Subido por mtpovedano

Occidente vuelve a hablar de fascismo

Anuncio
OCCIDENTE VUELVE A HABLAR DE FASCISMO. Mientras en Europa
una miríada de partidos políticos de extrema derecha, más o menos alineados con la
herencia histórica del fascismo, copan un porcentaje notable de asientos
parlamentarios, en Estados Unidos comienzan a plantearse si las ideas de Donald
Trump merecen ser incluidas en el, hoy, amplio y difuso paragüas del fascismo. ¿Cuánto
de fascista hay en Trump o en el Frente Nacional francés? ¿Cómo de real es el regreso
del fascismo a nuestra actualidad política?
Quizá lo más adecuado sea empezar por el principio.
¿Qué fue el fascismo?
Posiblemente la pregunta de más compleja respuesta, y el origen del uso y abuso del
término.
No hay una sola definición del fascismo. Roger Griffin, uno de los mayores expertos en
historia del fascismo, estableció en The Nature of Fascism una breve definición que, si
bien interpretada como canónica, sólo cuenta una parte de la historia: "El fascismo es
un género de ideología política cuyo núcleo mitológico se basa, en sus diversas
variaciones, en un renacido populismo ultranacionalista". El término clave es "género":
la diversidad en grado, forma y éxito del fascismo y la carencia de una base teórica
comparable a la del socialismo hace más sencillo hablar de conjunto deantes que
de una ideología.
En términos generales, los historiadores suelen identificar algunas líneas comunes:
rechazo al marco democrático, fruto de su radical antiliberalismo; visceral y violento
anticomunismo; exaltación de las virtudes militares, juveniles y varoniles de la identidad
nacional; exaltación de la simbología nacionalista sobre un discurso populista y
ligeramente subversivo; utilización de la violencia callejera como brazo necesario de su
ascenso político; y, por encima de todo lo anterior, la utilización de técnicas narrativas
propias del siglo XX, inexplicables fuera del marco de la sociedad de masas.
Cuando un periodista del New Yorker trató hace poco de comprobar si las
comparaciones de Donald Trump con el fascismo eran acertadas, se topó con trece
interpretaciones conceptuales distintas de la ideología. El fascismo tuvo un carácter
práctico antes que teórico, y aunque espoleado por los mismos objetivos dentro del
mismo contexto, la Europa de entreguerras, no fue un movimiento ideológico claro como
liberalismo o el marxismo.
¿Dónde se dio el fascismo?
Resulta más útil explicar y entender el fascismo dentro de su contexto, tanto nacional
como internacional.
Dos regímenes del periodo de entreguerras suelen entrar en la definición de
"fascismo" más canónica: la Italia de Mussolini y la Alemania nazi
El fascismo se dio, ante todo, en Italia. Fue allí donde el pequeño partido
político fundado por un antiguo periodista socialista se erigió desde la minoría electoral
como el único garante posible de la Italia ajena al horror revolucionario. Una vez
obtenido el poder gubernamental con la aquiescencia primero reticente y luego
entusiasta de las clases dirigentes, Mussolini convirtió en papel mojado el modelo
político liberal que había imperado en el país transalpino hasta la Primera Guerra
Mundial. Instauró una dictadura, ahora veremos por qué, y la mantuvo hasta su
sangrienta caída en 1945.
De forma común, la historiografía no duda en englobar a la Alemania de Hitler dentro
del mismo fenómeno. La Italia fascista y la Alemania nazi son los dos regímenes
fascistas por excelencia, aunque historiadores como Gabriel Jackson prefieran
categorizarlos separadamente, dado el carácter excepcional del nazismo. Pese a ello,
Hitler siempre afirmó haberse sentido inspirado por Mussolini: partió de la minoría
política para hacerse con el gobierno de la República de Weimar primero por la vía
constitucional, y después, golpe de Estado mediante, por la vía del horror. Conoció fin
en 1945.
¿Qué hay del resto de Europa? Es aquí donde se pisa terreno resbaladizo. Algunos
historiadores, como Julián Casanova, no dudan en incluir la primera etapa de la
dictadura franquista dentro del fascismo, pero no a partir de 1945. Salazar, la
contraparte portuguesa de Franco, afirmaba sentirse en sintonía con Mussolini y Hitler,
pero su régimen era distinto, como lo era el de Horthy en Hungría o el de Dolfuss en
Austria.
Antes que movimientos revolucionarios y paramilitares surgidos en un contexto
excepcional como respuesta al comunismo o a la crisis económica, las dictaduras
autoritarias de parte de Europa prolongaban y extendían el poder autoritario histórico de
la clase dirigente, tradicional y ultraconservadora. Si había similitudes o elementos en
común es porque regímenes fascistas y dictaduras reaccionarias autoritarias
perseguían objetivos semejantes, pero allí donde éstas existían, los partidos fascistas
(Falange, la Cruz Flechada, la Guardia de Hierro) fueron durante años fuerzas
minoritarias.
¿Por qué surge el fascismo?
Por diversos motivos, pero dentro del contexto del derrumbe del orden tradicional de
Europa tras la catarsis política y social de la Primera Guerra Mundial.
En Italia, por ejemplo, el surgimiento del fascismo es temprano. Tras el conflicto, el país
había ganado y perdido la guerra: pese a situarse en el bando vencedor, su desempeño
militar es pobre. Sin un rumbo claro, con el orgullo nacional herido, sin el botín de guerra
que le correspondía (la victoria mutilada) y con el fantasma lejano de la revolución
comunista, Italia se sumerge el hundimiento del marco liberal clásico. La estabilidad
previa a 1914, la seguridad del funcionario de clase media o del propietario de una
pequeña empresa textil, se ve comprometida.
En ese contexto, el movimiento fascista, paramilitar, violentamente anticomunista y
connivente con el orden social tradicional pese a su discurso revolucionario, se presenta
como una solución atractiva para las clases medias e instrumental para las dirigentes.
En palabras de Eric Hobsbawn, en su Historia del siglo XX:
Las condiciones óptimas para el triunfo de esta ultraderecha extrema eran un estado
caduco cuyos mecanismos de gobierno no funcionaran correctamente; una masa de
ciudadanos desencantados y descontentos que no supieran en quién confiar; unos
movimientos socialistas fuertes que amenazasen, o así lo pareciera, con la revolución
social; y un resentimiento nacionalista contra los tratados de paz de 1918-1920. En esas
condiciones, las viejas élites dirigentes, privadas de otros recursos, se sentían tentadas
a recurrir a los radicales extremistas, como hicieron los liberales italianos con los
fascistas de Mussolini en 1920-1922 y los conservadores alemanes con los
nacionalsocialistas de Hitler en 1932-1933.
Sin embargo, y pese a su inicial triunfo en Italia, el fascismo no vuelve a encontrar un
propicio contexto de convulsión económica y social hasta 1929, con la crisis económica
que habría de definir las dos décadas posteriores. Sólo gracias al violento shock de la
recesión puede el NSDAPde Hitler acceder al poder primero por la vía parlamentaria y
constitucional, y después por la vía autoritaria. Al igual que en Italia, se valió del
ultranacionalismo, de la movilización de las masas desde abajo, de un contexto de
inestabilidad y pérdida, de un brazo paramilitar y de la aceptación tácita de los dirigentes.
Sus aspectos revolucionarios o subversivos (la superación de la lucha de clases de los
fascistas italianos, por ejemplo) se anulan con rapidez gracias al apoyo del poder
tradicional, y por tanto conservador. Una vez en el poder, eso sí, tanto el fascismo como
el nazismo anularían toda clase de oposición, tanto interna como externa, e instaurarían
dictaduras totalitarias hasta el fin de sus días en la primavera de 1945.
¿Por qué se esfumó?
Porque perdió la guerra. Tanto Hitler como Mussolini, los dos grandes líderes fascistas
del periodo de entreguerras, no sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Sus
regímenes tampoco: tanto Italia como Alemania fueron ocupadas por las fuerzas
aliadas. Tras el fin de la contienda, se instauraron democracias liberales bajo el auspicio
de Naciones Unidas y de las potencias occidentales. Allí donde sobrevivieron las
dictaduras autoritarias de los años anteriores, como en España y en Portugal, los
elementos fascistas fueron suprimidos y omitidos. En Europa del Este la Unión Soviética
se impuso.
El fascismo fue fruto de un contexto muy concreto. Finalizado se contexto, se fue. ¿Del
todo?
¿Qué es el fascismo hoy?
La idea de un revival fascista europeo se remonta a finales del pasado siglo (en Italia, a
bastante antes, de la mano del Movimiento Social Italiano). Ya en 1999, The Economist
se preguntaba si estábamos ante un resurgimiento de tan postrada ideología con motivo
del éxito electoral del FPÖ, el partido de extrema derecha popularizado por Jorg Häider
a finales de los noventa y a principios de la pasada década. Su respuesta era clara: no,
pero cada vez es más difícil diferenciar entre la derecha respetable y aquella que no lo
es. Diecisiete años después, sigue siendo válida.
En Europa, el término se utiliza ante todo para definir a la ola de partidos de extrema
derecha que, desde posiciones antiguamente minoritarias e incluso marginales del
espectro político, han accedido a parlamentos y, en ocasiones, tomado
instituciones. Hicimos un repaso de todos ellos en este post: desde el Frente Nacional
francés hasta los Auténticos Finlandeses, su importancia varía en función del país, pero
cuentan con líneas de pensamiento comunes: populismo, nacionalismo, antiinmigración, islamofobia y recelo de la Unión Europea como proyecto político. Son la
extrema derecha.
Estados Unidos está hablando durante estos días de "fascismo" a cuenta de
Donald Trump, cuyas ideas se emparentan con las de la extrema derecha
europea
En Estados Unidos, el concepto se ha introducido durante el último mes en el espacio
mediático del país dentro del marco de debate sobre Donald Trump. ¿Es Donald Trump
un fascista? La pregunta es sorprendente, pero medios como Slate no han dudado en
publicar artículos que lo afirman, en base a sus dejes autoritarios y su abierta
xenofobia. En The Week lo argumentaban: creciente culto a la personalidad, obsesión
con la idea de la nación renacida, victimismo nacionalista, exacerbado odio racial. Y
además, añadían, se daba el campo fértil para otro elemento clave: un grupo armado
unido a su causa.
No todos están de acuerdo. Un grupo de historiadores especializados en fascismo habló
con Vox sobre ello, y llegó a una conclusión unánime: Donald Trump no es un fascista.
Su radio de acción política está en sintonía con los partidos de extrema derecha
europea, fundamentalmente populistas, xenófobos y nacionalistas, pero no dentro del
"fascismo" en la definición estricta del término. Ninguno de ellos rechaza la democracia
de forma abierta, aspiran a operar dentro del sistema sin destruirlo. Ninguno de ellos
hace apología ideológica de la violencia o la lleva a la práctica. Son dos aspectos clave.
En su caso, fascismo es una acusación política, antes que una descripción real. Son
partidos de ideas anti-establishment en estados funcionales, los símiles con los años 30
son sólo retóricos. Todo ello habida cuenta de que partidos como el Frente Nacional
sí fueron fundados desde un primer momento como organizaciones neofascistas, pero
que con el tiempo han modulado su lenguaje alejándolo de las referencias antisemitas
y de admiración nazi. No significa que su discurso político sea menos radical, como se
apunta aquí, sino que su afiliación fascista formal ha desaparecido.
¿En qué se parecen ambos fascismos?
Allá donde sí se está dando, en muchos aspectos. Dos países cuentan con dos partidos
que reúnen las condiciones para ser denominados "fascistas": Grecia y Hungría.
Amanecer Dorado y Jobbik.
Hungría y Grecia sí cuentan con partidos de indisimulado antisemitismo o
admiración nazi: incluyen elementos paramilitares y un ultranacionalismo de
carácter expansionista
Ambos no dudan en utilizar simbología muy semejante a la de los partidos fascistas de
los años treinta. Amanecer Dorado, por ejemplo, ha escogido el símbolo griego de la
eternidad y lo ha revestido entre los colores del nazismo: una bandera de fondo negro y
un símbolo rojo y blanco es el más sentido homenaje a la esvástica desde la Segunda
Guerra Mundial. De forma paralela, sus líderes han mostrado su admiración por Adolf
Hitler y por su Alemania nazi, país que provocó una hambruna descarnada en Grecia
durante la Segunda Guerra Mundial, matando a 300.000 personas.
Jobbik, por su parte, lleva años realizando desfiles y manifestaciones públicas siguiendo
las líneas maestras establecidas por los nazis en los años treinta. El partido uniforma a
sus militantes y los despliega con un aire abiertamente militarizado en sus
eventos. Cuenta con una rama paramilitar bautizada como "La Nueva Guardia
Húngara", resucitada bajo un nuevo nombre tras una prohibición y consecuente
disolución previa. Su xenofobia no se limita sólo a los refugiados e inmigrantes (muy
reducidos) musulmanes: Jobbik es un partido antisemita que lo oculta con severas
dificultades.
A ambos hay que sumar otro país, aunque de forma más sutil y en unas elecciones de
carácter menos relevante: Alemania. En los pasados comicios europeos, el
Nationaldemokratische Partei Deutschlands, formado por militantes neonazis y de
extrema derecha, se hizo con un escaño en el Parlamento Europeo. El NPD es racista,
niega el Holocausto, alardea de su antisemitismo y afirma posicionarse en contra de la
Alemania actual, reivindicando su expansión territorial. Nacionalista, populista, xenófobo
y, en ocasiones, violento, el debate sobre si debe ser prohibido es vívido en Alemania.
Jobbik revive la idea de la Gran Hungría, y el NPD alemán sólo disimula su
afiliación neonazi para evitar ser prohibido, mientras gana escaños en el
Europarlamento
Mientras Jobbik aspira a revivir la idea de la Gran Hungría y acapara cada vez más
porcentaje de votos, Amanecer Dorado, aunque estancados en crecimiento de apoyos
electorales, observa con ojos nostálgicos la Megali Idea y patrulla barrios de clase baja
para amedrentar a la población inmigrante. En Grecia, Amanecer Dorado se ha
aprovechado de un cataclismo económico, de una percibida humillación nacional y del
derrumbe progresivo del sistema de partidos para labrarse representación
parlamentaria. En este caso sí hay paralelismos con los años 30.
Es lo que precisamente interesa a Griffin, en el reportaje de Vox, sobre Amanecer
Dorado: "Hay un mito de pureza racial, un renacimiento del mito, hay un ritual político,
símbolos crípticos". Y ante todo, condiciones políticas que se pueden enmarcar dentro
de coordenadas parecidas a las del fascismo italiano o el nazismo alemán. Elementos
estéticos e ideológicos que en el resto de Europa, por el momento, han quedado
reducidos al neofascismo, casi siempre marginales, callejeros y lejos del sistema
político. Pero que en Grecia o Hungría, se han hecho un hueco en el parlamento.
¿Quiénes les están apoyando?
Al igual que otros movimientos políticos de reciente surgimiento, la mayor parte de los
partidos de extrema derecha y fascistas de Europa se apoyan en el crucial contexto de
la Gran Recesión. El Frente Nacional de Francia quizá sirve de referente por excelencia:
tras conseguir a principios de la pasada década disputar la presidencia del país en una
segunda vuelta histórica, Marine Le Pen ha llevado a su partido a liderar los resultados
electorales en primera vuelta en tres comicios diferentes (las europeas, las
departamentales y las regionales). El Frente Nacional está ahora más fuerte que nunca.
Con motivo de las últimas elecciones regionales, algunos analistas apuntaron cómo el
FN había desplazado a los partidos tradicionales obreros en los antiguos centros
industriales de Francia, ahora decadentes. También resulta atractivo entre los
jóvenes. Como recoge este reportaje de Politico, los dirigentes del FN saben que su
estrategia se basa en posicionarse como la alternativa al establishment tradicional tanto
a la izquierda como a la derecha del espectro político.
Su narrativa de cambio cala bien entre los jóvenes y entre aquellos desencantados con
el sistema y el funcionamiento del país, y sus posturas anti-inmigración le permiten
arañar votos en antiguos centros obreros donde la afluencia de mano de obra barata se
conjuga con la reducción de salarios y el desempleo. Al igual que el fascismo de los
años 30, el FN y otros partidos populistas de extrema derecha se presentan como los
salvadores a una patria y a un proyecto europeo decadente y sin alternativas a
consecuencia del fracaso político de las élites tradicionales. Sus votos provienen de los
sectores más vulnerables, para los que las formaciones más moderadas no encuentran
respuestas.
Todos los partidos de extrema derecha se aprovechan de la ola de inmigración de las
últimas dos décadas y, ahora, del aparente fracaso de la Unión Europea. Dinamarca,
Reino Unido, Finlandia, Austria, en todos ellos el nacionalismo y la xenofobia se funden
con la protección a los derechos de los ciudadanos nativos y a la reivindicación de la
soberanía nacional frente al euro y a Bruselas. Es un discurso político populista que,
dentro del marco democrático, está arrasando a lo largo de todo el continente.
Descargar