Subido por Gina Andrea Cabarcas Grecco

TALLER SERVIDORAS

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PRERETIRO CON SERVIDORES
PARROQUIA LA TRANSFIGURACIÓN.
Canto: Espíritu Santo yo te necesito.
Espíritu Santo, asístenos,
para que nos dispongamos a escuchar y acoger
la Palabra del Padre que nos revela el Hijo.
Haz que, contemplando nuestra vida,
descubramos lo bueno que hay en ella,
los dones que Tú nos regalas
y que nosotros multiplicamos
y hacemos nuestros,
si somos responsables en la libertad.
Que aprendamos de Cristo
un gesto constante de servicio y acogida.
Que sepamos acoger la donación de Cristo
y convirtamos nuestra vida
en ofrenda permanente.
Amén.
4. Lectura del Evangelio: Lucas 10, 38-42
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas:
“Mientras iba caminando, Jesús entró en un pueblo, y una
mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa.
Tenía Marta una hermana llamada María que, sentada a los pies
del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, estaba
atareada con todo el servicio de la casa; así que se acercó a Jesús
y le dijo:
«Señor, no te importa que mi hermana me dejes sola para servir?.
Dile que me ayude».
Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y
preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es
necesaria. María ha elegido y la mejor parte, y nadie hace la
quitará».
Palabra del Señor.
(Reflexionar un momento en silencio)
5. Meditación
Queridos hermanos, para vivir una vida auténticamente cristiana debemos
combinar dos actitudes que podemos reconocer en María y Marta, personajes
de este Evangelio: contemplación y acción. Estas actitudes nunca se
yuxtaponen ni se excluyen la una a la otra, sino, por el contrario, se
complementan.
Marta representa la actividad servicial, el trabajo y la preocupación de cada
día, a veces absorbente y agobiante, con el peligro de robarnos el tiempo que
necesitamos para ‘reponer baterías’, escuchando en silencio la Palabra de
Dios.
María, en cambio, gusta y saborea el Misterio de la Palabra. Mostrándose
receptiva a la misma, encarna la atención activa propia del discípulo. Pues esa
escucha no va a quedar en ocio improductivo, sino en conocimiento que se
traduce en acción generosa.
En nuestro trabajo pastoral frecuentemente encontramos personas que,
ocupadas y preocupada, por el quehacer, llegan a olvidarse de lo más
importante: La presencia de Cristo en su acción evangelizadora. ¡¿Cuántas
veces nos podría hacer ese mismo cariñoso reproche que hizo a Marta?!. Los
afanes y trabajos necesarios nunca pueden justificar el olvido de Jesús
presente en esa misma tarea, pues, como se ha dicho, no podemos dejar a un
lado al “Señor de la cosas” por “las cosas del Señor”; no se puede relativizar la
importancia de la oración con la excusa de que, quizás, estamos trabajando
en tareas apostólicas.
Reflexionemos:
1. ¿Vivo el equilibrio entre la contemplación y acción? ¿Hacia dónde se inclina
balanza?
2. ¿Cuál es tu motivación para servidor de este próximo retiro?:
 ¿Soy funcionario que cumplo meramente un trabajo que se me ha
encomendado o que, peor aún, he elegido por reconocimientos
humanos?
 ¿El trabajo que hago es producto de un conocimiento de la voluntad de
Dios por la escucha de Su Palabra o motivado por otros intereses?
 ¿En medio de los afanes y los trabajos dejo a un lado “al Señor de las
cosas” por ocuparme de “las cosas del Señor”?
 ¿Así como sirvo con agrado al Señor en los retiros, tengo la misma
disponibilidad para asistir puntualmente a las reuniones de preparación, a
la formación humana y cristina, al apostolado en la Iglesia?
Se ha dicho que hay dos formas de orar: Con los ojos cerrados y las manos
juntas (contemplación), y con los ojos abiertos y las manos ocupadas (acción).
Ambos se necesitan y se complementan para el servicio de Dios y de Prójimo.
Nuestro servicio sería infructuoso si actuamos sin orar, es decir sin escuchar
la Palabra y hablar de Dios, como si nos quedamos en la oración y nos
perdemos en la contemplación sin pasar a la acción.
BENDICION:
TALLER
En ambiente de oración, les proponemos meditar estos cuatro puntos sobre
nuestro servicio que, inevitablemente, nos llevará a preguntar a Dios: ¿Señor,
en qué puedo servirte? y, ¿Cómo quieres que te sirva?. Después de la
lectura de cada punto tendremos la oportunidad de reflexionar y meditar sobre
lo leído por medio de unas preguntas que vamos a socializar.
1. SERVICIO POR AMOR
Los que hemos conocido la magnitud del amor de Dios hacia nosotros no nos
queda otra alternativa que corresponderle y por eso es bueno preguntarle:
¿Señor, en qué te puedo servir? y, después de escucharle decirle:
“Señor, te serviré”.
Esta respuesta se debe a que cuando una persona recibe amor incondicional, su
deseo es de devolver algo a quien le ha mostrado ese amor. Hay un dicho que lo
expresa de la siguiente manera: Es posible dar sin amar, pero es
imposible, amar sin dar.
La razón principal por la que deseamos servir al Señor se resume en esa frase.
Queremos servirle porque le amamos. Como lo dijo en una ocasión el apóstol San
Pablo: «El amor de Dios nos apremia» (2 Corintios 5, 14). San Pablo dice que
se sentía obligado, forzado a contar las buenas nuevas de Jesucristo, por el amor
que le tenía al Señor. En otra ocasión escribe: «Soy deudor» (Romanos 1, 14). El
apóstol lo veía como una deuda de amor. Conocía que lo que Dios había hecho
para nosotros, a través de Jesús, era por amor. Todos, los que hemos sentido el
amor del Señor tenemos un deseo natural de darle algo a cambio. Como
reconocemos que lo que podemos dar es muy pobre, en comparación a todo lo
que Él nos ha dado, le ofrecemos lo mejor de nosotros.
¿Qué es lo mejor de lo quede podemos dar? Nuestros talentos, nuestras
energías y nuestras capacidades.
Señor, ¿en qué puedo sentirte? viene a ser el clamor de nuestro corazón. Y
no lo clamamos por obligación ni por quedar bien con El, sino por el gran amor
que le tenemos. Las personas que no se han hecho esta pregunta en alguna
ocasión, obviamente carecen de una relación íntima con Él. Quizás haya una falta
del fuego de amor en su corazón. Todo el que está enamorado se desvive por ver
de qué manera puede servir a su amado. Así los que estamos enamorados del
Señor, deberíamos estar buscando mil maneras de poder devolverle un poco de
tanto amor que nos ha dado. De ahí: Señor, ¿en qué puedo servirte?
En el libro de Éxodo, capítulo 21, encontramos las leyes con respecto a los
siervos. En los versículos cinco y seis, se habla de un siervo que después de
servir a su señor por seis años y de haber disfrutado en el séptimo año su tiempo
de libertad, decide que quiere seguir con el mismo señor porque lo ama. En este
caso, lo llevarán delante de un juez donde el siervo declarará sus intenciones de
permanecer para siempre con su amo, únicamente por la razón del amor. No por
compromiso, ni por no tener una mejor oferta, sino solo porque ama a su señor.
Sencillamente, el siervo no quiere vivir en ninguna otra casa ni servir a otro señor.
A este siervo lo ponían al lado de un poste y con una especie de cincel le hacían
una perforación en la oreja. La única razón que los motivaba a hacer esto era para
que ese servidor quedara permanentemente señalado de que era siervo o
esclavo por amor. Al pasar por las calles, las personas veían a este esclavo y
fácilmente lo podían identificar como un esclavo por amor. No por compromiso ni
porque lo habían comprado, sino por decisión propia del mismo esclavo. Estos sin
duda eran esclavos sumamente agradecidos con sus señores, contentos con el
trato que recibían de ellos. En un sentido muy literal, estaban dando su vida
misma por ese señor. El esclavo pudo haber escogido algún otro señor u otro
destino. Pero no, decide quedarse con la persona que ama. No me puedo
imaginar que hubiera algo que le pidiera hacer el señor que no hiciera ese esclavo
y con mucho gusto. Esclavo por amor.
Es la misma clase de respuesta que deberíamos tener hacia nuestro Señor
amoroso, misericordioso y abundante, quien, nos ha dado todos las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad (2 Pedro 1, 3). Es Él quien nos ha rescatado de
la muerte. Es Él quien nos ha dado vida eterna por medio del sacrificio perfecto.
No hay otro Señor que haya hecho por nosotros lo que nuestro Señor Jesús hizo.
Es Él quien ha derramado su Sangre y nos ha dado su Vida. Es Él quien ha
perdonado todos nuestros pecados. Es Él quien ha limpiado nuestros errores. Él
nos ha traído salvación eterna y vida en abundancia. ¡Cuán grande es Él en
su amor por nosotros!. En nuestros momentos de debilidad, Él siempre ha
estado presto para darnos de su Espíritu Santo. Él siempre nos ha dado las
fuerzas para salir adelante. Él siempre nos ha dado la respuesta. Él siempre nos
ha brindado la puerta necesaria para huir de la tentación. ¡Cuán enorme es su
amor para con nosotros!. Cuando hemos estado enfermos, Él nos ha
extendido su mano para salvarnos. Cuando hemos estado tristes, Él nos ha dado
su gozo que nos fortalece. Cuando hemos caído, su gracia se ha extendido hasta
nosotros para perdonarnos y limpiarnos. ¡Cuán inmenso en su amor para
con usted y para conmigo!. Podríamos pasar días enteros hablando de las
grandezas de nuestro Dios. Ni así terminaríamos de decir todas las cosas que ha
hecho y lo que significa para nosotros.
La pregunta que realmente deberíamos hacernos es «¿Cómo no servir a
Dios?». ¡Es imposible!. ¡TENGO que servirle!. Su amor me obliga y me
fuerza a servirle. Lo hago por amor. Lo amo tanto que quiero agradarlo. Quiero,
de alguna manera, sentir que a Él le place mucho lo que hago por dar a conocer a
otros el amor tan grande que ha derramado en mi corazón. Quiero que se
complazca cuando le hablo a la gente acerca de su deseo de derramar ese mismo
amor en el corazón de todos los hombres en todo el mundo. No hay manera de
quedarme callado ante tan grande amor.
Mi respuesta natural a esta clase de amor es dedicarme a hacer todo lo posible
por agradarle y servirle. De ahí es que nace de nuevo la pregunta: Señor, ¿en
qué puedo servirte?
Reflexión grupal:
1. ¿Qué frase me llamó la atención y por qué?
2. ¿Me siento obligado o forzado como el apóstol Pablo a servir al Señor por
la magnitud su amor? ¿Cómo lo manifiesto?
Reflexión personal:
1. ¿Sirvo por amor? ¿A qué Señor sirvo?
2. ¿Cuánto tiempo le dedico a la oración, a la contemplación, a la visita del
Santísimo Sacramento?
3. ¿En cada persona a quien sirvo descubro a Cristo que sufre?
4. ¿Realizo el trabajo cuando no tengo más nada que hacer o cuando no
tengo otra cosa más importante?
5. ¿Hago las cosas para quedar bien ante la gente?
2. SERVICIO POR PRIVILEGIO
Además de querer servirle, tenemos que recordar que es un privilegio servirle.
¡Qué increíble bendición poder estar cerca del Señor para servirle!.
¡Qué privilegio!. Me parece un pensamiento que va más allá de lo que
puedo comprender.
El hecho de que Dios QUIERE usarme para su Reino y que me permita acercarme
lo suficiente a Él para conocer sus planes, me conmueve sobremanera. El hecho
de que me permita estar lo suficientemente cerca de Él como para oír su corazón,
es algo incomprensible. ¡No me lo perdería por nada del mundo!. Lástima
que hay tantas personas sentadas en congregaciones y grupos de oración por
todo el mundo que se dan el lujo de preguntar si serán llamados a servir o no.
TODOS tenemos el privilegio de hacerlo. TODOS deberíamos involucrarnos en
su servicio. Las personas que se hacen la pregunta de que si deben o no servir al
Señor realmente no han experimentado un toque verdadero del amor de Dios en
su vida. Una vez que hayamos sentido el toque divino de la mano del Maestro, no
hay forma de quedarse callado ante tan grande amor. No existe manera de que
nos quedemos quietos. No hay manera de estar pasivamente viendo al mundo
perecer sin la luz del Señor. Su amor nos obliga a servirle. Así que, tenemos dos
razones por las que le servimos: por amor y por privilegio.
Reflexión grupal:
1. ¿Qué frase me llamó la atención y por qué?
2. Por mi constancia, mi inteligencia, mi formación, mis relaciones sociales, mi
liderazgo, mis experiencias en anteriores retiros, ¿creo que me he ganado
el mérito de estar en determinado servicio?
3. El servicio nos acerca a Dios y la gente frecuentemente nos dice: “Tú que
estás más cerca de Dios…” ¿Soy suficientemente consciente de esta
responsabilidad?
4. ¿Con mis actitudes de vida: solidaridad, amabilidad, honestidad, delicadeza
en el trato, estoy testimoniando de que es un privilegio estar muy cerca de
Jesús sirviéndole?
Reflexión personal:
1. ¿Realizo el servicio por obtener un privilegio ante los hermanos de la
comunidad?
2. ¿Me siento usado por el Señor o, por el contrario, lo uso a Él para mi
conveniencia?
3. ¿LLAMADOS O VOLUNTARIOS?
Ahora lo que tenemos que preguntarnos no es que si tenemos el llamado a
servir o no. Hemos establecido que TODOS tenemos el llamado de hacer algo
para el Señor. Ahora hay que saber si mi servicio obedece a una verdadera
vocación. ¿Dios me ha llamado y es Él quien puso en mi voluntad el deseo de
servirle?
Hay muchas personas que se llamaron a sí mismas al servicio a tiempo completo
sin que Dios tuviera nada que ver con ese llamado. A estas personas las
llamamos «voluntarias», no llamadas. Estos voluntarios han causado muchos
problemas en el Reino del Señor a causa de que operan en sus propios términos,
bajo “sus” reglas. En muchos lugares lo único que logran es crear confusión,
división y distracción. Es necesario saber que para servir en el Reino del Señor,
Dios llama, escoge, capacita y prepara a las personas que Él tiene en mente. No
debemos estropear sus planes al introducir algún plan nuestro sobre la que pensamos debe ser la dirección de Dios para nuestra vida. Es importante que quede
claro que TODOS somos llamados a servir. Hay MUCHAS cosas que podemos
hacer en la obra del Señor. Lo importante es hacerlo con las mismas
motivaciones y esperanzas del Señor. Yo con mi servicio secundo la obra del
Señor, ya que en realidad es JESUCRISTO el único servidor.
Reflexión grupal:
1. ¿Qué frase me llamó la atención y por qué?
2. ¿Cómo se nuestro grupo, llamados por la Iglesia o voluntarios?
3. Dios siempre llama, escoge, capacita y prepara a las personas que le
sirven, ¿qué acciones se están realizando en nuestra comunidad de Emaús
para capacitar y preparar a sus servidores?
Reflexión personal:
1. ¿He sido escogido por Dios o he ejercido presión por me considero apto
para el servicio (formación, antigüedad, aportes económicos)?
2. ¿Soy llamado o voluntario?
4. HAY UN LUGAR PARA TODOS
En la Iglesia hay cabida para todos. Dios tiene diferentes compañías dentro de
su ejército: las tropas que están en las primeras filas, en lo duro de la batalla,
peleando para rescatar del enemigo a los que este tiene prisioneros. Después,
están las personas de apoyo, atrás de los soldados de primera fila. Muchos de
estos, se encuentran en servicio y son las tropas que dan los primeros
auxilios y atenciones médicas, y suplen las necesidades de los soldados que
van delante de ellos.
En tercer lugar, tenemos a los miembros del ejército que se encuentran en sus
lugares normales de trabajo, lejos del campo activo de batalla, haciendo el dinero
para poder mantener al ejército vestido, alimentado y preparado. Estos también
forman parte de un grupo muy importante de personas que dedican el tiempo de
estar orando por los que están en las primeras filas. De TODOS necesita del
Señor para que marché bien su ejército. Si uno, de cualquiera de estos grupos,
dejara de hacer lo que le corresponde, no se haría un trabajo completo, sino que
habría escasez y confusión. Por eso es que Dios llama a todos a servir de alguna
manera, pero no a todos a servir en las primeras filas de la batalla. Es necesario
que entendamos que todos tenemos un lugar de suma importancia dentro del
Cuerpo de Cristo y que cada uno necesita trabajar dentro de su área para que
ganemos terreno como ejército y traigamos gloria a nuestro gran General.
Es importante encontrar nuestro lugar dentro de las compañías que acabamos de
describir. Ya sea que el Señor nos haya creado para estar en las primeras filas o
si nuestro lugar es en una posición de apoyo y de servicio a quienes están en el
calor de la batalla. También pudiera ser que tengamos el llamado a financiar el
ejército y orar e interceder por ellos. Lo que queremos es que el Señor nos
encuentre fieles a su llamado, haciendo todo con esa alegría, amor y fidelidad que
caracteriza a un «esclavo por amor». Por desgracia, somos muchos en el
ejército del Señor que estamos muy desubicados en lo que hacemos. Si existe la
necesidad de hacer una reubicación, hagámosla para edificación de su Reino y el
engrandecimiento de su gloria en toda la tierra.
Es muy clara la Palabra cuando enseña que cada uno hemos recibido dones.
Consideremos el siguiente pasaje: 1 Corintios 12, 4 – 11.
“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay
diversidad de servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad
de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las
cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación del
Espíritu para el bien de todos. Porque a uno Dios, a través del
Espíritu, le concede hablar con sabiduría, mientras que a otro,
gracias al mismo Espíritu, le da un profundo conocimiento. Por el
mismo Espíritu, Dios concede a uno el don de la fe, a otro el
carisma de curar enfermedades, a otro el poder de realizar
milagros, a otro el hablar de parte de Dios, a otro el distinguir
entre espíritus falsos y verdaderos, a otro el hablar un lenguaje
misterioso y a otro, en fin el don de interpretar ese lenguaje. Todo
esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus
dones como Él quiere”.
Cuando escribe a los corintios, el apóstol Pablo está muy preocupado en tomarse
el tiempo para explicar el asunto sobre los dones, su uso y administración. A Dios
siempre le ha interesado tanto dar los dones como permitir que se les dé
expresión. Es más, cuando NO los usamos, nos metemos en mayores problemas,
como está claramente explicado en la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30).
El Señor trata con severidad a quienes no usemos los dones y talentos que Él ha
invertido en nuestra vida. No los ha dado para que nos adornen de cierta manera,
ni para que podamos gloriarnos en ellos. Mucho menos, los ha dado para
esconderlos por ahí en algún hoyo. Nos los regaló con el fin de que los
trabajemos, los invirtamos y les saquemos el mejor provecho posible.
La respuesta a la pregunta: ¿Seré llamado a servir?, es esta: ¡SIN LUGAR A
DUDAS!
Tenemos el privilegio y la dicha de servirle por amor. Es nuestra respuesta natural
a todo lo que Él ha hecho por nosotros. Ahora solo resta encontrar nuestro lugar y
empezar a trabajar en él. Lo haremos mediante la gracia que Él da para
desarrollar nuestros dones para su gloria.
En todo este proceso estará su Espíritu Santo. Nos guiará, nos consolará y nos
mostrará todas las cosas que el Padre tiene preparadas para nosotros.
Desarrollemos una sensibilidad a su Espíritu para no tropezar en este camino de
servirle. Si estamos atentos a escuchar su dulce voz, nuestro trabajo será
fructífero. Al seguir SUS instrucciones, podemos asegurarnos que Él se encargará
de multiplicar nuestro trabajo en el Señor.
Reflexión grupal:
1. ¿Qué frase me llamó la atención y por qué?
2. ¿Creo que en mi equipo todos reconocen claramente sus dones y el
servicio al que han sido llamados? ¿Lo tengo claro yo?
3. ¿En mi equipo existen rivalidades entre los miembros? ¿Cuáles son los
motivos?
Reflexión personal
1. ¿En qué banca me ubico? ¿Siempre estoy en la primera?
2. ¿Considero que mi labor es más importante que la de los demás?
3. En caso de que las condiciones pastorales así lo requieran y recordando
que siempre hay un lugar para mí en la Iglesia, ¿estoy dispuesto y
disponible para las tareas difíciles o que alguien no quiera realizar?
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