica varios
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pasajes a este tema. No sólo Dios responde a la oración, sino que, en medio de ella puede
revelarnos sus propósitos y hasta la estrategia para encarar el problema.
9- Otra fuente de problemas radica en las relaciones interpersonales. Somos ministros
comprometidos con toda una comunidad. La familia de Dios no se diferencia tanto de cualquier
familia terrena. Los malos entendidos, las diferentes escalas de valores, las luchas de poder y
cuanta carnalidad ande suelta pueden provocar una hecatombe. En consecuencia, la novena tarea
del ministro consejero consiste en mediar entre las partes.
A veces, un matrimonio pasa por determinada crisis que requiere la mediación de un
tercero imparcial. Otras oportunidades, cuando se trabaja en un mismo espacio se suelen invadir
territorios muy caros para las partes que terminan en una enemistad. Cuando el ministro cumple
con su tarea de mediación interpersonal halla la satisfacción de ver una iglesia que adora a Dios
con dicha y sin obstáculos en su conciencia.
10- Finalmente, el consejero debe hablar de parte de Dios. Jamás deberíamos olvidar que
a nuestra palabra (para bien o para mal) se la suele interpretar como de parte del Señor mismo.
Esto aumenta nuestro sentido de responsabilidad frente a los que necesitan apoyo. No podemos
evadirnos de la obligación de buscar a Dios para dar una palabra oportuna de sabiduría en tiempos
de necesidad. La consejería pastoral busca edificar a los santos, lo que significa conducirlos a un
mayor grado de madurez, santidad y disciplina espiritual. Nunca dudemos que Cristo nos usa
mientras cumplimos con nuestro ministerio.
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CAPÍTULO 1: LA ÉTICA DEL CONSEJERO
Cuando nos referimos al aspecto ético queremos abarcar todo lo que hace a la prudencia y
a la integridad de quien ejerce la acción de aconsejar. Todo profesional cuenta con un reglamento
ético que regula su accionar. Aún los colegios donde los éstos se matriculan han instrumentado
tribunales de ética para tratar las malas praxis o conductas inapropiadas en el ejercicio de la
profesión.
Alguien dijo que los médicos cubren sus errores con tierra, los abogados con papeles y los
ingenieros con revoque. Los pastores no tenemos cómo cubrir nuestros errores, ya que nuestra
actividad suele ser masiva y expuesta. No tratamos pacientes aislados, sino a familias enteras y
creyentes que entre sí poseen una relación fluida.
Por su lado, una mala praxis ministerial puede generar falsas expectativas en el aconsejado
que derivarán inevitablemente en la decepción espiritual. Jesús explicó con fuerza que, cualquiera
que hiciere tropezar a algún pequeñito se enfrentaría a la ira de Dios. Con tristeza veo
periódicamente a creyentes que llegan arruinados a una entrevista de consejería debido a un
accionar cuestionable de su pastor. Con todo el dolor y vergüenza ajena que esto nos ocasiona,
debemos reconocer que son afortunados los que pueden apelar a otro ministro. Pero supongo que
por cada afortunado, seguramente hay otro que opta por abandonar la iglesia y caer en un abismo
de lejanía con el mismo Señor. Aún, entre los mismos sobrevivientes de un escándalo, se puede
advertir una mirada de poca confianza y mala predisposición hacia el nuevo ministro que
adoptaron.
Por ello resulta imperioso dar exagerada importancia a la ética del consejero.
APTITUDES DE UN CONSEJERO
En cualquier trabajo se buscan, para ciertas tareas, determinados perfiles. El perfil es, ni
más ni menos, el conjunto de aptitudes, experiencias y actitudes de un individuo.
No cualquiera se ajusta a lo que se espera de un orientador. Los creyentes se acercarán
únicamente a quienes les ofrezcan cierta garantía de seguridad y eficiencia. ¿Cómo se logra?
Desarrollando las aptitudes.
1- La primera de las aptitudes es el amor. La Biblia nos enseña a amarnos fraternalmente,
pero también a amarnos con el amor de Dios. Nadie sin amor puede dar, al no ser que abrigue
intereses mezquinos. El joven rico, que creía cumplir con todo, Nicodemo, que se sabía doctor de
la ley y la samaritana que se mostraba autosuficiente en su fe, fueron objeto del amor de Cristo. El
Señor tomó tiempo con ellos, los amó, les dedicó su empeño.
Si no amamos nos enfrentaremos a una tentación irresistible a desahuciar a los casos
complicados y rechazar a los repugnantes. El amor de Cristo le llevó a estar a menudo en lugares a
los que cualquiera hubiese evitado. Tales son los casos del estanque de Betesda, las casas de los
publicanos y los espacios donde estaban los leprosos.
Los aconsejados perciben con mucha facilidad si nuestra actitud es amorosa o distante.
Más vale que amemos sin fingimiento, porque tarde o temprano manifestaremos la actitud de
nuestro corazón.
Diversas situaciones probarán nuestro amor. Entre ellas nos encontraremos con fracasos
recurrentes, recaídas sorpresivas, faltas de sinceridad en los aconsejados, persistencia en actitudes
pecaminosas o resultados infructuosos en nuestra labor.
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2- El arte de escuchar pertenece al perfil del consejero.
Muchas veces, con el solo hecho de abrir nuestros oídos, logramos que el aconsejado
ordene sus pensamientos y halle por sí mismo la solución. Un conocido mío, que era psiquiatra,
padecía una severa hipoacusia. Él no podía sostener una conversación fluida con sus pacientes,
porque la mayoría de las veces debía pedirles que repitieran lo que decían. Ante tal obstáculo optó
por grabar disimuladamente las entrevistas. Sus preguntas eran lo suficientemente ambiguas e
impersonales como para permitir que sus pacientes se explayaran con libertad. Al final de la
jornada, con la ayuda de un amplificador especial oía los diálogos. Con frecuencia encontraba
frases tales como: “gracias por escucharme, su consejo me ayudó muchísimo”. Obviamente, estas
personas encontraron su propia solución ante alguien que solamente mostraba una actitud de
escuchar.
Cuando nos disponemos a escuchar a una persona, no solamente le permitimos ordenar el
atolladero de su mente, sino que podemos tener una idea clara de su padecimiento, antes de
apresurar una conclusión. Por su parte, un individuo que se sabe escuchado coopera en la
consejería.
3- En tercer lugar, el respeto y la valoración del aconsejado representan un aspecto vital
del consejero. Jamás deberíamos entablar una entrevista con aire de superioridad. Personalmente
suelo reconocer que el que recurre a mi labor posee una nobleza especial. No cualquiera está
dispuesto a abrir su corazón ante un tercero para pedir ayuda. Esa persona que tengo delante de
mí es un redimido por la sangre de Cristo, estoy ante un verdadero tesoro de Dios, no puedo jugar
ni actuar livianamente.
Nunca nos engañemos creyendo que podemos ayudar a alguien, no podemos dar lo que
no tenemos. Somos meros instrumentos de la gracia de Dios y tan vulnerables como lo es nuestro
aconsejado. La gente advierte rápidamente cuando es subestimada, nadie acude ni permanece al
lado de quien degrada su dignidad.
4- La confiabilidad es otra aptitud propia del consejero. Debemos preguntarnos con
frecuencia qué es lo que necesitamos ser y hacer para que los creyentes nos tengan confianza.
La confiabilidad se basa en lo predecible. No nos referimos a soluciones predecibles en un
problema, sino a reacciones y carácter predecibles.
Nos tornamos confiables cuando inspiramos lealtad. Un individuo que sufre, adquiere tal
grado de susceptibilidad que puede sentirse traicionado con el solo hecho de que una de sus
expectativas no se cumplió.
En una ocasión llegó a mi escritorio un joven ministro que, habiendo fracasado en la
moral, estaba bajo la tutela de un consiervo. Sólo le bastó al joven escuchar una opinión dura de
mi colega sobre un asunto determinado, para creer que sería condenado por quien lo estaba
ayudando a restaurarse. No pude persuadirlo a olvidar el exabrupto, nunca más pisó esa iglesia.
5- En quinto lugar, nuestra neutralidad será vital. Toda parcialidad espantará a cualquiera
que pida ayuda. Un médico amigo debió asistir a la corte por una división de bienes con su ex cónyuge. Al momento de plantearle a la jueza sus reparos a las pretensiones de la otra parte,
sintió que la magistrada no daba lugar a estos. Algo molesto por la actitud le dijo: “Me da la
impresión que Ud. está mal predispuesta hacia mi persona”, - a lo que la jueza respondió: -“¡por
supuesto que lo estoy! ¡Ustedes los hombres, son todos iguales!”. La neutralidad, en este caso no
existía.
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A veces podemos condescender más con un género determinado. Otras ocasiones, la fama
del entrevistado puede quitarnos objetividad. Hasta puede ocurrir que en el caso de mediar en un
conflicto, tengamos más afinidad con una de las partes. Más vale que derivemos esa consejería a
un consiervo, y no que arruinemos una o dos vidas.
Para mantener la neutralidad, nunca nos fundamentemos en información unilateral, ya
que las percepciones de un solo individuo podrían llevarnos a conclusiones erróneas.
6- La sexta aptitud consiste en sabernos contener. Cada tanto, por no decir casi siempre,
escucharemos cosas desagradables. Quienes piden consejo, no lo hacen por buenas cosas sino por
inconvenientes que les duelen o avergüenzan. De nuestra reacción dependerá la confianza que
nos tengan para abrir su corazón y permitirnos ayudarlos.
Cuando observo que un aconsejado se pone incómodo para confesarme su problema, le
suelo decir que si un médico se impresionara viendo sangre, más vale que se dedique a vender
libros. Análogamente, prosigo, si un pastor se escandalizara por las miserias humanas, más vale
que venda libros junto a ese médico frustrado. De una vez necesitamos comprender que no
estamos pastoreando a un conjunto de ángeles, sino a peregrinos que, al igual que nosotros,
tienen sus pies sucios de tanto caminar por esta tierra.
El ejemplo de nuestro Padre celestial que calla de amor (Sof. 3.17), servirá para
guardarnos de cualquier exabrupto que eche a perder la oportunidad de encaminar a los
extraviados.
7- Otra aptitud es la consagración de un ministro. Lo contrario a consagrar es profanar.
Nunca subestimemos a la tentación de aprovecharnos o beneficiarnos con la información que nos
proporcionan nuestros hermanos necesitados. La mente y el corazón humanos son engañosos al
punto de “timonear” las conductas hacia puertos indebidos.
Los pastores consagrados ven como principio y fin de su ministerio de la consejería a Cristo
mismo, lo que los lleva a ni más ni menos, hacia donde Dios quiere.
8- La firmeza en la fe nos ayuda a no doblegarnos ante la insistencia de una persona
persuasiva. Las madres de los hijos sumidos en la delincuencia, fieles a sus afectos, los justifican y
hasta suelen decir: “mi hijo no es una mala persona”. Los afectos tuercen el juicio, la connivencia
se encuentra al acecho. De no tener una fe firme, podríamos terminar dándole la razón a cualquier
actitud carnal. A su vez, nuestro frecuente encuentro con las miserias humanas podría bajar
nuestra guardia de integridad de no saber qué espera el Señor de nosotros.
9- En noveno lugar, el consejero debe ser emocionalmente estable y maduro. Aunque
todos creemos adoptada a esta cualidad, las señales de la misma resultan inconfundibles.
El individuo maduro es seguro. La inseguridad conlleva a comportamientos inestables,
consejos ambiguos y hasta actitudes autoritarias y despóticas.
A su vez, la madurez se manifiesta en el equilibrio. Entre el libertinaje y la rigidez debe
existir un punto medio. Cualquiera de los dos extremos asumidos descalifica al buen consejero.
El consejero, también, debe sentirse satisfecho en su vida y en sus necesidades
existenciales. Cada uno podría ponerle un nombre y un rostro al caso del consejero que se
enamoró de la aconsejada, porque su matrimonio no funcionaba satisfactoriamente.
La negación a controlar y manipular es una constante de la estabilidad y la madurez. No
tratamos con títeres, máquinas ni mascotas, sino con personas que, aunque crean haber perdido
la dignidad, la tienen. Quien imparte estrictas directivas a los aconsejados no hace más que
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subestimarlos por un lado… y por otro subestima su propia capacidad de ayudar si las cosas no
salen según su propio protocolo.
Algunos ministros viven con el sabor a algún fracaso del pasado. Otros luchan con ideas
fijas que nadie apoya. En estos casos es común usar al que pide ayuda para probar teorías o
probarse a uno mismo que se es bueno, competente o brillante. No son pocos los casos de
consejeros que satisfacen su narcisismo a costas del pobre aconsejado, entregándolo a la
desdicha. Por ello, una señal de madurez consiste en renunciar a la propia vindicación ante el
aconsejado.
10- La penúltima de las aptitudes apunta a la entereza del ministro. El consejero debe ser
íntegro. Años atrás me encontré con un colega que aparentaba un estado de trauma por una
persona a la que debió ministrar. En su conversación me impresionaron en forma negativa los
detalles que dedicaba a las intimidades de su aconsejado. Parecía disfrutar cada aspecto morboso
que relataba. Una buena razón me apartó de oír lo inconveniente. Percibí que no había diferencias
entre las imágenes que esta persona recreaba en su mente y la pornografía. La integridad es un
sello que nunca debe faltar en los que aconsejamos.
11- La decimoprimera y última aptitud de un consejero es la discreción. Cualquier
persona que confía en un ministro sus penas, deposita en el siervo de Dios un tesoro muy valioso.
Ese tesoro posee intimidades, vergüenzas, afectos, temores, rencores, culpas y dudas. Si
exponemos este tesoro ante otros, no sólo causaremos problemas, sino que heriremos de muerte
a quien confió en nosotros. Abundan los creyentes heridos por escuchar a su pastor, desde el
púlpito, predicaciones que los desnudaron ante la congregación. De más está decir que la mayor
parte de estas personas, preferirán llevar a la tumba una gran angustia, antes que pedir ayuda a
un siervo de Dios.
DECÁLOGO ÉTICO DE UN CONSEJERO
La conducta de quien practica el ministerio de orientar a las personas requiere claras
directrices. Las prohibiciones ayudan dramáticamente a evitar desastres. Si pudiésemos sintetizar
a un decálogo las prohibiciones esenciales en la consejería, encontraríamos las siguientes:
12345678910-
Consejería Pastoral
No censurar
No divulgar
No alarmar
No olvidar
No subestimar
No desatender
No involucrarse
No impacientarse
No condenar
No fingir
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Obviamente, no se abarcan, en este decálogo todas las precauciones a tener ni las prohibiciones
son absolutas, pero nos ayudarán a evitar graves problemas. Expliquemos cada prohibición.
1- No Censurar. Una persona que llega atribulada a nuestro despacho, necesita valorarse y
aumentar su autoconfianza. Además, debemos ganarnos su confidencia para que, por fin descubra de su
corazón lo que le está molestando. Si desaprobamos evidentemente la acción de quien solicitó nuestra
ayuda, lo inhibiremos de seguirnos contando su problema. Reservémonos la censura de un hecho a lo
profundo de nuestro corazón y permitamos que el individuo decida por sí mismo cambiar de modo de
pensar o actuar.
2- No divulgar. Por impactante que nos resulte un relato, jamás debemos violar el “secreto de
confesión”. La publicidad de lo dicho en privado cierra las puertas de la consejería. En una ocasión el
aconsejado había confiado a su orientador una experiencia bochornosa. Se ve que el orientador
compartió con un pastor amigo lo oído. El aconsejado visitó la iglesia de este pastor y escuchó en la
predicación SU PROPIA HISTORIA. Ya no confía en ningún pastor.
3- No alarmar. Circula el mito de que en una sesión, el sondeo es realizado sólo por los
orientadores. Pero toda persona que se acerca a un consejero necesita tomar recaudos que le inspiren
seguridad. Por lo tanto el sondeo es recíproco. Una ocasión, mi hijo menor había sufrido una arritmia
cardíaca severa. El médico de la guardia que lo atendió fue nada considerado. Simplemente dijo: “Nadie
puede vivir con trescientas pulsaciones por minuto. Hay que llevarlo a terapia intensiva, luego operar el
corazón para quemar ese nervio y se acabó el problema.” Mi pobre hijo comenzó a temblar
incontrolablemente y yo me lo imaginaba en la sala de operaciones con el pecho abierto. Tres días
después nos dijeron que la enfermedad no era para nada grave y que se podía vivir toda la vida con ella,
que los síntomas eran lo único molesto. Otros profesionales, en cambio, en los casos de emergencia y
gravedad inducen tranquilidad en el paciente de tal manera que este coopera en toda maniobra y sale
airoso de la crisis. Nuestras palabras, lenguaje gestual del rostro y ademanes pueden reflejar en el
aconsejado que estamos escandalizados por lo que nos cuenta. Esa será nuestra última entrevista con
aquella persona.
4- No olvidar. Entre las necesidades de las personas, hemos dicho con frecuencia que todos
necesitamos que nos consideren como individuos únicos. El olvido del nombre de la persona o detalles
vertidos por la misma durante entrevistas anteriores, presumen que el entrevistado no es importante,
sino uno del montón.
Parte de la acción terapéutica de una consejería radica en el afecto demostrado. Los contenidos
de la memoria se comportan como indicadores de afecto. Conocer el nombre del entrevistado, de su
familia, de su trasfondo, y aún preguntar puntualmente cómo marcha el problema que le condujo a la
entrevista, serán la venia para conservar la confianza en el ministro.
Sin embargo, cuando los aconsejados abundan. Nada servirá más que algún tipo de registro
gráfico de los entrevistados. Las fichas ayudan a recordar el contexto familiar, los antecedentes, el
problema central y algunos otros rasgos que pueden ser de utilidad al momento de aconsejar.
5- No subestimar. El ejemplo que Cristo nos dio jamás debería olvidarse. Él se humilló hasta lo
sumo y puso su tabernáculo entre nosotros. Nació en un pesebre y murió en un sepulcro prestado. Nada
de esto tendría relevancia de no ser que hablamos de Dios mismo hecho carne. Cuando un adulto se
pone en cuclillas para hablar con un niño demuestra su empatía. En cambio, cuando lo hace desde su
altura natural, hace resaltar la diferencia. De hecho, los niños buscan a los que se ponen en cuclillas.
Los ministros de Cristo debemos aprender a “ponernos en cuclillas” para hablar con las
personas. No es que estamos más altos que los demás, sino que no podemos mirar al sufrimiento
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humano desde arriba. Esto es identificarnos con el problema del aconsejado. Nuestras palabras,
nuestros consejos, y toda ayuda que pudiéramos proporcionar, jamás serán tan eficaces como el
mensaje que demos al ubicarnos de igual a igual con las personas. Todo aire de superioridad o
arrogancia nos alejará de quienes esperan comprensión.
A menudo escuchamos de nuestros entrevistados frases tales como: “-Pastor: quizás le parezca
una tontería lo que le tengo que decir pero…” Nuestra invariable respuesta debería ser que NADA QUE
LLEVE A UNA PERSONA A PEDIR CONSEJO ES UNA TONTERÍA. Una cosa es ayudar a que el aconsejado
vea a su problema en una dimensión menor a como lo está viendo, y otra cosa es que nosotros mismos
minimicemos su inconveniente.
Cada creyente tendría que saber que su pastor jamás subestimará sus aflicciones.
6- No desatender. Algunas parodias acerca de los psicoterapeutas, los muestran dibujando
caricaturas o durmiendo mientras el paciente relata su problema. No sería extraño que tales
representaciones se relacionaran con la realidad en alguna ocasión. Pero en el caso de los siervos de
Dios, una pequeña falta de atención será interpretada como desinterés en quien sufre.
En el diálogo “aconsejado – consejero” surgen aspectos dignos de tenerse en cuenta. El mismo
paciente expresará de diferentes maneras el mal que lo aqueja, la preocupación que lo atormenta o la
decisión que está por tomar. Por ello, una pequeña distracción o lapsus no alterarán el concepto que
nos debemos formar. Sin embargo, el entrevistado que advierta en la cara del consejero, que se tomó
un recreo mental, dirá que su problema no le interesaba al ministro.
7- No involucrarse. La imparcialidad resulta vital en toda labor de consejería. La percepción de
quien busca ayuda, es a veces demasiado particular y subjetiva. La tarea del orientador consiste en
permitirle al aconsejado que vea las cosas de una manera distinta para así tomar decisiones
equilibradas. Nadie puede sacar a una persona de un pozo, si se encuentra inmerso en el mismo.
Algunos orientadores, por cuestiones de afinidad, o a veces, por intereses malsanos, dan apoyo a sus
confidentes de una manera muy peligrosa. De esta manera pierden objetividad y empujan a la persona
hacia una miseria mayor. Jamás deberíamos confiar en información unilateral ni resolver la ecuación con
tan pocos datos.
8- No impacientarse. Toda tarea que realizamos por primera vez tendrá como compañera
inseparable a la desconfianza y el temor. Por lo tanto la marcha hacia el desarrollo de la misma será
lenta y titubeante. Quienes nos piden consejo necesitan garantías de seguridad. Buscan comprensión,
aceptación, amor, y propuestas positivas. Nadie quisiera enfrentar regaños y mucho menos malos
tratos. El acercamiento de los creyentes a su consejero difícilmente sea franco y directo. Habrá sondeos
y parquedad. En algunos otros casos el aconsejado dará rodeos incongruentes. El orientador nunca
deberá apresurar esta etapa. Caso contrario alejará al que sufre sin haber llegado al borde del real
problema. Cuando advertimos que una persona da vueltas, deberíamos discernir la razón de esta
conducta y con paciencia ganar la confianza del otro hasta que se anime a decir lo que lo angustia.
9- No condenar. Si Dios nos llamó al ministerio de la consejería asumamos que no siempre
hallaremos víctimas inocentes del sufrimiento. Tarde o temprano nos tocará atender a individuos a los
que la sociedad, de conocer sus hábitos y pensamientos, los tildaría de verdaderos monstruos. Otras
veces escucharemos por enésima vez a un reincidente en alguna inmundicia. En estos días me tocará
atender a una pareja que enfrenta serios desajustes. No sé cuántas veces hablé con ellos, y cada vez
desenrollaban líos que me demandaban más de una hora de escucharlos sin avanzar gran cosa. Todo
parecía en su cauce normal cuando me entero que entraron nuevamente en crisis. Debo atenderlos y
escucharlos, pero no puedo negar que lucho con la tentación de pedirles que me dejen en paz.
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Obviamente, hasta el momento no he caído en esa tentación y pienso no escuchar a la voz de la carne,
ni rechazar o abandonar a creyentes lavados con la sangre de Cristo.
10- No fingir. Normalmente fingimos para no herir con la realidad de nuestros sentimientos. No
existe el perfecto actor y mucho menos en el ambiente del ministerio. Debemos ser francos y genuinos.
Toda actitud simulada mostrará un punto débil que descubrirá nuestra actuación. En consecuencia, nos
volveremos poco creíbles y poco confiables. Lo más triste es que estaremos pecando contra el Señor
que nos encomendó la tarea y perderemos así nuestra autoridad. Debemos tener en claro que una cosa
es fingir y la otra tolerar. Asimismo necesitaremos ensayar todas las maneras posibles de que nuestro
desagrado hiera o incomode a quienes tenemos delante. En una oportunidad llegó a mi oficina un joven
que vivía en pareja con otro del mismo sexo. Se justificaba ante mí de todas las maneras posibles por su
elección. Debí ser muy franco al respecto, pero con un respeto tal que por varias semanas vi al joven
asistir a nuestras reuniones manifestando verdadera emoción. Finalmente interrumpió su asistencia.
Imagino que, como el joven rico, se alejó triste al confrontarse con la demanda del Señor. Tengo la
tranquilidad de no haber influido en su decisión final.
11- Aunque la lista sería interminable, acerca de las prohibiciones que debemos hacernos en la
consejería, vale la pena incluir el no manipular. Repetiremos hasta el cansancio que cada individuo
posee valor y dignidad. No estamos trabajando con muñecos o mascotas. No se trata de “réplicas del
perro de Pavlov” a quienes podemos provocar la conducta deseada. Los aconsejados poseen su libre
voluntad y sus propios criterios que, equivocados o no, deben respetarse y discutirse.
LA POSICIÓN FÍSICA DEL CONSEJERO
Cada cultura determina el contacto físico y la distancia aceptable entre dos personas. Mayor
contacto y menor distancia, suelen interpretarse como invasión de la intimidad. Aún existen casos en
que, a pesar de una distancia aceptable, algunas personas se sienten sumamente incómodas. Tal es la
razón por la que la posición física, que transmite un mensaje, debe considerarse con seriedad.
Una de las primeras precauciones a tener en cuenta consiste en colocar un obstáculo físico entre
el consejero y el aconsejado. Mediante el tal se puede lograr una cercanía que permite la
confidencialidad al mismo tiempo que evita la intimidad. Un escritorio o mesa podría ser lo mejor, ya
que en éste puede colocarse la Biblia, los efectos personales del entrevistado y/o del consejero. Algunos
consideran que muebles de este tipo podrían comportarse como barreras, aunque es preferible una
barrera a una mancha en el testimonio y un escándalo.
Para evitar el efecto barrera, hay quienes prefieren sentarse a un costado del entrevistado. De
esta forma, se aprecia al consejero desde su costado y se elimina todo miedo a la confrontación.
Muchos prefieren enfrentarse a una oreja que a un par de ojos inquisidores. La Iglesia Católica aprendió
bien este beneficio y lo aplicó a los confesionarios.
Como también debe cuidarse la imagen de consejero y aconsejado, una ventana traslúcida a
espaldas del entrevistado impedirá que los mal pensados apelen a sus fantasías para compensar lo que
no ven. Con tal disposición se puede conocer el lugar en el que se encuentra cada uno de los
protagonistas, pero el aconsejado tendrá la confianza de que nadie lo verá expresar sus sentimientos
con libertad. En cambio, el consejero podrá ver si alguien está a la puerta para llamar o avisar algo.
Tal vez parezca obvio, pero jamás, y bajo ningún punto de vista se debe trancar la puerta. No
sólo induciría al pánico a cualquiera que está adentro, sino que daría lugar a todo tipo de malas
suposiciones en los que están afuera.
Desde otro ángulo, el aporte mobiliario de la oficina de consejería debería ser lo más sobrio
posible. La decoración debería manifestar un discreto buen gusto. La fotografía familiar del consejero
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habla de su historia y aporta la autoridad de administrar bien la propia familia. Es válido el reclamo de
Pablo en Timoteo acerca de que los ancianos deben gobernar bien su propia casa. La sobriedad de un
consultorio hará que haya una mínima posibilidad de distracción. Entre los adornos murales el reloj de
pared, situado a espaldas del aconsejado permitirá mantener el control del tiempo sin transmitir un
mensaje de impaciencia por mover el brazo para ver la hora.
La iluminación juega un papel importante. Si bien las penumbras son poco aconsejables, menos
aconsejable es una lámpara semejante a las que ponían en las películas a los criminales para que
confesaran. Una luz cálida ligeramente menos intensa que la del exterior de la oficina contribuirá a un
ambiente distendido.
No está de más el hablar de la comodidad. Una persona a la que sentamos por cuarenta minutos
en un taburete sin respaldo poco colaborará en la consejería. Cuanto más relajamiento permita el lugar
donde se siente el asesorado, más facilidad encontraremos en la comunicación. Cada elemento del
ambiente debe inspirar confianza, comodidad y ausencia de peligro.
Se sabe que el contacto físico es necesario entre las personas. Una mano en un hombro
transmite muchísimo más que decenas de palabras. La forma en que estrechamos nuestra mano
también indicará el grado de compromiso hacia alguien. Pero jamás deberíamos traspasar los límites de
la prudencia. Por el bien del aconsejado, y por el nuestro, el contacto físico se mantendrá acotado.
CUANDO LA CONSEJERÍA SE DESARROLLA ENTRE AMBOS SEXOS
La atracción sexual no es diabólica sino natural. Por lo tanto no se considera monstruoso
reconocer que una persona del sexo opuesto puede ejercer cierta atracción sobre un consejero. Así
como en un avión de pasajeros hay varios circuitos de alarmas, por si uno falla, el ministro de Jesucristo
necesita varios indicadores de peligro.
La selección de un lugar de entrevistas distinto a la oficina pastoral, en relación al sexo opuesto,
representa una imprudencia bastante común, que podría causar verdaderos desastres. Cuando
Nehemías realizaba la tarea de reconstrucción de los muros, lo invitaron a reunirse en el campo de Ono
para negociar quién sabe qué asuntos. En realidad, sus enemigos le tendieron una trampa. Querían que
dejase su lugar, donde estaba protegido y haciendo lo suyo, para caer en el desamparo. Nehemías fue
sabio; no se movió de su lugar de trabajo. Innumerable cantidad de persoas desequilibradas quisieran
tener al pastor en “su territorio” para acosarlo, seducirlo o ensuciarlo.
Pablo Polischuk, en su libro. “El Consejo Terapéutico”2. Sugiere mantener especial cuidado ante
ciertas condiciones. Veámoslas.
1- Si la persona aconsejada es atractiva encontramos una señal de alarma. La consideración del
atractivo de alguien es lo suficientemente subjetiva como para entender que si calificamos a alguien de
esta manera… es porque nos atrae a nosotros y no necesariamente a los demás.
2- Seductividad es una palabra inexistente en nuestro vocabulario. Pero valga el neologismo, si
percibimos que el entrevistado muestra un potencial seductor sobre nosotros, pidamos ayuda. Hay
personas a las que les gusta seducir, pero otros no son conscientes del efecto que ejercen sobre el otro
sexo. Mantengamos distancia, derivemos sin titubear a otro consejero.
3- Algunos individuos demandan atención emocional a los que les ayudan evidenciando una
intensa necesidad afectiva. ¿Qué ego no se complace en saberse satisfactorio de necesidades afectivas?
2
Pablo Polischuk, El consejo terapéutico, (Terrasa, Barcelona, CLIE, 1995), pág. 337
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No subestimemos el peligro de caer en una sutil trampa de acariciar corazones del sexo opuesto y
alimentar fantasías que con facilidad pueden tornarse en reales.
4- Si el contenido de una conversación suscita sentimientos sexuales, “nunca levantemos la
guardia”, simplemente “tiremos la toalla” y dejemos el combate para quien no tenga esa vulnerabilidad
ante una determinada persona. Recordemos que con el habla llegamos donde muchas veces
quisiéramos llegar con los demás miembros de nuestro cuerpo. Las palabras sondean y si, nuestros
interlocutores lo permiten, éstas construyen puentes al otro lado de las fronteras de la ética. Una vez
que construimos esos puentes nos será mucho más fácil llegar a la otra orilla.
5- No suena excepcional que un grupo considerable de personas se sienta insatisfecho en sus
necesidades íntimas. A veces, porque poseen una insatisfacción esencial y otras, por desajustes en la
pareja. Pero la entera satisfacción de la intimidad carece de parámetros objetivos. Los consejeros
pueden formar parte de ese grupo en forma temporal o más o menos permanente. La alarma, en estos
casos debe sonar estruendosamente en nuestro sentido de la prudencia.
Todo lo explicado anteriormente se sitúa en el área de lo que pasa en el interior del ministro en
cuanto a su percepción. Pero también se encontrarán casos en los que las señales de peligro son
externas, en el aconsejado mismo. Seis diferentes condiciones habrá que tener en cuenta para derivar.
1- La dependencia y demanda de atención crecientes se evidencian cuando el entrevistado
recurre a excusas banales para comunicarse con el consejero con mayor frecuencia. Los obsequios,
llamadas telefónicas, cartas o curiosidad por la vida personal del ministro pueden parecer halagadores,
pero en el fondo suelen transmitir un mensaje perturbador.
2- Los elogios constantes e innecesarios hacia el consejero son intentos de conquista, sobornos
que buscan ganar los afectos y bajar la guardia ética de los que ayudan. Obviamente, muy pocas son las
ocasiones en las que existe un genuino y legítimo amor. En realidad se busca la transacción que satisfaga
las complejas necesidades afectivas del aconsejado.
3- También deberíamos dejar de aconsejar a pacientes que verbalizan quejas que aluden a la
soledad y la necesidad de compañía. Una buena parte de estas quejas va acompañada de invitaciones
sutiles o insinuaciones que abren las puertas de la intimidad.
4- Las dádivas, regalos o atenciones especiales al orientador pueden significar un alto grado de
gratitud por el apoyo recibido o también la demanda insana de afecto. En el conjunto de acciones se
puede advertir.
5- Otro signo a tener en cuenta, en lo que a prudencia entre sexos se refiere, es el contacto
físico.
Existen diferentes espacios: el público, cuando nadie se siente invadido por la presencia de
terceros, el social, cuando sólo se advierte la invasión si el espacio es ocupado por alguien ajeno al
grupo, el personal, en el que permitimos la presencia de individuos con los que guardamos cierta
relación y el íntimo, reservado a nosotros mismos y aquel con quien compartimos nuestra vida familiar.
Cada cultura determina la superficie que abarcan cada uno de los espacios. Pero los contactos físicos
sólo se logran cuando se permanece en el espacio íntimo.
Tener la mano del consejero por más de treinta segundos, o tomarle el brazo mientras se le
habla muestran un deseo de control o a veces seducción. Cualquier contacto entre la mano de uno y el
rostro del otro puede denotar intención transgresora.
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6- Finalmente, otro síntoma externo de riesgo entre orientador y orientado es el cortejo. El
cortejo consiste en una serie de rituales que realiza un individuo para conquistar eróticamente al otro.
En el cortejo se presenta una imagen agresiva de las capacidades propias del género del “cortejador”.
Alguna de sus manifestaciones son: caballerosidad (o femineidad) excesivas, exposición de
atributos sexuales (llamar la atención hacia la zona pelviana o torso), galantería, cortesía y amabilidad
en demasía, mostrar destreza, fuerza o habilidades y otras.
Nuestro mensaje, como siervos de Dios debe ser inequívoco. La integridad, no sólo nos hará más
confiables ante los que nos requieren, sino que glorificará a nuestro Padre y traerá tranquilidad
ministerial y espiritual.
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CAPÍTULO 2: LOS RECURSOS ESPIRITUALES Y LAS LIMITACIONES EN LA CONSEJERÍA
En cierta ocasión un electricista se ofreció a reparar un artefacto electrodoméstico. Su
preparación lo capacitaba para instalaciones de red eléctrica. Como el artefacto a reparar funcionaba
con este tipo de energía, imaginó que no tendría ningún misterio el ponerlo nuevamente en
funcionamiento. Para su sorpresa, y la decepción de los dueños del aparato, su intento no hizo más que
dejarlo definitivamente inutilizado. Ignoró sus limitaciones.
Análogamente, la honestidad y ética de los ministros debe llevarnos a la renuncia a los
sentimientos de omnipotencia. Pisar un terreno ajeno nos sitúa en la inseguridad, el daño potencial y
hasta en la ilegalidad.
A su vez deberíamos entender que nuestros recursos y llamado son únicos, y que podemos
hacer lo que otros no. Los recursos espirituales son (o al menos deben ser) nuestro principal
equipamiento.
El Espíritu Santo regeneró nuestras vidas, las transformó y produjo el llamado al ministerio.
Además, la Tercera Persona gestó el carácter de Cristo en nuestros corazones. Los ministerios y los
dones resultan de la acción del Espíritu, y su implementación es vital para el funcionamiento del Cuerpo
de Cristo.
En vistas de lo expresado, los recursos espirituales son inherentes a nuestro servicio, y por tanto
indispensables en la consejería. Dios ve lo que el hombre no puede ver, y su asistencia hará eficaz a
nuestra labor. La sabiduría, que permite encontrar soluciones a problemas difíciles, viene de lo alto.
1- El discernimiento espiritual pertenece a los dones mencionados en la Biblia. Algunos siervos
de Dios se empecinan en usar este don para conocer el nombre o tipo de demonio que causa un
determinado inconveniente. Pero lejos de esto, el discernimiento de espíritu apunta al conocimiento de
las intenciones de los hombres. Detrás de una adulación puede haber un intento de soborno. Un
individuo que se comporta con mutismo puede padecer una seria sicosis, puede estar endemoniado, o
simplemente paralizado por una fuerte tensión. ¿Cómo saber qué rienda invisible dirige los pasos de las
personas? Hasta un profesional se equivoca en esta área. Dios puede mostrar lo oculto a los ojos de los
hombres. Aprendamos a ser sensibles al Espíritu Santo en nuestra tarea. No divorciemos la consejería de
la actividad guiada por el Espíritu, que nuestras armas son poderosas en Dios.
Pablo aconsejó en Gálatas 5:25 que andemos en el mismo Espíritu que nos dio la vida espiritual.
Su consejo apunta al desarrollo del carácter de Cristo, es decir el fruto del Espíritu. Pero también se
refiere al compañerismo con el Señor.
2- La vida de comunión con Dios proporciona un conocimiento, de su Divina Persona,
excepcional. Cuando el siervo de Dios camina con Dios, aprende a marcar el paso al compás de Él. En
consecuencia, la guía del Espíritu puede ayudarle a entender los tiempos adecuados para cada accionar,
la pregunta clave a formular o la respuesta a medida para proporcionar.
3- La comunión de los santos es, por excelencia un recurso insustituible. Se dice que una
persona posee madurez emocional cuando sus relaciones con los demás resultan óptimas, sin descartar
los sentimientos acerca de sí mismo. Proverbios afirma que para afilar un cuchillo hace falta nada menos
que… otro cuchillo. Para ubicar al ser humano en su lugar existencial hacen falta referentes humanos.
Más allá del aspecto social que puede aportar la iglesia del Señor, como comunidad terapéutica,
encontramos el funcionamiento corporativo. Cada hermano funciona como un miembro del Cuerpo de
Cristo capaz de actuar en función de la cabeza, que es Cristo mismo. Nunca menospreciemos los
ministerios y dones que el Espíritu Santo concedió a la iglesia como recurso espiritual. Así como los reyes
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de Israel contaban con profetas que les aconsejaban qué hacer y qué no, valgámonos de personas de
oración que nos hablen de parte de Dios y empleen el discernimiento.
4- Ya que hablamos de la oración, consideremos su importancia. Durante los tiempos de
Josué, los gabaonitas, por temor a que Israel los aniquilase, fingieron provenir de tierras lejanas y
conjuraron al pueblo de Dios para que no los destruyesen. Los hebreos, dieron crédito a lo que sus cinco
sentidos les mostraban y accedieron. En consecuencia, el pueblo de Dios quedó atado a un lastre
innecesario POR NO CONSULTAR AL SEÑOR. Antes de cada acción asesora necesitamos pedirle a Dios
discernimiento y sabiduría. ¿Por qué no clamar por palabra de conocimiento? Después de una charla
seguramente habrá decisiones por tomar y ejecutar. ¿No sería bueno solemnizar las mismas ante el
Señor? Al final de la jornada de consejería nuestras almas quedan cargadas por el peso de las
preocupaciones, gastadas por las emociones experimentadas en el proceso de escuchar, abrumadas por
la impotencia ante algunos casos difíciles. La oración nos permite descargar nuestra ansiedad sobre Él,
que tiene cuidado de nosotros.
Los milagros existen, pero el clamor siempre los precede. Nunca descuidemos la oración como
recurso espiritual de alto poder.
5- La meditación. Pocos cuentan con la lucidez de proveer una respuesta oportuna a los pocos
segundos que escuchan un dilema. Un buen número de personas que nos presenten sus problemas,
requerirá una segunda, tercera y tal vez más charlas. La meditación debe acompañarnos siempre. ¿En
qué consiste la meditación como recurso espiritual? Consideremos algunos ejemplos de otras
profesiones.
Un abogado, luego de escuchar a un cliente, le proporciona una serie de directivas. Pero su tarea
no concluye allí. Consultará leyes y jurisprudencia. Luego elevará el caso a su equipo de colegas para
establecer una estrategia.
Un médico, luego de la consulta de un paciente, puede prescribir una batería de acciones
terapéuticas. Sin embargo, irá a su “vademécum”, consultará otras obras, investigará las nuevas terapias
y verá los análisis solicitados. Eventualmente convocará a una junta de especialistas, para que cada uno
aporte respuestas desde su ángulo.
En nuestro caso, los pastores, en honor a la fe evangélica, desistimos de todo tipo de
“absolución sacerdotal” en la que damos respuesta al penitente y lo enviamos libre. Cada persona
atribulada que llega a nuestro escritorio tal vez reciba un cóctel de primeros auxilios, pero no podemos
desligarnos de la responsabilidad. Debemos meditar en su caso, revisar ante la Palabra de Dios su
corazón y el nuestro, buscar de Dios la opción más sabia. Esto lleva el nombre de meditación.
6- La Palabra de Dios será nuestra aliada en nuestra vida de orientadores. El Señor dijo a Josué
que nunca se apartara de su boca el libro de la ley, sino que de día y de noche meditaría en él. El uso de
la Biblia en la consejería cumple múltiples funciones, ya que es la única regla infalible de fe y conducta.
En primer lugar, la Palabra regula nuestras acciones y pensamientos. Ningún consejo que demos
debe alejarse del espíritu bíblico, AUNQUE NO SIEMPRE NECESARIAMENTE DEBAMOS CITAR TEXTOS
BÍBLICOS.
En segundo lugar, la Palabra de Dios es el código mutuo de orientador y orientado. Esta
autoridad que se posee en común provee una plataforma clara e indiscutible de entendimiento. El
asesorado no se ofenderá con su consejero, si este le plantea un principio bíblico a cumplir, porque el tal
es parte de lo acordado mutuamente.
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En tercero y último lugar la Biblia es la “leche espiritual no adulterada”. Es la palabra que sale de
la misma boca de Dios, que escudriña y conoce la mente y el engañoso corazón. La Palabra de Dios es
como espada de dos filos que penetra a lo más profundo del hombre.
Las Perlas Bíblicas, como así se las llama en varios países, se transformaron para muchos en una
suerte de horóscopo espiritual. Más allá de las razones para cuestionar la práctica podemos rescatar el
principio de la autoridad bíblica. La persona toma esa tarjeta, lee el texto y lo considera rector de su vida
durante ese día. Valiéndonos de este principio, un texto bíblico bien empleado (y bien interpretado)
puede cambiar el curso de la vida de quien solicita asesoría.
La siguiente tabla, adaptada de la obra de Gary R. Collins3 posee una serie de textos bíblicos
aplicables a las situaciones más comunes de consejería.
SITUACIÓN
ANSIEDAD Y PREOCUPACIÓN
AFLICCIÓN
CONSUELO
DEBILIDAD
DEPRESIÓN
DESESPERANZA/DESALIENTO
DIRECCIÓN
DUDAS
ENFERMEDAD
ENOJO
ENVIDIA
ANTIGUO TESTAMENTO
Gn. 28:15; Sal. 20:7; 43:5;
46:1-2, 9-11; 55:22; 50:15;
68:19; 86:7; Pr. 3:5-6; Job.
34:12; Is. 40:11; 41:13
Sal. 23:4; 71:20, 21; 116:15;
119:28, 50, 76; Is. 43:2;
Nm. 14:9; Dt. 31:6; Sal. 23:4;
27:10; 46:7; 73:23; 94:14;
103:17; Is. 41:17; Lm. 3:22-23.
Sal. 27:14; 28:7; 37:10-11;
55:18; 62:11; 72:13; 142:3;
147:6; 2Cr. 16:11; Is. 40:29, 31;
41:10; 57:15; Jer. 10:6; Hab.
3:19.
Sal. 30:5; 34:18; 40:1,2; 42:11;
126:5; Sof. 3:17;
Jos. 1:9; Sal. 27:14; 34:4-8, 1719; 43:5; 46:1; 55:22; 100:5;
119:116; Is. 40:29; 51:6; Jer.
32:17; Ez. 34:16; Dn. 2:23;
Hag. 2:4.
Sal. 32:8; Pr. 3:5-6.
Sal. 37:5; Pr. 3:5-6.
Sal. 103:3.
Sal. 37:8.
Sal. 37:1-7; Pr. 23:17.
FE
IMPOTENCIA
MUERTE
3
Sal. 34:7; 37:5, 24; 55:22; 91:4.
Sal. 23:4; 116:15.
NUEVO TESTAMENTO
Mt. 1:28; 6:31-32; Jn. 16:33;
Fil. 4:6-7, 19; 1P. 5:6-7.
Mt. 5:4, 11:28-30; Jn. 14:1618; 16:22; 2Co. 1:3,4; Fil. 1:21;
1Ts. 4:13; 2Ts. 2:16,17; Ap.
21:3, 4.
Mt. 5:4; 11:28-30; 20:20; Jn.
6:37-39; 14:16, 18; Ro. 8:28,
38-39; 2Co. 1:3-4; 2Ts. 2:1617.
2Co. 12:9; Ef. 3:16; Fil. 4:13.
Juan 10:10; 15:10-12; Gá. 5:22
Mt. 11:28-30; Jn. 14:1, 27;
16:33; 2Co. 4:8-9; Ef. 1:18; 2Ts.
3:3; He. 4:16; 10:35; Stg. 1:12.
Jn. 16:13
Jn. 7:17; 20:24-30; He. 11:6.
Stg. 5:14-15
Col. 3:8; Stg. 1:19.
Ro. 13:13; Gá. 5:26
Ro. 4:3; 10:17; Ef. 2:8-9; He.
11:6; Stg. 1:3.
He. 4:16; 13:5-6; 1Pe. 5:7.
Jn. 14:1-6; Ro. 14:8; 1Ts. 5:9-
Gary R. Collins: “Orientación Sicológica Eficaz”, Editorial Caribe, Miami, Fl S/F, págs. 32 - 33
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NECESIDADES
ODIO
Sal. 34:10; 37:3-4; 84:11.
PACIENCIA
PAZ
PECADO
PERDÓN DEL PECADO
Ex. 33:14; Nm. 6:24-26; Sal.
85:8; 119:165; Is. 26:3; 32:7;
57:2.
Sal. 51:1-4, 10-12; Is. 53:5-6;
55:7; 59:1-2.
Sal. 32:5; 51:1-19; Pr. 28:13; Is.
55:7.
PERDONAR A OTROS
SALVACIÓN
SOLEDAD
TEMOR/VALOR
Sal. 27:10; Pr. 18:24.
Dt. 1:17; 7:21; Jos. 1:7-9; Sal.
4:8; 27:1, 3, 8, 14; 28:7; 31.24;
46:1-2; 56:3, 11; Pr. 3:26;
14:26; 16:7; 1Cr. 16:25-26;
Neh. 4:14; Is. 35:4; 41:10;
43:1-5; 51:12; Jer. 15:20; Joel
3:16;
TENTACIÓN
TRIBULACIÓN
Sal. 9:12; 34:7; 37:39,40; 46:1;
50:15; 121:5-8; 138:7;
10; 2Ti. 4:7-8; Ap.21:4.
Fil. 4:19.
Ef. 4:31-32; 1Jn. 1:19; 2:9-11.
Gál. 5:22; He. 10:36; Stg. 1:3-4;
5:7-8, 11.
Mt. 11:29; Jn. 14:27; 16:33;
Ro. 5:1-2; Ef. 2:14; Fil. 4:7; Col.
3:15.
Ro. 3:23; 6:23; 1Jn. 1:9.
Stg. 5:15-16; 1Jn. 1:9.
Mt. 5:44; 6:14; Mr.11:25; Lc.
17:3-4; Ef. 4:32; Col. 3:13.
Lc. 19:10; Jn. 3:16; 5:24; 10:10;
Hch. 4:12; Ro. 3:10, 23; 6:23;
10:9; Ef. 2:8-9; 1Jn. 1:9-10;
Jn. 15:14; He. 13:5.
Mt. 28:20; Jn. 14:27; Ro. 8:31;
2Co. 1:10; 5:6; Ef. 3:11-17; Fil.
4:9, 13; 2Ti. 1:8-9; He. 13:6;
1Jn. 4:18.
1Co. 10:12-13; He. 2:18; Stg.
1:2-4, 12; 2Pe. 2:9.
Mt. 5:10-11; Jn. 16:33; Ro.
8:28; 2Co. 4:17; 2Ti. 3:12; He.
12:7, 11; 1Pe. 2:20; Ap. 3:19.
6- Finalmente, reconozcamos que cada conversación traerá decenas de incógnitas sin resolver.
Mientras nuestros pies estén sobre la tierra lo natural prepondera. Ser espirituales no significa vivir en
un mundo mágico mientras flotamos. El sudor y el esfuerzo son la cuota diaria. Sin embargo, como
recurso espiritual, contaremos con la esperanza de la intervención sobrenatural. Dios no hará por
nosotros lo que a nosotros nos toca hacer. Pero cuando las posibilidades humanas se agotan o el Señor
quiere glorificarse en determinada situación, llega el milagro. Nada resulta tan satisfactorio como
cuando asesor y asesorado quedan boquiabiertos por el poderoso accionar de Dios.
LAS LIMITACIONES EN LA CONSEJERÍA
Párrafos atrás habíamos manifestado la renuncia a toda aspiración a la omnipotencia.
Deberíamos huir de todo autosuficiente que nos ofrece sus servicios y de sentimientos semejantes en
nosotros. Sin embargo, antes de identificar aquellas situaciones que representan un tope para nosotros,
podríamos señalar un gran punto a favor que necesitamos explotar sensatamente.
Los ministros poseemos un atributo llamado “mística”. Definamos por “mística” a una
combinación de misterio, expectativas y buena predisposición hacia la investidura pastoral. Por alguna
razón, las personas aconsejadas suelen cometer el lapsus linguae de decirnos: “doctor” en lugar de:
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“pastor”. Es verdad que ambos sustantivos terminan con las tres mismas letras, pero más allá de eso, las
personas nos ven como alguien que tiene la solución a sus problemas. No conocen los entretelones de
nuestras vidas, y perciben de nuestras prédicas una seguridad inusual. Obviamente tomarán con mucha
más seriedad nuestro consejo que si se lo diese su mejor amigo.
Esta ventaja, combinada con la sabiduría de Dios, nuestra honestidad y el poder del Señor,
puede arrojar resultados muy positivos. Así y todo, los límites deben advertirse cuidadosamente para
evitar decepciones destructivas o severas consideraciones de renunciar a la tarea.
Lo primero a tener en cuenta son dos paradojas que, a pesar de nosotros mismos, nos
mantienen en humildad.
1- La mayor parte de los problemas que los aconsejados nos presentan poseen solución sin
nuestra ayuda. Descartemos las ideas mesiánicas y dejémoslas para los inmaduros y los narcisistas. Un
buen número de las personas que buscan ayuda cuenta con la resolución de su inconveniente. Lo que
ocurre es que los fuertes estados emotivos y la inseguridad inherentes a los momentos difíciles,
requieren de una voz distinta a las innumerables voces que en el interior se levantan. Se trata de
personas que sólo necesitan un empujoncito para continuar su camino con su propia motricidad.
2- La segunda paradoja nos dice que otra buena cantidad de personas presentará dificultades
que no poseen solución. Las grandes pérdidas no se resuelven, tampoco las carencias, mucho menos los
sentimientos timoneados por corazones duros y reincidentes.
Podemos ayudar a elaborar estrategias de lucha frente a este género de circunstancias y aún
podemos ayudar a cambiar perspectivas, pero nunca lograremos revertir vivencias desencadenantes de
una tragedia.
Si ignoramos la segunda paradoja, nos enfrentaremos a menudo con la sensación de fracaso en
la noble tarea. Entonces recurriremos al mecanismo de defensa de echar la culpa a la poca fe o mala
voluntad de nuestro entrevistado. Este será el principio del fin de nuestra eficacia.
Un vecino de mi casa trabajaba como mecánico. Representaba una enorme tranquilidad contar
con quien resolvía los desperfectos de mi maltrecho automóvil. Para mi tristeza, un día cerró su taller
porque “los metales eran ingratos”. Al poco tiempo abrió un centro de lubricación de automotores. No
hace mucho le pregunté cómo iba el negocio y me dijo: -“luchando”.
En todo oficio y profesión aparecen las complicaciones. La tarea del consejero puede
entorpecerse por diferentes actitudes del aconsejado. Por cada vez que llegue la tentación de
abandonar, el sólo hecho de conocer los obstáculos aliviará la frustración. Aprendamos de una vez que
las complicaciones son parte de la normalidad en toda relación humana.
3- Cuando el aconsejado no es concreto, sino que da vueltas en su exposición, el consejero
experimenta fatiga. La conversación se alarga, el tiempo transcurre infructuosamente y el orientador
experimenta impaciencia.
Los rodeos pueden tener varias razones. A veces se trata de personas que aprendieron ese
sistema de comunicación en su seno familiar. Otras veces pueden deberse a fuertes estados emotivos
que impiden la coherencia. En los peores casos, alguna patología logra este efecto. Lo mejor que
podemos hacer con cosas semejantes es sintetizar lo que creímos entender que era el mensaje y
repetírselo al entrevistado para que corrobore o no lo que percibimos. Resulta todo un arte el poder
interrumpir con amabilidad para recapitular los aspectos significativos.
Las vueltas que el aconsejado da pueden ser, también, maneras de sondear al orientador antes
de dirigirse al punto. De manera semejante, otros suelen complicar la conversación con detalles
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innecesarios, porque simplemente no desea entrar en un tema que le produce temor, dolor, vergüenza
o ansiedad. En estos casos la paciencia juega un rol importantísimo. Al igual que un cazador de aves, con
tranquilidad debemos esperar el momento propicio. De nada sirve apresurar un diálogo, si el aconsejado
no se encuentra preparado para ello.
La tercera razón de los rodeos puede ser el mero deseo de tomar tiempo con el asesor por
necesidad de seguridad, afecto o aceptación. En caso de ser así, habrá que ahondar los motivos de
semejante apetencia.
4- Cuando el entrevistado se vuelve dependiente crónico del consejero, las entrevistas se
repiten periódicamente, pero el contenido de las charlas se vuelve superfluo. El entrevistado busca
todo tipo de motivos para conversar con el pastor. Necesita de su tutela para cada detalle. En otras
palabras, incorporó al consejero en su sistema y reemplazó su propia responsabilidad por la de este
mismo.
Frente a situaciones como esta, bastará con espaciar las entrevistas y los contactos para
desalentar el “cortocircuito” buscado. Otras veces, una charla franca hará que, ante una determinada
consulta el consejero devuelva la pregunta: “-¿Y usted? ¿Qué cree que podría hacer en el problema que
me plantea?”
5- Aunque anteriormente hablamos del tema, toda vinculación afectiva entre el consejero y el
aconsejado hará perder objetividad. Pero además, el consejero puede verse tentado a que
la
frecuencia de las consultas se aumente por el solo hecho de compartir tiempo con quien necesita ayuda.
Además, si el paciente posee conflictos interpersonales, el consejero puede llegar a hacer causa común
con su aconsejado sumiéndolo en problemas más profundos aún. Obviamente, las implicancias éticas y
morales no necesitan explicarse.
Con frecuencia, la oficina del consejero puede admitir interrupciones. Desde algún integrante de
la familia o una secretaria hasta hermano impertinente, componen la lista de candidatos a interrumpir
una sesión. Personalmente veo positivas las interrupciones, porque inspiran la transparencia propia de
alguien que no teme que lo sorprendan en cualquier momento.
6- Sin embargo, tenemos que saber que muchas personas llegan a un nivel de confianza y fluidez
de las comunicaciones con bastante esfuerzo. Usualmente llamamos a este punto “que la persona se
abre”. En estos casos, una interrupción representa largos minutos de retroceso que nos harán volver
al punto de partida.
Los agentes de interrupción, según su frecuencia tienen un orden. El primer lugar lo ocupan los
teléfonos móviles. Hasta hace algunas décadas, la vida era más tranquila. En nuestros días, la ansiedad
es tal que somos incapaces de apagar nuestros artefactos aún en las reuniones de adoración. Nadie, de
los tantos que poseen nuestro número, sabe a ciencia cierta qué estamos haciendo en el preciso
momento de consejería y la música irrumpe en el tiempo menos oportuno. Para los que necesitan tener
el teléfono activo a toda hora, mejor les sería configurarlo a modo silencioso y tener a la vista la
identificación de llamadas para decidir si vale la pena discontinuar un momento clave.
Lamentablemente, nada podremos hacer en el caso que el teléfono móvil que llama pertenezca
a quien vino a buscar consejo. Será decisión de la persona atender o no. Como sea, aunque el asesorado
decida no atender, el solo hecho de escuchar al ruido y mirar el identificador de llamadas representará
un retroceso.
Los teléfonos de línea en el escritorio del pastor hacen lo suyo. Sería de utilidad, en tales casos
delegarlos a un secretario que defina cuándo una llamada puede transferirse.
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Finalmente las interrupciones de cuerpo presente existen. Un secretario/a o asistente bien
adiestrado podría filtrar toda comunicación inoportuna.
7- Un obstáculo inusual en la vida del consejero radica en la insinceridad del aconsejado. Por
miedo, vergüenza, intereses de alguna índole o alguna patología los entrevistados pueden perder la
franqueza. No es difícil detectar las insinceridades. Cada vez que hay cambios de volumen o velocidad
en la voz, cuando el idioma gestual muestra movimientos exagerados y/o la mirada se torna esquiva,
probablemente nos encontremos ante una situación de conflicto o una insinceridad. La inconsecuencia
de un relato se encargará de develar las faltas de sinceridad. Poco se puede hacer en situaciones así,
salvo orar e invitar al asesorado a tener confianza.
8- Otra frustración experimentada consiste en la desaparición del aconsejado. De pronto no
hay más entrevistas y el problema no ha sido resuelto. Sin dudas esto deja un desagradable sabor. Es
probable que ante situaciones de este tipo pensemos que tenemos en nuestras manos la iniciativa de
buscar al “perdido”. No sirve de nada sentar bajo presión a quien no lo desea. Lo máximo que podemos
hacer consistirá en expresar que las puertas quedan abiertas y disimular nuestra decepción. Más de una
vez los consejeros castigan con la indiferencia a los desertores de su consejo con el único resultado de
alejarlos más y para siempre.
En algunos casos aislados podemos encontrar personas que interrumpen abruptamente la
entrevista, por percibirse amenazados en su seguridad. Esto se suele dar con más frecuencia en los
casos de mediar entre dos partes en conflicto. En estas ocasiones, uno de los dos se levanta con fastidio
o indignación, se excusa y se retira. Aliviará tensiones continuar la charla con el que queda, pero
también será saludable citar al evadido, porque claramente demostró un punto débil o sensible que
merece examinarse.
9- Uno de los problemas más comunes en el aconsejamiento a los adolescentes responde a las
respuestas llamadas monosilábicas. Estas consisten en un “si”, un “no” y otras expresiones que cortan
secamente a la comunicación con una sola explosión de la boca.
Podríamos culpar al asesorado por responder de maneras así. Sin embargo, los ministros
podemos ser los culpables de escuchar estas palabras sin sentido por realizar preguntas que demandan
la emisión de un solo sonido. Si le preguntamos a una persona: -“¿se encuentra triste?”. Probablemente
la persona, en especial si no nos tiene confianza dirá “sí” o “no”. Pero la habilidad del consejero
conllevará a preguntar: -“¿Cómo se siente?, lo cual dejará más chances para expresar una oración
completa que refleje algo más el estado del asesorado.
Un recurso infalible, para arrancar al paciente de su silencio, es el permanecer de la misma
manera con nuestras cejas arqueadas, demandando así una frase de la otra parte. No temamos al
silencio y permanezcamos hasta que la persona elabore su discurso. Por lo general, las primeras frases
responden a moldes convencionales y prefabricados, pero nuestra apertura al interlocutor empujará a
que diga lo que no se imaginaba ni pensaba, pero sentía.
De ninguna manera pensemos que los monosílabos son inútiles en la consejería, ya que habrá
respuestas que los requieran, pero tengamos en cuenta que si nuestras preguntas demandan un sí o un
no, iremos al tanteo y nunca sabremos con precisión el problema que aqueja al aconsejado.
Así y todo, nos encontraremos con personas especialmente reacias al diálogo. Otra vez, nuestro
silencio y actitud expectante lograrán hilvanar frases de la otra persona.
10- Un tipo de parquedad sin solución se da en los que van a una sesión en contra de su
voluntad. Los cónyuges y los padres ansiosos nos traen a sus seres queridos para que nos digan lo que
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no les dicen a ellos o bien, para que les digamos lo que no les quieren decir los que lo empujaron a la
cita.
Una persona que llega a la oficina poco convencida de hacerlo, no está madura para una
entrevista. La consecuencia caerá en faltas de franqueza, la comunicación pobre y el mismo silencio.
Evitemos acceder a las solicitudes de terceros, para librarnos del disgusto de perder tiempo con quien
no desea cooperar. En contadas situaciones, los orientados estaban indecisos en acudir a la cita, pero
recibieron el empujón del bienintencionado. En este caso, demos tiempo a que el citado se convenza de
lo productivo de la entrevista.
11- Las emociones juegan un papel importantísimo en la vida de la persona y por ende, en sus
comunicaciones. Debemos prestarles atención en la labor de aconsejar. Las emociones suelen afectar la
percepción de la realidad y también contribuyen a que un mensaje no se transmita fielmente.
En una sesión puede ocurrir que el entrevistado quede anulado por su estado emotivo. El
mutismo a veces responde a estados sicóticos pero otras ocasiones suele manifestar un estado de
choque o estupor. Sin acudir a estos extremos, hay personas que, al evocar vivencias traumáticas, se
ensimisman, bloquean o permanecen absortos. En otros casos quedan imposibilitados de medir la
manera de decir las cosas o gesticular, impresionando de esta manera como una falta de respeto al
consejero.
La paciencia nuevamente encuentra su protagonismo en el orientador. Dejemos que brote toda
la presión, que el creyente descargue toda su tensión o que pueda elaborar sus pensamientos al punto
de poderlos expresar. Nunca apresuremos nuestro juicio en tales circunstancias. Simplemente tomemos
tiempo.
12- La decepción que el entrevistado sienta por su consejero es otro inconveniente inevitable.
Algunos párrafos atrás, decíamos que la mística de un ministro juega a favor de la consejería y la
predicación. El creyente en problemas lo ve al siervo de Dios como un tutor y hasta con cierta
superioridad. Este sentimiento combina las buenas expectativas, la imagen que el ministro posee (que
por lo general es buena, ya que un siervo de Dios la cuida, especialmente ante el público) y la
percepción de misterio. Esta última surge del pensamiento de que el pastor sabe más que uno y que
dice menos de lo que bien sabe.
Cada persona posee su propia colección de expectativas del consejero. Si alguna de ellas se ve
defraudada, los más inmaduros terminan decepcionados, y el encanto llamado mística se desvanece.
Todo individuo maduro sabe que ni aún los mejores profesionales de este mundo escapan de su propia
humanidad. Pero el porcentaje de personas inmaduras se eleva entre los que solicitan entrevistas de
aconsejamiento.
Cuando una persona se decepciona de su consejero, ya no tomará seriamente lo que se le
sugiera ni lo que se le muestre. Simplemente querrá cambiar de orientador o interrumpir los
encuentros. A veces, coincide con la decepción, que el aconsejado superó la crisis y recuperó su
autovaloración, lo que, muy a pesar nuestro es positivo. No obstante será de utilidad enlistar los
posibles motivos de decepción:
A. Falta de respuestas concretas por parte del consejero, pasividad o poco dinamismo
B. Mala retroalimentación
C. No escuchar o prestar debida atención al entrevistado
D. Olvidar detalles vertidos
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E. Manifestar indiferencia poco afecto o mínima cordialidad
F. Actitud autoritaria
G. Rigidez en las alternativas de resolución
H. Espíritu crítico hacia otros
I. Fallas éticas, morales o en las relaciones familiares o interpersonales
J. Indiscreción
K. Mostrar demasiada vulnerabilidad o inmadurez.
L. Chismografía del consejero o hacia el consejero
M. Expectativas demasiado elevadas sobre lo que es un orientador
13- Muy relacionada con las decepciones del entrevistado está la excesiva familiaridad entre
ambos integrantes del diálogo. La familiaridad ayuda, muchas veces a que se fortalezcan los
indispensables lazos de confianza, pero la mayor parte de las ocasiones, se diluye la objetividad y los
consejos no se toman con el rigor que el asesor esperaría. La distancia entre el ministro y el creyente
inspira un respeto que el aconsejado no quiere quebrantar. Jesús anticipó que no hay profeta sin honra,
sino en su propia tierra y en su casa. (Mt. 13.57) Por tanto, cuando el aconsejado nos siente de su propia
casa, se perdió el encanto magistral.
14- Jamás deberíamos olvidar que, dentro de los habituales reveses, el fracaso de una
determinada serie de consejerías ocupa un lugar nada despreciable.
A veces, el consejero pone todo lo mejor en técnica, amor, dedicación y sabiduría. Aún el
paciente llega con la mejor predisposición. Pero los resultados no son los esperados.
No somos omnipotentes y debemos mantenernos humildes para reconocerlo
permanentemente. Puede ocurrir que hemos interpretado mal el problema planteado, o el orientado no
fue franco, o que no había deseos de salir de un estado determinado, o también que el estado
psicológico le impidió modificar una actitud o conducta. Como sea, esta es la limitación más dolorosa
que debemos tener en cuenta para no abandonar la noble tarea.
Dentro del abanico de problemas y personalidades que deberemos enfrentar, hallaremos
individuos con hábitos repugnantes y una historia no menos agresiva para nuestra manera de ser. En
tales situaciones corremos el riesgo de abominar al orientado y perder toda buena voluntad hacia él.
Cualquier ministro que en su niñez haya sufrido algún tipo de abuso sexual, seguramente
luchará con muchos fantasmas si debe aconsejar a quien se confiesa abusador. Otras veces tendremos
frente a nosotros a personas que hicieron daño a otras muy allegadas a nosotros.
Más vale que le busquemos otro asesor al desahuciado por nuestra alma, antes que perder el
tiempo, herirnos inútilmente y dañar a quien se dispuso a confiar en nosotros. Con todo, recordemos la
enorme responsabilidad que tenemos de denunciar las acciones delictivas y no pasar por alto que las
conductas aberrantes, por lo general son consecuencia de severas patologías que requieren obligado
tratamiento médico.
15- La información unilateral representa un riesgo importante a la hora de evaluar los
problemas. Todos percibimos las cosas a nuestra manera, aún con ligeras diferencias respecto a la
percepción de los que nos rodean. Confiar meramente en lo que nos dice el aconsejado, sin proveernos
de otros medios de conocer un hecho, linda con la simpleza.
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En los conflictos matrimoniales es común que una de las partes tenga sobrados argumentos
para declararse dueña de la verdad. Sólo basta escuchar a la “otra campana”, para entender que “un
cuadrado no siempre es la cara de un cubo”. En otras palabras, las cosas no son lo que aparentan, por lo
que necesitamos valernos de bastante más información de la que el aconsejado nos proporciona.
16- En relación con lo anterior, tenemos a veces que escuchar un exceso de información por
parte del paciente. Todo aquel que, antes de mostrarnos su problema, refiere una larga historia, nos
está imponiendo que aprobemos la teoría de que su problema se debe a su historia. Sin embargo, no
siempre será así.
Otras personas se van por las ramas, o bien porque son dispersos, o, porque desean que los
conozcamos más. Dentro de estos casos, aparecerán en la lista personas que confiesan malestar de su
alma, pero los síntomas que nos explican son vagos e imprecisos.
Puede colmar la paciencia que alguien se acerque sin saber exactamente para qué lo hace. Pero
aún en casos así, más allá de las nimiedades que nos presenten se hallan fuertes pedidos de auxilio que
deberemos descifrar.
Saber seleccionar la información, y descartar elementos innecesarios es un arte que no se logra
de un día para el otro.
17- La última de las frustraciones a mencionar en esta parte se da cuando el aconsejado
describe síntomas vagos. Así como en la medicina, una serie de síntomas poco relacionados entre sí
desconciertan al médico, en la consejería ocurre lo mismo.
Necesitamos saber, antes que nada, que no siempre lo que el aconsejado comenta coincide con
su verdadero estado. A veces, en el caso de individuos con trastornos de ansiedad, existe una tensión
interna a la que le hallan el discurso de turno. No nos conformemos con una determinada verbalización,
sino que veamos más allá de lo que se expresa. Busquemos siempre el motor de cada acción, porque
siempre habrá detrás de múltiples dolencias internas, unas pocas causas comunes.
Los obstáculos citados, pueden llegar a ser insorteables. Nuestra sensatez humilde nos guiará a
buscar ayuda frente a casos así. La pregunta es: ¿a quiénes deberíamos pedir ayuda o derivar el
aconsejado? Todo depende de la limitación que hallemos.
Cuando el límite pertenece a nuestra profesión ministerial o persona misma, sin dudas un colega
será la opción. Si llegamos a desahuciar o abominar a un creyente que busca consejo… hasta allí llegó
nuestra tarea. Si el inconveniente que se plantea se relaciona con alguna problemática que no hemos
podido resolver en nuestra vida familiar o vida privada, hemos llegado a la raya, le toca el turno a otro.
En otros casos detectaremos que la persona confunde con puros estados de ánimo a ciertos
dolores de pecho o “pocas fuerzas” a lo que bien podría ser una disfunción cardíaca o simple anemia.
¿Es la falta de apetito un problema anímico, espiritual o físico? Más vale que, paralelamente a nuestra
labor invitemos a que el creyente se haga una revisación clínica completa para descartar lo que nos
traería serios aprietos de no tratarse. El médico es uno de nuestros amigos en el área de la derivación.
Dentro de la medicina están los psiquiatras. Antiguamente se consideraba que los psiquiatras
atendían sólo a los locos. Hasta hoy, si queremos decir que alguien experimenta un desequilibrio
determinado, comentamos que tiene “problemas psiquiátricos”.
El psiquiatra es un médico especializado en los aspectos orgánicos de la mente.
Está plenamente comprobado que nuestras neuronas, las células del cerebro, cuentan en su
conexión con la ayuda de muchas substancias químicas llamadas: “neurotransmisores”. La carencia o
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mala receptividad de los neurotransmisores altera el ánimo y la conducta de las personas. La ciencia
desarrolló una variedad de fármacos que regulan la receptividad de los neurotransmisores y logran el
equilibrio de personas que se veían sumamente perturbadas.
Nadie mejor que un psiquiatra para medicar psicofármacos. Alguna vez, quizás, hayamos
juzgado mal a un creyente que acudió a un médico psiquiatra. Sin embargo, de no ser correcto asistir a
un profesional de este tipo (cosa que de ninguna manera afirmo), resulta peor concurrir a un médico
clínico que nos da un tranquilizante porque nuestra gastritis o hipertensión se deben al estrés. Una cosa
es “tapar” los síntomas o paliarlos y otra es corregir los desajustes producidos por un desequilibrio
químico.
Los pastores, a medida que ganamos experiencia en el trato con los creyentes, podemos
detectar las ocasiones en que deberíamos derivar a un creyente al psiquiatra. Pero ¡Cuidado!
Advirtamos a nuestro aconsejado que el psiquiatra no es un mero “locólogo”.
No siempre corresponde al área química o neurológica el comportamiento o el ánimo.
Experiencias de la vida, dictados paternos y formas en las que fuimos criados nos llevan a que
percibamos la vida de determinadas maneras. Como resultante, hasta podemos afectar las relaciones
interpersonales.
Determinados sentimientos de culpa, temores, angustias y otros sólo requieren de una
“reeducación”. Quienes conocen las leyes que rigen al comportamiento y la mente, están entrenados
para ayudar a su paciente a que enfrente los problemas de la vida con diferentes estrategias o
conceptos. Tanto para conocer el origen de una dolencia (en el caso de las corrientes psicoanalíticas)
como el adiestramiento para vencer sentimientos y tendencias (en las corrientes conductuales), así
como en otras escuelas, los psicólogos tutorean a sus pacientes hacia la madurez y la autodeterminación
equilibrada.
Con frecuencia, los psiquiatras tratan farmacológicamente a sus pacientes, a la vez que
comparten el tratamiento con la asistencia de psicólogos para que, sobre una buena base química, el
paciente aprenda a regular su vida y tornarla más agradable, con la obvia resolución de problemas y
conflictos.
Podemos contar con otros trabajadores del área de la salud como consejeros, paramédicos,
asistentes o psicólogos sociales y varios más. Es sabio mantener una agenda con sus nombres y
teléfonos a la mano, porque con toda seguridad lo necesitaremos.
Por último, un grupo que jamás deberíamos olvidar en la acción honesta de derivar, son los
creyentes a quienes podemos confiar nuestros orientados, para que ejerzan la tutoría sobre ellos. Luego
de los primeros auxilios en los heridos del alma, y las sucesivas verificaciones de su estado, cualquier
creyente maduro y consagrado puede acompañar en la tarea de ayudar a caminar en la vida al que ha
buscado consejo. Recordemos que “derivar” no es abandonar a la suerte de otros. El buen samaritano
de la parábola derivó, pero no se desentendió del problema ni abandonó su compromiso para con el
herido.
Cuándo derivar a un especialista de la salud
Gary Collins4 presenta una acertada lista de manifestaciones que nos dejan en la incompetencia.
4
Gary Collins “Personalidades quebrantadas”, Editorial Caribe, Miami, Fl. s/f pág. 15
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1- Encabeza la lista la serie de quejas infundadas e inespecíficas de alguien que busca ayuda.
Cada vez que una persona se queja de malestares físicos que no poseen explicación clínica,
enfrentamos, probablemente algún trastorno ajeno a nuestra posibilidad de ayuda.
2- No solo las quejas físicas entran en esta categoría. Los que manifiestan permanentes
descontentos con sus semejantes, su situación, su familia, su vivienda y más, dejan en relieve que su
problema no radica en lo que aluden, sino en un estado cercano a las alteraciones mentales.
3- Algunos indicadores psicológicos deben ocupar nuestro conocimiento para descubrir
problemas serios. Entre ellos, la agresión frecuente hace sonar una alarma importante. Todo el que se
muestra agresivo en sus palabras o acciones debe derivarse a profesionales que lo traten. La agresividad
no se presenta sólo hacia terceros sino que puede dirigirse al mismo individuo, lo que con más urgencia
nos sugiere recomendar a un profesional. Últimamente, la violencia familiar cobró muchísima
importancia al punto que en casi todos los países encontramos carreras universitarias para tratar el
tema.
4- Las personas que se retraen reiteradas veces representan el típico caso de graves problemas.
Todos sentimos la necesidad de aislarnos un poco de los demás y estar solos. Por lo general esto
coincide con períodos depresivos o de autocrítica. Pero si tales manifestaciones se repiten en frecuencia
e intensidad exageradas, no perdamos más tiempo.
5- Los mecanismos de defensa, de los que más adelante hablaremos en detalle, son reacciones
que desarrollamos para evitar un quebranto anímico. Frente a una circunstancia amenazante a nuestra
autovaloración o imagen echamos mano a algún mecanismo que “amortigua” la realidad para darnos
tiempo a digerirla. Sin embargo, el uso excesivo, injustificado y sostenido de tales mecanismos revela
que el razonamiento del individuo se encuentra distorsionado.
6- Los trastornos en la percepción también se presentan con frecuencia en personas que
necesitan tratamiento especial. Nuestra mente recibe un determinado estímulo a través de nuestros
cinco sentidos. El reconocimiento del objeto que produce el estímulo lleva el nombre de “percepción”.
Podemos sentir un ruido en el cuarto contiguo, pero la percepción se encarga de reconocer que se trató
de ropa mal colgada que se cayó o un espíritu maligno.
Entre los trastornos perceptivos tenemos a la reducción o el aumento de la sensibilidad. Una
persona a la que los ruidos le molestan más que de costumbre, o que ya no los siente, acusa una
dolencia importante.
La percepción torcida merece una explicación especial. Todo estado emotivo intenso distorsiona
a la percepción. Se cuenta de un joven que murió en el cementerio por jugar una apuesta con otro de
animarse a clavar un cuchillo en medio de unas tumbas abandonadas. Con bastante temor enterró el
arma y al echarse a correr sintió que alguien tiraba de su sobretodo. El terror superó la resistencia de
ese corazón. A la mañana encontraron su cuerpo inerte y su abrigo inexplicablemente clavado en la
grama con un puñal.
7- Las personas que malinterpretan lo que ocurre o lo que se dice están con problemas de
percepción que revelan problemas mayores. El ámbito evangélico pentecostal es un caldo de cultivo
para las percepciones distorsionadas de personas que confunden su enfermedad con cosas que Dios les
muestra.
8- Las alucinaciones pertenecen a la más severa de las percepciones torcidas. Otra vez nos
encontramos con la lucha entre la fe, la buena voluntad y la ingenuidad. Los individuos que ven lo que
otros no ven pueden ser profetas, locos o mentirosos. Ciertas drogas se comportan como alucinógenos,
también algunas enfermedades o episodios febriles sumen al individuo en un estado de semi-
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inconsciencia en el que la aparición de personas, cosas o traslados del cuerpo no son raros. Sin embargo,
cuando alguien que nos visita para consejo relata más de una visión acompañada de otros síntomas,
estemos alertas.
9- El pensamiento pervertido es otro signo de alarma para nuestra tarea. No se trata de ideas
sexualmente perversas, sino de la secuencia de ideas que nada tienen que ver con la realidad. Cuando
una persona relata contenidos sin sentido lógico, o incoherencias, es probable que necesite ayuda
profesional. Otras veces, al encontrar una progresión vaga de ideas o salto de un tema a otro dentro de
un mismo discurso, estamos frente a un tipo de pensamiento pervertido.
10- En el área de las expresiones emocionales también podemos hallar señales suficientes para
derivar un caso.
Por ejemplo la inexpresión, donde el individuo se comporta casi catatónico, merece su atención.
Cuando una persona se encuentra en sus cabales, su área afectiva funciona. De esta manera, cualquier
situación fuerte desata una serie de reacciones claramente visibles. El llanto, los ojos humedecidos,
arqueo de cejas o entrecejo fruncido, rubor o palidez súbitos y muchos otros gestos demuestran que la
persona siente. Pero alguien que permanece inmutable ante el dolor ajeno o las propias tribulaciones
nos avisa que su área cognitiva le impide comprender una situación y en consecuencia sentirla.
Tal vez, lo contrario, en cuanto a manifestaciones son los estados eufóricos. Todos
experimentamos euforia en determinados momentos de alegría intensa o después de una adecuada
resolución de una lucha. Pero las euforias inexplicables o infundadas, y a veces cíclicas nos deben
preocupar al punto de buscar ayuda de algún profesional.
Las depresiones están al orden del día en la población. Hay edades muy vulnerables para los
estados depresivos. También debemos contemplar que los problemas de la vida nos sumen en estados
depresivos que deberían resolverse con el correr de los días o semanas. Pero tenemos casos en los que
las personas dicen tenerlo todo, que no les falta nada en la vida, pero enfrentan una inexplicable e
intensa angustia. No dudemos en derivar estos casos, así como los de angustia profunda por alguna
causa tangible, porque, de no actuar con responsabilidad, podríamos caer como culpables de un
suicidio.
Si se pudiese realizar un gráfico de los estados de ánimo de una persona en relación al tiempo,
hallaríamos una línea suavemente ondeada. Nuestro organismo, compleja creación de Dios, cuenta con
todo tipo de substancias que viajan en nuestra sangre, capaces de alterar el ánimo cuando su
proporción cambia. Las buenas y las malas noticias hacen lo suyo. Sin embargo, cuando una persona
experimenta distancia elevada entre la onda superior y la inferior, estamos frente a un trastorno que se
podría aliviar con ciertos medicamentos. No se puede tomar a la inestabilidad emocional a la ligera.
La falta de ubicación en identidad, tiempo y espacio es un nítido aviso de gravedad que sin duda
alguna demanda la búsqueda de un médico especialista.
Las últimas señales que mencionaremos, dentro de las expresiones emocionales ineficientes son
la culpa, el miedo y la ansiedad infundados. Hace varios años, un joven muy sumiso, que estudiaba en la
universidad me consultó porque tenía “problemas espirituales”. Cuando indagué en qué consistían sus
problemas, descubrí que presentaba un altísimo grado de ansiedad. Oramos, por los exámenes que
debía rendir en sus estudios y pareció calmarse, pero a la semana me llamó por teléfono porque tenía
miedo de “haber blasfemado contra el Espíritu Santo” en algún momento de su infancia. Traté de
explicarle en qué consistía la blasfemia, pero su terror no menguaba. Le aconsejé que fuese al médico a
hacerse un chequeo (porque hablarle de un psiquiatra en ese tiempo hubiese sido suficiente como para
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insultarlo). A los pocos días supe que estaba en manos de un especialista que pudo contener ese brote
de sicosis y ayudarlo a tener una vida más o menos normal.
11- Dentro de la actividad motora se puede advertir la hora de derivar.
La hiperactividad, donde la persona es incapaz de dejar sus piernas o manos tranquilas, presenta
tics exagerados, necesita pararse, caminar mientras habla con nosotros o desarrolla cualquier otra
acción compulsiva, nos muestra un daño que no podemos solucionar.
Seguramente brota de nuestra mente la posibilidad de encontrarnos con un endemoniado.
¿Cómo diferenciar un problema mental de uno espiritual?. Algunos facilistas nos dirían que los
endemoniados no pueden mencionar el nombre de Jesús, o cosas por el estilo. Pero hay personas
maníacas que sienten aversión por lo religioso, debido a malas experiencias del pasado o cosas
semejantes.
Si somos ministros de Jesucristo no menospreciemos los recursos espirituales, entre ellos el
discernimiento de espíritus o palabra de ciencia para conocer bien lo que pasa.
Así y todo necesitamos considerar qué ocurre con los endemoniados y su actividad motora. En
una buena parte de los casos que enfrentamos, pareciera que las manifestaciones violentas de un
endemoniado son consecuencia de la lucha interna entre el individuo que quiere ser liberado y el
demonio que no quiere salir. Esto explicaría algunos de los casos de los Evangelios. Tampoco
descartemos que los demonios buscan cobrar relevancia para distraer. Como sea, la oración, aunque
terminemos derivando a una persona, es infaltable en el consejero.
Párrafos atrás mencionamos la catatonia. Quien la protagoniza se muestra totalmente
paralizado, sin siquiera pestañar. De más está decir que, toda consejería con quien se comporta como
un muñeco, sirve para nada.
Por último, entre las señales motoras de enfermedad, la actividad compulsiva posee su
importancia. Personas que repiten mecánicamente cierto movimiento necesitan ayuda profesional
especializada.
12- Collins5 añade a la completa lista de casos que necesitan derivarse, a la desorientación, los
comportamientos extraños y algunas señales sociales como el fanatismo. Un seminarista, que al poco
tiempo de terminar sus clases desarrolló una serie de acciones violentas que lo condujeron a una
internación, solía guardar la fruta que sobraba de sus almuerzos en su valija, y se levantaba por las
noches a comerla en un rincón. Lamentablemente supimos de su comportamiento previo, cuando uno
de sus compañeros, enterado de su internación se animó a contarlo.
Antes de finalizar con este capítulo haremos una descripción de las tres categorías del
sufrimiento anímico: Las crisis, las neurosis y las sicosis. En la actualidad se trata de evitar el uso de las
últimas dos palabras, más bien relacionadas con el freudianismo, pero nos sirven para comprender los
niveles de gravedad. La neurosis se relaciona más bien con el aspecto afectivo de las personas y es
tratable con perspectivas de cura. En cambio la sicosis se vincula al área cognitiva de las personas y su
tratamiento es paliativo en la mayoría de los casos. Esto no significa que los sicóticos no experimenten
problemas afectivos o que pierdan el total sentido de la lógica.
CRISIS SIMPLE
1. Se trata de situaciones en las que las personas, por lo general necesitan orientación o apoyo.
2. Se deben a problemas agudos que se resuelven
5
Collins, Loc. Cit.
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3. La tarea pastoral ayuda a aliviar el dolor y encontrarle un sentido a lo que ocurre.
4. La labor pastoral afianza en la fe al individuo.
5. Casi nunca hace falta la derivación
NEUROSIS
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
Casos de sufrimiento intenso
Pérdida del sentido de la vida
Incapacidad de disfrutar de los bienes de esta vida
Pensamientos y deseos recurrentes
Angustias incontrolables
Sentimientos intensos de culpa
Ansiedad constante o frente a determinadas situaciones que no la ameritan
La persona es consciente que necesita ayuda
La persona teme enloquecer
Mantiene la sensibilidad hacia los problemas ajenos
Puede ocuparse de sus asuntos
Algunas pocas veces no es necesaria la derivación
Cuando la derivación es necesaria, no abandonar el respaldo y la consejería espiritual
A veces es necesaria la medicación
SICOSIS
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
Pérdida del sentido de identidad, tiempo y/o espacio
Inestabilidad profunda en el ánimo: de la euforia a deseos de quitarse la vida
La persona puede representar un peligro a la sociedad, su familia o a sí mismo
Instalación de pensamientos carentes de lógica
Alucinaciones o falta de límites entre la realidad y la fantasía
Insensible a los problemas ajenos
No puede ocuparse de sus asuntos normalmente
La derivación es obligada
Hace falta medicación con permanente monitoreo médico
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CAPÍTULO 3: LAS RAZONES DEL COMPORTAMIENTO HUMANO
Dos indicadores ponen en relieve el estado de una persona: lo que esta siente y lo que hace.
Cualquier anomalía de alguna de ambas situaciones conduce a solicitar ayuda. Afortunadamente, nada
llega sin razones. Se puede conocer en buena parte, alguna raíz del estado presente de un individuo.
La tarea pastoral, de ninguna manera debe usurpar, como varias veces dijimos, al rol de los que
se han preparado debidamente en la psicología. Pero, sin perjuicio de lo anterior, algunos elementos de
la ciencia nos permiten realizar mejor nuestro trabajo. Así como un abogado penalista debe conocer
algo de medicina forense para establecer una defensa, los pastores necesitamos instruirnos en todo lo
que coadyuve en una buena consejería.
¿Por qué necesitamos saber el origen de un determinado malestar en nuestro aconsejado?
Porque conociendo dónde se gestó (o las raíces del padecimiento actual) comprenderemos el sistema (o
las vivencias y creencias) que sostiene al síntoma que se nos presenta. No solamente asimilamos de
manera sistemática lo que en la escuela nos enseñan. Aprendemos a hablar, sentir, comportarnos e
insertarnos en la sociedad en la que vivimos. Durante la niñez, son los padres y seres más cercanos,
quienes moldean en el sujeto una serie de conceptos, que integrarán luego su personalidad.
Justamente, algunos aprendizajes, que resultan de una determinada percepción de las vivencias o
errores transmitidos, se vuelven dañinos en relación con el entorno y realidad presente. Muchos
sostienen, y en gran manera tienen razón, que si detectáramos los malos aprendizajes o percepciones
de un individuo sufriente, podríamos reeducarlo (o reprogramarlo en términos cibernéticos) y lograr así
su perfecta adaptación al medio en el que se encuentra.
La ciencia descubrió, gracias a las imágenes computarizadas, que en nuestro cerebro, las
experiencias vividas y lo que de ellas sintetizamos se deposita en niveles muy profundos y crea un
verdadero “mar de fondo”. Algunos de estos eventos se pueden recordar con bastante precisión, pero
difícilmente se pueden alterar las actitudes hacia los mismos. Un fuerte estado emotivo, alguna droga o
la hipnosis logran que “floten” esas vivencias profundas. Una vez sacadas a la superficie se pueden
modificar para guardarse de una manera adecuada.
Como sea, si los ministros pudiésemos conocer un poco más de la historia de alguien que pide
ayuda, advertiríamos qué ideas equivocadas o destructivas amenazan su integridad. Allí sabríamos,
entonces, contra qué enseñarles a defenderse y luchar.
Todo comportamiento humano posee una causa y una razón. De nada vale que obliguemos a
una persona a dejar de enojarse por tener su billetera vacía. Sólo lograremos que aprenda a disimular su
disgusto y consumirse por dentro. En cambio, si por ejemplo, advirtiésemos que ese individuo
experimenta un alto grado de ansiedad frente a la ausencia de dinero porque sufrió grandes privaciones
en su niñez, y entendiésemos que muchos enojos en realidad son irritabilidad e intolerancia por altos
estados ansiosos, podríamos ayudarlo a quebrar la cadena de sentimientos que lo conducen a ello.
Simplemente, el comprender que las experiencias de la vida difícilmente se repiten, que con las fuerzas
del Señor podemos adaptarnos a cualquier circunstancia y que, ni un cabello de nuestra cabeza cae sin
la permisión del Señor, se transforma en un arma importante contra la ansiedad.
Cuando alguien reconoce que su sentimiento o acciones perjudiciales responden a un patrón
erróneo, probablemente deje de justificarse y comience a elaborar una estrategia de control y
entrenamiento.
Veamos, entonces las razones por las que alguien llega a estados de sufrimiento.
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Podríamos clasificar al ser humano de acuerdo a cuatro áreas que componen su ser. La
biológica, la psicológica, la social y la espiritual. El área biológica comprende el funcionamiento de todo
su cuerpo. El cerebro juega un papel importante, pero no menos las glándulas y la constitución física en
general. La psicológica se relaciona con su razonamiento, afectos, memoria y voluntad. La social abarca
toda vinculación del individuo con sus semejantes. Finalmente, la espiritual toca la relación que la
persona posee con Dios.
Cualquiera de estas cuatro áreas influye en los sentimientos y en el comportamiento del
hombre. Pero a su vez, se combinan dos tipos de factores en los que estas áreas interactúan. Estos son
los de predisposición y los desencadenantes. Los primeros crean condiciones más o menos propicias
para determinadas reacciones. Luego, los factores desencadenantes son los sucesos más recientes de un
individuo, que lo llevan a la ejecución de las mismas reacciones.
Para ejemplificar el párrafo anterior diríamos que, una pared levantada con una mala mezcla de
cemento será muy frágil. A esta condición la llamaríamos “factor de predisposición”. Como se veía al
muro bastante sólido, un muchacho de gran porte decide treparlo, lo que ocasiona un derrumbe. Esta
acción del joven recibiría el nombre de factor desencadenante.
Análogamente al ejemplo de la pared, todo aconsejado llega a la oficina del pastor con una
predisposición que, combinada con eventos precipitantes, le ocasionaron algún tipo de quebranto. En
mis más de treinta años de ministerio pude advertir verdaderas fisuras tempranas en personas que
parecían felices y desinhibidas que, con el correr de los años y algún suceso adverso, ocasionaron un
derrumbe en su ánimo.
Conocer los factores de predisposición representa una gran ventaja porque ayuda a prevenir los
“puntos vulnerables” de un individuo. El pasado de las personas revela bastantes de esos sectores
débiles y permite armar una estrategia coherente. Casi siempre intentamos armar nuestra propia
defensa contra esas grietas. Pero la carencia de objetividad y los pensamientos viciados, por no salir de
nosotros mismos, impiden que la esta sea equilibrada, coherente y benigna.
Analicemos, entonces, los agentes que predisponen para cada una de las áreas citadas.
1- Dentro del área biológica, la herencia constituye un elemento importantísimo. De hecho, se
sabe que la esquizofrenia, una patología grave, se puede transmitir genéticamente. Sin ir tan lejos, las
tendencias que los padres poseen se transmiten a sus hijos. Siempre resulta favorable pedir a los
aconsejados una semblanza de sus progenitores.
Como anteriormente decíamos, la constitución física y el sistema endocrino (las glándulas)
influyen considerablemente en el temperamento de las personas. Aunque la teoría de los cuatro
temperamentos de Hipócrates carece de validez, es innegable que la química de nuestro organismo
influye en el ánimo y hasta alguna vez se estudió acerca de la relación entre el temperamento y la
fisonomía de los humanos.
Las discapacidades y lesiones adquiridas juegan un rol destacable en la formación de la
personalidad. Quienes los padecen desarrollan una autoimagen particular y una manera propia de
asumir sus limitaciones y la lucha para salir adelante.
2- En el área psicológica hallamos diversos factores. Uno de ellos tiene que ver con el modo de
crianza. El descuido maternal afecta sensiblemente al desarrollo psicológico de los niños, aunque
parezca que por su temprana edad no lo advierten. Dejarlos llorar, sin satisfacer las necesidades básicas,
genera en la mente de los niños una sensación de miedo y abandono que tiende a perpetuarse con el
correr de los años. Los pediatras advierten que los estados de angustia, enojo o ansiedad, más o menos
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prolongados de los padres, son demasiado bien percibidos por sus bebés. Espasmos, irritabilidad y llanto
suelen ser indicadores de fuertes tensiones en el grupo familiar.
De la otra cara de la moneda, la absorbencia paterna despersonaliza a los niños al punto de
“sembrarles” en su mente que su razón de ser son sus mismos padres y nada más. Los padres
demandantes, a veces creen que simplemente están estimulando a sus hijos, pero en realidad los están
usando para sus necesidades de atención y afecto insatisfechas. Todo eso influye en el desarrollo de
cualquiera y se transforma en un punto vulnerable.
Las malas relaciones con los progenitores del sexo opuesto son causal destacado en los futuros
desajustes matrimoniales. Asimismo, los inconvenientes con la identidad sexual refieren a vinculaciones
disfuncionales con una o ambas figuras paternas.
El perfeccionismo de los que ejercen el tutelaje y las consecuentes exigencias desarrollan
angustia a largo plazo de los individuos. Muchos consumen demasiadas energías en sus actividades
sociales porque sienten que “rinden examen” ante sus semejantes. El estrés consecuente será
inevitable.
Los hogares mal constituidos, los monoparentales y las malas relaciones intrafamiliares se
encuentran entre los factores psicológicos de predisposición también. Podríamos sumar a la lista todo
trauma en la niñez, aprendizajes inadecuados y las mismas diferencias individuales de percepción.
3- Collins6 continúa el cuadro con los factores sociológicos.
La primera línea destaca a las ocupaciones o profesiones. Cierto estudio basado en las encuestas
a diversos trabajadores arrojó el dato que los más felices en la vida tenían la ocupación de ayudar a los
demás, indistintamente de sus ingresos económicos. Los ministros religiosos encabezaban la lista, les
seguían los bomberos, y de ahí en más todos los que tenían la posibilidad de cambiar el destino de las
gentes para bien. Al extremo final se hallaban los abogados y empleados públicos.
Existen tareas muy expuestas a diferentes presiones. Se pueden observar ocupaciones muy
ingratas. Todos los que componen las fuerzas de seguridad se enfrentan a menudo al peligro y su trato
se vincula con dos extremos: sus autoridades exigentes, por un lado, y los marginales por el otro. En la
época en que vivimos, los docentes de determinadas comunidades deben tratar con un ambiente hostil
mientras ellos mismos han sido despojados de todo poder frente a manifestaciones de insolencia.
Como sea, la actividad laboral de cada cual puede darnos pistas sobre los posibles problemas
que debe enfrentar.
Las clases socio-económicas componen, también, el cuadro de los factores sociológicos. Se sabe
que la bulimia y la anorexia se manifiestan por lo general en las zonas urbanas pobladas por las clases
media y alta. Como contrapartida, algunos grupos de indigencia han perdido su dignidad y en
consecuencia se volvieron más propensos a la drogadicción, la delincuencia y la promiscuidad sexual.
Aquellos que simplemente creyeron que la buena moral podía servirles para progresar en la vida, se
decepcionaron y ya no les importa nada, hicieron de sus miserias humanas un sistema primitivo de
subsistencia en la vida del que se sienten orgullosos.
El género también ocupa un lugar importante. En los países donde la desigualdad sexual se
advierte marcada, la depresión y los sentimientos de culpa están a la orden del día.
No podríamos olvidar la incidencia del estado civil como factor de predisposición a nivel social.
Un hombre casado posee la carga, sobre sus hombros del bienestar y provisión de su familia. Sin
6
Collins, Op. Cit. pág. 14
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embargo, los hombres solteros de edad avanzada, como así los que han quedado solos por diversas
circunstancias de la vida, enfrentan otro tipo de situaciones.
Para finalizar en el área sociológica, el aspecto religioso tiene que ver muchísimo en lo que a
predisposición se refiere. Los que se vinculan a la brujería y religiones que fomentan la lascivia,
adquieren un desorden en sus valores y relación misma con Dios, que perjudican sensiblemente su
equilibrio emocional. Por otra parte, aquellos que adoptaron algún sistema religioso lleno de prejuicios,
irracionalidades y permanente represión en las acciones y pensamientos, suelen presentar profundas
neurosis.
A su vez, los que han experimentado la gracia de Dios, su amor y cuidados se desarrollan muy
sanos.
4- Como el hombre es un ser bio-psico-socio-espiritual, valga el neologismo, no puede ignorarse
el área de su espíritu, es decir su relación con Dios. La incredulidad, según afirma Collins7, genera una
sensación de desamparo y temor, capaz de enfermar al más fuerte. La carencia del sentido de la vida
sume al humano en el despropósito y consiguiente hedonismo. La ausencia de Dios en la existencia y su
propósito, trae resultados impredecibles, pero siempre definitivamente malos en la mente.
Aunque se pueden reconocer con más facilidad a los factores desencadenantes en una
determinada dolencia, debemos distinguir al menos, a los más importantes, para ayudar a las personas a
establecer una estrategia positiva, en el Señor. Además, mirar con los ojos del Espíritu a una experiencia
traumática, nos eleva de nuestro pozo y permite una visión panorámica y despejada de la situación para
cambiar la actitud.
1- En el área biológica, el descanso y la alimentación deficientes, durante un tiempo más o
menos prolongado, suelen detonar crisis. En el seminario en el que sirvo, desde hace unos 26 años, me
ha tocado observar a jóvenes que luego de someterse a la tensión propia de la época de exámenes, en
la que poco se duerme y mal se come, estallaron en brotes sicóticos y conductas antisociales.
Obviamente, la predisposición existía patente en aquellos casos.
Las diversas enfermedades hacen lo suyo. Cualquier infección altera el humor de una persona. El
mal funcionamiento de una glándula podría hacer creer a un creyente que su vida espiritual es una
sequía. Pero así es el organismo: Posee la capacidad de alterar el ánimo y la tendencia de los
pensamientos. Ni qué pensar de las afecciones físicas que dejan a las personas al filo de la muerte, o al
menos les hacen tomar conciencia de lo frágiles y volátiles que son. Las mutilaciones y las postraciones
temporales o permanentes precipitan estados de angustia y sufrimientos, luego de los cuales no somos
los mismos. Si la lesión se produce en el cerebro, la complejidad de problemas es mayor aún.
No podemos ignorar que los agentes químicos hacen lo suyo también. Desde el alcohol hasta un
medicamento recetado, pasando por las drogas ilegales son responsables de ocasionar alteraciones en
el comportamiento y pensamiento.
Se cierra la lista de los factores biológicos desencadenantes con los cambios de etapa a lo largo
de los años. Los pasos de la niñez a la pubertad, de allí a la adolescencia y de la vida adulta a la senilidad
no son sólo nuevas hojas en el almanaque. El organismo funciona distinto, algunas glándulas cambian su
producción de hormonas y las personas experimentan dificultades que las llevan a buscar ayuda en un
consejero.
Un muchacho preocupado por sus sueños eróticos acompañados de poluciones nocturnas
hallará alivio frente a un consejero que sabe que su sistema reproductor llegó a su mayor capacidad, y
7
Collins, Loc. Cit.
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que esto influye en lo referido. Si se entrevistase con quien ignora esta etapa, podría desarrollar el
pensamiento de que se encuentra poseído por quién sabe qué demonio. De más está decir las
consecuencias. Una mujer que circunda el medio siglo sufrirá sensaciones y estados de ánimo que
podrían alterar su relación matrimonial, de no contar con un buen asesoramiento. Los hombres
también sufren cambios biológicos en sus años de madurez. Cambios de los niveles de testosterona
pueden causar lo que a veces se llama “andropausia”. Algunos síntomas incluyen padecer de fatiga,
pérdida de energía, y no tener la misma agilidad física que antes tenía. Un buen consejero puede
ayudarlo a entender esas nuevas etapas biológicas.
2- A nivel psicológico, los agentes de tensión detonan alteraciones importantes. Aunque más
adelante hablaremos a detalle de todo ello, al menos identifiquemos los tres tipos más relevantes: las
presiones, los conflictos y las frustraciones. Las primeras consisten en circunstancias o personas que
obligan a actuar de determinada manera, en contra del gusto o voluntad. Los conflictos, en cambio, son
diferentes alternativas a escoger. Bien suele llamárseles “encrucijada”, porque el individuo sabe que una
mala decisión le representará más pérdidas que beneficios. Las frustraciones se dan cada vez que una
expectativa no se cumple. Si la frustración se relaciona con elementos que ocupan un alto lugar en la
escala de valores, la tensión que se genera es mayor.
3- En el área sociológica se presentan múltiples factores definitorios. Sin dudas, las tragedias de
la vida, las guerras, las catástrofes y los accidentes ocupan un lugar prominente. Las modificaciones en el
estado civil de las personas suelen dejar efectos trascendentes.
Las pérdidas y las reestructuraciones en la escala social hacen lo suyo respecto a las afecciones
del alma. Otras veces las tensiones propias de determinadas ocupaciones o profesiones socavan el
ánimo de las gentes. Finalmente, los cambios en las responsabilidades de la vida suelen ser un elemento
desequilibrante de la psiquis.
4- Finalmente, el pecado, la culpa y la falta de comunión con el cuerpo de Cristo forman parte de
los factores desencadenantes espirituales de una personalidad quebrantada.
Cada vez que el consejero escucha a un individuo sufriente, deberá evaluar y reconocer cómo ha
sido su historia para interpretar la manera en la que el aconsejado percibe al pasado inmediato. A su
vez, las carencias y traumas de la niñez revelarán la sensibilidad que las personas hacia determinadas
situaciones.
Para decir lo anterior en otras palabras, la manera en la que un humano percibe a su presente,
depende, en gran parte, de lo que aprendió de sus vivencias pasadas.
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CAPÍTULO 4: LA VISIÓN INTEGRAL DEL ACONSEJADO
Como afirmamos en el capítulo anterior, conocer los aspectos vulnerables o factores de
predisposición de alguien, es, en cierta manera, “encontrar la punta del ovillo”. Asimismo, informarse
sobre el o los acontecimientos que desencadenaron el daño resulta provechoso para enseñar la manera
de atacar al problema. Pero no podemos basarnos solamente en lo que el aconsejado nos relata.
Precisamos recabar toda la información posible, aún de lo que no nos dice quien pida ayuda. Para ello
será de utilidad repasar varios aspectos.
En la era de las sopas y los cafés instantáneos nos encantaría “escuchar, hablar y despachar” al
creyente que solicita nuestra asistencia. Pero si el plan de redención llevó años de historia antes de
culminar en Cristo, y nosotros mismos hemos necesitado que Dios nos prepare por tiempo antes de
recibirlo en nuestro corazón, no podemos esperar menos de dos sesiones para orientar debidamente a
un atribulado.
Por lo general, la primera sesión posee limitaciones aunque resulta clave para el desarrollo de la
consejería. En esta el aconsejado libera sus tensiones. Llega por lo común con un nudo de sentimientos y
pensamientos que se presentan desordenadamente. Es frecuente que la persona se diga en voz alta:
“¿Por dónde empiezo?”. Allí probablemente llore y descargue sus emociones de manera grotesca. Los
odontólogos saben muy bien que no pueden extraer una muela infectada, porque su remoción
desparramaría los gérmenes. Antes tratan la infección con antibióticos y antiinflamatorios para luego
proceder a la extracción. Análogamente, las personas buscan a un ministro cuando se sienten
desbordadas e impotentes. Habitualmente esto ocurre cuando su mente y corazón se hallan inflamados.
Armémonos de paciencia y entendamos que aquellos son momentos sagrados y clave para ayudarle a
ordenar su mente, y así “desinflamarla”.
Otros pacientes, en cambio, llegan tomando excesiva distancia prudencial por temor a la
reacción del consejero al dejar en evidencia sus problemas, fallas y vergüenzas. La cautela con la que se
acercan incluirá resistencia a toda sugerencia que podamos proporcionar. Nadie en la vida acepta
consejos de desconocidos de primera mano.
Para uno y otro caso, nuestra franqueza y predictibilidad acercarán las partes. Asimismo, la
actitud que manifestemos podrá infundir nuestro amor y aceptación hacia el orientado o nuestro
rechazo e impermeabilidad.
Cada vez que el doliente se siente comprendido, amado, aceptado, y en especial oído por el
pastor, se habrá logrado el punto óptimo para un diálogo fructífero.
Para mirar desde otro ángulo lo expresado, digamos que la primera sesión básicamente,
establece las reglas de juego sobre las que se desarrollarán las sucesivas entrevistas. Con que logremos
esta meta en el primer día, démonos por satisfechos. Sin embargo podemos adelantar algunos otros
elementos de utilidad que permitirán conocer el perfil del aconsejado.
Imposible de obviar es el género. Hombres y mujeres poseen diferente naturaleza, diferentes
propensiones y distinta crianza. La manera en la que se exponen a la sociedad también difiere.
Posiblemente, un hombre sienta mayor preocupación por satisfacer su necesidad de poder que por la
necesidad de seguridad. Una mujer suele dar mayor atención a la seguridad que a cualquier otra
ambición.
Cada edad enfrenta sus diversas problemáticas. Los adolescentes se concentran más en el
futuro inmediato que en el lejano. Los adultos suelen medir las consecuencias con mayor anticipación.
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La inclusión de la edad del orientado, en la base de datos que el pastor lleva, contribuye a un
tratamiento más detenido en los aspectos propios de esa etapa.
Otro factor dignísimo de tenerse en cuenta es el estado civil. Las estadísticas advierten que las
depresiones y los suicidios aumentan su índice entre los solteros y aún más entre quienes se encuentran
solos luego de haber conocido la vida matrimonial. Las entrevistas con una mujer casada tendrán más
probabilidades de tratar sobre asuntos matrimoniales o maternales antes que los de otra índole.
Por otra parte, la situación familiar en la que se encuentra el aconsejado revelará muchísimo
el origen de sus padecimientos. ¿Es una familia disfuncional? ¿Viven sus padres? ¿Se trata de una
familia armoniosa? ¿Existe violencia familiar? Son todas preguntas a las que deberemos hallar la
respuesta.
El grado de instrucción del orientado arroja innumerables datos sobre el perfil de este. Las
personas de escasa preparación podrían ignorar la previsión a largo plazo. Algunas de ellas han
sucumbido a sus deseos inmediatos, porque no les inculcaron una cultura de responsabilidad. Las
personas que en las ciudades de grandes adelantos mantienen un bajo nivel escolar, suelen ser
consecuencia de padres que no se interesaron en su futuro, lo cual dejará huellas imborrables.
Cada ocupación posee sus riesgos y ventajas. Las posibilidades de que un bombero sufra
accidentes relacionados con su abnegada labor siempre serán más, porque su tarea representa grandes
riesgos. Se sabe que los docentes se exponen a condiciones muy poco salubres. La resistencia de los
niños para acatar de buena gana las indicaciones, la condescendencia de los padres hacia sus hijos, las
presiones de sus autoridades, las políticas de turno, y cuanta complicación surja ejercen un deterioro
sobre quienes adoptaron la vocación de la enseñanza. Para un orientador, el conocer la ocupación de los
individuos que trata, le ayudará a familiarizarse con sus particularidades.
Algunas corrientes filosóficas tratan de introducir el concepto erróneo de que somos producto
de nuestro entorno. Aceptar tal afirmación significaría ignorar el alto grado de responsabilidad que
tenemos de nuestros hechos. Más bien somos producto de un sinnúmero de factores, de los cuales
nuestra voluntad ejerce una importante influencia. Pero no podemos ignorar que la comunidad en la
que nos encontramos influye en nosotros con su escala de valores y principios.
Los corintios no podían entender por qué Dios condenaba la fornicación. Ellos se habían criado
al pie de una altiplanicie en la que se erigía el templo de una de las diosas más importantes de su
cultura. En aquel templo, se cree, más de mil sacerdotisas ejercían la prostitución y todos los hombres
de la ciudad concurrían a rendirle culto a Afrodita por medio de la práctica sexual con aquellas
muchachas.
Paralelamente, los judíos que allí residían se escandalizaban de semejantes prácticas, y no había
manera de que entendiesen a los naturales de Corinto. Sin dudas, el conocimiento del entorno de quien
orientamos, aportará datos valiosos para dibujar su perfil.
Quizás parezca redundante, pero la historia del aconsejado también sirve para conocerlo con
mayor profundidad. Su pasado revelará cualquier factor de predisposición y también lo que
desencadenó su problema. Las experiencias sobresalientes que haya vivido forman parte de esa historia.
Todo hecho que el aconsejado puede evocar, seguramente influyó en su ánimo y forma de percibir la
vida. Si lo recuerda… es simplemente porque lo afectó.
Las preguntas que debemos hacer
Muchas de las preguntas que haremos son más que obvias, pero no por eso las evitaremos.
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La primera de ellas: ¿Cuál es el motivo de la entrevista?, conduce directamente a la molestia
con la que el individuo carga. Habrá ocasiones en que la respuesta no será sincera por razones
anteriormente citadas. Pero debemos comenzar de alguna manera y el diálogo allí se iniciará.
¿Desde cuándo se encuentra así? ¿A partir de qué experiencia? Son dos preguntas en una que
guiarán al paciente a descubrir el factor precipitante de su estado de ánimo. No olvidemos que en el
ejemplo del muchacho sobre el muro, este último se cayó, porque había una falla en su construcción.
Nuestra habilidad y discernimiento espiritual guiarán al descubrimiento de todo mar de fondo que haya
contribuido a los efectos indeseados.
En algunas ocasiones podríamos identificar como factor desencadenante a una experiencia que
en realidad no precipitó absolutamente nada. Basta con preguntar: ¿Es la primera vez que le ocurre? Si
la respuesta es negativa, habrá más trabajo por delante hasta saber qué inició el problema.
De ninguna manera debemos catalogar a estas preguntas como un interrogatorio policial, y
menos asociarlas con las que un médico nos hace mientras elabora la ficha clínica. Nuestra tarea se
concentra en ayudar al aconsejado a que halle junto a nosotros la punta del ovillo. Así y todo, debemos
distinguir lo que dice de lo que en realidad quiere decir. Esto es: prestar atención a su lenguaje gestual y
a las omisiones. Los que a nosotros acuden por ayuda no son expertos en lengua y gramática. La
precisión de las palabras no importa. Desarrollemos el arte de escuchar más allá de lo que oímos.
La sabiduría de las preguntas
Toda información que recopilemos se basará en los dichos del aconsejado. Pero poco nos dirá de
su pasado e íntimos pensamientos si no sabemos preguntar. Nuestros interrogantes deben ser lo
suficientemente ambiguos como para que el paciente escoja, entre un abanico de posibilidades a
responder, lo que considere más significativo.
A su vez, para extraer del orientado lo que este no se imagina necesitamos ser perspicaces. De
allí que la formulación de nuestro cuestionario requiere sabiduría. ¿Cómo saber a dónde queremos
llegar con nuestras preguntas? En base a la experiencia de muchas respuestas escuchadas de otros.
Como todo esto es difícil y se logra sólo con el tiempo, definamos, al menos cómo interrogar.
Lo primero a evitar son las consultas que requieren respuestas monosilábicas. “¿Se siente bien
con esta decisión?” nos puede resultar magnífico para formular. Pero el aconsejado simplemente dirá
“si”, “no”, “más o menos” o “no sé”. Obviamente, tales reacciones no nos sirven de nada. En cambio si
formuláramos: “¿Cómo se siente con esta decisión?”. Recibiríamos un lujo de información.
Los cuestionarios adverbiales comienzan casi siempre con: “Qué, cómo, cuándo, desde cuándo,
cuántos, quiénes, por qué, para qué, qué y otras semejantes”
Estas preguntas poseen la facultad de ayudar al interrogado a descubrir por sí mismo cómo está
funcionando su esquema de pensamiento. No hace mucho pedía consejo una señora que sufría una
fuerte angustia con las tormentas eléctricas. Le consulté si alguna vez había tenido alguna mala
experiencia o había recibido la información de alguna desgracia por efecto de los rayos y los truenos. No
recordaba nada.
Mientras la charla proseguía indagué acerca de la actitud de sus padres hacia las tormentas. Allí
surgió que su madre, cada vez que pasaba por allí un avión decía a sus hijas: “¡vayan! ¡Escóndanse bajo
la cama que se les caerá encima!” Aunque de adulta, la aconsejada supone que su madre lo decía
jugando, en realidad transmitió su temor a las hijas. Los truenos son lo que más se parece a un avión por
el fuerte ruido, y porque su proveniencia llega del cielo. Hoy sabe, esta mujer, que el origen de su
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ansiedad en las tormentas nació de un miedo infundado en su madre. Ahora puede controlar mejor su
temor. Las preguntas la llevaron a buscar y hallar.
No hay nada más incómodo entre dos personas de relativa confianza que el silencio. Para un
consejero, en cambio, el silencio debe ser nuestro aliado. No le temamos.
La inexperiencia de un orientador hace que este se vuelva impaciente por la falta de reacciones
de quien le solicitó ayuda. Este factor provoca al consejero a responder por el aconsejado y anticiparse a
sus respuestas. Inmediatamente hace conjeturas y pone aseveraciones en boca de su paciente que lo
alejan más y más del verdadero motivo de la consulta.
Cuando preguntamos, sepamos esperar y logremos que el orientado rompa el silencio cuando y
como lo desee.
El último detalle a considerar son las acciones que acompañan a las respuestas. Unos párrafos
más adelante analizaremos brevemente el lenguaje no verbal por ser este de muchísima importancia en
la consejería. Cada respuesta en la que se transforma el rostro, la postura, la voz y los gestos, demuestra
un enigma que debe dilucidarse.
Cómo estimular al diálogo
Lo primero que un interrogado responde, son, por lo general, respuestas elaboradas. Todos
tenemos frases bien armadas para no sentirnos invadidos en nuestra intimidad, cada vez que se nos
requiere alguna información. Algunas personas que desean calmar su sed en un grifo desconocido,
suelen dejar salir el primer chorro para beber luego el agua fresca. Análogamente, dejemos salir el
primer chorro para conocer lo genuino. Para ello nada mejor que expresiones estimulantes del diálogo.
1- Algunas de estas frases simplemente transmiten empatía para que el sufriente se halle
comprendido y aceptado. Cuando el aconsejado evoque una situación triste, estas frases bien dichas
suavizarán las llagas. “Lo lamento”, “lo siento”, “cómo lo lamento” nos ubican hombro a hombro con
nuestro paciente.
2- Los que padecen un dolor interior necesitan que sepamos que sufren de verdad. En el primer
momento de las pérdidas nadie quiere ser consolado, por el solo hecho de que no aceptan el hecho,
simplemente lo niegan hasta que terminan de digerirlo. Mientras una persona atraviesa la etapa
negatoria se convierte en un bálsamo decirle: “esto debe ser muy duro para Ud.”, “sus lágrimas no son
exageradas” y cosas por el estilo.
3- Hace unos años atrás, en una clase de Psicología Pastoral hablaba de lo importante que es
para el orientado sentirse comprendido por el consejero. En ese momento pidió intervención uno de los
pastores que estudiaba. Recordó que mientras era seminarista residente había sufrido la pérdida de un
ser muy querido. En aquel momento, en mi función de Decano del seminario, tomé tiempo con él, le
escuché, lo dejé llorar y le dije: “puedo comprender tu dolor”. Años después, en la clase de Psicología
Pastoral de ISUM explicaba lo bien que le habían hecho esas pocas palabras.
En los años setenta, cuando el auge del psicoanálisis llegaba a su cima, se satirizaba a los
terapeutas en las tiras cómicas como individuos que dormían en su silla mientras el cliente desarrollaba
su monólogo en el diván. Los pastores deberíamos mantenernos bien lejos de toda identificación con
esa imagen. Los que nos buscan esperan que los oigamos en cada detalle, y que nos acordemos de su
drama como si fuese el único en el mundo. He aquí algunas expresiones que darán la tranquilidad al
aconsejado de que lo oímos y seguimos el hilo. A estas se les llama frases reflejas.
a- “Ud. Quiere decir que…” y parafraseamos su afirmación. Esta manera nos permite adquirir
seguridad en lo que estamos entendiendo, a la vez que le inspiramos esa tranquilidad al asesorado.
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b- Semejante a la oración anterior es: “Si mal no entiendo…”. También podríamos decir:
“Déjeme estar seguro de que entendí bien. Lo que pasa es…”
El simple parafraseo de lo que hemos oído también suele ser una buena frase refleja.
Un recurso inmejorable en este tipo de expresiones consiste en repetir lo referido por el
aconsejado pero enfatizando algunos puntos relevantes, que nos parecen inusuales o que responden a
un sentimiento o conducta inadecuados del aconsejado. De esta manera le ayudamos a descubrir
aspectos muy positivos o negativos.
Párrafos atrás mencionábamos que el silencio debe ser nuestro aliado. Sin perjuicio de lo dicho,
algunas locuciones provocarán más información por parte del aconsejado.
c- “¡Ahá!, ¡Hmmm! ,“cuénteme más” y “¿cómo se siente al respecto?” se comportan como
estimuladoras porque demuestran que el consejero está interesado en el asunto.
d- Para concluir con el tema, reiteremos que aquellos que necesitan ser escuchados esperan que
los aceptemos y no los rechacemos a pesar de sus desaciertos. Podemos anticiparnos a su sondeo y
decirles en determinados momentos: “No crea que esto es el fin…”, “Yo no diría eso… (cuando alguien
emite un juicio muy severo sobre sí)”, “No es el único a quien suceden estas cosas”, “más personas de
lo que Ud. se imagina atravesaron lo mismo.”
Preguntas que debemos hacernos
En el protocolo de recabar datos tenemos preguntas infaltables, que no van dirigidas al doliente,
sino a nuestra comprensión del caso.
1- ¿Es un problema personal o interpersonal? La respuesta no es fácil. Pueden llegar a nuestra
oficina personas que manifiestan un conflicto con sus semejantes, pero la causa se encuentra en ellos
mismos y su naturaleza. Una vez descubierta la verdad seguiremos preguntando sobre el individuo solo
o sobre su relación con otro.
2- Así como en las enfermedades físicas, debemos identificar si el padecimiento es crónico o
agudo. Se le llama crónico si se repite con frecuencia. Se relaciona con la estructura misma del individuo
y la modificación de la estructura cuesta muchísimo trabajo y paciencia.
En cambio, si se trata de un problema agudo, entendemos que comienza y termina. Entonces
nuestra labor servirá para que termine bien y no de manera dañina.
3- La tercera pregunta deberá tener su respuesta durante el primer encuentro: ¿Requiere una o
varias entrevistas? Nuestra tendencia será reducir lo más posible la cantidad de citas de los que nos
resultan desagradables y estirar la cantidad de quienes nos agradan o tocan nuestros afectos de manera
especial. Seamos honestos y abnegados para hacer de nuestra tarea un instrumento de Dios.
4- La cuarta pregunta, en cierta manera definirá la continuidad de la labor con una determinada
persona: ¿Hay alguna patología?
En capítulos anteriores se explicó someramente la sintomatología de las patologías. Nuestra
cotidiana investigación sobre el tema y la experiencia acumulada afinarán nuestra puntería con las
apreciaciones de problemas severos. No contamos con el suficiente entrenamiento como para
diagnosticar una patología. Pero con toda seguridad podemos detectar que algo no anda bien y que se
requiere un especialista.
5presenta?
Para responder mejor a la cuarta pregunta debemos llegar a la quinta: ¿Qué síntomas
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Si los síntomas son físicos, debemos cerciorarnos que no sean psicosomáticos. Una mujer
contaba que en cierto momento del día sufría una insoportable picazón en todo su cuerpo. Mientras me
relataba su padecimiento se presentó el episodio referido. Miré detenidamente el antebrazo de esta
dama, y no había ningún tipo de salpullido que justificara el síntoma. Finalmente el médico confirmó mi
sospecha: la señora enfrentaba una fuerte tensión que la hacía sentirse sucia, lo que le provocaba la
sensación de urticaria.
Los síntomas cognitivos nos advierten que tal vez, debamos remitir a profesionales. Algunas
veces las personas pueden abrigar errores de concepto por ideas mal enseñadas o mal aprendidas. Pero,
cuando quien tenemos frente a nosotros en su discurso no separa la fantasía de la realidad, o que
recurrentemente manifiesta faltas de lógica, estamos frente a un caso en el que nos deberemos declarar
incompetentes. De todas formas esto no significa desahuciarlo sino hacer que alguien que posee la
capacidad de hacerlo trate el problema. De nuestra parte, deberíamos continuar con nuestra asistencia
espiritual hacia este tipo de individuos, siempre y cuando no interfiera con lo que el especialista indica.
Los síntomas afectivos se relacionan con el ánimo del asesorado. La tristeza, la depresión, la ira,
el odio, la nostalgia, el nerviosismo, la hipersensibilidad y otras tantas señales indican que el asesorado
pueda necesitar ayuda profesional y eventualmente medicación. De todas maneras nuestra asistencia
puede aliviar sensiblemente a las personas, si se tratara de sentimientos relacionados con alguna crisis
determinada.
Algunos ministros del Evangelio sienten que traicionan a la fe si derivan al aconsejado al
especialista que los medicará. La razón de tal predisposición radica en un falso concepto que debe
rectificarse.
En primer término, es un mito, y como tal debe desecharse la idea de que todos los estados
anímicos se deben a problemas espirituales. De ninguna manera puedo considerar de origen espiritual,
que mi perro se haya muerto y esto me traiga tristeza.
Muchos estados de ánimo también se deben a factores químicos exógenos o endógenos. Entre
los primeros están los alimentos, en el orden natural, y las drogas. El calcio de la leche posee efectos
sedantes. Muchos bebés, luego de beber leche duermen. También tenemos el ejemplo bíblico de Sísara
a quien Jael dio leche en lugar de agua, y durmió. El café y algunas otras infusiones autóctonas
contienen pequeñas dosis de alcaloides que energizan levantan el humor y quitan el sueño. Algunos
psicofármacos sintetizan o concentran lo que habitualmente provee la naturaleza, a veces para bien y
otras para mal.
Los factores químicos endógenos dependen de las substancias segregadas por las glándulas y
algunas células del propio organismo. La misma hormona que ayuda al nacimiento de un bebé estimula
la producción de leche materna y a su vez ocasiona en el individuo una sensación de amor y confianza.
La agresividad suele tener como ingrediente a la testosterona. La melatonina infunde sueño. Si la
tiroides, glándula con forma de mariposa que se localiza en la base del cuello, funciona mal, el
insomnio, el nerviosismo y la angustia se apoderan del que padece esta alteración.
Otro mito a desechar consiste en creer que el uso psicofármacos prescriptos es pecado porque
alteran la personalidad y “dopan” a la gente cual el alcohol también lo hace. Que el que usa estas
medicinas es un drogadicto legal que con la ayuda del médico se evade de la realidad y sus
responsabilidades. Suponen, los que sostienen esta creencia, que la paz que Dios debería dar, es
reemplazada por comprimidos.
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Ningún buen médico buscará enmascarar los problemas de su paciente con “pastillas de la paz”.
Si el desorden que el individuo manifiesta, tiene su origen en su química, el profesional prescribirá
medicamentos que corrijan el desequilibrio a ese nivel.
Tal vez Dios desapruebe más que los pastores tomemos anti-ácidos o anti-hipertensivos por la
tensión que nosotros mismos generamos con nuestras autoexigencias, que alguien que posee un
desequilibrio ingiera un psicofármaco.
Volviendo al tema de los síntomas del orientado, debemos prestar atención a las señales
espirituales. ¿Hay comunión con el cuerpo de Cristo? ¿Cómo marcha la búsqueda de Dios? ¿La relación
con el Señor es armoniosa? ¿Los pecados cometidos son ocasionales o habituales?
Puede ocurrir que algún problema anímico aparente ser espiritual. No toda persona que se
resiste a orar o leer la Biblia tiene perturbaciones sobrenaturales. Un abatido podría comportarse de la
misma manera. Los que desarrollan fobias sociales buscarán alejarse de las reuniones donde asisten los
demás creyentes.
Una vez determinado el conjunto de señales evaluaremos el posible origen de la dolencia
consultada.
Como hemos detallado, las causas se relacionan con los factores de predisposición y con los
desencadenantes. Pero también deberemos diferenciar las causas primarias de las secundarias. Siempre
habrá múltiples orígenes de un problema determinado, pero debemos discernir cuál es el principal y
concentrarnos en él.
Finalmente necesitamos conocer las causas sistémicas del aconsejado. Este tipo se vincula a
errores de concepto y conductas repetitivas. A veces caemos en un determinado problema por sólo una
decisión mal tomada. Pero otras ocasiones, la mala elección corresponde a un patrón que nos controla.
Una persona desordenada sufrirá todo tipo de inconvenientes en sus relaciones interpersonales, su
economía, su trabajo y hasta su tiempo y energías.
Todos encaramos alguna dificultad de una determinada manera. Pero muchas veces creamos un
molde que suponemos nos da resultado y lo usamos invariablemente a pesar de afectarnos
negativamente en otros aspectos. Ello también puede ser causa sistémica.
Párrafos antes decíamos que el lenguaje gestual ocupa un espacio importante en nuestra
atención. Pero no sólo los gestos entran en esta área. Toda señal física no verbal complementa
inequívocamente al mensaje que recibimos.
Los cambios en la velocidad del discurso pueden señalar conflictos o faltas de sinceridad. Una
persona que comienza a hablar más lentamente, quizás necesite escoger las palabras adecuadas para
transmitir un punto delicado. También puede estar controlando cada idea que emite para evitar
contradicciones. Otras veces puede deberse a la mera precaución, en la que monitorea las reacciones
del consejero ante cada palabra que se dosifica.
Las variaciones en el volumen de voz significan miedo, vergüenza, vehemencia, ira o defensa.
Las señas gestuales y posturales, en cambio, pueden transmitir un mensaje totalmente divorciado del
discurso. Las manos sintetizan los hechos, los pies, a dónde quisiéramos ir y el tronco la exposición a la
lucha, el esquive o la huída.
Por lo general, las posturas físicas traslucen un nítido mensaje que nace de las reacciones
primitivas de la niñez. Se menea la cabeza para negar, como si rechazáramos el alimento que aproximan
a nuestra boca. Se ponen los brazos en jarra, como para mostrar un pecho dispuesto a enfrentar un
embate. Se cruzan los brazos para ocultar el pecho de un golpe. Se mantiene un pie por delante del otro
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para mostrar predisposición a salir. Se juega con algún utensilio o tamborilean los dedos sobre la mesa
cuando hay aburrimiento o impaciencia. Se inclina la cabeza para escuchar cuando se acepta una parte
de lo que se dice o se trata de indagar más.
Con la práctica se logra distinguir en el rostro una expresión de temor, de auto-desaprobación,
de disgusto o compasión. Pero sin dudas, cuando el cuerpo altera su ritmo o intensidad de movimiento,
sabemos que hay elementos para repasar en ese punto del diálogo.
El aspecto del entrevistado dice mucho de su personalidad. Aquellos que han visto a un gato
asustado frente a un perro, habrán observado que el felino arquea su lomo y así aumenta su estatura.
Como lo que añadió hacia arriba, simplemente fue quitado de abajo, eriza su pelo para aumentar su
volumen. Como si esto fuera poco, balancea su cola como si fuera un garrote mortal. Todo esto servirá
para persuadir a su posible victimario, de que la lucha no es conveniente.
Los humanos no diferimos en gran cosa del animalito. Con frecuencia intentamos mostrar de
nosotros lo que sabemos que no somos ni tenemos. En especial, aquellos que conviven con el
permanente sentimiento de inferioridad se mostrarán arrogantes, decididos y lucirán su pedantería.
Otras personas estarán frente a un abatimiento tal, que se verán notablemente descuidados y
desaliñados. Los que manifiestan un aspecto semejante también, son los afectados por patologías más
severas.
El narcisismo, dentro de las personalidades distorsionadas, se evidenciará con un importante
despliegue en el vestuario y los cosméticos. También llegará acompañado de relatos heroicos y de otras
grandezas.
El modo de mirar del aconsejado revela también mucho de su actitud. Una mirada concentrada
en los ojos del orientador no siempre demarca sinceridad. A veces puede tratarse de un desafío
amenazante. Otras ocasiones, un embustero o un manipulador se comportarán de la misma manera. La
mirada en el vacío responde a varias posibilidades. Ciertas culturas consideran una grave falta de
respeto la mirada directa. La timidez conlleva a desviar la vista del interlocutor. Otras veces se mira al
vacío para recrear un recuerdo o inventar una historia. La alteración de la verdad en un relato impulsa a
evadir el rostro del consejero, porque es una forma de decir: “por favor, no me pregunte más, que tengo
temor de que se me pille en la falsedad”.
Finalmente, la respiración representa una señal notable. Alguien que está aterrorizado paraliza
su respiración porque su mente le está enviando la señal de que está escondido y cualquier movimiento
lo hará blanco de un ataque. Todo el que se muestra agitado, intenta oxigenar sus músculos para la
huída.
El establecimiento de una meta
En toda labor de orientación las metas son obligadas. Los ministros ejercemos la docencia en
todo momento. Quien se encuentra con nuestro oficio seguramente aprende algo nuevo y bueno (o al
menos así debería ser). El orientado debe experimentar algún tipo de cambio luego de las sesiones.
Uno de los objetivos posibles es la modificación de conceptos equivocados. Un matrimonio
visita al pastor por serias desavenencias entre ellos. El pastor descubre que la causa primaria de la
desarmonía radicaba en la renuencia de la esposa a las relaciones sexuales. Luego de indagar lo
suficiente sale a luz que la mujer se había criado en un hogar de violencia donde el padre golpeaba a su
esposa con fuerza. Las relaciones íntimas de aquel matrimonio eran tan tempestuosas como sus
discusiones. La niña asimiló que el coito era una experiencia dolorosa y no consentida por la mujer.
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¡Ese sí que era un concepto equivocado! El pastor debió dedicar semanas de instrucción para
asentar que el sexo es obra de Dios que se practica placenteramente bajo el mutuo consentimiento y el
amor de la pareja.
No sólo los conceptos se pueden modificar sino también las conductas. Los seres humanos
adquirimos hábitos de todo tipo. Algunas de nuestras acciones pueden tornarse destructivas o dañinas
para nosotros y/o los demás. Un joven llegó al despacho pastoral porque se sentía sin amigos. A decir
verdad, no se trataba sólo de un sentimiento sino de una realidad. Todos sus contemporáneos rehuían
su presencia. Por razones bien complejas de explicar, el muchacho acaparaba las conversaciones y hasta
se tornaba impertinente y desubicado. Tuvo que cambiar su comportamiento. El pastor le explicó que la
interacción gratifica la comunicación y a su vez consolida las relaciones de amistad. Además hubo que
trabajar en las razones que llevaron a este muchacho a asumir semejante comportamiento.
Pareciera demasiado fácil cambiar la conducta o los conceptos. Lejos de ello, ambos elementos
son producto de la construcción que uno hizo de su propia vida con la ayuda de sus allegados. Por lo
tanto la reeducación es imperativa a la vez que trabajosa.
Tal vez tengamos una docena de asuntos que deben arreglarse en la vida del aconsejado. Pero
considerémonos felices con tratar un asunto a la vez… aunque algunos temas demandan muchas
sesiones.
Durante la asistencia escolar los maestros nos daban tareas para el hogar. De niños pensábamos
que tales trabajos eran muestras de sadismo docente, empeñado en hacernos imposible la estadía
hogareña. Hoy sabemos que las tareas reforzaban el aprendizaje. Análogamente, cada vez que
sembramos un nuevo concepto en el orientado o, lo alentamos a desarticular su esquema de
comportamiento, necesitamos ayudarlo a reforzar lo vertido.
Algunas veces doy a quienes asisto una lista de versículos bíblicos a memorizar. Otras ocasiones
motivo a que algunos esposos busquen todas las semanas alguna manera creativa de mostrarles amor a
sus cónyuges. Todos son trabajos que fijan el correcto accionar.
Unos padres buscaron ayuda pastoral porque su hija se había ido de la casa luego de una
discusión. Ellos lloraban y se sentían víctimas de la ingratitud de quien había recibido todo tipo de
bienes. En la casa de la tía estaba la joven llorando, porque a su vez se creía damnificada por la
incomprensión de quienes eran incapaces de ver sus necesidades. Hubo que trabajar bastante en los
sentimientos y expectativas de cada parte. Pero una sola acción era necesaria: Comunicarse con la hija y
proponerle una tregua en la que intentarían prestar mayor atención a sus carencias. Las acciones a
tomar representan una meta obligada.
En contraste con las anteriores, el establecimiento de acciones a evitar forma parte de los
objetivos a establecer. Un joven ingresó al mundo de las drogas como la mayoría lo hace: a través de
nuevos amigos. El pobre muchacho tenía todo el deseo y la intención de interrumpir su costumbre. Pero
cada vez que se reunía con el grupo recibía presiones de todo tipo que lo empujaban a consumir las
substancias. El problema tenía una buena base de solución si el joven evitaba la acción de acercarse a
sus amigos.
Aquel esposo que está por abandonar el hogar, una vez ministrado puede eludir la tentación de
semejante acto e intentar reconstruir lo derrumbado.
Por último, el reconocimiento del verdadero problema forma parte de nuestra meta en el
proceso de aconsejar. Cuando el individuo asume lo que está mal, se halló parte de la solución. Casi
siempre la gente busca ayuda por lo desagradable de sus síntomas. Pero nuestro deber no consiste en
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“anestesiar síntomas” sino a sacar raíces. El salmista decía: “ciertamente enfermedad mía es esta” (Sal.
77:10), luego de esta declaración, los versos del Salmo cobraron mayor optimismo.
LOS MECANISMOS DE DEFENSA
Todos, sin excepción necesitamos resguardarnos de situaciones que desintegren nuestra
autoconfianza y autoestima. Los mecanismos de defensa amortiguan el impacto de cualquier agente
que amenace nuestro interior y dan tiempo a que digiramos adecuadamente los sucesos que podrían
destruir nuestro sentido de dignidad.
Se definen como mecanismos de defensa a las reacciones del inconsciente frente a situaciones
que la persona considera peligrosas. A pesar que estos son de valiosa ayuda en los primeros momentos
de un golpe psíquico, su uso prolongado o abuso suelen ser indicadores de inmadurez o insania. Por eso,
los tales pueden tornarse un verdadero obstáculo en el progreso del aconsejamiento ya que el
orientado no puede asumir su verdadero problema y encarar una acción positiva. A su vez, el consejero
puede percibir mal el problema del paciente y malograr los resultados.
Dentro de la enorme cantidad de mecanismos de esta índole, mencionaremos los más
frecuentes.
1- La represión consiste en olvidar todo recuerdo bochornoso o que causa dolor. También
ocurre que quien articula esta reacción borra de su memoria algún compromiso que consideraba
desagradable en algún sentido. Hallamos varias situaciones en las que una persona no puede recordar lo
ocurrido inmediatamente antes y después de haber sufrido un accidente. No debe confundirse con las
amnesias temporales o permanentes que surgen de las conmociones cerebrales. Suelen presentarse
serios entredichos entre las personas que reprimen fragmentos de un diálogo desafortunado y quienes
bien recuerdan los detalles.
2- “En esta iglesia hay mucha gente hipócrita”, decía un creyente a quien el pastor había
reprendido por una inconducta. En realidad, este sujeto no hacía otra cosa que ver en los demás su
propio problema. Actuaba la vida cristiana en la iglesia, pero su privacidad decepcionaba. Tal es la
proyección. Cada vez que alguien “proyecta” en los demás su propio problema y echa culpas en los otros
de lo que es su responsabilidad estamos frente al mecanismo de defensa. A mayor inmadurez, más uso
de los mecanismos. Por eso hay que tener especial cuidado al escuchar a un individuo que culpa a los
demás de ciertas acciones y actitudes.
3- La racionalización, en cambio, no descarga la culpa sobre otros de una manera concreta, sino
que la descompone en una secuencia de pensamientos en los que pueden o no estar involucrados
terceros. El hombre adúltero, a quien se le recrimina el hecho, puede explicar que fue seducido por
aquella mujer, que su propia esposa no le prestaba la atención ni le dispensaba cuidados, que estaba
pasando por un momento depresivo y necesitaba gratificarse de alguna forma, etc. Quizás tengan que
ver todas estas razones, pero ninguna justificaba a tal acción, que siempre dependió de la voluntad del
marido infiel.
4- De niños, cuando nuestra capacidad de comunicación era limitada, la única manera de
manifestar disgusto, temor o dolor era el llanto. En la medida que adquiríamos el control y nos hacíamos
entender, disociábamos la angustia del enojo y podíamos mostrar episodios de ira pateando muebles,
usando los juguetes como proyectiles o golpeando puertas. Todas estas reacciones conmovían a
nuestros padres que corrían solícitos a nuestro lado y obviaban las reprimendas que habían iniciado. La
regresión se comporta como un retroceso hacia la infancia, donde ejercemos acciones de comunicación
primitivas que traslucen angustia o ira. Lloriquear en medio de una discusión, retirarse de una charla
desagradable con un portazo o dar puñetazos contra un escritorio en medio de una controversia son
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formas de regresión. También el terminar abruptamente una confrontación mientras afirmamos que no
nos quiere nadie, o que nadie nos tiene en cuenta pertenece a este tipo de articulaciones.
5- Una forma cómica de graficar la sustitución, que es otro mecanismo, se suele ver cuando el
jefe trata mal al empleado, porque su esposa lo maltrató antes de salir al trabajo. El empleado, al final
de la jornada se comporta hostil con su mujer en la casa. La mujer regaña brutalmente a su hijo. El hijo
patea al perro, éste muerde al gato y el felino persigue al ratón que una vez en la cueva salta cruelmente
arriba de la araña. La sustitución consiste en canalizar una reacción de una manera equivocada y
sustituir a quien deberíamos hacerlo objeto de nuestra reacción por alguien que consideramos menos
amenazante. Todo agravio necesita una vindicación para volvernos a valorizar. La necesidad de
vindicación se vuelca en personas inapropiadas para ello, pero se produce el alivio de todos modos. Los
problemas que esto genera se acentúan en las relaciones interpersonales.
6- La sublimación consiste en volcar de una manera distinta en objeto y forma las diferentes
tensiones que se experimentan. Un caso típico de sublimación se da en mujeres que, luego de haber
discutido infructuosamente con sus hijos se ponen a limpiar sus pisos frenéticamente o estrujan la ropa
que lavan de manera descontrolada. Recuerdo a uno de mis hijos que, en un momento de frustración,
descargó sus energías con estridentes acordes del piano. No siempre se sublima de maneras positivas.
Con frecuencia se ven hombres que luego de una acalorada pelea se largan a fumar un cigarrillo tras
otro.
7- La compensación posee similitudes con la anterior. Pero la dinámica consiste en balancear las
frustraciones con los logros. Aquellas personas que en los deportes se creen ineptos suelen desarrollar
su capacidad intelectual más de lo usual. Los hombres que toman conciencia de atravesar la
andropausia, pueden volverse tenaces deportistas, o bien, incansables lectores, expertos cineastas y
quién sabe qué otras metas compensatorias de su disminución viril.
8- Uno de los aspectos de la inmadurez es la falta de identidad propia. De niños queremos ser
como nuestros padres. De adolescentes buscamos otros modelos más que no son necesariamente
nuestros progenitores, porque caminamos hacia la independencia. En esa época, los dormitorios de los
muchachos y muchachas se ven empapelados de fotografías de sus ídolos. Estas figuras muestran a los
jóvenes lo que ellos quisieran ser hasta que, poco a poco, forman una identidad propia e independiente
de sus tutores circunstanciales.
Pocos afiches o posters se ven en el cuarto de un adulto. Sin embargo, aquellos que no
maduraron lo suficiente o que se consideran poca cosa asimilan la personalidad de algún notable y
adquieren sus formas. Con vergüenza debemos admitir que las réplicas baratas de Billy Graham, Oral
Roberts, Jimmy Swaggart, Marcos Witt o Carlos Annacondia circulan por todos lados. En el mundo
secular, los Diegos Maradonas y los Elvis Presley demarcan el estado de la sociedad. Así es la
identificación
9- La imaginación y la creatividad son el toque Divino que nos diferencia de los animales. No sólo
esto sin que los adelantos científicos y tecnológicos se obtuvieron gracias a estas áreas de la mente.
Algunos sostienen que resulta muy saludable el fantasear por momentos. Así y todo, cuando la mente
“vuela” con el propósito de evadir de la realidad a un individuo, no debe pasarse de breve recreo y
retornar los pies sobre la tierra. Por eso las fantasías compensatorias pertenecen a los mecanismos de
defensa. Casi todos hemos soñado alguna vez con nadar en una piscina de dinero, hacer un viaje de
maravillas o retorcer el cuello del bandido que nos defraudó. Pero tal imaginación no habrá trascendido
de la medianoche. Cuando ese estado se prolonga por horas y nos anula en el actuar debido, abordamos
lo malsano. La pornografía tiene que ver con la fantasía. Quienes hacen uso de la inmoral gráfica utilizan
su imaginación para realizar con su pensamiento lo que hubiesen querido concretar físicamente.
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10- La formación de reacción hace que la persona se comporte exactamente contraria a como lo
siente habitualmente. Para ejemplificarla, un creyente se halla resentido con su pastor porque lo ve
lejano a sus necesidades y problemas y porque no cumplió sus expectativas de cuidado pastoral. Este
creyente está enfadado con el ministro al punto de determinarse que no lo mirará ni le dirigirá la
palabra si se cruzan en el camino. Sin embargo, cuando el pastor lo llama a su oficina, el creyente se
muestra muy amable y hasta empalagosamente amigo del siervo de Dios. No se trata de hipocresía. No
está dando el beso de Judas. En ese momento siente un cariño genuino y espontáneo.
Otro típico ejemplo se da en los padres de hijos que en su momento fueron indeseados. Estos
padres, como en su inconsciente tratan de deshacerse de su descendencia, actúan con temor de
perderlos y los sobreprotegen. Pareciera que hay una lucha interna entre dos criterios. En la formación
de reacción, el criterio más débil se impone y el más fuerte, que por lo general es indeseable se relega.
11- Cuando Sigmund Freud, precursor en el estudio del inconsciente, escribió sobre la histeria, la
catalogó como manifestación exclusiva de las mujeres, dado que la cultura de aquel entonces favorecía
tal reacción. Los desmayos, las parálisis, las cegueras voluntarias y tantas manifestaciones somáticas de
índole dramática abundaban en la Europa del siglo XIX. Histeria proviene del latín y a su vez del griego
“hyster” que significa matriz (de allí histerectomía = extracción del útero). En nuestros días sabemos que
este tipo de reacción no es exclusivo del género femenino y que se presenta como consecuencia de
angustias o conflictos reprimidos.
Un ataque convulsivo podría alarmar al orientador en medio de una entrevista. Pero si el tal se
comporta de una forma contradictoria con cualquier razón clínica, la indiferencia será el mejor remedio.
El caso de las parálisis es semejante. Toda parálisis repentina correspondería a causas neurológicas.
Cada miembro o sector del cuerpo posee una zona de comando en el cerebro. Si hubiese un daño
cerebral capaz de causar la inmovilidad, esta se presentaría acompañada de otros síntomas y señales.
En el caso de las cegueras voluntarias, las distintas intensidades de luz hacen variar el diámetro de la
pupila.
12- El término “neurastenia” significa sin fuerzas por causa de los nervios. Los que experimentan
este mecanismo se confiesan débiles, sin ganas de nada, con escasas energías para hacer y para hablar.
Algunos, frente a circunstancias adversas se dejan caer en la cama y se desentienden de los asuntos
cotidianos. De esta manera eluden responsabilidades y presiones.
13- El aislamiento no es, como la palabra lo insinúa, apartarse de los demás. Lo que se aísla es
una secuencia de conductas de otra. Con vergüenza ajena noto que algunos ministros del Evangelio se
muestran con una investidura de piedad, pero sus actitudes y acciones en el hogar o en la calle dejan
mucho que desear. Un juicio liviano acusaría de hipócritas a los que se comportan así, pero en realidad
separan de su conciencia un accionar del otro. Mientras ejercen su buen rol olvidan su violencia verbal y
se sienten los santos de vitrina. Cuando llega el momento de manejar sus asuntos personales, se aíran y
borran de su atención el rol benévolo. Se creen con toda la razón del mundo de hacer lo que hacen.
14- Por último, la negación tal vez sea el mecanismo de mayor uso. La mujer a la que el marido
golpea reiteradas veces, en cada oportunidad está segura que no lo volverá a hacer. Aquella madre cuya
pareja abusa sexualmente de su niña, no cree los relatos de la pequeña, aunque hay claras señales de
los hechos. Ese novio, a punto de casarse con la joven bonita que no teme a Dios, prefiere ignorar el
futuro incierto que le espera. El enfermo al que proporcionaron un mal diagnóstico piensa que se
equivocaron. Ese hijo, que contempla al cuerpo inerte de su padre en el féretro, cree que está
respirando. Todas estos casos refieren lo que es la negación. Hasta el borde de nuestros labios aflora la
frase “no puede ser” o “no lo puedo creer” cuando oímos algo desdichado.
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Estos y otros mecanismos de defensa más tendrán el potencial de desviar nuestra atención y la
del orientado del verdadero problema o bien, la propiedad de señalarnos el punto clave de un conflicto.
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CAPÍTULO 5: DEFINICIÓN DE CRISIS, SUS CAUSAS Y RESOLUCIÓN
Un joven tenía bien claro lo que esperaba de su futuro. Había estudiado en la mejor universidad
disponible en su ciudad, y con los mejores profesores. Pese a su edad, los mayores lo tenían en cuenta y
admitían en sus reuniones privadas.
Las puertas de la política se le abrieron de par en par y estaba a punto de tomar un
protagonismo que lo lanzaría al estrellato. Contaba con el aval escrito de los más altos líderes. Rumbo a
la ciudad donde se consagraría protagonizó un incidente traumático que lo llevó a reconsiderar
seriamente su razón de ser y para quién debía trabajar. En medio de tal crisis le sobrevinieron todo tipo
de síntomas y quedó anulado por varios días. En ese punto de divergencia tenía la opción de entregarse
al abandono y la auto-decepción o cambiar de dirección. Un buen consejero lo reorientó al punto que
este joven afectó mucho más luego de la crisis que antes. ¿El nombre del consejero? Ananías. ¿El joven?
Saulo de Tarso.
Una crisis, para los griegos, era el momento en el que un camino se bifurcaba. Cuando un
enfermo llegaba a un punto donde comenzaba a sanarse o empeorarse, se decía que llegaba a su crisis.
Para los chinos, el ideograma de crisis consiste en dos signos, de los cuales uno demuestra pérdida de
esperanza y el otro una nueva oportunidad. El diccionario define a la palabra como “mutación
importante en el desarrollo de procesos de orden físico, históricos o espirituales”. Otra definición reza:
“Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes”.
Por lo común, las crisis de intensidad van acompañadas de síntomas físicos, como pasó con
quien sería Pablo. Cayó al piso y perdió la vista. Las crisis leves no desatarían semejantes elementos,
pero generan la tensión suficiente como para que la presión sanguínea se eleve, aumente la frecuencia
cardíaca, se incremente la sudoración y se perciba un dolor profundo en el pecho. Las crisis a largo plazo
suelen detonar enfermedades.
Las manifestaciones mentales como el temor y la obnubilación en el ejemplo bíblico, son
frecuentes y variables según el valor de los posibles resultados del conflicto. Quien atraviese la
encrucijada enfrentará múltiples pensamientos que punzarán su tranquilidad. A mayor ansiedad, serán
más las ecuaciones mentales que ensayará el afectado en su desesperada búsqueda de resolución.
En el área social, una situación compleja puede alterar las relaciones interpersonales. Quien se
concentra en su problema se suele aislar de los demás y comportarse poco tolerante hacia el prójimo si
no indiferente.
Espiritualmente las crisis también dejan sus efectos. Luego de un episodio trascendente las
personas aumentan su confianza en Dios o descreen su poder. Todo dependerá de quien les ayude a
interpretar adecuadamente el momento. ¿Dónde está Dios? Me preguntaba una joven que había
perdido a su padre recientemente. Hoy es una sierva de Dios capaz de consolar a los sufrientes. Mi tarea
consistió en mostrarle dónde estaba. Ananías halló a Saulo, y logró que aquella crisis lo transformase en
el Gran Apóstol Pablo.
Los estudiosos clasificaron a las crisis en tres tipos diferentes: Las accidentales o situacionales,
las de desarrollo y finalmente las existenciales.
Las accidentales se presentan a menudo por diversos factores que se conjugan entre sí. Una
pérdida produce un camino bifurcado. Una discusión con personas de alta estima, una reestructuración
laboral, una mudanza, un desacuerdo matrimonial o una catástrofe ocasionan crisis.
Las de desarrollo son estaciones obligadas de todo humano. El paso del kindergarden a la
escuela, de la soltería al matrimonio, de la fertilidad a la menopausia y otros tantos pertenecen a esta
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categoría. La persona que atraviesa aquellos momentos se encuentra en medio de nuevas
responsabilidades, cambios de rol y temores distintos a los de siempre.
Las crisis existenciales se dan, por lo general como consecuencia de las anteriores. ¿Quiénes
somos? ¿Para qué estamos? Son preguntas que la filosofía intentó responder desde infinidad de años.
Dios siempre tuvo la respuesta, pero cada ser humano necesita saber si cumple con el propósito
asignado durante su breve estadía. A menudo, los que alcanzaron una alta cumbre, luego de muchísimo
sacrificio enfrentan el famoso: ¿Y ahora qué? Cada vez que un individuo ve obstaculizada su proyección
al futuro, cae en una crisis existencial que hasta podría volcarlo al alcoholismo, las drogas, las conductas
antisociales y el cinismo.
Solemos interpretar a los embates como una bomba que deja desolación por todos lados.
Pensamos en un solo impacto que nos deja aturdidos y anulados. Pero si reconociésemos a los
diferentes elementos de una crisis, podríamos descubrir y desarticular las diferentes piezas de una
maquinaria. Si una sola pieza de un reloj de cuerda se rompiera, el reloj entero dejaría de funcionar. En
el caso de las encrucijadas de la vida, si detuviésemos alguna de las piezas que las componen,
pondríamos a las situaciones difíciles en su verdadera dimensión y consumiríamos menos energías.
Norman Wright8 diferencia cuatro elementos fácilmente distinguibles. Veámoslos entonces.
El primero es el agente o suceso. Este es el disparador de toda la complejidad. Podría tratarse de
una persona o la acción de ésta. También un accidente podría ser el responsable. La evaluación de cuál
es el agente permite encuadrar la situación de manera objetiva.
Una joven señora comenzó a experimentar una verdadera angustia de muerte. A pesar de que
algunos pastores reprendieron al “espíritu de muerte”, las mejorías no eran notables. Indagando acerca
del momento en que comenzó con lo que yo diría era un “ataque de pánico”, se supo que para esos
tiempos, su mejor amiga había muerto en un accidente. A partir de entonces la invadió una sensación de
vulnerabilidad que le llevó tiempo en asimilar. Hoy lleva una vida absolutamente normal en compañía
de su amado esposo e hijos. El agente fue la manera en que perdió a su amiga. Una vez reconocido el
suceso, era necesario construir una línea de razonamiento sensata.
La vulnerabilidad es el segundo elemento. La persona se encuentra en un estado muy frágil y
permeable. Hay momentos en la vida en los que una experiencia no nos hace mella. Pero en otras
ocasiones tenemos las puertas de nuestra alma abiertas de par en par para que ingrese el intruso que
nos trastorna. Puede ser un momento depresivo. También una enfermedad nos predispone. Quizás una
sucesión de frustraciones prepara el terreno para que seamos fácil presa de los pensamientos críticos.
En el ejemplo de la joven señora mencionamos la sensación de vulnerabilidad. Una cosa es la
sensación y otra la vulnerabilidad misma. La sensación a la que llamaremos factor precipitante, es el
tercer elemento. En las pérdidas y las tragedias cobramos conciencia de lo expuestos que estamos a las
circunstancias y la poca defensa que tenemos ante las mismas. En estas circunstancias se da un efecto
pendular que va desde la sensación de omnipotencia al terror por la suma fragilidad. De pequeños nos
encontramos demasiado protegidos por nuestros padres. Poco nos enteramos de los dramas cotidianos
y todo impacto recae sobre los que ejercen el tutelaje para que lo recibamos amortiguado. Casi no
vamos a los funerales de nuestros contemporáneos mientras tenemos escasos años y no nos interesan
las noticias de los periódicos y la TV. Los muertos de la película vuelven a vivir en la siguiente serie y en
los dibujos animados, los personajes caen de muchos pisos de altura y se levantan con algunos cómicos
machucones.
88
Norman Wrigth, “Cómo aconsejar en situaciones de crisis”, Editorial Clie, Terrassa, Barcelona, 1990, pgs. 19-22,
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En la medida que crecemos nos exponemos al mundo de la realidad, que poco tiene que ver con
el de la infancia. Allí nos desbalanceamos al punto de vernos blanco de todo lo que podría pasar, aún en
el más remoto de los sitios del planeta. Pequeños detalles que nos ocurren pueden ser la “gota que
rebalsa al vaso”.
El cuarto elemento es la sensación de impotencia o crisis activa. En este punto la persona se cree
superada por las circunstancias. En términos marítimos ha perdido el timón y la orientación. Por lo
general, este elemento va acompañado de síntomas de estrés. El insomnio, los dolores musculares, los
cambios de hábitos alimentarios y la irritabilidad son moneda común.
La actitud de pánico o derrota se apodera del individuo, lo cual lo paraliza o conlleva a
decisiones desesperadas y a su vez erradas.
La consecuencia lógica de tal estado es la búsqueda de ayuda externa. Alguien que siente la
impotencia, si posee un adecuado grado de madurez se refugiará en el consejo de quien esté fuera de su
crisis.
La actitud de derrota tiene la característica de robar muchísimas energías en el desempeño de
los asuntos cotidianos. Quienes atraviesan una crisis suelen actuar aletargados y con poco ánimo. Se
equivocarán con frecuencia en sus asuntos y su grado de atención será deficiente debido a que el nudo
conflictivo ocupa la mayor parte de su mente.
Una ocasión llamó equivocadamente por teléfono una dama a mi casa. Decidí hablarle de Cristo
y surgió un diálogo enriquecedor. En él, la señora comentaba que hacía unos meses había sufrido un
asalto violento en su hogar. Desde ese entonces y por varias semanas la invadió el dolor y la auto
conmiseración. Se preguntaba: ¿Por qué a mí me ocurrió todo esto? En determinado momento le llegó
una luz, según decía, que la llevó a cambiar de posición: ¿Y por qué a mí no? Desde allí se compensó en
sus emociones y entendió que estas cosas suelen ocurrir, pero que de ninguna manera tienen que
ocurrir obligadamente o no van a suceder nunca.
Cada golpe en la vida necesita incorporarse bajo un pensamiento sensato que difícilmente se
halle en el mismo damnificado. La asistencia de un ministro ayuda a respaldar y fortalecer a los que
transitan por las crisis de la vida. Nada mejor que la perspectiva de Dios dada por un siervo bien
conectado con Dios. Veamos algunos factores coadyuvantes en una situación de crisis.
1- Lo primero que los ministros debemos tener en cuenta al tratar a una persona que atraviesa
un momento crítico es la percepción dimensionada y objetiva del problema. La famosa frase de
“ahogarse en un vaso de agua” hace referencia a una perspectiva sobredimensionada. El problema que
a veces no detectamos, al ayudar a ser objetivos a nuestros aconsejados, que la escala de valores de
ellos no coincide exactamente con la nuestra. Los valores que están en riesgo en un momento difícil no
siempre son debidamente interpretados por los orientadores.
La empatía es la clave para ponernos en el lugar del doliente. Una vez que hemos calcado la
escala de nuestro paciente pongámonos al lado suyo y ensayemos los posibles desenlaces,
cerciorándonos, a cada momento si pueden pagar los precios de cada decisión. Muchas veces
fracasamos en nuestro respaldo a los que sufren porque les “recetamos un paquete de acciones a
realizar” sin medir adecuadamente los dignos sentimientos de nuestro amado prójimo.
2- Lo segundo es lograr un buen desempeño social del afectado. Una persona que enfrenta una
crisis y permanece sola, hará fermentar el problema y se intoxicará en él. Las múltiples relaciones con
los demás ayudan a medirse, comparar, probar las reacciones, ensayar soluciones y tomar recreos
mentales. Además, no olvidemos que el amor y la aceptación, virtudes que se dan sólo en un grupo,
ejercen un efecto terapéutico.
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61
La iglesia de Cristo cumple una función única en los tiempos críticos. Cuántos creyentes hallaron
refugio en los hermanos de la gran familia de Dios. Mientras escribo estas líneas vuelve a mi mente lo
ocurrido en este día cuando una joven salía de mi congragación mientras sollozaba. Inmediatamente
una hermana la observó y se le acercó. Cuando supo que el motivo de la angustia había sido una fuerte
discusión con su madre, tomó tiempo para oír a la joven, brindarle cariño incondicional y sugerirle
algunas acciones. La joven salió con una perspectiva distinta y para bien.
3- En tercer término, se debe lograr una batería de respuestas adecuadas. Surgen muchas
preguntas en momentos de dificultad. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Quién? ¿Cómo? Y otras tantas son
producto del estado de conmoción. Por su lado, algunas respuestas no se desprenden de las preguntas
sino que responden a la necesidad de acción.
La pasividad en una crisis sólo aumenta la tensión. Hay que enfrentarla de la manera adecuada.
Junto al que padece el problema se deben considerar las posibles acciones y soluciones. ¿Cómo
reaccionar? ¿Cuándo? ¿A quiénes enfrentar? ¿Qué hacer? ¿Qué decir? Nunca debemos precipitar este
actuar sin antes cerciorarnos que la persona ha salido del estado de conmoción.
4- Por último debemos conducir a la persona a que logre limitar la duración de la crisis. Un
pastor amigo, en una de mis clases de Psicología Pastoral emitió un proverbio que sintetizó lo que
estamos diciendo: “Más vale un fin doloroso que un dolor sin fin”.
En nuestra labor de consejería necesitamos reconocer las etapas por las que una persona pasa
cuando enfrenta una crisis. De esta manera evitaremos consumir energías cuando caerán en “saco roto”
y a la vez podremos respetar los tiempos de los que sufren. Desarrollar esta sabiduría nos evitará
comportarnos como “amigos de Job” y nos ayudará a contener a los que buscan nuestra ayuda de tal
manera que, terminada la tormenta se encuentren espiritual y mentalmente enteros. Nuevamente
Wright presenta una tabla que nos permitirá advertir los tiempos.
SECUENCIAS DE UNA CRISIS
FASE I
IMPACTO
TIEMPO
RESPUESTA
Horas
Lucha – huída
PENSAMIENTO
Parálisis,
desorientación
Búsqueda del objeto
perdido
DIRECCIÓN
COMPORTAMIENTO DE
BÚSQUEDA
AYUDA QUE
PRECISA
Reminiscencia
Aceptación de los
sentimientos
FASE II
ESCAPISMO
CONFUSIÓN
Días
Ira – Temor –
Culpa - Furor
FASE III
AJUSTE
Ambigüedad,
incertidumbre
Esfuerzos para
recobrarlo,
separación
Contemplación
perpleja
Semanas
Empiezan los
sentimientos
positivos
Resolución del
problema
Búsqueda de
un nuevo
objeto
Exploración
enfocada
Dirección
orientada al
objetivo
Apoyo,
comprensión
espiritual
FASE IV
RECONSTRUCCIÓN
RECONCILIACIÓN
Meses
Esperanza
Consolidación de la
solución
Reanudación
Prueba de la realidad
Llegar al otro lado.
Esperanza reforzada
Expliquemos la tabla.
Por un lado, en la franja horizontal tenemos a las cuatro fases que atraviesa una persona en el
estado mencionado. En la franja vertical las áreas o aspectos y su manifestación en las diferentes fases.
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Para una mejor comprensión comencemos con la primera fase, a la cual llamamos impacto. Se
trata del momento en que el factor precipitante crea un estado de aturdimiento. La duración de ese
momento suele abarcar horas o pocos días, hasta que poco a poco comienzan a asentarse los
pensamientos. Mientras tanto el individuo intenta luchar y/o huye. El comportamiento negatorio es
común en estas instancias. La persona se resiste a aceptar la condición, creyendo que puede hacerle
frente, pero se da por vencida y se evade.
El razonamiento de los que viven estas instancias se caracteriza por parálisis y desorientación.
No sabe qué hacer. Nunca se deben tomar decisiones trascendentales en circunstancias de este tipo,
porque la mente se encuentra frente a un serio desbalanceo. En cambio, el orientado requiere
decisiones pequeñas de corto plazo. Quienes se enfrentan a la pérdida de un ser querido que tienen a su
cargo no necesitan que se los proyecte hacia el futuro lejano. Simplemente precisan ayuda en las
pequeñas decisiones como los trámites funerarios, el aviso a los conocidos, los gastos inmediatos y el
cuidado de los que viven en la casa durante el proceso de funeral.
En cuanto a dirección, la pérdida no se acepta, por lo que se busca el objeto perdido. Por
ejemplo, alguien que fue despedido de su trabajo hablará con sus compañeros y meditará en hacer
reconvenir a su jefe la decisión tomada. La modalidad en la que se manifiesta la búsqueda será más leve
que en las sucesivas fases. La nostalgia caracterizará a esta etapa. En el caso de los que experimentan
pérdidas afectivas, la búsqueda consistirá en la revisión de fotografías u otros objetos que se asocian al
ser que ya no se verá.
¿Qué podemos hacer los consejeros en este tiempo? Como decíamos, las pequeñas e
imprescindibles decisiones inmediatas para evitar daños colaterales, deben tomarse. Pero por sobre
todo el acompañar a quien sufre y aceptar sus sentimientos.
Algunos creyentes copian el modelo de Jesús, que dijo “no llores” a la viuda de Naín. Pero la
licencia para dar tal orden provenía del milagro posterior. La mujer estaba llorando innecesariamente,
porque el motivo de su llanto se revertiría en absoluto y pasaría del abatimiento a la euforia. En cambio,
si ante la muerte pronunciamos palabras así, causamos un resentimiento impredecible. Quien sufre
necesita expresarse como sea. Su explosión será caótica, pero necesaria.
Recuerdo cuando asistí a la sala funeraria donde unos padres amorosos acompañaban el
cuerpecito de su pequeño, muerto de una infección agresiva y repentina. Antes de poder abrazar a
aquella madre, ésta me dijo con su dedo índice amenazante: -“estoy muy enojada con Dios”. Yo mismo
le había preguntado a mi Señor: “¿Por qué?” una y mil veces sin respuesta. Solamente le pude
responder a aquella madre: “Tu enojo tiene su razón”, y me puse de su lado. Cuando llegó, al otro día, el
momento de la inhumación ambos padres me pidieron que oficiase el servicio. Lo hice. Ya hace dos años
de ese trágico día. Aquella mamá y su esposo aún no pueden explicar razón alguna por la gran pérdida,
pero tienen paz con Dios y lo sirven con renovadas fuerzas.
Los ministros, de ninguna manera somos abogados de Cristo. Más bien nosotros lo necesitamos
a él como nuestro abogado. Dios se defiende por sí solo y se encarga de hablar directamente a los
corazones dolidos que lo buscan. Nuestras apologías nos ubican una vez más en la categoría de amigos
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de Job. El Señor nos puso para llorar con los que lloran en esos casos, servirles en sus necesidades y
nada más.
La segunda fase es la del escapismo y confusión. Su duración suele extenderse a varios días.
Los sentimientos negativos predominan en la respuesta del afligido. La ira, el temor, la culpa y el
furor se presentan aleatoriamente. Los verbos potenciales como hubiera y hubiese brotan, y el afectado
rebobina la cinta de su experiencia y se pregunta qué hubiera pasado si hubiese tomado otras
decisiones. Supe de personas que frenéticamente golpeaban la puerta de su ropero o la almohada de su
lecho. Necesitan a quien culpar, hay ira y ésta requiere un objeto que puede ser el agente de la crisis,
uno mismo o a veces a quien más aman. Recordemos que los mecanismos de defensa sirven de
amortiguador temporal y luego deben retirarse. La proyección, las racionalizaciones, la sustitución, la
sublimación y la fantasía, entre otros emergerán de manera desordenada.
El pensamiento será ambiguo e incierto. Un día creerá una cosa… otro día otra. La persona
“ensaya” líneas de razonamiento hasta encontrar la más satisfactoria. Nunca nos preocupemos por la
inestabilidad de quienes sufren estos momentos. Es lo más normal. Así como los pimpollos florecen por
sí solos, y cualquier ayuda manual los daña, la maduración de los sentimientos pos-traumáticos tiende a
madurar por sí misma.
En cuanto a las acciones a tomar o dirección, comienzan los esfuerzos por recobrar lo perdido.
La persona intenta sobreponerse pero sufre altibajos y son más los momentos en los que se halla
deprimida que exaltada. Las energías perdidas en la fase de impacto no se recuperan de un día para el
otro y esto se hace sentir en la segunda fase.
El comportamiento de búsqueda de lo perdido es más bien contemplativo y sin posibilidad de
resolución lógica. El individuo comienza la lucha en la aceptación de la realidad, pero aún carece de la
capacidad de superar el dolor.
Los consejeros, en esta fase podemos contribuir a que el aconsejado vislumbre un horizonte. Es
momento que asuma una dirección hacia la resolución de la crisis. El establecimiento de una esperanza
de una manera sutil puede presentarse.
En la fase de ajuste, la persona empieza a acomodarse a la realidad. El famoso dicho de “si no
puedes contra ellos, únete” parece cobrar vigencia en los que padecen el conflicto. La duración de esta
etapa es de semanas. Las reacciones del individuo se orientan hacia el lado positivo y pro-activo. Los
pensamientos ya no son retrógrados sino que apuntan a la solución. La persona acaricia un final
esperanzador.
Cuando uno se ajusta a la realidad, deja la búsqueda del objeto perdido y se lanza al reemplazo.
No estamos afirmando que lo perdido se sustituye fácilmente como si fuese un jarrón de vidrio común.
Sencillamente decimos que se redistribuyen los afectos, las energías, el tiempo y las esperanzas de
acuerdo a los objetos existentes. Podríamos comparar este ajuste a una persona que cobró un sueldo de
100 pesos para vivir un mes. De pronto debe comprar un medicamento de manera imprevista que lo
deja con 90 pesos. Las primeras horas del gasto se lamentará y preguntará cómo hará para vivir sin esos
10 pesos. Los siguientes días estará malhumorado porque esos 10 pesos le hubieran significado
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tranquilidad y comodidad. Pero luego de una semana dirá: “estoy con 10 pesos menos y sin ellos debo
aprender a vivir. Deberé AJUSTARME a lo que tengo y dejar de lamentar lo que no poseo. Ya no son 100
pesos en 30 días, sino que debo reubicar los 90 pesos en ese tiempo.
La acción a tomar ya no es ambigua. En la fase anterior la persona busca lo perdido y busca lo
que no sabe, pero ahora la exploración se concentra en un punto. La persona ya sabe tras lo que ha de
ir.
El orientador, en el estadio mencionado debe acompañar al sufriente sin precipitarlo. En nuestro
afán de ver a las personas superando el dolor, empujamos a la acción, sin importar cómo. No sirve de
nada lo que logremos bajo presión. En ese caso estamos haciendo correr a un recién operado. Una cosa
es acompañar y otra empujar. Debemos comprender al aconsejado, permitirle ensayar soluciones y
solamente protegerlo de acciones que pudiesen tener malas consecuencias. En esos momentos
necesitaremos ponernos al lado y enseñar a caminar nuevamente al que sufrió una herida de la vida.
La última fase, de reconstrucción – reconciliación, da término a la crisis. Esto no significa el
hallazgo de la solución. Llevará meses. Pero la persona que llegó a la puerta trasera de la crisis
experimenta esperanza. Puede ver la luz al final del túnel, cobró energías y está dispuesta a luchar
positivamente a favor de su bienestar. Poco a poco se reconstruyen los pedazos y se acaricia el modelo
de resolución.
La dirección que el afectado toma es de reanudar su vida y su camino, pero esta vez desde una
óptica distinta, porque luego de las crisis nadie vuelve a ser el mismo. Para ese entonces la meta
establecida se encuentra a la altura de las circunstancias.
La tarea de consejería, a este punto se reduce a reforzar las esperanzas del damnificado y
prepararlo por posibles reveses. Otra vez el acompañamiento resulta vital y no debemos pensar que la
consejería llegó a su fin, sino que debemos dejar las puertas abiertas para los permanentes ajustes que,
luego de resuelta la crisis se requerirán.
Conocer las diferentes etapas, no sólo sirve al asesor, sino que ayuda al orientado a reconocer
dónde está parado, no angustiarse por los sentimientos que lo invaden y animarse a vivir cada fase
naturalmente y con deseos de progresar a la siguiente.
Como al principio se comentaba, toda crisis incluye un camino bifurcado. La labor del consejero
debe conducir a la elección del mejor camino, que obviamente, en el caso de consejeros cristianos, debe
consolidar la relación con Dios y conducir al afligido a una madurez y sabiduría capaces de multiplicarse
en otros.
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Edgardo Muñoz
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CAPÍTULO 6: LOS AGENTES DE LAS TENSIONES Y PATRONES DE RESOLUCIÓN
Vivimos en la era del estrés. Cuando el médico no encuentra causa razonable de algún dolor
diagnostica un fuerte estrés. La palabra deriva del inglés “stress” que puede interpretarse como énfasis,
aumento de intensidad, fatiga o tensión.
El término surgió en base a estudios del médico y fisiólogo vienés Hans Selye9. Otra manera de
denominar esta afección es “síndrome general de adaptación”. Se define como el conjunto de síntomas
psico-fisiológicos que emergen de condiciones de exigencia y amenaza que con más frecuencia se dan
en el área laboral.
No podemos decir que el estrés es definitivamente malo. Más bien es un mecanismo de
protección que predispone para la acción frente al peligro o algún otro tipo de presión. Las substancias
químicas que el organismo libera durante los momentos exigidos preparan al cuerpo para la lucha. La
sangre circula con más rapidez y presión. La respiración se acelera y los músculos se tensan alistados
para el ataque o huída. En pleno siglo XXI hallamos un gran problema: Los enemigos que enfrentamos ya
no son fieras, tormentas o pueblos invasores. Contra ellos se peleaba antaño usando la mayor fuerza
muscular. Pero en el presente los enemigos son invisibles, abstractos e inciertos. ¿Cómo pelear contra la
escases económica? ¿Cómo luchar contra las fuertes exigencias laborales que restan tiempo a la
compañía familiar que reconstituye? ¿De qué manera enfrentar a la inseguridad que las noticias nos
venden?
Como si esto fuera poco, los medios de comunicación ubican frente a nuestras narices las malas
noticias de cada rincón remoto del mundo. La TV pone la lupa en las revueltas y los vandalismos.
También contribuyen a las malas nuevas la Internet, los periódicos, la radio y los abundantes canales de
noticias que el cable proporciona. En pocas palabras, la gente de la ciudad recibe mucha más
información de la que puede digerir.
Haciendo cuentas, vivimos atormentados con un sinnúmero de fantasmas y usamos armas poco
válidas para estos. En consecuencia “nuestros músculos se encurten en adrenalina”.
Mientras que el estrés es la respuesta psicofísca a situaciones de peligro tangible, el distrés es el
estrés residual que no encuentra el canal adecuado de acción. Un empleado administrativo y un jugador
de lucha libre tal vez enfrenten el mismo grado de estrés. Pero el luchador quemará todo ese
combustible mientras que el empleado habrá consumido apenas el 10% de su estrés. El 90% restante se
habrá transformado en distrés. Los que lo sufren experimentan todo tipo de dolencias y finalmente se
enferman.
Ya demasiado duro es que el cuerpo pague las cuentas de la mente. Pero, como si eso fuera
poco, la tensión disminuye el rendimiento intelectual, afecta la memoria, roba energías a la voluntad y
distorsiona la capacidad afectiva. Los creyentes que padecen esta verdadera patología afectan a sus
trabajos, sus familias y a la iglesia misma.
Los pastores nos exponemos al distrés muy fácilmente. Pertenecemos a una raza que trabaja
más con la cabeza que con las manos. Las muertes prematuras de los ministros deben su causa, en
9
Hans Selye (1907 – 1982)
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buena parte al mal de las últimas décadas. Conozcamos algunos síntomas que nos permitirán descubrir
este problema en nosotros y en nuestros aconsejados.
El sistema nervioso simpático, que actúa sobre los músculos involuntarios, recibe mayor
excitación. Por consiguiente habrá taquicardias, dolores estomacales, trastornos digestivos e
intestinales, aumento de las pupilas y aceleración de la respiración.
Las hormonas de la tensión, que son la adrenalina y la noradrenalina se liberan y producen un
grado de alteración y exacerbación. Se las conoce a estas hormonas como las de las emociones intensas.
De allí que los deportes de alto riesgo son favoritos de los “adictos a la adrenalina”.
En la sangre aumenta la proporción de glucosa y otros combustibles musculares, además de
variar otros valores. El consumo energético se eleva y deja a la persona en condiciones de salud
vulnerables si se prolonga este estado.
Hay varios factores estresores que debemos tener en cuenta: Ya habíamos comentado acerca de
la abundante información que el ser humano recibe debido a la fluidez en las comunicaciones. Bueno
resultaría a los creyentes practicar, de vez en cuando, un ayuno de noticieros y de chismes.
El medioambiente hace lo suyo. Habitaciones pequeñas, lugares sin luz natural, altas
concentraciones de gente por metro cuadrado, mobiliarios incómodos y lugares poco aireados
aumentan la tensión de las personas. En los años ochenta el seminario en el que sirvo experimentó una
explosión en su crecimiento. Como no queríamos frustrar el llamado de tantos postulantes aceptamos a
todos los que entraban en las aulas e improvisamos habitaciones extras. No obstante debimos llamar a
emergencias médicas con más frecuencia que en otras épocas. Malestares digestivos, desmayos e
insomnio parecían epidémicos. Paralelamente se acercaban estudiantes a pedir consejo por su
agotamiento, crisis nerviosas, faltas de concentración y fricciones con otros. Sin dudas, las altas
densidades de gente aumentan los niveles de fatiga.
Como contrapartida, el aislamiento social ocasiona exactamente el mismo efecto. Entre los
presidiarios y los marinos que se embarcan por tiempo considerable, aumenta la tensión. Peor es el caso
de los que han sido secuestrados o quedaron exiliados en lugares solitarios. Tal estado es el lógico
resultante de personas que poseen afectos e intereses fuera de su confinamiento. La ansiedad de no
tener el contacto directo con el mundo exterior más el fluido de pensamientos viciados que no pueden
cotejarse con otros, generan muchísima tensión. Un presidente latinoamericano que sufrió el
confinamiento por sus ideales políticos, preservó su salud mental contando hormigas. Su esposa, que
también estaba recluida, tuvo mejor suerte: tenía algunas compañeras de celda. Se dedicaban a escribir
y a compartir posteriormente entre ellas sus obras inéditas. Ambos experimentaron muchísimo estrés.
Cualquier situación que se perciba amenazante ocasionará el daño referido. Sea en el trabajo, la
universidad, el hogar o la sociedad misma, las condiciones que crean sensación de peligro en el
individuo producirán cambios indeseados.
Las enfermedades y los traumas dejan secuelas de esta índole. El estrés pos-traumático es
motivo de abundantes consultas a los médicos. Un joven conocido sufrió un atraco en el que, por
haberse resistido, vio cómo martillaron el gatillo varias veces con el arma en su cabeza. Dios no quiso
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que el muchacho partiese a su presencia. Sin embargo, requirió un tratamiento severo de ansiolíticos
porque quedó por varias semanas en estado de choque. Luego del tratamiento farmacológico le
indicaron psicoterapia para manejar la tensión.
Se reconocen tres estadios en el proceso. La alarma de reacción es el primero, donde se
reconoce el estímulo externo. El segundo es la adaptación, cuando el cuerpo arma todo el mecanismo
defensivo. Finalmente llega el agotamiento, en el que el cuerpo pierde las fuerzas en la defensa.
A manera de síntesis, hay tres agentes básicos, capaces de alterar a una persona en su área
psico-fisiológica.
El primer agente que estudiaremos son las presiones.
Estas consisten en personas, cosas o circunstancias que impelen al individuo para que este actúe
en contra de su preferencia o gusto. Un jefe que insiste a su empleado que trabaje más horas de las
estipuladas ejerce presión sobre su subalterno. Las exigencias de un esposo para que su mujer acepte a
nuevos amigos, por simple conveniencia económica, están dentro de la categoría. El exceso de estudio
para aprobar una carrera universitaria también lo es.
Algunas presiones son directas, pero otras responden a las expectativas que terceros tienen de
uno. Una madre acompañaba a su hijo pequeño mientras observaba a jóvenes, que con sus libros y
elementos escolares esperaban para rendir exámenes compensatorios por haber obtenido malas notas.
–“Ahí están los asnos” dijo la madre al niño señalando a los muchachos. Tal comentario fue suficiente
como para que unos años después este, ahora adolescente, sintiese la presión de no aplazar materias
por temor a la desaprobación materna.
Entre las diversas presiones está la de grupo. Explotando la necesidad de asociación de la gente,
se les establecen condiciones de adhesión a ciertos individuos. Los más débiles sucumben ante tal
presión y otros la resisten. En todos los casos se enfrentan fuertes tensiones.
El segundo agente son las frustraciones. En las mismas el afectado percibe que el objetivo o
anhelo que interiormente se estableció se ve truncado por un determinado obstáculo. Cada expectativa
que no se cumple es una frustración franca.
Por lo general las frustraciones se canalizan a través del miedo o el enojo. Un ama de casa a la
que se le malogra la comida con la que espera su esposo enfrenta una frustración. Mayor intensidad
tendrá la frustración de alguien que abrigaba la esperanza de ascender en su trabajo y se entera que un
subalterno suyo obtiene el puesto. Otras maneras de llamar a este agente son “desilusión” o
“decepción”. Como sea, los sentimientos de miedo o enojo aumentan el grado de estrés.
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Los conflictos son el tercer agente de tensiones. Los conflictos también son llamados
encrucijadas o dilemas. Cada vez que una persona se enfrenta a diferentes posibilidades a elegir en una
decisión está en medio de un conflicto.
Algunos ejemplos de conflictos se dan cuando un joven debe escoger una carrera universitaria.
Otras veces cuando debe elegir entre satisfacer los gustos de unos amigos o los de otros. Cada objeto de
un conflicto puede presentar atracción o rechazo. No es difícil la elección si debemos optar por ingerir
una bolsa de clavos o una porción de helado. El primer objeto nos inspira rechazo y el segundo
atracción. En esta ocasión el estrés no existe. En cambio, cuando debemos elegir entre un buen postre y
una buena película estaremos frente a una tensión que surge del temor a perder algo bueno.
Lamentablemente, los conflictos no se presentan con tanta sencillez como en los casos
anteriores. En un mismo objeto pueden coexistir factores de atracción y de rechazo. Las cosas se
complican más aún cuando tenemos más de dos opciones con sus puntos a favor y en contra cada una.
El juicio que debemos realizar para resolver el conflicto necesita muchísimas energías mentales si las
pérdidas y ganancias que están en juego son considerables.
Frente a la alta exposición al estrés de las personas debemos establecer algunos patrones de
resolución de las crisis que permitirán ayudar a nuestros aconsejados de maneras nítidas.
Seis son las opciones de solución, a saber:
1- Enfrentamiento. Un buen amigo suele decir ¿Para qué dilatar una crisis si podemos
enfrentarla ahora? Cuando sabemos que contamos con todos los elementos y una idea madurada, el
enfrentar a los agentes de tensión suele tener como ventaja que acorta la duración del estrés y elimina
la ansiedad de lo porvenir.
No son pocas las personas que temen recurrir al médico por temor a recibir una mala noticia
respecto a su salud. En este caso se trata de un conflicto, ya que deben escoger entre dos opciones:
acudir, lo que significaría el alivio de la dolencia o bien la mala noticia (atracción – rechazo); o no asistir a
la cita que implicaría no escuchar nunca una mala noticia de la salud o perder la oportunidad de hallar
un buen tratamiento.
Un hombre es presionado por su cónyuge para que les diga a sus padres que no se entrometan
en su matrimonio. En una situación de este tipo debería enfrentar, o a su mujer y decirle que no está de
acuerdo con su postura, o a sus padres para transmitirles la mala nueva. No queda otra alternativa que
enfrentar.
2- El retiro puede evitar muchísimos problemas. Todo el que acepta una guerra también debe
aceptar heridas. A veces decidimos enfrentar por una mera cuestión de altivez. La provocación de un
individuo podría responderse con una agresión o con el retiro del campo de batalla. La iglesia se
comporta como una gran familia, y por lo tanto es inevitable que hablemos los unos de los otros. En
nuestras opiniones podríamos dañar los sentimientos de nuestro aludido, pero no es nuestra intención.
Lo mismo ocurre cuando nos enteramos que hablan de nosotros desfavorablemente. Eclesiastés 7:21
dice: “tampoco apliques tu corazón a todas las cosas que se hablan, para que no oigas a tu siervo
cuando dice mal de ti.” Podríamos enfrentar al autor del comentario o simplemente dejarlo pasar y
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retirarnos de la posible lucha. Toda disputa tiene varios “rounds”. El hecho que ganemos uno de ellos no
garantiza ganar la pelea… y una pelea consume demasiadas energías aumentando las ansiedades.
3- Otra estrategia en la resolución de situaciones complejas es la dilatación. El Hno. David
Grams, en un seminario de ISUM relató una anécdota que ilustra a la perfección los beneficios de
dilatar. Una ocasión, mientras caminaba por la calle con su impecable traje color claro pisó una baldosa
floja que, asentada sobre agua lodosa, expulsó todo el contenido sobre el pantalón. De haber actuado
impulsivamente hubiese desparramado la mancha fresca. Simplemente esperó. Al final de la jornada
era sólo una costra seca que se desintegró con una pasada de cepillo.
En los primeros momentos de las crisis fluyen muchísimas emociones contradictorias y a veces
negativas. Cualquier acción arrebatada complicaría sensiblemente las cosas. El aconsejado debe tomar
distancia de su problema por unos momentos. Así como el pintor de cuadros se aleja unos metros de su
obra para comparar proporciones, debemos ayudar a nuestros pacientes a distanciarse del problema
para ubicarlo en su verdadera dimensión. La dilatación ayuda a ello. Recordemos que hay problemas
que se solucionan solos. A la vez, nuestra tarea que ha sido delegada por el Señor debe incluir la
confianza en un Dios que dice “Jehová peleará por vosotros y vosotros estaréis tranquilos.” (Ex. 14:14)
4- La negociación suele comportarse como un recurso altamente positivo. Los conflictos
interpersonales se inflaman con frecuencia porque abrazamos nuestros intereses apasionadamente.
Basilea Schlink, en su libro “Así seremos diferentes” comenta de un caballero al que se le averió la rueda
de su automóvil. Como no tenía su gato elevador advirtió que a unos centenares de metros de la ruta
había una casa con su luz interior encendida y un vehículo estacionado. Mientras caminaba para solicitar
aquella herramienta pensó para sí: “le pediré si sería tan amable de prestarme su gato elevador”. A los
metros imaginó que, como el dueño de casa no lo conocería pondría un poco de resistencia en prestar el
accesorio. Entonces consideró persuadirlo con mayor vehemencia debido a que en la ruta estaba
desamparado. En la medida que se acercaba, sus pensamientos ya habían creado una historia por cierto
de consecuencias negativas. Al momento de llamar. Una tierna anciana de sonrisa hospitalaria abre la
puerta y el contrariado caballero le dice, antes que la señora abriese su boca: “Bien, ¿Me dará ese
condenado gato o no?”.
Con frecuencia nos mal predisponemos por dar lugar a fantasías nefastas. Discutimos y hasta
peleamos en nuestra imaginación, lo que aumenta el estrés. Tal actitud eleva el tono de voz y la fuerza
de las palabras, cosa que gana la mala voluntad del interlocutor.
Lo primero a enseñar a los que enfrentan situaciones difíciles con otros es a que bajen sus
expectativas. Se debe iniciar un diálogo desde el punto cero. Lo normal será la nada. De allí habrá
múltiples concesiones a lograr. En los conflictos matrimoniales las peleas surgen del hábito predictivo de
los cónyuges. Se anticipan a las reacciones de sus pares y arman una batería de ataques frente a la
presunta respuesta.
Cuando respetamos la dignidad de los demás y enseñamos esta virtud en los que orientamos,
inducimos a valorar los intereses del prójimo y considerarlos tan sagrados y legítimos como los propios.
Para ello necesitamos despojarnos de todo “cartel de víctima” que el diablo intente colgar en nuestro
cuello. Detrás de ese cartel siempre hay escondida una “licencia de victimario”.
Una vez respetada la integridad del prójimo llega la negociación propiamente dicha. En ella
planteamos nuestras necesidades y nunca las faltas o deberes de la otra parte. Es importante saber que
discutir no significa pelear, sino encontrar opciones creativas que satisfagan a ambas partes. Como
veremos en el capítulo siguiente, siempre se tratará de intereses comunes y no condiciones que cada
uno establezca parcialmente.
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5- El acomodamiento es otra manera de resolución. Consiste en adaptarse a las nuevas
condiciones. Un buen amigo mío tenía toda una vida por delante, llena de jugosas perspectivas de éxito
en su profesión. Un día amaneció con una serie de síntomas preocupantes que condujeron a varios
estudios neurológicos. Una enfermedad progresiva e irreversible que quitaría paulatinamente su
movilidad estaba golpeando su cuerpo. Mi amigo podría haberse desmoronado en auto-lástima y
resentimientos varios. Sin embargo se dijo: “Esta es mi realidad y de acuerdo a ella viviré de la mejor
manera posible”. Pasaron más de treinta años de su padecimiento inicial y en el presente se
desenvuelve con excelencia en su área de ministerio. Es feliz y al mismo tiempo transmite un verdadero
ejemplo de vida. Algunos identifican al acomodamiento con la resignación. Para muchos el término
suena desafortunado ya que inspira la idea de nostálgica conformación. Pero etimológicamente significa
volver a dar precio. En otras palabras alude a dar un nuevo orden a la condición arribada.
6- La proyección hacia el futuro es un óptimo recurso en medio de las tensiones. A menudo me
ha tocado alentar a personas en vísperas de intervenciones quirúrgicas complejas. La mayoría se
concentra en la operación en sí misma. Charlar un buen tiempo sobre los planes futuros y soltar la
imaginación para cuando el convaleciente se reintegre con los suyos relaja los ánimos.
En nuestra congregación celebramos periódicamente reuniones de padres que han perdido a
sus hijos. Habíamos comenzado con cautela, sin saber exactamente el efecto de tales encuentros. Para
nuestra agradable sorpresa todos manifestaban lo bien que les sentaban estas actividades, cuando
luego de escuchar a los que hacía más años sufrieron la pérdida veían esperanza y sentido a su futuro.
Algo parecido aconteció con las reuniones de personas que quedaron solas en la vida por circunstancias
dolorosas. Saber que se puede seguir viviendo luego de los momentos difíciles se torna un magnífico
recurso para aliviar la tensión.
Poco a poco aprenderemos a utilizar los patrones de resolución con destreza, y veremos cómo
las personas que acuden por ayuda se comienzan a ver aliviados del dolor interno, que suele ser muy
cruel. El estrés es un huésped infaltable en la gran parte de nuestras consejerías, con el tiempo
aprenderemos a desalojarlo del recinto al que llegan los que necesitan ayuda.
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CAPÍTULO 7: LOS CONFLICTOS INTERPERSONALES
Una buena porción de nuestra consejería responderá a problemas de nuestros aconsejados con
otros. No sólo somos seres sociales a quienes nos afectan los inconvenientes con nuestros semejantes.
También somos creyentes en Cristo y miembros de su cuerpo. Las expectativas que poseemos de
nosotros en relación con los demás siempre son óptimas. Nos preocupa muchísimo más que a los no
creyentes la calidad de nuestras relaciones interpersonales. La Biblia habla de postergar toda ofrenda a
Dios si las cosas no funcionan bien con nuestro prójimo. El amor práctico habita en cada rincón de las
Escrituras. Por lo tanto, tal vez, el mayor porcentaje de hermanos que nos consulten se deberá a los
conflictos con sus semejantes.
Gary Smalley10 dedica con excelencia, abundantes detalles al mecanismo que denomina “la
danza del miedo”. No pretenderemos sintetizar una obra de tanta magnitud, pero sí adaptaremos
algunos aspectos de suma utilidad para actuar como eficientes orientadores en el área de los vínculos
humanos.
A manera de introducción diremos que, como seres humanos, poseemos una vasta cantidad de
necesidades psicológicas, físicas, sociológicas y espirituales. El área física, tal vez es la más desarrollada
desde el nacimiento, mientras que las otras necesitan del paso de los años para llegar a la plenitud de
funcionamiento. Sin embargo, muchísimos estímulos que el cuerpo recibe desde las primeras horas de
vida afectan a, por lo menos, la psiquis y la sociabilidad. Las primeras reacciones a estímulos
desagradables o generadores de dolor se asocian al miedo.
El miedo es toda una perturbación angustiosa que nos permite defendernos de alguna manera
frente a los peligros que podrían dañar nuestra vida. En un niño el hambre produce miedo, la irritación
de su cuerpecito por la acumulación de orines también surte el mismo efecto. Los cólicos inquietan con
el mismo ánimo y así sucesivamente.
De grandes, contamos con necesidades muchísimo más complejas que la alimentación, el abrigo
o el descanso. Nuestra mente se ha desarrollado lo suficiente como para percibir otro tipo de
sufrimientos que poca relación tienen con el cuerpo. Análogamente, nuestras aversiones ante una
insatisfacción también se sofistican con el correr del tiempo. Las reacciones, por ende, ya no se
concentran en el llanto sino en una variedad de cuadros.
Los intereses personales de los adultos no son otra cosa que la conjugación de distintas
necesidades, algunas de las cuales surgen de lo más profundo del alma. Cada vez que se traspasan los
intereses o no se satisfacen las necesidades de un individuo se producirá alguna forma de temor.
Cuando decimos formas de temor, estamos aceptando los diferentes grados del mismo con sus
consiguientes exteriorizaciones.
La preocupación es la versión más suave del miedo. Quien presenta este tipo de estado de
ánimo simplemente teme en un grado controlable algunos desenlaces. La preocupación, por lo general
va acompañada de pensamientos recurrentes y caída del humor.
La ansiedad, en cambio, encuentra su manifestación con estados fisiológicos y se la suele llamar:
nerviosismo. Las formas más intensas de temor que siguen a la ansiedad se diferencias, una de la otra
por su duración y etiología. El susto es una explosión intensa de miedo, pero de corta duración mientras
que la fobia suele tener la misma intensidad, pero su efecto es duradero (tal vez en toda la vida). En el
primero los estímulos son variados y muchas veces no reconocidos a priori. En las fobias el estímulo es
siempre el mismo, se lo reconoce a priori y existe una aversión al mismo de vieja data.
10
Gary Smalley, “El ADN de las relaciones”, Tyndale House Publishers, Inc., Colorado Springs, 2005
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El pavor, el espanto, el pánico y el terror, en ese orden, representan las mayores intensidades en
las que la persona se halla en estado de choque y enajenamiento. El pánico por su lado, es la más común
de las formas intensas de temor y acompaña a ciertas patologías psicológicas.
En una interacción se da con frecuencia que una de las partes perjudique los intereses de la otra.
Santiago fue sabio al escribir: “Porque todos ofendemos muchas veces” (Stg. 3:2). Obviamente, el
Espíritu Santo conoce la naturaleza humana. Pero muchas de las llamadas ofensas son interpretadas así
por algunos mientras que por otros no. La razón radica en que no todos tienen la llaga en el mismo
lugar. Cada uno posee diversas áreas sensibles que intenta proteger. Las necesidades inherentes a cada
uno son, ni más ni menos, los intentos de resguardar las vulnerabilidades.
Cada vez que una persona afecta los intereses de la otra generará en ésta última un dolor que
despertará algún tipo de miedo. Entonces se desencadenará una reacción destinada a intimidar y rendir
a la otra parte. Esta reacción producirá un sentimiento similar en el individuo que inició el proceso y así
sucesivamente hasta caer en lo que Smalley llama “danza del miedo”.
Una y otra vez llegarán a nuestro escritorio personas ofendidas por el ataque que un tercero les
propinó. La pregunta obligada en tales situaciones será: ¿Por qué cree que aquella persona reaccionó
así? Seguramente dirán que dijeron algo que no merecía semejante explosión. Allí será la oportunidad
para explicar que pocos atacan sin razón y que algún miedo se ha disparado para que estallara.
Difícilmente un perro muerde a alguien porque tiene fastidio o enojo. Normalmente lo hacen frente a
situaciones que percibe amenazantes. Los humanos no diferimos de algunos animales en ciertos
aspectos.
Las cuatro reacciones básicas frente al temor son: el ataque, la huída, la parálisis o la rendición.
La primera reacción desata problemas persistentes entre personas cercanas y es al mismo tiempo la más
común. Para resolver algunos conflictos interpersonales debemos ayudar a descubrir cuáles son los
disparadores (o botones según Smalley) del miedo que se tocaron. Las preguntas a realizar serían en
este caso: ¿Cuál fue el desagrado o miedo que sintió al comienzo de la discusión? ¿Por qué cree que
siente este temor? ¿Cuál fue la reacción que tuvo luego de ese miedo? ¿De qué manera más productiva
y menos nociva hubiese podido reaccionar?
Por su lado, nuestra tarea de asesoría a los sufrientes debe ayudarlos a salir de su
ensimismamiento. Por lo tanto, luego de un conflicto que traen sobre nuestro despacho enseñemos al
aconsejado a concentrarse en el punto sensible que dañó de la otra persona y no en la reacción de esta.
Cuando alguien se ve molesto hacia nosotros con claras señas de hostilidad deberíamos
preguntarle, si no sabemos, qué cosa que dijimos o hicimos le hizo sentir mal y ayudar a que el ofendido
se exprese de una forma constructiva acerca de su miedo. De esta manera habremos ayudado a
desarticular la danza del miedo.
En la negociación para la resolución de un conflicto hay tres posibles resultados: A- Uno gana,
otro pierde, B- los dos pierden y C- los dos ganan. Pareciera que a todos nos gusta ganar. Pero
justamente por esta razón el que pierde se sentirá muy mal y buscará una revancha. Debemos
concientizar al aconsejado que no existe nada más insípido que ganar una discusión. Puede obtener
satisfacciones pasajeras, pero ha ganado un enemigo y mientras se tienen enemigos los rumores de
guerras existirán.
Que los dos pierdan no es muy buena opción, pero algunos la abrazan por motivo de su
mezquindad espiritual. Hay personas que terminan diciendo: “ni para ti ni para mí” y acto seguido caen
en una acción destructiva. Los cínicos sienten placer en perder si eso significó la derrota del
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contrincante. Cada persona que pierde en un conflicto se siente damnificada y con derecho a represalias
que vuelven el conflicto interminable.
Finalmente, que los dos ganen será el mejor resultado. En una discusión las partes deben
señalar lo que necesitan, pero al mismo tiempo ofrecer ventajas mutuas. Sólo la amargura, el odio y el
rencor conllevan a evitar estos resultados. Pero un corazón sano buscará resultados positivos y
duraderos. Estos vendrán cuando todos los involucrados en una situación se sientan satisfechos.
Como decíamos anteriormente, la mezquindad espiritual esquiva las ventajas equitativas. Pero
nuestra labor de consejería debe lograr que se fije en la mente de los aconsejados una verdad
trascendental: Nunca se gana o se pierde absolutamente. Puedo ganar una ventaja pero el precio que
pagué es tan alto que el balance dio pérdida. Cierto pastor se caracterizaba por tener buena capacidad
de persuasión, aunque no siempre tenía razón. Como dejaba mudos (pero no satisfechos) a sus
contrincantes de ideas, quedó solo y sin amigos. Ganó, pero perdió.
Algunos ministros sabios prefieren recibir algo de maltrato sin defenderse. En pocas palabras
han perdido un poco el respeto de otras personas. En cambio ganaron la confianza y el amor de
muchísimos más. Siempre debemos decidir si deseamos que nos teman o nos amen. Si optamos por lo
segundo, habremos perdido algo… pero ganamos mucho más.
El segundo consejo a los que enfrentan diferencias con otros es que se deben concentrar en lo
que ganaron y no en lo que perdieron. Quien se fija sólo en las pérdidas cae en la derrota y la infelicidad
que perpetuarán los problemas. Pero el que mira lo obtenido manifiesta una actitud de crecimiento.
Tercer consejo: Siempre es bueno decidirse a perder. Cuando una parte tomó la decisión de
perder abandona los sentimientos de derrota. El perdón es una manera de hacer esto. Perdonar es
regalar lo que nos han quitado. Si un ladrón me quita la billetera, quedaré con la amargura de que me
han despojado. Si, por el contrario, yo decido dársela, sólo perdí una billetera, pero no mi poder. La
decisión ha quedado en mis manos y no en las del delincuente. Jesús nos enseñó a dar la capa a quien
nos pide la túnica. (Mt. 5:40)
Una vez resignada la pérdida, el aconsejado debe descubrir todo lo que ha ganado. En este caso
la pérdida deja de ser tal y se transforma en un precio pagado. Más gratificante aún, será para el
orientado el hallazgo de todas las pérdidas que evitó al despojarse voluntariamente de algún valor.
Iniciamos este libro con la importancia de la Palabra de Dios en nuestra tarea de
aconsejamiento. Finalicemos este capítulo, entonces, con un principio bíblico que debemos establecer
en los que llegan a nosotros con problemas interpersonales:
Los cristianos solemos ser muy vengativos porque nuestras expectativas del prójimo son muy
altas. A su vez esperamos que nuestro prójimo sea benévolo en sus apreciaciones para con nosotros. Las
venganzas del cristiano no son cruentas, sino sutiles. Nuestra metodología incluye al trato distante, la
murmuración y la exclusión de nuestro círculo a nuestros deudores.
Pero si tomamos represalias con nuestro prójimo es porque lo creemos merecedor de las
mismas. Por lo tanto expusimos a un juicio condenatorio al que nos ofendió, quebrantando el consejo
de Jesús, de no juzgar para no ser juzgados.
Pero además, tales acciones hablan de una falta de perdón. Nos hemos negado a perdonar la
deuda y nos la estamos cobrando de alguna manera. Si rechazamos la gracia, rechacémosla también en
nosotros. Las personas que actúan implacablemente hacia los demás terminan con importantes daños
emocionales porque el juicio a otros y la falta de perdón terminan carcomiendo a su conciencia lavada
por la sangre de Cristo.
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En síntesis, la renuncia a la venganza y el perdón son síntoma de buena salud espiritual y actitud
de triunfo. Pero además, permitirán evitar conversaciones tortuosas y conflictos con personas que
amamos. El orientado necesita aprender esto y reconocer las fragilidades de su prójimo para respetarlas
y a su vez dignificarlo. Veremos con satisfacción los logros de los que aprenden estos principios.
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CAPÍTULO 8: LAS DIFERENTES TÉCNICAS
La palabra “consejero” significa, en su sentido estricto: alguien que da consejo. Sin embargo, la
consejería no posee como protagonista a un “hablador”. En ese caso también escucha, pregunta,
sugiere y analiza. Pero la dinámica de estas, y otras funciones puede variarse en sus combinaciones para
obtener los mejores resultados en el aconsejado.
Si bien las diferentes técnicas son estudiadas por la psicología, su uso no se restringe a estos
especialistas. Así como el método científico no es exclusivo de los científicos, las diferentes técnicas de
una entrevista pueden ser valiosas herramientas en manos del consejero.
Si algún lego en el tema preguntase cuál es el mejor método o técnica en la consejería, la
respuesta de rigor sería: todos. Pero si la pregunta fuese acerca del peor, la respuesta no se basa en el
antónimo. La peor técnica es una sola, cualquiera sea. Cada ministro tiene su tendencia, de acuerdo a su
personalidad. Los hay muy habladores y de los otros también. Cada cual sentirá mayor comodidad en el
empleo de la forma que mejor se adapta a su naturaleza. Encontramos algo de valioso en esta
predisposición, pero no olvidemos que la persona más importante a servir es el aconsejado y se requiere
que la manera de arribarlo y ayudarlo sea a su propia medida.
¿Qué tal si vamos a una casa de indumentaria y el vendedor nos recomienda una buena camisa,
de acuerdo a su propio gusto? En mi caso particular, me agradan los motivos lisos y de colores más bien
sobrios. Quizás el vendedor me presione con un determinado modelo que está de moda, que es
original, que gusta al 100% de la gente joven y que le encanta cómo me queda. Pero así y todo, me
sentiré tan incómodo caminando por la calle con esa ropa, como si vistiese un equipo de astronauta.
Una técnica inadecuada al problema y personalidad de un individuo le creará una sensación de
inseguridad que lo “cerrará” ante todo intento de ayudarlo. En el mejor de los casos, habremos perdido
el tiempo sin obtener los objetivos propios de la tarea de orientación.
Algunas ocasiones hallaremos que los entrevistados necesitan información. Por ejemplo,
algunos tipos de voyeurismo responden a mera curiosidad. Una vez descubierto que es así, la curiosidad
se satisface con información y esta proviene de manera unilateral más alguna que otra pregunta del
aconsejado.
En los primeros momentos de la acción orientadora, el consultante puede comportarse algo
timorato. La buena exposición del pastor, comentarios ocasionales y el establecimiento de las pautas a
seguir aflojarán la tensión y estimularán al diálogo tan necesario.
Como el “pastoreo” es nuestra labor específica, enfrentaremos momentos en los que debemos
tomar la iniciativa de citar a una persona por conocerle alguna conducta inapropiada o actitud
incorrecta. En estos casos, antes de disparar a mansalva contra el pobre convocado, necesitaremos
indagar en el corazón del individuo. Los síntomas están a la vista, pero la enfermedad debe descubrirse.
Allí deberemos escuchar un buen rato y luego exponer los puntos a rectificar.
A lo largo del ministerio una cantidad considerable de personas llegará con serios errores de
concepto e interpretaciones desviadas. La tarea de reeducar guiará a todo un intercambio entre el
consejero y el aconsejado. En otras ocasiones habrá que educar a los que tenemos a nuestro frente
porque necesitan entender la vida en Cristo de una manera personalizada. Quizás esto lleve mayor
tiempo de monólogo que de diálogo.
Por otro lado, tomar tiempo con un individuo será la clave para que abra su corazón y se inicie
un tiempo de permeabilidad para la consejería. Sin embargo no debemos descartar la bendición de
trabajar con un grupo, donde cada uno puede sentirse identificado con los demás que tienen problemas
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semejantes. Allí, cada cual puede comprobar por sus propios medios que no es el único y que no está
solo, que cuando habla, los demás pueden entenderlo en su totalidad. Habrá situaciones en las que la
consejería será a dos personas tales como madre – hija, padre – hijo, cónyuges o creyentes en conflictos
interpersonales.
Cada uno de estos casos nos demuestra que llegará el momento en que no echaremos mano (al
menos conscientemente) de la lista de técnicas. Sencillamente alternaremos en forma casi intuitiva
entre las diferentes maneras de tratar. Por lo tanto, la metodología a considerar en este capítulo
solamente servirá para estimular nuestra creatividad y sacarnos de nuestra monotonía inercial.
Veremos en este capítulo unas cinco técnicas básicas que utilizaremos alternadamente, según la
naturaleza del problema y las características de quienes debemos orientar.
La técnica directiva es la primera a considerar debido a que se la usa con más frecuencia que a
las otras, tal vez por ignorancia o quizás por costumbre. En esta el consejero pregunta y el entrevistado
responde. Luego de repetidas secuencias de preguntas y respuestas el consejero evalúa. Una vez
evaluada la situación el consejero prescribe tal cual ocurre en el consultorio de un médico.
Por ser el más común de los recursos no necesariamente se espera que sea el más efectivo. Las
preguntas del consejero casi siempre siguen un circuito de prejuicios. Ante la sospecha de que el
paciente presenta tal o cual situación, interrogamos con un pobre enfoque y descuidamos un universo
de posibilidades. Hace unos años circulaba la anécdota de un hombre que murió aplastado en una
habitación en la que también había un elefante. El detective estaba tan enfocado en buscar al asesino
(humano por cierto), que no podía incorporar a su investigación el posible accidente protagonizado por
el paquidermo. Su lupa buscaba huellas digitales y pisadas de huída de algún hombre. La investigación
no condujo a ningún esclarecimiento por un mero prejuicio.
Por otra parte, las respuestas del aconsejado serán, ni más ni menos las solicitadas por el pastor
y difícilmente pueda rescatar conclusiones por sí mismo o descubrir aspectos de sus conductas o
sentimientos que le estaban velados, porque todo ello estará en manos de quien interroga.
Finalmente, el monólogo del consejero tendrá sus limitaciones. Es consabido que nunca se
aprende tanto como cuando se investiga por sí mismo. La batería de consejos tal vez se comporte como
una suculenta comida de la que se digerirá sólo una parte y la otra se perderá. La pregunta que nos
hacemos es: ¿Qué segmento de lo hablado al que pide ayuda quedará y qué se perderá?
En especial los pastores somos amantes de los sermones. En los mismos “amén” es la única
participación que solemos dar a la feligresía. El poder que nos confiere el púlpito suele concentrarse
cuando tenemos a un solo receptor a casi un metro de distancia, lo que suele intimidar y avasallar sin
permitir una retroalimentación adecuada. Como otras veces lo dijimos, el guardar silencio animará al
ayudado, cosa que en la técnica directiva no se hace a menudo.
En la técnica no directiva, el consejero pregunta, el entrevistado responde y reflexiona, luego el
consejero afina las preguntas y el entrevistado, finalmente descubre y resuelve su problema.
Es la más difícil de las técnicas ya que, para saber preguntar se debe contar con un buen registro
de los problemas más comunes. Además, las innumerables leyes de la mente no son nuestra
especialidad. Por lo tanto se trata de una práctica a usar con precaución y sencillez. Como expresamos
en capítulos anteriores, las primeras preguntas ayudan al acopio de antecedentes y formación del perfil
del entrevistado. La historia ayuda en la consejería porque el aconsejado evocará las vivencias más
trascendentes que, por lo general, dejaron huella en la personalidad de quien pide ayuda.
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Una buena lista de preguntas servirá al entrevistado, para que reflexione: ¿Por qué…? ¿Cómo
cree que le afectó esta experiencia?, ¿Está seguro/a de que siente esto por tal razón?, ¿Desde cuándo
enfrenta estos episodios?, ¿Tuvo algún incidente que le haya afectado de tal o cual manera? ¿Qué
personas le inspiran este sentimiento? ¿Por qué le parece que esto está mal… (o bien)?
Un pastor tuvo una entrevista con una esposa afligida y a punto de separarse. La razón consistía
en que su esposo la había insultado. El pastor afinó las preguntas y pidió que la mujer dijese
textualmente cuál había sido el insulto. La señora manifestó que en realidad la había tratado de infiel,
porque “se puso muy nervioso insistiéndole que quería saber quién la había llamado al teléfono”. De
hecho, tal acción no podía llamarse precisamente un insulto y la ofendida comprendió que había
atribuido mucha gravedad a la interpretación de los hechos. Las preguntas se dirigieron a la historia del
esposo y su niñez. La mujer recordó el dolor que mostraba su marido cada vez que relataba cómo su
madre lo había abandonado a él y a su padre para irse con otro hombre. No pasó mucho tiempo hasta
que esta hermana comprendió que el terror de perderla motivó al ataque de nervios. De insulto pasó a
la categoría de halago. Sólo un buen conjunto de preguntas ayudó a la reconciliación matrimonial.
El caso anterior explica muy bien la tarea de refinar las preguntas y permitir que el entrevistado
descubra el verdadero problema para encararlo de la forma debida.
Lo que uno advierte por sí mismo adquiere un valor único por una razón más que sencilla. Las
personas aprenden cuando prestan debida atención de un punto. Pero esta atención se relaciona
directamente con el interés. Si algo no nos interesa no le prestaremos atención. A su vez, el interés es
producto de la necesidad. Justamente los interrogantes que el consejero emite despiertan el sentido de
necesidad del aconsejado y desencadenan la posibilidad de fijar con intensidad los conceptos a cambiar.
Ayudemos al paciente a hallar por sí mismo la punta del ovillo, aunque él mismo se arroje las glorias y no
nos reconozca. Tal resultado será suficiente para festejar una sanidad.
La técnica confrontativa se suele utilizar en los casos en los que se observa una conducta
inapropiada en alguna determinada persona. Por lo tanto la entrevista, por lo común es iniciativa del
consejero. Normalmente, si hay que confrontar se debe a que una persona está actuando de una
manera distinta al criterio de la autoridad. Esta es la razón por la que el consejero suele convocar al
individuo.
Así como quien aconseja da el puntapié inicial, marca las pautas o puntos a tratar. Digamos que
si un ministro llama al hermano fulano de tal para comentarle que le preocupa la manera en la que se
maneja en las finanzas, deberá explicarle justamente que ese es el tema a tratar y acto seguido
presentará la información recibida y los daños ocasionados.
Lo más prudente, en todos los casos sería preguntar las razones de tal o cual comportamiento.
Podría ocurrir que poseemos una mala información o percepción del tema, o que aún el convocado
tuviese realmente una buena justificación.
Por último, luego de acordar los puntos correctos y los que deben rectificarse, el orientador
invitará al asesorado a cambiar su actitud o accionar. En tal caso, siempre hay que invocar la autoridad
que respalda tal persuasión. En algunas situaciones la Palabra de Dios será el parámetro, pero la buena
hermenéutica deberá estar presente ya que no faltan quienes emplean la Biblia para sustentar lo
insustentable.
Esta generación de creyentes sufre las consecuencias de los desatinos de la anterior. Se acercan
a las iglesias personas que se iniciaron en la fe, pero por toparse con líderes que hicieron de la iglesia un
museo cultural, fueron disciplinados y hasta expulsados. Todos ellos debieron experimentar alguna
entrevista de confrontación de la que salieron heridos de muerte. Un buen número de nosotros, los
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ministros, recordaremos las duras disciplinas que se aplicaban a los que usaban, hacían, cantaban,
hablaban o vestían elementos que hoy empleamos con naturalidad.
Podemos encontrar también que la autoridad es la razón lógica, o el bienestar de los demás, o
las reglas y normas establecidas. Otras veces la autoridad se concentra en una persona con un cargo
jerárquico, pero en ese caso, la confrontación debería llevarse a cabo por un tercero imparcial. En
cambio, si debemos confrontar por un daño recibido, el mandato de Jesús en Mt. 18:15-17 continúa en
vigencia.
La terapia de grupo, en estricto sentido profesional es vedada a los que no tienen un título. Sin
embargo, los ministros podemos reunir a personas con problemas en común y sorprendernos de los
logros que se obtienen.
En la terapia de grupo el consejero es en realidad un moderador. Siempre habrá en un equipo
de personas, quienes permanecen mudos y los que hablan hasta por los codos. El orientador callará a
los charlatanes y preguntará a los tímidos. Acallará a las voces de censura o afrentadoras y valorará a las
que tienen la valentía de mostrar transparencia.
La mayor habilidad del consejero yace en el estímulo al diálogo. Las preguntas disparadoras de
opiniones pegarán primero a los extrovertidos y casi al final a los otros. Cada vez que se integra una
nueva persona, estará el desafío de crear un nuevo equilibrio. De los diálogos que se susciten habrá
muchísimo que aprender. Por eso, al finalizar la sesión el moderador hará una síntesis.
Alcohólicos Anónimos funciona como terapia de grupo. Allí los pacientes revelan sus
debilidades, su historia, su realidad y se fortalecen mutuamente. Capítulos atrás había mencionado a
dos grupos de mi congregación que se reúnen para el mutuo fortalecimiento. Uno de ellos, el de
personas que han quedado sin su pareja y a la vez avanzaron en años. Es característica de este grupo la
disminución de chances de rehacer la vida. Por otra parte señalé a sus integrantes que ellos eran los
pioneros del trance que, tarde o temprano, deberemos vivir todos. Poco a poco contaban sus miserias,
sus desencantos y sus miedos. Hoy, no sólo se reúnen para hablar sino que salen de paseo, tienen
salidas de campo y celebran fiestas llenas de vida y de Cristo.
El otro grupo citado es el de los padres que han perdido hijos. Hace unos meses, cuando fallecía
una joven de un cáncer de páncreas me fijé que en el funeral estaba sentada al lado de la sufriente
madre, una mujer que hacía poco tiempo atrás había enfrentado un trance parecido. La receptividad de
la primera ante quien ya había transitado el camino era única. Allí se prendió la chispa. Hoy, alrededor
de una veintena de personas se juntan. Cada vez alguien distinto cuenta su historia. Cada vez se integra
un nuevo mutilado. Aún quienes vivieron la experiencia décadas atrás asisten a las reuniones y
muestran cómo está su cicatriz y que cada tanto vuelve a sangrar. Todos, a una quieren regresar a la
próxima cita… dicen que les hace muy bien. Ellos tienen una guardia permanente: cada vez que la
tragedia golpea a una familia, alguno de los del grupo se encarga de acompañar a los padres del dolor.
Un tercer grupo funciona en el que se reúnen los pacientes oncológicos y con enfermedades
crónicas. Un sicólogo de la iglesia los modera. Juntos aprenden a desenvolverse en esa guerra sin
cuartel, en la que contadas veces se gana en forma definitiva. Para la mayoría cada batalla consiste en
mantener a raya al enemigo para que no avance. En algunas ocasiones aparecen los caídos, pero entre
todos se fortalecen. El grupo no se reúne con la misma frecuencia que los otros, pero las veces que se
juntan sienten el provecho de hacerlo.
La última técnica que mencionaremos es la interacción de partes. Esta metodología ayuda en los
conflictos matrimoniales, entre creyentes que mantuvieron una diferencia y también en conflictos
familiares.
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Casi siempre se comienza con alguna de las partes que solicita ayuda o mediación.
Inmediatamente el consejero cita a los integrantes del conflicto para escuchar a cada uno. Se establecen
pautas de comunicación y se censura cualquier exabrupto. Se analizan las diferentes posiciones mientras
el moderador estimula al diálogo productivo.
De suma importancia es que las personas aprendan a expresarse en su totalidad pero se debe
limitar toda manifestación dañina. Cada uno debe explicar cómo se siente, pero evitar reclamos e
injurias hacia la otra parte. Resulta vital la mediación. Esto sugiere que el consejero haga propuestas
para que los individuos enredados en el problema concedan algunas cosas y conquisten otras.
La fase final es la misma reconciliación. Para lograrla se deben destacar los afectos, fomentar el
perdón, instar a la mutua comprensión, hacer renunciar a la mala fe y despejar del tema en cuestión las
historias añejas que no sirven para nada.
No subestimemos al abanico de técnicas mencionadas. Cada situación de consejería nos
demandará el uso de alguna de ellas.
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CAPÍTULO 9: LA SEXUALIDAD Y LA HOMOSEXUALIDAD, LAS DESVIACIONES
Cuando Dios ordenó a Adán y Eva que fructificasen y se multiplicaran, no estaba apelando al
intelecto de ellos, sino a su instinto. De la misma manera que dijo “sea la luz”, mandó “fructificad y
multiplicaos”. El universo no posee personalidad, sin embargo obedeció y los mecanismos que dieron
lugar a la luz se transformaron en leyes. En los seres vivos hay leyes que los rigen y que no pasan por la
razón o la moral, simplemente son tendencias que conducen a cumplir con un propósito de preservación
de las especies.
El sexo en los humanos se encuentra dentro de esta categoría. Es instintivo, sólo que el buen
criterio de la razón lo administra para escoger la mejor ocasión de realizarlo. Como Dios es sabio, incluyó
una fuerte descarga de placer en las prácticas sexuales. ¿El propósito del sexo? La procreación, por lo
que se supone que el mandato divino significaba: “-tengan sexo”.
Para decir las cosas de una vez, el sexo, los órganos genitales, la atracción sexual, el deseo sexual
y el placer sexual son parte de la bella creación de Dios, y por lo tanto, tan santos como cualquier otra
área biológica. Lo que a veces puede no ser santo es la manera de administrar este regalo de Dios.
El diablo ha tratado desde el principio dañar la imagen del sexo, porque la distorsión del mismo
atenta contra la familia ocasionando todo tipo de problemas que concluyen en dramas sociales.
Además, como el sexo está directamente vinculado a la vida, cualquier atentado contra este repercute
sobre la vida y su valor. Para dar un ejemplo de ello, las naciones paganas que en su sistema de culto
incorporaban la prostitución, como el caso de Astarte de los cananeos, incluían al infanticidio en el
mismo sistema. Análogamente, los estados que relativizan la importancia familiar y contemplan las
uniones circunstanciales suelen aprobar al aborto. Por el contrario, cuando el sexo está reservado al
matrimonio bajo vínculos estables, los hijos son amados y valorados. En estos casos, y en líneas
generales, se suele ver al aborto como una monstruosidad.
En algunos medios se asocia a la dádiva de Dios un fuerte sentimiento de culpa. Este es el caso
del catolicismo que, bajo la influencia de la filosofía agustina, afirmaba que la única manera de
desahogar el deseo sexual era procreando. Esta filosofía se basa en la idea de que lo placentero es
carnal e inmundo. Entonces, toda práctica sexual dentro del matrimonio que aspirara al placer, sería de
dudosa santidad.
Del otro lado de la moneda, los transgresores mancillan la creación de Dios cuando maltratan al
ciclo de la procreación. Por lo general, el lenguaje sucio alude a los órganos genitales, acciones sexuales
ilícitas o actividades y calidades relacionadas al sexo. De esta manera queda sembrada en las personas la
idea de que el mundo de la sexualidad está prohibido. Tal pensamiento contribuye a todo tipo de
desajustes en el matrimonio y fuera de él. Qué decir de las consecuencias mayores que son las familias
mal constituidas, monoparentales o irregulares, que ensombrecen el futuro de la sociedad por los daños
ocasionados, directa o indirectamente en los hijos.
Los ministros del Evangelio debemos tener en claro dónde está el límite entre lo santo y lo
pecaminoso. La palabra “santo” significa consagrado. Cuando un elemento se santifica, significa que se
usa exclusivamente para el fin para el cual fue adquirido. Por el contrario, cada vez que un objeto se
utiliza para un fin distinto al de su propósito, se está profanando o malversando. El sexo fue diseñado
por Dios para la perpetuación del género humano. Pero además cumple con otras dos funciones
interrelacionadas con esta.
Una de estas funciones es la mutua gratificación. Hombre y mujer poseen la misma capacidad de
placer en el coito y el ritual que lo circunda. Difícilmente se desarrolle la cópula con el firme
pensamiento de engendrar un hijo. Quienes ejercen el acto se entregan al amor y al placer como si fuese
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un fin en sí mismo. El resto queda en la Providencia (para las mentes de los protagonistas). Sin lugar a
dudas, el amor y el placer mutuos hacen que la pareja se sienta re-enamorada en cada ocasión.
La tercera es la autoestima. Toda persona se evalúa en forma permanente en el área sexual.
Muchos traumas y complejos sexuales se suelen ocultar con mayor recelo que otros aspectos de la vida.
La anatomía que diferencia a los géneros es, con frecuencia, motivo de orgullo o humillación para sus
poseedores. Un hombre que, por alguna razón, sufre algún desajuste en su vida conyugal, puede
deprimirse. Una relación satisfactoria transmite el mensaje al cónyuge de que ha sido vuelto a elegir por
el otro para procrear.
De estas tres funciones, la primordial es la procreación y las otras dos secundan a la primera. Por
eso, el libertinaje sexual degrada al propósito establecido por Dios y fomenta el egoísmo, donde una
pareja “juega a tener hijos” sin la capacidad de enfrentar una paternidad responsable y bien constituida.
Por otra parte, el sexo sin amor ni compromiso, puede aliviar la tensión producida por el deseo, pero
deja secuelas en la mente y el alma que debilitan los lazos matrimoniales y sabotean la familia.
Es así que en nuestra labor de consejeros, debemos reforzar la idea del sexo santo y sanar las
heridas del sexo malversado, para que la futura generación de creyentes, si Cristo no viene antes, sea
íntegra en un mundo que sufre epidemia de indecencia.
Llamaremos, entonces, malversación del sexo a toda forma de satisfacer el impulso sexual por
canales ajenos al vínculo matrimonial. Existen diferentes formas de malversar al sexo. La Biblia habla de
los inventores de males (Ro 1:30) por lo que suponemos que la lista de profanaciones siempre será
incompleta y superará a la imaginación de cualquier persona normal. No obstante, se pueden clasificar
las prácticas en grupos, según sus características.
1- La masturbación. Se trata de una práctica solitaria de búsqueda del placer. Consiste en la
estimulación en las zonas sensitivas de los órganos genitales externos. Para ser sinceros no se encuentra
bíblicamente ningún texto que aluda directamente a ella. La iglesia, a través de los años la atacó con
dureza, aunque, de ser pecado, debería recibir el mismo tratamiento que cualquier otra falta. De
atribuirle mayor gravedad, por ser una transgresión de índole sexual, estaríamos sobredimensionando el
valor del sexo por sobre otras áreas.
La masturbación se inicia en la niñez, aún en edad muy temprana. Algunos aseguran que en
ecografías fetales se advirtieron contactos de las extremidades superiores con los genitales. Infantes de
un año o menos suelen hurgar sus órganos y experimentar una sensación que les agrada (de no agradar,
jamás repetirían el contacto). Los niños pequeños carecen de pensamientos eróticos, simplemente
descubren las partes de su cuerpo mientras que aprenden en dónde duele y en dónde gusta. No es para
nada saludable reprender al niño en este tipo de acciones que no serán compulsivas sino esporádicas.
En cambio, si un niño juega permanentemente con sus órganos, habrá que consultar a un pediatra,
porque podría haber algún problema de tipo físico.
Durante la adolescencia llega el auge de esta práctica. El desarrollo de las gónadas aumenta la
libido y la tensión sexual busca un desahogo. La producción de líquido espermático en los varones hace
que con cierta frecuencia experimenten poluciones nocturnas, que a veces van acompañadas de sueños
eróticos.
En la adultez ocurre ocasionalmente frente a estímulos de tipo externo que causan excitación.
Se estima que el 94% de los varones y el 90% de las mujeres recurren a la estimulación de sus órganos
genitales. Tales cifras varían según las fuentes de consulta y las edades. Además, por tratarse de un
hábito censurado en la historia, los encuestados pueden alterar la veracidad de sus respuestas por
razones de pudor.
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Párrafos atrás decíamos que no existe mención explícita de la Biblia que desapruebe esta
práctica. En base a unas cuantas inferencias podríamos llegar a decir que no es buena. Pero sin ánimo de
juicios a favor o en contra, cosa que está en manos de la ética cristiana, podríamos decir que una actitud
condenatoria sobre el onanismo no hará otra cosa que frustrar a quien difícilmente puede librarse,
aumentar su tensión y conducirlo a una mayor compulsión.
La mejor estrategia en la consejería, frente a quien se acerca con angustia por su hábito (casi
nadie pedirá ayuda por la masturbación ocasional), será no prohibírsela sino desalentarla. La primera
tarea de un bombero no es apagar el fuego, sino separar todo material inflamable para evitar que el
incendio se propague. Luego, se apagará el foco, si no… simplemente se apagará solo por falta de
combustible. De acuerdo al ejemplo, no intentemos “apagar fuegos” en la consejería, sino más bien
ayudemos a eliminar toda leña peligrosa. Veamos algunas leñas y la maneras de eliminarlas.
La masturbación suele ir acompañada de fantasías. Las imágenes eróticas se reproducen en la
mente y la imaginación viaja en torno a las relaciones sexuales. En tal caso diríamos que todo
pensamiento pecaminoso debería evitarse. A su vez, los pensamientos de este tipo son de alta
combustión para el fuego de la excitación.
El ocio acompaña con frecuencia a este tipo de hábitos. Son pocas las personas que interrumpen
alguna tarea para caer en el acto. Lo ideal sería desarrollar un plan de actividades que quite lugar a los
tiempos muertos. El ejercicio y la práctica de los deportes son aconsejables.
Las charlas vinculadas a temas sensuales son elementos erotizantes. Quien está luchando en
contra del vicio debería alejarse de los que caen en ese tipo de conversaciones.
Los estímulos visuales son agentes que invaden, no sólo la vía pública sino la mente. Las
publicidades suelen presentar contenidos eróticos hasta para vender una inocente golosina. Las revistas
o magazines en los negocios y librerías ofrecen imágenes de tapa muy seductoras. Algunas películas en
el cine o TV muestran escenas de dudosa decencia cuando no de sexo explícito. El evitar todo tipo de
estímulos, incluyendo la pornografía, será reducir al fuego en su mínima expresión.
Otras veces, los que están en noviazgo llegan a situaciones más apasionadas de lo que los límites
de la conciencia indicarían. En estos casos, para llegar a la resolución de la excitación sexual recurren al
onanismo. En estas situaciones habría que optar por eludir los encuentros en lugares demasiado
privados y mantener un contacto y distancia prudentes.
Una forma práctica de ayudar a quienes lo solicitan por este tema sería el confeccionar una lista
de los horarios, ocasiones, lugares y acciones o pensamientos que acompañaron cada vez a la acción.
De esta forma, con el solo hecho de alterar el ritual se puede quebrar el hábito.
Finalmente, alguien que ha caído en una masturbación compulsiva, tal vez demuestre que
necesita ayuda psicológica ya que entre los síntomas de disturbios mentales, esta actividad es
frecuente.
2- Las relaciones premaritales: Lleva este nombre todo tipo de relación sexual en individuos
que aún no se han casado. Como el sexo se proyecta hacia la procreación, quienes se involucran en
relaciones sexuales sin estar casados intentan engañar a lo más profundo de su mente. Están ensayando
a tener hijos, pero a la vez saben que no cuentan con los medios para criarlos bien ante una eventual
concepción.
Por lo general se trata de “genitalismo”, en el que se persigue el placer de la actividad genital sin
un compromiso práctico ni amor. En tal caso se trata de acciones muy egoístas, porque en esa búsqueda
de placer de participantes voluntarios, estos no buscan el bienestar ajeno sino el propio.
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Por ser la procreación, la mutua gratificación y la autoestima propósito triple del sexo, se
entiende que la unidad matrimonial se consolida luego del acto. Pero la consumación prematura de lo
que Dios dio para el matrimonio descapitaliza al matrimonio. Cuando un individuo sabe que no hay
inconvenientes en practicar el sexo fuera del convenio marital, entonces irá tras el placer sin el
compromiso. Mientras el sexo es exclusivo del matrimonio éste se valoriza. Pero cuando se puede
practicar, sea cual fuere el estado civil, el matrimonio ya no vale tanto.
La llamada “basura de reminiscencia” es una de las tristes consecuencias del sexo prematuro.
Cualquier experiencia fuerte llega en medio de un entorno. De niños tal vez tuvimos una reprimenda de
nuestra maestra que nos produjo angustia. El perfume de esa maestra nos pasaba desapercibido en ese
momento de dolor, pero nuestra mente lo registró. Décadas después, olemos aquella fragancia y, sin
darnos cuenta de dónde la recordamos nos invade un sentimiento de profundo pesar. A esta
experiencia se la llama asociación.
Con las relaciones sexuales ocurre exactamente lo mismo. La secuencia de sensaciones
agradables llega acompañada de “malos olores psicológicos”. Uno de los mayores tormentos de una
pareja fuera de orden es el eventual embarazo. El segundo lugar lo ocupa el temor de ser descubiertos.
Luego el miedo de contraer alguna enfermedad o sufrir el castigo divino. Normalmente las relaciones
sexuales ilícitas se desarrollan en lugares inseguros tales como la casa de alguno de los padres, un hotel,
un lugar solitario, un automóvil y otros. Esta inseguridad también es un efecto negativo. Para las
mujeres, que en su deseo de intimidad permiten que su instinto de procreación aflore, la relación sexual
sin compromiso ni amor les deja una insatisfacción producida por el temor al abandono. Finalmente
ambos compañeros sexuales se engañan mientras experimentan cómo traer hijos al mundo sin saber
cómo administrar esta posibilidad. Es como caminar por una cuerda floja sin la red de seguridad por
debajo. Todo esto trae un sentimiento de culpa importante.
El día que la relación se torne legal, por haberse sellado bajo el matrimonio, cuando ya no haya
nada que temer ni de qué preocuparse, los “malos olores psicológicos” restarán placer al placer y hasta
ocasionarán desajustes.
Lamentablemente la sociedad actual fomenta este tipo de relaciones en honor a la libertad y el
bienestar de los humanos. Las consecuencias del libertinaje no tienen nada de bienestar y mucho menos
de libertad. Por lo tanto es menester presentar una serie de pautas que prevengan el flagelo y
retrotraigan al orden a los que incurrieron en la falta.
En primer lugar, el sexo no es pecado pero sí lo es su mala administración. Esta consiste en hacer
uso del mismo para fines egoístas y de consecuencias imprevisibles, en el mejor de los casos y nefastas
en la mayoría de ellos.
Toda relación sexual premarital establece un tipo de pacto afectivo. En el interior del ser las
personas se sienten unidas y con perspectivas a la convivencia. Si por alguna razón, en el período de
noviazgo, la pareja advirtiese que las posibilidades de éxito en el matrimonio no son tantas, la relación
íntima selló un tipo de unión que posiblemente les impida terminar con el noviazgo. Allí comenzará el
gran problema de una familia disfuncional. Si esa pareja optase por romper su compromiso por las
razones antedichas, el desgarro que cada uno llevará, dejará cicatrices hasta el matrimonio que un día
formen.
Cuando una pareja incurrió en la intimidad fuera del tiempo, jamás debemos manifestar
escándalo o reacciones que ahuyentarían a los novios. Más bien, si ellos llegan a la oficina pastoral con
tal planteo, es porque experimentaron arrepentimiento y solicitan ayuda. En ese caso la actitud será el
proyectarse al futuro. No nos debemos concentrar en un posible embarazo, ese no es el tema, nuestra
atención se debe fijar en las condiciones que deberán cumplir para llevar un noviazgo santo, los
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momentos a prevenir, la supervisión y el rendir cuentas periódicamente para consolidar un hábito sano.
El aspecto espiritual es el más fácil: “si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1Jn. 1:9)
Uno de los consejos más desacertados para los que traspasaron los límites es el obligarlos a
casarse. Indistintamente de un embarazo o no, el casamiento jamás debería blanquear un pecado.
Quienes reciben la presión de casarse pueden no estar maduros para enfrentar la responsabilidad o no
ser lo suficientemente compatibles como para encarar la convivencia. Entonces hallaremos a dos
desdichados a quienes Dios perdonó, pero los hombres castigaron de por vida. Aún en el caso de una
concepción, muchos padres conminados por sus progenitores para comenzar una vida en pareja
proyectan inconscientemente sobre su hijo el sentimiento de culpa desatando serias consecuencias. Un
hijo de padres solteros, dentro de lo incómodo de la situación, es preferible a uno de padres separados
luego de interminables peleas.
El Antiguo Testamento ordenaba que quien violase a una mujer comprometida o casada debía
morir, pero si la mujer era soltera y sin compromiso, el abusador debía tomarla por esposa (Dt. 22).
Nunca podríamos utilizar semejante texto para sostener la obligación de que dos jóvenes que se
acostaron deban casarse. Una de las razones de tal orden veterotestamentaria podría ser el deber de
sostener a alguien a quien se había mancillado. El énfasis sobre la virginidad, bien necesaria en un
pueblo que debía mantener a la familia en integridad, hacía que una mujer que perdiese tal condición
quedara expuesta a la soledad, el exilio y hasta la muerte. Esta es la razón por la que el abusador debía
hacerse cargo de la responsabilidad.
En el tiempo de la gracia las cosas han cambiado. Ya no somos un pueblo de vínculos sanguíneos
y estamos entremezclados con quienes poseen otros principios muy contaminantes. Esa ley no es
necesaria. De serlo, Pablo hubiese obligado que, los antaño fornicarios, una vez convertidos tomasen
por esposa a la prostituta que les prestó servicio.
El casamiento debe tener como única motivación el amor, el compromiso, la armonía, la
madurez y la certeza de que el futuro de la pareja será bueno en su convivencia.
3- Infidelidad o adulterio: Se define como tal a toda vinculación erótica con alguien ajeno al
propio matrimonio o de un matrimonio ajeno. Si bien pareciese que el adulterio consiste en una relación
sexual, en realidad se consuma con el acto íntimo, pero su inicio tiene muchas posibles formas.
No dedicaremos espacio para el interminable tema de los matrimonios en segundas nupcias. No
faltan quienes acusan de adúltero vitalicio al que, habiéndose divorciado o separado rehízo su vida. Si
bien Jesús comentó esta posibilidad, una buena interpretación del texto nos enseña que debemos ser
cuidadosos en juzgar a los que incurren en el hecho. En cambio hablaremos detenidamente del adulterio
franco que, incluyendo la definición del principio, suele añadir el engaño o traición.
Puede haber muchísimas motivaciones para cometer el adulterio pero deberíamos clasificar a
tales acciones en tres tipos. El primer tipo sería bajo sentimientos románticos y de efecto más o menos
duradero. El segundo consistiría en la unión circunstancial por la mera búsqueda del placer, la diversión
o la satisfacción de carencias sicológicas. El tercer tipo responde a individuos con adicción al sexo. Este
es el más difícil de tratar y necesita un programa de rehabilitación que incluya un “socio de
responsabilidad”, es decir alguien que siga de cerca al adicto para que este le rinda cuentas
periódicamente.
El primer caso cuenta con sus complejidades. Por parte del actor pueden existir carencias
afectivas esenciales que lo hacen suponer que lo amará más cualquier otra persona que su cónyuge.
Otras veces el machismo cultural puede inculcar la idea de que un hombre debería tener múltiples
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parejas. En otras ocasiones el modelo familiar calcó una conducta de estas características. También
podría ocurrir que uno de los esposos, por temor a sufrir una traición decide “traicionar primero”. En tal
caso la gestación de semejante pensamiento posee raíces más escabrosas aún. La ambición no
solamente se da en los bienes materiales, sino también en el área erótica. Un ambicioso será propenso a
la codicia de otras personas. Una vez que enfocó su deseo hará comparaciones desproporcionadas y
arbitrarias que llevarán al desencanto de su pareja. Finalmente caerá en la intolerancia y el fastidio de lo
que antes amaba. La historia concluirá en un repudio afectivo que concederá la licencia para iniciar otra
relación en forma simultánea con la existente. En contadas ocasiones se puede cruzar un tercero con
quien existe química y afinidad. Sólo hará falta que uno de los dos asuma la iniciativa y se desate el
pecado.
Aunque no siempre, los damnificados pueden tener responsabilidad en las acciones infieles de
sus cónyuges. Los malos tratos, la insatisfacción de necesidades del otro, algún pasado tenebroso, la
injerencia de los padres de uno o ambos cónyuges, el incumplimiento de los deberes matrimoniales, la
falta de cariño y muchísimas otras condiciones pueden empujar a que uno de los dos se lance a la
búsqueda de quien le compense.
Una buena parte de los adulterios nace en la mutua responsabilidad de la pareja. Uno de ellos
no satisface y el otro no perdona. Uno no hace méritos y el otro no se conforma.
El tipo de infidelidades que se manifiestan con relaciones sexuales por placer o diversión
poseen como patrón a individuos que luchan con su identidad sexual. Últimamente se ubica sobre la
mesa del debate si la adicción al sexo es una enfermedad. Algunas celebridades del cine y el deporte se
confesaron con tal apego y buscaron ayuda profesional. De estos no son escasos los que, por sentirse
“poco hombres” o “poco mujeres” poseen un hueco insaciable que intentan llenar infructuosamente.
Sin perjuicio de lo anterior podría darse el caso de desajustes en la intimidad que impelen a un acto
infiel. El apóstol Pablo aconseja llevar una vida sexual activa en el matrimonio “por causa de las
fornicaciones” (1Co. 7.2). La negación de un cónyuge puede abrir puertas desagradables si se prolonga
por tiempo excesivo.
Desde nuestra consejería debemos prevenir el adulterio. Los pastores tenemos que ser lo
suficientemente amplios como para infundir a los tentados la confianza de pedir ayuda. La consejería no
sólo debe brindarse a pedido. También debe ofrecerse. Reuniones y retiros de matrimonios donde se
fijen las pautas de la convivencia placentera, deben ser parte de la iniciativa pastoral.
Existe un ministerio internacional al que necesitamos echar mano. Se trata de un sistema de
emergencias a los matrimonios que están en crisis. Su nombre registrado es “El 911 para matrimonios” y
pertenece al Instituto Nacional del Matrimonio en asociación con Joe y Michelle Willams. Su página de
Internet es www.nationalmarriage.com. Este y otros como “Focus on the Family” (Enfoque a la familia),
fundada por James Dobson, enfatizan la fidelidad conyugal.
Quienes confiesan estar en riesgo de violar su pacto matrimonial necesitan un seguimiento
comprensivo y a veces tratamiento psicoterapéutico.
Cuando algún integrante de una pareja ha caído hallaremos un gran desafío. La indignación de
un quien se siente traicionado requiere bastante tiempo para ubicarla en su cauce. Como siempre, hará
falta neutralizar toda actitud destructiva. En los primeros tiempos que el “engañado” toma
conocimiento de la situación sobreviene un enojo caótico seguido de depresión. Es común que afloren
sentimientos tales como: “si yo me he guardado para él/ella, ¿Por qué no correspondió a mi fidelidad?”
“¿En qué he fallado yo para que me haga semejante daño?
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La primera pregunta, que es bastante frecuente, corresponde a una formulación errónea. Sin
bien la reciprocidad es válida. Los principios del amor excluyen toda transacción pues no hay
condiciones para amar. La fidelidad nace de la decisión unilateral y feliz de quien ama. La parábola del
hijo pródigo muestra un ejemplo semejante cuando el hermano mayor, que parecía tan fiel, esperaba
una paga por ello. No era un placer su lealtad sino un verdadero esfuerzo, se trataba de un pródigo
reprimido. Algunas de las víctimas del engaño pueden ser adúlteros reprimidos. Si reconociesen esta
situación, tal vez aplacarían su ira destructiva y buscarían recomponer la pareja.
Una vez que pasa el momento de conmoción se tratará de saber si quien cometió la falta está
arrepentido y desea finalizar con la relación malsana. Poco se podrá hacer si la persona persiste en su
actitud. Cuando el que incurrió en la infidelidad es descubierto será más difícil pensar en un
arrepentimiento legítimo. En cambio, si existe una confesión de propia iniciativa se presumirá que hay
voluntad de abandonar la relación ilícita, al menos que la confesión se utilice para manifestar la
determinación de abandonar el hogar e irse con la otra persona.
Ya sosegados los ánimos (y esto lleva varias sesiones de escuchar amarguras y reproches) se
podrá trabajar con la pareja en la reconstrucción de la relación. A estas alturas, debemos saber que la
gran cantidad de entrevistas se celebrará alternando a la pareja junta con sus integrantes por separado.
Es evidente el deterioro previo de la relación en los casos de infidelidad. Será cuestión de volver
al punto de partida y revisar las mutuas frustraciones. Por otra parte siempre es apropiado repasar la
apreciación que cada uno tiene de los aspectos virtuosos del otro. El juicio humano es demasiado
selectivo y parcial al punto de ignorar, cuando así se lo propone, todo lo positivo.
El consejero estará atento al progreso y reveses de la restauración, pero dará a los esposos
tareas o metas que deberán alcanzar hasta la próxima sesión. Cada vez que surge una crisis deberán
analizarla con el orientador y repasar la cadena de reacciones para detectar los errores.
Los engañados, en buena parte de los casos, presionan a los que les traicionaron para que
cuenten a lujo de detalles cada encuentro y cada sentimiento. De nada vale saber esto. Los pastores
debemos ser bien enfáticos en que no se pregunte más nada del pasado.
Alguna vez recibiremos en nuestro despacho a creyentes que, angustiados por haber caído en
adulterio y arrepentirse, buscan ayuda. La mayoría de los ministros cree que deberían confesar a su
cónyuge la falta cometida. Todavía no encuentro el beneficio de tal imposición. El universo y aún
nuestro futuro están llenos de verdades de las que sólo una minúscula fracción conocemos. Dios nos
dice sólo algunas de ellas, no todas… sin embargo Dios es bueno y justo. La confesión a la otra parte
podría causar una herida muy grande sin saber con exactitud los efectos positivos. El texto bíblico que
alude a la confesión es Stg. 5.16. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros…”.
Santiago no se refiere a una confesión auricular, como en la Iglesia Católica Romana se le llama,
sino que la palabra “homologein” hace hincapié en el reconocimiento. Tal como Vine dijera: “confesar
en el sentido de admitir la propia culpa de la que se ha sido acusado, resultado de la convicción interna”
11
. No significa esto que el penitente deba callar absolutamente y guardarse el secreto. Tampoco negar
el hecho si el cónyuge le interroga. Más bien, debería confesarlo al consejero y pedir ayuda, pero
evaluar si el conocimiento de la falta hará algún provecho al engañado.
Cuenta una historia acerca de una familia en el siglo XIX que había decidido arreglar sus cuentas
con Dios. Como consecuencia de la conversión llamaron a su cocinero para pedirle perdón por los malos
11
Vine, W. (2000, c1999). Vine diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Neuvo Testamento exhaustivo (electronic
ed.). Nashville: Editorial Caribe.
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tratos expendidos hacia él y la promesa de no ofenderlo más. El hombre conmovido, que había tomado
también una decisión piadosa les respondió: “Yo también me arrepiento de haber escupido en su sopa
todos los días y prometo no hacerlo más”. Para los efectos podríamos decir que la familia había
cometido una falta palpable y bien sentida por el cocinero. Ellos “reconocieron” la falta ante el
trabajador y le trajeron el bienestar de hacerle saber que tenía razón en su apreciación sobre los malos
tratos. En cambio, el hombre difundió información nueva capaz de iniciar un nuevo pleito. ¿Cuál era la
razón de confesar? ¿El mero hecho de decir toda la verdad o el interés de restaurar una relación
quebrada? En el matrimonio, siempre se buscará restaurar las fisuras y nunca comenzar nuevas
historias.
Si el adulterio ha sido una consecuencia, un síntoma de una serie de malos funcionamientos,
concentrémonos en las causas. Asesoremos al arrepentido para que recomponga cada uno de los
valores caídos y se empeñe en fortalecer la relación. Por otra parte deberá tomar una serie de medidas
que bloqueen el acceso al tercero con el que se enredó. Sólo en el caso en el que el despecho del
amante abandonado pudiese filtrar información al hogar, será preferible confesar la non sancta acción.
PERVERSIONES
Se les llama así a todas las variantes que tuercen significativamente el propósito del sexo.
También se las conoce como parafilias (del griego para: al margen y filia: amor) cuya definición sería la
búsqueda y obtención del placer sexual por medios distintos a la cópula.
Por desvirtuar al sexo, y por atentar contra la familia, profanando a esta capacidad dada por
Dios, las perversiones son pecaminosas y además suelen revelar daños psicológicos en quienes de de
ellas se valen.
Las perversiones se deben diferenciar de las alternativas sexuales de una pareja que se vale de la
creatividad para mantener en alto los niveles de erotismo en su lecho. Para marcar distancias podríamos
definir, desde nuestro punto de vista cristiano, como una relación sexual sana, a la actividad erótica
desarrollada por dos personas de distinto sexo, bajo el mutuo consentimiento, con limpia conciencia y
placer, en un ambiente de intimidad, amor y compromiso. No hay referencias bíblicas que censuren las
relaciones encuadradas en esta definición. Por ello la conciencia, el consentimiento y el placer son los
tres únicos limitantes de la variedad sexual del matrimonio.
Seis son los grupos en los que se podrían clasificar las parafilias más comunes.
1- El primer grupo se caracteriza por la falta de contacto físico. Tal es el caso de la pornografía, el
voyeurismo, el fetichismo y el exhibicionismo.
Párrafos después definirán cada una de estas prácticas, pero el elemento que las caracteriza en
común sugiere el caso de personas que sienten excitación sexual indirecta al objeto sexual mismo. A
veces, las curiosidades insatisfechas o la timidez conllevan a que el individuo sienta placer con
elementos que, sin el compromiso físico y los precios a pagar para el mismo, representan algún tipo de
coito. Veamos cada práctica.
a- La pornografía
Consiste en manifestaciones gráficas de relaciones sexuales o perversiones con el fin de
despertar el placer de los que las consumen. Es, tal vez, la más común de todas las perversiones. Quien
la consume, desde un lugar seguro puede apelar a la fantasía para imaginarse una y otra vez
protagonizando lo que ve. El individualismo caracteriza a la actividad y la masturbación casi siempre
acompaña a la pornografía a manera de resolución del deseo. La transgresión es evidente en esta
práctica ya que sus imágenes hacen referencia a relaciones ilícitas. Romanos 1 explica que la
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consecuencia de una mente que desaprueba a Dios, entre otras cosas es la fornicación, la perversidad y
la creatividad maligna. La pornografía entra en esta categoría. Casi finalizando el capítulo Pablo dice que
los que practican tales cosas y los que se complacen con ellos son dignos de muerte eterna. Una vez
más se comprueba que no tiene nada de inocente una práctica que, además de pecaminosa es adictiva.
Resulta muy difícil detectar la etiología de quienes consumen erotismo gráfico. Pero la tensión
sexual siempre buscará una salida, y la más fácil de todas las salidas es la pornografía. Su oferta se
encuentra en negocios de revistas e Internet. Solo un tecleo y aparecen imágenes seductoras que
invitan a navegar más profundamente en el tema. Una vez ingresado, el consumidor podrá observar con
toda tranquilidad lo que quiera y cuanto desee. La tenencia de computadoras domésticas facilita el
acceso aún más.
Toda esposa que se entera que su marido consume pornografía, experimenta sentimientos de
incompetencia sexual y también desciende en su autoestima. En especial las personas culpógenas
suelen cargarse con la idea que su mal rendimiento en la intimidad empuja a su cónyuge tras esta
práctica. En los casos más severos, algunas mujeres se comportan como esclavas sexuales de sus
maridos que se disponen a imitar todo lo que aquellas películas muestran para subir su autocalificación.
El consejo a los que se confiesan usuarios de imágenes ilícitas consistirá en explicar por qué se
trata de una práctica pecaminosa y dañina para la salud sexual. Acto seguido y en varias sesiones se hará
el seguimiento de quien buscó ayuda. Los consejos prácticos a tener en cuenta consistirán en destruir
toda publicación de imágenes indecentes. Llevar la computadora a lugares menos privados,
acompañarse de buenos amigos en el momento de consultar el correo electrónico o abrir internet.
También ayudará el disciplinarse con horarios y actividades.
b- El voyeurismo
El voyeurista también recibe el nombre de “mirón furtivo”. Casi al igual que en la pornografía, el
individuo disfruta en espiar a personas escasas de prendas, bañándose o en situaciones semejantes. Los
elementos preferidos del voyeurista son los larga vistas, los telescopios, las cámaras de lentes potentes
y hasta los dispositivos de imágenes digitales de los teléfonos móviles. Al mirón furtivo le atraen las
ventanas abiertas, los típicos ojos de cerraduras, los baños y los vestidores para probar prendas de
vestir. También suele frecuentar espectáculos donde los protagonistas lucen escasos de ropas o se
despojan de ellas.
Pareciera que este tipo de actos satisfacen una curiosidad esencial. Si eso fuera todo, la
preocupación sería menor. Pero detrás de la observación obsesiva de la intimidad de las personas llega
el deseo. La mirada que alguien da hacia otro del sexo opuesto tiene una capacidad evaluadora. Cuando
el escrutinio se enfoca en la anatomía que diferencia a los géneros, estamos frente a un juicio que, de
ser favorable hacia el observado, lo convierte en apto para el apareamiento y la reproducción. Tal
perspectiva pareciese tener un fuerte pensamiento evolucionista. Lejos de ello, Dios nos ha creado con
un instinto que reconoce como belleza humana todo atributo que revele buena salud y capacidad
reproductiva. De no ser así, estaríamos luchando contra la extinción.
Para retornar a la esencia del tema, el voyeurista observa y luego codicia. Una vez que codició, la
fornicación o el adulterio serán parte de su corazón. Frente a tal conclusión no hace falta explicar por
qué esta desviación se encasilla dentro de lo impuro para Dios y pernicioso para los hombres.
Cómo llega un individuo a una situación así es difícil saber. Al igual que con la pornografía la
vista es un sentido que normalmente participa en la actividad sexual y por lo tanto poseerá una
inclinación natural hacia esta área. Lo demás… lo proporciona una sociedad capaz de enfermar la
decencia del más inocente.
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Pocas personas se confiesan voyeuristas con sentimientos de culpa. Pero si tal hábito les
ocasiona algún tipo de problema, sea con su cónyuge, si es casado o laboral, o tal vez con quienes se
sintieron dañados por su mirada, seguro buscará ayuda. En tal caso, una buena conversación acerca del
significado del sexo y los órganos que lo componen suele ayudar. Otra vez, el seguimiento, el ayudar a
rendir cuentas y a veces derivando a una buena psicoterapia darán sus resultados.
c- Fetichismo
El término proviene de la palabra “fetiche” que antiguamente correspondía a un amuleto. Se
trataba de objetos a los que se les atribuía poderes especiales en ciertas culturas. Por extensión se dio
este nombre a los objetos que pudiesen relacionarse con la intimidad de las personas, y por lo tanto
representarlas simbólicamente.
El fetichista colecciona prendas interiores, cabellos, vello, fluidos humanos y hasta accesorios de
uso íntimo. Según se entiende, quienes tienen esta práctica se excitan con esos elementos imaginando
que están con la persona de quien poseen la prenda. En líneas generales este tipo de personas
demuestran también otros comportamientos que en el conjunto se interpretan como típicos de alguna
patología.
Como pastores podemos orientar a una persona de semejantes características con el argumento
ya comentado: que todo lo que se basa en la fantasía impura y la codicia es pecado. Pero, sabiendo que
los que en estas acciones incurrieron pueden estar afectados en su mente, habrá que derivarlos a un
profesional de la salud mental mientras seguimos brindando apoyo espiritual.
d- Exhibicionismo
A diferencia de las perversiones anteriores, el exhibicionista siente placer en mostrar sus
atributos sexuales. Pareciera que lo que más alimenta a esas mentes malsanas son las reacciones de
pavor que las víctimas. El mecanismo del exhibicionista es el mismo que en los mirones furtivos y los
consumidores de pornografía. Mientras que estos últimos se excitan mirando, los primeros creen que
pueden excitar a su víctima si esta mira sus partes privadas.
Estos individuos caminan por las calles mientras buscan a los espectadores ideales. Allí quitan
sus ropas y hasta actúan impúdicamente con todo tipo de maniobras grotescas. Otros casos se
conforman con resaltar sus atributos valiéndose de modas emergentes. Todos pretenden dar el mensaje
de que son totalmente aptos para la cópula. Como capítulos atrás se expresaba: tratan de mostrar lo
que creen que no poseen. Son individuos que se sienten apocados, quién sabe por qué humillaciones
pasaron, y necesitan compensar enfermizamente el estigma invisible a los demás, pero patente en ellos.
Sin embargo hallaremos situaciones de personas que por efecto de las drogas o la demencia han
dañado el centro de la inhibición en el cerebro. Tales personas no tienen conciencia de inmoralidad en
su exposición física tal cual no la tienen los niños pequeños.
En los actos de inmoralidad de Levítico 18 se previene duramente contra el contacto visual de la
desnudez. Se sabe que tras la vista llega el apetito. Cualquier intento de exhibir lo oculto de cuerpo abre
puertas peligrosas a ciertos hechos, pero antes daña el corazón.
El caso del exhibicionista merece un urgente tratamiento psicológico.
2- El segundo grupo corresponde a los individuos que mantienen un contacto físico violento o
malsano. Tales son la violación, el sadismo y el masoquismo. El patrón común de estos casos es el dolor,
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o más bien el placer en el dolor. En cuanto al origen, suele ser la culpa que se siente propia o la culpa
que se siente ajena. Al considerar estas tres prácticas entenderemos mejor el concepto.
a- Masoquismo
Los que caen en esta perversión, por lo general son personas que encierran grandes
sentimientos de culpa. Esta logra en el ser humano que se dañe a sí mismo o que se goce en su
sufrimiento. La culpa apareja la necesidad de castigo. Ante la imposibilidad de pagar la deuda existente,
la persona se auto castiga de diferentes maneras. A veces comete acciones inconscientes que lo
exponen al peligro, otras veces se flagela y en otras ocasiones, sobre todo cuando la culpa se relaciona
con el área sexual disfruta sufrir en manos del otro.
Algunos individuos manifiestan su masoquismo relacionándose a otros que sólo les prometen
engaños y mala vida. El masoquista pide que lo maltraten de todas las formas imaginables, se daña los
genitales y a veces los mutila.
Nunca llegará alguien a la consejería confesando arrepentimiento por sufrir voluntariamente. En
cambio, si ha ido muy lejos en su búsqueda del dolor, tal vez se asuste lo suficiente como para
confesarlo. En esos casos la reeducación terapéutica de un profesional ayudará. El argumento bíblico
para que la persona entienda que se trata de una acción contraria a la voluntad de Dios consiste en que
el sacrificio de Cristo es suficiente para pagar por cualquier culpa. No hay castigo que iguale a la cruz de
Jesús.
b- Sadismo
Se dice que cada masoquista necesita de un sádico para completar el ciclo. No siempre es así,
pero el sádico, al contrario que el anterior, siente placer al causar dolor ajeno. Como decíamos al iniciar
las características de este grupo, los sádicos son sujetos que sienten resentimiento hacia su progenitor
del sexo opuesto. En otras palabras sienten culpables a todas las personas del género de quien los dañó
física o moralmente.
Los golpes, las acciones violentas y los insultos son comunes. Aún hay casos que han llevado a la
muerte. Lamentablemente la sociedad sin Cristo considera que se trata de sofisticaciones sexuales, pero
las causas que llevan a esto son tan preocupantes como las consecuencias.
Pueden llegar a la oficina del pastor víctimas de cónyuges sádicos que se sienten hartas de las
demandas crueles de sus esposos. Nunca debería un ministro entrometerse en un área así, sobre todo si
el marido sádico no pertenece al ámbito de la iglesia. En cambio, sí debe hacer saber que se trata de
prácticas enfermizas y precursoras de daños aún mayores. En la mayoría de los países latinoamericanos
hay legislación que protege a las mujeres de acciones violentas o que las fuercen a cualquier tipo de
relación.
c- Violación
Poco dedicaremos a los individuos que la cometen. Simplemente se trata de sujetos que en
algún momento de su vida tal vez fueron violados o que abrigan fuertes resentimientos hacia su madre.
Muchos creen, y con bastantes fundamentos, que son irrecuperables. Por eso en algunos países se
practica la castración química. Un milagro del Señor podría sanar cualquier patología, pero el violador es
un verdadero psicópata del que siempre habrá que tomar recaudos.
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Si brindaremos, en cambio, mayor espacio a las víctimas de violaciones, que sin quererlo se
vieron involucradas en actos que marcaron su alma y su cuerpo.
No hay un modus operandi común a todos los violadores. Algunos de ellos actúan bajo una
seducción inicial o engaño. Otros se manejan bajo amenazas. Finalmente están los que atacan con
violencia dejando, en algunos casos, a las víctimas en grave estado o inconsciencia. Luego de perpetrado
el hecho sobrevienen las amenazas por si se les denuncia, pero también hay los que directamente
matan a sus víctimas. Casi siempre, mientras se realiza la violación hay violencia verbal y agresividad.
Quienes sufrieron semejante experiencia a manos de estos depravados padecen una serie de
sentimientos en los que hace falta respaldo pastoral. Los primeros momentos posteriores a los hechos
se caracterizan por un verdadero estado de choque emocional. La persona queda confundida, a veces
pierde la noción de espacio y tiempo. Existen casos en los que permanece en silencio sin decirlo a sus
seres queridos por vergüenza o temor a sus reacciones. Transcurrido un tiempo sobreviene una
sensación de suciedad e inmundicia que lleva, en ocasiones, a que la víctima busque bañarse una y otra
vez.
En la etapa reflexiva, la persona abusada comienza a desarrollar sentimientos de culpa e
indignidad. Se aborrece por considerar su cuerpo mancillado y se recrimina no haber hecho nada para
evitar lo que ya no puede borrarse. Obviamente, las fantasías juegan en contra acerca de las
posibilidades de haberse librado. Los verbos en tiempo potencial abundan y tornan a los pensamientos
muy negativos.
Inmediatamente llegan los temores. Un embarazo, una enfermedad, el rechazo de la sociedad,
el estigma y la soledad. El enojo es común cuando los seres queridos, en la búsqueda de superar la
depresión, evitan referirse al tema. La víctima se percibe sola en su dolor y se sabe incomprendida. El
futuro pareciera un alto muro. No se vislumbra quién podría llegar a amar a una persona violada, no se
concibe la idea de una familia.
Si el violador ha sido un allegado, las amenazas e intimidaciones sumen a la abusada en el
silencio que no hace otra cosa que sumar culpabilidad. En algunos casos de violadores emparentados, se
ama y se odia al mismo tiempo a los perversos. Si la experiencia se sufre en temprana edad, las
amenazas suenan más verosímiles y los que se atreven a relatar el hecho, muchas veces son descreídos
por los padres que inconscientemente quieren estar ciegos a semejante problema. En estos casos la
imagen del sexo queda totalmente desprovista de amor y desvirtuada. Los que padecieron el daño
desarrollan la idea de haber quedado descalificados en su vida sexual y esto puede llevarlos a aceptar
fácilmente ofertas de este tipo para compensar su sentimiento de ineptitud.
¿Qué hacer frente a un caso de violación?
Antes que nada debemos estar atentos, en el caso de los niños, a cambios de conducta o ánimo.
Los dibujos de los pequeños suelen revelar algunas cosas que, sin ser expertos, nos pueden insinuar que
sufrieron algún daño. Los infantes suelen hacer con sus muñecos lo que a ellos les hicieron. Si se retraen
o actúan con irritabilidad, o bien, rehúyen de cierta persona, tal vez nos hayamos encontrado con una
señal de alarma. Nunca está de más llevar a los niños al pediatra e informarle sus cambios para que
detecte si hay daños físicos.
Una vez sabido el hecho, la persona necesita amor y comprensión. El contacto físico es vital por
parte de sus seres queridos. Imperiosa es la necesidad de denunciar el hecho cuanto antes a la policía y
someterse a todas las pericias necesarias. Se recomienda no lavar las prendas íntimas ya que pueden ser
evidencia para apresar al depravado. La atención médica resulta imprescindible para tratar los daños
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sufridos y prevenir tempranamente toda posible infección contraída. En algunos países se autoriza la
ingesta de la “píldora del día después”, pero se supone abortiva por algunos.
Existen profesionales especializados para tratar a personas que sufrieron este tipo de traumas,
pero los ministros podemos hacer muy bien nuestra parte.
En primer lugar el perdón es la clave de la sanidad en la mente. Una joven escribía en una
publicación que aún años después de su tragedia revivía en su mente lo acontecido. Odiaba al agresor, a
quien nunca la policía logró atrapar. Un día entendió, gracias a la terapia de grupo, que mientras no
perdonara a su ofensor, seguiría sufriendo la violación en su mente cada vez que recordara el hecho. Se
dijo: -¿Quién es ese tipo para que yo lo honre con mi memoria cada vez? No merece ser recordado. Le
perdono la deuda. Desde ese momento superó la depresión que hacía tiempo la aquejaba.
Cuando la persona violada comprende que su violador es un individuo discapacitado sexual, que
seguramente fue él antes violado y que se siente tan incompetente en el área sexual que se ve incapaz
de mantener sexo bajo común consentimiento, lo comienza a ver como un pobre individuo y no como
un poderoso enemigo. Para el victimario tal vez se haya tratado de sexo muy mal entendido. En cambio
la víctima debe convencerse que para ella eso no es sexo. Simplemente se trató de violencia genital. Un
acceso carnal sin consentimiento de ninguna manera debe tener significado de sexo.
Cuando el que padeció la violencia manifiesta sentimientos de culpabilidad, es necesario
ayudarlo a comprender que ninguna de las acciones realizadas o sin realizar, respondieron al deseo de
ser violado. De haber imaginado cómo sería la historia, seguro que hubiese hecho algo para
resguardarse. Pero ante la ignorancia del futuro, las acciones acertadas responden al azar.
Una de las preguntas más frecuentes de los que sufrieron abusos es: ¿Dónde estaba Dios? La
respuesta no es fácil. Sin embargo, todos sufrimos diversos tipos de lesiones de la vida. De ninguna
manera hay que sobredimensionar al sexo por sobre otras situaciones. Una joven que había recibido
todo tipo de abusos sexuales, tuvo un encuentro con Jesús, y en una visión estaba el Redentor
maltratado y crucificado diciéndole: “¿Viste? De esta manera abusaron también de mí”. Todo lo que se
sufre debe quedar en la historia y cada individuo decide dejarlo allí o traerlo permanentemente al
presente. Muchísimas personas, más de las que imaginamos, han sufrido algún tipo de abuso sexual. De
la mayor parte de ellas no nos damos cuenta, y si no fuera así: ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro?
Ambos valen lo mismo. Estamos en un mundo donde Dios hace llover sobre buenos y malos y hace salir
el sol sobre justos e injustos. Estamos expuestos a cualquier experiencia, pero los cristianos podemos
darle a la vida una lectura distinta.
No hace mucho leí por ahí una frase excelente. “Sin duda somos producto de nuestro pasado,
pero a su vez responsables de nuestro futuro”. En la consejería, aquellas personas que sufrieron
violencia sexual deben saber que el esposo que sea digno de ellas las amará sin importar lo que les haya
ocurrido. Lo único que podría afectar al matrimonio serán las actitudes equivocadas que se hayan
elegido tener luego de una experiencia por cierto desagradable. Pero en el matrimonio tendrán el
verdadero sexo, con alguien que les ama y que busca su bien y agrado. Alguien que desea compartir la
vida para siempre.
3- El tercer grupo de perversiones corresponde a los objetos sexuales pasivos o indefensos. El
bestialismo y la pedofilia son los más comunes, aunque existen psicópatas que abusan de incapaces
mentales o discapacitados motrices. Una categoría mayor de depravación corresponde a los necrófilos,
aunque estas actividades se relacionan más con rituales ocultistas. El común denominador de este grupo
es el de personas que por su cobardía o sentimiento de incapacidad, se creen incapaces de ser
aceptados por un compañero/a sexual.
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a- El bestialismo o zoofilia se da con más frecuencia en las zonas rurales y con individuos aislados
del contacto social. Consiste en el apareamiento con animales. El desahogo sexual queda canalizado a
través de este tipo de contactos íntimos con bestias que no tienen la capacidad de rehusarse.
Únicamente aquellos que padecen enfermedad mental prefieren la zoofilia por sobre las relaciones
normales. Tal vez, alguno que se sienta descalificado en su intimidad mantendrá el hábito, pero aún en
estos casos es una alternativa. La Biblia condena este tipo de prácticas, porque nuevamente se desvirtúa
el concepto y propósito del sexo.
Los que piden ayuda por esta desviación, necesitan saber que el perdón de Dios es incondicional
y que no hay pecado, por monstruoso que sea, que la sangre de Cristo no limpie.
b- La pederastia, en cambio es la apetencia por prácticas sexuales a los niños. Una de las
mayores crueldades de las perversiones es el abuso de menores. Los pederastas buscan niños menores
de 12 años. En cambio, los que abusan de adolescentes (12 a 18 años), bajo engaño y seducción
cometen estupro. Cualquiera de las dos prácticas es ilegal y penada con la cárcel.
Lamentablemente hay mercado para este tipo de enfermos. Países sub desarrollados son el foco
del turismo sexual. Todo este comercio popularizado resta importancia a esta grave práctica que arruina
las vidas para siempre. Encontramos en algunos casos personas que buscan niños a través de Internet o
concurren a lugares donde los pueden hallar. Se muestran muy amigables hasta que los llevan a sus
“cuevas” y allí los abusan. A veces los seducen o sobornan y crean así un precedente que desviará para
siempre la conducta sexual de su víctima. Otros casos comunes se dan en las escuelas, orfanatos o
guarderías. Algunos ven la oportunidad de descargar su tensión sexual en los niños. A veces hay acceso
carnal y otras manoseos o estimulaciones genitales de otro tipo. Finalmente, lo más frecuente son los
abusos de parientes o convivientes con los niños. Abuelos, tíos, primos, padrastros o vecinos ocupan la
lista de estos casos. Pero los cómplices de todos ellos suelen ser padres muy ocupados, egoístas o
ausentes. Esta característica crea el ambiente indispensable para tender la trampa.
Nuevamente hallamos abusadores ocasionales que son individuos que en el albor de su
adolescencia mal canalizaron su instinto. Lamentablemente están los abusadores sistemáticos que, al no
ser que el Espíritu Santo los controle en su totalidad serán irrecuperables. Para los arrepentidos hay
misericordia de Dios. Lo difícil será cuando se encuentren con los niños dañados, algunos ya crecidos. La
confesión de su pecado y manifestación de cambio no serán suficientes para restaurar aquellas vidas.
Las estadísticas de personas abusadas de alguna forma en su niñez o adolescencia asustan. La
ministración de las víctimas será semejante a la de quienes fueron violados. Asimismo se deberán
reforzar los valores decentes del sexo y la identidad sexual de los que piden ayuda. La ayuda psicológica
es vital en estos casos y no debemos omitir el mencionarla. No olvidemos del deber de denunciar a las
autoridades a quienes dañan la integridad de la niñez.
4- El cuarto grupo se caracteriza por relaciones íntimas con personas del mismo género. Dentro
de estos tenemos a la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad y la bisexualidad ocasional.
La homosexualidad y el lesbianismo
El primer término significa etimológicamente “mismo sexo”, pero su extensión se enfocó
últimamente a los varones que se vinculan eróticamente. El segundo vocablo hace referencia a la isla de
Lesbos, en la que la poetisa Safo escribió poemas acerca de su pasión hacia otras compañeras. De allí
que el lesbianismo es la homosexualidad específica en las mujeres.
La bisexualidad no es ni más ni menos que la alternancia de un individuo entre las relaciones
heterosexuales y las homosexuales. Se cree que el bisexual es, por lo general, un homosexual sin
definirse aún. Otra vez la presión social y su publicidad ventilan estas conductas en personas que
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adquirieron notoriedad. De esta manera fijan un modelo que desinhibe a los que se sienten tentados y
los conduce a la práctica desvergonzada. La bisexualidad es tan antigua como la homosexualidad.
La bisexualidad ocasional responde a la curiosidad de los que en ella caen. Personas que
presionadas por el grupo y entonadas por el alcohol u otras substancias prueban la alternativa. En otros
casos, hombres casados y respetables en apariencia salen a la búsqueda de travestis e invierten los
roles.
Como sea, tales prácticas van en contra de la naturaleza y son propias de los que descartan a
Dios de sus vidas, y así pierden el verdadero sentido de la creación. Por tal razón se trata de acciones
pecaminosas. Como decíamos que aún la bisexualidad es una forma de la homosexualidad, dedicaremos
varios párrafos a la homosexualidad genéricamente, más allá de sus diversas formas y variantes.
Etiología de la homosexualidad
Como bien lo define la Profesora Carolina López Greco, “se considera a la homosexualidad como
policausal, ya que en la misma entran en juego los factores familiares, ambientales y singulares del
individuo”.12
Desde el nacimiento el niño atraviesa distintas etapas. La familia es el ambiente en el que,
mientras se desarrolla, construye su identidad sexual. Allí adquiere la figura de su progenitor del mismo
sexo y aprende a relacionarse con el del otro género. Sin embargo, cuando se halla en la familia algún
desbalance, puede afectarse el desarrollo sano de la identidad sexual.13
Por ejemplo, un progenitor del mismo género ausente o hacia el cual hay conflictos deja vacante
la necesidad de un modelo. Se relaciona a esta anomalía la existencia de madres dominantes y padres
débiles. Las familias disfuncionales no solamente afectan en el sentido anteriormente mencionado, sino
que, por su sistema de vida crean espacios sin supervisión en los que los niños pueden caer en abusos
que se transforman en un gran factor de predisposición.
En la etapa de la adolescencia, una mala canalización de la tensión sexual puede hacer que la
primera experiencia de esta índole cree el inicio a la homosexualidad. Podría sumarse a esto la
inclinación natural que algunos tienen, la cual es producto de la naturaleza pecaminosa del hombre.
Más adelante la timidez, inhibición o temor a tener una relación adecuada con el otro género puede
empujar hacia la elección.
Como sea, siempre será una elección de vida, como así lo afirma la mayoría de la comunidad
gay, y una conducta aprendida. Por lo tanto toda actividad homosexual es pura responsabilidad de quien
la practica. Ya que siempre se decide lo que se quiere ser.
Prevención de la homosexualidad
Ya que la familia es el entorno en el que se da el desarrollo psicosexual, necesitamos que desde
la iglesia se promuevan los modelos de familias bien constituidas. Los pastores deberíamos marcar la
tendencia, aunque a veces, y con dolor se debe reconocer que, por “causa del ministerio” solemos ser
perfectos padres ausentes. Las comillas indican que ese es el discurso y la excusa para evadirnos de una
responsabilidad que tal vez nadie nos enseñó.
Habíamos dicho que la falta de supervisión creaba espacios especiales para los abusos. Desde el
púlpito debemos inculcar que los niños son un préstamo de Dios y que nunca deberíamos descuidarlos.
12
13
Carolina López Greco, Apuntes de conferencia dada en clase de ISUM, Lomas de Zamora, 5 de agosto de 2008
Idem
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Cuando llega la adolescencia se van otorgando libertades que de no supervisarse se vuelven de
alto riesgo. Por ello los padres deben vigilar el tipo de amistades de los adolescentes y las actividades
que desarrollan.
Los padres deben animar a sus niños a hablar con libertad y sin temores cuando creen que les
han causado algún tipo de violencia genital. No olvidemos que las amenazas de los abusadores son bien
creídas por los niños ante lo que hay que hacerles saber que cualquier coerción de este tipo es inválida.
El fomento de principios bíblicos sobre el sexo traerá una base capaz de fortalecer la salud
sexual. La iglesia siempre será el mejor lugar donde hablar de sexo.
Finalmente, se debe animar a la confesión y la restauración de quienes caen en prácticas hacia el
mismo género. La confesión y tratamiento tempranos, con la ayuda del Señor y su poder transformador,
surten un efecto más que satisfactorio.
Mitos sobre la homosexualidad
Como siempre decimos, los mitos son creencias populares carentes de fundamento, y por lo
tanto falsas. Para saber cómo tratar con quienes se confiesan homosexuales y desean cambiar
necesitamos reconocer aquellos mitos que nos impedirán realizar una tarea eficiente.
•
Los gays son afeminados
o
Es un argumento falso. Se sabe de muchísimos individuos que con apariencia y
modales bien masculinos se proclaman con orgullo que son homosexuales.
•
Las lesbianas son masculinas
o
De la misma manera que los gays no son necesariamente afeminados, se
conocen lesbianas bien femeninas y dulces, pero que prefieren mostrar su erotismo hacia
compañeras.
•
El matrimonio cura la homosexualidad
o
En el ambiente evangélico se han presionado a muchas personas a casarse para
contrarrestar su desviada identidad. El resultado ha sido nefasto, no pocos matrimonios se
deshicieron por causa de la poca atracción que el homosexual sentía hacia su pareja.
•
La mayoría de las personas son bisexuales
o
Esta falsedad se debe a la promoción que hacen los lascivos para no quedar en
evidencia y perderse en el montón. La bisexualidad sigue siendo una elección de pocas personas
por más que los artistas de Hollywood quieran enseñar lo contrario.
•
Una vez que se mantienen relaciones sexuales, no hay posibilidad de cambiar
o
La bisexualidad ocasional es la prueba de lo erróneo de esta afirmación. Se sabe
de homosexuales que se “descubrieron” como tales después de haber tenido relaciones
heterosexuales.
•
Se nace homosexual
o
Si la homosexualidad es una elección de vida y conducta aprendida, de ninguna
manera se nace. Las tendencias son parte de la naturaleza pecaminosa.
•
Si una persona permanece en soltería, se trata de un homosexual
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o
No hay que confundir la falta de libido con la desviación. Tampoco la decisión de
no casarse se debe confundir con homosexualidad. En ese caso el apóstol Pablo tenía tal
tendencia… pero sabemos que no es así porque él mismo consideraba que las prácticas de este
tipo recibían condenación.
•
Si es nacido de nuevo no puede sentir atracción por alguien del mismo sexo.
o
Algunos creen que si un homosexual se convierte, se transformará en un super
macho. El hecho de nacer a una nueva naturaleza no significa que la vieja desaparezca. Las
tentaciones prosiguen a la conversión. Creer lo contrario nos llevará a pensar como algunos
grupos que suponen que con un exorcismo y una renuncia la tentación se fue para siempre…
hasta la próxima caída.
•
Una persona casada y con hijos no puede ser homosexual
o
como falso.
•
Otra vez, el argumento de la bisexualidad da por tierra a este mito tan popular
Se trata de un demonio que sale con oración y ayuno
o
Somos pentecostales, y echamos demonios. Pero atribuir la homosexualidad a
una posesión significa librar de toda responsabilidad a un gay. Dios sería injusto si condenara a
los que cometen pecados sin la participación de su voluntad. Podemos dejar al borde de la
muerte a un gay, tratando que sea librado en un ayuno gigantesco… nada lograremos con echar
a quien nunca estuvo o tal vez llegó luego de la elección..
•
Es el peor de los pecados
o
Es un pecado como todos los demás. Es cosa de hombres jerarquizar los
pecados. Esta es una percepción humanista. Para el Señor no hay diferencia entre un
homosexual y un santulón hipócrita.
Tratamiento de la homosexualidad
En primer lugar se requiere conocer los antecedentes del asesorado. Tal vez hallemos alguna de
las causas conocidas y podamos comenzar desde allí a reeducar. Algunas veces necesitará perdonar a
quienes lo dañaron o le privaron de un buen modelo. La asistencia psicológica de profesionales
cristianos tiene su parte en la tarea.
Siempre se debe contactar a quien pide ayuda con buenos modelos. A su vez hace falta
muchísimo amor y aceptación de la persona. La paciencia será consecuencia directa del amor. Es posible
que el aconsejado reincida en prácticas inmorales y conserve su amaneramiento. No obstante debemos
estar al lado y ayudarlo a levantarse.
El liderazgo de cerca es un buen recurso que permite la fijación de la forma correcta de actuar.
Las buenas amistades de personas maduras dentro de la iglesia serán de muchísimo provecho.
Asimismo la oración, la lectura de la Palabra y la vida de iglesia contribuirán a la restauración.
Recordemos que el nuevo nacimiento de ninguna manera anula las tentaciones. La tendencia de la mala
naturaleza hará fuerza una y otra vez para aflorar y manifestarse. Así como el ladrón será más tentado a
robar que a otras cosas de por vida y el alcohólico o el drogadicto se llevarán a la tumba esa lucha contra
su concupiscencia, el homosexual deberá luchar siempre contra su centro de gravedad de la carne. No
desahuciemos a quien reincide en las caídas, más bien restaurémoslo con amor.
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A continuación encontraremos una lista de recursos que la Profesora López Greco ha recopilado
sobre el tema.
Comiskey, Andrew. Tras la identidad sexual. Desert Stream Press.
White, John. Hacia la identidad sexual. Ed. Certeza.
Exodus www.exoduslatinoamerica.org
52-777-317-8424
Fundación Grupo Integra
www.grupointegra.com
54-11-4701-3059
Ministerio Restauración
www.restauracion.org.ar
54-351-474-5599
Otros Ministerios
Libre de Ser Yo Mismo (Free to be me)
http://www.freetobeme.com/en_espanol
Hijos del Padre
http://www.elhijoprodigo.org
Camino de Salida
http://www.geocities.com/caminodesalida/
Jason
http://www.freewebs.com/jason-online/lateinamerika.htm
N.A.R.T.H. Organización Nacional para la Investigación y Terapia de la Homosexualidad.
http://www.narth.com/menus/translations.html
5- El quinto grupo de desviaciones corresponde a la prostitución. Ésta puede ser masculina o
femenina. Se la considera como la explotación usual del sexo a cambio de dinero u otros beneficios.
Quienes ejercen el antiguo oficio normalmente cayeron de su dignidad moral. A veces una violación o
vida de abusos. Otras ocasiones se trata de personas criadas en ambientes de promiscuidad. Algunos
individuos llegaron al colapso económico y encontraron una salida comercializando su cuerpo. La más
penosa de todas las situaciones es la de los proxenetas que bajo promesas de trabajo y buen sueldo
someten a mujeres ingenuas y hasta las drogan para transformarlas en verdaderos “zombis”.
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No importa el origen. La vida de los que ejercen la prostitución es solitaria y carente de afecto.
Jesús sacó de esta situación a numerosas mujeres. Eran tan conscientes de su transgresión que fueron
las primeras en confesarse pecadoras. Dios puede restaurar a estas personas. Simplemente debemos
brindarles amor y contención. Son sabias las iglesias que crearon un hogar donde se les alberga y
sustenta hasta que consigan un trabajo digno.
6- Para finalizar con las desviaciones veremos al sexto grupo que consiste en la promiscuidad de
varios participantes. Entre estos están los que intercambian parejas y las orgías. No hay una etiología
común para estos casos. Tampoco se puede decir que se trate de prácticas que generan adicción. Pero
tal hábito reduce al ser humano a una vida animal e indigna.
Consecuencias del sexo malversado
Prejuicios y desajustes
Comenzamos el capítulo explicando la estrategia diabólica para desvirtuar al sexo, luego a la
familia y finalmente la fe y la integridad social. La mala administración del sexo deja cicatrices que no
pasan desapercibidas a la hora de la intimidad matrimonial.
Aquellas personas aguijoneadas por las distorsiones de lo natural, suelen experimentar baches
que restan al placer y repercuten en el resto de las relaciones conyugales. Todo niño que recibe una
mala experiencia en el área que trata este capítulo quedará con una imagen tergiversada. Las vivencias
de la adolescencia y la juventud, más la escuela de la calle empañan la belleza de la creación de Dios.
Asimismo, los mitos y los prejuicios arrojan sentimientos negativos en los protagonistas del sexo
que los llevan a auto-sabotearse. Por su parte, todo error de concepto creará falsas expectativas que
finalizarán en decepción o bien pondrá limitaciones en el plan de Dios.
Es así, entonces, como aparecen los desajustes. Por razones de espacio y tiempo a los efectos
del ISUM, sólo haremos mención de algunos de ellos. Quedará en manos del lector el investigar sobre
cada uno de estos inconvenientes y ayudar en la solución.
Las disfunciones se pueden dividir en cuatro áreas:
•
Trastornos del deseo sexual
El deseo es la primera fase del coito. Las hormonas cumplen una función importantísima en la
libido, por lo que se supone que la ausencia de deseo tiene que ver con los desequilibrios hormonales.
Sin embargo, algunos psicofármacos pueden inhibir este aspecto. Por otra parte, los estados anímicos y
la salud mental son el mayor factor de incidencia sobre esta etapa.
•
Trastornos de la excitación sexual
La impotencia y la frigidez pertenecen a esta área. Únicamente el hombre puede verse
afectado, en un porcentaje muy pequeño por razones físicas relacionadas con el aparato circulatorio.
Por lo general, los temores, prejuicios y traumas son los mayores incidentes de estos trastornos.
•
Trastornos del orgasmo
La anorgasmia, que afecta a ambos sexos consiste en la dificultad para llegar al climax u
orgasmo. Las razones son preponderantemente de índole psicológica, aunque algunos fármacos
producen ese efecto también. Las causas fisiológicas se relacionan mayormente con la edad o
problemas neurológicos.
La eyaculación precoz, propia de los hombres, se caracteriza por un elevado ascenso de la curva
de excitación en relación con el tiempo. Digamos que es exactamente lo opuesto a la anorgasmia. Aún
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en los casos más severos se experimenta el orgasmo antes del mismo coito. Sólo un ínfimo porcentaje
de quienes la padecen corresponde a lesiones del sistema nervioso, el resto, según afirman los expertos
proviene de sentimientos de culpabilidad, una niñez de relación conflictiva con la madre o bien por una
fuerte tensión sexual propia de los recién iniciados en la vida matrimonial.
•
Trastornos del dolor
Casi nunca ocurre en los hombres. En cambio el vaginismo, tensión de los músculos pélvicos, y
la dispareunia, que es el coito doloroso suelen afectar a las relaciones sexuales. Problemas en las áreas
anteriores, déficit hormonal o traumas del pasado son los generadores más comunes de dolor, como así
también en las primeras experiencias.
La apertura de los ministros del Evangelio al área de la sexualidad se convierte en sanidad para
las personas. Que un pastor hable a los matrimonios acerca del bienestar de la libertad sexual en la
pareja ordenada por Dios permitirá que los integrantes cada tanto lo consulten. Hablar de los problemas
y los desajustes trae alivio a los consultantes y les permite enfocarse en la solución con una dirección
clara y un panorama alentador.
Llevaría muchísimo espacio tratar lo referente al sexo en la pareja, pero hay en las librerías
cristianas suficiente material como para instruirnos. A nivel secular se halla más bibliografía aún, de la
que deberemos nutrirnos para transformarnos en agentes del bienestar íntimo.
El aborto
Otra secuela grave del sexo malversado es el aborto. Como anteriormente mencionáramos, las
civilizaciones que promovían la promiscuidad, añadían el infanticidio. El sexo fuera del entorno conyugal
resta valor a la vida, porque a toda vida que se engendra fuera del ámbito matrimonial se la considera
accidental y muchas veces indeseada. Cuando se aprende a no amar a lo más vulnerable y necesitado
como son los niños, la desintegración moral y espiritual de la sociedad está a la vuelta de la esquina.
Las razones por las que definitivamente, el aborto es un homicidio y por lo tanto pecado,
pertenecen a la ética cristiana. Pero la base sobre la que asentamos nuestra convicción es que desde el
mismo momento de la concepción, cuando el óvulo y el espermatozoide se plasman estamos frente a un
ser humano. Aunque aún no tenga forma, su corazón no lata y la consciencia no se haya despertado, si
nada se interpone en su camino en meses nacerá un bebé que en pocos años será un hombre o una
mujer. La vida humana, en cualquiera de sus etapas es sagrada.
Desde nuestra labor, la mejor manera de prevenir el aborto se logrará desde diferentes flancos.
Por un lado los solteros, por el otro los matrimonios pero el punto decisivo está en la tarea pastoral.
Los jóvenes de nuestras congregaciones necesitan tener bien en claro que el aborto es un
pecado y un filicidio. Sin embargo, considerando que el aborto es una pésima salida de un mal
comienzo, debemos prodigar todo tipo de enseñanzas acerca de la pureza sexual. En medio de una
sociedad permisiva, transgresora y consumidora del sexo irresponsable la iglesia debe poner en alto los
valores de la santidad en este.
Trataremos en un capítulo aparte el tema del noviazgo, pero al menos anticiparemos que a toda
pareja que inicia una relación sentimental le hará falta una instrucción personalizada acerca de las
precauciones a tener. No representa una garantía este tipo de instrucción para evitar embarazos
“prematuros”, pero al menos, una juventud sana sexualmente estará mejor armada frente a las
tentaciones.
Desde el ángulo pastoral viene el mayor recurso contra el aborto. Por años la iglesia evangélica
se proclamó baluarte de la castidad. En honor a ello, castigó muy severamente a quienes evidenciaban
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pasar los límites. Se obligaba a los novios a casarse, se los exponía a vergonzosas disciplinas y se creaba
un ambiente de tanto temor al respecto, que los padres de quien “caía de la gracia”, ante la afrenta de
una hija soltera embarazada, la sometían a un destierro afectivo. La consecuencia de semejantes
actitudes fue la búsqueda de alternativas sexuales “seguras” en algunos casos y los abortos en otros.
En mis años de pastor advertí que de nada sirven las amenazas (por virtuales que sean). Más
bien debemos apelar a la inteligencia cristiana por sobre las prohibiciones autoritarias. Así y todo,
cuando una pareja enfrenta las consecuencias del sexo fuera de tiempo, demasiada angustia tiene como
para que le sumemos nuestro castigo. Las relaciones prematrimoniales han sido el pecado, de ninguna
manera lo es el embarazo. No estamos minimizando en nada lo que es desaprobado por Dios.
Simplemente renunciamos a la función de “policías de Dios” y jueces. Un bebé que viene en camino no
tiene la mínima culpa de nada, merece ser recibido con amor y gratitud a Dios. Habrá al menos nueve
meses para que aquella madre se concentre en hacer de su niño una persona de bien.
Cuando un joven se acerca temblando al despacho del pastor para comunicar la noticia, debe
encontrar alguien que transmita el amor de Dios y no el rechazo de los hombres. Pareciera que en
algunas congregaciones se prefiere que la calle esté llena de madres solteras para que adentro todo esté
sano. Repitamos que el embarazo no es la caída y que, si hemos fallado en contener a nuestros jóvenes
al menos no cometamos otra falla en terminarlos de echar a la calle.
Consejos prácticos ante el anuncio de un embarazo fuera del matrimonio.
•
No mostrar escándalo ni contrariedad. Contener a los jóvenes atribulados
•
Explicar que el pecado no es el embarazo y mucho menos el bebé, sino las
libertades que antes de tiempo se tomaron
•
No presionarlos a que se casen, simplemente evaluar si desean hacerlo porque
están maduros y son aptos para ello. Nunca debe ser una concepción la motivación para el
casamiento, ni el casamiento la manera de blanquear la paternidad en camino.
•
Orientar acerca de la nueva responsabilidad que les espera y prepararlos
•
Tranquilizar a los padres (la actitud del pastor será el referente) y prepararlos
para concentrarse en el nieto que llegará. Concientizarlos que el niño necesita de todo el amor.
•
Celebrar reuniones frecuentas con los jóvenes y sus padres para monitorear el
progreso en la aceptación y el acomodamiento
•
Persuadir a los jóvenes que de ninguna manera es tarde para que comiencen
con la pureza sexual.
•
Inspirar a la congregación a generar un ambiente de amor y expectativas
positivas hacia el nacimiento para evitar los sentimientos de vergüenza.
De ninguna manera serán estas pautas un incentivo para el libertinaje sino que, por el contrario,
se logrará que la educación cristiana en combinación con la regeneración del Espíritu Santo hagan su
tarea en el libre albedrío de las personas y nosotros, los ministros de Jesucristo vendemos las heridas de
la perniquebrada.
Una vez eliminada la tensión de la vergüenza, el vituperio y el rechazo de los hombres, habrá, al
menos una carga menos a favor del deseo de deshacerse de un inocente que no eligió venir a esta vida.
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En la situación de los matrimonios, la tentación a abortar yace en los aprietos económicos y la
saturación frente a una cantidad numerosa de hijos. La mayor parte de las veces el egoísmo cumple su
tarea.
Nuevamente la educación cristiana debe apuntar hacia la paternidad responsable. Esto significa
que la pareja cristiana debe estar muy bien asesorada acerca de la planificación familiar. A veces ocurre
que por razones médicas, tal o cual anticonceptivo no se puede emplear, pero siempre habrá
alternativas.
En el supuesto caso que hubiese un embarazo no planificado, los siervos de Dios cumplimos una
tarea muy importante. En primer lugar, la aceptación de las circunstancias debe ser la meta. Así como
no se puede revertir una pérdida humana y la resignación ayuda a sobreponerse, tampoco se puede
revertir la llegada de una vida. Una vez recuperados del shock que la noticia ocasiona, los pastores
podemos guiar a la pareja a proyectarse al futuro, viendo las perspectivas desde un punto de vista más
relajado. Cada vez que llega un nuevo hijo la perspicacia del consejero debe orientarse a saber si
alcanzaron su capacidad máxima. De ser así una buena charla acerca de métodos anticonceptivos
eficientes o definitivos puede ahorrar conflictos futuros.
¿Qué hacer frente a quienes cayeron en la práctica abortiva?
En una buena parte de los países latinoamericanos, el aborto no terapéutico es ilegal. No
obstante, médicos inescrupulosos y personas que ejercen ilegalmente la medicina, a cambio de algún
buen dinero, ponen en riesgo la vida de la madre y desprecian la del hijo. Muy contados creyentes se
atreverían a cometer un aborto. Pero, si tenemos compromiso con la Gran Comisión, debemos estar
dispuestos a recibir todo tipo de gente con todo tipo de historias.
En primer lugar, no hay pecado que la sangre de Cristo no limpie. El perdón en Jesús es un bien
destinado a todos los que lo acepten. Pablo decía que no era digno de ser apóstol, porque había
perseguido a la iglesia del Señor (1 Co. 15:9), esto significaba que habría entregado a muerte a varios.
Tal vez por eso se consideraba el primero de los pecadores (1Ti 1:15). David cometió un terrible
adulterio seguido de homicidio. Debió pagar un precio y pasar por mucha angustia pero un día se sintió
libre y dijo: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado”. (Sal.
32:1) Pablo añade que si alguno está en Cristo es una nueva creación y todo el pasado ya no pesa frente
al futuro de gloria que viene. (2 Co 5:17)
En segundo término, no deben temer un castigo retroactivo de Dios. Dios no es vengativo. La
parábola del hijo pródigo demuestra que ante la ingratitud humana el amor de Padre no disminuye. El
pródigo malgastó las pertenencias del padre. Cuando se arrepintió, no halló reproche sino perdón. Un
homicidio no difiere de otro pecado ante Dios. Sólo a los hombres se nos ocurre evaluar al pecado de
acuerdo al daño que este ocasiona a nuestros semejantes. Para el Señor cualquier pecado, sea de la
naturaleza que fuere, daña igualmente a su gloria. El aborto es una manera más de depreciar y
malgastar la creación de Dios… pero el Padre nos espera con amor y perdón.
Finalmente, todo ser humano necesita vindicarse. Todos queremos pagar algún precio humano
que mitigue la cuenta pendiente. Aquellos que sienten deuda, pueden saldarla predicando el valor de la
vida, dando amor a los niños, previniendo a los demás para que no caigan en aquel pozo.
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CAPÍTULO 10: EL NOVIAZGO
La palabra “noviazgo” proviene del latín: “novus maritae”. En la antigua Roma, si se veía a una
pareja con actitudes peculiares y recíprocas, había un matrimonio en puertas. Siempre que se piensa en
un matrimonio habrá un paso previo al que llamaremos “noviazgo”.
Quisiéramos tener un modelo bíblico para el noviazgo, pero la idea varía según cada cultura. En
el antiguo medio oriente, el desposorio correspondía al compromiso de nuestros días. Pero a su vez
tenía implicancias superiores que las actuales. La única manera de romperlo era bajo un divorcio. En una
de nuestras naciones latinoamericanas, hay zonas rurales en las que se observa que dos jóvenes se ven y
conversan con frecuencia. Un día la muchacha no regresa a su hogar y poco tiempo después llega el
joven a la casa de sus suegros explicando que “se robó a su hija”. Acto seguido se unen las familias de
ambos y en una celebración larga acopian ganado y aves de corral para proveer a la familia que recién se
inicia.
Para el pueblo anglosajón la palabra equivalente es “boy friend o girl friend” que literalmente
significa muchacho amigo o muchacha amiga. Sin embargo, a pesar de evocar la amistad se observan
expresiones propias de romanticismo. En México, Chile y otros lugares la palabra novio/a sugiere el
firme compromiso de casarse. La etapa previa, a la que técnicamente llamaríamos pre-noviazgo, lleva el
nombre de “enamorado/a o “pololo/a” respectivamente. En los pueblos tradicionales del lejano oriente,
los padres arreglaban los matrimonios de los hijos y el noviazgo consistía en los meros preparativos para
el evento.
A veces creamos en la iglesia un “formato cristiano” del noviazgo, pero no hacemos otra cosa
que volver sagrado a nuestro modelo cultural. Por lo tanto, deberíamos analizar el estándar para esta
relación a la luz de los principios bíblicos y no de los conceptos eclesiásticos tradicionales.
Para definir de alguna manera uniforme lo que es noviazgo, diremos que es la relación afectiva
recíproca de una pareja que tiene en miras su casamiento. En base a esto afirmamos que un noviazgo
debería tener como meta el matrimonio mismo, aunque de ninguna manera todo noviazgo debe
terminar así. Algunas personas dicen con mucho orgullo que se han casado con su primer/a novio/a,
como si esto fuera un mérito. De considerar virtuosa esta condición estaríamos fijando una pauta
demasiado exigente que podría conducir a una boda poco deseada o a un par de jóvenes con fuerte
sentimiento de culpa por dejarse, en el mejor de los casos.
Durante esta relación el conocimiento mutuo se intensifica para poder evaluar mejor las
condiciones de cada uno. Mientras estamos con alguien para con quien nuestra intención queda en una
mera amistad, no tendremos demasiadas exigencias. En cambio, cuando hay miras de compartir
intereses y pertenencias, el nivel de análisis a la otra persona se profundiza. Cada uno de nosotros habrá
experimentado la sensación placentera de estar con un individuo agradable, pero de ninguna manera
nos gustaría compartir la vida con el tal.
Los aspectos negativos que advertimos del/la pretendiente en el nivel más profundo de
conocimiento, permiten interrumpir la relación si el futuro se torna sombrío. De esta manera se protege
a la pareja de transformarse en una familia destruida. Consideramos a esta relación afectiva como un
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ensayo de matrimonio en el que no están en juego los elementos de la convivencia, la economía, la
responsabilidad y la procreación. Si el ensayo salió mal… nada se ha perdido.
Así y todo, el extremo de haber tenido varios noviazgos evidencia falta de madurez en el novio
frustrado. A veces podría deberse a rasgos poco agradables y otras a elecciones apresuradas. Para evitar
estas últimas, el pre-noviazgo, y sus diferentes maneras, es un invento social muy sabio. En esta etapa
los diálogos prevalecen por sobre las expresiones románticas. De pasar exitosamente por esta etapa, el
siguiente escalón se alcanzará con menos temores.
Antes de iniciar una relación afectiva de tipo exclusivo, los jóvenes deberían aprender a
vincularse al sexo opuesto a través de muchísimas amistades. En la medida que se tienen buenos amigos
de ambos sexos, se aprenden las características propias de cada género, lo que ayuda a ajustar las
expectativas que se tienen de quien pudiese ser candidato. Algunas personas compran zapatos
impulsivamente. Una vez adquirido el producto lamentan la adquisición por haber visto mejor oferta en
otras vidrieras. Lo mismo ocurre con quienes arriban a la primera persona que encuentran como si fuera
el único ser humano del otro sexo que hay en el planeta.
La iglesia proporciona la capacidad de vincular a los jóvenes. Las actividades y programas
juveniles, los juegos, las confraternidades y las amistades que se forjan desde la niñez en una
congregación crean óptimas oportunidades de conocer las naturalezas de los géneros y “afinar la
puntería” acerca de la mejor conveniencia.
¿Qué condiciones deberíamos recomendar a los que están en edad de ingresar al pre-noviazgo?
He aquí algunas recomendaciones:
•
Debe ser un cristiano verdadero. Tener una vida devocional activa, que es señal
de buena salud espiritual. Debe manifestar desarrollo cristiano. Su Biblia debería tener marcas y
subrayados.
•
Debe ser alguien de quien se sienta orgullo. La renuencia a presentar
pretendientes encierra algún temor o vergüenza de la opinión de los demás. Si la muchacha cree
que su amigo especial podría ser rechazado por alguna determinada razón, entonces ella misma
siente algún tipo de rechazo por él.
•
Tiene que ser una persona considerada igual y no inferior (o superior). Algunos
varones autoritarios y por lo general inseguros, buscan novias mucho más jóvenes o menos
desenvueltas (a su parecer), para poderse imponer sin luchas de poder. También hay muchachas
que quisieran tener al lado sólo una silueta masculina, sin importar su capacidad. Suele ocurrir,
también, que algunos quisieran casarse con un clon de su padre o madre para sentirse seguros o
protegidos. Nada de esto es sano y presagia, de concretarse, un matrimonio con una bomba de
tiempo bajo su alcoba.
•
Debe haber ternura y cordialidad en el trato. Los malos tratos son indicios de
violencia y faltas de respeto que introducen a la desdicha matrimonial.
•
La existencia de paz en el corazón es una señal importante. Aunque a veces no
se puede explicar razonablemente, la intuición responde a una serie de sensaciones que pueden
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revelar problemas. El Espíritu Santo, que nos anhela celosamente, actúa en la vida de los
creyentes y les advierte sobre peligros.
•
La desconfianza y los celos son sentimientos incompatibles con un noviazgo
sano. Quien sospecha con frecuencia puede estar enfermo. Tal vez uno de los integrantes de la
pareja demuestra comportamientos dignos de desconfianza. Como sea, no son buenos
ingredientes del pre-noviazgo.
•
Se deben poder sostener largas conversaciones. Los jovencitos que sólo se
expresan con besos y caricias se exponen a un noviazgo a ciegas. No se puede conocer a un
individuo por la manera en que acaricia o besa.
•
La disposición a esperar debe caracterizar a los buenos noviazgos. Los novios
que presionan para “muestras de amor” u otro tipo de decisiones temerarias, más que amor
poseen un fuerte egoísmo. Quienes respetan los tiempos de Dios y su pareja, aman de verdad.
•
Hablando de egoísmo, cualquier otra manifestación de este problema hará
sonar una alarma interna que se debe tomar con mucha seriedad. Un matrimonio en el que uno
de los integrantes sufre de egoísmo, sumirá en la infelicidad a la otra parte y engendrará hijos
con carencias importantes.
•
Todo novio debe sentir que la otra parte es la persona exacta para él o ella. Los
parámetros de belleza interna y externa que los medios nos venden están alejadísimos de la
realidad. Cada uno determina el criterio de belleza y debe sentir a la otra parte como lo justo
para él.
•
En el capítulo anterior decíamos que los parámetros de la belleza están dados
por el aspecto de buena salud. Las simetrías y los rasgos personales forman una combinatoria
única. A veces, de niños nos queda improntada la fisonomía de nuestro progenitor del sexo
opuesto en su juventud. De más grandes solemos buscar personas de estas características.
Definitivamente, el candidato o candidata debe agradar al otro.
•
El acuerdo de los padres es un factor de influencia y sabiduría. Otra vez la
intuición de los padres puede ser un aliado excepcional. Ellos ven a los pretendientes desde
muchos ángulos de medición y pueden advertir lo que sus hijos en estado de amor apasionado
no imaginan. Más adelante, en el matrimonio, cualquier crisis que surja confirmará en los
padres su sospecha y hasta podrían alentar una separación.
Respecto a la etapa oficial de mutuo afecto romántico e intenciones de casamiento aún a largo
plazo, debemos poner en claro que los malos matrimonios son producto de malos noviazgos. Los
cristianos desaprobamos toda relación que satisfaga meramente a la atracción sexual y sirva como
pasatiempo sin propósito. Tarde o temprano, las mismas razones que motivaron a esta vinculación
llevarán a transgresiones de consecuencias peligrosas.
Algunos jóvenes sostienen su relación en base a la idea de que la otra parte cambiará en
aquellos aspectos desagradables. Nadie cambia su naturaleza luego de casarse, más bien, algunas
parejas se percatan de algunos problemas cuando ya es demasiado tarde. Por eso el noviazgo necesita
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de un buen asesoramiento para detectar a tiempo rasgos dañinos. Una persona puede sufrir desajustes
que lo incapacitarían para casarse, pero que trata de compensarlos con un poco de sensualidad. Si
alguien se acerca sólo por la atracción en esa área, simplemente ha caído en una trama mortal para su
futura familia. Necesitamos advertir sobre noviazgos que anticipen un matrimonio turbulento.
Un noviazgo destructivo no tiene reglas, se interpone en el progreso individual, desmotiva, crea
conflictos emocionales y quita la paz interior. Por lo general, en este tipo de relaciones la premura
pasional no pasa desapercibida. Esta, a su vez se caracteriza por basarse en los atributos físicos,
impaciencia sexual, exceso de celos y búsqueda de control asfixiante.
En cambio, cuando impera el amor, la pareja es capaz de esperar cuanto sea necesario en una
base de confianza. Por ello, un noviazgo constructivo tiene reglas, ayuda al progreso individual, motiva a
crecer y proporciona paz interior.
Como el noviazgo es una época de transición hacia el matrimonio en caso de tener éxito, se
corre el riesgo de tomarse prerrogativas de un matrimonio. Las presiones de una sociedad liberal, el
bombardeo de las publicidades, programas televisivos y los grafitis digitales de Internet (llámeseles así a
las expresiones irresponsables y poco felices de los que en nombre de la libertad hacen del pecado una
proeza), “lavan el cerebro” de las generaciones más vulnerables. Podríamos sumar a ello que las
dificultades económicas, como falta de trabajo y vivienda, prolongan los noviazgos por años. Entonces
sobrevienen las relaciones premaritales como un “anticipo” de aquello a lo que quisieran arribar.
Si volvemos al concepto de sexo, sabemos que, si bien éste no es pecado, su mala
administración sí lo es. Por tal motivo, el sexo solamente se debe desarrollar bajo el amor, el mutuo
compromiso y la convivencia que permita enfrentar las consecuencias esperadas de la relación.
Los ministros debemos ser no sólo consejeros de los que caminan hacia el matrimonio, sino
amigos. En esta amistad lograremos que en los momentos de tentación recurran a nosotros sin temer
una reacción propia de los padres asustados por algún fracaso. En vistas de esta amistad podemos
aconsejar, aunque ya vimos el tema, a una pareja de la siguiente manera:
•
Evitar los horarios imprudentes, los lugares solitarios y los contactos físicos
inconvenientes
•
•
son tentados
•
Citar a la pareja con frecuencia para hacerles rendir cuentas
Animarlos a pedir ayuda cuando las cosas se les escapan de las manos o cuando
Evocar las escenas de riesgo y desarticularlas para que no se repitan.
•
Explicarles que es lo más lógico que sueñen con ser marido y mujer con todo lo
que eso implica, pero que la obsesión por estos pensamientos los impacientará más aún
•
Animarlos a tener otras parejas amigas de novios, y aún matrimonios amigos
que los acompañen y aconsejen
Cuatro pilares se evaluarán en un noviazgo para verlo prometedor: Amistad, es decir una base
de absoluta confianza y congenio. Compañerismo, que consiste en ser equipo y proyectarse con la
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seguridad que serán felices durante los próximos cuarenta años de convivencia. Química, que es todo lo
físico-biológico que los hace sentirse atraídos. Finalmente el aspecto espiritual es sin duda lo más
importante. Puede haber compatibilidad en todas las otras áreas, pero si no son creyentes, habrá yugo
desigual. Si pudiésemos sintetizar mejor estos cuatro pilares, diríamos que el amor y la inteligencia
serán los rectores para que esta relación afectiva termine en buen puerto.
Vale la pena ahondar un poco más sobre el pilar de la espiritualidad. Un Evangelio cada vez más
complaciente a la sociedad ha diluido los límites entre lo que es ser un creyente y no serlo. Sin embargo,
Pablo es muy claro en su mandato de no unirnos en un yugo desigual con los incrédulos14. Se sabe que
una de las causas principales de divorcio es la distinta fe de los cónyuges. Cristo es una pasión
compatible únicamente entre los que la tienen por igual. De otra manera cuando llega el momento de
rendir culto al Señor, o cuando se quiere encaminar a los hijos a Cristo, el incrédulo comenzará
soportando aquello a lo que no le encuentra un gran sentido para oponerse en la medida que transcurra
el tiempo a lo que afecta sus intereses y demandas sobre la familia.
El Antiguo Testamento tenía leyes en contra de las mezclas15. Las diversas semillas, las fibras
textiles distintas y un arado con animales de naturalezas diferentes echaban a perder el trabajo y
quitaban rendimiento. Como pastor veo con tristeza algunos adultos que llegan solos a la iglesia, y que
con nostalgia se ven impedidos de participar en ciertos programas porque aquel joven al que eligieron
para casarse años atrás, no era creyente. Nunca se puede servir al Señor con todas las fuerzas cuando el
compañero o la compañera de camino no lo tienen en su corazón. Nuestra advertencia hacia los jóvenes
debe ser que no profanen su futuro.
De no darse estas características, vendrá bien repetir lo que un pastor amigo citó en un
seminario: “Más vale un fin doloroso que un dolor sin fin”16.
Para concluir, responderemos a una pregunta muy común acerca de este tema: ¿Cuál es el
tiempo ideal para un noviazgo? Tal vez, la mejor formulación del interrogante sea cuál es el tiempo
mínimo y cuál el máximo.
Considerando que este tipo de relación es un período de prueba, el lapso mínimo debería
abarcar las suficientes experiencias como para detectar la personalidad, las aptitudes y las afinidades de
ambos. Si fuéramos a un negocio a comprar una bolsa de 50 kgs. de papas para un campamento,
preguntaríamos si las papas están buenas. Como todo comerciante, con tal de vender dirá que sí, no nos
quedará más remedio que revisarlas. No contamos con suficiente paciencia como para verlas, una por
una. Sin embargo tomaremos algunas de muestra para tener una idea. Una sola papa poco nos dirá, ya
que puede representar la excepción. Cinco papas nos dirán algo más. Pero si nos tomamos el trabajo de
revisar unas tres papas de la parte superior, otras tres del medio y la misma cantidad del fondo
estaríamos casi seguros que la calidad de esos nueve tubérculos dará indicios certeros de que no nos
encontraremos con un chasco.
14
2 Corintios 6:14
Deuteronomio 22:9-11
16
Juan Beker, Seminario II de ISUM, Lomas de Zamora, 1997
15
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Walter Trobisch17, pastor, misionero, orador y escritor alemán solía repetir en sus conferencias
un dicho de la Europa germánica que decía: “procura que pasen dos inviernos y dos veranos al lado de tu
prometido para conocerlo”. Nada más sabio que conocer a la pareja en circunstancias felices, tristes, en
pérdidas y en ofertas. Aún los momentos en los que uno de los novios se siente “confundido” por
cruzársele otra persona que pareciese prometer más, son válidos para someter a prueba la solidez de la
elección. Todo noviazgo fugaz hará del casamiento una aventura en el mejor sentido de la palabra
(quién sabe qué vientos lo llevarán a qué puertos).
El tiempo máximo no debería superar los cinco años, aunque es muy difícil establecer un
período preciso. Lo que sí sabemos, es que un noviazgo prolongado caerá en el aburrimiento como una
de las posibilidades o en el acomodamiento en otros casos.
En el primero de ellos, la pareja puede romper y perderse la oportunidad de vivir un futuro
promisorio. Pero de no interrumpir el noviazgo querrán, por la inercia del instinto, atribuirse actitudes
conyugales que distorsionarán la relación. En el segundo caso, los “novios eternos”, vivirán felices de
mantener una amistad sin compromiso que, cuando pasen los años y la vida, la considerarán como
pérdida de tiempo. Allí también incluimos el riesgo de sostener la relación con algunas cuerdas de
intimidad ilícita.
17
Walter Trobisch (1923 – 1979)
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CAPÍTULO 11: EL ASESORAMIENTO PRE-NUPCIAL
Muchas veces, lo peor que podría ocurrir… tal vez sea lo mejor. De tanto en tanto me llegan
historias añejas de creyentes que rompieron su compromiso al “borde del altar”. La tragedia prometía
que alguno de sus protagonistas muriese de tristeza y de amor. Pero muy lejos de ello, las víctimas de un
abandono traicionero, no sólo se recompusieron, sino que conformaron una familia excelente al lado de
alguien digno de ellos.
Por razones demasiado complejas para explicar, algunos noviazgos aterrizan en la pista
matrimonial con el piloto automático. El gran problema de estos aterrizajes es que no hay segunda
oportunidad, al menos que se alteren varios principios y queden bastantes heridas.
Paralelamente a la inconsciencia de algunos novios que no hicieron los cálculos necesarios,
encontramos poco equipamiento para enfrentar la vida matrimonial. La familia ideal no existe y cada
uno está bien seguro de los errores que no quisiera repetir de sus padres. Sin embargo, el momento de
dar el “sí prometo”, continúa en la nebulosa de lo que se debe hacer. ¿Cómo iniciar una familia? ¿Qué
hacer respecto de las finanzas? ¿Qué es la planificación familiar? ¿Cómo manejar la relación con la
familia del cónyuge? … y muchas otras preguntas deben plantearse antes de la boda. Esto contribuirá al
ahorro de energías en la vida matrimonial y la previsión de posibles conflictos.
Casi nadie imagina una boda sin una ceremonia religiosa ni un ministro que la oficie. No hay en
la Biblia un solo texto que instruya acerca de este rito. Sin embargo, cada cultura coincide en que Dios
debe participar del tema.
El ejercicio de nuestro rol en aquel momento trascendental, nos provee la oportunidad única de
injerir en la pareja misma y protegerla de equivocaciones serias. La mejor excusa para dar una buena
lección de lo que es el matrimonio será la consulta de una pareja que desea unirse en el santo estado.
Allí, entonces seremos instrumentos de Dios.
Los hermanos Esteban y Judy Graner, con años de experiencia y un matrimonio ejemplar
desarrollaron un libro programado para unas doce sesiones de consejería prenupcial18. Aunque algunos
de estos encuentros pueden obviarse, según los autores, contienen una serie de preguntas y ejercicios
tan prácticos que vale muy bien la pena la adquisición del material. Recuerdo que para el compromiso
de nuestro hijo menor, unos amigos le obsequiaron un voluminoso libro mientras, con una sonrisa de
satisfacción, le decían: “muchos desistieron de la boda luego de leer el libro”. Desconcertado agradeció
el obsequio sin saber que aún esas decisiones dramáticas terminan beneficiando a la pareja. Sin dudas,
las charlas prenupciales son imprescindibles.
Siete sesiones alcanzan los objetivos más importantes de una manera sintética. Sobre esta base
se puede ampliar la cantidad, según se halle en alguno de los ítems a tratar, algún punto para ahondar.
La primera sesión servirá para evaluar las motivaciones que ambos poseen para el matrimonio.
En mis años de consejería, me alarma con la frecuencia que escucho de matrimonios de años en los que
uno de ellos confiesa que no se casó enamorado. Más allá de lo que signifique estar realmente
enamorado, los argumentos de quienes esto dicen apelan a razones preocupantes.
“Necesitaba una familia”, es uno de los motivos más comunes. Provenir de una familia
disfuncional contribuye a “enamorarse” fácilmente de la familia del novio/a. Algunas veces ven en el
candidato alguna similitud con algún amor imposible y a manera de compensación o premio consuelo
inician el camino al fracaso. En el caso de quienes muestran poca iniciativa, el más activo decide por el
18
Esteban Graner L. y Judy Bartel de Graner, “Manual de Consejería Prematrimonial”, 1993, Editorial Vida, Deerfield, Fl
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otro y lo lleva por un vuelo a ciegas a la boda. También se suelen hallar personas con verdaderos
trastornos en su personalidad que piensan que casándose lograrán vencer su tristeza, o su conflicto de
identidad sexual, o su sentimiento de soledad. Algunos que pierden a sus progenitores caen en el pánico
de quedar solos y otros simplemente creen que ya están en la edad de seguir el curso que en la vida
tomaron los amigos de su generación.
Estas y muchas otras motivaciones malsanas presagian el derrumbe del matrimonio. La tarea del
ministro será detectar todo aquello que confunda la decisión de los contrayentes.
Ocurre a menudo que en el noviazgo se saltean escalones, dejando puntos oscuros. En esa
primera sesión se debe revisar el proceso de pre-noviazgo y noviazgo ya que podría haber asuntos
pendientes que, por miedo a un desenlace desagradable se omiten. Simplemente se posterga el
desenlace, es cuestión de tiempo. Pero al tratar esos ítems puede haber excelentes definiciones.
Todos abrigamos preocupaciones de diversas índoles. La preocupación, como capítulos antes
afirmábamos, no es otra cosa que una forma leve de miedo. El paso hacia el matrimonio adquiere una
envergadura muy grande y las expectativas al futuro inmediato, que por lo general son superfluas y
positivas eclipsan a ciertos temores. Recordemos que el temor no es un defecto, sino una virtud capaz
de protegernos del peligro. Cualquier preocupación podría ser dañina si no tiene fundamentos, pero los
novios necesitan hablar con libertad de sus preocupaciones para evaluar cuál de ellas resulta una
verdadera amenaza. Por leve que sea un miedo, con el correr de los años de vida en pareja, puede
desarrollar una fuerte aversión capaz de afectar negativamente la relación.
Hace algunos años un joven se casaba muy feliz, aunque sentía una ligera preocupación por las
características físicas que su esposa podía adquirir con el tiempo. La madre de la muchacha marcaba la
tendencia en cuanto al futuro. Efectivamente, con el correr del tiempo su esposa, con los cambios
propios de la maternidad modificó su figura al punto de experimentar un visible rechazo por parte de su
marido. Ambos debieron hacer terapia de pareja porque cayeron en un círculo vicioso en el que las
permanentes desaprobaciones de uno sumían en la angustia al otro, descuidando aún más su estado
físico.
Algunos novios se engañan con la idea del “ya cambiará”. Pero los cambios son impredecibles y
a veces distantes del ideal. A medida que pasan los años, los rasgos se acentúan y la rigidez los
acompaña. Es más productivo y realista pensar en los propios cambios y madurez a los que debemos
llegar, que esperanzarnos de lo que ocurra a la otra parte. Casarse con alguien que “ya va a cambiar” es
casarse con otra persona, alguien del futuro e inexistente. Tal vez en ese error reside el germen del
adulterio del mañana.
La segunda sesión servirá para evaluar la madurez de los integrantes de la pareja, para dar el
paso trascendental. No todos poseen la misma madurez para enfrentar la vida matrimonial. Los años no
siempre son los indicadores de madurez. De hecho, la tendencia actual está predominada por
“adolescentes cercanos a la tercera década”. La sociedad en la que vivimos exige que la próxima
generación tenga sus estudios universitarios. Camino a ello, muchísimos jóvenes permanecen bajo el
sustento familiar mientras se abocan exclusivamente a su carrera. Su vida se enfrasca en aquel mundo y
las responsabilidades suelen tener motivaciones egoístas. Un casamiento en semejantes condiciones
presagia resultados poco halagüeños.
Algunas señales de inmadurez podrían ser la manipulación, el uso frecuente de mecanismos de
defensa, los celos, la absorbencia, la irresponsabilidad misma y cualquier otro rasgo infantil.
La madurez no solamente está dada por los rasgos personales. La capacidad económica y laboral
de quien, o quienes proveerán para el hogar representa un factor importantísimo. Si el candidato no
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posee un trabajo fijo o bien remunerado, deberán prepararse para las irregularidades económicas y
buscar alternativas sanas de subsistencia. Otras veces ocurre que uno de los integrantes posee un buen
empleo, pero si lo perdiese quedaría a la deriva. En tiempos de tanta inestabilidad deben preverse estas
instancias. Si los dos trabajan y de forma inesperada alguno de ellos debiese renunciar, también será
necesario considerar las alternativas.
El desempeño doméstico no se puede desestimar a la hora de evaluar la madurez. El matrimonio
es una sociedad peculiar y vitalicia. En la misma deben ponerse de acuerdo de qué maneras se
complementarán para transitar exitosamente en la vida. Uno de ellos buscará la provisión y el otro la
administración. Sin embargo en la sociedad moderna y posmoderna, ambos integrantes proveen lo
necesario y contratan a quienes suplan las áreas sin cubrir. Así y todo, uno de los dos tendrá que asumir
la gerencia del nido y la administración del hogar. La solvencia financiera podría compensar algunas
falencias con servicios de otros, pero en esta ecuación, si los ingresos del matrimonio son magros,
alguno de ellos dos deberá cocinar, lavar, planchar, atender a los niños y mantener el orden y limpieza
domésticos.
Algunas veces, uno de los integrantes desconoce las implicancias de la vida conyugal. No son
pocos los que imaginan al nuevo estado civil como un simple cambio de casa y compañía pero con la
misma autonomía de decisiones y tiempo. Algunos hombres apasionados por un deporte o por la pesca
o alguna mujer absorbida por la vida social creen que pueden perpetuar sus libertades sin considerar las
necesidades de otro.
No pocos conflictos matrimoniales se deben a la injerencia de los padres. Pero la mayor parte de
las veces la dependencia que se tiene de ellos abre las puertas para su intromisión. El principio bíblico de
“dejar padre y madre para unirse a la mujer”19 muestra la sabiduría divina de permitir el buen desarrollo
de la pareja. Cuando uno de los novios permanece ligado a la opinión de los progenitores, creará, sin
saberlo, una fisura en su matrimonio que lo llevará al quiebre sistemático. Fusionarse en una sola carne
implica muchísimo más que las relaciones íntimas, es una alianza de renuncias en lo personal,
concesiones y adquisiciones de nuevos valores.
Finalmente, el sentido de la responsabilidad para ejercer la vida conyugal será parte de la
madurez. Responsabilidad en el área de la provisión, responsabilidad en el área de la administración,
responsabilidad con las obligaciones laborales, responsabilidad hacia el mantenimiento del lugar donde
vivirán, y muchas otras tantas requieren de madurez.
La tercera sesión, o las que correspondan, ayudará a medir el grado de afinidad de la pareja. Se
suele hablar como causal de divorcio, de la incompatibilidad de caracteres. La pregunta que nos
hacemos es: ¿No podría haberse detectado tal deficiencia para prevenir la catástrofe?
La respuesta está dada por el poco conocimiento que la pareja posee de sí. Los noviazgos
demasiado breves, las decisiones impulsivas, los matrimonios muy jóvenes y las grandes diferencias de
edades entre las partes suelen arrojar un saldo preocupante. Cualquiera de estos factores pone en
relieve la enorme cantidad de cambios desconocidos por suceder.
Las finanzas forman parte de las afinidades necesarias. ¿Trabajará la esposa? ¿Por cuánto
tiempo? ¿Quién administrará? ¿Dispondrán de una reserva para gustos personales? ¿Cuánto se invertirá
en determinadas áreas? ¿Están dispuestos a consultarse para gastos importantes? El dinero suscita
bastantes discusiones, por lo que necesitamos saber qué criterios tiene cada uno y tratar de unificarlos.
19
Génesis 2:24 y Efesios 5:31
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Los hijos son una pesa en la balanza que la puede desequilibrar. ¿Cuántos hijos tener? ¿Les
gustan a ambos los niños? ¿Son capaces de cooperar en la crianza? ¿Qué criterios de crianza poseen?
¿Qué tipo de educación desean brindarles?
La pareja también precisa llegar a un acuerdo sobre el tipo de relación que tendrá con los padres
de ambos. En Latinoamérica se da con frecuencia, por las sucesivas crisis económicas y la cultura
hispánica, que los hijos viven en el terreno de los padres. O bien comparten la misma casa o edifican
otra al lado o encima de esta. En esos casos, los límites geográficos no ayudan en la individualidad de la
pareja. Es allí donde el hijo de los “señores” del feudo tendrá que asentar la frontera y fijar las
condiciones. Es bueno recordar que los padres siempre estarán dispuestos a perdonar a un hijo, pero es
más difícil hacerlo hacia un hijo político al que no se crió ni se llegó a amar plenamente.
Las cómicas leyendas sobre los suegros (en especial suegras) se basan en las dificultades que
emergen del equilibrio de fuerzas. Para explicarlo más gráficamente, la renuncia de los padres a la
autoridad sobre sus hijos (al menos en el mundo occidental) es una tarea muy difícil. Las dos primeras
décadas de vida de una persona fueron regidas por los padres, quienes tienen invertido un gran capital
de afectos y expectativas. Nadie se termina de acostumbrar a la acción de “soltar” a sus hijos. Por el otro
extremo está aquel joven que demanda atención y entrega exclusiva de una manera desmesurada. En
consecuencia, los suegros suelen verse como una amenaza por parte de los hijos políticos y viceversa.
Las entrevistas pre-nupciales sirven para poner en claro la relación que debe existir y las pautas de
armonía necesarias.
Algunas parejas sufren un desgaste prematuro por la absorbencia de alguno de ellos. Esta, y
otras formas viciadas en la relación ejercen una demanda excesiva sobre la otra parte. En el
interrogatorio a los novios, cuando refieren las razones de algunas de sus peleas, se puede llegar a ver si
las mismas se deben a exigencias desmedidas o actitudes autoritarias de unos sobre el otro.
No está de más recordar que la premura pasional de una pareja vaticina un capital pobre para
las próximas décadas de matrimonio. Si se observa demasiada sensualidad en alguno de los
contrayentes o comportamientos demasiado acaramelados, no estará de más indagar acerca del grado
de conocimiento que poseen del otro y la manera en que se han llevado últimamente.
La cuarta sesión se orientará a los principios sobre la familia cristiana. No tomaremos mucho
espacio para explicar lo que en los buenos libros de hogar cristiano está. En cambio, dedicaremos un
mínimo tiempo para hablar de los principios de convivencia tales como el respeto mutuo, la fidelidad, el
cultivo del amor, y el temor de Dios.
La autoridad y la sujeción también son valiosos temas a tratar. A veces se interpreta a la
autoridad como superioridad de jerarquías. En el matrimonio cristiano no existe tal cosa. La Biblia
enseña que las mujeres son coherederas de la gracia de la vida.20 En cambio, como en un equipo, hace
falta quien coordine a los demás miembros para evitar superposiciones, contradicciones y derroches de
energías. En el equipo matrimonial, el esposo, por lo general, es el capitán. Para ejemplificar lo que es la
autoridad pensemos en que estamos colocando un cuadro en una pared. La proximidad que tenemos
con el mismo nos imposibilita alinearlo correctamente. Así es que necesitamos quien desde más lejos
nos dé las indicaciones. De esta manera el equipo ha funcionado en forma debida con la autoridad y la
sujeción.
Las crisis matrimoniales llegan como sea… pero llegan. Todos hacemos los mayores esfuerzos
por lucirnos felices, satisfechos y sin problemas con nuestro matrimonio. Pero las dificultades son
oportunidades de crecimiento, aunque en medio de ellas nos parezca que zozobramos. Los novios
20
1Pedro 3:7
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deben saber que enfrentarán crisis de las que pueden cobrar sabiduría o causarse daño. Debemos
enfatizar en los candidatos al casamiento que los “matrimonios perfectos” enfrentan crisis de todo tipo,
a saber: épocas de egoísmo, pérdidas, conflictos de intereses, luchas de poder, períodos de tristeza y
hasta quebrantamientos en el ánimo. Los problemas se acentúan cuando la pareja ignora que a todos
les pasan estas cosas y se sienten los únicos en el mundo con esas situaciones.
Un aspecto que deberán ejercitar hasta el cansancio es la toma de decisiones. Durante la
soltería nos volvemos autónomos y errantes sin necesidad de dar cuentas. Al funcionar en equipo cada
decisión tomada unilateralmente afectará a la otra persona. A duras penas asumimos las consecuencias
de lo que hacemos, pero se vuelve una llaga casi incurable sufrir las consecuencias de lo que no
decidimos. La construcción del matrimonio incluye el aprendizaje de decidir en conjunto y la pareja debe
escuchar este dictado una y otra vez durante las sesiones.
Finalmente, la vida espiritual de la familia que se forma será nuestra especialidad como
consejeros. Los devocionales en pareja, los tiempos de oración en conjunto, el compartir la Palabra de
Dios, el congregarse fielmente y sumarse a los programas de la iglesia será de rigor enfatizarlo. La pareja
debe saber que cuenta con pastores dispuestos a ayudarlos y asesorarlos.
La quinta sesión y penúltima, si los temas no se extienden en tiempo, corresponde a la
educación sexual. Las épocas pasadas hicieron que todo lo relacionado con el sexo quedase en un
verdadero agujero negro. Los padres suelen ser renuentes a tratar el tema con los hijos. La primera
generación de creyentes llega a la iglesia con un bagaje de mitos y prejuicios que pocas respuestas dan a
las preguntas que les hacen. Por su parte, la calle se halla del otro lado del péndulo y lo que de allí se
aprende no sirve para otra cosa que para deformar lo creado por Dios. En consecuencia los jóvenes
próximos al casamiento tienen en su mente un gran barullo y muchísimos temores que se pueden
disipar con una buena charla que se desarrolle con toda franqueza.
Será hora de verificar qué concepto traen del sexo. Una mala concepción malogrará el principio
de la unión. Se hablará de la bendición de la intimidad y el beneplácito con que Dios observa su
creación. También se hablará del perdón de Dios en el caso de la existencia de relaciones previas.
La sexualidad de la pareja experimentará desajustes capaces de atemorizarlos o desencantarlos
de lo que es bello y santo. Por eso se dedicará un espacio importante para hablar de los inconvenientes
más frecuentes que pueden enfrentar. En el capítulo que trata el sexo hay bastante material como para
compartir con los que se inician.
La noche de bodas despertará bastante la atención de los candidatos, por lo que será productivo
tocar los siguientes ítems.
Primero: La primera relación sexual resultará explosiva… sin embargo será la peor de todas. El
cansancio posterior al estrés de la boda y sus anexos dejarán a los novios exhaustos y con un grado de
poca tolerancia. La capacidad de disfrute en estas circunstancias disminuye. Además, el placer tendrá
mucho más de psicológico que de fisiológico. Será más fuerte el sentimiento de compartir el lecho en
intimidad con quien se ama, que la sensación física que aún puede acompañarse de algún dolor y
molestias. El orgasmo puede verse retrasado por las razones antes expuestas o llegar precozmente por
la emoción misma del acto, pero casi siempre será a destiempo con la pareja. El placer físico aventajará
al psicológico con el correr de los meses y los años con la misma práctica. Algunas parejas, por acuerdo
mutuo antes de la ceremonia, toman la decisión de posponer su primera experiencia de coito hasta la
mañana siguiente a la boda, después de un buen descanso y haberse relajado un poco.
Segundo: La paciencia, la ternura y el buen sentido del humor son el mejor ingrediente del sexo
de quienes se aman. La timidez sexual y otras inhibiciones con las que llegan los integrantes de la pareja
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se superan con una confianza creciente. A su vez esta se logra con las actitudes mencionadas. Si los
desajustes perduran, nada mejor que pedir consejo. Casi siempre el alivio de las tensiones mejora el
rendimiento sexual.
Tercero: Una relación sexual involucra muchísimo más que el coito en sí mismo. Intervienen
todos los órganos, todos los miembros y todos los sentidos. El diálogo antes, durante y después es
propio de una buena relación donde cada uno aprenderá a guiar al otro hacia lo que es de su agrado y
evitar lo que le daña.
Cuarto: Deben aprender a vivir en libertad, descubrir sus cuerpos y entender que Dios mira con
agrado todo aquello, por lo que no está de más incluir en las oraciones tener muy buen sexo.
Durante esta sesión, y a estas alturas, el nivel de confianza permitirá que los novios hagan
preguntas. El pastor debe generar el espacio para ello y ofrecer la disposición para escuchar TODO LO
QUE SEA.
Acto seguido se hablará de la planificación familiar. Casi siempre suelo iniciar este tema
exponiéndoles a los novios que Dios quiere que TENGAN TODOS LOS HIJOS QUE PUEDAN. Cuando
arquean sus cejas y se empalidecen, recién explico que no se trata de “todos los hijos que pueden en el
sentido biológico”. La idea es que la capacidad de tener hijos está dada por los dotes naturales para
criar, los ambientes que hay en la vivienda, las posibilidades económicas, la fortaleza emocional, la salud
de los padres (en especial de la madre), el tiempo disponible y la capacidad afectiva. Finalmente, y
supeditada a lo anterior está la capacidad biológica. Considerando todos estos factores habrá quienes
pueden tener 8 hijos y quienes no pueden tener ninguno.
Dios proveyó, a través de la naturaleza humana, la posibilidad de satisfacer el deseo sexual sin
llegar a una procreación. Los períodos de fertilidad e infertilidad se suceden con tanta regularidad como
las estaciones del año. El Señor ha querido que los humanos aprendan el ritmo de estos ciclos para
valerse de ellos así como el tiempo de sembrar y el tiempo de cosechar. No obstante, existen otro tipo
de métodos no naturales a los que se puede echar mano. Si fuese pecado recurrir a lo artificial, entonces
sería pecado regar las plantas con una manguera y hasta sería poco santo tomar un analgésico para
reducir el dolor. En vistas de lo dicho, los métodos anticonceptivos son válidos y necesarios para tener
todos los hijos que se quiera y se pueda cuando se desee.
La pareja debe conocer los métodos, y tal vez un médico ginecólogo les asesore debidamente,
pero no estará de más hablarlo con ellos. Aún más, al menos entre dos y tres meses antes de la boda la
mujer debería visitar al médico para que le prescriba el anticonceptivo ideal y lo pueda comenzar a usar,
previendo así cualquier intolerancia al medicamento.
Los métodos anticonceptivos se pueden dividir en cuatro grupos distintos: Los naturales, los
físicos, los químicos y los quirúrgicos. Los primeros, como el coitus interruptus, el Ogino-Knaus,
temperatura basal y el Billings poseen un grado de efectividad reducido y poco aconsejable a una pareja
inexperta que tendrá múltiples relaciones de manera espontánea.
Los físicos, como el preservativo, el preservativo femenino y el diafragma, tampoco son
aconsejables para los primerizos. Estos requieren destreza en su aplicación y a veces se convierten en un
verdadero anti-clímax al momento de aplicarlos.
Los químicos, como los espermicidas y las hormonas aplicables de diferentes maneras (parches,
inyecciones, ingesta) son los más aconsejables, no sólo por su alta efectividad, sino también porque su
aplicación es independiente del acto sexual (en el caso de los anticonceptivos orales), por lo que no
resta a la espontaneidad ni a la excitación. La variante del DIU (dispositivo intrauterino) no es
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aconsejable, ya que algunos ginecólogos lo consideran abortivo. Además, un médico jamás invadiría el
área genital de una joven virgen al no ser que hubiese un serio problema de salud.
Finalmente, los quirúrgicos, que son la ligadura de trompas o la vasectomía, poseen un altísimo
grado de efectividad, pero están reservados para los matrimonios que tienen varios hijos ya que se trata
de métodos prácticamente irreversibles. En algunos países que necesitan poblarse más, estas prácticas
son consideradas ilegales.
Obviamente, los métodos químicos requieren de un control médico periódico ya que cada
organismo responde de maneras distintas a estos tratamientos.
La sexta sesión servirá para el planeamiento de la boda mientras que la séptima para el ensayo.
Como estos temas pertenecen a la Teología Práctica de las ceremonias y mandamientos, simplemente
diremos que nuestra consejería servirá para que los novios lleguen tranquilos a la boda y libres de
decisiones que podrían malograrles los siguientes meses. Debemos acompañarlos y ayudarlos en ese
tiempo de ensueños, para que el regreso de la luna de miel no se transforme en un aterrizaje forzoso.
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CAPÍTULO 12: PROBLEMÁTICAS DEL MATRIMONIO, LA VIOLENCIA FAMILIAR Y LA SEPARACIÓN
Un psicólogo amigo me solía decir que la convivencia matrimonial es un verdadero milagro.
Basaba su afirmación en que la naturaleza humana con sus miserias y egoísmos, suele atentar contra su
propio género. La armonía matrimonial, para decirlo con otras palabras, no es producto espontáneo de
la conducta, sino consecuencia de un trabajo sacrificado en conjunto.
Los ingredientes de un matrimonio estable son la amistad, el compañerismo, la química, la
espiritualidad, el mutuo respeto, la buena comunicación, los espacios individuales y fundamentalmente
el amor. No obstante, por más que se empeñe una pareja en mantener estos componentes, las variables
de imprevistos son tantas que los problemas golpearán la puerta. La mayor parte de los inconvenientes
se resuelve con la buena voluntad, el amor y la inteligencia de la pareja. Pero habrá algunas situaciones
en las que, por conflictos de intereses en los que ambos permanecen implacables, por caer en la
irracionalidad, o tal vez sentirse superados y abrumados requerirán la ayuda del ministro.
De acuerdo a las edades de la pareja habrá determinados problemas, pero también influyen los
años de matrimonio, las características de los hijos, la situación económica y los conflictos emocionales
individuales. Como sea, veremos las situaciones más comunes que suelen pasar por el escritorio del
pastor.
1- Las demandas insatisfechas representan la mayor frecuencia de las crisis. Siempre que hay un
cónyuge demandante y otro indiferente surgirá un conflicto. Las demandas son consecuencia de la
imagen que cada uno tiene de lo que debería ser o hacer el sexo opuesto. Una mujer que imagina que el
hombre debería reparar todas las averías domésticas, reclamará a su marido y hasta lo verá en falta si
no cumple con aquella expectativa. Un marido que supone que el rol femenino debe dedicarse a suplir
todas las necesidades hogareñas, exigirá tal acción de su esposa. Cuando el grado de expectativas
insatisfechas es alto, las reacciones suben de tono. Allí, entonces, cuando el ping pong de reclamos llega
a un punto de represalias ofensivas, la crisis estalla con heridas indelebles.
Frente a situaciones de esta índole, lo primero que deberíamos evaluar es la mesura de la
expectativa. Esto se logra pidiendo que los cónyuges describan lo que sería el hombre o la mujer ideal.
Otra manera de descubrir si el reclamo es desmesurado sería presentando la lista de disconformidades
de la pareja. De esta forma, se podrá ayudar al cónyuge a que ajuste sus deseos a la realidad y no se
frustre por las falencias percibidas. Con el correr de los años, algunos matrimonios pierden el sentido de
lo habitual e idealizan el matrimonio perfecto sólo para compararlo con el propio y así decepcionarse.
Algunas de las áreas que mayores demandas hallan en los esposos son: el sexo, el tiempo, el
afecto demostrado, la provisión o administración económica, la atención del hogar, la disciplina de los
hijos, la búsqueda de un mejor trabajo, los quehaceres domésticos y el mantenimiento de la vivienda.
Siempre debemos establecer en estos casos la base de que, no hay regla fija sobre los roles del
hombre y la mujer. Que las responsabilidades de uno y otro no son producto de las ideas particulares,
sino del acuerdo de ambos. Por lo general se espera que los roles del hombre y de la mujer armonicen
con la naturaleza propia de cada género, pero siempre habrá diferencias de criterios según las culturas y
las idiosincrasias bajo las que uno fue criado. En conclusión, ayudemos a la pareja a describir los puntos
fuertes y los débiles de la otra parte y, de acuerdo a esos resultados confeccionar juntos las expectativas
que se deben tener, sin dejar de aceptar la realidad.
2- Por su parte, uno de los agravantes de semejante inconveniente radica en que el cónyuge se
concentra en los puntos negativos y relega los positivos. En este caso, cuando la perspectiva cae en un
vicio nocivo, el matrimonio mismo se verá malsano. Siempre debemos resaltar en una entrevista de
estas características que nadie, absolutamente nadie posee sólo aspectos negativos. Tan malo como los
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rasgos desagradables de un esposo es que el otro esposo se enfoque en ellos y se distraiga de los
buenos.
Dentro de este tipo de problemas se debe añadir la posibilidad de “negociar” algunos cambios
entre unos y otros. La mujer que desea más tiempo de su marido deberá ser menos quejosa y más
dulce. El hombre que espera mayor esfuerzo culinario de su esposa, podría ayudarla con la limpieza de
los trastos. Estos son sólo ejemplos de acciones que estimulan a otras. El secreto de esta cadena
restauradora está en persuadir a que uno de los cónyuges tome la iniciativa y cree un terreno fértil para
la buena acción del otro.
Normalmente, en una sola sesión poco se logra para este tipo de situaciones. Periódicamente, el
consejero deberá citar a la pareja y en otras ocasiones a alguno de los componentes por separado para
monitorear su progreso y rectificar las desviaciones que hubiesen surgido.
3- Otro de los problemas frecuentes suele ser la falta de pasión en la pareja. A veces la esposa se
queja de la indiferencia masculina y otras, el marido lamenta el poco interés de su mujer por la
intimidad.
El estrés es un agente capaz de quitar toda la libido. En los países desarrollados, los que llegan
de sus trabajos, deshechos por las presiones recibidas, pierden todo deseo de intimidad. Otras veces, las
amas de casa, luego de haber lidiado con sus pequeños sólo esperan que sus esposos las escuchen y las
abracen con cariño sin que esto desemboque en un tiempo romántico.
Muchas otras posibilidades crean el desajuste, pero lo mejor que se puede recomendar a las
parejas es el aprender a tomar tiempo juntos y solos. La comunicación de buena calidad crea un
ambiente seguro de fortalecimiento que influye en la pasión.
La creatividad ayuda, también, en este aspecto. La rutina hace de la relación un acto tedioso,
pero cuando se varía el ritual, el cortejo, el ambiente y hasta la iniciativa, se generan situaciones
renovadoras de la acción. La mayor queja de algunas mujeres en esta área es que sus esposos solamente
buscan sexo. Se sienten objeto sexual. En este sentido el género masculino, más pragmático que ideal,
debe evitar la transmisión de mensajes que digan: “amo más a lo tuyo que a ti misma”.
A estas alturas se debe recordar que el buen sexo no comienza cuando se apaga la luz del
dormitorio, sino cuando se prende. En otras palabras, una relación satisfactoria será producto de un día
bien iniciado, con ternura, servicio y consideración. El término de la jornada se verá coronado con
muestras reciprocas de amor. El romanticismo, sobre todo en los hombres, suele quedar en el olvido.
Toda acción romántica valora a la mujer y le infunde seguridad. Estas son dos sensaciones
importantísimas para mejorar la respuesta sexual.
Cada vez que alguno de los esposos se niega a la intimidad debemos detectar las verdaderas
razones. Podría deberse al desamor, pero también al terror por un embarazo. Otras veces las represalias
por alguna frustración se toman en el área del sexo. En otras ocasiones, las actitudes y reacciones de
uno de los cónyuges aleja sensualmente al otro. Pero también debemos considerar que, de acuerdo a la
edad y otras situaciones, los cambios hormonales pueden jugar un papel importante. Si no
detectáramos razón alguna de la falta de pasión deberíamos recomendar una visita al médico.
El acostumbramiento va tomado de la mano de la falta de pasión. A medida que pasan los años,
lo que antes representaba un gusto y una emoción se torna un hábito automático. Allí sobrevienen las
quejas de que se perdió el amor o cosas por el estilo. En realidad el amor no se fue, sino que pierde el
carácter de sorprendente. Ya no hay secretos, y todo se torna predecible. A veces hasta se consideran
más atractivas las actividades y relaciones sociales ajenas a la propia pareja. Entonces se bifurca el
destino de los cónyuges al punto de convertirse en extraños entre sí.
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Nuestro consejo debe apuntar a que quiebren las rutinas, salgan juntos y emprendan en equipo
alguna meta inusual. A veces un viaje, la remodelación de la casa, una buena cena cada tanto dan un
toque milagroso a lo rutinario. El amor no se va ni viene tan fácilmente, pero sí debe estimularse de
manera cotidiana. Nuestra recomendación al respecto es que la fase de la conquista romántica no
concluyó en el altar del voto. Allí continúa la batalla para conquistar al cónyuge en cada minuto de la
vida.
4- Cada tanto llegan a consultar parejas, o sus integrantes por separado, de cambios en la
conducta o los hábitos de la otra parte. Más allá de las modificaciones que se sufren con la adquisición
de madurez, si los cambios son acentuados y dañan el equilibrio del matrimonio, tal vez se deban a
trastornos psicológicos. Existen patologías que se manifiestan o acentúan a ciertas edades o épocas de
la vida. De la manera que sea, si la conducta de alguno de los esposos se vuelve agresiva, depresiva, con
tendencia a la autodestrucción, con retraimiento, alucinaciones, malas sospechas infundadas, abandono
en la apariencia, excentricidad o desapego es hora de consultar con un profesional. Asimismo, si la
persona se comporta despilfarradora, obsesiva, comete excesos o conductas de riesgo, pierde la
capacidad de prudencia, pudor o inhibición, es probable que haya necesidad de un tratamiento
psiquiátrico.
Vivimos en una sociedad enferma y que a su vez contagia. Las depresiones, los trastornos de la
ansiedad, las fobias y otros tantos estados poco saludables ya traspasaron las fronteras entre creyentes
y no creyentes. Son enfermedades, que al igual que la hipertensión, la diabetes o un resfriado atacan a
todos los sujetos. Como sea, los creyentes siempre correremos con ventaja por sobre toda adversidad
de este tipo. Las normas morales y espirituales de los que temen a Dios, y la ayuda del Espíritu Santo
apuntalan aquellas áreas quebrantadas que son verdaderos aguijones en la carne. Un incrédulo en
situaciones similares llega a sufrir más y a tener comportamientos insalubres.
5- La injerencia de terceros, en especial los familiares en primer grado, influye en la armonía
matrimonial. Cada uno de los esposos mantiene vínculos afectivos muy fuertes con su familia de origen.
Las expectativas que los familiares poseen de quien se ha casado, casi siempre son las mismas que había
en el tiempo de soltería. Ellos quieren el bien de los suyos y desean también su atención. En condiciones
de este tipo no es extraño que cuestionen la manera en que el nuevo integrante trata a su cónyuge. Allí
aumentan las demandas que entran en competencia con las de la pareja. Asimismo, cuando alguna de
las partes se frustra con su compañero, suele compensar la carencia con sus seres queridos y más
allegados. Esta reacción suele desencadenar reyertas sin fin.
La solución frente a la intrusión de los hermanos, cuñados y suegros, y aún mejores amigos se
hallará en una charla franca donde se fije el tiempo que se dedicará semanal o mensualmente a los
terceros. De todas maneras, tendremos que cerciorarnos de que se hayan creado las condiciones para
que el tiempo con el cónyuge sea placentero. Los límites siempre serán puestos por cada uno con su
propia familia y nunca por el otro, ya que la fisura será irreparable si sale de quien han sentado en el
banquillo de los acusados.
Por lo común, las quejas de las mujeres es que los hombres “no cortaron el cordón umbilical”.
Tal afirmación se refiere al grado de autoridad que aún conserva la madre del esposo. Nunca se debe
dar por sentado que realmente es tal cual la esposa lo reclama. A veces, los temores o sensaciones de
competencia desigual con la suegra desarrollan una hipersensibilidad en la esposa. Una buena charla
podrá descubrir si la demanda es infundada o basada en una situación objetiva. No serán importantes
los comentarios que pongan en duda la bondad o maldad de los intrusos. Sea una buena o mala suegra,
la injerencia debe quedar bien acotada. Además, casi siempre tildamos de malos a los que afectan
nuestros intereses (aunque sean excelentes personas) y consideramos buenos a los que nos benefician
(aunque su ética sea dudosa).
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Las sucesivas entrevistas servirán para evaluar las áreas en las que se permite la intromisión y
fomentar la autonomía de la pareja. De todas maneras, en el proceso de crecimiento y maduración de la
pareja, cualquier corte abrupto puede causar más daño que beneficios. Es parte de la lógica que los
padres y demás allegados de la pareja, les acompañen con sus buenas intenciones, y que gradualmente
vayan tomando distancia. Todo es cuestión de tiempo y paciencia. La ansiedad de los esposos por
terminar con esa transición les cobrará tarde o temprano la cuenta.
6- La última de las situaciones que mencionaremos, que suele dar lugar a pedidos de ayuda, se
relaciona con la crianza de los hijos. A menudo, alguno de los progenitores se vuelca efectivamente más
a los hijos que a su cónyuge. Otras veces, frente a la disciplina que se debe expender uno de los esposos
se desentiende y hace recaer la responsabilidad sobre el otro que a su vez se siente sólo y desesperado
en el tema. Mientras los hijos son pequeños y fácilmente tratables el problema se disimula. En cambio,
cuando llegan a la adolescencia y a la juventud, la tierra bajo la alfombra se tornó una gran montaña casi
imposible de derribar.
Dos pautas sirven para ayudar a una pareja. De todas maneras, debemos saber que cuanto más
años pasen con este tipo de vicios, más difícil será erradicarlos y mucho más aún rectificar el curso que
los hijos han tomado.
La primera de ellas está en comprender que el núcleo familiar yace en los esposos y no en los
hijos. El conocido escritor mexicano Carlos Cuauhtémoc Sánchez21 enfatiza una y otra vez en sus obras
que: “el mejor regalo que uno puede hacer a sus hijos es amar a su cónyuge”. Las paredes que soportan
el techo son ambos padres. Cuando uno de ellos se apoya afectivamente en alguno de los hijos,
simplemente está compensando de manera egoísta su sensación de carencia en alguien que todavía lo
hace sentir amado, aceptado y útil. Más allá de que un hijo no rellena las grietas conyugales, se
desarrolla en este un peso que no puede soportar sin dañarse en su mente. En consecuencia, toda
afinidad descentrada y toda prioridad desequilibrada terminarán descalificando y apartando
definitivamente al cónyuge y enfermando al hijo.
Los hijos necesitan desarrollarse en un ambiente de seguridad, cuya base comienza en el
respeto y admiración que los esposos se tienen entre sí. La unión entre ellos debe ser tan compacta…
que ni siquiera un hijo puede entrometerse. Cuanto más tempranamente se corrijan estos vicios mejor
será el futuro de la pareja, y en especial de la prole.
La segunda pauta radica en que la disciplina y sus criterios deben quedar en manos de uno de
los padres por vez, mientras que el otro lo debe apoyar. La manipulación infantil es bien conocida. Los
niños, de muy pequeños saben muy bien cómo torcer el curso de una disciplina. Un llanto, una sonrisa o
una rabieta que los pone azules bastarán para que los padres, diligentemente dejen de lado el
tratamiento disciplinario para auxiliar al “mártir torturado”. También los infantes perciben con bastante
nitidez si alguno de sus progenitores no aprueba el trato del otro hacia ellos. Inmediatamente correrán a
los brazos del que consuele y desautorice implícitamente la acción desmesurada. Sucumbir ante estas
estrategias infantiles será criar futuros drogadictos, delincuentes o fracasados familiares.
Cuando hablamos del trato disciplinario nos referimos a toda acción correctiva trascendente que
suele incluir algún tipo de castigo. El proceso de enseñanza habitual y correcciones de menor cuantía,
que difícilmente son llamados “disciplina”, están en manos de ambos padres.
Nunca los padres se deben desautorizar en momentos disciplinarios. Aunque suele ocurrir que
haya diferentes criterios en la pareja, nunca se deben ventilar ante los descendientes. Más vale, puertas
21
Carlos Cuauhtémoc Sánchez, autor de 21 obras consideradas best sellers. En la Encuesta Nacional de Lectura fue declarado el
autor más leído en Latinoamérica. Ha dado más de 2000 conferencias en diferentes países.
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Edgardo Muñoz
119
adentro, en la intimidad de la habitación discutir las razones y finalidad de un castigo, pero jamás ante
los hijos.
Los esposos no deben desentenderse de lo que el otro debe hacer en el trato a sus niños. Tales
actitudes demuestran un alto grado de egoísmo que llevará a que el más débil de los cónyuges caiga en
el desquicio y se rebalse en sus acciones. Es importante escuchar las quejas del que más trata con los
hijos y decidir en conjunto qué tratamiento se les dará. Pero recalquemos que, si bien uno de los dos
tratará por vez la disciplina de los hijos, el otro lo deberá apoyar y respaldar. La tarea es de dos, pero la
ejecuta visiblemente uno para evitar el incurrir en contradicciones o mensajes confusos a sus chicos.
Cualquier acción que deje afuera a alguno de los esposos dividirá a la empresa matrimonial que se
supone “una sola carne”.
Capítulos atrás hablamos de la resolución de conflictos interpersonales. Simplemente
recordaremos lo que es la danza del miedo: “Una cadena de reacciones en la que cada uno que se siente
intimidado, intenta intimidar con más fuerza al otro para lograr su rendición.”
El matrimonio es el típico caldo de cultivo para las danzas del miedo. Cada vez que llega una
pareja a la oficina del pastor con las señales de haber participado en una descontrolada guerra,
presupondremos que uno de ellos invitó al baile y el otro aceptó. La mejor manera de aconsejar a
quienes enfrentan dichos trances será, en primer lugar desestimar todo lo que se haya hecho y dicho.
Muchas cosas hirientes que se dicen son parte de la fragorosa estrategia para ganar la batalla en la que
uno se siente malherido.
Además, será tarea de varias sesiones el reconocer los propios temores o puntos frágiles de
nuestra seguridad y las reacciones que sobrevienen cuando nuestra seguridad se vulnera. Finalmente se
ejercitará la manera de verbalizar nuestros miedos en lugar de reaccionar, por un lado, y por el otro
ayudar a expresarse de manera completa y relajada al cónyuge cuando manifiesta una señal de alarma
por haberle detonado un temor.
Recordemos a Smalley cuando dice que no podemos evitar el sentir miedo, pero sí podemos
evitar nuestra reacción para producir miedo en la otra parte.
La violencia representa un signo de enfermedad en el matrimonio. Los individuos violentos
demuestran reacciones primitivas frente a una frustración. Los niños pueden desarrollar acciones
violentas cuando no saben cómo expresar un malestar. En la medida que maduran expresan con sus
palabras tal sentimiento y apelan a la razón más que a la fuerza para satisfacer su sensación de justicia.
Los ancianos también suelen ponerse violentos en sus últimas etapas. Su mente pierde
flexibilidad y se alteran y atemorizan ante situaciones imprevistas. En ambos extremos de la vida, las
personas pierden la capacidad de resolver situaciones conflictivas con argumentos que convenzan a
otros. Entonces recurren al accionar físico que sería justificable frente a un agresor físico, pero nunca
frente a un ser querido.
Por lo general los individuos violentos provienen de hogares violentos y se pueden detectar
fácilmente cuando se inicia un noviazgo. Los gritos, los insultos, los pellizcos, las apretadas de brazos, los
empujones y acciones semejantes pronostican un matrimonio violento. También los novios
controladores, posesivos y extremadamente celosos anticipan un mal matrimonio. Existen países de
cultura de violencia familiar, lo que dificulta todo tratamiento por no hallar eco las víctimas de tal
situación. Así y todo, está comprobado que los líderes de las comunidades religiosas son los primeros en
recibir pedidos de ayuda de las víctimas22.
22
Asociación Argentina de prevención de la Violencia Familiar http://www.aapvf.com.ar/archivos/download/Religiosos.pdf
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120
Las características de una familia en la que hay violencia familiar son: la discriminación de
géneros, el verticalismo, el autoritarismo, la intolerancia, la rigidez y la convicción de que el castigo
físico, la humillación y cualquier otro tipo de represalias bajo el motor de la superación. Por lo general
las víctimas más comunes son las mujeres y los niños.
Cuando alguien se acerca a pedir ayuda por su situación, normalmente lo hace con sentimientos
de culpa y mucha vergüenza. Suelen ser personas con ira reprimida, al mismo tiempo que fuertes
depresiones y deseos de morir. Jamás, por desagradable que nos parezcan las formas de la persona
castigada, deberíamos abrigar en nuestro corazón la idea de que: “por algo habrá sido la golpiza”,
porque esto es una segunda violencia sobre la persona que se transmitirá a través de nuestros consejos.
La paciencia, el amor, el saber escuchar y tener en claro nuestros valores, son requisitos
indispensables en la consejería para estos casos. Debemos estar seguros que estamos sanos y que no
nos rige un patrón de conducta violenta o características de la misma, antes de comenzar la consejería
de las víctimas y los victimarios. Jamás subestimemos las quejas y miedos de las personas maltratadas.
Muchos de los victimarios presentan desequilibrios y abusos de drogas y alcohol. Estos son los
casos que se presentan francamente. Pero la mayor parte no padece adicciones y se muestra con
muchísima amabilidad y capacidad de seducción. Estos son los más peligrosos, porque encubren su
problema y cuando se sienten descubiertos toman medidas drásticas y destructivas de manera
indiscriminada. No son pocos los casos en los que los victimarios, luego de exterminar su familia en
acciones violentas, se suicidan.
Algunos signos de maltrato pueden ser detectados con facilidad en las personas:
•
Frecuentes moretones o heridas contundentes
•
De una conducta retraída a estallidos de ira
•
Depresión profunda
•
Descuido físico
•
Ausencias prolongadas a la iglesia bajo excusas triviales
•
Temor en retrasarse al regresar al hogar
•
Solicitud de ayuda económica por frecuentes imprevistos
•
Mensajes sutiles acerca de la severidad del cónyuge
En los niños hay otras señales que pueden ayudar a detectar un hogar violento
•
Signos físicos de maltrato
•
Inconvenientes del aprendizaje
•
Bajo rendimiento escolar
•
Conducta pendular en el ánimo y las reacciones
•
Mentiras frecuentes destinadas a eludir presuntas responsabilidades
•
Temor a las represalias y acciones defensivas frente a movimientos bruscos
•
Falta de contacto visual y aislamiento del mundo que lo rodea
•
Regresión y proyección
Consejería Pastoral
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121
•
Señales de descuido paterno
Frente a situaciones de violencia familiar el consejero debe saber que está tratando una acción
delictiva. Por lo tanto, nada debe descansar en sus manos únicamente sino que debería derivar a un
profesional. Cada país posee su legislación, que a su vez está sujeta a los derechos internacionales del
niño, de la mujer, etc. Por ello será sumamente conveniente tener a mano los teléfonos y dirección de
entidades de prevención de la violencia familiar.
Se sugiere que el ministro que toma conocimiento de estos delitos haga la denuncia. La
inconveniencia de tal acción sería que la persona aconsejada se sienta traicionada, en el caso que no
consienta en la denuncia. Además, por la falta de los conocimientos adecuados podríamos tener una
falsa percepción de la situación, creando un verdadero problema a una familia. Por último, no sabemos
hasta qué punto es bueno que un ministro cobre notoriedad por denunciar tales actos ya que cada país
y cada pueblo darán diferentes repercusiones al trascendido.
Lo mejor sería derivar a entidades o profesionales, algunos de ellos, tal vez de la misma iglesia,
para que hagan una evaluación a fondo del problema y luego, desde su ética o protocolo profesional
den el curso legal que corresponda. Lo que sí podemos decir que es definitivamente malo es el dejar en
el silencio y la inacción una realidad que daña a la dignidad humana y está en contra de la voluntad de
Dios.
Si el que pide ayuda es el victimario, la tarea será más fácil, pero también se deberá prescribir el
tratamiento con un especialista mientras, desde nuestro ángulo reforzamos el área espiritual y de la
ética cristiana. El seguir semanalmente a alguien que se dice violento y escucharlo será de gran ayuda.
Existen programas que incluyen en el tratamiento la incorporación de “socios de responsabilidad” que
siguen de cerca al violento para saber si cumple con las indicaciones que se le dan.
La violencia es cíclica, por lo que no se puede dar por resuelto el problema de manera definitiva.
La primera fase es la de las exigencias autoritarias. El violento se torna intransigente e intolerante por
alguna determinada situación con el cónyuge o los hijos ante lo que comienza a hostigarlos. La segunda
continúa ante las reacciones defensivas u ofensivas de los hostigados que lleva a la ira incontenible y la
desesperación con acciones violentas y dañinas. La tercera fase continúa con fuertes sentimientos de
culpa por las consecuencias de la violencia. El individuo se trata de infringir algún daño para castigarse o
permanece en un estado de humillación y remordimiento, mientras que las víctimas quedan con
resentimiento y recelo que a veces las lleva a abandonar el hogar. La cuarta fase tiene su lugar cuando el
violento intenta reconquistar la confianza y el afecto de las personas dañadas. En esta etapa hace
verdaderos sacrificios y promesas, aún de hacer tratamiento y no repetir más estas acciones. La última
etapa lleva el nombre de “luna de miel”, donde victimario y víctimas ponen toda la buena voluntad en
recomponerse, motivado todo por el miedo a una nueva reacción. El ciclo se reinicia frente a una nueva
disconformidad que concluirá de manera imprevisible.
Por este motivo, si quien pide ayuda refiere un historial de violencia, no lo debemos tomar a la
ligera porque podría tratarse de un pedido de auxilio frente a un inminente crimen.
Hace ya varios años llegaba a nuestra congregación una mujer que parecía muy resuelta en sus
actitudes. Nunca tuve la oportunidad de escucharla más allá del saludo. Pero por su lado, esta señora
hablaba a otras mujeres de la iglesia que su marido era un hombre violento y la amenazaba con
frecuencia. Su compromiso con la iglesia era tan débil que no hubo forma de hacerle un seguimiento.
Finalmente desapareció de nuestro alcance sin rastros. Unos días después salió en los periódicos que
unos delincuentes, en un intento de robo la habían matado. Al poco tiempo, los mismos medios
publicaron que la investigación de los fiscales había dado como resultado que el instigador de tal
homicidio había sido su propio esposo. Él era un policía corrupto, que pagó a unos hombres de mal vivir
Consejería Pastoral
Edgardo Muñoz
122
para que, simulando el robo la matasen con toda saña. Esa historia me dejó en estado de alerta para
toda la vida.
Uno de los temas que, sin ser tan frecuente en la búsqueda de consejo, se relaciona con los
celos. Se considera estado de celos a todo malestar de alguno de los cónyuges, por temor a perder su
posición prioritaria en los afectos del otro. A veces, los celos son infundados y corresponden a la propia
baja autoestima del que los siente. Una persona que se cree indigna del amor de otro por determinadas
características, puede vivir con el terror de perder su lugar afectivo del esposo de manera permanente.
También podrían deberse a verdaderas patologías que necesitan tratamiento. Asimismo, quienes
observaron de su progenitor del otro sexo situaciones de adulterio habrán fijado en su mente el terror
de un hogar desintegrado que trasladará a su propia pareja.
En otros casos, los celos son producto de percepciones reales de uno de los integrantes. El
Antiguo Testamento habla de una metodología que gracias a Dios no está en vigencia para los
cristianos,23 pero revela la existencia de celos por la mera intuición aunque sin evidencia. Los seres
humanos pueden recabar inconscientemente una serie de datos que les producen intranquilidad. Las
señales de la infidelidad son:
•
Atenciones cariñosas inusuales para calmar la culpa
•
Actitudes depresivas que podrían encerrar sentimientos de culpa por acciones
•
Pérdida de regularidad en los horarios habituales con excusas banales
•
Amenazas de abandono luego de una discusión
•
Búsqueda permanente de pleitos para justificar salidas de la casa
infieles
•
muerto”
Expresiones frecuentes que dicen: “no soy feliz” o “esto ha llegado a un punto
•
Antecedentes de infidelidades anteriores
•
Historia de infidelidad en el progenitor del mismo sexo
•
Críticas e ironías frecuentes por un lado y por el otro demasiada sensibilidad a
las críticas recibidas
•
cónyuge
Frecuentes manifestaciones de disconformidad por las características físicas del
•
La negativa a mantener relaciones con el cónyuge o relaciones sexuales sin
participación emocional
•
Cambio notable de interés en mejorar la apariencia física
•
Renuencia a hacer planes a futuro lejano
•
Cambio de gustos en cuanto a músicas, modas o actividades recreativas
•
Comenzar a privar al cónyuge del acceso a ciertas áreas (cerrar con llave cajones
de su escritorio o mesa de luz, trabar el baño al ingresar, realizar por sí mismo tareas que antes
requerían ayuda del cónyuge)
23
Númerso 5:11-31
Consejería Pastoral
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123
•
Apartar de su vida al cónyuge y ya no compartir salidas, tiempos a solas o
encuentros con familiares La existencia de secretos o una actitud de hermetismo y misterio.
•
Críticas exageradas hacia una persona comúnmente conocida podrían tratar de
disimular una relación con ella
Frente a la consulta de un matrimonio por cuestiones de celos, lo mejor será ahondar sobre las
experiencias de la niñez del “celoso” y detectar si alguna historia lo mal predispuso. Otra acción
importante será evaluar cuál es su auto-concepto, si existen actitudes que auto-descalifican a quien
padece el malestar. También se podrá advertir si la mente del que reclama es pura o enfrenta malos
pensamientos que proyecta sobre su cónyuge24.
Además se tratarán las razones por las que siente celos el individuo. En ese momento se podrá
saber si se trata de simples malas sospechas, que lindan con lo pecaminoso, o motivos dignos de
analizarse.
Si ambos integrantes de la pareja son creyentes, una charla con la otra parte puede servir para
corroborar las sospechas o desestimarlas. Siempre, en todos los casos, la buena comunicación sirve. A
veces será útil para dar señales claras de fidelidad al angustiado, para dar muestras de amor, un amor
que debería renovarse y acrecentarse para apagar todo fuego de los celos. Otras veces, la comunicación
servirá para conocer alguna triste verdad.
En el capítulo sobre el sexo se habló algo sobre el adulterio, por lo que simplemente añadiremos
que, en el caso de una acción infiel, el que incurrió en la falta, si se ha arrepentido, deberá manejar una
transparencia tal que reconquiste la confianza del cónyuge decepcionado. Deberá hacer esfuerzos para
recomponer su pareja y ante los recordatorios que el ofendido eche en cara, manifestar
arrepentimiento con humildad y renovar la promesa de no reincidir.
Por su parte el ofendido necesitará hacer uso de la inteligencia en lugar de los sentimientos
destructivos. Cuando Salomón ordenó partir en dos al bebé que aquellas dos rameras se disputaban,
una de ellas se estremeció en su interior y prefirió perder por amor. La otra, en cambio dijo: “ni para ti ni
para mí” y consintió en la mutilación. La primera amaba y la segunda solamente quería. Era obvio que la
segunda, embargada por la amargura de su pérdida y el odio, estallase en una acción destructiva.25
Definitivamente, hay que detectar a tiempo las acciones destructivas de agraviado para restaurar un
matrimonio golpeado.
Con dolor debemos admitir que algunos matrimonios, pese a nuestros esfuerzos se desharán.
Me ha tocado con frecuencia tratar con parejas que son inconciliables en sus puntos de vista y actitudes,
personas que se mantienen intransigentes y ya decidieron en su corazón poner fin al vínculo.
Los evangélicos somos anti-divorcistas consuetudinarios. El divorcio es considerado en nuestras
filas como uno de los mayores fracasos de la vida. Pero tal vez este pensamiento sea un poco duro para
aplicar indiscriminadamente. El Antiguo Testamento contemplaba el divorcio frente a situaciones bien
justificadas. Jesús validó estas situaciones y, frente al mal uso de un recurso extraordinario estableció
regulaciones. Veamos algunos principios de sus enseñanzas.
Cuando consultaron al Maestro sobre lo lícito del divorcio, explicó que el matrimonio es vitalicio.
Sin embargo, frente a situaciones extremas consideradas “dureza de corazón”, la convivencia
matrimonial puede amenazar la integridad física, moral o espiritual de la familia. Para estos casos, el
24
25
Tit. 1.15
1Re. 3.16-27
Consejería Pastoral
Edgardo Muñoz
124
divorcio era un recurso de amparo frente a daños severos que podrían ocurrir.26 El Antiguo Testamento,
para preservar la integridad familiar tenía una cláusula destinada a anular el contrato matrimonial si
hubiese algo indecente en la esposa.27 La idea de indecente está muy relacionada con el aspecto moral.
En otras palabras, el divorcio es un mal permisible únicamente si previene un mal mayor.
Pero los fariseos habían hecho de este recurso extraordinario, un abuso con el cual satisfacían su
corazón adúltero. Por eso Jesús refirió lo que era el adulterio en ocasión del divorcio. Durante el Sermón
del Monte, el Señor desarrolló todo un pensamiento que ponía en relieve el círculo vicioso de los
fariseos. Más o menos, el ciclo se da de la siguiente manera:
La ambición es una enfermedad del alma que hace que, quien la padece sienta que nada es
suficiente para él. La ambición es la base de la codicia. Un corazón codicioso pierde el control por el
deseo, y cuando encuentra al objeto de la codicia, se desencanta de lo que tiene para enamorarse de lo
que no posee. Una vez que se llega a estas instancias, la intolerancia ocupa su lugar. El individuo
comienza a concentrarse en lo desagradable de alguien y se desentiende de lo bueno que el otro tenga.
Cuando nos desilusionamos de alguien, ya poco soportamos de esa persona. Ese estado de intolerancia
dirige los pasos hacia el repudio emocional. Cuando uno se considera víctima de otro, siente el pleno
derecho de actuar carnalmente. Una vez desarrollado el repudio emocional comienzan las acciones
infieles que pueden concluir en un adulterio.
Como los fariseos tenían ese corazón codicioso, habían llegado a sentir el pleno derecho de
repudiar a la mujer de su juventud por cualquier banalidad, para recomponerse en un nuevo
matrimonio con quien desde antes del proceso estaban deseando unirse descontroladamente. Por esta
razón Pablo decía que el que tomase la iniciativa de separarse lo hiciese como para no volverse a casar.28
Comprendiendo que Jesús no prohibió el divorcio, sino que despertó la conciencia de la gente,
para que no tome decisiones mal motivadas, debemos entender que la dureza de corazón continúa con
más fuerza en nuestros días y que, por lo tanto, el recurso podría ser necesario en algunos casos. Nunca
participemos de la decisión que sólo la pareja debe tomar, pero estemos seguros de haber ayudado a
agotar las instancias y a seguir dando respaldo espiritual a quienes resuelven por separarse.
En estos casos, el asesoramiento tendrá por objeto ayudar a que la separación sea lo más prolija
posible, es decir, que los hijos (si los hay) estén protegidos y preparados, que haya perdón y acciones
constructivas en la pareja y que tomen un tiempo de reflexión antes de concretar un divorcio. En
especial, las heridas que quedan de una separación se complicarían si quien se separa inicia
inmediatamente otra relación.
Nunca hagamos sentir a los separados y divorciados como cristianos de segunda categoría.
Recordemos que nuestra tarea pastoral incluye vendar heridas.
26
Mt. 19.1-9
Dt. 24.1
28
1 Co. 7.11
27
Consejería Pastoral
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CAPÍTULO 13: LA PATERNIDAD, LA NIÑEZ Y LA ADOLESCENCIA
La tarea de ser padres no tiene nada de fácil. Se decía de un joven que tenía cinco métodos para
criar bien a los hijos, pero hasta el momento no los había puesto en práctica porque carecía de
descendientes. Con el correr de los años llegó a tener cinco hijos, pero reconoció que no tenía ningún
método acerca de cómo criarlos.
Demasiados temas componen el aspecto de la paternidad, pero en la consejería sólo algunos
tópicos tocaremos.
Los latinoamericanos somos un pueblo joven. El promedio de edad de los habitantes del área
hispano-lusitana es muy bajo debido a lo prolíferas que son las familias. La población numerosa es la
riqueza de un pueblo como antiguamente lo era para un grupo emparentado. La gran cantidad de hijos
en los tiempos bíblicos garantizaba una buena economía familiar y una excelente previsión social. En la
actualidad, una familia numerosa enfrenta más inconvenientes que beneficios debido al modo de vida
contemporáneo.
En vistas de la realidad presente, nuestra responsabilidad será siempre ayudar a prever el futuro
de un matrimonio que recién se forma y permitirle planear el tipo de familia que desearía conformar. A
más hijos, mayor posibilidad de enfermedades, mayores gastos, menor supervisión individual, menor
calidad en la educación que se les puede brindar y menor tiempo de exclusividad para el matrimonio.
La paternidad responsable incluye la concepción de los hijos planeados para que el prototipo
esperado no se salga de sus cauces. A menor instrucción de un pueblo, menor previsión también.
Nuestra labor incluye charlas con los esposos acerca de la manera en que planean su futuro.
La época de embarazo es muy especial para el matrimonio. Juntos sueñan el futuro de compartir
la vida con el nuevo integrante, hacen planes, compran ropa y adecúan la casa para una familia más
grande.
Paralelamente a todo lo positivo de ese tiempo, la mujer en especial, abriga temores
importantes. Sus pensamientos se centran al momento del alumbramiento y a la salud del bebé. Los
hombres no ignoran esos temores, pero los controlan mejor. Durante los nueve meses de gestación, las
pesadillas sobrevienen y los estados de ánimo cambian. Al contrario de la realidad, las mujeres ven
modificada su anatomía negativamente. Creen que han perdido su sensualidad y que hasta sus esposos
pueden ya no tener tanto interés por ellas. Tales preocupaciones las hacen más susceptibles y
dispuestas a pedir consejo. El saber que todo lo dicho es parte de la normalidad permitirá tranquilizar a
los atribulados.
Los embarazos inesperados ocupan su lugar en la consejería. Cuando los niños llegan en épocas
poco propicias, o cuando la capacidad de bien criarlos queda excedida, la noticia de una concepción no
es bien recibida. Aquellos padres que se ven superados por la desesperación podrían considerar un
aborto. La intervención del consejero es fundamental para dar apoyo a los padres. La contención es
vital, pero a su vez deben animar a los padres a que expresen cuáles son las preocupaciones que
enfrentan con la llegada de un nuevo hijo. Casi siempre se trata de un paquete que incluye los miedos
de los inconvenientes sumados durante años. El encarar un día a la vez, eliminando toda ansiedad y afán
permitirá enfrentar paso a paso los problemas que desde lejos se ven como un gran muro, pero en
realidad son franqueables.
Cuando los hijos llegan, el matrimonio sufre una verdadera conmoción. Los meses de embarazo
se caracterizaban por el encanto de la futura mamá y el amor que le prodigan los que la rodean. Todos
acarician su panza, le ceden el asiento y se preocupan en cuidarla. El esposo se llena de ternura y a su
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Edgardo Muñoz
126
vez deseos de protección. Pero cuando el bebé nace capta la atención de todo el mundo y la madre pasa
a un segundo plano. Los cambios hormonales necesarios para el amamantamiento y la reducción del
útero afectan el ánimo de la mamá. El bebé altera los ritmos del sueño de los adultos, y un descanso
interrumpido roba ánimo y energías para el resto del día. Se suma a esta situación el sentido de
responsabilidad y un sinnúmero de temores que los padres sobrellevan silenciosamente.
Es obvio que en medio de todas estas características haya un distanciamiento entre los padres,
por experimentar cada uno la carga del nacimiento desde distintas perspectivas. Suelen pedir una
consulta aquellos que prolongaron este estado por varias semanas. Lo común es que el padre se sienta
desatendido por su esposa que en su nuevo rol no sabe equilibrarse.
El consejo siempre debe ser tranquilizador hacia los padres. Los esposos, en especial deben
comprender lo que es la depresión del puerperio y acompañar con paciencia y ternura a su compañera
que tan valerosamente enfrentó el parto. Asimismo, la tarea de brindar cuidados al bebé podría ser
aliviada por el esposo cuando llega del trabajo. La falta de intimidad durante el puerperio no debe alejar
a los cónyuges, sino animarlos a buscar maneras alternativas de mostrarse el amor. Serán épocas de
poca privacidad, debido a que los abuelos invadirán una y otra vez la casa, pero al mismo tiempo les
ayudará a sentirse contenidos.
Dos vicios pueden infiltrarse durante los primeros meses posteriores al nacimiento: hacer caso a
cuanto consejo den los padres de los esposos, al punto de casi querer sustituir la responsabilidad. El
segundo vicio suele darse cuando la madre se vuelca demasiado al ansiado bebé y desplaza a su esposo
hacia un segundo plano.
Como ya se manifestó, el matrimonio es una sociedad peculiar. Para que la misma funcione,
ambos integrantes deben cumplir en el conjunto con todas las responsabilidades. Tal principio se aplica
a la crianza de los hijos. La educación, la disciplina, la alimentación, la vestimenta, la salud, pero por
sobre todo el afecto son tareas que deben compartirse entre ambos. En algunas parejas, sobre todo las
primerizas, suele haber desajustes en la distribución de responsabilidades. Con sentido común el
consejero puede ayudarlos de manera práctica.
Las necesidades básicas de los hijos no difieren de las de los adultos. La seguridad, la aceptación,
el logro y el amor pertenecen al género humano. En el caso de los niños las formas en las que perciben
la satisfacción de estas necesidades difiere de la de los mayores. Por ejemplo, la necesidad de seguridad
para una persona madura se satisfaría en cierta manera con un futuro predecible. En cambio, para los
de escasos años la misma necesidad se llenaría con un fuerte abrazo y comunicación por parte de los
padres.
Algunas formas prácticas de satisfacer la necesidad de seguridad en los hijos son:
•
Abundante contacto físico
•
No tomar distancia luego de una reprensión
•
Solidez del vínculo matrimonial
•
Reacciones equilibradas frente a situaciones tensas
•
Ejercicio de la corrección y la disciplina
La necesidad de aceptación encuentra las siguientes formas prácticas de satisfacerse:
•
Mostrar agrado frente a las acciones del hijo
•
Alabarlo y manifestarle lo agradable que es
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127
•
No mostrar contrariedad frente a sus fracasos, sino alentarlo a superarlos
•
No marcar sus diferencias con otros niños como desventajas
•
Evitar un espíritu crítico hacia los hijos o hacia otros
La necesidad de ser amado se satisface:
•
Simplemente amándolo
•
Auxiliándolo en sus dificultades
•
Expresándoselo verbalmente
•
Abundantes contactos físicos que demuestren cariño
La necesidad de logro se suple:
•
Destacando los méritos de los hijos
•
Mostrándoles lo que llegaron a realizar
•
Manifestando satisfacción y agrado con sus iniciativas
•
Evitando el hacer la tarea por ellos y alentarlos a lograr metas por sí mismos
Los expertos aseguran que los hijos sin disciplina sufren el síndrome de abandono afectivo. Un
niño sin corrección vivirá en un mundo de inseguridad que alterará su personalidad. Por lo general, este
tipo de pequeños son librados a la calle, en compañía de otros de su edad y mayores también, por la
simple comodidad de los padres. La moral que aprendan será la que otros muchachos de las mismas
características les enseñen. En consecuencia, serán como un flan derramado en el piso antes de
consolidarse.
Estas criaturas suelen recibir reprensión sólo por dos razones: Cuando molestan a sus padres o
interfieren con sus intereses, y cuando les ocasionan algún tipo de vergüenza.
Aquellos progenitores que sólo por estos motivos reprenden a sus pequeños, están sumidos en
un egoísmo destructivo y generador de conductas antisociales. Las típicas madres que estallan en
berrinches ante las travesuras de sus hijos, y les dicen que las enloquecerán, están dando el mensaje de
una madre débil a quien los hijos la superan en fuerza. Esos niños sentirán un fuerte desamparo y
creerán que el mundo se les cae encima al ver a su mamá desquiciada.
En cambio, una madre madura, sabrá mostrar templanza y firmeza frente a cualquier desmán.
Con amor legítimo corregirá a sus hijos y les transmitirá el mensaje de ser un ancla que inspira
seguridad.
Los padres que reprenden a sus hijos por las molestias que les ocasionan, les están diciendo: “Si
no me molestas, no te molestaré”… “Haz lo que quieras, con tal de dejarme en paz”. Los delincuentes de
hoy recibieron ayer esa educación.
De tanto en tanto se acercan los padres de algún niño problema. Normalmente se detectan
estas situaciones cuando los maestros de la escuela los convocan para referirles algunos incidentes. En
ocasiones puede tratarse del famoso déficit atencional e hiper-actividad. Pero también podría ser la
necesidad de llamar la atención. No soy tan viejo, pero he notado que muchos niños problema de años
atrás, hoy son hombres y mujeres excelentes. La ansiedad de los padres, a veces genera más
preocupación que la debida.
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Una triste realidad es que los niños pocas veces visitan al pastor. Lo más penoso es que no se
debe a la ausencia de dudas y problemas, sino al poco acceso que tienen al adulto mundo del ministerio.
Deberíamos leer con más frecuencia los pasajes que muestran a Jesús abrazando a los niños.
Lamentablemente, las historias de abusos y pedofilia opacan toda buena intención y las leyes de algunos
países se encargaron de lograr que sea mal vista toda reunión de un ministro con un niño a solas. A
pesar de esto, directa e indirectamente la niñez tiene que ser parte de nuestra preocupación. Si se
observan las mismas reglas de consejería que gozan los adultos (es decir, con un vidrio en la puerta, sin
echar seguro, o con otro adulto presente, etc.) es posible tener sesiones de consejería con ellos
también.
Podríamos dedicar bastantes páginas para mencionar las características de los pequeños, pero
nos limitaremos a decir que los niños están en una época formativa en la que necesitan un ambiente
sano y seguro. Las conductas agresivas y otras, también preocupantes, de los niños pueden deberse, en
primera instancia a necesidades sin satisfacer, como por ejemplo la demanda de atención, en segundo
lugar a situaciones familiares, como podría ser la violencia familiar u otras tensiones y por último a
trastornos de la personalidad por motivos físicos o psicológicos. Los cambios de etapa suelen sobrevenir
con alteraciones del comportamiento que normalmente tienden a la auto-valía de individuo. Los padres
deben usar de mucha sabiduría para acompañarlos en el paso a la juventud y la adultez, caracterizada
finalmente por la independencia total.
Los problemas de escolaridad se asemejan a los de las conductas agresivas en cuanto a sus
orígenes. Pero se debe descartar un cuadro muy común en estas últimas décadas que es la depresión
infantil. Los padres exigentes y autoritarios ocasionan tales estados que requieren atención psicológica.
También hay causas orgánicas que producen estos efectos, por lo que se deberá consultar a un
profesional.
El abuso infantil es un mal demasiado extendido. La iglesia no puede permanecer indiferente a
las acciones que degradan la dignidad de los niños y arruinan su futuro. Como ministros de Jesucristo
debemos prevenir el abuso de los pequeños pero también saber cómo reaccionar frente a los hechos
mismos. Comencemos por la prevención.
Los abusos pueden darse por niños mayores que las víctimas, jóvenes o adultos. Algunas veces
se concretan por la fuerza o la violencia y otras por la vía de la seducción o el soborno. Entre las
personas que podrían cometer abusos están los parientes con quienes los niños conviven o pasan
tiempo, los maestros de escuelas u otras instituciones educativas, deportivas o actividades recreativas.
En última instancia están los extraños que se acercan a los niños con cualquier excusa, entablan un
vínculo de confianza y perpetran el hecho. Este último tipo de personas suele ser el más peligroso
debido a que en algunos casos terminan secuestrando y/o asesinando a sus víctimas. Los consejos
preventivos que debemos dar a los padres son los siguientes:
•
Nunca dejar solos a los niños
•
No dejarlos al cuidado de familiares o amigos de los que no se tenga suficiente
conocimiento o confianza
•
Estar atentos a los cambios de conducta de sus hijos
•
Conocer el tipo de amistades que tienen
•
Supervisar las conexiones de Internet y con quienes mantienen comunicación
•
Mantenerse alertas frente a variaciones en los horarios de llegada de los hijos
de la escuela u otros lugares
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•
Nunca enviar a la calle solos a los hijos pequeños
•
Hablar con franqueza todo lo referente al sexo con ellos
•
Tomar seriamente y con serenidad cualquier situación que el niño comente y
primordialmente creerle.
Los consejos a los niños son más importantes aún:
•
Si alguien les toca el cuerpo de una manera diferente a la que los padres lo
hacen debe avisar de inmediato además de impedir cualquier acción de estas.
•
Deben aprender a diferenciar toda acción cariñosa de otro tipo de contactos
•
El respeto por un adulto no significa hacerle caso en todo. Pueden negarse a
cualquier situación que les incomode y alejarse.
•
Nunca deben hacer caso a amenazas si divulgan lo que alguien les hizo
•
Deben confiar en sus padres y hablar con toda confianza de lo que les pase
•
Jamás deben estar en lugares solitarios
•
No entablar contacto con extraños ni proporcionarles datos personales
Frente a un abuso concretado, el niño siente una mezcla de rabia, depresión y culpa. Pero estos
sentimientos se manifiestan de las siguientes maneras:
•
Búsqueda compulsiva de aseo de los genitales o bien el descuido de ellos y la
negación a higienizarse.
•
Miedo o renuencia a quedarse solo con ciertas personas.
•
Conducta retraída
•
Pérdida de apetito
•
Disminución del rendimiento escolar
•
Incomunicación con los padres
•
Evita que los padres lo bañen o lo vean en ropa interior
•
Ataques de ira
•
Dibujos obscenos
Ante señales de este tipo, lo ideal sería indicar a que se busque la ayuda de un especialista.
Nuestra parte como ministros será la de dar respaldo a los padres y manifestar un gran cariño por la
víctima. Nuestra actitud equidistante y menos comprometida que la de los padres podrá servir para que
el niño nos cuente con libertad y pregunte de la misma manera.
La educación sexual de los hijos casi siempre queda postergada, a veces porque incomoda a los
padres el ventilar algo que tiene que ver con su intimidad, y otras, porque nunca se sabe cuál es el
momento adecuado o la edad a partir de la cual hace falta instruir sobre el tema. La iglesia de Cristo
tiene la gran responsabilidad de fomentar en los progenitores el correcto enfoque del sexo y la
educación sobre el mismo.
Las mejores ocasiones en las que se puede arribar el tema comienzan cuando en el hogar se
anticipan a la llegada de un nuevo integrante de la familia. El embarazo de la madre y sus cambios físicos
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despertarán la curiosidad del niño y éste, en la medida que pregunte, demostrará la madurez para
recibir la respuesta adecuada a su edad.
Casi siempre, los que están cerca de animales cuentan con la ventaja de observar
apareamientos. No hace falta salir a un zoológico para hallar muestras del buen funcionamiento de la
creación, hasta los insectos domésticos pueden dar lecciones de ello. Estas oportunidades serán
propicias para hacer saber que la gran parte de los seres vivos requieren de un compañero sexual para
procrear, y que Dios creó al ser humano con características semejantes, sumando a ellas el ingrediente
del amor y la inteligencia, para que una pareja sea estable y así engendre, críe y eduque a sus
descendientes.
En cualquier librería se puede hallar buen material de educación sexual especializada para los
niños y la instrucción para que los padres lo hagan. Los dibujos estilizados suelen ser de especial ayuda
en el tema. Pero el consejo a los padres debe incluir que nunca se sientan incómodos por las preguntas
de los hijos, pero que a su vez se instruyan lo suficiente como para saberlas responder. El niño percibirá
con facilidad la tensión que un padre experimente, lo que, tal vez lo inhiba de seguir preguntando. Pero
recordemos que sólo debemos responder en la medida que el niño pregunte, porque un exceso de
información no requerida será insuficientemente digerida.
La época de la menarca, que suele presentarse prematuramente a los 10 años y demorarse su
aparición hasta los 14, requiere la debida preparación de los padres. Para una púber puede resultar
traumático el evento si no se le advierte de antemano. Nuevamente, la buena educación permitirá
iniciar la etapa de la fertilidad con naturalidad.
De manera semejante, las poluciones nocturnas avisan de la maduración sexual de los varones.
Evitar que los hijos se asusten o avergüencen de estos episodios será la meta de los que los crían.
No sólo estas experiencias podrían ser negativas sin la temprana instrucción, sino también las
modificaciones del cuerpo que sobrevienen más rápido que en las otras etapas deben acompañarse de
una buena preparación psicológica. Es común que los adolescentes rehúyan a su higiene para evitar el
hallazgo de nuevos cambios físicos. La vellosidad púbica, más tarde la axilar, el desarrollo de las
glándulas mamarias y la adquisición de formas de adulto deben aceptarse gracias a la buena contención
de los padres.
En esas épocas las glándulas comienzan a secretar con mayor fuerza y los cambios de ánimo, de
voz y hasta de “olores” serán comunes. El crecimiento de las extremidades aventaja al desarrollo
neurológico al punto de llevar a cometer al adolescente bastantes torpezas. La psicomotricidad se
desarrollará con más lentitud de la esperada, a lo que habrá que enseñar paciencia a los padres.
Debemos partir de un corolario fundamental en el área de la educación sexual de los hijos:
“Toda consecuencia de su desarrollo sexual, para la que no se les haya instruido adecuadamente, será
considerada por ellos como una anormalidad. Esto, de por sí desarrollará una actitud anormal o bien,
evitará que algunas anormalidades se detecten a tiempo.”
Los cambios hormonales no solamente afectan la fisonomía de los adolescentes, sino también el
deseo sexual. Se trata de una época en la que se tornan “enamoradizos” y buscan todo tipo de
contactos con el otro sexo. En la medida que los padres prevengan a sus hijos, éstos aprenderán a
reconocer sus impulsos y aprender a controlarlos. Así y todo no hallaremos la panacea para los
conflictos del desarrollo, pero al menos crearemos un terreno de diálogo entre los jóvenes y los adultos,
donde los primeros se sentirán menos inhibidos por la iniciativa de sus mayores.
La inestabilidad emocional y el comportamiento pendular predominan en la adolescencia. La
resistencia de los progenitores se balancea con la independencia de los menores. De esta manera, se
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dosifican las libertades que se otorgan para que paso a paso aprendan a administrarlas de una manera
consciente y responsable. Los ministros necesitamos tranquilizar a los padres atribulados por las
rebeldías de los hijos. Son parte de la auto-resolución que buscan y nunca existe el equilibrio, siempre
habrá tensiones que se deben manejar con tranquilidad. El diálogo, otra vez será la mejor manera de
negociar las decisiones, pero sin dejar de poner en claro que la palabra final está en los que
engendraron.
La vida social de los adolescentes suele modificarse sensiblemente. El cambio de lugar de
educación y los horarios de estudio poco amigables para el seguimiento de los padres, confieren a sus
muchachos un terreno privado. Ya no podrán los adultos hablar con la maestra sobre los problemas de
sus niños. Simplemente deberán saber lo que ocurre por boca de quienes unos años atrás les pedían
compañía. Las amistades ya no son las de la familia y el vecindario, sino que provienen de lugares más
lejanos. Un pastor conocido solía decir que tuvo que pagar el precio de soportar ruidos molestos en su
casa permanentemente habitada por jóvenes y un refrigerador continuamente saqueado por “esos
depredadores” para llegar a conocer las nuevas amistades e injerir en la selección de las mismas. Hoy no
se arrepiente de ello: sus hijos, ya adultos transitaron por un buen camino, porque en aquel hogar
cristiano las amistades aprendieron lo que es la vida feliz del cristiano.
Debemos alentar a los padres a que conozcan a los nuevos amigos y que, aunque sea
complicado, no dejen de dedicar tiempo y atención a sus adolescentes. La comunidad en la que ejerzo
mi ministerio enfrenta un alto porcentaje de jóvenes con problemas de adicciones, promiscuidad sexual
y comportamientos delictivos. Algunos de sus padres comenzaron a concurrir a la iglesia.
Lamentablemente ya es tarde para orientarlos a que dediquen tiempo a sus hijos y amistades. En el
pasado, cuando podían hacerlo, se ocuparon demasiado de sí mismos.
Para finalizar, los adolescentes necesitan contar con límites claros. Quien crece sin límites sufrirá
el síndrome de abandono y pronto generará conductas antisociales o una falta de seguridad que
terminará torturándolo. Los castigos físicos son cuestionados cada vez más. Probablemente, sólo sirvan
cuando la comunicación verbal no es posible por la corta edad. Los niños, antes de desarrollar el habla
necesitan saber que toda acción no permitida que cometan tendrá una consecuencia dolorosa. En este
caso las reprimendas jamás se deben ejecutar con ira sino con toda consciencia y deseo educativo. Sin
embargo, los adolescentes ya no necesitan ningún tipo de castigo físico. Las conversaciones y los
castigos de un nivel más profundo adquirirán mayor relevancia. Para crear una secuencia abreviada de
la acción disciplinaria, digamos que una nalgada advertirá al niño que sus desobediencias no son
gratuitas, la privación de una salida, enseñará al adolescente que una rebeldía tiene su precio, pero la
cárcel mostrará tardíamente a un joven que la ausencia de límites cuesta cara.
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CAPÍTULO 14: LAS ADICCIONES, LA DEPRESIÓN Y EL SUICIDIO
Las drogas se han utilizado desde tiempos inmemoriales en todas partes del mundo. La palabra
griega para “hechicero” es “pharmacos” de donde proviene el término “farmacia”. Los brujos solían
utilizar pócimas curativas, algunas de las cuales tenían propiedades psicotrópicas.
Muchas de las drogas que los antiguos médicos dispensaban empíricamente, ejercían un efecto
analgésico bien importante, pero el uso para fines recreativos abrió un peligroso camino que hasta hoy
lamentamos. Entre las drogas más famosas de la historia cercana está el opio, derivado de la amapola,
flor originaria de Turquía e India. En el siglo XVII se introdujo en la China donde se comenzó a fumar,
creando así los primeros vestigios de las adicciones contemporáneas.
Estados Unidos, durante la Segunda Guerra Mundial, procesó al opio desarrollando la morfina,
que era un poderoso calmante para los casos de heridos graves en las batallas. La adicción era tan
fuerte, que se necesitaba muchísimo tiempo para rehabilitar a alguien que había sido sometido a un
tratamiento de largo plazo. Creyendo que la heroína surtiría menor efecto adictivo, también se utilizó
con consecuencias aún peores. Con el tiempo, estas substancias circularon de manera ilegal por
occidente creando verdaderos problemas.
Otra droga de la India llegó al nuevo continente, pero ya no bajo indicaciones médicas, sino por
el movimiento hippie en su rebelión contra la incursión de los EE. UU. en Vietnam: la marihuana. Desde
ese momento las drogas no han parado de aumentar en variedades y en consumo, causando graves
problemas a la economía, pero en especial a la sociedad, debido a los trastornos que ocasionan en la
conducta.
Los adictos a las drogas ilegales llegan a tal situación por serios problemas de base en su crianza,
que serían los factores de predisposición sumados a su asociación con grupos de riesgo que los inician
en la práctica para comenzar a vivir un verdadero infierno.
No debemos subestimar para nada el uso de una droga legal, y de consumo masivo que es el
alcohol. Por ser de obtención fácil y de costo económico, al alcoholismo supera en adictos a cualquier
otro tipo de substancias. La gran publicidad que se da a la variedad de bebidas de contenido etílico, hace
ver a la borrachera como algo benigno y risueño. Los familiares de un alcohólico no opinan lo mismo. Se
trate de bebidas de bajo contenido como las cervezas, o de alta graduación alcohólica como los licores,
el alcohol llega a la sangre y su abuso ha sido el causante de accidentes de tránsito y tragedias
familiares.
Podemos clasificar a las drogas en tres tipos, según sus efectos.
El primer tipo corresponde a los estimulantes. Se trata de substancias que envalentonan y
desinhiben a las personas. Los que las ingieren pierden el sentido de la prudencia y se vuelven audaces y
con conductas de riesgo para sí mismos y para los demás. Los deprimidos ven levantar su estado de
ánimo y perciben que los demás los aceptan y hasta admiran. Entre los estimulantes los más comunes
son las anfetaminas, que se suelen utilizar para quitar el apetito de los que desean bajar de peso. Las
anfetaminas se adquieren bajo prescripción médica, pero el mercado negro las provee fácilmente. La
cocaína, en cambio, se sintetiza de la hoja de coca y su tráfico es absolutamente ilegal. Esta y/o los otros
productos de la coca en sus diferentes fases de elaboración se consume aspirando su combustión, sus
cristales o inyectándola. Es altamente adictiva y produce tolerancia, a lo que cada vez se requieren dosis
mayores para hallar las mismas sensaciones. El consumo a largo plazo produce alteraciones mentales
severas que van, desde la irritabilidad a la depresión y con frecuencia surgen problemas sicóticos
crónicos.
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El segundo tipo corresponde a los depresores. Sus efectos, sosiegan a las personas, les quitan el
nerviosismo y les hacen creer que poseen buen control de las tensiones. El alcohol pertenece a este
grupo, pero también los barbitúricos, que ejercen un efecto sedante e hipnótico. Otros tranquilizantes
de segunda y tercera generación pertenecen a este grupo. La morfina y la heroína, de las que ya
hablamos, y la codeína, contenida en jarabes antitusígenos, no solamente sedan a las personas, sino que
les inducen los llamados sueños psicodélicos. Un inhalante muy difundido, entre los niños y
adolescentes de las clases sociales más vulnerables, es el pegamento, cuyo solvente deprime al sistema
nervioso central, además de ocasionar daños neurológicos severos e irreversibles.
El tercer tipo es el de los alucinógenos. Se trata de drogas de efectos psicodélicos, es decir que
distorsionan las percepciones, las sensaciones y llevan a las personas a sufrir alucinaciones. Como cada
individuo es distinto, están los que experimentaron “buenos viajes” y los que tuvieron “malos viajes”, es
decir sensaciones y alucinaciones espantosas. El ácido lisérgico o LSD, la mezcalina y la psilocibina están
dentro de este grupo. La marihuana es la más común de este tipo y su difusión ha caído fuera de
control. Algunos opinan que la marihuana no posee poder adictivo, pero en cambio puede dar lugar a la
búsqueda de otras substancias más fuertes.
La lista está simplificada, pero corresponde a las substancias más populares. En nuestra tarea de
consejería nos enteraremos de todo lo que consumen los esclavos de estos elementos. Sin embargo, lo
más importante es prevenir. Para ello veamos cuales son los puntos vulnerables de los que cayeron en la
adicción. Algunos de los factores de predisposición para terminar en las adicciones de substancias
psicotrópicas son los siguientes:
Los modelos paternos viciosos marcan una tendencia inevitable. En una familia donde el padre o
la madre poseen algún tipo de adicción, habrá hijos que aborrecerán el uso de estas substancias, pero
otros las abrazarán. Los padres, buenos o malos no dejan de ser modelos a los que los hijos desean
imitar de niños. Cuando crecen, desearían no parecerse, pero la marca fue improntada.
Se considera al uso previo del tabaco como un factor importante. Por lo general, quienes fuman
desarrollaron adicción orgánica a la nicotina. Quien posee esta adicción sufre muchísimo si se abstiene a
consumirla. Las personas con alteraciones mentales suelen ser fumadores compulsivos que calman sus
estados ansiosos aspirando el tabaco. Como fuere, quien perdió toda inhibición al tabaco habrá subido
un escalón más cerca a otras adicciones.
Un hogar armonioso genera un ambiente de seguridad, por el contrario, los conflictos en las
relaciones de los padres entre sí ocasionan en sus hijos una sensación de la que intentarán evadirse.
Para evitar las reprensiones de padres irritables, los hijos aprenden a mentir u ocultar alguna verdad.
Aquello que les ayudó a sobrevivir en la niñez, será a lo que se aferren de jóvenes y adultos. Por su lado,
las madres sobreprotectoras, que están dispuestas a defender a todo precio a sus hijos de los padres
ausentes que estallan en ira con facilidad cuando aparecen, crean el ambiente especial para mal
predisponer a los primeros. Como sea, el ambiente hogareño tenso será un caldo de cultivo para que los
hijos “escapen” con sus mentes.
Como anteriormente dijimos, la necesidad de filiación, es decir, ser aceptados por el grupo de
nuestra pertenencia, es un magnífico recurso de sociabilización de un individuo. Pero si se trata de un
grupo malsano, la influencia negativa se inculcará en el que recién se integra para que sea bien recibido.
Si combinamos a un hogar centrífugo, que en lugar de atraer repele a los integrantes de su núcleo por
situaciones adversas, con un grupo atractivo, pero de malas costumbres, habremos hallado la fórmula
exacta para que un joven escoja una alternativa vulnerable a las drogas.
El entorno de la droga y el alcohol posee muchos mitos. Entre ellos, que permite que alguien se
desarrolle en sus capacidades artísticas o se libre de sus vergüenzas. También están los que abogan a
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favor del consumo porque “pueden dejar cuando quieren”. Otro mito asegura que la droga permite
tener una perspectiva distinta de la vida y que la consumen sólo los que están dispuestos a ser genuinos
y luchar en contra de la hipocresía. No faltan los que creen que cualquiera de estas substancias aumenta
la potencia sexual. La lista continúa. Los que concurren en los lazos de las adicciones han creído en
alguno de estos mitos u otros.
El común denominador de los que quedaron presos del vicio desde jóvenes ha sido la falta de
control y límites de los padres. El desconocimiento de los amigos de los jóvenes abre las puertas a un
futuro incierto, donde el azar puede jugar la mala pasada de cruzar un amigo atrapado en las garras de
las adicciones.
La mala comunicación familiar es otro factor de predisposición. Las barreras que se crean entre
padres e hijos empujan a estos últimos a buscar mayor afinidad con terceros. Pero además de este
efecto indeseado, los padres que no han sabido comunicarse debidamente con sus hijos, luego fueron
incapaces de detectar a tiempo algunas conductas o comentarios que revelaran un camino divergente.
Casi terminando la lista, y en relación con la mala comunicación familiar, están los padres
ocupados. Se piensa a la ligera que la droga y el alcohol son lacras propias de las clases bajas. Sin
embargo, las familias de todas las clases sociales enfrentan al flagelo. Una razón radica en que las
ocupaciones de ambos progenitores, sea por trabajo o por actividades egoístas, hicieron que sus hijos
quedaran a la deriva, sin supervisión, o al menos sin la supervisión de alguien que realmente les ama.
Para finalizar, todo joven que se siente incapaz de resolver fuertes tensiones a menudo buscará
sosiego en cualquier tipo de psicotrópico. A veces creemos que la drogadicción es producto de mentes
ociosas que buscan recrearse de maneras excéntricas y malignas. Lejos de ser así, en una sociedad
competitiva y descalificadora, las presiones son demasiadas para mantener el equilibrio de una mente
sensible. Algunos de los que no pueden enfrentar la vida que les ha tocado, piden ayuda
psicoterapéutica, otros atentan contra su vida, y otros se suicidan a largo plazo buscando un poco de
bienestar a cambio de intoxicar sus cuerpos y sus mentes.
También debemos prevenir a los padres acerca de cualquier signo de alarma ante el que
necesitarán solicitar ayuda. He aquí 24 items para saber cuándo recurrir a la búsqueda de auxilio.
1.
¿Su hijo parece retraído, deprimido, cansado y descuidado en su aspecto
personal?
2.
¿Lo nota hostil y falto de cooperación?
3.
¿Se han deteriorado las relaciones de su hijo con otros miembros de la familia?
4.
¿Ha dejado a sus antiguos amigos?
5.
¿No le va bien en la escuela? ¿Ha empeorado las notas o la asistencia es
irregular?
6.
¿Ha perdido interés por los pasatiempos, los deportes u otras actividades?
7.
¿Han cambiado sus hábitos de comer o de dormir?
8.
¿Usa desodorantes o perfumes para tapar algún olor?
9.
¿Tiene actitudes beligerantes ante sus preguntas o reclamos?
10.
¿Tiene las pupilas dilatadas? ¿Tiene los ojos colorados?
11.
¿Tiene conversaciones telefónicas o encuentros con desconocidos?
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12.
¿En su casa faltan objetos de valor? ¿Tiene su hijo una necesidad creciente de
dinero?
13.
¿Está más pálido de lo habitual? ¿Se dejó el pelo descuidado?
14.
¿Encuentra usted cajitas de fósforos agujereadas en el centro del lomo del
envase o cualquier otro artefacto (biromes, llaves o tubitos) que servirían para
fumar la colilla de un cigarrillo sin filtro hasta el final sin quemarse?
15.
¿Tiene su hijo papel para armar cigarrillos (en cajita o sueltos)?
16.
¿Utiliza colirios?
17.
¿Tiene manchas de cigarrillos en los dedos?
18.
¿Tiene feo olor, incluso en la vestimenta y en las sábanas?
19.
¿Tiene elementos que permitan picar la droga como, por ejemplo, hojas de
afeitar, tarjetas duras o cuchillos?
20.
¿Tiene elementos que permitan aspirar la droga como, por ejemplo, bolígrafos
sin tapas ni tanque, tubitos, pajitas o billetes enrollados?
21.
Si su hijo se estuviera inyectando posiblemente se detecten cigarrillos de tabaco
desarmados dado que se utilizan: el filtro, jeringas y algún recipiente pequeño,
como cucharas o tapitas de bebidas, para preparar la droga.
22.
¿La nariz le sangra o gotea a menudo?
23.
¿Tiene dificultad para hablar?
24.
¿Tiene marcas de pinchazos en brazos o piernas?
Como anteriormente decíamos, el alcohol ocupa el primer lugar en el consumo de drogas. De
cierta cantidad de personas que consumen alcohol de manera desmedida, un porcentaje nada
despreciable caerá en el alcoholismo. Casi siempre el alcohólico se justifica diciendo que cuando quiere
puede dejar la bebida, pero luego de un breve tiempo de abstinencia recae porque decidió que no
quería dejar su vicio. En otras palabras, el vicio del alcohol anula a la voluntad y quien cayó en él
sucumbe ante su propio deseo irrefrenable. Por esta razón, un grupo tan famoso como Alcohólicos
Anónimos, sostiene que alguien que ha dejado la bebida sigue siendo un alcohólico que desarrollará una
batalla de cada segundo contra la bebida de por vida.
El consumo de bebidas de este tipo pasa por diferentes etapas. Algunos quedan en alguna parte
de estas, pero el camino de la adicción es el mismo.
La primera fase lleva el nombre de “Fase de síntoma pre-alcohólico” y se suele desarrollar en
torno a los 18 años. En la misma se bebe con frecuencia para conseguir el alivio de las tensiones. Con
frecuencia se llega a la ebriedad, caracterizada por aliento etílico, pérdida de los reflejos, del equilibrio,
del pensamiento nítido y dificultades para hablar (dislalia). Durante este tiempo que se suele extender
por años, se desarrolla un alto grado de tolerancia que hace que se consuman mayores cantidades de
bebida o bebidas más fuertes.
La “fase prodrómica” que promedia la edad de los 25 años, se caracteriza por los primeros
desvanecimientos del alcohólico y la pérdida del recuerdo de las acciones cometidas durante las
borracheras. Como los que rodean a las personas en este período comienzan a detectar la anormalidad
del adicto, lo reprenden y tratan de evitar, en lo posible que ingiera bebidas. Tales acciones llevan al
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alcohólico a que sienta culpa y vergüenza de su situación, los que aumentará su necesidad de beber,
pero esta vez a escondidas. Los desvanecimientos aumentan.
La “fase crucial” lleva este nombre porque se torna en un verdadero deslizadero hacia el
deterioro de la persona. A partir de ese momento se pierde el control de la bebida, lo que se alterna con
intentos fallidos de dejarla. El comportamiento se altera aún en los momentos de sobriedad y las
justificaciones para la ingesta del alcohol son cada vez más ridículas. Los amigos se alejan por todas
estas actitudes, lo que intensifica la adicción. Para ese tiempo el alcohólico recurre a la bebida ni bien se
levanta y al mismo tiempo pierde el apetito.
Como consecuencia de lo anterior se cae en el deterioro físico y mental, se pierde el vigor sexual
y el comportamiento antisocial gana espacio. Entonces sobrevienen los problemas laborales y
económicos. Ya no se trata de un bebedor social, sino de un individuo que bebe a solas para refugiarse
de lo que él mismo ha provocado.
La última fase es la “alcohólica”. Las épocas de descontrol se alternan con las de abstinencia. El
borracho pierde su pulso y sufre temblores que sólo se calman con la ingesta de más alcohol. Los
ataques de miedo aparecen y se intenta ahogarlos con más bebida. El pensamiento se deteriora y se cae
en la psicosis y pérdida del sentido de la moral y la consciencia. Ya no se buscan pares para beber, sino
que buscan compañeros de menor valía en su vicio, porque el alcohólico se ha desvalorizado a sí mismo.
Una manera de justificar el estado es la de ventilar los resentimientos y buscar culpables del mal que
viven, pero a su vez el remordimiento por haber fallado a seres queridos y a su propia dignidad lo
atormentan. La desesperación por la bebida conduce a la búsqueda de cualquier líquido que presuma
alcohol. Se sabe de personas que beben sus perfumes, solventes, hidrocarburos y hasta alcohol metílico,
que es altamente tóxico y produce ceguera antes de ocasionar la muerte.
La situación llega a ser tan desesperante que el alcohólico experimenta sentimientos vagos de
necesidad espiritual y reconoce que es incapaz de auto-controlarse. Muchos suelen pedir ayuda en estas
instancias, cuando las secuelas son muchas y el riesgo de una recaída mayor.
La tolerancia por la bebida decrece. Se suele decir de estas personas que se emborrachan “sólo
oliendo la bebida”. Este punto precede a la llegada al fondo, que se caracteriza por enfermedades como
la cirrosis hepática y la pancreatitis crónica, la demencia y el “delirium tremens”. Que son alucinaciones
atormentadoras que se experimentan durante la abstinencia.
El conocimiento de las etapas y los síntomas nos permite a los ministros ejercer una acción
preventiva de estos males. Sin embargo, poco podemos hacer con las personas que quedaron atrapadas
bajo alguna de las drogas mencionadas. También es bueno saber que los que trabajan en centros de
rehabilitación aseguran que, antes de pedirles ayuda, los adictos de diversas índoles experimentaron
alrededor de una veintena de intentos de dejar su adicción por haber tenido algún susto o episodio
peligroso para ellos o sus familias.
Nunca deberíamos descartar la intervención de Dios en milagros. Todos somos testigos de
personas que fueron sanadas por el Señor de maneras increíbles. Sin embargo, también encontraremos
a los que necesitan medios terapéuticos para salir adelante. Ante el desconocimiento de la labor Divina,
debemos conocer algunos recursos útiles.
Las Asambleas de Dios cuenta con un ministerio de reconocida eficacia llamado “Desafío o Reto
Juvenil”. David Wilkerson, en los años 60 comenzó su ministerio en Nueva York, y su consigna fue la
confianza en el poder restaurador de Jesucristo. Con el tiempo, este ministerio se ha ido enriqueciendo
con la experiencia y hoy posee un verdadero programa integral cuyas pautas son: una vida espiritual
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intensa a partir del nuevo nacimiento, una disciplina firme y la integración a la iglesia. Todo esto se logra
cuando el adicto se interna voluntariamente y se somete a las normas, que son rígidas pero efectivas.
Los grupos de auto-ayuda son valiosos también. Ya habíamos mencionado a Alcohólicos
Anónimos, pero también hay otros asistidos por profesionales. Particularmente en nuestra congregación
contamos con un grupo de auto-ayuda que se reúne semanalmente. Cada reunión sirve para respaldar
al adicto en su abstinencia, estimular su fe y asesorarlo en las circunstancias de la vida por las que pasa,
en especial en relación con su familia y trabajo. Este grupo genera un ambiente de aceptación y amor
capaz de competir con las ofertas de los grupos callejeros cuya pauta es la droga o el alcohol.
Los familiares de los adictos también necesitan asistencia pastoral. Resulta de suma importancia
la cooperación de la familia, que también se encuentra enferma por el ambiente creado en torno al
adicto. Para decirlo de una manera sencilla, el entorno familiar del adicto aprendió a acomodarse a las
circunstancias creando un sistema de funcionamiento que les permita sobrevivir pese a las adversidades
cotidianas. Cuando el adicto intenta salir de su problema se encuentra con que todo el núcleo familiar
adquirió una forma afín a su realidad. Entonces comienza a sentirse incómodo al punto de anhelar el
retorno a su mal hábito, porque el terreno en el que se encuentra es más propicio para ello que para su
independencia de las drogas.
Si bien la ayuda profesional para la familia es imperativa, los pastores podemos realizar nuestra
tarea sin riesgos de interferir en lo de los demás. La pareja e hijos del afectado aprendieron a valerse por
sus propios medios, sin la ayuda de quien quedó anulado por las drogas. Por su parte los padres de un
adicto han renunciado a todo esfuerzo, agotados por las ilusiones de recuperación deshechas una y otra
vez. Poco a poco deben aprender a tenerle confianza y cederle responsabilidades. El amor y el perdón
son recursos que sólo pueden obtenerse bajo la ayuda del Espíritu Santo. ¿Cómo amar y perdonar a
quien ocasionó todo tipo de daños y falló una y otra vez en sus promesas de vindicación? El amor de
Dios todo lo cree, y el papel del consejero será reforzar la idea de lo que Jesús enseño acerca de
perdonar setenta veces siete.29
Uno de los énfasis que el pastor debe poner en su asistencia a los familiares consiste en
recordarles que las recaídas son parte de la realidad. En el afán de ver recuperado al adicto la familia
suele asumir una conducta negatoria. Son comunes las frases: “sé que nunca más caerá en algo así”,
“Esto es sólo una tormenta pasajera” o “De ninguna manera creo que esté consumiendo”. Pero los
deseos de recuperación nunca deben relevar la realidad. Por otra parte, el consejero debe ser cuidadoso
al preparar a la familia para las recaídas, porque podría interpretarse como una maldición o mala
profecía. Simplemente debemos limitarnos a fortalecer sus brazos y animarlos a seguir con la lucha sin
desalientos, aunque lleguen los momentos de reincidencia.
Las consultas más frecuentes por la droga son realizadas por la familia de quien se involucró en
ellas (siempre incluimos al alcohol), pero no ha manifestado aún signos de búsqueda de ayuda. En estos
casos, la sabiduría que Dios nos dé permitirá dar contención a los damnificados y consejos emergentes.
Las consideraciones más importantes para la familia incluyen el no consentir ni sobreproteger al
adicto. Recordemos que, antes que el apegado a las substancias psicotrópicas pida ayuda, habrá tenido
varios sustos e intentos de abandonar su vicio por enfrentar algunas consecuencias desagradables. Toda
sobreprotección dilatará ese momento hacia el futuro. El drogadicto debe enfrentarse a las
consecuencias de su mal lo antes posible.
También es importante que el núcleo que lo rodea busque ayuda profesional. Algunos pastores
están muy preparados, por su experiencia para asesorar a los familiares del vicioso, pero la mayoría no.
29
Mt. 18:21-22; 1 Co. 13:1-7
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Más vale, renunciemos al orgullo de saberlo todo y aconsejemos la búsqueda de ayuda de quienes se
instruyeron en el tema.
A veces será necesario separar a la familia del adicto, si la convivencia se torna riesgosa. Lo que
los niños ven, queda grabado en sus mentes para toda la vida. Asimismo, los padres también deben
ponerse a resguardo de conductas agresivas y robos de sus bienes.
Como sea, el solo hecho de escuchar y amar a quienes llegan a la oficina pastoral con dolor,
vergüenza, culpa, desconcierto y resentimientos, será la mejor asistencia espiritual. Recordemos que
somos servidores de Dios y portavoces de él.
LA DEPRESIÓN
Como nunca, nos tocará asesorar a personas que llegan con “problemas espirituales”. Aseguran
que perdieron el gozo, que se volvieron irritables, que se sienten vacíos y que su fe ha decaído. Qué fácil
nos resultaría lanzar algunos conjuros y enviar en paz al afligido… pero seríamos tan insensibles como el
sacerdote Elí ante Ana.30
La depresión se caracteriza por los sentimientos antedichos y una percepción enfocada hacia
todo lo negativo. El deprimido carece de la capacidad de gozar y siente culpa por cualquier nimiedad. El
insomnio, la falta de apetito, la apatía, el abandono de la apariencia personal y el enorme esfuerzo que
representa comenzar el día son la moneda corriente.
La depresión puede tener causas psicológicas concretas. Las pérdidas de la vida son el mayor
generador de estos estados de ánimo. También los problemas existenciales que surgen de los cambios
en las etapas de la vida. En estos casos, la ayuda pastoral es excelente. Los ministros podemos compartir
la Palabra de Dios, dar una perspectiva profunda de la vida, podemos enseñar a vivir y también a morir,
porque nuestra tarea proviene de Dios. Cada vez que el creyente refiere una razón de su angustia,
tenemos competencia, siempre y cuando mantengamos el alerta sobre la necesidad de derivar.
Otras causas psicológicas de una depresión yacen en problemas estructurales del individuo. Su
modo de crianza, las experiencias de la vida, los conflictos no resueltos y los rasgos personales propios
se combinan para que en cierto momento, y bajo algún factor precipitante la persona caiga en la
desazón. Hay ocasiones en las que la depresión es producto de una ira reprimida, una gran frustración o
un fracaso personal. Sabemos que la Palabra de Dios tiene abundantes respuestas a los interrogantes
humanos, pero la Biblia no es un libro de medicina o psicología. Con humildad asumiremos nuestras
limitaciones y aconsejaremos al creyente la ayuda de un especialista.
La depresión propiamente dicha, posee causas orgánicas. Se la suele llamar “depresión
endógena” o producida por el interior de la persona. Como se dijo en varias ocasiones, nuestro sistema
nervioso cuenta con unas substancias llamadas neurotransmisores. Cada una de ellas afecta de una
manera distinta al ánimo de la persona, y a su vez, cada persona reacciona de una manera distinta a un
mismo neurotransmisor. El desequilibrio de estos componentes suele derivar en estados depresivos que
pueden llegar a ser severos.
Cuando las razones de la angustia referida son inciertas, vagas y cambiantes, tal vez estemos
frente a este tipo de depresión. Cuando invade una sensación de tristeza que oprime el pecho, la
persona intenta hallarle una explicación, porque a todos se nos ha enseñado que todo tiene una
explicación. Pero si luego de varios días o semanas el ánimo persiste y las explicaciones varían, la visita al
médico será imprescindible.
30
1S. 1:11-18
Consejería Pastoral
Edgardo Muñoz
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El deprimido no entiende razones, porque su depresión no proviene de ninguna razón visible. El
carácter del deprimido se vuelve poco tolerante porque se halla en un estado de sufrimiento en el que
se ve como una llaga viviente. Una lectura enfocada en el libro de Job nos da la idea de cómo se siente
alguien deprimido y lo mal que pueden hacer los consejos de quienes no lo comprenden. El entorno
familiar de los que atraviesan esta patología se preocupa y desespera, lo que conlleva al empeoramiento
de las relaciones. De esta manera, el deprimido se sume en la soledad y allí comienza a hablarse a sí
mismo, es decir a viciar sus pensamientos al punto de llegar hasta el mismo suicidio.
Cada orientador debería tomar cursos especiales y consultar toda la bibliografía posible sobre la
depresión. El desconocimiento de la misma podría conducirlo a un mal asesoramiento, e inclusive a la
invasión de un área exclusiva de los trabajadores de la salud mental. En el mejor de los casos, un
consejero descuidado hará perder tiempo al deprimido, robándole calidad de vida a él y a su familia. En
el peor, tal vez sea el culpable de un suicidio que podría haberse evitado. Aún más: nuestra perspectiva
celestial y nuestro énfasis (correcto para nuestro ministerio) en las cosas de arriba podrían impulsar al
atribulado de su alma a la búsqueda del escape de su triste vida.
Así y todo, derivar no significa desahuciar. Nuestro trabajo espiritual tiene validez. Escuchar los
lamentos del deprimido, llorando con los que lloran, produce un alivio significativo. La familia y los
amigos tienen un límite de tolerancia, ya que demandan un intercambio de ánimos en el que poco
puede aportar el que sufre. Allí, entonces cada uno se sume en su propio padecimiento: el enfermo por
lo propio y el sano por su enfermo. El pastor puede confortar a la familia y al enfermo asentando, en
cada entrevista que tales situaciones son normales y comprensibles, pero al mismo tiempo serán la
oportunidad de dar y recibir amor ágape. En el paciente se deberá reafirmar el amor de Dios para con él
y en cada entrevista necesitará entender que los problemas anímicos no son espirituales. Si bien un
problema espiritual puede tener consecuencias en el ánimo, este tipo de depresiones nada tiene que
ver con la relación con Dios. Algunos se comportarán duramente con el que padece el problema
insistiendo que debería poner mayor voluntad y confesar su pecado de tristeza. Tal exigencia se asemeja
a pedirle a un enfermo de cáncer que se sane.
El contraste entre este tipo de personas y nuestro ministerio será notable. Siempre ayudemos a
ver “la otra cara de la moneda”. Nunca minimicemos los padecimientos ni manifestemos hartazgo por
escuchar siempre lo mismo. Más bien, el deprimido debe sentir cómo Dios lo ve, lo comprende y lo ama,
a través de nuestro trato en las sesiones.
No está de más añadir, a manera de conclusión sobre el tema, que nuestra asistencia espiritual
debe acompañarse rigurosamente de la asistencia psicoterapéutica, y que nuestra responsabilidad será
alertar al especialista sobre cualquier señal de empeoramiento.
EL SUICIDIO
Desde tiempos inmemoriales el suicidio se ha practicado. No se puede considerar al tal desde un
solo punto de vista, sino que hay tres aéreas que se combinan para que se concrete el acto. Una es el
área sociológica. Los romanos consideraban al suicidio como un acto honroso y propio de la libre
voluntad de una persona. Los japoneses también exaltaban al suicidio con la famosa práctica del
haraquiri y las acciones de los kamikazes. No es de extrañar que en tales sociedades hubiese un alto
porcentaje de atentados contra la vida propia. El catolicismo, que a partir de San Agustín condenó al
suicidio, llegó a negar los póstumos servicios a un suicida. En consecuencia los países católicos registran
un porcentaje menor que otros. Aquellas poblaciones en las que se hace notorio que una persona quite
su vida, seguramente enfrentarán réplicas de este accionar.
A nivel psicológico, casi siempre la depresión precede al suicidio. Personas que ya no encuentran
sentido a su vida, o que el dolor de su existencia se hace intolerable, buscan escapar terminando con su
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existencia sobre la tierra. Otras ocasiones, el suicida comete el acto para vengarse de los que lo rodean,
o para poner fin a la indiferencia que percibe de los demás.
Biológicamente se sabe que los desequilibrios químicos y otras causas orgánicas pueden llevar a
la persona a matarse. La psiquiatría se dedica al estudio de estos casos. Hay enfermedades mentales
que, sin llegar a la sicosis podrían ser potenciales de suicidio. Entre ellas están los trastornos límite de la
personalidad y el trastorno bipolar. Esto no significa que todos los las padecen terminen con sus vidas,
pero un porcentaje de estas personas habrá culminado abruptamente con las mismas.
No es de nuestra competencia el determinar la etiología del suicidio de una persona, pero bien
podemos alertar a las familias de quienes demuestran indicadores de riesgo, para que busquen la ayuda
necesaria. Veamos algunos.
•
Depresión profunda con abatimiento
•
Manifestaciones verbales de desear terminar con la vida
•
Intentos anteriores de suicidio
•
lugares altos
•
Interés llamativo en armas de fuego, correas, sogas, barbitúricos, venenos o
Cambios abruptos de ánimo y personalidad
•
Luego de un tiempo largo de depresión demostrar un buen humor con la
impresión de haber solucionado los problemas
•
pendientes
Consejos póstumos e intentos de poner en orden los documentos y las cuentas
•
Avisos a los allegados de que se va a salir de viaje por un tiempo
•
Apatía al mundo que rodea al suicida potencial y ausencia de planes a futuro
A pesar de poder reconocer los signos de riesgo, muchos suicidas llegarán a su cometido ante el
mínimo descuido de los que lo vigilen. En caso de recibir en nuestra oficina a los que experimentaron
esa absurda mutilación, debemos considerar los sentimientos que se apoderan de los seres queridos y la
manera de tratarlos.
Lo primero que siente el familiar del que quiso quitar su vida es culpa. Recordemos que muchos
se suicidan para castigar a los que los rodean. Siempre que hay una muerte la culpa aparece.
Particularmente, frente a este tipo de muerte el sentimiento se acrecienta. No se trata de alguien que
enfermó físicamente, sino de alguien que por alguna razón se destruyó.
No sólo la culpa tiene su lugar en los deudos, sino el enojo y el resentimiento contra el suicida y
los demás. ¿Por qué quiso tomar semejante determinación? ¿No pensó en todos los que lo querían y
necesitaban?
Finalmente la vergüenza también llega. Los damnificados no cesarán de imaginar los
pensamientos de todos los que se enteren del hecho.
Luego vienen los sentimientos comunes a toda muerte.
Como pastores debemos ser muy honestos con los que sufren la pérdida violenta de un ser
amado. La Biblia no condena más al suicidio que a cualquier otro pecado. De ninguna manera estamos
afirmando que los suicidas irán al cielo, pero tampoco aseguramos que el infierno les espera. Todos
moriremos con algunos pecados de los que no teníamos consciencia. Una vez supe de un esposo que se
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retiró muy enojado de su casa por una discusión con su mujer. Más adelante, en la autopista tuvo un
accidente fatal. No había sido su culpa, pero aquel camión derrapó en el camino y aplastó al vehículo del
esposo enojado. ¿Habrá ido al infierno? ¿Habría perdido su salvación por llegarle la muerte en medio de
su ira? La salvación no es por obras. El suicidio es un pecado como cualquier otro. La Biblia no categoriza
los pecados.
No condenar al suicida representa un gran alivio para sus familias. Dios no nos facultó para
establecer veredictos eternos a las personas. Carecemos de elementos de juicio, pero en cambio
podemos dar mayores esperanzas.
Los que arribaron exitosamente al acto macabro, por lo general estaban pasando por un
momento de desesperación o de insanía mental. La mayor parte de quienes quitan su vida sufren
demasiado, sea física o psíquicamente, no encuentra otra salida y a su parecer, por cierto distorsionado,
la muerte es la mejor manera de terminar con el dolor que experimentan.
El suicida siente que murió antes de destruirse, simplemente completa la obra que las
circunstancias comenzaron.
Quienes piden ayuda por haber sufrido este tipo de pérdidas necesitan contención, consuelo y
dimensionar debidamente al suceso. El occiso eligió el día y la hora, no soportó más su dolor, sintió que
podía escapar. Más allá de la situación eterna (de la que no podemos emitir juicio), debemos explicar a
los deudos que la vida era mayor sufrimiento que la muerte para el que se fue. Si lo decidió así, aunque
estuviera equivocado, creyó hacer lo mejor.
Insisto con firmeza que no intento justificar al suicida. Simplemente no añadir más dolor al dolor
de los que, sin desearlo, se vieron privados de su ser querido por la voluntad de este último.
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CAPÍTULO 15: LAS ENFERMEDADADES, LA MUERTE Y EL DUELO
Los pentecostales creemos firmemente en el poder sanador de Cristo. Pero tarde o temprano, si
el Señor no llega antes, nos enfermaremos y moriremos. Se le llama enfermedad a cualquier deterioro
de la salud. Aún en la muerte natural, el cese de actividad cardíaca o impulsos eléctricos del cerebro son
considerados enfermedad, por breve que sea antes del deceso.
Dios nos ha creado con muchísima sabiduría, de tal manera que nuestro organismo coopera
entre sí para que ningún órgano sufra. Todo el sistema del dolor es un ejemplo de la providencia Divina.
El malestar que acompaña a una enfermedad obliga a guardar reposo, al menos con el miembro u
órgano afectado, mientras el organismo entero se concentra en la restauración. La aparición del dolor
hará que desistamos de algún tipo de acción que podría dañarnos y terminar con nosotros. Toda
enfermedad desarrolla algún tipo de dolor.
Además cada enfermedad posee el potencial de la muerte. De allí que las personas que sufren
algún mal, sienten que sus días se acortan. Tal vez sea por eso que los milagros que Jesús hizo sobre la
tierra tenían que ver con la sanidad, más que con cualquier otra área. Quizás por esa razón la palabra
griega para “salvación”, también signifique “sanidad”.
Los pastores necesitamos familiarizarnos con las enfermedades, ya que a lo largo de nuestro
ministerio enfrentaremos a cada una de ellas, en nosotros y con más frecuencia en todos los demás.
Para un tratamiento adecuado del tema clasificaremos las enfermedades en agudas, crónicas y
terminales.
Se les llama agudos, a los padecimientos que tienen su inicio y su resolución. Las infecciones, e
inflamaciones ocupan los primeros puestos en las mismas. Podríamos incluir en este grupo a las
afecciones traumáticas que por lo general provienen de un accidente.
La mayor parte de las veces que un miembro de la congregación experimenta este tipo de
males, lo recibe con un poco de frustración, pero difícilmente enfrente estados de ánimo adversos y
duraderos. Ningún pastor se preocupará por la gripe que contrajo un miembro, salvo por los contagios
que ocasione. Por lo general todos estamos apercibidos de que en algún momento del año caeremos en
cama por unos pocos días u horas sin mayores trastornos. No es necesario que nos ocupemos de los
casos cotidianos, pero sí de los traumáticos.
Los accidentes, por sus características sorpresivas y violentas, suelen crear un trauma en la
mente. Se trate de una caída, accidente doméstico o de tránsito, la persona siente que ha perdido el
control y que algo muy malo le ha ocurrido. Se sabe de casos en los que, luego de una acción de este
tipo, algunos individuos experimentaron crisis nerviosas y hasta brotes sicóticos. La razón es que la
naturaleza de estas situaciones anticipa que la muerte podría haber llegado en ese instante o en
cualquier otro momento inesperado.
Quienes enfrentan este tipo de pensamientos comienzan a sentirse más vulnerables y
temerosos en la vida. En esas ocasiones los consejeros podemos participar. Nuestra orientación debe
apuntar a la revisión del suceso y lo aprendido a partir del mismo. La culpa siempre estará presente en
este y otros casos. Pero se debe dejar por sentado que una cosa es la imprudencia, por lo que sí habrá
que vindicarse, y otra el azar, del que nadie cuenta con el previo aviso.
Ap. 11 y 2Ti. 4:6-8 representan dos elementos fundamentales para infundir confianza a quien la
ha perdido por un suceso violento. El primer texto relata sobre los dos testigos que profetizarán durante
la tribulación. Mientras ellos cumplieran con su ministerio serían invencibles. Ningún atentado en su
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contra resultaría. Cuando su tiempo se acabe, morirán. El segundo es la declaración de Pablo sobre el
corto tiempo que le resta y la agradable sensación de culminación que experimenta.
Para aplicarlo a la vida de cada creyente, mientras Dios tiene un propósito, nada que no sea su
voluntad terminará con nosotros. Pero cuando el tiempo se cumpla, partiremos de esta tierra con la
satisfacción propia de alguien que sabe que ha cumplido con su labor y le espera un premio. Los
creyentes dejamos esta vida con paz, sabiendo que vamos a sus brazos en tanto que lo que dejamos,
queda en sus manos.
Las enfermedades crónicas, en cambio, difieren de las agudas en que su aparición se instala en
el cuerpo de manera irreversible. Estas enfermedades limitan la calidad vida de la persona y a veces
acortan sus expectativas de sobrevivencia.
Por lo general, todo individuo que sobrelleva este tipo de cargas, aprende a valorar su existencia
sobre esta tierra de una manera distinta, a la vez que se acomoda a las limitaciones adquiridas. Sin
embargo, algunas personas se sumen en la depresión y la amargura perpetuamente. Tal vez la clave
para evitar estas actitudes comience cuando recibe la noticia de su mal.
En el principio del libro se destacaba que, parte de la labor del consejero es ayudar a aceptar la
realidad y dar una perspectiva divina de lo que sucede. Cuando una persona recién se entera de su mal
se formulará el famoso “¿Por qué?”. Lamentablemente no tenemos la respuesta, pero… ¿Dios siempre
nos da una respuesta? A veces, la respuesta es producto de la búsqueda del individuo en ese trato
privado y exclusivo. De nuestra parte, simplemente debemos estar cerca del que sufre para evitar que
sus preguntas y sus decisiones se disparen hacia el absurdo.
Varios encuentros con el aconsejado servirán para permitirle que se exprese con libertad y a la
vez ensaye libremente posibles maneras de encarar su dolencia. Recordemos que el enojo con Dios es
una posibilidad cierta, ante la que nada debemos hacer. Dios nos entiende y no se ofende si nos
sentimos ofendidos por él. Simplemente nos ama, nos acepta, nos perdona y nos recibe. Los que
amamos a Dios, y sabemos que lo necesitamos, limitamos nuestro “enojo” al momento de
desesperación. Luego, como Jeremías, sentimos un fuego imposible de apagar y un amor renovado para
seguir con más fuerzas.
Los que perpetúan estas actitudes suelen ubicarse erróneamente en el centro del mundo y
asumir posiciones egoístas y absorbentes. Los que tienen la tendencia, aprovecharán su mal para
manipular a los seres queridos y autoconmiserarse. Poco a poco les hará bien saber de otras personas
con los mismos padecimientos, pero nunca debemos precipitar esa información mientras la llaga está
abierta. Tarde o temprano llegará el momento de sensibilizarse a los problemas de los demás. Los
golpes de la vida nos hacen comprender mejor el sufrimiento ajeno y asumir una actitud pro-activa. Allí
se cristalizará el famoso proverbio: “Me lamentaba que no tenía zapatos, hasta que vi personas sin
pies”. Poco a poco el sufriente entenderá que cada cual en el mundo padece alguna limitación, y que la
mayor discapacidad está en las actitudes.
Las enfermedades terminales ocupan el mayor lugar de importancia para los ministros. El
creyente sabe que se acerca a su fin y que no tiene manera de escapar de ese camino. Algunos no le
temen a la muerte, pero sí a las características dolorosas de su enfermedad, antes de llegar a la muerte.
Quizás debamos poner en claro que no todas las enfermedades que parecen terminales lo son.
Antiguamente, el diagnóstico de tuberculosis o cólera era la sentencia para la eternidad. En nuestros
días son enfermedades perfectamente tratables y curables. El cáncer, conjunto de enfermedades que se
caracterizan por el crecimiento indiscriminado de células en algún tejido, ya no se trata como
enfermedad terminal.
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Los expertos opinan que el cáncer debe incluirse dentro de las enfermedades crónicas. Cuando a
alguien le diagnostican la enfermedad, los pastores debemos ser cautos. De ninguna manera prometer
la sanidad definitiva, pero tampoco firmar el certificado de defunción. La persona debe aprender a
convivir con el cáncer y someterse a los tratamientos. Estamos en una tierra que produce cardos y
espinos… también en un cuerpo en el que hay que luchar, a veces, contra malas células que allí se
generan. La cirugía, la quimio terapia, la radio terapia y otros tratamientos afines son las estrategias
comunes para mantener a raya al tumor. Los consejeros podemos estar cerca del paciente para
alentarlo a mantenerse en la lucha. El día de su partida está en las manos de Dios, pero su parte es
seguir batallando mientras esté dispuesto. Conozco personas cuyo pronóstico era para sólo unas pocas
semanas. Hace años que los saludo cada día. Pasan épocas de brutales quimioterapias y otras de
bienestar, pero siguen en pie con una actitud de triunfo. Un muy buen amigo mío, que sobrellevó por
catorce años una enfermedad terminal me decía: “Más vale morir viviendo, que vivir muriendo”. Su
partida se caracterizó por mantenerse con planes para Dios mientras la lucidez estaba. Partió a la
presencia del Todopoderoso con dignidad.
En cierta ocasión me tocó ministrar a una hermana a la que habían operado para descubrir que
no había mucho por hacer. Sus parientes estaban angustiados, pero nadie se atrevía a decirle lo que le
estaba ocurriendo. Se trataba de una familia aferrada a lo que llamamos la súper fe. Para ellos la
enfermedad era una mentira del diablo y si alguno caía enfermo, o moría antes de tiempo era poco
menos que un pecador. Finalmente aceptaron que habían puesto a Dios un cartel incorrecto, pero así y
todo continuaban con el temor de informarle. Me llamaron para encomendarme la difícil tarea. Era mi
primera vez de hacer algo así, con el tiempo sabría que muchos prefieren que un ministro dé la triste
noticia. Me senté al pie de su cama y comenzamos a hablar de todo un poco. Le pregunté cómo se
sentía, a lo que me manifestó la pena de no ver mejoría alguna de sus malestares. No pasó mucho
tiempo que me preguntó por qué sería que no había alivio de su enfermedad. Allí comencé a hablarle de
los siervos de Dios que ella había conocido en su vida, algunos de los cuales habían partido con el Señor.
Le dije, palabras más o palabras menos, que esta vida, por más años que dure, siempre se terminará, y
frente a la eternidad con Cristo, será como un suspiro. Le comenté que la voluntad de Dios no es
simplemente nuestro bienestar en la tierra, sino nuestra preparación para el cielo. Finalmente le
manifesté que los planes de Dios son a medida para cada uno, y que a veces no es necesario conocerlos
por anticipado, sino simplemente aceptarlos cuando llegan.
Esta hermana dibujó muchísima paz en su rostro. De alguna manera suponía que llegaba al fin
de sus días, pero el tormento radicaba en la incoherencia entre lo que ella sentía y las falsas
expectativas que le habían creado los “súper creyentes”. Me pidió que la acompañara por las noches
durante sus últimos días. Recuerdo cómo después de cada ataque de tos giraba la cabeza para mi silla y
me sonreía. Hoy está con el Señor. Su partida fue en paz.
Nuestra misión no es siempre la de dar las nuevas de este tipo. A veces los familiares no desean
que el enfermo se entere del pronóstico para no deprimirse y precipitar los hechos. Otras familias
prefieren que el médico proporcione la información. Por menos ético que consideremos esto o aquello,
debemos respetar la decisión de los allegados. Al mismo tiempo necesitamos estar alertas, porque
algunos enfermos nos querrán sacar información de las maneras más sutiles. Más vale consultemos con
los suyos hasta dónde tienen expectativas de nuestra tarea.
Siempre debemos “acercar a Dios” al enfermo. Más allá de los consejos que podamos dar para
brindar alivio al alma, nuestra presencia sumada al paciente creará “un ambiente de iglesia”, donde está
Cristo. La calidez de la presencia del Espíritu Santo se encargará de traer paz y gozo al sufriente, en
medio de su padecimiento.
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Nuestra tentación será la de hablar y hablar. Pero el silencio se transformará en nuestro aliado
para que el terminal hable, pregunte y exprese sus sentimientos. Nuestro ánimo de amor y comprensión
hará más que miles de palabras. Nuestra oración siempre será de victoria y descanso en la voluntad de
Dios.
Algunos consejos prácticos para los momentos de visita a los enfermos graves ayudarán.
El tiempo de visita es importante. Algunos enfatizan la brevedad, pero en realidad, la duración
debe extenderse hasta donde el enfermo y/o su familia lo deseen. Hay conversaciones que requieren
tiempo. El sentido común del consejero permitirá saber hasta qué punto es benéfica o perjudicial su
permanencia.
Los temas que un pastor tocará no son del dominio de todos. Lo que menos interesa a un
ministro es el aspecto social en estos casos. La presencia de terceros durante la visita limitará a la
conversación y quitará la calidad espiritual que uno espera. Hablar de la eternidad inminente, requiere
un ambiente privado y relajado. Lo mismo sentirá el postrado cuando nos vea.
Permitirle al paciente que se exprese con toda libertad. Si desea llorar, simplemente prestarle
los brazos para que lo haga con confianza. Orar en esos momentos por él, brindarle contacto físico. Con
toda prudencia hablar de la salud del afectado en los términos que él sabe y con la información que él
proporciona. Nunca minimizar lo que el enfermo expresa en cuanto a miedos o resentimientos.
Usar un tono de voz suave, cariñoso y pausado.
Tener en cuenta las normas higiénicas habituales que son: lavarse las manos antes y después de
la visita, mantener distancia prudencial, evitar contactos físicos imprudentes y no hacer visitas si el
consejero está padeciendo alguna enfermedad contagiosa.
Por lo general, las etapas por las que transita el enfermo terminal, cuando se entera de su mal,
son cinco. Las mismas se repiten en los seres queridos del mismo y se asemejan a los mecanismos de
defensa que amortiguan el impacto del pronóstico para que se vaya digiriendo paulatinamente y la
persona se prepare de manera efectiva para el suceso.
La primera etapa es la negación. Una vez recibida la noticia el enfermo o sus familiares dicen:
“tienen que haberse confundido de análisis”, “pero si yo me siento bien (o él se siente)”. Es probable
que durante ese tiempo la persona comience con dietas, ejercicios físicos, terapias alternativas o bien
interrumpa todo tratamiento o serie de análisis como una manera de resistir el diagnóstico. Jamás
deberíamos precipitar la salida de esta etapa. Los consejeros tenemos el deber de dar tiempo a que el
enfermo asimile la noticia y encuentre la manera de acomodarse a la nueva situación. No tenemos el
derecho de precipitar la maduración en circunstancias muy sagradas.
La segunda etapa es el enojo. Resulta obvio que, en la medida que se acepta la realidad, siga
habiendo resistencia a la misma. Como el enfermo ya no puede contradecir las evidencias, simplemente
se enoja. El enojo, primordialmente va dirigido a Dios, pero se extiende al médico que dio la noticia, al
médico que inició los análisis y a todos los que tuvieron que ver con la enfermedad. La familia no está
exenta de recibir manifestaciones de ira y disgusto. Los ministros debemos aceptar que los enojos
contra Dios nos pondrán en el blanco de todo ataque. Como en otra ocasión se dijo, Dios no necesita
defensores… nosotros tampoco necesitamos defendernos. Más bien pongámonos al lado del que sufre y
reconozcamos esta etapa para no salirnos de nuestro cauce.
Todavía recuerdo a mi madre, que luego de una operación de colon, radioterapia y
quimioterapia continuaba con esas manchas en las radiografías. Ella decía varias veces: “pensar que hay
personas que llevaron vidas desordenadas, mal usando su cuerpo y están con buena salud… y a mí me
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viene a pasar esto…” Pasaron los meses y pude orar con ella un par de horas antes de su partida. No
imaginábamos que sería tan rápido, pero una crisis cardio-respiratoria puso un punto final a sus
padecimientos. Está con el Señor, sentía paz cuando le llegó el momento.
El regateo es la tercera etapa. Como ante el enojo las circunstancias permanecen inmutables, la
aceptación comienza a crecer. Entonces, el terminal ya no reclama la totalidad de la salud, sino algunas
extensiones de tiempo en la vida. Cuando varios años atrás visité a mi padre en el hospital, me decía: “si
saliese de esto (cosa que no creo) me plantearía la vida de una manera distinta.”
El enfermo pide a Dios el ver crecer a sus hijos o a sus nietos. Desea llegar a su cumpleaños o
algún evento importante. Hace una especie de negociación con Dios. En esos tiempos, es de vital
importancia el transmitir la confianza en el Señor y en sus tiempos. No hay que hacer nada para que el
paciente salga de esta etapa, poco a poco saldrá de ella para entrar en la siguiente.
La depresión. Cuando el que padece la enfermedad advierte que nada ha cambiado, y que está
en mejores condiciones de aceptar el fin, se entristece. Estas son épocas de poco diálogo. A veces se lo
percibe ausente, como mirando al más allá. Otras manifestaciones de la depresión suelen ser la
intolerancia e irritabilidad. El sufriente suele reclamar a los que le rodean: “¿No se dan cuenta que me
estoy muriendo?”. A veces se niega a que lo aseen o alimenten. Su apetito decrece y hasta dice que ya
desea dejar esta vida, cuando en realidad celebraría quedarse algo más. El llanto es fácil en esta época,
pero hay negación a recibir consuelo. Todos intentan confortar al terminal, pero nada parece efectivo.
Es que nadie entiende, ni puede entender lo que se siente cuando hay que despedirse. El rechazo del
consuelo no significa la falta de necesidad del mismo. El buen consejero sabrá estar al lado del postrado
en esos momentos de silencio y suspiros. La oración y el enfoque en la gratitud por lo vivido deben estar
presentes, pero sin presiones.
Finalmente la entrega cumple el ciclo. En esta etapa el paciente comienza a sentir paz y a
proyectarse en la eternidad. Dios nos creó en su misericordia, con la facultad de luchar por la
sobrevivencia durante nuestra vida, pero descansar y entregarse a la hora de la muerte. Estos son
momentos propicios para aprovechar, mientras el enfermo está lúcido, en oración, lectura de la Palabra,
reunirse con los familiares cercanos, manifestar afecto y también arreglar cuentas si las hay. La entrega
se caracteriza por la total aceptación de la realidad. El pastor acompañará al paciente y le ayudará a
tomar las póstumas decisiones. Según el tipo de enfermedad, el terminal deberá ser sedado o perderá la
conciencia. Hay testimonios de personas que en estados semejantes de inconsciencia o coma,
escuchaban lo que hablaban a su alrededor. Por esta razón será importante visitar al moribundo y orar
con él, aún cantarle al oído y leerle la Palabra.
EL DUELO
Los que sufren la pérdida de un ser querido llevan la peor parte a largo plazo. Las mismas etapas
que el terminal experimentó al recibir la noticia de sus días contados, serán visitadas por los deudos a
partir del fallecimiento. Otra vez, los orientadores no podemos ignorar que es necesario transitar una
por una de ellas.
Las preocupaciones y sentimientos de los que sobrevivieron al fallecido son varias. La culpa
nuevamente hace su aparición. Nuestras conductas egoístas hieren con frecuencia a los que nos rodean
y frustran a otros. Cuando alguien muere, lo victimizamos al punto de considerarlo totalmente inocente
y bueno. En contraste nos sentimos malos e injustos con él. Lamentamos todo lo que en su momento no
hicimos a favor del difunto y a veces el sentimiento lleva al punto de hacernos creer responsables de su
muerte. El “hubiera y hubiese” son constantes. La labor de consejería se centrará en poner al que partió
en su correcta dimensión y en confortar al afligido con la idea de que nunca se puede hacer
absolutamente todo por alguien.
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La desesperación también se apodera de los que han quedado sin su ser amado. “¿Qué voy a
hacer sin él o ella?” es la pregunta más frecuente. No hay absolutamente nadie en el mundo que no
pierda a algún ser querido. Es una experiencia que a todos llegará. Cada persona que ha sufrido el
desgarro recobra fuerzas y aprende a vivir de una manera distinta. No hay nada más abrumador para
alguien que sufrió una pérdida de este tipo que proyectarse a un futuro lejano. Simplemente hay que
pensar en el mañana inmediato y en especial en el presente. En la tarea de consejería debemos estar
dispuestos a escuchar las angustias de los que sufren y sus temores también. Siempre es bueno tener
una lista de personas de confianza y fe que hayan experimentado alguna pérdida para acercarse al
sufriente y mostrarle amor y comprensión.
La esperanza gloriosa de los que parten es de por sí un gran consuelo en contraste con los que
no tienen esperanza. Cuando un creyente pierde a un ser amado que no tenía a Cristo, debemos evitar
todo juicio y animar al que quedó a pensar en las oportunidades de último momento que Dios suele
conceder. Siempre es bueno charlar acerca de la vida del fallecido y las últimas conversaciones. Esto
suele revelar cómo era su actitud respecto al Señor.
Por el ritmo de vida que llevamos, los ministros creemos que con visitar el funeral ya hemos
cumplido con nuestra tarea. Pero el tiempo de últimos honores pasa rápido y con total obnubilación
para los que quedan. Cada día que sigue al deceso, cada aniversario, cada evento especial y cada
frustración enrostrarán a los deudos la triste realidad. Por ello, los pastores debemos estar cerca y
citarlos con frecuencia para saber cómo se encuentran.
Nunca olvidemos que, como ministros consejeros, debemos enseñar a vivir a los creyentes, pero
también a morir.
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