Cuando en el movimiento de las palabras y las metáforas de la violencia se relatan desde la cosmovisión de la literatura, cobran un sentido muy especial en el contexto de las luchas colombianas por la estabilidad de sus habitantes, lamentablemente, siempre esas historias se han ratificado desde la operancia de la oficialidad, de los sentimientos de la escritura rígida y estática de la escritura netamente descriptiva, la cual, ahuyenta los sin sabores de quienes han padecido en la oralidad y en carne propia, los avatares y desaires de la guerra. En ese caso, siguiendo las palabras de Sánchez (2010), el valor de la literatura recae en que nos deja contar esos hechos que se viven y que han querido opacarse con el tiempo, por tanto, entrañarlos y hacerlos fuego vivo para expulsarlos al mundo como un hijo de trashumancia es lo realmente admirable. En ese caso, y para proseguir con el ejemplo de los estados de contar la historia de diversas maneras y múltiples visiones, el pasado 18 de agosto del año 2017, tuve la oportunidad de conocer a Jorge Eliécer Pardo en persona, hecho que marca un trascendental acontecer en la vida, porque el carisma y la razón de ser socialmente crítico se evidencia en su alma, de todos modos y el meollo de este asunto radica en que los viajeros del mundo en la literatura buscan demostrar un camino social y testimonial