Subido por Fer Canillas

San agustin. LA CIUDAD DE DIOS. LIBRO XXI. Contra los paganos.

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San agustin
LA CIUDAD DE DIOS
CONTRA PAGANOS
Traducción de Santos Santamarta del Río, OSA y Miguel Fuertes Lanero, OSA
LIBRO XXI
[El infierno, fin de la ciudad terrena]
CAPÍTULO IV
EJEMPLOS TOMADOS DE LA NATURALEZA QUE CONFIRMAN LA POSIBILIDAD
DE PERMANECER VIVOS LOS CUERPOS EN MEDIO DE SUFRIMIENTOS
1. Si es cierto -como han escrito los investigadores más escrupulosos de la naturaleza animal- que
la salamandra vive en medio de las llamas, y que ciertos montes sicilianos, de todos conocidos, se
mantienen en su integridad a pesar de llevar siglos y siglos ardiendo en llamas, y así seguirán en
el futuro, aquí tenemos unos testigos de bastante peso de que no todo lo que arde se consume. El
alma, por su parte, nos prueba que no todo lo que puede sufrir puede, asimismo, morir. ¿A qué se
nos piden aún más ejemplos de hechos concretos para demostrar la credibilidad de que los
cuerpos de los condenados en el eterno castigo no perderán el alma por el fuego, arderán sin
descomponerse y sentirán dolor sin morir? Estará entonces la sustancia de la carne dotada de una
especial propiedad recibida de Aquel que tan maravillosas y variadas cualidades ha infundido en
multitud de criaturas, según podemos contemplar, que por ser tantas ya no nos causan
admiración.
¿Quién sino Dios, el Creador de todos los seres, dotó a la carne del pavo real con la propiedad de
la incorruptibilidad? Al oír este hecho, nos pareció increíble, pero un día en Cartago se nos sirvió
carne asada de esta ave; ordenamos guardar un trozo bastante grande de su pechuga; al cabo de
unos cuantos días, suficientes como para que cualquier otra carne asada se pudriera, se nos trajo
y se nos ofreció, sin que molestara en absoluto nuestro olfato. Vuelta a guardar por más de treinta
días, se conservaba en el mismo estado, y lo mismo al cabo de un año, con excepción de que
estaba más seca y contraída. ¿Quién dotó a la paja de tal potencia refrigeradora, que conserva la
nieve cubriéndola, y de una potencia calorífica que hace madurar los frutos verdes?
CAPÍTULO VII
LA SUPREMA RAZÓN DE CREER EN LAS COSAS EXTRAORDINARIAS
ES LA OMNIPOTENCIA DEL CREADOR
1. ¿Por qué no ha de poder Dios hacer que los cuerpos muertos vuelvan a la vida, y que los
cuerpos de los condenados sean atormentados con fuego eterno, Él, que ha hecho el mundo, con
un cielo, una tierra, un aire, unas aguas, cuajados todos de innumerables maravillas, siendo como
es, sin género de duda, el mismo mundo el mayor, el más excelente de todos los milagros de que
él está lleno? Pero estos con quienes, o mejor, contra quienes estamos discutiendo admiten, es
verdad, la existencia de un Dios que ha hecho el mundo, y de unos dioses hechos por Él, por los
que el mundo se gobierna; además, no niegan; es más, proclaman la existencia de unas potencias
mundanas autoras de prodigios, bien sea espontáneos, bien conseguidos por medio de un culto o
de algún rito, e incluso de acciones mágicas. Y cuando les indicamos las extraordinarias
propiedades de otros seres que no son ni animales racionales ni espíritus, dotados de razón, como
sucede con las cosas, algunas de las cuales hemos recordado, nos suelen responder: «Se trata de
fuerzas de la naturaleza, su naturaleza es así, son efectos de sus propias naturalezas». Luego toda
la explicación de que la sal de Agrigento se diluya con la llama y crepite con el agua reside en que
así es su naturaleza. Y, sin embargo, esto parece más bien contra la naturaleza, que le dio al
agua, no al fuego, la propiedad de disolver la sal, y de tostarla al fuego, y no al agua. Pero replican ellos- precisamente la propiedad de esta sal es el experimentar efectos contrarios a las
otras.
Ésta es también la explicación que se da de la fuente de los garamantes, cuyo único manantial es
gélido durante el día y hierve de noche, propiedad la suya siempre molesta a quien la toca. Esta
razón igualmente para aquella otra fuente que, fría al tacto, apaga como las demás una tea
encendida, pero se diferencia extrañamente de las demás en que enciende una tea apagada. Esto
mismo cabe decir de la piedra de asbesto, que sin tener fuego alguno por sí misma, una vez
encendida con fuego ajeno, arde sin que se la pueda apagar. Esto mismo también de los demás
fenómenos que sería enojoso volver a repetir, con unas extrañas propiedades a primera vista
contra naturaleza sin que de ellos se dé otra explicación que la de afirmar que así es su
naturaleza. ¡Breve explicación ésta, lo reconozco, y una respuesta suficiente!
Pero dado que Dios es el autor de toda naturaleza, ¿por qué rehúsan que les demos una razón
más poderosa cuando se niegan a creer en algo por imposible, y al pedirnos una explicación, les
respondemos que tal es la voluntad de Dios todopoderoso? De hecho, no por otra razón se llama
todopoderoso sino porque puede hacer todo lo que quiere, Él, que pudo crear tan innumerables
criaturas, que de no estar a la vista o ser narradas todavía hoy por testigos dignos de fe, las
creeríamos imposibles de todo punto. Y me refiero no tanto a las que desconocemos por completo,
cuanto a las que he citado como perfectamente conocidas por nuestra experiencia. Porque entre
nosotros, con relación a los hechos que no tienen otros testigos que los propios autores de los
libros leídos, y han sido escritos por quienes no poseen una enseñanza divina, pudiendo, por lo
tanto, engañarse, entre nosotros se le permite a cada uno no prestarles fe, sin incurrir por ello en
motivos justos de reprensión.
2. A mí mismo, en efecto, no quiero que se me crea a la ligera en todo lo que he citado, porque yo
no los creo hasta el punto de no quedarme un resto de duda sobre ellos en mi pensamiento,
excepto los que yo mismo he podido comprobar y a cualquiera le es fácil hacerlo. Por ejemplo, el
fenómeno de la cal, que con el agua hierve y con el aceite se queda fría; la piedra imán, que por
no sé qué clase de absorción secreta no mueve la paja y arrastra al hierro; la carne de pavo real,
incorruptible, cuando hasta la de Platón se corrompió; la paja, tan refrigente que no permite
derretirse la nieve, y tan calorífica que hace madurar la fruta; el fuego resplandeciente, que, de
acuerdo con su fulgor, a las piedras las calcina haciéndolas blancas, y, en cambio, en contra de su
mismo fulgor, vuelve negras muchas cosas. Hechos parecidos ocurren, verbigracia, con el aceite,
que deja manchas oscuras aunque él sea brillante; la blanca plata traza líneas negras; con el
carbón, lo mismo: por efecto del fuego las cosas se vuelven al revés: de hermosas maderas se
convierten en negras; de duras se vuelven frágiles; de corruptibles, incorruptibles. Estos hechos
los conozco personalmente -unos igual que muchos, otros igual que todos- y otros innumerables
que hubiera sido prolijo constatar en esta obra.
TRATADO 3
2
Comentario a Jn 1,15-18, predicado en Hipona, en diciembre ¿el domingo 23?
Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez
LA PALABRA ES LUZ Y VIDA
4. Sin embargo, ese al que se veía y se le sujetaba y crucificaba, ¿era nuestro Señor Jesucristo
entero? ¿Acaso ése mismo es, entero, esto? Sí, es él mismo; pero lo que vieron los judíos no es todo
él, no es esto Cristo entero. ¿Y qué es? En el principio existía la Palabra. ¿En qué principio? La
Palabra estaba con Dios. ¿Qué clase de Palabra? Y la Palabra era Dios. ¿Acaso esta Palabra ha sido
quizá hecha por Dios? No, pues Ésta estaba en el principio con Dios. ¿Qué, pues? ¿Las otras cosas
que ha hecho Dios no son similares a la Palabra? No, porque Todo se hizo mediante ella, y sin ella
nada se hizo. ¿Cómo se hizo todo mediante ella? Porque lo que se hizo, era vida en ella y antes de
ser hecho era vida. Lo que ha sido hecho no es vida; pero en el ingenio artístico, esto es, en la
Sabiduría de Dios, era vida antes de ser hecho. Lo que ha sido hecho, pasa; lo que existe en la
Sabiduría, no puede pasar. En ella, pues, era vida lo que se hizo. ¿Y qué clase de vida? Porque el
alma también es la vida del cuerpo: nuestro cuerpo tiene su vida y, cuando la pierde, es la muerte
del cuerpo. ¿Era, pues, de esta clase aquella vida? No, sino que la vida era la luz de los hombres7.
¿Acaso la luz de los ganados? Porque esta luz es tanto de los hombres como de los ganados. Hay
cierta luz de los hombres. Veamos en qué distan de los ganados los hombres, y entonces
entenderemos qué es la luz de los hombres. No distas del ganado sino por la inteligencia: no te
enorgullezcas de otras diferencias. ¿Presumes de fuerzas?; te vencen las bestias. ¿De velocidad
presumes?; te vencen las moscas. ¿Presumes de belleza?; ¡cuánta belleza hay en las plumas del
pavo real! ¿A qué se debe, pues, que seas mejor? A la imagen de Dios. ¿Dónde está la imagen de
Dios? En la mente, en la inteligencia. Si, pues, eres mejor que el ganado, precisamente porque
tienes mente con la que en tiendas lo que el ganado no puede entender, y, por otra parte, eres
hombre por ser más perfecto que el ganado, la luz de los hombres es la luz de las mentes. La luz de
las mentes está sobre las mentes y excede a todas las mentes. Esto era aquella vida mediante la
que todo se hizo.
COMBATE ENTRE LOS VICIOS Y LAS VIRTUDES
Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID
Capítulo 26. LA FELICIDAD DE LA VIDA SANTA
Dice el amor de este mundo: ¿qué puede ser más bello, qué más honesto, qué más agradable:
qué puede ser más deleitable que lo que vemos día tras día en este mundo? ¡Qué admirable es la
bóveda del cielo por el aire gozoso, por la luz del sol, por el crecer y decrecer de la luna, por la
variedad y el curso de los astros! ¡Qué placentera es la tierra por las flores de los bosques, por la
suavidad de las corrientes, por los encantos de los prados y de los riachuelos, por los fértiles
sembrados, por las cepas de las viñas, llenas de hojas y de racimos, por la umbrosidad de los
bosques y por las abiertas llanuras, por el correr de los caballos y de los perros, por el saltar de los
ciervos y de las cabras, por el vuelo de los halcones, por las plumas y el cuello de los pavos, de
las palomas y de las tórtolas, por las paredes decoradas y los lagares de las casas, por los
argentinos cantos de todos los instrumentos musicales, por la grácil figura de la mujer, por sus
cejas, su cabello, sus ojos, sus mejillas, por su garganta y sus labios, por su nariz y sus manos,
por sus collares enriquecidos por el oro y las piedras preciosas, e incluso por aquellas partes que
no contemplan los sentidos!
DE LAS COSTUMBRES DE LA IGLESIA CATOLICA y DE LAS
COSTUMBRES DE LOS MANIQUEOS
Traductor: P. Teófilo Prieto, O.S.A.
LIBRO SEGUNDO
DE LAS COSTUMBRES DE LOS MANIQUEOS
REVELACIÓN DE LOS MÁS MONSTRUOSOS MISTERIOS MANIQUEOS
XVI. 38. ¡Oh obscuridad de das cosas y de la naturaleza, cuánta falsedad encubres! ¿Quién hay
que, ignorante de las causas de la naturaleza y privado, además, de la más pequeña luz de la
verdad, no se deje seducir por los fantasmas corpóreos y no juzgue verdadera toda esa realidad,
precisamente porque no aparece, pero que se la reviste de ciertas imágenes de las cosas visibles y
se la expresa y describe con estilo tan brillante? Esta turbamulta y gran grey humana (así se llama
a estos hombres) se libra de tan groseros errores, no tanto por el razonamiento cuanto por el
temor religioso. Por lo cual será tal el empeño que ponga en rebatirlos, que bastará una sencilla
exposición para que no sólo el juicio de los prudentes los repruebe, sino hasta las inteligencias
más comunes vean su gran falsedad y mentira.
39. Lo primero que os exijo es la explicación de la existencia de ese algo no sé qué de divino en el
trigo, legumbres, coles, flores y frutas. La explicación es el brillo del color, el perfume de los olores
y la suavidad de los sabores; las cosas putrefactas, al contrario, en las que no existe nada de esto,
muestran bien a las claras que se les ha ido todo este bien. ¿No os da siquiera vergüenza la
afirmación de que la nariz y el paladar sean medios adecuados para conocer a Dios? Pero dejemos
eso: os hablaré en latín, aunque, como suele decirse, sea mucho para vosotros. Es asequible a
toda inteligencia que, si el color es signo de la presencia del bien en los cuerpos, ¿no es verdad
que el estiércol de los animales, que es la inmundicia de la misma carne, muestra distintos
colores, como, por ejemplo, el blanco, el rojo y otros más que en las flores y frutos miráis como
testigos de la presencia y de la unión de Dios mismo? ¿Por qué el color rojo de la rosa es signo de
la abundancia del bien y no lo es el color rojo de la sangre? ¿Cuál es la explicación de que os gane
las simpatías el color de la violeta y ese mismo color os cause desprecio en los biliosos, ictéricos y
en las deyecciones de los niños? ¿Es razonable ver en la nitidez y brillo del aceite una señal de
abundancia de la mezcla del bien, y os servís de ello para la limpieza del vientre y de las fauces, y
os asusta tocar con los labios un color muy parecido que destilan las carnes grasas? ¿Por qué
miráis como salido de 'los tesoros de Dios al melón y no pensáis lo mismo del tocino rancio de un
jamón o de la yema de un huevo? ¿Cuál es la razón de que la blancura de las lechugas os hable de
Dios y la de la leche no os diga lo mismo? Sigo hablando todavía de los colores, que, a la verdad,
si los contemplamos en un prado esmaltado de flores, no son tan hermosos como en las plumas de
un pavo real, aun naciendo de la generación y de la carne.
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