Subido por juanbarret

Vernant - Mito y tragedia en la Grecia Antigua - vol I 0

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Pierre V ernant
V idal-N aquet
9-4001196
Y TRAGEDIA
EN LA GRE(
ANTIGUA i
o
J e a n -P ie n e V ernant es p ro fe so r h o n o rario
del C ollege d e France y autor, enere o íro s
libros. d e Los orijjenes <M pensamiento goego
y E i»nérfiduo. to m u ttte y el omor en to antigua
Creció, am bos ta m b e n publicados p o r
Peídos.
P ierreV rdal'N aquet. h isto ria d o r y d irec to r
d e estu d io s de la École des Hauccs Érudcs
en Sciences Sociales, ha s<do tam bién
d ire c to r del C e n tre L ouis-G ernet. Es au to r
d e n u m ero sas o b ras s o b re la G recia antigua
y la Historia co n tem p o rán ea, e n tre las que
se cu en ta £cor>om<a y socwdod en k¡ anüfua
Grcctf. e s c rito en cotaboracion con
M A m tm e igualm ente publicado p o r Patdos.
raí
I
Μ
M ITO Y TRAGEDIA
EN LA GRECIA ANTIGUA, I
PAIDÓS ORÍGENES
1. ü. M cGinn. HI Anticristo
2. K. Armstrong, Jerusatén
5. Γ. Braudel, f.n torno a l Mediterráneo
4. G . Epincy, Biirgard y E. Zum Brunn, Mu/cres trotadoras dc Dios
5- I Γ Shanks, Los Manuscritos Jc¡ Mar Muerto
(>. J. ü. Kusscll, / iistoria dc L· brujería
7- P. Grirrwl, luí civilización romana
8. G . Minois, fliitoríade los infiernos
9. J. Le Goff, La civilización Jet Occidente medieval
10. M. Friedman y G. NXr. FrfcdUnd. Los diez mayores descubrimientos de la medicina
11. P. Grim.il, Blam or en la Roma antigua
12. J. \Xf. Ro^cison, Una introducción a ta Biblia
13. K. 2 o lL . Lof m hticot de Occidente. I
N . F. Zo!l;i, Los místicos de Occidente. II
15- F. ZoIJj,
místicos de Occidente, IIÍ
16. K. Zoll.i, f j n místicos de Occidente, IV
17. S. Whi· field, La vida en la ruta de ¡a seda
IK. J. Freely, En el serrallo
19. J. Lamer,
Polo y el descubrimiento del mundo
20. U. D. l& rttnn,Jesús, el profeta judío apocalíptico
21. J . Flori, Caballeros y caballería en la Edad Media
22. L.-J. C alv a. Historia d e la escritura
2 i. \V. Trcitd^old, bretv histeria de Bizancio
24. K. Armstrong, Una historia de Dios
25. K. Bresciani./l orillas del Nito
2(>- G . Cliuliand y J - P. R a g eau d ./l/iií délos imperios
21. J.-P. Vcmant, /:/ individuo, ta muerte y e l amor en la anticua Grecia
29- J.-P. V crnnnty P. Vidnl-Nsqisct, M ito y tragedia cu la Grecia antigua, t
JEAN-PIERRE VERNANT
PIERRE VIDAL-NAQUET
MITO Y TRAGEDIA
EN LA GRECIA ANTIGUA
Volumen I
4)
PAIDÓS
iv J r tM 'S V I
lA-vc·.»
Titulo original: M ytbe ct trJ$cJíc en Grice áKCtrnne <vo!. i )
Publicado cn frunces, cn 2001, por Editions La Découi'crtc U Syros, París
Traducción <Jc M auro Armiño
Cubierta de Joan B ju tlc
Prim era edición cn castellano cn Teurus, Madrid, cn 19S7.
Q j c J * i t t g 'J K t i T n t r . '. c p J t í i H u L u . í i n Í j a u ti> r ¿ M C * 'f » e t e t í u d e J o » t i n t a r * J e ) « C e p y f i e J j i » , h í ¿ » U s
e i t a b l í f i á - n r : ) } j > l e y f » , l a r r p r o O .K v i - 'm >0 1* 1 o p a : c u l <!e c i t i c b f * p o r c u j ^ i i c r t n c \ i ! o o
p m f c i L a i w n i o , c « R ! p f t R J . t l o » I j r e { > n ^ r * i i i y <1 t r B iJ - T .ie r .t n u J c r t v k í m » . y i i ¿ u r & u r i ü r . d e r j e a j » 5« e i ¿ t
«Uarr.tJjtr.CC*!<j«.kco préitx-nopúbÜCfw.
O 1972, Lihraífie Trance}! Mjsprro, París
O 1986.1997,^001 üdUior.s La Dccouvcítc &: Syroi
O 2002 de todas las cd ¡dones cn castclLnn,
rdicicnes Paidós Ihcrkj. S, A..
M añano C ubí. 92 -0S021 Barcelona
y L'ditoiiol Paiilós. SA1CF.
Dí /íí k j . 599‘-‘8u«cot Aire*
Ηί)ρ://ν»·Μ·.|^ίJos.com
ISBNr;84-49>.1197-7 (Vol. II
ISBN· S-M 95-12000 (O bra c o m p r a !
Depósito Iffcal: Π. >2-2002
Impreso cn A & M Grific, S. L.,
G8130 S u . Perpetua «ir M ogw b ílW c e h n a l
ltr|>rcv> cn r.npaüi - IVimcd ín 5*|>aín
Sumario
P re fa c io .................................................................................................
11
J .-R V e r n a n t
I. HI momcnio histórico de 1a tragedia en Grecia: algunos
condicionantes sociales y psicológicos........................................
17
Tensiones y ambigüedades en la tragedia g rie g a ....................... 23
Esbozos de la voluntad en la tragedia g rie g a .............................. 45
4. «Kdipo» sin complejo ................................................................... 79
5. Ambigüedad e inversión. Sobre la estructura enigmática
del Edipo Rey . . . . - ........................................................................ 103
IK V m a l - N a q u k t
í». (laza y sacrificio en la Orvstiada de E squilo................................ 137
7. i:i hiloctctcs de Sófocles y la efebía ............................................ 163
índice analítico y de nombres ........................................................... 191
Ί
Γ
Sumario del volumen II
Prefacio
1.
2.
El dios de la ficción trágica,/.-/? Vermut
Figuras déla máscara en la antigua G recia,/.·£ Vem ata y /♦>. Frnntisi'Ducrois
3. El tirano cojo: de Edipo a Periandro, ).·Ρ. Veníant
PosMcriptum
4. El sujeto trágico: historicidad y transhistoricidad, J.-P Vernant
■>. Esquilo, cl pasado y el presente, P. Vidal-Naque:
(i. El escudo de los héroes, P. Vidal-Naquei
7. Edipo en Atenas, P. Vidül-Naquet
K. Edipo entre dos ciudades. Ensayo sobre el Edipo en Colono, P. Vid<jl-Nü¿fUCt
*>. Edipo en Vicenza y en París: dos momentos de una historia, P. Vi·
dnl-Naquet
10. El Dioniso enmascarado de las Bacantes de Eurípides,/.-P Vernanl
Lista de abreviaturas
índice analítico y de nombres
Prefacio
Reunimos cn este prim er volumen —que será seguido de otro lo an­
te* posible— siete estudios publicados cn Francia y en otros países por­
que tales trabajos se inscriben cn un proyecto de investigación realiza­
do conjuntamente desde hace varios años y que tiene su origen en la
cnxcñanza de Louis G em ct.1
Mito y tragedia, ¿qué entendemos exactamente con esos dos térmi­
nos? Por supuesto, las tragedias no son mitos. Pero puede sostenerse,
por otro lado, que el genero trágico hace su aparición a finales dei siglo
vi, cuando el lenguaje del mito deja de estar en conexión con la realidad
política de la ciudad. £1 universo trágico se sitúa entre dos mundos y es
esta doble referencia al mito por una parte —concebido cn adelante co­
mo perteneciente a un tiempo remoto, pero aún presente cn las con­
ciencias— y por otra a los nuevos valores —desarrollados con tanta ra­
pidez por la ciudad de Pisístrato, de Clístenes, de Temístocles, de
P endes— lo que constituye una de sus originalidades y el resorte mis*
I. Ycasc J-·I1 Vernani. «La Trapcdic grecque scion Louis Cicm rt», H íw w ^ í1 a
tjw it Cierttcl, l’j m . 1966, piy*. > 1-55.
12
Μ ΙΤ Ο γ Τ Κ Λ Ι ϋ ' η ΐ Λ I.N ' L A C K Í .C f A A S T I C 't 'A . I
m o de su acción. En cl conflicto trágico, cl héroe, cl rey o el tirano apa­
recen insertos aún cn la tradición heroica y mítica, pero la solución del
drama se les escapa: no es nunca el resultado de la acción, sino siempre
la expresión del triunfo de los valores colectivos impuestos por la nue­
va ciudad democrática.
Cn estas condiciones, ¿cuál es la tarca del investigador? La mayoría
de los estudios reunidos en este libro proceden de lo que se ha conve­
nido cn denominar análisis estructural. Pero sería un gravísimo error de
perspectiva confundir este tipo de lectura con el desciframiento de los
mitos propiamente dichos. Las técnicas interpretativas pueden hallarse
emparentadas, pero la finalidad de la investigación es necesariamente
distinta. Desde luego, la descodificación do un mito sigue, ante todo,
las articulaciones de! discurso — oral o escrito—, pero su objetivo, qui­
zá fundamental, es fraccionar el relato mítico para detectar cn él los ele­
m entos primarios, que a su vez deberán ser confrontados con los que
ofrecen las demás versiones del mismo mito o conjuntos legendarios di­
ferentes. El relato primordial, lejos de encerrarse sobre sí mismo para
constituir cn su totalidad una obra única, se abre, por el contrario, en ca­
da una de sus secuencias a todos los demás textos que ponen en práctica
el mismo código, cuyas claves debemos descubrir. En este sentido, to­
dos los mitos, ricos o pobres, se sitúan en el mismo plano para el mitólo­
go y, desde el punto de vista turístico, tienen el mismo valor. Ninguno
podría adjudicarse el derecho a la exclusividad y el único privilegio que
el intérprete puede otorgar a uno de ellos es el de escogerlo, por razo­
nes de comodidad, como modelo de referencia cn el curso de la inves­
tigación.
Las tragedias griegas, cuyo estudio hemos em prendido cn estas pá­
ginas, constituyen un objeto totalmente distinto. Se trata de obras es­
critas, de producciones literarias individualizadas en el tiempo y cn el
espacio, que no tienen, hablando con exactitud, paralelo alguno. El
Edipo Rey de Sófocles no es una versión más del mito de Edipo. La investigacióft no puede llegar a buen termino a no ser que tome en con­
sideración, desde el prim er momento y principalmente, el sentido y la
intención del drama que se representó en Atenas hacía ef año 420 a. de C
Sentido e intención... ¿Q ué queremos decir con eso? Es necesario pre­
cisarlo, pero no es nuestro propósito averiguar que pasaba po r Ja cabe*
za de Sófocles en el momento en que escribía su obra. El dramaturgo
no nos ha dejado ni sus confidencias ni su diario; si lo hubiera hecho,
dispondríamos tan sólo de documentos suplementarios que habríamos
Ι'Κ Ι Τ Λ Ο Ι Ο
η
tic someter, ill igual que los demás* a la reflexión crítica. La intention de
U que hablamos se cxpTes;i a través de la obra» en sus estructuras, en su
organización interna, y no tenemos medio alguno de remontamos des·
de ta obra al autor. Asimismo, por conscientes que seamos del carácter
profundamente histórico de las tragedias griegas, no tratamos de ex ­
plorar e! trasfondo histórico, en el sentido estricto de la palabra, de cada
pieza. R. Goosens ha escrito un libro admirable que traza la historia de
Atenas a través de la obra de Eurípides,2 pero es muy dudoso que para
lUquilo y Sófocles esté justificada empresa semejante, y las tentativas re­
alizadas en esa dircción no nos parecen muy convincentes. Desde luego,
c* lícito pensar que la epidemia descrita al principio del Edipo Rey debe
*Ι>,ό a la peste de Atenas del 430, pero siempre podrá argCiirse que Sófo­
cles había leído la litada, que contiene también la evocación de una ame·
tuzante epidemia para toda una comunidad. A fin de cuentas, la luz que
*pnrtü ü la obra tul método es de alcance bastante limitado.
Nuestros análisis operan, en realidad, en dos planos muy diferentes.
I krivan a la vez de la sociología de la literatura y de lo que podría de­
nominarse una antropología histórica. N o pretendemos explicar la traKi'iliu reduciéndola a cierto núm ero de condicionantes sociales. iN’os
«^forzamos por aprehenderla en todas sus dimensiones, como fenóme­
no indisolublemente social, estético y psicológico. El problema no est liba en acercar uno de estos aspectos a otro, sino en com prender cómo
·«· articulan y combinan para constituir un hecho humano único, una
misma invención que aparece en la historia bajo tres caras: como reali­
dad social, con la institución de los concursos tráficos; como creación
m élica, con el advenimiento de un nuevo género literario; como muta»urn psicológica, con el surgimiento de una conciencia y de un hombre
ii tincas,· tres caras que definen un mismo objeto y que se deben a un
nmmo orden de explicaciones...
Nuestras investigaciones suponen una constante confrontación eniti* nuestros conceptos m odernos y las categorías establecidas en las
liogedias antiguas. 4 Puede el Edipo Rey ser aclarado por el psicoanáÜ»i\J ¿Cómo se elaboran en la tragedia el sentido de la responsabilidad,
rl i imipromiso del agente con sus actos, lo que hoy llamamos la fun*tun psicológica de la voluntad? Plantear estos problemas es pedir que
«ritir la intención de la obra y los hábitos mentales del intérprete se en·
u M r un diálogo lúcido y propiam ente histórico, que ayude a desvelar
/ u r , ’ t i A l W ’U'í, fJ n jü ’l j s . I % 0 .
14
M IT O Y T R A C .r t M A US* L A C .l U X I A A N T I C U A , I
los presupuestos, generalmente inconscientes, del lector moderno, que le
constriña a cuestionarse a sí mismo la pretendida inocencia de su lec­
tura.
Mas esto es sólo un punto de partida. Por la misma razón que cual­
quier obra literaria, las tragedias griegas están plagadas de pre juicios,
de pre-supuestos que forman algo así como el marco de la vida cotidia­
na de la civilización de la que constituyen una de sus expresiones. La
oposición entre caza y sacrificio, por ejemplo, de la que hemos creído
poder sacar partido para un análisis de la Qrcstiadú, no es un rasgo es­
pecífico de la tragedia: podemos encontrar sus huellas cn numerosísimos
textos a través de varios siglos de la historia griega; para ser correcta­
mente interpretada, exige que nos interroguemos sobre la naturaleza
misma del sacrificio como rito central de la religión griega y sobre el pa­
pel que ocupaba la caza tanto cn la vida de las ciudades como cn el pen­
samiento mítico. De ello se deduce que no se truta aquí de una oposi­
ción entre la caza y el sacrificio cn sí mismos, sino del modo en que
esta oposición informa una obra específicamente literaria. Igualmente
hemos tratado de confrontar unas obras trágicas con unas prácticas re­
ligiosas o instituciones sociales contemporáneas. Hemos creído por
ejemplo que Edipo Rey puede ser esclarecido por una comparación
doble: prim ero con un procedimiento ritual, el pbarwnkós-, en segundo
lugar, con una institución política estrechamente delimitada en el tiem­
po, puesto que no aparece en Atenas antes de la reforma de Clístcnes
(508) y desaparece poco antes de la tragedia clásica: el ostracism o.1
Igualmente, además, hemos tratado de iluminar un aspecto desconoci­
do del Fiioctctes, recurriendo al proceso por el que un joven ateniense
se convertía en ciudadano de pleno derecho: la efebía. ¿Debemos pre­
cisarlo de nuevo? Con estos análisis no intentamos desvelar un m iste­
rio. ¿Pensó o no pensó Sófocles cn el ostracismo o en la efebía al escri­
bir sus piezas? N o lo sabemos, ni lo sabremos jamás: no estamos
siquiera seguros de que la pregunta tenga sentido. Lo que quisiéramos
mostrar es que, cn la comunicación que se establecía entre el poeta y su
público, el ostracismo o la efebía constituían un marco de referencia
común, el trasfondo que hacía inteligibles las estructuras mismas de la
pieza.
Finalmente, más allá aún de estas confrontaciones, está la especifi­
cidad de la obra trágica. Edipo no es un chivo expiatorio ni una víctima
3. El prim er ostracismo efectivo es del 487; el último, del *117 <»4lív
P R E F A C IO
del ostracismo; es el personaje de una tragedia, situado poA ^pb^tíicrT
Ια encrucijada de una decisión, enfrentado a una elección, sichipre pje "
vente, siempre incoada, ¿Cómo se halla articulada esta elcccióncM hé­
roe a lo largo de la pieza, mediante qué modalidades responden unos
discursos a otros» cómo se integra el personaje trágico en la acción de la
tragedia? O, para decirlo de otro modo, ¿cómo se inserta el tiempo de
cada personaje en Ja marcha de la mecánica ideada por los dioses? Ta­
les son algunas de las cuestiones que nos hemos planteado. El lector
comprenderá sin esfuerzo que hay muchas más y que las respuestas da­
das no son más que sugerencias. Este libro es sólo un comienzo. Espe­
ramos proseguirlo, pero tenemos la certidumbre de que, si este tipo de
investigaciones tiene un futuro, habrá otros que las iniciarán por su
cuenta.·*
J.-P.V .yP. V.-N.
•I Varios de los estudios reproducidos en este volumen han sido modificados, eo·
i i» n»iLw o incluso, en algunos casos, aum entados respecto ú su prim era publicación.
I frmivs d e dar Lis gmci-ts a Mme. J. Dctícnns, cuya ayuda nos ha sido precios» para la
j m m a U λ punto d rl texto y su presentación correcta. Domos también Jas gracias a aque·
Ik>*>tic nuestros amibos que han tenido a bien participam os sus observaciones, sobre to«hi * M Dciienne. Ph. (u u th ie r y V. G oldschm idt, a it como α M. Maxchmo, que pee·
(Min rl manuscrito para b imprenta.
Capítulo 1
El momento histórico de la tragedia
en Grecia: algunos condicionantes
sociales y psicológicos
En el curso del último medio siglo, los helenistas se han interroga­
do especialmente sobre los orígenes de la tragedia.* Pero aunque h u ­
bieran ofrecido sobre este punto una respuesta concluyente, no por ello
(■Muría resuelto el problema de estas obras. Q uedaría por comprender
lo esencial: las innovaciones que la tragedia ática japoit¿.v. que iu c e a d c .
ella, en el plano del a a c ^ d c lis instituciones sociales y de-la. psicología
humana, una invención. Como género literario original que posee sus
renta* y sus características propias, la tragedia instaura en el sistema de
Ins Jiestas públicas de la ciudad un nuevo tipo de espectáculo; traduce,
.además, como forma de expresión específica, aspectos hasta entonces
| h » c o apreciados de la experiencia humana; marca una etapa en la for­
mación del hom bre interior, del sujeto responsable. G énero trágico, reprcKcmación trágica, hom bre trágico: bajo estos tres aspectos el fenó­
meno aparece con caracteres irreductibles.
En cierto sentido el problema de los orígenes es por consiguiente
un problema falso. Más valdría hablar de antecedentes. Incluso debe•
I·* * .
! \ t r U’xto fiu· tuibltc.ulti cn Anti.iuitJi gfjcca-mwana <¡c tem porj noxtra, Pratfa.
246 250.
IS
-M ITO Y T P v A C U D lA Γ \ 1.Λ C H J .C I A A N T I G U A . »
riamos observar que tales antecedentes se sitúan en un plano totalmen­
te distinto que el hecho a explicar. No están a su altura; no pueden dar
razón de lo trágico como tal. Un ejemplo: la máscara subrayaría el pa­
rentesco de la tragedia con las mascaradas rituales. Pero por su natura­
leza, por su función, la máscara trágica es una cosa totalmente distinta
de un disfrjz religioso. Es una máscara humana, no un disfraz animal.
Su papel no es ya ritual, sino estético. Entre otras cosas, lí^máscarri pue­
de servir para subrayar la distancia, la diferenciación entre loTdos ele­
mentos que ocupan la escena trágica, elementos opuestos pero ul mismo
tiempo estrechamente solidarios. Por un lado, el coro —en un princi­
pio, al parecer, no enmascarado, sino solamente disfrazado— , persona­
je colectivo encamado por un colegio de ciudadanos; po r otro lado, el
personaje trágico, representado por un actor profesional y al que su
máscara individualizaba con relación al grupo anónimo del coro. Esta
individualización no hace en modo alguno del portador de la máscara
un sujeto psicológico, una «persona» individual. Al contrario, la más­
cara integra al personaje trágico en una categoría social y religiosa muy
definida: la del héroe- H ace de el la encarnación de uno de esos seres
excepcionales, cuya leyenda, fijada en la tradición heroica camada por
los poetas, constituye para los griegos del siglo v una de las dimensio­
nes de su pasado. Un pasado lejano y remoto, que contrasta con el orden
de Ja ciudad, pero que permanece aún vivo en la religión cívica, en la
que el culto de los héroes, ignorado por H om ero y Hcsíodo, ocupa un
puesto privilegiado. Polaridad por tanto, en la técnica trágica, entre dos
elementos: el coro, ser colectivo y anónimo — cuyo papel consiste en
expresar con sus temores, sus esperanzas y sus juicios los sentimientos
de los espectadores que componen la comunidad cívica— y el persona­
je individualizado, cuya acción forma el centro del drama y que tiene as­
pecto de héroe del pasado, siempre más o menos ajeno a la condición
ordinaria del ciudadano.
A este desdoblamiento del coro y del héroe trágico corresponde, en
la lengua misma de la tragedia, una dualidad: por un lado, la lírica co­
ral; por otro, en los protagonistas del drama, una forma dialogada cuya
métrica se halla más próxima a la prosa. Los personajes heroicos más
cercanos po r su lenguaje al hom bre ordinario no sólo se hacen presen­
tes sobre la escena a los ojos de todos los espectadores, sino que a ira·
ves de las discusiones que los oponen a los coristas, o los unos a los
otros, se convierten en objeto de debate; en cierto modo son cuestionados
ante el público. Por su parte, el coro, en las partes cantadas, se preocu-
F . l M O M E N T O H I S T O R I C O Π Γ I.A T R A O L D IA K N C iK L C M í . , . ]
19
pa menos de exaltar las virtudes ejemplares del héroe, como en la tra­
dición lírica de Simonides o de Píndaro, que de inquietarse o pregun­
tarse sobre él. En el nuevo marco del juego trágico, el héroe ha dejado,
por tanto, de ser un modelo; se ha convertido, para él mismo y para los
demás, en un problema.
Estas observaciones preliminares permiten delimitar mejor, en
nuestra opinión, los términos en los que se planten el problema de la
tragedia. La tragedia griega aparece como un momento histórico preci­
samente circunscrito y datado. Se la ve nacer en Atenas, florecer y de- ■,
generar casi en,el espacio.dc_UTU*Í£lo. ¿Por qué?. No basta con observar
que lo trágico traduce una conciencia dcsRatrad a. el sentimiento de las
contratlíccionesque dividen al hombre contra sí mismo; hay que buscar
en qué plano se sitúan, en Grecia, las o£pMciones_trágÍcas._cu:il es su.
contenido, en yué c n n d id o n w jw n ^ ^ o ja jy ? ^
Es lo qa44¿ouÍs G cniej/cm prendio mediante un análisis del voca­
bulario y de las estructuras de cada obra trágica.1 Pudo señalar enton­
ces que la w*n^|<>r:i matrera dn.ln tragp.dia.es el ideario social propio
_dc; ln_ciudad, cspcciaLoiciUiLsd P ? Π*■'miento juridieo e n p le ño irabajo de
elaboración. La presencia de un vocabulario técnico legal entre los Trá­
ficos suGraya las afinidades entre los temas predilectos de la tragedia y
c iertos casos que afectaban a la competencia de los tribunales, esos mis­
inos tribunales cuya institución era lo bastante reciente como para que
se sintiera plenamente aún la novedad de los valores que exigieron su
fundación y que reculaban su funcionamiento. Los poetas trágicos uti­
lizan este vocabulario legal jugando deliberadamente con sus inccrtidum *
bres, con sus fluctuaciones, con su incomplección: imprecisión de los
términos, cambios de sentido, incoherencias y oposiciones que revelan
les discordancias en eí seno del pensamiento jurídico mismo, que iratluccn igualmente sus conflictos con una tradición religiosa, una reflc'
*ión moral cuyo derecho es ya distinto pero cuyos dominios no están
i Uramcntc delimitados con relación al suyo.
O curre que el derecho no es una construcción lógica; se ha consu­
mido históricamente a partir de procedimientos «prejurtdicos» de los
que se ha apartado, a los que se opone, pero de los que, en parte, sigue
*irmin solidario. Los griegos no tuvieron la idea de un derecho absolui«» Iuiulado sobre principios y organizado en un sistema coherente. PaI Γη unos cursos impartidos cr. 1» Ücole Pratkjuc des i Uutcs K u id o y aún no ρυ·
Mu
20
m it o
y t r a c o m a
ι
n
i . λ g r j -.c i a
a n t ig u a
,
í
ra ellos había como grafios dentro del derecho. En un polo, este se apo­
yaba sobre la autoridad de hecho, sobre la coacción; en el otro, ponía
en juego poderes sagrados: el orden del mundo, la justicia d e Zeus.
Planteaba también problemas morales que afectaban a la responsabili­
dad del hombre. Desde este punto de vista, la misma Dike («Justicia»)
divina puede parecer opaca e incomprensible: comporta, para los h u ­
manos, un elemento irracional de poder bruto. Por eso vemos en las
Suplicantes oscilar la noción de knítos entre dos acepciones contrarias;
tan pronto designa la autoridad legítima, un dominio jurídicamente
fundado, como la fuer/a brutal en su aspecto de violencia opuesta to­
talmente al derecho y a la justicia. Asimismo, en la Antigoua, la palabra
nomos puede ser invocada con valores exactamente contrarios por los
diferentes protagonistas J ^ o ^ u c muestra la tragedia es una dike enJ u ­
cha contra oirá dike, un derecho aún no fijo, que se desplaza, y $c trans­
forma en su contrario. Por supuesto la tragedia es algo totalmente dis­
tinto a un debate jurídico. Su objeto es el hombre que vive por sí mismo
ese debate, obligado a hacer una elección decisiva, a orientar su acción
en un universo de valores ambiguos, donde nada es jamás estable ni
unívoco.
Tal es, en el ám bito de lo trágico, la primera posibilidad de con­
flicto. Hay una segunda, estrechamente asociada a la anterior. Hemos
visto que la tragedia, mientras permanece viva, obtiene sus temas de
las leyendas de loshérocs. Este arraigo en una tradición de relatos mí­
ticos explica que en muchos aspectos encontremos un mayor arcaísmo
religioso entre los grandes trágicos que en Homero. Sin embargo, la tra ·
gedia se distancia de los mitos heroicos en los que se inspira y que
transpone con mucha libertad. Los cuestiona. Confronta los valores he­
roicos, las antiguas representaciones religiosas, con los modos de pen·
samiento nuevos que señalan la creación del derecho en el marco de la
ciudad. Las leyendas de héroes se vinculan, en efecto, a linajes reales, a los
gene nobles que, en el plano de los valores, de las prácticas sociales, de las
formas de religiosidad, de los comportamientos humanos, representan pa­
ra la ciudad lo mismo que día ha debido condenar y rechazar, aquello con­
tra lo que tuvo que luchar para establecerse, pero también aquello a par­
tir de lo que se constituyó y de lo que sigue siendo profundísimamente
solidaria.
El momento trágico es, pues, aquel en el que se abre en el corazón
de la experiencia social una fisura lo bastante grande para que entren el
pensamiento jurídico y político por un lado, las tradiciones míticas y
L I. Μ Ο Μ Γ Χ Τ Ο IU S T Ó ÍIIC .O W . I.A Τ Ρ .Λ Γ .Ι-D IA l .K ΙΓΑΓ.Γ.ΙΛ ( . . . )
21
heroicas por cl otro, sc esbocen elim ínente las oposiciones; pero lo basu n tc leve a la vez para que los conflictos de valor se sientan todavía do­
lorosamente y la confrontación no deje de llevarse a cabo. La situación es
I* misma cn lo que concierne a los problemas de la responsabilidad h u ­
mana tal como se plantean a través de los titubeantes progresos deí de­
recho. Hay una conciencia trágica de la responsabilidad cuando los
planos humano y divino son lo bastante distintos como para oponerse
sin dejar por ello de aparecer como inseparables. El sentido trágico de
l.i responsabilidad surge cuando la acción humana se constituye en obfeio de reflexión, o debate, pero cuando todavía no ha adquirido un esu tu to lo bastante autónomo como para bastarse plenamente a sí m is­
ma. Π1 dominio propio de la tragedia se sitúa en esa zona fronteriza cn
lii que los actos humanos van a articularse con las potencias divinas,
donde revelan su sentido verdadero, ignorado incluso por aquellos que
h.in tomado la iniciativa y cardan con su responsabilidad» insertándose
on un orden que sobrepasa al hombre y se le escapa.
Se comprende mejor entonces que la tragedia sea un momento y que
pueda fijarse su florecimiento entre dos fechas que definen dos actitudes
respecto al espectáculo trágico. En el punto de partida, la cólera de un
Solón, abandonando indignado una de las primeras representaciones
líbrales, antes incluso de la institución de los concursos trágicos. Según
Plutarco, el viejo legislador, inquieto por las ambiciones crecientes de
hsisiraio, replicó a Tcspis — quien defendía que después de todo se tratuba sólo de un juego— que sin tardar mucho se verían las conseeueni i.is de tales ficciones sobre las relaciones entre los ciudadanos. Para el
wbio, moralista y hombre de Estado, que asumió la tarea de fundar el or*
ilcfi de la ciudad sobre la moderación y el contrato, que hubo de que·
Inamur el orgullo de los nobles y pretendía evitar en su patria la hfhris
1-mmodecacíón») del tirano, el pasado «heroico» aparecía demasiado
próximo y demasiado vivo para que pudiera ofrecerse sin peligro como
t^pirtáculo en la escena. Al termino de la evolución colocaríamos la notii i.i de Aristóteles sobre Agatón, joven contemporáneo de Eurípides,
que escribía tragedias cuya intriga salía completamente de su magín. El
vinculo con la tradición legendaria se había distendido tanto cn ese mo­
hiento que ya no se percibía la necesidad de un debate con el pasado
•heroico». El hombre de teatro puede continuar escribiendo piezas e inV· ruar él mismo la trama según un modelo que cree conforme con las
■ihi.is de sus grandes predecesores, pero en él, cn su público, y cn toda
I.* i tritura griega, el resorte trágico está ya roto.
Capítulo 2
Tensiones y ambigüedades
en la tragedia griega
¿Cuál puede ser la aportación <ic la sociología y de la psicología a la
Interpretación de la tragedia griega?* Desde luego, no pueden reem­
plazar a los m étodos de análisis tradicionales, filológicos e históricos.
I Jeben, por el contrario, apoyarse en el trabajo de erudición emprendido
luce mucho tiem po por los especialistas. Pero añaden una dimensión
nueva a los estudios griegos. Al tratar de situar exactamente d fenóme­
no trágico en la vida social de Grecia y al señalar su.pucsto.cnJa histo­
ria psicológica del hom bre de O ccidente, plantean a plena luz proble­
mas con los que los helenistas se han enfrentado sólo incidcntalmcntc y
han abordado únicamente de pasada.
Quisiéramos evocar algunos. La tragedia surge en Grecia ajínales
del Mglo Vf. Antes incluso de que hayan transcurrido cien años, la vena
IIagicu se ha agotado y, cuando en el siglo IV Aristóteles emprende en la
fW/Á'j la tarea de formular su teoría, no com prende ya lo que es el
hombre trágico, convertido para él en extranjero por así decirlo. Como
*
l 'iu primera versión de « t e texto fue publicad λ en ingles: «Tensions and Amki·
ru iftrt tu (ite c k Tragedy». Interpretation: Theory and Practice. Baltimore, 1969, pi#*·
Un
[J\.
24
M IT O Y Τ Κ Λ Κ Ι Ώ Ι Λ Y.bi l .A G H L C IA A N T I C U A . I
succsora de la epopeya y de la poesía lírica, y desvaneciéndose en el m o­
m ento en que triunfa la filosofía,' la tragedia aparece, en tanto que >;é'
nero literario, como la expresión de un lipo particular de experiencia
humana, ligada a unas condiciones sociales y psicológicas definidas. Es­
te aspecto de momento histórico, localizado con toda precisión en el es­
pacio y en el tiempo, impone ciertas reglas de método en la interpreta·
ción de las obras trágicas. Cada pieza constituye un mensaje encerrado
en un texto, inscrito en las estructuras de un discurso que debe consti­
tuir el objeto, en todos sus planos, de los análisis filológicos, estilísticos
y literarios apropiados. Pero este texto no puede ser plenamente com ­
prendido si no se tiene en cuenta un contexto. En función de ese con­
texto es como se establece la comunicación entre el autor y su_ptíl>líco
Ocfsifilo V, y como la obra puede recuperar para el lector de hoy s u ple­
na autenticidad y roda su gravedad de significados.
Pero <qué entendemos p o r contexto? ¿En qué plano de la realidad
situarlo? ¿Cómo considerar sus relaciones con el texto? Se trata, en
nuestra opinión, de un contexto mental, de un universo humano de sig­
nificados, homólogo por consiguiente con el texto mismo al que se re­
fiere: utillaje verbal e intelectual, categorías de pensamiento, tipos de
razonamiento, sistemas de representaciones, de creencias, valores, formas
de sensibilidad, modalidad de la acción y del agente. Podría hablarse a
este propósito de un mundo espiritual propio de los griegos del siglo V
l. Sobre el carácter esencialmente antitrágico Jv la filosofía p h io m c j, vúase Vic­
tor G oldschm idt, «l>c Probléroe de la cra^edic d ’aprcs Platon». Qxes.u'ovt {'hlüfiíái-ti·
n a , Paris, J970. ρΛβ*. J05-140. ('orno escribe el autor (p¿#. 136): «No es la “inm ora­
lidad" de los poetas lo que basta par;i explicar la profunda hostilid.id de Platón
respecto a la tragedia. Precisamente porque la tragedia representa "tina acciún y la v i­
d a", es contraria a la verdad*. Contraria a Ja verdad f t i m ó f i e j . p o r supuesto. V q u i/J
también a esa lógica filosófica que adm ite que, de dos proposiciones contradictorias,
si una es verdadera la otra debe ser necesariam ente falsa, lil hom bre trágico aparece
desde este pum o de vista solidario con otra lógica que no establece tin cotte tan tajan te entre lo verdadero y lo falso: lógica de los rétores, lógica sofística que en i.) época
misma en la que florece lu tragedia, otorga todavía un lu#ar a la am bigüedad, puesto
que en Jas cuestiones que examina no trata de dem ostrar la absoluta validez d e una te ­
sis, sino d s construir unos J i í s o í U i f f l i , unos discursos dobles que, en su oposición, se
com baten sin destruirse, siendo posible por voluntad del sofista y por el poder d e su
verbo, que cada una de las dos argumentaciones enemigas dom inen una sobre la otra
alternativamente. Véase «MarcrJ Dcrirnnc, íj*í
«Λ* tv r J tJ t'n U Greda ¿rente.*,
M adrid, Taurus,
piy.s. 121126.
TfiNSIO S'LS V A M R JC O rnA D C S i : s I.A TKACEDJA CZRIIIC.A
25
si hi fórmula no comportase un grave riesgo de error. En efecto, permi­
te suponer que cn alguna parte existía un dominio espiritual ya consti­
tuido, cuyo reflejo tendría que representar la tragedia a su manera. P e­
ro no hay universo espiritual que exista en sí mismo, al margen de las
diversas prácticas que el hom bre despliega y renueva incesantemente
cn e! campo de la vida social y de la creación cultural. Cada tipo de ins^
tirución, cada categoría de obra posee su propio universo espiritual que
ha debido elaborar para constituirse cn disciplina autónoma» cn activi­
dad especializada que corresponde a un dominio particular de la expe­
riencia humana.
De este modo, el universo espiritual de ]a religión está presente, por
entero, en los ritos, en los mitos, en las representaciones figuradas de lo
divino; cuando se asientan en el mundo griego las bases del derecho, és­
te encarna a la vez el aspecto de instituciones sociales, de comporta*
miemos humanos y de categorías mentales que definen el espíritu jurí­
dico por oposición a otras formas de pensamiento, en particular las
religiosas. Asimismo, se desarrolla conjuntamente con la ciudad un sis­
tema de instituciones, de conductas, un pensamiento propiamente p o ­
liticos. Incluso ahí es asombroso el contraste con las antiguas formas
místicas de poder y de acción social, a ias que el régimen de la polis ha
reemplazado al mismo tiempo que las prácticas y la mentalidad con
ellas solidarias. No ocurre de oiro modo con la tragedia. N o podría re­
flejar una realidad que cn cierto modo le fuera extraña. Elabora p o r sí
tnisma su m undo espiritual. N o hay en el visión ni objeto plástico más
que en y por la pintura. La conciencia trágica nace y se desarrolla tam­
bién con la tragedia. Al expresarse en forma de género literario original
*c construyen el pensamiento, el mundo, el hombre* trágicos.
Utilizando una comparación espacial, podríam os decir que el con­
texto, cn el sentido en el que nosotros lo entendemos, no se sitúa a un
ludo de las obras, al margen de la tragedia; no se halla tanto yuxta­
puesto al texto como subyacente a él. Más aún que un contexto, cons­
tituye un sub· texto, que una lectura culta debe descifrar cn la densi­
dad misma de la obra por un doble movimiento, un camino alterno de
ida y vuelta. Ante todo hay que poner la obra en situación, ampliando
el campo de la investigación al conjunto de los condicionantes sociaIt s y espirituales que suscitaron la aparición de la conciencia trágica.
l‘rro luego hay que concentrarlo exclusivamente sobre la tragedia, en
Aquello que constituye su propia vocación: sus formas, su objeto, sus
problemas específicos. Ninguna referencia a otros dominios de la vi*
26
M IT O Y T K A ( * i.O I A i : K Ι.Λ C R U C I A A N T I G U A , I
da social — religión, derecho, política, erica— podría, en efecto, ser
pertinente s¡ no mostramos también cómo, a! asimilar el elemento lo ­
m ado en préstam o para integrarlo en su perspectiva, la tragedia 1c
hace sufrir una verdadera transm utación. Pongamos un ejemplo: la
presencia casi obsesiva en la lengua de los Trágicos de un vocabulario
técnico jurídico, su predilección por temas de crímenes de sangre que
se adscriben a la com petencia de tal o cual tribuna!, la forma misma
de juicio dada a ciertas piezas, exigen del historiador de la literatura,
si quiere captar los valores exactos de los térm inos y todas las impli­
caciones del drama, salir de su especialidad y hacerse historiador del
derecho griego. Pero en el pensamiento jurídico no encontrará ningu­
na luz susceptible de aclarar directamente el texto tráfico como si este
ultimo no fuera más que su calco. Para el íntérptete no puede tratarse
más que de una condición previa que debe conducirle finalmente a la
tragedia y al m undo que le es propio a fin de explorar algunas de sus
dimensiones que, sin esc rodeo por el derecho, habrían quedado aga·
zapadas en la densidad del texto. Ninguna tragedia es, en efecto, un
debate jurídico, como tampoco el derecho comporta en si mismo nada
trágico. Las palabras, las nociones, los esquemas del pensamiento son
utilizados por los poetas de forma com pletamente distinta a lo que su cedería en un tribunal o entre oradores. Fuera de un contexto técni­
co, cambian en cierta forma de función. En la plum a de los Trágicos
se han convertido, mezcladas y opuestas a otras, en elementos de una
confrontación general de valores, de una problcm atización de todas
las normas, con vistas a una investigación que nada tiene ya que ver
con el derecho y que apunta al hom bre mismo: ¿Cuál es ese ser que
la tragedia califica d e dcitiós («terrible»), m onstruo incom prensible y
desconcertante, a Ja vez sujeto agente y pasivo, culpable c inocente,
lúcido y ciego, que domina toda la naturaleza con su espíritu indus­
trioso pero incapaz de gobernarse a sí mismo? ¿Cuáles son las rela­
ciones de ese hom bre con los actos sobre los que le vemos deliberar
en la escena, tomar la iniciativa y cargar con la responsabilidad, pero cu­
yo verdadero sentido se sitúa más allá de él y se ie escapa, de suerte que
no es tanto el agente el que explica eJ acto, sino más bien el acto el que,
manifestando posteriormente su significación autentica, vuelve sobre el
agente, descubre lo que éste es y lo que realmente ha realizado sin saber­
lo? ¿Cuál es, en fin, el puesto de este hombre en un universo social, na­
tural, divino, ambiguo, desgarrado por las contradicciones, donde nin­
guna regla parece definitivamente establecida, donde un dios lucha
T C SM O N E S Y AMBK'.ÜGDADrS EN Ι.Λ Τ Κ Α ίίΠ Η Λ (ΠΠΓ.ΟΛ
27
contra otro dios, un derecho contra otro derecho, donde la justicia, cn
vi curso mismo de la acción» se desplaza, yira y se transforma en so coniraria?
La tfacediano.cs.sóio una form a de arte: es una institución social
que la ciudad, por la fundación d e ios concursos trágicos, sitúa al lado
ilc sus órganos políticos y judiciales. Λ1 instaurarlos bajo la autoridad del
an'ontc epónimo, en el mismo espacio urbano y siguiendo las mimas
normas institucionales que las asambleas o los tribunales populares, coitm un espectáculo abierto a todos los ciudadanos, dirigido, represen­
tado y juzgado por tos representantes cualificados de las diversas tribus,
l.i
ciudad se hace teatro;7 cn cierto modo se toma como objeto de re
presentación y se representa a sí misma ante el público. Pero si la trage­
dia aparece así más arraigada que ningún otro género literario en la rea*
lulail social, ello no significa que sea su reflejo. No refleja esa realidad, la
*ihstiona. Λ1 presentarla desgarrada, dividida contra sí misma, la vuel·
\« completamente problemática. El drama lleva a la escena una antigua
J»*vi'm!a de héroe. Esc mundo legendario constituye para la ciudad su
l-.»^do.., un pasado lo bastante lejano para que se esbocen con nitidez
!m contrastes entre las tradiciones míticas que encarna y las formas
um-vjs de pensamiento jurídico y político, pero, a la vez, lo bastante
l<iñMino paca que los conflictos de valor se sientan todavía dolorosamm nic y no deje de producirse la confrontación. La tragedia, observa
inhúmente \Valtcr Ncstlcj nace cuando se empieza a contemplar el mii·» *cm ojo de ciudadano. Pero no es solamente el universo del mito Jo
Φ»<· pierde su consistencia y se disuelve bajo esa mirada. .Fl mundo de
U »aulad se ve, a la vez, cuestionado y contestado a través del debate en
*ii\ valores fundamentales. Incluso cn el más optimista de los Trágicos,
* n 1 M j u i l o , la exaltación del ideal cívico, la afirmación de su victoria soI·»·· todas las fuerzas del pasado tienen menos el carácter de una consuiAvión, de una tranquila seguridad, que de una esperanza y de una 11aintftU. donde la angustia nunca deja de estar presente, ni siquiera en la
los hombres pueden ser representantes cualificadt>s de la ciudad; [45 mu·
«.... ν··ΐΗ·\ΐΓ*πΛΓ.;ι1.ινΚ!.ι política. Por eso los miembros tic) coro <por no hablar d e los
* · ·»« \\ un í victttpcr y cxcluMVatm'ntc varones. Incluso cuando el coro representa a un
*··'! ■■.h· jiiviT.cs o do mujeres. eo:uo ocurre en toda 11 na serie de piezas, son hombres,
•■•ti w d iv j y enmascarados para r\ec¡v-o, los que asumen Ij función de corita*.
28
M IT O Y T K A C K D I A ΙΛ * L A G K I I C I A A N T K i l l A , I
a le g r ía d e la s a p o te o s is finales.* U n a v e z p la n te a d a s la s c u e s tio n e s , p a r a
la c o n c ie n c ia tr á g ic a , n o h a y y a r e s p u e s ta q u e p u e d a s a tis f a c e r la p l e n a ­
m e n te y e lim in a r s u in te r r o g a c ió n .
E s te d e b a t e c o n u n p a s a d o s ie m p r e v iv o a b r e e n el c o r a z ó n ele c a d a
o b r a tr á g ic a u n a p r im e r a d is ta n c ia q u e el in t é r p r e t e d e b e t e n e r e n c u e n ­
ta. S e e x p r e s a , d e n t r o d e !a fo n ru i m is m a d e l d r a m a , p o r la te n s ió n e n t r e
lo s d o s e le m e n to s q u e o c u p a n la e s c e n a tr á g ic a : p o r u n la d o , el c o r o ,
p e r s o n a je c o le c tiv o y a n ó n i m o e n c a r n a d o p o r u n c o le g io o fic ia ) d e c iu ­
d a d a n o s y c u y o p a p e l e s e x p r e s a r e n s u s te m o r e s y e s p e r a n z a s , e n s u s
3. Al final de la O rcstÍjJj de Esquilo, la fundición Jet tribuna! Humano. I.i inte­
gración de las lírinias en el nuevo orden de la ciudad no bucen desaparecer por en te­
ro las contradicciones entre los dioses anu'r.uos y tos nuevos, el pasado heroico de los
gvKtí («estirpes») nobles y el presente d e la Atenas dem ocrática del sif.lo v. Se ha ma­
terializado un equilibrio, pero se apoya sobre tensiones. Cl conflicto subsiste en se­
cu ndo plano entre fuerzas contrarias. Un ese sentido, la am bigüedad trágica no está li­
quidada: Id ambivalencia persiste. Cascar.i con recordar, para dem ostrarlo, que ios
Jueces humanos se pronunciaron en su mayoría contra O rcstcs porque fue sólo «I voto J e Atenea e) que igualó los sufragios (víase cJ verso 735 y cJ escolio al verso 746.
Que sea preciso tom ar el vocablop u p h o s del verso 755 cu el sentido propio d e «voto*. «sufragio depositado en la urna», lo confirma la relación cutre la fórmula del ver­
so 751: «.Un sufragio más alza una casa» y la observación de O restes, después <íe la pu­
blicación del escrutinio en cl verso 75·$·. «O h Palas, que acabas d e salvar «ti casa...». En
el mismo sentido: Euripides, f e w o t '¡'aunJe, 1469). lista i^ualda J de vuios a favor
y vn contra evita la condena del matricida, vengador d e su padre; le absuelve Icj’aI
m ente, por una convención de procedimiento, del crimen de as.csm.no, pero no le con­
viene en inocente m lo justifica (véanse los versos 7 4 1 y 752; sobre (a significación de
esta rcflla de procedim iento, véase Aristóteles, ProMcit.vto, 2 9 .1 }). Implica una es pe*
cie d e equilibrio m antenido entre la antigua M u ' («justicia») de las Erin ¡as (véanse los
versos 47ó, 511,514, 5)9. 550, 554 y 564) y la contraria de los nuevos, dioses como
Apolo ((>15-619). Atenea tiene rav.iin. por tanto, al decir a las hijas de la Noche: «No
estáis vencidas: una sentencia indecisa, únicamente, ha salido de la urna (ίο ό ψ η φ ο ς
δίκη, 794-7951». Recordando al principio de la piew cuál era su p a rte e n cl m undo J e
los dioses, Ijs'Krinias observaban que. aunque babijaban bajo ucrra en un.» oscuridad
cerrada al sol, no dejaban por ello d e tener su ftW , su parte de honor (ούδ* ΰ τ ιμ ία ς
κ*ΐιρω, J9)-V>-|}. Son esos misnios honores los que Atenea reconoce eras el veredicto
del tribunal: «οΰκ ϊσ χ ’ (ittp o i (824). no csi.iss humilladas», esos mismos honores que
la diosa no cesara de proclamar, con extraordinaria insistencia, hasta el term ino d e b
tragedia (79Λ, 81)7,83>.Κί>&. 8S4, 891.89-1,917 y 1029). De hecho debem os notar que
al crear cl A rcópa^o. es decir, al establecer el detecho regido por la ciudad, Atenea
afirma la necesidad de otorgar un puerto, en la colectividad humana, a las fuerzas si­
niestras que encarnan las ürinias. La p h h 'j. U amistad m utua, (a fv ítb ü , la persuasión
τ ¿zonada no bastan para unir a los ciudad.tnos « t una com unidad armoniosa. l-a ciu-
• f i - . N s r o s r . s v a m u k : í . !i : i m » l s l n ' l a
t r , u » i : 1> j a c n j i : i ; . \
29
preguntas y juicios los sentimientos de los espectadores que componen
la comunidad cívica; j>or otro, representado por un actor profesional, el
personaje individualizado cuya acción forma el centro del drama y que
tiene el aspecto de un héroe de otra edad, siempre más o menos extraño
■i la condición ordinaria del ciudadano.4 A este desdoblamiento del coro
dad supone la intervención de poderes de una naturaleza distinta y que actúan na por
la suavidad de la nizón, sino por la coacción y el terror. «I lay casos», proclaman his
r.ñnins, «en los que d Terror feo 8fivóvO es útil y, vigilante p.uardián de los corazones,
debe tener permanentemente su sude en ellos» (516 y
(Asando instituye el conse­
jo d e jueces en el A rrópalo. Atenea repite palabra por palabra « t e mismo tema; «So­
bre este m onte de ahora en adelante el Hcspcto y el Miedo (Pró.hns), su hermano, con­
tendrán a los ciudadanos lejos del crim en... Q u e eJ Ic rro r
fciv ó v j sobre todo no
sea expulsado fuera de las murallas d e mi ciudad: si no Itiiy nada que temer, <quc m or­
ral liará lo que debe?» (690*6W). Ni -anarquía «i d o p o iism n existan las Erinias (525);
d i anarquía ni despotismo, repite como un cco Atenea en el m omento de establecer el
tribunal. Al fijar cm.i rcfja como el imperativo al que m ciudad debe obedecer, la dio·
«a subra\ a que ci bien se sitúa entre di» extremos y que l,i ciudad descacha sobre el di·
li;d acuerdo enire poderes contrarios que deben equilibrarse sin destruirse- Trente al
Dios de la palabra, Zeus ^ u rd io s (974J, de l.\ dulce lJcith> que ha guiado la lengua de
Atenea, se perfila Ij augusta Erinto, difundiendo cJ respeto. el miedo, el terror. Y este
poder de terror, que emana de las Erinias y que representa el Areópa/;o en el plana de
11·, instituciones hum anas, será betx;fícn para los ciudadanos, a los que m antendrá ale·
>*do¿dc! a ú n e n . Atenea puede por tanto decir I98V-991), al referirle al aspecto mons­
truos!» d i las diosas ψι< acaban d e aceptar residir en «erra «üic.v. «De csios rostros te ­
rroríficos veo para la ciudad salir una j;ran ventaja». Al térm ino de la tragedia es
Arenca misma (a que celebra el poder de las anticuas diosas, tanto en tre (os Inmorta)· s como cm re los dioses infernales {950-932). y quien recuerda ú los guardianes de ia
«i'idad que estas intratables divinidades tienen p oder «para recular todo entre los
*«n»brcs» (930-93 U, para otorgar «a unos canciones; -a otros, lástim as» (*>34-955). Por
I·· demás, <cs necesario recordar que al asociar asi, estrccliam cote, a las Erinias-Hu"•rnides eun la fundación del Areópapo, al p oner este consejo — cuyo carácter noc·
*mi:o y sccrcto queda subrayado en dos ocasiones {véanse los versos 692.705-706) baι»>1 1«j*no no de poderes religiosos que reinan en el ¿pora, como la P aihü, 1j palabra
i* rvuasiva, sino de aquellas que inspiran iV/us y Phó!:o%, Respeto y Miedo— Esquilo
t«- · innova nada? Se acomoda a una tradición mítica y cultural «4ue conocían todos los
«"incuses; véase Pausanias. J, 28, 5-6 (santuario de las Augustas Krinias Σ τμ ναί
I *’ΐν ύ ΐ ς en el Arcópago). a cuyas indicaciones debemos añadir (as de Diogenes l.acr• " u b r e la purificación de Atenas por Kpimémdcs: es de! Acrópa^.o de donde el pu·
• ili.ador hace partir las ovejas blancas y negras cuyo sacrificio debe b o rra rlas mácu·
I · ilí* la ciudad; es a las lium cuides a las quir Epiménidcs consagra un santuario.
•J Veaw.· Aristóteles, P rt> !:!fr:ju, 19.48: «Sobre la escena, Jos actores imitan a los
)·· ·.«·. s |-i>jt¡ue.cn 1<í*i ¡mtijiuoi. m'iIo los héroes eran jefes y rej es: el pueblo era el común
I {»*. hom ines. que com ponen el con»·».
30
MITOYTnACr.DIA r.NLACKf.OIA ANTIGUA, 1
y del héroe trágico corresponde, cn la lengua de la tragedia, una duali­
dad. Pero aquí se nota ya el aspecto de ambigüedad que en nuestra opi­
nión caracteriza al género trágico. Es la lengua del coro, en sus partes
cantadas, Ja que prolonga la tradición lírica de una poesía que celebra Jas
virtudes ejemplares del héroe de ios tiempos antiguos. Entre los prota­
gonistas del drama, la métrica de las partes dialogadas está cerca, por
el contrario, de la prosa. Kn e! momento mismo en el que, por el juego
escénico y la máscara, el personaje trágico se ve engrandecido a las d i­
mensiones de uno de esos seres excepcionales a los que Ja ciudad rin*
de culto, es acercado por el lenguaje del hombre ordinario** Y este
acercamiento lo hace, cn su aventura legendaria, contemporáneo del
público. De tal suerte que en el interior de cada protagonista volve­
mos a encontrar la tensión que hemos observado entre el pasado y el
presente, entre el universo del mito y el de la ciudad. El mismo persona­
je trágico aparece proyectado unas veces cn un lejano pasado mítico, co­
mo héroe de otra edad, cargado de un poder religioso temible, encam a­
ción de toda la desmesura de los antiguos reyes de la leyenda, pero otras
veces hablando, pensando, viviendo en la época misma de la ciudad, co­
mo un «burgués» de Atenas, en medio de sus conciudadanos.
Por ello es desacertado plantearse el problema o interrogarse, con
ciertos intérpretes modernos, sobre ia mayor o menor unidad de carác­
ter de los personajes trágicos. Según Wilamowitz, el personaje de Eteocíes, cn Los Siete contra Tebas, no aparece delineado con mano muy fir­
me: su comportamiento, al final de la pieza, apenas es compatible con
el retrato ames esbozado. Para Mazon, por el contrario, el mismo Eteocles se cuenta entre las figuras más hermosas del teatro griego; encarna
con perfecta coherencia el tipo del héroe maldito.
El debate sólo tendría sentido desde la perspectiva de un drama
moderno construido sobre la unidad psicológica de los protagonistas.
Pero la tragedia de Esquilo no está centrada sobre un personaje singu­
lar, cn la complejidad de su vida interior. El verdadero personaje de Los
Siete es la ciudad, es decir, los valores, los modos de pensamiento, las
actitudes que ella prescribe, y que Eteoclcs representa a la cabeza de
Tebas durante todo el tiempo cn que el nom bre de su hermano no se
5, Aristóteles, Poética, H -J'ía 2-Γ28: «D e (ados los roceros, el trím etro yámbico es
d m j'i apropiado para d torio J e 1* conversación: indicio tic d io es que cn d diÁbigo Ha·
r m m un £i\in núm ero de trímetros y¿milicos, raramente hexámetros, y eso solamente
m aiulo tins apartam os del comí de la convrrsactúm».
T E N S I Ü S E S Y A .M B I C U r D A Ü k S Γ.Ν t .A T K A C C D t A G K l i X i A
31
pronuncia ante el. Porque le basta oír hablar de Polinices para que, re­
chazado en cl neto del mundo de la polis, sea devuelto a otro universo:
vuelve a ser cl labdácída de la leyenda, cl hom bre de los gene («estir­
pes») nobles, de las grandes familias reales del pasado, sobre las que pesan
las mancillas y las maldiciones ancestrales. El que frente a la religiosidad
emotiva de las mujeres de Tebas y la impiedad guerrera de los hombres
de Argos encamaba las virtudes de moderación, reflexión, de dominio
de sí mismo que hacen al hombre político se precipita bruscamente ha­
cia la catástrofe abandonándose al odio fraterno por el que está «pose­
ído» completamente. La locura asesina que en adelante va a definir su
fthns («carácter») no es sólo un sentimiento humano, es un poder d e ­
moníaco que supera a Eteocles por todas partes. Le envuelve en la nu­
be oscura de la áte («locura»), lo penetra al modo de un dios que toma
posesión interior de aquél cuya perdición ha decidido, bajo la forma de
una m an ía * de una lyssa («demencia»). Presente en su interior, la locura
tic Eteocles no deja de aparecer también con una realidad extraña y ex­
terior: se identifica con el poder nefasto de una mácula que, nacida de
ttitas antiguas, se transmite de generación en generación a lo largo de la
estirpe de los Labdácidas.
La furia destructora que se apodera dei jefe de Tebas no es nada
más que el miasma («mácula») jamás purificado» la Erinia de la raza,
instalada ahora en él por efecto de la ara («maldición»), de la imprecaium proferida por Edipo contra sus hijos. Mama, lyssa, áte, ατά, mias­
ma, firitrfs, todos estos nombres abarcan en última instancia una sola y
misma realidad mítica, un numen siniestro que se manifiesta bajo múl·
nples formas, en diversos momentos, en e l alma d d hom bre y fuera de
rl; es una potencia maléfica que engloba, a l lado del criminal, a l cri­
m e n mismo, sus antecedentes más lejanos, la motivaciones psicológicas
vlc la falta, sus consecuencias, la mácula que ella misma entraña, cl casΐιμο que prepara para el culpable y para toda su descendencia. 1 lay un
(¿fmino en griego que designa este tipo de poder divino, poco indivi­
dualizado, que actúa de forma nefasta la mayoría de las veces, y de múl­
tiples formas, en cl corazón de la vida humana: dawion. Eurípides es fiel
«1 o p íriiu trágico de Esquilo cuando emplea, para calificar cl estado
jnunlógico de los hijos de Edipo, abocados al fratricidio por la maldim m J e su padre, el verbo Alimonan: están, en sentido propio, poseídos
l*n un tliiimf/n, un mal genio.*
32
Μ ί τ ο Υ T K A t f t U I A E N Ϊ.Λ C l ' J X l A A N T I C U A , 1
Vemos, pues, cn que mecida y desde que ángulo tenemos derecho a
hablar <Jc una transformación deí carácter de Eteocles. jN o se trata de
unidad o de discontinuidad de la persona en el sentido en el que hoy lo
entendemos. Como nota Aristóteles, el juego trágico no se desarrolla se­
gún las exigencias de un carácter; es por el contrario el carácter el que
debe plegarse a las exigencias de la acción» es decir, del mytbos («mito»),
de la fábula, del que la tragedia es, hablando en propiedad, la imitación.7
ΛΙ principio de la pieza el cthüs de Eteocles corresponde a un modelo
psicológico, el del homo patitiesa;, tal como los griegos del siglo V lo
concebían. Lo que nosotros llamamos cambio eti el carácter de Eteocles
debería ser denominado, con mayor precisión, paso a otro modelo psi­
cológico, deslucimiento cn la tragedia de una psicología política a otra mí­
tica, implicada en la leyenda de los Labdácidas por el episodio del asesl·
nato recíproco de los dos hermanos. Podría añadirse incluso que es la
referencia sucesiva a esos dos modelos, la confrontación en el seno del
mismo personaje de dos tipos opuestos de comportamiento, de dos for­
mas de psicología que implican categorías diferentes de la acción y del
ágeme, lo que constituye esencialmente en Ijos Siete contra 'Jebas el efec­
to trágico. Mientras la tragedia permanezca viva, esta dualidad o, mejor
dicho, esta rensión cn la psicología de los personajes no decaerá. Los sen­
timientos, las palabras, los actos del héroe trágico derivan de su carácter,
de su ethos, que los poetas analizan tan finamente e interpretan de forma
tan positiva como puedan hacerlo, por ejemplo, !os oradores o un histo­
riador como Tucídídes.* Pero estos sentimientos, palabras, acciones, apa*
recen al mismo tiempo como la expresión de un poder religioso, de un
Jdi/χδη que actúa a través de ellos. El gran arte trágico consistirá incluso
en volver simultáneo lo que, cn el Eteocles de Esquilo, es todavía sucesi­
vo. En todo momento la vida del héroe se desarrollar;» como en dos pía­
nos, cada uno de los cuales, tomado cn sí mismo, bastará para explicar las
peripecias del drama, pero que la tragedia trata precisamente de presen­
tar como inseparables uno del otro: cada acción aparece en la línea y la
lógica de un carácter, de un ctbos, en el momento mismo en que revela
la manifestación de un poder del más allá, de un daimdn.
7. A rw otclw , ftitV w . 1 4 4 9 b 2 4 .3 l.3 6 :1450a 15-23; 1450a23-25 y 3Η·31); 1450
b 2 -J .
8. Sobre o l e ur.pc«o de b obra ir-báca y sobre el carácter heroico <k* los perjuro),·»·
¿es de Sófocles, véase B. Knox. 'l'hv Heroic Yempvr: Studies in Sr.phodc.m Tr<wJ)\ Ber­
keley. (.os Á nj'tlcv 1964.
T K S S t O N T S V A M liK J U r .D A D I iS K S L A T R A t t l - W A C J K lt C A
33
P.thos-dahuun: entre esa distancia sc constituye el hombre trágico.
Suprímase uno de los dos términos y desaparece. Parafraseando una
observación pertinente de R. P. Winnington-Ingram,'' podría decirse
que la tragedia se apoya sobre una doble lectura de la famosa fórmula
tk* Hcráclito ή θο ς άνθρώ πω δαίμων. Desde cl momento en que deja­
mos de leerla tanto en un sentido como en otro (como lo perm ite la
«unciría sintáctica), la fórmula pierde su carácter enigmático, su ambi­
güedad, y no hay ya conciencia trágica; porque para que haya tragedia,
• I texto debe poder significar dos cosas a la vez: en el hom bre es su
i arácter lo que se llama daimon; y a la inversa, en cl hom bre ío que se
llama carácter es en realidad un daimon.
Para nuestra mentalidad actual (y ya, en gran medida, para la de
Atisióteles), estas dos interpretaciones se excluyen mutuamente. Pero
b lógica de la tragedia consiste en «jugar sobre dos tableros», en pasar
»l<*un sentido al otro, tomando desde luego conciencia de su oposición
jh to sin renunciar nunca a ninguno de ellos. Lógica ambigua, podría
*i· virse. Pero no se trata, como en cl mito, de una ambigüedad ingenua
•pii· todavía no se cuestiona a sí misma. La tragedia, por el contrario, en
• 1momento en que pasa de un plano a otro, marca fuertemente las disuni las, subraya las contradicciones. Sin embargo, incluso en Esquilo,
m» lli'ga jamás a una solución que haría desaparecer los conflictos, por
iniKÍliación o bien por superación de los contrarios. Y esta tensión,
xilina aceptada por completo ni enteramente suprimida, hace de la tra«lu una interrogación que no comporta respuesta. En la perspectiva
el hombre y la acción humana se perfilan no como realidades
•l»i« fuñirían definirse o describirse, sino como problemas. Se presentan
• «•mo enigmas cuyo doble sentido no puede nunca fijarse ni agotarse.
ΛΙ margen del personaje hay otro dominio en el que cl intérprete deI·. I«u alizar los aspectos de tensión y de ambigüedad. Hace un momento
•J · <i vábamos que los Trágicos recurrieron de buen grado a términos téc·
··«.. i-, del Derecho. Pero cuando utilizan este vocabulario, es casi siempre
i· »u ingar con sus incertidumbrcs, con sus fluctuaciones, con su incomι·Ι· · · ion: imprecisión de los términos, deslizamientos de sentido, inco·
W i« m ms y oposiciones que revelan —en el seno de un pensamiento jurí­
• « ΙΪ
;uk! ( »n-ck a r d í ¡tic T h o u y h » , C tu itn v l D r.w tJ i i n J it* Influence. U iu y s
,! (n II {). h Ktilu, 19ú5, ρ.ί)·ς. 31^0.
34
Μ Π Ό V T H A C .r.D IA Y.N 1.Λ Κ Π Γ Χ Ι Λ A N T I G U A , l
dico cuya forma no es, como en Roma, la de un sistema elaborado— dis­
cordancias y tensiones internas; se sirven de él también para traducir los
conflictos entre los valores jurídicos y una tradición religiosa más anticua,
una reflexión moral naciente en la que el derecho es ya distinto, sin que
su dominio esté claramente delimitado en relación con los suyos. Los
griegos, en efecto, no tienen la idea de un derecho absoluto, fundado so­
bre principios, organizado en un todo coherente. Para ellos hay una es­
pecie de grados y superposiciones de derechos, algunos de Jos cuales se
recortan entre sí o se encabalgan. Por un lado, el derecho consagra la
autoridad de hecho y se apoya en la coacción de la que en cierto sentido
no es más que la prolongación. Por otro, afecta a lo religioso: cuestiona
los poderes sagrados, el orden del mundo, la justicia de Zeus. Plantea
También problemas morales que afectan a la mayor o menor responsabi­
lidad de los agentes humanos. Desde este punto de vista» la justicia divi­
na que a menudo hace pagar a los hijos los crímenes de su padre puede
aparecer tan opaca y arbitraria como la violencia de un tirano.
Así, vemos en las Suplicantes oscilar la noción de kralas entre dos
concepciones contrarias sin poder fijarse en una o en otra. En la boca
del rey Pelasfío, knifos, asociado a kyrb s («señor»), designa una autori­
dad legítima, el dominio que ejerce con pleno derecho el tutor sobre
aquel que jurídicamente depende de su poder; en boca de las D.maides
la misma palabra, atraída al campo semántico de bia («violencia»), de­
signa la fuerza brutal, la coacción de la violencia en su aspecto más
opuesto a la justicia y al derecho.10 Esta tensión entre dos sentidos con-
10.
En JS7 y sifis., el rey p reg u n ta;» )j.< D jnaides si los hijos de Egipto tienen, se­
gún la ley de su país. poder sobre ellas, como pariente* suyos más cercanos (Ε ϊ Τα»
ΚβατοϋσΟ. Los versos siguientes precisan el valor jurídico de este ¿rJ/os. Hi rey obser­
va que, si m í fuera, nadie podría obstaculizar las pretensiones de los Egipcíadas sobre
sos primas; sería preciso, pues, que estas últimas sostuvieran, por el contrario, que, se­
gún las leyes de tu patria, sos primos no tenían realmente sobre cII.js eso pode/-d e rutó­
la (κϋρος). La respuesta de las Danaides queda al mareen de la cuestión. N o ven en el
k rjio t más que el otro ospecto y en su b o ta el vocablo adopta una sipniQcacit’m co n ­
traria u la que le prestaba Pd.ix^o.· no Je%ij:na yací p o d rr legítimo de tutela que sus p ri­
mos podrían cvecuujlmcntc reivindicar a su respecto, sino la violencia pura, la fuerza
brutal del varón, la dominación masculina ijul*(a mujer no puede sino sufrir: «Ah. que
jamás m m \o sometida al poder de los varones, υ π ο χε ίρ ιο ς κ&ρτεσιν άραιίνω ν/» (392393). Sobre este aspecto de violencia, véanse los versos K2Q, 8 3 1 y R63. Λ1 ¿nt/oi del
hombre (951). las Danaidcs quieren oponer el de la* mujeres i lOíW). Si lo j hijos de
T^ipui hacen mu! pretendiendo imponerles el matrimonio sin convencerlas por la per-
TENSIONES y AMBlGOtlIMDES ÜN’ la
t k a g pijía íííu ix a
n
irarios se expresa de forma particularmente sobrecogedora cn la fo r­
mula del verso 314, cuya ambigüedad total ha mostrado E. W. W hit­
tle." La palabra rljysiox, que pertenece también a la lengua jurídica y
que aquí se aplica a la acción que ejerce sobre lo el tacto de Zeus, sig­
nifica a la vez y contradictoriamente ia violencia brutal de ía posesión y
U suave dulzura de la entrega: este efecto de la ambigüedad no es gra­
tuito. Pretendido por el poeta, nos introduce en el corazón de una obra
uno de cuyos temas mayores consiste precisamente en una interrogauón sobre la naturaleza verdadera del kratos. ¿Qué es la autoridad?
-La del hombre sobre la mujer, la del marido sobre la esposa, la del jefe
il<· Lstado sobre sus conciudadanos, ia de la ciudad sobre el extranjero
. rl meteco, la de los dioses sobre los mortales? ¿Descansa el krátos en
Λ derecho, es decir en el acuerdo mutuo, en la dulce persuasión, o pe‘tfut? ¿O por el contrario, en la dominación, la fuerza pura, cn la vio­
lencia brutal, en ia bta} El juego de palabras al que se presta un voca­
bulario cn principio tan preciso como el del derecho permite expresar
• modo de enigma el carácter problemático de los fundamentos del poΊ* r rjcrcido sobre otro.
1.0
que es verdad para el lenguaje jurídico no lo es menos para las for··.< de expresión del pensamiento religioso. Los tráficos no se contentan
• *m oponer un dios a otro, Zeus a Prometeo, Artemisa a Afrodita, Apolo
. W nea a las Erínias. Más profundamente, el universo divino es presen*
*«·1«ι rn un conjunto como conflictivo. Las potencias que lo componen
-4H\ cn agrupadas cn categorías fuertemente contrastadas, entre las que
• · ·Iifjril o imposible el acuerdo, porque no se sitúan en un mismo pJano:
'« 41 niguas divinidades pertenecen a un mundo religioso distinto que los
•i· · . «nuevos», al igual que los Olímpicos son extraños a los Crónicos.
1 ·«* lu.ilidad puede establecerse cn el seno de una misma figura divina.
M /fiK de lo alto, al que las Danaides invocan ante iodo para persuadir a
·*·1· «·!’ para que respete sus deberes hacia las suplicantes, se opone el
• <»o por la violencia (940-9·! I y 9 4 » . las Danaides no san menos culpables; en
1
t. iavWv.ro sexn. Ucearán hawa el crimen. El rey P e ta d o podía. por tanto, re1·
.t l«". I/,tpci.idas querer unirse a Jas jóvenes conrra su voluntad, sin el acuerdo de
• · 1 · ’ .0 i::arj:rn de la pcithü. Pero las liijas de Dánau desprecian también la pcíthú.
>.1 AJfmlit.i, λ la que acompaña /r//¿v> por todas partes: nn se dejan encam ar ni
• · ir {•:'il.i.'«,dueti(ii»dv/>n>/v>íl041 y 1056).
1 1 -Λ η Aml>¡f,Hi*.y in /\v*cl\)lus», CU u í íj e¡
vol. 25. fase. 1 -2 .1%4,
36
M IT O Y Τ Η Λ Ο Π Η Λ U N L A Γ .Η Γ Χ ΙΛ A N T I G U A , I
otro Zeus, el de abajo, al que han recurrido desesperadas para ¡orzar al
rey a ceder.17 Asimismo, a la dike («justicia») de los muertos se opone
la dike celeste: Antífona se enfrenta duramente con el trono de la segun­
da por no haber querido reconocer más que a la primera.15
Pero es sobre iodo en cl plano de la experiencia humana de lo divi­
no donde se dibujan las oposiciones. No se encuentra en la tragedia una
categoría única de lo religioso, sino formas diversas de vida religiosa
que parecen antinómicas y cxcluyentes unas de otras. Cl coro de las
Tebanas, en Los Sic/t\ con su angustiosa apelación a una presencia divi­
na, sus carreras enloquecidas, sus gritos tumultuosos, el fervor que las
arroja y las mantiene vinculadas a los más antiguos ídolos, los archaía
bri'ti·, no en los templos consagrados a los dioses, sino en plena ciudad,
en la plaza pública... ese coro encarna una religión femenina que es ca­
tegóricamente condenada por Eteocles en nom bre de una religiosidad
distinta, a la vez viril y cívica. Para el jefe del Estado, el fervor emotivo
de las mujeres no significa solamente desorden, cobardía,u «salvajis­
mo»;15 comporta también un elemento de impiedad. La verdadera pie­
dad supone prudencia y disciplina, sophrosynt?1, y pciiharchia;1' se diri­
ge a unos dioses cuya distancia reconoce, en lugar de tratar, como la
religión de las mujeres, de cubrirla. La única contribución que Etcocles
acepta de parte del elemento femenino a un culto público y político,
que sabe respetar ese carácter lejano de los dioses sin pretender mezclar
Ío divino con lo humano, es la ololygc, el alarido, calificado de bteros'*
(«sagrado») porque la ciudad Jo ha integrado en su propia religión y lo
reconoce como cl grito ritual que acompaña la caída de la víctima en el
gran sacrificio sangriento.
Π1 conflicto entre Antígona y Creonte abriga una antinomia aná­
loga. No opone la pura religión, representada por la joven, a la irreli­
gión total, simbolizada por Creontc. o un espíritu religioso a uno po-
12. toquilo.S u p ü c J t t t c t , 154-JM v 2 M .
15. Süfoclcs,/l*.'//£0«.J,23 y sips., 451 y 53R-542 por un lado; K53 ys¡R s.,paroiro.
14. U n S i e te ..., 1 9 Ϊ - 1 9 2 > '¿ 3 6 -2 3 8 .
15.
16.
17.
18.
Ib:J., 2S0.
I b : l. 1R6.
ti:J ., 224.
IbtJ,, 26H.
I
■ n : \ s i o N r s v a , m » k . c t . d m ) j : s y . k l .\ t i u < ; i ; w a c : i u i . c ; a
37
litico, sino dos tipos diferentes de religiosidad: por un lado, una reli­
gión familiar. puram ente privada, limitada al círculo estrecho de los
parientes cercanos» los phtfai, centrada en el hogar doméstico y el cul­
to de los muertos; por otro, una religión pública donde los dioses tu ­
telares de (a ciudad tienden finalmente a confundirse con los valores su­
premos del Listado. Entre estos dos ámbitos de vida religiosa hay una
4 mistante tensión que, en ciertos casos (aquellos mismos que presenta
l.i tragedia), puede conducir a un conflicto insoluble. Como observa el
i oriíco,1' es obra pía honrar piadosamente ;« sus muertos, pero al frenfr de la ciudad el magistrado supremo tiene el deber de hacer respetar
*11 ί -rJtos y la ley que ha dictado. Después de todo, el Sócrates del Cr¡t···» jwdrá sostener que la piedad, como la justicia, manda obedecer las
)« \oh de su patria, aun las injustas, incluso aunque esa injusticia se vuelvλ contra él y te condene a muerte. Porque la ciudad, es decir, sus no•i.'/ («leyes»), es más venerable, más sagrada que una madre, que un pa*lu· y que todos los antepasados juntos.·'1De las dos actitudes religiosas
.|u<* Antífona sitúa en conflicto, ninguna podría ser buena en sí misma
on conceder a la otra su lugar, sin reconocer precisamente lo que la limmu y pone en duda. Es muy signilicuiivo este respecto que las únicas
divinidades a las que el coro se refiere sean Dioniso y Eras. Pero mienHé·. tanto los dioses nocturnos, misteriosos» maprehensibles para el esí-uitii humano, próximos a las mujeres y extraños a la política, condenan
*« pnmer término la pscudorrelij'ión del jefe de Estado Crconte, que
.... If lo divino con la vara de su pobre sentido común p a r a hacerle c a rm> vim sus odios y ambiciones personales. Pero las dos divinidades se
»ii. lu-n también contra Antífona, encerrada en su pbilia familiar, con♦nM.iila voluntariamente a Hades, porque, hasta en su vínculo con la
h»mv tu*. Dioniso y Eros expresan las potencias de la vida y la renova• ·«*»» Antífona no ha sabido oír la llamada para separarse de los «su»·>*- v de la philía familiar para abrirse al otro, acoger a Eros y. en ta
•itiM'ii con un extranjero, transmitir a su vez la vida.
I .t.i presencia en la lengua de los trágicos de una multiplicidad de
»»n · J. ·, rn.ís o menos distantes uno de otro — la misma palabra se viniu li,i< ampos semánticos diferentes, según pertenezca al vocabulario
·■' .I'iff./zt.M . K7 2 S.7 5 .
• ΙΊκΛη. driitt/f, 5] a c.
38
M I T O Y T R A C H D J A Γ .Ν 1 .A G H t l C l A A N T I G U A , l
común o al religioso, jurídico, político, o a tal o cual sector de esos vo­
cabularios— otorga al texto una profundidad particular y hace que la
lectura juegue sobre varios planos a la vez. Entre el diálogo, tal como se
establece y vive por los protagonistas, interpretado y comentado por el
coro, recibido y com prendido por el espectador, hay un desfase que
constituye un elemento esencial del efecto trágico. En la escena, los hé­
roes del drama se sirven en sus debates, unos y otros, de las mismas pa­
labras, pero toles vocablos adoptan en boca de cada uno de ellos signi­
ficaciones opuestas.*1 El término nomos («ley») designa en Antígona lo
contrario de lo que, con toda convicción, Creonte llama nomos. P o ­
dríamos descubrir con Charles-Paul Segal ia misma ambigüedad en los
demás términos que desempeñan los papeles más importantes en la tex­
tura de In obra: philos y pbilía, kérdos, timé, sébas, tólma, or?/, deinósr
Las palabras que se intercambian en el espacio escénico cumplen me­
nos la función de establecer la comunicación entre los diversos perso­
najes que la de señalar los bloqueos, las barreras, la impermeabilidad de
los espíritus, !a de delimitar los puntos de conflicto. Para cada protago­
nista, encerrado en el universo que le es propio, el vocabulario utiliza­
do permanece cn su mayor pane opaco: hay un sentido y uno sólo. Con
esta unilateralidad choca violentamente otra unilateraiidad. La ironía
trágica podrá consistir en mostrar cómo, cn el curso del drama, el héroe
se encuentra literalmente «preso por la palabra», una palabra que se
vuelve contra él aportándole la amarga experiencia del sentido que
se obstinaba cn no reconocer. La mayoría de las veces el coro vacila y
duda, lanzado sucesivamente de un sentido a otro, o presiente otras ve­
ces oscuramente una significación que todavía permanece secreta o la
formula —sin saberlo— mediante un juego de palabras o una expresión
de doble sen tid o /’
21. Véase Eurípides, fenteias, 499*502; «Sí Í j misma cosa fuera igualmente para
iodos bella y sensata, los humanos no conocerían la controversia de las disputas. Pero
p a n Ios moríales no hay nada semejante ni igual, salvo cn las palabras: la realidad es
completamente difercmo*.
22. «AmiflO», «amistad», «provecho)*, *honra», «temor», «audacia*, «ira», «terri­
ble»; «Sophocles’ praise of Man and the Conflicts o í the Auti?nnc», Arian, v o l . n " 2 ,
1964. p igs. 46-60,
23. Sobre el lupar y el papel d e U ambigüedad cn los Tráficos, véase W, B. Standford. Am biguity in Crcck ¡.ücrjiurc SluJtei in Theory and PrjcUcc, O xford, 1959, ca­
pítulos X X I!,
T E N S I O N E S Y A M G IG Ü iJD A D r .S flN Ι.Λ Τ Λ Α Ο Π Π ΙΛ ΟΓΟΓ,ΟΑ
39
Sólo para el espectador puede el lenguaje del texto ser transparente
en todos sus planos, en su polivalencia y sus ambigüedades. Del autor al
espectador recupera Ja lengua esa función plena de comunicación que
había perdido en escena entre ios personajes del drama, Pero lo que co­
munica cl mensaje trágico» cuando es comprendido, es precisamente la
existencia en Jas palabras intercambiadas por los hombres de zonas opa­
cas y de incomunicabilidad. En el momento mismo en que ve a los prota­
gonistas adherirse exclusivamente a un sentido y, así cegados, desgarrar­
se o perderse, cl espectador debe comprender que existen en realidad
dos sentidos posibles, o más. £1 lenguaje se vuelve para cl transparente y
el mensaje trágico, comunicable sólo en la medida en que llega a descu­
brir la ambigüedad de las palabras, de ios valores, del hombre cuando
reconoce el universo como conflictivo y cuando, abandonando sus cer­
tidumbres antiguas y abriéndose a una visión problemática del mundo,
se hace él mismo, a través del espectáculo, conciencia trágica.
Tensión entre el mito y las formas de pensamiento propias de la ciu­
dad, conflictos en cl hombre, el mundo de los valores, el universo de los
dioses, carácter ambiguo y equívoco de la lengua, todos estos son los ras­
gos que marcan fuertemente la tragedia griega. Pero lo que quizá la de­
fina de modo esencial es que el drama llevado a la escena se desarrolla
a la vez en cl plano de la existencia cotidiana, en un tiempo humano,
opaco, hecho de presentes sucesivos y limitados, y en un más allá de
U vida terrestre, en un tiempo divino, omnipresente, que abarca en ca­
lla instante la totalidad de los sucesos, unas veces para ocultarlos, otras
para descubrirlos, pero sin que jamás se le escape nada, ni se pierda na·
en el olvido. Por esta unión y confrontación constantes, a lo largo de
)* intriga, del tiempo de los hombres y del de los dioses, el drama apor­
ta la revelación manifiesta de lo divino en el curso mismo de las accio­
nes humanas.
La tragedia, observa Aristóteles, es la imitación de una acción,
mtwcsis práxeos. Representa personajes actuando, prátiontcs. Y la pala­
bra drama viene del dorio d r j i t , que corresponde al áiico p r á tte in ,
obrar. De hecho, contrariamente a la epopeya y a la poesía lírica, en la
que no sc describe la categoría de la acción ]>or no considerarse nunca
«1 hom bre en ella como agente, la tragedia presenta individuos en si­
tuación de obrar: los sitúa en la encrucijada de una elección que los
Compromete por entero; los* muestra interrogándose, a las puertas de
40
M IT O V T R A C H X A L'N L A t i f t l 'C I A AN’ T IG I.’ A , I
una decisión, sobre cómo tomar cl mejor partido. «Π υλάδη, τί δράσω»,
«Pilados, ¿que hago?», exclama Orestes en Las Coí-jorasr1y Pelasgo cons­
tata, al principio de las Suplicantes1' (379-380): «N o sé qué hacer; la an ­
gustia domina mi corazón; ¿debo actuar o no?». Sin embarco, el rey
añade inmediatamente una fórmula que, en su unión con la prccedcme,
subraya la polaridad de la acción trágica; «¿O brar o no obrar, κα ι
τύ χ η ν έλείν. y tentar al destino?». Tentar a) destino: entre los trágicos,
la acción humana no tiene en sí bastante fuerza para prescindir del po­
der de los dioses, ni suficiente autonomía para concebirse plenamente al
margen de ellos. Sin su presencia y su apoyo, no es nada; aborta o lleva
en sí frutos completamente distintos de aquellos con los que había con­
tado. Es, por tanto, una especie de apuesta sobre cl futuro» sobre el des*
tino y sobre sí mismo; apuesta en una última instancia sobre los dioses
a los que uno espera de su parte. En este juego, del que no es dueño, el
hombre corre siempre el peligro de caer en la trampa de sus propias de­
cisiones. Los dioses le son incomprensibles; cuando les interroga por
precaución antes de obrar y aceptan hablarle, su respuesta es tan equí­
voca y ambigua como la situación sobre la que se solicitaba su opinión.
En la perspectiva trágica, obrar com porta por tanto un carácter do­
ble: es, por un lado, tom ar consejo en uno mismo, sopesar los pros y
los contras, prever al máximo el orden de los medios y los fines; por
otro, es contar con lo desconocido ν lo incomprensible, aventurarse en
un terreno que sigue siendo im penetrable, entrar en el juego de las
fuerzas sobrenaturales de las que no se sabe si al colaborar con noso­
tros preparan nuestro éxito o nuestra perdición. En el hom bre más
previsor, la acción más pensada conserv a el carácter de una aventura­
da apelación lanzada h ad a los dioses y que sólo por su respuesta se sa­
brá, la mayoría de las veces a expensas propias, lo que valía y lo que
quería decir exactamente. Es al final del drama cuando los actos co­
bran su verdadera significación y cuando los agentes descubren, a tra­
vés de lo que realmente han cumplido sin saberlo, su verdadero rostro.
Mientras no esté iodo consumado, los asuntos humanos siguen siendo
enigmas tanto más oscuros cuanto más seguros se crean los actores de
lo que hacen y de lo que son. Instalado en su personaje de descifrador
24.
25 Sur!:C4nlcf. >79 JRO,
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t t s
'S J o
n w
y A .M » i < ; ü i : i M D r .s
j : n¡ i . a t i i a ü j : d i a
íír il g a
·| 1
de enigmas y de rey justiciero, convencido de que los dioses le inspi­
ran, proclamándose hijo de la Tycbc, de la Buena Fortuna, ¿cómo }>o·
dría com prender Edipo que se refería a sí mismo ese enigma, cuyo sen­
tido no adivinará más que descubriendo ser lo contrario de lo que creía,
no el hijo de la Tycht, sino su víctima, no ei justiciero, sino el crim i­
nal, no el rey salvador de su ciudad, sino la abominable mácula por la
que está pereciendo? De este modo, en el momento mismo en que se
reconoce responsable de haber forjado su desgracia con sus propias
manos, podrá acusar a la divinidad de haber urdido y ejecutado todo
de antemano, de haberse complacido en engitñarlc, desde el principio
«1 final del drama, pala perderlo mejor/*
De igual modo que el personaje trágico se forma cn la distancia que
separa daitmn de cíbos^ la culpabilidad trágica se establece entre la anti­
gua concepción religiosa de la falta — mácula— de b bamartia, enferme­
dad del espíritu, delirio enviado por los dioses, que engendra necesaria­
mente el crimen, y la concepción nueva en la que el culpable, bamartón
y sobre todo üdikfm, es definido como aquel que sin ser forzado a ello
ha escogido deliberadamente cometer un delito,'7 Al esforzarse por dis­
tinguir categorías de faltas que son de la competencia de tribunales d i­
ferentes, el φόνος δίκα ιος, ακούσιος, Ακούσιος — incluso aunque Ιο
haga de forma torpe y vacilante— , el derecho hace hincapié sobre las
nociones de intención y responsabilidad; plantea el problema de los
grados de compromiso del agente cn sus actos. Por otro lado, cn el mar·
26. Véase Λ P. \Vin nin pjon ·In j;ra m , of>. cit,\ y, pac lo que concierne al mismo prol»k Hi;i cn F-sqiiÍJi>, A. Leskv, «Decision and Responsability in ihc TrjRedy o f Aeschylu»·. Tl'c¡n:trn.ilo f / icHctu'cStuJn‘i, rT 86,1966, páp*5- 7K-85. (!oi»o observa Lrtky. *la
h U ita d y Ij coacción se hallan unidjs <¡c una manera fccnuinamenfc trágica» porque
iirtn «V los ra«po$ mayares de l,i tragedia es «Ij estrecha unión entre I j necesidad im|xir%u p a rio s dioses y la Occisión personal de obrar».
27, Kn h fümuil.t que Esquilo pone en boca del corifeo (Azsincnún. 1337*1338),
Irv iUvs concepciones contrarias se encuentran en cierto m odo superpuestas o confunUU* vm las mismas palabras. Por su am bigüedad, la frase se presta, en efecto, a una
•M»lc interpretación·. NOv fi'ci π ρ υ τίρ ω ν α ίμ 'ά πο τείσ ει puede querer decir: «Y ahoi « m ftene que papar la sangro que derram aron s\>$ antepasados», pero también: «Y
a m tiene que papar la sanjtre que *anttRuaniciuc derramó». Un vi prim er caso. Apa·
*··■ m*n o victim,i de una maldición ancestral: pjj'.a por faltas que no ha com etido. Un
•1 wjtiindo. expía W c rín io n r\ ilc l«»s que responsable.
42
M IT O V T R A G r ü I A E X I.A tiP .E C I A A N T I C U A , l
co de una ciudad en la que todos ios ciudadanos dirigen por medio de
discusiones públicas de carácter profano los asuntos del Estado, el hom­
bre comienza a experimentarse a sí mismo como agente más o menos au­
tónomo respecto a las fuerzas religiosas que dominan cl universo, más o
menos dueño de sus actos, con mas o menos dominio, por su p&tnc
{«juicio») y por su phrónesis («prudencia»), de su destino político y per­
sonal. Esta experiencia todavía fluctuante e indecisa de lo que será en la
historia psicológica del hombre occidental la categoría de la voluntad (es
cosa sabida que en la Grecia antigua no hay auténtico vocabulario de la
voluntad) se expresa en la tragedia bajo la forma de una ansiosa interro­
gación que concierne a las relaciones del agente con sus actos; ¿en qué
medida es el hombre realmente la fuente de sus acciones? Incluso aun­
que delibere en su fuero interno» aunque lome la iniciativa y asuma la
responsabilidad de ellas, ¿no tienen su verdadero origen en algo distin­
to a el? ¿No permanece opaca su significación para quien las comete,
pues los actos toman su realidad no de las intenciones del agente, sino
del orden general del mundo que sólo los dioses presiden?
Para que exista acción trágica es preciso que se haya formado ya la no­
ción de una naturaleza humana con sus caracteres propios y que, en con­
secuencia, los planos humano y divino sean lo bastante distintos como pa­
ra oponerse; pero es preciso también que no dejen de aparecer como
inseparables. El sentido trágico de la responsabilidad surge cuando la ac­
ción humana deja paso al debate interior del sujeto, a la intención, a la pre­
meditación, aunque ésta no haya adquirido suficiente consistencia y auto­
nomía como para bastarse completamente a sí misma. El dominio propio
de la tragedia se sitúa en esa zona fronteriza en la que los actos humanos
van a articularse con las potencias divinas, donde toman su verdadero sen­
tido, ignorado por el agente, integrándose en un orden que sobrepasa al
hombre y se le escapa. En Tucídides la naturaleza humana, la άνΟρωιτίνη
φΰσις, se define en contraste absoluto con cl poder religioso que es la
Τ ύχη. Son dos órdenes de realidades radicalm ente heterogéneas. En
la tragedia, perr el contrario, constituyen más bien los dos aspectos, opues­
tos pero complementarios, los dos polos de una misma y antigua realidad.
Toda tragedia juega, por tanto, necesariamente con dos planos. Su
aspecto de investigación sobre cl hombre, como agente responsable,
tiene sólo valor de contrapunto con relación al tema central. Nos enga­
ñaríamos, pues, orientando toda la luz sobre cl elemento psicológico.
En la famosa escena de la alfombra del Agamenón* la decisión fatal del
soberano deriva sin duda de su pobre vanidad de hombre, también qui-
t í ; n s i o n i :s v
A M B ic ü iriM n rs
e n · l a t k a g e d i a c; k u : g a
43
zá de In milla conciencia de* un marido más inclinado a ccder a los ruegos
de su mujer, puesto que lleva a Casandra como concubina a la cusa. Pe­
ro lo esencial no radica ahí. El cfceio propiam ente trágico proviene de
la relación íntima y, al mismo tiempo, de la extraordinaria distancia en­
tre el acto trivial de caminar sobre una alfombra de púrpura, con sus
motivaciones demasiado humanas, y las fuerzas religiosas que resultan
inexorablemente desencadenadas por él.
Desde el momento en que Agamenón ha puesto el pie en la alfom­
bra, el drama está consumado. Y aunque la pieza se prolongue algún
tiempo todavía, no podrá aportar nada que no se haya realizado va. Pa­
sado, presente y futuro han venido a fundirse en una sola y misma sig­
nificación, realzada y condensada en el simbolismo de ese acto de hfbrit
impía. Λ partir de ese momento sabemos lo que fue realmente el sacrilicio de Ifigenia: no tanto la obediencia a las órdenes de Artemis, ni
tampoco el duro deber de un rey que no quiere cometer falta alguna
trtpccco a sus aliados,*'8 cuanto la culpable debilidad de un ambicioso
tuya pasión, conspirando con la divina Tychc,11 ha decidido inmolar a
\n propia hija; sabemos lo que fue la conquista de Troya: no tanto el
limnfo de la justicia y el castigo de los culpables cuanto al destrucción
••uTÍlega de roda una ciudad con sus templos. Y en esta doble impiedad
»r \ iven los crímenes más antiguos de los Atridas y se inscriben todos los
ψ κ v.ui a seguirlos: el golpe que hiere a Agamenón y el que finalmente
üli atizará a Clitemnestra a través de Orcstcs, En este punto culminani· «le la tragedia, en el que todo se anuda, surge sobre Ja escena el tiempo
•Ir lm dioses y se muestra en el tiempo de los hombres.35
'· H 'iJ, 1R7: ή ΐΕ Ο ίο ιςτύ χ α ισ ι σ υ μ π ν ίω ν . Sobre este verso, véase el comentat». .1* | i M ínkcl, Acjck)¡us, A&swcnr.ori. Oxford, 1950, II, pág. 115, que remite tamfcttff· <| u ι··ο21'Λ pijts. Ι27 Ί2 8 .
'<» "v’hrc I j s rcljciom-s d? les órdenes temporales, renjitimoí aJ estudio de P, ViJal Ná.;»u t, «Tcmps des dtcux et temps de* hom rots*, R etuc de fhisíotre des Tctifjoni,
•· n , Γ'Ν). pjp¡. 55 AO.
III
I
Capítulo 3
Esbozos de la voluntad
en la tragedia griega
Para cl hombre de las sociedades contemporáneas de Occidente, la
voluntad constituye una de las dimensiones esenciales de la persona.*
I)c la voluntad puede decirse que es la persona vísta en su aspecto de
«gente, cl yo considerado como fuente de actos de los que no es sola­
mente responsable ante otros, sino con los que se siente a sí mismo in­
teriormente comprometido. Λ la unicidad de la persona moderna, a su
e x ig e n c ia de originalidad, responde cl sentimiento de realizarse en lo
que se hace, de expresarse en obras que manifiestan su ser auténtico. A
hi continuidad del sujeto que se busca en su pasado, y se reconoce en
m i s recuerdos, responde la permanencia del agente, responsable hoy de
lu que hizo ayer y que experimenta con tanta más fuerza el sentimiento
su existencia y de su cohesión interna cuanto que sus conductas suce*
hvíis se encadenan y se insertan en un mismo marco para constituir, en
Id continuidad de su línea, una vocación singular.
La categoría de la voluntad en el hombre de hoy no supone sólo una
orientación de la persona hacia la acción, una valoración del obrar y de
*
texio fue pul>lic.uJn en
Parts, IV72. |>¿rs. 277-306.
evm pjraitte et art, H om tfugc a I. Aft··
46
m ito
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ικ .\< ίΐ:η ΐΛ γ ν ι.λ g h k c i a a m k . u a , t
la realización práctica, bajo sus diversas formas, sino mucho más una
preeminencia reconocida del agente en Ja acción, del sujeto humano
planteado como origen y causa productora de todos los actos que de él
emanan. H! agente se aprehende a si mismo en sus relaciones con los de­
más y con la naturaleza como un centro de decisión, poseedor de un po­
der que no dimana ni de la afectividad ni de Ja pura inteligencia: un
poder sui generis del que Descartes llega a decir que es infinito, «igual
en nosotros que en Dios», porque en contraste con el entendimiento,
necesariamente limitado en las criaturas, cl poder de la voluntad no im­
plica cl más o menos; como cl libre arbitrio del que es, para Descartes,
la cara psicológica, se le tiene por entero desde cl momento en que se le
posee. La voluntad se presenta, en efecto, como ese poder indivisible de
decir sí o no, de aquiescer o de rehusar. Este poder se manifiesta en par·
ricular en cl acto de la decisión. Desde el momento en que un individuo
se compromete mediante una elección, desde que se decide, se constitu­
ye a sí mismo —sea cual fuere el plano en cl que se sitúa una reso lu ció n como agente, es decir, como sujeto responsable y autónomo que se ma­
nifiesta en y por actos que le son imputables.
Así, no hay acción sin un agente individualizado que sea su centro
y su fuente; no hay agente sin un poder que una cl acto al sujeto que lo
ha decidido y que asuma al mismo tiempo su plena responsabilidad.
Estas afirmaciones se nos han vuelto tan naturales que nos parece que
ya no son problema. Nos han llevado a crcer que el hombre se decide
y actúa «voluntariamente» igual que tiene brazos y piernas, Incluso en
una civilización, como la de la Grecia arcaica y clásica, que no posee
en su lengua palabra alguna que corresponda a nuestro térm ino «vo­
luntad», apenas dudamos en dotar a los hombres de aquel tiempo, como
a pesar suyo, de esta función voluntaria que ellos sin embargo no nom­
braron.
Contra estas pretendidas «evidencias» psicológicas nos pone en
guardia ia obra de Meyerson. La investigación que ha llevado a cabo in­
cansablemente en sus escritos y en sus cursos sobre la historia de la per­
sona destruye también el mito de una función psicológica de Ja volun­
tad, universal y permanente. 1-a voluntad no es un dato de la naturaleza
humana. Es una construcción compleja cuya Jiistoria parece tan difícil,
múltiple e inacabada como la del yo, de la que es en gran parte solidaria.
Por tanto hemos de guardarnos de proyectar sobre el hombre griego an­
tiguo nuestro sistema actual de organización de las conductas volunta­
rias, las estructuras dt* nuestros procesos de decisión, nuestros modelos
L S ttO Z O S DF. I .Λ V O L U N T A D Γ.Ν Ι.Λ T R A C K D J A O R IM O A
47
de compromiso del yo en los actos. Debemos examinar sin a priori de
qué formas se revistieron en el marco de la civilización helénica las cate­
gorías respectivas de la acción y del agente y cómo se establecieron a tra­
vés de las diversas prácticas sociales (religiosas, políticas, jurídicas, esté­
ticas, técnicas) las relaciones entre el sujeto humano y sus acciones.
En el curso de los últimos años los helenistas se han enfrentado a es­
te problema a) abordar la tragedia y el hombre trágico. Un artículo re­
ciente de A. Rívier sitúa con toda exactitud el debate.1 Observa que,
desde 1928, B. Snell había extraído de la dramaturgia de Esquilo ios
elementos de una antropología trágica, centrada en los temas de la ac­
ción y del agente. Contrariamente a Homero y a los poetas líricos, E s­
quilo sitúa a sus héroes en el umbral de la acción, frente a la necesidad
de obrar. Siguiendo siempre un mismo esquema dramático, los presen­
ta en ana situación que desemboca en una aporía, en un callejón sin sa­
lida. En la encrucijada de una decisión que compromete su destino, se
encuentran forzados a una elección difícil pero ineluctable. Sin em bar­
go, aunque la necesidad les impone optar por una u otra de dos posi­
bles soluciones, la decisión permanece en sí misma contingente. En
efecto, tal decisión es tomada al término de un debate interior y de una
«(¿liberación reflexiva, que enraizan la elección final en el alma del per­
sonaje. Según SneIJ, esta decisión «personal» y «libre» constituye el te­
ma central del drama esquiiíano, que aparece bajo esta luz como una
construcción que persigue liberar, en su pureza casi abstracta, un «mo­
delo» de la acción humana concebida como la iniciativa de un agente
independiente, que se enfrenta a sus responsabilidades y agota en su
lucro interno los motivos y el resorte de su com prom iso/ Deduciendo
lis conclusiones psicológicas de esta interpretación, 2 . Barbu puede
»«*stcncr que la elaboración de la voluntad, como función ya plenamenir constituida, se manifiesta en y por el desarrollo de la tragedia en Atci u s , a lo largo del siglo v a.C.: «Puede considerarse la dramaturgia de
1 Hjuilo», escribe, «como la prueba completa de la aparición en el seno
J «Hcmarqucs sur le “nécessalrc’* ei la "ncccssitc" d ie z Eschyk··». Rei ne des ¿tu* r.r.^'ues, r i'S 1 . 1968. p i& . 5-39.
3.
Ví-asc Bruno Sncll. Du· IzntJerfawg Jes G astes', I (¡tniburKO, 1955, trad. ín^le·* Λ· Ij ü?guiii).i edición (]948)l>.i¡oc) tiniio The Discoveryc f th e h tin j. Oxford. 1953,
!
11*2-112.
M IT O V T K A C Ü D M Ι-S ' 1. Λ Ο Κ Γ .Ο Λ A .V D C I W . I
4 S
de la civilización griega del individuo en tumo que ajen ie libre (indivl·
dual as a free agent)»?
Es este análisis lo que cl estudio de Rívicr trata de rcíutur en sus pun­
tos esenciales. El hincapié puesto por B. Snell en lu decisión del sujeto,
con sus correlatos más o menos implícitos de autonomía, de responsabi­
lidad, de libertad, lleva a diluminar el papel, decisivo sin embargo, de las
fuerzas suprahumanas que actúan en el drama y que le otorgan su d i­
mensión propiamente trágica. Estos poderes religiosos no aparecen só­
lo en el exterior del sujeto; intervienen en el corazón mismo de su deci­
sión para coaccionarle hasta en su pretendida «elección». El análisis
preciso de los textos muestra, en efecto, según A. Rívicr, que, por mu­
cho que se considere la deliberación desde el punto de vista del sujeto,
del agente, es incapaz de producir otra cosa que la constatación de una
aporta y que sigue siendo im potente para motivar más una opción que
otra. Lo que engendra la decisión es siempre, en última instancia, una
ar.ánkc, impuesta por los dioses, la «necesidad» que bascula enteramen­
te hacia un sólo jado en un momento del drama, para detener, de) mis­
mo modo que la había hecho nacer, la situación primera de equilibrio. El
hombre trágico no tiene ya que «elegir» entre dos posibilidades; «cons­
ulta» que ante él se abre una sola vía. El compromiso traduce no la libre
elección del sujeto, sino e! reconocimiento de esa necesidad de orden re­
ligioso, a la que el personaje no puede sustraerse y que hace de él un
ser interiormente «forzado», biastbeis, en el seno mismo de su «deci­
sión». Si hay voluntad, no sería» pues, una voluntad autónoma en el sen­
tido kantiano o incluso simplemente tomista del término, sino una volun­
tad ligada por cl temor reverencial de lo divino si es que no está
constreñida por poderes sagrados que confieren al hombre la interioridad.
Más allá de las tesis de B. Snell, el análisis critico de A. Rivier apunta
a interpretaciones que, aun admitiendo el papel determinante de los po­
deres sobrenaturales en la acción del héroe trágico, tratan sin embargo de
salvarla autonomía del sujeto humano otorgando en su decisión un lugar
a Ja iniciativa voluntaria. Tal es el caso de la teoría de la doble motivación,
propuesta por A. Lcsky y adoptada, con diversos matices, por la mayoría
de los helenistas contemporáneos.·* Se sabe que en Homero la acción de
3.
7.. D.ubti. Problems o f Iiisioric·)! Ptycbofogy, Londres. I960, cap. IV, «The
Kincfflcnce of IVm mality in tb í Greek World», pótf. 86.
•1 Λ. Lcsky. ilottlicbi' und HU'tnckhíhc Mottv.Uion w t bavtcttscha) Upor, HculclI k -í j \
l% » .
f S B O Z O S D i : J .A V O I .t.'N ! I-A Π L N ' I . Λ T R A G l - f M A ( J t l H 'C A
•P
Ins heroes de b epopeya parece a veces proceder de un doble nivel di·
explicación: su conducta puede interpretarse tanto como el efecto de u iu
inspiración, de un impulso divino, como de un móvil propiamente h u ­
mano, encontrándose casi siempre ios dos planos demasiado estrecha­
mente imbricados uno en otro para que sea posible disociarlos. Según
Lesky, este esquema de la doble motivación se convierte en Esquilo en un
elemento constitutivo de la antropología trágica. 1*1 héroe del drama está
enfrentado a una necesidad superior que se le impone, que le dirige, pe­
ro, por el movimiento propio de su carácter, el mismo se apropia de esa
necesidad, la hace suya hasta el punto de querer, de desear incluso apa­
sionadamente lo que en otro sentido está forzado a hacer. Ahí tenemos
dentro nuevamente, en el seno de la decisión «necesaria», ese margen de
libre elección sin ia cual no parece que pueda imputársele al sujeto la res­
ponsabilidad de sus actos. ¿Cómo admitir, en efecto, que los personajes
lie! drama expíen tan cruelmente acciones de las que no serían responsa·
1dos y que» desde ese momento, no serían realmente suyas? ¿Cómo van a
•ιτ suyas si personalmente no las han deseado y cómo quererlas a no ser
por una elección libre y autónoma? «A pesar de ello», se pregunta Rivier,
»Λ*'» inconcebible, desde una perspectiva distinta a la nuestra, que un
htwnbre pueda querer lo que no ha escogido? «¿Que sea considerado res­
ponsable de sus actos independientemente de sus intenciones (y no era
on· precisamente el caso entre los griegos)?».
L*I problema desborda así el marco de una discusión sobre la drama*
n»K*a de Esquilo y el sentido de la acción trágica. Es todo el sistema
i ««nceptual implicado en nuestra representación de lo voluntario lo que
'«· cuestiona en el contexto griego. Desde este punto de vista la formula*
• u m de A. Rivier no es quizá inatacable para el psicólogo. En ia medida
tiusma cn que nos hace recusar el modelo de la decisión autónoma que
l*»s intérpretes modernos se sienten tentados a proyectar, más o menos
- ‘'rocíenteniente, sobre los documentos antiguos, ¿tenemos derecho a
«iiili/ar, a nuestra vez, el térm ino de voluntad maniatada, de una deci·
'M*n cuya estructura es diferente a la nuestra puesto que excluye la clec• i·»»? La voluntad no es una categoría simple; sus implicaciones son
multiples, como sus dimensiones. Al margen de la autonomía y de la lil«i. elección, cuya validez niega con razón A. Rivier cn el caso de los
i urgos, la voluntad supone toda una serie de condiciones: es preciso
•|i*r on la masa de los acontecimientos estén ya delimitadas series ordo-
50
M I T O Y T R A G E D I A f:N ' L A Ο Κ Γ Γ ί Λ
AXTl GUA, 1
nadas de actos sentidos como puramente humanos, lo bastante ligados
unos a otros y circunscritos en el espacio y en el tiempo como para cons­
tituir una conducta unificada con su comienzo, su curso y su término;
exige también la presencia del concepto de individuo, del individuo
aprehendido en su función de agente, la elaboración correlativa d e las
nociones de mérito y de culpabilidad personales, la aparición de una res­
ponsabilidad subjetiva que reemplace lo que ha podido llamarse e! deli­
to objetivo y finalmente un inicio de análisis de los diversos niveles de la
intención por un lado, y de !a realización efectiva por otro. Todos estos
elementos se han edificado a lo largo de una historia que implica la or­
ganización interna de la categoría de la acción, el estatuto del agente, el
lugar y el papel del individuo en la acción, las relaciones del sujeto con
sus diferentes tipos de actos, sus grados de compromiso en lo que hace.
Si Λ. Rivier emplea el termino de voluntad es, según nos dice, para
poner de relieve que el héroe esquiliano, incluso privado en su decisión
de la facultad de escoger, es cualquier cosa menos pasivo. La dependen­
cia respecto a lo divino no somete al hombre de forma mecánica, como
un efecto a su causa. Es una dependencia, escribe Rivier, que libera y
que cn ningún caso podría definirse como inhibidora de la voluntad del
hombre, como esterilizante de su decisión, puesto que, por el contrario,
desarrolla su energía moral ya que profundiza sus recursos para la ac­
ción. Pero ausencia de pasividad, energía, recursos para la acción son
rasgos demasiado generales para caracterizar la voluntad en aquello que
la constituye, desde el punto de vista psicológico, como categoría espe­
cífica ligada a la persona.
Decisión sin elección, responsabilidad independiente de las inten­
ciones, tales serían, se nos dice, las formas de ía voluntad en los griegos.
Todo el problema consiste cn saber lo que los griegos mismos entendían
por elección y ausencia de ella, por responsabilidad con o sin intención.
Nuestras nociones de elección, libre o no, de responsabilidad y de in­
tención no son directamente aplicables — como tampoco lo es la de vo­
luntad— a la mentalidad antigua, donde se presentan con unos valores
y según una configuración que amenazan con desconcertar a un espí­
ritu moderno. El caso de Aristóteles es a este respecto particularm en­
te significativo. Es sabido que el Estagirita cree, en su filosofía moral,
refutar las doctrinas según las cuales el malvado no actúa por su p ro ­
pia voluntad, sino que comete la falta a pesar suyo. Así, en ciertos as­
pectos, la concepción «trágica» aparece mejor representada a sus ojos
por Eurípides, cuyos personajes proclaman abiertamente en ocasiones
1 I S K O Z O S D E I . A V O L U N T A R U N L A T R A G E D I A G J t H '. C iA
que no son culpables de su falta porque pretenden haber obrado a |κ·
sar de sí mismos, por coacción (bía), dominados y violentados por la
fuer 2 a de pasiones tanto más irresistibles cuanto que en el interior <ie
ellos mismos encarnan poderes divinos como Eros o Afrodita,*
Tal es también, en otro plano, el punto de vista de Sócrates, para
quien, al ser toda maldad ignorancia, nadie hace el mal «voluntaria­
mente» (según la traducción usual). Para justificar el principio de la
culpabilidad personal del malvado y dar a la afirmación de la responsa­
bilidad del hombre un fundamento teórico, Aristóteles elabora una
doctrina del acto moral que representa, en la filosofía griega clásica, el
esfuerzo analítico más profundo para distinguir, según sus condiciones
internas, las diferentes modalidades de la acción,6 desde el acto realiza­
do a pesar de uno mismo, por coacción exterior o ignorancia de lo que
se hace (como verter veneno creyendo que es un medicamento), hasta
el acto realizado no sólo por propia voluntad, sino con pleno conoci­
miento de causa, tras deliberación y decisión. Para señalar el grado más
alto de conciencia y de compromiso del sujeto en la acción, Aristóteles
forja un concepto nuevo: a este efecto utiliza el térm ino projíresis, de
escaso empleo y de sentido confuso hasta entonces, confiriéndole en el
marco de su sistema un valor técnico preciso. La projíresis es la acción
bajo su forma de decisión, privilegio exclusivo del hombre, en cuanto
ser dotado de razón, por oposición a los niños y a los animales, privados
de ella. La proaírests es más que hvkoúsion, palabra que se traduce ge­
neralmente por «voluntario», pero que no puede tener esc sentido. La
oposición corriente en griego, en la lengua común y en el vocabulario
Itirídico, entre hckon, hckothios por un lado, ákon, akoúsios por otro,
no corresponde en modo alguno a nuestras categorías de lo voluntario
y lo involuntario. May que traducir estas expresiones opuestas como lo
bucen G authier y Joltf en su comentario a la Ética a Nicówaco, por «de
grado» oponiéndolo a «muy a su p esar»/ Para convencerse de que
ht'kufi no puede significar «voluntario», basta con observar que Ariscó·
leles, al afirmar que el acto pasional se realiza betón y no áten, presen­
5. Aristóteles, E/κ J a Sicóntjco, 5,1110 a 28, y d comentario de R. Λ. G authier y
I R.Jolif. Lovaina/París, 1959, págs. 177-178.
f> «...Son nuestras decisiones íntimas, es decir, nuestras intenciones, las que, me·
I··* ifiic los #etos exteriores, permiten juzgar nuestro cariaco * ,
N„ l i l i b 5-6; véase
laminen f j t c j *i H uJttvo. 1228 a.
} CMHihicryJoljí, np. at.. II, píjív 169 170.
52
M I T O Y T R A G E D I A E N l. A C K l T . U A K T I C Í U A . I
ta como prueba que, si se sostiene lo contrario, debería entonces afir­
marse que los animales tampoco actúan kekónfest fórmula que eviden­
temente no puede tener el sentido de «voluntariamente».* El animal ac­
túa bckán, como los hombres, cuando sigue su inclinación propia sin ser
coaccionado por un poder exterior. Así pues, si toda decisión (proaircsis) es un acto ejecutado de grado ihckOn), por cl contrario lo «que se
hace de grado no siempre es objeto de una decisión». Así, cuando se obra
por codicia (cpitbymiá), es decir, por atractivo del placer, o por arreba­
to (ibytftós) sin tomar tiempo para reflexionar, se hace de grado (hckón)
por supuesto, pero no por decisión (proaíresis). Desde luego también la
proairesh se apoya en un deseo, pero un deseo razonable, un anhelo
(bcúlvsñ) penetrado de inteligencia y orientado no tanto hacia cl placer
como hacia un objeto práctico que cl pensamiento ya ha presentado al
alma como un bien. La proaíresis implica un proceso previo de delibe­
ración {boúleu$i$)\ al término de este cálculo razonado, instituye, como
indica su nombre (batresis - elección), una elección expresada en un
juicio que desemboca directamente en la acción. Este aspecto de o p ­
ción, y de opción práctica, que compromete al sujeto en el acto en el
momento mismo en que se decide distingue la proaíresis en prim er lu­
gar de la boúícsis, cuyo movimiento puede no llegar a su término y per­
manecer en el estado de puro «anhelo» (porque se puede anhelar lo im­
posible); en segundo lugar, del juicio de orden teórico, que plantea lo
verdadero, pero que no afecta para nada al dominio de la acción.7 Por
el contrario, no hay deliberación ni decisión más que respecto a cosas
que están «en nuestro poder», que «dependen de nosotros» (tet έφ'
ή μΐν) y pueden ser objeto de acción, no de una manera única, sino de
varias. Aristóteles opone en este nivel de las dyttámeis álogoi ías poten*
cias irracionales que no pueden producir más que un sólo efecto (por
ejemplo, el calor que no puede actuar más que por calentamiento), ios
poderes acompañados de razón, meta lógou, susceptibles de producir
los opuestos: dyttáwis Ion enantion.1'
8. li. iV. 11 1 1 a 25-27 y l i l i h 7-8.
9. «Lu decisión (projt'rctis) no va dirigid.! u ¡as cusas imposibles y quien preten­
diera “decidirse-’ λ hacer algo imposible p.nstúi por simple de espíritu. Por d contra­
rio, se puede desear incluso lo imposible, por ejemplo, η υ m orir»,/:’- S ., l i l i b 20-23.
«El intelecto teórico no piensa n«dj en cl orden p ú d ic o ni se pronuncia sobre lo que
bav ijtie rechazar o buscar», Delalwa. *130 h 27-28.
10. M cij/ñ tcj, 1046 b 5-10; L.
110} a IV · b 22.
O U O Z O S n r . L A V O L U N T A D UN L A T K A G L D Í A C l U U l .A
53
Esta doctrina presenta a primera vista aspeaos tan modernos que
algunos intérpretes han creído reconocer en la proatresis un libre poder
de elección del que dispondría el sujeto en su decisión. Algunos han
atribuido este poder a la razón, que determinaría soberanamente los fi­
nes últimos de la acción. O tros, por el contrario, subrayando con toda
justicia la reacción antiíntclectualista que representa —contra Sócrates,
y cn gran medida también contra Platón— el análisis aristotélico de!
acto, han elevado la proJtrcsis a la dignidad de una verdadera voluntad.
La han concebido como una facultad capaz de determinarse a sí misma,
como un poder que hasta el último momento estaría por encima de los
apetitos (dirigidos hacia lo agradable, en el caso de la epithytma, o ha­
cia el bien en el caso de la boúlcsis) y que impulsaría al sujeto al acto por
su propia fuerza, independientemente cn cierta forma de la presión
ejercida sobre él por el deseo.
Ninguna de estas interpretaciones puede sostenerse." Sin entrar en
el detalle de 1a psicología aristotélica de la acción, puede afirmarse que
la proníresis no constituye un poder independiente de los dos únicos ti­
pos de facultades que actúan según Aristóteles, en la acción moral: por
un lado, la parte apetitiva del alma (to orcktikón); por otro el intelecto,
el nous, cn su función práctica.u La boulésis, el deseo penetrado de ra­
zón, está orientado hacia la finalidad de la acción; es ella !a que mueve
el alma hacia el bien; pero pertenece, igual que la codicia y el arrebató,
al orden de la apetencia: órexñ.n Ahora bien, la función apetitiva es
completamente pasiva. El deseo (boúfcsis) es, pues, lo que orienta el al­
ma hacia un fin razonable, pero un fin que se le impone y que él no ha
elegido. La deliberación (botUvusis) pertenece, por el contrario, a la
parte dirigente, es decir, al intelecto práctico. Pero, al revés del deseo,
no tiene relación con el fin; concierne a los medios.” La opción de la
prtjiiíresis no se hace entre el bien y el mal, entre los cuales tendría libre
|H>der de elegir. Propuesto un fin. por ejemplo la salud, la deliberación
consiste cn la cadena de jucios por los que la razón concluye que tales
11. Véase G authier y Jolif. np, ctt >II,
12. Véase Π. N , 1139 a 17-20.
217-220.
11. !i. Λ1., 1139 b 2-3: « E s J.i a cc ió n feliz la q u e e s el fin e n .sentido a b s o lu to y h.in ú · fin e s H utía e l q u e se d irig e el d e se o » .
M.
jV., 1115 b 3-5: «C l f i n e s , p o r u n i ó , o b je to d e d e s e o y los m e d io s o b je to d e
J<-Mh*r.KÍúu v d e d e c isió n » ; l i l i bi 2<V. « líl d e s e o tie n d e rcús b ie n lu ti.v el fin;
d e ci* ij
*h»u . n ú * hicti s o b re los m ed io s» .
54
M I T O Y T R A C i L D I A Γ Ν I.A G R V .C I A A N T I G L ’A , 1
medios prácticos pueden conducirnos a ella;15el último juicio, til térmi­
no de la deliberación, se refiere al último medio de la serie; lo presenta no
sólo como posible p or la misma razón que los oíros, sino como inm e­
diatamente realizable. A partir de entonces el deseo, cn lugar de apun­
tar a la salud de forma general y abstracta, incluye en su anhelo del fin
las condiciones concretas de su realización; se fija sobre la condición úl­
tima que, cn la situación definida en la que se encuentra el sujeto» sitúa
efectivamente la salud a su alcance cn el momento presente. Tan pron­
to como el deseo de la botilesis se ha fijado sobre el medio inmediata­
mente realizable, ha de seguirse la acción y, además, necesariamente.
Es la necesidad inmanente a todas las fases del deseo, de la delibe­
ración, de la decisión lo que justifica el modelo de silogismo práctico
al que Aristóteles ha recurrido para cxplicitarel camino del espíritu en el
proceso de decisión. Como escriben los comentaristas de la Ética: «Al
igual que el silogismo no es más que el nudo entre la mayor y la menor,
la decisión no es otra cosa que el punto de unión o la fusión del deseo,
que es anhelo, y del pensamiento, que es juicio».
Así: «El deseo es necesariamente lo que es y el juicio necesariamente
lo que es y en su conjunción, que constituye la decisión, ha de seguirse ne­
cesariamente la acción».17 David J. FurJey observa, por su parte, que el
movimiento voluntario es descrito por Aristóteles cn términos de fisiolo­
gía mecanicista. Utilizando la fórmula que emplea el filósofo en el De mo­
ta aninialiuw, todo se produce necesariamente (ex anánkes), sin que
entre el estímulo y la respuesta exista de ningún modo un movimiento li­
bre, un poder elegir otra cosa que lo que elige el sujeto.1*D. J. Alian se ad-
15. £. .V . 11)9 a 31: «El principio d e la decisión es el d esw y el cálculo..., el que
com puta los medios para obtener el fin», Véase el com entario de G auihtcr y jo h í, op.
a t , it. 2* parte, páfi. 144. Sobre el papel del deseo y del nous praJctikós («intelecto pr.ic·
uco»> en la elección de la decisión respecto a fines y medios en el mareo d e una moral
aristotélica d e l ¿ p h rú n b h («prudencia» I, véase E M, Michcl.ikis, Aristutie't Theory o f
PrjciicjiPrínapter, Atenas, 1961, cap. II. pifis. 22-62.
16. G au iltie ry jo lif, op. a t., pig*. 202 y 212. Véase Ü. X., 1147 a 29-3X: «S upon­
gamos. por ejemplo, una premisa universal· Hay que prt)h¿r loJn h ¿¡tte es azuejrjJo y
com o caso particular que entra en la categoría general: este alimento que hay a ki está
iizuc¿raJo, Dadas estas dos proposiciones, si se puede y nada nos Jo impide, se debe ne­
cesariamente (ex ar.ánkcs) realizar también la acción d e probar».
17. G authier yjolif, np. a t., pág. 219.
18. D avidJ. Furley, Tw oStuJtet tn íh e Greek Atorrtius, vol. U; ArittatleandE piatruiott V oiuittjry/itfíou, Princeton, Nueva Jersey, J967,{*ágs. ΙΛΙ-237.
r s n o z o s m : k a v o l u n t a d i?n l a t r a c . i i d i a < » r u : < ; a
mira por su parte de que toda la teoría aristotélica de la acción patc/ca
implicar un determinismo psicológico que nos resulta incompatible con
su proyecto de fundamentar la responsabilidad sobre el plano moral y ju­
rídico. Sin embargo, el mismo autor observa pertinentemente que sólo
desde nuestro punto de vista es la psicología de Aristóteles «determinis­
ta» y que el adjetivo no es apropiado porque supone frente a él otra solu­
ción —la llamada indeterminista— a Ja que se opondría.r>Ahora bien, es­
ta antinomia no es pertinente desde el pumo de vista de Aristóteles. En
su teoría de la acción moral no pretende ni demostrar ni refutar la exis*
tcncia de una libertad psicológica de la que no trata en ningún momento.
Ni en él ni en la lengua de su época se encuentra palabra alguna para de­
signar lo que nosotros llamamos libre arbitrio;'* la noción de un libre po­
der de decisión sigue siendo extraña a su pensamiento, no tiene cabida en
su problemática de la acción responsable, ya se trate de la elección deli­
berada o del acto realizado simplemente de grado.
Tal laguna marca la distancia que separa (as concepciones griega y
m oderna del agente. Asociada a otras «carencias» características de
la moralidad antigua (no hay palabra que corresponda a nuestro con­
cepto de deber; escaso papel desempeñado en el sistema de valores por
la noción de responsabilidad; carácter vago c indeciso de 1a idea de
obligación),21subraya las orientaciones diferentes de la ética griega y de
la conciencia moral de hoy. Pero también traduce, y más profundamen­
te, la ausencia en el plano psicológico de una categoría elaborada de la
19. D. J. All sin, «The Practical Syllogism», A m our d'Aristctc, R ecudí d ’étudei ¿c
pfOosopbieancier.nc et m cJiéi'jte offert ά Mgr. Mansion, Lovaina, 1955, págs. 325-3-íO.
20. Vcase G au th ier y Jolif, op. cit., pág. 217. El térm ino eieu tkcrú (E. .V, V,
1131a 28) «design» en esta ¿poca ñ o la libertad psicológica,sino U condición jurídi­
ca del hom bre libre p o r oposición a U del esclavo; U expresión “líbre arb itrio ” no
Aparecerá en la lengua griega sino m ucho más tarde, a la vez que cleuthcrú tom a el
«¿nudo d e libertad psicológica; se dirá to aútcxousion (o c aútexousiótcí), Uteralmcn·
u· “el dom inio de sí": el ejemplo r u s antiguo se encuentra en D iodoro de Sicilia, 19.
105,4 (siglo I a. de C J , pero no tiene todavía el valor técnico, i}ue estará ya perfectam rntc fijado en Epiciclo (siglo I después de C J . liste em plea la palabra cinco veces
(HUticJt, 1. 2, 3; iv, i, 5 6 ;6 2 ,6 8 ; 100);a p artir de esta f e c h a d vocablo tendrá caria
»!<·ciudadanía en la filosofía griega». Los latinos traducirán τ6 αυτεξούσιον p or Λ·
brritm arkitrium.
21. Véase A rthur W. 11. Adkins, Merit and Responsibility. A Study in G reek \ii( >xford, 1960; V. Brochard. Íítudes de phdosophic anciennc et dc philosophic tuu¿true. Paris, 1912, pigs.*í9ft-538»y la actualización, m.-w m atiiad a.d e G authier y Jolif»
•Ψ <tt.. p-igs. 572-378.
5 6
M IT O V Τ Κ Λ < ;1 10 Ι Λ Γ Ν 1 .Λ G R L U A A N T I C U A , I
voluntad, auscncia que denuncia yu en cl plano de la Jcngu;i ]j falta de
una terminología apropiada de la acción voluntaria.·' Hemos dicho que
d griego no posee ningún termino correspondiente a nuestra noción de
voluntad. Hckún posee a la vez una extensión más amplia y una signifi­
cación psicológica más imprecisa. Extensión más amplia, puesto que pue­
de situarse en la categoría de hekothion, como hace Aristóteles, todo
acto que no sea impuesto por coacción exterior: tam o cl que se realt2 :i
por deseo o precipitación como el reflexivo y deliberado. Significación
psicológica imprecisa, porque los niveles y las modalidades de la inten*
cíón, desde la simple inclinación hasta el proyecto firmemente decidi­
do, siguen estando confundidos en el uso corriente. Lo intencional no
se distingue de lo premeditado: hekóti tiene los dos sentidos.*1£1 voca­
blo álxm, por su parte, asocia, según la observación de L. G em et, toda
suerte de nociones que, desde el punto de vista de la psicología, habría
habido que distinguir desde cl principio: el pbúnos akoúsios designa,
bajo la misma apelación de asesinato perpetrado inintcncionadamente,
tanto la ausencia completa de falta, la simple negligencia o una verda­
dera imprudencia, a veces incluso el arrebato más o menos pasajero, o
cl caso completamente distinto del homicidio cometido en situación de
legítima defensa/4 La oposición kckdtt-ákou no es fruto de una refle­
xión desinteresada sobre las condiciones subjetivas que hacen del indi­
viduo la causa responsable de sus actos. Se trata de categorías jurídicas
que el derecho impuso como normas al pensamiento común en Ja épo­
ca de la ciudad. Pero el derecho no procedió a partir de un análisis psi­
cológico de los grados de responsabilidad del agente. Los criterios que
siguió trataban de reglamentar en nombre del Estado el ejercicio de la
venganza privada, distinguiendo, según las reacciones pasionales más o
menos intensas que suscitaban en el grupo, diversas formas de homici·
dio que se adscribían a jurisdicciones diferentes. En el marco de una o r­
ganización sistemática de los tribunales de sangre — como la otorgada
por Dracón a Atenas a principios del siglo vn y cuyo conjunto com po­
ne una serie descendente ordenada según la fuerza del sentimiento co­
lectivo de la excusa— el phonos bckothios englobaba en una misma ca-
22. íin otro capítulo J e su obra citada m is arriba. B. Sncll observa que la voluntad
«es una noción c.xrnuu a Jos κriegos; nu tienen skjuient palabra para día», up. di.. f»ig. 182.
23. Lnuis G cm ct. Rcchcrcbci sur U ¿éi'doppcmaU de h pcnxéc juridt ju e ct múra­
le en G'rirc, I'jfis, 1971, pá*·. ) 52.
2-1. Louis G cm ct. op. d
t 353-354.
RSROZOS ü i: LA V O L U N 1Λ11 i ;n LA TRAC.F-W A G ttü .U A
57
rcgorín todos los asesinatos plenamente punibles que eran competencia
del Arcópogo, el phonos akóttstos, los asesinatos excusables, incumben­
cia del Paladión, y cl phórtox díkaios, los asesinatos justificados que de­
pendían del Dclfinión. Esta tercera categoría, más aún que las dos pri­
meras, reunía los actos más heterogéneos desde el punto de vista de la
psicología del agente. En efecto, se aplicaba a iodos los casos de asesi­
natos que la costumbre, por razones de orden diverso, consideraba ple­
namente inocentes y legítimos, desde la ejecución de la adúltera hasta el
homicidio accidental en el curso de los juegos públicos o en la guerra.
La separación que señala el derecho, por la oposición semántica hckúnákñn, no se basa por tanto en la distinción en principio de lo voluntario
y lo involuntario. Descansa en la diferenciación que la conciencia social
establece, en condiciones históricas determinadas, entre la acción ple­
namente reprensible y la excusable, consideradas al lado de la acción le­
gitima como una pareja de valores antitéticos.
Por otro lado, hay que recordar el carácter profundamente intelectualista de todo el vocabulario griego de la acción, ya se trate del acto
realizado de grado o de aquel que es ejecutado en contra de los propios
deseos, de la acción imputable o no imputable al sujeto, reprensible o
excusable. Un la lengua y mentalidad antiguas, las nociones de conoci­
miento y acción aparecen como estrechamente solidarias. Donde un mo­
derno espera encontrar una expresión de la voluntad, halla un vocabu­
lario del conocimiento. En este sentido la afirmación socrática, recogida
por Platón, de que obrar mal es una ignorancia, un defecto de conoci­
miento, no es tan paradójica como hoy nos parece. Prolonga, en efecto,
muy directamente las concepciones más antiguas de la falta atestiguadas
cu un estado de sociedad prejurídica, anterior al régimen de la ciudad.
I a falta, hamártcwa, aparece allí en conjunto bajo la forma de un «error»
d d espíritu, de una mácula religiosa, de un desfallecimiento m o r a l .Ha"téirt/inan, «errar», es engañarse en el sentido más fuerte de un extravío
•le Ja inteligencia, de una ceguera que entraña el fracaso. La hamartia,
••verro», es una enfermedad mental y cl criminal es la presa de un delirm, un hombre que ha perdido cl sentido, un detnens, batnartinoos. Esta
I<k lira que engendra la falta o, para darle sus nombres griegos, esa á¡Z\
«•vi J>í«ys, se apodera del interior del individuo; lo penetra con una fucrrA u'ligiosa maléfica. Pero al tiempo que se identifica en cierta forma con
rl, sigue siendo al mismo tiempo externa y le supera. Contagiosa, la man·
-VV IhJ ,
W5 y mj;s.
5δ
M I T O V r U A C . r O I A fcN L A t i l i l . C l A A N T I C U A , 1
cilla del crimen se vincula, más allá de los individuos, a su estirpe, al
círculo de sus parientes; puede abarcar a toda una ciudad, polucionar
codo un fcri'iroria. Urca misma potencia maléfica encarna, en d crimina!
y fuera de 01, d crimen, sus principios más lejanos, sus consecuencias úl­
timas, su castigo que va pasando a lo largo de generaciones sucesivas.
Como observa L. Gernet, no es el individuo en cuanto tal quien es el
causante del delito: «Existe fuera de él, el delito es objetivo».** En el con­
texto de este j>ensamiemo religioso en cJ que el acto criminal se presenta,
en el universo, como una fuerza demoníaca que mancilla y, en el interior
del hombre, como un extravio del espíritu, la entera categoría dc la ac­
ción es la que aparece organizada dc forma distinta a la nuestra. El error,
sentido como un ataque al orden religioso, oculta un poder nefasto que
desborda con mucho al agente humano. El individuo que lo comete (o
más exactamente, su victima) se encuentra preso él mismo en la fuerza
siniestra que ha desencadenado (o que se ejerce a través suyo). En lugar
de emanar del agente como de su hontanar, la acción le envuelve y arras­
tra, englobándolo en un poder que le supera cuanto más se extiende
más allá de su persona en el espacio y en el tiempo. El agente está preso
en la acción. No es su autor. Permanece incluido en ella.
Evidentemente, en este marco no puede tratarse de una voluntad
individual. La distinción en la actividad del sujeto de lo intencional y lo
forzoso no tiene siquiera sentido. ¿Cómo podría extraviarse libremen­
te por el error? Y ¿cómo la falta-mácula, una vez que ha sido cometida,
podría no llevar consigo independientemente de las ¡menciones del su ­
jeto, su castigo?
Con el advenimiento del derecho y la institución de los tribunales ciu­
dadanos, ia antigua concepción religiosa de la falta se difumina. Una nue­
va noción del delito aparece.27 La representación del individuo se acusa
en ella con mayor nitidez. La intención aparece en adelante como un ele­
mento constitutivo del acto delictivo, sobre todo del homicidio. En el se­
no de la actividad humana el cruce entre las dos grandes categorías del
heküft y del áhc'm adquiere entonces valor dc norma. Pero es notable que
esta psicología del delincuente se constituya también en el marco de un
vocabulario puramente íntelectualista. El acto realizado dc grado y el ae26. IbU.. p.íj;. 305.
21. ¡btj.,
375 ysif.t.
L S liO Z O S D U l.A V O L U N T A D UN L A T B A C T .D IA C R I L C A
59
to ejecutado a pesar de uno mismo se definen, cn su oposición recíproca,
en términos de conocimiento y de ignorancia. En la palabra h e k ó n , de
^rado, está implicada ia idea pura y simple de la intención, concebida cn
bloque y sin análisis. Esta intención se expresa por eí término de p ró n o ia .
En lo que nos queda de la legislación draconiana, la expresión c k p r o ­
n o /a s ocupa, por oposición a á k o n , el puesto de b e k o ti. De hecho, c k
p ro n o ía s, h c k ó n c k p r o n o ú s son fórmulas exactamente sinónimas. La p r ó ­
n o ia es un conocimiento, una intelección hecha de antemano, una pre­
meditación. La intención culpable, que constituye el delito, no aparece ya
como mala voluntad, sino como pleno conocimiento de causa. En un de­
creto del Heeatómpedon, que constituye el texto jurídico más antiguo
que nos ha llegado en su texto original, ía aceptación de las exigencias
nuevas de la responsabilidad subjetiva se expresa mediante la fórmula
nJ/U't para ser culpable, el delincuente debe haber actuado «consciente­
mente».*'' Y a la inversa, la ágnoict, la ignorancia» que constituía hasta ha*
i.i poco la esencia misma de la falta, podrá cn adelante definir, por opo­
sición al b c k o t h i o n , la categoría de los delitos realizados a pesar de uno
mismo, ákon·, sin intención delictiva. «Las faltas que los hombres comeim por á pjtota», escribe Jenofonte, «las considero todas como a k o ú s ü » P
liatón mismo deberá admitir, al lado de «la ignorancia» a la que convicri·.· rn el principio general del delito, una segunda forma de άξκσια, eninulid a más estrictamente y que servirá de fundamento a la falta des­
provista de intención delictiva.” Esta paradoja de una ágt;ot;i, a l.i vez
principio constitutivo de la falta y excusa que la hace desaparecer, se ex*
ptosA asimismo en la evolución semántica de las paJabras de Ía familia de
K r n j r i u . Esta evolución es doble.’1 Por un lado, los términos se impreg•un de la idea de intención: es culpable, b a m ú r itm , sólo aquel que ha co­
in. Julo intencionadamente el acto criminal; no es culpable, o u k fe m a r ía n ,
4.(ΐΐ'.'Ι que no ha obrado de ese modo, á k o n . El verbo h a m a rt& n ein puede
*I· "ífrur por tanto la misma cosa que cd ikein ·. el delito intencional, objeto
A·· persecución en la ciudad. Pero, por otra parte, la noción de inimen»íi>ju1id.id, implicada en la idea primitiva de una falsa ceguera del espíri-
.'S.
i · ·». /
·· «í
.*»
W
Ί
Vc;«c G . M adJoli, «Rcsponsabilica e saim onc nc¡ “decrct:» de 1Iccatoropc, R 3 4, Museut# beh-etiean. 1967, p á p . 1-11;,|. y L. Robert, «Bulletin epi·
R em ed es cía Jes w c q u es, nv 63. 1954, n" 176.1967.
CtH'fcJiJ, 1Π, 1. 38; vwasc L. G em ^i, ap. d t., p.íf». 387.
/rví·/, IX.K63 c.
Vc4sc I.. Gcrnct, op. d i., pjf*. 305. 310 y 339-348.
60
M I T O Y Τ Χ Λ Ο Γ Ο Ι Λ U N |.A C R E C I A Λ Ν Τ Κ ί Ι . Λ , t
tu, produce desde cl siglo v sus frutos. HamariJuein se aplicará a la falta
excusable cuando el sujeto no haya tenido plena conciencia de ío que ha­
cía. Desde finales del siglo IV, bantártcwa, servirá para definir la noción
cuasitécnica del delito no intencionado, del akoúsiou. Aristóteles la opon­
drá así al (tdiixma, al delito intencionado; y a la atychana, accidente im­
previsible, enteramente* extraño a las intenciones y al conocimiento del
agente.w Si esta psicología ¡ntclcctualista de la intención autoriza así, du­
rante varios siglos, la coexistencia de dos sentidos contradictorios en la
misma familia de términos —cometer intencionadamente una falta, co­
meterla sin intención— , es porque Ja noción de ignorancia se sitúa al mis­
mo tiempo en dos planos de pensamiento muy diferentes. Por un lado,
conserva cl recuerdo de las fuerzas religiosas siniestras que se apoderan
del espíritu del hombre y lo impulsan en la ceguera del mal. Por otra, ha
tomado ya el sentido positivo de una falta de conocimiento que concier­
ne a las condiciones concretas de la acción. El antiguo núcleo mítico si­
gue lo bastante vivo en la imaginación colectiva como para proporcio­
narle el esquema necesario para una representación de lo excusable, en la
que la «ignorancia» puede asumir precisamente sus valores más moder­
nos. Pero en ninguno de los dos planos en los que actúa la noción, en es­
ta especie de balanceo entre la ignorancia principio de la falta y la igno­
rancia excusa de ella, está implicada la categoría de la voluntad.
^
Una am bigüedad de tipo distinto aparece en los compuestos de la
familia boul·, que sirven tam bién para expresar las m odalidades de
lo intencional.” El verbo boúlotttái —que a veces se traduce por «que­
rer»— es en H om ero de empleo menos frecuente que ihvló y cfb vio y
tiene el sentido de «desear, preferir». Sustituye en la prosa ática a cfheló
y designa la inclinación propia del sujeto, su anhelo íntimo, su prefe­
rencia personal, mientras que ethéló se especializa en el sentido de
«consentir en» y se emplea frecuentemente con un objeto contrario a la
inclinación propia del su ido. Tres nombres de acción se derivan de
boúiomai: boúlesis, «deseo», «anhelo»; boúfctna, «intención»; bouÍct
«decisión», «proyecto», «consejo» (en cl sentido de Consejo de los
Ancianos).’4 Vemos que este conjunto se sitúa entre el plano del d e­
seo, de la inclinación espontánea, y cl de la reflexión, del cálculo inte32. fc*. N., 1135 b ysí«.
33. I - G cnita. op. d t., ρ.ίβ. 351; G;tuihtcr yjolif, op. cit., p i p . 192· 194; P. Ch;sn·
i ra id c . Dietion n a ire ctyKtototitfue d e h
grcc.juc, 1, p .íp . 189-190.
34. i: N . 1112a 17.
I.SH C»ZO S D E L A V O L U N T A D L N L A Τ Κ Λ < ;ΐΊ > 1 Α O R J L O A
61
ligente.15 Los verbos houlcúd, boulcúomai tienen una significación más
unívoca: «reunir un consejo», «deliberar». Hemos visto ya que en Aris­
tóteles ta boúicsis es una especie dc deseo; como inclinación o anhelo la
boúicsis es menos que la intención verdadera. Por el contrario, boufcúo
y sus derivados: boúicma, epihoulé, proboulv son más. Señalan la pre­
meditación o> para traducir exactamente el térm ino aristotélico de proaíresis, la decisión previa que supone, como subraya el filósofo, dos ideas
asociadas: por un lado, fa de la deliberación (bouleúowai) por cálculo
(logos) y reflexión (diáttoia); por otro lado, la de anticipación, la de an­
terioridad cronológica.*6 La noción de intencionalidad oscila así entre
la tendencia espontánea del deseo y el cálculo premeditado dc la inteli­
gencia. Entre estos dos polos, que los filósofos distinguen y a veces opo­
nen en sus análisis, el vocabulario permite efectuar una comunicación y
un deslizamiento. Así, en el Cratilo, Platón relaciona boulc con bole, el
lanzamiento. Da como razón que bo ú ku b .ii («desear») significa cphicsthai («tender hacia») y añade: como también boulcúcstbai («delibe·
ran>). P or el contrario, la abotilía («irreflexión») consiste en marrar el
blanco, no alcanzar «lo que se deseaba έβούλετο, aquello sobre lo que
se deliberaba έβουλεΰετο, aquello hacia lo que se tendía έφίετο».17
Así, no sólo el deseo, sino también la deliberación implican un movi­
miento, una tensión, un impulso del alma hacia el objeto. Sucede que,
en el caso de la inclinación (boúlomat) como en el dc la deliberación ra­
zonada (bouleúó), la acción del sujeto no encuentra en este último su
causalidad más autentica. Lo que pone al sujeto en movimiento es siem*
pre un «fin», que orienta como desde fuera su conducta: sea un objeto
lucia el que tiende espontáneamente su deseo, sea aquello que la refle­
xión presenta a su pensamiento como un bien.,s En el prim er caso, la
intención del agente parece ligada y sometida al deseo, en el segundo es
impulsada por el conocimiento intelectual de lo mejor. Pero este balan­
d o entre el movimiento espontáneo del deseo y la visión noética del
bien no aparece allí donde la voluntad podría encontrar su campo pro*
'5 . Ln Aristóteles, la prujírests como decisión deliberada del pensamiento práctí*
» « » set definid* com o intelecto apetitivo, orehikós nous, o hicn como deseo re·
ti. i··. όη·χ:( íÍKinnc!tl¿\, E. N ., I B 9 b 4 - 5 ,c n n d comentario da G au th iery jo lif.
1112a 1517.
42Oc-d.
*-S Aunque A rntótrles ifirin i que el hombre es principio y causa (en el sentido dc
N u u <’íu ¡ente) dc mis acciones, cscrihc también: *KI principio dc nuestras acciones es
* I ím j l ijue dl.is están ordenadas». /: .V , I M0 h 16-17.
62
Μ ΙΓ Ο V T R r lG H D tA K N L A C R H C IA A N T I C U A , I
pío de aplicación y donde c! sujeto se constituye, en y por el querer, en
centro autónomo de decisión, fuente verdadera de sus actos.
Si las cosas son así, ^qué sentido atribuir a las afirmaciones de Aris­
tóteles, según las cuales nuestros actos dependen de nosotros (έφ'η,ίιϊν),
que somos causas responsables de ellos (aífioi), que el hombre es principio
y padre (άρχή καί γεννητής) de sus acciones como de sus hijos?5’ Tales
expresiones señalan desde luego la preocupación de enraizar los actos en
cl fuero interno del sujeto, de presentar al individuo como causa eficien­
te de su acción para que el malvado y el incontinente sean considerados
responsables de sus faltas y no puedan invocar la excusa de una preten­
dida coacción exterior de la que habrían sido víctimas. Sin embargo, las
afirmaciones de Aristóteles deben ser correctamente interpretadas. Es­
cribe en muchas ocasiones que la acción «depende del hombre mismo».
El sentido exacto de esc autos se ilumina si lo relacionamos con la fór­
mula que define a los seres vivos como dotados del poder «de moverse
por si mismos». En este contexto, autos no tiene el sentido de un yo
personal, ni de una facultad espacial de la que dispondría el sujeto para
modificar el juego de las causas que actúan en cl interior de é l Autos se
refiere al individuo humano tomado en su todo, concebido como el con­
junto de las disposiciones que forman su carácter particular, sut?thos. Dis­
cutiendo la teoría socrática que hace de la maldad ignorancia, Aristóteles
observa que los hombres son responsables de su nesciencia; en efecto, es­
ta ignorancia depende de ellos; está en su poder, έπ’αύτοίς, porque son
dueños, k¡ríoi, de ocuparse de ella. Aristóteles rechaza entonces la obje­
ción de que cl vicioso es precisamente, por su estado, incapaz de seme­
jante ocupación. El vicioso, replica, es en si mismo, por su vida relajada,
causa responsable (aítios) de encontrarse en ese estado. «Porque en cada
dominio de la acción, las acciones de determinado género constituyen un
género de hombres correspondientes.»*1El carácter, ¿if:ost propio de ca­
da género de hombre se apoya en una suma de disposiciones (bcxcis) que
se desarrollan por la práctica y se fijan en hábitos.·'·* Una vez formado cJ
carácter, cHujcto actúa conforme a esas disposiciones y no podría obrar
39. Vúasc por ejemplo, Γ:. ¿V., 1115 b 17-19.
40. Véase D .}. All.ui, op. cit„ quien subraya que autos no ucr.e cl sentido de or* yo
racional opuutto a Lis pasiones y <j»ic disponga en este punto tic un poder propio.
•41. £. N., 11Μ λ 7-8.
42. Sobre la corrcspujidcncia tlcl carácter, ttkos, con l.i p3rtc apetitiva d d alma y
sus disposiciones, véase 11. iY. 1103 a 6-10 y 1139 u 34-35.
w
K S U O Z O . S » j : ». A V O J . U N T A D
IS
LA T R A O L D JA Ο Κ ΙΓ Ο Λ
6 3
*lc otro modo. Pero untes, dice Aristóteles, era dueño, Lirios, de obrar de
lorma distinta.4*En este sentido, si la forma cn que cada uno de nosotros
i oncibc la finalidad de su acción depende necesariamente de su carácter,
«ste depende también de cada uno de nosotros, puesto que está consti­
tuido a través de nuestras propia*» acciones. Pero cn ningún momento tra­
ta Aristóteles de fundar sobre un análisis psicológico la capacidad que
{«iseería el sujeto, mientras sus disposiciones no estén fijadas, de decidir*
•e de una forma o de otra y de asumir así la responsabilidad de lo que haj λ más tarde. No vemos por qué el niño, desprovisto de proatresis, tentliía
más poder que eí hombre ya m;«luro para determinarse a sí mismo libreMiente y fijar su propio carácter. Aristóteles no se interroga sobre las fuer/.!·, diversas que entran en la formación de un temperamento individual,
4U5HJUC no ignore ni el papel de la naturaleza ni el de la educación o el de
11legislación. <*Que hayamos sido educados cn la juventud en tal o cual
habito no es de poca importancia; es, por el contrario, soberanamente im*
hutam e, o, mejor dicho, todo reside en eso.»44 Si codo reside en eso, la
Autonomía del sujeto queda borrada ante el peso tic las coacciones soda*
I· · Pero poco le importa a Aristóteles: al ser su propósito esencialmente
mural, le basta con establecer entre el carácter y el individuo, tomado en
ion junto, ese vínculo íntimo y recíproco que funda la responsabilidad
*uii{vtiva del agente. Π1 hombre es «padre» de sus actos cuando encuen*
i'.io «'en él» su principio, a rc b l\ su causa eficiente, w/V/á; pero esta causali*
•I »*l interna no se define más que de forma puramente negativa; siempre
uo pueda asignarse a una acción una fuerza exterior constrictiva es
l*"t que Ij causa se encuentra «en el hombre» que ha actuado «voluntarian» «iic»>. «de grado», y su acto le es entonces impotable con todo derecho.
|-n última instancia, la causalidad del sujeto, o su responsabilidad, no
« t. íiere en Aristóteles a cualquier poder de voluntad. Se apoya en una
«· ululación de lo interno, de lo espontáneo, de lo propiamente autóno..... iv.la confusión de ios diferentes niveles de la acción muestra que
• I individuo, aunque asuma ya su particularidad, aunque cargue con to•1· · ·los ados por él realizados intencionadamente, permanece aún dema»*«.!·. encerrado en las determinaciones de su carácter, demasiado libado
• I ·. deposiciones internas, que ri^en la práctica de los vicios y de las vir»·>.!. , |j.ira lilwjrarse plenamente como centro de decisión personal y afir·'■ u ·i·, en tanto que autos, en su verdadera dimensión de agente.
I» / N . t l M a ) Ky Π ·21,
Π /
, I tu? 1) 24-25; vcASt·
1 1 7 9 1> 31 y si}-.s.
6·1
M I T U V T R A C L D I A I N Ι .Α Ο Κ Γ . Ο Ι Λ A N T I C U A , 1
Lüste largo recorrido por his teorías dc Aristóteles no habrá sido inú­
til si nos permite esclarecer el modelo de la acción propia dc la tragedia,
volviéndolo a situar en una perspectiva histórica más amplia. Forma­
ción del concepto de responsabilidad subjetiva, distinción entre acto
realizado de grado y el cometido a pesar de uno mismo; atención a las
intenciones del agente: éstas son otras tantas innovaciones que los Trá­
gicos no ignoraron y que a través del progreso del derecho afectaron dc
forma profunda a la concepción griega del agente, y modificaron tas rela­
ciones del individuo con sus actos. Cambios, por tanto, desde el hombre
homérico a Aristóteles pasando por los Trágicos, cuya amplitud no po­
dría desconocerse pero que se producen sin embargo en límites tem ­
porales bastante estrechos para que incluso en el filósofo, preocupa­
do por fundamentar la responsabilidad individual sobre las condiciones
puramente internas de la acción, permanezcan inscritos en un marco psi­
cológico en el que la categoría dc la voluntad no tiene cabida.
A tas preguntas generales que A. Rivicr planteaba a propósito del
hombre trágico (¿no hay que admitir, en el caso de los griegos, una vo­
luntad sin elección, una responsabilidad independiente de las intencio­
nes?) no se puede, por tanto, responder con un sí o con un no. Ifn pri­
mer lugar, debido a las transformaciones que ya hemos observado; pero
también, y más profundamente, porque el problema parece que no d e ­
be formularse en esos términos. En Aristóteles la decisión es concebida
como una elección (bairesis), la intención aparece como constitutiva de
la responsabilidad. Sin embargo, ni la elección de la proairesis, ni la in­
tención, incluso deliberada, hacen referencia a un poder íntimo de au­
todecisión en el agente. Dándole la vuelta a la fórmula de Rivicr, podría
decirse que en un griego como Aristóteles encontramos la elección y ja
responsabilidad fundada sobre la intención, pero lo que falta es preci­
samente la voluntad. En los análisis del Esrngirita, se marca, por otra
parte, el contraste entre lo que se ejecuta por coacción y lo que es rea­
lizado dc grado por el sujeto, de lo cual es en ese caso —y sólo en ese
caso— responsable, bien haya sido conducido a la acción espontánea­
mente o se haya decidido a ello tras un proceso de cálculo y reflexión.
Pero ¿cuál es el sentido de esta antinomia que la tragedia debiera al
parecer ignorar, si es cierto — como sostiene Rivicr— que las «deci­
siones», cuyo modelo nos proporciona la obra de Esquilo, aparecen
siempre como la sumisión del héroe a una coacción que )e viene im­
FNB020S Μ . I. Λ V O L I'N T A Ü LN Ι.Α T K A C C IJIA Ο Γ.ΙΓΟ Λ
65
puesta por los dioses? La distinción en Aristóteles dc dos categorías dc
actos no opone un acto forzado ;\ otro libremente querido, sino una
coacción sufrida desde fuera a una determinación que opera desde den­
tro. Y esta determinación interna, aunque diferente de una coerción ex­
terior, no deja de proceder tampoco dc la necesidad. Cuando sigue las
disposiciones de su carácter, dc su ctbos, el sujeto reacciona necesaria­
mente, ex a/tánbes, pero su acto emana perfectamente dc él: lejos dc de­
cidirse bajo el peso de una coacción, se afirma como padre y causa de lo
que hace; también carga con la responsabilidad plena de ello.
El problema consiste entonces en saber si la aiumhe* que constitu­
te el resorte dc la decisión trágica en Esquilo, según ha demostrado A.
Kivier, reviste siempre, como él piensa» la forma de una presión exte·
tjor ejercida por lo divino sobre el hom bre o si puede también presen­
tarse como inmanente al carácter mismo del héroe o aparecer al mismo
i lempo bajo ambos aspectos: la potencia que engendra la acción com ­
porta en la perspectiva trágica dos caras opuestas pero inseparables.
Y en este plano ciertamente habría que tener en cuenta una evolu»ion que, desde Esquilo a Eurípides, tiende a «psicologixar» la tragedia,
»subrayar más los sentimientos personales de los protagonistas. En
I m )u i I o . ha podido escribir Mmc. dc Romilly, la acción trágica «comI'inmcic a fuerzas superiores al hombre; y, ante estas fuerzas, los caracn irs individuales se borran, parecen secundarios. P or el contrario» para
i unpides toda la atención se centra en esos caracteres individuales».111
Estas diferencias de acento merecen ser observadas. Nos parece, sin
• nilurgo, que a lo largo de todo el siglo v la tragedia ática presenta un
«Mídelo característico dc la acción humana que le pertenece en propieI «d v que la define como género literario específico. Mientras la vena
h .hmim permanece viva, ese modelo conserva en lo esencial los mismos
• ··*·»«. En este sentido, la tragedia corresponde a un estado particular
• «Ulmración de las categorías de la acción y del agente. Marca una
• *j |>.» y como un giro en la historia de los enfoques dc la voluntad en el
h.mibiv griego antiguo. Ahora nos dedicaremos a delimitar mejor esc
• ·ι iluto trágico del agente, a distinguir sus implicaciones psicológicas.
I λ empresa se hace más fácil gracias a la publicación reciente, debi·' · i la pluma dc A. Lesley y de R. P. Winnington-Ingram, dc dos estu·*·· · i uvas conclusiones coinciden en muchos aspectos. Lesky ha vucli·· ■i» l% fi sobre su concepción de la doble motivación para precisar su
l‘
l 'i yif/uiiou du p.ubcit^Ui' d'KsehyU' tí liurip.¡J¿·. I\uís,
I% 1 ,
27.
66
M I T O Y T R A G E D IA ΠΝ LA G R IX C A A N T ttJÜ A , I
alcance en lo que concierne ü la decisión y ü la responsabilidad esquilianas.46 Aunque su vocabulario incida plenamente en el ámbito de los
críticas de Rivier cuando habla de libre querer, de voluntad, de libertad
de elección, no por ello muestran menos claramente sus análisis la par­
ce que el dramaturgo asigna en la toma de decisión al héroe trágico mis·
mo. Consideremos, a título de ejemplo, ei caso de Agamenón. Cuando
se decide a sacrificar a su hija Ifigcnia, ello acontece, según Rivier, bajo
cl peso de una doble coacción que se le impone como una necesidad
objetiva: resulta imposible sustraerse a la orden de Ártemis, comunica­
da por cl adivino Calcante; imposible abandonar una alianza guerrera
cuya meta —destruir Troya— es conforme con las exigencias de Zeus
Xénios. La fórmula del verso 218; «Cuando la soga de la necesidad es­
tuvo ajustada a su cuello» resume c ilustra ese estado de completa su·
jección que no dejaría al rey ningún margen de iniciativa y arruinaría al
mismo tiempo las pretensiones de los intérpretes contemporáneos que
buscan móviles de orden personal para explicar su conducta.
Este aspecto de sumisión a poderes superiores está presente de mo­
do irrefutable en la obra. Pero para Lcsky no constituye más que un
plano de la acción dramática. Existe otro, que puede parecer a nuestra
mentalidad moderna incompatible con el prim ero, pero que el texto
impone como una de las dimensiones esenciales de la decisión trágica.
El sacrificio de Ifigenia es necesario debido a una situación que pesa so­
bre el rey como una fatalidad, pero al mismo tiem po esa muerte no es
sólo aceptada, sino también apasionadamente deseada por Agamenón,
que se hace así responsable de ella. Lo que Agamenón está obligado a
ejecutar bajo el yugo de Anattkcas también lo que desea con toda su al­
ma, si a ese precio debe resultar vencedor. El sacrificio exigido por los
dioses reviste, en la decisión humana que ordena su ejecución, la forma
de un crimen monstruoso cuyo precio deberá pagar. «Si ese sacrificio,
esa sangre virginal encadenan los vientos — declara el Atrida— con ar­
dor, con ardor profundo está permitido desearlo.»4*7 Lo que Agamenón
proclama como religiosamente perm itido no es un acto al que se vería
obligado a pesar suyo, sino el deseo intimo que le posee de realizar
cuanto pueda para abrir la ruta a su ejército. Y la repetición de los mis­
mos términos (ópycx περιοργφ ς έτπ,βυμεΐν) insistiendo en la violencia
■46. Λ. Lcsky, «Decisión and Responsibility in the Tragedy o f Acsehylus*. Journal
o f I Id io tic Siudici, 1966, págs. 7R-85.
47. Esquilo, Agflvtenan, 214-217.
E S B O Z O S m . I.A V O L t 'N T A O Γ.Ν T.A T R A G K U I A G H I C G A
67
de esta pasión subraya que el personaje, por razones que le son propias
y que se manifiestan condenables, se precipita por sí mismo a la vía que
los dioses, por oíros motivos, han escogido. En el espíritu del rey, can­
ta el coro, «se produce una mudanza, impura, sacrilega: está dispuesto
a atreverse a todo, su resolución está tomada... Se atreve a convertirse
en el sucrificador de su hija para ayudar a un ejército a recuperar a una
mujer, a abrir el mar a los bajeles»/* O tro pasaje, al que quizá los co­
mentaristas no hayan prestado suficiente atención, confirma a nuestro
parecer esta interpretación del texco. En aquella época, cuenta el coro,
el jefe de la flota aquea, «más que criticar a un adivino, se hacía cóm­
plice del destino caprichoso»/9 El oráculo de Ártemis transmitido por
Calcante no se impone al rey como un imperativo categórico. N o dice:
sacrifica a tu hija, sino solamente: si quieres los vientos, es preciso que
los pagues con la sangre de tu hija. Sometiéndose a él sin cuestionar en
modo alguno {pségein = censurar) su carácter monstruoso, el rey revela
que la vida y el am or de su hija dejan de contar para él desde el mo­
mento en que constituyen el obstáculo a la expedición guerrera cuyo
mando ha tomado. Se nos responderá que Zeus quiere esta guerra, que
los troyanos deben expiar la falta de Paris contra la hospitalidad. Pero
sobre este punto también queda marcada la ambigüedad de los hechos
trágicos, que cambian de valor y de sentido según se pase de uno a otro
de esos dos planos, divino y humano, que la tragedia une y opone a la
vez. Desde el punto de vista de los dioses, esa guerra está, cn efecto,
plenamente justificada. Pero, al hacerse el instrum ento de la Dike de
Zeus, los griegos entran a su vez cn el mundo de la falta y la impiedad.
Us menos el respeto de los dioses que su propia bfbris lo que les guía.
Kn el curso del drama, la destrucción de Troya y la ejecución de Ifige·
nie, como la matanza de la Jicbrc preñada que prefigura a ambas, se
evocan bajo un aspecto doble y contradictorio: es el sacrificio de una
víctima piadosamente ofrecida a ios dioses para satisfacer su venganza,
pero es también, a la inversa, un horrible sacrilegio perpretado por gue­
rreros hambrientos de matanza y de sangre, verdaderas bestias salvajes
—semejantes a dos águilas que han devorado simultáneamente a la tier­
na hembra indefensa y a las crías que llevaba cn su seno— .5d La justicia
48. I h i l , 224-227.
49. IbiJ., 184-187.
5(1. Véase P. Viital-Naquet, ««Caza y sacrificio cn la O rcsiteJj d e Esquilo», páps.
142 y
de este volumen.
68
M ir o v T K A o m iA
γ ν
i.a g k i i c i a
a n t ig u a
, i
de Zeus, cuando se vuelva contra Agamenón, pasará esta vez por Clitemnestra. Y más «illa aun de ios dos protagonistas, el castigo del rey
halla su origen en la maldición que pesa sobre toda la estirpe de los
Atridas desde el festín criminal de Tiestes. Pero exigido por la Erinia
de la raza y querido por Zeus, cl asesinato del rey d e los griegos lo
prepara, decide y ejecuta su esposa por razones que son propiam en­
te suyas y que se inscriben en la línea de su carácter. Por más que evo­
que a Zeus o a la Erinia, es su odio al esposo, su pasión culpable por
Hgisto, su voluntad viril de poder lo que la han decidido a obrar. En
presencia del cadáver de Agamenón trata de justificarse ante los an­
cianos del coro: «Pretendes que es obra mía. No lo creas. No pienses
siquiera que sea yo la esposa de Agamenón. Bajo la forma de esposa
de este cadáver está el antiguo, el violento genio vengador (aíáslór)
de A ireo que ha pagado esta víctim a».'1 Aquí se expresa en toda su
fuerza la antigua concepción religiosa de la falta y del castigo. Clitem nestra, como personaje individual, responsable del crimen que
acaba de cometer, pretende borrarse, desaparecer detrás de un poder
dem oníaco que la sobrepasa. A través de ella en realidad habría que
acusar a la Erinia de la raza, a la áte, e! espíritu de extravío criminal
propio de la estripe d e los Atridas que habría manifestado una vez
más su poder siniestro, la mancilla antigua que habría suscitado por
sí misma esta nueva mácula. Pero es muy significativo que cl coro re­
chace esa interpretación y que lo haga por medio de un vocabulario
jurídico: «¿Q uién vendrá a a t e s t i g u a r que tú eres inocente de este
c rim en ?» .C litem n e stra no es anaitios, no culpable, no responsable.
Y, sin embargo, el coro mantiene sus dudas. Con la evidencia de esta
responsabilidad totalm ente hum ana de criminales como Cliiemnestra o Egisto (que se jacta de haber actuado intencionadam ente, como
instigador del crimen) se mezcla el sentim iento de que fuerzas sobre­
naturales han podido participar en los sucesos. Lejos de criticar al
oráculo, Agamenón se convertía en cómplice del destino: quizá — con­
cede esta vez el coro— el nlástor, el genio vengador, haya sido el «auxi­
liar» de Clitem nestra (sylUptñr). En su decisión trágica colaboran
también los designios de los dioses y los proyectos o las pasiones de
los hombres. Esta «com plicidad» se expresa m ediante el recurso a
términos jurídicos: wetattias, corrcsponsable; xynaitia, responsabili­
51. Esquilo, A&iwctión, 1497-1504.
52. ¡h¡J., 1505-1506.
r s n o z o s 0 1 ; 1-Λ V O L U N T A U ] ¡ \ L A T K A G L Ü lA t i l l l l < i.\
69
dad común; para ¿túi, responsabilidad parcial. ” «Cuando un mortal
• declara Darío en \m s Persas— se emplea a si mismo (autos) en su per­
dición, un dios viene a ayudarle (sy/tJpte/,i/).»u Esta presencia simultá­
nea en el seno dc la decisión de un «uno mismo» y de on más allá divi·
no define, en nuestra opinión, mediante una constante tensión entre
Jos polos opuestos, 1» naturaleza de la acción trágica.
Desde luego, la parte ijue corresponde ai sujeto mismo en su dcci*
*ion no pertenece al orden de la voluntad. Λ. Rivier pretende ironizar
M»|>rc este punto observando que el vocabulario mismo de Esquilo
arrebato; epitbyrne/n, desear) prohíbe hablar dc voluntad persoi* il en Agamenón, salvo que admitamos que los griegos situaron lo vo­
luntario en el plano de los sentimientos y de las pasiones. Sin embargo,
ti'" parece que el texto excluye también la interpretación por coacción
p ira y simple. Para nosotros, modernos, el dilema se formula en estos
i« i minos: o libre voluntad o diversas formas de coacción. Pero si pen­
am os con categorías griegas, diremos que Agamenón, cuando cede al
*i ii bato del deseo, actúa, si no voluntariamente, sí al menos de grado,
•I. M iradamente, bckdn, y que en este sentido aparece comoüitins, causa
0 'ponsable de sus actos. Por lo demás, en el caso de Clitemnestra y de
1 #ι*»το, el dramaturgo no insiste solamente en las pasiones —odio, re·« lUtrniemo, ambición— que han motivado su acto criminal; subraya
•pe el crimen, proyectado desde hace mucho tiempo, ha sido minucio••miente preparado, maquinado en sus menores detalles para que la víciMn.i no pueda escapar.” Al vocabulario afectivo se superpone, pues, un
*■*. .itmlario intelectual de premeditación. Clitemnestra se jacta de no
Ι·Λ·ΐτ actuado irreflexivamente (ούκ άψ ρόντιστος) y dc haber puesto
• o pt.íctica las mentiras y la argucia" para hacer caer en la trampa a su
•
con mayor seguridad. Egisto se jacta a su ve* de haber sido, de·
i u ' de l.i reina, aquel que urdía el crimen en la sombra, el que anudaba
i·■·li*s los hilos de la intriga para que se realizase su tíysboultii, su reso·
I...... .. criminal.’7 El coro, por tanto, no hace más que repetir sus pro*
P·· M ininos cuando le acusa de haber matado al rey deliberadamen-
‘ ' V¿.irise las observaciones dc N. G. L. 1lamroond, «Personal Freedom am! its
i ·■ · <ΐι··ΐι» in {lie OrcMci.1»! }nurtu¡ o f the Ucilcuic Studies. 1965, pift. 53.
• I I -ujuilu, /.οι /Vrt.M, 742.
■»* I --luiin, Af'Jwt'KÚtt, 1372 y sip .
/·*■;./. Π 7 7 :ν,u se 140L
I
\tXfh
70
M I l O Y T K A O t l J I A Γ Ν 1.Λ ( i K U I J A A N T I C U A . J
te, hekfm , y iras haber premeditado {bouieúsai, verso 1.61*1; vhoúícusas,
versos 1627 y 1634) el crimen. Pero se trate ya de impulso y de deseo,
como en Agamenón, ya de reflexión y de premeditación, como cn Clitemnestra y Hj’isto, la ambigüedad de la decisión trágica sigue siendo la
misma. En ambos casos, ia resolución tomada por el héroe emana de él,
responde a su carácter personal; en ambos casos manifiesta también en
el seno de la vida humana la intervención de potencias sobrenaturales.
Apenas ha recordado el coro la mudanza impía que proporciona al rey
de los griegos la osadía de inmolar a su hija cuando, inmediatamente,
invoca como fuente de la desventura tic los hombres «la funesta d e ­
mencia que insufla la audacia a los mortales».” Como observa Rivier,
este acceso de demencia, parakopá, que nubla el espíritu del rey se sitúa
en la misma vertiente divina de la decisión que la átJt el extravío, la po­
tencia religiosa enviada por los dioses para perder a los mortales. Por lo
demás, los dioses no están menos presentes en la fría resolución de Clitemnestra, cn la premeditación lúcida de ligisco que en el impulso apa­
sionado de Agamenón. En el momento mismo en que la reina se vana­
gloria de la hermosa obra que ha realizado por «su propia mano»,
atribuye su paternidad a Dike, a la Erinia, y a Áte, de las que no habría
sido más que el instrumento.” Y el coro, cargando sobre ellas total­
mente la responsabilidad directa del crimen y abrumándola con su des*
precio y su odio/* reconoce en la muerte del rey una manifestación de
la Áte, la obra de Dike, la acción de un dairnón que, para abatir a la des*
cendencia maldita de 1 úntalo, se sirvió de dos mujeres (Helena y Clitemnestra), de alma (psyebú) igualmente maléfica.4,1 Egisto, por su par­
te, se atribuye a la vez el mérito de una intriga cuyos hilos ha anudado
él mismo y da las gracias a las Erinias por haber trenzado la red en la
que Agamenón ha quedado prendido/-’ Llorando sobre el cadáver de
su rey, en presencia de Clítemnestra y antes de la entrada cn escena de
su cómplice, el coro reconoce en la desgracia que se ha abatido sobre el
Arrida Ja gran ley de la justicia instituida por Zeus: a) culpable, su casti­
go. Agamenón, llegada la hora, debía pagar el precio de la sangre in­
fantil derramada. Nada, concluía el coro, es realizado por los hombres
58.
59.
60.
61.
62.
IbiJ., 222-22}.
lb iü .,U H .
IbiJ., 1424-1430.
IbiJ,. 1468 y m’s*·
IbiJ.. i5S 0y 1609.
irsB o zu !» m :
la v o u in t a u
γ..ν
l a t r a i ; i:d i a
cu ir.O A
71
que no sea obra tic Zeus.** Pero cuntido Egisto aparece y habla, la úni­
ca d i k e que invoca el coro es aquella que cl pueblo cree que debe pagar:
lapidar al criminal cuya fechoría ha revelado su verdadero carácter de
cobarde seductor, de ambicioso sin escrúpulos, de cínico arrogante.61
tithos, el carácter, daiwont el poder divino, tales son, pues, los dos
ordenes de realidad en los que se fundamenta, en Esquilo, Ια decisión
trágica. Al situarse el origen de la acción a Ια vez en el hom bre y fuera
de él, cl mismo personaje aparece unas veces como agente, causa y
fuente de sus actos, y otras como impulsado, inmerso en una fuerza que
le sobrepasa y arrastra. Causalidad humana y causalidad divina: aun­
que se mezclen de esia forma en la obra trágica, no por ello se confun­
den. Los dos pianos son distintos; en algunas ocasiones, opuestos. Pero
incluso cuando el contraste aparece más deliberadam ente subrayado
l»or el poeta, no se trata de dos categorías excluyenres, entre las que
pudrían distribuirse sus actos, según el grado de iniciativa del perso­
nóle, sino de dos aspectos, contrarios e indisoctables, que presentan,
*ii (tinción de la perspectiva que se adopte, las mismas acciones. Las
«►bservaciones de R. P. W innington-lngram relativas al Edipo de Sófo• 1·λ tienen sobre este punto valor de demostración.'* Cuando Edipo
nula a su padre y se casa con su madre sin saberlo y sin quererlo, es ju*
«m re de un destino que los dioses le han impuesto desde antes de su
μ h imíeruo. «¿Q ue hombre —se pregunta el soberano de Tebas— podn.i ser más odiado que yo por la divinidad (ccblbrodaímón)? ¿No ha*
l«Utú con lenguaje exacto al juzgar que mis desgracias provienen de un
cruel?.»'" El coro le hace eco algo más adelante: «Con tu desti«m» Uhinton) como ejemplo, si, con tu destino, desventurado Edipo, no
feliz ninguna vida de los humanos»/·5 Expresado por la palabra
Jan*#»»!, el destino de Edipo reviste 1a forma de un poder sobrenatural
unido a su persona y que dirige toda su vida. Por eso el coro podrá ex*Ι.ιιιμπ «Te ha descubierto a tu pesar (á k o n la ) el Tiempo que ve todas
l«» i «i>as».í1 A esta adversidad sufrida, á k ñ n , parece oponerse radical*
V id .,
i I l h . L 1M 5-I6I6.
• *> K. fc VttnninjiinJi-Infcratn, «Traced)· ¡md G reek Archaic Thought». C/jsh cj I
I *· - j .. ·!.> tH Influente, Essays presented 1 0 11· F). 1:. Kino, Londres, ] 9ó5. pjjjs. 31 *50.
*λ
S r - tix le s , l í i i i f o R e y , H 16 y 8 2 8 -8 2 9 .
72
M ir o v T R A c r n i A t .s
ι.λ c r c c í a
a
\ t i c ; l »a . i
mente la nueva desgracia que Edipo se impone a sí mismo de forma d e­
liberada cuando se revienta los ojos. El servidor, que lo anuncia al pú­
blico, lo presenta como un mal cometido en esta ocasión deliberada­
mente, y no sufrido a su pesar (κακά έκνόντα κ ούκ ακοντα), y añade
que los sufrimientos más dolorosos son aquellos escogidos por uno mis­
mo (autb<tirvio0.4''>La oposición áL'ó¡t~hekdu, subrayada dos veces en c!
texto y reforzada por el contraste paralelo entre lo causado p o r un
dúw:d» y lo personalmente escogido, parece lo más estricta y rigurosa
posible, listaríamos tentados a creer que tal oposición traza en la textu­
ra de! drama una línea de nítida separación entre lo que impone a Edi­
po la fatalidad del oráculo y lo que procede de su decisión personal. Por
un lado, las pruebas antiguas anunciadas de antemano por Apolo: causa­
lidad divina; por otro, la mutilación que el héroe se inflige a sí mismo:
causalidad humana. Pero cuando se abren las puertas del palacio y el
rey avanza en escena, cíe#o y sangrante, las primeras palabras del coro
bastan para borrar de golpe esta aparente dicotomía: «Oh sufrimiento
espantoso (deinoupúthos)... ¿Qué extravío Ounuia) ha caído sobre ti...,
qué dainxm ha colmado tu destino, que era ya la obra de un mal daitnon
(áysdiiimoni moirai)¡>».;:>Edipo no representa ya el papel de agente res­
ponsable de su desgracia, sino de víctima que sufre la pasión que le es
impuesta. El héroe no expresa sobre sí mismo un juicio diferente: «¡Oh
dain¡ón, hasta dónde lias saltado!».71 Los dos aspectos contrarios del ac­
to que realiza al cegarse se hallan en las mismas frases, suyas y del coro,
com pletamente unidos y opuestos. Al coro que le pregunta: «¿Q ué
cosa terrible lias hecho (drásas)
qué d¿jín:dn te ha empujado?»,7*
responde: «Es Apolo el autor (telón) de mis sufrimientos atroces (kaka
pátbea), pero nadie me lia herido con su propia mano {autóebeir), sino
yo mismo (ego tlávidn), desventurado».7*Causalidad divina e iniciativa
humana que se oponían hace un instante con tanta nitidez en aparicncia.se encuentran ahora unidas y, por un jueyo sutil de lenguaje, se ope­
ra el deslizamiento, en el seno mismo de la decisión «escogida» por Edi­
po, entredi aspecto de acción (drásas, autóchcir) y el de pasión (pátbea).
6 9 . I b i l . J 2 3 0 y J231
70. l h ± %1297-1302.
71.
lítl.
72. íbtJ., I >27-1328.
73. íb¡J , 1)29-1 Ji2 .
ts b o zo s m : la
v o l u n t a d i:n l a
τ γ .λ < « ι:ι> γ λ c í k i i . c λ
¿Cuál es la significación para una historia psicológica de la volum.ul
dc esta tensión constantemente mantenida por los Trágicos entre lo ;k
tuado y lo sufrido, lo intencional y lo forzado, la espontaneidad intern,i
del héroe y el destino fijado de antemano por los dioses? ¿Por qué esos
aspectos de ambigüedad pertenecen precisamente al género literario
que, por primera vez en O ccidente, trata de dibujar al hom bre en su
condición de agente? Situado en la encrucijada de una elección decisl·
va, frente a una opción que ordena todo el desarrollo del drama, el hé­
roe trágico se perfila como com prom etido en la acción y enfrentado a
las consecuencias de sus actos. En otros estudios hemos subrayado ya
que el nacimiento, el cénit y el declive del género trágico —que se pro­
ducen en el espacio de menos de un siglo— marcan un momento histó­
rico, muy estrictamente localizado en el tiempo, un período de crisis
donde cambios y rupturas, pero también continuidades, están lo sufi­
cientemente mezcladas como para que se establezca una confrontación
a veces dolorosa entro las antiguas formas del pensamiento religioso,
siempre vivas en las tradiciones leyendarias, y las concepciones nuevas
ligadas al desarrollo del derecho y de las prácticas políticas.74 liste do­
líate entre el pasado del mito y el presente de la ciudad se expresa es­
pecialmente en la tragedia por un cuesúonamiemo del hom bre en tanlu que agente, por una interrogación inquieta sobre las relaciones que
mantiene con sus propios actos. ¿En qué medida el protagonismo del
drama, ejemplar tanto por sus hazañas como por sus pruebas, dotado
■h* un temperamento «heroico» que le compromete enteramente en lo
que emprende, en qué medida es verdaderamente la fuente de sus ac*
*iones? Incluso cuando se le ve en la escena deliberar sobre opciones
\\w sv le ofrecen, sopesar los pros y los contras, tom ar la iniciativa de
I·» que hace, actuaren la línea de su carácter para hundirse siempre más
v in.is en la vía que ha escogido, soportar las consecuencias y asumir la
i· «ponsabilidad de sus decisiones, ¿no tienen sus actos su fundamento
\ mi origen en algo distinto a sí mismo? ¿No permanece desconocido
ΐ'4't.t el final su verdadero alcance, puesto que depende menos de sus
.....nciones o de sus proyectos que del orden general del mundo, presid»»Ui por los dioses, el Cínico que puede conferir a las empresas huma·
•m m i significación auténtica? Sólo al final del drama se aclara todo
\ Vcjso más ¿inil'.j, p,íj;\. 17-4
74
M I T O V T R A G E D I A EN* l . \ « R K C t A A N T I G U A . I
para cl agente. ΛΙ sufrir lo que creía Haber decidido por sí mismo, com­
prende el sentido red de lo que se ha realizado sin que él lo quiera o lo
sepa. El agente no es, en su dimensión humana, causa y razón suficien­
te de sus actos; es, por el contrario, su acción la que, volviendo sobre él
según lo que los dioses hayan dispuesto soberanamente, le descubre a
sus ojos y le revela la verdadera naturaleza de lo que es, de lo que hace.
Así, Edipo, .sin haber cometido nada intencionadamente que le sea per­
sonalmente im putable desde el punto de vista del derecho, se encuen­
tra a sí mismo —al final de la investigación que, debido a su pasión por
la justicia, realiza para salvación de la ciudad— como criminal, fuera
de la ley, cargado por los dioses de la más horrible mácula. Pero el peso
mismo de esta falta que debe asumir sin haberla cometido intenciona­
damente, la dureza de un castigo que soporta con alma ecuánime sin
haberlo merecido lo elevan por encima de la condición humana, al mis­
mo tiempo que le apartan de la sociedad de los hombres. Religiosa­
mente calificada por el exceso, por la gratuidad de su desgracia, su
muerte adquirirá el valor de apoteosis y su tumba asegurará la salvación
α aquellos que acepten darle asilo. Y, a la inversa, al término de la trilo­
gía de Esquilo, Orestes, culpable de un crimen monstruoso, el asesina*
to deliberado de su madre, se ve absuelto por el prim er tribunal huma­
no instituido en Atenas por falta de intención delictiva por su parte.
Puesto que ha tratado, sin conseguirlo, de sustraerse a la orden im­
periosa de Apolo, su acto —según dicen sus defensores— debe ser co­
locado en la categoría de ¿¡¡Latos phonos, del crimen justificado. Sin
embargo, subsiste todavía la ambigüedad: se abre camino la vacilación.
El juicio humano queda de hecho indeciso. La absolución sólo se o b ­
tiene mediante un artificio de procedimiento, después de que Atenea
restablezca con su voto la igualdad de opiniones a favor y en contra de
Orestes. El joven queda absuelto legalmente, por tanto, gracias a Ate­
nea, es decir, gracias al tribunal de Atenas, sin ser plenamente inocente
desde el punto de vista de la moral humana.
La culpabilidad trágica se constituye así en una constante confron­
tación entre la antigua concepción religiosa de la falta, mácula unida a
toda una raza, que se transmite inexorablemente de generación en gene­
ración bajo forma de un áít\ de una demencia enviada por los dioses, y la
concepción nueva, puesta en práctica en el derecho, donde el culpable
se define como un individuo particular que, sin ser forzado a ello, ha
elegido deliberadamente cometer un delito. Para un esp/ritu moderno
estas dos concepciones parecen excluirse radicalmente. Pero la trage*
r .s u o / .o s n r .
i .a v o l u n t a d γ .ν l a τ κ λ
« ι · ι >ι λ «
r u x
.a
75
dia, ill oponerlas, las reúne en equilibrios diversos de los que nunca
v
tá enteramente ausente la tensión: ninguno de los términos dt^esui an-^ χ
tinomta desaparece por entero. Jugando en un doble plano, decision y
responsabilidad adquieren en la tragedia un carácter ambiguo, enigmá­
tico: se presentan como cuestiones que aparecen abiertas constante­
mente, dado que no comportan una respuesta fija y unívoca.
También el agente tráfico aparece dividido entre dos direcciones
contrarias: unas veces aitios, causa responsable de sus actos en tanto
que expresan su carácter de hombre; otras, simple juguete entre las ma­
nos de los dioses, víctima de un destino que puede ligarse a él como un
J.iíwofi. La acción trágica supone, en efecto, que ya se ha constituido la
noción de naturaleza humana con sus rasgos propios y que de esta for­
ma los planas humano y divino son lo bastante distintos para oponerse;
pero para que exista lo trágico es preciso también que estos dos planos
no dejen de aparecer como inseparables. La tragedia, al presentar al
hombre comprometido en la acción, atestigua los progresos que se ope­
ran en la elaboración psicológica del agente, pero también lo que esta
categoría comporta todavía en el contexto griego de limitado, de inde­
ciso, de vago. l£l agente no está ya incluido, inmerso en la acción. Pero
aún no es verdaderamente, por sí mismo, el centro y Ja causa producto·
u . Porque su acción se inscribe en un orden temporal sobre el que no
licite poder y que sufre pasivamente; sus actos se le escapan, le sobre­
pasan. Para los griegos, como es sabido, cuando el artista y el artesano
producen una obra por su p o te sis, «acción», no son verdaderamente sus
«tutores. N o crean nada. Su papel es sólo encarnar en la materia una forpreexistente, independiente y superior a su tccbnc, «técnica». La
obra posee más perfección que el obrero: el hom bre es más pequeño
que su tarea.71 De igual forma, en su actividad práctica, su praxis, el
hombre no es a la medida de lo que hace.
ün la Atenas del siglo v, el individuo se ha afirmado, en su particu­
laridad, como sujeto de derecho; la intención del agente se reconoce ya
*orno un elemento fundamental de la responsabilidad; por su partici­
pación en una vida política donde se toman las decisiones — al término
de un debate abierto, de carácter positivo y profano— , cada ciudadano
i oinienza a tom ar conciencia de sí como agente responsable de la con·
75. Véase J. P, Vcrnant. \ i y i h c e i p c n s v e c h c z ¡ a C r e a , Paris. M aspero, 1971, H,
6) Orad. c.ist.: M ito y pcniJ»:icnto e n b G r c c u a n tip u , Harcclona. Ariel. 1993).
76
.M ITO Y T R A C iK b l A I.N Ι.Λ « K K C I A A N T I C U A . I
ducción de los asuntos, más o menos dueño de orientar por su gr.tjtai},
su juicio, y po r su phrónesis, su inteligencia, el curso incierto de los
acontecimientos. Pero ni el individuo ni su vida interior han adquirido
suficiente consistencia y autonomía como para constituir al sujeto en
centro de decisión del que amanarían sus actos. Separado de sus raíces
familiares, cívicas, religiosas, el individuo no es ya nada: no se reen­
cuentra solo, cesa de existir. La idea de la intención permanece, como
hemos visto, hasta en el derecho, vaga y equívoco.7'· La decisión no pone
en juego, en el sujeto, un poder de autodeterminación que le pertene­
cería propiamente. La influencia de los individuos y de los grupos so­
bre el porvenir es tan restringida, la disposición prospectiva del futuro
permanece tan extraña a la categoría griega de la acción que la actividad
práctica aparece tanto más perfecta cuanto menos comprometida está
en el tiempo, cuanto menos tiende hacia un objetivo que proyecta y
prepara d e antemano: el ideal de la acción es abolir toda distancia tcm·
poral entre el agente y su acto, hacerlos coincidir enteramente en un
puro p resente/7 Obrar, para los griegos de la edad clasica, no es tanto
organizar y dom inar el tiem po como excluirse de él, superarlo. Arras­
trada en el flujo de ia vida humana, la acción se revela, sin la ayuda de
los dioses, ilusoria, vana c impotente. Le falta poseer esa fuerza de rea­
lización, esa eficacia cuyo privilegio tiene únicamente la divinidad. La
tragedia expresa esa debilidad de la acción, esa indigencia interior del
agente, al hacer que aparezcan los dioses, detrás de los hombres, lle­
vando cada cosa a su térm ino desde el principio al final del drama. £1
héroe, incluso cuando se decide electivamente, hace casi siem pre lo
contrarío de lo que crcc realizar.
La evolución misma de la tragedia atestigua la relativa inconsisten­
cia, la falta de organización interna de la categoría griega del agente. En
los dramas de Eurípides, el trasfondo divino se ha difuminado o, en
cualquier caso, se ha alejado de las peripecias humanas. En el último de
los grandes trágicos la iluminación apunta preferentemente a los carac-
76. Incluso en el derecho conserva un lugar la nociónreligiosa de la mácula. bas­
ic jrcord.tr que una de b s funciones del Prytaneítm era ju7£jir los asesinatos cometidos
p a r objetos in.mim.idoso por animales.
77. V íase sobre este punto V. G oldschmidt, Le System? sfoictcn el i'U tr d c tcwps.
Ρλπ$, I960, especialmente
15*1 y sij:s. Sobre el tiempo tráfico, véasej. d e Romilly,
Tti'ji' itt Greek Tr.ts,eJy\ Nueva York. l% 8 . Sobre el aspecto efectivo y emocional del
lirm poenripídeo. vé.msc en particuJjr |.i<¡ pij:s. 150y MI .
E S B O Z O !» D i: I.A V O L U N T A D U N L A T R A C E R I A C IíU '.O A
77
teres individuales de los protagonistas y a sus relaciones mutuas. Pero,
entregado de esta forma a sí mismo, liberado en amplia medida de lo
sobrenatural, devuelto a su dimensión de hombre, el agente no aparece
por ello esbozado con más vigor. Al contrarío, en lugar de traducir la
acción, como lo hacía en Esquilo y en Sófocles, la tragedia se mueve con
Eurípides hacia la expresión de lo patético: «Al separarse de la signift·
cación divina —observa Mine, de Romilly— , el hombre se separa del
acto: se vuelve hacia el sufrimiento, hacia los engaños de la vida huma·
na».7* Separada de! orden general del mundo gobernado por los dioses,
la vida humana aparece, en la obra de Eurípides, tan fluctuantc y tan
confusa «que ya no deja sitio a una acción responsable».
78. J. de Uomtlly, op. a t., p ig . 131.
79. L. A. P o st. Fram H tim v r/o ,\frK j/iJrr, l'o rrrt tu C w ( ' Porttc
< l**.\ic.il I.carnes, IV51, pij». 154; c iu d u c n j . de Rnmilly. af> at.* ρ,ί<· Π 0.
, S.illlcr
Capítulo 4
«Edipo» sin complejo
Ln 1900, Frcud publica Die Trauindentung [La interpretación de ios
uu'ños]. Escn esa obra donde por primera voz evoca h leyenda griega de
! dipo.* Su experiencia de médico le llevó a ver cn el amor del hijo por
nm> de sus padres, y en su odio por ei otro, el nudo de las impulsiones
|>*tqwcas que determinarán la aparición ulterior de las neurosis. El atraem o y la hostilidad infantiles respecto a ia madre y al padre se manifies*
tan, por otra parte, también tanto en !as personas normales como en los
nrurópatas, pero con una intensidad menor. Este descubrimiento, cuyo
álu n cele parece general, encuentra su confirmación, según Frcud, en un
ñuto llegado hasta nosotros desde el fondo de la antigüedad clásica: el
mil o de Edipo, del que Sófocles obtuvo el tema para su tragedia titulada
f hJipous Tyran nos, Edipo Rey cn la traducción castellana usual.
Pero una obra literaria que pertenece a la cultura de la Atenas del
tigl» v a. de C. y que transpone cn sí misma de forma muy líbre una le­
yenda tebana m ucho más antigua, anterior a! régimen de la ciudad,
^{Hiede confirmar cn algo las observaciones de un médico de princidel siglo xx sobre los pacientes que frecuentan su consulta? Desde
*
E¿tc icxto fue publicado en R a t soa présente, 4.1967, pip s. 3-20.
BO
m it o y
TKAorntA
ι:κ l a
griícia a n t k íc a
.
i
!u perspectiva de Freud, la pre¿;unta no exige respuesta porque ni si­
quiera debe plantearse. En efecto, Ja interpretación del mito y del d ra­
ma griego no parece constituir a sus ojos problema de ningún tipo. No
tienen que ser descifrados por métodos de análisis apropiados. Legibles
inmediatamente, completamente transparentes para el espíritu del psi­
quiatra, ofrecen de entrada una significación cuya evidencia aporta a las
teorías psicológicas del clínico una garantía de validez universal. Pero
¿dónde se sitúa ese «sentido» que se revelaría tan directamente a Freud
y, tras él, a todos los psicoanalistas, como sí, nuevos Tiresias, les hubie­
ra sido otorgado el don de profecía para alcanzar, más allá de las formas
de expresión mítica o literarias, una verdad invisible al profano? Este
sentido no es el que buscan el helenista y el historiador, un sentido pre­
sente en la obra, inscrito en sus estructuras, que debemos reconstruir
laboriosamente por un estudio de todos los planos del mensaje que
constituye un relato legendario o una ficción trágica.
Ese sentido aparece en las reacciones inmediatas del público, en la
emoción movilizada en él por el espectáculo. Λ este respecto Freud no
puede ser más claro: es el éxito constante y universal de la tragedia de
Edípo lo que prueba la existencia asimismo universal, en ia psique infan­
til, de una constelación de tendencias semejantes a la que lleva a! héroe a
su perdición. Si Edipo Rey nos conmueve tanta como perturbaba a los
ciudadanos de Atenas no es, como se creía hasta entonces, porque encar­
ne una tragedia fatalista, que opone la omnipotencia divina a la pobre vo­
luntad de los hombres, sino porque el destino de Edipo es, en cierta for­
ma, el nuestro, porque llevamos en nosotros la misma maldición que el
oráculo pronunció contra él. Al matar a su padre, al casarse con su m a­
dre, realiza el deseo de nuestra infancia que nosotros nos esforzamos por
olvidar. La tragedia es, por tanto, comparable en todo punto a un psico­
análisis: al levantar el velo que disimula en Edipo su rostro de parricida,
de incestuoso, nos revela a nosotros mismos; la tragedia utiliza como ma­
terial los sueños que cada uno de nosotros ha tenido; su sentido se hace
visible resplandecientemente en el espanto y la culpabilidad que nos in­
vaden cuando, a través de la inexorable progresión del drama, nuestros
antiguos deseos de muerte del padre, de unión con la madre, ascienden
hasta nuestra conciencia que fingía no haberlos experimentado nunca.
Esta demostración tiene todo el aparente rigor de un razonamiento
fundado en un círculo vicioso. ¿Cómo procede? Una teoría elaborada a
« n > U * O w S IN C O M P f.K JO
81
partir de casos clínicos y de sueños contemporáneos encuentra su «con­
firmación» en un texto dramático de otra época. Pero este texto sólo es
susceptible de aportar esa confirmación cuando se interpreta por refe­
rencia al universo onírico de los espectadores actuales, al menos tal como
lo concibe la teoría en cuestión. Para que ese círculo no fuera vicioso, h a­
bría sido preciso que la hipótesis freudiana. en lugar de presentarse en
el punto de partida como una interpretación evidente y que se impone
por sí misma, apareciese al término de un minucioso trabajo de análisis
como una exigencia impuesta por la obra misma o una condición de in­
teligibilidad de su ordenación dramática como el instrumento de un to­
tal desciframiento del texto.
Captamos aquí, en vivo, la diferencia de método y de orientación en­
tre la perspectiva freudianu, por un lado, y la psicología histórica, por
otro. Frcud parte de una vivencia íntima, la del público, no situada his­
tóricamente; el sentido atribuido a esa vivencia es proyectado luego so­
bre la obra independientemente de su contexto sociocultural. La psico­
logía histórica procede de forma inversa, 'loma su punto de partida de la
obra tal como aparece, en la forma que le es propia; la estudia según to­
das las dimensiones que comporta un análisis apropiado a este tipo par­
ticular de creación. Si se trata de un texto trafico, como Edipo Rey, el
.m.ilisis lingüístico, temático, dramático, desemboca en cada plano del es­
tudio sobre un problema más vasto: el del contexto — histórico, social,
menial— que confiere al texto todo su peso de significación. Por rete·
leticia a este contexto general se esboza, en efecto, la problemática tráliKvi de los griegos y solamente en el marco de esta problemática (que sul«mc un campo ideológico definido, modos de pensamiento, formas de
*<nvibilidad colectiva, un tipo particular de experiencia humana ligados
a i k t u > estado de sociedad) se establece l a comunicación entre el autor
\ m i público del siglo V: teniendo en cuenta este contexto y este marco es
«unto se liberan para el intérprete de hoy todos los valores significantes
\ lt»s rasgos pertinentes del texto. Una vez acabado este trabajo de dcs• iMamiento del sentido, estamos en condiciones de enfocar los conteníΛ μ psicológicos, las reacciones de los espectadores atenienses ante el
•li.im.i, de definir en ellos el «efecto trágico». Al término del estudio, por
i MiiMjruienie, es cuando se podrá reconstruir esa vivencia íntima que, en
ή ptcMinsa transparencia significativa, constituía en Fretid el punto de
j mi rnl.i y a la ve /, la clave del desciframiento.
82
M i l C> y T R A C K O IA ΓΝ ' J .A G l i n C lA A N T I G C A , I
El material de h iragedia ya no es entonces el sueño, planteado co­
mo una realidad humana extraña a la historia, sino el pensamiento so­
cial propio de la ciudad del siglo V, con las tensiones y contradicciones
que nacen en ella cuando surge el derecho y las instituciones de la vida
política cuestionan, en el plano religioso y moral, los antiguos valores
tradicionales. De esos mismos valores exaltados por la leyenda heroica
extrae la tragedia sus temas y sus personajes, no ya para glorificarlos,
como lo hacía aún la poesía lírica, sino para cuestionarlos públicamen­
te cn nombre del nuevo ideal cívico ame aquella especie de asamblea o
tribunal populares que constituía un teatro griego. Estos conflictos in­
ternos del pensamiento social son los que expresa la tragedia, transpo­
niéndolos a las exigencias de un género literario nuevo, con sus reglas y
su problemática propias, ül brusco surgimiento del género trágico a fi­
nales del siglo vi, en el momento mismo en el que el derecho comienza
a elaborar la noción d e responsabilidad, diferenciando de forma toda­
vía torpe y vacilante el crimen «voluntario» del «excusable», marca una
etapa im portante en la historia del hom bre interior: en el marco de la
ciudad, el hom bre comienza a experimentarse a sí mismo cn cuanto
agente, más o menos autónom o en relación con los poderes religiosos
que dominan el universo, más o menos dueño de sus actos, con más o
menos influencia sobre su destino político y personal. Esta experiencia,
todavía fluctuante c insegura, de lo que será cn la historia psicológica
de Occidente la categoría de la voluntad, se expresa cn la tragedia bajo
la forma de una interrogación angustiosa que concierne a las relaciones
del hom bre con sus actos: ¿cn qué medida es realmente el hom bre la
fuente de sus acciones? Incluso cuando parece tom ar la iniciativa y car*
gar con la responsabilidad, ¿no tienen su verdadero origen cn algo dis­
tinto a él? ¿No sigue siendo su significado en gran parte opaco para el
mismo que los comete, de tal forma que no es el agente el que explica
el acto, sino más bien el acto e! que, revelando de golpe su sentido autén­
tico, se vuelve sobre el agente, esclarece su naturaleza, descubre lo que
es y lo que realmente ha realizado sin saberlo? Esta íntima relación en­
tre un contexto social, en el que los conflictos de valor aparecen insoiublcs, y una práctica humana, convertida enteramente en «problem á­
tica» al no poderse situar exactamente en el orden religioso del mundo,
explica que la tragedia sea un momento histórico localizado de forma
muy precisa cn el espacio y cn el tiempo. Se la ve nacer, desarrollarse
« W > lV O » S I N C O M V I.V JO
8 3
y luego desaparecer en Atenas en el espacio de un siglo. Cuando Aris·
tételes escribe la Poética, en el público y en los autores de teatro el re­
sorte trágico esta ya roto. Ya no se siente la necesidad de un debate con
el pasado «heroico», de una confrontación entre lo anticuo y lo nuevo.
Aristóteles, que elabora una teoría racional de la acción esforzándose
por distinguir nvÁs claramente los grados de compromiso del agente con
sus actos, no sabe ya lo que son la conciencia ni c) hombre trágicos: per­
tenecen a una época para él ya remota.
Bajo la perspectiva de Freud, este carácter histórico de la tragedia
resulta totalmente incomprensible. Si la tragedia obtiene sus materiales
de un tipo de sueño con valor universal, si el efecto trágico tiende a la
movilización de un complejo afectivo que cada uno de nosotros porta
en sí, ¿por que nació lu tragedia en el mundo griego en el paso del siglo
Vi al v? ¿Por qué las demás civilizaciones la han ignorado completa­
mente? ¿Por que, en la misma Grecia, la vena trágica se secó tan rápi­
damente para desvanecerse ante una reflexión filosófica que hizo desa­
parecer, dando cuenta de ellas, estas contradicciones sobre las que 1a
tragedia construía su universo dramático?
Pero llevemos más allá el análisis critico. Para Freud, el efecto trá­
gico está vinculado a la naturaleza particular del material utilizado por
Sóiocles en el Edipo Rey, es decir, en ultima instancia a los sueños de
unión con la madre, de asesinato del padre que, según escribe, propon
d onan la clave de la tragedia: «La leyenda de Edipo es la reacción de
nuestra imaginación contra esos dos sueños típicos y, como esos sueños
van acompañados en el adulto de sentimientos de repulsión, es preciso
que la leyenda com porte el espanto y la autopunición en su contenido
mismo». Podríam os apostillar críticam ente este es preciso y observar,
f n i r ejemplo, que en las versiones primitivas del mito no hay, en su con­
tenido legendario, la m enor huella de autopunición, puesto que Edipo
muere pacíficamente instalado en el trono de Tebas, sin haberse saca·
do los ojos para nada. Es precisamente Sófocles quien, por las necesi­
dades del género, da al mito su versión propiamente trágica, la única que
I reud, que no es mitólogo, ha podido conocer; la única, por consiguien­
te, que nosotros discutiremos aquí. Para dem ostrar su tesis, Freud esi tjbe que, cuando alguien ha querido producir un efecto trágico en un
dr¿ma sobre el destino análogo a Edipo Rey, pero utilizando un mate­
rial distinto a los sueños edípicos, el fracaso ha sido total. Y cita como
84
M I T O V T K A O L D l A KN Ι.Λ C R I X I A A N T I C U A . 1
ejemplo malos dramas modernos. Nos quedamos estupefactos. ¿Cómo
puede olvidar Frcud que existen otras muchas tragedias distintas a lid i·
po Rey y que, entre las que nos han sido conservadas, de Esquilo, Sófo­
cles y Eurípides, casi ninguna de citas tiene nada que ver con los sueños
edípicos? ¿Hay que decir que son piezas detestables, que no com por­
tan efecto tráfico? Si los antiguos las admiraban, sí el público moderno
queda turbado ante algunas como ante Edipo Rey, no es porque (a tra­
gedia se halle vinculada a un tipo particular de sueño o porque el efec­
to trágico resida en un material determinado, incluso onírico, sino por
el modo de dar forma a ese material para representar el sentimiento de
las contradicciones que desgarran el mundo divino, el universo social y
político, el dominio de los valores, y hacer aparecer así al hombre mismo
como un íbáumat un deinón, una especie de monstruo incomprensible
y desconcertante, a la vez agente y paciente, culpable c inocente, dueño
de toda la naturaleza con su espíritu industrioso e incapaz de gober­
narse, lucido y cegado por un delirio enviado por los dioses. Contraria­
mente a la epopeya y a la poesía lírica, en las que jamás el hombre apare­
ce como agente, la tragedia sitúa de entrada al individuo en la encrucijada
de la acción, frente a una decisión que le compromete por entero; pero
esta ineluctable elección se opera en un mundo de fuerzas oscuras y am­
biguas, un mundo dividido donde «una justicia lucha contra otra justi­
cia», un dios contra otro dios, donde el derecho jamás está fijado, sino
que se desplaza en el curso mismo de la acción, «tom a» y se transforma
en su contrario. El hombre cree optar por el bien, se vincula a él con to·
da su alma; y es el mal lo que ha escocido, revelándose, por la mácula de
la falta cometida, como un criminal.
Todo este juego complejo de conflictos, inversiones y ambigüedades
es lo que hay que captar a través de una serie de distancias o de tensio­
nes trágicas: tensiones en el vocabulario en el que las mismas palabras
adquieren un sentido opuesto en boca de los protagonistas, quienes las
emplean según las acepciones diversas que comporta la lengua religiosa,
jurídica, política, vulgar; tensión en el seno del personaje trágico que
aparece unas veces proyectado en un lejano pasado mítico, héroe de otro
tiempo, que encarna toda la desmesura de los antiguos reyes de la leyen­
da, viviendo otras en la edad misma de la ciudad, como un burgués de
Atenas en medio de sus conciudadanos; tensión en el interior de cada te­
ma dramático, desarrollándose cada acto, como desdoblado, a i dos pía­
« u d ito »
s jn
c o .\ H 'u :jo
85
nos: por un lado, el de la vida cotidiana de los hombres; por otro, el de
las fuerzas religiosas, que actúan oscuramente en el mundo. Para que ha­
ya conciencia trágica es preciso, cn efecto, que los planos humano y di­
vino sean lo bastante distintos para oponerse (es decir, que se haya for­
mado ya la noción de naturaleza humana), sin cesar, sin embargo, de
aparecer como inseparables. El sentido trágico de la responsabilidad
surge cuando la acción humana constituye ya el objeto de una reflexión,
de un debate interior, pero cuando todavía no ha adquirido un estatuto
lo bastante autónomo como para bastarse plenamente a sí misma. El do­
minio propio de la tragedia se sitúa en esa zona fronteriza en la que los
actos humanos vienen a articularse con las potencias divinas y cn la que
revelan su sentido verdadero —ignorado incluso por aquellos mismos
que han tomado su iniciativa y cargan con su responsabilidad— , inser­
tándose cn un orden que supera al hombre y se le escapa. Toda tragedia
juega, por tanto, necesariamente, en dos planos. Su aspecto de investi­
gación sobre el hombre, como agente responsable, sólo tiene valor de
contrapunto en relación con el tema central. Nos engañaríamos, pues, si
enfocáramos toda la luz sobre el elemento psicológico. En la famosa es­
cena de la alfombra del Agamenón, la decisión fatal del soberano afecta,
sin duda alguna, a su pobre vanidad de hombre, tanto más dispuesto a
ceder a los ruegos de su mujer cuanto que le trae a Cnsandra como con­
cubina a la casa. Pero lo esencial no rudica ahí. El efecto propiamente
trágico proviene de la relación íntima, y al mismo tiempo de la extraor­
dinaria distancia entre el acto trivial de caminar sobre una alfombra de
púrpura, con sus motivaciones demasiado humanas y las fuerzas religio­
n s que han sido inexorablemente desencadenadas por él.
Respetando de esta forma, en sus vínculos y cn sus oposiciones, to­
dos estos pianos de la tragedia, es como hay que abordar el análisis de
cada obra trágica. Si, en cambio, se procede como Freud, por simplilu ación y reducción sucesivas — de roda la mitología griega a un esque­
ma legendario particular, de toda la producción trágica a una sola pie2 a,
de tsa pieza a un elemento singular de la tabulación, de ese elemento al
meno— , podríamos divertirnos también sosteniendo, mediante la sustii i k ion, por ejemplo, del ISdrpo Rey de Sófocles por el Agamenón de Es*
quilo, que el efecto trágico proviene de que, habiendo soñado toda muΙ·Ί con asesinar a su esposo, es la angustia de su propia culpabilidad la
‘|wo, en e! horror del crimen de Clítemnestra, la despierta y la ahoga.
86
M IT O Y TRA<¡CDIA UN I.A CÍKI.ClA A N T IC U A . I
La interpretación freudiana de la tragedia en general, y de Edipo
Rey en particular, no ha influido sobre los trabajos de los helenistas. És­
tos han continuado sus investigaciones como si Freud no hubiera dicho
nada. En su enfrentamiento con las obras, han tenido sin duda la sensa­
ción de que Freud hablaba «de pasada», que se había quedado al margen
de las verdaderas cuestiones, aquellas que impone el mismo texto cuan­
do se busca su plena y precisa inteligencia. Es verdad que un psicoana­
lista podría, a partir de este desconocimiento o de este rechazo de los as­
pectos freudianos, proponer otra explicación. De buena gana vería ahí
la prueba de un obstáculo psicológico, de una negativa a aceptar el p a­
pel del complejo edipico en su vida personal tanto como en el devenir de
la humanidad. El debate sobre este punto se halla abierto de nuevo con
el reciente artículo en el que Didier Anzieu trata de rehacer, con los da­
tos de 1966, el trabajo iniciado por Freud a principios de siglo.1Aunque
armado con las solas luces del psicoanálisis, D. Anzieu puede aventu­
rarse en el terreno de la antigüedad clásica y descubrir ahí lo que los es­
pecialistas siguen sin ver. ¿No es ésa la prueba de que están ciegos o más
bien que quieren serlo o que se vuelven ciegos por su negativa a recono­
cer, en la figura de Edipo, su propia imagen?
Debemos examinar, por tanto, el valor de esta clave universal edípica
cuyo secreto tiene el psicoanálisis y que le permitiría descifrar sin más pre­
paración todas las obras humanas. ¿Abre verdaderamente esta llave las
puertas del universo espiritual de los griegos? ¿O falsea las cerraduras?
Del largo estudio de Anzieu no nos fijaremos aquí más que en dos
aspectos, esenciales para su propósito y suficientes para el objeto d e la
presente discusión. En una primera etapa, Anzieu, releyendo de un ti­
rón toda la mitología griega, cree poder descubrir en ella, casi en cada
página, la fantasmagoría edípica. Si tiene razón, habríamos hecho mal
reprochando a Freud el haber privilegiado un esquema legendario par­
ticular— el de Edipo—, ignorando los otros. Según Anzieu, casi todos
los mitos griegos reproducirían en forma de infinitas variantes el tema
de la unión incestuosa con la madre, del asesinato del padre. Edipo no
haría, pues, más que realizar el mito, formulando en lenguaje claro lo
que desde siempre expresaba aquél de forma más o menos parcial, ca­
muflada, transpuesta.
I. Leí Temps t/toJemes, octubre de 1966. n“ 245, págs. 675·? 15.
« I - D U O » SIN CO.Ml'LUJO
87
Pero en esta mitología, tal como Anzieu la presenta — retocada, in·
iroducída a la fuerza en el molde edípico— , el helenista no reconoce ya
las leyendas que le son familiares. Han perdido su rostro, sus rasgos per­
tinentes, su carácter distintivo, su dominio específico de aplicación. Uno
de los sabios que más asiduamente las ha frecuentado podría plantear
como regla metodológica e! que jamás se encuentran dos mitos cuyo sen­
tido sea exactamente ci mismo. Si, por el contrario, todos se repiten, si
la sinonimia es la ley del género, la mitología no puede ya constituir, en
su diversidad, un sistema significativo. Impotente para decir una cosa
distinta a Edipo, una vez más y siempre Edipo, ya no quiere decir nada.
Pero veamos por qué procedimientos el psicoanalista fuerza al mate­
rial legendario a plegarse a las exigencias del modelo que, antes incluso de
abordar su estudio, llevaba en sí como un mago posee la verdad. Comen·
cenaos con Anzieu por el principio: el mito de los orígenes, contado por
Hesíodo en la Teogonia. Los helenistas han vinculado el texto del poeta
b eodo a una larga tradición de teogonias orientales. H an mostrado tam­
bién lo que Hesíodo aportaba como nuevo, cómo preparaba, en su con­
cepción de conjunto, en los detalles de su relato, en su vocabulario mismo,
la problemática filosófica ulterior: no solamente lo que ha existido en un
principio, sino también cómo el orden ha emergido progresivamente del
caos, bajo una forma aún no conceptuaiizada, las relaciones de (o uno y de
lo múltiple, de lo indeterminado y de lo definido, el conflicto y la unión de
los opuestos, su mezcla y equilibrio eventuales, el contraste entre la per­
manencia del orden divino y la fugacidad de la vida terrestre. Tal es el te­
rreno sobre el que arraiga el mito y donde hay que situarlo para compren*
derlo. Autores de orientación tan diversa como Comford, VJastos,
Fraenkel, han coincidido en sus comentarios para explorar esos planos de
significación. Pero es cierto que si se aísla de su contexto la leyenda de la
mutilación de Urano y se reduce a puro esquema —es decir, sí en lugar de
leerla en Hesíodo se lee en un resumen de mitología para uso del gran pú­
blico— , puede uno verse tentado a decir, con Anzieu, que al cometer la
madre (Gea, la tierra) dos veces incesto con sus hijos (con Urano primero,
luego ipdirectamente con Crono), al castrar por otro lado Crono a su pa­
dre para echarle del lecho materno, el relato tiene «un carácter protoedi*
pico sorprendente». Veamos, sin embargo, las cosas más de cerca. En el
origen del mundo existía Chaos, vacío indiferenciado, abertura sin fondo,
sin dirección, donde nada detiene la crrancia de un cuerpo que cae. Opo-
88
M I T O Y T K A C E D I A E N LA O R I : C I , \ A N T I C U A , 1
niendosc a Caos, Gea: la estabilidad. Desde que aparece Gea, algo toma
forma; d espacio ha encontrado un principio de orientación. G c j no es so­
lamente lo estable, es la Madre Universal, que engendra cuanto existe,
cuanto tiene forma. Gca comienza por crear a partir de sí misma, sin la
ayuda de Úiv.s, es decir, al margen de toda unión sexual, su contrario mas­
culino: Urano, el ciclo macho. Con Urano, nacido directamente de ella,
Gea se acopla, esta vez en sentido propio, para producir una estirpe de hi­
jos que, mezcla de los dos principios opuestos, tiene ya una individuali­
dad, una figura precisa, pero que, sin embargo, siguen siendo seres pri­
mordiales, poderes cósmicos. En efecto, la unión del cielo y de la tierra,
esos dos opuestos salidos uno del otro, se hace de forma desordenada, sin
regla, en una cuasiconfusión de los dos principios contrarios. El cielo ya­
ce aún sobre Ja tierra, la cubre toda, y su descendencia — por falta de dis­
tancia entre sus dos progenitores cósmicos— no puede desarrollarse a la
luz. Los hijos quedan así «ocultos» en lugar de revelar su forma propia. Es
entonces cuando Gea se irrita contra Urano; invita a uno de sus hijos, Crono, a acechar a su padre y a mutilarlo mientras él se tumba sobre ella en la
noche. Crono obedece a su madre. El gran Urano, castrado de un golpe de
hocino, se retira de encima de Gea maldiciendo a sus hijos. Tierra y ciclo
se separaron entonces, permaneciendo cada uno inmóvil en el lugar que le
correspondía. Entre ellos se abre el gran espacio vacío en el que la suce­
sión de Día y Noche revela y enmascara alternativamente todas las formas.
Tierra y cielo no se unirán ya en una permanente confusión análoga a la
que reinaba antes de la aparición de Gca, cuando no existía en el mundo
más que Chaos. En adelante, una vez al año, al principio del otoño, el cic­
lo fecundará la tierra con su lluviosa semilla, la tierra dará vida a la vegeta­
ción y los hombres deberán celebrar la hierogamia de los dos poderes cós­
micos, su unión a distancia en un mundo abierto y ordenado donde los
contrarios se unen, pero permanecen distintos uno a otro. Sin embargo,
este desgarramiento en el que el ser va a poder inscribirse ha sido obteni­
do a) precio de una fechoría que habrá de pagar. En adelante, no habrá
ningún acuerdosin lucha; en el tejido de la existencia no se podrán ya ais­
lar las fuerzas del conflicto y las de la unión. Los genitales sangrantes de
Urano han caído, en efecto, en parte sobre la tierra, en parte sobre el agua;
han dado origen, en tierra, a las Erinías, a las Ninfas Melíades y a los G i­
gantes, es decir, a todos los poderes de la «venganza de la sangre» y de la
guerra, que presiden la lucha y el enfrentamiento; en el mar, han dado ori­
gen a Afrodita, que preside la unión sexual y el matrimonio, las fuer/as del
acuerdo y de la armonía. La separación del cielo y de la tierra inaugura un
«
k d jp o
»
s in
c n .M r j.e jo
89
universo en el que los seres se engendran por la unión de los contrarios, un
mundo regulado por la ley de complememariedad entre opuestos, que a la
vez se enfrentan y concuerdan.
Esta simple remembranza, algo más precisa, de los elementos signifi­
cantes del mito, hace que ya parezca más insegura la relación con Edipo.
Cea, se nos dice, comete directamente incesto con su hijo Urano. Pero
Urano es su hijo de forma muy particular, puesto que lo ha engendrado sin
unión sexual, sin padre; !o saca de ella misma como su doble y al mismo
tiempo como su contrario. No hay, por tanto, una situación cdípica trian­
gular— padre, madre, hijo—, sino un esquema de duplicación a partir del
uno. En el caso de Crono, es cierto que se trata del hijo de Gea, cn senti­
do propio. Pero precisamente Gea no se une del todo con Crono. Este no
ocupa el lugar del padre en el lecho materno, sino que se casa con RJ>ca.
Gea incita a Crono no a matar a su padre, sino a castrarle, es decir, a rele­
garle, inmóvil, a su lugar celeste, cósmico, para dejar al mundo crecer en
el espacio así vaciado y permitir a la diversidad de los seres engrendrarse
según un orden regular de nacimiento, sucediendo a la confusión sexual.
Una vez realizada esta prim era manipulación sobre el mito de los
orígenes, el psicoanalista puede dar rienda suelta a su fantasía. Urano
ha sido castrado, nos dice, «como el viejo de la horda primitiva, cuyo
mito forjó Frcud en Totcw y Tabú, realmente muerto y devorado por
sus hijos». En realidad, en los mitos griegos no se encuentra ningún
otro dios, ningún otro héroe emasculado por sus hijos, ni siquiera emas­
culado por nadie. ¡Qué importal «Pueden encontrarse sustitutos sim­
bólicos de la castración: tirar desde arriba, cortar, reventar, tom ar el
puesto y el poder.» Además, la manducación de los lujos por el padre o
por los animales salvajes a los que les ha expuesto constituiría una «for­
ma primera y radical de la castración». De este modo los mitos de suce­
sión, de lucha por la soberanía — cuyas significaciones en el mundo in­
doeuropeo ha señalado G. Dumézil— , las leyendas heroicas de
exposición, los diversos temas de caída o de precipitación, de deglución
y de envolvimiento, todo termina entreuniéndose y confundiéndose en
una castración universal (del padre por el hijo, o a la inversa).
Tomemos el caso de Hefcsto, personaje de quien An 2 ieu afirma que
está «dotado del complejo de Edipo». ¿Por que? «Responde a Jos deseos
de la madre de ser su falo y de suplantar al padre; toma el partido de
aquélla; es castigado por éste, castigo que es un sustituto simbólico de la
castración». Anzicu añade a esta observación un rasgo más: el deseo de
1lefesto va dirigido en principio hacia un sustituto materno, a súber.
9 0
M I T O V T R A C K D I A U K LA < ¿R 1X IA A N T I G U A . I
Afrodita. ¿Que pisa en realidad? En ciertas versiones, Hefesto ha sido
concebido sin padre, por H era solamente, que quería de este modo ha­
cer pagar a Zeus el nacimiento de Atenea, concebida y dada a luz fuera
de ella, o vengarse de sus juergas. Pero nada nos permite suponer en la
diosa un deseo de falo ni la voluntad de instalar a su hijo en el lugar de
Zeus. ¿Significa la cojera de Hefesto una castración? Se trata menos
de una cojera que de una divergencia en la dirección de los pies, un pro­
ceder en doble sentido, hacia adelante y hacia atrás, vinculado a sus
poderes de mago. Zeus precipita, en efecto, a Hefesto desde lo alto del
cielo: ¿venganza del padre amenazado por el hijo enamorado de su ma­
dre? Pero en otras versiones es H era quien, por despecho, lanza a su
progenie sobre la tierra. Finalmente, no es tanto por Afrodita por la que
arde el deseo de Hefesto, sino por Caris; y se han podido mostrar los
vínculos de este poder de «encantamiento» que encarna Chart’s con los
trucos mágicos de los que dispone I Icfcsto para animar las obras de su
arte y dar vida a la materia muerta. Pero aceptemos las versiones en las
que Afrodita es la esposa del herrero divino. ¿Cómo jugaría ella espe­
cialmente el papel de sustituto de la madre? A menos de entregarse a la
pederastía, era preciso que 1 Iefesto se uniese a una divinidad femenina:
cualquiera que hubiera sido esta diosa, el tema del sustituto materno no
resultaría ni más ni menos verdadero, es decir, igualmente falso. Hefes­
to persigue, por otra parte, a Atenea. De nuevo gritan: incesto. Pero los
dioses que forman en el Olimpo una sola y misma familia apenas tienen
capacidad de elección entre un casamiento desigual o la endogamia. Por
lo demás, en el presente caso, Atenea no es hermana de Hefesto. Es hija
de Zeus y de Metis. Hefesto es el hijo de Hera. Lo único cierto es que
I iefesto fracasa en sus empresas de seducción. Atenea, como se sabe,
permanece virgen. De esta forma realizaría, nos dicen, «el deseo incons­
ciente de Zeus respecto a ella». El padre quiere guardar a su hija sola­
mente para él «como objeto imaginario de su deseo». Esta explicación
no es sólo totalmente gratuita. No explica nada. De todas las divinidades
femeninas, sólo tres permanecen vírgenes: Atenea, Ártemis y Hestia.
¿Por qué estas y no las otras? Hay que explicar, pues, esta virginidad co­
mo rasgo diferencial respecto a las diosas que, aunque hijas también de
su padre, no por ello dejan de casarse con toda normalidad. En un estu­
dio anterior hemos intentado ese análisis en lo que concierne a Hestia*
*
Siyíkc cipernee ebez les Crees, 4.* cd., París, 1971, t. I.p<¡£%. 124-170 (irad. casi.:
Siifo y ¡¡cnsavsicnto en h Greda antigua, Barcelona, Ariel, 1993).
« i i m i 'o »
s in
c o .M i’ i . r j o
91
En el caso de Atenea, su virginidad no se debe a un pretendido deseo in­
consciente de Zeus, sino a su estatuto de divinidad guerrera: cn los ritos
de adolescencia, matrimonio y guerra aparecen como dos instituciones
complementarias: el matrimonio es a la joven lo que la guerra al joven;
para la niña que sale de la infancia, señala la realización normal de su se­
xo, el acceso a la feminidad plena. P or esta razón una muchacha que se
consagra a la guerra —ya se trate de una amazona o de la diosa Atenea—
debe quedar fijada cn su estado de partbénos, es decir, rehusar esa bifur­
cación hacia la plena feminidad que representa el matrimonio para toda
adolescente que franquea el umbral de la pubertad.
O tro procedimiento que permite «edipizar» los temas legendarios
más diversos consiste cn bautizar como incesto uniones que los griegos
consideraban perfectamente legítimas y que no tenían, por tanto, nin­
gún carácter incestuoso. El matrimonio de una joven con su tío o de
primos petem os es regularmente interpretado de este modo como un
«sustituto» de incesto con el padre. Pero cn el contexto de la civiliza­
ción antigua tal sustitución es absolutamente imposible. Porque si la
unión con el padre constituye para los griegos un crimen y una manci­
lla abominables, el matrimonio con el tío o los primos paternos es, cn
ciertos casos como el de la hija epíclcra (heredera única), si no obligato*
rio, al menos prcferencíal. ¿De qué lado poner el signo entre dos tipos
de unión, uno de ios cuales está formalmente prohibido, el otro reco­
mendado, y que se oponen, por tanto, de modo expreso precisamente
fn este plano del incesto en el que se pretende asimilar uno a otro?
La identificación de los lazos familiares con deseos incestuosos no
es menos arbitraria. Para los griegos los vínculos familiares definían un
dominio de las relaciones humanas donde sentimientos personales y ac­
titudes religiosas son indisociables. El afecto recíproco entre padres e
hilos por un lado, hermanos y hermanas por el otro, representa el mo­
delo de lo que los griegos llaman phtlía. La palabra pbílos, que tiene va­
lor de posesivo y corresponde al latín suus, designa ante todo lo que es
vuyo, es decir, para cada uno su pariente próximo. Aristóteles, cn mu·
<luis ocasiones y a propósito cn particular de la tragedia, indica que cs\ λ ph tiú se apoya sobre una especie de identidad entre los miembros de
la lamtlia restringida. Cada uno es para su pariente un alter cpyo, un yo
92
m it o
v τΗ Λ ο η η ίΑ
i : n l a g' k l c i a a n t i c u a
, r
mismo desdoblado o multiplicado. Un este sentido b philia se opone al
crus, ai deseo amoroso, que se dirige hacia «otro» distinto a uno mismo;
otro, por el sexo; otro, por la pertenencia familiar. Para los griegos, fie­
les en este punto a la tradición hesiódica, el comercio sexual une opues­
tos, no semejantes. Identificar a priori — sin indicación especial en el
texto— vinculo familiar y deseo incestuoso es, pues, confundir dos ti­
pos de sentimientos que los griegos distinguieron e incluso opusieron
muy cuidadosamente. Este contrasentido, como puede esperarse, ape­
nas favorece la inteligencia de las obras antiguas. Tomemos un ejemplo
en esa estirpe de los Labdúcidas a la que pertenece precisamente Edi­
po. Según Anzieu, las hijas de Edipo son incestuosas como su padre:
«Sueñan con convertirse en compañeras suyas». Si por «compañeras»
se entiende que asisten y sostienen a su padre en la desgracia conforme
a su deber filial, eso no es un sueño, sino la realidad misma. Si por
«compañeras» se quiere decir que desean unirse a Edipo, es Anzieu el
que sueña. Reléanse todos los trágicos, expúrguese Edipo en Colono, no
se encontrará nada que justifique esa interpretación. Anzieu añade: «La
virgen Antígona, a pesar de la orden formal de Creonte, rinde las hon­
ras fúnebres a su hermano maldito Polinices, que había atacado a su pu·
tria. La vinculación incestuosa por el hermano es el desplazamiento de
la vinculación incestuosa por el padre». Aquí no nos topamos ya con el
silencio de los textos; hablan, y con toda claridad. Después de la m uer­
te de Edipo y de sus dos hijas no existe descendencia varonil suscepti­
ble de perpetuar en este mundo la familia de los Labdicidas. Al derra­
mar el polvo sobre el cadáver de Polinices, Ant/gona no cede a un cariño
incestuoso por aquel de sus hermanos al que se le prohíbe enterrar:
proclama la igualdad del deber religioso que se impone respecto a todos
sus difuntos, cualquiera que haya podido ser su vida. Para Antígona,
cuyos p h ih i todos han descendido al Hades, la fidelidad a la philia fa­
miliar pasa por la fidelidad al culto de los muertos, que en adelante es
lü única que puede perpetuar el ser religioso del genos («estirpe»). Que
esta actitud la.condene a muerte no hace más que reforzar la resolución
de la joven. Lo que afirma es que, en su situación, el dominio de la philía familiar y el de la muerte coinciden para formar un universo aparte,
cerrado sobre sí mismo, con sus leyes propias, su propia Dike infernal,
diferente de la de Creonte, de los hombres, de las ciuades, diferente tam­
bién quizá de esa otra Dike que tiene su sede en el ciclo, al lado de Zeus.
No renegar de la philia significa, pues, para Anugona, según la fórmula
de Creonte, no querer honrar a ningún dios distinto a Hades. Por eso, al
«f'DIPO» Sin COMI'].r.jr>
95
térm ino de la tragedia, la joven aparece también condenada. N o sola­
mente en razón de lo que su carácter comporta de entero, de intratable,
de «crudo», sino, más todavía porque, encerrada cn laphiltü y en la muer­
te, se niega a desconocer todo lo que, en el universo, desborda esos d o ­
minios, en particular lo que deriva de la vida y del amor. Las dos divini­
dades invocadas por el coro, Dioniso y Eros, no condenan sólo a
Crconte. Situados cn el campo de Antífona cn cuanto dioses nocturnos,
misteriosos, próximos a las mujeres y extraños a la política, se vuelven
contra la joven porque expresan, hasta en sus vínculos con la muerte, los
poderes de vida y renovación. Antigona no ha querido oír la llamada a se­
pararse de los «suyos», de la pbilta, pura abrirse al otro, reconocer n Eros
y, cn la unión con un «extranjero», transmitir a su vez la vida. La oposi­
ción pbilia-crña, vinculación familiar-deseo sexual, ocupa, pues, un pues­
to principal en la arquitectura del drama. El confundirlos bajo el pretexto
de «sustituto» no hace más claro el texto: destruye la pieza.
Pero vayamos al segundo aspecto que hemos querido resaltar del
articulo de Anzieu: concierne a Edipo cn persona. Para la nitidez del deba­
te, delimitemos con toda claridad el problema. N o consideramos aquí
la mitología edípica en su conjunto, es decir, todas las versiones legen­
darias cuyo estudio pertenece a la historia de las religiones. N o tratamos
más que del Edipo de Edipo R ey, tal como Sófocles lo esbozó corno
personaje trágico. ¿Es cn este caso pertinente la interpretación psicoanalítica? Acabamos de manifestar nuestro mayor escepticismo ante un
I lefesto dotado del complejo de Edipo. Pero, ¿es inteligible el propio
Edipo en su carácter, su cthos, sin el complejo que lleva su nombre? Y
la acción trágica, el drama* ¿tiene un sentido si no se reconoce, con An¡ricu, que el oráculo que revela al hijo de Layo su destino de parricida y
de incestuoso no es nada más que la «formulación del fantasma, del que
no tiene conocimiento, pero que determina su actuación»?
Veamos cómo, guiado por este hilo de Ariadna, Anzieu explora el
itinerario de Edipo. «El prim er acto tiene lugar cn la ruta de Delfos a
Tobas. Edipo vuelve a consultar el oráculo, que le ha revelado su desti­
no de parricida c incestuoso; ha decidido no volver a Corinto para es*
capar a este destino (singular error, si sabe que están allí sus parientes
adoptivos; volviendo a su lado, por el contrario, no tendría ya que te ­
mer: además, si Edipo hubiera decidido casarse con una joven, se ponía
al amparo de una unión incestuosa con su madre). Por el contrario, al
94
.M ITO Y T R A G E D I A I ·.',' L A C R I X I A A N T I C U A ,
1
partir a la aventura (a) abandonarse a las uniones libres), Edipo va a rea­
lizar su destino (es decir, su fantasma).» Así, iodo parece ordenar a Edi­
po que, si quiere evitar la predicción, vuelva a Corinto, donde no corre
ningún peligro. Su «singular error» es un acto sintomático que revela su
obediencia inconsciente a su deseo de incesto y parricidio. Pero para
que esta lectura este fundamentada, hay que admitir con Anzieu que
Edipo sabe pertinentemente que Merope y Pólibo, soberanos de Oorin·
to que le han educado como a su hijo, no son ni su padre ni su madre, si­
no simples padres adoptivos. Ahora bien, a lo largo de la pieza, hasta
que se revela la verdad, Edipo está persuadido de lo contrario. N o una,
sino muchas veces, Edipo se confiesa sin la menor duda hijo de Merope
y de Pólibo.2 Lejos de haber dejado Corinto a pesar de la seguridad que
ese lugar le proporciona, es, por el contrario, para tratar de escapar a su
destino por lo que Edipo huye de la ciudad en la que cree que habitaban
sus padres: «Loxias dijo un día que era preciso que me uniera a mi propia
madre y que derramase con mis manos la sangre paterna. Por eso desde
hace mucho tiempo vivo lejos de Corinto. H e hecho bien. Sin embargo,
es dulce ver el rostro de aquellos que nos han dado el ser».*
¿En qué se funda An2 ieu para hacer así decir al texto lo contrarío de
lo que enuncia con tanta claridad? Ateniéndonos a la letra de su estudio,
no encontraríamos respuesta a esta pregunta. Pero, convirtiendonos en
abogado del diablo, podríamos argumentar con un pasaje que, interpre*
tado en términos de psicología profunda, vendría a apuntalar su tesis y a
cuestionar la sinceridad de las afirmaciones de Edipo en cuanto a su ori­
gen. Se trata délos versos774-793. Edipo explica a Yocasta que su padre
es Pólibo de Corinto; su madre, Merope, una doria. En su ciudad se le
consideraría como el primero de los ciudadanos, el heredero del trono
ocupado por su padre. Sin embargo, un día, en el curso de un festín, un
borracho le insulta llamándole «hijo putativo». Indignado, Edipo va en
busca de sus padres, que dan rienda suelta a su cólera contra el autor de
este ultraje. Esta cólera es dulce para Edipo, pero esas palabras siguen
atormentándole. A espaldas de Pólibo y de Méropc, se dirige a Delfos pa­
ra interrogar al oráculo sobre su origen. En lugar de responder a su pre­
gunta, el oráculo le anuncia que se acostará con su madre y que matará a
su padre. Es entonces cuando Edipo decide abandonar Corinto.
2. En los versos 774-775:82-1-827; 966-967; 984-985; 990 í 995; 1001; 1015; 1017;
1021 .
3. 994-999 y ya en 769 y sigs.
« U D IF O » S IN C O M P L K /O
95
¿Por que, se dirá, ha introducido Sófocles este episodio? ¿No es pa­
ra sugerir que en el fondo de sí mismo Edipo sube ya que sus padres no
son los que pasan por tales, pero que se niega a confesárselo para ceder
mejor a su fantasma de incesto y de parricidio? Nos parece, sin embarco,
que las razones de Sófocles son extrañas a la psicología profunda. Res­
ponden a otros órdenes de necesidad. Estética, en primer lugar. El des­
cubrimiento del verdadero origen de Edipo no podría aparecer como
una revelación repentina e inesperada, un vuelco imprevisible de la si­
tuación. Debe ser preparada psicológica y dramáticamente. La alusión de
Edipo a este incidente de su juventud, primera fisura en el edificio de su
presunta genealogía, es un elemento indispensable de esta preparación.
Necesidad religiosa, por lo tanto. En la tragedia el oráculo es siem­
pre enigmático, jamás mentiroso. No engaña jamás, da al hom bre la
ocasión de errar. Si el dios de Dclfos hubiera efectuado a Edipo su pre­
dicción sin que éste tuviera la menor razón para interrogarse sobre su
origen, sería culpable de haberle engañado deliberadamente; le habría
expulsado de Corinto, le habría arrojado sobre la ruta de Tebas hacia el
incesto y el asesinato. Pero a la pregunta de Edipo: ¿Pólipo y M érope
son mis padres?, Apolo no responde nada. Adelanta sólo una predic­
ción: «Te acostarás con tu madre, matarás a tu padre», y esta predicción,
en su horror, deja abierta la cuestión planteada. Es, por tanto, Edipo el
que comete la falta de no inquietarse por el silencio del dios y de inter­
pretar su palabra como si le aportase la respuesta al problema de su ori ·
χοή. Este error de Edipo proviene de dos rasgos de su carácter: dema­
siado seguro de sí, demasiado confiado en su g /á W , su juicio,4 no se
inclina a poner en duda su interpretación de los hechos;5de natural o r­
gulloso, desea siempre y en todas partes ser el dueño, el primero.* Ahí
aparecen las razones de orden más propiam ente psicológico a las que
atendió Sófocles. Edipo se define con una orgutlosa seguridad como el
descifrador d e enigmas. V todo el drama es, en cierta forma, un enigma
policiaco que Edipo debe aclarar. ¿Quién ha matado a Layo? El inves­
tigador se descubrirá a sí mismo como el asesino. Pero se obstina tanto
más en proseguir la investigación cuanto que sus sospechas van dirigi­
das desde el principio hacia su cuñado, Creonte, al que considera un ri­
val celoso de su poder y de su popularidad.
4. Ve ase el verso 39^.
5. Véasu el versn 642.
6 . Véase el verso 1522.
9 6
M IT O V T lt A C I '.l ll A Γ.Ν 1.Λ C H L O A Λ Ν Τ Κ ί Ι .'Λ . 1
Proyectando sobre Creóm e su propio deseo de poder, se convence
en una misma instancia de que su cuñado, animado por el pbthónos— la
envidia respecto a los grandes— , mita de ocupar su lugar en el trono de
Tobas y de que en el pasado ha podido guiar la mano de los asesinos del
antiguo rey. Es esa Jjybris propia del tirano -—para denominarlo como lo
hace el coro— J la que causa la perdición de Edipo y constituye uno de
los resortes de la tragedia. Porque más allá de la muerte de Layo, la in­
vestigación apunta a otro objetivo: es a Edipo al que cuestiona. Edipo, el
clarividente, el descifrador de enigmas; pero también enigma para sí
mismo que en su ceguera de rey es incapaz de descifrar. Edipo es «do­
ble» como la palabra del oráculo: rey «salvador» a quien al principio de
la pieza todo un pueblo implora como si se dirigiera a un dios que tiene
en sus manos el destino de su ciudad; pero también mancilla abomina­
ble, monstruo de impureza que concentra sobre sí todo el mal, todo el
sacrilegio del mundo, y al que hay que expulsar como a un pfjarusakós,
un chivo expiatorio, para que la ciudad, pura nuevamente, se salve.
Instalado en su personaje de rey divino, convencido de que los dio­
ses le inspiran y de que la 'i'ychc vela a su lado, ¿cómo podría sospechar
Edipo que, sin variar la condición, será también esa ignominia de la que
iodos van a apartarse? Le será preciso pagar la clarividencia al precio de
sus ojos: por el sufrimiento comprenderá que, a los ojos de los dioses,
aquel que se eleva a mayor altura es también el más bajo.* Una vez la
prueba 1c ha hecho recuperar el juicio, recorrerá en Edipo cu Colono el
camino inverso: inmerso en una desgracia y miseria extremas, el exceso
mismo de su mancilla le calificará como héroe tutelar de Atenas. Pero en
Edipo Rey la ruta entera está todavía por recorrer. Edipo no conoce esa
parte sombría que lleva en sí como siniesiro reflejo de su gloria. P or eso
no puede «entender» el silencio ambiguo del oráculo. Porque la p re­
gunta que hace al dios de Delfos no es sino esc enigma mismo que es in­
capaz de descifrar: ¿Quién soy yo? «Hijo de Pólibo y de Merope» signi­
fica en el espíritu de Edipo hijo de rey, nacido para un gran destino. Y sí
las palabras *.hcjo putativo» le hieren más de lo que sería razonable, si le
atormentan como una injuria, es porque, por encima de todo, teme un
bajo nacimiento, una sangre de la que debiera avergonzarse. El oráculo,
que le aporta una amenaza horrible, le tranquiliza al menos en este pun­
to. Por eso deja Corinto sin preguntarse ya si esa «tierra natal» a la que
7. «72.
8 . Véanse los versos K7J-S78; 1195 y
152*1 >· sigs.
« h b l J ' O » .S IN C O M I ' I i : j o
97
d <[ios le prohíbe dirigir sus pasos es la ciudad donde reinan aquellos
que se alirman sus padres. Cuando en el curso d d (trama un mensajero
de Corinto le informa de que es ur» niño expósito, su reacción será la
misma. Yocasta, que lia comprendido todo en esc momento, le implora
que se detenga y no prosiga la investigación. Él se niega. La reina» ate­
rrada, se relira y le dirige estas últimas palabras: «j Desgraciado, ojalá
no puedas saber nunca quien tvc.v!». ¿Quién es IZdipo? Es la pregunta
misma que d planteó al oráculo, el enigma contra el que no cesa de en1rentarse a lo largo de toda la pieza. Pero esta vez también, como en O d ­
ios, Edipo se equívoca sobre d sentido verdadero de la fórmula. Y su
«error» no nene nada que ver con la psicología profunda. Él cree que
Yocasta le desaconseja esta investigación porque corre el peligro de re\d ,ir su baja extracción y que su matrimonio de reina aparezca como
una unión desigual con un villano, con d hijo de un esclavo. «Dejadla
que se enorgullezca de su opulenta familia
Orgullos;» como una mu­
jer, se ruboriza sin duda de mi bajo nacimiento.» Pero este «ser» de Edi·
jo que Yocasta acaba de descubrir y que le hiela de terror no es la esclasitud o la plebeyez de su esposo, ni la excesiva distancia que amenaza
ion separarlos en adelante, sino todo lo contrario, su alia estirpe, esa
Mnjtrc real que, corriendo idéntica en las venas del uno y de la otra, les
acerca demasiado, hace de su matrimonio no una unión desigual, sino
un incesto, y transforma a Edipo en una mácula viviente.
¿Por qué se ha visto llevado Anzieu desde d principio a falsear así
i 1 mentido del drama, suponiendo, contra la evidencia del texto, que
1 dipo sabe de sobra que sus padres no son aquellos que pasan por ca­
li liste «error» no es cosa del azar. Es una absoluta necesidad para la
interpretación psicoanalúica. En electo, sí el drama se apoya sobre la ig­
norancia de Edipo en cuanto a su verdadero origen, si se cree reatmeni»\ como afirma en tantas ocasiones, el hijo amante y querido de los soU-ranos de Corimo, es evidente que el héroe de Edipo Rey no tiene el
im ñor complejo de Edipo. Al nacer, Edipo ha sido confiado a un push*r con el encargo de hacerle perecer en el ( aterón. Entregado en ma­
un*» de Mérope y de Pólibo, que no tienen descendencia, es educado,
n.it,ido. miniado por ellos como su propio hijo. En la vida afectiva de
l dipo. el personaje materno no puede ser, por tanto, más que Mérope,
\ nn esa Yocasta a la que no había visto nunca antes de su llegada a Te1*.!■», que no es para él una madre en modo alguno y con la que se casa
1
9 8
M I T O Y T R A G I D I A J .N Ι.Λ G K K C I A A . N T t O U A , I
no por inclinación personal, sino porque 1c ha sido entregada sin p e­
dirla, como esc poder real ganado aí adivinar el enigma de la Eslinge
— pero que no podía poseer sitio compartiendo el lecho de la reina en
ejercicio— * «Un punto es seguro — escribe Anzieu—, que Edipo en el
lecho materno conocía la felicidad: ha encontrado, medíante la repose­
sión de la madre, la primera felicidad perdida cuando fue separado
prontamente de ella y expuesto en el Citerón.» Si Edipo ha encontrado
al lado de Yocasta la felicidad es porque psicológicamente esa coyunda
no es para él el lecho materno, ese λέκτρον μητρος del que habla en el
verso 976 para designar el lecho de M érope; cuando se convierta en
el auténtico lecho materno, será para Yocasta y para él el signo mismo
de su desgracia. La unión conyugal que los tebanos le ofrecen con su
reina no puede significar para Edipo una reposesión de la madre, por­
que Yocasta es para el una extraña, una ksvw , puesto que él mismo se
cree en Tebas, según la fórmula de Tiresias, un extranjero residente, Álte­
n o s w v i o i k o s . 1* Y la separación de la «madre» no se ha producido para
él en su nacimiento, en el Citerón, sino el día en el que ha tenido que
abandonar «el dulce rostro de sus padres al mismo tiempo que Corin·
to».” Se dirá que Yocasta es «un sustituto» de Mérope y que Edipo vi­
ve sus relaciones conyugales con la reina de Tebas al modo de una unión
con su madre. Todo está denunciando la falsedad de esta interpreta­
ción. Si Sófocles la hubiera querido, fácil le habría sido sugerirla. Por el
contrario, ha borrado antes de la revelación final todo cuanto podía
evocar, en las relaciones personales entre marido y mujer, los laxos de
un hijo con su madre. Yocasta ha permanecido mucho tiempo sin hijos;
tuvo a Edipo tarde. Por tamo, es mucho más vieja que su hijo. Pero na­
da cn la tragedia permite suponer esta diferencia de edad entre aquellos
que se han vuelto esposa y esposo, Si Sófocles ha borrado ese rasgo no
es sólo porque habría parecido extraño a los ojos de los griegos (la m u­
jer era siempre mucho más joven que su marido), sino porque habría
sugerido, en las relaciones de pareja, si no una inferioridad de Edipo, al
menos de parle de Yocasta una actitud «materna» que no cuadraba con
el carácter dominador, autoritario y tiránico del héroe.1* Unas relacio­
nes de cipo edípico, en el sentido moderno del término, entre Edipo y
*). Véanse· los versos 385-J84.
10. 452.
11. 9 9 9 .
12. E n (j
tic b n r
1-VtiJc H ililiothrquc Payot, pi}».
« C O I C O » SIN' C O M C U f O
W a s ta habrían ido directamente contra la intención trágica de la pie·
/.i, centrada sobre el tema del poder absoluto de Edipo y de la b \b r is
.|iu‘ necesariamente se desprende de ella.
Al término de su análisis de la tragedia, Anzieu propone, puní compillar su interpretación, atribuir λ su vez a Creóm e una vinculación in·
t utilosa bacía su hermana Yocasta. Más allá del trono, sería la misma
mujer la que se disputarían los dos cuñados. «La vinculación incestuo• t entre Crconte y Yocastu, los celos de Edipo hacia el hermano de su
mujer y madre es una hipótesis necesaria para terminar de hacer com*
pti-nsiblc el drama de Edipo». La hipótesis es necesaria, indudable­
mente, no para com prender el drama, sino para hacerlo entrar en el
marco de una interpretación preestablecida. No hay el menor raspo de
mía vinculación incestuosa entre el herm ano ν la hermana. Edipo no
r«t j celoso de su mutuo afecto; si lo estuviera, la intervención d e Ye»·
>r.ta en favor de Crconte sería ineficaz, no haría más que aumentar el
luror del celoso. I-Ulipo se halla sólo convencido de que Crconte está
• rloso de él, no en el sentido erótico del término, sino en el social, co­
mí» lo indica la palabra griega empleada: ph/bónos, que significa envi­
dia respecto a aquel que es más rico, más poderoso, más astuto.1* La ri­
validad entre los dos hombres —o, mejor dicho, ese fantasma de
11\ alidad que se forja el espíritu suspicaz del tirano, ya que Creonte no
• ·. en realidad su rival: sólo desea el poder del que ya dispone por su csi.iluto familiar— , esta rivalidad se sitúa enteram ente en el terreno de
mía competición por el poder.14 A los ojos de fcdípo, Crconte no puc.!·.* soportar su victoria sobre la Esfinge, su popularidad,” su soberanía.
Sispccha que intrigó desde el primer momento contra é l;1'1’ le reprocha
1**1 Urjil.
Pfuo¡',ito{vy,t\> «/c L· v:J.¡ crtuJiatta, Mdiliiü. Alianza, 2001 >, l'rcud cS·
• niic. «ΈΙ hecho h ita n te extraño de q uo Ια leyenda £riej;j no teuj¿a ah.sohtin mente en
• .i.
ni j J.i cd.ul d e Yocasta j u c parece que concierta muy bien con mi propia conclusión.
ι-u ι·] am o r i]ík* la m adre ¡tupirá a so hijo se trata n o di: la persona actual d e fa nta.le·, sir.o de la im agen quv el h ijo ha co nservado d e ella y tjue d a ta d e sus años d e ini
1‘ero precisam ente F.tlij'ü iu> p o d ía conservar de sus años de infancia ninguna
t— ι; ί ί ι cb* Yocasta.
15. W ansc los versivs 580*581.
14. Vvaiwe los versos 582; 5*/9; 555; 5-H ;6)S; 642; 65R-659; 701.
15. W a tu c 1<¡s \ ltsos 4 ‘)5 y 5-11.
Uy
\\%iit<e los ver*<* 585.
M I T O Y T K A C r i M A I N LA t i l ’. f l C I A A N T I G U A . 1
querer ahora atentar contra su vida y robarle abiertam ente el poder.
Convencido de que Creontc trata de abatirlo porque ostenta la rea­
leza, sospecha al mismo tiem po, desde el inicio de la pieza y en tér­
minos cada vez menos velados, que fue su cuñado el verdadero ins­
tigador de ia m uerte de Layo.17 Aquí nuevam ente una visión edípica
de los personajes y de sus relaciones no podría esclarecer el texto; lo
falsea.
Hay, sin embargo, en iidipo Rey una réplica que Freud ya observó y
que ha sido invocada a menudo en apoyo de la interpretación psicoanalítica. A Edipo, que se inquieta ante ella por el oráculo, replica Yo­
casta que «muchas gentes ya han com partido en sus sueños el lecho
materno» y que no hay de qué asustarse. El debate entre el rey y la rei­
na se centra en el crédito que conviene dar a los oráculos. El de Delfos
ha predicho a Edipo que compartiría el lecho de su madre. ¿Hay moti­
vo para turbarse por ello? Los sueños también tienen para los griegos
valor de oráculo. Edipo, por tanto, no es el único que ha recibido esa
«señal» de los dioses. Ahora bien, según Yocasta, o esa señal no quiere
decir nada que los hombres sean capaces de adivinar por adelantado1*
y, por tanto, no debe concedérsele demasiada importancia o, si anun­
ciara algo, sería más bien un suceso favorable. Sófocles, que conoce a
H eródoto como el público ateniense al que se dirige, piensa aquí en el
q?isodio de I lipias tal como lo cuenta el historiador.1'' Cuando el apren­
diz de tirano marcha sobre Atenas para reconquistar el poder con el
apoyo del ejército persa, sueña que se une con su madre. Concluye de
ello inmediatamente y muy contento «que debía rq*resar a Atenas, res­
taurar su poder y morir allí de viejo». En efecto, para los griegos, como
observa Anzieu justamente siguiendo a Marie Delcourt, el sueño de
unión con la madre —es decir, con la tierra que lo engendra todo, a
donde todo vuelve— significa unas veces la muerte, otras la toma de
posesión del suelo, la conquista del poder. N o hay rastro, en esc simbo­
lismo, de angustia ni de culpabilidad propiamente edípicas. No es, por
tanto, el sueño; planteado como una realidad antihistórica lo que puede
contener y proporcionar el sentido de las obras culturales. El sentido de
un sueño aparece por sí mismo, en cuanto fenómeno simbólico, como un
17. Váinsc los v e r a » 73 y sigj.; !24·125;2ΒΧ·289Η0Μ 02.
18. V<*;iíl- el verso 709.
1‘). VI. 107.
««EDIPO»» SIS.' Ο Ο Μ Ι Ί . Ι f O
101
hecho cultural que deriva de un estudio de psicología histórica. A csie
respecto podría proponerse a los psicoanalistas quese convirtientn más
en historiadores y buscaran, a través de las diversas Claves de sueños
que se han sucedido en O ccidente, las constantes y las transformacio­
nes eventuales de la simbólica de los sueños.
Ambigüedad e inversión.
Sobre la estructura enigmática
del Edipo Rey
En el estudio que dedicó cn 1939 a la ambigüedad en la literatura
jiríega, W. 13. Stanford1observa que, desde el punto de süsta de la anfibo­
logía, lidtpo Rey ocupa una posición especial: la obra tiene valor de m o­
delo* En efecto, ningún género literario de la Antigüedad utiliza tan am·
l'liAmcntc como la tragedia las expresiones de doble sentido y Edipo Rey
t tmricnc m is del doble de fórmulas ambiguas que las demás piezas de
’'«‘lóeles (cincuenta, según el repertorio que estableció H ug cn 1872).2 El
problema, sin embargo, es menos de orden cuantitativo que de naturale/ -i v de función. Todos los trágicos griegos han recurrido a la ambigüedad
<unto medio de expresión y como modo de pensamiento. Pero el doble
•«•mido asume un papel muy diferente según su lugar en la economía del
•Ii .iiim y el plano de lengua en el que lo sitúan los poetas trágicos.
I A tth tfiity m Greek U tcratun\ O xford, 10)9, pigs. 163173
I o frn » u modificad·* este texto reproduce un estudio publicado cn É íhsn^cí ct
i ··«-.*,*;.¿¡wt;i, «<Mcl.inpes o íle ru ñ Claude l^cvi-Strauss». P ar», 1970, tomo II. págs.
I ¿m I ,V>.
<
Λ Mu}.'. « Ι λ τ Doppclsitm in Sopboklrs Oedtpus Künig·», Pktíolozus, n" >1.
I» V|·>^·ί.66 84.
104
A U T O Y T I Í A C Ü . D I A U S' L A Ο Ι Ι Γ Ο Λ A S T I C J U A , l
Puede tratarse de una ambigüedad en el vocabulario, correspon­
diente a lo que Aristóteles llama bomouymfa (ambigüedad léxica); este
tipo de ambigüedad se hace posible por las fluctuaciones o Jos contra­
dicciones de la lengua.5 El dramaturgo juega con ellas para traducir su
visión trágica de un mundo dividido contra sí mismo, desgarrado por
las contradicciones. En boca de diversos personajes, las mismas pala­
bras toman sentidos diferentes u opuestos porque su valor semántico
no es el mismo en la lengua religiosa, jurídica, política, vulgar.4 Asi, p a­
ra Antígona, nomos designa lo contrario de lo que Creonte, en las cir­
cunstancias en las que se halla, llama también nomos? Para la joven la
palabra significa regla religiosa; para Creonte, edicto promulgado por
el jefe del Estado. Y de hecho, el campo semántico de nomos es lo bas­
tante extenso para cubrir, entre otros, ambos sentidos.* La ambigüedad
traduce entonces la tensión entre ciertos valores sentidos como irrecon­
ciliables a pesar de su homonimia. Las palabras intercambiadas sobre el
espacio escénico, en lugar de establecer la comunicación y el acuerdo
entre los personajes, subrayan por el contrario la impermeabilidad de
los espíritus, el bloqueo de los caracteres; marcan las barreras que se­
paran a los protagonistas, esbozan las lincas de conflicto. Cada héroe»
encerrado en el universo que le es propio, da a la palabra un sentido y
«Los nombres tienen tin número finito, mientras que las cosas su» infamas. Por
eso es inevitable que un nom bre único tenga varios sentidos»; Aristóteles. D cSvpkistl·
d i V.tenchis, 1,165 a 11.
-1. V w sc Eurípides. F o n d ju 499 y sigv.: «Si Id misma cosa fuera ¡guolmente para
codos bella y sensata, los humanos no conocerían h controversia de las disputas. Pero
para los mortales nad;i hay semejante ni iyual, salvo en las palabras: 1j realidad es com­
pletam ente diferente».
5. La misma ambigüedad aparece en los demás térm inos <juc ostenten un puesto
mayor en la textura de la obra: δίκη, φ ίλ ο ς y ς ίλ ία . ttípS oi. τιμή, ΰργή. δεινός. Véase
R. P. (Jobeen, '¡'be ¡m j^ery o f Sop!u>ch'i'/\nt(goiu\ Princcton. 1951. y Cli. P. Sc&tl,
«Sophocles Praise of .Man and the Conflicts of the A m ilane», Arion, vol. J. n" 2,196-1,
p .tg s .
46-66.
6. E. Benvcniste (iVotns d'a^cut ct turnsi d'ticlton ctt indo-ainipivn. Paris. 1948. ράμ*.
79-50) lu señalado que ncw an tk-ne la idea de una atribución recular, de un reparto recu­
lado por la autoridad del derecho consuetudinario. Lite sentido da asenta de dos grandes
series en la historia semántica de l.i raí¿ V « , Hurtos* atribución rr^ular. regla consueiu*
diñaría, costumbre, rito religioso, ley divina o cívica, convención; >umí*, atribución te­
rritorial ftja da por la costumbre, pastizal, provincia. La expresión tJ tsówizówrriJ designa
el conjunto de lo t}U? se debe ci los dioses; t i
Lis reglas con valor religioso o poli·
lico; Ai KO’n ñ m .ü j las costumbres o la moneda <jti? tienen curso en una ciudad.
λ .\ ιβ κ ;ϊί:ο λ ι> η iw v lk siO N [ ...)
J05
uno solo. Contra esta unilateraltdad choca violentamente otra unihucralidad. La ironía trágica podrá consistir cn m ostrar cómo en el curso
de la acción el héroe se encuentra literalmente «preso cn la palabra»,
una palabra que se vuelve cn su contra aportándole la amarga expe­
riencia del sentido que se obstinaba en no reconocer.7 Sólo por encima |
de la cabeza de los personajes, entre el autor y el espectador, se anuda (
otro diálogo en el que ia lengua recupera su virtud de comunicación y¡
como su transparencia. Pero lo que transmite el mensaje trágico, cuando I
es com prendido, es precisamente que existe en las palabras intercam­
biadas entre los hombres zonas de opacidad y de incomunicabilidad.
Kn el momento cn que ve a los protagonistas en la escena apegarse ex­
clusivamente a un sentido y, así cegados, perderse a sí mismos y desga­
rrarse unos a otros, el espectador com prende que hay cn realidad dos
sentidos posibles o más. El mensaje trágico se hace para él inteligible cn^
la medida cn que, alejado d esú s certidumbres y sus limitaciones anti· '
guas, da cuerpo a la ambigüedad de las palabras, de los valores, de la con-1
dición humana. Reconociendo el universo como conflictivo, abriéndo­
se a una visión problemática del m undo, se convierte él mismo a través
del espectáculo en conciencia trágica.
i
El Agamenón de Esquilo podría proporcionar buenos ejemplos de
otro tipo de ambigüedad trágica. Se trata de sobreentendidos, utilizados
de forma plenamente consciente por ciertos personajes del drama para di­
simular, en los discursos que dirigen a su interlocutor, un segundo discur­
so, contrario al primero, y cuyo sentido sólo es perceptible a aquellos que
disponen, en la escena y en el público, de los elementos de información
necesarios.8 Al acoger a Agamenón en el umbral de su palacio, Clitem-
7.
fin Art¿i;;<»:a. en el verso 4$ I , Creóm e condena a la joven <juc ha transgredido
«.los nófKoi establecidos*. 1lacia el final d e la pieza, en el versa 111}, inquieto por las
amenaces de Tircshs. jura respetar cn adelante *los t:6»;o¡establecidos». Pero d e una
(«'maula a otra
bu cambiado «le sentido. En el verso *181 Crenntc la emplea como
sinónimo de 1\·η·£·\·.ι. edicto público proclamado por el jefe de la ciudad; en el verso
1113,13 palabra lia recuperado en la boca de Creóm e el sentido que le cbba al princi­
pio Antífona: ley religiosa, ritual funerario.
H.
Com o dice el Vigilante: «H ablo para los que saben; para los que no saben, me
lu u lio adrede <o «yo olvido». λήΟομαι) 08 -3 9 ). Encontraremos un bello ejemplo de
df-stre/a anfibológica cn el verso 136: casi cada palabra es susceptible de doble interpu-iaeión. Puede entenderse: «Decollando una temblorosa liebre con sus crias antes de
i(ui· las baya d.nio a luz» >- también
una p obre criatura temblorosa, su
ρ ιπ ρ ια bija, al frente del ejército».
10 6
M I T O Y T R A G E D I A »:N t.A G K i ' C l A A N T I C U A , I
nestra uriliza este lenguaje de doble registro: suena agradablemente a los
oídos de! esposo como prenda de amor y de fidelidad conyugal; pero» ya
equívoco para el coro» que presiente en él una oscura amenaza, se reve­
la plenamente siniestro al espectador que descifra en él claramente el
proyecto de muerte que ella ha tramado contra su marido.* Lo ambiguo
no marca ya el conflicto de valores, sino la doblez de un personaje. D o­
blez casi demoníaca: el mismo discurso, las mismas palabras que llevan
a Agamenón a la trampa, ocultándole el peligro, proclaman al mismo
tiempo a la faz del mundo el crimen que va a perpetrarse. Y puesto que
la reina, en el odio que confiesa hacia su cónyuge, se convierte en el cur­
so del drama en el instrumento de la justicia divina, tiene valor oracular
el discurso secreto que ella disimula en sus palabras de bienvenida. Al
hablar de la muerte del rey, Ja vuelve, como si fuera un profeta, inevita­
ble. Lo que Agamenón no puede oír en las palabras de Clitemnestra es,
por tanto, realmente la verdad de lo que se dice. Formulada en voz alta,
esa palabra adquiere toda la fuerza ejecutoria de una imprecación: ins­
cribe en el ser, de antemano y para siempre, lo que ella ha enunciado. A
la ambigüedad del discurso de la reina responde exactamente la de los
valores simbólicos vinculados a la alfombra de púrpura tendida por sus
cuidados ante el rey y por la que ella le incita a caminar. Cuando penetra
en su palacio como le invita Clitemnestra en términos que evocan al mis­
mo tiempo una morada completamente distinta, son las puertas del H a­
des lo que, sin saberlo, franquea Agamenón. Cuando posa su pie desnu-
9.
Véase W. B. Stanford, op. cit.. págs. 137*162. Algunos ejemplos: desde Lis pri­
meras palabras, Clitemnestra, recordando lis angustias que ha sufrido en ausencia de
su marido, declara que, si Agamenón hubiera recibido tantas heridas como los rumores
han hecho correr, «su cuerpo tendría más agujeros que una red» (S6S). La fórmula es
de una ironía siniestra: es precisamente d e esa forma como el rey va a perecer, preso en
la red m ortal (1115), red süi salida (1382), red de pesca 0 3 8 2 ) que ella tiende en torno
a él (1110). Las puertas, pj/d/ (60-0, las moradas,
<911). a Jas que se hace alusión
en repelidas ocasiones no son las det palacio, como creen quienes le escuchan, sino, si­
guiendo la expresión consagrada, las del H ades (1291). Cuando Clitemnestra afirma
que el rey encuentra en ella γ υ ν α ίκ α πιστήν, δω μάτω ν κύνα, dice en realidad lo con­
trario d e lo que parece γ υ ν α ΐκ ' ά π ισ το ν, una mujer infiel, que se ha com portado como
una perra (606-607). Como observa el escolasta, κύω ν (la perra) significa una mujer
que cícne más d e un hom bre. Cuando evoca a Zeus Telaos, el Zeus por quien todo se
acaba, por quien realiza, τ Λ ε ι, sus desees (973*974), no es en d Zeus del buen retorno en
quien piensa, como podría imaginarse, sino en el Zeus funerario, dueño d e la m uerte
«que codo acaba».
AMBKlCF.DAD L 1NVTRS1ÓN ( . . . ]
do sobre los «suntuosos tejidos» con los que ha sido sembrado el suelo,
el «camino de púrpura» que han hecho nacer bajo sus pasos no es en
modo alguno, como él imagina, la consagración casi excesiva de su glo­
ria, sino una forma de entregarle a los poderes infernales, de condenar·
le sin remisión a la muerte, esa muerte «roja» que va hacia él en el mis­
mo «suntuoso tejido» preparado por Clitemnestra para hacerle caer ahí
en la trampa, como en una red.13
La ambigüedad que se encuentra en Edipo Rey es muy diferente.
No concierne ni a la oposición de los valores ni a la doblez del persona­
je que dirige la acción y se complace en jugar con su víctima. En d drama
de! que es víctima, es Edipo, y sólo Edipo, quien lleva el juego. Nada, a
no ser su voluntad obstinada de desenmascarar al culpable, la alta idea
que se ha hecho de su cargo, de sus capacidades, de su juicio (su gr.üwc),
su deseo apasionado de conocer a cualquier precio la verdad, nada le
obliga a llevar la investigación hasta el final. Tiresias, Yocasta, el pastor
tratan sucesivamente de detenerle. En vano. N o es hombre que se con­
tente con términos medios, que se acomode a un compromiso. Edipo
va hasta el final. Y al término del camino que ha trazado hacia y contra
lodos, Edipo descubre que, al llevar el juego desde el principio al fin, ha
j>ido con él mismo con quien se ha jugado desde ese mismo principio has­
ta el final. Así podrá, en el momento en que se reconoce responsable de
haber forjado su desgracia con sus propias manos, acusar a los dioses
de haber preparado y ejecutado todo." El equívoco en los propósitos
de Edipo corresponde al ambiguo estatuto a él conferido en el drama y
sobre el que está construida toda la tragedia. Cuando Edipo habla, lle­
ga a expresar a veces otra cosa o lo contrario de lo que dice. La ambi·
gúedad de sus palabras no traduce la doblez de su carácter, que es todo
de una pieza, sino, más profundamente, la dualidad de su ser. Edipo es
doble. Constituye por sí mismo un enigma cuyo sentido no adivinará
10.
C om pirem e los versos 9 1 0.921,936.946 y 949 p o r un Lido y 960-961,1383,
l V>i> por otro; se observará c! siniestro juego tic palabras εϊμώ τω ν β α ? ά ς i960), tíme
,)r J.is ic b s, que evoca α ιμ ά τω ν β α φ ά ς, teñido en sangre (véase Coéforαχ, 1010-1013).
I «. w b u ío que ci» H om ero la sanare y la m uerte se llaman s q p o ú ^ r o i. Según Arte·
Je ¡ o í iueñoi, 1,77 (pags. 84,2*4. Pack); «El color púrpura tiene cierta
«linul.ii) con l.i muerte»; véase L. G cm et en Prohlcrrtcs de h coulcur, Pan's, 1957, pigs.
U M 24.
t i . Vcjsc Κ. P. W innmgtcu-lnKram. «Tragedy and C rcck Archaic Tou^ht». en
< Ami,'¿¡ !)r,w :.¡anJin Influence·. Hsíjys PresenteJ to ¡I O. I:. Kittn, 1965, páp.s. 51*50.
1 0 8
M I T O V T R A C O M A T. N 1 . A C K I X I A A N T I G l ’ A , I
hasta descubrirse a sí mismo completamente lo contrario de lo que cre­
ía o parecía ser. Edipo no entiende el discurso secreto que se va for­
m ando sin que él lo sepa, cn el seno de su propio discurso. Y ningún
testigo del drama, en escena, al mareen de Tiresias es capaz de perci­
birlo. Son los dioses los que reenvían a Edipo, como eco a alguna de sus
palabras, su propio discurso deformado o invenido.1- Y este eco inver·
so, que suena como una carcajada siniestra, es en realidad una rectifi­
cación. Lo que Edipo dice sin querer, sin comprenderlo, constituye la
única verdad auténtica de sus palabras. La doble dimensión del len·
guaje edípico reproduce, por tanto, cn forma inversa, la doble dim en­
sión del lenguaje de los dioses, tal como se expresa en la fórmula enig­
mática del oráculo. Los dioses saben y dicen la verdad, pero la
manifiestan formulándola en unas palabras que, al parecer de los hom ­
bres, dicen una cosa completamente distinta. Edipo no sabe ni dice la
verdad, pero las palabras de las que se sirve para decir algo distinto a
ella la manifiestan sin que él lo sepa nítidam ente para quien tiene el
12.
También 3quí remitiré til lector ti la obra de W. B. Stanford, a tas comentarios
de R.Jchb (¡'.¿φχι Tyrj/:n:ts, tSS7 y d e j. C Kamerbcek. JheP LysofSopbixU ^. iv, T hr
(F.Jifwi Tyrjitmn, 1967. .Sólo pondremos unos poco» ejemplos: Creóm e acaba de babl.tr
de bandidos, cn plural, que mataron a Layo. Edipo respondo: ¿cómo <7 asesino, ó
λη σ τή ς, Inbría podido cometer ese acto iin uji «cómplice»? (12-0. El escoliasta obser*
va: «lidipn piensa cn su cunado». Pero con ese singular Edipo, sin saberlo, se condena a
s¡ mismo. Como reconocerá alfio m is addam e IK-12-K-J7). si hubiera habido asesinos, él
n a seria culpable; pero si ha habido un hom bre, único y salo, el crimen le es evidemeusenle imputable. Cn los versos 137· 1*1! hay tres ambigüedades: I) al eliminar la máeu*
Ij n a !o h.icc cn pro de amibos lejanos, siuo por sí misma: ignora lo certeramente tjue es­
tá hablando; 2) el asesino del rev podría verse tentada a atacarlo a él: efectivamente,
E dipo se sacará los ojos; 3) al acudir en ayuda de Layo, sirve a su propia causa: no. se
destruirá a sí mismo. Todo el pasaje d e los versos 258-265, con su conclusión: «Por estas
razones, conn si fu¡yo fu c rj n:i¡'jJrc, com batiré para él», es ambiguo, (.a frase: «Si su
descendencia no hubiera abonado» significa también: «Si su descendencia no se hubie­
ra visto abocada a un destino desgraciado*, lin los versos 5 5 1-552 la amenaza d e Edipo
a Creóm e: «Si erees que atacarás a un pariente sin pagarlo, te equívocas» se vuelve con­
tra él mismo: pagará por d asesinato de su padre. Un los versos 572-573 hay doble sen­
tido: «<T¡restas) no habita pretendido que yo he matado a Layo», pero también: «No h a­
bría revelado que be matado a Layo». En el verso 928, la posiciún de ήδε. entre μήτηρ y
τώ ν τέκνω ν, relaciona γυνή y μήτηρ: m i mujer, que es también su madre. En los versos
955-956: «Ú! te anuncia que su pailre PóÜbocstá muerto», pera también: *KI te anuncia
que tu padre no es Pólibo, sino mi muerto», lin el verso I 1S3 Edipo desea la muerte y
exclama: *O b luz, ojalá pueda verte por última vez». Pero φ ώ ς tiene dos sentidos en
£riepo. luz de la vida ν luz del día. El sentido que n a pretende Ivdipo será el verdadero.
λ μ ιικ
; ( : ι :ι )λ ι > ι:
i n v í . r s k ’í n
109
don del «doble oído», como el adivino posee el de la profecía, lil len­
guaje de Edipo aparece así como el lugar en el que se anudan y se en ­
frentan en la misma palabra dos discursos diferemes: un discurso bu
mano v uno divino. Al principio, los dos discursos son completamente
distintos y están separados uno del otro; ni térm ino del drama, cuando
todo se haya aclarado, el discurso humano se invierte y se transforma
en su contrario; los dos discursos se reúnen: el enigma queda resuelto.
En las gradas del teatro los espectadores ocupan una situación privile­
giada que les permite, como a los dioses, oír al mismo tiem po los dos
discursos opuestos y seguir de un extremo al otro, a través del drama,
la confrontación.
Entonces se com prende por qué desde el punto de vista de la anfiImlogía Edipo Rey tiene un alcance ejemplar. Aristóteles, al recordar
que los dos elementos constitutivos de la tabulación trágica son, ade­
más tic lo «patético», el reconocimiento (άναγνο>ρισΐς) y la peripecia
Ιπΐ’ριίΐέΤΈΐα), es decir, la inversión de la acción en su contrario (είς ti)
i1vcxvtíov τών πραττομένω ν μεταβολή), observa que, en Edipo Rey, e l ,
n-conocimicnto es el más hermoso porque coincide con la peripecia.1’
El reconocimiento que realiza Edipo no se refiere, en efeclo, a nadie
más que al propio Edipo. Y esta identificación final del héroe por sí
mismo constituye una inversión completa de la acción, en los dos senti­
dos que puede darse a la fórmula de Aristóteles (tampoco exenta de
ambigüedad): la situación de Edipo aboca a un resultado inverso al que_
w había pretendido. Al iniciarse el drama, el extranjero corintio, desciIt.tdor de enigmas, salvador deTcbas. situado al frente de la ciudad y al
que el pueblo venera como igual a un dios por su saber y su abnegación
por la cosa pública, debe hacer frente a un nuevo enigma, el de la muerir del antiguo rey. ¿Quién mató a Layo? Al término de la investigación,
1 1justiciero se descubre idéntico al asesino. Tras la elucidación progre­
s a del enigma policíaco, que forma la trama de la acción trágica, lo
qur representa de hecho es el reconocimiento por Edipo de su ideniitl.ul. (atando aparece por primera vez, al inicio de la pieza, para anun• μγ a los suplicantes su resolución de descubrir cueste lo que cueste al
*i iminal y su certeza de conseguirlo, se expresa en unos términos cuya
•iMihigiiedad subraya que detrás de la pregunta a la que se jacta de res*
l'iMider (¿quién mató a Layo?) se esboza en filigrana otro problema
quién es Edipo?). «Remontándome a mi vez», declara orgullosamenn
/ V / íi -j . H 5 2 a *2 » .
no
M I T O Y T R A C I K D f A Γ ,Ν 1. A C i U X I A Λ Ν ' Τ Ι Ο Γ Λ , t
le cl rey, «al origen (de los sucesos que han permanecido desconoci­
dos), seré yo quien los saque a la luz», £*)& ψανώ.Ν El escoliasta no de·
ja de observar que en esc ego phano hay algo disimulado que Edipo no
quiere decir, pero que el espectador com prende «puesto que todo será
descubierto en el propio Edipo, έηεί τό παν έν αύτώ φ ανήσεται». ligo
pbani): soy yo quien sacará a la luz al criminal... pero también: yo me
descubriré a mí mismo como criminal.
¿Quién es, por tanto, Edipo? Como su propio discurso, como la pa­
labra del oráculo, Edipo es doble, enigmático. Desde el principio hasta
el fin del drama sigue siendo psicológica y moralmente el mismo: un
hom bre de acción y de decisión, de un valor que nada puede abatir, de
inteligencia avasalladora y al que no se puede im putar ninguna falta
moral, ninguna infracción deliberada a la justicia. Pero sin que lo sepa,
sin haberlo querido ni merecido, esic personaje edípico se revela, en to ­
das sus dimensiones, social, religiosa, humana, inverso a lo que apare­
cía al frente de la ciudad. El extranjero corintio os en realidad natural
de Tebas: el descifrador d e enigmas, un enigma que no puede desci­
frar; el justiciero, un criminal; el clarividente, un ciego; el salvador de la
ciudad, su perdición. Edipo, célebre para todos,” el primero de los humanos,*'' el mejor de los moríales,17 el hom bre del poder, de la inteli·
gcncia, de los honores, de la riqueza, resulta ser el último, el más des­
venturado15 y el peor de los hombres,” un c r im in a l,u n a mancilla,-1
objeto de horror para sus semejantes," odiado por los dioses,-’ reduci*
í do a la mendicidad y al exilio.:i
Dos rasgos señalan el alcance de esta «inversión» de la condición
edípica. En las primeras palabras que* le dirige, el sacerdote de Zeus lia·
ce de Edipo, en cierta forma, un igual a los dioses: ίσ ο ύ μ ενο ς θεοΐσι.-’*
Η.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
Πώρο Rey«132.
Ik'J.. S.
IbiJ., 33.
Il'L L 46. Ib/J.. I2U-M2ÜÓ, 1207 y sips.. 1397.
I b id .. 1*133.
IhiJ., 1397.
21. ihJ.
22.
23.
24.
25.
¡ h l . 1306.
i b i l . 1345.
/¿ λ/.. 455 456 v 1518.
!/«./.. 31.
A M D IC tT .D A D Γ ! Ν \Τ .Π Μ 0 Χ I · . . ]
Ill
Cuando el enigma queda resucito, el coro reconoce en Edipo el mode­
lo de una vida humana que. n craves de este paradigma, le parece igual
ii la nada, ϊσ α κ α ι τί> μ η δ έν." En el punto de partida Edipo es el espí­
ritu clarividente, la inteligencia lúcida que, sin ayuda de nadie, sin el so­
corro de un dios ni de un presagio, ha sabido adivinar, mediante los re·
cursos de su sola
(«juicio»), el enigma de la Esfinge. N o tiene
más que desprecio para la mirada ciega del adivino cuyos ojos están ce­
rrados a la luz del sol y que, según su propia expresión, «sólo vive de ti·
nieblas».*7 Pero cuando (a oscuridad se ha disipado, cuando todo se ha
vuelto claro,:s cuando la luz se hace sobre Edipo, es entonces precisa­
mente cuando ve la luz por ultima vez. Desde el momento en que Edi·
|h> es «elucidado», puesto al descubierto,-' ofrecido a los ojos de todos
como espectáculo de horror/'1ya no le es posible ver ni ser visto. Los te­
tarnos apartan de él sus ojos,'’ incapaces de contemplar de frente aquel
mal «espantoso de mirar»/* aquella miseria cuya historia y vista no se
puede soportar." Y si Edipo ciega sus párpados es, como él mismo ex­
plica,’1 porque se le ha vuelto imposible sostener la mirada de ninguna
criatura humana, tanto viva como muerta. Sí hubiera podido, se habría
taponado también los oídos para «amurallarse en una soledad que le
«paitara de la sociedad de los hombres. La luz que los dioses han pro·
ycctudo sobre Edipo es demasiado resplandeciente para que un ojo
mortal pueda contemplarla. Ella expulsa a Edipo de este mundo, hecho
p jra la claridad de) sol. para la mirada humana, para el contacto social.
Ella le devuelve al mundo solitario de la noche donde vive Tiresias, que
también ha pagado con sus ojos, con el don de la visión doble, el acceso
n la otra luz, la luz cegadora y terrible de lo divino.
Considerado desde el punto de vista de los hombres, Edipo es el je­
te clarividente, igual a los dioses; mirado desde el punto de vista de los
dioses, aparece ciego, igual a nada. La inversión de la acción, como am­
bigüedad de la lengua, marca la duplicidad de una condición humana
26.
27.
28.
29.
JO.
M.
'2 .
/ t U . 1187-1188.
IbU .. 1182.
A W ..12H .
i h . L 1397.
lh l< 1303-1305.
1297.
H. ihJ.. 1)12.
M. I h J ., 1)70 y s¡|?s.
112
Μ Ι Τ Ο Υ Τ Γ . Λ 0 ΐ : υ ΐ Α 1 ·:\ l . A C I t l X I A A N T I G U A , I
que, a modo de enigma, se presta a dos interpretaciones opuestas. El
lenguaje humano se invierte cuando los dioses hablan a través de é!. La
condición humana se inviene — por grande» por justa, por feliz que
sea— cuando se la mensura con la medida de los dioses. Edipo «había
lanzado su flecha más lejos que cualquier otro» había conquistado la
felicidad más afortunada».” Pero frente a los Inmortales, el que se
eleva más alio es también el más bajo. Edipo, el bienaventurado, toca
el fondo de la desventura: «¿Q ué hombre», canta el coro, «ha conoci­
do otra felicidad que la que él imagina para volver a caer en el infon
tunio tras esa ilusión? Con tu destino» sí, con tu destino, como ejem­
plo ante mis ojos, desventurado Edipo, no estimo feliz ninguna vida
de los humanos».’fc
Si tal es, como los helenistas reconocen de modo unánime,” el sen­
tido de la tragedia, se admitirá que Edipo Rey no está centrada sólo en
el tema del enigma, sino que, en su presentación, en su desarrollo, en su
desenlace, la pieza misma está construida como enigma. La ambigüe­
dad, el reconocimiento, la peripecia, homólogos unos de otros» se inte­
gran igualmente en la estructura enigmática de la obra. La clave de bó­
veda de la arquitectura trágica, el modelo que sirve como de matriz a su
organización dramática y a su lengua, es la inversión, es decir, el esquema
formal según el cual los valores positivos se invierten en negativos cuan­
do se pasa de uno a otro de los planos, humano y divino, que la tragedia
une y opone, como el enigma, según la definición de Aristóteles, une jun­
tamente términos irreconciliables."1
A través de este esquema lógico de la inversión, correspondiente al
modo de pensar ambiguo propio de la tragedia, se les propone a los es­
pectadores una enseñanza de tipo particular: el hom bre no es un ser
55. IH J.. 1196-1197,
56. IhU.. HR9 ysijts. En este fin id o ).» ir¡ij-odi:i. drsileantcs de Platón. sostiene el
punto de vista co ntrjrío ¡ t i d e Protagoras y la «filosofía ilustr.id.i» desarrollad.) por k«
sofistas en el &¡í’lo.v. Ix'jos de que el hom bre sea 1j medida d e todas b s cosas, es Dios
quien es b medida del hombre, ij;u¿) que todo lo demás; véase Knox, op. cit.. p i p . 150
ysij;s. y 184.
37. Véase uinl>ién, en último lu^ar, E. R. D odds, «O n M isunderstanding the üititpun
Greece a vd Rome, 2* serie, n" 13.1966, p i p . 37-49,
38. Poi'IsíJ, 145Λ a 26. Kstc esquema de b inversión debe relacionarse coa t i que
se encuentra en eJ pensamiento de Heráclito. especialmente el fragmento 88. expresa­
do por el verbo μ ε τ α π ίπ τ α ν . Véase Clémenee R.mmmix, I U’r.¡c!ite ou l'h o xin e cntn·
Íes ckoses et les n o li. 1959. p i p . 33 y iij:s. y V)2.
A .M R KrülJD .M > L IS 'V J H S í r i X [ . . . ]
que se pueda describir o definir; es un problema, un enigma, him* .1··
ble sentido jamás se termina de descifrar. La significación de la ohia mi
se explica ni por la psicología ni por la moral: es de orden c sp m ln -i
mente trágico/* El parricidio, el incesto no corresponden ni al carácter
de Edipo, su A /w , ni a una falta moral, adiha, que hubiera cometido, Si
mata a su padre, si se acuesta con su madre, no es porque más o menos
oscuramente odie al primero y este enamorado de la segunda. Respecto a
aquellos que cree ser sus verdaderos, sus únicos padres, Mérope y Poli*
bo, Edipo experimenta los sentimientos de la correspondiente ternura
lilial, Cuando mata a Layo lo hace cn situación de legítima defensa con­
tra un extranjero que le ha herido primero; cuando se casa con Yocas­
ta, se trata de un matrimonio de conveniencia con una extraña que la
dudad de Tebas le impone para hacerle acceder al Lrono, en recompon­
ía de su hazaña: «Λ un fatal himeneo, a una unión maldita, la ciudad me
ltd obligado y yo no sabía nada [...]. Recibí este don que jamás habría
debido recibir de Tobas, tras haberle sido tan útil».4>Como Edipo proi Urna: al cometer el parricidio y el incesto, ni su persona (soma) ni sus
<u tos (crga) están en cuestión; en realidad, él mismo no ha hecho nada
«υύκ έρεξα).’* O mejor dicho, mientras cometía un acto, el sentido de
»ii acción, sin saberlo y sin que él participara en lo más mínimo, se inw tiui. La legitima defensa se convertía en parricidio; el matrimonio
que consagraba su gloria, cn incesto. Inocente y puro desde el puni*>«le vista del derecho humano, es culpable y sacrilego desde el punto
«I*· vista religioso. Lo que ha realizado sin saberlo, sin mala intención ni
Mtluntad delictiva no deja de ser por ello el golpe más terrible contra el
iMtlcn sagrado que gobierna la vida humana. Semejante a esos pájaros
que comen carne de semejantes, para repetir la expresión de Esquilo,**
ur ha hartado dos veces en su propia carne, primero derramando !a san*
« fp a te rn a , luego uniéndose a la materna. De este modo, por una mal·
ilu ion divina tan gratuita como la elección de la que se benefician otros
licrncs tie la leyenda, Edipo se encuentra expulsado del vínculo social,
4ii<i)dd» fuera de la humanidad. En adelante es ¿polis) encarna la fijjui4 del excluido. En su soledad, aparece a la vez más acá de lo humano,
l«r«ua Hcra, monstruo salvaje, y más allá de lo humano, portador de una
' > Sohrc rs íj c^pcciftcufotl Jvl mensaje trágico, véanse pigs. 25 ·2(> de este volumen.
I·· J 'Jtprn it (.ohit'o. 525 y 5 )9 5-11.
It ¡ h .L 2 ( i5 y fi f i . , 521 y si}·.·;., 5J9.
I * \,v· /,·,jKict, 22(>.
114
M IT O Y T R A O r .J JI A UN l.A C R T X J A A N T I C U A . I
calificación religiosa temible, como un dafaón. Su mancilla, su dgos, no
es más que el envés ele! poder sobrenatural que se ha concentrado en el
para perderle; al mismo tiempo que mancillado, es sagrado y santo, hie­
ras y ensebés*' A la ciudad que 1c acoja, a la tierra que cubra su cadáver,
aportará la prenda de las mayores bendiciones.
Este juego de la inversión se expresa, paralelamente a las expresio­
nes ambiguas, por otros procedimientos estilísticos y dramáticos. En es­
pecial por lo que B, Knox44 denomina una inversión (reversal) en el em­
pleo de los términos en el curso de la acción trágica. N o podemos hacer
otra cosa que remitirnos a su excelente estudio del que recordaremos só­
lo algunos ejemplos. Una primera forma de esta inversión consiste en
utilizar, para caracterizar el estado de Edipo, un vocabulario cuyos valo­
res se invierten sistemáticamente al pasar de la activa a la pasiva. Edipo
es presentado como un caxador que rastrea, acosa y hace salir a la fiera**
que vaga por la montaña, a la que su persecución hace huir precipitada­
mente^ y relega lejos de los humanos/0 Pero en esta caza, el cazador ter­
mina por ser él mismo la presa: expulsado por b imprecación terrible de
sus padres,45 Edipo vaga y muge como una fiera,47 antes de sacarse los
ojos y de huir a las salvajes montañas del Citerón.” Edipo realiza una in­
vestigación a la vez judicial y científica, subrayada por el empleo repetí»
do del verbo zétciu?1 Pero el investigador es también el objeto de la in­
vestigación, el zefon es también el '¿toúm enon? como el examinador, el
interrogador” es también la respuesta a la p re g u n ta .E d ip o es el descu­
bridor’5 y el objeto del descubrim iento,56 el mismo que es descubier­
to . Edipo cu Co!o:;o, 2S7.
44. OcJtpus at Theket. Sopboclcs' Tragic Hero and bis Time. 1957, 2.* cd., 1966,
p íg .l3 « .
45. E dtpoRey, 109· 110,221,475 y sips.
46. Ibid.. A68.
47. /¿vi., 479,
4K. JbtJ., 418.
49. Ibid., 1255 y 1265.
50. Ibid., 1451.
51. Ibid.. 278,362.450.658-659 y 1112.
52. Véanse Hlusarco, De· curios;!,uc. 522c y Edipo Rey, 362.450,658*659 y 1112.
53. Edipo Rey, síopcín: 68.291,407 y 964; bisiorein·. J 15054. Ibid., 1180-1181.
55. lbid.,hcurdtt, bcurctCs. 68,10$, 120,440 y 1050.
56. Ibid., J026.1 IOS ν 1213.
AM8IC(.T.I>A!) i: INVERSION {...1
,
1 I *5
I t
lo,v Es cl médico, que emplea un vocabulario medico para hablar del
mal que sufre la ciudad, pero cambien ei enfermo1* >' la enfermedad.*'
O tra forma de inversión es la siguiente: los términos que calHicaiva. ·
Kdipo en la cúspide de su gloria van separándose uno a uno de él fu ra fi­
jarse sobre personajes divinos: la grandeza de Edipo so reducc a nada a
medida que se afirma más claramente, en contraste con la suya, la de los
dioses. lili el verso H , el sacerdote de Zeus, en sus primeras palabras, se
dirige a Edipo como soberano: krütyndn·, en el 903, el coro implora a
Zeus como soberano: v kratytidn. En el 48 los tebanos llaman a Edipo
«salvador»: soter, en el 150, es Apolo quien es invocado como salvador
por hacer cesar (pjttsU'rios) el mal, como Edipo antaño por hacer «ce·
Mr» la esfinge.^En el verso 237, Edipo da órdenes como dueño del po­
tior y del trono (cyk κράτη τε και θ ρό νο υ ς νέμω); en el 201. el coro
implora a Zeus, «dueño del poder del rayo» (αστραπών κράτη ν£μ<ι>ν).
I iri cl 441, Edipo recuerda la hazaña que le ha hecho grande (tnégfls)\ en
rl 871, el coro rememora que en lus leyes celestes reside un dios grande
que no envejece. La dominación (arché) que Edipo se jacta de
t e r c e r 1la reconoce el coro como inmortal para siempre en las manos de
£1 socorro
que el sacerdote pide en el 42 p Edipo, es el
mismo que el coro implora, en el 189, de la diosa Atenea. En el primer
\ iTAo de la tragedia, Edipo se dirige a los suplicantes como un padre que
habí** a sus hijos; pero en el 202, para acabar con la peste de la ciudad, es
λ Zeus a quien el coro confiere el título de padre: o Zc’t'i páter.
Ni siquiera el nom bre de Edipo está libre de esos efectos de inver­
sion. Ambiguo, lleva en sí el mismo carácter enigmático que marca to ­
il.* la tragedia. Edipo es el hombre de pies hinchados (oídos), enferme­
dad que recuerda al niño maldito, rechazado por sus padres, expuesto
p.tr.1 perecer en medio de la naturaleza salvaje. Pero Edipo es también
rl hombre que sabe (oída) el enigma del pie, que consigue descifrar, sin
(tintarlo al revés/·1el oráculo'1*«de la siniestra profetisa, de la Esfinge de
W. U'tJ.% 1Y)7: hcariikotujt,
SS f h l . 674.
VJ. I h J .. 1293,1387-1)88? 1)96.
ni V'iJ., 3‘λ
M
o* μ.ν/..V05.
f·'
Γ violtoa l'jirípiilc*. / <·>.·«w ¿.45.
M I '.!>?<>Rey, 1200.
116
M IT O Y ΊΚ Λ Ο .ε Ο ΐΛ CN Ι.Λ CRT,C IA A N T IC U A , I
oscuro canto».45 Y este saber entroniza cn Tebas al héroe extranjero, le
establece sobre el trono en lugar de los reyes legítimos. El doble senti­
do de Oidipons se encuentra en el interior del nom bre mismo, cn la
oposición entre las dos primeras sílabas y la tercera. Oída: «yo sé», una
% de las palabras clave en boca de Edipo triunfante, de Edipo tirano/*
País: «el pie», marca impuesta desde el nacimiento a aquel cuyo desti­
no es term inar como ha empezado, marginado, semejante al animal sal­
vaje al que su pie hace huir,67 al que su pie aísla de los humanos cn la es­
peranza vana de escapar a los oráculos,Mperseguido por la maldición
del pic terrible” por haber infringido las leyes sagradas de elevado pie70
c incapaz en adelante de sacar el pie de los males en los que se ha preci­
pitado al elevarse hasta la cúspide del poder.71 Toda la tragedia de Edi­
po está, pues, como contenida cn el juego al que se presta el enigma de
su nombre. Λ1 sapientísimo dueño de Tebas, que protege la Buena F or­
tuna, parece oponerse radicalmente el niño maldito, el Pie hinchado ex­
pulsado de su patria. Pero para que Edipo sepa realmente quién es, es
menester que el prim ero de los dos personajes de los que se ha revesti­
do al principio se invierta hasta coincidir con el segundo.
El saber de Edipo, cuando descifra el enigma de la Esfinge, se dirige
ya cn cierta forma sobre sí mismo. ¿Cuál es el ser, pregunta la siniestra
cantora, que es a la vez dipous, tripous, totrJpous? («dos, tres, cuatro
pies»). Para Oi-dipous, el misterio sólo es uno en apariencia: se trata con
toda certeza de él, se trata del hombre. Pero esta respuesta sólo es un sa­
ber en apariencia; enmascara el verdadero problema: ¿qué es entonces el
hombre?, ¿qué es Edipo? La pseudorrespuesta de Edipo le abre de par
en par las puertas de Tebas. Pero al situarle al frente del Estado csutble-
65. 1H 1, l)«;/r«/»-w rJ5ü5-1506.
66. fíJipoK cy, 58-59,8-1,105 y 397: véase también 43.
•
67. l h . L 4 ( > 8.
68.
-179 y si#;s.
69. ¡b:,L-Π*.
70. tórJ.,866.
71. //·;./.. 87Jj; véase Kno*,n/> cit., pjps. 182-18-1. Λ su l!c^:ld.»,cl mensajero de C o­
n oto pregunta: «¿S.ihéis dónde está íidip©?». Com ti observa Knox, los tres versos 924·
926 concluyen con el nom bre de üdipu y con el adverbio inrci rogativo hopou. lo cual d.»:
ίΐάΟοιμ’ ο χ ο υ · ΟϊδΟτου - οχο υ . «Ritos violentos juraos de palühr.i», escribe Knox,
«que subiere» una conjugación fant j*¿tc;t d e un verbo “conocer domíc", formad.» &par­
tir del nom bre del héroe ciue no sa1>e —com o le dijo Tirusius— quién es <4l3-4l41.son
l.i irónica risa de los dioses, ¡i quienes Hdipo "excluyo" en su búsqueda de l.i verdad.»»
A M lU G tT D A D Π IN V LK SlO N
ce. disimulándosela, su verdadera identidad de parricida c incestuoso.
Penetrar en su propio misterio es para Edipo reconocer en el extranjero
que reina en Tebas a) hijo del pais, antaño rechazado. Esta identificación,
en lugar de integrar definitivamente a Edipo en la patria que es la suya, de
fijarle en el trono queen adelante ocupará no como un tirano extranjero,
sino como el hijo legítimo del rey, hace de él un monstruo que hay que ex­
pulsar para siempre de la ciudad, arrancarle del mundo humano.
Venerado como igual a un dios, dueño incontestado de la justicia,
portador entre sus manos de la salvación de toda la ciudad, tal es. si­
tuado por encima de los demás hombres, el personaje de Edipo el Sa·
bio, que al final del drama se invierte para proyectarse en una figura
contraria: en el último escalón de la decadencia aparece Edipo-pie hin­
chado, abominable mácula, concentrando en sí toda la impureza del
mundo. El rey divino, purificador y salvador d e su pueblo, llega a ser
el criminal mancillado al que se debe expulsar como un pharm ahh, un
chivo expiatorio, para que la ciudad, pura otra vez, se salve.
Siguiendo el eje cuyo vértice y base respectivamente ocupan el rey
divino y el pkarmakós os, en efecto, como se realiza la serie de inversio­
nes que afectan al personaje de Edipo y hacen del héroe el «paradigma»
del hom bre ambiguo, del hom bre trágico.
El aspecto cuasi divino de la maievStuosa figura que avanza sobre el
umbral de su palacio, al principio de la tragedia, no ha escapado a los
comentaristas. Ya el antiguo escoliasta observaba, en su comentario al
icrso 16, que los suplicantes van a los altares de la casa real como a los
»k* un dios. La expresión de la que se sirve el sacerdote de Zeus: «Nos
ves aquí reunidos junto a tus altares» aparece tanto más cargada de sen­
tido cuanto que el propio Edipo se pregunta: «¿Por qué estáis ahí pos·
irados en una actitud ritual de súplica hacia mí, con vuestros ramos co­
ronados de cintas?». Esta veneración hacia un hombre situado más alto
que el ser humano porque ha salvado a la ciudad «con la ayuda de un
que se ha revelado, por un favor sobrenatural, como la Tycbc, la
Huen.i Fortuna de la ciu d ad /’ no se pierde de principio a fin de la pie/.i Incluso después de haberse revelado la doble mancilla de Edipo, el
»oro no deja de celebrar como su salvador a aquel al que llama «mi rey»
7? i-Jif-oRn·.
7*
I h J . , *>2.
iS .
M IT O Y T R A U U H A LN LA ίΊΚΓ.Γ.ΙΑ A N T U H 'A . I
1 1 8
y que se ha «erguido como una corro contra la muerte»/’4 En el m o­
mento mismo en el que evoca los crímenes inexpiables del desventura­
do, el coro concluye: «Y, sin embargo, a decir verdad, gracias a ti he po­
dido recuperar el aliento y el descanso»/*
Pero justamente en el momento crucial del drama, en el que el des­
tino de Edipo pende de un hilo, es cuando la polaridad entro el estatu­
to d e semidiós y el de chivo expiatorio se revela con mayor claridad.
¿Cuál es entonces la situación? Se sabe ya que Edipo es quizás el asesi­
no de Layo: la simetría de los oráculos emitidos por un lado a Edipo y
p or otro a Layo y a Yocasta hace más abrum adora todavía la angustia
que acongojaba el corazón de los protagonistas y de los nobles tebanos.
El mensajero de Corinto llega entonces: anuncia que Edipo no es el hi­
jo de aquellos a los que cree sus padres; es un niño expósito; él mismo
lo recoció de manos de un pastor en el Citerón. Yocasta, para quien
desde ahora todo está claro, implora a Edipo que no siga con la investi­
gación. Éste se niega. La reina le dirige entonces esta última advertencia:
«iDesventurado, ojalá nunca sepas quién eres?». Pero también esta vez
el tirano de Tebas se equivoca sobre el sentido de lo que es Edipo. Cree
que la reina tem e que se divulgue el bajo origen de «niño expósito»
y que su matrimonio se revele como una unión desigual con un don n a­
die, con un esclavo, hijo de esclavos hasta la tercera generación,;í’ Es en ­
tonces precisamente cuando Edipo se yergue. En su alma abatida, el
anuncio del mensajero hace nacer una loca esperanza que el corazón
com parte y que expresa gozosamente en su canto. Edipo se proclama
hijo de la Tycbc, de la Buena Fortuna, la cual, invirtiendo su situación
en el curso de los años, de «pequeño» que era le ha hecho «grande»,77
es decir, ha transformado al niño expósito y contrahecho en el sabio due­
ño de Tobas. Ironía de las palabras: Edipo no es el hijo de la Tyckc\ co­
mo lo ha predicho Tiresias,7* es su víctima; y la «inversión» se produce
en sentido contrarío, convirtiendo ai gran Edipo en lo más pequeño
que existe, ul igual a un dios en un igual a nada.
Sin embargo, es comprensible la ilusión de Edipo y del coro. El ni­
ño expósito puede ser un desecho del que alguien quiere librarse,
7*1.
75.
76.
77.
78.
ib ij.. 1200-1201.
I h J ., Í2 l9 y sig s.
ib ij., 1062 106).
|U*rpí)v kcti μ ίγα ν. iHJ., IUSJ.
/¿'x,/., 442.
A M H K ílX D A D Γ. INVERSION I - . . ]
m onstruo deforme o vil esclavo. Pero también puede ser un hvim· d>
destino excepcional. Salvado de la muerte, vencedor de la pruel·.» <|nr
le es Impuesta desde su nacimiento, el excluido se revela como elegido,
investido de poderes sobrenaturales.'0Vuelto triunfante a la patria que
le expulsó, vivirá no ya como un ciudadano ordinario, sino como due­
ño absoluto, reinando sobre sus súbditos a la manera de un dios en me­
dio de los hombres. Por eso el rema de la exposición figura en casi to- ,
das las leyendas griegas de héroes. Por tanto, si Edipo fue rechazado ul ’
nacer, separado de su csrirpe humana, es sin duda, como imagina el co­
ro, porque es hijo de algún dios, de las ninfas del Citerón, de Pan o de
Apolo, de I Termes o de Dioniso.·3
Esta imagen mítica del héroe expuesto y salvado, rechazado y vuelto
como vencedor, se prolonga en el siglo V, un tanto transformada, en una
cierta representación del tyrannos. Como el héroe, el tirano accede a la
realeza por una vía indirecta, al margen de la descendencia legítima; co·
mo él, se califica por el poder de sus actos, por sus hazañas. Reina no por
l.i virtud de su sangre, sino por las suyas propias; es el hijo de sus obras
a! mismo tiempo que de la Buena Fortuna. El poder supremo que ha sa­
bido conquistar al margen de las normas ordinarias le sitúa, para el bien
y para el mal, por encima de los demás hombres y de las leyes.*1Según la
exacta observación de B. Knox, la comparación de la tiranía con el po*
der de los dioses (esos dioses que se definen a los ojos de los griegos co­
mo «los más fuertes», «los más poderosos») es un lugar común de la li­
teratura de los siglos V y IV. Eurípides^ y Platón” coinciden a l hablar de
Iií τυ ρ α ν ν ίς ισόθεος, de la tiranía igual a la divinidad» cn tanto que es
jwder absoluto de hacer todo lo que quiere, de permitirse todo.*4
"9. Véase M arie D elcourt, O cJípe cu L· Ic^endc <íu cotiqucrjnt, París-Licja.
I l>44, d o nde se desarrolla este terna am pliam ente y se señala bien su lugar en el mi­
li* ilc Edipu.
W . E J;poR ry. 10SÓ-U09.
81.
Com prendidas las leyes matrimoniales reconocidas com o normas por la ciu«Uil Kn «(Manages de tyrans»,
L uaen Ffbvrc, 195*1. páfis. 41-53 iAnthro·
de h Crccc antique, París, 1968. págs. 344-359), L. G crnct. recordando que el
pn-ttigio del tirano procede del pasado cn muchos aspectos y que su desmesura tiene
imHleJmtn la leyenda, observa que «cn P cnandrn se ha repetido el tema mítico del in• · «i<>con I j madre». Esta m adre se llama Krjtcia, que quiere decir soberanía.
Las Trvy.ittjr, 1169.
•Hi. Jm Rcpul’f c j , 568 b.
H4. Véase Platón.
R cpxM w , )f>0 bd.
120
M I T O Y T R A C n > l A L N l.A C W . C I A A N T I C U A . 1
La otra faz de Edipo, complementaria y opuesta (su aspecto de chi­
vo expiatorio) no ha sido tan nítidamente subrayada por los comenta­
ristas. Hemos visto que Edipo, al termino de la tragedia, es arrojado de
Tobas como se expulsa al homo piacularis a fin de «alejar la mancilla»,
Tó άγος έλ α ύ νειν.” Pero es Louis G ernet quien ha sabido establecer
'·· de manera precisa la relación del tema trágico con el ritual ateniense del
pharmakós'*' («chivo expiatorio»).
Tebas sufre de un loimós, «peste», «plaga», que se manifiesta según
el esquema tradicional por agotamiento de las fuentes de !a fecundi­
dad: la tierra, los rebaños, las mujeres ya no dan a luz, mientras que
una pestilencia diezma a los vivos. Esterilidad, enfermedad, muerte
son sentidos con el mismo poder m ancillados un miasma que ha d e­
sordenado todo el curso normal de la vida. Se trata, pues, de descubrir
al crim inal que es la mácula de la ciudad, su ágos> a fin de expulsar
• el mal a través de él. Como se sabe, es lo que se produjo en Atenas, en el
siglo Vil, para expiar el asesinato impío de Quilón, cuando fueron ex ­
pulsados los Alcmeónidas, declarados im puros y sacrilegos, ενα γείς
i κ α ί αλιτήριοι.*7
Pero también existe en Atenas, como en otras ciudades griegas, un
rito anual que intentaba eliminar periódicamente las faltas acumuladas
en el curso del año transcurrido. «Es costumbre de Atenas, refiere I leladio de Bizancio, Uevar en procesión dos pharmakoicon vistas a la p u ­
rificación, lino para los hombres, otro para las mujeres...»” Según la le­
yenda, el rito tendría su origen en el asesinato impío cometido por los
atenienses en la persona de Androgeo el cretense: para expulsar el loi' más desencadenado por el crimen se instituyó la costumbre de una p u ­
rificación constante mediante los pharmakoi. La ceremonia tenía lugar
el prim er día de la fiesta de las Targelias, el 6 del mes Targelión.*' Los
dos pharmakoi. que portaban collares de higos secos (negros o blancos
85. Sobre Edipo df,os, véase el verso 1426; ν también 1121.656 >· 921; con los cu·
m uñim os de Kanuabuck, op. a t., 3 eüos pasajes.
86. En un curso inédito, im partido en la École des I Ijuics Études; véaic ultor.i
.1. P. G ucptn. i'hc Tragic Paradox, Amsterdam, 1%8. pi^s. 89 ysijjs. Marte Delcoiirt, o¡>.
d i., pijj'i. 30-37. h.i subrayado tas relaciones entre el rito de ta exposición y el del chivo
expijtorio.
» 87. I Icrádoto, 5,70-71; Tuctdtde*. 1.126-127.
88. Focio, D:Nío :ccj, pij?. 534 ÍDckkcr); véase l Ieiiquio, s. c. ς*ρμακυί.
89. |· 16 de Tarnelión. dí:i del nacimiento de Sócr.-ues. es. sq;úii nos dice Dtó#cncs
I¿tercio (2 .4 1 K ¡ΐφκ-l en el que los atenienses «purifican ta ciudad*.
A M H I C Ü U M U K IN V lIR S tO X [ . . . ]
121
&egún el sexo al que representaban), eran paseados por toda la ciudad;
se les golpeaba en el sexo con cebollas albarranas, higueras y otras planras salvajes,** luego se expulsaban; quizás incluso, al menos al principio,
eran ejecutados por lapidación, quemado su cadáver y sus cenizas Jis*
persadas.” ¿Cómo se elegían los pbarmakoí? Todo hace pensar que se
los reclutaba entre la hez de la población, entre los kahoürgoi, carne de
horca a quienes sus fechorías, su fealdad física, su baja condición, sus
ocupaciones viles y repugnantes, designaban como seres inferiores, de­
gradados, pbaúloi, la escoria de la sociedad. Aristófanes, en Las ranas,
opone a los ciudadanos bien nacidos, prudentes, justos, buenos y hon­
rados, que son como la buena moneda de la ciudad, las malas piezas de
cobre, «extranjeros, borrachos, pordioseros, hijos de pordioseros, re­
cién llegados, a los que la ciudad no hubiera escogido fácilmente al azar
ni siquiera como pbiirvuikoí»*2 Zctes, citando los fragmentos del poeta
1liponacte, observa que, cuando un íoimós se abatía sobre la ciudad, se
escogía al más vil de iodos (aworphóterou) como kútharniós y phárma·
kna de la ciudad enferma.91 En Léucade se tomaba para la purificación
a un condenado a muerte. En Marsella, un pobre diablo se ofrecía por
la curación de todos. Ganaba con ello un año de vida, mantenido a ex­
pensas del erario público. Al térm ino del año, se le paseaba alrededor
de la ciudad con unas execraciones solemnes para que sobre él recaye­
ran todas las faltas de la comunidad.‘,, La imagen del pharmakós viene
también con toda naturalidad a la mente de Lisias cuando quiere d e­
nunciar a los jueces la repugnante villanía de un personaje como Andocides, impío, sacrilego, denunciante y traidor, expulsado de ciudad en
ciudad y como marcado, en sus desgracias, por el dedo de la divinidad.
90. Focio. op. dt.: I k*sic]UÍo,í. v. κ ρα δίης νόμος; Zetes. Cfa'iijJct, V. 729; I tipo*
rt/Uti'. ir. -1 y 5, Bcr&k.
91. Escobos ¡i Aristófanes. L is
730; C abjU eroi.! 133: Suud.i, j. r. «jvipfirtκούς; Harpoetación. citando λ tstro, s. v. «ραρμακΰς: Zcti». ChiUa¿est V.73G.
92. Aristófanes, l ^ s rjtu s. p.if’ü. 750-73*1 .
93. 7ctes, op d t. lil escoliasta a Aristófanes. Cabjfícrat, 115), escribe que los ate··
rnfUM-s mantenían, para servirles de pharmskoi, a gcnics totalmente áycvvei? « a l
Α χρήστους. t!e l>.i¡o origen y malhechores; el escoliasta a Lai rji:j t , 70.3, afirma que sa·
i tilii'jhan.“p.nra expulsar la hambruna, το ΰςςχχύλ ο υς καί παρίχ τή ς ςνύσεως ε χ ιβ ο υ λπ«>μι*ν<>υς. seres J ^ u J .t d o s y ilcígraciadus (literalmente: aquellos que han sido mal­
tratados por la natwaler;*); w'dsc M. D ckourt.o/i. d t.. páp. ) l . n. 2.
94. LC-cjitdr: [‘str.OWm. 10,9.
*152; I-ucto, 4 i·. Λ ευκώίης. Mas.sil¡:»: Petronms
m S cnnis. a JE n ., 3.57; L aclando l’l.icido. CvvanvM StJi. T h e b . 10.793.
1 2 2
Μ Π Ο Υ TR .V C ID IA Γ.Ν Ι.Λ G H f .U A A K T JU U A . I
Condenar a Andócídes «es purificar ía ciudad, liberarla de la mácula,
expulsar el ¡ibarm akos».'*
Las Targelias atenienses contenían un segundo elemento. A la expul­
sión del pb ú rn :a kó s asociaban otro ritual que se desarrollaba el 7 del mis­
mo mes, día dedicado a Apolo. Se consagraban a la divinidad las primi­
cias de los frutos de la tierra en forma de t b J r ^ /o s , una galleta y una vasija
llena de semillas de todas las especies.·46 Pero el dem ento central de la
fiesta era la procesión del eirvaiwtü, ramo de olivo o de laurel con cintas
de lana, adornado de frutos, de pasteles, de pequeños frascos de aceite y
νίηοΛ* Diversos jovcndtos pascaban a través de la ciudad estos «árboles
de mayo». Los depositaban cn el umbral del templo de Apolo, los colga­
ban de las puertas de las casas privadas, πρδς α π ο τρ ο πή ν λιμ ού, para
apartar la hambruna.** El eiresiñne cn el Ática, en Samos, Délos y Rodas,
la kopú en Tebas tienen valor de renuevo primaveral. Acompañada de
cantos y de una petición de regalos, su procesión consagraba el final de la
95. Contra Andócídes, 108, 4: «τήν πυλιν κ*αϋαίραν >cai άπυδιοΓομηείσθαι καί
^ α ρ μ α κ ύ ν ά π οηίμ π κιν...». Listas emplea un vocabulario religioso. Sobre SiosojiM iv.
ίίΛΟδιοπομχτΙσΟαι, διποτα'μπειν y tos ritos de expulsion, los κο μ π αΐα , vca.sc Eustacio,
aJO Jys., 22,4SI. Kn O. R .c n 696,d Corifeo, tras !j querella (jue ha enfrentado a Crcon·
te con Edipo, desea que este ultimo siga siendo «el feliz guía» de la ciudad, εύ ίο μ π υ ς.
Sobre este punto la invention será también completa: el conductor ser» reconductdo, el
cúpofttfHis será el objeto d e Us pompa:j , (le la apópempus.
96. Plutarco. Qujcst. Canv., 717 d; Hcsíquio, s. v. θίφγήλια; Schol. Aristopb.,
Piouíos. 1055 y C¿b*:!!cros, 729, Ateneo. 114 n¡ Eustacio.tíJ i!., 9,530.
*>7. Sobre el circsiúnc, véase Eusiacio. <¡J //., 1283, 7; Sebol. A risinpb, Piautos,
1055: El. Ms¿ri}w;, s. t·. ΕίρΓσιώνη; I lesiquio, s. v. KopiiOaíia,· SouJ j , i . r. Λ ιακύνιον:
Plutarco. ViJ.¡ de tcsco, 22.
98.
Sckni Aristophanes, PlouUn, 1055;5f/;. Artucph., Qibjtlcros, 728: o i Jttv "jáp
tpam v ό τι λ ιμ ο ύ , οι δ£ οτι M i l λοιμού; Lustacio .a J ll., 1285,7: úffoxposTty λιμού.
En el calendario religioso, el viresiórte miutvrnÍ3 también en el mes Py,t»cpsi6u, d u ­
rante la fiesta de las O scufam s. lil mes Pyjncpsiun m.irca el fin de la estación <Jcl vera­
nó. así cuino el mes Tkjr& tian (o el mes inmediatamente anterior. SUtuniihuin) señala
su comiendo. La.ofrcnda ritual del pyJntott (AtcniO. 648 b) el día siete del mes de otoño responde λ la ofrenda del tbJrgclos, el siete del mes de la primavera; en ambos casos
se trata de una pjasperm íj, de una masa cocida d e todas las semillas d e los frutos de la
tierra. IX* igual modo, cn el mito, la procesión primaveral d d cim iótu· corresponde a la
partida de Tcseo (Plutarco, Ví J j de Tcscv, 18,1 y 2), y su procesión otoñal, al regreso
del iui«nu> héroe UbiJ., 22, 5-7>. Véase L. Detibner, A ttache Veste, lierlín, 19)2. págs.
198-201 y 224-226; H. Je.in-.Mairc. Caum i t·/ Cnuntcs, París, 1939, págs. >12*313 y 347
y sigS.iJ. y L. Robert, R n u c J t'i étuJcs ¿recyuer. vol. 62, IV49, Bulletin épigraphique.
n" 45, páp. 106.
a m i h c ; ím : i ) a d
t
in v
» .« mc '»n I . . . ]
1 2}
vieja estación e inauguraba el joven uño nuevo bajo el signo del don, de la
abundancia, de la salud." Esta necesidad del grupo social de revigorizar
las fuerzas de la fecundidad de las que depende su vida, despidiendo
aquellas que se han como marchitado durante el año, aparece con toda
claridad en el rito ateniense. El vircsi'ónc sigue colgado de las puertas de
las casas donde se marchita y se soca hasta el día de las Targelias, en el que
lo sustituye aquel que ha hecho reverdecer el año nuevo.1'"*1
Pero el renuevo que simboliza el circsionv sólo puede producirse si
todas las faltas del grupo han sido eliminadas, si la tierra y los hombres
se han vuelto puros. Como recuerda Plutarco,,CI las primicias de todo ti­
po que decoran el circsionv conmemoraban el fin de la apkoría, la este­
rilidad que hería el suelo del Ática en castigo por el asesinato de Andro­
geo, muerte que debe precisamente expiar la expulsión de pharmakór.
El importante papel del circsiór.c qt\. las Targelias explica que Hesiquio
glose Θάργηλος: íj Ικετηρία porque tanto en su forma como en su fun­
ción, el circsiütx no es nada más que un «ramo de suplicante».l?J
99. El t'ircsiúHt·, talismán de fertilidad, se llama a veces com o el thdr%c!as,
Γυετηρία, ύ γίειη «prosperidad·· y «salud*, El escoliasta a Aristófanes, C úbjihrui, 729
a (Koster). observa que las estaciones, α ί cbpou, están «unidas a tos ramos». Platón,
OjHjueic, 188 jib, escribe que. cuando las estaciones com portan en su orden {relacio­
nes J e lo soco y lo húmedo, de (o caliente y ta frío) una justa medida, aportan a los hom ­
bres, a los animales y a las plantas cuctcrij e by^icu: cuando, por el contrario, existe
H b m («desmesura») en sus relaciones mutuas, surgen los luitnni, las enfermedades n u ­
merosas que alcanzan tam o a los animales como a las plantas. El h r n ó i manifiesta un
<Icsarrc£lo d e las estaciones lo bastante cercano al de las conductas humanas para que
lo segundo pueda entrañar también lo primero: e! rito del pkjrtwxkós realiza la expul·
tiún del desorden humano; el eirá¡om· simboliza el retorno al buen orden de las esta*
i iones. En ambos casos, es la ann/uú lo que se excluye.
100. Véase Aristófanes. Cakjlleras. 728*729. y el escoliasta; P h u to t, 1053-1051:
«1.a menor chispa la batía prenderse como un rircíüinc viejo». Véase también A u s p jf,
VW. Debe relacionarse el acostamiento del ramo primaveral con «1 desecamiento de ta
rim a y d e los hombres, en ta snx de Inuós (el h»u>s. la «ham bruna», aparece asociada a
m enudo con la auchm h, la «sequedad»). Hiponuctc, al maldecir a su enemigo Búpalo,
« v* ¿¿or. cuya cxpulstójt-drsea. te quería ver ξη ρ δς Χιμά), desecado jn>r el bambre, lie·
\ad«>en procesión como un p h jrn u k ó r y como él. latinado siete veces en sus partes101. Plutarco, V tJj Je Tetro. 22,6-7. Véase 15, 1: después del asesinato de An·
ι!ι<γι*ο, «ila divinidad asolaba el país hiriéndolo con la esterilidad y tas enfermedades, y
ando sus ríos».
10 2 .
1 ! e s i < { i i i o . j . ι·. Ο σ ρ γ ή λ ι α . « .
μ * ta m b ié n
IH u ta rc o , V iJ j
κ α ί τ ή ν ΐκ ε τ η ρ ία ν ( κ ά λ υ υ ν
J e T r u n , 2 2 . Λ y
18,
I; E n s u c io . a J
II.,
Ο ά ρ γ η λ α ν » ; v éa ·
1 2 8 3 .6 .
12 4
M i r o Y T iU O Q D IA KN I A (lltC.CIA A N T JG U A . t
Son precisamente esos biketeriai, esos ramos de suplicantes coronados de lana, los que al inicio del drama de Sófocles pasean en pro­
cesión hasta las puertas del palacio real los representantes de la juven­
tud tebana, agrupados por edades, niños y jóvenes, y los depositan
ante el altar de Apolo para conjurar el tornos que abrum a a la ciudad.
O tra indicación permite definir con mayor precisión el escenario ritual
que evoca la prim era escena de la tragedia. En dos ocasiones" ’ se re»
cuerda que la ciudad resuena con los «péanes mezclados con llantos y
gemidos». El pean es normalmente un canto aleare de victoria y de ac­
ción de gracias. Se opone al treno» canto de duelo, melodía plañidera.
Pero sabemos por un escoliasta de la UtaJa que existe otro tipo de pean,
el que se canta para «hacer cesar los males o para que no lleguen».101
Este pean catártico, cuyo recuerdo han conservado sobre todo los pi·
tagóricos, aparece también, según el escoliasta, como un treno. Es el
pean mezclado con llantos del que habla la tragedia. Este canto puriOcador es practicado en un momento muy preciso del calendario religio­
so, es ese cambio del año que representa la estación de la primavera
cuando, en el umbral del estío, se abre el período de las empresas hu­
manas: cosechas, navegación, guerra.* * Situadas en mayo, antes del ini­
cio de las cosechas, las Targeltas pertenecen a ese complejo de fiestas
primaverales.
IOJ. Edipo K rj’t 5 >■ 186.
10-1. Scut. Victor. ad Ilú J ., 10. 391: «Pciíu: el him no que se canta para hacer ce­
sar los males o para que no liquid». La música primitiva no se ejecutaba solamente en
los banquetes y en Id danza. sin» tam bién en los trenos. Tam bién era estim ada en la
época de los pitagóricos, q u e la llamaban purificación (κώΟ αρσις). Véase tam bién
Esquilo, /{'¿jrxcttón. 645: Cocforas, I50-J51; Los Siete. 868 y 915 y si# v Véase L.
Ocl.itie. «N ote su r un fragm ent d e Stcsicliure». L A n tiq tsité cfasiique, 7, fase. 1,
1938. p .íp . 2}-29; Λ. Scveryns, IWcbcrcbci tu r í j ehn-stttmaihic de Ptaelut, I, t. 2,1958.
pági. 125 y
105. L. D eljttc. op. d t.: listcsícoro, Ir. >7. Uer^k - M Diebl; Yámblieo, V ilt dt>Ρι·
t J í . o r . v , 110. Dcubner; Aristóxcnes de Tarentu, fr. 117, Wehrli: «Λ los habitantes de
Locres y Hc^to, que consultaron c) oráculo para conocer el m edio de cu rar la locura
de sus mujeres, el dios Jes respondió que debían entonar unos péanes en la primavera
d urante sesenta días». Sobre el valor de la primavera, no una estación com o Jas domas,
sino un corte del tiem po que señal λ a la vez el renuevo d e los productos del suelo y el
asolam iento de Lis reservas humanas en esc momento critico d d engarce de un «ñu
aerícola con el otro, véase Alemán, fr. 5613 ·· 137 Ed.: «<Ze«sl lia hecho tres las esta­
ciones: verano, invierno, otoño l.i terrera; y una cuarta, la primavera, cuando todo flo­
rece y brota pero no se puede com er hasta la saciedad».
Λ.Μ)ϊl<· ί ΐ I ' f>Λ 1> Γ. l « \ T K S t Ú N ( „ . J
listos detalles debían sugerir a los espectadores de la tragedia tanto más
fácilmente la cercanía con el ritual ateniense cuanto que Edipo era presen·
Jado, de fonna explícita, como el ágos, la mácula que hay que expulsar.1*
Desde sus primeras palabras se define a sí mismo, sin quererlo, en términos
que evocan al personaje que actúa de chivo expiatorio: «Sé bten», dice a los
suplicantes, «que todos vosotros sufrís y padeciendo así no hay ninguno
que sufra tanto como yo. Porque vuestro dolor sólo alcanza a cada uno de
vosotros en cuanto es únicamente el mismo, y nadie más, pero mi persona
í/>*>r/v) gime a la vez por la ciudad, por mí y por
Y algo más adelan­
te: «Sufro la desgracia de todos estos hombres más que si fuera la mía pro­
pia».2 ' Edipo se equivoca; ese mal, al que Creonte da inmediatamente su
verdadero nombre llamándole Miasma™ es precisamente el suyo propio.
Pero, al equivocarse, dice contra su voluntad la verdad: por ser él mismo,
en cuanto miasma, el á*os de la ciudad, Edipo lleva efectivamente el peso
ikr toda la desgracia que abnmia a sus conciudadanos.
R iy divino-pharmahüs: tales son, pues, las dos facetas de Edipo, que
1c confieren su aspecto de e te r n a reuniendo en él, como en una fór­
mula de doble sentido, dos figuras inversas una de la otra. El autor trá­
gico presta a esta inversión en la naturaleza de Edipo un alcance gene­
ral: el héroe es el modelo de la condición humana. Pero Sófocles no ha
tenido que inventar esa polaridad entre el rey y el chivo expiatorio, que
la tragedia sitúa en el seno mismo del personaje edípico. Estaba inserí- /
u en la práctica religiosa y en el pensamienio social de los griegos. El
poeta le ha prestado únicamente una significación nueva haciendo de
ella el símbolo del hom bre y de su ambigüedad fundamental. Si Sófo- ·
ties escoge la pareja tyrúnno&pkarmakós para ilustrar lo que hemos de­
nominado el tema de la inversión, es porque, en su oposición, estos dos
personajes parecen simétricos y en ciertos aspectos intercambiables.
I Ino y otro se presentan como individuos responsables de la salud co­
lativa del grupo. En H om ero y Hesíodo, es la persona del rey, vastago
»le Zeus, de la que depende la fecundidad déla tierra, de los rebaños, de
las mujeres. Si se muestra, en su justicia soberana, ar>rytwm, irreprocha­
ble, iodo prospera en su ciudad;1,n si se extravía, « toda la ciudad la que
H>6. V.AipaR<-y\ 1*126; xüuse p jy . 120 de este volumen, n. 85.
107. I h J ., 59-6-1.
ios. //vi. <;>-<,μ.
UW. //·;./.. y7.
110. I lo n iero . O./.,
I0 :> y s ip .: I lo íix lo . Tr.:.!.\t;of, 225 y s¡j*s. -
126
M IT O Y T K A C E D IA CN LA G K I T t A Λ Ν Τ Η ίΙίΑ , l
paga por la falla de uno solo. El Cronida hace caer sobre todos la des­
gracia, limos y loiwós, ham bruna y peste juntas: los hombres mueren,
las mujeres cesan de dar a luz, la tierra permanece estéril, los rebaños
v no se reproducen ya.1" Por eso la solución normal, cuando se abate so·
'* bre un pueblo la cólera divina, es la de sacrificar al rey. Si es el dueño de
la fecundidad y ésta se agota, es que su poder de soberano se halla en
cierto modo trastocado; su justicia se ha hecho crimen, su virtud, falta;
el mejor (áristos) se ha convertido en el peor (kakislos). Las leyendas de
·. Licurgo, Atamante y E n o d o exigen así, para expulsar el loimóSy la lapi­
dación del rey, su ejecución ritual o, en su defecto, el sacrificio de su h i­
jo. Pero también ocurre que la comunidad delega en un miembro de
ella el cuidado de asumir ese papel de rey indigno, de soberano a la in­
versa. El rey descarga sobre un individuo, que es como su imagen inver­
tida, todo lo que su personaje puede com portar de negativo. Tal es el
pbarmakós: doble del rey, pero al revés, semejante a esos soberanos de
carnaval a los que se corona durante el tiempo de una fiesta, cuando el
orden está patas arriba y las jerarquías sociales invertidas; las prohibí·
ciones sexuales se levantan, el robo se vuelve lícito, los esclavos asumen
el papel de los amos, las mujeres cambian sus vestidos con los hombres;
entonces d trono debe ser ocupado por el más vil, el más feo, el más ri­
dículo, el más criminal. Pero terminada la fiesta, el antirrey es expulsa­
do o ejecutado» arrastrando consigo todo el desorden que encarna y de
que al mismo tiempo purga a la comunidad.
En la Atenas clásica el rito de las Targelias deja translucir incluso,
cn el personaje de) pbarmakós, ciertos rasgos que evocan la figura de)
soberano, dueño de la fecundidad.“2 El horrible personaje que debe
encarnar la mácula es mantenido a costa del Estado, alimentado con
platos especialmente puros: frutas, queso, galleta consagrada de mázam
(«harina amasada»); si en el curso de la procesión se le adorna, como al
círcsióac, con collares de higos y de ramos y se le golpea en las partes se­
x u a le s con cebollas albarranas, es porque posee la virtud bienhechora
de la fertilidad. Su mácula es una calificación religiosa que puede ser
111. 1Itftiodo, T rjbjfot, 238 y j>ij;s.
112. Sobre el doble aspecto d d pharniakói. véase R. L. Farncll, Cults o f tkc Greek
States. O xford. 1907,4, p.igi.2B0-281.
113. Soikta, s. v. φ α ρ μ α κ υύς: Iliponactc, fr. 7 (Hcrp.k); Scrvius. aJ. At·»., 5, 57:
Lactancia Pl.ícido,Comment. Star. T h v b . 10,79$: «t I pu b ü n t uitnftibsn tífci'Jtur p:t·
río rd w o l'is
A M M tíO L D .V » L [ S V r R S I Ú N [ . . . ]
127
utilizada en sentido benéfico. Como en Edipo, su á¿os («mancilla») l u ­
ce de él un katharmós, un kathársios, un purificador. Por lo demás, la
ambigüedad del personaje queda marcada hasta en los relatos etiológieos que pretenden explicar ln fundación del rito. Λ Ια versión de Hela­
dio de Bizancio que hemos citado se opone la de Diógenes Laercio y la
de Ateneo:111en la época en que Epiménides purificaba a Atenas del loirt/ós causado por el asesinato de Quilón, dos jóvenes, uno de los cuales
se llamaba Cratino, habrían donado voluntariamente su persona para
purificar la tierra que les había alimentado. Estos dos jóvenes aparecen
no como desechos de la sociedad, sino como la flor de la juventud ate­
niense. Según Zctcs, como hemos visto ya, se escogía para pbartuakós a
un ser particularmente feo, ομορφότερος: según Ateneo, Cratino era
por el contrario μείρ ά κ ιο ν εύμορφον, un hermoso adolescente.
La simetría del pbarwúkós y del rey legendario —asumiendo el pri·
mero por debajo un papel análogo al que desempeña el segundo por
arriba— ilustra quizá una institución como el ostracismo, cuyo carác­
ter» en muchos aspectos extraño, ha su brayado/. Carcopino.m En el
marco de la ciudad griega, no hay ya sitio, como es sabido, para el p er­
sonaje del rey, dueño de la fecundidad. Cuando se instituye el ostracis­
mo ateniense, a finales del siglo vt, es la figura del tirano la que hereda,
transponiéndolos, algunos de los valores religiosos propios del antiguo
M>bcrano. El ostracismo tiende, en principio, a apartar al ciudadano
que, habiéndose elevado demasiado alto, corra el riesgo de acceder a b
tiranía. Pero bajo esta forma completamente positiva, la explicación no
puede dar cuenta de ciertos rasgos arcaicos de la institución. Fundo*
naba todos los años, sin duda entre la sexta y (a octava pritanía, y se*
llún unas reglas contrarias a los procedimientos ordinarios de la vida
fwlíiica y del derecho. El ostracismo es una condena que apunta a «apar­
tar de la ciudad» a un ciudadano mediante un exilio temporal de diez
mu*.11* Es pronunciado por la asamblea al margen de los tribunales sin
que haya mediado denuncia pública ni siquiera acusación formulada
contra nadie. Una primera sesión preparatoria decidía a mano alzada si
l W. Diógenes LuTcto. 1,110; Ateneo. 602 ed.
115. J. Gircoj»:m>, L O u rjc h m c áíbátien. París. 1935. Se encontrarán los princi·
l ■*{<··. tcxRK cóm odamente reunidos en h obra d e Λ. C nldírini. l.'O strjasw o, Cosmo.
I ·*|ί IXltem os a 1- G cnct ].i i<i« de |j relación entre 1a mMiwción del ostracismo y d
i.i.m M
/r .
116. μιΟίστααϋοΐί ΐ ή ς π ό ίχ ο κ ; véase Itlifxot.
m ·. > r· όοχρακιαμός.
s v ¿ξο β τρ α νιυμ ό ς; Fu
128
Μ Π 'Ο V Ί Ί ίΛ Ο ί η ΐΛ Γ Ν 1.Α Ο Κ Γ.ίΊΑ A N T IC U A . I
se utilizaba, o no, j>ara c! año en curso cl procedimiento del ostracismo.
N o se pronunciaba ningún nombre, no se producía ningún debate. Si
los voluntes se declaraban favorables al ostracismo, la asamblea se reu­
nía de nuevo en sesión extraordinaria algún tiempo más (arde. Se cele­
braba tal sesión en el Agora y no, como de ordinario, en la Pnyx. Para
proceder al voto propiamente dicho, cada participante inscribía sobre
un tro?,o de cerámica el nombre por el elegido. Esta vez tampoco había
debate, tampoco se proponía ningún nombre; no había ni acusación ni
defensa. Iil voto se producía sin que se apelara a ninguna disposición
razonable fuera política o jurídica. Io d o estaba organizado para d.ir el
sentimiento popular, que los griegos llaman p b th ó t¡ o ili' (a la vez envidia
y desconfianza religiosa respecto al que sube demasiado alto, o triunla
demasiado), ocasión de manifestarse bajo la forma más espontánea y
unánime (se necesitaban por lo menos 6.000 votantes) al margen de to·
do derecho o justificación racional. ¿Que se reprochaba al ostracisado,
si no su superioridad misma que le elevaba por encima del común y su
excesiva suerte que amenazaba con atraer sobre la ciudad la venganza
divina? Iíl temor de la tiranía se confunde con una aprensión más pro­
funda, de orden religioso, hacía aquel que pone en peligro a todo el
grupo. Como escribe Solón: «Una ciudad perece por sus hombres de­
masiado grandes, άνδρών δ ’έκ μεγάλω ν π όλις ολλυται»."*
Los párrafos que Aristóteles dedica al ostracismo son característicos
a este r e s p e c to .S i u n ser, dice, supera el nivel común, en virtud y en
capacidad política, n o podría ponérsele en pie de igualdad con los de­
más ciudadanos. «Tal ser. en efccto, será naturalmente como un dios en­
tre los hombres.» «Por eso», añade Aristóteles, «los estados democráti­
cos han instituido el ostracismo. Al hacerlo, han seguido el ejemplo del
mito: los Argonautas abandonaron a Heracles por un motivo análogo. El
navio A r g o se negó a llevarle como a los demás pasajeros debido a su ex­
cesivo peso». Y Aristóteles concluye que en este punto ocurre como en
ias artes y las ciencias: «Un maestro de coro no admitiría entre sus can­
tores a aquel.cuya voz superara en fuerza y belleza al resto del coro».
Λ 17. 0 1 » έ rvese en F.dipo Rey la presencia del ivma d d phtbanor respecto a aquel
que c s ü a ).i c a b c /j de Ij ciudad, véam e los versos >80 y sips.
118. «D e Lis nubes se abaten la nieve yol nf.inizo. Ll trueno sale del r.iyo resplan­
deciente. D e los hombres demasiado grandes viene la pérdid.1 de l.i cmd.td>>: Solón, fr.
9-10 (Kdrr.onds).
119. fttlilic j. 3.1284 ;t3 bI3.
Λ λ ΐΒ κ ;ϋ ι:ι> Λ ΐ) ι: i n v i r s i O n
[...]
1 2 9
^Cómo podría adm itir la ciudad cn su seno a aquel que, como lidi*
po, «ha lanzado su flecha más lejos que cualquier otro» y que se h.i vuel­
to isótbeos? («igual a un dios»). Cuando tunda el ostracismo, la ciudad
crea una institución cuyo papel os simétrico e inverso del ritual de las
Tragedias. En la persona del ostracisado la ciudad expulsa lo que cn ella
es demasiado elevado y encarna el mal que puede venirle de lo alto, lin
fa del pham akós expulsa lo que es más vil y encarna el mal que la ame­
naza por a b a j o . P o r este doble y complementario rechazo se delimita
i'H.t misma en relación al más acá y al más allá. Adopta la medida propia
«Je lo humano cn oposición, por un lado, a lo divino y a lo heroico, y por
olio, a lo bestial y monstruoso.
Lo que la ciudad realiza así espontáneamente en el juego de sus instil«dones, Aristóteles lo expresa de forma plenamente refleja y consciente
<(i su teoría política. El hombre, escribe, es por naturaleza un animal po­
lítico: aquel, pues, que se encuentra por naturaleza ¿polis es o bien phaft/«», un ser degradado, un subhombre o bien κρείχτων ή άνθρωπος, un
\cr por encima de la humanidad, más poderoso que el hombre. Tal hombiL··, continúa Aristóteles, es como «una ficha aislada cn el juego de las da­
mas» (ütc Ttfp α ζν ξ ών ώσπερ έν πεττοΐς). Y el filósofo vuelve sobre la
mivma idea algo más adelante cuando anota que el que no puede vivir en
»nmnnidad «no forma parte para nada de la ciudad y es, por consiguienu·. una bestia bruta o bien un dios (ή θηρίον ή θεός)».121 Éste es precisa­
120.
En una conferencia pronunciada cn febrero d e 1958 en el Centro de Estudios
- ·*ai»!ó^.tcos, aún inédita, J.ouis G cm et observaba que, entre los tíos polos opuestos, el
■k I p ljrw a k o i y el del ostracisado, se ha producido a veces, en el jucj;<> de las ¡nstitu. i-'tK-s, una especie de cortocircuito. Tul fue el caso durante la última puesta en prJcii·
. * ■!<·! ostracismo co Arenas. E n el 417 había dos personajes de prim er p!atx>. Nietas y
Al. ibiades, que según todas las probabilidades iban a ser designados por el voto. Los
Λ w. <em padres llegaron a un acuerdo y consiguieron que el ostracismo recayera sobre
·.»> K'íiefo, un Lidió». H ipcrbo’o, derjagojio d e baja estofa. jxneraJratm e odiado y Jesp»«, u«Jo. i lipétboío fue, pues, ostracisado pero, como observaba Louis C ornet, d os·
in· ΐΊίίΟ n o se volvió u aplicar; aterrados pn resta perdida do dirección que subraya a Ij
• ■I.» polaridad y Ij sim etría del phjnfuikás y del ostracisado, los atenienses rechazaron
i iU-Mrmpfe esa institución.
I-1. V o h i t c j , 1 ,1255 a 2-2‘λ Para definir al ser degradado, ;t! i t t f r x k n t t t h r c , Aristóteles
■*■ι ·ί ·-ΐ vi Mismo térmmo. ςχχΰλος. que utiliza el escoliasta para caracterizar til pbjrtnskús.
· ’ !'· I.i oposición bestia brma-licroc o dios, véase Eíícj a N kw zjco , 7,1145 a 15 y sips.:
- I n i u.min al estado opuesto a la bos.tialiJ.nl, no podría baccrsc otra cosa mejor que ha·
14-h ik'M ttod sobrehumana, heroica y divina cn suma |...|. Si es raro encontrar un hombre
Λ. ¡nu | .. 1.1,( bestialidad no es menos rara entre les hombres».
m h o
v
τ κ λ ο ι : μ λ j : s: j ..\ c jk i . c j a a n t i g u a
.
j
mente el estatuto de Edipo, en su doble y contradictorio aspecto, que
queda asi definido: por encima y por debajo de lo humano, héroe más
poderoso que el hombre, igual a un dios; y al mismo tiempo, bestia bruta
arrojada a la soledad salvaje de las montañas.
Pero la observación de Aristóteles va aún más lejos. Nos permite
com prender el papel que desempeñan el parricidio y el incesto en la
inversión que hace coincidir en la persona de Edipo» al ser a la vez
igual a un dios e igual a nada, listos dos crímenes constituyen, en elec­
to, un ataque a las reglas fundamentales del juego de damas, en el que
cada pieza se sitúa, por relación a las demás, en un lugar definido so­
bre el casillero de la ciudad,1" Al volverse culpable, Iidipo lia revuel­
to el tablero, ha mezclado las posiciones y las piezas: a partir de ese
m om ento está hiera de juego. Al com eter el parricidio, seguido de in­
cesto, se instala en el lugar qtie había ocupado su padre; confunde en
Yocasta a la madre y a la esposa; se identifica a la vez con Layo (como
m arido de Yocasta) y con sus propios hijos (de los que es a! mismo
tiem po padre y herm ano), mezclando así las tres generaciones de la
estirpe. Sófocles subraya esta equivalencia, esta identificación de lo
que debe quedar distinto y separado con una insistencia que ha s o r­
prendido a veces a ios m odernos, pero que e) intérprete debe tener
plenamente en cuenca. Y lo hace mediante un juego verbal que está
centrado en las palabras hof/:ós e isas, semejante e igual, con sus com ­
puestos. Antes incluso de conocer nada sobre su verdadero origen,
122. liii l:i fórmula de Aristóteles que hemos citado conforme ;i ta traducción
usual «coico una piezj aislad λ en cl jucfto d e d.:nvj$>». oo se el.·, solamente una oposición
entre diylts, ficha desparejada, y fu fto t u pcunS, piezas normales que tiúhxan los
dures {véase J. Trélieux, «Sur le sens Jl*s adjectif& ρίζ\κ^ y rcpí^uyo^», /<<v .'«· tic ph;·
tolo*:e. 1958. ]\ίβ. 89). En efecto, en la csie^oria tie Ins jueces que los j'ricj'os dcsiftoa·
han eun el verbo pesxeúan* babij uik» al <pic denominaban páíts. Scpíin Suctcm o (RCpi
π αιβιώ ν, Í. 16). «Ια ptUii es también un tipo de ¡uej-o de dados en e] que los adversarios
se com ea las fiehjs, c o lo ca d a como en las damas {patentáisr), en cjsíII.:s delimitadas
p or lincas que no cruzan entre si. N o sin ingenio se ll.im.ib:i cii:;l.uk“>(fóh'is) ¡<l;i$ casi­
llas delimitados de este ruodu, y perros (kynci), a las ficJi.ís que se enfrentaban ursas a
oirav>. Sefjún PtMux ( 9 .9-HJ. ««.te juej:o en el qsie se desplanan muchas fichas es un ta­
blero provino d e casillas. delimitadas por L:¿>linea». Se ll.i::ia al tablero £.-í/ñ, a las fichas
kfftss». Véase ,1. TutlL'rd.tl. Snctonv: Des te rin a injurieux Des jcn x «r<vr, París. 1957.
pj¿;$. 15*1·! 55. Si Aristóteles, para definir al individuo ¡ipfsít·;, se reitere a las damas, es
porque, en el juer.o ^rie^o, el dam ero, que delimita I-.15 posiciones y los movimientos
resp etivos de las ficluis, es susceptible, com o su propio nom bre ir.dica. de reprecomar
el orden de la pólss.
λ .μ β κ
»1'π >λ π
i:
ix v r.K S to u Í...1
M l
I dipo se define en su relación con Lüyo como com partidor cid mismo
! . ho y poseedor cíe una esposa bowósporoti.'-' En su boca esta p.ilalu.t quiere decir que él insemma a la misma mujer que Layo ha inse•m udo antes que él; pero en el verso 460 Tiresias toma de nuevo el
rmino para otorgarle so verdadero valor: anuncia a Edipo que éste
■-miliará ser al mismo tiempo el asesino de su padre y su bomósporos,
•i coscmbiadoi·.’** Howóspuros tiene, en el lenguaje ordinario, oiro
•nido: nacido de la misma semilla, pariente de igual linaje. De h e­
lio. Edipo, sin saberlo, es de igual linaje ramo de Layo como de Yo*
• .k m . La equivalencia entre E dípo y sus hijos se expresa en una serie
•l<· imágenes brutales: el padre ha inseminado a los hijos allí donde él
Mii-.mo ha sido sembrado. Yocasln es una esposa, no esposa sino madi .·. cuyo surco ha producido en una doble cosecha al padre y a los hi*
i· Kdipo ha inseminado a aquella que le engendró, allí donde él misi>mi hie inseminado y de esos mismos surcos, de esos surcos «iguales»,
I· i >'luenido sus hijos.1-5 Pero es Tiresias quien confiere a este vocabuI ii ii» de igualdad todo su peso trágico cuando se dirige a Edipo en es- j
i··, términos: vendrán los males que «te harán igual a ti mismo ha• ■•’mime igual a rus hijos».1*'· La identificación de Edipo con su
1*1 ■¡¡no padre y con sus hijos, la asimilación, en Yocasta. de la madre y ·
•f· l.i esposa hacen a Edipo igual a sí mismo, es decir, hacen de él un
··., un ser ¿polis, sin medida com ún, sin igualdad con los demás
l"*mbrex y que, creyéndose igual a un dios, se encuentra finalmente
«v**.il a nada.IJ? Porque el tirano isótbeos no acepta, como tampoco lo
i· 1. 1* la bestia feroz, las reglas del juego que fundam entan la ciudad
l.mii.ina.i:' Entre los dioses, que forman una sola familia, el incesto no
12\. VJ:¡íORiy, 260.
//· ;./, 1209-1212.
I-ÍV V éase 1256· 1257: U Ü 5; M 9 S -H 9 9 ; « κ ά κ τ ώ ν ισ ω ν έ κ τ ι^ σ α Ο ’ ν μ ΰ ς , ώ ν Λ ρ
I.’i’v V éase 425.
) .17. S o b re esta « ntM tiuaU ljtf» d e ticlspo e n re la ció n c o n lo* d e m o s re b a ñ o s, algu·
> I In·» c u a le s. c o m o T irc sw s y C re ó m e , re iv in d ic a n í r a u e a él cl d e re c h o a u n a iftiwl
.
K i.iiió n . v é an se los v e rse s 6 1 ,·Κ )Ϊ·Ί0 9 ; 5-14; 579 y 5 8 1; 6>Ü. Al g o lp e q u e L iy o le
. ir-.a t e n su Uiij'í», lid ip o r e s p o n d e ta m b ié n « n o ig u alm en te» (81U). Y e l d e se o final
1 t;· v.i, bijus qu;· e x p re s a E d ip o , io ia lm e m e d e c r o ta d o .e s q u e C r e o n te « n o h ag a q u e
•1 ί acias i;>tia!cn a la s su y as» ( í 507).
I Λ·ϊ <·N o p o d ría hablarse de virtu d a p ro p o sito d e la divinidad com o tam p o co po1 i h tillar::;- d e vicio en un anim al; la p ciíccciú n de aquélla « e n e m.ís b en o r q n c b vir-
132
m it o y
ruAorniA i : n
j. a
citrxiA a n ’t k ; i m . «
está prohibido: C rono y Zeus lian atacado y destronado a su padre.
Com o ellos, el tirano puede creer que iodo le esrá permitido: Platón
le llama «parricida»,,2>le compara con un hom bre que por la virtud
de un anillo mágico fuera libre de infringir im punem ente las reglas
más sagradas: matar a quien quiera, unirse con quien 1c plazca: «D ue­
ño de hacer iodo como un dios enire los hom bres».” 0 Los animales
salvajes tam poco tienen que respetar Jas prohibiciones en las que se
apoya la sociedad tie los hombres. N o están, como los dioses, por en­
cima de las leyes por exceso de poder: están por debajo de ellas, por
falta de lógpst «razón».,n Dión Crisostomo refiere la irónica observa­
ción de Diogenes repecto a Edipo: «Edipo se lamenta de ser a la vez
el padre y el hermano de sus hijos, el marido y el hijo de su esposa; pe­
ro de eso los gallos no se indignan, ni los perros, ni ningún pajaro».'I,?
P orque en ellos no hay ni hermano, ni padre, ni marido, ni hijo, ni es­
posa. Como las piezas aisladas en e! juego de las damas, viven sin re­
n a l y la maldad del animal es de uo.i clase distinta que el vicio»; Aristóteles. Eí. a Nte.,
7 .1145 u 25.
129. Rt'ptíMffii* 569 b.
1J O . l h . t , 360 c .
n p jm o n , e l s e c u n d o
lis te e s e l c o n te x to c n e l q u e d e b e m o s c o m p r e n d e r , c n n u e s tra
UÁxinon U563- 9U
) . d e l q u e se h a p ro p u e s to in te rp re ta c io n e s m u y
d i v e r s a s . E s e l ú n i c o m o m e n t o c n e l q u e <.·! c o r o a d o p t a t i n . i a c t i t u d n e g a t i v a f e s p e c t o a
E d i p o - T i r a n o : p e r o lo s c r í t i c a s q u e d i t i ^ e a ! a
bybrh d e l
t i r a n o a p a r e c e n c o m p le t¡:m e n -
i c f u e r a d ·-· l u ^ a r c n e l c a s o d e E d i p o . q u e s e r t a e l ú l t i m o , p o r e j e m p l o , c n a p r o v e c h a r s e
d e s u s itu a c ió n p a r a « lo g r a r b e n e fic io s in ju s to s » (#
.1
c o n c i e r n e o n a ;t J p e r s o n a d e E d t p o . s i n o
asu
89) . ID c h e c h o ,
la s p a l a b r a s d e l c o r o
s itu a c ió n « a p a rto » e n
h
c t u d . '. d . L o s s e n ­
tim ie n to s d e v e n e ra c ió n c u a s i re lig io s a r e s p e c to λ a q u e l s e r s u p r a b u m a n o s e tr a n s f o r ­
m a n e n h o r r o r c n e l m o m e n to m is in o e n el q u e lid ip n s e re v e la c o m o e l q u e h a p o d id o
a n t e r io r m e n te c o m e te r u n c r im e n y q u e e h o r a p a r e c e n o p r e s ta r fe a io s o r á c u l o s d iv i­
n o s . E n e s te c a s o , e l
ñótht'tn ( « i p i a l
a u n d io s » ) n o a p a re c e y j c o m o e l g u ía e n el c u a l
p u e d e u n o c o n f i a r , s i n o c o m o u n a c r i a t u r a s i n f r e n o n i le y , u n a m n q u e p u e d e a t r e v e r s e
a tu d o . p e rm itirs e to d o .
13!. El
palabra y razón, es lo que hace del hombre el único animal «políiieo». Los animales no tienen más que vox. mientras que «el discurso sirve para expresar
lo útil y lo perjudicial, y cn consecuencia también lo justo y In in juito: porque el carác­
ter propio del hom brr cn relación a los demás animales es ser el único cn tener el senti­
m iento de (o justo y de (o injusto, y de otras nociones murales, y es ü com untdjd de
esos sentimientos lo que engendra Ij familia y la ciudad»». Aristóteles, VoUticj, 1 ,1253 a
10-IK.
132. Dión Crtsóstomn. 10, 29; véase B- Knox. o¡>. cil., ρ.ίμ. 206; véase también
Ovidio. MciJtvorfosii, ?, 3S6-387; «;M cncfrón debía unirse euu su madre, como lo ha­
cen los animales salvajes!». Véase también 10, 324-331.
a m m í ; ü i : i >a d p. i n v f . k s j ó n
[...|
glas, sin conocer ni la diferencia, ni la igualdad,111 en la u m lir n-u ¡I.
la ar.omia («falta de ley»}.1’4
Fuera de juego, excluido de la ciudad, rechazado de lo lumuiu» ;><u
el incesto y el parricidio, Edipo se revela, al término ele la tragedia, id·. i>
tico a! ser monstruoso que evocaba el enigma, cuya solución pensaba li.i
her encontrado en su orgullo de «sabio». ¿Cuál es, preguntaba la talinge, el ser de voz única que tiene dos, tres y cuatro pies? La pregunta
presentaba confundidas y mezcladas las tres edades que e! hombre re­
corre sucesivamente y que no puede conocer más que una iras otra: ñi­
ño cuando camina a cuatro patas; adulto cuando se sostiene firme sobre
sus dos piernas; viejo, ayudándose con su bastón. Y al identificarse a la 1
vez con sus hijos jóvenes y con su anciano padre, Edipo, el hom bre do
«.tos pies, borra las fronteras que deben mantener al padre ñgurosamen*
le separado de los hijos y del abuelo, para que cada generación humana
ncupe en la sucesión del tiempo y en el orden de la ciudad el lugar que
lf corresponde. Última inversión trágica: es su victoria sobre la Esfinge
lo que hace de Edipo no la respuesta que ha sabido adivinar, sino la pre­
gunta misma que le ha sido planteada, no un hombre como los demás,
s i n o un ser confuso y caótico, el único, se nos dice, de todos aquellos que
\ .1» por la Tierra, por el aire, por las aguas, que «cambia su naturaleza»
n i lugar de conservarla plenamente d istin ta .F o rm u la d a por la Usfinvy, el enigma del hombre comporta, pues, una solución, pero una soht·
»ión que se vuelve contra el vencedor del monstruo, el descifrador de
rnigmas, para hacerle aparecer a él mismo como un monstruo, un hom*
Ι·ΐί* en forma de enigma, pero un enigma esia vez sin respuesta.
i H . Ai principio <!e l.t tragedia. Edipo se esfuerza por integrarse en )a e.stirpc de
I ..i!k I¿ciü,ís. de i:i que, como extranjera, se siente demasiado ;?)ej.ido (véanse los ver. 1'7-1-11; 25S-26S): como escribe Ii. Knux: «El apisonante ν senúenvidioso recital de
11 . Kr:iÍ(t^í,» reñí d e Layo pone de relieve el sentim iento de inadecuación tie Edipo,
l · ·Ι'indam ente arraigado, en cuestione» d e nacimiento (... J. Edipo intenta en su di.s·■· >n introducirse en el honorable linaje de les reyes tebanos» [op. cit., páp. 56). Pero
• .!.··;.·Γ.ΐίΊ:ι nn radica en b diferencia que le sep.sm de 1.» estirpe legitima, sino en sie
i · *i >m jid aaell.i. Edipo se inquieta también por su bajo origen que le harta indigno de
I
V
1
< ! .i i V r a a u n e n e s c c a s o s u d c s u r a c i a n o s e d e b e ¡i u n a d i s t a n c i a d e m a s i a d o p r a o · iv * j u a j p r o x i m i d a d d e m a s i a d o e s t r e c h a , a l a ¡ u s e n c i a t o t a l d e d i f e r e n c i a e n t r e l a s
‘. d é l o s e ó n y t i j 'c s . S u n u i r u n u n i o e s p e o r q u e u n a u n i ó n d e s i g u a l , e s u n i n c e s t o .
I ' I 1.a b e s tia lid a d n o im p lica s u b m e rg e a u se n c ia d e ló£os y d e /:th:or, s e d e fin e
•
m i i sia d o d e « c o n fu sió n » d o n d e to d o está e n re d a d o y m ez cla d o al azar; véase Es·
i ‘ ·. ¡'t\U';¿ la>
«150; E u rip id e s. SttphcjHívi, 2 0 1.
J
W V éase el a rg u m e n to d e
i u i i F < v ;.v ? .jt
d e E u ríp id e s: ί Λ
λ ά σ ο π δ ΐ' (¿ υ η ν μ ύ ν ο ν . .
134
M I T O V T R A G E D I A K K I.A C R C C I A A N T I G U A , I
De* nuestro análisis de Edipo Rey podemos extraer algunas conclu­
siones. En primer lugar, existe un modelo que la tragedia pone en prác­
tica en todos los planos en los que se desarrolla: en la lengua, mediante
procesos estilísticos múltiples; en la estructura del relato dramático en
el que reconocimiento y peripecia coinciden; en el tema del destino de
Edipo; en la persona misma del héroe. Este modelo no aparece en par­
te alguna en forma de imagen, de noción, o como complejo de senti­
m ientos. Es un puro esquema operatorio de inversión, una regla de
lógica ambigua. Pero esta forma tiene en la tragedia un contenido. Uti­
lizando ei rostro de Edipo, paradigma del hom bre doble, del hombre
transmutado, la regla se encarna en él trueque total que transforma al
rey divino en chivo expiatorio.
Segundo punto: si la oposición complementaria con la que juega
Sófocles entre el tyrannos y el pharmakós se halla presente, como nos ha
parecido, en las instituciones y en la teoría política de los antiguos, ¿ha­
ce algo más la tragedia que reflejar una estructura ya vigente en la so­
ciedad y en el pensamiento común? Creemos, por el contrario, que le­
jos de presentar un reflejo de ella, la contesta y la cuestiona. Porque en
la práctica y en la teoría sociales, la estructura polar de lo sobrehumano
y de lo subhumano apunta a distinguir mejor en sus rasgos específicos
el campo de la vida humana definida por el conjunto de ios h ó m o í («le­
yes») que la caracterizan. El más acá y el más allá sólo se corresponden
como dos lineas que esbozan nítidam ente las fronteras en cuyo in te­
rior se encuentra el hombre incluido. Por el contrario, en Sófocles, so' brehumano y subhumano se reúnen y confunden en el mismo persona­
je. Y como este personaje es el modelo del hombre, se borra cualquier
límite que permitiría circunscribir la vida humana, fijar sin equívoco su
• estatuto. Cuando, a la manera de Edipo, quiere llevar hasta el final la in, vestigación sobre lo que es, el hom bre se descubre a sí mismo como
; enigmático, sin consistencia ni dominio que le sea propio, sin punto de
engarce fijo, sin esencia definida, oscilando entre igual a un dios c igual
j a nada. Su verdadera grandeza consiste en eso mismo que expresa su
¡ naturaleza de enigma: la interrogación.
Finalmente, último punto. Lo más difícil no es restituir a la tragei dia, como hemos intentado, su sentido auténtico, el que tenía para los
griegos del siglo V, sino comprender los contrasentidos que ha favore{ cido o, más bien, cómo se ha prestado a tanto contrasentido. ¿De dón-
A.MBKiOr.DAD B INV11HS1ÓN I . .-3
135
de procede esa relativa maleabilidad de la obra de arte, que al mismo
tiempo constituye su juventud y su perennidad? Si el resorte verdadero
de la tragedia es en úitímo térm ino esta forma de inversión que actúa
como un esquema lógico, se com prende que el relato dramático siga
abierto a interpretaciones diversas y que Edipo Rey haya podido car­
garse de un sentido nuevo a medida que, a través de la historia del pen­
samiento occidental, el problem a de la ambigüedad en el hombre se ha
desplazado y el enigma de la existencia humana ha cambiado de terre­
no y se ha formulado en térm inos distintos a los de los trágicos griegos.
Capítulo 6
Caza y sacrificio
en la Orestíada de Esquilo*
I.a Orctfíada se übre cun I3 aparición de la antorcha que desde la Tro*
. j destruida trae a Micenas el «día en plena noche», «en invierno un reh u n o del verano»,' pero que presagia en realidad episodios inversos res·
l't iio a s u apariencia; se cierra con una procesión nocturna «a la claridad
tU- antorchas resplandecientes»2 (φέγγει λαμπώδων σελασφόρων), cuyo
m plandornocs fahtz e n esta ocasión, sino que ilumina u n universo recon*
• iludo... lo cual no significa, por supuesto, un universo del que han desajMiccido las tensiones. Λ costa de la acción trágica, el desorden deja sitio al
«»i«!cn entre los dioses, jóvenes y viejos, cuya disputa es evocada desde el
j'<meipio del Agamenón bajo la forma del conflicto de las Uránidas,1que se
*| Primera piililtc.nción: Farota dei Pass,Ho, Ι2ιΛ 1% 9. pip*. *101-425. Este estudio
1. ¡Ίΐι" v ü c sjrrn lb comunicacioncs presentados en el seminario J e J. P. Vcrrunt en 1a
1 ·4 < · l ' í u t u | i K · des H j m i c s Étudcs y en el coloquio sobre el «Momento de Esquilo» or*
!«·>·.
B:cvrcs en junio de 1969 por M- G ilbert Kühn. Doy las gracias a los parti•
por sus observaciones.I
I Λτ.ι*\\'κΰΜ.22, 522 y% 9.
i u~:¿!tuL'i, 1022: vt’.ase um h icn ?τυριδώπτω λσ μ π ά δκ
1Ü41-1042.
\
A ;¿ m - K w t. I W M 7 5 .
138
M IT O V T K A C tL M A LN LA O K I.C IA A N I K iU A . 1
enfrentan ante el tribunal de Atenas lo mismo que los hombres. Sin em­
bargo, de principio a fin de la trilogía parecen correr dos temas: el del sa­
crificio y el de la caza. Las Euménidcs concluyen con una llamada del
cortejo al lamento ritual que profieren las mujeres cuando el animal sa­
crificial es abatido, Ια όλυλυγή:* «Y ahora proferid el lamento ritual en
respuesta a nuestro canto (όλολύξατε νϋ ν έπΐ μολιταΐς}». Pero la pri­
mera imagen sacrificial aparece en el v. 65 del A gam enón, en el que se
compara la entrada en combate con el sacrificio introductorio del matri­
monio, las προτέλεια. Inmediatamente después aparece el lema del sa­
crificio que los dioses no aceptan, o, como se ha dicho, el «sacrificio im­
puro». «Alimenta tu fuego, madera por debajo, aceite por encima, nada
aplacará la inflexible cólera de las ofrendas que la llama no quiere.»’
No menos presente está la imagen de la caza: el presagio que subyace al Agamenón entero, y, más allá de la pieza, el pasado, el presente y el
futuro de los Atridas, aparece representado en una escena de caza ani­
mal, en la que dos águilas devoran una liebre preñada. Las Euménidcs,
por su parte, evocan una caza del hombre, cuya pieza es Orestcs y las
Erinias, las perras. Estas «imágenes» de caza han sido recocidas en una
útil monografía, en la que. sin embargo, el análisis no supera el nivel trivialmente literario/· En cuanto al tema del sacrificio — cuya im portan­
cia había escapado por completo a un investigador como E. Fraenkel
que habla simplemente de una «transposición del lenguaje ritual desti­
nada a provocar un efecto siniestro»— ’ ha sido objeto en el curso de los
últimos años de trabajos mucho más profundos, ya se trate, con Froma
I. Zeitlin, de averiguar su significado a través de la trilogía·1o, de forma
más ambiciosa y a veces más discutible, de unir el estudio del sacrificio
al de la tragedia griega entera, como hacen W. Burkert y J. P. Guopin^
4. V.uncnidci. 10-43, 1047.
5. Agamenón, 68-71.
6. J. Dumortier, Les 1ruges djtts h p o ésie d'Hscbylc. París, 1935; véanse las pá^s.
71*87; 88-100; 101-111- 134-155. etc. El tema del sacrificio aparece, por el contrariu,
cxcremadair.cnic descuidad»; véanse las páR*. 217-220.
7. Artshyiu*. A&imrmnmi edited w ith a commentary by E. Fraenkel, O xford, 1950,
ill, p.íg. 65).
8. F, I. Zeitlin, «The M oiif o f the C orrupted Sacrifico in Acschylus' Oresieia»,
Trans, a nd Pmc. o f the A m cr Phil. Asioc., nu 9 6 ,1% 5, p.ifts. 463 -50S; *Po(script to Sa­
crificial Imagery ir» ihc Oresteta (Ag.. 1235-12)7}», ibid., n"97, 196G, págs. 645-653.
9. W. Buíkcri. «G reek Tragedy and Sacrificial Riiusl». Greek, R o n jn and Byzantine Studies, ηΛ7, !% 6 , págs. 87· 122; J. P. G uépin, The Trj¿ic Parsdttx. \fyib and Ritual
i :A’¿ A
V S A C K U -'lU O l'.S Ι.Λ Ο Κ Ο Π Λ Ι λ » J>i:
l l.l>
Dicho esto, nadie parcce haber cuido en la cuenta hasta ahora de
c|uc existe un lazo entre caza y sacrificio, de que los dos temas están en
la Orcstiada no simplemente entrelazados, sino directamente super­
puestos, y que vale la pena en estas condiciones estudiarlos ¡untos.13
Son los mismos personajes, Agamenón y Orestes, los que son sucesiva­
mente cazadores y cazados, sacrificadores y sacrificados (o amenazados
con serlo). En el presagio de la liebre preñada devorada por las águilas,
1.» caza es la imagen de un sacrificio monstruoso, el de lfigenia.
Dominio todavía relativamente poco explorado, la caza griega evo­
ca, sin embargo, todo un mundo de representaciones. Es, anee todo,
una actividad social que se diferencia en función de las etapas de la
vida. Así, he podido distinguir, y oponer, caza efébica y caza bopiítica,
<Λ6Λ artera y caza heroica." Pero también es algo más: en un grandísi­
mo número de textos trágicos, filosóficos o mitográficos, la caza es una
de las expresiones del paso de la naturaleza a la cultura. Quizá por este
motivo coincide con la guerra. Pongamos tan sólo un ejemplo: en el mi­
to del Protagoras de P la tó n ,c u a n d o el Sofista describe el mundo hu­
mano antes de la invención de la política, dice: «Los humanos vivieron
primero dispersos y no existía ninguna ciudad. P or eso eran destrui­
dos por ios animales, siempre y en todas partes más fuertes que ellos,
v mi industria, suficiente para alimentarlos, seguía im potente para la
jaierra contra los animales salvajes (προς δέ tb v τών θηρίων πόλεμον
η <.><τΧ’
Amsterdam, 19íi8. l¿Me último libro es riquísimo, p e ro j. P. Guépin
I <tlm.i realizado una obra más itiil to;Lv.ia si se hubiera dedicado menos ¿I imposible
i-*ti:dio d e los orí-ene^ rituales (sobre todo dionisíacos) de 1.» tragedia. El resultado es
■pii*. id describir la tragedia como «fiesta de la cosecha y de la vendimia» (páps. 195·
iml>, om ite describir lo que es la tragedia para inreiuar explicar aquello en lo que se
«<>ui ierre» con lo que apenas si pasa más allá de las hipótesis ya amiguas de J. E. I larri•■•n y de F. M. Com ford.
10. J, P. G u ép in ha p rese n tid a ei in terés de un e ilu d io d e este tipo; véase op. cit.,
! ·/.>. 2 -IJ2 especialm ente; dice inclusa (pag. 26): « N atu ralm ente, las m etáforas d c c a . i ’λμι ex trem ad am en te com unes en p riep a an ticu o , especialm ente en las esferas del
jn u ir y de la guerra. Una m era enum eración tic tales m etáforas nu no* serviría de ayualii Pero a veces sentim os q u e existe b p retensión de ex p resar al^o más, u n a alusión ri-
>*1*. (lita numerosos textos que pueden referirse efectivamente a una caza ritual.
11. Véase P. Vídal-Naquct, «Le Chasseur nuir et l'origine de Icphébic athcnicn»·· ·. AnujU's E. S. C . 1968, páfis. 947-964, aparecida también en inglés en los Proccc■"'>,·i t>(the Qivtbr:Jzc Pki!o!o¿iejl Society, n” 194.1968. pips. 49-64.
12. Véase >22 b.
II
140
M I T O Y T K A C r . D I A >'.N J A G R E C I A A N T I C U A , I
ένδεής). Porque no poseían todavía el arte político, del que la guerra es
una parte».h
Entre Ja caza y el sacrificio, es decir, entre los dos m andos de que
disponían los griegos para procurarse la alimentación a base de carne,
las relaciones no son menos estrechas. ¿Se trata, como ha sostenido K.
Meuli, de una relación de filiación, en la que los ritos sacrificiales derivan
lejanamente de los ritos de cazadores prehistóricos tal como todavía
hoy se practican especialmente en Siberia?14Para probar históricamen­
te su tesis, K. Meuli debe admitir que los ritos de cazadores, antes de
convertirse en ceremonias de sacrificadores, atravesaron una doble eta­
pa histórica: la civilización aerícola de los griegos debió suceder a una
pastoril que, a su vez, proccóía de una civilización cazadora.15 Aun su­
poniendo demostrados estos hechos, se com prende mal cómo habrían
de informamos sobre las relaciones entre caza y sacrificio entre los grie­
gos de la época clásica, es decir, en un pueblo que no era esencialmen·
te cazador, pero que siempre practicó la caza1* y al que esta actividad
continuaba proporcionando en abundancia mitos y representaciones
sociales. En estas circunstancias, incluso al historiador —sobre todo al
que no es un mero aficionado a lo antiguo— se le impone el estudio sin­
crónico.
A uno y otro lado del altar sobre el q u ese realiza el sacrificio «olím­
pico» se hallan presentes — siguiendo el mito referido por Hesíodo «en
los tiempos en los que se resolvía la disputa de los dioses y los mortales
en Mecone»— 17 los habitantes del cielo y los huéspedes de la tierra. A
los unos van los huesos y el humo, a los otros la carne salada. El mito de
13. Asimismo. Aristóteles. Politice 1,1256 b 23; sobre este tema en la literatura
fifics* de los «orígenes» d e 1a civilización, veos© Tb. Co!e, Dctnocritut and theSourccs o f
Grcrk Artkropc!a?y> Ann Arbor, 1967, pjgs. 34-36,6-J-65. íSi-S-J, 92-9}, 115 y 123*126.
14. K. Meuli. «Gricchischc O pfcrbrüuclic», P bytloM ui fu r f\-icr io n <lcr MiikU,
Bjsilca, IV4Ó, pjj!S. 185-2R8. P or discutible que sea ese estudio, no por ello dej» de
proporcionar un prodigioso repertorio de hechos e ideas y es el trabajo m is im por­
tante sobre el sacrificio entre los griefios. lint re los estudios recientes sobre este lem.i.
he utilizado también ampliamente J. Rudhardt, Notions fondjm cntahs ¿ c h p c n sc c rdtfjcu sc i t artes ccnuitutift du culíe dans L¡ Crece cümí^ hc, Ginebra, 195R. y J. O s.ib o n j,
Rcchcrcf.rs sur ¡e i ocsb-ulaircdes lacrificcs en grcc. Aix-Gap. 1966, sin tubU r del anticuo
y siempre útil volumen de P. Stengel. O pfcrknuchc ¿er Gñcckcn, Lcipzifc-Berlín. 1910.
15. Vcnse lo q u c c l mismo dice sobre ello, «/■. d i.. pij*s. 223 -22*116. K. Meuli trata también la cuestión muy brevemente; véase l.i p.ifc. 263.
17. Tcojfmij* 535-5 5Λ.
C A Z A V SACPJJ JC K ) LN LA ORI.STlADA 03'. J.S Q tlI.O
141
Prometeo aparece estrechamente ligado al de Pandora: la posesión del
fuego necesario para la comida sacrificial, es decir, en el plano del mito,
para la comida a secas, tiene por contrapartida «la raza, la ralea maldi­
ta de (as mujeres»,1' procedente de Zeus, y la devoradora sexualidad.
Así queda trazado el destino del hombre de la edad de hierro, ese la­
brador al que sólo los trabajos de los campos pueden salvar.
La función de la caza es al mismo tiempo complementaria y opues­
ta a la del sacrificio. En una palabra: define las relaciones del hombre
con la naturaleza salvaje. £1 cazador es el animal predador, el león o el
águila, o el artero, serpiente o lobo — en H om ero la mayor parte de las
imágenes de caza son de animales— ,w y a la vez el detentador de un ar­
te (tcchnc) que no poseen precisamente ni el león ni el lobo. Eso es lo
que expresa -—entre otros cien textos— el mito de Prometeo, tal como
lo comenta el Protagoras de Platón.
El acto sacrificial es un acto culinario, el animal sacrificado por ex­
celencia es el buey de labor. Este sacrificio —que en última instancia es
un crimen y que, por otra parte, algunos textos declaran prohibido—*'
es dramatizado en la ceremonia de las «Bufonías», en honor de Zeus Polieo en Atenas, cuando el animal sacrificado relleno de paja es uncido a
un arado, mientras son «juzgados»31 cada uno de sus «asesinos», desde
el sacerdote al cuchillo sacrificial. Pero el vínculo entre el sacrificio y el
mundo de ios campos cultivados es mucho más fundamenta] de lo que
podría sugerir una fiesta que podemos estar tentados a considerar mar­
ginal. l íe aquí un bello ejemplo arcaico: cuando los compañeros de Ulises, agotados sus víveres, deciden sacrificar los bueyes del Sol, les faltan
precisamente los productos del campo; en lugar de la cebada, cuyos gra­
nos se tostaban, toman el follaje de un roble; en vez de vino para las li­
baciones, agua. El resultado es un desastre. «Las carnes asadas y las cru­
18. Ihid., 591.
Véanse algunos ejemplos m is abajo en páft. U 6 . y par;» un «repertorio y vm.i
i<Hti|’dr¿ción con el arte contem poráneo, R. 1 lampe, Di? 67ctehniisc H«»>:cn u n J J¡c
M J r u m t witter Xctt. Ti:binj;a, 1952. sobre iodo pjgs. 30y jips.
¿ü. Vea'xSchnl. Ara»., Phjcn., 1)2; Kliano, iV. /!., 12, >4·, Schoí. Odisea, 12, >53;
S i. »*Us <1c D jm asco, fr. 10), i Jacoby; lilwno, \ar. lin t., 5,14: Varrón, D ercrusitcj, 2,
' Ί, (h ú m e la , 6, l ’rjc/.·, Htinío, S , íi., 8, 160. Estos textos desbordan ampliamente el
•mtn>lo griego.
*
2
I I'ju u n ijs. 1.28, 10; l'Jijno, I Or }hsi.,8, 3; Porfirio. D e/X h/tnatliJ, 2 ,2 8 ; para
1 « tU: U tradición. \v.vvc L. Dcuhncr, A ttiv k e Vate, Berlín. l‘H2, p¿»í. 1ÍS.
142
M IT O Y T R A G C D IA Γ Ν LA G K I X l A A N T I C U A , I
das mugían en (orno a los asadores».22 La alternativa a este sacrificio im­
pío existía, sin embargo, y el propio Uliscs la indica: la caza y la p esca/4
Considerada globalmente, la caza se sitúa, en efecto, en la zona opues­
ta del sacrificio olímpico clásico. Sabemos que el sacrificio de animales
cazadores era un fenómeno raro (se explica fácilmente, dado que el
animal sacrificado debe estar v iv o ) y en las líneas generales estaba vin­
culado a divinidades rebeldes a la ciudad, divinidades de la naturaleza
salvaje como Artemis y Dioniso.:J Con mucha frecuencia, como en el
mito de Ifigenia, el sacrificio de un animal cazado aparece como el sus­
tituto de un sacrificio humano, al reemplazar en cierto modo el salva­
jismo de la víctima al del acto.
Sin embargo, entre estos dominios opuestos existen zonas de inter­
ferencia que aprovecha precisamente la tragedia. Las Bacantes de Eurí­
pides ofrece una descripción sobrecogedora de la homofagia {despeda­
zamiento de la carne cruda) dinnisíaca» acto en el que caza y sacrificio
se confunden. Perneo será la víctima de tal caza sacrificial.
N o es ahora mi propósito enum erar todos los pasajes de la Orcsl/a*
da donde se trata de sacrificio, caza y, a veces, pesca, sino más sencilla­
mente hacer hincapié en las líneas de fuerza de las tres piezas, demos­
trando que se oponen, en cierta manera, térm ino a término.
Abramos el discurso con el coro que sigue inmediatamente al para­
dos del Agamenón^ y con la evocación del presagio que se manifestó a
los aqueos en Aúlide. Más aún que de la gran escena de Casandra, pue­
de decirse que el poeta «agrupa ahí en un iodo [...] el pasado más leja­
no y el futuro que ha de seguir»,7* pero precisamente porque estamos al
principio de la pieza, todo está mucho más velado/7
12. 356·}%.
23. ibid., 12, 329-333; véase sobre este p unto mi artículo «Valcurs rcli^icuscs ct
mythiqiics d e l.i terre et d u sacrifice ctans l'Odysséc», Anr.aUs E. S. C , 1970, p .íp .
I.2S8-1.2S9.
2 4 . Una relation, que debería ser completada sobre iodo cor» una investigación ar­
queológica precisa, lia sido efectuada p o r P. Stengel, «Ü ker die Wild und Fi.schopfer
der Gricclicii». hhrmcs, IJ$H7,págt. 94-100, incluido en Qpfcrkr&Kke..., p¿g<¡. 197-202.
25. Véase Agamenón, 105· 159.
26. j . de Ronuíly, Rente d a t'iuJcs g r c r . y « i 'j , 1967, p ig . 95; véase también Le
Tattps djrts h irj£edie greeque, Púrt’s, 1971, pigs. 73-74.
27. Sóío después de la redacción de estas pininas h e tenido conocimiento del ex ­
celente estudio d e j . J. Peradotto, «The Ot-ven o f the Eagles und ιΗ οήϋος o í Agamem­
non*. Phoenix, n°23, 1969. páfis. 237·263.
22. O J ttc j,
C A Z A V S A C R t N C I O E N L A Ο Κ Γ ί Τ Μ ί λ Ι t)l
l ··■ -I
MI
«Dos reyes de los pájaros se aparecen a los reyes de la* n·* · · »»m»
completamente negro (κελαινός), otro de lomo blanco, Ap.u............
cerca del palacio, del lado del brazo que blande la lanza, pm.».!.·' I··. ti
a la vista, devorando con toda su fuerza a una liebre preñad.), φ » lu lm
fracasado en su última carrera.» Calcante deduce inmediat.mum« «|<i«
las águilas son los atridas, que estos tomarán Troya, que Artemis, κ^ιιΐ
tada por el crimen de la liebre, exigirá un rescace mucho más vdlh»u
{íftgcnia). lo que, a su vez, dará lugar a otras catástrofes: «DispucM.i .1
abarse un día terrible, una adm inistradora pérfida guarda la casa. La
Cólera que recuerda y quiere vengar a un niño (μίμνεί / γαρ φοβερί*
π α λ ίνο ρ το ς / οίκονόμ ος δ ο λ ία μνάμων Μ ήνις τεκνόποινος}.»-' De
este modo se anuncia, bajo una forma apenas abstracta, la venganza tai­
mada de Clitemnestra.
Vocabulario de la caza y vocabulario del sacrificio están aquí estre­
chamente mezclados. La liebre había «fracasado en su última carrera»
(λοίσθιων δρόμων),·” expresión técnica que se encuentra en otras partcs.K}1 lay que insistir en la liebre, animal típico de la caza, el único, di­
ce H eródoto, cuya hembra concibe mientras está preñada, pues grande
es la necesidad que tiene la naturaleza de estas víctimas,11 antítesis del
león y del águila. H om ero evoca a Aquiles: «Tiene el impulso del águi­
la negra, el águila cazadora, la más fuerte y, a la vez, la más rápida de las
aves» (αίετοϋ ο ιμ α τ’ έχω ν μ έλα νο ς το ύ θη ρ η τή ρ ο ς / 6 ς θ' ά μ α κ ά ρ τισ τό ς τε κ α ί ώ κισ τος πετεηνών). Es, también, como «el águila de al­
to vuelo que va hacia la llanura, a través de las nubes tenebrosas, para
robar un tierno cordero o una liebre que se mete en una madriguera»
(κτωκα λαγωόν), «el águila, la más segura de las aves, el cazador som­
brío que se llama el Negro»’2 {μόρφνον θ η ρ η τή ρ ’, 6v κ α ί περκνόν
28. A¡iitKCfíón. 151-155.
29. Ik U L 120.
30. Jenofonte, Cincgcttsa, 5, 14; 9 ,1 0 ; y A rrim o. Cinegética, 17. evocan la « p ri­
mera carrera» del animal acosado. La relación ha sido esiablecid.i sobre todo por P. M j¡mn, p4g. 14 de la edición Bitdc.
>1. ile ró d o to . 3, IOS. Sobre la liebre en el cuUo de Artemis, cspccÍ3lmeme en
HidurvÍi.cTi Alies, véase el artículo citado m is arriba d c J .J . Peradotto, pág. 244.
32.
IÍ ú J j , 21*252-253; 22.310; 24,315-316; véase también 17,674*677, donde es
MencUo d objeto de la comparación, y también, el μ ε λ α ν ά ετο ς κ α ί λαγ&κρόνος de
.^mtiíteles, / / A , 9, 32.2. Para otras referencias y id identificación zoológica de estas
«jtm ljt lia blanca y la ncfira), véase el com entario d e Π. I-W nkcl. 11. pips. 67-70.
144
M IT O Y T K A G K D IA l : S L A C .H lX lA Λ Ν Ί IG L 'A , I
κ α λ ίο υ σ ιν ). Pero n o se trata de una caza cualquiera. P. Mazon,J ha in ­
dicado cómo un reglamento de caza consignado por Jenofonte reco­
mienda a los «deportistas» dejar las crías a la diosa: tfcc μ£ν ούν λ ία ν
νεογνίχ ol φ ιλ ο κ υ ν η ^ τ α ι ά φ ιά σ ι rfj θε(χ.ΜLa caza de águilas es, a la
vez, caza real y desleal, que invade el dominio de Artemis.
Pero esta caza es también un sacrificio, Calcante lo expresa en tér­
minos claros, temiendo que Artemis exija «otro sacrificio monstruoso,
cuya víctima sea toda para ella» (θ υ σ ία ν έτέραν ά νο μ ο ν t i v ’ ά δ α ιτον),15y, sobre todo, esa identidad queda afirmada en el extraordinario
verso 136, obra maestra de la ambigüedad esquilcanu, que expresa la
cólera de Artemis contra los «perros alados de su padre» (α ύ ΐά το κ ο ν
π ρ 6 λ ό χ ο υ μογερϊχν π ΐά κ α θυο μ ένο ισ ιν), lo que significa al mismo
tiempo «tras sacrificar antes de su presentación, a la desgraciada liebre
con su camada», y «tras sacrificar a su propia hija, pobre ser acurruca­
do, al frente de las tropas».1*
¿Podemos precisar mejor que Calcante la significación del presagio?
El adivino mismo subraya su carácter ambivalente. Los elementos favora­
bles son perfectamente claros. Las águilas aparecen «del lado del brazo
que blande ía lanza»,*7es decir, del lado derecho; una de ellas tiene el lo­
mo blanco, color religiosamente benéfico.,,‘ La caza de águilas es un éxito.
En un sentido, la liebre preñada es Troya,,9 que será cogida en una red de
la que ni un niño ni un hombre adulto podrán evadirse,40 esa Troya cuya
33. Vcase Mazon. pig. 15 de la edición Budé.
3-1. Véase Cwc£cticJ, 5.14.
35. Véase Agjwentj/}, 150, «o:ro sacrificio» mJs, que «no exige a su vez mi sacrifi­
cio* (Muzon). 1£1 sacrificio es α δ α ΐϊο ς , es decir, sin com ídj artificial·, es un sacrificio
que todo lo consume.
36. Para una dem ostración detallad.), remito a W. B. Stanford, Arnbif>uiíy in
Greek Tragedy, O xford, IV3‘>. p jg . 1Ί3. El comentario d e F racnkd es m udo a este pro·
pútito.
37. A¿J!ner¡ón> 116.
38. Véase C*. Radke, Die beJcuíun* tier Víassen undder Scbu'jrzcn Farbe im Kult
and Brsueh der Gnechcn und Rütucrn. Berlín, 1936, sobre todo p ágs. 27 y sips.
39. Aunque el símbolo sea muy diferente, el espectador de Esquilo debía evocar la
famosa escena en la que Calcante interpreta el presagio proporcionado por una se r­
piente devorando a ocho pajarillos y a su m adre, convertida luego en piedra, lo cual
anuncia la conquista de Troya tros nueve años de com bate {Um J j , 2 . 301 >329). Pero en
I lomcro el presagio, una vez interpretado, es perfectamente transparente y no ocurro
lo mismo con Esquilo.
-10. A&wtfíuitt, 357-360,
CAZA y SACRIFICIO KNLA ÜRESTUDA Di: JISQUILO
H5
captura será una caza/11 Pero la liebre también es, como hemos visto, Ifigenia sacrificada porsu padre. Ártcmis la bella, la benevolente (εϋφρων ót
Καλά, verso 140), extiende su peligrosa protección «tanto sobre los débi­
les retoños de los Icones feroces como sobre las tiernas criaturas de todos
los animales de los campos».·0 Agamenón es también un león:*' victima de
las águilas bajo la forma de liebre preñada, víctima de Artemis como hija
del león, Ifigenia será siempre la víctima de su pudre. Diosa de la natura­
leza salvaje cuyo nombre pone Calcante en primer lugar cuando propone
el sacrificio de Ifigenia,41 Artcmis sólo interviene porque Agamenón, bajo
la forma del águila» ha entrado ya en el mundo de lo salvaje” y mucho an­
tes de la escena de Áulide, otras crías distintas a las de la liebre habían si­
do sacrificadas y devoradas durante el impío festín que evoca la gran es­
cena de Casandra; más tarde, Clitemnestra dirá que es «el terrible genio
vengador de Atrco» el que ha «inmolado esta víctima adulta para vendar
a los niños», τόνθ’άπ^τεισεν/ιίλεον νεαροΐςέπιθύσα ς.4" La liebre pue­
de identificarse también con los niños asesinados.
Las águilas son los atridas, pero el primero a quien se nombra, el águi­
la negra, cazador sombrío consagrado definitivamente a la desgracia 47 no
41. Véase la pág. 147 de « t e volumen.
42. Agamenón. 140-143.
43. Véase por lo menos A^anu'KÓn, 1259. y según toda verosimilitud 827-82Λ.
Véase la brillante demostración d e Κ. M. W. Knox, «The Lion in the H ouse». CUuical
47, 1957, págs. 17-25, que prueba sin ningún género de dudas que en la famota imagen del cachorro do león que va creciendo {A/ramcnón. 717-736) hay que re­
conocer no sólo a París, sino al hijo mismo de Atrco.
44. π ρ ο ώ ρ ω ν Ά ρ ττμ ιν, 201 -202.
45. S etrata.c n sum.i, de lo que podemos obtener, salvo algunos matices, del estu­
dio de W. W hallon, «W hy is Artemis angry?», American Journal o f Pbih!o¿y. 82.1961,
|μ#5. 78-88. Ι£. ί*raenkc! {op. d i., II, pigs. 97-98), por otra pan e, ha indicado en que
K udo se había guardado Esquito de recordar (as tradiciones según Us cuales los Atcidas habrían violado un recinto reservado a Artcmis o matado un animal a ella consa(futkt. D e hecho, tal acto no necesita figurar porque, en la óptica trágice, Agamenón,
1 n tanto que «trida, es ya culpable, aunque en todo m om ento siga siendo libre d e no
«-'(η. Al principio nos sentimos tentados de ver, en el verso 14!, u na alusión a la leyen­
da di· L· salvación de ílígenia transportada a Taúridc por la diosa. ¿N o está acaso Arte·
tm< •conm ovida de piedad» {134)? P ero ningún texto de Esquilo perm ite afirmarlo.
46. Agamenón, 1502-1503.
47. lil cazador negro efébtco. que constituye e! ob[cto d e mi estudio citado más
*»tiha, sólo es •'negro» provisionalmente, durante el tiempo d e su retiro ritual; aqui se
nata de algo distinto: Agamenón es un cazador maldito.
146
mito v tkagi.ma i:s la orxctA anticua, i
puede ser más que e! héroe del drama, Agamenón. ¿No es comparado
éste, en el transcurso de la pieza, a un «toro de negros cuernos»?*8
El color blanco, atribuido así implícitamente a Mcnelao, recuerda, sin
duda, que para él el asunto termina bien. Mcnelao es el héroe supervivien­
te del drama satírico que remataba la pieza, el Proteo* ’ Pero para compli­
car más la tarea d d intérprete, estas águilas son también buitres (α(γΐ)ΐαοί)
a los que al principio de la pieza pinta el Corifeo girando por encima de su
territorio desierto, reclamando —y obteniendo— justicia por sus crias ro­
badas, es decir, por Melena raptada.10 ¿Carece -absolutamente de impor­
tancia esia oposición? ¿Ha empleado Esquilo dos palabras para designar al
mismo pájaro? Es lo que generalmente se ha sostenido,51 y es cierto que a
•18. tb v ta ú p o v ¿v π ίκ λ ο ισ ιν /μ ε λ ά γ χ ε ρ ω ν λ ε φ ο ύ σ α μ η χ α ν ή μ α χ ι / rin u M :
«Ινη l.i tram pa de un velo ha prendido al toro de cuernos negros; lo golpea» {1126
1128). Traduzco asi a pesar de Fraenkei (<>/>. cit., H, p.igs. 511-519), seguido especial­
mente por Thom son y p o r j. D. Dcnniston y D. Page, en sus ediciones del /l£JW<v/ó.v,
O xford, 1957, págs. 171-173. Como Fraenkei, estos ¡nitores coueucrdan μελαγκτίρ»?
con μ η χ β ν ή μ α τι. Por üu parte, J. P. C uépin. op. n i., págs. 2-1-25, piensa que el velo
mismo es «una maquinación de negro cuerno». Los cuernos van, sin embargo, mejor
con un loro que con una artim aña o ιιη velo. Conservo, pues, junto con Mazon, el
μελάγκτρω ν de los manuscritos Tr. F, V y M {antes de la corrección) y no adopto la co­
rrección d e Μ μ ελά γκ ίρω ι. Fracnke) traduce: «W ith black contrivance o í the horned
one», lo cual resulta bastante extraño y explica que μηχα νήμ α τα exija un adjetivo c;i
lift cativo: esta observación es, cuando menos, refutable: véase Cut:fo r.a , 980-981:
'ΊδεσΟε S’ ούτε. τώ ν δ 'έχ ή κ ο ο ι κακώ ν / tb μ η χ ά ν η μ α , δεσ μόν άΟλίω jtcxxpi, «Con ·
tem plad, vosotros que no habéis oído más que nuestros males, contem plad por último
la tram pa, el lazo que apretó a mi desventurado padre». Respecto a la traducción a d ­
vertim os que δεσ μ όν tiene todas las posibilidades de ser aqut un nom bre apuesto, r.o
un adjetivo.
•19. En su comentario. E. Fraenkei cita ( II, pi{?. 67) varios textos que caracterizan
al águila «de lc.mo blanco» por la δειλ ία , la cohardi.i. Esta interpretación no es ccntr.idicJoria con I.»que nosotros defendemos aquí: en favor de esta recordemos que el feliz d e­
senlace del destino de M end jo » que ha desaparecido en la tem pestad del retorno, es
discretamente anunciado por d heraldo en los versos 674-679.
50. Ag:.t?:c)iú>¡, 49-54.
51. Así W. G . H eadhm y G , Thomson. The Orcstcíj o f A euhylas, Cambridge.
1938, pág. 16; W. W halíon, que ha visto, s:n embargo, con toda claridad la im pcrunci.i
del bestiario de Esquilo para la interpretación de la obra («Los repetidos símbolos ani­
males de la Or*sií¿d& representan la contrapartida esquifas de la ironía dramática sofn
dea» , op. d i . , pág. 81). Concluye en el mismo sentido: «La diferencia genérica entre el
buitre y el águila carecen aquí de importancia; el águila puede haber sido el ave de la
venganza, el buitre, el de h rapacidad» íibt'J., pág. SO). El prcbJema ha sido mejor pían
toado por F. I. Zcitlin, T k e M c tif .,
482-483.
C AZA Y S A C M H C K ) 1Λ’ 1.Λ OKrVJ7/U).1
I M .1UI <'
veces se confundieron his dos aves.'* De cualquier modo, e . μιιγ.ιιΙ.ιι
que sea el animal noble, real, el águila de las alturas el que sea ptv-.i iii.hl>i
realizando una acción horrible, y el animal innoble, el carronero, i-l ijiu· t¡clame justicia” ¿No es el buitre el animal que, contrariamente al áj'inl.i, es
atraído por lo putrefacto, por el hedor de los cadáveres, y que mucre ¡il
contacto con los aromas?.u ¿No es, por el contrario, esta «contradicción»
uno de los resortes de la pieza? Después de todo, la podredumbre está
muy presente en la obra. En la gran escena de Casandra, exclama la adivi­
na: «Este palacio hiede a crimen y a sangre derramada. —Dices que hue­
le a las ofrendas quemadas sobre el hogar. —Se diría el aliento que sale de
una tumba. —Tú le prestas un perfume que nada tiene de incienso».”
En cierta sentido, toda la pieza va a mostrarnos cómo este sacrificio
impuro, que es el asesinato de Ifigenia, sucede a otros y entraña otros,
al ir,ual que el festín de las águilas, esa caza monstruosa, sucede a otras
y entraña otras.
La guerra misma de Troya es una caza, y el coro evoca «esos innu­
merables cazadores armados de escudo (πολύα νδροί τε φεράστηδες
κυναγοί) que se lanzan tras la huella borrosa de la nave [de H elena]»/5
í .stos casadores no son extraños,” son simplemente idénticos a esos nu­
merosos cazadores equipados como hoplkas o que ponan por lo menos
el escudo, a los que las jarras áticas representan y oponen a los caza­
dores efébicos desnudos.5* Pero, como subiere inm ediatam ente des*>2. Véase C . D'Arcy W. Thompson, A (¡{usury o f Greek Birds, O xford, 1936,
I Af.i. 5*6 y 26.
Ή . Sobre l.i oposición -*y λ veccs la confusión— cntrc c! buitre y cl águila, véame
I· ·■»testos reunidos p n r j. I Icurpon, «Vultur». Revue des etudes tatinvs, H , 1936,
U·** l IW.Secncoiitrjrán todas Jas referencias deseables cn D'Arcy V . Thompson, op. a t .
Ί-1. Par;i exu oposición, comp.;rcSL\ por ejemplo, Esopo, fiibiil.t 6; Hli.rno, ,\\ A .. 3,
. IX. 4; Antonina Liberal, 12,5*6: Dionisio. De A neapin, 1 ,5
Vcase D 'A rc y
'λ Thom pson. op. dr., p.íf.. 8*1. Afir.iclcico a Marcel Dcticnnu, cuyo libro Les ¡árdins
μ . \Jr<its, París. 1972 ívc.tnse l:»s p.í¿;$. 445*56) (trad, cast.: L ot jjrJm cs Je Adonis, Tres
• *Mts>s, Ak.il. 1933) estaba entonces cn preparación, haberme ihtstrndocn este pumo;
Vtít/ilis P.ipathtíis:<ipoi*!o5 me ha sc íia h d o d último texto d u d o .
*>*>. / I fisH gem it:, U 0 9 - 1 3 1 2 .
V.
U 'id ., 6 9 4 6 9 5 .
5?. Como quiere P. M jzon, <;uc traduce de esta forma añadiendo ιιη.α palabra a!
i« «M
■'S l\n stt m em oru de licenciatura sobre ios temas de C32a cn los vasos áticos d e los
··#!»*■. M y V (l96S j.A hm S chnapp lia recocido, en este punto, un importante clcnco que
• *|t io publique alj'/m
mi m iras u n to , véanse las figuras 1 y 2 (pigs. 184-185).
148
M I T O Y T H A G E D I A Γ.Ν L A C K C C 1 A A N T I G U A . I
pues la parábola del cachorro de león, estos cazadores hoplídcos no
se com portan como talcs. Del m undo d e la batalla Ouáckv) vamos a
pasar al de la caza animal, salvaje e impía. F.l heraldo 1c dice al term i­
nar en su discurso de llegada: «Los priámidas han pagado dos veces
sus falcas».”
Clitemnestra lo había sugerido cínicamente: una guerra que no res­
peta a los dioses de los vencidos sería peligrosa para los vencedores.'0
Agamenón lo dirá más claramente todavía al describir la toma de Tro­
ya: la venganza ha sido ΰπερκότω ς,Μ sin comparación posible con el
rapto de Helena. Son precisamente hoplitas, un άσκιδηστρόφ ος λεώς.
una «tropa de escudos ágiles»,*2 los que la conquistan, pero esos gue­
rreros combaten de n o ch e/5 cosa contraria a la moral grieya de la bata·
59. Agamenón. 537.
60. IhiJ., 338-344.
6 1. N o obstante, í>srpKÓtb)¿ (822) es una corrección de Knyscr, adoptada por M a­
zan en lugar del imposible ύ κ φ κ ΰ ιο υ ς de los manuscritos. Si se adopta, con Fraenkil,
Thomson y Denniston-Piigc la corrccción de H eath, 'urífpKÓJiOU^. los versos 822-823
habrán do traducirse: «H em os obtenido el pafio (crpa£á|iec0(c> d e los raptos ίχ& ρ 3 βγ6 ς) presuntuosos»; χ ίφ π α γ ώ ς se debe asimismo a utta corrección.
62. A¿a:nenón,&25.
63. «H acíala puesta d é la s Pléyades»,σ μψ ΐ Π λ ίώ δ ω ν δύα ιν; estas tres palabras
<Jel verso 826 han sido, desde el Renacimiento, una tummeiylatz («palestra») de la eru ­
dición; se puede encontrar lo esencial de la discusión en Fraenkel, <¡p. cil., p.ífis. 3&0382, y Thom son. The O ratela c f A cichylus, Praga, 1966, |>jg. 6S. Para unos, δ ύ σ ις
designa, com o quiere el escoliasta d e T,, la puesta heUaca de las Pléyades (14 de no­
viembre). que marcaba tradieionalmcnte el principio de la mala estación. Esta indica­
ción concertaría bastante bien con la tempestad descrita por ci heraldo en los versos
650 y sij;s. y. simbólicamente, con la peligrosa peripecia que representa en realidad la
conquista d e Troya y la vuelta d e A & n c m in . Así razonan, m a m más, matiz menos.
Thomson y Dcnniston-Pajjc (p-ij*. J41>, opinando incluso, estos últimos autores, que ),i
indicación es puramente gratuita. O tros estiman que δύ β ις designa simplemente l.i pues­
ta nocturna de esta constelación y Fraenlcel recuerda que en el momento de las grandes
fiestas die «iliacas (finales de marzo), las Pléyades se ponen bacía las diez d e la noche.
Sin que se» necesario apelar, como bacc Fraenkel. a los hábitos alimentarios del Icón,
que conocía bien H om ero {lliaJa, 17,657-660), liemos d e confesar que, siguiendo el
movimiento del relato, imaginamos m ucho más fácilmente a un Icón, incluso metafóri­
co, saltando de noche, que otro saltando ai principio de la atacíón invernal. Toda I.» tra­
dición situaba 1 j conquista de Troya durante Ij noche. Wilamowitz, seguido por Mazan
y Fraenkel. ha aportado un er^umento de peso a esta tesis trayendo un testo de Safo, fr.
52 (Itergk): & δ υ κ ε jifcv a Σ τλ 6 ν α *c«i Π λη ιά & ς. jateen δ ΐ νύ>α£ς, «la Lima y las Plé­
yades se han puesto, es medianoche*.
C A Z A Y S A C R I l ' J C I O Γ:Ν Ι .Λ Ο Μ Ο ί ϊ ί Λ Ο Λ l»i: I s n r i l ι i
lia. La tropa, hija del caballo, es «el monstruo devorador tic Λ i r 1’ *· *
que salta v, «a! igual que un Icón cruel, se ha hartado de lamer l;i
·
real».** La guerra repite, pues, el asesinato de la liebre, siendo cf li mi,
otro animal real, el que reemplaza a las águilas. La gran escena de i '.λ
sandra y el asesinato de Agamenón repetirán, a su vez» el sacrificio di·
Ifigenía y la guerra y muerte de los hijos de Tiestes. Apenas necesitamos
recordar que, también aquí, el vocabulario es constantemente el del sa­
crificio'6 y la caza. Casandra es una perra de caza.67 Agamenón es un
hombre degollado en un sacrificio tanto más monstruoso cuanto que va
acompañado de juramentos y del grito ritual de la Erinia familiar,'1 y a
la vez un animal preso en la red, acosado antes de ser m atado," víctima
64. ‘Α ργείον δά κ ος. ϊπ κ ο υ ν ε ο σ σ ό ς (824-825). Δ άκος (véase δάκνω , morder* es
emplead π «ídem is por Esquilo para designar a Ja Esfinge que figura en el escudo de Partenopeo {Ij >s Siete. 558), o los m enstruos marinos {Prometeo, 585).
65. A^ji.'jctíón, ΰ27·Κ28.
66. Para los detalles de los textos ruc remito a los artículos, ya citados, de I‘. I.
Zcillín.
67. A r j/ f/ e n ó tt, W 9 3 -I0 9 4 . Π Μ - Π 8 5 .
6K. Véanse los versos 10% . 1117-1118 (el grito ritual), 14)1 (fes juramentos). No
u e o , como Γ. I. Zcitlin {The motif.... p ig . 477), que « to s juramento» se refieran ül pa·
» d o . CUlemncstra es muy consciente del carácter m onstruoso del sacrilegio que acaba
■!i* cometer, puesto que ella misma considera incluso un supcrsacrik p n derram ar una
M u d an sobre un cadáver.é.Ttoríí'vSctv νεκρφ ( 1595>, lo cual no forma parte, como ella
ιη;·,ιη:ι dice, de lo vjuu avoviene hacer (ττρέηοντα). fcsta expresión debe com prenderse
|**ir referencia a las libaciones derramadas sobre una víctima antes d e su ejecución y sin
diui.i tiimhicn a las que acompañaban a la victoria; véase D. W. Lucas, « Έ π ισ τ^νδειν
vi κρφ», á\"jtt:enün, 1393-1)98; Proe. o f the Canfcr Phil. Sac.. 195.1969, p.ty,s. 60-68.
*r,\.i demostración acepto en los puntos esenciales.
(i9. Imágenes d e Iλ red y d e la tram pa de caza: pura Casandra, 1048, para Apanie·
«■<*«, 1115,1375,1382 (red marina) y 1611. El tema de la red. del «vestido traicionero»,
>■>o nt* anterior a Esquilo? Ningún texto literario permite responder :i esta cuestión. Lo
•1>η· se refiere a los docum entos iconográficos es objeto d e una enconada discusión.
I W rmeulc, que lia publicado recientemente una magnífica crátera del musco d e IJos><>o i-n l.t que Clitem neitra envuelve a su esposo en una tela mientras Existo lo mata
■· I he líoston Orestía K rat c r», / l w ericen ju:<n:¿{o f Ar<rb.Ms!o¿y, ιΓ 7 0 .1966, páps. I -22);
‘ · jh ’ \ 1 M e tie r. «Bulletin jirclicolojy<|ue, Céramiquc». R eate de r ¿tudcs jw.ywt’í. n“ 8 1,
I *·*!, pjj'.s. 165· 166. se apoya precisamente sobre esc silencio de 1.» fuentes literarias
I
d.ibir este docum ento después d e la representación de la O re s tú J j (45$). O tros
«·Ί>·ιπ y sobre todo Μ. I.
tes, que acaba d e abordar el conjunto del problema
■-1 hmij^its on the Oresteia before Aiscliylos» , }iuUetin de corm pondjtiee kell¿n;,-¡:u\
·> '»l . |*W>9. pá}¡s. 224-260). piensan tfue li.iy por lo menos un testimonio anterior sobre
-••i i-iii.iv de (iortina drl secundo cuarto d d sip.ln vn U‘íj:uras9 y 10. p-i^s. 228-229 del
150
M IT O V T K A C ir n tA i : \
i.a c r h c i a
a n t ic u a
,
i
simultánea de la leona Cüicm ncstra y del Icón-cobarde, Existo, que es
también un lobo — animal a la vqz cruel y artero para los griegos— .ía
Es también el sacrificador sacrificado/1y esta caza-sacríficio repite, a
su vez, el crimen original; aquel que tom a la forma horrible de un saorificio hum ano acom pañado de un juram ento, y de algo peor que un
sacrificio humano, puesto que es una ο ίκ ε ία βορά ,Γ-’ una comida fa­
miliar, el resultado de un canibalismo doméstico.7*Lo crudo y lo cocí*
estudio de Davies). que representará el asc&inato de Agamenón. Según esta interpreta­
ción, C litcm ncstrj golpearía mientras Egísto tendería una red por encima de f.i cabeza
del rey, pero la existencia misma de esta red parece sujeta a dudas. En cuanto a la crá­
tera de Uoston. debemos añadir que Μ. I. Davies la data eo los años cn torno al 470,
apoyándose sobre todo cn el hecho de que es Egisto quien, contrariam ente a lo que
ocurre cn la pieza de Esquilo, desempeña el papel principal {loe, d i., pig. 258).
70. Egístu león-cobarde, 122-4; Egisto lobo com pañero d e 1a leona, 1258-1259. El
lobo de los griegos era a Ij vez pérfido y feroz, mientras que la astucia no es, desde lue­
go, el raspo que lo caracteriza en nuestra propia cultura. «El lobo pasa por ser, fu n ­
dam entalm ente, un animal astuto», como escribía precisamente O . Keller, T biereJei
dassischcn Atirrlbum s...»Innsbruck, 1837, pág. 162; véase, p o r ejemplo, Aristóteles,
H. A. , 1, 1 , 4KB b, donde los lobos son situados entre los animales » la vc2, fcvvalíx κ α ί
ά γ ρ ια κ α ί έκ ίβ ο υ λ α («η la vez valientes, salvajes c insidiosos»), y Aristófanes de Bizancio, Epítome, 1 .11 (Lambros): xtt fit έπ ίβ ο υ λ α κ α ί έ :η θ ε ΐικ ίι ώ ς λύκος, «los an i­
males insidiosos y em prendedores, como el lobo». Sobre la utilización de esta astucia
deJ loba en ciertos fitoí, véase L. <>crnet, «Dolon le loup», M rltfiget F. Curnottl, Bru­
selas, 1936, págs. 189*208, reproducidas en A m b w p o lo fje <íe ¡a C ri:e anti./uc, París,
1968, pigs. 15*1-172.
71. La expresión cétchre καΟεΐν Tbv ¿ p r e v i a «al culpable el castigo» (/líjw e non. 1564), que Ldi C oi-fow O O ) recoge bajo la forma δ ρ ά σ α ν τι r.a ü tív , juega qui/a
cn Esquilu con c( doble sentido de ερδω, «realizar* y «sacrificar».
72. El padre se lleva a la boca Us visceras de sus lujos (122 i ); sobre el papel d e las
cantes cortadas y de las σ π λ ά γχ να cn el juram ento, véase J. Rudhardt, op. d i., pág. 203.
73. Β ορά, novtcn ectionis, de βιβ ρώ σ κω (véase Cham rainc, ü iilio m isire ciymohgjquc, s. *.·.), «devorar», designa, propiam ente hablando, el pastn del animal. Esta
palabra sólo se emplea por lo general para el alimento hum ana cuando los hom bres es­
tán reducidos al estado salvaje o son com parados con los animales; véanse los ejemplos
reunidos por Ch. P. Segal, p¿gs. 297*299 de su estudio «Eurípides, H ippolytus, 10312: Tragic Irony and Tragic Justice», H e m e s, ηΛ97,1969, pigs. 297-305, No sé por
qué Segal ha quitado f u e r a a su dem ostración al escribir (pág. 297): «El sustantivo
β ο ρ ά puede emplearse para la comida humana ordinaria», Los ejemplos citados cn la
nota no van desde luego en este sentido; Esquilo, Persas, 490: se trata de la alimenta­
ción de los soldados persas ham brientos, por tanto, reducidos al estado animal; Sófo­
cles, Filocictes, 274 y 305. dos ejemplos adm irables de la alimentación d e un hombre
asilvestrado; H cródoío, I, 119, 15, trata del festín canibalcsco ofrecido i) I larpa^ón
C AZA y S A C K iriC lO ΠΝ LA ORL'SrtADA 111. LM.ii ll » '
111
do,7-1 la caza y el sacrificio se unen precisamente en el pum o i u «ju* «*l
hombre no es más que un animal. La ο ίκ τία βορά es, en sunu. *I . qm
váleme del incesto.
H echo notable y que confirma, según creo, el análisis p rm d * ur«
mientras que, en el Agamenón, la captura del ser humano que s i - i . j v i
orificado es descrita con metáforas de caza, la ejecución misma » u u
cada, la mayoría de las veces, con metáforas de animales domésticos.
Ifigenia es, sucesivamente, cabritillo y oveja;7’ Agamenón, al que (Ίί·
temnestra había descrito como el perro del establo/0al igual que ella es
la p e rra /7 es capturado en una red, pero abatido como un toro.TAEs
otra forma de expresar el sacrilegio, puesto que los animales domésti­
cos, precisamente las víctimas normales del sacrificio, deben indicar
con una señal su asentimiento,7’ lo que es exactamente lo contrario a
por Astiagcs. ejemplo paralelo al de h OrcUúJj·, Id.. 2 . 6?, 15. se refiere a los alim en­
tos dados por los egipcios a los
íd., 13,16, 15: el fuego es com parado a un
animal que devora sus alimentos; Eurípides» O wsfi’S, 189: el héroe, enloquecido, es d e ­
cir, salvaje, no tiene «¿quiera πόθον βοράς, que yo traduciría, el deseo de l.i besiia de
satisfacerse. Un ejemplo puede prestarse a equívoco: Sófocles, EdipoRtry, 1463-1464,
texto por lo demás difícil que algunos han propuesto enm endar y que ha suscitado in ­
terpretaciones muy diversas (véase J. C. Kamerbeck. The P hys υ/SvphocIcs, jv, Com·
m enfjry, Leiden, 1967. p ig . 262). Edipo, después de haber dicho a Creóm e que sus h i­
jos. por ser hom bres, no corrían peligro de carecer de lo necesario para la vida (τού
βίου] evoca a sus hijas, α ΐν ο ϋ π ο δ ’ ήμή χ ω ρ ίς εστάΟπ β ο ρ ά ς’ / τρ ά χ εζ α ν ε υ τοΰδ
ά ν δ ρ ό ς «para quienes jamás mi mesa se ha puesto sin alimento y sin que yo este p re ­
stente». ¿N o com para aquí Edipo, implícitamente, a sus hijas con animales familiares
que ^abarcan el mismo alimento que el? Cuando, en el Htpóft/o, 952, Teseo habla del
α ψ ύ χ ο υ β ο ρ ά ς de su hijo, sugiere claram ente que, bajo sus modales d e vegetariano,
C f * un caníbal y un incestuoso.
74- Recordemos que los hijos de Tiestos fueron osados; véase A aanrnctt, 1097.
75. Vféasc Agamenón, 232.1415.
76. ¡b:J., 896.
77. / bid., í>07. £1 vigilante nocturno también es com parado con un perro (3).
78. Agjntcr.ón. 1126,
79. Aristófanes. La Paz, 960. y Escolios; Porfirio, De Aks!¡nc>ti¡J,2,^ iTcof r3sío );
Ilutaren, QujrH. Coai‘ , 8, 8, 279 a y sigs.; De Dcfcct. O r jc , 435 b: Sytlogc', 1025,20;
v-fiitc K. Meuli, lo ca l-, pig. 267. Agamenón nos da su asentimiento, por supuesto; es
lu-iuiu t r o veces (1384-1386), mientras que, por el contrario, se pretendía abatir al an i­
ma! de un golpe, y sin dolor (K. Meuli. ib ij., p ig . 268). J. P. G uépin, op. d i., p.íg. 39,
i uinjura l j m uerte de Agamenón con el sacrificio de las Rufonús. Esta asimilación me
p«rrce indefendible. N o hay en 1j inmolación del animal doméstico por excelencia ni 1j
«t>mhra de ima caza previa.
152
M IT O Y T R A O I D I A C N Ι.Λ G K I X t A A N T I O U A , 1
una m uerte medíame tram pa. Las Bacantes de Eurípides proporciona
quizá un interesante pum o de comparación. Cuando Agave vuelve de su
caza, trayendo la cabeza de su hijo Fénico,69se imagina al principio que
trae de la montaña la hiedra de Dioniso, «afortunada caza», μ ακάριον
Θήραν; luego un cachorro de león sin red, hazaña cinegética real; final*
mente, antes de descubrir la verdad, un novillo νέος μ ό σ χο ς, velludo
sin embargo como un animal salvaje: ώ στε θήρ αγραυλος,8* y Agave
elogia a Baquio, el hábil cazador, el gran montero mayor, ϋ ν α ς ά γ ρ εύ ς”
La habilidad de Dioniso ha consistido precisamente cn hacer que Agave
cacc a su hijo, permitiendo que luego lo trate como animal doméstico,
sin saber precisamente hasta qué punió le era próximo. Lo que Agave
hace inconscientemente, los cazadores sacrificadores del Agamenón lo
ejecutan conscientemente. Este animal salvaje que inmolan como un ani­
mal doméstico es lo que tienen más próximo, su hija, su marido.
El Agamenón llega así a un vuelco total, a una inversión de los valo­
res: la hembra ha matado a su macho,w y el desorden se ha instalado en la
ciudad, el sacrificio ha sido un antisacrificio, una caza pervertida. Sin duda, el último verso pronunciado por la reina evoca el restablecimiento del
orden, pero este orden falaz, viciado, será destruido en Las Coi-joras.
En un estudio reciente del prim er estásimo de Las Coc/oras, la se­
ñorita Λ. Lebeck ha mostrado que la segunda pieza de la trilogía no só­
lo tenía la misma estructura fundamental que el Agamenón,u sino que
constituía su exacta contrapartida.*1 Donde una víctima es recibida por
su asesino, un asesino es recibido po r su víctima; la mujer que le acoge
engaña al hombre que vuelve, en el primer caso, mientras que. en el se­
gundo, es el hombre que vuelve el que engaña a la mujer que le acoge,
Todo esto es verdad hasta en los detalles: Las Covforas es con relación
al Agamenón una auténtica fuga reflejada en un espejo. Sin embargo,
entre las dos piezas hay una diferencia fundamental, como ha sido bien
SO.
£1 refoto del mensajero hace alternar fos imágenes de caz¿ y J e sacrificio; véa» ■
se los \-crsoi 1 IOS, 1114, ] 142, 1146. Espero tlcdiejr próxim am ente un estudio a este
doble tem a cn el Hipólito y las fljcjhícs.
81. & /« * * « . 1188.
82. I b t l , 1192.
8 J. AfritnenMt, 1231.
84. Véase Λ. Lesley, «Die O rcstic des AiscJiylos», Hcrtrtcs, n” 66, ÍV>1,
J90214, sobre todo pigs. 207-208.
85. Λ, Lebeck. «The first siasimon o f AcschyUis' Chocphnri: Myih and M irnn
itiujjc», Cíimk j i Pb;!t>!tizy. n” 57.1967, pif/s. 182 185.
C A Z A V S A C R r n C I O | : n I.A Ο Κ Γ Λ Τ ίλ Ο Α D r E S Q U IL O
153
observado:** d tema del «sacrificio viciado» se halla al borde de la de­
saparición. Orestes no sacrifica monstruosamente a su madre, ejecuta la or­
den del oráculo. El motivo no desaparece, sin embargo, por completo, y el
coro de cautivos exclama: Έφυμνήσοει "jdvoiTó μοι τπ>κώ / εντ’όλολυ^μβν
άνδρός / θεινομένου γυναίκας τ' /όλλυμενας. «Ojalá pueda, por fin, lan­
zar a plena voz d lamento sagrado sobre d hombre degollado, sobre la mu­
jer inmolada.»*' La sangre de Eglsto, mas no la dcClitemnestra, es, en boca
de Orestes, objeto de una libación a la ürinia, divinidad infernal, pero ello
no es un sacrilegio. Retrospectivamente las cosas cambian también. Agame­
nón no es ya el guerrero preso en la trampa y abatido por la espalda, quien
paga a la vez las faltas de la guerra de Troya y el sacrificio de Iftgenia. Lo pri­
mero está totalmente justificado: «Ella, la Justicia, ha llegado; ha termina­
do por herir a los Priámidas, y con un pesado castigo»;4' lo segundo no se
menciona en ninguna parte, ni siquiera en boca de la reina.1" Agamenón se
convierte en un sacrificador puro, su tumba es un altar (bowós) como el
que se alza a los dioses celestes;'0 ha sido para Zeus un tb y te r ? ' un sacrifi­
cador.’2Zeus no tendrá más hecatombes si Agamenón no es vengado.1” El
reino de Orestes se asocia, por anticipación, a los banquetes y a los sacrifi­
cios. El asesinato de Agamenón apenas es más que una abominable tram­
pa. Orestes deplora que su padre no haya muerto, como un guerrero, en el
combate* Cuando Electra y su hermano invocan a su padre muerto dicen:
ElXCTRA: Acuérdate de la red de sus nuevos ardides.
OR1ISTES: Cepo sin bronce por d que fu iste capturado (έΟηρεύΟης),
padre mío,4,1
86. P. I. Zcitlin. T kctnaiif..., pj^s. 4W-485.
87. U i C o c fo w , 385-33$.
8S. i hi,i., 935-VJ6.
8'J. CtMndo el coro resume el drama d s los airídas al final de U pieza (1065*1076).
w limita a tres «tormentas»: c) asc&íiiuiu de los hijos de 'Uestes, el d e Agamenón, c! anihjfiin de Clitemnestra.
4>0. O w /orjs. 106.
•H. lh iJ .,2 55.
*>2. Sobre cJ sentido d e θυτήρ, equivAlcntc poco más o meaos » Ούων, vé;»se J. C jo t., p¿rs. 145-146.
‘H. L ü C<K¡urji, 261.
“ 4. Ih u L 545 354.
traduce: «Donde estuviste tú prisionero», (o cual no refleja h
«•w^ren *k* oazj; véase V.umniJiri, 460 y 627 628 en los que Apo!o cxpiicj que Clitem*
i»m ij no lij u!iit/J(k> siquiera «-.el urco de Ur^o alcance de Ij am pona jjucraTa»,
L
154
M IT O Y Ϊ Ι Ι Λ ϋ Κ Ι Μ Λ Γ.Ν* L A C R l X t A A N T I G U A , I
A este «cepo sin bronce» vuelve el poeta en varias ocasiones cuan­
do Orcstcs evoca la maquinación (n¡cchár.cma)',f' d e que fue victima su
padre, cuando define la red misma como una trampa para animales,
ογρευμ α θηρός.,; Justo en ese momento hace mención brevemente de
la espada de Egisto, que ha teñido con la sangre de Agamenón el velo
que sirvió como trampa del rey, pero es el velo mismo quien es declara­
do asesino, πατροκτόνον θ’ ύ φ α σ μ α ’8
Estas observaciones me llevan a estudiar el personaje central de Las
Cot/oraS) O restes quien, aunque propiam ente hablando no sea un sacriticador, sí es un cazador y un guerrero. Lo que sorprende inmediata­
mente en Orestes, es su carácter doble: no hablo aquí sólo del hecho de
que sea a la vez culpable e inocente, lo que permite prever su absolu­
ción ambigua en las Eumónidcs. Al final de Las Coc/oras el coro no sa­
be si representa al salvador o al desastre: σω τήρ’ / ή μόρον ειπο)/* Pe*
ro, lo que es más fundamental, desde el principio de la pieza Orcstcs
aparece con esa ambivalencia que caracteriza (he tratado de demostrar·
lo en otro lugar)1'·0 al prchoplita, al efebo, al aprendiz de hombre y de gue­
rrero que utiliza ardides antes de adquirir la moral de la batalla.
El prim er gesto de Orcstcs es ofrecer sobre la tumba de su padre, en
señal de duelo, un rizo de pelo; esta ofrenda funeraria1^1 (pentbeterion)
repite —el propio héroe lo dice— IWla que Orestes adolescente había
hecho al río ínaco en agradecimiento por la educación (ihrepteriou) re·
cibida.lc’ Este rizo descubierto por Electra y sus compañeras deja ai je­
fe del coro vacilante: ¿se trata de un hom bre o de un joven? Efectiva­
mente, puede confundirse a Orcstcs con Electra, su doble.!WEl signo
de reconocimiento entre el hermano y la hermana es un tejido antigua­
ré. h is C w /orjs. 9K].
97.
98.
99.
100.
101.
lt:l, m .
ibid., 1015.
IbiJ., 1073-1074.
Véase mí artículo ya citado, «l-c Chasseur noir», AnnaU'S E S C . 1968.
L ts Corforjt, 7.
102. ¡bil, 6.
10). Sobre la ofrenda de cabello en pcncral, véanse las indicaciones y la bibliografía
fccogubs p o r K. AJculi, op. d i., pá/j. 205. n. 1; sobre Ja tonsura de esbeltos del eíebo, véa­
se J. Labarbe, «l.’ágc correspondan! au sacrifice du κούρειυν ct les donnves lüstoriqucí.
do sixiéme discours d ’lseo», Dali. ü íj J. roy. tícíg.. Cl. Leitres. 1955, pápv )5B·>94.
104. 169 y sig*.: sobre los aspectos femeninas de la efebía, véase P. Vtdal-Naijuct.
loe. a t., páfcs. 959-960.
C AZA V SA C R IFIC IO Γ.Ν t,A ORIiSTÍADA DIJ I M j U l . i i?
f
mente bordado por Elecrra, que representaba una escena de \ hhhW·*
salvajes, θήρείον γραφήν."^ Es precisamente «na especie
/.-*..■» «4·
bica donde la astucia ocupa un lu¿»ar, esta vez legítimo.
**
La ambivalencia del comportamiento guerrero de Orestes impln ,t
cn la pieza muchas expresiones sobrecogedoras. Así, describiendo juu
adelantado el asesinato de Existo, Orestes se muestra «envolviendo (a
su adversario) con un bronce ágil (ποδώκει π ερ ίβ ο λ ω ν χά λ κ ευ μ ά ·
τι)» .1™Al adversario se le envuelve con la red, pero se le combate con el
bronce. Este combate es, en cierto sentido, una máche («lucha»): es
Ares contra Ares, como es Dike contra Dike.1"7 Pero los aspectos arte­
ros de esta lucha son chocantes: «Es preciso», dice Orestes, «que des­
pués d e haber inmolado por la astucia a un héroe reverenciado, sean
ellos [Clítemnestra y Egisto] atrapados y perezcan cn la misma red».1*
Y Clítemnestra se hace su eco: δόλοις όλούμεθ' ώσπερ ούν έκ τε ίν α μεν, «Vamos a perecer por la astucia tal como hemos matado».1” Orestes debe usar una persuasión artera (πειθώ δ ο λ ία )" 3 y una vez realiza­
do el crimen, el coro triunfa: έμολε δ ’ ώ μέλει κ ρ υπταδίου μ ά χ α ς /
δολιάιρριον ποίνά, «Ha venido aquel que, luchando en la sombra, sabe
mediante la astucia acabar el castigo».1" Pero el empleo mismo de la
palabra máchenos lo adviene: no se trata de un ardid cualquiera. El co·
ro prosigue: «Ha tocado su brazo en la batalla (έθιγε δ ’έν μ ά χα χερός
έτητυμω ς) la hija de Zeus, aquella a la que nosotros, mortales, llama­
mos con el nombre que le compete, Justicia».113 Cuando el coro, al prin­
cipio de la pieza, evoca lo que será el vengador ideal, describe un guerre­
ro armado con el arco escita palíntono, que hay que tender hacia atrás,11’
y al mismo tiempo con la espada «en la que hoja y puño no son más que
uno, para combatir más de cerca».'14 Orestes será a la vez hoplita y ar­
105. Íjxs Cor/ow, 2) 2.
106. thsJ.y 576.
107. ¡biJ.,461.
108. I b a ., 556-557.
109. /*Λ/..888.
110. i b d . , 726.
111. lbU .,9-16-947.
11¿. i b a . *48-951.
115.
Sobre el arco palim cno de los escitas, de cujvjtura inversa, véase Λ. Pl.issan,
HfT*r í/ít ctuJct grccqtu'S. IV! J, p.í>i<¡. 157-158, y Λ. Snodgrass, Arm s and A m o u rs o f
/l-r ( in t'k. Londres, l% 7 . ραμ. 82, y b docum entación iconográfica recocida por M. F.
V··», Sevthi.i*tarthers ¡n A n h jic A ttic
(Ironinj’a. 1965.
I H . iu iiC o r fu r jt, 158 |f»|.
L.
156
M IT O Y T R A C r .U J A L N t . A C R I X . I A A N T I C U A , I
quero.11,1El coro dirá, por su parte, resumiendo iodo, quo hi victoria de
Orestes, o más bien la del oráculo, ha sido obtenida (ά δόλοις δόλοις),
«por ardides que no lo son».,lfc
Pero es el estudio del bestiario de Las Cocforas lo que culmina la de­
mostración.
De Electra se dice simplemente que tiene un corazón de lobo,117 lo
cual la sitúa d d lado de la astucia y del disimulo. Orcstcs, por su parte,
es una serpiente, no sólo en el sueño famoso de su madre que !e imagi·
na agarrado de esta forma a su seno,,ls sino, según la definición que el
da de sí mismo, έκθρακοω τω θείς δ 1έγώ / ια είνω ν ιν «Soy yo, conver­
tido en serpiente, eí que la m atará»."9 Pero la relación con su madre es
reversible, Clitemnestra es también una serpiente.’**Es la víbora que se
ha apoderado de Jas crías del águila,1,1 es «murena o víbora»;1" la ver­
dadera serpiente es ella y Orestes serpiente es también una de las crías
abandonadas del águila que gimen de hambre «porque no están en
edad de llevar al nido la caza p a t e r n a » .E s o ocurre con Efectra. Lu
imagen que abre el Agamenón reaparece, pues, pero invertida: no son
ya los buitres los que claman vcngflnzu contra el robo de sus pequeños,
son los aguiluchos los que están privados de sus padres.i:< Pero Orestes
115. Para la oposición entre arquero y hoplita, el texto fundamental pertenece a
Eurípides, flerjclts. 155-164. La docum entation reunida por Μ. P. Vos permitiría re­
novar d tema. Este autor im crprcra d e n o s vasos com o una iniciación a la caza compartida a efebos por arqueros escitas (véase pág. 30). Esta interpretación me convendría
admirablemente; véase tembién la figura l Ipájj. 184 de este volumen).
116. Las Caefaros, 955. Sobre esta expresión y ateas semejantes, véase D. Fchlinji,
«ΝυΚΤύς π α ΐ& ς α η α ΐ& ς. Eumcnidcs 1034 und das sogennante Oxymoron in der
TnigÜdic», Hermes, n4’9 0 ,1968· l% 9 , pjps. 142-155, sobretodo, pig. 154.
117. LasC ocforjs,4 2 1.
118. Jbi¿. 527-534.
.119. IbtJ., 549-550.
120. E n d A£jrncK(iu, era leona, vaca y, una sola voz (1235),άμ<?ίσβαΐνα. serpien­
te que puede caminar en los dos sentidos, comparada a UscíIj. En su estudio. «The Ser­
pent at the Brcast>. Trj»s. anJPmc. o f ¡he Amcr. Phil. Assoc·, n" 89,1958, p a p . 271-275.
Vi' F. Whallon ha visto perfectamente esta reversibilidad: *C.litcnin<rsira y O rcsies asu­
men unn respecto al otro d papel de serpiente» (pig. 2 7 » . jk to no ha deducido todas
Ijs consecuencias posibles de su observación.
121. Las Cocfarjs, 246-249.
122. ¡biJ., 994.
123. /&./.» 249-251.
124. Véase F. I. Zeitlin, The \ U ittf., piR. 4 8 i. El combate d d águila y la serpiente
—del que no es preciso recordar que opone un animal noble a un ser situado en la cate-
C A Z A Y S A C R I F I C I O Γ.Ν L A O R !A T t A ¡> .t O il I M > i :i l.O
157
es u m bícn el animal real adulto; en respuesta a Clitemnesira que tr.ua
a su hijo de serpiente125 el coro declara: «Ha llegado a la morada de
Agamenón el doble león, el doble Ares»,':*aquel mismo que «corta de un
golpe afortunado la cabeza de las dos serpientes»,1117Clitemnesrra y Egis­
to. Las serpientes, cierto, reaparecen en la cabeza de las Erinias.1*' El
destino de Orcstcs no está, pues, zanjado: personaje doble, cazador y
guerrero, serpiente y león, Orcstcs volverá a ser en las Eumcnidcs pieza
de caza amenazada con el sacrificio.
En las Eumcnidcs va a salir a plena luz y desembocar en el mundo
de lo político la oposición entre la naturaleza salvaje y la civilización, de
la que he tratado de mostrar que, en forma más o menos enmascarada,
estaba constantemente presente en las dos primeras piezas de la trilo­
gía. Sólo aparentemente dejamos el mundo de los hombres para ver en­
frentarse a los dioses. Es, en realidad, del hom bre y de la ciudad de lo
que en última instancia va a tratarse.
El relato de la Pitia, en el prólogo de la pieza, ofrece un relato de los
orígenes de Delfos que es propio de Esquilo: el de una sucesión que fue
«sin violencia (ούδέ πρϊ>ς β ία ν)» 1*1y en la que no tiene lugar el asesi­
nato de Pitón. Las divinidades dueñas del lugar se dividen en dos gru­
pos entrelazados: la Tierra y su hija Febe a un lado, Témis (el orden) y
Febo al otro, alternando el orden de sucesión, naturaleza salvaje y civi­
lización. El último titular, Febo, tiene el apoyo de Zeus, pero, de Délos
al Parnaso, es acompañado por los atenienses: «Los hijos de Hefcsto le
abren su camino, amansan para él el suelo salvaje (χ θ ό ν α /ά ν ή μ ε ρ ο ν
τιθέντες ήμερωμένην)»,'™ La invocación dirigida luego por la Pitia a
gnrú do I05 ά \ΐλ ε ό θ ε ρ α κ ο ύ ρ β ο υ λ α , de la* « ser» no Ubres c insidiosas» (Aristóteles, H.
Λ , 1,1 . -ISS b)— es un topot del arte y de Ij lircrjtura griegos (véanse, por ejemplo, iltaJa,
12,200-209; Aristóteles, ih J .. 9,1,6 0 9 a), y las hechos reunidos pnr O. Kel)rr,op, d(„ p.ígs.
247 -481, que se encuentran también co muchas otras coltorjs: vüasc el estudio {divulgación
«rthicíosu de ¡dios vuelos) de l t Wmkower. «Ea$!c end Serpent. A Study in (he Migration
n i Symbols», Joum jl o f the Vibrburg l>;ititu!c, ri*2,1959. ρ-ίμν 293 -325 (pnra el mundo pre·
ciHTomano, véanse Ias pip;. 507 -312); con otro espíritu, el de loe «arquetipos» de C .j. Junp,
Al l.urkcr, «Ad!er und Sc]\Lin>*e>», A titáot, n° 5, J963-1964, pif,<:. 344-352.
125. ¡¿sCcxforas, 928,
126.
127. I h l , l(W?.
128, ik:J.t 1050.
12<>. liumcmJcs, 5.
130. UvJ., 13-14.
Í.ÍÍT O V T R A G L 'Ü I A Γ Ν U
1 58
G R I .C l A A N T I G U A , J
las divinidades y que concluye, como es debido, con una apelación a
Zeus garante de un orden nuevo agrupa a los dioses, evidentemente
también, en dos categorías. Palas Pronea de un lado, abriendo la serie
que cierra Zeus, y del otro, las «Ninfas del antro coricio, asilo de los pá­
jaros»,1” retiro también de Dioniso «Bromios», el ruidoso — «Me libro
mucho de olvidarlo (ούδ1άμ νημ ονώ )»— ,l>¿ el río Plisto y Poseidón,
que estremece el suelo.
El Dioniso que se invoca aquí no nos resulta cn modo alguno indife­
rente, es un Dioniso cazador,11' el que conduce a las Bacantes al comba­
te (¿στρατήγησεν) y el que cn Pcnteo preparó la muerte de una liebre:"4
es la muerte misma lo que las Erínins preparan a Orestcs. Se nos advier­
te desde el principio de la pieza: el m undo de lo salvaje puede ser in­
tegrado, dominado por Zeus; la transición puede hacerse sin violencias
— y eso es lo que realiza el proceso de Atenas—·, pero no por ello deja de
subsistir. Negar su existencia sería negar una parte de la realidad.
El Orestes cazador de Las Coéforas se ha convertido, por tamo, en ca­
za. Es un pavo que escapa a la red,1” pavo acurrucado (καταπτακών),1*
una liebre cuyo sacrificio pagará por la muerte de Cliiemnestra.1*7 Una
j vez más Esquilo utiliza el vocabulario técnico de la caza.15* Las Erinias
son cazadoras,1*"*pero cazadoras puramente animales. El salvajismo que
era una parte de los personajes de Agamenón, Clítemnestra, del mismo
Orestes, se halla en ellas sin mezcla. Son s e r p ie n te s ,s o n también pe­
r r a s . S u carácter puramente animal es fuertemente subrayado, cierta­
mente por Apolo, cn los versos 193 y siguientes: «En e! antro de un león
bebedor de sangre (λέοντος αίματορρόφου) es donde les conviene vi­
vir, cn lugar de venir a este templo fatídico a comunicar su mácula a
otro». Un león bebedor de sangre, eso es lo que era también el ejército
131. Ifti*. 22-23.
132. J J . , 2 4 .
1 )). P untu.sctttljdo p o r J. P. G uépin, op. ctt., pág. 24.
134. lituncniJcs, 25-26.
135. IkiJ., 111-112.
136. ibid., 252.
137. ibid., 327-32S.
138. Así ¿ίη ρ ρ ο ίζεϊν en el v, 424, que sifinifiea exactamente «Janzar el β π ιο que
deja sueltos a los perros».
139. LumcrtrJfS. 2) 1.
140. / * ; / . 128.
M I. ttíJ .. 132.
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m
C A Z A V S A C R I F I C I O J ! V 1 .Λ O K I .S T M ü .l I » - I ' ·
1 U >·
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f
de Agamenón durante la conquista de Troya.lw Las Klim**» »*.. *>„ lo
so más allá del salvajismo y de la animalidad, son «las vu*. »· · «Imi
cheadas, los hijos viejos de un antiguo pasado al que
i· 4.. i . «
dios, hom bre o animal»: ουδέ θ ή ρ .ΜΙ
De forma completamente natural el simbolismo de ios colot i %»m»
curre a expresar esa realidad. Esos «hijos d é la noche»1" que tu» uum
cen más que los velos negros,1*5 cuyo odio es igualmente negro,"’ non
amenazados por la serpiente alada, poc las flechas blancas de Apolo."
Estas divinidades reciben sacrificios que las definen no menos clara­
mente. La sombra de Clitemnestra les recuerda sus ofrendas: «¿No ha­
béis chupado1·**con frecuencia de mis ofrendas, libaciones sin vino, so­
brios brebajes tranquilizantes (νη φ άλια μειλί>μστα)? ¿No he ofrecido
de noche más de una víctima para vuestras comidas sagradas, sobre el
altar Cüir έσχάρςί πυρός) a una hora ignorada délos demás dioses?».M'
Composición característica: no se trata más que de productos «natura­
les», sin que nada proceda de la agricultura, y las ofrendas son consu­
midas en un sacrificio que todo lo aniquila.”0 Las Erinias se mantienen
en los dos extremos: lo «puro», lo «natural» es también lo crudo. No
beben vino, pero comen hombres. Así» aunque cerca del vino,151las Ba­
cantes de Eurípides se nutren de la leche y lu miel que surgen del suelo
y devoran la carne cruda del chivo, antes de destrocar a Perneo. Las
diosas de la noche se dirigen también a Orcstcs: «Tú, víctima engorda­
da para mis sacrificios, completamente viva, aún no degollada en el al­
tar, me proporcionarás mi festín».1*2 El antisacrificio es designado esta
vez por lo que es, sin la parodia que evocaba el crimen de Agamenón.
142.
143.
144.
M5.
Uft.
147.
148.
Véase K I. Zetilin, The Motif..., páft. 486.
UurrtcniJes* 6S-70.
íhJ.,Al<>.
IbiJ., 351. >70.
ItiJ .. S32.
¡hiJ.. 181-183.
¿ λ τ ί ς α ν (106): Ijm itln m is que «sorbido» (Mazon). lo mismo en A rm íc /ioh ,
V*
!4l>. E u n é n iM . 106-109.
IMV- Sobre « Μ noción, véase K. Mculi, op. rit.. pij^s, 201*210.
Π1 iVru el vino de Eurípides.
142, brota del suelu, y el pran re b lo del
insisíc en !a sobrsedjd d e los ireí t/jw s encontrados en el Cicerón: ο υ χ
(¡Τνίομ/νπ, (686·637). «y no, corno tü dicos,ebrias de vino*.
IV . J.'ffw.W .-i, MU >05.
k.
160
M IT O Y T R A G E D I A K N I.A Ο Κ Γ .ίΠ Λ A N T I C U A . I
Pero la expresión más sorprendente se encuentra en los versos 264-265:
«Eres tú quien completamente vivo, debes, a cambio, proporcionar a
mi sed una ofrenda roja sacada de tus miembros». Una ofrenda roja,
έρυθρ6ν πελανόν. El peíanos es una ofrenda puramente vegetal, masa
o líquido. Es un peíanos lo que Electra ofrece sobre la tum ba de Aga­
m enón.*'* Un pelanas rojo es una imagen sobrecogedora de la m ons­
truosidad.
La transformación de las Erinias en Eumcnidcs no cambiará su na­
turaleza. Divinidades de la noche, se convierten en objeto de lu fiesta noc­
turna que remata la trilogía. Reciben normalmente sus víctimas dego­
lladas, sus ofrendas sacrificiales: sus σ φ ά για ”4 y sus 6\)(7fol.m Pero
desde entonces, protectoras del crecimiento, tienen derecho a las pri­
micias, «ofrendas de nacimiento e himeneo».,v'
Divinidades de la sangre y de lo salvaje, se m udan en protectoras
d e la vegetación, de los cultivos de la crianza de animales y de hom ­
bres: «Que la rica fecundidad del suelo y de los rebaños no se canse ja­
más de hacer próspera mi ciudad. ¡Que la semilla humana sea también
protegida!».”7 De una forma sorprendente, se pasa del vocabulario de la
caaa al de la agricultura y la ganadería. Las cazadoras toman asiento,
£6pa,*w Atenea exige a las Eumcnidcs que se comporten como el <ριτυπ ο ιμ ή ν,1’·' el pastor de plantas, el jardinero que rotura el suelo para
eliminar las malas hierbas, las impuras: τ<5>ν δυσσεβούντω ν δ 'έ κ φ ο ρ ω τέρ α π έλο ις.'1" Pero lo «salvaje» sigue existiendo en el interior de la
ciudad porque Atenea acepta sobre sí el «programa» de las Erinias, «ni
anarquía, ni despotismo»,1161 que el temor, φόβος, siga existiendo junto
al respeto, σ έβας,16*’ en el exterior de la ciudad, en la medida en que se
constituye en frontera: «El fuego que consume los jóvenes brotes no
franqueará vuestras fronteras».1t',t El furor, «esas agujas ensangrentadas
153.
154.
155.
156.
157.
158.
159.
160.
161.
162.
163.
L u C w /o rj\,9 2 .
Eumcnidcs, 1006.
Íb¿J:,l037.
/¿V./..S35.
907-900. Vénnse um ljién los versos 937-948.
FjiwcniJt'i, 855.
911.
910.
Véanse los versos 525-526 y 696.
íluwcm Jcs. 691.
Ibid.. 940-941.
C A Z A V S A C R i r i C I O Γ Ν I.A O R £ 5 7 / / iD ,l D r. E S Q U IL O
161
que a solan las jóvenes entrañas», αίματηρίχς θ ηγά νας. σπλάγχνω ν
βλάβας / \·έ<ύν,'Μese mundo de Ja animalidad debe reservarse para la
guerra extranjera: «N o llamo combates a los que enfrentan entre sí a
pájaros de la misma pajarera {ένοικ(ου δ 'ο ρ ν ιθ ο ς ού λέγω μάχην)».1”
La parte de cada cual en los diferentes tipos de sacrificio queda re ­
culada.
IM . /*¿A. «59*860.
|M .
t>66. La interpretación de P. Mazon. «Desprecia los combates entre p j11 h *(»· Ij pajarerj», me parccc insxacta. Esta imagen debe relacionarse ccn aquella
l · 114 que rl D Jiu o de L is Suplicantes, 226. expresa la prohibición del incesto: O p v i·»■· ,»·»ινΐ4 7tώ ς ix v tc p c w x ς«*,ών («^Qucda puro el pájaro que come carne de seme·
Capítulo 7
El Filocietes de Sófocles y la efebía
El trabajo siguiente* desearía aportar un complemento y una ilus­
tración a una investigación anterior. Intenté entonces resaltar lo que
puede llamarse la paradoja de la efebía ateniense.' El efebo, cuando
presta su famoso juramento, promete someterse a la moral colectiva de
los hoplitas, Ja del combate de la falange contra la falange, combate leal
y solidario: «N o abandonaré a mi compañero de fila». Pero el relato
criológíco de la fiesta de las Apaturias, durante la cual los efebos sacri­
ficaban, en el seno de la fratría, su cabellera» nos lanzaba a un universo
completamente diferente: el de la astucia, la úpáté. El combate singular
y frontal que oponía el «negro» (Melante) al «rubio» (Janto) sólo era
ganado por el primero, que accedía así al trono de Atenas, gracias a una
tram pa divina o humana. Esta paradoja era en realidad la de la efebía
* Prflncra versión: An>u!ci f í S . C , 1971, pigs. G23-63ti.
1.
«Le Chasseur notr ct l'originc de l'éphébie atbcnknnc», Ann.tlcs E S C , 1%8.
páfis. 947-964, aparecido tamhicn cn ingles en los PffKCcJi’n ¿í o f ihe Cewktidgp Ph'IvioRicaiS tM ty . n" 194, 1968. páftv 49-64. Remito a este artículo para Jos detalles d e Li
demostración, canicm sn Jom e *qui con resumir sus principales condusinnes.
164
M IT O Y T R A G E D IA EN LA G R E C IA A N T IG U A , t
entera y, más allá de esa institución ateniense, la del conjunto de ritos y
procedimientos por los que el joven griego simbolizaba el paso del es­
tado de infancia al de adulto, es decir, de guerrero.2 El efebo se opone
al hoplita por la localización espacial de sus actividades guerreras y, a la
vez, por la naturaleza de los combates en los que participa. El efebo (o
el cripto lacedemonio) se halla ligado a una zona fronteriza. Es el peripoíos, aquel que da vueltas alrededor de una ciudad sín penetrar en ella,
como lo hace, en el sentido propio del término, el efebo de Las Leyes de
Platón, el agronómos. Institucionalmcnte es el huésped de los fortines
de la frontera (los oúreia cretenses). $u modo normal de combate no es
el enfrentamiento hoplítico, heredero, a su modo, del combate homéri­
co, sino la emboscada, nocturna o no, la argucia. Cabe referir todo ello
a un esquema iniciático de tipo bastante clásico, análogo a la «prueba
en el campo» que conocen tantas sociedades «primitivas», sobre todo
africanas. El estudio de la mitología griega mostraba además que, con
mucha frecuencia, esra prueba se dramatizaba en una caza, realizada en
solitario o en pequeños grupos, con el derecho propio de los jóvenes de
emplear la astucia, la a p á té Pero, por supuesto, este derecho a la astu­
cia está estrictamente localizado en el espacio y en el tiempo. A menos
que se pierda en la maleza, como le ocurre al Melanión de la canción de
Lisístrata4— el «cazador negro» que había dado su título a nuestro es­
tudio anterior— , es preciso que el joven vuelva. El juram ento de los
efebos atenienses —del que por lo demás nos gustaría saber en qué mo­
mento de la efebía se prestaba,5 al principio o al fin de los dos años de
2. La bibliografía sobre este tema lia sido dominad.· durante m ucho tiempo p a r el
libro ile 11. Jeanmairc, Couroí ct Courétes, Llllc y Paris, 1939; disponemos desde hace
poco de una síntesis de A. Brclich, Paidcs e Parthvnoi. liorna, 1969; véase sobre este ú l­
tim o libro C. Caíame. «Phílulogic ct anthropologic structural·:: a propos d 'u n livrc re­
cent d ’Angelo Brclich», QuaJcrrti Urbinati <t$ Cultura Classics, rT 11.1971, pigs. 7-47,
y C h . Soutvinou,. The Journal c f i IcllenieSiuJics, ηΛ9 1 , 1971, pJ^s. 172-177.
3. Sobre la casa en las iniciaciones griegas, véase A, BreJich, op. cit., pips. 175.
198-199.
4. U sístrjlj. 785-792.
5. La traJicíón antigua es estrictam ente contradictoria: Licurgo, cuyo tcsiim cniu
es evidentemente el más directo, pero sólo válido para su propio tiempo, menciona el
juram ento que prestan «todos los ciudadanos cuando se les inscribe en el registro
del demo y se convierten en efebos» {Contra Lcocraics, 76); la misma indicación en una
glosa de Ulpiano {Scholia aJ Dcwoslb. A tnbjts·, 43K. 17, en Orjtorcs Attiei, D idot, 11,
pág. 637). Por el contrarío, Pólux sitúa tanto la inscripción cu el registro del dem o (in
el n¡,ocn:rw ur sóuh.li.·. v i a »i i kía
«servido militar» que comportaba ral institution en el ΜμΙο ι V i» · 1m
bla ni de astucia ni de zona fronteriza, sino exactamente de l n «nm* i
rio. Es, en realidad, un juramento de hoplitas. La famosa íiii<h4i i..«.
con la que se concluye: «Los límites de la patria, los triaos, los o-im um,
las viñas, los olivos, las higueras» es significativa entre todas. Kl c í i h i j n »
de actividad del futuro hopJita será no el espacio indeciso de las fionu·
ras, sino el cultivado de los campos. La mención de los «límites de la
patria» no debe inducir a error. No se trata aquí de la esebatiá, de es;is
zonas disputadas donde se enfrentan Melanto y Janto y muchos otros
héroes o grupos de ellos de la fábula o de la historia griegas, sino de lí­
mites que circunscriben físicamente la cf)óra propiamente dicha, las tie­
rras de cultivo.6 P or supuesto, este esquema ideal se ha visto enorm e­
mente zarandeado por la historia. Las formas de combate que habían
sido durante mucho tiempo patrimonio de los jóvenes, de los prehoplitas, de los combatientes de la noche, se imponen poco a poco a todos
durante la G uerra del Peloponcso y más aún en el siglo IV, cuando el
mercenario sustituye poco a poco al soldado-ciudadano.7
Tal como acabo de resumirlo, este esquema me parece que sirve,
por su naturaleza, para ilustrar ciertos aspectos del Fihctcles, la anteúl­
tima de las siete tragedias conservadas de Sófocles, representada en el
409 antes de Cristo, en una fecha en la que la guerra del Peloponcso to­
maba, para Atenas, un cariz trágico. N o se trata aquí — ¿es necesario
precisarlo?— de desvelar no se sabe qué «secreto» del fa'loctctes que
habría escapado a los com entaristas de la pieza. Es más que dudoso
que tales «secretos» existan. Pero la comparación entre una obra lite­
cua! es manifiestamente falso) como cí juramento al termino d d servicio efébico (8,105.
i. v.. περίΛΰλοΟ. C. Pelekidis (Htstoirede l'épkebic atti^ue, París, 1962. pág. 111) se in­
clina p o r aceptar las palabras d e Licurgo. N o obstante, el vocablo rurplnoXoi que
designa a h vez 3 los efebos y a los soldados pertenecientes al cuerpo de patrulleros (Pe·
lekidis, op. eit'. pips. 35-47) está atestiguado en una fecha mucho más antigua que la p jLibra έφ ηβοι y no hay que excluir totalmente que Pólux depend.» de una fuente más an­
tigua que Licurgo.
6. D ebo el haber com prendido la importancia capital de esta distinción a la ense­
ñanza de L. Roben en la École des H autes Études (1963*1964).
7. Pata un esbozo de esta evolución, véase mi estudio «La tradition de 1‘boplitc ai*
hcm en»,J, P. Vemant (eomp ) , P r c k ¡ e » : e i d e b g u e r r e e n C r e c e e n e ie n n e , Parré y La H a­
ya. 1968. p jgs. 161-181. sobre iodo, pjgs. 17*1-179. Sobre la obra de Jenofonte como
testigo de esta evolución, véase la contribución de Λ. Schnapp. en Μ. I, Finley (comp.),
P rttb lc ffic i d e i t t e r r e e n C r e c e a n e ie n n e , publicada en 1972.
166
M IT O y Τ Η Λ Ο ΐ.η ΐΛ i : n
j. a c h i l c i a a n t i c u a
,
j
raria tan profundamente inscriia en la liturgia cívica como una tragedia
griega y un esquema institucional es un método que ha superado ya ia
prueba y que puede facilitar una lectura nueva, a fa vez histórica y es­
tructural de la obra.
Evocada brevemente en la 1liado (2, 718-725), tratada en la Peque·
ña ¡liada y en los Canias ciprios? objeto, antes de Sófocles» de tragedias
perdidas de Esquilo y Eurípides/' la leyenda de Filoctetcs” no imponía
a Sófocles más que un esquema extremadam ente simple: relegado a
Lemnos tras haber sido herido por una serpiente, cojo y con un olor es­
pantoso, pero poseedor del arco infalible de Heracles, Fiioctctes p er­
manece exilado durante diez años hasta el día en el que una expedición
griega le devuelve a Troya, donde será curado. El adivino Heleno, cap­
turado por Uliscs, ha revelado que sólo su presencia y la de su arco ase­
gurarían la toma de Troya." En la pieza de Esquilo —como en la de Eurí­
pides representada al mismo tiempo que Medca cn el 431— el papel
esencial cn el regreso de Fiioctctes junto a los soldados del ejército gríc·
8. Resum en de la PoyucrlJ liú d a , cn Λ . Sevcryns, R c c b a r h c s sur h C.hrcsiom athic
d e P roclot, I V . París. 1963, pág. 8 3 . 1, 217-218; para los C an toi ciprios, veasttih id ., pifi·
8 9 .1 ,1 *1-146.
9. Resu m en y com p aración de las tres tragedias en D ió n C risó sto m o , 52 y 59. L i
o rigin a lid a d de Sófocles cn relación a su s antecesores y a la tradición mítica ha sid o c o ­
rrectamente definida p o r !i. Schlcsinger, * D i e In trige ¡m A u ib a u von S o p h o k le s’ Philoktct», K heim seh cs M u seum , N . F., I I I , 1968, págs. 97*156 <sobre to d o p.Í£s. 97-109).
S o b r e la trilogía de Ij q ue form aba parte el F iloctetes d e E sq u ilo , véase F. J ou an , « L e
“T en ncs” (? ) de E sq u ifo y fa leyenda de Fiioctctes», L es C tuJes ciassiques, n"3 2 ,1 9 6 4 ,
págs. 3*9: sobre el F iioctctes de E uríp id e s. F. Jouan, C uripidc e l les légen des des chants
eypriens. París, 1966. p jg s. 308-317. y la ex po sición apoyada, de form a a veces im p ru ­
dente, cn la com p aración con los m o nu m e ntos Figurados, de T. Η. I - W ebster, ‘f h c Tra·
g e d ic s o f Eurípides* Lo n d re s. 1967, págs. 57*61.
JO. L a ex po sición de con ju nto m ás com pleta d e 1λ tradición sig u e sie n d o la d e L.
Λ . M ila n i, ! l m ito d i F tlo ttete n e lh le tte r a tu rj c h u ic a c n c tl'a ric f t g u r j t j , Florencia,
1879, q ue su m ism o autor com pletó: « N u o v i m onum entí di Filottctc e consideration!
gcncroli in proposito». A m
Just. C on . A rcb ., n "5 3 ,1 8 S 1 . p ig s . 249*289; véase también
T u rk in Roschcr, L ex ico n , s. v «Philoktet», págs. 2311-2343. 1898; Fiehn, R . ü., s. <·.
«Philoktctes», cois. 2.500-2.509. 1938. L a docu m entación ico no gráfica se ha in cre ­
m entado desde entonces, pero no se ha realizado n in gu n a e x po sición de síntesis al res­
pecto: para una b ib liografía reciente, véase M . T ad dci, « II m ito d i Filottete c d un e p i­
so d io della vita del B u d d h a» . A rc k e o to g ij C h u ic a , n " 15, 1 % 3 , págs. 198-218, véase
tam bién p jg . 202, n. 17. S o b re lo s pro ble m as planteados p o r u n vaso d e l m usco d e S i ­
racusa, vénnsc la figuru ill (p íg . 18Λ) y vi apéndice.
I I . K s lo que dicc (j Pequeña líh c h , ioc. cit.
í . l n L o c r n r r .s m : s o t * o a .r $ v l a
pi lh ( a
167
go era representado por Ulises; pero, mientras que el Ulises de Esquilo
utilizaba ante todo la astucia para apoderarse del arco de Filoctctes,
el personaje de Eurípides triunfaba mediante la persuasión (pcíthú) en el
curso de un gran debate que le enfrentaba a los enviados de los troyanos: tema tan directamente político como pueda pensarse.12
En el simple plano de la intriga dramática U originalidad de Sófo­
cles en relación a sus antecesores es doble: Esquilo, como Eurípides,
había hecho dialogar a Filoctetes con los habitantes de Lemnos, que
constituían el coro. Uno de los personajes de Eurípides, Actor, el con­
fidente de Filoctctes, es un lemnio. En Sófocles la soledad del héroe es
total: vive en «una tierra sin fondeadero y sin habitantes (ο ϋ τ1εϋορμον
ο υτ’ οικουμένην)».’1Los lemnios no desempeñan ningún papel y ni si­
quiera se menciona su existencia.14 El coro está formado por la tripula­
ción del barco griego. Por lo demás, mientras que Píndaro» en la p ri­
mera Pttídiy hace buscar a Filoctetes por anónimos «héroes semejantes
a dioses»,115 en Eurípides, Ulises, personaje tomado de Esquilo, está
acompañado de Diomedes,1* único presente en el resumen de la Peque­
ña llíada. Sófocles innova a su ve2 concediendo un papel esencial al jo­
12. κ ολιπ κω τώ τη κ α ίρ η το ρ ικ ω τώ τη ο ύ σ α , «la más política y l.i más oratoria»
(de las tres): tal era el juicio de Dión, 5 2 , 11.
13. nfaclc"tci,22l. Véanse también los versos >00-304, donde ü isla entera apare­
ce com o un medio repulsivo, y el v. 692: «N ingún indígena .se acercaba a su miseria».
Me inspiro, modificándola un puco a vcccs, en la interpretación d e P Mazon (colección
(¡uilLiumc tyudc). El texto es e( de A. P ain tibid.Y, no obstante, he tenido en cuenta las
últimas puntualkacm nes críticos sobre ) j tradición manuscrita de P. P.. UastcrÜn#,
•Sophocles’ Pkiloctctcr. Collations o f the m anuscripts G . R and Q * . Chuicd Quar­
terly, nueva serie, n" 1 9 ,1969, pigs. 57*85.
14. Sófocles no hace uso, por así decirio, de la riquísima nutolo^ú vinculada a la isla
de Lcmnos.jd mareen mismo del personaje de l’iloctcles. y eo la que G. DunxCvil ha visto
la transposición de ritos de iniciación {Le Crime Jet i.ewttk'nm·*, París, 1924). Las únicas
alusiones son las que el héroe hace al «luego de Lcmnos», es decir, al fuego de Hcfcsto. cf
dios cojo que había caído sobre la isla (800,9S6-9S7). Marccl Deticnne me sugiere que una
confrontación entre la pieza de Sófocles >·los mitos «lemnios» podría ser fecunda; véase
su libro LesJarJiusd’Adanh, París, 1972, pigs. 173*184 (trad, east.: ijjsjurJinct </r Adamr. Tres Cantos, Afcal. 1983}; y VKBurkert, wjason, Hypsipyle and New Fircat Lcmnos.
A Study w Myih and Ritual», C/iWical Quarterly, nueva serie, n" 20,1970, páf^· 1-16.
15. Pit.. I, 53.
16. Sófocles alude a esta tradición en los versos 591*592, puestos en boca del
«mercader», es decir, del vigilante (σκοπός. 125) que forma parte d e la expedición
j?rtej:;t y al que Ulives ha disfrazado. Se ignora si Ulives aparecía acompañado o no en la
pieza d e (¿quilo. La segunda hipótesis es la ni.is verosímil
168
M I T O V T R A G E D I A E N 1. A C K I X I A A N T I G U A . I
ven Ncoptólemo, hijo de Aquiles: es el a quien Uliscs encarga apode­
rarse por la astucia del arco y de la persona del héroe. La mayor parte
de la pieza estaá formada por diálogos entre Fílocietes, el héroe enveje­
cido, exilado hace diez años y herido, y el adolescente, cuya juventud
aparece subrayada en todo momento.
Tal como se nos présenla, esta pieza de Sófocles ha intrigado consi­
derablemente a los comentaristas, que han subrayado en ella las «ano­
malías» reales o supuestas — a menudo se ha hablado de un «barroco
sofocleo»— que han puesto en cuestión, o afirmado, por el contrario,
su «ortodoxia» en relación con el rcsio de la obra de Sófocles.'7Esta pa­
sión tiene muchas motivaciones: el Filoclctcs es la única tragedia con­
servada de un autor griego que no incluye ningún papel femenino, ]a
única también en la que el problema planteado se resuelve ex machina
por una divinidad;15 tas relaciones entre dioses y hombres han resulta­
do en ella tan singulares que los investigadores se han preguntado si Só­
focles hacía hincapié, como en el resto de sus obras, en la coherencia
del m undo de ios dioses frente a la ignorancia y la ceguera de los hom ­
bres o si, por el contrario, no habría proyectado, a ejemplo de Eurípi­
des, en el mundo de los dioses la opacidad d e la condición humana.
17. Se encontrará Jo cscncbl de 1j bibliografía reciente de Η . P. Johansen. Luí tram, n“ 7 ,1962, págv 247-255; véase también 11. Musurillo, The Light and the Djrkness, Studies ¡ntheDrjrtuucPoflryofSopIxKÜ's.Lviócn, 1967, pigs. 109-129. Λ. E. Hinds,
«7Tie propitecy o f Hclcnus in S o phodcs' Philoctetcs». Classical Quarterly* nueva serie,
n“ 17, 1967, págs. 169-180; II. Schlesingcr, op. cit., más arriba, n. 9. El estudio m is com­
pleto sobre la obra es la disertación d eC . J. Fuqua. The Thenatic Structure c f Soph<tc!es‘
Philoctetes* Cornell, 1964, de la que he podido consultar un microfilm. Una posición
extraña dentro de esta inmensa bibliografía es la que sostiene I. Errándonos, Sófocles.
Investigaciones sobre la estructura dramática de sus siete tra¿edias y sobre la personalidad
de sus ccros, M adrid, 1958, pígs. 253-302, quien supone, por ejemplo, que el «merca­
deo» y Heracles no son otros que Uliscs disfrazado. Dos publicaciones recientes sólo
m e han sido accesibles después de h redacción de este estudio: Li edición brevemente
comentada d e T. B. L. W ebster, Cambridge, 1970, que n o aborda prácticam ente n in ­
guno de los problemas aquí estudiados, y la obra postum a de R. von Schelíha, Der Phtloktet des Sopi>okles. Ein Beitrag zar Interpretation des Gricchtschen Ethos, Amsterdam.
1970.
18. A. Spifa he dem ostrado, sin em bargo (Unienucbungcn zurrí Dea* ex ntacbitu
bei Sophokles uttdEuripides %Francfort, 1960, págs. 12-32}. que este desenlace se adap
taba estrictamente a la estructura de la pieza.
19. Véanse las exposiciones antagónicas de C. M. Bowra, Sophocicsn Tragedy, Ox
ford, 1944, págs. 261*306. que defiende, con razón en líneas generales, la primera tesis,
y de II, D. Kitto, Form en d Meaning in Drjma, Londres. 1956, p*gt. 87-138.
111. I H . O C J f . J U 0 Π S Ó r O C L i i S V L A Γ Π .Ν ΐΛ
u #
De esa disputa no tendré cn cuenta aquí mds que un solo punto real­
mente capital: el F ilo c tc ie s nos ofrece el ejemplo, único en la obra de Só­
focles, de una mutación de un héroe trágico. El joven Neoptóiemo acepta
al principio —a pesar de su repugnancia de hijo de rey, fiel a su carácter
original (phfsis)— engañar a Fiioctctes dirigiéndole un discurso falaz, dic­
tado por lílises, con el fin de apoderarse de su arco; luego cambia de opi­
nión/·1decidiéndose a decir la verdad/1a devolver el arco22 y, por último,
A abandonar tanto Lemnos como el campo de batalla troyano para regre­
sar en compañía de Filoctetcs a su hogar.’*Hay ahí un contraste brutal con
el comportamiento de los héroes sofocleos, esos personajes que se enfren­
tan en bloque tanto al mundo de la ciudad como al de los dioses y a los
que la maquinaria divina acaba por quebrar/' La tentación de explicar es­
ta mutación por medio de la «psicología», o al menos lo que los comen­
taristas de tragedias bautizan con ese nombre, era evidentemente muy
fuerte y no han faltado quienes han sucumbido cn ella/1Pero este «psicologismo» ha suscitado también reacciones, la más resonante de las cuales ha
sido la de Tycho von Wilamowitz.·’5Su explicación de las dificultades del
Y tlo c ic ic s y de las mutaciones de sus héroes por las solas leyes de la «téc­
nica dramática» y de la óptica del teatro, aunque daba cuenta de ciertos
20. liste cam bio es expresado e n d v . 1270 por d verbo μ ετα γνώ ναι, que termtti.trá por designar la noción crucian;! de arrepentimiento, fuente casi inevitable de con­
tusión.
21. Fi/acír/rs, 895 y si^s,
22. ibsJ., 1286.
2 ). IbtJ.. 1402.
24. Ll mejor estudio de conjunto es eJd e B .V . Knox, Tbc U cm ic Tctnpcr, StuMt'i
tu StifkocltKn T rjzcjy, Cambridge, Mass.. 1964 (sobre el l'üoctclcs, véanse p i p . 117·
142J; véase también, deJ mismo autor. «Second Thoughts in G reek Tragedy»», G n v k
Κ'··'7λλ a n j B y u n tin c SluJú's, ηΛ7, 1966, págs· 2IJ-2J2.
25. A ií, cl jucz Holmes escribí.» a Γ. Pollock cl 2 de octubre tic 1921 estas lincas
rrvcJadoras: «Λ propósito de las rams ocasiones cn b s que los anti^um se parteen a nouttrot, me ha parecido siem pre que un cjcmp!o maravilloso es el arrepentimirnto del
muchacho, cn la obra de Sófocles, d e su engaño y la devolución de) arco», citado por
I Vt'ilson. T he t t o u n Ja n J theB m v, Londres, 1961, pág. 264, η. I. Ll subrayado d e putabrís y cxprcMoncses mío. Resulta obvio que incluso aunque empleen un lenguaje
«u* elaborado, muchos autores modernos, que no hay por que citar, piensan igual.
26. *Tyc!in von W ilamowiu-Mocllcndurf, ««Die dramatisebe Tcchnik des SophoWW».*. Vhiol. Xhitersiuh.. n” 22.1917: sobre el I'/locM ti, véanse las págs. 269-512. Conu<t I j s ¡mcrprciactoni.·* «psicológicas». vúiu.·. por ejemplo, C C artón, «Characterization
ir» t m \ k TnyvAyn, ft>ur/:ji o f I h-/!i‘nt,‘ StuJú-i, 1957. pá^s. 247*254; K. Alt. «Scbicksal
urhl p w n ^ im Philoktct dos Sopliokít·:.·». / I m i n , n“ S‘>. I96J. pá^s. 141-174.
J70
M IT O Y T R A G E D I A KN L A Ο Κ Κ Γ .ΙΛ .A N T IG U A , 1
detalles,'7no podría, sin embargo, proporcionar una explicación de con­
junto, y corría d riesgo de perder de paso a los personajes de Sófocles co­
mo héroes trágicos y no sólo como personajes de teatro.·*
Como c! Jecior .sospechará, el propósito de este estudio es hacer pro­
gresar la discusión mediante el rodeo de una comparación entre la «mu­
tación» deJ joven N eoptóitm o y la institución evocada al principio de es­
tas páginas: la iniciación efébica.
Uno de los rasgos más característicos de las últimas piezas de Sófo­
cles, el Fibcletes y el Edipo en Colono, es la importancia cada vez mayor
que toman en ellas los problemas de localización, lo q u eJ. Jones lia de­
nominado «una especie de interdependencia entre el hombre y el lu ­
g a r» /' El lugar de la acción es descrito51como escbutiá, uno de los fines
del mundo. En el conjunto de la literatura griega hay pocas evocacio­
nes tan sorprendentes de una naturalc2 a salvaje y de un hombre abando­
nado y asilvestrado. La soledad de Filoctetes se expresa por la palabra ¿re­
mos, que se repite hasta seis veces.11 Más aún, Filoctetes ha sido, en el
sentido técnico del término, expuesto: Π οίαντος υΙόν έςεΟηκ’έ'ιίό reine,
«Fui yo quien antiguamente expu.se* aJ hijo de Pennte», recuerda Ul»seS;,:
27. Un ejemplo claro de lo que puede explicar «la óptica dpi teatro»: en cl v. 114,
N coptólem o parece «ignorar» que, se^ún d oráculo, el a rto y Hloctctcs son necesarios
p a n la conquista de Troya, lo que permite a Ulives recordárselo al público; pero U>s versos
197-200 mucsinut que el hijo tic Aquilas estaba en realidad perfectamente al corriente
de ello, ti» un c s m j parecido, se permite distinguirentre el «personaje tic teatro» y vi
“héroe»; pero esic tipo de investigación sóU» puede dar resultados bastante limitados;
en aiaU juicrcaso. cualquiera quese.t la libertad que los poetas f.rse^os utilizan respee·
ut λ los míios, ¿ su no Ilegal*!, por ejemplo, lia.ua ei p unto de hacerles im apnar que Li
puerra de Troya no había exísiido, y me paicce imposible sv[*i»r a D. U. Robinson c u j í » ·
do trata dü hacernos ¡wlmtíif íjue t í espectador atcnirrtse podía creer en o» abandono
' cíeciivo d e l ’iloctetcs al íinal d e la pieza («Topics in Sophocles' M-Hocicics», CAm/V-·/
Qusrtctiy. nueva itrtc . nn |<A i % ‘λ pigs. )·Ι·56, véanse Jas
45-51).
llevar Risco­
sas demasiado lejos en la dirección obieíta porT ycbo von Yí'ilamou-it*. Γ.1 mismo aiii
culo atribuye, equivocadamente, una duMe conclusión id ttíocietes; véa^e, p o r el con
truno, m is adelante, la pi>;. 178
28. Véase B. Knox. Th<‘ Heroic. Temper, pjj'.s. Kv38.
29. J. Jones. AmtntU- an:/ (in ri: Trj¿cJ?, O xford. l% 2 . p ig . 21‘λ
50. Fiioactci. 144.
31. /£ :J .,2 2 8 ,265, -171.487 y IGIK.
)2 . FiltKit'iii, 5. Como me ha record.tdo Ph. Kouascau. sólo el padre tenía 1 1 ilr
rvcln> de expta/rr a un recién nucido.
e l i t t . o c T i - T r j ιμ ·: s ó m o w . s y l a
m u :U
expuesto, es decir, colocado en un lugar que «contrasta, como rcprosfii
tame de un espacio lejano y salvaje, con el recinto de ia casa y con las tic
rras cultivadas a su alrededor. Tal ámbito podrá ser en ciertos casos el m.ir
o los ríos en cuanto símbolos del otro mundo. Pero será, sobre todo, lirjtK»
de las casas, de los huertos y los campos, la tierra inculca donde vive» lew
rebaños, el espacio extranjero y hostil del α&όχ».η Como sij'ue diciendo
J. Jones, esta soledad «o es la de Robinsón Crusoe.*4Tampoco es, y el co­
ro lo dice explícitamente, el universo pastoril: ού μολιιίχν σνριγγος ϊχ ω ν
/ ύκ ποιμί)v άγροβάτας, «No hace cantar una flauta de Pan, como un pas­
tor en los cam pos»” Este mundo salvaje está fuertemente subrayado por
la puesta misma en escena: donde ésta presenta por rcjjla general la pijer­
ía «leí palacio, aparece dibujada (a entradj de una caverna.*
A este mundo salvaje se oponen, de forma muy nítida, otros dos
mundos, formando lo que ha podido denominarse el «triángulo» espa­
cial del Fí/ocfetes:'1 el primero es el campo de batalla troyano, es decir,
cí universo de la ciudad representado por los ciudadanos armados, los
hoplitas; el segundo es el mundo del oíkos («casa»), el universo familiar
de Filoctetes y de Ncoptólemo. Entre esos dos se verán obligados a es­
coger los héroes.
Filoctetcs aparece como enteramente ajeno al mundo de los campos
cultivados: «No recolectaba para su alimento ni el grano que nos viene
de la tierra sagrada, ni ninguno de esos otros frutos que nosotros, ios
H.
J. P. V enunt, M ytheclP cuu'c', l.p.í^s. 161·1<ί2 <trad. casi.: M ito y f¡?nssn:ien·
i i c i I j Credo Art!i¿uJ> Barcelona. Ariel, 199». La inujicn d e ta exposición reaparece
íu it's versos 702-70?, donde Füocrctcs es descrito «como un htju abandonado por su
t>‘>dru.i»,
M. Op- d i., p.ij;. 217. W. ScbaH r-.ikh cscribú poc el contrario en 1941: «Filoete·
i- ·. vive como un Robinsón del m undo anticuo en ).t i*).i desierta de i.cmno5»
*.·* ¡ ih 'ip m c it, p.íj*, 2>*0.
t i ft,fa fc w . 2)3*21·!.
Π iexio subraya la puerta en escena y el decorado: ό ζό χ α ν Si: μήλ# / ο α ν 6 ς
«·■* ttj; ΛόνόΥκ μελάΟρων: «Cuando el espumoso vagabundo saf;:3 d e estas habjuetoir· >· 1146· 147). IT.ty tjue suprimir la coma que h mayoría de los editores introducen des·
i-·* %»}>· ΰδίτης: véase Λ. M l>a!c. «Seen and Unseen in scenic (Conventions». W hncr
>'*<- -J. ιΓ W, 1956;
A. /.« ¿y , pjj;<. 96-I0AKv.»sepJj{. 105), las condicJcncs
i|* rsfl· p oubie etludio no me parece <ioe luyan sido cuestionadas en modo alguno por
U* · *·{. · i.nv/sde II. 3. Rohsnson. loe a i , m isarrih.i, p.*>». 170. n. 27, pá¿;v 41-49.
>.' W .iví A. C<«ik.«The l\m erm «i\ o í vffeet i» Sophodcs’ Philuetcte*». Arcfhuw,
I*».· j· it. · ¡ t i <[in*. &¡u ciuhjr^.ü, no mj'.o iiijtií<·π .mis conMdcr.irómc'i pskoanali·
%k*«<
172
M iro v
& n l a < ;u i:c ia a n t i g u a . i
mortales comedores de pan, cultivamos... ¡Ay, lamentable existencia la
de un hombre que desde hace diez años no ha tenido la alegría de verse
escanciar vino».1'1El héroe exiliado no tiene familia, ni compañía (μηθε
ξύντροφ ον ομμ’έχων), «no disponía de ninguna mirada fraterna»,w
creyendo incluso que su padre había fallecido.40 Ulises ha hecho de él un
muerto social:«φίλον, έρημον, απολιν, έν ζώ σιν νεκρόν: «Un hombre
sin amigos, sin ciudad, un cadáver entre los vivos».*1Ulises justifica la
sentencia de exilio decretada contra él recordando que, debido a sus gri­
tos, el ejército «no podría ya proceder en paz a una libación ni a un sa·
orificio»;4'’ dicho en otros términos, que su presencia hacia imposible el
ejercicio del culto cívico. Fiioctctes asumirá por cuenta propia esta ex­
plicación cuando considere el embarcarse: «Desde el día en que se cm·
barque en mi compañía, ¿cómo será posible hacer llamear ofrendas pa­
ra los dioses y ofrecerles libaciones?».'" Es la palabra agrios* salvaje, la
que mejor define su condición. Fiioctctes es propiamente hablando un
«asilvestrado», άττηγριωμένος.·" El vocabulario que le caracteriza es el
que define el salvajismo animal.4' Como se ha dicho muy bien «ha ad­
quirido por así decir un parentesco con el mundo anima!»*" El mal que
le tortura, definido también como agrios, es en él su parle de salvaje."
>8. Fiioctctes, "OS·715. En el v. 709. Sófocles empica Ia palabra ίιλ φ η σ τα ί que d e­
signa, cn I loniero. a los comedores tic pan. es decir, los hombros a secas. Sobre el valor
d e esta palabra, véase mi estudio «Valeurs relipteuses d e la (erre ci du sacrifice ilans
lO dysée». A m u le t F..S.C... 1970, pj¿». 1.2 SO. nota 3.
30. FilocteiCí, 171.
40. V¡tosteles, 497. Heracles te enseñará (MJOf que está cn realidad vivo.
41. tkiJ., 101X.
43. Ih J .. 8 ·9.
4 ). lb : l , 1032-1033.
44. Fiioctctes* 226. Véase también en el verso 1321, ή γρίω σ αΐ; «te lias vuebo un
salvajo*.
43. Su m urad3 es una cueva ¡mima), α ύ λ ιο ν (9 3 4 .10S7, I !49>; su alimentación es
pasto, (Jopti (274); véase sobre esta última palabra m i nota, m is arriba, p.íy. 150. n. 75;
¿I no cctncya, ú a p ¿ c ie u tj (βόβκο>ν, 313).
46. II. C Avery, «Heracles, Phíioccetcs. iVcoptolcmus», Hcrrncs, n° 93. IV65,
pijis. 279-297; la expresión citada está en la páft. 284- Este parentesco es afirmado por
el héroe mismo: tb ξ υ ν ο υ σ ία ι i Οηρών ópCÍíov: «OH animales de las montañas, mis
compañeros» (936*9)71; véanse también los versos 183185.
47. Véanse los versos 173 y 269-266 (άγρί<£ νόσφ ) y el verso 758, dor.de el mal es
com parado, com o ha observado bien el escoliasta, a im animal salvaje que se acerca v se
aleja alternativamente; el pie de Fiioctctes ο*ϊνΟηρος. asilvestrado (697 \: véase P. Bij»j;s.
«Tl»e Disease theme in Sophocles». (.Y.m« v / Ffatolazy, l% 6 ,
223-235.
i.i. ί ΐ ι . ο π ί . ί Έ ί ι>ι: M i i 'o r u . s y i . a i:i‘tint λ
173
Filoctetes se encuentra, pues, exactamente, en el límite de la hum a­
nidad y del salvajismo animal. En la gruta que ocupa, algunos signos
muestran todavía que pertenece a la humanidad; «Una copa de madera
maciza —obra de obrero de escaso talento— . Y alii también algo con lo
que hacer fuej;o».Hi! Es el fuego culinario el que asegura perm anente­
mente la salvación del héroe, o καί σώ ζει μ ’ά ε ί / 1' Esia situación límite
está simbolizada naturalm ente por la caza, única actividad que perm i­
te a Fílocteies vivir fuera de la chura, de la ciudad y de los campos cul­
tivados: «Así, fatalmente, debe pasar su vida, disparando a las presas
con sus flechas aladas, miserable, miserablemente».*1Pero las relacio·
nes que mantiene FÜoctetes con los animales, sus compañeros y vícti­
mas, son reversibles: cuando está privado de su arco, debido a la argu­
cia urdida por Ulises, el cazador corre el riesgo de ser cazado: «Mi arco
no abatirá ya ni pájaro alado ni fiera de las montañas y soy yo, desven­
turado, quien al morir proporcionará comida α la caza que me alimentaba.*' Los animales que yo cazaba me cacarán a su vc/.».1? El instru­
mento de esa caza es precisamente el arco que I lerades ha legado a
Filoctetes, arco que, como Ulises recuerda a Neopiólemo al principio
de la pie2 a, «tiene flechas infalibles que llevan la muerte».” Se ha hecho
con frecuencia hincapié en ello: el arco es la contrapartida de la herida:
infalibilidad e incurabilidad van a la par.” Pero es preciso decirlo más y
48. Yihtcidcs. >5-36.
49. //;/</., 297.
50 VtlncMci, l<vM66. Véunse también los versos 2S6-2¿¡9,7 1Ü-711 y 1092-1094.
I Λ impartiincia de 1js imágenes y J e los tcm.is J e caza Kj sulo puesta J o manifiesto cu
U disertación, m is arriba c iu d j, de C. J. Fuqiea.
51. Ο α ν ώ ν π α ρ ^ ς ω δ α ίΟ ΰ ψ ώ ν Γ ^ ρ β ύ μ η ν (957). til vocabulario es c;irn«crfai ·
i o: b pal.ihra δοίς designa normalmente una comida humana, contr.irítm ente a (Jopó;
mi empleo en el sentido d e «límenlo animal es muy excepción ¿1 UUj J j . 2 4 .4 )); por el
inntrario. el verbo ςέρ β ω se empica nonerjlm cnte para los ¿mímales. Sófocles, por u n ­
ió. Iu invenido los vjlores d e l¿s dos pjbbr.is.
52. Fihicttics, 955-958. Véase i .ambien la innovación λ 1«is rapaces d e los versos
i 146-1157.
5 J. I b iJ , 105.
54. Sobre estos hcclins com plem entarios en U tradición mítica, véase, porejem |Λ ι, Λ* llrvUcli, CUi Hroi («Vea, Roma. 195B, p-íp. 244; «Les M onosindalcs», Νο;#ιν//ι*
< .‘."¡, n " 7-8-9,1955 1956-1957» p.í>;s. 469-4K0; sobre el Füt'Ctrta. véase V.. V ilsrm , T l'f
Uíiftrj./tífí.l //·<· lUiu\ p.ijis. 244 -264; W. 1i,ir>1t. «Tlic role o f rbe B o r in the Diilocietcs
«4 Si\^hock*s**. Λ
Jiiütk.iI t>fVh¡!\>!o?y, n“ Hl. 1960.
40W 414; 1* .Biffts, !»c.
•r t ,
2 3 f-2*5; 11. Musurillo, <>;>. cit.. j\i£. 2 1 1.
174
M I T O Y T R A t i U H A E N I.A « R U C I A A N T I C U A , 1
mejor: el arco es lo que asegura la vicia de Filocictes. Λ ejemplo cíe I leráclitó, Sófocles juega con las palabra β ιό ς (el arco), β ίο ς (la vida):”
Ά πεσχέρηκας τόν βίον τίχ τό ξ ’έλών, «Me has quitado la vida al qui­
tarme mi arco».5* Pero el arco es también lo que aísla a Fiioctctes del
mundo de los humanos. Una de las vertientes del mito pretendía que
Fiioctctes había sido herido precisamente con una de las flechas del arco de Heracles.” No es esta la versión que ha repetido Sófocles: su Fi­
ioctctes es más directamente culpable puesto que ha violado el santua­
rio de Crise.*'* Pero un arquero no puede ser hoplita y luego se verá que
Fiioctctes, curado, no será ya propiamente hablando un arquero. En el
famoso diálogo del Heracles de Eurípides sobre Jas virtudes respectivas
de los arqueros y los hoplítas,111el portavoz de éstos no hace más que
traducir la regla moral de su tiempo cuando declara: Ά ν6ρ6ς δ’ελεγχος
ο ύ χΐ ΐό ς'ε ύ ψ υ χ ία ς: «El arco no es la prueba de la valentía de un hom­
bre».40 lista ευ ψ υχία consiste en «aguantar cn su puesto y ver avanzar
hacia uno, sin bajar ni apartar la mirada, todo un campo de lanzas eri­
zadas, siempre firme en su fila»/’ El arco permite a Fiioctctes subsistir,
pero hace de él un cazador maldito, siempre en la frontera entre la vida
y la muerte, cn el límite entre la humanidad y el salvajismo; ha sido m or­
dido «por una víbora matadora de hombres»,** pero ésta no le ha mata­
do. «Parece una víctima consagrada al dios de los muertos»/* habla de
morir, proclama su muerte, pero no puede llegar a ella;61 es, repitámos55. 13(ος; tón ο ύ ν χ ό ς ω ό ν ο μ α (Κ υςεργον fit θά να το ς: «El nombre del arco es
vida, su obra m uerte» (fr. 48, Dicls). Para otros contactos cnirc el Filocletes y los frag­
mentos de U críclho, véase K. Reinhardt, Sopkaíla*, Francfort, 1947, pág. 212 (trad,
cast.: So/cdcs, Barcelona, Destino, 1991).
56. Fiioclctcs, 9)1.
57. Versión conocida por Servio,/W A cnciJ., 3,402.
58. FtfoctcU'i, 1327* i >28. Es, p o r tam o, enteramente falso hacer d e él un übsohito inocente, como lo ve, por ejemplo, H . D. Kitto, Form attH S\eánin¿, p.tg. I 3 5 ;b <%cnlpabiltda J» de FÜcictetes es subrayada además por el coro, que compara su destino al de
Ixión, autor d e una tentativa de violación cn la persona d e I lera (676-6S5).
59. lle u d e s , 153 164.
60. IbiJ., 162.
61. \b i.l, 162-164.
62. Fiioclctcs, 266-267, Me parece absolutamente ridículo, como hace 11. Mustirilio,
a i., píg, 119, n. 1, tratar de identificar exactamente la especie del animal que ha
m ordido a Fiioctctes.
63. íi¿o::ctcí, K6Ü.
64. Iwi.,797-79K . 1030, 120M 217.
k l mxKTETM n r sdrocL rs γ l a ι-f ι:ϊϊ(λ
lo, «un cadáver entre los v iv o s » ,« u n cadáver, la sombra
un fantasma vano»;64 políticamente, aunque la palabra no
nunca, es exactamente un ά τιμ ος, un m uerto cívico.
En este universo desolado y junto a este hom bre asilvestrado es *
donde desembarcan Ulises, un hombre de edad madura, y Ncoptólemo,
un adolescente, casi un niño todavía. Un niño, e incluso un hijo para Filoctetcs. El cálculo ha sido efectuado por H . C. Avery.63 Neoptólcmo es
llamado sesenta y ocho veces π α ΐ (niño) -tétevov (hijo mío), cincuenta y
dos de ellas por Filoctetcs. Ahora bien, este niño será calificado como
ά νήρ, hombre, dos veces, en el verso 910 primero, después que ha co­
menzado a confesar la argucia por la que había hecho caer en la trampa
a Filoctetcs, y una segunda y última vc2 por Heracles, al final de la pie·
za, cuando éste invita a Filoctetcs a com batir σ υ ν τφ δ'άνδρί: «con es­
te hombre».4’’ Esta simple relación tiende a establecer, en mi opinión,
que Ncoptólemo ha cambiado de estado, que en el curso de la pieza ha
atravesado la iniciación efcbica.70
Henri Jeanmairc ha dem ostrado en C o u r o i e t C o u r c lc s que los rela­
tos míticos de las infancias reales servían de paradigma a las adolescen­
cias cfébicas. Es realmente la llegada de un hijo de rey lo que se nos
cuenta en el V ilo c tc te s . Desde el inicio de la pieza Uliscs recuerda: ώ
κρατίστου πατρ6ς Ε λ λ ή ν ω ν τρ α φ ε ίς/ Ά χ ιλ λ ίω ς παΐ: «Hijo del más
valiente de los griegos, hijo de Aquiles»,71 y la prim era intervención del
65. I h i l , 101H.
66. IbU.. *>16-947.
67. Com o ha señalado \C. Scliadewaldt en un esjudio célebre. «Sophoklcs uiut das
[.cid·», 1941. reedeiado en ¡¡tilas uttd HtJpericn, Zurich y Stuttgart. 1960, páj;*s. 2 3 1·
¿47. todos los héroes d e Sófocles son precisamente personajes· Urr.itc; la observación
puede extenderse más allá d d «snfrtrmcmo».
68. Op. cit. más arriba, pJg. 2R5.
69. Piltxtcícs, 1423.
70. N o creo ijuc haya jid o liccha toda\ ía esta observación, pero algunos comenta·
i Utas lian caído perfectamente en la cuenta de )j imitación de Ncop:ó!cn;o s:n invocar, na
[3 efebía: üíí M. Poldctr/, Div Gricchijcbc Tra^/idic3, Gottinga, 1954, p% . 334.
ni 1 jt>vL".\ N coptólem o madura para convenirse en hombre»; 11. Weiustocl?, Sofkoklcs*
I<
y Berlín, 1931, p᣻. 79 y sigs.; 13. VP. Knox, The Hcwic V m /u r. púg. 141: «Neop·
«.Ί<·ιηο h:i madurado en hombre f.raeias al fuego d e su ordalía y. aunque anics era el su·
U's Jirtado de Uliscs. ahora es un ijni3l d e Filoctetcs»·. La palabra efebo ha « d o promm*
1 litli. pero accidentalmente, ni parecer, por Κ. I. Vourvcrw. Σο<*οκλ£υυς Φ ιλοκτήτης,
Au-tus, 1963, pág. 34: el autor no hace apenas otra cosa que rvpoíif Jo que por su parte
l««b¡a d idin 'Xcirsstoclc snbre cl 1jloetctcs como tragedia cu la educación.
71. í ihxicft'i. 3 -4.
i
1 7 6
M IT O Y I K iU '.L D IA I N 1 .Λ Ι ίΚ Ι Χ Τ Λ A N T IC ; L1 Λ , 1
coro es para recordar a Neoptólcmo que es el heredero del poder.’*' «A
tus manos, hijo mío, es a las que, desde el fondo de las edades, ha llega­
do el poder supremo.» Releamos ahora el primer diálogo entre Ulises y
Neoptólcmo. Pone en escena a un oficial y a un militar bisoño. Ulises
invoca b o rd e n recibida antaño para explicar y justificar la «exposición»
de Filoctetes en Lemnos.71 Recuerda a Neoptólcmo que está de servicio
y que le debe obediencia.7*Como lia visto bien B. W. Knox, se trata de
la «primera hazaña» de N eoptólcm o/’ Nada indica que éste haya lleva­
do antes las armas. Sin duda, cuando Ulises invita al joven a contar a Fi·
lóeteles que Jas armas de Aquilcs han sido negadas al hijo del héroe y
atribuidas a él, Ulises,** le incita a proferir una mentira, pero ésta es bas­
tante singular: Filoctctes la asume por sí mismo al final de la pieza, cuan­
do Neoptólcmo ha desvelado toda la superchería.77 Su interlocutor no le
desmiente entonces y, por lo demás, el autor del Áyax sabía perfecta­
mente que Ulises había heredado efectivamente por algún tiempo las
armas de Aquiles. Todo esto sólo es coherente si se admite que N eoptó­
lcmo está efectivamente al principio de su carrera de soldado.
Un detalle sugiere incluso que Sófocles hace quiz» alusión al juramentco que transformaba al efebo en hoplita: «No estás juramentado (σί>
μ£ν... οϋτενορκος)»,7* le dice a Neoptólcmo. Técnicamente Ulises hace
alusión al juramento que habían prestado los pretendientes de Helena, pe­
ro no es imposible ver ahí una alusión al juramento efébico, y cuando
Neoptólcmo jura permanecer en su puesto, εμβάλλω μ εν ώ ν ” la alusión
se vuelve más clara todavía. Esta primera hazaña de Neoptólcmo, desa­
rrollada como hemos visto al margen del espacio cívico, en el lugar normal
de las iniciaciones cfébicas o crípticas es, como el modelo proporcionado
por el mito cciológico de las «Apaturia»», una astucia, una apáie.** Desde
72. ¡bU.. M I-142.
. 73. ibU .,6.
74. Vcjkc d em pico del verbo ύ κ η ρ ετςίν («estar al servido Je») en el verso 15 y
d d nom bre ύ^η^ιίτης (53).
75. The Ucrtjtc Temper, ράμ. 122.
76. Ftlactdi's, 62-64.
77. tfo'J., 1364.
78. F¡!ocitM %72.
79. ib U .K 13.
SO.
ILi vocabulario sigue siendo — incluso aquí— característico; vease el empico de
las palabra» Α χάτη <11 >6 y 1228), δόλος, δ ό λ ιο ς (91, 107.608, l l l f i . 1228 y 1282),
η!χνι\. τέχν ά α ΰ α ι (SO y 88). κ λ ά κ ε ιν (55 y 968).
A
J .L U L O C T I I T L S U ll S t J l O f I I S \
I \ i
I
cl principio de la pieza» Ulises empica el lcnj.‘ii.i|· .M .
·
del espionaje m ilitar/' Esta emboscada es tamhi· .......
Ulises ha conseguido convencer a Ncoptólemo p.ii .1 «|·>
díame la astucia del arco de Fiioctctes, el joven le 1 . 1
1 ·■ ··#
’α < ρ α > γίγνοιτΐχν,είπ εp ώδ’εχει, «Hay que captm .11 1·* c
za, si es así».**’ Cuando Fiioctctes se desvanece, Neopi«»l· *·. t
unos hexámetros de porte oracular: «Lo que veo es qm* li Λ .
curado este arco (Θήραν /τ ή ν δ ' ...εχο μ εν τόξων) en \ .im\ · 1
sin el hombro»;** y Fiioctctes evoca sus manos convenid .1 · n ,
(συνΟηρώμεναι) del hombre que le ha cap tu rad o /'
Por supuesto» este vocabulario de caza y guerra es met;il»nn .♦ . ' /
lóeteles no es The Red Badge 0/ Courage [ Ιλ insignia roja <Λ7 /·.;/. */. U
caza de Ncoptólemo se desarrollará en el plano del lenguaje: U|v Φι
λοκ τή του σ ε δει / ψ υχήν όπω ς λόγοισι έκκλ£ψεις λέγων, « (!ο» m*.
palabras es como debes robar el alma de Fiioctctes»/' lenguaje im-titi
roso: Ulises rechaza a la ve» el uso de la fuerza y el de la persuasión/
lenguaje de doble sentido como el que utiliza el falso mercader/·'
Sí examinamos ahora la metáfora militar, es importante compn u
der lo siguiente: la situación de la efebía era transitoria por deíiim h ·«·
por eso Neoptólemo es completamente incapaz de justificar su íh l«» «I
otro modo que invocando la obediencia al poder establecido/’ l «»m \>
bos podían practicarla άπ(χτη, poseer una mitología del em^iirn. j ■.
desde luego no una ética. «Maestro de n o v icio s» ,U lises rouni· * ·
modo las cosas diciendo a Ncoptólemo: δ(καιοι δ ’αυΟις ^κΐ|κ/νιη·ρ>
θα t ν ϋ ν δ’είς ά ν α ιδ ^ ςή μ έρ α ςμ έρ ο ς β ρ α χ ύ / δός μοι σεα υίον, μ · ι ·<
τϋν λοιπόν χρόνον / κέκλησο πάντω ν ευσεβέστατος βροιοιν. * I
tarde daremos muestras de honestidad. Esta vez, préstale a 1111 |mi¿ ·
corto instante — un día como máximo— de desvergüenza. I )«. *|»n.
81. Ulises envíj un hom bre Γ.ίς νίιτ&σκΌττήν, «cn cmbcsc.ul.i* M*i
82. tibíeteles, 116.
83. ibid.. 839.840.
84. IbiJ.. 1005-1007.
85. //v i.. 54-55.
86. IbtJ., 54-95.
8 a IbtJ., 130. liste tema del p jp ci del Icnjjíiaje cn el Vttoch'la tiivn \ . *· * ! 1
rrolUdo consiJerahlcincuti·; v é jw c l esbozo de A. Podlecki. «’llic I W i 1 ··! «I '* ·*
in Sophocles’ Philoctcie.sw. (iV Row. ütsJHyz. S f , 11o 7,1966, 211 .’»m
8H. ! t:<Ktc (<■■>.925.
89. D ebo esta expresión α Γ. Jmui».
1 78
M IT O Y T R A C L D 1 A l-N L A G R E C I A A N T I C U A , I
cuanto te quede de vida podrás hacerte llamar el más escrupuloso de
los mortales».w La virtud de la hazaña efebica se agota en su realiza­
ción: toda prolongación es imposible. P or eso, incluso mientras engaña
a Filoctetes, expresa Neoptólcmo su común admiración por el ideal ho*
plítico, en su versión aristocrática por supuesto. ¿No era Neoptólcmo*
Pirro el padre de la «pírrica», dan 2 a guerrera hoplítica si las hubo?™
Ulises mismo, cuando en nom bre de Zeus trata de convencer a Filocte*
tes a seguirle a Troya, le propone ser un όμ οιος το ϊς άριστεϋσιν,*2 un
miembro de la élite guerrera que se apodera de Troya. Sin embargo» lo
cierto es que Ulises difícilmente puede proponer esto porque a lo largo
de su papel es evidente que escoge no ia άρετή («virtud»), sino la
τέχνη {«industria»). Λ pesar de que el oráculo pronunciado por Héleno afirmaba que la presencia voluntaría de Filoctetes, y no solamente su
arco, era necesaria para la toma de Troya,'MUlises no se preocupa más
que del arco o piensa transportar a Filoctetes a Troya por la fuerza.**
Actúa y habla como si el arco pudiera ser separado del hombre. Hay
otros arqueros como Filoctetes, y su arco puede ser confiado a Tcucro.’1
Si se examinan las tres escenas donde aparece Ulises, podemos consta­
tar que el vocabulario militar se relaciona con el utilizado para caracte­
rizar a los sofistas.*6 ¿Es un político puro? Sin duda, en el sentido en
que el Cleón de Tucídides o los atenienses del Diálogo con los medios
son políticos puros. Sófocles voluniariamente hizo de él incluso un po·
Utico atcntense.* Termina su amonestación a Neoptólcmo apelando a la
90. Filoctctes, 82-85.
91. J. PouUloux ha señalado que e« a tradición, atestiguada explícitam ente por
Luciano, De Ssluttionc, t ! , lo estaba ya, implícitamente, en Eurípides, A ttJró w jcj,
1135; J. Pouílloux y G . Roux, Éni¿mes a Dclpbcs. París, 1 % ), pág. 117.
92. Filoctctes,997.
93. Esto aparece tanto en et relato de faíso m ercader (603 621) comn en L· última
tenrativa de Neoptólcmo para convencerá Filoctetes a seguirle (1332).
94. Es lo que ha visto perfectamente B. Vi'. Knox; «Ulises, d e hecho, hace hincapié
repetida y exclusivamente en una cosa, en una sola cosa: el arco» {The Heroic Temper,
p.ig. 126); véanse Jos versos 48,113*115, 975*983 y 1055-J 06295. Filoctetes. 1055-1062.
96. Así ο δ ^ ισ μ α (14), σοφισΟ ήναι (77), τεχν& σθαι (80).
97. D icho esto, me parece inútil buscar las «claves» de los personases de S a ín ­
eles, pequeño juego en el que se han divertido m ucho desde el siglo xv m . Así, p o r
ejemplo, Alcibíadcs exiliado y vuelto a llamar h a sido asimilado a H loctctcs; cf. ú lti­
mam ente Μ. H . Jam eson, «Politics and the PhUoctctcs», CIjsu cs I Philology, n” 5 1,
1956, p¿BS· 217-227.
c l n i - o c r c r c s o z s ó f o c l h s y i.a i:n :a lA
179
vc2 a I lermes, a Nike y a Atenea Polia.9* El falso mercader explica por
orden suya que los hijos de Tesco, rey de Atenas, han partido en per­
secución de Neoptólcmo.9’ Su última intervención consiste en afirmar
que va a dar cuenta ΐ φ δ£ σ υ μ π α ν τι στρατοί, «al conjunto del ejérci­
to»,t-'° dicho de otro modo y en términos políticos, que va a convocar
la asamblea del pueblo. Dicho esto, estamos en un universo trágico y
no en el de la historia o de la filosofía política. Político puro, Ulises sa·
le de la polis por exceso de política. Es la exacta antítesis de Filocte­
tcs, hipercivilizado frente a un hom bre salvaje. Es otra versión del
personaje de Creontc. A doptando la terminología que un coro célebre
de laAr!tÍ£ona aplica al hombre armado solamente de la téchn<¿y lejos de
ser bypstpolis («ciudadano de alto rango»), Ulises es como Filoctetcs
mismo, pero por razones inversas, un ápolis («sin patria»).131 P or eso,
aunque en un sentido haya cumplido su misión, lo pierde todo d uran­
te la aventura que describe el Filoctetcs. Ncoptólemo, al principio de
la obra,t:? es llamado hijo de Uliscs, pero el joven se convierte en hijo
y luego en el com pañero de F ilo c te tc s .E n tr e éste y Uliscs, N eoptó­
lcmo, cuyo nom bre mismo sugiere por demás la juventud, hace el pa­
pel de m ediador obligatorio. Ulises y el héroe herido, encardinados
uno y otro en su paroxismo, no pueden comunicarse. El hijo de Aquiles, como efebo, está ligado a la naturaleza salvaje, lo que le perm ite
entrar en relación con Filoctetcs; soldado y fruto ciudadano, debe
obediencia al magistrado que es Ulises. Pero la presencia de este úl­
timo cesa de ser necesaria desde el m om ento en que los otros dos
hombres se han reintegrado a la vida «normal». P o r eso, cuando H e­
racles llega para resolver el problem a planteado, Uliscs ha desapare­
cido, no asiste a la escena final durante la cual Heracles aporta una so-
<>8. Filoctetcs, U M M .
99. ibid., 562. Es posible que Sófocles aluda aquí a su propia tragedia d e los S iy w t i*n 1a que los tesetdas iban, según se ha afirmado, a buscar a N coptólem o en su isla
'sr:*K· T. Zielinski, Trjgxfum cnon iibri tres, Cracovia, 1925, p ip s. 103-112, y para una
«rpretcw ación d e esta misma escena sobro un vaso, Ch. D u p s , «I,‘Ambassadc ti Sky·
f·’*·, Ihilleti» deetirmpintdjncebeHcnt-fue, 19)4. pigs. 281-290).
100. í b t J 1257.
1GI. Artifoattj. 370; véase 11. Funkc, «Κ ρέων α π ο λις* , A n tikc u n d Ahcndlattd,
IΛ l% 6 , páR?. 29-50.
in>. Vthcielct, 99-Π0.
11)1. K. Hrinbardt U:p fit·, más arriba, jv p . 174) compara con razón las relaciones
• 'ιμ λ Ncopiúlemo con las d e Creontc y su hijo I temún en la A n tíg m j.
M IT O V T R A C .l'D lA 1-M t A G K K C I A A N T I C U A . I
18 0
Ilición y asegura el retorno de Fiioctctes y de Ncoptólemo al seno de la
sociedad.
Hay, en efecto, un problema que resolver, un problema propiamen­
te trágico. Para que Ncoptólemo franquee el paso que separa al efebo
del hoplita, no basta con que se convierta en el mismo, como le invita
Fiioctctes,104 que vuelva a su pfrjisis prim era.0 La moral hoplítica, a la
que ambos se sienten ligados, supone la participación en la guerra.
Cuando Fiioctctes plantea la cuestión que hallamos en toda tragedia
griega, τί δράσω: «¿Q ué haré?»,ir<*después de que Ncoptólemo le haya
suplicado por última vez ir al campo de batalla, escoge, como Amigo*
na, los valores familiares: π*?μψον π ρ ό ςο ίκ ο υ ς, «condúcenos a la casa,
luego quédate en Esciros».11' Fiioctctes promete a Ncoptólemo el rcco*
nocimiento de su padre. Aquel escoge, pues, el sufrimiento y el arco a
é! vinculado. Cuando Ncoptólemo se inquieta por saber lo que hará si
los Aqucos vienen a asolar su tierra, le responde que le ayudará por me*
dio de las flechas de Heracles. En el fondo no hará más que cambiar de
Lcmnos. Ncoptólemo hace la misma elección. En términos militares se
llama a esto una deserción y Tycho von Wilamowhz, que escribía d u ­
rante la primera guerra mundial, no se equivocó.’"1
Esta elección de los valores familiares contra los cívicos es tanto
más notable cuanto que, en realidad, no cesa de estar presente a lo lar·
go de toda la tragedia un personaje completamente distinto, el mismo
que va a aparecer al final: Heracles. Fiioctctes, que es rey de Malis, co­
mo sabe bien S ó f o c le s ,e s definido en muchas ocasiones como el
hombre del Uta."" m ontaña sin duda vecina de su reino, pero que es,
sobre todo, el lugar de la pira de Heracles. Allí fue donde Filoctetes
recogió el arco del héroe convertido en dios. Pero el Heracles que aquí
se evoca, ese I ieracles, por así decirlo, padre de Fiioctctes,"1es preci­
samente el Heracles arquero, cazador, m atador de bestias feroces, es ó
10-1.
Vilnctctcs. 9 5 0 .
105.
1<Y>, hlocietes. 1065, 1550.
107. l h ¡ á 136ü;Jj e x p re s ió n se nrpite e n d verso 139ιλ
108. Op. d t., pifi. 2¿¡0.
109. VilocKU 'S.ll^.
11 0 . I h \l, 4 5 3 ,47V, 490,664,728 y 14)0.
111. Todo esto ha sido visto perfectamente por 11. C . Avcry cn su artim lo. cit.ulo
ñ u s arriba, de
l% 5 .
r.i. m a cn rts
d e
sftrocits y
la
i:rr.»U
181
χάλκασπις ά νή ρ , «el guerrero del broncíneo escudo»,11^ un I leraclcs
hoplita. Como en todas las piezas de Sófocles, el plan de los dioses se
cumple sin que los actores sean conscientes de ello.J11 La reintegración
de Filoctetes al mundo de los hombres, objeto de In hazaña efébica de
Neoptólcmo, se incoa en realidad desde el momento en el que Filoctetes, por primera vez en diez años, oye hablar griego, es decir, reanuda
el contacto con el lenguaje.i,J La proposición que Neoptólcmo le ha­
ce1 de dejarse cuidar y curar en Troya es la que luego pondrá en prác­
tica. Pero lo más notable, quizá, es constatar cómo Heracles va a con­
vertirse en el heraldo de ese ideal hoplítico constantem ente presente
en la pieza. Digo notable, porque el mito era en este punto imperativo.
Todo griego sabía que Filoctetes había m atado a París en un combate
singNiar™con las flechas de Heracles, y es difícil transcribir esta haza­
ña en términos hoplíticos. Pero, ¿qué dice Heracles al final de la pie­
za? «Partiendo con este hom bre (Neoptólcmo) hacia la ciudad troyana [...] harás caer bajo mis flechas a Paris, el autor de vuestros
males»,111 y el dios introduce al punto una distinción entre lo que ga­
nará el arco y lo que ganará Filoctetes con su valor guerrero personal,
por el mérito que adquirirá com batiendo al lado de los demás griegos:
«Tú tomarás Troya, y la parte del botín que entonces obtendrás como
premio a tu valentía entre todos nuestros guerreros,m lo enviarás a tu
palacio, a tu padre Peantc, sobre la llanura dei lita, tu país. En cuanto
a ésta, en cambio, la que recibirás del ejército en memoria de mis fle­
chas,1” llévala a mi pira».1:3 Lo que proviene del arco volverá, pues, a
la pira de 1Icracles. Es, en suma, la separación de Filoctetes arquero y
de Filoctctes hoplita. En cuanto a Neoptólcm o, su situación va tam ­
bién a cambiar Su transformación en guerrero con todas sus atribu­
ciones ha concluido. Cuando se inquietaba por el papel del arco en la
112. //Átrffj.
115. Sobre ttí c pum o Bowra nene sin duda nljum:) razón frente a Kitto; vease m.is
arriba, pjg. HiS, n. 19.
114. t i U h h s . 220-2)1.
115. / ^ . ‘) l‘í ‘)2 0 y l> 7 6 .|3 7 9 .
116. Μ ο ν υ μ α χ ή α α ς Άλεξάνδρω Ktcívct, dicc el a su m en de l.i P ta u riij I fa J j
(»/> A i.
166. n. 8>.
117. i d s M a . M2M 426.
IKS.
1429 (ά ρ ισ τά *¿KAa(V»w σ τρατεύματος),
119. í r U . 14*2 ( súámv Cjtüv μνημΓία),
120. ι ω , ι α · » » .
182
M I T O Y T R A C .L D 1A U N L A C K I X I A A N T I C U A , T
caída de Troya, como hom bre que se creía destinado a lom ar la ciudnd,
Ulises le había respondido: «No puedes sin el arco, el arco no puede
sin ti» (ουτ’α ν σ ϋ κείνων χω ρ ίς, ο ϋ τ’έκ εΐν α σ ο υ ),131 Heracles, diri­
giéndose esta vez al hijo de Aquiles, repite una fórmula análoga, pero
que cn esta ocasión no concierne al ejército, sino a Filocietcs: «No
puedes sin él conquistar la llanura iroyana y él no puede sin ti».12* De
la unión de un hombre y un arco, se ha pasudo a la unión de dos hom ­
bres, de dos combatientes. Heracles añade: Α λλ'ώ ς λέοντε συννόμω
φ υ λά σ σ ετον / ο ϋ το ς o t κ α ι σ υ τόνδε, «Como dos leones que com ­
parten el mismo destino,'^ velad el uno por el otro, él p o r ti, tú por
él ».1:4 Es el juram ento que pronuncia el efebo de no abandonar a su
com pañero d e fila.
El hom bre salvaje se ha reintegrado, pues, a la ciudad; el efebo se ha
convertido cn hoplita. Queda, sin embargo, una última mutación: la de
la naturaleza misma. Hasta el final definitivo de la obra. Lemnos es la
tierra desierta de hombres, la región de la naturaleza salvaje y feroz, el
ámbito de las rapaces y las fieras. La ¿{ruta de Fiioctctes era definida co­
mo α ο ικ ο ς είσοίκησις, «una morada que no lo es»,m pero luego es a
una tierra pastoril a la que Fiioctctes dice adiós, incluso aunque recuer­
da que ha sufrido allí: no es que se haya convertido en «civilizada», sino
que el salvajismo ha cambiado, por así decirlo, de signo; un poco como
la isla de La Tempestad de Shakespeare, que puede ser unas veces la de
Caliban y otras la de Ariel. Las ninfas reemplazan a los animales salva­
jes. Todo un mundo húmedo surge:,:i>«Vamos. En la hora cn la que me
alejo, voy a saludar a esta tierra. Adiós, m orada127 que me has guardado
121. M . . 115.
122. IbiJ., 1434-M35.
123. σύννομος puede referirse al acompañamiento militar; véase Esquilo, IjosS íc/<v354. Notemos también el em plea del dual que refuerza el tema de la solidaridad.
124. Fiioclctcs, 1436· 1437.
1 2 5 .í¿/i.,5 3 4 .
126.
El matiz no hu sido completamente captado por Ch. Segal, quien, cn su a
tículo, por otra parte excelente {«Nature and the W'orJd 0/ Man in GrceJc Literature»,
Ari'on, vol. 2, π“ 1,1965, pips. 19-57), escribe; «Sus palabras finales no son una bienve­
nida al m undo de los humanos, sino una última despedida al desierto en el que ha su­
frido. pero existe un lazo entre él y el hombre».
127. M is exactamente μέλαθρον, palacio, pero Ij palabra no tim e aquí el mismo
valor la Ja vez irónico y desif¡n.idor dcJ decorado) qi»e en cJ verso 147, véase m is arriba,
p ig . 171, n . >6.
r x U L Q C ir .T C S o r . s r t r o c t x s v
ι ; γ γ . η <λ
I S3
tanto tiempo; y vosotras, Ninfas de los húmedos prados, y tú, varonil
estrépito de la ola
Ha llegado la hora de abandonaros, fuente y
agua de Apolo Licio».12* En cuanto al mar, no aísla ya, sino que reúne:
«Adiós, suelo de Lcmnos que envuelven las olas, haz que una feliz tra­
vesía me lleve sin naufragio».'"' Con este voto de eáploia, de navegación
feliz, es con el que concluye la pieza,1,0 bajo el signo de Zeus y de las
ninfas del mar. Es el orden divino d que permite a los hombres conver­
tirse en dueños de la naturaleza salvaje. Tal es la última inversión del Filúdeles.
A p é n d ic e : S o b r e u n vaso d e l m u sl o df. S iracusa
Desde su descubrimiento en 1915 en la necrópolis de Fusco junto a
Siracusa, el vaso, del que aquí reproducimos la cara principal (la otra
representa a una ménade sentada entre dos sátiros), ha sido frecuente­
mente discutido y comentado. Tales comentarios no han sido vanos. A.
D. Trendall ha podido determinar con toda seguridad el autor, uno de
los más antiguos entre los «pintores de Paestum», el «pintor de Dice»,
cuya obra toda parece comentar escenas trágicas (en un espíritu que de­
riva, sin embargo, más del drama satírico que de la tragedia propia­
m ente dicha, como lo muestra la presencia frecuente de jóvenes sáti­
ros), y la fecha (hacia 380-360 antes de Cristo).,M
El personaje central ha sido identificado inmediatamente:”2 Filoc·
tetes barbudo, con el pelo enmarañado, está sentado sobre una piel de
leopardo, en medio de una gruta delimitada por una arcada roja irregularm ente subrayada con líneas negras, mientras que amplias manchas
128. Filoctelei, I452-J461.
129. Ihid., 14641465.
130. Este deseo de ε ν π λ ο ια repite ci (de doble sentido) qu e habí* pronunciado
N coptólem o tr3S cJ éxito de su argucia (779-781).
131. Víase A- D. Trendall, Púcuan Pottery. A Study o f ihc Rt'3-fi¿ureJ Vjscs o/Pai‘fíht.'t, Roai3, 1936, pigs. 7-18. n°7.
132* Vcasc U. Pace. «Filottcte a Lcmno. P átu ra vascotarc con riflessi dcll'arte di
Parrasio», Antonia, n° 10, 1921, pigs. 150-159 y, osimismo, «Vasi figurati con riflcssi
<fclla Pittun di Parrasio», Mon. Ant. A ccjJ. Une.. n ° 2 8 .1922, pips. 522-598 (partknU nncntc. páps. 542-550). Nuestro vaso he sido dckid.imcnie rcpcrtor’m do porF. Brom*
mrr, Vasev.ltsten zur griaNwhen llcUctsuge2, Marburf.o, 1%0, ρ,ίβ. 329.
FIGURA 1. E l h o p lita , o c u lto en p a rte p o r su e sc u d o (a d o rn a d o c o n u n a tríscele) y
ac o m p a ñ a d o p o r su p e rro , sale d e caza, fla n q u e a d o p o r d o s a rq u e ro s escitas. Á n fo ­
ra con fig u ras n e g ras (finales d el siglo Vi), Musée du Louvre, F (260) C.V.A., L o u v ­
re, fase. 5, Francia", fase. 8 ,1 1 1 H e . 5 4 ,4 ; M . F. V os, Scythian Archers, n ú m e ro 166.
F o to C huzeville (L ouvre).
r
F i g u r a 3. C rá te ra a c o m p a ñ a d a c o n fig u ras rojas, d el m u se o d e S iracu sa (36319);
€.' V. A ., Italia (Museo Archeologico di Siracusa), X V II, fase. I, IV, 8; A. D . T ren d all,
The Red-figured.Vases o f Lucarna, Campania and Sicily, O x fo rd , 1967, C a m p a n ia n ,
I, n° 32, pág. 204. (F o to d e l M useo.)
E L F I L O C T E T E S D E S Ó F O C L E S Y L A E F E B lA
187
blancas m arcan las asperezas de la roca.135Su pie izquierdo enferm o se
apoya sobre aquélla. Sostiene en su m ano derecha una plum a, sin duda
destinada a aliviar sus sufrim ientos, y en su m ano izquierda su arco. Por
encim a de él unos pájaros, producto de su últim a caza; insisto: de su úl­
tim a caza porque su carcaj, suspendido a su izquierda, está vacío. Bajo
su brazo izquierdo un ánfora está hundida en el suelo. Los dos p erso ­
najes que em ergen po r encim a de la gruta no plantean ningún proble­
ma. A la izquierda, A tenea, con casco y escudo redondo de hoplita, se
halla encima de una roca. A la derecha, Ulises, reconocible p o r su pilos
(gorro de m arino) y p o r su barba, tiene su carcaj cerrado (¿con las fle­
chas de Filoctetes?). A la izquierda, apoyado en un árbol, hay un efebo
desnudo, la clám ide b o rd ad a hacia atrás, m ientras su tahalí suelto p a­
rece form ar cuerpo en el árbol; puede corresponder o a Diom edes, que
acom pañaba a Ulises en la pieza de Eurípides, o bien al N eoptólem o de
Sófocles.134 Es éste un problem a relativam ente secundario porque es
133. M e inspiro aquí en el com entario de P. E. A rias en el fascículo c o rresp o n ­
diente del Corpus Vasorum Antiquorum (C.V.A.), Rom a, 1941.
134. La prim era hipótesis era la de B. Pace; L. Séchan (Études sur la tragédie grecque dans ses rapports avec la céramique, P arís, 1926, pág. 491) h a h ech o valer que «la
im agen hace pen sar más b ien , p o r su aspecto juvenil, en el N eo p tó lem o d e Sófocles».
El argum ento no es decisivo p o rq u e conocem os o tra crátera acam panada de la mism a
necrópolis y del m ism o p in to r (Trendall, Red-figure Vases..., C am panian I, n° 31, pág.
204, figuras 80-82), que rep resen ta in discutiblem ente (véase C h. P icard , Comptes rendus de l'Acade'mie des inscriptions et belles-lettres, 1942, págs. 244-246) la c ap tu ra de
D olón p o r Ulises y D iom edes, en la que este últim o aparece com o un efebo im b erb e y
desnudo. E n líneas generales, aun q u e sem iprofano en la m ateria, no p u ed o sino m ara­
villarm e una vez m ás p o r la au dacia con la que ciertos especialistas zanjan cuestiones
delicadas que plantean p roblem as tales com o los del paso del teatro al arte figurado. No
sin estu p o r leem os, p o r ejem plo, en M arg. Bieber, The History o f the Greek and Roman
Theater2, P rinceton, 1961, pág. 34 y figura 119: «La p in tu ra vascular basada en la p u es­
ta en escena del Filoctetes d e Sófocles p resenta solam ente una gran roca y un único ár­
bol; p o r el contrario, la del Filoctetes de E urípides representa una gran cueva en to rn o
al héroe. Los vasos testifican que E u ríp id es tenía un coro de m ujeres y utilizaba a A te­
nea com o deus ex machina en vez de H eracles, em pleado p o r Sófocles». Eso su p o n e o l­
vidar: 1.°) q u e la pieza d e S ó fo cles, igual q u e la d e E u ríp id e s, alo jab a al h é ro e en
u n a g ru ta; 2.°) que los artistas disponían de otras fuentes que el teatro clásico; 3.°) que
la joven del vaso de Siracusa n o rep resen ta en m o d o alguno a un coro; 4.”) q u e nada
perm ite hacer de A tenea el deux ex machina de la pieza de E urípides, a m enos, p recisa­
m ente, q ue sea n uestro vaso un reflejo de ello, lo cual es una sim ple posibilidad. 'Γ. B.
L. W ebster no acepta tal posib ilidad y m e inclino a darle la razón; p o r desgracia, el ar­
gum ento qu e utiliza ( Tragedies o f Euripides, pág. 58): «D eberíam os entonces su p o n er
1 8 8
M iro
V TKACCDM Μ
ί-Α G K F . C M A N T I G U A , 1
evidente que nos encontramos aquí jncc un efebo que parece recibir las
instrucciones de Atenea guerrera.m El misterio empieza cuando se tra­
ta de identificar a la joven ricamente vestida y adornada que está a la
derecha, tocando la roca con su diestra, y que parece hablar con Ulises.
Como ha dicho bien P. Wuillcumicr, es «extraña
a todas las repro­
ducciones literarias y artísticas de la escena».m Ninguna de las inter­
pretaciones sugeridas es convincente1” y la literatura no menciona por
audazm ente que d joven es Ulises rejuvenecido por Atenea» no es válido, puesto que
Ulises iba acom pañado precisamente de Diomedes. Curiosamente en verdad el mismo
uutor, en un libro editado el mismo año, em ite esa misma hipótesis audaz y ¿imbuye, sin
más vacilaciones, el vaso a los ilustradores de Euripides, M onuments itlM trjttnf· Trjgt J y dr:J S iity r P hy, |,<mdres, 196?, p ig . 162.
135. El com entario del C. V. A. subraya con toda razón el carácter oratorio del
gesto de Atenea,
136. «Q uestions de ecraniíque it.tliotc», Revucarehéol<í*iq:«\ n" ) ) . 1931, pág.
2-18.
137. D. Pace habí;i propuesto ver alli una ninfa, una personificación de la isla o de
la diosa Bciidis, pero resulta difícil ver que pinta allí esa diosa. 1.. Sccban (op. d t., p.íg,
4^1). tras haber dejado de lado estas hipótesis y la que vería en el personaje femenino a
la diosa Peitó (compartera de Afrodita), piensa más bien en el papel de una seductora
que seria tomado en préstamo de una picra desconocida para nosotros. Por último, S.
Setti, en un comentario reciente de nuestro vaso («Contribuiocscgctico a un vaso "pes­
taño"». Dtonisa, n" >8, 1964. págs. 214 -22(1), recoge la primera hipótesis de Pacc, ha­
ciendo de l,i joven una ninfa, y da al mito, a la joven y al vaso una significación funera­
ria. l.os argumentos em pleados son bastante débiles. En particular, si fuera preciso
atribuir, com o parece quererlo Scui. a todos las escenas representadas sobre vasos des­
cubiertos en tumbas una significación crónica y funeraria, habría que proceder a una
seria revisión de nuestros conocimientos en materia de mitología griega. Sin ver ahí
i»na contradicción con *» interpretación general. S, Setti relaciona también el vaso de
Siracusa con la pieza de Eurípides, cuyo carácter funerario es más que dudoso; en cual­
quier caso, es vano esperar una coincidencia perfecta entre la tradición literaria y la ico­
nográfica. Así, un docum ento descubierto Ju ra n te Jas excavaciones d e C aü ru (Πι runa)
asocia en la isla de Lemnos a Filoctetes, Palamcdes y 1lermcs, cosa que nada permitía
prever (véase K. L'ambrechts, «Un m iroir ctrusque inedit el le m ythc de Philocretc»,
fiulieti» ¿v ("Instituí kiitM ttjuc de Rome. n‘‘ 39, 1968, p i g s .1·25). En este último obje­
to, c) artista ha tenido a bien inform ¡irnos escribiendo el nom bre de PaUmedes que no­
sotros habríamos sido totalmente incapaces de identificar. Por mi parle, no me atrevo a
proponer un nombre para el personaje femenino, pero haj;o Lt observación siguiente:
Mile. F. II. Pairault, miembro de la Escuela Francesa d e Roma, quien tam bién ha tra ­
bajado sobre el vaso de Siracusa y ha leido esle estudio en manuscrito, me escribe que,
por su parte, abundaría en mi interpretación y no vacilaría en proponer el nombre d r
A p jic («Engaño») para el persónate desconocido. Kn efecto, esta investigadora señala
ι:«- n i . ü c r r r v s d i. s O i o c l e s v l a γ .π .η Ιλ
ahora ningún documento paralelo. En cualquier caso no es, cn modo al­
guno, seguro que esc personaje sea una diosa. No lleva ningún signo
distintivo que señale la divinidad, ni aparece sobreelevada como A te­
nea. Sea como fuere, apenas hay necesidad de recordar que el mito de
Filoctetes, en todas las interpretaciones que de él conocemos, no hace
intervenir a ninguna mujer. Es, por tamo, imposible por ahora pronun­
ciarse sobre la identidad del personaje.
Las observaciones que siguen y que presentamos a título provisio­
nal y precario (siempre puede aparecer un nuevo documento) tratan de
ilustrar este vaso por otra vía. En efecto, es difícil no notar las relacio­
nes de simetría y de inversión que se establecen a una y otra parte de la
gruta y del hombre salvaje. Tratemos de serías estas oposiciones y estas
simetrías.
La oposición entre los dos personajes masculinos y los dos femeni­
nos es evidente. Las mujeres llevan brazalete y collar, las dos están ves­
tidas, mientras que los personajes masculinos están desnudos o desvesti­
dos, según una convención por lo demás clásica. Pero los personajes de
igual sexo se oponen entre sí como la juventud a la edad adulta. El efe­
bo es naturalmente imberbe y de cuerpo grácil, su cabellera está ocuha
por el tocado: el pilos de Ulises aparece por el contrario echado hacia
atrás, mostrando la abundancia de la cabellera. La barba, contraria­
mente a la de Filoctetes, está, como los cabellos, cuidadosamente cor­
tada. La parte alta se opone, por otro lado, a la baja mediante la presnecia o ausencia de armas (el tahalí suelto del efebo adquiere aquí todo
su valor). Pero el personaje femenino de la izquierda. Atenea, está equi­
pado con las armas que caracterizan la virilidad cumplida, la del hopítta. El brazo es fuerte, el pecho está poco marcado. Ulises tiene por el
«pie «Los vasos Jo la Magna G re d a oírcccn cantidad d e personajes femeninos, J e dey de fh 'ío rü í con frecuencia misteriosos, y a menudo se trata de abstracciones
IK-rsoniílcatljs». El personaje d e A p jlc fij’iira expresam ente en un vaso célebre, casi
i ·«ítemporáneo del nuestro, la crátera de volutas descubierta en Canusium IApulia) y eoiu h u Ij bajo ci nombre de «vaso de Darío» (Musen de Ñapóles, 3252: véase M. Borda,
<t W'Vxr/'i· Apuie. Bérpamo. 1966. páf». -19 y Jiy. U ). Su atavío (piel de pantera, una ani»'t i ha en cada mano) es muy distinto del de nuestra joven, y el estilo <histórico irjj'.ico>
·!< I j'tm tfr es igualmente muy diferente; véase también sobre el vaso de Darío, C Ai«¡,
- t i \ Avi di ti.'H ocd i Persian» di l*nnico». A u k a / i o ^ j CU svtJ. vol. Α ,νΓ \ , 1952. ράχν 25 O k o b re p.ij;. 27J. Iil artículo <*Apatc» de la UttcicioprJia deü'artt' cU í UkJ, I.
|
y fij-ura 625, debido λ Ci. Bcrmoml MniitJitari, sólo ofrece o tro ejemplo, muy
¿«ti im rc n Ij pintura ;itii.i.
M IT O V TR A G E D IA KN 1.A GHUCIA A N T IG U A , I
1 9 0
contrario un carcaj, símbolo de la astucia. Si se admite que ese carcaj
contiene las (lechas de Filoctetcs, la astucia es incluso doble: la d d ar­
ma y la del acto. Los dos personajes jóvenes no sólo se oponen entre sí
por su sexo (Ja feminidad del personaje de ja derecha está fuertemente
marcada tanto por la riqueza del vestido, khitótt e kimáíion, como por
el modelado de los senos). El efebo se mantiene aparte de la gruía y del
mundo salvaje; por el contrario, la joven toca con su mano derecha la
pared exterior de la gruta. Esta oposición viene subrayada, además, por
detalles de la vestimenta: la clámide del efecto está adornada con los
mismos motivos que la túnica de Filoctetcs, lo cua) quizá sugiera un pa­
rentesco espiritual análogo al descrito por Sófocles, mientras que el cin­
turón de la joven ofrece una decoración muy cercana a la del carcaj que
sostiene Ulises. Aparece, por tanto, un contrapunto discreto a las sime­
trías más visibles: desnudez de los hombres, joyas de las mujeres.,,B Se
diría, pues, que la escena de la izquierda aparece como centrada en las
virtudes del hoplita, del valor guerrero tradicional, mientras que el lado
derecho es el de las técnicas de la astucia y de la seducción femenina, y
que Filoctetcs está en el centro de esc debate (άγών). Pero la polaridad
masculino-femenino invierte en parte esa oposición; a la izquierda, es la
mujer la que está armada como hoplita y a la derecha es el adulto el que
representa la astucia. El drama del efebo, que se convierte en hoplita
dando un rodeo por el m undo salvaje y la astucia « f e m e n in a » ,e n ­
cuentra aquí quizá su expresión figurada.
1>8. D ebo o t a sugerencia a Maud Sissung.
1)V. Sobre los aspectos «femeninos» del efebo. vúase m is arriba, ρ»κ· 154 y
0. 104.
índice analítico y de nombres
Aboulía, 61
Acto, acción, 20-21,26-27,52-58,
62-65,71,73*74, 82-85, 113.
Véase también Agente
Actor(es), 18, 29
A dikcin, adikema, üdikta, 59*60,
113
Afrodita, 34-35nM35.51, 88-90
Agamenón, 41n., 43, 66-71, 105107,157-161
Acarón, 21
Agave, 152
Agente, 26, 32,40-42,45-51, 5565,71-77,82-85
/ígA?o/<j, 59. Vwíc también Igno­
rancia
Aflora, 128
Ágos, 114, 120, 123n., 125-127,
131. Véase también Mancilla
Agricultura, 160,171-172
Agrios, 172. Véase también Salva­
je (salvajismo)
Agronómos, 164
Agros, 171
Águila(s), 138*149,156
Ákóny akóusios (άκουσιος), 51,
56-57,58-60,71-72
Alástür, 68
Alcibíades, 129n„ 178n.
Alcmcónidas, 120
Amazona, 91
Ambigüedad, 23*43
A my fnon, 125
Anagnorisis (άναγνώρισις), 109
Anaítios, 68
Anánké, 4 8 ,5 4 ,6 5 ,6 6 . Véase tarnbien Necesidad
Anarquía/despotismo, 29n.
192
a u t o y r i u u t f D M κ α ι .λ c n r c i A a n t i c u a , i
Animal, animalidad, 129-132,139,
141
Anom ía, 132
Antígona, 36-38,92-93, 104-105
Anzieu, D .( 86-93,97,101
Apátc (άτίάτη), Apate, 163-164,
176-177,188-Í89n. Véase tam­
bién Astucia
Apaturias, 163, 176
Apboría, 123. Véase también Este­
rilidad
Apodiopompcistbai (ά π ο διο π ο μ πεισ θαι), 122n.
Ápolis, 113,129,131,179
Apoto:
en las Euménidcs, 28-29n., 35
en las Targelias, 122
salvador, 115
y responsabilidad, 72
Apopémpein (άποπέμπειν), I22n.
Aquiles, 143
Ara, 31
ArehÚ, 62-63
Arco, 168*170, 173-175,175-183,
187. Véase también Arquero
Arcome(s), 27
Areópago, 28-29n.
Arete (αρετή), 178
Argos, 31
Aristóteles:
Poética, 23,82
y acción, 33*.61
y mimesis, 39
y ostracismo, 128-130
y pbilia, 91
y responsabilidad, voluntad, 5055,56
Aroma. 147
Arquero/hoplita, 155-156,163-183
Ártemís, 35,142
en el Agamenón, 43,143-145
y virginidad, 90
Astucia, 154-156,163-165
Atamante, 126
Á te, Ate, 3 1 ,5 7 ,6 8 ,7 0 ,7 5
Atenea, 115
e incesto, 187-190
en las Eumcnidcs, 28*29n., 35,
160-161
Átim os (άτιμος), 175
Atreo, Atridas, 43.68,145
Atychema, 60
Autehsoúsion (αυτεξούσιον), 55
Autoridad, 20,34-35
Á zyx ΐοιζυξ), 129-130
Bacantes, 159
Bestial, bestialidad, véase Animal
bía, Bía 34-35, 51
Bfos (βιος), 174
Blanco versus negro, 143-146,
146n., 159
Domos, 153
BorJ($optít), 150*151,172n., 173n.
Bou le, botíléma, boúlésis, baúles·
tbai, boulcuein, bou¡cusís, 5253,60-61,70
Buey(es), 141
Bufonías, 1 4 1 ,151n.
Buitres, 146-147, 156
Burkert, W., 1 3 8 ,138n.
Cabellera, cabellos, 154,164
Calcante, 144*145
Canibalismo, 152
Caos {Chaos), 87-88
Carácter, y responsabilidad, 32,
62-66,70-71,73-75,76
iN IJIC i: A N A L ÍT IC O Y l » . M
Carnaval, 126
Carne (alimentación), 140
Casandra, 147,149
Castigo, 5S.6S.74
Castración, 87-90
Caza, 14, 114, 137-161. 173-175,
177,187
Cbáris, Caris, 90
Chora, 165, 173
Ciego, ceguera, 26, 83,96, 111
Ciclo, 88-89
Ciudad:
instituciones, 25-27
versus héroe mítico, héroe trági­
co, 12
y derecho, 56
y justicia, 132n.
y justo medio, 127-129
y religión, 36
y responsabilidad. 42
y salvajismo, 157-161
y violencia legítima, 28-29n.
Véase también (Joro
Clases de edad, 163-190
Clístenes, 14
Clitemnestra, 43. 68-70, 85, 105107,137-161
Cobardía. I46n.
Cocina, 141
Cojera, cojo, 90
Complejo de Edipo, 79-101
Comunicación, 104-105
Conciencia trágica, 13,21,25,28,
39,85
Concursos trágicos. 13,27
Condición humana. 74. 105,111112,125, 168
Contrarios (unión de). 89
(xtm ford. Γ. M., 87
Coro:
β
en el /
I
T
|
fH
en el li d tp t t l \ i t , I
versus actor, 1N l’> Η Ιφ
versus héroe,
y ciudad, dudac U n
'/
Costumbre
y responsabilidad, M
Cratino, 127
Creontc, 36-38, 92-95,
l>r-, ·«
100,104
Crimcn(es), 26, 28n., 32, hH, /1
Véase también Culpa
Cripto, 164
Crono, 87-89,131
Crudo, 159
Clónicos, 35
Culpa, 56-58, 68, 74,95. i 13
Culpabilidad, 26, 41, 50, 70, 74,
80, 84, 100, 145n., 154, 174
Dtiíwon, ( δ α ίμ ω ν ) , 31-33,41,7172.75, 114
Daiwomhi, 31
Dais ( δ α ίς ) , 173
Danaides, 3 4 ,34·35η„ 35
Dánao, 35n.
Dci/iú, deinón (δεινόν), danos,
26,28-29n., 3 8 ,8 4 .104n.
Delcourt, M., 100,119n., 120n.
Delfinión, 57
Delíos, 157
Délos, 122
Democracia, 28n, Véase también
Ciudad
Demonio, demoníaco. 31. Véase
también Dafmon
Derecha, 144
194
M IT O Y Τ Κ Α Ο Π » Α Γ \ Ι.Λ ( Ι Κ Γ Γ .Ι Λ A N T I C U A , 1
Derecho, 19-21, 25-27, 28-29n.,
33-35,74,84
c individuo,
y responsabilidad, 42,56,58*59,
6 3 ,75,82
Descartes, 46
Destino, 40-41, 72-73,75,82
Detiennc, Μ., 147n,, 167n.
Diánoia, 61
Diopompein (διΰιτομπεϊν), I22n.
Dikaios (δίκαιος), 4 1 ,57,75
Dike (justicia), 20, 28n., 36, 67,
70-71
Diogenes, 132
Diomedes, 167,187
Dioniso:
en hi Antigona, 37,93
cazador, 152,158
y salvajismo, 142
Dioses, 15,27,40, 108
en conflicto, 35*36,84
lenguaje de los, 108, 111-112
y responsabilidad, 40,43,48*51,
65-77,82-85,107
Disfraz, 18
Dissoi lo go i, 24n.
Dracón, 56
D w j , 39
Dumczil, G., 89
Edipo, 4 1 ,7 1 -7 4 ,351n.
Efebo, efebía, .14, 139, 147, 163183
Orestes, 154-155,154n.
Existo, 68-71
Eidenai, eidotcs, cidós, 59
EiresiÓne, 122-123, 126
Eleccra. 153-155
Eleulbc'ríáy 55
Enigma, 41,95-97
Enoclo, 126
Epbiestbai, 61
Epiboulc, 61
Epíclera, 91
Epiménidcs, 127
Epithywcin, cpithymia, 52-53, 69
Epopeya, 3 9 ,4 9 ,8 4
Eremos, 170
Erinys, Erinia(s), 28-29n., 31, 35,
57, 6 8 ,7 0 ,8 8 , 138, 149, 153,
157-161
Eros versus pbilta, 91 -93
EschaiiJ, 165,170
Espectadores, 29, 105,109,112
Esquilo, 27
Agamenón, 85
en Los Siete contra lebas, 30-32,
36
Filoctetes, 166-167
la Orestiada, 137-161
Las Eumcnides, 157-161
Las Suplicantes, 20, 34,40
y agente, 47*50
y responsabilidad, 65-66,69*71
Esterilidad, 120, 123. Véase tam·
bien Fecundidad
Estructural, cstructuralismo, 13
Eteocles, 30-32, 36
Ethélóy 60
Étbos, 31 -3 3 ,4 1 ,6 2 ,7 1 ,9 3 ,1 1 3
Euménides,28-29n., 160
Eurípides:
F¿lóeteles, 166-167
Las Bacantes, 142
versas Esquilo, 31
versus Sófocles, 77
y ar.eme, 77
y la responsabilidad, 50*51
iS’ DfCC A N A L ÍT IC O Y D E NOMBHf.S
Ensebes, 114
Exposición, 119, 170-171,176
Familia:
versus ciudad, 36-37
y phtlía, 91-92
Fatalidad, 80
Filoctetcs, 163-183
Filosofía, 24
Fratría, 163
Fiestas cívicas, 17
Fraenkei, E., 87,138
Freud, S., 79-101
Frontera, 164*165
Fuego:
culinario, 173
sacrificial, 141
G ea, 87-89
Gauthier, 15n.
Gene, genos, 2 0 ,28n., 31, 93
G énero literario, 17,24,73, 103
Gcrnet, L., 1 9 ,5 6 ,5 8 ,1 19nM120,
127n.,129n.
Gnome, 42,95,107, 111
Goldschmidt, V.,24n.f 15n.
Goossens, Rm 13
G uerra, 89
y escultura,
extranjero versus civil o privado,
160-161
oikos (οίκος), 171,180
Hades, 37,106
Hatresi¡, 64
Hantartáncim, hamártcma, kamartía, 41,57,59-60
Hcfesto, 89-90, 167n.
/ ickón, ht'knúsion, 51*52,56*57
Heleno, 166
H era.90
Heracles, 179-183
Hcrwclito, 33
Héroe cultual, 18
Héroe trágico, 12, 14-15, 18-19,
28-30,38,73
Heroica (leyenda, tradición), 12,
18.20*21,27,82-84
Hesíodo, 87-89,140
bestia, Hcsiia, 90
I (exámetro, 30n.
Héxeis, 62
Hierós, 114
Hiketeriai (Ικετηρία), 123-124,
123n.
H in ch azó n ,115-116
Hiperbolo, 129
Hipias, 100
Hiponacte, 123n.
Homero, 20
y responsabilidad, 47-49
Homofagia, 142
Homónymía, 104
Homós, 130
liomósporont 131
Hoplita:
versus efebo, joven, 139-147
Véase también Arquero
llybris, 21, 43, 67, 96, 99, 123n.,
I32n.
Hygieia, 123n,
Hypsipolis, 179
Ifigcnia, 43, 66-67, 139, 142, 145,
147-149,151-153
Ignorancia, 57-60,168
Impiedad, 43
Impuro (sacrificio), 138,147,152
196
M IT O V T R A G T D t A Γ Ν L A C K U C IA A N T I G U A , l
Incesto, 79-101, 113, 117, 119n.,
130-132, Í33n., 151
inconsciente, 94
Individuo, 50,58,60 , 61, 63,76
Intención, 45*77
Inversión, 84,103-135
lo, 35
ísos, 130
Isótbeos, 129,131*132
Jan to, 163-165
Jardinero, 160
Jeanmaire, H., 175
Juram ento de los efebos, 163-165,
176-177
Justicia (divinidad), 27, 34-35,84,
106, I32n. Véase también Zeus
Kakoúrgoi, 121
Kant, 48
Katbarmós, 121, 127
Katbársios, 127
Katbarsis, véase Purificación
Kerdc, kérdos (κέρδος), 3 8 ,104n.
Knox, B. M. Vi'.. 114-115. 119,
145n., 176,178n.
Kopri, 122
Krülcttiy krJtos, 20,34-35,37
K y rio s, 34,63
Labdácidus, 31
Layo, 95-96,109,113,130-131
Lcbcck, A., 152
Lcmnos, 167-168,182-183
León, 141, 145,148-150,158-159
Leona, 150, 156n.
Lcsky, A., 48-49,65-66
Leúcade, 121
Libaciones, I49n., 159
Libre arbitrio, 46,55
Licurgo, 126
Liebre, 143,158
cn el Agamenón, 138, 142-145
Limos (λιμός), 1 2 2 ,123n., 126
Lírico(s):
poetas, poesía, 19,47
Lobo, 141, 150
Locura, 31. Véase también Áte;
Lyssa; Manía
Lógos, 61, 132
Lointós, 120-122,123n„ 124, 126127
Lyssa, Lyssa, 31
Mancilla (mácula), 31-32, 40-41,
57-58,69,74-75,76n.» 84,9697, 114. 117-118, 120-122,
123,125-127
Manía, 3 1,72. Véase también Lo­
cura
Marsella, 121
Máscara, 18,30
Masculino/femenino, 189-190
Matricida, 28
Matrimonio, 88,91
Μάζα, 126
Mechónema, 154
Médico (vocabulario), 115
Melanión, 164
Melanto, 163*165
Mélathron (μέλαθρον), 182n,
Mercenario, 165
Mcropc, 97-98
Metaítios, 68
Meuli, K„ 140
Meyerson, 46
Miasma, 31, 120, 125. Véase tam­
bién Mancilla
J N Ü t C l i A N A L I T I C O Y DF. N O M B R H S
Mimesis, 39
Λίο/rj, 72
Moral, 19,34,55,57
Muertos, culto a los, 36-37
Mujer(es):
en los coros, 27n.
en Los Siete contra Tebas, 31
y krátos, 35
y política, 27n., 37
y religión, 31,36
y sacrificio,
Naturaleza humana, 42 ,46,75
Necesidad, 47*49, 54,64-67
Negro, véase Blanco
Neoptólcmo, 163-183
Nephátia, -os (νηφάλια}, 159
Nestle, W., 27
Neurosis, 79
Nícias, I29n.
Noche, 159-161. Véanse también
Negro, Nocturno
Nomos, o í , 20, 36-38, 104-105,
133n., 134
Noús (intelecto), 53
praktikós, 54n.
N um en, 31
Ottla, 115-116
Oikos, véanse Ciudad, Familia,
Guerra
Olímpicos, versus Ctónicos, 35
Ololygü (όλολυγή), oiolygmos, 36,
138
Olvido, 39
O ráculo, 95-97
OreJclikos, -ón, 53, 6 ln.
O restes. 28-29n . ,40, 43, 74, 138139, 153-161
197
Órexis, 5 3 ,61n.
Orgé (όργήλ orgia, orgiástico, orgiasmos, orgiazein, 38,69,104
Orígenes de la tragedia, 17
Oscoforias, 122n.
Ostracismo. 14-15, 127-130
Qúreia, 164
Pace, B., 188n,
Pabm edes, 188n.
Pandora, 141
Panspermia, 122n.
Para¡lía, 69
Parakopá, 70
Paris, 145n.
Parricidio, 79-101
Partbénos, -oi, 91. Véase también
Virginidad
Pastoril, 182
P e á n ,124
Pcitharcbin, pcitbñ, Peíto, 28*29n,
35-36, 1 6 7 ,188n.
Peíanos (πελανός), 160
Pelasgo, 34*36,40
Peloponeso (Guerra del), 165
Perneo, 142,152
Peripeteia (περιπέτεια), peripe­
cia, 109
Pcripolos, 164
Perro, perra, 106n., 159
Persona, 32, 45-48
Persuasión, 177
Peste, 13. Véase también Loimós
Pbarmakós, 14,96,117,120*129
Phaülos, -oi, 121, 129
Phtlía, pbíhs, (φιλία, φίλος) 28*
29n., 37-38, 91. Véanse tam ­
bién Uros; Familia
Pbitypoimén (φιτυποιμήν), 160
198
M IT O Y T R A G E D IA ΠΝ 1.A C5KF.C1A Λ Ν Ύ ΙΠ Γ Λ , I
phóbos, Phobos, 28*29n.
Phúftos (φόνος), 29n.
Phrónesis, 42, 54n., 75
Phthános, 96,99,128
Pie (pies), 115-117
Píndaro, 19
Pirro, 178
Písístrato, 21
Pitia, 157-158
Pitón, 157
Platón, 24n., 53,57
Pléyades, 148n.
Putrefacto, 147
Poiesis, 75
Polinices, 31,92
Polis (juego), 130n.
Polis, véase Ciudad
Política, 2 7 ,3 8 ,7 3 ,8 2 .1 4 0
Prátteiti, praxis, 39
Prehistóricos (cazadores), 140
Primavera, 122-124
Proairesis, 5 1-53,63,64
Proboulé, 61
Prometeo, 35,141
Prónoia, 59
Protagoras, 139
Protéleia (προτέλεια), 138
Pscpbos, 28 29n.
Psicoanálisis, 13,79-101
Psicología histórica, 81
Psicológica, interpretación, 30Público, véase Espectador
Puertas (del Hades), 105-106
Purificación, 124, 127
Púrpura (alfombra), 43,85,106
Pyancpsidn, pyánion, I22n.
Razón, 52-54
Rhca, 89
Reconocimiento, 109
Red, 106n., 1 0 7 ,150n., 154-161
Religión, 25, 34,35-38,57-58,8485,90-93,95,128
Responsabilidad, 17, 21, 26, 34,
40-43, 45-51, 64-66, 68-69,
72*73,75,82-85,107
Rey, 12,122-127
Rfrjsios, 35
Rivier, Λ., 47-50,64-66,69-70
Rodas, 122
Romilly, Mme. de, 65,77
Sacrificio, 14,36,137*161
Salvador, 115,117
Salvaje (salvajismo), 141,157-161
Samos, 122
Sangre, 160
Sébas (σέβας), 28-29n., 38,160
Segal, Ch., 3 8 ,150n.
Serpicnte(s), 141, 156-157, 158
Shakespeare, 182
Simónides, 19
Snell, B., 47*48,56η.
Sócrates, 37,51,53
Sofistas, 24n,
Sófocles, 32n.
Edipo a i Colono, 92,9 6 ,1 7 0
Filoctctes, 14,163-183
Solón, 21
Sophrosynv, sopbron, 36
Spkázia (σφάγια), 160
Standord, W. B., 103
Sueños, 81,83-85,100-101
Suplicante, suplicación, 123-124
Sylléptor, 68
Í N U J C L A N A L Í T I C O Y ΟΓ. S O M D R líS
Tántalo, 70
Targelias, tbárgélos, 122-124
Tebas.30-31
Técbne{xÉr/yi)), técnica, 75,141,179
versus areté, 178
terror, Terror, 28·29π.
Tbélo, 60
Tbrcptcrian, 154
Tbymós, 52
Tbysiai (θυσίαι), 160
Tiempo, 76
divino, versus humano, 39,43
Tierra, 88-89
Tics tes, 68,149
Time, 28-29n., 38
Tirano, 12,21,119, 127-128
Taima, 38
Toro, 146,151
Trampa, I49-150n.
Treno, 124
Tribunales, 19, 26, 27, 28-29n.,
41,56-57,59,7 4 ,8 2 ,
Trímetro yámbico, 30n.
Tucídides, 32, 42
Tyche, 41-43,117-118. Véase tam­
bién Muerte
Tyran/tos, 119, 125, 134. Véase
también Tirano, tiranía
Ulises, 167-183
Uniones libres, 93
Uránidas, Urano, 87-89,137
Vaca, 156n.
Velo, 154
Venganza, 56,143
Víbora, 156-157
Vino, 141,159
Violencia, 34*35
Virginidad, 90-91
Vlasios, 87
Vocabulario jurídico, 19, 26, 33·
35,37-38,68-69,84
Voluntad, 13,42,45-77,82,113
Voto, 28-29n.
Wcbister.T. B. L., I87n.
W ilamowiu, T. Von, 169,180
Wilamowitz, U, Von, 30
Wínningcon-Ingram, R. R., 33,65
Xynaitíd, 68
Yocasta, 97-99,130*131
Zciilin. F. I., 1 3 8 ,149n.
Zctcin, 114
Zeus, 155
agoraios, 28-29n,
en Etiipo Rey, 115
justicia de, 20,34,67
télaos, I06n.
versus Prometeo, 35
y Cronos, 131
y krátos, 35
Los estudios reunidos en este volumen derivan
del encuentro único y pecuitansimo de dos
disciplinas: el análisis estructural y el estudio de
la tragedia griega en toda su individualidad.
El resultado, lejos de ser paradójico, abre
perspectivas nuevas y ennquecedoras.
Estas investigaciones suponen una constante
confrontación entre nuestros conceptos
m odernos y las categorías establecidas en las
tragedias antiguas. ¿Puede el Ecjtpo rey ser
estudiado por el psicoanálisis? ¿Como se elaboran
en la tragedia d sentido de la responsabilidad, el
com prom iso con los propios actos o lo que hoy
llamamos la función p sicología de la voluntad?
Plantear e sto s problemas es pedir que se entable
un diálogo lúcido y verdaderamente histórico
entre la intención de aquellos m itos y los hábitos
mentales del hombre moderno.
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