Sumario Rosella Prezzo, Imágenes del sub­ suelo: las figuras femeninas en la Antí­ gona de María Zambrano Rosa Rius, De María Zambrano y Bárbara: el icono liberado Sebastián Fenoy, A propósito de «Tristana»: dos cuestiones sobre el amor Cristina de la Cruz Ayuso, María Zambrano y la Misericordia: Una apro­ ximación a la obra de Galdós 3 Editorial Presentación 4 Artículos I Carmen Revilla, Indicios zambranianos para una «historia de las entrañas de la Historia» 6 Laura Llevadot, El problema de lo femenino en la vocación filosófica de Ma­ ría Zambrano 15 Juan Fernando Ortega, La persona como superación de los géneros 25 44 Juanjo Ruiz, La dama errante Sonia Prieto, El «ser» de lo humano y la mujer, el «anverso del ser» en María Zambrano 51 Oscar Adán, María Zambrano y la pregunta por el «ser» 59 113 121 125 Documentos Rafael Tornero Alarcón, Fueron dos las notas del silencio María Zambrano, A propósito de la «grandeza y servidumbre de la mujer» II María Luisa Maillard, Las razones de Eloísa y las razones de Tristana María Joao das Neves, Diotima de Mantinea en la voz de María Zambrano Joan Nogués, María Zambrano y la presencia de la mujer en la literatura medieval 104 132 143 Dossier de actualidad 80 Información bibliográfica Noticias Informe Información cultural 92 100 2 150 167 175 ay motivos para pensar que el interés por María Zambrano no es casual; la con­ vocatoria y realización -en el marco del Departamento de Historia de la Filosofía, Estética y Filosofía de la Cultura de la Universidad de Barcelona- del III Seminario sobre su vida y su obra, así como las circunstancias en las que se ha llevado a cabo, confirman el hecho de que, cierta­ mente, las expectativas que despierta no dependen sólo del azar de lo accidental. Como respuesta a éstas, la materialización del trabajo emprendido en el Seminario, mediante la publicación de algunas de las intervenciones, viene a ser una nueva iniciativa que, con lo que tiene de ensayo y aventura, con­ fiamos en que pueda contribuir a mantener abierto este espacio de discusión en torno a aquello que María Zambrano tiene que decirnos. P.V.P. 950 Ptas. Dirección: Carmen Revilla Secretaría y coordinación: Sebastián Fenoy Consejo de redacción: Juanjo Ruiz, Laura Llevadot, Carmen Danés, Sebastián Fenoy Diseño y maquetación: Jaime López Producción: Publicacions de la Universitat de Barcelona. Impresión: Gráficas Rey, S.L. Depósito Legal: B-17.126-99 Edición: “Seminario María Zambrano” (U.B.) Dpto. de Historia de la Filosofía Estética y Filosofía de la Cultura, Facultad de Filosofía, Baldiri Reixach s/n, 08028-Barcelona. Fax 93 449 84 10. Tel. 93 333 34 66 Ext.3260. E-mail [email protected] Volumen realizado en el marco de las actividades del proyecto de investigación de la DGES: PB 96-0400: Tempo y memoria II: Política y religión en el pensamiento filosófico femenino y del «Seminario María Zambrano» de la Universidad de Barcelona. Con la colaboración del Instituto de la Mujer, de la Fundación María Zambrano y del Seminario “Filosofía y género”. 5 Presentación la 'transmisión, materna y, en último término por ello, poética. i, en anteriores ocasiones, el Seminario tuvo un carácter eminentemente abier­ to, constituyéndose con la voluntad de ser un foro de presentación de expe­ riencias de lectura de la obra zambra­ niana propuestas por especialistas, estudiosos o, sencillamente, personas interesadas en ella, ahora, parece llegado el momento de interrogarse respecto a algún aspec­ to más puntual; en este sentido, tiende a impo­ nerse como cuestión muy prioritaria el porqué y el sentido que pueda tener la presencia de esta autora en nuestros intereses intelectuales. Es ésta la razón por la que se ha intentado sugerir una perspectiva, más que un tema, respecto a la misma: un punto de vista que bien podría ser punto de partida o de llegada, referencia inicial o planteamiento, que suscite, en todo caso, un debate. Esta particularidad -en una autora que, como en otro momento he indicado, a mi modo de ver se nos presenta considerablemente preo­ cupada por hacerse cargo precisamente de las particularidades, por asumir lo que se nos da, por situarse en la concreción del lugar y el momento en el que la mirada abre un horizonte. universal- ¿podría tener una relevancia interpre­ tativa? o bien, en otras palabras, la condición femenina de María Zambrano como pensadora ¿opera en condición de significante?, ¿le propor­ ciona algo -una experiencia o una forma de incorporar la experiencia, un vocabulario o un esquema teórico- que suponga, en consecuencia y por su particularidad, una aportación diferen­ ciada? A la hora de cuestionarnos qué pueda ser lo que sus escritos nos plantean no es fácil optar. Sin embargo, y a pesar de lo que en una elección siempre hay de parcialidad, un hecho, acompa­ ñado de circunstancias platónicamente muy salvables en lo que sería su misma intención, se impone: María Zambrano es una autora; una autora quedes verdad, se refería a sí misma como autor, pero que también, según ella nos narra, nunca quiso rechazar su condición femenina, precisamente porque «era lo que se me había dado»1, en una actitud esencialmente acorde con su empeño en recuperar y desarrollar una forma de racionalidad receptiva e integradora, abierta a Es más que probable que estas preguntas queden, e incluso deban quedar, abiertas, que no tengan una respuesta o, de tenerla, que haya en ella mucho de decisión; el hecho de formularlas, sin embargo, interesa no sólo por motivos cir­ cunstanciales, sino por la virtualidad que encie­ rran de abrir una vía de acercamiento a esta obra en la que, además, la cuestión de la condición de las mujeres está presente, temáticamente y no sólo como significante, desde, el inicio2 de su actividad. El tema de la mujer reaparece en los escri­ tos zambranianos bajo diversos registros: se ocu- Notas: 1 María Zambrano, «A modo de autobiografía» en Anthropos, n° 70-71, 1987, p. 70. 2 Recuérdense, especialmente, los breves artículos en El Liberal, del año 1928, así como las conferencias sobre la mujer en la cultura medieval, en el renacimiento y en el romanticismo, del año 40 en La Habana y publicadas en Ultra, 1940. Una presentación comentada de los diversos momentos en los que María Zambrano aborda estas cuestiones puede encontrarse en J. F. Ortega Muñoz, La eterna Casandra, Universidad de Málaga, 1996. 4 Papeles del «Seminario María Zambrano» presentando «la vida y la voz» de las mismas -a las que aluden los desconocidos que acuden a la tumba de Antígona- en la obra de esta autora. pará de la condición de la mujer en la actualidad ' y de su presencia en la historia, de analizar figu­ ras femeninas, cuyo protagonismo es más o menos destacado, y personajes literarios en vir­ tud de la importancia que les concede, justa­ mente, por su condición y por las implicaciones de la misma; son registros tan diversos y tan car­ gados de sugerencias que, en la riqueza de temas que proponen, podrían amenazar también con sumir la discusión de los mismos en la disper­ sión. El punto de partida -en todos los casos los textos zambranianos- obliga a reparar, natural­ mente, en lo que hay en ellos de apuesta por la neutralidad, por trascender las oposiciones, en un pensamiento que, en efecto, desde el inicio opera con la categoría de integración, abordando elementos y factores de la misma en los aspectos problemáticos que entrañan. Ahora bien, par­ tiendo de estos mismos escritos, permanece la cuestión de por qué es «femenina» la escritura de María Zambrano: aun cuando aboga por un sujeto plural ¿qué sentido tiene la progresiva y perceptible «feminización» de su texto, paralela a la andrógina opción por el «hombre verdade­ ro»?. A una perspectiva cómplice se adscriben aquéllos que prescindieron de destacar o cuestio­ nar segmentos más o menos transversales, para centrarse en la particularidad en la que se cifra la aportación de esta autora que, al exponer «la vida y la voz» de las mujeres, se hace así porta­ voz suya. Pero no ha sido así. Bajo la pluralidad de lecturas que, por el carácter mismo del semina­ rio, han ido surgiendo, es posible discernir dos orientaciones básicas que permiten articular, en sus diversos desarrollos, no sólo lo que María Zambrano dice sobre. este tema, sino también qué es lo que su modo de abordarlo nos dice de ella y, en cierto modo, también de nosotros. Los trabajos sobre la obra • zambraniana que, atendiendo a este tema concreto, se presen­ taron tienden a organizarse en torno ' a dos gran­ des núcleos que, sin duda, se encuentran en. el horizonte que abren los escritos de la autora. En algunos de ellos, se ha optado por presentar una lectura que, sirviéndome de un término que María Zambrano utiliza para caracterizar su pos­ tura respecto a esta cuestión y que designa una posición constante a lo largo de su trayectoria, calificaría de integradora. son lecturas que sitúan el tema de ' la mujer en el contexto de su pensa­ miento en una perspectiva amplia, subrayando el elemento de integración que define su actitud, destacando los problemas a los que se enfrenta, llamando la atención sobre la coherencia interna que preside su tratamiento. Otros, sin embargo, parecen haber establecido""una suerte de complici­ dad inicial con ese modo de hacer zambraniano que consiste en escuchar y transmitir, en dar a ver lo que se le da: han. acogido así esas páginas que, más que tematizar la situación de las muje­ res, nos ■ hablan de ellas, o mejor, las dejan hablar, Carmen Revilla 5 Artículos 1a parte Carmen Revilla Indicios zambranianos para una «historia de las entrañas de la Historia» esde su Horizonte del liberalismo al categoría racional», esto es, a la unidad del siste­ último de sus artículos, Los peligros ma, el fragmentado encuentro con el mundo, de de la paz, de 1930 a 1990, María modo que es ese «esfuerzo reductor» lo que defi­ Zambrano advierte sobre la exis­ ne el trabajo teórico del filosofar4, al intentar tencia en la historia de «fuerzas aludir con un título a la compleja temática abor­ largo tiempo contenidas, dormi­ dada en el Seminario y ligada a las figuras, o per­ das» y de los riesgos que implica files, o sombras que la cuestión de la mujer su «retención subterránea -subsocial-»1, pero también de las potencialidades que encierran2. adquiere en su obra, he renunciado a hacer uso de una denominación - directa, porque ¿qué inte­ Toda su trayectoria como intelectual parece reco­ resa a María Zambrano?: ¿la situación de las mujeres o el tema de la mujer?, ¿algunas presen­ rrida por la preocupación y el esfuerzo por encontrarles un cauce. Su compromiso con ese «ímpetu ciego»3,, subyacente, no es accidental: cias concretas o un sesgo, calificable en abstrac­ to, pero muy particular de hecho: el de lo feme­ dibuja la línea, en la que quedan engarzados nino, sus formas de aparición y su incidencia?; y muy distintos motivos, por la que su pensa­ ¿qué nos interesa, ahora, de su obra?, ¿la temati- miento discurre en una espiral que desciende a ese centro, necesitado de voz, para llevarlo en su zación de estas cuestiones o el mero hecho de que movimiento ascendente al lugar de apertura que encontrar un denominador común a esta serie de corresponde a la vida. interrogantes -denominador común que vincule las haya abordado? En definitiva, ¿será posible nuestros intereses a los suyos, que acerque sus propuestas a nuestros problemas y permita así Tal vez condicionada por la convicción zambraniana de que hacer filosofía es «elevar a que nuestras intervenciones, en diálogo con su Notas: 1 María Zambrano, Horizonte del liberalismo, Madrid, Morata, 1996, pp. 221-222. 2 Vid., en este sentido, el llamamiento contenido en «Los peligros de la paz» (en Las palabras del regreso, Salamanca, Amarú, 1995) para hacer de ésta «un modo de vivir, un modo de habitar en el planeta, un modo de ser hombre», que pasa por encauzar las «energías absorbidas por las guerras». ■' Esta idea aparece enunciada por J. Moreno Sanz, en «De la razón armada a la razón misericordiosa», refiriéndose concretamente a la actitud de la autora, en los años que preceden a la guerra civil, respecto a los intelectuales, a los que ve «como voces clamando en el desierto, rebeldes confundidos, por su no clara vinculación con el pueblo, y haciendo de él su «objeto», incapaces de ser la voz de su ímpetu ciego {...]», en María Zambrano, Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, Madrid, Trotta, 1998, p. 25. 1 Vid., por ejemplo, en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1993, pp. 159-160, las palabras con las que se refiere explícita­ mente a esta tarea que reconoce como suya en tantas ocasiones. 6 Papeles del «Seminario María 'Zambrano» obra, converjan en una aportación enriquecedora? resuelto y - hasta parecía un tanto extraño el que hubiese ocurrido tal ■ debate. Y sin embargo, no era así. Entre las muchas páginas dedicadas por María Zambrano a tratar de algún modo aspec­ Es ahora, por el contrario, cuando la tos de este permanente centro de interés en su realidad social, política y económica pensamiento, con todas sus ambigüedades, hay ha abierto un hueco a la mujer, aco­ un artículo del año 46, dedicado a reseñar el giéndola en «igualdad de condicio­ libro del doctor Pittaluga Grandeza y servidumbre nes que al varón» -al menos aparen­ de la mujer, cuyo inicio y final encuentro, por dis­ temente-, cuando se impone y se tintas razones, especialmente significativos y del que me he servido para intentar «llevar a uni­ necesita esa claridad última que dad» el cruce de orientaciones que el tema de la solamente surge cuando las cuestio­ mujer, o las mujeres, presenta en sus escritos. El nes prácticas están resueltas. Es comentario zambraniano comienza alertando ahora, aprovechando la tregua, sobre el peligro de abandonar un problema, quizá por hastío, justamente en el momento en cuando se hace posible y necesario el que sería más adecuado hacerle frente: mirar detenida, objetivamente la cuestión»5 «Un libro sobre la mujer es Prescindiendo de la actualidad que estas una tarea arriesgada en estos momentos. Cada problema -es sabi­ palabras, de hace ya más de cincuenta años, con­ servan -corroborando, entre otras cosas, lo que do- tiene su coyuntura histórica. hay, como nos dicen, de apariencia y de tregua en ¿Acaso no ha pasado ya aquélla en momentos que, intermitentemente, tienden a que la «cuestión feminista» fue reproducirse, al menos en el contexto occidental- cabe plantearse a qué otro motivo podría deber­ debatida hasta la saciedad? ¿Acaso se esta necesidad de mirar detenidamente la cuestión. Y es la misma autora la que, tras el no está no sólo en el orden de las ideas, sino en el de la realidad coti­ análisis del libro y sus observaciones, indica como núcleo del interés del mismo el que «es un diana, resuelta para siempre? [...] [...] Tras del debate y la libro típico de inteligencia y claridad, de esa luz patética guerra feminista que esta­ que no ofusca ni deslumbra y que se ha dejado caer suavemente sobre algo delicado en extremo: lló en el mundo occidental tan para­ las entrañas de la Historia»/. Esta vinculación lelamente a la lucha de clases, ha directa al tema de las «entrañas de la Historia» sobrevenido este momento en que ofrece, creo, una referencia irrenunciable y una nos hemos encontrado viviendo las pista que conduce, con toda probabilidad, a gentes de mi generación: ya estaba aspectos muy centrales del pensamiento zambra­ niano. Notas: 5 María Zambrano, «A propósito de la Grandeza y servidumbre de la mujer» en Sur, 1947. 6 Ibid. 7 Aurora En lo que podríamos considerar la dinámi­ ca del deseo habría, al menos, dos niveles y dos 1 formas de manifestación y realización. Las últi­ A la necesidad de «hacer la historia de las mas páginas de Los bienaventurados ponen de entrañas de la historia» María Zambrano se relieve por qué es la dimensión profunda la que refiere, explícitamente, en Persona y democracia1 y, corresponde al ser humano, hasta el punto de en concreto, en el marco de su consideración de dotarle de identidad y de posibilitar su acción la «esperanza» -esa «forma de la vida» que más propia: la acción creadora. Sin la vehemen­ «anida oscuramente» en el interior del hombre cia destructora- del anhelo y la determinación sobre el «anhelo», que es, nos dice recordando a que los objetos le imponen, la esperanza se con­ Ortega, «la primera manifestación de la vida vierte en energía que fluye, cuando el deseo humana»8. encuentra su cauce. Aunque «el anhelar es como la respiración De ahí que cerrarse a la esperanza sea «una del alma», tiene un carácter esencialmente des­ tructor -«por ser algo abstracto, tiende a hacer el especie de suicidio» -situación hacia la que vacío allí donde encuentra un lleno, y también por su trascender, pues nada de lo que encuentra cuente, inhibirla sea un «retener el íntimo movi­ miento de la vida humana» del que, curiosa­ le satisface»- y, por eso, el vivir anhelando nos mente, «nadie ha hablado»; atender a estas dejaría «en el dintel de lo humano», de no estar sustentado por la ininterrumpida concreción de situaciones podría explicar otras muchas «inhu­ Occidente parece avanzar10-, y, lo que es más fre­ manas o deshumanizadoras», en cuanto que son las inhibiciones de la esperanza las que no per­ la esperanza: miten esta «respiración profunda de la persona»: «Desde este punto de vista de la esperanza, o «el anhelo es la mani­ más bien del esperar, se puede descubrir lo poco festación difusa, primaria, humana que es todavía nuestra historia»n. superficial de la esperanza, que es su foco, su hogar y su No es posible excederse al destacar la raíz última. Si el hombre se importancia de este aspecto del pensamiento diferencia del animal porque zambraniano, al llamar la atención sobre la esen­ cial apertura de futuro que impronta sus preocu­ anhela, es porque más allá del paciones -particularmente su mirada al pasado- y anhelo, como su foco, está la que orienta su empeño esforzado por vitalizar esa esperanza»9 racionalidad frustrada, tanto más necesaria ahora, que «es cuestión de volver a nacer, de que Notas: 7 María Zambrano, Persona y democracia, Barcelona, Anthropos, 1992, p. 68: «Pues se necesita hacer la historia de las desesperanzas y las desesperaciones, de las caídas y de los vértigos; la historia de las entrañas de la historia» 8 O.c., p. 63. 9 O.c., pp. 63-64. 'o A juicio de J. Moreno Sanz es ésta una de las decisivas enseñanzas que María Zambrano recaba de L. Massignon. Sobre las relaciones entre ambos autores, y la consiguiente presencia del elemento sufí en la obra zambraniana a la que no es posible atender ahora a pesar de su interés, ha de consultarse de J. Moreno Sanz, Encuentro sin fin, Madrid, Endymion, 1996. 1' María Zambrano, Persona y democracia, ed.c., p. 66. 8 Papeles del «Seminario María Zambrano» escribirá en el Prólogo de 1987 para la edición cubrir la belleza en la vida», inducidos a dejar de «ver, pensar, percibir; vivir en modo íntegro»16; de Persona y democracia, precisamente tras inte­ esa cristalización nos dejaría inmersos en la rrogarse en torno al sentido de la historia como insostenible situación, personal y colectiva, a la sacrificio, en torno a cuáles han sido sus frutos. que había aludido y cuya confusión había inten­ nazca de nuevo el hombre en Occidente», como tado conjurar asomándose al pasado, no para Desde aquella inicial propuesta, en su «permanecer encantados ante la imagen retros­ Horizonte del liberalismo publicado en 1930, de pectiva que nos presente, llena de encanto como una política dinámica, que cree y cuenta con la siempre lo está el pasado», sino «por afán de «corriente del tiempo, germen de fecundidad», encontrar claridad, un mínimo de claridad para capaz de recoger «el fermento del tiempo que hace germinar la vida»12, la preocupación por el la confusa situación de hoy» futuro es una constante en la que se inserta su En realidad, es ese «encanto» -imaginario progresiva atención al pasado, que ha de fluir ya que «ningún pasado nos es enteramente cono­ «dejando paso al porvenir», porque «cuando el cido»- el que «se apodera de algunas personas pasado se solidifica y estanca, entonces el porve­ dotadas para imaginar y poco dotadas para sufrir nir se ve obstruido y llega a producirse una situa­ el peso real de la vida»18; y de aquí la inevitable ción insostenible»13. Por eso, la «ética de la his­ apelación a «las entrañas de la historia», a esa toria o la historia en modo ético» que, en un «sede del padecer» en primera persona, lugar determinado momento, persigue de forma explícita14, ha de pasar por «sostener nuestro pasado» donde radica nuestra posibilidad de vida puesto que es en ellas donde «se gesta el futuro»19. -algo que, ciertamente, «sólo se consigue cuando se avanza hacia el futuro, cuando se vive con vis­ Si a nivel individual «el peso real de la tas a él», pero «sin dejarnos tomar de su vérti­ go»15. vida» podría recaer en esa realidad desatendida por la filosofía, esto es, el alma hacia cuyo saber nuevamente ha de irse, porque es el. «medio en Es doble, pues, el papel que el pasado que se encontraba con los demás, no sólo con los puede desempeñar respecto al futuro: cuando semejantes sino con todas las zonas de realidad, fluye, lo orienta y abre el camino de la esperan­ el Universo en fin»20, en la historia, en ese orbe za, si, por el contrario, ' se solidifica, entonces lo constituido a través del diálogo del ser humano obstruye e, incluso, deviene refugio de los amo­ con el Universo ¿dónde recae? Y es ella misma la rales desertores del presente, incapaces de «des­ que dirige nuestra atención hacia esa «capa pro- Notas: 12 María Zambrano, Horizonte del liberalismo, Madrid, Morata, 1996, p. 212. 13 María Zambrano, «La mujer de la cultura medioeval» en Ultra, nº 4, 1940. 14 María Zambrano, Persona y democracia, ed. cit., p. 25. 15 O.c., p. 23. 16 O.c., pp. 24-25. 17 María Zambrano, «La mujer de la cultura medioeval», ed. cit., p. 275. 18 María Zambrano, Persona y democracia, ed. cit., p. 24. 19 María Zambrano, Delirio y destino, Madrid, Mondadori, 1989, p. 243. 20 O.c., p. 122. 9 Aurora funda», apenas perceptible en la historia enten­ lugar desde el que piensa -lugar que es el único dida como una serie de hechos, pero visible, sin posible para ella, pero, a su vez y por lo mismo, embargo, en su génesis. lugar privilegiado. «La Historia considerada en su génesis Convencida de que, en la historia, la pre­ permite y hace visible la acción creadora de la sencia de las mujeres constituye «una de las mujer», nos dice a propósito del libro de capas más profundas, de los estratos más decisi­ Pittaluga. El tema de la mujer, con todas sus vos en la marcha de una cultura» y de que su facetas y perfiles, queda así vinculado a aspectos situación «no puede desprenderse de la del hom­ muy esenciales del pensamiento zambraniano, bre en su aspecto más esencial, en el creador y en aquí sólo aludidos. En la acción creadora y en la el íntimo», a pesar de su «radical divergencia»2\ historia, en el fluir de la experiencia y en la posi­ dedica precisamente los textos que inician dos bilidad de la esperanza, el género tal vez no sea irrelevante; en esta perspectiva ¿cómo atiende etapas decisivas en su biografía -el comienzo de María Zambrano a la condición que «le ha sido su actividad como intelectual con las colabora­ ciones en El Liberal del año 1928 y sus interven­ dada» y de la que nunca, nos dice, quiso «rene­ ciones en la vida cultural en La Habana, al gar»?, ¿cómo queda asumida en su obra? comienzo de sus largos años de exilio- a reparar en el tema de la situación de la mujer, en la actualidad y en la historia, introduciendo así una 2 cuestión que, por sus ramificaciones, adquiere una constancia en su obra cargada de consecuen­ En líneas generales, podría considerarse cias. que María Zambrano ha atendido a la cuestión de la mujer en tres formas diferenciadas, que podrían pensarse desde las categorías de situa­ Las páginas en las que María Zambrano se detiene en lo que podríamos llamar la situación de la mujer forman parte de escritos cuyo carác­ ción, representación y expresión. A estas catego­ rías se diría que corresponden páginas de la auto­ ter, generalmente circunstancial, no resta nada a su valor de testimonio perspicaz, marcado por la ra, expresivas de la orientación de su mirada, que difícilmente pueden disociarse como momentos objetividad de la descripción y, en ocasiones, por de un trayecto o de una evolución teórica: aun­ que, primando alguna de estas categorías, quepa más que autorizar el calificativo de «feminista», un cierto tono de denuncia, que, ciertamente, establecer una cronología de sus escritos en torno a este tema, el hecho de encontrar siempre desli­ parece sacar a la luz el núcleo de zamientos inclasificables no deja de ser sintomá­ estrategias reivindicativas. Y es que, como recientemente ha señalado Chantal Maillard en problemas esenciales, siempre acallados bajo supuestas tico, al menos, del peligro de simplificación empobrecedora que estas clasificaciones impli­ can. Y sin embargo, por ello mismo, ofrecen torno, justamente, al pensamiento zambraniano, indicaciones también, quizás insustituibles, del historia de un testimonio?»^. «la filosofía toda ella - ¿acaso es otra cosa que la Notas: 2' María Zambrano, «La mujer en la cultura medioeval» en Ultra, La Habana, 1940. 22 Chantal Maillar, «Las mujeres en la filosofía española» en Iris M. Zavala (coord.), Breve historia feminista de la literatura española (en­ lengua castellana), Barcelona, Anthropos, 1998, p. 278. 10 Papeles del «Seminario María Zambrano» la verdad» y, por tanto, es también «el lugar del Ahora bien, si al considerar la situación universo donde se revela la verdad» no dada, sino actual de la mujer introduce, entre otras. nocio­ buscada, la verdad que requiere «esfuerzo metó- nes, la de integración -que deviene desde el prin­ dico»^-, elabora de ella, precisamente en el ejer­ cipio una de las categorías fundamentales de su cicio de esa actividad de la que la mujer, «adhe­ pensamiento, acorde con la inspiración que rida a la naturaleza», ha permanecido «esencial­ encuentra y destaca en Spinoza25, que su lectura mente al margen». de la tragedia griega confirma24 y que, concreta­ da como «horror a la individualidad», sospecha que anida en «las más secretas raíces de la vida 3 española»25 constituyendo una tragedia que «en la mujer alcanza su extemo»26-, cuando atiende María Zambrano observa y analiza -es ésta a diversos momentos de la historia, que podrían otra de las caras del prisma- estas representacio­ nes de la mujer, a cuya imagen responde la figu­ ejemplificar otras tantas formas y posibilidades de integración, la estructura argumentativa de sus escritos se complica considerablemente, en la ra y situación de las mujeres de hecho; represen­ medida en que, en esta perspectiva, abandona la descripción para acceder, o descender, a un nivel quien corresponde el «decir la verdad», adquie­ más oscuro. que en relación a esta mujer inventada «por fuer­ taciones de factura masculina, porque es a él a ren un valor decisivo que la autora constata, por­ za tuvo que existir una mujer educada, hecha Históricamente la integración se ha realiza­ para soportar esta idealización dócil respues­ do a través de una serie de afirmaciones y exclu­ ta a la creación del hombre»28, nos dice refirién­ siones, que han ido dibujando la situación de la dose a la Edad Media; pero también porque es en mujer y el margen de sus posibilidades en una este marco en el que se ubican esos momentos constelación de la que ésta, sin embargo, no es de «crisis» en los ' que la vida se desvela y mues­ del todo responsable; y no lo es porque su situa­ ción -y no sólo su condición- le ha venido dada tra sus «entrañas»: momentos en los que se per­ cibe la ambigüedad de estas representaciones. también, en virtud de la representación que el hombre -que «es hombre por la palabra que dice Las entrañas de la historia dejan ver que, Notas: «El salvarse, en Espinosa, es salvarse de la separación y de la aparente falta de necesidad del individuo, dejar la singularidad como modo de ser para retraerse a la unidad absoluta», María Zambrano, «La salvación del individuo en Espinosa» en Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, Madrid, Trotta, 1998, p. 62. 21 Donde «afirmarse en lo individual era un exceso que los dioses no toleraban, ni la razón tampoco», María Zambrano, «La mujer en la España de Galdós» en España, sueño y verdad, Madrid, Siruela, 1994, p. 68. 25 Ibid. 26 O.c., p. 69- De hecho, es éste el «problema pavoroso» que entiende que el Dr. Pittaluga soslaya en su obra: «Y es que hay un pro­ blema pavoroso que el autor ha soslayado: ¿puede la mujer ser «individuo» en la medida en que lo es el hombre? ¿Puede tener una vocación además de la vocación genérica sin contradecirla? ¿Puede una mujer, en suma, realizar la suprema y sagrada vocación de la Mujer siendo además una mujer atraída por una vocación determinada?¿Puede unir en su ser la vocación de la Mujer con una de esas vocaciones que han absorbido y hecho la grandeza de algunos hombres: Filosofía, Poesía, Ciencia, es decir puede crear la Mujer sin dejar de serlo?» María Zambrano, «A propósito de la Grandeza y servidumbre de la mujer, ed. cit., p. 67. 27 «La mujer en la cultura medioeval», ed. cit. 28 Ibid. • 11 • Aurora Alicia Ibarra En el laberinto, 1993 por debajo de ésta, discurre la vida, anterior, en absoluta fidelidad a su misión: «Si es algo la su «continuidad gris, monótona y por ello mujer en la vida de un hombre como Nietzsche mismo poética», «centro de la fluencia históri­ -quizá, de todo hombre- es creadora de orden», ca»; la vida es el marco en el que, en ocasiones, misión que, considera, Lou Andreas Salomé, por se hace visible la acción creadora de la mujer, que, nos dice, «no ha penetrado, es cierto, en la ejemplo, habría sido incapaz de cumplir, hacién­ dose acreedora de un durísimo juicio por su pura creación, pero la rodea y la hace posible», parte-10, si bien dejó su obra como testimonio del generando «una dimensión más, una atmósfera» capaz de dotar al mundo humano de «nivel», de un hombre -«humano, demasiado humano»- «hecho trágico que casi siempre es el encuentro «límite» y «medida»29, en una acción creadora de orden que pide, también para la autora, una y una mujer»'1. Esta acción en el fieri de la historia -acción Notas: 29 «La mujer en el Romanticismo», en Ultra, La Habana, j unió 1140. ,n María Zambrano, «Lou Andreas Salomé: Nietzsche» en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1993, p. 158: «Ordenar gra­ ciosamente la barbarie de los instintos, la selva del sentimiento, la contradicción de los anhelos, fue la misión que declinó Lou Salomé frente a Dionysos germánico. Sin generosidad, para penetrar en el círculo de su vida, y sin vocación para colocarse de un salto arriba, alta, quieta, lejana». ” O.c., p. 156. 12 Papeles del «Seminario María 7^ambrano» a través de la cual la mujer llega a alcanzar su «exis- anónima, pero esencialmente configuradora. Ya en tencialidad»- ¿estará acaso irremediablemente 1928 -en esos artículos en El Liberal en los que, aun mediada por las representaciones, expresión de la bajo la rúbrica Mujeres, no es éste el tema que prio­ creación masculina? ritariamente trata, sino más bien el de la confianza en el - presente, característica de los jóvenes y único María Zambrano se detiene en alguno de apoyo - de la fe en el porvenir- había destacado la esos otros «refugios de la vida» que la «mirada particularidad de la acción de la mujer en la histo­ genial» de un creador ha sido capaz de configurar. ria, hablando de su «fuerza subterránea y difusa Especialmente relevante será, para ella, el mundo que Galdós presenta: «abigarrado», en perpetuo sobre el hombre, sin personalidad, como influyen el presente sin perspectiva «consecuencia del pasado sin futuro», y donde sólo parece haber esperanza en Sintomáticamente, el mismo escrito que incluye la mujer32. Galdós «es el primer escritor que intro­ llamamiento: «Sobre esta cuestión querríamos ver duce a todo riesgo las mujeres en su mundo. Las reflejarse las inquietudes y opiniones de la mujer mujeres, múltiples y diversas [...] reales y distintas, española, en nuestra sección. A ellas requerimos». clima y el como paisaje: un elemento». estas afirmaciones (el 2 de agosto) se cierra con un ‘ontológicamente' iguales al varón»33; su diferencia estriba ' en esa exasperación de la tragedia de ser 4 individuo: «la mujer ha sido criatura de esclavitud»34, quizá por ello, sin embargo, en este mundo Respuestas a este requerimiento es lo que parecen recoger las páginas zambranianas que novelesco, transcripción de la vida, son ellas las depositarías de esa «energía propiamente creadora que transforma la desdicha haciéndola punto de habrían de quedar clasificadas bajo la categoría de expresión. Porque, ciertamente, en más de una oca­ partida de una resurrección»35. sión se ha planteado cómo se ha expresado la mujer Como sabemos, para esta autora la «primera forma de estar en la historia es padeciéndola»; pero -esa «criatura alógica, que crece y se expresa más allá de la lógica, o más acá, nunca dentro de ella»37-, importa reparar en el rango positivo que a este padecer le confiere: la posibilidad de la - esperanza ha reclamado su expresión específica y ha atendi­ do a ella: Safo, Heloisa..., pero también Lydia radica aquí y es esta misma la idea que reaparece en Cabrera, Reyna Rivas... han recabado su atención. su versión de Antígona, «la doncella sacrificada a los ínferos sobre los que se alza la ciudad», porque Sin embargo, esos escritos en los que la «el sacrificio sigue siendo el fondo último de la his­ toria, su secreto resorte»36. expresión de las mujeres parece ganar para sí un Sin duda alguna, María Zambrano no sólo a aquéllos en los que alienta este modo de inter­ había visto esta forma de presencia en la historia, vención, la escucha y la transmite, la encuentra y la también había sido siempre consciente de su fuerza hace visible. Más significativos aún son aquéllos en espacio en la obra de la autora no quedan reducidos Notas: 32 «La mujer en la España de Galdós» en España, sueño y verdad, ed. cit., pp. 58 ss. 33 O.c., p. 64. 34 O.c., p. 69. 35 O.c., p. 73. 36 María Zambrano, «La tumba de Antígona» en Senderos, Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 202-203. 37 «La mujer en la cultura medioeval», ed. cit. 13 Aurora los que, como en la re-escritura de la Antígona que dencia es obra de la piedad, que no es emprende, empeña su propia palabra en dar voz a simple compasión (piedad en el más esa energía encerrada - en las «entrañas de la moderno de sus sentidos), sino la Historia». sabiduría de saber tratar con 'lo otro', Si hay momentos en los que «en todo caso, con lo heterogéneo. Con ‘lo otro' de la una visita a los infiernos parece obligada»38, a esta necesidad de descender nuevamente, de bajar hasta razón y que no por ello deja de cons­ tituir lo real»'1' el lugar del vencido, que clama sin voz, con el fin de dotarle de la palabra que es «razón liberadora», De aquí, ciertamente, su reconocimiento de «poética y aún razonadora»39, corresponde el pecu­ liar trayecto zambraniano, donde su mirada sobre la «fuerza de la vulnerabilidad» que se cifra en una opción por las «diferencias no jerarquizadas»41, y la mujer y las mujeres queda tan precisamente inte­ de aquí, sobre todo, su capacidad de acuñar un grada.. «estilo». Chantal Maillard que, en «Las mujeres en la filosofía española», aborda la habitual exclusión Y es que la forma de racionalidad augurada de éstas de la «forma filosófica» -o del estilo con el por María Zambrano, como una necesidad para «entrar en realidad», es fruto de su trayecto perso­ que se ha identificado en Occidente «la filosofía»-, para sugerir la posibilidad de desarrollo de una nal, en cuyo recorrido ha visto que: racionalidad femenina, describe el estilo zambra­ niano en estos términos: «Engendrar en los ínferos y dar a luz en la conciencia para elevarse a los luga­ res de creación donde ser, plenamente, sea posible. «Un viaje a los infiernos ha de ser cumplido por la piedad y la Empresa, por lo tanto, femenina entre todas, pues­ to que se trata de dar a luz un cuerpo -cuerpo teó­ razón unidas, pues sólo a esa unidad indiscernible se entreabren las pro­ rico: cuerpo especular, pues la theoria era esto en su fundidades infernales. La razón sola se origen: ver, asistir al espectáculo- y asistirle en su crecimiento [...}»42 detiene en el límite de lo razonable: su propia, sombra. Es cosa olvidada De esta forma zambraniana de hacer opera­ que el horizonte, el lugar por donde tivo y eficaz el pensar, que le es también propio la razón puede dejar caer su luz, no porque es el resultado de asumir su condición y, así, está dado por ella, sino en esos lími­ deviene núcleo de su aportación, no acaba de ser fácil predicar la neutralidad. tes, isla de lo racional rodeada de irra­ cionalidad. Abandonar la seguridad que se goza en esa isla dócil a la evi­ Notas: ■'8 María Zambrano, Un descenso a los infiernos, I. B. «La Sisla», Toledo, 1995, p. 15. Este pequeño escrito es un ensayo sobre El laberin­ to de la soledad de Octavio Paz, elaborado, según se nos indica en la introducción, con posterioridad al año 64. ' 39 Ibid. '^°O.c.,pp. 19-20. '1 Expresiones utilizadas por Chantal Maillard para aludir a esta idea que desarrolla en «Las mujeres en la filosofía española», ed. cit. 1,2 Chantal Maillard, o.c., pp. 274-275. 14 Papeles del «Seminario María Zambrano» Laura Llevadot «Y es que hay un problema pavoroso que el autor ha soslayado: ¿puede la mujer ser «individuo» en la medida en que lo es el hombre? ¿Puede tener una vocación además de la vocación genérica sin contradecirla? ¿Puede una mujer, en suma, realizar la suprema y sagrada vocación de la Mujer siendo además mujer atraída por una vocación determinada? ¿Puede unir en su ser la vocación de la Mujer con una de esas vocaciones que han absorbido y hecho la grandeza de algunos hombres: Filosofía, Poesía, Ciencia, es decir, puede crear la Mujer sin dejar de serlo?. El precio de la creación del hombre ha sido muy alto y sus condiciones muy rigurosas: soledad, angustia, sacrificio. La mujer ha ofrecido su sacrificio permanente sin traspasar el lindero de la «creación». M.ZAMBRANO1 El problema de lo femenino en la vocación filosófica de María Zambrano2* bre de «vocación» movilizase el vivir de María Zambrano, y a la idea de creación que de ella extrajo y no dejó de proponer, o más bien, de insinuar, de emitir el signo capaz de tentar a un modo de vivir que supone un nacerse y rehacer­ se, un intento serenamente desesperado por lle­ gar a ser «individuo». érmino vacío y a la vez lleno de tópicos «lo femenino» ocupa un lugar insidioso -para quien a ello no quisiera atender- en los textos de María Zambrano. Un lugar, sin embargo, relevante y a la vez problemático (precisamente para ella, tan ajena a los problemas) cuando se cruza con la cuestión de la creación. De la mujer-enig­ ma a la cuestión feminista, vio Zambrano abrir­ se algo así como un problema, problema al que tal vez valga la pena atender, porque quizás ahí, y más allá de los bloques definidos y de las estructuras cerradas, se halle una de las claves que nos permita abrirnos a eso que bajo el nom­ Me parecía que cada ser tenía derecho a otras vidas Existe algo así como una herencia, un «estar», un modo o manera de estar en el mundo en tanto que alguien. Ocurre que se sea mujer, o Notas: 1 en A propósito de la «Grandeza y Servidumbre de la Mujer», Rev. Sur, n°150, pp.58-68, la cita corresponde a la pág. 67. 2* Este trabajo ha sido realizado bajo la financiación del «Comissionat per a Universitats i Recerca de la Generalitat de Catalunya», a través de una beca F.I./96 15 Aurora Lo femenino, no tanto como género (Zambrano fue siempre mucho más sutil), sino como actitud, como diferencia de tono y ritmo, de tempo, aparece en algunos de sus textos. La mujer aparece allí6 como figura mediadora, potencia originaria que alcanza su valor en tiem­ pos de metamorfosis, cuando se pasa de un modo de ser a otro7, mientras se eclipsa su figura en tiempos de orden y seguridad. La diferencia es, pues, de actitud, la mujer pre-siente, y por este presentir opera en el mundo desde dentro, allí donde el hombre pre-vé, conoce para poder diri­ gir. En última instancia el carácter más ancestral de lo femenino - y en esto coincide con la poesía y con la imagen de la mujer que diera Nietzsche8 y más tarde Otrega9- es su desinterés por las ver­ dades, su apego a la vida y al valor, como mues­ tra la ya juzgada de patética y llorona Xantipa cuando en el momento de la muerte del nihilis­ ta Sócrates- capaz de morir por la verdad- será mandada a sus faenas para que no estorbe en oca­ sión tan serena y propicia para el filosofar (Fedón, 60a). La mujer, dice Zambrano, puede ser autén­ tica pero jamás sincera. Y aún con todo, y aunque es bello este modo de establecer las diferencias, y aunque con gusto una u otro se reconocería allí, introduce Zambrano en seguida la sospecha: «¿No resulta apresurado, parcialmente vitalista, esta escisión niña, u hombre, poco importa en este ámbito del existir histórico, mundo de los trabajos y los días. Sucede que se sea «alguien», aunque se sea un mendigo. Podría llamarse a este «estar» circunstan­ cia si por tal se entiende, no la situación que con­ diciona a un «yo» preexistente, sino la que cons­ tituye el lugar desde donde se mira -decía Zambrano en su artículo sobre' Ortega5-; lugar que no es jamás elegible, sino recibido, dado sin consentimiento alguno. Puede rechazarse este lugar, tratar de ' abandonarlo al olvido, pero entonces reaparecerá estallando en forma de fan­ tasma entrañado. O puede ' este lugar irse «car­ gando de razones», pues «cada circunstancia tiene su logos»» ir definiendo su recinto, ir recor­ tándose una figura a partir de lo que se ES, hasta «cristalizar en personaje». María Zambrano podía escoger lo inelegi­ ble, pues «vivir es tener que elegir aquello que se elige, impuesto por el destino en forma de concretas circunstancias»5, podía vivir eligién­ dose español, exiliado, mujer e incluso «autor». «Cargarse de razones» es ir definiendo lo elegido como modo de ser, de estar, y tal vez haga falta en algún momento, cuando lo que se es ha esta­ do siempre al margen de toda definición. Así María Zambrano pudo tratar de definir el lugar de «lo femenino», pudo sentir esa necesidad. Notas: 3 M.ZAMBRANO, «José Ortega y Gasset», en Cuadernos del Congreso por la Libertad y la Cultura, París, n"16, I-II/1956, pp.7-12 4 íbid., p.8 5 p.8-9 6 «A propósito de Gandeza y Servidumbre de la Mujer», op. Cit., ' pero también en los textos recogidos en Nacer por sí misma,, horas y Horas ed., Madrid, 1995. 7 «La mujer desde más allá, desde otro mundo guía decisivamente las transmutaciones de este mundo», íbid., p.65 8 La Gaya Ciencia, libro II, Af. 60, sobre el «pathos de la distancia» 9 Ortega retoma esta cuestión nietzscheana, oponiendo la exterioridad teatral de la mujer que oculta una intimidad reservada a la vani­ dad profunda del hombre que trata de ocultar una intimidad teatral, en Tres estudios sobre la mujer, Almacenes generales de papel, p.5ó. Sobre esta cuestión en referencia al secreto Deleuze-Guattari escriben: «Es curioso como una mujer puede ser secreta sin ocultar nada, a fuerza de transparencia, de inocencia y de velocidad. (...) Los hombres adoptan una actitud grave, caballeros del secreto, ved que peso llevo sobre mis espaldas, mi gravedad, mi discreción», pero acaban por decirlo todo y no era nada. Por el contrario, hay mujeres que lo dicen todo, incluso hablan con un espantoso tecnicismo, sin embargo, al final uno no sabe más que al principio, lo habrán ocultado todo por celeri­ dad, transparencia. No tienen secreto puesto que ellas mismas han devenido un secreto. ¿Serán más políticas que nosotros?. Ifigenia.» En Mil Mesetas, Pre-textos, p.290 16 Papeles del «Seminario María Zambrano» de liberar a los muchos que dormitan en un ser que lo es por su capacidad de trascenderse, por su «padecer su propia trascendencia», dice Zambranoi3. Sucede que el anhelo insiste, que la vida de las entrañas empuja por romper la imagen que somos, nuestro ESTAR, sea éste el de la figura femenina enigmática al acecho del pre­ guntar de los hombres- y al que sólo puede res­ ponderse en silencio-, sea el de la mujer descen­ dida ya a este mundo, reclamando sus deberes y derechos, la «igualdad de condiciones», si es que le quedan entrañas, si es que no las ha perdido en esa «patética guerra», como Zambrano la nom­ bra. Insiste, pues, el anhelo de romper con la injusticia de todo lo que es, de ser otra cosa: «Me parecía que cada ser tenía derecho a otras vidas»recoge Zambrano de Rimbaudi4-; insisten los «conatos de ser» que somos, los que nos despier­ tan en sueños, insisten las entrañas y sobre todo la ausencia: «¿Porqué sentí la ausencia de la filo­ sofía?, ¿por qué?»i5. Y ocurre que cuando lo que insiste no coincide con la «imagen recibida», y otra imagen que debe llamarse «guía», «genio tutelar», va dibujándose en las entrañas sin que podamos verle la cara pero haciendo, no que las circunstancias sean aceptadas, sino esclarecién­ dolas, haciéndolas transitables^, algo debe rom­ perse, y parece que lo que antes se rompe, en el caso de la mujer, es el enigma que pronto se con­ vierte en problema. y casi oposición de la verdad y el valor?»10, lo que es lo mismo que preguntar por la legitimi­ dad de este aparato dual que divide en géneros lo que existe, que define «oponiéndose a». Si es cierto que lo femenino se define por su papel mediador, la potencia mágica de su presentir, su vitalismo que desmerece las verdades que los hombres con esfuerzo y angustia inhumanos han ido construyendo, entonces la vocación verdade­ ra de la mujer sería la «pitonisa», la «eterna Casandra». Pero, entonces, ¿porqué escribe una mujer?, pues la mujer que lo fuese de veras, según definición, no necesitaría escribir, yacien­ do como está en un saber de signo contrario a la escritura1! un saber que permite contemplar la acción de los hombres desde el otro lado, «con más silencio e ironía de lo que ellos suelen, por suerte, percibir». Sucede que esta imagen de la mujer es la imagen recibida, imagen histórica en que lo humano improbablemente se reconoce, imagen que es además un enigma, pues: «Hay imágenes adecuadas, aunque incompletas: aquellas que reflejan con cierta fidelidad el anhelo que las produjo. Hay otras que enmascaran y aprisionan, imagen del enigma que es toda vida vacilante.»^, sucede que el enigma, la mujer como rea­ lidad sagrada, aprisiona la multiplicidad, impi­ de el desarrollo de las posibilidades sin contra­ dicción, impide, pues, la metamorfosis. El enig­ ma no permite la acción generosa de Dionisos, la Notas: i° ZAMBRANO, íbid, p.62 11 A este respecto ARISTÓTELES deslegitimaba la sabiduría de las mujeres por ser un saber conjetural, saber que no traza caminos, en Historia de los animales, VII, 9587 12 ZAMBRANO, «La Esfinge: La existencia histórica de España» en Cuadernos del congreso por la libertad y la cultura, París, n°26, IX- X/ 1957, pp.3-8 13 ZAMBRANO, El hombre y lo divino, F.C.E., p.56: «No es Dionysos el dios despreciador de la forma, sino el que buscándola, no puede detenerse en ninguna, porque la forma última, total, habría de lograrse más allá de la muerte. Es la divinidad que manifiesta,entre todas, que la vida y dentro de ella el ser que más padece, el hombre, es trascendente, anda en vía, en tránsito.» 14 RIMBAUD, Temporada en el Infierno. Delirios II. Citado en Filosofía y Poesía, F.C.E., p. 115 15 ZAMBRANO, «Ausencia y presencia», Philosophica Malacitana, Málaga, vol.I, 1988, pp.9-13 16 Sobre la función del «guía», ZAMBRANO, Los Bienaventurados, p.60 17 Aurora salir con un poco de verdad, con una palabra de verdad arrancada de ellos.»2'' Problema porque la imagen recibida no parece dispuesta a dejarse deformar por otros «conatos de ser», problema porque la imagen recibida tiene ya su parcela de creación y no debiera anhelar otra (bajo sospecha de ser una de esas mujeres de las que, decía Nietzsche, «les falta la tela para tener hijos»), problema porque parece que la ausencia que llama, que insiste como «signo impreso en un ser ciego» exija que, para serle fiel y entrar en el mundo de los perso­ najes iniciados, se renuncie a la imagen y a la herencia, «formarás parte si aceptas convertirte en otro». Corresponde a María. Zambrano un lugar singular en este drama por lo que hace a su voca­ ción filosófica, a su sentir la ausencia de la filo­ sofía, porque) sin renunciar jamás a la «imagen recibida» no se conformó en cristalizar en eterna niña aprendiendo a hablar el lenguaje de los hombres, porque tampoco quiso investigar en ese su lenguaje tratando de detectar en la cues­ tión de lo femenino la debilidad de sus sistemas, su misoginia reprimida, el «sucio secretito» que los desplumaría^; porque tampoco desistió de su vocación para dedicarse a otra tal vez más acorde con su feminidad^; porque fue fiel a su vocación aceptando su herencia, porque como el exiliado no podía dejar que eso que sentía, la patria, lo femenino, fuese abandonado a las opi­ niones de las gentes^, sino que «como aceptaba su herencia [...] ha tenido que adentrarse en las entrañas de esa historia, ha vivido en sus infier­ nos, una y otra vez ha descendido a ellos para La Confesión Aceptar la herencia adentrándose en las entrañas de la mano de la vocación es justo lo contrario a darse una «definición», es renunciar a «cargarse de razones» e intentar más bien «des­ pojarse de sin-razón», e incluso de voluntades y proyectos. María Zambrano, eso, el despojarse, el deshacerse, lo hizo escribiendo, contándose his­ torias, pues «el que no sabe lo que le pasa, hace memoria para salvar la interrupción de su cuen­ to, pues no es enteramente desdichado el que puede contarse a sí mismo su propia historia^1. Contarse su historia es lo que constituye la con­ fesión, no tanto en cuanto a género literario, sino sobretodo como experiencia, como «revelación de la vida». Se distingue de la definición en que «el que define cualquier cosa lo hace con preten­ siones de verdad, el que se confiesa solamente pretende decir su verdad»22, y a la vez es lo con­ trario del narcisismo autobiográfico pues la con­ fesión no lo es de un «yo», sino de un «yo» que huye de sí mismo, en busca de sus conatos de ser, de dar una unidad a esas vidas que por la confe­ sión quisieran expresarse. Se confiesa «el cansado de ser hombre, de sí mismo»2', el que busca una transformación. Se va entonces en busca de una historia que permita existir a todo lo que en nosotros no ha llegado a ser, y la historia de María Zambrano está habitada por figuras feme- Notas: 17 En esta línea, influida por el psicoanálisis, se podría situar parte de la obra de Sarah Kofman, a excepción de sus magníficos textos sobre Nietzsche. 18 Como fue el caso de Simone de Beauvoir. 19 A este propósito la afirmación de Nietzsche: «Sobre el hombre y sobre la mujer por ejemplo, un pensador no puede cambiar de opi­ nión, puede solamente descubrir aquello que en él está parado en ese punto.», citado en S.Kofman, Explosion II, Paris, Galilée, p.71 20 ZAMBRANO, Carta sobre el Exilio, en Cuadernos del Congreso, Paris, n°49, VI/ 1961, pp.69 21 El Hombre y lo divino, op. Cit., p.24 22 ZAMBRANO, «La Mujer de la cultura medioeval», Rev. Ultra, Abril-Mayo, 1940, n"45, pp.274-278 23 ZAMBRANO, La confesión, género literario, Siruela, 1995, p.35 18 Papeles del «Seminario María Zambrano» ninas, que no han llegado a ser, que han fracasa­ do, que pueblan pasivamente sus entrañas. «Rescatar la pasividad despertándola»^4 es recrear una historia que, por vocación, se cruza con la vocación de ciertos ilustres hombres, con el modo como algunos hombres han tenido la suerte de trascender, con la filosofía y la poesía, pero sobre todo con los términos del conflicto, con la «condenación de la poesía» que traerá consigo «la condenación de la mujer». transformará la vida, que le permitirá salirse de la procesión de este padecer, «salvando el alma» por el conocimiento26, viviendo fuera de la vida, ejercitándose para la muerte. Es necesario que en este trayecto el filósofo no se salve sólo, que salve el ser y la realidad, que la realidad no sea trágica sino eterna. De ahí esa segunda vía de conoci­ miento no dialéctica que es el amor y cuyo cami­ no es la manía (cuarta especie de delirio), amor que parte de la única apariencia verdadera, la belleza, y que de cuerpo en cuerpo debe llevar a la unidad: «Con esto ya está logrado lo que pare­ cía más imposible, la generalización de lo sensi­ ble. Lo sensible era contrario y rebelde a la uni­ dad (...).Por la belleza se ha logrado esta unidad. El mundo sensible ha encontrado su salvación.»27 La filosofía salva así las apariencias que antes denunciaba, pero salva a su vez al amor y «salva» también a la mujer, gracias a la conde­ nación de la poesía y porque toma su relevo: «La divinización de la mujer es también cosa plató­ nica, es un hecho posible merced al pensamiento platónico, a sus consecuencias. La mujer ha que­ dado también salvada, porque ha quedado idea­ lizada. Si el hombre se. enamora es porque lleva en su mente un a priori ideal de lo femenino, y quien no lo lleve, no puede enamorarse.»^8 El platonismo en su vertiente más teológi­ ca ha hecho posible la «salvación de las aparien­ cias» en la que se basará el arte Renacentista29, pero también la poesía con ese ideal de mujer que será la «dama». Beatriz es quien encarna a esta mujer que corresponde a la idea, es la ima- La filosofía, con Platón, en su afirmarse polémico exige el desenmascaramiento de todo lo que no es ella misma. Criminaliza, pues, a la poesía con una doble condena. Condena moral y política, porque no atiende a la Verdad y a la Unidad, porque ante el esfuerzo del filósofo de «salvarse de las apariencias», la poesía las fija se aferra a ellas y engaña, se atiene a la multiplici­ dad, porque los poetas mienten y en ese mentir hay injusticia. Pero a su vez, condena también teoló­ gica -y es importante el giro que aquí viera Zambrano- porque lo que el filósofo, rozando teología ' y mística, reprocha al poeta es no salvar de veras las apariencias, no salvarlas suficiente­ mente. La palabra del poeta, la palabra que deli­ ra, que expresa las pasiones de un ser sin espe­ ranza que acepta trágicamente la realidad, no tiene la fuerza ni el procedimiento necesario para «salvar las apariencias», para darles eternidad25. El filósofo, en cambio, el que renuncia al delirio, el que hace de su vivir vigilia, «el que ya no se queja», trae consigo una salvación, verdad que Notas: 2' ZAMBRANO, Los Bienaventurados, Siruela, p. 13 . 25 «No es camino la imitación, porque por la imitación se multiplica la decadencia, se patentiza el no-ser, se precipita la muerte sin estar maduro para ella. No; hay que buscar otro camino mediante el cual las apariencias sean puestas a salvo de su destrucción. Hay que buscar la realidad perenne, donde estas apariencias brillantes no perezcan. Y tampoco es remedio el expresar las pasiones. El fijar las pasiones y su melancolía, su flujo inexorable, en la palabra. Porque esta palabra -sombra de sombra- de la poesía, no puede darles eter­ nidad, porque no ha extraído su unidad verdadera.», Poesía y Filosofía, op. Cit., p.60 26 «Salvar el alma por el. conocimiento es la solución que el pitagorismo encuentra en Platón. Es ya filosofía, pero sigue siendo ante todo religión.», El hombre y lo divino, op. Cit., p.94 27 íbid., p.66 28 íbid., p.68 29 Sobre la cuestión de cómo fue posible una «teoría del arte» platónica durante el medievo y el Renacimiento, PANOFSKY, Idea. 19 Aurora función de la creación divina. Si esto es posible es porque el «alma»- ese extraño descubrimien­ to de los filósofos del número que aún no es humana, ni siquiera en Platón- ha dejado paso al espíritu. Espíritu que es afán de libertad, de existencia, y que ya no siente en la soledad desamparo -como sentía el alma al final del mundo antiguo- sino que la vive como «soledad creadora»52, Y el hombre que esto siente, que frente a sus dioses se atreve a vivir divinamente, es decir creando, conocerá en su tarea la «angus­ tia de la creación» -esa que Zambrano afirmaba no sentir”-, la nada, última resistencia que pre­ cede a toda creación. Es cuando las nupcias entre filosofía y poe­ sía empiezan a quebrarse, cuando la poesía hace lo que nunca había hecho, tomar conciencia de sí, teorizar sobre su arte, darse una justificación -aunque sea poética-, cuando acontece la «con­ denación de la mujer por la poesía». Será Rilke, precisamente el poeta de las metamorfosis, de la transfiguración, quien condene a la mujer, aun­ que sea también para salvarla de esta angustia y de este impulso creador, no fuera que quisiese imitar a la poesía, y empezase a definirse, a esta­ blecerse a sí misma. Es a las vírgenes prematura­ mente muertas y a las amantes desdichadas a quienes canta el poeta para salvar en ellas su esencia intacta: «Tan ausentes andan estas enti­ dades, que hasta la fe más adecuada a su azarosa presencia prefiere su temprana muerte como garantía única de que la esencia sea conservada sin derramarse, de que el misterio no sea hallado y abierta la rosa en la banalidad de un vienteci11o que deshoja sin poseer.»34 Precisamente el poeta, quien debiera ofre- gen que pone «fuera de sí» al varón, que le pone en movimiento. Se le pide a cambio quietud, que no se mueva, que no desmienta la imagen sagrada que moviliza el espíritu del hombre. De ahí la angustiosa pregunta: «¿puede crear la mujer?», porque crear es moverse, ponerse en movimiento, pero en segundo lugar porque esta mujer inmóvil ha sido a su vez creada por la voluntad creadora del hombre, voluntad que tendrá sus primeros privilegios con Descartes y que culminará con lo que Zambrano llama «metafísica de la Creación». Es con la evidencia cartesiana, con el «cogito», que se inaugura la creencia en el «yo», y con ello la filosofía entra en el orbe de la crea­ ción. Descartes alcanza esta soledad a fuerza de duda metódica - inversión de la confesión agustiniana-. El «yo» afirmado en una soledad inac­ cesible, a salvo por su conciencia de las contin­ gencias de la vida, sentirá, por ello, la necesidad divina de crear para romper el cerco de esta sole­ dad de la conciencia: «Soledad inaccesible a la filiación y que en su desamparo le forzará a hacer algo para sentirse creador, a que la acción que ejecute lleve evidencia de su condición creadora. Y para la creencia en la creación humana se ten­ drá -como no podía ser menos- a la vista, aun sin decirlo, la creación divina, es decir, desde la nada.»30 Se plantean entonces cuestiones que habían estado reservadas al ámbito de la divini­ dad: voluntad, libertad, creación, que ahora ata­ ñen.ante todo. al hombre31. Llegará el momento en que, ante este impulso creador, arte y filosofía lleguen a unirse como jamás lo estuvieron. El arte en el romanticismo, no es ya más forjador de sombras, sino revelación de la verdad, cumple la Notas: 30 La Confesión, íbid., p.71 31 «Es la creación, el crear sin tregua lo que sostiene a éste que quiere ser frente a -no necesariamente contra- lo divino inescrutable: la creación humana que desde entonces toma conciencia de su fondo inescrutable también. Es la fe que hará surgir el romanticismo.», El hombre y lo divino, p.180 32 «El vivir en la conciencia desembocó en vivir en el espíritu, «Espíritu» es libertad, acción creadora.», íbid., p.187 33 íbid., «p'rologo a la segunda edición», p.10 '4 ZAMBRANO, «Eloísa o la existencia de la mujer», en Nacer por sí misma, op. Cit., p.92 20 Papeles del «Seminario María Zambrano» cer asidero a todos los «conatos de ser», conde­ na a la mujer para salvarla de la existencia, la mujer está salvada a condición de estar casi muerta. Opera aquí el poeta como Platón con la poesía, salva las apariencias para salvarse, en rea­ lidad, de ellas, de su banalidad fugitiva. Fue la pureza del «alma» quien condenó a la poesía, ahora es el «espíritu» poético, liberado de su condena, en su existencia creativa, quien conde­ na a quienes no le alcanzan. Situación errabunda de lo femenino, a quien el surrealismo todavía canta, no participa■ del es^^^i'ritu creador del hom­ bre porque no es35, porque no se lanza, como él, a la existencia. Se dibujan, entonces, esas «figu­ ras indecisas y errantes, que traen el maleficio al mortal que se atreve a mirarlas [...]. Existencia fantasmagórica de lo que no ha conseguido su ser y no está ni en la vida ■ ni en la muerte.»36. Situación ésta que recuerda en demasía a la situación de desamparo la triste Pénia, situación aporética, sin camino, de quien no puede pero desea engendrar, porque no ha sido invitada al banquete de los dioses, porque lo femenino debe quedar al margen, para salvarse, del espíritu de la creación. ¿Habrá otro género de creación que no suponga angustia, soledad y sacrificio, que no suponga el aislamiento del «yo» que cree vani­ dosamente en su existencia? ¿Nacerá un hijo del desamparo como Pénia engendró a Eros urdien­ do su trama amorosa con Poros, el saber? ¿Podrá engendrarse la mujer, podrá llegar a,ser «indivi­ duo»? porque para Zambrano individuo lo es quien es capaz de renacer, de ser de nuevo engendrado37. ¿Y para qué contarse esta historia sino para matarse, para renacer, «huyendo de sí en espera de hallarse»? Tener que nacer como rechazado por la muerte Es esta situación errabunda la que la mujer comparte con el exiliado, y con todos los semiseres que, entre la vida y la muerte, han sentido el abandono, la ausencia de un lugar donde vol­ ver, la imposibilidad de tener un «estar». Este ' desamparo constituye los «cadáveres vivientes» que la historia -mausoleo sin cadáveres- va dejando a su paso. Desde ahí, desde el desampa­ ro, se ve todo sin relación, no se tiene horizonte, es decir, una visibilidad, un orden donde los acontecimientos se situarían en su lugar justo. La ausencia de horizonte hace decir a quien la sien­ te «me dejaron en la vida», sin tener otra cosa que hacer que renacer, porque hasta la muerte, el poder morir, le rechaza. El superviviente no puede, como el refugiado, hacerse una nueva vida y a otra cosa. Es necesario que sea fiel a sí mismo, a su condición de «muerto viviente» si ' quiere arrancarle algo a su historia. Le falta al superviviente un espacio vital -dice Zambranodonde «su figura pudiese hacerse inteligible», pero a la vez está en el lugar justo, «en ese lími­ te entre la vida y la muerte donde habita, el cual es el lugar privilegiado para que se dé la lucidez, sobre todo cuando se ha renunciado a justificar­ se y cuando no se ha cedido a cristalizar en un personaje, cuando no se ha querido ser nada, ni siquiera héroe.»38 Es probablemente este lugar «entre» (entre la vida y la muerte; entre la vigilia y el sueño) el lugar privilegiado para que se dé ese otro género de creación, creación que no se da sino por una transformación de sí, por un tener Notas: ■'5 «La mujer se supo dueña de un alma y se identificó con ella, pero no se supo espíritu, afán creador.», íbid., p.98 56 íbid., p.93 ' La Confesión, p.23 18 «Carta sobre el Exilio», op. Cit., p.69 21 Aurora se arrebatar»4°. Probablemente sea Rimbaud quien mejor encarna este género de vida, el del que lleva consigo la «creación precipitada»41, el del ángel que decidió convertirse en demonio, y de quien Henry Miller afirmó con certeza: «Él era todo energía, pero no era la energía de un ser cuyo centro está en reposo»»12. . A este centro en reposo es a lo que María Zambrano, desde ya muy joven, venía llamando «alma». Y es necesario extraer de este término sus connotaciones cristianas, pues se trata más bien de una especie de «espacio interior», de «lugar, de sede o de potencia que alcanza con­ tacto con todo, y por ello sede de la intimidad, de eso que precede al conocimiento», y que exis­ tía, se sentía existir, antes de que el yo cartesia­ no la barriera43. Es a la mujer a quien Zambrano dota de este espacio llamado «alma»44, espacio que será movilizado no por cualquier mujer sino por aquella que, siendo fiel a su herencia, «se atreva a existir» -a romper con su imagen' sagrada, enigmática, liberando la fuerza en ella conteni­ da- y, a la vez, esté desposeída de toda «tenta­ ción de existencia», que pudiera vertirla en un ser de tragedia. No es Antígona, sino Eloísa quien realizará esta hazaña, hazaña que a partir de ella y de otros -poetas y filósofos- permitirá abrir a un modo de vivir antes cerrado. No se trata, en absoluto, de que Eloísa pueda participar del espíritu creador de su amante Abelardo, sino que renacer «como rechazado por la muerte». Pero este lugar tiene también sus peligros, y el mayor de ellos sea, tal vez, «la tentación de la existencia», de ser «el existente». Porque es posible que quien esto sienta, este abandono y esta ausencia de horizonte, confunda esta situa­ ción con libertad, y entonces se acreciente el «yo», el único del desierto que ve lo otro como un «todo», y «todo» de un mismo color, y diga «yo existo» y vosotros, los otros, los opositores sois los que estáis casi muertos: «Todo contiende y se opone ante el único que se ha instalado en el desierto. Un desierto que ya no es la inmensidad. Y se ha perdido así para siempre, se le ha perdi­ do al existente aquel haber ido solo entre las sombras. Ahora la soledad es distancia, se. hace distancia entre el Yo y «los otros», insalvable distancia.»39. Cayeron en este agujero «entre» todos los seres de tragedia, versiones de Antígona, que el siglo XIX, bajo presión de ese espíritu absoluto, no dejó de engendrar (Lautréamont, Rimbaud, incluso Baudelaire). Inversiones del «yo-conciencia» cartesiano que creyeron en su existencia individual «alimentán­ dose de sus entrañas», la vida del corazón inde­ pendiente que se rebelaba contra la pretensión de conocimiento que lo reducía. Son seres subte­ rráneos, también, supervivientes, pero que a falta de un espacio vital se asfixiaban y fueron presa de alucinaciones y delirios, «suicidas en su anhelo de existir» creyeron que vivir era «s<^i^itirNotas: Los Bienaventurados, p. 40 /|n Sobre esta cuestión, La Confesión, «El Paraíso artificial» y «Los hombres subterráneos» 11 «A falta del orden sagrado, el sagrado desorden. Es la confesión, que es ya un grito que explica y sitúa a tanto delirio moderno de la palabra y de la acción. El perpetuo adolescente, que antes que la madurez alcanzará la muerte (...) La precipitación y el arrebato, la cre­ ación precipitada con la esperanza de que el momento de éxtasis poético libre a la vida de su peso, nos libre del oficio de ser hombres.», íbid., p.90 42 HENRY MILLER, Le Temps des Assassins. Essai sur Rimbaud, Christian Bourgois ed., Paris, 1991 ■ 43 «El espacio interior hubiera aparecido con sus lugares secretos y adecuados a todo lo que revuelto y asfixiado agonizaba. No es sola­ mente ese centro de intimidad sino lo que por su virtud sobreviene: la intimidad con los seres y las cosas todas; la intimidad consigo mismo. Antes, antes de que el yo cartesiano la barriera, había algo llamado alma, que nos imaginamos ahora como este espacio interior, como este reino de cada uno, tesoro donde se guardan las ocultas e imprevisibles posibilidades de cada cual, su secreto reino. Este espa­ cio fue borrado y en su lugar aparecieron los hechos psíquicos o los actos de conciencia.», La Confesión, p. 102 44 Eloísa, op. Cit.,»La mujer parece haber sido designada para ser la protagonista de la historia del alma en el mundo. No exento de ella el hombre, la ha eludido y traspasado para ganar eso otro que quizás se llame animus, voluntad, intelecto o espíritu.» p.105 22 Papeles del «Seminario María Zambrano» de que ella, por medios propios pero a través del amor, fue capaz de abrir un espacio, de alcanzar una unidad. Es como la tercera vía que Zambrano nunca dejó de señalar, la vía del superviviente capaz de «mirar su propia vida», arrancando de sí la tragedia de ser arrastrado por una pasión que parece provenir de otro. La vía, pues, de la vocación, de la «acción verdadera», otro género de creación que opera, no por esfuer­ zo del espíritu en busca de su libertad, sino por pasividad, por esclavitud del alma, puesto que «el alma no quiere dejar de ser esclava. Su pade­ cer es su actividad -suprema»45, y que. el alma padezca es la condición para la metamorfosis. Se trata de una disposición pasiva, de • esa pasividad que no ha sido tenida en cuenta ni por la filoso­ fía ni por la poesía46 - de ahí la importancia que para M.Zambrano tienen los sueños como modo de conocimiento, y no como objeto de conoci­ miento-, esclavitud por la que se alcanza otra suerte de libertad, esa «otra fuerza» de la que también H.Miller hablaba a propósito de Rimbaud: «La fuerza del rebelde, que es el Maligno, se apoya sobre su terquedad, pero la fuerza verdadera reside en la sumisión por la cual podemos volcar nuestra vida en alguna cosa que nos depasa. En el primer caso es el aislamiento, la castración; en el otro, es la unificación, la durable fecundidad»47. En este género de crea­ ción no hay lugar para el «yo creador» y su vio­ lencia ejercida sobre el material, mucho menos para la vanidad del «yo lo hice». Cuando se rea­ liza algo desde esta disposición sólo se puede decir «se ha hecho», porque si algo se ha hecho es hacer actuar la naturaleza de uno con la natu­ raleza del material. Solía Zambrano ejemplificar con un relato oriental esta vocación creadora. «Yo no he puesto nada, en tres días se hizo. Me retiré. Primero me olvidé del emperador, des­ pués me olvidé de la obra y cuando me identifi­ qué con el árbol, con la madera, con el ser, des­ perté y el campanille estaba hecho. -Y ' sigue Zambrano-: Creo que ésa era la ' esencia de la ver­ dadera vocación, dejar que las Cosas se hagan por sí mismas, pero a condición de haber entregado todo el ' ser, todo lo que. uno es y, si uno se entre­ ga masivamente, saldrá la hermosura o el pensa­ miento viviente que no se acaba.»48. Para quien esto realiza poco entiende de la angustiosa sole­ dad del creador, pues se trata de otro género de soledad, de una soledad compartida, una.soledad que no es distancia sino precisamente acerca­ miento a los otros, a los que se apela con el cré­ dito y la fe y no con razones que jamás han unido a nadie, la que conocieron aquellos que como Nietzsche y Kierkegaard «se fueron liberando a medida que lograban la existencia para sus ator­ mentadores, arrojando de sí la tragedia, conquis­ tando una soledad desde la que brota la comuni­ cación, soledad que lleva consigo una distancia y una entereza.»49 Cuando esto sucede si hay sacri­ ficio es porque la existencia se ha convertido en ofrecimiento,' y el que ofrece ya nada guarda para sí. Pero esto es posible cuando la metamorfosis se ha cumplido, cuando se ha alcanzado ese «punto de identidad», de «no contradicción», de «uni­ dad», o lo que Zambrano había nombrado ante­ riormente como «objetividad»5'', se ha alcanzado Notas: 45 íbid., p.106 46 Los Bienaventurados, p.13 47 íbid., p. 130 ' 48 En Ausencia y presencia, op. Cit, p.9-10. Citado también, aunque con alguna variación, en La Confesión, op. Cit., p.97 49 íbid.p.106 50 San Juan de laCruz (1939), en Senderos, Anthropos, Barcelona, 1 998,p.l88. Respectoa esta cuestión del «puntode identidad» 23 Aurora un punto de invulnerabilidad, porque la insisten­ cia se ha vuelto resistencia, y es este punto el que bien cerca pudiera estar de la «beatitud» spinozista, o del «caballero de la fe» kierkegaardiano, o incluso del mal afamado «superhombre» nietzscheano, cerca de esa «generosidad» del filósofo de la que hablaba Deleuze. El que habla desde ahí lo hace con una «voz diáfana», voz que ha renunciado al llanto y a la apelación a los otros con razones, y el que escribe desde ahí lo hace con la conciencia de ser autor de obras postumas, de escribir, como Eloísa, epitafios, como muerto en vida que se es. María Zambrano pudo entonces, desde ahí, y porque atendió a lo que insistía adentrán­ dose en las entrañas de su herencia, llamar a su «razón», «razón femenina», porque de ella aprendió su pasividad, su actitud, un modo otro de adentrarse en la creación, y a la vez pudo escribir que había sabido siempre que « filoso­ fía, ella, y no por ser mujer, nunca la podría hacer»51, porque el filósofo, como muestra el mito de la Caverna, espera siempre despertar a voces, y con razones, con su llamada desde lo alto, y le falta al filósofo un «bienaventurado», alguien que haya alcanzado la unidad, y que llame a los otros «desde los lados», porque se ha invertido la caverna, porque se ha entrado en sus infiernos, y cuando se regresa no es para desper­ tar a los hombres que gimen, sino para infiltrar­ se sigilosamente en su sueño y depositar en ellos «un germen de palabra y no una palabra total o que pretende serlo.»52 Puede que algún «-ismo», ávido de pue­ blo, hambriento de creyentes, vaya entonces en busca de Zambrano, ' y de todos los que como ella han creado algo, y se haga de este pensa­ miento transformador, en vías de transformarse, el emblema de lo ya sabido de antemano, del «feminismo», del «misticismo» o incluso del «cristianismo». Pero lo que se le hurtará siempre a una tal mirada es precisamente este género de creación que comporta una transformación de sí, un haber de renacerse como rechazado por la muerte, un estar, por ello, más acá y más allá de la vida de los vivos, de los que tienen un «estar», de los personajes que buscan en estos «muertos vivos» una confirmación de sí, incapaces sin embargo de comprender lo que se lee en la losa sepulcral de P.Klee, y que bien pudiera ser atri­ buido a M^ambrano: «En este mundo no se me puede comprender, pues tanto vivo con los muertos como con los no nacidos algo más cerca de la creación de lo que es usual y ni con mucho suficientemente cercad' Notas: M.Zambrano tuvo también sus dificultades para darle el nombre justo que no evocase la «lógica de la identidad» que ella misma recha­ za, así en La Confesión podemos leer en referencia a San Agustín: «En su Confesión se ha transformado recobrándose; ahora es. Y su ser se levanta sobre un punto de identidad. Tal era y sigue siendo el problema. Nuestra vida corre dispersa y confusa, por los anhelos y por el tiempo. Llegar a ser, sólo es posible logrando la unidad.», y un poco más abajo: «No es un punto de identidad, sino un centro que confiere la unidad de otra manera) », pp.62-63 51 Prólogo a Poesía y Filosofía, op. cit. 5 Los Bienaventurados, p.96 53 en PAUL KLEE, Diarto, Alianza, 1993, p.322 24 Papeles del «Seminario María Zambrano» Juan Fernando Ortega Muñoz La persona como superación de los géneros Un análisis sobre el pensamiento zambraniano Introducción: Integrada en el sindicato universitario F.U.E. y en los grupos denominados “Nueva Generación”, se incorpora desde muy joven a la actividad política. Republicana convencida colabora con los grupos de resistencia que quie­ ren traer la República. Ingresa en las filas del partido “Acción republicana”, fundado por Manuel Azaña, del que se va a dar de baja unos meses más tarde ante la pasividad de las autori­ dades republicanas en los disturbios e incendios ocurridos en 1931. En 1932 organiza con un grupo ' de compañeros el “Frente Español”, un movimiento político interclasista e interparti­ dista de inspiración ' orteguiana. Cuando José Antonio Primo de Rivera crea el “Movimiento Español Sindicalista” consigue atraer a sus filas a parte de los compañeros del movimiento zam­ braniano y adopta las iniciales - F.E. -. Zambrano indignada disuelve el Frente Español. En 1936 marcha a Chile, donde su marido había sido nombrado secretario de la embajada española. En 1938, ante el cariz que iba tomando la guerra, vuelve a España y es nombrada Consejero de Propaganda y Consejero Nacional de la Infancia Evacuada. En 1939 comienza su exilio que la lleva sucesivamente a París, Cuba, México, donde es profesora de la Universidad de Morelia, y Puerto Rico. En 1946 vuelve a Europa y vive sucesivamente en París, Roma y Ginebra... En 1981 recibe el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades. Regresa a España en 1984. En 1988 se le concede el Premio no de los fenómenos más sugerentes e interesantes de la Historia de la Filosofía del siglo XX ha sido, sin duda, el arribo a la espe­ culación filosófica de una serie de pensadoras, que por su originali­ dad y la profundidad de sus aná­ lisis han supuesto una aportación especialmente relevante para la historia del pensamiento de Occidente y para nuestra cultura en general. Citaremos a Rosa Luxemburgo (1870-1991), Edith Stein (1891-1942), María Zambrano (1904-1991), Hannah Arent (1906-1975), Simone Weil (1909-1943). Filósofas de diferen­ te signo y tendencia y de países diversos, todas ellas consecuentes hasta la muerte con sus pro­ pias ideas; Edith Stein y Rosa Luxemburgo vil­ mente asesinadas, Hannah Arent y María Zambrano sufrieron el exilio; todas ellas incom­ prendidas y minusvaloradas por sus contemporá­ neos, que no supieron apreciar la grandeza de su especulación filosófica. María Zambrano es una de las mujeres que ha destacado de forma más relevante en el desarrollo de la filosofía contemporánea. Nacida en Vélez-Málaga en 1904, fue discípula de Ortega y Gasset y compañera de Xavier Zubiri, al que sustituyó en la docencia mientras éste estudiaba con Heidegger en Alemania. 25 Aurora Miguel de Cervantes. En 1989 su nombre se bara­ ja como uno de los posibles candidatos del Premio Nobel. Muere en Madrid en 1991. La concepción de la mujer, que María Zambrano ayudó a definir y consolidar, transfor­ mó en España la imagen caduca de un ser subor­ dinado e inculto, en compañera que alcanza los más altos niveles de la especulación y el pensa­ miento. Ella se cuestiona el hecho de la escasa presencia de la mujer en la Filosofía en su obra Pensamiento y poesía en la vida española h Allí escribe: «En rigor, la expresión nace en la queja y la queja supone una cierta rebeldía, una inde­ pendencia y una afirmación de existencia de quien se queja, que así se defiende y así se afir­ ma. Puede ser ésta la razón de que el hombre haya alcanzado la más alta cima de expresión, mientras que la mujer, normalmente, apenas balbucea. La mujer no se queja, no se rebela, ni se revela; queda oculta detrás de los aconteci­ mientos que la conmueven, detrás de ellos, sen­ tada como en el fondo de su casa». La filosofía fue obra de la osadía de arrebatar el fuego sagra­ do, de pedir cuentas a la Divinidad, de imponer una razón a la, al menos, aparente sin-razón de la vida. Todavía en la obra platónica Las leyes está presente esa idea de la profanación del misterio por obra de la curiosidad filosófica2. El pensamiento de María Zambrano podríamos situarlo en lo que ha venido en lla­ marse la filosofía de la postmodernidad. Ella estaba convencida de que la crisis de nuestro tiempo supone un cambio radical en el pensa­ miento de occidente, y que los regímenes tota­ litarios y absolutos que hemos sufrido en el • s. XX tienen su último fundamento en la filosofía de la Modernidad, que justamente en nuestra hora parece cerrar su ciclo. Zambrano piensa haber alcanzado la superación del racionalismo volviendo los ojos al hombre, a la persona, ser indigente - mendigo de ser, conocimiento y amor - y reclamando una razón femenina, que renuncia humildemente a la coacción en el cono­ cer y se deja poseer por la verdad, le sale al encuentro sin violentarla allí donde alborea, cuando surge de la noche de los ínferos del alma y se abre a la luz gracias a la palabra; una razón apasionada, intuitiva, totalizadora, que pone en juego al hombre completo en todos sus posibles órganos de comunicación, una razón poética. Con ello el hombre recupera la extensa gama de cla­ roscuros y reintegra a la unidad del conocimien­ to los saberes erráticos, proscritos por el raciona­ lismo, pero que constituyen la “unidad humana hace tiempo perdida en la cultura europea”. La filosofía de Zambrano está más próxima a aque­ lla sabiduría que recoge la vieja tradición de occi­ dente, como un saber heredado que no rompe amarras con la vida ni con nuestros ancestros, sino que permanece atenta a la voz del ser, que nos dicta la verdad desde el hombre interior. Es la suya una filosofía hermenéutica. María Zambrano pertenece a la prime­ ra generación de mujeres españolas que accedie­ ron a la Universidad. Estaba inmersa en una cul­ tura en la que la mujer era vista en la penumbra de una concepción idealizada de origen medieval bajo el paradigma de la madre - «madre, inmen­ sa sombra», escribe Zambrano3 - o en la desnu­ da pasionalidad como objeto del deseo, bajo el paradigma del premio del guerrero de origen nietzscheano - «el adorno en las horas ociosas, el placer que enciende la vida»4. Con su original estilo Fernando Arrabal nos describe así a María Notas: 1 ZAMBRANO, M., Pensamiento y poesía en la vida española, en Obras Reunidas, Madrid, Aguilar, 1971, p. • 294. 2 PLATON, Las leyes, VII, 22, 821. ' ZAMBRANO, M. La tumba de Antífona, en Litoral, n° 121-123, T I,p. 61. 1 ZAMBRANO, M., «Pasaron», Liberal, 4 de octubre de 1928. 26 Papeles del «Seminario María Zambrano» dad. Esto determinó en gran medida la estructu­ ra misma del pensamiento filosófico, que se rea­ liza desde la sensibilidad del varón. Pero pode­ mos preguntarnos con Ángela Ales si existe una sensibilidad femenina capaz de determinar una específica manera de hacer filosofía. En principio el pensamiento filosófico es un pensamiento teó­ ricamente “neutro”, asexuado. Simone de Beauvoir intentó demostrar que no hay distin­ ción fundamental en la cultura y el pensamien­ to que tenga su origen en los géneros. Por el con­ trario Edith Stein y más recientemente Ángela Ales nos hacen ver que “no se puede ignorar que existe una especial sensibilidad femenina al afrontar los problemas y, consiguientemente, en la solución de los mismos, lo cual puede caracte­ rizar algunas posiciones filosóficas que parten de la mujer” Zambrano: «Ayer soñé que María Zambrano me disfrazaba de Freud con una falda de organdí María Zambrano con patines se deslizaba en mi sueño de la poesía a la filosofía, ¡con qué faci­ lidad;!Qué bien patinan las bárbaras mujeres inteligentes!»5. Lo cierto es que admira esa faci­ lidad con que Zambrano se desliza de la filosofía a la poesía, de la profundidad del pensamiento metafísico a la belleza de la expresión poética. Ha sido constante la reflexión de María Zambrano sobre múltiples figuras femeninas (reales o literarias), así como sobre las diversas situaciones vitales de la mujer. Sería interesante recordar aquí su relación con Simone Weil, a la que conoció en Valencia durante la guerra civil y de la que fue asidua lectora y Marguerite Yourcenar sobre la que escribió en ABC con motivo de su muerte (19-XII-1987). También recordaría su amistad con Rosa Chaçel, Lydia Cabrera, Reyna Rivas, Cristina Campos o Elena Croce. Zambrano dedica al tema específico de la mujer tres series de artículos, la primera en el año 28, en que su pensamiento está inscrito en la mentalidad de la época y no aporta una especial originalidad; un segundo grupo en el año 1940 en el que intenta hacer un análisis histórico del proceso de evolución del concepto de la mujer y, por fin, a partir del estudio de 1942 «Las muje­ res de Galdós»6, se nos muestra una nueva mane­ ra de intelección del problema, en la que la ima­ gen de la mujer queda integrada en el concepto superior de la persona, que engloba la realidad diferenciada de hombre y mujer en un plano de igualdad ética y teleológica. Es innegable el hecho de que la filoso­ fía nace y se desarrrolla cuando era más fuerte y consolidada la estructura patriarcal de la socie­ En su artículo A propósito de la Grandeza y servidumbre de la mujer, comentando la obra de su amigo Gustavo Pittaluga, María Zambrano se pregunta sobre la actualidad del tema de la mujer: «¿Acaso no ha pasado ya aquella época en que la «cuestión femenina» fue debatida hasta la saciedad?» Ella misma se contesta: «Es ahora [...] cuando la realidad social, política y econó­ mica ha abierto un hueco a la mujer, acogiéndo­ la en «igualdad de condiciones que el varón» - al menos aparentemente -, cuando se impone y se necesita esa claridad última que solamente surge cuando las cuestiones prácticas están resueltas»7. Primeras investigaciones zambranianas sobre la mujer: La primera serie de artículos sobre la Notas: 5 ARRABAL, F., Genios y figuras, Madrid, Espasa-Calpe, 1993, p.67. 6 ZAMBRANO, M., «Las mujeres de Galdós», Rueca, I, 4. 7 ZAMBRANO, M., «A propósito de la Grandeza y servidumbre de la mujer «, Sur., 150 (abril 1947), p. 1. 27 Aurora mujer aparece en El Liberal, en una columna titulada «Mujeres», a partir del 28 de junio de 1928. Son artículos breves, valientes, directos, sencillos. «Por estas breves columnas - nos dice irán pasando en lenta procesión, sin empaque, todas nuestras preocupaciones, nuestros proble­ mas». Y concluye: «Se trata, pues, sólo de ser fiel a sí mismo, limpio espejo de la interior ■ realidad»8. Así, ese sentido ético de la vida, esa nece­ sidad de dar testimonio de sí misma lleva a Zambrano al periodismo. Será el suyo un saber combativo, militante, comprometido, «saber de salvación», como ella dice aludiendo a la tesis que por aquellas fechas estaba preparando sobre Spinoza. Hay que superar la vieja imagen del intelectual sólo obsesionado por conocer la ver­ dad, en pro de un intelectual «que ha querido ante todo ‘modificar' las cosas, actuar sobre ellas utilizándolas, es «saber de dominación» que ha hecho posible el maquinismo de hoy»9. Es en esta fecha cuando ■ por primera vez y explícita­ mente hace alusión a las mujeres como colectivo, al hablar de la obligación de la participación política. «Y en este sentido - hombres y mujeres - estamos obligados a hacer política»10. No se refiere, como aclarará en su participación del jue­ ves siguiente, a formar parte de un partido polí­ tico determinado, sino que «nuestro propósito es llevar a la actuación en lo social, en lo político, este espíritu romántico de clara visión, de ímpe­ tu disciplinado y consciente, que diríamos defi­ nidor del alma de nuestra época»u. El' ideal a que debe tender toda política será hacia una «libertad esencialmente democrática», que se ponga «al servicio de los altos valores morales y culturales, al servicio del espíritu, en vez de pre­ tender señorearlo»12. Va a ser el anuncio de la próxima visita de miss Margaret Bonfield, alcaldesa de. Liverpool1', lo que va a determinar que María Zambrano decida exponer claramente sus puntos de vista sobre la mujer. Ella da por superada la polémica acerca de la capacidad de la mujer para funcio­ nes sociales: «No es la falta de potencia intelec­ tual, dotes organizadoras, lo que nos inquieta en la mujer, sino (su) resistencia a actuar de modo distinto a como lo hizo en su antiguo puesto, con las antiguas armas, que fueron «su grandeza y su servidumbre»»^1. En un artículo aparecido en El Liberal el 4 de octubre de 1928 María Zambrano expresa su orgullo de «encontrar tanta mujer de cualquier región - con historial científico, con biografía cultural»15. Y se pregunta: «¿será lle­ gado el momento en que la mujer, siguiendo su tradición aristocrática, va a adquirir el refina­ miento supremo del conocer puro de urgencias prácticas, del libre ejercicio del cerebro?»^. Perteneciente a una vieja cultura, como la anda­ luza, donde la mujer ha ejercido desde siempre un poder indiscutible, aunque solapado tras el poder del varón, Zambrano no pone en tela de juicio tal poder, sino la forma de realizarlo. «No es, por tanto, el poder lo que inquieta a la mujer de hoy, que tenía seguro, aunque oblicuo, en la tradicional postura doméstica». Lo que intenta Notas: 8 ZAMBRANO, M., «Nosotros creemos», Liberal, 28 de junio, dem. 9 ZAMBRANO, M., «Sentimos los jóvenes», Liberal, 5 julio 1928. 1° Ibidem. 11 ZAMBRANO, M., «Sobre la actual generación», Liberal, 12 julio 1928. ZAMBRANO, M., «Hemos hecho alusión». Liberal, 26 julio 1928. ZAMBRANO, M., «Se anuncia...», Liberal, 2 agosto 1928. Ibidem. ZAMBRANO, M., «Pasaron por España», Liberal, 4 octubre 1928. 16 Ibidem. ' 12 13 14 *5 28 Papeles del «Seminario María Zambrano» Zambrano descubre aterrada la cruda realidad. de las mujeres obreras y campesinas. Ella describe con un gran dramatismo la vida de gran parte de las mujeres españolas, no la vida de las señoritas que con ella compartían el privilegio de adelan­ tadas de la juventud española femenina intelec­ tual, sino la de la mujer obrera, marginada y pobre, que ella misma descubre con terror y amargura20. es hacer emerger ese 'poder a la acción directa en lo social y político, a la claridad directiva del mundo teórico, al protagonismo personal y manifiesto en la historia, la plena «entrada de la mujer en el imperio de la dignidad». Pero aun más que esa presencia activa en la vida social, lo que preconiza María Zambrano es el acceso de la mujer al •mundo del pensamiento y la igualdad ante la ley. No supone esta participación de la mujer en el mundo cultural, social, el abandono de su reino doméstico, sino el llevar al gobierno civil y político aquel poder compartido que la naturaleza asignó a la sociedad doméstica^7. Las expresiones de Zambrano testimonian su contacto directo con aquella realidad que tan crudamente describe,21 y en su asombro se suble­ va contra la «solemnidad del Código» que per­ mite esta esclavitud. En el artículo del día • 6 de septiembre María Zambrano describe la grave situación de la obrera castellana22. Este espectá­ culo deprimente determina a María Zambrano a adoptar una postura de izquierdas, rebelde ante las injusticias sociales, postura que ya no aban­ donará nunca: «Esto requiere la organización del trabajo femenino - pasto de explotación - junto con el cuidado y cultivo de su espíritu. Bajo este ángulo visual hemos de mirar las muchachas de hoy esta amarga realidad que se nos presenta. La energía que no supieron verter en alarido, grito, agitación exaltada, nuestras señoritas del siglo XIX - atentas a pintar mariposas - debemos tenerla las chicas de este «frívolo siglo XX», transformada, invertida, fructificada, en sereno laborar, en lucha decidida y firme, dispuestas de una vez, por libre voluntad, a despedir de nues­ tro esquema social la triste pesadilla de la escla­ vitud femenina»23. Pero eso no basta, «porque nadie podía pensar que la mujer ha saturado su ansia liberadora con la llamada emancipación Conforme los artículos de María Zambrano son conocidos y respondiendo a la invitación que ella misma hiciera en su artículo de El Liberal del día 2 de agosto, en que pedía que sus lectoras le comunicaran sus problemas, inquietudes y opiniones, Zambrano descubre que.la situación de la mujer en España es muy diferente de la imagen idealizada que ella traía de su Andalucía natal y de su propia familia. El 9 de agosto escribe: «La respuesta es lanzada cru­ damente, apenas planteada18 la pregunta. Y es natural, ha faltado en España - con escuetas excepciones que confirman la tesis - el clamor apasionante que levantó la mujer en la segunda mitad del s. XIX al disparar el ultimátum de su rebeldía. La actitud agitadora de una miss. PanKurst, la abnegación de una Josefina Butler, no la tuvimos en la hora precisa». La ausencia en nuestro país de este movimiento feminista había hecho que aun permanecieran «escandalosos en su zafia realidad - tristes problemas femeninos. Tristes e inactuales frente al mundo»19. Notas: 17 Ibidem. 18 En el texto se dice «planeada». Pensamos es una errata y que debe decir «planteada». 19 ZAMBRANO, M., «Preocupándose de.lo social», Liberal, 9 agosto 1928. 20 ZAMBRANO, M.,«Obreras», Liberal, 11 octubre 1928. 21 ZAMBRANO, M.,«Preocupándose de lo social», Liberal, 9 agosto 1928. 22 ZAMBRANO, M., «Pueblo de Castilla», Liberal, 6 septiembre 1928. 2-' ZAMBRANO, M., «Preocupándose de lo social», Liberal, 9 agosto 1928. 29 Aurora escritos de los días 18 y 25 de octubre, Zambrano vuelve a hablar de la mujer, dejando claro que no se trata de que «la mujer tenga que igualarse al hombre, en ocasiones sería al revés»27. El pro­ yecto de feminismo zambraniano, si es que cabe llamarlo tal, no consiste en superar a los hom­ bres, sino «en alcanzar la comunidad de ideales, integración espiritual de sus vidas».28 económica. No, porque esta emancipación es más bien un fracaso, del que la mujer había de consolarse con más altas realizaciones. El ideal feminista - valga el viejo término - está más allá de la emancipación económica, «que no es sino un primer paso tristemente necesario». Frente a este estado miserable de la clase trabajadora, María Zambrano, advierte y recono­ ce con humildad que la imagen de aquella mujer andaluza que ella describe en sus primeros artí­ culos en El Liberal es una situación privilegiada. «Frente a esto - escribe - es algo aristocrático la situación de la mujer que puede quedarse en su casa, cuidando de sus hijos; es la mujer que tiene ya un orbe propio, unas prerrogativas y una dig­ nidad; una cultura, en suma”25. “La mujer tiene muchas tradiciones en que poder empalmar su vivir futuro». En primer lugar está su «tradición doméstica» y unido a ella «lo administrativo, lo económico, de menor cuantía frente a lo político del hombre; gobernó sólo la casa mientras él soñaba imperios». Tuvo también su «hora de aristocracia», en que «desarrolla su existencia en pleno ocio, es un ser cuya misión no está en hacer, sino en llevar en sí un valor: con estar pre­ sente cumple su misión. [...} La mujer así colo­ cada representaba casi un papel extramundano, suprahumano; pero su ocio magnífico no tenía empleo a no ser en su propia contemplación, cosa ciertamente reservada a la divinidad». Ahora la mujer, piensa Zambrano, puede acceder a un nuevo rol, al libre ejercicio del pensamiento. «Esto sería desde luego - escribe - lo menos doméstico, pero lo más femenino»26. En sus Las conferencias de La Habana: En 1940 María Zambrano pronunció unas conferencias en la Sociedad Universitaria de Bellas Artes de La Habana sobre el tema de la mujer, que posteriormente publicaría en la revis­ ta Ultra., n° 45 y 46 (1940). En ellas hace María Zambrano un análisis histórico-filosófico sobre el concepto de la mujer a partir del Medievo. Zambrano piensa que si queremos liberarnos de nuestro pasado y encarar una nueva manera de enfocar el problema sólo es posible a partir de su análisis histórico: «Si lo hacemos es por afán de encontrar claridad, un minimum de claridad para la confusa situación de hoy»29. «Lo primero que encontramos en los orí­ genes del mundo occidental es una radical diver­ gencia entre el hombre y la mujer». La vida occi­ dental es el producto del maridaje entre la filo­ sofía griega y el cristianismo, según piensa Zambrano: «En Grecia el hombre se define por la filosofía, es decir, racionalmente». Es el señor del logos, palabra y razón a un tiempo. «El hom­ bre es hombre por la palabra que dice la verdad». Notas: 21 ZAMBRANO, M., «Mucho se habla», Liberal, 16 agosto 1928. 25 ZAMBRANO, M., «Pueblo de Castilla», Liberal, 6 septiembre 1928. 26 ZAMBRANO, M., «Pasaron», Liberal, 4 octubre 1928. 27 ZAMBRANO, M., «La. fidelidad conyugal», Liberal, 18 octubre 1928. 28 ZAMBRANO, ' M., «La mujer camina», Liberal, 25 octubre 1928. 29 ZAMBRANO, M., «La mujer en la edad medioeval», p. 1. 30 Papeles del «Seminario María Zambrano» La filosofía es tarea de varones. «La mujer per­ manece al margen de esa actividad y su vida per­ manece fundamentalmente adherida a la natura­ leza, tiene un sentido cósmico y no racional, la mujer es la continuidad gris, monótona y por ello mismo poética de la vida, es la continuidad de la sangre, la cohesión social en su monotonía tan llena de indiferencia como cualquier otra divinidad antigua». El cristianismo aporta un nuevo concepto de hombre determinado por la creatio ex nihilo. Pero la «creación quiere decir también libertad». El hombre repite la creación ante la nada de la indeterminación, rotas las cadenas del fatalismo. Estará condenado a ser libre, en palabras de Sartre. Esta libertad com­ binándose con el racionalismo griego es lo que va a crear el idealismo esencial de la Edad Media»'” como tarea a realizar en un futuro abierto, la «lucha constante» con la naturaleza que se intenta moldear a partir de unos ideales. «Pues bien, afirma Zambrano, una faceta de este idealismo fue la concepción del amor y de la mujer, para el caballero de la Edad Media. La mujer se escindió en dos significaciones: por una parte, el matrimonio cristiano que santifica la carne, que la perpetúa»; la mujer es símbolo de la fecundidad y con ello perduración, expresión de la continuidad de la historia. «Pero el idealis­ mo masculino no podía satisfacerse con la fecun­ didad, que es lo que realiza el matrimonio, sino que necesita de otra forma más infinita, más dentro de la órbita de la creación; es el amor, el amor fuera del matrimonio y entendido heroica­ mente, idealmente»3^ «El hombre es, pues, un animal idealista, un ani­ mal que vive en un mundo inventado, mientras que la mujer se atiene a lo que hay»'2. Y por ello, porque el poseer está más en no necesitar que en retener, «la mujer tiene más, está más cerca de la naturaleza y por ello se ve menos pre­ cisada a la creación, a la busca y captura de lo que le falta, puede resignarse mejor a vivir con aquello con que se encuentra cuando nace. Su vida es menos dolorosa, y nunca llega a la sole­ dad terrible, a la soledad metafísica del hombre, de donde nace la filosofía, filosofía es igual a cre­ ación». A la mujer «su, sexo la liga con el cosmos mientras al hombre su sexo no le sirve apenas de nada sino de angustia, de impulso infinito, infi­ nito e insaciable. En el hombre se da la imagina­ ción como poder, poder que permite que la razón como instrumento se lance hacia adelante»33. El hombre medieval expresa los dos principios que habían dado pie al Medievo: «la razón griega y la creación cristiana, la primera método, búsqueda de la verdad, la segunda voluntad de poder, sím­ bolo del Dios omnipotente, terriblemente mas­ culino». Es un idealismo voluntarista «y, como no podía ser menos, el hombre en su idealismo inventa también a la mujer, e inventa el amor». Producto de esa tarea creadora e idealista será la mujer paradigmática de la Edad Media. «Es una mujer que corresponde a la idea, a la idea plató­ nica, que como ella es absoluta, es decir, pura, y como ella sirve de mediadora, de intermediaria. Así Beatriz que guía a Dante en el laberinto de la otra vida. Y aparece su carácter «ideal» en lo genérico de sus rasgos, lo genérico y lo leve. De Beatriz sólo sabemos de su sonrisa, su sonrisa que es lo más inmaterial, lo más luminoso, y por tanto lo menos corpóreo»34. El ideal que responde a la plena actividad creadora es el horizonte abierto de la libertad. Notas: 30 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 2. 31 ZAMBRANO, M, L.c., p. 3. 32 Ibidem. 33 Ibidem. 31 ZAMBRANO, M., L.c., p. 4. 31 Aurora Años más tarde en su comentario a la obra del Dr. Pittaluga, Zambrano nos dice: «La gran­ deza de la mujer culmina en la Edad Media; es ella, según el autor, la Edad Heroica de la Mujer.Y lo que no dice, pero hace visible, la Edad en que la mujer - contrariamente a lo que se cree - ha estado más ligada al espíritu creador masculino, ha sido más su igual. Después del Renacimiento en que se recoge en algunas espléndidas figuras femeninas toda la fuerza y la gracia de esa «grandeza» que se extingue, llega el siglo diecisiete en que, dicho más por el silen­ cio, queda de relieve el empezar la época de «ser­ vidumbre», de la mayor servidumbre, que se va acentuando tan sólo interrumpida por la situa­ ción de la Mujer en América, es decir en el «Nuevo Mundo»'5. Cuando Cervantes pretende poner en solfa la imagen de la mujer ideal del Medievo nos presenta a Aldonza, burda y zafia, como contrapunto de Dulcinea del Toboso, mujer perfecta en la ensoñación enamorada de Don Quijote. «El alto reinado a que ha sido ascendida se le concede a cambio de no actuar, de no ser por sí misma. La mujer es enteramente dependiente aquí, en esta forma enteramente obediente. El hombre la crea, y al crearla le ha dado el más alto puesto a que puede aspirar, está unida a la creación masculina que sin ella no sería posible»36. Por eso, en el Medievo la ima­ gen de la mujer real se nos muestra como desdi­ bujada, sólo la vemos actuar con nombre propio cuando la circunda el hálito espiritual del mona­ cato, del monasterio, que la sitúa en el estrato superior aristocrático de la religiosidad37. Así Clara que acompaña a Francisco de Asís, o Catalina de Siena, que se permite llamar anti­ cristos a los papas de Avignon. Pero hay que reconocer que la mujer medieval, en casos excep­ cionales se ha expresado también a sí misma, ha sido algo por sí misma, pero en estos casos «indi­ solublemente ligada al amor. No se ha definido, como el hombre, intelectualmente, lógicamente; la mujer es criatura alógica, que crece y se expre­ sa más allá de la lógica, o más acá, nunca dentro de ella»38. Y para expresar ese amor la mujer ha recurrido a dos géneros literarios: la poesía y las cartas; como prototipo del primer caso María Rafael Romero Symbolon 8, 1998 Notas: ” ZAMBRANO, M., «A propósito...», p. 6. '6 ZAMBRANO, M., «La mujer en la edad medioeval», p. 4. 57 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 3. ZAMBRANO, M., L.c., p. 5. '2 Papeles del «Seminario Piaría Zambrano» Zambrano nos recuerda a Safo de Lesbos. «De las brevísimas composiciones que de ella tenemos, apenas nada que no sea ella misma y ella misma es como el corazón de una flor [...}. Todo lo que nos dice son sensaciones, son estremecimientos, son cosas que suceden en lo que un ser tiene de cósmico e inefable»^. Como paradigma del otro género de expresión, las cartas, María Zambrano nos habla de Eloísa y Sor Mariana Alcoforado. «El amor, según dijo Diótima a Sócrates, es afán de engendrar en la belleza y cuando esto se cum­ ple el amor ya no tiene por qué expresarse. El amor que se expresa es el amor desventurado». Eloísa es el símbolo del «sacrificio total y com­ pleto, la entrega absoluta y sin reservas de una mujer a un poder lógico, a un hombre que reali­ za la virilidad pensando, demostrando, razonando»40. Un hecho poco estudiado y, sin embargo, de una especial importancia, es la relevancia que ejerce la mujer en el mundo de Al-Andalus, especialmente hasta el s. XII. Averroes va a defender explícitamente la igualdad entre hom­ bre y. mujer. La grandeza y la dignidad de la mujer va a ser cantada en este período triunfal de Al.Andalus por sus mejores poetas y literatos. no ha penetrado, es cierto, en la pura creación, pero la rodea y la hace posible. De esta verdade­ ra aristocracia femenina emana un poder de per­ suasión, una exigencia de belleza espiritual cons­ tante que no tolera, ningún extremismo, ni per­ mite la decadencia; es como un nivel, como un límite que no se puede rebasar; es para la crea­ ción atormentada del genio, la medida»4! Y, como toda medida, conserva aun algo de ideali­ dad, de irreal, de ambigüedad. Zambrano escri­ be: «El encanto principal de estas mujeres extra­ ordinarias - una “Gioconda, una Vittoria Colonna, una Julia Gonzaga” - no es la belleza, según vimos, sino el ser, como después, se ha dicho, “ambiguas”. Esta ambigüedad está dada precisamente por el carácter de estar colocadas por encima de su sexo. Sin violencia alguna se han instruido en las humanidades y discuten graves problemas del espíritu • humano y • hasta penetran sutilmente en la posible reforma de la Iglesia. La mujer, al descender de su trono, ha quedado como suspendida en una atmósfera ide­ alizada ahora por ella misma; viven ya por su cuenta, pero esta su vida siendo mujeres de mundo se puede decir que es de una monja laica, o mejor una monja de la cultura, o de las letras. Todas ellas aparecen más o menos asexuadas, más allá del amor carnal, por encima de la pasión, invulnerables. El amor que forjan sutilmente es el verdadero amor platónico, es decir, el amor que lleva al conocimiento»"'. Se respira un aire de libertad, como si el horizonte se distanciara, como si tras un angosto desfiladero se abriera el paisaje a la amplia meseta de contornos infinitos. No sin razón el Renacimiento descubre la • pers­ pectiva, que es armonía, ajuste a un orden abier­ to. La mujer camina de la mano del hombre hacia una meta ideal de perfección. Pero ese En el Renacimiento se verificó lo que Zambrano llama el «descendimiento de la mujer a la tierra». El hombre se reencuentra con la mujer de carne y hueso, la mujer real. Hay un nuevo enamoramiento colectivo. Aparece el des­ nudo como expresión de una belleza interior que en él se manifiesta como centro de la armonía misma del cosmos. La mujer tiene cuerpo, pero un cuerpo transido de perfección. «La mujer en su descendimiento ha enriquecido la vida crean­ do una dimensión más, una atmósfera en torno al hombre de genio que creaba la mujer. La mujer Notas: 39 Ibidem. 10 ZAMBRANO, M., L.c., p. 6. i' ZAMBRANO, M., «La mujer en el Romanticismo», p. 1. 12 Ibidem. 33 Aurora mundo, en el mismo plano de la realidad que el varón»44. «Si alguna época tiene conciencia de ser una innovación profunda, ■ de • traer un modo nuevo, es el Romanticismo [...]. El Romanticismo aparece ya como una revolución, es esencialmente revolucionario, ya no se trata de una crisis histórica, sino de una revolución Es, sin duda, la fermentación de todo lo que quedó reprimido bajo el orden medieval prime­ ro. y bajo la sociedad europea más o menos racio­ nalista». Surge una nueva sociedad que reaccio­ na en lo moral contra la religión oficial y en lo intelectual contra el racionalismo, exaltando el valor de la libertad y los sentimientos. «Los sen­ deros del corazón fueron la ley suprema»45 de esta época. «Una de las oficinas donde esta socie­ dad se gesta es, sin duda, el salón regentado por una mujer no siempre de la aristocracia. El céle­ bre salón de Mme. Staël, de la Recamier, muje­ res más bien de la burguesía que de la alta aris­ tocracia. Ellas con tacto exquisito y con ductili­ dad femenina ejercieron un papel de la más alta importancia. El pequeño espacio del salón era el terreno neutral donde los hombres de diferentes clases sociales, tales como las nuevas nacidas al calor de la Revolución y los antiguos emigran­ tes de la Francia monárquica que volvían a la patria recobrada, se iban conociendo y tratando y prestándose cualidades complementarias; iban, en suma, evitando el rencor, el terrible rencor producto del alejamiento. En la vida social lo más disolvente es el aislamiento, la dispersión y el salón de estas mujeres ejemplares era un aglu­ tinante que conseguía insensiblemente lo que cien batallas no hubieran cumplido. De nuevo la mujer en la vida política era lo que quizá jamás ha debido dejar de ser: la neutralidad, el terreno. neutro donde toda lucha se amortigua y deja momento renacentista fue breve; quedó trunca­ do por la Reforma y especialmente por la Contrarreforma que patrocina Trento. «Un vien­ to de dogmatismo atraviesa este brillante paisa­ je y lo hiela un poco; las líneas son las mismas, pero la luz ha cambiado. Parece que algo se ha cerrado allá en el horizonte y las posibilidades antes indefinidas de vida espiritual parecen dis­ minuir. El mundo se estabiliza y las formas espi­ rituales se fijan, hay como un desencanto sutil y hasta una inhibición ...... La risa y la ironía apa­ recen, y la mujer se hace devota, moralista un poco rígida. El amor platónico es de nuevo ven­ cido para dejar paso por una parte al amor de la vida y de la carne, al amor que es fecundidad, y por otra a la pasión que entremezclada a veces con la vida religiosa prosigue su canto inacabable»^. Nos encontramos en el Barroco. El arte manifiesta esa duplicidad. Por una parte tene­ mos los desnudos de Rubens. La mujer muestra ostensiblemente sus carnes nacaradas y volumi­ nosas. Es cuerpo, objeto de placer, exaltación del sexo. Pero por otra parte, en las zonas en que domina la Contrarreforma, los pintores se dedi­ can a pintar vírgenes dolientes y Cristos san­ grantes. De nuevo se ha roto la armonía de lo femenino. «El Romanticismo, uno de cuyos miste­ rios centrales ha sido el de ' la mujer, fue, sin duda, el postrer momento de ■ esta situación en que hombre y mujer eran radicalmente «el otro», habitantes de diferentes planos de reali­ dad. Después, con el Positivismo y la Revolución que ha removido todos los estratos de la vida humana, la mujer desciende a este mundo. Al reclamar su derecho al trabajo, no hacía otra cosa que pedir su puesto en este Notas: 43 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 2. 44 ZAMBRANO, M., «A propósito...», p.2. 45 ZAMBRANO, M., «La mujer en el Romanticismo», p. 2. 34 Papeles del «Seminario María Zambrano» historia que coincide con la mayor turbiedad histórica que se haya conocido. No cabe duda que la mujer está en el umbral de un mundo nuevo en el cual ha de recoger todos los intentos frustrados, todo el fracaso, diríamos, de cierto tipo de mujer habidos en otras épocas»/8. Este estudio sobre la mujer va a adquirir una mayor profundidad en dos estudios a los que aludire­ mos de inmediato y posteriormente se diluye en un concepto abarcador y más fundamental, la persona, donde hombre y mujer convergen y alcanzan su plena realización. María Zambrano dedica profundos y sugerentes estudios a la obra de Galdós, en donde se nos muestra ya cómo «la mujer ha bajado a este mundo, existe de veras, y él, el hombre, la encuentra con una realidad propia, anta­ gonista real liberada de la cárcel de los sueños» 4?. paso a la concordia. Entonces la mujer, sin dejar de actuar e influir, no era todavía beligerante. La mujer había descendido a la tierra y a diferencia de la dama medieval era activa y desplegaba su ingenio y hasta sus opiniones particulares; tenía sus convicciones privadas y se permitía el lujo de pensar, pero su valor se vertía en algo mayor que ella misma, en algo anónimo: en la creación de la sociedad, de la cohesión social bajo todos los cataclismos de la política»/6. Son estos salo­ nes el germen de un fermento de lo que va a constituir la revolución feminista del s. XIX. «A partir de entonces, en pleno siglo XIX, ya el camino de la rebelión de la mujer va siendo cada vez más efectivo, ya trabaja para ella misma, es decir, para lograr unas supuestas reivindicaciones» 47 47. Este análisis de la mujer queda en estas conferencias como interrumpido en el momento mismo en que alborea una nueva concepción, radicalmente distinta de las hasta ahora habidas. En el estudio que Zambrano hace de la obra de su amigo, se critica algo que podemos aplicar aquí a la misma María. «Hemos de notar ciertos silencios y ausencias como ligeras fallas de una obra tan completa. Todas estas ausencias tienen lugar en los tiempos modernos, es decir, a partir del Renacimiento. Diñase que el libro se preci­ pita y empobrece». Pero • aquí mismo María Zambrano deja planteada una pregunta que nos hace pensar: «¿Qué significa este progresivo apa­ gamiento de la grandeza de la mujer en los tiem­ pos modernos?» Y comenta: «La gravedad estri­ ba en que el autor no nos ofrece una fe última, un porvenir para la mujer, en que no aparece lo que la mujer vaya a ser en esta difícil etapa de su La, metafísica de lo femenino: «Hablar de la situación de la mujer en cualquier época - nos dice Zambrano - supone hablar de una de las capas más profundas, de los estratos más decisivos en la marcha de una cultura»5(). Podríamos decir, parodiando la filosofía marxista, que las relaciones hombre-mujer cons­ tituyen la infraestructura sobre la que se montan las demás manifestaciones de una sociedad. Justamente por ello, por el radical cambio que han sufrido en nuestro tiempo estas relaciones, ese cambio radical que observamos en la cultura ' en la actualidad. En el año 1945 Zambrano publica en la revista Sur «Eloisa o la existencia de la mujer». «Alma libremente esclava hizo sacrificio de su amor ante la libertad, quiso a su amante por encima de su amor, de la manera más Notas: 46 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 3. 47 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 3-4. 48 ZAMBRANO, M., «A propósito...», p. 6. 49 ZAMBRANO, M., La España de Galdós, Madrid, Endymion, 1989, p.187. 50 ZAMBRANO, M., «La mujer en la edad medioeval», p. 77. 35 Aurora to y el llanto que corre entremezclado con la llu­ via. Existencia fantasmagórica de lo que no ha conseguido su ser y no está en la vida ni en la muerte»54. Ser enajenado que vive un extraño aquelarre, al verse en la imposibilidad de llevar al mundo de la luz, de la conciencia, su oscuro mundo sensitivo. Por ello que Zambrano escri­ ba: «Entremezclada con la fe cristiana, parece haber persistido con singular terquedad la ima­ gen de la mujer enajenada; criatura extraña en los linderos de lo humano. «Lo humano» es el contenido de la definición del hombre, y la mujer quedaba siempre en los límites, desterra­ da y, como toda realidad, rechazada, infinita­ mente terrible. Sólo en su dependencia al varón, su vida cobraba ser y sentido; mas en cuanto asomaba en ella el conato del propio destino, quedaba convertida en un extraño ser sin sede posible. Era la posesa o hechizada que, vengado­ ra, se transformaba en. hechicera» 55. contraria a esa dolencia moderna de los que se enamoran del amor»51. Dos años más tarde de la publicación del artículo sobre Eloísa y en la misma revista aparece otro estudio de María Zambrano que denomina «A propósito de la Grandeza y servidumbre de la mujer». Estos dos estudios constituyen lo más profundo que ha publicado María Zambrano sobre el tema.»La historia es una forma de objetividad, y por tanto de desprendimiento de la vida; es ya una cierta muerte como lo es toda forma de objetividad. La mujer la ha rechazado o no puede alcanzarla, parece vivir identificándose con la realidad más misteriosa y reacia a ser declarada por el «logos» en cualquiera de sus formas. Vida misteriosa de las entrañas, que se consume sin alcanzar la objetividad»^. En este primer artículo María Zambrano tiene ante sus ojos el libro Grandeza y servidum­ bre de la mujer del médico Gustavo Pittaluga, aun inédito y que aparecería poco después. «Por pri­ mera vez, creemos, se plantea el problema de la mujer en su realidad histórica con entera pureza intelectual y libertad de espíritu»53. Zambrano ■ advierte la dificultad de objetivar lo femenino, como ' esencialmente vital y por. tanto pertene­ ciente a ese fondo • •oscuro que desde los ' ínferos' del alma. determina las. manifestaciones fluctuantes en que la mujer como. tal se manifiesta. «Y esta. situación • errabunda de la mujer es lo' que ' canta el poeta. Realidad ' fantasmal que los pue­ blos de • todas las épocas.han dramatizado en esas figuras femeninas indecisas y errantes que traen el maleficio al mortal' que se atreve a mirarlas. Y es là voz doliente que ' suena en el gemir del vien­ Mientras que el hombre es cuerpo y espí­ ritu, esto es, pasión y razón, la mujer es alma, esto es, principio vivificador, razón de la vida, que la recibe, la • dona y la mantiene56. Rilke creyó ver la imagen plena de la mujer en la vir­ gen sorprendida por la muerte cuando aun no ha conseguido la plenitud de su realización. Zambrano la canta así en su única obra teatral La tumba de Antígona. Si esto es así, se pregunta Zambrano, «¿Habrá alguna manera en que la mujer encuentre su modo de vida participante en la aventura varonil de la libertad, sin dejar de ser alma? ¿Habrá existido alguna mujer que a través de una pasión dolorosa y fecunda ' haya logrado servir a • la libertad en que el hombre ' Notas: 51 ZAMBRANO, M., «Eloisa o la existencia de la mujer», Sur,(febrero,1945), p. 3­ 52 Ibidem. 5-' ZAMBRANO, M., «Eloísa...», p. 3, nota 1. 51 ZAMBRANO, M„ L.c.', p. 3. . 55 Ibidem. 56 ZAMBRANO, M., L.c., p. 4. 36 Papeles del «Seminario filaría Zambrano» quiere adentrarse? Si la ha habido su ser estará logrado y no será ya ni hechizada, ni hechicera».57 cumplimiento de determinadas hazañas liberta­ doras» y con ello a descifrar el enigma de su pro­ pio destino. Pero «¿cual fue la hazaña de Eloisa, la que le da nombre perdurable y conquista sede para un mundo femenino del ser?». Eloisa «fue la mujer que sin desprenderse de su alma, la salvó entregándose a lo que parece ser su contra­ rio: la libertad. El alma solamente se salva entre­ gándose, tal parece ser su destino desde siem­ pre». He aquí el drama de lo femenino: sólo se realiza en plenitud su libertad en una donación total y desinteresada de la misma. La mujer, que es esencialmente alma, y como tal esclavi­ tud, emerge a la libertad en la entrega por el amor, en el anonadamiento que la fecunda, en la muerte que la resucita. Vivimos en un mundo en que todo es mensurable, todo sufre el condicio­ namiento de la medida; son las matemáticas de un saber útil, y por ello egoísta, pero el amor verdadero no admite medida y lo femenino como tal se realiza en el amor, es un misterio de amor. “En su pasión vive este drama y ofrece por la hazaña un modo de ser mujer sumamente fasci­ nante e infinitamente noble: se ha entregado a la libertad por la esclavitud. Ella lo sabe cuanto es posible: sabe único su amor, siente único a su amado y a su amante, singular personaje en quien podrían descubrirse todos los heroísmos y las torpezas del varón occidental».62 Lo femeni­ no ha cumplido su ciclo. «Tratándose de la mujer toda liberación - parece - ha sido consu­ mada mediante la esclavitud. La esclavitud ha sido la manera como el ser de la mujer se ha rea­ lizado más espléndidamente»^' Pero ¿no es esto en gran medida común también al varón? La verdad es que la misma Zambrano lo generaliza Zambrano cree ver el paradigma de esta realización en Eloísa58. He aquí como la descri­ be: «No es precisamente un amante feliz; vivió su amor en la plenitud, aunque de una breve hora y sin embargo, coimpartió la suerte de los amantes que Rilke canta; en soledad atesoró su amor sufriendo todas las metamorfosis necesarias para hacerle inmortal. Con su amor, ella misma, sufrió las metamorfosis lentas y dolorosas para llegar a ser la mujer. Ni hechicera, ni hechizada, hundida en su propia sede, en la realidad de su alma que salvó de su terrible aventura. Ya que el alma requiere, antes de ser realidad plena, ser rescatada de alguna manera, transformándose así de su espontanea realidad perdidiza y perdura­ ble, en otra cristalina, idéntica a sí misma»59. La historia de Eloísa, su singular manera de solu­ cionar su drama personal, se constituye en crisol donde se funde y manifiesta la esencia misma de la realidad femenina.60 El ser humano se enfren­ ta al destino como una fatalidad indescifrable que debe aceptar sin comprenderla, llevado por los presentimientos, como luces que espejean tras la oscuridad. Sólo cuando ha consumado su destino, a posteriori, descubre su sentido. «El conocimiento del destino adviene después que se consumó. Entonces, desatado el nudo terrible por el padecer, salta su sentido íntimo; se hace visible, se ha transformado en conciencia».61 Es la «cárcel de las circunstancias» la que arrincona al elegido hacia la solución, hacia «el Notas: 57 Ibidem. 58 Ibidem. 55 Ibidem. So ZAMBRANO, M., L.c., p. 4-5. 61 ZAMBRANO, M., L.c., p. 5. 62 Ibidem. 63 ZAMBRANO, M., L. c., p. 11. 37 Aurora dos renglones más abajo cuando escribe: «La vida humana en su ambigüedad característica se mueve entre la esclavitud y la libertad, categorí­ as supremas de la vida». Pero «el alma no quie­ re dejar de ser esclava».64 ¿Cual es la razón últi­ ma de esta necesidad de esclavitud? Zambrano afirma:»el alma no puede existir en su ser, receptora, pasiva, necesita de la existencia de algo más real que ella a quien adorar y adquirir así la forma que no tiene, la existencia que le falta; las más, veces por participación, de un modo imperfecto; por identificación transfigura­ dos, cuando alcanza la verdadera realidad» y ésta la alcanza gracias al amor, «cuando fundida por la adoración llega por fin a transfigurarse en el objeto amado».65 Para Eloísa «existir es ofre­ cerse. El sentido del existir como ofrecimiento parece ser femenino; propio de la criatura iden­ tificada con su alma y, sin embargo, debe estar en la raíz de la vida humana», porque en todas las religiones la ofrenda era el acto en que el hombre entraba en relación con la divinidad66. Parece que esta imagen de Eloísa hubiera queda­ do definitivamente superada, enclaustrada en el Medievo, historia de un tiempo definitivamente pasado. Pero como descubridora de la esencia de lo femenino, es la manifestación de esa entraña que de continuo intenta extrovertirse y manifes­ tarse, porque ella es la mujer, y expresa en su dolor la quintaesencia de lo femenino. ' Al comienzo mismo del Génesis Dios advierte que el hombre estaba solo, es su esencia metafísica; la soledad era, por primera vez en los seres creados, el vacío de la indeterminación, la nada que hora­ da la fatalidad y permite la libertad. «Y así en la civilización nacida bajo las creencias cristianas, el hombre se lanza frenéticamente hacia su liber­ tad, como si por primera vez en el mundo todo el caudal de su esperanza quedara al descubierto. La soledad no era ya desamparo, como al final del mundo antiguo, sino soledad creadora, imagen de la nada de donde Dios creó el mundo». Por el contrario, «la mujer se supo dueña de un alma y se identificó con ella, pero no se supo espíritu, afán creador».67 «La mujer parece haber sido designada para ser la protagonista de la historia del alma del mundo».68 La mujer «cuando pier­ de el alma no parece tener ya cosa alguna y,.con­ vertida en sombra, anda errante, perdida irremi­ siblemente».® El varón tiene «al lado de la vida del alma, otra vida. Y la especie superior del hombre quizá sea esa, tan rara hoy, que realiza el prodi­ gio de vivir entre las dos, ganando el «nous» sin perder el alma; adentrándose en la libertad, cuanto le sea posible, sin aniquilar ni humillar la vida de las entrañas».70 He • aquí la síntesis, el nuevo estilo del filosofar que Zambrano preconi­ za, que no crea destruyendo, al modo del varón, al estilo de la filosofía racionalista, que todo lo cuestiona, sino que al estilo femenino, conserva las entrañas y las ilumina con un saber que da sentido, que no comienza negando o cuestionan­ do lo que justamente quiere salvar, sino hacien­ do una hermenéutica iluminadora que redime las apariencias. La mujer, identificada con su alma, no sintió como el hombre la soledad; se sintió siempre acompañada, vinculada a todas las Notas: 61 Ibidem. S5 ZAMBRANO, M., L.c., p. 11-12. 66 ZAMBRANO, M„ l.c., p. 12. 67 ZAMBRANO, M., L.c., p. 6. 68 ZAMBRANO, M., L.c., p. 11. 69 Ibidem. 70 ZAMBRANO, M„ L.c., P 12. 38 Papeles del «Seminario María Zambrano» cosas, madre del orbe, preñada del universo. Y «si el espíritu creador es divino, el mundo del alma - de la mujer - es sagrado, es decir, no reve­ lado. Mundo anterior al «logos», entra en con­ tacto con el «logos» mediante el ofrecimiento de sus entrañas para que en ellas se realice; se haga corpórea realidad; carne y alma».71 Y así la mujer, misterio y promesa, es fecunda en su donación total, y en su negación fecunda hace fértil la empresa creadora del varón. Es su esen­ cial complemento metafísico. Con la mujer el varón recobra las entrañas, se vincula con el mis­ terio, con lo sagrado; con el varón la mujer rea­ liza su libertad, emerge de la placenta interior, se desentraña, se identifica consigo misma, se reto­ ma y posee. eficiente que el concepto, como si fuese la forma adecuada para esa realidad infinitamente activa, no sometida al «logos» y, por tanto, de la que todo puede esperarse y todo puede tenerse. Las imágenes revelan esa realidad manteniéndola dentro de los límites dóciles, en cierto modo, al querer del hombre que ante ellas se postra. Y al adorarlas y contemplarlas se alimenta de su fuer­ za, sin entrar en litigio; sin ofrecerle cosa distin­ ta de lo que puede. La imagen preserva al hom­ bre de ser destruido por la realidad que, sin ella, le acometería siguiendo su ley y apetencia pro­ pia. Y así lo sagrado se ha vertido siempre en imágenes, transformándose en protectora pre­ sencia. Al objetivarse la terrible y atrayente rea­ lidad, deja espacio para la existencia de su adora­ dor, que conquista con su adoración, su independencia»?3 El hombre siente el vértigo que le empuja, como al abismo, hacia la mujer, y se defiende de su hechizo interponiendo la imagen, con lo que a un tiempo se libera del encanta­ miento de la esfinge y transforma esa imantación en potencial de su propio desarrollo personal. La mujer real debía cumplir una misión.?4 El hom­ bre se aferra a su imagen como Don Quijote a Dulcinea, aun cuando el olor a sudor y a cebolla de Aldonza, contradiga su sueño. Siempre hay el recurso a los brujos y malandrines que convier­ ten la idea en desagradable realidad cotidiana. «La mujer no participaba en la libertad del varón medieval, tampoco había participado en el descubrimiento del «logos» que la filosofía hiciera en Grecia; ajena al mundo del «logos», llevaba la perduración del mundo anterior y ten­ dría que ser la máxima resistencia para la mas­ culina libertad y su infinito anhelo de existir»/2 pero ello no quiere decir que la mujer perma­ nezca ciega al mundo noético, no está carente de saber, sino que sabe de otra manera: el varón intenta dominar la realidad, la mujer se deja más bien poseer por ella; el varón la construye para lo que primeramente la mata; la mujer la recibe como donación gratuita. María Zambrano llama sagrada la imagen de la mujer en la medida en que es un arcano para el hombre. Por ello que para alcanzar el ser de la mujer sea necesaria una especial meta-física que actúa no con conceptos, sino con imágenes, porque «la realidad no apresable en conceptos, puede, sin embargo, apresar­ se en imágenes. La imagen es más activa, más La creación personal en el amor es una de las aportaciones de María Zambrano al tema de la mujer. «En las profundidades de los grandes amores, siente el amante haber sido engendrado en el amor del otro; filialidad y hermandad a la vez que hace crecer la propia existencia dependiente del otro, intrincada en él, sin libertad, sin espacio», a imagen del mito bíblico en que Eva Notas: 71 ZAMBRANO, M., L.c., p. 6. 72 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 6-7. 75 ZAMBRANO, M., L.c.. p. 7. 74 ZAMBRANO, M., L.c., p. 7-8. 39 Aurora de la humanidad donde la mujer aparece como la gran madre, la gestadora y creadora del hombre, sino que en los momentos de crisis de la Humanidad, vemos emerger a la mujer como la «mediadora», que nos ayuda a superar la angos­ tura del desfiladero que separa las épocas conso­ lidadas. «La mujer -nos dice Zambrano- cobra toda su magnitud en esos momentos de meta­ morfosis para eclipsarse en los tiempos de orden y seguridad [...] Y así la Mujer aparece [...] como una potencia, fuerza originaria, no cósmica, sino intermediaria que se revela y alcanza su valor en los ' momentos en que el hombre abandona un alma, un modo de ser, para lanzarse hacia otro. La mujer desde más allá, desde «otro mundo» guía decisivamente las transmutaciones de este mundo».78 Hoy, época de crisis, es período de plenitud de lo femenino, en que lo humano, el varón ha de ser de nuevo engendrado. es creada del costado de Adán, porque toda mujer «ha de reproducir, de algún modo a la' mujer primera; como todo varón al varón primero»?5' Esa visión de Eva en la • mujer medieval la hacía participar de su culpa y la ■ mujer era vista como «el eterno obstáculo, no de la historia, sino de la vuelta al hogar donde no la hay; la eterna causante del destierro». En la mujer «quedaba confinado todo lo no humano. En la imagen de la mujer el varón había encerrado todo lo ines­ crutable de la suerte, lo permanente de la natu­ raleza y lo azaroso. del destino, todo lo inexpug­ nable a su razón». Pero la mujer era vista a un tiempo que lo anterior como el antídoto del varón para salvarse de su negatividad, porque también en una mujer se da la plenitud (gratia plena). «Es el suceso de la ascensión de la mujer desde el valle de Eva a una altura por encima de la más alta cima de lo humano. Su transforma­ ción en criatura de la libertad y de la gracia. había tenido lugar desde la esclavitud» - ecce ancilla Y así la mujer era «esclava y libertadora, miste­ rio natural y ángel sobrenatural; definitivo esco­ llo y guía del viaje más audaz por los abismos del infierno y las alturas celestes»?6 María Zambrano acepta de Pittaluga la idea de que «la mujer aparece [...] como perci­ biendo los valores, sugiriéndolos, haciéndolos triunfar; en suma, haciendo que se hagan reali­ dad. La mujer es la mediadora entre el reino de los valores»/79 Por lo tanto, si Zambrano admite que en el reino de la razón, de la especulación, de la filosofía, el varón ha ejercido un indiscutible principado a través de la historia, es interesante observar, cómo en ese otro género, más próximo a la zona profunda de lo sagrado, de los valores, la hegemonía indiscutible siempre fue de la mujer. «La mujer percibe los valores y se desen­ tiende de las verdades, cuya búsqueda ha sido la acción más masculina del varón, más exclusiva Sócrates ha sido el más viril de los hom­ bres, y su amor a la verdad sobre la vida ha irri­ Ella está al comienzo mismo de la histo­ ria - la gran madre - dando a luz al hombre como tal, porque «la acción primera y primaria de la mujer tiene lugar en el comienzo mismo de la Historia, en los primeros pasos en que el varón se desprende de la vida nebulosa «natural» para afirmarse en lo que tiene de peculiar y humano Es ella, la Mujer, la creadora, o por lo menos la' nodriza de la humanidad del hombre, del hombre como ser específicamente distinto del animal».77 Pero no es solamente en el alborear Notas: 75 ZAMBRANO, M., L.c., p. 8. 76 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 9. 77 ZAMBRANO, M., «A proposito...», p. 3. 78 ZAMBRANO, M., L.c., p. 5-6. 79 ZAMBRANO, M., L.c., p. 3. 40 Papeles del «Seminario María Zambrano» tado a la mujer representada, sin duda, por la sagacidad de Platón en esa esposa indomable, hostil a la vocación de su marido al que ama por encima de sí misma y cuya muerte debió parecerle sobre manera fatal. En su llanto desgarrado brotaba toda la desesperación de la mujer que ve al hombre tomar un camino estéril y doloroso, incomprensible; que lo siente enajenado de su regazo, irremisiblemente perdido para ella. Nadie se ha apiadado del dolor de Xantipa y [...] es a ella a quien vemos redimida, al, fin, justifi­ cada. No la verdad, sino la vida, y los valores, esas difíciles realidades que esperan y reclaman ser realizadas»?0 se el «logos» de la vida que llegó hasta hacerse carne porque ella, la carne, lo necesitaba para resu­ citar? ¿La razón no es también alimento de la vida? ¿Y no es por la verdad por lo que la vida alcanza o llega a punto de alcanzar eso que es lo más huma­ no de nuestra vida: la libertad?»?2 Zambrano no contesta a estas preguntas. Zambrano elogia como lo más acertado de la obra de Pittaluga, la diferenciación entre varón y mujer en razón de su singular manera de conce­ bir el tiempo. Sin duda el carácter más intuitivo, realista, de la mujer hace que ésta tenga una visión menos utópica y más real del tiempo, con un claro predominio del presente sobre los otros dos planos, de los ' cuales el varón da preferencia al futuro, mientras que la mujer se vuelve con más insisten­ cia sobre el pasado. Las tradiciones se conservan en gran medida gracias a este carácter tesaurizante de tradiciones de la mujer.8' En cuanto al futuro, Zambrano admite la precisión establecida por Pittaluga: «Mientras el hombre prevé, la mujer presiente»?4 Observación sutil que vuelve a insis­ tir en ese carácter mucho más intuitivo de la mujer que ejerce una empatia cordial que le hace alcanzar un conocimiento de la realidad fundamentalmente humana más fundada en razones del corazón que de la mente. «Aquí se hace inteligible esa voca­ ción femenina persistente: la pitonisa, la adivina, la mujer que se relaciona con el hado de modo ínti­ mo y obscuro: la eterna Casandra»?5 Zambrano termina su artículo con un himno a la esperanza: “Si el futuro de la especie no está en la mujer, no reside en parte alguna [...]. No apuntar al porvenir de la mujer, a la mujer que ha Consecuente con esta apreciación surge aquí una valoración ética diferente para mujer y varón. - «Por ellos - escribe Zambrano refiriéndo­ se a los valores - la mujer es auténtica y no sincera y se hace justificable hasta el heroico fingimiento que defiende un último valor auténtico»?1 Heroico fingimiento que salvó la vida de un Maimónides, obligado a la conversión mahometa­ na, o de un Abraham que presenta a su mujer como hermana por temor a que sus paisanos dese­ osos de poseer a su bella esposa, le dieran muerte para verla libre. Pero esta asignación de los valores a la mujer y de la especulación al hombre plantea serias dudas que no se le ocultan a la misma María Zambrano: «¿No resulta acaso apresurado, parcial­ mente vitalista esta escisión y casi oposición de la verdad y el valor?. La fría, clara, invulnerable ver­ dad hablada por la mente del varón, ¿no ha sido necesaria para la vida que, sin ella, jamás hubiera alcanzado verdadera humanidad?. ¿Puede extirpar­ Notas: 80 ZAMBRANO, M., L.c., p. 4. 81 Ibidem. 82 Ibidem.. 83 Ibidem. 84 Ibidem. 85 ZAMBRANO, M„ L.c., p. 4-5. 41 Aurora protagonista de la historia».88 Desde la publica­ ción en 1947 de su artículo antes comentado, el tema de la mujer ya no es objeto de estudio espe­ cífico para María Zambrano. Durante sus últi­ mos cuarenta años no vuelve sobre ello, pese a la costumbre zambraniana de retomar los temas fundamentales de su investigación de forma rei­ terativa. Una idea ha venido a suplantar su pre­ ocupación sobre el problema de la mujer, el con­ cepto de persona, la realización personal en la que la mujer encuentra la vía de desarrollo de su propia singularidad como género. «Aunque lenta y trabajosamente, se ha ido abriendo paso esta revelación de la pesona humana, de que constituye no sólo el valor ' más alto, sino la fina­ lidad de la historia misma. De que el dia ventu­ roso en que todos los hombres hayan llegado a vivir plenamente como personas, en una socie­ dad que sea su receptáculo, su medio adecuado, el hombre habrá encontrado su casa, su «lugar natural» en el Universo».89 Si cada generación está dominada por un orbe de ideas, una conste­ lación que como las del zodíaco, según creían los antiguos, domina los diferentes momentos de la historia, el momento actual está dominado por la idea de persona «como algo original, nuevo, rea­ lidad radical irreductible a ninguna otra» y la de «democracia», como el ámbito adecuado de su desarrollo,9° pues «si se hubiera de definir la democracia, podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo sea permitido, sino exigido ser persona».91 Para Zambrano la demo­ cracia «es el régimen de la unidad en la multi­ plicidad, del reconocimiento, por ' tanto, de de venir, es tanto como no apuntar al futuro del género humano».86 Pero como contrapartida, María Zambrano se platea las siguientes pregun­ tas: «¿Puede la mujer ser «individuo» en la medi­ da en que lo es el hombre? ¿Puede tener una voca­ ción además de la vocación genérica sin contrade­ cirla? ¿Puede una mujer, en suma, realizar la suprema y sagrada vocación de la Mujer siendo además una mujer atraída por una vocación deter­ minada? ¿Puede unir en su ser la vocación de la mujer con una de esas vocaciones que han absorbi­ do y. hecho la grandeza de algunos hombres: Filosofía, Poesía, Ciencia, es decir, puede crear la Mujer sin dejar de serlo?. El precio de la creación del hombre ha sido muy alto y sus condiciones muy rigurosas: soledad, angustia, sacrificio. La mujer ha ofrecido su sacrificio permanente sin traspasar el lindero de la «creación», ¿Le será per­ mitido hacerlo; podrá arriesgarse en un nuevo sacrificio sin arriesgar la continuidad de la especie, sin dejar de ser la gran educadora y guía del hombre?».87 La integración de los géneros en el ideal de la persona. En el artículo que acabamos de analizar, María Zambrano denuncia esa desigual manera de enfrentarse mujer y hombre a la Historia y hace una opción por la superación de esa desi­ gualdad a base del protagonismo conjunto de la pareja. «Esta tabla de categorías culmina en la «pareja humana», cuya unidad es la verdadera Notas: 86ZAMBRANO, M., L.c., p. 7. 87 Ibidem. 88 ZAMBRANO, M., L.c., p. 3. 89 ZAMBRANO, M.: Persona y democracia, p. 34. 90 Para un estudio más detallado sobre las relaciones persona-democracia en Zambrano, véase mi artículo «Persona y democracia en María Zambrano», Jabega, n" 59, (Málaga, 1988) 73-80. 91 ZAMBRANO, M.: Persona y democracia, p. 117. 42 Papeles del «Seminario María Zambrano» todas las diversidades, de todas las diferencias de situación».92 No es sólo una sociedad de indivi­ duos de tipo uniformador y totalitario, sino la rica variedad de las personas, singularizadas por raza, sexo, religión, cultura, etc. María Zambrano piensa que el concepto de mujer y varón quedan elevados a ese nivel superior de la persona que integra su diversidad y la realiza. La persona es para María Zambrano la «realidad más valiosa que todas, portadora de un designio que la sobrepasa, tan inasequible y lejana y tan cercana y frágil, la más invulnerable y lo más conmovedor, el mayor prodigio del uni­ verso conocido, la persona humana».93 Juan Pablo II en una reciente carta abier­ ta a todas las mujeres del mundo escribe: «Te doy gracias, mujer, por el hecho mismo de ser mujer. Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contri­ buyes a la plena verdad de las relaciones huma­ nas». Pere de Ribot Construcció, 1992 Notas; 92 ZAMBRANO, M.: l.c., p. 14.3. 93 Ibidem. 4' Aurora Juanjo Ruiz Rodríguez “QUISIERA haber estado en ' los lugares en donde tú estuviste, en todos los lugares donde hay acaso aún o sobrevive un fragmento de ti o de tu mirada. ¿Sería este vacío tuyo lacerante lo que hace de pronto un espacio lugar? ¿Lugar, tu ausencia?”. José Ángel Valente. “La suerte de la razón del vencido es convertirse en semilla que germina en la tierra del vencedor”1. María Zambrano. La «dama errante»: María Zambrano, la mujer y el errar. pues, y ante el temor de perdernos en esa espiral de pensamiento, se hace preciso un cierto aleja­ miento, una cierta distancia (como si, ante el encantamiento que provoca la lectura de sus escritos, una voz lejana nos susurrara: “Haz el favor de no tocarme...”3). Y será desde esta nece­ saria distancia, desde donde se nos posibilite recuperar, de un modo objetivo, su propuesta filosófica concreta. Concreta porque aquí nos interesa un problema determinado: la relación que se establece entre el errar, tomado este tér­ mino en su doble acepción, es decir, como TRÁN- 1. Previos. proximarse a los textos de María Zambrano es siempre una tarea difícil. Y lo es aún más cuando intentamos dirigir nuestra mirada hacia un tema específico, hacia un problema concreto. Cuando cree­ mos que estamos apunto ' de enten­ der una de las categorías2 de su pensamiento nos encontramos con otra que, apareciéndose en forma de figura, desvía nuestra atención. Así Notas: 1 El hombre y lo divino, Madrid: Siruela, 1991 (p. 86). 2 De hecho, María Zambrano matiza que “Espacio y tiempo son categorías últimas del universo mirado por el hombre. Y aun se podría añadir que se han dividido la atención de los mortales, divididos y aun escindidos, a su vez en dos categorías: los fascinados por el espa­ cio y los atraídos por el tiempo"; es decir, los aristotélicos y los pitagóricos, los atraídos por el '7í/g«j-palabra” y los atraídos por el “logos del número y de la música, que es igualmente el del silencio” (Op. cit. "La condena aristotélica de los pitagóricos” pp. 75-117) 3 Noli me tangere sería la expresión correcta. Locución que aparece en varias ocasiones en los textos de Zambrano, siempre haciendo refe­ rencia a ese espacio que despierta la necesidad de detenerse (Ver Op.cit. p. 142, y también Las palabras del regreso: artículos periodísticos 1985-1990, ed. de Mercedes Gómez Blesa, Salamanca: Amarú Ediciones, 1995; pp. 31 y 214). 44 Papeles del «Seminario María Zambrano» Zambrano. La historia, siguiendo a María Zambrano, no puede ser nunca la recopilación de los hechos que acaecieron en una determinada época. Si se estudia la historia, ya sea la de un pueblo o la de alguna persona en particular, es porque de ella se puede derivar algo: la libertad. “Transformar el acontecimiento en libertad”6, esa es la función de la historia y lo que, en últi­ mo término, puede legitimarla. Al partir de este enfoque, desde el cual intentaremos analizar qué conlleva el reflejo en sus textos la experiencia del exilio y la cuestión de la mujer, se nos presenta desde el principio mismo del planteamiento una problema insosla­ yable: cómo distanciarse del hecho obvio de que María Zambrano fue una exiliada y de que fue una mujer, por qué renunciar a entender el exi­ lio y la cuestión de la mujer desde su biografía, siempre interesante. La razón de esta renuncia, que en ningún caso será una traición, no pode­ mos sino encontrarla en la fidelidad a los propios textos de la autora: si reducimos el problema del exilio y la cuestión de la mujer a meros aconte­ cimientos, estaremos sustrayendo la libertad que de ellos trasciende. Decir que María Zambrano escribió tal o cual cosa sobre el exiliado o sobre la mujer porque ella fue una exiliada y una mujer, sería cerrar sobre sí mismos esos escritos, sin permitir que de ellos se desprenda nada -y, en el fondo traicionarlos. Y creemos que no sucede así, que los textos en los que trata sobre el exi­ liado y sobre las mujeres emanan ciertas “figu­ ras” que posibilitan un “Incipit vita nova”7. sito y como equívoco4, y la cuestión de la mujer. Después de este encuadre previo, es preci­ so antes de centrarnos en el tema en cuestión, una última matización, ahora sobre el título dado a estas páginas. ‘La dama errante' es el nombre que da Alain Guy, en su Historia de la Filosofía española, al tratar el pensamiento de Ortega y Gasset y la Escuela de Madrid, al epí­ grafe con el que se inicia una breve exposición de la filosofía de María Zambrano.- Y bajo este enca­ bezamiento, de un modo muy escueto, se hace un recorrido por algunos de los países y ciudades en los que, a partir de 1936, vivió; haciendo hin­ capié en cómo María Zambrano “ha sabido inte­ riorizar admirablemente su dura experiencia del exilio”'. 2. El errar y la historia. Aquí, y aunque se utilice la misma expre­ sión de Alain Guy, no se pretende narrar los hechos, ni los acontecimiento de la historia per­ sonal de María Zambrano, ni de la historia de todos aquellos que tuvieron que exiliarse en el 39- No se me confunda. No es que esté olvidan­ do que entre el río humano que coleteaba hacia la frontera francesa en enero de 1939 estaba María Zambrano. Ni que apenas hacía dos años que había vuelto de Chile, precisamente «por­ que la guerra estaba perdida». Ni que con la derrota se iniciará un periodo marcado por el dolor de la huida para todos los vencidos. Pero el simple y llano relato de los acontecimientos que atañen al exilio del 39, no conseguirían decir toda la verdad sobre. el exilio en María Notas: 4 Omitimos expresamente el uso del infinitivo transitar y equivocar, porque en la primera forma verbal es incorrecto utilizar el reflexivo se, mientras que la segunda suele utilizarse con el reflexivo se. Si se- pudiera, utilizaríamos transitarse puesto que la acción recae sobre el sujeto mismo y tendría así un significado más próximo a metamorfosear-se. 5 Historia de la filosofía española, trad. Ana Sánchez, Barcelona: Anthropos, 1985 (pp. 310-313). 6 Cfr. El hombre y lo divino, pp. 231-232.. 7 Expresión utilizada en múltiples ocasiones por María Zambrano, en especial en Claros del bosque. 45 Aurora 3. El “SujetO' errante. Ya. desde el inicio del artículo Por qué se escribe 11 María Zambrano defiende que el escri­ bir -y donde se dice ‘escribir' se podría perfecta­ mente decir ‘filosofar'12- se da desde la más radi­ cal soledad: “escribir es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo”. Pero si quien escribe no quiere caer en el entusiasmo consigo mismo,. en el ensimismamiento, a esta soledad hay que hacerla dentro de uno mismo. “La sole­ dad -dice María Zambrano- es una conquista metafísica”13. El individuo, ya sea hombre o mujer, nunca está solo. Es necesario así poner en suspenso todas las propiedades que caracterizan al sujeto, para -y sólo después- poder reconocer­ se como un sujeto otro, como reflejados “en otro espejo” 14. Es decir, se escribe desde una soledad auténtica, en la que no hay nada que pueda suje­ tar, ni tan siquiera el “sí mismo”14 b‘s. Así pues, el escritor está en aquel punto en el que aún no está constituido el sujeto, más bien será de lo escrito desde donde podrá surgir, si cabe, algún Este problema es mucho más radical de lo que podríamos suponer. De hecho, en el fondo de este enfoque se está poniendo en entredicho al propio sujeto que escribe, al propio autor de la obra: ¿qué importa quién. escribe?8. Por lo tanto, no nos interesará partir del hecho evidente de que María Zambrano fuese española, ni que fuera una exiliada, ni tan siquiera que fuese mujer. Precisamente esto nos permitirá investigar cuá­ les son en el discurso de María Zambrano los “emplazamientos aprovechables para posibles sujetos”9. (Me viene a la memoria ahora una anécdota que María Zambrano recuerda en un artículo periodístico de 1987, donde cuenta que un catedrático le ponía sobresalientes y hasta matrículas por su “honestidad”'10. No le vayamos ahora a poner matrícula de honor en filosofía, que sin duda la merece, por alguna de estas “honestidades”). Notas: 8 Se podrá apreciar que estamos siguiendo las propuestas de M.Blanchot en El espacio literario o la teoría de “la muerte del autor” de R.Barthes expuesta en El susurro del lenguaje: más allá de la palabra y la escritura. Pero especialmente seguimos el análisis que M.Foucault hace de este problema en el artículo ¿Quées un autor?, donde propone “dar la vuelta al problema tradicional. No plantear ya la cuestión: cómo la libertad de un sujeto puede insertarse en el espesor de las cosas y darle sentido, cómo puede animar desde el interior las reglas de un lenguaje y abrir paso así a los objetivos que le son propios. Sino plantear más bien estas otras cuestiones: cómo, según qué condi­ ciones y bajo qué formas algo así como un sujeto puede aparecer en el orden de un discurso” (M.Foucault: ¿Quées un autor?', Creación: estética y teoría de las arte, 9 -pp. 42-68). 9 Op.Cit., p. 60. 10 Cfr. Las palabras del regreso, pp. 29-34. En este artículo,"Un liberal”, de un modo irónico, María Zambrano explica que en su época de estudiante “lo primero que tenía que ser una mujer era honesta”; es decir, “que no tenía relación alguna con hombre casado o solte­ ro...”. 11 «Por qué se escribe”, en Hacia un saber sobre el alma, Madrid: Alianza Editorial, 2“ reimpresión, 1993; pp. 31-38. 12 Cfr. Las palabras del regreso, art. "Del escribir" pp. 115-118. (“La diferencia específica del escritor es difícil de establecer, sobre todo con respeto a lo que parece ser su género próximo, el filósofo. Pues que ningún filósofo se ha realizado como tal sin ser un gran escritor. Ninguna obra clásica de filosofía deja de ser al mismo tiempo, y se diría que por esencia y no por añadidura, una obra literaria de pri­ mer orden.”). 13 Cfr. El hombre y lo divino, p. 268 (“La soledad es una conquista metafísica, porque nadie está solo, sino que ha de llegar a hacer la sole­ dad dentro de sí, en momentos en que es necesario para nuestro crecimiento. Los místicos hablan de la soledad como algo por lo que hay que pasar, punto de partida de la ‘ascesis', es decir, de la muerte, de esa muerte que hay que morir, según ellos, antes de la otra, para verse, al fin, en otro espejo.”). 14 Cfr. "Por qué se escribe” en Hacia un saber sobre el alma. (“Y es que el escritor no ha de ponerse a sí mismo, aunque sea de sí de donde saque lo que escribe. Sacar algo de sí mismo es todo lo contrario que ponerse a sí mismo. Y si el sacar de sí con seguro pulso la fiel ima­ gen de trasparencia a la verdad de lo escrito, el poner con vacua inconsciencia las propias pasiones delante de la verdad, la empaña y obs­ curece.” p. 35). Además de esta cita otras de este mismo artículo servirían para corroborar lo dicho. 46 Papeles del «Seminario María Zambrano» posible sujeto: “Sólo da la libertad quien es libre”15. convocatoria, disienta de la decisión tomada, que había concedido el premio ex aequo a otros dos autores, “porque el texto que merecía el premio era Delirio y destino, no 'sólo por su calidad sino también porque era la historia de Europa y de lo que significa la universalidad de España” 16 bis. Si creemos, como creemos, que los textos de María Zambrano tienen un interés es, sin duda, por su contenido filosófico: porque en ellos se nos presentan problemas universales que pensar. Y así, todo este rodeo que venimos haciendo, no tiene otra intención que la de situarnos en una determinada perspectiva de lec­ tor, en la que los textos de María Zambrano no revelan una voz que determina maneras de ser, sino una voz que posibilita modos de ser -una voz que da que pensar. Y así, esa que hemos lla­ mado la dama errante11 no será nunca una mera “dama, divina y mediadora”, la que se ha extir­ pado todo su espíritu creador18. Así, desde esta perspectiva se intentará situar la cuestión de lo femenino en los textos de María Zambrano: no ya buscando esa voz feme­ nina, universal y diferente^, que pudiese susten­ tar sus escritos; sino deteniéndonos en las poten­ cialidades que pueden derivarse de voces, como la de Nina, como la de Antígona,... 4. El sujeto ensimismado. El equívoco más grave que puede cometer un escritor es ensimismarse, querer mostrarse a sí mismo. Y lo que intentamos defender es que María Zambrano no incurre en ese error. Ni en los textos que tratan sobre el exiliado, ni en los que trata sobre la mujer. Ni tan siquiera en los llamados escritos “auto-biográficos”. Delirio y destino (Los veinte años de una españoOa)16, consi­ derado la autobiografía por excelencia de María Zambrano, tiene una particular ‘presentación'. En ella se nos explica que alguien le comentó haber visto en la prensa que una institución de Ginebra había convocado un premio literario para “una novela o una biografía” y que “sin saber por qué” empezó a escribirlo de un tirón. Lo que nos sorprende es que en esta ‘presenta­ ción', fechada en septiembre de 1988, María Zambrano nos diga: “No he cultivado el género de la novela, aunque sí algo de biografía, tratán­ dose de otros, nunca de la mía”. Y ese OTROS pre­ cisa ser matizado. Por eso no creemos que sea un acto de vanidad el que María Zambrano recuer­ de -al final de esta misma ‘presentación'- que Gabriel Marcel, miembro del jurado de dicha Fijémonos, pues, en eso. Notas: 15 Op.Cit. p. 37. 16 Delirio y destino (los veinte años de una española), Madrid: Mondadori, 1989 (“Presentación”, pp.l 1-12). Respecto a este libro, tampoco creemos que sea gratuito el hecho de que María Zambrano utilice la 3“ persona del singular femenino. 17 Una vez llegados aquí, la “dama errante” a la que venimos haciendo referencia, no puede ser sino esa voz generadora de potencias, esa voz de la Razón Poética. '8 “Eloísa o la existencia de la mujer” en María Zambrano: nacer por sí misma, Elena Laurenzi, Madrid: horas y HORAS, 1995. (“...Tal parece ser la verdadera situación entre el hombre y la mujer cuando Eloísa viena al mundo; y ella no la aceptó, rebasándola por su pasión. La mujer real que era el soporte de la ‘dama' tenía unas virtudes muy simples que cumplir; tan sólo no desmentir la imagen con su rea­ lidad; no destruir la identidad de la imagen con el suceso de su vida. En suma, permanecer quieta. La quietud ha sido la exigencia que el varón ha ejercido sobre la mujer en su activa vida. Quietud que traducida a la moral es honestidad y, en su realidad metafísica que envuelve la estética, pureza”, p. 100). 19 «... el único mito a disipar es el de la existencia de una perspectiva -voz/lectura- universal de la mujer”; en “Lectura del silencio-silen­ cio de la lectura: la voz femenina en la poética hispanoamericana”; Heteroglassia, n° 4, 1992, p..26.Citado por Alicia B.Bonilla en “La transformación del logos”; Asparkía.Investigaciófeminista, n“ 3 (Monográfico: María Zambrano), 1994, p. 13. 47 Aurora 5. Antígona o la Flor de Loto. creciendo la corteza y va cubriendo su vientre.” [...] "No tenías nada que no fuera árbol sino el Tiene la Antígona, figura por excelencia de la aurora, que nos presenta María Zambrano una peculiar relación con lo que ella llama LOS BIENAVENTURADOS (cuyo máximo representante sería el exiliado}'. ambos son como la Flor de Loto. En El hombre y lo divino María Zambrano nos dice que los bienaventurados vienen a ser al modo de la flor de loto20. Sin atender al simbo­ lismo que esta peculiar flor pueda tener para las culturas orientales2!, y centrándonos en el origen greco-latino de nuestra cultura, nos encontra­ mos, al menos, que tanto Homero en la Odisea como Ovidio en Las metamorfosis hacen referencia a esta flor de loto. Ovidio en el Libro IX (324-393) de Las metamorfosis 22 nos cuenta, en boca de su herma­ na, la trasformación que sufre Dríope al acercar­ se a un estanque para recoger una flor para su hijo, sin saber que en esa flor, la ninfa Lotis se había transformado en ese nenúfar. rostro, ¡oh querida hermana!; las lágrimas hume­ decen como un rocío las hojas de su cuerpo; mientras su boca puede todavía dar paso a su voz, lanza al aire tales lamentos: ‘Si existe para los desgraciados alguna fe en sus palabras, yo juro por los dioses que no he merecido este trato monstruoso y que sufro un castigo sin culpa alguna. He venido siendo inocente; si miento, que, árida, pierda las hojas que tengo y sea cor­ tada a golpes de hacha y quemada. Sin embargo, sacad a este niño de las ramas maternas, entre­ gadlo a una nodriza y haced que a menudo beba la leche bajo mi árbol y que juegue debajo de él. [...] No puedo hablar más ya, una tierna corteza se alarga sobre mi cuello blanco, y mi cabeza desaparece bajo una alta copa. Apartad las manos de mis ojos; es inútil que me tributéis los supre­ mos deberes; dejad a la corteza que sube a cerrar “Mi hermana ignoraba este hecho; y mis ojos moribundos”. Había dejado al mismo cuando, aterrorizada, quiso volver sobre sus pasos tiempo de hablar y de existir; y durante bastante y alejarse de las ninfas, a las que había venerado, tiempo después de transformardo su cuerpo, las sus pies echaron raíces en el suelo; luchó por ramas nuevas conservaron el calor de su cuerpo”. arrancarlos, pero no se movía más que la parte alta de su cuerpo; desde abajo, poco a poco va Notas: 20 Cfr. El hombre y lo divino, p. 311. 21 El simbolismo de la flor de loto en las culturas ‘orientales' presenta numerosos aspectos, aunque todos ellos bastante relacionados: la flor de loto es un nenúfar que tiene la particularidad de abrirse en la superficie de las aguas estancadas. Simboliza la pureza, ya que sur­ giendo de aguas pantanosas no está manchada por ellas y también es símbolo de la plenitud espiritual. Se suele considerar que el cora­ zón es también un loto cerrado, lo que viene a simbolizar la realización de las posibilidades contenidas del ser. También viene a simbo­ lizar el nacimiento y los renacimientos, o como la ofrenda más sagrada. Como igualmente es el símbolo de la armonía cósmica, pues el loto tradicional tiene ocho pétalos, como el espacio ocho direcciones. No nos vamos a detener en analizar una posible relación entre María Zambrano y la cultura oriental, que sin duda podría establecerse (como por ej. que ocho son las bienaventuranzas según las Sagradas Escrituras). Para esta lectura ver, Maillard,Ch.: El monte Lu en lluvia y niebla. María Zambrano y lo divino, Málaga: Diputación Provincial, 1990. ' 22 Las metamorfosis, Ovidio, Trad. Vicíente López Soto, Barcelona: Editorial Juventud, 1991 (pp. 189-191). 48 Papeles del «Seminario María Zambrano» que sin duda los hay (y valga aquí, como boton de muestra, lo que dice en el • “Delirio primero” de Antígona: “me incliné sobre el suelo y arran­ qué unas flores azules, de ese color tan dulce y violento, y al levantarme ya tus ojos habían cesa­ do de hundirse en el secreto de mi nuca. Y me parecía que no tenía cuerpo, que me hundía en un frío sin nombre y me encogía, ¡qué pálida, cenicienta, fea, sí, fea, debí de estar en ese ins­ tante, porque tuviste miedo -'¿te has puesto enferma?'- y hubiera huido si mis pies no se hubiesen hundido en la tierra!...”24 • ). Si existe una relación entre las narraciones de Homero y Ovidio y las figuras zambranianas de Antígona y los bienaventurados no puede ser meramente sim­ bólica. De Ovidio nos queda el clamor de Dríope: “Si existe para los desgraciados alguna fe en sus palabras, yo juro por los dioses que no he merecido este trato monstruoso y que sufro un castigo sin culpa alguna. He venido siendo inocente; si miento, que, árida, pierda las hojas que tengo y sea cortada a golpes de hacha y que­ mada”. Y de Homero la actitud del pueblo de los lotófagos que no dan muerte a aquellos que han penetrado en sus tierras, sino que les hacen comer la flor de loto, condenándolos así a sufrir el olvido de la patria. Porque estas son las dos características de la estirpe que Antígona funda: de los inocentes que han padecido un castigo y que, para poder seguir en la vida son condenados a padecer el olvido. Olvido que no debe confun­ dirse con la desmemoria, puesto que, si el olvi­ do es creador, la desmemoria, al borrarlo todo, no deja cabida ni a la posibilidad de crear25. Así, Antígona no es espejo en el cual se reconocen las “grandezas” y la fortaleza de un sujeto. Eso sería precisamente lo contrario de la “anagnóresis”26 Mientras Homero, al contarnos uno de los viajes de Ulises, narra en el canto IX (80-105) en boca del protagonista de la Odisea23: “Nueve días derivé con mortíferos vien­ tos del norte sobre el mar rico en peces. Al déci­ mo vimos la tierra de los hombres lotófagos, gente que sólo de flores se alimenta; salimos del barco e hicimos la aguada y a comer nos pusimos al pie de las naves ligeras. Cuando ya de comer y beber estuvimos saciados, elegí dos amigos que fueran a ver, tierra adentro, qué varones había en el país. Un heraldo también envié en su compa­ ña y, a poco de emprender el camino, vinieron a dar con los hombres que se nutren del loto y que, en vez de tramarles la muerte, les hicieron su fruto comer. El que de ellos probaba su melo­ so dulzor, al instante perdía todo gusto de volver y llegar con noticias al suelo paterno; sólo ansia­ ba quedarse entre aquellos lotófagos, dando al olvido el regreso, y saciarse con flores de loto. Los conduje a las naves por fuerza y en llanto; los arrastré por la cala y, al fin, los dejé bien atados debajo de los barcos. Al punto ordenaba a mis otros amigos que embarcaran aprisa en las rápi­ das naves, no fuese que comieran algunos la flor y olvidasen la patria”. No vamos a detenernos en analizar las posibles relaciones que pudieran aparecer entre el simbolismo utilizado por Homero y Ovidio en estos fragmentos, y los textos en los que María Zambrano trata la figura • de Antígona, Notas: 23Odisea; Homero,Trad.JoséManuel Pabón,Madrid:Planeta-DeAgostini, 1995pp. ( l42-143).24 «Delirio de Antígona" en María Zambrano: Nacer por sí misma, Elena Laurenzi, Madrid: horas y HORAS, 1995, (p.74). 25 Cfr. Las palabras del regreso, p..33. 26 «La tumba de Antígona”, en Senderos; Barcelona: Anthropos, 1989 (pp.201-221). 49 Aurora que la caracteriza -utilizando el término propio de María Zambrano. La fortaleza que se - des­ prende de esta figura de Antígona radica, según creemos, es que en ella se reflejan las potenciali­ dades de las “servidumbres”, de las fallas tenidas que padecer. En el agudo artículo “A propósito de la Grandeza y servidumbre de la mujer", María Zambrano se queja de que el autor de Grandeza y servidumbre de la mujer, no halla analizado el fracaso de la mujer. den afirmar más la fe en un ser, en una cultura, como sus intentos fracasados, como los proyectos deshechos y abatidos, pues en ellos reside el ger­ men de una nueva forma de vida que prematu­ ramente cayó al suelo, y que puede y debe inten­ tar su realización.” Y es precisamente en estos fracasos, en estos equívocos sobrevenidos que se han de tran­ sitar, desde donde puede surgir, para la historia, un posible ser naciente: “un sueño construido, una esperanza que se realiza y que se frustra en la medida casi exacta en que se realiza. Y este ‘casi' es la rendija, el ‘espacio vital' a veces angos­ to, para la esperanza siempre despierta, para el nuevo ensueño que querrá realizarse”28. Y así, según creemos, Antígona se nos aparece como uno de esos lugares que preceden a las funciones que en ellos se pueden cumplir29. Y esa quietud en la que queda Antígona, que des­ pués de ser des-terrada tiene que padecer en­ terrada, es ante todo “tránsito”30. Pues lo que anida esa quietud es pura - posibilidad7*. “La gravedad estriba en que el autor no nos ofrece una fe última, un porvenir para la mujer, en que no aparece lo que la mujer vaya a ser en esta difícil etapa de su historia que coin­ cide con la de mayor turbiedad histórica que se haya conocido. No cabe duda de que la mujer está en el umbral de un mundo nuevo en el cual ha de recoger todos los intentos frustrados, todo el fracaso, diríamos, de cierto tipo de mujer habido en otras épocas. La grandeza se realizó, pero ¿y el fracaso? No sabemos cómo el autor Vocación /'Antígona”, que es el mismo florecer de la razón poética32. piensa y siente al respecto, pero pocas cosas pue­ Notas: 27 María Zambrano; «A propósito de la Grandeza y servidumbre de la mujer”, en Sur n° 150, Buenos Aires: 1947 (p.66). 28 Cfr. El hombre y lo divino, p. 295. 29 Cfr. “La tumba de Antígona" p. 207 (“Pues que todo parece indicar que los lugares precedan a las funciones que desde ellos se cum­ plen. Y así la función de mediador se encuentra hoy sin lugar adecuado alguno para ejercerse, y el llamado a ese oficio sin medio algu­ no de visibilidad. Y así, la acción primera, originaria y primordial de los primeros mediadores y, huelga decirlo, del Mediador sobre todos, ha debido de consistir en abrir espacios, el espacio propio, cualificado donde su función divina en un caso, humana mas siempre bajo el peso de lo divino en algún modo, se verifica. La- ambigüedad en la actitud y el gesto; el equívoco, la tergiversación en la palabra es la primera barrera que circunda el espacio donde la acción y la figura del mediador aparecen.”). 30 Op.Cit., p. 205. 3' Op. Cit. p. 216. (“...la tumba, lugar entre todos apropiados para la germinación. Aquí, en la historia, lo que en estas tumbas de la verdad germina y trasciende no es visible sino en ciertos momentos, en otros no se ve y nunca acaba de verse. Nunca puede ser apresa­ da en un concepto, ni en una idea como toda verdad en estado naciente”). Ver también “La vida en crisis” en Cfr. Hacia un saber sobre el -alma ("La inquietud nos hace apercibirnos de lo que bajo ella solemos tener, ese núcleo de calma, de quietud, esa especie de raíz de nues­ tra alma, sobre la que nos alzamos, olvidándonos. Pues la vida, si es lucidez, vigilia, es también olvido, falta de cuidado: abandono", p. 86). j2 Op. Cit. 218 (“La vocación de Antígona -o la vocación 'Antígona'- precede a la diversificación entre filosofía y poesía, está antes del cruce en el que el filósofo y el poeta con tanto desgarramiento en algunos se separa.”). 50 Papeles del «Seminario María Zambrano» Sonia Prieto El «ser» de lo humano y la ■ mujer, «el anverso del ser» en María Zambrano bién, lo femenino1. Si ya en su primer libro, Nuevo Liberalismo-, presenta al ser humano como «el heterodoxo cósmico» (pág. 27), esto es, como “lo otro” —esencial— del Universo, este “otro” se encuentra en la tabla pitagórica del mismo lado que el elemento de ' lo femenino, el no-ser, y en oposición con el hén “masculino”, el presu­ puesto del eón de identidad inmutable de Parménides, el «ser» en el que la alteridad no ha lugar. i propuesta es una aproxima­ ción al sentido de lo femenino en María Zambrano a través de varias de sus imágenes poéticas. A medida que avancemos en la búsqueda, la respuesta que se nos perfila es el ser humano, tal y como la pensadora lo entendía. A mi parecer, la correspondencia en su obra de lo propiamente humano y lo específicamente (specie) femenino se torna evidente si se toma la tabla de los opuestos de los pitagóricos como su patrón hermenéutico. La filosofía zambraniana reformula para rebasar­ la la condición de no-ser que la perspectiva categorial del pensamiento occidental atribuye a las entidades de “lo femenino” y “lo humano”, desde su origen en las dicotomías de la tabla de los pitagóricos que aquélla siempre tuvo muy pre­ sentes hasta su fijación definitiva en el sistema aristotélico. De este modo, estas páginas discrepan de una. lectura del pensamiento zambraniano en que lo femenino se explique en clave de “género neu­ tro”, a semejanza del concepto de “lo neutro” tal y como lo formula Maurice Blanchot3. Desde dicha óptica, ¿cómo entender lo que es la piedra de toque de la filosofía zambraniana —que es ante todo ética—, el saber de la Piedad o el “saber tratar con lo otro”?4; ¿cómo es posible fundamentar una ética en el trato de un “otro” que se ha neutralizado de antemano? En efecto, María Zambrano caracteriza la entidad del hombre con los elementos que se encuentran del lado izquierdo en la tabla; el noser, la multiplidad, lo otro, la oscuridad y, tam­ Por ello, puestos a explicar a Zambrano a través del pensamiento contemporáneo, creo Notas: 1 Vid. Aristóteles, ¡Metafísica 986“ 22. 2 Ed. Morata, Madrid, 1930. •' Cf. Miguel Morey, «Lo femenino, género neutro», conferencia del III Seminario sobre la vida y la obra de María Zambrano. Universidad de Barcelona, 4 y 5 de mayo de 1998. 1 ■' Vid. «El trato con lo divino: la Piedad», E/ Hombre y lo divino (1955), F.C.E., México, 1993, pp. 191-216. 51 Aurora que, en vez de remitir a lo neutro de Blanchot, deberíamos articular lo femenino en Zambrano en relación al paralelo que ofrece la noción de feminidad en Emmanuel Lévinas. Para éste, lo femenino es “lo otro” que no posee la alteridad como simple reverso de la identidad eléatica, sino de manera positiva o, en sus propias pala­ bras, como «esencia o “de por sí”». Aquello des­ conocido que no es reductible a la simple oposi­ ción entre dos especies de un mismo género es lo femenino para Lévinas, l'autrement qu'être que «no se realiza como ente en una trascendencia hacia la luz, sino en el pudor», en el misterio5. Análogamente, Zambrano entiende la trascen­ dencia humana como sucesivas inmersiones del Yo en los propios “inferos” del alma, allá donde el Yo se “muda” de la “máscara” (persona) “pudo­ rosamente” o en la intimidad de las propias “entrañas”6. cimiento que tiende a la absorción ■ o neutraliza­ ción de todo lo otro, que no tiende, a hacerlo “sí mismo”, sino a través de una relación erótica que es responsabilidad, con lo que Lévinas critica el éros idealista de Hegel y de Heidegger desde el propio Platón, donde no hay lugar para lo feme­ nino. Esta responsabilidad se entiende como la servidumbre del “sí mismo” al visage de lo Otro que demanda y súplica que no se le deje en sole­ dad. Asimismo, es la servidumbre el «modo de ser» que, junto al padecer, María Zambrano pos­ tula como «heroísmo específicamente femenino»8: Según Lévinas, el Yo puede convertirse en diferente de “sí mismo” —esto es, salir de “la soledad viril” a la que le encadena su propia identidad, según sus propias palabras9— a través de la paternidad. Por ello, Lévinas. postula la fecundidad como categoría ontológica del ser humano. A través de una hipóstasis del “padre” en el “hijo” que conserva la otredad, el Yo se libera de replegarse sobre sí mismo de manera estéril, de retornar fatalmente sobre el “sí mismo”1(). El propio Lévinas encuentra un acer­ camiento de conceptos entre el suyo del “hay” (il y a) y el de “lo neutro” o el “afuera” de Blanchot a propósito de la tentativa que se presenta al Yo como exigencia de liberarse de la sombra del “hay” (EL 46-7). El “hay” es para Lévinas «el Para Lévinas, ser humano significa «vivir como si no se fuera un ser entre los seres» (es decir, “desinteresadamente”, des-inter-esse). Como si, por la espiritualidad humana, «se voltearan las categorías del ser en un “de otro modo que ser”»7. El Yo encuentra su identidad humana «a partir de la responsabilidad, es decir, a partir de esa posición o deposición del yo soberano» (EL 95). Ésta es, por lo tanto, la forma original de trato del yo respecto a “lo otro” que no es cono­ Notas: 5 Vid. «El eros», El tiempo y lo otro, Paidós, Barcelona, 1993, especialmente pp. 127-132 (trad, dejóse Luis Pardo Torio de Le temps et l'autre, 1975). Lo cito como TO. b Vid. «A modo de autobiografía», «María Zambrano. Pensadora de la Aurora», Anthropos, n° 70/71, 1987, pp. 69-73, especialmente p. 72. Lo cito como «AMA». 7 «La responsabilidad para con el otro», Ética e infinito, Visor, 1997, págs. 89-97 (trad, de Jesús María Ayuso Diez de Étique e infini, 1982). Lo cito como El. 8 Vid. «Eloísa o la existencia de la mujer» (1945), Elena Laurenzi, María Zambrano. Nacer por sí misma, Editorial horas y Horas, Madrid, 1996, pp. 91-113, especialmente p. 105. Lo cito como NSM. Para un estudio de la dimensión ética de la responsabilidad en el pensa­ miento de María Zambrano y del «ser responsable» como “categoría ontológica” propiamente humana, cf Óscar Adán,.«María Zambrano y la pregunta por el “ser”», conferencia del III seminario sobre la vida y la obra de Maria Zambrano, Universidad de Barcelona, 4 y 5 de mayo de 1998 (en este mismo volumen). 9 Vid. «Soledad e hipóstasis», TO. 95. . 10 Vid. «El amor y la filiación» y «La fecundidad», TO. 134-39. 52 Papeles del «Seminario María Zambrano» fenómeno del ser impersonal: “ello”» (EL 43); lo absolutamente aterrador, “noche” en que el Yo se “ob-sesiona” y de la que se libera en el momen­ to preciso en que entra en relación con lo “de por sí” otro —con “lo femenino” que se trasciende hurtándose a la luz— mediante la erótica de la responsabilidad. Así pues, el Yo sale del “ser”, liberándose de un trágico retroceso impotente en un “sí mismo” sin remisión, desde el postulado de una feminidad trascendente o de un “otro modo que ser” como pilar de su ontología ética del ser humano11. . •.. . atribuye como cualidad ontológica. La condición y posibilidad de ser “otro” sin dejar de ser “sí mismo.”, esto es, de ser “autor” de sí mismo12, se fundamenta en un ser que, lejos de ser “lo neu­ tro” sin más, conserva su carácter de “lo desco­ nocido” siendo “sí mismo”, porque es capaz de hacerse “otro” de manera esencial —de trascen­ derse a la manera de “lo femenino” en Lévinas— gracias a la fecundidad y capacidad de alumbra­ miento propia de los cuerpos femeninos. Esta lectura de “lo femenino” como lo otro que el «ser» se encuentra de manera explícita en «Un pensador» (1975)13, artículo que dedica al poeta Antonio Machado. Una vida en verdad humana, concluye Lévinas (El. 114), «no puede quedarse en vida “satisfecha” en el seno de. su igualdad al ser, vida en quietud», sino que lo humano «ha de desper­ tar hacia el otro, es decir, tiene siempre que des­ hechizarse; que el ser jamás es {...} su propia razón de ser, que el famoso conatus essendi no es la fuente de todo derecho y de todo' sentido». Una vía para “de otro modo que ser” que postula la “condición femenina” de la fecundidad como la conditio sine qua non del éros en el hombre y que, a mi entender, María Zambrano extiende igual­ mente hacia la condición humana. No en vano, pues, su saber filosófico se identifica con la figu­ ra de una Virgen Madre («AMA». 72). «La mujer es el anverso del ser». Ante esta sentencia del Abel Martín de Juan de Mairena, a propósito de su amada inalcanzable e imposible, Zambrano se detiene e inquiere: «¿Qué sería, nos preguntamos, este “anverso del ser”», y res­ ponde: «Un absoluto impensable, se nos ocurre. Y que sea impensable no supone forzosamente su inexistencia». Finalmente, se pregunta si la mujer «no será un más allá del ser, ya que el ser no subsiste ante la nada, la nada divina» (ASR. 153). Zambrano acepta la denominación tradi­ cional de la mujer como la “otra cara” del ser • parmenídeo; sin embargo, en lugar de una visión de lo femenino idealizada —como es la de Abel Martín—, otorga existencia real a esta «mitad sombría» e impensable que es la mujer y la con­ cibe como la «nada» que se encuentra más allá del ser —epékeina tês ousíasx\ Un espacio “sagra­ do”, no revelado e impensable según el poema de Parménides15 que coincide con la topología zam­ braniana de lo humano. En el filosofar zambraniano lo femenino sólo podría leerse en clave de “lo neutro” si lo entendiéramos como lo “ne-utrum”, es decir, aquello irreductible a mero “revés” de un “sí mismo”. Con todo, la identificación de lo feme­ nino con lo neutro deja sin explicación la capaci­ dad fecundante del ser humano que Zambrano le Notas: 11 Vid. «contra la filosofía de lo Neutro», Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca, 1987, p. 303 (trad, de Daniel E. Guillot de Totalité et infini, 1961): «Tenemos la convicción de haber roto así con la filosofía de lo Neutro: con el ser del ente heideggeriano, cuya neutrali­ zación impersonal ha subrayado la obra crítica de Blanchot, con la razón impersonal de Hegel que no muestra a la conciencia personal más que sus trucos». 12 Vid. «Por qué se escribe» (1934), Hacia un saber sobre el alma, Alianza, Madrid, 1986, pp. 31-8. Cito el libro como HSA. Vid. Andalucía, sueñoy realidad, Anel, Granada, 1984,pp. 141-163. Locitocomo ASR. 13 14 Vid. Plotino, Enéada VI 9, 11, 35-40. 15 Vid. H. Diels-W. Kranz,DieFragmente derVorsokratiker, Weiddmann,Berlín, 196914, frag.28B 8. 53 Aurora entidad de “lo femenino” mediante su alumbra­ miento, “transcribiendo” o “historizando” con la fidelidad que humanamente es posible el serForma que en su fondo se le revela y que consis­ te en aquéllo de que su naturaleza de no-ser care­ ce. En este sentido, Zambrano concluía en «Ante la “Introducción a la Teoría de la Ciencia” de Fichte» observando que «con razón se ha dicho que el progreso de la Filosofía es hacia dentro, cada vez más hacia dentro»17. De este modo, “lo otro” femenino coinci­ de en su filosofar con el «ser» del ser humano, un «ser siendo» o no-ser16. En efecto, la ubicación plotiniana del ser de la mujer en un “más allá del ser” se corresponde con el lugar que Zambrano asigna al ser humano. En «A modo de autobio­ grafía», dice sobre éste que es el ser que «busca sin tenerla la identidad... no se trata de tener ya el ser, ni de conformarse con el ser, ese “es”, sino de ir —vuelvo al agua— más allá de sí mismo» («AMA». 72). Se trata de abismarse en el agua que es lo humano sin llegar a detenerse en «sí mismo», sino que, por el contrario, se ha de ir más allá de la unidad hallada. Se trata, en suma, de no conformarse con una unión con un “sí mismo” o mismidad a imagen del «ser» de Parménides, sino de “encarnarla”: “volver” nue­ vamente al agua —a la realidad de la nada que.se «es», como un “volver en sí” o despertar cons­ ciente de la persona a un conocimiento creador del sí mismo, de su verdadera realidad, tras la previa “inmersión” al modo plotiniano en el pro­ pio “sí mismo”. Aunque lo femenino no se encuentre deli­ mitado como «ser», la existencia de la mujer —­ lo que no «es»— es real, aunque su conocimien­ to se escape a la propia razón humana. La vida de lo femenino existe, la «blanca hospedería», la «sombra buena», el «olivo solitario», el «alma viviente» se “dan” realmente. Tópoi literarios que, en su lectura de Juan de Madreña, Zambrano elabora como la mujer que «pide enigmática­ mente al hombre [...] que se niegue trascendién­ dose, y aun abismándose, que la siga más de lo que se entiende al modo espontáneo del hombre»i8. Una figura “femenina” metafísica y real, alma humana que, en cuanto representa la “vida misma” del hombre, clama de profundi, con su «voz abismática»i9, ser rescatada a través del «pensar divino» (ASR. 162). Estamos, por tanto, ante una trascenden­ cia personal que pasa por la auto-negación. Es decir, ante una autógnosis que Zambrano asocia con un descenso ascético a las profundidades acuáticas de la propia realidad, para entrar en conocimiento con la materia que “se es”: un noser que categorialmente pertenece en la obra zambraniana al imaginario de lo femenino. Y este movimiento de remoción hacia el no-ser está legitimado por la vocación filosófica de crear esta Sólo tras haber analizado la distinción de géneros que se encuentra en la ontología metafí­ sica de María Zambrano, donde el ser humano es el no-ser que' “se invierte” en su propio espaciotiempo, podemos acercarnos sin incurrir en ter- Notas: 16 Y es de notar que la segunda hipótesis del Parménides en conexión con la sexta define al hén ón (131a9 y bl) como articulación entre unidad y multiplicidad, esto es, entre ser y no-ser como articulación dual (syndyo, 143d4), de la que puede extraerse la definición zam­ braniana del ser humano como el no-ser en continua trascendencia hacia el ser (:f. Filebo, 26d8). Vid.. en Los Bienaventurados, Siruela, 1990, Madrid, pp. 80-1, las reflexiones sobre el ser y el no-ser en el Parménides en términos de «luz» y «sombra sagrada», unidad y mul­ tiplicidad. Lo cito como LB. 17 Vid. HSA. 163-71, especialmente p. 171. 18 ASR. 148 y 150. La cita se encuentra en la p. 156. 19 Vid. «La voz abismática» (1986), M. G. Blesa, María Zambrano. Las Palabras del Regreso (artículos periodísticos 1985-1990), Amarú, Salamanca, 1995, pp. 201-3. 54 Papeles del «Seminario María Zambrano» giversación a una afirmación como ésta que publica en una revista de los años treinta: «nunca diremos que la mujer tenga que igualar­ se al varón, antes será al revés» (NSM. 13ó)2). Lo que consiste, a mi entender, en una llamada dirigida a la conciencia del ser humano, para que asuma su entidad fallida, su no-ser o nada de «ser», es decir, su “mitad” femenina que ha de elevar mediante un logos creador a su propia posi­ bilidad para alcanzar el ser que se sueña. figuración femenina que, habiendo ■ rebasado el topos antropológico —como ella misma decía desde «Un pensador», según se vió—-, pasa a representar el ser que pide trascenderse median­ te la razón creadora. Por ello, fijémonos de nuevo en «A modo de Autobiografía», donde Zambrano expresa que el ser humano es el «ser esencial». Esta atribución del hombre se encuen­ tra junto a la de «ser mediador». Y, además, añade que este ser mediador esencial es, paradó­ jicamente, un “caos”: «se podría decir que lo propiamente humano fuera un caos -confiesa Zambrano-, pero el asunto inmediatamente sus­ citaría la pregunta de si es un caos del principio o si es un caos del final, o si es un caos en que se han apaciguado las contradicciones inherentes a la condición humana y aparece como una balsa, aunque no siempre de aceite, de transparencia» («AMA». 69). La identificación en el pensamiento de Zambrano entre la «vida misma» y el elemento por excelencia de lo femenino, el agua, se encuentra —como se sabe— por doquier en su obra. Así pues, examinemos en profundidad por qué lo femenino se identifica en ésta con el “ele­ mento” en que parece consistir lo humano «en su presencia primera» y que difiere de los cuatro ridsõmata de ■ Empédocles: «los elementos tam­ bién los he ido descubriendo» —señala Zambrano en «AMA». 71— pero se olvidan como la tabla de multiplicar, que era la de Pitágoras ■... ■ el mío entre todos ha sido el agua». La representación en «AMA» de lo huma­ no como «caos esencial» «caos_esencial»— extraída tanto de la cosmogonía órfica como de la hesiódica—, una abertura “esencial” que aspi­ ra a ser aquello que no es (kósmos), habla de lo humano como physis primera y elemental com­ parable al ápeiron de Anaximandro. Un espaciotiempo ilimitado que clama por un noûs poietikós —un «nous anaxagórico», según la expresión de Zambrano— que lo penetre o «que sobre este mar planee», según ella misma propondrá en Los sueños y el tiempo23. Esta figuración de lo humano como «caos esencial» conecta la imagen del mar y del agua con otra de las figuras femeninas del universo zambraniano, la Virgen María, caracte­ rizada. en su obra como «aguas amargas» de nuevo en «A modo de Autobiografía», «aguas Un agua que, en efecto, se asocia a la natu­ raleza de lo femenino21. Así se constata en el siguiente pasaje de «Diotima de Mantinea»22, donde la propia protagonista se compara a la heroína trágica Antígona, pues ambas represen­ tan «la vida en su presencia primera» que se identifica con el elemento agua: «Antígona viva en su sepulcro impenetrable. Y su llanto es agua [...] la vida misma en su presencia primera; el agua» (HSA. 195). Una caracterización de lo humano como Notas: 2(1 Aseveración que la editora, Elena Laurenzi, cita en el lugar indicado sin más contexto. 21 Para el “tópos” del aqua femina, cf. Walter F. Otto, «Dionysus and the Women», Mith and Cult, Thames and Houston, Londres, 1984. 22 HSA. 189-201. 2l Siruela, Madrid, 1992, p. 77. Lo cito como ST. 55 Aurora sí misma desde su originaria “condición femeni­ na”, recorriendo el camino que va desde el «ser que padece» —según la identificación categorial de Aristóteles del alma con el nolis pathetikós16— al que es «autor» de sí mismo, como denomina Zambrano al «ser persona». Esta posibilidad de «ser», que se asocia con la condición de los cuer­ pos femeninos de alumbrar sin poder librarse del tener que padecer, Zambrano la explicita en el contenido del nombre mismo de la Virgen María: «aguas amargas de la creación» («AMA». 72, la cursiva es mía). La “amargura” adquiere de este modo en el filosofar zambraniano una dimensión metafísica que se contrapone a la angustia existencialista, cuestión ésta en la que ahora no podemos entrar. primeras de la creación sobre las cuales el Espíritu Santo reposa antes de que exista ningu­ na cosa» («AMA». 70). Agua de “amargura” equivalente al ápeiron, el cual se encuentra en la tabla pitagórica del lado de lo femenino como el par opuesto de peras (“límite”) —masculino como el ser-uno de Parménides. El nombre de María remite y simboliza la naturaleza acuática, caótica y primordial en que parece consistir lo humano en el principio — coincidiendo con la naturaleza primera del caos en el Génesis (1, 2) antes del surgimiento del lógos, del Fiat lux24. Demanda éste una razón que penetre ese “bosque” que es la physis humana para aclararla, y no extinguirla, una acción crea­ dora análoga a la búsqueda implacable de los Claros del bosque, título de uno de sus últimos libros (1977), donde la imagen del “bosque” es, por tanto, paralela a la del ápeiron acuático en que consiste la vida humana y que, en. el pensa­ miento zambraniano, encarna la figura de la Virgen María. Pero, del pasaje citado de Los sueños y el tiempo, fijémonos ahora en la caracterización de «la fysis en lo humano» como ápeiron marino ele­ mental que «promete y amenaza» (ST. 74-7). Una presentación que, asimismo, aparece en «La respuesta de la filosofía», donde se comenta que «Platón {/. e. en el Parménides] no gira en la cla­ ridad —en esa claridad que se tiene por paradig­ mática y aun exclusiva virtud filosófica— sino entre unas tinieblas que mucho tienen de sagra­ das. Unas tinieblas que prometen y a veces amena­ zan abrirse. Y es difícil creer que quien recorre tal camino se vea acometido por el temor y un temblor casi paralizantes [...] al- cual se supuso {...] que sólo se asoman los místicos» (LB. 80-1, la cursiva es mía). Aquí, Zambrano traduce el Y este insólito «caos esencial», a pesar de su específica naturaleza irracional, contiene en sí la semilla del logos creador o, en palabras de Zambrano, la «esperanza creadora». «Todas las cosas son agua o, más intelectualmente ya, todo es en el “ápeiron”, es decir en la posibilidad, en la indeterminación», señala en Flotas de un método15. En la medida en que la vida humana es un ser «para sí», es ápeiron, posibilidad y promesa de autorrealización personal que se trasciende a Notas: 24 Cf. la traducción de los Setenta: he dè gê hên aóratos (‘sin límite', ápeiron) kaì akataskeúastos (‘sin orden', a-kosmía) kaì skótos epánõ tês abyssou (‘abismo marino') kaì pneûma theoû epephéreto epánõ toû hydatos ('y el espíritu del dios planeaba sobre las aguas'). Ábyssos traduce en grie­ go el hebreo tehom/tethomot que posee cinco sentidos básicos: 1. El Okéanos primitivo o espacio inmenso que, como una masa caótica de agua, envolvía la tierra, según la concepción hebrea del origen del mundo. 2. El mar, la profundidad del mar, las olas del mar, las temprestades del mar. 3. Las fuentes, manantiales, torrentes que manan de la tierra. 4. Las profundidades de la tierra, el abismo. 5. El infier­ no, sede de los condenados. Vid. el resumen de la comunicación de O. García de la Fuente «Ábyssos y Ahyssus en la Biblia griega y lati­ na» en el IX Congreso Español de Estudios Clásicos, SEEC, Madrid, del 27 al 30 de septiembre de 1995, p. 103. 25 Mondadori, Madrid, 1989, p. 52. 26 Vid. Aristóteles, De anima 429“-439‘l. 56 Papeles del ««seminario María Zambrano» femenino» —el padecer y la servidumbre amo­ rosas—, lo «imposible», pues, paradójicamente, para Zambrano «Eloísa es “ya” sí misma», esto es, en identidad con ese «ser» del que carece la realidad de lo humano (NSM. 107 y 11). no-ser en torno al que gira el Parménides en tér­ minos de lo femenino —la tiniebla sagrada, la nada de los místicos que “se abre” para acoger la semilla del logos creador y que en la filosofía zambraniana se especializa en «esperanza creado­ ra» de naturaleza erótica. Así pues, el “modo de ser” de Eloísa y de su estirpe heroica femenina coincide con la .manera del Ulises vocacional que atiende la “lla­ mada oceánica” hacia el auto-conocimiento y que, de manera muy especial, Zambrano encar­ nará en la figura española del joven representan­ te de los compañeros de la F.U.E., un «joven y ‘prudente' Ulises» que «“sonaba” a estoicis­ mo» “ •. Ambas predicaciones (la promesa y la amenaza) responden de inmediato, especialmen­ te en el pasaje de Los sueños y el tiempo, al imagi­ nario griego sobre criaturas femeninas, seducto­ ras y monstruosas, que habitan en un entorno marino, las Sirenas. Originariamente, eran figu­ ras aladas, pero tradicionalmente se representan como seres femeninos de cuerpo a medias sumer­ gido bajo las aguas marinas y su canto oceánico tiene el poder de arrastrar hacia una muerte marina a los atrevidos marineros que le prestan oído, tal y como testimonia el canto XII de la Odisea. En efecto, es «canto de la sirena» 'la ima­ gen que recoge el llanto inarticulado que brota del ápeiron y que constituye su expresión prime­ ra (ST. 76). Así pues, la denominación de la lla­ mada suplicante del ápeiron a su creación como canto de sirena indica el riesgo latente que corre el personaje que atiende a esta «voz abismática» sin poder resistirse a sumergirse en este “mar” para emprender la actividad creadora de la pro­ pia physis a la manera plotiniana, por inmersión en la propia realidad. Un Ulises abismado por la seducción oceánica, nos daría el paradigma del hombre cuya vocación por la trascendencia le ha hecho presa de ese “sí mismo” impensable que, aun así, precisa de una razón creadora. Y éste Ulises actual sería el hombre “en-sí-mismado” que Zambrano ya perfila en la heroína femenina Eloísa, la «representante de una especie superior de hombre {...] tan escasa hoy», mujer en la que se logra a través del heroísmo «específicamente Sin embargo, no hay que descuidar que se trata de un heroísmo también propiamente trá­ gico el que caracteriza la acción de Eloísa y de su especie femenina. La fatalidad que acecha al ser humano que parte en busca de su trascendencia, a través de la “navegación” interior, es quedar paralizado a medio camino de su conocimiento de lo humano, padeciendo esa seducción y fasci­ nación altamente amenazante de una naturaleza que se aparece enigmática, como la sirena del mito griego. Y es que estamos ante la tragedia de una estirpe trágica que se queda prendada de la espe­ cie de “ser otro” que no se corresponde con la del ser humano, el «ser sin tener que hacerse», que acaba por fascinar al Superhombre nietzscheano -el que podemos reconocer en la especie superior de hombre que funda el heroísmo de Eloísa y qué coincide con una «vida paradisíaca», a «imagen de una naturaleza llena de gracia», es decir, con el ser que es Naturaleza (Natura)28. Estamos, en palabras de María Zambrano, ante «la fascina­ ción de la Virgen» que siempre reconoció que le Notas: 27 Vid. Delirio y Destino, libro que redactó en los años cincuenta pero que no se publicó hasta 1989, Mondadori, Madrid, p. 178. 28 Vid. «La huella del paraíso», El Hombre y lo divino (1955), F C. E., 1993, 2“ ed aumentada, pp. 306-17, especialmente, pp. 311-4. Lo cito como HD. 57 Aurora atrajo («AMA». 70). Una categoría de ser que coincide con el Paraíso natural porque el esfuer­ zo, el quehacer histórico por antonomasia, queda abolido, al modo de una vida natural que, antes que al Superhombre nietzscheano, ya sedujo a los estoicos de la ■ Antigüedad, lo que refleja la expresión «''sonaba” a estoicismo» con la que Zambrano caracteriza la postura heroica del Ulises de la F.U.E. Una Virgen fascinante por su ya lograda identidad o «Palabra de Inmacula Concepción» que es adorada.. por sus «Creyentes», los «pensadores-poetas» entre los que se encuentra Nietzsche, pero que han dejado sin recrear en la forma imperfecta y, por lo tanto, propiamente humana, de la historia29. po, imagen o sombra, y alma (divina), el segun­ do, la imagen o sombra, era el principium individuationis, lo propio de lo humano de la que toda­ vía ni secta ni escuela ha podido dar cuenta hasta hoy, señala en «La condenación aristotélica de los pitagóricos»30. Un día, por tanto, todavía por venir el de la Virgen de la Aurora, el día en que Ulises logre la anábasis, el retorno a la luz desde los ínferos, a la vez que de su alma divina —el «alma pura» plotiniana o la Eurídice de los órficos-pitagóricos—, del alma humana, de esa “sombra” femenina —según la tabla de los pro­ pios pitagóricos— en que parece consistir la imagen del propio «ser» o “lo” humano. Para Zambrano, la figura de la physis humana, que es otra “imagen” que Naturaleza, es la que da al final de Los Sueños y el tiempo y que coincide con su definición de «ser persona»: «la “imagen salvadora” que va al final y que cuando aparece redime de todas las máscaras que la han precedido {...] en la poesía es Beatriz, Dulcinea, la que preside la creación poética personal. La guía. Y es en realidad la propia alma destacada, libre, activa. Su revelación atrae {...] hace al pasado que salga de su caverna, lo obliga a salir para ir desvaneciéndose, borrándose, consumién­ dose» (ST. 151). Es una sutileza, pero esta «imagen salva­ dora» no salva, sino que es una figura de reden­ ción que, asimismo, María Zambrano asocia con el heroísmo especifico de lo femenino. El carácter trágico que Zambrano impri­ me a la especie heroica que modélicamente representa la figura de Eloísa va de la mano de su aseveración de que, de los tres elementos que para los pitagóricos integraban el hombre, cuer­ Notas: 29 Vid. «Apuntessobre el lenguaje sagradodela pintura y las artes.ObrasReunidas I, Aguilar, Madrid, 1972, pp. 221-36 30 HD. 78-124, especialmente pp. 114-6. 58 Papeles del «Seminario María Zambrano» Óscar Adán «Qué carrera ésta del filósofo que nació para enseñar en continuidad y acaba así, más allá del bien y del mal, que no puede dejarnos de recordar más allá del ser y de la esencia de Plotino; quién lo diría, más allá siempre de ella misma o en otro lugar inasequible. ¿Cuál acaba siendo entonces, para el futuro, el lugar de la filosofía? Tal vez uno de sus lugares privilegiados no haya sido el estoicismo sino el cinismo, el inquietante y desconocido cinismo»1. María Zambrano y la pregunta por el «ser»2 ué lugar reservará el última obra en vida, Los bienaventurados, es deso­ futuro a la filosofía ladora: el egoísmo de ser a solas —sin alteri- si el filósofo se lanza dad— la envidia de la tiranía de la mirada, las en solitario en busca "sendas perdidas” de lo que ella denomina el del “ser” y lo recla­ «inquietante cinismo». ¿Es acaso Heidegger un ma únicamente como su triunfo, cínico? Hablar de María Zambrano en relación más allá del bien y del mal, más allá del ser y la con Martin Heidegger es tener en cuenta el esencia, esto es, más allá de cualquier ética o de papel central que tuvo la figura y la filosofía de cualquier física humana? ¿Dónde quedará esa Ortega y Gasset en su pensamiento y la relación ética del sentir que María Zambrano quiere que éste tuvo con Ser y Tiempo. Como el resto de “mediadora” y denomina “estoica”? La respues­ los filósofos de su generación, María Zambrano ta que ofrece nuestra filósofo en la que sería su respondió a su modo a la filosofía del “ser” de Notas: 1 «El filósofo», en [1990] Los bienaventurados, pág. 54. 2 Los textos de María Zambrano, que se dan en las notas sin mención de autor, se citan siempre a partir de las siguientes ediciones: [1939] Pensamiento y poesía en la vida española, Endymion, Madrid 1996; [1939] Filosofía y poesía, F.C.E., México-Madrid 19932 (segunda edición corregida por la autora en 1986); [1943] La Confesión: Género literario, Siruela, Madrid 1995 (que añade los cambios que la propia Zambrano realizó en su revisión de 1965); [1951] Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial, Madrid, 19872; [1955] El hombre y lo divino, Ed. Siruela, Madrid 19912 (que reproduce la segunda edición aumentada de 1973 y editada en el F.C.E., México); [1958] Persona y democracia, Anthropos, Barcelona 1988; [1965] España, sueño y verdad, Siruela, Madrid 1994; [1971] Obras reunidas I, Aguilar, Madrid 1971; [1977] Claros del bosque, Seix Barral, Barcelona 1977; [1986] De la aurora, Turner, Madrid 1986; [1986] Senderos, Anthropos, Barcelona 1986; [1989] Notas de un método, Mondadori, Madrid 1989; [1989] Delirio y Destino (los veinte años de una española), Mondadori, Madrid 1989; [1990] Los bienaventurados, Ed. Siruela, Madrid 1990; [1992] Los sueños y el tiempo, Ed. Siruela, Madrid 1992; [1993] La razón en la sombra. Antología del Pensamiento de María Zambrano (ed. por J. Moreno Sanz), Siruela, Madrid 1993; [1995] Las palabras del regreso. Artículos periodísticos (1985-1990), ed. de M. Gómez Blesa, Amarú, Salamanca, 1995. 59 Aurora el filósofo que, paradójicamente, se cifró en un ción a la filosofía tal y como la había funda­ mentado Heidegger4. rechazo apenas sin fisuras de la filosofía del ale­ ¿Qué le sucedió al Ortega de las Heidegger a través de un diálogo constante con María Meditaciones del Quijote —el Ortega de La Zambrano ni se desentendió ni evitó nunca el Aurora de la razón vital que María Zambrano pensamiento heideggeriano —un pensamiento siempre consideró su maestro y Guía— tras la que, a priori, debía serle muy cercano— pero aparición de Ser y Tiempo? Para Zambrano, segu­ que, sin embargo, rechazó como «Guía». En ramente, se perdió en el resentimiento, en el mán. Como sucedió con Ortega, cierto modo, se puede establecer una relación rencor del que habla el maestro en las propias proporcional entre el rechazo que María Mediaciones, y que «nace de lo que no logra, Zambrano refleja por Heidegger y. la remisión trabajando siempre, ser escuchado»5. Pese a que que demuestra por Ortega y Gasset como Ortega afirmó —y en más de una ocasión— de «maestro» y por su filosofía de la vida como un modo tajante la poca influencia que había «razón auroral», un logos, nos dice Zambrano, tenido en él el pensamiento de Heidegger, lo que fue «órfico» aun sin saberlo. cierto es que el filósofo español tuvo que lidiar el toro de defender y delimitar su método y el carácter de su filosofía frente al nuevo horizon­ te impuesto por éste. Es evidente que Ortega se 1. «Como he callado muchos años, volve­ ré a callar otros muchos» dio perfecta cuenta de lo que significaba Heidegger en el panorama de la filosofía euro­ Afirmaba E. Levinas en Ética e Infinito pea de su tiempo y el eclipse que podía signifi­ que, después del “terremoto” que supuso la apa­ car para su propio pensamiento, de ahí que una rición de Ser y Tiempo en 1927, es «ingenuo» todo acercamiento a la filosofía que no tenga en de las. constantes de su última filosofía sea la discusión abierta con la ontología de Ser y cuenta el pensamiento de Heidegger, «aunque Tiempo. La primera vez que Ortega critica por sea para salir de él»3. La irrupción de Heidegger escrito a Heidegger —ya lo había hecho de y su reformulación de la fenomenología en “Ontología fundamental” supuso un cambio modo oral en 1929 en el curso recogido en ¿Qué es filosofía?6— es en una nota a pie de página a profundo en el escenario de la filosofía europea posterior del que el pensamiento español — su «Pidiendo un Goethe desde dentro», en 19327. El objeto de la nota, nos dice Ortega, era Unamuno y Machado, Nicol, García Morente, «poner en la pista a toda buena fe distraída», Zubiri y Ortega y, por supuesto, María refiriéndose sin duda a la “buena fe” de un José Zambrano— no pudo escapar. La filosofía del Gaos deslumbrado por la innovación de la obra Heidegger de Ser y Tiempo supuso, ante todo, un heideggeriana, y reclamando la prioridad de las revulsivo que obligó inevitablemente a la refle­ Meditaciones del Quijote en algunos conceptos xión sobre el método y el carácter del propio básicos que aparecen como fundamento de Ser y pensamiento español contemporáneo con rela­ Tiempo. «¿Cuántos podrán entender {...]», pre- Notas: 3 E. Levinas [1982] Ética e Infinito [trad, por J. M. Ayuso Diez de Éthique et Infini}, Visor, Madrid 1991, pág. 40. 4 Cfr. J. Gaos [1961] «Ortega y Heidegger», La Palabra y el Hombre. Revista de la Universidad Veracruzana, 19 (1961), pág. 433. 5 «La metáfora del corazón (fragmento)», en [1951] Hacia un saber sobre el alma, pág. 58. 6 J. Ortega y Gasset [1957] ¿Quées filosofía? Alianza Ed/Revista de Occidente. Madrid 1983, pág. 186. 7 J. Ortega y Gasset [1932] «Pidiendo un Goethe- desde dentro», en [1973] Vives-Goethe. Alianza Ed./Revista de Occidente, Madrid, págs. 107-108. 60 Papeles del «Seminario■ María Zambrano» gunta Ortega a sus discípulos, «la Crítica de la se tenía noticia hasta la fecha. Un “replantea­ razón vital que en este libro se anuncia?»8. miento” que surgía sobre las bases fundadas por «Como he callado muchos años, volveré a callar las Meditaciones del Quijote y El tema de nuestro otros muchos», dirá Ortega. No obstante, y a tiempo, revisadas a partir de los años treinta y pesar de esta afirmación, lo que en un principio reformuladas y reinterpretadas de nuevo a par­ sólo era una reclamación de prioridad cronoló­ tir de un paradigma ontológico. gica en cursos o conferencias de algunos con­ No obstante, el “anuncio” de ■ una Crítica ceptos básicos de la filosofía heideggeriana, se de la razón vital al que hacía referencia el maes­ tro en 1932 tan sólo pudo perfilarse como tal convierte en sus últimas obras en un posicionamiento concreto frente a la filosofía del “ser” de tras la aparición de la filosofía de Heidegger y Heidegger cuyo intento de sistematización apa­ la sistematización a la que había sometido a la rece en los textos recogidos en Epílogo y origen de fragmentaria “filosofía de la vida” esbozada la filosofía, y lo que debía ser su summa, las notas de trabajo de su postumo Epilogo... (1994), entre las Meditaciones y la fecha de aparición de Ser y Tiempo. Sólo a través del modelo acabado redactadas a lo largo de los años cuarenta, pero que le ofrecía Heidegger pudo Ortega tomar más especialmente en el también inacabado La conciencia plena de lo que significaba funda­ idea del principio en Leibniz (1947). Paradójicamente para el Ortega del mentar de modo ontológico una filosofía sobre Leibniz, en Ser y Tiempo «no se replantea el pro­ intentado hacer y como Heidegger —de modo blema del Ser, no se habla en ningún sitio sobre el «admirable», afirma Ortega, pero después de él— Ser», sino que, al modo escolástico, únicamente se distinguen «diferentes sentidos del Ser»9. De había realizado con su ontología fundamental, pese a que su intento —según Ortega— se que­ ahí que, para Ortega, Heidegger no maneje «con soltura suficiente la idea de Ser», y «ello daba «perlático y como paralítico en el primer es debido a no haberse planteado su problema «resbalaba por las respuestas porque no se tenía con el radicalismo que nuestro nivel de expe­ riencias filosóficas exige»K). Pero lo que produ­ el sentido de las preguntas», como afirmaba beatamente J. Marías12, sino que no se pudieron ce mayor perplejidad es que Ortega afirma en el ver. con claridad las preguntas hasta que Leibniz que él sí que había proyectado un genui­ Heidegger las planteó en Ser y Tiempo. Como es no «replanteamiento del problema del Ser» patente en su obra, Ortega no conceptualizó la desde 1925 —dos años antes de la publicación vida como “realidad radical” sino en fechas pos­ de Ser y Tiempo— cuyos primeros frutos fueron «La Filosofía de la Historia de Hegel y la teriores a la aparición de la obra de Heidegger en el curso ¿Qué es filosofía? (1929)13. El pro­ Historiología» y el Anejo a Kant —del que no blema de la pregunta14 y del “ser” no parece la idea de la vida, tal y como Dilthey había compás de espera»11. En las Meditaciones no se Notas: 8 J. Ortega y Gasset [1932] págs. 107-108. Cfr. José Gaos [1956] «Salvación de Ortega», en [1957] Sobre Ortega y Gasset y otros traba jos de historia de las ideas en España y la América española. UNAM, México 1957, pág. 80; [1961] pág. 439­ 9 J. Ortega y Gasset [1947] La. idea del principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva. En Obras Completas VIII. Alianza Editorial, Madrid 1983, § 29. pág. 272. 111 J. Ortega y Gasset [1947] § 29, pág. 27911 J. Ortega y Gasset [1940] Sobre la razón histórica. Alianza Editorial/Revista de Occidente, Madrid 1979, pág. 68. Ortega no podía conocer las Beiträge zur Philosophie (vom Ereignis), «Aportaciones a la filosofía (Sobre la Ereignis)», que Heidegger acabó en 1936 y que, por deseo expreso, sólo fueron publicadas tras su muerte (1989) como tomo 65 de la Gesamtausgahe. 12 Vid. la «Introducción» a su edición de J. Ortega y Gasset [1914] Medicaciones del (Quijote. Ed. de J. Marías. Cátedra, Madrid 1990-', pág. 21.3 '■' C. Morón [1968] El Sistema de Ortega y Gasset. Ed. Alcalá, Madrid, pág. 102 y 133­ 11 Esbozado en su [1946] Comentario al Banquete de Platón. En [1983] Obras Completas, IX, Alianza Ed. Madrid, págs. 767 y ss. 61 Aurora interesarle hasta leer el “admirable” desarrollo rencor —«la emanación de la conciencia de que aparece en la filosofía heideggeriana y no se inferioridad» como lo describe Ortega en las presenta en su obra hasta pocos ' años antes de su Meditaciones^ y Zambrano retomará en «La muerte. «Ortega propende [...] a partir de metáfora del corazón^9— que lo llevó a «siste­ 1929, no sólo a interpretar sus textos primerizos matizar metódicamente y en la dirección de la desde el nuevo nivel, sino, inversamente, a filosofía prima [la ontología] sus propias ideas y expresar su pensamiento maduro con el lengua­ la de mostrar o probar la independencia de la je de primera hora, es decir, de Meditaciones del sistematización o de las ideas y de la dirección de Quijote, como prueba de su adelantamiento»15. ellas hacia la filosofía prima relativamente a El Ortega de los años treinta, cuarenta y cin­ Heidegger»20. Ortega, al final de su vida, no cuenta —el Ortega maestro de Zambrano— es pudo ver con objetividad la plenitud de su filo­ consecuencia de la irrupción en el escenario filo­ sofía y de su forma de filosofar —el ensayo— sófico de Ser y Tiempo, un Ortega que leyó sus que no seguía ni podía seguir el camino que propios hallazgos filosóficos de modo, anacróni­ Heidegger había tomado. co a través de la sistematización y de la pers­ pectiva que le ofrecía la ontología heideggeriana16. 2. «Salvación de Ortega» Ortega, no obstante, no supo dar a su Al igual que el Ortega y Gasset de 1932 filosofía de • la vida y de la razón vital el alcance y la profundidad que le dio Heidegger y única­ y del mismo modo en voz baja —en una nota al mente se quedó en la crítica de éste y en la deli­ pie a «El delirio del superhombre»— María mitación de su aportación original a través del Zambrano se posiciona por primera vez en El hombre y lo divino (1955), respecto al acerca­ nuevo paradigma ontológico. «De la existencia de la vida, no hay sistema —afirmaba J. Gaos— ' miento a la filosofía de Heidegger tal y como . De este apogtema era Ortega la encarnación». Y no obstante, el aparece en Ser y Tiempo. discípulo continuaba «[Ortega] iba a empeñarse en una sistematiza­ ción ' contra el sentido, no ya de su obra, sino de «Extraña—comenta Zambrano— este sí mismo, en vez de “racionalizar” su propia comienzo de la filosofía de Heidegger; su plan­ obra, vida, personalidad, con una conciencia de teamiento sobre la pregunta acerca del “ser” ellas, de sí mismo, reivindicativa de los valores reprochándole a la ontología de todos los tiem­ que le son peculiares frente a los que le son pos el no haberla planteado a fondo. Pero, en extraños»^. En cierto modo, tiene razón J. Gaos cuando afirmaba que Ortega fue cegado realidad, el “ser” no ha sido la pregunta, sino la por la “obsesión”, esto es, cayó prisionero del respuesta hallada por la filosofía, y toda la onto- Notas: 15 P. Cerezo [1984] La voluntad de aventura. Aproximamiento crítico al pensamiento de Ortega y Gasset. Ariel, Barcelona, pág. 319, nota 38. 16 P. Cerezo [1984] págs. 77-78; 308. A. Regalado [1990] El laberinto de la razón: Ortega y Heidegger. Alianza Universidad, Madrid, págs. 134-135. 17 J. Gaos [1956] pág. 85. 18 J. Ortega y Gasset [1914] Meditaciones del Quijote. Ed. de J. Marías. Cátedra, Madrid, 1990-', pág. 51. 19 «La metáfora del corazón (fragmento)», en [1951] Hacia un saber sobre el alma, pág. 58. 20 J. Gaos [1961] pág. 433. 62 Papeles del■ «Seminario María Zambrano» “órfico-pitagórico”23, «pues sobre esa fysis no logia ha partido de ella»21. En esta nota aparece condensado en su parece haber planeado nunca el logos filosófico»24. fundamento el porqué del rechazo al acerca­ “Ser” —dirá María Zambrano— no es miento heideggeriano a la filosofía del “ser” por “ser pregunta” sino “ser respuesta”: sumirse en parte de Zambrano, pero,. sobre todo, la res­ el gran abismo {grande profundum) en que se puesta que nuestra filósofo le ofrece a una razón halla el hombre, «el “algo” del hombre que el sin soluciones en sus críticas a Heidegger al res­ espíritu del hombre que está en él no conoce»25. balar como «una gota de aceite» de razón vital No existen preguntas para llegar al “ser” que se en razón poética. En su reacción contra da como entrañas. Llegar pasivamente a la Heidegger, Ortega no pudo fundamentar su transparencia del “ser” es incluso «suspender la filosofía de la vida de un modo sistemático y se pregunta que creemos constitutiva de lo huma­ hubo de conformar en el «por lo pronto, yo no no», la mihi quaestio factum sum de Agustín de puedo aceptar que el hombre sea “la pregunta por el Ser”»22. De este modo, Zambrano, tras la Hipona que en Zambrano representa el modo de inmersión activa en el misterio del “ser”, la revelación de lo que seguimos sintiendo vivo muerte del maestro, ofrece la respuesta a Heidegger que aquél no pudo dar, devolviendo como entrañas26 —:el yo viviente y profundo— a la razón vital de Ortega la posición ética que que en la transparencia del claro se torna ya en poseía en las Meditaciones, es decir, volcando de violencia, «maléfica pregunta al guía, a la pre­ nuevo la filosofía en el tránsito entre el “ser” y sencia que se desvanece si se le acosa, a la pro­ pia alma asfixiada por el preguntar de la con­ el “sujeto” —su contextura ética, su ordo amoris— y rechazando su reelaboración ontoló­ ciencia insurgente»27. La pregunta {quaestio) por gica posterior por parte de la metafísica el hecho {factum) de la propia existencia produ­ mediante un retorno al «camino "natural” pre­ ce la separación mediante la inteligencia del pro­ arcaico» que para María es una vuelta al saber pio “ser”28 y debe ser, por lo tanto, abolida tras la de la physis {natura) de los griegos tal y como lo vio en las filosofías—religiones de la Grecia constatación de la existencia de las entrañas. Por el contrario, para Heidegger, la Facktizität (factum) helenística —estoicismo, gnosticismo y neopla­ tonismo esencialmente— y que denominó de la propia existencia es el encontrarse siempre en cuestión {quaestio) con el propio “ser”29, esto -es, Notas: 21 «El delirio del superhombre», en [1955] El hombre y lo divino, págs. 151 n. 1. . 22 J. Ortega y Gasset [1994] Epílogo... Notas de trabajo. Ed. dejóse Luis Molinuevo. Alianza Editorial, Madrid, § 537, pág'. 336. 2? Esta remisión a las «llamadas heterodoxias», como las denomina en Los bienaventurados, la he esbozado con cierta profundidad en [1998] «La entraña y el espejo. María Zambrano y los griegos». En C. Revilla (ed.) [1998] Claves de la razón poética. En torno a María Zambrano. Trotta, Madrid. 21 «La no sincronización», en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 77. 25 Agustín, Confesiones, IV 14, 22. 26 Agustín, Confesiones, X 33, 55. María cita la quaestio agustiniana en.[1943] La Confesión: Género literario, pág. 43: «San Agustín [...] pregunta ante todo por sí mismo, pues se ha vuelto cuestión él mismo». 27 «Claros del bosque», en [1977] Claros del bosque, págs. 11-12. 28 Cfr. «El abrirse de la inteligencia», en [1977] Claros del bosque, págs. 33-34: «la inteligencia corriendo de por sí establece un dintel. Un dintel que es separación dentro del mismo ser que se dispone a entender, especialmente cuando cree y encuentra obvio el hacerlo. Y entre él mismo todavía irrevelado y la claridad que le viene de afuera, surge esa disponibilidad, ese usar de su inteligencia, creyéndola ya suya, apropiándosela paradójicamente al establecer la objetividad, sin sacrificio. Sin realizar el sacrificio, lejos del amor preexistente, alejándose de la vida recibida, del amor del que es depositario». 29 M. Heidegger [1921] Agustin und die Neoplatonismus.Gesamtausgabe, Band 60. Vittorio Klosterman, Frankfurt 1995. Vid. § 8 b. 63 Aurora “problematizarlo”, hacer del hombre «pre­ tiranía de la mirada -—la envidia—, en una gunta por el “ser”» y, con ello, ser Mismo sin «razón que germina, una razón que no era alteridad y, por lo tanto, sin trascendencia. nueva, pues ya aparece antes de Heráclito. Una interpretación de la máxima agustinia- No ya como medida, sino como fuego, como na que no habría aceptado jamás ni Ortega nacimiento»36. Un «logos órfico» que es la ni Zambrano. búsqueda de una ética de salvación de lo Porque el hombre —como afirmaba propio que suplica y que se cifrará en res­ Ortega— no tiene un “ser” (un factum esse) puesta: en razón poética. La razón poética determinado y ha de hacérselo en su vivir, zambraniana, no es, pues, una “prolusión ha de aceptar el ofrecimiento gratuito del lírica” a-sistemática sin contenido filosófico, “ser” y ese “ser” in fieri «es reflejo de la res­ sino una salvación de la circunstancia a tra­ puesta del Ser en general»30. La economía vés de la moral. No se puede hablar de humana, pues, es poder administrar —esto “metafísica” en Zambrano si antes no se es, tener que padecer— la respuesta del habla de moral. La razón poética de María “ser” o, lo que es lo mismo, poder abrirse a la súplica^- para ser salvado en la respuesta de Zambrano es, antes que cualquier otra cosa, éste32 y salvar aquello que «suplica y clama» Como ética, el pensamiento de María Zambrano, se configura en primer lugar una ética. ser salvado33. «Todos los seres suplican, excepto el Primero» afirmaba Teodoro el neoplatónico34. Este movimiento de súplica como «salvación de Ortega» y de su «lógos del Manzanares». Una salvación que, antes es salvación tanto activa como pasiva: por un lado, significa en Zambrano un cierto ya de convertir la razón vital en razón poética, «estar dentro del Ser», ser parte del Lógos la convirtió en razón moral como una razón salvadora, esa Aurora de la razón vital que como para los estoicos, ser parte de la physis, no buscar, sino encontrar35. Y, por otro, Ortega nunca publicó y que llega a hacerse lógos naciente en Zambrano37. No obstante, cifrar de modo creador esta respuesta en un María Zambrano nunca entendió esta “salva­ logos anterior a la violencia del pensar y a la ción” como una mera remisión beata del dis- Notas: Como es sabido, además de su interés en la filosofía medieval, en la segunda década de este siglo (1910-1920), Heidegger estuvo dedicado al problema de lo Divino en relación a la vida en cuanto tal y a su historicidad (cfr. Gesamtausgabe, Bänden 56-59). ?0 «El delirio del superhombre», en [1955] El hombre y lo divino, pág. 151. J1 La «súplica», la «plegaria», la «oración», para Zambrano, es el preámbulo para la remisión del hombre en la atemporalidad (aiõn) del “ser” que se da en el sueño. Así lo afirma en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 56: «la oración que cierra la vigilia del creyente es la más adecuada preparación para entrar en el sueño [...] la vuelta a ese estado inicial absoluto». 32 Movimiento que tiene en Zambrano una inspiración claramente neoplatónica. Uno de los rasgos de la religiosidad filosófica neopla­ tónica es su concepción de la suplica como instrumento de salvación (cfr. JÁMBLICO, Sobre los misterios de los egipcios, V 26; Porfirio en Proclo, Comentario al Timeo, I 207, 23 y ss.; Proclo, Comentario al Timeo I 209, 9 y ss.), esto es, la remisión del hombre hacia el UnoBien Primero a través de la plegaria, retorno, pues hacia un "ser” que se encontraba «más allá del ser y de la esencia» y que, para María, se revelaba en felicidad, en hêsychía, en eudaimonía. Cfr. «La vida: sueño-vigilia», en [1992] Los sueños y el tiempo, págs. 18-20. TEODORO DE Asine, en Proclo, Comentario al Timeo, 1213, 1-2 (test. 7 Deuse, vid. [1973] W. Deuse, Theodoros von Asine, Sammlung der Testimonien undKommentar. Wiesbaden 1973, págs. 35 y comentario en págs. 96-97). 35 [1955] El hombre y lo divino, págs. 151-152. :,t‘ [1986] «Sobre la iniciación» (Entrevista con Antonio Colinas). Los Cuadernos del Norte, 38, 1986 (págs. 2-9), pág. 6. j7 [1986] «Sobre la iniciación» (Entrevista con Antonio Colinas), pág. 6. Cfr. «Los seres de la Aurora. 1. Ortega y Gasset», en [1986] De la Aurora, pág. 122. 64 Papeles del «Seminario María Zambrano» cípulo al maestro. En carta a Ramón Dieste, Salvación, no obstante, que se da a través Zambrano en 1944 ya afirmaba que su razón no de la transfiguración y la transustanciación, a podía ser, sin más, la razón de Ortega. «Sentí través del entretejido de un Ortega que late que no eran “nuevos principios” ni “una- bajo las palabras de un «logos órfico» cuya filia­ Reforma de la Razón” como Ortega había pos­ ción es orteguiana, «aunque Ortega no lo pre­ tulado en sus últimos cursos, lo que ha de sal­ varnos, sino algo que sea razón, pero más ancho, sentara nunca así y aun rechazase el lamento de Eurídice»41. «La “salvación” —dicen las pro­ algo que se deslice también por los interiores, pias páginas ' de las Meditaciones— no equivale a como una gota de aceite que apacigua y suavi­ za, una gota de felicidad. Razón poética {...] es loa ni ditirambo; puede haber en ella fuertes lo que vengo buscando. Y ella no es como la maestro implicaba hacer de su. «logos del otra, tiene, ha de tener muchas formas, será la Manzanares» un «saber órfico», un saber que misma en géneros diferentes»38. La razón poéti­ fuera, a la vez, palabra recibida y don que alum­ ca, como salvación de Ortega, supuso en brara al maestro, que lo retornara de nuevo a las Zambrano aceptar también su propio padeci­ «razones de ' amor», que volviera a ser palabra miento, su autoexilio, o como confiesa en «Ortega y Gasset, filósofo español»; «fue un —el lógos órfico—, se convertía, pues, en un acto de renuncia, de desprendimiento, un auto- saber mediador que ofrecía profundidad a la despojo»39 que le llevó a alumbrarse ella misma filosofía de la vida de Ortega a la vez que le daba una respuesta a su padecimiento: el hom­ censuras»42. Para Zambrano, la salvación del salvadora de las circunstancias. La razón poética en una razón que era también “razón vital” por bre no «es pregunta por el “ser”» porque el “ser” vivificante y creadora pero que era razón poética. El logos creador de Zambrano pretendía ser un retorno a la pureza primera del pensamiento no es pregunta, sino que se da —y siempre se ha dado— como respuesta al hombre que se orteguiano. Al hacer renacer la razón vital en razón poética, «una vez entretejido» Ortega en extraña, al hombre que se admira. Con esta res­ puesta Zambrano no hacía sino seguir una pauta ella, «queda transfigurado, transustanciado, sal- de pensamiento completamente orteguiana —la vado»40, alejado del rencor del no poder llegar a noción de “extrañamiento” del hombre en el mundo, su situación de “naufragio”, de ser in fieri43—, ofre- ser. Notas: ■'8 Citado por J. Moreno Sanz (ed.) en [1993] La razón en la sombra. Antología del Pensamiento de María Zambrano, pág. 615. 39 «Ortega y Gasset, filósofo español», en [1965] España, sueño y verdad. Siruela, Madrid 1994, págs. 84-85. Relata Zambrano: «Y ello me da luz en este momento sobre un hecho inexplicable de mi vida, el único que me voy a permitir relatar a guisa de advertencia, que sabrán interpretar en sus varios sentidos. Cuando llegó el momento de abandonar la casa en que viví en el último período de mi estan­ cia en España, encaminada ya hacia la frontera, hube de elegir unos muy pocos objetos, más simbólicos que útiles, para que me acom­ pañaran. Allí estaban, cuidadosamente ordenados en unas cajas de fácil transporte, todos mis apuntes de los numerosos cursos de Ortega a los que tuve la fortuna de asistir [...] y con ello algunas notas mías, modestos ensayos, esquemas de trabajo futuros, todo mi pasado y lo que se me figuraba entonces ser mi futuro filosófico. Nunca he logrado explicarme hasta ahora por qué corté mi gesto de recogerlos, por qué los dejé abandonados allí en aquella casa sola [...] Pero ahora ya lo sé. Al no poder consultar esos preciosos papeles en todos estos años, ha ido surgiendo su contenido del fondo de mi mente según mi pensamiento los llamaba, en esa medida tan grata a Ortega, la de la necesidad. «Fue un acto de renuncia, de desprendimiento, un autodespojo de todo mi haber de trabajo de tantos años». '1° J. Ortega y Gasset [1914] Meditaciones del Quijote. Ed. de J. Marías, Cátedra, Madrid 1990', pág. 47. '” «Los seres de la Aurora. 1. Ortega y Gasset:», en [1986] De la Aurora, pág. 123. 12 J. Ortega y Gasset [1914] Meditaciones del Quijote. Ed. de J. Marías, Cátedra, Madrid 1990', pág. 47. 13 Que el maestro opuso en el Coloquio de Darmstadt (1951) al «Bauen Wohnen Denken» de Heidegger. Cfr. [1951] «El mito del hom­ bre allende la técnica» y «Anejo: En torno al “Coloquio de Darmstadt, 1951» en [1983] Obras Completas, IX págs. 617-639- 65 Aurora ciándole una dimensión diferente, esto es, su salvación —que es un saber moral— que había remisión natural al “ser”, pues en verdad y esen­ reclamado Ortega para la filosofía, el Ortega cia el hombre pertenece a la Luz y todo remitir­ que puso a la Aurora como guía en las se a la Luz del “ser” no hace sino corroborar ese Meditaciones. En este sentido, la razón poética extrañamiento del hombre en - el mundo — es, pues, respuesta a la súplica de Ortega que según Plotino—, su falta de querencia a la materia44. En la razón poética, Zambrano le pedía ser salvado en una Aurora de la razón vital ofrece a Ortega una voz que no tenía y lo “salva” transfiguración que eleva, por encima de todo, de la noche oscura de Diotima45 y de su rencor el pensamiento del maestro en la propia voz de por llegar a ser46 para hacerlo renacer como uno Zambrano en un lógos primigenio que —antes de los Seres de la Aurora, como un órfico más. El maestro se volcó en salvar las circunstancias que ontología o metafísica— es una ética «de y, con él, las circunstancias. Salvación que es pureza diamantina», que no se lanza a la pre­ de su España, como María repite a lo largo de su obra, pero no pudo salvarse a sí mismo. Ésta es gunta, sino que se abre a la súplica y acepta el padecer de la respuesta. la cruz de Ortega, el padecer que lo convirtió en un bienaventurado, en un ser.del silencio. De este modo su filosofía se convertía de nuevo en 3. «Para los seres vivos, la vida es el ser» «un saber de salvación» en un logos rescatador de «las circunstancias como suplicantes que piden ser salvadas [...] y, aunque solamente «El esclarecimiento antropológico de la fuera por eso —confiesa Zambrano—, le seré fiel»'7. idea de ser que es inexcusable preámbulo de La progresiva remisión de la razón vital toda ontología es sólo un caso particular de una hacia la ontología por parte un Ortega víctima cuestión mucho más general que no he visto del rencor traicionaba la responsabilidad moral de planteada. El concepto de ser muestra con exa­ «salvar las circunstancias» platónicamente mediante el lógos que aparecía en las cerbación paradójica que incluso la idea en que formalmente pensamos lo no-humano, lo otro Meditaciones48. Por el contrario, la razón vital que lo humano como tal tiene, claro está, una del primer Ortega era, para María, “razón vivi­ ficante” por creadora y salvadora, una razón de consistencia humana, intramundana, doméstica, la Aurora. Por ello, «y aunque sólo fuera por perteneciente a la íntima economía humana»'*9. eso» María se mantendrá fiel al maestro de las Meditaciones, retomando en su pensar el saber de Notas: Cfr. Plotino I 8, 13, 21-26; I 8, 14, 44-50, donde nos habla de la caída del alma en la materia y su deseo de retorno al Uno-Bien (y cfr. también [1938] «Pablo Neruda y el amor a la materia», en [1986] Senderos. Anthropos, Barcelona 147-155, esp. pág. 153). *5 «Diotima de Mantinea», en [1951] Hacia un saber sobre el alma, pag. 201. 46 «Diotima de Mantinea», en [1951] Hacia un saber sobre el alma, pag. 198. ' 41 [1987] «A modo de autobiografía», «María Zambrano. Pensadora de la Aurora», Anthropos, 70/71 (1987), pág. 72. 48 «La situación que Ortega afronta tiene una cierta analogía con la de Platón, tanto como es posible en una historia que es otra, otra, pero la misma porque aún estamos en Occidente. No resultará, pues, extraño que el primer libro de Ortega, Meditaciones del Quijote, sea en tan gran medida platónico. El más platónico de sus libros y, junto con el Quijote, los más platónicos del pensamiento español. [...] Así ha abordado, como el [pensamiento] platónico, todos los temas de la vida humana: [...] lo que Ortega ha llamado su “periodismo" y ese temblor por la suerte del ser humano, esa total falta de apatheia». Vid. «Ortega y Gasset, filósofo español», [1965] España, sueño y ver­ dad, págs. 107-108. 49 J. Ortega y Gasset [1994] § 561, págs. 345-346. 66 Papeles del «Seminario María Zambrano» circunstancia y poder responder éticamente a tra­ «Esclarecer antropológicamente la idea de ser», en palabras de Ortega, es entender la vés de ella a lo otro. Este “ser responsable” es el íntima economía intramundana, doméstica, la fundamento de su ética filosófica: consistencia humana de la alteridad. Es hacer del “ser” y de su lógos carne y, con ello, rescatar «Tampoco he podido renunciar a una la pasividad —«el alma vegetativa, según ese especie de sentir radical —confesará olvidado pensamiento aristotélico, que no ha sido tenida en cuenta ni por el pensamiento ni Zambrano—, de que aquello que he hecho ha por la poesía, ni mucho menos por la moral»50. nacido dentro de mí y no puedo rechazarlo, [...} Retornar, pues, a una ética del ser humano con lo mido, siento que es mío, que podría yo ir más la alteridad que es «esa fidelidad a lo esencial de allá, pero que en este más acá a donde he ido a la actitud filosófica, es decir, de la ética del pen­ parar, ahí soy yo, ahí no tengo más remedio que samiento mismo, de esa ética cuya pureza dia­ mantina encontramos en la Ética de Spinoza y aceptar responsabilidad, porque es el punto de en el advenimiento singular, único, de Plotino, la moral y es el punto también de la revela- mediador de todo el pensamiento antiguo y aún de su recóndita religión»5! El “ser” de ción»53. Zambrano es, pues, un “ser” que se revela ética­ El ser humano en María Zambrano ha mente —un “ser” consustancialmente ético— y la filosofía —como María lee también en «aceptar responsabilidad», ser responsable, esto es, ha de ser capaz de respuesta a través del pade­ Ortega— un saber de la responssbiilùid moral. cer que le ofrece el “sentir radical” de estar vivo, Para María Zambrano, el ser humano “ha Esta “acción pasiva” en que consiste el padecer de hacerse” en su vivir y este “hacerse” es ir se cifra en un escuchar, en un abrirse al ofreci­ mediando con el “ser” y con su gnósis —conocer miento del “ser” como revelación y aceptarlo como respuesta que no se impone, sino que se el “ser” en las entrañas, el mandato de la Musa de Empédocles. No existe el «ser sin tener que ofrece como sobreabundancia. Ser responsable es, pues, aceptar y recoger el don ético de la pasi­ hacerse», ser en quietud estática, ser en identi­ dad como le sucede al Dasein heideggeriano o como le sucederá —según Zambrano— al vidad y entregarlo mediante la palabra como razón del “ser”54. Y este “ser responsable”, es, superhombre nietzscheano52. “Ser humano” sig­ por lo tanto, “ser moral” —ser persona^-—, nifica en Zambrano el aceptar la pasividad y la convivir de modo ético con el “ser”. “Ser” Notas: 50 [1990] Los bienaventurados, pág. 13­ 51 [1951] Hacia un saber sobre el alma, pag. 12. 52 «La huella del paraíso», en [1955] El hombre y lo divino, pág. 291. 53 [1987] «A modo de autobiografía», págs. 72-73. . 54 Porque, continúa el texto de Zambrano, «mi pensamiento se entrega, se da, yo me doy por completo, sin esperar. Nietzsche dijo que el amor está más allá del bien y del mal. El sabía también de esto. Lo mismo sucede con aquello que se da por amor, como yo he dado todo». [1987] «A modo de autobiografía», pág. 73­ 55 Vid. la descripción de "persona "——i. e. la “máscara "'que encubre las entrañas— y su relación con lo moral en «La enajenación», en [1958] Persona y democracia. Anthropos, Barcelona 1988, pág. 79: «cada hombre está formado por un yo y una persona. La persona inclu­ ye al yo y lo trasciende, pues el yo es vigilia, atención; inmóvil es una especie de guardián. La persona, como su mismo nombre indica, es una forma, una máscara con la cual afrontamos la vida, la relación y el trato con los demás, con las cosas divinas y humanas. Esta per­ sona es moral, verdaderamente humana, cuando porta dentro de sí la conciencia, el pensamiento, un cierto conocimiento de sí mismo y un cierto orden». 67 Aurora humano no significa ser capaz de pregunta como dora con las entrañas que constituye el saber del afirma Heidegger, sino ser capaz de respuesta estoico y que Zambrano acepta como propia — ante la alteridad en el “aquí” y ahora, en el «más esa «razón poética de honda raíz de amor» que acá». «“Vivir es convivir”, había dicho Ortega»56, y así acepta Zambrano el padecer de se encarnaba de Meditaciones y que para María Zambrano era lo las palabras del maestro en sí misma en esa mismo que decir, “de honda raíz estoica'^8. autobiografía en tercera persona que es Delirio y destino. Razón “mediadora” en cuanto salvadora que se manera - auroral en las ofrece como respuesta desde las entrañas de un “ser” que no acepta su separación de la vida humana, la Vida59. «Para los seres vivos, la vida «Había renunciado hasta a la Filosofía es el ser» afirmó ya Aristóteles60. «Y los así no [...] había aceptado de raíz, el estar “aquí”. [...] lo saben y los que no les basta con ello, quedan “Aquí es, son las circunstancias”. “Yo soy yo y relegados al grado de semihombres, en una mis circunstancias” había leído hacía algún tiempo en Las meditaciones del Quijote [...] Ahora existencia degradada como ha hecho [...} Heidegger»61. Por el contrario, continúa más sentía haberlo comprendido [...] estar aquí, adelante Zambrano, en el «abrirse de la vida aceptar las circunstancias; los tiempos múltiples hay algo más que la aceptación de la verdad. Hay la expresión de la propia vida, la revelación y confusos; aceptar eso también, “la confusión de sus entrañas»62. de los tiempos”, con voluntad de aclararlos; se Es en el carácter moral (vital) de la verdad iría aclarando en la vida, si se era leal. Aceptar y del “ser” en el que debemos centrar la causa las circunstancias, ¿no era cuestión de lealtad del rechazo de Zambrano a la filosofía del “ser” heidçggeriana y, con ello, su explícita remisión también? Lealtad que el mismo Ortega ha lla­ al maestrazgo de Ortega y Gasset. Anterior a mado “autenticidad”, la vida de la vida, la vida cualquier otra consideración de índole filosófi­ de verdad, una verdad modesta, en una verdad ca, la nula aceptación del pensamiento heideggeriano por parte de María Zambrano se cifra, moral de la podemos responder»57. en su fundamento, en un rechazo ético. Heidegger representa en Zambrano el paradigma de Ser - capaz de respuesta, para María Zambrano, es aceptar de modo ético las cir­ cunstancias aunque con ello se haya de renun­ filósofo que abole toda alteridad a través de una pregunta fundamental que hace luz en la entra­ ciar al saber filosófico —a la theõría en favor de ña de todas las cosas y las desentraña, las desve- la praxis. Responder es ser moral, aceptar la filo­ la6, proclamando un modelo de hombre (el sofía del “ser aquí”, construir una razón media­ Dasein, semihombre de existencia degradada, Notas: 56 «Adsum», en [1989] Delirio y destino (Los veinte años de una españ^a). Mondadori, Madrid, pág. 16. 57 «La vuelta a la ciudad», II en [1989] Delirio y destino (Los veinte años de una española). Mondadori, Madrid, págs. 152-153­ 58 «La guerra, de Antonio Machado», en [1986] Senderos. Anthropos, Barcelona, pág. 68. 59 «El exiliado», en [1990] Los bienaventurados, pág. 30. ' 60 Aristóteles, Acerca del alma, 415b 13. 61 [1943] La Confesión: Género literario, pág. 23­ 62 [1943] La Confesión: Género literario, pág. 32. Con lo que conlleva el hecho de “desvelar” en el pensamiento zambraniano, esto ' es, arrancar de la atemporalidad del “ser” que se da en el sueño. —d. no obstante, infra, §. 5. 68 Papeles del «Seminario María Zambrano» De Val Vasar/, vida de artistas ilustres, 1996 en las palabras de Zambrano) abocado a su pro­ no” de Heidegger se convierte en mandatario del pia esencialidad como “ser” en el darse (es gibt) del Sein, o en otras palabras, en la reducción de “ser” y lo desentraña. Esta es la transgresión ética, la hybris propia del filósofo que María no lo Otro —del ser humano— en lo Mismo —un aceptará como modelo de “ser persona” y que es Sein sin entrañas y sin piedad. Un “ser” sin alteridad donde pensar y ser son lo mismo624, un “lo el modelo de hombre que propone Heidegger: la subordinación de la ética —el saber de la res­ mismo” (to autó/zugleich) que «expresa la unidad puesta, pero también el saber de la responsabi­ esencial de la estructura completa de la trascendencia»65. Como sucedía con el “ser” de lidad con la alteridad— a la ontología —el Parménides, en Heidegger se abole cualquier Dasein, para Zambrano, es ser cristalizado, tipo de alteridad. «El pensamiento establecido inmutable, geométrico, rendir culto a la unidad y a como tal por lo existente y, por tanto, represen­ la identidad; ser sin hacerse, ser sin padecer como el tante y por ello esclarecedor es pensamiento eón de Parménides, ser sin esperanza y, lo que es más ocurrido al ser mismo y, por tanto, pertenecien­ te al ser»66. Toda ética desaparece: el “ser huma­ alarmante, ser sin piedad —el “ser” de los absolu­ tismos, como leemos en Persona y democratic1. saber de la pregunta y de lo “más allá”. Ser Notas: 6' M. Heidegger [1953] Einführung in die Metaphysik (curso dictado en 1935 y publicado en 1953). Gesamtausgabe, Band 40. Vittorio Klostermann, Frankfurt 1983- Cfr. § 45, págs. 123 y ss. 65 M. Heidegger [1929] Kant unddas Problem der Metaphysik. Gesamtausgabe, Band 3. Vittorio Klostermann, Frankfurt 1991, pág. 111. 66 M. Heidegger [1956] Was ist das —die Philosophie? Neske, Pfullingen, pág. 12. 67 [1958] Persona y democracia, pág. 87. 69 Aurora Ésta es la lectura que María Zambrano Caverna platónica a la luz y su “ser” se hace debía hacer de un texto como la Carta sobre el estático, entero e inmutable en la luz del “ser”: “Humanismo”68, el único escrito donde se hace absoluto. Heidegger se olvida de la pie­ Heidegger trata el tema de la ética y del ser dad, esto es, de la respuesta a la alteridad. humano en cuanto “ser que actúa”— o lo que es La Carta sobre el “Humanismo” es un texto lo mismo para Heidegger, en cuanto “ser que que niega el valor de la concepción zambrania­ piensa”. No hay “ética” ni “ontología” —afirma na de “humanidad”, lo que María Zambrano Heidegger— únicamente remisión del Dasein a denominó en Los sueños y el tiempo “la contextu­ la apertura (a la alêtheia, al desvelamiento) de la ra metafísica de la vida humana”70, entretejido verdad del “ser” como el êthos del hombre en que reúne “ser” y pensamiento, “ser” y vida, en cuanto abocado a pensar la verdad del “ser”. Así cuanto ésta corresponde a una contextura ética lo leerá Heidegger en Heráclito: êthos antrôpôi basada en la responsabilidad con la alteridad. daímõn, «la morada (êthos) para el hombre es el ámbito abierto a la presencia del dios (daímõn)». Ser humano no es abrirse a la inteligibilidad y a la unidad, ser cristalino, e inmutable, «Ser el Sin embargo —precisa Heidegger— este pen­ que se es», como el atributo de Yahveh en el sar no puede ser ético por el hecho de que más Génesis— sino ser como Job ante Dios72, “llegar originariamente tiene un carácter ontológico69. a ser el que se es”, como cantaba Píndaro74, a La ética, de este modo, sería ontología en cuan­ to el hombre piensa la verdad del “ser” como su través de ese padecimiento prometeico74 que ha de ser trascendido mediante el retorno media­ dor a la Caverna75. La responsabilidad de “ser” morada, o —tomando una imagen recurrente en María Zambrano— en cuanto sale de la humano poseería en María Zambrano, de este Notas: 68 Texto que María Zambrano debió leer aproximadamente en la época en que escribía Persona y democracia (1958), pese a que segura­ mente no influyó de modo directo en la escritura de este texto. La copia que poseía en su biblioteca personal era la edición bilingüe (alemán-francés) de R. Munier, Lettre sur l'humanisme, publicada en la colección «Philosophie de l'Esprit» de Aubier-Éditions Montaigne, París, 1957. Persona y democracia está fechada en Roma en 1956. 69 M. Heidegger [1947] Briefüber den „Humanismus”, en [1967] “Wegmrken. Gesamtausgabe, Band 9. Vittorio Klosterman, Frankfurt 1975 (cito desde la trad, italiana de F. Volpi, Segnavia, Adelphi Ed. Milán 1992, págs. 307-308). 70 [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 3. 71 [1955] El hombre y lo divino, pag. 118; [1958] Persona y democracia, pág. 55. 72 [1955] El hombre y lo divino, pag. 355; [1958] Persona y democracia, pág. 55. 73 PÍNDARO, Píticas, II 72. 74 [1958] Persona y democracia, pág. 56. 75 [1939] Pensamiento y poesía en la vida española, pág. 30. Éste es en su fundamento el mismo movimiento ético de K. Jaspers (vid. [1978] Notas sobre Heidegger [traducción y compilación de V. Romano del original Notizien zu Martin Heidegger] Mondadori, Madrid 1990) res­ pecto a un Heidegger —a su parecer— «totalizador, gnóstico» (pág. 25), «cautivo de falsa práxis» (pág. 61), «ciego, irreal, irresponsa­ ble» (pág. 153). Para Jaspers, como para Zambrano, la filosofía de Heidegger posee como fundamento la «pérdida de la relación con la actualidad concreta, con la existencia, con el éthos» (pág. 25), y por lo tanto, una «ceguera de lo real», «la actitud básica de lo dictato­ rial, de lo precursor, sin exigir el dogma, pero sí obediencia —intolerancia» (pág. 20). Se trata de una «filosofía proclamada bajo todos los encubrimientos de preguntas, en realidad anunciada dictatorialmente, sin responsabilidad» (pág. 94). «¿Tiene o no tiene un signifi­ cado filosófico la apasionada adhesión de Heidegger al nacionalsocialismo?» (pág. 20). Ésta es la pregunta fundamental que se hace Jaspers en su diálogo en soledad con Heidegger: «lo que hizo Heidegger en 1933 —responde— son las consecuencias “inhumanas” de una filosofía que ha perdido al hombre en su libertad, su responsabilidad, su yo, a favor de un aparato existencial de funciones, cuyas formas no son siquiera formas, sino máscaras vacías, como consecuencia de la ontologización y objetivación», que se encarnará en su «ferocidad contra la humanitas» y, con ello, en la «afirmación de la barbarie» (pág. 123). De este modo, en una carta dirigida a Heidegger y que nunca envió, Jaspers demanda a éste un poco de responsabilidad. «Le suplico —le pide a Heidegger— que si alguna vez surgieron en nosotros impulsos filosóficos tome la responsabilidad de su singular talento y lo ponga al servicio de la razón, de la' realidad, de la dignidad y posibilidades humanas, en vez de al servicio de la magia. Reconozca la relación entre metafísica y todo pensamiento que, más allá de toda metafísica, lleva a la praxis vital, a la política y al futuro real; reconozca que para los hombres no se trata de una historia imaginaria del ser ni de la experiencia pasiva de destinos, sino de lo que hacen, de lo que hacen con otros y de lo que dejan hacer a otros» (pág. 69). Jaspers, por otra parte, criticó en público en los Rencontres internationales de Ginebra en 1949 la Carta sobre el "Humanismo" en 70 Papeles del «Seminario María Zambrano» modo, dos direcciones éticas. Poder abrirse a la término del discipulado»79. Como afirma Hacia respuesta del “ser” y, a su vez, poder - dar res­ un saber sobre el alma, el que «lleva [...] a alguien puesta como ser humano. La primera es la bús­ queda del «ser preexistente»76 que se da como a la Filosofía, bien puede decirse que lo ha recreado, haciendo no de un hombre - un sabio, luz interior —esa “luz del corazón” tan agusti- sino de un hombre otro hombre»80. Pero niana que iluminará el pensamiento de María Heidegger y su Dasein ya han renunciado en su Zambrano— y la segunda el conocimiento de soberbia a todo “Humanismo”, esto es, a engen­ su revelación y la aceptación de la responsabili­ drar en el otro mediante el logos en la vida. Este dad de su transmisión con amor al resto de “ser a solas”, sin alteridad, sin responsabilidad, hombres. Este doble movimiento aparece clara­ es el futuro de la filosofía —continúa María mente ejemplificado en las figuras de Ortega y Zambrano— el «inquietante y desconocido Heidegger en Los bienaventurados. Ortega y Gasset, por una parte, empeñó su existencia — cinismo» que se encarna en el «más renombra­ do de los filósofos de este siglo», Martin como un Prometeo enclavado en la tragedia de Heidegger81. Ya no hay respuestas sagradas, España— en llevar la luz de la Aurora al “ser sólo preguntas fundamentales. español”, negado de «razones de amor» -— según declaraba él mismo en las Meditaciones del Quijote— lo que le llevó al rencor de no haber 4. La linterna del cínico podido realizarse como filósofo. Ortega tuvo que padecer en soledad y aceptar la súplica de La noción de “salvación” instalada en el «volcarse en la nación entera» y la responsabili­ centro de la filosofía de María Zambrano la dad de su salvación «sin - soñar siquiera con la llegada del discípulo»77. No tuvo discípulos, caracteriza desde un prisma moral. Como la filosofía de Plotino82, el pensamiento zambra­ toda la nación fue el objeto de su saber. Pero en niano no busca configurarse como sistema, sino su soledad de bienaventurado, renació al engen­ drar con amor la palabra que ofreció a los suyos. permanecer como una meditación en voz alta con la alteridad que busca salvar las circunstan­ Heidegger, al contrario —nos dice la misma cias «por amor» desde las propias entrañas. página de Los bienaventurados—, no retorna de «Antes de- buscar al hombre, debe haberse modo “prometeico y mediador” a la Caverna y se queda suspendido en la Luz en unidad (en encontrado la linterna. ¿No podrá ser otra que la linterna del cínico?»83, preguntará alêtheia) sin comunicar la verdad que se le había Nietzsche. Y María le contesta que «el hombre revelado. Heidegger renuncia «a operar sobre la reducido a ver no puede hacerlo sino usando una vida» como hizo Ortega78, en cuanto, «señala el luz propia, una luz que no arroje sobre su mira- Notas: su Über Bedingungen und Möglichkeiten eines neuen Humanismus (Reclam, Stuttgart 1962). Zambrano, si hubiera leído estas páginas, no habría desmentido en punto alguno a Jaspers —un filósofo que la influyó bastante y cuya influencia, en lo que sé, no ha sido apenas valorada. 76 «El ser preexistente-La fuente» [1977] Claros del bosque, pág. 27 77 «El filósofo», en [1990] Los bienaventurados, pág. 53. 7S «Ortega y Gasset, filósofo español», en [1965] España, sueño y verdad, pág. 84. 79 «El filósofo», en [1990] Los bienaventurados, pág. 53. 80 «Ante la “Introducción a la teoría de la ciencia” de Fichte», en [1951] Hacia un saber sobre el alma, pág. 163. 81 «El filósofo», en [1990] Los bienaventurados, pág. 51. 82 Cfr. J. Trouillard [1951] La purification plotinienne, P.U.F. París, pag. 207. 83 F. Nietzsche, «El Diógenes moderno», en Humano, demasiado humano [trad. esp. de Alfredo Brotons. Ed. Akal, Madrid 1996], II, 2 § 18, pág. 125. 71 Aurora da la sombra»8'. ¿A quién se refiere María Zambrano con Ésta es la misión del theõrós, aquél «que se la figura de este Diógenes tan poco “cínico”? ha quedado a solas para mirar sin que siquiera Desde Pensamiento y poesía en la vida española, el su propia mirada se le interponga llevando a su cinismo encarna en la topología poética de cumplimiento así la palabra», acólito de la María el saber enfrentado a la figura del filóso­ Religión de la Luz cuya clave es —como en fo estoico, que en su pensamiento irá íntima­ Plotino— salvar «por amor» al hombre en su mente ligado también a la figura del neoplató­ ética de pureza diamantina mediante un lógos nico y del gnóstico y, por ello, de lógos mediador mediador. Filósofo que lleva el nombre de theõ- y salvador. Al contrario del estoico —afirmaba rós como los que «dieron el nombre a los que en Pensamiento y poesía— el filósofo cínico es iban a los Juegos Olímpicos, no para jugar ni incapaz de respuesta, esto es, no es capaz de “acep­ para vender altramuces entre la multitud, sino tar responsabilidad” y, por consiguiente, no para mirar»85. puede —no sabe y no quiere— “salvar las cir­ No obstante, frente al filósofo contempla­ cunstancias” y se contenta con observarlas: «el tivo que busca la eudaimonía en su mirar —con­ cínico no se siente obligado a sobrepasar los tinúa Zambrano— «el cínico se retira de la ciu­ acontecimientos; los testimonia simplemente; dad, quedándose en ella para ver sin reparar en su mirada. Y para ello, según la leyenda, busca dice y grita más que dice: “¡Eh, que aquí está pasando esto!”». Como el sofista87, el cínico es ayuda de una mayor luz. Es la luz de la visión la un «mártir extremista» que ríe burlonamente y se mofa de ellas sin actuar88. Devorado por la que busca, la luz que delata y que puede ser dirigida a voluntad, la luz de la linterna, ojo sin pasión piedad —nos dice en El hombre y lo divino— no puede sentir ni comprender aquello que no alguna. Ironía delatora de esta linterna esclarecedora de la oscuridad. El cínico iba en busca depende de su “ser”, entender, pues —como del hombre en la noche, en esa noche de lo decía Ortega—, la íntima economía intramun- humano que el filosofar no había disipado»86. dana que conforma la vida del hombre89 —la Notas:. 84 «La fábula del poder y del amor», en [1995] Las palabras del regreso, pág. 20 (el subrayado es mío). 85 «La fábula del poder y del amor», en [1995] Las palabras del regreso, pág. 20. María Zambrano se está refiriendo a la anécdota trans­ mitida por Cicerón en el libro V de las Tusculanas (8-10) según la cual, Pitágoras al ser preguntado por León de Fliunte sobre cuál era la naturaleza de su arte, el filósofo le contestó que de ningún arte entendía, «sed esse philosophum», sino que era filósofo. La anécdota pro­ cede seguramente de Heráclides Póntico (390-310 a. d. C.), como afirma Diógenes Laercio, I 12. El Protréptico de Aristóteles (en JÁMBLICO, Protréptico, 9 (52. 16-54. 5 Pistelli)=Frag. 11 Ross=B44 Düring) es la otra fuente antigua que transmite el relato. Parte del fragmento B44 ylosB18yB 19 Düring dicen de este modo: B 44. «No es extraño, ciertamente, si [la sabiduría] no se muestra útil o beneficiosa. Pues no decimos que ésta sea beneficiosa, sino que es buena, y que debe ser escogida no por otra cosa que por sí misma. Pues al igual que nos dirigimos a Olimpia a causa del espectáculo en sí, aunque no haya nada más que éste —puesto que el espectáculo {theõría} es mejor que mucho dinero—, y no contemplamos {theõroûmen} las Fiestas de Dioniso para obtener algo de los actores, sino que, incluso, pagamos por verlas, y escogemos muchos otros espec­ táculos a cambio de mucho dinero, de la misma manera, debemos honrar la contemplación del Universo {theõría toû pántos} por encima de todo aquello que consideramos útil» B 18. «¿Y cuál de entre los entes es la causa de que la naturaleza [physis] y el dios nos hiciera llegar a ser? Pitágoras, habiendo sido pre­ guntado por ello, contestó que “para contemplar el cielo” y se denominó theõrós de la naturaleza a sí mismo y afirmó que gracias a ello había nacido en la vida». B 19- «Y cuentan que Anaxágoras, preguntado por aquello por lo que alguien escogería llegar a ser y vivir, respondió a la pregunta diciendo que “para contemplar [los fenómenos] del cielo y, en éste, los astros, la luna y el sol”, y que nada más era digno de ello». (Las traducciones son mías). 86 «La fábula del poder y del amor», en [1995] Las palabras del regreso, pág. 20 (el subrayado es mío). 87 [1939] Filosofía y poesía, pág. 117. 88 [1939] Pensamiento y poesía en la vida española, 57-58. 89 J. Ortega y Gasset, [1994] Epílogo... § 561, págs. 345-346. 72 Papeles del «Seminario María Zambrano» fo que va “más allá” para no tener que quedarse reunión del “ser” y la vida— y, por lo tanto, cae prisionero de la angustia, como algunos «moder­ “más acá”, en el lugar de la responsabilidad con nos», entre ellos Heidegger, «han confesado — la circunstancia —como el Heidegger de la escribe Zambrano— hasta hacer de ella la Carta sobre el “Humanismo". Al contrario, como estancia fundamental de la vida, [...] aquello en ya aparecía en El hombre y lo divino, la pregunta que se encuentra flotando la desnudez desampa­ va asociada al reproche del cínico94. El Dasein rada del hombre»9°. La angustia es la falta de pregunta y reprocha al mismo tiempo, no acep­ respuesta. Como Diógenes el cínico, Heidegger ta ni calla, pero juzga para no aceptar; no puede está dominado por el imperativo de la claridad, se encuentra «ensorbecido por la ideología posi­ abrirse al pathos mediador de la revelación. Así lo constataron los griegos. Ésta es, de nuevo, la tivista» a la que ha llevado el Idealismo91, y, por respuesta de nuestra filósofo al imperativo lo tanto, necesita de la linterna del cínico para “cínico” buscar al hombre sin pararse a salvar las cir­ Heidegger, como origen de toda filosofía: cunstancias. La soberbia es uno de los polos de la desesperación (la angustia) del alma moder­ de la pregunta, focalizado en «Mas la respuesta al supuesto de que el na. El otro es la humillación2. pensar filosóficamente arranque de una pregun­ ¿Es Heidegger un cínico? Sí, en antítesis ta, y de su inevitable e inevitada consecuencia, con la figura que encarna Ortega y Gasset, filó­ sofo “órfico-pitagórico” en la topología mítica zambraniana. “Primer Nacido” que encarna a de que este preguntar lo constituya y siga sien­ uno de los humillados, de los “vencidos”, de los el mismo Platón [María Zambrano se está refi­ do en resumidas cuentas todo su saber, la ofrece bienaventurados, transfigurado en el logos de riendo al conocimiento que ofrece la manía María Zambrano como un Fanes devorado por como aparece en Banquete y Fedro} sin que Zeus y renacido de nuevo en todo su esplendo^3. El cínico no es solamente aquél que no Aristóteles ni Plotino, sin que tampoco los acepta las circunstancias, sino también el pen­ estoicos hayan presentado réplica ni planteado sador aferrado al imperativo de la claridad del duda alguna. Sólo Sócrates, en la filosofía grie­ método fenomenológico —y, por extensión, en Zambrano, “idealista” o racionalista post-carte- ga, parece obstinarse en la pregunta, y con él los «reaccionarios cínicos». La reacción se da siem­ siano—, pero también aquél que se aferra a la pre así, atrincherada en preguntas»95. pregunta como vehículo de refutación de las circunstancias y no se preocupa de las respues­ tas, aquél que pregunta para no tener que res­ La pregunta del Dasein es querer ir siem­ pre “más allá” de “lo que hay”, del “aquí” de la circunstancia. Preguntar es desalojar la vida de ponder, para no tener que “salvar platónica­ mente las circunstancias”. El cínico es el filóso­ Notas; 90 [1939) Pensamiento y poesía en la vida española, pág. 62. 91 Cfr. [1943] La Confesión: Género literario, pág. 21. A Heidegger se lo cita como conclusión “degradada” del idealismo dos páginas des­ pués (pág. 23). [1943] La Confesión: Género literario, pág. 21. 93 Cfr. frags. 165-7 Kern (C/f. O. Kern, [1922] Orphicorumfragmenta. Weidmann, Berlín 1972).- Vid. M. L. West [1983] The Orphicpoems. 92 Oxford University Press, págs. 72 y ss.; 204 y ss. 94 «El delirio del superhombre», en [1955] El hombre y lo divino, pág. 151 n. 1. 95 «La respuesta de la filosofía», en [1990] Los bienaventurados, págs. 84-85 73 Aurora las cosas, vaciarlas de su aliento. “natural”, complejo: «hay que estar muy dueño de sí — renunciar a la vida por la sombra del “ser” que afirmará María con una inhabitual contunden­ se ofrece en una respuesta que, pese a su natu­ cia— y, sobre todo, no haber sobrepuesto el Ser raleza, «ha de ser concluyente y evidente». a la Vida ni la Vida al Ser y, menos aún, a la Evidencia, claridad y conclusión que. ofrecen a la respuesta «un carácter imperante»96. «Nada Existencia»1^ Ni el Ser de Heidegger y su vida degradada de “semihombre” ni la Vida ontolo- más riguroso que el “imperativo categórico ” gizada de Ortega. La razón poética es, pues, en ' la como «una gota de aceite» —de ataraxia, de «Introducción» a Los bienaventurados— Y si no eudaimonía— que resbala desde la razón vital102, más riguroso, más renunciador aún es el positi­ vismo en todas sus formas y naturalmente en la una huida del movimiento que atrapó a Ortega en las redes del rencor y alejó su filosofía vital más extrema: el método fenomenológico»97, de la Luz de la Aurora. Rescatar la alteridad mediante el descu­ kantiano —afirmará Zambrano método que «busca ayuda de una mayor luz». Porque «es la luz de la visión' la que busca, la brimiento de «un amor no dependiente del luz que delata y que puede ser dirigida a volun­ tad, la luz de' la linterna [del cínico], ojo. sin otro»103 es aquello que Diógenes el cínico no pasión alguna». Un método al que Zambrano pudo hacer, a pesar de buscar con una linterna encendida durante. el día a un verdadero hom- había renunciado junto a su maestro Ortega^ al bre1°4 porque, como persona, se encontraba en aceptar el padecimiento de las entrañas, la «parte en sombra» de la realidad y la vida99. El Zambrano, «que el filosofar no había disipado». método fenomenológico, en Zambrano, es sím­ Diógenes el cínico está poseso de la claridad. bolo de la claridad (la “clarté'} de la filosofía «en Mira sin ver, busca la luz de una visión «que delata y que puede ser dirigida a voluntad» y la noche de lo humano —esa noche, dice su manifestación congénitamente profesoral en este Occidente^00. Un método que, en convierte su lámpara en el ojo esclarecedor del Heidegger, lleva hacia “sendas perdidas” — método fenomenológico que irónicamente hacia «el Ser sobre todo, el Ser y su angustia, el. Ser y su aliento cortado, el Ser y, en algunos busca en apatheía, obseso como se encuentra de la claridad, sin haberse conocido todavía a sí filósofos, la Vida», como en el caso de Ortega y mismo. Por ello busca en soledad. La lámpara Gasset. Aceptar la «parte en sombra», es retor­ del cínico no descubre a otro ser si antes no se nar a la physis de los griegos, a ese ápeiron inte­ disipan las sombras que cubren al que busca. rior que es el “ser natural” del hombre y, con Pero, con. ello, el cínico refleja el modelo de ello, renunciar a la visión a favor del “mirar” y filósofo de nuestra edad racionalista. «Diógenes del “escuchar”, volcarse en sí mismo y en la el cínico —afirma María Zambrano— mani­ alteridad. Sin embargo, éste es un movimiento fiesta {...] la unidad de acción arquetípicamen- Notas: 96 «Ninguna respuesta que no ofrezca este carácter imperativo «es reconocida como tal y acaba —o empieza— por ser desechada sim­ plemente». «La respuesta de la filosofía», en [1990] Los bienaventurados, pág; 83. 97 [1990] Los bienaventurados, pág. 11. . 98 En [1947] La idea del principio en Leibniz, Ortega y Gasset nos explica cómo renunció a la Fenomenología en el momento de recibir­ la. Vid. [1983] Obras Completas, VIII, § 29, pág. 279. 99 [1992] Los sueños y el tiempo, págs. 5-6. 100 [1990] Los bienaventurados, pág. 11. 101 [1985] «El dios oscuro: el verano», en [1995] Las palabras del regreso, págs. 74-75. 102 Vid. nota. 103 «La fábula del poder y del amor», en {1995} Las palabras del regreso, pág. 21. 104 [Diógenes el cínico] «se paseaba por el día con una lámpara encendida, diciendo: “Büsco al hombre” ». Diógenes LaerCIO, VI, 41. 74 Papeles del «Seminario María Zambrano» te filosófica. [...] Señala el vacío habido en la filosofía griega reveladora del ser y del pensar, con la alteridad. María no podía, pues, aceptar un acercamiento de la filosofía a través de una de lo divino, de lo humano, mas no del hombre pregunta que desvela y desnuda lo «pudoroso» mismo, del hombre que [...] se revela quedándo­ de las entrañas en la luz107, y las lleva a la vio­ se él fuera del ámbito de su revelación tan trans­ lencia de la “darte' cartesiana —esa «claridad parente como un ser opaco ininteligible, sin que rechaza las tinieblas sin penetrar en ellas, lugar propio»1^. El cínico, con su linterna, no sin deshacerlas en penumbra, sin abrir en ellas encuentra al hombre, tan sólo un “ser” opaco, filos de luminosidad»^. «Sendas no hay en la sin un lugar en la Luz. Aurora, y menos aún perdidas» afirmará María refiriéndose al título de la traducción argentina 5. «Sendas no hay en la Aurora, —Sendas Perdidas— de los Holzwege, «Caminos y menos aún perdidas» del bosque» heideggerianos, tan sólo hay filos de luminosidad, «pues que lo que aparece y levanta ¿De qué nos sirve una - verdad desvelada y que no tiene nada que ver con las entrañas? el sentir son los filos de una mirada que se trans­ muta en vereda más peligrosa aún, pero menos ¿Qué nos dice la «unidad esencial» entre pensar y ser —entre Dasein y Sein— en Heidegger angustiosa, que la senda, sea ancha o estrecha. Filos que la Aurora nos tiende para levantarnos, sobre nosotros mismos como seres humanos? aunque ligeramente sea, a su paso»w9. ¿Qué hacer con la responsabilidad de “ser ahí”, Los Claros del, bosque zambranianos, de esto es, vivir? María Zambrano —como este modo, no son una prolongación de la filo­ Ortega— no podía aceptar que el hombre fuera «pregunta por el “ser”», porque ello significaba sofía de Heidegger110 pese a su consonancia fondamental111, porque, para Zambrano, el olvidar la «voz de las entrañas»w6 que late sin Camino del Bosque (Holzweg) se pierde en la ser oída, aquello que no tiene ni puede tener angustia de la búsqueda y en la “darte' cartesia­ na sin tener en cuenta la «consistencia huma- palabra y, con ello, olvidar la responsabilidad Notas: 105 «La fábula del poder y del amor», en [1995] Las palabras del regreso, pág. 19 (el subrayado es mío). '06 «Los seres de la Aurora. 1. Ortega y Gasset», en [1986] De la Aurora, pág. 123. '07 María Zambrano nos habla del sentido del pudor al tratar de “la transformación de lo sagrado en lo divino” en [1987] «A modo de autobiografía», pág. 72. 108 «La aparición del método en Occidente», II, en [1989] Notas de un método, pág. 25. 109 «Lo celeste», 2, en [1986] De la Aurora, pág. 44 (el subrayado es mío). 110 Vid. J. Moreno (ed.) [1993] La razón en la sombra. Antología del Pensamiento de María Zambrano, pág. 65, n. 1. 111 Cfr. La descripción del claro en M. Heidegger [1966] «Das Ende der Philosophie und die Aufgabe des Denkens», en [1969] Zur Sache des Denkens. Gesamtausgabe, Band 14 (cito desde «El final de la filosofía y la tarea del pensar», en [1980] Kierkegaard vivo. Alianza Ed. Madrid, págs. 127-128). «A este estado de abertura, que es el único que le hace posible a cualquier cosa el ser dada a ver, lo llama­ mos die Lichtung. El sustantivo Lichtung remite al verbo lichten. El adjetivo licht es la misma palabra que leicht (ligero). Etwas lichten sig­ nifica aligerar, hacer ligero a algo, hacerlo abierto y libre; por ejemplo, despejar en un lugar el bosque, desembarazarle de los árboles. El espacio libre que así aparece es la Lichtung. No hay nada común entre licht, que quiere decir ligero, despejado, y el otro adjetivo, licht que significa claro y luminoso. Es necesario atender aquí para comprender bien la diferencia entre Lichtung (el claro, el lugar despejado [del bosque]) y Licht (la luz). Pero la luz puede visitar el claro, lo que éste tiene de abierto, y hacer jugar en él lo luminoso con lo oscu­ ro. Sin embargo, nunca es la luz la que crea primeramente lo abierto del claro; por el contrario, ella, la luz, presupone a éste, el claro, el lugar despejado. El claro, lo abierto, no está libre tan sólo para la luz y la sombra, sino también para la voz y para todo lo que suena y resuena. La Lichtung es claro, lugar libre para la presencia y la ausencia. [...} »La filosofía habla mucho de la luz de la razón, pero no presta atención al claro del ser. El lumen naturale, la luz de la razón, no hace más que jugar en lo abierto. Encuentra, ciertamente, lo abierto del claro. Pero a éste, al claro, sin embargo, lo constituye en tan poca medi­ da que más bien tiene necesidad de él para poder derramarse sobre aquello que está presente en lo abierto. Sin embargo, desde un extre­ mo a otro de la filosofía, lo abierto que reina ya en el ser mismo, en el estado de presencia, permanece impensable en cuanto tal». 75 Aurora na», en palabras de - Ortega, que es constitutiva pues que, ninguno de los dos acepta que el ser del claro —esa «penumbra tocada de alegría» nos sea dado en el sentir, y en esta afirmación en que. se revelan las entrañas"2. En consecuen­ nuestra, se da juntamente en el sentir, en su cia, el claro no es lo “abierto” y “leve”. del Sein, entraña»"7— y, por lo tanto, que toda expe­ sino hundimiento en el yo profundo —el yo riencia sea viviente— que se da como gnósis, o mejor, como de Ortega»"8. En este movimiento del sentir, epignósis (reconocimiento) y que se resuelve en todo “más allá” es tan sólo un «ahí que es tam­ salvación, reconocimiento en la luz a través del bién un allá», movimiento ético con las cir­ padecer. El claro del bosque es, pues, remisión a cunstancias (ahí) que se hunde en la - persona «las profundidades donde se da la claridad», respuesta que se ofrece como «transparencia de {allá} y, por lo tanto, busca lo moral en las las entrañas»"3, ofrenda ilimitada de luminosi­ No hay consonancia con Heidegger. El dad y transparencia al que no busca. No hay claro del bosque zambraniano tiene, al contra­ caminos para llegar al claro del bosque, no hay preguntas que interroguen por el sentido del rio, una fuerte resonancia maniquea"0 que se percatación —término entrañas"9. cifra en su virtud de salvación en la luz y que fue asumida de modos diferentes tanto por “ser”. Al claro, ante todo, «ño hay que -buscarlo [...]. Es la lección inmediata de los claros del Plotino como por Agustín de Hipona. Abrirse bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a al claro, en Zambrano —como en el maniqueís­ buscar nada en ellos»"4. Llegar al claro no es, mo y en Plotino— es un método de kátharsis y liberación que se logra mediante la remisión del pues, un ir «más allá», sino un quedarse en sus­ penso —en epochê115—, «dormirse arriba en la luz»"6, rescatar la pasividad como éthos y como alma al Uno-Luz y que únicamente se da a tra­ méthodos. El movimiento ético hacia el “ser” en vés de la gnósis o epignósis de la propia sustancia luminosa"1 —el yo profundo de los maniqueos o Zambrano es un entrañarse a través del sentir de el grande profundum de Agustín— que se revela la vivencia que convierte todo sentir en “ser”, como entrañas. Este reconocerse en la luz es lo en entrañas —«cosa que Husserl ciertamente que María denomina en Los sueños y el tiempo no aceptaría, como tampoco Ortega y Gasset, «autognosis»122 y que no es otra cosa que un Notas: 112 [1951] Hacia un saber sobre el alma, pag. 12. 113 «IV. Los lugares de paso donde se verifica el trascender. 1. Trascendencia es transparencia» en [1989] Notas de un método, pág. 77. 114 «Claros del bosque», en [1977] Claros del bosque, págs. 11-12. 115 Vid. [1942] «La vida en crisis», en [1951] Hacia un saber sobre el alma, pág. 91-93- «La confianza llevada a su plenitud trae este aquietamiento del ánimo [la apatheía], esta suspensión y olvido que es el umbral de la esclavitud. Y cuando somos esclavos el mundo se ofrece en su máxima plenitud y riqueza. El alma antigua que nos muestran las religiones de Oriente, el alma griega, también antes de que comenzara la - filosofía, estaba sumida en la esclavitud [...] Y sin embargo, no podemos permanecer en esta esclavitud, al menos un día en Grecia, se decidió estar sumido en ella [...] el hombre se desprende de su esclavitud y cierra su confianza [...] al mismo tiempo que alma en esclavitud es anhelo de libertad, afán de desprendimiento. Desprendimiento que es en su primer paso una herida y una lucha violenta, una melancolía y una angustia, sentir el vacío del mundo como chico perdido en día de fiesta», acaba Zambrano, citando a Hölderlin. (El subrayado es mío). 116 «Método», en [1977] Claros del bosque, pág. 39­ 117 «La atemporalidad. La inhibición temporal», en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 68. 118 «La vida: sueño-vigilia», en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 19- Cfr. también nota. 119 «La vida: sueño-vigilia», en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 25. 12° María Zambrano reúne al maniqueísmo, junto al mazdeísmo y el platonismo, como «religiones de la luz» en [1988] «La fábula del poder y del amor», en [1995] Las palabras del regreso, pág. 21. Por otra parte, los textos del maniqueísmo aparecen recogidos y comen­ tados en R. Haardt [1971] Gnosis, character and testimony. J. E. Brill, Leiden. de Emesa en Sobre la naturaleza del hombre, II, 516 y ss. (ed. B. Einarson). 122 «La vida: sueño-vigilia», en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 19. 121 Cfr. la noticia que ofrece Nemesio 76 Papeles del «Seminario María Zambrano» modo de «redención», ensimismamiento pasivo queda de la alethela128, la develación de la presen­ que revela las entrañas^ y que se muestra en cia en función de la visión en la luz (la “clarté' Plotino como huida —remisión— al “Ser” en la cartesiana) que «será un ver, mas no un oír»129, luz124. «Una huida —dice E. R. Dodds— que un cerrarse a la revelación de una alteridad que se devolverá al alma la plenitud de su soledad ori­ da como “entrañas” y, con ello, a la súplica y a ginal, y que concluirá en “la huida del ser solo la salvación, a la posibilidad de redención de lo hacia el Uno que está solo (gÆygè mónou pros otro: un despojar a lo fundamentalmente otro mónon—12—). Pues todo avance liberador consiste, de su pudor. El de-velar heideggeriano es, de en definitiva, en disolver toda opacidad, para este modo, un «desnudar» alejado de la piedad, hallar más allá la translucidez de la luz inteligi- pero también —como lo caracteriza Zambrano ble»^26. Ese conducir lo divino que hay en noso­ en «Apuntes sobre el lenguaje sagrado y las tros hacia lo divino que hay en el Universo que artes» —un «des-velar»^, acción de despertar sirve de máxima a todo el pensamiento zambra­ a la alteridad mediante preguntas y desentrañar­ niano, no es otra acción que hundirse en la cla­ la, que en María representa el movimiento con­ ridad de las entrañas, en una “autognosis” que trario a enttanarsse1-, hundirse en la pasividad se cifra ante todo en. una anápausis, “reposo”, del sueño —en la atemporalidad (el aiõn ploti­ suspensión ética de todo anhelo, en un «dor­ niano) del “ser”— donde las entrañas se desnu­ mirse arriba en la luz»: «Y, en la ascensión — dan sin violencia, sin desvelo132. La alêtheia es la visión del claro del “ser” desvelada por la pre­ leemos en Plotino—, no se patentiza cólera ni deseo, y ni siquiera razón (.logos) ni pensamiento (nóêsis), porque {... } arrebatado y poseído de gunta. No hay alêtheia, diría Zambrano, sino entusiasmo, se eleva a un estado de calma soli­ taria (hêsychêi en herêmõi) {. } y de reposo imper­ que se produce en el sueño y que consiste en turbable (katastásei atremeî)»127. en la luz» es, para María Zambrano, un penetrar «ensimismamiento», hundimiento en el “ser”. «autognosis» de las entrañas. «Dormirse arriba Por el contrario, el “camino del bosque” en sí mismo al modo de la “huida” plotiniana, —esto es, el método heideggeriano — es la bús­ «abandonarse en la vida bajo la noche del Notas: 123 «El abrirse de la inteligencia» en [1977] Claros del bosque, pág. 33. "Aun considerada aristotélicamente {cfr.la caracterización del noûspathetikós en Acerca del alma, 430ª 10-25], la inteligencia pasiva muestra una leve acción; la de dejarse imprimir en modo específi­ co, la aptitud para revelar, lo cual es sensibilidad, vida. Vida en su forma primera. Un algo que está encerrado y abierto al par hacia afuera, para fijarlo haciéndolo vivo. Lo propio de la acción de la sensibilidad es convertir en vida lo que toca; en una vida disponible ya para una mayor revelación, para un desprendimiento incompleto siempre como propio del existente, del que aparece falto de vida porque ha de ir hacia otra zona de vida, de un tiempo que va colonizando, en el que se adentra exteriorizándose al par arriesgadamen­ te. Pues que el existente, remitiéndose a esta nueva dimensión de la inteligencia que entiende y establece punto de partida fuera ya de su sensibilidad o sentir inicial, arriesga vaciarse de la vida primera, de su interior indescifrado e indescifrable,.de lo que en español por fortuna puede ser nombrado entraña, de la entraña sacra siempre, que lentamente se resiste a la claridad, cuando ella se vierte como sobre un objeto de afuera». ,21 Plotino, I 6, 8, 16-22 (cfr. Agustín, La ciudad de dios, IX 17). 125 Plotino, VI 9, 11, 50-51. 126 Citado por I. Gómez de Liaño en [1998] El círculo de la sabiduría. Diagramas del conocimiento en el mitraísmo, el gnosticismo, el cristianis­ mo y el maniqueísmo. Siruela, Madrid, pág. 515. 127 Plotino, VI 9, 11, 10-11 (la traducción es mía). T28 Cfr. esp. [1947] «Platons Lehre von der Wahrheit», en [1967] Wegmarken.Gesamtausgabe Band 9- Vittorio Klosterman, Frankfurt 1975. 129 «La respuesta de la Filosofía», en [1990] Los bienaventurado.', pág. 79­ 130 «Apuntes sobre el lenguaje sagrado y las artes» en {1971} Obras reunidas I. Aguilar, Madrid, pág. 229. 131 «La atemporalidad. En lo más hondo de la atemporalidad», en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 66. 132 Los sueños y el tiempo es la obra en la que María Zambrano desarrolla con mayor detalle su doctrina del hundimiento en el “ser" —el 77 Aurora “ser”»133. Porque «la - naturaleza del alma {...] sabiéndose tan poca cosa», el lugar de la res­ no avanza hacia otro ser, sino hacia sí misma — ponsabilidad con la alteridad. «Ir hacia- el otro continúa Plotino— y es por ello por lo que no sin gesto y sin ofrenda». Así agolpará sus pen­ entra en otra cosa sino en sí misma. Pero basta samientos en «Adsum» (“Aquí estoy”), en que ella esté- sólo en sí y no en lo ente para que Delirio y destino, y en la acumulación desordena­ se encuentre verdaderamente en Éste, porque el da de imágenes —muchas de ellas muy familia­ Ser no es una esencia, sino que está más allá de res en el desarrollo de su obra posterior— nos la esencia para el alma que tiene relación- con revelará el padecimiento de esa ascensión inver­ Éste. {...] Tal es la vida de los dioses divinos y sa al “ser”, su propio descenso a los ínferos: bienaventurados: una vida que -se aparta de las cosas de este mundo, que se siente a disgusto «Ir hacia el otro sin gesto y sin ofrenda; con ellas y que huye a solas hacia el Ser-Uno que está solo»134. tan sólo mantenerse en la misma verdad de estar aquí, sabiéndose tan poca cosa, (...) como una No se trata de un ir «más allá» en la bús­ queda del “ser”, sino de quedarse «más acá», un brizna de ser, un poco de polvo, ávido de entrar «ahí que es también un allá» que hunde sus raí­ en la luz, de recibirla, en su pobreza, de vibrar ces en las entrañas y, por lo tanto, se encuentra de acuerdo [...]. Y comenzando a vivir simple­ «■más allá de la esencia» dentro de nosotros mis­ mente, sin pretensión ni proyecto, sin esperanza mos revelándose como luminosidad a la vez que como responsabilidad moral. «Siento {...] que ni temor [nec spes, nec metu}, podría ser así, podría yo ir más allá —confesaba en «A modo viviendo desde la verdad de no ser, de no ser de autobiografía»—, pero que en este más acá a apenas nada. (...) Y sintió entonces el crimen de donde - he ido a parar, ahí soy yo, ahí- no tengo haberse ido sola hacia aquella claridad sin som­ más remedio que aceptar responsabilidad, por­ que es el punto de la moral y es el punto tam­ bras, sola (...) Como velos opacos con pálidas bién de la revelación». Un «más acá» que es el membranas había visto desprenderse de su ser lo lugar de la insignificancia, de la desvalidez y de que creía ser, de lo que estaba imbuida. Y había la impotencia ante la luz, pero que, por ello, es lugar de la responsabilidad —el - punto de la quedado aquello insignificante, desvalido, impotente ante la luz, la claridad sin fronteras moral y el punto también de la revelación. El más bien, pues no se sentía el foco, ni vibración filósofo podría lanzarse - en solitario en busca del de ninguna clase, y el frío era absoluto. (...) La “ser” y reclamarlo únicamente como su triunfo, más allá del bien y del mal, más allá del ser y la esencia, esto es, más allá de cualquier ética o de pura simplicidad que para los que de verdad han cualquier física humana. Y no obstante, María Zambrano aceptará la «verdad de estar aquí, tiempo y de la paciencia —también de la nacido debe ser el ser, y para ella, escapada del Notas: ensimismamiento del hombre que se revela como “autognosis”— en los sueños. La consonancia del título con El ser y el tiempo —título de la traducción de J. Gaos en F.C.E de México— como en el caso de Claros del bosque/Caminos del bosque, no puede ser, pues, anecdótica o casual. Cfr. «La atemporalidad. Ypnos», en [1992] Los sueños y el tiempo, pág. 55: «Al entrar en el sueño se va hacia esta situación revelado­ ra, hacia el desnudarse de la intimidad última [...] Ir a dormir es dejarse, abandonarse al vivir y al ser sin realidad. Dejarse ir entre vida y ser, o entre ser y vida: ser en la vida o vivir bajo el ser como cielo único, como invisible, negro cielo, en la noche del ser. Dormir para el hombre es -abandonarse en la vida bajo la noche del ser». 134 Plotino, VI 9, 1135-51 (la traducción es mía). 78 Papeles del «Seminario Piaría Zambrano» Rafael Romero Symbolon I, 1997 “imperativo categórico” o la claridad del método fenomenológico1 Y El “ser” no se revela en identidad, humildad— era la simple negación, el no que de tan cierto no se dice, pues ya no hay palabras como en Parménides, sino en felicidad, en esa eudai- por allí; pura extensión, desierto. Estaba viva monía musical tan cercana a la de la ética aristotélica ahora, comprendida... tenía que rescatar todo lo que sería utópicamente “ser” en unidad consigo que no había sabido hacer suyo, su alimento. Y mismo más allá del “ser” y de la esencia de Plotino. meterse dentro, dentro de' sueño que la había Este rescatar las entrañas es la tarea del bienaventura­ do —su “acción”, como diría Ortega y Gasset—, su padecer, pero también su hesychía. Ése es el deseo de engendrado» w. Zambrano, su plegaria para el futuro de la filosofía: «Y Diógenes se sonríe o se ríe. Y parece decir «Feliz del todo sería, bienaventurado, el que supiera “Ecce homo'». Es la risa burlona del que no se ve a sí mismo136 y sólo ofrece su risa como respuesta137. conducir en la caverna, en sus entrañas, el suelo de la «Pitágoras [...} no se atrevió a preguntar como Tales, dad. Lo cual sería ya más que la felicidad como res­ se atrevió a “responder” ante el mundo como... todos puesta, sería la bendición. [...] acción y saber». Ser 'os filósofos de raza». Pitágoras sonríe en calma, como respuesta en ataraxia, en eudaimonía que representa­ sonríen los estoicos en El hombre y lo divino™ al vivir ría, para María Zambrano, «mirar los ínferos entra­ en 'a respuesta —en felicidad, en hesychía. Es lo que no entiende el cinismo de la filosofía de Occidente, el ñables sin descender en ellos»14(). humana historia [... 1 sin insinuar el logos de la felici­ Notas: 135 « Adsum» en [1989] Delirio y destino (Los veinte años de una española), pág. 23. 136 «La fábula del poder y del amor»,en[1995] Las palabras del regres o, pág,.20. 137 «La condenación aristotélica de los pitagóricos», en [1955] El hombre y lo divino, pág. 97. 138 «La condenación aristotélica de los pitagóricos», en [1955] El hombre y lo divino, pág. 97. 139 [1990] Los bienaventurados, pág. 11. 140 «La respuesta de la filosofía», en [1990] Los bienaventurados, pag. 94. 79 Artículos 2a parte María Luisa Maillard Las razones de Eloísa y las razones de Tristana sión que, como horizonte, aparece irrenunciable en el discurso poético. ntes de entrar en el asunto central de este trabajo -las figuras fronterizas de mujer en el pensamiento de María Zambrano- quiero dejar claros dos supuestos del pensamiento de la autora que arrastran sendas perpleji­ dades para un lector contemporáneo. G. Durand señala cómo la gradual «reduc­ ción» del campo simbólico producida en el siglo XIX por el ascenso del positivismo comporta una extinción gradual del poder humano de rela­ cionarse con la trascendencia. Y si bien el sim­ bolismo pasa al primer plano en el siglo XX gra­ cias a las contribuciones de la patología psicoló­ gica y de la etnología, ello no es sino a costa de una reducción de la simbolización a un simboli­ zado sin misterio: el psicoanálisis, escamoteando el significado en beneficio de la biografía indivi­ dual reducida a inconsciente libidinal, y la etno­ logía reduciéndolo a unas leyes estructurales fruto de una inteligencia supraindividual. El primero de ellos, ■ que une literatura -o, mejor, poiesis- y trascendencia, ya lo he desarro­ llado en otros trabajos y sólo voy a hacer aquí un pequeño esbozo. Está relacionado con la razón poética, es decir, con el camino de conocimiento propio de Zambrano. Tiene su punto de partida en la creencia de que ciertas realidades, básicas a la hora de comprender las estructuras de la vida humana -realidades inmateriales relacionadas con un saber sobre el alma-, han encontrado his­ tóricamente' mejor acomodo en el símbolo y en el mito que en la conciencia. No ha sido la crítica literaria contemporá­ nea -iniciada, no lo olvidemos, por poetas: Baudelaire, Mallarmée, Valéry, Elliot- ajena a este proceso reduccionista. Tanto el estructuralismo como la semiótica y la pragmática -todas, corrientes neopositivistas- niegan especificidad al símbolo, sea por negación, sea por generaliza­ ción de lo simbólico, en aras de un lenguaje anti­ subjetivo -muerte del autor- que finaliza por pri­ var de un sentido posible a los textos. Hay que decir, sin embargo, que otros críticos, -algo mar­ ginados de la vida académica pero de la talla de Northorp Frye, George Steiner, Harold Bloom, Hermann Broch o García Berrio defienden que la literatura no puede renunciar a ese horizonte Hablo de perplejidad' porque, aunque la aproximación entre literatura y filosofía es un hecho incuestionable desde Nietzsche y Heidegger, y con frecuencia el discurso literario es afrontado hoy en día desde la filosofía como un «otro» que, de forma milagrosa, ha eludido los envites que han hecho tambalear el suelo filo­ sófico en la crisis de la modernidad, lo ' cierto es que el cuestionamiento de las representaciones de la razón ha corrido parejo al de la posible referencialidad del símbolo y del mito y - su empa­ rentamiento con lo sagrado, es decir, a la dimen­ 80 Papeles del «Seminario María Zambrano» manifestados a través de la palabra, porque lo que importa es la imagen privilegiada, el claro que la palabra fruto de la imaginación creadora ha abierto en la conciencia para la comprensión de la vida humana: Diotima de Mantinea, Antígona, Eloísa, Dulcinea, Nina -la humilde criada de Misericordia de Galdós-, Fortunata, Tristana y Lou Andreas Salomé. La mayoría son personajes literarios, pero, como vemos, Zambrano no desdeña figuras históricas que hayan puesto su vida en la palabra. no cósico ni ideal emparentado con el símbolo y el mito. No puede renunciar, pero el ambiente no es ciertamente propicio. En palabras de Eugenio Trías, «el objeto artístico moderno debe ser un producto secularizador que, sin embargo,. calma su sed en ese manantial de lo sagrado que porfía por cegar»1. Siguiendo a este mismo autor, la modernidad, desde una razón que promueve desde ella misma su propia revelación, inicia un proceso de secularización que, más que una des­ trucción, provoca un ocultamiento de lo sagrado y la posmodernidad, desde la crítica a dicha razón, no ha sido capaz de superar el marco tex­ tual en el que se disuelve el concepto de razón para recuperar la raíz simbólica, cultural y reli­ giosa que lo sustenta. No ha habido, pues, recu­ peración de lo simbólico por parte de la moder­ nidad crítica, sino más bien y conjuntamente desvalorización de lo racional desde la razón misma y de lo simbólico desde la racionalidad y la secularización que ésta propugna. Si esta opción por la trascendencia y el sentido choca con el supuesto mayor de la modernidad ilustrada que enlaza con algunas de las corrientes más en boga de la crítica literaria en la actualidad, la concepción de la vida huma­ na en la razón poética se enfrenta con algunos aspectos de la herencia ilustrada referidos al ser del hombre, convertidos en resistentes eviden­ cias de nuestra post-modernidad: el entendi­ miento de la libertad sólo como «emancipa­ ción», la reducción de ese espacio interior donde habita el alma a psiquismo, y el trasvase de la esperanza de la vida humana a lo social. Pero nosotros estamos en el pensamiento de María Zambrano, que no es, desde luego, una escritora moderna ni posmoderna, por lo que no sólo halló conocimiento y trascendencia, es decir, imágenes privilegiadas de lo real en los mitos literarios -para ella, los géneros literarios serán herederos de ese trato con lo sagrado depositado en las grandes religiones-, sino que al adentrarse en aquellos territorios en los que, según sus pro­ pias palabras, el pensamiento de Ortega jamás osó entrar -los sueños y su ahistoricidad- va a encontrar el único posible cauce mediador en una palabra que se adensa de forma progresiva en torno al lenguaje simbólico. En este doble contexto de la razón poética es donde deberíamos insertar la pregunta sobre el pretendido antifeminismo de Zambrano, basado no sólo en su artículo sobre Lou Andreas Salomé, sino en posteriores declaraciones. ¿Ha sido ajena ella, una mujer adelantada de su época, a la condición histórica de su clase? La primera vez que Zambrano afronta el problema de la mujer, a través del personaje de Eloísa, no puede dejar de percibir su situación en la historia occidental, ausente de la. aventura varonil del ser y la libertad, carente durante muchos siglos de existencia ontológica. En sus propias palabras, la mujer fue una «criatura A la hora de afrontar el ser ontológico de la mujer, Zambrano se ha detenido en personajes Notas: 1 Trías, Eugenio, Pensar la religión, Barcelona, Destino, 1997, p. 1118. 81 Aurora La búsqueda de un ser ontológico para la mujer no reside en Zambrano en la consecución de derechos -los que, sin duda, apoya: ella misma estudió y se dedicó al pensamiento, tarea mayoritariamente de hombres en la época en - la que comenzó su andadura filosófica, y no estuvo sometida a autoridad de varón alguno-, sino en la salvación de un horizonte de posibilidad, capaz de vencer el reduccionismo que dichos derechos supusieron para la vida de la mujer. El necesario logro de la libertad jurídica, por ejem­ plo, no mengua el horizonte de esa suprema libertad «que el amor otorga a sus esclavos» y que apreciamos en su propia vida cuando ella, en 1946, al regresar a Francia, asume libremente el destino que la unirá a su hermana hasta el final de sus días. extraña en los linderos de lo humano. Lo humano es el contenido de la definición del hombre, y la mujer siempre quedaba en los límites, desterra­ da y, como toda realidad rechazada, infinitamen­ te temible. Sólo en su dependencia al varón su vida cobraba ser y destino; mas en cuanto aso­ maba en ella el conato de su propio destino, que­ daba convertida en un extraño ser sin sede posi­ ble. Era la posesa o hechicera que, vengadora, se transformaba en hechicera»2. Parecería por estas palabras que Zambrano era consciente- del postergamiento histórico de la mujer, ¿cómo comprender, entonces, las distan­ cias que siempre estableció con el feminismo, al menos con el que ella llegó a conocer y que le lle­ varon a decir en ese mismo artículo a propósito de la consecución de un ser ontológico para la mujer que, ante este problema, «nada es ni nada vale el moderno feminismo; nada»?3. Frase con­ tundente que volvemos a hallar reafirmada en sus últimos años cuando, a raíz de su vuelta a España en 1984, responde así a la pregunta de Claudín: ¿qué concepto tiene de la mujer? «Mire, esa cuestión feminista es un tremendo y atroz equívoco. Un error»4. El feminismo no sería sino un paso más en una errónea concepción del hombre que lo hace exterior a sí mismo como sujeto de derechos y desde cuyos supuestos la mujer se ve arrastrada a destruir aquellas actitudes que le han privado de derechos porque contribuían a su sumisión -la paciencia, la abnegación, la entrega-, confun­ diendo dichas actitudes -y el sentir de donde surgían- con su instrumentalización por parte del varón. Para María Zambrano, sin embargo, son dichas actitudes -que surgen de un íntimo trato con el alma- las que deben ser recuperadas y, de forma especial, por la mujer, en la que el afán de individuación -relegando su condición genérica de criatura- adquiere el rostro de la trai­ ción a su ser íntimo: «Y si esta tragedia de ser individuo es terrible en el hombre, en la mujer alcanza su extremo. Pues que la mujer es vestal de todo lo genérico, sacerdotisa de la realidad total sobre la que cualquier cosa que se levanta No podemos comprender estas últimas palabras, como ya hemos adelantado, sin volver a las raíces de la razón poética, donde la vida humana y conceptos básicos para su compren­ sión como el de libertad, amor, tiempo, destino y realización personal, poseen un - significado muy diferente del que le fue otorgado en la modernidad ilustrada y postilustrada, de la que surgió, no lo olvidemos, el movimiento feminis­ ta del siglo XIX, y de cuya savia sigue nutrién­ dose en gran medida el nuestro. Notas: 2 Zambrano, María, «Eloísa o la existencia de la mujer» en Suplementos Anthropos, Marzo-Abril, 1987, p. 80. 3 Ibid. 4 Entrevista de Víctor Claudín: «María Zambrano, diálogo del pensamiento y el corazón» en Liberación, domingo, 16 de Diciembre, 1984. 82 Papeles del «Seminario María Zambrano» parece objeto de idolatría. Desde ella este afán individualista toma caracteres de traición»5. la aventura de la libertad y el pensamiento. Pero también, el hecho de que Eloísa se atreviese a vivir y ser sujeto de pasión, buscando una terce­ ra vía a esa imagen ambivalente que la sociedad medieval había elaborado de las de su sexo: Eva fatal que lleva al varón a la destrucción o imagen sacralizada del querer del varón. Veamos de qué manera. Bien. Vayamos al encuentro de las mujeres de Zambrano. Las figuras centrales que ocupan • su reflexión son dos personajes literarios: Antígona y Nina, la protagonista de Misericordia de Galdós. Un abismo temporal las separa. La primera, heroína de Sófocles, motivo recurrente de reflexión para nuestra modernidad, y la otra, una humilde criada de ese universo abigarrado de personajes que nos dejó el realismo de Galdós. Abelardo, afamado profesor de dialéctica, volcado en aplicar las reglas de la lógica a todas las facetas del pensamiento, vive un apasionado romance con su alumna Eloísa, ventidós años más joven, pero ya famosa por su conocimiento de las lenguas y los autores. La historia acaba de forma desdichada; Eloísa da a luz a un niño y su tío Fulberto obliga a casar a los dos amantes. Abelardo exige mantener el enlace en secreto, pero Fulberto no respeta el contrato y comienza a difundir el enlace, a pesar de los reiterados des­ mentidos de Eloísa. Entonces Abelardo ingresa a Eloísa en un convento y Fulberto, considerándo­ se engañado, se venga haciendo castrar a Abelardo. Al poco, él también ingresa en un monasterio. • Ambas comparten la búsqueda de ser, no a través de la conciencia y el proyecto, sino por los sinuosos caminos de la piedad y la misericordia, es decir, por los tortuosos caminos del amor. No nos vamos a detener en ellas, figuras deslum­ brantes en su claridad y que, cada una a su mane­ ra, sobrepasan su época, sino en otras dos figuras sumidas en un claroscuro y, por ello, más sujetas a polémica, porque se juegan su ser en la alianza o el enfrentamiento ■ con el varón: Eloísa y Tristana, casi contemporánea esta última de esa otra mujer, emblema del feminismo y tratada con cierta dureza por Zambrano: Lou Andreas Salomé. ¿Qué es lo que seduce a Zambrano de esta historia medieval? No, desde luego, el drama de Abelardo, cifra de todas las audacias y errores del hombre de su época, ' según sus propias palabras, sino la peculiar manera en la que Eloísa, una jovencita culta pero ignorante ante la sabiduría de Abelardo, afirmó su existencia en el conflicto y aún después de él. María Zambrano escoge ' a Eloísa como la primera heroína en la consecución de un ser ontológico para la mujer, porque realiza la haza­ ña de servir a la libertad a través de una pasión, es decir, sin renunciar al alma de la que tradicio­ nalmente la mujer es depositaría. María Zambrano señala, y Elena Laurenzi subraya, lo que Eloísa buscaba en Abelardo: «lo divino», que en el hombre de la época afloraba a través de Dejemos, de momento, de lado lo entero de su pasión, que se mantuvo incólume durante toda la vida aún en su encierro monacal, y vaya­ mos a los momentos anteriores del drama, a las Notas: 5 Zambrano, María, «Lou Andreas Salomé: Nietzsche» en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1989, p. 194. 83 Aurora amoros de Remiremont, describe de forma cínica las orgías eróticas de las monjas de un Monasterio de Lorena. razones que da Eloísa para negarse al matrimo­ nio con Abelardo, impuesto por su tío Fulberto. Y para comprender bien estas razones, para entender la originalidad de Eloísa, que Zambrano entrevio, hay que desplazarse a la época y ver en qué medida sus alegatos encajan o se distancian de la mentalidad dominante. No existe, por tanto, como marco para la pasión de Eloísa y Abelardo una sociedad rígida en sus orientaciones morales. De hecho, hasta 1085 no se implanta el celibato sacerdotal y parece ser habitual la falta de prejuicios eróticos entre el clero y los círculos humanistas. Tampoco existe un lugar propio para la mujer, como muy bien señala Zambrano, al margen de estos dos extremos: o es maldecida -Eva: fatal- o es sacralizada -en una confluencia de platonismo y místi­ ca mariana-. En ambos casos se prescinde de su ser real, de su carne y de su sangre. ¿Dónde puede hallar una sede, un lugar propio • para su existencia real la mujer de la época? Según Zambrano, Eloísa logra esa hazaña y lo hace mediante un amor que funda sus razones y no tiene empacho en recurrir para ello a la erudi­ ción, citando a San Pablo, San Jerónimo, Cicerón, Séneca y al mismo Sócrates. Eloísa alcanza la identidad de posibilidad -idealidad- y realidad, que es para Zambrano la plenitud de la existencia. ' . A principios del siglo XII la Europa medieval se hallaba en ebullición. El llamado «canon medieval» -conjunto de autores de tradi­ ción pagana y cristiana-, que era hasta entonces la única fuente de conocimiento y el tesoro de toda sabiduría, comienza a ser cuestionado en una marcha imparable. En 1150 la dialéctica es aún la única enemiga del estudio de los autores canónicos, pero antes de 1200 tendrá el refuerzo de la jurisprudencia, la medicina y la teología, y, a partir del 1250, del aristotelismo. No había, pues, en la época de Abelardo y Eloísa un horizonte de claridad doctrinal y la azarosa vida de Abelardo, defensor de la dialécti­ ca, se encontrará en el torbellino• de crueles dis­ putas. ¿Lo había en el terreno de las costumbres amorosas? No parece estar más claro el panorama en este sentido. Erns R. Curtius6 señala la exis­ tencia, a mediados del siglo XII, de cuatro direc­ ciones en los asuntos del eros, basándose en cua­ tro libros aparecidos más o menos por la misma época: El del monje Bernaldo de Morás, desde un esplritualismo exacerbado reprueba el amor y maldice a la mujer. El de San Bernardo de Claravalle espiritualiza el eros e idealiza a la mujer a través de la mística mariana. Bernardo de ' Silvestre consagra el principio de lo femenino basándose en fuentes orientales. Y, finalmente, por las mismas fechas, un poema latino, Concilio Notas: «Dios sabe que nunca busqué en tí nada más que a tí mismo»7, le escribe en una carta a Abelardo, dando voz a lo que Zambrano llama «una alianza con •el hombre como nunca antes se había visto». Y también, «Dios me es testigo de que si Augusto -emperador del mundo enteroquisiera honrarme con el matrimonio y me diera la posesión de por vida de toda la tierra, sería para mí más honroso y preferiría llamarme tu ramera, que su emperatriz»0. ■ 6 Curtius, E., Literatura europea y Edad Media latina, vol. I y II, México, F.C.E., 1995. 7 Abelardo y Eloísa, Cartas de Abelardo y Eloísa, Madrid, Alianza, 1993, p. 104. 8 O.c., p. 105. 84 Papeles del «Seminario María Zambrano» Es, pues, Abelardo mismo y su particular opción de vida -el ascetismo- inherente a la vida de los grandes hombres, pero también el hori­ zonte de fama y dignidades unido a dicho asce­ tismo ejemplar- el único soporte de las razones de Eloísa, más profunda conocedora, en su amor sin límites, de las necesidades de su amado que él mismo. «Sería injusto y lamentable que aquél a quien la naturaleza había creado para todos -la Iglesia y la Filosofía- se entregase a una sola mujer como ella, sometiéndose a tanta bajeza»9, dice Eloísa para eludir el matrimonio y también: «En toda clase de pueblos hubo siempre hom­ bres que por su fe o por su honestidad en la vida, destacaron por encima de los demás y que se apartaron de las masas por una.cierta singulari­ dad en su castidad o austeridad». Razones que, posteriormente, Abelardo parece confirmar cuando, en su Historia calamitatum, dice refirién­ dose a la época de su pasión: «Y cuanto más dominado estaba por la pasión menos podía entregarme a la filosofía y dedicarme a las clases. Me era un tormento ir a clase y permanecer en ella»!0. ■ cir su amor hacia una espiritualidad que renie­ gue de la carne, es considerarse manchada en su amor físico por Abelardo. Ella no puede malde­ cir ninguno de los aspectos de su relación con su amado, ni siquiera de aquéllos que ' él apresura­ damente condena como fruto de la concupiscen­ cia. Ella no admite que la fatalidad de Eva caiga sobre ella, no admite ser maldecida por mujer que arrastra al hombre a la perdición, alejándolo de objetivos más altos. Acepta un papel social marginal, pero jamás un rebajamiento en la altu­ ra de su amor. Cuando ella hace un repaso del mito de la Eva fatal, comenzando por aquella que sacó a Adán del Paraíso, y menciona tanto a Dalila como a las mujeres de Salomón y de Job, se dis­ tancia con rapidez de ellas: «Daré al menos gra­ cias a Dios por esto. Nunca el demonio me arras­ tró conscientemente al pecado como a las muje­ res mencionadas»!2. Y más adelante añade: «Por mi parte he de confesar que aquellos placeres de los amantes -que yo compartí con ellos- me fue­ ron tan dulces que ni me desagradan ni puedo borrarlos de mi memoria». En ese dar razones llega Eloísa a cuestiones de realismo extremo: «¿Quién finalmente dedi­ cado a las meditaciones sagradas o -- filosóficas podría aguantar la llantina de los niños, los lamentos de las niñeras que los calman, y el tra­ jín de la familia tanto de los hombres como de las mujeres? ¿Quién podría soportar la caca con­ tinua y escandalosa de los niños?»11. Igualmente se distancia de la sacralización de la mujer vía la mística mariana y responde así a Abelardo, cuando éste pretende alabarla' por su dignidad como esposa de Cristo: «Fue tu amor, no el de Dios, el que me hizo tomar el hábito religioso [...] Deja pues de alabarme, te lo supli­ co, y no incurras en la infamia del adulador ni en el crimen del mentiroso»B. Lo que nunca hace Eloísa, ni siquiera cuando Abelardo, ya monje y, dado su tempera­ mento, de forma entera monje, quiere recondu- Eloísa no acepta rebajar un ápice la gloria de su amor en todas sus dimensiones -materiales Notas: 9 O.c., p. 53. O.c, p. 11 O.c, p. 12 O.c., p. 13 O.c, p. 50. 54. 125. 128. . 85 Aurora inocente muchacha marcada por el destino que quiere ser independiente. y espirituales- y sólo acepta renunciar a su dimensión social, probablemente desde antes de la tragedia, íntimamente convencida de que el amor único con ese hombre impar era muy supe­ rior a todo vínculo. Así apostilla a Abelardo, después de haber leído, reproducidas en la Historia calamitatum, la mayoría de las razones que ella esgrimió en su momento contra el matrimonio en el que Abelardo se empecinaba: «Dejaste en el tintero la mayoría de los argu­ mentos que yo te di y en los que prefería el amor al matrimonio y la libertad al vínculo conyugal»^. Razones muy queridas • por ella, porque las repite en varias ocasiones: «Mejor amiga que no esposa. Estar unidos por amor y no por vín­ culo nupcial». «Para mí el nombre más dulce es el de amiga y, si no te molesta, el de concubina o meretriz». Tristana, más que un personaje heroico, como los que acostumbra a tratar Zambrano, es ella misma un conflicto. Ya en la época de su publicación Emilia Pardo Bazán consideró la novela antifeminista porque la heroína vivía de sus sueños sin preocuparse de lo social. Vemos ya aquí con claridad el choque originario entre el feminismo primero y la búsqueda zambraniana del ser de la mujer que antes mencionábamos: la importancia de lo social, el trasvase de la espe­ ranza de la realización personal al terreno de lo social. Estas tesis de Pardo Bazán han encontra­ do eco en otras autoras como Carmen B. Villasante y, en parte, Marina Mayoral. Otras autoras, como Juana Sánchez-Gey defienden el feminismo de la heroína^. Y el mismo Valle Inclán parece encontrarse perplejo ante el perso­ naje: Si bien saludó en su momento la obra como «un retrato psicológico de mujer sin ceguedad ni aridez», tacha a Tristana de neurótica, mezcla extraña de locura y razón, tal vez por la falta de salidas vitales de la mujer de la época, «víctima de las faldas, dice Valle, que la esclavizan en el prosaísmo de las tareas domésticas». ¿Y Zambrano? ¿Qué nos ha querido decir realmen­ te sobre este controvertido personaje? Eloísa encuentra, según Zambrano, una sede propia al margen de esas dos imágenes extremosas que había acuñado la alta Edad Media y que prescindían de su carne, de su exis­ tencia real: la de una pasión que la eleva a. las dignidades del pensamiento ' con el amado. Pero es todavía una imagen que, aunque emancipada de su época, es inseparable del reconocimiento de la primacía del varón sobre la mujer, aunque esa primacía simbolice lo que de «divino» hay en el hombre. Deberemos esperar casi ocho siglos para encontrar en las reflexiones de la filó­ sofa un nuevo personaje que, a semejanza de Eloísa, alega sus razones para rechazar el vínculo conyugal; pero ahora desde el ambiguo sueño de la libertad que ha inaugurado la época moderna y que va a guiar los primeros pasos de la eman­ cipación de la mujer en el siglo XIX. No es ya una heroína ni ha realizado hazaña alguna, es una A diferencia de otros análisis, Zambrano no nos habla en su comentario de Tristana de 'la heroína, sino de la novela toda de Galdós. Obra privilegiada de un autor, nos dice, por ser capaz de alumbrar el tiempo de una lucidez desintere­ sada y abrir un claro en la conciencia que permi­ te que la vida aparezca tal ■■ cual es, intangible en su desamparo. Notas: 14 O.c., p. 105. 15 Vid. Mayoral, Marina, «Tristana: ¿una feminista galdosiana?» en Insula, 320-321, 1973; Sánchez-Gey, Juana, «Acerca de la mujer (Tristana): el Galdós de María Zambrano», Actas del 5° Congreso Internacional de estudios galdosianos, 1992. 86 Papeles del «Seminario María Zambrano» Veamos en qué consiste la novela. Ya en sus primeras líneas nos presenta a los personajes sellados por el destino; su situación de persona­ jes de novela se inicia desde un punto límite, situación que, tarde o temprano, aparece en toda humana vida. Tristana, una joven huérfana, des­ honrada por su amparador antes de habersehecho mujer. Su protector, don Lope, mante­ niéndose de forma ilusoria en su personaje de caballero como en una definición. Y Saturna, la criada testigo de sus vidas, como símbolo de ese tiempo coagulado que cierra el paso al porvenir y que sólo permite que la vida siga su curso. inventa la realidad, elimina de ' un plumazo de su horizonte los problemas que no puede resolver -. ¿Qué harían si tuvieran un niño?, le pregunta Horacio; y ella responde que no quiere niños porque se mueren todos, y, cuando pasan las pri­ meras efusiones del amor y Horacio se le aparece con su perfil real, también lo elimina y se inven­ ta otro Horacio. Ella,. como Eloísa, quiere amar «lo divino» que pueda haber en el hombre, quie­ re que él sea un gran artista, aunque su amor, repetido una y mil veces, no llega a ver que, en la época de su pasión, Horacio ya no pintaba y tampoco que el, probablemente, era ' un pintor mediocre. Pero, aparte de esta ridiculización del personaje, cierta sin duda, Tristana tiene a su favor una cualidad que resalta Zambrano: ella es una criatura, es inocente y desde esta condición surge en ella de forma natural el anhelo de tras­ cendencia, la finalidad inherente a toda vida sin más. -Pero también - vive en una época concreta y ésta impone sus representaciones: el - ansia de individuación que debe, para realizarse, pasar por encima de las leyes del amor, rechazar la imagen de las nupcias y, con ellas, la de algo que nos sobrepasa y que es menester aceptar en liber­ tad. En este contexto aparece el hecho decisivo: Tristana despierta en el tiempo -acaba de cum­ plir veintiún años-, en un proyecto hijo de la voluntad y la inteligencia unidas. Tristana se da en querer ser alguien y en hacer algo para ello, se da en querer ser independiente. En ese momen­ to Tristana se encuentra con el amor y lo vive; pero no se deja arrastrar por él. Tristana rechaza la imagen de las nupcias: no quiere casarse con Horacio. ¿Qué razones alega? La primera •de ellas -que su situación de deshonra le ha vedado las nupcias- parece ser una excusa, porque Horacio desea de corazón el enlace. Más importantes apa­ recen sus - segundas razones: «¡Viva la indepen­ dencia!», llega a decir en un momento. Ella no quiere estar atada, no le gustan los niños ni la vida doméstica. Aspira a una honradez.libre. ¿Dónde se encuentra el problema? Parecería Tristana una adelantada del feminismo; pero Galdós rebaja sus pretensiones al ridículo. Tienen razón Emilia Pardo Bazán y Valle Inclán. Sus aspiraciones son quiméricas, vive en un sueño continuo y caprichoso, ora quiere ser pin­ tora, ora novelista, ora actriz teatral sin realizar el trabajo ni el esfuerzo necesario para ello. Rechaza la vida práctica, la. cotidianeidad. Se «Mas Tristana se seguía inventando su ser. Es triste que la blanca niña, esclava del oscuro capricho del destino, no pudiese despegarse de él, dejarse ver por la vida nueva, que no pudiese abandonarse, para ascender a la forma del amor. Y ascender al par a la realidad verdadera [...] Tristana cercada con el peso de su pasado, perdió más que el equilibrio, la ocasión decisiva de alcanzarlo»16. Tristana representa una - opción de la modernidad para la mujer que Zambrano recha­ za. ¿Qué es lo que le interesa, pues, de la obra? Notas: 16 Zambrano, María, La España de Galdós- Madrid - - 1989- p - 168. 87 Aurora Dice Zambrano que la vida del hombre consiste en asumir nuestra parte de destino y nuestra parte de finalidad. Ambos parámetros, destino y finalidad, aparecen de forma cumplida en la obra. Digamos que el destino del que habla Zambrano tiene dos caras: La primera, en cuan­ to «fatalidad», tiene mucho que ver con «la cár­ cel de las circunstancias» de la que habla Ortega, es decir, con aquello que se nos presenta como dado y debemos reasumirlo en nuestra vida si no queremos que pese de forma inexorable sobre ella. Esta forma de destino aparece todopoderoso en la vida de Tristana. Su deshonra en plena don­ cellez «sellada como un cordero», dirá Zambrano, porque su mancillador aparece tam­ bién con la autoridad del padre y del experto seductor. Su cojera posterior, cuando su sueño de independencia empieza a aflorar, es ya manifes­ tación del rostro más duro del destino, de esa crueldad de la vida que «no escoge» y que acaba presentándose tarde o temprano en toda vida humana. con el derrumbe ' de estos dos proyectos de ser surgidos de la conciencia; pero el derrumbe del proyecto de ser de don Lope -y ahí está el mila­ gro de la obra- se realiza por vía del amor, del amor descubierto hacia Tristana. Por ese amor él renuncia a sus antiguas convicciones, se hace siervo de los deseos de Tristana, anima su recién descubierta genialidad. que al fin se presenta como don y no como sueño ilusorio -aprendía lenguas difíciles, los pensamientos le entraban en la cabeza sin ni siquiera llamarlos, después fue el don de la música-. Finalmente don Lope reali­ za lo impensable: va a la Iglesia y se casa con su antigua protegida, que aparece conformada a una nueva vida más volcada en su ser interior que en el exterior, en un proceso ascendente de metamorfosis hacia la espiritualización: de la pintura y el arte dramático al pensamiento, y de allí a la música y a la oración. Ahí encuentra Zambrano la razón de la cumplida obra de Galdós: presentar unas' vidas danzando entre el destino y la finalidad, que aca­ ban en el alba de un nuevo nacimiento -una finalidad/destino-, no ya fruto de la conciencia sino del alma, demostrando' la relatividad de todo proyecto de ser hijo exclusivo de la conciencia. La otra cara del destino es la que lo une a la finalidad, algo que proviene de nosotros mis­ mos y que se nos impone desde la llamada inte­ rior; Ortega lo llama vocación; para Zambrano es un camino intransitable si la llamada no provie­ ne del sueño y si la mediación no se produce por alguna forma de amor que nos haga «ser venci­ dos sin rencor», la finalidad, que constituye la vida y la define, que es ella misma trascendencia, es capaz de abandonar el territorio exclusivo de la inteligencia y la voluntad, para convertirse en una finalidad-destino fruto de las entrañas. Por ello rechaza los proyectos de ser surgidos de forma exclusiva de la voluntad y de la libertad, tal el de Tristana, que se quiere independiente, tal el de don Lope, que se quiere caballero, aun­ que eso sí, de forma un tanto especial, pues don Juan trasnochado, en sus reglas no existe respeto alguno hacia la mujer. Más o menos cuando Tristana despierta a los veintiún años a su proyecto de ser, Lou Andreas Salomé se encuentra con Nietzsche en Roma y, a raíz de ese encuentro y otros posterio­ res, surge un libro sobre el filósofo que será dura­ mente criticado por Zambrano, no sólo por su contenido -explicar las doctrinas de Nietzsche en cuanto fallas de su personalidad-, sino por la actitud de Lou, lo más opuesto a una heroína, según la filósofa. Ya conocemos la aversión de Zambrano por las teorías de Freud, en las que intuye un golpe fatal para todos esos saberes del alma, que ella reivindica para la luz de la conciencia. La reducción del espacio interior a la libido supone Bien, nos encontramos ya mediada la obra, 88 F Papeles del «Seminario María Zambrano» un cuchillo de cocina. No, eso no, ese modo de entender la libertad, tío. Si tan suficientes son a sí mismas, que renuncien al hombre de una vez. Lo mismo, a mi parecer, le pasa • al hombre que renuncia a la ' mujer»19. también, como han señalado ya varios autores, una desvalorización radical, desde el intelectua­ lismo, del símbolo y de la imaginación creadora. A. Beguin, estudioso del romanticismo, señala al respecto que «la estética moderna padece de un error del hombre acerca de su propia naturaleza y de ello es la psicología la gran culpable [...] Al darse ' cuenta de que sus deseos y satisfacciones nacen de las regiones de sí mismo que están fuera de la lucidez del espíritu despierto, los poe­ tas han aceptado confundir estos dominios inac­ cesibles con la capa del automatismo, de la espontaneidad y del instinto»17. ¿Podremos seguir ahora desarrollando las semejanzas entre Lou y Tristana, más allá de la coincidencia de fechas? Pensamos que sí, que Zambrano entrevio en ambas el flujo de la época que hacía retroceder su proyecto intuido de mujer. Efectivamente Tristana y Lou comparten época -Tristana aparece publicada en 1892 y el libro de Lou sobre Nietzsche, a raíz de su encuentro en 1882, en 1894; pero una vez salva­ das las diferencias entre las circunstancias espa­ ñolas y las europeas de fin de siglo, y anotado el hecho de que Tristana desconocía el feminismo y Lou no sólo lo conocía sino que mantenía sus dis­ tancias con él -para Lou la mujer debe recluirse en su desarrollo personal, ajena ' a la ambición social-, algo más profundo las une, algo que es epocal: su negativa a entender el amor como trascendencia, como ofrenda y entrega, y, por tanto, su dificultad para ir al encuentro de su finalidad-destino. En el libro de Lou abundan las explicacio­ nes mecanicistas, tanto de la evolución del pen­ samiento de Nietzsche, como de su estilo: es su temperamento, su naturaleza enferma, el factor que explica sus cambios. Es lógica la rebelión de la filósofa ante este reduccionismo del genio cre­ ador: «cada día sentimos más aversión a las explicaciones patológicas de las grandes vidas», dice; menos lógica puede parecer su condena de la escritora: «sin generosidad para penetrar en el círculo de su vida, y sin vocación para colocarse de un salto arriba, quieta, lejana»18. Sin valor, en suma. Sólo que Lou era plenamente consciente de la época en la que vivía y sabía, además, que la contemplaba desde un mirador privilegiado. Dice Freud que le eran ajenas todas las fragilida­ des femeninas y aún todas las del género huma­ no. Lou no era frágil. Tenía una idea ante sí que la fortaleció desde su más tierna juventud: crecer en conocimiento desde su asunción de la inexis­ tencia de Dios; y ese conocimiento se podía hacer a través de los otros, pero no con los otros, no en esa forma de amor que lo hace agente de toda Pero no es sólo un problema de valor. Cuando en la entrevista realizada en 1984 se ve obligada, ante la insistencia de Claudín, a hablar de Lou Andreas Salomé, éstas son sus palabras: «A través del libro descubrí esa cosa tremenda de la mujer que no acepta ser mujer. Y luego quiere al hombre. La vida de Lou • Andreas Salomé es atroz. Ella tenía mucho talento pero tenía necesidad de encaramarse sobre la cabeza del Dr. Salomón y el pobre fue a suicidarse con Notas: 17 Beguin, A., Creación y destino, México, F.C.E., 1986, p. 153. 18 Zambrano, María, «Lou Andreas Salomé: Nietzsche» en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1989­ 19 Zambrano, María: Entrevista de Víctor Claudín: «María Zambrano, diálogo del pensamiento y el corazón» en Liberación, domingo, 16 de diciembre, 1984. 89 Aurora posible trascendencia, que lo hace mediador entre dos mundos -lo visible y lo invisible-, la vida y la muerte. Por eso dice Zambrano en su polémica reseña sobre el libro de Nietzsche de Lou Andreas Salomé que a ésta le faltó generosi­ dad y vocación en su encuentro con el filósofo. Y es que en esa forma de amor que ensayaba Lou, que ensayaba todo occidente nada más sonar las campanadas por la muerte de Dios, esas dos - for­ mas tradicionales del amor -la entrega y la renuncia- no tenían cabida. en vez de haberse inflamado, ser sólo una obser­ vadora y una fría máquina de registrar, eso ya es algo»21. Ensayó todas las formas posibles de amor desdivinizado, es decir, descarnadamente laico y enfocado de forma casi exclusiva al propio desarrollo del crecimiento personal: las de la amistad fraterna con Paul Reé -una vez fracasado el proyecto de- la santa trinidad: convivencia espiritual con Nietzsche y el mismo Paul Reé-, las de la amistad nupcial con su marido, las de la amistad fraternal con Rilke, e incluso más tardí­ amente las de un erotismo que abriese las posi­ bilidades del propio cuerpo. Formas de amor desligadas de la trascendencia, volcadas en la comprensión de un hombre en los estrechos límites de lo humano -pero que los sobrepasase vía creatividad- y que sirvan para enriquecer espiritualmente a una mujer ajena a la trascen­ dencia y, por tanto, orgullo^mente reducida al horizonte de lo humano. Cuando su primer enamorado la pide en matrimonio, éstas son sus palabras: «De golpe lo adorado se -me cayó, del corazón y - los sentidos, a lo ajeno. Algo que presentaba exigencias pro­ pias, algo que no satisfacía ya sólo las - mías sino que por el contrario las amenazaba, - que preten­ día incluso torcer hacia mí misma ese afán garantizado y enderezado precisamente por su intercesión, para ponerlo al servicio de- la esencia del otro, suprimió para mí, como un rayo, a ese otro mismo»20. Y más adelante reconoce que tan sólo necesitaba su afecto «para arreglármelas mejor conmigo misma». Independientemente de lo seductor de su teoría del amor -una relación enriquecedora de la personalidad propia-, de - su acomodación a las urgencias de la época, Lou fue consciente de las limitaciones de este amor desdivinizado. La pri­ mera de - ellas es que, en ese tipo de amor, la maternidad, como acto de creación que nos sobrepasa, estaba también ausente. «No hay manera de negar que el significado del naci­ miento cambia totalmente según el niño pro­ venga de la nada -no dios- o del todo -dios»22, alega para explicar por qué no tuvo la osadía de traer un ser humano al mundo. Y es que Lou, desde ese lugar en que se situó -la inexistencia de Dios-, no sólo pensán­ dolo como muchos de los intelectuales que trató -Paul Reé, Nietzsche, Rilke, Freud-, sino vivién­ dolo con todas sus consecuencias humanas, pare­ ce que tuvo un objetivo claro: servir al amor, una vez desligado de su componente divino que - posi­ bilita la trascendencia: el horizonte de la entre­ ga, del salir de sí mismo y vaciarse en el otro. Su capacidad de distancia queda patente en esta expresión de un testigo directo: «Haber vivido algún tiempo en la proximidad de Nietzsche y La segunda alcanza el fondo del problema. Las relaciones de este hombre y esta mujer, redu­ cidas a lo humano, dejan en un mal lugar al Notas: 20 Andreas Salomé, Lou, Mirada retrospectiva, Madrid, Alianza, 1980, p. 26. 21 O.c., p. 229. 22 O.c., p. 32. 90 Papeles del «Seminario María 'Zambrano» hombre respecto a los animales, quizá porque, sin el componente de la trascendencia, el hombre se encuentra en franca desventaja en este tipo de asuntos respecto al mundo animal. «El regalo perfecto de la contradicción erótica sólo podía tocarle en suerte a la criatura irracional. Sólo ella conoce en vez del humano amar y abandonar que engendra agravio, aquella regulación inherente que se derrama, con toda naturalidad, en celo y libertad. En la infidelidad sólo estamos nosotros»23. Lou era una mujer de talento, como la misma Zambrano reconoce, pero se diría incapaz de ver más allá de las urgencias que planteaba la época. Ninguno de los problemas detectados la detuvo, ninguna de tales consecuencias le pare­ ció tan grave como para cambiar de rumbo. Zambrano sí entrevio lo que la misma Lou reco­ noce y por ello alerta sobre esta retirada del amor del horizonte del hombre occidental y esta nece­ sidad de buscar una definición del ser ontológi­ co de la mujer que no vuelva la espalda a esos saberes del alma de los que tradicionalmente ella es depositaria. Zambrano, como siempre, recla­ ma la verdad de los vencidos por la historia. De Val Del diario de viaje de un Pensador Solitario. Día y Noche, 1996 Notas; 23 O.C., p. 31. 91 Aurora María Joao das Neves Diótima de Cantinea en la voz de María Zambrano 1 texto sobre Diótima, metafóricamen­ te cargado, nos aparece con una estruc­ tura enlazante y repetitiva, en la que los símbolos se van sucediendo unos a otros, reafirmando mutuamente su significado. Es un escrito al modo de la fuga, donde el mismo motivo se escu­ cha en las distintas voces, ahora abajo, ahora arri­ ba, ahora verticalmente, en una arquitectura barroca interminable. Lo que aquí se propone, sin pretensiones de agotar este texto, es intentar escuchar, introduciendo el trítono de estudiosos del simbolismo -Cirlot, Jung, Guénon-, impor­ tantes referencias zambranianas, lo que en éste nos habla. Empieza Diótima diciendo: «Y ahora, ¿quién deshojará la rosa sobre mí?»1 Y nos pre­ guntamos qué habrá ocurrido «antes» para que justo «ahora» sea preciso que deshojen una rosa sobre ella. Y ¿por qué una rosa y no cualquier otra flor? De acuerdo con Cirlot2 la rosa repre­ senta simbólicamente la finalidad, el logro abso­ luto, la perfección y, por otro lado, el centro mís­ tico o corazón. La rosa mística es también iden­ tificada con un mandala, por su disposición de pétalos, que recuerdan la cuadratura del círculo. Jung5 añade que la sangre de color rosado, a la que se refieren los alquimistas, expresa «la fuer­ za curativa, es decir, totalizadora de un cierto Enzí»4; esta sustancia anímica tendría, pues, un poder unificador. Recordemos que la primera noticia que tenemos de esta sacerdotisa de Mantinea es ' el discurso de Sócrates en £/ Banquete, discurso que versaba exactamente sobre el semidiós Eros. Ahora que está a punto de descender al mundo de los recién muertos, Diótima necesita que la lloren y deshojen sobre ella la rosa, desmem­ brando todo lo que ha alcanzado durante la vida, todas las finalidades que la rigieron, todos los objetivos, todos los deseos. Solo así su alma des­ cubrirá el camino por donde seguir, encontrán­ dose «eróticamente» libre de los deseos de anta­ ño. Dice el texto que, antes, «Me habían llevado a creer que necesitaban oírme, que les. fuera trasvasando ese Notas: 1 María Zambrano, «Diótima de Mantinea» en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1993, p. 189. 2 Cirlot, Diccionario de símbolos, Madrid, Siruela, 1997. 3 Jung, Psicología y simbólica del Arquetipo, Barcelona, Paidós, 1992. 4 O.c., p. 162. Papeles del «Seminario María Zambrano» saber que, como agua, se escapa imperceptible de toda mi perso­ na según decían; no es una mujer, es una fuente. Y yo...»5 Diótima no era sólo una mujer, ni sólo una sacerdotisa, por lo visto era también, y más que nada, una fuente, esto es, centro, origen de la actividad y de la fuerza vital. Según Jung, la fuente es símbolo del ánima como origen de la vida interior y de la fuerza espiritual. Las aguas son también el principio y el fin de todo, pues todo viviente procede de las aguas y a ellas vuel­ ve. El ciclo fisiológico del agua muestra bien su desplazamiento por los diversos mundos y sus transformaciones en los distintos estados, desde lo más físico hasta lo más etéreo. Diótima es, pues, una mujer-fuente. Su saber no es enseñado. Le «escapa imperceptible», como parece ser característico de toda sabiduría intuitiva, femenina; y no de su intelecto, sino de «toda su persona» -detalle que parece referirse al agua como símbolo del inconsciente, a la capaci­ dad de captar realidades de una forma difusa, sin un enfoque predeterminado y casi sin darse cuenta. quedó casi seca, transformándose en una «herida en la tierra que es todo manantial que ya no. mana»7. Para ocultar esa «herida», esa salida de una fuente que se ha secado, alguien colocó «pia­ dosamente» una «piedra blanca». La piedra es símbolo del ser, de la cohesión y conformidad consigo mismo,' porque lleva en sí la unidad y la fuerza; por su naturaleza sólida y dura pero, a la vez, modificable gracias a los efectos del tiempo y de la erosión, se considera que corresponde a la primera solidificación del ritmo creador, siendo' como una escultura del movimiento esencial, música petrificada de la creación8. Así Diótima, cuando dejó de hablar, cuan­ do- dejó de ser bebida por los demás, se vuelve hacia dentro, sepultada en un sepulcro musical. Diótima se convierte de hablante en oyente, sin apercibirse: «Y aquel día fui muerta y sepultada, mientras yo, sin apercibirme, atendía inmóvil al rumor lejano de la fuente invisi­ ble. Recogida en mí misma, todo mi ser se hizo un caracol marino; un oído; tan solo oía. La propia Diótima se va volviendo cada vez más hacia esa «fuente original» de donde su saber provenía, de donde lo había recibido, no de cualquier modo, sino «cayendo gota a gota»6. ¿Cuánto tiempo habría estado Diótima apren­ diendo, si su enseñanza fue recibida gota a gota y llegó al punto de convertirse, ella misma, en fuente capaz de dar de beber a tantos otros? Algunas veces, recibiendo tan escasa bebida, se Notas: 5 María Zambrano, ibid. 6 O.c., p. 190. 7 Ibid. 8 Vid. Cirlot, o.c. 9Ibid. 10 Depositado en la Fundación María Zambrano, M. 68. [...] me fui volviendo oído [...] criatura del sonido y de la voz»9 En un escrito inédito, titulado justamente Rumor™, Zambrano se refiere a este sonido que no desaparece nunca, ni siquiera en los momen­ tos que calificamos de silenciosos, pues en ellos existe siempre, al menos, una vibración en el aire. Entonces coloca la hipótesis de que sea el Aurora dad. La música tiene la capacidad de expresar las cosas en su unidad, sin necesidad de separarlas o subdividirlas, porque -al contrario de los con­ ceptos, que poseen una naturaleza estática que pretende fijar aquello a que se refieren, olvidan­ do que apenas han tenido acceso a un momento de su referente- la música, por su estructura tempórea, puede expresar las cosas en su ir hacién­ dose. oído, órgano que considera el «privilegiado» del alma humana, el que transforme la vibración, por sí misma inaudible, en rumor, y en momen­ tos que adjetiva igualmente de «privilegiados» en música. A la luz de este texto parece ser que Diótima cierra sus sentidos al exterior, transfor­ mando su propio cuerpo en su sepulcro, sordo y ciego para las cosas del mundo, pero apurado hacia su,espacio interior, el cual parece dotado de voz, una voz que comienza a escucharse sólo como un rumor: ese rumor de la fuente origina­ ria, metáfora del ser del hombre al cual hay que escuchar para transcurrir bien por la vida. La música es también, para Zambrano, donde mejor se conserva la unidad, una unidad constituida por diversos instantes que podrían, organizados de otra forma, dar lugar a una uni­ dad totalmente distinta. Lo importante es que, en cada obra musical, las diversas " notas se requieren unas a otras, formando parte de un proceso que, aunque no esté predeterminado, una vez constituido es un todo, de tal forma que Zambrano nos dice: «Es una cuestión de oído, una virtud musical la del sabio; es una actividad incesante - que percibe y es un continuo acorde»i4. Al considerar el oído como órgano privile­ giado del alma humana, Zambrano coincide con las investigaciones de Schneider según las cuales para laalta mística antigua «el son es el plano perceptible.más transcendental y la oreja el órga­ no esencial de la percepción mística»11. En este caso, «el plano acústico de una palabra importa más que su significado semántico, cuya precisión responde a un plano paralelo, pero inferior al puramente musical»12. Muy coherentemente, cuando Diótima rechaza la claridad y se queda completamente sola, en la más profunda oscuridad, es cuando empieza a sentir, según dice, La superioridad del plano musical respec­ to al plano semántico se debe al hecho de que «los _ sentidos. determinados del lenguaje petrifi­ can los varios -matices del símbolo sonoro. El len­ guaje disuelve la unidad del - ritmo -símbolo sonoro y polirrítmico- en varias palabras aisladas y monorrítmicas»13. Schneider nos dice que es como si pretendiéramos separar ' los colores de una llama, el azul por un lado, el amarillo, el rojo por otro, en vez de tomarlos como una uni­ «[...] el nacimiento de la . música [...] es el día en que comencé a morir, oía dentro de mí la vieja canción del agua [...] todavía no nacida, confundida con el gemido de lo que nace; Notas: 11 Schneider, El origen musical de los animales-símbolos en la Mitología y la Escultura Antiguas, Madrid, Siruela, 1998, p. 154. 12 O.c., p. 153. ' 13 Ibid. 14 María Zambrano, El pensamiento vivo de Séneca, Madrid, Teorema, 1992, p. 45. 94 Papeles del «Seminario María Zambrano» manifestación en tantas celebraciones ritua­ les de civilizaciones consideradas primiti­ vas, ilustra bien la función de la música como camino iniciático. En Occidente tene­ mos varias manifestaciones de la presencia de un logos musical, como el de Heráclito o el de los pitagóricos -en ambos casos se con­ sidera que el ritmo, • el • número y la música son esenciales para llegar a penetrar en los misterios profundos del universo. me sentí acunada por este lloro que era también como tan lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo»15. Y sobre la posesión añade: «La música no tiene dueño. Pues los que van a ella no la poseen nunca. Han sido Diótima se va convirtiendo así en cria­ tura del sonido y, por ello, no puede escri­ bir; lo que le es natural es hablar y «como todas las cosas que se hacen según la natura­ leza, tenía sus eclipses, sus interrupciones. La palabra misma es discontinua»^. La dis­ continuidad parece ser una de las principa­ les notas del método zambraniano: «Mas lo que se vislumbra, se entrevé o está a punto de verse, se da aquí en la discontinuidad»20. por ella primero poseídos, des­ pués iniciados. Yo no sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música que posee porque penetra mientras se des­ prende de su fuente, también en una herida»16 Según. Zambrano la música nace del gemido y del llanto17 y su origen es el infierno18, zona de entrañas y oscuridad. La propia respiración de cualquier viviente es gobernada por una viscera -el corazón- que late a un cierto ritmo, es decir, la vida misma tiene en su base la música a través de algo tan sencillo como el latir del corazón. Por interferir directamente con el ritmo vital, la música posee a aquellos que acuden a ella, penetra en lo más hondo influyendo en los estados de ánimo. Esta capacidad de encantar, casi de hechizo, de la que tenemos Diótima, criatura casi del mundo natural, posee esta capacidad de captar rea­ lidades que están a punto de ser, posee una extraña sensibilidad hacia lo fragmentario y lo evanescente, y esto se debe, según ella misma, a que nunca ha pensado, es decir, nunca intentó formar palabra, nunca se sometió a ninguna lógica. Sus movimientos han sido siempre «atraídos invisiblemente como las mareas»2^ y la reguladora de las mareas es, como se sabe, la luna -la misma luna que Diótima ve «dormida pero no en sueños, en ese espacio donde las cosas son Notas: 15 María Zambrano, «Diótima de Mantinea», ed. cit., p. 196. 16Ibid. 17 Vid. El hombre y lo divino, Madrid, FCE, 1993,.p. 108. 18 O.c., p. 109. 19 María Zambrano, «Diótima de Mantinea», ed. cit., p. 190. 20 María Zambrano, Claros del bosque, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 14. 21 María Zambrano, «Diótima de Mantinea», ed. cit., p. 196. 95 Aurora enteramente lo que son, en una claridad sin resto de opacidad»22. La luna es, simbólicamen­ te, la señora de las mujeres, afecta tal como a las mareas su ciclo fisiológico. La luna y su luz fría es tomada como guía del lado oculto de la natu­ raleza. Es una duplicación de la luz solar, un reflejo, es decir, una luz que no es luz por sí misma, pero que la recibe de una ' forma pasiva; por eso representa la pasividad, lo femenino, con toda su carga de saber intuitivo. La luna se ve en la noche, en este estado de oscuridad ambivalen­ te que puede ser protectora y maternal o, inver­ samente, ocultadora de peligros insospechados. El propio tono lívido de la luz de la luna aumen­ ta esta ambigüedad: muestra semivelando. Nos dice Diótima: que sobre ellas pesaba, ni recogido los dolores de las entrañas que estaban a su cuidado»25. Pues la exigencia zambraniana es de que el hombre aguante con su destino o, lo que es lo mismo, se pueda mantener en sus pies sin disimulaciones. Esto implica, claro está, un esfuerzo de voluntad, un aplicar tiempo de la vida en conocerse, en conocer ese ser interior que estamos siendo y que se va haciendo a medida que caminamos por nuestra vida. Si se pasa por la vida sin saber quién se es, sucede como a Edipo, que, porque no se reconoce, no sabe su nombre ni sabe, real­ mente, quién es, se queda ciego y comete el peor de los crímenes. Estas almas que no han vivido su historia en la vida, tampoco tienen hogar en el país de los muertos. Son estas almas tan débi­ les las que recurren a Diótima. «En ese medio de visibi­ lidad (las cosas) ni se mueven ni están quietas, no sufren estado alguno, son. Respiran en la luz, en una luz que no vibra ni por ello está muerta»23 ¿Qué quiere decir no sufrir ningún esta­ do? No ser manifestación, no ser fenómeno, no estar sucediendo: ser una y enteramente como el ser de Parménides. Diótima es también - la madre de las almas que en ella se hunden cuando se quedan sin cuer­ po. Pero no de todas las almas, apenas de las de «aquellos que no habían tenido nombre»24, y este no tener ni siquiera nombre ocurre cuando las almas «no han sostenido la carga del destino Notas: 22 Ibid. 23 O.c., -p. 193. 24 O.c., p. 191. 25 Ibid. 26 O.c., p. 192. 27 María Zambrano, Claros del bosque, ed. cit., p. 27. Bajo el peso de tantos muertos, Diótima se hunde más y más en sí misma, volviéndose cada vez más oscura. Si ya anteriormente se reconocía como «madre de las - almas», reafirma en la oscu­ ridad su naturaleza maternal: Se desplaza a un estado anterior al de la diferenciación de los entes, vuelve al caos primigenio que se suele identificar con la nada mística. Se adentra hacia los orígenes, hacia las tinieblas anteriores a la diferenciación entre luz y sombras, que poste­ riormente asumirán un significado moral. Y desde ahí, su «alma anónima sostenía a aquellas almas en medio despertar que ardían ya, con esa luz que sale del alma que comienza a arder en su propio fuego, que comienza a reducirse a su vida indestructible»26. Dice Zambrano que «desper­ tar, como reiteración del nacer, es encontrarse dentro del amor y, sin salir de él, con la presen­ Papeles del «Seminario María Zambrano» cia de la verdad, ella misma»27. Despertar es encontrarse ante sí mismo, sin imágenes previa­ mente construidas. Es ser capaz de vivir el ins­ tante del momento presente, el ahora del espa­ cio-tiempo: «Un despertar sin imagen, así como debemos estar cuando todavía no hemos apren­ dido nuestro nombre, ni nombre alguno»28. Si no se ha aprendido todavía nombre alguno, no se está atado a ningún concepto que viva bajo el nombre. Se trata, nuevamente, de un estado pre­ existente al de la individuación, y la fuente de la vida, Diótima, mujer-fuente, sigue alimentando ocultamente estas almas, sigue manteniéndolas anónimamente, sin que su función llegue nunca a ser sabida, reconocida. Estas almas «en medio despertar» empiezan a «arder en su propio fuego», es decir, empiezan a transformarse y a adquirir visión dada la presencia de la luz. El fuego es el elemento que mejor preconiza la transformación y regeneración. Por eso Heráclito lo eligió como símbolo del permanente devenir y como armonía de los contrarios, pues su pre­ sencia crea y destruye a la vez. Las cenizas de donde nace son negras, oscuras. Sin embargo, el fuego en sí mismo es luz y calor; luz que posibi­ lita la visión, el conocimiento, y calor, señal de la vida en el cuerpo. Pero estas almas, entidades sin cuerpo que arden en su propio fuego, se autoalimentan habiendo iniciado así el recorrido de la vida interminable. asumir comportamientos ambivalentes. Zambrano, en Notas de un método., expresa esta naturaleza ambivalente de la serpiente cuando nos dice: «¿Y esa capacidad de soltarse y abrirse en espiral, y la • falacia de extenderse apegada a la tierra, como si solo fuese un siervo fiel de ella que sigue sus modulaciones, sus accidentes; desprovisto, pues, de ritmo propio?»29 Estar desprovisto de ritmo propio ' da lugar, en el entender de Zambrano, ' a la más veraz servidumbre, que consiste en, habiéndose vaciado de su propio ritmo, seguir el de su señor. Dicha actitud es particularmente mediocre, ade­ más de peligrosa, por tratarse de una energía sin voluntad propia y sin ningún tipo de consisten­ cia ética, siendo capaz de moldearse, de configu­ rarse según lo que en la vida se le plantee. En portugués existen, por lo menos, dos expresiones para referirse a personas con estas características: «cambia por donde le da el viento», «baila según la música que le pongan». Esta falta de un núcleo, de un centro en el que recogerse, impo­ sibilita la vivencia de la intimidad, ese estar a solas consigo mismo, condición sine qua non de quien quiere ser persona -nombre que recibe en la filosofía zambraniana el ser humano que se esfuerza por vivir desde sí mismo, de. acuerdo con su verdad interior. Diótima, mujer-fuente que las mantiene, tiene entonces un sueño: sueña con una serpien­ te casi blanca que no es mala, ni trae veneno. A pesar de todo, tiene que vencer el miedo a vol­ verse mala para permitir que el alma de la ser­ piente suba al lado de las otras. La serpiente es símbolo de la energía, de la fuerza todavía no direccionada que puede, por esta misma razón, La importancia de este encuentro estriba, entonces, en la decisión de aceptar recibir el Notas: 28 O.c., p. 21. 29 María Zambrano, Notas de un método, Madrid, Mondadori, 1989, p. 41. 97 Aurora alcanzado un estado donde la constante dicoto­ mía obstaculizante del conocimiento, la separa­ ción sujeto-objeto, no produjera distorsiones. Un acceder, pues, a las cosas mismas, no media­ tizadas por un modo de percepción. alma de la serpiente, siendo consciente de todos estos peligros; Diótima corre todos los riesgos, no se protege, no se salvaguarda: ante el miedo, ante la posibilidad maléfica de la serpiente, vence la piedad. La piedad -la capacidad de tra­ tar con lo diferente, con lo absolutamente otro, de una forma adecuada- vence al temor. En ese medio ve el árbol «solo y único», es decir, la propia idea del árbol. Mas ¿por qué un árbol es lo que se encuentra en este medio de contemplación verdadero? Son numerosos los estudios sobre el arquetipo árbol -Jung, por ejemplo, analiza decenas de dibujos realizados por sus enfermos; pero no cabe aquí hablar tan ampliamente. De una forma general, el árbol es el símbolo del cosmos, de la vida inagotable y prolija -según Elíade equivale a la vida sin muer­ te, esto es, a la realidad absoluta, al centro del mundo. Por su forma vertical este centro se transforma en eje que une los tres mundos: el inferior o infernal, el central, terrestre o de la manifestación, y el superior o celeste. Desde entonces, unas veces dormida, otras despierta, Diótima empezó a ver de modo dis­ tinto. Y lo primero que veía era un árbol, más precisamente un pino del mar en medio de las columnas de un templo. Si es significativo que viera un árbol y no otra cosa cualquiera, más todavía lo es el modo de esa visión: «Y lo vi sin mirarlo en un medio diverso del aire, más transparente y fluido; era el medio propio de la visión, el medio donde las cosas no se nos Después Diótima vió al modo de ver del poeta; y este modo de ver era como si estuviera bajo el agua. Según Cirlot, «la inmersión en las aguas significa el retorno a lo preformal, con su doble sentido de muerte y disolución, pero tam­ bién de renacimiento y nueva circulación, pues la inmersión en las aguas multiplica el potencial de. la vida»3! De nuevo Diótima aparece en ese momento anterior al proceso de separación de las cosas del caos inicial. Por otro lado, se vuelve a destacar la presencia del ritmo: las imágenes bajo el agua variaban de luz y de intensidad, pero par­ tían de una imagen modelo que luego «daba ori­ gen a varias imágenes fragmentarias que se des­ vanecían. Algunas se repetían siempre; otras eran cosa de un instante, ¡cuántos ritmos extraños!»^. aparecen nunca. Y la diferencia era tal como si hasta entonces lo hubiese visto - solo de bulto. No era más real por eso, era simple­ mente verdadero. Era el árbol solo y único, era de verdad y estaba aquí; esto es lo más difí­ cil de poner en palabras»3° ¿Qué quiere significar este otro ' medio de visibilidad? Parece que Diótima hubiera alcan­ zado la mirada inteligible, una contemplación directa de las ideas como pretendía Platón: ver en el medio de la verdad. Ver en un medio donde no. hay diferencia entre el ver y lo visto; haber Notas: 3° María Zambrano, «Diótima de Mantinea», ed. cit., p. 193. 31 Cirlot, o.c., p. 69. 52 María Zambrano, o.c., p. 194. 98 Papeles del «Seminario María Zambrano» más signo de vida que el latir del corazón y el palpitar del tiempo en mis sienes, en la indes­ tructible noche de la vida, noche yo misma»3,6. Ella es como la guardiana del tiempo.y de la música originaria. Allí, porque escogió la oscuri­ dad como parte, para hacer «como la tiniebla que da a luz la claridad que la hace sucumbirá. Ésta es, pues, su posición: Madre, origen anterior a la separación entre luz y sombras, y anterior a la diferenciación de los ritmos y sonidos; ella es potencia, toda Eros, toda tensión a punto de rea­ lizarse. El ritmo aparece una vez más como ele­ mento fundamental, primigenio, participante de todas las cosas. El ritmo es música y la música es un arte que se realiza en el tiempo. Necesita del tiempo como elemento donde vivir, así como el pez necesita del agua. Diótima, criatura del soni­ do, empieza entonces a «respirar en el tiempo [...} hasta entrarme en su corazón»33, y, al pene­ trar en el corazón del tiempo, penetró en todas las cosas, pues «no hay cuerpo, no hay materia alguna enteramente desprendida del tiempo»34. El tiempo es, pues, condición de la vida. Llegar a ser coincide con empezar a latir desde un ritmo propio, empezar a caminar por su tiempo. Diótima puede sentir otros espacios y otros tiempos, como el de los sueños, por ejem­ plo; puede también adentrarse tanto en el silen­ cio que llega a sentir «las puras vibraciones del corazón de los astros, de las plantas y de las bestias»35, confirmándose que, cada vez más, se vuelve oído. El último hallazgo de Diótima en este texto es una huella, una huella en forma de pez. El pez es, para Schneider, el barco místico de la vida, el huso que hila el ciclo de la vida siguien­ do el zodíaco. Simbólicamente el pez aparece muchas veces como ser psíquico y como fuerza ascensional desde el dominio inconsciente. Como último signo del zodíaco representa la destrucción y el renacimiento. Diótima se va quedando, en la orilla, «abandonada de la palabra, llorando intermina­ blemente como si del mar subiera el llanto, sin Notas: 33 O.c., p. 197. 31 Ibid. 35 O.c., p. 199. 36 O.c., p. 201. 37 O.c., p. 198. 99 Aurora Joan Nogués María Zambrano y la presencia de la mujer en la literatura medieval ntes de empezar quizá sea necesario excusarse por la doble pretenciosidad del título. En primer lugar, porque es evidente que la cuestión de la presencia de la mujer en la literatura medieval constituye un campo de trabajo amplísimo que se resiste a ser domeñado en unas pocas hojas. En segundo, porque el obligado carácter interdisci­ plinario de mi investigación, a medio camino entre la literatura y la filosofía, supone siempre un terreno resbaladizo para la discusión acadé­ mica. sobre literatura medieval La ' mujer que mira. Finalmente, acabaré tomando la figura de Eloísa como ejemplo para poner de manifiesto los pro­ blemas y contradicciones que el modelo femeni­ no medieval presenta. Quizás la pregunta inicial sería: ¿Por qué la literatura medieval? ¿Qué cambios significati­ vos se operan en la percepción de la realidad de la mujer como para que valga la pena detenerse un instante en la Edad Media? Al fin y al cabo, da la impresión (falsa a mi juicio) de que María Zambrano no atiende a ninguna especificidad medieval; dicho de otro modo, parece que aque­ llo que persigue María Zambrano cuando se ocupa filosóficamente de la mujer es aquello que comparten las diferentes figuras femeninas que captan su atención y que, por lo tanto, cuando nos habla de Antígona, de Eloísa, de Diótima de Mantinea o de la Nina de Galdós, en el fondo nos está hablando siempre de la misma mujer, de «la» mujer. Pero las cosas no funcionan de este modo: Zambrano se esfuerza por salvar lo irre­ ductible, lo específico de cada mujer, porque sólo así es capaz de manifestarse aquello que comparten. Hace dos años, en el contexto del «primer Seminario sobre la vida y la obra de María Zambrano» que se organizaba en la Universidad de Barcelona, tuve la oportunidad de reflexionar en voz alta sobre las relaciones entre esta autora y la literatura medieval con un texto que llevaba por título «María Zambrano y el camino de la vida nueva». Mi propósito por aquel entonces era establecer vínculos entre la imagen de la mujer-guía en María Zambrano y en la literatu­ ra medieval, particularmente en Dante. Mi pro­ pósito ahora consistirá en tomar aquella cuestión desde otro enfoque teórico: si hace dos años me serví de las discutibles pero siempre sugerentes aportaciones de Denis de Rougemont en su clá­ sico ensayo, El amor y occidente, en esta ocasión me han sido de gran utilidad las reflexiones que José Enrique Ruiz Doménec plantea en su estudio En la literatura medieval, y más concreta­ mente en la cultura cortés, se produce un punto de inflexión en el modo como los hombre se rela­ cionan con las mujeres, en el modo como un mundo construido, sistematizado, objetivado 100 Papeles del «Seminario María Zambrano» matrimonial más exogámico, se debilita la fuer­ za de la unión conyugal como medio efectivo de establecer alianzas, pero en cambio se abren las puertas a la ejecución de actos individuales movidos por la pasión. Evidentemente no esta­ mos hablando de ningún proceso de emancipa­ ción de la mujer ni de nada parecido, algo que sería ridiculamente anacrónico (incluso podría­ mos decir que el reto que supone para el hombre enfrentarse al conocimiento de la mujer suscita a menudo un aumento de la incomprensión y la intolerancia: la diferencia estriba en que esta imposibilidad de comprender empieza a ser motivo de preocupación); pero sí es verdad, y eso es lo que aquí nos interesa señalar, que en el esta­ blecimiento de relaciones matrimoniales se empieza a conceder importancia a factores que no tienen nada que ver con pactos ni alianzas. Al poder escoger el hombre su esposa fuera del entorno familiar (todavía es demasiado pronto para postular un movimiento en sentido contra­ rio), aparece el concepto de «aventura», una aventura literaturizada de muy diversos modos, pero que, en definitiva, se reduce a la aventura de conocer a la mujer, de descifrar el enigma que se esconde debajo de ese ser «otro». Este proce­ so de «búsqueda», de aventura como acabamos de llamarlo, culminará en un curioso proceso de irrealización (o quizá sería más propio hablar de «idealización»), según el cual la mujer sólo puede pensarse en la irrealidad. De todos modos, Ruiz Doménec nos advierte sobre los peligros que ' supone la interpretación del término «irrea­ lidad» en este contexto: por los hombres se enfrenta al principio de entropía que para él representan las mujeres. Ruiz Doménec describe este cambio, este punto de inflexión como decíamos antes, del siguiente modo: «Una vez, hace muchos años, entre 1155 y 1270 para ser exactos, se descubre en el rostro de la mujer fragmentos de su ser inte­ rior que eran mucho más excitantes que cualquier otra cosa que por entonces se conociera en todo su esplendor: fuera la idea de Dios, el modo de enriquecerse, la expansión militar en los santos lugares o la especulación sobre las categorías del pensamiento [...] El juego pro­ puesto obliga a ir hacia el fondo de la mujer, con lo cual aparecen pro­ blemas insospechados, peligrosos, donde la mente está a punto de per­ derse en la anomia o la pura locura»1 Para Ruiz Doménec la causa de este cam­ bio de mentalidad que se produce en la cultura cortés tiene un origen social muy claro: a partir del año 1150 la Iglesia intensifica su presión sobre la aristocracia laica para que abandone el modelo de matrimonio endogámico, aquél en el que la mujer consistía en una simple moneda de cambio en las alianzas dentro del propio linaje; es el llamado modelo de la alianza feudal, en la que el noble contraía matrimonio con la hija del hermano de la madre. Al irrumpir un modelo «El ir de esta irrealidad no tiene un significado de negación: no es una oposición a la realidad, sino un fenómeno positivo que, sin Notas: 1 Ruiz Doménec, José Enrique, La mujer que mira, Barcelona, Sirmio, Colección Biblioteca General, 1990, pp. 15-16. 101 Aurora embargo, se desarrolla en los siste­ símbolo del querer masculino; la mas de producción cultural (en la unidad ideal que el ánimo varonil literatura mejor que en cualquier necesita para desplegar su ímpetu. otro) como desencadenante de La dama lejana e inasequible unifi­ aspectos de diferencia. Ser irreal es, ca los tumultuosos instintos y ofre­ pues, una manera, de tener que ver ce un objeto en cuyo nombre el con la realidad»2 varón se atreverá a querer lo que de modo directo tal vez no podría. Esta lejanía de la mujer (lejanía del círcu­ lo familiar, lejanía de la realidad) es la que opera en la mayor parte de la poesía trovadoresca (donde la dama se aleja todavía más del trovador al tratarse de una mujer casada) y que después recibirán en herencia los stilnovistas hasta llegar finalmente a Dante. Imagen que por su atracción pone «fuera de sí» al varón, que se lanza a existir. El amor de la dama sostie­ ne la voluntad metafísica del varón»3 En este mismo texto, María Zambrano pone de relieve el carácter manifiestamente revo­ lucionario de Eloísa diciendo que trató de eva­ dirse de aquella imagen sagrada de la mujer que el hombre fijó (objetivó). En Eloísa encontramos entrega, sacrificio, fidelidad, pureza, pero tam­ bién carnalidad; la figura de Eloísa representa el intento de conciliar los dos arquetipos femeninos tradicionales (por un lado, la peligrosa Eva y, por otro, la espiritualizada dama trovadoresca), cre­ ando con ello algo completamente nuevo para el hombre: la amiga amante: Esta aproximación a la mujer que realiza el hombre medieval es decisiva, pero no definitiva: por decirlo de un modo quizás excesivamente trivial, se queda a medias. El hombre prefiere pensar a la mujer en términos de superioridad antes que pensarla en términos de igualdad, que sería lo realmente «subversivo». De ahí la importancia única, insobornable, de la figura de Eloísa, que tan certeramente supo vislumbrar María Zambrano. Eloísa intenta llevar ese aflora­ miento de la pasión más allá, no se conforma con la lejanía de la irrealidad, y ésa será la raíz de su tragedia. En su escrito, Eloísa o la existencia de la mujer, María Zambrano describe este imaginario medieval que acabamos de esbozar en términos muy similares a los nuestros: «Mientras los demás hom­ bres amaban a la mujer ideal y con­ vivían con la mujer más o menos imagen de la eterna Eva, Abelardo tuvo mujer en quien la amante se «Bajo el amor platónico del identificó con la amada: raro y pre­ caballero y de la poesía medieval, se cioso suceso en que la mujer entra deja sentir que la mujer es sólo el en la plenitud de su existencia»4 Notas: 2O.c., p. 17. , J Zambrano, María, «Eloísa o la existencia de la mujer» en Nacerpor sí misma (ed. de Elena Laurenzi), Madrid, horas y HORAS, 1995, p. 99. 4 O.c., p. 103. 102 Papeles del. «Seminario María Zambrano» práctica, la negación del ideal de Esa es la grandeza de la figura de Eloísa, una grandeza para la que Abelardo no estaba preparado. Abelardo no poseyó el alma esclava de Eloísa, ese tipo de alma que no se ■ sustrae al dolorido sentir, ese tipo de alma que encuentra la salvación en la pasión y el sacrificio. filósofo y clérigo que amaba y veía encarnado en Abelardo»5 Pues bien, resulta curioso observar cómo en algunas de las «relecturas» que recientemen­ te se están llevando a cabo del papel desempeña­ do por la mujer en tiempos pasados encontramos rasgos parecidos a los que María Zambrano encuentra en Eloísa. Una de estas «relecturas», aparentemente trivial y protagonizada por todo un «superventas» como Jostein Gaarder (algo que puede hacer concebir al lector más miedo que esperanza), la encontramos en Vita Brevis, donde el autor noruego especula con la existen­ cia de una carta firmada por Floria Emilia y diri­ gida a Agustín de Hipona. La voz de Floria Emilia (madre de Adeodato, hijo de Agustín) que Jostein Gaarder imagina en esta carta es sor­ prendentemente cercana a la voz de Eloísa que la tradición nos ha legado a través de su epistolario con Abelardo. Ciertamente da la impresión de que Gaarder se haya inspirado en la figura de Eloísa, prescindiendo del evidente anacronismo que ello supone, a la hora de afrontar la recons­ trucción de la voz perdida de Floria Emilia. Nos encontramos dos mujeres que reclaman un reco­ nocimiento de su condición de amantes y amigas a un mismo tiempo, un reconocimiento que no se ve satisfecho con el conubio; dos mujeres que rechazan el chantaje sentimental que la sociedad concede a su maternidad; dos mujeres que sor­ prenden con un alma nueva que reclama un espacio para vivir; dos mujeres, en definitiva, que saben aceptar el sufrimiento de su pasión: resignadas en su sufrir, pero indomables en su sentir. Addenda Hemos visto cómo María Zambrano se da cuenta del desafío que supone para Abelardo el tipo de relación que le propone Eloísa, una mujer que no se conforma ni con el papel de esti­ lizada divinización de lo femenino, según el modo de proceder travadoresco, ni tampoco con el de esposa de conveniencia que utiliza el matri­ monio para salvar el apuro de un embarazo imprevisto. Elena Laurenzi, ■ en su prólogo al texto de María Zambrano Eloísa o la existencia de la mujer, describe con acierto hasta qué punto consideraba Eloísa insatisfactoria la «solución» matrimonial: «La gestación de Eloísa puso fin a la clandestinidad de la relación. Abelardo se obstinó en un matrimonio reparador hasta lograr vencer la resistencia de Eloísa, quien se opuso cuanto pudo a la unión conyugal. Eloísa veía el matrimonio como un yugo humi­ llante, la consagración de la propie­ dad de un cónyuge sobre el otro y la custodia de la libertad mutua: en la Notas: 5 O.c., p. 80. 103 Aurora Rosella Prezzo ¿Encontrais desencaminado creer que si las mujeres hubiesen contribuido a pensar el pensamiento en los últimos dos mil años, la vida del pensamiento sería hoy diferente? (Christa Wolf, Premesse a Cassandra) Imágenes del subsuelo: las figuras femeninas en la Antígona de María Zambrano constituye el corazón mismo de lo obra de María Zambrano1. arto de esta pregunta de Christa Wolf no para darle una respuesta -la pregun­ ta es, evidentemente, retórica-, sino por la presencia en ella de dos expre­ siones, por otra parte bastante conven­ cionales (esto es, «pensar el pensa­ miento» y «la vida del pensamiento») que, aproximadas,dan lugarauncortacircuito que hace pensar: implican un deslizamiento de sentido en el que algo se hace visible. Es justamente en este deslizamiento de sentido donde descubro el paso que nos introdu­ ce en la escritura y en el pensamiento de María Zambrano. De hecho, es la inscripción de la vida en el pensamiento, de una vida individual en su hacerse meditante en presencia y figura; es 1o experiencia del pensar, que remite continuamente a las circunstancias en las que éste se da, lo que Ahora, en la práctica del «pensar el pensa­ miento» habitualmente se ha identificado la his­ toria de la filosofía y, con ella, lo comunidad filo­ sófico, encerrada en un «nosotros» de referencia y de pertenencia, respecto o la que aquello o aquél que es sancionado o utilizado (tomado) como otro, sin rostro ni figura, porque no perte­ nece desde el origen o la inmaculada concepción del concepto, no tiene derecho de ciudadanía y queda vagando fuera; en el mejor de los casos, puede ser objeto de hospitalidad: sujeto extran­ jero que, en cuanto tal, no puede quedarse demasiado. Así sucede con Diotima, que, sólo en cuanto ausente y extranjera, pudo sentarse en el Notas: 1 Sobre lo modalidad del pensamiento de María Zambrano y sobre su situación en el debate contemporáneo remito o mis trabajos anteriores: «L'amore tra filosofia e poesia. Chiari del hosco di Moría Zambrano» en aut aut, 247, enero-febrero 1992; «La scrittura del pensiero in María Zambrano» en M. Zambrano, La tomba di Antigone, Lo Tartaruga, Milano, 1995; «Il cominciamento», Introducción o María Zambrano, Verso un sapere dell’anima, Cortina, Milano, 1996; «Aprendo gli occhi al pensiero», aut aut, 279, moyo-junio 1997 (número especial dedicado o «María Zambrano, pensatrice in esilio», que comprende aportaciones de Laura Boella, Pier Aldo Rovatti, Elena Laurenzi, Roberta de Monticelli). 104 Papeles del «Seminario María Zambrano» prende que será él mismo el anciano con tres piernas, el ciego. sostenido y guiado por el bas­ tón, es decir, por la hija-hermana Antígona, que ve por él. En esa exacta respuesta está toda la tra­ gedia de su error -tanto ' más cuanto que, de este error, la razón pura, el pensamiento que se pien­ sa a sí mismo en su desarraigada pureza no puede encontrar el sentido. Sentido que se pierde o escapa a las redes de la razón, a las reglas de la lógica, así como a la deducción silogística del más famoso de los ejemplos -»todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre, luego Sócrates. es mor­ tal»-, donde precisamente esa muerte tan signi­ ficativamente individual -nos recuerda María Zambrano en Los bienaventurados- desaparece en la pureza deductiva de la lógica: Sócrates se borra precisamente en la hora de su muerte que, en este caso (ironía de la suerte), es tan exclusiva­ mente suya y lo denota tan claramente como individuo diferenciado. Pero algo que disminuye, se aparta, desa­ parece y, al mismo tiempo, excede como algo que «está de más» («un suplemento», diría Derrida) es un pasado que no pasa, que perma­ nece sin presencia, secreto, enganchado en las redes del tiempo: como un espectro, un fantasma que vaga sin paz, buscando una palabra que pueda decir su historia haciéndolo «pasar», esto es, haciéndolo entrar en el tiempo y salir de su condición de muerto viviente, de enterrado vivo. Por esto los fantasmas retornan; como retornan en la tumba de Antígona. banquete de los filósofos y sólo después de ser transformada en eco lejano de una voz, en pura efigie de lo femenino, sin presencia y voz propia. Y como tal seguirá alimentando subterránea­ mente la vida imaginaria del filósofo, porque de alguna vida deberá vivir sin embargo el filósofo. Por ello la Diotima de María Zambrano, que «habla desde su propia penumbra», dice de sí: «Ahora me veo así, tal como era: una presencia casi pura para todo el que venía a buscarme. No entendía después el no ser yo, yo misma la buscada, no entendía; pero seguía brotando de mí la pre­ sencia inagotable y cada vez más pura» Si nos trasladamos, pues, siguiendo el declinar de la mirada de María Zambrano, desde la práctica solar del «pensar al pensamiento» donde se ha reconocido la identidad sin sombras de la comunidad filosófica- a ese otro nivel, menos definido y evidente, que es el de la «vida del pensamiento», las cosas nos aparecen hasta tal punto distintas que nos inducen a repensar el pensamiento mismo y a re-significar su historia. Y nos damos cuenta de que la visión filo­ sófica se alimenta de una ceguera originaria, de un no querer ver. La figura trágica de Edipo tiende al filoso­ fo, desde el lugar griego de su nacimiento, el espejo en el que el filósofo, si tuviese los ojos para verse, habría podido verse a sí mismo. Edipo, que frente al enigma de la Esfinge -que es su propio enigma-, da la respuesta correcta, pero sin darse cuenta de que su respuesta correcta no le sirve para nada, porque su saber solamente vale para algo general:.Edipo sabe resolver el enigma, pero, al disolverlo, ya no sabe interpre­ tar en él la verdad que le concierne. Su respues­ ta, el hombre, deja en la sombra al quénn\ no com­ En la ciudad de los muertos vivientes. La vocación de Antígona Ejemplar, por muchos aspectos, es esta Antígona de Zambrano, este «librito que le es tan querido». Ejemplar por la total reflexión de la pensadora, mediante la cual el carácter activo y a la vez pasivo del conocimiento (la vida del pensamiento, justamente) lleva a la necesidad de 105 Aurora que lo que permanece inexpresable en un len­ guaje puramente conceptual (lo que en él se pierde o lo que lo excede) no necesita de nuevas palabras, sino que debe ser indicado, mostrado, hecho visible por medio de una representación. Una representación donde la visión de figuras vivientes lleva al lector-espectador a mirar mejor, a detenerse junto a las sombras que todo viviente lleva consigo. Y a quien pretende explorar no el ser, sino la vida humana, esto es, el ser humana en su con­ dición viviente, «no le está permitido eludir el infierno». Porque, como dice el Marco Polo de Italo Calvino, como conclusión de Le città invisibili, «el infierno de los vivientes no es algo que será; si hay uno, es ése que es ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos cuando estamos juntos. Hay dos modos de no sufrirlo. El primero es fácilmente asequible para muchos: aceptar el infierno y formar parte de él hasta el punto de no verlo ya. El segundo es más arriesgado y exige atención y aprendizaje conti­ nuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, hacerles sitio»2. El viaje ritual a los infiernos que Antígona, «aurora de la conciencia», realiza está movido por el amor y por la piedad, con el fin de liberar algo que pueda salvarse y que clama por ser incorporado a la luz. En esta suerte de ascensión hacia abajo, ade­ más de la evidente transformación de la imagen platónica de la caverna, se puede descubrir tam­ bién la alusión irónica a otro gran modelo filosó­ fico de la formación de la conciencia: la Fenomenología del Espíritu de Hegel. Aquí tene­ mos, más bien, una fenomenología de los espíri­ tus, en el sentido de los espectros, sombras, fantasmas3. Si el viaje de formación que Hegel impo­ ne a la conciencia parte de lo abierto para cerrar­ se en el «círculo de los círculos» del Saber Absoluto, si en el viaje hegeliano lo que se obtie­ ne al final no es sino el revelarse de lo que ya era al inicio, el viaje de ■ la conciencia perdida de Antígona es camino de vida y conocimiento, que cambia profundamente a la misma Antígona: aquí el final no es el del Saber Absoluto, sino que remite a la apertura de lo Desconocido, porque en él no se rechaza.esa herida abierta que todo ser humano en cuanto tal tiene en sí mismo, lo es, desde su nacimiento, herida que no le permite cerrarse en su «ser» y lo mantiene abierto a la verdad. Rechazar la herida, para María Zambrano, significa dejar de reconocerla y de reconocerse en ella. Ejemplar también, y sobre todo, lo es esta Antígona por la reflexión sobre la identidad femenina que ha acompañado todo el trayecto filosófico de María Zambrano, consciente de que la relación hombre-mujer, y la radical divergen­ cia entre ambos presente en el mundo occiden­ tal, es uno de los estratos fundamentales en el camino de la cultura; consciente, por tanto, de que es necesario pasar también por ahí, desde ese infierno, para repensar y renovar la cultura y el saber. La lectura de este texto exige una atención particular a las presencias femeninas, recreadas e introducidas de. nuevo por Zambrano. Es a través de éstas, y su pluralidad de voces, como Antígona puede revelarse a sí misma. Pero no en el sentido de descubrir una identidad ya del todo presente o por sí misma común, que necesita Notas: 2 Italo Calvino, Le città invisibili, Einaudi, Torino, 1972 (De Las ciudades invisibles hay traducción al castellano en Minotauro y en Siruela) } Sobre el tema del fantasma véase de Jacques Derrida, Espectros de Marx, trad, de José Miguel Alarcón y Cristina de Peretti, Trotta, Madrid, 1995 y la lectura de este texto de G. Berto, «I fantasmi del futuro. A proposito di Spettri di Marx di Derrida» en aut aut, 265-266, 1995. 106 Papeles del «Seminario María Zambrano» entrever una sombra, como si hubiese entrado una luz. Una sombra que no puede ser sino la suya. Esta sombra, sin embargo, no le correspon­ de; es la sombra de una muchacha, pero no corresponde a ella, o mejor a ésa que Antígona cree ser: sólo ser desvelada, sino en el sentido de que Antígona debe acontecer a sí misma: como se dice que algo acontece, aquí es el sujeto el que acon­ tece a sí mismo, parte al encuentro de sí mismo a través de los otros. Una serie de desplazamien­ tos, de cambios casi imperceptibles marcan, de hecho, una salida progresiva, un alejamiento progresivo del Yo, de la evidencia del propio yo. Y esto sucede sobre todo a través de los personajes femeninos que, a diferencia de todos los masculinos -con excepción del padre, Edipo-, no tienen ' la pretensión de liberar a Antígona, de llevársela consigo, como su complemento. «¿Por qué veo esa sombra? ¿es la mía? ¿Hay luz de nuevo aquí'? No, no es de ahora, no puedo ser esa muchacha de quien es la sombra; ligera, alta, fragante. No lo fui nunca»5 He aquí el primer desplazamiento, el pri­ mer exceso que es, al mismo tiempo, una caren­ cia: el perfil del sujeto no corresponde a su som­ bra. La sombra tiene otra forma que remite a otro cuerpo que no es Antígona, todavía. Deberá llegar, pues, • no, ciertamente, a identificarse en la propia sombra, sino a corresponder con ella. Inmediatamente después, al lado de la pri­ mera, se le aparece otra sombra, en la que Antígona identifica inmediatamente a su herma­ no: Ismene, o del secreto Como en Sófocles, el encuentro con Ismene ocupa la escena primera. Sin embargo, si en la tragedia sofoclea Antígona rechaza con dureza a Ismene porque no comparte su insubor­ dinada acción, aquí es evocada en sueños como aquélla que, desde el principio, ha coimpartido el secreto, un secreto guardado en un juego infan­ til común. En la larguísima historia de la interpreta­ ción y de la re-escritura de este texto4 Antígona es la-hermana-de-un-hermano, o la heroína canónica o «canonizada», fijada a la luz de su gesto, que se enfrenta a Creón. Aquí hay otra cosa y diversa: esa pérdida o ese exceso de los que hablaba al inicio, y que vuelve como un fantasma. Lo que, de hecho, introduce al sueño de la hermana es un doble desplazamiento, extrema­ damente revelador. Antígona está encerrada en su tumba, encerrada en la oscuridad de la noche, como lo está toda situación sin salida. Pero comienza a «Eres tú, mi hermano. ¿Mas cuál, cuál de los dos, cuál herma­ . no?»6 Por el contrario, la hermana se le aparece­ rá en sueños. Es como si la misma Antígona no tuviese en cuenta que tiene una hermana. Su indecisión/ de hecho, lo es sobre cuál de los dos hermanos se trata. Ismene entra, pues, en escena como la terza esclusa, el tercer elemento excluido de la lógica binaria y opositiva. Lógica de una historia. fatal fraticida en la que la misma Antígona está todavía atrapada. Y es precisa­ Notas: '1 Véase al respecto George Steiner, A.ntí<¿ona¡, Gedisa, Barcelona, 1987. . 5 María Zambrano, «La tumba de Antígona» en Senderos, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 227. 6 Ibid. 107 Aurora secreto nuestro de hermanas solas»9). Un secreto, más sentido que sabido, que no se ha llenado con palabras y que, por eso, ha permanecido encerra­ do en el tiempo; pero ahora retorna como un pasado que no pasa erosionando el presente en su absoluta y hermética presencia, creando en él un paso, una esperanza. Antígona reconoce en Ismene a la otra parte de sí, partícipe del mismo secreto que no se podía decir, sino solamente jugar. Y que a continuación hará por sí sola, acompañando a su padre en el exilio, y después yendo a lavar el cadáver de su hermano. De hecho, era ella, cuan­ do jugaban, la que siempre perdía porque pisaba la línea y su juego no podía acabar nunca, y así continuará después de aquí para allá «yendo y viniendo desde la tierra prohibida»10, entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Ahora le resulta claro que era sólo ella, y no Ismene, la que ■ «pasaba el límite», haciendo perder la paciencia incluso a Ana, la nodriza. Ismene, como ya revelaba su juego común, esta­ ba destinada, «entregada» a no sobrepasar la línea, a aceptar los límites del mundo: a tener una casa, una patria donde pudo olvidar las his­ torias que la nodriza les contaba (y el secreto que escondían), porque «la patria, la casa propia es ante todo el lugar donde se puede olvidar. Porque no se pierde lo que se ha depositado en un rincón». Y aquí Antígona, a diferencia de la trage­ dia sofoclea, necesita de Ismene para no perder de nuevo, para no perderse en la profundidad de su propio sacrificio, para no agotar todo en un gesto ejemplar sin poder retomar el camino de vuelta -de una vuelta a sí misma, a los otros, al mundo. La hermana puede devolverle la posibi­ lidad de arraigo. mente el sueño, en el que no está vigente la lógi­ ca binaria, sino que es también para María Zambrano un sueño creador, lo que se lo revela: «No estabas allí ni aquí, Ismene, mi hermana. Estabas con­ migo. Y era esta tumba; pero no, ya no era una tumba. Estábamos, sí, apartadas; podíamos salir, faltaba todo un muro, y una grande. clari­ dad se derramaba dentro, y una luz blanca afuera, que no ' era en verdad afuera, sino un lugar abierto que seguía [...] Algo nos había sucedi­ do. Estábamos como entregadas, como habiéndolos reconocido todos [...]; pero algo más pusimos por nuestra cuenta, algo que nadie sabía: nuestro secreto»7. El sueño de Ismene, aunque llega desde el pasado, tiene en sí una apertura, simbolizada por la ausencia de un muro que introduce en un lugar abierto, que permite que entre una luz, una claridad, que no es la cegadora del sol que «no deja ver». Emerge, con la figura de Ismene, el recuerdo de un juego' lejano, un antiguo juego que guarda un secreto. Es el «juego de la cam­ pana» o «juego del mundo»8, el juego que con­ siste en saltar la raya, en un continuo dentrofuera, llevando sobre un pie una. pequeña piedra. El peso de la tierra trascendida en la ligereza de un salto, pero siempre llevada consigo en el ir y venir del juego. Es éste el juego que guarda un secreto que sólo las hermanas comparten («un Notas: 7 Ibid, 8 N. de la T.: En español suele denominarse «rayuela». 9 O.c., p. 228. ]o O.c., p. 229. 108 Papeles del «Seminario María Zambrano» para pedir a Antígona. que le haga nacer del todo, no ya rey, sino hombre. Edipo ya no es el hombre que, en su identidad real, creyó resolver el enigma, sino un hombre, que excede a su res­ puesta y se hace él mismo pregunta, una pre­ gunta viviente que excede la definición de una respuesta: pide nacer, llegar a ser lo que no es todavía: un hombre; revelando así a su hija que esa tumba en la que se encuentra es un lugar de nacimiento, de un nacimiento no puramente biológico, sino «el lugar en el que se nace del todo». E, inmediatamente después, he aquí que aparece Ana, la nodriza, que llega llevando agua y un ramito de albahaca. Figura dulcísima y humilde en su casi invisibilidad, recuerda a la Nina de Misericordia, de la que Zambrano dice en La España de Galdós'. «Era la guardiana de la vida al modo de esos ángeles que guardan el din­ tel. El dintel entre la vida-sueño y la realidad acechante». Como Nina, Ana forma parte de esas «criaturas a las que no mira nadie», pero a las que, a veces, muchos escuchan. Anónima, como ella, es la sirvienta que vive y ayuda a vivir «gra­ cias a innumerables asuntos sin nombre». Representantes de ese mundo doméstico, que no es sólo el lugar de reproducción biológica, sino la compleja realidad de la casa, donde la vida se cuida y se re-inventa13. Ese mundo anónimo es, para María Zambrano, la presencia menospreciada en la «ciencia» de la Historia que, por el contrario, «subyace al fragor de lo épico, al esplendor. del Estado»; pero es la trama indispensable de la que puede separarse la acción extraordinaria y con la que está tejida la existencia discreta del ser humano. Así, Ana, la nodriza, no entra en el gran Antígona, la exiliada, la errante, no puede tener este espacio de tranquilidad y de olvido que es parte integrante de la existencia. Aquí, sin embargo, no se opone a Ismene, no opone su elección a la de su hermana; y no- renuncia defi­ nitivamente a esa parte: se la.entrega a su her­ mana -»a la única parte de mí que dejo en esta vida», como dirá después a sus hermanos. Ismene es el sueño de aquella muchacha que Antígona no pudo ser, pero que sigue viviendo en ella como posibilidad de una vida en una tierra no prohibida. Ismene encarna el deseo de Antígona de ser «esposa, madre, amor», de modo que pueda nacer algo vivo, al menos sobre su tumba de piedra. «Pero oye hermana, tú que estás todavía arriba sobre la tierra, óyeme: ¿Me dirás cuándo la pelusa de la primavera nace sobre esta tumba?»11. El primer movimiento -que es un movi­ miento doble- que abre la tumba de Antígona es el antiguo juego del dentro-fuera que las herma­ nas jugaban juntas, jugando su secreto. Es el sueño de Ismene lo que permite a Antígona separarse de la adhesión fatal a la sangrienta his­ toria de la que son protagonistas sus hermanos. Es entonces la razón de esa historia y de esa san­ gre la que debe ser aclarada. Ana, o de las historias El encuentro con Ana, la nodriza, viene precedido por el intenso y vibrante diálogo con el padre, Edipo, a cuya sombra interroga al ini­ cio así: «¿Entonces eres un dios?, más pareces un hombre ¿eres un hombre? ¿Eres tú, tú, el hombre?»^. Sin embargo, ahora Edipo llega aquí Notas: 11 Ibid. '2 O.c., p. 231. - 13 Véase Elena Laurenzi, «María Zambrano: una mujer ‘filósofo'», introducción a María Zambrano, Nacer por sí misma, Antígona, Eloísa, Diotima, horas y HORAS, Madrid, 1995. 109 Aurora teatro de la tragedia histórica, sino que perma­ nece en el umbral. Protege, sin embargo, «la verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiem­ po, en el silencio. de las vidas»14, que forma la trama de sus historias, de esas historias que ella contaba a Ismene y Antígona cuando eran niñas. Pero si Ismene las olvidaba, a Antígona Ana le narraba sólo el inicio, sin poder acabarlas, y no porque no se las supiese, sino porque no podía decir el final, ese final que esperaba sólo ella. Ana es el asilo de ese secreto que las hermanas oían sin saberlo. y, al mismo tiempo, de esa ver­ dad que, para Zambrano, no se puede contar del todo, completamente, de una vez por todas, por­ que se encarna en historias que nacen y que mue­ ren a fin de que cada uno -cada una- se haga cargo de ellas. Y sólo ahora Antígona se interroga sobre el sentido de la Historia y de las historias: único ser que he conocido, iba a decir: la única diosa»16. Su acción misericordiosa no se impone para dominar, sino que se ofrece humildemente a la realidad para socorrerla. Así, Ana orienta el trayecto de Antígona, permitiéndole adentrarse en las entrañas de la historia, de la historia familiar y de la historia de la ciudad, para comprenderlas en un nuevo naci­ miento en el que la culpa, lavada por el sacrifi­ cio (cuyo símbolo es el cántaro de agua que Ana devuelve a Antígona), ya no amenazará con el reiterado poder de la sangre que pide sangre y con sus sombras mortíferas. Para esto es necesaria una visión particular («que cuando se ve tanto no se puede saber»n): la visión de una luz absoluta niega, de hecho, la parte escondida y monstruosa de la verdad; entonces, es necesario intentar ver no ya la esen­ cia luminosa de las cosas en sí, sino cuanto se intuye en la claridad. Como Ana había reconoci­ do el terrible destino de Antígona, simplemente observando sus gestos -los gestos de aquélla que, de niña, jugaba con el agua, desapareciendo en una «rendijilla entre las piedras». La nodriza había entrevisto así la verdad, en modo diverso a Edipo ' y la misma Yocasta, ambos ciegos frente al destino. Uno, porque está encerrado en la ilusión de saber quién es el hom­ bre sin conocerse a sí mismo, totalmente volca­ do en llegar a ser rey, coronando su yo; la otra, porque no había sabido reconocer a su hijo ni aceptar su propia mancha originaria. Como Ismene custodiará su tumba cuando cambien las estaciones, Antígona sabe que Ana seguirá esperándola en la fuente de aquel agua símbolo de movimiento y sacrificio. Como su hermana, la nodriza es figura de la espera y de la esperanza. «¿Por qué historias estoy aquí'? ¿la de mis padres, la de mis hermanos, la de la Guerra o por la de un principio? [...] Ahora se me presenta esta pregunta, nunca se me había presentado, parecía que todo, tan monstruoso, fuese tan natural»^ Ana, la nodriza, vivifica la historia donde ahora ya nada parece nacer y abre de nuevo en la piedra de la tumba de Antígona esa fuente de agua que brota con el movimiento de un incipit. Ana, con su gesto, no reproduce la vida, pero la renueva, y esta acción suya es la prolon­ gación casi de un acto divino, de un acto creador. Por eso Antígona dice de ella: «Ana, tú eres el Notas: María Zambrano, «¿Por qué se escribe?» en Hacia un saber sobre el alma, Alianza, Madrid, 1993, p. 33. 15 «La tumba de Antígona», ed. cit., p. 237. 16 O.c., p. 236. 17 O.c., p. 238. 110 Papeles del «Seminario María Zambrano» por su sombra, reconociéndola también 'a ella como hija y reconociendo en sí misma, hija, el peso de ser madre. Porque no hay Madre total­ mente pura, ni mujer totalmente pura que sea madre. «Esa pureza de la Madre es el sueño del hijo»ig. La madre, o de la pureza imposible La madre, Yocasta, es, por el contrario, una imagen transformada en ídolo, una presen­ cia hermética, totalmente presa en su sueño loco y encerrada en su lejanía ahistórica. Por eso, no hay aquí un diálogo de Antígona con su madre, sino una invocación a su sombra. Yocasta es la víctima-cómplice del poder del hombre, hijo y marido, que ella ha izado «al trono del Rey», alimentando y coimpartiendo sus proyectos de omnipotencia. Incapaz de ver como mujer y como madre, quedó fatalmente ciega frente al destino. Cegada por la falsa visión de la absoluta pureza del origen, quedó prisio­ nera del sueño soñado por el hombre como hijo, de una inmaculada concepción sin mancha. En esto Yocasta, la Madre, sigue siendo el alter ego de Edipo, el Rey, espejo suyo. Es Ana, por el contrario, la que representa la verdadera figura materna, cuya presencia no se cierne como una divinidad arcaica, divinidad amenazante para sus criaturas, sino que las acompaña en el camino. La fuerza del senti­ miento sustituye aquí al oscuro lazo de la san­ gre. De acuerdo con ese movimiento de conti­ nua reversibilidad que marca el pensamiento, tan típico de la práctica filosófica de María Zambrano, la figura de la humilde nodriza es aquí elevada a figura casi de diosa, mientras la Madre-ídolo puede ser reconocida sólo si es humanizada, reconducida a su sombra. Será este gesto, que aligera a Yocasta del peso de las fuerzas oscuras que la mantienen pri­ sionera en el laberinto de los lazos familiares, lo que permita a Antígona amarla: amar a la madre también con su sombra, es más, precisamente Antígona puede finalmente aceptarla y amarla sólo cuando rescata en las entrañas oscu­ ras de la divinidad subterránea la figura que «da a luz», que «da vida a la luz», pero que en sí no tiene entrañas de luz, en cuanto que también ella es hija, criatura y no increado e inmaculado inicio. Son justamente las palabras dirigidas a Yocasta, y el diálogo con la nodriza que conver­ ge con ellas, las que nos indican hasta qué punto esta Antígona de María Zambrano no es la depo­ sitaría. de la ley arcaica de la sangre, ni de la del oikós frente a la polis. Porque tanto los lazos del poder como los de la sangre han de trascenderse. Esto se aclara también en el diálogo, vete­ ado de ironía, con sus hermanos: Etéocles y Polinices, que resultan especulares, al entrar en escena hablando a la vez, con un decidido efecto cómico. Son la utopía del poder y el poder de la utopía, llevados también aquí a enfrentarse polémica e infantilmente en un círculo vicioso en el que cada uno resulta ser la imagen inverti­ da del otro. Antígona no sigue ni a uno, ni a otro -ni siquiera al querido Polinices que le propone la utópica «ciudad de los hermanos»- porque Antígona sabe que «la salida hay que encontrar­ la en la vida misma, es decir en el tiempo». Y seguirá, por el contrario, la figura del desconoci­ do, porque en todo desconocido puede ser reco­ nocido un hermano. La harpía,, o del aspecto cómico ¿Qué fragmento de comprensión de uno Notas: 18 O.c.. p. 239. 111 Aurora mismo y del mundo. puede proporcionar, por el contrario, la figura monstruosa e inmunda de la harpía, este personaje con rostro de mujer y cuerpo de pájaro que, en la mitología, cumple la tarea de transportar las almas a los infiernos? La harpía lleva a Antígona su ser mujer y joven: dos buenas razones que el mundo aprecia y de las que hay que sacar partido mientras es posible y la vejez no llega; razones de las que hay que hacer uso sin pensárselo demasiado. Es éste, aparentemente, el sentido común de las cosas que siempre han sido así. Pero como todos los personajes recreados por María Zambrano, también la harpía es polié­ drica y tiene otros significados que hay que des­ velar en su aparente buen sentido. Y ' el mensaje que ' la harpía, sin entrar demasiado en detalles, quiere hacer entender a la muchacha es el lado carnal del amor, el eros que se opone a la piedad. A la prometida que cami­ naba al lado de Hemón pero con la cabeza en las nubes; a Antígona, totalmente volcada hacia los ideales más puros del sentir y del pensar, la har­ pía lleva la posibilidad de comprender también las razones del amor sexual dirigidas al cuerpo de otro, a una existencia física y carnal a la que no se había dado valor ni visibilidad. Intenta anclar su «pensamiento en vuelo», revelando también la parte menos noble, más sucia y baja del existir, y por tanto también su lado cómico. La Antígona que afrontará a sus hermanos será, de hecho, una Antígona más «en la tierra», lo que le permitirá una distancia irónica que hace resaltar el lado cómico de esa tragedia que ellos han consumado. En el diálogo con la harpía, la única figu­ ra no humana y en sí misma doble, retorna más de una vez la imagen de la araña, un epíteto que cada una de ellas atribuye a la otra, recordándo­ nos así que las diversas razones que la harpía y Antígona persiguen no se pueden escindir y no es posible desenmarañar totalmente el bullir de la vida por la trascendencia de una conciencia que busca la verdad. Antígona defiende su pro­ pia visión del Amor-Piedad como «una sola cosa» y echa a la. harpía; pero - en un pasaje de su animado discurrir la llama «amiga», porque esta «tejedora de razones» la ha llevado a enfrentarse con los aspectos menos nobles, más viscerales y fluidos del ser. Y también respecto a estos aspec­ tos Antígona debe llevar a cabo su obra de tex­ tura, debe desarrollar su función mediadora. Son éstos aspectos que el análisis filosófico no puede reordenar, puede sólo representar en su. entrelazarse a los trayectos del pensamiento, como una trama poco visible pero indispensable para sostener la gran tela de la historia indivi­ dual y del mundo. Desentrañada así la historia, Antígona puede finalmente pasar. Y la vida puede retirar­ se. Pero lo que deja no es algo idealmente abs­ tracto. Es una «conversión» de la vida misma, desde la experiencia inmediata en su opacidad y confusión a forma y figura en el tiempo. Conversión que es también «vocación», en el sentido de la llamada, del ser llamado por los otros, por las otras, entrando en una dimensión de comunidad y de - intimidad con el mundo. Camino de una subjetividad femenina -alma, espíritu, cuerpo, corazón, amor- que es todo lo contrario a un yo originario y trágicamente autosuficiente. Es ante todo (como diría Hannah Arendt) un nuevo «quien» que aparece a sí mismo y a los otros en el tiempo de una historia. (Traducción de Carmen Revilla} 112 Papeles del «Seminario María Zambrano» Rosa Rius Gatell A Fina, Carme/nsita y Carmela «Sólo se vive verdaderamente cuando se transmite algo. Vivir humanamente es transmitir, ofrecer, raíz de ■ la trascendencia y su cumplimiento al par» María Zambrano, Los bienaventurados De María Zambrano y Bárbara: el icono liberado* diosa educadora del poema parmenídeo quien, tras recibir «benévola» al filósofo, de Elea, recla­ ma toda su atención para instruirle acerca de «los únicos caminos de investigación pensables».1 Me he acercado, pues, a esta autora -una filósofa que dio cauce a lo que difícilmente puede tener representación conceptual- con el deseo de subrayar su capacidad de ofrecer itinera­ rios consonantes con el sentir, acción derivada en ella a su vez de otras relacionadas con la mirada y la atención. Así, Zambrano debió ejercitarse primero en el cultivo de la visión.2 Únicamente después de una fuerte instrucción -en la que su e gustaría reflexionar aquí sobre la cita que encabeza este escrito y mostrar cuán «verdaderamen­ te» y «humanamente» vivió María Zambrano por su modo de hacernos llegar mensajes, de emitir y comunicar. En definiti­ va, según sus propias palabras, por su forma de ofrecer. Ello no significa que ofreciera sin pedir nada a cambio. Sus textos transmiten, es cierto, pero también exigen-, una actitud,.un esmerado esfuerzo, es decir, una aplicación. Acaso sea éste el motivo por el cual me recuerda a menudo a la Notas: * Deseo agradecer a Ramón Andrés su cuidadosa lectura del presente texto. 1 • Die Fragmente der Vorsokratiker, ed. de H. Diels ' y W. Kranz, fr. 2. 28 B 1 y 28 B 2. 2- Me es imposible desarrollar aquí la metafísica de los sentidos zambraniana, pero no me resisto a transcribir un fragmento relacionado con un «sentido genérico» que precede -y sostiene- a la visión: «Porque en la plástica entra con la visibilidad otro sentido: el tacto; y aún otro, aquel por el cual se nos revela la corporeidad de las cosas: su peso. La vista es el sentido específico que crea el medio en el cual se define, pero hay en ella un valor sensual más hondo, más oscuro, que se refiere al cuerpo como tal, que si se aclara en la visión, le pre­ cede y sostiene, un sentido en que los cuerpos, la materialidad se presenta. Sentido genérico que debe ser el supremo tesoro de los cie­ gos, lo que habita su soledad». Véase «España y su pintura», texto fechado en Roma en I960, inédito recopilado en Algunos lugares de la pintura, edición indicada en la nota 6, pp. 69-90; 85 y ss. en particular, así como «Entre el ver y el escuchar», en Educación (Puerto Rico), 1970, n" 30, julio, pp. 112-113- 113 Aurora padre representó un papel muy especial-3 apren­ dió a mirar y fue capaz de trazar vías -de insinuar senderos- para seguir, no sin dificultad por cier­ to, su aprendizaje. Sin embargo, antes había tenido que retroceder hacia el principio, puesto que la mirada por ella enunciada se vincula a la atención, «forma primigenia de la conciencia». Refiriéndose a ese nexo Zambrano señala­ ba que la conciencia antes de transformarse en palabra es voz, «y antes de ser voz es una actitud que se resume en una mirada silenciosa y que se desencadena en raras ocasiones en acción. En la vida de la conciencia, antes que la palabra estará la acción; mas su primera forma de manifestarse es una actitud. Actitud que es una nueva exigencia»4. Esa es la originalidad de la conciencia en su despertar: exigir, velar. Y para ejemplificar tal postura se sirve, como tantas otras veces, de una figura femenina del imaginario griego, Atenea, la virgen casta (tierna kourotrophos) y severa diosa tutelar {Polias o Promachos). Armada con su inseparable lanza y en perpetua vigilia sobre la ciudad, la sabia guardiana, «exigirá una actitud del hombre, su ciudadano», mostrando esa «primera forma de la conciencia, todavía reli­ giosa, que es la atención»} Me dispongo, pues, a atender la «mirada silenciosa» que propugna Zambrano como ori­ gen de trascendencia, una mirada que, como la lectura de sus textos, requiere la apacibilidad para captar lo transmitido, lo murado. Y para pensar acerca de la mirada y el mirar he escogido una hermosísima reflexión de Zambrano sobre un cuadro que, según afirma, llevó dentro de sí desde la • adolescencia. Una consideración realizada en edad avanzada, «des­ pués de tantos años de exilio», cuando ya apenas veía.6 La obra, conservada en el Museo del Prado, responde al título de Santa Bárbara y se debe al pincel del Maestro de Flémalle.7 La tabla tiene como protagonista a otra doncella sabia, santa Bárbara, señora de los ele­ mentos de la Naturaleza. Un ser de gran belleza, cuyo padre, según narra La leyenda dorada, «movido por el extraordinario amor que a la hija profesaba, y para evitar que cualquier varón la viera, hizo construir una altísima torre y la ence­ rró en ella».8 Antes de analizar la función del cuadro -la función de Bárbara- me parece importante recor­ dar que para Zambrano la pintura, lugar privile­ giado donde detener la mirada, es un espacio de contemplación y de participación. Originada en las cavernas, nace de una luz que le es propia: «una luz especial [...] entrañable, no una luz cualquiera».9 Así, la pintura «no es hija de la luz Notas: '■ Como reconoce ella misma en distintos lugares, entre los cuales cabe recordar la elocuente dedicatoria de su primer libro Nuevo libe­ ralismo (en la cubierta, Horizonte del liberalismo'), que reza así: «A mi padre. Porque me enseñó a mirar». M. Zambrano, «De los dioses griegos», en El hombre y lo divino, Madrid, Siruela, 1992, 2“ ed., pp. 44-63; 53­ 5 Ídem, ibídem, p 53. M. Zambrano, «El cuadro «Santa Bárbara» del Maestro de Flémalle», El País, Madrid, 30 de julio 1987, p. 25 y publicado con algu­ nas variantes en Algunos lugares de la pintura, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, 1991 (2“ ed.), pp. 121-126, recopilación a cargo de Amalia Iglesias. Cuando no se indique lo contrario citaré a partir de esta última edición del modo siguiente: SB-ALP y a continuación la pági­ na. El original está fechado en Madrid el 7 de julio de 1987. Véase también ««Santa Bárbara» del Maestro Flémalle», en Mirar un cua­ dro, recogido por Alfredo Castellón, Madrid, TVE, 1988. 7- El Maestro de Flémalle recibe su nombre de las obras procedentes de la abadía de Flémalle, cerca de Lieja. Actualmente se le identi­ fica con Robert Campin (h. 1375-1444), establecido en Tournai y reconocido como figura capital en los inicios de la escuela flamenca del siglo XV. La tabla de Santa Bárbara es la portezuela (T. 1,01 x 0,47) de un tríptico. Considerada como una de sus mejores pinturas, marca el punto extremo de su evolución en la conquista de la tridimensionalidad. 8' Santiago de la Vorágine (h. 1228-1209), La leyenda dorada, Madrid, Alianza, 1982, vol. 2, p. 896. 9- Entre la penumbra y esa luz «entrañable», reveladora, «la pintura se instala en un tiempo diferente, que la acerca a lo intangible, a la morada de lo misterioso» («Introducción» a Algunos lugares de la pintura, ed. indicada en la nota 6, p. 11). 114 Papeles del «Seminario María Zambrano» de la filosofía diáfana, transparente, sino de la luz religiosa de los misterios».10 Merece recor­ darse también la relación que la autora establece entre pintura y libertad. Tomada y creada por la pintura, la libertad que aquélla necesita difiere de la que requieren pensamiento y amor, «que por algo nacieron juntos». La libertad que el arte pictórico precisa «se la toma, la crea en la fuerza misma del existir; arranca solamente de la fuerza (del imperio) de su necesidad. Cuando filosofía y amor vienen al mundo, ya la poesía y la música habían soltado las cadenas primitivas». 11 paisaje que le da profundidad y en el que -ahí sí­ se observa movimiento. Destacan un caballero que pasa, tres árboles, un grupo humano en las inmediaciones de una torre -atributo principal de santa Bárbara- y el cielo plomizo. El caballe­ ro, que «no se entera de nada, él no pertenece al suceso -¿o sí?- [¿o sí?}», y quizá cruza tan tran­ quilo sin vislumbrar lo que sucede en el recinto interior, es puesto por Zambrano en relación, debido a su actitud, a su gesto, con un persona­ je -de nuevo un caballero- de un cuadro que se resiste a todo intento de interpretación: La Tempesta de Giorgione, al que la filósofa dedicó un análisis de esclarecedoras sugerencias. 13 Dejo aquí la descripción de la tabla para introducirnos en ella mediante el significado que María Zambrano le otorga y que puede interpre­ tarse como la transmisión de una experiencia personal y vital, que se muestra a la vez como algo a compartir, algo en lo que participar. Una experiencia que anhela «publicar» el secreto y producir un efecto',?4 como se deduce de las siguientes palabras: «Santa Bárbara del Maestro de Flémalle ha sido en mi vida algo esencial.. Yo espero que lo sea también para otras personas; algo inolvidable».?5 Santa Bárbara acompañó siempre a María Zambrano, una obra que llevó consigo durante décadas y a lo largo de múltiples itinerarios, sin que ello significara haberlo calificado como el mejor de los cuadros, puesto que, según mani- La tabla aludida presenta en primer plano un rico interior doméstico de gran intimismo, en el que se. destaca una muchacha sentada en un banco de madera, de espaldas a la lumbre de un fuego. Temática habitual en la pintura flamenca, se distinguen en la escena temas y objetos carga­ dos de simbolismo.12 Al fondo, a la izquierda, una zona clara, una ventana cerrada en forma de cruz, por donde entra la luz, una luz fría y bri­ llante que contrasta -y a la vez combina- con los reflejos anaranjados del fuego de la chimenea, único elemento en movimiento del interior, «una intimidad no cerrada, no hermética». Con una perspectiva bien resuelta, la intersección de los dos planos luminosos procura una atmósfera tranquila que alterna espacios de claridad y penumbra. A través de la ventana se divisa un Notas: M. Zambrano, «España y su pintura», referencias indicadas en nota 2, p. 84. 11. Ídem, ibídem, p. 82. I2. Algunos de ellos símbolo d.e la virginidad de la joven: un frasco de vidrio con agua y que, a medio llenar, reposa sobre una repisa y una «pura toalla [...] para que nos purifiquemos» (SB-ALP, p. 126). 13. «El enigmático pintor Giorgione», original fechado en Madrid el 12 de octubre de 1987 y recopilado en Algunos lugares de la pintu­ ra, ed. indicada en la nota 6, pp. 127-133. La Tempesta es otro de los lienzos grabados en la memoria de Zambrano, otro de sus acompa­ ñantes, por tanto. 14. Posición que Zambrano desarrolla a lo largo de «Por qué se escribe», el hermoso e intenso artículo aparecido originalmente en Revista de Occidente (Madrid), 19.34, t. XLIV, n° 132, junio, pp. 318-328, y recogido en Hacia un saber sobre el alma, Buenos Aires, Losada, 1950. El libro se reeditó en Madrid, Alianza, 1987, pp. 31-38, edición por la que citaré. 15. M. Zambrano, «El cuadro «Santa Bárbara»...», en Mirar un cuadro, según datos indicados en la nota 6. En la versión de El País cita­ da en la misma nota se lee: «Santa Bárbara del Maestro de Flémalle ha sido en mi vida algo esencial; yo espero que haya sido y sea para otras personas algo inolvidable». 115 Aurora fiesta, «yo de lo que es mejor o peor, en pintura ni en nada, no sé» (SB-ALP, 121). Dejando apar­ te su valor estético, la tabla siguió con ella inclu­ so cuando la luz llegó con dificultad a sus ojos. Ahora bien, para lograrlo hubo de estar alerta; antes tuvo que mirarla y atenderla cada vez que iba a contemplarla. Y lo hacía siempre que le era posible: «Tan sólo sé que tenía que venir a verla y que, a veces, solamente a ella veía». De tanto mirarla logró fijarla, indeleble, en su memoria, pero sin derramarla, sin tomarla para sí («no como cosa que yo haya devorado»,. SB-ALP, pp. 121-122), sino dejándola allí, porque Bárbara, como indicaré más adelante, no se deja poseer. Partiendo de ello, intentaré responder los inte­ rrogantes planteados, sirviéndome del diálogo que María Zambrano establece con Bárbara, la extranjera, la santa Bárbara de este cuadro preci­ samente. En el mismo gesto de dirigirse a ella, mostrándolo, nos revela lo que en ella percibe, y también lo que recibe. Lo percibido Nada se nos dice de su aparecer físico, ni de. su belleza, la serenidad del rostro, los cabe­ llos, los ropajes, los colores -verdes, granas, tonos cobrizos. No se nos describe su situación ni ademán en el cuadro. Sólo sabemos que sos­ tiene un libro entre las manos, elemento que Zambrano utilizará como recurso para expresar a través de una vía negativa acciones que la donce­ lla no realiza, por lo menos en el lugar y el ins­ tante en que se ha manifestado: «Tienes un libro en la mano pero no estás leyendo, eso lo he sabi­ do siempre, ni estabas deletreando, ni estabas pensando; ni estabas en éxtasis, porque en este caso perderías el señorío que tienes sobre los ele­ mentos de la Naturaleza» (SB-ALP, p. 122) Así, tras referirse a ella primeramente en tercera per­ sona, cambia la estructura del discurso y se orienta directamente a la protagonista de la tabla para dar cuenta de su carácter, de su identidad. Bárbara no sufre trances extáticos, no está alienada, escapada, es ella misma. Está siendo. Siendo lo que es sin esforzarse, sin aspirar a ser otro ser. Por eso, le dirá: «estás en la sustancia, eres tú misma [...}. Tú no pretendes nada, estás en tu ser». Y los que están en su ser: «Están ahí, para ellos, para Dios, para todos, como una visión compartida, como algo que se sale de sí mismo, sin dejar por ello de estar en sí» (SB- ¿En qué términos comunica María Zambrano ese «algo esencial» que fue en su vida esta pintura?, y ¿cómo alienta a participar de ese icono? ¿Por qué arroja fuera de sí el «secreto hallado», como ella misma dice, refiriéndose al ansia que siente el escritor de revelar lo descu­ bierto, haciendo que alguien se entere de algo: «Afán de desvelar, afán irreprimible de comuni­ car lo desvelado [...], sin saber el efecto que va a causar, que se va a seguir de su revelación»?16 Ansia y afanes que Zambrano extiende a todo proceso de transmisión, aquella forma única de «vivir humanamente». De este modo, extrayén­ dola de sí, la filósofa hará pública su experiencia para algo, «para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido».17 Ese para algo traduce, pues, el deseo de transformar al receptor del saber difundido. Ese «alguien», si está a la escucha quedará alterado y podrá intro­ ducirse como nuevo eslabón en la cadena de cir­ culación del saber, de la verdad y la belleza. Notas: ' '6- M. Zambrano, «Por qué se escribe», en Hacia un saber sobre el alma, ed. indicada en la nota 14, pp. 34-35. 17- Idem, ibídem, p. 36. 116 Papeles del «Seminario María Zambrano» ALP, p. 122). Absorbida por un algo universal y divino Bárbara puede salir de sí misma sin dejar de estar en sí. Como si rebosara -neoplatónicamente- de sí, se expande al igual que la esfera luminosa que proyecta su luz y no por ello deja de ser, ella misma, luz, sin perder su originaria luminosidad. O, en otras célebres imágenes plotinianas, como la fuente fluye sin agotarse jamás y el calor emana del fuego sin consumirlo. ¿El fuego? Soplo cálido y vital y elemen­ to alumbrador de la escena, ese fuego sustancial que atrae irremediablemente sin fascinar, «no está por ninguna de sus propiedades sino por su ser» (SB-ALP, p. 122). Es un fuego que no con­ sume y si a su vez calienta es «porque está en su ser, el calentar, nada más que por eso» (SB-ALP, p. 122). Como ella, como Bárbara, que está ahí dueña de sí, recogida y en silencio. Y no es dueña porque ella se posea, ni tampoco se deje poseer: «No te has dejado poseer, ni te has ofrecido; has sido elegida, yo diría que cósmicamente, de una manera efectiva, entre los elementos sobre los que reinas sin saber» (SB-ALP, p. 122). Como una fuerza que lo impregna todo, lo recorre todo, Bárbara puede estar en muchos lugares a la vez debido a esa suerte de santidad compleja a la que pertenece y que le permite estar «al mismo tiempo en lo divino, en lo cósmico, en lo terres­ tre, y [...] en los ínferos, en lugares de la tierra que no se ven, como los del corazón» (SB-ALP, p. 124). Viajera mística al fin y vinculada simpatéticamente al Todo, la Bárbara zambraniana no culmina su unión tomando sólo el camino hacia lo alto, sino que, sin sacrificios cruentos ni encantamientos, sin aniquilación, su experiencia mística se cumple también en los ínferos, en esos arcanos lugares que la filósofa exhorta a atender y ante los cuales debemos estar constantemente despiertos. Lo recibido Tras el esbozo de lo percibido en Santa Bárbara -una percepción de la que se ha abstraí­ do toda descripción física de la doncella- se atis­ ba una historia, un martirio en el que Zambrano no se detiene y que dice apenas conocer: «Yo no sé bien la historia de Santa Bárbara, ni la preten­ do descubrir ahora, debe estar en cualquier mar­ tirologio» (SB-ALP, p. 125). No obstante, con­ viene indicar que, como en otras tantas ocasio­ nes, parece saber más de lo que confiesa.18 De todos modos, lo que sí subraya en relación con el martirio es que «ella [Bárbara] no lo da a ver». La hija amada que sería probada mediante un padecimiento terrible era capaz de comunicarle desde aquella tabla algo que la impulsaba a volver al Museo del Prado siempre que podía con el único fin de verla nuevamente. Ante ella quedaba «absorbida de un modo tras­ cendente» (SB-ALP, p. 122), invadida por una calma que siempre valoró como un bien precio­ so. Una entereza a la que se refería sin falso pudor cuando, sabiéndose en su forma de mostrar­ se ante determinadas situaciones y circunstancias históricas, escribía: «Había penetrado en mí, quizá [...], y en medio de cuánta ira, de cuánta injusticia, de cuánto furor, yo guardaba la calma. Lo sé, porque diversas personas que no tenían comunicación entre sí lo decían: ¡Qué calma guarda María en ciertos momentos!» (SB-ALP, p. 125). El sosiego inesperado, la «presencia no invocada» de aquel icono que no se le podía borrar, se extendía sobre los lugares más secretos de su alma y «sobre las tormentas que se pueden levantar fuera, en la historia» de las que, como Notas: 18, Como se deduce de muchas de las nociones desgranadas en su discurso. Véase op. cit. en la nota 8, pp. 896-903- 117 Aurora afirmaba, mucho supo y mucho pasó (SB-ALP, p. 125).19 Recibida como una irradiación misterio­ sa, como un don obtenido por su actitud, cabe señalar que esa calma no suavizó -no calmó- en absoluto su discurso ni el compromiso de su pensamiento. Reconociéndole su capacidad de engen­ drar la paz en un mundo nada pacífico, «ni his­ tórica ni vitalmente», Zambrano aprovechó su reflexión para agradecer a la nueva virgen gene­ radora («gracias, amiga mía, gracias»; «gracias, gracias, gracias...») el que nos permitiera parti­ cipar, en algo, en ser como ella (SB-ALP, p. 126). aseveración que toda forma es una cárcel, algo que apresa y, a la vez, único modo de conservar una esencia sin derramarla. De ahí la importan­ cia que otorgará al saber mirar como manera única de liberar la esencia de un icono, trayéndola a nuestra vida, sin destruir la forma que lo contiene, esto es, dejándola al mismo tiempo allí. Ello no es fácil y requiere perseverancia. «Saber contemplar» era lo que desde joven le había pedido a la Filosofía, y ésta le había res­ pondido con una exigencia: «Todo el que da de verdad, ¿no comienza por exigir?»22. La exigencia supondrá un ejercicio impla­ cable, dado que únicamente sabremos contem­ plar si aprendemos a mirar «con toda el alma, con toda la inteligencia y hasta con todo el cuerpo»23. Sólo así «participaremos» de la esencia de la imagen. El siguiente paso se orientará a com­ partir esa misma esencia, a ofrecerla. Cuando ello se consiga -dirá Zambrano- se estará más allá de la memoria y del olvido, «no podrá olvidarse, pues nos habrá transformado». Del icono liberado Zambrano logró no quedar, sin embargo, fascinada por la tabla del Maestro de Flémalle. Respetuosa con su significado, tuvo muy presen­ te el aviso descubierto ya en Delirio y destinó®en el que se leía: «Cuidado con las imágenes, con los iconos del pasado, pueden hechizarnos o matarnos; su esencia intangible debe ser trans­ fundida, devuelta a la vida por nosotros, no a la «inversa»»2!. Atendiendo cuidadosamente la advertencia, supo transmitir la esencia de Bárbara y darle nueva vida. «Todo icono pide ser liberado», aseguraba, confirmando en la misma Notas: 19- En la versión del artículo aparecida en El País (véase nota 6) Zambrano ilustra esa calma con un ejemplo ácidamente irónico, que deseo transcribir in extenso. «Nunca tuve miedo cuando bombardeaban, nunca tuve miedo cuando la sangre se derramaba; a veces, hasta cantaba, como nos dijo al poeta Miguel Hernández y a mí un enviado de un periódico francés durante el sitio de Madrid. El pobre per­ dió la cabeza porque Miguel Hernández me estaba cantando, enseñándome unas sevillanas que al caso vienen: «No quiero que te vayas ni que te quedes, ni que me dejes sola, ni que me lleves». Entonces, el después héroe de la Resistencia francesa nos dijo: «Ustedes can­ tando y allí muriendo». «Y ¿cómo sabe usted que vamos a terminar la canción?», le contesté. Entonces perdió la cabeza; nosotros no la perdimos». ' 20- Citaré por la edición, aparecida recientemente, del texto originario de la obra que Zambrano escribiera en La Habana en 1952. Véase M. Zambrano, Delirio y destino. Los veinte años de una española, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, 1998, edición completa y revi­ sada por R. Blanco Martínez y J. Moreno Sanz. Los fragmentos sobre el «icono» se recogen en el ensayo «Una visita al Museo del Prado», recopilado en Algunos lugares de la pintura, ed. cit. en la nota 6, pp. 47-60. En la las «Notas bibliográficas» se reseñan publicaciones ante­ riores del artículo. 2L M. Zambrano, Delirio y des-tino, ed. cit. en la nota anterior, p. 173. 22' ídem, ibídem, p. 174. 2'- ídem, ibídem, p. 174. 118 Papeles del «Seminario María Zambrano» Apéndice vida, incluso en unos momentos en que, como le sucediera a Zambrano en su reencuentro con Bárbara, «apenas la veía». No relataré aquí la emoción. de aquella visita. Me permito, en cambio, copiar el final del documento zambraniano y aprovechar yo tam­ bién la ocasión para dar las gracias a su autora por enseñarnos a mirar. Del texto a la voz y la presencia Comencé a trabajar la reflexión de María. Zambrano sobre Santa Bárbara del Maestro de Flémalle partiendo de un texto. Bien, para ser más precisa quizá debería decir: «de dos versio­ nes de un mismo texto». Leí hace tiempo el artículo recopilado por Amalia Iglesias en Algunos lugares de la pintura. (ALP)1 y, más adelante, el que había aparecido en El País2. Las diferencias entre ambos eran míni­ mas si exceptuamos un pasaje relacionado con Miguel Hernández5 y que no figura en ALP. En la Fundación María Zambrano tuve acceso al ori­ ginal mecanografiado (M-490) en el cual se observan algunas -muy pocas- correcciones a mano. Hasta aquí, pues, una historia de escaso interés, similar a tantas otras que intentan. res­ ponder al por qué atendemos unos escritos y no otros. En este caso, me había atraído un ensayo relacionado con un artista de una época, siglos XV-XVI, a la que, por una cuestión de fascina­ ciones, intereses ' y límites me he dedicado. en especial. Tras una primera etapa de estudio sentí la necesidad y el deseo de contemplar la tabla refe­ rida. De modo que me desplacé al Museo del Prado «solamente para ver a Santa Bárbara». Y ante aquella imagen «que pedía ser liberada» coimprobé que yo también podía traerla a mi Cuando daba casi por terminado el artícu­ lo tuve la oportunidad de oír y ver a María Zambrano4 diciendo lo que hasta el momento había sido para mí únicamente un texto. Deseo señalar el valor del regalo que supuso el escuchar su voz5, sus énfasis, y aseveraciones, y también sus vacilaciones; el recibir sus palabras y -quizá y sobre todo- sus silencios. Un regalo que venía acompañado, además, de su decisiva presencia. Notas: 1 Véase ' ed. cit. en la nota 6. 2 Véanse datos en la nota 6. ■' Pasaje transcrito en la nota 9. 1 Me refiero al vídeo ««Santa Bárbara» y el Maestro de Flémalle» del programa Mirar un cuadro que cito en la nota 6. 5 Una voz dulce y picara como la calificó Savater: «Lo primero que me fascinó de María Zambrano desde que la telefoneé [...] fue su voz. La dulzura picara de su voz». Véase Fernando Savater, «En presencia de la voz de María Zambrano», María Zambrano. Premio Miguel de Cervantes (1988), Madrid, Ministerio de Cultura, 1989, p. 17. 119 Aurora María Zambrano, 1936 120 Papeles del «Seminario María Zambrano» Sebastián Fenoy A propósito de «Tristana»: dos cuestiones sobre el amor 1. Breve introducción: on el presente artículo pretendemos hacernos eco de uno de los motivos más recurrentes en la bibliografía zambraniana; a saber: Galdós y sus personajes Nina, Fortunata o Tristana -que en el presente escrito será el punto de arranque- ocupan un lugar destacado enlaimaginería zambrania­ na. No olvidemos que la novela también es para Zambrano «fuente de conocimiento» -en este sentido baste citar, a modo de ejemplo, el capí­ tulo El querer, de Pensamiento y poesía en la vida española-, y que a su juicio la novela galdosiana cumple ejemplarmente ese cometido. La temática de fondo también es, a mi modo de ver, de primer orden; si se quiere inves­ tigar temas tan importantes en el pensamiento de nuestra autora como el «método», o la «obje­ tividad», el «conocimiento» en definitiva, hay que parar mientes irremisiblemente en el amor.Así no es de extrañar que sean múltiples las refe­ rencias implícitas a puntos concretos de la filo­ sofía de la pensadora veleña: la «luz», el «lugar natural», la «libertad», etc. Pero sobre todo el «misticismo»: la ausencia de proyecto personal la «desnudez»- y la vuelta a la «unidad origina­ ria» -al «único dueño»-, dos momentos en el Notas: 1 LaEspaña deGaldós, pág. l77. 121 camino del místico, también aparecen aquí en el amor entre Tristana y Horacio; aunque, claro está, de diferente modo y en diferente medida. Hay que decir, finalmente, que tanto el amor, como especialmente los abundantes artí­ culos y monográficos que Zambrano dedicó a Galdós, por motivos que no son difíciles de ima­ ginar, aún no han recibido de los estudiosos la atención que merecen. Si modestamente con las presentes notas -las primeras son meramente descriptivas, las segundas buscan apuntar un par de aspectos «conflictivos»: la incomprensión de la «imagen del amor» y el «nacimiento de la conciencia»- podemos sembrar la inquietud y contribuir con ello a corregir este desequilibrio, nos daremos por más que satisfechos. 2. A proposito de Tristana: «Tristana [...], una tarde en uno de esos paseos que daba acompañada de Saturna, se encontró frente a él en el mismo instante en que él se encontró frente a ella. Pues que se conocie­ ron de ese modo puro y sin más, sin anuncio alguno, sin aviso {....} Se vieron solamente, se miraron con la mirada del amor que es la sola que ve un instante único compartido» Verse a sí mismo en otro, y al otro en sí Aurora mismo; he aquí, en esencia, lo característico de la mirada del enamoramiento. Estar frente a frente, en un único instante coimpartido, completamen­ te coimpartido; como si de un espejo se tratase. Zambrano cuenta que en Oriente es tradición religiosa y social que los prometidos, antes de la celebración del desposorio, y sin haberse visto antes, entren en el templo para verse en un espe­ jo que refleje «en superficie las solas imágenes de los dos, el uno al lado del otro cuando todavía no lo estaban»2. Aparece así ante los prometidos enamorados, por un instante, una reveladora imagen nupcial, la imagen del. «encuentro». Un medio como el del citado espejo -pero también el de cualquier otro que refleje nuestra silueta, el agua por ejemplo- se nos antoja espe­ cialmente «diáfano», menos «perecedero», más «alejado» del trajín vital' cotidiano, «impasible» podría decirse; es en este sentido en el que le otorgamos ciertos tintes «reflexivos», «objeti­ vos», «trascendentes». Pues bien, no otra cosa es el objeto de nuestro enamoramiento que ese espe­ jo en el cual mirarnos desde una cierta distancia. Mas dicha «distancia», dicha «perma­ nencia», dicha «claridad cristalina» -adjetivos todos ellos del gusto zambraniano- permite la existencia de una mirada privilegiada donde las haya. Una mirada que es sede de revelación: la mirada de Tristana al conocer a Horacio; breve un solo instante, como corresponde a cualquier revelación- y directa -sin reflexión que medie, no ha lugar a las modificaciones de la inteligencia-, tal es la contemplación propia del enamoramien­ to. Una contemplación que nos retrotrae a la «unidad originaria» 3, donde aún no había teni­ do lugar la caída en la historia, ni la abstracción que le es connatural. De ahí que -tal y como ya se ha apuntado- las meras explicaciones de la inteligencia aquí no sean operativas. Son momentos en que se desiste de cual­ quier tipo de autonomía, de perseveración indi­ vidual en el ser. Hay un total «desinterés» - «Los sentidos dejan de ser aves de presa y la inteli­ gencia no se atrinchera en los conceptos y los jui­ cios» 4-, una absoluta ausencia de cualquier pro­ yecto personal -«como si no existiesen más fru­ tos que el árbol de la vida»-. En completa «desnudez» se pasa a formar parte de un todo «sincrónico» donde «todo fluye». Y las «cosas mundanas» parecen perma­ necer al margen, alejadas -«Al margen del mundo (Tristana y Horacio) buscan los lugares apartados entre la ciudad y la campiña, donde cada cosa parece ser la primera que se haya edifi­ cado jamás»5-. Ya no hay propietarios ni propie­ dades, hay sí un único dueño al cual perece vol­ verse. «Mas la pareja ' de enamorados, aquí Tristana y Horacio, quieren adueñarse de su des­ tino, de sí mismos, de su amor; quieren poseer, realizar»6. Y este afán de perseverar en su propia individualidad, en sus diferencias, acaba irremi­ siblemente con cualquier resquicio de amor; que, como ya dijimos, es en esencia renuncia a la Notas: 2 La España de Galdós, pág. 177. 3 Al hilo de estas últimas frases se podrían llevar a colación reflexiones zambranianas sobre el «lugar natural». En este sentido encon­ tramos referencias, generales y concretas, al menos en dos monográficos: Notas de un método, Claros del bosque. 4 La España de Galdós, pág. 177. Cabe hacer aquí una alusión a la «libertad», o su ausencia. Consúltese en este sentido Dos fragmentos sobre el amor, pág. 83-88 y en Andalucía sueño y verdad. A lo largo del presente artículo las conexiones que se establecerán serán múlti­ ples; no podía ser otro modo dada la centralidad del tema y la brevedad de nuestro trabajo. 5 La España de Galdós, pág. 184. Podría resultar altamente aleccionador comparar las aserciones sobre el amor apuntadas en La España de Galdós -un amor «mundano», permítaseme la expresión- con los trabajos zambranianos sobre San Juan de la Cruz y la mística en general. 6 La España de Galdós, pág. 184. 122 Papeles del «Seminario María Zambrano» la resistencia de lo amado; un amor en el cual, entender o querer se acreciente con el amor mismo y llegue a ser la misma cosa entender y amar; amar y entender -se pregunta nuestra autora-.»8 Mas atender con denodado' afán no hace sino complicar aun más la situación añadiendo confusión; ya que la atención exige cierto grado de abstracción. Y, por tanto, rompe la comunica­ ción directa y espontánea existente con el objeto amado -«la simpatía»-. Ese «paisaje entrevisto al despertar, y la persona. ajena cuando todavía no sabíamos lo que nos atrae y hasta nosotros mis­ mos, nuestra alma cuando la dejamos salir [...] Cobra luz de primavera, clara» 9, que ahora pier­ de. Queda solo la acción del pensamiento -la atención de la conciencia- que descubre su pro­ pia estructura apriorística. Por otra parte -y lo que es más importan­ te en el pensamiento de nuestra autora-, merced a su naturaleza intermedia y mediadora, el amor tiene acceso a «ese centro oscuro de luz viviente»10, yendo y viniendo entre las tinieblas y la luz, siguiendo las pautas marcadas en el camino entre una y otra. «Allá -abajo- en ‘los profun­ dos', en los ínferos -nos dice Zambrano- el cora­ zón vela, se desvela, se reenciende en sí mismo. Arriba, en la luz, el corazón se abandona, se entrega. Se recoge».11 Y este tránsito constante -«Camino», «ir y venir», método en definitiva- es consecuencia de un anhelo de transcendencia, de una aspiración a ir más allá de todo proyecto. Pero este «ir más allá» tiene como obligada consecuencia el aban­ donar, «des-hacer toda consistencia». Mas para- autonomía individual. «Aquí Tristana y Horacio» dice Zambrano, pero al parecer la inmensa mayoría de los que se dicen enamorados acaban apostando por este solitario perseverar. En Dos fragmentos sobre el amor nos describe el amor como un empedernido viajero: reposa en un determinado objeto, descubre la «incompletud» del mismo y- lo abandona. La «imagen abs­ tracta» que el amor forja puede ayudar a que este sea más duradero -a soportar mejor «la vida de lo que se ama»- y a que, en consecuencia, la men­ tada tendencia lo sea menos. Así, por ejemplo, la Dulcinea de don Quijote, o la Beatriz de Dante, o tantos otros ejemplos a lo largo de la historia de la literatura. 3. Cuestiones sobre el amor: Y es que la imagen7 que el amor genera es, antes que nada, «abstracta», «esquemática», «casi una cifra o un número»; pero es además, también, «pura» porque a diferencia de la ima­ gen propia habitual, la percibimos como si nos viniera de un lugar «lejano», «invisible». Así, María Zambrano la describirá en los siguientes términos: cifra sí, pero «cifra de lo inaccesible»; imagen sí, pero con una peculiaridad, es «ima­ gen enigmática». Nos encotramos así con una situación un tanto dramática: el amor que. tro­ pieza siempre. con la resistencia de lo amado, siempre es en su mayor parte ignoto. «¿Habrá de ser siempre así, todo lo que se ame, jeroglífico, cifra sagrada e incomprensible?. No habría de existir un género de amor que no tropezara con Notas: 7 No podemos extendernos aquí en disgresiones sobre la «imagen del amor» -la «imagen menos imagen», pero en cualquier caso inse­ parable del amor; hasta el punto que «el amor se descubre en la imagen que es capaz de crear»- que resultarían sin duda pertinentes e interesantes. Para una mayor profundización en este punto nos remitimos a las págs. 23-33 de Delirio y destino. 8 Delirio y destino', pág. 31. 9 La luz del amor -La España de Galdós, págs. 168, 181/183- es sin duda la luz auroral. 10 La España de Galdós, pág. 181. 11 Claros del Bosque, pág. 31. 123 Aurora dójicamente la conciencia -cuya «atención extre­ ma» antes habíamos repudiado como única vía de acceso al objeto amado- resulta ser conse­ cuencia de esta labor «destructora» del amor. «Al mostrar la inanidad de todo aquello en que se fija»12 -al amor- crea un «vacío» que permite al alma «ver sus límites»; lo cual constituye el «embrión» sobre el cual se constituirá la con­ ciencia. Escolio: «Ir hacia el otro sin gesto y sin ofrenda, tan sólo manteniéndose en la misma verdad de estar aquí, sabiéndose tan poca cosa, habiéndose visto, desde la falta de recursos». 13 He aquí la indeleble enseñanza que la filo­ sofía dio a la veinteañera María Zambrano Alarcón, y que creemos ha orientado su creación filosófica. El saberse «pobre» -«desnuda»-, y desde esa pobreza dirigirse al prójimo sabiéndo­ lo igualmente pobre. Tratar al otro sin temor ni vanidad, dirigiéndose hacia su corazón con todas las implicaciones que ello tiene en la filosofía de nuestra autora; y hacer otro tanto con las cosas: «ir directamente hacia su corazón». Pudiera parecer lo más normal, pero ¿cuantos pueden decir que han mantenido un solo instante de su vida esa actitud?. José Luis Aguiló Comienzo de la Primavera, 1 ¡994 Notas: 12 Dos fragmentos sobre el amor" en "Andalucía, sueño y verdad, pág. 89. 13 Delirio y destino, pág. 22. 124 Papeles del «Seminario María Zambrano» Cristina de la Cruz 'Ayuso María Zambrano y la Misericordia: una aproximación a, la obra de Galdós aria Zambrano invoca la litera­ tura con la inquieta pero pro­ funda convicción de que a tra­ vés de ella se alumbra creadora­ mente el sentido de la vida y sus acontecimientos más funda­ mentales. Segura de que en la poesía y la novela podemos encontrar la vida en su plenitud, entiende que estos vehículos de expresión de la palabra guardan y facilitan el acceso a una verdad oculta. Así, realiza un acer­ camiento al ámbito del saber literario como forma de saber específico y complementario al decir filosófico. Su reclamo de atención a la nece­ saria vinculación de la filosofía y la literatura es explícita a lo largo de su obra y se pone de mani­ fiesto en el profundo análisis que realiza sobre algunas de las obras más fundamentales de la literatura. Puede incluso afirmarse que, en buena parte, el pensamiento de Zambrano se sustenta en la palabra creadora de la experiencia literaria, recreando, para y desde la filosofía, los distintos ámbitos de realidades que esta disciplina aporta en el proceso de alumbramiento del horizonte humano. Existen lugares privilegiados en toda realidad, aún en esa extraña realidad que es una obra de humana creación, lugares en que se crea un medio de visibilidad, donde la claridad se hace transparencia y la oscuridad se aclara en misterio. 1 Zambrano entiende que la novela y la poe­ sía van a ser vehículos de expresión de la palabra creadora y destaca la necesidad de superar la separación y el distanciamiento entre los disper­ sos modos de saber para recuperar, con el aunamiento, un saber completo e integral. La literatura, concretamente, va a ser un medio de visibilidad y conocer específico de la vida, saber que posibilita la apertura de un hori­ zonte a través del cual se nos revela la persona. La mirada de Zambrano a través del prisma litera­ rio no puede pasar inadvertida porque, a mi entender, encierra uno de los aspectos más enriquecedores y originales de su pensamiento. Profunda e intensa lectora, recrea genéticamente las obras literarias para entresacar de las mismas sus valores más profundos, alumbrando con ello -como decía- el sentido que albergan. En esta exposición, analizo la lectura refle­ xiva de Zambrano sobre la novela Misericordia del escritor Benito Pérez Galdós. Concretamente me interesa destacar de la misma aquel ámbito Notas: 1 La España de Galdós, Madrid, Taurus, I960, 114 pp + 2h., Col. Cuadernos Taurus, 30; en Barcelona, La Gaya Ciencia, 1982, 148 pp. + 2h.; edición aumentada y corregida en Madrid, Endymión, 1989, 204 pp.; cito de esta última, p. 23 125 Aurora en el lector las intuiciones fundamentales que impulsaron la génesis de ' la obra. A esta luz es posible realizar una lectura genética de ésta como si se la volviese a gestar, y comprender así todos sus pormenores.»2 A partir de esta consi­ deración, el recorrido sugerido es doble porque trato de. rehacer la experiencia básica de Zambrano para descubrir las intuiciones funda­ mentales que impulsaron su análisis sobre la obra Misericordia de Galdós y la lectura que la autora hizo de la misma. Pero al hacerlo, se hace inevitable caer en la cuenta del aliento que ya tuviera el propio Galdós. Creo que con esta expe­ riencia que se plantea se rescata el espíritu inicial que propició la gestación de esta obra y se pone de manifiesto su sentido, su profunda verdad. Este método me parece la forma más acer­ tada de acercamiento a los textos de Zambrano y de Galdós. Siguiendo este juego literario va a ser posible fundar ámbitos de realidad recreadores de sentido. Y en cierta manera, creo que lo que Zambrano pretendía, en última instancia, con su reclamo hacia otros ámbitos del saber, era evi­ denciar precisamente que en ellos anida una carga de significación muy profunda para la comprensión del hombre. Descubrir esa signifi­ cación fue su cometido, realizado a través del diálogo que la autora mantuvo con los mismos. Al análisis de esta obra dedica Zambrano dos artículos: uno, el primero, escrito para la revista Hora de España en 1938, con el mismo título galdosiano, Misericordia y otro, escrito a una distancia del primero de veinte años, en I960, en el que aparece ligeramente modificado el. título, La obra de Galdós: Misericordia, y que se recoge en el libro La España de Galdós. Se trata de dos textos independientes el uno del otro. Aunque la temática es la misma, la forma en cómo aborda Zambrano la lectura de los mis- de la realidad humana que la autora entiende que conforma el centro de esta novela galdosiana: la misericordia. Y lo voy a hacer intentando clarificar las siguientes cuestiones: - Entiendo que el de Zambrano con Galdós no es un encuentro casual, sino más bien inevitable. Atendiendo a la lectura que la misma realiza de la obra galdosiana, se pondrá de mani­ fiesto la sintonía existente.entre ambos escritores en algunos cuestiones concretas: sucintamente, el tema de España. - Además de compartir esta preocupación, Zambrano extiende su análisis al encontrar algo profundamente humano en esta novela. Lo que propongo es clarificar este hallazgo: ¿Por qué Misericordia? ¿Cuál es el significado profundo que Zambrano encontró en esta novela de Galdós? ¿Quién es este personaje, Nina, que tan profundamente fascinó a Zambrano? Hay que aclarar que mi aproximación se efectúa sobre la consideraciones de la ' lectura de Zambrano de esta novela galdosiana. El recorri­ do -necesariamente- se planifica entonces desde Zambrano a Galdós. Rastreando el análisis que el escritor canario planeara en su obra, la inter­ pretación que del mismo realiza la autora y final­ mente el aquí por mi propuesto y que rescato con el fin de sorprender su discurrir en el pensa­ miento de Zambrano. La lectura no pretende ser lineal ni acu­ mulativa, sino, contrariamente, recreadora de intuiciones fundamentales, conformadoras de sentido. Lo que propongo, en definitiva, es entrar en juego con la obra literaria. En este caso con la novela Misericordia y con los textos de Zambrano en torno a esta obra. Entrar en juego -señala López Quintás«implica rehacer las experiencias básicas que hizo en su dia el autor. Al rehacerlas, se iluminan Notas: 2 López Quintas, A.; Lectura de Textos, en V.V.A.A.; Diccionario Interdisciplinar de Hermenéutica, Bilbao, Universidad de Deusto, 1997 > p. 428.. 126 Papeles del «Seminario María Zambrano» reflexión particular del tema de España, el que incialmente le preocupa, su reflexión se extiende universalmente hacia el hombre, la vida huma­ na. En cualquier caso, puede decirse que entre ambos textos, y pese a esta diferenciación, existe una continuidad que no se transmite solamente en relación al contenido, sino que además atien­ de a una motivación constante en Zambrano- a lo largo de todos estos años. Si bien es cierto que la autora realiza una doble lectura del texto galdosiano, también lo es que, de una u otra manera, se sirve de esta novela para reflexionar en torno a la misericordia y el horizonte humano que con ella se abre. Lectura que resulta ser muy perso­ nal, contemplación posesiva, conformadora, en palabras de José Luis Mora y que como indica Fernando Savater, es reveladora de aquello que inspira su pensamiento: Misericordia, amor: es la voz de María Zambrano. 4 María Zambrano se acerca a la novela del escritor canario desde la filosofía. Con esta mira­ da recrea la vertiente de realidad que en ella trató de plasmar Galdós. La novela va a ser una realidad de humana creación, en la que no se explicitan únicamente hechos y sucesos concre­ tos, sino que además transmite a partir de las intuiciones fundamentales que la conforman, una serie de acontecimientos que pretenden poner en evidencia el sentido de la marcha de la existencia del hombre. La lectura zambraniana de Misericordia es, ante todo, una meditación metafísica sobre la existencia humana, que muestra las preocupacio­ nes intelectuales más fundamentales de' la pensa­ dora. En - esta - novela de Galdós, Zambrano encuentra los ingredientes suficientes como para llevar a cabo una aproximación a la raíz trágica de la existencia humana, en la que además con- mos es diferente en ambos casos. Puesto que el segundo, no es resultado ni profundización del primero, hay que considerarlos como ' dos mane­ ras desiguales de acercamiento a la obra del escritor canario. Así lo manifiesta la autora en la Advertencia I, escrita en Roma en el año I960. Siendo ambos ensayos una meditación sobre la obra galdosiana, indica con respecto al. segundo que éste no es, sin embargo, una ampliación del más antiguo, ni su desarrollo: espeja de otro modo la viviente «realidad» que la novela Misericordia ofrece y que es vista aquí con mayor precisión como el centro de la plural, y aún labe­ ríntica obra de su autor. 3 En términos generales, puede decirse que una de las distinciones funda­ mentales de los textos, es la motivada por la pre­ ocupación intelectual concreta de la autora en el momento de escribir cada uno de ellos. Pienso que el primero, escrito -como se ha dicho- en 1938, refleja la lectura atenta de Zambrano a la obra galdosiana en lo que respecta al tema de España. La historia, y el especial tratamiento que Zambrano hace de la misma, la cuestión de la vida española, el drama en el que se encuentra sumida, su trágica dualidad, que no encuentra asidero donde fundar su unidad, su continuidad, son los argumentos protagonistas que mayor relevancia adquieren en este primer análisis de Zambrano. En el de I960, en cambio, la premu­ ra histórica cede paso a una reflexión más uni­ versal del conflicto, y se atiende más a la cues­ tión de la vida humana. María Zambrano refle­ xiona, en este caso y más concretamente, sobre el ser humano, igualmente necesitado de unidad, que ha de superar esa dualidad entre vida y rea­ lidad en la que se halla preso y de la que ha de salvarse porque en ello le va la vida. Lo que Zambrano encuentra en Galdós es toda la histo­ ria de España y toda la historia del -mundo. De la Notas: 1 La España de Galdós, op. cit., p. 13 1 Savater, F.; La voz de María Zambrano, en El pensamiento de María Zambrano, Madrid, Grupo Zero, 1983, p. 15 127 Aurora Galdós, se erige en último término, con su juego de luz y de sombras, en el centro de toda vida que se hace transparente -en este caso- a través de la novela. Es la Nina de la verdad, del sacrificio, de la inocencia, la que sufre su infierno y acaba transcendiendo la historia que tan íntegramente aceptara. Como el agua: un estar necesario en su pura libertad. 7 La literatura, especialmente la literatura española, se halla presente en el pensamiento de Zambrano de manera insoslayable. A la misma acude como luminosa fuente de conocimiento donde la vida humana queda transparentada en estas formas sacramentales que son la poesía y la novela. No cabe hablar de evocación lírica en Zambrano, sino de estricta ■ y seria reflexión de la condición humana, para lo cual es imprescindi­ ble el deslizamiento de la razón filosófica hasta estos órdenes del saber por los que transista la palabra que habla de la soledad a la par que la libertad humana y que se constituyen en lo que, desafortunadamente -en el parecer de Zambrano- ha sido nombrado como Literatura. El mundo que con tanta realidad nos pre­ senta -señala Zambrano de Galdós- es el mundo de la tradición, de la que queda 8, concentrado magistralmente, entre todos los que circulan por su extensa obra, en dos personajes: Fortunata y Nina: la fecundidad y la misericordia. El mundo que Galdós nos ofrece en sus novelas es el mundo de lo novelesco en que se ha estancado la vida española, falto de perspectiva histórica, rota su unidad y que tan sólo encuen­ tra continuidad, tradición, en el tiempo de lo doméstico, ámbito de la novela galdosiana donde efectivamente cabe abrir una puerta a la esperanza. Galdós, genio de la paciencia y de la curre una salida a la esperanza. El personaje prin­ cipal de esta ' novela, Nina, es sin duda la singu­ lar personificación del anhelo zambraniano que busca salvar la vida humana de la historia que le ha tocado en suerte vivir pero que ha de hacerlo salvándola a ella también. Salvarse, sí, transcen­ derla, lo que no quiere decir desconocerla, ni negarla, ni abandonarla, que la completa salva­ ción sería, es salvarse, salvándola. 5 Zambrano ' manifiesta que Misericordia es el centro de la obra ■ de Galdós por la viviente «realidad» que ofrece,. en la que se pone de manifiesto la trágica dualidad humana entre la vida y la historia, la condición o el aspecto trági­ co de vida e historia que Misericordia nos ofrece: la tragedia y su simple, pura, humilde solución transhistórica. Pues que no se trata de un pro­ blema, sino de un conflicto, de un trágico con­ flicto que no puede ser «salvado» sino por una esperanza cumplida y sobrepasada; por una vida que va más allá de la memoria y del recuerdo, naciendo una y otra vez, como Nina hacía. 6 Zambrano ahonda en la literatura con un intento filosófico que adquiere caracteres religio­ sos por el sometimiento de su análisis que, implacable, desde una u otra perspectiva, busca alcanzar el centro, el núcleo mismo que lo com­ pone y que la autora anhela encontrar para ensanchar el horizonte humano. Fija su mirada en el sentido esencial y vertebrador de la vida, entreverando todos los ámbitos de realidad que en él encuentra tensionados. María Zambrano encuentra en el personaje galdosiano de Nina un argumento esencial de aliento y esperanza, por­ que ella vive la vida auténticamente y satisface la necesidad de toda vida humana de saber lo que realmente es. Centro luminoso de la novela de Notas: 5 La España de Galdós, op. cit.\ p. 14 6 op. cit., p. 15 7 8 Asún, R.; La literatura como conocimiento: Nina quiere a Alonso Quijano, en Anthropos, Barcelona, 1987, n° 70/71, p. 116. Pensamiento y poesía en la vida española, en Obras Reunidas, Madrid, Aguilar, 1971, p. 350 128 Papeles del «Seminario María Zambrano» to inteligible, su ser verdadero, que diría un filó­ sofo, la esencia sustentadora de tan contradicto­ ria apariencia.11 La novela de Galdós es el mode­ lo ejemplar que Zambrano encuentra cuando teoriza sobre el realismo español como una forma de conocimiento y en ella recala cuando trata de explicitar la función y repercusión de este realis­ mo en la cultura española: «el realismo español lleva aneja una forma de conocimiento, precisa­ mente aquel de que se han ■ nutrido toda nuestra cultura y saber populares, ' la' cultura analfabeta del pueblo y ' las más altas, las más misteriosas obras de nuestra literatura.»12 Esta forma de conocimiento alcanza obje­ tividad plena en la obra de Galdós. A través de las páginas de sus novelas discurre, humilde, una razón que sin nombrarse ni establecerse a sí misma, se detiene creadora ante los seres y las cosas, sin delimitarlas, ni definirlas, ni separán­ dolas. «El mundo de Galdós es más antiguo que el cristiano»13, nos dice Zambrano. «Aquello señala con respecto al realismo español- que en el cristianismo es ‘más' que ascetismo, lo que en el cristianismo es ‘vida', ‘caridad', ‘misericordia', ‘encarnación', quedó sin incorporarse al pensa­ miento filosófico. Quedó al margén, cebo para las almas piadosas, o entregado al encarnizado amor de la mística.»^. ■ Galdós, más que intelec­ tual, es poeta, porque no ofrece ninguna clave teórica para penetrar en la palabra revelada en su novela, sino que la suya es la palabra poética, humilde, abrazada a la vida, que desciende a sus entrañas para desvelar la misteriosa verdad que encierra y que las ideas no han podido acercar con la sola razón. Galdós atisba con esa su razón humildad, inclinado con devoción sobre la vida vulgar 9, escribe su obra Misericordia en el año 1897- Es en este siglo XIX, la época de mayor desarraigo intelectual, en el que Galdós ofrece, con aliento novelesco -imaginativo y poéticotransustanciada en poesía la realidad misma de España y su historia. Lo que en definitiva consa­ gra es la vida: historia vertida a través del mundo de lo doméstico. No proporciona hechos, sino que muestra lo que queda bajo ellos, lo que queda como poso del tiempo: La novela galdosiana misericordiosamente desciende a esa vida, y con realista afán de conocimiento se detiene en ella hasta desmenuzarla, hasta descubrir el secre­ to de su íntima estructura, analizando su miste­ rio hasta el límite en que todo misterio consien­ te en ser desvelado por una luz ajena. Y en ella encontramos la transcendencia de lo cotidiano y anónimo, en el fluir de ese tiempo no ligado a un acontecimiento decisivo. 1° Toda la historia de España -señala Zambrano- puede leerse al hilo de los sucesos cotidianos y anónimos que Galdós relata en sus novelas. En el tiempo de la vida real, diaria, coti­ diana es donde la autora cree se asienta la huella de lo histórico en la vida española, en la vida pobre y sin nombre, anónima, en un presente sin relieve donde el ayer persiste. Y para que sea posible captar este mundo que Galdós nos entre­ ga, dice Zambrano, es necesario haber entrado en posesión de un cierto saber que nos haya dado la clave de todo ese revuelto mundo, que nos haya descubierto el orden que forzosamente ha de existir detrás de tan enmarañado revoltijo, encontrando tras el absurdo personaje su trasun­ Notas: 9 Ibidem. 10 Misericordia, en Senderos, Barcelona, Anthropos, 1986 (reimp. 1989), p. 121-122 11 op. cit., p. 124 12 op. cit., pp. 124-125 ' España, sueño y verdad, Madrid, Siruela, 1994, p. 68 ,<I Pensamiento y poesía en la vida española, op. cit., p. 275 129 Aurora esencialmente antipolémica, signo de esperanza, los misterios más hondos y últimos de la vida española. Encarna con su palabra la inagotable fuerza de la vida que, en este caso, triunfa por encima del poder de las ideas y permite recorrer los subterráneos de la vida en donde pervive lo más fundamental de la tradición. Razón misericordisa que nombra «todo aquello cuya gracia consiste solamente en existir.^5 . que -señalaba- había quedado al margen de la tradición filosófica. Zambrano destaca el carácter profundamente moral y religioso de este perso­ naje, que con su misericordiosa acción encarna el amor de la divina palabra creadora. Encontramos reminiscencias en estas refle­ xiones de Zambrano del evangelio joánico, del logos creador, lleno de gracia y de verdad, fun­ dante de la realidad, al que, continuamente y de forma muy velada, alude a lo largo de su obra. Concepción profundamente religiosa la de Zambrano que busca devolver al hombre al debi­ do nivel de profundidad e interioridad que real­ mente le corresponde. Se trata de una prueba que lo es de sentido, en último término- de diá­ logo y reflexión del hombre que, inmerso en su propio laberinto, ha de consagrar su razón a una fecunda labor de restauración. Es la de Zambrano creación poética, conocimiento cons­ tituyente, filosofía del equilibrio, que trata de salvar al hombre, procurarle un saber de salva­ ción que contemple la resurrección de lo otro, el amor, «que repitiendo el milagro vuelva a crear el mundo». 19 La confianza, la donación, la libertad,' la soledad y la comunión, el misterio, la misericor­ dia, la fe y el amor.... todas estas formas íntimas «Humilde, ' dispersa, misericordiosa más que ninguna otra es la obra de Galdós; transparenta como ninguna otra las cuestiones más deci­ sivas de nuestra historia, los sucesos más trans­ cendentes de nuestro ayer y el fuego vivo del pre­ sente. Ahí está como un inmenso regalo para satisfacer nuestra necesidad de conocimiento, nuestra extremada pobreza en el saber de aquello que más nos importa.»^ Lo que encontramos en Misericordia, «los más absurdos, deformados restos ' del pasado, todo lo ‘venido a menos', la decadencia, la ruina.»17 Nina, Benigna de Casia, la criada, per­ sonaje central de la novela, es la «clave de todo este mundo complicado», y lo es por ser criatu­ ra arraigada en la realidad y porque parece ñoarrastrar pasado alguno. Unico «ser íntegro», capaz de «vivificar el pasado desde el porvenir», anticipadora en sueños, guiada por la esperanza y la voluntad, de verdades que antes fueron men­ tiras; ella es la tradición verdadera, la que hace renacer el pasado: vida que todo lo transforma en ' vida. «El futuro no es posible sin su perdón» final, sin su misericordia. En Nina encontramos «la caridad como forma de - send8, la vida, la misericordia, aquello de la vida se encuentran en el punto de partida, ¿o quizás de llegada?, del pensamiento humanizador y comprensivo de - Zambrano. A ella le interesa pensar y sentir al ser desde esta otra dimensión, aquella que revela a la persona en toda su complejidad, entremezclada su propia existencia con la realidad y dispuesta a aceptar el diálogo con las cosas, con los demás, con lo otro. Solamente así el ser humano podrá hacerlo con- Notas: 15 Misericordia, op. cit.; p. 127 16 Misericordia; Senderos, op. cit.; p. 126 17 op. cit., p. 134 ' 18 Mora, J.L.; Misericordia en La España de Galdós, en Filosofía y Poesía, Madrid, Fundación Fernando Rielo, 1994, p. 68 1 Horizonte del Liberalismo, Madrid, Morata, 1996, p. 269 130 Papeles del «Seminario María 'Zambrano» sigo mismo y lograr entenderse. En ello radica su salvación. «La gran fuerza de Nina consiste ante todo en esta facultad de comprensión, de absorción de todo lo que la rodea; también de eliminación de todo aquello que pudiera envenenarla o detener­ la. Es la fuerza inagotable de la vida transfor­ mándolo todo en vida, llevando el pasado ínte­ gro en estado naciente, como recién inventado; es la tradición verdadera que hace renacer el pasado, encarnarse en el hoy, convertirse en el mañana, pervivir, salvando todos los obstáculos con divina naturalidad. (...) Como los pájaros, vive en la luz y con su esfuerzo sin fatiga crea la libertad. Desasida y apegada a un tiempo a las cosas, libre de la realidad y esclava suya a la vez; invulnerable y al alcance de la mano, dueña de todo y sirvienta de cada uno, Nina, en verdad, es Misericordia.»2() Sopelana, abril de 1998 Alicia Ibarra En algún lugar del mundo existe un jardín encantado Nví¿is: 20Misericordia. op. cit. ; pp. 144-145 131 Documentos Rafael Tomero Alarcón Fueron dos las notas del silencio (Bajo el sol azul del sacrificio) Al filo de la Sierra Fue un día hermoso de esplendorosa luz cuya belleza se corporeizaba, cayendo con su tem­ bloroso manto sobre cuerpos infantes, supinos y sin sombra, bajo el insondable azul de cielos y soles de vivos y muertos. Estaba en un precioso lugar del Guadarrama, en el patio de un edificio de digna sillería granítica que, al ser de la misma roca, veo aquella construcción desde la resaca del tiempo semejante a unas caballerizas que hubie­ ran podido pertenecer al Monasterio de Felipe II, para algunos la Octava Maravilla del Mundo. Pasados los años descubrí en el Museo del Prado que sí, que tuve el triste privilegio vivir, aunque fuera apesadumbrado, en uno- de los paisajes que Velázquez iluminó en sus cuadros con la luz de su alma y la luz de su pincel. ra un sol zenital de justicia, la luz que ciega y deja a los cuerpos sin sombra ajusticiando desde lo alto a los justos, ofreciendo a los dioses del mal corazo­ nes desnudos, tibios, todavía latiendo, separados de sus cuerpos por la piedad que entraña toda ofrenda. Unas veces será la violencia de los hombres de mala volun­ tad, otras la buena fe, la inercia, la tolerancia o la intolerancia, ¡vaya usted a saber!, el resultado a veces es el mismo cuando todo cabe en la sim­ ple la inversión de los factores. Allí donde el pensamiento se retira se -impone el pavoroso sino de las técnicas. Hace poco refería un periódico en su sección científica que esta mermando el cerebro del hombre. Dominada la naturalza se va aclimatando a ella, pareciéndose - a ella, sobre todo en su violencia, sembrando la inclemencia y el terror arbitrarios para encauzar equilibrios biológicos y ecológicos. La violencia de las pasio­ nes humanas, colectivas o - individuales, tal vez no sea más que eso, naturaleza sin más, o quizá más por la naturaleza bárbara de la técnica que dijera Ortega y Gasset. Y la tolerancia sólo no es suficiente para domeñarla, dejó escrito Zambrano. Y la diosa razón terminó en lo que termina toda ortodoxia a ultranza: en la sinrazón mastodóntica, con generaciones que en ' masa alardean del alarido de la síncopa en la última danza sacra que celebra ahora, en la tierra de nadie, el acabóse del segundo milenio de la Era Cristiana, o lo que sea de lo que era. Y, sin embargo, desventurada y negra era mi añoranza de aquella mi primera infancia - que apenas tuve, ni siquiera adolescencia, si se entiende que en esas épocas de la vida no entran las responsabilidades ni fatigas propias de los adultos. Sólo nombrándolas, soñándolas en mis adentros, se me hace realidad apacible al recupe­ rar por el sentimiento y el recuerdo cierta parte de la existencia, al modo en que se recrea o vive por transfiguración del ser cierta sensación de lo que fue y no fue, un tiempo deseado y no habi­ do: el hogar del calor familiar que ha menester la criatura humana, tan necesitada en determina­ dos momentos de afectos entrañables cuando la mano grande - que acaricia es la protección y el cariño; la mirada, la ternura y el amparo; la voz 132 Papeles del «Seminario María Zambrano» en la fijeza y el movimiento, en la multiplicidad de infinitas figuras matizadas ■ de luz y sombra, confundiéndose unas, dispersándose otras, en una maravillosa sinfonía de tonos y tonalidades en un inusitado cántico al Universo. Por un ins­ tante diríase que anunciaran el Paraíso rompien­ do albores en el ensueño que precede a la fatiga del nuevo día que despunta. y la palabra, un canto de amor. Arrancado, pri­ vado de ese acunamiento mal podía alegrarme en la algarabía. y juegos de los demás niños que enteramente desconocía. De ahí sin duda la aver­ sión y huida de bullas y multitudes y, falto de tal experiencia y trato con los semejantes, la congénita y ulterior timidez. O simplemente porque se nace así, sin que haya lugar a intelectualización alguna. Amanecía así un día en la hermosa Sierra del Guadarrama donde yacía el Rubiales en el patio vallado del preventorio de la ciudad serra­ na. Así lo llamaban de pequeñito por lucir una cabellera áurea, espesa y rizada. Había nacido en un pueblecito al norte de Segovia, llamado Fuente el Olmo de Fuentidueña, a la vera de una zona de manantiales y una olma antiquísima, tal vez de cuando gentes de León colonizaron aque­ llas tierras hacia el siglo XII y que en un instan­ te fundiría el rayo a poco de que yo la viera o recordara. A los.. cuatro años fui llevado de la mano de mis padres a la casa donde vivían mis tíos, Doña Araceli Alarcón Delgado y Don Blas Zambrano García de Carabantes, ambos maes­ tros superiores con méritos excepcionales para ejercer su magisterio en la villa y corte de Madrid, en la plazuela del Conde de Barajas, número tres, en un palacete achaflanado y de estilo francés en el corazón del Madrid de los Austrias. Doña Araceli había indicado a su her­ mana menor Asunción, mi madre, su deseo de que deseaban tenerme con ellos en la capital «para sacar a aquel ángel de la acritud y la hos­ quedad del pueblo». Tal doña Araceli, la madre por antonomasia de toda una gran familia, pues que de todos se había ocupado, incluida su tía Asunción que me trajo a este mundo, y a quien tuvo en casa y dio estudios de maestra hasta que tomó posesión de una escuela en Santa Cruz de Múdela, pueblo que mi madre recordaría toda su vida como un paraíso. Aunque a veces la ignorancia y la conve­ niencia la borren en el mapa de la historia, vol­ verá esa memoria que es el reino de la vida. Y en ese antes que está ahí, al acecho del momento propicio, y que debió ser un nunca, pero que sigue siendo un antes, un ahora y un después presentes porque nunca faltan ni faltarán quie­ nes reaviven la llama del odio y de antiguas que­ rellas para limpiar, en aras del poder, la herrum­ bre de guadañas sin nombre. Quienes han vivido la miseria y horror de las guerras sienten todavía la alegría que les infunde el estar vivo aquí, en un sosiego que desasosiega a los que claman por el desquite de injusticias que no sufrieron. ¿Es que habrá que acudir, hinchados de euforia pen­ denciera, a nuevos antagonismos fratricida para recuperar aquel aliento vital de la necesidad, de la miseria del crimen y de la muerte mediante. Dios mediante esperemos que no, que la España y la Europa desmemoriadas no vuelvan más allá de lo posible por sus fueros sangrientos. Hay momentos de la eternidad que fugazmente reparan en el hombre. Pero antes es menester para ello fijar una belleza, intacta e inocente, con una luz especial que transfigure a las criaturas por ella creadas y salvadas de la nada, de un insondable y negro abismo. A medida que las tinieblas de la noche se retiran en las brumas del alba van apareciendo, despertan­ do a la vida, las sombras luminosas y multifor­ mes de la Naturaleza mineralizando y encarnan­ do sus espíritus. Los cuerpos en seguida cobran calor y color: son seres que se sustentan entre sí Incontables años después, cuando el viejo tiempo ya gris del alucinante Siglo XX, 133 Aurora cansado ahora en el ocaso de su acabóse, cubría con lápidas marmóreas a los - humanos que en sus inicios nacieron, hubo una dama, nacida en 1904 en Vélez Málaga, María - Zambrano, a quien de niña llamaban la Pálida por la blanca tersura de su piel, y que, en un momento en que se sentía morir con su siglo, abandonada en la soledad de su desamparo e inextinguible exilio y, recordan­ do a quien esto escribe, transfigurada invocó en su lamentación Diótima de Mantinea a aquella criatura que la llevaron: «llegó aquel niño rubio que un día se fue cuando dejó de serlo». Decían de ella que sus ojos eran grises, verdes, azules, según - su estado de ánimo, sentir y pensamiento; según que ella mirara o. fuera mirada, según las personas que se le acercaran, aunque era bastan­ te miope, «para no ver la fealdad de ciertas cosas», decía. 1 tomaban luego conmigo, provocándome con toda clase de improperios, ademanes e insultos soeces que aprendían de los mayores. Cierto día un niño me dijo que mi padre había estado casi todo el día anterior calándose bajo la lluvia tras una pequeña verja de una puerta lateral sin tejadillo en la valla, esperando verme pasar alguna vez a lo lejos por el patio de juego, pues que los mayores le habían prohibido que me viera por no ser día de visita. Me asom­ bra de los adultos su incapacidad de comprender el inmenso sufrimiento de un niño en su soledad interior. Esa imagen de mi padre empapándose de agua y enfriándose, pegado todo el santo día a la reja con la esperanza de verme un instante, me acompañará de por vida, hasta que un día, ya juntos otra vez en la tumba del cementerio tem­ plario de - nuestro pueblo natal, nos mojemos juntos bajo la lluvia celeste que anuda la vida y la muerte en nuestro paso por este planeta que nos es tan querido. Agua acerada caía sin pausas ocultando los cielos, empañando las cristaleras del preven­ torio, lavando los tejados, las peñas y los árboles, enlodando los caminos y encenagando las alcan­ tarillas. No recuerdo cuando escampó. Sólo sé que reapareció el sol y su mortificación, es lo que suele ocurrir cuando a alguien embarga la pena. Las niñas, viéndome solo, a veces se me acerca­ ban invitándome - a que jugara con ellas. A decir verdad eran más delicadas, pues sencillamente me preguntaban si quería tomar el té con ellas, indicándome la cubertería y vajilla de juguete desplegada en una especie servilleta extendida sobre el césped - y donde me ofrecían plato, man­ tel y mesa puesta. Ciertamente las cartas del juego estaban ya echadas con triunfos inapela­ bles. Teníamos absolutamente prohibido beber agua, únicamente leche, pero las enfermeras les daban un poco de agua que hiciera las veces de té en sus diminutas tazas. Catar el agua era de lo más codiciado. Algunos chicos, envidiosos, la Se cernía, ciega y densa, una luminosi­ dad solar de aciagos presagios. En la siesta, fren­ te a la explanada, reposábamos en el orden inal­ terable de las hamacas, mirando al cielo inmóvi­ les, yacentes de cúbito supino en mudez sepul­ cral, cual difuntos rescatados de un desastre sobrenatural. Hubiera preferido un día oscuro encapotado y plomizo; no soportaba los juegos en el patio después del sopor de largas horas sin fin en el absoluto silencio del estío. No podía­ mos hablar ni reír ni llorar ni proyectar nuestra sombra. Mi tristeza era notoria y algunas enfer­ meras me preguntaban que qué me pasaba, que qué me dolía. «Nada, no me pasa nada ni me duele nada», solía responder en una especie de Notas: i María Zambrano, La Antígona. Diótima de Mantinea, Litoral, Málaga, 1983, págs. 114 y 115. exit 134 Papeles del «Seminario María Zambrano» Aunque tales caballeros a veces tenían las manos en los bolsillos, en el mentón o alisándose el cabello, no se movían del sitio. Serios, preocupa­ dos, cariacontecidos, enigmáticos y cabizbajos, la miraban. Es asombroso cómo la memoria guarda, en el fondo de su baúl de nebulosas tela­ rañas antiguas, imágenes que producen las. mis­ mas sensaciones que una de esas fotos añosas olvidadas por el tiempo. Aquel silencio y aire, fino y sutil, eran tan densos que podían cortarse con un cuchillo. En un momento dado María reparó en mí y me hizo seña de que me acercase. No era ella ciertamente amiga de besuqueos ni carantoñas hipócritas; sin embargo, cerca de ella se sentía, eso sí, una inmensa ternura. Cuando me tuvo a su lado me dijo que me sentara junta a ella al mismo tiempo que daba levemente unas palmaditas delicadas en el suelo, como si la pie­ dra fuera un animal manso. Me preguntó cómo estaba. La miré triste y callado. Insistió y le dije que sí, que estaba bien. Lo que no le dije fue que me llevara a casa. Se puso un poco nerviosa y tomó el bolso de mano para buscar alguna chu­ chería que darme. Me ofreció varias cosas: una agenda de piel, un pañuelito de seda, una cajita; yo decía que no y ella busca que rebusca. Al fin encontró un lapicerito fino que acepté dándole las gracias. Lo que yo no quería era estar allí. Ya se hacía tarde y vino la misma enfermera a reco­ germe. María me dio un beso en la mejilla y yo se lo devolví. Un delicado' perfume me envolvió. Nos dijimos adios antes de que se nos saltaran las lágrimas. exabrupto para que no me incordiaran. ¡Separarme de mis padres y encerrarme en aque­ lla especie de triste palacio de ' luz, sol y piedra!... Haciéndome así perdidizo me encontra­ ba en algún rincón de los jardines cuando una tarde de aquel verano una joven enfermera de buen parecer, estilizada y elegante con su cofia y uniforme blancos, se me acercó un tanto enfada­ da y, al pronto, contenta de dar conmigo -segu­ ramente había estado buscándome un buen ratoafable me tomó suavemente de la mano diciéndome: «Ven conmigo, tienes visita». No deja todavía de admirarme cómo hoy día se ignora intencionadamente la sana influencia que en los niños ejercen la educación, buenas maneras, dis­ tinción y palabra de los mayores. Al no ser día de visita pensé que sería prima María. En la noble escalinata de piedra, en el rellano del último escalón, sentada de perfil, apoyada en la balaus­ trada, con las piernas cruzadas, falda plisada y chaqueta gris de sastre, tocada de un sombrero de ancha ala graciosamente ladeado, estaba María Zambrano, estaba así, en su ser natural, igual que cuando la veía sola su habitación salón, cantando y quitando el polvo de los libros de la biblioteca, o leyendo, o pensando, con la mirada fija en un punto infinito del Universo. Pero esta vez era distinto. Estaba seria, hieráticamente seria. Ensimismada, fumaba apenas, con su ' larga boquilla de oscuro carey, un pitillo Camel. Un hilo de humo tenue se ondulaba exangüe en el ocaso denso e ingrávido del sol que precede al crepúsculo. Como no llevaba lentes - nunca los llevó- no me vio hasta que estuve quedo a su vera a cierta distancia. Debía parecerme a un niño cursi que tieso espera al chófer de un Rolls-Roys. En la calle, junto a la acera había esta­ cionado un coche negro que les esperaba para regresar a Madrid. A distintos niveles de la escalinata, acompañaban a María dos o tres caballeros bien vestido, el más cercano, inclinado hacia ella y apoyándose con la mano en la rodilla por el des­ nivel, al parecer quería hablarle, pero no encon­ traba ni el momento, ni la voz ni la palabra. Inmerso en mis recuerdos, otra vez sen­ tía la pesadumbre del mediodía. Me había traí­ do allí el primo Carlos -familiarmente Carlitosdirector de todos los dispensarios antituberculo­ sos de España. Era gran amigo de las hermanas' Zambrano cuando el bacilo de Kock se cebó en 135 Aurora del mundo, id a buscarla». Ninguno fue a bus­ carla porque cayeron los pequeños y los mayo­ res, la historia y el mundo. Calló la voz y la pala­ bra. Hablaron las pistolas y tronaron todos los cañones del mundo. ellas. Para curarlas se especializó en fisiología y luego se casó con prima Araceli, la ■ hermana menor. En casa a veces me daba un duro de plata que yo no aceptaba pero que él me lo ponía en la mano cerrándomela. A mí me parecía un talis­ mán que todo lo podía y lo guardaba para mis padres. En la quietud de las noches y en el largo reposar del día caía en un estado de somnolencia donde bullían los sentires del hogar, su calor y sus vivencias. Después de comer, en el letargo de la horas interminables de reposo me ilusionó la idea de que mi padre venía volando a por mí en un avión de plata refulgente que aterrizaba en la para mi triste explanada de juegos. Me recogía delante de todos y, dejándoles con un palmo de narices, levantaba el vuelo llevándome a los altos cielos en aras de los lares que me vieron nacer. Me regodeaba en esta ilusión cuando me pareció oír en la alta lejanía el zumbido del motor de una avioneta. Abrí los ojos y, efectivamente, vi algo de reluciente plata que planeaba bajo el sol. Era verdad, un aeroplano empezó a evolucionar, bajando hacia nosotros, circunvalando sobre el sanatorio. Descendió tanto que parecía que iba a aterrizar en la explanada. Ya se podía ver incluso a los dos aviadores en sus carlingas pertrechados con fascinantes gafas antifaz de pilotaje y negras cazadoras de cuero resplandeciente como botas de charol, luciendo cierto poder. Estaban sobre nuestras cabeza y nadie pudo contener ya la alga­ rabía y alboroto de la ' chiquillería saltando a un tiempo de sus tumbonas, alborozada e invadien­ do el solar y arrollando a las dos o tres enferme­ ras que querían mantener su autoridad vocife­ rando. La gritería colmó el apogeo de la alegría cuando vieron que los aviadores tiraban regalos a los niños que les vitoreaban con sus pañuelos. Desde arriba nos hicieron un gesto de saludo. Remontaba el avión cuando abajo explosionaban las bombas. Me viene a la mente el dolor del poeta César Vallejo en el capítulo XV de su «España, aparta de mí ese cáliz»: «Niños 'del mundo, si cae España,... digo, -es un decir- si la madre España cae, digo, -es un decir- salid niños En el lugar del espanto sólo sentí cierta mudez. Los gritos ahora eran de dolor y llanto en el horror. Todo el personal del preventorio, sani­ tario o no, apareció al momento en la explanada. «¡Son los rojos, son los rojos, sólo ellos pueden hacer esto!» increpaban médicos y enfer­ meras. Para protegernos nos llevaron en tropel al interior del edificio principal y nos apiñaron contra los rincones de los muros más sólidos para estar más seguros y recogidos. No sé cómo ni cuándo en un santiamén habían dibujado en el patio con pintura y arena rojas una inmensa estrella de cinco puntas con la hoz y el martillo para que no siguieran bombardeando. Pero las andanadas arreciaban con todo su artificio, esta vez sobre los dormitorios y enfermerías. Acto seguido borraron en otro santiamén la estrella y el martillo y cubrieron los tejados de sábanas blancas y una bandera de la Cruz Roja para indi­ car que eran edificios hospitalarios. Daba igual, bueno igual no porque las explosiones se acrecí­ an en su euforia. «¡Fascistas tenían que ser!», decían ahora en la confusión, confusión inconfesable de la verdad y la mentira infundiendo odios sociales en los que cunde el crimen contra el indefenso. No era ni desastre, ni tragedia ni crimen porque era, es y será algo que no tiene nombre. En este trance me acordé que arriba en los pabellones dormitorio tenía algunos objetos queridos que quería recuperar: un tebeo en colo­ res, «El Aventurero», que todas las semanas me enviaba mi padre por correo y que todavía no le 136 Papeles del «Seminario María Zambrano» ese momento me era grato se rompía precipita­ damente por una violencia no querida. Allí yo ya no volvería. había quitado la banda con la dirección, y una especie de postal plegable en dos dimensiones, en los que figuraba, en el primer plano, una ven­ tana con la silueta negra de un gato sentado en el alféizar y, en segundo, el plenilunio de una noche estrellada. Eran para mí el símbolo íntimo de la libertad y la belleza. Los acababa de reci­ bir y daría la vida por no perderlos, cosas del cariño que incluso también les pasa a los mayo­ res. Pronto aparece en la criatura humana el espí­ ritu heroico cuando existe el amor. En aquel maremágnum de voces, vaivenes, subidas, baja­ das y corridas, vueltas y revueltas; nadie notaría mi falta. Serenamente me fui hacia la escalera de piedra que subía a los dormitorios. Nunca había estado allí solo. Sentí el silencio de una soledad y espacio insondables, uno de esos momentos en que la paz, la vida y la muerte nos visitan anun­ ciándonos algo mejor en el vórtice de un infier­ no. Era, sí, un silencio y soledad absolutamente míos en el que solía encerrarme entre la gritería y alboroto ajenos. Allí estaba mi cama, con almohadas y sábanas de una blancura inmacula­ da, en una cama hecha con la perfección que denota todo trabajo bien hecho por manos sabias que, satisfechas, amoldan al lecho con amor y blandas manos, acariciándolas para estirarlas sin que se advierta el mínimo pliegue, las ropas del dulce durmiente a quien ni siquiera conocen, como si de un rito se tratara, para la primera o la última noche. Allí estaban también los pañuelos, el pijama, las mudas recién planchadas, todo impecable. Porque las cosas que se hacen con el corazón y las manos están ahí, abrigan senti­ mientos y nos esperan siempre animados, cual animales amados. Era la cama que me había ani­ dado y arrullado -un lugar que me soñaba- y yo soñaba en ella mi vida no habida. Era también el momento del último adiós. Ella, vestida y sin novio, y yo me miré en el taparrabos, en cueros, y la realidad me despertó de mi ensueño, y sentí cierta pena, algo del humano existir había acaba­ do y algo peor se avecinaba y nos sorprendía en la intemperie. Un orden, un orbe natural que en Al fondo había como un derrumba­ miento y un agujero en el techo. Lo había mira­ do por un momento, pero no lo había visto, no me daba cuenta. Me encontraba bien, hubiera querido quedarme allí, estaba a gusto. Buen lugar para dormir y para morir. En la mesilla estaba «El Aventurero», con la dirección. Recuerdo que la primera vez vi mi nombre impreso me embargó una gran emoción y me • sentí inmortal. Y sin embargo... no sabía leer, pero mi nombre esta allí, eso - sí que lo sabía. Yo ya era alguien que podía ser un héroe, aunque fuera en sueños, merecedor de la vida y, por ende, de la muerte. Seguía las aventuras de Flash Gordon. En el número semanal anterior había quedado en un premonitorio «Continuará», con mi paladín favorito subiendo por un altísimo mástil de cuya punta se tendía una cuerda hasta otro poste paralelo por el que ascendía el adver­ sario. Parece ser que el adversario sea siempre el malo sin más. Pero, al parecer, hay quien nunca se equivoca. Es el más temible. Son los más temibles porque suele ocurrir en ambas partes, y... entonces no hay solución en el reino de la confusión. Allá arriba, sobre la cuerda floja, iban a afrontarse, con sus inmensas y fulgurantes espa­ das y sobre un lago de elevadas llamas. En este número que me llevaba estarían ya en combate. Así nos lo narra la leyenda el tebeo de aquel día de la segunda semana de julio: «En un silencio de muerte - dos figuras se acercan desde lados opuestos de la arena y trepan a la alta cuerda del cielo sobre las llamas. Es el combate final del gran torneo de la muerte.» Abrí el cajón de la mesilla y recogí la postal plegada y nada más. Estaba en bañador, era la única prenda que llevá­ bamos, el taparrabos, durante los veranos, al aire libre todo el santo día, era también todo nues- 137 Aurora José Luis Aguiló El gato y la luna, 1993 tro bagaje cuando nos evacuaron. Debía bajar y juntarme con los demás, donde estaba mi puesto en ese momento. No era ni heroísmo ni obe­ diencia; era simplemente lo que me tocaba por el momento. Bajaría a donde estaban los demás, había que correr la misma suerte aunque me molestaba la algarada de las multitudes. Tal vez fuera por mi timidez y, como suele ocurrir con los tímidos, también era temerario. No enten­ día, no lo entiendo todavía, lo que era y es la pro­ pia muerte, pero sí me siento morir un poco cada día en los seres amados. Por momentos también en la mirada de alguna persona o animal desco­ nocidos, o la percepción de cuando algo de valor desaparece en nuestro mundo, un mundo grande en el que no acertamos a caber. Puede que sea esa la manera que en mí se dé el sentirla. Al dejar lo que había sido estancia acogedora: la noche y la región misteriosa de los sueños, mi mundo, quise que mis ojos lo contemplaran en un adiós un tanto melancólico e irrevocable. Fue un sen­ tir extraño: me pareció ser a mi vez contempla­ do por algo viviente que también se iba y que nos mirábamos, quien sabe si era el alma de todo lo sufrido, de toda la esperanza vivida y soñada, o el alma de las cosas, que ellas también guardan nuestra memoria y nuestro amor. De todos modos era una quiebra geológica del espíritu humano que convulsionaría a todo el orbe. Son esos momentos de la desgracia en que la ternura de algo que solía pasar inadvertido nos consue­ la. Al bajar por la escalera noté un olor especial raro. Luego sabría que su origen era el de carne humana quemada. Despacio y sigiloso descendía el último tramo cuando vi a una enfermera que venía corriendo hacia mí despavorida. Me cogió colérica los brazos y me zarandeó gritando «¿Qué haces aquí, de dónde sales? ¡Contéstame, por amor de Dios! ¿Estás mudo, qué te pasa?» Había temido por mi vida y estaba enfadada. Eso sí que lo entendía. Acto seguido, me llevó a toda prisa a la enfermería. «Doctor este niño ha per­ dido el habla». El médico me examinó e hizo todo lo que suelen hacer en los primeros auxilios: 138 Papeles del «Seminario María Zambrano» más profundo del alma, cuando sólo ha lugar el grito enfurecido y ciego del dolor y del odio que desembocan en funesto desenlace. Entonces y después, quizás siglos después -si es que la con­ fusión no se acaba- la palabra callada y en paz de la escritura sea nuestra confesión en la Historia. los ojos, la boca, los pulmones, etc. «¿Estás mudo?. Dí ¡ah, aah, aaah!». Yo repetí «¡AH, AAH,AAAH.»! Y él, con cierto reproche: «¡Por qué no hablas!» Tranquilo le respondí: «Para lo que estoy viendo más vale no hablar». En éstas estábamos cuando llegó otra joven enfermera que llevó aparte al médico para decirle algo. Creo que le llamaron de casa, segu­ ramente mi primo Carlos, Director del dispensa­ rio. Esta vez no me llevaron con los demás niños. Debió pasar cierto tiempo cuando salimos a la calle y subimos a un coche negro que me pareció recordar el auto negro que hacía unos días había traído a María Zambrano cuando vino a verme al preventorio con sus compañeros de universidad. El sol se escondía avergonzado detrás de la Sierra del Guadarrama cuando bajábamos la montaña camino de Madrid. A indicación del chófer nos agachábamos su acompañante de delante y yo que iba detrás; insistía en que no nos vieran las cabezas, por miedo a que nos dispararan, supon­ go. Estando yo dormido debimos de haber hecho un alto en el camino hasta llegada la noche para refugiarnos en algún sitio, pues que sería cerca de medianoche cuando debieron de despertarme para subir a casa de María en Madrid. Todavía sigo adormeciéndome cuando en auto me traen por esos parajes a la capital. Estaba en casa reu­ nida toda la gran familia. ¡Cómo cabía imaginar que era la última vez que todos estábamos reu­ nidos y que la mayor parte de nosotros nunca más volveríamos a vernos por destierros, fusila­ mientos y muertes naturales. Durante toda la tarde y parte de la noche habían estado pegados a la radio porque iban retransmitiendo los nom­ bres de los niños que iban llegando en autobuses del preventorio de Guadarrama.. Mi hermano Isaías, que estaba entonces conmigo en el dis­ pensario, llegó de los primeros a casa, pero de mí no sabían nada. Por la raya del éxodo uando Araceli. nació en Segovia siete años después que María, un día antes del mismo mes, en 1911, tal advenimiento después de un lapso tan largo, fue para ella según sus propias palabras- el mejor y más feliz regalo de su vida, habiendo vivido con ella siempre, salvo algunos años del temprano matrimonio de Araceli y los años de la guerra civil y mundial. Para ella fue hasta su muerte la persona más querida y mencionada. No es de extrañar que pasaran juntas también al exilio aquella tarde del 28 de enero de 1939Años después, ya sin su hermana, escribiría a su amigo poeta Simons el 22 de abril de 1977: « Tal día como hoy nací en este planeta...Abismada en el examen de una maleta llena de papeles que habíamos visto juntos en aquella rebusca, acababa de saltar entre ellos una fotografía de Araceli en la raya del exilio, junto con Rafael pequeñito y el hermano mayor, y un muchacho inocente y bello a cuyo padre tan atroz destino amenazaba. El y Ara sonríen ino­ centes. La creía perdida irremisiblemente. Después fueron apareciendo, y antes otros pape­ les y sobres con cartas que no creía perdidas pero que me impresionaron inmensamente. Quería acabar pronto para escribir en un hoja, puesta en la máquina, de Notas de un Método, esto: «La razón se oye. Suena, antes de ser entendida pene­ tra por el oído total. Sonó el teléfono, y eras tú. Hubiera yo querido dejar los papeles, mas ya no era posible el abandono y sabía además que ven- Terminaba aquel día 18 de Julio de 1936 en el triste silencio de la palabra enmudece en lo 139 Aurora dría Rafael y que su visita me cortaría de escribirte.»2 bienllegada: «Pasen», «Gracias», «Tomen asien­ to». Las sillas, labradas de noble madera y ele­ gancia austera se adosaban a los muros del amplio zaguán a medida que se iban ocupando. Vecinos y extraños se acomodaban a un lado y a otro de la butaca de doña Araceli porque a su lado se sentían seguros y apaciguados, decían. Cuando por momentos cesaban las explosiones y sus trepidaciones, se percibía y oía el silencio y su liturgia en aquella especie de claustro. En la distancia, el tiempo y la memoria se agrandan a la majestuosa sombra de los seres queridos aquí y en el más allá. Recuerdo, así, a doña Araceli reflexiva, allí en su butaca como una diosa anti­ gua que me trae a la mente «La Dama Ibérica». A punto de terminar la guerra - civil - en 1939 nos hizo la foto el chófer que nos había tra­ ído en auto desde, La Junquera al exilio, hasta esta otra parte del Pirineo francés, donde vini­ mos a parar a un pueblecito llamado Salses, en el confín de lo que fuera la Marca Hispánica, de la cual nació Condado de Barcelona, según las cró­ nicas de entonces. Allí construyó Carlos I de España y V de Alemania un singular castillo fortaleza tal vez único en el mundo. Nos foto­ grafió frente a la verja de un hotelito que tenía escritas hasta hace poco en la fachada y en gran­ des letras mayúscula azules «Hotel du Tourisme». Al cerrar la pesada puerta del piso de María donde habíamos vivido durante tres años sentimos que aquella morada-tumba exhalaba el aliento último del vacío. Abajo, en el portal, nos esperaban en digna fila los porteros y otras per­ sonas que no reconocíamos para ofrendarnos el adiós de despedida. Ya en la calle y acera nos esperaban - los demás, al lado de un HispanoSuiza negro. María y Araceli ayudaron a su madre a acomodarse entre las dos en el asiento posterior. Unas semanas.antes, este auto, que me era tan familiar, había abierto el gran cortejo que seguía al coche fúnebre engalanado de coronas y flores que portaba el féretro de don Blas Zambrano camino del cementerio de las Corts. Hacía poco que habíamos dejado Barcelona sin preparativo alguno de viaje. Pero esta vez no era para ir a buscar algo en los pue­ blos cercanos que pudiéramos comprar para comer y que solía alegrarme tanto, eso de que me pasearan en auto. «Rafaelito, no cojas nada, no podemos llevar nada». La palabra escueta, la gra­ vedad de la voz definían de por sí la situación. No había habido revuelo ni alboroto, como ocu­ rría en los bombardeos habituales, más que nada porque cuando las sirenas de alarma gemían tris­ tes en la ciudad en seguida los vecinos de arriba venían a nuestro piso, al propio tiempo que los de abajo subían, en vez de bajar -a los sótanos del edificio que servían de refugio para toda la man­ zana. El vestíbulo era un gran salón y había que llevar apresuradamente las sillas que se iban arri­ mando a las paredes para los que iban entrando. Entonces doña Araceli, impedida como estaba, salía a recibir, con la serena solemnidad que la caracterizaba, a quienes venían buscando refugio y sosiego para su zozobra. Sólo las palabras de Ahora éramos nosotros los que en el mismo vehículo seguiríamos a la inmensa proce­ sión bíblica de un éxodo que con sus cuerpos, bajo el frío el hambre y la lluvia, llevaba a ente­ rrar la Segunda República Española en los confi­ nes de sus fronteras. Sí, don Blas, socráticamen­ te, prefirió morir a exiliarse en el horror. La con­ flagración no terminaría en España sino que Notas: 2 Correspondencia. María Zambrano/Edison Simons, Alcalá de Henares: Fugaz Ediciones, 1995, pág. 49. 140 Papeles del «Seminario Piaría Zambrano» prendería una hoguera aventada por fríos inver­ nales y que envolvería a todo el orbe. Lejos esta­ ba ya la «belle époque» cuando María Zambrano Zambrano afrontó, primero con amor y esperan­ za la crisis de la Historia; luego lo haría con sere­ nidad senequista sin dejar de padecerla. «Suele ocurrir que lo que pasa en España trasciende allende sus fronteras», me diría un día. Son las grandes tragedias de la Humanidad que, a modo de catástrofes naturales, se propagan sin límite. También su transición de la dictadura a una democracia genuina ha servido ejemplarmente para otros países. por las guerras de inmemorial memoria. Figueras, la Junquera, le Perthus...nombres homéricos se me figuran ' en la hora de aquel trance, espejo transparente de la casi 'radical tra­ gedia de España en su historia. Años después escribiría ella un tanto afligida: «Bajo esa misma sombría luz íbamos camino de la frontera quie­ nes la habíamos servido (España); entre todos, juntamente con todos, bajo un cielo impenetra­ ble, sintiendo que la tierra nos abandonaba, ya que no podía seguirnos. Sólo de ella podíamos llevarnos el aliento, el espíritu. Su cuerpo que­ daba allí herido.» María se lamenta retrotrayéndose a aquel entonces de la incipiente República, es decir, anterior al gran interregno y escribe: «El parén­ tesis de la Restauración debería cerrarse para que España se abriera enteramente al aire libre de una historia renovada. Llegaba la hora de que se vertiera en historia a la profunda renovación, más bien a un renacer. Una monarquía flexible, viviente, cifra de la realidad nacional, hubiera podido seguir. Más que de revolución se trataba de una necesidad natural en ciertos ' cambios, lo contrario a lo violento.» 3 El auge del totalitaris­ mo pujante y beligerante daría al traste con toda naturalidad histórica y sus planteamientos. Cuarenta largos años estuvo el pueblo español esperando, paciente y activamente a que se pro­ dujera tal evento. Evidentemente era también una alegoría al último número de la revista «Hora de España XXIII», preparada por ella y que, habiendo sali­ do de la imprenta el día antes, quedaba encerra­ da, enterrada para siempre, al igual que su padre, pocos meses antes, sepultado en el cementerio Las Corts. En esa publicación estaba lo último escrito por don Antonio Machado in memoriam de Don Blas Zambrano en su Mairena Postumo. En este sentido nos dirá María: “La muerte del padre recogida por el poeta tiene sentido univer­ sal». 4 Próximos ya a la frontera, las dos herma­ nas se apeaban del coche de vez en cuando para andar junto a los demás en su común aliento, entre la multitud. Una vez María bajó sola del automóvil, pocos metros antes de llegar a la tie­ rra de nadie entrambas fronteras, antes de entrar en tierras de Francia. Portaba discretamente un ramillete de espigas que las mujeres de Santiago de Chile le habían entregado como ofrenda emblemática. Se abría un claro de sol sobre la tierra húmeda. Como pudo desgranó aquel ramo sagrado de los antípodas que también tenían Lejos, infinitamente lejos, estaba ya tam­ bién aquella casa de María Zambrano en el piso principal del antiguo número 600 de la Diagonal de Barcelona. Cuánta alegría, cuánto sufrimiento; tánta vida, amor tánto, sepultados Notas: 3 María Zambrano, Delirio y Destino, S.A., Madrid, 198'9, págs. 91 y ss. '1 María Zambrano, Introducción a «Hora de España XXIII». 141 Aurora nuestra lengua y nuestra sangre y las enterró, en un apartado lugar de la cuneta, en la ' esperanza de que algún día germinara la democracia, la paz y la armonía entre los españoles, sin muertos ni mártires. Cuando volvió había adelgazado mucho la columna. «Era estrecho el sitio por donde había que pasar la frontera, sin puerta alguna, era estrecho y de uno en uno había que pasarlo». azorada, no se consideraba digna, dijo algo dán­ dole a entender que no podía aceptar. Hubo tam­ bién un tanto de turbación por parte de él, pero al punto doña Araceli tendió con delicadeza su mano, y tomó el pan con un «Dios se lo pague, señor»; me lo dio a mí y, en silencio, lo reparti­ mos tocando un piquito a cada uno. Era el otro polo del silencio, el silencio sacro de la Comunión, la comunicación y el reparto de la palabra y el pan en la paz de todos. La más hermosa de las utopías, que por momen­ tos se nos hace realidad en nuestras instituciones democráticas. Es nuestra esperanza seguir soste­ niendo esa realidad por mucho que el humano comportamiento la ponga a prueba cada día. Al otro lado de los altos Pirineos la muchedumbre se extendía como el mar. Traían hambre de días, algunos tal vez de siglos. Otro hecho cuasi religioso, es esta poética descripción de María: «Delante de mí descubrí en un instan­ te, como si llegara de algún remoto y nunca visto lugar, un hombre, campesino o no, un hombre llevando sobre sus espaldas un cordero blanco del que se sentía el aliento, y la mirada sobre el rostro de quien le seguía, por un breve instante. Mas miraba a todo lo que atrás venía con un reflejo de misericordia, y el horizonte que que­ daba y la tierra apenas visible. Miraba y se mira­ ba. El podía mirar en aquella procesión, no muchas más horas sin duda, antes de convertirse en alimento». 5 Llegaron los gendarmes con grandes canastas llenas de trozos de pan. Las lle­ vaban en alto para protegerse del arrebato. En un momento dado pensaron que lo más eficaz era lanzar los panes al aire seguros que no tocaría tierra ni una sola miga, y a sabiendas de que la distribución ordenada era imposible. Claro está que dentro del coche no caería el maná. Alguien cerca del auto logró cazar al vuelo uno de aque­ llos anhelados trozos. Sin duda alguna se lo iba a llevar a la boca cuando vio que a los que estába­ mos en el Hispano-Suiza no nos llegaba nada. Con cierta timidez se acercó a nosotros y nos lo ofreció por la ventanilla. Parecía un ser legenda­ rio, sin edad, y una gran ternura. María, muy Notas: 5 María Zambrano, op.cit. 142 Papeles del «Seminario María Zambrano» María Zambrano A propósito de la «grandeza y servidumbre de la mujer»1* n libro sobre la Mujer es una tarea arriesgada en estos momentos. Cada problema -es sabido- tiene su coyuntura histórica. ¿Acaso no ha pasado ya aquella en que la “cues­ tión feminista” fue debatida hasta la saciedad? ¿Acaso no está no sólo en el orden de las ideas, sino en el de la realidad cotidiana, resuelta para siempre? Cada problema tiene su proceso: Desde lo tímidos intentos en que se presenta por pri­ mera vez, hasta su completa liquidación -si esto cabe en los asuntos de los hombres- pasa por diferentes etapas. De todas ellas, la más visible e inquietante es esa en que llega el encono, en que la pasión interviene hasta el paroxismo, hasta que la realidad en cuestión cede y se modifica; después viene un período de quietud y relaja­ miento en la atención de las gentes, en que muchos creen que todo ha terminado. Y sin embargo el que llega, después, pronto ve y pade­ ce que no se trataba sino de una pausa debida a la fatiga y a esa necesidad de asimilación que tie­ nen la conciencia y aun más la llamada subcon­ ciencia; porque todo necesita del tiempo y él es nuestro dueño. Así con la cuestión femenina. Tras del debate y la patética guerra feminista que estalló en el mundo Occidental tan paralelamente a la lucha de clases, ha sobrevenido este momento en que nos hemos encontrado viviendo las gentes de mi generación: ya estaba resuelto y hasta parecía un tanto extraño el que hubiese ocurrido tal debate. Y sin embargo, no era así. Es ahora, por el contrario, cuando la realidad social, política t económica ha abierto un hueco a la mujer, aco­ giéndola en “igualdad de condiciones que el varón” -al menos aparentemente-, cuando se impone y se necesita esa claridad última que solamente surge cuando las cuestiones prácticas están resueltas. Es ahora, aprovechando- la tre­ gua, cuando se hace posible y necesario mirar detenida, objetivamente la cuestión. El libro del escritor y hombre de ciencia español Gustavo Pittaluga2 vine, pues, con esa característica de las obras hijas de la inteligencia y de la gracia: oportunamente. La cuestión, resuelta de hecho, necesita ser aclarada, porque además no estamos seguros de que esté resuelta. No lo estará, como las principales cuestiones de la historia, enteramente y menos aun, si conformándonos con los hechos, no intentamos una objetividad. Notas: 1* Este artículo apareció en el apartado “notas” de la revista cubana Sur, n° 150; 1947 (pp. 58-68). 2 Gustavo Pittaluga: Grandeza y servidumbre de la mujer (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1946) 143 Aurora ¿Habrá ' entrado- la Mujer, es- decir, la visión de la mujer por el hombre en la era de la objetividad? No podemos encararlo sin cierta melancolía. La objetividad adviene después de un desencanto. La realidad antes de constituirse en objeto ha sido enigma sagrado; como sagrado, foco de actividad sin límites, ser escondido que sólo accede a revelarse a “este mundo” en momentos extraordinarios. Lo sagrado se hace accesible en la gracia de la revelación instantá­ nea, que irrumpe en un fondo de misterio que la revelación nunca acaba de desvanecer. La, mujer ha sido realidad sagrada -y por lo tanto maldita­ , algo próximo y familiar que no acababa de per­ tenecer a este mundo. “Este mundo” es, claro está, el del hombre. Ella, por su parte, sentía vivir más allá del mundo a los hombres. Ella, por su parte, sentía vivir más allá del mundo a los hombres, a los que contemplaba con más silen­ cio e ironía de lo que ellos solían, por su suerte, percibir. El Romanticismo, uno de cuyos miste­ rios centrales ha sido el de la Mujer, fue, sin duda, el postrer momento de esta situación en que hombre y mujer eran radicalmente “el otro”, habitantes de diferentes planos de la realidad. Después, con el Positivismo y la Revolución que ha removido todos los estratos de la vida huma­ na, la Mujer desciende a este mundo. Al recla­ mar su derecho al trabajo, no hacía otra cosa que pedir su puesto en este mundo, en el. mismo plano de realidad que el varón. Y así, pasado el “desencanto” y acabada la lucha, el enigma se ha convertido en proble­ ma; es justamente el momento de plantearlo como lo ha hecho el Dr. Pittaluga, con una sere­ nidad lograda un tanto por inhibición: inhibi­ ción ante la fuerza mágica de la mujer que -con­ fiamos- no dejará de vivir de algún modo aun después de su plena instalación en “este mundo”. Grandeza y Servidumbre de la Mujer lleva un subtítulo que define el tema del libro: Situación de la Mujer en la Historia: el primer título sería más bien el lema o el “leit-motiv”. Se trata, por tanto, de un libro de historia o más bien de Historiografía. Lo que se persigue no son hechos, sino algo mucho más delicado y difícil de captar y expresar: situaciones. Situaciones concretas de cada cambio histórico desde una genérica y más profunda: la de la mujer en toda la historia que se conoce. Lo primero que debía hacer el autor era plantearse el problema esencial, no ya de la mujer en la Historia, sino de la Historia misma. Apoyándose en Dilthey y Vico mira el proceso histórico como un “fieri” y no como el conjunto de los hechos ya cumplidos y acabados. Y justa­ mente ahí es donde reside para Pittaluga la causa de que no haya sido valorada, ni conocida, la par­ ticipación de la mujer en el quehacer histórico. Un punto central, tratado en las primeras pági­ nas, fundamento filosófico de la obra, es la críti­ ca de la idea de “naturaleza humana”, cuyo con­ tenido, “lo humano”, ha correspondido exclusi­ vamente al varón. Según la idea de “naturaleza humana” solamente se hallaban las notas que corresponden a lo que el hombre -la mitad del género humano- creía ser. Vista así la historia, resultaba imposible que apareciera la acción de la mujer. Se trata, pues, de sorprender, en esta historia hecha por hombres en su parte más visi­ ble y trascendente, la actuación de la mujer. Y lo que se desprende -no sólo de la Introducción, osamenta ideal del libro- es que la acción prime­ ra y primaria de la Mujer tiene lugar en el comienzo mismo de la Historia, en los primeros pasos en que el varón se desprende de la vida nebulosa “natural” para afirmarse en lo que tiene de peculiar y humano. De todo el libro del Dr. Pittaluga se deduce que es ella, la Mujer, la cre­ adora, o por lo menos la nodriza de la humani­ dad del hombre, del hombre como ser específi­ camente distinto del animal, De nuevo está en el Génesis, también ahora es eta visión objetiva. Y es la Historia considerada en su géne­ sis la que permite y hace visible la acción crea­ dora de la mujer. Y así en la Introducción se establece lo que, sin duda por un pudor muy latino, o se ha lanzado a nombrar “categorías” de 144 Papeles del «Seminario María Zambrano» hagan realidad. La mujer es la mediadora entre el reino de los valores y la modesta realidad social que se deja penetrar por ellos a través de los avatares y dramas de cada época. No sabemos que en el debate sobre la Teoría de los Valores, uno de los descubrimientos más decisivos de la filosofía contemporánea, nadie hubiera pensado en la mujer como agente más efectivo de su realiza­ ción que alcanza tanta efectividad, no sólo por la riqueza de sus medios, sino por apego de su ser más íntimo, que corre parejo a su desinterés por las verdades. La mujer percibe los valores y se desen­ tiende de las verdades, cuya búsqueda ha sido la acción más masculina del varón, más exclusiva. La tesis que, a causa de la medida musical que preside el libro, no ha dado todas sus consecuen­ cias, arroja una claridad deslumbrante sobre los enconos más profundos habidos entre el hombre y la mujer en nuestra cultura occidental. Así ha la Historia. Quizá en este comedimiento haya actuado un tanto el hombre de ciencia que no quiere trascender demasiado las realidades. Pero le ha sido imposible rehuirlo y ahí están los tra­ zos, las coordenadas de la Historia que hacen posible el conocimiento de la acción específica de la Mujer en ella. ¿Serán válidas nada más que para esa visión? De suceder así, quedaríamos con una historia tan parcial y mutilada como la otra, que sólo contaba las hazañas del protagonista varón. Por el contrario, esta tabla de categorías culmina en la “pareja humana”, cuya unidad es la verdadera protagonista de la historia. Autenticidad, Tiempo y Destino son los puntos centrales. El primero se enlaza con el sen­ tido de los Valores que preside la visión históri­ ca de Pittaluga. La mujer aparece -y ésa es la mayor audacia, creemos, de su pensamientocomo percibiendo los valores, sugiriéndolos, haciéndolos triunfar; en suma, haciendo que se María Zambrano, Madrid, 1985 145 Aurora sido: el hombre se enamoró de la verdad, es decir, de la claridad y de la transparencia, de, esa transmutación que la opaca realidad sufre cuan­ do se reduce a objeto. Sócrates ha sido el más viril de los hombres, y su amor a la verdad sobre la vida ha irritado a la mujer representada, sin duda, por la sagacidad de Platón en esa esposa indomable, hostil a la vocación de un marido al que ama por encima de sí misma y cuya muerte debió parecerle sobre manera fatal. En su llanto desgarrado brotaba toda la desesperación de la mujer que ve al hombre tomar un camino estéril y doloroso, incomprensible; que lo siente enaje­ nado de su regazo, irremisiblemente perdido para ella. Nadie se ha apiadado del dolor de Xantipa y sin que el Dr. Pittaluga la nombre en esta ocasión, es a ella a quien vemos redimida, al fin, justificada. No la verdad, sino la vida, y los valores, esas difíciles realidades que esperan y reclaman ser realizadas. Por ellos la mujer es auténtica y no sincera y se hace justificable hasta el heroico fingimiento que defiende un último valor auténtico. Sí; pero... ¿No resulta acaso apresurado, parcialmente vitalista esta escisión y casi oposición de la Verdad y el Valor? La fría, clara, invulnerable verdad hallada por la mente del varón, ¿no ha sido necesaria para la vida que, sin ella jamás hubiera alcanzando verdadera humanidad? ¿Puede extirparse el “logos” de la vida que llegó hasta a hacerse carne porque, ella, la carne, lo necesita para resucitar? ¿La razón no es también alimento de la vida? ¿Y no es por la verdad, por lo que la vida alcanza o llega a punto de alcanzar eso que es lo más humano de nuestra vida: la libertad? Una de las más finas y hondas visiones del libro es la que se refiere al sentido del tiem­ po. Había yo tenido el privilegio de escucharlo en una Conferencia dada por el autor hace tres años en el Lyceum Femenino de La Habana. Y he de confesar que no había escuchado nada más penetrante en cuanto a la visión de la mujer. El sentido del tiempo es lo que define al hombre como tal, su conciencia y sentir, del tiempo. Encontrar la sutil diferencia de este sen­ tir entre el hombre y la mujer será el modo más certero de definirla, a lo menos de hacerla visi­ ble. Le hubiera pedido al libro un desarrollo mayor en este punto tratado con tanta sutileza, verdadero diagnóstico del alma de la mujer. Según él aparece sumergida en un casi constante “éxtasis” pues no siente el “antes” y el “después” tan claramente como el hombre; su tiempo es un presente, pura actualidad, diríamos, más allá de la memoria y del olvido. “Destino” se refiere a la actualidad de la mujer ante la vida. Mientras el hombre prevé la mujer presiente, dice el autor, con innegable acier­ to. El hombre pretende conocer para dirigir; la mujer, -presintiendo, opera desde dentro, logran­ do modificar el curso de los acontecimientos del modo más profundo. Y aquí se hace inteligible esa vocación femenina persistente: la pitonisa, adivina, la mujer que se relaciona con el hado de modo íntimo y obscuro: la eterna Casandra. La tesis de Frobenius sobre “culturas masculinas y femeninas” es examinada de modo perspicaz, situando en su verdadero valor, es decir, en el de los matices y variaciones, sin la pretensión de constituir bloques definidos, estructuras cerradas. Lógicamente, la visión de la mujer alcanza todo su esplendor en los capítulos que tratan de los tiempos de génesis, primero en esa maravillosa aurora del género humano que es la Prehistoria. Capítulo este trazado con la más sabia arquitectura, en que con esa discreción que da el tono de todo el libro, se examinan las teo­ rías acerca de la génesis del alma propiamente humana. Pues la cuestión que nos pone ante los ojos la Prehistoria, es una de las más turbadoras que se pueden presentar; “¿qué era el hombre antes de ser humano?” El alma prehistórica lleva consigo su mundo, es decir, sus creencias de modo más ligado que las Edades Históricas. Cuando el hombre ha llegado a su Edad 146 Papeles del «Seminario María Zambrano» Histórica se distingue nítidamente de su medio y entonces se puede decir “yo y mi circunstan­ cia”. Pero el alma de los tiempos aurórales no se distingue de esa nebulosa que es su mundo; como las raíces de una planta que aun no ha erguido su tallo, tiene la tierra adherida hasta ser una con ella; vislumbrar en esa maraña es traba­ jo de escrutación delicada y más si se pretende captar en ella la acción creadora de la mujer. Tarea difícil, de - intuición comedida, sujeta a cautela. Y así presenta disimulando su originalidad la hipótesis de una Mitología prehistórica, en que capta un instante en que el alma se desprende de la magia y entra en la figu­ ración creadora. La mujer aparece como la con­ ductora del espíritu en estos tránsitos misterio­ sos y difíciles; la guía verdadera de este mundo subterráneo, tenebroso, que aspira a la claridad. Aparición que muy pocas veces salta a la vista de un modo concreto, definido. Porque “Grandeza y Servidumbre de la Mujer” pertenece a esa espe­ cie de libros musicales en los que la medida lo es todo: es una obra con número y ritmo, y por tanto, algo secreta y misteriosa, cuyo sentido último está en la totalidad y en esos sutiles cam­ bios de modalidad y tono; ' en los espacios vacíos también, en lo- que no se dice, tanto como en lo que se manifiesta. A pesar de que lo sentimos así, hemos de notar ciertos silencios, y ausencias como ligeras fallas de una obra tan completa. Todas esa ausencias tienen lugar en los tiempos modernos, es decir a partir del Renacimiento. Diríase que el libro se precipita y empobrece. Y aunque hay una poderosa razón: la imagen de la Mujer que el autor ha sostenido sin descanso, a esa razón cabe presentar algunas razones. La “grandeza” de la mujer culmina en la Edad Media; es ella, según el autor, la “Edad Heroica de la Mujer”. Y lo que no dice pero hace visible la - Edad en que la mujer -contrariamente a lo que se cree- ha estado más ligada al espíritu creador masculino, ha sido más su igual. Después del Renacimiento en que se recoge en algunas espléndidas figuras femeninas toda la fuerza y la gracia de esa “grandeza “ que se extingue, llega el siglo diecisiete en que, dicho más por el silen­ cio, queda de relieve el empezar la época de “ser­ vidumbre”, de la mayor servidumbre, que se va acentuando tan sólo interrumpida por la situa­ ción de la Mujer en América, es decir en el “Nuevo Mundo”. Pero si es así ¿qué significa este progresivo apagamiento de la grandeza de la mujer en los tiempos modernos? La gravedad estriba en que el autor no nos ofrece una fe últi­ ma, un porvenir para la mujer, en que no apare­ ce lo que la mujer vaya a ser en esta difícil etapa de su historia que coincide con la mayor turbie­ dad histórica que se haya conocido. No cabe duda que la mujer está en el umbral de un mundo nuevo en el cual ha de recoger todos los intentos frustrados, todo el fracaso, diríamos de cierto tipo de mujer habidos en otras épocas. La Otro momento de tránsito está tratado con idéntica maestría. Diríase que el autor posee una combinación de dotes felices para la com­ prensión de las épocas de metamorfosis en que el espíritu humano se desprende de una forma y crea otra: agonía y resurrección, agonía verdade­ ra con todos sus esplendores y riesgos. La mujer cobra toda su magnitud en esos momentos de metamorfosis para eclipsarse en los tiempos de orden y seguridad. Tal sucede en el bellísimo capítulo titulado “Nacimiento de una cultura, de una civilización y de una fe”. Y así la Mujer aparece a lo largo de todo el libro como una potencia, fuerza originaria, no cósmica, sino intermediaria que se revela y alcanza su valor en los momentos en que el hombre abandona un alma, un modo de ser para lanzarse hacia otro. La mujer desde más allá, desde “otro mundo” guía decisivamente las trasmutaciones de este mundo. La imagen de una mujer mediadora, guía, se deduce del libro; no es una tesis, ni una idea, sino más bien una aparición que el lector encuentra en su ánimo una vez cerrado el libro. 147 Aurora grandeza se realizó, pero ¿y el fracaso? No sabe­ mos cómo el autor piensa y siente al respecto, pero pocas cosas pueden afirmar más la fe en un ser, en una cultura, como sus intentos fracasados, como los proyectos deshechos,y abatidos, pues en ellos reside el germen de una nueva forma de vida que - prematuramente cayó al suelo, y que puede y debe intentar su realización. Hubiésemos querido que el autor de un libro tan perspicaz y sabio -de vieja sabiduría- hubiera ido recogiendo a lo largo de sus páginas el fracaso de ciertas mujeres desventuradas, o mal entendidas, de ciertas figuras ambiguas o espléndidas que en su mismo esplendor comportaron un fracaso para lanzándolas al porvenir, recoger de ellas la fe en una mujer no habida del todo. Ningún ser más fracasado que ciertos tipos de mujer, (en esto tenían razón las feminis­ tas); ningún ser más cargado de futuro por tanto. Y si el futuro de la especie no está en la Mujer, no reside en parte' alguna. En esto sí que estamos de acuerdo con el sentido último del libro. Pero si es así, y el autor ha tenido esa visión,, delicada y tenazmente a lo largo de sus páginas, del labe­ rinto intrincado de la historia, no apuntar al por­ venir de la mujer, a la Mujer que ha de venir, es tanto como no apuntar al futuro del género humano. Y es que hay un problema pavoroso que el autor ha soslayado: ¿puede la mujer ser “indi­ viduo” en la medida en que lo es el hombre? ¿Puede tener una vocación además de la vocación genérica sin contradecirla? ¿Puede una mujer, en suma, realizar la suprema y sagrada vocación de la Mujer siendo además una mujer atraída por una vocación determinada? ¿Puede unir en su ser la vocación de la Mujer como una de esas voca­ ciones que han absorbido y hecho la grandeza de algunos hombres: Filosofía, Poesía, Ciencia, es decir puede crear la Mujer sin dejar de serlo? El precio de la creación del hombre ha sido ' muy alto y sus condiciones muy rigurosas: soledad, angustia, sacrificio. La mujer ha ofrecido su sacrificio permanente sin traspasar el lindero de la “creación”. ¿Le será permitido hacerlo; podrá arriesgarse en un nuevo sacrificio sin arriesgar la continuidad de la especie, sin dejar de ser la gran educadora y guía del hombre? Tales son las interrogaciones que la lec­ tura del libro “Grandeza y Servidumbre de la Mujer” deja en el ánimo. El que así suceda testi­ fica la lealtad y lucidez de su páginas, pues tales preguntas son las que acongojan el ánimo de cualquiera -varón o mujer- que mire con valor la realidad actual; son las incógnitas que la situa­ ción de la Mujer presenta en esta hora tan ambi­ gua, problemática, de la Historia. El Dr. Pittaluga no las ha acometido de frente y pensa­ mos que no sea por azar; tal vez se haya propues­ to no apuntar tan siquiera al porvenir, presentar lúcidamente el pasado como un dato inevitable, como una llamada que la conciencia lúcida hace a la fe o a la desesperanza. Por ello es un libro típico de inteligencia y claridad, de esa luz que no ofusca ni deslumbra y que ha dejado caer sua­ vemente sobre algo delicado en extremo: las entrañas de la Historia. La 148 Habana, 30 de agosto de 1946. Papeles del «Seminario María Zambrano» María Zambrano, La Habana, 1960 1.9 Dossier Información bibliográfica Noticias Jesús Moreno Sanz, con la ayuda para Delirio y destino de Rogelio Blanco Martínez, quién ha puesto la gota de agua que era necesaria para este renacimiento. Y decimos ‘renacen' porque lo que aúna a estos libros, en este caso2, es su condición de volverse a presentar en la edición original e íntegra en la que nacieron; recuperándose, con estas ediciones, la inocencia de quien escribe -de ese ‘yo' en estado naciente3. La inocencia de las rosas de Jericó: nota a la nueva edición de Delirio y destino y de Los intelectuales en el drama de España. María Zambrano, en un breve artículo1 periodístico, señala que hay algunos libros que tienen la virtud de renacer como lo hacen las extrañas rosas de Jericó, que con sólo una gota de agua recobran la vida que en el tiempo árido del desierto han ido acumulando. En estos últimos meses han aparecido las nuevas ediciones de Delirio y destino y de Los inte­ lectuales en el drama de España que cumplen sobra­ damente esta “virtus” de la que hablaba su auto­ ra (refiriéndose, claro esta, a algunos otros libros). Así ambos libros renacen ahora nuevamente, aunque siendo estrictos lo hacen en una doble acepción. Una propiamente zambraniana, de la que no vamos a hablar, pues no es de hablar de lo que se trata en este caso, sino de leer: leer en esos textos para que ellos mismos cumplan su función renacedora. Y otra que atañe más a cues­ tiones de rigor editorial. Y, en este caso, ha sido Delirio y destino (Los veinte años de una espa­ ñola). Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 19981. Como nos dice la propia María Zambrano en la ‘Presentación' (pp. 19-20) de Delirio y des­ tino, en La Habana se enteró, unas semanas antes de la finalización del plazo de entrega, de la con­ vocatoria de un premio literario por el Institut Européen Universitaire de la Culture de Ginebra “para una novela o una biografía”, y empezó a escribir este libro “sin saber por qué”, “hasta ter­ Notas: 1 “Ser naciente”, Diario 16 (Madrid), 1987, 29 del IX (Especial Liber'87, p.8); recogido por Mercedes Gómez Blesa en Las palabras del regreso (Artículosperiodísticos, 1985-1990), Salamanca: Amarú Ediciones, 1995; pp. 111-112. 2 Quién busque una conexión en el contenido de los libros tratados, puede ver la presentación de Jesús Moreno Sanz a Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, en la que, entre otros análisis, se indica que ambos comparten una misma materia cons­ titutiva de la reflexión zambraniana: el tema de España. 3 Cfr. “Ser naciente”, p.112. 150 Papeles del «Seminario María Zambrano» Literatura- publicar Delirio y destino. Y así, apa­ rece en 1989, en la colección de narrativa de la editorial Mondadori, el texto que creíamos era aquél que escribió en La Habana hacia mediados de 1952 o comienzos de 1953. Pero aunque María Zambrano dice, en la ‘Presentación' fecha­ da el 25 de septiembre de 1988, que tan sólo ha “efectuado ahora unas correcciones mínimas en los tiempos verbales para actualizar el texto y evitar así confesiones en el posible lector”, lo cierto es que no es así. En el texto aparecido en 1989 hay “substanciosas omisiones” respecto a aquél, original e íntegro, que ahora aparece gra­ cias a Rogelio Blanco Martínez y Jesús Moreno Sanz5 y a la editorial Centro de Estudios Ramón Areces. Substanciosas omisiones, en concreto en la Primera Parte (“Un destino soñado”), en espe­ cial en los capítulos “España despierta soñándo­ se”, “La vuelta a la ciudad” en sus tres epígrafes, en particular el primero, “La coyuntura históri­ ca” y “14 de abril”. Pasajes éstos en los que, en general, María Zambrano muestra explícitamen­ te su claro republicanismo. Esta posición políti­ ca marcará el quehacer de su autora en la época que, de un modo siempre brillante e inaugural, reconstruye6 este libro; y, por lo tanto, estas páginas que ahora renacen son substanciales para la comprensión plena de su vida y de su obra. Pero habrá lectores suspicaces, que siempre los hay, que hubieran preferido que no se modifica­ ra aquel texto que apareció en 1989, argumen­ minarlo”. Jesús Moreno Sanz, en la ‘Nota aclara­ toria' a la presente edición (pp. 11-18), fecha la redacción del texto, basándose en la correspon­ dencia inédita de su autora, en la segunda mitad de 1952 o a comienzos de 1953. El. premio, como nos dice María Zambrano en la citada ‘Presentación', fue concedido ex aequo a otros dos autores; aunque Gabriel Marcel (miembro de jurado) se mostró disconforme con la decisión tomada, indicando que “el texto que merecía el premio era Delirio y destino, no sólo por su cali­ dad sino también porque era la historia de Europa y de lo que significaba la universalidad de España”. Así, al libro se le concedió una “Mención de Honor”, recomendando a la edito­ rial promotora del premio (la Communauté des Guildes du Livre) su publicación, lo que nunca sucedió. Jesús Moreno Sanz explica, a partir de un interesante fragmento de una carta del 31 de agosto de 1953 a Rosa Chacel, recogida en la citada ‘Nota aclaratoria', cómo se inicia así un período, entre 1953 y 1955, en el que su autora establece diversos contactos para la publicación íntegra de este escrito y cómo finalmente María Zambrano desiste en su intento, entregando algunos fragmentos o capítulos a diversas revis­ tas literarias4. Finalmente, y después de que la editorial Mondadori publicara en 1988 nuevas ediciones de La agonía de Europa y La Confesión: Género literario, decide -ese mismo año en el que es distinguida con el Premio Cervantes de Notas: 1 Para la relación detallada de estos fragmentos o capítulos y su respectiva publicación en revistas literarias, ver la nota 3 de la citada ‘Nota aclaratoria' de Jesús Moreno Sanz. 5 A los que habría que agradecer la labor, siempre trabajosa, de revisión y corrección de algunos errores prosódicos y sintácticos que no habían sido del todo enmendados en la edición de 1989. 6 Según la citada carta a Rosa Chacel, recogida en la 'Nota aclaratoria' de Jesús Moreno Sanz, lo que tenemos en Delirio y destino no es, según su autora, una “novela. ¿Qué es?... Desde un punto de vita objetivo [...} es la historia o el relato -seamos modestos- de los oríge­ nes de la República. La primera parte acaba el 14 de abril. La segunda, que es más bien Epílogo, son Delirios [...} ‘secundum veritatis' [...] la verdad en su esqueleto”. Según Jesús Moreno Sanz, este relato de los orígenes de la República, en la primera parte de Delirio y destino, es la puesta en práctica de la concepción de la confesión como género literario y como método que la propia autora teorizará en los años cuarenta. Y cabe recordar que es en este período, entre 1928 y 1931, cuando María Zambrano -según nos cuenta en la nota a la edición de Hacia un saber sobre el alma para Alianza Editorial en 1986- está tentada, por dos veces, de dejar la filosofía para dedicarse exclusivamente a la política. 151 Aurora tando que aquella fue la decisión última de su autora. Desde aquí no queremos enjuiciar ni polemizar sobre cual debiera ser la edición canó­ nica de Delirio y destino, si es que deba haberla. Tan sólo desearíamos apuntar que estamos con­ vencidos de que las páginas ahora recuperadas aportan una luz clara y candorosa para el lector de hoy y, en especial, para que los jóvenes -como nosotros- se puedan mirar con nitidez - en esa “perspectiva histórica”7. en esta edición el artículo ‘Hora de España, XXIII'9; que, aunque escrito por su autora el 24 de septiembre de 1977, responde al espíritu del momento ' en cuestión, ya que se trata de la intro­ ducción a la edición facsímil del número final de esta revista que no pudo salir a la luz una vez ter­ minada la guerra civil y que apareció en 1977. Sin considerar la detallada “Cronología” de María Zambrano entre 1928-1939 (pp. -42­ 45) y el interesante artículo introductorio “De la razón armada a la razón misericordiosa” (pp. 9­ 55) de Jesús Moreno Sanz, las novedades de este libro editado por Trotta son considerables, res­ pecto a las anteriores ediciones de Los intelectua­ les en el drama de España hechas por la editorial Panorama (Santiago de Chile, 1937), por la edi­ torial Hispamerca (Los intelectuales en el drama de España.. Ensayos y notas -1936/1939-; Madrid, 1977) y por la editorial Anthropos (SENDEROS: Los intelectuales en el drama de España.. La tumba de Antígona, Barcelona, 1986). Ahora se nos ofrece el texto completo de Los intelectuales en el drama de España, tal y como fue concebido por su autora en 1937 y tal y como también recoge la edición de 1977. Pero no sucede lo mismo en la edición que en 1986 María Zambrano prepara para Anthropos bajo el título de Senderos. En esta edición, bajo el epí­ grafe Los intelectuales en el drama de España, nos encontramos con un texto que no es el que ínte­ gramente apareció en 1937 y en 1977; ya que falta la parte final del tercer apartado (“El fascis­ mo y el intelectual en España") de la primera parte, así como la mayoría de las páginas de la Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil. Editorial Trotta, Madrid, 1998. Jesús Moreno Sanz, en su incansable tra­ bajo de investigación y de edición de la obra de María Zambrano, nos ofrece una vez más un substancial volumen en el que se recoge la edi­ ción íntegra de Los intelectuales en el drama de España y una colección de artículos, posiblemen­ te definitiva, escritos por María Zambrano entre 1936 y 1939. Además de estos textos se añaden dos anexos: ‘Un liberal' (pp. 122-127), publica­ do por María Zambrano el 19 de mayo de 1987 en Diario 16 (Madrid), con motivo de un dossier especial dedicado al Centenario de Gregorio Marañón8 y una ‘Carta de Antonio Machado' (p. 179), fechada el 22 de noviembre de 1938, en la que Antonio Machado le da las gracias a María Zambrano por el artículo que publica en Hora de España XII (diciembre de 1937) sobre su libro La guerra y en la que se acuerda de su querido amigo don Blas Zambrano. Y también se recoge Notas; 7 Ver la citada 'Presentación' de María Zambrano a Delirio y destino. 8 Recogido anteriormente por Mercedes Gómez Blesa en Las palabras del regreso (Artículos periodísticos, 1985-1990), Salamanca: Amaró Ediciones, 1995 (pp. 29-34); . 9 Recogido anteriormente en Anthropos. Revista de documentación científica de la cultura, n". 70-71 (“María Zambrano. Pensadora de la Aurora"), de marzo-abril de 1987 (pp. 129-136). 152 Papeles del «Seminario María Zambrano» segunda parte. En Senderos, la segunda parte de Los intelectuales en el drama de España, consta úni­ camente de un epígrafe {“Hora de España”)-, mientras que en la edición original y en la que ahora se publica, la segunda parte aparece con el título “El intelectual en la guerra de España” y comprende tres capítulos: “Octubre 1934-julio 1936”, “La inteligencia militante: El Mono Azul y Hora de España” y “Carta al doctor Marañón”. No vamos a entrar en una posible polémica sobre la conveniencia o no de editar fragmentos o par­ tes de escritos sustraídos por su propio autor en anteriores ediciones. Ni en una /posible especula-, ción acerca de si nos encontramos realmente ante un mismo texto. Poco importa. Lo importante en este caso es que han renacido unas páginas de María Zambrano casi olvidadas. Cabe matizar, para finalizar, que en el volumen que para la editorial Trotta ha prepara­ do Jesús Moreno Sanz se incluyen además de los textos ya mencionados algunos artículos de 1936 previos a la guerra civil (“La salvación del indi­ viduo en Espinosa”, “Ortega y Gasset universita­ rio” y “Desde entonces”), la presentación que María Zambrano hizo para la edición de 1977 de Los intelectuales en el drama de España. Ensayos y notas -1936/1939 (“La experiencia de la historia -Después de entonces-)” y una colección de artí­ culos de la guerra civil, aparte de los quince ya aparecidos en Senderos, hasta ahora difíciles de encontrar (“La libertad del intelectual”, “La Alianza de Intelectuales Antifascistas”, “La nueva moral”, “Materialismo español”, “La tierra de Arauco” y “Nietzsche o la soledad enamora­ da”), a los que hay que añadir dos cartas, una a Rafael Dieste y otra -que no tiene desperdicio alguno- a Rosa Chacel. Por último, cabe de nuevo remarcar que lo que estas nuevas ediciones aportan hoy, tanto Delirio y destino como Los intelectuales en el drama de España, además de la actualidad filosófica siempre manifiesta en los textos de María Zambrano, es la recuperación de dos escritos en 153 su estado íntegro y original, respecto a sendas ediciones revisadas (y, también, sesgadas) por su autora aparecidas en 1989 y 1986. Y, repito, no queremos entrar aquí en polémicas ni enfrascar­ nos en supuestas conjeturas acerca de los motivos que pudieran haber llevado a María Zambrano, en su última época, a suprimir los fragmentos indicados de uno y otro libro. Estamos ' convenci­ dos de que ésa sería una labor poco fructífera y que la importancia de los parágrafos que ahora aparecen justifican por sí mismos su publica­ ción. Pero lo que tampoco podemos obviar es que, sin. duda, habrá lectores puntillosos que hubieran preferido que unas breves notas a pie de página pusieran de manifiesto esta situación. . Juanjo Ruiz. Delirio y destino Aurora Senderos, Anthropos, 1986), en la exigencia tea­ tral de presentar la situación con la condena de Creón, con la intervención del Coro, con un poner en boca de Antígona palabras que en otra ocasión le serían ajenas. Porque la Antígona de Zambrano, como la de Kierkegaard, no busca ser vista, habita en un silencio impenetrable a la indiferencia de los vivos. Ella no puede asumir la queja de Filoctetes, no puede pronunciar las palabras de la conciencia y aún del ego: «mirad, ciudadanos, mirad, príncipes de Tebas, cómo sufro. » Sería en este punto necesario atender a las dificultades y al modo de resolverlas que supone pasar de lo narrativo a lo dramático, de la pala­ bra a la voz. La lectura del texto de Castellón nos ofrece la posibilidad de perseguirlas, porque son exigencias dramáticas, diríase físicas, corporales, las que intervienen en el cambio del orden de las apariciones, las que supondrán el tener que esta­ blecer enlaces entre ellas allí donde en el texto de Zambrano bastaba con un subtítulo sin verbo, un nombre las más de las veces (.«la noche», «sueño de la hermana», «la sombra de la madre»); las que impelen a verter en diálogo lo que es sólo sueño y sombra (la hermana, la madre); las que implican, asumiendo riesgos, el intercambiar atribuciones de palabra (entre Etéocles y Polinicies, ■ por ejemplo, entre Antígona y Edipo). Todo ello en favor de la estructura, del equilibrio en ese querer dar a ver lo no visible sino en ciertos momentos: el sueño del que es portador Polinicies, la «ciudad de los hermanos» cuya ley sería la del amor-piedad uno sólo, sueño que la harpía debe necesariamente entender al revés con sus razones; estrella que el dolor de la madre y el errar de Edipo no podrán entrever, «tierra prometida» a la que no se llega por el camino recto de Polinicies ni de su enfren­ tamiento con el hermano, luz que sólo Antígona podrá revelar por un instante y que requiere de todo el proceso de desengañamiento que es el delirio de Antígona en su tumba. Y aquí Zambrano, como A.Castellón, no La tumba de Antígona. Versión. de Alfredo Castellón, ed. SGAE, Madrid, 1997. Quiso María Zambrano ver representada su obra, La tumba de Antígona, antes de morir. Cumplido en parte su deseo pudo ver una filma­ ción -según nos cuenta A.Castellón- de la obra que se estrenaría el 16 de Agosto de 1992 en el Teatro Romano de Mérida. En 1997 se edita la versión de A.Castellón junto con la ficha técnica del reparto y una' introducción (Antígona, Creón) de Eduardo Haro Tecglen. Lo que no aparecerá en esta edición es el prólogo que M. Zambrano había escrito para su Antígona y que nos emplaza, de súbito, en la razón de este querer dar expresión a su delirio: «Antígona, en verdad, no se suicidó en su tumba, según Sófocles, incurriendo en un inevi­ table error, nos cuenta.». No podía suicidarse Antígona porque no tuvo ni siquiera tiempo para reparar en sí misma, porque la suya no era la conciencia de un yo que sufre y que acaba con su vida para dejar ya de sufrir, porque lo trágico de la tragedia no es, no puede ser, mero proceso de destrucción. Lo que le ofrece María Zambrano a Antígona es Tiempo. El tiempo que se les debe a todos los «muertos vivos» sacrificados por las leyes de la ciudad y las de los dioses, el tiempo necesario para apurar el conflicto urdido por la trama de la familia y de la historia. Por ello La tumba de Antígona se inicia allí donde a la Antígona de Sófocles se le negó la palabra, en el empeño siempre renovado, siempre necesaria­ mente renovable, de rescatar el logos silenciado, el logos que busca arrancarle a este terror una ver­ dad, una palabra justa que sólo brota de un sus­ pender el diálogo con los vivos, o tal vez, sólo justo una palabra, esa que Antígona esperaba de la Aurora, y que la Aurora le negaba con su dejar paso al sol. La versión de Alfredo Castellón trata de dar voz a esa palabra, de otorgar un cuerpo a lo impalpable. No se ajusta del todo, sin embargo, a la Antígona de Zambrano ( a la publicada en 154 Papeles del «Seminario Marta Zambrano» son sino fieles portavoces, que han escuchado, que han ofrecido espacio y tiempo al logos silen­ ciado, que han emprendido la tarea, pues que «la hazaña ha de ser ésta: rescatar la fatalidad». Una leve luz oculta al sol, un claro, un hacer percep­ tible lo imperceptible, y después A oscuro total, muy lentamente. derivaría no sólo «un cuadro lúcido de la civili­ zación- contemporánea», sino, sobre todo, el planteamiento de un problema cuya originalidad consiste en que no se trata de «salvar o rescatar a. las víctimas de la historia, las criaturas invisibles vencidas y olvidadas, sino de reintegrar en la his­ toria un sacrificio que no es simple muerte, es una experiencia de la vida y de la muerte unidas en un movimiento de apertura» (p. 27). María Zambrano habría, pues, encarado el problema viendo en la historia una doble estructura en la que derrota y fracaso devienen elementos positi­ vos en su movimiento. El sugerente análisis de los «hombres subterráneos» -atendiendo muy en particular a la figura del «idiota»- le permitedestacar la importancia de la lectura zambrania­ na del subsuelo de la modernidad, donde. encuentra esas «fuerzas que, lejos de abolir o res­ catar cuanto es oscuro y misterioso, lo fluidifi­ can, lo reinsertan en una circulación continua y recíproca trascendencia de cielo y tierra, divino y humano» (p. 34) haciendo de la condición del exilio espacio de esperanza. Laura Llevadot aut aut, n° 279, mayo-junio 1997 Con el título Marta Zambrano. Pensadora en el exilio este número, íntegramente dedicado al pensamiento zambraniano, recoge la traducción al italiano de algunos textos de la autora y ensa­ yos en torno a distintos aspectos que en éstos resultan especialmente relevantes. Según se nos dice en la presentación del volumen, la forma en la que María Zambrano asumió e interpretó el exilio, «condición de vida y pensamiento», pare­ ce haber tenido como consecuencia que éste se nos ofrezca como el trayecto de un «camino soli­ tario guiado por la fidelidad a lo que pide ser saca­ do del silencio» que hoy podemos leer en un des­ pués no necesariamente empobrecedor, a pesar del inevitable alejamiento de lo que fueron sus circunstancias. Conscientes de este después como perspectiva de su lectura, los autores de los tra­ bajos aquí recogidos pretenden y, en líneas gene­ rales, ciertamente consiguen «hacerla hablar desde un lugar y a través de una mirada efecti­ vamente nuevos para el pensamiento del siglo XX». También Rosella Prezzo califica el pensa­ miento de Zambrano de transitivo y fronterizo en virtud, justamente, de la vida que lo «habita subterránea y clandestinamente» y, partiendo de aquí, atiende a lo que en éste sería una «fenome­ nología del sentir originario» y una «fenomeno­ logía del sueño». Recoge así dos temáticas deci­ sivas en sus implicaciones, que definen las pecu­ liaridades de la elaboración de la autora, sus coincidencias y divergencias con otras -entre las­ que destaca el interesante contrapunto respecto a Lévinas-. Se analiza como la adopción del «gesto general de la fenomenología» respecto al «sentir originario» habría conducido al alejamiento del método husserliano, precisamente para acoger esa «estricta necesidad vital, que la filósofa espa­ ñola llama piedad» (p. 40), esto es, saber y acción que establece una «relación según orden y medi­ da», «forma pura a través de la cual la experien­ cia puede darse y pensarse» (p. 41) Igualmente, La traducción de la Carta sobre el exilio y La experiencia de la historia aparece seguida de los escritos de Laura Boella («La pasión de la histo­ ria»), Rosella Prezzo («Abriendo los ojos al pen­ samiento») y Pier Aldo Rovatti («El incipit de María Zambrano»): Para Boella, de la decisiva y profunda experiencia de la historia por parte de la autora 155 Aurora centro, y que su pensamiento se declina en plu­ ral, con el consiguiente cuestionamiento del encontrarse en una única claridad, para optar por una luz debilitada e indirecta, «como si escuchá­ semos con los ojos» (p. 60) de ecos heideggerianos nuevamente, momento auroral del pensa­ miento interpretado aquí como «movimiento de fuga». su consideración del sueño, en la perspectiva de la forma en la que la vida de la psique aparece más espontánea, pero también más inalterable, porque en los sueños no existe el tiempo y, por ello, despertar es «caer en la historia», da pie a Prezzo para llamar la atención sobre lo que hay de tragedia y juego en el ir y venir entre sueño y vigilia, de modo que «el vivir es un jugarse el ser». Para una historia de la piedad y El método en filosofía o las tres formas de la visión preceden los ensayos de Elena Laurenzi («La cuesta de la memoria») y de Roberta de Monticelli («La fenomenología del alma perdida»). El trabajo de Elena Laurenzi (versión en español en Claves de la razón poética, ed. Trotta, 1998) parte de una con­ sideración del exilio como dimensión paradójica de la existencia, dotada de una «carga trágica y auroral» cuya clave sería la «confluencia de pasa­ do y futuro». A partir de aquí destaca, por una parte, el carácter liminar de esta experiencia, que corresponde al de la situación misma del exilia­ do -cifra, a su vez, de los «seres no nacidos» cuyo nacimiento «impone una incansable peregrina­ ción por las entrañas dispersas de la propia histo­ ria»-, y, por otra, el tema de la historia, en torno al cual la distancia entre María Zambrano y Ortega se hace patente. Ambos aspectos, de hecho, coinciden en el reconocimiento de la tra­ gedia como elemento constitutivo de la historia por parte de la autora y en la relevancia del «nacimiento» como categoría específica para pensarla -aspecto en el que encuentra Laurenzi el rasgo de una racionalidad «femenina», a cuyo dinamismo presta una atención pormenorizada. Frente a estas amplias perspectivas de la compleja obra zambraniana, Rovatti centra su reflexión en unas líneas del primer párrafo de Claros del bosque, obra en la que, a su juicio, la ' larga travesía de la experiencia del exilio adquie­ re una precisa configuración como pensamiento de un incipit, en cuyo incipit a su vez encuentra «indicaciones esenciales para moverse». Las con­ sideraciones del autor parten ■ y giran en torno a tres frases -»No hay que buscar». «Luego no se encuentra nada». «No hay que ir a buscarlos»de las que las dos primeras le permiten sugerir que la práctica discursiva de Zambrano acompa­ ña al sujeto y lo convoca -de ahí que el aire de familia con la Lichtung no convenza- al lugar en el que «el no buscar es un complicado movimien­ to que puede llegar a ser el impulso {moto) de una vida», porque exige no sólo el proyecto de dete­ nerse sino «detener, desde dentro, el proyecto mismo»; y entonces, porque «no se encuentra nada», sólo cabría esa «apuesta por la porosi­ dad», cuya clave Rovatti propone en la noción de «vacío», en la que deriva la «fuga en el mundo», ese «huir hacia el mundo, hacerse-mundo» dán­ dole hospitalidad. Si en los brillantes comenta­ rios de estas dos expresiones zambranianas sólo se echan en falta un par de términos -bosque y alma- tal vez necesarios para no extraviarse, el comentario a la tercera de las afirmaciones zam­ branianas elegidas, con el que se cierra la lectu­ ra, es ciertamente peculiar: de las palabras de la autora (según Rovatti: «no hay que buscar/or», aunque en la edición española sería «no hay que buscarlo») deriva que el claro es un centro, no el R. de Monticelli inicia su «Fenomeno­ logía del alma perdida» -un excelente análisis de Hacia un saber sobre el ama, deteniéndose particu­ larmente en el ensayo sobre «La vida en crisis»atendiendo a la narración zambraniana de por qué no cedió a la tentación de abandonar el estu­ dio de la filosofía, a partir de donde presenta una sutil caracterización del alma, que «no es sustan­ 156 Papeles del «Seminario María Zambrano» Chantal Maillard, «Las ■ mujeres en la filosofía española» en Iris M. Zavala (coord.), Breve historia feminista de la litera­ tura española (en lengua castellana), V, Barcelona, Anthropos, 1998. cia... sin embargo es real, si real es lo que tiene efectos, eficacia, lo que es wirklich» (p. 103). Queda así enfocado un tema central en María Zambrano: el alma como «ausencia extraña» y «vacío paradójico» necesitado de un saber que constituiría la «tarea posible de la filosofía, o una dimensión suya también perdida». Las categorí­ as de la pérdida -en realidad, pérdida del contac­ to con el fondo de uno mismo- trazan el diag­ nóstico de la situación de radical carencia de espontaneidad y riqueza germinante de la vida que encuentra su contrapunto en el de Edith Stein. De la discusión de ambas propuestas surge una lectura de la orientación del pensamiento zambraniano que subraya tanto su actualidad como sus peculiaridades específicas. La presunta exclusión de las mujeres del ámbito de la filosofía parece responder al cuestionamiento de su capacidad para adoptar bien la actitud que exige la tarea de clarificación con­ ceptual atribuida al saber filosófico, bien un len­ guaje, dominante en la filosofía como en toda nuestra cultura occidental, ■ sustentado ■ en la lógica de la disyunción y de la exclusión. A este segundo aspecto, conectado sin duda con el pri­ mero, concede Chantal Maillard especial rele­ vancia y sugiere la conveniencia de reparar en otras formas de lenguaje, asentadas en imágenes dinámicas y dinamizadoras, que serían más ade­ cuadas a una racionalidad calificable de «femeni­ na», y también de «débil» si por ello se entien­ de, nos dice, «una razón vulnerable -de. princi­ pios no rígidos- cuya fuerza estriba precisamen­ te en su vulnerabilidad. Lo débil es fuerte en su porosidad, en su maleabilidad, en su flexibili­ dad» (p. 271). Esta razón vulnerable incorpora­ ría el «lado oscuro» del sentir y sería irónica, capaz de «reírse, porque relativiza» y así «deja libres a las cosas», salvándolas de la condena de la repetición de lo mismo (tema sobre el que cabría recordar a otra estudiosa de María Zambrano, Rosella Prezzo, que lo ha abordado, sin embargo, en otros autores en Ridere la verità, R. Cortina Ed., Milano, 1994): sería, pues, esté­ tica y creadora. Entre La democracia y Casi una autobiogra­ fía, por una parte, y el texto que cierra el volu­ men, Lydia Cabrera, poeta de la metamorfosis, el ensayo de Jorge Luis Arcos, «María Zambrano y la Cuba secreta» (traducido al italiano, como los textos de la autora, por Elena Laurenzi), en una perspectiva muy diferenciada y mediante refe­ rencias biográficas insustituibles, nos acerca a aspectos que, a través de la Introducción a La Cuba secreta y otros ensayos (publicado en Endymion, 1996), nos son familiares, pero tam­ bién decisivos para pensar la «patria prenatal» de la autora, etapa decisiva en el decurso de su exilio. El volumen incorpora una bibliografía de la obra de María Zambrano en la que, porque constan las traducciones de ■ la misma al italiano, es observable el creciente interés que suscita en Italia. Aunque ambas formas de racionalidad son «complementarias» e «indispensables», es esta última la que, tal vez por su «debilidad», sólo recientemente empieza a abrirse espacio en la escena filosófica y en ella María Zambrano encuentra un protagonismo singular en función de su incuestionable aportación a «los inicios de la nueva racionalidad» -lo que justifica sin reser­ Carmen Revilla 157 Aurora sibilidad no improvisada. Con toda probabili­ dad, la coherencia del planteamiento impide que esta riqueza del horizonte de lectura derive en la dispersión, así como el que el detallado conoci­ miento de María Zambrano lo haga en la, en oca­ siones frecuente, confusión de lo anecdótico. vas, y teóricamente, el peso que Maillard le con­ cede en este ensayo sobre «Las mujeres en la filo­ sofía española», del que quisiera destacar tres puntos: En primer lugar, su concisión, o mejor precisión, fruto de su sólida familiaridad con la obra de María Zambrano, que le permite centrar en aspectos muy concretos (en particular, la importancia concedida a la «forma», integradora de realidad al asumir la imaginación, y la exis­ tencia de dos grandes cuestiones como centros aglutinadores: la creación' de la persona y la razón poética) el núcleo de lo que sería su pro­ puesta teórica y el sentido de su filosofar, ofre­ ciéndonos así una valiosa, por su claridad, intro­ ducción al pensamiento de la autora. Pero tam­ bién ha de resaltarse la coherencia del plantea­ miento en el que esta lectura de la autora se ins­ cribe; coherencia que no sólo justifica, como decía, el protagonismo zambraniano en el con­ texto de la filosofía española elaborada por muje­ res, sino que permite a Chantal Maillard articu­ lar una idea de lo que es la filosofía con la refle­ xión, que cierra estas páginas, en torno a la actual situación de la misma: la vinculación de lo «femenino» con lo ético y lo estético indicaría una «disposición a lo particular» que encuentra su expresión en un estilo que mantiene la fuerza del pensamiento y habla en primera persona. En relación con el pensamiento zambrania­ no, y prescindiendo, por motivos obvios, de cues­ tiones generales que atañen a la orientación de la mirada que se dirige a su obra -cuestiones entre las que el tema del simbolismo, así como el de la vinculación de los símbolos a elementos religio­ sos, adquiere una relevancia muy especial-, cabría llamar la atención sobre el carácter discutible de algunas afirmaciones. Es discutible, por ejemplo y entre otras cosas, calificar a María Zambrano de '«precursora del pensamiento débil» (p. 281), como también lo es el juicio respecto al discurso de Ortega (que «no supo, o no quiso hallar en la forma el elemento de ruptura», p. 280) y el esta­ blecimiento de la distancia entre maestro y dis­ cípula en torno a este punto... Afirmaciones dis­ cutibles en sentido positivo, esto es, dignas de ser discutidas y, por tanto, sugerentes, capaces de abrir un diálogo, que tampoco deben ser pasadas por alto. Carmen Revilla En el dilatado horizonte en el que se sitúa esta ajustada lectura asoma un cúmulo de «pre­ sencias reales»: de la tradición mística y el pen­ samiento oriental a algunas líneas fundamentales de la filosofía actual, pasando por autores clási­ cos (Ortega, Jung, Nietzsche, Husserl...) y entre resonancias literarias, quizá casuales (pienso en Clarice Lispector: «Entre la palabra y el pensa­ miento existe mi ser. Mi pensamiento es puro, aire impalpable, inaferrable. Mi palabra es de tierra. Mi corazón es vida» y las consideraciones sobre la palabra que se encarna en imagen), coin­ cidencias, en todo caso, sintomáticas de una sen­ La literatura como fuente de conoci­ miento y participación. M. Luisa Maillard. Ed. Universitat de Lleida, Lleida, 1998. M. Luisa Maillard en su libro “Marta Zambra/no. La. literatura como conocimiento y partid/ pación” presupone, ante todo, que la forma de la razón que Zambrano postula -razón poéticaimplica sutilmente un conocimiento inspirado y la consideración de algunos rasgos del pensa­ miento mítico. Y desde esta valoración se centra fundamentalmente en el análisis de la palabra creadora y sus diversas manifestaciones históri­ 158 Papeles del «Seminario María Zambrano» tad y la grandeza del pensamiento zambraniano anidan en la necesidad de vincular Literatura y Trascendencia, para comprender lo ignoto de la existencia humana y pensar en algunos de los enigmas que acompañan el acontecer vital. Desde este paradigma innovador, la autora nos sitúa, en la tercera parte, en el momento crucial de su investigación. Trata de manera excepcional algunos de los temas funda­ mentales que generan el pensar zambraniano y configuran su filosofía: el orden del Sujeto y su intencionalidad, el Tiempo sentido como mani­ festación de la vida, y la Vida entendida como metamorfosis. Analiza estos conceptos a la luz del género literario de la confesión, al que le asigna un valor autobiográfico y un carácter metodológico. Respecto al Sujeto, la autora afirma que la necesidad que daría origen a las confesiones se encontraría en la indigencia ontológica del hom­ bre.. Lejos de aceptar la idea de una esencia de sujeto racional, se concibe al ser humano como un proceso individual e histórico. Y frente al reconocimiento del hombre actual como indivi­ duo, que ha renunciado a sí mismo y se ha resig­ nado a ser una realidad que se sustenta en su indigencia y en su necesidad de superarla, pro­ pone recuperar la idea del hombre que contiene la presencia del yo: “... la creencia ■ en un hom­ bre que se constituye por un lado, por su afán de ilimitación y por otro, por la asunción como parte constitutiva de su ser del alma, que es la sede del amor y de la intimidad posible con el universo, lo. que conlleva la búsqueda de una forma de trato con lo otro que es todo lo irracio­ nal en cuanto no aprehensible de forma lógica, incluido nuestro corazón.” Así pues, se sugiere admitir que sólo es posible la realización del ser humano desde la inapelable realidad de la contradicción y la ten­ sión. El hombre es tensión y armonía, concilia­ ción de potencias antagónicas. Es la revelación que evidencia la posibilidad de reconciliación indeliberada entre elementos opuestos que se cas. El texto está constituido por tres bloques interrelacionados que marcan la estructura y determinan los objetivos de la autora. En el primero, la autora reclama una ori­ ginal acepción del símbolo e intenta recuperar su auténtico sentido. Señala su carácter irracional, su semanticidad y corporeidad, y considera que estos rasgos permiten aceptarlo como un referen­ te esencial en el pensamiento zambraniano. A partir de este elemento referencial y mediador se analiza la ineludible vinculación entre: la memo­ ria, el sueño, la realidad y el ser humano. En todo momento, M. L. Maillard com­ parte con Zambrano la idea de que la realidad necesita del símbolo para manifestarse, porque posee esencialmente un sentido vital y porque anida en ella una dimensión subyacente, que reclama voz y que precisa de un lenguaje simbó­ lico y de una razón no discursiva para expresarse. En segundo lugar, la autora interpreta con absoluta singularidad las reflexiones de M. Zambrano sobre las diversas manifestaciones de la palabra creadora, y centra su estudio en la génesis de la creación por la palabra y ■ en el ori­ gen de los géneros literarios. Aplica la filosofía de Zambrano a la crítica literaria con el fin de recuperar el auténtico significado del mito. Señala hábilmente estrategias que permitirán la defensa de unos universales estéticos, capaces de transmitir alguna verdad que justifique el acon­ tecer vital, y desvelen la necesidad de creer en dimensiones vitales que rehuyen involuntaria­ mente la conciencia y pertenecen a los sueños, a la palabra y al mito. Consideramos que su reflexión sobre el mito revela que, al igual que el símbolo, aquél diluye los límites representativos de la historia y de la existencia humana, y descubre paradójica­ mente esta realidad vital que desde un silencio elocuente pide un reconocimiento y un camino de salvación. En este momento, el texto de M. L. Maillard adquiere una magnitud especial, por­ que de forma explícita se afirma que la dificul­ 159 Aurora Marta Zambrano: la razón poética o la filosofía. Teresa Rocha Barco (Editora), Tecnos, Madrid, 1997. yuxtaponen de forma natural. Según la autora, pensar en el Sujeto implica reflexionar sobre el Tiempo y su multi­ plicidad, porque el tiempo en el que se debate la vida del hombre permanece. vinculado a la estructura inicial del sujeto: la psiqué, la con­ ciencia y la persona, que corresponderían a la atemporalidad, al tiempo sucesivo y al tiempo órbita, respectivamente. Y así emerge la exis­ tencia de un tiempo real, pero diferente al suce­ sivo de la conciencia, capaz de justificar la uni­ dad heterogénea que constituye el sujeto. Finalmente, las reflexiones en torno al ser humano y su incontrovertible relación con la multiplicidad del tiempo, llevan a M. L. Maillard a detenerse en la concepción zambra­ niana de la vida. La vida es concebida también -en él contexto ■ de la obra- como proceso de transformación y como expresión no representa­ tiva. Es la potencia primordial e impetuosa que contiene el acontecer y de donde emerge el deve­ nir. Pensamos que la originalidad de esta obra reside en el hecho de que la autora camina hacia lo intransitado y nos sitúa en un paradig­ ma primigenio desde el cual extiende una mira­ da penetrante y afirmativa sobre el pensamiento de M. Zambrano; y exalta, al analizar con estra­ tegias profundamente elaboradas, los aspectos esenciales que lo determinan peculiar y excep­ cionalmente. Con sus reflexiones y aportaciones inno­ vadoras altera el pulso de nuestro pensamiento y nos predispone a elegir el arduo y fascinante camino del silencio y la profundidad para la adquisición de nuestro reconocimiento; y al reconocernos, oímos la voz de Hölderlin cuando afirma que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, pero sentimos también y sobre todo la imperiosa necesidad de no abandonar este camino que ahora M. L. Maillard nos revela. Teresa Rocha Barco, como editora, recoge en este libro las ponencias de un congreso sobre “La filosofía de María Zambrano”, celebrado en Cáceres en diciembre de 1994. Se estructura en cuatro partes: La primera (‘En torno a la razón poética'), trata el marco familiar y sociocultural de la misma; la segunda (‘La razón poética'), ana­ liza aspectos básicos del fundamento metodoló­ gico de esta razón; la tercera (‘Matizaciones a la razón poética') pone de manifiesto cómo actúa en cuestiones particulares y, por último, la cuarta parte (‘Ejercicios de razón poética') expone dife­ rentes propuestas vinculadas con la fuerza estéti­ ca de la razón poética y sus posibilidades en la racionalidad actual. Si el pensamiento vital de María Zambrano dando relevancia al nacer, al «siendo ya y yendo hacia el ser», se distancia de la con­ cepción heideggeriana del hombre, Manuel Pecellín Lancharro abarca la función que la paternidad tiene en la filosofía de la escritora malagueña. El «padre» entendido como guía, filósofo, maestro, intelectual y sabio muestra la necesidad de esta vinculación paternal en la con­ formación de la persona como depositaría de una paternidad espiritualmente transcendente. Estrechando los temas de Zambrano aparece la cuestión de los orígenes donde el autor muestra que la vinculación de la filosofa con Extremadura no es meramente anecdótica. José Luis Molinuevo nos presenta el encuentro y reencuentro de la pensadora mala­ gueña y su maestro Ortega en torno «a un pro­ yecto de convivencia nacional» y «un querer el ser de lo español». Insistiendo en que el exilio representa la amputación - y no la desfiguraciónde este proyecto, interroga temas de la filósofa en conjunción al pensamiento de Ortega, llegando Carmen Danés 160 Papeles del «Seminario Marta Zambrano» de Husserl hasta llegar a la hermenéutica filosó­ fica, que desarrollará con profundidad Gadamer. Y este análisis se efectúa, según entendemos, a partir de dos focos metodológicos: la relación entre la filosofía y la poesía, por un lado; y el horizonte (auto)crítico de la razón poética, por otro. El primero estaría relacionado con la pro­ puesta heideggeriana según la cual habría que renunciar a “el pensar por una sola vía”, al pen­ samiento que sigue el “método como única forma de acceso a la verdad”; mientras que el segundo seguiría, más bien, un paralelismo con los análisis gadamerianos del saber de experien­ cia (cuyo origen último estarían también en Heidegger). al lugar común de la razón narrativa: Surgida de la razón poética ( Zambrano) y de la razón histó­ rica ( Ortega ). A partir de este ' encuentro Molinuevo replantea el pensamiento del autor, sugiriéndonos un Ortega no tópico donde el orfismo coexistiría con los temas habituales. Sergio Sevilla, con su artículo “La razón poética: mirada, melodía y metáfora. María Zambrano y la Hermenéutica”, nos presenta un interesante recorrido, que creemos fundamental para un adecuado enmarcamiento de la filosofía de María Zambrano dentro del ámbito de la filo­ sofía contemporánea. De todos es sabido, el magisterio, siempre particular, que Ortega ejer­ ció sobre María Zambrano. El autor de este artí­ culo no quiere entrar en el debate sobre las influencias de la fenomenología alemana en Ortega y sus discípulos, ni enfocar esta cuestión desde la perspectiva de un posible “pensamiento original español”. Así, se propone un objetivo original: recorrer la peculiar recepción que desde el círculo de Ortega, centrándose en la figura de María Zambrano, se hizo del movimiento fenomenológico que estaba en boga en la filosofía alemana de principios de siglo. Y así, intenta indagar cómo existe un particular paralelismo entre la reformulación fenomenológica de Heidegger hasta convertirla en hermenéutica y la recepción de la fenomenología hecha por la llamada Escuela de Madrid, con Ortega a la cabeza.En este recorrido el objetivo es analizar los “rasgos estructurales” fundamentales del pensamiento de María Zambrano que - “puedan presentar analogías formales” con la liberación “del marco trascendental de la filosofía moder­ na” que Heidegger llevó a cabo, y que conllevó el viraje de la fenomenología hacia la hermenéu­ tica filosófica. Así, en este artículo se recorren las operaciones efectuadas por María Zambrano sobre la base del' raciovitalismo de su maestro, que hicieron nacer la razón poética; mostrando las analogías existentes con el giro que Heidegger llevó a cabo sobre la fenomenología En el artículo “La razón poética: salva­ ción de los inferos”, Eugenio Fernández García, realiza una análisis del discurso moderno y de su crisis actual, ahora desde una lectura de María Zambrano. El estudio sigue una estructuración pautada que facilita la lectura y comprensión de las tesis expuestas. Desde un principio, el autor reivindica la actualidad plena de María Zambrano, destacando su estilo. Estilo poético que tiene siempre el peligro de perderse en la belleza formal de los textos sin atender a la importancia de sus contenidos. Y es que los escritos de María Zambrano son, ante todo, filo­ sóficos, como indica el autor. También se distan­ cia el autor de una concepción de la filosofía de María Zambrano meramente “beatífica, más allá de los conflictos, extasiada en la voluntad de armonía, y cuya última verdad es mística”. Y apuesta por una “razón poética” siempre dentro' de los márgenes del rigor de la razón. Así, Eugenio Fernández García afronta uno de los desafíos más interesantes de la propuesta zam­ braniana: la relación entre filosofía y poesía, que en este caso se da en la ‘razón poética', que supo­ ne una reformulación radical de la filosofía y nunca a la muerte del propio pensamiento. Lo que situa la filosofía de María Zambrano entre las grandes de la tradición occidental, aunque 161 Aurora bajo de Jesús Moreno Sanz, texto necesario para cualquier investigador de la obra de M.Zambrano, porque es claro en su querer situar el lugar de la razón zambraniana, porque sus notas a pie de página son verdaderas pistas a per­ seguir si de lo que se trata es de entender y no sólo de emocionarse. Que la razón poética es una razón no-polémica hay que mostrarlo, y aquí se hace atendiendo a las astucias de esta razón que trata de abrir los lugares del alma, los que insis­ ten, no para volcarse en expresión poética sino para hacer circular el pensamiento por ellos. La consigna es reinventar el saber perdido del alma, desintelectualizar el alma, porque los hombres sufren enfermedades que provienen del rencor de las entrañas. El camino de Zambrano, su méto­ do, consiste en recorrer el camino inverso, en deshacer el camino de la filosofía, en ir del con­ cepto a la concepeción que suscita el decir, o como quería Klee del signo al germen, para de ahí extraer el simbolismo del cuerpo, su red de conexiones, porque es el cuerpo el que motiva el pensamiento, y el pensamiento el que puede poner en movimiento la experiencia del cuerpo. Crítica sí, siempre Zambrano, pero una crítica antipolémica porque no va desde la idea a los hechos, ni siquiera porque se enfrente con la idea a otra idea, sino crítica desde lo no-asumido por el concepto, haciendo más elástica la filosofía, abriéndola a la vida del ser, recordando al ser pensado de la filosofía cómo y porque tuvo que expulsar de sí su no-pensado. siempre atenta a aquellas otras propuestas sote­ rradas en la historia de la filosofía (como los pita­ góricos o Plotino). Y ahí radicaría, según el autor de esta “travesía por M.Zambrano”, la fuerza de su propuesta, de ese abismarse en las entrañas de la razón: “y abismarse significa llegar a las raíces y al despojamiento, para despejar las cosas, alumbrar su verdad y sostenerlas en su diferencia singular, es decir, ‘salvarlas'”. Salvación que es, en primer lugar, del individuo. Y, para presentar esta peculiar salvación, el autor rastrea uno de los artículos fundamentales de María Zambrano: “La salvación del individuo en Espinoza”. Lo primero que debería sorprender­ nos es el hecho de elegir precisamente a Spinoza, prototipo escolar de racionalista, para analizar la ‘salvación del individuo'. Como muy bien indica el autor,. para analizar esta peculiar curiosidad habría que retrotraerse al magisterio de Ortega y Gasset y en especial a la lectura que Zambrano hará de un texto clave para la comprensión de su relación discipular. Sin duda, son Las meditaciones del Quijote (“Ortega llama a sus Meditaciones ‘ensayos de amor intelectual' o, como diría un humanista del siglo XVII, ‘salvaciones'”) las que posibilitan el camino de la razón vital e históri­ ca de Ortega hacia la razón poética zambraniana. Y esta elección de Spinoza, y no de Descartes como filósofo máximo de la salvación del indivi­ duo como cogito y subjectum, sitúa a María Zambrano en las antípodas de la lectura que hace Hegel del racionalismo moderno, ubicándose así en el marco heterodoxo de la tradición antihegeliana (y, por ende, antimoderna) que se inicia en el s.XIX con Nietzsche a la cabeza. Este naufra­ gio de la razón que se verá sumergida en los ínferos, en las entrañas será la condición de posibili­ dad del método de la razón poética, interpretan­ do la propuesta zambraniana como una filosofía trágica en la que “la muerte asiste el nacimiento del pensar”. Le sigue un sobrio texto de Miguel Morey Sobre Antígona y algunas otras figuras femeninas. Sobrio en su desplazar las citas que legitiman el decir a extensas notas a pie de página que inclu­ so se relacionan entre ellas como si de dos nive­ les de discurso se tratara, sobrio en su empeño de desgranar una sola idea cuya consigna podría ser «oxímoron» y cuyo ámbito no se agota en la definición del mismo. Pues si la Antígona de María Zambrano viene a reactualizar el «sentir trágico», situándose en ese momento auroral de El tercer capítulo de esta compilación (Matizaciones a la razón poética) se abre con el tra­ 162 Papeles del «Seminario María Zambrano» en la historia, sí; pero su «centro originario» se revela, es el redescubrimiento de una anteriori­ dad predada. Y aquí reside el primer problema con el que, a juicio de Maillard, debe enfrentar­ se la razón de la pensadora andaluza. En toda obra pictórica, para destacar las figuras, es necesario establecer un contorno, pin­ tar sombras; he aquí la afortunada comparación utilizada por Ch. Maillard para ilustrar la cons­ titución de un «Paradigma». Pues bien Siguiendo con la comparación- la investigadora belga achaca a Zambrano el intentar reparar en esos negros contornos, en ese fondo indefinido, sin alterar el dibujo. Y aquí reside el segundo problema puesto de relieve en el artículo:¿como lograr iluminar esa penumbra sin que se diluya así la silueta del dibujo -sin que se rompa el paradigma-? Para evitar estos problemas Maillard opta por dar un paso adelante en suce­ sivos momentos, para así convertir esa razón zambraniana en «razón estética». Esto es, una razón dotada de una estructura lúdica, de una cierta ironía, de cotidianidad, que invente mun­ dos y evite cualquier tipo de coagulación en con­ ceptos o ideas fijas. la conciencia anterior a la escisión entre filosofía y poesía, anterior a la conciencia del «yo», será tal vez porque Zambrano no dejó nunca de bus­ car y encontrarse con ese espacio del pensamien­ to que, al decir de Vernant, se sitúa entre la «lógica de la ambigüedad» y la «lógica de la identidad» que a partir de Aristóteles vendrá a definir el oxímoron anacrónicamente como unión de contradictorios. Que «cántaro de sed», que «soledad sonora», que «santo delito», no son mera contradicción sino expresión de un ámbito de experiencia de lo humano, eso sólo lo puede saber un pensamiento que tenga la sufi­ ciente valentía y modestia como para arrojar de sí su tautológica arrogancia, y M.Morey nos recuerda que un tal desplazamiento no lo es del concepto, sino que se da más bien al nivel del «grano de la palabra». Cierra este apartado Xavier Palacios con su Historia sacrificial: absolutismo y despotismo donde trata de perseguir el concepto de historia en María Zambrano, basándose mayoritariamente en su obra Persona y Democracia, en la que absolutismo y despotismo se presentan en su diferencia como un común temor a los cambios, a la multiplicidad, un no-poder reconocer que la realidad es movimiento. Román Reyes también apuesta por esta razón estética y denuncia la excesiva transcendentalidad de la razón poética. De nuevo la «iro­ nía» -el distanciamiento irónico que produce la risa, el sarcasmo y la paradoja- y la constante recurrencia a lo cotidiano -a la palabra intrans­ cendente, apegada a la vida común- marcarán el camino a seguir por esta razón estética. Pero en este caso hay además un segundo elemento que: separa netamente la opción de Reyes de la ante­ riormente descrita, y le hace ser menos crítico con la razón poética zambraniana; a saber: su invitación al retorno a la «palabra original», su afán de recuperación del paraíso perdido, su intento de «regreso a Itaca». Un camino circular, de retorno a ese lugar originario privilegiado donde la palabra era cosa y la cosa palabra -¿cabe una mayor inmediatez del lenguaje?-; una cami­ La razón poética, contribuye a una prefi­ guración del panorama filosófico postmoderno, pero no logra deshacerse de prejuicios propios de la filosofía moderna. Zambrano es plenamente consciente de la inconsistencia de la razón propia de la modernidad -de la importancia de entida­ des hasta entonces marginadas como el sueño y el subconsciente, de la incompetencia de la men­ tada razón el trato con la vida- pero, atrapada en su lenguaje, se ve incapacitada para dar un paso más allá,hacia la destranscendentalización de la razón. La razón poética esta empapada de vida, mira de recibirla y revelarla, sí; pero aun maneja ideas viciadas por esa razón anterior a desahuciar. El ser se constituye en la existencia y la persona 163 Aurora no que desde luego -lo sepa reconocer Maillard en su justa medida, o no- Zambrano describió como nadie. siglo. Su peripecia personal le llevó a Granada donde no sólo fundó el periódico X de corta vida (medio año) sino que formó parte del grupo que puso - en marcha la agrupación socialista “La Obra”. En las páginas del primero, en la tribuna de ésta, además de en el periódico El Heraldo Granadino nos dejó sus primeros pensamientos sobre cuestiones sociales a favor de las clases deprimidas, sobre la educación como instrumen­ to de transformación a través del conocimiento y sus primeras reflexiones filosóficas desde su inci­ piente conocimiento de la filosofía europea de la época. Y aún se arriesgó a escribir algunos rela­ tos que mostraban su aprecio por la literatura como vehículo de ideas. En Vélez-Málaga tuvo ocasión de ejercer de maestro y escribir algunos textos interesantes acerca de cómo renovar la educación, mostrando un buen conocimiento de los sistemas educativos europeos. Pero allí aprendió la tensión entre las estructuras de poder (concretadas en el agro andaluz) y la debilidad del maestro para trans­ formarlas. Debió pensar que necesitaba un marco urbano para desarrollar esas ideas y, como otros noventayochistas, fue a Madrid aunque ter­ minará recalando en Segovia, diez años antes de que llegara Machado. En esta ciudad castellana desplegó una intensa actividad como presidente de la agrupa­ ción de magisterio, como presidente de la agru­ pación socialista y como redactor y editor de La tierra de Segovia -un buen periódico donde publi­ có bastantes artículos-, y de la revista Castilla que sufragó mientras pudo. Publicó en esta ciu­ dad su Manual de Gramática Castellana siguien­ do los modelos de Benot y Cejador y escribió, aunque quedaran en el cajón, textos sobre la his­ toria del pueblo griego y sobre la psicología con­ temporánea, ciencia que apreciaba por su inci­ dencia en la tarea educativa. Formó con Juan José Llovet la tertulia a la que se incorporó Machado, y que tanta impor­ tancia tendría en la formación de María Diego Romero de Solís reivindica el arte, en tanto que hacedor de belleza, como «puente entre lo real y lo ideal; y también la imaginación -siempre viva y revolucionaria- como la facultad capaz de encontrar verdad en esa creación litera­ ria y hacer efectivo así el mentado «puente». Pero para ello, como complemento necesario, también hay que repensar lo feo, lo grotesco, lo falso, la mentira. Así Don Francisco de Goya y Lucientes, en sus «Caprichos», al desenmascarar la soberbia de la razón y la inconsistencia de la conciencia. Repensar una «filosofía del miedo y la muerte», por un lado; y una «nueva reflexión en torno a lo bello», por otro; he aquí la apuesta de Romero de Solís; y todo ello desde una pretendi­ da óptica zambraniana. Sebastián Fenoy Laura Llevadot Juanjo Ruiz Sergio Ramirez Artículos, Relatos y otros escritos. Blas José Zambrano. Introducción, edición y notas de José Luis Mora. Ed. Diputación Provincial de Badajoz, 1998. Blas José Zambrano (1874-1938), padre de la conocida filósofa veleña fue un maestro de escuela que, gracias a la biblioteca de su propio padre Diego Zambrano y a su sensibilidad para contactar con el ambiente intelectual del Ateneo y con algunos profesores de la Normal de la capi­ tal hispalense durante sus estudios de magiste­ rio, entró en contacto con pensadores y escritores de orientación institucionista y/o de finales de 164 Papeles del «Seminario María Zambrano» samiento de nuestra filósofa textos que constitu­ yen fuentes importantes de su obra. Además, estos artículos, relatos y ensayos forman parte de ese tejido intermedio del pensamiento progresis­ ta del primer tercio del siglo que tan necesario es recuperar. La Introducción reconstruye la biografía intelectual de Blas Zambrano y contiene la enu­ meración de toda su producción citando las fuentes, ordenadas cronológicamente y siguien­ do los cuatro grandes apartados de su produc­ ción: artículos de carácter filosófico, social, edu­ cativo y literario. Zambrano, donde leían y comentaban obras de Croce y reflexionaban sobre todas las cuestiones que traían en jaque a la razón moderna en torno a los años de la primera Guerra Mundial. Incluso fue de los pocos intelectuales de izquierdas que se puso del lado de Alemania, nación que consi­ deraba depositaría del gran pensamiento clásico. Todo esto quedó plasmado en sus artículos y meditaciones, publicadas en parte. Gracias a que sus amigos recogieron algunas en- Nuevos Horizontes (1935) hoy podemos disponer de ellas. Contribuyó activamente a los mejores años de la Universidad Popular segoviana con sus propios cursos y con su contribución a la pre­ sencia en la ciudad de los intelectuales más reco­ nocidos de la época: D'Ors, García Morente, Luzuriaga y... Unamuno (en febrero de 1922). En el Instituto de esta ciudad, con Mariano Quintanilla, profesor de filosofía, Agustín Moreno, el darwinista catedrático de historia natural, y el profesor de Latín a quienes recordará, sesenta años después, María Zambrano se formó en su adolescencia la que después será discípula de Ortega. En 1926 se trasladó a Madrid y allí siguió participando en actos de carácter pedagó­ gico, como la intervención en la sesión conme­ morativa sobre la figura de Pestalozzi, y conti­ nuó escribiendo. De estos años nos dejó tres diá­ logos de carácter filosófico que han permanecido inéditos hasta la fecha. En ellos algunos persona­ jes de la etapa segoviana son perfectamente reco­ nocibles, principalmente el poeta Julián María Otero y otros, que seguramente son los alter ego del propio Blas, debaten sobre el materialismo, el positivismo, la ciencia, la religión, la filoso­ fía,... Interesantes por sí mismos pero, más aún, si pensamos que la recién titulada María Zambrano estaría detrás. No es casual, pues, que su hija recono­ ciera el magisterio de su padre, pero nos confun­ dió al decirnos que dejó poca obra escrita. En esta edición se trata de corregir un error históri­ co, poner a disposición de los estudiosos del pen­ M.L.J. 165 Aurora Reediciones de obras de María Zambrano: Estudios sobre María Zambrano: - Juan Fernando Ortega Muñoz, La eterna Casandra, Universidad de Málaga, 1996. - El sueño creador, Universidad de Alcalá/ Club Internacional del Libro, Madrid, 1998. - Rogelio Blanco Martínez y Juan F. Ortega Muñoz, Zambrano (1904-1991 ), Ediciones del Orto, Madrid, 1997. - Dos fragmentos sobre el amor. De la aurora, Universidad de Alcalá/ Club Internacional del Libro, Madrid, 1998. - Actas del II Congreso Internacional sobre la vida y obra de Miaría Zambrano, Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga, 1998. - El acontecer y la presencia. Brevísima anto­ logía de Miaría Zambrano, ed. de J. Lobato, ■ Ayuntamiento de Vélez-Málaga/Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga, 1998 (El volu­ men incluye un capítulo de «Testimonios» con artículos de R. Tornero, R. Mascarell, P. Cerezo, J. F. Ortega, J. Moreno y R. Blanco, entre otros textos) - Blas J. Zambrano, Artículos, relatos y otros escritos, Introducción, edición y notas de José Luis Mora, Diputación de Badajoz, 1998. - Carmen Revilla (Ed), Claves de la razón poética, Madrid, Trota, 1998 -Asparkia. Investigación feminista, n°3, (monográfico: María Zambrano), 1994 166 Papeles del «Seminario María Zambrano» Informe EL TEMA DE «LA FEMINIDAD Y LA MUJER» EN LA OBRA Y LA VIDA DE MARÍA ZAMBRANO ajenos y propios. Motivos que están estrechamen­ te relacionados con otros aspectos centrales en la filosofía zambraniana; así: el sueño, la divinidad, los géneros literarios, etc. A la hora de distribuir la bibliografía hemos optado por establecer un orden cronológi­ co precisamente para dejar constancia de la importancia de la reflexión sobre «lo femenino» en la obra zambraniana. Abundando en este sen­ tido hemos recogido también reediciones -espe­ cialmente importantes a partir de los años ochen­ ta- de artículos y monografías, para de este modo hacernos también eco del interés editorial por el tema que nos ocupa. Esta ordenación cronológica nos permite, además, obtener otras informaciones de gran uti­ lidad. Así, por ejemplo, podemos observar el devenir del interés de nuestra pensadora por el tema de «la feminidad»; grosso modo puede distin­ guirse: 1. Una primera etapa donde domina la preocupación político-social por la mujer -en este sentido resultan ilustrativos los artículos de 1928 y 1929 en El Liberal-. Son momentos en que María Zambrano adquiere una serie de compro­ misos políticos, como puedan ser el ejercicio de su cargo de miembro del Consejo de Propaganda y del Consejo Nacional de la Infancia Evacuada, durante la Guerra civil; y aun antes sus relaciones con el P.S.O.E, o su pertenencia a la organización universitaria «F.U.E». 2. «Lou Andreas Salome: Nietzsche». (1933), marca, a nuestro entender, el inicio de una refle­ xión un tanto más «teórica» -valga la expresiónen torno a la mujer. En un principio compagina­ rá ambos puntos de vista, para después ir dedi­ cando más tiempo progresivamente a esta segun­ da vertiente -»Lo que le sucedió a Cervantes» (1955), «Diotima (fragmentos)» (1956), «Nina o la miseri- 1. INTRODUCCIÓN: El problema principal con el que nos hemos tenido que enfrentar, a la hora de realizar la presente bibliografía, ha sido el de la delimita­ ción de «lo femenino» en la obra de María Zambrano; ¿donde establecer el límite?, y sobre todo ¿qué criterios seguir para establecer qué obras merecen ser incluidas y cuales no?. En respuesta a la segunda pregunta hemos resuelto distinguir tres grandes ámbitos temáti­ cos orientativos: sus «reflexiones sobre la femini­ dad» y las «figuras femeninas», -no en vano habi­ tualmente es a partir de una figura femenina donde comienza una reflexión a propósito de la feminidad-, y los «escritos autobiográficos» -en tanto que es una mujer, María Zambrano Alarcón, quién cuenta su vida-. En lo que concierne a la primera cuestión, hemos de decir que en ocasiones hemos incluido artículos en los que el tema de la feminidad era tocado de un modo incidental, por considerarla, desde nuestro particular punto de vista, lo sufi­ cientemente relevantes. Sin duda habrá artículos que, a juicio del lector, reúnan estas mismas con­ diciones y no han sido considerados en el presen­ te listado; somos conscientes de ello y reconoce­ mos, en este sentido, su relativa incompletud. El formato de los escritos recogidos es muy variable: artículos en periódicos y revistas, mono­ grafías y prólogos a monografías, entrevistas, dis­ cursos, conferencias y correspondencia. Como variables son también los motivos recogidos: per­ sonajes reales y de ficción, divinos y humanos, 167 Aurora a la obra de Galdós -probablemente uno de los motivos más recurrentes en la obra de Zambrano-; así: «La novela de Galdós», «Las mujeres en la España de Galdós», «La España de Galdós», «Tristana,, la muerte», «Tristana, el tiem­ po», «Tristana, el amor», «Nina o la misericordia», «Misericordia», «Un don del océano: Benito Pérez Galdós». cordia» (1959), etc-. 3. Finalmente podemos distinguir un perí­ odo con un marcado cariz autobiográfico, cuyo arranque podría situarse a comienzos de los años cincuenta, con la publicación de la novela auto­ biográfica «Delirio y destino». Pero no será hasta la década de los ochenta cuando abundarán los escri­ tos de este cariz. Algunos datos, relevantes en la vida de nuestra pensadora, que nos ayudarán a compren­ der esta evolución: 1. La experiencia universitaria -primero como alumna (1921-1924) y luego como profe­ sora (1931-1932)- y su compromiso político con la república (1931-1939) determinan esa prime­ ra etapa -permítaseme la expresión- «social». 2. El exilio, iniciado en 1939 en compañia del propio Antonio Machado; y su vuelta a España en 1882, acompañada de Jesús Moreno; dan contenido a las publicaciones autobiográfi­ cas. La derrota de La República. marca, además, el inicio de una separación efectiva -ideológica y espacial- de la realidad política emergente. Consecuencia necesaria de estos avatares vitales es la heterogeneidad del material biblio­ gráfico. Amén de las monografías y artículos que acompañan toda su vida, encontramos: 1. La abundante correspondencia, conse­ cuencia en parte del exilio -el exilio significa el continuo peregrinar, la «distancia», y la distan­ cia ausencia de contacto personal, y la ausencia de contacto personal la correspondencia-, 2. Las obligadas entrevistas, tras la conce­ sión en 1982 del premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Finalmente, ya para acabar esta breve introducción, queremos llamar la atención sobre dos motivos que sobresalen de entre la biblio­ grafía seleccionada: 1. Por una lado «La tumba de Antígona», la monografía más veces reeditada de entre las aquí señaladas: 1967 -dos veces-, 1983, 1989 y 1997, hasta el momento. 2. La gran cantidad de artículos dedicados 2. BIBLIOGRAFÍA 19 28 -«Nosotros creemos...», El liberal, 28 junio, pág.3. En la columna «Universidad» de la sec­ ción «Aire libre». -«Sentimos los jóvenes de hoy...», El liberal, 5 de junio, pág.3. -»Sobre la actual generación...», El liberal, 12 de junio, pág.3. -«Hemos hecho alusión...», El liberal, 26 de julio, pág.3. -«Aludía en uno de nuestros números...», El liberal, 26 de julio, pág.3. -«Se anuncia la próxima visita...», El libe­ ral, 2 de agosto, pág.3. -«Mucho se habla de la vanguardia verdade­ ra...». 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Una respuesta», Escuela de España, II época, 1 (enero), pág.10 y 11. -«Mujeres de Galdós», Rueca, año I, n° 4, págs. 7-17. 1943 -«Las mujeres en la España de Galdós», Revista cubana, XV (enero-marzo), págs. 74-97. - «Fascismo y antifascismo en la Universidad», El Sol, 4 de febrero, pág.9. 1945 -«Eloísa o la existencia de la mujer», Sur, n° 124 (febrero), págs. 35-38. 1935 -«El año universitario», Almanaque litera­ rio, págs. 124-126. 1937 -«La alianza de los intelectuales antifascis­ 169 Aurora 1961 -«Carta sobre el exilio», Cuadernos, n° 49 (junio), págs. 65-67. -«Lettera sull'esilio», Tempo presente, VI, 6 (giugno), págs. 405-410. 1947 -«A propósito de la grandeza y servidumbre de la mujer», Sur, n° 150 (abril), págs. 58-68. 1948. -«Delirio de Antígona», Orígenes, n° 18, págs. 14-21. -«Electra Garrigó», Prometeo, n° 199 (no disponemos de la paginación). -«Estación de hoy, de Reina Rivas», prólogo. Poemas, 1961. 1962 -«Palabra y poesía en Reina Rivas», Cuadernos Americanos, CXXI, 2 (marzo-abril), págs. 207-212. 1963 -«Los sueños y la creación literaria: la Celestina», Papeles de Son Armadans, LXXXIX (agosto), págs. 187-196. 19.50 -«Lou Andreas Salomé: Nietzsche», en «Hacia un saber sobre el alma», Losada, Buenos Aires, 1950, págs. 155-159. " -«Lydia Cabrera poeta de la metamorfosis», Orígenes, n° 25, págs. 11-15. 1964 -«Los sueños y la creación literaria», Los sue­ ños y las sociedades humanas, Sudamericana, Buenos Aires, 1964, págs. 659-671. -«I sogni nella creazione letteraria», Elsinore, I, 3, págs. 60-68. 1955 -«Un delirio español: la Dulce Nombre», El nacional, 13 de enero. -«La loca», El nacional, 10 de febrero. -«Adsum», Entregas de la Licorne, 2a., año III, n° 5-6 (septiembre), págs. 71-79. -«Eleusis», en «El hombre y lo divino», F.C.E, México, 1955, págs. 331-339- 1965 -«Un personaje: Antígona» y «La Celestina: una semitragedia» en «El sueño creador», Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 1965 (no disponemos de la paginación) -«Lo que le sucedió a Cervantes: Dulcinea» y «La mujer en la España de Galdós» en «España sueño y verdad», Edhasa, Barcelona, 1965 (no dis­ ponemos de la paginación) -«La multiplicidad de los tiempos», Botteghe Oscure, n°XVI, pags. 214-223. -«Lo que le sucedió a Cervantes», Insula, n° 106, págs. 1-5. -«De los dioses griegos» y «Eleusis», en «El hombre y lo divino», F.C.E., México, 1955 (no dis­ ponemos de la paginación). 1956 -«Diotima (Fragmentos)», Oscure, n° 18, págs. 376-384. 1967 -«La tumba de Antígona», Méjico, Siglo XXI, 1967. Botteghe -«La tumba de Antígona», Revista de Occidente, 2a época, n° 54 (septiembre), págs. 273-293. 1971 1959 -«Nina o la misericordia», ínsula, año XIV, n° 151,pág.l 1960 -«Un personaje: Antígona» y «La Celestina: una semitragedia» en «El sueno creador» (incluido y aumentado con «El sueño de los discípulos en el Huerto de los ' Olivos», en «Obras reunidas», I), -«La España de Galdós», Madrid, Taurus, I960. 170 Papeles del «Seminario María Zambrano» Aguilar, Madrid, 1971, págs. 56-68 y 68-75, respectivamente. -«La novela de Galdós» en «Pensamiento y poesía en la vida Española» (incluido en «Obras reunidas», I), Aguilar, Madrid, 1971, págs.350352. -«Misericordia, de Benito Pérez Galdós», prólogo. Méjico, Orion, 1982. -«Destierro, de Teresa García», prólogo. Valencia, Pre-textos, 1982. -«Lo que le sucedió a Cervantes: Dulcinea» y «La mujer en la España de Galdós» en «España suelo y verdad», Edhasa, Barcelona, 1882, págs. 43-55 y 67-93, respectivamente. 1973 -«Los dioses griegos» y «Eleusis», en «El hombre y lo divino», F.C.E, México, 1973, págs. 44-66 y 357-366, respectivamente. 1983 -«La tumba de Antígona», Litoral, n° 121­ 123, págs. 25-84. -«Diotima de Mantinea», Litoral, n° 121­ 123, págs. 105-119. -«La España que ■ yo amo», entrevista de R.M Pereda, Cambio 16, 26 de septiembre, págs. 98-102. 1977 -«El espejo de antena)», en ««Claros del Bosque», Barcelona, Seix Barral, 1977, págs. 145-156. 1978 -«Lo specchio di Atenea», Prospettive settante, IV, 4 (ottobre-diciembre), págs. 57-63. 1984 -«El regreso de una exiliada», entrevista de Juan Cruz, El País, 27 de noviembre. -«La filósofa y ensayista veleña estableced su residencia en Madrid», entrevista de Charo Nogueira, Diario Sur, 29 de noviembre. -«Entrevista con María Z^ambrano», entre­ vista de Oscar Peyror, Diario Sur, 29 de noviem­ bre de 1984. 1980 -«No la llaméis. No la llaméis, que no viene», Escandar, Vol. 3, n° 4 (octubre-diciembre), págs. 8-9. ' -«Fragmentos: el temblor (a Rosalía de Castro)», en «Laspalabras del regreso», págs. 181-182. 1981 -«María Zambrano fascinadora, humana, auténtica, casi enternecedora», entrevista de Lola Molinero, Diario Sur, 26 de mayo. -«El nacimiento (Dos escritos autobiográfi­ cos)», Editorial Entregas de la Ventura, Madrid, 1981. 1985 -«Personajes», entrevista de Lola Molinero, Diario Sur (Dominical), 26 de mayo, págs. 10-11. -«Texto de Doña María Zambrano», Premio Príncipe de Asturias, Oviedo, Fundación Principado de Asturias, 1981, pág.23. -«Fragmentos de María Zambrano », Pueblo, 13 de junio, suplemento «sábado literario», pág.3. -«María Zambrano. ¿Volver a España?. Que sea lo que Dios quiera (Entrevista de J.M. Ullán)», El País, 14 de junio. 1986 -«El reposo de la luz en la obra de María Victoria:'Trances de Nuestra Señora'», Madrid, Hiperión, 1986, págs. 9-12. -«Mater matuta», Diario 16, 2 de febrero, Pág- IV. -«Ana Cervantes», Diario 16, 1 de junio, pág. n. -«Un don del océano. Benito Pérez Galdós», 1982 -«Destierro, de Teresa García», prólogo. Valencia, Pre-textos, 1982. 171 Aurora Diario 16, 22 junio, pág. VII. -«Interludio. La matee matuta)», en «De la Aurora», Madrid, 1986, Turner, 1986, págs. 15,17. -«El exilio, alba interrumpida», Turia, n° 9 (mayo), págs. 85-86. -«De una correspondencia», Diario 16, 25 de junio, pág. XII. -«Saludo a Rosa Chacel», texto leído en público, en agosto de 1988, con motivo del noventa cumpleaños de Rosa Chacel. -«Paloma Prados», texto leído en público en agosto de 1988, con motivo de la muerte de Paloma Prados. -«Discurso leído en público con motivo del Homenaje a Marta Zambrano', Vélez-Málaga, 19 de agosto. -«La lucidez de María», selección de frag­ mentos de artículos publicados por María Zambrano en Diario 16, desde abril de 1985 hasta octubre de 1988. Diario 16, 26 de noviem­ bre, pág. 37. 1989 -«La tumba de Antígona», Madrid, Mondadori, 1989. -«Misericordia», en «Senderos», Anthropos, Barcelona, 1986, págs. 120-147. -«La tumba de Antígona», en «Senderos», Anthropos, Barcelona, 1986, págs. 201-267 -«Un personaje: Antígona» y «La Celestina: una comitragedia» en «El sueño creador», Turner, Madrid, 1986, págs.87-95 y 95-106. 1987 -«La doncella y el hombre. La pérdida de España», prólogo a la obra «Sueños y procesos» de Lucrecia León, Madrid, Tóenos, 1987, págs. 11-19. -«El cuadro ‘Santa Bárbara' del maestro Flemalle», El País, 30 de Julio. -«Adsum», Anthropos (suplementos), Barcelona, n° 2, págs. 3-7. -«La multiplicidad de los tiempos», Anthropos (suplementos), Barcelona, n° 2, págs. 7-11. -«La España Endymion, 1989- -«Eloísa o la existencia de la mujer», Anthropos (suplementos), Barcelona, n° 2, págs. 79-87. de Galdós», Madrid, -«Delira y destino (Los veinte años de una española)», Madrid, Mondadori, 1989. -«María Zambrano: ‘he estado siempre en el límite», entrevista de J.C. Marset, ABC, 23 de abril, págs. 70-71. -«A modo de autobiografía. María Zambrano», Compluteca (n° monográfico 5), abril, págs. 7-15. -«Lo que le sucedió a Cervantes: Dulcinea», Anthropos (suplementos), Barcelona, n° 16, págs. 137-140. -«Lydia Cabrera, poeta de la metamorfosis», Anthropos (suplementos), Barcelona, n° 2, págs. 32-34. -«Palabra y poesía en Reyna Rivas», Anthropos (suplementos), Barcelona, n° 2, págs. 36-39. 1988 -«El desnudo iniciático», Diario 16, 30 de enero, pág. XIII. -«Felices en La Habana», ABC, 30 de abril, pág. VIII. -«La tumba de Antígona» en «Senderos», Barcelona, Anthropos' (Memorias Rotas y Heterodoxias 8), 1989, págs. 200-265. -«Tristana. El amor (La palabra señera. I)», Diario 16, 7 de mayo, pág. XII. -«Tristana. El tiempo (La palabra señera. II) », Diario 16, 14 de mayo. -«Tristana. La muerte (La palabra señera. III) », Diario 16, 21 de mayo. 1990 -«María Zambrano: ¡Que alegría pronunciar el nombre del padre, la guía de mis raíces», entrevis­ ta de J. Canales, ABC, 23 de abril. 172 Papeles del «Seminario Mearía Zambrano» 1991 -«El cuadro santa Bárbara, del maestro flemalle», en «Algunos lugares de la pintura», Madrid, Espasa Calpe, 1991, págs. 121-126. del regreso», Salamanca, Amaró ediciones, 1995, págs. 93-97. -«Notas para una biografía», en «Laspalabras del regreso», Salamanca, Amaró ediciones, 1995, págs. 219-229 -«La novela de Galdós» en «Pensamiento y poesía en la vida española», Ayuso, Madrid, 1991, págs. 113-115. -«Amo mi exilio», en «Laspalabras del regre­ so», Salamanca, Amaró ediciones, 1995, págs. 13-15. -«De los dioses griegos» y «Eleusis», en «El hombre y lo divino», Madrid, Siruela, 1991, págs. 44-64 y 331-339, respectivamente. -«Tres. cartas de juventud», Revista de Occidente, n° 120, mayo, págs. 7-26. ' -«Un don del océano: Benito Pérez Galdós», en «Las palabras del regreso», Salamanca, Amaró ediciones, 1995, págs. 123-127. -«Felices en La Habana», en «Las palabras del regreso», Salamanca, Amaró ediciones, 1995, págs. 189-195. 1993 -«Diotima von Mantinea», en Die Horen: Zitschrift für Literatur, Kunst und Kritik, Düsseldorf, 1995, págs. 142-150. -«Misericordia», en «A propósito de Benito Pérez Galdós y su obra» (AA.VV), Barcelona, Norma, 1993 (no disponemos de la paginación). -«Cartas María Zambrano/JoséLezama Lima», Creación, n° 8, mayo, Madrid (no dispo­ nemos de la paginación). -«Correspondencia Edison Simos/María Zambrano», Alcalá de Henares, Fugaz Ediciones (Algorán n° 4), 1995. -«Diotima de Mantinea» en «Nacer por ss misma», Horas y horas (Cuadernos inacabados), Madrid, 1995, págs. 125-133. 1994 -«El vino aquel», Blityri, n° 2, febrero, Irún (Guipúzcoa), págs. 12-17. -«Lo que le sucedió a Cervantes» y «La mujer en la España de Galdós», en «España sueño y ver­ dad», Siruela, Madrid, 1994, págs. 36-49 y 58­ 81, respectivamente. 1996 -«Electra Garrigó» en «La Cuba secreta», Endymion, Madrid, 1996, págs.115-118. -«Lydia Cabrera, poeta de la metamorfosis» en «La Cuba secreta», Endymion, Madrid, 1996, págs. 130-135. 1995 -«Otras huellas (Ana cervantes)», en «Las palabras del regreso», Salamanca, Amarú edicio­ nes, 1995, págs. 227-228. -«Correspondencia» en «La Cuba secreta», Endymion, Madrid, 1996, págs. 267-278. -«La novela de Galdós» en «Pensamiento y poesía en la vida española», Endymion, Madrid, 1996 (2a ed). -«La voz abismática (a Clara Ja^nés)», en «Las palabras del regreso», Salamanca, Amaró edi­ ciones, 1995, págs. 201-203. 1997 -«La mujer y sus formas de expresión en occi­ dente», Unión, La Habana, n° 26, págs. 2-7. -«La tumba de Antígona (versión de Alfredo Castellón)», Madrid, Sociedad General de Autores (Teatro '79), 1997. -«El vino aquel», en «Laspalabras del regre­ so», Salamanca, Amaró ediciones, 1995, págs. 55-58. -«El temblor (a Rosalía de Castro)», en «Las palabras del regreso», Salamanca, Amaró edicio­ nes, 1995, págs. 181-183. -«Lettera sull'esilio», Aut Aut, Milano (Italia), n° 279, págs. 5-13. -«El desnudo iniciático», en «Las palabras 173 Aurora -«Quasi un'autobiografia », Aut Milano (Italia), n° 279, págs. 125-134. Zambrano», págs. 514-515. -«Mujeres, XIII», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», pág. 516. -«Mujeres, XIV», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», pág. 517. -«Mujeres, XV», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», pág. 518. -«Carta a Rosa Chacel» en «Los intelectuales en el drama de España y escritos de la Guerra Civil», Madrid, Trotta, 1998, págs. 210-212. Aut, -«Lydia Cabrera, poeta della metamorfosi», Aut Aut, Milano (Italia), n° 279, págs. 145-149- -«All'ombra del Dio sconosciuto: Antigone, Eloísa, Diotima (a cura di Elena Laurenzi)», Nuova Practiche Editrice, Milano, 1997. 1998 -«Mujeres, I», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 501-502. -«Mujeres, II», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 502-503-«Mujeres, III», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», pág. 503. -«Mujeres, IV», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 505-506. -«Mujeres, V», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 506-507. -«Mujeres, VI», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 508-509. -«Delirio y destino», Ed. Centro de Estudios Ramón Areces S.A., Madrid, 1998. -«Un personaje: Antígona» y «La Celestina: una semitragedia», en «El sueño creador», Club Internacional del Libro, Madrid, 1998 (no dis­ ponemos de la paginación). 1999 -«Delirium and destinity: a Spaniard in her twenties» (with an essay about Maria Zambrano and a glossary by Roberta Johnson and a traslator's afterword by Carol Maier), State University of New York Press, New York, 1999- -«Mujeres, VII», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 509-510. -«Mujeres, VIII», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 510-511. -«Mujeres, IX», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 511-512. -«Mujeres, X», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 512-513. -«Mujeres, XI», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Zambrano», págs. 513-514. -«Mujeres, XII», «Actas del II Congreso Internacional sobre la Vida y la Obra de María Sebastian Fenoy Gutiérrez 174 Papeles del «Seminario María Zambrano» Información cultural III Congreso Scheler en la cultura española de la Edad de Plata o amistad entre María Zambrano y Rafael Dieste. La sesión de la mañana concluía con una confe­ rencia de la Dra. Da Ana Bundgaard en las que se analizaban las confluencias y diferencias entre Antonio Machado y María Zambrano. Esa misma tarde se expusieron otras cuatro comunicaciones, en las que se analizaron las relaciones entre María Zambrano y Octavio Paz, a la luz de Antonio Machado o la recepción que hizo María Zambrano de la pintura de la Edad de Plata; entre otras temáticas. A continuación se rea­ lizó una mesa redonda sobre “María Zambrano y la generación del 98”, pre­ sidida por Dr. D. Laureano Robles Carcedo, y en la que participaron el Dr. D. Tomaso Bugossi, D. Iván González Cruz, Dr. D. Agustín Andreu Rodrigo, la Dra. Da Rosa Mascarell Dauder y la Dra. Da. Mercedes Gómez Blesa. Para finalizar los actos de este día el Dr. D. Roberto Sánchez Benítez, Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Morelia, México) y uno de los impulsores del II Encuentro Internacional “María Zambrano” realizado el pasado mes de febrero en la Universidad de la que es decano, pronunció una conferencia sobre la concepción zambraniana “De la historia en modo ético”. El miércoles, a las nueve de la mañana empezaron nuevamente las exposiciones breves y las comunicaciones. En esta mañana se expusieron diversas ponencias sobre la relación entre Zambrano, Ortega y Unamuno. Después el Dr. D. José Luis Mora García, acompañado del direc­ tor del congreso, el limo. Sr. D. Juan Fernando Ortega Muñoz, presentaron el volumen de las internacional sobre la VIDA Y LA OBRA DE MARÍA ZAMBRANO El pasado mes de noviembre, entre el lunes 2 y el jueves 5, tuvo lugar en Vélez-Málaga, el pueblo natal de María Zambrano, un interesante encuentro de investigación y estudio sobre su vida y su obra. Este congreso, que ya es el tercero que la Fundación María Zambrano organiza efi­ cazmente (el primero en 1990 y el segundo en 1994), tuvo como tema unitario de las conferencias, ponencias y mesas redon­ das la relación y los vínculos que se dan entre María Zambrano y la ‘Edad ' de Plata' de la cultura española. Y en este Congreso se dieron cita, si no todos, muchos de los que actualmente investi­ gan la figura de María Zambrano. Los actos comenzaron la tarde del lunes, con unas breves palabras de bienvenida del limo. Sr. D. Antonio Souvirón Rodríguez, Presidente de la Fundación María Zambrano y Alcalde del Excmo. Ayuntamiento de Vélez-Málaga. A continuación el Sr. Dr. D. Pedro Cerezo Galán pronunció la conferencia inaugural que versó sobre el tema “Constelación alma: tiempo, ensueño y vocación”. Después se inauguró la exposición pictórica de obras de Jesús G. de laTorre, pintor amigo de María Zambrano y al que dedicó algunos artícu­ los (“Cielos pintados” o “Jesús G. de la Torre en su transparente pintar”, ambos recogidos en el catálogo que para esta exposición ha editado la Fundación María Zambrano). El martes por la mañana se expusieron un total de siete comunicaciones, en las cuales se ana­ lizaban cuestiones como la influencia de Max 175 Aurora pronunció el Catedrático de Historia de la Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, Dr. D. José Luis Abellán García, versan­ do sobre “María Zambrano: La presencia de Puerto Rico en su biografía”. Los actos del con­ greso se cerraron con un recital de poesía en “Homenaje a Federido García Lorca y recuerdo al 98”, a cargo de Marcedes Junquera y Joaquín Lobato. En medio de este apretado programa hubo tiempo, en los pasillos del Palacio de Beniel, de intercambiar direcciones y teléfonos, de discutir sin rigores académicos, de hablar con Rafael Tornero Alarcón,...;de comunicarnos y acercarnos a todos aquellos que comparten la pasión por la lectura y el estudio de esta pensado­ ra Obras completas de D. Blas Zambrano; y su editor, J.L.Mora García hizo un breve, pero interesante, introducción en la que señaló ' la importancia de la figura de Don Blas en el marco de la cultura de la época, indicando su amistad con Antonio Machado y su relación con Unamuno. Ya por la tarde, otra serie de comunicaciones analizaron temáticas como los vínculos entre María Zambrano y Ortega. Después una interesante mesa redonda intentó clarificar las relaciones exis­ tentes entre “María Zambrano y la generación del 14”. En ella participaron, D. Jesús Moreno Sanz, como presidente, Dra. Da. Carmen Revilla Guzmán, Dra. Da. María Luisa Maillard García, Dr. D. Eduardo González di Pierro, Dr. D. Gregorio Gómez Cambres y el Dr. D. Antonio Jiménez García. A continuación, el Dr. D. Héctor Ciocchini impartió una conferencia sobre “La uni­ versalidad de María Zambrano”. Y, el día, se cerró con un emotivo y brillante recital de cantes de Juan Breva, realizado frente al busto de María Zambrano que preside el patio del Palacio de Beniel. Los actos continuaron el jueves por la mañana, con una serie de comunicaciones que en esta ocasión versaron, en general, sobre las rela­ ciones entre Zambrano y los algunos de los poetas del momento, en especial de Lorca. Sobre este tema, el Dr. D. Cario Ferrucci expuso una confe­ rencia, tomando como hilo conductor “La fronte­ ra como centro: Lorca, Ortega, Zambrano”. Justo antes D. Rogelio Blanco Martínez había presen­ tado la edición de Jesús Moreno Sanz de Los inte­ lectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil. Ya por la tarde, y ahora en el Teatro del Carmen, en una mesa redonda se expusieron bre­ ves, pero concisas, reflexiones sobre “María Zambrano y la generación del toro (del 27)”. En esta mesa redonda participaban, como presidente, el Dr. D. Cristóbal Cuevas García, y la integraban D. Manuel Salinan Fernández, Dra. Da. Juana Sánchez-Gey Venegas, Dr. D. Joaquín Verdú de Gregorio y Dra. Da. Chantal Maillard. La confe­ rencia de clausura de este completo congreso la II ENCUENTRO MARÍA ZAMBRANO: «LUZ y Tiempo» El pasado año, entre los días 24 y 27 de febrero, se celebró en la ciudad de Morelia Estado de Michoacán, Méjico- el «II Encuentro María Zambrano: ‘Luz y tiempo'». La organización corrió a cargo de la Falcultad de Filosofía de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo y de la propia Fundación María Zambrano. La Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y la Embajada de España en Méjico se encargaron de aportar la colaboración económica necesaria. El magno acontecimiento -sin duda el más importante hasta la fecha en la antigua Valladolid1- resultó ser el marco adecuado para que estudiosos de la obra zambraniana de ambos lados del Atlántico se encontraran y contrastarán opiniones y trabajos. El programa oficial contenía las siguientes actividades: 8 conferencias, 18 comunicaciones que distribuidas en 6 bloques, ocuparon todas las mañanas-, la presentación de 2 libros, 1 mesa redonda y la develación de 1 placa. El Encuentro se inició la mañana del mar- 176 Papeles del «Seminario María Zambrano» tes 24, con unas «Palabras de bienvenida y. pre­ sentación», por parte de los máximos represen­ tantes de las instituciones implicadas: Salvador Galván Infante (Rector de la U.M.S.N.H, das en el programa corrieron a cargo de miembros de los dos órganos que fomentaron el acto; esto es: Pedro Cerezo Galán ( «El alma y la palabra en María Zambrano»), Juan Fernando Ortega Muñoz («El carácter mediador del tiempo en María Zambrano»), Miguel Morey Farre ( «María Zambrano: las razones de la duermevela») y Rogelio Blanco Martínez («La ciudad ausente: la utopía sin utopía»), por parte de la Fundación María Zambrano; y Víctor Manuel Pineda ( «Notas sobre el sacrificio en María Zambrano»), Roberto Sánchez Benítez («Pensamiento y vida en María Zambrano») y Eduardo González di Pierro ( «Libertad y persona en María Zambrano»), en lo que concierne a- la Facultad de Filosofía de la U.M.S.N.H. Adolfo Castañón Antonio Sauvirón Rodríguez (Presidente de la Fundación María Zambrano y Alcalde de VélezMálaga) y Roberto Sánchez Benítez (Decano de la Facultad de Filosofía de la U.M.S.N.H). Cabe destacar, de entre las muchas comuni­ caciones presentadas, por su valor de testimonio personal, la del Profesor Alfonso Espitia -alumno, hace más de medio siglo, de la propia María Zambrano, en esta misma ciudad2-, que dio en titular: «Recuerdos de María Zambrano». También merece • la pena ser reseñada por su importancia documental la intervención del Mtro. Xavier Tavera Alfaro -Cronista de la Ciudad, y por tanto quien mejor conoce los por­ menores de la estancia de los exilados republica­ nos en la ciudad del Presidente Lázaro Cárdenas-, con su ponencia «La Morelia de María Zambrano». De gran calado investigador resulta­ ron ser las comunicaciones leídas por Alfonso Rangel -ex rector de la Universidad de Nuevo León-: «La muerte de la rosa», y por la poeta y novelista Angelina Muñiz: «María Zambrano: el número, la música, la nada». Pero puede decirse que, en general, el nivel de las ponencias fue bas­ tante más que aceptable. Si las comunicaciones fueron llevadas a cabo por un conjunto heterogéneo de ponentes, procedentes de diferentes universidades españolas y especialmente mejicanas -León, Méjico, Zacatecas, Xalapa, etc-; las 8 conferencias inclui­ (F.C.E) se encargó de dar lectura a la conferencia de clausura. Dos de las novedades bibliográficas zam­ branianas aparecidas durante el presente año, fue­ ron presentadas en Méjico aprovechando este encuentro. Así, Jesús Moreno Sanz, y su nueva edición de «Delirio y destino» -magníficamente prologada-, y Joaquín Lobato Pérez con su «El indeleble acontecer: brevísima antología de María Zambrano». Pero el acto más emotivo fue la develación, «por fin»3, de una placa recordatoria de la estan­ cia de Zambrano en el Colegio Primitivo Nacional de San Nicolás de Hidalgo, en el edifi­ cio del mismo nombre. Juanjo Ruiz y Sebastián Fenoy Notas: 1 Al parecer, con ocasión de la celebración del cincuenta aniversario de la estancia de la pensadora andaluza -y con ella gran número de intelectuales exilados españoles- en la ilustre ciudad mejicana, se celebró un primer encuentro conmemorativo. 2 En 1997 tuvimos la ocasión de visitar Morelia y miramos de entrevistarnos con los alumnos de nuestra pensadora allá por 1939- Las dificultades resultaron ser prácticamente insalvables: eran pocos los alumnos vivos, localizables, lúcidos, con «cosas que decir» y dis­ puestos a ser entrevistados. Además estaba el problema de la autentificación de los testimonios, «todo el mundo decía ser alumno de maría Zambrano». Al parecer, hasta donde nosotros sabemos, sólo Luis y Ofelia Cervantes, Carmen García de Gallegos y el propio Prof. Espitia reúnen las condiciones apuntadas. De ahí el gran valor de su testimonio. •' Decimos «por fin» porque nos consta que con anterioridad hubo otra iniciativa análoga -aquella vez en la casa donde se hospedó, un viejo edificio colonial, sito en el centro histórico de la ciudad, junto a la catedral- que lamentablemente no llegó a consumarse. 177 Aurora Comendador de La Orden de Isabel la Católica, Miembro de la Légion d'Honneur y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca. En mayo de 1989 la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona le había dedicado un ciclo de conferencias, del que la prensa se hizo eco, como merecido homenaje a su labor cons­ tante en defensa del pensamiento hispánico. Quienes como él nos hemos ocupado de ese pensamiento, hemos perdido ahora un incon­ dicional aliado, un interlocutor atento, un gran amigo y una persona buena. Gracias por todo cuanto has hecho por nosotros, Alain. Descansa en paz. 1 pasado siete de noviembre de 1998 murió en Narbonne -donde residía con su esposa Reine- el profesor Alain Guy, quien había ejercido su labor docente e investigadora en la Universidad de Toulouse-le-Mirail durante largos años. Nacido en La Rochelle en 1918, se había formado en París y en Grenoble bajo el magiste­ rio de J. Chevalier -más tarde Ministro de Instrucción Pública en Francia- y de él recibió su vocación por la filosofía española. A la publica­ ción de su tesis doctoral sobre Fray Luis de León, en 1943, siguieron otras monografías sobre Ortega y Gasset, Unamuno, Luis Vives, y más. de doscientos artículos, colaboraciones y comunica­ ciones a congresos, siempre acerca del pensa­ miento español e hispano-americano. Sin embar­ go, son quizá sus libros Los filósofos españoles de ayer y de hoy, Historia de la filosofía española o Panorama de la philosophie latinoaméricaine los que le han hecho célebre, aunque en todas sus obras se trasluce siempre el amor que sentía por las cosas de España y la noble intención con que se acercaba a ellas para hacerlas conocer a un públi­ co, por lo general, poco interesado. Valgan como ejemplo las páginas que, en fecha tan temprana como 1956, le dedicó a María Zambrano. Entre otros cargos, Alain Guy había sido Director del «Centre de Philosophie Ibérique et Ibéroaméricaine» -que él mismo había fundado­ , Presidente de la «Societé Toulousaine de Philosophie», Miembro de la Academia de La Rochelle y Titular de la Academia de Ciencias, Inscripciones y Buenas Letras de Toulouse. Era José M. Romero Baró Próximas propuestas del «Seminario María Zambrano» 1. Los géneros literarios del pensamiento zambraniano. 2. Imagen, símbolo y metáfora: Miaría Zambrano 3. Fragmentos de saber y religiones clan­ destinas 178