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Lo cotidiano del control en la gubernamentalidad liberal del siglo XXI: una lectura desde Foucault, 30 años después.

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Lo cotidiano del control en la gubernamentalidad liberal
del siglo XXI: una lectura desde Foucault, 30 años después.
Gabriela Rodriguez Fernandez
1. Introducción.
En los primeros 50 años del siglo XX Europa vio desarrollarse en su territorio tanto gobiernos totalitarios
como democracias representativas que incluían a mujeres y obreros como actores políticos. A la par que
comenzaban a participar en la definición de los asuntos públicos, las “masas” también se convirtieron en
objeto de un control que ya no las consideraba una suma de individuos, sino como un conjunto que había
de ser considerado en cuanto fenómeno, con un perfil propio.
Los gobiernos totalitarios de las décadas del 20’ al 40’ del siglo pasado mostraron que el ser humano
podía ser reducido a una serie de coordinadas biológicas en los campos de concentración, pero también
en las fábricas y las cárceles. En los años que siguieron, el desarrollo de textos constitucionales y cartas
internacionales de derechos humanos fueron la respuesta jurídica a tales situaciones. Era el nacimiento de
los “sistemas garantistas”, que intentaban evitar la repetición de estos fenómenos consagrando derechos
sociales y económicos, además de políticos1. Resultaba bastante claro por entonces, que la tarea no se
situaba únicamente en los grandes niveles políticos, sino en hacer que la vida de los ciudadanos pudiera
desarrollarse en el día a día y en garantizar esas posibilidades de desarrollo 2. La garantía de lo cotidiano
del ciudadano, unas condiciones mínimas de subsistencia y de relativa estabilidad social, permitiría que el
hacer vida pública se tornara una tarea compartida.
La utilización del derecho como herramienta contraria a la conversión del ser humano en cosa, sin
embargo, no ha cumplido con esa expectativa. En un proceso agudizado después del 11 de septiembre de
2001 pero que ya había comenzado mucho antes, la cotidianeidad de los habitantes del mundo tiende
mucho más a una existencia legislada, disciplinada y regulada a partir de las necesidades, que a un ágora
en el que, por sobre lo necesario, se alce la construcción simbólica. En el presente artículo intentamos
dilucidar esta tendencia, y mostrar que en ella están concernidos no solamente los que emigran por
razones económicas, los jóvenes o las minorías étnicas, sino todos los que habitamos este planeta.
1
La tensión entre formas democráticas y formas autoritarias de control se expresó en la literatura
contemporánea a ese fenómeno; la novela distópica 1984, de George Orwell es un ejemplo de condensación de los
miedos al desarrollo de un sistema de control opresivo que, atravesando toda la escala territorial (mundo, región,
ciudad, vivienda), fuera capaz de disciplinar, regular y normalizar mediante estrategias a la vez locales y globales, la
vida cotidiana de un individuo.
2
La posibilidad de repetición de los fenómenos totalitarios estaba presente tanto en la
reflexión jurídico-política de Hans Kelsen -que había sido despojado de su cargo universitario
por el nazismo- (Melossi 1992:106) como en la económica de J.M. Keynes, quien entendía las
políticas de promoción como un reaseguro, desde dentro del propio sistema liberal, contra la
popularidad de los líderes fuertes. Estos mismos miedos eran compartidos por buena parte de la
burguesía, e hicieron aceptables las primeras medidas del Estado del Bienestar de postguerra
2. Los orígenes del control de lo rutinario.
La vida cotidiana había empezado a ser objeto de la preocupación político-administrativa mucho antes del
siglo XX. Los Tratados de Policía, escritos entre finales del siglo XVII y principios del XIX3 situaban la
conducta de los ciudadanos en la mira del Estado, que mediante una regimentación detallada del espacio
y del tiempo de cohabitación, pretendía la formación de sujetos obedientes y aptos para el proyecto
industrial.
Verdaderos precursores del enciclopedismo iluminista, los Tratadistas intentan desarrollar una “ciencia del
buen gobierno” abarcadora de todos los aspectos de la vida cotidiana, desde el barrido de la acera y el
tamaño de las calles a la necesidad de inscripción de los individuos en un registro, pasando por las
medidas de higiene pública y privada y la represión de las pequeñas infracciones. Son prácticos, no
intentan formular teorías sobre el ser o sobre el poder, ni tampoco formular normas que puedan ser objeto
de litigio, sino buscar la forma concreta en que el poder pueda ser ejercido. En esa búsqueda descubren
que lo cotidiano es la clave y que la concentración en el detalle, en las rutinas de la conducta, es lo que
corresponde al buen administrador.
Si hasta el siglo XVII la herramienta fundamental del poder del soberano -como poder centralizador que se
oponía al poder feudal- era la ley, Nicolás Delamare y sus seguidores descubren que no es ella quien
decide el orden y el desorden en la ciudad, sino los pequeños reglamentos que tornan rutinaria la vida de
los que viven en las grandes urbes. Lo que haría grande al Estado no sería entonces el poder de dictar
normas que permitieran y prohibieran el hacer4, sino pequeños reglamentos que obligaran a cumplir
(Williams 2001).
3
Nicolás Delamare publicó en Francia sus famosos Tratados de Policía entre 1705 y
1738; Bielfeld en Alemania, Foronda o Bails en España y Colquhoun en Inglaterra publicaron
también obras que pueden considerarse integrantes de esta corriente. Los últimos lo hicieron
cuando ya había comenzado el siglo XIX, en una época en la que la gubernamentalidad liberal ya
había entrado en escena. Para una descripción extensa de la obra de Delamare, además de la
última lección del curso de 1978 de Foucault (2004:379) puede consultarse el texto de Fraile
(1997:19), a quien también cabe recurrir para advertir la relación entre el trabajo de los
tratadistas españoles y algunas ideas sobre la distribución de los espacios de encierro anteriores
al panóptico de Bentham, pero muy emparentadas con él (Fraile 2005). Para otro tipo de análisis,
más cercano a las ideas de Foucault, ver el texto de Vazquez García citado en la bibliografía
(2005); y para las diferencias entre tratadistas alemanes y franceses, una vez más, puede
consultarse al propio Foucault (2004:363).
4
El poder del soberano se había construido en oposición al de los señores feudales (titulares, junto con la iglesia, del
poder pastoral, aquel de quien cuida del alma de los próximos) en parte porque en las ciudades el Rey y su jurisdicción eran
capaces de dirimir cuestiones a favor del habitante que ante los tribunales reales se quejaba de la arbitrariedad del señor. Así,
el derecho fue en la época de construcción de los Estados-Nación, un elemento de lucha contra-poder (del feudo). Sin embargo,
cuando el grueso de los habitantes comenzó a concentrarse en las ciudades, y cuando éstas fueron más prósperas que el
campo (con el nacimiento de la burguesía), esos mismos espacios de litigio se hicieron servir contra el Rey, constituyéndose en
un obstáculo para la consolidación de ese mismo poder (Foucault, 2009:20). Por eso, Delamare sostenía en su Tratado que
“...lo que se llama Policía, al no tener por objeto más que el servicio del Príncipe y el orden público, es incompatible con los
embarazos y las sutilezas de los asuntos en litigio y participa más de las funciones del gobierno que de las de la
(Foucault, 2004:68).
La disciplina, tal como la explicara el Foucault de “Vigilar y Castigar”, fue un sistema por el que las técnicas
hospitalarias y carcelarias salieron de las instituciones cerradas y se instalaron en el ámbito citadino. Así,
el Panóptico de Bentham dio nombre a lo que llamamos hoy panoptismo: un dispositivo 5 por el que las
personas son clasificadas individualmente de acuerdo con la función que cumplen según el punto de vista
de quien, en el centro de la escena, puede observarlas. Es ese punto de vista central -el del vigilante
omnisciente sobre cuya presencia/ausencia el vigilado tiene dudas- el que sirve de lógica de distribución
dentro de un espacio predeterminado, que tiene sus centros y sus fronteras, trátense ellas de las del país,
la ciudad, la fábrica o la cárcel. Esta instalación de la vigilancia fue posible a causa de todo un conjunto de
factores6 en permanente interacción, por un proceso de marchas y contramarchas, cambios, resistencias y
adaptaciones entre los actores sociales que surgirían a finales de los milseiscientos, y que a ritmos
diferenciales en los diferentes países, se desarrollarían durante los dos siglos siguientes.
Siguiendo el planteamiento foucaultiano, el Estado como finalidad -un proyecto de construcción de un
espacio y una lógica de poder relativamente independientes de la persona del rey, pero también de las
presiones directas de los grupos de poder- y como “máquina racionalizadora” que dicta a la población qué
y cómo hacer, no debe ser visto como un largo brazo que se dispone a modificar. Es en cambio una lógica
de funcionamiento social, económico y político capilar que ordena a la sociedad: una forma de auto y
hétero-gobierno7.
judicatura. (...) las experiencias del pasado habían mostrado suficientemente en qué medida la uniformidad de espíritu y de
conducta es necesaria en una gran ciudad para mantener el buen orden y la disciplina pública...” (Delamare, Tratado; citado en
Fraile -1997:19-).
5
¿Qué significa para Foucault “dispositivo”? Es probablemente una de las palabras más
utilizadas fuera y dentro de las producciones tributarias del francés, pero sin embargo el sentido
de ese uso no es unívoco, y la diferencia entre unos y otros usos, muy relevante. Esto lo prueban
dos textos que llevan el mismo nombre -¿Qué es un dispositivo?-, pero que ofrecen
explicaciones no coincidentes. Una interpretación que intenta ser cercana a la caja de
herramientas foucaultiana es la de Deleuze (1999); en cambio, y pese a comenzar citando un
texto donde Foucault definiera el término como una complejidad, el artículo homónimo de
Agamben (2007) hace una utilización a nuestro juicio reificadora, que lo conduce a confundir
dispositivo y herramienta. Si entendemos que esto es relevante es porque en el caso de Agamben
este uso le permite sostener que su tesis sobre el control biopolítico es hija de Foucault, cuando
ello es al menos discutible (ver Bigó 2008).
6
Mencionando solo algunos: urbanización, industrialización, extensión de la educación,
progresiva “laicización” de la sociedad, interacción pobres/ricos en espacios relativamente
comunes, plagas y pestes, desarrollo de la medicina como ciencia experimental, resistencias
populares a la mecanización, inicio de las reivindicaciones populares/sindicales, etc.. Para
consultar dos análisis de estos factores, aunque no necesariamente convergentes, Foucault (2004)
y Fraile (1990/1997/2005).
7
Utilizando conceptos algo extraños al esquema de Foucault, podríamos decir que el
Estado se constituía en el motivo-porque (Schutz 1993) de las actuaciones de quienes vivían en
la ciudad, fueran ellos políticos, funcionarios, técnicos o mercaderes. El Estado funcionaba como
una fuerza centrípeta (ahora si, en términos del francés –Foucault 2004:66) que distribuía desde
El “dispositivo disciplinario”, sirviente y a la vez servido por la gubernamentalidad de la Razón de Estado
se constituía en el centro a partir del cuál se organizaba la vida pública, pero también gran parte de la
privada. Esta distinción se había difuminado, y sobre todo para los que se consideraban miembros de las
clases subalternas, lo privado se había convertido en objeto de la cosa pública, fundamentalmente de la
cosa pública administrativa (Foucault 2004, Fraile 1997, Arendt 2002, Agamben 2007).
3. Sociedad o Estado (los años del primer liberalismo)
La segunda mitad del siglo XVIII ve desarrollarse una nueva forma de mirar, entender y actuar sobre los
fenómenos sociales: el liberalismo, que separa de forma clara la sociedad del estado. Para el liberalismo,
en la primera se dan los fenómenos naturales que cabe respetar y prohijar; el segundo es entendido y
utilizado como un constructo artificial por cuya pertinencia, necesidad de actuación y legitimidad, cabe
preguntarse a cada momento.
La gestación del cambio de mentalidad, desde una racionalidad "estatal" hacia una racionalidad “social”, -y
a partir de esa nueva mentalidad, el cambio de la realidad- había comenzado como un movimiento de
resistencia contra la profusa reglamentación de la vida mercantil. Poco a poco fue generando tácticas,
estrategias, alianzas e ideas que cuestionaron la legitimidad de la intervención de lo no productivo -la
administración- sobre lo productivo -la industria y el mercado-.
Gradualmente, la comprensión de las “incidencias” que hacían difícil la vida compartida en la ciudad (la
escasez de alimentos y/o materias primas, la aparición de las pestes, las revueltas que estos hechos
provocaban y los crímenes o los robos) comenzó a ser diferente de la de un problema de (in)capacidad
estatal. Estos acontecimientos empezaron a ser vistos como parte de una lógica de autorregulación que
respondía a leyes naturales, idénticas o similares a las del mundo de la física. Ello hizo que se los pensara
como un fenómeno “normal”8, sobre el que se había de intervenir solamente cuando se producía un
desborde respecto de la media estadística9. Como vemos, también la “normalidad” cambia: deja de ser un
parámetro al que han de ajustarse los individuos para comenzar a ser una “situación promedio” a la que se
sí, pero a la vez, era “mirado” por quieres eran objeto de esa distribución.
8
La idea de la normalidad como correspondencia con la media estadística, y en particular,
la aplicación del criterio a la cuestión de la criminalidad, estaba presente en La división social
del trabajo, de Emile Durkheim (Monclús 2004:133). Cabe recordar que él fue uno de los
padres fundadores del estructural funcionalismo, y más específicamente, de la mención de la
anomia como factor desorganizador de una sociedad (Melossi 1992:189). La anomia mertoniana,
desarrollada ya en el siglo XX, de hecho se ha ocupado de explicar las razones por las que, en
una sociedad dada la curva del delito crece más allá del nivel de lo aceptable.
9
Las estadísticas en particular, y el positivismo científico en general, fueron una de las
partes más poderosas de la gubernamentalidad liberal: la parificación de mundo social y mundo
natural o “físico” es la razón por la que los economistas liberales (que ese ocupaban de muchas
más cosas que de las condiciones del intercambio de bienes) son conocidos como “fisiócratas”.
ha de tender, y cuya desviación se ha de prevenir (Foucault 2004:83).
En este contexto es que los conjuntos de individuos a disciplinar se transforman en “poblaciones” respecto
de las que cabe actuar para evitar el desbaratamiento de la media. Si antes el problema era que hubiera
individuos que quebraran la norma (de comportamiento social, económico o político) y cómo se respondía
a esa infracción, ahora el intento era evitar la existencia de más infractores de lo normal, más enfermos de
lo normal o más especuladores de lo normal10. Dentro de ciertos límites, los delitos, la muerte por
enfermedades o el padecimiento por hambre no serán razón para la actuación, sino para el “respeto” a la
naturaleza. El control liberal es mucho menos reactivo que el control del soberano (delictual, espectacular,
selectivo y discontinuo) y diferencialmente productivo del disciplinario: no intenta generar conductas
individuales, sino prevenir riesgos colectivos en la metrópolis11, entendidos como lo diferente de lo
habitual/promedio. De otra forma, pero también a nivel de la vida cotidiana, el liberalismo decimonónico fue
un sistema de frenos y contrapesos12.
La pregunta recurrente (el por qué y el para qué del Estado) hizo que las formas de intervención sobre las
costumbres de los individuos variaran: el superanthropos solo debería intervenir sobre el comportamiento
individual cuando la intervención no anulara un posible efecto beneficioso del incidente (desde la
depuración orgánica que produce una enfermedad hasta la emigración de personas desde un lugar donde
no hay trabajo o alimentos hacia otro en que si lo hay), y sólo en la medida de esa utilidad. Si las personas
que conforman la sociedad actúan “naturalmente” de acuerdo con sus intereses, el Estado había de
10
La pregunta surge inmediatamente: ¿y “menos” de lo normal? Pues también puede
pensarse allí una actuación, aunque tal vez no sea el Estado el actor, o no él únicamente. En el
marco de la economía ya eran los liberales del siglo XIX los que pensaban que ante una caída del
precio interno del grano debía actuarse promoviendo la exportación, porque un precio menor del
“natural” podía producir una retracción del interés en cultivar. Las intervenciones proactivas
desde los ámbitos de concentración de poder para generar escasez, para ayudar al surgimiento
de grupos movidos por el interés cortoplacista, o más en general, para provocar una “crisis
creadora” vendrían luego, a finales del siglo XX y principios del XXI. La idea de que “cuanto
peor, mejor”, atribuida repetidamente a los grupos maoístas, también ha sido parte de la divisa de
los seguidores de Milton Friedman, los profetas de la “doctrina del schock” (Klein, 2007).
11
En la metrópolis, pero también para la metrópolis. Igual que la disciplina, la lógica
liberal de lo natural en el siglo XIX funciona dentro de unos ciertos límites geográficos que,
paradojalmente, son operativos porque existe un referente interior y un referente exterior a ellos:
las colonias –el referente interior-, como espacio subordinado al que se puede recurrir para
obtener materias primas y mano de obra barata, y donde la dominación aún es el método; y los
otros países que comparten los mismos principios –el referente exterior-, con los que es posible
intercambiar materias primas, pero también establecer flujos poblacionales que permiten
“regular” los ciclos de carestía locales. Esta lógica no es ajena a las cuestiones del control
“duro”: entre los siglos XVIII y principios del XX, una buena parte de la población reclusa de
los países centrales era destinada a cumplir su pena en las colonias, con lo cuál el “riesgo” se
alejaba de la metrópolis (ver, en este sentido, Matthews 2003:30).
12
Con el sistema de "frenos y contrapesos", fórmula política de Montesquieu, el liberalismo del siglo XVIII consagró la
interdependencia entre los distintos poderes del Estado (el legislativo, el ejecutivo y el judicial). La teoría política liberal hizo
descansar en este sistema de control recíproco la esperanza de evitar el absolutismo monárquico.
abstenerse, para aparecer solamente en el caso de desviaciones fundamentales a ese principio de
naturalidad (el de los intereses), y respecto de quienes no lo cumplieran13.
Surge así la idea de que hay grupos sobre los que no cabe preveer actuaciones estatales, y grupos que,
en la medida en que representan un peligro para que al resto de la sociedad le fuera posible conformarse
a la norma del interés natural, han de ser objeto de actuaciones preventivas. No se trata entonces de
evitar que alguien cometa infracciones, sino de negar la posibilidad que tiene un grupo riesgoso de poner
en peligro el equilibrio social. No es tanto prohibir y permitir -como en la época del soberano dominador-, ni
de disciplinar la conducta individual -como cuando el Estado-nación se había independizado del que lo
regía-, sino de regular a la población14, y sobre todo, a la población “de riesgo”. La estadística -ya muy
desarrollada a fines del siglo XIX- había servido para saber quién caía dentro de esa categoría, quienes
eran una amenaza para ese equilibrio; por eso también aquí la pregunta al individuo comienza a cambiar:
no se trata del ¿qué has hecho?, sino del ¿quién eres? (Foucault 2009:45).
Tal como explicáramos, el desplazamiento desde la razón de Estado hacia la gubernamentalidad liberal del
siglo XIX no fue repentino. Tampoco fue absoluto: el Estado y su disciplina han convivido con las
nacientes formas de intelección e intervención en lo social hasta nuestros días 15, cuando este esquema
ideal se ha pervertido. Hoy como ayer, se trata más bien de una cuestión a la vez de medida y de énfasis,
pero también de diferente combinación estratégica: como veremos, dominación, disciplina y regulación se
combinan hoy para dar a luz un nuevo modelo de gubernamentalidad: la que corresponde al
neoliberalismo.
4. El dispositivo de control en el siglo XXI.
13
Sobre el carácter selectivo de las actuaciones liberales, ver en Nacimiento de la
Biopolítica (Foucault 2009:38) la cita de Walter Benjamin, sobre el bajo precio de gobernar a un
pueblo virtuoso y laborioso; y en general, el resúmen de las lecciones de ese año 1979 por el
propio Foucault (2009:311 y sgtes.)
14
Michael Foucault denomina a la forma de control típica del liberalismo de distintas
maneras. Mientras que en Genealogía del racismo [1976] se refiere a dispositivo “regulador”, tal
como lo hace en ocasiones en Nacimiento de la biopolítica [1979], en Seguridad, territorio,
población [1978] parece inclinarse más hacia “dispositivo de seguridad”, aún cuando también se
refiera a mecanismos y políticas de regulación. Siguiendo a Rose (2006) hemos preferido el
término usado en 1976 y 1979.
15
En las reflexiones de sus dos últimos años de producción científica (Seguridad,
territorio y población y Nacimiento de la Biopolítica) Foucault había cambiado el punto de vista
sobre la disciplina que había expresado en Vigilar y Castigar: de elemento opresor típico de los
siglos XVI y XVII pasó a ser una forma de actuar intrínsecamente ligada a la producción de
esferas de libertad, combinada con formas de dominación y de regulación (Foucault 2009:75, en
especial nota 24).
Después de la Segunda Guerra Mundial y hasta la llamada “crisis del petróleo” de finales de los años 70’
del siglo pasado, la gubernamentalidad liberal entendida como un todo, había retrocedido
considerablemente.
El desarrollo keynesiano, las legislaciones kelsenianas y el intento de pensar
mecanismos de reaseguro contra la repetición del holocausto hicieron que el dispositivo disciplinario
volviera a tomar preeminencia, salpicado de momentos de dominación pura y simple. Las amenazas de
guerra real y simbólica entre bloques -americano y soviético- dieron una cierta chance de retorno a las
visiones inter-territoriales del mundo, y lo reorganizaron en bloques diferenciados16. Fueron años de
crecimiento económico planificado desde el Estado y de conflicto, no solamente entre países y dentro de
los países sino también entre formas de regulación: la del liberalismo extremo de Milton Friedman y la de
los proyectos nacionales del bienestar. Frente a un marco de conflicto ya no se podía confiar en la
“normalidad” de los intereses ni en una observación laxa a los ciudadanos, entre otras razones porque la
agitación política juvenil -en Europa, pero también en Latinoamérica y en África- y una vuelta de las luchas
sindicales hacía pensar en la posibilidad de un giro a la izquierda que diera por tierra con el proyecto
regulador liberal.
Vino luego la crisis fiscal de los años 70/80 (O’Connor, cit. in Rivera, 2004:294) también llamada “crisis del
petróleo”, y a partir de allí, la lógica liberal de la disminución del déficit de las cuentas estatales -vía
reducción del gasto social, lo que abarcó entre otras cosas el paulatino desmantelamiento de los
programas de reeducación social, de resocialización intra/extra institucional, etc.- y del incentivo a la
actividad de los emprendedores. El liberalismo volvió a ocupar el centro de la escena; con él, la asunción
individual del riesgo y la habilidad de su gestión pasaron también a ser un elemento “normal” del discurso
técnico-experto17.
En los últimos 25 años la gestión del riesgo es el argumento central en el debate sobre el par
16
Una de las características de la gubernamentalidad soberana era justamente la división
política entre Estados, de la que se derivaba un cierto equilibrio internacional a partir del respeto
de la integridad territorial y al principio de no ingerencia (Foucault 2009:18 y 27). En cambio, la
gubernamentalidad liberal ya se caracterizaba en el siglo XIX por pensar a “escala – mundo”
(Foucault 2009:62), aún cuando no con la vocación totalizadora de hoy día.
17
Tal como lo dice Bauman parafraseando a Beck, este ethos del emprendedor comporta
para el individuo buscar “soluciones biográficas a contradicciones sistémicas” (2005:91). Los
discursos que a finales del siglo XX fueron presentados como técnicamente eficientes para
gestionar lo económico, y que se declaraban más allá de lo político, buscaban su corrección en
las ideas del liberalismo acérrimo del siglo XIX, remozado en el período de entre-guerras, y
retomado después de la segunda guerra mundial en Alemania (Foucault 2009:86 y sgtes). Los
portadores de éstos discursos "técnicos" sobre el manejo del Estado fueron bautizados como
"tecnócratas" a finales del siglo pasado, fundamentalmente en Latinoamérica; para ver el efecto
de estas fórmulas "técnicas" en el continente americano, pero también en Asia y en Africa, puede
consultarse el texto de Klein (2007:159 y sgtes.)
seguridad/control en las ciudades, en las calles y en las casas. Aún cuando este argumento ya estaba
presente hace dos siglos -como explicábamos en el apartado anterior-, lo cierto es que en los últimos
tiempos la lógica del riesgo ha vuelto a cobrar fuerza, inserta en un contexto más amplio al que se ha dado
en llamar “neoliberalismo”. Se trata de una reedición de la lógica liberal: aletargada durante casi 40 años,
vive un nuevo ciclo de preeminencia que ha (re)comenzado a partir de los ataques terroristas a las
grandes ciudades occidentales -el 11-S en Nueva York, el 11-M en Madrid y 7-J de Londres-.
Asistimos hoy a un proceso en el que la introducción de las tecnologías y las comunicaciones para el
control de las poblaciones ha modificado no solamente la forma en que se controla -a distancia, a partir de
las huellas biológicas y con bases de datos y microchips- y el teatro del control, sino también los temas
sobre los que discurre la lógica del control, los sujetos controlados y los sujetos controladores. Sin
embargo, este proceso es hijo de la lógica implantada hace 200 años, la gubernamentalidad liberal, ahora
remozada.
A nivel de la teoría del control, las ideas de Beck y Giddens en los años 90’, las elaboraciones de
Agamben sobre la excepcionalidad como cotidianeidad y las relecturas que del Foucault tardío hacen los
autores ingleses de la corriente denominada “Historia del Presente” (Rose, O’Malley, etc.), nos muestran
que a partir de la noción de riesgo ahora es la seguridad como concepto lo que ha cambiado, y que ese
cambio impacta en nuestra gestión de la vida cotidiana.
El ethos de “vivir la vida peligrosamente” como sinónimo de libertad (Foucault 2009:74) y de una moralidad
superior (Lakoff 2007) -la del empresario que arriesga y gana o pierde aceptando que esas son las reglas
del juego, y sin pedir que cambien las reglas- promovió la aceptación de la flexibilidad laboral, monetaria,
productiva, política y familiar, y la deslocalización del capital, de las empresas y también de los espacios
habitables (Rodriguez Fernandez 2008a) como discurso social aceptado. Este discurso, en el plano de los
individuos concretos que se ven objeto del par flexibilización/deslocalización, genera la sensación de
pérdida de las seguridades más inmediatas: la certeza de quien soy y cómo haré mi vida mañana, en un
entorno de “otros” que rotan antes de tener la oportunidad de conocerlos y saber cómo tratarlos y cómo
me tratarán (Bauman, 2005:142, Rodriguez Fernandez, 2008b).
Frente a este miedo a lo futuro y al desconocido, la gestión del riesgo aparece como el reverso de la
moneda de la inseguridad: estar seguro, a nivel de lo cotidiano, es proveerme de elementos de protección
contra la incerteza y contra quienes la traen a mi puerta -seguros contra “todo riesgo”, planes de pensión,
planes de salud, alarmas, cámaras de video-vigilancia, dispositivos de identificación remota, etc.-. Estar
seguro ya no es un status, sino un perfil que se corresponde a una actividad: comporta a la vez pertenecer
al grupo de quienes pueden ser parte normalizada del mercado de consumo de bienes de seguridad alarmas, servicios de vigilancia, gps, etc.- y ser un sujeto que participa de las actividades que favorecen la
creación de bases de datos al servicio del control -viajes en avión, uso de Internet y de telefonía móvil,
tarjetas de crédito, etc.-.
En el margen de lo inseguro, en cambio, están quienes no pertenecen a ese grupo, no son parte
normalizada del mercado -están fuera de la media estadística, padecen hambre, no viajan legalmente, no
compran regularmente- ni participan de las actividades que se controlan sin tocar el cuerpo, acumulando
datos. Ellos son quienes son definidos como peligrosos no a partir de una infracción, sino por la
pertenencia a grupos de riesgo creados con base en indicadores estadísticos. Pero no siempre su
presencia en un sitio -un barrio de Barcelona, Perpignan o Nápoles- es motivo para la preocupación
vecinal, ciudadana o nacional: solo cuando supera una tasa considerada “normal”, no funcional, que
obstaculiza más de lo que sirve a la lógica estratégica (comercial, de espacio “cool”, de sitio multicultural,
de mercado flexible, o de museo al aire libre18) en boga en el momento es cuando las alarmas se
encienden19. La lógica de lo controlable/perseguible se relaciona así doblemente con lo numérico: se es
sujeto de riesgo si así lo dice la estadística - que con sus perfiles de riesgo determina a quien se ha de
temer-, y se es perseguido si se supera el límite de utilidad promedio de la presencia/ausencia.
Algunos de los análisis sobre el control del siglo XXI han destacado a estos grupos como el blanco del
nuevo tipo de control. Sea desde la perspectiva de una nueva forma de vigilancia selectiva a cargo de
funcionarios administrativos que llevan adelante prácticas antiliberales –el ban-optico- (Bigó 2008) o con la
referencia al campo de concentración como espacio de “no derecho” (Agamben 1998), la idea de que un
conjunto de políticas llevadas adelante por el Estado etiqueta y margina grupos y los condena al sitio de
no-personas parece ser el centro de unas críticas que hacen uso de algunas de las herramientas
conceptuales de Foucault. Ambas líneas de análisis parecen inclinarse -aunque con matices diferencialesa sostener el protagonismo estatal en este control, y a poner como objeto preferente de él a los definidos
como peligrosos; se trataría, en ambos casos, de políticas aplicadas de forma discontinua (en el caso del
18
Sobre las lógicas de reutilización comercial del espacio público y de sus presencias y
ausencias, puede verse el del libro de Naomi Klein “No Logo” (2006); sobre la lógica museística
de las ciudades, y cómo esta se articula con las iniciativas de ley y orden, el texto de Frias y
Peixoto (2002) es una lectura recomendable.
19
Aún cuando jóvenes, inmigrantes, gitanos, mujeres y pobres estructurales suelen caer
dentro del target de las definiciones, la (re)acción masiva (con sus diferentes tácticas,
dispersivas, repatriatorias, punitivas o de encierro asistencial) no se pone en marcha hasta que el
“mercado”, como órgano de veridicción (Foucault 2009) se declara saturado, incapaz de
“absorver” al riesgoso. Mientras ello no es así, el joven rapero es a la vez cliente y modelo de la
marca deportiva (Klein 2006:126 y sgtes.), la chilaba del inmigrante es una nota de
excentricismo, la música de los Gipsy Kings suena en las discotecas, las trabajadoras sexuales
son parte del potencial de una ciudad para ser sede de congresos y la presencia del clochard es
sinónimo de tolerancia ante una elección de vida. Sobre las formas de control/represión de los
grupos de aparcacoches y de limpiavidrios en tres ciudades de Portugal puede consultarse el
texto de Peixoto (2006); sobre las políticas de ley y orden respecto de las trabajadoras del sexo
en Barcelona, ver el libro de Arella y Fernandez (2007); respecto de la alarma social generada a
partir de la presencia de inmigrantes, jóvenes y gitanos en Lérida (Cataluña), Rodriguez
Fernandez (2008c y 2009), y a propósito de los jóvenes en ciudades francesas, puede consultarse
el texto de Bonelli (2005), todos ellos citados en la bibliografía.
ban-optico, sólo en ocasiones y como excepción a un consenso general sobre el derecho, y en el caso del
campo, solamente dentro de unos espacios físicos determinados), más o menos relacionada con
excepciones, a la regla en el primer caso, al territorio en el segundo20.
No es momento ahora de hacer una pormenorizada revisión de ambas líneas de análisis, pero cabe
resaltar que de esta manera, a nuestro juicio, mientras se arroja luz a lo que sucede con inmigrantes,
gitanos y personas sospechadas de terrorismo, se deja en la sombra el carácter totalizador que ha
asumido el control en la nueva gubernamentalidad liberal. Tal como el propio Foucault lo sostenía en
“Nacimiento de la Biopolítica” (2009), es la lógica de “producción” de libertad asociada al riesgo que
explicábamos antes la que, convergiendo con la disciplina, ha transformado un control regulatorio que
parecía en el siglo XIX destinado a operar sobre los no regulares en un control securitario, que actúa
generalizando el control. En las palabras de Foucault, se trata “…(d)el equívoco de todos esos dispositivos
… destinados a producir la libertad y que, llegado el caso, corren el riesgo de producir exactamente lo
contrario.” (Foucault 2009:78). Son estos dispositivos los que no solo imponen (otra vez, como en las
formulaciones de los Tratadistas) que sea posible saber dónde y cómo están los integrados que se
mueven y los excluidos que permanecen, sino también los que crean las necesidades de los integrados
(necesidades de movimiento en el territorio, de conexión telefónica y a internet, de velocidad en el aire y
en la tierra -los check-in rápidos en los aeropuertos, identificación instantánea en las cabinas de peaje, en
las puertas de los establecimientos, etc.-, compra electrónica, etc.), que hacen posible ese control.
La dualidad del control que Foucault había designado como biopolítico, ha tomado carta de naturaleza en
estos primeros años del siglo XXI. La selección de las características económicas, biológicas y sociales de
quienes integran las masas ha llevado a la creación de perfiles de riesgo apoyados en las bases de datos
(el profiling anglosajón), que también sirven para controlar el nivel de integración de los individuos
consumidores; es a partir de estos perfiles que se ordena hoy la actuación controladora pública y privada.
En este contexto, la actividad empresarial ha encontrado un nuevo campo de negocio, fundamentalmente
en el sector servicios, haciendo nacer lo que las nuevas reflexiones han bautizado como la “industria
securitaria” (San Martín Segura 2007). Este sector, que comprende actividades en principio tan dispares
como la prestación de servicios de vigilancia en centros comerciales, el monitoreo de la calidad de los
alimentos, la provisión de maquinaria y software para la seguridad aeroportuaria, la seguridad de altos
cargos, la gestión de sistemas de colecta y procesamiento de datos personales y económicos, la
calificación del riesgo de reincidencia de un infractor, de probabilidades de integración de un inmigrante o
la gestión de centros de privación de libertad, no incluye necesariamente en su ethos la protección de los
derechos de sus usuarios.
Una parte considerable de estas actividades se sustenta en la capacidad de recoger, almacenar y
20
En el mismo sentido, ver el texto de San Martín Segura (2007).
procesar datos que producimos en nuestra vida cotidiana; en muchas ocasiones, esta circunstancia no es
advertida por el usuario de páginas web, bibliotecas, tarjetas de crédito, sistemas de pago automáticos en
autopistas (el “teletac”) o teléfonos móviles, sea porque antijurídicamente no le es advertido o porque se
condiciona la prestación o la rapidez del servicio a la aceptación de esta recogida. Los datos así obtenidos
son además, intercambiados entre las empresas21 y en ciertos supuestos, compartidos con la
administración con fines de control. Tal como lo sostiene Stefano Rodotà (2003), los datos personales se
han convertido en una mercancía; en este contexto la protección de datos22 se configura como una de las
garantías fundamentales del ciudadano, tal como lo reconoce el artículo 8 del Convenio Europeo de
Derechos Humanos, y ello no solo y no fundamentalmente cuando quien recoge los datos es una agencia
estatal, sino también cuando lo hace un sujeto de derecho privado.
Una insuficiente protección en materia de datos puede convertirse en la puerta de entrada a las
violaciones más extremas de los derechos del hombre. El ciudadano sirio/canadiense Maher Arar fue
secuestrado en Nueva York en el año 2002, llevado a Siria y torturado en un centro de detención de la
Agencia de Inteligencia Estadounidense –CIA-. Un año más tarde fue devuelto a y liberado en Canadá; las
acusaciones en su contra se habían basado en la incorrección de los datos que la agencia de inteligencia
canadiense había recibido sobre él y en los que se fundó la sospecha de pertenecer a un grupo terrorista.
En septiembre de 2008, el gobierno canadiense pagó 10 millones de dólares canadienses como
indemnización al Sr. Arar.
6. El inicio de una conclusión
La utilización de tecnologías capaces de saber qué hace, donde está y qué siente una persona 23 y de
21
El llamado “Caso Telecom” en Italia, que tuvo repercusiones en varios países europeos
y americanos, es un ejemplo de ello. Ver al respecto la noticia publicada en
http://espresso.repubblica.it/dettaglio/007%20Operazione%20Corriere/1300368//0
22
En España, regulada en la L.O. 15/1999 de 13 de diciembre); en Francia por la ley °78
del 17 del 6 de enero de 1978 sobre Procesamiento de datos, Ficheros de datos y Derechos
Individuales, reformada según la ley del 6 de agosto de 2004 relativa a la protección de los
individuos con respecto al tratamiento de datos personales; en Italia por el decreto legislativo.
196 del 30 de junio de 2003 - Código de Protección de Datos-, en Grecia por la ley Nº 2472
sobre la Protección de individuos con respeto al tratamiento de Datos Personales de 1997,
reformada por la ley 3471 de 2006-, y en Portugal por el Acta Nº 67/98 sobre la Protección de
Datos Personales. En el nivel europeo, la Directiva 95/46/EC Sobre la protección de individuos
con respecto al tratamiento de datos personales y por el movimiento libre de tales datos - dictada
por el Parlamento europeo y del Consejo del 24 de octubre 1995- es el texto legal más
importante.
Toda
esta
legislación
puede
ser
encontrada
en
la
página
http://www.coe.int/t/e/legal_affairs/legal_co-operation/data_protection/.
23
El escrutinio ya se extiende incluso al dominio de los sentimientos: tecnología
“sensible” capaz de medir las diferencias en la temperatura corporal, el ritmo de las pulsaciones
o las inflexiones en el tono de voz, y de traducir esos datos a una interpretación de los
sentimientos se utilizan hoy día para controlar a empleados y clientes que son usuarios de
recopilar datos sobre su trayectoria familiar y social suele fascinarnos tanto como la capacidad de hacer
tareas complejas en tiempos breves, o la de comunicarnos intensiva y expansivamente más allá de las
distancias. Es en esa fascinación en la que se sostiene, en parte, la posibilidad de un control imperceptible
pero metódico, que apunta a las rutinas de la vida tecnificada de los integrados, y que es “productor” de
conducta (de compra, de comunicación y en general, de apertura al control). Se trata de una nueva forma
de disciplina, que ya no es centrípeta sino centrífuga, que no intenta fijar a las personas en los sitios,
dentro de un territorio delimitado y con un elemento central como ordenador, sino de promover su
movimiento en un espacio-mundo de significados lábiles y cambiantes. No es un sistema en el que un
centro irradia sentido, sino una malla en la que el sentido ha de buscarse una y otra vez en referentes
efímeros y contradictorios. Por eso no es un panóptico: el vigilante no está en un sitio, sino que todos nos
hemos convertido en desconfiados vigilantes.
También los dispositivos dominadores han encontrado un espacio en la nueva gubernamentalidad liberal
del siglo XXI: a través del secuestro en un país de una persona que es torturada en otro y luego devuelta
al sitio del que fue secuestrada24, lo global y lo local se funden. En paralelo, el marco de una guerra en la
que el enemigo es ubicuo, sirve de argumento para acciones espectaculares que se organizan a partir de
la división entre lo demoníaco (ajeno) y lo democrático (propio), y también para justificar el tratamiento
diferencial a los contingentes de personas (inmigrantes, gitanos, jóvenes) que son alternativamente
deseadas (como objeto superfluo del mercado) e indeseables (cuando el cambio de contexto los deja
fuera de ese mercado). Así, los dispositivos reguladores también tienen espacio en el siglo XXI.
Veinticinco años después de 1984, las advertencias de Orwell pueden cobrar nuevo sentido si apartamos
por un momento al Gran Hermano del centro argumental25 y aceptamos la invitación de Foucault (2009:81,
terminales informáticas, tanto para saber si los primeros cumplen o no con su labor
adecuadamente como para “modular” las respuestas a los clientes según su estado de ánimo. Ver,
por ejemplo, los productos comercializados por la empresa “TERCER OJO”
(http://www.3eyeinc.com/), destinados al control de empleados, pero también la interface creada
para videojuegos por “Emotiv Sytems” (http://www.emotiv.com/). Esta extensión de las
“capacidades” de escrutinio es un elemento de bifronte: las posibilidades de la industria de
“generar emociones” mediante la utilización de la misma tecnología que sirve para controlarlas
forma parte de las herramientas de la transformación de lo humano, del transhumanismo, que
también estaban presentes en el Mundo Feliz de Huxley. Un desarrollo en extenso de éstos
aspectos se encuentra en el texto del Profesor Rodotá incluído en este libro.
24
Tal como sucedió a Winston Smith, el protagonista de la distopía orwelliana que fue
secuestrado y sometido a torturas no tanto como forma de averiguación, sino como rutina que
situaba a la lógica estatal por sobre la existencia individual. La descripción de las formas de
tortura a la que fue sometido el personaje, los diálogos con su captor y el propio hecho de su
“devolución” al escenario del secuestro recuerdan bastante a los métodos de interrogación
utilizados recientemente en sitios como Guantánamo, pero ya explicados en el informe Kurback
en los años 60' (Klein 2007 66 y sgtes.).
25
Dentro de la gubernamentalidad neoliberal, el Estado ya no es un mero testigo del
mercado –como en las formulaciones liberales del siglo XVIII-, sino una herramienta para hacer
188), pero también de Melossi (1999), a no buscar a un único grupo de conspiradores con un proyecto
unívoco26. Si somos capaces de relacionar la aplicación de estrategias de control disímiles (disciplina y
regulación, con notas dominadoras) con una misma lógica de normalización (la de la “normalidad
estadística”) y de observar que el escenario de la gubernamentalidad liberal del siglo XXI es a la vez local
y global, entenderemos que no se trata de excepciones a alguna regla, sino de una lógica mayor que
subsume todos esos elementos y a la vez, nos compromete a todos como sus (re)productores. Si tal como
se ha hecho en el Reino Unido, destacamos la experiencia cotidiana del sujeto dualmente controlado, con
la ciudad como referencia local y el mundo como lógica global, veremos que más allá de las grandes
segregaciones y de los proyectos hegemónicos, es en lo cotidiano común a todos donde se ha de ejercer
la resistencia. Un buen punto de partida para esa resistencia es que entendamos que, además de alzar la
voz por los inmigrantes encerrados en campos, por las personas que son torturadas en Guantánamo y por
aquellos que son bombardeados en los países que se ha designado como sede del mal, también hemos
de resistir desde nuestro sitio, y en nuestro nombre.
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posible las condiciones ideales de su funcionamiento (Foucault 2009:147); es parte de la red, no
su corazón.
26
Como bien lo advierte Bigó (2008:13), el intento de encontrar coherencias absolutas e
intencionales en el plan es mucho menos fructífero que el de advertir la existencia de prácticas
transversales, que a la postre pueden ser vistas como contribuciones a una misma mecánica de
funcionamiento. La diferencia entre el planteamiento del profesor fráncés y el nuestro es que
nosotros creemos que éstas coincidencias no se deben a una lógica burocrática de hermandades
“espontáneas” de quienes hacen prácticas autoritarias, que han de ser opuestas a quienes piensan
formas democráticas. Pensamos más bien que unas y otras resultan complementarias de una
lógica mayor que, después de resignificar las ideas de “libertad” y “seguridad”, se nutre de
ambas.
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