Subido por Gabriel Garcia Moreno

ElmartirdelEcuadorTextoimpresoconsideracionessobrelavidaymuertedelSeorD.GabrielGarcaMorenopresidentedelEcuadorasesinadoenQuitoel6deagostodelpresenteaoporVctorRosell

Anuncio
EL
O N S I D E R A C I O N E S S O B R E LA VIDA Y M U E R T E
DEI. SEÑOR
D, G A B R I E L GARCÍA MORENO,
PRESIDENTE DEL
ECUADOR,
( A S E S I N A D O EN QUITO E l . 6 DE AGOSTO DEL P R E S E N T E A Ñ O ) .
POR D. VÍCTOR ROSSELLÓ.
y-
Quomodo ceciderttnl fortes
excelsis tuis occisus est?
in pralio?
Jonathas
in '
¿Cómo cayeron los valientes en el combate? ¿Cómo
fue muerto Jonatás en tus altos?
l o s Reyes,
lib. I I , cap. i , i>. 25.
BARCELONA:
IMPRENTA Y LIBRERÍA RELIGIOSA Y CIENTÍFICA
DEL HEREDERO BE D. PABLO HIERA,
•calle de Robador, número 2* y 26.
1 8 7 5 .
EL
C O N S I D E R A C I O N E S S O B R E LA VIDA Y M U E R T E
BEL
SEÑOR
D. G A B R I E L GARCÍA MORENO,
PRESIDENTE DEL
ECUADOR,
A S E S I N A D O E N QUITO E L O D E AGOSTO DEL P R É S E N T E AÑO.
i
POR D. VÍCTOR ROSSELLÓ.
BARCELONA:
IMPRENTA. Y LIBRERÍA RELIGIOSA Y CIENTÍFICA
DEL IIEREDERO DE D. PABLO RIERA ,
calle de Robador, número 2í y 20.
1 8 7 5 .
Á MIS BUENOS É INOLVIDABLES AMIGOS
LOS S E Ñ O R E S
D. CARLOS Y D. JUAN DE AGUIRRE Y UOtíTÜFAR
DEDICATORIA.
LA
pequeña y apartada república del Ecuador goza hoy el merecido
privilegio de llamar la atención universal.
Allí están los corazones, el pensamiento, las simpatías de todos los
verdaderos católicos.
Hacia allí se dirigen con avidez todas las miradas, y de allí vienen
rayos de celeste y deslumbrante luz, en medio del densísimo nublado
que envuelve por todas partes el horizonte de los pueblos modernos.
Hasta parece, que siendo el Ecuador el centro del mundo material,
haya sido destinado por la Providencia para ser también el centro
hacia el cual deban gravitar los corazones y las esperanzas de los
buenos.
Tan cierto es que en dicha república se está escribiendo la primera
página de la historia de la regeneración política, social y religiosa del
mundo, en nuestra época de dudas, vacilaciones, extravíos, incredulidad y tinieblas.
Sí,
del suelo ecuatoriano parece venir la misteriosa paloma que
trae en su pico el verde ramo de la paz, la esperanza y la salvación
de las genios, en medio del espantoso naufragio de las inteligencias y
la sociedad contemporánea.
Pues bien, ¿qué cosa mas natural que esta obrita mia, inspirada
en las raras virtudes y el heroísmo cristiano del hombre cuya muerte
lloran y admiran todas las almas justas, y cuya ilustración y sabia
política han puesto tan alto el pabellón de su país, vaya dedicada á
dos repiiblicos eminentes, á dos ilustres compatricios del Presidente,
cuya vida es una epopeya y cuya bella y majestuosa figura se cierne
sobre el tenebroso caos de nuestros tiempos, como el águila sobre las
serenas regiones del espacio?
Además, ustedes, señores, estaban unidos al señor García Moreno
con vínculos que ni siquiera la muerte puede romper con su inexorable acero, porque radican en el alma, y el alma es inmortal.
Ustedes, señores, habían recibido de lleno la luz de ese brillante
astro que acaba de desaparecer en el ocaso de su vida; y por lo mismo han podido apreciar todo su brillo y valor, y seguirlo en toda su
gloriosa carrera por el mundo.
Dígnense, pues, aceptar este humilde opúsculo, y considerarlo
como una flor, que aunque marchita y sin perfume alguno, me atrevo
á colocar sobre el sepulcro del grande hombre, donde la época p r e sente deposita flores y coronas de gran valía, y depositarán sin duda
las venideras.
Quomodo acidcrunt fortes in príelio? Jonathas in excclsis
tuis occisus cst?
¿Cómo cayeron los valientes en el combate? ¿Cómo fue
muerto Jonatás en tus altos?
Los Beyes,
lib. I I , cap i , v. 25.
I.
CUENTA la historia que Nerón (ese romano emperador que ha dejado tantas páginas de sangre á la humanidad), en los albores de su
reinado, y en ocasión en que se le suplicaba estampar su imperial firma al pié de una sentencia de muerte, exclamó con profunda tristeza:
¡Quisiera no saber escribir!
Pues bien, lo mismo repilo yo en estos momentos: Sí, lo digo con
toda la ingenuidad de mi alma, preferiría una y mil veces hacer trizas mi pluma, á tener que trazar con ella uno de esos cuadros lúgubres y sangrientos de la vida real que estremecen de horror, no solo
á las personas educadas en la escuela del Catolicismo y la civilización
cristiana, sino aun á todo hombre que tenga cabeza para pensar y corazón para sentir.
Triste, muy triste es por cierto, tener que decir á la sociedad, casi
en el último cuarto del siglo XIX; de ese siglo tan vano, tan presuntuoso, tan trivial, que se ostenta á nuestras miradas ataviado con un
ropaje de seda y oro, y ceñido con la brillante auréola del saber:
«Todavía hay crímenes, todavía hay barbarie; aun hay tinieblas; todavía hay monstruos, manos osadas y miserables para hundir en el
pecho del jefe del Estado el puñal regicida, para sumir á todo un
pueblo en el luto, la orfandad y la incertidumbre del porvenir.»
¿Deseamos una prueba dolorosísima de ello?
Volvamos los ojos al Ecuador, si es que la densa nube de nuestras
lágrimas nos permite ver un tanto en esta hora el mundo que nos
rodea.
¿Qué observamos allí?
Una tumba apenas cerrada, en torno de la cual un pueblo, de r o dillas, respetuoso, agradecido, horrorizado, llora la muerte de un
bondadoso padre, del soberano mejor que ha conocido hasta'el p r e sente, sacrificado inhumanamente en aras de la religión y la patria
por la hidra revolucionaria, ese monstruo apocalíptico salido de lo mas
recóndito del averno, que hace años derriba todos los tronos, pisotea
todas las leyes y los derechos, persigue y destruye sin descanso todo
lo santo, oscurece toda luz y pasea triunfante por toda la superficie
del mundo su ensangrentada y maldita enseña, sembrando por doquier el espanto, la ignorancia, el furor, la desolación, la ruina y la
muerte.
1L
¿Qué dice el mundo en presencia de ese sepulcro y eso pueblo
huérfano y consternado, cuya vista destroza nuestro corazón y apenas deja correr nuestra pluma sobre el papel?
Nada: el mundo sigue impávido é indiferente su marcha hacia el
fatal derrumbadero, por cuya rápida pendiente sus pies van resbalando sin cesar.
Tal vez ni siquiera ha advertido el horroroso crimen que está ocupando nuestra atención; ó en caso afirmativo, cierra los ojos para no
verlo.
El mundo sigue divirtiéndose, cantando, gozando, coronándose de
flores, amontonando tesoros, mirando sin fin el suelo como los b r u tos y sin tener fuerza siquiera para alzar en solemnes ocasiones sus
ojos á ese brillante cielo estendido sobre su cabeza, en el cual vive y
reina un Dios que todo lo puede, todo lo observa, todo lo mide y
pesa, premia al justo, castiga al culpable, un Dios que, como ha dicho al espirar con sublimidad cristiana el ilustre mártir del Estado
ecuatoriano, ¡No muere nuncal
En vano en la prensa católica, en la tribuna y en el pulpito ha re-
-o^>
7 €-<>-
sonado, y sigue resonando a u n , la voz de la verdad y de la justicia,
en medio del espantoso y siempre creciente tumulto del siglo; en vano
algunos centinelas avanzados del campo de Israel han dado la voz de
alerta: ¡lodo inútilmente!
La moderna sociedad, pues, muere, porque quiere morir; pero muere
raquítica, miserable, sin dejar un solo rayo de luz en pos de sí, sin que
logre arrancar un aplauso, ni una lágrima siquiera á la posteridad.
Ni aun sabe sucumbir como esos célebres gladiadores de la a n t i güedad pagana; hasta le falta aliento para exclamar el Censar, morituri te salulant, como exclamaban los desdichados atletas de los circos poco antes de exhalar el último suspiro.
La sociedad actual muere, s í ; pero sobre las ruinas y la sangre de
nuestras generaciones descreídas, soberbiosas, corrompidas y gastadas, se alzarán, sin duda, otras de jóvenes, robustas, creyentes, respetuosas, que se agruparán en torno de la cátedra de la verdad, en torno
del Yicario de Jesucristo, tan perseguido, calumniado y abandonado,
y pondrán á sus pies todos los adelantos del genio y del arte, todas
las conquistas y laureles de la civilización, y entonces el mundo será
verdaderamente grande, feliz, ilustrado; y la paz y la justicia d e s cenderán de nuevo á la tierra para reinar sobre ella y cubrirla con la
sombra de sus celestiales y esplendorosos mantos.
¿Estará cercana esa época de bienandanza y prosperidad; ese florido
y encantador oasis de reposo en medio del árido desierto del mundo;
esa edad de oro iluminada de lleno por el divino é inmortal sol de la
Iglesia?
Cuando vemos en lo mas recio de la tempestad pilotos tan expertos
é imperturbables como Pío IX, y en lo mas encarnizado del combate,
adalides como García Moreno, no titubeamos en afirmar que el mundo
se halla en vísperas de esa transformación completa, radical, tan anhelada por los buenos, como temida por los malos.
Esperamos mas; esperamos en la misericordia infinita de Dios y la
poderosísima intercesión de María Inmaculada, cuyo dogma ha definido y proclamado tan alto nuestro amado Pastor supremo, que este,
al morir, tendrá, la inefable dicha de ver rendido y sumiso á sus plantas á ese mundo descarriado, y que, cual nuevo hijo pródigo, volverá
-o-®
8
@r°-
á la casa paterna para recibir el ósculo de paz y amor de los labios de
su moribundo y bondadosísimo Padre.
Esperamos, sí, que tal será el glorioso final de ese pontificado tan
glorioso y tan dilatado, tan lleno de prodigios y grandezas, tan visiblemente protegido por Aquel que ha prometido estar con Pedro y sus
sucesores hasta la consumación de los siglos.
Entonces cesará el reinado del príncipe de las tinieblas y terminará
ese sangriento drama de la revolución, sobre cuyo vasto escenario
han caido tantas víctimas, tantos males, tantos torrentes de sangre
y de lágrimas.
III.
Como decía poco ha, es tal en nuestros dias la ceguera do los e s píritus, el extravío de las inteligencias y el indiferentismo que reina
en las clases sociales, desdé arriba abajo, que aun los sucesos mas
extraordinarios, las acciones mas gloriosas, y los sacrificios mas heroicos suelen pasar desapercibidos, ó poco menos, para la inmensamayoría de los hombres.
La atención de estos se fija, casi absoluta é invariablemente, en
los goces y los bienes materiales, y en cuanto tiende á conservarlos ó
á aumentarlos.
Las operaciones de bolsa; el alza ó baja de los fondos, por ejemplo, hé aquí la gran preocupación de los ánimos; hé aquí el poderosísimo resorte para interesar, para mover los corazones; h é a q u í , por
último, la palanca que pedia el ilustre griego Arquímedes para t r a s tornar el universo.
Así se explica y se concibe perfectamente que el mundo pase horas y
horas al dia en el templo de la voluble diosa fortuna (ese templo que
para muchos se convierte en sepulcro de su honra y su reposo), y no
pase siquiera un minuto en el templo de Dios; y que aun, si por casualidad tiene el cuerpo en este, su pensamiento y su corazón estén en aquel.
No pidamos, pues, al mundo, lo que no es del mundo.
No le preguntemos por qué rie, cuando debe llorar, por qué habla,
cuando debe callar, por qué no admira, cuando pasa ante sus ojos un
hecho tan digno de admiración como el que ha puesto la pluma en
mis manos.
Por fortuna aun existe en nuestros desdichados tiempos el corto número de justos que pedia el Señor á Abrahan para salvar á la Sodoma antigua y la moderna.
.
'
Sí, aun quedan algunas almas buenas, una gloriosa falange de creyentes, mermada por la rudeza y la frecuencia de los combates, y
esparcida por toda la superficie del orbe católico, que lamentan amargamente la pérdida de un nuevo mártir cristiano y elevan al cielo sus
preces por él; uniendo así su dolor y sus súplicas al dolor y las s ú plicas de todo un pueblo.
Hay m a s :
Un venerable y santo anciano, despojado de todos sus bienes y
encerrado hace cinco años, por el poder del abismo, en los estrechos
ámbitos de su palacio, y á pesar de ello, encumbrado á los ojos de los
fieles sobre todos los tronos y cojronas de la tierra; desde el centro de
Europa, con la mirada vuelta á Occidente y su trémula mano estendida en la misma dirección, bendice esa tumba que encierra las aun
tibias cenizas de ese gobernante modelo, de ese hijo verdadero y e s forzado de la Iglesia; y esa bendición llevada en alas de los vientos
y esparcida con amor por ellos, se estiende por toda la cristiandad
como un raudal de celeste aroma, que alienta y vivifica todos los corazones que guardan en su seno los tres tesoros mas preciosos: la fe,
la caridad y la esperanza.
IV.
Voy á dirigir algunas palabras á los señores' de la tierra, advirtiendo de paso que no me propongo inferirles ofensa alguna, ni hacer
la menor alusión directa á determinados personajes, ni siquiera rebajar un ápice su autoridad.
No se vea, pues, en ellas mas que un oportuno aviso y un p r u dente consejo.
Duéleme en el alma cuando veo alguno de ellos, víctima de su escesiva debilidad y su sobrada complacencia.
En este instante la razón me guia, la caridad me aconseja, la conciencia me impulsa, la fe me ilumina, la experiencia me enseña, y
creo que los motivos me sobran.
Como cristiano, siento un amor profundo, invencible, hacia mis semejantes, prescindiendo de categorías y linajes; de m o d o , que así
como Calígula deseaba que la humanidad no tuviera mas que una cabeza para cortarla de un golpe, yo quisiera que tuviera un solo corazón para amar la verdad y una sola inteligencia para conocerla.
Además, mientras estoy trazando estas líneas sobre el papel, mi
imaginación ve el cadáver de un mártir, cuya sangre, humeante todavía, habla á mi corazón con voz demasiado robusta, para que deje de
escucharla y trasmitirla á las encumbradas regiones á que intento dirigirla.
Diré , p u e s , que el mal de nuestros dias se agrava y se estiende,
principalmente, porque no todos los grandes, todos los hombres, colocados por la Providencia sobre el nivel de los demás, para servirles
de guias y lumbreras, no solo no hacen el menor esfuerzo para eslirparlo del seno de la sociedad, sino que por desgracia, lo miran con
pasmosa indiferencia, y algunas veces hasta lo fomentan con su poderoso apoyo, á sabiendas ó inconscientemente.
De desear fuera que toda diadema brillara siempre con el imponente brillo d é l a majestad, que todo trono prestara s o m b r a á la v i r tud, que todo soberano solo desnudara su espada en defensa de la
justicia y levantara su voz contra la iniquidad triunfante y desvergonzada.
A fuerza de querer democratizarse y de hacerse popular, el monarca acaba en realidad por abdicar su soberanía, por ser simplemente un monarca dé comedia, con la sola diferencia que para él, el
teatro es un pueblo y el escenario un trono.
En el supuesto caso, el solio real bambolea, y para retardar un
tanto su caida, como los muros de un cuarteado edificio, necesita
puntales á toda costa. Y ¿cuáles son esos estribos?
Los infinitos partidos políticos que dividen á los subditos de una
nación.
Dichos bandos se disputan sucesivamente, y sin darse punto de re-
-o-§>
1 1
<§-<>•
poso, el privilegio de estar mas cerca del soberano, cuya voluntad inclinan, ora hacia un lado, ora hacia otro, según la audacia, la fuerza, la sagacidad y la fortuna con que cuenta cada uno de ellos.
Y todo, ¿por qué? Por la ambición y el medro personal, por p r u rito de figurar, de elevarse sobre la cumbre del poder, para tal vez
ofuscar con su propio brillo el del astro cuyos satélites debieran ser.
Las Cámaras suelen ser la arena escogida con preferencia por los
partidos para alcanzar el triunfo. Bajo los dorados techos del salón
del Congreso se traban esas l u c h a s , esos pugilatos parlamentarios,
que si bien, no pocas veces, son estériles y aun perjudiciales para los
pueblos, con todo, sirven para quitar y poner rey, engrandecer á los
pigmeos y empequeñecer á los gigantes. Si algún escrúpulo quedaba
en la conciencia, se deja en la puerta del salón; y si puede salirse de
él con el laurel de la victoria, todo está conseguido.
V.
Difícilmente se hallaría en la historia una época en que las humanas pasiones ejercieran mas imperio que en la presente, y supieran
presentarse con un disfraz mas halagüeño y deslumbrante en el alcázar del magnate.
Allí, mas que en parte alguna, la adulación se viste con el ropaje de
la sinceridad, la camhicion toma el aspecto del patriotismo, la hipocresía se cubre con el manto de la virtud, el león con la piel del cordero; ¡todos los papeles están trocados!... ¡Divertida función, si no
costara el oro, la sangre, las lágrimas y el reposo de los pueblos!...
Las testas coronadas, desde su encumbrado asiento, cual atalaya
en medio de los pueblos, parece que debieran contemplar mejor cómo
el oleaje de la revolución va creciendo y avanzando, se sale de todo
cauce, rompe todo dique y devasta toda región; cómo los tronos van
cayendo unos tras otros, con la rapidez y el estruendo con que caen
las seculares encinas tronchadas por el rayo ó el robusto brazo de la
tempestad.
No pierdan jamás de vista los soberanos que la revolución es su
mortal enemiga, su implacable verdugo; que pactar con la revolu-
cion, inclinarse ante la revolución, y hasta cifrar su bello ideal en
ser caudillo ó ídolo de la revolución, equivale á ser esclavo de la
revolución.
¡ Qué obcecación tan cruel y lamentable la del príncipe que llevara
tan lejos el olvido de sus deberes, el extravío de su razón!
Hé aquí, en vista de su incalificable conducta, lo que le diría, no
diré precisamente el criterio católico, sino aun el sentido común y la
historia:
¿De qué te sirven, pues, tu poder y tu dignidad? ¿Qué haces de
tantos tesoros, del sinnúmero de bayonetas y cañones que rodean y
apoyan tu vacilante solio y siembran la muerte á tu soberana voz?
¿No ves, infeliz, la obra de la revolución, de esa víbora infernal
que estás alimentando con la sangre y el oro de tus pueblos, para sucumbir estos y t ú , á su cruel y ponzoñosa mordedura? ¿No ves el cadalso de Luis XVI levantado por ella; la caida y el destierro de t a n tos reyes decretados por ella; los millares de víctimas heridas con
su acero, y el sinnúmero de edificios y monumentos abrasados con
su tea?
¿Qué te parece del presidente Lincoln, sucumbiendo bajo el arma
del sicario? ¿Qué piensas del fin de Maximiliano de Austria, llamado el mártir de Querétaro, y del de su esposa, á quien algunos
han dado el nombre de Loca del Vaticano? ¿Qué dices de las bombas
(mejor diria rayos infernales) de Orsini, estallando bajo el coche
imperial de Napoleón I I I ; de los atentados contra D. Isabel y don
a
Juan Prim, de España; Alejandro, de Rusia; Bismark, de Alemania, etc., etc.?
Pues todo eso revela un' mal gravísimo, latente, estendido sobre la
superficie del mundo como la arena sobre la faz del desierto; todo eso
pone de manifiesto que existen ciertas asociaciones, ciertos ejércitos
subterráneos, audaces, que obedecen á un poder diabólico, se m u e ven, se organizan, engruesan, se arman en las tinieblas para luego
dar á la luz del dia uno de esos golpes, que causan grandes calamidades, inmensos duelos nacionales, escenas repugnantes, desgarradoras, incalificables, como la que acaba de presenciar el Ecuador.
Ante esa nueva víctima de ese poder secreto, ¿quién contiene ya
el asombro y la indignación? ¿Quién no quisiera ver cortada de un
tajo, aplastada, la cabeza de ese monstruo que se oculta en las entrañas mismas de la sociedad, y va minando lenta y sordamente su existencia, como el asqueroso y voraz insecto mina y marchita la del frondoso roble en cuyo tronco tiene su morada?
VI.
Cuanto acabamos de esponer prueba hasta la evidencia que la
época presente necesita, tal vez mas que otra alguna, Recaredos y
Cario Magnos, figuras brillantes y respetables, manos firmes, inteligencias superiores y corazones nobles.
Bien sabemos cuan difícil y espinoso es el arte de gobernar los pueblos ;' tampoco ignoramos que el peso de la corona es enorme y abrumador, y además, que ella no sienta bien en todas las cabezas, como
dice el fabulista francés Lafontaine.
Sin embargo, lo que escede la medida de nuestra comprensión, es
cómo en todo gobernante el instinto de la propia conservación no está,
por lo menos, tan desarrollado como en el común de los mortales.
¡ Ah! si todo hombre de gobierno comprendiera bien su misión sobre la tierra; si pensara siempre que sus defectos y sus virtudes son
mas visibles; que para juzgar sus actos hay dos tribunales, el de Dios
y el de la historia!...
¿Quiere el soberano que el bueno le admire y la posteridad le aplauda? ¿Desea cimentar sólidamente su inseguro trono y conservar en su
cabeza su mal prendida corona?
El medio es muy sencillo: imite al Presidente modelo de una república modelo.
Lo que ha hecho García en su pequeño Estado bien pudiera él ensayarlo en el suyo.
Mas ¡ ay! acaso sea ya tarde para reparar tamaña falta, para poner
al mal remedio eficaz, para volver á su cauce natural las aguas del
desbordado y devastador torrente.
La Religión, con sus sublimes creencias, se pierde; la verdad se
ofusca; el arte y la ciencia se prostituyen; el edificio social se d e s -
morona, se está hundiendo por momentos; el crimen triunfa; el error
y la inmoralidad cunden, se multiplican; la caridad se esconde y la
virtud flaquea: todo se trastorna, confunde, desnaturaliza.
Con tan sombríos colores se ofrece á mi vista el cuadro social, que
ya me parece ver trazados sobre los muros de oro del gran festin babilónico del siglo los misteriosos y tremendos signos que van á decidir
irrevocablemente de su suerte: el Mane, Thecel, Phares de los modernos adoradores de Belial, los enemigos de la celestial Jerusalen.
Se me figura, repito, ver ya las cataratas de la cólera divina abiertas en los cielos, y las aguas del nuevo diluvio cubriendo las cimas
de los mas altos montes.
La revolución debe consumar su obra; y si bien ella misma parece
estar próxima á sucumbir, en el mismo estertor de la agonía, concentrará todas sus fuerzas, toda su vida; dará golpes y sacudidas inmensas, se bañíirá y revolcará en el lago de su propia sangre, cual
hace en los mares la ballena al sentir clavado en sus colosales entrañas el mortífero arpón arrojado sobre ella por el experto y audaz
marino.
Solo resta, pues, sobre la tierra un punto de refugio, un arca de
salvación en el inminente y universal naufragio; solo existe una roca
firme, inquebrantable, capaz de contenerlo y de evitarlo: la divina y
preciosísima roca, sellada con la inmaculada Sangre del Cordero, de
Dios, levantada sobre las nubes y las tempestades, respetada y.admirada por todos los siglos.
¡Allí la revolución debe estrellarse, y se estrellaráf
YII.
Opinan muchas personas, guiadas por un funestísimo error, hijo
las mas de las veces de un no menos funesto odio ó indiferentismo
hacia la religión de nuestros mayores, que el Catolicismo constituye
un valladar eterno, una traba invencible para la ilustración, el progreso y la prosperidad de los pueblos.
¿Qué dicen la historia y la experiencia, esas dos inseparables maestras del hombre, sobre esta cuestión vitalísima, capital?
•o® Vú <&<>-
Precisamente todo lo contrario de lo que pretenden los sectarios del
error.
La historia dice que la humanidad hace diez y ocho siglos había
llegado al colmo de la corrupción y la barbarie, se hallaba al borde
de la tumba, en cuyo fondo iba á caer irremisiblemente, cuando vino
á salvarla esa doctrina nueva, amorosa, santa y regeneradora, salida
de los labios del mismo Dios hecho hombre, sellada con su preciosísima sangre y esparcida por los cuatro vientos cardinales de la tierra,
por sus discípulos, como el brillante rocío matutino, como el milagroso maná que sustentaba al pueblo escogido en su dilatada peregrinación hacia la tierra prometida.
Desde la ya remota época en que se consumó sobre un monte de
Judea la redención del linaje humano, todo cambia de faz, de color y de suerte; todo se levanta, se embellece, se purifica, se
aclara; todo sale de la noche del caos, cobra nueva vida, se trasforma como en una segunda creación, con la notabilísima diferencia,
de que la primera fue hecha con un fíat, la otra con un consummatiim
est; aquella fue obra de la voluntad, del poder; esta del amor, del
sacrificio.
Desde tal época,'repito, la historia y la tradición, dicen q u e , no
solo la luz espiritual, sino aun la de la ciencia han irradiado sobre los pueblos, del inextinguible y divino faro, colocado por Jesucristo sobre la cima del Gólgota para iluminar á todo hombre y
todo siglo.
No so busquen grandes hechos, grandes
figuras,
grandes pue-
blos fuera de la esfera de lo grande, fuera de esa Iglesia, coronada con todas las virtudes, hermoseada con todas las verdades, enriquecida con todos los tesoros, iluminada con toda la luz del cielo,
fortalecida y sustentada con la palabra y todo el poder del mismo
Dios.
Por eso la ciencia, el arte, la literatura cristiana se ostentan con
ese sello tan brillante y característico, ofrecen ese encanto indefinible que elevan á tal altura el corazón y la mirada del hombre.
Por otra parte, los hombres verdaderamente sabios y pensadores
se sienten irresistiblemente inclinados al retiro, al silencio, á la me-
•o^>
16
€-<>-
ditacion, como dice Lamartine; y como ya antes que este poeta, habia
dicho Fray Luis de León con estos preciosos versos:
¡ Qué descansada vida,
La del que huye el mundanal ruido,
Y sigue la escondida
Senda, por donde han ido,
Los pocos sabios que en el mundo han sido!
Pues bien; si en esa predisposición natural del ánimo, en ese aislamiento y ese reposo, la mente se entrega al estudio de la ciencia en
sus mismos manantiales; es decir, de las eternas y sublimes verdades
de la Religión, ¿qué debe resultar de ello?
Incalculables beneficios para la humanidad; partos gloriosísimos
de la inteligencia, descubrimientos, maravillas incomparables.
Por eso en la Edad media, esa época tan fecunda en grandes acontecimientos, y en otras posteriores, los monasterios, las abadías y los
conventos fueron otros tantos centros de ilustración y cultura, otras
tantas cristalinas fuentes de donde brotaban las corrientes del saber
humano.
Esa es la gran voz de lo pasado; y esa voz dice también, que siempre que el progreso material y la ilustración han ido hermanados con
las creencias religiosas, los pueblos se han regenerado.
El Ecuador nos suministra una prueba bien palpable de ello. En
dicha república ,1a regeneración ha sido completa eu todos los ramos
y en todas las clases, desde que por su dicha la Providencia le deparó
por jefe al Sr. García Moreno.
Sí, en el corto período de unos doce años que este grande hombre
ha ejercido allí su mando, y á pesar de que, al inaugurarlo, el p u e blo se hallaba en un notable atraso, la moralidad ha aumentado considerablemente, y el crimen disminuido de tal modo, que una sola y
reducida cárcel basta para contener á todos los criminales de la r e pública.
- El comercio, la industria, el ejército, la enseñanza pública, los
institutos-ó asilos de beneficencia, las vias de comunicación, la Ha-
cienda, la conversión de muchos miles de salvajes, etc., todo revela
la sabia dirección, el acendrado patriotismo, la sublime virtud, la
inquebrantable fe y pericia del piloto que ha empuñado hasta hoy el
timón de la nave del Estado.
Y si alguna vez el reposo público se ha perturbado en algún punto
del territorio,, poco ha tardado en renacer.
De suerte que García, al despedirse del mundo para la eternidad
hubiera podido, con sobrada razón, dirigir á sus subditos estas palabras que Augusto dirigió á sus hijos congregados en torno d e su
lecho de m u e r t e :
s
¿He desempeñado bien mi papel? ¡.Aplaudid!
Meditad, pues, oh gobernantes, aprended, escarmentad.
Para probaros otra vez que el progreso* actual es un progreso muy
defectuoso, por no decir aparente y falso, voy á haceros esta pregunta:
¿Qué significan esos aparatos bélicos, esos cañones Amstrong,
Plasencia, K r u p p , Yihvorth; esas armas Berdan, Minié, Chassepot,
Remington, esos aprestos, esos ejércitos que convierten la Europa
(¡qué digo la Europa!) el mundo entero en un campamento?
¿Por qué robar tantos hijos al cariño materno; tantos brazos á la
agricultura, la industria, el comercio; tantos talentos al arte y la
ciencia; tantos levitas al templo del Señor; imponer á los pueblos
unas cargas que pesan sobre ellos como la marmórea losa sobre los
sepulcros?
Pues todo eso significa claramente que vamos hacia atrás, á pesar
del vapor y la electricidad, todo eso significa, que... Prefiero no decir mas por temor de haber dicho demasiado.
Haga aquí cada cual, según su modo de sentir y obrar, las reflexiones que el caso sugiere.
Por eso al contemplar el cuadro tan desconsolador que ofrece nuestra época, esos serios é indecibles temores que se abrigan por el
porvenir, esas sombrías nubes que se van condensando paulatinamente sobre el horizonte político, García arrojó denodadamente ( d e nuedo que Calificaríamos de locura, si ignoráramos su elevada causa),
el guante á la revolución cosmopolita; y ese guante no podia quedar
en la arena... ¡fue al punto recogido!...
2
18
Por eso el dia 6 del pasado agosto fue un dia nefasto para la república ecuatoriana; en tal dia cayó mortalmente herido su Presidente;
pero herido alevosamente, por sorpresa, como suelen herir aquellos
que tienen contra sí el imponderable peso de su propia conciencia,
por mas que hayan jurado ante Satanás y sus secuaces el exterminio
de todo justo, de todo hombre de bien, que por su talento y el elevado puesto que ocupa pueda derramar su sublime luz sobre los
pueblos.
Es muy probable, es casi seguro, que García, en su previsión a d mirable, con su criterio recto y católico, con esa mirada penetrante,
intensa, con que el águila acecha desde las mas altas nubes el pajarillo que vuela casi rozando el suelo con sus alas, habia visto en su
breve y gloriosa carrera política ese asesino y ese puñal que pusieron
fin inesperadamente á su preciosa existencia; se habia considerado
tan espuesto como el viajero solo y extraviado en las inmensas selvas
vírgenes de la América ó del África, que divisa ya en su exaltada fantasía l a n e r a , cuyo diente y cuyas garras deben despedazarle, por
mas que esta siga oculta todavía en su profunda y tenebrosa guarida.
Hombres del temple de García son muy escasos entre los gobernantes. ¡Hay pocos hombres, en efecto, que, no solo luchen á brazo
partido y sin tregua contra el mal, sino que luchen hasta el fin, hasta
la muerte, hasta el m a r t i r i o ! . . .
Sin duda García se habia dicho en el fondo de su conciencia: «Todos los adelantos y progresos humanos sin religión son cual un puñado de piedras preciosas arrojadas en un muladar, pierden todo su
brillo y valor; en vez de engrandecer y regenerar á los pueblos, por
el contrario, les degradan y empequeñecen.»
Tales ideas debian ocupar constantemente su privilegiada inteligencia, avasallar por completo su magnánimo corazón.
Él bien veia que en torno suyo, cerca y lejos, nadie secundaba sus
nobles y cristianos esfuerzos, y que tal vez, no pocos de los que h u bieran debido apoyarle en su admirable tarea, hacían mofa de su
proceder, lo consideraban un anacronismo, una locura insigne, zahiriendo su amor propio, pero nunca doblegando una línea su voluntad de hierro.
19
Él había contado perfectamente el número de sus adversarios, lo
veia infinito, pero su fe era siempre mayor.
VIII.
Desde edad muy temprana, García ya reveló en embrión las dotes
que debían mas tarde tejer la brillante auréola de su frente, como el
cerrado capullo de la rosa ya deja percibir alguno de los matices y
perfumes que deben formar el encanto de los sentidos, cuando desplega sus hojas á los rayos del sol.
García había nacido en Guayaquil.
Sus padres, que gozaban de una modesta fortuna, fueron D. Gabriel García, español, y D. Rosario Moreno, sobrina del cardenal del
mismo nombre.
a
Hasta los años 1837 ó 1 8 3 8 , hizo sus estudios en el floreciente colegio de Quito.
Ya entonces su aplicación era constante y asidua; de modo que en
los primeros años de su juventud, se vio honrado con el título de
doctor.
García habia viajado mucho y observado mas.
Desde 1850 recorrió la Inglaterra, la Francia y la Alemania.
Según un hombre de Estado inglés del siglo pasado, son muchísimos los que ven, pero muy pocos los que pesan. Es muy grande el
número de personas que viajan solo por capricho, por seguir la moda,
sin darse cuenta ni razón de nada, ni sacar, por consiguiente, el
menor fruto de sus viajes, absolutamente como el equipaje que llevan consigo.
García no era ciertamente de estos últimos.
Si visitó las grandes capitales de Europa, fue para estudiar á los
hombres y las cosas de cerca, y de tales estudios y observaciones, es
por demás decir el provecho que sacó. En tal época trabó estrechas
relaciones con personas de valía, contra las cuales se le habia prevenido, pero que él desde luego observó que el original era muy superior á la pintura que de ellas se le habia hecho.
Así pues, le fue fácil hacer, si se nos permite la frase, un análisis
-<>-§>
20
químico de la saciedad moderna, desechando todas las materias viles
y corruptibles, y guardando para sí todo precioso metal,
if La adversidad siempre ha sido una excelente escuela para el homb r e , y en ella García adquirió preciosas enseñanzas.
Antes de regir los destinos de su patria, habia hecho una brillante
defensa de la Compañía de Jesús y de sus miembros en un excelente
periódico fundado por él y redactado bajo su dirección.
Su apología de una orden religiosa tan perseguida y calumniada, á
pesar de los eminentes servicios que ha prestado y sigue prestando á
la sociedad, debía valer al futuro Presidente ecuatoriano la recompensa que le valió : la persecución y el ostracismo.
Esta nueva ausencia de su patria debió servirle, sin duda, para adquirir nuevos conocimientos, y cimentar mas sólidamente aquellos
que ya poseía.
Para dar idea de su espíritu investigador, bastará decir que, antes
de pasar al continente europeo, García habia visitado algunos de los
volcanes mas notables de su tierra; aquellos montes gigantescos, admirados y descritos con razón por todos los geógrafos y geólogos, que
parecen sustentar las bóvedas del cielo con sus frentes cubiertas de
nieves perpetuas, cual de una inmensa corona de luciente plata.
En aquellas alturas de sublimidad espantosa parece vivirse una
vida nueva. Allí se halla el puro é inagotable manantial de poesía
donde bebió la inspiración el gran caudillo y legislador del pueblo hebreo. Allí el alma canta las grandezas del Criador, casi sin advertirlo;
respira y se deleita en la brillante atmósfera de la luz, llegando á olvidar por un momento las tristes tinieblas del valle en que se halla
temporalmente desterrada.
García era rapeta, y poeta cristiano. Juzgúese, pues, lo que debió
sentir su corazón y la luz que debió penetrar en su mente en aquellas
regiones donde tienen el cóndor y el águila su cetro, las nubes su imperio y la tempestad su trono.
En tales expediciones visitó el famoso Sangai y descendió con
intrepidez al cráter del Pichincha, donde permaneció un dia y una
noche.
- Así pudo examinar á su sabor, por dentro y por fuera, esos móns-
- ¿ »
21
<§-~
t r u o s , que en la explosión de su cólera vomitan torrentes de llameante lava, y con las tremendas palpitaciones de sus entrañas s a cuden y trastornan la tierra y los mares.
Acaso en tal ocasión Dios habló también al corazón de García como
hablara en otros tiempos á Moisés en las sagradas cumbres de Horeb y del Sínai; y aquel, viendo su propia pequenez, y movido por
sentimientos de humildad, le respondió como este: ¡Señor! ¿quién
s
° y Y°? ¿De dónde me viene tal misión? Mi labio es torpe é incircun-
ciso, carezco de luces, de autoridad y de prestigio para ser creído de
mi pueblo, y sobre todo para hacer mella en el ánimo del altivo y
poderoso Faraón.
Y el Señor entonces, encantado de la respuesta, que revelaba la
mansedumbre del alma de su nuevo siervo y enviado, le entregó la
señal de su divino poder, la vara milagrosa para obrar prodigios y
maravillas.
IX.
He dicho que García era poeta, y ¿cómo no había de tener numen
un hombre eminente, hijo de un país en que hasta las medianías,
hasta el vulgo, encierra"en el alma el sentimiento poético, como las
flores el perfume en sus cálices preciosos?
¿Cómo no amarán y cultivarán la poesía unos pueblos abrasados
por el sol, rodeados de montañas tan admirables y majestuosas; unos
pueblos á cuya vista la naturaleza ofrece unos espectáculos tan grandiosos?
Sí, allí el beso matutino que da la brisa á la flor es tan dulce como
el que la madre imprime en la frente ele su dormido infante; los suspiros y acentos que exhalan el mar, los rios y las fuentes son, ora
tiernos, ora sublimes y patéticos como los que se desprendían del
arpa de David, y las estrellas parecen brillar como la mirada del se-rafin.
Y, ¿quién, por otra parte, no ama, y no cultiva mas ó menos la
poesía?
Por mi parte declaro que ella ha sido siempre mi fiel compañera
en todas las tribulaciones y los males que el Señor se ha dignado enviarme y me envia a u n ; y si bien reconozco y debo confesar que mi
expresión no llega á donde llegan mis sentimientos; con todo d e s ahogo mi oprimido corazón con esa música celeste del alma, y con ella,
la pesada cruz de la existencia, se me hace mas llevadera.
El alma en su destierro terrestre, como la mariposa en las selvas,
vive también de perfumes, de luz y de armonías.
Los escritos que ha dejado García á la posteridad son una prueba
irrecusable de que su musa cristiana era muy brillante y fecunda. El
último que salió de su pluma, además de reflejar las altas dotes políticas de su autor, puede considerarse como un himno patriótico y religioso, que formará el encanto de los ecuatorianos hasta las mas remotas generaciones venideras.
Su calidad de desterrado no logró rebajar un ápice la gran figura
de García, no pudo ahogar en el pecho de sus compatriotas los s e n timientos de admiración y respeto que supo inspirarles.
Así fue que la provincia de Guayaquil le nombró senador. Prevaliéndose de la inmunidad debida á los representantes de la nación,
quiso presentarse en el Congreso y volvió al Ecuador. Empero, sus
enemigos, que eran también los de su patria, estaban á la mira; de
suerte que apenas hubo desembarcado en el puerto de Guayaquil fue
detenido y desterrado de nuevo.
Entonces volvió á Francia, donde se consagró con todo el ardor
propio de su carácter al estudio de varias ciencias. Algún sabio francés reconoció su mérito y lo aplaudió.
Por fin, la caída del general Urbina, á la sazón presidente del
Ecuador, abrió al ilustre desterrado las puertas de su patria.
Á su regreso, la ciudad de Quito le eligió para el cargo senatorial;
pero el Congreso se celebró en Guayaquil.
Empero, ¿quién lo creyera? A pesar de la viva indignación que un
acto tan arbitrario causó en los ánimos, el electo senador católico tuvo
que tomar por vez tercera el camino del destierro.
El pronunciamiento del 1." de mayo de 1859, hecho mas por la
fuerza de la opinión pública, que por la fuerza de las armas, dio por
resultado la creación de un gobierno provisional, encargado de s a l -
var la república y compuesto de tres cónsules y tres suplentes. El
primer cónsul nombrado fue el Sr. García Moreno, quien á la sazón
se hallaba en la frontera de la. vecina república peruana.
Poco después, García, no sin correr graves riesgos, teniendo que
sufrir grandes penalidades, y aun pasando por en medio de sus mismos enemigos, volvía á pisar el suelo que la Providencia le habia
llamado á regenerar.
Cuando Dios envia y elige un hombre, es completamente inútil
cuanto se haga para entorpecer ó detener su marcha.
Moisés debia libertar el pueblo hebreo, y lo libertó; Colon debía
descubrir el Nuevo Mundo, y lo descubrió; García debia ser el regenerador de su país, y lo fue.
Al tomar este posesión de su elevado cargo, aun-el enemigo ocupaba un pequeño rincón del territorio ecuatoriano. Guayaquil se hallaba todavía en su poder; pero con la caida de dicha ciudad en 20 de
setiembre de 1 8 6 0 , la revolución quedó desalojada de sus últimas
trincheras, y todo el país sujeto al nuevo y salvador régimen político
que acababa do establecerse.
Uno de los actos que mas enaltecen y distinguen el primer período
gubernativo de García, es la celebración de un Concordato con la Santa
Sede, en el cual reconocía á la Iglesia todos sus derechos y privilegios.
Un gobernante católico no podia obrar de otro modo. El esplendor
de la cumbre del poder no ofuscó su mirada, ni logró encender una
chispa de orgullo en su corazón. Al desplegar á los vientos la gloriosa bandera que desplegó, sus ojos se fijaron ante todo en el mas
alto y mas respetable de los monarcas de la tierra, y en él vio el seguro norte de su futura política.
X.
García es siempre el hombre de las heroicas resoluciones. Para su
indomable energía no hay obstáculos, ni distancias, ni peligros. La
fe y el amor patrio encienden su mirada, vigorizan su espíritu, a r man su brazo y le aseguran la victoria en las circunstancias mas críticas, en los momentos mas solemnes.
2 4
Citemos un nuevo ejemplo de ello:
Al espirar el primer período de su mando, la revolución cosmopolita, arrojada del suelo del Ecuador por el robusto brazo de García,
como acabamos de ver, no podía ciarse por vencida.
Ella elige un jefe, el derrocado general Urbina, se apodera del
único buque de guerra importante del Estado, que á la sazón se b a ilaba fondeado en el puerto de Guayaquil, distante seis largas jornadas de Quito, la capital.
• Los rebeldes, en su usurpada, embarcación, se retiraron á la costa
de Jambelí. Allí se creen seguros contra todo ataque, y allí están meditando los medios para volver al Ecuador al sepulcro de la c o r r u p ción y las tinieblas donde yació por espacio de tantos años, hasta que
la mano salvadora de García vino á sacarlo de él, según él mismo expresa admirablemente en el sublime é inspirado mensaje que forma
la última hoja del precioso libro de su vida.
Al tener noticia de la rebelión, García monta á caballo, parte de
Quito y en tres dias llega á Guayaquil.
Una vez allí, fleta por cuenta del Estado un vapor inglés que por
casualidad se hallaba en aquellas aguas, y al frente de un puñado dehombres de abigarrados trajes y de cstraña figura, pero intrépidos y
decididos, dignos, en una palabra, de ser mandados por tal caudillo,
se dirige al encuentro de los rebeldes.
Algunos marinos extranjeros al ver acometer á García una empresa, al parecer tan grande, con medios tan exiguos, no pudieron m e nos de sonreírse y de augurar un solemne fracaso.
Pero la grandeza y fuerza de los principios engrandecen y fortalecen á todo defensor de ellos, y García no sabe ver entonces mas que
la Religión y la patria amenazadas, y que por la defensa de tan caros
objetos debe vencer ó morir.
Así fue, que al apercibir el buque principal y algunos otros de menor importancia, que servían de guarida á los insurrectos, lo ataca con
tal resolución y denuedo, que obliga á estos á rendirse á discreción.
Un abordaje tan brusco, atrevido é inesperado, debía producir en
el ánimo del enemigo un pánico y un estupor indescribibles; y así sucedió en efecto.
Urbina, que á la sazón ocupaba un pueblo de la costa, al saber
tal desastre, sintió desfallecer sus fuerzas y volvió á su anterior
guarida.
Así, pues, García regresó á la capital coronado de laureles, mas
bellos y mas legítimos aun que los que adornaban la frente de César
después de su victoria en los campos de Farsalia, sobre las pomposas y aristocráticas huestes de Pompeyo.
Entonces el vencedor ecuatoriano recibió los calurosos plácemes de
todos, y aún los de aquellos que poco antes consideraban su hazaña
temeraria, y tal vez descabellada.
XI.
Durante el año de 1869 operóse en el Ecuador un cambio pacífico,
pero fecundo y glorioso en resultados. Tal fue la promulgación de la
Constitución vigente en la actualidad.
Entonces fue elevado definitivamente á la presidencia el Sr. García
Moreno, quien aconsejándose solo en su modestia, rechazaba tal dignidad , siendo preciso que la Asamblea entera pasara á ofrecérsela,
manifestando que el bien público y la salvación de la patria dependían absolutamente de tal elección.
Solo así se logró persuadir á García y hacerle entrar en la senda
difícil y espinosa, en cuyo final debia encontrar el puñal del asesino,
pero también la admiración postuma y la inmarcesible palma del
martirio.
Desde su investidura presidencial, las obras públicas recibieron un
impulso vigoroso, la literatura nacional se adornó con nuevas y mas
esplendentes galas, las artes florecieron, las ciencias tomaron un
vuelo considerable, y las escuelas católicas, los conventos y los asilos de beneficencia se multiplicaron como las estrellas del cielo.
Xlí.
En esta época de positivismo, en que se calcula el valor del h o m bre por el valor de su capital, creo que el elocuente é irrefutable
lenguaje de las cifras será el argumento mas poderoso para convencer
á todo el mundo de que la Hacienda ecuatoriana ha prosperado de un
modo notable bajo el régimen católico.
En 1 8 7 3 , los ingresos públicos excedieron de 154,782 pesos fuertes, ó sea 619,128 pesetas.
El estado de las importaciones, desde enero de 1869 á diciembre
de 1 8 7 4 , representa casi un triple de aumento. En los últimos dos
años el Gobierno ha cubierto todos los gastos ordinarios, habiendo
además amortizado varias deudas, y exonerado la Deuda pública
de 4 . 8 4 5 , 5 9 8 .
•El total de gastos para subvenir á la Deuda interior y exterior de
los establecimientos de instrucción y beneficencia y las obras públicas, etc., asciende á 9.948,089 pesos.
La Deuda consolidada quedará extinguida el año próximo, y la
Deuda flotante quedará reducida á 1 . 6 6 8 , 9 0 4 ,
cuya extinción será
también obra de un breve plazo.
Al pasar los ojos por los anteriores datos estadísticos, preciso es
tener en cuenta que la población del Ecuador es próximamente de un
millón de habitantes, y que dicho país es pobre por su naturaleza,
puesto que carece de minas de oro y plata, al revés de lo que se o b serva en el Perú y otras regiones del continente americano, cuya r i queza mineral es tan celebrada.
Tampoco descuidó el difunto Presidente la construcción de vias
férreas, toda vez que propuso contratar un empréstito en Europa para
la terminación del ferrocarril de Yaguachi.
Otra de las circunstancias que recomiendan el gobierno de García,
es la increíble disminución de la criminalidad, hasta el punto de que
en el período de seis años solo ha habido tres criminales.
Así se concibe perfectamente por qué cuando acababa de terminarse
la construcción de una cárcel, capaz para trescientos individuos, el
inmortal Presidente preguntara al Congreso, si ella sola seria suficiente para albergar á todos los malhechores de la república.
El desprendimiento de García, conforme creo haber ya manifestad o , no tiene límites; en los dos años primeros en que gobernó bajo
el título de jefe supremo de la nación, cedió todas sus rentas en favor
de las obras públicas y caritativas, observando la misma conducta en
los demás años en que ejerció el poder presidencial.
Supuesto que considero como una inmerecida honra el haber p o dido estampar al frente de mi humilde obrita los nombres de los s e ñores D. Carlos y D. Juan de Aguirre, quienes tienen dadas repetidas
pruebas de su acendrado patriotismo y sus sentimientos religiosos y
caritativos, creería faltar á un deber de gratitud y de justicia, si hiciera caso omiso de la magnífica casa de huérfanos que D." Virginia de Klinger de Aguirre,.esposa de mi excelente amigo D. Carlos,
fundó á sus propias expensas entre las breñas y escabrosidades de los
Andes.
San Carlos, así se llama aquel establecimiento, corre parejas con
los mas notables de Europa de la misma índole; es un vasto y h e r moso edificio, que ofrece todas las ventajas apetecibles bajo el punto
de vista higiénico, así como por la sólida y religiosa enseñanza que
en él se da. El sostenimiento del orfelinato corre hoy á cargo del supremo Gobierno, y la educación está dirigida por las Hermanas de la
Caridad.
Alguno ha supuesto que el Sr. García Moreno llevaba á veces el
rigor hasta el extremo, hasta la crueldad: sus actos no lo demuestran
así, ni su popularidad tampoco.
García, era por el contrario, un juez recto, justiciero, imparcial,
cuyo brazo se volvía inflexible y adquiría la dureza del hierro cuando
debia castigarse algún delito; y su ojo vigilante jamás se cerraba,
descubría cualquier abuso, cualquiera injusticia, permaneciendo
siempre fijo en su amado pueblo, en el sagrado depósito que le confiara la Providencia divina.
El sentimiento de justicia nunca excluye el amor; muy al contrario, lo presupone, lo revela: Quien bien a m a , bien castiga, dice el
refrán.
Moisés, según los textos bíblicos, era el mas pacífico, el mas manso
de los hombres, y sin embargo, cuando ve que el pueblo del Señor
prevarica, cuando le contempla postrado ante los altares de los falsos
y abominables ídolos de los gentiles, su figura se trasforma, se p r e senta ante los prevaricadores israelitas con el semblante enrojecido
2 8
por una ira justa, santa, sublime, la cual expreso en mi poema inédito,
titulado Moisés, canto XYI, de la siguiente manera:
Ni el mas feroz león de las arenas,
Hambriento, rugidor y furibundo,
Al agitar su lengua y sus melenas
Cual si quisiera devorar el m u n d o ,
Beber toda la sangre de las venas
De los mortales, con horror profundo,
Tal el aspecto de Moisés y saña,
Al súbito bajar de la montaña.
Sus ojos centellean cual la nube,
Preñada de pedrisco, rayos, truenos;
Cada paso su cólera mas sube;
Su rostro, ni mirar osan los buenos.
Semeja el potentísimo querube,
Que á nuestros padres de malicia'llenos
Arrojó con su acero rojo y fuerte,
Del edén cuya luz, nubló la muerte.
XIII.
El Estado ecuatoriano, desde su regeneración fecunda y católica,
enviaba cada año su modesto óbolo al Padre común de los fieles, s i guiendo en esta parte, como en todos los demás negocios, los saludables consejos de su dignísimo Presidente.
El respeto, el amor filial que este profesaba á Pió IX, no lo diré
yo: para expresarlo debidamente faltan palabras en mis labios y sentimientos en mi corazón: lo dice él mismo en el siguiente párrafo de
su carta, á que hago referencia en otra parle:
«Imploro vuestra bendición apostólica, oh Santísimo Padre, por
haber sido, sin mérito alguno por mi parte, reelegido para gobernar
durante otros seis años esta república católica. Bien que este nuevo
período no deba principiar hasta el 30 de agosto; puesto que aquel
dia debo prestar el juramento constitucional, y aunque solo hasta en-
29
<&<>-
tonces no debiera dar oficialmente conocimiento de ello á Vuestra Santidad, quiero, sin embargo, desde hoy, participarle mi reelección, á fin de
alcanzar del cielo la fuerza y las luces que necesito para permanecer hijo
fiel de nuestro Redentor y lealmente obediente á su Vicario infalible.»
XIV.
La inteligente administración de García ha reproducido en su propia
patria las maravillas que la de José produjo antiguamente en Egipto.
La penuria se ha convertido en asombrosa abundancia, los g r a n e ros y las arcas públicas se hallan repletas, el pauperismo muy a m i norado, si no extinguido por completo; y aun cuando hubieran debido
venir los siete años de carestía bíblicos, la previsión y el buen g o bierno hubieran sabido hacer llevadero y casi insensible al pueblo
un azote que de otro modo pudiera acabar con él.
La voz de la desgracia y la indigencia siempre hallaron profundo
eco en el corazón de García; en términos, que este parecia cifrar toda
su dicha en compartir con los pobres su, por otra parte, modesta fortuna, llegando á veces hasta sacrificar la asignación que le concedía
el Estado para la propagación de la enseñanza pública confiada á los
padres Jesuítas, los Hermanos cristianos, las Hermanas de la Providencia, etc., y también para las obras y mejoras de pública utilidad.
Sabido es que Quilo, con su población de 80,000 almas, se halla
situada en la falda de la inmensa cordillera de los Andes; y que pollo tanto, lo accidentado del terreno suele ofrecer serias dificultades
para las fáciles comunicaciones con el litoral del Ecuador, que á veces quedaban interrumpidas por dicho motivo.
A pesar de todo, García inició la construcción de una carretera,
para cuya solidez han debido construirse un centenar de puentes ; y
hoy esta obra colosal se halla casi terminada.
Quito tendrá un perpetuo recuerdo del amor científico que distinguía á su gran gobernante, en el magnífico observatorio astronómico,
uno de los mejores del mundo, mandado levantar por él á expensas
del Erario público, en un sitio el mas á propósito, y cuya construcción está tocando igualmente á su término.
-»-S> 3 0
€-»-
El Consistorio ó Academia de música es otro de los monumentos
que recordarán eternamente á su patria el nombre de su regenerador.
En dicha Academia, para cuyo esplendor y prosperidad el Gobierno
ecuatoriano ha gastado cuantiosas sumas, se está formando un plantel de jóvenes dotados de disposiciones musicales, á fin de propagar
y perfeccionar un arte que bien dirigido contribuye poderosamente á
despertaren el corazón sentimientos sublimes, influyendo igualmente
en las costumbres sociales.
El Laboratorio químico, e\ Gabinete de geodesia, el Gabinete de física,
el de mineralogía y geología, el Museo de zoología, etc., atestiguan
lo que valia su fundador y lo privilegiado de su inteligencia.
La ciudad de Quito, en general, ha sido también objeto de grandes
embellecimientos en estos últimos tiempos; y no solo Quito, sino aun
otras capitales de provincia, como Guayaquil, Cuenca, Riobamba, etc.
García poseía conocimientos médicos, resultado de los experimentos químicos que habia hecho; de modo que á él se le deben algunas
curaciones asombrosas.
También sobresalía en el arte militar. Al investirle su nación con
el poder supremo, le nombró general en jefe del ejército ecuatoriano,
el cual sufrió importantes trasformaciones en la organización, la disciplina, el equipo, el armamento, etc.
No se limitaron las saludables reformas al ejército, sino que se estendieron á todos los ramos y todos los estados; de suerte que hasta
fueron objeto de ellas aquella parte del clero que se resentía un tanto
de la relajación que habia reinado por tanto tiempo en las costumbres, y aquellos conventos en que la disciplina no tenia toda la severidad que debe tener.
Siempre consecuente con sus principios y sus,sentimientos, García
dispensaba la mas franca y cordial hospitalidad al jesuíta y al religioso espulsados por la revolución de los distintos países de la Europa
ó de la América; les abria sus brazos paternales, utilizando su saber,
sus virtudes y sus servicios en beneficio del.pueblo, ácuyo bienestar
y regeneración consagraba todos sus desvelos y toda su imponderable
actividad.
Por eso llamaba á los padres de la Compañía de Jesús los obreros
-c-®> 3 1 coctel porvenir. Tal calificativo gráfico demuestra el alto concepto que
García tenia formado de esa Orden especial, famosa y distinguida, que
desde su fundación marcha á la vanguardia de todas las demás órdenes monásticas y religiosas, estando por lo mismo mas espuesta al
mortífero fuego del enemigo.
Al hablar de los religiosos proscritos que han han hallado en el
suelo ecuatoriano seguro refugio y favorable acogida durante el mando
del augusto protector de la Religión, no puedo menos de citar al reverendo padre José Maciá, varón apostólico, que recuerda á los fieles
de las regiones americanas bañadas por el Pacífico la angélica figura
de Francisco Javier.
Y toda vez que estoy escribiendo la vida de un Santo muerto, bien
puedo decir aquí cuatro palabras de otro Santo vivo todavía,
Hace mas de veinte años hice el viaje desde Barcelona á Lima en
compañía del R, P. Maciá, misionero español, cuyos méritos acaba de
recompensar Su Santidad con su promoción á la silla episcopal de
Loja, y mas de una vez tuve ocasión de admirar sus ejemplares virtudes y su celo verdaderamente evangélico.
De él pudiera mencionar algún rasgo edificante, que tengo apuntado en mis manuscritos, y al que tal vez algún día daré publicidad,
si el Señor me concede vida y me asiste con su santa gracia.
Por hoy solo diré que el R. P. Maciá, ha hecho un bien espiritual
inmenso con sus incesantes predicaciones y su intachable conducta,
en algunas repúblicas americanas, habiendo sabido conquistarse un
puesto de honor en el corazón de todos los católicos prácticos de aquellos lejanos países.
Por 'donde quiera que el Apóstol ha pasado, ha esparcido el perfume de su virtud, la luz de su sabiduría y la palabra de Dios.
XV.
¡ Cuan distinto es el aspecto que ofrece el Ecuador regenerado, del
que ofrecen muchos otros países, aun aquellos que se titulan los mas
cultos y civilizados!
Ved, sino París; ved Londres, esa poderosa soberana que empuña
-o-®
3 2
c~
en sus manos el cetro de la riqueza del mundo, cubre con su enseña
todos los mares y se levanta con tal arrogancia á orillas del Támesis,
cuyos espejos abrillanta con los esplendores de su corona y su ropaje.
Oigamos algo solamente dé lo mucho que de ella se dice en este
mismo año. Sobre el particular leemos en un periódico:
«Un piadoso é ilustre sacerdote, el Rdo. John Harris, escribía
hace pocos años: «¿Deseáis conocer el horrible estado en que vegetan
«en Londres seiscientos cincuenta mil seres humanos? En el seno de
«esta fastuosa ciudad doce mil niños tienen por cuna el crimen, los
«amamanta el vicio y reemplazan de continuo las bajas que sufre el
«ejército del crimen. En el seno de esta opulenta ciudad hay cuaren«ta mil especuladores y empresarios del vicio y de la crápula, y cada
«año salen de Londres á presidios y penitenciarías cinco mil hombres
«y mujeres. No bajan de treinta mil los ladrones reconocidos, de
«veinte mil los estafadores, y los mendigos pasan de cincuenta mil.
«Este terrible ejército del mal, cuya acción devastadora es incesante,
«gasta anualmente tres millones de libras esterlinas en bebidas espi«rituosas. Mas de veinte y tres mil soldados de este triste ejército,
«caen ebrios anualmente en el dintel de los public-hoiisey, y los r e «coge la policía. Unos ciento cincuenta mil adoran el gin, y pasan de
«doscientos cincuenta mil los que habitualmcnte viven en la crápula.
«¡ Los demás mueren de hambre!»
«Pero el cuadro no es completo en los datos estadísticosdel venerable Harris Falta conocer las trasformaciones del vicio en el centro de
la ciudad, en los barrios ricos; falta estudiar sus alianzas con la prostitución, con el juego, con los espectáculos y los bailes desordenados,
y seguirlo de gradación en gradación hasta que llega á loshombres de
bien, á las mujeres honradas y á las familias dignas de respeto. ¿Quién
podrá en Londres describir estas ramificaciones del vicio y del mal?
«De todas suertes, esas tribus salvajes de Londres, han sido objeto
de misiones especiales, no menos honrosas y necesarias que las de los
misioneros de la Australia. Venerables sacerdotes han acometido la
empresa peligrosísima de predicar moral y religión, y enseñar lo
justo y lo bueno en esas tribus salvajes de la mas populosa de las ciudades de Europa.
-<>-§>
3 3
<&<>-
«¡A cuántas consideraciones se presta este desgarrador cuadro!
¡Cuan necesaria es la instrucción popular! Sin ella, mi buen amigo,
muchos progresos de los tiempos, redundan en provecho del m a l . —
¡Solo la instrucción salva!»
Para saber el grado de moralidad que existe en la capital del i m perio alemán no tenemos mas que leer las siguientes líneas:
«La oficina de estadística Engel,
de Berlín, dice que en el año
de 1874, ocho mil doscientas treinta y cuatro mujeres y diez mil setecientos sesenta y seis hombres han sido condenados solo en la ciudad de Berlín, por rebeldía y violencia, mientras se hallaban en estado de embriaguez. A dicha cifra hay que añadir seis mil cuatrocientas
seis mujeres y nueve mil trescientos cuarenta hombres condenados
por simple borrachera, lo que indica que en la capital prusiana
existe el respetable número de treinta y cuatro mil setecientos c u a renta y seis borrachos castigados, de los cuales catorce mil seiscientos cuarenta son mujeres. Y cuenta que aquí solo se trata de los borrachos^ que han sufrido el castigo que marca la ley.»
Hace pocos días tuve también ocasión de leer en el periódico católico de Londres, titulado The Tablet, una notable reseña comparativa
entre el estado de Boma bajo el gobierno de Pió IX y el que ofrece desde 1870, ó sea desde la invasión de la ciudad eterna por el ejército de
Víctor Manuel. Dicho estado es por demás curioso y elocuente, desprendiéndose del mismo, para toda persona sensata y reflexiva, que
si hoy despertaran de repente del sueño de la muerte aquellas generaciones paganas corrompidas que vivieron en los siglos de la decadencia romana, con sus bacantes, sus saturnales y sus horribles orgías,
no tendrían por qué estrañarse, ni sonrojarse ante el cuadro que se
ofrecería desde luego á sus miradas; tal vez ni siquiera se apercibieran de la brillante y decisiva victoria del Cristianismo sobre las águilas imperiales y el trono de los Césares.
XVI.
Hé aquí por qué no puedo menos de asombrarme al oír decir á
hombres graves, é ilustrados, pero víctimas de ciertas preocupacio3
-»-§>
3 4
ibo-
nes modernas: El siglo marcha; no es posible volver atrás; fuera un
monstruoso anacronismo.
Pero yo, á pesar de todo, me permitiré dirigir á tales hombres la siguiente pregunta: ¿Qué viajero, al advertir que ha perdido un precioso
tesoro en su camino, prefiere vivir en la miseria, y aun morirse de hambre, por no desandar lo andado, por largo que deba ser el retroceso?
Pues bien; esa herencia riquísima que ha quedado atrás es la fe,
la virtud, aquella raza de hombres puros, sencillos, verdaderamente
cristianos, de los cuales hoy solo restan, por desgracia, rarísimos
ejemplos, y á quienes, lo mismo podia confiarse con toda seguridad
un secreto, que un caudal.
Hemos perdido en nuestra senda aquellas costumbres inocentes;
aquellos tiempos en que el lujo y la moda, esos otros dos ídolos de
nuestro siglo, no perturbaban la paz del hogar doméstico, ni seducían
la virtud, ni constituían el cruel azote de las familias, y en que cada
clase social permanecía en su propia esfera y vivia dichosa en ella;
en que el suicidio, el duelo y otra cohorte de monstruosos vicios no
corrompían el seno de la sociedad y apenas eran conocidos.
Preciso es no conceder á las cosas mas valor del que tienen en realidad. Esos adelantos materiales, esa asombrosa rapidez de comunicaciones, todas esas ventajas y comodidades que caracterizan nuestro
siglo, prueban que el hombre hace un noble uso de las facultades de
que el Criador le ha dotado; pero todo eso no es mas que lo accidental, no pasa de la superficie. Lo esencial es la naturaleza del hombre,
las pasiones del hombre, las miserias y flaquezas del hombre; todo lo
cual queda en pié, y en el mismo estado en que se hallaba cuando el
pecado y la muerte tomaron posesión de la tierra, á consecuencia de la
caida del padre de la humanidad.
¿Hemos, por ejemplo, estinguido el vicio? No. ¿Hemos suprimido
el crimen? No. ¿Hemos logrado descargar al hombre del cúmulo de
males que pesan sobre sus hombros, apartar de su camino la sombra
de la muerte, que oscurece nuestro sol, nuestras dichas y nuestro corazón, mientras aquí vivimos; hemos, por último, podido hacerla retroceder una línea siquiera del terreno conquistado, retardar un instante el golpe de su inexorable espada? No, y mil veces no.
De ahí resulta, pues, que el hombre tiene deberes mas sagrados que
cumplir, laureles mas bellos que alcanzar, esferas mas elevadas á
donde dirigir su mirada; en una palabra, que el hombre viene de Dios,
camina hacia Dios, y que al final de su peregrinación, terrestre debe
encontrarse cara á cara con Dios, para no separarse ya mas de él.
Esa es la verdadera filosofía, ese e s e l bello ideal, el objetivo, la
mas noble y legítima aspiración del hombre en el mundo.
Colocado el hombre fuera de este terreno, todo son abismos, tinieblas y caídas. Falta al pecho aire para respirar, luz al entendimiento
para ver, y espacio al genio para desplegar sus brillantes y preciosas alas.
Partiendo de esos sanos é irrefutables principios, en todos mis escritos, antes que adular al hombre, seducirle y hacer desviar su paso
del recto camino, he preferido hablarle con la voz de la verdad y la
conciencia y el criterio de la razón.
Jamás he tenido valor para sembrar su senda con flores, cuyas
punzadoras espinas pudieran lastimar y ensangrentar su planta.
Prefiero, una y mil veces, que mi voz se pierda en el vacío, antes
que ella sea el canto seductor de la sirena para atraer nuevas víctimas hacia los tremendos escollos del borrascoso piélago del mundo.
Deber es de todo escritor católico luchar contra el mal y el error,
descubrirlos en las tinieblas, como hizo el grande hombre cuya b i o grafía estoy escribiendo, y ponerlos de manifiesto á la luz del sol,
con toda su monstruosidad, prescindiendo del imperio que ambos
puedan ejercer en el seno de la sociedad.
La corriente del siglo, por fuerte é impetuosa que sea, no logrará,
jamás arrastrar el corazón, las convicciones, ni la pluma del hombre que contempla al mundo y escribe para él, desde la elevada é inconmovible roca de sus creencias religiosas.
XVII.
Y sin embargo, porque el Sr. García Moreno hace de su país un
país católico y civilizado; porque regenera al pueblo y le conduce por
la senda del honor, el progreso y la religión, se levanta contra él la
36
c-o-
calumnia, la ira y el brazo de los malvados, se le asesina con un encarnizamiento y una barbarie que no han mostrado jamás las fieras
del desierto.
Eso es inconcebible. Empero dejemos á la historia el cuidado de
juzgar tal hecho y de darle un nombre que yo no sé hallar en mi pobre imaginación.
De modo, que todo hombre público que se proponga obrar con rectitud y justicia dentro de su propio Estado, ya tiene decretada su
sentencia de muerte; ya está seguro de que el dia menos pensado, en
medio de una calle solitaria, en una ocasión propicia, será acometido
por tres ó cuatro tigres hambrientos con forma humana, que desgarrarán sus carnes, destrozarán su cráneo y beberán su sangre.
Hay mas: si derribando la víctima se logra derribar el gobierno
que ella representa, trastornar el orden y volver al caos, entonces los
principales héroes de la tragedia aparecerán coronados de laurel, y
sabe Dios qué puestos ocuparán; si por el contrario, sus inicuos planes fracasan por disposición de la Providencia, apelarán á la fuga;
volverán á los tenebrosos antros de donde no debieron nunca haber salido en bien de sus semejantes. Empero, ¿quién es capaz de correr,
ni de vivir, con la maldición de Dios y de los hombres sobre su frente
y la ensangrentada sombra de la víctima eternamente ante la conciencia?
No creo que nadie estrañe, ni mucho menos pueda ofenderse de mi
lenguaje.
Si mi voz se levanta, es principalmente contra el crimen y el asesinato, que no puede patrocinar ningún partido político, ni persona alguna que abrigue en su pecho un resto de sentimientos humanitarios.
Existe en mí también otro motivo poderoso para hablar como e s toy hablando. Aun tengo mis cabellos erizados y helada la sangre de
mi corazón al recordar las horribles escenas de que fui testigo en mi
patria hace siete años.
Es, pues, hora de moralizar, de advertir, de instruir, de despreocupar, de decir á la sociedad : Mira los males que te amenazan; mira
el abismo á donde vas á parar, y á cuyo borde ya te hallas: y si la
voz del que así habla se pierde enteramente entre el tumulto de v o -
-^s> 3 7
€^>-
ces contrarias, aun queda al escritor Católico la satisfacción de haber
cumplido con un sagrado deber, de haber consagrado sus fuerzas y su
inteligencia á la defensa de los principios salvadores.
Cuando en un recio temporal, un marino se cae en el mar, y otro
compañero suyo se arroja espontáneamente al agua para salvarle, me
parece que la acción del segundo siempre será meritoria y digna de
aplauso, por mas que no pueda lograr su noble y generoso propósito.
XVIII.
García no era solo el ídolo de sus compatriotas. Los extranjeros
mismos, residentes en el Ecuador, le admiraban y aplaudían sus
actos. Los representantes de las potencias extranjeras le han hecho
asimismo justicia; siendo en esta parte notabilísima la carta que el
representante de Alemania dirigió á su Gobierno con motivo de los
horrorosos sucesos del 6 de agosto pasado: He aquí dos párrafos de
dicha carta que no pueden ser mas esplícitos, ni elocuentes:
«Las noticias oficiales participan que el Vicepresidente, en virtud
de la ley, ha tomado las riendas del Gobierno, inmediatamente d e s pués del asesinato del Presidente. El ejército y la mayoría de la p o blación, sobre todo las clases superiores de Quito y de Guayaquil, se
han declarado por el nuevo Presidente. El orden no se ha alterado un
solo instante. El Congreso ha sido convocado para el 10 de agosto.
El asesinato del presidente García Moreno ha causado una indignación
general, atendido que el carácter de la víctima era excelente, su vida
ejemplar, apreciado de todo el mundo, y que el país le debe largos
años de prosperidad y de paz, que habia conseguido á costa de inauditos esfuerzos.
«La larga duración del gobierno del Sr. García Moreno prueba que
la nación preferid este Gobierno conservador cristiano, al de los aventureros egoístas é ineptos. El nuevo Gobierno parece querer perseverar en la misma via. Las numerosas casas de comercio alemanas y los
obreros alemanes continuarán, por lo tanto, gozando de su prosperidad actual.
El cónsul general, QBERLACK.»
-o-®
3 8
El Sr. Javier de León, en su calidad de ministro de Estado, es
quien ha sucedido á García en el mando supremo de la nación ecuatoriana.
XIX.
Insertamos á continuación algunos párrafos de uno de los artículos
del Sr. Luis Veuillot, acerca el trágico y glorioso fin del grande hombre de Estado del Ecuador.
Dichos párrafos son otros tantos rayos de luz que iluminan el r e trato de García.
«Saludemos, dice el publicista francés, á esa nobilísima, figura. Es
digna de la historia. Hartos están los pueblos de fastuosas ruindades.
Sediciosos intrigantes, huecos fantasmas, raquíticos embriones se nos
presentan insolentemente para satisfacer el hambre que tenemos de
hombres verdaderos. Ante cada uno de ellos se e x c l a m a : — ¡ H é a q u í
el hombre providencial! Se le pesa un momento después, y ¡ a y ! no
tiene el peso, ¡ no es tal hombre! García Moreno era de otra especie,
y la posteridad le conocerá. Ha sido admirado de su pueblo. Puede'
decirse de él que ha sido el mas antiguo de los modernos, «hombre que
hacia honor al hombre.» No un hombre de Plutarco, que esto no fuera
bastante. Atrevióse á ensayar lo que la época juzga ya imposible, y lo
alcanzó. En el gobierno del pueblo fue un hombre de Jesucristo.
«Héaquí el rasgo característico y supremo por el cual no tiene semejante : ¡hombre de Jesucristo en la vida pública, hombre de Dios! Una
pequeña república del Sud nos ha puesto de manifiesto esta maravilla.
«García Moreno no tenia en el Ecuador un solo enemigo. Gozaba
de una popularidad respetuosa é incomparable, de una confianza y
crédito sin límites. Los ricos llamábanle el Grande; los pobres el Justo. Nadie intentó sombrear con la mas leve sospecha su virtud, tan
reconocida por todos como un genio. Modestos artesanos deteníanle
en mitad de la calle para que fuese juez de sus querellas, y de paso
ponia paz entre los vecinos hasta en los mas delicados asuntos de
familia. Ambas partes, no solo admitían, sino que aplaudían sus
sentencias, muestra á la vez de su equidad y de su discreción. R a s -
-<^§>
39
gos se citan de él que traen á la memoria los tiempos mejores de los
jueces de Israel.
«Era verdaderamente de la raza de los pastores de los puebtos; laborioso, aplicado, decidido hasta el desprecio de la vida, íntegro y
amante sobre todo de la justicia.
—«Quiero, decia, salir del poder, pobre como entré. No soy aquí
«el jefe para hacer mi negocio ó para mi regalo.» Decíasele que se
fatigaba demasiado, y contestaba: — «Dios puede permitirse la es«pera. Yo no tengo derecho á hacer esperar. Cuando querrá que
«descanse me enviará una enfermedad ó la muerte.» Su descanso era
la oración. En su casa, rodeado de sus familiares, de su guardia y de
sus domésticos, hacia las veces de un buen padre. Cada dia la o r a ción y el Rosario. Todos los domingos y dias festivos la plática dominical según costumbre de España. — « E r a cosa á la vez de regocijo y
«de edificación verle orar, nos decia uno de sus parientes, testigo fre«cuente de esta escena. Con su noble voz sonora y penetrante leíanos
«el consabido texto, pero muchas veces inspirábale su piedad nuevas
«frases referentes á las necesidades del momento. Pedia por las n e «cesidades apremiantes del Estado, rogando áDios le inspirase lo que
«debia hacer cuando ante ellas se sentía impotente.» ¡Ah, qué hombre han asesinado!
«Conocida era de todos su indomable fortaleza. De ella dio ejemplos de que habla aun toda la América. Para que Dios estuviese con
él, quiso él estar con Dios. En París, donde por segunda vez so encontró senador y desterrado, llevaba la vida laboriosa de un estudiante
que trabaja solo porque Dios le mira y su patria le necesita. Encerrado en una modesta habitación de la calle de la Vicille-Comeclie, dedicábase particularmente al estudio de las ciencias de la civilización..
Gozábase particularmente en la química y en la historia, sin descuidar la literatura ni la música. Mas tarde envió un profesor á Roma
con la misión especial de estudiar el canto sagrado, pues sabia, como
Cario Magno, que la música sacra constituye un verdadero apostolado.
En cuanto á literatura, habia nacido escritor, y aunque su carácter
de hombre de Estado no le permitiera entregarse a l a s letras, sus
ensayos literarios son citados como modelos. Empleaba el domingo,
parte en la iglesia de San Sulpicio, que era su parroquia, parte en pasear por las cercanías de la ciudad. Desdeñaba toda otra diversión, y
en todo el tiempo de su permanencia allí no se le vio en el teatro.
Únicamente el domingo, dia libre, daba algún descanso á su delicada
salud. Los demás dias éranle precisos para sus ocupaciones.
«Desde que fue conocido, condenóle á muerte la secta masónica,
tan poderosa en América y de la cual'se declaró acérrimo enemigo.
Súpolo con anticipación García Moreno, como atestiguan muchos pasajes de su correspondencia particular. Supo que la sentencia pronunciada en Europa habia sido ratificada en América y que seria ejecutada. Poca mella le hizo, alegróse mas bien; era católico y habia r e suelto serlo siempre y en todas partes; católico sin vacilación, de la
raza, hoy casi desconocida, de los gobernantes que, puestos los ojos
en el Padre celestial, le dicen en alta voz : ¡Venga el lu reino 1
«Este hombre de bien, este verdadero grande hombre á quien sus
enemigos no echaban en cara mas que el propósito de regenerar á su
país por medio de un inquebrantable amor á la luz y á la justicia, no
ignoraba que era acechado por los asesinos, y decia á sus compañeros : — «¡Me matarán! \Cuándo estaré seguro del público asentimien«to, no tendrá ya mas paciencia el puñal!» Se le rogaba que tomase
sus precauciones, y r e s p o n d í a : — « ¿ C ó m o defenderse de gente que
«os echa en rostro el sor cristiano? Haríame digno de muerte si los
«contentase. Desdo el momento que no temen á Dios son dueños de
«mi vida; no quiero sobreponerme á Dios, no quiero separarme del
«camino que me ha trazado.»
«Los mas notables de sus enemigos políticos se habían adherido á
su sistema de gobierno, á su persona y á su Dios; á la faz de su país
y con su país habia practicado notables y sublimes actos de fe; recientemente viósele, siendo todo un Presidente de la república, llevar en procesión y por las calles de Quito la cruz sobre sus hombros;
habia reunido el primero, y hasta ahora el único, las funciones de
Presidente de la república y las de director, no honorario, sino efectivo y sin remuneración, del hospital de Quito, reformado y amueblado á sus costas; habia añadido también á su título de Presidente de
la república el de miembro de la Congregación de los Pobres, cuyas
41
funciones desempeñaba; habíase mostrado siempre duro para sí mismo,
sobrio, casto, sin haber aumentado, antes bien disminuía, su modesta
fortuna personal; era económico respecto de los caudales públicos, pródigo de sus bienes; modesto, grande en todas las cosas; rodeado d é l a
estimación, el amor y la adhesión general, acababa de ser reelegido por
tercera vez y por unanimidad: el momento del puñal habia llegado.
«El asesino fue aplastado por el pueblo y arrastrado hasta las gemonías. Era de Nueva Granada, habiéndosele encontrado billetes de
Banco del Perú, guarida principal de los francmasones.»
XX.
Pasemos á admirar mas de cerca el saber, la popularidad, las virtudes, el buen tacto, todas esas raras prendas que adornaban al envidiable hombre providencial, del cual nuestra tosca pluma solo sabe
hacer un pálido é imperfecto retrato.
Para ello bastará que fijemos nuestros ojos en los párrafos siguientes
del mensaje redactado por su propia mano, y debia leer en el Congreso
pocos dias después del en que acaeció su muerte, es decir, el dia en que
espiraba el plazo de los poderes con que le habia investido la nación.
Empero, García era un hombre necesario, eminentemente popular,
desempeñaba su cargo de un modo admirable y habia sabido resucitar para su pequeña nación la edad de oro.
Para tales hombres, pues, nunca vencen plazos, el lazo que íes une
á sus pueblos es demasiado estrecho y tierno para que pueda romperse
tan fácilmente; un hombre de esta clase es el verdadero padre de una
nación, y la autoridad y el gobierno paternal nunca se hacen pesados
para los buenos hijos.
Así es, que García acababa de ser reelegido por tercena vez, y por
unanimidad, antes de la espiración de su mando.
Hé aquí, pues, los párrafos arriba mencionados:
«Honorables Senadores y Diputados:
«Entre los grandes beneficios que Dios dispensa á esta república
en la inagotable abundancia de su misericordia, cuento el veros r e -
- o ^
í2
ex-
imidos bajo su tutelar protección, á la sombra de la paz. que Él nos
concede y conserva, á pesar de que nada somos, de que nada podemos
y de que no sabemos corresponder á su bondad paternal, sino con
inescusable y vergonzosa ingratitud.
«Hasta ahora pocos años el Ecuador repetia diariamente las tristes palabras que el libertador Bolívar dirigió en su último mensaje al
Congreso de 1830 :—«Me ruborizo al decirlo: la independencia es el
«único bien que hemos adquirido á costa de todos los demás.» Pero
desde que poniendo en Dios toda nuestra esperanza, y apartándonos
de la corriente de impiedad y apostasía que arrastra al mundo en esta
aciaga época, nos reorganizamos en 1809 como nación realmente.católica, todo va cambiando dia por dia para bien y prosperidad de nuestra
querida patria. El Ecuador era antes un cuerpo del cual se retiraba la
vida, y que se veia devorado como los cadáveres por una plaga de insectos asquerosos, que la libertad de la putrefacción hace siempre brotar
en la oscuridad del sepulcro; pero hoy, á la voz soberana que mandó á
Lázaro salir de su fétida tumba, se levanta de nuevo á la vida, si bien
conservando en parte todavía las ataduras y ropaje de la muerte, es decir, las funestas reliquias de la miseria y corrupción en que yacíamos.
«No perderéis jamás de vista, legisladores, que todos nuestros pequeños adelantos serian efímeros é infructuosos, si no hubiéramos
fundado el orden social de nuestra república sobre la roca, siempre
combatida y siempre vencedora, de la Iglesia católica. Su enseñanza
divina, que ni los hombres ni las naciones reniegan sin perderse, es
la norma de nuestras instituciones y la ley de nuestras leyes. Hijos
dóciles y fieles del venerando anciano, del Pontífice augusto é infalible, á quien lodos los poderosos abandonan cuando vil y cobarde la
impiedad le oprime, hemos continuado enviándole meusualmenle el
pequeño auxilio pecuniario que desde 1873 le destinasteis. Ya que
nuestra debilidad nos fuerza á ser pasivos espectadores de su lento
martirio, que reciba al menos en esa corta dádiva una muestra de
ternura y de cariño, y una prenda de obediencia y fidelidad. . . .
«Si he cometido faltas, os pido perdón mil y mil veces, y lo pido
Gon lagrimeas sincerísimas á todos mis compatriotas, seguro de que
mi voluntad no ha tenido parte en ellas. Si al contrario creéis que en
algo he acertado, atribuidlo primero á Dios y á la Inmaculada Dispensadora de los tesoros inagotables de su misericordia, y después á
vosotros, al pueblo, al ejército y á todos los que en los diferentes ramos de la administración me han secundado con inteligencia y lealtad en el cumplimiento de mis difíciles deberes.
«Quito, agosto de 1 8 7 3 .
GABRIEL GARCÍA MORENO.»
En los párrafos de su mensaje que he omitido, el Sr. García
hace una reseña de los progresos materiales, morales y religiosos,
obrados en el pueblo durante los seis años en que ha regido sus
destinos.
Al leer los párrafos que acabo de trascribir ¿quién no exclama:
— Sí, García ha aparecido y pasado por el mundo como un rayo de
celeste luz en medio de una deshecha y pavorosa borrasca?
Toda palabra es débil, toda ponderación corta, todo elogio escaso,
para retratar fielmente tal conducta.
En dicho documento, que guardará la historia como un precioso
tesoro, vemos el mejor epitafio para colocar sobre el sepulcro de su
autor.
De García pregonará la fama, aun con voz mas robusta que no hace
de Leónidas y su puñado de espartanos, que supo defender su suelo
contra un poderosísimo ejército, hasta exhalar su postrer suspiro,
hasta derramar la última gota de su sangre.
También á él le dirigió esta intimación el emisario del campo contrario : — «Ríndete á mi señor. Mira que nuestras flechas cubrirán
el sol.»
Y también supo darle la misma respuesta que el héroe griego:
— «Tanto mejor, pelearemos á la sombra.»
Por eso sucumbió como un valiente, en su puesto, armado de
punta en blanco, con la lámpara encendida, como las vírgenes prudentes del Evangelio que esperaban la llegada del Esposo; cual otro
Sansón, abrazado á la columna del templo de los ídolos del siglo, ha-
ciendo desplomar sus muros y su techo, cubriendo los aires de polvo y
la tierra de ruinas, y exclamando:—«¡Señor, muera yo, con tal perezcan los enemigos do tu santo nombre, de tu casa predilecta de Jacob!
Por eso su nación agradecida se dispone á erigirle un monumento,
donde puedan leer los siglos asombrados: ¡Aquí yace el regenerador de
la patria, el hijo mas esclarecido de la república, su venerado mártir, el
constante y denodado defensor de la fe católica!
XXI.
Lo que no deja sombra de duda acerca de la bondad proverbial de
García, y de que su corazón era de oro, es el saber que colmó de beneficios aun á aquellos mismos hombres que se presentaban á su vista,
vestidos con el oropel de la hipocresía.
Uno de ellos fue el capitán Bayo, cuyo brazo tuvo fuerza y valor suficientes para asestar mas de veinte puñaladas á su constante bienhechor.
Rayo, prevaliéndose de las virtudes cristianas de García, aparentaba practicar á los ojos de este actos de devoción edificantes: lo cual,
como sabia aquel muy bien, era la mejor carta de recomendación
para un hombre cualquiera en concepto del católico gobernante.
Por eso cuando sus amigos y allegados le decían últimamente que
debía recelarse de Bayo, García contestaba bondadosamente: un hombre religioso es incapaz de cometer tamaño crimen.
Bayo fue, pues, el traidor; él fue el nuevo Judas; él fue el asesino, no solo de García, sino aun de su propia patria, pues los mortales golpes que descargó su brazo sobre el presidente, resonaron en el
corazón de todos los hijos del Ecuador.
Empero, preciso es confesarlo, para edificación y consuelo de los
buenos y para enseñanza y escarmiento de los malvados: el castigo
del traidor fue tremendo, inmediato, casi instantáneo, cual si el cielo
hubiera abrasado su cabeza con el rayo de su ira; pues apenas habia
consumado su execrable parricidio, cayó mortalmente herido por la
descarga que hizo sobre él, la guardia que custodiaba el palacio del
Gobierno, cerca de cuyos umbrales fue inmolada la noble y augusta
víctima.
Otro de los cómplices de Rayo, el joven Manuel Cornejo, sufrió
también un castigo ejcmplarísimo y no menos providencial.
Súpose pronto eme dicho joven, fugitivo, miserable, cargado con el
enorme peso de su crimen, como Cain después de la muerte de Abel,
vagaba por la frontera y se hallaba oculto en uno de los muchos pajares que allí existían.
Pues bien, el pueblo ecuatoriano, consternado, imponente, majestuoso, terrible como el mar en las graneles tempestades, poseído de
una indignación sublime, que pasará á la posteridad, se levantó como
un solo hombre para perseguir y capturar al culpable; y así como el
gran Hernán Cortés, para impedir que los suyos retrocedieran en Méjico ante los indios, y no pudieran hallar un refugio en los buques,
malogrando por completo su conquista, exclamó con sublimidad
épica:—¡Quémense las naves! los ecuatorianos exclamaron: — ¡Quémense los pajares! ¡Quémense nuestras haciendas!
En efecto, presto el sitio teatro de las pesquisas quedó convertido
en una hoguera inmensa, y entonces, al ver que iba á ser irremisiblemente pasto de las llamas, el perseguido criminal salió de su escondrijo y se entregó á merced de sus indignados compatricios.
La muerte edificante y cristiana de Cornejo es otra de las gloriosas
conquistas espirituales del R. P. Macia, quien acompañó al reo hasta
el cadalso, y abrió á su alma la brillante senda de la eterna gloria.
Campuzano, á quien el primer Magistrado de la República había
dispensado asimismo su protección, fue otro de los actores del horrible y sangriento drama representado el 6 de agosto en el suelo ecuatoriano. Dicho criminal tampoco logró escapar á la acción de la humana
justicia, habiendo sido luego aprehendido y fusilado.
También fueron detenidas y procesadas otras varias personas complicadas en tan monstruoso y abominable delito.
Este fue perpetrado en pleno dia, á la una y media de la tarde; y
todo parece indicar que la trama de él estaba urdida muy de a n t e mano y con astucia diabólica.
Mas, lo repetimos, la espada de la justicia divina brilló aquel dia
en los aires del Ecuador, hiriendo y pulverizando la cabeza de los
monstruos instigados y pagados por Satanás.
¡Quiera Dios que ese castigo ejemplar, providencial, sirva para
contener y escarmentar á cuantos aconsejados por el genio del mal
militan en las filas de esas sectas secretas, en cuya oscura bandera
se ven escritas con caracteres infernales la muerte y destrucción de
todo lo bueno, y todo lo santo, la exaltación de toda injusticia y toda
tiranía, la proclamación de un salvajismo y una barbarie dé que no
ofrecen ejemplo alguno las tribus mas feroces é incivilizadas del-antiguo ó del nuevo mundo!
XXII.
¡Circunstancia verdaderamente providencial! Pocos dias antes, y
anticipándose al dia en que en rigor hubiera debido efectuarlo, García dirigió su magnífica carta al Santo Padre, implorando su bendición , por si ella le podía valer el premio de morir por la fe de J e s u cristo; ya que tales eran las amenazas de los enemigos y tan i n m i nente se veia el peligro, y pocas horas antes de caer bajo el arma
homicida habia comulgado en honor del Sagrado Corazón de Jesús
en el templo donde se inspiraba en todos sus negocios espirituales y
temporales.
Precisamente mientras fortalecía su alma con el pan eucarístico, y
la preparaba sin pensarlo para el último y mas glorioso combate, llevaba en su bolsillo ese escrito memorable, espejo fiel de los sentimientos de su corazón, como acabamos de ver, y cuyas inmortales
páginas enrojeció con la sangre del martirio.
Oigamos la descripción de este incidente hecha por la magistral
pluma del príncipe de los periodistas católicos de Francia, el eminente Luis Veuillot:
«Se ha encontrado sobre García, manchado con su sangre, dice el
citado escritor, el mensaje que debia dirigir al Congreso nacional el
próximo dia de la espiración de sus poderes. Acababa de escribirlo
aquella mañana misma en su casa y lo llevaba al palacio del gobierno
pasando por la iglesia, queriendo sin duda poner por última vez su
pensamiento bajo la protección de Dios y de Nuestra Señora de los
Dolores. Tal era su costumbre; pues él opinaba que las palabras que
debe dirigir al público el jefe de un pueblo deben primeramente ser
comunicadas á Dios; porque ellas encierran los compromisos mas formales y sagrados.»
Casi creemos ocioso decir que la vida privada de García era tan
admirable, tan cristiana, tan santa como su vida pública.
i Ah! si hubiera, muchos gobernantes como García, no se abrigarían tantos temores, tantas incertidumbres sobre el porvenir de ellos
y de sus pueblos; no se lamentarían esos atentados, esos regicidios
monstruosos, inconcebibles!
Lo confieso con toda ingenuidad : siempre que veo algún soberano
en mi camino, al dirigirle mi saludo, no me parece tanto saludar á
la majestad que pasa, sino mas bien á la desgracia personificada en
ella, unida á ella, inseparable de ella, como la sombra del cuerpo.
Por eso, mientras se agitan miles de manos y de pañuelos, se a r rojan nubes de flores y de coronas, se llenan los aires de vivas, y se
animan todos los semblantes en la triunfal carrera de un rey, yo no
sé participar del común regocijo, ni moverme, ni hablar: ¡solo sé
meditar y temblar!...
Tal es el juicio que tengo formado de nuestra época, juzgando por
los hechos, las costumbres y los hombres.
Bien se puede afirmar que García fue mas grande que su siglo, y
que su siglo no lo comprendió, lo desconoció como el pueblo de I s rael, ese pueblo de cerviz tan dura, según el lenguaje bíblico, no
comprendía, desconocía y hasta ultrajaba y apedreaba, perseguía á
los enviados de Dios, á los profetas de la antigua ley.
Todos esos terribles obstáculos y males creados por la revolución;
ese estraño y espantoso caos que reina en las entrañas mismas de la
sociedad, esas opuestas é irresistibles corrientes de ideas; esa Babel
en que vivimos; todo eso, como creo haber ya dicho, engrandece y
abrillanta la figura de García Moreno á los ojos de la razón y de la
historia.
¿Cómo un hombre rodeado por todas partes por el oleaje revolucionario, que empuña las riendas de un gobierno de un Estado pequeño, perdido en medio de tantos otros como una gota de agua en la
inmensidad del Océano, tiene fuerza, valor, fe suficientes para ar-
"c-3>
48
rostrar las iras del ídolo de las gentes; lleva su osadía hasta decir á
la soberana diosa del siglo: «¡ Atrás! no permito que fijes tu inmunda
planta, que enarboles tu oscuro y funesto pendón en mi querida patria, que vengas á perturbar, á corromper el pueblo, cuya dirección
y bienestar me ha encomendado Aquel por quien gobiernan los reyes;
no quiero tender mi mano á los verdugos, á los opresores de mi Padre espiritual encarcelado por ellos, cargado de cadenas por ellos,
martirizado por ellos?»
Notemos otra circunstancia muy notable del final de su vida.
Desde el momento en que fue herido por la espalda por su asesino
hasta que espiró, trascurrió poco mas de una hora.
Pues bien, ¿cuándo murió? Cuando el toque de las cornetas, el estruendo de las armas y el alerta de los centinelas resuena desde un
extremo á otro del universo, cual señal de una tremenda y decisiva
batalla. Y ¿dónde murió? En el templo mismo donde su alma habia
recibido tanta luz y sabiduría, ante las sagradas imágenes á cuyos
pies habia orado tantas veces con tanto fervor y confianza. Y, ¿cuáles
fueron sus últimas palabras? Las que debían esperarse de él, grandes y magnánimas, cristianas como é l , en los supremos instantes en
que iba á entregar su espíritu en manos del Creador: el implorar del
cielo el perdón de sus mismos asesinos, de todas las ofensas que habia
recibido y de cuantos creia el mismo haber cometido escuchando la
voz de su limpia y timorata conciencia.
Así mueren los grandes hombres, los héroes, los ángeles y santos
que el Señor envia á la tierra para el consuelo, la edificación y la enseñanza de los pueblos.
Así pudo exclamar en tal hora, como el siervo bueno de la parábola evangélica: ¡Señor!
me entregaste cinco talentos, hé aquí otros
tantos que he ganado (1).
XXIII.
¿Cuál va á ser ahora la suerte de ese rebaño, privado de su buen
Pastor, de tantos hijos, huérfanos de su amorosísimo padre, de ese
(i)
San Maleo, cap. x x v . v. 20.
49
€-o-
Estado, sin el jefe que supo hacerlo tan grande, tan feliz y tan católico?
Lo ignoramos. Los juicios de Dios son demasiado altos é inescrutables para la inteligencia de una miserable criatura.
Sin embargo, esperemos que la preciosa semilla sembrada en el
suelo del Ecuador no será ahogada por la ruin zizaña, y yo pido al
cielo, con toda la fuerza de mi alma que así suceda, que no se pierda
un bien tan grande, que el Ecuador continué siendo el modelo, el espejo, la admiración, la esperanza de todos los Estados de la tierra.
Las palabras de los hombres que han quedado al frente de aquel
Gobierno no pueden ser, por otra parte, mas consoladoras y edificantes; ellos han declarado muy alto que sobre el cadáver de García
Mo-
reno no se entronizaría el imperio del crimen, y que antes que permitir
tal calamidad todos ellos se hallaban -dispuestos á perecer mil veces.
Esta promesa solemne hecha á la faz del mundo no puede haberse
perdido en el vacío. La historia ya la ha recogido con alborozo y la
ha escrito con caracteres de oro sobre su libro inmortal.
De allí no se ha de borrar nunca; y por lo tanto confiamos que
también permanecerá indeleble en el corazón y en la mente de aquellos que la han pronunciado.
Y no es solo el actual gobierno ecuatoriano el que ha soltado tales
prendas y dado tales seguridades, en el dia nefasto para dicha república, sino que todos los diputados, las corporaciones eclesiásticas,
las militares, las civiles, las provincias y el pueblo entero han e l e vado á las esferas del poder esposiciones magníficas, poéticas y tan
sentidas, que parecen escritas con la sangre y las lágrimas del corazón , en las cuales prueban una vez mas el aprecio y veneración que
profesaban á su difunto gobernante, y el dolor que les causa su irreparable pérdida.
Por via de ejemplo vamos á escuchar algunos de esos gemidos fúnebres, de esos ayes dolorosos, de esas lamentaciones que recuerdan
la consternación del pueblo israelita al llorar la muerte de Aaron y la
d e Moisés:
«En un solo dia, en el momento menos pensado, se han eclipsado
todas nuestras glorias, se han destruido todas nuestras esperanzas.»
-«-3 ÜO <&°«Vecl, ¡Señor! á tu pueblo gimiendo en la amargura y postrado en
su dolor.
«Honda herida he recibido en el corazón y pronto se agotarán sus
fuerzas, si tú no estiendes tu mano y lo levantas.
«Un caudillo le diste, alto como el cedro y robusto como la encina.
A su presencia huia espantada la impiedad, y los vicios no sabían
donde esconderse. Su mirada descubría el pecado en medio de las tinieblas, y su brazo era el terror de la iniquidad.»
«Pasó ya el hombre que tantos bienes hizo entre nosotros; y con
él pasaron también la gloria y la esperanza de la patria. ¡ Qué duelo
para el corazón de los ecuatorianos!»
Además, ¿hubiera podido García por sí solo, ni aun con todas las
dotes superiores que todo el mundo reconocía con justicia en é l , llevar á cabo su grandiosa obra regeneradora?
A buen seguro que no.
García, con el irresistible imán de sus virtudes, la magia do su
oratoria, y su perseverancia heroica, supo atraerse, conquistar los
corazones de la mayoría, acaso de todos, los distinguidos repúblicos que rodeaban su persona y le ayudaban á llevar la carga de los
negocios públicos; y esa corta y selecta falange de eminencias, que
han recogido naturalmente la preciosa herencia que les ha legado al
morir el hombre que les sirvió de espejo, procurarán conservarla intacta, y aun,enriquecerla, si es posible hacerlo.
¡Gran García! ¡oh grande hombre! desde los santos y resplandecientes montes de la celestial Jerusaien donde habita ya tu alma,
echa una mirada de compasión sobre el profundo y tenebroso valle
en que gemimos, sobre tu infortunada patria, que le llora sin consuelo, sobre las .naciones que te admiran, sobre el anciano y atribulado Pontífice, que acaba de tributarte desde su mismo encierro
las solemnes exequias y honras fúnebres que la Iglesia tributa por
el eterno reposo de los mártires; y tu mirada, y tu oración, y tu
sangre derramada por la causa de Dios, levantarán á las naciones
del abismo do la muerte, conjurarán las tormentas que las amenazan, harán brillar sobre ellas el hermoso iris de la paz y de la bonanza.
-o-3> ol €-*-
Entre tanto, nosotros aquí te imitaremos, te honraremos y exclamaremos con David:
Qu-omodo ceciderunt
tuis occisus
fortes in pr.eelio? Jonathas
Doleo super te, frater mi Jonatha,
super amorem mulierum.
cum,
in
excelsis
esi?
ita ego te
decore nimis et
amabilis
Sicut mater amat filium suum
uni-
diligebam.
¿Cómo cayeron los valientes en el combate? ¿Cómo fue
muerto Jonatás en tus altos?
Duélome por t í , ¡oh hermano mío Jonatás! hermoso sobremanera,)' amable sobre el amor de las mujeres. Como una madre ama a su hijo único, así te amaba yo.
Los Reyes,
lib. I I , cap i , v. 23 y 2fi.
Considero oportuno insertar aquí algunos párrafos del bellísimo
y patriótico llamamiento dirigido á su nación por el Congreso del
Ecuador.
EL CONGRESO ECUATORIANO A LA NACIÓN.
«Llamados por la Constitución y la ley, hemos venido á cumplir
nuestro deber para la patria. Al dejar nuestros hogares, no podia
acompañarnos ni el mas remoto presentimiento de que las Cámaras
legislativas hubiesen de instalarse en medio de público duelo, y bajo
la presión de una terrible desgracia; pero los enemigos de Dios y de
la patria nos habían preparado en las puertas del santuario de las leyes una escena bárbara y cruel, la violenta muerte del mas grande y
esclarecido entre los hijos del Ecuador, la del virtuoso é insigne ciudadano que gobernaba la República en bienhechora y fecunda paz, y
de quien esperaban los pueblos un nuevo período de creciente prosperidad y ventura.
«¡Compatriotas! os hemos encontrado agobiados bajo la férrea mano
52 €^>de la calamidad; y unidos á vosotros en el mismo sentimiento, arde
en nuestro pecho el fuego de la santa indignación que brilla en vuestros ojos al ver la sangre, fresca todavía, de la grande, víctima que
clama, no solo por humana justicia y execración para los sacrificadores, sino también por la venganza del cielo. Os sobra razón: la indignación por el crimen es virtud de las almas nobles; y aunque centupliquéis ese fuego sagrado, siempre quedará débil, y nunca podrá
corresponder á la magnitud de la perversidad que encierra el p a r r i cidio que acaba de cometerse. Justos son los anatemas con que castigáis á los asesinos reos de lesa patria: justa la execración con que miráis á los cobardes que han empleado el alevoso puñal para dar principio á la realización de proditorios designios; ¡justa, porque ellos
quieren arrebatar de vuestra juventud todo idea de orden, toda luz
de religión, toda regla de moral, todo sentimiento de honor, y poner
en sus manos el acero del bandido! ¡justa, porque han escojido para
el cruento sacrificio lo mas noble y grande que habia en el padrón de
los ecuatorianos ilustres, y han privado á la patria del mas poderoso
brazo consagrado á su sosten y defensa!
«¡Compatriotas! Vosotros, como nosotros, con admiración y gratitud contemplabais al Excmo. Sr. Dr. Gabriel García Moreno, vigoroso gigante q u e , sustentando en los hombros todo el peso de la R e pública, infatigable y animoso subía la escarpada pendiente del progreso y de la gloria, sin curarse de los furibundos alaridos en que
prorumpian la iniquidad y la envidia, cuando ponían los ojos en el
hermoso espectáculo de tan interesante grandeza. ¡Y ese gigante ha
caido al filo del puñal, y solo nos quedan de él su nombre y sus glorias! ¡su nombre, que cada una de sus obras repite y ensalza,' como
eco de la justicia que le proclama inmortal; sus glorias, coronadas
con el martirio!
«Hemos perdido un hombre grande, no solo para el Ecuador, sino
para América, y no solo para América, mas también para el mundo;
porque poseyó la grandeza del genio, y los genios no tienen su importancia circunscrita á un solo pueblo ni limitada por el tiempo: p e r tenecen á todos los pueblos y á todos los siglos, y brillan en el orden
social como soles que derraman su luz sobre todo el género humano.
3 3
€-0-
« ¡ S í , compatriotas! el Sr. García Moreno era un genio atormentado por dos divinas ideas, ó mas bien abrasado por dos divinas pasiones: el amor al Catolicismo y el amor á la patria; y si por el amor
á la patria fue grande para el Ecuador, por el amor al Catolicismo fue
grande para el Ecuador, para América y el mundo
• «¡Conciudadanos! ved á vuestro eminente Magistrado en p i é , él
solo en medio de la tempestad desatada contra la Iglesia; él solo
como jefe de una nación arrimado á la roca inconmovible; él'solo
leal, él solo fiel, él solo g r a n d e , cuando la apostasía es triste resultado de la común debilidad, y la traición á la santa causa de la verdad civilizadora, el lema que se ha grabado en el estandarte de una
civilización que se apellida moderna, siendo tan antigua como la ingratitud, la perfidia y la perversidad que son la sima de donde brota
turbulenta y asoladora. Mientras en todos los pueblos de la tierra, en
nombre de esa infanda civilización pagana, se descarga sobre la cruz
redentora el hacha sangrienta de una revolución salvaje y bárbara, él
toma en sus robustas manos la gloriosa enseña de la regeneración del
mundo, la hiergue altiva sobre los Andes, da á las naciones y á los
reyes el noble ejemplo de doblar ante ella la rodilla con amor y con
fe, y mas denodado que en el campo de batalla donde ha brillado con
asombrador heroísmo, presenta generoso pecho al torrente de la impiedad que inunda la tierra, lo detiene con poderoso brazo, y la patria
es el arca que sobrenada serena y tranquila en las ondas del universal diluvio. La iniquidad le maldice, la calumnia le acosa, la rabia
feroz de los enemigos de la verdad y del bien lanza contra él sus dardos enherbolados, la envidia trata de desalentarle con fingida y burlona sonrisa: ¡ todo es en vano! el procer del Catolicismo lucha sin cejar un punto, y nuevo héroe de la epopeya comenzada en el Calvario,
se engrandece entre los verdaderamente grandes, y obliga á la historia á señalarle distinguido asiento entre los pocos hombres destinados á honrar al genero humano. El mundo no puede olvidar la manera nobilísima con que nuestro preclaro caudillo, viendo como con
sacrilegas manos se arranca la corona de las sienes mas dignas, a u gustas y venerandas, y se usurpan los dominios que corresponden al
•o^f
OÍ
€-°-
Padre universal de los fieles, levanta la voz y protesta en medio del
indigno silencio que sella los labios de los monarcas y poderosos de
la tierra; ¡cómo hace causa común con el Pontífice santo, caido, aislado, preso y abatido; cómo comparte sus dolores y ultrajes, cómo le
acompaña en el beber el amargo cáliz de la mas aflictiva tribulación!
Los enemigos de Dios se burlan de esta filial protesta lanzada á la
faz del siglo en nombre de una república débil: ¡ Insensatos! Como si
por su debilidad mereciese escarnio el hijo pequeño que lamenta el
infortunio de su padre tierno y santo, y protesta contra los inicuos
que le ultrajan, le despojan y le oprimen! ¡Insensatos! ¡No ven que
por esa noble protesta le aplaude y ensalza el mundo católico, y le
presenta como brillante ejemplar á los dominadores de las mas poderosas naciones! ¡Pero el héroe no se abaja á escuchar sus necios sarcasmos ; y prosigue con nuevos brios su gloriosa carrera, impulsado
por el espíritu del Rey de reyes y pueblos!
«¡Compatriotas! bien comprendéis los deberes que os. impone la
patria, y cuales son los propios intereses que tenéis que salvar: vuestra conducta lo comprueba. ¡Noble conducta que el Congreso aplaude
con el mas vivo entusiasmo!
«Los inicuos asesinos y sus pérfidos instigadores miran frustrados
sus temerarios designios: cuando esperaban el estallido de la a n a r quía como fruto de su sangriento crimen , el ángel de la paz vuela
triunfante por todos los ámbitos de la República, derramando en los
corazones el consuelo y la esperanza. Ellos quisieron la ruina de la
Religión, la prostitución de la moral, el trastorno de nuestras instituciones y el exterminio del bien; se propusieron ahogar en sangre
las esperanzas de la patria y obstruir el camino de nuestro progreso,
poniendo en é l , como insuperable barrera, el cadáver del egregio regenerador de la nación ecuatoriana. ¡ Se han engañado! Sobre esa barrera
que el pueblo humedece con sus lágrimas, se levantará mas y mas alta,
resplandeciente y gloriosa la Cruz salvadora que los asesinos no han
podido derribar: esa barrera nos deja expeditos y francos los senderos
del bien; porque la sangre que la baña es sangre vertida por la santa
causa de la Religión, de la moral, del orden, de la paz y del progreso.
«La República, aunque lastimada en lo mas vivo de su corazón, se
conserva en paz, y unida á los ciudadanos que ejercen los poderes
públicos, proclama la continuación del régimen constitucional y el
imperio de las leyes. El ejército no desmiente las últimas palabras de
su ilustre Jefe: «Sigue siendo el baluarte del orden y distinguiéndose
«por su moralidad y disciplina;» sigue mereciendo la gratitud y consideraciones de la República: sus jefes y oficiales, leales y valientes,
nos aseguran que la paz se mantendrá incólume, y que el Ecuador
dará al mundo un noble ejemplo de virtud en el mas delicado y arduo
conflicto. Estas son prendas de un venturoso porvenir, y por ellas,
conciudadanos de todas las clases y de todas las condiciones sociales,
os presentamos con el Gobierno la mas ardiente gratitud.
«Los enemigos de la patria se regocijarán con la noticia, fausta
para ellos, de la calamidad que deploramos, y entonarán salvajes himnos de júbilo celebrando el sacrificio de la grande víctima. ¡Dejadlos!
Las aves nocturnas se regocijan también cuando el sol se sepulta en
el ocaso, y despliega la noche su oscuro manto: se regocijan, y expresan su regocijo con siniestros graznidos, revoleando por dondeperciben el olor de la sangre y de los cadáveres. ¡Dejadlos entregados á sus funestos instintos, y esperad tranquilos la aurora de un
nuevo dia, haciéndoos dignos de saludar á la Providencia, como las
aves amigas de la luz, con acentos de amor y reconocimiento!
«¡Compatriotas! ¡Gloria al nombre del malogrado campeón de la
civilización católica! ¡orden y paz á la patria! ¡ a p e y o á l a legislatura
y al Gobierno! ¡castigo severo al crimen! Libertad para todo y para
todos, menos para el mal y los malhechores.»
« Quito, á 16 de agosto de 1 8 7 5 .
(Siguen las firmas).
A N T E LA T U M B A D E L M Á R T I R .
Caíste como fuerte, como bueno:
El mundo te contempla conmovido,
Do quier vierte su luz el sol sereno
Será tu nombre honrado, bendecido.
Tu suelo, que te llora, de amor lleno,
Se siente con tu muerte engrandecido;
Tu sangre misma, por la fe vertida,
Le infunde nuevo lustre, nueva vida.
Caíste cual Sansón, cual Macabeo,
Armado con la fuerza, con la espada,
Derribando á tus pies el filisteo
Que alzó contra Israel su mano osada.
Despreciaste su astucia, su deseo,
Su cólera infernal jamás saciada,
Su poder, sus tesoros, sus cañones,
Oponiendo tu enseña á sus pendones.
No apartas, en tu lucha sobrehumana,
De Roma el corazón, nunca, y los ojos;
Yes á Pió luchar tarde y mañana.
Eso aviva tu fe, te infunde arrojos.
Miras las nubes de su frente cana,
Las penas de su alma, los abrojos,
Las lágrimas que bañan su semblante,
Y eso dice á tu espíritu:
¡adelante!
Fue Satán, fue el averno quien, insano,
Hirió tu pecho generoso y fuerte;
Bien lo sabes, García; fue su mano,
Sin mirar que el martirio, que la muerte,
Te ha encumbrado á los ojos del cristiano,
Hecho mas bella y mas feliz tu suerte,
A tus sienes ceñido una corona
Y alzado un trono en mas sublime zona.
Ya vives con los mártires y santos,
Huya, pues, mi dolor, mi gozo empiece.
¡Angustiado Ecuador! Cesen tus llantos,
Mira el cielo; verás cuál resplandece.
De gemidos en vez, eleva cantos
En torno de la tumba que guarece
El polvo de tu hijo esclarecido,
Que aun dice á los tuyos: No os olvido.
Su virtud, su valor, su fe tan pura
Imita y serás grande y respetado;
No perderás tu paz y tu ventura.
Nada importa que el siglo descarriado
Te trate con desden, su saña dura
Pasará cual pasar ves el nublado;
De nuevo brillará del bien el dia,
Te lo expresa la sangre de García.
Ya triunfó de Satán, rasgó su enseña,
¿No ves ya á Faraón y sus guerreros
Hundidos en la mar? La playa enseña
Sus cuerpos destrozados, sus aceros,
Que el sol del cielo iluminar desdeña.
De Dios, siempre los hijos son primeros.
Siempre triunfa Israel, si Dios asiste.
Por eso con García, t ú , venciste.
De Pió las tormentas, los pesares,
La serpiente de Edén junto á su trono,
Le arrancaron cruel ¡ay! Cruzó los mares
Y de los malos provocó el encono.
«De Cristo se derriban los altares,
«Los grandes dejan todos á Pió nono;
«Pues yo, pequeño, elevaré mi acento,
«Sin temor, por el Justo, veces ciento.
58 <§-»- -
«Llevaré mi don pobre á su tesoro;
«Con el malo no quiero trato, alianza;
«Consentir en su infamia y su desdoro;
«Saciar en la inocencia mi venganza;
«Causar al mundo males, sangre, lloro.
«Quiero seguir la voz de mi esperanza,
«Ser hijo de la iglesia, fiel, sumiso,
«Dar por ella mi sangre si es preciso.
«¿Qué será de la Europa, qué del mundo,
«Corriendo por senderos tan fatales?
«¿A. qué abismo caminan tan profundo,
«Tan lleno de desdichas y de males?
«Cayó el solio francés, en un segundo,
«No quedan de sus huestes, ni señales.
«París es una hoguera, Francia espira, (1)
«Y el mundo no despierta... ¡Aun delira!»
Así dice García, y así obra.
Bien vé que el mal es hondo, grande, inmenso;
Pero es mayor su fe: ella le sobra,
Por no quemar á la impiedad incienso,
Ni al gran Pió olvidar, cuando zozobra
Su nave al parecer; cuando es mas denso
El nublado, y el mar mas fiero ruge,
Y los tronos arrastra con su empuje.
(1)
A propósito de tan triste asunto, recuerdo que hace pocos dias, al pasar por cierta ca-
lle, vi un cuadro histórico moderno ( ¡ y tan moderno!) que llamó vivamente mi atención.
Dicho cuadro representaba el acto mas trágico y trascendental del gran drama de la guerra
franco-prusiana.
Nos hallamos, p u e s , en los campos de Sedan. En primer termino aparecen dos emperadores : el uno en actitud arrogante, con la mirada serena, la frente erguida y coronada con el
laurel de la victoria; el otro... lleva en su rostro profundamente impresa la huella de una
desgracia inmensa, imponderable: el uno es Federico Guillermo, de Alemania, el segundo es
Napoleón III, haciendo entrega de su espada, es decir, de la espada de la Francia, de la e s pada de Clodoveo, san Luis y Juana de Arco.
Solo pude fijar en tal cuadro una mirada rápida, como si lo hubiera visto al instantáneo
fulgor de un relámpago; mi corazón latía con demasiada violencia al contemplarlo; pero ya
tuve bastante. Al apartar mis ojos de él exclamé en mis adentros, lo que no puede menos de
exclamar todo hombre católico: Vigilus
Dei est hic •• ¡A quí está el dedo de
Dios!
Y Dios oyó tal voz. Desde su altura
Bendijo su adalid. Y Pió mismo,
En él fijó sus ojos con dulzura.
A tal mirada se irritó el abismo,
Levantó Satanás su frente dura,
Dijo á los suyos con sin par cinismo:
«García morir debe, ama á Pió,
«Quiere al mundo vencer, y el mundo es mió.»
Bien sabes, Ecuador, que tal historia
Es cierta, y que el delito de García
Fue luchar contra el mal, contra la escoria;
Luchar por el gran Pió, en quien veia
La justicia, la luz, el bien, la gloria;
Que en él soñó su alma noche y dia,
Y que á su planta venerada y fuerte,
El mundo lo admiró, le halló la muerte.
¿Comprendes, pueblo leal, comprendes ora
De tu duelo la causa y tu quebranto?
Pues esa sangre que tu faz colora,
Ese cuerpo sin vida, y ese llanto
Que en tal copia derramas, y la aurora
Contempla desdo el cielo con espanto,
Todo, todo lo debes, s í , de fijo,
Al amor que á un buen Padre da un buen hijo.
¡Qué lección por los grandes y pequeños!
¡Qué heroísmo tan alto! ¡qué hidalguía!
Tales lauros son reales, no son sueños;
Jamás los secará la muerte fría,
Cual los de aquellos, que del mundo dueños,
Olvidan el ejemplo de García.
Guarda, guarda, Ecuador, esos despojos,
llegados con el llanto de tus ojos.
América y Europa, mundo, Roma,
Aplaudid, envidiad suerte tan bella,
¿No veis cruzar el aire una paloma
-o-s»
60
Un alma que celeste luz destella,
Dejando de sí en pos raudal de aroma,
Brindando á todos á seguir su huella?
Es de García el alma ciertamente,
¡ Gloria al mártir! ¡ al héroe! ¡ al creyente!
¿No oyes,.oh García, desde el cielo,
Del buen Pió la voz en esta hora?
¡ Qué súplicas de amor y de consuelo
Eleva á Dios por tí! ¡Con qué fe ora!
¡Cuan alto de su mente sube el vuelo!
No llora de pesar, de gozo llora,
Llora de gratitud y de ternura;
Sus lágrimas pregonan tu ventura.
No siente sus cadenas este instante;
Hasta olvida los males y tormentas
Que rodean su trono. Su semblante
Parece respirar la luz que alientas,
Decir al mundo que su triunfo cante.
¡Tan bello á sus miradas hoy te ostentas,
Tan grande amor le inspiras, tal confianza,
Tanto aclaras el sol de su esperanza!
Abre, historia, tus páginas mas bellas
Para escribir la vida de García;
Que las lean los siglos, las estrellas,
Todo humano y naciones, en su via.
Medita, oh Ecuador, aprende en ellas,
Yalen mas que la luz que el sol te envia.
Honrando de tu mártir la memoria,
Daráte el mundo honor, lauros la gloria.
García tras la mar.era un atleta,
El amparo del débil y oprimido,
El fuego y la esperanza del profeta
Ardia en sus entrañas y sentido.
Por eso á la impiedad desprecia, reta,
Y en medio de este siglo descreido,
-oí&
61
<&°-
Intrépido, levántase, batalla,
Sin ver ni el rayo, que á sus pies estalla.
Pasa el mundo, los siglos, las naciones,
No pasa la virtud, ni sus encantos.
Enamora sin fin los corazones,
Endulza sus pesares y sus llantos,
Les atrae de Dios las bendiciones,
Hace á los hombres buenos, justos, santos,
Sus obras mas durables y mas bellas,
Les da el brillo, el valor de las estrellas.
SALUDO AL ECUADOR,
¿Yo que he visto tu sol y tus luceros,
América, y el mar que tu pié baña,
No te enviara mis ecos lastimeros,
No te expresara la aflicción de España?
Aun la fe no ha muerto en los iberos,
Aun su pecho la virtud entraña,
Tienen sus almas y sus ojos llanto
Para llorar la muerte de tu santo.
Oye atenta las brisas del Océano,
Que llevan á tus playas triste acento.
Es, no dudes, la voz del suelo hispano,
Que arranca al corazón el sentimiento.
También nubes tenemos, mal insano,
Que ofuscan nuestro sol. También sangriento
Se ostenta nuestro suelo en esta hora,
También aquí la paz, la luz se implora.
Muy pequeño me siento, muy pequeño;
El mundo ni me ha visto, ni me ha oído;
Mas en tanto que en él dura mi sueño,
Me duelo al contemplarle tan hundido^
6 2
Al verle zozobrando cual el leño
Por los mares y vientos combatido.
Por eso t ú , Ecuador, que te levantas,
Tanto gozo me das, tanto me encantas.
Te miro cual la tierra prometida,
Cantada veces mil por los profetas,
Tan bella me pareces, tan florida,
Tanto brillan tu sol y tus planetas,
¿Qué extraño, pues, que á Dios tu suerte pida,
Pues que á tus hijos á su ley sujetas,
Pues que crecen y brillan cual la palma
Y de García les alumbra el alma?
Su espíritu te m i r a , desde el cielo
Te toca con sus alas, con su mano;
Es tan grande, tan rápido su vuelo;
Es su trono tan alto y soberano,
Que de allí abarca la estension del suelo:
Jamás te ha de dejar. Fuera, pues, vano,
De tí apartar su sombra: le cobija,
Deja que ella te guarde, te dirija.
De su sangre (1) una gota aquí ha venido,
Cual un rayo de luz, cual un tesoro;
Es su aroma tan suave, tan sentido,
Que endulza nuestros,males, nuestro lloro,
Dilata el corazón tan oprimido,
•
¿Quién sabe si la dicha y el decoro,
Nuestra paz y salud y bien entraña
La sangre que tu mártir diera á España?
Yo estuve en tu región. ¡Oh! no lo dudo.
Mi corazón volando fue á tu playa,
Al sentir, desde España el golpe rudo
Que á tal punto nos pasma, nos desmaya,
Deja al mundo sin lumbre, triste, mudo.
(I) Uno de mis amigos posee un pedacito del pañuelo de bolsillo del Sr. García, m a n :hado con su sangre.
6 3
€-*-•
Yo he visto desde altísima atalaya
El sangriento cadáver que te aterra :
Todo, lodo lo v i , desde mi tierra.
Mi alma abarcó el mundo en tal instante,
Sus alas le dio el águila, su brio,
Subió á los aires, recorrió triunfante
Las regiones inmensas del vacío.
Desde ellas caer vi tu gigante,
Mezclóse con tu llanto el llanto m i ó ;
Y el ¡ ay! de tu dolor y mi lamento
A un tiempo mismo resonó en el viento.
Vi á García morir en santa calma,
Sereno, como el sol se ostenta en mayo;
Vi su sangre fecunda, vi su palma.
Vi el postrimero, el mas brillante rayo
Que lanzó sobre tí su grande alma,
Que ardiente, libre, bella, sin desmayo,
Voló á la gloria sobre nube de oro,
Con tu amor, tus plegarias y tu lloro.
Parecióme que el sol se sonreía
Al paso de su alma victoriosa,
Que en las sienes del mártir relucía
Una diadema clara, muy preciosa;
Que á su encuentro, los ángeles, María,
Volaban con mirada cariñosa,
Que cuanto mas á ellos se acercaba,
Su gozo era mayor, mas lumbre daba.
Que se abrían las puertas de la gloria,
Produciendo una música muy suave,
Que encantaba el sentido, la memoria,
Mas que el trino de amor que exhala el ave;
Cual un canto sublime de victoria;
Que con paso gracioso, bello, grave,
Avanza un serafín, su mano tiende,
Y el mártir de ella asido, al cielo asciende.
-o®
64
co-
Que un rayo claro, limpio, cual de luna,
Desciende por los aires de Occidente;
Era la bendición y la fortuna,
El celeste, magnífico presente
Que al mundo, y á su patria, y á su cuna,
Y á R o m a , que pesar tan hondo siente,
Lanzaba el mártir al pisar la gloria:
Era un rayo de luz de su victoria.
Y el pueblo de Ecuador miraba al cielo;
Seguir quería al mártir en tal hora,
Quedó aquí, cual del águila el hijuelo
Cuando vuela su madre hacia la aurora.
Faltaron fuerzas ¡ ay! faltóle vuelo;
Mas todo pueblo fiel que á Dios implora,
Siempre á los cielos con la mano alcanza,
En alas de su amor y su esperanza.
Por tu patria, García, nada temas,
Sus hijos (lo han jurado) serán fieles,
Guardarán sin mancilla las diademas
Que la tierra te arroja y los laureles.
Las leyes que les diste son supremas,
Tu ejemplo diera luz al mismo Apeles:
Para impedir que tu nación sucumba,
Bastará tu virtud, tu fe, tu tumba.
Noviembre de 1873.
FIN.
1102816961
OBRAS DEL MISMO AUTOR.
La Caída de Adán.— Poema de un tomo en 4.°, de 148 páginas orladas y
de esmeradísima impresión.
Cristóbal Colon. Poema dedicado al excelentísimo señor duque de Veragua.—Un
lomo de 428 páginas. Edición igual á la obra anterior..
La Huérfana de Ribas.—Un tomo en 4.°, adornado con una preciosa
lámina.
El Expósito del Ródano.—Un lomo de mas de 700 páginas, en 4." mayor, adornado con 12 magníficas lámiüas,
Dal Perú á Europa.— Un lomo de unas 400 páginas, en 8.°
El Solitario de la Cartuja.— Un tomo en 8." mayor, de unas 300 páginas.
La Muerte del Redentor.—Opúsculo de 32 páginas, en 4.° menor, con
excelente papel y tipos.
Cuadro de la vida de Napoleón I, Poemita dedicado á Pió IX,
bado y bendecido por Su Santidad.—Opúsculo
apro-
en 4." menor, de 32 pá-
ginas.
Fortuny. Apuntes biográficos.—Un
opúsculo de 16 páginas, en 4.°, con el
retrato del malogrado artista.
Es probable que próximamente vea la luz pública el poema del mismo
autor, titulado Moisés, acerca del cual ha dicho el periódico
Miscelánea
científica y literaria:
«Como verán nuestros lectores, hoy publicamos un número de 16 páginas
para'dar cabida á la magnífica introducción al grandioso poema titulado
Moisés, que podemos darles á conocer en virtud de convenio celebrado con
su autor el conocido poeta D. Víctor Rosselló. Dicho poema, que ya está ternrnado y consta de 40 cantos, es una notabilísima obra, tan interesante por
su argumento, basado sobre la vida del mas antiguo de los legisladores, como
por la maestría y el acierto con que está desarrollado. Creemos que cuando
se publique será para él una verdadera honra y para la literatura patria una
joya de gran valor.»
Descargar