Peronismo y política internacional

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Peronismo y política internacional
http://www.magicasruinas.com.ar/revdesto066a.htm
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/peronismopolitica-internacional.htm
No es necesario recurrir a una sacralización del tercerismo para
comprender lo que hay en esta posición de postura política,
"oportunista", como dicen algunos, sin explicar bien qué clase de
política exterior no está marcada por un sesgo oportunista —y lo que
prefigura como toma de posición— que redunda finalmente en una
audaz anticipación histórica: la realidad concreta del Tercer Mundo y
los países que se alinean en esta postura.
Ya en 1952 y comienzos de 1953 comienza a
perfilarse una nueva correlación del conflicto entre
el imperialismo coexistente (emanado de Postdam
y Yalta) y el incipiente Tercer Mundo. Las fisuras
del bloque socialista (nunca bien explicadas pese a
todo por los profesionales del anticomunismo de
derecha), el tercerismo desde el socialismo,
proclamado por China y Yugoslavia, y la
emergencia de los procesos de liberación de los
países árabes, de Vietnam, así como la ruptura del
bloque capitalista con De Gaulle se dan en el
período 1953-1964, lo que configura el tercerismo
desde el capitalismo, mostrando otro costado del
problema concreto de la emancipación política, al
margen de cualquier contingencia ideológica.
LOS ARGENTINOS QUE QUERÍAN MORIR EN
BERLÍN
Una de las falencias más increíbles de los últimos
tiempos es la incomprensión política del tercerismo
peronista por parte de una de las fuerzas que con
mayor agresividad, a palos y cachiporrazos, ha
bregado por defender un estilo de vida que cuajó
en esa vibrante consigna que incorporó el
peronismo a su vocabulario político; PATRIA SI,
COLONIA NO. Conviene exhumar la realidad de
ese "nacionalismo" ya que en los últimos tiempos
—y no fortuitamente— ha vuelto a recrudecer una
especie de moralina que atacó a Gelbard, no por lo
que éste tenía de equívoco, sino simplemente por
la ruptura de barreras ideológicas y el ensayo de
apertura económica y comercial hacia los países
del Este.
Si la izquierda tiene un puñado de intelectuales que
añoran morir en Vietnam, el nacionalismo crítico,
de capilla, también cuenta —aún en 1974— con
algunos criollos que lloran por no haberse hecho
"pomada" en Berlín.
En estas dos gimnasias, vacías de contenido, se
pie de fotos
- La caída del Tercer Reich, el "imperio de Mil años"
hecho añicos
- Charles de Gaulle, el tercerismo francés
- Kruschev, expositor de la "coexistencia pacífica
- 1946, cuando éramos "el primer territorio libre
sustentado en un poderoso Movimiento Nacional"...
Perón asume la presidencia
agota gran parte de la joven intelectualidad
argentina.
Conviene introducirse en estos análisis antes de
encarar el más riguroso de la política exterior
justicialista en lo que tiene de original, prospectivo y
revolucionario.
En 1945 éramos el primer territorio libre,
sustentado en un poderoso Movimiento Nacional,
en toda América Latina. Al no transitar por los
feudos del imperialismo el margen de negociación
del gobierno se había reducido considerablemente.
Esto explica algunas actitudes de grueso
pragmatismo —inauguradas por Perón— que son
una respuesta concreta a las necesidades de la
argentina de postguerra.
La declaración, meramente formal —de guerra al
Eje—, sólo redundó en el bloqueo de las cuentas
bancarias alemanas en la Argentina, impidiendo
que los vencedores pudieran hacerse de las
mismas.
En aquellos momentos algunos venerables
"nacionalistas" se sintieron traicionados. Uno de
ellos sólo atinó a colocar a media asta la bandera
argentina. Otros reaccionaron con la misma
violencia con que censuraron posteriormente el
ingreso de la Argentina a las Naciones Unidas o la
firma de las Actas de Chapultepec.
¿Qué país se podía estructurar con el bloqueo de
las grandes potencias? ¿Qué alternativa
económica había para las divisas argentinas
bloqueadas en los bancos ingleses? Son todas
preguntas sin respuesta.
Lo concreto es que mientras esos "nacionalistas"
lloraban y ocasionalmente aplaudían algunas
medidas —como los embarques de trigo a España
recientemente repetidos en otro contexto cuando
rompemos el bloqueo norteamericano a Cuba— el
país se enfrentaba en bloque a una elaborada
estructura de poder económico, financiero y militar
que, si bien ha sufrido contradicciones apreciables
en los últimos años, no ha cesado en su enfoque
característico frente a las naciones del Tercer
Mundo.
Es que los procesos de liberación nacional afectan
groseramente a las sociedades consumistas.
Promueven entonces, (de forma defensivaofensiva), una imprescindible coexistencia entre los
imperialismos fomentando el contenido militar de
los mismos. Surge entonces, a escala planetaria un
conjunto de elaboradas recetas: pactos regionales
y complejos preventivos que se orientan
estructuralmente a funcionar en las zonas de mayor
anarquía geopolítica.
El 7 de agosto en el Colegio Militar el general
Perón describe la situación argentina con un criterio
absolutamente operativo. Advierte también que
tanto los Estados Unidos como Rusia se ajustan a
los acuerdos de Yalta; pero, paralelamente, ponen
en ejecución el plan Marshall y la doctrina Kenam.
La situación de defensa de esa forma estaba
claramente asegurada.
En el sector soviético se daba la misma situación,
pero con cierto atraso. Sólo en 1952-1955 se van
concretando las pautas del Pacto de Varsovia,
máximo complejo defensivo de la URSS y en 1956
Kruschew expondrá la "coexistencia pacífica" como
principio estratégico. Frente a esta alternativa el
estado justicialista operó con un criterio pragmático.
Ya en 1946, con el fracaso de la misión Von der
Becke para adquirir material bélico en los Estados
Unidos, estaba claro que la derrota infligida a
Braden no había sido olvidada.
En ese mismo año se reanudan las relaciones con
la Unión Soviética. Un año más tarde el país asiste
a la Conferencia Interamericana de Río de Janeiro
donde mantiene una posición de extrema dureza.
En 1948, oportunidad en que se desarrolla la IX
Conferencia Interamericana de Bogotá las
consignas justicialistas y el antiimperialismo se
orientan claramente hacia los centros financieros
de decisión.
Un observador norteamericano, Edmund Smith,
escribe acerca de la Argentina de aquellos años:
"durante el período 1947-48 el gobierno de Buenos
Aires puso en práctica un agresivo programa
económico y financiero en América del Sur,
destinado a extender la influencia argentina por
toda América Latina. Los excedentes de productos
alimenticios y las reservas de oro argentinas le
confirieron una fuerte posición inicial desde la cual
lanzarse a un programa expansionista. Perón
intentaba crear una industria pesada y una
economía equilibrada mediante un plan quinquenal
al mismo tiempo que se esforzaba en introducir a
Chile, Uruguay, Solivia, Paraguay, Ecuador, e
incluso Brasil en una órbita financiera argentina,
mediante acuerdos bilaterales (hoy llamado
binacionales y que Brasil tan bien está explotando)
de comercio y la expansión continental del Banco
de la Nación Argentina".
Y acota: "el gobierno de Washington no veía con
buenos ojos el plan argentino; no sólo porque el
peronismo iba contra los principios del libre
comercio, sino porque amenazaba con dividir el
hemisferio en áreas de intereses rivales". No hace
falta ser un discípulo de Savonarola o de Lutero
para descifrar la virulencia de esas reflexiones ...
Pero es en 1952, solucionada la crítica definición
acerca de Corea en que nuevamente el gobierno
adoptó la política de limar la decisión, aclarando
expresamente cuál era la verdadera voluntad del
pueblo argentino (recurso inédito hasta esa fecha
en el manejo de los asuntos internacionales y sólo
comparable con algunas posturas del irigoyenismo)
que el desplazamiento del centro de gravedad
nuevamente enfila hacia el exterior.
En febrero de 1953 Perón visita Chile y con el
acuerdo del presidente Ibáñez proclama a los
pueblos latinoamericanos el acta de Santiago; en
agosto viaja al Paraguay y encuentra el apoyo del
país hermano; en octubre esa misma acta es
ratificada por Nicaragua y en diciembre la
cancillería ecuatoriana firma un tratado en los
mismos términos. Al concretarse la X Conferencia
Interamericana, reunida en Caracas, en 1954, la
presión de los factores internacionales que se han
movilizado es sencillamente enorme. A un año de
su inminente caída, el gobierno peronista expresa
la idea estratégica de la continentalización
integrando a la geopolítica mundial todos los
pueblos que hasta el momento permanecían
marginados. Se busca promover la unidad
latinoamericana con el mismo criterio con que,
dieciocho años más tarde, el tercer gobierno
peronista firmará el Tratado del Río de la Plata,
resolverá los convenios con Bolivia y Brasil
afianzará las relaciones con Perú, Ecuador, México
y Venezuela y promoverá una concepción política
latinoamericana.
Pero en 1956, ya caído el gobierno nacional y tras
el breve interinato de los "nacionalistas" por el
Ministerio de Relaciones Exteriores, la
contrarrevolución muestra su verdadero rostro. En
Panamá se realiza la Primera estrategia de la
coexistencia "pacífica" todo está resuelto.
La estrategia argentina no puede hallar resultados
positivos si pretende pasar por las extremos.
El peronismo mostró claramente la realidad y
viabilidad del Tercer Mundo. Uno u otro extremo
están tan equidistantes de nuestros intereses,
como lo estuvieron también en polos que se
disputaron la supremacía del mundo en 1939-45.
La experiencia nos demuestra que debemos
desarrollar nuestra propia estrategia, aliándonos
con aquellos que tienen al igual que nosotros un
enemigo común.
E. A.
DINAMIS
DICIEMBRE DE 1974
La Tercera Posición
Las interpretaciones sobre el alcance y el contenido de la doctrina de la Tercera Posición
son múltiples, diversas y contradictorias. Por un lado, fue considerada una advertencia
pacífica para las dos potencias internacionales, radicalmente enfrentadas después del final
de la guerra, lo que implica calificarla como la precursora del movimiento de no alineados y
del tercer mundo. Por el otro, fue juzgada como un simple mito, donde se encarnaba, bajo
un nombre pomposo, tan solo la vieja ideología neutralista de los gobiernos argentinos
inmediatamente anteriores al peronismo.
Nuestro Siglo
1984
La política exterior argentina entre
1943 y 1949, estuvo condicionada por
el desarrollo de la segunda guerra
mundial y sus secuelas. A pesar de los
cambios de gobierno, puede afirmarse
que
mantuvo
características
sustancialmente idénticas, y su
expresión más espectacular fue la
"Tercera Posición" definida por Perón
en 1947 e implementada, dentro de
variados límites y matices, en los años
que
le
siguieron.
La revolución de 1943 había exhibido
una contradicción, entre tantas otras,
que tomó errático su desempeño, y
con la cual inauguró su gestión
internacional: la designación del
almirante Segundo Storni como
ministro de Relaciones Exteriores. Era
Storni un prestigioso marino que
simpatizaba con la causa aliada y veía
como inevitable la alineación de
nuestro país al lado de las naciones
democráticas que en ese momento
enfrentaban al Eje. Pero sucedía que
la mayoría de los oficiales que había
derrocado
a
Castillo
pensaba
exactamente lo contrario; hacían una
cuestión de honor del mantenimiento
de la neutralidad sostenida por el
anterior presidente, y consideraban
que la soberanía quedaría vulnerada si
la Argentina se apeaba de esa
posición. Una posición -recordemosque, si aparejaba algún inconveniente
en el reequipamiento de las Fuerzas
Armadas y cierto malhumor por parte
de Estados Unidos, significaba a la vez
importantes ventajas en el orden
económico y en el comercio exterior,
pues
posibilitaba
un
creciente
intercambio con Gran Bretaña, a cuyo
pragmatismo
no
afectaba
la
neutralidad argentina. El interés de los
ingleses estaba centrado en la
continuidad del abastecimiento de
carnes, cereales y oleaginosos que el
esfuerzo bélico exigía. Los oficiales
nacionalistas pensaban, entonces, que
el tácito apoyo británico a la posición
argentina permitiría mantener la
neutralidad hasta la finalización de la
guerra, cualquiera fuera su resultado.
En
conversaciones
con
los
representantes de Estados Unidos y
Gran Bretaña, Storni manifestaba que
el gobierno de facto marchaba hacia la
ruptura con el Eje, pero que
necesitaba tiempo para dar este paso;
de otro modo, la decisión aparecería
ante la opinión pública como el
resultado de una presión exterior, y
esto era inaceptable. Así las cosas, en
septiembre de 1943 se difunde una
carta enviada por el canciller argentino
al
secretario
de
Estado
norteamericano Cordell Hull. Con una
indudable buena fe, pero exhibiendo
también una escasa experiencia en los
vericuetos de la diplomacia, Storni
explicaba la actitud de su gobierno y
pedía a Washington la provisión del
armamento y equipos necesarios "para
restablecer el equilibrio" en el
continente.
La antipatía que el anciano secretario
de Estado sentía por la Argentina
encontró la adecuada ocasión para
descargar una respuesta demoledora,
sin precedentes. Reprochaba Hull, en
su respuesta, la falta de solidaridad del
régimen argentino con los países del
hemisferio y el incumplimiento de los
compromisos contraídos en Río de
Janeiro
en
1942;
se
negaba
rotundamente a aconsejar ninguna
ayuda militar, que sólo serviría, a su
juicio, para armar a un país del que
desconfiaba. Todo ello dicho en un
tono duro y admonitorio, que irritó al
rojo a los oficiales nacionalistas y
consternó a la opinión pública.
Difundidas las cartas, no quedó a
Storni otro camino que la renuncia,
asumiendo una responsabilidad que,
en realidad, compartía con el
presidente
Ramírez
y
otros
funcionarios, entre ellos Perón. Storni,
autor de una interesante obra sobre
los límites argentinos en el Canal de
Beagle, debió retirarse a la vida
privada.
Pero el desahogo de Hull tuvo
consecuencias contraproducentes: el
alejamiento de Storni endureció la
política del régimen militar, echándolo
en
brazos
del
más
extremo
nacionalismo. A partir de ese
momento, el gobierno de facto lucharía
desesperadamente por mantener un
neutralismo cada vez más costoso, y
vería alterada su estabilidad por las
concesiones que debió hacer a una
realidad insoslayable: el cada vez
menos dudoso triunfo aliado, que se
iba convirtiendo en un fantasma
estremecedor.
A fines de 1943, una revolución
nacionalista derrocó al gobierno de
Bolivia: con razón o sin ella, en
Washington atribuyeron al régimen de
Buenos Aires una participación
decisiva en este hecho, y las
relaciones con la Argentina volvieron a
tornarse tensas. Coincidió esto con la
detención, por parte de los servicios
aliados de contraespionaje, de un
cónsul argentino que era, en realidad,
agente de informaciones al servicio de
los alemanes. El "caso Hellmuth" fue
esgrimido por Estados Unidos como
una prueba de la colusión argentina
con el Eje. Las cosas habían llegado a
un punto insostenible y Ramírez debió
soportar la humillación de prometer
una inmediata ruptura de relaciones
con Alemania y Japón. Así se hizo, en
enero de 1944, de un modo abrupto,
casi sin preparación de la opinión
pública, ni menos aún de los cuadros
de oficiales. La reacción de éstos fue
airada: después de tumultuosas
reuniones, se resolvió la destitución
del presidente, quien resistió todo lo
posible, sin resultado. A mediados de
febrero se conoció el texto de la
dimisión de Ramírez, reemplazado por
su ministro de Guerra, Edelmiro
Farrell, que hubo de cambiarse a
último momento para evitar problemas
con el reconocimiento internacional.
Pero la ruptura no constituyó ninguna
solución inmediata. Fue vista por los
nacionalistas como una claudicación;
los
sectores
democráticos
no
disminuyeron su hostilidad al régimen
militar y, para colmo de penurias,
Estados Unidos presionó a Gran
Bretaña
y
a
los
países
latinoamericanos, que retiraron sus
embajadores de Buenos Aires. El
gobierno de facto quedó aislado.
Aunque en el continente muchos
admiraban la decisión con que la
Argentina
soportaba
el
cerco
diplomático y el virtual bloqueo
económico, lo cierto era que el
mantenimiento de la neutralidad se
estaba convirtiendo en un lujo casi
suicida. Esta situación se prolongó a lo
largo de 1944, mientras la influencia
de Perón crecía en los sectores
obreros y las victorias aliadas definían
decisivamente el resultado final de la
guerra. En marzo de 1945, después de
largas deliberaciones del gabinete y
una seguidilla de renuncias de los
funcionarios nacionalistas que aún
sobrevivían, el gobierno argentino
debió apurar el amargo trago de
declarar la guerra a Alemania y Japón,
virtualmente derrotados ya. Era el
requisito indispensable, junto con la
adhesión a las Actas de Chapultepec aprobadas por todos los países del
hemisferio en ausencia de la
Argentina- para ingresar a la
Organización de Estados Americanos
(OEA), próxima a inaugurarse en la
ciudad
de
San
Francisco.
En 1945, la política internacional pasó
a segundo plano en la Argentina. La
lucha por el poder se hacía dura y
llegaba a las instancias finales. El
enfrentamiento de Perón con Braden
no empeoró las relaciones con
Estados Unidos, puesto que eran
pésimas,
ni
alteró
las
que
razonablemente se mantenían con
Gran Bretaña, más necesitada que
nunca de nuestros abastecimientos.
Cuando, en junio de 1946, Perón
asumió el poder como presidente
constitucional, un nuevo embajador de
Washington asistió al acto, pero
también estuvo presente una figura
insólita: el embajador de la URSS, país
con el que la Argentina había
restablecido relaciones después de
casi un cuarto de siglo. La doble
presencia anunciaba la tendencia de la
futura política internacional de Perón:
el equilibrio en la creciente pugna de
los dos bloques que emergían
después de la guerra, y un deseo de
sacar el mejor partido de ambos. Las
circunstancias mundiales iban a
determinar, en última instancia, si esta
política era viable.
El tablero de la guerra fría
Había una primera prioridad en las
preocupaciones
del
flamante
presidente: redefinir las relaciones con
Estados Unidos, donde la opinión
pública
lo
consideraba,
mayoritariamente, un nazi encubierto,
y en cuyo Departamento de Estado la
influencia de Braden seguía siendo
considerable. Una cuestión que
también
aparecía
como
muy
importante era el paquete de temas
pendientes con Gran Bretaña, donde
estaba bloqueada la mayoría de las
reservas con que contaba el país,
producto de las ventas que había
realizado durante la guerra. Además,
debía tenerse en cuenta a los países
de
Europa
Occidental,
clientes
tradicionales que ahora necesitaban
angustiosamente
la
producción
alimentaria de las pampas argentinas,
y dentro de los cuales España,
hostilizada por las democracias
triunfadoras a causa de su régimen
político, constituía un caso especial. Y
estaban
también
los
pueblos
hermanos de América latina, donde se
veía con simpatía la nueva fórmula de
justicia social que el triunfo electoral de
Perón significaba. El presidente y su
canciller, Juan Afilio Bramuglia, de
origen socialista, se aprestaban a
promover a la Argentina a una posición
relevante dentro de este complicado
tablero, en el cual la guerra fría
empezaba a campear ominosamente.
La relación con Washington demoró
casi
un
año
en
aclararse
satisfactoriamente. Perón, casi desde
la
asunción
presidencial,
hizo
declaraciones amistosas, cultivó una
estrecha
amistad
con
George
Messersmith, el embajador de Truman,
y dejó que los acontecimientos fueran
evolucionando por sí solos: sabía que,
en la creciente confrontación entre
Estados Unidos y la URSS, el país del
norte necesitaba aliados. No podría
prescindirse de la Argentina, ni en la
Organización de Estados Americanos
que se estaba proyectando desde
Chapultepec, ni en la sistematización
de las fuerzas armadas del continente.
Por de pronto, y como medida efectiva
de buena voluntad, envió al Congreso
las Actas de Chapultepec, para su
aprobación. El debate estuvo rodeado
de algaradas callejeras provocadas
por los nacionalistas, que una vez más
se sintieron traicionados por Perón, y
abrió una grave fisura en el bloque
oficialista
de
diputados.
Pero,
finalmente, en agosto de 1946, los
instrumentos interamericanos tuvieron
la
ratificación
parlamentaria.
Señalemos, de paso, que también el
bloque radical tuvo grietas internas en
relación con la posición a adoptar,
pues los legisladores de origen
unionista estaban de acuerdo con la
ratificación, mientras que la mayoría
de los intransigentes optaban por el
rechazo.
Entretanto, llegaba a Buenos Aires una
misión británica, presidida por Wilfred
Eady, para tratar los importantes
temas comunes que hacían al
intercambio comercial, las inversiones
británicas en nuestro país y las
reservas argentinas en Gran Bretaña.
Después de largas y arduas tratativas,
en septiembre de 1946 se firmó el
Acuerdo Miranda-Eady que, entre
otras cosas, establecía la constitución
de una sociedad mixta con los
ferrocarriles de propiedad británica.
Pero la resistencia que provocó el
anuncio de esta medida en la opinión
pública de nuestro país fue grande, y
el gobierno advirtió, tardíamente, los
inconvenientes que podía aparejar el
acuerdo. A más, el propio secretario
del Tesoro de Estados Unidos hizo
saber al gobierno británico que el
tratado violaba los compromisos que
Londres había asumido sobre la
convertibilidad de la libra. El Acuerdo
Miranda-Eady,
pues,
se
dejó
silenciosamente sin efecto, y recién en
febrero de 1948 se llegaría a concretar
un nuevo convenio. Pero el gobierno
argentino estaba empeñado en
producir un hecho resonante que
respaldara su vocación de autarquía
económica y, en febrero de 1947,
anunció la compra de los ferrocarriles
británicos, operación gigantesca que
se hizo efectiva un año más tarde, en
marzo de 1948. Sin embargo, ni antes
ni después consiguió que Gran
Bretaña desbloqueara las libras
acumuladas en Londres, que fueron
empleándose en compras de diverso
tipo, efectuadas, desde luego, en el
área de influencia de esta moneda; el
precio
de
los
ferrocarriles
nacionalizados (150 millones de libras)
se pagó con las exportaciones
argentinas
al
imperio
británico.
Mientras se iba definiendo, de uno u
otro modo, la relación con Gran
Bretaña, en Estados Unidos crecían
las presiones para apartar los últimos
obstáculos que pudieran entorpecer el
incipiente
mejoramiento
de
las
vinculaciones con nuestro país.
Messersmith insistía en ello y los
comerciantes,
que
deseaban
intensificar los intercambios con el
mercado argentino, lo apoyaban. A
mediados de 1947 el presidente
Truman. en un gesto que tenía
escasos precedentes, llamó a la Casa
Blanca al embajador argentino. Oscar
Ivannissevich, y departió cordialmente
con él: faltaban dos meses para la
reunión que, con el objeto de
establecer el sistema militar defensivo
de América latina, se realizaría en Río
de
Janeiro,
y
la
diplomacia
norteamericana no quería dejar de
tener la seguridad de la cooperación
argentina. En dicho encuentro estuvo
también presente el secretario de
Estado George Marshall, pero no
Braden. Desairado por el nuevo giro
de la política de su país, el antiguo
embajador en Buenos Aires renunció a
su cargo de encargado de Asuntos
Latinoamericanos.
Fue, sin duda, el momento más alto de
la política internacional de Perón,
halagado ahora por Washington,
tenido de igual a igual por los ingleses
en sus negociaciones, y aclamado por
el pueblo español en la persona de
Evita que, en el verano europeo de
1947, paseaba su belleza y su audacia
por los países del viejo continente, sin
dejar indiferente ni a pueblos ni a
gobernantes: este fue el momento
elegido para difundir su "Tercera
Posición".
Cuando en agosto/septiembre de 1947
se
reunió
la
Conferencia
Interamericana en Río de Janeiro, el
canciller Bramuglia no enfrentó a la
posición norteamericana ni presentó
obstáculos al proyecto, que sería
aprobado
como
Tratado
Interamericano
de
Asistencia
Recíproca (TIAR). Era la primera vez,
en
toda
la
historia
del
panamericanismo, que la Argentina no
formaba un bloque de resistencia ni
saboteaba las decisiones inspiradas
en la política norteamericana; aunque
es de señalar que esta vez tampoco
insistieron
los
diplomáticos
de
Washington en las unanimidades y los
automatismos que, en ocasiones
anteriores, habían provocado las
resistencias argentinas.
El discurso de la 'Tercera Posición"
En su libro La Nueva Argentina (tomo
I), el historiador Pedro Santos Martínez
glosa así el discurso pronunciado por
Perón el 6 de julio de 1947: "... indicó
cuál era la actitud argentina en la
encrucijada universal. 'Aspira -dijo- a
contribuir con sus esfuerzos a superar
las dificultades creadas por el hombre;
a concluir con las angustias de los
desposeídos'. Se refirió después a la
situación laboral, política, económica y
cultural del país, y reiteró la voluntad
de la Argentina y de América de
contribuir a la dignificación del hombre,
cuyo gran problema es la paz
internacional. Nuestra Nación vive,
desde su origen, los principios de la
libertad
(...)
respetando
la
autodeterminación de los pueblos (...).
La paz internacional será posible
cuando se haya alcanzado y
consolidado la paz interna en todas las
naciones del mundo, basada en el libre
respeto a la voluntad de los pueblos.
El mundo exige solidaridad y
cooperación económica. Por ello
debemos reemplazar la miseria por la
abundancia,
y
Argentina
está
dispuesta a materializar su ayuda en
los lineamientos de la concurrencia
efectiva. La política argentina ha sido,
es, y será siempre pacífica y generosa.
No pueden ser ya factores de
coexistencia en el mundo la miseria y
la abundancia, la paz y la guerra.
Siempre estuvimos al lado de las
naciones sacudidas por sufrimientos
(...). Deseamos, otra vez, volver a
proclamar nuestra ayuda. Por eso
mismo, quisimos hoy decirle al mundo
que nuestra contribución a la paz
interna e
internacional consiste
además en que nuestros recursos se
suman a los planes mundiales de
ayuda, para permitir la rehabilitación
moral y espiritual de Europa. En otro
lugar enfatizó nuestro respeto y
nuestra energía al servicio de la paz.
Invocando la protección del Altísimo,
nuestra Constitución Nacional y las
memorias de nuestros héroes propuso
unas líneas operativas generales que
se concretaban en los siguientes
puntos:
1. Desarme espiritual de la humanidad.
2. Un plan de acción tendiente a la
concreción material del ideal pacifista
en lo interno y lo externo. 3. Paz
internacional sobre la base del
abandono de ideologías antagónicas, y
la creación de una conciencia mundial
de que el hombre está sobre los
sistemas y las ideologías, no siendo
por ello aceptable que se destruya a la
humanidad
en
holocausto
de
hegemonías de derecha o de
izquierda.
4. Convencimiento de que la guerra no
constituirá una solución para el mundo.
A continuación, en este análisis de la
esencia doctrinaria de la teoría
propugnada por el líder del gobierno
argentino, el autor destaca que "el
mensaje fue" traducido al portugués,
francés, italiano y ruso, y enviado a los
cancilleres americanos y a la Santa
Sede, juntamente con un 'proyecto de
paz'. Se solicitaba, asimismo, la
adhesión y la voluntad de trabajar en
favor de los anhelos expresados en el
Mensaje". El libro de Pedro Santos
Martínez, forma parte de la colección
"Memorial de la Patria", Editorial La
Bastilla, y fue publicado en Buenos
Aires en agosto de 1976.
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