Subido por Javier Higueras Palomares

yugoslavia.

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LA YUGOSLAVIA DE TITO.
El 1943 el Comité de Liberación Nacional se organizó como gobierno provisional, Tito
alcanzó el grado de Mariscal y el grado de presidente del gobierno. Su objetivo era
construir una Yugoslavia sobre bases federales y cerró la puerta a una posible
restauración monárquica, afirmando que sería el pueblo el que se pronunciaría sobre la
posible vuelta del rey. Las elecciones de 1945 dieron un aplastante triunfo, (90% en el
Consejo Federal y 88% en el Consejo de las nacionalidades, los dos órganos del nuevo
parlamento bicameral) al Frente Popular dirigido por los comunistas de Tito. Ese mismo
año se proclamó la República federativa de Yugoslavia, integrada por seis repúblicas;
Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Montenegro, además de
las regiones, después convertidas en provincias autónomas de Kosovo y Vojvodina
dentro de Serbia. Se establecieron tres categorías nacionales o étnicas, “Las naciones”
que se correspondían con las repúblicas, “las nacionalidades” que hacían referencia a la
distinta composición étnica en el interior de cada República y que disfrutaban de cierta
autonomía, y las minorías, principalmente albanesas, húngaras, italianas y judías.
Esta composición nacional, étnica y religiosa será uno de los principales problemas de
Yugoslavia. Con seis nacionalidades, tres religiones (católica, ortodoxa y musulmana)
cuatro idiomas (serbo-croata -con al menos tres dialectos diferentes- esloveno,
macedonio y albanés) dos alfabetos (cirílico y latino principal diferencia entre el idioma
serbio y croata respectivamente) y numerosas minorías étnicas. El sistema político
Yugoslavo vivió sujeto a una doble tensión, por una parte la tendencia a una mayor
descentralización política y económica, defendida por Croacia y Eslovenia, y por otra la
resistencia centralista y conservadora serbia.
Pronto las relaciones con la URSS se fueron enrareciendo, Tito cobró cada vez mayor
importancia en el mundo comunista y se enfrentaba abiertamente con Stalin. La ruptura
se produjo en 1948 cuando el Kominform denunció la desviación Yugoslava. A partir
de este momento Tito comenzó a trabajar con otros países para dar a luz al movimiento
de los países no alineados. Rotas las relaciones con Rusia, Tito buscó dar al comunismo
un rostro más humano que permitiera atraer la ayuda de occidente, sobre todo de los
Estados Unidos. Se calcula que estas ayudas superaron los 2.000 millones de dólares en
los años cincuenta. Los ideólogos de Belgrado fueron revisando el Leninismo y el
Marxismo realizando nuevas construcciones para explicar los cambios económicos que
se ponían en marcha. Nació así en 1950 la autogestión. En teoría los trabajadores tenían
el control de las fábricas y empresas, a través de los consejos obreros, y este control
ciudadano se iba extendiendo a otras esferas de lo público, como los municipios o las
escuelas. En la práctica no obstante, la autogestión se fue aplicando lentamente y con
muchas cortapisas, ya que el Estado Federal mantenía el control de las inversiones y
dejaba poco margen de gestión a las empresas. Los precios y el comercio exterior
también eran controlados centralmente. El sector privado se limitaba a la agricultura, el
80% de las tierras eran de propiedad privada, y a la artesanía. Los primeros resultados
de este comunismo con ciertas dosis de autogestión y apertura al mercado fueron
buenos, lo que fortaleció el poder de Tito.
Sin embargo el sistema había nacido viciado, había un desequilibrio permanente entre
bienes de consumo y bienes de equipo, la balanza comercial era cada vez más
deficitaria, existían grandes monopolios dependientes de las oligarquías políticas y un
sistema de precios artificial, lo que empezó a generar problemas ya en la década de los
sesenta y advertía de los peligros futuros. La constitución de 1963 intentó dar respuesta
a estos retos económicos, iniciándose un proceso liberalizador y de descentralización
del poder. Por otro lado las diferencias entre unas repúblicas ricas y otras pobres eran
muy evidentes. Las primeras sobre todo Eslovenia y Croacia, se mostraban muy
reticentes a financiar el desarrollo de las más pobres (Bosnia, Macedonia, Kósovo) a
través del fondo federal para el desarrollo. El fondo de compensación era visto por
Eslovenia y Croacia como una rémora para su pleno desarrollo, mientras que las
regiones pobres denunciaban que el sistema puesto en marcha tras la guerra no hacía
sino fomentar las diferencias.
Ya en la década de los setenta, la poderosa personalidad de Tito no bastó para atemperar
las rivalidades políticas y económicas de las diferentes repúblicas. En 1971 se produjo
una gran protesta en Croacia, conocida como “La primavera de Zagreb” a través de la
cual se pedía una mayor autonomía para la región y un clima de mayor libertad. El
movimiento fue reprimido con dureza. En 1974, con el fin de superar las crecientes
diferencias nacionalistas, se instituyó una nueva Constitución, que transfirió una gran
cantidad de poder a las autoridades republicanas y preveía que tras la muerte de Tito, la
presidencia federal fuese ocupada de forma rotativa por un representante de cada una de
las repúblicas y de las dos provincias autónomas, Kosovo y Vojvodina, reconocidas
como tales en esta constitución. En cada República había un legislativo, un ejecutivo y
una rama de la Liga de los Comunistas. Además cada república y provincia tenía unos
delegados en las instituciones federales, donde el reparto de los cargos se hacía en
función de criterios étnicos.
En la década de los ochenta se produjo una grave crisis económica y las diferencias
económicas se hicieron aún más manifiestas. El problema residía en la existencia de
unas economías socialistas, que en lugar de apoyarse en criterios de rentabilidad lo
hacían en las decisiones de las élites políticas locales, que sólo estaban interesadas en
conservar su poder. Por citar algunos ejemplos, la inflación, en 1980, año de la muerte
de Tito, era del 40%, y en 1989 ascendía ya al 2500%. En 1982 el país registró por
primera vez crecimiento cero desde la Segunda Guerra Mundial y a partir de ahí la
economía fue en recesión, aumentando el paro, que en 1989 llegó al 20% de la
población, aunque con muchas diferencias regionales, por ejemplo entre el 5% de
Eslovenia y el 25% de Kosovo. Las zonas más ricas, como Croacia y Eslovenia,
reclamaron una reorganización verdaderamente federalista, lo que en la práctica suponía
dar menos recursos a las instancias centrales, cosa que Serbia no aceptaba, puesto que
mermaría su poder. Mientras Tito pudo ejercer su autoridad indiscutida, el aparatoso
sistema administrativo pudo funcionar. Tras su muerte, la maquinaria mantuvo su
inercia algún tiempo, pero finalmente acabó colapsándose, ahondando aún más la crisis
general.
LA DESINTEGRACIÓN DE YUGOSLAVIA.
La región de Kosovo fue la mecha que prendió la bomba que desintegró a Yugoslavia y
fue el escenario del último gran conflicto armado que se desató en los Balcanes.
Kosovo es considerada la cuna de la nación serbia. Sin embargo la emigración a lo largo
del siglo XX y el índice de natalidad mucho más elevado entre los albano-kosovares
había provocado que el 83% de la población fuera albanokosovar y el 10% serbia. La
Constitución de 1974, tratando de responder en parte a las reclamaciones de este grupo,
creo un malestar entre los serbios, que veían sus derechos amenazados, ya que se
concedía una gran autonomía a la provincia y se sentían marginados.
El gobierno serbio suprimió en 1989 las autonomías de Kosovo y Vojvodina, como
represalia por las manifestaciones que se habían producido en ambas zonas a favor del
pleno estatus como repúblicas. La situación en Kosovo se fue deteriorando
progresivamente desde la llegada al poder de Slobodan Milosevic. El ejército federal y
una milicia especial traída desde Serbia, para que los albaneses no pudieran perpetrar
“el genocidio contra los serbios” que de manera injustificada aireaban los medios de
comunicación de Belgrado. Los albaneses comenzaron a perder sus puestos de trabajo,
las escuelas, universidades y hospitales les cerraron sus puertas y el uso de su idioma
quedó proscrito.
El nerviosismo se fue apoderando entonces de las repúblicas yugoslavas más
desarrolladas, ante el nacionalismo y las propuestas centralistas que Serbia y su líder
Milosevic mostraban. Las incertidumbres económicas a partir de 1989 quedaron
revestidas con el recuerdo de supuestas deudas nacionalistas. La espiral de odio fue
creciendo, reforzada por el fracaso económico, y empujó a los distintos pueblos
yugoslavos, perdidos en el vacío ideológico del poscomunismo, a la guerra. Los
políticos optaron por el nacionalismo exacerbado y excluyente y arrastraron a las masas.
Los medios de comunicación, especialmente las televisiones se ocuparon del resto. A
las puertas del siglo XXI el puzle multiétnico se desintegraba y surgía un nacionalismo
étnico excluyente, con el objetivo de crear un estado étnicamente puro.
En Kosovo comenzó la destrucción de Yugoslavia aunque no la guerra. Allí se consumó
la primera fase de un plan que reunió en un principio a los miembros de la Academia de
las Ciencias de Serbia, al aparato comunista dirigido por Milosevic y al ejército federal
en torno a la “Gran Serbia” insistiendo que los serbios estaban en peligro tanto en
Kosovo como en Croacia.
El primer ministro federal Ante Markovic había iniciado la reforma del sistema
económico con cierto éxito en 1989. En pocos meses abrió el mercado a las
importaciones, permitió el libre cambio de divisas por dinares, abrió el proceso de
privatización y comenzó a poner orden en la confusa situación bancaria. Las reservas
federales aumentaron y descendió la inflación. Pero su plan de austeridad y de
congelación de sueldos, con el fin de reducir el alza de los precios y la gigantesca deuda
externa, chocó con la intransigencia de las diferentes repúblicas, que impedía que se
hicieran avances. Al mismo tiempo la propaganda del régimen de Milosevic; pasaba de
llamar a los albanokosovares “antiyugoslavos” a tildarlos directamente de “genocidas
antiserbios” y comenzaba a hacer lo mismo con eslovenos y croatas.
De los ocho votos de la presidencia federal, compuesta por un miembro de cada una de
las repúblicas y por uno de cada una de las dos provincias autónomas de Serbia, cuatro
quedaban en manos de Milosevic tras la aniquilación de las instituciones de Kosovo y
Vojvodina y el asalto al poder de la facción obediente a la dirección serbia en
Montenegro. La presidencia quedaba entonces bloqueada, las repúblicas del norte
reclamaban que si Kosovo y Vojvodina habían perdido su autonomía debían perder
también su derecho de voto y que Serbia sólo debía tener un voto y no tres. Belgrado
reaccionaba acusando al resto de “secesionistas” y “enemigos de Yugoslavia”. Aunque
ni eslovenos ni croatas hablaban todavía, al menos abiertamente, de independencia y
como mucho se atrevían a proponer una confederación de las distintas repúblicas
yugoslavas que, manteniendo un espacio económico común, permitiera a cada república
regirse a sí misma.
Un ejemplo ilustrativo de que la ruptura ya se había producido fue el XIV Congreso de
la Liga de los Comunistas (20-23 de enero 1990). Los delegados eslovenos propusieron
radicales cambios económicos que no fueron aceptados por Serbia. Las delegaciones
eslovena y croata acabaron abandonando la reunión, que quedó aplazada sine die. El
lema de Tito “unidad y fraternidad” había quedado definitivamente enterrado.
A lo largo de 1990 se fueron sucediendo en las distintas repúblicas las primeras
elecciones libres y multipartidistas. El 8 y el 22 de abril en Eslovenia venció la
coalición de centro-derecha Demos, con el 55% de los votos, y el democristiano Lojze
Peterle fue encargado de formar Gobierno. En las elecciones presidenciales ganó con
claridad el ex comunista reformador Milan Kucan. Rápidamente la nueva Asamblea
apostó por la plena soberanía de la república (aprobada el 2 de julio). En otoño se
modificó la Constitución y el 23 de diciembre de 1990, el 88 por ciento de los eslovenos
votó a favor de la independencia de su república. Yugoslavia empezaba a ser historia
aunque en Occidente nadie parecía haberse dado cuenta. El 20 de febrero de 1991 la
Asamblea decidió avanzar hacia la independencia plena y puso como fecha límite el 25
de junio.
El 22 y el 5 de mayo triunfó en Croacia la oposición nacionalista de la Unión
Democrática Croata, el HDZ (‘Hrvatska Demokratska Zajednica’) de Franjo Tudjman,
que es elegido presidente mientras que Stipe Mesic es nombrado primer ministro. El 25
de julio del 90 la Asamblea croata proclamó el derecho de soberanía nacional y meses
después se aprobó la nueva Constitución, en la que se afirmaba que Croacia era un
Estado “unitario e indivisible” y que era la tierra de “los croatas” y su lengua oficial “el
croata”. Pese a que los artículos posteriores señalaban que “continuaba en el marco de la
República Socialista Federativa de Yugoslavia”, que también era la tierra de “las
minorías que habitan en ella” y, al menos sobre el papel, se reconocían todos los
derechos de la población serbia lo cierto es que la nueva Carta Magna vino a confirmar
los temores serbios.
La minoría serbia en Croacia –en torno al 12 por ciento de la población- ya ese verano
había constituido, con apoyo de Belgrado, el Consejo Nacional Serbio, que proclamó su
autonomía y su intención de unirse a Serbia. Opción que fue ratificada en referéndum
por la población serbia a finales de agosto y principios de septiembre. La consulta
popular fue considerado ilegal e ignorada por el Gobierno de Zagreb. En diciembre se
constituyeron las Repúblicas Autónomas Serbias (RAS) de la Krajina, donde los serbios
eran mayoría, y de la Eslavonia oriental (Slavonija), zona donde eran minoría pero que
tenía para ellos indudable valor estratégico por ser fronteriza con Serbia.
Comenzó entonces una revuelta conocida como la ‘balvan revolucija’, que puso la
Krajina, donde el gobierno de Tudjman parecía no tener ninguna autoridad, en pie de
guerra. Los medios de Zagreb trataron de minimizar el problema mientras desde
Belgrado se insistía en la necesidad de la movilización de los serbios para responder a la
“agresión fascista”.
En Serbia, las elecciones del 9 y el 23 de diciembre de 1990 dieron el triunfo al partido
de Milosevic, la antigua Liga de los Comunistas que, fusionada con la Alianza
Socialista, había sido rebautizada como Partido Socialista de Serbia (SPS). En las
elecciones presidenciales arrolló Slobodan Milosevic. En Montenegro la Liga
Comunista Montenegrina venció en los comicios de diciembre y Momir Bulatovic,
hombre de confianza de Milosevic, fue elegido presidente.
En Bosnia-Herzegovina vencieron (18 de noviembre y 9 de diciembre de 1990) los
partidos nacionalistas que alcanzaron cerca del 80 por ciento de los votos. El más
votado fue el partido ‘musulmán’ de Alija Izetbegovic; el SDA (‘Stranka Demokratkse
Akcrije’, Partido de Acción Democrática), el único que no incluía en su nombre el
componente étnico. El segundo más votado fue el Partido Democrático Serbio, el SDS
de Radovan Karadjic y tercero, ajustándose así al reparto étnico de la república, la
Unión Democrática Croata (HDZ) de Jure Pilivan. Los comunistas y los reformistas de
Markovic fueron los grandes derrotados aunque se debe destacar que fue en BosniaHerzegovina, ‘la Yugoslavia en miniatura’, donde el partido del primer ministro, que
apostaba decididamente por la unión y el mantenimiento de Yugoslavia, obtuvo sus
mejores resultados.
En Bosnia-Herzegovina se aceptó un reparto de poderes entre las tres fuerzas
nacionalistas que, en principio, formaron Gobierno: La presidencia de la República fue
para el musulmán Izetbegovic el cargo de primer ministro para el croata-bosnio Jure
Pilivan y el serbo-bosnio Momcilo Krajisnic ocupó la presidencia de la Asamblea. Pero
el acuerdo no fraguó y pronto surgieron graves divergencias. En 18 meses, el
Parlamento fue incapaz de sacar adelante ni un solo Proyecto de Ley.
Así estaban las cosas a finales de 1990 y comienzos de 1991, cuando los diplomáticos
occidentales se lanzaron a una frenética carrera por salvar a una Yugoslavia que ya
expiraba. Para acabar de empeorar las cosas el 15 de mayo de 1991 quedó liquidada la
presidencia federal, la última institución que probaba la unidad de la Federación, al
rechazar los votos del bloque serbio que el croata Stipe Mesic asumiera su jefatura
rotatoria. Al mismo tiempo el país agonizaba en medio de una gran crisis económica. La
inflación, como ya he señalado, alcanzaba en 1991 el 2.500% y entre 1990 y 1991 la
producción había caído un 23%, según el informe anual de la OCDE.
Croacia, siguiendo los pasos de Eslovenia que siempre llevó la delantera, anunció la
celebración de un referéndum, boicoteado por la minoría serbia, el 19 de mayo de 1991,
en el que el 94 por ciento de los votantes dijo sí a la independencia.
El último intento de salvar Yugoslavia, por parte de sus propios habitantes, se produjo
el 6 de junio de 1991 cuando los presidentes de Bosnia-Herzegovina, Izetbegovic y
Macedonia, el ex comunista Gligorov, presentaron un proyecto intermedio entre la
disolución del modelo esloveno-croata y el centralismo serbio. Se trataba de una
fórmula de compromiso con la que se mantenían los lazos entre las comunidades
sudeslavas dentro de un Estado común, que combinaba la estructura federal y la
confederal. Pero el plan fue rechazado y ambas repúblicas optarían también por el
camino de la independencia (Macedonia aprobó en referéndum su independencia el 8 de
septiembre de 1991, con el 74 por ciento de los votos a favor). Las declaraciones de
independencia proclamadas el 25 de junio de 1991 por los parlamentos de Eslovenia y
Croacia, el aliento no disimulado que recibieron ambas de Alemania, el temor de los
serbios a quedar reducidos a una minoría en esta última república, la fácil disponibilidad
de armas procedentes del sistema de defensa territorial y la desinformación llevaron al
estallido del conflicto. Lo que empezó siendo un conflicto social y económico se
convirtió en poco tiempo en un enfrentamiento nacionalista que se internacionalizó
rápidamente.
Un día después, efectivos del Ejército Federal Yugoslavo, el JNA (‘Jugoslavije Narodna
Armija’), se desplegó en Eslovenia y se produjeron los primeros enfrentamientos entre
tropas federales y la policía croata. La violencia ya se había desatado meses antes en
Croacia en el confuso episodio de Borovo Selo en el que varios policías croatas fueron
abatidos por la milicia serbia, que también registro varias bajas, en mayo de 1991. El 29
de junio, las repúblicas secesionistas accedieron, por presiones de la Comunidad
Económica Europea, a suspender durante tres meses el proceso de separación para
solucionar la crisis por la vía política.
El Ejército federal intervino en Eslovenia con la misión de salvaguardar las fronteras de
Yugoslavia. Días después, el JNA empezó a actuar en Croacia con la excusa de
interponerse entre los contendientes, milicias serbias que, con la excusa de proteger a la
minoría serbia de la amenaza de un ‘nuevo genocidio’ se enfrentan a la policía croata.
Por si existían dudas sobre el comportamiento del Ejército el general Kadijevic, por
aquel entonces ministro de Defensa, se encargó de despejarlas con la publicación en
1993 de su ‘Visión sobre la desintegración’, en la que explica la existencia de un plan,
urdido en la primavera de 1989 por el alto mando del Ejército y los líderes serbios, para
crear una nueva Yugoslavia que sería poco más que una Gran Serbia.
El 7 de julio, en Brioni, la ‘troika’ comunitaria (Luxemburgo, Italia y Holanda), el
Gobierno yugoslavo y los representantes eslovenos acordaron un alto el fuego, la
retirada del Ejército Federal, y la solución pacífica del conflicto. A propuesta de Francia
se creó una comisión, presidida por el jurista Robert Badinter, para establecer las
condiciones que debían cumplir las repúblicas para ser reconocidas como
independientes. El conflicto en Eslovenia fue una farsa, en un par de semanas la
‘guerra’ acabó con apenas un centenar de muertos, la mayoría jóvenes que realizaban su
servicio militar, y la derrota del JNA, donde las deserciones se multiplicaban. Los
eslovenos habían creado un embrión de Fuerzas Armadas, usando como base la policía
local y la defensa territorial, y se habían abastecido en los meses anteriores en Hungría y
Checoslovaquia con fusiles de precisión, RPG y misiles anticarro. Los pocos días de
enfrentamiento en Eslovenia concluyeron con la certeza de que la república eslovena ya
no pertenecía a la Federación. La Yugoslavia de Tito había sido aniquilada
definitivamente. Pero Occidente seguía empeñado en mantener la unidad de un país ya
fantasma.
Eslovenia podía perderse porque no era necesaria para lograr la ‘Gran Serbia’, pero
había zonas de Croacia (la Krajina y Eslavonia) a las que Milosevic no estaba dispuesto
a renunciar. La excusa era la protección de esta minoría (entre un 10 y un 12 por ciento
de la población de Croacia) que se sentía amenazada por la torpe política del Gobierno
de Tudjman, pero en realidad la protección de los ciudadanos serbios tenía poco que ver
con la realidad ya que el Gobierno serbio no prestó ninguna atención a los numerosos
serbios que vivían en la zona de Istria y Pula, a los que abandonó a su suerte.
El 4 de septiembre de 1991 la ofensiva del JNA y de las milicias serbias dividió la
república croata, controlando así más del 30 por ciento del Croacia, que queda partida
en dos. El Ejército Federal, ya prácticamente serbio-montenegrino, había abandonado
ya su supuesto papel de mediador y combatía abiertamente del lado serbio en Banija y
Krajina, comenzando los asedios de Vukovar y Osijek.
Un mes después (4 de octubre), los presidentes de Serbia y Croacia, Milosevic y
Tudjman respectivamente, acordaron que las repúblicas que desearan la independencia
serían reconocidas como tales, para entonces ya habían muerto unas veinte mil
personas. Tan solo tres días más tarde (7 de octubre), el Ejército bombardeó la capital
croata, Zagreb. Oficialmente la guerra no se había declarado, pero los pueblos y
ciudades bombardeadas y arrasadas y el número de refugiados y víctimas mortales
crecía vertiginosamente. Serbia mantuvo a lo largo de la guerra en Croacia, como
después en Bosnia-Herzegovina, que no se encontraba implicada en el conflicto.
Transcurridos los tres meses de la moratoria la Comunidad Europea, que aún no contaba
con el Informe Badinter, no reconoció en octubre, pese a las presiones alemanas, la
soberanía de las repúblicas secesionistas, creyendo que esto intensificaría el conflicto,
que ya se encontraba en su apogeo. El 17 de noviembre y tras 86 días de asedio,
Vukovar cayó en manos de los serbios, varios miles de civiles desaparecieron sin dejar
rastro (años después se descubrieron numerosas fosas comunes en los alrededores de la
ciudad y también que el Gobierno de Tudjman nunca mandó refuerzos y decidió
sacrificar esta ciudad con el objetivo de ganarse las simpatías de la comunidad
internacional). Comenzó el asedio de Dubrovnik, la ‘perla del Adriático’ Patrimonio de
la Humanidad que, por primera vez en su historia, fue bombardeada por el Ejército
federal el 6 de diciembre de 1991.
A finales de noviembre, Alemania decidió a actuar en solitario, presionando para que se
reconociera la independencia de eslovenos y croatas. La Alemania unificada es la gran
potencia europea y sus intereses en los Balcanes son claros, para contrarrestar esta
influencia, las diplomacias francesa y británica trataron de favorecer a Serbia, en una
actitud de ‘equilibrio de potencias’ decimonónica.
El 23 de diciembre de 1991 Alemania reconoció a las dos repúblicas, antes ya lo habían
hecho Islandia y Suecia. El 15 de enero de 1992 los países de la Comunidad Económica
Europea reconocen la independencia de Croacia y Eslovenia (anteriormente lo había
hecho también El Vaticano) y aplazan su decisión sobre Bosnia-Herzegovina
(reconocida el 6 de abril de 1992) y Macedonia que, a causa de la intransigencia griega
vio aplazado su reconocimiento internacional hasta el 8 de abril de 1993, aunque
Gligorov la había proclamado oficialmente el 17 de septiembre de 1991.
Después de siete meses de sangrientos enfrentamientos, la guerra en Croacia concluyó
quince días después del reconocimiento alemán y siete días antes del reconocimiento
por parte de la CEE, con la firma de un alto el fuego entre Serbia y Croacia (7 de enero),
que supuso el fin de la guerra abierta en esta república. Muchos, siguiendo aún sin
saberlo una de las líneas básicas de la propaganda de Belgrado, han proclamado que
todos los males de Yugoslavia se debían a la actitud alemana. Personalmente considero
que no se puede obviar el decisivo apoyo que Alemania dio a las repúblicas
secesionistas un gran mercado para la Gran Alemania y un buen lugar para colocar parte
del caduco armamento de la antigua RDA- pero culpar de la desintegración de
Yugoslavia al reconocimiento alemán resulta una falacia y una visión demasiado
simplista de los complejos acontecimientos de los Balcanes.
Tras la firma del alto el fuego en Croacia llegaron al país, que permanecía dividido en
dos por las fuerzas serbias, los cascos azules de la ONU que, con mejor o peor suerte
según las circunstancias, lograron mantener una relativa paz en la zona hasta el verano
del 95. El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad, el 21 de febrero de
1992, el envío a Croacia del primer contingente de UNPROFOR, compuesto por 14.000
hombres.
Mientras, en Bosnia-Herzegovina se habían ido dando los pasos hacia la independencia.
El 21 de marzo de 1991 los diputados musulmanes y croato-bosnios votaron a favor de
que las leyes de la república tuvieran preferencia sobre las de la Federación. Los
serbobosnios protestaron y encontraron la excusa perfecta para, al igual que ya habían
hecho en Croacia, crear las Regiones Autónomas Serbias (RAS) en aquellas zonas en
las que eran o esperaban ser mayoría. En agosto, Izetbegovic anunció su intención de
convocar un referéndum, condición que exigía la comisión Badinter para reconocer la
independencia, que chocó con la oposición de los serbobosnios que, a mediados de
septiembre, proclamaron la República Autónoma Serbia de la Krajina bosnia y
amenazaron con un baño de sangre si Bosnia-Herzegovina se separaba de Yugoslavia.
Al mismo tiempo, el Ejército Federal iba tomando posiciones en Bosnia- Herzegovina,
donde se empezaban a producir algunos disturbios étnicos, pero donde gran parte de la
población, fundamentalmente la urbana, consideraba imposible el conflicto. En las
ciudades era frecuente la presencia mayoritaria de musulmanes mientras que los
serbobosnios se concentraban en el campo y, aunque representaban sólo un tercio de la
población, eran mayoritarios en la mitad de los municipios de la república.
El 29 de febrero y el 1 de marzo tuvo lugar el referéndum sobre la independencia. Con
la participación del 63 por ciento de la población –la mayoría de los ciudadanos con
derecho a voto salvo los serbobosnios, que lo boicotearon-, el 99 por ciento de los
votantes se pronunció a favor de la independencia. Fue la señal para el inicio de la
guerra.
Las fuerzas serbias, apoyadas por lo que quedaba del Ejército Federal y con numeroso
armamento, emprendieron rápidamente una guerra de conquista en la que, en poco
tiempo, lograron hacerse con el 71 por ciento del territorio bosnio. No todas estas tierras
procedían de conquistas militares, los distritos con mayoría de población serbia
ocupaban buena parte de la república. Al tiempo que bosnios y croatas trataban por
todos los medios de lograr amas que el bloqueo internacional les negaba de cara a la
galería, pero cuyo paso permitía a escondidas. Comenzó entonces la tristemente famosa
‘limpieza étnica’, iniciada por los serbios y continuada después por croatas y en menor
escala por los musulmanes.
Mientras proseguía la ofensiva serbia, croatas y musulmanes mantenían una precaria
colaboración frente al enemigo común. Pero la entente duró poco, y musulmanes y
croatas (con el apoyo humano y militar del gobierno de Zagreb, cuyas aspiraciones
territoriales en Bosnia-Herzegovina eran tan claras como las de Belgrado, aunque algo
menos ambiciosas) comenzaron a enfrentarse a comienzos de 1993 en la Herzegovina.
La mejor muestra de este sangriento enfrentamiento ha sido la destrucción de Mostar,
una zona familiar para los españoles ya que nuestros cascos azules tenían su base en
esta zona. La paz entre ambos bandos se logró gracias a la mediación de Estados Unidos
que forzó una Federación entre ambos grupos, aunque los recelos entre ambos
permanecen.
Masacres, destrucción sistemática de la memoria colectiva de los pueblos –han sido
arrasadas bibliotecas, iglesias, mezquitas, monumentos históricos- continuos alto el
fuego incumplidos... fueron la constante de estos años de guerra. Tampoco faltó la farsa
de la ayuda humanitaria, el doble juego de la diplomacia, ni las amenaza de la ONU,
que después de cientos de advertencias y resoluciones ignoradas culminaron con los
bombardeos de la OTAN sobre objetivos serbios en Bosnia-Herzegovina.
Miles de muertos e inválidos, centenares de mujeres violadas, más de un millón y medio
de desplazados son algunas de las cifras de un conflicto en el que todos mataron y
destruyeron y el sufrimiento de los civiles no fue la consecuencia sino el objetivo. Una
vez más, el baile de cifras era enorme según las distintas fuentes. En los medios de
comunicación occidentales se repitió hasta la saciedad, ya desde 1993, que el número de
víctimas mortales sólo en Bosnia-Herzegovina superaba las 200.000. Sin embargo,
cálculos posteriores reducen considerablemente esta cifra.
En la primavera de 1995 el gobierno croata decidió recuperar por la fuerza el tercio del
país que no le habían devuelto las negociaciones, gracias a un ejército, ahora si bien
entrenado y modernizado, pese al embargo internacional que fue violado por todos. Las
escenas de pueblos destruidos, campos arrasados y largas columnas de refugiados que
huían atemorizados volvieron a repetirse pero en esta ocasión no eran los croatas los
vencidos sino los serbios. En las operaciones ‘Trueno’ y ‘Relámpago’ el ejército croata
se hizo con el control de todas las zonas controladas por los serbios, especialmente la
Krajina y la Eslavonia oriental, comenzando así un penoso éxodo la población de etnia
serbia. Las autoridades de Belgrado declaraban que 400.000 refugiados habían
abandonado la zona, cifra exagerada pero, según los informes de ACNUR y Cruz Roja,
más de 200.000 serbios abandonaron entonces Croacia con lo puesto.
La Comunidad Internacional amenazó suavemente a Croacia con la posibilidad de
imponerle sanciones, pero estas no llegaron. La ofensiva croata prosiguió por territorio
bosnio a finales del verano y principios del otoño. En estas fechas, las fuerzas conjuntas
croatas y bosnio musulmanas, apoyadas por los aviones de la OTAN que realizaron los
primeros bombardeos de su historia sobre objetivos serbios en Bosnia-Herzegovina,
fueron recuperando de forma fulminante gran parte de los territorios que los
serbobosnios, ahora abandonados por Belgrado, habían ocupado tres años antes.
El 14 de diciembre de 1995, los presidentes de Serbia, Slobodan Milosevic;; Croacia,
Franjo Tudjman, y de una Bosnia-Herzegovina dividida en tres, Alija Izetbegovic;,
rubricaban en París el texto acordado unos días antes en Dayton. Como testigos
firmaron los jefes de Estado o de Gobierno de los países del Grupo de Contacto: Bill
Clinton (Estados Unidos), François Mitterrand (Francia), John Major (Gran Bretaña),
Helmut Kohl (Alemania) y Felipe González, como presidente de turno de la Unión
Europea.
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